Las guerras suceden a otras guerras. Después de Kosovo, vino Timor. Después de Timor, Chechenia. Un concurso macabro de horror y matanzas. El conflicto entre el ejército ruso y las milicias chechenas es especialmente sangriento y trágico para la población chechena. «El último balance checheno es de 15.000 muertos; 38.000 heridos; 22.000 refugiados; 14 pueblos totalmente destruidos; a los que hay que añadir 280 pueblos destruidos en 80 %. Se dice que hay 14.500 niños mutilados y 20.000 huérfanos» (The Guardian, 20/12/99) ([1]).
El país está arrasado y destruido; la población, hambrienta, exiliada, dispersada, aterrorizada, desesperada. Para medir la amplitud de la catástrofe «humanitaria», en proporción con la población, es como si hubiera 2 millones de muertos, 5 millones de heridos y mutilados, 28 millones de refugiados en un país como Estados Unidos. Y desde diciembre estas espeluznantes cifras no han cesado de aumentar.
A ellas, hay que añadir las pérdidas rusas, que serían, según el Comité de madre de soldados, de al menos 1.000 muertos y 3.000 heridos (Moscow Times, 24/12/99).
Los supervivientes de la población civil o están enterrados en los sótanos de Grozni, capital arrasada por los bombardeos, sin agua, alimentos, viviendo como ratas aterrorizadas; o se han refugiado en las ciudades y las aldeas devastadas, sometidos a la tenaza de las múltiples bandas mafiosas chechenas o de la soldadesca rusa, también ella aterrorizada, borrachos de alcohol, pillajes y asesinatos; o están encerrados en campos de concentración en las repúblicas vecinas, sin abastecimientos, ni ciudados, sin calefacción, en tiendas a veces sin siquiera un jergón. La situación en esos campos es dramática. Como lo era en los campos de refugiados kosovares en donde la «ayuda internacional» llegaba por cuenta de gotas, en gran parte desviada por las mafias albanesas y el Ejército de Liberación de Kosovo (UĢK), mientras las grandes potencias de la OTAN ([2]) tiraban millones de dólares en bombas sobre Serbia y Kosovo. Hoy, cuando otras decenas de millones de dólares del FMI sirven para financiar a fondo perdido al Estado ruso y su guerra, las grandes potencias dejan que la población chechena se pudra en los campos. «Los enfermos y los ancianos no tienen asistencia médica. Para alimentarse, los residentes buscan en los basureros, esperando encontrar patatas podridas para la sopa. El agua, extraída de un depósito para incendios, es marrón y está llena de insectos e incluso después de ser hervida sigue oliendo mal» (Moscow Times, 24/12/99). En los campos, los refugiados siguen sufriendo terror de los militares rusos, después de haber sido esquilmados, agredidos y ametrallados en su éxodo. Como titula The Guardian (18/12/99), «los refugiados de la guerra en Chechenia no encuentran ningún refugio en unos campos [de los que nadie] puede salir sin una autorización diaria que permite traspasar unas puertas guardadas por vigilantes armados».
Entre 200 y 200 mil refugiados han huido de los combates y de los bombardeos. En realidad es un verdadero asesinato colectivo lo que está viviendo la población chechena. Los bombardeos masivos de pueblos y ciudades, el terror ejercido por las tropas rusas contra la población, el ametrallamiento de la caravanas de refugiados en los pasillos abiertos por el ejército ruso, ha llevado a los chechenos a huir. Esta limpieza étnica sangrienta sucede a la llevada a cabo en 1996 por... las fuerzas chechenas tras su victoria sobre el ejército de Moscú, con 400.000 residentes rusos que tuvieron que abandonar precipitadamente la región. Igual que la limpieza étnica de las milicias serbias contra los kosovares, a la que le sucedió la de los civiles serbios de Kosovo por las milicias del UĢK.
Esto es lo que, en gran parte, no pueden hoy decir la televisión y la prensa. Podría sorprender la amplitud de la campaña mediática en los países occidentales que denuncia la intervención rusa después de haber apoyado, y con qué celo, los bombardeos masivos contra Serbia y Kosovo. Pero es ésta una campaña de lo más hipócrita con la que se intenta ocultar la doblez de las grandes potencias occidentales. Pues lo que no dicen es que las condiciones, los medios y las consecuencias de esta guerra, como de otras, son cada vez más trágicos, bestiales y que lo único que enuncian y preparan es todavía más conflictos, más amplios y más dramáticos.
La limpieza étnica, que era algo limitado a algunos países muy atrasados hace tan sólo diez años, se ha convertido en la norma de las guerras imperialistas a lo largo de los años 90, tanto en África como en Asia y en Europa. Los millones de refugiados del mundo de hoy no volverán a ver nunca más sus casas. Estarán encerrados para siempre en campos. La situación de los palestinos se está imponiendo como norma para todos y en todos los continentes.
Excepcional y limitada hasta finales de los 80, se ha ido multiplicando la afirmación de cantidad de nacionalismos minoritarios –lo que la prensa llama «la explosión de los nacionalismos»– provocando un aumento permanente de conflictos nacionales con la aparición de unos Estados a cada cual más mafioso y corrupto. El poder y las luchas de mafias rivales se han vuelto la norma. El tráfico de drogas, de armas de todo calibre, el bandidaje, el rapto ([3]), son y serán los principales recursos de esas «nuevas naciones» y su forma de existencia. La situación afgana –o africana o colombiana– se está convirtiendo en norma general. O sea que la norma es un caos y se extiende y generaliza por todos los continentes.
En cambio, los bombardeos masivos para aterrorizar a la población civil no es algo nuevo. Es una de las características de todos los conflictos imperialistas, locales y generalizados, típicas del período de decadencia del capitalismo desde la Primera Guerra Mundial de 1914. El estado de destrucción de Europa y de Japón en 1945 no tendría nada que envidiar al de Chechenia el año 200. Lo que sí es, en cambio, nuevo, es que a cualquier parte adonde lleguen la guerra y sus calamidades, ni hay ni habrá reconstrucción contrariamente a lo ocurrido tras la Segunda Guerra Mundial. Ni prístina, en Kosovo, ni Kabul en Afganistán, ni Brazzaville en El Congo, ni Grozni después de 1996, han sido ni serán nunca reconstruidos. Las economías arrasadas por la guerra no volverán a levantarse. No habrá, ni puede haber, planes Marshall ([4]). Ésa es la realidad de la situación en Bosnia, Serbia, Kosovo, Afganistán, Irak, la mayoría de los países africanos, ahora de Timor, países que, todos ellos, han vivido las destrucciones de la guerra «moderna», de las guerras de los años 90.
La permanencia, la acumulación, la multiplicación, la conjunción de todas esas características de las guerras imperialistas típicas del período de decadencia del capitalismo, a lo largo de todo el siglo XX, son una expresión de la quiebra histórica de ese sistema. Son la expresión de su descomposición.
Hemos dicho hipocresía y doblez para denunciar las campañas mediáticas actuales sobre la guerra en Chechenia. Con esas campañas se quiere dar la impresión de denunciar la intervención rusa. En realidad todos son cómplices: los gobiernos, los políticos, los periodistas, «filósofos» y demás intelectuales, para justificar la barbarie capitalista y el terror del Estado. No criticar, no ir contra los crímenes de masas en Chechenia haría a todo el aparato democrático de los Estados occidentales, especialmente los media, abiertamente cómplice no sólo del terror del Estado ruso, sino también del apoyo de todas las grandes potencias occidentales a las matanzas.
«Ya sea en África, en Europa central o en cualquier otro sitio, si alguien quiere cometer crímenes de masas contra una población civil inocente, debe saber que, en la medida de nuestras posibilidades, se lo impediremos» cacareó Clinton tras la guerra de Kosovo. No dar hoy la impresión de denunciar lo que sirvió de pretexto a la intervención militar de ayer haría añicos las campañas sobre el derecho de injerencia humanitaria. Y, sobre todo, reduciría las futuras capacidades guerreras para intervenir. Dar la impresión de que se denuncia, en cambio, permite seguir la campaña ideológica e incluso darle otra mano de pintura.
¿Sólo habrá, sin embargo, un interés propagandístico en esas campañas mediáticas antirusas? ¿No evidenciarán una oposición entre las potencias occidentales y Rusia? ¿No habrá conflictos de intereses económicos, políticos, estratégicos, en resumen, imperialistas, especialmente en el Cáucaso? ¿Acaso Estados Unidos está a favor, no patrocina proyectos de oleoductos que esquiven el territorio ruso, pasando por Georgia o por Turquía? ¿No existe acaso la voluntad de las diferentes potencias de controlar el petróleo del Cáucaso e incluso de echar mano de los beneficios financieros de su explotación?
Es cierto que existen intereses antagónicos entre las grandes potencias también en el Cáucaso. Y es, junto con la descomposición primero de la URSS y después de Rusia, otro de los factores que hacen correr sangre en el Cáucaso, en realidad en la totalidad de las antiguas repúblicas «soviéticas» de Asia. Esa es la razón de la presencia activa de las diferentes potencias locales, y en primer término Turquía e Irán, y de las potencias mundiales, europeas y norteamericana (Alemania y EE.UU. Que se disputan la influencia en Turquía). ¿Qué se debe entender, sin embargo, por intereses imperialistas? ¿Es sencillamente la apetencia de la «renta petrolera» y de los beneficios que de ella se pueden sacar?
¿Por la «renta petrolera»?
¿Cuál es la realidad del petróleo del Cáucaso? «La producción de petróleo en esa región no es un factor primordial [...] Esta industrial, unida al mantenimiento de la actividad de refinado, es sin lugar a dudas una fuente de financiación para los clanes que dominan en el plano local, pero no es en modo alguno una baza a escala federal [es decir de Rusia entera]» ([5]).
¿Qué «interés vital» directamente económico para Estados Unidos va a ser el controlar una tan pequeña producción cuando controlan sin la menor dificultad la mayor parte de la producción mundial del petróleo, la suya propia evidentemente, la de Oriente Medio y las latinoamericanas de México y Venezuela? En sí, Estados Unidos no espera sacar ningún beneficio directo financiero. ¿Por qué entonces su presencia activa? ¿Es para controlar los ejes de transporte del petróleo?
«Si el Cáucaso sigue siendo objeto de enfrentamientos geopolíticos importantes, es desde otro punto de vista: el de los ejes de tráfico para los hidrocarburos del mar Caspio, incluso si el volumen real parece haber sido revisado a la baja. Y, a ese respecto, la relación de fuerza que hay entre ambos lados de la cordillera [que separa a las repúblicas caucásicas del norte que pertenecen a la Federación de Rusia y las repúblicas caucásicas exsoviéticas del Sur] se ha agudizado desde hace un año. Rusia ha defendido siempre la idea de que la mayor parte del petróleo debía pasar por su territorio, como en la época soviética, utilizando el oleoducto Bakú-Novorissisk [...] Pero el 17 de abril de 1999, se abrió oficialmente un oleoducto que une Bakú a Supsa, puerto georgiano a orillas del mar Negro, integrado prácticamente en el sistema de seguridad de la Alianza Atlántica [...] Y los presidentes azerí y turco confirmaron, a mediados de octubre, que se iba a construir un oleoducto que unirá Bakú al puerto turco mediterráneo de Ceyban: todo el petróleo del sur del Caspio evitaría así a Rusia» ([6]).
¿Se trataría pues de echar mano de los beneficios económicos de todo el petróleo del mar Caspio y de su transporte? Las ganancias de ese control son, sin lugar a dudas, nada desdeñables para las repúblicas de la exURSS de la región, empezando por las propias Rusia y Turquía. ¿Y para Estados Unidos?
«Pero que el trazado [del proyecto de oleoducto por Turquía] adoptado la semana pasada –que es estratégicamente ventajoso para Estados Unidos, pero costoso para las compañías petroleras– pueda ser inmediatamente provechoso sigue siendo un gran interrogante. Al igual que la naturaleza de la extensión de las consecuencias políticas con Rusia, que es la perdedora en el asunto» ([7]).
El verdadero interés, el objetivo real, de Estados Unidos no es económico sino estratégico, y es, sin la mejor duda, el Estado norteamericano quien manda, a pesar del parecer contrario de las compañías petroleras en este caso, y quien dirige las orientaciones estratégicas y económicas del capitalismo estadounidense ([8]). En el período de decadencia del capitalismo, los intereses y los conflictos están determinados por la geopolítica; los intereses directamente económicos que, a pesar de todo, siempre están presentes, se ponen al servicio de grandes orientaciones estratégicas: «Para la administración Clinton, la primera preocupación es estratégica: garantizar que todos los oleoductos eviten Rusia e Irán y, por lo tanto, privar a estas dos naciones del control de nuevas reservas de energías para el Oeste» ([9]).
Por intereses estratégicos
Ése es el verdadero objetivo de Estados Unidos: no es tanto el asegurarse la «renta petrolera», sino privar a Rusia y a Irán del control de las vías de salida del oro negro para así asegurarse su control contra... sus grandes rivales europeos, especialmente Alemania. Es como en los deportes profesionales, el fútbol por ejemplo, en donde los clubes más ricos se compran los mejores jugadores, muchos más de los que necesitan para jugar, para que no se los lleven los equipos rivales. Lo que está en juego tiene, en realidad, un contenido estratégico en una zona en la que se oponen, de manera por ahora solapada, pero muy real y profunda, las grandes potencias occidentales. Una Rusia inestable, dispuesta a venderse a cualquiera, un Irán antiamericano y proeuropeo, proalemán más bien, que controlaran las vías de salida del petróleo de la región, sería un peligro estratégico para EE. UU. Los constantes mimos a Turquía, potencia de una influencia imperialista bastante extensa en toda una región de lengua turca, por parte de EE. UU. Y de Europa, aquél prometiendo oleoductos, ésta la entrada en la Unión Europea, da buena idea de lo que se está jugando y de las líneas de fractura entre las grandes potencias imperialistas. Para la burguesía de EE. UU., asegurarse el petróleo de la zona le permitiría privar de él, llegado el caso, a los europeos, lo cual sería un medio de presión suplementario y un paso significativo en la relación de fuerzas imperialistas. Apoderarse del petróleo de la región no daría a EE. UU. Ventajas financieras (incluso podría salirle caro), pero sí una importante ventaja estratégica.
Las potencias occidentales apoyan a Rusia en Chechenia
Hipócritas y cómplices, las campañas mediáticas de la prensa occidental sobre la guerra de Chechenia, no se integran directamente en esos conflictos geoestratégicos. La prensa europea es, por cierto, mucho más virulenta que la norteamericana en la denuncia de la intervención rusa, cuando podría ser dirigida más bien contra los avances estadounidenses. La guerra en Chechenia, aunque relacionada con esos antagonismos imperialistas, sobre todo desde el punto de vista ruso, no forma parte directamente de ellos. O, más exactamente, Chechenia no es objeto de las apetencias occidentales, como lo es el Cáucaso del sur (Georgia, Armenia, Azerbaiyán), cuyo control se disputan las potencias imperialistas. «Nosotros aceptamos que Moscú proteja su territorio» ha afirmado Javier Solana, Coordinador de la política exterior de la Unión Europea ([10]), añadiendo, para el auditorio, «pero no de esta manera, lo que es de una extrema delicadeza por parte del ex Secretario general de la OTAN, el mismo que, en marzo pasado, dio la orden de arrasar a Serbia y hacerla «retroceder 50 años. […] Su objetivo [de los rusos], su objetivo legítimo, es vencer a los rebeldes chechenos y acabar con el terrorismo en Rusia, acabar con la invasión de las provincias vencidas como Daghestán» ([11]). A lo que se añaden las declaraciones de los principales dirigentes americanos y europeos, como el expacifista ecologista alemán, hoy ministro de Asuntos exteriores en el gobierno de izquierda de Schröder: «Nadie cuestiona el derecho de Rusia a combatir el terrorismo [...], pero las acciones preventivas rusas están a menudo en contradicción con el derecho internacional» ([12]), el colmo en boca de uno de los más fervientes defensores de la intervención militar occidental en Serbia..., todavía más ilegal desde el punto del derecho internacional y de los organismos como la ONU con que se ha dotado la burguesía para, dicen, dirimir sus diferentes conflictos internacionales.
¿Por qué esa unanimidad? ¿Por qué, por muchos guantes que se pongan, ese apoyo a Rusia dándole carta blanca para arrasar Chechenia? ¿No estará eso en contradicción con la dinámica misma de los apetitos imperialistas actuales?
La contradicción de las potencias occidentales: luchar contra el caos en Rusia o defender sus intereses imperialistas
«No es sólo la URSS la que se está desintegrando, sino incluso su mayor república, Rusia, amenazada ahora de explosión sin poseer los medios, si no es con auténticos baños de sangre de incierto fin, para hacer respetar el orden» ([13]). Desde 1991, esa tendencia a la descomposición de la exURSS y de Rusia se ha realizado con creces, una tendencia que afecta a todos los Estados del mundo capitalista, sobre todo a los más frágiles de la periferia, en todos los planos: político, social, económico, ecológico. Rusia es, sin lugar a dudas, u concentrado de esos fenómenos.
La situación catastrófica y caótica de Rusia es una causa de inquietud para las grandes potencias occidentales. Las condiciones de la intervención militar rusa en Chechenia no han venido a tranquilizarlas ni mucho menos. «Los generales han amenazado con dimitir masivamente e incluso con una mayor guerra civil si los políticos se inmiscuyen en su campaña, una nueva nota inquietante en la desintegración del poder civil ruso, y eso que existía una tradición entre los militares de quedarse al margen de la política. El temor que Rusia está inspirando ahora, una década después de la caída del Muro de Berlín, es la de su debilidad irracional [...] Podría ser éste el cambio de rumbo de la evolución poscomunista de Rusia que sería el del fracaso de la lucha por la democracia, daría rienda suelta al caos y, eventualmente, a un poder militar. Por eso los gobiernos dudan tanto en si reaccionar o no» ([14]).
Esa inquietud y vacilación la comparten las principales grandes potencias occidentales, a pesar de sus antagonismos imperialistas. E incluso si los americanos están más bien a favor de la camarilla de Yeltsin, mientras que los europeos, hoy por hoy, apoyarían más bien a la de Primakov, parecen estar todos de acuerdo en no echar más leña al fuego, procurando así evitar en lo más posible, que el caos se agrave. En este sentido, el triunfo electoral del clan de Yeltsin en las elecciones legislativas de diciembre fue algo más bien inquietante para la estabilidad política del país, a causa de la reelección de una cuadrilla de inútiles (excepto para llenarse los bolsillos) muy desprestigiada y cuyo éxito sólo se ha debido a las sangrientas victorias militares en Chechenia. Con la demisión de Yeltin, de la que acabamos de enterarnos, y su sustitución por el primer ministro Putin, se intenta claramente precipitar las elecciones presidenciales y garantizar a la corrupta familia de Yeltsin que podrán disfrutar, sin temor a la justicia, de sus múltiples malversaciones. La toma de control del poder por parte de un primer ministro, hoy presidente, que aparece como alguien «mano de hierro», y por el ejército, parecen ser hoy un freno al desmoronamiento del Estado ruso, al menos momentáneamente, y en caso de que se confirmen los primeros éxitos militares en Chechenia, lo que no es evidente ni mucho menos, a pesar de la enorme superioridad de medios de los rusos.
Pero la agravación ineluctable de la situación económica de Rusia y las tendencias centrífugas en una Federación que la arrastran hacia su estallido, no sólo son amenazantes para el país mismo sino para el mundo capitalista entero. Por muy oxidados que estén, los misiles y los submarinos nucleares de la exURSS son todavía más peligrosos en un país en plena anarquía e inestabilidad política. Y las amenazas de Yelsin cuando afirmaba que Clinton (al criticar éste, para la foto, los excesos de la intervención militar rusa), «se había olvidado durante un minuto de que Rusia posee un arsenal completo de armas nucleares» ([15]) no sólo deben interpretarse como las payasadas de un anciano alcohólico. El simple hecho de que ese mamarracho corrupto, empapado de vodka, que pellizcaba las secretarias ante las cámaras de TV del mundo entero, haya podido estar al mando de Rusia durante diez años, ya da una idea del estado de descomposición del aparato político de la burguesía rusa. Las grandes potencias imperialistas se encuentran en una situación contradictoria: por un lado, la lógica implacable de la competencia imperialista las lleva a aprovecharse de todas las oportunidades para adelantarse de todas las oportunidades para adelantarse a sus rivales y, así, agravar todavía más el caos y la descomposición de la sociedad y, muy especialmente, de países como Rusia; por otro lado, son relativamente conscientes de esa dinámica de caos y descomposición, calibran sus peligros, intentan a veces acabar con ellos. Pero seamos claros, sería ilusorio pensar que el mundo capitalista pueda invertir la tendencia hacia su propia descomposición, al igual que sería ilusorio creer que la lógica infernal de la competición imperialista pudiera cesar y no, como es el caso, volver a aumentar el caos, las guerras y las matanzas. La voluntad común de no hundir más a Rusia es temporal y la lógica imparable de los intereses imperialistas incrementará el caos y la descomposición en el Cáucaso, como en todas las demás regiones del mundo.
Las potencias occidentales apoyan a Rusia para limitar el caos
Frente a la amenaza de una Rusia en total descontrol, existe entre los Estados occidentales un acuerdo tácito para no disputarle el Cáucaso norte, que forma parte de la Federación de Rusia; pero con la advertencia tácita también de que no se la va a dejar meterse en la zona sur del Cáucaso, zona que se disputan las grandes potencias. Este acuerdo se ha plasmado en el apoyo concreto, en la «autorización», según la prensa rusa, que las grandes potencias han dado a Rusia para que intervenga, confirmando su «derecho legítimo» a anegar en sangre a Chechenia. «En el marco del Tratado sobre las armas convencionales, la cumbre [de la OSCE] de Estambul, acaba de autorizarnos para disponer, en el sector militar del Cáucaso Norte, de muchos más hombres y material que en 1995 (600 carros en lugar de 350, 2200 vehículos blindados en vez de 290, 1000 piezas de artillería en lugar de 640). Es, claro está, en Chechenia donde Rusia va a concentrar esa potencia militar» ([16]).
Digamos que, en eso, la prensa rusa tiene el mérito de no andar con rodeos; y de reproducir fielmente las intenciones de las potencias occidentales, algo así como «Les dejamos el Cáucaso Norte, y nos otorgamos el derecho de pelearnos por el Cáucaso Sur». El martirio de las poblaciones caucásicas no ha hecho más que empezar. Esta región del mundo ha entrado a su vez en una barbarie en la que ya nunca habrá paz; y nunca habrá reconstrucciones para restañar los destrozos que la han afectado y seguirán afectándola.
Hipócritas y cómplices, las campañas mediáticas occidentales no están hechas para atenuar, menos todavía para luchar contra la barbarie guerrera del capitalismo. Se dirigen, ante todo, a las poblaciones occidentales, y en primer término, a la clase obrera de cada país, para ocultar a toda costa la relación estrecha que hay entre las guerras imperialistas y la quiebra económica del sistema, para encubrir la dinámica infernal a la que la humanidad es arrastrada. Denuncian la guerra en Chechenia con el rollo ese del «derecho de injerencia humanitaria» para justificar mejor así la guerra de Kosovo. Critican la inacción de los gobiernos occidentales para así ponderar mejor la democracia burguesa, cuando los principales actores de las guerras recientes, Kosovo, Timor y ahora Chechenia, son Estados democráticos con gobiernos democráticamente elegidos. «La democracia no es una garantía contra las cosas repugnantes» ([17]), dicen esos media para hacer de esa democracia una meta, una lucha, con la que todo el mundo debería identificarse: «Necesitamos volver a encontrar una meta en los asuntos mundiales que sea moral intelectual y políticamente irresistible. La visión democrática conserva una vitalidad enorme. Nuestro deber es ayudar a definir el siglo XXI como el siglo democrático [...] La democracia es de manera evidente ahora un valor universal» ([18]).
En pleno delirio de mentiras, las campañas actuales quieren hacer creer que es la falta de democracia lo que provoca guerras y miserias. Creer que «el reto fundamental al que nos confrontamos es el reconocimiento de que la lucha política se plantea siempre en el modo de vida democrático y la negación de la libertad humana y política» ([19]), adherirse, aunque sea lo mínimo, en la lógica de la defensa de la democracia burguesa, «por más democracia», como nos lo machacaron cuando la gigantesca puesta en escena mediática con ocasión de las manifestaciones antiOMC en Seattle, identificarse a su Estado nacional, colocarse tras su burguesía nacional, todo eso es entramparse en un callejón sin salida. Toda adhesión masiva de las poblaciones, y en primer término de la clase obrera internacional, a los «ideales» de la democracia burguesa no va a hacer cesar, ni mucho menos, la caída en los infiernos; al contrario, lo que haría es acelerar todavía más el curso del mundo hacia la barbarie. ¿No es ésa precisamente la desgraciada experiencia que ha vivido el mundo desde el final del bloque imperialista del Este y el acceso de esos países a la democracia burguesa de tipo occidental? ¿No es precisamente eso lo que intentan ocultar las campañas mediáticas a repetición sobre lo buena que es la democracia? El caos en Rusia y la guerra en Chechenia son también el producto de la democracia capitalista.
Salvar a la humanidad de la barbarie capitalista pasa por otra vía. Esta vía los media de la burguesía no la evocarán nunca, nunca mencionarán ninguna de sus expresiones. Y, sin embargo, existen y encontrarán un eco significativo si no estuvieran ahogadas, anegadas, perdidas y fueran apenas audibles bajo el diluvio de las campañas ideológicas permanentes. La vía del rechazo a los sacrificios y a las guerras existe y se expresa. Fiel al principio internacionalista del movimiento obrero, el conjunto de grupos de la izquierda comunista intervino para denunciar la guerra imperialista en Yugoslavia ([20]). Esta vía también ha aparecido en Rusia misma. En medio de una hostilidad generalizada, de una severa represión, con graves riesgos personales, en medio de la histeria nacionalista, saludamos a los militantes que han sabido erguirse contra la intervención imperialista rusa en Chechenia, que han sabido defender la única vía realista que pueda frenar primero y oponerse después a la barbarie guerrera.
“¡ABAJO LA GUERRA!
“¡No nos toméis por imbéciles!
“Los Yeltsin, Masjadov, Putin, Bassaiev... ¡Son todos de la misma camarilla!
“Son ellos quienes han organizado el terror en Moscú, en Vogodonsk, en Daghestán, en Chechenia. Es su negocio, es su guerra. La necesitan para fortalecer su poder. La necesitan pata defender su petróleo. ¿Por qué deberían morir nuestros hijos por sus intereses? ¡Que se maten mutuamente los oligarcas!
“No os creáis los discursos imbéciles y nacionalistas: no hay que acusar a un pueblo entero de haber cometido unos crímenes realizados por no se sabe quién, pero que sólo benefician a los gobernantes y a los amos de todas las naciones.
“¡No vayáis a esta guerra, ni dejéis que vayan vuestros hijos! ¡Resistid a esta guerra tanto como podáis! ¡Haced huelga contra la guerra y sus promotores!
“Internacionalistas de Moscú” ([21])
Oponerse a la burguesía y rechazar todo tipo de nacionalismo, oponerse al Estado sea o no democrático, rechazar la guerra del capital y llamar a la clase obrera a luchar, a defender sus condiciones de vida y a levantarse contra el capitalismo, ésa es la vía. Esa vía es por la que debe encaminarse la clase obrera de todos los países. Esta vía es la de la lucha de la clase obrera, la de la lucha contra la explotación capitalista, contra la miseria y los sacrificios. Esa vía es la de la destrucción del capitalismo, de ese sistema que siembra la muerte y la miseria, cada día un poco más, por todas partes en el mundo. Esa vía es la de la revolución comunista.
Las guerras se multiplican. La crisis económica provoca estragos. Las catástrofes suceden a otras catástrofes, a causa de una producción capitalista desbocada que lo destruye todo. La vida en el planeta se está volviendo cada día más insoportable. A todos esos males trágicos que lleva en sí el capitalismo, y que no hará sino incrementar, únicamente la clase obrera internacional puede dar una respuesta. Únicamente el proletariado mundial puede ofrecer una perspectiva y una salida a la humanidad.
RL 1/1/2000
[1] Hemos traducido nosotros los artículos de la prensa en inglés y en francés.
[2] Ya entonces denunciamos a esos bomberos pirómanos que habían provocado la represión serbia y el éxodo de los kosovares (ver Revista Internacional no. 98, la prensa territorial de la CCI y nuestra hoja internacional de denuncia de la guerra). Las grandes potencias occidentales pudieron entonces justificar la intervención militar ante su propia «opinión» utilizando con el mayor descaro a los miles de refugiados provocados por los bombardeos de la OTAN. La política de provocación, intransigencia y manipulación de las grandes potencias, especialmente por parte de EE. UU., para declarar la guerra a Yugoslavia, sacrificando deliberadamente a las poblaciones civiles kosovares y serbias, ha sido desde entonces confirmada en varias ocasiones en periódicos más especializados o en artículos discretos, no destinados al «gran público». Últimamente, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) decía en un informe del 6 de diciembre que: «contrariamente a lo que afirman muchos países durante la guerra de Kosovo [...] las ejecuciones sumarísimas y arbitrarias [de las fuerzas serbias] se generalizaron con el inicio de la campaña aérea de la OTAN contra la República Federal de Yugoslavia en la noche del 24 al 25 de marzo [...] Hasta esa fecha, la preocupación de las fuerzas militares y paramilitares serbias estaba centrada en las zonas de Kosovo por donde circulaban las fuerzas de la UĢK y donde éste tenía sus bases» (Le Monde, 7/12/99).
[3] En una correspondencia que hemos recibido de Rusia, un lector nos ha informado de la existencia de un auténtico tráfico de rehenes del que son cómplices oficiales rusos y jefezuelos de bandas chechenos. Esto ha sido confirmado por la prensa misma, especialmente la venta y entrega por parte de oficiales rusos a pandillas chechenas de... ¡sus propios soldados! Estos sirven, después, para chantajear a sus familias y son devueltos tras pago de rescate que se reparten unos y otros.
[4] A pesar de 1948, se puso en marcha el plan Marshall para reconstruir Europa occidental bajo la dirección de Estados Unidos. El objetivo de la «ayuda» de EE. UU., que no tenía nada de desinteresada, fue asegurarse el dominio de Europa occidental por parte de EE. UU. Contra las pretensiones imperialistas de la URSS. 1947 fue el principio de la Guerra Fría entre los dos imperialismos de entonces.
[5] Le Monde diplomatique, noviembre de 1999.
[6] Ídem.
[7] International Herald Tribune, 22/1/99.
[8] La decisión del Estado americano de imponer la construcción del oleoducto por Turquía es uno de los muchos ejemplos del papel engañador que tienen las campañas contra el liberalismo y la pretendida impotencia de los Estados frente a las grandes multinacionales financieras y económicas. En realidad, la política de liberalización desarrollada a partir de los años 80 lo que ha hecho es reforzar y hacer más eficaz, más flexible y sobre todo más totalitario todavía el dominio del Estado sobre todos los aspectos de la vida social. Lejos de debilitarse con el «liberalismo» de Reagan o Thatcher, el capitalismo de Estado no ha sido nunca tan fuerte como hoy. Las campañas internacionales antiOMC (las manifestaciones durante la conferencia de Seattle, por ejemplo), llamando a una verdadera «democracia ciudadana» no tienen más finalidad que la de presentar, a nivel internacional, una alternativa democrática y de izquierdas, una falsa alternativa para así evitar que se ponga en entredicho al capitalismo como tal.
[9] International Herald Tribune, op. cit.
[10] International Herald Tribune, 20/12/99.
[11] Clinton, Internacional Herald Tribune, 10/12/99.
[12] J. Fischer, Internacional Herald Tribune, 18/12/99.
[13] Revista Internacional no. 68, diciembre de 1991.
[14] International Herald Tribune, 13/12/99.
[15] International Herald Tribune, 10/12/99.
[16] Obshchaia Gazieta, seminario ruso, recogido en Courrier international, 16/12/99.
[17] International Herald Tribune, 22/12/99.
[18] Max M. Kampelman, antiguo diplomático norteamericano, International Herald Tribune 18/12/99.
[19] Ídem.
[20] Cf. Revista Internacional nos 98 y 99.
[21] Esta toma de posición internacionalista ha sido pegada en las paradas de autobús y del metro y no difundida en la forma de panfleto a causa de la represión y de la histeria nacionalista que hoy por hoy campea en Rusia. ¿Cuál es la causa inmediata de ese clima patriotero y racista? Son los atentados sangrientos atribuidos a islamistas chechenos y que, sin duda, han sido una provocación montada por los servicios secretos rusos.
Hace un año, los economistas y algunos medios, tras haber comprobado la sucesión de toda una serie de hundimientos financieros en varios continentes, expresaban el miedo que les producía la evolución de la economía mundial. Esos mismos órganos de la burguesía declaran hoy que el crecimiento económico es fuerte, que va a seguir aumentando, que el desempleo decrece, que algunos países han llegado ya a una tasa de desempleo que corresponde al pleno empleo. Los gobiernos de muchos países dicen que van por ese camino.
Con esas declaraciones se quiere dar la idea de que el capitalismo está reabsorbiendo la crisis, y para argumentar ese diagnóstico, los economistas organizan debates sobre la emergencia de una «Nueva economía» en Estados Unidos, que sería la causa de la fase del «crecimiento largo» que se está viviendo en ese país, fase que continuaría y se generalizaría a otros países a condición de que los obreros acepten de buena gana trabajar más por sueldos cada vez más bajos.
Desde que hace 30 años el capitalismo entró en una nueva crisis, no es ésta, ni mucho menos, la primera vez que nos sacan el cuento de «la salida del túnel» y del «fin de la crisis». Como las veces anteriores, ese optimismo de que alardean no tiene la menor base.
El principal objetivo de la burguesía en la acción que está llevando a cabo, tanto para evitar que se inicie una recesión abierta como en toda esa propaganda, es mostrar a la clase obrera que el capitalismo es el único sistema viable y que es utópico y muy peligroso querer y hasta pensar en echarlo abajo.
Primero, es totalmente falso afirmar que el capitalismo conocería hoy una fase en la que el crecimiento sería más elevado de lo que ha sido en estos treinta últimos años. Los problemas siguen siendo enormes en cualquier parte del mundo.
Eso es ya muy cierto para la mayoría de los grandes países europeos. La evolución de las producciones industriales ([1]) de Alemania e Italia son, desde hace un año, negativas y las del Reino Unido (+ 1%) y de la Unión Europea en su conjunto (+ 0,8%) no son mucho mejores.
En Extremo Oriente, contrariamente a lo que nos dicen, el cuadro no es, ni mucho menos, el de una «salida de la crisis». En Japón, en donde están viviendo una recesión desde principios de los años 90, la tasa de crecimiento del PIB es muy débil y los despidos masivos «se multiplican: 21 000 en Nissan y NTT, gigante de telecomunicaciones; 10 000 en Mitsubishi Motors; 1500 en NEC, 17 000 en Sony… Ya no hay “santuarios”: todos los sectores están afectados»; los despidos en las pequeñas y medianas empresas son difíciles de calcular, pero «el plan de reestructuración de Nissan-Renault amenazaría entre setenta y ochenta mil empleos en las PME» ([2]). Aunque otros países del Sudeste asiático conocen un crecimiento más importante, ello se debe, ante todo, al arranque habido tras el frenazo que sufrieron en el segundo semestre de 1997. Pero, como lo demuestran las dificultades del grupo coreano Daewo (junto con otros grupos industriales coreanos del Sudeste asiático en la misma situación) esa «recuperación» es más que frágil, pues han vuelto a endeudarse a mansalva yendo todo recto hacia una nueva crisis financiera. Y para encarar esas dificultades, la burguesía occidental recomienda que se proceda a «dolorosas reestructuraciones», o sea a despidos y más despidos.
En Sudamérica, el PIB ha bajado este año, y algunos países, y no de los menores, como Argentina, han vivido un descalabro de su producción industrial (– 11 %); otros se están preparando para anunciar la suspensión de pagos, como Ecuador.
En cuanto a la economía estadounidense, su tasa de crecimiento se mantiene artificialmente mediante un endeudamiento vertiginoso tanto de las familias como de las empresas. Es evidente que no van a ser las nuevas tecnologías las que la harán resolver el problema. El endeudamiento permite mantener la demanda y es la causa de un déficit de la balanza de pagos que ha alcanzado marcas históricas, pues ya fue de 240 mil millones de dólares en 1998 y en 1999 ha sido de 300 mil millones. De igual modo, la cobertura de las importaciones por las exportaciones sólo alcanza el 66 %. Hay que añadir que tales déficits acabarán desembocando tarde o temprano en tensiones monetarias como la que se vio en septiembre cuando el dólar se debilitó fuertemente respecto al yen.
La realidad de las medidas económicas tomadas por Estados Unidos nos indica las razones por las cuales la quiebra financiera del Sudeste asiático, de Rusia y de buena parte de Latinoamérica, y la caída de las importaciones de esos países no ha provocado una baja de la demanda mundial y una penuria de crédito, lo cual hubiera provocado, cuando menos, una terrible recesión del conjunto de la producción mundial.
Tanto los déficits exteriores históricos de EE.UU. como el hecho de que las «familias» americanas tengan un consumo mayor que sus rentas reales, son muestra del vigor con el que la Administración estadounidense decidió impedir que la crisis financiera de 1997-98 tuviera, en lo inmediato, consecuencias importantes. Hay que añadir, y es también el resultado de la política monetaria, que una parte de las rentas de las familias norteamericanas vienen de ganancias bursátiles que no corresponden a ninguna riqueza real.
En hecho de que el Estado con la economía más poderosa del mundo, con la moneda que sigue funcionando como moneda mundial, haya actuado de esa manera, muestra la gravedad del problema. Entre la crisis financiera de Tailandia en julio de 1997 y la de Rusia en agosto de 1998, fue el Fondo Monetario Internacional (FMI) quien entregó los fondos necesarios para evitar la bancarrota de los grandes bancos mundiales que habían prestado a mansalva a esos países. Y, sin embargo, en el verano de 1998, el presidente del FMI, M. Camdessus, declaraba que las arcas estaban vacías y la propia Reserva Federal tuvo que coger de relevo para aprovisionar a los bancos en moneda, evitando así que hubiera un cese de reembolso de la deuda pública de Brasil y la de otros países latinoamericanos. Y, a su vez, esa acción lo que ha seguido provocando es un endeudamiento creciente de la sociedad americana, lo cual hace aparecer el anuncio del final del déficit presupuestario estadounidense como una farsa cómica. Farsa cuyo único objetivo es mostrarnos que la política norteamericana ya no es inflacionista, lo cual sería una prueba más de que se acabó la crisis.
Estados Unidos no es, sin embargo, el único país en practicar esa política: todos los grandes países industrializados participan en ella. La deuda total de los países de la Unión Europea —cuyos gobiernos siguen estando, en principio, sometidos a los criterios de Maastricht— aumenta 10% por año. En cuanto a Japón, cuyos bancos no son lo bastante sólidos como para impedir que el país salga de la recesión, su hacienda pública es un pozo sin fondo: el déficit público será de 9,2% del PIB en 1999, lo cual hará que el Estado japonés emita este año «el 90% de las emisiones netas de obligaciones de Estado (o sea, Bonos del tesoro) de las dieciocho economías mundiales principales» ([3]). Esto significa que el gobierno japonés, para salir de la recesión, ha movilizado las cuentas de ahorro postales en las que los japoneses habían colocado sus ahorros desde hace años.
Todas esas acciones son los medios que se ha dado el Estado en el siglo XX y que definen el capitalismo de Estado. Las medidas de capitalismo de Estado se instauran para evitar el bloqueo y un hundimiento de la economía parecidos a los que sufrió el capitalismo en la crisis de 1929, pues tales fenómenos no sólo serían perjudiciales para los intereses de la burguesía, sino, y sobre todo, porque serán expresión misma de la quiebra del sistema ante la clase obrera, en un periodo en el que ésta no está derrotada, en un curso histórico ([4]) hacia enfrentamientos de clase generalizados.
Eso no quiere decir que la burguesía posea los medios de resolver la crisis del capitalismo. Muy al contrario, pues las políticas de reactivación acentúan las tensiones económicas, monetarias y financieras:
Eso significa que hoy como ayer, esas tensiones sólo pueden desembocar en recesiones abiertas, o sea, en mayor caída en la crisis.
En 1987, la progresión de la deuda para mantener la demanda mundial y la «burbuja» financiera resultante, acabaron en el krach del 21 de octubre, durante el cual, la burguesía perdió el control de la situación financiera durante algunas horas, bajando el índice Dow Jones 22 % y aniquilándose dos billones (2 millones de millones) de dólares. Los Estados, por medio de instituciones financieras, compraron los valores bursátiles aprovisionando en moneda a bancos y empresas para que el krach no desembocara en un bloqueo de la economía. Pero, a partir de 1989, la burguesía no pude evitar seguir con esa política, lo cual desembocó en la recesión de 1989-1993, recesión muy profunda que la burguesía justificó entonces con la Guerra del Golfo, ocultando así lo que en realidad era una expresión de la quiebra del capitalismo.
Con la crisis de los países asiáticos, ha aparecido claramente que la burguesía no pude impedir que la deuda masiva de toda una serie de países acabara en bancarrota; y frente a lo que significaría una pérdida de control de la evolución financiera y monetaria, los grandes estados han vuelto a impedir, mediante una deuda todavía más amplia, que desemboque en un bloqueo de la economía mundial. Como antes, los medios empleados agravan las tensiones económicas y no podrán seguir sirviendo por mucho tiempo; por sí mismos, esos medios implican un nuevo ahondamiento de la crisis, y cuando esto ocurra, podemos estar seguros que la burguesía va a darnos una nueva explicación para dar a entender que el capitalismo como sistema no sería el responsable.
La burguesía es capaz de retrasar provisionalmente el hundimiento brutal en la crisis como el que se vivió en 1974, 1981 o 1991. Pero no puede impedir su hundimiento lento y permanente. Frente a la tendencia permanente a la superproducción y a la baja de las ganancias, la burguesía ataca sistemáticamente las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera, hundiendo en la pauperización más absoluta a una parte cada día mayor de ellas. La prensa occidental criticaba a los países del Sudeste asiático por no haber reestructurado lo suficiente, es decir disminuido los costes de trabajo. Ahora, el desempleo se ha disparado en esos países desde 1997 (en Corea del Sur, por ejemplo, se ha triplicado). Esa crítica es muy reveladora: significa que si los países occidentales disfrutan de una mejor salud económica, es porque ellos no han cesado un instante en su búsqueda permanente de reducción de costes de producción, o sea, de agravar la explotación de la clase obrera.
En realidad, la fuerza de los grandes países desarrollados es la herencia de la industrialización temprana que realizaron en el siglo XIX, en el periodo ascendente del capitalismo. En la decadencia del capitalismo, los nuevos países que han logrado industrializarse has sido excepción e, incluso en este caso, su desarrollo es inestable. Corea del Sur es un buen ejemplo de ello. Es, por eso, falso pretender que si esos países llevaran a cabo una reestructuración, saldrían de la crisis. Lo que sí demuestra esa falsedad es la permanente necesidad para la burguesía de atacar las condiciones de vida de la clase obrera desde que se inició la crisis, para así intentar restablecer el nivel de las ganancias.
Nos dicen que Japón está saliendo de la recesión, pero el desempleo en ese país ha pasado de 3,4 % de la población activa en 1997 a 4,9 % y ya se da por hecho que habrá una tasa de desempleo de al menos 5 % durante mucho tiempo.
En los países desarrollados occidentales, la experiencia de la clase obrera y sus potencialidades intactas han llevado a la burguesía a practicar la mentira sofisticada, sobre todo en la cuestión central del desempleo, utilizando cantidad de medios para ocultar su nivel real, y hasta, como dicen hoy, demostrar que está bajando. Junto a las cifras del desempleo hay además otras, mucho menos difundidas por los medios, que muestran la progresión masiva de la miseria en esos países:
Las cifras de Francia, y ocurre otro tanto en los demás países, muestran que la profundización actual de la crisis, no sólo se plasma en la exclusión del proceso productivo de una proporción cada día mayor de la población activa, sino en que los salarios de una parte creciente de los obreros que han encontrado un empleo, no les permiten adquirir lo mínimo necesario. La flexibilidad del trabajo y la baja de salarios impuestos con el truco de la reducción del tiempo laboral, el incremento imparable del trabajo a tiempo parcial y del interino (éste ha aumentado 8 % en Francia en un año) son otros tantos medios con los que la burguesía está recortando los ingresos obreros.
Y esa situación es la de los países desarrollados, en unos países de Europa occidental y Norteamérica, que aparecen como islotes en un mundo cada vez más sumido en el caos. La burguesía misma afirma que en una parte de los países del Sudeste asiático las inversiones extranjeras han desaparecido y que esos países «han vuelto a caer en el subdesarrollo» ([8]). En la mayor parte de los países de la periferia, la parte de la población que vive en la miseria más estremecedora es inmensa. En Rusia, por ejemplo, y esto puede generalizarse al conjunto de la exURSS, más de la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza; el nivel de vida en África ha disminuido desde 1980, una época en la que ya la hambruna se cebaba periódicamente en algunos países.
Esa es la realidad de la quiebra del capitalismo. El Estado, ya sea con la derecha, ya sea, como hoy en muchos países, con la izquierda en el poder, no puede resolver el problema de la sobreproducción que es inherente al capitalismo decadente; y todas las afirmaciones sobre «el ritmo actual del crecimiento» no son más que propaganda, una propaganda que se apoya en una medidas de capitalismo de Estado con las que se quiere evitar que la clase obrera recuerde que las tasas de crecimiento, en término medio, no han cesado de bajar desde hace 30 años. Y esto, sólo el marxismo es capaz de explicarlo. Las coplas de victoria que la burguesía canta en cuanto logra, como hoy, estabilizar la situación durante algunos meses, son canciones para dormir.
J. Sauge, diciembre de 1999.
[1] A pesar de todos los trucos de la burguesía, la producción industrial es una cifra más digna de fe que el PIB (Producto Interior Bruto), pues éste está hinchando artificialmente con todo tipo de ingresos de quienes no tienen nada que ver con la producción, los militares y la burocracia y los sectores improductivos como el financiero, los seguros y demás…
[2] Del diario francés Le Monde, 9/12/99.
[3] Boletín Conjecture Paribas, julio de 1999.
[4] Ver los artículos sobre el curso histórico en la Revista Internacional nos. 18 y 53.
[5] La Tribune, 9/12/99.
[6] La Tribune, 26 de mayo de 1998.
[7] L´Humanité, 10/12/1999.
[8] «Bilan du monde», 1998, publicado por Le Monde.
El siglo está acabándose en medio de un concierto general o, más bien una matraca ensordecedora, para celebrar los avances de la democracia burguesa en el mundo, alabando sus pretendidas ventajas y cualidades. Y así cada quien entona un saludo a sus victorias a lo largo de este siglo, contra las dictaduras, rojas o pardas, exaltando a sus héroes como Gandhi, Walesa, Mandela o Martin Luther King, propugnando que se generalicen y apliquen sus «grandes principios generosos y humanistas». Según esa propaganda, que intenta darnos gato por liebre, la situación que ha prevalecido sobre todo desde la caída del muro de Berlín y los combates que ha habido para defender y desarrollar la democracia, nos permitirían esperar y entrever «unas perspectivas de paz y armonía» de los más positivo para la humanidad.
Las «grandes democracias» nos han organizado unas grandes cruzadas para imponer y defender los «derechos humanos» en los países que no los respetaban, a la fuerza si era necesario, o sea multiplicando las matanzas y la barbarie. Hemos asistido, hace poco, a la creación de un Tribunal penal internacional encargado de juzgar y castigar a quienes sean responsables de «crímenes contra la humanidad». ¡Tiemblen, señores dictadores!, vienen a decir. ¿No nos anuncian acaso para los años venideros, el advenimiento de una «democracia global» y «mundial» que exigiría «un mayor papel de la sociedad civil»? Las manifestaciones que ha habido recientemente en torno a las negociaciones de la OMC, con José Bové al frente de ellas, ¿serían acaso las primicias de esa «democracia global», cuando no la constitución de una «internacional de los pueblos», hoy en lucha contra la dictadura de los mercados, el liberalismo salvaje y la comida basura?
Parece como si para las generaciones actuales de proletarios, la única lucha que valiera la pena fuera la de apuntarse a todo lo que va hacia la instauración de regímenes democráticos en todos los países del planeta, lo cual llevaría a la igualdad de derechos para todas las razas y todos los sexos, una lucha por «un comportamiento ciudadano». Los mercachifles de la ideología de todo tipo, especialmente los de izquierdas, se están hoy movilizando más que nunca para convencer a esas nuevas generaciones de la validez de ese combate y arrastrarlos hacia él. A quienes dudara en comprometerse con él, el mensaje es: «A pesar de sus taras, la democracia burguesa es el único régimen reformable y, de todos modos, no existe otra cosa». O sea, que frente a la miseria creciente que nos impone el capitalismo, no queda más posibilidad que la de portarnos como «ciudadanos», no hay más salida que aceptar el sistema porque, nos dicen, no hay mejor alternativa, no existe otra alternativa.
Si reproducimos aquí las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, presentadas por Lenin el 4 de marzo de 1919, ante el primer congreso de la Internacional Comunista es, primero, para replicar a esta tabarra ideológica con que nos está aporreando la burguesía, y cuya diana principal es la clase obrera, única clase capaz de cuestionar y derribar su sistema. Estas Tesis recuerdan en particular que la democracia en el capitalismo no es más que una forma (la forma más eficaz) de dictadura opresora sobre la clase obrera y defensora de la burguesía y sus privilegios de clase explotadora. Recuerdan estas Tesis que las libertades de que alardea la clase dominante no son más que la hipocresía y camelo para los explotados, afirmando incluso con justeza y profundidad que «cuanto más desarrollada y más “pura” es la democracia [...] tanto más “puras” se manifiestan la opresión por el capital y la dictadura de la burguesía». Las Tesis recuerdan, en fin, que la guerra mundial se llevó a término «en nombre de la libertad y de la igualdad». El siglo XX, el más bestial y sangriento que la humanidad haya conocido, ha visto esas mentiras repetidas en múltiples ocasiones para justificar una segunda conflagración mundial y una multitud de guerras y matanzas regionales.
La otra razón que justifica hoy la publicación de esas Tesis es la necesidad de desmentir la propaganda burguesa que lo hace todo para que el verdadero comunismo se asimile al estalinismo, es decir a una de las peores dictaduras que haya tenido que soportar el proletariado mundial, lo hace todo por transformar a Stalin en el perfecto continuador de Lenin cuando es, en realidad, su antítesis. Fue, en efecto, Lenin mismo quien escribió y presentó estas Tesis que muestran que el comunismo es la verdadera democracia, la que propone la burguesía no es más que camelo que le permite justificar la supervivencia de su sistema. Fue Lenin quien defendió mejor que nadie que «la dictadura del proletariado, por el contrario, es el aplastamiento por la violencia de la resistencia que ofrecen los explotadores, es decir, la minoría más ínfima de la población, los terratenientes y los capitalistas», que es «precisamente un cambio que diese una extensión sin precedente en el mundo al goce efectivo de la democracia por los hombres que el capitalismo oprimiera, por las clases trabajadoras».
Es Lenin quien, en las Tesis, afirma en nombre de los comunistas del mundo entero que esta dictadura significa y realiza, en favor de «la inmensa mayoría de la población, una posibilidad efectiva, real, de gozar de las libertades y los derechos democráticos, posibilidad que nunca ha existido, ni siquiera aproximadamente, en las repúblicas burguesas mejores y más democráticas». La dictadura estalinista no tiene nada que ver con la dictadura del proletariado que Lenin defiende, sino que fue su enterrador. La ideología estalinista no tiene nada que ver con los principios proletarios defendidos por Lenin, sino que fue una monstruosa traición contra ellos.
Como ya lo escribimos en nuestra Revista Internacional no. 60, en el momento en que empezaba a desmoronarse el estalinismo: «En un primer tiempo, el período nuevo va a ser difícil para el proletariado, pues además del peso de la mistificación democrática, incluido Occidente, va a estar confrontado a la necesidad de comprender las nuevas condiciones en las que se va a desarrollar el combate». Para que el proletariado pueda encarar sus dificultades, para ayudarlo a resistir a la actual ofensiva ideológica de la clase dominante (cuya finalidad es intoxicar las conciencias obreras intentando hacer creer que la democracia burguesa es el único régimen «viable y humano») reproducimos aquí estas Tesis que fueron adoptadas en el primer congreso de la I.C. Es un arma política de la mayor importancia, que aquél deberá volver a hacer suya.
Elfe.
1. El desarrollo del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha provocado que la burguesía y sus agentes en las organizaciones obreras forcejeen convulsivamente para encontrar argumentos teóricos en defensa de la dominación de los explotadores. Entre éstos, se pone énfasis particular en el rechazo de dictadura y la defensa de democracia. La falsedad e hipocresía de este argumento, repetido en mil formas en la prensa capitalista y en la conferencia de la Internacional amarilla celebrada en Berna en febrero de 1919, es sin embargo son evidentes para cualquiera que no quiera traicionar los principios fundamentales del socialismo.
2. En el primer lugar, los argumento se basan en conceptos abstractos de «democracia» en general y «dictadura» en general, sin especificar la cuestión de que clase se trata, planteando la cuestión al margen de las clases o por encima de ellas, esa cuestión desde el punto de vista —como dicen falsamente— del pueblo, es una clara burla de la teoría básica de socialismo, a saber la teoría de la lucha de clases que todavía reconocen de palabra los socialistas que se han pasado al campo de la burguesía, pero que en los hechos se les olvida. Pues, en ningún país capitalista civilizado existe «la democracia en general», existe una democracia solamente burguesa, y no es la cuestión de «la dictadura en abstracto» sino de la dictadura de la clase oprimida, es decir, del proletariado, sobre los opresores y explotadores, o sea la burguesía, con el fin de vencer la resistencia que los explotadores oponen en la lucha por su dominación.
3. La historia nos enseña que una clase oprimida nunca ha llegado ni podía llegar a dominar sin atravesar un periodo de dictadura, esto es, sin la conquista de poder político y la supresión por la fuerza de la resistencia más desesperada y furiosa que no retrocede ante ningún crimen, que siempre oponen los explotadores. La burguesía cuya dominación es defendida ahora por socialistas que expresan su rechazo «la dictadura en general» y están en cuerpo y alma por «la democracia en general», conquistó su poder en los países civilizados por una serie de insurrecciones, guerras civiles, aplastando por la violencia la dominación de los reyes, de los señores feudales y a los esclavistas, y esfuerzos de restauración. En sus libros y folletos, sus resoluciones de congresos y discursos, los socialistas en cada país han explicado al pueblo miles y millones de veces el carácter de la clase de esas revoluciones burguesas. Por eso, la defensa que hoy hacen de democracia burguesa encubriéndose en discursos sobre «democracia» en general, y los gritos contra la dictadura del proletariado encubiertos en el clamor sobre «dictadura, en general» es una descarada traición al socialismo, el paso efectivo al campo de la burguesía, un rechazo del derecho del proletariado a su revolución, una defensa de reformismo burgués, y esto precisamente en un momento histórico cuando el reformismo ha fracasado a lo largo del mundo y en que la guerra ha creado una situación revolucionaria.
4. Todos los socialistas al explicar el carácter de la clase de democracia burguesa, de parlamentarismo burgués, han articulado ideas expresadas con la más gran precisión científica por Marx y Engels al decir que incluso la república del burguesa más democrática no es nada más que el instrumento por el cual la burguesía oprime a la clase obrera, por la que un puñado de capitalistas oprime a las masas trabajadoras. No hay un solo revolucionario o un solo marxista entre los que vociferan contra la dictadura y a favor democracia que no haya jurado ante los obreros por todo lo humano y todo lo divino que reconoce esta verdad fundamental de socialismo; pero ahora, cuándo el movimiento ha empezado entre el proletariado revolucionario, apuntado a romper esa maquina de opresión y luchar por la dictadura del proletariado, estos traidores al socialismo, presentan a la burguesía como si hubiera hecho a los obreros un don de «democracia pura», como si la burguesía renunciara a la resistencia y estuviera dispuesta a someterse a una mayoría de trabajadores, como si en la república democrática no hubiera ningún aparato Estatal para la opresión de trabajo por capital.
5. La Comuna de París a la que de palabra honran todos los que desean pasar por socialistas, porque saben que las masas trabajadoras simpatizan con ella ardiente y sinceramente, mostró con particular evidencia el carácter históricamente condicionado y el limitado valor de parlamentarismo burgués y democracia burguesa que son instituciones muy progresivas comparado con las Edad Media pero que en la época de revolución proletaria exigen ser cambiadas inevitablemente. El propio Marx, quién aprecio la importancia histórica de la Comuna, en su análisis de ella demostró el carácter explotador de la democracia burguesa y parlamentarismo burgués bajo las cuales la clase oprimida tiene el derecho una vez en varios años, para decidir qué diputado de las clases poseedoras ha de «representar y aplastar» al pueblo en el Parlamento. Precisamente, cuando el movimiento soviético se está extendiendo a todo el mundo y continua a la vista de todos la causa de la Comuna, los traidores a socialismo olvidan la experiencia práctica y las lecciones concretas de la Comuna de París y repiten la vieja basura burguesa sobre «la democracia en general». La Comuna no fue una institución parlamentaria.
6. La importancia de la Comuna consiste, en que hizo a un esfuerzo por destruir y absolutamente hasta sus cimientos la máquina Estatal burguesa, con sus funcionarios, su ejército, y su policía, para reemplazarlo por una organización autónoma de obreros sin ninguna separación del poder legislativo y del ejecutivo. Todas las repúblicas democráticas burguesas de nuestro tiempo, incluso la alemana a la que los traidores al socialismo burlándose de la verdad llaman proletaria, conserva ese aparato Estatal. Eso demuestra una vez más, clara y inequívocamente, que el grito en defensa de «democracia en general» es nada más que una defensa de la burguesía y sus privilegios de explotación.
7. «La libertad de reunión» puede usarse como un ejemplo de la reivindicación de la «democracia pura». Cada obrero consciente que no haya roto con su clase, comprenderá inmediatamente que sería un absurdo monstruoso prometer la libertad de reunión a los explotadores en tiempos y situaciones en las que ellos están resistiéndose su derrocamiento y están defendiendo sus privilegios. Ni en Inglaterra en 1649, ni en Francia en 1793, cuando la burguesía era revolucionaria otorgó la libertad de reunión a los monárquicos y a la nobleza que convocaron a tropas extranjeras y se «reunían» para intentar la restauración. Si la burguesía de hoy, desde mucho tiempo reaccionaria, demanda que el proletariado garantizará de antemano «la libertad de reunión» a los explotadores sin tener en cuenta la resistencia que los capitalistas opondrán a su expropiación, los obreros no harán sino reírse de tal hipocresía burguesa.
Por otro lado los obreros saben muy bien que incluso en la república burguesa más democrática «libertad de reunión» es una frase vacía, ya que los ricos tienen los mejores edificios públicos y privados a su disposición, también tienen bastante ocio para sus reuniones que son protegidas por el aparato burgués de poder. El proletariado de la ciudad y el campo, así como los pequeños campesinos que son la mayoría de la población no tienen nada de todo eso. Mientras dure este estado de cosa, «la igualdad», es decir, «la democracia pura», es un engaño. Para conquistar igualdad real, hacer una realidad de democracia de los trabajadores, deben privarse primero a los explotadores de todos locales públicos y privados y sus mansiones, los obreros deben darse el tiempo libre, y la libertad de reunión deben ser defendidas por obreros armados y no por los señoritos de la nobleza ni por oficiales hijos de los capitalistas mandando a soldados que son instrumentos ciegos.
Sólo después de tales cambios es posible hablar de «libertad de reunión», de igualdad, sin burlarse de los obreros, de los trabajadores, de los pobres. Pero estos cambios sólo los puede realizar la vanguardia de los trabajadores, el proletariado, derrocando a los explotadores, a la burguesía.
8. «La libertad de la prensa» es otra principal consigna de «democracia pura». Pero los obreros saben, y los socialistas de todos los países le han admitido un millón de veces, que esta libertad es un engaño en tanto las mejores imprentas y suministros del papel estén en manos de los capitalistas, y mientras el poder de los capitalistas siga ejerciéndose sobre la prensa, un poder que se expresa en el mundo entro tanto más cínica y claramente, cuanto más desarrollada este la democracia y el régimen republicano, como ocurre por ejemplo en Estados Unidos. Ganar una verdadera igualdad y democracia real para los trabajadores, para los obreros y campesinos, los capitalistas deben ser privados primero de la posibilidad de conseguir a escritores a su servicio, de comprar casas editoriales y sobornar a la prensa. Y para eso es necesario sacudirse del yugo de capital, derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia. Los capitalistas siempre han dado el nombre de libertad a la libertad de ganancias para el rico y a la libertad de los pobres para morirse de hambre. Los capitalistas dan el nombre de libertad de prensa a la libertad del rico para sobornar la prensa, la libertad para usar su riqueza para crear y torcer una llamada opinión pública. Los defensores de la «democracia pura» se revelan una vez más como defensores del sistema sucio y corrupto de la dominación del rico sobre los medios de información de las masas, como engañadores del pueblo lo desvían con bellas y pomposas frases completamente falsas de la tarea histórica concreta de liberar la prensa de la capital. Se encontrarán libertad real y igualdad verdadera en el sistema que los comunistas están instaurando, y en el que será imposible hacerse rico a costas otros, ni habrá ninguna posibilidad objetiva de sujetar la prensa, directamente o indirectamente, al poder del dinero, donde nada obstaculizará los trabajadores (o cualquier grupo de obreros sea cual fuere su número) de tener y ejercer derechos iguales para usar las imprentas y papel que pertenecerán a la sociedad.
9. La historia de los siglos XIX y XX mostró, ya antes de la guerra, lo que es realmente la cacareada «democracia pura» bajo el capitalismo. Los marxistas siempre han afirmado que cuanto más desarrollada, más «pura» es la democracia, más abierta, y cruelmente es la lucha de la clase, y más claramente se manifiesta la «pureza» de la opresión de capital y la dictadura de la burguesía. El asunto Dreyfus en la Francia republicana, la sangrienta represión a los huelguistas en la república libre y democrática de los Estados Unidos, por mercenarios armados por los capitalistas, éstos y mil hechos similares descubren la verdad que la burguesía trata en vano ocultar, a saber, que la dictadura y el terror de la burguesía reina y se manifiestan en la república más democrática, siempre que parezca a los explotadores que el poder del capital esta en peligro.
10. La guerra del imperialista de 1914-18 expuso el verdadero carácter de la democracia burguesa, aún a los obreros atrasados, incluso en las repúblicas más libres. Para enriquecer a grupos de millonarios multimillonarios alemanes e ingleses, docenas de millones de hombres han sido masacrados y en las repúblicas más libres la burguesía estableció la dictadura militar. Esta dictadura del ejército todavía existe aun en los países de la Entente después de la derrota de Alemania. Precisamente la guerra, más que cualquier otra cosa, abrió los ojos de los trabajadores, ha rasgado el falso oropel de democracia burguesa, y reveló al pueblo cuan profundo ha sido el abismo de la especulación y de la codicia, durante la guerra y con motivo de la guerra. La burguesía emprendió esta guerra en el nombre de la libertad y la igualdad; en nombre de libertad e igualdad los mercaderes de la guerra aumentaron su riqueza inauditamente. Ningún esfuerzo de la internacional amarilla de Berna podrá ocultar a las masas el carácter explotador, ahora definitivamente desenmascarado de la libertad burguesa, la igualdad burguesa, y la democracia burguesa.
11. En el país Europeo donde capitalismo se ha desarrollado más, es decir, en Alemania, los primeros meses de plena libertad republicana que siguió a la derrota imperialista, mostró a los obreros alemanes y al mundo entero el carácter de clase real de la república democrática burguesa. El asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo no sólo es un acontecimiento de importancia histórica mundial porque los mejores dirigentes de la internacional comunista verdaderamente proletaria perecieron trágicamente, sino también porque se ha puesto de manifiesto el carácter del Estado europeo más desarrollado —puede afirmase sin caer en exageración— del principal Estado en el mundo. Si prisioneros, es decir, las personas que han sido tomadas bajo la custodia del poder Estatal, pueden ser asesinados con impunidad por funcionarios y capitalistas bajo un gobierno de social-patriotas, es evidente entonces que la república democrática en la que esto puede pasar es una dictadura de la burguesía. Aquellos que expresan indignación ante el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg pero no comprende esta verdad demuestra su torpeza o su hipocresía. La «libertad» consiste en una de las más libres y avanzadas de las repúblicas del mundo, en la república alemana, en la libertad para matar impunemente a los líderes encarcelados del proletariado. No puede ser por otra manera mientras se mantenga el capitalismo, pues el desarrollo de democracia no embota sino agudiza la lucha de clases que en virtud y como resultado de la guerra y sus consecuencias, alcanzado su punto de ebullición.
Hoy día en todo el mundo civilizado se está deportando, persiguiendo, encarcelando a bolcheviques; como ha ocurrido en Suiza, una de las repúblicas burguesas más libres, y en Norteamérica, se organizan contra ellos pogromos contra ellos. Del punto de vista de «la democracia en general», o «democracia pura», es absolutamente ridículo que países progresistas, civilizados, democráticos, armados hasta los dientes, tengan temor de la presencia en ellos de unas docenas personas de la atrasada, hambrienta y arruinada Rusia, descrita como salvaje y criminal en millones de ejemplares de periódicos burgueses. Es obvio que un sistema social que puede dar lugar a las tales contradicciones tan agudas es en realidad una dictadura de la burguesía.
12. En semejante estado de cosas la dictadura del proletariado no está totalmente justificada, como un medio de derrocar a los explotadores y romper su resistencia, sino también como único esencial medio para la masa de obreros de defenderse contra la dictadura burguesa que ha llevado a la guerra y está preparándose para las nuevas matanzas.
La cuestión principal que no entienden los socialistas —lo cual es una muestra de su miopía teórica, su cautiverio y dependencia en prejuicios burgueses, y su traición política al proletariado—, es que en la sociedad capitalista cuando la lucha de clases inherente a ella se agudiza, no hay nada intermedio entre la dictadura de la burguesía y dictadura del proletariado. Cualquier ilusión de otra tercera vía es el lamento reaccionario de la pequeña burguesía. La prueba de esto es la experiencia de más de cien años de democracia burguesa y del movimiento obrero en todos los países avanzados, y particularmente la experiencia de los últimos cinco años. También lo prueba la económica política, todo el contenido del Marxismo en el que se explica la necesidad económica de dictadura burguesa en toda economía mercantil, un dictadura que puede ser abolida por la clase que a través del desarrollo de capitalismo se desarrolla y crece, se vuelve más organizada y poderoso, es decir, por la clase de los proletarios.
13. Otro error teórico y político de los socialistas es su fracaso para entender que las formas de democracia han cambiado inevitablemente por los siglos desde que aparecía primero en el. Mundo Antiguo, a medida que una clase gobernante fue sustituida por otra. En las repúblicas de Grecia en las ciudades medievales, en los Estados capitalistas avanzados, la democracia tiene formas diferentes y se aplica en grado distinto. Sería el más grande absurdo asumir que la revolución más profunda en historia, la transferencia de poder de la minoría explotadora a la mayoría explotada —paso que se observa por primera vez en el mundo—, podría tener lugar dentro del armazón de la vieja democracia parlamentaria burguesa, sin los cambios más radicales, sin la creación de nuevas formas de democracia, nuevas instituciones, y de nuevas condiciones para su aplicación, etc.
14. La dictadura del proletariado tiene en común con la dictadura de otras clases, es que como cualquier dictadura, se origina en la necesidad de suprimir a través de fuerza la resistencia de la clase que está perdiendo su poder político. La diferencia fundamental entre la dictadura del proletariado y la dictadura de otras clases, la de los terratenientes de la Edad Media y la de burguesía en todos los países capitalistas civilizados, donde la dictadura de terratenientes y la burguesía ha sido un aplastamiento por la violencia de la resistencia de la inmensa mayoría de la población, es decir, de los trabajadores. La dictadura del proletariado es la supresión por medio de la violencia de la resistencia de los explotadores, es decir, la ínfima minoría de la población, los grandes terratenientes y capitalistas.
De esto se deriva que la dictadura del proletariado debe involucrar inevitablemente no sólo un cambio en las formas y instituciones de democracia, sino también un cambio que produjese una extensión sin precedentes de democracia real, a las clases trabajadoras a quien capitalismo a oprimido.
Y de hecho las formas tomadas por la dictadura del proletariado ya ha sido elaborada de hecho; el poder soviético en Rusia, los consejos obreros en Alemania, (Rätesystem),los comités en Bretaña (Shop-stewards Committees) y las instituciones soviéticas similares en otros países, todas éstas hacen una realidad para las clases laboriosas, es decir, para la aplastante mayoría de la población; de gozar de libertades y derechos democráticos como nunca ha existido ni siquiera aproximadamente en las repúblicas en las mejores republicas democráticas.
El poder soviético consiste en que la base permanente y única del poder Estatal, del aparato Estatal por completo, es la organización de masas de esas mismas clases que fueron oprimidas por los capitalistas, eso es, los obreros y semiproletarios (campesinos que no explotan trabajo ajeno y que venden constantemente aunque sea solo en parte su fuerza de trabajo). Precisamente las masas que hasta en las repúblicas burguesas más democráticas donde por ley tenían derechos iguales, por medio de mil maneras y artimañas, se han visto privadas de tomar parte en la vida política y el uso de derechos democráticos y libertades, tienen ahora necesariamente una participación continua, y además decisiva en la dirección democrática del Estado.
15. La igualdad de ciudadanos, sin distinción de sexo, religión, raza, nacionalidad de la que la democracia burguesa siempre ha hablado por todas partes pero de hecho nunca ha llevado a cabo y que no podría llevar a cabo debido a la dominación del capitalismo, se ha hecho una realidad completa por el régimen soviético, o sea la dictadura proletaria, pues eso sólo el poder de los obreros que no están interesado en la propiedad privada de los medios de producción y en la lucha para su distribución y redistribución, puede hacerlo.
16. La vieja democracia, es decir, democracia burguesa y el parlamentarismo, esta organizada de tal modo que precisamente las clases trabajadoras son apartadas del aparato administrativo. El poder de los sóviets, es decir, la dictadura proletaria, por el contrario esta organizado de manera tal que ellas se aproximen a la máquina administrativa. La fusión del poder legislativo y del ejecutivo en la organización soviética del estado tiene el mismo propósito, tanto como hacer la substitución de las circunspecciones electorales territoriales por entidades de la producción, como lo son las fábricas.
17. El ejército no sólo era un instrumento de opresión bajo la monarquía; sino también sigue siéndolo en todas las repúblicas burguesas, incluso las más democráticas. Sólo el poder soviético, en tanto que organización Estatal único permanente de las mismas clases oprimido por los capitalistas, está en una posición de abolir la dependencia del ejército al mando burgués y realmente fundir el proletariado con el ejército, al llevar acaba realmente el armamento del proletariado y el desarme de la burguesía, condiciones sin la cuales la victoria del socialismo es imposible.
18. El organización soviética del Estado esta adaptada al hecho de que el proletariado, como la clase concentrada y más consiente e ilustrada por capitalismo, detenta el papel dirigente en el Estado. La experiencia de todas las revoluciones y todo los movimientos de las clases oprimidas, la experiencia del movimiento socialista mundial, nos enseña que sólo el proletariado está en una posición unir y llevar tras de si a los estratos atrasado y dispersos de la población explotada.
19. Sólo la organización soviética del estado puede destruir, de una vez y completamente el viejo aparato, es decir, el aparato burocrático y judicial burgués que permanecía y tenía que permanecer inevitablemente bajo capitalismo, incluso en las repúblicas más democráticas, siendo de hecho para los obreros y trabajadores el mayor obstáculo para la realización eficaz de la democracia. La Comuna de París dio el primer paso histórico mundial en esta dirección, el régimen soviético el segundo.
20. La abolición de poder Estatal es la meta de todos los socialistas con Marx a la cabeza. Mientras esta meta no sea alcanzada, la verdadera democracia, es decir, la igualdad y libertad, es irrealizable. Solo la democracia soviética o proletaria lleva de hecho a esa meta, porque inmediatamente empieza a preparar la agonía completa de todo Estado, asociando la organización de las masas trabajadoras en la participación constante y sin restricción de la administración Estatal.
21. El fracaso completo de los socialistas que se reunieron en Berna, su absoluta incomprensión de la nueva democracia proletaria, se ve muy claramente de los siguientes hechos: el 10 febrero 1919 Branting clausuró la conferencia de la Internacional amarilla en Berna. El 11 de febrero del mismo año sus miembros en Berlín publicaron en el periódico Die Freiheit un llamado del partido «Independiente» al proletariado. En este llamado se reconoce el carácter burgués del gobierno de Scheidemann a quien se le reprocha por querer abolir a los consejos obreros llamados «portadores y defensores» de la revolución y se propone legalizar los consejos obreros, y darles derechos estatutarios, darles el derecho para vetar las decisiones de la Asamblea Nacional y someter la cuestión a un referéndum nacional.
Semejante propuesta refleja la completa quiebra intelectual de los teóricos que defienden democracia y no han entendido su carácter burgués. Este esfuerzo ridículo por unir el sistema de consejos, es decir, la dictadura proletaria, con la Asamblea Nacional, que no es otra cosa que la dictadura de la burguesía, expone la pobreza mental de los socialistas amarillos y socialdemócratas y finalmente su política pequeño-burguesa reaccionaria, así como sus concesiones pusilánimes a la irresistible fuerza creciente de la nueva democracia proletaria.
22. La mayoría Internacional amarilla de Berna al condenar al Bolchevismo pero que no se atrevió por el miedo a las masas trabajador, a votar formalmente una resolución en esta línea, actuó correctamente del punto de vista de clase. Esta mayoría se solidariza completamente con los Mencheviques y Socialrevolucionarios rusos y los Scheidemann en Alemania. Los Mencheviques y Socialrevolucionarios rusos al quejarse de que los bolcheviques los persiguen intentan ocultar el hecho que esta persecución fue provocada por su participación en la guerra civil al el lado de la burguesía contra el proletariado. Scheidemann y su partido en Alemania tomaron parte en la guerra civil en el lado de la burguesía contra los obreros de precisamente de la misma manera.
Es por consiguiente bastante natural que la mayoría de aquellos que asisten a la Internacional amarillo en Berna debe salir en favor de la condena a los bolcheviques. Pero eso no representó una defensa de «democracia pura»; sino que fue la autodefensa de las personas que perciben que en la guerra civil están del lado de la burguesía contra el proletariado.
Por estas razones la decisión de la mayoría de la Internacional amarilla debe describirse como correcta desde el punto de vista de clase. Pero el proletariado no debe temer la verdad, sino al contrario afrontarla y extraer las conclusiones políticas pertinentes.
En el artículo anterior de esta serie examinamos los más importantes debates que tuvieron lugar en el Partido Comunista de Rusia acerca de la dirección que debía tomar el nuevo poder proletario —notablemente, las advertencias que se hicieron sobre el desarrollo del capitalismo de Estado y el peligro de degeneración burocrática—. Estos debates alcanzaron su momento cumbre a principio de 1918. Sin embargo, en los dos siguientes años la Rusia soviética se vio envuelta en una lucha a vida o muerte contra la intervención imperialista y la contrarrevolución interna. Ante las inmensas exigencias de la guerra civil, el partido cerró filas frente al enemigo común, a la vez que la mayoría de los trabajadores y los campesinos, pese a las crecientes privaciones, se unieron a la defensa del poder soviético frente a los intentos de las viejas clases explotadoras para restaurar sus privilegios perdidos.
Como señalamos en un artículo anterior (ver Revista Internacional no. 95), el programa del partido adoptado por el VIII Congreso celebrado en marzo de 1919 expresó esta tentativa de unidad dentro del partido, sin abandonar las esperanzas más radicales generadas por el ímpetu original de la revolución. También reflejaba que las corrientes de izquierda del partido —que habían sido los grandes protagonistas de los debates de 1918— todavía tenían una considerable influencia y en todo caso no estaban radicalmente separados de aquellos que estaban en el corazón del partido como Lenin y Trotsky. Además, algunos de los antiguos comunistas de izquierda, como Radek o Bujarin, empezaron a abandonar sus anteriores críticas, al identificar las medidas de «comunismo de guerra» adoptadas durante la guerra civil con un proceso real de transformación comunista (ver el artículo sobre Bujarin en Revista Internacional no. 96).
Otros antiguos izquierdistas no se vieron tan fácilmente satisfechos con las nacionalizaciones a gran escala y la virtual desaparición de las formas monetarias que caracterizaron el «comunismo de guerra». No perdieron de vista que los abusos burocráticos frente a los cuales habían alertado en 1918 no sólo habían sobrevivido sino que se habían acrecentado considerablemente en el transcurso de la guerra civil mientras que su antídoto —los órganos de masa de la democracia proletaria— habían ido perdiendo su vida en una proporción alarmante, debido tanto a las exigencias de las conveniencias militares como a la dispersión de muchos de los trabajadores más avanzados en los frentes de guerra. En 1919, el grupo Centralismo Democrático se formó en torno a Osinski, Sapranov, Smirnov y otros, siendo su objetivo más importante la lucha contra el burocratismo en los sóviets y en el partido. Mantuvo lazos muy estrechos con la Oposición Militar que llevaba un combate similar dentro del ejército. Fue una de las corrientes más perseverantes en la oposición de principio dentro del Partido Bolchevique.
Sin embargo, mientras la prioridad fue la defensa del régimen soviético contra sus enemigos más declarados, estos debates permanecieron dentro de ciertos límites: pero, en todo caso, mientras el partido siguió siendo un crisol vivo de pensamiento revolucionario, no hubo ninguna dificultad esencial para proseguir la discusión dentro de los canales normales de la organización.
La terminación de la guerra civil en 1920 dio lugar a un cambio crucial en esta situación. La economía estaba en ruinas. El hambre y las epidemias en una escala espantosa asolaban el país y especialmente las ciudades, reduciendo los antiguos centros neurálgicos de la revolución a un nivel de desintegración social en el cual la lucha desesperada por la supervivencia se imponía sobre cualquier otra consideración. Las tensiones que habían permanecido ocultas por la necesidad de estar unidos frente al enemigo común, volvieron a emerger y en tales circunstancias los rígidos métodos del «comunismo de guerra» no sólo fueron incapaces de contenerlas sino que las agravaron considerablemente. Los campesinos se sintieron crecientemente exasperados por la política de requisición de grano que había sido introducida para sostener las ciudades hambrientas; los trabajadores estuvieron cada vez menos dispuestos a aguantar la disciplina militar en las fábricas y, en una forma mucho más impersonal, las relaciones mercantiles, que habían sido suspendidas a la fuerza pero cuyas raíces materiales no habían sido afectadas en manera alguna, empezaron a pasar factura de forma cada vez más apremiante: el mercado negro crecía como hongos bajo el «comunismo de guerra», incrementando su presión con sus efectos nocivos sobre la estructura social.
Pero, sobre todo, el desarrollo de la situación internacional, había proporcionado un pequeño respiro a la fortaleza rusa de los trabajadores. 1919 había sido el pináculo de la oleada revolucionaria mundial de la cual el poder soviético en Rusia era completamente dependiente. Pero ese mismo año vio también la derrota de la revuelta proletaria más decisiva en Alemania y en Hungría, así como la incapacidad de las huelgas de masas en otros países (principalmente en Gran Bretaña y Estados Unidos) para ir hasta la ofensiva política. En 1920 se asistió al definitivo descarrilamiento de la revolución en Italia, mientras que en Alemania, el país más importante de todos, la dinámica de la lucha de clases se planteaba en términos defensivos, como respuesta al golpe de Kapp (ver Revista Internacional no. 90). En ese mismo año el intento de romper el aislamiento de Rusia mediante las bayonetas del Ejército Rojo en Polonia terminó en un completo fiasco. En 1921, la acción de marzo en Alemania, se concluyó con otra derrota (ver Revista Internacional no. 93). Los revolucionarios más lúcidos estaban empezando a comprender que el impulso revolucionario estaba empezando a desaparecer, aunque aún no era posible afirmar con toda seguridad que se había entrado en un reflujo definitivo.
En ese momento Rusia se convirtió en una olla a presión y la explosión social estaba a la orden del día. A finales de 1920, estallaron una serie de revueltas campesinas en la provincia de Tambov, en el Volga medio, en Ucrania, en el oeste de Siberia y en otras regiones. La rápida desmovilización del Ejército Rojo añadió más leña al fuego pues campesinos armados volvían a sus pueblos de origen. La reivindicación central de estas rebeliones era el fin del sistema de requisición de granos y el derecho de los campesinos a disponer de sus propios productos. Y, como veremos, e principios de 1921 el impulso de las revueltas se extendió a los trabajadores de las ciudades que habían sido el epicentro de la insurrección de Octubre: Petrogrtado, Moscú... y Krondstadt.
Frente a esta crisis social en ascenso, era inevitable que las divergencias dentro del Partido Bolchevique alcanzaran un umbral crítico. Los desacuerdos no versaban sobre si el régimen proletario en Rusia dependía o no de la revolución mundial: todas las corrientes del partido, aunque hubiera entre ellas diferentes matices, compartían la convicción fundamental según la cual sin extensión de la revolución, la dictadura proletaria en Rusia no podía sobrevivir. Al mismo tiempo, dado que el poder soviético en Rusia se concebía como un bastión crucial conquistado por el ejército proletario mundial, había también acuerdo general en que había que «aguantar», lo cual exigía la reconstrucción de la economía rusa arruinada y de su edificio social. Las diferencias surgían sobre los métodos que el poder soviético debía utilizar para permanecer dentro de la línea justa capaz de evitar sucumbir al peso de fuerzas de clase enemigas que se encontraban tanto dentro como fuera de Rusia. La reconstrucción era una necesidad práctica; la cuestión era cómo llevarla a cabo de tal forma que pudiera ser asegurado el carácter proletario del régimen. El punto central que cristalizaba estas diferencias entre 1920 y a principios de 1921 fue el «debate sobre los sindicatos».
Este debate había sido comenzado a finales de 1919, cuando Trotsky había desvelado sus propuestas para restaurar los devastados sistema industrial y de transportes en Rusia. Habiendo alcanzado éxitos extraordinarios como comandante del Ejército Rojo durante la guerra civil, Trotsky (pese a algún momento de vacilación, cuando él consideró otras posibilidades muy diferentes( se pronunció por aplicar los métodos del «comunismo de guerra» al problema de la reconstrucción: en otras palabras, para reunir y unificar a una clase obrera que corría el peligro de descomponerse en una masa de individuos aislados que vivía de pequeños tráficos, de pequeños robos o de la vuelta a la agricultura. Trotsky abogaba por la militarización a ultranza del trabajo. Formuló sus puntos de vista en sus Tesis sobre la transición de la guerra a la paz (Pravda, 16-12-1919) que luego desarrolló más ampliamente en el IX Congreso celebrado en marzo-abril de 1920: «Las masas obreras no pueden andar vagando por toda Rusia. Deben ser asentadas aquí y allí, establecidas, dirigidas, como los soldados». Los que sean acusados de «desertar el trabajo» deben ser enviados a los batallones de castigo o campos de trabajo. En las factorías la disciplina militar debe prevalecer: como Lenin en 1918, Trotsky ensalza las virtudes de la dirección personal y los aspectos «progresivos» del sistema de Taylor. En lo concerniente a los sindicatos, su tarea dentro de este régimen es subordinarse totalmente al Estado: «El joven Estado socialista requiere unos sindicatos que no se dediquen a la lucha por mejores condiciones de trabajo —tarea que incumbe a las organizaciones sociales y estatales en su conjunto— sino a organizar la clase obrera para los fines de la producción, para educar, disciplinar, distribuir, agrupar, retener a ciertas categorías y a ciertos trabajadores en sus puestos por periodos determinados. En una palabra, mano a mano con el Estado, ejercer su autoridad para dirigir a los trabajadores dentro del marco de un plan económico único» (Terrorismo y comunismo, Trotsky).
Las posiciones de Trotsky —aunque, inicialmente, fueron ampliamente apoyadas por Lenin— provocaron vigorosas críticas dentro del partido y no sólo por parte de aquellos que solían situarse a la izquierda. Estas críticas incitaron a Trotsky a endurecer y teorizar sus puntos de vista. En Terrorismo y comunismo —que es a la vez una respuesta a las críticas dirigidas a Trotsky dentro de los bolcheviques así como a las procedentes de Kautski, que es su blanco polémico principal— Trotsky llega hasta argumentar que, dado que el trabajo forzado jugó un papel progresivo en anteriores modos de producción, tales como el despotismo asiático o el esclavismo clásico, sería puro sentimentalismo argumentar que el Estado obrero no podía utilizar semejantes métodos a gran escala. Desde luego, Trotsky no llega a caer en argumentar que la militarización es la forma específica de organización del trabajo en la transición al comunismo: «los fundamentos de la militarización del trabajo son aquellas formas de compulsión estatal sin las cuales la sustitución de la economía capitalista por la socialista será siempre una palabra vacía» (ídem).
En el mismo trabajo, Trotsky pone de relieve que la idea de dictadura del proletariado sólo es comprensible como dictadura de partido, llegando incluso a proponer esa idea casi como principio teórico: «Hemos sido acusados a veces de haber sustituido la dictadura de los sóviets por la dictadura del partido. Pero en realidad se puede afirmar con completa certeza que la dictadura de los sóviets sólo es posible a través de la dictadura del partido. Sólo gracias a claridad y a la visión teórica y a su fuerte organización el partido ha permitido a los sóviets la posibilidad de transformarse de un parlamento informe del trabajo en un aparato de supremacía del trabajo. Esta sustitución del poder del partido sobre el poder de los trabajadores no tiene nada de accidental y en realidad no es ninguna sustitución. Los comunistas expresan los intereses fundamentales de la clase obrera. Es, por tanto, absolutamente natural que en un periodo en que la historia hace triunfar esos intereses en toda su magnitud, colocándolos al orden del día, los comunistas se hayan convertido en los representantes reconocidos de la clase obrera en su conjunto» (ídem). Esto está muy lejos de la definición que hizo Trotsky en 1905 de los sóviets como órganos de poder que van mucho más lejos que las formas parlamentarias de la burguesía, así como de la posición de Lenin en El Estado y la revolución de 1917 y de la postura y la práctica de los bolcheviques en Octubre, cuando la idea de que el partido toma el poder era más una concesión inconsciente al parlamentarismo que una posición activa y que, en todo caso, los bolcheviques habían mostrado ellos mismos su voluntad de asociar a otros partidos. Ahora, resulta que el partido tiene una especie de «derecho histórico de nacimiento» para ejercer la dictadura del proletariado, «incluso aunque esta dictadura tropiece temporalmente con los con los ánimos pasajeros de la democracia obrera» (Trotsky en el X Congreso del Partido, citado por Deutscher en El Profeta Armado).
Este debate en torno a la cuestión de los sindicatos, puede parecer extraño dado que la emergencia de nuevas formas de autoorganización de los trabajadores en Rusia misma —comités de fábrica, sóviets, etc.— había hecho obsoletos aquellos, una conclusión ya extraída por muchos comunistas del Occidente industrializado, donde los sindicatos habían sufrido un largo proceso de degeneración burocrática y de integración en el orden capitalista. La focalización del debate en Rusia era en parte un reflejo del retraso ruso, del hecho que la burguesía no había desarrollado un aparato estatal sofisticado capaz de reconocer el valor de los sindicatos como instrumentos de paz social. Por esta razón no podemos decir que los sindicatos formados, antes e incluso durante y después de la revolución de 1917, eran ya órganos del enemigo de clase. En particular, había una fuerte tendencia a la formación de uniones industriales que expresaban todavía cierto contenido proletario.
Desde este punto de vista, el desenlace del debate provocado por Trotsky iba a ser mucho más profundo. En esencia, fue un debate sobre la relación entre el proletariado y el Estado del periodo de transición. La cuestión que se planteó fue: ¿puede el proletariado, habiendo destruido el viejo Estado burgués, identificarse con el nuevo Estado «proletario»? O, por el contrario, ¿hay razones de peso para que el proletariado deba proteger la autonomía de sus propios órganos de clase y, si es necesario, contra las exigencias del Estado?
La posición de Trotsky tenía el mérito de ser clara: para él, el proletariado debía identificarse e incluso subordinarse al Estado «proletario» (y, de hecho, el partido proletario, que tenía como función ejercer de brazo ejecutivo del Estado). Desgraciadamente, como hemos visto sobre sus teorizaciones sobre el trabajo forzado como método de construcción del comunismo, Trotsky había olvidado ampliamente lo que es específico de la revolución proletaria y del comunismo: la nueva sociedad sólo puede ser el producto de la actividad autoorganizada y consciente de las masas proletarias mismas. Su respuesta al problema de la reconstrucción económica sólo podía tener como resultado acelerar la degeneración burocrática que ya estaba amenazando con engullir todas las formas de autoactividad proletaria, incluyendo al partido mismo. Y eso llevó a otras corrientes en el partido a ser el eco de las reacciones de clase contra la peligrosa tendencia del pensamiento de Trotsky y contra los principales peligros que estaba enfrentando la propia revolución.
Que se trataba de cuestiones importantes se refleja en este debate por la cantidad de posiciones y de agrupamientos que surgieron a su alrededor. Lenin escribió a propósito de esas diferencias que «el partido está enfermo. El partido tiembla de fiebre» («La crisis del partido», Pravda, enero 21, en Obras completas de Lenin). Él mismo formó uno de los agrupamientos —el llamado Grupo de los Diez— los Centralistas Democráticos y el grupo de Ignatov tenían su propia posición; Bujarin, Preobrazhinski y otros trataron de formar un «grupo amortiguador». Pero, aparte del grupo de Trotsky, las posiciones más específicas fueron las de Lenin, por una parte, y las del grupo de la Oposición Obrera, dirigida por Kollontai y Shliapnikov, por otro lado.
La Oposición Obrera expresa indudablemente una reacción proletaria tanto contra las teorizaciones burocráticas de Trotsky como contra las distorsiones burocráticas reales que se estaban desarrollando dentro del poder proletario. Frente a la apología de Trotsky de trabajo forzado, no tenía nada de demagógico o de fraseología para Kollantai insistir en su folleto La oposición de los trabajadores, escrito para el X Congreso celebrado en marzo de 1921, que «justamente estos principios, que tan claros los tienen los trabajadores entre nosotros, los han olvidado las élites dirigentes. El comunismo no puede imponerse por decreto. Sólo puede crearse en una continua búsqueda, incurriendo de vez en cuando en fallas y siempre por medio de la fuerza creadora de la clase obrera» (Kollontai, «La oposición de los trabajadores», en el libro Democracia de los trabajadores o dictadura de partido). En particular, la Oposición rechazó la tendencia del régimen a imponer la dictadura de la dirección en las fábricas, de tal forma que la situación inmediata de los trabajadores de la industria se hizo cada vez más difícil de distinguir de la que existía antes de la revolución. Defendió el principio de la dirección colectiva de los trabajadores contra el uso y abuso de los especialistas y de la práctica de la dirección personal.
En un nivel más global, la Oposición de los trabajadores planteó claramente la cuestión de la relación entre la clase trabajadora y el Estado soviético. Para Kollontai esa era la cuestión clave: «¿Quién debe llevar a cabo las riendas de la dictadura del proletariado en el terreno de la construcción económica? ¿Deben ser los órganos que por su composición son órganos de la clase, unidos por lazos vitales con la producción de un modo inmediato, es decir, los sindicatos, o debe ser el aparato de los sóviets, separado de la actividad productivo-económica inmediata y vital que, además es un compuesto social de diversas capas sociales? Esa es la raíz de las diferencias de opinión. La oposición de los trabajadores defiende lo primero. Las élites de nuestro partido se pronuncian en pacífica concordancia por la segunda, aunque en algunos puntos entre ellos se den puntos de fricción» (ídem).
En otro pasaje del texto, Kollontai explica más esta noción de la naturaleza heterogénea del Estado soviético: «El partido que está en la cumbre del Estado soviético compuesto por capas socialmente mezcladas, debe forzosamente acomodarse a las necesidades de los campesinos autónomos, a sus costumbres típicas de pequeño poseedor y a sus hábitos contra el comunismo, y debe acomodarse igualmente a la capa fuerte de los elementos pequeñoburgueses de la antigua Rusia capitalista, debe contar igualmente con todas las especies de acaparadores, comerciantes pequeños y medianos, vendedores, pequeños artesanos autónomos y empleados que han sabido acomodarse rápidamente a los órganos soviéticos... Es esta capa, que inunda las instituciones de los sóviets, la capa de la pequeña burguesía, del espíritu pequeñoburgués con su animosidad contra el comunismo, su fidelidad a los derechos inamovibles del pasado, su repulsa y su miedo ante las acciones revolucionarias, quien destruye nuestras instituciones de sóviets y conlleva un espíritu completamente ajeno a la clase obrera» (ídem).
Este reconocimiento de que el Estado soviético (debido tanto a la necesidad de conciliar los intereses de los trabajadores con los de otros estratos sociales, como a su vulnerabilidad frente al virus de la burocracia) no puede desempeñar por sí mismo un papel dinámico y creativo en la elaboración de la nueva sociedad fue una idea importante, aunque no fue suficientemente desarrollada. Pero estos pasajes también expresan las principales debilidades de la Oposición Obrera. Lenin, en su polémica con el grupo, lo reduce a una corriente sindicalista, pequeñoburguesa y anarquista. Eso es falso. Pese a todas sus confusiones representaba una genuina respuesta proletaria a los peligros que amenazaban al poder soviético. Sin embargo, la acusación de sindicalismo no es desacertada. Esto se ve claro en su identificación de los sindicatos industriales como los órganos principales de transformación comunista de la sociedad y en su propuesta de que la gestión de la economía debía ser puesta en manos de un «Congreso ruso de productores». Como hemos dicho ya, la Revolución Rusa mostró que la clase obrera era capaz de ir más allá de la forma sindical de organización y que en la nueva época del capitalismo decadente los sindicatos sólo pueden ser órganos de conservación social. Los sindicatos industriales rusos no estaban, evidentemente, protegidos contra el burocratismo y su tendencia orgánica a desposeer a los trabajadores. La neutralización de los comités de fábrica surgidos en 1917 tomó generalmente la forma de su incorporación a los sindicatos y, por consiguiente, su integración en el Estado. También es necesario poner de manifiesto que cuando la clase obrera entró en acción en su propio terreno, en el momento mismo del debate sobre los sindicatos, con las huelgas de Moscú y Petrogrado, volvió a confirmar la obsolescencia de los sindicatos, pues empleó los métodos la lucha proletaria propios de la nueva época: huelgas espontáneas, asambleas generales, comités de huelga elegidos, envío de delegaciones masivas a otras fábricas, etc. Pero, más importante aún, el énfasis de la Oposición sobre los sindicatos revela una total desilusión respecto a los órganos proletarios de masas más importantes, los sóviets obreros, que fueron capaces de unir a todos los trabajadores por encima de los límites de categoría y de combinar las tareas económicas y políticas de la revolución[1].
Esta ceguera ante la importancia de los consejos obreros se prolonga lógicamente a través de una total subestimación de la primacía de lo político sobre lo económico en la revolución proletaria. La mayor obsesión del grupo de Kollontai era la gestión de la economía hasta el punto de proponer casi un completo divorcio entre el Estado político y el «Congreso de productores». En la dictadura del proletariado, la gestión obrera del aparato económico no es un fin en sí mismo, sino únicamente un aspecto de la dominación política del proletariado sobre el conjunto de la sociedad. Lenin criticó también la idea del «Congreso de productores» alegando que era más aplicable en la sociedad comunista del futuro donde no existirían clases y todos serían productores. En resumidas cuentas, el texto de la Oposición insiste fuertemente en que el comunismo podría ser construido en Rusia si el problema de la gestión económica era resuelto correctamente. Esta impresión se acentúa por las escasas referencias en el texto de Kollontai al problema de la extensión mundial de la revolución. Parece que el grupo tuvo poco que decir acerca de las políticas internacionales de los bolcheviques de su tiempo. Todas esas debilidades son, por su puesto, expresiones de la influencia de la ideología sindicalista, aunque la Oposición no puede ser reducida a una simple desviación anarquista.
Como hemos visto, Lenin consideraba que el debate sobre los sindicatos expresaba un profundo malestar en el partido; dada la situación crítica del país, tenía incluso el sentimiento de que el partido había cometido un error al autorizar el debate mismo. Estaba especialmente enfadado con Trotsky por la manera en que había provocado el debate y lo acusaba de haber actuado de una manera irresponsable y propia de una fracción sobre una serie de cuestiones relacionadas con el debate. Lenin estaba igualmente insatisfecho con el planteamiento mismo del debate sintiendo que «al permitir semejante discusión hemos cometido sin duda un error por no ver que en ella sacábamos a primer plano una cuestión que, dadas las condiciones objetivas, no puede figurar en primer plano» (Lenin: informe al X Congreso del Partido, 8-3-1921, Obras Completas, tomo 43). Quizá su mayor temor era que el aparente desorden en el partido no podía sino enardecer el desorden social creciente que existía en Rusia; pero quizás también sentía que el nudo de la cuestión estaba en otra parte.
En todo caso, la aportación más importante que Lenin ofreció en este debate fue sobre el problema de la naturaleza de clase del Estado. Tal es la razón por la cual trató de dar un marco a la cuestión en un discurso pronunciado a finales de 1920 en una reunión de delegados comunistas: «y entretanto, incurriendo en esa falta de seriedad, el camarada Trotsky comete, en el acto, un error. Resulta, según él, que la defensa de los intereses materiales y espirituales de la clase obrera no es misión de los sindicatos en un Estado obrero. Esto es un error. El camarada Trotsky habla del “Estado obrero”. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero, pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: “¿Para qué defender y frente a quién defender a la clase obrera, si no hay burguesía y el Estado es obrero?”. No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión. En esto consiste cabalmente uno de los errores fundamentales del camarada Trotsky [...] En nuestro país, el Estado no es obrero sino obrero y campesino y de esto dimanan muchas cosas (interrupción de Bujarin: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?). Y aunque el camarada Bujarin grite desde atrás: “¿Qué Estado? ¿Obrero y campesino?”, no le responderé. Quien lo desee, puede recordar el Congreso de los sóviets que acaba de celebrarse y en él encontrará la respuesta.
Pero hay más. En el programa de nuestro partido —documento que conoce muy bien el autor del ABC del comunismo— vemos ya que nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle —por así decirlo— esta lamentable etiqueta. Ahí tienen la realidad del periodo de transición. Pues bien, dado este género de Estado que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender? ¿Se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? Esto es falso por completo desde el punto de vista teórico... Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado» («Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotsky», en Obras Completas, tomo 42).
En un artículo posterior, Lenin retrocede un tanto respecto a esta formulación, admitiendo que «el camarada Bujarin tenía razón. Yo hubiera debido decir: “El Estado obrero es una abstracción, lo que tenemos en realidad es un Estado obrero, primero, con la particularidad de que lo que predomina en el país no es la población obrera, sino la campesina y, segundo, es un Estado obrero con deformaciones burocráticas”. El que quiera leer mi discurso completo verá que esta corrección no modifica el hilo de mi argumentación ni mis deducciones» («La crisis del partido», publicado en Pravda el 21-1-1921, en Obras Completas, tomo 42).
En realidad Lenin hizo un gran alarde de sabiduría política al cuestionar la noción de «Estado obrero». Incluso en países donde hay una mayoría de campesinos, el Estado del periodo de transición tendrá todavía la tarea de acompasar y representar las necesidades de todos los estratos no explotadores de la sociedad y por ello no puede ser visto como un órgano puramente proletario; encima, y en parte como resultado de ello, su peso conservador tenderá a expresarse en la formación de una burocracia frente a la cual la clase obrera deberá estar especialmente vigilante.
Lenin había intuido todo esto, incluso a través del espejo distorsionado del debate sobre los sindicatos.
También es notable subrayar que en este punto sobre la naturaleza del Estado de transición hay una real convergencia entre Lenin y la Oposición Obrera. La crítica de Lenin a Trotsky no le llevó, sin embargo, a simpatizar con aquella. Al contrario, vio en ella el principal peligro y los acontecimientos de Krondstadt le convencieron de que expresaba la misma tendencia pequeñoburguesa contrarrevolucionaria. Bajo la instigación de Lenin, el X Congreso del Partido adoptó una resolución «sobre la desviación sindicalista y anarquista en el partido» la cual estigmatiza explícitamente a la Oposición Obrera: «Por eso, las concepciones de la Oposición Obrera y de los elementos análogos no sólo son falsas teóricamente sino que, en la práctica, son una expresión de las vacilaciones pequeñoburguesas y anarquistas, debilitan la línea firme de dirección del Partido Comunista y ayudan a los enemigos de clase de la revolución proletaria» (Obras Completas, tomo 43).
Como hemos afirmado antes, estas acusaciones de sindicalismo no carecían totalmente de fundamento. Pero el principal argumento de Lenin en este punto es profundamente erróneo: para él, el sindicalismo de Oposición Obrera reside no en que propugna la dirección económica por parte de los sindicatos en lugar de la autoridad política de los sóviets, sino en que pretendidamente desafiaría el papel dirigente del Partido Comunista «porque las tesis de la Oposición Obrera están abiertamente reñidas con la resolución del II Congreso de la Internacional Comunista sobre el papel del Partido Comunista en el ejercicio de la dictadura del proletariado» («Resumen de la discusión sobre el informe del Comité Central al X Congreso», Obras Completas, tomo 43).
Como Trotsky, Lenin había llegado definitivamente al punto de vista según el cual «la dictadura del proletariado no puede realizarse a través de la organización que agrupa a la totalidad del mismo. Porque el proletariado está aún tan fraccionado, tan menospreciado, tan corrompido en algunos sitios (por el imperialismo, precisamente, en ciertos países); no sólo en Rusia, uno de los países capitalistas más atrasados, sino en todos los demás países capitalistas, que la organización integral del proletariado no puede ejercer directamente la dictadura de éste. La dictadura sólo puede ejercerla la vanguardia, que concentra en sus filas la energía revolucionaria de la clase» («Sobre los sindicatos, el momento actual y los errores del camarada Trotsky», en Obras Completas, tomo 42). Frente a Trotsky era un argumento para que los sindicatos actuaran como una correa de transmisión entre el partido y la clase. Frente a Oposición Obrera, era un argumento para declarar sus puntos de vista fuera del marxismo, del mismo modo que todo aquel que cuestionara la noción de que el partido quien ejerce la dictadura del proletariado.
De hecho, la Oposición Obrera no cuestionaba la noción de partido que ejerce la dictadura. El texto de Kollontai propone que «el Comité Central de nuestro partido llegue a ser el centro ideológico supremo de la política de clase, órgano de pensar y del control de la política práctica de los sóviets, para la realización espiritual de los fundamentos de nuestro partido» (Kollontai, «La oposición de los trabajadores», en el libro Democracia de los trabajadores o dictadura de partido). Esta fue la razón por la que la Oposición Obrera apoyó el aplastamiento de la Comuna de Kronstadt y fue la última en plantear un explícito desafío al monopolio bolchevique del poder.
El punto de vista oficial y sus defensores vergonzantes
En medio de la extensión de las huelgas en Moscú y Petrogrado, la rebelión de Krondstadt estalló en el mismo momento en que el Partido Bolchevique estaba celebrando su X Congreso[2].Las huelgas habían surgido a partir de demandas económicas y habían sido tratadas por las autoridades regionales con una mezcla de concesiones y represión. Pero los trabajadores y marineros de Krondstadt que inicialmente habían actuado en solidaridad con los huelguistas habían acabado planteando, junto a las peticiones para suavizar el duro régimen del «comunismo de guerra», una serie de reivindicaciones políticas importantes: nuevas elecciones en los sóviets, libertad de prensa y agitación para todas las tendencias pertenecientes a la clase obrera, abolición de los departamentos políticos tanto en el ejército como en todas partes, «en adelante, ningún partido tendrá la exclusiva en la propaganda ideológica, ni podrá recibir, para esta propaganda, ninguna subvención del gobierno» (Resolución de la Asamblea General, 1-3-1921, publicada en Krondstadt). Además, hacía un llamamiento para reemplazar el poder del Partido-Estado por el poder de los sóviets. Lenin —rápidamente informado por los portavoces oficiales del Estado— denunció la sublevación como resultado de una conspiración del ejército blanco, aunque reconocía que los reaccionarios habían manipulado el descontento real existente en capas de la pequeña burguesía e incluso a sectores de la clase obrera, influenciados ideológicamente por aquella. En todo caso «esta contrarrevolución pequeñoburguesa es sin duda de mayor peligro que Denikin, Yudénich y Kolchak juntos, porque nos las habemos con un país donde el proletariado es la minoría y donde la ruina abarca a la propiedad campesina. Además, estamos ante la desmovilización del ejército que ha proporcionado elementos sediciosos en cantidad increíble» (Lenin, «Informe al X Congreso del Partido», 8-3-1921, Obras completas, tomo 43).
Este argumento inicial según el cual el motín había sido obra de los generales blancos agazapados en la sombra, se vio rápidamente que no tenía ningún fundamento. Isaac Deutscher, en su biografía sobre Trotsky, subraya el malestar que había provocado entre los bolcheviques tras el aplastamiento de la sublevación: «los comunistas extranjeros que visitaron Moscú algunos meses después y pensaban que lo de Krondstadt había sido un incidente más de la guerra civil, se quedaron sorprendidos y extrañados porque los dirigentes bolcheviques hablaban de los rebeldes sin la rabia y el odio con que habían hablado antes de los guardias blancos y los intervencionistas. Sus conversaciones estaban llenas de simpatías reticentes y de tristeza, lo cual para alguien exterior al partido creaba turbación en la conciencia» (El Profeta armado). Además, según Víctor Serge en su libro Memorias de un revolucionario, Lenin dijo a uno de sus próximos: «Esto es el Thermidor. Pero no debemos permitir ser guillotinados. Nosotros mismos haremos el Thermidor». Desde luego, Lenin había visto rápidamente que la rebelión demostraba la imposibilidad de mantener rigor del «comunismo de guerra», en ese sentido la NEP fue una concesión a los rebeldes en su llamamiento a que se acabara con las requisiciones de grano, aunque las demandas políticas —centradas en la reactivación de los sóviets— fueron completamente rechazadas. Fueron percibidas como un vehículo a través del cual la contrarrevolución podía desplazar a los bolcheviques y acabar con el resto de la dictadura proletaria. «El ejemplo de la sublevación de Krondstadt, cuando la contrarrevolución burguesa y los guardias blancos de todos los países del mundo se han mostrado al punto dispuestos a adoptar incluso las consignas del régimen soviético con tal de derribar a la dictadura del proletariado en Rusia, cuando los eseristas y la contrarrevolución burguesa han utilizado en Krondstadt las consignas de la insurrección, supuestamente promovidas en aras del poder soviético en contra del gobierno soviético de Rusia, ha evidenciado, quizás, de la manera más palmaria, que los enemigos del proletariado aprovechan todas las desviaciones de la pauta comunista estricta y consecuente. Estos hechos demuestran por completo que los guardias blancos procuran y saben disfrazarse de comunistas, hasta de los más izquierdistas, con tal de debilitar y derribar el baluarte de la revolución proletaria en Rusia» («Resolución sobre la unidad del partido», X Congreso, en Obras completas, tomo 43).
Sin embargo, aunque poco a poco la tesis que explicaba el motín de Krondstadt por una maquinación de los guardias blancos fue abandonada, ha quedado en pie el argumento básico: se trataba de una revuelta pequeñoburguesa que abría las puertas a las fuerzas de la contrarrevolución descarada. Literalmente porque Krondstadt era una base naval vital situada en las puertas de Petrogrado, y en un sentido más general, porque se temía que un éxito de la rebelión pudiera acabar inspirando una revuelta general de los campesinos en toda Rusia. De esta forma, la única alternativa para los bolcheviques era actuar como guardianes del poder proletario, incluso aunque éste, como conjunto, no participara en ello y sectores suyos simpatizaran con los rebeldes. Ese punto de vista, no se limitaba únicamente a los líderes bolcheviques sino que, como hemos dicho, la Oposición Obrera se puso ella misma en primera línea de las fuerzas enviadas al asalto de la fortaleza de Krondstadt. En realidad, como poner de relieve Víctor Serge, «el Congreso del Partido Bolchevique movilizó a todos los presentes, incluidos muchos opositores. Dybenko, un antiguo marinero de Krondstadt y un extremista de la izquierda comunista, Bubnov, el escritor, el soldado y el líder del grupo Centralismo Democrático, se unieron a la batalla en los hielos contra los rebeldes, a quienes, en su fuero interno, daban la razón».
Internacionalmente, la izquierda comunista se vio también atrapada en un callejón sin salida. En el III Congreso de la Internacional Comunista, Hempel, el delegado del KAPD, apoyó el llamamiento de Kollontai por una mayor iniciativa y autoactividad de los trabajadores rusos pero, al mismo tiempo, argumentó, sobre la base de la teoría de la «excepción rusa» que «decimos esto porque nosotros tenemos para Alemania y para Europa occidental otra concepción sobre la dictadura del proletariado. Según nuestra concepción es verdad que la dictadura es justa en Rusia a causa de la situación rusa, porque no hay fuerzas suficientes, fuerzas suficientemente desarrolladas dentro del proletariado por lo que la dictadura debe ser ejercida desde arriba» (La izquierda alemana). Otro delegado, Sachs, protestaba contra la acusación de Bujarin según la cual Görter y el KAPD habían tomado partido por los insurgentes de Krondstadt, pues parecían reconocer su carácter proletario: «después de que el proletariado se haya sublevado en Krondstadt contra vosotros, Partido Comunista, y que hayáis tenido que decretar el estado de sitio en Petrogrado. Esta lógica interna en la sucesión de acontecimientos no sólo aquí en la táctica rusa, sino también en las resistencias que se manifiestan contra ella, todo eso lo ha reconocido y señalado el camarada Görter. Esta frase es lo que se debe leer para saber que el camarada Görter no toma partido por los insurgentes de Krondstadt y lo mismo respecto al KAPD» (ídem).
Quizá la mejor descripción del angustioso estado de ánimo de los elementos que, siendo críticos con la dirección que la revolución estaba tomando en Rusia, pero que decidieron apoyar el aplastamiento de Krondstadt, la proporcione Víctor Serge en Memorias de un revolucionario. Serge muestra cómo, durante el periodo del «comunismo de guerra», el régimen de la Checa y del Terror Rojo se había hecho cada vez más opresivo tanto para los que apoyaban la revolución como para sus enemigos. Da cuenta del desastroso y ominoso tratamiento de los anarquistas por parte de la Checa y especialmente del movimiento makhnovista. Recuerda con vergüenza las mentiras que fueron propagadas por los medios oficiales sobre las huelgas de Petrogrado y los motines de Krondstadt —era la primera vez que el Estado soviético caía en la mentira sistemática lo cual se convertiría en el sello del régimen de Stalin posteriormente—. Pese a todo, Serge reconoce que «tras muchas vacilaciones y en medio de una insoportable angustia, mis compañeros y yo declaramos finalmente que nos poníamos del lado del Partido. Esto es por lo que Krondstadt tenía razón. Krondstadt fue el comienzo de una fresca, liberadora revolución por la democracia popular; fue llamada por ciertos anarquistas “La Tercera Revolución” que ponían en ella todo su interés con infantil ilusión. Sin embargo, el país estaba económicamente exhausto y la producción bajo cero. No había reservas de ningún tipo, no había siquiera ánimo en el corazón de las masas. La élite de la clase obrera que se había moldeado en la lucha contra el antiguo régimen estaba literalmente diezmada. El Partido, tragado por el influjo de los poderes establecidos ofrecía poca confianza. La democracia soviética carecía de líderes, instituciones e inspiración; detrás de ella había una masa de hombres hambrientos y desesperados.
La contrarrevolución popular tradujo las reivindicaciones de sóviets libres y electos como “sóviets sin comunistas”. Si los bolcheviques caían, lo que se avecinaba era un escalón hacia el caos y a través del mismo el estallido campesino, la matanza de los comunistas, la vuelta de los emigrados, y a fin de cuentas, como resultado de la fuerza misma de los hechos, otra dictadura, esta vez antiproletaria» (ídem). Y apuntaba el peligro candente de que los Guardias Blancos tomaran la guarnición de Krondstadt como una plataforma de lanzamiento de una nueva intervención y que se extendiera por todo el país la revuelta campesina.
Voces discordantes
No hay ninguna duda de que las fuerzas activas de la contrarrevolución estaban dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad para utilizar Krondstadt ideológica, política incluso militarmente como martillo para golpear a los bolcheviques. De hecho, hoy continúan haciendo uso de Krondstadt: para los principales ideólogos del Capital, la supresión de la rebelión de Krondstadt es una prueba más de que el bolchevismo y el estalinismo son tal para cual. En el momento de los acontecimientos había un miedo atroz a que los Guardias Blancos aprovecharan la revuelta para tomar ventaja contra los bolcheviques. Ello empujó a muchas de las voces más críticas del comunismo a apoyar la represión. Fueron muchas pero no todas.
Desde luego estaban los anarquistas. En la Rusia de entonces el anarquismo era un verdadero pantano de diversas corrientes: algunas, tales como el makhnovismo expresaron los mejores aspectos de la revuelta campesina; otras eran producto de la intelectualidad más profundamente individualista; otros no eran más que lunáticos y bandidos. Pero había también los «anarquistas soviéticos», los anarcosindicalistas y otros, que eran corrientes proletarias por esencia, pese a que sufrían el peso de una postura pequeñoburguesa, que es el núcleo real del anarquismo.
No hay, sin embargo, duda de que muchos de los anarquistas tenían razón en criticar la dominación de la Checa y el aplastamiento de Krondstadt. El problema es que el anarquismo no ofrece un marco para entender el significado histórico de estos acontecimientos. Para ellos, los bolcheviques acabaron aplastando a los obreros y marineros porque, en palabras de Volin, eran «autoritarios, marxistas y estatalistas». Dado que el marxismo está por la formación de un partido político de la clase obrera, se pronuncia por la centralización de las fuerzas proletarias y reconoce el carácter inevitable del Estado del periodo de transición entre el capitalismo y el comunismo, está condensado a convertirse en verdugo de las masas. Con estas «verdades» intemporales nos incapacitamos para comprender el proceso histórico real, su evolución, y sacar las lecciones del mismo.
Pero hubo también bolcheviques que se negaron a apoyar el aplastamiento de la rebelión. En Krondstadt mismo, la mayoría de los miembros del Partido estuvieron con los rebeldes (y también una parte de las tropas enviadas para asaltar la fortaleza). Algunos bolcheviques de Krondstadt se limitaron a dimitir del Partido en protesta por las calumnias propagadas sobre la naturaleza de los acontecimientos.
Pero otros formaron un buró provisional del Partido que lanzó un llamamiento desmintiendo los rumores según los cuales los rebeldes de Krondstadt estaban ejecutando a los comunistas. Expresaron su confianza en el Comité Revolucionario Provisional formado por los nuevos elegidos al sóviet de Krondstadt y terminaron el llamamiento con estas palabras: «¡Viva el poder de los sóviets! ¡Viva la unión universal de los trabajadores!» (del libro Krondstadt).
Es importante mencionar también la posición adoptada por Miasnikov, quien acabaría formando en 1923 el Grupo de Trabajadores dentro del Partido Comunista de Rusia en 1923. En ese momento Miasnikov empezó a hablar contra el reciente régimen burocrático imperante en el partido y en el Estado, aunque parece que no formaba parte de ninguno de los grupos de oposición existentes en el Partido. Según Paul Avrich en un ensayo titulado «La oposición bolchevique a Lenin: G. T. Miasnikov y el Grupo de Trabajadores», publicado en La revista rusa volumen 43, 1984, Miasnikov quedó profundamente afectado por las huelgas de Petrogrado y el motín de Krondstadt (vivía en Petrogrado en ese momento): «a diferencia de Centralismo Democrático y la Oposición Obrera, se negó a denunciar a los insurgentes. No participó en su represión pese a haber sido llamado para ello». Avrich cita directamente a Miasnikov: «Si alguien se atreve a mantener el coraje en defender sus convicciones resulta que es un aprovechado o, peor aún, un contrarrevolucionario, un menchevique o un SR. Tal fue el caso con Krondstadt. Todo estaba tranquilo y en calma. Entonces, de repente, sin mediar palabra, te lanza a bocajarro: “¿qué es Krondstadt? Unos pocos cientos de comunistas están luchando contra nosotros”. ¿Qué significa eso? ¿Quién es culpable de que los círculos dirigentes del partido no hablen el mismo lenguaje que los trabajadores que no son miembros del partido e incluyo que la base comunista? Tan poco se entienden que acaban empuñando las armas unos contra otros. ¿Qué ocurre entonces? Pues la ruptura, el abismo»[3].
A pesar de esas aportaciones, pasó bastante tiempo para sacar en toda su profundidad las lecciones de los acontecimientos de Krondstadt. A nuestro parecer, las conclusiones más importantes fueron extraídas por la fracción italiana de la izquierda comunista, en los años 30, en el contexto de un estudio llamado «La cuestión del Estado» (Octobre no 2, marzo de 1938): «Se puede dar una circunstancia en la que un sector del proletariado —y concedemos incluso que haya sido prisionero inconsciente de las maniobras del enemigo— pase a luchar contra el Estado proletario. ¿Cómo hacer frente a esta situación, partiendo de la cuestión de principio por la cual el socialismo no se puede imponer por la fuerza o la violencia al proletariado? Era mejor perder Krondstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico ya que, sustancialmente, esa victoria podía tener más que un resultado: alterar las bases mismas, la sustancia de la acción llevada por el proletariado».
Un número importante de cuestiones están planteadas en este pasaje. Para empezar, afirma con claridad que el movimiento de Krondstadt tenía un carácter proletario. Desde luego había influencias pequeñoburguesas, especialmente anarquistas, en ciertos puntos de vista expresados por los rebeldes. Pero está en completa oposición a la realidad el argumento que emplea Trotsky, como justificación retrospectiva (en «Gritos sobre Krondstadt», New International, abril 1938) según el cual el proletariado de Krondstadt había sido sustituido por una masa pequeñoburguesa que ya no podía aguantar más los rigores del «comunismo de guerra» y que pedían privilegios especiales para sí mismos y que por ello eran rechazados por los trabajadores de Petrogrado. El motín empezó como una expresión de solidaridad de clase con los trabajadores de Petrogrado. Delegados de Krondstadt fueron enviados a las fábricas de Petrogrado para explicar su caso y pedir apoyo. «Sociológicamente» hablando, el núcleo era también proletario. Cualesquiera que hayan sido los cambios en el personal de la flota desde 1917, una simple muestra de los delegados elegidos para el Comité Revolucionario Provisional evidencia que la mayoría eran marineros con largos años de servicio y claras funciones proletarias (electricistas, telefonistas, cocineros, mecánicos...). Otros delegados procedían de las fábricas locales y en general eran obreros de las fábricas, especialmente los del arsenal de Krondstadt que tuvieron un papel clave en el movimiento. Es igualmente falso que pidieran privilegios para ellos. El punto 6 de la plataforma de Krondstadt dice: «Distribución a los trabajadores de una cantidad de alimentos, con excepción de aquellos que realizan trabajos de especial dureza» («Resolución de la Asamblea General», en Krondstadt). Especialmente, sus demandas políticas tienen un marcado carácter proletario e intuitivamente corresponden a una necesidad desesperada de la revolución: reanimar los sóviets y terminar con la absorción del Partido por el Estado, lo cual no sólo daña a los sóviets sino que destruye el Partido desde su interior.
Para entender que fue un movimiento proletario, es vital la conclusión que saca la izquierda italiana: para ésta todo intento de suprimir una reacción proletaria a las dificultades que encuentra la revolución no puede hacer otra cosa que distorsionar la sustancia misma del poder proletario. La fracción italiana extrajo la conclusión de que dentro del campo proletario toda relación de violencia debe ser proscrita, tanto frente a movimientos espontáneos de autodefensa como frente a minorías políticas. Refiriéndose explícitamente al debate sobre los sindicatos y a los acontecimientos de Krondstadt, se reconoce la necesidad para el proletariado de mantener la autonomía de sus propios órganos de clase (consejos, milicias, etc.), intentar evitar que sean absorbidos por el aparato general del Estado e incluso luchar contra el mismo Estado si es necesario. Y aunque no se había zanjado todavía la fórmula «dictadura del partido», la fracción insistió mucho en la necesidad de que el partido se diferenciara lo más posible del Estado. Volveremos sobre el proceso de clarificación emprendido por la fracción en un artículo ulterior.
La valiente conclusión que hemos sacado de este pasaje de Octobre (hubiera sido mejor perder Krondstadt desde un punto de vista geográfico que mantenerlo al precio de distorsionar el auténtico significado de la revolución) es también la mejor respuesta a la preocupación de Serge. Para él el aplastamiento de la revuelta era la única alternativa frente al surgimiento de una dictadura antiproletaria que habría llevado la masacre de comunistas. Pero con la ventaja de la distancia, podemos ver que, pese al aplastamiento de la revuelta, sí acabó surgiendo «una dictadura antiproletaria» que «realizó la matanza de los comunistas»: la dictadura de Stalin. Hay que añadir que el aplastamiento de la revuelta aceleró el declive de la revolución y ayudó de forma involuntaria a abrirle el paso al estalinismo. Además, el triunfo de la contrarrevolución estalinista tuvo consecuencias mucho más trágicas que las hubiera tenido un retorno de los Guardias Blancos. Si los generales blancos hubieran vuelto al poder, las cosas hubieran quedado meridianamente claras, como fue el caso de la Comuna de París donde todo el mundo pudo ver que el capitalismo había ganado y los trabajadores habían perdido. Pero lo más horrible de la muerte de la Revolución Rusa es que la contrarrevolución ganó en nombre del socialismo. Todavía hoy estamos padeciendo las odiosas consecuencias de ello.
El conflicto entre el proletariado y el «Estado proletario» que se había manifestado abiertamente con los acontecimientos de Krondstadt colocó al Partido Bolchevique en una encrucijada histórica. Dado el aislamiento y las terribles condiciones que se habían impuesto en el bastión ruso, resultaba inevitable que la máquina estatal se transformara de forma creciente en un órgano del capitalismo contra la clase obrera. Los bolcheviques podían seguir a la cabeza de esta máquina —lo que significaba que iban a estar cada vez más atrapados por ella— o, «ir a la oposición», tomar su lugar junto con los trabajadores, defendiendo sus intereses inmediatos y ayudándoles a reagrupar sus fuerzas preparándose para un posible renacimiento de la revolución internacional. Pero aunque el KAPD había planteado seriamente esa posibilidad en el otoño de 1921[4], era muy difícil para los bolcheviques verlo claramente en ese momento. En la práctica, el Partido estaba tan profundamente atado a la máquina estatal, tan impregnado por los métodos y la ideología sustitucionista, que no hubo posibilidad real de que el Partido en su conjunto diera ese paso audaz. Pero lo que sí era realista en el periodo que siguió fue la lucha de las fracciones de izquierda contra la degeneración del Partido para mantener su carácter proletario. Pero desgraciadamente el Partido agravó el error cometido en Krondstadt concluyendo, en palabras de Lenin, que «no era momento de oposiciones», declarando el estado de sitio dentro del partido y prohibiendo las fracciones, como concluyó el X Congreso. Éste adoptó la resolución sobre la unidad del partido pidiendo la disolución de todos los grupos de oposición en un momento en que el partido «estaba rodeado de enemigos». No se pretendía que ello fuera permanente ni dar por acabadas las críticas dentro del partido, la resolución llamaba a una publicación más regular del boletín de discusión interna del partido. Pero viendo únicamente el «enemigo exterior» no dio el peso suficiente al «enemigo interior»: el crecimiento del oportunismo y la burocratización dentro del partido, lo que hacía cada vez más necesario que la oposición tomara una forma organizada. En realidad, al prohibir las fracciones, el partido estaba atándose el nudo alrededor de su cuello. En los años siguientes, cuando el curso de degeneración se hizo cada vez más evidente, la resolución del X Congreso fue utilizada repetidas veces para ahogar toda crítica u oposición a ese curso. Volveremos sobre esta cuestión en el próximo artículo de esta serie.
CDW
[1]En el artículo Oposición bolchevique a Lenin: G. T. Miasnikov y el Grupo Obrero, Paul Avrich muestra que Miasnikov, aunque no formaba parte de ningún grupo organizado en ese momento, había llegado ya a similares conclusiones: “Para Miasnikov por el contrario, los sindicatos habían perdido su utilidad, a causa de la existencia de los sóviets. Los sóviets, argumentaba, eran cuerpos revolucionarios y no reformistas. A diferencia de los sindicatos, engloban a no a tal o cual sector del proletariado, ni a tal o cual sector u ocupación, sino a todos los trabajadores por encima de las diferentes producciones o profesiones. Los sindicatos debían ser desmantelados, decía Miasnikov, junto con el Consejo de Economía Nacional, en el cual reinaba la burocracia y el formalismo; la gestión de la industria debía ser entregada a los sóviets de trabajadores”. La fuente de Avrich es Zinoviev, edición Partiia y Soyuzy, 1921.
[2]Para una relación más detallada de los acontecimientos de Krondstadt ver nuestro artículo en la Revista Internacional no. 3. Ha sido recientemente publicado de nuevo en inglés con una nueva introducción.
[3]Avrich usa como fuente de su cita Social-tischeskii, 23 de febrero, 1922.
Que la aparición del número 100 de la Revista Internacional coincida con el comienzo del año 2000 no es enteramente fortuito. La CCI se constituyó a principios de 1975 y el primer número de la Revista apareció un poco después como expresión de la unidad internacional de la Corriente. Desde el principio fue concebida como un trimestral teórico publicado en las 3 lenguas principales de la Corriente –francés, inglés y español- aunque con una frecuencia menor han aparecido suplementos en otros idiomas –italiano, alemán, sueco y holandés. Cuatro veces al año en 25 años significan 100 números. Esto es un hecho que tiene una cierta significación política. En el artículo que publicamos con ocasión del 20o aniversario de la CCI observamos que muy pocas organizaciones proletarias habían durado tanto tiempo (Revista Internacional nº 80) ([1]). Esta longevidad debe ser reconocida como un éxito indudable en una época donde muchos grupos que han emergido con el renacimiento de la lucha de clases a finales de los años 60 han desaparecido sin dejar rastro. No es ningún secreto nuestro acuerdo con la aseveración de Lenin según la cual la publicación de una prensa regular es una condición sine qua non de una organización revolucionaria seria. Que la prensa es de hecho un “organizador” clave en todo grupo que esté motivo por el espíritu de partido y no por el espíritu de círculo. La Revista Internacional no es la única publicación regular de la CCI. Publicamos 12 periódicos o revistas territoriales en 7 lenguas diferentes así como libros, suplementos, folletos etc. Nuestra prensa territorial ha aparecido también de forma consistente y regular. Pero la Revista Internacional es nuestra publicación central; el órgano a través del cual la CCI obviamente habla con una sola voz y proporciona unas orientaciones básicas a las publicaciones territoriales.
En última instancia, sin embargo, lo más importante de la Revista Internacional no es su regularidad ni su carácter internacional y centralizado, sino su capacidad para actuar como instrumento de clarificación teórica. “La Revista será necesariamente y sobre todo la expresión del esfuerzo teórico de nuestra Corriente, pues solo este esfuerzo teórico en una coherencia de las posiciones políticas y de la orientación general puede servir de base y asegurar la condición primaria para el reagrupamiento y la intervención real de los revolucionarios” (presentación del primer número de la Revista Internacional, abril 1975). El marxismo, como punto de vista teórico de la clase revolucionaria, es la expresión más avanzada del pensamiento humano sobre la realidad social. Pero, como Marx insistió en las Tesis sobre Feuerbach, la verdad de un método de pensamiento solo puede ser probada en la práctica; el marxismo ha demostrado su superioridad sobre otras teorías sociales al ser capaz de ofrecer una comprensión global del movimiento de la historia humana y de predecir las grandes líneas de su futura evolución. Del mismo modo, dentro del movimiento marxista, ciertas corrientes han demostrado en los momentos clave de la historia que eran las más capaces de comprender la dirección de los acontecimientos y de esta forma proporcionar una guía a la acción de la clase obrera. Podemos citar por ejemplo el papel de Lenin y los bolcheviques en 1914-19 o el de las fracciones de izquierda contra el avance de la contrarrevolución desde los años 20 en adelante.
La capacidad para jugar este papel de vanguardia no ha sido conferida por derecho divino. Ha sido constantemente verificado en el fuego de los conflictos sociales. Sí reivindicamos tal papel para nuestra organización actualmente no porque pensemos que hayamos heredado el manto de los profetas del pasado sino porque pensamos que nuestra organización ha sido una de las que ha mostrado una mayor capacidad para aplicar el método marxista en las tres pasadas décadas de aceleración histórica, y, en particular, de continuar las mejoras tradiciones de la Izquierda Comunista internacional. Para realizar semejante reivindicación la mejor evidencia que podemos ofrecer es el cuerpo de trabajo contenido en 600 artículos diferentes de 100 apariciones de la Revista Internacional.
El marxismo es una tradición histórica viva lo que significa que:
Por una parte, está profundamente convencido de la necesidad de enfocar los problemas desde un punto de partida histórico; no verlos como enteramente “nuevos” sino desde la perspectiva de un vasto proceso histórico. Sobre todo, reconoce la continuidad esencial del pensamiento revolucionario, la necesidad de construir sobre los sólidos cimientos proporcionados por las minorías revolucionarias que nos han precedido. Así, durante los años 20 y 30, la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista que publicaba la revista Bilan hizo frente a la necesidad imperiosa de comprender la naturaleza del régimen contrarrevolucionario surgido en Rusia. Sin embargo, rechazó toda conclusión precipitada, especialmente la de aquellos que, habiendo desarrollado inmediatamente con más rapidez que la Izquierda Italiana, una caracterización correcta del poder estalinista (considerándolo como una forma de capitalismo de Estado), lo hicieron al precio de rechazar en bloque la experiencia de los bolcheviques y de la insurrección de Octubre, calificándolas como “burguesas” desde el principio. Para Bilan no había, sin embargo, ninguna duda sobre su propia continuidad con la energía revolucionaria generada por el partido bolchevique, el poder soviético y la Internacional Comunista.
La capacidad para mantener o restaurar los lazos con el movimiento revolucionario del pasado es especialmente importante para el medio proletario que ha surgido del renacimiento de la lucha de clases a finales de los años 60, un medio formado en su gran mayoría por nuevos grupos que han perdido los lazos organizacionales e incluso los políticos con la anterior generación de revolucionarios. Muchos de estos grupos son presa de la ilusión según la cual no vienen de ningún sitio ignorando profundamente las contribuciones de las generaciones pasadas, que habían sido prácticamente aniquiladas por la contrarrevolución. En el caso de los grupos influenciados por las ideas consejistas o modernistas, el “viejo movimiento obrero” sería algo a dejar atrás a toda costa; de hecho, se trata e una apología teórica de la ruptura impuesta por la clase enemiga. Faltos de todo anclaje en el pasado, la gran mayoría de estos grupos no han visto tampoco ningún futuro, por lo que han acabado desapareciendo. Por ello no es nada extraño que el actual movimiento revolucionario esté casi enteramente compuesto por grupos que descienden de una u otra manera de la corriente que entendió más claramente la cuestión de la continuidad histórica –la Fracción Italiana. Podemos añadir que ese anclaje histórico es hoy más importante que nunca, como defensa frente a la cultura que nos rodea: la de la descomposición capitalista. Una cultura que busca más que nunca borrar la memoria histórica de la clase obrera y que, ella misma carente de todo sentido de futuro, solo se dedica a aprisionar la conciencia en la inmediatez más estrecha donde la novedad es la única virtud.
Por otra parte, el marxismo no es simplemente la perpetuación de la tradición; ya que siempre se dirige hacia el futuro, hacia el objetivo final del comunismo y está obligado a renovar sus capacidades para captar el movimiento real, el presente siempre cambiante. En los años 50, el bordiguismo, producto de la Izquierda Italiana, se refugió frente a la contrarrevolución, inventando la noción de “invariancia”, oponiéndose a toda tentativa de enriquecer el programa comunista. Sin embargo, esta postura estaba muy lejos del espíritu de Bilan quien, mientras jamás rompió el lazo con el pasado revolucionario, insistió en la necesidad de examinar las nuevas situaciones “sin ningún tabú ni ostracismo”, sin temer el romper con tal o cual posición programática errónea. Así, la fracción no temió poner en cuestión las tesis del IIº Congreso de la Internacional Comunista, algo que, posteriormente, el bordiguismo fue incapaz de hacer. En los años 30, Bilan tuvo que abordar la nueva situación creada por la derrota de la revolución mundial; por su parte, la CCI se ha visto confrontada a la necesidad, en primer lugar, de comprender igualmente las nuevas condiciones creadas por el fin de la contrarrevolución a finales de los años 60 y, posteriormente, por el periodo inaugurado por el colapso del bloque del Este. Ante esas cambiantes circunstancias, el marxismo no puede conformarse con repetir las viejas y probadas fórmulas, sino que debe someter sus hipótesis a una constante verificación práctica. Esto significa que el marxismo, como cualquier rama de un proyecto científico, debe ser constantemente enriquecido.
Al mismo tiempo el marxismo no es una forma de conocimiento académico, de aprender por el simple placer de aprender; es forjado por un combate implacable contra la ideología dominante. La teoría comunista es por definición una polémica y combativa forma de conocimiento; su objetivo es hacer avanzar la conciencia de clase proletaria a través de exponer y combatir las influencias de las mistificaciones burguesas, tanto si estas mistificaciones aparecen en sus formas más groseras dentro del sector mayoritario de la clase, como en su guisa más sutil en las filas de la vanguardia proletaria misma. Desde luego, una tarea central de toda organización comunista es llevar a cabo una crítica constante de las confusiones que se pueden desarrollar en otros grupos revolucionarios y en sus propias filas. La claridad jamás podrá desarrollarse evitando el debate y la confrontación, incluso sí eso es demasiado frecuente en el caso del movimiento revolucionario actual, que ha perdido el dominio de las tradiciones del pasado – la tradición defendida por Lenin que nunca vaciló en polemizar, tanto con la burguesía, como frente a grupos confusos dentro del movimiento obrero, como ante sus propios camaradas revolucionarios. Es la tradición defendida igualmente por Bilan quien, en su esfuerzo de elaboración del programa comunista al calor de las pasadas derrotas, se comprometió en el debate con las diferentes corrientes del movimiento proletario internacional del momento (los grupos procedentes de la Oposición Internacional de Izquierdas, los de la Izquierda Comunista Holandesa y Alemana etc.).
En este artículo no podemos realizar un repaso de todos los textos que han aparecido en la Revista Internacional aunque vamos a intentar publicar una lista completa de ellos en la nuestra WEB. Intentaremos mostrar cuales han sido los ejes centrales de nuestro esfuerzo en esos 3 aspectos clave de la lucha teórica del marxismo.
Dada la interminable campaña de difamación contra la memoria de la revolución rusa y los esfuerzos de los historiadores burgueses para esconder la envergadura internacional de la oleada revolucionaria desencadenada por la insurrección de Octubre, un amplio espacio de nuestra Revista ha sido concedido necesariamente a la reconstrucción de la verdadera historia de esos acontecimientos, afirmando y defendiendo la experiencia proletaria contra las mentiras manifiestas de la burguesía así como las mentiras por omisión, todo ello con el fin de desgajar sus auténticas lecciones tanto frente a las distorsiones de la Izquierda del capital como ante las conclusiones erróneas sacadas dentro del actual movimiento revolucionario.
Por citar los ejemplos más destacados la Revista Internacional no 3 contiene un artículo que elabora el marco para comprender la degeneración de la Revolución Rusa en respuesta las confusiones existentes en el medio revolucionario del momento (concretamente en el grupo Revolutionary Workers Group de Estados Unidos); también contiene un largo estudio de las lecciones de la insurrección de Krondstadt ([2]) ocurrida en un momento clave del declive de la revolución. La Revista Internacional nos 12 y 13 incluye artículos reafirmando el carácter proletario del partido bolchevique y de la insurrección de Octubre, combatiendo las ideas medio mencheviques del consejismo ([3]); estos artículos surgieron de un debate en el grupo que iba a prefigurar la CCI –Internacionalismo de Venezuela en los años 60– y fueron publicados bajo la forma de folleto bajo el título Octubre 1917, comienzo de la revolución mundial. En el momento del colapso de los regímenes estalinistas, publicamos en Revista Internacional nos 71, 72 y 75 una serie de artículos en respuesta al vasto torrente de propaganda sobre la muerte del comunismo, dirigidos en particular a combatir la fábula que presente Octubre como un golpe de Estado bolchevique y mostrando en detalle porqué el aislamiento del bastión proletario en Rusia lo que lo condujo a su degeneración ([4]). Estos temas los abordamos de nuevo analizando más detenidamente los principales momentos de la Revolución en Rusia entre febrero y octubre de 1917 (ver Revista Internacional nos 89 a 91) ([5]). Desde sus principios la posición de la CCI ha consistido en una defensa militante de la revolución rusa, pero no hay duda alguna que la CCI ha ido madurando en su posición liberándose de los iniciales residuos consejistas que acompañaron su nacimiento y evitando cualquier visión apologética tanto sobre la cuestión del partido como sobre figuras clave como fueron Lenin o Trotski.
La Revista Internacional contiene también un examen de las lecciones de la Revolución alemana en uno de sus primeros números (el no 2) y dos artículos con ocasión de su 70o aniversario (Revista Internacional nos 55 y 56), un acontecimiento cuidadosamente ocultado por la historiografía burguesa. Pero la revolución alemana es analizada de forma mucho más profunda en nuestra serie publicada en Revista Internacional nos 81 a 83, 85, 88, 90, 93, 95, 97 a 99 ([6]). En esta serie podemos ver una maduración definitiva de la CCI en su postura ante este sujeto, una posición más critica sobre las lagunas organizacionales y políticas del movimiento comunista alemán y una comprensión más profunda de la construcción del partido revolucionario. Otros artículos han tratado la oleada revolucionaria mundial de 1917-23 en un sentido más amplio: sobre Zimmerwald (no 44) ([7]), sobre la formación de la Internacional Comunista en el no 57, sobre la extensión y significado de la oleada revolucionaria en el no 80 ([8]), sobre la capacidad del proletariado para acabar con la guerra en el no 96 ([9]).
Otros eventos clave de la historia del movimiento obrero han sido abordados en artículos específicos: la revolución en Italia (no 2) ([10]), España 1936 y el papel de las “colectividades anarquistas” (nos 15, 22 y 47) ([11]), las luchas en Italia 1943 (no 75) ([12]) y de forma más general artículos denunciando los crímenes de las “democracias” en la IIª Guerra Mundial (nos 66, 79 y 83) ([13]), las series sobre las luchas obreras en los países del Este abordando los movimientos masivos de 1953, 1956 y 1970 (nos 27 a 29) ([14]), una serie sobre China en la cual se denuncia el mito del maoísmo (nos 81, 84, 94 y 96) ([15]), reflexiones sobre los acontecimientos en Francia durante Mayo 1968 (nos 14, 53, 74 y 93) ([16]).
Íntimamente ligado a estos estudios hemos hecho un constante esfuerzo para recuperar la casi olvidada historia de la Izquierda Comunista perdida en estos gigantescos episodios. Una profundización en nuestra comprensión que sin esta historia no podría haber existido. Este esfuerzo ha tomado la forma tanto de publicación de los raros textos que, en muchos casos, eran traducidos por primera vez, como del desarrollo de nuestras propias investigaciones sobre las posiciones y evolución de estas corrientes. Podemos mencionar los siguientes estudios aunque, una vez más, la lista no es exhaustiva: la Izquierda Comunista de Rusia cuya historia está evidentemente relacionada con la degeneración de la revolución rusa (Revista Internacional nos 8 y 9) ([17]); sobre la Izquierda Alemana (la serie sobre “la Revolución Alemana” ya mencionada; la republicación de textos del KAPD: sobre el partido en el no 41 y su programa en el no 94); sobre la Izquierda holandesa en una larga serie (nos 40 a 50 y 52) que ha servido de base al libro sobre esta corriente aparecido en francés, italiano y próximamente en inglés; sobre la izquierda italiana a través de la republicación de los textos sobre la guerra de España (nos 4, 6 y 7) que han dado origen al folleto en castellano 1936: Franco y la República masacran al proletariado, que va a ser reeditado por tercera vez próximamente; sobre el fascismo (no 71) ([18]) y sobre el Frente Popular (no 47). También sobre la Izquierda Comunista de Francia, de la cual hemos publicado sus artículos y manifiestos contra la IIª Guerra Mundial (nos 77 y 88), sus textos sobre el capitalismo decadente y el capitalismo de Estado (nos 21 y 61) ([19]), su crítica del libro de Pannehoek Lenin filósofo (nos 27, 28 y 30), sus numerosas polémicas con el Partito Comunista Internazionalista (nos 33, 34 y 36). Por último, también de la Izquierda Comunista Mejicana sobre España, China y el tema de las nacionalizaciones en Revista Internacional nos 19 y 20 ([20]) o de la Izquierda Comunista Griega (comentario sobre el libro de Stinas en el no 72).
Inseparable con este trabajo de reconstrucción histórica ha sido la energía que hemos investido en textos que elaboran nuestra postura sobre las posiciones fundamentales de la clase que se derivan a la vez de sus experiencias de combate y de la reflexión teórica y la interpretación de esas experiencias realizada por las organizaciones comunistas. En ese sentido podríamos citar:
Quizá sea este el lugar más adecuado para referirse a la serie sobre el comunismo que ha sido publicada regularmente en la Revista Internacional desde 1992. Originalmente el proyecto fue concebido como una sucesión de 4 o 5 artículos que clarificaban el significado real del comunismo en respuesta a la campaña de la burguesía basada en la ecuación comunismo = estalinismo. Pero al intentar aplicar el método histórico de la forma más rigurosa posible, la serie creció hasta convertirse en un re-examen más profundo de la biografía evolutiva del programa comunista, su enriquecimiento progresivo a través de las experiencias clave de la clase en su conjunto y de las contribuciones y debates de las minorías revolucionarias. Aunque la mayoría de artículos de la serie abordan necesariamente cuestiones políticas, porque el primer paso hacia la creación del comunismo es el establecimiento de la dictadura del proletariado, una premisa de la serie es que el comunismo va más allá del reino de la política hasta abordar la verdadera naturaleza social de la humanidad. De esta forma, la serie plantea el problema de la antropología marxista. La interrelación entre las dimensiones “política” y “antropológica” de la serie ha sido, de hecho, uno de sus ejes centrales. El primer volumen de la misma empezó con los precursores del marxismo y con la grandiosa visión del joven Marx de los fines últimos del comunismo (desde Revista Internacional no 68) ([28]); termina en el umbral de la huelga de masas de 1905 en Rusia la cual señala que el capitalismo está evolucionando hacia una nueva época donde la Revolución Comunista deja de ser una perspectiva global del movimiento obrero para convertirse en un elemento urgente de la agenda de la historia (Revista Internacional no 88). El segundo volumen se ha centrado en los debates y los documentos programáticos emanados de la gran oleada revolucionaria de 1917-23; después habrá que atravesar los años de contrarrevolución y el debate que renace sobre el comunismo en el periodo posterior a 1968 y tratar de clarificar el marco de discusión sobre las condiciones de la revolución del mañana. Pero al final tendrá que volver a la cuestión del porvenir de la especie humana en el futuro reino de la libertad ([29]).
Otro componente importante del esfuerzo de la Revista Internacional para dar una mayor profundidad histórica a las posiciones de clase defendidas por los revolucionarios es la constante preocupación por clarificar la cuestión de la organización. Esta ha sido ciertamente una de las cuestiones más difíciles para la generación de revolucionarios que emergió al final de los años 60, sobre todo por el trauma que significó la contrarrevolución estalinista y el poderoso influjo de las actitudes individualistas, anarquistas y consejistas en esa generación. Más adelante mencionaremos algunas de las numerosas polémicas que la CCI ha realizado con otros grupos del medio político proletario sobre esta cuestión, pero queremos significar que algunos de los textos más importantes de la Revista Internacional AL en materia de organización son el producto directo de los debates dentro de la propia CCI, del, a menudo, penoso combate que la CCI ha debido acometer en sus propias filas para reapropiarse plenamente la concepción marxista de la organización revolucionaria. Desde el comienzo de los años 80, la CCI ha sufrido 3 importantes crisis internas, cada una de las cuales ha tenido como resultado escisiones o salidas de militantes, pero de las cuales ha salido reforzada política y organizacionalmente. Para defender esta conclusión podemos aportar la calidad de los artículos que han surgido de estas luchas y que han sintetizado una mejor comprensión por parte de la CCI de la cuestión organizacional. Así, en respuesta la escisión provocada por la tendencia Chénier a principio de los años 80 publicamos 2 textos principales: el papel de la organización de los revolucionarios dentro de la clase (no 29) ([30]) y su modo de funcionamiento interno (no 33) ([31]). Este último, en particular, permanece como un texto clave, dado que la tendencia Chénier amenazaba con echar a la basura las concepciones básicas contenidas en nuestros estatutos, nuestras reglas internas de funcionamiento. El texto de la Revista Internacional nº 33 fue una clara restauración y elaboración de aquellas concepciones (aquí queremos destacar un texto muy anterior sobre los Estatutos en la Revista Internacional no 5). A mediados de los años 80, la CCI dio un paso suplementario ajustando las cuentas con las tendencias antiorganizacionales y las influencias consejistas que persistían en sus rangos, a través del debate con la tendencia que tomó la forma de “Fracción Externa de la CCI” en su comienzo y que actualmente es “Perspectiva Internacionalista”, un típico componente del medio parásito. Los textos principales publicados por la Revista Internacional acerca de este debate ilustran estas cuestiones clave: la estimación del peligro planteado por las ideas consejistas en el campo revolucionario actual (nos 40 y 43); la cuestión del oportunismo y el centrismo en el movimiento obrero (nos 43 y 44). Mediante este debate –y particularmente abordando las consecuencias que tiene en nuestra intervención en la lucha de clases–, la CCI adoptó definitivamente la noción de la organización revolucionaria como una organización de combate, una dirección política y militante dentro de la clase. El tercer debate, a mediados de los 90, retomó la cuestión del funcionamiento a un nivel más alto y reflejó la determinación de la CCI para enfrentar los vestigios del espíritu de círculo que habían presidido su nacimiento –para afirmar un espíritu abierto, centralizado, basado en los estatutos. Un método de funcionamiento riguroso contra las prácticas anarquistas basadas en redes de amistad e intrigas clánicas. Aquí, una vez más, un cierto número de textos de auténtica calidad expresan nuestros esfuerzos por restablecer y profundizar la posición marxista sobre el funcionamiento interno: en particular, la series de textos que abordan la lucha entre marxismo y bakuninismo en la Primera Internacional (nos 84, 85, 87 y 88) así como los dos artículos “¿Somos leninistas?”, en los nos 96 y 97 ([32]).
La segunda tarea clave expuesta al principio de este artículo –la constante evaluación de una situación mundial cambiante – ha sido igualmente un elemento central en la Revista Internacional.
Casi sin excepción, cada número de la Revista Internacional empieza con una editorial consagrada a los acontecimientos más importantes de la situación internacional. Estos artículos representan la orientación general de la CCI ante tales eventos guiando y centralizando la toma de posición de nuestros órganos territoriales. Siguiendo el hilo de estas editoriales es posible darse una idea sucinta de la respuesta de la CCI ante los hechos más importantes de los años 70, 80 y 90: la segunda y tercera oleada internacional de luchas; la ofensiva del imperialismo USA en los 80, las guerras de Oriente Medio, el Golfo, Africa, los Balcanes; el colapso del bloque oriental en los albores de la descomposición capitalista; las dificultades de la lucha de clases ante la nueva época. Un rasgo común de trabajo ha sido la rúbrica regular ¿por donde va la crisis?, que, de nuevo, nos ha permitido poner en evidencia las tendencias generales y los momentos más importantes en el largo descenso del capitalismo en el lodazal de sus propias contradicciones. Junto a éste seguimiento trimestral hemos publicado también textos que desarrollan una visión a más largo plazo desde su estallido a finales de los 60, especialmente nuestra reciente serie 30 años de crisis abierta (Revista Internacional nos 96 a 98) ([33]). Análisis a más largo plazo de todos los aspectos de la situación internacional están contenidos igualmente en los informes y resoluciones de nuestros congresos que tienen lugar cada 2 años y que publicamos, siempre que es posible, en la Revista Internacional (ver nos 8,11, 18, 26, 35, 44, 51, 59, 67, 74, 82, 90, 92, 97 y 98).
En realidad, no es posible hacer una separación rígida entre los textos que analizan la situación corriente y los artículos teóricos o históricos. El esfuerzo de análisis estimula inevitablemente la reflexión y el debate el cual a su vez da lugar a Textos de Orientación más elaborados que definen la dinámica del conjunto del periodo y clarifican ciertos conceptos fundamentales. Estos textos suelen ser el producto de congresos internacionales o de reuniones de los órganos centrales de la CCI.
Por ejemplo, el tercer congreso de la CCI, en 1979, adoptó sendos textos de orientación sobre el curso histórico y sobre el paso de los partidos de izquierda del capital en la oposición, lo que proporcionó el marco básico para comprender, por una parte, la relación de fuerzas en el período abierto por la reanudación de la lucha de clase en 1968, y, por otra parte, la primera respuesta de la burguesía a la lucha de clase en los años setenta y 1980 (no 18). Una aclaración posterior sobre cómo la clase dominante manipuló el proceso electoral para responder a sus propias necesidades fue proporcionado por el artículo sobre el maquiavelismo de la burguesía en la Revista no 31 y en la correspondencia internacional sobre la misma cuestión en el no 39 ([34]). Del mismo modo, la reciente vuelta de la burguesía a una estrategia que consistía en colocar los partidos de izquierda al Gobierno también se analizó en un texto del XIIIo congreso de la CCI y se publicó en el no 98 ([35]).
El IVo congreso, celebrado en 1981, tras la huelga de masa en Polonia, adoptó un texto sobre las condiciones para la generalización de la lucha de clase, poniendo de relieve en particular que la extensión de las huelgas de masa hacia los centros del capitalismo mundial tendrá lugar en respuesta a la crisis económica capitalista y no a la Guerra Mundial capitalista; otra contribución intentó dar una vista histórica global al desarrollo de la lucha de clase desde 1968 (no 26). Los debates sobre Polonia, y obviamente sobre la segunda ola internacional de luchas cuyos acontecimientos en Polonia eran el punto culminante, dieron nacimiento a otros muchos textos importantes sobre las características de la huelga de masa (no 27) ([36]), sobre la crítica de la teoría del eslabón más débil (no 31) ([37]), sobre el significado de las luchas de las empresas siderúrgicas en Francia en 1979 y la intervención de la CCI en su seno (nos 17, 20) ([38]), sobre los grupos de trabajadores (no 21) ([39]), las luchas de los parados (no 14) etc. Un texto especialmente importante se refiere a la lucha del proletariado en el capitalismo decadente (no 23) ([40]) encaminado a demostrar porqué los métodos de lucha que eran los apropiados en el período ascendente (huelgas sindicales por sector, solidaridad financiera, etc.) debían estar superados, en el tiempo de decadencia, por los métodos de la huelga de masa. El esfuerzo permanente de seguir y proporcionar una perspectiva al movimiento de clase internacional se continuó en numerosos artículos durante la tercera ola de luchas de clase entre 1983 y 1988.
En 1989, otro acontecimiento histórico principal ocurrió en la situación internacional: el hundimiento del bloque imperialista del Este y la apertura definitiva de la fase de descomposición del capitalismo donde se manifiestan todas las características de un sistema decadente y se caracteriza en particular por la guerra creciente de todos contra todos a nivel imperialista. Aunque la CCI no haya previsto antes este hundimiento “pacífico” del bloque ruso, muy rápidamente vio en qué sentido el viento soplaba y ya se armaba de un marco teórico para explicar porqué el estalinismo no podía reformarse (véase los artículos sobre la crisis económica en el bloque ruso, nos 22, 23, 43, y en particular las tesis sobre “la dimensión internacional de la lucha de clase en Polonia” en el no 24). Este marco constituyó la base del texto de orientación “Sobre la crisis económica y política en los países del Este” en la Revista no 60 ([41]), que preveía el final definitivo del bloque mucho antes de que este se realizara por la caída del muro de Berlín y el hundimiento de la URSS. Las tesis tituladas “La descomposición, fase final de la decadencia del capitalismo” en el no 62 ([42]) y el artículo “Militarismo y descomposición” en el no 64 constituyen también guías importantes para comprender las características del nuevo período. Este último texto reanudó y empujó más lejos lo que se reflejaba en los artículos “Guerra, militarismo y bloques imperialistas” que se habían publicado en los nos 52 y 53 ([43]), antes del hundimiento del bloque ruso, y que desarrollaban el concepto de irracionalidad de la guerra en la decadencia capitalista. A través de estas contribuciones, resultó posible hacer progresar el marco para la comprensión de los afilados antagonismos imperialistas en un mundo sin la disciplina de los bloques. La exacerbación muy palpable de los conflictos ínter imperialistas, de la lucha caótica del cada uno para sí durante esta década, ha confirmado plenamente el marco desarrollado en estos textos.
En una reciente reunión pública organizada por el Communist Workers Organización en Londres, con respecto a la llamada de la CCI a una toma de posición adoptada en común de los grupos revolucionarios ante la guerra en los Balcanes, un camarada del CWO planteó la cuestión: “Dónde está la CCI?”. Dejó entender que “la CCI hizo más cambios de dirección que la Internacional comunista estalinista” y que su planteamiento “amistoso” hacia el medio no fuera más que el último de sus numerosos cambios de dirección. El grupo bordiguista PCI que publica al Proletario describió la llamada de la CCI en términos similares, denunciándolo como una “maniobra” (véase Revolución internacional no 294).
Tales acusaciones hacen seriamente dudar que estos camaradas hayan seguido la prensa de la CCI durante estos 25 últimos años. Un breve sobrevuelo de los 100 números de la Revista internacional sería suficiente para refutar la idea que la llamada a la unidad entre revolucionarios es un “nuevo cambio de dirección” de la CCI. Como ya lo dijimos, para nosotros el verdadero espíritu de la Izquierda comunista y, en particular, de la Fracción italiana, se basa en un debate político serio y de confrontación entre todas las distintas fuerzas en el campo comunista, y, por supuesto, entre los comunistas y los que luchan para incorporarse al terreno político proletario. Desde sus principios, y en oposición al sectarismo de sobra extendido que prevalecía en el medio como resultado directo de las presiones de la contrarrevolución, la CCI hizo hincapié en:
En la defensa de estos principios, hubo momentos donde lo más necesario era abordar las diferencias y otros en que la unidad de acción fue de primera importancia, pero eso nunca ha cuestionado ningún principio fundamental. Reconocemos también que el peso del sectarismo afecta a todo el medio y nosotros no nos proclamamos completamente inmunizados contra éste, aunque estamos mejor situados para combatirlo por el simple hecho de que reconocemos su existencia, al contrario de la mayoría de los otros grupos. En cualquier caso, nuestros propios argumentos a veces fueron debilitados por exageraciones sectarias: por ejemplo en un artículo publicado en WR y RI que lleva el título “El CWO gangrenado por el parasitismo político”, que podía sugerir que el CWO de verdad había pasado al campo de los parásitos y en consecuencia fuera del medio proletario, aunque el artículo en realidad estaba justificado básicamente por la necesidad de poner en guardia un grupo comunista contra los peligros del parasitismo. De manera similar, el título del artículo que publicamos sobre la formación del BIPR en 1985, La constitución del BIPR, un bluf oportunista (nos 40 y 41), podía implicar que esta organización había sucumbido enteramente al virus del oportunismo, mientras que en realidad siempre hemos considerado sus componentes como parte integral del campo comunista, aunque hayamos constantemente criticado mucho lo que consideramos ser francamente errores oportunistas. A partir de los primeros números de la Revista internacional, es fácil ver lo que ha sido nuestra verdadera actitud: el primer número contenía artículos de debate sobre el período de transición, reflejando el debate a la vez entre los grupos que formaron la CCI y otros que permanecieron fuera; la misma Revista indica también que algunos de estos grupos habían sido invitados o habían asistido a la conferencia de fundación de la CCI ([44]); más aún, la práctica de publicar en la Revista las contribuciones de otros grupos y elementos se continuó desde entonces (véase los textos del CWO, del grupo mexicano GPI; del grupo argentino Emancipación Obrera ([45]); de elementos de Hong Kong, de Rusia ([46]), etc.);
Así la política de la CCI desde 1996 de llamar a una respuesta común a acontecimientos como las campañas de la burguesía contra la Izquierda comunista, o contra la guerra en los Balcanes, no representa de ningún modo un nuevo cambio de dirección o cualquier maniobra hipócrita sino está en plena coherencia con todo nuestro planteamiento hacia el medio proletario desde e incluso antes de que se hayan formado la CCI.
Las numerosas polémicas que publicamos en la Revista internacional forman también parte de esta orientación. No podemos alistarlos todas, pero podemos decir que a través de la Revista llevamos un debate constante sobre prácticamente cada aspecto del programa revolucionario con todas las corrientes del medio proletario y bastantes con algunos a la frontera de este medio.
Los debates con el BIPR (Battaglia comunista y el CWO) fueron ciertamente los más numerosos, indicación de la seriedad con la cual siempre hemos tratado esta corriente. Algunos ejemplos:
Todo eso sin hablar de los numerosos artículos que tratan de la posición del BIPR sobre acontecimientos más inmediatos o sobre nuestra intervención en éstos (por ejemplo sobre nuestra intervención en la lucha de clase en Francia en 1979 o en 1995, sobre las huelgas en Polonia o el hundimiento del bloque del Este, las causas de la guerra del Golfo, etc.).
Con los bordiguistas, sobre todo discutimos de la cuestión del partido (nos 14, 23) ([54]), y también de la cuestión nacional (no 32), la decadencia (nos 77 et 78) ([55]), el misticismo (no 94) ([56]), etc.
Podríamos también citar las polémicas con los últimos descendientes del consejismo, los grupos holandeses Spartakusbond y Daad en Gedachte en el no 2 ([57]), el grupo danés Comunismo de consejo en el no 25 y con la corriente animada por Munis (nos 25, 29, 52). En paralelo a estos debates en el medio político proletario, escribimos muchas críticas de los grupos del pantano (la autonomía en el no 16 ([58]), el modernismo y el situacionismo en el no 80) ([59]),y llevamos el combate contra el parasitismo político que constituye, a nuestro modo de ver, un serio peligro para el campo proletario, causado por elementos que se reclaman formar parte de el, pero que desempeñan un papel completamente destructivo contra él (véase por ejemplo las “Tesis sobre el parasitismo” en el no 94 ([60]), los artículos sobre el FECCI en los nos 45, 60, 70, 92 ([61]), etc., sobre el CBG en el nº 83 ([62]), etc.).
Incluso cuando polemizamos muy duramente con otros grupos proletarios, siempre hemos intentado discutir de manera seria, basándonos no en especulaciones o deformaciones sino sobre las posiciones reales de los otros grupos. En la actualidad, dada la enorme responsabilidad que pesa sobre un campo revolucionario aún estrecho, intentamos hacer un mayor esfuerzo aún para discutir de manera adecuada y básicamente fraternal. Nuestros lectores pueden recorrer nuestros artículos polémicos en la Revista internacional y hacerse su propio juicio sobre el hecho de saber si lo hemos logrado. Desgraciadamente sin embargo, no podemos indicar más que muy pocas respuestas serias a la mayoría de estas polémicas, o a los muchos textos de orientación que propusimos explícitamente como contribuciones para el debate en el medio proletario. La mayoría del tiempo nuestros artículos o se ignoran o se desprecian como la última “locura” de la CCI, con ninguna tentativa real de combatir los argumentos que nosotros alegamos. En el espíritu de nuestras llamadas anteriores al medio político proletario, no podemos sino pedir que comencemos a superar los obstáculos sectarios que impiden un verdadero debate entre revolucionarios, una debilidad que no puede, en último resorte, sino beneficiar a la burguesía.
Nos parece que podemos estar orgullosos de la Revista internacional y estamos convencidos de que es una publicación que pasará la prueba del tiempo. Aunque las situaciones hayan cambiado profundamente desde que la Revista comenzó, aunque los análisis de la CCI hayan madurado, no pensamos que los 100 números que hemos publicado, o los numerosos números que publicaremos en el futuro, se volverán obsoletos. No es por casualidad, por ejemplo, sí muchos de nuestros nuevos contactos, una vez que se interesan seriamente por nuestras posiciones, comienzan por constituirse una colección de los antiguos números de la Revista Internacional. Pero somos también demasiado conscientes de que nuestra prensa, y la Revista internacional en particular, sólo es leída por una pequeña minoría. Sabemos que hay razones objetivas históricas que explican la debilidad numérica de las fuerzas comunistas hoy, su aislamiento del conjunto de la clase, pero la conciencia de estas razones, si exige realismo por nuestra parte, no es una excusa para la pasividad. Las ventas de la prensa revolucionaria, y en consecuencia de la Revista internacional, pueden ciertamente aumentar, aunque sólo de manera modesta, por una fuerza de voluntad revolucionaria por parte de la CCI, y de sus lectores y sus simpatizantes. Esta es la razón por la que queremos concluir este artículo con una llamada a nuestros lectores para que participen activamente en el esfuerzo de aumentar la difusión y la venta de la Revista internacional, encargando antiguos números y colecciones completas, encargando copias suplementarias para difundirlos, ayudándonos a encontrar librerías y agencias de distribución donde podemos depositar la Revista internacional. El acuerdo teórico con la idea de la importancia de la prensa revolucionaria implica también un compromiso práctico en su venta, puesto que no somos como algunos de estos anarquistas que desprecian ensuciarse las manos en la venta y la contabilidad, sino los comunistas que pretenden llegar a nuestra clase lo más ampliamente posible. Sabemos que eso no puede hacerse más que de una manera organizada y colectiva.
Al principio de este artículo, destacábamos la capacidad de nuestra organización para proseguir sin fallo durante un cuarto de siglo la publicación de un número trimestral, mientras que tantos otros grupos publicaron de manera irregular, intermitente, cuando no han desaparecido sencillamente. Se podría obviamente destacar que después de 25 años de existencia de la CCI, no aumentó la frecuencia de su publicación teórica. Es obviamente la señal de una determinada debilidad. Pero a nuestro sentido esta debilidad no es la de nuestras posiciones políticas o nuestros análisis teóricos. Es una debilidad que pertenece al conjunto de la Izquierda comunista en el seno de la cual la CCI representa a pesar de todo, aunque sus fuerzas sean reducidas, la organización política con mucho la más importante y más amplia. Es una debilidad del conjunto de la clase obrera que, aunque haya sido capaz de salir de la contrarrevolución al final de los años sesenta, encontró en su camino obstáculos considerables, el hundimiento de los regímenes estalinistas y desarrollo de la descomposición general de la sociedad burguesa no son los menores. En particular, una de las características de la descomposición, que pusimos de relieve en nuestros artículos, consiste en el desarrollo en toda la sociedad, y también en la clase obrera, de toda clase de visiones superficiales irracionales y místicas, en detrimento de un enfoque profundo, coherente y materialista, cuya teoría marxista constituye precisamente la mejor expresión. En la actualidad, los libros de esoterismo tienen incomparablemente más éxitos que los libros marxistas. Aunque teníamos las fuerzas de publicar más frecuentemente en tres lenguas la Revista internacional, su difusión actual justificaría que hagamos un tal esfuerzo. Es por eso también que comprometemos nuestros lectores a sostenernos en este esfuerzo de difusión. Al participar en este esfuerzo, participan en el combate contra todos los miasmas de la ideología burguesa y la descomposición que el proletariado deberá superar con el fin de abrirse el camino de la revolución comunista.
Amos, diciembre de 1999
[2] "Las enseñanzas de Kronstadt [9]".
[3] "Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria (I) [10]" y https://es.internationalism.org/node/2362 [11]
[4] "El desarrollo del movimiento, de febrero a octubre del 17 [12]", "La conquista de los soviets por el proletariado [13]" y "El aislamiento es la muerte de la revolución [14]".
[5] https://es.internationalism.org/node/2787 [15], "II - 1917: Las «Jornadas de julio»: el papel indispensable del partido [16]" y "III - 1917: La insurrección de Octubre, una victoria de las masas obreras [17]".
[6] "I - Los revolucionarios en Alemania durante la Ia Guerra mundial y la cuestión de la organización [18]" (artículo inicial).
[11] Ver nuestro libro "España 1936, Franco y la República masacran al proletariado [23]".
[13] "Las conmemoraciones de 1944 (II) - 50 años de mentiras imperialistas [25]" y "50 años después - Hiroshima y Nagasaki o las mentiras de la burguesía [26]".
[15] El artículo inicial en "China 1928-1949 (I) - Eslabón de la guerra imperialista [28]".
[16] "Mayo 68, 20 años después: La maduración de las condiciones para la revolución proletaria [29]", "Veinticinco años después de mayo 1968 - ¿Qué queda de Mayo del 68? [30]" y "Mayo del 68 - El proletariado vuelve al primer plano de la historia [31]".
[21] Ver "Problemas del periodo de transición [36]" y "Estado y dictadura del proletariado [37]".
[22] https://es.internationalism.org/node/3398 [38] y https://es.internationalism.org/node/3303 [39]
[23] "Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” II —En el siglo XX, la “liberación nacional”, eslabón fuerte de la cadena imperialista [40]".
[24] https://es.internationalism.org/node/2363 [41], "Teorías económicas y lucha por el socialismo [42]", https://es.internationalism.org/node/2136 [43]
[25] "Comprender la decadencia del capitalismo (VI) - El modo de vida del capitalismo en decadencia [44]".
[27] "Terror, terrorismo y violencia de clase [46]" y https://es.internationalism.org/node/2134 [47].
[29] Para leer la serie sobre el Comunismo en su conjunto en nuestra Web pulsar en Textos por Temas en nuestra sección Temas de Reflexión y Discusión (https://es.internationalism.org/go_deeper [49] ), la rúbrica ¿Qué es el comunismo?
[32]El conjunto de artículos mencionados se puede seguir en https://es.internationalism.org/series/516 [52]
[33] Estos 3 artículos se pueden seguir en https://es.internationalism.org/series/520 [53]
[34] “El método para comprender la lucha de clases”, https://es.internationalism.org/node/2325 [54]
[35] "¿Por qué actualmente los partidos de izquierda están en el gobierno en la mayoría de los países europeos? [55]".
[36] “Una año de lucha de clases en Polonia”, https://es.internationalism.org/node/2318 [56]
[37] "El proletariado de Europa Occidental en una posición central de la generalización de la lucha de clases [57]".
[38] “Francia, Longwy y Denain nos marcan el camino”, https://es.internationalism.org/node/2129 [58] y “La intervención de los revolucionarios: respuesta nuestros censores”, https://es.internationalism.org/node/2142 [59]
[39] "La organización del proletariado fuera de los periodos de luchas abiertas (grupos obreros, núcleos, círculos, comités) [60]".
[41] “Tesis sobre la crisis económica y política de los países del Este”, https://es.internationalism.org/node/3451 [62]
[42] "TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo [63]".
[46] "Contribución desde Rusia - La clase no identificada : la burocracia soviética según León Trotski [67]".
[47] "Segunda Conferencia de los grupos de la Izquierda Comunista [68]" ; “Resoluciones presentadas por la CCI a la 2ª Conferencia Internacional”, https://es.internationalism.org/node/2289 [69] ; “El sectarismo, una herencia de la contrarrevolución que hay que superar”, https://es.internationalism.org/node/2829 [70]
[48] “Llamamiento a los grupos políticos proletarios”, https://es.internationalism.org/node/2771 [71]
[49] https://es.internationalism.org/node/2121 [72] y "La relación entre fracción y partido en la tradición marxista III - De Marx a Lenin, 1848-1917 [73]".
[50] Polémica sobre los orígenes de la CCI y del BIPR: "Polémica: hacia los orígenes de la CCI y del BIPR, I - La Fracción italiana y la Izquierda comunista de Francia [74]" y "Polémica: hacia los orígenes de la CCI y del BIPR, II - La formación del Partito comunista internazionalista [75]".
[51] "Acerca del imperialismo [76]".
[52] "La concepción del BIPR sobre la decadencia del capitalismo [77]", "Respuesta al BIPR (I) - La naturaleza de la guerra imperialista [78]" y "Respuesta al BIPR (II) - Las teorías sobre la crisis histórica del capitalismo [79]".
[53] "Polémica con el BIPR - El método marxista y el Llamamiento de la CCI sobre la guerra en la antigua Yugoslavia [80]".
[54] “El partido desfigurado, la concepción bordiguista”, https://es.internationalism.org/node/2132 [81]
[55] "Negar la noción de decadencia equivale a desmovilizar al proletariado frente a la guerra [82]".
[56] "Marxismo y misticismo [83]".
[57] “Los epígonos del consejismo [84]”.
El BIPR ha publicado unas Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia capitalista en las que expone su posición sobre la existencia en el capitalismo de una división entre países centrales y países periféricos y las consecuencias que ello tiene para la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Tales tesis tratan de dar una respuesta a diferentes preguntas sobre la cuestión nacional y el proletariado, tales como:
– ¿Qué vínculo existe entre el proletariado de los países de la periferia y el de los países centrales?
–¿De dónde irradiará probablemente un movimiento internacional de la clase obrera, del centro del capitalismo o de su «eslabón más débil»?
–¿Podrían los movimientos de los «desheredados» de la periferia convertirse en el motor de la revolución mundial?
–¿Existe una burguesía progresista en los países «dominados» a la que debería apoyar el proletariado?
–¿Cuál debe ser la actitud del proletariado ante los «movimientos de liberación nacional»?
Nos parece importante abordar críticamente las tesis del BIPR con la intención que debe animar a los revolucionarios, de aportar lo más claramente posible las respuestas a este tipo de cuestiones planteadas por el movimiento de la clase obrera.
De las Tesis[1] del BIPR destaca, en primer lugar, su marco de principios políticos, revolucionario e internacionalista. Mencionamos esto no para adular al BIPR, sino con el fin de que la clase obrera identifique los principios comunes, los principios que unen a los grupos de la Izquierda Comunista, lo que llamamos el medio político proletario. Esto se hace más necesario por cuanto algunos de estos grupos —incluido el BIPR— se olvidan a vece, si no es que niegan, de que existen otros que comparten esos mismos principios, tal como sucedió durante los bombardeos sobre Kosovo, cuando la CCI hizo un llamado a una acción común, en base a éstos, para que en tal momento crítico pudiera expresarse de la manera más alta, clara y unida posible la voz de todos los internacionalistas, llamado que finalmente fue rechazado invocando «las diferencias» que nos separan. Por lo demás, estos principios políticos con los cuales acordamos son el punto de partida para debatir nuestras diferencias, las cuales ciertamente no dejan de ser amplias.
Así, desde el preámbulo de las Tesis, el BIPR expresa unas posiciones con las cuales no podemos sino estar de acuerdo. Sobre el carácter del proletariado y la revolución, se reafirma el principio enunciado desde los orígenes del movimiento obrero, sobre el carácter internacional, mundial, del proletariado, de donde se desprende que la clase podrá afirmar su propio programa de emancipación solamente a escala internacional. Se afirma de entrada que la frase de base del estalinismo sobre el «socialismo en un solo país» fue únicamente la tapadera ideológica del capitalismo de Estado que surgió a partir de la derrota de la oleada revolucionaria de principios de siglo y de la degeneración del Estado soviético; en cambio las tesis de que «el comunismo es internacional o no es», reafirmado por la Izquierda Comunista que se desprendió de la degeneración de la Tercera Internacional, pertenece al patrimonio del movimiento comunista.
De aquí se desprende el fundamento del programa comunista: «La unicidad internacional del programa histórico del proletariado (una sola clase, un sólo programa). El partido comunista tiene un solo programa: la dictadura del proletariado para la abolición del modo de producción capitalista y la construcción del socialismo» (Tesis del BIPR, preámbulo). Pero la unicidad del programa no significa solamente el objetivo único, sino también, a partir de la experiencia histórica de la oleada revolucionaria de principios de siglo, la eliminación de la distinción entre «programa mínimo» y «programa máximo», aspecto que también reafirma el preámbulo de las tesis. Finalmente, se desprende un primer aspecto general relacionado con los países periféricos: no pueden existir actualmente diferentes programas para el proletariado de diferentes países (trátese de «centrales» o «periféricos»); el programa comunista es actualmente el mismo para el proletariado de todos los países y mucho menos se puede sustituir con programas todavía burgueses.
Existen, evidentemente, algunos conceptos que no comparte la CCI sobre el análisis general del capitalismo afirmado por las Tesis; sin embargo, estos no invalidan el espíritu claramente internacionalista del preámbulo[2]. Todos estos principios generales que hemos mencionado los suscribimos también nosotros.
Las tesis 1 a la 3 están dedicadas a la caracterización de las relaciones actuales entre los países. El BIPR rechaza las mistificaciones sobre la división de los países entre «desarrollados» y «en desarrollo» como un mero tranquilizante ideológico, o la de «dominados» y «dominantes», haciendo notar simplemente que un país dominado por otro puede a la vez ser dominante en relación a otros. Entonces, por un proceso de eliminación, las Tesis adoptan la definición de «países de la periferia y centrales».
«El concepto de centro y periferia implica y expresa la concepción marxista del periodo histórico actual según la cual el imperialismo domina incluso en las esquinas más remotas del globo, habiendo superpuesto desde hace tiempo a formaciones económico-sociales diversas, consideradas genéricamente como precapitalistas, las leyes de su mercado internacional y los mecanismos económicos que lo caracterizan» (tesis 2).
El sentido de esta definición es el rechazo a una distinción entre los países que pudiera conducir a un programa diferente (comunista o democrático-burgués) o a una alianza del proletariado con la burguesía de los «países dominados» (aspectos que se abordan más adelante). Apoyamos firmemente esta preocupación del BIPR por tomar distancias con cualquier justificación de una lucha «nacional» o una alianza con una fracción burguesa con el pretexto de las «condiciones económicas diferentes» entre los países; de hecho, las Tesis combaten aquí la ambigüedad al respecto, que se nota entre grupos con influencia bordiguista.
Sin embargo, no podemos compartir la definición del BIPR, aún estando de acuerdo en utilizar la noción de centro y de periferia, porque el BIPR ve no en ello una limitación histórica del capitalismo, sino una racionalidad económica y política: «La permanencia de relaciones precapitalistas y de formaciones sociales y políticas “preburguesas” era necesaria de una parte y funcional a la dominación imperialista de la otra [...] necesaria en el sentido de que la superposición del capitalismo no está determinada por una testaruda voluntad de dominación político-social cuanto por las necesidades de tipo económico del capital [...] funcional porque, al hacer contrastar las condiciones entre proletariado industrial y las otras masas desheredadas, él se asegura, por un lado, la división de clases y, por el otro, la descarga de las tensiones sociales y políticas en el terreno del progresismo burgués [...] En conclusión, la contradicción entre el dominio capitalista y la permanencia de relaciones económicas y formaciones sociales precapitalistas no existe es, por el contrario, condición de aquel mismo dominio» (tesis 3).
En esta tesis permea la idea de una situación de «equilibrio» o «estabilidad» entre periferia y centro, como si la relación no tuviera un desarrollo, una historia, como si el Capital controlara o regulara de algún modo su proceso de expansión por todo el mundo. Así, las desigualdades de los diferentes países que caen bajo la órbita del Capital no serían resultado de las contradicciones del capitalismo, sino que estarían determinadas por sus «necesidades».
Para nosotros, en cambio, la incapacidad del capitalismo para igualar las condiciones de todos los países del mundo expresa precisamente la contradicción entre su tendencia a un desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, a una expansión creciente de la producción y del marcado capitalistas, y el límite que encuentra la realización de las ganancias, el mercado. El aspecto fundamental de esta incapacidad no es la permanencia de «relaciones precapitalistas» en el ámbito del mercado mundial, como plantean las Tesis, sino la destrucción de estas relaciones (la destrucción de la pequeña producción) por todas partes y de manera cada vez más acelerada, las que son sustituidas por la gran producción capitalista, pero hasta cierto punto, a partir del cual se empieza a ver el límite histórico del capitalismo para extender la producción social; a partir de entonces la destrucción de las relaciones precapitalistas continúa, pero absorbiendo cada vez menos a la población expropiada a la gran producción, lo que se muestra tanto en la ruina de las masas campesinas y artesanas, en el crecimiento constante de masas de subempleados en las grandes ciudades, como en la existencia de países o regiones que quedan industrialmente «atrasadas».
Es decir, el proceso de destrucción de la pequeña propiedad llevó, en el siglo XX no a la absorción de toda la población trabajadora a la gran producción capitalista, como algunas corrientes en el movimiento obrero del siglo pasado se imaginaban que pasaría, sino por el contrario, a la formación de masas que son arrojadas hacia una órbita «periférica», como deshecho del propio capitalismo; esto es una de las marcas más nítidas de la decadencia del sistema y, al agudizarse el fenómeno, de su descomposición.
Las Tesis niegan implícitamente una contradicción del capitalismo que ya había destacado el Manifiesto comunista: el capitalismo requiere efectivamente conquistar constantemente nuevos mercados, fuentes de materias primas, de mano de obra, de allí su expansión, la creación del mercado mundial. Pero al hacerlo destruye las viejas relaciones, con lo que va limitando sus posibilidades de nuevas expansiones.
Las Tesis en cambio hablan del mantenimiento de relaciones precapitalistas, como condición de la acumulación capitalista, cuando es por el contrario la propia acumulación capitalista la que conduce a la destrucción de estas relaciones precapitalistas.
Aquí se evidencia la ausencia de claridad del BIPR en cuanto a la noción de decadencia del capitalismo. El BIPR queda estancado en una visión de principios de siglo cuando aún se podía hablar de regiones donde dominaban «relaciones precapitalistas»; pero hay que preguntarse: ¿a dónde ha conducido el mantenimiento del sistema capitalista a lo largo del siglo XX? El BIPR considera que permanecen en el mercado mundial las mismas relaciones que en el pasado siglo (donde el mercado capitalista mundial había ya subordinado las regiones atrasadas, pero la producción precapitalista todavía se mantenía). Dejando en entredicho que permanecerían las condiciones materiales tanto para las luchas de liberación nacional como para las burguesía «progresistas», la posición teórica del BIPR tiene como consecuencia debilitar el rechazo de las luchas de liberación nacional y de las alianzas con fracciones de la burguesía, aunque el BIPR se esfuerce sinceramente por argumentar en contra de ello.
Por otra parte, el aspecto «funcional» del mantenimiento de la relación centro-periferia no se desarrolla más en esta parte de las Tesis, sin embargo prepara la idea de que las masas no proletarias de la periferia podrían ser más «radicales» que el proletariado de los países centrales, debido a que las condiciones materiales de este último serían mejores.
La tesis 4 define la diferencia que existe en la composición social entre países centrales y periféricos. Se señala, de paso, que la burguesía y el proletariado son las clases fundamentales y antagónicas en los países periféricos, como en el resto del mundo capitalista. Pero lo que se subraya en esta tesis es que en la periferia «el mantenimiento de las viejas relaciones económicas y sociales y su subordinación al capital imperialistas» determinaría la subsistencia de «otras estratificaciones sociales y clases» así como una «diversidad de formas de dominio y opresión de la burguesía». Estas otras «estratificaciones sociales y de clase diferentes de las típicas del capitalismo, sobreviven pero en fase de declinación tendencial, en fase, por así decir, agónica. Lo que, en cambio, tiende a ampliarse es la medida y proletarización de estratos precedentemente ocupados en economías tradicionales de subsistencia o mercantiles locales».
Esta idea de la «declinación tendencial» de las otras estratificaciones es un contrasentido con lo que las tesis anteriores dicen sobre «el mantenimiento de las viejas relaciones». Es decir, por un lado, «las viejas relaciones» se mantendrían «de forma necesaria y funcional», pero por el otro las clases sociales que corresponden a ellas se hallarían en «fase agónica». La existencia hoy en día de masas crecientes subempleadas o desempleadas, que viven en la más completa miseria en los países de la periferia no corresponde ya a una «declinación tendencial de los viejos estratos sociales» ni a la «proletarización» de éstos; quedarse en este nivel de análisis es devolver el problema a los principios de siglo.
El aspecto fundamental es que la proletarización se cumple cada vez más solamente en su primer aspecto: en la ruina y expropiación de las viejas capas, pero sin lograr cumplir el segundo: la integración de esas masas expropiadas a la gran producción.
El capitalismo conoció este fenómeno en sus orígenes, cuando la naciente industria no podía absorber todavía a las masas campesinas que eran violentamente expulsadas de las tierras; actualmente, el fenómeno se vuelve a expresar, pero no ya como índice de la declinación de las antiguas formas de producción y del ascenso del capitalismo, sino ahora como índice de su límite histórico, de su decadencia y descomposición. Estas masas jamás serán absorbidas ya por la producción capitalista formal.
Junto a lo anterior, la cantidad de proletarios desempleados tiende a aumentar constantemente en relación a los empleados, debido tanto al crecimiento de la población joven que ya no es absorbida por la producción, como al despido masivo producto de las «recesiones». Esta tendencia, propia del capitalismo actual en general, es aún más grave en los países de la periferia, y hace parte con el fenómeno anterior de la misma tendencia histórica: la incapacidad creciente del capitalismo para absorber a la gran producción a la población trabajadora. Tenemos entonces, en conjunto: masas crecientes que orbitan alrededor del proletariado, que en cierto sentido viven sobre sus espaldas; que no tienen la experiencia de clase del trabajo colectivo, que ideológicamente se mantienen más cerca del pequeño propietario, que son propensas a la revuelta para saquear por su cuenta, o al enrolamiento de las bandas armadas de toda clase de gánsteres burgueses; fenómeno que no tiene que ver con «el mantenimiento de las viejas relaciones», sino con la decadencia y descomposición del capitalismo actual; que «tendencialmente» no disminuye, sino que aumenta con el paso del tiempo. El BIPR tendría ahora que reconocerlas y diferenciarlas de las «viejas capas sociales en declinación».
La caracterización de estas masas no proletarias es importante para la determinación de la actitud del proletariado y los revolucionarios ante ellas. Para el BIPR las masas no proletarias de los países periféricos tienen un «potencial de radicalización de la conciencia» mayor que el proletariado de los países centrales: «La diversidad de las formaciones sociales, el hecho de que el modo de producción capitalista en los países periféricos se ha impuesto trastornando los viejos equilibrios y que su conservación se funda y se traduce en miseria creciente para masas crecientes de proletarizados y desheredados, la opresión política y la represión, que son, por tanto, necesarias para que las masas soporten aquellas relaciones, determinan en los países periféricos un potencial de radicalización de las conciencias más alto que en las formaciones sociales de las metrópolis. Radicalización no significa ir a la izquierda, como ha sido demostrado por los recrudecimientos del integrismo islámico a consecuencia de motines materiales de las masas pobres (Argelian, Túnez, Líbano). El movimiento material de las masas, determinado por las objetivas condiciones de híperexplotación, encuentra siempre, necesariamente, su expresión ideológica y política entre aquellas formas y fuerzas que en el cuadro dado se presentan y se mueven».
«En términos generales, el dominio del capital en aquéllos países no es todavía el dominio total sobre la colectividad, no se expresa en la subsunción de la entera sociedad a las leyes y a la ideología del capital, como sucede, en cambio, en los países metropolitanos. La integración ideológica y política del individuo en la sociedad capitalista no es todavía en muchos de aquellos países el fenómeno de masas que, en cambio, ha llegado a ser en los países metropolitanos...
«No es el opio democrático el que obra sobre las masas, sino la dureza de la represión».
El concepto expresado en esta tesis hace abstracción de la posición y los intereses de clase que podrían estar en el desarrollo de una conciencia revolucionaria, de la cual el proletario es el único portador de nuestra época, poniendo en su lugar una supuesta «radicalización de la conciencia» basada únicamente en las condiciones de miseria en general. La expresión material de esta «radicalización» no es otra, como lo dice el propio BIPR en los «motines», las revueltas del hambre; en realidad el BIPR confunde «radicalización» con «desesperación». Si bien el fundamentalismo puede alimentarse de la desesperación de las masas, la conciencia revolucionaria por el contrario sustituye esta desesperación con la convicción de una sociedad y una vida mejor. La revuelta no es el principio del movimiento revolucionario sino un callejón sin salida; sólo la integración en un movimiento de clase puede hacer que la energía de las masas hambrientas rindan frutos para la revolución. Esta integración no depende de una competencia entre el partido comunista y los fundamentalistas para «canalizar» esa «radicalización»; sino de la clase presencia de un movimiento de la clase obrera que pueda llevar tras de sí a otros sectores de explotados por el Capital.
En segundo lugar, el poner como eje de las posibilidades el inicio de un movimiento revolucionario no al movimiento de la clase obrera, sino la «radicalización» de las masas de la periferia, las Tesis deslizan la vieja posición de que la revolución comienza por el «eslabón más débil» del capitalismo. La idea de que el dominio del Capital en la periferia «no se expresa en la subsunción de la entera sociedad a las leyes y la ideología del Capital, como en los países metropolitanos» es un contrasentido con la idea —correcta— que avanzaban las Tesis al principio sobre un dominio mundial del capitalismo. Basta ver el control absoluto de los medios de comunicación, que actualmente permite a la burguesía de los países centrales hacer para una idea simultáneamente en todos los países (por ejemplo la idea de los «bombardeos quirúrgicos» sobre Irak o Yugoslavia), para rechazar la visión de un «dominio ideológico desigual» en los países periféricos; por lo demás, en las últimas décadas, con la creación de los nuevos medios de comunicación, de transporte, las nuevas armas, los nuevos destacamentos militares de respuesta inmediata... con todo esto, el dominio político, ideológico y militar de la burguesía alcanza realmente todas las esquinas del globo.
Por otra parte, el que la democracia sea muchas veces caricatural en los países de la periferia no implica un dominio precario de la burguesía, sino solamente que no requiere de esa forma de dominio, la cual sin embargo siempre queda en reserva (y que puede poner en marcha como una mistificación novedosa cuando lo requiere en esos países, como se ve actualmente), mientras que el proletariado de los países desarrollados tiene ya una vasta experiencia sobre la forma más refinada de dominación política de la burguesía, que es la democracia.
Lo que inclinará la balanza del movimiento revolucionario no es un «eslabón débil» del Capital, sino la fuerza de la clase obrera. Y ésta es muchas veces mayor en las concentraciones industriales de los países centrales que en los países de la periferia.
En realidad, el concepto de «mayor potencial de radicalización de las conciencias» nos remite también a la vieja cuestión de la «introducción de la conciencia revolucionaria» «desde fuera del movimiento». Según el BIPR, si el «potencial de radicalización» presente en los países de la periferia se convierte en callejón sin salida, o si se va hacia el fundamentalismo, en vez de convertirse en un movimiento revolucionario, no es por el carácter interclasista de semejante «radicalización», sino por la ausencia de una dirección revolucionaria.
Con la idea de un «mayor potencial de radicalización de las conciencias», la conciencia deja de ser una conciencia de clase para convertirse en una conciencia abstracta. A esto conduce el concepto de la «radicalización de la conciencia». Es así como el BIPR lleva hasta el final su razonamiento, concluyendo que son más favorables las condiciones para el desarrollo de la conciencia y la organización revolucionarias no entre el proletariado industrial de los países centrales... sino entre las «masas de desheredados», esas masas desesperadas de la periferia: «Queda la posibilidad de que la circulación del programa comunista al interior de las masas sea más fácil y más alto el “nivel de atención” obtenido por los comunistas revolucionarios, respecto a las formaciones sociales del capitalismo avanzado» (tesis 5).
Es esa una visión completamente invertida en la realidad. Al contrario, la dificultad para ver claramente las diferencias de clase entre el proletariado y la burguesía, produce en las masas de los países periféricos una visión de heterogeneidad, de ausencia de fronteras de clase y las vuelve más receptivas a las ideas izquierdistas, fundamentalistas, populistas, étnicas, nacionalistas, nihilistas, etc. Las masas desheredadas, lumpenizadas, son las que se hallan más alejadas de una visión de lucha proletaria, colectiva; son las más atomizadas y receptivas a toda clase de mistificación burguesa; la descomposición social fortalece aún más estas mistificaciones.
En los países de la periferia, la debilidad del proletariado industrial dificulta más la lucha revolucionaria, precisamente porque el proletariado tiende a quedar diluido en las masas pauperizadas y entonces tiene más dificultades para destacar su propia y autónoma perspectiva revolucionaria.
La «posibilidad de que la circulación del programa comunista sea más fácil» en la periferia es una ilusión peligrosa, sacada no se sabe de dónde. Tan sólo las condiciones materiales para la propaganda comunista son más difíciles: el analfabetismo dominante, la carencia de medios de impresión para la propaganda y las dificultades de transporte, etc. Por otra parte, «el atraso ideológico» no significa ningún modo una «pureza» que permitiría la difusión de la propaganda revolucionaria, sino una mescolanza de ideas «viejas» propias del pequeño comerciante o campesino marcadas por el regionalismo, la religión, etc. Con ideas «nuevas» de atomización, de desesperanza sobre el presente y el futuro, y con las idea de dominación eterna que difunde la burguesía a través de radio y televisión; mezcolanza difícil de quebrantar. Finalmente, en los países periféricos no existe casi ninguna tradición de lucha, ni de organización revolucionaria proletaria. Las referencias de lucha se refieren más bien a los movimientos nacionales de la burguesía, a las «guerrillas», etc., por lo que la distinción es aún más difícil.
Las Tesis no hablan, pues, del proletariado de los países de la periferia en relación al de los países centrales, de —por ejemplo— las diferencias de su fuerza, de su concentración, de su experiencia, de su capacidad para sobrepasar las fronteras nacionales; ni de la forma posible en que se crearán los lazos de unidad entre el proletariado de ambas partes; ni de las dificultades particulares que enfrenta la lucha del proletariado contra la burguesía de la periferia; aspectos que en todo caso podrían dar lugar a una «táctica» particular del proletariado, en relación tanto con sus hermanos de los países centrales, como con esas masa desheredadas que orbitan a su alrededor. Cuestiones «tácticas» que los revolucionarios evidentemente deben discutir y clarificar.
Pero el BIPR no se refiere a la «clase fundamental», al verdadero sujeto de la revolución sino, de manera general, a las «masas de proletarizados y desheredados» de la periferia, las que además contrasta con el proletariado de los países centrales, y a las cuales considera «con mayor potencial de radicalización de las conciencias» y más receptivas al programa comunista. Es decir, al final, las tesis expresan no una táctica para el proletariado, sino una posición de desconfianza o desilusión en el movimiento de la clase obrera, al que se le busca un sustituto: las masas desheredadas de la periferia[3].
La posición del BIPR sobre el «potencial de radicalización de los desheredados» tiene importantes consecuencias para la cuestión organizativa. La tesis 6 se refiere a este aspecto y aquí la reproducimos íntegramente: «Tales “mejores” condiciones se traducen en la posibilidad de organizar alrededor del partido revolucionario un número de militantes ciertamente mayor de cuanto es posible en los países centrales» (tesis 5).
«6. La posibilidad de organizaciones “de masa” dirigida por comunistas no es la posibilidad de dirección revolucionaria sobre los sindicatos en cuanto tales. Y no se traduce siquiera en la masificación de los partidos comunistas mismos.
»Será, en cambio, utilizada para la organización de fuertes grupos en los puestos de trabajo y sobre el territorio, dirigidos por el partido comunista en calidad de instrumentos de agitación, de intervención y de lucha.
»Los sindicatos, en cuanto órganos de contratación del precio y de las condiciones de la venta de la fuerza de trabajo en el mercado capitalista, mantienen también en los países periféricos sus características generales e históricas. Por lo demás, como lo ha demostrado la recientísima experiencia coreana, los sindicatos desempeñan también aquí la función de mediadores de las necesidades capitalistas dentro del movimiento de los trabajadores.
»Aún permaneciendo, por tanto, como uno de los espacios en los cuales los comunistas trabajan, intervienen, hacen propaganda y agitación —porque en ellos está agrupada una masa significativa y considerable de proletarios— no son y no serán nunca instrumento de ataque revolucionario.
»No es, por tanto, su dirección lo que interesa a los comunistas, sino la preparación —dentro y fuera de ellos— de su superación. Esta es representada por las organizaciones de masa del proletariado dentro de la preparación del asalto al capitalismo.
»Los propulsores y vanguardia política de las organizaciones de masa —primero de lucha y luego de poder— son los militantes comunistas organizados en partido. Y el partido será tanto más fuerte cuanto más haya sabido y podido vertebrar en organismos apropiados toda su área de influencia directa.
»También en los países periféricos se hace posible, por las razones ya vistas, la organización de grupos territoriales comunistas.
»Grupos territoriales que recogen a los proletarios, semiproletarios y desheredados presentes sobre un cierto territorio bajo la directa influencia del partido comunista; comunistas porque precisamente están dirigidos por y según las líneas comunistas, porque están animados y guiados por los cuadros y por organismos del partido» (tesis 6).
De entrada, hay que decir que es confuso y parco que las tesis nos dicen en materia de organización[4]. Pero el problema principal es que el BIPR abre muchas puertas al oportunismo en materia organizativa. Tratemos de desglosar la tesis:
Sobre el partido
Las tesis no dicen nada, excepto que las «mejores condiciones» en la periferia permitirían que el partido tuviera un «número mayor de militantes» que en los países centrales. Desahogar así el asunto es por lo menos irresponsable, y más ante el cúmulo de cuestiones a resolver que nos ha dejado, por un lado la experiencia histórica de la Tercera Internacional, y por otro la propia formación social de los países de la periferia.
¿Un «número mayor de militantes» se refiere a que es posible un partido «de masas» en la periferia? En todo caso eso es lo que se desprendería de la tesis anterior; pero entonces estaríamos hablando de una concepción del partido ya rebasada por la historia, el BIPR nos estaría remitiendo a la época de la Segunda Internacional. En ese caso tendríamos que alertar no solamente sobre el peligro de borrar los criterios políticos de delimitación para ingreso de los militantes, sino sobre el peligro de difuminar la propia función de dirección política del partido en la época actual. Si las Tesis no se refieren a la formación de un partido de masas, entonces es absurdo predecir si serán «mayores» o «menores», porque eso depende de factores que van desde las circunstancias del movimiento revolucionario, hasta el tamaño de la población de cada país.
Por otra parte, la Tercera Internacional dejó planteada la cuestión de la centralización del partido comunista mundial; las tesis no se pronuncian al respecto, pero podríamos preguntar (a menos que el BIPR tenga una concepción federalista del partido mundial), ya que se considera que «hay mejores condiciones» en la periferia, entonces: ¿estaría en alguno de los países periféricos el eje de la formación de una nueva Internacional?, ¿podría irradiarse desde los países periféricos la extensión del partido mundial, el apoyo económico y político para la formación de nuevas secciones por todo el mundo?, ¿su dirección política podría estar tal vez en algún país de África, Sudamérica o Indochina? Con el desarrollo del movimiento internacional de la clase obrera este tipo de preguntas tendrá que ser respondido en términos cada vez más concretos, será más determinante para la actividad de las organizaciones, pero ya desde ahora la orientan.
Queda también la cuestión de la composición de clase del partido. Evidentemente los criterios de pertenencia en un partido restringido, de militancia rigurosa, excluyen el aspecto sociológico, si es obrero, profesionista o campesino el militante (claro, a menos que se piense en un partido de masas interclasista); sin embargo la selección pasa por una ruptura con la ideología e intereses ajenos a la clase obrera, y la adopción de los intereses y objetivos del proletariado. Esta ruptura no es más fácil en los países de la periferia, precisamente por la influencia del elemento «atrasado» (campesinado, pequeña burguesía) y por el elemento de disgregación (el subempleo de las ciudades) que puede acercarse, y que intenta penetrar al partido de la clase obrera. Particularmente el izquierdismo radical pequeñoburgués (especialmente el «guerrillerismo») es un difícil obstáculo que enfrenta la formación de organizaciones revolucionarias en la periferia.
A fin de cuentas, un partido numéricamente mayor en los países de la periferia, sólo podría conseguirse relajando los criterios de pertenencia a éste, y el BIPR abre las puertas para ello, con su ilusión sobre las «mejores condiciones» y el «nivel más alto de atención». Este relajamiento, que de manera general constituye un grave peligro, es todavía mayor en los países en que el proletariado es más débil como clase; implica abrir las puertas a la penetración de ideologías y concepciones ajenas al proletariado. A eso se reduce la frase de las tesis sobre la «posibilidad de un número de militantes ciertamente mayor».
Sobre los sindicatos
En las Tesis se inserta, sin ninguna explicación previa, la confusa posición del BIPR sobre los sindicatos: «órganos de contratación de la fuerza de trabajo», «mediadores de las necesidades capitalistas dentro del movimiento de los de los trabajadores» en los cuales los comunistas trabajan... para su superación.
Además, no se dice nada particular de los sindicatos en los países de la periferia (de lo que se supone hablan las tesis); en especial no se menciona que en la periferia el carácter de los sindicatos como instrumentos del Estado suele ser más brutalmente abierto (el enrolamiento suele ser obligatorio, los sindicatos mantienen cuerpos de represión armados, los obreros tienen prohibido expresarse en las «asambleas», etc.); carácter que la definición del BIPR tiende a ocultar.
Decir, en los países de la periferia, que «los comunistas trabajan en los sindicatos» sólo puede tener dos sentidos: o es una perogrullada, ya que todo trabajador está afiliado al sindicato por obligación; o significa trabajar de plano en la estructura organizativa del sindicato, en las elecciones sindicales, como delegado, etc., es decir formar parte den engranaje sindical, y defender de hecho su existencia. Añadir que «hay que trabajar en ellos para superarlos» no hace avanzar un centímetro la cuestión: de hecho, ante el desprecio de los obreros hacia los sindicatos, la izquierda del Capital en los países periféricos ha planteado siempre consignas semejantes para impulsar la creación de nuevos sindicatos que sustituyan a los viejos.
Sobre las organizaciones de masa
Las Tesis no especifican a qué se refieren al hablar de organizaciones «primero de lucha y luego de poder». A esta ambigüedad se añade la que se refiere a unos supuestos «grupos territoriales» que recogerían a proletarios, semiproletarios y desheredados, y que al parecer serían algo intermedio entre el partido y las organizaciones unitarias. Pero estos grupos más que una especie de enlace, constituirán un peligro para ambos tipos de organización requeridas por el proletariado.
Desde el punto de vista del partido, existiría el peligro de una pérdida de rigor y disciplina, ya que por su definición como grupos «dirigidos por y según las líneas comunistas» podrían confundirse con el propio partido. Por un lado tenemos las actuales características organizativa del BIPR, tales como su estructura implícitamente federalista (cada grupo dentro del Buró mantiene su propia estructura organizativa, programa, etc.), o la falta de rigor en la inclusión de nuevos grupos. Por el otro, tenemos las Tesis según las cuales en los países periféricos es más «fácil» formar «grupos comunistas» (es decir grupos bajo el control del BIPR, pero sin una necesaria claridad en los principios, ni una disciplina rigurosa). Podemos temer que en aras de la formación inmediatista de grupos con fronteras ambiguas, el BIPR tienda a sacrificar el porvenir de una organización partidaria firme. Esto es lo que llamamos oportunismo en materia organizativa.
Del lado de la organización unitaria, se introduce algo que no son ya «organismos de masa del proletariado», sino grupos territoriales, de tipo interclasista, en los cuales además del elemento lumpenproletario podría mezclarse el elemento pequeñoburgués radical con la clase obrera; lo que significaría un verdadero peligro, una fuente de confusión y desorganización para la lucha del proletariado.
La mitad de las tesis que estamos desglosando están dedicadas a la cuestión nacional. El BIPR realiza aquí un esfuerzo importante para liquidar todo tipo de ambigüedades relacionadas con el apoyo del proletariado a las «luchas de liberación nacional» o las «revoluciones democrático-burguesas», y con la posibilidad de que la clase obrera pudiera entrar en «alianza temporal» con fracciones «progresistas» de la burguesía, especialmente en los países de la periferia; ambigüedades heredadas de la Tercera Internacional y del bordiguismo, y que algunos grupos actuales de la izquierda comunista «de Italia» aún mantienen. La CCI no puede sino saludar y apoyar este esfuerzo de clarificación contenido en las Tesis. Subrayemos nuevamente primero, pues, los principios que compartimos con el BIPR, para en seguida mostrar las diferencias que mantenemos, las cuales, a nuestro parecer, implican la necesidad de que el BIPR vaya hasta el fondo en la liquidación de esas ambigüedades.
Primeramente, las tesis subrayan que la burguesía de los países periféricos es, en su naturaleza explotadora, idéntica a la de los centrales: «la burguesía de los países periféricos hace parte... de la clase burguesa internacional, dominante en el conjunto del sistema de explotación porque está en posesión de los medios de producción a escala internacional... con iguales responsabilidades e iguales destinos históricos...; y que los contrastes entre la burguesía periférica y la metropolitana no atañen a la sustancia de las relaciones de explotación entre trabajo y capital que, antes bien, defienden conjuntamente contra el peligro representado por el proletariado» (tesis 7). Se plantea igualmente que las características particulares del capitalismo en la periferia, tales como su expresión jurídica (por ejemplo el que las empresas sean propiedad del Estado), o el carácter agrícola de la producción, no constituyen diferencias esenciales de la clase capitalista.
De allí, las Tesis desprenden que «la táctica del proletariado en la fase imperialista excluye cualquier alianza con cualquier fracción de la burguesía, no reconociendo a ninguna de ellas el carácter “progresista” o “antiimperialista”, que otras veces ha sido adoptado para justificar tácticas de frente único [...] La burguesía nacional de los países atrasados está ligada a los centros imperialistas [...] sus antagonismos con éste o aquél frente, con este o aquel país imperialista, no son antagonismos de clase, sino son internos a la dinámica y coherentes con la lógica capitalista» (tesis 9).
«Por tanto, no tiene ya ningún sentido para el proletariado una alianza con la burguesía. La fuerzas comunistas internacionalistas consideran como adversario inmediato a todas aquellas fuerzas burguesas y pequeñoburguesas [...] que predican la alianza de clases entre el proletariado y la burguesía».
Finalmente, las tesis reafirman los objetivos del proletariado a escala internacional: las fuerzas comunistas internacionalistas «rechazan cualquier forma de alianza o frente unido [...] tendiente a alcanzar presuntas fases intermedias [...] consideran como un papel prioritario […] la preparación del asalto de clase al capitalismo, a escala nacional [...] pero en el marco de una estrategia que ve al proletariado internacional como el verdadero sujeto antagonista al capitalismo» (tesis 10). «Los comunistas en los países periféricos no inscribirán en su programa la conquista de un régimen que asegure las libertades democráticas y las formas de vida democrática, sino la conquista de la dictadura del proletariado» (tesis 11).
Compartimos con el BIPR este conjunto de posiciones, que resultan básicas en la presente época para mantenerse en un terreno de clase, sobre todo ante las guerras imperialistas actuales.
Desafortunadamente, las tesis se hallan salpicadas de expresiones un tanto ambiguas, que por momentos hasta tiendan a contradecir las afirmaciones que acabamos de reproducir. Estas expresiones muestran que persiste aún la idea de la posibilidad de ciertas luchas nacionales; aunque las tesis insisten una y otra vez en la afirmación de que el proletariado no debe caer en la trampa y apoyar tales luchas.
Por ejemplo, las tesis hablan de secciones de la burguesía nacional «no incorporada a los circuitos internacionales del capital», que «no participa en la explotación conjunta del proletariado internacional» y que puede llevar a cabo luchas que pueden «asumir la forma de oposición al dominio que el capital metropolitano instaura en sus países» (tesis 8). Según las tesis tales serían los casos en Nicaragua o Chiapas (en México). Si bien a renglón seguido se reconoce que éstas no conducen sino a una nueva opresión y la sustitución de un grupo de explotadores por otro. En otra parte de las tesis se afirma que las «revoluciones nacionales» están, por tanto, «destinadas a consumirse en el terreno de los equilibrios interimperialistas» (tesis 9); y más adelante encontramos que «en caso de rebeliones que den lugar a gobiernos de “nueva democracia” o “democracia revolucionaria” [las fuerzas comunistas] mantendrán el propio programa comunista y el propio rol antagonista revolucionario» (tesis 10). El problema, es que para el BIPR sigue existiendo, a pesar de todo, la posibilidad de revoluciones nacionales, a pesar de que entrecomille el término, y a pesar de que insista en que el proletariado no tiene nada que hacer en ellas. Esta consideración debilita su análisis general, porque deja abierta la ventana a las concepciones que pretende expulsar por la puerta: la división entre burguesía «dominada» y «dominante»; el carácter «progresista» de tales «luchas nacionales»; y, finalmente la posibilidad de que el proletariado participe en ellas en alianza con la burguesía; precisamente, el que las Tesis tengan que repetir una y otra vez que el proletariado no debe aliarse con la burguesía muestra no el aspecto de claridad alcanzada, sino la intuición de que algo no queda bien, de que se ha dejado una rendija abierta que hay que taponear a toda costa.
Para nosotros, la posibilidad de las revoluciones nacionales de la burguesía ha quedado clausurada históricamente con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia y la apertura de la época de la revolución mundial del proletariado. En la época actual, los «movimientos de liberación nacional» son una mera mistificación, destinada a enrolar al proletariado detrás de las pugnas interimperialistas. Las Tesis del BIPR, hacen abstracción de que la burguesía de los países atrasados tiene también un carácter imperialista que, o bien actúa supeditada bajo la sombra de una gran potencia —para obtener beneficios imperialistas o para cambiar de bando—; o bien actúa independientemente pero entonces lo hace con pretensiones imperialistas propias (caso de las potencias medianas). Pero la ambigüedad de las Tesis no para en este punto, sino que dan un paso atrás, aún más peligroso.
En la tesis 12 se afirma que «los movimientos de masa nacionalistas, no son el testimonio de la simple existencia de fuerzas burguesas nacionalistas, antes bien, obedecen a la amplia disponibilidad a la lucha de las masas oprimidas, desheredadas y superexplotadas sobre las cuales el nacionalismo burgués apoya su propaganda y su trabajo organizativo para tomar la dirección de las mismas». Pero lo que el BIPR llama «movimientos de masa nacionalistas» no son otra cosa que las guerras imperialistas que presenciamos actualmente, a las cuales la burguesía les pone precisamente una careta «nacionalista»; el BIPR cae aquí presa de la mistificación de la burguesía. Estos supuestos «movimientos de masa nacionalistas» no expresan la «disponibilidad a la lucha de las masas oprimidas», sino exactamente lo contrario: el dominio ideológico y político más completo de la burguesía sobre esas masas, al grado de lograr que se maten por intereses que les son completamente ajenos. La afirmación del BIPR es equivalente y tan absurda como decir que «la Segunda Guerra Mundial no fue sólo el testimonio de la existencia de pugnas imperialistas, sino que también obedeció a la amplia disponibilidad a la lucha de las masas».
En la tesis 11 leemos otro resbalón del mismo calibre que el anterior. Después de afirmar que «los comunistas internacionalistas en los países periféricos no inscribirán en su programa la conquista de un régimen que asegure las libertades democráticas... sino la conquista de la dictadura del proletariado», nos dice que éstos «se constituirán en los defensores más dedicados y consecuentes de aquéllas libertades, desenmascarando a las fuerzas burguesas que agitándolas... se prestan a negarlas inmediatamente después». Aquí, las Tesis simplemente «olvidan» que, como planteaba claramente Lenin, «no existen libertades democráticas abstractas, sino libertades de clase; es decir, que el papel de los revolucionarios no es «defender» las libertades democráticas burguesas, sino denunciar su carácter de clase.
Políticamente, estos dos conceptos, «los movimientos nacionalistas de masas» y la «defensa de las libertades democráticas», dejan abierta la puerta a la posibilidad de intervenir en movimientos «nacionales» o «democráticos», si se llega a considerar que detrás de ellos no está solamente la burguesía «sino la disposición a la lucha de las masas»; constituyen por tanto otras tantas peligrosas concesiones al campo enemigo, y junto con los aspectos organizativos que criticamos más arriba (en especial con el del «trabajo en los sindicatos») bordean el oportunismo.
En el plano del análisis teórico, las ambigüedades que presentan las Tesis, reflejan las dificultades para comprender la etapa actual del capitalismo. Las insuficiencias en la distinción entre ascenso y decadencia del capitalismo conduce a igualar teóricamente fenómenos que en la realidad tienen causas completamente distintas: a igualar el proceso de destrucción de las formas precapitalistas de producción de los orígenes del capitalismo, con el proceso de descomposición social actual; a minimizar las diferencias entre las luchas nacionales de la burguesía del siglo pasado, con las actuales pugnas imperialistas con careta «nacionalista».
Ciertamente, hay un esfuerzo por dotar a las Tesis de un marco histórico adecuado. La tesis 9, particularmente, lidia con la posición del segundo congreso de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y la alianza del proletariado con la burguesía, y critica la posición de Lenin y los bolcheviques sobre el apoyo a las luchas de liberación nacional. Pero en esta misma tesis se resiste el límite de la visión sobre los cambios históricos que se sucedieron a la vuelta del siglo pasado, al centrarse exclusivamente en los errores de las tesis adoptadas por el congreso de la IC, en lugar de plantear la existencia en la época de un amplio debate en el medio revolucionario sobre el fin de las luchas nacionales con la entrada del capitalismo en su fase imperialista o decadente, y el peligro para el proletariado de ponerse detrás de los movimientos nacionales de la burguesía.
En la última tesis se hace un llamado a los proletarios y desheredados de los países periféricos «a la unidad de clase con los proletarios de todos los países, hacia el común objetivo de la dictadura del proletariado y del socialismo internacional» (tesis 13).
La idea con la que terminan las Tesis nos parece de lo más interesante. Se plantea que el rechazo del nacionalismo «es tanto más importante en aquellas situaciones en las cuales el nacionalismo de siempre degenera en el localismo más villano y reaccionario... En estos casos, en los cuales las ideologías oscurantistas han sustituido ya los elementales principios de la solidaridad de clase, la reafirmación de éstos es, precisamente, tanto más difícil cuanto más necesaria como condición ineludible de una posible continuación del movimiento revolucionario y comunista».
En esta cita se intuyen dos aspectos importantes que reflejan con claridad la situación actual del capitalismo: la degeneración del nacionalismo en el «localismo más villano y reaccionario» y la sustitución de la solidaridad de clase por las «ideologías oscurantistas». Las Tesis no están hablando aquí de otra cosa que de la descomposición social del capitalismo. Bastaría desarrollar esas ideas, expresando claramente que no se trata de casos aislados, para llegar a la comprensión de que existe una tendencia nueva y general del capitalismo. Estas ideas justas del BIPR deberían abrir la puerta al reconocimiento de las dificultades acrecentadas para el proletariado y sus organizaciones revolucionarias, particularmente en los países de la periferia (en contraste con las «mayores facilidades», etc. De las que se habla anteriormente). Y debería, sobre todo, abrir la puerta al reconocimiento pleno (y no sólo a retazos y a regañadientes) de la decadencia y descomposición que actualmente vive el capitalismo, y de los peligros históricos que contiene ésta.
Leonardo
[1]Con este nombre nos referiremos en este escrito a las Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia capitalista, que fueron publicadas en italiano en Prometeo no. 13, serie V, junio del 97, en inglés en Internationalist Communist, Special Issue, Theses and Documents from the Vith Congress of Battaglia Comunista, y en español en la hoja internet del BIPR.
[2]Por ejemplo, el BIPR habla de la fase imperialista avanzada, para caracterizar la etapa actual, mientras nosotros hablamos de la decadencia y descomposición del capitalismo; asimismo, por capitalismo de Estado el BIPR entiende únicamente el monopolio estatal y no una tendencia general del capitalismo en la época actual, como lo consideramos nosotros. Mencionemos por último el concepto utilizado por el Buró de oportunismo reformista con vestidura “revolucionaria” para referirse a lo que nosotros llamamos izquierdismo. Esta noción del BIPR (heredada de la izquierda italiana) es particularmente confusa: al llamar “oportunismo” a una tendencia política del campo burgués cuando históricamente “oportunismo” se ha denominado (como lo hacemos nosotros) a una corriente política dentro del campo proletario pero que voluntaria o involuntariamente hace concesiones políticas u organizativas al campo enemigo. La forma confusa como los grupos que reivindican de la izquierda italiana utilizan el término “oportunismo” no es accidental, sino que refleja cierta ambigüedad frente al izquierdismo, una propensión a “discutir” con él, en lugar de denunciarlo, es decir refleja cierto “oportunismo”. De cualquier forma, hay que notar esta diferencia de uso del concepto, sobre todo cuando nosotros consideramos “oportunista” a cierta política del BIPR o de los grupos bordiguistas.
[3]Se explica entonces por qué el BIPR suele mantener expectativas alrededor de las revueltas de desesperados, o los «movimientos» campesinos. Consideramos por nuestra parte que estos son utilizados por las fuerzas imperialistas en pugna (por ejemplo, las FARC en Colombia o los zapatistas de Chiapas en México, como también las guerrillas de los años 70 o los sandinistas en Nicaragua en los 80).
[4]Por ejemplo, para la definición de «países periféricos» se dedican tres tesis que abarcan una página y media; mientras que la cuestión organizativa la desahogan en una, de menos de media página, la mitad de la cual está dedicada a repetir la posición general del BIPR sobre los sindicatos.
Guerras en todos los continentes, pobreza, miseria y hambres generalizadas, catástrofes de todo tipo, el cuadro que el mundo ofrece es catastrófico.
“Un año después de la guerra de Kosovo, las venganzas asesinas, el incremento de la criminalidad, los conflictos políticos internos, la intimidación y la corrupción en ese territorio dan una imagen desagradable (…) Kosovo es un descalabro” (The Guardian, 17/03/00). La situación de odios y de guerra en los Balcanes se ha agravado todavía más desde la guerra de Kosovo y la ocupación del país por la OTAN. La guerra en Chechenia sigue cobrándose miles de muertos y heridos, la mayoría civiles, cientos de miles de refugiados hambrientos en campos de concentración. Como en Kosovo, como en Bosnia antes, las atrocidades cometidas son espantosas. La capital, Grozni, ha sido borrada del mapa, arrasada. Los generales norteamericanos alardeaban de haber hecho retroceder 50 años a Serbia gracias a los bombardeos de la OTAN. Pues bien, los rusos han sido todavía más eficaces en Chechenia: “Esta pequeña república caucásica acabará volviendo, en lo que a desarrollo se refiere, a hace un siglo” (le Monde diplomatique, febrero del 2000). Los combates que han asolado el país siguen y seguirán durante largo tiempo.
Los focos de tensiones bélicas se multiplican. Son especialmente numerosos en el Sudeste asiático: “En ninguna otra región se han planteado tantos problemas críticos de una manera tan dramática” (Clinton, International Herald Tribune, 20/03/00, IHT a partir de aquí).
Pobreza y miseria generalizadas en el mundo
“La mitad de toda la población mundial es pobre” (IHT, 17/03/00). Los sermones sobre la prosperidad son desmentidos por la situación dramática de millones de personas, muchas de ellas niños: “Ahora que la producción mundial de productos alimentarios de base es de más del 110% de las necesidades, 30 millones de personas siguen muriéndose de hambre cada año, y más de 800 millones están subalimentadas” (le Monde diplomatique, dic. de 1999).
La situación en los países de la periferia, el ayer llamado “Tercer mundo”, hoy llamados países “emergentes” o “en desarrollo"(estos nombre ya son reveladores de los temas y de las mentiras de la propaganda actual) es de una tendencia a la pauperización y miseria absolutas. “La cantidad de personas subalimentadas sigue siendo elevado en un mundo con excedentes de alimentos. En los países en desarrollo, hay 150 millones de niños con peso insuficiente, uno de cada tres” (IHT, 9/3/00)
Hoy, cuando no cesan de machacar que la crisis asiática de 1997 ha sido superada, que los “tigres asiáticos” vuelven otra vez al crecimiento, que la recesión ha sido menor que la prevista tanto en Asia como en Latinoamérica, y que las tasas de crecimiento vuelven a ser positivas, “dos mil doscientos millones de personas [viven] con menos de dos dólares por día en Asia y Latinoamérica” (IHT, 14/7/00, declaraciones de James D. Wolfensohn, presidente del Banco mundial). Se afirma que, en Rusia, la inflación está bajo control y que la producción está en alza, lo cual sería “un pequeño milagro, si se tienen en cuenta los indicadores macroeconómicos” (le Monde, 24/03/00). Pero como en los países asiáticos y americanos, esa bonanza de los “fundamentales económicos” se está haciendo a costa de la población y de una miseria crecientes. Rusia “sigue siendo un país en casi quiebra, minado por una deuda externa de cerca de 170 mil millones de dólares (…) La evolución general del nivel de vida se ha mantenido negativo desde 1990 y, en término medio, los ingresos medios por habitante es hoy equivalente a 60 $ por mes, el salario medio es de 63 $ y la pensión es de 18 $. En 1998, en el momento de la bancarrota, el 48 % de la población vivía por debajo del umbral de pobreza (fijado en un poco más de 50 $), proporción que ha pasado al 54 % al final del año y que hoy ha alcanzado el 60 %” (le Monde, suplemento económico, 14/03/00).
Pobreza y miseria en los países industrializados
La idea de que los países industrializados serían un oasis de prosperidad, tampoco resiste ni a un examen superficial. Todavía menos a las vivencias de cientos de miles de mujeres y hombres, sobre todo obreros en actividad o desempleados. Como recordábamos en el número anterior de esta Revista, el 18 % de la población estadounidense vive por debajo del umbral de pobreza, o sea, al menos 36 millones de personas. En el Reino Unido, así malviven 8 millones y en Francia, seis. Si las cifras del desempleo han bajado, ha sido a costa de una flexibilidad y eventualidad cada día mayores y a una drástica disminución de sueldos. Con EE.UU. y Gran Bretaña, Holanda es citada como ejemplo de éxito económico. ¿Cómo explicar la bajada de la tasa de desempleo de 10 % en 1983 a menos de 3 % en 1999 en Holanda?, se pregunta el diario francés le Monde: “Se han evocado varias tesis: (…) Incremento del tiempo parcial [que era en 1997] de 38,4 % del empleo total [y] muchos ceses de actividad con el caso (muy especial de Holanda) de personas consideradas como inválidas (cerca del 11 % de la población activa en 1997). [En fin] la moderación salarial negociada en los años 80 podría haber sido el origen del fuerte descenso del desempleo” (le Monde, suplemento económico, 14/03/00). ¡Vaya, el misterio del éxito se desvela: un adulto de cada diez es inválido en uno de los países más industrializados del mundo! Pero la cosa no es para reírse: ¿el éxito holandés?: eventualidad máxima y tiempo parcial a tope; engaños con las cifras económicas y de la salud; baja drástica de salarios. ¡Ésa es la receta! Receta que se aplica en todos los países([1]).
A esos datos, que no son sino un aspecto de la realidad social y económica de los países industrializados, hay que añadir la inmensa deuda pública y privada de Estados Unidos, el incremento permanente de su déficit comercial([2]) y la enorme burbuja especulativa que afecta a Wall Street y con esta a todas las bolsas del mundo. El ciclo ininterrumpido de crecimiento norteamericano desde los años 90 que tanto se alaba, es financiado por el resto del mundo, por la deuda generalizada y por una explotación feroz de la clase obrera. Otro gran país industrializado, segunda potencia mundial, Japón, no acaba de salir de la recesión “oficial”, o sea, la oficialmente reconocida. Y eso, a pesar de un endeudamiento colosal del Estado que asciende “a 3,3 billones de $ a finales de 1999, lo que hacía de ella la deuda más elevada del mundo (…) Japón está adelantando a Estados Unidos, país que hasta ahora era el más endeudado del mundo” (le Monde, 4/03/00) ([3]).
La realidad de la economía mundial dista mucho del cuadro idílico que se nos enseña.
Catástrofes mortíferas y destrucción del planeta
Las catástrofes ecológicas y “naturales” se multiplican. Las últimas inundaciones mortíferas en Venezuela y Mozambique, después de las de China y otras, han vuelto a provocar miles de muertos y de desaparecidos, cientos de miles de damnificados. Al mismo tiempo, la sequía, menos espectacular, está causando tantos estragos en Africa, incluso en países afectados en otro tiempo por las riadas. Los miles de muertos sepultados en los escombros de sus chabolas construidas en la falda de las montañas que rodean Caracas no han sido víctimas de un fenómeno natural, sino de las condiciones de vida y de la anarquía que impone el capitalismo. Tampoco los países ricos se libran de las catástrofes, aunque éstas tengan consecuencias mucho menos dramáticas en lo inmediato. Los incidentes en las centrales nucleares se producen más frecuentemente. Como también las “mareas negras” debidas a naufragios de petroleros fletados al menor coste, los accidentes de ferrocarril o de avión. O la contaminación de grandes ríos como el Danubio en el que se vertieron toneladas de mercurio. El agua cada día está más contaminada y es más escasa: “Mil millones de personas no tienen acceso a un agua segura y potable, esencialmente porque son pobres” (IHT, 17/03/00). El aire no solo de las ciudades sino también de los campos es nocivo. Enfermedades consideradas como casi desaparecidas, como el cólera y la tuberculosis, vuelven a aparecer: “Este año, 3 millones de personas van a morir de tuberculosis, y 8 millones van a desarrollar la enfermedad, casi todas ellas en los países pobres (…) La tuberculosis no es una simple crisis médica. Es un problema político y social que podría tener consecuencias incalculables para las generaciones futuras” (según Médicos sin fronteras, IHT, 24/03/00).
La destrucción del tejido social y sus dramáticas consecuencias
La deterioración de las condiciones de vida, no sólo en el plano económico sino en el general, viene acompañada de una corrupción a mansalva, las mafias, la delincuencia más extrema. Hay países enteros que están gangrenados por la droga, el gangsterismo y la prostitución. La malversación de fondos del FMI destinados a Rusia, miles de millones de dólares, por parte de la “familia” de Yeltsin es un ejemplo caricaturesco de la corrupción generalizada que se está desarrollando en todos los países del mundo.
El infierno en el que sobreviven millones de niños en el mundo es algo insoportable: “La lista es larga de las actividades en las que los niños son transformados en mercancías (…) Pero los niños no sólo son vendidos para el “mercado” de la adopción internacional. Lo son también por su fuerza de trabajo (…) La industria del sexo – prostitución de niños, de adultos – es hoy tan lucrativa que ha llegado a ser el 15 % del producto interior bruto de algunos países de Asia (Tailandia, Filipinas, Malasia). Cada día más jóvenes, sus víctimas están cada día más desvalidas, por el ancho mundo, sobre todo cuando, enfermas, son tiradas a la calle o devueltas a sus pueblos, rechazadas por sus familias, abandonadas de todos” (le Monde, 21/3/00, Claire Brisset, directora de información en el Comité francés para la UNICEF)([4]).
Tan abominable es el incremento de la prostitución de las niñas. Una de las consecuencias de la intervención de la OTAN en Kosovo, fue la de haber mandado a miles de adolescentes a los campos de refugiados. Mientras sus hermanos eran alistados en las mafias de la UCK, el tráfico de drogas y el gangsterismo, ellas acababan siendo también presas de las mafias: “Ha ocurrido que sean compradas cuando no raptadas en los campos de refugiados antes de ser enviadas al extranjero o a los bares de soldados de Prístina (capital de Kosovo) (…) La mayoría de ellas sufren agresiones, violaciones, antes de verse obligadas a prostituirse: ‘al principio (explica un responsable policial francés) yo no creía en la existencia de verdaderos campos de concentración donde son violadas y preparadas para la prostitución’” (le Monde, 15/02/00).
En todos los planos, guerras, crisis económica, pobreza, ecológico o social, el cuadro es sombrío y calamitoso.
¿Hacia dónde arrastra el capitalismo al mundo?
¿No se tratará de un período, terrible, dramático sin duda, pero de transición hacia un mundo mejor, lleno de paz y prosperidad?, ¿O es una caída en los infiernos? ¿No se tratará de una sociedad que está pasando por los tormentos más graves antes de conocer un nuevo desarrollo extraordinario gracias a las nuevas técnicas? ¿O estamos ante una descomposición irreversible del capitalismo? ¿Cuáles son las tendencias de fondo en que arraigan todos los aspectos del mundo capitalista?
Hacia la destrucción del medio ambiente
Por muchos discursos y ecologistas que participen en los gobiernos, las catástrofes de todo tipo, la destrucción del planeta por el capitalismo no hará sino agravarse. Cuando los científicos logran hacer un estudio objetivo y serio, y cuando pueden decirlo, sus previsiones son funestas.
Esto dice un especialista del agua: “Nos vamos a dar contra la pared (…) El peor guión para el futuro sería que sigamos como hasta ahora; sería la crisis segura (…) En 2025, la mayoría de la población del planeta vivirá en condiciones de abastecimiento de aguas malas o catastróficamente malas” (citado por le Monde, 14/03/00) La conclusión sacada por el científico es “un cambio de política global es imperativo”.
No hace falta repetir lo del agujero de la capa de ozono, ni del calentamiento del planeta que provoca el derretido de los hielos de ambos polos y hace subir el nivel de los mares. La mayoría de las grandes urbes del mundo se ha vuelto irrespirable y con su ristra de enfermedades resultantes: asma, bronquitis crónicas y otras en aumento acelerado. Pero no solo están afectadas las grandes ciudades o las ciudades industriales. Es el planeta entero. La nube de contaminación que emiten las industrias de India y China, de una superficie equivalente a la de EE.UU., planea por encima del océano Índico durante semanas; ¿qué respuesta da el capitalismo? Ninguna. ¿Propugna un cese de la contaminación o, al menos, una disminución? Nada. ¿Su respuesta? Apropiarse del aire y venderlo: “por vez primera, el aire, recurso universal, va a convertirse en valor mercantil (…) El principio de un mercado de permisos de emisión [o sea de derecho a contaminar] es simple (…) Un país que produce más CO2 del autorizado puede comprar a un Estado que produzca menos el excedente de derechos a contaminar” (le Monde, suplemento económico, 21/03/00). Igual que lo que ya hacen con el agua. Como ya lo hacen con los proletarios. En lugar de hacer cesar, o al menos frenar, la destrucción del planeta, el capitalismo, al transformar todo lo que toca en mercancía, acelera su ruina y su destrucción.
Hacia una pobreza todavía mayor
Desde principio del siglo XX y a pesar de los progresos técnicos y un desarrollo inconmensurable de las fuerzas productivas, las condiciones de vida del conjunto de la población mundial, incluida la clase obrera de los países industrializados, se han degradado considerablemente. Y eso sin contar los sacrificios de dos guerras mundiales. Como lo dijo la Internacional comunista en 1919, se estaba abriendo el período de decadencia del capitalismo([5]).
Los años 70 fueron los de la quiebra de los países africanos y de la deuda de los latinoamericanos. Los 80 vieron la quiebra de estos últimos y la deuda de los países del Este. Los 90 conocieron la quiebra de éstos, el endeudamiento de los países asiáticos y la quiebra que siguió con mayor rapidez todavía. Sea en Africa, en Latinoamérica y ahora en Asia y Este de Europa, la situación no ha hecho más que empeorar dramáticamente a lo largo de este fin de siglo. A principios de los 70, el número de pobres (con menos de un dólar por día según el Banco mundial) se elevaba a 200 millones. A principios de los 90, alcanzó los 2000 millones.
Tras la caída del capitalismo de Estado estalinista en los países del Este, se prometió a todos la seudo prosperidad occidental, “pero en lugar de converger hacia niveles de salario y de vida de Europa occidental, el declive regional relativo [de los países del antiguo bloque ruso] se aceleró después de 1989. El producto interior bruto (PIB) cayó en 20 % incluso en los países más desarrollados. Diez años después del inicio de la transición, únicamente Polonia ha superado su PIB de 1989, mientras que Hungría sólo se iba acercando al suyo del 89, a finales de la década” (le Monde diplomatique, febrero del 2000).
En Asia en donde, según dice, la crisis del verano de 1997 se habría superado “cantidad de bancos siguen estando con deudas gigantescas que, por mucho que mejore el clima económico, no se reembolsarán nunca” (The Economist, “El Mundo en el 2000”). La burguesía se maravilla desde hace poco de las capacidades de recuperación de los economías asiáticas: “La recuperación de las economías de la región es ‘notable’, ha estimado el vicepresidente del Banco mundial para el Sudeste asiático y el Pacífico” para quien “la pobreza ha dejado de aumentar, las tipos de cambio son estables, las reservas importantes, aumentan las exportaciones, las inversiones extranjeras vuelven y la inflación es débil” (le Monde, 24/03/00). Los buenos resultados de los “fundamentales” son el fruto de una destrucción masiva de la economía de los países asiáticos y de una pauperización masiva de la población, de un endeudamiento público y privado en aumento, lo que explica que “las reservas sean importantes” y de una moneda devaluada que favorece las exportaciones y las inversiones extranjeras. Incluso en el caso de Corea del Sur, décima potencia industrial antes de la crisis del verano del 97, las opiniones de los especialistas son divergentes y no todos se dejan arrastrar por las necesidades propagandísticas.
"Hilton Rood, un ex profesor de Economía de la Wharton School, ha descrito un cuadro inquietante de la recuperación coreana, arraigada más en la superficie que en profundidad. Los poderosos ‘chaebols’ surcoreanos (conglomerados) están todavía varados en deudas enormes, el país tiene pocas familias que posean suficiente riqueza y la corrupción sigue esquilmando el sistema político y legal de la nación. Mr. Root duda de que la recuperación coreana se mantenga, incluso si el señor Kim aparece más fuerte que nunca. En efecto, mucha gente se inquieta ya de que, sin ese mandato, Corea del Sur retroceda” (IHT, 18/03/00) Como vemos, e incluso si la explicación de las dificultades que da ese economista es bastante incompleta, la realidad no es tan brillante como lo cacarean muchos especialistas de la burguesía internacional.
Para los países de la periferia del capitalismo, es decir la inmensa mayoría de la población mundial, las perspectivas económicas son ruina, miseria y hambre.
Hacia la agravación del desempleo y de la eventualidad en los países ricos,
hacia una agravación de la crisis
¿Cómo se nos ocurre decir que el capitalismo está en quiebra cuando lo que hay es crecimiento? ¿Estaremos ciegos? La “nueva economía” ¿no van a relanzar la máquina y asegurar una prosperidad continua? ¿No vamos hacia el “pleno empleo” como aseguran los gobiernos? ¿Realidad o quimera?, ¿posibilidad o mentira?
Las previsiones económicas que se nos han presentado en los media con todo lujo de detalles son pura propaganda. Humo con el que ocultar la quiebra general. Para acreditar sus discursos, los políticos, los especialistas y demás periodistas proponen cifras manipuladas y mentirosas. Una de las campañas de estos días: el retorno al “pleno empleo”, al alcance de la mano, en parte gracias a la llamada “nueva economía”([6]). ¿Cómo van a lograrlo? Pues, mediante la eventualidad, el tiempo de trabajo impuesto y las trampas: “Los tiempos cambian, las referencias también. Durante lustros se admitió que el pleno empleo se alcanza cuando la tasa de desempleo no superaba el 3 %. Más recientemente, los peritos consideraban que el mismo resultado se obtendría con el 6 % de desempleados. Y ahora resulta que la cifra es revisada hacia arriba por algunos, hasta el 8,5 %” (le Monde, suplemento económico, 21/03/00).
El hecho mismo de que la burguesía revise sus criterios cifrados ya está descalificando de antemano su pretendida vuelta al “pleno empleo” en las estadísticas, mostrando la confianza que ella misma tiene en sus propios pronósticos. El desempleo y la precariedad van a profundizarse más y más y seguir pesando sobre las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera mundial.
Y lo mismo es con las cifras de crecimiento. Acostumbrado a mentir, es de lo más normal que un dirigente japonés se niegue a admitir la recesión abierta de su país, “incluso si ya van dos trimestres seguidos ([7]) que el PIB se contrae, nosotros no pensamos que la economía esté en recesión” (citado por le Monde, 14/03/00). ¿Por qué iba a sentirse molesto, puesto que las cifras se tuercen y retuercen para que aparezcan bonitas?: “En el pasado, se habría considerado [una tasa de crecimiento de 1 al 1,5 % de la economía mundial] como una recesión. Con ocasión de las tres “recesiones” mundiales precedentes – 1975, 1982 y 1991 – la producción mundial no retrocedió verdaderamente” (The Economist, publicado en Courrier international) En esas condiciones es imposible dar el menor crédito serio a las declaraciones triunfantes sobre el retorno del crecimiento en los países industrializados.
De hecho, una de las cosas más importantes en la situación actual para la burguesía es ocultar ante la población mundial, y especialmente la clase obrera de los países industrializados, la quiebra económica del capitalismo. Una de las expresiones más patentes de esa quiebra es el retroceso de la producción, la recesión, y sus consecuencias dramáticas y violentas. En eso también las trompetadas sobre el crecimiento en Estados Unidos, cuyas condiciones artificiales hemos podido comprobar, intentan tapar el ruido de la recesión mundial. ¡Cuántos artículos elogiosos sobre el ejemplo estadounidense junto a alguna que otra mención sobre “las graves recesiones en la mayoría de los países del tercer mundo” (The Economist) y en los países del Este europeo!
Hacia la agravación de las contradicciones de la economía norteamericana
A pesar de los mangoneos, la burguesía está sin embargo obligada a intentar ver claro, aunque solo sea para procurar controlar una situación de quiebra. De ahí los interrogantes actuales sobre el “aterrizaje suave”. La crisis asiática del verano de 1997 que causó estragos en Asia, en Latinoamérica y en Europa del Este, pudo ser contenida en América del Norte y en Europa occidental. A costa, en estos últimos países, y especialmente en EE.UU., de un endeudamiento público y privado incrementados y, como consecuencia de ello, la inflación, el recalentamiento de la economía y una especulación bursátil todavía más gigantesca e “irracional” que antes.
Desmintiendo todos las apologías sobre la buena salud de la economía, sobre la revolución y el boom de la nueva economía vinculada a Internet, los especialistas y responsables económicos más serios sólo tienen una verdadera preocupación: el “aterrizaje suave” de la economía mundial. Es un reconocimiento tácito de que la tendencia ya es hacia una caída de la economía. “Algo está claro: la expansión de Estados Unidos va a moderarse (…) ¿Podría ser tan brutal el freno que arrastrara hacia una recesión mundial? Es poco probable, pero no debe excluirse el riesgo. [Sin embargo] esta situación tiene dos consecuencias inquietantes. Primero, el freno necesario para evitar una vuelta a la inflación en EE.UU. será, en el 2000, de gran amplitud (…) Si la nueva economía es un espejismo o, en todo caso, si es mucho menos real de lo que se pretende, las cotizaciones bursátiles actuales de las empresas americanas no tienen justificación. En cuanto se asocia la necesidad de una moderación de la demanda global y un mercado bursátil a la vez sobrevalorado y aparentemente no preparado para las desilusiones, incluidas las menos graves, todas las condiciones están reunidas para un aterrizaje mucho menos suave” (The Economist publicado en Courrier international).
Las dudas planean. ¿Logrará la burguesía seguir controlando la caída evitando así un choque brutal e incontrolado parecido al de 1929? Lo que se juega no es: quiebra o no quiebra. La quiebra ya es un hecho. La recesión ya es un hecho como dijimos antes. No es prosperidad o miseria, pues la miseria ya es un hecho. No es desempleo-eventualidad o pleno empleo, pues desempleo y eventualidad ya son un hecho. No, la pregunta es: ¿será la burguesía capaz de controlar la caída, como así lo ha hecho hasta hoy? ¿Caída controlada o incontrolada? Ese es el tema. Las dudas también están presentes en otro artículo de la misma publicación: “Si logra un aterrizaje suave, el país [Estados Unidos] habrá cumplido un milagro tan digno de mención como el crecimiento sostenido que ha conocido en los últimos años” (ídem). ¡Vaya, dos milagros seguidos! ¡La fe es ciega! ¡Y qué confianza en las virtudes de la economía capitalista! Como el primero, ese segundo milagro, si ocurre, no será realizado por el mercado, sino gracias a la intervención autoritaria de los estados – y para empezar del norteamericano – sobre la economía, mediante decisiones políticas de los gobiernos y “técnicas” de los bancos centrales, los cuales volverán a hacer trampas con las leyes del valor no para salvar la economía sino para “aterrizar” lo más suavemente posible.
Hacia más guerras y mayor caos
Ya lo vimos, la paz no volverá a Chechenia([8]). Ni a los Balcanes. Y los focos de tensión son múltiples. En medio de otros muchos antagonismos locales, las tensiones permanentes entre China y Taiwan, India y Pakistán, y por ello entre India y China, tres países con armas nucleares, son una gran amenaza. De igual modo, las tensiones entre las grandes potencias industriales, aunque en parte queden ocultas, se agudizan. Esas rivalidades alimentan los conflictos locales, cuando no son la causa directa, como en Yugoslavia, agravándolos. Las desavenencias sobre Kosovo y sobre el uso de las fuerzas de ocupación de la OTAN son ya una manifestación de ello.
Recalentamiento de conflictos locales, agudización de antagonismos entre las grandes potencias imperialistas, hacia eso nos arrastra el capitalismo cada día un poco más.
En cuanto a conflictos imperialistas, el período actual de descomposición ha provocado una situación de caos en la mayoría de los continentes. “Por todas partes, en los países del Sur, el Estado se desmorona. Se desarrollan zonas sin ley, entidades caóticas ingobernables que escapan a cualquier legalidad, se hunden en un estado de barbarie en donde únicamente los grupos de salteadores son capaces de imponer su ley esquilmando a la población” (le Monde diplomatique, diciembre de 1999) Africa, en el abandono más total, es un buen ejemplo de ello. Las inmensas regiones del Asia central van por los mismo derroteros y, sin alcanzar el mismo grado, América Latina empieza a estar seriamente afectada, como el ejemplo colombiano muestra([9]).
Como en lo ecológico y en lo económico, esa tendencia irreversible del capitalismo a la descomposición, arrastra a la humanidad al caos y a la catástrofe. “Ese imperio [Rusia] que se deshace en regiones autónomas, ese conjunto sin leyes, ni coherencia, ese universo variopinto en el que se superponen grandes riquezas y las peores violencias, es, en efecto, una luminosa metáfora de esa nueva Edad Media en la que podría volverse a hundir el planeta entero si la mundialización no es controlada” (J. Attali, antiguo consejero del presidente francés Mitterand, en l’Express, semanario francés, 23/03/00).
¿Existe un futuro para la humanidad?
El cuadro que el mundo ofrece hoy es de espanto y de catástrofe. Las perspectivas que el capitalismo ofrece a la humanidad son pavorosas y tan apocalípticas como ineluctables. Salvo si se acaba con la fuente de todas las calamidades: el capitalismo.
“El mito persiste de que el hambre sea el resultado de una penuria de alimentos (…) El hilo común que recorre el hambre toda, en los países ricos y pobres, es la pobreza” (IHT 9/3/00). El mundo capitalista ha desarrollado suficientes fuerzas productivas para poder alimentar el mundo entero. Y eso, a pesar de las destrucciones masivas de riqueza y de fuerzas productivas a lo largo de todo el siglo XX. La abundancia de bienes y el fin de la miseria son una posibilidad para la humanidad entera. Y con ella el control de las fuerzas productivas y de la distribución social de bienes. Con ella, el final de la explotación del hombre por el hombre. El fin de las guerras y de las matanzas. Y con ella, el fin de la destrucción del medio ambiente. Económica y técnicamente, la respuesta está dada desde principios del siglo XX. Sigue planteándose la cuestión de la destrucción del capitalismo.
Frente a ello, la burguesía no hace más que repetir que todo proyecto revolucionario está inevitablemente abocado al fracaso sangriento, repitiendo hasta la saciedad la mentira de que el comunismo sería idéntico a lo que en realidad ha sido su negación, el estalinismo. No cesa de proponer, por medio de sus fuerzas “contestatarias” campañas democráticas contra Pinochet, contra la extrema derecha en Austria, contra el dominio de las grandes potencias financieras sobre la sociedad, como los excesos del liberalismo, contra la OMC con el gran espectáculo de la manifestación contra la cumbre de Seattle, por la tasa Tobin y demás. Esas campañas son la prolongación adaptada a cada situación nacional particular, como el caso Dutroux en Bélgica, la lucha contra el terrorismo de ETA en España, los escándalos mafiosos en Italia, o, también, el antirracismo en Francia. La idea central de esas campañas democráticas es que las poblaciones, y en primer término la clase obrera, se agrupen como “ciudadanos” en torno a su Estado, para ayudarlo, cuando no, para los más radicales, obligarlo a defender la democracia.
El objeto de esas campañas y de esa mistificación democrática es claro. A la lucha de la clase obrera, se sustituye el movimiento de ciudadanos de todas las clases e intereses confundidos. A la lucha contra el capitalismo y su representante y defensor supremo, el Estado, se le sustituye el apoyo a ese mismo Estado. La clase obrera lo perdería todo si se diluye en la masa interclasista de los ciudadanos y del pueblo. Lo perdería todo poniéndose detrás del Estado capitalista. La burguesía pregona también que la lucha de clases ya no existe y que la clase obrera ha desaparecido. Sin embargo, la existencia misma de esas campañas, su orquestación y su amplitud, a menudo internacional, hacen ver que para la burguesía, la clase obrera sigue siendo un peligro y una clase a la que combatir.
Tanto más porque hoy mismo aparecen luchas obreras, dispersas sí, controladas y derrotadas por los sindicatos y las fuerzas políticas de izquierda, pero muy reales, expresión de un descontento creciente ante los ataques. En Alemania, en Gran Bretaña, en Francia, ha habido movimientos significativos, todavía tímidos y ampliamente controlados por los sindicatos([10]). El movimiento y manifestaciones de los obreros del Metro de Nueva York de noviembre-diciembre de 1999 (ver Internationalism nº 111, publicación de la CCI en Estados Unidos) ha sido una de las expresiones más importantes de las fuerzas, las debilidades y los límites de la clase obrera hoy: por un lado, combatividad, rechazo y reacción frente a los sacrificios, disposición a unirse y a discutir de las necesidades y los medios de luchar, cierta desconfianza hacia las maniobras sindicales; por otro lado, falta de confianza en sí, falta de determinación para superar los obstáculos sindicales, para entrar abiertamente en la lucha e intentar organizar su ampliación hacia otros sectores.
Las mentiras sobre la buena salud de la economía pretenden impedir y sobre todo retrasar al máximo la toma de conciencia por parte de los obreros, no ya de los ataques y de la deterioración de sus condiciones de vida y de trabajo (eso lo viven cotidianamente y se lo saben), sino de la quiebra del capitalismo. Y en el plano ideológico y político, la campaña permanente y sistemática sobre la necesidad de defender la democracia y reforzarla está en el centro de la ofensiva política de la burguesía contra el proletariado en el período actual.
Lo que está históricamente en juego es de la mayor importancia. Para el capitalismo, se trata de retrasar y de extraviar al máximo el desarrollo de luchas masivas y unidas y de mermar lo más posible la confianza en sí mismos de los obreros, consiguiendo así que se desgasten, se dispersen y acaben siendo derrotadas las inevitables réplicas proletarias. Sería una desgracia para la humanidad entera si el proletariado internacional saliera derrotado y aniquilado de los enfrentamientos de clase decisivos en el futuro.
RL 26/03/2000
[1]) Tiempo parcial, flexibilidad, trapicheo con las cifras, es también la “fórmula mágica” en Gran Bretaña “Dato capital, sin embargo, el descenso importante de la población activa suele dejarse oculto (…) Otro factor que hace la diferencia: la formidable progresión del tiempo parcial, el cual es, desde 1992, lo propio de dos empleos creados de cada tres, ¡ un récord en Europa ! En fin, conocida receta, las estadísticas del empleo son sometidas a un rudo tratamiento en el Reino Unido: cualquier persona que no busque activamente un empleo (o sea un millón de personas) es tachada de los registros, al igual que quienes no estén inmediatamente disponibles (unas 200 000)” (le Monde diplomatique, febrero de 1998 y el de abril del 98 para los datos sobre la eventualidad y el tiempo parcial impuesto en los principales países industrializados, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia…).
[2] “El déficit de las cuentas corrientes asciende a casi 339 mil millones de $ para todo 1999, una hinchazón de más del 53 % de los casi 221 mil millones de $ de 1998. El déficit nunca había sido tan grande desde que el gobierno federal estableció esas estadísticas, o sea, justo después del final de la Segunda Guerra mundial” (le Monde, 17/03/00).
[3] Un billón es un millón de millones.
[4] Los niños como mercancía no es algo típico de los países pobres, en los que impera el mayor caos: “Ese país [Gran Bretaña] es también el campeón europeo del trabajo infantil, como lo muestra el aplastante informe redactado por una comisión independiente, la Low Pay Unit, hecho público el 11 de febrero último: 2 millones de jóvenes entre 6 y 15 años, entre los cuales medio millón de menos de 13, tienen un empleo casi regular. No se trata únicamente de “chapuzas”, sino de actividades que deberían ser asumidas normalmente por adultos en la industria y los servicios, con una remuneración ridícula. El “dumping” generacional, ésa es la más reciente invención del “modelo” británico…” (le Monde diplomatique, abril de 1998).
[5] Ver en este mismo número el artículo “Balance del siglo XX: el siglo más sanguinario de la historia”.
[6] No podemos, en el marco de este artículo, analizar, criticar y denunciar el nuevo invento que va a sacar a la humanidad y el capitalismo del atolladero: Internet y la “nueva economía”. Notemos al menos que el entusiasmo de los últimos meses está decayendo y que los arrebatos “internáuticos”, especulativos, ya se están enfriando. Hay que decir que las cifras astronómicas de capitalización bursátil de las sociedades vinculadas a Internet son totalmente irracionales en relación con su valor y menos todavía con sus ganancias, y esto cuando las obtienen, lo cual no es muy corriente. El que masas gigantescas de capitales financieros abandonen la “vieja economía”, es decir la que produce bienes de producción y de consumo, y vayan corriendo hacia las sociedades que no producen nada, con el único objetivo de especular, es una confirmación evidente del atolladero del capitalismo: “En enero ha habido un aporte neto de 32 mil millones de $ en los fondos de tecnología con fuerte crecimiento [o sea la ‘nueva economía’ vinculada a Internet]. Mientras tanto, los inversores retiraban su dinero de otras acciones, las cuales han sufrido una retirada neta de 13 mil millones. Las cifras de diciembre eran también espectaculares: 26 mil millones de $ para la alta tecnología y 13 mil millones escapados de las demás categorías” (IHT, 14/03/00).
[7] Según las reglas al uso entre economistas, se precisan dos trimestres seguidos de retroceso del crecimiento para que la recesión sea “oficialmente” reconocida. Pero como lo revela The Economist, las cifras negativas sólo son la expresión de una recesión “abierta” que en nada niega la posibilidad de una recesión incluso con cifras positivas.
[8] Ver los análisis y tomas de posición más precisas sobre los conflictos imperialistas, especialmente Kosovo, Timor y Chechenia, en los números anteriores de la Revista internacional (97, 98, 99 y 100).
[9] Cabe recordar que “Colombia se ha convertido en el tercer receptor de ayuda militar americana después de Israel y Egipto” (Courrier international).
[10] En Alemania, “las tensiones sociales se han vuelto a calentar en dos frentes…, en el momento en que el gobierno está imponiendo cambios sensibles en la política del empleo” (IHT, 24/03/00). Puede leerse Weltrevolution, periódico de la CCI en Alemania. Sobre Gran Bretaña, léase nuestro mensual World Revolution nos 228 y 229, así como la toma de posición de la Communist Workers Organisation en Revolutionnary Perspectives nº 15 y 16 sobre las diferencias de apreciación acerca de las luchas obreras recientes en Gran Bretaña. Léase también nuestro mensual en Francia Révolution internationale. Los movimientos más significativos no han sido los más mediatizados. En Francia, por ejemplo, las huelgas minoritarias y corporativistas de los agentes de impuestos y de la enseñanza han ocupado la primera página y los telediarios, acabando en pretendidas “victorias”, presentadas como debidas a los sindicatos, mientras que otros sectores, privados y públicos como Correos por ejemplo, contra la aplicación de las 35 horas y sus consecuencias se han minimizado y eso cuando no se han silenciado.
La burguesía ha celebrado la entrada en el año 2000 a su manera: muchas fiestas y cánticos a las maravillas que el siglo que va a terminar ha aportado a la humanidad. Ha insistido, cómo no, en los formidables progresos realizados por la ciencia y las técnicas durante este siglo, dando a entender que el mundo se ha dado los medios para que todos los seres humanos saquen provecho de aquellos.
Junto a los grandes discursos eufóricos, también se han podido oír otros que, con menos altisonancia, ponían de relieve las tragedias del siglo XX o que se inquietaban por un porvenir poco risueño, en verdad, con sus incesantes crisis económicas, sus hambrunas, sus guerras y sus problemas ecológicos. Pero tanto aquéllos como estos discursos convergen en un punto: no hay otra sociedad posible, aunque para unos hay que confiar en las "leyes del mercado" y para los otros hay que refrenar esas leyes con macanas como la "tasa Tobin" o instaurar una "verdadera cooperación internacional".
Les incumbe a los revolucionarios, a los comunistas, contra las mentiras y los discursos consoladores de los apólogos del sistema capitalista, hacer un balance lúcido del siglo que va a terminar y, en base a ello, despejar las perspectivas de los que le esperaría a la humanidad en el venidero. Esa lucidez no es el fruto de no se sabe qué inteligencia especial, sino que es el resultado del simple hecho de que el proletariado, del cual son expresión y vanguardia los comunistas, es la única clase que no necesita ni consuelos ni velos que para ocultar al conjunto de la sociedad la realidad de los hechos y las perspectivas del mundo actual, por la sencilla razón de que el proletariado es la única fuerza capaz de abrir esa perspectiva no a beneficio propio sino por la humanidad entera.
Los juicios atemperados sobre el siglo XX por parte de los diversos defensores del orden burgués contrasta vivamente con el entusiasmo unánime expresado sin excepciones cuando se celebró la entrada en el siglo. En aquel entonces, la clase dominante estaba tan segura de la solidez de su sistema, tan segura de que el modo de producción capitalista era capaz de aportar mejoras cada día mayores a la especie humana que esa ilusión empezó a hacer estragos importantes dentro de la propio movimiento obrero. Fue la época en la que revolucionarios como Rosa Luxemburg combatían, en el seno de su propio partido, la Socialdemocracia alemana, las ideas de Berstein y otros, ideas que cuestionaban el “catastrofismo” de la teoría marxista.
Aquellas ideas “revisionistas” estimaban que el capitalismo era capaz de superar definitivamente sus contradicciones, sobre todo las económicas; que se dirigía hacia una armonía y una prosperidad en aumento y que el objetivo del movimiento no era echar abajo el sistema sino presionar desde dentro de él para transformarlo progresivamente en beneficio de la clase obrera. Si tenían tanto predicamento en el seno del movimiento obrero organizado, las ilusiones sobre los progresos sin límite del capitalismo ello se debía a que, durante todo el último tercio del siglo XIX, el sistema había mostrado un vigor y una prosperidad sin igual y las guerras que habían desgarrado Europa y otras partes del mundo hasta 1871 parecían estar ya en el baúl de los recuerdos.
La barbarie del siglo XX
Evidentemente, hoy, la burguesía evita el triunfalismo y la buena conciencia sin falla que expresaba en 1900. De hecho, incluso los aduladores más serviles del modo de producción capitalista están obligados a admitir que el siglo que termina ha sido uno de los más siniestros de la historia humana. Y es cierto que el carácter esencialmente trágico del siglo XX es difícil de ocultar para cualquiera. Basta recordar que este siglo ha conocido dos guerras mundiales, acontecimientos desconocidos antes. Así, el debate que se realizó en el movimiento obrero hace cien años quedó zanjado, sin posible vuelta atrás, en 1914: “Las contradicciones del sistema capitalista se han transformado para la humanidad, como consecuencia de la guerra, en sufrimientos inhumanos: hambre, frío, epidemias, barbarie moral. La vieja querella académica de los socialistas sobre la teoría de la pauperización y el paso progresivo del capitalismo al socialismo ha quedado definitivamente zanjada. Los estadísticos y otros pedantes de la teoría de la desaparición de las contradicciones se han esforzado durante años en buscar por todos los rincones del mundo hechos reales o imaginarios que pudieran ser la prueba de la mejora de ciertos grupos o categorías de la clase obrera. Quedó admitido que la teoría de la pauperización había sido enterrada con los silbidos despectivos de los inútiles que ocupan las cátedras universitarias burguesas y de los bonzos del oportunismo socialista. Hoy, ante nosotros ya no sólo está la pauperización social, sino también la anímica, biológica, en su realidad más horrorosa” (Manifiesto de la Internacional comunista, 6 de marzo de 1919).
Intenso fue el vigor con el que los revolucionarios de 1919 denunciaron la barbarie engendrada por la Primera Guerra mundial, pero ni imaginar pudieron lo que iba a ocurrir después: una crisis económica mundial sin comparación con las que Marx y los marxistas habían analizado en su tiempo; y sobre todo una Segunda Guerra mundial que hizo cinco veces más víctimas que la Primera. Una guerra mundial acompañada de una barbarie difícilmente imaginable por una mente humana.
La historia de la humanidad está plagada de bestialidad de todo tipo, torturas, matanzas, deportaciones y exterminios de poblaciones enteras por razones de religión, lengua, cultura o raza. Cartago borrada del mapa por las legiones romanas, Atila y sus invasiones en el siglo V, la ejecución por orden de Carlomagno de 4500 rehenes sajones en un solo día del año 782, las torturas y las hogueras de la Inquisición, el exterminio de los indios de las Américas, la trata de millones de africanos entre el siglo XVI y el XIX: sólo son unos cuantos ejemplos que cualquier escolar podrá encontrar en sus libros de texto. La historia ha conocido también largos períodos especialmente trágicos: la decadencia del Imperio romano, la guerra de los Cien años en la Edad Media entre Francia e Inglaterra, la guerra de los Treinta años que asoló la Alemania del siglo XVII. Sin embargo, por mucho que repasemos todas las calamidades que se abatieron sobre la humanidad, nunca encontraríamos algo ni mucho menos equivalente a las que se desencadenaron durante este siglo.
Muchas revistas han intentado hacer un balance del siglo XX, estableciendo una lista de esas calamidades. Daremos solo algunos ejemplos:
La Primera Guerra mundial: para millones de hombres entre 18 y 50 años, meses y años de horror en las trincheras, en el fango y el frío, con las ratas, los piojos, el hedor de los cadáveres y el miedo permanente a los obuses del enemigo. En retaguardia, unas condiciones de explotación dignas de principios del siglo XIX, hambre, enfermedades y angustia cotidiana de recibir el telegrama con el anuncio de la muerte del padre, del hijo, del marido o del hermano. En total, cinco millones de refugiados, diez millones de muertos, el doble de heridos, mutilados, inválidos, gaseados.
La Segunda Guerra mundial: seis años de combates permanentes en prácticamente todos los rincones del planeta, bajo las bombas y los obuses, en la jungla y el desierto, a 20 grados bajo cero y con calores tórridos; y lo peor, el uso sistemático de la población civil como rehén, una población atrapada en redadas, sometida a bombardeos, y, todavía peor, encerrada en los “campos de la muerte” en donde son exterminadas poblaciones en masa. Balance: 40 millones de refugiados, más de cincuenta millones de muertos en su mayoría civiles, tantos o más heridos, mutilados; algunos países como Polonia, la URSS o Yugoslavia perdieron entre el 10 y el 20 % de su población.
Y eso sólo es el recuento humano de los dos conflictos mundiales. A ellos habría que añadir, en el período que los separa, la terrible guerra civil que la burguesía desató contra la revolución rusa entre 1918 y 1921 (6 millones de muertos), las guerras que anunciaron la segunda carnicería mundial, como la chino-japonesa o la de España y el “gulag” del régimen estalinista, cuyas víctimas superan los diez millones.
El acostumbramiento a la barbarie
Paradójicamente, los espantos de la Primera Guerra mundial marcaron más las mentes, en muchos aspectos, que los de la Segunda. Y sin embargo, el balance humano de ésta es muchísimo más espantoso que el de la “Gran guerra”.
“Curiosamente, excepto en la URSS por razones comprensibles, la cantidad muy inferior de víctimas de la Iª Guerra mundial dejó huellas más profundas que la cantidad de muertos de la Segunda, como lo demuestran los múltiples monumentos erigidos tras la Gran Guerra. La Segunda Guerra mundial no produjo ningún equivalente en monumentos al ‘Soldado desconocido’ y, después de 1945, la celebración del ‘armisticio’ (el aniversario del 11 de noviembre de 1918) ha ido perdiendo poco a poco su solemnidad del período entreguerras. Los diez millones de muertos (…) de la Primera Guerra mundial fueron, para quienes no habían imaginado nunca un sacrificio semejante, un choque más brutal que los 54 millones de la Segunda para quienes habían tenido ya la experiencia de una guerra-matanza” (L’âge des extrêmes, Eric J. Hobsbawm).
Para ese fenómeno, ese buen hombre, historiador muy renombrado por lo demás, nos da una explicación:
“El carácter total de los esfuerzos de guerra y la determinación de los dos bandos para llevar a cabo una guerra sin límites y a toda costa dejaron sin duda su marca. Sin esto, la bestialidad y la inhumanidad crecientes del siglo XX se explican mal. Sobre este incremento de la barbarie después de 1914, no hay la menor duda. Al inicio del siglo XX, la tortura se había suprimido oficialmente en toda Europa occidental. Desde 1945, nos hemos ido acostumbrando, sin demasiada repulsión, a su uso en al menos la tercera parte de países miembros de Naciones Unidas, incluidos algunos de entre los más antiguos y más civilizados” (Idem).
En efecto, incluidos los países más adelantados, la repetición de las matanzas y de actos de barbarie de todo tipo que tan abundantes han sido en el siglo XX, ha provocado una especie de fenómeno de habituación. Se debe sin duda a une fenómeno así si los ideólogos de la burguesía se han permitido presentar como “era de paz” el período que comienza en 1945, durante el cual no ha habido ni un segundo de paz con sus 150 a 200 guerras locales con un cómputo de muertos todavía mayor que el de la Segunda Guerra mundial.
Y, sin embargo, esa realidad no es ocultada por los medios de la burguesía. Hoy, como otro día cualquiera, ya sea en África, en Oriente Medio e incluso en la “cuna de la civilización” que pretende ser la vieja Europa, los exterminios masivos de población, aderezados con crueldades inimaginables están en la primera plana de los periódicos.
De igual modo, las demás calamidades que abruman a la humanidad en este fin de siglo son narradas con regularidad y denunciadas: “Cuando la producción mundial de productos de base representa más del 110 % de las necesidades, 30 millones de personas siguen muriéndose de hambre cada año, y más de 80 millones están subalimentadas. En 1960, el 20 %, los más ricos de la población mundial, poseían unos ingresos 30 veces mayor que el 20 % más pobre. Hoy, los ingresos de los ricos es ¡82 veces mayor! De los 6 mil millones de habitantes del planeta, apenas 500 millones viven con holgura, mientras que los 5,5 mil millones restantes viven necesitados. El mundo anda de cabeza. Las estructuras estatales al igual que las estructuras sociales tradicionales son barridas de manera desastrosa. Por todas partes, en los países del Sur, se desmorona el Estado. Se desarrollan sin ley entidades caóticas ingobernables, eludiendo todo tipo de legalidad, volviendo a caer en un estado de barbarie en el que únicamente pueden imponer su ley bandas de forajidos que saquean a la población. Aparecen peligros de nuevo tipo: el crimen organizado, redes mafiosas, especulación financiera, corrupción a gran escala, extensión de nuevas epidemias (SIDA, virus Ebola, Creutzfeld-Jakob, etc.), contaminaciones de alta intensidad, fanatismos religiosos o étnicos, efecto invernadero, desertización, proliferación nuclear, etc.” (“L’an 2000”, le Monde diplomatique, diciembre de 1999).
Y sin embargo, tampoco ese tipo de realidades de las que todo el mundo puede estar informado, eso cuando no tiene que sufrirlas en carne propia, provoca indignaciones ni levantamientos significativos.
En realidad, la habituación a la barbarie, especialmente en los países más avanzados, es uno de los medios mediante los cuales la clase burguesa logra mantener sojuzgada a la sociedad. Ha obtenido ese “enganche” acumulando imágenes de los horrores que abruman a la especie humana, pero, sobre todo, acompañándolas de comentarios mentirosos para apagar, esterilizar o canalizar la menor indignación que puedan provocar, mentiras cuyo objetivo principal es la única parte de la población que podría ser una amenaza para ella, la clase obrera.
Fue tras la Segunda Guerra mundial cuando la burguesía dio forma a ese medio a gran escala, de perpetuar su dominación. Por ejemplo, las imágenes filmadas, insoportables, como los testimonios escritos sobre los campos nazis en el momento de su liberación sirvieron para justificar la guerra despiadada llevada a cabo por los aliados. Auschwitz sirvió para justificar Hiroshima, sirvió para justificar todos los sacrificios sufridos por las poblaciones y los soldados de los países aliados.
Hoy, junto a las informaciones y las imágenes que, incesantemente, llegan de las matanzas, los comentaristas se las arreglan siempre para precisar que esa barbarie es cosa de “dictadores” sin moral y sin escrúpulos dispuestos a hacer cualquier cosa para saciar sus pasiones monstruosas. Si la matanza ha ocurrido en un país africano, insisten en que se debe a rivalidades “tribales” de las que se aprovecha este o aquel déspota local. Si la población kurda es gaseada a millares, eso sólo puede deberse a la crueldad del “carnicero de Bagdad”, presentado desde la Guerra del Golfo como el mismísimo diablo, mientras que se le presentaba como una especie de defensor de la civilización cuando la guerra contra Irán de 1980 a 1988. Si la población de la ex Yugoslavia es exterminada en nombre de la “pureza étnica”, ello se debe a Milosevic, un imitador de Sadam Husein. En resumen, de la misma manera que la barbarie que se desencadenó durante la Segunda Guerra mundial tuvo un responsable muy bien identificado, Adolf Hitler y su locura asesina, la barbarie que hoy se está incrementando procede del mismo fenómeno: las ansias de sangre de este o aquel jefe de Estado o de banda.
En nuestra Revista ya hemos denunciado en varias ocasiones la mentira que consiste en presentar la barbarie del siglo XX como resultado exclusivo de regímenes “dictatoriales” o “autoritarios”([1]). No vamos a volver aquí detalladamente sobre este tema. Nos limitaremos a evocar algunos ejemplos significativos del grado de barbarie de la que son capaces los regímenes “democráticos”.
Para empezar, cabe recodar que la Primera Guerra mundial, que en su época fue vivida como la cúspide insuperable de la bestialidad, fue conducida por ambos lados por “democracias” (incluida, a partir de febrero de 1917, la recién estrenada democracia rusa). Pero esa carnicería es ahora casi considerada como “normal” en los discursos burgueses, pues, en fin de cuentas, se respetaron “las leyes de la guerra” ya que eran soldados quienes se mataron mutuamente por millones. En general, se respetó a la población civil. Y por eso, dicen, no hubo “crímenes de guerra” durante la primera guerra imperialista. En cambio, la segunda se ilustró en ese terreno hasta el punto de que se creó, nada más terminarse, un tribunal especial, el de Nuremberg, para juzgar ese tipo de crímenes. Sin embargo, la característica primordial de los acusados en ese tribunal no es que eran criminales bestiales, sino que pertenecían al campo de los vencidos. Pues, si no, Truman, el tan democrático presidente estadounidense que decidió el lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, debiera haberlos acompañado en el banquillo. Y junto a él debería haber estado Churchill y sus colegas aliados, quienes ordenaron que se arrasara Dresde el 13 y 14 de febrero de 1945, provocando 250 000 muertos, es decir, tres veces más que en Hiroshima.
Después de la Segunda Guerra mundial, sobre todo en las guerras coloniales, los regímenes democráticos han seguido ilustrándose: 20 000 muertos en los bombardeos de Setif en Argelia por el ejército francés, el 8 de mayo de 1945 (el mismo día de la capitulación de Alemania). En 1947, fueron 80 000 malgaches los masacrados por la aviación, los carros blindados y la artillería de ese mismo ejército. Y esos son solo dos ejemplos.
Más cerca de nuestros días, la guerra de Vietnam, sólo ella, ya causó más a de 5 millones de muertos entre 1963 y 1975 y, en su gran mayoría debidos a la democracia norteamericana.
Esas matanzas estaban, claro está, “justificadas” por la necesidad de “frenar el Imperio del Mal”, o sea el bloque ruso([2]). Pero es una justificación que ya no era posible en la guerra del Golfo, en 1991. Sadam Husein había gaseado a miles de kurdos en los años 80 y eso no le causó la menor indignación a ningún dirigente del “mundo libre”: ese crimen solo fue en 1990 evocado y denunciado por esos mismos dirigentes, después de que aquél invadiera Kuwait, y, para hacérselo pagar, los generales americanos y sus aliados, salvaguardia de la civilización, hicieron matar a decenas de miles de civiles a golpe de “bombardeos quirúrgicos”, enterrar vivos a miles de soldados irakíes, campesinos y proletarios en uniforme, asfixiando a varios miles más con bombas mucho más sofisticadas que las de Sadam. Hoy mismo, aquellos que logran despertar del estado de hipnosis colectivo propiciado por la propaganda de tiempos de guerra son capaces de ver que los bombardeos aéreos de la OTAN en la guerra de Kosovo de la primavera de 1999, provocaron un “desastre humanitario” mucho peor que el que pretendían combatir. Algunos son capaces de comprender que ese resultado era conocido de antemano por los gobiernos que lanzaron la “cruzada humanitaria” y que sus justificaciones no son más que hipocresía. También algunos podrían recordar que los “malos” de hoy no siempre lo han sido y que el “diablo Sadam” aparecía cual San Jorge combatiendo al dragón Jomeini, en los años 80, o también que todos los “dictadores sanguinarios” fueron armados hasta los dientes por las virtuosas “democracias”.
Y precisamente, para aquellos que quieren tragarse las mentiras de los gobiernos, aparecen los “especialistas” que se dedican a designar a los “verdaderos culpables” de la barbarie actual, tanto en el plano de las matanzas y genocidios como de la situación económica : la culpa sería, sobre todo, de los Estados Unidos, de la “globalización” y de las “multinacionales”.
Y es así cómo le Monde diplomatique precisa, tras hacer una constatación válida sobre el estado del mundo actual: “La Tierra conoce así una nueva era de conquista, como en la época de las colonizaciones. Pero, mientras que los actores principales de las expansiones conquistadoras precedentes eran los Estados, esta vez quienes quieren dominar el mundo son empresas y conglomerados, grupos industriales y financieros privados. Nunca antes los dueños de la Tierra habían sido tan pocos ni tan poderosos. Esos grupos pertenecen a la Triada formada por Estados Unidos - Europa – Japón, pero la mitad está en Estados Unidos. Es un fenómeno fundamentalmente norteamericano…
La mundialización, más que conquistar países, lo que busca es conquistar mercados. La preocupación de este poder moderno no es la conquista de territorios, como en las grandes invasiones o los períodos coloniales, sino la posesión de las riquezas.
Esa conquista viene acompañada de destrucciones impresionantes. Industrias enteras quedan brutalmente siniestradas, en todas las regiones. Con los sufrimientos sociales resultantes: desempleo masivo, subempleo, eventualidad, exclusión. 50 millones de desempleados en Europa, mil millones de desempleados y de subempleados en el mundo… hombres, mujeres, y, todavía más escandaloso, niños sobreexplotados: 300 millones de ellos lo están, en condiciones muy brutales.
La mundialización es además un pillaje planetario. Los grandes grupos destrozan el medio ambiente con medios gigantescos; sacan provecho de las riquezas de la naturaleza, bien común de la humanidad; y lo hacen sin escrúpulos y sin freno. Esto también viene acompañado de una criminalidad financiera vinculada a los medios de negocios y a los grandes bancos que ‘lavan’ sumas que superan el billón de dólares por año, es decir más que el producto nacional bruto de una tercera parte de la humanidad”.
Una vez identificados los enemigos de la especie humana, hay que indicar cómo combatirlos:
“Por eso los ciudadanos multiplican las movilizaciones contra los nuevos poderes, como pudimos comprobarlo con ocasión de la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC) en Seattle. Están convencidos de que, en el fondo, la meta de la mundialización, en este inicio de milenio, es la destrucción de lo colectivo, el acaparamiento por el mercado y lo privado de las esferas pública y social. Y están decididos a oponerse a ello.”
Les incumbe pues a los “ciudadanos” movilizarse y realizar “dos, tres Seattle” para empezar a dar una solución a los males que abruman al mundo. Y ésa es una perspectiva que proponen incluso organizaciones políticas (como los trotskistas) que dicen ser “comunistas”. En resumen, lo que hace falta es que los ciudadanos inventen una “nueva democracia” destinada a combatir los excesos del sistema actual y que se opongan a la hegemonía de la potencia estadounidense. Es, más sosa, la misma sopa que servían los reformistas de la IIª Internacional de principios de siglo, los mismos reformistas que acabarían siendo los primeros para alistar al proletariado en la Primera Guerra mundial y en la matanza de obreros revolucionarios a finales de ésa. Es, un poco más “democrático”, lo que nos decían durante la guerra fría los partidos estalinistas, esos otros verdugos del proletariado. De este modo, entre los adoradores de la “mundialización” y quienes la combaten, el territorio está bien marcado: lo que hace falta, ante todo, es que cada uno aporte su idea para aceptar el mundo actual, o sea, sobre todo, desviar a los obreros de la única perspectiva que pueda acabar con la barbarie capitalista, la revolución comunista.
Revolución comunista o destrucción de la humanidad
Cualquiera que sea el vigor con que se denuncia la barbarie del mundo actual, los discursos que hoy se oyen, ampliamente repercutidos por los media, ocultan lo esencial: que no es tal o cual forma de capitalismo la que es responsable de las calamidades que abruman el mundo. Es el capitalismo mismo, bajo todas sus formas.
De hecho, uno de los principales aspectos de la barbarie actual no es únicamente la cantidad de sufrimiento humano que engendra, es el inmenso abismo que hay entre lo que podría ser la sociedad con las riquezas creadas en su historia y la realidad que tiene que vivir. Fue el sistema capitalista el que favoreció la eclosión de esas riquezas, especialmente el dominio de la ciencia y el inconmensurable aumento de la productividad del trabajo. Gracias, claro está, a una explotación implacable de la clase obrera, el capitalismo creó las condiciones materiales para su superación y su sustitución por una sociedad que ya no esté orientada hacia la ganancia ni a satisfacer las necesidades de una minoría, sino orientada hacia la satisfacción de todos los seres. Estas condiciones materiales existen desde principios de siglo, cuando el capitalismo, tras haber constituido el mercado mundial, sometió a su ley a la Tierra entera. Tras haber rematado su tarea histórica de un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas, y de la primera de ellas, la clase obrera, el capitalismo hubiera debido dejar la escena como así lo hicieron las sociedades que lo precedieron, como la sociedad esclavista y la feudal. Pero no podía desaparecer por sí mismo: le incumbe al proletariado, como ya lo decía el Manifiesto comunista de 1848, ejecutar la sentencia de muerte que la historia pronunció contra la sociedad burguesa.
Tras haber alcanzado su apogeo, el capitalismo entró en un período de agonía que ha dado rienda suelta en la sociedad a una barbarie cada día mayor. La Primera Guerra mundial fue la primera gran expresión de esa agonía y, precisamente, fue durante y después de esa guerra cuando la clase obrera se lanzó al asalto del capitalismo para ejecutar la sentencia y tomar la dirección de la sociedad para instaurar el comunismo. El proletariado, en octubre de 1917, dio el primer paso en esa inmensa tarea histórica pero no pudo dar los siguientes, al haber sido derrotado en las mayores concentraciones industriales del mundo, sobre todo en Alemania([3]). Una vez superado su espanto, la clase burguesa desencadenó entonces la contrarrevolución más terrible de la historia. Una contrarrevolución liderada primero por la burguesía democrática, pero que después permitió la instauración de los regímenes abominables como lo fueron el nazismo y el estalinismo. Uno de los aspectos que deja muy patente la profundidad y la brutalidad de la contrarrevolución es que la estalinista haya podido disfrazarse durante décadas, con la complicidad de todos los regímenes democráticos, de vanguardia de la revolución comunista, cuando fue, en realidad, su enemigo más acérrimo. Esa es una de las características más importantes de la tragedia vivida por la humanidad en el siglo XX, una característica que todos los comentaristas burgueses, incluidos los más “humanistas” y bien pensantes, ocultan.
Si el proletariado pudo ser llevado como una res atada a la segunda guerra imperialista sin que pudiera hacer erguirse contra ella, como la había hecho en Rusia en 1917 y en la Alemania de 1918, fue porque había sufrido aquella terrible contrarrevolución. Y, en parte, esta imposibilidad permite explicar por qué la Segunda Guerra mundial fue mucho más terrorífica que la Primera. Otra de las causas de la diferencia entre ambas es, evidentemente, los enormes progresos científicos realizados por el capitalismo durante este siglo. Estos progresos son evidentemente saludados por todos los fanáticos alabadores del capitalismo. A pesar de todas esas calamidades, el capitalismo del siglo XX habría aportado a la sociedad humana riquezas científicas y técnicas sin comparación alguna con lo alcanzado en épocas anteriores. Lo que no se dice con tanta fuerza es que los principales beneficiarios de esa tecnología, quienes acaparan en cada momento los medios más modernos y sofisticados, son los ejércitos que así llevan a cabo las guerras más destructoras. En otras palabras, los progresos de las ciencias del siglo XX sirvieron primero para hacer más desgraciados a los humanos y no para su bienestar y su mejora. Puede uno imaginarse lo que hubiera sido la vida de la humanidad si la clase obrera hubiera vencido en una revolución que hubiera permitido poner a disposición de las necesidades humanas los prodigios de la tecnología que han aparecido en el siglo XX.
En fin, una de las causas esenciales de la mucho más profunda barbarie de la Segunda Guerra mundial en comparación con la Primera, es que entre ambas el capitalismo siguió hundiéndose en su decadencia.
Durante todo el período de la “guerra fría”, pudimos atisbar lo que hubiera podido ser una tercera guerra mundial: la destrucción pura y simple de la humanidad. La tercera guerra mundial no ocurrió, no gracias al capitalismo, sino gracias a la clase obrera. En efecto, fue porque el proletariado se libró de la contrarrevolución a finales de los años 60, replicando masivamente en su terreno de clase a los primeros ataques de una nueva crisis abierta del capitalismo, lo que impidió que éste diera su propia respuesta a esa crisis: una nueva guerra mundial, de igual modo que la crisis de los años 30 desembocó en la segunda.
Aunque la réplica de la clase obrera a la crisis capitalista cerró el camino a un nuevo holocausto, no ha sido suficiente para echar abajo el capitalismo o entrar directamente por el camino de la revolución. Esa situación histórica bloqueada en un tiempo en que la crisis capitalista se iba agravando cada día más, ha desembocado en una nueva fase de la decadencia del capitalismo, la de la descomposición general de la sociedad. Una descomposición cuya más eminente manifestación hasta hoy ha sido el desmoronamiento de los regímenes de capitalismo de Estado de corte estalinista y de todo el bloque del Este como tal bloque, lo cual provocó a su vez la dislocación del bloque occidental. Una descomposición que se expresa en un caos sin precedentes en el ruedo internacional, del que la guerra en Kosovo de la primavera de 1999, las matanzas de Timor al final del verano y la actual guerra de Chechenia son algunas muestras entre otras muchas. Una descomposición que es la causa y el trasfondo de todas las tragedias que están hoy barriendo el mundo, ya sean desastres ecológicos, catástrofes “naturales” o tecnológicas, epidemias o envenenamientos, ya sea el progreso irresistible de las mafias, de la droga o de la criminalidad.
“La decadencia del capitalismo, tal como el mundo la ha conocido desde principios de este siglo, aparece ya como el período más trágico de la historia de la humanidad (…). Sin embargo, puede uno darse cuenta ahora de que la humanidad no había tocado el fondo. Decadencia del capitalismo significa agonía de ese sistema. Pero esta agonía tiene su historia y hoy hemos llegado a su fase terminal, a la de la descomposición general de la sociedad, a su putrefacción de raíz.
Pues, sin lugar a dudas, de lo que se trata hoy es de putrefacción de la sociedad. Desde la Segunda Guerra mundial, el capitalismo había logrado repeler hacia los países subdesarrollados las expresiones más bestiales y sórdidas de su decadencia. Hoy, esas expresiones de la barbarie se están desplegando en el corazón mismo de los países avanzados. Y es así como los conflictos étnicos absurdos en los que las poblaciones se lanzan a mutuo degüello porque no tienen la misma religión o no hablan la misma lengua, o porque perpetúan tradiciones folklóricas diferentes, todos esos absurdos, que parecían ser ‘lo típico’, desde hace décadas, de los países del llamado Tercer mundo, de África, India u Oriente Medio, están ocurriendo hoy en Yugoslavia, a unos cuantos cientos de kilómetros de las metrópolis industriales de Italia del Norte y de Austria (…).
En cuanto a las poblaciones de esas zonas, su suerte no será mejor, sino mucho peor : desorden económico creciente, sumisión a demagogos patrioteros y xenófobos, ajustes de cuentas y pogromos entre comunidades que hasta ahora habían ido conviviendo y, sobre todo, división trágica entre los diferentes sectores de la clase obrera. Todavía más miseria, más opresión, terror, destrucción de la solidaridad de clase entre proletarios frente a sus explotadores : eso es el nacionalismo hoy. Y la actual explosión de ese nacionalismo es la mejor prueba de que el capitalismo decadente ha dado un nuevo paso en la barbarie y la putrefacción.
La violencia desencadenada de la histeria nacionalista en partes de Europa no es, ni mucho menos, la única manifestación de la descomposición. Los países adelantados empiezan a ser alcanzados por la barbarie que el capitalismo había logrado repeler hasta ahora hacia su periferia.
Antes, para hacer creer a los obreros de los países más desarrollados que no tenían razones para rebelarse, los medios de comunicación podían ir a pasear sus cámaras por los suburbios de Bogotá o las aceras de Manila y hacer reportajes sobre la criminalidad y la prostitución infantiles. Hoy es en el país más rico del mundo, en Nueva York, en Los Ángeles, en Washington, donde criaturas de doce años venden sus cuerpos o matan por unos cuantos gramos de crack. En Estados Unidos, las personas sin techo se cuentan por cientos de miles. A dos pasos de Wall Street, templo de la finanza mundial, duermen masas de seres humanos tapados con cartones, tirados por las aceras. Igual que en Calcuta. Ayer, la prevaricación y el chanchullo, erigidos en leyes, aparecían como algo típico de los dirigentes del ‘Tercer mundo’. Hoy, no pasa un mes sin que estalle un escándalo que revele el comportamiento de hampones estafadores del conjunto del personal político de los países ‘avanzados’ : dimisiones a repetición de los miembros del gobierno en Japón, en donde encontrar a un político ‘presentable’ para confiarle un ministerio resulta ser ‘misión imposible’ ; participación a gran escala de la CIA en el narcotráfico ; penetración de la mafia en las altas esferas del Estado italiano, autoamnistía de los diputados franceses para evitar la cárcel...; incluso en Suiza, país de legendaria ‘limpieza’, la ministra de la policía y de la justicia se ha visto involucrada en negocios de blanqueo de dinero de la droga. La corrupción se ha practicado siempre en la sociedad burguesa, pero ha alcanzado tales cotas actualmente, se ha generalizado tanto, que cabe constatar también en ese aspecto que la decadencia de esta sociedad ha franqueado una nueva etapa en la putrefacción.
Es el conjunto de la vida social lo que de hecho parece haberse desquiciado por completo, hundiéndose en lo absurdo, en el fango y la desesperación. Es toda la sociedad humana, en todos los continentes, lo que, de modo creciente, rezuma barbarie por todos sus poros. Las hambres aumentan en todos los países del tercer mundo, pronto alcanzarán a los países que se pretendían ‘socialistas’, mientras en Europa occidental y Norteamérica se destruyen productos agrícolas almacenados, se paga a los campesinos para que cultiven menos tierras y multan a aquéllos que produzcan por encima de las cuotas establecidas. En Latinoamérica, epidemias como la del cólera, están matando a miles de personas, y eso que esa plaga había sido atajada hace ya mucho tiempo. Por todas partes en el mundo, las inundaciones o los terremotos siguen matando a miles de personas en unas cuantas horas, y eso que la sociedad sería ya perfectamente capaz de construir diques y viviendas adaptadas para evitar tales hecatombes. Al mismo tiempo, mal se puede invocar la ‘fatalidad’ o los ‘caprichos de la naturaleza’ cuando en Chernóbil, en 1986, la explosión de una central nuclear mata a cientos, si no han sido miles, de personas, contaminando varias provincias, cuando, en los países más desarrollados, puede uno asistir a catástrofes en el corazón mismo de las grandes ciudades: 60 muertos en una estación parisina, más de 100 muertos en un incendio del metro de Londres, hace poco tiempo. Además, este sistema capitalista aparece incapaz de hacer frente a la degradación del entorno, a las lluvias ácidas, a las contaminaciones de todo tipo y sobre todo la nuclear, al efecto de invernadero, a la desertización que están poniendo en entredicho incluso la supervivencia de la especie humana.
A la vez, asistimos a una degradación irreversible de la vida social: además de la criminalidad y la violencia urbana que no paran de aumentar por todas partes, la droga está causando estragos cada día más espantosos, sobre todo entre las generaciones jóvenes, signo de la desesperanza, del aislamiento, de la atomización que está afectando a toda la sociedad” (Manifiesto del IXº Congreso de la CCI, julio de 1991).
Hoy por hoy, una nueva guerra mundial no está al orden del día por el hecho mismo de la desaparición de los grandes bloques militares, por el hecho, también, de que el proletariado de los países centrales no está encuadrado tras las banderas de la burguesía. Pero su amenaza continuará pesando sobre la sociedad mientras dure el capitalismo. Pero la sociedad puede también ser destruida sin guerra mundial, como consecuencia, en una sociedad abandonada a un caos creciente, de una multiplicación de guerras locales, de catástrofes ecológicas, de hambrunas y epidemias.
Así se termina el siglo más trágico y más sanguinario de la historia humana, en la descomposición de la sociedad. Si la burguesía ha podido celebrar con festividades el año 2000, es poco probable que pueda hacer los mismo en el 2100. Ya sea porque ha sido derribada por el proletariado, ya sea porque la sociedad se ha hundido en la mayor ruina y haya vuelto a la edad de piedra.
FM
[1] Vease, por ejemplo, el artículo “Las matanzas y los crímenes de las ‘grandes democracias’” (Revista internacional nº 66).
[2] La justificación era tanto más eficaz porque los regímenes estalinistas cometieron múltiples matanzas, desde el “gulag” hasta la guerra de Afganistán, pasando por represión sangrientas en Alemania en 1953, en Hungría en 1956, en Checoslovaquia en 1968, en Polonia en 1970, etc.
[3] Sobre la revolución alemana, léase nuestra serie de artículos sobre el tema en la Revista internacional.
Presentación de la CCI
El antifascismo resiste. A la vez que se desencadenaban las campañas sobre la extradición de Pinochet, los sectores democráticos de la burguesía (o sea prácticamente todos los sectores) lanzaron otra campaña sobre el tema del antifascismo, contra la subida al gobierno austriaco del FPÖ de Georg Haider. Durante la reunión europea de Lisboa del 23 de marzo del 2000, el conjunto de jefes de Estado y de gobierno se pusieron de acuerdo para confirmar sanciones a Austria mientras mantenga miembros del partido de Haider en su gobierno.
Nadie en esta campaña quiere dejar a los demás la palma de la firmeza en la denuncia del “peligro fascista, xenófobo y antidemocrático”. Así hemos podido oír el jefe de las derechas francesas, el presidente Chirac, condenar vigorosamente lo que ocurre en Austria (cuando un sondeo recientemente publicado indicaba que más de la mitad de los habitantes de su país son xenófobos). El conjunto de las organizaciones de izquierdas, empezando por los trotskistas, redoblan las denuncias de la “peste parda”, la cual sería un peligro de primer orden para la clase obrera. Su prensa no para de alertar sobre el “peligro fascista” y se organizan manifestaciones a repetición contra la “vergüenza Haider”.
Sean cuales sean las razones particulares que han determinado a la burguesía austriaca a poner a “pardos” en su gobierno ([1]), esto ha sido para sus colegas de Europa y de Norteamérica una excelente ocasión de recalentar un tipo de mistificaciones que ya demostró en la historia su eficacia contra la clase obrera. Hasta ahora, estos últimos años, las campañas contra el “peligro fascista” no podían alimentarse más que con acontecimientos tales como el auge electoral del Frente nacional en Francia o las salvajadas de hordas de “cabezas rapadas” contra emigrantes. Ni siquiera el “culebrón” en torno a Pinochet ha logrado movilizar a las masas debido a que ese viejo dictador ya está retirado. Resulta evidente que la llegada al gobierno de un país europeo de un partido presentado como “fascista” es un alimento de primera calidad para este tipo de campañas.
Cuando nuestros compañeros de Bilan (publicación en francés de la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia) redactaron el documento que aquí volvemos a publicar, el fascismo era una realidad en varios países europeos (Hitler ya llevaba en el poder en Alemania desde 1933). Esto no los condujo a perder la cabeza y dejarse arrastrar en el arrebato del “antifascismo” que no solo ganó a los partidos socialistas y estalinistas, sino también a corrientes que se habían opuesto a la degeneración de la Internacional comunista durante los años 20, entre ellas la corriente trotskista. Fueron capaces de alertar firme y claramente contra los peligros del antifascismo, alerta que tuvo, poco antes de la guerra de España, un carácter incontestablemente profético. Resulta hoy claro que en España, la burguesía fascista pudo desencadenar su represión y las masacres contra la clase obrera porque ésta, a pesar de haber sido capaz de armarse espontáneamente cuando el golpe de Franco el 18 de julio de 1936, se dejó arrastrar fuera de su terreno de clase (o sea, la lucha intransigente contra la república burguesa) en nombre de la pretendida prioridad de la lucha contra el fascismo y la necesidad de formar un frente unido del conjunto de las fuerzas que se le oponían.
La situación histórica actual no es la de los años 30, cuando la clase obrera sufrió la más terrible derrota de su historia; semejante castigo no lo habían infligido los fascistas, sino los sectores “democráticos” de la burguesía que así le permitieron a ésta, en determinados países, recurrir a los partidos fascistas para dirigir el Estado. Por esto podemos afirmar que el fascismo no corresponde hoy a una necesidad política del capitalismo. Solo ocultando las diferencias entre el periodo actual y los años 30, ciertas corrientes que se reivindican de la clase obrera, tales como los trotskistas, pueden justificar su participación en el montaje del “peligro fascista”. Bilan tenía totalmente razón al insistir en la necesidad para los revolucionarios de ser capaces de situar en su contexto histórico los acontecimientos a los que se enfrentan, tomando en cuenta en particular la relación de fuerzas entre las clases. En los años 30, fue ya sobre todo en contra de los argumentos de la corriente trotskista (los bolcheviques leninistas) contra los que Bilan desarrolló su propia argumentación. En aquel entonces, esa corriente aún formaba parte de la clase obrera, sin embargo su oportunismo la conduciría a traicionarla y pasarse al campo burgués durante la Segunda Guerra mundial. Y su participación en ésta fue precisamente en nombre del antifascismo, apoyando sin el menor escrúpulo a los imperialismos aliados, pisoteando el internacionalismo, uno de los principios fundamentales del movimiento obrero.
Los argumentos de Bilan para luchar contra las campañas antifascistas y denunciar los peligros que contienen para la clase obrera siguen siendo hoy totalmente validos: a pesar de que la situación histórica no sea la misma, las mentiras empleadas contra la clase obrera para hacerla salir de su terreno de clase y alistarla tras la democracia burguesa son fundamentalmente idénticas. El lector podrá fácilmente reconocer los argumentos combatidos por Bilan, pues son los mismos que utilizan hoy los antifascistas de todas clases y colores, y particularmente los que se reivindican de la revolución. Citaremos, para ilustrarlo, dos pasajes de Bilan:
“... ¿será que la posición de nuestros contradictores, que le piden al proletariado escoger entre las formas de organización del Estado capitalista la menos peor, no reproduce la posición defendida por Bernstein cuando lo llamaba a realizar la forma mejor del Estado capitalista?”.
“... si el proletariado está realmente en condiciones para imponer una solución gubernamental a la burguesía, ¿por qué razón tendría que limitarse a semejante objetivo en lugar de plantear sus reivindicaciones centrales hacia la destrucción del Estado capitalista? Por otra parte, si sus fuerzas no le permiten todavía desencadenar su insurrección, ¿no será orientarlo en una vía que permitirá la victoria de su enemigo hacerlo luchar por un gobierno democrático?”.
En fin, contra los que argumentan que el antifascismo es un medio para “reunir” a los obreros, Bilan contesta que la defensa de sus intereses de clase es el único terreno que permite unir al proletariado, sea cual sea la relación de fuerzas de con su enemigo : “al no poder asignarse como meta inmediata la conquista del poder, el proletariado se une en torno a objetivos más limitados, pero de clase : las luchas parciales”.
“En lugar de ponerse a modificar substancialmente las reivindicaciones de la clase obrera, el deber imperioso de los comunistas está en propugnar la unión de la clase obrera en torno a sus reivindicaciones de clase en sus organismos de clase: los sindicatos”.
En aquel entonces, contrariamente a la corriente de la Izquierda comunista germano-holandesa, la Izquierda comunista italiana aún no se había aclarado sobre la cuestión sindical. Desde la Primera Guerra mundial, los sindicatos se habían vuelto definitivamente órganos del Estado capitalista. Solo sería a finales de la Segunda Guerra mundial cuando lo entendieron algunos sectores de la Izquierda italiana. Esto no quita nada a la validez de la posición defendida por Bilan llamando a los obreros a unirse en torno a sus reivindicaciones de clase, posición que sigue estando de plena actualidad hoy, cuando todos los sectores de la burguesía llaman a la clase proletaria a defender ese “precioso bien” que sería la democracia, contra un pretendido fascismo que es producto de ella misma. En realidad, contra cualquier intento de hacer una revolución que, según ella, conduciría ineluctablemente al retorno del “totalitarismo” como el que se desmoronó hace diez años en unos países que de socialistas sólo tenían el nombre.
En este sentido, el artículo de Bilan que aquí publicamos tiene el mismo objetivo de denunciar las mentiras democráticas que la publicación en el número precedente de la Revista internacional de las tesis de Lenin “Sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”.
CCI
El antifascismo: fórmula de confusión
La situación actual va mucho más allá, probablemente, que todas las situaciones precedentes de reflujo revolucionario. Esto es debido tanto a la evolución contrarrevolucionaria de los pilares conquistados por al lucha del proletariado en la posguerra (el Estado ruso, la Internacional comunista) como a la incapacidad de los obreros para oponer un frente de resistencia ideológico y político a esa evolución. La conjunción de este fenómeno y de la ofensiva brutal del capitalismo, que se orienta hacia la formación de constelaciones para la guerra, determina reacciones de lucha por parte de los obreros y a veces grandiosas batallas (Austria)([2]). Éstas no logran sin embargo hacer vacilar la potencia del centrismo([3]), única organización de masas, ahora integrada en las fuerzas de la contrarrevolución mundial.
En este momento de derrotas, la confusión es el resultado obtenido por el capitalismo, el cual ha incorporado el Estado obrero, el centrismo, utilizándolos para su propia conservación, orientándolos, ya desde 1914, hacia donde actúan las fuerzas insidiosas de la socialdemocracia, principal factor de disgregación de la conciencia de las masas y portavoz calificado de consignas preñadas de derrotas proletarias y de victorias burguesas.
Examinaremos en este artículo una formula típica del confusionismo, la que se llama aún en los medios obreros que se dicen de izquierdas “el antifascismo”. (...) Nos limitaremos para la sencillez de nuestra exposición a no tratar más que a un problema: el antifascismo y el frente de luchas que se pretende concretar en torno a esta formula.
Resulta elemental –o mejor dicho resultaba– afirmar que antes de comenzar una batalla de clase es necesario establecer cuáles son los objetivos a alcanzar, los medios que emplear, las fuerzas de clase que pueden intervenir favorablemente. No hay nada de “teórico” en esas consideraciones, pues no se exponen a esa crítica fácil de esos elementos hastiados por las teorías y cuya regla consiste –por encima de cualquier preocupación de claridad política– en trapichear en movimientos con quien sea, en base a cualquier problema, con tal que haya “acción”. Somos de los que piensan que la acción no depende ni de las vociferaciones ni de las buenas voluntades individuales, sino de las situaciones mismas. Pensamos, además, que la acción exige un trabajo teórico indispensable para preservar a la clase obrera de nuevas derrotas. Es importante comprender debidamente el desprecio de tantos militantes por el trabajo teórico, y decir claramente que en realidad ése es siempre el medio para que se introduzcan a hurtadillas los principios del enemigo en lugar de las posiciones proletarias: en el caso que nos importa, los principios de la socialdemocracia en el medio revolucionario, con la proclama de una “acción a toda costa” para “ganarle la carrera” al fascismo.
En lo que toca el problema del antifascismo, no es entonces únicamente el desprecio al trabajo teórico el que guía a sus adeptos, sino también la estúpida manía de crear y propagar la confusión indispensable para formar amplios frentes de resistencia. ¡Ningún límite que perjudique y haga perder aliados!, ¡nada de lucha!, ésas son las consignas del antifascismo. Y así vemos como éste idealiza la confusión y la considera como un elemento de victoria. Recordemos que ya hace más de medio siglo Marx le dijo a Weitling que la ignorancia jamás había sido útil para el movimiento obrero.
Actualmente, en lugar de establecer los objetivos de lucha, los medios que utilizar para alcanzarlos, los programas necesarios, resulta que la quintaesencia máxima de la estrategia marxista (Marx diría de la ignorancia) se resume en pegarse adjetivos –y entre ellos, el más utilizado es, claro está, “leninista”– y evocar sin ton ni son la situación de 1917 en Rusia y el ataque de Kornilov en septiembre. Empieza a estar desgraciadamente lejos el tiempo en que los militantes proletarios aun estaban en sus cabales y analizaban las situaciones históricas. En aquel entonces, antes de establecer analogías entre situaciones de su época y experiencias históricas, intentaban analizar primero si un paralelo político era posible entre el pasado y el presente; pero este tiempo parece pertenecer al pasado, en particular si nos referimos a la fraseología corriente de los grupos proletarios.
Por lo visto sería inútil hacer comparaciones entre el nivel de la lucha de clase en 1917 en Rusia y la situación actual en diferentes países; inútil también analizar si la relación de fuerzas entre las clases en aquel entonces tiene ciertas analogías con la de hoy. La victoria de Octubre de 1917 es un hecho histórico, así que lo único que habría que hacer es remedar la táctica de los bolcheviques rusos... y sobre todo hacer una mala copia, copias tan cambiantes como los diferentes medios que interpretan esos acontecimientos, basándose cada uno en principios opuestos.
Pero que la situación en Rusia del 17 fuera la de un capitalismo que hacía sus primeras experiencias de poder estatal, mientras que, todo lo contrario, el fascismo surge de un capitalismo que tiene el poder desde hace décadas; que por otra parte la situación volcánica y revolucionaria de 1917 en Rusia fuera totalmente opuesta a la situación reaccionaria actual, esto no preocupa en nada a los que hoy se llaman “leninistas”. Al contrario, su admirable serenidad no podrá ser perturbada por la inquietud de confrontar los acontecimientos de 1917 con la situación actual, basándose seriamente en la experiencia italiana y alemana. Kornilov sirve para todo. Y así es como la victoria de Mussolini y de Hitler no será atribuida más que a presuntas desviaciones de los partidos comunistas con respecto a la táctica clásica de los bolcheviques en 1917, cuando por un juego de malabarismos políticos se asimilan dos situaciones históricamente opuestas : la revolucionaria y la reaccionaria.
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En lo que toca al antifascismo, ya no cuentan para nada las consideraciones políticas. Este se da como tarea agrupar a todos aquellos que están amenazados por el fascismo en una especie de “sindicato de los amenazados”.
La socialdemocracia dirá a los radicales socialistas que tengan cuidado con su propia seguridad y que tomen medidas inmediatas contra las amenazas del fascismo. También Herriot y Daladier pueden ser las víctimas de su triunfo. Blum irá más lejos: advertirá solemnemente a Doumergue que si no se protege del fascismo le espera el destino de Brüning. Por su parte, el centrismo se dirigirá “a la base socialista” o, inversamente, la SFIO se dirigirá al centrismo para realizar el frente único, pues tanto los socialistas como los comunistas se ven amenazados por el ataque del fascismo. Y por fin quedan los bolcheviques-leninistas([4]), que engallándose proclamarán con grandilocuencia estar dispuestos a participar a un frente de luchas fuera de cualquier consideración política, en base de una solidaridad permanente con todas las formaciones “obreras” (¿ ?) contra las acciones fascistas.
La consideración que anima tales especulaciones es muy sencilla, ¡demasiado sencilla! : juntar en un frente común antifascista a todos los “amenazados” animados por un deseo común de escapar a la muerte. Sin embargo, el análisis más elemental prueba que la simplicidad idílica de esa propuesta no hace sino esconder en realidad el abandono total de las posiciones fundamentales del marxismo, la negación de las experiencias del pasado y del sentido de los acontecimientos actuales.
Todas esas consideraciones sobre lo que radicales, socialistas y centristas tendrán que hacer para salvarse ellos y sus instituciones, todos los sermones “ex cátedra” no son, en cualquier caso, susceptibles de modificar el curso de la situación, puesto que así se resume el problema: transformar a los radicales, socialistas y centristas en comunistas, puesto que la lucha contra el fascismo no se puede realizar realmente más que en el frente de lucha por la revolución proletaria. Y a pesar de los sermones, la socialdemocracia belga no vacilará en lanzar los planes necesarios para poner a flote el capitalismo, saboteando todos los conflictos de clase, entregando en fin de cuentas los sindicatos a la burguesía. Por otro lado, Doumergue no hará sino imitar a Brüning, Blum seguirá las huellas de Bauer y Cachin las de Thaelmann.
En este artículo no intentamos saber si los ejes de la situación en Bélgica o en Francia pueden ser comparados a los que determinaron la subida y el triunfo del fascismo en Italia o Alemania. La analogía que hacemos es que Doumergue copia a Brüning, desde el punto de vista de la función que ambos pueden asumir en dos países muy diferentes, función que consiste, como para Blum o Cachin, en inmovilizar al proletariado, desagregar su conciencia de clase y permitir la adaptación del aparato estatal burgués a las nuevas condiciones de la lucha interimperialista. Las razones existen de pensar que en Francia particularmente, la experiencia de Thiers, Clemenceau, Poincaré se va repitiendo con Doumergue, que asistimos a una concentración del capitalismo en torno a sus fracciones de derechas, sin que esto conlleve la desaparición de las formaciones radicales-socialistas y socialistas de la burguesía. Por otro lado, es profundamente erróneo basar la táctica proletaria en posiciones políticas deducidas de una simple perspectiva.
El problema no consiste entonces en afirmar : ¡el fascismo es una amenaza!, ¡levantemos un frente único del antifascismo y de los antifascistas!, sino al contrario determinar las posiciones en torno a las que podrá concentrarse el proletariado en su lucha contra el capitalismo. Plantear el problema de esta forma significa excluir fuerzas antifascistas del frente de lucha contra el capitalismo, e incluso sacar la conclusión (que a primera vista puede parecer paradójica) de que si se verifica una orientación definitiva del capitalismo hacia el fascismo, la condición del triunfo está en la inalterabilidad del programa y de las reivindicaciones de clase de los obreros, mientras que la disolución del proletariado en el pantano antifascista sí sería una derrota cierta.
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La acción de los individuos como la de las fuerzas sociales no están regidas por leyes de conservación de los individuos o de estas fuerzas, fuera de toda consideración de clase: Brüning o Matteotti no podían actuar considerando su interés personal o las ideas que defendían, o sea tomar el camino de la revolución proletaria, el único que les hubiese salvado de la estrangulación fascista. Los individuos y las fuerzas actúan en función de las clases de que dependen. Esto explica por qué personajes actuales de la política francesa no hacen sino seguir las huellas trazadas por sus predecesores en otros países, y esto es cierto aún en el caso de una evolución del capitalismo francés hacia el fascismo.
La base de la fórmula del antifascismo (el sindicato de todos los “amenazados”) revela entonces su absoluta inconsistencia. Si examinamos por otra parte de qué procede – al menos en sus afirmaciones programáticas – la idea del antifascismo, constatamos que deriva de una disociación del fascismo respecto al capitalismo. Se ha de decir que si se interroga sobre este tema a un socialista, un centrista o un bolchevique-leninista, afirmarán todos que el fascismo no es sino el capitalismo. Sin embargo el socialista añadiría que “tenemos interés en defender la Constitución y la república para preparar el socialismo”, el centrista afirmará que resulta más fácil unir la lucha de la clase obrera en torno al antifascismo que en torno a la lucha contra el capitalismo, y el bolchevique-leninista afirmará por su parte que no existe mejor base para congregarse y luchar que la defensa de las instituciones democráticas por la clase obrera, ya que el capitalismo no es capaz de asumirla.
Se comprueba así que la afirmación “el fascismo es el capitalismo” puede llevar a conclusiones políticas que solo pueden resultar de la disociación del capitalismo y del fascismo.
La experiencia demuestra que la conversión del capitalismo al fascismo no depende de la voluntad de grupos de la clase burguesa, sino que responde a necesidades ligadas a un período histórico determinado y a las particularidades propias a la situación de Estados en posición de debilidad respecto a los fenómenos de la crisis y a la agonía del sistema burgués. Esto deshace cualquier posibilidad de distinguir entre fascismo y capitalismo. La socialdemocracia, al actuar en el mismo terreno que las fuerzas liberales y democráticas, también incita la clase obrera a plantear como reivindicación central el recurso al Estado para obligar a las formaciones fascistas a respetar la legalidad, desarmarlas o hasta disolverlas. Estas tres corrientes políticas son perfectamente solidarias: su origen se vuelve a encontrar en la necesidad para el capitalismo de lograr el triunfo del fascismo, en los lugares donde el Estado capitalista tiene como fin elevar al fascismo para transformarlo en la nueva forma de organización de la sociedad capitalista.
Puesto que el fascismo responde a exigencias fundamentales del capitalismo, sólo en otro frente opuesto podremos lograr la posibilidad de lucha real contra él. Es verdad que nos exponemos a menudo hoy al riesgo de que se falsifiquen las posiciones que nuestros contradictores no se atreven a combatir políticamente. Basta por ejemplo con oponerse a la formula del antifascismo (que no posee ninguna base política) pues la experiencia demuestra que las fuerzas antifascistas del capital han sido tan necesarias como las propias fuerzas fascistas para el triunfo de éste, para que se nos conteste: “importa poco analizar la sustancia programática y política del antifascismo, lo que nos importa es que Daladier es preferible a Doumergue y que éste es preferible a Maurras; estamos entonces interesados en defender a Daladier contra Doumergue, o a Doumergue contra Maurras”. O según las circunstancias, Daladier o Doumergue, ya que son el obstáculo contra la victoria de Maurras y que nuestro deber es “utilizar la menor fisura para ganar una posición de ventaja para el proletariado”.
Resulta evidente que en Alemania, las “fisuras” manifestadas tanto por el gobierno de Prusia en un primer tiempo como más tarde por Hindenburg von Schleicher, en definitiva, no fueron más que los escalones que permitieron la subida del fascismo, pequeñeces que no debemos tomar en cuenta. También está claro que nuestras objeciones nos costarán ser tratados de antileninistas o de antimarxistas; se nos dirá que según nosotros, resulta lo mismo que gobiernen las derechas, las izquierdas o los fascistas. Precisamente sobre este punto queremos una vez por todas plantear el problema: si se tienen en cuenta las modificaciones ocurridas en la posguerra, la posición de nuestros contradictores, que piden al proletariado que se movilice para escoger la menos mala de las formas de organización del Estado capitalista, ¿no estarán reproduciendo la posición defendida en su tiempo por Bernstein que llamaba al proletariado a realizar la mejor forma de Estado capitalista?. Se nos contestará que no se pide al proletariado compartir la causa del gobierno considerado como la mejor forma de dominación... desde el punto de vista proletario, sino que se plantea simplemente reforzar las posiciones del proletariado imponiendo al capitalismo una forma de gobierno democrático. Se modifican las frases pero el sentido sigue siendo el mismo. Si realmente el proletariado está en condiciones para imponer una solución gubernamental a la burguesía, ¿por que razón tendría que limitarse a ese objetivo en lugar de plantear su reivindicación central hacia la destrucción del Estado capitalista? Por otro lado, si sus fuerzas todavía no le permiten desencadenar su insurrección, ¿no es desviarlo en una vía que permite la victoria del enemigo orientarlo hacia un gobierno democrático?
El problema no se plantea en nada como lo hacen los partidarios de “la mejor opción”: el proletariado tiene su solución a la cuestión del Estado, y no posee el menor poder, la menor iniciativa en lo que toca a las soluciones que dará el capitalismo al problema de su poder. Resulta evidente, lógicamente, que habría ventajas en hallar gobiernos burgueses muy débiles que permitan la evolución de la lucha revolucionaria del proletariado; sin embargo, resulta tan evidente que el capitalismo no se dará gobiernos de izquierdas o de extrema izquierda sino cuando éstos sean la mejor forma de defender el Estado en una situación precisa. En 1917-21, la socialdemocracia organizó la defensa del régimen burgués y fue la única forma que permitió la derrota de la revolución proletaria. Si se hubiese considerado que un gobierno de derechas habría podido orientar a las masas hacia la insurrección, ¿hubiesen debido los marxistas preconizar un gobierno reaccionario? Sólo hacemos semejante hipótesis para demostrar que no existe mejor o peor forma de gobierno para el proletariado. Estas nociones no existen más que para el capitalismo y depende de las situaciones. La clase obrera, por su parte, tiene el deber imperativo de agruparse sobre sus posiciones de clase para luchar contra el capitalismo sea cual sea la forma que adopta concretamente: fascista, democrático o socialdemócrata.
La primera consideración que haremos con respecto a las situaciones actuales, será afirmar abiertamente que la cuestión del poder no se plantea hoy de forma inmediata para la clase obrera, y una de las manifestaciones más patentes de esta característica de la situación es el desencadenamiento del ataque fascista, o la evolución de la democracia hacia los plenos poderes. Por ello, se trata de determinar cuáles son las bases sobre las cuales podrá realizarse la unión de la clase obrera. En esto, una idea muy curiosa va a separar los marxistas de todos los agentes del enemigo y de los confusionistas que actúan en la clase obrera. Según nosotros, la unión de los obreros es un problema de cantidad: al no poder asignarse la conquista del poder como proyecto inmediato, el proletariado ha de unirse por objetivos más limitados aunque de clase, las luchas parciales. Los demás, que alardean de extremismo, alterarán la sustancia de clase del proletariado e irán afirmando que es posible luchar por el poder en cualquier época. Al no poder plantear el problema sobre bases de clase, o sea sobre bases proletarias, lo esterilizarán substancialmente planteando el problema del gobierno antifascista. Añadiremos que los partidarios de la disolución del proletariado en el pantano del antifascismo son evidentemente los mismos que impiden la constitución de un frente de clase del proletariado en base a sus luchas reivindicativas.
Estos últimos meses en Francia han visto surgir una manada extraordinaria de programas, planes, organismos antifascistas, que no han impedido a Doumergue reducir masivamente los sueldos de los funcionarios y las pensiones, señal de una disminución de los salarios que el capitalismo francés tiene intención de generalizar. Si una centésima parte de la actividad malgastada en torno al antifascismo hubiese sido dirigida hacia la constitución de un sólido frente de la clase obrera para desencadenar una huelga general por la defensa de las reivindicaciones inmediatas, no hay duda que por una parte las amenazas represivas no hubiesen tenido libre curso y, por la otra, el proletariado hubiese recuperado la confianza en sus propias fuerzas al estar reagrupado en torno a sus intereses de clase, factor que hubiese modificado profundamente la situación de la que hubiese surgido de nuevo la cuestión del poder, en la única forma en que puede planteársela la clase obrera: la dictadura del proletariado.
Se desprende de estas consideraciones que para justificarse, el antifascismo debería proceder de una clase antifascista; la política antifascista resultaría de un programa inherente a esta clase. La imposibilidad de sacar tales conclusiones no solo resulta de las más sencillas bases del marxismo, sino también de elementos sacados de la situación actual en Francia. En efecto, se plantea el problema inmediatamente de los límites que asignarle al antifascismo. ¿Quién limitaría el antifascismo por su derecha? ¿Doumergue, que ahí está para defender la República? ¿Herriot, que participa en la “tregua” para preservar a Francia del peligro fascista? ¿Marquet, que tiene la pretensión de ser “el ojo del socialismo” en la Unión nacional, los Jóvenes turcos del partido radical, o los socialistas o, en fin de cuentas, el propio diablo con tal esté adoquinando el infierno con antifascismo ? Un análisis concreto del problema demuestra que la formula del antifascismo no sirve más que a la confusión y prepara la derrota de la clase obrera.
En lugar de modificar substancialmente a las reivindicaciones de la clase obrera, el deber imperioso de los comunistas es el de determinar la unificación de la clase obrera en torno a sus reivindicaciones de clase y en sus organismos de clase, los sindicatos. (...) No nos basamos en la noción formal de sindicato, sino en la consideración fundamental – tal como ya lo hemos dicho – de que, al no plantearse la cuestión del poder, se han de escoger objetivos más limitados, pero siempre de clase, en la lucha contra el capitalismo. El antifascismo determina condiciones en las que la clase obrera no solo va a quedar ahogada en lo que toca a cualquiera de sus reivindicaciones económicas y políticas, sino que además verá también comprometidas todas sus posibilidades de lucha revolucionaria, exponiéndose a ser la víctima del precipicio de las contradicciones del capitalismo – la guerra –, antes de recobrar la posibilidad de librar la lucha revolucionaria hacia la instauración de la sociedad del futuro.
Bilan nº 7, mayo del 34
[1] No es el objetivo de este artículo exponer nuestro análisis sobre las causas de la participación del FPÖ en el gobierno austriaco. El lector podrá conocerlo leyendo nuestra prensa territorial. Podemos decir, brevemente, que esta fórmula gubernamental tiene la inmensa ventaja de permitir al SPÖ (Partido socialdemócrata) hacerse una cura reconstituyente de oposición tras haber estado varias décadas dirigiendo el Estado. Pero también sirve para socavar la dinámica de éxito del propio FPÖ, en gran parte basada en su imagen de “partido virgen de todo compromiso”. Hace pocos años, la burguesía italiana ya había experimentado este tipo de maniobra, colocando en el gobierno Berlusconi al antiguo partido neofascista MSI.
[2] Movimiento insurreccional de febrero del 24.
[3] Bilan nombra así a los partidos estalinistas. Este término procede de que a mediados de los 20, Stalin adoptó una posición “centrista” entre la izquierda representada por Trotski, y la “derecha” cuyo portavoz era Bujarin, quien preconizaba una política favorable a los kulaks (ricos campesinos) y a los pequeños capitalistas.
[4] Así se nombraban los trotskistas en los años 30.
A la generación de revolucionarios surgida al calor de la reanudación de las luchas a finales de los 60, le cuesta reconocer el carácter proletario de la insurrección de Octubre de 1917 y del Partido bolchevique que la lideró políticamente. El trauma de la contrarrevolución estalinista ha producido, como reflejo, inclinaciones hacia la visión consejista que ve al bolchevismo como el protagonista de una revolución puramente burguesa en Rusia. Y aún cuando, tras muy duros debates, un cierto número de grupos y elementos alcanzan a comprender que Octubre fue verdaderamente rojo, aún entonces, siguen manteniendo una fuerte tendencia a minusvalorar la magnitud política de aquel acontecimiento. Aceptan a regañadientes que los bolcheviques eran proletarios, pero ¡alto ahí!, tendríamos que fijarnos sobre todo en sus defectos.
Ese tipo de planteamientos estaban también presentes en los grupos que, en ese momento, se disponía a formar la CCI. Así la sección en Gran Bretaña –World Revolution–, que había reconsiderado su posición original de que los bolcheviques eran agentes de una contrarrevolución capitalista de Estado, cuando llegaban a la historia del Partido Bolchevique tras 1921, se expresaban así “… El trotskismo, así como el estalinismo, son un producto de la derrota de la revolución proletaria en Rusia. La Oposición de Izquierdas no se formó hasta 1923 y, desde mucho antes, Trotski ya había sido uno de los más despiadados defensores y ejecutores de la política antiobrera de los bolcheviques (aplastamiento del movimiento de huelgas en Petrogrado y del levantamiento de Kronstadt, militarización del trabajo, abolición de las milicias obreras, etc.). Su lucha contra otras fracciones de la burocracia eran disputas sobre cuáles eran los mejores medios para explotar a los trabajadores rusos, y para exportar el modelo ‘soviético’ de capitalismo de Estado a otras partes del mundo” (WR nº 2).
También se produjo ese tipo de enjuiciamiento altivo sobre el pasado en un grupo como Revolutionnary Perspectives que en 1975 insistía en que, desde 1921 – tras el aplastamiento de la rebelión de Kronstadt no solo la Revolución rusa estaba ya muerta y toda la Internacional comunista convertida en agente de la contrarrevolución, sino que además, decían, todos los grupos que no compartían su punto de vista sobre esa fecha imperativa, estaban igualmente en el campo de la contrarrevolución([1]).
No es casualidad que en aquel entonces se hubieran hecho muy pocos estudios serios sobre el período que va desde 1921 hasta la victoria final del estalinismo a finales de los años 20. Pero el movimiento revolucionario, y la CCI en particular, ha recorrido un largo camino desde entonces, y si hoy dedicamos más atención a los debates que tuvieron lugar en el Partido bolchevique durante ese período, es porque hemos comprendido que, lejos de ser la expresión de pugnas interburguesas, esos conflictos políticos expresan la heroica resistencia de las corrientes proletarias que existían dentro del Partido bolchevique, contra la tentativa contrarrevolucionaria de adueñarse por completo de él. Se trata pues de un período que nos ha legado algunas de las lecciones más valiosas sobre cuáles deben ser las tareas de una fracción comunista, es decir de ese órgano político cuya primera misión es combatir contra la degeneración de una revolución proletaria y de su más vital instrumento político.
La Nueva política económica (NEP), aprobada por el Xº Congreso del Partido en 1921, fue definida por Lenin como un repliegue estratégico impuesto por el aislamiento y la debilidad del proletariado ruso. Esto se plasmaba, en el interior de Rusia, en el aislamiento del proletariado respecto a los campesinos, que si bien apoyaron a los bolcheviques contra los antiguos latifundistas durante la guerra civil, exigieron más tarde algún tipo de compensación material por esa colaboración. De hecho, los dirigentes bolcheviques veían la rebelión de Kronstadt como una especie de alarma de una inminente contrarrevolución campesina, por lo que la aplastaron sin contemplaciones (ver Revista internacional nº 100). Pero intuían también que el “Estado proletario”, del que los bolcheviques se veían como guardianes, no podía ser gobernado sin hacer algún tipo de concesiones económicas al campesinado, para poder conservar así el régimen político existente. Esas concesiones que se estipularon en la NEP consistían en la supresión de las requisas forzosas de grano que habían caracterizado el período del comunismo de guerra, y su sustitución por un “impuesto en especies”, el permiso para que millones de campesinos medios pudieran comerciar privadamente sus productos; y el establecimiento de cierta economía “mixta”, en la que las industrias estatales coexistían con empresas de capitalistas privados, incluso compitiendo con ellas.
Pero el verdadero aislamiento del proletariado ruso provenía de la situación internacional. El IIIer Congreso de la Internacional comunista – 1921 – debía reconocer el absoluto fracaso de la Acción de Marzo en Alemania que marcaba el reflujo de la marea revolucionaria iniciada en 1917, por lo que los bolcheviques concluyeron que no podrían contar con la ayuda del proletariado internacional para la reconstrucción de una Rusia arruinada y agotada. Por esa misma razón pensaron que si el poder político que ellos habían contribuido a crear debía jugar su papel en la futura emergencia de la revolución mundial que ellos esperaban, este poder debía tomar una serie de medidas económicas que, mientras tanto, garantizaran su supervivencia.
El discurso de Lenin ante el 11º Congreso del Partido bolchevique – 1922 – empezaba tratando precisamente esta última cuestión, hablando sobre los preparativos de la conferencia de Génova a la que la Rusia soviética enviaría una delegación, cuyo objetivo era el de reanudar las relaciones comerciales entre Rusia y el mundo capitalista. Lenin debía reconocer que: “se comprende que vamos a Génova no cómo comunistas, sino como comerciantes. Nosotros necesitamos negociar y ellos también. Nosotros queremos negociar con ventajas para nosotros, y ellos con ventaja para ellos. La forma en que se va a desarrollar la lucha dependerá, aunque no en gran medida, del arte de nuestros diplomáticos” (Obras completas, Editorial Progreso, tomo 45).
Podemos constatar en esta cita el acierto de Lenin al distinguir entre la actividad comunista y los requerimientos del Estado. Nada hay que objetar, en principio, al hecho de que el poder proletario intercambie sus mercancías con las de un Estado capitalista, siempre y cuando se reconozca que esta medida sólo puede ser contingente y temporal, y que no se pongan en cuestión los principios. Nada se gana con adoptar gestos de heroica autoinmolación, como ya quedó demostrado durante los debates a propósito del tratado de Brest-Litovsk. Pero el problema residía en que esa apertura del Estado soviético al mundo capitalista comenzaba a implicar un trapicheo con los principios. El fracaso de las negociaciones con los países de la Entente en la conferencia de Génova, llevó a los dos países entonces marginados –Alemania y Rusia–, a firmar ese mismo año el Tratado de Rapallo que contenía bastantes y vitales cláusulas secretas, entre ellas el compromiso del Estado soviético de suministrar armas al Ejército alemán. Esta forma de proceder era exactamente la contraria a la que los bolcheviques habían practicado en 1918, cuando abolieron toda diplomacia secreta. Se trataba, en realidad, de la primera alianza militar verdadera entre el Estado soviético y una potencia imperialista.
Este compromiso militar se correspondía también con una creciente alianza política con la burguesía. La “táctica” del Frente único que se aplicó ampliamente durante este mismo período, suponía el encadenamiento de los partidos comunistas a las fuerzas de la socialdemocracia que, en 1919, habían sido denunciadas como agentes de la burguesía. Con el ansia de encontrar poderosos aliados extranjeros para el Estado ruso, esta política llevó incluso a formular la funesta teoría según la cual sería permisible la formación de frentes hasta con los nacionalistas de derecha alemanes, los precursores del nazismo. Este tipo de regresiones políticas tuvieron un efecto devastador sobre el movimiento obrero alemán en los acontecimientos de 1923, y en la abortada insurrección que tuvo lugar ese año (ver el artículo precedente en este número y la Revista internacional nos 98 y 99) que fue en parte aplastada por el Ejército cuyas armas habían sido suministradas por el Ejército rojo. Este hecho constituyó un hito ominoso en la degeneración de los partidos comunistas, y en la integración del Estado ruso en el concierto del capitalismo mundial.
Pero este retroceso no fue el resultado de una “mala voluntad” de los bolcheviques, sino de profundos factores objetivos, aunque desde luego los errores subjetivos influyeron, acelerando el declive. Lenin lo expresaba muy gráficamente en sus discursos en los que no se hacía ilusiones sobre cuál era la naturaleza económica de la NEP, a la que una y otra vez definía como una forma de capitalismo de Estado. Ya hemos visto (ver Revista internacional nº 99) que Lenin, ya en 1918, había argumentado que el capitalismo de Estado, por tratarse de una forma más avanzada y concentrada de la economía burguesa, podía suponer un paso adelante, un avance, hacia el socialismo, para la retrasada economía rusa que aún conservaba vestigios semifeudales. En su discurso ante el mencionado congreso de 1922, volvía a plantear esta cuestión, insistiendo en que debía distinguirse el capitalismo de Estado gobernado por la burguesía reaccionaria, y administrado por el Estado proletario: “... Hay que recordar algo fundamental: que en ninguna teoría, ni en publicación alguna, se analiza el capitalismo de Estado en la forma que lo tenemos aquí, por la sencilla razón de que todas las nociones comúnmente relacionadas con estos términos se refieren al poder burgués en la sociedad capitalista. Y la nuestra es una sociedad que se ha salido ya de los raíles capitalistas, pero que no ha entrado aún en los nuevos raíles. Pero este Estado, en esta sociedad, no está siendo gobernado por la burguesía, sino por el proletariado. No queremos comprender que cuando decimos ‘Estado’, este Estado somos nosotros, es el proletariado, es la vanguardia de la clase obrera. El capitalismo de Estado es el capitalismo que nosotros sabremos limitar, al que sabremos poner límites, este capitalismo de Estado está relacionado con el Estado, y el Estado son los obreros, es la parte más avanzada de los obreros, es la vanguardia, somos nosotros” (ídem).
Este “nosotros somos el Estado” suponía ya un olvido de las palabras que el propio Lenin pronunciara en 1921, en el debate sobre la cuestión sindical, cuando se opuso a una identificación total entre los intereses del proletariado y los del Estado (ver Revista internacional nº 100). También resulta evidente que Lenin empezaba a perder de vista la distinción entre la clase obrera y su partido de vanguardia. Pero, en cualquier caso, Lenin sí era capaz de darse cuenta de los verdaderos límites de este “control proletario sobre el capitalismo de Estado”, ya que fue en ese mismo momento cuando formuló su famosa comparación entre el Estado soviético, esa “amalgama” como él lo llamaba, aún profundamente marcada por las taras del viejo orden, y un coche que desobedece a las manos de su conductor: “Es una situación sin precedentes en la historia: el proletariado, la vanguardia revolucionaria, tiene poder político absolutamente suficiente, y a su lado existe el capitalismo de Estado. El quid de la cuestión consiste en que comprendamos que este es el capitalismo que podemos y debemos admitir, que podemos y debemos encajar en un marco, ya que este capitalismo es necesario para la extensa masa campesina y para el capital privado, el cual debe comerciar de manera que satisfaga las necesidades de los campesinos. Es indispensable organizar las cosas de manera que sea posible el curso corriente de la economía capitalista y el intercambio capitalista, ya que el pueblo lo necesita, sin esto no se puede vivir... Sean capaces ustedes, comunistas, ustedes, obreros, ustedes parte consciente del proletariado que se han encargado de dirigir el Estado, sean capaces de hacer que el Estado que tienen en sus manos cumpla la voluntad de ustedes. Pues bien, ha pasado un año, el Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha cumplido la Nueva Política Económica durante este año nuestra voluntad? No. Y no lo queremos reconocer: el Estado no ha cumplido nuestra voluntad. ¿Qué voluntad ha cumplido? El automóvil se desmanda; al parecer va en él una persona que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guía el conductor, sino hacia donde lo lleva alguien, algo clandestino o algo que está fuera de la ley o que Dios sabe de dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, quizás unos capitalistas privados, o puede que unos y otros; pero el automóvil no va hacia donde debe y muy a menudo en dirección completamente distinta de la que imagina el que va sentado al volante” (ídem).
Esto significa, hablando en plata, que los comunistas no dirigían el nuevo estado sino que en realidad eran dirigidos por él. Es más, Lenin se daba perfecta cuenta de la dirección hacia la que, de por sí, se encaminaba ese automóvil: hacia una restauración burguesa que muy bien podía tomar la forma de una integración del Estado soviético en el orden capitalista mundial. Por ello reconocía la “honestidad de clase” de una tendencia política burguesa como la de los emigrados rusos de Smena Vekh que ya empezaban a dar su apoyo al Estado soviético, pues comenzaban a ver al Partido bolchevique como el capataz más preparado para el capitalismo ruso.
Pero por muy profundas y acertadas que fueran las intuiciones de Lenin sobre la naturaleza y la amplitud del problema que enfrentaban los bolcheviques, no puede decirse lo mismo de las soluciones que él mismo ofrecía en ese mismo discurso, pues no veía que el único remedio frente a la creciente burocratización consistía precisamente en la revitalización de la vida política en los soviets y en otros órganos unitarios de la clase. La reacción de los dirigentes bolcheviques ante la revuelta de Kronstadt dejaba ya claro que no pensaban dar marcha atrás, y en ningún momento Lenin planteó la necesidad de aliviar el virtual estado de sitio que se vivía en el interior del partido tras Kronstadt. Ese mismo año se acentuaron las críticas a la Oposición obrera por intentar llamar la atención del IVº Congreso de la Internacional comunista sobre la situación interna del partido en Rusia, y se expulsó de él a Miasnikov, después de que Lenin fracasara en su intento de convencerle para que cesase en sus llamamientos a la libertad de expresión.
Según Lenin, el problema residía primordialmente en la “falta de preparación” de los gestores comunistas del Estado, que carecían de la pericia necesaria para ser mejores administradores que los viejos burócratas zaristas, o mejores vendedores y negociantes que los “NEPmen” (“hombres de la Nueva política económica”) que afloraban al calor de la liberalización de la economía. Para demostrar la terrible inercia burocrática que se adueñaba del Estado, Lenin citaba la absurda historia de un capitalista extranjero que había ofrecido vender latas de carne para una Rusia famélica, y cómo la decisión de comprar esa carne fue demorada hasta que el conjunto del Estado y el aparato del partido, hasta sus más altas instancias, dieran su consentimiento.
Indudablemente estos excesos burocráticos podrían haber sido reducidos aquí y allá con una mayor “preparación” de los burócratas, pero eso no hubiera variado en lo sustancial el rumbo tomado por el automóvil del Estado. El poder que verdaderamente se imponía no era tanto el de los “NEPmen” o el de los capitalistas privados, sino el poder impersonal del capital mundial, que era quien, en última instancia, determinaba el curso de la economía rusa y del Estado soviético. Ni aún en las mejores condiciones un bastión proletario aislado hubiera podido resistir ese poder durante mucho tiempo, y menos aún en la situación de la Rusia de 1922, tras haber sufrido una guerra civil, hambrunas, el colapso de la economía, el agotamiento de la democracia proletaria e incluso la desaparición física de amplios sectores de la clase obrera... En esas condiciones pensar que una administración más eficaz por parte de la minoría comunista podría invertir esa marea arrolladora era una completa utopía. Lo que sucedió, como el propio Lenin se vio obligado a reconocer enseguida, fue más bien lo contrario, es decir que la corrupción que infectaba la máquina estatal no se reducía a los estratos más bajos y “faltos de preparación” de la administración, sino que penetraba también en las más altas esferas del partido, a la mismísima “Vieja guardia” de los bolcheviques, originando una auténtica facción burocrática especialmente personificada en Josef Stalin.
Como observa Trotski, en su artículo “Sobre el Testamento de Lenin” escrito en 1932: “No exageramos si decimos que el último medio año de la actividad política de Lenin, el que media entre su convalecencia y su segunda enfermedad, estuvo dedicado a una áspera lucha contra Stalin. Permítasenos recordar los momentos más destacados. En septiembre de 1922, Lenin critica abiertamente la política de Stalin sobre las nacionalidades. A principios de diciembre, le ataca a propósito del monopolio del comercio exterior. El 25 de diciembre, redacta la primera parte de su testamento. El 30 de ese mismo mes, escribió su carta sobre la cuestión de las nacionalidades (‘el bombazo’). El 4 de enero de 1923, añadió un post scriptum a su testamento en el que indica que es necesario despedir a Stalin de su cargo de secretario general. El 23 de enero prepara toda su artillería contra Stalin una batería pesada al proyectar una Comisión de control. En un artículo del 2 de marzo, descarga un doble golpe contra Stalin como organizador de la inspección y como secretario general. El 5 de marzo, me escribió a propósito de su memorándum sobre la cuestión nacional: ‘Si usted accediera a defenderlo, yo me quedaría tranquilo’. Ese mismo día, y por primera vez. Lenin unió sus fuerzas a las de la oposición georgiana, enemigos irreconciliables de Stalin, enviándoles una nota especial en la que les decía que apoyaba su causa ‘de todo corazón’ y que les estaba preparando un dossier de documentos contra Stalin, Ordzhonikidze y Dzerzhinsky”.
A pesar de la debilidad ocasionada por la enfermedad que pronto acabaría con su vida, Lenin puso toda su energía política en esta lucha postrera contra el surgimiento del estalinismo, y propuso a Trotski formar un bloque contra la burocracia en general y contra Stalin en particular. Al ser el primero en alertar sobre el curso que estaba tomando la revolución, Lenin estaba ya estableciendo las bases para, en caso necesario, pasarse a la oposición. Pero cuando se leen los artículos escritos por Lenin en aquellos momentos (“Cómo debemos reorganizar la Inspección obrera y campesina” y en particular el artículo que menciona Trotski, es decir “Más vale menos pero mejor”) nos damos cuenta también de lo difícil que le resultaba, dada su posición central en la máquina estatal soviética. En su discurso de abril reducía las posibles soluciones a un terreno puramente administrativo: rebajar el número de funcionarios, reorganizar la Rabkrin (Inspección obrera y campesina), fusionar ésta con la Comisión de control del partido... Incluso al final de su “Más vale menos pero mejor”, Lenin comienza a situar sus esperanzas para la salvación no tanto en la revolución obrera en occidente sino antes en el “Oriente revolucionario y nacionalista”, es decir que perdía por completo la perspectiva. Lenin comprendía parcialmente el peligro pero aún no había podido sacar las conclusiones necesarias. De haber vivido más años, no cabe duda que habría profundizado en la identificación de las causas del problema y por tanto en la política que llevar a cabo. Pero ahora ese proceso de clarificación debía pasar a otras manos.
La retirada de Lenin de la vida política fue uno de los factores que precipitaron una crisis abierta en el interior del Partido bolchevique. Por un lado la facción burocrática consolidó su control sobre el partido, primeramente mediante un “triunvirato” formado por Stalin, Zinoviev y Kamenev, un bloque cimentado en su deseo común de marginar a Trotski, mientras éste, y a pesar de sus muchas vacilaciones, se veía obligado a situarse abiertamente en las filas de la oposición dentro del partido.
En ese mismo momento el régimen bolchevique se enfrentaba a nuevas dificultades tanto en el frente económico como en el social. En el verano de 1923, la llamada “crisis de las tijeras”, puso en entredicho la aplicación por parte del triunvirato de la NEP. Los dos filos de esas “tijeras” eran la caída de los precios agrícolas por un lado y por el otro, un alza de los precios industriales, lo que amenazaba el equilibrio del conjunto de la economía, y que supuso la primera crisis clara de la “economía de mercado” instalada por la NEP. Si el objetivo de la introducción de la NEP era el de contrarrestar la excesiva centralización estatal – característica del comunismo de guerra que había llevado a la crisis de 1921 –, ahora se comprobaba cómo esa liberalización económica llevaba a Rusia a algunos de los problemas característicos de la producción capitalista. Estas dificultades económicas y sobre todo la política adoptada por el gobierno ante ellas (reducción de los salarios y despidos, o sea las “clásicas” en un Estado capitalista), agravaron aún más las condiciones de vida de los trabajadores que ya estaban prácticamente al límite de la miseria. En agosto-septiembre de 1923 estallaron espontáneamente numerosas huelgas que empezaron a extenderse por los principales centros industriales.
El triunvirato, interesado sobre todo en el mantenimiento del status quo, empezaba a ver la NEP como la autopista que conduciría Rusia al socialismo. Este punto de vista fue teorizado especialmente por Bujarin que había pasado de la extrema izquierda del partido a su ala más derechista, y que precedió a Stalin en la elaboración de una teoría sobre el socialismo en un sólo país, aunque “a paso de tortuga”, gracias al desarrollo de una economía de mercado “socialista”. Trotski, por su parte, empezaba ya a reclamar más centralización estatal y más planificación para responder a las dificultades económicas del país. Pero la primera declaración definida de una oposición, que emergía de las propias esferas dirigentes del partido, fue la “Plataforma de los 46”, presentada al Politburó de octubre de 1923. Entre esos 46 figuraban adeptos a Trotski (Piatakov y Preobrazhinsky), así como elementos del grupo Centralismo democrático como Sapranov, Smirnov y Osinski. No es casualidad si Trotski no firmó ese documento: el miedo a ser considerado como miembro de una fracción, en las condiciones de su prohibición que regían desde 1921, tenía por supuesto bastante que ver en ello. Sin embargo en su carta abierta al Comité central publicada en Pravda en diciembre de 1923, así como en su folleto El Nuevo curso, exponía puntos de vista muy similares, lo que le situaba definitivamente en las filas de la oposición.
La Plataforma de los 46 constituía, inicialmente, una respuesta ante los problemas económicos que enfrentaba el régimen, defendiendo una mayor planificación estatal frente al pragmatismo postulado por el aparato dominante y la tendencia de éste a elevar la NEP a principio inmutable. Estos planteamientos fueron una constante de la oposición de izquierdas nucleada en torno a Trotski, aunque no de los más importantes, como veremos más adelante. Lo más importante era que alertaban sobre el anquilosamiento que se estaba produciendo en la vida interna del partido: “Los miembros del partido que están descontentos con una u otra decisión del comité central (…); que tienen dudas sobre un extremo u otro; que advierten particularmente uno u otro error, irregularidad o desorden, tienen miedo a mencionarlo en las reuniones del partido, e incluso temen hablarlo... Actualmente no es el partido, ni su masa de afiliados, quien promueve y elige a los componentes de los comités provinciales y del comité central del RKP [PC ruso]. Por el contrario, la jerarquía secretarial del partido designa, cada vez con más frecuencia, a los delegados de conferencias y congresos que se convierten, todavía en mayor medida, en asambleas ejecutivas de esta jerarquía. (...) La situación creada se explica por el hecho de que el régimen de dictadura de un grupo dentro del partido (...) El régimen fraccional debe ser abolido, cosa que deben realizar, en primer lugar, los mismos que lo han creado, para dar paso a un régimen de unidad entre camaradas y a la democracia dentro del partido" (“El programa de los 46”, trascrito en El Interregno de E.H. Carr, Alianza Editorial).
Pero, al mismo tiempo, ese programa o plataforma se distanciaba de aquellas formaciones a las que definía como grupos de oposición “malsanos”, aunque los viera como expresión de la crisis que se vivía en el partido. Se referían, indudablemente, a corrientes como el Grupo obrero constituido en torno a Miasnikov, así como a Verdad obrera de Bogdanov, que aparecían en esa misma época. Poco después, Trotski se refirió a ellos de manera parecida: rechazando sus análisis por considerarlos demasiado extremistas pero viéndolos, al mismo tiempo, como síntomas de la enfermedad que aquejaba al partido. Trotski tampoco estuvo nunca a favor de la utilización de la represión para eliminar estos grupos.
Pero, en realidad, estos grupos no pueden ser considerados en absoluto como un fenómeno “malsano”. Es cierto que el grupo Verdad obrera expresaba una cierta tendencia hacia el derrotismo e incluso el menchevismo y que, como en muchas de las corrientes que se desarrollaron en las izquierdas holandesa y alemana, sus intuiciones sobre el surgimiento del capitalismo de Estado en Rusia quedaron debilitadas por una tendencia a poner en cuestión la misma Revolución de octubre, viéndola, en cambio, como una revolución burguesa más o menos progresista (ver artículo sobre la Izquierda comunista en Rusia en Revista internacional nº 9).
Este no es el caso, en absoluto, del Grupo obrero del Partido comunista ruso (bolchevique) dirigido por veteranos obreros bolcheviques como Miasnikov, Kuznetsov y Moiseev. Esta formación se dio a conocer distribuyendo su Manifiesto, en abril-mayo de 1923, inmediatamente después del XIIº Congreso del Partido bolchevique. Un examen de este documento confirma la seriedad de este grupo, su profundidad política y su perspicacia.
Eso no quiere decir que no aparezcan debilidades como, y muy especialmente, la creencia en la teoría de la ofensiva, es decir la incomprensión del retraso de la revolución internacional, y la consiguiente necesidad de luchas defensivas de la clase trabajadora. Este planteamiento suponía la otra cara de la moneda de los errores de la Internacional comunista, que sí fue capaz de ver la derrota parcial de 1921 pero que extrajo toda una serie de conclusiones oportunistas de ella. Por su lado, el Manifiesto se equivoca al señalar que en la época de la revolución proletaria ya no tienen sentido las luchas por reivindicaciones.
A pesar de ello las contribuciones positivas de este documento son muchas más que sus debilidades:
– su enérgico internacionalismo. A diferencia de la propaganda del grupo de Kollontai (la Oposición obrera), en este documento no hay rasgos de un análisis localista ruso. La Introducción está basada en una visión de conjunto de la situación internacional, comprendiendo las dificultades de la Revolución rusa como consecuencias del retraso de la revolución mundial, e insistiendo en que la única salvación de la primera reside en la reactivación de la segunda: “El trabajador ruso ha aprendido a verse a sí mismo como un soldado del ejército mundial del proletariado internacional, y a ver sus organizaciones de clase como regimientos de ese ejército. Cada vez que la inquietante cuestión del destino de la Revolución de Octubre se plantea, él eleva su mirada más allá de la fronteras de Rusia, allí donde las condiciones de la revolución están maduras, pero de donde la revolución no viene” (traducido de Invariance nº 6, serie II, Nápoles, 1975).
– su acerada crítica a la política oportunista del Frente único, y a la consigna del Gobierno obrero. La importancia que este grupo dio a esta denuncia es una confirmación más de su internacionalismo, ya que se trataba sobre todo de una crítica a la política de la Internacional comunista. Y no cabe achacar esta posición a ningún tipo de sectarismo ya que este grupo afirmaba la necesidad de una unidad revolucionaria entre las diferentes organizaciones comunistas (como el KPD y el KAPD en Alemania), pero rechazaba de plano el llamamiento de la IC a la formación de un frente común con los traidores socialdemócratas, y se rebelaba contra la argumentación fraudulenta, entonces en boga, según la cual la revolución rusa triunfó porque los bolcheviques habían utilizado, inteligentemente, la táctica del Frente único: “... la táctica que puede llevar el proletariado insurgente a la victoria no es la del Frente único, sino la de una lucha encarnizada e intransigente contra todas esas fracciones burguesas arropadas con una confusa terminología socialista. Sólo esta lucha conduce a la victoria: si el proletariado ruso pudo ganar no fue porque se aliara con los socialistas revolucionarios, los populistas y los mencheviques, sino porque los combatió. Es necesario abandonar la táctica del Frente único y alertar a los trabajadores que esas fracciones de la burguesía –en la actualidad, los partidos de la IIª Internacional– cuando llegue el momento decisivo, tomarán las armas en defensa del sistema capitalista” (Ídem).
– su interpretación de los peligros que amenazaban al Estado soviético, es decir el riesgo de “sustitución de la dictadura proletaria por una oligarquía capitalista”. El Manifiesto constata el desarrollo de una élite burocrática y, por otro lado, una creciente privación de los derechos políticos de la clase obrera, por lo que exige la restauración de los comités de fábrica y sobre todo de los soviets, para que asuman el control de la economía y del Estado([2]).
Para el Grupo obrero la revitalización de la democracia obrera es el único medio para contrarrestar el desarrollo de la burocracia, por lo que rechaza explícitamente la idea de Lenin según la cual el remedio estaría en una reestructuración de la Inspección obrera, ya que eso suponía simplemente intentar controlar a la burocracia mediante procedimientos burocráticos.
– su profundo sentido de responsabilidad. Cuando el KAPD publicó en Alemania (Berlín, 1924) el Manifiesto del Grupo obrero, añadió una serie de notas críticas en las que expresaron la precipitación que caracterizó a la Izquierda alemana para certificar la muerte de la Internacional comunista. En cambio el Grupo obrero fue sumamente cauteloso antes de reconocer el triunfo definitivo de la contrarrevolución en Rusia o la muerte completa de la Internacional. Durante la llamada “crisis Curzon” de 1923, cuando parecía que Gran Bretaña podía declarar la guerra a Rusia, los miembros del Grupo obrero se comprometieron a defender la república soviética en caso de guerra. Y, lo que es más importante, en sus documentos jamás repudiaron ni la revolución de Octubre ni la experiencia de los bolcheviques. De hecho la idea que este grupo tenía de la actitud que debían adoptar está muy cerca de la noción de fracción de izquierdas que, más tarde, elaboró la Izquierda italiana en el exilio. El Grupo obrero reconocía la necesidad de organizarse independientemente, e incluso clandestinamente, pero tanto el nombre de la formación (Grupo obrero del Partido comunista ruso – Bolchevique), como el contenido de su Manifiesto, muestran que se veían a sí mismos en continuidad con el programa y los estatutos del partido bolchevique. Desde esa postura llamaban a los elementos sanos que seguían militando en el partido, tanto entre los dirigentes como en los diferentes grupos de oposición como Verdad obrera, la Oposición obrera, o los de Centralismo democrático, a unirse para llevar adelante una lucha decidida para la regeneración del partido y de la revolución. En gran medida este llamamiento resultaba mucho más realista que la esperanza de los “46” que pedían que la política de fracciones dentro del partido fuera abolida “en primer lugar” por la propia fracción dominante.
En resumidas cuentas: no había nada de “malsano” en el proyecto alumbrado por el Grupo Obrero que, por otra parte, tampoco se trataba de una secta sin ninguna influencia en la clase obrera. Las estimaciones dicen que contaba aproximadamente con 200 miembros en Moscú, y extendió su influencia al tomar decididamente partido por los trabajadores en su lucha contra la burocracia, tratando de desarrollar una activa intervención política en las huelgas salvajes del verano y otoño de 1923. De hecho éste fue el verdadero motivo, junto a las crecientes simpatías que suscitaba entre militantes del partido, por el que el aparato del partido descargó la represión contra ellos. Como él mismo predijo, Miasnikov sufrió incluso un intento de asesinato (“mientras trataba de escapar”), al que sobrevivió. Y aunque fue arrestado y posteriormente obligado a exiliarse, prosiguió durante dos décadas, en el extranjero, su actividad revolucionaria. El grupo que permaneció en Rusia resultó bastante diezmado por detenciones masivas, aunque no desapareció por completo y siguió influyendo a la “extrema izquierda” de los movimientos de oposición, tal y como se deduce del excelente documento de Ante Ciliga (El Enigma ruso) dedicado a los grupos de oposición encarcelados en Rusia a finales de los años 20. En cualquier caso este primer episodio de represión constituye un hito especialmente ominoso: por primera vez un grupo declaradamente comunista sufría la violencia directa del Estado bajo el régimen bolchevique.
El hecho de que, en 1923, Trotski uniese su suerte a la oposición de izquierdas tuvo una importancia capital. La fama internacional de Trotski como líder de la Revolución rusa era sólo superada por la de Lenin. Sus críticas al régimen existente en el partido y a las orientaciones políticas de éste equivalían a enviar, a los cuatro vientos, una señal de que no todo iba bien en la tierra de los soviets. Además, quienes empezaban a sentirse intranquilos sobre la dirección que tomaban no sólo el Estado soviético, sino sobre todo los partidos comunistas fuera de Rusia, podían ver en Trotski una figura a la que unir sus fuerzas, una figura indiscutiblemente asociada a la tradición de la revolución de Octubre y al internacionalismo proletario. Este fue el caso, en particular, de la Izquierda italiana a mediados de los años 20.
Y eso que, ya desde el principio, quedó claro que la política de oposición que adoptaba Trotski era menos coherente y, sobre todo, menos decidida, que la practicada por la Izquierda comunista en general, y en particular el grupo de Miasnikov. Lo cierto es que Trotski cosechó un considerable fracaso en su lucha contra el estalinismo, incluso en los limitados términos que había planteado Lenin en sus últimos escritos.
Veamos los ejemplos más significativos: en el XIIº Congreso del Partido, en abril de 1923, Trotski no aportó “el bombazo” que Lenin había preparado contra Stalin a propósito de la cuestión nacional, de su papel en la Rabkrin, de su deslealtad... y eso que, en aquel momento, Trotski tenía más importancia que Stalin dentro del partido y contaba con mayores apoyos. En vísperas del XIIIº Congreso, en la reunión del Comité central el 22 de mayo de 1924, cuando se debatía el testamento de Lenin y su petición de que se alejase a Stalin del cargo de secretario general –y por tanto la supervivencia política de éste pendía de un hilo– Trotski permaneció en silencio, y votó contra la publicación del testamento, contrariando los deseos expresos de Krupskaia, la mujer de Lenin. En 1925, Trotski renegó incluso de un simpatizante norteamericano suyo, Max Eastman, que describía y comentaba el citado testamento en su libro Desde la muerte de Lenin. Trotski se dejó convencer por el Politburó y firmó una declaración en la que se denunciaba que los intentos de Eastman por sacar a la luz el testamento constituían “una pura infamia... que únicamente puede servir a los fines de los enemigos acérrimos del comunismo y la revolución”. Cuando finalmente cambió de opinión y se decidió publicar el testamento ya era demasiado tarde pues Stalin controlaba ya el aparato del partido de manera prácticamente implacable. Más adelante, en el período comprendido entre la disolución de la oposición de izquierdas de 1923 y la formación de la Oposición unida –junto a los seguidores de Zinoviev–, Trotski se despreocupó de los asuntos del Comité central, dedicándose más a cuestiones culturales o técnicas, y cuando iba a sus reuniones, apenas si tomaba parte en los debates.
Estas vacilaciones de Trotski pueden explicarse por distintas razones. Todas ellas son, en definitiva, de carácter político, pero hay algunas que están más relacionadas con el propio carácter personal de Trotski. Así el compañero de Trotski, Joffe, cuando le escribió su última carta antes de quitarse la vida, criticó alguno de esos defectos de Trotski: “Siempre he pensado que te falta algo de esa habilidad que tenía Lenin para quedarse en solitario, para aguantar solo, para quedarse solo en el camino que él consideraba correcto... A menudo has renunciado a tu propia actitud correcta en aras a un acuerdo o a un compromiso, cuyo valor has sobrestimado” (citado en el libro de Isaac Deutscher El Profeta desarmado, edición, en inglés, OUP). Aquí encontramos una fiel descripción de esa tendencia bastante marcada en Trotski antes de que se pasase al Partido bolchevique, una tendencia al centrismo, una incapacidad para adoptar posiciones claras y tajantes, una tendencia a sacrificar los principios políticos a la unidad organizativa. Esta postura vacilante quedó más adelante reforzada por el temor del propio Trotski a ser visto como protagonista de una vulgar pelea por el poder personal, por la corona de Lenin. Esta es, de hecho, la principal explicación que da Trotski sobre sus vacilaciones durante este período: “No me cabe la menor duda de que si en vísperas del XIIº Congreso del partido yo hubiera roto por mi cuenta el fuego contra el burocratismo estalinista, acogiéndome a la idea de que se inspiraba el ‘bloque’ concertado con Lenin, habría conseguido una victoria completa... En 1922-23, aún era posible conquistar el puesto de mando dando abiertamente la batalla a la facción... de los epígonos del bolchevismo”. Sin embargo... “mi campaña se hubiera interpretado, o al menos hubiera podido interpretarse, como una batalla personal para conquistar el puesto de Lenin al frente del partido y del Estado. Y yo no era capaz de pensar en esto sin sentir espanto” (Trotski, Mi vida, Ediciones Pluma). Algo de verdad sí hay en ello y es cierto que, como uno de los miembros de la oposición contó a Ciliga, Trotski era “demasiado caballeroso”, y que frente a las maniobras despiadadas e inmorales de Stalin en particular, Trotski no estaba dispuesto a ponerse a ese mismo nivel, por lo que, casi siempre, se vio superado.
Pero las vacilaciones de Trotski deben ser también examinadas a la luz de ciertas debilidades más de índole política y teórica, todas ellas íntimamente relacionadas entre sí, que le impidieron una postura intransigente contra el desarrollo de la contrarrevolución:
– la incapacidad para reconocer claramente que era el estalinismo lo que representaba la contrarrevolución burguesa en Rusia. A pesar de su famosa descripción de Stalin como el “sepulturero de la revolución”, Trotski y sus seguidores estaban obsesionados con el peligro de una “restauración capitalista”, en el viejo sentido de la vuelta del capitalismo privado. Por ello creían que el principal peligro dentro del partido venía de la facción derechista encabezada por Bujarin, y por ello mantuvieron su consigna: “un bloque con Stalin, contra la derecha, quizás; pero un bloque junto a la derecha, contra Stalin, nunca”. Veían pues el estalinismo como una especie de centrismo, necesariamente frágil y oscilante entre la derecha y la izquierda. Como veremos en el próximo artículo de esta serie, esta incapacidad para ver el peligro que representaba el estalinismo tiene mucho que ver con las erróneas teorías económicas de Trotski, que identificaba la industrialización controlada por el Estado con el socialismo, y que nunca comprendió el verdadero significado del capitalismo de Estado. Esta profunda debilidad política llevó a Trotski a errores cada vez más graves en los últimos diez años de su vida.
– algunas de las razones que impidieron ver a Trotski que el régimen de Rusia estaba siendo reabsorbido por el campo capitalista, residen en su propia implicación personal en muchos de los errores que aceleraron esta degeneración, sobre todo en la militarización del trabajo y la represión del descontento obrero, además de en las tácticas oportunistas de la Internacional Comunista a principios de los años veinte y especialmente la del Frente único. En parte porque siempre estuvo enredado en las ramas más altas del árbol de la burocracia, Trotski jamás puso en cuestión esos errores, y nunca consiguió llevar su oposición hasta el extremo de situarse junto al proletariado y contra el régimen. De hecho sólo a partir de 1926-27, la oposición de Trotski empezó a tomar verdaderamente cuerpo incluso entre los militantes de base del partido, y aún así, tuvo dificultades para emprender una agitación entre las masas obreras. Por esa razón muchos trabajadores siguieron con distancia la lucha entre Trotski y Stalin como una disputa entre “peces gordos”, entre burócratas igualmente alejados de los obreros.
Esa incapacidad de Trotski para romper con la actitud de “nadie tiene razones para estar contra el partido” (un lema que él defendió públicamente en el XIIIº Congreso) fue severamente criticada por la Izquierda italiana en sus reflexiones sobre la derrota de la revolución rusa, y en particular, sobre el significado de los “Procesos de Moscú”: “La tragedia de Zinoviev y de los ‘viejos bolcheviques’ es la misma: su deseo de reformar el partido, su sujeción al fetichismo del partido que personifica la revolución de Octubre, es lo que les ha empujado en el último juicio, a sacrificar sus vidas.
Vemos esa misma preocupación en la actitud de Trotski cuando, en 1925, consintió ser expulsado de la Comisaría de Guerra aún cuando tenía el apoyo del ejército, sobre todo en Moscú. Sólo el 7 de noviembre de 1927 se opuso abiertamente al partido, pero ya es demasiado tarde y entonces fracasa lastimosamente. Este sometimiento al partido, y el temor a ser un instrumento de la contrarrevolución en Rusia, fue lo que le impidió llevar sus críticas al centrismo en Rusia, hasta sus últimas, aunque lógicas, consecuencias, incluso después de su expulsión” (Bilan nº 34, “La masacre de Moscú”, agosto-septiembre de 1936).
Frente a la contrarrevolución que avanzaba y la atmósfera irrespirable que reinaba en el partido, la única forma de salvar algo del naufragio era constituir una fracción independiente, que al mismo tiempo que trataba de ganarse a todos los elementos sanos que permanecían en el partido, no debía arredrarse ante la necesidad de desarrollar un trabajo ilegal y clandestino en las filas del conjunto de los trabajadores. Esta fue, como hemos visto, la tarea que emprendió el grupo de Miasnikov desde 1923, y que únicamente pudo ser frustrada por la acción de la policía secreta. Trotski, en cambio, se vio paralizado por su sometimiento a la prohibición de las fracciones que él mismo había apoyado en el Congreso del partido de 1921. Tanto en 1923 como en la batalla final de 1927, el aparato supo utilizar esa prohibición para confundir y desmoralizar a la oposición que se concentraba en torno a Trotski, dándoles a escoger entre disolverse o pasar a una actividad ilegal. En ambas ocasiones prevaleció la primera opción con la vana esperanza de preservar la unidad del partido, pero ni en uno ni en otro momento nada de esto sirvió de protección a los miembros de la oposición contra la bestialidad de la máquina estalinista.
En el próximo artículo de esta serie examinaremos el proceso que culminó con el triunfo final de la contrarrevolución estalinista en Rusia.
CDW
[1] Más tarde, la Communist Workers’ Organisation (agrupamiento de Revolutionnary Perspectives y de Workers’ Voice) rechazó esa postura, cuando llegó a conocer más en profundidad el método político de la Izquierda comunista italiana.
[2] Sin embargo del Manifiesto parece también desprenderse el argumento de que los sindicatos podrían convertirse en órganos de centralización de la gestión económica, o sea la vieja posición de la Oposición obrera que Miasnikov ya había criticado en 1921 (ver el artículo anterior en la Revista Internacional nº 100).
En la Revista internacional nos 98 y 99, hemos hablado de la revolución alemana como manifestación de la derrota de la revolución mundial. Al publicar esta correspondencia entre Bordiga y Trotski, dos de los principales dirigentes de la Internacional comunista (IC), queremos aportar elementos complementarios sobre las luchas que se desarrollaron en ésta sobre aquella derrota.
La cuestión alemana y la derrota sufrida por el movimiento obrero en 1923 son para la clase obrera internacional el problema esencial de aquella época. Las fluctuaciones tácticas de la IC provocaron un desastre en Alemania. Éste acabó con la oleada revolucionaria de principios de los años 20 y preparó las derrotas venideras, en particular en China en el 27 (acontecimientos que ya hemos tratado en esta misma Revista internacional). Finalmente, desembocó tanto en la pérdida irremediable para la clase obrera de la Internacional, hundida en el fango de la defensa del “socialismo en un sólo país” como en la crisis de los partidos comunistas antes de que se pasaran a la contrarrevolución y participaran en la Segunda Guerra imperialista.
Aquí no queremos extendernos sobre los debates que animaron la IC sobre la cuestión de la revolución alemana, sino difundir dos cartas de la correspondencia entre Trotski y Bordiga sobre este tema, cartas que permiten hacerse una idea de las posiciones políticas y de la exactitud en las opiniones de ambos grandes revolucionarios en el mismo momento en que se estaban produciendo los acontecimientos.
En el período que sigue a la Primera Guerra mundial, 1923 es el año que marca una verdadera ruptura. Ese año marcó el fin de la oleada revolucionaria nacida de esta guerra y que provocó en 1917 la Revolución de Octubre en Rusia. También es el año de una ruptura en la IC, que ya no logra analizar correctamente la situación política.
En 1923, en el IIIer Pleno del Ejecutivo de la IC, Radek cae en el “nacional-bolchevismo”. Considera a Alemania como “una gran nación relegada al rango de colonia”. Amalgama un país –una de las principales potencias imperialistas del mundo–, militarmente ocupado, con un país colonizado. De esta forma arrastra al Partido comunista de Alemania (KPD) y a la IC al terreno del nacionalismo, cuando ambas organizaciones ya estaban ampliamente infectadas por el oportunismo.
También son deplorables declaraciones como la del Ejecutivo de la IC que afirma: “Es revolucionario insistir fuertemente sobre el aspecto nacional en Alemania, como también lo es en las colonias”. Radek insiste: “Lo que se llama nacionalismo alemán no se limita a ser nacionalismo: es un amplio movimiento nacional con profundo contenido revolucionario”. Y en las conclusiones de las obras del Ejecutivo de la IC, Zinoviev se felicita de que un periódico burgués reconozca el carácter “nacional-bolchevique” del KPD.
A mediados de 1923, la reacción de la IC se concreta en un bandazo brutal que va desde la espera pesimista manifestada cuando el IVº Congreso de la IC por Radek en su informe sobre la ofensiva del capital (“la revolución no está a la orden del día”) hasta el optimismo desenfrenado casi un año después: “la revolución está en las puertas de Alemania. Es cosa de unos meses”. Se decide entonces en Moscú, en presencia de la dirección del KPD, preparar con urgencia el asalto al poder y hasta fijar la fecha. El 1º de octubre, Zinoviev declara a Brandler, secretario del partido alemán, que ve “el momento decisivo de aquí a cuatro, cinco o seis semanas”. Las consignas son sin embargo contradictorias en Alemania. Se lanza la consigna insurreccional y al mismo tiempo la de “gobierno obrero” junto con la socialdemocracia, la misma socialdemocracia que tan brutalmente contribuyó en el aplastamiento de la revolución en 1919 y el asesinato de los mejores militantes obreros revolucionarios, entre ellos Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogisches.
Se trata de la primera crisis importante de la IC. Paralelamente a esos dramáticos acontecimientos que demuestran que la dinámica del movimiento, de ascendente que era hasta aquel entonces, estaba invirtiéndose, se desarrolla una crisis en la dirección del Partido bolchevique: la lucha de la troica Zinoviev-Kamenev-Stalin contra Trotski y la Oposición de izquierda.
Es en 1923 cuando la IC toma el famoso giro “izquierdista”, dejando sin argumentos a la izquierda y a sus críticas en la IC. Zinoviev intentará en 1924 utilizar la derrota de la revolución en Alemania contra la Oposición.
Trotski volverá ulteriormente sobre el tema de la revolución alemana. En su carta de Alma Ata al VIº Congreso de la IC del 12 de julio de 1928, dice: “La segunda mitad de 1923 fue un tenso período de espera de la revolución en Alemania. La situación fue juzgada demasiado tarde y con vacilaciones... el Vº congreso [de la IC en 1924] se orienta hacia la insurrección cuando lo que domina es un reflujo político”.
La Izquierda comunista italiana, encabezada por Bordiga, es la única en ser capaz de sacar, magistralmente a pesar de ser muy incompletas, las primeras lecciones políticas de esa crisis de la IC. Ya había dado la voz de alarma en el IVº congreso de la IC en 1922, en particular en contra de la política de frente único que se preconizaba y contra el oportunismo que estaba ganando terreno en la Internacional. Al ser las divergencias cada día más importantes, Bordiga, a pesar de estar detenido, escribe en 1923 un manifiesto, “A todos los camaradas del PC de Italia”, que, de haber sido apoyado por los demás miembros del Comité ejecutivo del partido, hubiese sido una ruptura con las orientaciones de la IC. Y, en 1924, Bordiga acaba exponiendo sus críticas en el Vº Congreso de la IC.
Las cartas que a continuación publicamos provienen de los “archivos Perrone”([1]). Fueron escritas durante el VIº Pleno del Ejecutivo de la IC, durante el cual Bordiga se enfrentó a Stalin sobre todas las cuestiones([2]). Bordiga le pide a Trotski precisiones sobre la cuestión alemana. Éste le contesta que él estimaba, contrariamente a las afirmaciones de Stalin, que en octubre de 1923 ya había pasado el momento favorable para la insurrección, y que nunca había apoyado la política de Brandler en aquel entonces.
El 28 de octubre de 1926, Bordiga le escribe a Karl Korsch (un miembro del comunismo de izquierdas en Alemania): “Las posiciones de Trotski sobre la cuestión alemana de 1923 son satisfactorias”. No obstante, si las críticas de Trotski y las de Bordiga concuerdan sobre este acontecimiento como también sobre la necesidad de discutir de la cuestión rusa y de la Internacional, las posiciones políticas de Trotski no son tan contundentes y argumentadas sobre el fondo como las de Bordiga. Éste critica las tendencias oportunistas en la IC, caracterizadas en el IVº congreso por la política de “frente único”, de concesiones a la socialdemocracia y de apertura de los partidos comunistas a las corrientes centristas (y en particular a los “terzini” en el PC de Italia).
Moscú, 2 de marzo de 1926
Estimado camarada Trotski,
Durante una reunión de la delegación de la sección italiana en el Ejecutivo ampliado actual, con el camarada Stalin, ciertas cuestiones fueron planteadas sobre su Prefacio [de usted] al libro 1917 y de las críticas que hace usted sobre los acontecimientos de octubre 1923 en Alemania; el camarada Stalin contestó que había una contradicción en su actitud sobre este punto.
Para no correr el riesgo de citar con la menor inexactitud las palabras del camarada Stalin, haré referencia a la formulación de esta misma observación publicada en un artículo redactado por Kuusinen en Correspondance internationale n° 82 (edición francesa) del 17 de diciembre de 1924. Este artículo también ha sido publicado en italiano durante la discusión para nuestro IIIer congreso (Unitá, 31 de agosto de 1925). Este artículo defiende :
a) Que usted apoyó al grupo Brandler antes de octubre de 1923, aceptando la línea decidida por los órganos dirigentes de la IC para la acción en Alemania;
b) que en enero del 24, en las tesis suscritas con el camarada Radek, usted afirmó que el partido alemán no debía lanzarse a la lucha en octubre;
c) que no fue sino en septiembre del 24 cuando usted expresó su crítica sobre los errores del PCA y de la IC, errores que no permitieron aprovecharse de la ocasión favorable para la lucha en Alemania.
En cuanto a esas pretendidas contradicciones, y basándome en los elementos que conocía, he polemizado contra el camarada Kuusinen en un artículo publicado en L’Unitá del mes de octubre. Sin embargo, usted sólo puede aclarar completamente esta cuestión, y por esto le pido que haga unas breves notas para información, sin otro uso que mi instrucción personal. Sólo con la posible autorización de los órganos responsables del partido me permitiría utilizarlas en el porvenir para un examen del problema en nuestra prensa.
Le mando mis saludos comunistas,
Amadeo Bordiga
Estimado camarada Bordiga,
La exposición de hechos que me presenta se basa sin duda alguna en una serie de malentendidos evidentes que pueden ser aclarados sin dificultad con los documentos en mano.
1) durante el otoño del 23, critiqué ásperamente al CC dirigido por el camarada Brandler. En varias ocasiones tuve que expresar oficialmente mi preocupación de que el CC no pudiera conducir al proletariado alemán a la conquista del poder. Esta afirmación está registrada en un documento oficial del partido. A menudo he tenido ocasión –hablando con Brandler o hablando de él– de decir que éste no había entendido el carácter especifico de la situación revolucionaria, que confundía revolución con insurrección armada, que esperaba de forma fatalista el desarrollo de los acontecimientos en lugar de ir hacia ellos, etc.
2) Es verdad que me opuse a que se me nombrara para trabajar con Brandler y Ruth Fischer, porque en tal periodo de lucha, en el interior del Comité central, eso hubiera podido llevar a la derrota total, cuanto más porque en lo esencial, es decir respecto a la revolución y sus etapas, la posición de Ruth Fischer estaba empapada del mismo fatalismo socialdemócrata: elle no había entendido que en tales periodos, unas semanas pueden ser decisivas para varios años, cuando no para decenios. Yo opinaba que era necesario en aquel entonces apoyar al Comité central existente, presionarlo, reforzar su firmeza revolucionaria dando un mandato a camaradas para asistirlo, etc. Nadie entonces pensaba que fuese necesario sustituir a Brandler y tampoco hice esa propuesta.
3) Cuando en enero del 24 Brandler vino a Moscú diciendo que estaba más optimista que durante el otoño precedente con respecto a los acontecimientos, para mí se hizo, claro que Brandler no había entendido cual era la combinación particular de condiciones que provocan una situación revolucionaria. Le dije que no sabía distinguir la mutación de la revolución de su final. “La revolución os vino de cara este otoño: dejasteis pasar el momento. Ahora os vuelve las espaldas, ¡y pensáis al contrario que viene hacia vosotros!”.
Si durante el otoño 1923 yo temía que el Partido comunista alemán dejara pasar el momento decisivo – como ocurrió efectivamente –, el miedo que tuve después de enero del 24 es que la izquierda hiciera una política como si la insurrección armada aun estuviese al orden del día. Así como lo expliqué en una serie de discursos y artículos, la situación revolucionaria ya había pasado, había inevitablemente un reflujo de la revolución y el partido comunista iba inevitablemente a perder parte de su influencia durante un periodo, la burguesía iba a utilizar el reflujo de la revolución para reforzarse económicamente y el capital norteamericano aprovecharse del reforzamiento del régimen burgués para una intervención amplia en Europa so pretexto de “normalización”, pacifismo, etc. En un periodo de este tipo, ponía yo en evidencia la perspectiva revolucionaria como línea estratégica, no como línea táctica.
4) Por teléfono di mi apoyo a las “Tesis de enero” del camarada Radek. No participé en su redacción, pues estaba enfermo. La firmé porque afirmaban que el partido alemán había dejado pasar la situación revolucionaria y que en Alemania era el comienzo de una buena fase para nosotros, no de ofensiva inmediata sino defensiva y de preparación. Esto para mi era en aquel entonces el elemento decisivo.
5) La afirmación de que yo defendí que el partido alemán no habría debido conducir el proletariado a la insurrección es falsa de arriba abajo. Mi acusación principal contra el CC de Brandler fue en realidad que éste no supo ni seguir paso a paso los acontecimientos, ni poner al partido a la cabeza de las masas populares para la insurrección armada durante agosto-octubre.
6) También dije y escribí que en cuanto el partido perdió por fatalismo el ritmo de los acontecimientos, se hizo demasiado tarde para dar la señal de la insurrección armada: los militares se habían aprovechado del tiempo perdido por la revolución para ocupar posiciones importantes y, sobre todo, al haberse realizado una modificación entre las masas, se inició un período de reflujo. Ése es precisamente el carácter específico y original de la situación revolucionaria, que puede modificarse radicalmente en uno o dos meses. No es en vano si Lenin repetía en septiembre-octubre de 1917: “¡Ahora o nunca!”, o sea “nunca” volverá a repetirse la misma situación revolucionaria.
7) Aunque no participé, por estar enfermo, en los trabajos del Comintern en enero del 24, sí es cierto que estaba totalmente en contra de lo que Brandler propuso en el Comité central. Es mi opinión que Brandler pagó muy cara la experiencia práctica tan necesaria a un jefe revolucionario. En este sentido, de haber estado yo en Moscú hubiese defendido la opinión de que Brandler debía seguir ocupando su sitio en el Comité central. Además no tenía la menor confianza en Maslow. Basándome en las discusiones que tuve con él, me parecía que compartía todos los defectos de Brandler con respecto a los problemas de la revolución, sin tener las cualidades de éste o sea la seriedad y el espíritu perseverante. Independientemente de si me equivoqué o no en esa evaluación de Maslow, esta cuestión tenía una relación indirecta con la evaluación de la situación revolucionaria del otoño del 23, de la modificación ocurrida en noviembre-diciembre de ese mismo año.
8) Una de las principales experiencias de la insurrección alemana fue que en el momento decisivo, del que dependía como ya he comentado el destino a largo plazo de la revolución, y en todos los partidos comunistas, una reincidencia socialdemócrata es más o menos inevitable. Gracias a la historia de nuestro partido y al papel inigualable de Lenin, esta reincidencia fue mínima en nuestra revolución; y a pesar de esto, es decir en ciertos momentos, estuvo en peligro el éxito del partido en la lucha. Me parecía y sigue pareciéndome tanto más importante el carácter inevitable de las reincidencias socialdemócratas en los momentos decisivos para los partidos comunistas europeos, más jóvenes y desarmados. Esta forma de ver debe permitir juzgar el trabajo del partido, su experiencia, sus ofensivas, sus retiradas en todas las etapas de la preparación hacia la conquista del poder. Sólo basándose en esa experiencia puede hacerse la selección de los dirigentes del partido.
L. Trotski
Pese a la supuesta muerte del comunismo, el cual habría desaparecido tras el hundimiento de la URSS, varios elementos y pequeños grupos han emergido en Rusia desde 1990 para cuestionar la patraña de la burguesía mundial según la cual el estalinismo sería lo mismo que el comunismo.
En la Revista internacional nº 92 hemos informado de dos conferencias en Moscú organizadas por algunos de esos elementos, sobre el patrimonio político dejado por León Trotski. Durante las conferencias, cierto número de participantes quiso estudiar otros análisis, más radicales, defendidos durante los años 20 y 30 por otros miembros de la Oposición, en torno a la degeneración de la Revolución de Octubre. Así es como se interesaron por la contribución de la Izquierda comunista sobre este tema, y la participación de la CCI en estas conferencias les ayudó en su cuestionamiento.
En ese mismo número de la Revista internacional publicamos una crítica profunda del libro de Trotski La Revolución traicionada, redactado por uno de los animadores de la conferencia.
Desde entonces, la CCI ha tenido una correspondencia con diversos elementos en Rusia. A continuación publicamos unos extractos de ésta para contribuir y enriquecer el debate internacional sobre el carácter de la organización y de las posiciones comunistas para la revolución proletaria venidera.
Como lo podrán comprobar nuestros lectores, la orientación adoptada por nuestro corresponsal –F. del Sur de Rusia– es cercana a las posiciones y tradición de la Izquierda comunista. Defiende el Partido bolchevique y reconoce el carácter capitalista e imperialista del régimen estalinista. En particular, defiende una posición internacionalista sobre la Segunda Guerra imperialista mundial, contrariamente a los trotskistas quienes han justificado su participación a ésta so pretexto de defender a la URSS y sus pretendidas conquistas proletarias.
Sin embargo, la visión de nuestro corresponsal sobre dos cuestiones esenciales – sobre las posibilidades de revolución mundial en 1917-23 por un lado, y por otro sobre las posibilidades de liberación nacional en la posguerra del 14, o sea sobre la posibilidad de un desarrollo capitalista durante este siglo – manifiestan un desacuerdo sobre el marco y el método con el que deben comprenderse esas posiciones revolucionarias internacionalistas.
Nos hemos permitido escoger extractos de diferentes cartas del camarada para ahorrar sitio y dedicarnos al fondo de la cuestión. También nos hemos permitido corregir el texto (redactado en inglés) original, no por pruritos gramaticales sino para facilitar la traducción en los diversos idiomas en los que publicamos la Revista internacional.
“ ... Los bolcheviques se equivocaban teóricamente en cuanto a las posibilidades de una revolución socialista mundial a principios del siglo XX. Estas posibilidades sólo serían reales hoy, a finales del siglo XX. Sin embargo tenían absolutamente razón en su acción y si pudiéramos, por milagro, transportarnos al año 1917, estaríamos con los bolcheviques y contra sus enemigos, incluidos los de “izquierdas”. Entendemos que es ésa una posición no habitual y contradictoria, pero es una contradicción dialéctica. Los actores de la historia no son alumnos de una clase, que contestan bien o mal a las preguntas del maestro. El ejemplo más común es el de Cristóbal Colon, el cual creía haber descubierto un nuevo derrotero para las Indias al descubrir América. Muchos sabios doctos no han cometido semejante error, ¡pero tampoco han descubierto las Américas!
¿Tenían razón los héroes de las guerras campesinas y de los primeros sublevamientos burgueses –Wat Tyler, John Ball, Thomas Munzer, Arnold of Brescia, Cola di Rienza, etc.– en su lucha contra el feudalismo, cuando no estaban aun maduras las condiciones para la victoria del capitalismo? Pues claro que sí: la lucha de clases de los oprimidos, aún derrotados, acelera el desarrollo del sistema de explotación existente y precipita el momento de su hundimiento. Tras las derrotas, los oprimidos pueden hacerse capaces de llegar a la victoria. Rosa Luxemburgo escribió magistralmente sobre ese asunto en su polémica con Bernstein en Reforma social o Revolución([1]).
Al existir la necesidad de la revolución, los revolucionarios debían actuar por ella aún si más tarde sus sucesores comprendieran que no se trataba de una revolución socialista. Todavía no estaban maduras las condiciones para la revolución socialista. Las ilusiones de los bolcheviques sobre la posibilidad de revolución socialista mundial en 1917-23 eran ilusiones necesarias, inevitables como lo fueron las de John Ball o de Gracchus Babeuf... Lenin, Trotski y sus camaradas realizaron un enorme trabajo progresivo y nos han dejado una valiosísima experiencia del proletariado, la de una revolución, por muy derrotada que hubiera sido. Con sus teorías, los mencheviques no fueron ni capaces de realizar una revolución burguesa, y terminaron su existencia a la cola de las izquierdas de la contrarrevolución de los burgueses y de los latifundistas...
Para ser marxistas, hemos de entender cuáles fueron las causas objetivas de las derrotas de las revoluciones proletarias del siglo XX, y qué causas objetivas hacen que la revolución mundial será posible en el siglo XXI. Las explicaciones subjetivas, tales como la “traición de los socialdemócratas y del estalinismo” utilizadas por Trotski, o la “debilidad de la conciencia de clase a nivel internacional” de la CCI, no son suficientes. Es verdad que el nivel de conciencia de clase del proletariado era y es bajo, ¿pero cuáles son las causas objetivas de ese fenómeno? Es verdad que los socialdemócratas y los estalinistas eran y siguen siendo unos traidores, pero ¿por qué siempre ganan estos traidores contra los revolucionarios? ¿Por qué triunfan Ebert y Noske contra Liebknecht y Rosa Luxemburgo, Stalin contra Trotski, Togliatti contra Bordiga? ¿Por qué la Internacional comunista, creada como ruptura definitiva con el oportunismo degenerado de la Segunda internacional, degenera en el oportunismo tres veces más rápidamente que ésta?. Hemos de contestar a esas preguntas”.
Sobre la decadencia del capitalismo: “Vuestra comprensión de este capitalismo como etapa decadente del capitalismo, en cierto modo como una monstruosidad (véase el articulo de Internationalisme sobre el hundimiento del estalinismo) no contesta a la pregunta: ¿por qué era progresista, en el marco capitalista claro está, en la URSS estalinista y demás países que enarbolaban la bandera roja?”.
Sobre la cuestión nacional: “Con respecto a vuestro folleto Nación o clase, sí estamos de acuerdo con las conclusiones, sin embargo disentimos con la parte que se refiere a los motivos y al análisis histórico. Estamos de acuerdo con que hoy, a finales del siglo XX, la consigna de derecho a la autodeterminación de las naciones ya no tiene nada de revolucionario. Es una consigna burguesa democrática. En cuanto se cierra la época de las revoluciones burguesas, también se cierra esta consigna para los revolucionarios proletarios. Sin embargo pensamos que la época de las revoluciones burguesas se cierra a finales del siglo XX, no a su comienzo. En 1915, Lenin tenía razón contra Luxemburgo, en 1952 Bordiga tenía razón sobre este tema contra Damen, sin embargo hoy la situación esta invertida. Y consideramos totalmente errónea vuestra posición según la cual diversos movimientos revolucionarios no proletarios del tercer mundo, que a pesar de no tener ningún contenido socialista eran objetivamente movimientos revolucionarios, no eran sino herramientas de Moscú y no eran objetivamente movimientos burgueses progresistas, como lo habéis escrito sobre Vietnam por ejemplo.
Nuestro sentimiento es que hacéis el mismo error que Trotski el cual no entendía la crisis del capitalismo más que como un callejón sin salida, y no como un largo y revuelto proceso de degeneración y degradación, en el que los elementos negativos y reaccionarios pesarían cada día más sobre los elementos progresivos. ¿Hubo progreso en la Unión soviética? Claro que sí. ¿Era un progreso socialista? Claro que no. No era sino la transición de un país agrario semifeudal hacia un país capitalista industrial, o sea un progreso burgués, en sangre y barro, como cualquier progreso burgués. ¿Y las revoluciones en China, Cuba, Yugoslavia, etc.? ¿No eran progresistas? Claro que sí, del mismo modo que ha habido transformaciones contradictoriamente progresistas en muchos más países. Podemos y debemos hablar del carácter contradictorio de todas esas revoluciones burguesas, pero no dejan de ser revoluciones burguesas. Están hoy más maduras las condiciones objetivas para la revolución proletaria en China que en los años 20, gracias a la revolución burguesa de los 40”.
El hilo conductor de estos extractos es el de afirmar que no existieron las “condiciones objetivas” para la revolución proletaria durante la mayor parte del siglo XX, contrariamente a lo que defiende la CCI y que defendió el Primer congreso de la IC. Esta lógica conduce a decir que la revolución de Octubre era prematura y, en consecuencia, que eran posibles ciertas formas progresistas de desarrollo capitalista en los países de la periferia del capitalismo mundial –la liberación nacional.
Es una necesidad vital para los marxistas tener una compresión clara de las condiciones objetivas de la sociedad, o sea de su nivel de desarrollo económico en un momento histórico, puesto que entienden el socialismo, contrariamente a los anarquistas, no como un oscuro objeto de deseo sino como un nuevo modo de producción cuya posibilidad y necesidad están determinadas por el agotamiento económico de la sociedad capitalista. Esto es la piedra angular del materialismo histórico, y estamos seguros que está de acuerdo con ello el camarada.
Del mismo modo, es indiscutible que Marx veía esencialmente dos condiciones objetivas para el socialismo: “Jamás expira una sociedad antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener ; nunca se instauran unas relaciones superiores de producción, antes de que se hayan desarrollado las condiciones materiales de su existencia en el seno mismo de la vieja sociedad” (Prólogo a la Crítica de la economía política, 1859).
Como considera que no estaba económicamente agotado el capitalismo en 1917, el compañero saca la conclusión que en el plano económico, el inmenso levantamiento en Rusia no podía desembocar más que en una revolución burguesa. En el plano político, que no era sino una revolución proletaria destinada a fracasar al no corresponder en aquel entonces los objetivos comunistas con las reales necesidades materiales de la sociedad. Tanto el Partido bolchevique como la Internacional comunista no podían entonces sino ser perdedores heroicos que se equivocaron en cuanto a las condiciones objetivas, como también lo fueron en su tiempo John Ball, Tomas Munzer o Gracchus Babeuf al pensar que una nueva sociedad igualitaria era posible cuando no existían todavía las condiciones para ello.
El compañero dice que su posición sobre el análisis de Octubre es contradictoria en un sentido dialéctico. Esta afirmación contradice sin embargo uno de los conceptos básicos de la historia y por lo tanto del materialismo dialéctico, según el cual “... la humanidad solo se plantea las tareas que puede realizar: si se consideran bien las cosas, siempre se verificará que surge la tarea allí donde ya existen o están creándose las condiciones materiales de su realización” (ídem).
La conciencia de las clases sociales, sus metas y problemas, tienden a corresponder a sus intereses materiales en las relaciones de producción e intercambio. La lucha de clases no evoluciona más que sobre esa base. Para una clase explotada como lo es el proletariado, la conciencia de sí solo puede desarrollarse al cabo de largas luchas que la liberan del dominio de la conciencia de la burguesía. Durante este esfuerzo, las dificultades, incomprensiones, errores, confusiones, no hacen sino expresar el retraso de la conciencia con respecto al desarrollo de las condiciones materiales – este es otro aspecto del materialismo histórico que ve la vida social de forma esencialmente práctica, preocupada por la comida, el vestir, la vivienda –, y que, por lo tanto, son anteriores a los intentos del hombre de explicarse el mundo. Pero para el compañero, la conciencia revolucionaria del proletariado maduró a nivel mundial para una tarea que aun no era posible. Pone el marxismo patas arriba, imaginando que millones de proletarios puedan movilizarse equivocadamente en una lucha a muerte por una revolución burguesa. Y los imagina dirigidos por figuras ahistóricas –los revolucionarios– que no estarían motivadas por la clase para la cual luchan, sino por un deseo de revolución en general.
¿Habrá una tendencia histórica a que la conciencia revolucionaria madure antes de que haya llegado su hora? Si analizamos de cerca, por ejemplo, las circunstancias históricas de la revuelta de 1381 de los campesinos en Inglaterra (John Ball) o las de la guerra de los campesinos en 1525 (Tomás Munzer), constataremos que no es así: la conciencia de ambos movimientos sociales tiende a reflejar los intereses de sus protagonistas y las circunstancias materiales de su época.
Ambos movimientos eran fundamentalmente una respuesta desesperada a las condiciones cada día más difíciles impuestas por la clase feudal decadente a los campesinos. En estos movimientos como también en cualquier movimiento de explotados en la historia, se desarrollaba el deseo de una nueva sociedad, sin explotación ni miseria, entre los explotados. Pero los campesinos jamás fueron ni serán una clase revolucionaria en el verdadero sentido de la palabra porque al ser esencialmente una capa de pequeños propietarios, no son portadores de nuevas relaciones de producción, o sea de una nueva sociedad. Los campesinos insurrectos no tenían el destino de ser herramientas del modo burgués de producción, que emergió de las ciudades de Europa en la decadencia del feudalismo. Como lo señaló Engels, los campesinos tenían el destino de acabar arruinados por las revoluciones burguesas triunfantes.
En las mismas revoluciones burguesas (en Alemania, Gran Bretaña y Francia entre los siglos XVI y XVIII), tanto los campesinos como los artesanos tuvieron un papel activo pero secundario, no lucharon por sus intereses propios. Cuando los intereses proletarios, por su parte, emergían diferenciados, entraban violentamente en conflicto incluso con el ala más radical de la burguesía, como lo demuestra la lucha entre Niveladores y Cromwell durante la revolución en Inglaterra en 1649 o la Conspiración de los Iguales de Babeuf contra los Montagnards en 1793([2]).
Los campesinos no tenían la cohesión o las metas conscientes de una clase revolucionaria. No podían desarrollar su propia visión del mundo, ni tampoco elaborar una estrategia real para derribar a la clase dominante. Debían tomar su teoría revolucionaria de los explotadores puesto que su visión del futuro estaba siempre encerrada en una religión, o sea en una forma reaccionaria. Si siguen inspirándonos hoy aquellos objetivos y batallas heroicas, fuera de su tiempo, es porque este último milenio (como los cuatro que lo precedieron) tiene una característica de la mayor importancia: la explotación de una parte de la sociedad por la otra. Por eso siguen grabados en nuestras mentes y en la memoria de los explotados, atravesando los siglos, los nombres de los dirigentes de aquellas batallas.
La idea socialista no aparece por primera vez con su fuerza real más que a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Y no es una casualidad si este período coincide con el desarrollo embrionario del proletariado.
Los proletarios son los descendientes de aquellos campesinos y artesanos despojados de sus tierras o de sus modos de producción por la burguesía. No les queda nada que los vincule a la antigua sociedad y no son una nueva forma de explotación. Al no tener para sobrevivir más que su propia fuerza de trabajo y al trabajar de forma asociada, no necesitan divisiones internas. Son clase explotada, pero contrariamente al campesinado, no solo tienen interés en acabar con cualquier forma de propiedad, sino que ese interés les lleva a crear una sociedad mundial en la que los medios de producción y de intercambio serán controlados en común: el comunismo.
Al crecer con el desarrollo amplio de la producción capitalista, la clase obrera tiene entre sus manos un potencial enorme. Al estar además concentrada por millones en las metrópolis del mundo y relacionada por medios modernos de transporte y comunicación, tiene medios para movilizarse hacia el asalto triunfador contra los baluartes del poder político de la burguesía.
Contrariamente a la conciencia del campesinado, la conciencia de clase del proletariado no está ligada al pasado sino que está en la obligación de mirar hacia el futuro sin ilusiones utópicas o aventuristas. Debe sacar sobriamente todas las consecuencias, por enormes que sean, del derrumbe de la sociedad existente y de la construcción de una nueva sociedad.
El marxismo, más alta expresión de esa conciencia, al ser capaz de evidenciar las leyes del cambio histórico, puede darle al proletariado una imagen real de sus condiciones y objetivos en cada etapa de su lucha y de su objetivo final. Esta teoría revolucionaria emergió en los años 1840 y, durante los decenios siguientes, eliminó los restos del utopismo que la clase obrera acarreaba en sus ideas socialistas. En 1914, el marxismo triunfaba en el movimiento de la clase obrera que tenía ya una experiencia de setenta años de lucha por sus intereses propios. Este período incluía la Comuna de París en 1871, la Revolución rusa de 1905 y la experiencia de las Primera y Segunda Internacionales.
El marxismo manifestó entonces su capacidad para criticar sus propios errores, revisar sus análisis políticos y posiciones que se habían vuelto arcaicos con la evolución de los acontecimientos. La izquierda marxista con quien se identifica el compañero, en los principales partidos de la Segunda internacional, reconoció el nuevo período abierto por la Primera Guerra mundial y el fin del período de expansión “pacífico” del capitalismo. Esta misma izquierda marxista encabezó las insurrecciones revolucionarias que surgieron a finales de la guerra. Y es precisamente en este momento en que el compañero, que hubiese hecho lo que hicieron los bolcheviques en octubre 17 viéndolo como un punto de partida de la revolución mundial, empieza a repetir aquellos argumentos seudo marxistas sobre la inmadurez de las condiciones objetivas que utilizaron los oportunistas y centristas de la socialdemocracia –Kautsky en particular–, para justificar el aislamiento y la estrangulación de la Revolución rusa.
El fracaso de la oleada revolucionaria no fue el reflejo subjetivo de la insuficiencia de condiciones objetivas, sino el resultado de que la madurez de la conciencia no fue lo bastante profunda y rápida para ganarse al proletariado mundial durante el “período de oportunidad” relativamente corto que se abrió en la posguerra con sus dificultades contingentes, y esto sin tener en cuenta las dificultades específicas de la revolución proletaria con respecto a las revoluciones de las clases anteriores.
La época de revolución social, que resulta para el materialismo histórico de la maduración de los elementos de la sociedad nueva, es anunciada por el desarrollo de aquellas “formas ideológicas en las que toman conciencia los hombres de ese conflicto y lo llevan a cabo” (Marx, Prólogo a la Crítica de la economía política).
La Internacional comunista no era, como parece decir el compañero, una aberración precoz. En realidad, no hizo sino ponerse a la altura de los acontecimientos. Fue la expresión de la búsqueda de una solución al capitalismo ante la maduración de las condiciones objetivas. Afirmar que era inevitable su fracaso es transformar el materialismo histórico en una receta fatalista y mecánica, cuando es una teoría que afirma que “son los hombres quienes hacen la historia”.
En 1914, ya habían madurado en la vieja sociedad los elementos de la nueva. Sin embargo, ¿se habían desarrollado en aquella todas las fuerzas productivas que era capaz de contener? ¿Se había vuelto el socialismo una necesidad histórica? El compañero responde por la negativa y ve la verificación de su respuesta en el desarrollo progresivo de la Rusia estalinista, en China, en Vietnam y otros países. A su parecer, los bolcheviques pensaban que estaban haciendo la revolución mundial cuando estaban realizando una revolución burguesa.
Ve la prueba de su posición en la industrialización de Rusia y su transición del feudalismo al capitalismo tras 1917, así como también la existencia de “elementos progresistas” en un período de declive creciente.
Para el materialismo histórico, cualquier modo de producción tiene períodos distintos de ascendencia y de declive. Siendo el capitalismo un sistema mundial, contrariamente a los modos de producción feudal, esclavista y asiático que lo precedieron, las condiciones objetivas de la revolución han de analizarse a escala internacional y no en base de tal o cual país que, de por sí, podría dar la ilusión de la posibilidad de un desarrollo progresista.
Si se consideran aparte ciertos períodos o ciertos países en el período de decadencia del capitalismo desde 1914, puede uno cegarse por el crecimiento aparente de un sistema, particularmente cuando se produce en un país subdesarrollado como resultado de la llegada al poder de una camarilla capitalista de Estado.
El capitalismo en su declive se caracteriza por la sobreproducción, contrariamente una vez más a las sociedades que lo precedieron. Mientras el declive de Roma o la decadencia del sistema feudal en Europa se plasmaban en estancamiento, una regresión y un declive de la producción, el capitalismo decadente por su parte sigue desarrollando su producción (aunque a un nivel menor: más o menos un 50 % de baja con respecto al período ascendente) a pesar de ahogar y destruir las fuerzas productivas de la sociedad. No compartimos el error de Trotski que veía un paro absoluto de la producción capitalista en la fase de decadencia del sistema.
El capitalismo no puede desarrollar las fuerzas productivas sino realizando la plusvalía contenida en la masa de mercancías creciente que lanza al mercado mundial.
“… Cuanto más se desarrolla la producción capitalista, más obligada está a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una extensión creciente del mercado mundial… Ricardo no ve que una mercancía debe transformarse necesariamente en dinero. La demanda de los obreros no puede ser suficiente para ello, puesto que la ganancia procede precisamente del hecho que la demanda por parte de los obreros es menor que el valor de lo que producen y mayor será esa ganancia cuanto relativamente menor sea esa demanda. Tampoco es suficiente la demanda de unos capitalistas de mercancías de otros… Decir que al final los capitalistas pueden solamente intercambiar y consumir mercancías entre ellos, es olvidar la naturaleza de la producción capitalista, y de que lo que se trata es de transformar el capital en valor” (Marx, El Capital, Libro IV, sección II y Libro III, sección I).
Mientras que el capitalismo amplía enormemente las fuerzas productivas –fuerza de trabajo, medios de producción y de consumo–, éstas no existen sino para ser compradas y vendidas puesto que poseen un doble carácter, de valor de uso por un lado y de cambio por el otro. El capitalismo necesita transformar en dinero los frutos de la producción.
Los beneficios del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo sigue siendo entonces para la población algo virtual, una promesa luminosa que siempre parece estar fuera de su alcance, debido al poder adquisitivo limitado. Esta contradicción, que explica la tendencia del capitalismo a la sobreproducción, no conduce más que a crisis periódicas durante la ascendencia del capitalismo y desemboca en una serie de catástrofes en cuanto el capitalismo ya no la puede compensar por la conquista continua de mercados precapitalistas.
La apertura de la época imperialista, en particular con la guerra imperialista generalizada de 1914-18, mostró que el capitalismo había ya alcanzado sus límites, incluso antes de haber eliminado en cada país todos los vestigios de las sociedades precedentes, antes de haber sido capaz de transformar cada productor en trabajador asalariado y de haber introducido la producción a amplia escala en cada rama de industria. La agricultura en Rusia seguía basada en normas precapitalistas, la mayoría de la población eran campesinos y la forma política del régimen todavía no era la de una democracia burguesa sino la del absolutismo feudal. Sin embargo, el mercado mundial ya dominaba la economía rusa y, en San Petersburgo, en Moscú así como en otras grandes ciudades, una cantidad enorme de proletarios ya estaba concentrada en unas cuantas de las mayores unidades industriales de Europa.
El atraso del régimen y de la economía agraria no impidió a Rusia integrarse en la red de las potencias imperialistas, con sus propios intereses y objetivos depredadores. El ascenso al poder político de la burguesía en el gobierno provisional después de Febrero del 17 no provocó el más mínimo cambio en la política imperialista.
El objetivo bolchevique de que la Revolución rusa fuera un punto de partida de la revolución mundial era entonces totalmente realista. El capitalismo ya había alcanzado los límites del desarrollo nacional. No fue el atraso relativo de Rusia lo que causó el fracaso de esta transición sino el de la revolución alemana.
La incapacidad, por parte del régimen soviético, a tomar medidas económicas socialistas tampoco fue debida al retraso de Rusia. La transición hacia un modo socialista de producción sólo podrá iniciarse seriamente, cuando la revolución internacional haya destruido el mercado capitalista mundial.
Si estamos de acuerdo con que es imposible el socialismo en un solo país como con que el nacionalismo no es un paso hacia el socialismo, sigue habiendo la ilusión de que la industrialización tras la victoria de Stalin fue un paso capitalista progresista.
¿Ha olvidado el compañero que esta industrialización no sirvió fundamentalmente más que a la economía de guerra y para preparar la Segunda Guerra mundial? ¿Que la eliminación del campesinado condujo al gulag a millones de personas? En pocas palabras, ¿que las tasas fantásticas de crecimiento de la industria rusa no pudieron realizarse más que a costa de una trampa permanente con la ley del valor, librándose momentáneamente de la sanción del mercado mundial y desarrollando una política artificial de precios?
El desarrollo del capitalismo de Estado, del que Rusia es un ejemplo de los más absurdos, ha sido sin embargo, para cada burguesía nacional en la decadencia capitalista, el medio característico de hacer frente a sus rivales imperialistas actuales y futuros. En el período de decadencia, el promedio de los gastos del Estado en la economía nacional alcanza más o menos el 50 %, cuando en la ascendencia a penas sobrepasaba el 10 %.
En la decadencia del capitalismo, resulta imposible para un país atrasado alcanzar a los países desarrollados, y esto tiene como consecuencia que la accesión a la independencia nacional con respecto a las potencias imperialistas por medio de supuestas revoluciones nacionales no es sino un sueño. Mientras el crecimiento del producto nacional bruto a finales del siglo XIX de los países menos desarrollados era una sexta parte del de los países de capitalismo avanzado, esa proporción en al decadencia es de la decimosexta parte. La consecuencia de esto es que la integración de la población en el trabajo asalariado de forma más rápida que el crecimiento de la población, una de las características de las verdaderas revoluciones burguesas des pasado, no se ha realizado en los países menos desarrollados durante la decadencia del capitalismo. Muy al contrario, cada vez más población es excluida totalmente del proceso de producción([3]).
En el siglo XX, el mundo capitalista como un todo pasa por fluctuaciones periódicas de su crecimiento, que hacen olvidar las crisis del siglo XIX. Las guerras mundiales, en lugar de ser medios para relanzar el crecimiento como así era en el siglo XIX (y comparadas a las de este siglo, parecían escaramuzas) son tan destructoras que conducen a la ruina económica tanto a los países vencidos como a los vencedores.
Nuestro rechazo a la posibilidad de un desarrollo progresista del capitalismo a lo largo del siglo XX no tiene entonces nada que ver con una pretendida “delicadeza” por nuestra parte frente a la “sangre” y al “barro” de las revoluciones burguesas, sino que se basa en el agotamiento económico objetivo del modo de producción capitalista. En la famosa fórmula de Lenin, el periodo de “horror sin fin” es sustituido después de 1914 por “el fin en el horror”.
Los ciclos de crisis, guerra, reconstrucción, nueva crisis del capitalismo a lo largo del siglo XX confirman que todas las fuerzas productivas que ha podido contener ese modo de producción han sido desarrolladas y que ese sistema ya merece la muerte. Es cierto que la decadencia del capitalismo está mucho más avanzada a finales del siglo XX que en su inicio ; ahora ya ha entrado en su fase de descomposición. Pero los compañeros no nos dan la menor prueba para demostrar que la decadencia del capitalismo ha empezado a finales de este siglo que termina, ni el menor argumento para situar un cambio cualitativo de tal importancia a finales más bien que al comienzo de más de dos ciclos de crisis permanente del sistema.
Al negar que el declive del capitalismo se aplica a toda una época que comienza con la Primera Guerra mundial y en consecuencia se extiende al modo de producción como un todo, se tiende entonces a razonar para la lucha revolucionaria de la clase obrera más bien en base a un sentimiento que a una necesidad histórica.
Negar la necesidad objetiva de la revolución mundial en 1917-23 y considerar como inevitable a la derrota es efectivamente una posición extraña. Pero tiene consecuencias peligrosas puesto que aparta la necesidad imperiosa de sacar lecciones de la derrota de la oleada revolucionaria tanto a nivel político como teórico. Aunque el compañero se identifique con la Izquierda comunista, no utiliza el trabajo de ésta, que consistió en hacer la crítica fundamental de la experiencia revolucionaria, en particular en lo que toca a la cuestión nacional. Aunque niegue hoy cualquier posibilidad de liberación nacional, el compañero lo hace con bases contingentes en lugar de bases históricas. Considerar como desarrollos progresistas a movimientos imperialistas contrarrevolucionarios tales como el maoísmo en China, el estalinismo en Vietnam o en Cuba, contiene el peligro de abandonar las posiciones internacionalistas coherentes.
Como
[1] Ese mismo tipo de planteamiento se encuentra casi palabra por palabra en otros corresponsales.
[2] Así demuestra la historia que contrariamente a lo que dice el camarada, jamás una clase ha podido cumplir el destino histórico de otra, precisamente porque las revoluciones no surgen más que cuando todas las posibilidades del viejo sistema y de su clase dominante se han agotado, y cuando la clase revolucionaria portadora de los gérmenes de la nueva sociedad ha pasado un largo período de gestación en la vieja sociedad. Véase nuestro folleto en francés Rusia de 1917, comienzo de la revolución mundial, y en particular la refutación de la teoría de la revolución doble. Ya es suficientemente difícil la vida sin tener que hacer la revolución de otros, y tanto más cuanto la época ya no lo permite.
[3] Véase nuestro folleto La Decadencia del capitalismo y la Revista internacional no 54.
Queremos comentar el libro Expectativas fallidas (España 1934-39) aparecido en otoño de 1999. El libro recoge diversas tomas de posición de la corriente Comunista de los Consejos sobre la guerra del 36. Se trata de textos de Mattick, Korsch y Wagner. Se incluye un prólogo de Cajo Brandel, uno de los miembros del comunismo de los consejos que todavía vive.
No vamos a hablar aquí de esta corriente política del proletariado que, continuadora del combate del KAPD, Pannekoek etc. en los años 20 contra la degeneración y paso al capital de los antiguos partidos comunistas, prosiguió su lucha en los años 30, en lo más negro de la contrarrevolución, defendiendo las posiciones del proletariado y haciendo valiosas aportaciones al mismo([1]).
Como combatientes de la Izquierda comunista nos alegra que se publiquen documentos de esta corriente. Sin embargo, Expectativas fallidas es una selección “muy selectiva” de los documentos del comunismo de los consejos sobre la guerra de 1936. Recoge los textos más confusos de esta corriente, los que más concesiones hacen a la mistificación “antifascista” y los que son más proclives a las ideas anarquistas. Mientras documentos del Comunismo de los Consejos denuncian el alistamiento que estaba sufriendo el proletariado en una matanza imperialista entre bandos burgueses enfrentados, los textos que aparecen en el libro transforman la masacre guerrera en “tentativa de revolución proletaria”. Mientras textos del GIK([2]) denuncian la trampa del “antifascismo” los documentos del libro son muy ambiguos en relación a ese planteamiento. Mientras hay tomas de posición del Comunismo de los Consejos que denuncian claramente a la CNT como fuerza sindical que ha traicionado a los trabajadores los textos del libro la tratan como organización revolucionaria.
Uno de los responsables de la recopilación, Sergio Rosés, señala en la página 152 que “El consejismo, o mejor dicho los consejistas, son, a grandes rasgos, un conjunto heterogéneo de individualidades y organizaciones situadas al margen y frente al leninismo que se reivindican del marxismo revolucionario”. Sin embargo, da la casualidad, que de ese “conjunto heterogéneo” se ha publicado lo peor de lo escrito sobre la matanza de 1936.
No es nuestra intención hacer un juicio de valor sobre las pretensiones de los autores de la selección. Lo que resulta claro es que el lector que no conozca a fondo las posiciones del Comunismo de los Consejos se hará una idea bastante sesgada y deformada de su pensamiento político, lo verá como próximo a la CNT y como sostén crítico de la supuesta “revolución social antifascista”.
Por eso, objetivamente considerado, el libro aporta agua al molino de la campaña anticomunista que desarrolla la burguesía. Existe un anticomunismo burdo y brutal en el que se inscriben libelos como el Libro negro del comunismo. Pero hay otra faceta de la campaña anticomunista más sofisticada y sutil, dirigida a elementos proletarios que buscan las posiciones revolucionarias y frente a los cuales esos discursos tan grotescos tienen un efecto contraproducente. Esta consiste en revestir el anticomunismo con un planteamiento revolucionario, para lo cual, de un lado, se promociona el anarquismo como alternativa frente al marxismo supuestamente en bancarrota, y, por otra parte, se opone el “modelo” de la “revolución española de 1936” al “golpe de Estado bolchevique” de Octubre 1917. En esta orientación política las inclinaciones y simpatías de una parte de la corriente consejista hacia el anarquismo y la CNT vienen como anillo al dedo pues como dice Sergio Rosés “y finalmente –y esto es un rasgo que los diferencia de otras corrientes de la izquierda marxista revolucionaria–, consideración de que en el curso de esta revolución el anarquismo español ha demostrado su carácter revolucionario, ‘esforzándose en convertir el lenguaje revolucionario en realidad’ según sus propias palabras” (página 153).
Pese a los esfuerzos de denigración sistemática del marxismo, los elementos jóvenes que buscan una coherencia revolucionaria acaban encontrando insuficiente y confusa la alternativa anarquista y se sienten atraídos por las posiciones marxistas. Por ello, otra faceta importante de la campaña anticomunista es presentar el comunismo de los consejos como una especie de “puente” con el anarquismo, como una “aceptación de los puntos positivos de la doctrina libertaria” y, sobre todo, como un enemigo acérrimo del “leninismo”([3]).
El contenido de Expectativas fallidas apunta indiscutiblemente en esa dirección. Pese a que Cajo Brendel en el prólogo del libro insiste en la diferencia neta entre Comunismo de los Consejos y anarquismo, añade, sin embargo que: “Los comunistas de los consejos... señalaron que los anarquistas españoles eran el grupo social más radical, que tenía razón al mantener la opinión de que la radicalización de la revolución era la condición para vencer al franquismo, mientras que los ‘demócratas’ y los ‘comunistas’ querían retrasar la revolución hasta que el franquismo fuera derrotado. Esta divergencia política y social ha marcado la diferencia entre el punto de vista democrático y el de los comunistas de los consejos” (pág. 10) ([4]).
Al tomar posición sobre Expectativas fallidas queremos combatir esa amalgama entre anarquismo y comunismo de los consejos que supone una especie de OPA hostil sobre una corriente proletaria: se está fabricando una versión deformada y edulcorada de la misma, explotando sus errores más serios, para de este modo ofrecer un sucedáneo del marxismo con el que confundir y desviar a los elementos que buscan una coherencia revolucionaria.
Nos parece importante defender esta corriente. Para ello ante un tema de la repercusión de España 1936 queremos criticar sus confusiones, evidentes en los textos aparecidos en Expectativas fallidas, pero, al mismo tiempo, queremos resaltar las posiciones justas que supieron defender los grupos más claros de aquella corriente.
Para atar de pies y manos al proletariado en la defensa del orden capitalista, socialistas y estalinistas insistían que España era un país muy atrasado, con importantes lacras feudales, por lo que los trabajadores debían dejar de momento toda aspiración socialista y contentarse con una “revolución democrática”. Una parte del Comunismo de los Consejos compartía también esa visión, aunque rechazaba sus consecuencias políticas.
Hay que señalar de entrada que esa no era la posición del GIK el cual afirmaba con nitidez que “la época en que una revolución burguesa era posible ha caducado. En 1848, se podía aplicar todavía ese esquema pero ahora la situación ha cambiado completamente ... No estamos ante una lucha entre la burguesía emergente y el feudalismo que predomina por todas partes, sino todo lo contrario, la lucha entre el proletariado y el capital monopolista” (marzo 1937).
Es cierto que la corriente comunista de los consejos tenía una gran dificultad para discernir esta cuestión pues en 1934 el propio GIK había adoptado las famosas Tesis sobre el bolchevismo, las cuales para justificar la identificación de la Revolución rusa como revolución burguesa y la caracterización de los bolcheviques como partido burgués jacobino se había apoyado en el retraso de Rusia y el peso enorme del campesinado.
Al adoptar tal posición([5]) el comunismo de los consejos se inspiraba en la postura adoptada por Gorter en 1920 que en su Respuesta a Lenin había diferenciado dos grupos de países en el mundo: los atrasados donde sería válida la táctica de Lenin de parlamentarismo revolucionario, participación en los sindicatos etc. y los de capitalismo plenamente desarrollado donde la única táctica posible era la lucha directa por el comunismo (ver la Izquierda holandesa). Pero, ante los hechos de 1936, mientras el GIK había sido capaz de poner en cuestión esa posición errónea (aunque desgraciadamente de manera implícita) otras corrientes consejistas, justamente todas las que se recogen en Expectativas fallidas, seguían atadas a ella.
La España de 1931 facilitaba desde luego caer en esa visión: la monarquía recién derribada se había distinguido por una corrupción y un parasitismo crónicos, la situación del campesinado era estremecedora, la concentración de la propiedad de la tierra en unas pocas manos entre las que se distinguían los famosos 16 Grandes de España y los señoritos andaluces, la persistencia en regiones como Galicia o Extremadura de prácticas feudales...
Un análisis de la situación de un país en sí misma puede llevar a distorsionar la realidad. Es necesario verla desde un punto de vista histórico y mundial. La historia muestra que el capitalismo es perfectamente capaz de aliarse con las clases feudales y de establecer con ellas alianzas prolongadas en las diversas fases de su desarrollo. En el país pionero de la revolución burguesa – Gran Bretaña- persisten instituciones de origen feudal como la monarquía y sus graciosas concesiones de títulos nobiliarios. El desarrollo del capitalismo en Alemania se hizo bajo la bota de Bismark, representante de la clase feudal terrateniente de los junkers. En Japón fue la monarquía feudal la que llevó la batuta del desarrollo capitalista con la “era Meiji” iniciada en 1869 y todavía hoy la sociedad japonesa está impregnada de vestigios feudales. El capitalismo puede existir y desarrollarse junto con residuos de otros modos de producción; más aún, como mostró Rosa Luxemburgo, esa “convivencia” le proporciona un terreno para su propio desarrollo ([6]).
Pero la cuestión esencial es cuál es el desarrollo del capitalismo a escala mundial. Ese ha sido el criterio para los marxistas a la hora de considerar qué está a la orden del día ¿la revolución proletaria o las revoluciones burguesas?. Esa fue la posición que inspiró a Lenin en las Tesis de Abril para caracterizar la revolución en curso en la Rusia de 1917 como proletaria y socialista frente a la posición menchevique que fundaba su carácter democrático y burgués en el atraso de Rusia, el peso del campesinado y la persistencia de fuertes vínculos con el zarismo, Lenin, sin negar esas realidades nacionales, ponía el énfasis en la realidad a escala mundial presidida por “la necesidad objetiva del capitalismo, que al crecer se ha convertido en imperialismo, ha engendrado la guerra imperialista. Esta guerra ha llevado a toda la humanidad al borde del abismo, casi a la ruina de toda la cultura, al embrutecimiento y a la muerte de millones y millones de hombres. No hay más salida que la revolución del proletariado” (“Las tareas del proletariado en nuestra revolución”).
Rusia 1917 y toda la oleada revolucionaria mundial que le siguió, la situación en China en 1923-27([7]), la situación en España en 1931, muestran claramente que el capitalismo ha dejado de ser un modo de producción progresivo, que ha entrado en su fase de decadencia, de contradicción irreversible con el desarrollo de las fuerzas productivas, y que en todos los países, pese a las trabas y a los vestigios feudales, más o menos fuertes, lo que está a la orden del día es la revolución comunista mundial. En este punto, había una clara convergencia entre Bilan y el GIK y una divergencia entre estos y las posiciones de las corrientes consejistas cuyos textos aparecen en Expectativas fallidas.
Los textos del libro se dejan impresionar por la intensa propaganda de la burguesía de la época que presentaba el fascismo como el Mal absoluto, el concentrado extremo de autoritarismo, represión, dominio totalitario, prepotencia burocrática([8]), frente a lo cual la “democracia”, pese a sus “indiscutibles defectos”, sería no solo un freno sino un “mal menor”. Mattick nos dice que “los obreros, por su parte, están obligados por su instinto de conservación, a pesar de todas las diferencias organizativas e ideológicas, a un frente unificado contra el fascismo como el enemigo más cercano y directo... Los obreros, sin tener en cuenta si están por objetivos democrático-burgueses, capitalistas de Estado, anarcosindicalistas o comunistas, están obligados a luchar contra el fascismo si quieren no solo evitar el empeoramiento de su pobre situación sino simplemente seguir vivos” . Está claro que los obreros necesitaban “simplemente seguir vivos” pero el enemigo “más cercano y directo” no era precisamente el fascismo sino las representantes más "radicales" del Estado republicano: la CNT y el POUM. Fueron ellos los que les impidieron “seguir vivos” enviándolos al matadero de los frentes militares contra Franco. Fueron ellos los que les impidieron “simplemente comer” al hacerles aceptar los racionamientos y la renuncia a las mejoras salariales conquistadas en las jornadas de julio.
Este argumento según el cual las circunstancias no permiten hablar de revolución, ni siquiera de reivindicaciones, sino “simplemente de mantenerse vivos”, es desarrollado por Helmuth Wagner en su texto antes mencionado: “los trabajadores españoles no pueden luchar realmente contra la dirección de los sindicatos ya que ello supondría el colapso total de los frentes militares (¡!). Tienen que luchar contra los fascistas para salvar sus vidas, tienen que aceptar cualquier ayuda independientemente de donde venga. No se preguntan sí el resultado de todo eso será capitalismo o socialismo; sólo saben que tienen que luchar hasta el fin”. ¡El mismo texto que denuncia que “la guerra española adquiere el carácter de un conflicto internacional entre las grandes potencias” está en contra de que los trabajadores provoquen el colapso de los frentes militares!. La confusión antifascista lleva a olvidar la posición internacionalista del proletariado, la que defendieron Pannehoek y otros pioneros del Comunismo de los Consejos, codo con codo, con Lenin, Rosa Luxemburgo etc.: lograr con la lucha de clases “el colapso de los frentes militares”.
¿Es que la República no constituía un peligro para las vidas de los trabajadores tan evidente o más que el fascismo? Sus 5 años de andadura desde 1931 están jalonados por un rosario de matanzas: el Alto Llobregat en 1932, Casas Viejas en 1933, Asturias en 1934; el propio Frente popular, tras su victoria electoral en febrero de 1936 había vuelto a llenar las cárceles de militantes obreros... Todo es convenientemente olvidado en nombre de la abstracción intelectual que presenta el fascismo como la “amenaza absoluta para la vida humana” y, en nombre de ella, H. Wagner critica a un sector de los anarquistas holandeses por denunciar “cualquier acción que signifique una ayuda a los obreros españoles, como el envío de armas”, ¡a la vez que reconoce que “las modernas armas extranjeras contribuyen a la batalla militar y, en consecuencia, el proletariado español se somete a los intereses imperialistas”!. En el modo de razonar de Wagner “someterse a los intereses imperialistas” sería algo “político”, “moral”... distinto de la lucha “material” “por la vida”. ¡Cuando el sometimiento del proletariado a los intereses imperialistas significa la máxima negación de la vida!
Mattick invoca el fatalismo más pedestre: “Nada se puede hacer sino llevar a todas las fuerzas antifascistas a la acción contra el fascismo, independientemente de los deseos en sentido contrario. Esta situación no es buscada sino forzada y responde claramente al hecho de que la historia está determinada por luchas de clases y no por ciertas organizaciones, intereses especiales, líderes o ideas”. Mattick olvida que el proletariado es una clase histórica y esto significa concretamente que en situaciones donde su programa no puede determinar la evolución de los acontecimientos en el corto o medio plazo, debe mantener sus posiciones y seguir profundizándolas, aunque ello quede reducido por todo un largo periodo a la actividad de una exigua minoría. Por tanto, la denuncia del antifascismo era lo que estaba “forzado” por la situación desde el punto de vista de los intereses inmediatos e históricos del proletariado y es lo que hicieron no sólo Bilan sino el propio GIK que denunció: “la lucha en España toma el carácter de un conflicto internacional entre las grandes potencias imperialistas. Las armas modernas venidas del extranjero han colocado el conflicto en un terreno militar y, en consecuencia, el proletariado español ha sido sometido a los intereses imperialistas” (abril 1937).
Al equiparar la defensa de los intereses de clase del proletariado con “intereses especiales, líderes o ideas”, Mattick se rebaja al nivel de los servidores “obreros” de la burguesía que nos repiten que hay que dejarse de “teorías” y de “ideales” y “hay que ir al grano”. Ese “ir al grano” sería luchar en el terreno del “antifascismo” que nos presentan como el más “práctico” y el “más inmediato”. La experiencia demuestra justamente que metido en ese terreno, el proletariado es golpeado sin piedad tanto por sus “amigos” antifascistas como por sus enemigos fascistas.
Mattick constata que “la lucha contra el fascismo aplaza la lucha decisiva entre burguesía y proletariado y permite a ambos lados sólo medidas a medio camino que no sólo sostienen el progreso de la revolución, sino también la formación de fuerzas contrarrevolucionarias; y ambos factores son al mismo tiempo perjudiciales para la lucha antifascista”. Esto es falso en todos los sentidos. La “lucha contra el fascismo” no constituye una especie de tregua entre la burguesía y el proletariado para “concentrarse contra el enemigo común”, lo que sería aprovechado por ambas clases para fortalecer sus posiciones y prepararse para la lucha decisiva. Este planteamiento es mera política ficción para embaucar a los proletarios. Los años 30 mostraron que el sometimiento del proletariado al “frente antifascista” significó que la “lucha decisiva” había sido ganada por la burguesía y que ésta tuvo las manos libres para masacrar a los obreros, llevarlos a la guerra e imponerles una feroz explotación. La orgía “antifascista” en España, el éxito del Frente popular francés al encuadrar a los obreros bajo la bandera del antifascismo, remataron las condiciones políticas e ideológicas para el estallido de la Segunda Guerra mundial.
La única lucha posible contra el fascismo es la lucha del proletariado contra la burguesía en su conjunto, tanto la fascista como, especialmente, la “antifascista”, pues como dice Bilan “las experiencias prueban que para la victoria del fascismo las fuerzas antifascistas del capitalismo son tan necesarias como las propias fuerzas fascistas”([9]). Sin establecer una identificación abusiva entre las 2 situaciones históricas que son muy diferentes, los obreros rusos se movilizaron rápidamente contra el golpe de Kornilov en septiembre 1917 y lo mismo sucedió en los primeros momentos del golpe franquista de 1936. En ambos casos la respuesta inicial es la lucha en el terreno de clase contra una fracción de la burguesía sin hacer el juego a la otra, rival de la primera. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre Rusia 1917 y España 1936. Mientras en la primera la respuesta obrera reforzó el poder de los sóviets y abrió el camino hacia el derrocamiento del poder burgués, en la segunda no hubo el menor atisbo de organización propia de los obreros y estos fueron rápidamente desviados hacia la consolidación del poder burgués mediante la trampa antifascista.
Bajo la impresión de la matanza de Mayo 1937 perpetrada por las fuerzas del Frente popular, Mattick reconoce ya demasiado tarde que “el Frente Popular no es un mal menor para los trabajadores, sino simplemente otra forma de dictadura capitalista que se suma al fascismo. La Lucha debe ser contra el capitalismo” (en “Las barricadas deben ser retiradas: el fascismo de Moscú en España”) y, criticando un documento del anarquista alemán Rudolph Rocker, defiende que “Democracia y Fascismo sirven a los intereses del mismo sistema. Por eso, los trabajadores deben llevar la guerra contra ambos. Deben combatir el capitalismo en cualquier parte, independientemente del ropaje que se ponga y del nombre que adopte”.
Una confusión que ha pesado sobre las generaciones proletarias del siglo XX es la visión de los acontecimientos de España 1936 como una “revolución social”. Excepto Bilan, el GIK y los Trabajadores marxistas de Méjico([10]), la mayor parte de los escasos grupos proletarios de la época sostuvieron esta teoría: Trotski y la Oposición de izquierda, la Unión comunista, la LCI (Liga comunista internacionalista de Bélgica, en torno a Hainaut), una buena parte de los grupos del Comunismo de los Consejos, la Fracción Bolchevique Leninista en España en torno a Munis, incluso una minoría en el propio Bilan([11]).
La cantinela de la “revolución social española” ha sido convenientemente aireada por la burguesía, incluso en sus medios más conservadores, interesada en hacer tragar a los obreros sus peores derrotas como “grandes victorias”. Especialmente insistente ha sido la cháchara sobre la revolución española como "más profunda y más social" que la rusa. Se opone el atractivo de una “revolución económica y social” al carácter político “sucio” e “impersonal” de la revolución rusa. Con tonos románticos se habla de la “participación de los trabajadores en la gestión de sus asuntos” y se contrapone a una imagen sombría, tenebrosa, de las maquinaciones “políticas” de los bolcheviques.
En este libro hay una serie de textos que denuncian en detalle semejante impostura([12]) que la burguesía va a darle todo el combustible posible pues está muy interesada en denigrar las experiencias revolucionarias (Rusia 1917 y la oleada internacional que le siguió) y ensalzar los falsos modelos como España 1936. En cambio, los textos aparecidos en Expectativas fallidas echan flores al “modelo”.
Mattick dice que “la iniciativa autónoma de los trabajadores creó pronto una situación muy diferente e hizo de la lucha defensiva política contra el fascismo el comienzo de una revolución social real”. Esta afirmación no sólo es una exageración sino una muestra lamentable de miopía localista. No toma en cuenta para nada las condiciones reinantes a escala internacional que son las decisivas para el proletariado: éste había acumulado una sucesión de derrotas de gran envergadura, en particular, la que había sellado el ascenso de Hitler al poder en Alemania 1933; los partidos comunistas lo habían traicionado y se habían convertido en agentes de la Unión Sagrada al servicio del Capital con los famosos Frentes populares. El curso histórico, como analizaron Bilan y el GIK, no era hacia la revolución sino hacia la guerra imperialista generalizada.
La forma de razonar de Mattick contrasta fuertemente con el método del GIK que precisaba que “sin revolución mundial estamos perdidos, decía Lenin a propósito de Rusia. Esto es particularmente válido para España... El desarrollo de la lucha en España depende de su desarrollo en el mundo entero. Pero lo inverso también es cierto. La revolución proletaria es internacional; la reacción también. Toda acción del proletariado español encontrará un eco en el resto del mundo y aquí toda explosión de lucha de clase es un apoyo a los combatientes proletarios de España” (junio 1936).
El método de análisis de Mattick se acerca al anarquismo con la misma fuerza que se separa del marxismo. Como los anarquistas, no se molesta en analizar las relaciones de fuerza entre las clases a nivel internacional, la maduración de la conciencia en el proletariado, su capacidad para dotarse de un partido de clase, la tendencia a formar Consejos obreros, el enfrentamiento con el capital en los principales países, su creciente autonomía política... Todo eso es relegado para arrodillarse ante el santo Grial: la “iniciativa autónoma de los trabajadores”. Una iniciativa que al encerrarse en la cárcel de la empresa o el municipio pierde toda su fuerza potencial y es atrapada por los engranajes del capitalismo([13]).
Es verdad que bajo el capitalismo decadente cada vez que los obreros logran afirmar con fuerza su propio terreno de clase, se perfila en sus entrañas lo que Lenin llamaba "la hidra de la revolución". Ese terreno se afirma a través de la extensión y la unificación de las luchas y se niega cayendo en “ocupaciones” y “experiencias de autogestión”, tan ensalzados por anarquistas y consejistas. Sin embargo, ese terreno inicialmente ganado es todavía una posición muy frágil. El capitalismo de Estado mantiene frente a ese impulso espontáneo de los obreros un enorme aparato de mistificación y control político (sindicatos, partidos “de izquierda” etc.) y parapetada tras él una perfeccionada máquina represiva. Además, como se vio ya en la Comuna de París las distintas naciones capitalistas son capaces de unirse contra el proletariado. Por ello, el avance hacia una perspectiva revolucionaria requiere un gran esfuerzo en su seno y sólo puede darse dentro de una dinámica internacional: la formación del partido mundial, la constitución de Consejos obreros, el enfrentamiento de éstos contra el Estado capitalista al menos en los principales países.
Los errores de una parte del Comunismo de los Consejos sobre la “autonomía” llegan a su extremo con los dos textos de Karl Korsch sobre las colectivizaciones: Economía y política en la España revolucionaria y La colectivización en España. Para Korsch la sustancia de la “revolución española” está en las colectivizaciones de la industria y la agricultura. En ellas los obreros y campesinos “conquistan un espacio de autonomía”, deciden “libremente”, dan rienda suelta a su “iniciativa y creatividad” y todas estas “experiencias” constituyen una “revolución”... ¡Extraña “revolución” que tiene lugar bajo un Estado burgués intacto con su ejército, su policía, su máquina de propaganda, sus mazmorras ... funcionando a pleno rendimiento!.
Como mostramos en detalle en “El mito de las colectividades anarquistas”, la “libre decisión” de los obreros consistió en cómo fabricar obuses, cañones y canalizar industrias como la automovilística hacia la producción de guerra. La “iniciativa y la creatividad” de obreros y campesinos se concretó en jornadas laborales de 12 y 14 horas bajo una férrea represión y la prohibición de las huelgas tildadas de sabotaje a la lucha antifascista.
Korsch, basándose en un panfleto propagandístico de la CNT, nos dice que “una vez que fue totalmente eliminada la resistencia de los anteriores directores políticos y económicos, los trabajadores armados pudieron proceder directamente desde sus tareas militares a la positiva tarea de continuar la producción bajo las nuevas formas”.
¿En qué consisten esas “nuevas formas”? El mismo Korsch nos aclara para lo que sirven: “Se pone en nuestro conocimiento el proceso por el cual algunas ramas industriales que carecen de materias primas que no se pueden conseguir en el extranjero, o que no satisfacen las necesidades inmediatas de la población, se adaptan rápidamente para abastecer el material de guerra más urgente”. “Se nos cuenta la conmovedora historia de los niveles más bajos de la clase trabajadora que sacrifican sus recién mejoradas condiciones a fin de colaborar en la producción de guerra y ayudar a las víctimas y a los refugiados procedentes de los territorios ocupados por Franco”. La “acción revolucionaria” que nos plantea Korsch es hacer que los obreros y campesinos trabajen como esclavos por la economía de guerra. ¡Eso es lo que desean los patronos!. ¡Que los trabajadores se sacrifiquen voluntariamente por la producción! ¡Qué encima de trabajar como condenados dediquen todos sus pensamientos, toda su iniciativa, toda su creatividad, a mejorar la producción!. ¡Tal es por ejemplo la “muy revolucionaria actividad” de cosas como los círculos de calidad!.
Korsch constata que “en su heroica primera fase el movimiento español descuidó la salvaguardia política y jurídica de las nuevas condiciones económicas y sociales conseguidas”. El “movimiento” descuidó lo esencial: la destrucción del Estado burgués, única forma seria de “salvaguardar” cualquier logro económico o social de los trabajadores. Además “los logros revolucionarios de los primeros momentos fueron incluso sacrificados voluntariamente por sus propios artífices en un vano intento de apoyar el objetivo principal de la lucha común contra el fascismo”. Esta afirmación de Korsch desmiente por sí misma todas sus especulaciones sobre la pretendida “revolución española”, evidenciando lo que en realidad pasó: los obreros fueron alistados en la guerra imperialista, enmascarada como “antifascista”.
¡Estas elucubraciones de Korsch están en los antípodas de las tomas de posición del GIK que afirma claramente que “las empresas colectivizadas son colocadas bajo el control de los sindicatos y trabajan para las necesidades militares... ¡Nada tienen que ver con una gestión autónoma de los obreros! ... La defensa de la revolución sólo es posible sobre la base de la dictadura del proletariado por medio de los Consejos obreros y no sobre la base de la colaboración de todos los partidos antifascistas. El aplastamiento del Estado y el ejercicio de las funciones centrales del poder por los obreros mismos es el eje de la revolución proletaria” (octubre 1936).
El Comunismo de los Consejos tiene una gran dificultad para abordar correctamente la cuestión del Partido del proletariado, la naturaleza primordialmente política de la Revolución proletaria, el balance de la Revolución rusa que considera “burguesa” etc.([14]). Estas dificultades le hacen sensible a los planteamientos del anarquismo y del anarcosindicalismo.
Así, Mattick abrigó grandes esperanzas sobre la CNT: “en vista de la situación interna española, un capitalismo de estado controlado por los socialistas-estalinistas es improbable también por la simple razón de que el movimiento obrero anarcosindicalista tomaría probablemente el poder antes que doblegarse a la dictadura socialdemócrata”.
Esta expectativa no se cumplió en absoluto: la CNT era dueña de la situación y sin embargo no empleó esa posición para tomar el poder e implantar el comunismo libertario. Asumió el papel de baluarte defensivo del Estado capitalista. Renunció tranquilamente a “destruir el Estado”, envió ministros anarquistas tanto al gabinete catalán como al gobierno central y puso todo su empeño en disciplinar a los obreros en las fábricas y en movilizarlos para el frente. Tamaña contradicción con los postulados que durante años había proclamado ruidosamente no era el resultado de la traición de unos jefes o de toda la cúpula de la CNT sino el producto combinado de la naturaleza de los sindicatos en la decadencia del capitalismo y de la propia doctrina anarquista([15]).
Mattick hace malabarismos verbales para ignorar esta realidad: “la idea de que la revolución solamente puede hacerse desde abajo, mediante la acción espontánea y la iniciativa autónoma de los trabajadores está anclada en esta organización [se refiere a la CNT], a pesar de que a menudo pueda haber sido violada. El parlamentarismo y la economía dirigida por los trabajadores son contemplados como falsificación obrera y el capitalismo de Estado es puesto en el mismo plano que cualquier otra clase de la sociedad explotadora. En el curso de la presente guerra civil, el anarcosindicalismo ha sido el elemento revolucionario con más empuje, esforzándose en convertir el lenguaje revolucionario en realidad”.
La CNT no convirtió su lenguaje revolucionario en realidad sino que lo contradijo en todos sus puntos. Sus proclamas antiparlamentarias se transformaron en apoyo descarado al Frente popular en las elecciones de febrero de 1936. Su palabrería antiestatal se convirtió en defensa del Estado burgués. Su oposición al “dirigismo económico” se materializó en una férrea centralización de la industria y la agricultura de la zona republicana puestas al servicio de la producción de guerra y el abastecimiento del ejército a costa de la población. Bajo la máscara de las colectividades, la CNT colaboró en la implantación de un capitalismo de Estado al servicio de la economía de guerra, como ya señaló el GIK en 1931 “la CNT es un sindicato que aspira a tomar el poder como CNT. Esto debe conducirle necesariamente a una dictadura sobre el proletariado ejercida por la dirección de la CNT (capitalismo de Estado)”.
Mattick abandona el terreno del marxismo y se coloca en el de la fraseología, típica del anarquismo, cuando nos habla de “revolución desde abajo”, “iniciativa autónoma” etc. La demagogia sobre la “revolución desde abajo” sirve para sumergir a los trabajadores en todo tipo de frentes interclasistas hábilmente manipulados por la burguesía. Esta es experta en disimular sus intereses y objetivos tras la capa de “los de abajo”, una masa interclasista donde al final cabe todo el mundo excepto el puñado de “malos de turno” contra los cuales se dirigen todas las iras. La retórica sobre la “lucha de los de abajo” fue utilizada hasta la náusea por la CNT para hacer comulgar a los obreros con los “camaradas” patronos “antifascistas”, con los “camaradas” políticos “antifascistas” y los “camaradas” militares “antifascistas” etc.
Respecto a la “iniciativa autónoma” es una combinación de vocablos que los anarquistas emplean para indicar una acción que no es “dirigida” por "políticos” ni “en vistas a la toma del poder”. Sin embargo, a la CNT y a los libertarios de la FAI no les importó lo más mínimo que los obreros se subordinaran a políticos republicanos de derecha e izquierda ni que su presunta “iniciativa autónoma” tuviera como eje la defensa del poder burgués.
Mattick agudiza su naufragio en el pantano anarquista al decir que “en estas circunstancias las tradiciones federalistas serían de enorme valor, dado que formarían el necesario contrapeso contra los peligros del centralismo”. La centralización es una fuerza fundamental de la lucha proletaria. La idea según la cual la centralización es un mal absoluto, es propia del anarquismo, reflejando el temor pequeño burgués a perder su pequeña parcela donde es amo en exclusiva. La centralización es para el proletariado la expresión práctica de la unidad que existe en su seno: tiene los mismos intereses en sus diferentes sectores tanto productivos como nacionales, tiene un mismo objetivo histórico: la abolición de la explotación, la instauración de la sociedad sin clases.
El problema no es la centralización sino la división en clases de la sociedad. La burguesía necesita un Estado centralizado y a éste el proletariado debe oponer la centralización de sus instrumentos de organización y de lucha. El “federalismo” en el seno del proletariado significa la atomización de sus fuerzas y sus energías, la división según falsos intereses corporativos, locales, regionales, que brotan del peso de la sociedad de clases y, en manera alguna, de sus propios intereses, de su propio ser. El federalismo es un veneno de división en las filas del proletariado que lo desarman frente a la centralización del Estado burgués.
Según los dogmas anarquistas la “federación” es el antídoto a la burocracia, la jerarquía, el Estado. La realidad no confirma tales dogmas. Los reinos de taifas “federales” y “autónomos” encubren a pequeños burócratas, tan arrogantes y manipuladores como los grandes dignatarios del aparato estatal. La jerarquía a escala nacional es reemplazada por una jerarquía no menos pesada a nivel local o de grupo de afinidad. La estructura estatal centralizada a nivel nacional, una conquista histórica de la burguesía frente al feudalismo, da paso a una estructura no menos estatal pero a escala de una población o de un cantón, tan opresora o más que la nacional.
La práctica concreta del “federalismo” por parte de la CNT-FAI en 1936-39 es elocuente: como reconocen hasta los propios anarquistas, los cuadros de la CNT ocuparon con gran avidez los mandos de las colectividades agrarias, los Comités de empresa o de las unidades militares, donde se comportaron como verdaderos tiranos. Cuando se vio clara la derrota republicana, una parte de esos pequeños jefes “libertarios” negoció la continuidad de sus prebendas con las franquistas.
Cuando Mattick empieza a reflexionar sobre la matanza de Mayo 1937 perpetrada por los estalinistas con la evidente complicidad de la CNT, su entusiasmo sobre ésta empieza a enfriarse: “los trabajadores revolucionarios deben reconocer también a los líderes anarquistas, que también los aparatchiks de la CNT y la FAI se oponen a los intereses de los trabajadores, pertenecen al bando enemigo”, “las palabras radicales de los anarquistas no se pronunciaban para que fueran seguidas; simplemente servían como un instrumento para el control de los trabajadores por el aparato de la CNT; ‘sin la CNT’, escribían orgullosos, ‘la España antifascista sería ingobernable’”.
Sin embargo, al reflexionar sobre las razones de la traición, Mattick muestra la fuerte infección de su pensamiento por el virus anarquista: “la CNT no se planteó la revolución desde el punto de vista de la clase trabajadora, sino que su principal preocupación ha sido siempre la organización. Intervenía a favor de los trabajadores y con la ayuda de los trabajadores, pero no estaba interesada en la iniciativa autónoma y en la acción de los trabajadores independientes de intereses organizativos” “(la CNT) con el fin de dirigir, o de participar en la dirección, tenía que oponerse a cualquier iniciativa autónoma de los trabajadores y así tuvo que apoyar la legalidad, el orden y el gobierno”.
Mattick plantea las cosas como el anarquismo: la “organización” en general, el “poder” en general. La Organización y el Poder como categorías absolutas intrínsecamente opresoras de las inclinaciones naturales a la “libertad” y la “iniciativa” del individuo trabajador.
Todo esto no tiene nada que ver con la experiencia histórica. Existen organizaciones burguesas y organizaciones proletarias. Una organización burguesa es necesariamente enemiga de los trabajadores y por ello tiene que ser “burocrática” y castradora. De la misma forma, una organización del proletariado que cae en concesiones cada vez mayores a la burguesía, se va alejando de los trabajadores, se convierte en extraña y opuesta a sus intereses y, como consecuencia de todo ello, se “burocratiza”, se hace opresora y coactiva frente a sus iniciativas. Pero de ahí no se deduce en absoluto que el proletariado no deba organizarse, tanto a nivel de masas (Asambleas y Consejos obreros) como a nivel de su vanguardia (Partido, organizaciones políticas). La organización es para él una palanca esencial, un estímulo para su iniciativa y autonomía política.
Lo mismo se puede decir respecto a la cuestión del poder. Resulta que el “afán de poder”, de “dirigir”, sería lo que llevaría a la CNT a oponerse a los trabajadores. Se trataría de que “el poder corrompe”, cuando en realidad lo que corrompe a una organización proletaria hasta el extremo de convertirla en enemiga de los trabajadores es su subordinación al programa y los objetivos del capitalismo. Además, en el caso de la CNT operaba el problema de fondo que, en el periodo de decadencia del capitalismo, como sindicato que era, no podía tener una existencia permanente sin integrarse dentro del Estado capitalista.
Todo esto lleva a Mattick a la traca final: “la CNT hablaba en anarcosindicalista y obraba como bolchevique, es decir, como capitalista”. Esta frase tan redonda muestra cómo los peores errores del Comunismo de los Consejos son harina para los panes de la campaña anticomunista de la burguesía. No podemos extendernos en desmontar la falsedad de comparación tan odiosa, simplemente queremos recordar que los bolcheviques lucharon con todas sus fuerzas, de palabra y de obra, contra la Primera Guerra mundial, una matanza de 20 millones de personas; la CNT hablaba retóricamente contra la guerra en general y se dedicó a reclutar a los obreros y campesinos para la guerra española antesala de la Segunda Guerra mundial que liquidó a 60 millones de hombres. Los bolcheviques hablaron y obraron sobre la Revolución proletaria con Octubre 1917 y siguieron hablando y obrando buscando la extensión internacional de la revolución sin la cual estaba condenada a la derrota como luego sucedió. En cambio la CNT hablaba mucho sobre el “comunismo integral” y se dedicó a sostener integralmente el Estado capitalista y la explotación capitalista.
Adalen
[1] Esta corriente proletaria tuvo sin embargo importantes debilidades. Para un examen de su trayectoria y evolución ver nuestro libro titulado Historia de la Izquierda comunista holandesa que abarca desde 1900 a 1970 e incluye una amplia bibliografía. Está publicado en francés e italiano. Va a aparecer próximamente en inglés.
[2] GIK: Groepen van Internationale Komunisten, Grupo de Comunistas Internacionalistas, grupo holandés que existió durante los años 30. Dentro del Comunismo de los Consejos expresó la postura más clara frente a la guerra de España, próxima a Bilan. Vamos a tomar sus documentos como referencia lo cual no quiere decir que no tuviera confusiones importantes (ver nuestro libro sobre la Izquierda holandesa). Un texto del GIK sobre la guerra española aparece traducido directamente del holandés en el presente libro: Revolución y contrarrevolución en España.
[3] Esta orientación de asociar el Comunismo de los Consejos con el anarquismo la vemos también en Holanda y Bélgica. Nuestras secciones en esos dos países han llevado un enérgico combate contra esa amalgama. Ver “El comunismo de los consejos no es un socialismo libertario” en Internationalisme nº 256 y, muy especialmente, “El comunismo de los consejos no es un puente entre marxismo y anarquismo, Debate público en Amsterdam” en Internationalisme nº 259.
[4] No todos los grupos del comunismo de los consejos compartían esa posición de Cajo Brandel. El GIK, el grupo más importante en los años 30 y otros 2 grupos (ver nuestro libro sobre la Izquierda holandesa, página 226 edición francesa) rechazaban abiertamente esa posición. No solo condenaban a la CNT como enemigo de los obreros sino que se negaban a seguir la vía de “radicalizar” el frente antifascista señalando que “sí los obreros quieren formar verdaderamente un frente de defensa contra los Blancos (los franquistas) solo pueden hacerlo a condición de tomar en sus manos por ellos mismos el poder político en lugar de dejarlo en manos del gobierno del Frente popular” (octubre 1936).
[5] 5) Una crítica detallada de la misma se puede encontrar en Octubre 1917, principio de la revolución proletaria en Revista internacional números 12 y 13.
[6] Ver su libro La acumulación de capital.
[7] La situación en China en los años 20 y la política de la Internacional comunista de alianza con la burguesía “revolucionaria” local desató una fuerte polémica. La Izquierda Comunista y también Trotski combatieron esa posición como una traición contra el internacionalismo. Ver nuestro artículo en Revista internacional nº 96.
[8] Hoy la burguesía lanza también enormes campañas antifascistas como se ve actualmente con la incorporación del partido de Haider al gobierno austriaco. Pero hoy el fascismo no tiene ni de lejos la misma dimensión y fuerza que tuvo en los años 30 donde existían ese tipo de regímenes en países clave como Alemania e Italia.
[9] Bilan nº 7 “El antifascismo fórmula de confusión”, junio 1934, artículo reproducido en esta misma Revista.
[10] Ver sus textos en Revista internacional nº 10 y en este mismo libro.
[11] Para un estudio de la reacción de los diferentes grupos de la época ver el Capítulo V de nuestro libro sobre La Izquierda comunista italiana publicado en francés, inglés, italiano y castellano.
[12] Se trata de “El mito de las colectividades anarquistas”, aparecido también en Revista internacional nº 15, “Rusia 1917 y España 1936”, publicado igualmente en Revista internacional nº 25 y “Crítica del libro de Munis – Jalones de Derrota Promesas de Victoria”.
[13] Hay un análisis clásico de Engels de las consecuencias catastróficas de la lucha “autónoma” tan cara al anarquismo: se trata de Los bakuninistas en acción que analiza cómo el anarquismo llevó a los combativos obreros españoles a ser carne de cañón de los republicanos y cantonalistas en las luchas de 1873. También se debe recordar la lamentable experiencia de los Consejos de fábrica de Turín en 1920 donde el encierro de los obreros en “ocupaciones y autogestión” les llevó a una fuerte derrota que frustró las perspectivas revolucionarias en Italia y abrió el camino al fascismo. Ver el libro Debate sobre los Consejos de fábrica donde Bordiga polemiza justamente contra la posición “autónoma” de Gramsci.
[14] Lógicamente, no es misión de este artículo examinar esos problemas y ver sus raíces. Remitimos al lector a nuestro libro sobre la Izquierda comunista holandesa y a varios artículos publicados en la Revista internacional números 2, 12, 13, 27 a 30, 40, 41 y 48.
[15] Del mismo modo, no es tarea de este artículo analizar esas cuestiones. Remitimos a otro texto de ese libro: “Las bodas de sangre del anarquismo con el Estado burgués”. Sobre la cuestión sindical ver nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera.
Las publicaciones recientes del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) y las discusiones entra la CCI y la CWO en las reuniones públicas de ésta han confirmado que la manera con la que se lleva a cabo el debate entre organizaciones revolucionarias se ha convertido plenamente en una cuestión política.
El propio BIPR ha planteado la cuestión en su Internationalist communist nº 18, pues en él acusa a la CCI de tener una “tendencia hacia la calumnia por alusión” cuando nosotros los criticábamos por empíricos los métodos utilizados en algunos de sus análisis (ver nuestro artículo “El método marxista y el llamamiento de la CCI sobre la guerra en la ex Yugoslavia” en la Revista internacional nº 99)
No contestaremos a esa acusación en especial, si no es para recomendar la lectura de dicho artículo, el cual, a nuestro parecer, no contiene la menor calumnia sino que expone únicamente argumentos políticos para cimentar aquella crítica. Sí tenemos, en cambio, la intención de plantear la cuestión de modo más general, aunque ello exija dar algunos ejemplos concretos del problema que planteamos.
La CCI, evidentemente, se ha tomado siempre muy en serio lo de las polémicas y del debate entre organizaciones revolucionarias; es ello un reflejo directo de la importancia que siempre hemos dado a la existencia y desarrollo del medio político proletario. Por eso, desde nuestra fundación, hemos hecho, de los artículos polémicos, algo regular en nuestra prensa, hemos asistido con regularidad a las reuniones públicas de los demás grupos y hemos apoyado y propuesto, en múltiples ocasiones, que se refuerce la unidad y la solidaridad del movimiento revolucionario (conferencias, reuniones públicas…). En nuestra propia actividad interna, leemos y discutimos sistemáticamente las publicaciones de las demás corrientes proletarias y hacemos informes regulares sobre el medio proletario. En nuestras polémicas con los demás grupos siempre hemos procurado poner de relieve, con la mayor claridad, tanto aquello en lo que estamos de acuerdo con ellas como en lo que no lo estamos; y cuando tratamos los desacuerdos, procuramos plasmarlos con la mayor claridad y exactitud posibles, refiriéndonos con la mayor precisión a los textos que esos grupos han publicado. Nuestra actitud tiene también otro fundamento: el haber comprendido que el sectarismo, que siempre está sacando punta a las diferencias olvidándose de lo que une el movimiento, es un problema real para el medio proletario, especialmente desde el final del período de contrarrevolución a finales de los años 60. El ejemplo más patente de ese peligro lo da la corriente bordiguista, la cual, tras la IIª Guerra mundial, en una voluntad encomiable de protegerse de la presión contrarrevolucionaria ambiente, intentó construirse una defensa infranqueable desarrollando la teoría según la cual sólo una organización monolítica sería capaz de llevar a cabo una política realmente comunista. Era la primera vez que en el movimiento obrero aparecía semejante teoría.
Durante los últimos años, nosotros nos hemos dado cuenta como nunca antes de la necesidad vital de defender la unidad del campo proletario contra los ataques de la clase dominante, ataques más duros que nunca. Por eso hemos incrementado nuestro esfuerzo por evitar todo vestigio de sectarismo en nuestras propias polémicas. Hemos puesto el mayor cuidado para que esas polémicas estén planificadas y centralizadas a nivel internacional; para evitar las exageraciones, evitar todo ánimo de rivalidad mezquina, para que dejen de ser de una vez respuestas de toma y daca sobre puntos secundarios. También hemos rectificado algunas de nuestras afirmaciones que se han confirmado erróneas, provocando incomprensiones entre nosotros y otros grupos (para esto, puede leerse el artículo sobre los cien números de la Revista internacional en el número 100). Nuestros lectores pueden juzgar por sí mismos la realidad de ese esfuerzo. Pueden referirse a todas nuestras polémicas recientes con el BIPR en esta Revista, la que trata, por ejemplo, del VIº congreso de Battaglia communista en los nº 90 y 92; o más recientemente, nuestra crítica, aparecida en el nº 100, a las tesis del BIPR sobre las tareas de los comunistas en la periferia capitalista. Si mencionamos estos artículos es porque ilustran la manera con la que debe llevarse a cabo un debate serio, un debate en el que no se teme hacer críticas sin rodeos de lo que nosotros consideramos como errores, cuando no influencias de la ideología burguesa, pero que siempre está basada en la teoría y la práctica reales de los grupos proletarios.
Hay que decir sin rodeos que las polémicas con el BIPR no han estado, en los últimos tiempos, a la altura de esas exigencias. El ejemplo más elocuente ha sido la toma de posición oficial del BIPR “Los revolucionarios frente a la perspectiva de la guerra y la situación actual de la clase obrera”, aparecida en Internationalist Communist nº 18 (IC), que trata del significado y del alcance histórico de la última guerra en los Balcanes. Sin entrar en una discusión detallada sobre las numerosas cuestiones planteadas en ese texto queremos fijarnos en las conclusiones que saca el BIPR sobre las respuestas que los demás grupos del medio político proletario dan ante la guerra: “Otros elementos políticos de esta escena política, aunque no caigan en el error trágico de apoyar a una de las partes beligerantes tienen también ellos, en nombre de un falso antiimperialismo o so pretexto de que histórica y económicamente son imposibles hoy los conceptos progresistas, han tomado sus distancias con los métodos y perspectivas de trabajo que llevan al agrupamiento en el futuro partido revolucionario. Ya no se pueden salvar y son víctimas de su propio marco idealista y mecanicista, incapaz de reconocer las particularidades de la explosión de las contradicciones económicas perpetuas del capitalismo moderno.”
Dos puntos fundamentales se plantean ahí. Primero, si fuera cierto que hay grupos organizados del medio proletario “que ya no pueden salvarse”, esto tiene repercusiones muy serias sobre el porvenir de dicho medio. Dejando de lado otras implicaciones, la primera es la del futuro partido mundial, el cual –contrariamente a todos los partidos de clase que existieron en el pasado– se formaría en torno a una sola corriente en el movimiento marxista. A la vez, eso tendría consecuencias graves para las energías militantes que estarían actualmente “entrampadas” en unas organizaciones que ya no “podrían salvarse” y le incumbiría, en ese caso, del BIPR emprender una recuperación de todo lo que pudiera salvarse del naufragio, responsabilidad que ni siquiera menciona el BIPR en su texto. Pero, volviendo al problema de método en el debate, a pesar de la gravedad de sus afirmaciones, el BIPR no dice ni una sola vez, de manera explícita, a quién se refiere. Podemos suponer, basándonos en anteriores polémicas del BIPR, que, sin lugar a dudas, los “idealistas” es la CCI y los “mecanicistas” son los bordiguistas, pero, en fin, tampoco estamos seguros. Eso ya es una grave irresponsabilidad política del BIPR, fuera totalmente de las mejores tradiciones del movimiento obrero. Ese nunca fue el estilo de un Lenin, por ejemplo, el cual siempre dijo de manera diáfana a quien dirigía sus polémicas; tampoco es el de la Izquierda italiana en los años 30, la cual era de lo más preciso en sus posturas respecto a las corrientes que formaban en aquel entonces el medio político proletario. Si el BIPR cree que a la CCI y a los grupos bordiguistas no hay quien los salve, que lo argumente abiertamente, basándose en posiciones, análisis e intervención verdaderos de esos grupos. Queremos insistir en esto, pues si ya es esencial mencionar los nombres de aquellos a quienes se critica, tampoco no es suficiente. Para darse cuenta de esto, baste con echar una ojeada a la otra polémica en ese mismo número de IC, “Idealismo o marxismo”, que trata, una vez más, de las pretendidas “debilidades fatales de la CCI”. No está de más señalar que esta polémica ha sido escrita por un simpatizante actual del BIPR que pasó cual rayo por la CCI, abandonando nuestra organización hace algunos años en circunstancias muy poco claras. Ese texto, propuesto como respuestas “por interim” a nuestro artículo sobre el BIPR en la Revista internacional nº 99, es un “modelo” de la mala polémica, que pone una detrás de otra una serie de afirmaciones sobre la metodología política de la CCI sin preocuparse en absoluto por citar un mínimo lo que escribimos.
El segundo ejemplo nos lo proporciona la “Correspondencia con la CCI” en la publicación de la Communist Workers’ Organisation, Revolutionary Perspectives nº 16. Esta correspondencia trata sobre todo de los análisis respectivos de nuestras dos organizaciones sobre la reciente huelga en la electricidad en Gran Bretaña. Las circunstancias de esta carta son las siguientes: habíamos escrito a la CWO en noviembre de 1999 para mandarles una copia de un folleto de J. MacIver titulado Escaping a paranoid cult (“Huir de un culto paranoico”), folleto que apareció en el momento mismo en que la CCI era excluida de las reuniones de discusión de “No war but the class war” en Londres (Ver World Revolution nº 229) Para nosotros, ese documento es un ejemplo de un ataque parasitario típico, no solo contra la CCI sino también contra el BIPR y demás grupos proletarios. La CWO prefirió no publicar esa parte de nuestra carta ni su propia respuesta([1]).
Al final de nuestra carta abordábamos también la cuestión de la naturaleza de clase del comité de huelga de los electricistas de la que RP hablaba. En la medida en que ese comité estaba formado totalmente por shop-stewards (delegados de base de los sindicatos), nosotros pensábamos que se trataba más de un órgano sindical radical que de una verdadera expresión de la lucha de los electricistas. La CWO, en cambio, en su artículo de RP nº 15 parecía ver algo mucho más positivo en ese órgano. Nosotros tomamos en cuenta esta opinión y por ello pedimos a la CWO que nos diera informaciones que permitieran plantear la cuestión de manera diferente, pues en ciertas circunstancias, es a veces difícil hoy establecer la diferencia entre un auténtico órgano de lucha obrera y una expresión radical de los sindicatos. La respuesta de la CWO, además de no darnos la menor información concreta como les habíamos pedido, planteó muchos problemas políticos, nada menos que la naturaleza de los sindicatos y del sindicalismo de base. Pero no es este el lugar para abordar esta discusión. Lo que queremos, una vez más, es llamar la atención sobre el método de la polémica de la CWO, sobre todo cuando se pone a describir las verdaderas posiciones de la CCI. Nos dicen: “Seguís teniendo la visión de una clase obrera que tendría la conciencia ‘subterránea’ de la necesidad de destruir el capitalismo. Para vosotros, la única ‘mistificación’ que entorpece la lucha es la que instalan los sindicatos. Bastaría con que se ‘desmitificara’ de su sindicalismo para que tomara el camino revolucionario. Es ése uno de los ejemplos de vuestro idealismo semireligioso. El método marxista sabe que la clase obrera se volverá revolucionaria mediante su experiencia práctica y el programa revolucionario que nosotros defendemos corresponderá con más exactitud a las necesidades revolucionarias de una clase cuya conciencia va en ascenso. La cuestión no será: primero, ‘desmitificar’ a los obreros, segundo: entrar en lucha. La desmitificación, la lucha y la apropiación de su propio programa van a ocurrir simultáneamente como parte del movimiento contra el capitalismo”.
Estamos de acuerdo en que sería idealista argumentar que los obreros se “desmitificarán” primero del sindicalismo y después entablarán la lucha. Y echamos un reto a la CWO para que encuentre una sola línea donde la CCI defienda semejantes ideas. Antes de acusar o argumentar como lo hace en esa misma carta afirmando que nosotros no decimos “nada positivo sobre la verdadera lucha de los obreros”, pedimos a la CWO que se refiera a los múltiples textos que hemos publicado sobre el período actual de lucha de clases, textos con los que intentamos poner las dificultades actuales de la clase – pero también sus pasos adelante – en el contexto general de después del desmoronamiento del bloque del Este. La lectura de esos textos habría permitido a la CWO darse cuenta de la importancia que nosotros damos a la confrontación práctica, cotidiana de los obreros con los sindicatos, mediante la cual echar las bases para una ruptura definitiva con esos órganos. La CWO tiene sin duda muchos desacuerdos con nuestros análisis, pero, al menos, el debate sería claro para el resto del medio proletario([2]).
El pasaje que hemos citado plantea otro problema: la tendencia a tratar posiciones de la CCI, que no son ni mucho menos invento nuestro, como si fueran una especie de pensamientos talmúdicos, cuando son, en realidad, y es nuestra responsabilidad mínima, la expresión de nuestra voluntad en desarrollar temas ya abordados por el movimiento marxista. Así es con la noción de maduración subterránea que la CWO considera como algo ridículo, pero cuya larga historia nos entronca, por medio Trotski, a Marx, el cual escribió la inolvidable frase de “buena labor de excavación, viejo topo” para describir la lucha de la clase. De hecho, ya habíamos polemizado con la CWO en la Revista internacional nº 43, a mitad de los años 80, con un artículo al que nunca ha respondido. Si a la CWO no le gustan nuestras interpretaciones de ese tipo de conceptos, lo mejor es que vaya a las fuentes del marxismo (la Historia de la Revolución rusa, de Trotski, por ejemplo) y afile sus argumentos contra ellas directamente.
El debate público más reciente entre la CCI y la CWO –en una reunión pública de ésta última en Londres– ha mostrado una vez más esta última tendencia. El tema de la reunión trataba del comunismo y de cómo llegar a él; en muchos aspectos, la discusión que siguió fue muy positiva. la CCI saludó la presentación, defensora de el enfoque marxista del comunismo y de la lucha de clases contra todas las campañas actuales de la clase dominante sobre “la muerte del comunismo”; no tuvimos el menor reparo para decir que estábamos de acuerdo con casi todo. También fue de lo más normal que hubiera una discusión sobre las divergencias entre la CCI y la CWO acerca del Estado en el período de transición; también esto fue positivo, pues daba la impresión de que existía una real voluntad de la parte de la mayoría de los camaradas de la CWO para comprender lo que la CCI decía al respecto. Como respuesta a la CWO, nosotros argumentamos que si El Estado y la Revolución de Lenin es un punto de partida fundamental para plantear la cuestión del Estado en un marco marxista, las ideas por él defendidas en 1917 debían ser profundizadas y, en cierto nivel, observadas a la luz de la experiencia real del poder proletario en Rusia. La CCI, basándose en los debates que hubo en el seno del partido bolchevique en aquel entonces, y también, y muy especialmente, en las conclusiones sacadas por la Izquierda italiana de los años 30, considera que la dictadura del proletariado no puede identificarse con el Estado de transición que aparece inevitablemente tras la insurrección victoriosa. No vamos a tratar aquí sobre el fondo del tema; lo que sí queremos dejar claro es reafirmar nuestro desacuerdo con el modo de hacer de un camarada de la CWO, método que es, a nuestro entender, el ejemplo típico que no debe utilizarse en un debate entre revolucionarios marxistas. Según ese camarada, esa posición sobre el Estado de transición se la sacó, en realidad, de la manga un miembro de la Fracción de izquierda, Mitchell, el cual, ni más ni menos, “se inventó esa posición”. Semejante afirmación es objetivamente incorrecta, y eso por no decir que es una estupidez. Esta posición la desarrolla la serie misma de artículos de Mitchell publicada en Bilan (“Problemas del período de transición”) así como otros muchos artículos fundamentales de las Fracciones italiana y belga asumidos colectivamente por ellas, por no hablar de las tomas de postura de otros camaradas individualmente. Pero sobre todo, semejante afirmación pone de manifiesto un desprecio vergonzoso por la labor de la Fracción, la cual es, en fin de cuentas, el antepasado político común de la CCI y del BIPR. En la reunión, ya animamos a la CWO a que se leyeran el artículo “El proletariado y el Estado de transición” aparecido en la Revista internacional nº 100, que da una prueba patente de que la postura de Bilan sobre el Estado se basaba en los debates que se verificaron en el Partido bolchevique, especialmente el debate sobre los sindicatos en 1921 (eso por no hablar de las cuestiones que se plantearon en torno a la tragedia de Kronstadt). Animamos una vez más a la CWO para que haga un esfuerzo serio y colectivo y estudie la labor de Bilan sobre ese tema; nosotros estamos dispuestos a darles los textos necesarios. Ya tenemos la intención de volver a publicar la serie de Mitchell en un plazo no muy lejano. Los camaradas tienen perfecto derecho a rechazar los argumentos de la Fracción, pero que lo hagan después de haberlos estudiado y reflexionado sobre ellos en profundidad.
Resumiendo, nosotros pensamos que las cuestiones a las que se enfrenta en movimiento revolucionario de hoy (análisis de los acontecimientos, guerras y movimientos de la clase, o hechos más históricos como la Revolución rusa) son demasiado importantes como para meterlos en falsos debates o ser despreciados con afirmaciones sin pruebas o con falsas acusaciones. Animamos a la CWO a que realce el nivel de sus polémicas, y que en el medio político proletario haya un esfuerzo general de mejora del tono y del contenido de los debates.
Amos
[1] La CWO prefirió no publicar esa parte de la carta y su respuesta, pues, para ella, el parasitismo no es un problema serio en el campo proletario. Según lo que hemos podido comprender, se trataría de una nuevo invento de la CCI. Una vez más, pedimos a la CWO que justifique esa afirmación contestando a nuestro trabajo más importante sobre el tema, las “Tesis sobre el parasitismo” publicado en nuestra Revista internacional nº 94, que sitúa el problema en su contexto histórico.
[2] La CWO podría haber leído, por ejemplo, el texto basado en el Informe sobre la lucha de clases del XIIIº Congreso de la CCI, en la Revista internacional nº 99. También podría volver a leer el artículo de WR nº 229 que ella critica en RP nº 16 diciendo que nosotros no hemos visto nada positivo en la huelga de los electricistas. En realidad, nuestro artículo concluye diciendo que esta última y otras luchas recientes “muestran que el proletariado resiste cada día más a los ataques y que se desarrolla el potencial de luchas más amplias y más combativas”. No hay contradicción en decir que una lucha es importante y argumentar que los órganos que pretenden representarla forman parte del aparato sindical.
La situación internacional en este año 2000 confirma la tendencia, ya analizada por la CCI a principios de la década pasada, a una separación creciente entre la agravación de la crisis abierta de la economía capitalista y la aceleración brutal de los antagonismos imperialistas por un lado y un retroceso de las lucha obreras y de la conciencia en la clase obrera.
El marxismo nunca ha pretendido ni supuesto que habría una relación matemática entre los fenómenos que caracterizan la “era de guerras y de revoluciones” (como la definió la Internacional comunista), como si a un grado X de la crisis le correspondiera un nivel de la lucha de clases. Su tarea es, al contrario, comprender la perspectiva de la revolución proletaria, evaluando las tendencias inherentes de cada uno esos tres factores y a su interacción y en cuyo interior el factor dominante, en última instancia, es el económico.
La crisis abierta que se inició a finales de los años 60 acabó con el período de reconstrucción de después de la IIª Guerra mundial. Consecuencia de la crisis, volvió a surgir la lucha de clases tras 40 años de contrarrevolución, con la perspectiva de enfrentamientos de clase decisivos contra la burguesía que desembocarían o en revolución comunista del proletariado o en “la destrucción de las clases enemigas” (Manifiesto comunista) en la guerra imperialista u otra catástrofe.
El marxismo no queda cuestionado por el hecho de que esa tendencia histórica a los enfrentamientos de clase parezca no verificarse si se observa la pasividad relativa del proletariado en el período actual. El método marxista va más allá de la superficie de las cosas para procurar entender plenamente la realidad social.
1. La crisis histórica del capitalismo ha ido agotando los paliativos con los que se pretendía superarla. Propuesta para hacer frente a los problemas de la economía mundial, la solución expansionista keynesiana se agotó a finales de los 70. La austeridad neoliberal fue sobre todo una fórmula de los años 80, aunque la ideología de la globalización, tras el desmoronamiento de la URSS, ha ampliado su duración a los años‑90. La segunda mitad de estos años y actualmente, sin embargo, se han caracterizado sobre todo por el derrumbe de esos modelos económicos, que han sido sustituidos por una respuesta pragmática ante el hundimiento inexorable de la crisis, una respuesta que oscila entre una intervención estatal patente y el abandono a la “ley del mercado”.
El capitalismo de Estado, forma característica del capitalismo decadente, no tiene la menor intención de abandonar su capacidad de intervención ante la crisis económica, pero no podrá superarla debido a la insuficiencia de mercados solventes, lo cual acarrea una crisis permanente de sobreproducción.
2. Los nuevos mercados que se anunciaron en 1989 no se han concretado.
Tras el hundimiento del bloque del Este y la dislocación del estalinismo, la victoria mundial del capitalismo occidental ha fracasado en la pretendida aparición de posibles ventas milagrosas de sus productos que anunciaban los arquitectos del “nuevo orden mundial”.
Los países de Europa de Este no han logrado ofrecer las esperadas oportunidades para la expansión capitalista. En su lugar, lo que sí ha habido es un hundimiento de la producción en Rusia y en la mayoría de sus antiguos satélites. La pobreza de la población, la ausencia de todo marco legal para los negocios han acarreado un flujo de riqueza en sentido contrario, o sea hacia los bancos occidentales, y una falta de inversión en la industria rusa.
Todas las guerras de la década 90, desde la del Golfo hasta la de Kosovo, a pesar de las destrucciones masivas, no han traído consigo la más mínima oportunidad de reconstrucción. Al contrario, la matanza de poblaciones, la destrucción y la desarticulación de la economía lo único que han logrado es que el mercado se contraiga todavía más.
3. as diferentes “locomotoras” de la economía mundial han acabado descarrilando.
La reunificación de Alemania, al cabo, lo que ha hecho es echar abajo el “milagro” económico: el desempleo masivo, el crecimiento letárgico y el endeudamiento son prueba de ello. Alemania del Este ha aparecido como un pesado lastre y ni mucho menos como nuevo campo de acumulación de capital.
Japón, el mayor abastecedor de dinero de la economía mundial y la segunda economía más importante del mundo, no ha logrado, en toda la década, salirse del estancamiento, primero a causa de la contracción y después a causa de la quiebra de las economías del Sudeste asiático en 1997.
Tras el desplome de los “tigres” y demás “dragones” de la economía oriental, debilitando de paso el “dinamismo económico” emergente de China, otras locomotoras de la expansión del Tercer mundo, México y Brasil, se han ido estancando. Sólo Estados Unidos parece haber dado aparentemente la vuelta a esa tendencia general, con el período más largo de expansión económica de su historia reciente. Pero en lugar de reavivar las brasas de la economía mundial, la expansión de la economía americana lo único que ha logrado es impedir que se apagaran totalmente y eso con un coste desmesurado. Lo que se ha producido es una nuevo estallido del déficit comercial norteamericano y nuevos récords de deuda.
4. Las baratijas de la innovación tecnológica no podrán acabar con las contradicciones inherentes al capitalismo.
En el capitalismo decadente, la principal fuerza motriz que está detrás de los cambios tecnológicos, el crecimiento de las fuerzas productivas, procede de las necesidades del sector militar, de los medios de destrucción.
La “revolución” del ordenador, y, ahora, la “revolución” de Internet son dos intentos por injertar esos subproductos de la guerra (el Pentágono siempre ha sido el primer usuario mundial de ordenadores e Internet se creó para las necesidades militares) en la economía capitalista como un todo para darle un nuevo respiro.
La quimera del oro de Internet sigue estando en pleno boom como lo muestran los fantásticos índices de los valores atribuidos a las “acciones tecnológicas” por el Dow Jones, a compañías que a veces ni la menor ganancia han obtenido, únicamente valoradas en base a una riqueza futura hipotética.
En realidad, la mayor parte del crecimiento de la especulación bursátil de hoy la mueve el llamado comercio cibernético. Y se realizan inversiones gigantescas y fusiones récords como la de AOL y la Warner Communications con la esperanza de una nueva Jauja.
Los desarrollos tecnológicos podrán sin duda acelerar la producción, bajar los costes de distribución y proporcionar nuevas fuentes de ingresos publicitarios, explotar mejor los mercados existentes. Pero, a menos que el incremento de la producción resultante encuentre nuevos mercados solventes, el desarrollo de las fuerzas productivas que las nuevas tecnologías prometen será pura ficción. Sus ventajas sólo parcialmente favorecerán al capitalismo al centralizar y racionalizar algunos sectores de la economía, el terciario en la mayoría de los casos.
En fin, hay que poner de relieve que la fiebre que se ha apoderado de los especuladores por la “nueva economía” lo único que expresa es el callejón económico sin salida del capitalismo. Ya lo demostró Marx en su época: la especulación bursátil no es síntoma de la buena salud de la economía, sino, al contrario, es síntoma de que va de cabeza a la bancarrota.
5. El callejón de la economía capitalista está mucho más cerrado que en los años 30, pero está ocultado y prolongado por múltiples factores. En los años 30, la crisis golpeó en primer término y más gravemente a las dos naciones capitalistas más fuertes, Estados Unidos y Alemania, que acabó en hundimiento del comercio mundial y depresión. Desde 1968, sin embargo, la burguesía ha sacado las lecciones de aquella experiencia, enfrentándose al resurgir de la crisis. Esas lecciones no han sido olvidadas en los años 90. La burguesía mundial bajo la férula de Estados Unidos no ha recurrido al proteccionismo a la escala de los años 30.
Utilizando las medidas de coordinación internacional del capitalismo de Estado – el FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc., así como a nuevas áreas monetarias- ha sido posible evitar el proteccionismo, y, en cambio, repeler la crisis hacia las regiones más débiles y más periféricas de la economía mundial.
6. Para comprender en qué momento estamos de la decadencia del capitalismo, hay que distinguir sus ciclos históricos de crisis, guerra, reconstrucción, nueva crisis y las demás fluctuaciones que marcan la vida de la economía capitalista durante su período de crisis abierta. Son esas recesiones y recuperaciones (4 desde 1968) las que permiten a la burguesía pretender que la economía sigue siendo sana e insistir en el crecimiento continuo y renovado. La burguesía quiere así ocultar el carácter enfermizo de ese crecimiento, el cual se basa en un endeudamiento masivo que incluye la expansión parásita de diversas industrias (armamento, publicidad, etc.). Así puede ocultar el carácter cada vez más débil de cada recuperación bajo un montón de estadísticas engañosas (sobre el crecimiento, el desempleo, etc.)
Para los revolucionarios, la prueba de la bancarrota del capitalismo no estriba únicamente en las bajas reconocidas de la producción (cada vez más graves, aunque temporales, en momentos de recesiones o de “correcciones” bursátiles), sino también en las manifestaciones agravadas de una crisis permanente e insoluble de sobreproducción tomada como un todo histórico. Es la crisis abierta dentro del período de decadencia del capitalismo lo que lleva al proletariado al camino hacia la toma del poder, o, si fracasa, hará que la tendencia hacia la barbarie militarista sea irreversible.
7. Según los preceptos morales del materialismo vulgar, a la profundización de la crisis económica debería corresponderle obligatoriamente una lucha de clases con una fuerza equivalente.
Para el marxismo, es desde luego la crisis económica la que revela al proletariado la naturaleza de sus tareas históricas en su toda su amplitud. Sin embargo, la cadencia de la lucha de clases, aún teniendo sus propias leyes, está evidentemente muy influenciada por los acontecimientos en los ámbitos de las “superestructuras” de la sociedad: social, político y cultural.
La no identidad entre el ritmo de la crisis económica y el de la lucha de clases ya era evidente en el período entre 1968 y 1989. Las oleadas de luchas sucesivas no correspondían directamente a las variaciones de la crisis económica. La capacidad del capitalismo de Estado para aminorar el ritmo de la crisis ha interrumpido a menudo el ritmo de la lucha de clases.
Pero, y es más importante, a diferencia del período de 1917 a 1923, las luchas de clase no se han desarrollado abiertamente en el plano político. La ruptura fundamental con la contrarrevolución que el proletariado realizó a partir de 1968 se expresó esencialmente en una decidida defensa por parte de la clase obrera a nivel económico cuando volvió a aprender muchas lecciones sobre el papel antiobrero de los sindicatos. Pero el peso de los partidos que en diferentes momentos se fueron pasando al campo de la contrarrevolución a lo largo de este siglo que termina – las variantes socialdemócrata, estalinista y trotskista – y, además, la minúscula influencia de la tradición de la Izquierda comunista impidieron la “politización” de las luchas.
Se produjo una situación sin salida en la lucha entre las clases: la burguesía era incapaz de declarar otra guerra mundial (a causa de la resistencia permanente de la clase obrera frente a las exigencias del capitalismo en crisis), y la clase obrera era incapaz de echar abajo a la burguesía. Todo ello ha engendrado un período de descomposición del capitalismo mundial.
8. Para algunas concepciones restrictivas del marxismo, la evolución de la superestructura de la sociedad solo puede ser un efecto y no una causa. Pero la descomposición de la sociedad capitalista en los ámbitos social, político y militar ha retrasado de una manera significativa la evolución de la lucha de clases. Mientras que el materialismo mecánico busca las causas de la paz entre las clases en una pretendida reestructuración del capitalismo, el marxismo muestra de qué manera la ausencia de perspectiva que caracteriza el período actual retrasa y oscurece el desarrollo de la conciencia de clase.
Las campañas sobre la muerte del comunismo y la victoria de la democracia capitalista, que han florecido sobre las ruinas de la URSS, han desorientado al proletariado mundial.
La clase obrera ha soportado su impotencia frente a la sucesión de conflictos imperialistas sangrientos cuyos verdaderos motivos se han difuminado tras la propaganda humanitaria o democrática y la unidad de fachada de las principales potencias.
El declive progresivo de la infraestructura de la sociedad, en la educación, el alojamiento, los transportes, la salud, el entorno y la alimentación, ha ido creando un clima de desesperanza que afecta a la conciencia proletaria. Y también, la corrupción del aparato político y económico y el declive de la cultura artística refuerzan el cinismo por todas partes.
El incremento del desempleo masivo, especialmente entre la juventud, desemboca en una lumpenización y normalización de la “cultura” de la droga, y empieza a carcomer la solidaridad del proletariado.
9. En lugar del lenguaje brutal, de “la verdad” de los gobiernos de derechas de los años 80, ahora la burguesía habla una especie de jerga neoreformista y populista para así intentar ahogar la identidad de clase del proletariado. La llegada de la izquierda de la burguesía al poder aparece hoy como la mejor manera de desorientar al máximo al proletariado. Al no hablar ya el lenguaje de la lucha como lo hacían en la oposición durante los años 80, los partidos de izquierda en el poder están bien armados para llevar a cabo de una manera “suave” los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera. Se encuentran también en mejor situación para ocultar la barbarie militarista detrás de una retórica humanitaria. Y además están mejor situados para corregir los fracasos de las políticas económicas neoliberales mediante una intervención más directa del Estado.
10. La clase obrera no ha sufrido, sin embargo, una derrota decisiva en 1989 que ponga en tela de juicio el curso histórico general. Así, desde 1992, ha reanudado el camino de la lucha para defender sus intereses.
El proletariado está recuperando confianza en sus capacidades con lentitud y desigualdad. Con el desarrollo de su combatividad, podrá esperarse una desconfianza creciente hacia los sindicatos, los cuales, en acuerdo con los gobiernos de izquierda, intentan aislar y fragmentar las luchas e imponerles las exigencias políticas de la clase dominante.
No puede esperarse, sin embargo, al menos a corto o medio plazo, a un cambio decisivo en favor del proletariado que pusiera en peligro la estrategia actual de la burguesía.
11. A plazo mucho más largo, se mantiene el potencial del proletariado para fortalecerse políticamente y reducir distancias contra su enemigo de clase:
– la progresión de la crisis económica va a provocar la reflexión proletaria sobre la necesidad de enfrentar y superar el sistema;
– el carácter cada vez más masivo, simultáneo y generalizado de los ataques va a plantear la necesidad de una respuesta de clase generalizada;
– el aumento de la represión del Estado;
– la omnipresencia de la guerra, lo cual mina las ilusiones sobre la posibilidad de un capitalismo pacífico;
– la posibilidad de una combatividad creciente;
– la entrada en lucha de una segunda generación de obreros.
(Cf. punto 17, “Resolución sobre la situación internacional del XIIIo Congreso de la CCI”, Revista internacional nº 97).
12. Es innegable que durante la última década ha habido un retroceso importante de la conciencia de clase en el proletariado como un todo. Pero los acontecimientos de estos años han provocado, por un lado, una reflexión en profundidad en los sectores más avanzados de la clase obrera (todavía ínfimas minorías), que les ha llevado a interesarse por las posiciones y la historia de la Izquierda comunista. El actual desarrollo internacional de círculos de discusión confirma ese fenómeno.
Es evidente que la burguesía puede hoy, oficialmente, ignorar ese resurgir, apareciendo así las organizaciones revolucionarias actuales como totalmente insignificantes.
Pero las campañas ideológicas sobre la pretendida “muerte del comunismo”, la “desaparición de la clase obrera” y de su historia, los intentos por hacer equivalentes internacionalismo proletario y negacionismo, los intentos por infiltrar y destruir las organizaciones revolucionarias, todo ello muestra la preocupación de la burguesía por la maduración a largo plazo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera. En tanto que clase histórica, el proletariado representa mucho más que el simple nivel de sus luchas en tal o cual momento.
En los años 30, en un período diferente, la izquierda italiana tuvo que vérselas con las lecciones de la derrota de la Revolución rusa, con un proletariado movilizado tras la burguesía. Las minorías revolucionarias actuales deberán completar los fundamentos del futuro partido, especialmente acelerando el proceso de unificación del medio político proletario actual.
En las futuras insurrecciones del proletariado, el partido revolucionario será tan decisivo como lo fue en 1917.
13. El curso histórico sigue siendo hacia enfrentamientos de clase decisivos, pero la desaparición de la disposición imperialista bipolar en 1989, no inició, ni mucho menos, una nueva era de paz, pero sí ha hecho más evidente que antes que el fiel de la historia podría inclinarse en favor de la consecuencia burguesa de la crisis económica, o sea, la destrucción de la humanidad con guerras imperialistas o catástrofes medioambientales. Una guerra mundial entre bloques imperialistas requeriría la adhesión del proletariado a uno o al otro de los campos apuestos y, por ello, la derrota previa de la clase obrera. La tendencia a “cada uno a la suya” que se ha ido desplegando en el plano imperialista desde 1989, la descomposición creciente de la sociedad, significan que una barbarie irreversible podría ocurrir sin derrota histórica ni alistamiento.
14. La tendencia a la nueva formación de bloques imperialistas sigue siendo un factor importante de la situación mundial. Pero el desmoronamiento de lo que fue bloque del Este ha hecho surgir unas tendencias centrífugas en el imperialismo mundial. Al haber desaparecido el contrapeso al bloque regentado por Estados Unidos, lo resultante es que los antiguos satélites de ambas constelaciones formadas después de Yalta, han entrado por caminos diferentes, trabajando cada uno de ellos por sus propios intereses de manera autónoma. Por esta razón es por la que Estados Unidos están obligados a resistir permanentemente ante la amenaza que se cierne sobre su hegemonía. La debilidad militar de Alemania o Japón, especialmente porque carecen de armas nucleares y tienen muchas dificultades políticas para desarrollarlas, significa que esas dos potencias son incapaces, por ahora, de atraer satélites para crear un bloque rival.
15. Las tendencias imperialistas, por consiguiente, estallan del modo más caótico, aguzadas por el atolladero económico del capitalismo decadente que acentúa la competencia entre naciones. Quienes esperan un período de paz relativa durante el cual podrían volverse a formar bloques imperialistas se engañan al subestimar gravemente el peligro de guerra imperialista que se está desarrollando a la vez cuantitativa y cualitativamente.
La guerra de la OTAN en Kosovo en 1999 ha marcado muy especialmente una clara aceleración de las tensiones y conflictos imperialistas en el mundo. Hemos asistido al primer bombardeo de una ciudad europea y a la primera intervención del imperialismo alemán después de la Segunda guerra mundial. Inmediatamente, Rusia entabló una segunda guerra en Chechenia, que ha demostrado que el terror imperialista ha adquirido una nueva respetabilidad.
Estamos asistiendo a una extensión progresiva de los conflictos imperialistas a todas las zonas estratégicas del planeta simultáneamente:
– en Europa, donde la antigua Yugoslavia se ha convertido en ruedo permanente de las luchas entre las potencias principales, las cuales siempre están aguijoneando los baños de sangre locales, con la amenaza de arrastrar a los países vecinos en la espiral bélica,
– en Africa, en donde la guerra imperialista se ha vuelto más la regla que la excepción;
– en el Sudeste asiático, en el subcontinente indio (“el lugar más peligroso del mundo”, según Clinton), en Timor, entre China y Taiwan, sin olvidar el antagonismo creciente entre China e India y la afirmación de las ambiciones japonesas;
– en Oriente Medio, donde la Pax Americana está constantemente puesta en entredicho, debido a las interferencias de las potencias europeas y a los intereses específicos de los imperialismos locales;
– en Latinoamérica también, en donde Washington ha perdido sus derechos exclusivos en su coto de caza imperialista.
Si la guerra imperialista sigue estando limitada a áreas periféricas del capitalismo mundial, la participación en aumento de las grandes potencias indica que su lógica última es implicar a la mayoría de los centros industriales y a las poblaciones del planeta.
16. Por muy sangrientos que ya sean los conflictos actuales, el reciente desarrollo de una nueva carrera de armamentos significa que las potencias imperialistas se están preparando para nuevas guerras de destrucción verdaderamente masiva. La breve pausa en el incremento de gastos militares desde 1989 está llegando a su fin. Lord Robertson, nuevo secretario general de la OTAN, ha alertado a las potencias europeas pues éstas deben aumentar sus gastos militares para soportar cualquier guerra que dure “al menos un año”. Los nuevos miembros de la OTAN de Europa central, Polonia, República Checa y Hungría tienen que modernizar su aviación militar caduca.
Estados Unidos están dando una impulsión de primer orden a esa espiral belicista. Su decisión de impulsar su sistema de “defensa antimisiles” ya ha provocado una política nuclear más agresiva por parte de Rusia, la cual amenaza con anular los acuerdos SALT 1 y 2. Estados Unidos ya gastan 50 mil millones de $ por año en mantenimiento de su arsenal nuclear actual.
Lo que implica el armamento nuclear de India o Pakistán, en la medida en que las nuevas guerras entre los dos rivales son previsibles, no necesita comentarios.
17. En vano se ha de buscar una seria racionalidad económica en une caos bélico actual en constante aumento. La decadencia del capitalismo significa que las apetencias crecientes de las grandes potencias imperialistas ya no pueden satisfacerse si no es mediante un nuevo reparto del mercado mundial en una competencia entre rivales de fuerza comparable. Las guerras para abrir nuevos mercados contra los imperios precapitalistas fueron sustituidas por guerras por la supervivencia. De ahí que los motivos estratégicos hayan sustituido a los objetivos directamente económicos en el estallido de la guerra imperialista. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo, lo cual no hace sino aumentar su bancarrota económica a escala mundial.
Hay que decir que las guerras mundiales del siglo XX y su preparación tuvieron, sin embargo, su lógica: la formación de bloques y de esferas de influencia para reconstruir el mundo tras la derrota militar del enemigo. Por consiguiente, a pesar de la tendencia a la destrucción mutua, había todavía cierta lógica económica en la posición militar de las potencias rivales. Eran las naciones “desprovistas” las que tenían mayor interés en romper el statu quo y las naciones más favorecidas las que optaban por una estrategia defensiva.
18. Hoy, esa tendencia racional estratégica a largo plazo ha sido sustituida por un instinto de supervivencia al día, dominado por intereses particulares de cada Estado.
La potencia norteamericana ya no puede hacer el mismo papel que en 1914-17 y 1939-43, esperando que sus rivales y aliados se agotaran antes de entrar en combate. Y así, el principal beneficio económico de ambas guerras se ha ido agotando en un esfuerzo militar por preservar su hegemonía mundial sin la menor esperanza de volver a formar un bloque estable en torno a ella.
Alemania, principal competidor de Estados Unidos, es fuerte económicamente, pero carece de la menor esperanza realista de ser, en un futuro previsible, un polo militar rival.
Las potencias imperialistas secundarias no tienen la menor posibilidad de compensar su debilidad uniéndose en torno a superpotencias rivales. Al contrario, cada quien debe proseguir su propio camino, procurando golpear más allá de sus propias capacidades, con la esperanza de destruir más bien posibles alianzas de los rivales que de forjar las suyas propias, o que puede incluso llevar a entrar en guerra contra sus aliados para así poder permanecer en el juego imperialista, como así han tenido que hacerlo Gran Bretaña y Francia, contra Serbia, en la guerra de Kosovo.
19. En ese contexto, la guerra aparece hoy cada vez más como algo sin finalidad precisa, como algo en sí, destructor de ciudades y aldeas, asolando regiones, haciendo limpiezas étnicas, transformando poblaciones enteras en refugiados o aplastando directamente a civiles sin defensa, todo eso parece ser hoy el objetivo de la guerra imperialista y no tanto verdaderos objetivos militares o económicos. No hay vencedores duraderos y claros, sino status quo temporales antes de que vuelvan nuevas batallas todavía más destructoras.
La reconstrucción de países arrasados por las guerras, que era el único beneficio posible y provisional de ésas, es hoy pura ficción. Las antiguas regiones en guerra seguirán siendo ruinas. Pero esa situación es, en fin de cuentas, la única salida lógica de un sistema económico cuyas tendencias hacia la autodestrucción se han vuelto dominantes.
Esa es la irracionalidad de la guerra en la decadencia del capitalismo. Lo único que ha hecho el período de descomposición es llevarlo a una conclusión anárquica final. La guerra ya no se emprende por razones económicas, ni siquiera por objetivos estratégicos organizados, sino como intentos de supervivencia a corto plazo, localizados y fragmentarios, a expensas de los demás.
Pero no por ello ha sonado el fin de la humanidad. El proletariado mundial no ha sufrido derrotas decisivas en las principales concentraciones de los países capitalistas avanzados y la burguesía de estos países no puede utilizarlo como carne de cañón. A pesar del retroceso sufrido en 1989, le sigue siendo posible estar presente en la cita de la historia. Con la agravación ineluctable de la crisis económica se desarrollarán los factores de un incremento de su combatividad y de su toma de conciencia de la quiebra histórica del modo de producción capitalista, condiciones de su capacidad para realizar la revolución comunista.
Abril 2000
Ya tuvimos en los 70 la campaña según la cual la crisis económica se debía a la penuria del petróleo, también tuvimos la promesa de salir de la crisis con los “Reaganomics” a principios de los 80, sin embargo hay que reconocerlo: desde que el capitalismo volvió a enfrentarse a su crisis histórica, o sea desde hace 30‑años, nunca habíamos asistido a una campaña ideológica de tal amplitud, para demostrarnos que se acabó la crisis y que se nos abre una nueva era de prosperidad. Según la propaganda ya desencadenada hace varios años, habríamos entrado en la Tercera revolución industrial. Según uno de sus más destacados propagandistas, “se trata de un fenómeno histórico tan importante como la revolución industrial del siglo XVIII (...). La era industrial se basó en la introducción y la utilización de las nuevas fuentes de energía; la era “informacional” se basa en la tecnología de producción del saber, del tratamiento de la información y de la comunicación de símbolos” ([1]). Basándose en las cifras del crecimiento del PIB de Estados Unidos estos últimos años, los media no paran de repetirnos que va a desaparecer el desempleo, que lo que llaman el “ciclo económico” que desde principios de los 70 se manifestaba por un crecimiento débil y recesiones periódicas cada vez más profundas ya pertenece al pasado y que, consecuentemente, hemos entrado en un período de crecimiento ininterrumpido que solo se puede describir usando todo tipo de superlativos, pues hemos entrado en la “nueva economía”, llevada a hombros por una innovación tecnológica sensacional: Internet.
¿Cuál es entonces el contenido de esta “revolución” que tanto fascina a la burguesía? El fundamento esencial del fenómeno estaría en el hecho de que Internet y más generalmente la constitución de redes de telecomunicaciones permitirían la circulación y el almacenamiento de la información de forma espontánea sea cual sea la distancia. Esto permitiría una toma de contacto entre cualquier comprador y cualquier vendedor a nivel planetario, sean empresas o particulares. Al no depender así de los puntos de venta y de los servicios comerciales de las empresas, habría una reducción considerable de los gastos comerciales. También se ampliarían los mercados puesto que gracias a Internet, cualquier productor tendría inmediatamente el planeta como mercado. Al ser necesario un importante conocimiento tecnológico de nuevo tipo para colocar las mercancías en Internet, eso favorecería la creación de nuevas empresas, las famosas “start up” a las que se les promete un porvenir fascinante en términos de beneficios y crecimiento. También se desarrollaría la productividad en las empresas industriales mismas puesto que tal circulación de la información permitiría mejorar a costo reducido la coordinación de los establecimientos, servicios y talleres. También permitiría disminuir el almacenado, puesto que sería instantánea la relación entre producción y venta, y por lo tanto un ahorro en construcciones e instalaciones diversas. Y por fin, también permitiría bajar los gastos en técnica de ventas (marketing) puesto que la producción de una publicidad en una página de Internet llega a todos los compradores conectados.
Otro aspecto con consecuencias políticas muy importantes, es la insistencia de los media en el nuevo estímulo de la innovación favorecido por Internet, al basarse en el conocimiento y no en una maquinaria costosa. gracias a ello, estaríamos asistiendo a una democratización de la innovación y como ésta permite que se monten starts up, la riqueza estaría al alcance de todo el mundo.
Sin embargo, al lado de la multitud de cánticos triunfalistas de los media, también se oyen una serie de desafinados que introducen dudas sobre la realidad de la magnífica apertura de un tan extraordinario período; por un lado, todos están de acuerdo en que la miseria no hace más que aumentar en el mundo, que las “desigualdades” en los países desarrollados se agravan y que las famosas start up, en lugar de dirigirse hacia los futuros deslumbrantes que les asignan los propagandistas de la “nueva economía” se desmoronan cada día en mayor número. Por consiguiente, lo que sí puede ocurrir es que algunos de esos nuevos empresarios con deudas hasta los ojos, junto con sus empleados, acaben engrosando las filas de los “nuevos pobres”. Por otra parte, las hazañas bursátiles en general y , en particular, las de las acciones de esas empresas de nuevas tecnologías están produciendo espantos a bastantes dirigentes económicos que temen que tales hazañas acaben provocando una crisis financiera gravísima que la economía mundial amortiguaría con muchas dificultades.
El mito del incremento de la productividad
Examinando seriamente lo que significa “la nueva economía”, hay que tener en cuenta que gran parte de los expertos afirma que el incremento de la productividad del trabajo en la economía americana habría experimentado un movimiento de alza desde hace algunos años, hasta el punto de que tras haber disminuido desde finales de los años‑60, en que era de 2,9 % por año, habría alcanzado en los años 90 un 3,9 % al año([2]). Esto sería significativo de la entrada del capitalismo en un nuevo período.
Para empezar, esas cifras son discutibles; para R. Gordon, por ejemplo, de la Universidad de Northwestern de Estados Unidos, la productividad horaria del trabajo ha pasado de 1,1 % antes de 1995 a 2,2 % entre 1995 y 1999 (Financial Times, 4 de agosto de 1999). Por otra parte, esas cifras no parecen probar gran cosa para toda una serie de especialistas y eso por razones significativas:
– la rentabilidad directa del conjunto de las inversiones productivas ha progresado muy poco, lo que significa que la progresión de la productividad del trabajo sólo se ha hecho gracias al incremento de las cadencias y, por lo tanto, de la explotación de la clase obrera;
– la productividad siempre tienen tendencia a aumentar cuando se está en el punto álgido de la recuperación – como así ha ocurrido con EEUU en 1998-99 – pues es entonces cuando las capacidades de producción están mejor utilizadas y, en fin, ha sido sobre todo en el sector de producción de ordenadores donde ha aumentado mucho la productividad, lo que hace decir al Financial Times que “El ordenador es la causa del milagro de la productividad en la producción de ordenadores”(ibid).
Por consiguiente, incluso si espoleado por la competencia, el capitalismo – como lo ha hecho siempre – realiza progresos técnicos que aumentan la productividad del trabajo, las cifras no muestran en ningún caso que nos encontremos en un período excepcional que significaría una verdadera ruptura con las décadas anteriores.
Además, y esto es más importante, las comparaciones históricas entre la Revolución industrial de finales del siglo XVIII y lo que está ocurriendo hoy, son totalmente engañosas. Lo que permitió el invento de la máquina de vapor y todas las grandes innovaciones del siglo XIX fue que el obrero produjera una mucho mayor cantidad de valores de uso con idéntico tiempo de trabajo; lo cual a la burguesía le permitía, por otra parte (y era la finalidad buscada), extraer una plusvalía más elevada. Es cierto que durante el siglo XX, particularmente en los 30 últimos años, se incrementó la productividad del trabajo con la automatización de la producción. Esto sirvió, además, de argumento a la burguesía y a sus especialistas para decir que el empleado de bata blanca sujeto a una consola en una factoría metalúrgica o de otro tipo ya no sería un obrero (¡como si los robots funcionaran solos!) y que, por lo tanto, la clase obrera estaría en vías de extinción.
Con Internet, no se trata de eso en absoluto. Con ese procedimiento, el obrero sigue produciendo la misma cantidad durante un tiempo determinado. Desde el punto de vista de la producción, Internet no cambia nada de nada. De hecho, con la tabarra sobre la “nueva economía”, la burguesía parece hacer creer que el capitalismo sería un mundo de comerciantes, olvidándose de que antes de vender un bien hay que producirlo, queriendo suprimir la realidad de que la clase obrera es el corazón de la sociedad actual, la productora de riquezas, la clase que, en lo esencial, hace vivir a la sociedad.
La disminución de los gastos comerciales no será un obstáculo para la crisis
Internet, u otro invento, podrá hacer bajar los costes de la comercialización de los productos, de manera análoga – salvando las distancias – a lo que hizo el ferrocarril en el siglo XIX dividiéndose los costes de transporte por 20, permitiendo así que los precios de las mercancías disminuyeran. Lo que Internet no podrá hacer es estimular un crecimiento económico nuevo. El ferrocarril espoleó un fuerte crecimiento porque transportaba mercancías para las que existía un mercado en expansión: el capitalismo estaba entonces conquistando el planeta entero y todos sus amplios territorios le iban a servir como fuente de nuevos mercados.
Hoy, al no existir nuevos mercados([3]), la venta por Internet lo único que acarreará es que desaparezcan o se reduzcan cantidad de actividades comerciales. O sea que desaparecerán empleos que nunca serán sustituidos por nuevos empleos en Internet, precisamente porque esta técnica permite hacer ahorros ya sea en la venta al consumidor ya sea en la venta entre empresas. Y, en fin, es lo mismo en cuanto a los pretendidos progresos que permitiría Internet a nivel de la reorganización de las empresas. Hasta lo dice alguien como John Chambers, director de Cisco (una de las empresas más importantes del sector tecnológico): “Hemos suprimido miles de empleos improductivos usando la red Internet para relacionarnos con nuestros empleados, nuestros abastecedores y nuestros clientes (…) Lo mismo para los gastos en dietas. De este modo, ya solo quedan dos personas para ocuparse de comprobar las dietas de nuestros 26000 asalariados (…) Hemos suprimido 3000 empleos en el servicio posventa” (Le Monde, 28/04/00). Y más lejos añade, para que todo quede bien claro: “Dentro de diez años, cualquier empresa que no se haya metido enteramente en la red (o sea que no haya suprimido todos esos empleos) habrá muerto”. Eso implica disminución de salarios pagados por esas empresas, lo que, por sí mismo, evidentemente, no aumenta en nada la demanda solvente global necesaria para un relanzamiento de la economía. Sin nuevas salidas mercantiles exteriores (y esto es lo que ocurre globalmente en el período de decadencia del capitalismo), la innovación – incluso en lo comercial – no resuelve la crisis como tampoco es capaz de crear nuevos empleos. Es verdad que J. Chambers añade que “ha reconvertido a 3000 personas en investigación-desarrollo”, pero eso sólo es posible gracias a la marea de instalaciones de redes Internet, lo cual ha permitido a Cisco un fuerte incremento en ventas; una vez terminada esta oleada de instalaciones, es evidente que esa empresa no podrá darse el lujo de tener un servicio de investigación-desarrollo de tales proporciones.
La burbuja en torno
a Internet se desinfla
No hay nada nuevo en la evolución económica; y la burguesía busca desesperadamente las señales de una nueva ascensión de un hipotético ciclo Kondratieff, es decir un ciclo de 50 años con alternancia de depresión y recuperación([4]). Pero nada vendrá a aliviarla. La prueba la ha dado lo que no puede llamarse de otra manera que krach bursátil de los valores tecnológicos en esta primavera de 2000. Entre el 10 de marzo y el 14 de abril de este año, el índice bursátil de los valores tecnológicos en EEUU – el NASDAQ – perdió 34 % de su valor; han quebrado empresas Internet como BOO.COM, respaldada por potencias financieras de primer orden como el banco JP Morgan o el hombre de negocios francés B. Arnault. Quiebras que anuncian otras, pues en las plazas financieras ya circulan listas de empresas Internet que están en graves dificultades([5]); cabe citar, en especial, a Amazon, que quería ser una especie de gran bazar en línea y es tan célebre en Seattle, su sede, como Boeing; sus dificultades financieras crecientes están provocando nuevos sobresaltos en Wall Street. La afirmación hecha por el instituto Gartner Group según la cual el 95 % al 98 % de las empresas del sector están amenazadas (Le Monde, 13/06/00) no significa otra cosa que su impresionante auge actual no es más que apariencia y burbuja especulativa. Ni existe una “nueva economía”, ni Internet es el medio para hacer despegar de nuevo la ahora llamada “vieja economía”. Una de las razones por la que Amazon.com está al borde de la quiebra es que les hacía competencia a las grandes empresas de distribución y éstas no han tardado en reaccionar: el número 1 mundial del sector, Wal Mart también se ha puesto a vender por Internet. Frente a la competencia de las nuevas empresas, que amenazan con “canibalizarlas”, las “antiguas” grandes empresas contestan usando los mismos medios, como lo explica un alto ejecutivo de una gran empresa francesa de distribución: “En Promodès, nos hemos dicho que de todas maneras si no éramos nosotros, otro acabaría “canibalizando” nuestra actividad” (Le Monde, 25/04/00). Como lo dice implícitamente ese ejecutivo cuando habla de “canibalizar”, las empresas que adoptan la fórmula de ventas por Internet (y ya lo hemos visto en el caso de Cisco) no crean empleos sino que los suprimen. En ese mismo número de Le Monde, se anuncia que‑la ubicación en Internet es responsable,‑como mínimo, de la supresión de 3000‑empleos en el banco británico Lloyd’s TSB, de 1500 en la aseguradora Prudential y que la cadena americana de venta de material informático, Egghead Software ha cerrado 77 almacenes de 156. Esos son los efectos reales de la pretendida “nueva economía” en la vida del capitalismo. Las medidas tomadas por las empresas respecto a Internet son, en realidad, otros tantos momentos de la competencia a muerte que han entablado entre ellos los capitalistas en un mercado ya saturado desde hace mucho tiempo.
Esa guerra comercial también resulta evidente con la oleada de fusiones-adquisiciones que apareció hace una década y que no ha hecho más que ampliarse, pues echar mano del aparato productivo y del mercado del competidor es hoy el mejor medio para imponerse en el mercado mundial. “En 1999, ese mercado ha dado un salto de 123‑% hasta alcanzar 1 billón 870 mil millones de francos franceses (…) Se ha emprendido una carrera a escala planetaria” (Le Monde, 11/04/00). En la decadencia del capitalismo, a través de esos ataques de fiebre en la competencia, existe como mínimo una medida común a todos los sectores de la burguesía para hacer frente a esa competencia, o sea, la de agravar las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera. Ya sabemos, por ejemplo, que esas fusiones gigantescas acaban casi siempre en supresión de empleos.
La fiebre bursátil de las empresas de nueva tecnología, que ha enfebrecido a todas las bolsas de valores de los países desarrollados, lejos de ser el signo precursor de un nuevo gran período de crecimiento económico, es solo el resultado de los medios por lo cuales, desde hace décadas, los Estados burgueses intentan hacer frente a la crisis en la que la economía capitalista no para de hundirse, o sea, el endeudamiento: según el director general de Alta Vista France, bastaba con “reunir 200 000 francos con unos cuantos amiguetes para sacarle 4 millones a una financiera de capital-riesgo, para así gastar la mitad en publicidad antes de alzarse con 20 millones en la Bolsa” (L’Expansion, 27 de abril del 2000); lo cual es, desde el punto de vista de la acumulación del capital, un absurdo total. Claro, al no haber posibilidad alguna de invertir de manera realmente productiva, el dinero solo puede irse a colocar en actividades improductivas como la publicidad, vinculadas a la competencia, para acabar incrustándose en la especulación, sea ésta bursátil, monetaria o petrolera([6]). Solo de esa manera puede explicarse que la cotización de las acciones de la nueva tecnología, antes de que acaben hundiéndose, se hayan incrementado 100 % en un año, mientras que las empresas correspondientes no han cosechado más que pérdidas. A ese nivel, tampoco hay nada nuevo, pues la burguesía desarrolla esas actividades improductivas para enfrentar la crisis desde que comprendió que la crisis de 1929 no desembocaría en recuperación espontánea, lo que sí ocurría con las crisis del siglo XIX. Algunos periódicos de la clase dominante se ven obligados a constatarlo: “La Net economy [la vinculada a Internet y a las redes] restablece quizás la tendencia a la productividad a largo plazo… pero la Debt economy [economía de la deuda] es el resorte de la actividad (…) La fase ascendente se ha alargado gracias al crédito mucho más que gracias al auge de las nuevas tecnologías, que no son más que una excusa de la especulación” (L’Expansion, 13-27/04/00). Y, efectivamente, esa especulación desembocará obligatoriamente, como así ha ocurrido desde hace 20 años, en convulsiones financieras como la que ya tenemos ante nosotros.
La “nueva economía”, tapadera de los ataques económicos contra la clase obrera
La propaganda de los media sobre la transformación de la sociedad por Internet afirma que vamos a trabajar todos en red, participaríamos todos en las innovaciones, y, ya puestos a ello, nos haríamos todos accionistas de las empresas a las que no cesaríamos de hacer progresar. La realidad de la “nueva economía” permite comprender cómo todo eso no es más que es un bulo monumental. Los accionistas fundadores de start up en quiebra tienen cantidad de posibilidades de encontrarse en la miseria total. Y todos aquellos que se han creído la publicidad para comprar acciones de Internet que iba a permitirles incrementar sensiblemente sus ingresos con el adelanto de sólo el 20 % del valor de las acciones, estarán obligados, tras el krach, a recortar sus sueldos durante mucho tiempo para poder rembolsar lo que les hayan prestado los bancos (Le Monde, 9-10/04/00).
Pagar salarios en stock options, hacerles comprar Fondos Comunes de Inversión u otra fórmula por el estilo no lleva a transformar a los obreros en accionistas, sino a amputar por doble sus salarios. Primero, la parte de los ingresos que el asalariado acepta dejar a la empresa no significa, ni más ni menos que un aumento de la plusvalía y una disminución del salario en lo inmediato; además, a pesar de las propuestas a cada cual más tentadora para que asalariado se convierta en accionista de la empresa, todo eso significa que el capital hace depender los ingresos de los futuros resultados de la empresa: si las cotizaciones bajan, el salario bajará también. El capitalismo popular, que hoy se ha vuelto a poner de moda con la forma de “República de accionistas” es un mito, pues la burguesía, esté en el aparato de Estado o en la dirección de las empresas, es la poseedora de los medios de producción que funcionan como capital y sólo puede valorar el capital mediante la explotación de la clase obrera. El obrero no puede obtener ni todo ni parte de esa valorización, precisamente porque para que el capital se valore, para que obtenga ganancias, el obrero sólo debe ser pagado según el valor de su fuerza de trabajo([7]). Si la burguesía ha creado los fondos de pensión o el accionariado obrero, es porque la crisis del capitalismo es tan profunda, que intenta por todos los medios disminuir el valor de la fuerza de trabajo hoy y más tarde, haciéndola depender de las cotizaciones en bolsa. El desmoronamiento de los valores tecnológicos es un buen ejemplo de los riesgos que corren los ingresos futuros de los obreros que de una manera o de otra dependan de un accionariado asalariado.
Los esfuerzos de la burguesía por promover el accionariado obrero no sirven ni mucho menos para otorgar una parte de la ganancia a los obreros. Son lo contrario; son un ataque suplementario contra sus condiciones de vida y de trabajo. De igual modo que la burguesía, mediante la precariedad del empleo se da los medios, si va en interés del capital, de expulsar al obrero de la producción del día a la mañana, para el accionariado obrero se da los medios de bajar los ingresos de los obreros en activo o las pensiones de retiro, si se degrada la situación de la empresa o del capital como un todo.
Otro ataque se oculta detrás de la campaña actual. Y también es ese ataque económico el que está detrás de la tabarra ensordecedora sobre la “nueva economía”. La conexión de la empresa a la red quiere, primero, decir que al estar inmediatamente disponibles las informaciones, se elimina todo intervalo entre dos trabajos: una vez terminado cualquier trabajo, hay que pasar al siguiente cuyo encargo se ha hecho mediante la red, todo trabajo puede ser inmediatamente modificado, etc.; y eso acaba siendo infernal pues los encargos llegan con mayor rapidez cada día; así puede comprenderse que “al menos una tercera parte de los empleados conectados en Internet trabajan como mínimo 5,5 horas por semana en su casa, para que se les deje en paz” (Le Monde, 13/04/00). El generoso regalito del ordenador que algunas grandes empresas (Ford, 300 000 empleados; Vivendi, 250 000; Intel, 70 000) han hecho a todos sus empleados es muy significativo de esa voluntad de obligar a los obreros a trabajar permanentemente. No les falta cinismo a algunas empresas cuando niegan que esa sea su voluntad y, luego, dicen, como la dirección de Ford, que lo que pretenden con ese regalo es que los empleados de la compañía “estén en mejor situación para contestar a nuestros clientes”, permitiéndoles así que “se vayan acostumbrado a un mayor intercambio de informaciones”. Cada vez más expertos en organización del trabajo opinan que en la “sociedad de la información” “ya no se sabe dónde empieza y dónde termina el trabajo”, y que la noción de tiempo laboral se está difuminando, a lo cual contestan los testimonios de los empleados que dicen que al poder ser contactados al antojo de la dirección, “no paran nunca de trabajar” (Libération 26/05/00). De hecho, lo ideal para la burguesía sería que todos los obreros llegaran a ser como esos fundadores de star up de la Silicon Valley que “trabajan 13 o 14 horas por día, seis días por semana y que viven en espacios de 2 x 2 metros (…) sin pausas, sin comida, sin posibilidad de hacer corrillos en el bar” (L’Expansion, 16-30/03/00). Esas condiciones de trabajo son la regla en el conjunto de las star up del mundo.
El ataque contra la conciencia de la clase obrera
La enorme campaña mediática tiene un objetivo mucho más importante. Lo que concretamente se oculta tras eso de la “nueva economía” en la que cada uno trabajaría “en red”, se transformaría en innovador y en accionista muestra claramente que dicha economía no es más que un bulo total, pero de gran alcance.
Se afirma, primero, que la sociedad, al menos la de los países desarrollados, va a conocer una mejora real de la situación, y, por consiguiente, que serían una excepción, un caso aparte, las empresas o las administraciones en la que las condiciones de existencia de los obreros que en ellas trabajan serían atacadas. Y, claro, si esos obreros quieren resistir, es porque están metidos en un combate rancio, anacrónico, acabando obligatoriamente aislados. La propaganda sobre la “nueva economía” es, antes que nada, un medio de desmoralizar a los obreros, para que su descontento no se convierta en combatividad.
Después, ese bulo da a entender que la sociedad está nada menos que cambiando de tal manera que el capitalismo estaría siendo superado, y que, por consiguiente, todos los proyectos para derribarlo serían algo sin sentido. Nos dicen que aquel que se integre en la “nueva economía” se hará rico; lo cual significa, en definitiva, que su condición material de obrero va a ser superada. Pero, ¡ay de aquél que no se inserte en esa trilogía red-innovador-accionista!, será víctima de una “mayor disparidad de ingresos”, de una nueva “fractura”. Así, la sociedad ya no estaría dividida en burguesía y clase obrera, sino en miembros de la “nueva economía” y los excluidos de ella. Y por si no nos hemos enterado, machacan diciendo que la participación en la nueva economía es cosa de inteligencia y voluntad: “O eres rico o eres tonto”, afirma la revista Business 2.0.
Todo eso se completa con toda una propaganda que dice que la empresa, que es el lugar donde se crea el valor, donde se realiza la explotación y donde las clases se definen, se estaría transformando. Así, del mismo modo que ya no puede definirse como obrero a quien participa en la “nueva economía” y tienen acceso a la riqueza, el trabajo en la empresa, allí donde se produce la riqueza, no estaría ya dividido entre burgueses –o sea los detentores del capital– y obreros –o sea quienes solo poseen su fuerza de trabajo. ¡Qué va!, la “nueva economía” es como si dijéramos un equipo, el conjunto de asalariados sería un “team”, “están asociados a la riqueza de la empresa por medio de las stocks-options”, como dice el presidente de BVRP Software” (Le Monde diplomatique, mayo 2000).
En realidad, quienes no se insertan en la “nueva economía”, obreros mal pagados, precarios, desempleados, son la inmensa mayoría de la clase obrera. La clase productora de riqueza no es el estudiante del Silicon Valley o de otro sitio que se deja entrampar por el espejismo de la riqueza al alcance de la mano. La clase productora de riqueza, la clase obrera, es aquella a la que la burguesía explota cada día más y cuando ya no puede explotarla, la excluye del proceso productivo mandándola al paro. Ante todos esos ataques, a la clase obrera no le queda más remedio que luchar. La conciencia que tengan los obreros de la necesidad de esta lucha y de sus perspectivas será esencial para poder luchar.
En fin de cuentas, las campañas ideológicas sobre la “nueva economía” se basan en el mismo temario y tienen los mismos objetivos que las desencadenadas desde el desmoronamiento de los países del Este en 1989.
Por un lado se intenta quitarles a los obreros su identidad de clase, presentando la sociedad como una comunidad de “ciudadanos” en la que las clases sociales, la división y el conflicto entre explotadores y explotados han desaparecido. Para demostrarlo, lo que ha servido durante la década pasada fue la ruina de los regímenes que se decían “socialistas” u “obreros"; hoy es el mito de que los patronos y los obreros tienen los mismos intereses puesto que todos son accionistas de la misma empresa.
Por otro lado, se pretende así quitarle a la clase obrera toda perspectiva fuera del capitalismo. Ayer fue “la ruina del socialismo” lo que lo habría demostrado. Hoy es la idea de que, por muchos defectos que tenga el sistema capitalista, incapaz de acabar con la miseria, las guerras, y otras catástrofes, no por ello deja de ser “el menos malo de los sistemas”, puesto que es capaz a pesar de todo de funcionar, garantizar el progreso y superar las crisis.
Sin embargo, el hecho mismo de que la burguesía necesite tales campañas ideológicas y de tal amplitud, el que esté preparándose para asestar nuevos ataques económicos es porque, como un todo, ella no se cree sus propias patrañas sobre el cuento de hadas de la “nueva economía”. Todo el tinglado sofisticado que emplea en su política económica el Gobernador de la Reserva Federal de EEUU, A. Greenspan,, para lograr un "aterrizaje suave” de la economía americana tras años y años de endeudamiento, de incrementado déficit comercial, y ahora que la inflación está volviendo a despegar, de manera muy significativa, en Estados Unidos, toso eso no apunta, ni mucho menos, hacia la perspectiva del inimaginable crecimiento económico de que se nos habla. “Aterrizaje suave” o recesión más grave, esos hechos, reales, confirman lo que el marxismo ha demostrado, o sea que el capitalismo volvió a caer – tras el período de reconstrucción que hubo después de la IIª Guerra mundial – en la crisis económica, una crisis que es incapaz de superar, que está provocando el hundimiento cada día mayor de la humanidad en la pauperización absoluta, que es la causa de condiciones de vida cada vez más duras para el conjunto de la clase obrera. El capitalismo no tiene porvenir, no nos ofrece sino un agravamiento cada vez más insoportable de esos males. Únicamente el proletariado tiene la capacidad para instaurar una sociedad en la que impere la abundancia, puesto que solo él es capaz de cimentar una sociedad que solo producirá en función de las necesidades humanas y no para la ganancia de una minoría. Y esta sociedad se llama el comunismo.
J. Sauge
[1] Entrevista a Manuel Castels – profesor en la Universidad de Berkeley – publicada en la revista Problèmes économiques n° 2642, 1°‑diciembre de 1999.
[2] Business review, julio-agosto de 1999. Esta revista reproduce las cifras dadas por el Departamento de Comercio del Gobierno estadounidense.
[3] Véase al respecto el artículo de Mitchell “Crisis y ciclos en la economía des capitalismo agonizante”, publicado en esta misma Revista internacional y también en el folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo.
[4] En los años 20, N. Kondratieff formuló una teoría según la cual la economía mundial sigue un ciclo de unos 50 años de depresión y de recuperación. Esta teoría tiene la ventaja para la burguesía de anunciar que después de la crisis volverá la recuperación tan seguro como las golondrinas en primavera.
[5] Peapod.com, CDNow, salon.com, Yahoo!... (Le Monde, 13/06/00).
[6] Como así escribimos en la Resolución adoptada en en XIVº Congreso de nuestra sección en Francia y publicada en esta misma Revista: “En fin, hay que poner de relieve que la fiebre que se ha apoderado de los especuladores por la “nueva economía” lo único que expresa es el callejón económico sin salida del capitalismo. Ya lo demostró Marx en su época: la especulación bursátil no es síntoma de la buena salud de la economía, sino, al contrario, es síntoma de que va de cabeza a la bancarrota” (punto 4).
[7] Para una presentación más detallada del análisis marxista de los mecanismos de la explotación capitalista, véase en artículo citado de Mitchell.
Presentación
Este artículo es la primera parte de un trabajo publicado en la revista Bilan de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, en 1934. Este estudio tenía, en aquella época, el objetivo de “entender mejor el sentido de las crisis que han convulsionado periódicamente todo el aparato capitalista, intentando, en conclusión, caracterizar y definir, con la mayor precisión posible, la era de decadencia definitiva que el capitalismo anima con sus agónicos y asesinos sobresaltos”.
Se trataba de actualizar el análisis marxista clásico, para comprender por qué el capitalismo está abocado a crisis cíclicas de producción y por qué, con el siglo XX y la saturación progresiva del mercado mundial, entró en otra fase, la de su decadencia irreversible, en la que las crisis cíclicas, sin desaparecer, dejan el sitio a un fenómeno mucho más grave: el de la crisis histórica del sistema capitalista, el de una situación de contradicción permanente y que se agudiza con el tiempo, entre las relaciones sociales capitalistas y el desarrollo de las fuerzas productivas, o, dicho de otra manera: la forma de la producción capitalista no solo se ha vuelto una traba para el progreso sino que además amenaza la supervivencia misma de la humanidad.
El artículo de Mitchell – miembro de la minoría de la Liga de los comunistas internacionalistas de Bélgica que se integró en Bilan en 1937 para formar la Fracción belga de la izquierda comunista – retoma las bases del análisis marxista sobre la ganancia y la acumulación del capital. Muestra la continuidad entre los análisis de Marx y los de Rosa Luxemburg quien, en la Acumulación del capital, dio la explicación de la tendencia del capitalismo a convulsiones cada día más mortales y los límites históricos de ese sistema que ya había entrado en una era de “crisis, guerras y revoluciones”.
Esa profunda actualización sigue siendo válida hoy. Aunque fuera imposible para Bilan prever la dimensión fenomenal que hoy han adquirido la deuda, la especulación financiera, las manipulaciones monetarias o, incluso, la concentración y las fusiones de empresa, este análisis proporciona las bases para comprender esos fenómenos. Este documento permite también recordar las bases de lo que desarrollamos nosotros en el artículo de esta misma Revista sobre “La nueva economía, una nueva justificación del capitalismo”, y que será todavía más claro con la segunda parte del artículo de Mitchell “Análisis de la crisis general del imperialismo decadente”, que publicaremos en el próximo número de esta Revista.
l análisis marxista del modo de producción capitalista insiste sobre todo en los siguientes puntos:
a la crítica de los vestigios de formas feudales y precapitalistas, de producción y de intercambio;
b la necesidad de sustituir esas formas atrasadas por la forma capitalista más progresiva;
c la demostración de lo progresivo del modo capitalista de producción, descubriendo el aspecto positivo y la utilidad social de las leyes que rigen su desarrollo;
d el examen, bajo el enfoque de la crítica socialista, de lo negativo de esas mismas leyes y de su acción contradictoria y destructiva, que arrastran al capitalismo hacia el atolladero;
e la demostración de que las formas capitalistas acabaron siendo en definitiva un obstáculo para el pleno desarrollo de la producción y, como consecuencia, el modo de reparto engendra una situación de clases cada vez más intolerable, que se plasma en un antagonismo cada vez más profundo entre capitalistas, cada día menos numerosos pero más ricos, y asalariados sin propiedad, cada día más numerosos y desamparados;
f en fin, que las inmensas fuerzas productivas desarrolladas por el modo capitalista de producción sólo podrán florecer armoniosamente en una sociedad organizada por la única clase que no es expresión de ningún interés particular de casta: el proletariado.
En este estudio no haremos un análisis en profundidad de la evolución orgánica del capitalismo en su fase ascendente (que más o menos abarca desde finales del siglo XVIII hasta 1914, ndt) sino que nos limitaremos solamente a seguir el proceso dialéctico de sus fuerzas internas con objeto de poder comprender mejor el sentido de las crisis que han sacudido periódicamente todo el aparato capitalista y tratar de definir, con la mayor precisión posible, la era de decadencia definitiva que el capitalismo sufre entre mortales sobresaltos de agonía.
Tendremos por otra parte la ocasión de examinar de qué manera la descomposición de las economías precapitalistas: feudal, artesana o campesina, crea las condiciones de extensión del campo donde puede darse salida a las mercancías capitalistas.
La producción capitalista tiene como fin la ganancia
y no la satisfacción de necesidades
Resumamos las condiciones esenciales que son requeridas como base de la producción capitalista:
1ª La existencia de mercancías, es decir, de productos que, antes de ser considerados según su utilidad social – su valor de uso – aparecen en una relación, una proporción de cambio con otros valores de uso de especie diferente, o sea, su valor de cambio. La verdadera medida común a todas las mercancías es el trabajo. Su valor de cambio se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción;
2ª Las mercancías no se cambian directamente entre sí sino mediante una mercancía tipo, convencional, que expresa el valor de todas, una mercancía moneda: el dinero;
3ª La existencia de una mercancía con un carácter particular: la fuerza de trabajo, única propiedad del proletario y que el capitalismo, único poseedor de los medios de producción y de subsistencia, adquiere en el mercado de trabajo por su valor, como cualquier otra mercancía, es decir, por su coste de producción o el precio de reproducción de la energía vital del proletario. Sin embargo, hay una diferencia entre la fuerza de trabajo y las demás mercancías: mientras que el consumo de éstas no aporta ningún crecimiento del valor, la fuerza de trabajo, por el contrario, procura al capitalista, que al haberla comprado es su propietario y dispone de ella a su conveniencia, un valor mayor que el que le ha costado mientras consiga hacer trabajar al proletario un tiempo mayor que el que le es necesario para obtener las subsistencias que le son estrictamente indispensables.
Este “sobrevalor” equivale al “sobretrabajo” que el proletario, por el hecho de vender “libremente” y por contrato su fuerza de trabajo, debe ceder gratuitamente al capitalista. Esto es lo que constituye la plusvalía, o ganancia capitalista. No se trata de algo abstracto o ficticio sino del trabajo vivo.
Si nos permitimos insistir – y pedimos excusas por ello – sobre lo que es el ABC de la teoría económica marxista, es porque no debemos perder de vista que todos los problemas económicos y políticos que se plantea el capitalismo (y en periodo de crisis estos son numerosos y complejos) convergen finalmente hacia este objetivo central: producir el máximo de plusvalía. El capitalismo no tiene ningún interés por la producción para satisfacer las necesidades de la humanidad ni tampoco por el consumo y las necesidades vitales de los hombres. Un solo consumo le emociona, le apasiona, estimula su energía y su voluntad, constituye su razón de ser: el consumo de la fuerza de trabajo.
El capitalismo utiliza esta fuerza de trabajo con vistas a obtener el rendimiento más elevado de la mayor cantidad de trabajo posible. Pero no se trata únicamente de eso: es preciso también elevar al máximo la relación entre el trabajo gratuito y el trabajo pagado, la relación entre la plusvalía y el salario o entre ésta y el capital comprometido, es decir, la tasa de plusvalía. El capitalista alcanza sus objetivos por una parte, aumentando el trabajo total, prolongando la jornada de trabajo e intensificando el trabajo y, por otra parte, pagando lo más barata posible la fuerza de trabajo (incluso por debajo de su valor) gracias sobre todo al desarrollo de la productividad del trabajo que hace bajar los precios de las subsistencias y de los objetos de primera necesidad. El salario fluctúa siempre alrededor de su eje: el valor de la fuerza de trabajo equivale a las cosas estrictamente indispensables para su reproducción; la curva de los movimientos salariales (por encima y por debajo del valor) evoluciona paralelamente a las fluctuaciones de la relación de fuerzas entre capitalistas y proletarios.
De lo que precede, resulta que la cantidad de plusvalía no depende del capital total que el capitalista compromete sino únicamente de la parte dedicada a la adquisición de fuerza de trabajo, es decir, el capital variable. Por ello el capitalista busca obtener el máximo de plusvalía con el mínimo de capital total. Sin embargo, constataremos al analizar la acumulación que esta tendencia se ve contrarrestada por una ley que actúa en sentido contrario y arrastra a la baja a la tasa de ganancia.
Cuando consideramos el capital total o capital invertido en la producción capitalista – pongamos por caso durante un año – debemos considerarlo no tanto como expresión de la forma concreta, material, de las cosas, o sea, de su valor de uso, sino como representante de mercancías, es decir, de valores de cambio. Por tanto, el valor del producto anual se compone de:
– el capital constante consumido que corresponde al gasto de medios de producción y de materias primas absorbidas; estos dos elementos expresan el trabajo pasado, ya consumido, materializado en el curso de las producciones anteriores;
– el capital variable y la plusvalía que representan el trabajo nuevo consumido durante el año.
El capital variable y la plusvalía constituyen la renta nacida en la esfera de la producción (de la misma forma que no hemos considerado la producción extracapitalista de los campesinos, artesanos etc., tampoco analizaremos su renta).
La renta del proletariado es el fondo de salarios. La renta de la burguesía es la masa de plusvalía, la ganancia (no vamos a analizar el reparto de la plusvalía dentro de la clase capitalista que se subdivide en ganancia industrial, ganancia comercial, ganancia bancaria y renta de la tierra). A partir de esta configuración, la renta procedente de la esfera capitalista fija los límites del consumo individual del proletariado y de la burguesía, sin embargo, cabe señalar que si el consumo de los capitalistas no tiene más límites que los que le asignan las posibilidades de producción de plusvalía, en cambio, el consumo obrero está estrictamente limitado por las necesidades de esta misma producción de plusvalía. De lo que se desprende que en la base del reparto de la renta total existe un antagonismo fundamental que engendra todos los demás. Frente a los que dicen que basta que los obreros produzcan para tener la ocasión de consumir, o bien que, dado que las necesidades son ilimitadas, estas son siempre inferiores a las posibilidades de la producción, conviene oponerles la respuesta de Marx: “lo que los obreros producen efectivamente es la plusvalía, mientras que la produzcan tienen algo que consumir, pero si la producción se detiene, el consumo se detiene igualmente. Es falso decir que tienen algo que consumir porque producen el equivalente de su consumo”, y añade en otro pasaje: “Los obreros deben ser siempre sobreproductores (plusvalía) y producir siempre por encima de sus necesidades para poder ser consumidores o compradores en los límites de sus necesidades”.
Pero el capitalista no puede contentarse con apropiarse de la plusvalía, no puede limitarse a expoliar parcialmente al obrero del fruto de su trabajo, es preciso además que pueda realizar esta plusvalía, que sea capaz de transformarla en dinero al vender el producto que la contiene en su valor.
La venta condiciona la renovación de la producción: permite al capitalista volver a comprar los elementos del capital consumido en el proceso que acaba de terminarse; le hace falta reemplazar las partes gastadas de su material, comprar nuevas materias primas, pagar la mano de obra. Pero desde el punto de vista capitalista, estos elementos no se plantean bajo su forma material – como cantidad similar de valores de uso, como masa de productos a reincorporar a la producción – sino como valores de cambio, como capital vuelto a invertir en la producción a su nivel antiguo (abstracción hecha de los nuevos valores acumulados) y todo ello con el fin de que se mantenga al menos la misma tasa de ganancia que precedentemente. Reanudar un ciclo para producir nueva plusvalía es el objetivo supremo del capitalista.
Si la producción no es enteramente realizada, o bien, se vende por debajo de su valor, la explotación del obrero no ha aportado nada al capitalista, porque el trabajo gratuito no se ha podido concretar en dinero y convertirse a continuación en capital productor de nueva plusvalía; que se haya realizado una producción de productos consumibles deja al capitalista completamente indiferente incluso si la clase obrera no tiene lo indispensable. Si planteamos la eventualidad de una mala venta es precisamente porque el proceso capitalista de producción se escinde en dos fases: la producción y la venta. Aunque ambas forman una unidad y dependen estrechamente una de otra, son netamente independientes en su desarrollo. Así el capitalista lejos de dominar el mercado está al contrario estrechamente sometido a él. Pero no solo la venta se separa de la producción sino que la compra subsiguiente se separa de la venta, dicho de otro modo: el vendedor de una mercancía no es forzosamente y al mismo tiempo el comprador de otra mercancía. En la economía capitalista, el comercio de mercancías no significa intercambio directo de mercancías: todas, antes de llegar a su destino definitivo, deben metamorfosearse en dinero y esta transformación constituye la fase más importante de su circulación.
La posibilidad primera de las crisis resulta pues de la diferenciación entre producción y venta y, por otra parte, de la diferenciación entre venta y compra o, dicho de otra manera: la necesidad de la mercancía de metamorfosearse primero en dinero, después de la metamorfosis del dinero en mercancía y todo ello sobre la base de una producción que parte del CAPITAL-DINERO para desembocar en el DINERO-CAPITAL.
Por tanto se plantea para el capitalista el problema de la realización de su producción. ¿Cuáles son las condiciones de su solución? En primer lugar, la fracción del valor del producto que expresa el capital constante puede, en condiciones normales, venderse en la esfera capitalista misma, por un intercambio interior que condiciona la renovación de la producción. La fracción que representa el capital variable es comprada por los obreros mediante el salario que les ha pagado el capitalista y que – como hemos visto – está estrictamente limitado por el precio de la fuerza de trabajo que gravita alrededor de su valor: es la única parte del producto total cuya realización, el mercado, está asegurada por la propia financiación del capitalismo. Queda la plusvalía. Podríamos emitir la hipótesis de que la burguesía la dedica en su totalidad al consumo personal, aunque, para que ello sea posible, es preciso que previamente el dinero haya sido cambiado contra dinero (excluimos la eventualidad del pago de los gastos individuales por medio de dinero atesorado) pues el capitalista no puede consumir su propia producción. Pero si la burguesía obrara de semejante forma se limitaría a sacar provecho del sobreproducto que extrae al proletariado. En definitiva, si ella se limitara a la producción simple no ampliada, asegurándose una existencia cómoda y sin preocupaciones, no se diferenciaría en nada de las clases dominantes que le han precedido si no es por su forma de dominación. La estructura de la sociedad esclavista comprimía todo desarrollo técnico y mantenía la producción en un nivel al que se acomodaba muy bien el amo pues sus necesidades eran ampliamente satisfechas por el trabajo del esclavo. De la misma forma, en la economía feudal, el señor, a cambio de la “protección” que dispensaba al siervo, recibía de éste los productos de su trabajo suplementario y se despreocupaba así de los problemas de la producción, limitada a un mercado de cambios limitados y poco ampliables.
Bajo el empuje del desarrollo de la economía mercantil, la tarea histórica del capitalismo fue precisamente la de barrer estas sociedades sórdidas, estancadas. La expropiación de los productores creaba el mercado de trabajo y abría el filón de la plusvalía que el capital mercantil explotó transformándose en capital industrial. Una fiebre de producción invadió el cuerpo social. Bajo el aguijón de la concurrencia el capital llamaba al capital. Las fuerzas productivas y la producción crecían en progresión geométrica y la acumulación de capital alcanzó su apogeo en el último tercio del siglo XIX, durante el pleno desarrollo del “libre cambio”.
La historia aporta la demostración de que la burguesía, considerada en su conjunto, no ha podido limitarse a consumir la totalidad de la plusvalía. Al contrario, su ansia de ganancias la impulsaba a reservarse una parte de aquella (la más importante) y, de esta forma, la plusvalía, atrayendo más plusvalía como el imán atrae al hierro, es capitalizada. De esta forma la extensión de la producción continúa, la competencia estimula el movimiento y multiplica los perfeccionamientos técnicos.
Las necesidades de la acumulación transforman la realización de la plusvalía en la piedra de toque de la realización del producto total. Si la realización de la fracción consumida no presenta dificultades (al menos en teoría) queda sin embargo la plusvalía acumulable. Esta no puede ser absorbida por los proletarios puesto que han gastado sus posibilidades de compra al consumir sus salarios. ¿Podríamos suponer que los capitalistas son capaces de realizarla entre ellos, en la esfera capitalista y que este intercambio sería suficiente para condicionar la extensión de la producción?
Semejante solución es manifiestamente absurda pues como señala Marx “lo que la producción capitalista se propone es apropiarse del valor, del dinero, de la riqueza abstracta”. La extensión de la producción depende de la acumulación de esta riqueza abstracta; el capitalista no produce por el placer de producir, ni por el placer de acumular medios de producción o medios de consumo o “alimentar” a cada vez más obreros, sino porque engendra trabajo gratuito, plusvalía que se acumula y que crece sin límites al capitalizarse. Marx añade: “Si se dice que basta con que los capitalistas cambien y consuman sus mercancías entre ellos se olvida el carácter de la producción capitalista, pues se trata de valorizar el capital y no de consumirlo”.
Nos encontramos así en el centro del problema que se plantea de forma ineluctable y permanente a la clase capitalista en su conjunto: vender fuera del mercado capitalista pues su capacidad de absorción está estrictamente limitada por las leyes capitalistas. El exceso de la producción representa, como mínimo, el valor de la plusvalía no consumida por la burguesía, destinada a ser transformada en capital. No hay medio de escapar a ello: el capital mercancía no puede convertirse en capital productivo de plusvalía más que si, previamente, es convertido en dinero y en el exterior del mercado capitalista. “El capitalismo tiene necesidad para dar salida a una parte de sus mercancías, de compradores que no sean ni capitalistas ni asalariados y que dispongan de un poder de compra autónomo” (Rosa Luxemburg).
Antes de examinar dónde y cómo el capital encuentra estos compradores con poder de compra “autónomo” hemos de seguir el proceso de acumulación.
La acumulación capitalista, factor de progreso y de regresión
Hemos indicado que el crecimiento del capital que funciona en la producción tiene como consecuencia desarrollar, al mismo tiempo, las fuerzas productivas bajo la presión de los perfeccionamientos técnicos. Pero junto a ese aspecto positivo de progreso de la producción capitalista surge un factor regresivo, antagónico, resultante de la modificación de la relación interna entre los elementos que componen el capital.
La plusvalía acumulada se subdivide en dos partes desiguales: una, la más considerable, debe servir a la extensión del capital constante y la otra, la más pequeña, se dedica a la compra de fuerza de trabajo suplementaria: el ritmo de desarrollo del capital constante se acelera de esta forma en detrimento del desarrollo del capital variable y la proporción entre el capital constante y el capital variable se hace mayor; dicho de otra manera: la composición orgánica del capital se eleva. Ciertamente, la demanda suplementaria de obreros aumenta la parte absoluta del proletariado en el producto social, pero su proporción relativa disminuye porque la proporción de capital variable es menor respecto al capital constante y el capital total. Sin embargo, incluso el crecimiento absoluto del capital variable, del fondo de salarios, no puede persistir y alcanza en un momento determinado un punto de saturación. En efecto, la elevación continua de la composición orgánica, es decir, del grado técnico, lleva las fuerzas productivas y la productividad del trabajo a una potencia tal que el capital lejos de seguir absorbiendo nuevas fuerzas de trabajo termina, al contrario, por rechazar una parte de ellas ya integradas en la producción, determinando un fenómeno específico del capitalismo decadente: el desempleo permanente, expresión de una superpoblación obrera relativa y constante.
Por otro lado, las dimensiones gigantescas que alcanza la producción nacen de que la masa de productos o valores de uso crece mucho más rápidamente que la masa de valores de cambio que le corresponden o que el valor de capital constante consumido, del capital variable y de la plusvalía: así, por ejemplo, cuando una máquina que cuesta 1000 F, produce 1000 unidades de un producto determinado y necesita la presencia de 2 obreros, es sustituida por una máquina más perfeccionada que cuesta 2000 F pero requiere un solo obrero y puede producir 3 o 4 veces más que la primera. Cuando se nos objeta que puesto que más productos son obtenidos con menos trabajo, el obrero puede adquirir con su salario más productos, se está olvidando totalmente que los productos son antes que nada mercancías, al igual que la fuerza de trabajo, y que, en consecuencia, como ya lo hemos dicho al principio, esta fuerza de trabajo no puede ser vendida más que a su valor de cambio que equivale al coste de su reproducción, el cual está asegurado desde el momento en que el obrero obtiene el estricto mínimo de subsistencia que le permite mantenerse en vida. Si, gracias al progreso técnico, el coste de estas subsistencias puede ser reducido, el salario será reducido igualmente. Y si esta reducción es menor que la baja de los productos, gracias a una relación de fuerzas favorable al proletariado, debe, sin embargo, en todos los casos, acabar fluctuando alrededor de los límites compatibles con las necesidades de la producción capitalista.
El proceso de acumulación profundiza pues una primera contradicción: crecimiento de las fuerzas productivas y decrecimiento de las fuerzas de trabajo afectadas a la producción con el subsiguiente desarrollo de una superpoblación obrera relativa y constante. Esta contradicción engendra una segunda: hemos indicado ya cuales eran los factores que determinaban la tasa de plusvalía. Sin embargo, es preciso señalar que, con una tasa de plusvalía que no varía, la masa de plusvalía y, por consiguiente, la masa de ganancias, son siempre proporcionales a la masa de capital variable comprometida en la producción. Si el capital variable disminuye en relación al capital total, arrastra una disminución de la masa de ganancia en relación a este capital total y, consiguientemente, la tasa de ganancia baja. Esta baja de la tasa de ganancia se acentúa a medida que progresa la acumulación, con lo que crece el capital constante en relación al capital variable aunque al mismo tiempo la masa de ganancias continúa creciendo (como resultado de un aumento de la tasa de plusvalía). Esto no traduce una explotación menos intensa de los obreros sino que significa en relación al capital total que se está utilizando menos trabajo capaz de proporcionar menos trabajo gratuito. Por otra parte, acelera el ritmo de la acumulación porque aguijonea al capital, obligándole a extraer de un número determinado de obreros el máximo de plusvalía posible, obligándole así a acumular siempre más plusvalía.
La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia genera crisis cíclicas y será un potente fermento de descomposición de la economía capitalista decadente.
Otro factor que contribuye a acelerar la acumulación es el crédito, panacea que hoy adquiere un poder mágico para los sabios economistas burgueses y socialdemócratas que buscan desesperadamente soluciones salvadoras. El crédito es una palabra mágica en el país de Roosevelt y para todos los constructores de planes de economía dirigida ... ¡por el capitalismo!. También es palabra mágica para De Man y los burócratas de la CGT así como otros sabios del capitalismo. Parece que el crédito posee ese atributo de crear poder adquisitivo.
Sin embargo, despojado de sus oropeles seudo científicos y engañosos, el crédito puede definirse como sigue: la puesta a disposición del capital mediante los canales de su aparato financiero de:
– las sumas momentáneamente inutilizadas en el proceso de producción y destinadas a la renovación del capital constante;
– la fracción de la plusvalía que la burguesía no consume inmediatamente o que no puede acumular;
– las sumas disponibles que pertenecen a capas no capitalistas (campesinos, artesanos), en una palabra, lo que constituye el ahorro y expresa un poder de compra potencial.
Lo más que puede hacer el crédito es transformar ese poder de compra latente en poder de compra nuevo. Lo que nos importa es que el ahorro puede ser movilizado para la capitalización y aumentar de esa forma la masa de capitales acumulados. Sin el crédito el ahorro sería dinero atesorado y no capital. “El crédito aumenta de una forma inconmensurable la capacidad de extensión de la producción y constituye la fuerza motriz interna que la empuja constantemente a sobrepasar los límites del mercado” (Rosa Luxemburg).
Un tercer factor de aceleración debe señalarse. La ascensión vertiginosa de la masa de plusvalía no permite a la burguesía adaptarse a su consumo; su “estómago”, por muy voraz que sea, es incapaz de absorber el exceso de plusvalía producida. Pero aunque su glotonería le empujara a consumir más de la cuenta, no podría hacerlo, puesto que la competencia le impone su ley implacable: ampliar la producción con objeto de reducir el precio de coste. De esta forma, la fracción de plusvalía consumida se reduce cada vez más en proporción a la plusvalía total. La tasa de acumulación aumenta lo cual es una nueva causa de contracción del mercado capitalista.
Tenemos que mencionar un cuarto elemento de aceleración, surgido paralelamente al desarrollo del capital bancario y del crédito y producto de la selección activa de la competencia: la centralización de los capitales y de los medios de producción en empresas gigantescas que al producir plusvalía acumulable “en bruto” aumentan mucho más rápidamente la masa de capitales. Dado que estas empresas evolucionan orgánicamente hacia la forma de monopolios parásitos, se transformarán igualmente en un fermento virulento de disgregación en el periodo imperialista.
Resumamos pues las contradicciones fundamentales que minan la producción capitalista:
– por una parte una producción que ha alcanzado un nivel que condiciona un consumo masivo; pero por otra parte las necesidades mismas de esta producción reducen cada vez más las bases del consumo dentro del mercado capitalista: disminuye la parte relativa y absoluta del proletariado en el producto total y se restringe relativamente el consumo individual de los capitalistas;
– necesidad de realizar fuera del mercado capitalista la fracción del producto no consumible correspondiente a la plusvalía acumulada en progresión rápida y constante bajo la presión de los diversos factores que aceleran la acumulación.
Hay que realizar por una parte el producto a fin de poder comenzar de nuevo la producción, pero es preciso, por otro lado, ampliar los mercados con objeto de poder realizar el producto.
Como señala Marx “la producción capitalista se ve forzada a producir a una escala que no está relacionada con la demanda del momento, sino que depende de la extensión continua del mercado mundial. La demanda de los obreros no basta, porque la ganancia viene precisamente de que la demanda de los obreros es más pequeña que el valor de su producto y que es más grande cuanto dicha demanda es relativamente más pequeña. La demanda recíproca de los capitalistas tampoco basta”.
¿Cómo va a efectuarse esta extensión continua del mercado mundial, esta creación y ampliación de mercados extracapitalistas, que Rosa Luxemburgo subrayaba su importancia vital para el capitalismo? Este, por el lugar histórico que ocupa en la evolución de la sociedad debe, si quiere continuar viviendo, proseguir la lucha que debió librar cuando primitivamente se trató para él de construir la base en la que su producción podía desarrollarse. Dicho de otra forma, el capitalismo, si quiere transformar en dinero y acumular la plusvalía que rebosa por todos sus poros, debe disolver las economías antiguas que han sobrevivido a las transformaciones históricas. Para dar salida a los productos que la esfera capitalista no puede absorber, le hace falta encontrar compradores que no pueden existir más que en una economía mercantil. Además, el capitalismo, para mantener la escala de su producción, tiene necesidad de inmensas reservas de materias primas que no puede apropiarse más que si en las regiones donde existen, no tropieza con relaciones de propiedad que son un obstáculo a sus designios y mientras tenga a su disposición las fuerzas de trabajo que puedan asegurar la explotación de las riquezas ansiadas. Allí donde subsisten todavía sistemas esclavistas o feudales o bien comunidades campesinas donde el productor está encadenado a sus medios de producción y actúa según la satisfacción directa de sus necesidades, es preciso que el capitalismo cree las condiciones y abra la vía que le permita alcanzar sus objetivos. Por la violencia, las expropiaciones, las exacciones fiscales y con el apoyo de las clases dominantes de esas regiones, va destruyendo en primer lugar los últimos vestigios de propiedad colectiva, transforma la producción para las necesidades en producción para el mercado, suscita nuevas producciones que corresponden a sus necesidades, amputa la economía campesina de los oficios que la completaban, obliga al campesino, a través del mercado así constituido, a efectuar el intercambio de las materias agrícolas que le es posible todavía producir contra la quincalla producida en las fábricas capitalistas. En Europa, la revolución agrícola de los siglos XV y XVI provocó la expropiación y expulsión de una parte de la población rural, creando el mercado para la producción capitalista naciente. Marx hace notar que “solo el aplastamiento de la industria doméstica rural puede dar al mercado interior de un país la extensión y la sólida cohesión que necesita el modo de producción capitalista”.
Sin embargo, empujado por su naturaleza insaciable, el capital no se detiene a medio camino. Realizar su plusvalía no le basta en absoluto. Le hace falta ahora derribar a los productores autónomos que han surgido de las colectividades primitivas y que han conservado sus medios de producción. Tiene que suplantar su producción y reemplazarla por la producción capitalista con objeto de encontrar una salida a la masa de capitales acumulados que le desbordan y ahogan. La industrialización de la agricultura, ya esbozada en la segunda mitad del siglo XIX sobre todo en Estados Unidos, constituye una notoria ilustración del proceso de disgregación de las economías campesinas que profundiza el abismo entre los granjeros capitalistas y los proletarios agrícolas.
En las colonias de explotación donde sin embargo el proceso de industrialización capitalista no tiene lugar más que en una débil medida, la expropiación y la proletarización en masa de los indígenas llenan la reserva donde el capital busca fuerzas de trabajo que le proporcionarán materias primas baratas.
De esta forma la realización de la plusvalía significa para el capital anexionarse progresiva y continuamente las economías precapitalistas cuya existencia le es indispensable pero que debe sin embargo aniquilar si quiere proseguir lo que constituye su razón de ser: la acumulación. De ahí surge otra contradicción fundamental que se une a las precedentes: la acumulación y la producción capitalista se desarrollan alimentándose con la sustancia humana de los medios extracapitalistas pero al precio de ir agotándolos gradualmente; lo que al principio era poder de compra “autónomo” que absorbía la plusvalía – por ejemplo, el consumo de los campesinos – se convierte, cuando el campesinado se escinde en capitalistas y proletarios, en poder de compra específicamente capitalista, es decir, contenido en los límites estrechos determinados por el capital variable y la plusvalía consumible. El capital poda, en cierto modo, la rama en la que está sentado.
Se podría evidentemente imaginar una época donde el capitalismo, tras haber extendido su modo de producción al mundo entero, realizara el equilibrio de sus fuerzas productivas y la armonía social. Pero si Marx, en sus esquemas de la producción ampliada, ha emitido esta hipótesis de una sociedad enteramente capitalista donde no se opondrían más que capitalistas y proletarios, ha sido con objeto de demostrar el absurdo de una producción capitalista que un día se equilibraría y armonizaría con las necesidades de la humanidad. Esto significaría que la plusvalía acumulable, gracias a la ampliación de la producción, podría realizarse directamente, por una parte mediante la compra de nuevos medios de producción necesarios, por otro lado, por la demanda de los obreros suplementarios (¿dónde se encontrarían?) y con ello los capitalistas dejarían de ser lobos para transformarse en pacíficos progresistas.
Si Marx pudiera haber continuado el desarrollo de sus esquemas habría llegado a esta conclusión opuesta: un mercado capitalista que no puede extenderse mediante la incorporación de medios no capitalistas, una producción enteramente capitalista – lo que históricamente es imposible –, significarían la detención del proceso de acumulación y el fin del capitalismo mismo. Por consiguiente, presentar los esquemas (como lo han hecho ciertos “marxistas”) como la auténtica imagen de la producción capitalista que se podría desarrollar sin desequilibrio, sin situaciones de sobreacumulación, sin crisis, es falsificar abiertamente la teoría marxista.
Al aumentar su producción en proporciones prodigiosas, el capital no ha conseguido adaptarse armónicamente a la capacidad de los mercados que consigue anexionar. Por una parte, estos no se amplían sin discontinuidades; por otro lado, bajo el impulso de los factores de aceleración que hemos mencionado, la acumulación imprime al desarrollo de la producción un ritmo mucho más rápido que el que tiene lugar en la extensión de los mercados extracapitalistas. No solo el proceso de acumulación engendra una cantidad enorme de valores de cambio, sino que, como ya lo hemos dicho, la capacidad creciente de los medios de producción hace subir la masa de productos o valores de uso en proporciones más considerables aún, de suerte que se encuentran realizadas las condiciones de una producción capaz de responder a un consumo masivo, pero cuya salida está subordinada a una adaptación constante de las capacidades de consumo que no existen más que fuera de la esfera capitalista.
Si esta adaptación no se efectúa habrá sobreproducción relativa de mercancías, relativa no en relación a la capacidad de consumo sino en relación a la capacidad de compra, tanto del mercado capitalista (interior) como del mercado extra capitalista (exterior).
Si no hubiera sobreproducción más que desde el momento en que todos los miembros de la nación hubieran satisfecho sus necesidades más urgentes, toda sobreproducción general o incluso parcial habría sido imposible en la historia pasada de las sociedades burguesas. Cuando el mercado está sobresaturado de calzado, tejidos, vinos, productos ultramarinos etc., es decir, cuando, al menos una parte de la nación – pongamos los dos tercios – ha satisfecho generosamente sus necesidades de esas mercancías, ¿qué tienen que ver en ese caso las necesidades absolutas con la sobreproducción? La sobreproducción se produce en relación a las necesidades capaces de ser pagadas (Marx).
Este carácter de la sobreproducción no lo encontramos en ninguna de las sociedades anteriores. En la sociedad esclavista, la producción estaba dirigida a la satisfacción esencial de las necesidades de la clase dominante y la explotación de los esclavos se explicaba por la necesidad, resultado de la débil capacidad de los medios de producción, de ahogar en la violencia las veleidades de expansión de las necesidades de la masa. Si de forma fortuita sobrevenía una sobreproducción, ella era absorbida por el atesoramiento o era despilfarrada en enormes obras suntuarias; lo que sucedía en realidad no era una auténtica sobreproducción sino un sobreconsumo de los ricos. Igualmente, bajo el régimen feudal, la producción muy estrecha era rápidamente consumida: el siervo, dedicando la mayor parte de “su” producto a la satisfacción de las necesidades del señor, se afanaba por no morirse de hambre; no podía temerse ninguna sobreproducción: las guerras y las hambrunas la impedían.
En el régimen de producción capitalista, las fuerzas productivas desbordan la base demasiado estrecha sobre la que operan; los productos capitalistas son abundantes, pero desprecian las simples necesidades de los hombres, solo se entregan a cambio de dinero y si éste está ausente, prefieren amontonarse en fábricas, almacenes, depósitos hasta que acaban caducando.
Los crisis crónicas del capitalismo ascendente
La producción capitalista tiene como único límite los que le imponen las posibilidades de la valorización del capital: mientras la plusvalía puede ser extirpada y capitalizada la producción progresa. Su desproporción respecto a la capacidad general de consumo solo se pone de manifiesto cuando el reflujo de las mercancías, al tropezar con los límites del mercado, obstruye las vías de la circulación, es decir, cuando la crisis estalla.
Es evidente que la crisis económica desborda la definición que la reduce a una ruptura del equilibrio entre los diversos sectores de la producción como se limitan a enunciarla ciertos economistas burgueses e incluso los que se dicen marxistas. Marx indica que “en los periodos de sobreproducción general, la sobreproducción en ciertas esferas no es sino el resultado o la consecuencia de la sobreproducción en las ramas principales”. Una desproporción, demasiado flagrante, por ejemplo entre el sector productor de medios de producción y el sector productor de medios de consumo, puede determinar una crisis parcial, quizá ser incluso la causa de una crisis general original. Pero, la crisis es el resultado de una sobreproducción tanto general como relativa, de una sobreproducción de productos de todas las especies (tanto los bienes de producción como los objetos de consumo) en relación a la demanda del mercado.
En suma, la crisis es la manifestación de la incapacidad del capitalismo para sacar provecho de la explotación del obrero: hemos puesto en evidencia que no basta con extraer trabajo gratuito e incorporarlo al producto bajo la forma de un valor nuevo, de plusvalía, sino que debe además materializarse en dinero mediante la venta del producto total por su valor, es decir por su precio de producción, constituido por el precio de coste (valor del capital invertido tanto constante como variable) al cual debe añadirse la ganancia media social (y no la ganancia dada para cada producción particular). Por otro lado, los precios del mercado que teóricamente son la expresión monetaria de los precios de producción difieren prácticamente de ellos, pues siguen la curva fijada por la ley mercantil de la oferta y la demanda aunque evolucionan siempre dentro de la órbita del valor. Es importante, pues, señalar que las crisis se caracterizan por fluctuaciones anormales de los precios que arrastran depreciaciones considerables de los valores pudiendo llegar hasta su destrucción, lo que equivale a una pérdida de capital. La crisis revela bruscamente que se ha producido tal masa de medios de producción, de medios de trabajo y de consumo, que se ha acumulado tal masa de valores-capital que resulta imposible hacerlos funcionar como instrumentos de explotación de los obreros, a un grado dado, a una cierta tasa de ganancia. Su caída por debajo de un cierto nivel aceptable por la burguesía o la amenaza misma de la supresión de toda ganancia perturba el proceso de producción y provoca incluso su parálisis. Las máquinas se inmovilizan, no tanto porque hayan producido demasiadas cosas consumibles, sino porque el capital existente ya no recibe la plusvalía que le hace existir. La crisis disipa de esta forma las brumas de la producción capitalista; muestra con rasgos enérgicos la oposición fundamental entre el valor de uso y el valor de cambio, entre las necesidades humanas y las necesidades del capital. “Se producen – dice Marx – demasiadas mercancías para que se puedan realizar y reconvertir en capital nuevo, dentro de las condiciones de reparto y de consumo fijadas por la producción capitalista, el valor y la plusvalía que hay en ellas. No es que se produzcan demasiadas riquezas sino que periódicamente se producen demasiadas riquezas bajo sus formas capitalistas, opuestas unas a otras”.
Esta periodicidad casi matemática de las crisis constituye uno de los rasgos específicos del sistema capitalista de producción. Esta periodicidad no se encuentra en ninguna de las sociedades precedentes: las economías antigua, patriarcal, feudal, basadas esencialmente en la satisfacción de las necesidades de la clase dominante y no apoyándose ni sobre una técnica progresiva ni sobre un mercado que favoreciera una amplia corriente de intercambios, ignoraban las crisis surgidas de un exceso de riqueza, puesto que, como hemos evidenciado anteriormente, la sobreproducción era imposible en ellas, las calamidades económicas solo se abatían como consecuencias de factores naturales (sequía, hambrunas, epidemias) o de factores sociales tales como las guerras.
Las crisis crónicas hacen su aparición a principios del siglo XIX cuando el capitalismo, ya consolidado tras haber sostenido una lucha encarnizada y victoriosa contra la sociedad feudal, entra en su periodo de pleno desarrollo y, sólidamente instalado sobre su base industrial, se lanza a la conquista del mundo. Desde entonces el desarrollo de producción capitalista va a seguir un ritmo entrecortado siguiendo una trayectoria muy movida. Fases de producción febril que pretende saciar las exigencias crecientes de los mercados mundiales, son seguidas por otras de saturación del mercado. El reflujo de la circulación altera completamente todo el mecanismo de producción. La vida económica creará de esta forma una larga cadena en la que cada eslabón estará constituido por un ciclo dividido en una sucesión de periodos de actividad media, prosperidad, sobreproducción, crisis y depresión. El punto de ruptura del ciclo es la crisis “solución momentánea y violenta de las contradicciones existentes, erupción violenta que restablece por un instante el equilibrio alterado” (Marx). Los periodos de crisis y prosperidad son pues inseparables y se condicionan recíprocamente.
Hasta mediados del siglo XIX las crisis cíclicas tenían su centro de gravedad en Inglaterra, cuna del capitalismo industrial. La primera que tuvo un carácter de sobreproducción data de 1825 (el año precedente, el movimiento tradeunionista, apoyándose en la ley de coalición que el proletariado había arrancado a la burguesía, empezaba a crecer). Esta crisis tuvo orígenes curiosos para la época: los importantes préstamos que habían contraído en Londres las jóvenes repúblicas sudamericanas, se habían agotado, lo que había provocado una brusca contracción de los mercados que había afectado sobre todo a la industria algodonera, desprovista de su monopolio. La crisis se ilustra por una revuelta de los obreros algodoneros y es superada por una extensión de los mercados, limitados esencialmente a Inglaterra, donde el capital encuentra todavía vastas regiones para transformar y capitalizar: la penetración de las regiones agrícolas de las provincias inglesas y el desarrollo de las exportaciones hacia la India, abren el mercado de la industria algodonera. Por su parte, la construcción de ferrocarriles y el desarrollo del maquinismo proporcionan un mercado a la industria metalúrgica que se desarrolla definitivamente. En 1836, el marasmo de la industria algodonera, que sigue a una larga depresión a la que sucede un periodo de prosperidad, generaliza de nuevo la crisis y son de nuevo los tejedores quienes, muertos de hambre, son ofrecidos como víctimas propiciatorias. La crisis encuentra su salida en 1839 con la nueva extensión de la red férrea pero, al mismo tiempo, nace el movimiento cartista, expresión de las primeras aspiraciones políticas del proletariado inglés. En 1840 se produce una nueva depresión de la industria textil inglesa acompañada por las revueltas obreras que se prolongan hasta 1843. El desarrollo vuelve a tomar impulso en 1844 y se transforma en la gran prosperidad de 1845 pero una nueva crisis general que se extiende al continente estalla en 1847. Le sigue la insurrección parisina de 1848 y la revolución alemana, prolongándose hasta 1849, época en la que los mercados americanos y australianos se abren a la industria europea –y sobre todo a la inglesa – al mismo tiempo que la construcción de ferrocarriles toma un enorme desarrollo en Europa continental.
Ya en esta época, Marx, en el Manifiesto comunista, traza las características generales de las crisis y señala el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y su apropiación burguesa. Con genial profundidad define las perspectivas para la producción capitalista: “¿cómo supera la burguesía las crisis? – se pregunta. Por un lado, por la destrucción forzada de una masa de fuerzas productivas, y, por otra parte, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más aguda de los obreros. ¿Cuál es el resultado? Se preparan crisis más generales y más formidables y disminuyen los medios para prevenirlas”.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX el capitalismo industrial adquiere la preponderancia en el continente. Alemania y Austria se desarrollan industrialmente desde la década de 1860. Con ello, las crisis son cada vez más extensas. La de 1857 es corta, sobre todo gracias a la expansión del capital especialmente en Europa central. 1860 marca el apogeo de la industria algodonera inglesa que prosigue la saturación de los mercados de India y Australia. La guerra de Secesión en Estados Unidos le priva del algodón y provoca en 1863 su completo hundimiento, arrastrando una crisis general. Pero tanto el capital inglés como el francés no pierden el tiempo y durante la década que va de 1860 a 1870 se aseguran sólidas posiciones en Egipto y China.
El periodo que va desde 1850 a 1873, extremadamente favorable para el desarrollo del capital, se caracteriza por largas fases de prosperidad (alrededor de 6 años de duración) y cortas depresiones de alrededor de 2 años. El siguiente periodo que empieza en 1873 y que se extiende hasta 1896, presenta un proceso inverso: depresión crónica, jalonada por cortas fases ascendentes. Alemania (desde la paz de Frankfurt de 1871) y Estados Unidos se alzan como temibles competidores frente a Inglaterra y Francia. El ritmo prodigioso de expansión de la producción capitalista supera el ritmo de penetración de los mercados: de ahí sobrevienen las crisis de 1882 y 1890. Se entablan las grandes luchas coloniales por el reparto del mundo y el capitalismo, bajo el impulso de una inmensa acumulación de plusvalía, se lanza sobre la vía del imperialismo que va a desembocar en una crisis general que roza la bancarrota. Entretanto surgen las crisis de 1900 (guerras de los Boers en Sudáfrica y de los bóxer en China) y la de 1907. La crisis de 1913-15 acabaría estallando en la forma de guerra mundial.
Antes de abordar el análisis de la crisis general del imperialismo decadente, que constituirá el objeto de la segunda parte de nuestro estudio, es necesario examinar el proceso que han seguido cada una de las crisis de la época expansionista.
Los dos términos extremos de un ciclo económico son:
– la fase última de prosperidad que llega al punto culminante de la acumulación que se expresa en su tasa más elevada y en la más alta composición orgánica del capital; la potencia de las fuerzas productivas llega a su punto de ruptura respecto a la capacidad del mercado; esto significa también, como ya lo hemos indicado, que la débil tasa de ganancia correspondiente a la alta composición orgánica va a chocar con las necesidades de la valorización del capital;
– la fase más profunda de la crisis, que corresponde a una parálisis total de la acumulación de capital y precede inmediatamente a la depresión.
Entre estos dos momentos, se desarrolla, por una parte la crisis misma: periodo de alteraciones y de destrucción de valores de cambio; por otra parte, la fase de depresión a la que sucede la recuperación y la prosperidad que fecundan valores nuevos.
El equilibrio inestable de la producción, erosionado por la profundización progresiva de las contradicciones capitalistas, se rompe bruscamente cuando la crisis estalla y solo puede restablecerse cuando se opera una limpieza de valores-capital. Esta limpieza se anuncia por una baja de los precios de los productos terminados, mientras que los precios de las materias primas prosiguen durante un tiempo su escalada. La contracción de los precios de las mercancías arrastra evidentemente la depreciación de los capitales materializados por estas mercancías y la caída continua hasta la destrucción de una fracción más o menos importante del capital, proporcional a la gravedad y la intensidad de la crisis. El proceso de destrucción toma dos aspectos: por una parte, como pérdida de valores de uso, dando lugar al atasco total o parcial del aparato de producción que deteriora las máquinas y las materias no empleadas; por otro lado, como pérdida de valores de cambio, que es más importante, porque afecta al proceso de renovación de la producción, al que interrumpe y desorganiza. El capital constante sufre el primer choque: la disminución del capital variable no sigue paralelamente, pues la baja de los salarios se retrasa generalmente respecto a la baja de los precios. La contracción de los valores impide su reproducción a la escala anterior y además, la parálisis de las fuerzas productivas impide al capital que las representa existir como tal: el capital muerto, inexistente, aunque subsista en su forma material. El proceso de acumulación del capital se ve igualmente interrumpido porque la plusvalía acumulable ha sido engullida por la baja de los precios, aunque la acumulación de valores de uso pueda muy bien proseguir por un tiempo por la continuación de las extensiones previstas del aparato productivo.
La contracción de los valores acarrea también la contracción de las empresas: las más débiles sucumben o son absorbidas por las más fuertes menos afectadas por la caída de los precios. Esta centralización no tiene lugar sin luchas: mientras dura la prosperidad, mientras hay un botín que repartirse, este se distribuye entre las diversas fracciones de la clase capitalista mediante un prorrateo en proporción a los capitales invertidos. Pero cuando estalla la crisis y las pérdidas se hacen inevitables para la clase capitalista en su conjunto, cada uno de los grupos de capitalistas o cada capitalista individual trata, por todos los medios, de limitar las pérdidas o de arrojarlas sobre el vecino. El interés de la clase se disgrega bajo el empuje de sus intereses particulares, contradictorios, cuando en un periodo de normalidad se respeta cierta disciplina. Pero veremos que en periodo de crisis general es el interés de clase, por el contrario, el que afirma su preponderancia.
Pero la caída de precios que ha permitido la liquidación de existencias de antiguas mercancías se detiene. El equilibrio se restablece progresivamente. Los capitales caen en su valor a un nivel más bajo, la composición orgánica baja igualmente. Paralelamente a este restablecimiento se opera una reducción de los precios de coste, condicionada por la reducción masiva de los salarios; la plusvalía – el oxígeno – reaparece y reanima lentamente todo el cuerpo capitalista. Los economistas de la escuela liberal celebran de nuevo los méritos de sus antitoxinas, de sus “reacciones espontáneas”, la tasa de ganancia sube de nuevo y se hace “interesante”, en resumen, se restablece la rentabilidad de las empresas. La acumulación renace, aguijoneando el apetito capitalista y preparando la eclosión de una nueva sobreproducción. La masa de plusvalía acumulada crece, exige nuevos mercados hasta el momento en que el mercado se vuelve a retrasar respecto al desarrollo de la producción y con ello la crisis madura y el ciclo vuelve a empezar.
“Las crisis aparecen como un medio de avivar y volver a hacer que prenda la lumbre del desarrollo capitalista” (Rosa Luxemburgo).
Mitchell (continuará).
El verano de 1927, en respuesta a una serie de artículos en Pravda que negaban la posibilidad de una “degeneración thermidoriana” de la URSS, Trotski defendió la validez de esta analogía con la revolución francesa, en la que, una parte del propio partido Jacobino se convirtió en vehículo de la contrarrevolución. A pesar de las diferencias históricas entre las dos situaciones, Trotski argumentaba que el régimen proletario aislado de Rusia podía sucumbir ciertamente a una “restauración burguesa”, no sólo por un repentino estallido violento de las fuerzas del capitalismo, sino también de una forma más gradual e insidiosa. “Thermidor, escribía, es una forma especial de contrarrevolución que se lleva a cabo por entregas, y que utiliza en un primer momento a elementos del mismo partido dirigente – reagrupándolos y oponiéndolos a los demás” (“Thermidor”, publicado en The Challenge of the Left Opposition 1926-27, Pathfinder Press, 1980, traducido por nosotros). Y señalaba que el propio Lenin había aceptado plenamente que ese peligro existía en Rusia: “Lenin no pensaba que hubiera que excluir la posibilidad de que a largo plazo ocurrieran cambios económicos y culturales hacia una degeneración burguesa, incluso si el poder seguía en manos de los bolcheviques; podría suceder a través de una asimilación imperceptible entre una cierta capa del partido Bolchevique y una cierta capa de los nuevos elementos de la pequeña burguesía ascendente”.
Al mismo tiempo Trotski argumentaba rápidamente que en la coyuntura de entonces, aunque el Thermidor era un peligro creciente planteado por el aumento del burocratismo y de las influencias abiertamente capitalistas en la URSS, aún estaba lejos de completarse. En la Plataforma de la Oposición unificada, que se publicó no mucho después de este artículo, él y sus coautores expresaron la posición de que la perspectiva de la revolución mundial no se había agotado, ni mucho menos, y en Rusia mismo persistían considerables conquistas de la revolución de Octubre, en particular el “sector socialista” de la economía rusa. La Oposición por tanto, permanecía vinculada a la lucha por la reforma y la regeneración del Estado soviético, y a su defensa incondicional frente a los ataques imperialistas.
Desde el punto de vista histórico sin embargo, está claro que los análisis de Trotski iban por detrás de la realidad. En el verano de 1927, las fuerzas de la contrarrevolución burguesa casi habían completado su anexión del partido Bolchevique.
¿Por qué Trotski subestima el peligro?
Hay tres elementos claves en la mala interpretación que hacía Trotski de la situación que enfrentaba la Oposición en 1927.
Trotski subestimaba la profundidad y extensión del avance de la contrarrevolución porque fue incapaz de remontarse a sus orígenes históricos – en particular de reconocer el papel que desempeñaron los errores políticos del partido Bolchevique en la aceleración de la degeneración y de la contrarrevolución. Como ya hemos expuesto en anteriores artículos de esta serie, aunque la razón fundamental del debilitamiento del poder proletario en Rusia radica en su aislamiento, en el fracaso de la extensión de la revolución y en la ruina que causó la guerra civil, el partido Bolchevique empeoró las cosas por su identificación con la máquina estatal y la substitución de la autoridad de los órganos unitarios de la clase (Soviets, Comités de fábrica, etc.) por su propia autoridad. Este proceso ya se discernía en 1918 y alcanzó un punto particularmente grave con la represión de la revuelta de Kronstadt en 1921. A Trotski se le hizo muy duro criticar esas posiciones políticas, que a menudo él había contribuido prominentemente a poner en práctica (por ejemplo, sus llamamientos a la militarización del trabajo en 1920-21).
Trotski entendió claramente que el ascenso de la burocracia estalinista se vio facilitado en gran parte por la sucesión de derrotas sufridas por la clase obrera – Alemania 1923, Gran Bretaña 1926, China 1927. Pero no fue capaz de ver la dimensión histórica de esa derrota. Y en esto no era de ningún modo el único: para la fracción de la Izquierda italiana por ejemplo, hasta la llegada de Hitler al poder en Alemania no estuvo claro que el curso histórico se había invertido y se orientaba a la guerra. Por otra parte, Trotski nunca fue realmente capaz de darse cuenta de se había producido un cambio tan profundo, y durante los años 30 continuó viendo signos de una revolución inminente, cuando de hecho a los trabajadores se les arrastraba cada vez más lejos de su terreno hacia la pendiente resbaladiza del antifascismo y, por lo tanto, de la guerra imperialista (Frentes populares, guerra en España...). De todas formas, el infundado “optimismo” de Trotski sobre las posibilidades revolucionarias, le llevó a interpretar erróneamente las causas y efectos de la política exterior estalinista y las reacciones de las grandes potencias capitalistas. La Plataforma de la Oposición unificada en 1927 (influenciada sin duda por la “psicosis de guerra” del momento, que consideraba inminente la declaración de guerra de Gran Bretaña a la URSS) insistía en que las grandes potencias se verían obligadas a lanzar un ataque contra la Unión soviética, puesto que ésta última, a pesar de la dominación de la burocracia estalinista, aún constituía una amenaza para el sistema capitalista mundial. En tales circunstancias, la Oposición de izquierda permanecía incondicionalmente adicta a la defensa de la URSS. Por supuesto había hecho muchas y muy incisivas críticas al modo en que la burocracia estalinista había saboteado las luchas obreras en Gran Bretaña y China. Lo cierto es que los desastrosos resultados de la política de la Comintern en esos dos países habían sido un elemento decisivo que espoleó a la Oposición en 1926-27 para reagruparse e intervenir. Pero lo que Trotski y la Oposición unida no entendían era que la política estalinista en Gran Bretaña y China, donde se socavó directamente la lucha de clases para fomentar una alianza con las facciones de la burguesía “amigas” de la URSS (la burocracia sindical en Gran Bretaña y el Kuomintang en China), marcaba un paso cualitativo, comparándolo incluso con la actitud oportunista de la IC en Alemania en 1923. Estos acontecimientos expresaban un giro decisivo hacia la inserción del Estado ruso en “el Gran juego” de las potencias mundiales. A partir de entonces, la URSS iba a actuar en la arena mundial como otro contendiente imperialista y la defensa de la URSS se hacía más y más inaceptable desde el punto de vista comunista, puesto que la razón de ser de la URSS de servir como bastión de la revolución comunista mundial se había liquidado.
Estrechamente vinculado a este error estaba la dificultad de Trotski para identificar la punta de lanza de la contrarrevolución. Su defensa de la URSS se basaba en un falso criterio a diferencia de la Izquierda italiana, que consideraba ante todo su papel internacional y sus efectos; tampoco valoraba si la clase obrera conservaba todavía el poder político, teniendo solo en cuenta un criterio puramente jurídico: la persistencia de formas de propiedad nacionalizada en los centros vitales de la economía y el monopolio estatal del comercio exterior. Desde ese punto de vista, Thermidor sólo podía tomar la forma del desalojo de esas expresiones jurídicas y de la vuelta a las de la propiedad privada. Las verdaderas fuerzas “thermidorianas” no podían ser, por lo tanto, esos elementos fuera del partido que presionaban a favor de un retorno de la propiedad privada (o individual), como los kulaks, los NEPmen, los economistas políticos como Ustrialov y sus apoyo más públicos dentro del partido, en particular la fracción en torno a Bujarin. Al estalinismo se le caracterizaba como una forma de centrismo, sin ninguna política propia, balanceándose perpetuamente entre el ala derecha e izquierda del partido. Al erigirse él mismo como defensor de la identificación entre las formas de propiedad nacionalizada y el socialismo, Trotski fue incapaz de ver que la contrarrevolución capitalista podía establecerse sobre las bases de la propiedad estatal. Esto condenó a la corriente que dirigía a malinterpretar la naturaleza del proyecto estalinista y a advertir continuamente sobre el peligro del retorno de la propiedad privada que nunca llegaba (al menos hasta el hundimiento de la URSS en 1991, e incluso entonces, sólo parcialmente). Podemos ver muy claramente este retraso en la comprensión de los acontecimientos a través de la forma en que la Oposición respondió a la declaración de Stalin de la infame teoría del “Socialismo en un solo país”.
El Socialismo en un solo país
y la teoría de la “acumulación socialista primitiva”
El otoño de 1924, en una larga, tediosa y zafia obra titulada Problemas del Leninismo, Stalin formuló la teoría del “socialismo en un solo país”. Basando su argumentación en una sola frase de Lenin de 1915, una frase que de todas formas podría interpretarse de diferentes maneras, Stalin rompió con un principio fundamental del movimiento comunista desde su inicio: que la sociedad sin clases sólo podría establecerse a escala mundial. Su innovación se burlaba de la revolución de Octubre, puesto que, como Lenin y los bolcheviques no se cansaron nunca de decir, la insurrección de los obreros en Rusia era una respuesta internacionalista a la guerra imperialista; y era, y sólo podía ser, el primer paso hacia una revolución proletaria mundial.
La proclamación del socialismo en un solo país no era una mera revisión teórica; era la declaración abierta de la contrarrevolución. El partido Bolchevique se veía atrapado en la contradicción de intereses entre sus principios internacionalistas y las demandas del Estado ruso, que representaba cada vez más las necesidades del capital contra la clase obrera. El estalinismo resolvió esta contradicción de un plumazo: en adelante sólo debería lealtad a los requerimientos del capital nacional ruso, y ¡ay de aquellos en el partido que continuaran adhiriendo a su original misión proletaria!
Dos hechos cruciales habían permitido que la facción estalinista mostrara tan claramente sus intenciones: la derrota de la revolución alemana en 1923 y la muerte de Lenin en enero 1924. Más que cualquier otro de los reveses previos de la oleada revolucionaria de posguerra, la derrota en Alemania en 1923 mostraba que el retroceso del proletariado europeo era más que un asunto temporal, incluso si nadie en ese momento podía predecir cuánto duraría la noche de la contrarrevolución. Esto reforzaba a aquellos para los que la idea de extender la revolución por todo el globo, no sólo era una broma, sino un obstáculo para la tarea de construir a Rusia como potencia militar y económica seria.
Como vimos en el último artículo de esta serie, Lenin ya había iniciado una lucha contra el auge del estalinismo, y no le hubiera desconcertado el abierto abandono del internacionalismo que la burocracia proclamó con un apresuramiento indecente tras su muerte. Ciertamente Lenin solo no hubiera sido una barrera suficiente a la victoria de la contrarrevolución. Como escribió Bilan en la década de 1930, teniendo en cuenta las limitaciones que enfrentaba la revolución rusa, su destino como individuo hubiera sido sin ninguna duda el del resto de la oposición: “Si hubiera sobrevivido, el centrismo hubiera tenido hacia Lenin la misma actitud que tuvo frente a los numerosos bolcheviques que pagaron su lealtad al programa internacionalista de Octubre 1917 con la deportación, la prisión y el exilio” (Bilan nº 18, abril-mayo 1935, p. 610, “L’Etat prolétarien” – traducido por nosotros). Al mismo tiempo, su muerte quitó un obstáculo importante al proyecto estalinista. Una vez Lenin muerto, Stalin no sólo enterró su herencia teórica, sino que se dispuso a crear el culto del “leninismo”. Su famoso “hacemos votos por ti, camarada Lenin” del discurso en el funeral ya marcaba el tono, modelado como si fuera un ritual de la Iglesia ortodoxa. Simbólicamente Trotski estaba ausente del funeral. Se estaba recuperando de una enfermedad en el Cáucaso, pero también fue víctima de una maniobra de Stalin, que procuró que aquél estuviera mal informado sobre la fecha de la ceremonia. De esa forma Stalin podía presentarse ante el mundo como el sucesor natural de Lenin.
Tan crucial como era la declaración de Stalin, y su plena importancia no fue captada inmediatamente en el partido Bolchevique. En parte porque se había planteado discretamente, un tanto enterrada en un indigesto lanzamiento de la “obra teórica” de Stalin. Pero más importante es que los bolcheviques estaban insuficientemente armados teóricamente para combatir esos nuevos conceptos.
Ya hemos señalado en el curso de esta serie que las confusiones entre socialismo y centralización estatal de las relaciones económicas burguesas habían recorrido durante mucho tiempo el movimiento obrero; particularmente en el periodo de la socialdemocracia; y los programas revolucionarios de la oleada revolucionaria de 1917-23 no habían conseguido en absoluto alejar ese fantasma. Pero la marea ascendente de la revolución había mantenido bien alto la visión del auténtico socialismo; sobre todo la necesidad de que se estableciera sobre una base internacional. Al contrario, cuando el retroceso de la revolución mundial dejó plantada a la vanguardia rusa, hubo una tendencia creciente a teorizar la idea de que, desarrollando el sector “socialista” estatalizado de su economía, la Unión soviética podría dar grandes pasos hacia la construcción de una sociedad socialista. La Izquierda Italiana, en el mismo artículo que hemos citado antes, señalaba esa tendencia en algunos de los últimos escritos de Lenin: “Los últimos escritos de Lenin sobre las cooperativas, eran una expresión de la nueva situación, resultado de las derrotas sufridas por el proletariado mundial, y no es extraño en absoluto que echaran mano de ellos los falsificadores que defendían la teoría del socialismo en un solo país”.
Estas ideas fueron desarrolladas y profundizadas por la Oposición de izquierdas, particularmente Trotski y Preobrazhenski, en el “debate sobre industrialización” de mitad de los años 20. Este debate había sido provocado por las dificultades que encontró la NEP, que había expuesto a Rusia a las manifestaciones abiertas de la crisis capitalista, como el desempleo, la inestabilidad de los precios y el desequilibrio entre los diferentes sectores de la economía. Trotski y Preobrazhenski criticaban la cauta política económica del aparato del partido, su dificultad para adaptarse a planes a largo plazo, su relación desmedida con la industria ligera y las operaciones espontáneas del mercado. Para reconstruir la industria soviética sobre bases saludables y dinámicas, argumentaban, era necesario asignar más recursos al desarrollo de la industria pesada, que también requería planes económicos a largo plazo. Puesto que la industria pesada era el núcleo del sector estatal, y el sector estatal se definía como inherentemente “socialista”, el crecimiento industrial se identificaba con el progreso hacia el socialismo, y correspondía así a los intereses del proletariado. Los “industrializadores” de la Oposición de izquierdas estaban convencidos de que ese proceso podría empezarse rápidamente en la economía predominantemente agraria de Rusia, sin llegar a depender demasiado de la importación de tecnología y capital extranjero, sino a través de una suerte de “explotación” de capas del campesinado (en particular las más ricas), por medio de la tasación y la manipulación de precios. Esto generaría suficiente capital para financiar la inversión en el sector estatal y el crecimiento de la industria pesada. Este proceso se describía como “acumulación socialista primitiva”, comparable en su contenido, si no en sus métodos, al periodo de acumulación capitalista primitiva que describió Marx en El Capital. Para Preobrazhenski en particular, la “acumulación socialista primitiva” era nada menos que una ley fundamental de la economía de transición y tenía que entenderse como un contrapeso a la acción de la ley del valor: “Cualquier lector puede contar con sus dedos los factores que contrarrestan la ley del valor en nuestro país: el monopolio del comercio exterior; el proteccionismo socialista; un severo plan de importaciones diseñado en interés de la industrialización; y un intercambio no equivalente con la economía privada, que asegura la acumulación para el sector estatal, a pesar de las condiciones altamente desfavorables creadas por su bajo nivel de tecnología. Pero todos estos factores, dado que tienen sus bases en la economía estatal unificada del proletariado, son los medios externos, las manifestaciones hacia fuera de la ley de la acumulación socialista primitiva” (“Economic notes III: On the Advantage of a theoretical Study of the Soviet Economy”, 1926, publicado en The Crisis of Soviet Industrialization, a collection of Preobrajensky´s essays, editado por Donald A. Filtzer, MacMillan 1980 – traducido por nosotros).
Esta teoría fallaba en dos cuestiones claves:
• era un error fundamental identificar el crecimiento de la industria con las necesidades y los intereses de clase del proletariado, y argumentar que el socialismo surgiría casi de forma automática sobre la base de un proceso de acumulación que, aunque apodado “socialista”, tenía todas las características esenciales de la acumulación capitalista, puesto que estaba basado en la extracción y capitalización incrementada de la plusvalía. La industria, de propiedad estatal o cualquier otra, no puede identificarse al proletariado, al contrario, el crecimiento industrial, llevado a cabo sobre la base de la relación del trabajo asalariado, solo puede significar una explotación creciente del proletariado. Esta falsa identificación de parte de Trotski, iba en paralelo con su identificación entre la clase obrera y el Estado de transición que había teorizado durante el debate sindical de 1921. Su lógica llevaba a dejar al proletariado sin ninguna justificación para defenderse contra las demandas del sector “socialista”. E igual que respecto a la cuestión del Estado, la fracción de la Izquierda italiana en los años 30 fue capaz de mostrar los profundos peligros inherentes en tal identificación. Aunque en esa época compartía algunas de las ilusiones de Trotski acerca de que el sector “colectivizado” de la economía confería un carácter proletario al Estado soviético, no estaba de acuerdo en nada con el entusiasmo de Trotski por el proceso de industrialización en sí, e insistía en que el progreso hacia el socialismo debía medirse, no por la tasa de crecimiento de capital constante, sino por el grado en que la producción se orientaba hacia la satisfacción de las necesidades inmediatas del proletariado (dando prioridad a la producción de bienes de consumo mas que bienes de producción, acortando la jornada de trabajo, etc.). Llevando este argumento un poco más lejos, podíamos decir que el progreso hacia el socialismo exige una subversión total de la lógica del proceso de acumulación.
• En segundo lugar, si Rusia era capaz de dar pasos al socialismo sobre la base de su vasto campesinado, ¿qué papel tenía la revolución mundial? Con la teoría de la “acumulación socialista primitiva” la revolución mundial aparece únicamente como un medio de acelerar un proceso que ya se ha emprendido en un solo país, más que ser una condición sine qua non para la supervivencia política de un bastión proletario. En alguno de sus escritos, Preobrazhenski se acerca peligrosamente a esta conclusión, y esto iba a hacerle peligrosamente vulnerable a la demagogia del “giro a la izquierda” de Stalin a finales de los años 20, cuando parecía que conducía el programa de los “industrializadores” dentro del partido.
Puesto que ella misma arrastraba estas confusiones, no es casual que la corriente de izquierdas en torno a Trotski no comprendiera todo el significado contrarrevolucionario de la declaración de Stalin.
1925-27 el último pulso de la Oposición
De hecho, el primer ataque explícito a la teoría del socialismo en un solo país vino de una fuente inesperada, del antiguo aliado de Stalin: Zinoviev. En 1925 se rompió el triunvirato de Stalin, Zinoviev y Kamenev. Su único factor real de unificación había sido “la lucha contra el trotskismo” (como admitió después Zinoviev); esa pesadilla del “trotskismo” había sido realmente un invento del aparato, destinado esencialmente a preservar la posición del triunvirato en la máquina del partido contra la figura que, después de Lenin, representaba más obviamente el espíritu de la revolución de Octubre: León Trotski. Pero como vimos en el último artículo de esta serie, la afirmación inicial de la Oposición de izquierdas en torno a Trotski se había truncado por su incapacidad para responder al cargo de “faccionalismo” que se les lanzaba desde el aparato, acusación respaldada por las medidas que habían votado todas las tendencias importantes del partido en el Xº Congreso, en 1921.Enfrentada a la opción de constituirse como grupo ilegal (como el Grupo obrero de Miasnikov), o retirarse de cualquier acción organizada dentro del partido, la Oposición adoptó esto último. Pero a medida que la política contrarrevolucionaria del aparato se hizo más abierta, los que mantenían una lealtad a las premisas internacionalistas del bolchevismo – aunque fuera muy tenue en algunos casos –, se vieron impulsados a alinearse abiertamente en su oposición.
La emergencia de la oposición en torno a Zinoviev en 1925 fue una expresión de esto, a pesar de que el repentino “giro a la izquierda” de Zinoviev también reflejaba su ansiedad de mantener su propia posición personal dentro del partido y su base de poder en la maquinaria del partido en Leningrado. Bastante naturalmente, Trotski, que en 1925-26 pasaba por una fase de semirretirada de la vida política, albergaba muchas sospechas hacia esa nueva oposición y permaneció neutral en los primeros intercambios entre estalinistas y zinovietistas, como por ejemplo en el XIVº Congreso, donde estos últimos admitieron que se habían equivocado ampliamente en sus diatribas contra el trotskismo. Sin embargo había un elemento básico de claridad proletaria en las críticas de Zinoviev a Stalin; como ya hemos dicho, aquél denunció entonces la teoría del socialismo en un solo país antes que Trotski, y hablaba del peligro del capitalismo de Estado. Y a medida que la burocracia reforzaba su control sobre el partido y la clase obrera, y particularmente a medida que se hicieron patentes los resultados catastróficos de su política internacional, se hizo más urgente el impulso hacia el agrupamiento en un frente común de los diferentes grupos de oposición.
A pesar de sus recelos, Trotski y sus seguidores juntaron sus fuerzas con los zinovietistas en la Oposición unificada en abril de 1926. La Oposición unificada también incluía al principio al grupo Centralismo democrático de Sapranov; en realidad Trotski reconocía que “la iniciativa de la unificación vino de los Centralistas democráticos. La primera Conferencia con los zinovietistas tuvo lugar bajo la presidencia del camarada Sapranov” (“Our Differences with the Democratic Centralists”, 11 de noviembre de 1928, en The Challenge of the Left Opposition, 1928-29, Pathfinder Press 1981; traducido por nosotros). Sin embargo en un momento en 1926, los centralistas democráticos fueron expulsados, supuestamente por abogar por un nuevo partido, aunque esto no sea muy acorde con las reivindicaciones que contenía la plataforma del grupo en 1927, a la que volveremos más tarde([1]).
A pesar de su acuerdo formal de no organizarse como una fracción, la Oposición de 1926 se vio obligada a constituirse como una organización distinta, con sus propias reuniones clandestinas, guardaespaldas y correos; y al mismo tiempo hizo una tentativa, mucho más determinada que la oposición de 1923, para hacer llegar su mensaje, no a los líderes, sino a las bases del partido. Sin embargo, cada vez que daba un paso en dirección a constituirse como una fracción definida, el aparato del partido redoblaba sus maniobras, calumnias, degradaciones y expulsiones. La primera oleada de esas medidas represivas vino cuando los espías del partido descubrieron una reunión de la Oposición en los bosques de las afueras de Moscú el verano de 1926. La respuesta inicial de la Oposición fue reiterar sus críticas a la política del régimen en Rusia y en el extranjero, y llevar su caso a las masas del partido. En septiembre y octubre, delegaciones de la Oposición hablaron en reuniones de células de fábrica por todo el país. La más famosa fue la de la fábrica de aviones de Moscú, donde Trotski, Zinoviev, Piatakov, Radek, Sapranov y Smilga, defendieron los puntos de vista de la Oposición contra los gritos de protesta y los abusos contra ellos de los gorilas del aparato. La respuesta de la maquinaria estalinista fue aún más retorcida: procuró eliminar a los líderes de la Oposición de sus puestos importantes en el partido. Sus advertencias contra la Oposición se hicieron más y más explícitas, sugiriendo, no solo la expulsión del partido, sino la eliminación física. El ex oposicionista Larin dijo en voz alta en la XVª Conferencia del partido, en octubre-noviembre de 1926, los pensamientos ocultos de Stalin: “O la Oposición es excluida del partido y legalmente suprimida, o la cuestión se saldará a tiros en las calles, como hicieron los Socialistas revolucionarios de izquierda en Moscú en 1918” (citado en Daniels, The Conscience of the revolution: Communist Opposition in Soviet Rusia, Simon and Schuster, 1960, pag. 282 – traducido por nosotros).
Pero como ya hemos dicho, la Oposición de Trotski también estaba entorpecida por sus propios errores fatales: su lealtad obstinada a la prohibición de facciones adoptada en el Congreso del partido de 1921 y sus dudas para ver la verdadera naturaleza contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista. Tras la condena de sus manifestaciones en las células de fábrica en Octubre, los líderes de la Oposición firmaron un acuerdo admitiendo que habían violado la disciplina del partido y renunciando a una futura actividad “faccional”. En el Comité ejecutivo de la IC en diciembre, la última vez que se permitió a la Oposición plantear su caso ante la Internacional, Trotski se vio de nuevo paralizado por su negativa a poner en cuestión la unidad del partido. Como plantea A. Ciliga: “No obstante la brillantez polémica de su oratoria, Trotski envolvió su exposición del debate con demasiada prudencia y diplomacia. La audiencia fue incapaz de comprender, en profundidad, la tragedia de las diferencias que separaban a la Oposición de la mayoría. La Oposición – y esto me chocó en ese momento – no era consciente de su debilidad e incluso tendía a subestimar la magnitud de su derrota, negándose a extraer lecciones de ella. Mientras la mayoría, dirigida por Stalin y Bujarin, maniobraba para tratar de excluir totalmente a la Oposición, ésta se esforzaba continuamente en conseguir compromisos y arreglos amistosos. Esta política vacilante de la oposición contribuyó a ocasionar si no su derrota, sí al menos a debilitar su resistencia» (El Enigma ruso, inicialmente publicado, en 1938, como Au pays du grand mensonge – En el país de la gran mentira –, pp. 7 y 8 de la edición inglesa de 1979).
Otro tanto sucedió a finales de 1927, cuando espoleada por el fracaso cosechado en China por la burocracia, la Oposición formuló su plataforma oficial para el XVº Congreso. Esta tentativa fue saboteada por una maniobra típica del aparato. La Oposición se había visto obligada a editar esa Plataforma en una imprenta clandestina. Cuando la GPU registró dicha imprenta, descubrió “casualmente” que en ella trabajaba un “oficial de Wrangel” relacionado con contrarrevolucionarios extranjeros. Lo bien cierto es que dicho “oficial” era, en realidad, un agente provocador de la propia GPU, pero eso no impidió que el aparato explotara este descubrimiento para desprestigiar a la Oposición. Sometida a una presión cada vez más intensa, la Oposición decidió, una vez más, apelar directamente a las masas, tomando la palabra en diversos mítines y reuniones del partido y, sobre todo, participando, con sus propias pancartas, en las manifestaciones que tuvieron lugar en noviembre de 1927 para conmemorar la revolución de Octubre. En ese mismo momento, la Oposición realizó un último intento de sacar a la luz el testamento de Lenin. O sea una reacción débil y tardía. La gran mayoría de los trabajadores había caído ya en una apatía política y apenas podía diferenciar lo que separaba a la Oposición del régimen. El propio Trotski se dio cuenta, a diferencia de Zinoviev que en ese momento atravesaba una fase de fugaz optimismo, de que las masas estaban hastiadas de la lucha revolucionaria, y que estaban más predispuestas a dejarse llevar por las promesas de socialismo en Rusia que les hacía Stalin, que por los llamamientos a nuevos combates políticos. En todo caso también es verdad que la Oposición fue incapaz de presentar una alternativa revolucionaria netamente diferenciada, como puede apreciarse a través de la timidez de las consignas que figuraban en sus pancartas de las manifestaciones de noviembre, en las que figuraban eslóganes como «Abajo el Ustrayalovismo», «Contra la división»,... reclamando, en definitiva, la necesidad de la «unidad leninista» en el partido, precisamente en un momento en el que el partido de Lenin estaba siendo absorbido por la contrarrevolución. Hay que decir que, una vez más, los estalinistas no demostraron esa misma tibieza. Sus matones prodigaron agresiones en muchas de las manifestaciones de ese día y, poco más tarde, Trotski y Zinoviev resultaban fulminantemente excluidos del partido, iniciándose con ello una espiral de expulsiones, exilios, encarcelamientos..., que acabó, finalmente, en el aplastamiento de los vestigios proletarios del partido Bolchevique.
Lo que resultó más desmoralizante es que esa represión masiva sembró el desánimo en las filas de la Oposición. Poco después de su expulsión se rompió la alianza entre Trotski y Zinoviev. El componente más débil de esa alianza, es decir Zinoviev, Kamenev, y la mayoría de sus seguidores, capitularon cobardemente, confesaron sus «errores», y suplicaron su readmisión en el partido. La mayoría del ala derecha trotskista se rindió igualmente en ese momento([2]).
Destrozada ya el ala izquierda del Partido, Stalin se volvió contra sus aliados de derecha, o sea los bujarinistas, cuya política era más abiertamente favorable al capitalismo privado y el kulak. Debiendo enfrentar diversos problemas económicos inmediatos, en particular la llamada “escasez de artículos”, pero sobre todo presionado por la necesidad de un desarrollo de las capacidades militares de Rusia, en un mundo que se dirigía hacia nuevas conflagraciones imperialistas, Stalin anunció su “giro a la izquierda”, es decir un repentino bandazo hacia una industrialización a marchas forzadas y hacia la “liquidación del kulak como clase”, lo que quería decir la expropiación forzosa del grande y del mediano campesino.
Este nuevo bandazo de Stalin, acompañado de una ensordecedora campaña contra el “peligro derechista” en el partido, acabó por diezmar aún más las filas de la Oposición. Militantes como Preobrazhenski, decididos partidarios de la industrialización como la clave para avanzar hacia el socialismo, se dejaron llevar rápidamente por la idea de que Stalin estaba aplicando, objetivamente, el programa de la izquierda, por lo que urgió a los trotskistas a que reintegraran el redil del partido. Ese fue el destino político de la teoría de la “acumulación socialista primitiva”.
Los acontecimientos de 1927-28 fueron la marca de un giro evidente. El estalinismo había triunfado destruyendo cualquier fuerza de oposición en el partido, y ya no existían obstáculos que le impidieran conseguir su programa fundamental: construir una economía de guerra sobre la base de un capitalismo de Estado más o menos completo. Esto significaba la muerte del partido Bolchevique, totalmente fusionado con la burocracia del capitalismo de Estado. Su siguiente golpe sería el de reafirmar su dominación definitiva sobre la Internacional, enteramente convertida en instrumento de la política exterior rusa. Cuando en su VIº Congreso (agosto de 1928), la IC adoptó la tesis del “socialismo en un solo país” estaba certificando su propia defunción, como antes (en 1914) lo hiciera la Internacional socialista. Eso no quita para que – tal y como sucedió tras el desastre de 1914 – los estertores agónicos de los diferentes partidos comunistas fuera de Rusia se prolongaran durante varios años hasta que, a mediados de los años 30, todos ellos acabaron expulsando a sus propias oposiciones de izquierda y adoptando sin rodeos una postura de defensa del capital nacional en preparación del segundo holocausto mundial.
La ruptura de Trotski con la Izquierda comunista
El precedente análisis puede hoy parecer claro, pero fue entonces objeto de una acalorada discusión en los círculos de la oposición que habían conseguido sobrevivir. En 1928-29, esta discusión se polarizó sobre todo en el debate que mantuvieron Trotski y los miembros del grupo Centralismo democrático (los “decistas”) cuya influencia en las filas de los seguidores de Trotski era cada vez mayor, como lo prueba la cantidad de energía que éste empleó en rebatir los errores “ultraizquierdistas” y “sectarios” de aquellos.
Los “decistas” existían desde 1919 y se habían caracterizado por una crítica implacable de los riesgos de la burocratización en el partido y en el Estado. Tras ser expulsados de la Oposición unida, presentaron una plataforma propia en el XVº Congreso del partido, “delito” que les valió ser excluidos fulminantemente de él. Según explicaba Miasnikov en el periódico francés l’Ouvrier communiste en 1929, esta plataforma firmada por «El Grupo de los Quince»([3]), significaba una evolución respecto a las posiciones que anteriormente habían defendido los “decistas”, lo que indicaba que Sapranov se había ido acercando a las posiciones del Grupo obrero del propio Miasnikov : «En sus puntos más importantes, en su estimación de la naturaleza del Estado de la URSS, sus concepciones sobre el Estado obrero, el programa de los Quince está muy cercano a la ideología del Grupo obrero».
A primera vista esta Plataforma no difiere mucho de las posiciones contenidas en la de la Oposición unida, aunque es verdad que va mucho más lejos en la denuncia del régimen opresivo que sufrían los obreros en las fábricas, el crecimiento del desempleo, la pérdida de toda vida proletaria en los soviets, la degeneración del régimen interior en el partido, y los catastróficos resultados de la política del “socialismo en un sólo país” a nivel internacional. Pero aún planteaba una reforma radical del régimen, identificándose con las propuestas de una aceleración de la industrialización, y presentando toda una serie de medidas destinadas a regenerar el partido y restaurar el control proletario sobre el Estado y sobre la economía. En ningún momento plantea la formación de un nuevo partido ni una lucha directa contra el Estado. Lo que sí resulta significativo es que este documento trata de ir a la raíz del problema del Estado, reafirmando la crítica marxista a la debilidad que supone el Estado como instrumento de la revolución proletaria, y alertando sobre las consecuencias de un Estado totalmente desvinculado de la clase obrera. Es más, cuando aborda la cuestión de la propiedad estatal, señala que ésta no tiene nada de fundamentalmente socialista: «Para nuestras empresas estatales, la única garantía de que no vayan en una dirección capitalista es la existencia de la dictadura del proletariado. Unicamente si esa dictadura se hunde o degenera puede alterarse esa dirección. Por ello representan una sólida base para la construcción del socialismo. Pero eso no significa que sean ya socialistas... Caracterizar tales formas de industria, en las que la fuerza de trabajo continúa siendo una mercancía, de socialismo o aún siquiera de formas inacabadas de socialismo de mala calidad, equivaldría a falsear la realidad, desacreditar el socialismo a los ojos de los trabajadores, confundir las tareas actuales con las definitivas y disfrazar la NEP como socialismo». En definitiva que sin dominación política del proletariado la economía, incluyendo el sector estatalizado, se encaminaría necesariamente en un sentido capitalista. Sobre eso, Trotski nunca tuvo mucha claridad pues pensaba que la propiedad nacional garantizaría, por sí misma, el carácter proletario del Estado. Por último, la Plataforma de los Quince demostraba una mayor conciencia sobre la inminencia de un Thermidor, planteando de hecho que la liquidación definitiva del partido por parte de la facción estalinista supondría poner punto final al carácter proletario del régimen: “La burocratización del partido, el extravío de sus dirigentes, la fusión del aparato del partido con la burocracia gubernamental, la reducción de la influencia del elemento obrero del partido, la intromisión del aparato gubernamental en las luchas internas del partido... todo esto pone de manifiesto que el Comité central ha traspasado ya, con su política, la etapa de amordazar el partido y ha empezado ya la de su liquidación, transformándolo en un aparato auxiliar del Estado. Esta liquidación significaría el final de la dictadura del proletariado en la URSS. El partido es la vanguardia y el instrumento esencial de la lucha de la clase obrera. Sin él no puede lograrse la victoria, ni siquiera puede mantenerse la dictadura del proletariado”.
Es verdad que la Plataforma de los Quince mostraba aún una cierta subestimación de la amplitud del triunfo que el capitalismo había ya logrado en la URSS, pero no es menos cierto que cuando llegaron los acontecimientos de 1928-29, los decistas, o al menos buena parte de ellos, pudieron deducir más rápidamente sus verdaderas implicaciones: la destrucción de la oposición a manos del terror estatal estalinista significaba que el partido bolchevique se había convertido en un “cadáver hediondo” como lo describió el “decista” V. Smirnov, y eso implicaba que no había nada ya que defender en ese régimen. Trotski combatió esa apreciación en su carta “Nuestras diferencias con los Centralistas democráticos”, en la que escribía al “decista” Borodai: “sus compañeros de Jarkov, según me han informado, se han dirigido a los trabajadores con un llamamiento basado en la falsedad de que la revolución de Octubre y la dictadura del proletariado han sido ya liquidadas. Este Manifiesto, esencialmente falso, ha causado el mayor de los perjuicios a la Oposición”. Cuando Trotski habla de “perjuicio” se refiere, sin duda, a que un sector cada vez más numeroso de la Oposición estaba llegando a esas mismas conclusiones.
Igualmente los “decistas” comprendieron que no había nada de socialista en el súbito “giro a la izquierda” de Stalin, por lo que pudieron resistir mejor la oleada de capitulaciones causadas por éste, lo que no quiere decir que resultaran completamente indemnes, que no sufrieran divisiones, etc. Según contaron Ciliga y otros, el propio Sapranov capituló en 1928 convencido de que la ofensiva contra los kulaks significaba un cierto giro hacia una política socialista. Sin embargo también hay indicios que muestran que pronto se dio cuenta del carácter capitalista de Estado del programa de industrialización de Stalin. Miasnikov refirió, en sus artículos de 1929 en L’Ouvrier communiste, que Sapranov había sido arrestado ese mismo año. También anunció que se había producido un reagrupamiento entre el Grupo obrero, el Grupo de los Quince, y lo que quedaba de la Oposición obrera. En cuanto a Smirnov su comportamiento evolucionó de manera completamente diferente:
«El joven decista Volodia Smirnov llegó incluso a afirmar que “nunca ha habido una revolución proletaria ni una dictadura del proletariado en Rusia, que simplemente se trató de una ‘revolución popular’ desde abajo y una dictadura desde arriba. Lenin jamás fue un ideólogo del proletariado, sino que, desde el principio hasta el final, fue un ideólogo de la intelligentsia”. Estas ideas están relacionadas con un punto de vista muy extendido según el cual el mundo se encamina directamente hacia un nuevo orden social: el capitalismo de Estado, en el que la burocracia sería la nueva clase dominante. Pone al mismo nivel a la Rusia soviética, la Turquía de Kemal, la Italia fascista, la Alemania que marcha hacia el hitlerismo, y la Norteamérica de Hoover-Roosevelt. “El comunismo es un fascismo extremo, el fascismo es un comunismo moderado” escribió en su artículo ‘El comfascismo’. Esta forma de ver las cosas ensombrece las fuerzas y las perspectivas del socialismo. La mayoría de la fracción decista, Davidov, Shapiro, etc., consideraron que la herejía del joven Smirnov superaba todos los límites y fue expulsado del grupo en medio de un escándalo» (Ciliga, obra citada, pág. 280-282).
Ciliga añadió que no resulta difícil ver la idea de una “nueva clase” de Smirnov como un antecedente de las teorías de Burnham. Del mismo modo, su visión de Lenin como un ideólogo de la intelligentsia fue posteriormente retomada por los comunistas de consejos. Lo que inicialmente podía haber sido un análisis muy válido – la tendencia universal al capitalismo de Estado en la fase de decadencia del capitalismo – se convirtió, dadas las circunstancias de derrota y confusión que entonces reinaban, en un camino hacia el abandono del marxismo.
Otro tanto puede decirse de los elementos de la izquierda comunista rusa que llamaron a la constitución inmediata de un nuevo partido. Es cierto que actuaban guiados por una preocupación justa pero daban la espalda a la realidad de aquel período. Un nuevo partido no puede ser creado por un acto puramente voluntarista en un período de profunda derrota de la clase obrera mundial. Lo que exigía aquel momento era la constitución de fracciones de izquierda, capaces de preparar las bases programáticas del nuevo partido, para cuando las condiciones de la lucha de clases internacional lo hicieran posible. Sólo la Izquierda italiana sería capaz de sacar, de manera consecuente, esta conclusión.
Todos estos hechos ponen de manifiesto las terribles dificultades a las que se enfrentaron los grupos de oposición a finales de los años 20 abocados, cada vez más, a desarrollar su trabajo de análisis en las cárceles de la GPU que, paradójicamente, se habían convertido en un oasis de debate político en un país silenciado por un terror estatal sin precedentes. Pero en medio de ese drama general de capitulaciones y divisiones también se abrió paso un proceso de convergencia en torno a las posiciones más claras de la izquierda comunista, un proceso en el que estaban implicados los “decistas”, así como los elementos supervivientes del Grupo obrero y de la Oposición obrera, y también los “intransigentes” de la oposición trotskista. El propio Ciliga que pertenecía al ala más radical de ésta, describió así su ruptura con Trotski en el verano de 1932, tras recibir un importante texto programático de éste titulado “Los problemas del desarrollo de la URSS; esbozo de un programa de la Oposición de izquierdas internacional ante la cuestión rusa”: «Desde 1930, ella (el ala izquierda de la corriente trotskista) esperaba que su dirigente hablara claro y declarara que el actual Estado soviético no tiene nada que ver con un Estado obrero. Ahora tenemos que ya desde el primer capítulo de su programa, Trotski lo define inequívocamente como un “Estado proletario”. Más adelante nos encontramos con un nuevo revés para el ala izquierda cuando al tratar el tema del Plan quinquenal, el programa defiende tajantemente su carácter socialista tanto de sus objetivos como de sus métodos... Ya no cabe esperar que Trotski pueda distinguir alguna vez entre burocracia y proletariado, entre capitalismo de Estado y socialismo. Para todos aquellos “negadores” de la izquierda a los que les resulta imposible identificar con el socialismo lo que hoy se está dando en Rusia, no queda más salida que romper con Trotski y abandonar el colectivo trotskista. Cerca de diez – entre los que me incluyo – tomamos una decisión en ese sentido... Tras haber compartido tanto la ideología como los combates de la Oposición Rusa, he acabado llegando a la conclusión – como tantos otros antes que yo y otros tantos harán después – de que Trotski y sus seguidores están demasiado estrechamente atados al régimen burocrático de la URSS para poder luchar contra ese régimen hasta sus últimas consecuencias... para él (Trotski) la tarea de la Oposición debe ser la de mejorar, que no destruir, el sistema burocrático; y luchar contra los “privilegios exagerados” y “la extrema desigualdad en las condiciones de vida”, pero no luchar contra todos los privilegios y todas las desigualdades.
“¿Oposición burocrática o proletaria?” Así titulé el artículo que escribí en prisión y en el que expresé mi cambio de actitud hacia el trotskismo. En adelante pertenezco al campo del ala más de extrema izquierda de la oposición rusa: “Centralismo democrático”, “Oposición obrera”, “Grupo obrero”.
Lo que a la Oposición la separa de Trotski no es únicamente cómo juzga el sistema o cómo comprende los problemas actuales sino, sobre todo, qué papel atribuye al proletariado en la revolución. Para los trotskistas es el partido, para la extrema izquierda el verdadero agente de la revolución es la clase obrera. En las luchas entre Stalin y Trotski tanto en lo referente a la política del partido como respecto a la dirección personal de éste, el proletariado apenas ha representado el papel de un sujeto pasivo. A los grupos de comunistas de extrema izquierda, en cambio, lo que nos interesa son las condiciones reales de la clase obrera, el papel que realmente tiene en la sociedad soviética, y el que debería asumir en una sociedad que se plantee verdaderamente la tarea de la construcción del socialismo. Las ideas y la vida política de estos grupos me abren nuevas perspectivas y me hacen enfrentar cuestiones desconocidas en la oposición trotskista: ¿cómo puede el proletariado emprender la conquista de los medios de producción arrebatados a la burguesía? ¿cómo puede controlar eficazmente tanto al partido como al gobierno, estableciendo una democracia obrera y salvaguardando la revolución de la degeneración burocrática?».
Es cierto que las conclusiones de Ciliga desprenden cierto aroma consejista y que en sus últimos años éste acabó también desilusionándose del marxismo. Pero eso no impide reconocer en sus textos una fide digna descripción de un auténtico proceso de clarificación proletaria en unas condiciones de lo más adversas. Fue desde luego una tragedia que muchos de los resultados de ese proceso se perdieran y que no tuvieran un impacto inmediato sobre el desmoralizado proletariado ruso. Algunos, por descontado, desprecian ese esfuerzo como irrelevante o lo desdeñan presentándolo como una manifestación más de la naturaleza sectaria y abstencionista de la izquierda comunista. Pero los revolucionarios trabajan a escala histórica, y la lucha que los comunistas de izquierda rusos desarrollaron para poder comprender las razones de la terrible derrota que habían padecido conserva una gran importancia teórica y es más relevante, si cabe, para la actividad de los revolucionarios actuales. Démonos simplemente cuenta de lo nefasto que resultó que en lugar de las tesis de los intransigentes, lo que tuviera una mayor influencia en el movimiento de la oposición fuera de Rusia, fueran las tentativas de Trotski por reconciliar lo irreconciliable, por encontrar algo de obrero en el régimen estalinista. Esta incapacidad para reconocer que el Thermidor había concluido tuvo desastrosas consecuencias, contribuyendo a la traición definitiva de la corriente trotskista cuando, a través de la ideología de la «defensa de URSS», llamó al proletariado a participar en la IIª Guerra mundial.
Tras el silenciamiento de la Izquierda comunista rusa, la búsqueda para resolver el “enigma ruso”, durante los años 30 y 40, fue asumida fundamentalmente por revolucionarios de otros países, cuyos debates y análisis abordaremos en el próximo artículo de esta serie.
CDW
[1] De hecho todavía no se ha podido desvelar una parte importante de la historia de los “decistas” y de otras corrientes de la izquierda en Rusia. Hacerlo requiere un gran esfuerzo de investigación. Un simpatizante de la CCI, Ian, se había volcado en una vasta investigación sobre la Izquierda comunista rusa, estando especialmente persuadido de la importancia del grupo de Sapranov. Desgraciadamente falleció en 1997 antes de poder completar esas investigaciones. La CCI está intentando asumir, al menos, una parte de ese trabajo. También confiamos en que la emergencia de un medio político proletario en Rusia pueda facilitar el desarrollo de esta investigación.
[2] No fueron estos, sin embargo, los primeros opositores que claudicaron ante el régimen estalinista. Un año antes, los líderes de la Oposición obrera (Mevdiev, Shliapnikov y Kollontai), así como uno de los más decididos miembros de la Izquierda comunista y de Centralismo democrático (Ossinski), junto a la esposa de Lenin (Krupskaya), ya habían renunciado a cualquier actividad de oposición.
[3] La Plataforma del Grupo de los Quince fue publicada por primera vez fuera de Rusia, a principios de 1928, por una rama de la Izquierda italiana que venía editando el periódico Réveil communiste (Despertar comunista) desde finales de los años 20. Apareció traducida al alemán y al francés bajo el título En vísperas de Thermidor, Revolución y contrarrevolución en la Rusia de los Soviets, Plataforma de la Oposición de izquierda en el partido Bolchevique (Sapranov, Smirnov, Obhorin, Kalin, etc). La CCI se propone publicar próximamente una versión en inglés de dicho texto.
El anarquismo hoy tiene viento en popa. Tanto con el reforzamiento del anarcosindicalismo o como con la aparición de numerosos grupos reclamándose de las ideas libertarias, el anarquismo vuelve a tener cierto éxito en varios países (y a aprovechar de un interés creciente por parte de los media burgueses). Este fenómeno se entiende perfectamente en el actual período histórico.
El hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los 80 permitió a la burguesía librarse a una campaña inigualada sobre el tema de “la muerte del comunismo”. Estas han tenido cierto impacto en la clase obrera, y también en estos que rechazan el sistema capitalista y desean su derrumbamiento revolucionario. Según estas campañas, la quiebra de lo que llamaban “socialismo” cuando no “comunismo” no sería sino la quiebra de las ideas comunistas expresadas por Marx que los regímenes estalinistas habían convertido en ideología oficial, claro está falsificándolas sistemáticamente.
Marx, Lenin, Stalin, un mismo combate: este es el tema que nos han machaconeado durante años y años todos los sectores de la burguesía. Y éste es precisamente el tema que la corriente anarquista ha ido defendiendo a lo largo del siglo XX, desde que se colocó en URSS uno de los regímenes más bárbaros al que ha dado luz el sistema capitalista. Para los anarquistas, que consideraron desde siempre que el marxismo era “autoritario”, la dictadura estalinista no era sino la consecuencia inevitable de la aplicación de las ideas de Marx. En este sentido, los éxitos actuales de la corriente anarquista y libertaria son el fruto de las campañas de la burguesía, la señal de su impacto en aquellos que sin dejar de rechazar el capitalismo, también han sido enganchados por el montón de mentiras que se nos arroja desde diez años. Así es como la corriente que se considera como la enemiga más radical del orden burgués debe buena parte de su éxito actual a las concesiones que va haciendo – y que siempre ha hecho – a los temas ideológicos clásicos de la burguesía.
Dicho esto, muchos anarquistas y libertarios se sienten un poco molestos. Por un lado les cuesta tragar el comportamiento que tuvo la mayor organización de la historia del anarquismo, la que tuvo la influencia más determinante sobre la clase obrera de un país, la CNT de España. Resulta por supuesto difícil reclamarse de la experiencia de una organización que tras decenas de años de propaganda de “acción directa”, de denuncia de cualquier participación al juego parlamentario burgués, de discursos definitivos contra el Estado – contra cualquier forma de Estado –, no fue capaz en el 36 más que de mandar varios consejeros al gobierno de la Generalitat de Cataluña y cuatro ministros al gobierno burgués de la República española. Ministros que no vacilaron en llamar a los obreros a rendir las armas y fraternizar con sus verdugos en cuanto se levantaron contra la policía de ese mismo gobierno (policía controlada por... ¡los estalinistas!). En pocas palabras, cuando los dieron una puñalada trapera. Por esto ciertos libertarios hoy intentan reclamarse de corrientes nacidas en el mismo anarquismo y en la CNT y que se opusieron a la política criminal de esta central sindical, tales como los Amigos de Durruti que combatieron en el 37 la línea oficial de la CNT española, y que esta misma CNT denunció como traidores y excluyó. Es precisamente para precisar el carácter de esta corriente particular que publicamos el artículo que viene a continuación, extracto del folleto España 1936 publicado por la sección de la CCI en España.
Por otro lado, algunos de los que se acercan de las ideas libertarias se dan cuenta sin gran dificultad de la vacuidad de la ideología anarquista e intentan tener otras referencias para reforzar las de los maestros clásicos (Prudón, Bakunin, Kropotkin, etc.). Y ¿que mejor referencia pueden encontrar que la del mismo Marx, del que hasta Bakunin se proclamó “discípulo” en sus tiempos? Animados por la voluntad de rechazar las mentiras burguesas que le echan la culpa al marxismo de todos los males que ha sufrido Rusia desde 1917, intentan oponer radicalmente a Lenin a Marx, lo que les coloca de nuevo bajo la influencia de las campañas que hacen de Stalin el fiel heredero de Lenin. Por esto, en su esfuerzo para promover un “marxismo libertario”, intentan reclamarse de la corriente de la Izquierda comunista germano holandesa cuyos principales teóricos, tales como Otto Rülhe primero y más tarde Anton Pannekoek, consideraron que la revolución rusa del 17 no fue sino una revolución burguesa, dirigida por un partido burgués – el Partido bolchevique – inspirado por un jacobino burgués: Lenin. Tanto los compañeros de la Izquierda holandesa como los de la Izquierda alemana siempre tuvieron claro que se reclamaban exclusivamente del marxismo y de ningún modo del anarquismo, y siempre rechazaron cualquier intento de conciliar ambas corrientes. Esto no impide ciertos anarquistas el intentar anexarlos a su ideología como tampoco impide a otros, con cierta ingenuidad, el intentar elaborar un “marxismo libertario”, realizando la imposible síntesis entre anarquismo y marxismo.
Es uno de estos intentos que publicamos, una carta redactada por un pequeño grupo francés llamado Izquierda comunista libertaria (GCL) para contestar a nuestro artículo “El comunismo de consejos no es un puente entre marxismo y anarquismo”, publicado en Internationalisme no 259 (publicación de la CCI en Bélgica) y en Révolution internationale no 300 (publicación de la CCI en Francia). A continuación, también publicamos amplios extractos de la respuesta (que no es exhaustiva) que les hemos hecho.
CCILa agrupación anarquista de Los Amigos de Durruti, se ha citado a menudo para ilustrar la vitalidad del anarquismo durante los acontecimientos de 1936 en España, puesto que sus miembros jugaron un papel destacado durante las luchas de Mayo 1937, oponiéndose y denunciando la colaboración de la CNT en el gobierno de la República y la Generalitat de Cataluña. Hoy la CNT se vanagloria de sus hazañas y vende sus publicaciones más conocidas(), apadrinando sus posiciones.
La agrupación anarquista de Los Amigos de Durruti, se ha citado a menudo para ilustrar la vitalidad del anarquismo durante los acontecimientos de 1936 en España, puesto que sus miembros jugaron un papel destacado durante las luchas de Mayo 1937, oponiéndose y denunciando la colaboración de la CNT en el gobierno de la República y la Generalitat de Cataluña. Hoy la CNT se vanagloria de sus hazañas y vende sus publicaciones más conocidas([1]), apadrinando sus posiciones.
Para nosotros sin embargo, la lección esencial de la experiencia de esta agrupación no es la “vitalidad” del anarquismo, sino al contrario, la imposibilidad de plantear una alternativa revolucionaria desde él([2]). Los Amigos de Durruti, aunque se opusieron a la política de “colaboración” de la CNT, no comprendieron su papel como factor activo de la derrota del proletariado, su alineamiento en el campo burgués; y por eso no la denunciaron como un arma del enemigo; al contrario, siempre reivindicaron su militancia en la CNT y la posibilidad de utilizarla para defender los intereses del proletariado.
La razón fundamental de esa dificultad es su incapacidad para romper con el anarquismo. Esto es lo que explica también que, a pesar del indiscutible esfuerzo y el coraje revolucionario de los miembros de esta agrupación, no haya surgido lamentablemente una clarificación sobre los acontecimientos de España 1936.
1936: ¿Revolución proletaria o guerra imperialista?
En los libros de historia, los sucesos de España 1936 se describen como “la guerra civil”. Para los trotskistas y los anarquistas, se trata de “la revolución española”. Para la CCI, no fue ni una “guerra civil”, ni una “revolución”, sino una guerra imperialista. Una guerra entre dos fracciones de la burguesía española: la de Franco, respaldada por el imperialismo alemán e italiano; y en el otro lado, el republicano, un gobierno del Frente popular que, particularmente en Cataluña, incluía a los estalinistas, el POUM y la CNT, respaldado por la URSS y los imperialismos democráticos. La clase obrera se movilizó en julio 1936 contra el golpe de Franco y en mayo 1937 en Barcelona contra la tentativa de la burguesía de aplastar la resistencia proletaria([3]). Pero, en ambos casos, el Frente popular, logró derrotarlo y desviarlo hacia las matanzas militares utilizando la excusa del “antifascismo”.
Este fue el análisis de Bilan, la publicación de la Izquierda comunista de Italia en el exilio. Para Bilan, era esencial ver el contexto internacional en el que ocurrían los acontecimientos en España. La oleada revolucionaria internacional que acabó con la Iª Guerra mundial y se extendió por los cinco continentes había sido derrotada, aunque todavía quedaban ecos de luchas obreras en China en 1926, en la huelga general de Gran Bretaña, y en la propia España. Sin embargo el aspecto dominante de la década de 1930 era la preparación de todas las potencias imperialistas para otro conflicto global. Este era el marco internacional de los acontecimientos en España: una clase obrera derrotada y el camino a una IIa Guerra mundial.
Otros grupos proletarios como el GIKH([4]), defendieron posiciones similares, a pesar de que también hubiera espacio en sus publicaciones para posiciones que se asimilaban al trotskismo, que veían que, partiendo de una lucha por una “revolución burguesa”, el proletariado podía intervenir revolucionariamente. Bilan debatió pacientemente con estos grupos, entre los que se incluía una minoría en su seno, que defendía que la revolución podía surgir de la guerra y que se movilizó para luchar en la columna Lenin en España([5]).
Por muy confusas que pudieran ser sus posiciones, ninguno de estos grupos se había comprometido sin embargo en el apoyo al gobierno republicano. Ninguno había participado en el sometimiento de los obreros a la República, ninguno había tomado partido por la burguesía... ¡A diferencia del POUM y la CNT!([6]).
Apoyándose en aquellos errores del proletariado, la burguesía pretende avalar hoy la política traidora y contrarrevolucionaria de estos últimos, presentando los sucesos de 1936 en España como una “revolución proletaria” dirigida por el POUM y la CNT([7]), cuando estos fueron en realidad la última línea de la burguesía contra la lucha obrera, como ya hemos denunciado:
“Pero sobre todo el POUM y la CNT jugaron el papel decisivo en el alistamiento de los obreros para el frente. El cese de la huelga general fue ordenado por estas dos organizaciones sin que hubieran participado siquiera en su desencadenamiento. Más que Franco, la fuerza de la burguesía era disponer de una extrema izquierda que desmovilizó al proletariado español” (en nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, pag. 84).
Las bases anarquistas de la traición de la CNT en 1936
A muchos obreros les cuesta reconocer que la CNT, que agrupaba los proletarios más combativos y decididos, y que lanzaba las propuestas más radicales, traicionara a la clase obrera, poniéndose del lado del Estado republicano burgués y alistándola en la guerra antifascista.
Por eso, confundidos por la amalgama y heterogeneidad de posiciones que caracteriza al medio anarquista, sacan como lección que el problema no fue la CNT sino la “traición” de 4 ministros (la Montseny, García Oliver etc.) o la influencia de corrientes como los Treintistas([8]).
Es cierto que durante la oleada revolucionaria internacional que siguió a la Revolución rusa, las mejores fuerzas del proletariado en España se agrupaban en la CNT (el Partido socialista se alineaba con los socialpatriotas que habían llevado al proletariado mundial a la guerra imperialista, y el partido comunista representaba una ínfima minoría). Y esto expresaba fundamentalmente una debilidad del proletariado en España, consecuencia de las características que tomó el desarrollo del capitalismo (mala cohesión nacional, peso desmesurado de los sectores terratenientes de la burguesía y la aristocracia).
Ese terreno había sido un caldo de cultivo para la ideología anarquista, que expresa fundamentalmente el pensamiento de la pequeña burguesía radicalizada y su influencia en el proletariado. Ese peso se había visto agravado por la influencia del bakuninismo en la AIT en España, que tuvo desastrosas consecuencias, como había denunciado Engels en su libro Los bakuninistas en acción, a propósito del movimiento cantonalista de 1873 en España, cuando estos arrastraron al proletariado tras la burguesía radical aventurera. Entonces el anarquismo, cuando había tenido que elegir entre la toma del poder político por la clase obrera, o el gobierno de la burguesía, se había decantado por esta última:
«Esos que se presentan como autónomos, revolucionarios, anarquistas, acaban de lanzarse con el mayor celo en esta ocasión a hacer política, pero la peor de todas: la política burguesa. En lugar de luchar por conquistar el poder político para la clase obrera – cosa que les repugna- han ayudado a que lo tenga una fracción de la burguesía compuesta de aventureros ambiciosos que buscan ocupar puestos importantes y que se llaman a sí mismos “republicanos intransigentes”» (Informe de la federación madrileña de la AIT, en el libro de Engels)
Durante la oleada revolucionaria que siguió a la Iª Guerra mundial, la CNT sin embargo, sintió la influencia de la Revolución rusa y de la IIIª Internacional. El Congreso cenetista de 1919 se pronunció claramente sobre la naturaleza proletaria de la Revolución rusa y el carácter revolucionario de la Internacional comunista, en la que decidió participar. Pero con la derrota de la oleada revolucionaria y la apertura de un curso contrarrevolucionario, la CNT no pudo encontrar en sus débiles fundamentos anarquistas y sindicalistas la fuerza teórica y política para abordar la tarea de sacar lecciones de la sucesión de derrotas en Alemania, Rusia, etc., y para dirigir en un sentido revolucionario la enorme combatividad del proletariado en España.
A partir del Congreso de 1931, la CNT antepone su “odio a la dictadura del proletariado” a sus tomas de posición anteriores sobre la Revolución rusa, mientras que ve en las Cortes constituyentes “el producto de un hecho revolucionario” (Ponencia del congreso: posición de la CNT frente a las Cortes constituyentes), a pesar de su oposición formal al parlamento burgués. Con ello, comienza a decantarse hacia el apoyo a la burguesía, más explícitamente en fracciones como los treintistas; y a pesar de que en su seno persisten elementos que continúan adhiriendo al combate revolucionario del proletariado.
En febrero 1936, la CNT, saltándose a la torera sus principios abstencionistas, llama indirectamente a votar por el Frente popular: “Naturalmente, la clase obrera en España, que desde hacía muchos años había sido aconsejada por la CNT a que no votase, interpretó nuestra propaganda en el mismo sentido que deseábamos, eso es, que debía votar, pues que siempre resultaría más fácil hacer frente a las derechas fascistas si ellas se sublevaban después de ser derrotadas y fuera del gobierno”([9]).
Con esto muestra su decantación clara por el Estado burgués, su implicación en la política de derrota y alistamiento del proletariado para la guerra imperialista.
No es sorprendente pues lo que ocurrió después en Julio 1936, cuando, con la Generalitat a merced de los obreros en armas, entregó el gobierno a Companys, llamó a volver al trabajo y envió a los obreros a ser masacrados al frente de Aragón. Ni lo que ocurrió en mayo 1937, cuando, respondiendo a la provocación de la burguesía, los obreros levantaron espontáneamente barricadas y se hicieron con el control de la calle, y la CNT llamó de nuevo a abandonar la lucha y evitó que volvieran los obreros del frente a apoyar a sus compañeros de Barcelona([10]).
Los sucesos en España muestran que, en la era de las guerras y las revoluciones, sectores del anarquismo son ganados por la lucha revolucionaria del proletariado, pero que el anarquismo como corriente ideológica es incapaz de enfrentar la contrarrevolución y levantar una alternativa revolucionaria, siendo arrastrado al terreno de la defensa del Estado burgués. Bilan comprendió esto y lo expresó brillantemente: “... hay que decirlo abiertamente: en España no existían las condiciones para transformar los embates de los proletarios españoles en la señal del despertar mundial del proletariado, aún cuando existieran seguramente unos contrastes en las condiciones económicas, sociales y políticas, más profundos y exacerbados que en otros países... La violencia de estos acontecimientos no debe inducirnos a error en la valoración de su naturaleza. Todos provienen de la lucha a muerte entablada por el proletariado contra la burguesía, pero prueban también la imposibilidad de reemplazar sólo por la violencia – que es un instrumento de lucha y no un programa de lucha – una visión finalista de los objetivos proletarios, y puesto que no confluyen con una intervención comunista orientada en esta dirección, aquel caerá finalmente dentro de la órbita del desarrollo capitalista, arrastrando en su quiebra a las fuerzas sociales y políticas que hasta entonces representaban de una manera clásica las escaramuzas de clase de los obreros: los anarquistas”([11]).
Los Amigos de Durruti : una tentativa de reacción contra la traición de la CNT
Los Amigos de Durruti eran de esos elementos anarquistas que, a pesar de la decantación burguesa de la CNT, en la que militaron durante todo el tiempo, continuaban adhiriendo a la revolución; y en ese sentido son un testimonio de la resistencia de elementos proletarios que no comulgaban con las ruedas de molino que quería hacerles tragar la central anarquista.
Por este motivo, la CNT y la burguesía en general, intenta presentar este grupo como ejemplo de que, aún en los peores momentos de 1936-1937, en la CNT ardía una llama revolucionaria.
Sin embargo esa interpretación es completamente falsa. Lo que animaba la decantación revolucionaria de los Amigos de Durruti era precisamente su combate contra las posiciones de la CNT, apoyándose en la fuerza del proletariado, del que formaban parte y estaban en primera línea.
Los Amigos de Durruti se situaron en un terreno de clase, no en tanto que militantes de la CNT, sino en tanto que militantes obreros que sentían la fuerza de la clase el 19 de Julio y que, desde esas bases, se oponían a las propuestas de la Confederación.
Al contrario, la tentativa de compaginar ese ímpetu proletario con su militancia en la CNT y con las propuestas anarquistas, hizo del todo imposible que de ellos pudiera salir una alternativa revolucionaria, ni siquiera una capacidad para sacar lecciones claras de los acontecimientos.
La agrupación de los Amigos de Durruti era un grupo de afinidad anarquista, que se constituyó formalmente en marzo de 1937, a partir de la confluencia de una corriente que se pronunciaba, desde la misma prensa de la CNT, contra de la colaboración con el gobierno, y otra corriente que volvió a Barcelona para luchar contra la militarización de las milicias.
La agrupación estaba directamente ligada al curso de las luchas obreras, en las que apoyaba su reflexión y su combate. No se trataba de un grupo de teóricos, sino de obreros en lucha, de activistas. Por eso básicamente reivindicaban la lucha de Julio 1936, y sus “conquistas”, que se concretaban en las patrullas de control que surgieron en los barrios y en el armamento de la clase obrera, aunque para ellos se trataba fundamentalmente del espíritu de las Jornadas de julio, de la fuerza espontánea de la lucha obrera, que tomó las armas para rechazar el ataque de Franco y se hizo dueña de la calle en Barcelona.
Antes de las jornadas de Mayo, algunos miembros destacados de la agrupación escribían en el periódico de la CNT La Noche, pero la actividad fundamental del grupo consistía en mítines donde se discutía sobre el curso de los acontecimientos.
En las Jornadas de mayo 37, los Amigos de Durruti combatieron en las barricadas y lanzaron la hoja que les hizo famosos, reivindicando una Junta revolucionaria, la socialización de la economía y el fusilamiento de los culpables. En la lucha, sus posiciones tendieron a confluir con las del grupo Bolchevique-leninista, de orientación trotskista, donde militaba Munis, y con el que mantuvieron discusiones que alimentaban su reflexión, pero que no consiguieron empujar al grupo a romper con el anarquismo.
Después de las Jornadas de mayo comenzó la publicación de El Amigo del Pueblo, del que se editaron al parecer 15 números, y que expresa su tentativa de clarificar las cuestiones que la lucha había planteado. El teórico más destacado del grupo, Jaime Balius, publicó en 1938 el folleto Hacia una nueva Revolución, que resume de forma más elaborada las posiciones que defendió El Amigo del Pueblo.
Sin embargo, el grupo estaba directamente ligado al oxígeno de la lucha obrera, y a medida que esta fue vencida por el Estado republicano, aquel fue desapareciendo, volviendo al redil de la CNT.
Aunque significó una respuesta obrera a la traición de la CNT su evolución se vio truncada por la imposibilidad de abordar la ruptura con el anarquismo y el sindicato mismo. Por eso el grupo se mantuvo vivo y combativo en la medida en que lo alimentaban las luchas, la fuerza de la clase, pero no pudo ir más allá.
Una ruptura incompleta con el anarquismo
En las dos cuestiones centrales para la lucha de clases que se debatían de julio a mayo: la relación entre la guerra en el frente antifascista y la guerra social, y la cuestión de la colaboración en el gobierno republicano burgués o su derrocamiento, los Amigos de Durruti se opusieron a la política de la CNT y la combatieron.
La naturaleza de la guerra en España
Contrariamente a la CNT, que se había opuesto de forma nada disimulada a la acción de los obreros el 18 de julio, los Amigos de Durruti defendieron la naturaleza revolucionaria de esas jornadas: “Se ha afirmado que las jornadas de julio fueron una respuesta a la provocación fascista, pero “los Amigos de Durruti” hemos sostenido públicamente que la esencia de los días memorables de julio radicaba en las ansias absolutas de emancipación del proletariado”([12]).
Igualmente combatieron contra la política de subordinar la revolución a las necesidades de la guerra antifascista; cuestión que en gran parte estuvo en la base de su propia formación como agrupación([13]):
“La labor contrarrevolucionaria es facilitada por la poca consistencia de muchos revolucionarios. Nos hemos dado perfecta cuenta de un gran número de individuos que consideran que para ganar la guerra se ha de renunciar a la revolución. Así se comprende este declive que desde el 19 de Julio se ha ido acentuando de una manera intensiva... No es justificable que para llevar a las masas al frente de batalla se quieran acallar los anhelos revolucionarios. Debería ser todo lo contrario. Afianzar todavía más la revolución para que los trabajadores se lanzasen con brío inusitado a la conquista del nuevo mundo, que en estos instantes de indecisión no pasa de ser una promesa”([14]).
Y en mayo de 1937 se opusieron a las órdenes de la CNT a los milicianos en el frente de que interrumpieran su marcha a Barcelona para defender la lucha obrera en la calle y continuaran la guerra en el frente.
Esa determinación en el combate, choca sin embargo con la pobreza de las reflexiones teóricas de los Amigos de Durruti sobre la guerra y la revolución. En realidad nunca rompieron con la posición de que la guerra iba unida a la revolución proletaria, y que se trataba por tanto de una guerra “revolucionaria” opuesta a las guerras imperialistas, lo que los convertía desde el principio en víctimas de la política de derrota y alistamiento del proletariado:
“Desde el primer instante del choque con los militares ya no es posible desglosar la guerra de la revolución... A medida que han transcurrido las semanas y los meses, de la actual lucha, se ha ido precisando que la guerra que sostenemos con los fascistas, no tiene nada en común con las guerras que se declaran los Estados... Los anarquistas no podemos hacer el juego de quienes pretenden que nuestra guerra es tan sólo una guerra de independencia con unas aspiraciones sólo democráticas. Y a esas pretensiones contestaremos nosotros, los Amigos de Durruti, que nuestra guerra es una guerra social”([15]).
Con esto, se colocaban en la órbita de la CNT, que desde la versión “radical” de las posiciones burguesas sobre la lucha entre dictadura y democracia, arrastraba a los obreros más combativos al matadero de la guerra antifascista.
De hecho las consideraciones sobre la guerra de los Amigos de Durruti se hacían desde los planteamientos nacionalistas estrechos y ahistóricos del anarquismo, teniendo que recurrir a una versión de los hechos en España, en continuidad con las tentativas de revolución de la burguesía en 1808 contra la invasión napoleónica que resultan ridículos([16]). Cuando el movimiento obrero internacional debatía sobre la derrota del proletariado mundial y la perspectiva de una segunda guerra mundial, los anarquistas en España pensaban en Fernando VII y Napoleón:
“Hoy se repite lo acaecido en la época de Fernando VII. También en Viena se celebró una reunión de los dictadores fascistas para dilucidar su intervención en España. Y el lugar que ocupaba el Empecinado es desempeñado por los trabajadores en armas. Alemania e Italia están carentes de materias primas. Necesitan hierro, cobre, plomo, mercurio. Pero estos minerales españoles están detentados por Francia e Inglaterra. No obstante intentan conquistar España, Inglaterra no protesta en forma airada. Por bajo mano intenta negociar con Franco... La clase trabajadora ha de conseguir la independencia de España. No será el capitalismo indígena quien lo logre, puesto que el capital internacional está íntimamente entrelazado de un confín a otro. Este es el drama de la España actual. A los trabajadores nos toca arrojar a los capitalistas extranjeros. No es un problema patriótico. Es un caso de intereses de clase”([17]).
Como se ve, se necesitaban filigranas para convertir una guerra imperialista entre Estados, en una guerra patriótica, una guerra “de clases”. Esto es una manifestación del desarme político al que somete el anarquismo a militantes obreros sinceros como los Amigos de Durruti. Estos compañeros que querían luchar contra la guerra y por la revolución eran incapaces de encontrar el punto de partida para una lucha efectiva: el llamamiento a los obreros y campesinos, alistados por ambos bandos – el republicano y el franquista – a desertar, a dirigir sus fusiles contra los oficiales que los oprimían, a volver a la retaguardia y luchar con huelgas, con manifestaciones, en un terreno de clase, contra el capitalismo en su conjunto.
Para el movimiento obrero internacional sin embargo, la cuestión de la naturaleza de la guerra en España era una cuestión crucial, que polarizó los debates entre la Izquierda comunista y el trotskismo y en el seno mismo de aquella:
“La guerra de España ha sido decisiva para todos: para el capitalismo fue el medio para ampliar el frente de las fuerzas que actúan a favor de la guerra, de incorporar a los trotskistas, que se denominan a sí mismos comunistas de izquierdas, al antifascismo, y para sofocar el despertar obrero que despuntaba en 1936; para las fracciones de izquierda ha constituido la prueba decisiva, la selección de hombres y de ideas... la necesidad de afrontar el problema de la guerra. Nosotros hemos resistido y aún contra la corriente siempre resistiremos” (Bilan nº‑44; citado en La Izquierda comunista de Italia, pag 93).
La colaboración de la CNT en el gobierno
Más claramente aún que sobre la cuestión de la guerra, los Amigos de Durruti se opusieron a la política de colaboración de la CNT con el gobierno de la República.
Denunciaron la traición de la CNT en julio: “En julio la ocasión era preciosa ¿Quién podía oponerse a que la CNT y la FAI se impusieran en el terreno catalán? En lugar de estructurar aquel pensamiento confederal, hecho de carne en los pliegues de las banderas rojinegras y en los gritos de las multitudes, nuestros comités se entretuvieron en idas y venidas de los centros oficiales, pero sin fijar una posición acorde con las fuerzas que teníamos en la calle. Al cabo de unas semanas de dudas se imploró la participación en el poder. Nos acordamos perfectamente que en un pleno de regionales se propugnó por la constitución de un organismo revolucionario que se determinó llamarlo Junta Nacional de Defensa en un plan general y juntas regionales en un plan local. No se cumplieron los acuerdos tomados. Se silenció el error, por no decir la conculcación de las decisiones tomadas en el pleno susodicho. Se fue al gobierno de la Generalidad en primer lugar, y más tarde, al gobierno de Madrid”([18]).
... Y más frontalmente en su Manifiesto difundido en las barricadas en mayo:
“La Generalidad no representa nada. Su continuación fortifica la contrarrevolución. La batalla la hemos ganado los trabajadores. Es inconcebible que se haya actuado con tal timidez y que se llegara a ordenar un cese el fuego, y que, por añadidura, se impusiera la vuelta al trabajo cuando estábamos a dos dedos de la victoria total. No se tuvo en cuenta de dónde salió la provocación o la agresión, no se prestó atención al verdadero significado de aquellas jornadas. Esta conducta debe calificarse de traición a la revolución, conducta que nadie en nombre de nada puede tener ni sostener. Y no sabemos cómo calificar el trabajo nefasto realizado por la “Soli” y los militantes más destacados de la CNT”.
Este Manifiesto les valió la desautorización de la CNT y la amenaza de expulsión, que llegó a producirse aunque no se llevó finalmente a la práctica. Los Amigos de Durruti rectificaron la denuncia de traición en el nº 3 de El Amigo del Pueblo : “Los Amigos de Durruti en el pasado número rectificamos el concepto de traición, en aras de la unidad anarquista y revolucionaria” (El Amigo del Pueblo nº 4), no por falta de coraje, que habían demostrado de sobra, sino porque su horizonte no iba más allá de la CNT, a la que consideraban una expresión de la clase obrera y no un agente de la burguesía.
En ese sentido, las limitaciones teóricas de sus planteamientos eran las propias de la CNT y el anarquismo, y por eso, lo que finalmente criticaban a la CNT desde una reflexión más serena, alejada de la lucha en las barricadas, es no haber tenido un programa revolucionario:
“La inmensa mayoría de la población trabajadora estaba al lado de la CNT. La organización mayoritaria en Cataluña, era la CNT. ¿Qué ocurrió para que la CNT no hiciese su revolución que era la del pueblo, la de la mayoría del proletariado?
Sucedió lo que fatalmente tenía que ocurrir. La CNT estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos a dónde íbamos. Mucho lirismo, pero en resumen de cuentas, no supimos qué hacer con aquellas masas enormes de trabajadores, no supimos dar plasticidad a aquel oleaje popular que se volcaba en nuestras organizaciones y por no saber qué hacer entregamos la revolución en bandeja a la burguesía y a los marxistas (léase socialistas y estalinistas), que mantuvieron la farsa de antaño, y lo que es mucho peor, se ha dado margen para que la burguesía volviera a rehacerse y actuase en plan de vencedora.
No se supo valorizar la CNT. No se quiso llevar adelante la revolución con todas sus consecuencias” (folleto de Balius: Hacia una nueva Revolución).
Pero para entonces la CNT sí tenía una teoría bien definida: la defensa del Estado burgués. La afirmación de Balius sirve para el conjunto del proletariado (en el sentido que la realizó igualmente Bilan – la falta de una orientación y una vanguardia revolucionaria), pero no para la CNT. Al menos desde febrero de 1936, La CNT está inequívocamente comprometida con el gobierno burgués del Frente popular:
“Cuando llega el momento de febrero de 1936, todas las fuerzas actuantes en el seno del proletariado se encontraban en un solo frente: la necesidad de alcanzar la victoria del Frente Popular para desembarazarse del dominio de las derechas y obtener la amnistía. Desde la socialdemocracia al centrismo, hasta la CNT y el POUM, sin olvidar todos los partidos de la izquierda republicana , por todas partes se estaba de acuerdo en que el estallido de las oposiciones de clase se dirimiera en el ruedo parlamentario. Y aquí se encontraba inscrita con letras flamantes la incapacidad de los anarquistas y del POUM, así como la función real de todas las fuerzas democráticas del capitalismo” (Bilan, “La lección de los acontecimientos de España”).
Después, en julio, contrariamente a lo que pensaban los Amigos de Durruti sobre que la CNT no sabía qué hacer con la revolución, en realidad lo tenía muy claro:
“Por nuestra parte, y así lo estimaba la CNT-FAI, entendimos que debía seguir Companys al frente de la Generalitat, precisamente porque no habíamos salido a la calle a luchar concretamente por la revolución social, sino a defendernos de la militarada fascista” (García Oliver, en respuesta a un cuestionario de Bolloten, citado en Agustín Guillamón: La Agrupación de los Amigos de Durruti, pag. 11).
Si durante las jornadas de mayo 37, los de Durruti, enfrentándose a la CNT, reivindicaron una “Junta revolucionaria” contra el gobierno de la Generalitat, y el “fusilamiento de los culpables”, no era el producto de su ruptura con el anarquismo, ni tampoco de una evolución desde el anarquismo hacia una alternativa revolucionaria (como pretende Guillamón), sino la expresión de la resistencia del proletariado a dejarse batir. No era una orientación de marcha para tomar el poder, cuestión que no podía plantearse en esos momentos en que la iniciativa estaba en manos de la burguesía que lanzó una provocación para acabar con la resistencia obrera, sino un testimonio. Por eso no podía ir más allá, como planteó Munis:
“Munis, en el número 2 de La Voz leninista (del 23 de agosto de 1937) realizó una crítica al concepto de “junta revolucionaria” desarrollado en el número 6 de El Amigo del Pueblo (del 12 de agosto de 1937). Para Munis, los Amigos de Durruti sufrían un progresivo deterioro teórico, e incapacidad práctica para influir en la CNT, que les conducía al abandono de algunas posiciones teóricas que la experiencia de mayo les había permitido adquirir. Munis constataba que en mayo de 1937 los Amigos de Durruti habían lanzado la consigna de “Junta revolucionaria”, al mismo tiempo que la de “todo el poder al proletariado”; mientras en el número 6, del 12 de agosto, de El Amigo del Pueblo la consigna de “Junta revolucionaria” se proponía como alternativa al “fracaso de todas las formas estatales”. Según Munis esto suponía un retroceso teórico en la asimilación por parte de los Amigos de Durruti de las experiencias de mayo, que les alejaba del concepto marxista de dictadura del proletariado, y les arrastraba de nuevo a la ambigüedad de la teoría estatal anarquista”([19]).
Pasada la agitación de la lucha obrera, y consumada la derrota, las reflexiones y las propuestas de los Amigos de Durruti volvieron sin traumas a la CNT, y la “Junta revolucionaria” acabó convirtiéndose en el Comité de milicias antifascistas, al que antes habían denunciado como órgano de la burguesía:
“La Agrupación criticó duramente la disolución de los comités de Defensa, de las patrullas de control, del Comité de milicias, y criticó el decreto de militarización, por entender que estos organismos surgidos a raíz de las jornadas de Julio tenían que ser la base – junto con los sindicatos y los municipios – de una nueva estructuración, es decir, que debían ser la pauta de un nuevo orden de cosas, aceptando naturalmente las modificaciones que hubiese aconsejado la marcha de los acontecimientos y de la experiencia revolucionaria”([20]).
Compárese lo anterior con esta otra cita, del mismo autor, en su folleto de 1938 Hacia una nueva Revolución:
“En julio se constituyó un comité de milicias antifascistas. No era un organismo de clase. En su seno se encontraban representadas las fracciones burguesas y contrarrevolucionarias”.
Conclusiones
Los Amigos de Durruti no son una expresión de la vitalidad revolucionaria de la CNT ni del anarquismo, sino de un esfuerzo de militantes obreros, a pesar del lastre del peso del anarquismo, que no ha sido nunca ni puede ser el programa revolucionario de la clase obrera.
El anarquismo puede atrapar en sus filas a sectores de la clase obrera, debilitados por su falta de experiencia o su trayectoria, como pueden ser hoy los proletarios jóvenes, pero de sus propuestas no puede salir una alternativa revolucionaria. En el mejor de los casos, como en los de Durruti, puede dar muestras de coraje y combatividad obrera, pero como la historia en España ha mostrado en dos ocasiones, en los momentos decisivos sus especulaciones ideológicas se ponen al servicio del Estado burgués.
Elementos obreros pueden adherirse a la revolución desde el anarquismo, pero para adherirse a un programa revolucionario hay que romper con el anarquismo.
R
[1] Como por ejemplo el folleto de Balius: Hacia una nueva revolución.
[2] En este punto central nuestra posición es opuesta a la de Agustín Guillamón, que ha publicado un folleto sobre este grupo: La Agrupación de los Amigos de Durruti, 1937-1939; este trabajo significa un esfuerzo importante y serio de documentación sobre la experiencia y las publicaciones de este grupo como no se había hecho hasta ahora. Por eso en este artículo aparecen varias referencias de esta fuente. Sin embargo el autor defiende que, aunque los sucesos de España 1936 son la tumba del anarquismo, del seno del anarquismo y de sus posiciones puede salir una opción revolucionaria.
[3] Para un análisis más detallado de Julio 1936 y Mayo 1937, ver el libro España 1936 publicado por la sección de la CCI en España, del que se ha extraído este artículo.
[4] Grupo de Comunistas internacionales, principalmente radicado en Holanda, representante del Comunismo de los consejos. Un trabajo de este grupo “Revolución y Contrarrevolución en España” se publica en este libro.
[5] Sobre la posición de estas corrientes, ver los Capítulos III y IV del libro mencionado.
[6] Y a diferencia de lo que después haría el trotskismo, comprometiéndose en la defensa de la URSS en la IIª Guerra mundial.
[7] Podemos ver la variante cinematográfica de esta tesis en películas como Libertarias o Tierra y Libertad que han tenido una fuerte promoción comercial.
[8] Corriente en la CNT dirigida por Angel Pestaña, quien quería fundar un “partido sindicalista”.
[9] Fragmento de respuesta de García Oliver, destacado dirigente de la CNT en 1936, realizada al investigador americano Bolloten en 1950, citado en el libro de Guillamón.
[10] En el colmo del cinismo una de las dirigentes de la CNT de entonces, Federica Montseny, pedía a los obreros “besos para los guardias” que los estaban masacrando.
[11] Bilan: “La lección de los acontecimientos de España”, ver libro citado.
[12] “El actual movimiento”, en El Amigo del Pueblo nº 5 pag. 3, tomado del libro de Frank Mintz y Miguel Peciña: Los Amigos de Durruti, los trotskistas y los sucesos de Mayo.
[13] Guillamón explica en su libro la vinculación de la Agrupación con las ideas expresadas por Buenaventura Durruti, particularmente en uno de sus últimos discursos el 5 de noviembre de 1936.
[14] Jaime Balius en La Noche: “Atención trabajadores ¡Ni un paso atrás!”, 02.03.1937; citado en F. Mintz y M. Peciña: Los Amigos..., op. cit., pag 14-15.
[15] El Amigo del Pueblo nº 1 pag. 4, citado por F. Mintz, op cit., pag 68-69.
[16] Y esa es la razón por la que Guillamón se ve obligado a prescindir de ellos (como de paso, de toda la cuestión sobre la guerra y la revolución) cuando pretende demostrar que los Amigos de Durruti expresaron una alternativa revolucionaria al anarquismo.
[17] Jaime Balius, Hacia una nueva Revolución, 1997, Centro de documentación histórico-social, Etcétera, pag 32-33.
[18] El Amigo del Pueblo nº 1, citado en F. Mintz, op cit., pag 63.
[19] Agustín Guillamón, La Agrupación Los Amigos de Durruti 1937-1939, op cit., pag. 70.
[20] Carta de Balius a Bolloten, 1946, citado en Guillamón, op cit., pag 89, subrayados en el original.
En Révolution internationale([1]) nº 300, el artículo “El comunismo de consejos no es un puente entre marxismo y anarquismo” ha llamado nuestra atención.
Somos un pequeño grupo en el Vaucluse([2]) que se reivindica de un marxismo libertario. En dicho artículo, afirmáis que ciertos componentes del comunismo de consejos tenían “un análisis erróneo del fracaso de la Revolución rusa (...) considerada como revolución burguesa cuyo fracaso atribuyen (...) a concepciones “burguesas” defendidas por el Partido bolchevique y Lenin, tales como la necesidad de un partido revolucionario”.
De hecho, compartimos las ideas de aquellos componentes del comunismo de consejos que ven a la Revolución rusa como una revolución burguesa dirigida por jacobinos. A nuestro parecer, Pannekoek compartiría nuestra opinión : “Muchos son los que persisten en concebir la revolución proletaria con los rasgos de las revoluciones burguesas pasadas, o sea como una serie de fases que se van engendrando unas a otras : para empezar, la conquista del poder político y la instauración de un nuevo gobierno ; luego, la expropiación por decreto de la clase capitalista ; y para terminar, la reorganización del proceso de producción. Sin embargo, así no se puede desembocar sino en un tipo de capitalismo de Estado. Para poder dominar realmente su destino, el proletariado ha de crear simultáneamente tanto su propia organización como las formas del nuevo orden económico. Ambos elementos son inseparables y constituyen el proceso de la revolución social”. ¿ No será precisamente porque la Revolución rusa no fue sino una revolución burguesa por lo que tomó el aspecto descrito por Pannekoek ? ¿Por qué esa concepción sería un debilitamiento teórico y político importante ? Eso, vosotros, no lo decís...
Las ideas de Lenin, sin embargo, sí que son jacobinas burguesas: una minoría de la clase, una vanguardia, la élite de un partido acaba sustituyendo a la clase obrera, que ya de por sí era minoritaria en Rusia. Este sustitucionismo desemboca en la represión de Cronstadt de 1921, represión sobre un soviet que reclamaba la libertad política y la liberación de los oponentes anarquistas y socialistas revolucionarios. Este sustitucionismo también acabó reprimiendo a todas las corrientes del movimiento anarquista (Majno, Volin...), del socialista revolucionario, del centrista (Dan y Martov...). ¿Os habéis olvidado de que Miasnikov en el Partido bolchevique fue el único en defender la libertad de prensa? ¿El mismo Miasnikov que fue excluido por una comisión del Org. Buró del que formaban parte Bujarin y Trotski?.
Otto Rülhe también comparte nuestra visión del Partido bolchevique : “El partido se consideraba como academia militar de los revolucionarios profesionales. Sus principios pedagógicos principales eran la autoridad indiscutible del jefe, un centralismo rígido, una disciplina de hierro, el conformismo, el militarismo y el sacrificio de la personalidad a los intereses del partido. Lo que Lenin desarrollaba no era sino una élite de intelectuales, un núcleo que, al estar inmerso en la revolución, tomaría su dirección y se encargaría del poder” (texto citado en La contre-revolution bureaucratique).
A la concepción de Lenin de una minoría activa de revolucionarios profesionales se opone la de Otto Rülhe, marxista antiautoritario excluido del KAPD por orden de Moscú y teórico de la Unión general obrera (AAUE) en 1920, organización ni sindical ni vanguardia sino unión de revolucionarios en los consejos de Alemania. Esta Unión se basaba en el precepto : “la emancipación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores”, tal como lo escribió Marx en 1864.
Esa concepción de Lenin de una minoría activa no parece ser la única dosis de alquitrán en la vasija de miel de las teorías leninistas.
– Lenin defendió el derecho burgués de las naciones a disponer de sí mismas. Su texto publicado en junio de 1914 es una polémica contra Rosa Luxemburg. Lenin defiende al nacionalismo polaco, ese veneno que divide al proletariado. Estas concepciones de Lenin acaban en apoyo al nacionalismo alemán cuando la ocupación del Rhur y en la celebración del héroe nacional alemán Schlageter. ¡Fue así como el partido comunista alemán hizo causa común con los fascistas!. Schlageter era un nacionalista fusilado por las tropas del ejército francés cuando la ocupación del Rhur.
- También defendió Lenin el parlamentarismo burgués, los compromisos con la burguesía y la entrada de los “comunistas” en los sindicatos burgueses reaccionarios, en La enfermedad infantil del comunismo.
– Peor todavía, su texto Materialismo y empiriocriticismo no es sino un paso atrás hacia el materialismo burgués del siglo XVIII, en el que Lenin se olvida del materialismo histórico tal como lo había expuesto Marx en las Tesis sobre Feuerbach.
Y ¿qué es el materialismo histórico?. Contestáis diciendo que es un método de análisis de las contradicciones de clase de las sociedades... ¡vale!. Pero también es un método de análisis para la acción, y la acción para la liberación de los seres humanos de cualquier explotación y opresión. Marx defendía tanto como los anarquistas “el principio abstracto de la libertad individual”. Marx nos aparece hoy como un libertario, un moralista de la libertad. Critica al capitalismo que niega tanto la personalidad como la libertad individual. Un “marxista” tiene el deber de defender la libertad y el respeto de la libertad ajena. El respecto de la igualdad no tiene sentido. El hombre es diferente de la mujer. Todos los seres son diferentes unos de otros, unas de otras.
Es pues una posición de principios que va más allá de la lucha del proletariado. Ciertas tribus no industrializadas de la selva indonesia o amazónica tienen razón, desde un punto de vista marxista, de oponerse a la destrucción de la naturaleza, de su entorno natural aunque así se opongan a los intereses particulares de los proletarios forestales o constructores de carreteras...
También las amas de casa son explotadas por el sistema de clase : trabajan criando a sus niños a pesar de no vender su fuerza de trabajo. Su combate para la liberación de la mujer es necesario para el advenimiento del comunismo. Las prostitutas también son explotadas como objetos sexuales; su lucha por la desaparición de la prostitución puede ser una lucha por el socialismo de consejos. El verdadero marxismo es antiautoritario, antijerárquico, favorable a la desaparición de los manicomios, de las cárceles, y a la destrucción de cualquier sistema punitivo tanto en la escuela como en la familia.
Cuando escribís sobre las tendencias del anarquismo, os olvidáis del anarcosindicalismo. ¿No consideraba el filósofo Georges Sorel la entrada en los sindicatos por parte los anarquistas como el acontecimiento mayor de su tiempo? Vosotros confundís a Bakunin antiautoritario, raramente jacobino, con su discípulo ruso Nechaiev, verdadero golpista. Ignoráis el Congreso de Berna en 1876 que dio al anarquismo su desviación substitucionista mediante la propaganda por los actos. También ignoráis que la república de los Consejos obreros de Baviera en 1919 tenia como líder a libertarios como Erich Müsham. Al describir las luchas de tendencias en la socialdemocracia, las hacéis caricaturas, transformándolas en lucha entre el ala marxista y los revisionistas. En realidad, se pueden ver cuatro tendencias en al socialdemocracia antes del 14:
– un ala marxista : Rosa Luxemburg, Pannekoek, que defienden las luchas del proletariado, la huelga de masas y la destrucción del Estado ;
– los revisionistas reformistas como Eduardo Bernstein que defienden “la evolución pacifica del capitalismo” por el medio de reformas ;
– un centro “ortodoxo”, entre ellos Karl Kautski, caracterizado por un fatalismo económico y el culto a las fuerzas productivas transformadas en divinidad por esa especie de marxismo degenerado. Para Kautsky, son los intelectuales quienes deben aportar desde fuera la conciencia socialista al proletariado: o sea, una revisión del marxismo.
– en fin, los bolcheviques rusos discípulos de Karl Kautsky, amalgama típicamente rusa de jacobinismo y de blanquismo.
Los Consejos de obreras y obreros no existieron durante la Comuna de París. Por eso Marx no los cita. Sin embargo, en cuanto aparecieron en 1905 durante la Revolución rusa, Lenin (1907) no vio en ellos un órgano de autogobierno sino simples comités de lucha... La fórmula “dictadura del proletariado” ya no tiene sentido hoy : las palabras han recubierto los hechos. Los hechos han cambiado el sentido de las palabras.
La Comuna de París en 1871 era la destrucción del Estado por un gobierno en el que existía el debate entre prudhonianos y blanquistas. La Revolución de Octubre del 17 es la dictadura jacobina del Partido bolchevique. Más vale entonces hablar de poder de los consejos.
Jean-Luc Dallemagne, teórico ortodoxo del trotskismo que defiende a la URSS estalinista (y a China, Cuba, etc.) en tanto que “Estados obreros”, también acusa a las corrientes de ultraizquierda de no ser sino pequeño-burguesas : «Las diversas componentes de la ultraizquierda, surgidas de la oposición a Lenin, no tienen su unidad sino en la reivindicación moralizadora y pequeño burguesa de “libertad”» (Construction du socialisme et révolution, J.-L. Dallemagne). Este mismo Dallemagne defiende la dictadura del Partido bolchevique y a la represión de Kronstadt... ¡ como la realización de la dictadura del proletariado !.
Concluyamos sobre la Revolución española del 37 : durante un período revolucionario, los “Amigos de Durruti” tuvieron una influencia de masas, como la tuvo la AAUE en Alemania en 1920. No hemos de encerrarnos en nuestras certidumbres sino, al contrario, intentar aprender de ésta y de aquéllos. No les acusemos de forma perentoria de tener posiciones revolucionarias “a pesar de sus propias confusiones”, por casualidad o “por instinto de clase más que por una comprensión real de la situación en la que estaba el proletariado en su conjunto”.
En resumen, me parece que la CCI quiere cerrar precipitadamente un debate fecundo entre anarquismo y marxismo.
Izquierda comunista libertaria
En el nº 300 (abril de 2000) de Révolution internationale solo mencionábamos las dos tendencias más destacadas del anarquismo, las de los dos “padres fundadores”, Proudhon y Bakunin. Conocemos otras tendencias que aparecerían más tarde a partir de esa doble cuña, pero pensamos que el desarrollo de las corrientes anarquistas más significativas debe ser situado en su contexto histórico, lo cual será tratado en otros artículos.
En ese artículo de R.I. criticábamos el anarquismo porque parte de “principios abstractos eternos”. Y vosotros nos contestáis: “Marx nos aparece hoy como un libertario, un moralista de la libertad. Critica al capitalismo que niega tanto la personalidad como la libertad individual. Un ‘marxista’ tiene el deber de defender la libertad y el respeto de la libertad ajena”. No existe comunismo verdadero que no esté estimulado por el ideal de libertad, por la voluntad de librar a la sociedad de todas las formas de opresión, de todo el peso de la corrupción y de la inhumanidad producidas por las relaciones sociales basadas en la explotación del hombre por el hombre. Marx y Engels dejaron claro ese punto de vista, denunciando la alienación humana y el grado que ésta alcanzado con el capitalismo, definiendo el comunismo como imperio de la libertad, como asociación de productores libres e iguales donde “el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo para todos”([3]).
(…)
Sin embargo, según el marxismo, la revolución no se hará en nombre de la libertad individual, sino como emancipación de una clase. ¿Cómo resolver esa contradicción? El primer elemento para resolverla es que el individuo no es considerado como una entidad abstracta que no tendría medios para superar las oposiciones individuales, sino como la manifestación concreta del hombre como ser social. Como lo desarrolla Marx en los Manuscritos de 1844, cada individuo ve en el otro un reflejo de sí mismo, en el sentido de que el otro representa la condición de su propia afirmación, de la realización de sus necesidades, de sus deseos, de su naturaleza humana. Contrariamente al comunismo primitivo, el individuo ya no está sometido a la comunidad, ni a la mayoría como en la democracia burguesa ideal. Marx introduce una ruptura con los conceptos de Rousseau y con el burdo igualitarismo de Weitling. Se ve igualmente que el comunismo nada tienen que ver con las pretendidas ventajas del “socialismo real” cuya publicidad han hecho los estalinistas durante décadas. Estamos de acuerdo con vosotros para decir que las diferencias naturales deberán desarrollarse gracias a una profunda igualdad social. Al abolir el trabajo asalariado y el intercambio bajo todas sus formas, el comunismo se afirma como la resolución del conflicto entre interés particular e interés general.
Sabéis muy bien lo mucho que aborrecían Marx y Engels esas frases huecas llenas de nociones como “deber, derecho, verdad, moral, justicia” y demás. ¿Por qué?, pues porque las acciones de los hombres no tienen su origen en esas nociones. Si su voluntad y su conciencia desempeñan efectivamente un importante papel es ante todo bajo el impulso de una necesidad material. Los sentimientos de justicia y de igualdad inspiraron a los hombres de la revolución francesa, pero era una forma de conciencia profundamente mistificada la de aquellos que estaban consolidando una nueva sociedad de explotación. Y cuanto más hinchaban la retórica de sus discursos más sórdida era la realidad. Las nociones de libertad y de igualdad ya no tienen el mismo contenido ni ocupan el mismo lugar para los comunistas. Las luchas y las revoluciones proletarias nos muestran concretamente las profundas modificaciones de los valores morales; son la solidaridad, el deseo y la voluntad de lucha, la conciencia, lo que caracteriza a los obreros cuando se afirman como clase. Así pues, no podemos estar de acuerdo con vuestra lectura de Marx.
El anarquismo ha recogido muchos elementos de otras escuelas socialistas, especialmente del marxismo. Pero lo que lo caracteriza, lo que forma su base, es el método especulativo que ha tomado de los materialistas franceses del siglo XVIII y de la escuela idealista alemana después. Según esos conceptos, si la sociedad es injusta es porque no es acorde con la naturaleza humana. Ahí se ve a qué problemas insolubles puede llevarnos esta posición, pues nada hay más variable que esa naturaleza humana. El hombre actúa sobre la naturaleza exterior, y a través de ello transforma su propia naturaleza. El hombre es un ser sensible y razonable, decían los materialistas franceses. Pero eso no cambia para nada en el hecho de que sienta y razone de modo diferente según las épocas históricas y la clase social a la que pertenece. Todas las escuelas de pensamiento hasta Feuerbach, desde las más moderadas a las más radicales, van a basarse en esa noción de la naturaleza humana o de una noción derivada como la educación, los derechos humanos, la idea absoluta, las pasiones humanas, la esencia humana. Pero quienes consideran la historia como un proceso sometido a leyes, como Saint-Simon y Hegel, acaban siempre recurriendo al eterno principio abstracto.
Con Marx y la emergencia del proletariado moderno asistimos a una vuelta completa: no es la naturaleza humana la que explica el movimiento histórico, sino el movimiento histórico el que da diversas formas a la naturaleza humana. Y esta concepción materialista es la única que se sitúa firmemente en el terreno de la lucha de clases. El anarquismo, por su parte, no logró romper con el método especulativo y lo que va a buscar en las filosofías del pasado ha sido siempre lo más idealista. ¡Qué mejor abstracción que el “Yo egoísta” en la que desemboca Stirner a partir de su crítica de Feuerbach! Fue imitando a Kant como llega Proudhon a la noción de “libertad absoluta” para luego acabar él también forjando hermosas abstracciones, en lo económico “el valor constituido”, en lo político “el libre contrato”. Al principio abstracto de “la libertad”, Bakunin, a partir de lo que ha sido capaz de comprender de Hegel, añade el de la “igualdad”. ¿Qué tienen esto de común con el materialismo histórico del que os reivindicáis vosotros?
A través de oposiciones abstractas como libertad/autoridad, federalismo/centralismo, no solo se pierde de vista el movimiento histórico y las necesidades materiales que forman su base, sino que además se transforma la oposición, bien real y concreta, la de las clases misma, en una abstracción que puede ser corregida, limitada, sustituida por otras abstracciones, tales como “la Humanidad”, por ejemplo. También era ése el método del “socialismo auténtico” en Alemania: “La literatura socialista y comunista francesa (…) dejó de ser, en manos de los alemanes, la expresión de la lucha de una clase contra otra, y éstos se congratularon de haberse alzado por encima de la estrechez francesa y haber defendido no las verdaderas necesidades sino la ‘necesidad de lo verdadero’; haber defendido, no los intereses del proletariado, sino los intereses del ser humano, del hombre en general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que solo existe en el brumoso cielo de la fantasía filosófica” (Idem). A nuestro parecer, es en ese tipo de trampa en el que caéis cuando habláis de “una posición de principio que va más allá que la lucha del proletariado”, de las tribus primitivas, de las amas de casa o de las prostitutas.
Muchos anarquistas fueron auténticos militantes obreros, pero a causa de la doctrina que los animaba siempre estaban atraídos fuera del terreno de clase en cuanto el proletariado estaba derrotado o desaparecía momentáneamente del ruedo histórico. En efecto, para el anarquismo, no es, en fin de cuentas, el proletariado el sujeto revolucionario, es el pueblo en general, otra noción abstracta e irreal. ¿Qué hay pues detrás de la palabra “pueblo” si ha perdido todo su sentido en la sociedad burguesa en la que las clases tienen una definición mucho más clara? Nada más que el individuo pequeño burgués idealizado, un individuo que vacila entre las dos clases históricas, que va dando tumbos tanto del lado de la burguesía como del proletariado, que quisiera, en fin de cuentas, reconciliar las clases, encontrar un terreno de entendimiento, una consigna para la lucha común. ¿No decía el propio Marx que todos los individuos de la sociedad sufren la alienación? Conocéis sin duda la conclusión que sacaba de esta evidencia([4]). Ese es el origen de la reivindicación de “la igualación económica y social de las clases” de un Bakunin, y por eso también es por lo que Prudhón y Stirner concluyen sus tesis con una defensa de la pequeña propiedad. En la génesis del anarquismo lo que se expresa es el punto de vista del obrero recién proletarizado y que rechaza con todas sus fuerzas la proletarización. Recién salidos del campesinado y del artesanado, a menudo medio obreros medio artesanos (como los relojeros del Jura suizo, por ejemplo([5])), esos obreros expresaban la añoranza del pasado ante el drama que para ellos era el haber caído en la condición obrera. Sus aspiraciones sociales eran querer que diera marcha atrás la rueda de la historia. En el meollo de esa concepción está la nostalgia de la pequeña propiedad. Por eso es por lo que, siguiendo a Marx, nosotros analizamos el anarquismo como la expresión de la penetración de la ideología pequeño burguesa en el proletariado. El rechazo de la proletarización sigue siendo hoy el campo abonado para el movimiento anarquista, lo cual refleja, más globalmente, la enorme presión que ejercen sobre el proletariado las capas y clases intermedias que lo rodean y de las que él mismo procede en parte. En esas clases pequeño burguesas heterogéneas y sin perspectiva histórica lo que predomina es, junto a la desesperación y los lamentos, la práctica de cada uno para sí, la elevada opinión de uno mismo, la impaciencia y el inmediatismo, la revuelta radical pero sin porvenir. Esos comportamientos y esa ideología pueden ejercer su influencia en el proletariado, debilitando su sentido de la solidaridad y del interés colectivo.
(…)
Los componentes más cabales del anarquismo, los que estuvieron más implicados en el movimiento obrero, han estado continuamente obligados a desmarcarse de quienes llevaban hasta el final esa lógica individualista. Pero sin ser capaces de ir a la raíz del problema: “Importa, sin embargo, desmarcarse resueltamente de los anarquistas puramente individualistas que ven en el fortalecimiento y el triunfo egoístas de la personalidad el único medio de negar el Estado y la autoridad, rechazando el socialismo incluso, así como toda organización general de la sociedad como forma de opresión de un yo que no tiene más base que él mismo”([6]).
(…)
Sobre dictadura y democracia es como sobre la verdad y la libertad, tomadas como principios abstractos pierden todo su sentido. Esas nociones tienen también un contenido de clase: hay dictadura burguesa o dictadura del proletariado, hay democracia burguesa y democracia obrera. No estamos de acuerdo con vosotros cuando escribís: “La fórmula dictadura del proletariado ya no quiere decir nada hoy: las palabras han cubierto los hechos. Los hechos han cambiado el sentido de las palabras”. También la palabra “comunismo” ha sido prostituida, arrastrada por los suelos. ¿Habrá por eso que abandonarla? La cuestión es saber qué se entiende por dictadura del proletariado. Como lo comprobaréis al leer nuestra prensa, nosotros retomamos en gran parte las críticas de Rosa Luxemburg a los bolcheviques y defendemos la democracia obrera en la lucha de la clase y en la revolución([7]). Antes de discutir sobre todas esas cuestiones, hay que partir de la definición que da Marx de la dictadura del proletariado. Esta designa el régimen político instaurado por la clase obrera tras la insurrección y significa que el proletariado es la única clase que pueda realizar la transformación de la sociedad hacia el comunismo. Debe pues conservar cuidadosamente su autonomía respecto a las demás clases, su poder y sus armas. Significa también que el proletariado deberá reprimir con firmeza todo intento de restaurar el orden antiguo. Para nosotros la dictadura del proletariado es la democracia más completa para el proletariado y todas las clases no explotadoras. Las lecciones de la Comuna se confirmaron y se profundizaron con el resurgir de los consejos obreros y la insurrección de 1917. La revolución proletaria es, sin lugar a dudas, “una serie de fases que se van engendrando unas a otras”, como así lo decís citando a Pannekoek. La primera fase es la de la huelga de masas, la cual plantea el problema de la internacionalización de las luchas y que llega a su auge en la aparición de los consejos obreros. La segunda fase se caracteriza por una situación de doble poder que se resuelve en la insurrección, la destrucción del Estado burgués y la unificación del poder de los consejos obreros a escala internacional. La tercera fase es la de la transición hacia el comunismo, la abolición de las clases y el desvanecimiento del semiEstado que ha surgido inevitablemente mientras existan las clases. ¿En qué puede este proceso tener algo que ver con una revolución burguesa? ¿Porque, según Marx y los marxistas, el factor político sigue dominando ampliamente?. La consigna “Todo el poder a los consejos” lanzada por la clase obrera (y por Lenin en particular) en 1917 da la demostración más concreta de la primacía de lo político en la revolución proletaria. Y, al contrario, las ocupaciones de fábricas en la Italia de 1920, y las experiencias desastrosas en la España de 1936, muestran a las claras la impotencia del proletariado cuando no posee el poder político. Lo que a nuestro parecer ha demostrado su quiebra total es la autogestión, no la dictadura del proletariado.
Una primera diferencia con la revolución burguesa salta a la vista. La transición hacia el capitalismo se hizo en el seno de la sociedad feudal, la toma del poder por la burguesía vendría después. Es todo los contrario de la revolución proletaria. Los consejistas cometen aquí un típico error de interpretar los acontecimientos anteriores por el final que tuvieron. El capitalismo de Estado triunfa en Rusia a final de los años 20, por lo tanto, dicen, la revolución rusa debía ser burguesa([8]). El método idealista del anarquismo lo encierra de tal modo en contradicciones inextricables que fueron muchos los que tuvieron que romper con él en los momentos en que el proletariado se afirmó como una fuerza con la que había que contar, o, al menos, tuvieron que retorcer bastante aquella sacrosanta doctrina. Por ejemplo, Erich Müshan([9]), escribía en setiembre de 1919, en plena marea revolucionaria: “Las tesis teóricas y prácticas de Lenin sobre la realización de la revolución y de las tareas comunistas del proletariado han dado nuevas bases a nuestra acción…Ya no hay obstáculos insuperables para una unificación del proletariado revolucionario entero. Los anarquistas comunistas han tenido, es cierto, que ceder en el punto más importante de desacuerdo entre las dos tendencias del socialismo; han tenido que renunciar a la actitud negativa de Bakunin hacia la dictadura del proletariado y aceptar en ese punto la opinión de Marx”([10]). Muchos anarquistas se unieron al campo del comunismo. Pero la contrarrevolución es una prueba terrible en la que la cantidad de militantes va derritiéndose como nieve al sol, en la que se alteran progresivamente los principios comunistas. Fueron entonces muchos quienes retornaron a sus viejos amores, no sólo anarquistas, también muchos comunistas volvieron al redil socialdemócrata. Solo la Izquierda comunista pudo sacar las lecciones de la derrota, permaneciendo fiel al Octubre rojo, al ser capaz de distinguir lo que en una experiencia revolucionaria pertenece ya al pasado y lo que permanece vivo, para hoy y para mañana. Es ahí donde el combate de Gorter y de Miasnikov fue ejemplar.
Vosotros retomáis las tesis del Comunismo de consejos y de su principal animador, Pannekoek. En el libro La Izquierda holandesa y en “Los comunistas de consejos frente a la guerra de España” en nuestra última Revista internacional (nº 101) podréis conocer nuestras críticas a esa corriente. Pero está claro que es un auténtico componente de la Izquierda comunista. Se mantuvo fiel al internacionalismo proletario durante la IIª Guerra mundial, mientras que muchos anarquistas y toda la corriente trotskista tomaban posición a favor del campo imperialista de los aliados, y eso cuando no se alistaban en la resistencia. Pannakoek siguió siendo un verdadero marxista cuando, en Lenin filósofo, critica la visión mecanicista que aparece en Materialismo y empirocriticismo y su teoría del reflejo, y tenéis toda la razón cuando decís que Lenin “se olvida del materialismo histórico tal como lo expuso Marx en sus Tesis sobre Feuerbach”. Pero también Pannekoek abandona el terreno del materialismo histórico cuando, a partir de un error teórico detectado muy justamente en Lenin, nada menos que deduce la naturaleza burguesa de la revolución rusa. En la Revista internacional hemos publicado un texto de la Izquierda comunista de Francia que contesta detalladamente a ese texto de Pannekoek que apareció tardíamente en 1938([11]). Para nosotros es un error grosero confundir una revolución proletaria que acaba degenerando y una revolución burguesa. Nunca fue ésa la postura de Gorter o Miasnikov, tampoco fue la Pannekoek al principio. Para todos los militantes, la realidad patente de los hechos revelaba sin la menor duda la naturaleza proletaria de la ola revolucionaria que hizo surgir consejos obreros por toda Europa central y oriental.
(…)
Gorter y Miasnikov([12]), Pannekoek en un primer tiempo, tuvieron pues la misma actitud frente a la degeneración, luchan hasta el final como verdaderos militantes comunistas que son, sin repudiar la revolución proletaria ni concluir precipitadamente sobre el paso del partido bolchevique al campo de la burguesía. Combatir el curso oportunista como Fracción del partido, proseguir la lucha incluso después de la exclusión y hasta que los hechos demuestren con certeza que el partido ha hecho suyos los intereses del capital nacional, ésa es la única actitud responsable para salvar el programa revolucionario y enriquecerlo, para ganar a su causa a una parte de los militantes, para sacar las lecciones de la derrota. Pannekoek abandonará esa actitud, que había sido, sin embargo, la suya, como había sido la de Lenin y de Rosa Luxemburg cuando se tuvieron que enfrentar a la traición de la socialdemocracia en 1914.
Nosotros no somos leninistas([13]), pero sí nos reivindicamos de Lenin, especialmente de su internacionalismo intransigente en el momento de la Iª Guerra mundial. Los bolcheviques y la corriente de Rosa Luxemburg, a la que pertenecía Pannekoek, que combatieron el centrismo y el oportunismo en el seno de la socialdemocracia de antes de la guerra, constituyeron un fenómeno histórico e internacional de la mayor importancia. Esa es la misma tradición que volvemos a encontrar en la Izquierda de la Internacional comunista, que en condiciones mucho más dramáticas, va a trasmitirse de generación en generación hasta hoy. Las corrientes más creadoras, aquellas que nos han transmitido las lecciones más valiosas, son las que se mantuvieron firmes sobre la naturaleza proletaria de la Revolución rusa y que supieron romper con la Oposición de izquierda de Trotski que acabó naufragando en las aguas oportunismo([14]). Tenéis razón al recordar la existencia de una corriente centrista en la socialdemocracia de antes de la guerra representada por Kautsky. Pero, para nosotros, el centrismo no es más que una variante del oportunismo. Por otro lado, el que Lenin no hubiera identificado el centrismo de Kautsky tan rápidamente como Rosa Luxemburg no contradice en nada la pertenencia de los bolcheviques a la corriente marxista de la IIª Internacional.
Hemos visto dos errores en ese pasaje de vuestra carta: “A la concepción de Lenin de una minoría activa de revolucionarios profesionales se opone la de Otto Rülhe, marxista antiautoritario excluido del KAPD por orden de Moscú…” La Internacional comunista interviene sobre dos problemas, el planteado por Rühle y otros, más próximos al sindicalismo revolucionario que al marxismo, y el planteado por la corriente “nacional-bolchevique” de Laufenberg y Wolffheim. Pero en esas dos cuestiones, el KAPD está totalmente de acuerdo con la Internacional comunista. Pannekoek es el primero en propugnar la exclusión de estos dos hamburgueses, cuyos efluvios antisemitas eran del todo inaceptables. Su actitud se distingue radicalmente de Rühle, adopta claramente una posición de partido cuando, con el KAPD, se considera plenamente como miembro de la Internacional comunista, símbolo del internacionalismo y de la revolución mundial. Y fue en conformidad con este espíritu de partido como el KAPD va a luchar en el seno de la Internacional comunista contra el avance del oportunismo, para así hacer triunfar sus posiciones y no abandonar la lucha.
Las “órdenes de Moscú” son, en este caso, pura leyenda como lo es la descripción del Partido bolchevique hecha por Rühle y que vosotros retomáis. El Partido bolchevique fue un partido en donde se discutía plenamente y muchas de sus crisis muestran la riqueza de su vida política interna. La idea elitista es totalmente ajena a Lenin y vosotros hacéis un contrasentido con lo de “revolucionario profesional”. Para la fracción bolchevique, se trataba sencillamente de combatir el diletantismo y las concepciones de afinidad de los mencheviques, se trataba de reivindicar un mínimo de coherencia y de seriedad en las cosas del partido. El sustitucionismo es otro problema y, efectivamente, cobra a veces un cariz jacobino en Lenin. Hemos criticado ampliamente la visión jacobina en nuestra prensa. Digamos simplemente que era una idea compartida por todos los marxistas de la Segunda internacional, incluida Rosa Luxemburg([15]).
Esto nos lleva al segundo error. Decís que Lenin compartía la idea de “minoría activa”. A Lenin se le podrán achacar todos los pecados habidos y por haber, pero en eso no tiene la culpa, pues esa posición pertenece al anarquismo. Al no basarse en el materialismo histórico que reconoce al proletariado una misión histórica, sino en la revuelta de las masas oprimidas contra la autoridad, es necesario que una minoría ilustrada pueda orientar a esa masa heterogénea hacia el reino de la libertad absoluta. En un momento en que el movimiento obrero estaba superando el período de las sociedades secretas, la Alianza internacional de la Democracia socialista de Bakunin mantenía la idea de una élite ilustrada y conspiradora.
Mientras que para el marxismo, al emanciparse el proletariado emancipa a la humanidad entera, para el anarquismo es la humanidad la que utiliza la lucha del proletariado como medio para emanciparse. Mientras que la vanguardia revolucionaria es para el marxismo una parte de un todo, la fracción más consciente del proletariado, para el anarquismo la minoría activa transciende la clase, expresa intereses “superiores”, los de la humanidad contemplada como entidad abstracta. Este concepto es explícito en Malatesta y Kropotkin, resumiéndolo muy bien Max Nettlau: “Conociendo los hábitos autoritarios de las masas, [Kropotkin] pensaba que necesitaban una infiltración y un impulso por parte de militantes libertarios, como los de la Alianza en la Internacional”([16]). Vosotros que subrayáis los fallos jacobinos de Bakunin, sabéis perfectamente hasta qué punto la Alianza estaba organizada de manera jerarquizada. Aún con formas diferentes, la teoría de la “minoría activa” ha sido una característica permanente en la historia de la anarquía. Repitámoslo, con esa idea la revolución no es concebida como la obra de una clase consciente, sino la de fuerzas primarias, la de las capas más desheredadas de la sociedad, campesinos pobres, sin trabajo, lumpen, etc. y la elite ilustrada, que va a infiltrarse en los órganos de la revolución para dar el impulso en la buena dirección, es algo totalmente exterior y no se basa en otras cosa sino en “principios eternos”. Desaparecen así los mil vínculos que unen la clase obrera y los comunistas, que hacen de estos un producto colectivo de aquella, a quienes se les vio, durante la marea revolucionaria, expresarse en las luchas políticas de manera abierta y clara en los consejos obreros y en las organizaciones comunistas. En la visión anarquista se combinan dos tipos de organizaciones: una minoría ilustrada que oculta sus posiciones y objetivos, cayendo así en el monolitismo y evitando el control y la elaboración colectiva por la asamblea general de militantes; y una organización amplia y abierta en la que cada individuo, cada grupo es “libre y autónomo” que no tiene que asumir la responsabilidad de sus actos y sus posiciones. Es esta concepción la que explica por qué Mühsam y Landauer aceptaron cohabitar con los peores oportunistas en la primera República de Consejos en Baviera.
La confrontación política, la responsabilidad militante colectiva, que permiten corregir los errores hechos por la organización, hacer que triunfe una posición minoritaria si aparece justa, reunir en bases claras las fuerzas que podrán resistir a la degeneración de la organización, todas esas bases cabales de organización le son ajenas al anarquismo. La idea organizativa de la “minoría activa” es lo opuesto a las ideas antijerárquicas, de la centralización “orgánica”, de la vida política intensa, que definen a las organizaciones marxistas.
CCI
[1] R.I. es la publicación en Francia de la Corriente comunista internacional
[2] El Vaucluse es un departamento del sur de Francia (Avignon) (NDR). El grupo que nos ha enviado la carta se llama Groupe communiste libertaire.
[3] Manifiesto del Partido comunista.
[4] “La clase poseedora y la clase del proletariado representan la misma alienación humana. Pero aquélla se complace y se siente confirmada en esta alienación de sí, percibe la alienación como su propia potencia y posee en ella la apariencia de una existencia humana; la segunda se siente negada en la alienación, ve en ella su propia impotencia y la realidad de una existencia inhumana.” Marx, La sagrada familia.
[5] En la AIT, la Federación jurásica compuesta sobre todo por relojeros fue uno de los principales apoyos a la “Alianza de la Democracia socialista” de Bakunin.
[6] Vers une société libérée de l’Etat (Hacia una sociedad liberada del Estado). Ladigitale/Spartacus, Quimperlé Paris, 1999, p. 94 y 134.
[7] Revista internacional nº 99, 100 y 101, octubre 1999-abril 2000 “Comprender la derrota de la revolución rusa”. Révolution internationale nº 57, “La démocratie ouvrière: pratique du prolétariat”.
[8] En las Izquierdas comunistas, Gorter y Miasnikov estuvieron entre los primeros en erguirse y luchar en el seno de la Internacional comunista y de los partidos comunistas contra la degeneración de la Revolución rusa.
[9] Anarquista alemán que participó en la República de consejos obreros de Baviera en 1919.
[10] Citado por Rosmer en Moscou sous Lenine, Ed. Maspéro, París.
[11] “Política y filosofía de Lenin a Harper”, Revista internacional nº 25, 27, 28, 30 (1981-82).
[12] Recordamos el combate de Miasnikov y de su Grupo obrero del Partido comunista-bolchevique en la Revista internacional nº 101: “1922-23: las fracciones comunistas se enfrentan a la contrarrevolución en alza”.
[13] Ver “¿Nos habremos vuelto leninistas? en Revista internacional nº 96 y 97, 1999.
[14] Cf. nuestro libro: La Izquierda comunista de Italia.
[15] Cf. nuestro folleto Organisations communistes et conscience de classe.
[16] Histoire de l’anarchie, Editions du Cercle, Paris, 1971.
El siglo XXI va a comenzar. ¿Qué aportará a la humanidad?. En el número 100 de nuestra Revista internacional, poco después de las celebraciones que realizó la burguesía por la llegada del año 2000, escribíamos: “... Así acaba el siglo, el siglo más bárbaro y trágico de la historia: en la descomposición de la sociedad. Si la burguesía ha podido celebrar con fasto el año 2000, es poco probable que pueda hacer lo mismo en el año 2100. Ya sea porque ha sido derrocada por el proletariado, o porque la sociedad habrá sido destruida o habrá retrocedido a la Edad de Piedra...”. Lo que hay en juego, se puede plantear claramente en estos términos: lo que sea el siglo XXI depende enteramente del proletariado. O bien es capaz de hacer la revolución, o llegará la destrucción de toda civilización y de la humanidad. A pesar de los bellos discursos humanistas y las declaraciones eufóricas que nos cuenta cada día, la burguesía no hará nada para evitar tan sombría salida. En modo alguno se trata de una cuestión de buena o mala voluntad de su parte o de la de sus gobiernos. Son las contradicciones insuperables de su sistema social, el capitalismo, las que conducen de forma ineluctable a la sociedad a su perdición. Desde hace una década, hemos tenido que soportar cotidianamente las campañas sobre el “fin del comunismo”, es decir, de la clase obrera. Por ello, es necesario reafirmar con fuerza, a pesar de las dificultades que tiene y puede encontrar el proletariado, que no existe ninguna otra fuerza en la sociedad capaz de resolver las contradicciones que la desgarran.
Es precisamente porque la clase obrera no ha sido capaz hasta el momento de cumplir su tarea histórica de destruir el capitalismo, por lo que el siglo XX se ha hundido en la barbarie. Por ello, el proletariado solo será capaz de encontrar la fuerza que necesita para cumplir sus responsabilidades históricas si es capaz de comprender las razones por las que ha fallado en las situaciones que la historia le ha planteado sus responsabilidades en el siglo que acaba. A esta tarea se propone contribuir, modestamente, este artículo.
Antes de examinar las causas del fracaso del proletariado para cumplir su tarea histórica a lo largo del siglo XX, es necesario tratar una cuestión sobre la que los revolucionarios no siempre han manifestado una claridad suficiente.
¿Es ineluctable la revolución comunista?
La cuestión es fundamental ya que de su respuesta depende en gran parte la capacidad de la clase obrera para comprender plenamente la dimensión de su tarea histórica. Un gran revolucionario como Amadeo Bordiga ([1]) afirmó, por ejemplo, que “... la revolución socialista es tan cierta como si ya hubiera tenido lugar...”. Y no ha sido el único que ha emitido tal idea. La podemos encontrar igualmente en ciertos escritos de Marx, de Engels o de otros marxistas.
En El Manifiesto comunista podemos leer una afirmación que se puede interpretar en el sentido de que la victoria del proletariado no será ineluctable: “... Opresores y oprimidos se encuentran en constante oposición; desarrollan una lucha sin descanso, ya sea abierta, ya soterrada, que cada vez acaba, bien con la transformación revolucionaria de toda la sociedad, o bien finaliza con la ruina de ambas clases en lucha...”([2]). Sin embargo, esta constatación se aplica únicamente a las clases del pasado. En lo que se refiere al enfrentamiento entre proletariado y burguesía, la salida no plantea dudas: “... El progreso de la industria, del que la burguesía es vehículo pasivo e inconsciente, sustituye poco a poco el aislamiento de los trabajadores, nacido de la competencia, por su unión revolucionaria por medio de la asociación. A medida que la gran industria se desarrolla, la base misma sobre la que la burguesía ha controlado la producción y la apropiación de los productos se derrumba bajo sus pies. Lo que produce, sobre todo, es a sus propios enterradores. Su eliminación y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables...”([3]).
En realidad, en los términos empleados por los revolucionarios, hay a menudo una confusión entre el hecho de que la revolución comunista es absolutamente necesaria, indispensable para salvar a la humanidad y su carácter cierto.
En nuestra opinión, lo más importante, evidentemente, es demostrar, y el marxismo así lo intenta desde sus inicios que:
– el capitalismo no es un modo de producción definitivo, la forma “por fin hallada” de organización de la producción que puede asegurar una riqueza creciente a todos los seres humanos;
– que en un momento determinado de su historia, ese sistema sólo puede llevar a la sociedad a convulsiones crecientes, destruyendo los progresos que había aportado precedentemente;
– que la revolución comunista es indispensable para permitir a la sociedad proseguir su marcha hacia una verdadera comunidad humana en la que el conjunto de las necesidades humanas sean plenamente satisfechas;
– que la sociedad capitalista ha creado en su seno las condiciones objetivas y puede crear las condiciones subjetivas que permitan tal revolución: las fuerzas productivas materiales, una clase capaz de transformar el orden burgués y dirigir la sociedad, la conciencia para que esta clase pueda llevar a cabo su tarea histórica.
Sin embargo, todo el siglo XX pone de relieve la inmensa dificultad de esta tarea histórica. El siglo que termina nos permite en particular comprender mejor que, para la revolución comunista, absoluta necesidad no quiere decir certeza, que la partida no se ha ganado antes de jugarla, que la victoria del proletariado no está ya escrita en el gran libro de la Historia. De hecho, además de la barbarie en la que ha caído este siglo, la amenaza de una guerra nuclear que ha pesado como una espada de Damocles sobre el mundo durante más de 40 años ha permitido ver, casi tocar, el hecho de que el capitalismo podría haber destruido la sociedad. Esta amenaza está por el momento descartada por el hecho de la desaparición de los grandes bloques imperialistas, pero las armas que pueden poner fin a la especie humana siguen estando ahí, tanto como los antagonismos entre los Estados que pueden llegar un día a utilizarlas.
Por otra parte, desde finales del siglo pasado, evocando explícitamente la alternativa “Socialismo o Barbarie”, Engels, redactor con Marx del Manifiesto comunista, aborda de nuevo la idea del carácter ineluctable de la revolución y la victoria del proletariado. Hoy en día, es muy importante que los revolucionarios digan claramente a su clase, y para hacerlo deben estar realmente convencidos, que no hay fatalidad, que la partida no se gana de antemano y, que lo que hay en juego en su lucha es ni más ni menos que la supervivencia de la humanidad. Solo si es consciente de la amplitud de su tarea, de lo que verdaderamente está en juego, la clase obrera podrá encontrar la voluntad y la fuerza de acabar con el capitalismo. Marx decía que la voluntad es la manifestación de una necesidad. La voluntad del proletariado para hacer la revolución comunista será tanto más grande cuanto más imperiosa sea a sus ojos la necesidad de tal revolución.
¿Por qué la revolución comunista no es una fatalidad?
Los revolucionarios del siglo pasado, incluso no disponiendo de la experiencia del siglo XX para dar una respuesta a esa pregunta, o al menos para formularla claramente, nos han dado sin embargo los elementos para abordar la respuesta.
“Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, van de éxito en éxito, sus efectos dramáticos van acentuándose, los hombres y las cosas parecen ser arrastrados por fuegos diamantinos, el entusiasmo es el estado permanente de la sociedad, pero son de corta duración. Rápidamente, alcanzan su punto culminante y un largo malestar se apodera de la sociedad antes de que ésta haya aprendido a apropiarse con calma de los resultados de su período tormentoso. Las revoluciones proletarias, en cambio, como las del siglo XIX, se critican a sí mismas constantemente, interrumpen a cada rato su propio discurrir, retornan a lo que parecía ya cumplido para volver a empezarlo otra vez, se mofan sin piedad de las vacilaciones, las debilidades y las miserias de sus primeras tentativas, parece que no echan abajo a su adversario sino para permitirle que recupere nuevas fuerzas y así, frente a éstas, volver a erguirse cual gigante, retroceden constantemente una y otra vez ante lo descomunal, lo infinito de sus propios objetivos hasta que se haya creado la situación en la que sea imposible toda vuelta atrás, en la que las circunstancias mismas griten: Hic Rhodus, hic salta!”([4]).
Esta muy conocida cita de El 18 Brumario de Luis Bonaparte escrito por Marx a comienzos de 1852 (es decir, algunas semanas después del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851) da cuenta de curso difícil y tortuoso de la revolución proletaria. Tal idea fue recogida, cerca de 70 años después, por Rosa Luxemburgo en el artículo que escribió en vísperas de su asesinato, poco después del aplastamiento de la insurrección de Berlín en enero de 1919: “... De esta contradicción entre la tarea que se impone y la ausencia, en la etapa actual de la revolución, de las condiciones previas que permiten resolverla, resulta que las luchas terminan con una derrota formal. Pero la revolución [proletaria] es la única forma de ‘guerra’ – es de hecho una de las leyes de su desarrollo – en la que la victoria final no puede ser obtenida más que por una serie de ‘derrotas’. (...) Las revoluciones... no nos han aportado hasta ahora más que derrotas, pero estos fracasos inevitables son precisamente la garantía reiterada de la victoria final. ¡Con una condición, bien es cierto! Pues hay que estudiar en qué condiciones se ha producido la derrota cada vez..”([5]).
Estas citas evocan esencialmente el curso doloroso de la revolución comunista, la serie de derrotas que jalonan su camino hacia la victoria. Pero, al mismo tiempo permiten poner en evidencia dos ideas esenciales:
– la diferencia que existe entre la revolución proletaria y las revoluciones burguesas;
– la condición esencial de la victoria del proletariado, una condición que no esta ganada de antemano: la capacidad de esta clase de tomar conciencia extrayendo las lecciones de sus derrotas.
Es justamente la diferencia entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria lo que permite comprender por qué esta última no ha de ser considerada como una certeza.
En efecto, lo propio de las revoluciones burguesas, es decir la toma del poder político exclusivo por la clase capitalista, es que ello no constituye el punto de partida, sino el de llegada, de todo un proceso de transformación económica en el seno de la sociedad. Una transformación económica en la que las antiguas relaciones de producción, es decir las relaciones de producción feudales, son progresivamente sustituidas por las relaciones de producción capitalistas que sirven de apoyo a la burguesía para la conquista del poder político: “... De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los ‘villanos’ de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía.
“El descubrimiento de América, la circunnavegación de África abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía. El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición.
“El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. Los maestros de los gremios viéronse desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller.
“Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción. La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos (...).
“Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en sus tiempos las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y producción.
“A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político. Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la ‘comuna’ una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo...”([6]).
Totalmente diferente es el proceso de la revolución proletaria. Mientras que las relaciones de producción capitalista pudieron desarrollarse progresivamente en el seno de la sociedad feudal, las relaciones de producción comunistas no pueden desarrollarse en el seno de la sociedad capitalista dominadas por las relaciones mercantiles y dirigidas por la burguesía. La idea de un desarrollo progresivo de “islotes de comunismo” en el seno del capitalismo pertenece al ideario del socialismo utópico y fue combatida por el marxismo y el movimiento obrero desde mediados del siglo pasado. Esto es igualmente cierto para otra variante de esta misma idea, la de las cooperativas de producción o de consumo que ni pudieron y ni podrán nunca sustraerse a las leyes del capitalismo y que, en el “mejor de los casos”, transforman a los obreros en pequeños capitalistas, o bien directamente en sus propios explotadores. En realidad, al ser la clase explotada del modo de producción capitalista, privada por definición de cualquier medio de producción, la clase obrera no dispone en el seno del capitalismo, y no puede disponer, de puntos de apoyo económicos para la conquista del poder político. Al contrario, el primer acto de transformación comunista de la sociedad consiste en la toma del poder político a escala mundial por el conjunto del proletariado organizado en Consejos obreros, es decir un acto consciente y deliberado.
A partir de esta posición tras la toma del poder político, la dictadura del proletariado, éste podrá transformar progresivamente las relaciones económicas, socializar el conjunto de la producción, abolir los intercambios mercantiles, sobre todo el primero de entre todos ellos, el salariado, y crear una sociedad sin clases.
La revolución burguesa, la toma del poder político exclusivo por la clase capitalista, era ineluctable en la medida en que ello era el resultado de un proceso económico, ineluctable en un momento dado de la vida de la sociedad feudal, un proceso en el que la voluntad política consciente de los hombres poco tenía que hacer. En función de las condiciones existentes en cada país, ella pudo intervenir más o menos pronto en el desarrollo del capitalismo por lo que este tomó diferentes formas: cambio violento del Estado monárquico, como en Francia, o conquista progresiva de posiciones políticas por la burguesía en el seno de ese Estado, como fue más en el caso de Alemania. En otras ocasiones pudo obtener una república, como en los Estados Unidos o una monarquía constitucional, de la que el ejemplo más típico es el representado por el régimen monárquico de Inglaterra, es decir, la primera nación burguesa. Sin embargo, en todos los casos, la victoria política final de la burguesía estaba asegurada. Incluso cuando las fuerzas políticas revolucionarias de la burguesía sufrieron reveses (como así ocurrió en Francia con la Restauración o en Alemania con el fracaso de la revolución de 1848), eso apenas si influyó en el avance en el plano económico e igualmente en el plano político.
Para el proletariado, la primera condición de éxito de su revolución es evidentemente que existan las condiciones materiales de transformación comunista de la sociedad, condiciones que vienen dadas por el propio desarrollo del capitalismo.
La segunda condición de la revolución proletaria reside en el desarrollo de una crisis abierta de la sociedad burguesa, prueba evidente de que las relaciones de producción capitalista deben ser sustituidas por otras relaciones de producción ([7]).
Pero una vez que estas condiciones materiales están presentes, de ello no se desprende forzosamente que el proletariado sea capaz de hacer su revolución. Privado de todo punto de apoyo económico en el seno de la sociedad capitalista, se única verdadera fuerza, además de su número y organización, es su capacidad para tomar conciencia plena de la naturaleza, los objetivos y los medios de su combate. Tal es el sentido profundo de la cita de Rosa Luxemburg que hemos reproducido más arriba. Y esta capacidad del proletariado para tomar conciencia no se desprende automáticamente de las condiciones materiales en las que vive, ya que no está escrito en ninguna parte que podrá adquirir esa conciencia antes de que el capitalismo pueda conseguir hundir a la sociedad en la barbarie total o en la destrucción.
Y uno de los medios de los que dispone el proletariado para evitar, y evitar al conjunto de la sociedad, esta última salida, es precisamente sacar todas las lecciones de sus derrotas precedentes, como recordaba Rosa Luxemburg. En particular es necesario comprender por qué no ha sido capaz de hacer su revolución a lo largo del siglo XX.
Revolución y contrarrevolución
Es frecuente que los revolucionarios tiendan a sobrestimar las potencialidades del proletariado en un momento dado. Marx y Engels no pudieron evitar esta tendencia ya que, cuando redactaron el Manifiesto Comunista, a principios de 1848, presentaron la revolución comunista como algo inminente y que la revolución burguesa en Alemania, que sucedió pocos meses después, serviría para que aquél tomara el poder en este país. Esta tendencia se explica perfectamente por el hecho de que los revolucionarios, y por eso precisamente lo son, aspiran con todas sus fuerzas a la destrucción del capitalismo y a la emancipación de su clase y, de ahí la impaciencia que les acecha a menudo. Sin embargo, contrariamente a los elementos pequeño burgueses o a los que están influenciados por la ideología de la pequeña burguesía, son capaces de reconocer rápidamente la inmadurez de las condiciones para la revolución. En efecto, la pequeña burguesía es por excelencia una clase que, políticamente hablando, vive al día, y que no tiene ningún papel histórico que jugar. El inmediatismo y la impaciencia (“La revolución ya” como clamaban los estudiantes de 1968) son propios de esta categoría social de la que, quizás durante una revolución proletaria, parte de sus elementos puedan unirse al combate de la clase obrera, pero en su mayor parte tiende a aliarse con el más fuerte, es decir con la burguesía. Al contrario, los revolucionarios proletarios, expresión de una clase histórica, son capaces de superar la impaciencia e implicarse decididamente en la paciente y difícil tarea de preparar y prepararse para los futuros combates de clase.
Por ello en 1852, Marx y Engels, reconocieron que las condiciones de la revolución proletaria no estaban maduras en 1848 y que el capitalismo debía vivir todavía un amplio desarrollo para que esas condiciones llegaran. Entonces, estimaron que se debía disolver su organización, la Liga de los Comunistas, que había sido fundada en vísperas de la revolución de 1848, antes que ésta cayera bajo la influencia de elementos impacientes y aventureros (la tendencia Willicht-Schapper).
En 1864, cuando participaron en la fundación de la Asociación internacional de los trabajadores (AIT), Marx y Engels pensaron, de nuevo, que la hora de la revolución había sonado, pero justo antes de la Comuna de París de 1871, se dieron cuenta de que el proletariado aún no estaba preparado, ya que el capitalismo todavía disponía ante sí de todo un potencial de desarrollo de su economía. Tras la derrota de la Comuna de París que significó una grave derrota para el proletariado europeo, comprendieron que el papel histórico de la AIT había terminado y que era necesario preservarla, también a ella, de la acción de elementos impacientes y aventureros (como Bakunin) representados principalmente por los anarquistas. Por eso, en el Congreso de la Haya de 1872, intervinieron con determinación para conseguir la exclusión de Bakunin y su Alianza para la democracia socialista y, del mismo modo, propusieron y defendieron la decisión de transferir el Consejo general de la AIT de Londres a Nueva York, lejos de las intrigas que se estaban desarrollando por parte de toda una serie de elementos que ambicionaban apoderarse de la Internacional. Esta decisión
correspondía de hecho a una decisión de poner bajo mínimos a la AIT para que después la Conferencia de Filadelfia pudiera pronunciar su disolución en 1876.
Así, las dos revoluciones que se habían producido hasta aquel momento, la de 1848 y la Comuna, habían fracasado porque las condiciones materiales de la victoria del proletariado aún no existían. Será en el período siguiente, en el que se conocerá el desarrollo más pujante de la historia del capitalismo, cuando estas condiciones se dieron.
Ese es un período de gran desarrollo del movimiento obrero. Es entonces cuando se crean los sindicatos en la mayor parte de países, y es cuando se fundan los Partidos socialistas de masas que, en 1889, se reagruparon en el seno de la Internacional socialista (IIª Internacional).
En la mayor parte de los países de Europa Occidental, el movimiento obrero organizado ganaba más y más posiciones. Si bien es cierto que durante cierto tiempo los gobiernos persiguieron a los partidos socialistas (así fue en Alemania entre 1878 y 1890, aplicándose las llamadas “leyes antisocialistas”), esta política al poco tiempo tendió a ser modificada a favor de una actitud más benévola hacia ellos. Entonces, esos partidos se convirtieron en verdaderas poderes en la sociedad, hasta el punto de que, en ciertos países, disponían del grupo parlamentario más fuerte y daban la impresión de que podían conseguir el poder en el seno del Parlamento. El movimiento obrero parecía haberse convertido en invencible. Para muchos, se acercaba la hora en la que se podría derrocar al capitalismo apoyándose en esa institución específicamente burguesa: la democracia parlamentaria.
Paralelamente al auge de las organizaciones obreras, el capitalismo conoció una prosperidad sin igual, dando la impresión de que sería capaz de superar las crisis cíclicas que le habían afectado en el período precedente. En el seno de los partidos socialistas se desarrollaron tendencias reformistas que consideraban que el capitalismo había conseguido superar sus contradicciones económicas y que, por ello, no era necesario acabar con él por medio de la revolución. Aparecieron teorías, como la de Bersntein, que consideraba que había que “revisar” el marxismo, en particular para abandonar su visión “catastrofista”. La victoria del proletariado sería pues el resultado de toda una serie de conquistas obtenidas en lo económico y sindical.
En realidad, ambas fuerzas antagónicas que parecían desarrollar su potencia en paralelo, el capitalismo y el movimiento obrero, estaban minadas desde el interior.
El capitalismo, de un lado, vivía sus últimos días de gloria (que han quedado en la memoria colectiva como la “Belle époque”). Mientras que, en lo económico, su prosperidad parecía no tener fin, particularmente en las potencias emergentes que eran Alemania y Estados Unidos, la llegada de su crisis histórica se hacía notar fuertemente con el aumento del imperialismo y el militarismo. Los mercados coloniales, como había puesto en evidencia Marx medio siglo antes, habían sido un factor fundamental para el desarrollo del capitalismo. Cada país capitalista avanzado, incluyendo a los pequeños como Holanda y Bélgica, se había construido su imperio colonial como fuente de materias primas y mercados para dar salida a sus mercancías. Ahora bien, a finales del siglo XIX, el mundo capitalista entero estaba repartido entre las viejas naciones burguesas. Desde entonces, el acceso de cada una de ellas a nuevos mercados y a nuevos territorios la conducía a un enfrentamiento directo en la zona “privada” de sus rivales. El primer choque ocurrió en septiembre de 1898 en Fachoda, Sudán, conflicto en el que Francia e Inglaterra, las dos principales potencias coloniales, estuvieron a punto de enfrentarse. Los objetivos de la aquélla (controlar el Alto Nilo y colonizar un eje Oeste-Este, Dakar- Yibuti) chocaron con la ambición de Inglaterra (fusionar un eje Norte-Sur con un eje El Cairo-El Cabo). Finalmente, Francia retrocedió y los dos rivales decidieron llegar a una “Entente cordiale” ante el empuje y las unas ambiciones de un tercero en discordia con ambiciones tan grandes como reducido era su imperio colonial, o sea, Alemania. Las codiciosas ambiciones imperialistas alemanas respecto de las demás potencias europeas se concretaron, algunos años más tarde, entre otros sucesos, en el incidente de Agadir en 1911, en el que una fragata alemana se presentó con la voluntad de ofender a Francia y sus ambiciones en Marruecos. El otro aspecto de los apetitos imperialistas de Alemania en el terreno colonial se plasmó en el impresionante desarrollo de su marina de guerra, flota que ambicionaba competir con la flota inglesa por el control de las vías marítimas.
También en ese aspecto cambió de forma radical la vida del capitalismo a principios del siglo XX: al mismo tiempo que se multiplicaban las tensiones y los conflictos armados que involucraban más o menos ocultamente a las potencias burguesas europeas, hubo un importante incremento del armamento de esas potencias al tiempo que se tomaban medidas sistemáticas para el aumento de los efectivos militares (como el de la duración del servicio militar en Francia, la ley de “los tres años”).
Este aumento de las tensiones imperialistas y del militarismo, del mismo modo que las grandes maniobras diplomáticas entre las principales naciones europeas que reforzaban sus alianzas respectivas para la guerra, fue evidentemente objeto de gran atención por parte de los grandes partidos de la Segunda internacional. Estos, en su congreso de 1907 en Stuttgart, dedicaron una importante resolución a esta cuestión, resolución que integraba una enmienda presentada en especial por Lenin y Rosa Luxemburg en la que se planteaba explícitamente que: “... Si, a pesar de todo, estalla una guerra, los socialistas tienen el deber de actuar para que esta finalice lo antes posible y, deben utilizar por todos los medios la crisis económica y política provocada por la guerra para despertar al pueblo y así acelerar la caída de la dominación capitalista”([8]).
En noviembre de 1912, la Internacional socialista convocó un Congreso extraordinario (Congreso de Basilea) para denunciar la amenaza de guerra y llamar al proletariado a la movilización contra ella. El Manifiesto de este Congreso ponía en guardia a la burguesía: “... Que los Gobiernos burgueses no olviden que la guerra franco-alemana dio lugar a la insurrección de la Comuna y que la guerra ruso-japonesa puso en marcha el movimiento de las fuerzas revolucionarias de Rusia. Para los proletarios, es criminal disparar unos contra los otros en beneficio de los capitalistas, el orgullo de las dinastías, o las componendas de los tratados secretos...”.
Así, en apariencia, el movimiento obrero se había preparado para enfrentarse al capitalismo en caso de que este último desencadenara la barbarie guerrera. Por otra parte, en aquella época, entre la población de los diferentes países europeos, y no únicamente entre la clase obrera, existía un fuerte sentimiento de que la única fuerza de la sociedad que podría impedir la guerra era la Internacional socialista. En realidad, de la misma forma que el sistema capitalista estaba minado desde el interior y se aproximaba inexorablemente a la época de su quiebra histórica, el movimiento obrero, a pesar de su fuerza aparente, sus poderosos sindicatos, los “éxitos electorales crecientes” de sus partidos, se había debilitado notablemente y se encontraba en vísperas de una quiebra catastrófica. Más todavía, lo que constituía esa fuerza aparente del movimiento obrero era en realidad su mayor debilidad. Los éxitos electorales de los partidos socialistas magnificaron excepcionalmente las ilusiones democráticas y reformistas entre las masas obreras. Del mismo modo, el enorme poder de las organizaciones sindicales, especialmente en Alemania y el Reino Unido, se transformó, en realidad, en un instrumento de defensa del orden burgués y de alistamiento de los obreros para la guerra y la producción de armamentos([9]).
También conviene recordar, que cuando al inicio del verano de 1914, tras el atentado en Sarajevo contra el heredero del trono austro-húngaro, las tensiones militares empezaron a acelerarse a pasos agigantados hacia la guerra, los partidos obreros, no solo dieron muestras de impotencia, aportaron, además, en la mayor parte de los casos, su apoyo a la propia burguesía nacional. En Francia y Alemania, se establecieron incluso contactos directos entre los dirigentes de los partidos socialistas y el gobierno para discutir sobre qué políticas adoptar para conseguir el alistamiento para la guerra. Y en cuanto estalló, como un solo hombre, esos partidos aportaron su pleno apoyo al esfuerzo de guerra de la burguesía y consiguieron implicar a las masas obreras en tan terrible carnicería. Mientras los gobiernos de turno apelaban a la “grandeza” de sus naciones respectivas, los partidos socialistas empleaban argumentos más adaptados a su papel de reclutadores de los obreros. No se trataba, según ellos, de guerras al servicio de intereses burgueses para, por ejemplo, recuperar Alsacia y Lorena, sino de una guerra para proteger la “civilización” contra el “militarismo alemán”, como decían en Francia. Al otro lado del Rin, no era una guerra en defensa del imperialismo alemán sino una guerra por “la democracia y la civilización” contra la “tiranía y la barbarie zaristas”. Pero, con discursos diferentes, los dirigentes socialistas tenían en mismo objetivo que la burguesía: realizar la “Unión nacional”, enviar a los obreros a la matanza y justificar el estado de excepción, es decir, la censura militar, la prohibición de las huelgas y de las manifestaciones obreras, y de todas las publicaciones y reuniones que denunciaban la guerra.
El proletariado no pudo impedir el estallido de la guerra mundial. Fue una terrible derrota para él, pero una derrota sufrida sin combates abiertos contra la burguesía. Sin embargo, la lucha contra la degeneración de los partidos socialistas, degeneración que condujo a su traición en el verano de 1914 y al estallido de la carnicería imperialista, había comenzado mucho antes, más precisamente a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Así, en el partido alemán, Rosa Luxemburg había librado la batalla contra las teorías revisionistas de Bernstein justificadoras del reformismo. Oficialmente el partido había rechazado tales teorías pero, algunos años más tarde, ella tuvo que reanudar el combate no solo contra la derecha del partido sino también contra el centro representado principalmente por Kaustky, cuyo lenguaje más radical servía, en realidad, de tapadera para el abandono de la perspectiva de la revolución.
En Rusia, en 1903, los bolcheviques entablaron una lucha contra el oportunismo en el seno del partido socialdemócrata, al principio sobre problemas de organización, después a propósito de la naturaleza de la revolución de 1905 y de la política que debía desarrollarse en su seno. Pero estas corrientes revolucionarias en el seno de la Internacional socialista eran, en su conjunto, muy débiles, por mucho que los Congresos de los partidos socialistas y de la Internacional recogieran a menudo sus posiciones.
A la hora de la verdad, los militantes socialistas que defendían posiciones internacionalistas y revolucionarias se encontraron trágicamente aislados. En la Conferencia internacional contra la guerra de septiembre de 1915 en Zimmerwald (Suiza), los delegados (entre los que se encontraban también elementos del centro, vacilantes entre las posiciones de la izquierda y la derecha) cabían en cuatro taxis, como recordaba Trotski. Este terrible aislamiento no les impidió proseguir su combate, a pesar de la represión que se abatió sobre ellos (en Alemania, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, los dos principales dirigentes del grupo Spartakus que defendían el internacionalismo, conocieron la prisión y el encierro en fortalezas militares).
De hecho, las terribles pruebas de la guerra, las matanzas, el hambre, la explotación feroz que reinaba en las fábricas de la retaguardia empezaron a desembozar las mentes de los obreros que en 1914 se habían dejado arrastrar a la carnicería con los discursos de “la flor en el fusil”. Los discursos sobre la “civilización” y la democracia chocaban con la realidad de la inaudita barbarie en la que se hundía Europa y con la represión de cualquier tentativa de lucha obrera. Así, a partir de febrero de 1917, el proletariado en Rusia, que había hecho ya la experiencia de una revolución en 1905, se alzó contra la guerra y contra el hambre. Con sus actos, y en los hechos, concretaron las resoluciones adoptadas por los Congresos de Stuttgart y Basilea de la Internacional socialista. Lenin y los bolcheviques comprenden que ha sonado la hora de la revolución y alientan a los obreros a no conformarse con la caída del zarismo y su sustitución por un gobierno “democrático”. Hay que prepararse para el derrocamiento de la burguesía y la toma del poder por los soviets (los consejos obreros). Esta perspectiva se cumplió efectivamente en Rusia en octubre de 1917. Inmediatamente, el nuevo poder anima a seguir su ejemplo a fin de acabar con la guerra y derribar el capitalismo. En cierto modo, los bolcheviques y con ellos todos los revolucionarios de los demás países, llaman al proletariado mundial para que esté presente en esta nueva cita histórica tras haber faltado a la de 1914.
El ejemplo ruso es seguido por la clase obrera de otros países particularmente en Alemania donde, un año más tarde, el alzamiento de obreros y campesinos derroca el régimen imperial del Guillermo II y obliga a la burguesía alemana a retirarse de la guerra poniendo así fin a cuatro años de una barbarie nunca antes vivida por la humanidad. Sin embargo, la burguesía había sacado las lecciones de su derrota en Rusia. En este país el Gobierno provisional instaurado tras la revolución de Febrero 1917 fue incapaz de satisfacer una de las reivindicaciones esenciales de los obreros, la paz. Apremiado por sus aliados de la Entente, Francia e Inglaterra, se mantuvo en la guerra lo que provocó una rápida caída de las ilusiones que las masas obreras y de soldados habían depositado en él, contribuyendo a su radicalización. El derrocamiento de la burguesía, y no solo del régimen zarista, aparece como el único modo de poner fin a la carnicería. En Alemania, en cambio, la burguesía se dio la mayor prisa para detener la guerra en los primeros días de la revolución. La burguesía presenta como una victoria decisiva el derrocamiento del régimen imperial y la instauración de una república. Inmediatamente llama a que el partido socialista tome las riendas del gobierno, el cual obtiene el apoyo del Congreso de consejos obreros, dominado, precisamente, por los socialistas. Pero, sobre todo, el nuevo gobierno exige inmediatamente el armisticio a los aliados de la Entente, a lo que éstos acceden sin más demora. Además, los de la Entente lo hacen todo para permitir al nuevo gobierno alemán hacer frente a la clase obrera. Por ejemplo, Francia restituye inmediatamente al ejército alemán 16 000 ametralladoras que le había confiscado como botín de guerra. Ametralladoras que serán utilizadas más tarde para aplastar a la clase obrera.
La burguesía alemana, con el partido socialista a su cabeza, va a infligir un golpe terrible al proletariado en enero de 1919. Monta una provocación, a sabiendas, para incitar a una insurrección prematura de los obreros de Berlín. La insurrección acaba en un baño de sangre y sus principales dirigentes revolucionarios, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht (y más tarde Leo Jogiches), son asesinados. A pesar de esto, la clase obrera alemana no está aún definitivamente derrotada. Hasta 1923 llevará a cabo tentativas revolucionarias([10]). Sin embargo, todas esas tentativas serán derrotadas, al igual que las tentativas revolucionarias o los vigorosos movimientos de la clase obrera que se dieron en otros países durante ese periodo (en Hungría, 1919, e Italia en la misma fecha, por ejemplo)([11]).
En efecto, el fracaso del proletariado en Alemania sella la derrota de la revolución mundial, la cual tendrá un último sobresalto en China en 1927, ahogado también en sangre.
Al mismo tiempo que se desarrolla la oleada revolucionaria en Europa se funda en Moscú, en marzo de 1919, la Internacional comunista (IC) o Tercera internacional, que reagrupa las fuerzas revolucionarias de todos los países. En el momento de su fundación solo existen dos grandes partidos comunistas, el de Rusia y el de Alemania, éste último constituido unos días antes de la derrota de enero de 1919. Esta Internacional suscita, en todos los países, la creación de partidos comunistas que rechazan el chauvinismo, el reformismo y el oportunismo que habían engullido a los partidos socialistas. Los partidos comunistas forman la dirección de la revolución mundial, pero se han fundado demasiado tarde a causa de las condiciones históricas presentes en su nacimiento. Cuando la Internacional comunista realmente se constituye, es decir, en su Segundo congreso en 1920, lo más fuerte de la oleada revolucionaria ya ha pasado y el capitalismo muestra que ha sido capaz de recuperar la situación, tanto en el plano económico como en el político. La clase dominante ha logrado, sobre todo, quebrar el impulso revolucionario al poner fin a su principal alimento, la guerra imperialista. Con el fracaso de la oleada revolucionaria mundial los partidos comunistas, que se han formado contra la degeneración y la traición de los partidos socialistas, acabarán degenerando uno tras otro.
Varios son los factores de esa degeneración de los partidos comunistas. El primero es que aceptan en sus filas a toda una serie de elementos que ya eran “centristas” dentro de los partidos socialistas, y que salieron de ellos mediante una rápida conversión a la fraseología revolucionaria, beneficiándose así del inmenso entusiasmo revolucionario del proletariado mundial por la Revolución rusa. Otro factor, aún más decisivo, es la degeneración del principal partido de esta Internacional, el que tenía mayor autoridad, el Partido bolchevique que había conducido la Revolución de octubre y fue el principal protagonista de la fundación de la Internacional. En efecto, ese partido propulsado a la cabeza del Estado es absorbido progresivamente por él; y debido al aislamiento de la revolución se va convirtiendo cada vez más en defensor de los intereses de Rusia en detrimento de su función de baluarte de la revolución mundial. Además, como no puede haber “socialismo en un solo país” y la abolición del capitalismo solo puede hacerse a escala mundial, el Estado ruso se transforma progresivamente en defensor del capital nacional ruso, un capital en el cual la burguesía está formada principalmente por la burocracia del Estado y, por tanto, del partido. El Partido bolchevique se va transformado progresivamente de partido revolucionario en partido burgués y contrarrevolucionario, a pesar de la resistencia de un gran número de verdaderos comunistas, como Trotski, que mantienen en pie la bandera de la revolución mundial. Y así fue como, en 1925 el partido bolchevique, a pesar de la oposición de Trotski, adopta como programa “la construcción del socialismo en un solo país”, un programa promovido por Stalin, y que es una verdadera traición al internacionalismo proletario. Un programa que en 1928 se va a imponer a la Internacional comunista, lo que supondrá su muerte definitiva.
Tras ello, los partidos comunistas en los diferentes países irán pasando al servicio de su capital nacional, a pesar de la reacción y el combate de toda una serie de fracciones de izquierda que serán excluidas una tras otra. Los partidos comunistas que habían sido punta de lanza de la revolución mundial se convierten en punta de lanza de la contrarrevolución; la contrarrevolución más terrible de la historia.
No solo la clase obrera ha faltado a la segunda cita con la historia, sino que se va a hundir en el peor periodo que jamás haya vivido, lo cual queda muy bien reflejado en el titulo del libro del escritor Víctor Serge, Es medianoche en el siglo.
Mientras que en Rusia el aparato del partido comunista se convierte en la clase explotadora y también en instrumento de una represión y opresión de las masas obreras y campesinas sin parangón con los del pasado, el papel contrarrevolucionario de los partidos comunistas fuera de Rusia se concreta, en los años 30, en la preparación del alistamiento del proletariado en la IIª Guerra mundial, es decir, la respuesta burguesa a la crisis abierta que vive el capitalismo a partir de 1929.
Justamente esta crisis abierta, la terrible miseria que se abate sobre las masas obreras durante los años 30, habría podido constituir un potente factor de radicalización del proletariado mundial y de toma de conciencia de la necesidad de acabar con el capitalismo. Pero el proletariado va a faltar a esta tercera cita de la historia.
En Alemania, país clave para la revolución proletaria, donde se encuentra la clase obrera más concentrada y experimentada del mundo, vive una situación similar a la de la clase obrera en Rusia. Como ella, la clase obrera alemana había emprendido el camino de la revolución y su consiguiente derrota fue tanto más terrible. El aplastamiento de la revolución alemana no fue obra de los nazis sino de los partidos “democráticos”, y en primer lugar del partido socialista. Pero justamente porque el proletariado había sufrido esa derrota, el partido nazi que en aquel momento correspondía mejor a las necesidades políticas y económicas de la burguesía alemana, pudo rematar la faena de la izquierda empleando el terror para aniquilar toda lucha proletaria y alistando, por ese mismo medio principalmente, a los obreros en la guerra.
En cambio, en los países de Europa occidental donde el proletariado no había hecho la revolución, y, por lo tanto, no había sido aplastado físicamente, el terror no era el mejor medio para alistar a los obreros en la guerra. Para alcanzar tal resultado la burguesía tenía que emplear mistificaciones como las que había utilizado con éxito en 1914 y que le habían servido para llevar al proletariado a la Primera Guerra mundial. En esta tarea los partidos estalinistas cumplieron de manera ejemplar su papel burgués. En nombre de la “defensa de la patria socialista” y de la democracia contra el fascismo, estos partidos desviaron sistemáticamente las luchas obreras hacia callejones sin salida, desgastando así la combatividad y la moral del proletariado.
La moral del proletariado quedó muy afectada por la derrota de la revolución mundial durante los años 20. Tras un periodo de entusiasmo por la idea de la revolución comunista, muchos obreros perdieron la esperanza en la perspectiva comunista. Uno de los factores de su desmoralización es constatar que la sociedad instaurada en Rusia no es ningún paraíso, como les presentan los partidos estalinistas, lo que facilita su recuperación por los partidos socialistas. Pero la mayoría de los que aún siguen creyendo en la perspectiva revolucionaria caen en las redes de los partidos estalinistas que les dicen que esa perspectiva pasa por la “defensa de la patria socialista” y por la victoria sobre el fascismo que se ha instaurado en Italia y, sobre todo, en Alemania.
Uno de los episodios clave en esa desorientación del proletariado mundial fue la guerra de España que no fue, ni mucho menos, una revolución, sino que, al contrario, fue uno de los preparativos militares, diplomáticos y políticos de la Segunda Guerra mundial.
La solidaridad que los obreros del mundo entero quieren expresar hacia sus hermanos de clase en España, los cuales se han alzado espontáneamente ante el golpe fascista del 18 de Julio, es canalizada y enrolada en las Brigadas internacionales (dirigidas principalmente por estalinistas), con la reivindicación de “armas para España” (en realidad para el gobierno burgués del “Frente popular”) y también por las movilizaciones antifascistas que, de hecho, permiten el alistamiento de los obreros de los países “democráticos” en la guerra contra Alemania.
En vísperas de la Primera Guerra mundial, lo que estaba considerado como la gran fuerza del proletariado (los poderosos sindicatos y partidos obreros) era en realidad su debilidad más considerable. El mismo guión se repite ante la segunda guerra mundial, aunque los actores son algo diferentes. La gran fuerza de los partidos “obreros” (los partidos estalinistas y también los partidos socialistas, unidos en una alianza antifascista), las grandes “victorias” contra el fascismo en Europa occidental, la supuesta “patria socialista”, son todas ellas marcas de la contrarrevolución, de una debilidad del proletariado sin precedentes. Una debilidad que le llevará atado de pies y manos a la segunda carnicería imperialista.
El proletariado frente a la Segunda Guerra mundial
La Segunda Guerra mundial supera con creces el horror de la Primera. El nuevo grado de barbarie muestra que prosigue el hundimiento del capitalismo en su decadencia. Sin embargo, contrariamente a lo que pasó en 1917 y 1918, no es el proletariado quien la hace terminar. La guerra continúa hasta el aplastamiento completo de uno de los dos campos imperialistas. En realidad el proletariado no quedó totalmente sin respuesta durante la carnicería. En la Italia mussoliniana, por ejemplo, se desarrolló un vasto movimiento de huelgas, en 1943, en el Norte industrial que llevó a las fuerzas dirigentes de la burguesía a quitar de en medio a Mussolini y poner en su lugar a un almirante pro-aliado, Bodoglio. Igualmente, a finales de 1944 y comienzos de 1945, se producen movimientos de revuelta contra el hambre y la guerra en varias ciudades alemanas. Pero lo que ocurrió durante la IIª Guerra mundial no es en nada comparable a lo acontecido durante la Primera. Y eso por varias razones. En primer lugar porque antes de declarar la IIª Guerra mundial, la burguesía contaba con la experiencia de la Primera y por eso se dedicó a aplastar previa y sistemáticamente al proletariado no sólo física, sino también y sobre todo, ideológicamente. Una de las expresiones de esta diferencia es que si los partidos socialistas traicionaron a la clase obrera en el momento de la guerra, los partidos comunistas cometieron su traición bastante antes de que se desencadenase la IIª Guerra mundial. Una de las consecuencias de este hecho es que en su seno no quedó la menor corriente revolucionaria, contrariamente a lo que había pasado durante la Iª Guerra mundial en que la mayoría de los militantes que luego formaron los partidos comunistas habían sido antes miembros de los partidos socialistas. En la terrible contrarrevolución que se abatió durante los años 30, solo un pequeño puñado de militantes siguió defendiendo las posiciones comunistas, aislados además de todo contacto directo con una clase obrera, completamente sometida a la ideología burguesa. Les fue imposible desarrollar un trabajo en el seno de partidos con influencia en la clase obrera, a diferencia de los revolucionarios durante la Iª Guerra mundial, no solo porque habían sido expulsados de esos partidos, sino porque en ellos ya no existía el menor soplo de vida proletaria. Aquellos que habían mantenido posiciones revolucionarias cuando el estallido de la Primera Guerra mundial, como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, pudieron encontrar un eco creciente a su propaganda entre los militantes de la socialdemocracia a medida que la guerra hacía añicos sus ilusiones. Nada de eso en los partidos comunistas: a partir del comienzo de los años‑30 se convierten en un terreno totalmente estéril en el que no puede surgir ningún pensamiento proletario e internacionalista. Durante la guerra algunos pequeños grupos revolucionarios que han mantenido los principios internacionalistas no tienen ningún impacto significativo en la clase, la cual que está totalmente entrampada en la ideología antifascista.
La otra razón por la que no hay un resurgimiento proletario durante la IIª Guerra mundial es que la burguesía mundial instruida por la experiencia del final de la Primera, toma sus medidas para prevenir cualquier resurgir en los países vencidos, donde la burguesía era más vulnerable. En Italia, por ejemplo, el medio por el cual la clase dominante hace frente a la sublevación de 1943 consiste en un reparto de tareas entre el ejército alemán, que ocupa directamente el norte de Italia restableciendo el poder de Mussolini, y los aliados que desembarcan en el Sur. En el Norte son las tropas alemanas las que restablecen el orden con tal brutalidad que obliga a los obreros que más se han destacado en los movimientos de comienzos de 1943, a refugiarse en las guerrillas, en donde, amputados de sus bases de clase, se convierten en presa fácil de la ideología antifascista y de “liberación nacional”. Al mismo tiempo, los Aliados interrumpen su marcha hacia el Norte, diciendo que hay que dejar que Italia “se cueza en su propia salsa” (en palabras de Churchill) con el fin de dejar que el “malo”, Alemania, haga el trabajo sucio de la represión antiobrera dejando que las fuerzas democráticas, en particular el partido estalinista, tomen el control ideológico sobre la clase obrera.
Esa misma táctica se emplea en Polonia, mientras que el “Ejército rojo” está a pocos kilómetros de Varsovia, Stalin deja que se desarrolle, sin darle ningún apoyo, la insurrección en esta ciudad. El ejército alemán tiene las manos libres para perpetrar un autentico baño de sangre y arrasar completamente la ciudad. Cuando varios meses después el Ejército rojo entra en Varsovia, los obreros de esta ciudad que podían haberle causado problemas han sido totalmente aniquilados y desarmados.
En la propia Alemania los Aliados se encargan de aplastar cualquier tentativa de alzamiento obrero para lo cual proceden primero a una abominable campaña de bombardeos en los barrios obreros (en Dresde el 13 y 14 de febrero de 1945, los bombardeos que causan más de 250 000 muertos, tres veces más que en Hiroshima). Además, los Aliados rechazan todas las tentativas de armisticio propuestas por varios sectores de la burguesía alemana incluidos militares de renombre como el mariscal Rommel o el jefe de los servicios secretos el almirante Canaris. Para los Aliados dejar a Alemania únicamente en manos de la burguesía alemana, incluso de los sectores antinazis, es impensable. La experiencia de 1918 cuando el gobierno que había tomado el relevo al régimen imperial había tenido grandes dificultades para restablecer el orden, permanecía aún en la memoria de los políticos burgueses. Por eso deciden que los vencedores deben tomar directamente a su cargo la administración de la Alemania vencida y ocupar militarmente cada porción de su territorio. El proletariado alemán, aquel gigante que durante decenios había sido el faro del proletariado mundial y que, entre 1918 y 1923 había hecho temblar el mundo capitalista, estaba ahora postrado, abrumado, disperso en una multitud de pobres sombras que recorrían los escombros para encontrar a sus muertos y sus objetos familiares, sometido a la beneficencia de los “vencedores” para poder comer y sobrevivir. En los países vencedores muchos obreros habían entrado en la Resistencia con la ilusión, propagada por los partidos estalinistas, de que la lucha contra el nazismo era el preludio del derrocamiento de la burguesía. En realidad, en los países bajo el dominio de la URSS, los obreros se ven obligados a apoyar la implantación de los regímenes estalinistas (como durante el Golpe en Praga de 1948), regímenes que una vez consolidados desarman a los obreros y ejercen sobre ellos el terror más brutal. En los países dominados por Estados Unidos, como Francia o Italia, los partidos estalinistas en el gobierno piden que los obreros devuelvan las armas porque la tarea del momento no es la revolución sino la “reconstrucción nacional”.
Así, por todas partes en una Europa que no es más que un inmenso campo de ruinas en el que centenares de millones de proletarios subsisten en condiciones de vida y de explotación mucho peores que cuando la Primera Guerra mundial, donde la hambruna ronda permanentemente, donde el capitalismo extiende más que nunca su barbarie, la clase obrera no tiene la fuerza de emprender el más mínimo combate de importancia contra el poder capitalista. La Primera Guerra mundial había ganado para el internacionalismo a millones de obreros, la Segunda los arrojó a la vileza del chauvinismo más abyecto, al de la caza al “boche” y “colaboracionistas”.
El proletariado había tocado fondo. Lo que se le presenta, y que él interpreta, como su gran “victoria”, el triunfo de la democracia frente al fascismo, es en realidad su mayor derrota histórica. El sentimiento de victoria que experimenta, la creencia de que esa victoria viene de las “virtudes sagradas” de la democracia burguesa, esa misma democracia que le ha llevado a las dos carnicerías imperialistas y que aplastó la revolución a comienzos de los años 20, la euforia que lo embarga es la mejor garantía del orden capitalista. Y el periodo de reconstrucción, del “boom” económico de la posguerra, de la mejora momentánea de las condiciones de vida, no le permite medir la dimensión de la derrota sufrida.
De nuevo el proletariado falta a la cita con la historia. Pero en esta ocasión no es porque haya llegado demasiado tarde o mal preparado: simplemente ha estado ausente de la escena histórica.
En la segunda parte de este artículo veremos como ha vuelto a la escena histórica, pero también cuán largo es todavía su camino.
Fabienne
[1] A modo de presentación de Bordiga, véase en este mismo número el artículo “Debate con el BIPR”.
[2] Carlos Marx, Obras, “Economía I”. Bibliothèque de la Pleiade, pp. 161-162.
[3] Idem, p. 173. Esta fase del Manifiesto comunista está también recogida en el “Libro I” de El Capital (el único “Libro” publicado en vida de Marx) al que sirve de conclusión.
[4] Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte.
[5] Rosa Luxemburg, “El orden reina en Berlin”, Œuvres II, Maspero, París (trad. del francés por nosotros).
[6] El Manifiesto comunista, edición en castellano, pp. 26-27.
[7] Lenín describe así las condiciones de la revolución: “¿Cuáles son generalmente los indicios de una situación revolucionaria?. Estamos convencidos de no equivocarnos si decimos que son los siguientes: 1) la imposibilidad por parte de las clases dominantes de mantener su dominación de una forma inmutable; crisis de su “cumbre”, crisis de la política de la clase dominante, y que crea una fisura por la que el descontento y la indignación de las clases oprimidas pueden abrirse camino. Para que estalle la revolución no basta, habitualmente, con que la base no quiera ‘seguir viviendo como antes’, además es necesario que la ‘cumbre no pueda seguir siéndolo’. 2) Agravación, más allá de lo ordinario, de la miseria y del desamparo de las clases oprimidas. 3) Marcada acentuación, por las razones arriba indicadas, de la actividad de las masas que se dejan saquear tranquilamente en los periodos ‘pacíficos’ pero que en los periodos tormentosos se ven empujadas tanto por la crisis como por la ‘cumbre’ misma hacia una acción histórica independiente” (“La quiebra de la 2ª‑Internacional”, Obras, tomo 21.
[8] Pasaje citado en la “Resolución sobre la posición hacia las corrientes socialistas y la conferencia de Berna” en el Primer Congreso de la Internacional comunista.
[9] Rosa Luxemburg expresa claramente esta idea cuando escribe: “En Alemania, durante cuatro decenios hemos conocido en el plano parlamentario solo ‘victorias’, literalmente volamos de victoria en victoria. En cuanto a los resultados de la gran prueba histórica del 4 de agosto de 1914: una aplastante derrota moral y política, un hundimiento inaudito, una bancarrota sin precedente”, Obras II, “Escritos políticos 1917-18”, Maspero, París).
[10] Ver nuestra serie de artículos sobre la revolución alemana en la Revista internacional números 81 a 99.
[11] Ver nuestro artículo “Lecciones de 1917-23: la primera oleada revolucionaria del proletariado mundial”, Revista internacional número 80, primer trimestre de 1995.
Cuando íbamos a cerrar este número, la situación ha conocido una nueva conmoción en Yugoslavia. Queremos aquí expresar inmediatamente nuestra postura. Lo exige nuestra responsabilidad como organización revolucionaria del proletariado que somos, por muy breve que haya de ser nuestra toma de posición. Seguros podrán estar nuestros lectores de que muy rápidamente hemos de exponer nuestros análisis y nuestra intervención en general sobre esta cuestión, en particular en nuestras publicaciones territoriales.
Por lo visto, según los medios de la burguesía, gracias en particular a las imágenes de todas las televisiones de las pretendidas grandes democracias, estaríamos asistiendo desde hace unos días, en Belgrado, a un acontecimiento de la mayor importancia histórica: “una revolución democrática pacífica” realizada por el pueblo serbio, y a la caída de Milosevic, o sea al final de “la última dictadura nacional-comunista de Europa”. ¡Todo va muy bien en el mejor de los mundos capitalistas! Acontecimiento “histórico” alabado, saludado por todos los jefes de Estado y demás dirigentes de esas grandes potencias “democráticas”, los mismos que hace tan solo un año, desencadenaron la guerra, con sus destrucciones masivas y sus matanzas, asestando bombardeo tras bombardeo a Serbia y a Kosovo. ¡Oh!, cierto que es que todo era, recordemos, en nombre de la necesaria “injerencia humanitaria”, para impedir que Milosevic y sus matones siguieran perpetrando sus abyectos atropellos en Kosovo.
Ya entonces, inmediatamente, nuestra organización respondió a todos esos hipócritas, denunciándolos como lo que son: “bomberos pirómanos”, recordando sus responsabilidades, las de todos ellos, en el estallido de la barbarie, especialmente en esa región del mundo: “Los políticos y los “medias” de los países de la OTAN nos presentan esta guerra como una acción de “defensa de los derechos humanos” contra un régimen especialmente odioso, responsable, entre otros desmanes, de la “purificación étnica” que ha ensangrentado la antigua Yugoslavia desde 1991. En realidad, a las potencias “democráticas” les importa un comino el destino de la población de Kosovo exactamente igual que les importaba la suerte de la población kurda y de los shiíes de Irak cuando dejaron que las tropas de Sadam Husein los machacaran a su gusto después de la guerra del Golfo. Los sufrimientos de las poblaciones civiles perseguidas por tal o cual dictador siempre han sido el pretexto para que las grandes “democracias” declaren la guerra en nombre de una “causa justa” (Revista internacional, nº 97).
Más tarde insistíamos: “¿Quién, si no las grandes potencias imperialistas durante estos diez años, ha permitido a las peores camarillas y mafias nacionalistas croatas, serbios, bosnios y ahora kosovares que hayan desencadenado su histeria nacionalista sangrienta y la limpieza étnica en una vorágine infernal? ¿Quién, si no Alemania, animó y apoyó la independencia unilateral de Eslovenia y de Croacia, autorizando así y precipitando las oleadas nacionalistas de los Balcanes, las matanzas y el exilio de las poblaciones serbias y después bosnias? ¿Quién, si no Francia y Gran Bretaña, han avalado la represión, las matanzas de poblaciones croatas y bosnias y la limpieza ética de Milosevic y de los nacionalistas de la Gran Serbia? ¿Quién, si no Estados Unidos, ha apoyado y equipado después a las diferentes bandas armadas en función de la posición de su rival del momento? La hipocresía y la doblez de las democracias occidentales “aliadas” no tienen límites cuando se trata de justificar los bombardeos con lo de la “injerencia humanitaria” (Revista internacional, nº 98).
Si hoy a todos esos gángsteres imperialistas les faltan palabras para saludar “el despertar” del pueblo serbio, el cual ha tenido, dicen, “la valentía y el orgullo” de quitarse de encima a un dictador sanguinario, a través de sus discursos mentirosos, lo que sobre todo quieren hacer creer es que lo que está ocurriendo hoy sería la perfecta justificación de sus bombardeos asesinos del año pasado. Le Monde, eminente portavoz de la clase dominante en Francia, lo afirma sin ambages: “... al decidir tardíamente enfrentarse militarmente al poder serbio, Europa y Estados Unidos sin duda debilitaron y aislaron de su pueblo un poco más al amo de Belgrado.” Así, esas pretendidas grandes democracias, ¿no habrían tenido razón y no la tendrían en el futuro al intervenir por la fuerza en nombre de la indispensable “injerencia humanitaria”? Con el pretexto de “defender los derechos humanos en el mundo”, quieren así tener las manos libres para rivalizar entre ellas y, por eso mismo, multiplicar las matanzas y las destrucciones. Desde este punto de vista, lo que está ocurriendo en Belgrado (sin olvidar el uso que de la situación se hace en el plano ideológico) es ya un éxito para la burguesía.
Otro plano en el que la clase dominante también ha procurado marcar puntos es el de la “democracia” y su pretendida “marcha triunfal” contra todas las formas de dictadura. Según ella, los momentos “históricos” que estaríamos viviendo ¿no son una manifestación patente de ello? Esa matraca es tanto más eficaz hoy porque los medios burgueses no se han olvidado de señalar que, entre los principales responsables de la caída de Milosevic, entre los grandes impulsores de la victoria de la democracia, está la clase obrera serbia, la cual ha respondido al llamamiento “a la desobediencia civil” hecho por el vencedor de las elecciones; Kostunica, ese burgués nacionalista, cómplice, durante años, del sanguinario Karadjic en Bosnia, al que ahora nos presentan como gran martillo de dictadores. Así, se les ha dejado un amplio lugar en las columnas de la prensa burguesa a esos sectores obreros que, como los mineros de Kolubara, han organizado huelgas en defensa de la “causa democrática”. Si la clase dominante internacional alberga un vehemente anhelo es que ese ejemplo pudiera exportarse al mundo entero, especialmente a los grandes centros obreros de los países centrales del capitalismo.
En estos momentos, todo el mundo se llena la boca con la palabra “revolución” para definir la situación en Belgrado; una revolución para ilusos. La victoria de la “democracia”, o sea la de las fuerzas burguesas que la representan, no es sino la victoria de la clase capitalista y en absoluto la del proletariado.
Elfe, 7/10/2000
En Polonia, hace 20 años, en el verano de 1980, empezó la mayor y más masiva expresión de la lucha obrera en todo el mundo desde el final de la oleada revolucionaria mundial que surgió en respuesta a la Primera Guerra mundial y continuó durante la primera parte de los años veinte. En estos tiempos, cuando la ideología dominante desprecia la idea de que la clase obrera incluso exista, y no digamos ya que pueda actuar como una fuerza en defensa de sus intereses, es esencial que las organizaciones revolucionarias recuerden a los trabajadores la llamarada más ardiente de la lucha de la clase obrera desde la oleada revolucionaria de 1917-23.
Para los obreros más jóvenes, los sucesos de Polonia 1980-81 pueden significar una revelación de que, hace bien poco en fin de cuentas, la clase obrera demostraba que era una fuerza con la que contar en la sociedad capitalista. Para los obreros más viejos, que probablemente se hayan vuelto más escépticos, un recuerdo del potencial de la clase obrera puede servir de antídoto contra las actuales mentiras venenosas sobre la “globalización”, las quimeras de la “nueva economía” y el supuesto fin de la lucha de clases.
Las luchas de Polonia 1980 aportaron numerosas lecciones al proletariado mundial, y volveremos sobre algunas de ellas al final de este artículo, pero una de esas lecciones que se impuso en esa época, y que hoy intentan ocultar totalmente las campañas ideológicas de la burguesía, es que las luchas obreras en los llamados “países socialistas” eran fundamentalmente de la misma naturaleza que las de los obreros de los países occidentales, abiertamente capitalistas. En este sentido, las luchas en Polonia ponían en evidencia que en los países del Este, la clase obrera estaba explotada igual que en los países capitalistas, lo que significaba que, desde el punto de vista de los obreros, el “socialismo real” ni era ni más ni menos que capitalismo. De hecho, esta lección no era nueva. Los revolucionarios no habían esperado a 1980 para identificar como capitalistas los regímenes autoproclamados socialistas. Desde hacía décadas, antes incluso de la constitución de las “democracias populares”, habían dicho claramente que la pretendida “patria socialista” rusa, tan querida de los estalinistas, era un país capitalista e imperialista, en el que los obreros sufrían una explotación feroz en beneficio de una clase burguesa reclutada en el aparato del partido “comunista”. Tampoco les sorprendió que en 1953, los obreros de Berlín Este se sublevaran contra el régimen de la Alemania “socialista”, o cuando en 1956 los obreros en Polonia y sobre todo en Hungría, se rebelaron contra el Estado “socialista”, e incluso llegaron, en este último país, a organizarse en consejos obreros antes de ser aplastados por los tanques del Ejército “rojo”. En realidad, los combates de Polonia 1980 habían sido preparados por una serie de luchas que vamos a recordar brevemente.
Luchas en Polonia antes de 1980
En junio de 1956 hubo una serie de huelgas en Polonia cuyo momento culminante fue una huelga insurreccional en Poznam, aplastada por el ejército. Cuando hubo huelgas posteriores, manifestaciones y enfrentamientos con la policía en muchas partes del país en octubre, el Estado polaco no tuvo que recurrir a la represión brutal. Con el nuevo liderazgo “reformista” de Gomulka instalado, la clase gobernante fue capaz de controlar la situación con una estrategia nacionalista, evitando con ella que se forjaran vínculos con la lucha que se desarrollaba en ese momento en Hungría.
En el invierno de 1970-71, los trabajadores respondieron masivamente a unos aumentos de precios de más del 30%. Durante las huelgas hubo enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y ataques a las sedes del partido estalinista. A pesar de la represión del Estado, el gobierno fue sorprendido por la extensión del movimiento obrero y los aumentos de precios se retiraron. Durante las huelgas, Gomulka había sido sustituido por Gierek, pero sin conseguir desviar el curso de las luchas obreras.
En junio de 1976, en respuesta a los primeros aumentos de precios desde 1970, hubo huelgas y choques con las fuerzas de seguridad. Los aumentos de precios se anularon, pero se desencadenó la represión del Estado, con despidos masivos y cientos de arrestados y encarcelados.
Con la experiencia de esas luchas, no es de extrañar que los obreros demostraran una mayor comprensión de las necesidades y los medios de su lucha cuando iniciaron el movimiento de 1980.
La escala masiva de las luchas de 1980
Para tener una idea de por qué las huelgas en Polonia fueron un ejemplo en su tiempo, por qué la CCI elaboró rápidamente un panfleto internacional sobre las lecciones del movimiento, y por qué se trata de una experiencia de la clase obrera que sigue mereciendo la atención dos décadas después, es necesario hacer un resumen de lo que ocurrió.
Lo que sigue está basado en parte en un artículo que apareció en la Revista internacional nº 23 (además de este número, los ejemplares entre el número 23 y 29 son muy ricos en lecciones del movimiento).
“El 1º de Julio de 1980, a resultas de fuertes aumentos del precio de la carne, estallan huelgas en Ursus, en las cercanías de Varsovia, en la fábrica de tractores que había sido el centro del enfrentamiento con el poder en Junio de 1976; y también en Tczew, en la región de Gdansk. En Ursus, los obreros se organizan en asambleas generales, redactan una lista de reivindicaciones y eligen un comité de huelga. Aguantan ante la amenaza de despidos y de represión y paran varias veces para mantener el movimiento.
“Entre el 3 y el 10 de julio, la agitación prosigue en Varsovia (fábricas de material eléctrico, imprenta), en las factorías de aviones de Swidnick, en las automovilísticas de Zeran, en Lodz, en Gdansk... Por todas partes los obreros forman comités de huelga. Las reivindicaciones son de aumentos de sueldo y para que se anulen las alzas de precios. El gobierno promete aumentos: el 10% de media, en algunos casos el 20%, aumentos que son acordados a los huelguistas y no tanto a los no huelguistas, para así frenar al movimiento...
“A mediados de mes, la huelga llega a la ciudad de Lublin. Los ferroviarios y los de transportes primero, y luego todas las industrias de la localidad paran el trabajo. Las reivindicaciones son: elecciones libres en los sindicatos, seguridad con garantías para los huelguistas, fuera policía de las fábricas, aumentos salariales.
“El trabajo se reanuda en algunas regiones, pero también estallan nuevas huelgas. Krasnik, la fundición de Skolawa Wola, la ciudad de Chelm cercana a la frontera con Rusia, Wroclaw, son afectadas por huelgas durante el mes de julio. La sección K-1 de los astilleros de Gdansk se para, y también el complejo siderúrgico de Huta en Varsovia. Por todas partes, las autoridades ceden aceptando aumentos salariales. Según el Finantial Times, el gobierno agenció, durante el mes de julio, un fondo de cuatro mil millones de zlotys para pagar los aumentos. Las oficinas estatales son obligadas a proporcionar inmediatamente carne “de primera” a las fábricas que están paradas. Hacia finales de mes, el movimiento parece estar en reflujo y el gobierno se cree que lo ha frenado negociando fábrica por fábrica. Y se engaña.
“La explosión está, en realidad, madurando, como así lo demuestra la huelga de basureros de Varsovia que dura una semana a principios de agosto. El 14 de agosto, el despido de una militante de los sindicatos libres provoca la explosión de una huelga en los astilleros “Lenin” de Gdansk. La asamblea general hace una lista de 11 reivindicaciones; las propuestas se discuten y se votan. La asamblea decide la elección de un comité de huelga que se compromete con las reivindicaciones: reintegro de militantes, aumento de subsidios familiares, aumento de sueldos en 2000 zlotys (el salario medio es de 3000 a 4500 zlotys), disolución de los sindicatos oficiales, supresión de los privilegios de la policía y los burócratas, construcción de un monumento a los obreros muertos por la milicia en 1970, la publicación inmediata de informes verídicos sobre la huelga.
“La dirección cede sobre la vuelta de Anna Walentinowisz y de Lech Walesa, así como en lo de construir un monumento. El Comité de huelga da cuenta de su mandato ante los obreros por la tarde y los informa sobre las propuestas de la dirección. La asamblea decide que se forme una milicia obrera; las bebidas alcohólicas son recogidas. Hay una nueva negociación con la dirección. Los obreros instalan un sistema de altavoces para que todos puedan seguir las discusiones. Y pronto se instala un sistema para que los obreros reunidos en asamblea puedan hacerse oír en el salón de negociaciones. Hay obreros que se apoderan del micro para dar precisiones sobre lo que exigen. Durante la mayor parte de la huelga, hasta el día antes de la firma del compromiso, miles de obreros intervienen desde fuera para exhortar, aprobar o desaprobar las discusiones del Comité de huelga. Todos los obreros despedidos del astillero desde 1970 pueden volver a sus puestos. La dirección cede sobre los aumentos y da garantías para la seguridad de los huelguistas.
“El 15 de agosto, la huelga general paraliza la región de Gdansk. Los astilleros “Comuna de París” de Gdynia paran. Los obreros ocupan los locales y obtienen 2100 zlotys de aumento inmediato. Pero se niegan a volver al trabajo, pues “también Gdansk tiene que ganar”. El movimiento en Gdansk está en un momento fluctuante; hay delegados de taller que dudan en ir más lejos y proponen que se acepten las propuestas de la dirección. Pero vienen obreros de otras fábricas de Gdansk y Gdynia y los convencen de que se mantengan solidarios. Se pide la elección de nuevos delegados más capaces de expresar el sentir general. Los obreros venidos de todas partes forman en Gdansk un comité interempresas en la noche del 15 de agosto y elaboran una lista de 21 reivindicaciones.
“El comité de huelga tiene 400 miembros, 2 representantes por fábrica; días después serán 800 y luego 1000. Las delegaciones van y vienen entre sus empresas y el Comité de huelga central, grabando cassettes para dar cuenta de la discusión. Los comités de huelga de cada fábrica se encargan de las reivindicaciones particulares y se coordinan entre sí. El comité de los astilleros “Lenin” está formado por 12 obreros, uno por taller, elegidos a mano alzada tras debate. Dos de ellos son mandados al comité de huelga central interempresas y rinden cuentas de todo lo ocurrido dos veces por día.
“El 16 de agosto, el gobierno cortó todas las comunicaciones telefónicas con Gdansk. El comité de huelga central eligió una “Mesa” donde predominaban los partidarios de los “sindicatos libres” y los disidentes. Las veintiuna reivindicaciones del 16 de agosto empezaban con un llamamiento a sindicatos libres y al derecho de huelga. Lo que había sido el segundo punto de las once reivindicaciones, pasó al séptimo lugar: el aumento de 2000 zlotys para todos.
“El 17 de agosto, la radio local de Gdansk informaba de que “el clima de discusión en ciertas fábricas se ha hecho alarmante”. El 18 de agosto, 75 fábricas estaban paralizadas en la región de Gdansk-Gdynia-Sopot. Había cerca de 100.000 huelguistas. Hubo movimientos en Szczecin, y en Tarnow, ocho kilómetros al sur de Cracovia. El comité de huelga organizaba el aprovisionamiento; las plantas de energía y las fábricas de alimentación funcionaban a petición del comité de huelga. Las negociaciones se habían atascado y el gobierno se negó a hablar con el comité interempresas. En los días siguientes estallaron nuevas huelgas en Elblag, Tczew, en Kolobrzeg y otras ciudades. El‑20 de agosto se estimaba que 300 000 obreros estaban en huelga (incluyendo 120 000 en el área de Gdansk, en más de 250 fábricas). El 22 de agosto, más de 150 000 obreros en la región de Gdansk y 30 000 en Szczecin estaban en huelga. El periódico de los astilleros “Lenin”, Solidarnosc, salía diariamente; los obreros impresores ayudaban a sacar panfletos y publicaciones. Las publicaciones estalinistas hablaban de “un peligro de desestabilización social y política permanente”.
“El 26 de agosto, los obreros reaccionaron con cautela a las promesas del gobierno y permanecieron indiferentes a los discursos de Gierek (líder estalinista del partido). Se negaron a negociar hasta que se restablecieran las comunicaciones telefónicas.
“El 27 de agosto se concedieron salvoconductos elaborados por el gobierno de Varsovia para que los disidentes pudieran viajar a Gdansk y presentarse ante los huelguistas como “expertos” y poner calma en un mundo patas arriba. El gobierno estuvo de acuerdo en negociar con la Mesa del comité central de huelga, y reconoció el derecho de huelga; se restablecieron las líneas telefónicas. Comenzaron negociaciones paralelas en Szczecin, cerca de la frontera con Alemania del Este. El cardenal Wyszynski llamó a terminar la huelga; partes de su discurso se retransmitieron en televisión. Los huelguistas enviaron delegaciones al resto del país pidiendo solidaridad.
“El 28 de agosto las huelgas se extendieron aún más, afectando a las minas de cobre y carbón de Silesia, donde los obreros tenían las mejores condiciones de vida de toda Polonia. Los mineros, aún antes de discutir sobre la huelga y manifestarse de acuerdo con las reivindicaciones concretas, declararon que pararían inmediatamente “si las autoridades tocaban a Gdansk”. Se pusieron en huelga “por las reivindicaciones de Gdansk”. Treinta fábricas estaban en huelga en Wroclaw, en Poznan (las fábricas donde empezó el movimiento en 1956), en las plantas de acero de Nova-Huta y en Rzeszois. Se formaron comités interfábricas en varias regiones. Ursus envió delegados a Gdansk. En el punto más álgido de la generalización, Walesa declaró: «No queremos que las huelgas se extiendan, porque llevarán al país al borde del colapso. Necesitamos calma para negociar». Las negociaciones entre la Mesa y el gobierno se hicieron privadas; el sistema de altavoces cada vez se estropeaba más en los astilleros. El 29 de agosto las discusiones técnicas entre la Mesa y el Gobierno acabaron en compromiso: a los obreros se les darían “sindicatos libres” si aceptaban:
“1º el papel dirigente del partido;
“2º la necesidad de apoyar al Estado polaco y al Pacto de Varsovia;
“3º que el sindicato libre no desempeñara ningún papel político.
“El acuerdo se firmó el 31 de agosto en Szczecin y en Gdansk. El gobierno reconoció los sindicatos “autogestionados”; como dijo su portavoz, “la nación y el Estado necesitan una clase obrera bien organizada y consciente”. Dos días después, quince miembros de la Mesa se despidieron de sus puestos de trabajo para convertirse en oficiales de los nuevos sindicatos. Poco después se vieron obligados a matizar su posición, puesto que se divulgó que cobrarían salarios de 8000 zlotys. Esta información fue negada después a causa del descontento obrero.
Llevó varios días que se firmaran los acuerdos. Por sus declaraciones, los obreros de Gdansk aparecen amargados, desconfiados y decepcionados. Muchos obreros, al enterarse de que los acuerdos les daban sólo la mitad del aumento que ya habían obtenido el 16 de agosto, gritaban: “Walesa, nos has vendido”. Muchos tampoco estaban de acuerdo con el punto que reconocía el papel del Partido estalinista y del Estado.
La huelga en las minas de carbón de Alta Silesia y en las minas de cobre, cuyo propósito era asegurar que los acuerdos de Gdansk se aplicaran a todo el país, continuaron hasta el 3 de septiembre. A lo largo de septiembre las huelgas continuaron: en Kielce, en Bialystok – obreros del algodón –, textiles, en las minas de sal de Silesia, en los transportes de Katowice”. Hacia mediados de octubre de 1980 se estimaba que había habido huelgas en más de 4800 fábricas por toda Polonia.
Aunque la huelga de masas tuvo sus expresiones más dramáticas en agosto de 1980, la clase obrera conservó la iniciativa contra las primeras respuestas incoherentes del gobierno durante algunos meses, hasta comienzos de 1981. A pesar de los acuerdos de Gdansk, las luchas obreras continuaron, con ocupaciones, huelgas y manifestaciones. Las reivindicaciones obreras se ampliaron, con reivindicaciones económicas que crecían en cuantía y profundidad, y reivindicaciones políticas que se hacían cada vez más radicales. En noviembre de 1980, por ejemplo, hubo en acciones centradas en la región de Varsovia, reivindicaciones por el control de la policía, el ejército, la policía de seguridad y de las fiscalías. Semejantes reivindicaciones, al significar poner límites al aparato represivo de un gobierno capitalista, no se habrían tolerado en ninguna parte del mundo, puesto que ponen en entredicho la fuerza misma que garantiza la dictadura de la burguesía.
En el aspecto económico, hubo ocupaciones de oficinas gubernamentales en protesta por los racionamientos de carne. En otras partes hubo huelgas y protestas contra el racionamiento de carne en Navidades. Solidarnosc se situó explícitamente en contra de estas acciones, y durante algún tiempo hizo campaña por los racionamientos de carne.
La cooperación imperialista al final del movimiento
Enfrentada a estas luchas, la clase dirigente en Polonia se había mostrado inepta en su respuesta. Debido a la extensión del movimiento obrero, inicialmente no era posible arriesgarse a emplear la represión directa. Esto no quiere decir, sin embargo, que la amenaza de la represión no fuera usada constantemente por Solidarnosc para intentar frenar las luchas. La amenaza no venía sólo del Estado polaco, sino también de las fuerzas del imperialismo ruso. Éstas estaban preocupadas, con razón, de que el movimiento inspirara luchas en los países vecinos. La amenaza de intervención se concretó cuando, en noviembre de 1980, hubo informes sobre la concentración de fuerzas del Pacto de Varsovia en las fronteras de Polonia. Aunque los dirigentes de Estados Unidos y de Europa occidental lanzaron las típicas advertencias contra la intervención de Rusia en Polonia, como cuando Hungría 1956, o Checoslovaquia 1968, sólo eran palabras huecas. El entonces Secretario general de la OTAN, Joseph Luns, ya había dicho, en octubre de 1980, que era improbable que Occidente llevara a cabo cualquier represalia contra una invasión por parte de Rusia. Cuando la lucha de clases alcanza una escala como la que protagonizaron los obreros en Polonia, los rivales imperialistas están absolutamente de acuerdo en sus deseos de restaurar el orden social y aplastar la lucha obrera. En realidad las advertencias occidentales tenían un objetivo bien preciso: intentaban crear un sentimiento de miedo entre los obreros polacos frente a la eventualidad de una intervención de los tanques rusos. Se acordaban de lo que había ocurrido en Hungría en 1956, cuando esos tanques causaron miles de muertos. Pero el movimiento continuaba.
El 10 de enero de 1981, cuando Solidarnosc discutía con el gobierno sobre el trabajo los sábados, 3 millones de personas no volvieron al trabajo, poniéndose en estado de alerta la industria pesada. Walesa llamó a que no hubiera enfrentamientos con el gobierno.
En enero y febrero de 1981 hubo huelgas que pedían la dimisión de administradores corruptos. La región del Sur alrededor de Bielsko-Biala se paralizó por una larga huelga general que implicó a 200 000 obreros de 120 fábricas. Hubo huelgas en Bydgoszcz, Gdansk, Czestochowa, Kutno, Poznan, Legnica, Kielce. Un dirigente de Solidarnosc dijo: “Queremos detener estas huelgas anticorrupción, de lo contrario todo el país se pondrá en huelga”. El 9 de febrero, en Jelenia Gora (en el Oeste de Polonia), hubo una huelga general de 300 000 obreros en 450 fábricas, que pedían que un sanatorio para el gobierno reservado para los burócratas se transformara en hospital local. Hubo más acciones en Kalisz, Suwalki, Katowice, Radom, Nowy Sacz, Szczecin y Lublin, después del nombramiento de Jarulzesky como Primer ministro y de que Solidarnosc hubiera aprobado entusiasta su propuesta de cesar las huelgas durante 90 días.
La sustitución de Kania por Jarulzesky en febrero 1981, y la previa de Gierek por Kania en septiembre 1980, aunque significaban importantes reorientaciones de la burguesía polaca, no habían conseguido calmar la lucha obrera. Los trabajadores habían visto a Gomulka llegar y marcharse y sabían que los cambios en la cumbre no modificarían la política del Estado.
En marzo hubo una amenaza de huelga general nacional en respuesta a la violencia de la policía en Bydgoszcz. Al final, fue desconvocada por Solidarnosc tras conversaciones con el gobierno. El sindicato aceptaba que “había alguna justificación en la intervención de la policía en Bydgoszcz por el clima de tensión en la ciudad”. En el periodo que siguió a Bydgoszcz, se pusieron en marcha siete comisiones conjuntas para institucionalizar la colaboración entre Solidarnosc y el gobierno.
Sin embargo, las luchas no habían acabado. A mediados de julio de 1981 se anunciaron aumentos de la gasolina y los precios en general de 400 %, así como recortes de las raciones de carne para agosto y septiembre. Las huelgas y las marchas contra el hambre reaparecieron. Solidarnosc llamó a que se terminaran las protestas. Se plantean también otras cuestiones: la corrupción y la represión, el racionamiento. A finales de septiembre estaban afectados dos tercios de las provincias de Polonia. La oleada de huelgas siguió desarrollándose hasta mediados de octubre de 1981.
Aunque los avisos del gobierno en el verano eran muy provocativos, no fue hasta el 13 de diciembre de 1981 cuando se jugó la baza de la intervención y el‑gobierno militar. El Estado disponía de‑300 000 soldados, además de los 100 000 policías, pero sólo sería tras 17‑meses de iniciarse el movimiento cuando la clase dominante en Polonia se sintió lo suficientemente confiada para reprimir y atacar físicamente las huelgas obreras, las ocupaciones y las manifestaciones. Esa confianza venía de la seguridad de que Solidarnosc había hecho un trabajo eficaz para minar gradualmente la capacidad de respuesta de la clase obrera.
Solidarnosc contra las luchas obreras
La fuerza del movimiento estaba en que los obreros tomaron la lucha en sus manos y rápidamente la extendieron más allá de los confines de cada fábrica. Extender las luchas superando la barrera de la fábrica, hacer asambleas comunes y elegir delegados revocables en cualquier momento, todo esto contribuyó a la fuerza del movimiento. En parte esto se puede atribuir al hecho de que los obreros no tenían confianza en los sindicatos oficiales, que se identificaban como órganos corruptos y a sueldo del Estado estalinista. Esto contribuyó a dar fuerza al movimiento, pero también dejó a los obreros a merced de la propaganda sobre los sindicatos “libres” o “independientes”.
Varios grupos disidentes llevaban años defendiendo la propuesta de sindicatos “libres” como alternativa a los sindicatos oficiales que se veían como parte del Estado. Esas ideas pasaron a primer plano cada vez que hubo luchas obreras intensas. Agosto de 1980 no fue una excepción. Desde el comienzo, cuando los trabajadores luchaban contra los ataques a sus condiciones de vida y de trabajo, hubo voces que insistían en la necesidad de sindicatos “independientes”.
La labor de Solidarnosc en 1980 y 1981 demostró que, por muy separados formalmente que estuvieran del Estado capitalista, los nuevos sindicatos, surgidos de la nada, con millones de afiliados y que disfrutaban de la confianza de la clase obrera, actuaron de la misma forma que los sindicatos burocráticos oficiales estatales. Lo mismo que los sindicatos en cualquier otra parte del mundo, Solidarnosc (y las reivindicaciones por sindicatos “libres” que precedieron su fundación), actuó saboteando las luchas, desmovilizando y desmoralizando a los obreros y desviando su descontento hacia los callejones sin salida de la “autogestión”, la defensa de la economía nacional, y la defensa de los sindicatos en lugar de la de los intereses obreros. Esto sucede así, no debido a “malos dirigentes” como Walesa, o a la influencia de la Iglesia, o a la falta de estructuras democráticas, sino por la naturaleza misma del sindicalismo. No se pueden mantener organizaciones de masas permanentes en una época en que las reformas ya no son posibles, en que el Estado tiende a integrar al conjunto de la sociedad, en el que los sindicatos solo pueden ser instrumentos de defensa de la economía nacional.
En Polonia, incluso en lo más álgido de las luchas, cuando los obreros se organizaban por sí mismos, hacían asambleas, elegían delegados y organizaban comités interempresas para coordinar y hacer más eficaces sus acciones, ya había un movimiento que insistía en la necesidad de nuevos sindicatos. Como muestra el repaso de los hechos, uno de los primeros golpes contra el movimiento fue la transformación del comité interfábricas (MKS) en la estructura inicial de Solidarnosc (MKZ).
Cierto que hubo muchas sospechas respecto a lo que hacían Walesa y los dirigentes “moderados”, pero el trabajo de Solidarnosc no lo hacían un puñado de “personalidades” que colaboraban con el Estado, sino la estructura sindical como un todo. Walesa fue un “personaje importante” reconocido por la burguesía internacionalmente. La obtención del premio Nobel de la Paz, y su ascensión al puesto de Presidente de Polonia, sin duda están en continuidad con sus actividades en 1980-81, una justa recompensa por ellas. Pero hay que recordar también que antes había sido un militante respetado, que por ejemplo había sido una figura de primer plano en las luchas de 1970. Ese respeto significaba que su voz tenía un peso particular ante los obreros como acreditado “oponente” al Estado polaco. En el verano de 1980 esa “oposición” ya era algo del pasado. Desde el comienzo del movimiento se le podía encontrar desanimando activamente a los obreros para que no hicieran huelga. Esto comenzó en Gdansk, cuando inició “negociaciones” con las autoridades sobre la mejor forma de sabotear las luchas obreras, y después siguió con sus recorridos por todo el país, a menudo en un helicóptero del ejército, llamando a los obreros, cada vez que era posible, a que abandonaran las huelgas.
Walesa no sólo contaba con su reputación pasada. También daba nuevos argumentos para acabar con las luchas: “La sociedad quiere orden ahora. Tenemos que aprender a negociar en vez de luchar”. Los obreros tenían que parar sus huelgas para que Solidarnosc pudiera negociar. El marco de su discurso estaba también muy claro, era el del respeto a la economía nacional: “Primero somos Polacos, y después sindicalistas”.
El papel de Solidarnosc se hizo cada vez más abiertamente de compadreo con el gobierno, particularmente tras impedir una huelga general en marzo 1981. En agosto de 1981 hubo un buen ejemplo de esto, cuando Solidarnosc intentó convencer a los obreros de que trabajaran 8 sábados gratis en apoyo de la economía en crisis. Como le gritó un obrero cabreado a la Comisión nacional de Solidarnosc. “¿Os atrevéis a llamar a la gente a trabajar los sábados gratis porque hay que apoyar al gobierno? ¿Pero quien dice que tenemos que apoyarlo nosotros?”.
Pero Solidarnosc no sólo lanzaba llamamientos directos a mantener el orden. Un típico panfleto de Solidarnosc de Szczecin empezaba diciendo que: “Solidarnosc significa:
– el camino para volver a levantar la patria
– calma y estabilidad social
– mantenimiento de las condiciones de vida y buena organización”,
pero al mismo tiempo seguía hablando de “la batalla por condiciones de vida decentes”. Esto muestra las dos caras de Solidarnosc, como una fuerza del orden social y a la vez como defensor de los intereses de los obreros. Los dos aspectos de la actividad del sindicato eran mutuamente dependientes. Presentando como primera preocupación los intereses de los trabajadores, esperaban que sus llamamientos al orden tuvieran credibilidad. Muchos activistas sindicales que denunciaban las “traiciones” de Walesa, defendieron, sin embargo, hasta el final el papel de Solidarnosc. En febrero de 1981, tras un periodo en que muchas huelgas estuvieron fuera del control de Solidarnosc, la dirección sacó una declaración insistiendo en la necesidad de un sindicato unido, puesto que su dispersión “desembocaría en un periodo de conflicto social incontrolado”. Semejante llamamiento era un recuerdo de que Solidarnosc únicamente sería eficaz para el Estado polaco en la medida en que pudiera presentarse como defensor de los intereses obreros.
Esta función de Solidarnosc se reconoció internacionalmente, y los sindicatos occidentales le dieron lecciones de cómo funcionan los sindicatos en el marco de la economía nacional. Para construir Solidarnosc, no se limitaron únicamente a dar consejos, un buen número de federaciones sindicales también dieron apoyo financiero, particularmente esos pilares de la “responsabilidad social” en Estados Unidos y Gran Bretaña que son la AFL-CIO y las TUC. A nivel internacional el capitalismo no dejó nada al azar.
La significación internacional de las luchas
Las luchas de 1980-81 se vieron enriquecidas por la experiencia anterior de la clase obrera en Polonia. Sin embargo, no fueron una expresión “polaca” aislada de la lucha de clases, sino la culminación de una oleada internacional de luchas de 1978 a 1981. Los mineros en Estados Unidos en 1978, el sector público en Gran Bretaña en 1978-79, los obreros del acero en Francia, a comienzos de 1979, los estibadores de Rotterdam en otoño de 1979, los obreros del acero inglés en 1980, los obreros brasileños del metal, los petroleros en Irán, las luchas masivas en Perú, las huelgas en Europa del Este que siguieron a la huelga de masas en Polonia: todas estas luchas mostraban la combatividad de la clase obrera y una creciente conciencia de clase. Uno de los significados de la huelga de masas en Polonia fue que proporcionó un principio de respuesta a las cuestiones fundamentales que se planteaban en todas esas luchas: ¿Cómo lucha la clase obrera y cuáles son los obstáculos básicos que enfrenta en su lucha?
Como hemos visto, el proletariado de Polonia pudo darse espontáneamente las formas más vigorosas y eficaces del combate de clase durante el verano de 1980, precisamente porque faltaban los “amortiguadores” sociales que existen en los países “democráticos”. Esto ya es de por sí un mentís categórico a quienes (trotskistas, anarcosindicalistas y otros) pretenden que la clase obrera no puede desarrollar realmente sus combates si previamente no construye sindicatos o cualquier otra forma de “asociacionismo obrero” (según los términos de los bordiguistas del Partido comunista internacional que publica Il Comunista en Italia y Le Prolétaire en Francia). El momento de mayor fuerza del proletariado en Polonia, cuando consiguió paralizar la represión del Estado capitalista y lo hizo retroceder con toda evidencia, fue el momento en que no existían sindicatos (excepto los sindicatos oficiales, completamente fuera de juego). Cuando se constituyó Solidarnosc, y se estructuró y reforzó progresivamente, el proletariado comenzó a debilitarse hasta el punto de no poder reaccionar a la represión que se desencadenó a partir del 13 de diciembre de 1981.
Cuando la clase obrera desarrolla sus combates, su fuerza no está en proporción directa con la de los sindicatos, sino en proporción inversa. Toda tentativa de “rectificar” los sindicatos existentes, o de construir nuevos sindicatos, significa apoyar a la burguesía en su trabajo de sabotaje de las luchas obreras.
Esta es una lección fundamental que aportan al proletariado mundial las luchas de 1980 en Polonia. Sin embargo, los obreros de Polonia no podían comprender inmediatamente esta lección puesto que no habían pasado por la experiencia histórica del papel de sabotaje de los sindicatos. Unos cuantos meses de sabotaje de las luchas por parte de Solidarnosc pudieron convencerles de que Walesa y su banda eran unos canallas, pero no bastaron para hacerles comprender que lo que se cuestiona es el sindicalismo, y no tal o cual “mal dirigente”.
Esas lecciones sólo podían sacarlas realmente aquellos sectores del proletariado mundial que están enfrentados desde hace mucho tiempo a la democracia burguesa, no inmediatamente como consecuencia de la experiencia de Polonia sino a partir de su propia experiencia cotidiana. Y eso es lo que, en parte, ocurrió a lo largo de los años 80.
En efecto, durante la oleada internacional de luchas de 1983-89, particularmente en Europa occidental, donde la clase obrera cuenta con la experiencia más larga de sindicatos “independientes”, y de la dictadura de la burguesía democrática, las luchas obreras se vieron abocadas a poner en tela de juicio con cada vez más fuerza el encuadramiento sindical, hasta el punto de que, en una serie de países (particularmente en Francia e Italia), se crearon organismos, las “coordinadoras”, supuestamente emanadas de las “asambleas de base”, para intentar paliar el descrédito de los sindicatos oficiales(1).
Evidentemente, esta tendencia a poner en entredicho el marco sindical se ha visto fuertemente contrarrestada por el retroceso general de la clase obrera tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas en 1989. Pero en las luchas que, frente al impacto de la crisis capitalista, se desarrollarán necesariamente en el futuro, los obreros de todos los países tendrán que retomar las lecciones de sus luchas precedentes. No sólo las de las luchas que han llevado directamente, sino también las de sus hermanos de clase de otros países, y particularmente las luchas del proletariado de Polonia en 1980.
Porque seguro que la relativa pasividad en la que parece estar actualmente inmersa la clase obrera mundial, no significa, ni mucho menos, que haya cambiado el curso histórico general de las luchas proletarias. Mayo 68 en Francia, el “Otoño caliente” italiano de 1969 y muchos otros movimientos a escala mundial después, han mostrado que el proletariado salió de la contrarrevolución que había sufrido durante cuatro décadas(2). Este curso no quedó en entredicho desde entonces: un periodo histórico que es testigo de combates tan importantes como los de Polonia en 1980, sólo podría cambiar por una profunda derrota de la clase obrera, una derrota que por el momento la burguesía no ha conseguido infligir al proletariado.
Barrow
1) Ver en especial nuestro artículo: “Las coordinadoras sabotean las luchas”, en la Revista internacional nº 56.
2) Ver nuestro artículo: “¿Porqué el proletariado no ha destruido aún el capitalismo?” en este mismo número.
El artículo aquí publicado es la segunda parte de un estudio aparecido en la revista Bilan en 1934. En el número anterior de esta Revista internacional publicamos la primera parte, en la cual Mitchell retoma las bases del análisis marxista de la ganancia y de la acumulación de capital en continuidad con los análisis de Marx y de Rosa Luxemburg. En esta segunda parte, Mitchell se centra en “el análisis de la crisis general del imperialismo decadente”, explicando con gran claridad las expresiones de la crisis general de la decadencia del capitalismo. Este estudio, que permitió entonces dar bases teóricas a la inevitable tendencia a la guerra generalizada que la crisis histórica del capitalismo engendra, no solo tiene un interés histórico. Sigue siendo de la más candente actualidad al proponer un marco teórico con el que comprender las expresiones de la crisis económica hoy.
CCI
En la primera parte de este trabajo decíamos que el período que va desde más o menos 1852 hasta 1873 es el de un desarrollo considerable del capitalismo, en la “libre competencia” (competencia moderada por la existencia de un proteccionismo de defensa de una industria en pleno crecimiento). Durante esa misma fase histórica, las diferentes burguesías nacionales remataron su dominación económica y política sobre los ruinas del feudalismo, librando de todas sus trabas a las formas capitalistas de producción: en Rusia mediante la abolición de la servidumbre; en Estados Unidos gracias la guerra de Secesión que barrió el anacronismo esclavista; mediante la formación de la nación italiana, y la fundación de la unidad alemana. El tratado de Francfort cerró el ciclo de las grandes guerras nacionales de las que habían surgido los Estados capitalistas modernos.
En el ritmo rápido de su desarrollo, el sistema capitalista de producción, hacia 1873, ya ha integrado en su esfera, en su propio mercado, el dominio extracapitalista que le es cercano. Europa se ha convertido en una vasta economía mercantil (excepto algunas regiones atrasadas del Centro y del Este) dominada por la producción capitalista. El continente norteamericano está bajo la hegemonía del capitalismo anglosajón, ya fuertemente desarrollado.
Por otro lado, el proceso de acumulación capitalista, interrumpido momentáneamente por crisis cíclicas pero reanudado con vigor suplementario tras cada saneamiento económico, acarrea paralelamente una poderosa e irresistible centralización de los medios de producción, precipitada por la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y la áspera competencia. Se asiste entonces a una multiplicación de empresas gigantescas de elevada composición orgánica, facilitada por el desarrollo de las sociedades por acciones que sustituyen a los capitalistas individuales, incapaces, aisladamente, de hacer frente a las exigencias extensivas de la producción; los industriales se transforman en agentes subordinados a los consejos de administración.
Y además se inicia otro proceso: de la necesidad, por un lado, de contrarrestar la baja de la cuota de ganancia, de mantenerla dentro de los límites compatibles con el carácter de la producción capitalista y, por otro lado, atajar una competencia anárquica y “desastrosa”, surgen organizaciones monopolísticas que van adquiriendo mayor importancia tras la crisis de 1873. Primitivamente nacen los cárteles, después una forma más concentrada, los sindicatos. Después los Trusts y Konzernen, los cuales operan ya sea concentrando horizontalmente industrias similares, ya sea agrupando verticalmente ramas diferentes de la producción.
El capital humano, por su parte, con el flujo de la masa considerable de dinero ahorrado y disponible, resultado de la intensa acumulación, adquiere una influencia preponderante. El sistema de participaciones “en cascada” que se injerta en el organismo monopolista le da la llave para controlar las producciones básicas. El capital industrial, comercial o bancario, al ir perdiendo así su posición autónoma en el mecanismo económico, la fracción más considerable de la plusvalía producida es aspirada hacia una fase capitalista superior, sintetizadora, que dispone de esa plusvalía según sus propios intereses: es el capital financiero. Este es, en suma, el producto hipertrofiado de la acumulación capitalista y de sus manifestaciones contradictorias, definición que no tiene nada que ver con esa representación que se hace del capital financiero como expresión de la “voluntad” de unos cuantos recalentados por la fiebre “especulativa” que oprimen y expolian a otros sectores capitalistas y se oponen a su “libre” desarrollo. Este modo de ver es el de las corrientes pequeño burguesas socialdemócratas y neomarxistas que chapotean en la charca del “antihipercapitalismo” y expresa el desconocimiento de las leyes del desarrollo capitalista, dando la espalda al marxismo a la vez que refuerzan la dominación ideológica de la burguesía.
El proceso de centralización orgánica, en lugar de eliminar la competencia, la amplía con otras formas, no haciendo así sino expresar el nivel profundo de la contradicción capitalista básica. La competencia entre capitalistas individuales –‑órganos primarios – que se ejerce en toda la extensión del mercado capitalista (nacional e internacional), contemporánea del capitalismo “progresivo”, es sustituida por vastas competiciones internacionales entre organismos más evolucionados: los monopolios, dueños de los mercados nacionales y de las producciones fundamentales; este período corresponde a una capacidad productiva que desborda ampliamente los límites del mercado nacional, y a una extensión geográfica de éste mediante las conquistas coloniales al iniciarse la era imperialista. La forma más álgida de la competencia capitalista se plasmará finalmente en las guerras interimperialistas, surgiendo cuando todos los territorios del planeta quedaron repartidos entre las naciones imperialistas. Bajo la batuta del capital financiero aparece un proceso de transformación de las entidades nacionales – surgidas de los trastornos históricos que con su desarrollo contribuyeron a que cristalizara la división mundial del trabajo – en entidades económicas completas. Los “monopolios, dice Rosa Luxemburg, agravan la contradicción existente entre el carácter internacional de la economía capitalista mundial y el carácter nacional del Estado capitalista”.
El desarrollo del nacionalismo económico es doble: intensivo y extensivo.
El armazón principal del desarrollo intensivo es el proteccionismo, ya no el protector de “las industrias nacientes”, sino el que instaura el monopolio del mercado nacional y que abre dos posibilidades: en el interior, la realización de un sobrebeneficio, en el exterior la práctica del precio por encima del valor de los productos, la lucha mediante el “dumping”([1]).
El desarrollo “extensivo”, determinado por la necesidad permanente de expansión del capital, en su búsqueda de nuevas zonas de realización y de capitalización de la plusvalía, se orienta hacia la conquista de territorios precapitalistas y coloniales.
Proseguir la extensión continua de su mercado para así evitar la amenaza constante de la sobreproducción de mercancías que se plasma en las crisis cíclicas: ésa es la necesidad fundamental del modo de producción capitalista que se expresa, por un lado, en una evolución orgánica que desemboca en los monopolios del capital financiero y en el nacionalismo económico, y, por otro lado, en una evolución histórica que desemboca en el imperialismo. Definir el imperialismo como “producto del capital financiero”, como lo hace Bujarin, es establecer una falsa filiación y sobre todo es perder de vista que los dos aspectos del proceso capitalista, la producción y la plusvalía, tienen un origen común.
Mientras que el ciclo de guerras nacionales se caracteriza fundamentalmente por las luchas entre naciones que están formándose, que están edificando una estructura política y social idónea para las necesidades de la producción capitalista, las guerras coloniales, en cambio, enfrentan a países capitalistas plenamente desarrollados, que se resquebrajan en su estrecho marco y, por otro lado, a países no evolucionados de economía natural o atrasada.
Las regiones conquistables son de dos tipos:
a) las colonias de poblamiento, que sirven básicamente de esferas de inversiones de capitales, convirtiéndose en ciento modo, en prolongación de las economías metropolitanas, con una evolución capitalista similar, apareciendo incluso como competidoras de las metrópolis, en ciertas ramas el menos. Así ocurre con los dominions británicos, de estructura capitalista total;
b) las colonias de explotación, de densa población, en las que el capital persigue dos objetivos esenciales: realizar su plusvalía y adueñarse de materias primas baratas, lo cual permite frenar el crecimiento del capital constante invertido en la producción y mejorar la relación entre la masa de plusvalía y en capital global. Para dar salida a sus mercancías, el proceso es el ya descrito: el capitalismo obliga a los campesinos y a los pequeños productores de una economía doméstica, a trabajar no para sus necesidades directas, sino para el mercado en el que se efectúa el intercambio entre productos capitalistas de gran consumo y productos agrícolas. Los pueblos agricultores de las colonias se integran en la economía mercantil sometidos a la presión del capital comercial y usurero, los cuales estimulan los grandes cultivos de materias de exportación: algodón, caucho, arroz, etc. Los préstamos coloniales son el adelanto que hace el Capital financiero al poder adquisitivo que servirá para equipar redes de circulación de las mercancías: construcción de ferrocarriles, puertos, que faciliten el transporte de las materias primas, u obras de carácter estratégico que consoliden la dominación imperialista. Además, el capital financiero vela para que los capitales no sirvan de instrumento de emancipación económica de las colonias, que las fuerzas productivas sólo se desarrollen y se industrialicen mientras no sean una amenaza para las industrias metropolitanas, y así orientan, por ejemplo, su actividad hacia una transformación elemental de las materias primas que se realiza con una fuerza de trabajo indígena casi gratuita.
Además, el campesinado, abrumado por el peso de las deudas usureras y los impuestos absorbidos por los préstamos, se ve obligado a ceder los productos de su trabajo muy por debajo de su valor, cuando no por debajo de su precio de coste.
A esos dos métodos de colonización que acabamos de indicar se añade un tercero, el cual se asegura zonas de influencia, haciendo “vasallos” a Estados atrasados a base de préstamos e inversiones de capital. La intensa corriente de exportación de capitales combinada con la extensión del proteccionismo monopolista, favorece una ampliación de la producción capitalista, al menos en la Europa central y oriental, en Norteamérica e incluso en Asia, donde Japón se convierte en potencia imperialista.
Por otro lado, la desigualdad del desarrollo capitalista se prolonga en el proceso de expansión colonial. En el umbral del ciclo de las guerras coloniales, las naciones capitalistas más antiguas, tienen ya una sólida base imperialista en que apoyarse; las dos grandes potencias de aquel tiempo, Inglaterra y Francia se habían repartido las “mejores tierras” de América, Asia y Africa, circunstancias que favorecieron todavía más su extensión posterior en detrimento de competidores más jóvenes, Alemania y Japón, obligados a contentarse con migajas en Africa y Asia, pero que, en cambio, incrementan sus posiciones metropolitanas a un ritmo mucho más rápido que las viejas naciones: Alemania, potencia industrial, dominante en el continente europeo, pronto va a izarse, frente al imperialismo inglés, planteando el problema de la hegemonía mundial cuya solución será buscada a través de la Primera guerra imperialista.
Durante los ciclos de guerras coloniales, las pugnas económicas y los antagonismos imperialistas se agudizaron, pero la burguesía de los países más avanzados todavía pudo atajar “pacíficamente” los conflictos de clase resultantes de esas pugnas, al haber acumulado durante las operaciones de saqueo colonial, reservas de plusvalía, de la que echó mano a mansalva para corromper a las capas privilegiadas de la clase obrera([2]). Las dos últimas décadas del siglo XIX conocieron en el seno de la socialdemocracia internacional el triunfo del oportunismo y el reformismo, monstruosas excrecencias parásitas nutridas por los pueblos coloniales.
Pero el colonialismo extensivo se limitó en su desarrollo y el capitalismo, conquistador insaciable, ha acabado agotando prontamente todas las salidas mercantiles extracapitalistas aún disponibles. Así la competencia interimperialista, privada de alternativas, se orientó hacia la guerra.
Como dijo Rosa Luxemburg, “quienes hoy se enfrentan con las armas en la mano no son, de un lado, los países capitalistas y del otro los países de economía natural. Quienes se enfrentan son Estados arrastrados al conflicto precisamente por su alto desarrollo capitalista”.
Mientras que las antiguas comunidades naturales pudieron resistir miles de años y las sociedades antigua y feudal duraron largos períodos históricos, la producción capitalista moderna, al contrario, como lo dice Engels, “con apenas 300 años de antigüedad y que solo se ha vuelto dominante desde la instauración de la gran industria, o sea desde hace cien años, ha realizado unos repartos tan dispares (concentración de capitales en muy pocas manos, por un lado, y concentración de masas sin la menor propiedad en las grandes urbes, por otro) que acabarán arrastrándolo fatalmente a su pérdida”.
La sociedad capitalista, por la acuidad que alcanzan las disparidades de su modo de producción, ya no puede proseguir lo que ha sido su misión histórica: la de desarrollar continuada y progresivamente las fuerza productivas y la productividad del trabajo humano. El choque de las fuerzas productivas contra su apropiación privada, tras haber sido puntual se ha vuelto permanente. El capitalismo ha entrado en su crisis general de descomposición, y la Historia consignará con líneas de sangre sus sobresaltos agónicos.
Resumamos los rasgos esenciales de esta crisis general: una sobreproducción industrial general y constante, un desempleo técnico crónico que grava la producción de capitales no viables; el desempleo permanente de masas considerables de fuerza de trabajo que agrava las disparidades de clase; una sobreproducción agrícola crónica que se superpone a la crisis industrial y que analizaremos más adelante; un importante frenazo al proceso de acumulación capitalista debido a la reducción de las posibilidades de explotación de las fuerzas de trabajo (composición orgánica) y de la baja continua de la cuota de ganancia. Esta baja ya había sido prevista por Marx cuando decía que “en cuanto la formación del capital se encuentre exclusivamente en manos de unos cuantos grandes capitalistas para quienes la masa de la ganancia compensaría la cuota de la ganancia, la producción perdería todo estímulo vivificante, cayendo así en letargo. La cuota de ganancia es la forma motriz de la producción capitalista. Sin ganancia, no hay producción”; la necesidad para el capital financiero de buscar la ganancia extraordinaria, la cual proviene no de la producción de plusvalía, sino de una expoliación, por un lado, del conjunto de los consumidores poniendo el precio de las mercancías por encima de su valor y, por otro lado, de los pequeños productores apropiándose de una parte o de la totalidad de su trabajo. La ganancia extraordinaria significa así un impuesto indirecto sacado de la circulación de las mercancías. El capitalismo lleva en sí la tendencia a volverse parásito en el pleno sentido del término.
Durante las dos últimas décadas anteriores al conflicto mundial (1914-18), todos esos factores de una crisis general se desarrollaban y, en cierta medida, se iban agudizando, aunque la coyuntura seguía evolucionado en una curva ascendente. Pero esto era en cierto modo el canto de cisne del capitalismo. En 1912 se alcanzó el punto culminante. El mundo capitalista está inundado de mercancías. La crisis estalla en 1913 en Estados Unidos y empieza a extenderse hacia Europa. La chispa de Sarajevo acabó por hacerla estallar en la guerra mundial, la cual ponía al orden del día la puesta en entredicho del reparto de las colonias. La matanza de la guerra va a ser para la producción capitalista una inmensa salida que abría “magníficas” perspectivas.
La industria pesada, que fabrica no ya medios de producción sino de destrucción, y la industria productora de medios de consumo, van a poder trabajar a pleno rendimiento, no para asegurar la existencia de las personas, sino para acelerar su destrucción. La guerra, por una lado, provoca un “saludable” saneamiento de los valores-capital hipertrofiados, al destruirlos sin sustituirlos, y, por otro lado, favorece la salida de las mercancías muy por encima de su valor, mediante la impresionante subida de precios bajo el régimen de costes obligados; la masa de superganancias que el capital saca de la expoliación de los consumidores compensa con creces la disminución de la masa de plusvalía resultante de un debilitamiento de las posibilidades de explotación a causa de la movilización.
La guerra destruye sobre todo enormes fuerzas de trabajo que, en la paz, expulsadas del proceso de producción, eran una amenaza creciente para la dominación burguesa([3]). Se calcula la destrucción de valores reales en una tercera parte de la riqueza mundial acumulada por el trabajo de generaciones de asalariados y de campesinos. Tal desastre social, desde el punto de vista del interés mundial del capitalismo aparece como un balance de prosperidad análogo al de una sociedad anónima que se ocupa de participaciones financieras y cuyo saldo de ganancias y pérdidas pletórico de beneficios oculta en realidad la ruina de pequeñas empresas y la miseria de los trabajadores. Pues las destrucciones, aunque alcancen proporciones de cataclismo, no acaban siendo una carga para el capitalismo. El Estado capitalista hacia el que convergen, durante el conflicto, todos los poderes, bajo la imperiosa necesidad de establecer una economía de guerra, es el gran consumidor insaciable que crea su poder adquisitivo gracias a empréstitos gigantescos que succionan todo el ahorro nacional bajo el control y con la asistencia “retribuida” del capital financiero; el Estado paga a unos plazos que hipotecan la renta futura de los proletarios y de los pequeños campesinos. La afirmación de Marx, enunciada hace 75‑años, adquiere su pleno significado: “la única parte de la pretendida riqueza nacional que acaba siendo propiedad colectiva de los pueblos modernos es la deuda pública”.
La guerra tenía que acelerar evidentemente los antagonismos sociales. El último período de matanzas se abre con el relámpago de Octubre de 1917. Acaba de estallar el sector más débil del capitalismo mundial. En Europa central y occidental rugen las convulsiones revolucionarias. El poder burgués se tambalea: hay que poner fin al conflicto. Si el proletariado, en Rusia, guiado por un partido forjado por quince años de luchas obreras y de trabajo ideológico, acaba dominando a una burguesía todavía débil, e instaurar su dictadura, en los países centrales, donde el capitalismo está sólidamente arraigado, la clase burguesa, aún tambaleándose bajo el ímpetu de la marea revolucionaria, acaba logrando, gracias al apoyo de una Socialdemocracia poderosa todavía y a causa de la todavía inmadurez de los partidos comunistas, orientar al proletariado hacia una dirección que lo aleja de sus objetivos específicos. La tarea del capitalismo se vio favorecida por la posibilidad, tras el armisticio, de prolongar su “prosperidad” de guerra en un período de auge económico justificado por la necesidad de adaptar la producción bélica a la renovación del aparato productivo y al consumo de la paz por las enormes necesidades que surgían. Esta situación hizo reintegrar en la producción a la práctica totalidad de los obreros desmovilizados y las concesiones de orden económico que les acuerda la burguesía, además de que no rebajan su ganancia (los aumentos salariales van muy por detrás de la devaluación de las monedas), le permiten proporcionar a la clase obrera la ilusión de que dentro del sistema capitalista podría mejorar sus suerte y, aislándola de su vanguardia revolucionaria, poder aplastar a esta con facilidad.
La perturbación en el sistema monetario agravó el desorden provocado por la guerra en la jerarquía de los valores y en la red de los intercambios, de tal suerte que el desarrollo económico (al menos en Europa) evolucionó hacia actividades especulativas, creciendo así los valores ficticios y no siguiendo una fase cíclica; alcanzó pronto su punto álgido: el volumen de producción desbordó rápidamente la débil capacidad adquisitiva de las masas y eso a pesar de que el volumen de producción correspondía a una capacidad muy reducida en fuerzas productivas, bastante más bajas que antes de la guerra. De ahí la crisis de 1920, la cual, tal como la definió la Internacional comunista aparece como la “reacción de la miseria contra los esfuerzos por producir, traficar y vivir como en la época anterior del capitalismo”, o sea, la de la prosperidad ficticia de la guerra y de la posguerra.
En Europa la crisis no fue el remate de un ciclo industrial, en los Estados Unidos, en cambio, todavía aparece como tal. La guerra les permitió librarse de la tenaza de la depresión económica de 1913, ofreciéndoles inmensas posibilidades de acumulación, quitándose de encima al competidor europeo y abriendo un mercado militar poco menos que inagotable. Norteamerica se convirtió en el gran abastecedor de Europa en materias primas, productos agrícolas e industriales. Apoyados en una capacidad productiva colosal, una agricultura poderosamente industrializada, inmensos recursos en capital y en su situación de prestamista mundial, Estados Unidos, tras haberse convertido en centro económico del capitalismo mundial, ha desplazado también el eje de las contradicciones imperialistas. El antagonismo anglo-americano sustituyó a la rivalidad anglo-alemana, origen del primer conflicto mundial([4]). El final de éste hizo surgir en EEUU la enorme distorsión entre un aparato productivo hipertrofiado y un mercado muy menguado. La contradicción estalló en la crisis de abril de1920 y, a su vez, el joven imperialismo norteamericano se ha metido desde entonces en la vía de la descomposición general de su economía.
En la fase decadente del imperialismo, al capitalismo ya solo le queda una salida para superar las contradicciones de su sistema: la guerra. La humanidad no podrá evitar semejante alternativa si no es mediante la revolución proletaria. La Revolución de Octubre 1917, sin embargo, no pudo hacer madurar, en los países avanzados de Occidente, la conciencia del proletariado. Éste fue incapaz de orientar las fuerzas productivas hacia el socialismo, única posibilidad de superar las contradicciones capitalistas. Y cuando las últimas energías revolucionarias se consumieron en la derrota del proletariado alemán en 1923, la burguesía logró volver a dar a su sistema una estabilidad relativa. Esta estabilidad, por mucho que refuerce su dominación, va a acabar metiéndola en el camino que lleva a una nueva y terrible conflagración general.
Mientras tanto, se abrió un nuevo período de reanudación económica con unas apariencias de prosperidad que recordaban la del capitalismo ascendente, al menos en uno de sus aspectos esenciales: el incremento de la producción. Pero como ya hemos visto, en épocas anteriores, el auge correspondía a una ampliación del mercado capitalista, que se anexionaba nuevas zonas precapitalistas, mientras que el auge de 1924 a 1929 carecía de esas posibilidades.
Asistimos, al contrario, a una agravación de la crisis general bajo la acción de ciertos factores que vamos a examinar rápidamente:
a) el mercado capitalista se vio amputado de la amplia salida que había sido la Rusia imperial, importadora de productos industriales y de capitales, exportadora de materias primas y de productos agrícolas vendidos a bajo costo gracias a una explotación implacable del campesinado; por otro lado, esta última gran zona precapitalista con recursos inmensos y enormes reservas humanas, se ha hundido en convulsiones sociales sin límite que impiden al capital efectuar en ella inversiones “seguras”;
b) los trastornos del mecanismo mundial han suprimido el oro como equivalente general de las mercancías y moneda universal. La ausencia de una medida común, la coexistencia de sistemas monetarios basados, unos en el oro, otros en cotizaciones forzadas o sin convertibilidad, provocan tal diferencia de precios que la noción de valor se esfuma en un comercio internacional totalmente desarticulado y el desorden se agrava al recurrirse cada día más al dumping;
c) la crisis crónica y general de la agricultura está madurando en los países agrarios y en los sectores agrícolas de los países industriales (y acabará estallando en la crisis económica mundial). El desarrollo de la producción agraria que había recibido su principal impulso de la industrialización y de la capitalización agrícolas, desde antes de la guerra, de las grandes áreas de Estados Unidos, Canadá y Australia, prosiguió extendiéndose a regiones más atrasadas de Europa central y América del Sur, cuya economía esencialmente agrícola perdió su carácter semiautónomo, convirtiéndose en plenamente tributaria del mercado mundial.
Además, los países industriales, importadores de productos agrícolas, pero metidos en una vía de nacionalismo económico intentan compensar las deficiencias de su agricultura aumentando las tierras sembradas e incrementando su rendimiento, protegiéndose tras los aranceles e instaurando una política de subvenciones, práctica que se ha extendido a los países de grandes cultivos (Estados Unidos, Canadá, Argentina). De ello resulta, bajo la presión monopolística, un régimen ficticio de precios agrícolas que se elevan a nivel de los costes de producción más elevado, pesando grandemente en la capacidad adquisitiva de las masas (esto se verifica sobre todo para el trigo, artículo de gran consumo).
El que las economías campesinas hayan acabado su integración en el mercado tiene, para el capitalismo, una consecuencia importante: los mercados nacionales ya no pueden ampliarse, habiendo alcanzado su punto de saturación absoluto. El campesino, por muchas apariencias de productor independiente que tenga, se ha incorporado a la esfera capitalista de producción como los asalariados: de igual modo que éstos son expoliados de su trabajo excedente por la obligación en que se encuentra de vender su fuerza de trabajo, de igual modo el campesino tampoco puede apropiarse del trabajo excedente contenido en sus productos pues debe cederlos al capital por encima de su valor.
El mercado nacional plasma así de manera patente la agudización de las contradicciones capitalistas: por un lado, la disminución relativa y luego absoluta de la parte del proletariado en el producto total, la extensión del desempleo permanente y de la masa de reserva industrial reducen el mercado para los productos agrícolas. La caída resultante del poder adquisitivo de los pequeños campesinos, reduce el mercado para los productos capitalistas. La baja constante de la capacidad adquisitiva de las masas obreras y campesinas se opone así cada vez más violentamente a una producción agrícola cada vez más abundante, compuesta sobre todo de productos de gran consumo.
La existencia de una sobreproducción agrícola endémica (claramente establecida por las cifras de las existencias mundiales de trigo que se han triplicado entre 1926 y 1933) refuerza los factores de descomposición que actúan en la crisis general del capitalismo por el hecho de que es imposible reducir tal sobreproducción, al diferenciarse de la sobreproducción capitalista propiamente dicha (si no es gracias a la intervención “providencial” de agentes naturales), debido al carácter específico de la producción agraria todavía insuficientemente centralizada y capitalizada y que ocupa a millones de familias.
Tras haber determinado las condiciones que delimitan el campo en el que deben evolucionar las contradicciones interimperialistas, es más fácil resaltar el carácter verdadero de esa “insólita” prosperidad del período de “estabilización” del capitalismo. El desarrollo considerable de las fuerzas productivas y de la producción, del volumen de intercambios mundiales, del movimiento internacional de capitales, rasgos esenciales de la fase ascendente de 1924 a 1928, se explican por la necesidad de borrar las huellas de la guerra, de recuperar la capacidad productiva primitiva, para utilizarla en la realización de un objetivo fundamental, el de culminar la estructura económica y política de los Estados imperialistas, condicionando sus capacidades de competencia y edificar economías adaptadas a la guerra. De ahí que sea evidente que todas las fluctuaciones coyunturales muy desiguales (aunque en línea ascendente) no hacen más que reflejar los cambios habidos en la relación de fuerzas imperialistas que se estableció en Versalles([5]) confirmando así un nuevo reparto del mundo.
El auge de la técnica y de la capacidad de producción ha ido adquiriendo proporciones gigantescas, especialmente en Alemania. Tras la tormenta inflacionista de 1922-23, las inversiones de capitales ingleses, franceses y sobre todo americanos, fueron tantas en Alemania que muchos de esos capitales ni siquiera podían invertirse en este país y eran reexportados, a través de los bancos, en particular hacia la URSS para financiar el plan quinquenal.
Durante el proceso mismo de expansión de las fuerzas productivas se refuerza la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. La composición orgánica [del capital] aumenta con mayor rapidez que el desarrollo del aparato de producción. Esto se comprueba sobre todo en las ramas productivas esenciales. De ahí que acabe produciéndose una modificación interna del capital constante: la parte fija (las máquinas) aumenta grandemente en relación con la parte de capital en circulación (materias primas y abastecimientos consumidos), convirtiéndose en elemento rígido que hace aumentar los precios de coste al reducirse el volumen de la producción y al representar el capital fijo el contravalor de capitales prestados. Las empresas más poderosas se vuelven así más sensibles al menor bajón de la coyuntura. En 1929, en Estados Unidos, en plena prosperidad, la producción de acero era sólo el 85% de su capacidad productiva para llegar a cubrir el máximo de necesidades y en marzo de 1933, la capacidad caerá al 15%. En 1932, la producción de medios de producción para los grandes países industrializados no representará ni siquiera el equivalente en valor del desgaste normal del capital fijo.
Todo eso no expresa sino otro aspecto contradictorio de la fase degenerativa del imperialismo: mantener el indispensable potencial de guerra mediante una aparato productivo parcialmente inutilizado.
Mientras tanto, para intentar aligerar el precio de costo, el capital financiero recurre a medios que ya conocemos: reducir los precios de las materias primas, bajando el valor de la parte en circulación del capital constante; fijar el precio de venta por encima del valor, buscando una ganancia añadida; reducir el capital variable, ya sea mediante la baja directa o indirecta de los salarios, ya sea intensificando el trabajo, lo cual equivale a la prolongación de la jornada de trabajo y se realiza mediante la racionalización y la organización del trabajo en cadena. Se entiende así por qué esos métodos (la cadena) se han aplicado con el mayor rigor en los países técnicamente más desarrollados, en Estados Unidos y en Alemania, en situación de inferioridad en períodos de baja coyuntura, frente a los países menos evolucionados en los que los precios de coste son mucho más sensibles a la baja de salarios. La racionalización choca, sin embargo, con las fronteras de la capacidad humana. Además, la baja de salarios sólo permite aumentar la masa de plusvalía en la medida en que no disminuye la base de explotación, o sea la cantidad de asalariados trabajando. Por consiguiente, para solucionar el problema fundamental, o sea: conservar a la vez el valor de los capitales invertidos y su rentabilidad, produciendo y realizando el máximo de plusvalía y de ganancia extraordinaria (su ampliación parásita) hay que buscar otras posibilidades. Para dejar vivir a los capitales “no viables” y asegurarles una ganancia, hay que nutrirlos con un dinero “fresco” que el capital financiero se niega, evidentemente, a sacar de sus propios recursos. Así pues acaba sacándolo ya sea del ahorro puesto a su disposición, ya sea, por medio del Estado, del bolsillo de los consumidores. De ahí viene el desarrollo de los monopolios, de las empresas mixtas (con participación estatal), la creación de costosas empresas de “utilidad pública”, los préstamos, las subvenciones a negocios no rentables o la garantía estatal de sus rentas. De ahí viene el control de los presupuestos, la “democratización” de los impuestos mediante la ampliación de la base imponible, los reducciones fiscales en favor del capital para así reanimar las “fuerzas vivas” de la nación, la reducción de cargas sociales “no productivas”, las conversiones de rentas, etc.
Todo eso no es, sin embargo, suficiente. La masa de plusvalía producida sigue siendo insuficiente y el campo de la producción, demasiado estrecho, debe ampliarse. Si la guerra es la gran salida de la producción capitalista, en la “paz”, el militarismo (comprendido como el conjunto de actividades para preparar la guerra) realizará la plusvalía de las producciones básicas controladas por el capital financiero. Éste podrá delimitar la capacidad de absorción mediante los impuestos, quitando a las masas obreras y campesinas una parte de su poder adquisitivo transfiriéndolo al Estado, comprador de los medios de destrucción y “promotor de obras” de carácter estratégico. El respiro obtenido de ese modo, no podrá evidentemente resolver las contradicciones. Como Marx ya lo predijo: “Cada vez aumenta más la contradicción entre el poder social global constituido en última instancia por el capital como un todo y el poder de cada capitalista para disponer de las condiciones sociales de la producción capitalista”. Todos los antagonismos internos de la burguesía deben ser absorbidos por su aparato de dominación, el Estado capitalista, el cual, ante el peligro, está obligado a salvaguardar los intereses fundamentales de la clase dominante como un todo y a rematar la fusión, en parte ya realizada por el capital financiero, de los intereses particulares de las diferentes fracciones capitalistas. Cuanta menos plusvalía hay para repartirse, más agudos son los conflictos internos y más urgente es esa concentración. La burguesía italiana fue la primera en recurrir al fascismo porque su frágil estructura amenazaba con romperse, no solo bajo la presión de la crisis de 1921, sino también bajo el choque de las violentas contradicciones sociales.
Alemania, potencia sin colonias, asentada en una débil base imperialista, ha estado obligada, en el cuarto año de crisis mundial a concentrar todos los recursos de su economía en el seno del Estado totalitario aplastando así al proletariado, única fuerza que hubiera sido capaz de oponerse a la dictadura capitalista mediante su propia dictadura. Además, es en Alemania donde está más avanzado el proceso de transformación del aparato económico en instrumento para la guerra. En cambio, los grupos imperialistas más poderosos, como Francia o Inglaterra, que disponen todavía de considerables reservas de plusvalía, no han entrado todavía de manera decidida en la vía de la centralización estatal.
Acabamos de decir que el auge del período 1924-28 evolucionó en función de la restauración y del fortalecimiento estructural de cada una de las potencias alrededor de cuyas órbitas venían a instalarse los Estados de segundo orden, según la conexión de sus intereses. Pero precisamente porque ese auge provocó dos movimientos, que aunque estrechamente dependientes, son contradictorios (por un lado el incremento de la producción y de la circulación de mercancías, por otro el fraccionamiento del mercado mundial en economías independientes) el punto de saturación no iba a tardar en llegar.
Los ilusos soñadores del liberalismo económico querrían asimilar la crisis mundial a una crisis cíclica que acabaría resolviéndose bajo la acción de factores “espontáneos”, pudiendo el capitalismo librarse de ella si aceptara aplicar un plan de trabajo del estilo De Man u otro proyecto de salvamento capitalista salido de los “Estados generales del trabajo”. En realidad, la crisis mundial ha abierto un período en el que las pugnas interimperialistas, salidas ya de su fase de preparación, van a tomar formas abiertas primero económicas y políticas, y después violentas y sanguinarias cuando la crisis haya agotado todas las “posibilidades pacíficas” del capitalismo.
No podemos analizar aquí el proceso de ese hundimiento económico sin precedentes. Todos los métodos, todas las tentativas a las que ha recurrido el capitalismo para contrarrestar sus contradicciones, todo lo que hemos descrito, lo estamos viendo ahora todavía más acelerado con la energía de la desesperación: extensión del monopolio del mercado nacional a los dominios coloniales e intentos para formar imperios homogéneos y protegidos por una barrera única (Ottawa), dictadura del capital financiero y reforzamiento de sus actividades parasitarias; retroceso de los monopolios internacionales obligados a ceder ante el empuje nacionalista (krach Kreuger); exacerbación de los antagonismos mediante la guerra de aranceles en la que se injertan las pugnas monetarias en las que intervienen los depósitos de oro de los bancos emisores; en los intercambios, la sustitución del sistema de contingentes, de los “clearing” o compensaciones, incluso el trueque, por la función reguladora del oro, equivalente general de las mercancías; anulación de las “reparaciones” incobrables, rechazo de los créditos americanos por parte de los Estados “vencedores”, suspensión del servicio de los préstamos y las deudas privadas de los países “vencidos”, desembocando todo en el hundimiento del crédito internacional y de los valores “morales” del capitalismo.
Al referirnos a los factores que determinan la crisis general del capitalismo, podemos comprender por qué la crisis mundial no puede ser reabsorbida por la acción “natural” de las leyes económicas capitalistas y por qué, al contrario, el poder combinado del capital financiero y del Estado capitalista las vacían de sentido, aplastando todas las expresiones de intereses capitalistas particulares. Con este enfoque deben observarse las múltiples “experiencias” e intentos de recuperaciones, de “relanzamientos” que están apareciendo durante la crisis. Todas esas actividades actúan, no a escala internacional en función de una mejora de la coyuntura mundial, sino en el plano nacional de las economías imperialistas con formas adaptadas a sus particularidades estructurales. No podemos analizar aquí ciertas manifestaciones como las monetarias. En realidad sólo tienen un interés secundario porque son efímeras y contingentes. Todas esas experiencias de reanimación artificial de la economía en descomposición dan, en realidad, los mismos frutos. Las medidas con las que demagógicamente, se proponen luchar contra el desempleo y aumentar el poder adquisitivo de las masas, desembocan en el mismo resultado, no al retroceso del desempleo anunciado a bombo y platillo por las estadísticas oficiales, sino a un reparto del trabajo disponible entre un mayor número de obreros que llevan a una agravación de sus condiciones de existencia.
El aumento de la producción de las industrias fundamentales (y no de las industrias de consumo) que se está realizando en el seno de cada imperialismo está únicamente alimentada por la política de obras públicas (estratégicas) y por el militarismo cuya importancia ya conocemos.
El capitalismo, haga lo que haga, utilice el medio que sea para librarse de la tenaza de la crisis, a lo único a lo que se ve arrastrado irresistiblemente es hacia su destino, la guerra. Hoy por hoy es muy difícil saber cómo y dónde se desencadenará. Lo que importa es saber y afirmar que estallará para repartirse Asia y que será una guerra mundial.
Todos los imperialismos se dirigen hacia la guerra, ya sea los que se visten con los disfraces democráticos ya sea los que se visten con las corazas fascistas; y el proletariado no puede dejarse arrastrar hacia ninguna de esas separaciones abstractas entre “democracia” y fascismo, lo cual acabaría desviándolo de su lucha cotidiana contra su propia burguesía. Vincular sus tareas y su táctica a las perspectivas ilusorias del recuperación económica o a no se sabe qué fuerzas capitalistas opuestas a la guerra que sólo existen en la imaginación, es llevarlo todo recto hacia ella o quitarle toda posibilidad de encontrar el camino de la revolución.
Mitchell
[1] El dumping es vender por debajo del precio de coste para hacerse con un mercado [NdR].
[2] Nosotros rechazamos esa noción falsa de “capas privilegiadas de la clase obrera”, más conocida bajo los términos de “aristocracia obrera”, noción desarrollada por Lenin entre otros (el cual la había recogido de Engels) y que hoy sigue siendo defendida por los grupos bordiguistas. Nosotros hemos desarrollado nuestra postura sobre este tema en el artículo “La aristocracia obrera: una teoría sociológica para dividir a la clase obrera” (Revista internacional nº 25, 2º‑trimestre de 1981).
[3] Es indiscutible que “la guerra destruye sobre todo enormes fuerzas de trabajo”, al provocar la muerte de grandes masas de proletarios. Pero esta frase da a entender que la guerra sería la solución adoptada por la burguesía para enfrentarse al peligro proletario, idea que nosotros no compartimos. Esta idea no marxista de que la guerra en el capitalismo sería, en realidad, “una guerra civil de la burguesía contra el proletariado” fue sobre todo defendida, en la Izquierda Italiana, por Vercesi.
[4] Esta afirmación, que la realidad iba a desmentir rápidamente, se apoyaba en la postura política de que los principales competidores comerciales tenían que ser, obligatoriamente, los principales enemigos imperialistas. Esta posición fue defendida en un debate que se desarrolló en la Internacional comunista y fue Trotski quien, con toda la razón, se opuso a ella, afirmando que los antagonismos militares no se superponen obligatoriamente a los económicos.
[5] O sea en el Tratado de Versalles firmado tras el Armisticio de 1918 entre los países vencedores y Alemania.
El 20 de agosto de 1940, hace 60‑años, moría Trotski, asesinado por los sicarios de Stalin; fue al principio de la Segunda Guerra imperialista. Con este artículo no queremos simplemente seguir la moda de los aniversarios o aprovechar la ocasión para hacer la semblanza de una gran figura del proletariado. Queremos aprovechar esta fecha para hacer el balance de sus errores y de algunos de sus planteamientos políticos al iniciarse la guerra. Trotski, tras una apasionada vida de militante enteramente dedicada a la causa de la clase obrera, falleció como revolucionario y luchador. La historia está llena de ejemplos de revolucionarios que desertaron o que incluso traicionaron a la clase obrera; pocos son quienes le permanecieron fieles durante su vida entera y que murieron de pie, en la lucha, como Rosa Luxemburg o Karl Liebknecht. Trotski es uno de ellos.
Trotski, en sus últimos años, defendió muchas posiciones oportunistas tales como la política de “entrismo” en la socialdemocracia, el frente único obrero, etc., posiciones criticadas, con toda la razón, por la Izquierda comunista en los años 30. Trotski, sin embargo, nunca se pasó al campo enemigo, el campo de la burguesía, como sí lo han hecho los trotskistas después de su muerte. Sobre la cuestión de la guerra imperialista, muy especialmente, defendió hasta el final la postura tradicional del movimiento revolucionario: transformación de la guerra imperialista en guerra civil.
Cuanto más se iba acercando la guerra imperialista mundial, más crucial era, para la burguesía mundial, eliminar a Trotski.
Stalin, para asentar su poder y desarrollar la política que lo convirtió en principal promotor de la contrarrevolución, fue eliminando primero, enviándolos a los campos, a cantidad de revolucionarios, antiguos bolcheviques, especialmente a quienes habían sido compañeros de Lenin, los protagonistas de la Revolución de Octubre. Pero eso no bastaba. Con el incremento de las tensiones guerreras a finales de los años 30, Stalin necesitaba tener las manos totalmente libres, en el interior, para desarrollar su política imperialista. En 1936, al comienzo de la guerra de España, hubo primero el juicio y la ejecución de Zinoviev, Kamenev y Smirnov([1]), luego el que acabó con la vida de Piatakov, Radek y, en fin, el juicio del llamado grupo Rikov-Bujarin-Kretinski. Sin embargo, el bolchevique más peligroso, aunque estuviera en el exterior, seguía siendo Trotski. Stalin ya lo había dañado cuando mandó asesinar en 1938 a su hijo León Sedov en París. Ahora tenía que liquidar al propio Trotski.
“¿Era necesario que la revolución bolchevique hiciera perecer a todos los bolcheviques?” se pregunta en su libro el general Walter G. Krivintsky, que era, en los años 30, el jefe militar del contraespionaje soviético en Europa occidental. Aunque dice no tener respuesta a la pregunta, sí da una muy clara en las páginas 35 y 36 de su libro J’étais un agent de Staline([2]). La prosecución de los juicios de Moscú y la liquidación de los últimos bolcheviques era el precio que había que pagar por la marcha hacia la guerra: “El objetivo secreto de Stalin seguía siendo el mismo (entenderse con Alemania). En marzo de 1938, Stalin montó el gran proceso en diez días del grupo Rikov-Bujarin-Kretinski, que habían sido los asociados más íntimos de Lenin y los padres de la revolución soviética. Esos líderes bolcheviques – odiados por Hitler – fueron ejecutados el 3 de marzo por orden de Stalin. El 12 de marzo, Hitler anexionaba Austria. (…) Fue el 12 de enero de 1939 cuando tuvo lugar ante todo el cuerpo diplomático de Berlín, la cordial y democrática conversación de Hitler con el nuevo embajador soviético.” Y así se llegó al pacto germano-soviético entre Hitler y Stalin del 23 de agosto de 1939.
Aunque la liquidación de los últimos bolcheviques se debía en primer lugar a las necesidades de la política de Stalin, también era una respuesta a las de toda la burguesía mundial. Por eso, el destino de León Troski quedó desde entonces sellado. Para la clase capitalista del mundo entero, Trotski, símbolo de la Revolución de Octubre, debía desaparecer.
Robert Coulondre([3]), embajador de Francia ante el IIIer Reich, da un testimonio elocuente en una descripción de su último encuentro con Hitler, justo antes del estallido de la IIª Guerra mundial. Hitler se jactaba del Pacto que acababa de concluir con Stalin y se puso a diseñar un panorama grandioso de su futuro triunfo militar. En respuesta, el embajador francés apelando a su discernimiento, le habló del riesgo de revolución provocada por una guerra larga y exterminadora que podría acabar con todos los gobiernos beligerantes: “Usted piensa en sí mismo como si fuera el vencedor... dijo el embajador, pero ¿ha pensado usted en otra posibilidad?, ¿que el vencedor fuera Trotski?”([4]) Hitler dio un brinco como si le hubieran dado una patada en el estómago y se puso a vociferar que tal posibilidad, la amenaza de una victoria de Trotski era una razón de más para que ni Francia ni Gran Bretaña declararan la guerra al IIIer Reich. Isaac Deutscher hizo bien en subrayar el comentario de Trotski([5]) cuando se enteró de ese diálogo, sobre el hecho de que los representantes de la burguesía internacional “están espantados por el espectro de la revolución y lo han bautizado con un nombre de persona”([6]).
Trotski debía desaparecer([7]) y él sabía perfectamente que sus días estaban contados. Su eliminación tenía un significado mucho mayor que la de los demás viejos bolcheviques y de los miembros de la Izquierda comunista rusa. El asesinato de los viejos bolcheviques había servido para fortalecer el poder absoluto de Stalin. El de Trostski vino además a significar que para la burguesía mundial, incluida la rusa, era necesario ir hacia la guerra mundial sin estorbos. El camino quedó perfectamente despejado tras la desaparición de la última gran figura de la Revolución de Octubre, del más célebre de los internacionalistas. Ese fue el resultado de la gran eficacia del aparato de la GPU que Stalin utilizó para liquidarlo. Hubo varias intentonas que se fueron acercando en el tiempo. Nada parecía poder contener la maquinaria estalinista. Poco antes de que lo asesinaran, Trotski ya había sufrido un ataque nocturno por parte de un comando el 24 de mayo de 1939. Los esbirros de Stalin habían logrado instalar ametralladoras en las ventanas de enfrente de su casa. Llegaron a disparar entre 200 y 300 tiros y unas cuantas bombas incendiarias. Por fortuna, las ventanas eran altas y Trostki, Natalia su mujer y Sieva su nieto pudieron escapar de milagro protegiéndose bajo las camas. La intentona siguiente fue la buena. Fue la realizada por Ramón Mercader con su pico.
Sin embargo, para la burguesía, el asesinato de Trotski no era suficiente. Como lo había escrito justamente Lenin en El Estado y la revolución: “En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta (…) Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía.”
En lo que a Trotski se refiere son quienes pretender ser sus continuadores, aquellos que se reivindican de su herencia, los trotskistas, los que, tras su muerte, han asumido esa sucia labor. Ha sido basándose en sus posiciones oportunistas con lo que han justificado todas las guerras nacionales desde el final de la IIª Guerra mundial y con lo que se hicieron defensores de un campo imperialista, el de la URSS.
En la época de la fundación de la IVª Internacional en 1938, Trotski basaba su reflexión en la idea de que el capitalismo estaba en su período de “agonía”. La Fracción italiana de la Izquierda comunista (Bilan) también defendía esa idea; nosotros también estamos de acuerdo con esa evaluación del período, aunque no seguimos a Trotski cuando afirma que, por esa razón, “las fuerzas productivas habían cesado de crecer”([8]). Es perfectamente justo afirmar, como así lo hace él, que el capitalismo, en su período de “agonía” ha dejado de ser una forma progresista de la sociedad y que su cambio por el socialismo está al orden del día de la historia. Estaba, sin embargo, equivocado al pensar que en los años 30, las condiciones de la revolución estaban reunidas. Lo anunció con la llegada de los Frentes populares en Francia y después en España, contrariamente a lo que defendía la Fracción italiana de la Izquierda comunista([9]). Este error en cuanto a la comprensión del curso histórico, que lo llevaba a creer que la revolución estaba ya al orden del día cuando lo que se estaba preparando era la IIª Guerra mundial, es una de las claves que permite comprender las posiciones oportunistas que defendió particularmente durante ese período.
Para Trotski eso se plasmó concretamente en la propuesta del concepto de “programa de transición”, concepto que había elaborado con ocasión de la fundación de la IVª Internacional en 1938. Se trata en realidad de una serie de reivindicaciones prácticamente irrealizables que iban a permitir elevar la conciencia de la clase obrera y espolear la lucha de clases. Ésa era la base de su estrategia política. Desde su punto de vista, el programa de transición no era un conjunto de medidas reformistas, pues su objetivo no era que fueran aplicadas. De hecho, debían servir para mostrar la incapacidad del capitalismo para otorgar reformas duraderas a la clase obrera y, por consiguiente, mostrarle a ésta la quiebra del sistema, animándola así a luchar por su destrucción.
Sobre esas premisas, Trotski desarrolló también su famosa “política militar proletaria” (PMP)([10]), la cual consistía, esencialmente, en la aplicación del programa de transición a un período de guerra y de militarismo universal([11]). Esta política se proponía conquistar para las ideas revolucionarias a los millones de proletarios movilizados. Estaba centrada en la reivindicación de la formación militar obligatoria para la clase obrera, al cuidado de oficiales elegidos, en escuelas especiales de entrenamiento fundadas por el Estado, pero bajo el control de instituciones obreras como los sindicatos. Es evidente que ningún Estado capitalista podía otorgar tales reivindicaciones a la clase obrera sin negarse como tal Estado. La perspectiva para Trotski era que el proletariado en armas iba a derribar el capitalismo, tanto más porque, según él, la guerra iba a crear las condiciones favorables para una insurrección proletaria como había ocurrido con la Iª Guerra mundial.
“La guerra actual, y lo hemos dicho en múltiples ocasiones, no es sino la continuación de la última guerra. Pero continuación no es repetición. (…) Nuestra política, la política del proletariado revolucionario respecto a la segunda guerra imperialista es una continuación de la política elaborada durante la primera guerra imperialista, sobre todo bajo la dirección de Lenin”([12]).
Las condiciones, según él, eran incluso más favorables que las que prevalecían antes de 1917, pues en vísperas de la nueva guerra, objetivamente, el capitalismo estaba dando la prueba de que se encontraba en un atolladero histórico, en un callejón sin salida, y a la vez, en el plano subjetivo, había que tener en cuenta la experiencia mundial acumulada por la clase obrera.
“Es esta perspectiva, (la revolución) la que debe ser la base de nuestra agitación. No se trata solo de tener una posición sobre el militarismo capitalista y negarse a defender el Estado burgués, sino de prepararse directamente para la toma del poder y la defensa de la patria socialista…” (ibídem).
Parece claro que Trotski andaba totalmente desorientado cuando creía que el curso histórico era el de la revolución proletaria. No tenía una visión correcta de la situación de la clase obrera y de la relación de fuerzas entre ella y la burguesía. Únicamente la Izquierda comunista fue capaz de demostrar que, en los años 30, la humanidad estaba viviendo un período de profunda contrarrevolución, que el proletariado había sido derrotado y que solamente la “solución” de la burguesía, la guerra imperialista mundial, era entonces posible.
Cabe señalar, sin embargo, que a pesar de su jerigonza “militarista”, que lo hizo deslizarse hacia el oportunismo, Trotski se mantuvo con firmeza en una postura internacionalista. Pero, con aquello de querer ser “concreto” (como intentaba serlo en las luchas obreras con lo del programa de transición y en el ejército con su política militar) para ganarse a las masas obreras para la revolución, acabó alejándose de la visión clásica del marxismo y defendiendo una política opuesta a los intereses del proletariado. Esa política, que pretendía ser muy táctica era, de hecho, muy peligrosa pues tendía a encadenar a los proletarios al carro del Estado burgués y a hacerles creer que podrían existir buenas soluciones burguesas. En la guerra, esa táctica tan “sutil” será puesta en práctica por los trotskistas para justificar lo injustificable y, especialmente, su adhesión a la burguesía a través de la defensa de la nación y de la participación en la “Resistencia”.
Pero, fundamentalmente, ¿cómo debemos comprender la importancia dada por Trotski a su “política militar”? Para él, la perspectiva que se perfilaba ante la humanidad era la de una sociedad totalmente militarizada, que iba a estar cada día más marcada por una lucha armada entre las clases. El destino de la humanidad iba a zanjarse, sobre todo, en el plano militar. Por ello, la responsabilidad primera del proletariado era, ya, prepararse para competir por el poder con la clase capitalista. Fue esa idea la que defendió sobre todo al comienzo de la guerra cuando decía: “En los países vencidos, la posición de las masas va a agravarse inmediatamente. A la opresión social se añade la opresión nacional, cuyo mayor peso va a ser soportado por los obreros. De todas las formas de dictadura, la totalitaria de un dominador extranjero es la más intolerable”([13]). “Es imposible colocar un soldado armado detrás de cada obrero y campesino polaco, noruego, danés, holandés, francés”([14]). “Podemos esperarnos con toda certidumbre a que todos los países conquistados se transformen rápidamente en polvorines. El peligro estriba más bien en que las explosiones se produzcan demasiado pronto, sin preparación suficiente y acaben en derrotas aisladas. Aunque, en general es imposible hablar de revolución europea y mundial sin tener en cuenta las derrotas parciales” (Ibídem).
Todo eso no quita para nada que Trotski permaneciera hasta el final como un revolucionario del proletariado. La prueba está en el Manifiesto, llamado de Alarma, de la IVª Internacional que él redactó para tomar posición, sin ambigüedades y únicamente desde el enfoque del proletariado revolucionario, frente a la guerra imperialista generalizada: “Al mismo tiempo, no hemos de olvidar ni un momento que esta guerra no es nuestra guerra (…) La IVª Internacional no construye su política sobre las fortunas militares de los Estados capitalistas, sino sobre la transformación de la guerra imperialista en guerra de obreros contra los capitalistas, por el derrocamiento de las clases dirigentes de todos los países, por la revolución socialista mundial (…) Nosotros explicamos a los obreros que sus intereses y los del capitalismo sediento de sangre son inconciliables. Nosotros movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo. Nosotros propagamos la unidad de los trabajadores en todos los países beligerantes y neutrales”([15]).
Eso es lo que los trotskistas han “olvidado” y traicionado.
En cambio, el “programa de transición” y la PMP fueron orientaciones políticas de Trotski que, desde un punto de vista de clase, acabaron en un fracaso. No sólo no hubo revolución proletaria al término de la IIª Guerra mundial, sino que además la PMP permitió a la IVª Internacional encontrar una justificación a su participación en la carnicería imperialista generalizada, transformando a sus militantes en buenos soldaditos de la “democracia” y del estalinismo. Fue entonces cuando el trotskismo se pasó irremediablemente al campo enemigo.
Está claro que la debilidad más grave de Trotski fue no haber comprendido que el curso histórico era hacia la contrarrevolución y, por consiguiente, hacia la guerra mundial como así lo dejó claramente expuesto la Izquierda comunista italiana. Como seguía percibiendo un curso hacia la revolución, en 1936 clamaba que “ha empezado la revolución francesa” (La lutte ouvrière, 9/06/1936); y en cuanto a España: “Los obreros del mundo entero esperan ardientemente la nueva victoria del proletariado español” (La lutte ouvrière, 9/08/1936). Cometía así un enorme error político, haciendo creer a la clase obrera que lo que estaba ocurriendo entonces, especialmente en Francia y España, iba en el sentido de la revolución proletaria, cuando, en realidad, la situación mundial iba en sentido opuesto: “Desde su expulsión de la URSS en 1929 hasta su asesinato, Trotski no paró de interpretar el mundo al revés. Mientras que la tarea del momento consistía en agrupar las energías revolucionarias supervivientes de la derrota para acometer ante todo un balance político completo de la ola revolucionaria, un obcecado Trotski se las ingenió para ver al proletariado siempre en marcha, cuando, en realidad, estaba derrotado. Por eso la IVª Internacional, creada hace más de 50 años sólo fue una cáscara vacía en la que nunca podría haberse desarrollado el movimiento real de la clase obrera, por la sencilla y trágica razón de que estaba en el pleno reflujo de la contrarrevolución. Toda la acción de Trotski, basada en ese error, contribuyó a dispersar más todavía las ya tan débiles fuerzas revolucionarias presentes en el mundo en los años 30 y, peor todavía, a arrastrar a la mayor parte al lodazal capitalista del apoyo ‘crítico’ a los gobiernos de tipo ‘Frente popular’ y de participación en la guerra imperialista”([16]).
Entre los graves errores de Trotski está en particular su posición sobre la naturaleza de la URSS. Criticó y arremetió contra el estalinismo, pero siguió considerando a la URSS como “patria del socialismo” o, como mínimo, “Estado obrero degenerado”. Pero todos esos errores políticos, por muchas consecuencias dramáticas que hayan tenido, no lo convirtieron en enemigo de la clase obrera, mientras que sus “herederos” sí que acabaron siéndolo después de su muerte. Trotski fue incluso capaz, a la luz de lo ocurrido al iniciarse la guerra, de admitir que tenía que revisar y, sin duda, modificar sus análisis políticos, especialmente en lo que a la URSS se refiere.
Afirmó, por ejemplo, en uno de sus últimos escritos con fecha de 25 de septiembre de 1939, titulado “La URSS en la guerra”: “No cambiamos de orientación, pero supongamos que Hitler dé la vuelta a su armamento e invada los territorios del Este ocupados por el Ejército rojo. (…) A la vez que con las armas en la mano asestarán sus golpes contra Hitler, los bolcheviques-leninistas realizarán una propaganda contra Stalin, para así preparar su derribo en la etapa siguiente...” (Œuvres, tomo 22).
Defendía, sí, su análisis de la naturaleza de la URSS, pero vinculaba el destino de ésta a la prueba a la que iba a someterla la IIª Guerra mundial. En ese mismo artículo, Trotski decía que si el estalinismo salía vencedor y fortalecido de la guerra (perspectiva que no imaginaba), tendría entonces que volver a revisar su juicio sobre la URSS e incluso sobre la situación política general: “Si se considera, sin embargo, que la guerra actual va a provocar no la revolución sino el retroceso del proletariado, ya solo existe una solución a la alternativa: la de la descomposición posterior del capitalismo monopolista, su fusión posterior con el Estado y la sustitución de la democracia, allá donde se ha mantenido todavía, por un régimen totalitario. La incapacidad del proletariado para tomar la dirección de la sociedad podría efectivamente, en esas condiciones, hacer surgir una nueva clase explotadora nacida de la burocracia bonapartista y fascista. Sería, con gran certidumbre, un régimen de decadencia que significaría el crepúsculo de la civilización.
“Se llegaría a un resultado análogo en caso de que el proletariado de los países capitalistas avanzados, tras haber tomado el poder, apareciera incapaz de conservarlo y lo abandonara, como en la URSS, en manos de una burocracia privilegiada. Estaríamos entonces obligados a reconocer que la recaída burocrática no se debería al atraso del país y al entorno capitalista , sino a la incapacidad orgánica del proletariado para volverse clase dirigente. Habría entonces que establecer retrospectivamente que, en sus rasgos fundamentales, la URSS actual es la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala internacional.
“Nos hemos apartado mucho de la discusión sobre cómo denominar el Estado soviético. No protesten nuestros críticos, sin embargo: sólo situándose con la perspectiva histórica necesaria se podrá formular un juicio correcto sobre un problema como el de la sustitución de un régimen social por otro. La alternativa histórica llevada hasta su término, se presenta así: o el régimen estalinista no es más que un paréntesis abominable en el proceso de transformación de la sociedad burguesa en sociedad socialista, o el régimen estalinista es la primera etapa de una nueva sociedad de explotación. Si este segundo pronóstico se confirma, entonces, claro está, la burocracia sería una nueva clase explotadora. Por muy terrible que sea esta segunda posibilidad, si el proletariado mundial aparece efectivamente incapaz de cumplir con la misión que la historia le ha confiado, ya sólo cabría reconocer que el programa socialista, construido sobre las contradicciones internas de la sociedad capitalista, sería finalmente una utopía. Es evidente que se necesitaría entonces un nuevo “programa mínimo” para defender los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática totalitaria.” (subrayados nuestros).
Haciendo abstracción de la visión en perspectiva que Trotski desarrollaba en ese momento, visión reveladora de un gran desánimo, cuando no de una profunda desmoralización, que parece hacerle perder toda confianza en la clase obrera y en su capacidad para asumir históricamente la perspectiva revolucionaria, está claro que Trotski está iniciando ahí una puesta en entredicho de sus posiciones sobre la naturaleza “socialista” de la URSS y sobre el carácter “obrero” de la burocracia.
Trotski fue asesinado bastante antes de que terminara la guerra; Rusia se encontró en el campo de los vencedores junto a los países llamados “democráticos”. Como Trotski tenía previsto hacer, esas condiciones históricas exigían a quienes se pretendían sus fieles continuadores, una revisión de su posición en la dirección apropiada, o sea, como él decía: “establecer retrospectivamente que, en sus rasgos fundamentales, la URSS actual es la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala internacional”. No sólo se negó a hacerlo la IVª Internacional, sino que, además, se pasó con armas y equipo a las filas de la burguesía. Sólo algunos elementos salidos del trotskismo pudieron mantenerse en el campo revolucionario, como quienes formaron el grupo chino que publicó en 1941 El Internacionalista([17]); los miembros de la sección española de la IVª Internacional con G. Munis([18]); los Revolutionären Kommunisten Deutschlands (RKD); el grupo Socialisme ou Barbarie en Francia; Agis Stinas en Grecia([19]) o Natalia Trotski.
Fiel al espíritu de quien había sido su compañero en la vida y en la lucha por la revolución, Natalia, en una carta de 9 de mayo de 1951 dirigida al Comité ejecutivo de la IVª Internacional, volvía e insistía muy especialmente sobre la naturaleza contrarrevolucionaria de la URSS: “Obsesionados por fórmulas viejas y superadas, seguís considerando al Estado estalinista como un Estado obrero. Ni puedo ni quiero seguiros en ese punto. (…) Debería quedar claro para cada uno que la revolución ha sido totalmente destruida por el estalinismo. Y sin embargo, vosotros seguís diciendo que bajo ese régimen monstruoso, Rusia seguiría siendo un Estado obrero.”
Sacando todas las consecuencias de esa tan clara toma de posición, así proseguía ella muy justamente: “Lo más insoportable de todo es la posición sobre la guerra en la que os habéis comprometido. La tercera guerra mundial que amenaza a la humanidad pone al movimiento revolucionario ante los problemas más difíciles, las situaciones más complejas, las decisiones más graves. (…) Pero frente a los acontecimientos de los años recientes, seguís preconizando la defensa del Estado estalinista y comprometiendo a todo el movimiento obrero en ella. Incluso ahora apoyáis a los ejércitos del estalinismo en la guerra a la que está sometido el mártir pueblo coreano”.
Y concluía con valeroso temple: “Ni quiero ni puedo seguiros sobre ese punto (...) No hay más remedio que anunciaros que no me queda otra solución sino la de decir abiertamente que nuestros desacuerdos ya no me permiten quedarme durante más tiempo en vuestras filas”([20]).
Como lo afirma Natalia, los trotskistas ni siguieron a Trotski ni revisaron sus posiciones políticas tras la victoria de la URSS en el segundo conflicto mundial. Pero además, las únicas discusiones o planteamientos para esclarecerse o profundizar (eso cuando se producen en su seno) se refieren al tema de la “política militar proletaria”([21]). Esas discusiones siguen manteniendo el silencio sobre cuestiones fundamentales como la de la naturaleza de la URSS o la del internacionalismo proletario y del derrotismo revolucionario frente a la guerra. En medio de una jerigonza pseudocientífica, y dándole vueltas al asunto, Pierre Broué lo reconoce: “Es en efecto indiscutible que la ausencia de discusiones y de balance sobre esa cuestión (la PMP) ha sido un gran peso en la historia de la IVª Internacional. Un análisis en profundidad, pondría de relieve esa ausencia como origen de la crisis que empezó a zarandearla en los años‑50”([22]).
Las organizaciones trotskistas traicionaron y se cambiaron de campo, así son las cosas, por mucho que los historiadores trotskistas, como Pierre Broué o Sam Levy den vueltas y más vueltas para ahogar la cuestión hablando de simple crisis de su movimiento: “La crisis fundamental del trotskismo surgió de la confusión e incapacidad para comprender la guerra y el mundo de la inmediata posguerra”([23]).
Es cierto que el trotskismo no comprendió la guerra ni el mundo de la inmediata posguerra, pero es precisamente por eso por lo que traicionó a la clase obrera y al internacionalismo proletario apoyando a un campo imperialista contra el otro en la IIª Guerra mundial. Desde entonces no ha cesado de apoyar a los pequeños imperialismos contra los grandes en las numerosas luchas llamadas de liberación nacional y otras luchas de “pueblos oprimidos”. Pierre Broué, Sam Levy y demás, quizás no se hayan enterado, pero el trotskismo murió para la clase obrera; y, como posible instrumento de emancipación de dicha clase, no hay para él resurrección posible. De nada les sirve a los trotskistas pretender recuperar a los verdaderos internacionalistas y, en particular, la labor de la Izquierda comunista italiana durante la guerra, como así intentan hacerlo los Cahiers Leon Trotsky en ese mismo número 39 (páginas 36 y siguientes) ¡Un poco de decencia, señores! ¿Cómo se atreven a mezclar a los internacionalistas de la Izquierda comunista italiana con la IVª Internacional patriotera y traidora a la clase obrera? Nosotros, Izquierda comunista, no tenemos nada que ver con la IVª Internacional y todas sus actuales reencarnaciones. En cambio, sí decimos: ¡Dejad a Trotski en paz! Él sí que sigue perteneciendo a la clase obrera.
Rol
[1] Puede leerse Dieciséis fusilados en Moscú de Víctor Serge.
[2] Yo fui un agente de Stalin, ediciones Champ Libre, París, 1979.
[3] Robert Coulondre (1885-1959) fue embajador de Francia en Moscú y luego en Berlín.
[4] Citado por Isaac Deutscher, p. 682 del tomo‑6 de Trotski, ediciones 10/18, París, 1980.
[5] Página 68 del tomo 24 de las Œuvres de Trotski en el “Manifiesto de la IVª Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, redactado por él el 23 de mayo de 1939.
[6] Obra citada, p. 683. Pierre Broué en Cahiers de Léon Trotsky (Cuadernos de Leon Trotski) cita la obra del historiador norteamericano Gabriel Kolko, Politics of war, llena de ejemplos que van en el mismo sentido.
[7] Como en el caso de Jean Jaurès justo antes del estallido de la Iª Guerra mundial (1914-18), aunque salvando las distancias, pues Jaurès era un pacifista, mientras que Trotski seguía siendo un revolucionario y un internacionalista.
[8] Para nosotros, el hecho de que el sistema haya entrado en decadencia no significa que no puede desarrollarse. Para nosotros, como para Trotski, en cambio, hay decadencia cuando un sistema ha perdido su dinamismo y las relaciones de producción se han convertido en una traba para el desarrollo de la sociedad. En resumen, que el sistema ha dejado de tener un papel progresista en la historia y que ya ha madurado para dar a luz a otra sociedad.
[9] Ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia y nuestro folleto, en francés, Le trotskisme contre la classe ouvrière.
[10] Esta posición no era nueva en Trotski; ya la había esbozado durante la Guerra de España. “… desmarcarse claramente de las traiciones y de los traidores sin dejar de ser los mejores combatientes del frente”, p. 545 de Ecrits (Escritos). Vuelva a recoger la comparación entre ser el mejor obrero de la fábrica y ser el mejor soldado del frente. Esta expresión también es usada en la guerra contra Japón en China, nación “colonizada” y “agredida” por aquél (cf.‑Œuvres nº 14).
[11] “Nuestro programa de transición militar es un programa de agitación” , Œuvres nº 24.
[12] Trotski, “Fascisme, bonapartisme et guerre”, tomo 24 de Œuvres.
[13] Trotski, “Notre cap ne change pas” (“Nuestro rumbo no cambia”) en tomo 24 de Œuvres.
[14] Ibídem. Si cita esas naciones es porque acababan de ser vencidas cuando redactó el artículo.
[15] “Manifiesto de la IVª Internacional” del 20 de mayo de 1940, p. 75, tomo 24 de Œuvres de Trotski.
[16] Corriente comunista internacional, Le trotskisme contre la classe ouvrière (folleto en francés).
[17] Ver Revista internacional nº 94.
[18] Ver en nuestro folleto Le trotskisme contre la classe ouvrière, el artículo “Trotski pertenece a la clase obrera, los trotskistas lo han raptado”. Ver también en la Revista internacional nº 58 “En memoria de Munis” por su muerte en 1989.
[19] Mémoires de Stinas en ediciones La Brèche, Paris, 1990.
[20] Les enfants du prophète, Cahiers Spartacus, París, 1972.
[21] Ver Cahiers Leon Trotski nº 23, 39 y 43 o Revolutionary History nº 3, 1988.
[22] Cahiers Leon Trotski nº 39.
[23] Sam Levy, veterano del movimiento trotskista británico, en Cahiers Leon Trotski nº 23.
En estos últimos meses, han aparecido en la prensa del BIPR([1]) artículos sobre la necesidad del agrupamiento de las fuerzas revolucionarias para la construcción del partido comunista mundial del futuro. Uno de esos artículos, “Los revolucionarios, los internacionalistas ante la perspectiva de guerra y la condición del proletariado”([2]) es un documento escrito tras la guerra de Kosovo el año pasado:
“Los recientes acontecimientos bélicos en los Balcanes, por el mismo hecho de que hayan tenido lugar en Europa (…) han significado un paso adelante importante en el camino que lleva a la guerra imperialista generalizada (…)
“La guerra misma y el tipo de oposición contra ella son el terreno en el que se está ya produciendo la decantación y las selección de las fuerzas revolucionarias capaces de contribuir a la construcción del partido.
“Esas fuerzas estarán dentro del campo definido por unas cuantas posiciones políticas. Estas son una base intangible de cualquier iniciativa política tendiente a fortalecer el frente revolucionario frente al capital y sus guerras”.
A continuación de ese pasaje están las “21 posiciones”([3]) definidas por el BIPR como posiciones determinantes.
Fueron precisamente esos “acontecimientos bélicos de los Balcanes” lo que llevó a nuestra organización a lanzar, al principio de la guerra misma, un llamamiento a las diferentes organizaciones revolucionarias presentes a nivel mundial para que el internacionalismo proletario pudiera expresarse con una voz única y fuerte. Paralelamente a ese manifiesto, precisábamos:
“Naturalmente que existen divergencias en cuanto al análisis del imperialismo en la fase actual y en cuanto a la relación de fuerzas entre las clases. Pero, sin subestimar esas divergencias, nosotros consideramos que los aspectos que unen a esas diferentes organizaciones son mucho más importantes y significativos que los que las distinguen, en relación con lo que está ahora mismo en juego. Basándonos en esto, lanzamos nosotros un llamamiento el 29 de marzo de 1999 al conjunto de esos grupos para tomar una iniciativa común contra la guerra”([4]).
Como este llamamiento no tuvo el menor eco hace ahora más de un año([5]), cabe preguntarse por qué es hoy cuando el BIPR presenta sus “21 condiciones”, con las cuales, excepto algunas reservas en dos únicos puntos([6]), estamos en pleno acuerdo y por qué no contestó a nuestro llamamiento de entonces. La respuesta está al final del documento del BIPR; respuesta en la que hay una parte que se refiere a la CCI sin lugar a dudas, por mucho que no se la mencione evidentemente, y que afirma que “a 23 años de distancia de la Primera Conferencia internacional convocada por Battaglia comunista([7]) para iniciar una primera confrontación entre los grupos políticos que se reivindican de los principios generales de clase defendidos por la izquierda comunista a partir de la mitad de los años 20, es posible – y por lo tanto necesario ya – hacer un balance de esta confrontación”.
¿Un balance? ¿Después de 23 años? ¿Y por qué ahora? Según el BIPR, en las dos décadas siguientes, “el proceso de decantación de un ‘campo político proletario’ se aceleró excluyendo a todas esas organizaciones que, de una manera o de otra, cayeron en el terreno de la guerra abandonando el principio intangible del derrotismo revolucionario”.
La parte en la que se trata de nosotros (y de las formaciones bordiguistas) viene justo después:
“Otros componentes de ese campo, aunque no hayan caído en el trágico error de apoyar un frente de guerra (…) también se han alejado del método y de las perspectivas de trabajo que llevan a la composición del futuro partido revolucionario. Víctimas irrecuperables de posiciones idealistas o mecanicistas (…)” (subrayado nuestro).
A nuestro entender esas acusaciones que del BIPR nos dirige no tienen base alguna. Nos parece incluso que le sirven para ocultar una política oportunista. Por ello, vamos a intentar aquí escribir una respuesta a esas acusaciones mostrando lo que fue la actitud de la corriente marxista del movimiento obrero en lo que a “método y perspectivas de trabajo que llevan a la composición del futuro partido revolucionario” se refiere para comprobar concretamente si, y en qué medida, el BIPR y los grupos que los crearon han sido coherentes con esa orientación. Para ello, tendremos en cuenta dos cuestiones que expresan, en su unidad, los dos niveles en que se plantea el problema de la organización de los revolucionarios hoy:
1. Cómo concebir la futura Internacional,
2. Qué política llevar a cabo para la construcción de la organización y el agrupamiento de los revolucionarios.
¿Cómo será la futura Internacional? ¿Una organización concebida de manera unitaria desde el principio, o sea un Partido comunista internacional, o bien como una Internacional de Partidos comunistas de los diferentes países? Sobre esto, el pensamiento y el combate de Amadeo Bordiga y de la Izquierda italiana son una referencia intangible. La idea de Bordiga era que la Internacional comunista debía ser, y así la llamaba él, el partido mundial; en coherencia con esa idea, Bordiga llegó incluso a renunciar a algunos puntos llamados “tácticos” que, sin embargo, había defendido hasta entonces con la mayor firmeza (abstencionismo, agrupamiento sin el centro) para así afirmar y hacer vivir la preeminencia de la Internacional sobre cada partido nacional, para así subrayar que la IC era una organización única y no una federación de partidos, una organización que debía tener una política única en todas las partes del mundo y no unas políticas específicas para cada país.
“Y por eso, nosotros afirmamos que la más alta asamblea internacional no sólo tiene el derecho de establecer esas fórmulas que están en vigor y deben estar en vigor en todos los países sin excepción, sino también tiene el derecho de ocuparse de la situación en un país y, por consiguiente, de poder decir que la Internacional piensa que, por ejemplo, se debe hacer o actuar de este u otro modo en Inglaterra” (Amadeo Bordiga, discurso al Congreso de Livorno 1921, en La Izquierda comunista en el camino de la revolución – en italiano en Edizioni Sociali, 1976).
Bordiga defendió esa idea en nombre de la Izquierda italiana y eso es tanto más importante porque estaba entonces luchando contra la degeneración de la propia Internacional, cuando la política de ésta se iba identificando cada vez más con la política y los intereses del Estado ruso.
“Hay que ayudar al partido ruso en la resolución de sus problemas por los partidos hermanos. Es verdad que estos no poseen la experiencia directa de los problemas de gobierno, pero sí contribuirán, a pesar de ello, a darles solución al aportar un enfoque de clase y revolucionario debido a la lucha de clases que se está desarrollando en sus países respectivos”([8]).
Y es, en fin, en la respuesta de Bordiga a la carta de Karl Korsch donde aparece con mayor claridad todavía, lo que debería ser la Internacional y lo que no había conseguido ser:
“Creo que uno de los defectos de la Internacional actual es haber sido ‘un bloque de oposiciones’ locales y nacionales. Hay que reflexionar sobre este punto, sin dejarse ir a exageraciones, sino para sacar provecho de esas enseñanzas. Lenin ha abandonado mucho trabajo de elaboración ‘espontánea’, pues contaba con reunir materialmente a los diferentes grupos y después soldarlos homogéneamente al calor de la revolución rusa. En gran parte, no lo ha logrado” (extractos de la carta de Bordiga a Korsch, publicada en Programme communiste, nº 68).
En resumen, Bordiga lamenta que la Internacional se haya formado basándose en unas “oposiciones” a los viejos partidos socialdemócratas todavía sin coherencia política entre ellas; deplora que el proyecto de Lenin de homogeneizar a los diversos componentes, no se haya realizado en los hechos.
Ésa es la visión de las organizaciones revolucionarias que existieron durante los años de contrarrevolución, a pesar de la coyuntura política desfavorable: siempre se concibieron no sólo como organizaciones internacionalistas sino también internacionales. No es causalidad si uno de los procedimientos usados para atacar a la Fracción italiana en el seno de la Oposición internacional de Trotski fue precisamente de acusarla de seguir una política “nacional”([9]).
Veamos, en cambio, cuál es la idea del BIPR sobre esta cuestión:
“El BIPR se ha constituido como única forma posible de organización y coordinación, intermedia entre la labor aislada de las vanguardias de diferentes países y la presencia de un verdadero Partido internacional (…) Nuevas vanguardias – liberadas de los viejos esquemas que se revelaron ineficaces para explicar el presente y por lo tanto para prever el futuro – se han aplicado en la tarea de la construcción del partido (…) Esas vanguardias tienen el deber, que están asumiendo, de establecerse y desarrollarse sobre unas tesis, una plataforma y un marco organizativo coherente entre ellas y con el Buró, el cual, en ese sentido, desempeña el papel de referencia para la homogeneización necesaria de las fuerzas del futuro partido (…)”.
Hasta ahí, el discurso del BIPR, salvo unas cuantas redundancias inútiles, no parece estar en sus grandes líneas en contradicción con la posición citada arriba. Pero el pasaje siguiente sí plantea ya problemas:
“Polo de referencia no quiere decir estructura impuesta. El BIPR no pretende acelerar la agregación internacional de fuerzas revolucionarias, dejando que madure de manera “natural” el desarrollo político de las vanguardias comunistas en los diferentes países”([10]).
Eso quiere decir que el BIPR, en realidad las dos organizaciones que lo componen, no considera que sea posible formar una única organización internacional antes de que se constituya el partido mundial. Hace, además, referencia a no se sabe qué tiempo de “maduración natural del desarrollo político de las vanguardias comunistas en los diferentes países”, lo cual se hace más claro cuando se entiende de qué visión intenta desmarcarse el BIPR, o sea de la de la CCI y de la Izquierda comunista italiana:
“Negamos por principio y con la base de las diferentes resoluciones de nuestros congresos, la hipótesis de que se creen secciones nacionales mediante germinación de brotes de una organización preexistente, aunque fuera la nuestra. No se construye una sección nacional del partido internacional del proletariado creando en un país, de modo más o menos artificial, un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país y, de todos modos, sin vínculos con las batallas políticas reales y sociales en el propio país” (subrayado nuestro)([11]).
Ese pasaje merece evidentemente una atenta respuesta, pues lo que contiene es toda la diferencia estratégica en la política de agrupamiento internacional llevada a cabo por el BIPR comparada con la de la CCI. Es evidente que nuestra política de agrupamiento internacional está ahí ridiculizada intencionadamente, cuando se habla de “de brotes de una organización preexistente”, de creación “en un país, de modo más o menos artificial, de un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país”, una manera de inducir una especie de sentimiento difuso de rechazo a la estrategia de la CCI.
Miremos, sin embargo, las cosas concretamente. Admitamos la posible validez de semejantes aserciones y verifiquémosla. Según el BIPR, si surge un nuevo grupo de camaradas, supongamos en Canadá, que se acerca a las posiciones internacionalistas, ese grupo podrá sacar provecho de la contribución crítica fraterna, incluso polémica, pero deberá crecer y desarrollarse a partir del contexto político de su propio país, vinculado a “las batallas políticas reales y sociales en el propio país”. Lo cual quiere decir para el BIPR, que el contexto actual y local de un país particular es más importante que el marco internacional e histórico determinado por la experiencia del movimiento obrero. ¿Cuál es, en cambio, nuestra estrategia de construcción de la organización a nivel internacional que el BIPR procura intencionalmente presentar negativamente cuando habla de creación de “secciones nacionales mediante germinación de brotes de una organización preexistente”? Haya uno o cien candidatos que quieren militar en un nuevo país, nuestra estrategia no es crear un grupo local que deba evolucionar en dicho territorio “vinculado a las batallas políticas reales y sociales en el propio país”, sino integrar lo antes y mejor posible a esos nuevos militantes en el trabajo internacional de organización, dentro del cual, de manera central, se incluye la intervención en el país de los camaradas que en él se encuentran. Por eso, incluso con exiguas fuerzas, nuestra organización procura estar cuanto antes presente con una publicación local bajo la responsabilidad del nuevo grupo de camaradas, pues es, sin lugar a dudas, el medio más directo y más eficaz para ampliar, por una lado, nuestra influencia y, por otro, proceder directamente a la construcción de la organización revolucionaria. ¿Qué hay ahí de artificial? ¿Por qué hablar de no se sabe qué germinación de brotes preexistentes? Que nos lo expliquen.
En realidad, esas confusiones de BC y de CWO en el plano organizativo tienen sus raíces en su incomprensión más profunda y más general de la diferencia que existe entre la IIª y la IIIª Internacional a causa del cambio fundamental de período histórico:
– la segunda mitad del siglo XIX fue un período favorable para las luchas por reformas; el capitalismo estaba en plena expansión y la Internacional, en aquel tiempo, era una internacional de partidos nacionales que luchaban en sus respectivos países, con programas diferentes (conquistas democráticas para algunos, cuestión nacional para otros, derrocamiento del zarismo en Rusia, leyes “sociales” en favor de los obreros en otros países, etc.) ;
– el estallido de la Primera Guerra mundial fue la expresión del agotamiento de las potencialidades del modo de producción capitalista, de su incapacidad para seguir desarrollándose de una manera garantizadora de porvenir para la humanidad. Se abrió entonces la época de guerras y revoluciones en la que se plantea objetivamente la alternativa de “comunismo o barbarie”. En ese contexto, el problema de construir partidos nacionales particulares con tareas locales específicas ya no se plantea. Lo que se plantea es la construcción de un solo partido mundial con un único programa y una unidad de acción total para dirigir la acción común y simultánea del proletariado mundial hacia la revolución([12]).
Los restos de federalismo que quedan en la IC son vestigios del período anterior (como la cuestión parlamentaria, por ejemplo) que siguen pesando en la nueva internacional (“el peso de las generaciones muertas sobre el cerebro de los vivos”, como decía Marx en El 18 de Brumario).
Puede añadirse que en toda su historia (incluso cuando era normal que la Internacional tuviese una estructura federalista) la Izquierda marxista siempre ha luchado contra el federalismo. Recordemos los episodios más relevantes:
– Marx y el Consejo general de la Primera Internacional (AIT) luchan contra el federalismo de los anarquistas y contra el intento de éstos de construir una organización secreta en el seno de la propia AIT;
– en la Segunda Internacional, Rosa Luxemburg lucha para que las decisiones del congreso se apliquen de verdad en los diferente países;
– en la Tercera Internacional (IC) no sólo la izquierda lucha por la centralización, Lenin y Trotski también luchan desde el principio contra los “particularismos” de algunos partidos que ocultan su política oportunista (por ejemplo contra la presencia de masones en el partido francés).
Podría incluso añadirse que el proceso de formación de un partido a escala mundial antes de que se hubieran consolidado, e incluso creado, sus componentes en cada país, fue precisamente el proceso de formación de la IC([13]). Se sabe que hubo un desacuerdo entre Lenin y Rosa Luxemburg sobre ese punto. Ella estaba en contra de la fundación inmediata de la IC y, por consiguiente, era favorable al mandato del delegado alemán, Eberlein, de votar contra su fundación, pues consideraba que los tiempos no estaban maduros pues la mayoría de los partidos comunistas no se habían formado todavía y, por lo tanto, el partido ruso tendría demasiado peso en la IC. Sus temores sobre el peso excesivo del partido ruso se revelaron, desgraciadamente, justos en cuanto empezó a declinar la fase revolucionaria e iniciarse la degeneración de la IC. En realidad, ya era demasiado tarde para las exigencias de la clase, incluso si los comunistas no habían podido hacer mejor las cosas a causa de una guerra que había terminado unos cuantos meses antes.
Sería interesante saber lo que piensa el BIPR de esa controversia histórica: ¿cree el BIPR que Rosa tenía razón contra Lenin cuando aquélla afirmaba que los tiempos no estaban lo suficientemente maduros para que se fundase la Internacional comunista?
La orientación federalista del BIPR en el plano teórico se refleja evidentemente en la práctica cotidiana. Las dos organizaciones que forman el BIPR han tenido durante 13 años, a partir de su formación y hasta 1997, dos plataformas políticas diferentes; no organizan asambleas plenarias del conjunto de la organización (si no es la de cada organización en las que participa una delegación de la otra, que no es lo mismo); no existe debate visible entre ellas, ni siquiera parece que sientan su necesidad, y eso que a lo largo de estos dieciseis años desde la constitución del BIPR, hemos podido notar las diferencias patentes en los análisis de la actualidad, en las posiciones sobre el trabajo internacional, etc. La realidad es que ese modelo de organización que el BIPR se atreve a proponer como “única forma posible de organización y de coordinación” no es más que la forma de organización oportunista por excelencia. Es la que permite atraer a la órbita del BIPR a nuevas organizaciones proporcionándoles la etiqueta de “Izquierda comunista” sin forzar más de lo debido su naturaleza. Cuando el BIPR habla de que hay que esperar “la maduración natural del desarrollo político de las vanguardias políticas en los diferentes países”, lo único que expresa es su concepto oportunista de no llevar demasiado lejos la crítica de los grupos con quienes ha entrado en contacto para que éstos le guarden su confianza([14]).
Todo lo expuesto no nos lo hemos inventado nosotros. Es, sencillamente, el balance de 16 años de existencia del BIPR, el cual, a pesar de todo el triunfalismo que resuma en su prensa, no ha tenido hasta hoy resultados muy significativos: había dos grupos en la formación del BIPR en 1984, y hoy siguen siendo dos. A Battaglia y a la CWO les vendría, sin duda, bien pasar revista a los diferentes grupos que se han acercado al BIPR o que formaron parte de él temporalmente y conocer el sitio adonde han ido a parar o saber por qué no siguieron vinculados al BIPR. Por ejemplo, ¿qué ha sido de los iraníes del SUCM-Komala? ¿Y de los camaradas indios de Al‑Pataka o de los franceses que sí formaron un grupo, tercer componente del BIPR, durante poco tiempo? Como se ve, una política de agrupamiento oportunista no solo es errónea políticamente, es, además, una política que acaba en fracaso([15]).
Sobre este tema lo mejor es, evidentemente, empezar con Lenin, gran artífice del partido, primer promotor para la creación de la Internacional comunista. La batalla por él llevada a cabo en el IIº Congreso del POSDR en 1903, sobre el artículo 1º de los Estatutos, defendiendo los criterios estrictos para pertenecer al partido, es probablemente una de sus mejores contribuciones:
“Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a capas cada vez más amplias a su avanzado nivel sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas. Y precisamente así se cierran los ojos y tal es el olvido que se comete cuando se borra la diferencia que existe entre los que tienen ligazón y los que ingresan, entre los conscientes y los activos, por una parte, y los que ayudan, por otra”([16]).
Esta batalla de Lenin, que llevó a la separación del Partido socialdemócrata ruso entre Bolcheviques (mayoritarios) y Mencheviques (minoritarios), tuvo una importancia histórica particular, pues prefiguró, unos cuantos años antes, lo que iba a ser el nuevo modelo de partido, partido de responsables, más estricto, más adaptado al nuevo período histórico de “guerras y revoluciones”, respecto del viejo modelo de partido de masas, más amplio y menos riguroso sobre los criterios de pertenencia, válido en la fase histórica de expansión del capital.
En segundo lugar, se plantea el problema de cómo debe comportarse el partido (o la fracción o un grupo político) en las confrontaciones con las demás organizaciones proletarias existentes. En otras palabras, ¿qué respuesta dar a la legítima exigencia de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias de la manera más eficaz? También en esto debemos referirnos a la experiencia del movimiento obrero, con el debate en la Internacional llevado a cabo por la Izquierda italiana sobre la cuestión de la integración de los centristas en la formación de los partidos comunistas. La postura de Bordiga fue muy clara y su aportación fundamental con la adopción de la Internacional de una 21ª condición que decía que: “Los adherentes al Partido que rechazan las condiciones establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del Partido. Y lo mismo para los delegados al Congreso extraordinario”([17]). Bordiga, en 1920, estaba preocupado por el hecho de que a algunos centristas, que no se habían arriesgado especialmente en 1914, pudiera interesarles ahora trabajar en los nuevos partidos comunistas más que en los viejos partidos socialdemócratas notoriamente desprestigiados.
“Hoy, es fácil decir que, en una nueva guerra, ya no volveremos a caer en los viejos errores de la unión sagrada y la defensa nacional. La revolución está lejos, dirán los centristas, no es un problema inmediato. Y así aceptarán las tesis de la Internacional comunista: el poder de los soviets, la dictadura del proletariado, el terror rojo (…). Los de la derecha [de la Socialdemocracia] aceptarán nuestras tesis, sin ir muy lejos, con reservas. Nosotros, comunistas, debemos exigir que la aceptación sea completa, sin límites tanto en lo teórico como en la acción (…). Contra los reformistas, debemos erigir una barrera infranqueable (…) Sobre el programa, no hay disciplina: o se acepta o no se acepta y, en este caso, se va uno del partido”([18]).
Entre los aportes de Bordiga y de la Izquierda italiana, ese fue uno de los más importantes. Y basándose en esa posición Bordiga se enfrentaría más tarde a una Internacional en plena involución, luchando contra la política de integración de centristas en los partidos comunistas, consecuencia del criterio central que iba a ser la defensa del Estado ruso por encima de cualquier otro criterio([19]). Ejemplo muy conocido es que la Internacional intentó obligar al PC de Italia a integrar en su seno al ala maximalista (de izquierdas) del Partido socialista (PSI), los llamados “terzinternazionalisti” o “terzini” de Serrati, de quienes el PCI se había separado en 1921, año de su fundación.
El rigor en las relaciones con las corrientes moderadas y los centristas, nunca significó cerrojazo sectario, negativa al diálogo, sino todo lo contrario. Así, desde el origen como fracción abstencionista del PSI, la Izquierda italiana siempre se esforzó por reconquistar las energías revolucionarias inmovilizadas en posturas centristas, y ello tanto por fortalecer sus propias filas como para evitar que acabaran en las filas del enemigo de clase:
“Aunque organizada en fracción autónoma dentro del PSI, con su órgano propio, la fracción abstencionista procuraba ante todo ganarse a la mayoría para su programa. Pensaba que eso era todavía posible, a pesar de la aplastante victoria de la tendencia parlamentarista representada por la alianza de Lazzari y Serrati. La fracción no podía convertirse en el partido si no lo hacía todo por conquistar una minoría significativa. No abandonar el terreno antes de haber llevado el combate hasta sus últimas consecuencias, ésa será siempre la preocupación del movimiento “bordiguista”; y, en esto, nunca fue una secta, como le reprochaban sus adversarios”([20]).
Podemos así resumir diciendo que hay dos aspectos fundamentales que definen la política de la Izquierda italiana, en la línea de los bolcheviques:
– Rigor en los criterios de pertenencia al partido, basado en:
No está de más subrayar que existe una relación entre el rigor programático y organizativo de la Izquierda italiana y su abertura a la discusión: siguiendo la tradición de las izquierdas, la Izquierda italiana realizó una política a largo plazo, basada en la claridad y solidez políticas, rechazando los éxitos inmediatos basados en ambigüedades que al dejar la puerta abierta al oportunismo son, en realidad, las premisas de derrotas futuras (“La impaciencia es la madre del oportunismo”, decía Trotski); la Izquierda italiana no tuvo miedo a discutir con otras corrientes, pues tenía confianza en la solidez de sus posiciones.
De igual modo, existe una relación entre la confusión, la ambigüedad de los oportunistas y su “sectarismo”, el cual está en general dirigido contra la izquierda más que contra la derecha.
Cuando se es consciente de lo poco sólidas que son sus propias posiciones, es normal que se tenga miedo a confrontarlas con las de la Izquierda; por ejemplo, la política de la Internacional después del IIº Congreso, que se abre en posiciones de centro pero que acaba siendo “sectario” en los debates con la Izquierda, con la exclusión del KAPD; o también, la política de Trotski, el cual excluye a la Izquierda italiana de la Oposición internacional para poder practicar el entrismo en la socialdemocracia; sin olvidar la política del PCInt en 1945 y después, el cual excluyó a la Izquierda comunista de Francia para poder agruparse tranquilamente con toda clase de elementos de lo más oportunista que se negaban a hacer la crítica de sus errores pasados.
Entre las oposiciones de izquierda, la Fracción italiana nos da una lección extraordinaria de método y de responsabilidad revolucionaria, no solo luchando por el agrupamiento de los revolucionarios sino por la claridad de las posiciones políticas. La Izquierda italiana siempre insistió en la necesidad de un documento programático contra las maniobras políticas que, además, acabaron minando la Oposición de izquierdas. Si tenía que haber ruptura, ésta sólo podía consumarse basándose en textos.
La Izquierda italiana hizo suyo ese método desde su nacimiento durante la Primera guerra mundial en el seno de la IIª Internacional; lo volvió a aplicar después en la IC degenerante desde 1924 hasta 1928, fecha de su constitución como fracción en Pantin (afueras de París). El propio Trotski rindió homenaje a su integridad política en su última carta a la Fracción en diciembre de 1932:
“La ruptura con un grupo revolucionario honrado como el vuestro no debe acompañarse de animosidad, de ataques personales o críticas nocivas”.
En cambio, el método de Trotski en el seno de la oposición no tiene nada que ver con el del movimiento obrero. La exclusión de la Izquierda italiana se hizo con los mismos procedimientos usados por la IC estalinizada, sin un debate claro que motivara la ruptura. Este modo de proceder no se usaba ni por primera ni por última vez: Trotski apoyó a menudo a “aventureros” que le habían inspirado confianza. En cambio, a todos los grupos, como la Izquierda belga, alemana, española y todos los militantes revolucionarios de gran valor como Rosmer, Nin, Landau y Hennaut, fueron separados o expulsados uno tras otro hasta que la Oposición internacional de izquierda se convirtió en una corriente puramente “trotskista”([21]).
Fue así como la Izquierda italiana luchó por la defensa del patrimonio, de la experiencia marxista, en un camino plagado de adversidades. Pero fue así como logró acabar siendo, a escala internacional, la corriente política que mejor expresó la necesidad de un partido coherente; un partido que excluyera a indecisos y centristas, pero que, al mismo tiempo, desarrollara la mayor capacidad para llevar a la práctica una política de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias, pues siempre se basó en la claridad de las posiciones y en esa manera de trabajar.
¿Está de verdad el BIPR (y antes de éste el PCInt desde 1943) – que se considera como el único verdadero heredero político de la Izquierda italiana – a la altura de sus antepasados políticos? ¿Son sus criterios de adhesión estrictos como Lenin pretendía, con razón, que fueran? A nosotros, honradamente, no nos lo parece. Toda la historia del BIPR está plagada de episodios “oportunistas sobre las cuestiones organizativas”; más que aplicar las orientaciones a las que él afirma estar apegado, el BIPR practica, en realidad, una política mucho más cercana a la de la IC en fase de degeneración o a la de los trotskistas. Vamos a detenernos en unos cuantos ejemplos históricos significativos de lo que afirmamos.
En 1943, se constituye en el norte de Italia el Partido comunista internacional (PCInt). La noticia ha hecho nacer muchas esperanzas y la dirección del nuevo partido se deja llevar a una práctica oportunista desenfrenada. Para empezar, la entrada en masa en el PCInt de gente varia, procedente de la lucha “partisana”([22]) o de diferentes grupos del Sur, algunos procedentes del PSI, otros del PCI, otros también del trotskismo, por no hablar de unos cuantos militantes que había roto abiertamente con el marco programático y organizativo de la Izquierda italiana para lanzarse a aventuras claramente contrarrevolucionarias, la minoría de la Fracción del PCI en el exterior, por ejemplo, que se fue a “participar” en la guerra de España de 1936, o Vercesi, quien participó en la “Coalición antifascista” de Bruselas en 1943([23]).
Y evidentemente nunca se pidió a ninguno de esos militantes, llegados para engrosar las filas del nuevo partido, que hicieran un balance de su actividad política anterior. Y en cuanto a adhesión al espíritu y a la letra de Lenin, ¿qué podría‑decirse del propio Bordiga que participó en las actividades del partido hasta 1952([24]), contribuyendo activamente incluso en la línea política, redactando incluso una plataforma política aprobada por el partido… sin ser militante de él?
En aquella etapa fue la Fracción francesa de la Izquierda comunista (FFGC, Internationalisme) la que tomó el relevo, recogiendo y reforzando la herencia política de la Fracción italiana (Bilan). Fue precisamente la Fracción francesa de la Izquierda comunista la que planteó al PCInt el problema de la integración de Vercesi y de la minoría de Bilan, sin que en ningún momento se hubiera previsto pedirles cuentas sobre sus errores del pasado en el plano político; también la Fracción francesa de la Izquierda comunista planteó el problema de la constitución del partido en Italia, llevada a cabo ignorando por completo la labor de “balance” (“bilan”) realizado durante diez años por la Fracción.
En 1945, se formó un Buró internacional entre el PCInt, la Fracción belga y una Fracción francesa, especie de “doble” de la Fracción francesa de la Izquierda comunista. En realidad esa FFGC-bis se formó a partir de la escisión de dos militantes pertenecientes a la Comisión ejecutiva (CE) de la Fracción francesa de la Izquierda comunista que habían tomado contacto con Vercesi en Bruselas, dejándose probablemente convencer por sus argumentos, después de que aquéllos, en 1945, hubieran estado de acuerdo con la exclusión inmediata de éste sin discusión([25]). De esas dos personas, una era muy joven y sin experiencia (Suzanne) y la otra venía del POUM español (después ingresaría en Socialisme ou Barbarie). La FFGC-bis se “reforzó”, después, con el ingreso de elementos de la minoría de Bilan y de la vieja Union communiste (Chazé, etc.) a quienes la Fracción había criticado severamente por sus concesiones al antifascismo durante la guerra de España.
De hecho, la creación de esa Fracción “copia” respondía a la necesidad de quitarle crédito a Internationalisme. Puede comprobarse que la historia se repite, pues el PCInt ejecutaba la misma maniobra que se había hecho en 1930 en el seno de la Oposición, contra la Fracción italiana, con la creación de la Nueva oposición italiana (NOI), grupo formado con ex estalinistas que, dos meses antes, se habían manchado las manos expulsando a Bordiga del PCI y cuya función no podía ser otra sino la de hacer una competencia política provocadora a la Fracción.
La GCF (Izquierda comunista de Francia) escribió el 28 de noviembre de 1946 una carta al PCInt con un anexo en el que hacía la lista de todas las cuestiones por discutir y, además, con una serie de faltas cometidas por diferentes componentes de la Izquierda comunista italiana durante el período de guerra (Internationalisme nº‑16). A esta carta de 10 páginas, el PCInt contestó de manera lapidaria con estas palabras:
“Reunión del Buró internacional, París:
“Puesto que vuestra carta demuestra una vez más la constante deformación de los hechos y de las posiciones políticas tomadas ya sea por el PCInt de Italia, ya por las Fracciones belga y francesa; al no ser la vuestra una organización política revolucionaria y al limitarse vuestra actividad a echar confusión y lodo sobre nuestros camaradas, hemos excluido por unanimidad toda posibilidad de aceptar vuestra petición de participar en la reunión internacional de las organizaciones de la ICI (Izquierda comunista internacional)”.
Mucha verdad es que la historia se repite como farsa. La ICI había sido excluida al modo burocrático de la IC después de 1926, fue del mismo modo excluida de la Oposición de izquierda en 1933 (véase nuestro libro sobre La Izquierda comunista de Italia); y, en fin, le tocó entonces a la ICI excluir burocráticamente a la Fracción francesa de su filas para eludir la confrontación política.
Años 50
Lo ecléctico en las posiciones políticas tiene su vertiente en el plano internacional en el método “cada uno en su casa”. Tras la ruptura de 1952, la posición de la parte “bordiguista” fue la de la “intransigencia” de la Izquierda italiana pero una intransigencia de caricatura, de cartón piedra; o sea, “no se discute con nadie”. En cuanto a la otra parte, es el aperturismo en todas direcciones; así, en el otoño de 1956, el PCInt (Battaglia comunista) con los GAAP([26]) y los trotskistas de los Gruppi comunisti revoluzionari (GCR) y de Azione comunista([27]) constituyeron un Movimiento para la Izquierda comunista cuyo rasgo más patente era la heterogeneidad y la confusión. Bordiga llamará a esos cuatro grupos con ironía “il quadrifoglio” (trébol de cuatro hojas).
Años 70
En los primeros meses de 1976, Battaglia comunista lanzó “una propuesta para empezar”, dirigida “a los grupos internacionales de la Izquierda comunista” en la que invitaba a:
– una Conferencia internacional para hacer balance del estado de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista;
– crear un centro de contactos y de discusión internacional.
La CCI se adhirió plenamente convencida a la Conferencia, pidiendo que se establecieran unos criterios mínimos para participar en ella. Battaglia comunista, acostumbrada, como ya hemos visto, a otro estilo de conferencias, estuvo reticente a que se establecieran líneas de demarcación demasiado estrictas a su gusto: tenía evidentemente miedo a cerrarles las puertas a algunos.
La Primera Conferencia se verificó en Milán en mayo de 1977 con solo dos grupos participantes, BC y la CCI. BC se opuso a toda declaración hacia el exterior, incluso a una crítica a los grupos invitados que no había aceptado adherirse a la Conferencia.
A finales de 1978, tuvo lugar la IIª Conferencia en París a cuyos trabajos participaron, esta vez sí, varios grupos. Al final de la Conferencia se volvió a tratar el problema de los criterios de adhesión y, esta vez sí, fue BC quien sugirió los criterios más estrictos:
“Los criterios deben permitir excluir a los consejistas de las Conferencias y, por lo tanto, debemos insistir en el reconocimiento de la necesidad histórica del partido como criterio esencial.” A esto respondimos nosotros recordando: “nuestra insistencia en la Primera conferencia para que hubiera criterios. Pensamos que añadir hoy criterios suplementarios no es oportuno. No es por falta de claridad, tanto sobre la cuestión de los criterios como sobre la cuestión nacional o sindical, sino porque hoy es algo prematuro. Sigue todavía reinando una gran confusión en el conjunto del movimiento revolucionario sobre esos temas; y el NCI tiene razón en insistir en la visión dinámica de algunos grupos políticos a los que les cerraríamos prematuramente las puertas”([28]).
En la primera mitad del año 1980 tiene lugar la IIIª y última Conferencia internacional([29]) cuyo ambiente estuvo marcado desde el principio por el epílogo que tuvo. Más allá del interés de la discusión, apareció patente en esta conferencia la voluntad muy precisa por parte de Battaglia comunista de excluir a la CCI de otras eventuales Conferencias. Battaglia no consideraba a la CCI como un grupo del mismo campo con el que era posible llegar a una clarificación que sería ventajosa para todos los camaradas y para los nuevos grupos que se fueran formando. Battaglia consideraba a la CCI como un competidor peligroso capaz de apoderarse de tal o cual camarada o tal o cual nuevo grupo. Y así se las arregló para encontrar excusas marrulleras con la que excluir definitivamente a la CCI de las conferencias: pidió que la Conferencia aprobara un criterio político de admisión todavía más estricto y selectivo.
En conclusión, se pasó de la Iª Conferencia, para la que cualquier criterio político de adhesión no sólo no se planteó sino que incluso era mal visto, a la IIIª Conferencia, en cuyo final, se impusieron criterios especialmente diseñados para eliminar a la CCI, o sea, al componente de izquierdas en la Conferencia. La IIIª Conferencia fue un remedo de la exclusión de la GCF en 1945 y, por ello mismo, una prolongación de los episodios anteriores de exclusión de la Izquierda comunista italiana de la IC (1926) y de la Oposición (1933).
La responsabilidad política de BC (y la CWO) es, en este caso, enorme: unos cuantos meses después (agosto de 1980) estalló la huelga de masas en Polonia y el proletariado mundial perdió entonces una oportunidad única de beneficiarse de una intervención coordinada del conjunto de grupos de la Izquierda comunista.
Pero ahí no termina la historia. Algún tiempo después, BC y CWO, para demostrar que no habían destruido un ciclo de tres Conferencias y cuatro años de trabajo internacional por gusto, organizaron una cuarta conferencia en la que, además de ellos, participó un grupo iraní pretendidamente revolucionario contra el que nosotros ya habíamos puesto en guardia a Battaglia. Deberían pasar unos años para que el BIPR reconociera su error diciendo que ese grupo de iraníes no era, ni mucho menos, revolucionario.
Años 90
Llegamos así al período reciente, el de los últimos años en los que ha aparecido un resquicio, pequeño pero alentador, para el diálogo y la confrontación en el campo político proletario([30]). Lo más interesante, desde cierto enfoque, fue el principio de un trabajo que integraba en la intervención a la CCI y al BIPR (especialmente su componente británica, la CWO). Fue una intervención concertada (incluso se hizo conjunta) en los debates, por ejemplo, de las conferencias sobre Trotski que hubo en Rusia, sobre la revolución de 1917 organizada y mantenida en común en Londres, o por una defensa común contra el ataque de ciertos grupos parásitos, etc. Nosotros siempre hemos llevado a cabo esas intervenciones sin reticencias, sin la menor segunda intención de tragarse a nadie o crear problemas en el seno del BIPR, entre BC y la CWO. Es cierto que la mayor apertura de la CWO y la ausencia “silenciosa” de BC nos ha preocupado siempre. Al final, cuando BC decidió que las cosas habían ido demasiado lejos, colocó barreras por todas partes y llamó a sus socios a respetar la disciplina del partido, ¡oh, perdón!, del BIPR. Desde entonces, todo lo que a la CWO le parecía razonable y normal empezó a resultarle inaceptable. Se acabó toda coordinación de trabajo en Rusia, se acabaron las reuniones públicas comunes, etc. Una vez más, recae en los hombros del BIPR una grave responsabilidad, un BIPR que, a causa de su oportunismo de mercachifle, ha hecho que el proletariado mundial haya tenido que enfrentarse a uno de los episodios más difíciles del período actual, la guerra de Kosovo, sin que su vanguardia haya sido capaz de tomar una postura común.
Para darse plena cuenta del oportunismo del BIPR, basta ver las razones de su rechazo al llamamiento sobre la guerra que nosotros le propusimos. Es muy instructivo leer un artículo aparecido en Battaglia communista de noviembre de 1995, titulado: “Equívocos sobre la guerra en los Balcanes”. En este artículo, Battaglia refiere que ha recibido de la OCI (Organizzazione comunista internazionalista) una carta de invitación a una Asamblea nacional contra la guerra que debía tener lugar en Milán. Battaglia consideró que “el contenido de la carta es interesante y mucho mejor en cuanto a posiciones que las que la OCI había adoptado sobre la guerra del Golfo, de ‘apoyo al pueblo iraquí atacado por el imperialismo’ y muy polémica al acusarnos de ‘indiferentismo’.” El artículo de Battaglia communista proseguía: “Falta la referencia a la crisis del ciclo de acumulación (…) y el análisis esencial de sus consecuencias sobre la Federación Yugoslava. (…) Pero eso no parece que sea un impedimento para una posible iniciativa en común de quienes se oponen a la guerra desde un terreno de clase” (subrayado nuestro). Hace tan solo cuatro años, como puede observarse, en una situación menos grave que la que hemos vivido con la guerra de Kosovo, BC habría estado dispuesto a tomar una iniciativa común con un grupo ya entonces claramente contrarrevolucionario ([31]) para así satisfacer sus operaciones activistas a la vez que tiene la cara de decir no a la CCI… con el pretexto de que nuestras posiciones están demasiado alejadas. A eso es a lo que se llama oportunismo.
En este artículo nos hemos esforzado por contestar a la tesis del BIPR según la cual organizaciones como la nuestra se habrían “alejado del método y de las perspectivas de trabajo que llevan a la composición del futuro partido revolucionario”. Para ello, hemos tenido en cuenta los dos niveles en que se plantea el problema de la organización; y en ambos niveles, hemos demostrado que es el BIPR, y no la CCI, quien se sale de la tradición de la Izquierda comunista italiana. En realidad, el eclecticismo que guía al BIPR en su política de agrupamiento recuerda más al de un Trotski metido en su construcción de la IVª internacional; la visión de la CCI, en cambio, es la de la Fracción italiana, la cual siempre combatió para que el agrupamiento se hiciera con la mayor claridad, y gracias a ello poder ganarse a los elementos del centro, a los indecisos.
Les guste o no a los variados presuntos herederos, la continuidad real de la Fracción italiana está hoy representada por la CCI, organización que se reivindica, porque las ha asumido y hecho suyas, de las batallas de los años 20, de los años 30 y de los años 40.
31 de agosto de 2000
Ezechiele
[1] BIPR: Buró internacional para el Partido revolucionario, organización internacional que reúne las dos organizaciones siguientes: Communists workers organisation (CWO) y el Partito comunista internationalista de Italia (Battaglia comunista).
[2] Publicado en Battaglia comunista nº 1, enero de 2000 y en Internationalist communist nº 18, invierno de 2000.
[3] También eran veintiuna las condiciones de admisión en la Internacional comunista.
[4] “Acerca del llamamiento de la CCI sobre la guerra en Serbia. La ofensiva guerrera de la burguesía exige una réplica unida de los revolucionarios”, en la Revista internacional nº 98, julio de 1999.
[5] Ver también “El método marxista y el Llamamiento de la CCI sobre la guerra en la antigua Yugoslavia”, Revista internacional nº 99, octubre de 1999.
[6] Son los puntos 13 y 16 sobre los cuales subsisten divergencias, aunque no de fondo; se refieren al análisis de la actualidad.
[7] Pueden encontrarse las Actas y valoraciones críticas de esas conferencias en diferentes artículos de nuestra Revista internacional y en folletos disponibles (pedidos a nuestras direcciones).
[8] Tesis de la Izquierda para el IIIer Congreso del PC de Italia, Lyon, enero de 1926, publicadas en “Defensa de la continuidad del programa comunista”, Ediciones Il Programma Comunista, Milan 1970.
[9] “Durante todo este período (1930), Trotski está informado mediante las cartas de Rosmer. Éste, que no era favorable a la Izquierda italiana “bloquea todas las discusiones”. Critica a Prometo, el cual quería crear, inicialmente, secciones nacionales antes de la Internacional y da el ejemplo de Marx y Engels, quienes “hicieron surgir en 1847 el movimiento comunista con un documento internacional y con la creación de la Primera internacional”. Este argumento debe de ser subrayado pues fue usado, sin razón, contra la Fracción italiana” (CCC, “Relaciones entre la Fracción de izquierda del PC de Italia y la Oposición de izquierda internacional, 1923-1933”).
[10] BIPR, “Verso la nuova Internazionale” (Hacia la nueva Internacional), en Prometeo nº 1, serie VI, junio de 2000.
[11] ídem.
[12] Puede leerse nuestra toma de postura sobre el problema en “Sobre el partido y sus vínculos con la clase” Texto del Vº Congreso de la CCI, Revista internacional nº 35.
[13] “Muchos [delegados al Congreso de formación de la IC] son, en realidad, militantes bolcheviques: los PC de Polonia y, en muchos aspectos, de Letonia, Ucrania, Lituania, Bielorrusa, Armenia, el grupo unificado de los pueblos de la Rusia oriental, las secciones del Buró central de los pueblos de Oriente, no son, a diferentes niveles, sino productos del propio partido bolchevique. (…) Solo vienen realmente del extranjero los dos delegados suizos, Fritz Platten y Katscher, el alemán Eberlein (…), el noruego Stange y el sueco Grimlund, el francés Guilbeaux. Pero también era discutible su representatividad (…) Por lo tanto, sólo quedan dos delegados cuyo mandato es indiscutible, Grimlund el sueco y Eberlein” (“Les origines de l’Internationale communiste” en Premier congrès de l’Internationale communiste, Pierre Broué; EDI, Paris, pp. 35-36).
[14] Esta es la crítica que hemos hecho recientemente a BC respecto a su manera oportunista de sus relaciones con los elementos del GLP, formación política cuyos componentes, en ruptura con la autonomía, están a medio camino de clarificarse, a la vez que siguen conservando una buena dosis de confusiones de origen: “Una intervención que, lejos de favorecer la clarificación de sus elementos y su adhesión a una coherencia revolucionaria, lo que ha hecho es, al contrario, bloquear su posible evolución” (de “I Gruppi di lotta proletaria: un tentativo incompiuto di raggiuntare una coerenza rivoluzionaria”, en el nº 196 de Rivoluzione internazionale, publicación de la CCI en Italia).
[15] A lo mejor, el BIPR desmiente lo que decimos con el ejemplo de grupos que, en los últimos años, han optado por “trabajar” con él, y con la reanudación de su presencia en Francia y su nueva publicación Bilan et Perspectives. Deseamos que esas fuerzas se mantengan, pero el BIPR deberá estar muy atento si no quiere que le ocurra como en el pasado.
[16] Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, 1904.
[17] Texto de la 21ª condición de admisión a la Internacional comunista que se adoptó en su IIº‑Congreso, del 6 de agosto de 1920 (Jane Degras, Storia dell’Internazionale comunista, Feltrinelli, 1975). Ver Les quatre premiers congrès de l’Internationale communiste, Librairie du Travail, ed. Maspero, París 1972.
[18] Discurso de Amadeo Bordiga sobre “Las condiciones de admisión en la IC” , 1920, publicado en La Sinistra comunista nel cammino della rivoluzione, Edizioni sociali, 1976.
[19] Esta política llevó al aislamiento de las energías revolucionarias en el seno de los partidos, favoreciendo su exposición a la represión y al aniquilamiento, como así ocurrió en China.
[20] C.C.I., La Izquierda comunista de Italia, 1927-1952.
[21] Sacado del libro que la CCI publicará en breve, en francés: Relaciones entre la Fracción de izquierda del PC de Italia y la Oposición de Izquierda internacional, 1923-1952.
[22] “Las ambigüedades sobre los ‘partisanos’ en la constitución del Partido comunista internacionalista en Italia”; Carta de Battaglia Comunista, Respuesta de la CCI en Revista internacional nº 8.
[23] Ver los artículos: “En el origen de la CCI y del BIPR” en la Revista internacional nº 90 y 91 y “Sobre el folleto ‘Entre las sombras del bordiguismo y sus epígonos’ (Battaglia Comunista)” en Revista internacional nº 95.
[24] Ver artículos: “Polémica: hacia los orígenes de la CCI y del BIPR” en la Revista internacional nº 90 y 91 y el artículo “Sobre el folleto Entre las sombras del bodiguismo y de sus epígonos” (Battaglia comunista)” en la Revista internacional nº 95.
[25] CCI, La izquierda comunista de Italia, 1927-1952.
[26] Algunos ex partisanos, entre los cuales Cervetto, Massimi y Parodi, se adhirieron al movimiento anarquista, intentando formarse como tendencia de clase en su seno mediante la creación de los Gruppi Anarchici di Azione Proletaria (GAAP) en febrero de 1951, con la publicación L’Impulso.
[27] AC nació en 1954 como tendencia del PCI, formado por Seniga, Raimondi, un ex partisano, y Fortichiari, uno de los fundadores del PC de Italia en 1921, que había vuelto al OCI después de haber sido expulsado de él. Seniga era un colaborador de Pietro Secchia, o sea el que había calificado a los grupos a la izquierda del PC de Italia durante la resistencia de “marionetas de la Gestapo” y que animaba a liquidarlos físicamente. Fue la fusión de una parte de AC y los CGAP quienes formarán en 1965 el grupo Lotta Comunista.
[28] Las Actas de la Conferencia están reproducidas, en francés, en: Textes préparatoires (suite), comptes-rendus, correspondance de la IIe Conférence des Groupes de la Gauche communiste, París, 1978.
[29] Revista internacional º 22, otoño de 1980. “Tercera conferencia internacional de los grupos de la Izquierda comunista” (París, mayo de 1980). El sectarismo, una herencia de la contrarrevolución que hay que superar”. Ver también las Actas de la IIIª Conferencia publicadas en francés por la CCI en forma de folleto y en italiano por BC (como número especial de Prometeo). En la edición francesa, podrá también encontrarse una toma de postura política por parte de la CCI sobre las conclusiones de la Conferencia.
[30] Revista internacional nº 92: “VIº Congreso del Partito comunista internazionalista; Un paso adelante para la Izquierda comunista”. Revista internacional nº 93: “Debates entre grupos bordiguistas. Una evolución significativa del medio político proletario”. Revista internacional nº 95: “Izquierda comunista de Italia. Acerca del folleto ‘Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos’ (Battaglia Comunista)”.
[31] Hay que ser oportunista hasta la médula como lo es BC para intentar, en el otoño del 95, reanudar lazos con una organización que desde hacía como mínimo cinco años antes, o sea desde la guerra del Golfo, a lo que se dedicaba era a apoyar a un frente imperialista contra otro, participando así en el alistamiento del proletariado en las masacres imperialistas. Véanse al respecto los artículos publicados en Rivoluzione internazionale: “L’OCI, la calunnia è un venticello” (nº 76, junio de 1992); “Le farneticazioni dell’OCI (nº 69, abril de 1991) “I pesci del Golfo” (nº 67, diciembre de 1990).
A favor o en contra de la "globalización" o "mundialización", tranquilizadores o alarmantes, los discursos sobre la situación internacional y sus perspectivas son unánimes en una cosa: la democracia sería el único sistema que permitiría hacer progresar y prosperar a la sociedad, y el capitalismo sería la forma acabada de la organización económica, política y social de la humanidad: "El 2000 no ha sido el verdadero primer año del siglo XX. En términos sustanciales, el siglo XXI empezó en 1991 con la caída del comunismo soviético, el hundimiento del orden bipolar y el esplendor del capitalismo global como ideología incuestionable de nuestra era" (1).¿Y qué ocurre con la multiplicación de las guerras locales y de las matanzas? ¿Por qué aumenta incuestionablemente, por qué se generaliza la miseria en el mundo? ¿Por qué se incrementa el desempleo y la degradación de las condiciones de existencia del proletariado? ¿Cómo habrán de entenderse las hambrunas, el incremento de las epidemias, la corrupción y la inseguridad crecientes? ¿A qué se deben las catástrofes "naturales" y las amenazas sobre el medio ambiente a escala planetaria? Todo ello se debe a que el capitalismo sigue ahí, por las relaciones sociales y las relaciones de producción que impone, en las que las necesidades humanas importan un comino y que solo persiguen un único objetivo: la ganancia y "no simplemente la obtención de ganancias en oro contante y sonante, sino la obtención de ganancias en una progresión cada vez mayor" (2).
A estas objeciones nos encontramos con varias respuestas.
Todo eso no serían más que exageraciones de plañideras que se niegan a ver el bienestar que proporciona el sistema actual. Esta es en general la respuesta de los aduladores del capitalismo liberal. Para éstos, las consecuencias desastrosas de la perpetuación del capitalismo son el precio normal que hay que pagar en este sistema social, el resultado inevitable de una ley natural que implica la eliminación de los más débiles y la salvación únicamente para los más fuertes.
O también que esas plagas del mundo moderno en los albores del siglo XXI son reales, pero deben considerarse ante todo como excesos o imperfecciones resultantes de errores cometidos por dirigentes demasiado codiciosos y poco preocupados por el bien común. Sería el resultado del capitalismo "salvaje". Según estas ideas, se necesitaría un control, una regulación bien planteada, organizada por los gobiernos, por los Estados, por organismos locales, nacionales o internacionales idóneos (por ejemplo, a la manera de las célebres ONG, organizaciones pretendidamente no gubernamentales). Ese control podría amortiguar los efectos devastadores del sistema, transformándolo en una verdadera organización de "ciudadanos", convirtiéndolo en un paraíso de paz y prosperidad para todos o casi. Esta respuesta, con variantes, es en general la de la izquierda del aparato político de la burguesía, de la socialdemocracia y de los ex partidos estalinistas, de los ecologistas. Esas son las ideas del ámbito "antiglobalización". También hay en él corrientes izquierdistas que ponen en sordina su fraseología revolucionaria tradicional para aportar una contribución radical al concierto de la defensa de la democracia. Así ocurre con toda clase de camarillas trotskistas o ex maoístas, anarquistas o libertarias, corrientes todas ellas más o menos retoños del izquierdismo socialista, comunista, libertario de los años 70-80. Más allá de las diferencias, todo el mundo se reivindica hoy de la democracia, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda.
Los contestatarios que en el pasado criticaban el circo parlamentario se han quitado la careta desvelando su naturaleza de fervientes defensores de la democracia burguesa que antaño despreciaban. Muchos de ellos son hoy, en casi todos los países, dirigentes del Estado, están en puestos de responsabilidad, en honorables instituciones, organismos y empresas, muy bien integrados en el sistema. Los demás, los que se han mantenido en una oposición más o menos radical a los gobiernos y a esas instituciones (3) denuncian los excesos y errores del sistema, pero en el fondo nunca se plantean cuál es su verdadera naturaleza.
Uno de los mejores ejemplos de esa ideología nos lo da regularmente el mensual francés le Monde diplomatique. Así, el su número de enero del 2001, se puede leer: que "el nuevo siglo empieza en Porto Alegre [Brasil, donde se organiza el primer Foro social mundial a finales de enero 2001]. Todos aquellos que de una manera o de otra, cuestionan o critican la mundialización neoliberal van a reunirse [?] No ya para protestar como en Seattle, Washington, Praga u otros lugares, contra las injusticias, las desigualdades y los desastres que provocan por todas las partes del mundo los excesos del neoliberalismo. Sino para intentar, con ánimo positivo y constructivo esta vez, proponer un marco teórico y práctico que permita considerar una mundialización de nuevo tipo, afirmando que otro mundo, menos inhumano y más solidario, es posible" (4).
En el mismo número hay un artículo de Toni Negri, figura de Potere operaio (5), el cual explica la idea de que hoy ya no hay imperialismo, sino? ¡un "Imperio" capitalista!. Lo expuesto parece mantenerse fiel a la "lucha de clases" y a la "batalla de los explotados contra el poder del capital". Pero solo es apariencia. El artículo pretende sobre todo inventar una especie de nueva perspectiva para la lucha de clases. Y así acaba cayendo de cabeza en lo mismo de siempre: la necesidad de defender no se sabe qué democracia en lugar de la "revolución" e identificarse como ciudadanos en el lugar de la identidad de clase del proletariado. "Esas luchas exigen, además de un salario garantizado, una nueva expresión de la democracia en el control de las condiciones políticas de reproducción de la vida. [?] La mayoría de esas ideas nacieron durante las manifestaciones parisinas del invierno de 1995, aquella "Comuna de París bajo la nieve" [¡] que exaltaba [?] el auto-reconocimiento subversivo de los ciudadanos de las grandes ciudades".
Cualesquiera que sean las intenciones subjetivas de esos protagonistas de la contestación del sistema capitalista, de esos defensores de la perspectiva de la democracia, lo único para lo que sirve objetivamente todo eso, es para mantener las ilusiones de que se puede reformar el sistema o transformarlo gradualmente.
Lo que la clase obrera necesita comprender, en contra de esas viejas ideas reformistas que se han vuelto a poner de moda, es que el imperialismo esa "etapa suprema del capitalismo" como decía Lenin, sigue dominando el mundo, afectando a "todos los Estados, desde el más pequeño al más grande" como decía Rosa Luxemburg, causa básica de la multiplicación de las guerras locales y de la proliferación de las matanzas por el ancho mundo, en cantidad de regiones con conflictos militares. Ante las numerosas preguntas e inquietudes que se hacen frente la vacuidad y lo absurdo del mundo actual, ante la ausencia cada día más patente de perspectiva que impregna toda la sociedad, ante este ambiente abrumador de un vivir día a día, frente a la tendencia a "cada uno para sí", la descomposición del tejido social, la desintegración de la solidaridad colectiva, la clase obrera necesita comprender que la perspectiva del capitalismo no es la de un mundo de ciudadanos que una bonita democracia haría vivir en paz, en medio de la abundancia y la prosperidad. Lo que la clase obrera necesita entender es que la sociedad actual es y sigue siendo una sociedad de clases, un sistema de explotación del hombre cuyo motor es la ganancia y el funcionamiento dictado por la acumulación del capital; entender que la democracia es una democracia burguesa, la forma más elaborada de la dictadura de la clase capitalista.
Lo que ha cambiado desde 1991 no es que el capitalismo haya triunfado sobre el comunismo y que se habría impuesto como único sistema social viable. Lo que cambió fue que el régimen capitalista e imperialista del bloque soviético se desmoronó por los golpes de la crisis económica y frente a la presión militar de su enemigo, el bloque occidental. Lo que cambió fue la configuración imperialista del planeta que dominaba el mundo desde la Segunda Guerra mundial. No fue el comunismo o un sistema en transición hacia él lo que se desmoronó en el Este. En verdadero comunismo, que no ha existido nunca todavía, sigue estando al orden del día. Y no podrá ser instaurado más que mediante el derrocamiento revolucionario de la dominación capitalista por la clase obrera internacional. Es la única alternativa contra lo que augura la supervivencia de la sociedad capitalista: el hundimiento en un caos sin nombre que podría acarrear la destrucción definitiva de la humanidad.
Mientras que los festejos del año 2000 ce organizaron con los mejores auspicios en la euforia de la "nueva economía", el año 2001 ha empezado con una inquietud claramente afirmada en cuanto a la salud económica del capitalismo mundial. Las nuevas ganancias prodigiosas se han desvanecido. Al contrario, después de un año de sinsabores y desilusiones, los ases del e-business y de la net-economía han multiplicado las quiebras y despedido a mansalva en un contexto general apático. Unos ejemplos: "Con el enfriamiento de la nueva economía, ha habido un torbellino de anuncios de despidos. Más de 36000 empleos han sido suprimidos en los "puntocom" en la segunda mitad del año pasado, incluidos los 10000 del mes último" (6).
Ya hemos analizado en varias ocasiones la situación de la crisis económica (7). No vamos a volver a detallar esos análisis, cuyas conclusiones se han vuelto a confirmar hoy. En diciembre pasado, algunas revistas de la prensa internacional titulaban cosas como "Caos" (8), o "¿Aterrizaje brutal?" (9). Por detrás de una fraseología hueca y tranquilizadora, la burguesía necesita saber qué hay de las ganancias que puede esperar de sus inversiones; tiene que rendirse ante lo evidente: la "nueva economía" no es más que otro collar del mismo perro de la "vieja economía", o sea, no un producto del crecimiento sino de la crisis de la economía capitalista. El desarrollo de las comunicaciones por Internet no es la "revolución" prometida. El uso a gran escala de Internet, tanto en los flujos comerciales y las transacciones financieras y bancarias como en el seno de las empresas y las administraciones, en nada cambia las leyes inevitables de la acumulación del capital que exigen el beneficio neto, la rentabilidad y la competitividad en el mercado.
Como cualquier otra innovación técnica, la ventaja competitiva que otorga el uso de Internet desaparece muy rápidamente en cuanto se generaliza ese uso. Y, además, en el ámbito de la comunicación y de las transacciones, para que la técnica funcione y sea eficaz implica que todas las empresas estén conectadas, lo cual significa que la innovación que representa el uso de esa red destruye las ventajas que supuestamente proporciona.
Al principio, la gran "revolución tecnológica" de Internet iba a permitir un desarrollo colosal del "modelo B2C", siglas que significan "business to consumer", o sea una relación directa entre productor y consumidor. De hecho se trata simplemente de consultar catálogos y hacer pedidos por correspondencia electrónica por Internet y no por correo. ¡Vaya novedad! ¿Revolución tecnológica? Muy rápidamente el B2C ha sido abandonada en beneficio del B2B el "business to business", la relación directa entre las empresas mismas. El primer "modelo" apostaba por unas ganancias obtenidas mediante la correspondencia por correo electrónico, poco rentable en fin de cuentas al estar esencialmente dedicada al consumo de las familias. El segundo debía servir para poner en relación directa a las empresas. Las ganancias debían entonces venir de dos "salidas mercantiles". Por un lado las empresas podían ganar dinero, o más bien reducir sus gastos, mediante la reducción de los intermediarios en sus relaciones. ¡No es ya un verdadero mercado, sino una simple reducción de gastos! Por otro lado, íbamos a asistir a la apertura de un "mercado" fabuloso, el de la necesidad de proporcionar mediante Internet los servicios idóneos (anuarios, listas, catálogos, aplicaciones informáticas, medios de pago, etc.); o sea, vuelven a entrar por la ventana los? intermediarios expulsados por la puerta. ¡Gracias Internet!.
Es evidente que tampoco aquí las ganancias se han presentado y se han abandonado rápidamente esos "modelos" económicos. Ha desaparecido el 98% de las starts up de estos últimos años, esas empresas de la "nueva economía" que iban a ser el ejemplo del radiante porvenir del desarrollo capitalista. Y en las que han sobrevivido, a los asalariados les abruma la decepción después de la euforia del enriquecimiento (¡virtual!) de los dividendos de las stocks options generosamente regaladas, trabajando durante horas y horas. Es significativo que los sindicatos, que hasta ahora han dejado esa mano de obra de lado, estén ahora entrando con fuerza en el sector. Y no porque el sindicalismo se haya convertido como por ensalmo en defensor de los trabajadores(10), sino porque sería peligroso dejar que se desarrollara la libre reflexión entre unos trabajadores brutalmente despertados de sus dorados sueños.
La ideología de la net-economy es una clara ilustración del atolladero en que está la economía burguesa, del declive histórico de las relaciones capitalistas de producción. En esa ideología, la ganancia debía ahora obtenerse del desarrollo del comercio y ya no directamente de la producción. El comerciante debía, en cierto modo, cobrar más importancia que el productor. Pero ¿qué ideología es ésa, sino una especie de aspiración a volver a un capitalismo mercantil como el que existía a finales de? la Edad Media?. En aquel entonces, el capitalismo empezaba a desarrollarse gracias al auge del comercio, el cual iba a romper las trabas de las relaciones feudales de producción que encerraban las fuerzas productivas en la prisión del sistema de servidumbre. Hoy, y desde hace más de un siglo, el mercado mundial ha sido conquistado por el capitalismo y el mercado mundial rebosa de una sobreproducción generalizada incapaz de encontrar salidas suficientes. La salvación del capitalismo no vendrá de un nuevo auge del comercio, lo cual es imposible en las condiciones históricas de la época actual.
Hasta ahora solo hemos considerado en este artículo la net-economy, debido a que su hundimiento durante el año 2000 fue lo más comentado de la crisis de la economía capitalista. Pero como lo dice la revista citada arriba: "las supresiones de empleo fueron mucho más allá que el planeta "puntocom". Hubo más de 480000 despidos en noviem-bre. General Motors ha despedido a 15000 obreros con el cierre de Oldsmobile. Whirlpool ha reducido su plantilla en 6300 obreros y Aetna ha puesto en la calle a 5000" (11). En efecto, el año 2001 se ha abierto con una aceleración considerable de la crisis. En Estados Unidos, Greenspan, director de la Reserva federal, ha tomado medias de urgencia para intentar atajar el espectro de la recesión. La "nueva economía" está naufragando y la crisis de la "vieja economía" prosigue sin descanso. Endeudamiento gigantesco a todos los niveles, ataques cada día más duros contra las condiciones de vida del proletariado a escala internacional, incapacidad de integrar en las relaciones de producción capitalistas a masas crecientes de desocupados etc., ésas son las consecuencias principales de la economía capitalista. Los Estados, los bancos centrales, las Bolsas, el FMI, en general todas las instituciones financieras y bancarias y todos los "actores" de la política mundial no cesan de esforzarse por regular el funcionamiento caótico de esta "economía de casino" (12), pero los hechos son testarudos y las leyes del capitalismo acaban siempre imponiéndose.
Así como en el ámbito económico en el que los diferentes discursos sirven sobre todo para ocultar el declive histórico del capitalismo y la profundidad de la crisis, en el del imperialismo los discursos sobre la paz sirven para ocultar el caos y los antagonismos crecientes a todos los niveles. La situación actual en Oriente Medio es una clara ilustración de ello.
Cuando salga esta Revista internacional, el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever.
Ni siquiera los propios protagonistas de ese "proceso de paz" saben cómo hacer frente a la situación. Cada uno procura defender lo mejor posible sus posiciones sin que ninguna de las partes sea capaz de proponer una salida estable y un mínimo viable al embrollo de la situación de guerra endémica que no ha cesado nunca en esta parte del mundo. El Estado de Israel está dispuesto a soltar lo menos posible de sus prerrogativas y la Autoridad palestina bajo el mando de Arafat no podrá ceder nada que aparezca como una capitulación de sus ambiciones.
El Estado de Israel defiende una posición de fuerza adquirida desde su fundación en 1947 a través de varias guerras contra los Estados árabes vecinos (Jordania, Siria, Líbano, Egipto) con el apoyo indefectible de Estados Unidos. El Estado de Israel, baluarte de la resistencia del bloque imperialista occidental ante la ofensiva llevada a cabo por el bloque imperialista ruso desde los años 50 (mediante los Estados árabes que se sometieron a la URSS), se ha forjado un puesto de gendarme en la región que no está dispuesto a que se le discuta.
Pero la situación ha cambiado desde el desmoronamiento del bloque imperialista ruso hace diez años. Estados Unidos ha cambiado de orientación a su política en Oriente Medio. El objetivo de la guerra del Golfo de 1991 fue que se reconociera el estatuto de superpotencia mundial a Estados Unidos frente las pretensiones de sus aliados del bloque occidental, Gran Bretaña, Francia y, sobre todo, Alemania, de marcar distancias con un padrino percibido ahora como demasiado omnipresente. La disciplina de bloque ya no era necesaria, puesto que la amenaza adversa había desaparecido. La guerra del Golfo también tuvo otro objetivo, el de imponer el dominio total de Estados Unidos sobre Oriente Medio.
En la época de reparto del mundo en dos grandes bloques imperialistas, la administración de Estados Unidos toleraba que sus aliados ocuparan posiciones influyentes en el ruedo imperialista en ciertas partes del mundo. Incluso delegó en algunos de ellos la labor de llevar a cabo una política exterior que, aunque a veces apareciera como opuesta a a los intereses estadounidenses, estaba de todos modos obligada a insertarse en la órbita del bloque occidental. En Oriente Medio, Gran Bretaña pudo así gozar de una influencia preponderante en Kuwait, Francia en Líbano y Siria, Alemania y Francia en Irak, etc. En 1991, la guerra del Golfo dio la señal de la voluntad de Estados Unidos de encargarse por cuenta propia de la "pax americana". La Conferencia de Madrid de 1991, las negociaciones de Oslo a partir de 1993, desembocaron en la firma de la declaración de principio israelo-palestina en Washington de septiembre de 1993, bajo la autoridad única de Estados Unidos. En mayo de 1994, Arafat y Rabin firmaron en El Cairo el acuerdo de autonomía de Gaza - Jericó, iniciando el ejército israelí una retirada que iba a permitir la llegada triunfal a Gaza de Yasir Arafat en julio de 1994.
Pero esta evolución provocó en una parte de la burguesía israelí una verdadera ruptura con la política de Estados Unidos por primera vez en la corta historia de Israel. En noviembre de 1995, Rabin fue asesinado por "un extremista". La llegada al poder del Likud de Netanyahu empezó a entorpecer seriamente los planes de la diplomacia norteamericana. Estados Unidos volverían a coger las riendas en mayo de 1999 con la vuelta del partido Laborista y Ehud Barak de Primer ministro, rematándose en el acuerdo de Sharm el Sheij entre Arafat y Barak en noviembre de 1999. La cumbre de Camp David de julio de 2000, sin embargo, que supuestamente iba a ser la culminación de la capacidad estadounidense para imponer su paz en Oriente Medio, se torció y acabó sin acuerdo. En este episodio, la política de uno de sus antiguos aliados, Francia, fue claramente un intento de sabotaje de la de Estados Unidos, quien así la denunció sin rodeos. En Israel mismo se refuerza la resistencia al "proceso de paz" a la americana con la ya tan conocida visita de Ariel Sharon, viejo halcón del Likud, a la explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000, lo que va a dar la señal de nuevos enfrentamientos violentos que se extienden rápidamente por Cisjordania y Gaza. En octubre de 2000, una nueva cumbre en Sharm El Sheij, que preveía el cese de las violencias, la creación de una comisión de encuesta y la reanudación de las negociaciones no llegó a nada en el terreno en donde siguen la Intifada y la represión.
Hoy la situación no es la misma que la de las guerras abiertas como la guerra de los Seis Días de 1967 o la del Kippur de 1973 cuando los ejércitos israelíes se enfrentaron directamente con los de los Estados árabes, en cuyo seno participaban los diferentes Frentes de liberación de Palestina. Tampoco es la misma situación que la de 1982, cuando Israel invadió Líbano e inspiró las matanzas en masa de refugiados en los campos palestinos de Sabra y Chatila a manos de las milicias cristianas, aliadas suyas (más de 20000 víctimas en unos cuantos días). Era entonces una situación en la que predominaba el corte fundamental entre los dos grandes bloques imperialistas, por encima de alguna que otra oposición circunstancial en el seno de un mismo bloque. E incluso si Yasir Arafat, desde que acudió por vez primera a la tribuna de Naciones Unidas en 1976, procuraba granjearse las simpatías de la diplomacia de Estados Unidos, seguía siendo para ésta sospechoso de connivencia con el "Imperio del Mal", según la expresión del presidente americano de entonces, Reagan, para calificar a la URSS.
Hoy lo que impera por todas partes es la división. La burguesía israelí ya no se considera indefectiblemente vinculada a la tutela de Estados Unidos. Ya cuando la guerra del Golfo, una parte significativa de ella, sobre todo en el ejército, se rebeló contra la prohibición a Israel de replicar militarmente a los misiles iraquíes lanzados sobre su territorio. Para el ejército israelí que era y sigue siendo el más eficaz y operativo de la zona fue una píldora amarga y humillante el verse obligado a quedar pasivo y dejar su defensa en manos del estado mayor norteamericano. Después, el "proceso de paz", que ha puesto en casi igualdad a israelíes y palestinos, que impone la retirada del ejército israelí del sur de Líbano, que prevé la cesión de del Golan, etc. no es un plato que aprecie la fracción más "radical" de la burguesía israelí. Y ese "proceso de paz" tampoco es aceptable tal como está para el partido Laborista de Barak. Aunque este partido es más cercano a Estados Unidos que el Likud y tiene, sobre todo, una visión a largo plazo más realista sobre la situación en Oriente Medio, no por ello deja de ser el partido de la guerra, el que ha dirigido los ejércitos y las campañas militares principales. Es, además, el partido bajo cuya autoridad se han desarrollado las famosas implantaciones de colonos en territorio palestino. Contrariamente a bastantes tópicos y mentiras, la izquierda, el partido Laborista, no tiene más inclinación hacia "la paz" que la derecha, el Likud. Matices habrá, pero divergencias fundamentales no hay entre esas dos fracciones de la burguesía israelí. Siempre ha habido unidad nacional en la guerra como en "la paz" (los acuerdos de paz con Egipto los firmó la derecha a finales de los años 70).
Pero no es Israel el único país que podría tener tendencias a hacer su propio papel, intentando quitarse de encima la tutela norteamericana. Siria pudo echar mano de Líbano vendiendo su comportamiento "neutral" hacia Israel en la guerra del Golfo de 1991. Sin embargo, desde su punto de vista, la anexión del Golan conquistado por Israel en 1967 es impensable. Otro asunto suplementario para alimentar la tensión. Y en el propio seno de la burguesía palestina, la organización Fatah de Arafat y las más radicales no están ni mucho menos de acuerdo entre ellas. Toda la región, a imagen de la situación mundial, es presa de la tendencia a que cada cual intente ir "por su cuenta". La influencia muy preponderante de la diplomacia estadounidense es, en realidad, muy superficial, sirviendo para tapar una gran cantidad de polvorines siempre listos para estallar en un contexto de sobrearmamento de todos los protagonistas de la región.
En cuanto a las demás potencias imperialistas, aunque no puedan abiertamente sabotear las iniciativas de Estados Unidos a riesgo de encontrarse fuera de juego, como ahora está ocurriendo con la diplomacia francesa, por mucho que todas ellas hayan aceptado apoyar el "proceso de paz", eso no quita de que, bajo mano, no emprendan acciones para hacer zozobrar el plan Clinton, o cualquier otro plan de la diplomacia norteamericana. El propio Arafat llama a veces a la Unión Europea para que se implique en las negociaciones, pues le gustaría no depender únicamente de Estados Unidos para su supervivencia política. Aunque, eso sí, a la hora de discutir, no acude a la Unión Europea, sino al poder estadounidense.
En esa tendencia "cada uno para sí" que hoy predomina, excepto Estados Unidos que lo hace todo por mantener su estatuto de única superpotencia militar del planeta y Alemania, la cual, en segundo plano, prosigue discretamente una disimulada política imperialista para incrementar su influencia, totalmente paralizada desde la Segunda Guerra mundial y durante la "guerra fría", ninguna otra de las grandes potencias puede tener una visión a largo plazo. Y todavía menos otros Estados menos poderosos. Cada cual procura defender sus intereses nacionales, defenderse donde lo atacan, sobre todo minando y sembrando el desorden en las posiciones del adversario. Ninguno de ellos es hoy capaz de instaurar una política constructiva y duradera. En Oriente Medio, la hora no es la de la estabilización de la situación. Ni siquiera una "paz armada" como la que pudo perdurar en Europa del Este durante la guerra fría es hoy posible.
En cuanto a la posibilidad de crear hoy un Estado palestino, el inconmensurable absurdo de la configuración del proyecto mismo haría casi aparecer la organización de los bantustanes de la Sudáfrica de la época del Apartheid como una estructura social racional. Están los territorios bajo el control exclusivo de la autoridad palestina: son, en el mapa, unas cuantas manchas en Cisjordania junto con la franja de Gaza, pero no entera. Después están los territorios bajo control mixto, en los que Israel es responsable de la seguridad: una cuantas manchas más en Cisjordania. Y todo ello rodeado de los Territorios de Cisjordania bajo control exclusivo de Israel, con carreteras específicas para proteger a los colonos israelíes? ¿Cómo podría hacerse creer que semejante aberración contiene el menor ápice de progreso, lo mínimo de satisfacción de las necesidades de la población, algo que tenga que ver con el pretendido "derecho de los pueblos a la autodeterminación"?
Toda la historia de la decadencia del capitalismo ya ha demostrado hasta qué punto los Estados nacionales que no lograron alcanzar su madurez durante la fase ascendente del modo de producción capitalista, no han podido constituir un marco económico y político sólido y viable a largo plazo, como la URSS y Yugoslavia lo han demostrado haciéndose añicos. Los Estados heredados de la colonización se hacen trizas en Africa. La guerra está infectando toda Indonesia. El terrorismo se ceba en el sur de India, en Sri Lanka. La tensión es extrema en las fronteras indo-pakistaníes, entre Tailandia y Birmania. En Sudamérica, en Colombia impera la inestabilidad. La guerra entre Perú y Ecuador vuelve una y otra vez. Por todas partes se discuten las fronteras, al carecer de la mínima solidez por no haber existido o no haber sido verdaderamente aceptadas y reconocidas desde el siglo XIX.
En el contexto actual, no solo "la patria palestina no será nunca más que un Estado burgués al servicio de la clase explotadora y opresora de esas mismas masas, con sus policías y sus cárceles" (13), sino que además ese Estado no podrá ser más que una aberración, un especie de Estado tampón, un símbolo no ya de la formación de una nación, sino de la descomposición que lleva en sí la persistencia del capitalismo en el período histórico actual. El reparto de soberanías en un entramado indescriptible de zonas, ciudades, pueblos, carreteras, atribuidos a unos u a otros, eso no es un "proceso de paz", sino un campo minado para hoy y para mañana en el cual cualquier conflicto puede estallar en cualquier momento. En una situación en la que la irracionalidad del mundo actual es llevada a su extremo.
oOo
El siglo XXI ha empezado con una nueva aceleración de las consecuencias dramáticas para la humanidad de la persistencia del modo de producción capitalista. La prosperidad prometida por la "nueva economía" al igual que la paz prometida en Oriente Medio no llegan nunca. Y nunca llegarán, pues el capitalismo es un sistema decadente, un cuerpo enfermo con perfusión, que no puede llevar en su descomposición actual más que al caos, a la miseria y la barbarie.
MG
1) "Ideas: No, Economics Isn't King", F. Zakaria, Newsweek, enero de 2001.
2) Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, "Apéndice. En qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Una anticrítica", Grijalbo, 1978, p. 369.
3) En realidad, muchos de ellos ocupan puestos "oficiosos" , como, en Francia, por ejemplo, Krivine de la Ligue communiste révolutionnaire, trotskista, o Aguiton, fundador del sindicato "de base" SUD-PTT, e incluso funciones de consejeros ocultos en las administraciones de la izquierda de la burguesía.
4) Le Monde diplomatique, enero de 2001, "Porto Alegre", I. Ramonet.
5) Grupo extraparlamentario italiano de extrema izquierda de los años 1960-70.
6) Time, 10 de enero de 2001, "This Time It´s Different".
7) Ver los artículos de la Revista internacional de los últimos años: "La nueva economía: una nueva justificación del capitalismo" (no 102), "La falsa buena salud del capitalismo" (no 100) "Detrás del 'crecimiento ininterrumpido', el abismo" (no 99), la serie de artículos "Treinta años de crisis abierta del capitalismo" (nos 96, 97 y 98).
8) Newsweek, 18/12/2000.
9) The Economist, 9-15/12/2000.
10) Ver nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera.
11) Time, íbidem.
12) Ver "Una economía de casino", en Revista internacional nº 87.
13) "Ni Israel, ni Palestina, los proletarios no tienen patria", toma de posición publicada en toda la prensa territorial de la CCI.
El siglo que empieza será decisivo para la historia de la humanidad. Si el capitalismo prosigue su dominación sobre el planeta, lo sociedad se hundirá antes del 2100 en la barbarie más profunda, comparada con la cual la del siglo XX parecería una simple jaqueca, una barbarie que la hará volver a la edad de Piedra o que acabará, simplemente, destruyéndola. Por eso, si existe un porvenir para la especie humana, está totalmente en manos del proletariado mundial, cuya revolución es lo único que podrá derribar la dominación del modo de producción capitalista, responsable, a causa de sus crisis históricas, de toda la barbarie actual. Pero para ello el proletariado tendrá que ser capaz, en el porvenir, de encontrar en sí mismo la fuerza capaz de le ha faltado hasta ahora para realizar esa tarea.
En la primera parte de este artículo (Revista internacional no 103) intentamos comprender por qué el proletariado fracasó en sus intentos revolucionarios del pasado, sobre todo en el más importante de ellos, el que se inició en Rusia en 1917. En esa primera parte afirmábamos que la terrible derrota sufrida tras ese intento fue la causa de sus ausencias en las demás citas que no debía haber fallado en la historia: la gran crisis del capitalismo de los años 30 y la Segunda Guerra mundial. Subrayábamos en especial que al término de esta guerra: “El proletariado había tocado fondo. Lo que se le presenta, y que él interpreta, como su gran “victoria”, el triunfo de la democracia frente al fascismo, es en realidad su mayor derrota histórica. El sentimiento de victoria que experimenta, la creencia de que esa victoria viene de las “virtudes sagradas” de la democracia burguesa, esa misma democracia que le ha llevado a las dos‑carnicerías imperialistas y que aplastó la revolución a comienzos de los años 20, la euforia que lo embarga es la mejor garantía del orden capitalista”.
En Europa, es decir el principal campo de batalla de la revolución y también de la guerra mundial, la victoria aliada paralizó durante algunos años las luchas obreras. El vientre de los proletarios estaba vacío, pero sus mentes estaban llenas con la euforia de la “victoria”. Además, las políticas de capitalismo de Estado que instauran todos los gobiernos de Europa fue un medio suplementario de engaño de la clase obrera. Esas políticas correspondían básicamente a las necesidades del capitalismo europeo, cuya economía había salido destrozada por la guerra. Las nacionalizaciones, así como algunas medidas “sociales” (como la mayor toma a cargo por parte del Estado del sistema de salud) eran medidas perfectamente capitalistas. Permitían al Estado planificar mejor y coordinar la reconstrucción de un potencial productivo en ruinas y desorden total. Al mismo tiempo permitieron una gestión más eficaz de la fuerza de trabajo. Los capitalistas tenían, por ejemplo, el mayor interés en disponer de obreros en buena salud, sobre todo en un tiempo en que iba a pedírseles un esfuerzo excepcional de producción, en unas condiciones de vida de lo más precario y en situación de penuria de mano de obra. Esas medidas capitalistas serán, sin embargo, presentadas como “victorias obreras”, no sólo por los partidos estalinistas cuyo programa contiene la estatalización completa de la economía, sino también por los socialdemócratas y especialmente el Partido laborista del Reino Unido. Esto explica por qué en todos los países de Europa, los partidos de izquierda, incluidos los estalinistas, forman parte de los gobiernos, ya sea en coalición con los partidos de la derecha “democrática” (como la Democracia cristiana en Italia) ya sea dirigiendo el gobierno (en el Reino Unido es el laborista Attlee quien sustituye a Churchill como Primer ministro, a pesar de la gran popularidad y el servicio inestimables que éste hizo a la burguesía británica).
Pero al cabo de dos años, al no haberse cumplido las promesas de un “porvenir mejor” que los partidos “obreros”, socialistas y estalinistas, les habían hecho para que aceptaran los sacrificios más insoportables, los obreros empezaron a llevar a cabo toda una serie de luchas. En Francia, por ejemplo, en la primavera de 1947, la huelga de la mayor factoría del país, Renault, obligó al partido estalinista, el PCF, cuyo jefe, Maurice Thorez, no había cesado de llamar a los obreros de todos los sectores a “trabajar primero, reivindicar después”, a salir del gobierno. A continuación, ese partido, mediante el sindicato que controla, la CGT, lanza toda una serie de huelgas para desahogar la cólera obrera antes de que ésta les tome la delantera, pero también, y sobre todo, para hacer presión sobre los demás sectores burgueses para que vuelvan a llamarlo a los ministerios. Los demás partidos burgueses, sin embargo, no hacen caso. No temen, ni mucho menos, que los estalinistas sean desleales en la defensa del capital nacional contra la clase obrera. Pero la Guerra fría ha empezado y en los países de Europa occidental, los sectores dominantes de la burguesía se han alineado detrás de Estados Unidos. En los demás países de Europa en los que los partidos estalinistas participaban en los gobiernos, una de dos: o echan mano del poder si pertenecen a la zona de ocupación rusa, o son expulsados de él si pertenecen a la zona de ocupación occidental.
A partir de entonces, en Europa occidental, las condiciones de vida de la clase obrera empiezan a conocer una ligera mejora. Esto nada tiene que ver, evidentemente, con una especia de generosidad de la burguesía. En realidad, los millones de dólares del plan Marshall han empezado a llegar para así vincular firmemente la burguesía de Europa occidental al bloque americano y minar la influencia de los partidos estalinistas, los cuales, desde entonces van a ponerse en cabeza de las luchas obreras.
En los países de Europa del Este, los cuales, por su parte, no se benefician del maná estadounidense, pues los partidos estalinianos lo han rechazado siguiendo órdenes de Moscú, la situación tarda bastante más tiempo en mejorar un poco. Sin embargo, en estos países, la cólera obrera no puede expresarse del mismo modo. En un primer tiempo, los obreros son llamados a apoyar a los partidos “comunistas” que les prometen el paraíso terrenal, tanto más por cuanto esos partidos no sólo participan en las gobiernos instalados desde la “Liberación” (como en la mayoría de los países occidentales), sino que además se ponen en cabeza de esos gobiernos gracias al apoyo del “Ejército rojo” y que eliminan a los partidos “burgueses”. La patraña que presentan a los obreros es la de la “edificación del socialismo”. Esta patraña alcanza cierto éxito, como en Checoslovaquia donde el “golpe de Praga” de febrero de 1948, o sea la toma de control del gobierno por los estalinistas se realiza con la simpatía de muchos obreros.
Pero muy rápidamente, en las “democracias populares”, el principal instrumento de control de la clase obrera es la fuerza bruta y la represión. Y así, el levantamiento obrero de junio de 1953 en Berlín Este y en numerosas ciudades de la zona de ocupación soviética es aplastado brutalmente por los tanques rusos ([1]). Aunque la cólera que empieza a expresarse en Polonia en la gran huelga de Poznan de junio de 1956 se reduce con la vuelta al poder de Gomulka (dirigente estalinista excluido del PC en 1949, acusado de “titismo”. Estuvo encarcelado de 1951 a 1955) el 21 de octubre de 1956, el levantamiento de los obreros húngaros, en cambio, que se inicia algunos días después fue reprimido bestialmente por los tanques rusos a partir del 4 de noviembre, provocando 25.000 muertos y 160.000 refugiados ([2]).
Las insurrecciones obreras de 1953 y 1956 en los países “socialistas” fueron la prueba evidente de que esos países de “obrero” no tenían nada. Y todos los sectores de la burguesía van a ir en el mismo sentido para impedir que los proletarios saquen las verdaderas lecciones de esos acontecimientos.
En los países del Este, la propaganda “comunista”, las referencias constantes al “marxismo”, al “internacionalismo proletario” de los dirigentes estalinistas son el mejor medio para desviar la cólera obrera de una perspectiva de clase e incrementar las ilusiones de los proletarios hacia la democracia burguesa y el nacionalismo. Y así, el 17 de junio de 1955, una inmensa manifestación de obreros de Berlín Este se dirige hacia el Oeste de la ciudad por la gran avenida Unter den Linden. El objetivo del cortejo era recabar la solidaridad de los obreros de Berlín Oeste, pero también expresaba la ingenuidad de que las autoridades occidentales podrían ayudar a los obreros del Este. Estas autoridades cerraron su sector, pero después, con ese cinismo que las caracteriza, cambiaron el nombre de Unter den Linden en “avenida del 17 de Junio”. De igual modo, las reivindicaciones de junio de 1956 de los obreros polacos, aunque tenían evidentemente aspectos económicos de clase, estaban fuertemente marcadas por las ilusiones democráticas y sobre todo nacionalistas y religiosas. Por eso Gomulka, que se presentaba como un “patriota” que se había opuesto a Rusia y que mandó, en cuanto llegó al poder, liberar al cardenal Wyszynski (ingresado en un monasterio desde septiembre de 1953) pudo recuperar el control de la situación a finales de 1956. De igual modo, en Hungría, la insurrección obrera, aunque fue capaz de organizarse en consejos obreros, estuvo muy marcada por las ilusiones democráticas y nacionalistas. Además, la insurrección se produjo como consecuencia de la represión sangrienta de una manifestación convocada por los estudiantes que reivindicaban la puesta en marcha en Hungría de un rumbo “como el de Polonia”. De igual manera, la finalidad de las medidas decididas por Imre Nagy (viejo estalinista, retirado de su puesto de jefe del partido por la tendencia “dura” en abril de 1955), en su retorno, es la de aprovecharse de esas ilusiones para volver a apoderarse de las riendas: formación de un gobierno de coalición y anuncio de la retirada de Hungría del Pacto de Varsovia. Para la URSS esta última medida es inaceptable y decide enviar sus tanques.
La intervención de las tropas rusas es, evidentemente, más leña al fuego del nacionalismo en los países de Europa del Este. Y al mismo tiempo, es utilizada por la propaganda de los sectores “democráticos” y proamericanos de la burguesía de los países de Europa occidental, mientras que los partidos estalinistas de esos países utilizan esa misma propaganda para presentar la insurrección obrera en Hungría como un movimiento patriotero, hasta “fascista”, a sueldo del imperialismo americano.
Y así, durante toda la Guerra fría, e incluso cuando ésta fue sustituida por la “coexistencia pacífica” después de 1956, la división del mundo en dos bloques fue un instrumento de primer orden para mistificar a la clase obrera. En los años 1930, como ya hemos visto en la primera parte de este artículo, la identificación del comunismo a la URSS estalinista provocó una profunda desmoralización en ciertos sectores de la clase obrera que rechazaban una sociedad al estilo “soviético”, reanudando con los partidos socialdemócratas. Al mismo tiempo, la mayoría de los obreros que esperaban todavía una revolución proletaria siguieron a los partidos estalinistas que se reivindicaban de ella en su defensa de la “patria socialista” y de lucha “antifascista”, lo que les permitió encuadrarlos en la Segunda Guerra mundial. En los años 50, el mismo tipo de política siguió dividiendo y desorientando a la clase obrera. Una parte de ella no quiso ni oír hablar más de comunismo, identificado a la URSS, mientras que la otra parte siguió soportando la dominación ideológica de los partidos estalinistas y de sus sindicatos. Así, desde la guerra de Corea, el enfrentamiento Este-Oeste se aprovechó para oponer a diferentes sectores de la clase obrera y a alistar a millones de obreros tras los estandartes del campo soviético en nombre de la “lucha contra el imperialismo”. Por ejemplo, el Partido comunista francés y el Movimiento de la paz controlado por él, organizan una gran manifestación en París contra la venida del general estadounidense Ridgway, comandante de las tropas americanas en Corea. Como Ridgway es acusado (sin razón, en realidad) de utilizar armas bacteriológicas, la manifestación que agrupa a varias decenas de miles de obreros (sobre todo militantes del PC) denuncia a “Ridgway-la-Peste”, exigiendo la salida de Francia de la OTAN. Se producen enfrentamientos muy violentos con la policía y el número 2 del PCF, Jacques Duclos, es arrestado. La determinación del PCF en su enfrentamiento con la policía y la detención de su dirigente “histórico” le dan una imagen “revolucionaria” a un partido que solo 5‑años antes ocupaba los palacetes y los ministerios de la República burguesa. En la misma época, las guerras coloniales son una ocasión más para desviar a los obreros de su terreno de clase, en nombre, una vez más, de la “lucha contra el imperialismo” (y no de lucha contra el capitalismo), contra el que la URSS es presentada como la campeona del “derecho y la libertad de los pueblos”.
Ese tipo de campañas va a proseguir en muchos países durante los años 50 y 60, sobre todo cuando la guerra de Vietnam, en la que EEUU se comprometió masivamente a partir de 1961.
Si ha habido un país en el que la división del mundo en dos bloques antagónicos ha tenido un gran peso, un país en el que la contrarrevolución tuvo una amplitud sin parangón, ese país es Alemania. El proletariado de ese país fue durante décadas la vanguardia del proletariado mundial. Los obreros del mundo entero eran conscientes de que el destino de la revolución se dirimía en Alemania. Y eso fue exactamente lo que ocurrió entre 1919 y 1923. La derrota del proletariado alemán determinó la del proletariado mundial. Y la terrible contrarrevolución que sobre él se abatió después, con el rostro infame del nazismo, fue, junto con el estalinismo, la expresión más patente de que la contrarrevolución que se precipitó sobre los obreros de todos los países.
Después de la Segunda Guerra mundial, la división de Alemania en dos, cada uno de los dos trozos perteneciente a uno de los dos grandes bloques imperialistas, permitió, en ambos lados del telón de acero, una destrucción masiva en las masas obreras, haciendo del proletariado alemán, durante varias décadas no ya la vanguardia, sino la retaguardia del proletariado de Europa en el plano de la combatividad y de la conciencia.
Sin embargo, el elemento esencial que paralizó a la clase obrera durante todo ese período, permitiendo su sumisión ideológica al capitalismo, fue la “prosperidad” que conoció el sistema con la reconstrucción de las economías destruidas por la guerra.
Entre el final de los años 40 y mediados los 60, el capitalismo mundial conoció lo que los economistas y políticos burgueses llaman los “treinta gloriosos”, pues cuentan el período que va de 1945 a 1975 (año marcado por una fuerte recesión mundial), sin contar las dificultades que aparecieron en 1967 y 1971.
No vamos a examinar aquí las causas ni el crecimiento económico rápido de esos años ni los años finales de ese crecimiento, análisis que ha sido objeto de muchos artículos en esta Revista ([3]). Lo que sí importa señalar es que la crisis abierta que empieza a desarrollarse a partir del año 1967 (freno de la economía mundial, recesión en Alemania, devaluación de la libra esterlina, incremento del desempleo) fue una confirmación del marxismo, el cual siempre:
– ha anunciado que el capitalismo era incapaz de superar definitivamente sus contradicciones económicas, responsables, en última instancia, de las convulsiones del siglo XX y, muy especialmente, de las dos guerras mundiales;
– ha considerado que los períodos de prosperidad del capitalismo eran aquellos en los que este sistema poseía los cimientos políticos y sociales más sólidos ([4]);
– ha basado la perspectiva de una revolución proletaria en la quiebra del modo de producción capitalista ([5]).
En ese sentido, la sumisión ideológica de la clase obrera al capitalismo, el conjunto de mistificaciones que han logrado mantener a las masas obreras alejadas de toda perspectiva de una puesta en entredicho del capitalismo sólo podían ser superadas con el final del “boom” de la posguerra.
Y eso fue precisamente lo que ocurrió en 1968.
A finales de 1967, cuando todos los ideólogos de la burguesía seguían celebrando los esplendores de la economía capitalista, mientras que algunos, que se reivindicaban, sin embargo, del marxismo e incluso de la revolución sólo hablaban de la capacidad de la sociedad burguesa par “integrar” a la clase obrera ([6]), mientras que incluso los grupos surgidos de la Izquierda comunista que se habían separado de la IIIª Internacional en degeneración, no veían la menor salida del túnel, la pequeña revista Internacionalismo (después convertida en publicación de la CCI en Venezuela) publicaba un artículo titulado: “1968, se inicia una nueva convulsión del capitalismo”, artículo que concluía así: “Profetas no somos, y no pretendemos adivinar cómo se van a desarrollar los acontecimientos futuros. Pero de lo que sí estamos seguros y conscientes, sobre el proceso en el que se está hundiendo actualmente el capitalismo, es que no es posible frenarlo con reformas, devaluaciones, ni con ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas y que lleva directamente a la crisis. Y también estamos seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de clase, que hoy se está viviendo de manera general, va a conducir a la clase obrera a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués”.
El único y gran mérito de nuestros camaradas que publicaron ese artículo fue el haber permanecido fieles a las enseñanzas del marxismo, unas lecciones que iban a verificarse magistralmente unos meses después. En efecto, en mayo de 1968, estalló en Francia la mayor huelga de la historia, la huelga en la que mayor número de obreros (casi 10 millones) cesaron simultáneamente el trabajo.
Un acontecimiento de esa amplitud fue la señal de un cambio fundamental en la vida de la sociedad: la terrible contrarrevolución que había aplastado a la clase obrera a finales de los años 20 y que prosiguió durante dos décadas después de la Segunda Guerra mundial había llegado a su fin. Y esto se confirmó rápidamente por todas las partes del mundo en una serie de luchas de una amplitud desconocida desde hacía décadas:
Al mismo tiempo que se producía el despertar de las luchas obreras, podía asistirse a un retorno de la idea misma de revolución, en discusiones entre numerosos obreros en lucha, especialmente en Francia e Italia, países que habían vivido los movimientos más masivos. También, ese despertar del proletariado se manifestó por un interés creciente por el pensamiento revolucionario, los textos de Marx, Engels, los escritos marxistas en general, Lenin, Trotski, Rosa Luxemburg, pero también de los militantes de la Izquierda comunista, Bordiga, Görter, Pannekoek. Este interés se concretó en el surgimiento de toda una serie de pequeños grupos que intentaban acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista y de inspirarse de su experiencia.
No vamos aquí a hacer un cuadro de la evolución las luchas obreras desde 1968 ni de los grupos que se reivindican de la Izquierda comunista ([7]). Lo que sí vamos a intentar es explicar por qué no se ha hecho realidad todavía lo que preveían nuestros camaradas de Venezuela en 1967: la “lucha sangrienta y directa por la destrucción del estado burgués”.
Los obstáculos encontrados por el proletariado a lo largo de estos treinta últimos años han sido analizados por nuestra organización. Así la parte que sigue es un resumen de lo que ya hemos ido diciendo en otras ocasiones.
La primera causa del largo camino de la revolución comunista es objetiva. La ola revolucionaria que se inició en 1917 y se extendió después a muchos países era una respuesta a la agravación repentina y terrible de las condiciones de vida de la clase obrera: la guerra mundial. Menos de tres años bastaron para que el proletariado, que había entrado en la guerra con “la flor en el fusil”, totalmente cegado por las mentiras burguesas, empezara a abrir los ojos y a levantar cabeza frente a la barbarie que se vivía en las trincheras y la explotación despiadada que sufría en retaguardia.
La causa objetiva del desarrollo de las luchas obreras a partir de 1968 es la agravación de la situación económica del capitalismo, cuya crisis abierta le obliga a atacar cada día más las condiciones de vida de los trabajadores. Pero, contrariamente a los años 30, en que la burguesía perdió totalmente el control de la situación, la crisis abierta actual no se incrementa en un período de unos cuantos años sino en un proceso de varias décadas. El ritmo lento de la crisis se debe a que la clase dominante ha sabido sacar las lecciones de su pasada experiencia y que ha instaurado una serie de medidas que le permiten “gestionar” la caída en el abismo ([8]). Esto no pone ni mucho menos en entredicho el carácter insoluble de la crisis capitalista, pero sí permite a la clase dominante extender en el espacio y en el tiempo sus ataques contra la clase obrera a la vez que puede ocultar durante cierto tiempo, incluso para ella, el hecho de que esta crisis no tiene salida.
El segundo factor que permite explicar el largo camino hacia la revolución para la clase obrera es el despliegue por parte de la clase dominante de toda una serie de maniobras políticas para acabar agotando las luchas y atajar la toma de conciencia.
A grandes rasgos, pueden resumirse así las diferentes estrategias de la burguesía desde 1968:
Lo más característico de esos movimientos, que expresa una toma de conciencia en profundidad en la clase obrera, es la dificultad creciente de los aparatos sindicales clásicos para controlar las luchas lo que se plasma en el uso cada vez más frecuente de órganos que se presentan no ya como sindicatos sino incluso antisindicales (como las “coordinadoras” en Francia y en Italia en 1986-88), y que no son sino las estructuras de base del sindicalismo.
A lo largo de ese período, la burguesía desplegó una cantidad considerable de maniobras destinadas a limitar la combatividad obrera y retrasar la toma de conciencia del proletariado. Pero en esta política antiobrera, se vio poderosamente ayudada por el desarrollo de un fenómeno, la descomposición de la sociedad capitalista. Esta es el resultado de que, aunque el surgimiento histórico del proletariado a finales de los años 60 impidió a la burguesía dar su propia respuesta a la crisis de su sistema (o sea una guerra mundial, como la crisis del 29 que desembocó en la Segunda Guerra mundial), no podía impedir, mientras no hubiera echado abajo el capitalismo, que todos los aspectos de la decadencia se desplegaran cada día más:
“Hay bloqueo momentáneo de la situación mundial, pero no por ello se para la historia. Durante dos décadas, la sociedad ha seguido soportando la acumulación de todas las características de la decadencia agudizadas por el hundimiento en la crisis económica, mientras que, cada día más, la clase dominante da prueba de su incapacidad para superarla. El único proyecto que esta clase sea capaz de proponer a la sociedad es el de resistir día a día, golpe a golpe y sin esperanza de éxito, al hundimiento irremediable del modo de producción capitalista.
“Privado del menor proyecto histórico capaz de movilizar sus fuerzas, incluso del más suicida, la guerra mundial por ejemplo, la clase capitalista lo único que ha podido hacer es pudrirse sobre sí misma cada día más, hundirse en la descomposición social avanzada, la desesperanza general” ([9]).
La entrada del capitalismo decadente en su última fase, la de la descomposición, ha sido un creciente peso negativo sobre la clase obrera a lo largo de los años 80:
“La descomposición ideológica afecta, evidentemente, en primer lugar a la clase capitalista misma y de rebote, a las capas pequeño burguesas, que carecen de la menor autonomía. Puede incluso decirse que estas capas se identifican muy bien con la descomposición, pues al dejarlas su propia situación sin la menor posibilidad de porvenir, se amoldan a la causa principal de la descomposición ideológica: la ausencia de toda perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Únicamente el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y por eso es en sus filas en donde existen las mayores capacidades de resistencia a la descomposición. Pero también le afecta ésta, sobre todo porque la pequeña burguesía con la que convive es uno de sus principales vehículos. Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica:
“Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso ants de que muchos hayan podido tener ocasión, en los lugares de producción, en compañía de los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en si no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman en aspecto singular de la descomposición. Aunque en general sirva para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de “lumpenización” de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo. El que en pleno período de contrarrevolución, cuando la crisis de los años 30, el proletariado, en especial en Estados Unidos, hubiera sido capaz de darse formas de lucha da una idea, por contraste, del peso de las dificultades que hoy acarrea el desempleo en la toma de conciencia del proletariado, debido a la descomposición” ([10]).
En ese contexto de dificultades encontradas por la clase obrera en el desarrollo de su toma de conciencia iba a intervenir a finales de 1989 un acontecimiento histórico considerable, expresión también de la descomposición del capitalismo, el hundimiento de los regímenes estalinistas de Europa del Este, de esos regímenes que todos los sectores de la burguesía habían presentado como “socialistas”:
“Los acontecimientos que hoy están agitando a los países llamados “socialistas”, la desaparición de hecho del bloque ruso, la bancarrota patente y definitiva del estalinismo a nivel económico, político e ideológico, constituyen el hecho histórico más importante desde la Segunda Guerra mundial, junto con el resurgimiento internacional del proletariado a finales de los años 60. Un acontecimiento de esa envergadura tendrá repercusiones, y ha empezado ya a tenerlas, en la conciencia de la clase obrera, y más todavía por tratarse de una ideología y un sistema político presentados durante más de medio siglo y por todos los sectores de la burguesía como “socialistas” y “obreros”. Con el estalinismo desaparece el símbolo y la punta de lanza de la más terrible contrarrevolución de la historia. Pero eso no significa que el desarrollo de la conciencia del proletariado mundial tenga ahora ante sí un camino más fácil, sino‑al contrario. Hasta en su muerte, el estalinismo está prestando un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue contaminando la atmósfera que respira el proletariado. Para los sectores dominantes de la burguesía, el desmoronamiento definitivo de la ideología estalinista, los movimientos “democráticos”, “liberales” y nacionalistas que están zarandeando a los países del Este, son una ocasión pintiparada para desatar e intensificar aún más sus campañas mistificadoras. La identificación establecida sistemáticamente entre comunismo y estalinismo, la mentira repetida miles y miles de veces, machacada hoy todavía más que antes, de que la revolución proletaria no puede conducir más que a la bancarrota, va a tener con el hundimiento del estalinismo, y durante todo un período, un impacto creciente en las filas de la clase obrera. Cabe pues esperarse a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado, cuyas manifestaciones se advierten ya, en especial, en el retorno a bombo y platillo de los sindicatos en el ruedo social. Aunque el capitalismo no dejará de llevar a cabo sus incesantes ataques cada vez más duros contra los obreros, lo cual les obligará a entrar en lucha, no por ello el resultado va ser, en un primer tiempo, el de una mayor capacidad de clase para avanzar en su toma de conciencia. En especial, la ideología reformista habrá de pesar fuertemente en las luchas del período venidero, lo cual va a favorecer la acción de los sindicatos” ([11]).
Habíamos hecho esta previsión en octubre de 1989 y se verificó plenamente durante todos los años 90. El retroceso de la conciencia en la clase obrera se ha manifestado en una pérdida de confianza en sus propias fuerzas que ha provocado el retroceso general de su combatividad cuyos efectos se siguen notando hoy.
En 1989 definimos las condiciones para que la clase obrera saliera de ese retroceso:
“En vista de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, el retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en tela de juicio el curso histórico – la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase –, aparece como más importante que el que había acarreado la derrota en 1981 del proletariado en Polonia. Sin embargo, no se puede prever de antemano su amplitud real ni su duración. En particular, el ritmo del hundimiento del capitalismo occidental, en el cual se percibe actualmente una aceleración con la perspectiva de una nueva recesión abierta y patente, va a determinar el plazo de la próxima reanudación de la marcha del proletariado hacia su conciencia revolucionaria. Al barrer las ilusiones sobre la “reactivación” de la economía mundial, al poner al desnudo la mentira que presenta al “capitalismo liberal” como una solución a la bancarrota del pretendido “socialismo”, al revelar la quiebra histórica del conjunto del modo de producción capitalista y no sólo de sus retoños estalinistas, la intensificación de la crisis capitalista obligará al proletariado a dirigirse de nuevo hacia la perspectiva de otra sociedad, a inscribir de manera creciente sus combates en esa perspectiva” ([12]).
Y precisamente, los años 90 han estado marcados por la capacidad de la burguesía mundial, especialmente por su parte principal, la de Estados Unidos, para frenar el ritmo de la crisis y dar la ilusión de una “salida del túnel”. Una de las causas profundas del grado débil de combatividad actual de la clase obrera, a la vez que sus dificultades para desarrollar su confianza en sí misma estriba sin lugar a dudas en las ilusiones que el capitalismo ha logrado crear sobre la “prosperidad” de su economía.
Pero también hay otro factor más general que explica las dificultades actuales para la politización del proletariado, una politización que permitiría comprender, aunque fuera de forma embrionaria, lo que está hoy en juego en los combates que está llevando a cabo para fecundarlos y ampliarlos:
“Para entender todos los datos del período actual y el venidero, hay que también tener en cuenta las características del proletariado que hoy está llevando a cabo el combate: está formado por generaciones obreras que no han vivido la derrota, como así ocurrió con las que habían llegado a su madurez en los años 30 y durante la Segunda Guerra mundial; por eso, en ausencia de derrotas sucesivas que la burguesía no ha conseguido asestarle hasta ahora, mantienen intactas sus reservas de combatividad.
“Estas generaciones se benefician de un desgaste irreversible de los grandes temas mistificadores (la patria, la civilización, la democracia, el antifascismo, la defensa de la URSS), que en su día habían servido para enrolar al proletariado en la guerra imperialista.
“Son esas dos características esenciales las que explican que el curso histórico actual va hacia enfrentamientos de clase y no hacia la guerra imperialista. Sin embargo, lo que da la fuerza al proletariado actual, ocasiona también su debilidad. El hecho mismo de que sólo las generaciones que no han conocido la derrota puedan volver a encontrar el camino de los combates de clase implica que existe entre estas generaciones y las que realizaron los últimos combates decisivos, en los años 20, un abismo enorme, que el proletariado de hoy está pagando caro:
“Esos factores explican ese carácter que tiene el curso actual de las luchas obreras de “ir a trompicones” y permiten entender por qué hay momentos de falta de confianza en si mismo por parte de un proletariado que no tiene clara conciencia de la fuerza que él representa frente a la burguesía. Esos factores nos dicen también el largo camino que espera al proletariado, el cual sólo será capaz de llevar a cabo su revolución si asimila las experiencias del pasado y si se da su partido de clase.
“Con el resurgir histórico del proletariado a finales de los 60, se ha puesto a la orden del día la formación del partido de clase, pero sin que haya podido realizarse a causa:
Puede así comprobarse cuán largo es para el proletariado el camino que lleva a la revolución comunista. Profunda y larga contrarrevolución, desaparición casi total de sus organizaciones comunistas, descomposición del capitalismo, hundimiento del estalinismo, capacidad de la clase dominante para controlar la caída de su economía y sembrar ilusiones sobre ella. Parece como si todo, desde hace 30 años, e incluso desde los años 20, hubiera sido hecho contra la clase obrera en su progresión por ese camino.
Al final de la primera parte de este artículo, evocábamos las diferentes citas con la historia falladas por el proletariado durante el siglo XX: la oleada revolucionaria que puso fin a la Primera Guerra mundial y que acabó en derrota, el hundimiento de la economía mundial a partir de 1929, la Segunda Guerra mundial. Veíamos que el proletariado no falló a la cita con la historia a partir de finales de los años 60, pero también hemos podido medir la cantidad de obstáculos que ante sí ha tenido y que han frenado su progresión en el camino hacia la revolución proletaria.
Los revolucionarios del siglo pasado, empezando por Marx y Engels, pensaban que la revolución podría verificarse durante su siglo. Se engañaron y fueron ellos los primeros en reconocerlo. En realidad solo sería al iniciarse el siglo XX cuando se reunieron las condiciones materiales de la revolución proletaria, lo que quedó confirmado en la primera carnicería imperialista mundial. A su vez, los revolucionarios de principios del XX creyeron que merced a esas condiciones objetivas ya presentes, la revolución comunista tendría lugar en el siglo XX. También ellos se engañaron. Cuando se pasa revista a los acontecimientos históricos que han impedido que la revolución se haya verificado hasta hoy, podría albergarse el sentimiento de que “el proletariado no tiene suerte”, que ha estado enfrentado a una serie de catástrofes y hechos desfavorables, aunque no ineluctables cada uno en sí. Es cierto que ninguno de esos hechos estaba escrito de antemano y la historia podría haber evolucionado de otra manera. Por ejemplo, en Rusia, la revolución habría podido ser aplastada por los ejércitos blancos, lo cual habría evitado el desarrollo de la monstruosidad estalinista, el peor enemigo del proletariado en el siglo XX, punta de lanza de la peor contrarrevolución de la historia, cuyos efectos negativos se siguen notando treinta años después de su término. De igual modo, tampoco estaba escrito que los Aliados ganaran la Segunda Guerra mundial, relanzando por largo tiempo la fuerza de la ideología democrática, que es, en los países más desarrollados, uno de los venenos más eficaces contra la conciencia comunista del proletariado. De igual modo, en otra configuración de la guerra, el régimen estalinista podría no haber sobrevivido al conflicto, lo cual habría evitado que el antagonismo entre los bloques apareciera como enfrentamiento entre capitalismo y socialismo. Tampoco habríamos conocido entonces el desmoronamiento del bloque “socialista” cuyas consecuencias ideológicas tanto pesan hoy en las espaldas de la clase obrera.
Sí, pero la acumulación de todos esos obstáculos ante el proletariado a lo largo del siglo XX no podrán nunca ser considerados como una simple sucesión de “infortunios”, sino que son básicamente la expresión de la inmensa dificultad que representa la revolución proletaria.
Un aspecto de esa dificultad viene de la capacidad de la clase burguesa para sacar provecho de las diferentes situaciones que ante ella se presentan, para volverlas sistemáticamente contra la clase obrera. Es la prueba de que la burguesía, a pesar de la prolongada agonía de su modo de producción, a pesar de la barbarie que está obligada a agravar cada día más por el mundo entero, a pesar de la putrefacción de raíz de su sociedad y la descomposición de su ideología, se mantiene vigilante y da pruebas de su inteligencia política cuando se trata de impedir que el proletariado avance hacia la revolución. Una de las razones por las cuales no se realizaron las previsiones de los revolucionarios del pasado sobre el advenimiento de la revolución fue que subestimaron la fuerza de la clase dirigente, especialmente su inteligencia política. Hoy, los revolucionarios no podrán contribuir de verdad al combate del proletariado por la revolución si no saben reconocer esa fuerza política de la burguesía, especialmente ese maquiavelismo que despliega cuando es necesario, si no saben prevenir a los obreros contra todas las trampas que les tiende la clase enemiga.
Pero también hay otra razón más fundamental todavía de la gran dificultad del proletariado para alcanzar la revolución. Es una razón que ya mostró Marx en un pasaje a menudo citado de El 18 de Brumario de Luís Bonaparte: “Las revoluciones proletarias… se critican a sí mismas constantemente, interrumpen a cada instante su propio andar, vuelven hacia atrás constantemente ante la infinita inmensidad de sus propios fines, y eso hasta que por fin se haya fraguado la situación que haga imposible toda vuelta atrás, y que las circunstancias mismas clamen: ¡Hic Rhodus, hic salta!”.
Efectivamente, una de las causas de la gran dificultad de la gran mayoría de los obreros para inclinarse hacia la revolución es el vértigo que les embarga cuando piensan que la tarea es imposible por lo inmensa que es. Efectivamente, la tarea que consiste en derrocar a la clase más poderosa que la historia haya conocido, el sistema que ha hecho dar a la humanidad pasos de gigante en la producción material y el dominio de la naturaleza, aparece como algo imposible. Pero lo que más vértigo produce en la clase obrera es la inmensidad de una tarea que consiste en edificar una sociedad totalmente nueva, por fin liberada de los males que abruman a la sociedad humana desde sus orígenes, la penuria, la explotación, la opresión, las guerras.
Cuando los prisioneros o los esclavos llevaban permanentemente cadenas en los pies, tanto se acostumbraban a esa traba que acababan teniendo el sentimiento que no podrían volver a andar sin sus cadenas y a veces se negaban a que les fueran retiradas. Es un poco lo que le ocurre al proletariado. Aun cuando lleva en sí la capacidad de liberar a la humanidad, todavía le falta la confianza para encaminar sus pasos conscientemente hacia ese objetivo.
Pero se acercará el momento en que “las circunstancias mismas clamen: ¡Hic Rhodus, hic salta!”. Si queda en manos de la burguesía, la sociedad humana no alcanzará el próximo siglo, si no es hecha trizas y ya sin nada que pueda llamarse humano. Mientras este extremo no se haya alcanzado, mientras haya un sistema capitalista, incluso hundido en la más profunda de sus crisis, habrá necesariamente una clase explotada, el proletariado. Y permanecerá por consiguiente la posibilidad de que éste, acuciado por la quiebra económica total del capitalismo, supere al fin sus vacilaciones para lanzarse a la tarea inmensa que la historia le ha confiado, la revolución comunista.
Fabienne.
[1] Ver nuestro artículo: “Alemania del Este: la insurrección obrera de junio de 1953” en la Revista internacional nº 15.
[2] Ver nuestro artículo: “Lucha de clases en Europa del Este (1920-1970)” en la Revista internacional nº 27.
[3] Puede también leerse nuestro folleto La Decadencia del capitalismo.
[4] “Así, de los hechos mismos, él [Marx] extrajo un enfoque perfectamente claro de lo que hasta entonces no había hecho sino deducir, un poco a priori, materiales insuficientes: a saber, que la crisis comercial mundial de 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de Febrero [París] y de Marzo [Viena y Berlín] y que la prosperidad industrial vuelta poco a poco desde mediados de 1848 y llegada a su apogeo en 1849 y 1850, fue la fuerza vivificadora en la que la reacción europea encontró un nuevo vigor” (Engels, “Prefacio” de 1895 a Las Luchas de clases en Francia).
[5] Ese fue, en particular, el caso del ideólogo de las revueltas estudiantiles de los años 1960, Herbert Marcuse, el cual consideraba que la clase obrera ya no podía ser una fuerza revolucionaria y que la única esperanza de trastorno de la sociedad venía de sectores marginales de ella, como los negros o los estudiantes en Estados Unidos o los campesinos pobres del Tercer mundo.
[6] Ese cuadro ha sido objeto de numerosos artículos de esta Revista internacional. Señalemos, en particular, la parte del “Informe sobre la lucha de clases del XIII congreso de la CCI”, publicado en la Revista nº 99.
[7] Ese cuadro ha sido objeto de numerosos artículos de esta Revista internacional. Señalemos, en particular, la parte del “Informe sobre la lucha de clases del XIII congreso de la CCI”, publicado en la Revista nº 99.
[8] Ver nuestra serie de artículos: “Treinta años de crisis abierta del capitalismo”, en los números 96, 97 y 98 de esta Revista internacional.
[9] “Revolución comunista o destrucción de la humanidad”, Manifiesto del IXo Congreso de la CCI.
[10] “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional nº‑62, 1990.
[11] “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este”, y “Dificultades en aumento para el proletariado”, Revista internacional nº 60 (1990).
[12] “Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este” Revista internacional nº 60, 1990.
[13] “Resolución sobre la situación internacional del VIº congreso de la CCI”, Revista internacional nº 44, 1986.
No existe ni una organización internacional de la burguesía, OMC, Banco mundial, OCDE o FMI, que no haga alarde de sus preocupaciones de hacerlo todo por un “desarrollo duradero”, preocupada por el porvenir de las generaciones futuras. No existe ni un solo Estado que no proclame su preocupación de respetar el medio ambiente. No existe ni una sola organización no gubernamental (ONG) con vocación ecologista que no se entregue a fondo en manifestaciones, peticiones, memorándums de todo tipo. Y tampoco existe un periódico de la burguesía que no se descuelgue con su artículo pseudocientífico sobre el calentamiento global del planeta. Todo ese personal – ¡no dudemos de sus buenas intenciones! – se dio cita en La Haya del 13 al 25 de noviembre del 2000 para definir las modalidades de aplicación del protocolo de Kioto ([1]). Nada menos que 2000 delegados representantes de 180 países, rodeados de 4000 observadores y periodistas, tenían supuestamente la responsabilidad de elaborar por fin la milagrosa receta para acabar con los desarreglos climáticos. ¿Resultado? ¡Nada! Menos que nada, sino una prueba más de que para la burguesía, las consideraciones sobre la supervivencia de la humanidad pasan, muy lejos, por detrás de la defensa de cada capital nacional.
Hace ya diez años, publicamos un artículo “Ecología: Es el capitalismo quien contamina el planeta” (Revista internacional no 63, 1990) que afirmaba: “el desastre ecológico es ahora una amenaza tangible para el ecosistema del planeta”. Debemos afirmar que hoy el capitalismo ha concretado esa amenaza. A lo largo de los años 90, el saqueo del planeta ha proseguido con ritmo acelerado: deforestación, erosión del suelo, contaminación tóxica del aire que respiramos, de las corrientes subterráneas y de los mares y océanos, saqueo de los recursos fósiles naturales, diseminación de materias químicas o nucleares, destrucción de especies animales y vegetales, explosión de enfermedades infecciosas, y, en fin, subida continua del promedio de temperatura en la superficie del globo (7 de los años más cálidos ¡ del milenio ! pertenecen a la década de los 90). Los desastres ecológicos se combinan entre sí cada día más, son más globales, tomando a menudo un carácter irreversible, cuyas consecuencias a largo plazo son difícilmente previsibles.
Si la burguesía ha demostrado ampliamente que era totalmente incapaz de ni siquiera frenar un poco esa demencia destructora, sí ha demostrado, sin embargo, su capacidad para ocultar sus propias responsabilidades tras una multitud de tapaderas ideológicas. Se trata para ella – cuando no las ignora pura y simplemente – de presentar las calamidades ecológicas como ajenas a la esfera de las relaciones sociales capitalistas, ajenas a la lucha de clases. De ahí todas esas falsas alternativas, desde las medidas gubernamentales hasta los discursos “antimundialización” de las ONG, que tienen como objetivo oscurecer la única perspectiva que puede permitir a la humanidad salir de esta pesadilla: el derrocamiento revolucionario por la clase obrera del modo de producción capitalista.
Resulta claro para los revolucionarios que la causa está en la lógica productivista propia del capitalismo, como ya lo analizó Carlos Marx en El Capital: “Acumular para seguir acumulando, producir para seguir produciendo, ésa es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del periodo burgués. Y‑no se ha hecho la menor ilusión en‑cuanto a los dolores del parto de la‑riqueza: pero ¿ para qué sirven esos‑lamentos que no cambian nada a las‑fatalidades históricas ?” (Libro I – Cap.‑XXIV). Ahí están la lógica y el cinismo sin límites del capitalismo: la verdadera finalidad de la producción capitalista está en la acumulación del capital y no en la satisfacción de las necesidades humanas. Importa poco entonces el destino del planeta, de la humanidad y menos aún el de la clase obrera. Con la saturación global de los mercados, que se hizo efectiva en 1914, el capitalismo entró en su fase de decadencia. O sea que la acumulación del capital se ha vuelto cada día más conflictiva, más convulsiva. Desde entonces, “la destrucción del medio ambiente adquiere otra dimensión y otra cualidad […] Estamos en una época en la que todas las naciones capitalistas están obligadas a competir entre sí dentro de un mercado supersaturado, una época, en consecuencia, de permanente economía de guerra, con un crecimiento desproporcionado de la industria pesada. Una época caracterizada por la irracionalidad, por la multiplicación inútil de complejos industriales en cada unidad nacional, […] la aparición de megalópolis […] el desarrollo de tipos de agricultura que han sido tan dañinas ecológicamente como la mayoría de los tipos de industria” (Revista internacional no 63). Esta tendencia ha dado un salto al entrar el capitalismo en la fase terminal de su decadencia, la de la descomposición, que caracteriza desde hace unos veinte años la putrefacción de raíz del sistema en la medida en que ni el proletariado ni la burguesía han logrado hasta ahora imponer su solución, o sea, revolución proletaria o guerra generalizada.
El capitalismo ha puesto el caos y la destrucción en el orden del día de la historia. Las consecuencias para el medio ambiente son catastróficas. Es lo que vamos a ilustrar (aunque muy parcialmente porque innumerables son los destrozos), mostrando cómo la burguesía enciende sistemáticamente contrafuegos ideológicos para se extravíen hacia callejones sin salida todos aquellos que se plantean legítimamente qué habría que hacer para acabar con este bestial ciclo de destrucción.
Tanto su carácter mundial como la dimensión de sus implicaciones dan a la cuestión de los trastornos climáticos una importancia de primer orden. No es por casualidad si la burguesía ha hecho de esta cuestión uno de los ejes mayores de sus campañas mediáticas. Pueden seguir pretendiendo los pedantes que “en lo que toca a la meteorología o la climatología, el hombre es de poca memoria” (le Monde, 10/9/2000) o ir acusando de terrores milenaristas; este tipo de actitud, al que nunca renuncia totalmente la burguesía, defiende implícitamente el statu quo, su posición dominante, el sentimiento de estar “protegido”. Pero no puede el proletariado permitirse semejante lujo. Físicamente, siempre son los obreros y las capas más miserables de la población mundial las que sufren en sus carnes las consecuencias espeluznantes de las perturbaciones globales en el ciclo de vida terrestre que son provocadas por el aprendiz de brujo capitalista.
El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), encargado de hacer la síntesis de los trabajos científicos sobre cuestiones climáticas, recuerda en su “Informe para responsables” del 22 de octubre del 2000, los datos fundamentales observados, que expresan todos ellos una ruptura cualitativa en la evolución del clima: “La temperatura media de la superficie ha subido de 0,6 ºC desde 1860 [...]. Recientes análisis indican que el siglo XX ha sufrido probablemente en el hemisferio Norte el recalentamiento más importante de todos los siglos desde hace mil años [...]. La superficie del manto de nieve ha disminuido un 10 % desde finales de los 60 y el período de hielo de lagos y ríos ha disminuido en el hemisferio Norte en unas dos semanas durante el siglo XX [...]. Disminución de la capa de hielo en el Ártico en un 40 % [...]. El nivel de los mares ha subido un promedio de 10 a 20‑centímetros durante el siglo XX [...]. El ritmo de aumento del nivel de los mares durante el siglo XX ha sido diez veces más importante que durante los pasados 3000 años [...]. Las precipitaciones han aumentado entre 0,5 y 1 % por década durante el siglo XX para la mayoría de los continentes de latitud media o alta en el hemisferio Norte. Las lluvias han disminuido en la mayoría de tierras intertropicales”.
La ruptura aun es más patente si se toman en consideración las concentraciones de gases llamados “de efecto invernadero” ([2]), puesto que “desde el principio de la era industrial, la composición química del planeta ha sufrido una evolución sin precedentes” ([3]), lo que no puede negar el informe del IPCC: “Desde 1750, la concentración atmosférica de gases carbónicos (CO2) ha subido un tercio. La concentración actual nunca había sido superada desde hace cuatrocientos veinte mil años y probablemente tampoco durante los veinte millones de años pasados [...]. El nivel de concentración de metano (CH4) en la atmósfera se ha multiplicado por 2,5 desde 1750 y sigue creciendo”. O sea que ha sido esencialmente durante el siglo XX, y más particularmente en las décadas pasadas y no desde 1750 cuando han sido observados estos cambios.
El simple hecho de poder poner en paralelo la duración del periodo de decadencia del capitalismo con periodos que cubren centenas de miles cuando no millones de años, ya es de por sí la más poderosa acta de acusación que se pueda lanzar a la cara de la dejadez e irresponsabilidad demencial del capitalismo como modo de producción, puesto que resulta incontestable que las alteraciones son el resultado directo de la actividad salvaje y anárquica de la industria y de los transportes de combustión fósil. No hace falta recordar aquí que, aunque durante este mismo periodo el capitalismo ha desarrollado considerablemente sus capacidades productivas, ni la clase obrera ni la mayoría de la población del planeta han disfrutado de esos progresos. Desde este punto de vista, el balance social y humano de la decadencia capitalista, hecho de guerras y de miseria, es peor aún que el balance “climático”, y en nada puede servirle a la burguesía como circunstancia atenuante ([4]).
Por otra parte, el que el Informe del IPCC señale que “las pruebas de una influencia humana sobre el clima global son mayores ahora que cuando el segundo Informe” de 1995 sólo sirve para disculpar a la burguesía, la cual no ha hecho más que manipular el discurso científico durante los años 90, planteando voluntariamente las malas preguntas. Así es como, tras haber admitido el recalentamiento (y con mucho retraso respecto a los estudios científicos), la pregunta de la burguesía fue: ¿qué prueba formal tenemos de que ese recalentamiento se debe a la actividad industrial y no a un ciclo natural?. Planteado así, resulta muy difícil contestar científicamente. Pero lo que siempre ha sido particularmente flagrante es la ruptura cualitativa en la evolución observada del clima descrita más arriba, cuando las tendencias cíclicas del clima (perfectamente conocidas y modeladas al estar dirigidas con parámetros astronómicos tales como las variaciones de la órbita terrestre, la inclinación del eje de rotación de la Tierra, etc.) nos colocan precisamente en un periodo de glaciación relativa iniciado hace mil años y que todavía debe durar unos 5000. Y por si no es suficiente, dos parámetros más van en el sentido del enfriamiento: el ciclo de actividad solar y el aumento de partículas en la atmósfera... aumento también debido a la contaminación industrial (y a las erupciones volcánicas...). Así queda patente la hipocresía de‑la burguesía que exige “pruebas”. Ahora que resulta difícil negar el origen capitalista del recalentamiento, la nueva pregunta que preocupa a los medios
burgueses es: ¿puede demostrarse formalmente el vínculo entre este recalentamiento y fenómenos observados recientemente (ciclón Mitch y Eline, tormentas en Francia, inundaciones en Venezuela, Gran Bretaña, etc.)? Una vez más, la comunidad científica tiene dificultades para contestar a esa pregunta tan poco... científica, cuyo único objetivo es sembrar la idea de que en fin de cuentas, el recalentamiento no tendría consecuencias sensibles: organismos oficiales como la Meteorología nacional francesa contestan con fórmulas jesuíticas de lo más alambicado: “No está demostrado que los recientes incidentes extremos sean la manifestación de un cambio climático, pero cuando éste sea plenamente perceptible es verosímil que pueda venir acompañado de un aumento de incidentes extremos.”
Y los cambios climáticos venideros son de lo más inquietante, también según el IPCC: “el aumento promedio de la temperatura de la superficie se supone que será un 1,5 a 6 °C [...] este aumento no tendría ningún precedente durante los 10 000 años pasados”, mientras la subida de los mares alcanzaría unos 0,47 metros de promedio, “o sea entre 2 y 4 veces el aumento de nivel observado durante el siglo XX”. Hemos de añadir que estas previsiones no toman en cuenta el ritmo real de la deforestación (siguiendo con el ritmo actual, todos los bosques habrán desaparecido en 600 años). Por terribles y mortíferas que fueran las probables consecuencias de estas variaciones climáticas en términos de inundaciones, ciclones en ciertas áreas y sequía en otras, como también en términos de penuria de agua potable, de desaparición de especies animales, etc., para el director del Instituto francés de investigaciones médicas “ése no es el peligro principal. Es la dependencia del hombre respecto a su entorno. Las migraciones, la superconcentración humana en un ámbito urbano, la disminución de las reservas de agua, la contaminación y la pobreza siempre han sido condiciones propicias para la difusión de microorganismos infecciosos [pero ¡si es el capitalismo quien ha desarrollado las grandes concentraciones, la pobreza y la contaminación!]. Ahora bien, la capacidad reproductora e infecciosa de varios insectos y roedores, vectores de parásitos o de virus, depende de la temperatura y humedad del medio. En otros términos, una subida de la temperatura, por pequeña que sea, abre las puertas a una expansión de numerosos agentes patógenos tanto para el animal como para el hombre. Y así, enfermedades parasitarias tales como el paludismo, la esquistosomiasis o la enfermedad del sueño, infecciones vírales como el dengue, ciertas encefalitis y fiebres hemorrágicas, han ido ganando terreno estos años pasados. Han vuelto a zonas en que habían desaparecido, pero también afectan ahora a regiones que nunca habían estado afectadas [...]. Las proyecciones para el año 2050 muestran que 3 mil millones de seres humanos vivirán amenazados por el paludismo [...]. También del mismo modo se multiplican las enfermedades transmitidas por el agua. El recalentamiento de las aguas dulces favorece la proliferación de microbios. El de las aguas saladas – en particular cuando están enriquecidas por corrientes humanas – permite al fitoplancton, auténtico vivero de bacilos, reproducirse de forma acelerada. El cólera, que había desaparecido prácticamente de Latinoamérica a partir de los 60, mató a 1 368 053 personas entre 1991 y 1996. Al mismo tiempo, surgen nuevas infecciones o van más allá de los nidos ecológicos en que habían quedado relegadas [...]. La medicina está desarmada, a pesar de sus progresos, ante la explosión de varias patologías. La epidemiología de enfermedades infecciosas [...] puede tomar nuevos aspectos durante el siglo XXI, con la expansión en particular de zoonosis, infecciones transmisibles del animal vertebrado al hombre y viceversa” (Manière de Voir n°50, p. 77).
A tal nivel de responsabilidad histórica, la respuesta ideológica de la burguesía ha sido organizar descomunales verbenas hipermediatizadas, desde la Conferencia de la Tierra en Río en 1992 hasta La Haya, pasando por Kioto y Berlín, para hacernos tragar que la clase dominante habría tomado por fin conciencia de los peligros que amenazan el Planeta. El fraude funciona a varios niveles.
Para empezar, darnos la ilusión de que si se alcanzaran los objetivos decididos en Kioto sería un primer paso significativo. Ahora bien, no solo es evidente que no se alcanzarán esos objetivos, sino que, aunque así fuese, es tan ridículo el ritmo decidido que no disminuiría en nada la actual tendencia al recalentamiento. Esto deja patente que todas las ONG, al igual que todos los partidos ecologistas, que se comprometen a fondo en esas discusiones sobre la aplicación del protocolo de Kioto, forman parte de esta mistificación. En nada puede tratarse de un paso hacia adelante, en el mejor de los casos sería un paso de lado.
En segundo lugar, hacernos creer que si los Estados no siempre logran ponerse de acuerdo, es porque tienen una visión diferente de los medios para alcanzar el objetivo común de disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero. En realidad, cada capital nacional defiende sus intereses e intenta imponer en las negociaciones normas de producción que estén lo más cerca posible de las suyas propias, con sus capacidades tecnológicas, con su modo de abastecimiento energético, etc. Por ejemplo, ni Francia ni Estados Unidos respetan los compromisos de Kioto (las emisiones de gas carbónico han aumentado un 11 % en EEUU y un 6,5 % en Francia); sin embargo cuando el presidente francés Chirac declara que “la esperanza de una limitación eficaz de los gases de efecto invernadero está ahora en manos americanas” (le Monde, 20/11/2000), ha de traducirse: “en la guerra comercial que nos opone, nos gustaría ponerles unos grillos atados a los pies”. Lo mismo ocurre con la puesta en marcha de un sistema de “observación” exigido por la Unión Europea para multar a quienes sobrepasaran sus cuotas de contaminación (o sea que no se trata en absoluto, dicho sea una vez más, de impedirla). Ya puestos a ello, ¡que pidan a EEUU que financie Airbus y limite la producción de Boeing ! La cosa es todavía más sencilla para los países del Tercer mundo: el peso de la crisis, de la deuda y de la miseria han sistematizado el saqueo de los recursos naturales, dejando hacer lo que les dé la gana a las grandes compañías occidentales que alimentan la corrupción local. Se trata de una realidad que el capitalismo es incapaz, por definición, de superar. En el marco capitalista, todo apoyo a unas medidas con respecto a otras implica favorecer a unos Estados contra otros.
Y para terminar, la última falsificación tan del gusto de los reformistas de todo jaez: la idea de que hay que luchar a favor de un capitalismo limpio, respetuoso del medio ambiente, sin competencia, un capitalismo de ensueño. Esta santa cruzada se hace en nombre de la antimundialización y dirige sus súplicas desgarradas al Estado para que éste legisle, imponga tasas, presione a las malditas multinacionales. Ocurre como con la legislación del trabajo, la cual no cambia para nada ni la explotación capitalista, ni el desempleo, ni la miseria y ni siquiera impide no ser respetada cuando le interesa a la burguesía. No existe legislación, obligación fiscal o cualquiera que sea la medida con pretensiones ecologistas que no sea perfectamente asimilable por el capitalismo, y hasta favorable a la modernización del aparato productivo, cuando no se trata pura y sencillamente de una forma disfrazada de proteccionismo o de una justificación cómoda de medidas antiobreras (despidos por cierre en empresas contaminadoras, bajada de sueldos para absorber los costos de la normalización, etc.). Desde este punto de vista, los llamados “impuestos ecológicos” (contamino pero pago... un poquito) y el mercado de los permisos para emitir gases cuyo principio ha sido admitido, ¡demuestran el camino por el que va el realismo capitalista en materia de lucha contra la contaminación y el recalentamiento global!
Por eso los partidarios de la ecología política y las ONG más coherentes acaban justificando las medidas necesarias desde el punto de vista de la rentabilidad misma del capital y no es extraño verlos integrar, con función de consultantes, los centros de decisión de la burguesía. Resulta evidente en lo que concierne los partidos “verdes”, presentes en varios gobiernos de Europa (Francia, Alemania), pero también lo es para las ONG como el World Conservation Monitoring Centre, que se ha convertido en verdadera antena de Naciones Unidas, defendiendo que “las políticas y medidas referentes al cambio climático han de tener una relación eficacia/gastos para garantizar beneficios globales al menor costo posible”. En este mismo sentido, el distribuidor de la ideología antimundialización (o sea anti-EEUU) en Francia, le Monde diplomatique, se indigna de que “el impacto combinado de los costos sociales del transporte automóvil – ruido, contaminación del aire, consumo de espacio y ausencia de seguridad – podría alcanzar hasta el 5 % del producto nacional bruto (PNB)” (Manière de voir, no 50, p. 70). Esta conversión al realismo ecológico también puede manifestarse como una ayuda efectiva al Estado, como lo hemos podido ver con Greenpace que ofreció sus servicios tras el naufragio del carguero Ievoli-Sun frente a las costas francesas en noviembre del 2000.
Es una característica de todas las corrientes ecológicas, sean ONG o partidos, el hacer del Estado capitalista el garantizador de los intereses comunes. Su modo de acción es fundamentalmente a-clasista (puesto que todos estamos concernidos) y democrático (también son los campeones de la democracia local): sería la presión popular, la reacción ciudadana, la que debe imponer al Estado (lo suponemos sinceramente emocionado por semejante movilización) tomar las medidas a favor del medio ambiente. Ni falta hace decir que esa contestación, que ni cuestiona los fundamentos del modo de producción capitalista ni el poder político de la clase dominante, es totalmente asimilable por la burguesía. Y en cuanto a muchos que no se creen estos cuentos de hadas, pero que se desmoralizan también esto acaba siendo una victoria para la burguesía.
Ya hemos visto que es totalmente ilusorio pensar que puedan existir mecanismos integrados al capitalismo que permitan acabar con los desastres ecológicos ([5]), tanto más cuando estos son el resultado del funcionamiento más propio del capitalismo. Son las relaciones sociales capitalistas lo que hay que destruir para imponer una sociedad en la que la satisfacción de las necesidades del hombre, en el mismo cogollo del modo de producción, no se haga a costa del entorno natural, puesto que ambos, hombre y naturaleza, están indisociablemente vinculados. Solo el proletariado podrá llevar a cabo la instauración de esa sociedad, la sociedad comunista, pues es la única fuerza social capaz de desarrollar una conciencia y una práctica que tienden a “revolucionar el mundo existente” y a “trasformar prácticamente el estado de las cosas” (Marx, La Ideología alemana).
Desde su aparición como teoría revolucionaria del proletariado, el marxismo se afirmó opuesto a la ideología burguesa, incluso contra sus concepciones materialistas más avanzadas, que no veían en la naturaleza más que un objeto exterior al hombre y no una naturaleza histórica. El dominio de la naturaleza jamás ha tenido para el proletariado el sentido saqueo de la naturaleza: “A cada paso se nos recuerda que no reinamos en absoluto sobre la naturaleza como un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien ajeno a la naturaleza – sino que nosotros, con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, existimos en ella, y que toda nuestra superioridad estriba en que tenemos la ventaja sobre las demás criaturas de ser capaces de entender sus leyes y aplicarlas correctamente” (Engels, Dialéctica de la naturaleza).
Sin embargo, es evidente que la toma de conciencia de la gravedad de los problemas ecológicos no puede ser por sí mismo un factor de movilización en las luchas que la clase obrera tendrá que librar hasta el triunfo de la revolución comunista. Como ya lo afirmábamos en la Revista internacional no 63, y los 10 años pasados no han hecho sino confirmarlo, “la cuestión como tal no le permite al proletariado afirmarse como fuerza social distinta. Al contrario, […] le ofrece a la burguesía un pretexto ideal para sus campañas interclasistas […]. La clase obrera no podrá dedicarse a solucionar la cuestión ecológica hasta que no se haya hecho con el poder político en todo el mundo”.
Sin embargo, las aberraciones del sistema capitalista en descomposición también afectan a los proletarios (salud, alimentación, vivienda...) y de esta forma pueden convertirse en factor de radicalización en la luchas económicas venideras.
Para todos aquellos que, aun no perteneciendo a la clase obrera pero sinceramente opuestos e indignados por la destrucción del planeta, la única perspectiva constructiva para su indignación es la de hacer la crítica de la ideología ecologista, y responder a la invitación del Manifiesto comunista alzándose hasta la comprensión general de la historia de la lucha de clases, incorporándose al combate del proletariado en sus organizaciones revolucionarias.
La destrucción del entorno no es un problema técnico sino político: el capitalismo es hoy más que nunca un verdadero peligro mortal para la humanidad, y hoy más que nunca el porvenir está en manos del proletariado. No se trata de una visión mesiánica o abstracta. Es una necesidad que tiene sus raíces en la misma realidad del modo de producción capitalista. Al proletariado no le queda mucho tiempo para cortar el nudo histórico entre socialismo o barbarie. Cuanto más pasa el tiempo, más apocalíptica será la herencia que dejará la descomposición acelerada de la sociedad capitalista y que la sociedad comunista tendrá que solucionar.
Bt
[1] El protocolo de Kioto (diciembre de 1997) es la petición de principio de los Estados que firmaron la convención sobre los cambios climáticos de Río de Janeiro (1992), comprometiéndose a reducir un 5,2 % de aquí a 2010 las emanaciones de gases de efecto invernadero respecto a 1990.
[2] El efecto invernadero es un “proceso [que] da‑una función considerable a los gases minoritarios de la atmósfera (vapor de agua, dióxido de carbono, metano, ozono): al impedir que salgan libremente del planeta las radiaciones infrarrojas terrestres, éstas mantienen suficiente calor cerca del suelo para que el planeta sea habitable (si no, el promedio de temperatura sería –18 °C)” (Hervé Le Trent, director de investigaciones al laboratorio de Meteorología dinámica de París, le Monde, 7‑de agosto del 2000).
3) Hervé Le Trent, idem.
[3] Hervé Le Trent, idem.
[4] Véase el artículo “El siglo más sanguinario de la historia”, Revista internacional nº 101.
[5] No es aquí el lugar para desarrollar las otras caras del desastre ecológico: desertificación y deforestación incontroladas, desaparición de especies animales con todas las pérdidas medicinales potenciales que ello conlleva (de aquí a 2010, 20 % de las especies conocidas habrán desaparecido, una tercera parte de ellas animales domésticos), envenenamiento permanente por la dioxina, utilización masiva de pesticidas tóxicos, penuria de agua potable (cada 8 segundos se muere un niño por falta de agua o debido a su mala calidad), contaminación nuclear militar y civil, saqueo de regiones enteras por la explotación petrolera, agotamiento de los recursos oceánicos, guerras locales, etc. Así como para la cuestión del recalentamiento global, las “soluciones” de la burguesía consisten en disfrazar la realidad tanto como puede y en cualquier caso seguir agravándola.
El artículo de Josep Rebull sobre las Jornadas de mayo del 37, que aquí publicamos, forma parte de un trabajo serio e interesante de Agustín Guillamón sobre la Guerra de España que él nos ha comunicado. Este texto fue publicado en su origen en un Boletín interno de discusión para el Segundo congreso del Comité local de Barcelona del POUM, tras los acontecimientos de mayo del 37. Su publicación hoy participa de la reflexión indispensable que se ha de llevar a cabo sobre la Guerra de España ([1]). Contiene en particular importantes elementos de clarificación en cuanto a la actitud política de la corriente anarquista y del POUM ([2]) durante aquellos trágicos acontecimientos.
Las Jornadas de mayo del 37 fueron efectivamente otra dramática experiencia para la clase obrera. También fueron para los estalinistas y los anarquistas “oficiales” la ocasión de desencadenar una política antiobrera y mostrar que se habían convertido en defensores de los intereses del capitalismo. Durante esas luchas, no fueron sino unos pocos trotskistas en torno a G. Munis así como el grupo anarquista de Los amigos de Durruti los que se pusieron claramente del lado de los obreros de Cataluña.
El artículo de J. Rebull es de gran clarividencia en cuanto al resultado de las Jornadas de mayo y también en cuanto al curso general de la lucha de clases. También merece un homenaje el valor político que demostró, por haber desarrollado un militante del partido – desde el interior – una crítica así a la dirección del POUM.
Josep Rebull ([3]) fue miembro del POUM durante los años 30. Es necesario recordar aquí que este partido se constituyó en 1935 partiendo del BOC (Bloque obrero y campesino) ([4]) de Joaquín Maurín ([5]) al que se añadieron elementos como Andrés Nin ([6]). Éste rompió primero con la Oposición de izquierdas internacional y luego con Trotski en 1934. En el POUM, Maurín conservó el puesto de Secretario general mientras que Nin fue nombrado Secretario político ([7]). Durante la Guerra de España, mientras Maurín se pudría en las cárceles de Franco, Nin participó junto con la CNT y los partidos de la burguesía republicana y catalanista como Esquerra republicana de Lluís Companys y Josep Taradellas en el gobierno de la Generalitat de Cataluña, en tanto que ministro de Justicia. A pesar de sus desacuerdos profundos con la política del POUM durante la Guerra de España, y aunque fue capaz de acercarse un poco a las posiciones de la Izquierda comunista, Josep Rebull jamás fue capaz de romper formalmente con su partido.
Durante el período histórico que va de finales de los 30 a comienzos de los 40, las energías revolucionarias eran particularmente reducidas y aisladas de su clase. Entre ellas estaba la Izquierda italiana que tuvo en aquellos momentos el inmenso mérito de entender cuál era la verdadera dinámica de la situación. Por eso fue a contracorriente de todas las demás tendencias políticas revolucionarias. La Izquierda italiana supo, efectivamente, situarse en una visión histórica con una verdadera comprensión marxista de la realidad de la relación de fuerzas entre las clases y de su evolución; supo situar en el mismo centro de su análisis la noción de curso histórico. Así fue capaz de determinar que éste ya no era favorable a la clase obrera, que se había invertido a finales de los 20 y que, desde entonces, la contrarrevolución y la marcha hacia la guerra imperialista generalizada eran el marco de la situación política internacional.
Esta es la visión política de la que más carece Rebull, por la que su artículo tiene limitaciones políticas importantes. La más grave entre ellas es la ilusión de que la revolución proletaria era posible en España en 1936 y 1937. Defiende la idea de que si hubiese habido una verdadera dirección proletaria durante las Jornadas de mayo del 37, la situación habría podido evolucionar diferentemente. Pero más allá de esas importantes confusiones políticas, queremos saludar este artículo de Josep Rebull y poner de relieve los numerosos elementos de clarificación política, que van mucho más allá de la simple comprensión de los acontecimientos de mayo del 37 en Barcelona.
• En mayo del 37, la burguesía española e internacional ha logrado acallar definitivamente las últimas expresiones proletarias en España. Tras las Jornadas de mayo del 37, la represión está en marcha y puede abatirse sobre la clase obrera española antes de que se inicie la Segunda Guerra mundial. El artículo muestra que las Jornadas de mayo fueron una derrota gravísima para la clase obrera y “un triunfo para la burguesía pseudodemocrática”.
• Reanuda con una visión histórica de flujos y reflujos de la lucha de clases. Como Marx cuando la Comuna de París ([8]), como Lenin durante la Revolución rusa ([9]) o Rosa Luxemburg ([10]) durante la Revolución alemana, analiza en qué momento de la lucha de clases se enmarcan las Jornadas de mayo. Es uno de los pocos del POUM, pero también entre los demás revolucionarios españoles, que da la voz de alarma sobre la necesidad imperiosa de pasar a la clandestinidad tras las Jornadas de mayo. Esta evaluación, la más compleja de diagnosticar para un revolucionario, en qué momento de la lucha se está, es el honor de los marxistas. Es su papel y su función entender el ritmo de la lucha de clases y así decirlo ante su clase. Si ellos no lo asumen no lo asumirá nadie, y de nada servirían.
• No solo crítica al PC español y al PC catalán (el PSUC), sino también a la CNT que actúa apoyando el poder republicano dominado por los estalinistas y la fracción de izquierdas de la burguesía republicana. Sobre la dirección de la CNT, escribe que “el movimiento de Mayo ha demostrado el verdadero papel de los dirigentes anarcosindicalistas. Como todos los reformistas de todas las épocas han sido – consciente o inconscientemente – los instrumentos de la clase enemiga dentro de las filas obreras”.
• Saca lecciones sobre el verdadero papel de los Frentes populares: “En el futuro, la clase obrera no puede tener ya ninguna duda acerca del papel reservado al Frente popular en cada país”.
• Ofrece una perspectiva para la nueva situación creada por el fracaso de las Jornadas de mayo. Contrariamente al POUM que considera que estos acontecimientos son una victoria para la clase obrera, él los ve como una derrota y en este marco los revolucionarios han de prepararse, para poder sobrevivir, a vivir en la clandestinidad.
Rol
Desaparecido el segundo poder en su forma organizada, es decir, desaparecidos los órganos nacidos en julio en oposición al Gobierno burgués, la contrarrevolución, representada actualmente por los partidos pequeñoburgueses y reformistas, ha atacado sucesivamente – primero con cautela y después en forma agresiva – las posiciones revolucionarias del proletariado, principalmente en Cataluña, por ser la región en que más impulso había recibido la revolución.
La potencia de la clase trabajadora estaba neutralizada, en parte, ante estos ataques; por un lado, por la dictadura contrarrevolucionaria de los dirigentes de la UGT en Cataluña, y, por otro lado, por la colaboración de la CNT en los gobiernos burgueses de Valencia y de Barcelona.
No obstante este handicap ([12]), el proletariado ha ido convenciéndose – diferenciándose de sus dirigentes reformistas, colaboradores de la burguesía – de que únicamente su acción enérgica en la calle podía cortar los avances de la contrarrevolución. Los choques armados producidos en diversos lugares de Cataluña durante el mes de abril, fueron el preludio de los sucesos de mayo en Barcelona.
La lucha estaba planteada (y sigue planteada), en términos generales, entre la revolución y la contrarrevolución, en las siguientes condiciones, por lo que respecta a Cataluña:
Los sectores revolucionarios CNT-FAI y POUM contaban con la mayor parte del proletariado en armas, pero han carecido, desde julio acá, de objetivos concretos y de una táctica eficaz. La revolución perdió por eso su iniciativa.
Los sectores contrarrevolucionarios PSUC-Esquerra, sin tener una base tan amplia – casi inexistente en Julio –, han seguido, desde el primer momento, objetivos bien determinados y han llevado una táctica en consecuencia. Mientras la CNT – fuerza numéricamente decisiva – se ha ido enmarañando en el laberinto de las instituciones burguesas, hablando al mismo tiempo de nobleza y lealtad en el trato, sus adversarios y colaboradores han venido preparando cuidadosamente y ejecutando por etapas todo un plan de provocación y desprestigio, cuya primera fase era la eliminación del POUM. Tanto éste como la dirección de la CNT, ante estos ataques – primero solapados y después descaradamente al descubierto –, se han situado a la defensiva. Han permitido, pues, a la contrarrevolución, que tomara la ofensiva.
Es en estas condiciones que se producen los acontecimientos de mayo
La lucha iniciada el [lunes] 3 de mayo fue provocada, episódicamente, por las fuerzas reaccionarias del PSUC-Esquerra, al tratar de apoderarse de la Telefónica en Barcelona. La parte más revolucionaria del proletariado respondió a la provocación tomando posesión de la calle y fortificándose en ella. La huelga se extendió como reguero de pólvora y con una amplitud absoluta.
A pesar de nacer decapitado, este movimiento no puede en manera alguna calificarse de “putsch”. Se puede afirmar que casi todas las armas en manos de los obreros estuvieron presentes en las barricadas. El movimiento fue acogido, durante los dos primeros días, con simpatía por la clase obrera en general – prueba de ello la amplitud, rapidez y unanimidad de la huelga – y sumió a la clase media en actitud de expectante neutralidad, influida, naturalmente, por el terror. Los obreros pusieron en juego toda su combatividad y entusiasmo, hasta constatar la falta de coordinación y objetivo final del movimiento, en cuyo momento cundió la vacilación y la desmoralización en varios sectores combatientes. Únicamente a base de estos factores psicológicos, puede comprenderse que los mismos obreros dejaran de llegar, contra las órdenes de sus dirigentes, hasta el mismo Palacio de la Generalidad, del cual estaban a pocos metros.
Al lado del Gobierno sólo se encontraban una parte de las fuerzas de Orden público, los estalinistas, Estat Català, Esquerra – fuerzas estas últimas escasamente combativas. Algunas compañías de Orden público se declararon neutrales; negándose a luchar contra los obreros, y otras se dejaron desarmar. Las Patrullas de control estuvieron en su aplastante mayoría al lado del proletariado.
No existió un centro director y coordinador por parte de las organizaciones revolucionarias. Sin embargo, la ciudad quedó en tal forma en manos del proletariado que desde el martes podían hacerse perfectamente los enlaces entre los diferentes focos obreros. Únicamente alguno de estos quedó aislado; pero hubiese bastado una ofensiva concentrada sobre los centros oficiales para quedar, sin gran esfuerzo, la ciudad completamente en poder de los obreros ([13]).
La lucha se mantuvo, en general, a la expectativa por ambas partes. Las fuerzas del Gobierno por no contar con efectivos para llevar la iniciativa. Las fuerzas obreras por carecer de dirección y de objetivos.
Como factores ajenos a la ciudad y que podían de un momento a otro incorporarse a la lucha, estaban las fuerzas del frente, dispuestas a venir sobre la capital – fuerzas de los sectores revolucionarios que habían empezado ya por cortar el camino a la División Carlos Marx – y las fuerzas que enviaba el Gobierno de Valencia, las cuales no tenían ciertamente la llegada muy segura. A partir del miércoles había frente a Barcelona varios buques franceses e ingleses, probablemente dispuestos para la intervención.
Las fuerzas proletarias fueron dueñas de la calle cuatro días y medio: del lunes tarde hasta el viernes. Los órganos de la CNT asignaron al movimiento la duración de un día – el martes. Los órganos del POUM le asignaron la duración de tres días. Es decir, cada uno hace terminar el movimiento coincidiendo con su respectiva orden de retirada. Pero, en realidad, los obreros se retiraron DESPUÉS de las órdenes, por falta de una dirección que les señalara una salida progresiva, y, sobre todo, ante la traición de los dirigentes confederales: unos, declarando patéticamente desde la radio; otros colaborando con Companys, según propia declaración de éste: “El Gobierno disponía de pocos medios de defensa, de muy pocos, y no porque no lo hubiera previsto, pero no podía remediarlo. A pesar de ello, ha contenido sin vacilaciones la subversión, con estas únicas fuerzas, asistidas por el fervor popular y con conversaciones iniciadas en la Generalidad con diferentes delegados sindicales, y con la asistencia de algunos delegados de Valencia, iniciándose el retorno a la normalidad” (Hoja oficial, 17 de mayo).
Tal fue, pues, en líneas generales, la insurrección de mayo.
El proletariado llegó a este movimiento de una manera espontánea, instintiva, sin una dirección firme, sin objetivo positivo concreto para avanzar decisivamente. La CNT-FAI, al no explicar a la clase trabajadora claramente el significado de los hechos de abril, dejaron ya decapitado el movimiento al nacer.
No todos los dirigentes confederales estuvieron al principio contra el movimiento. Los Comités de la localidad de Barcelona, no sólo lo apoyaron, sino que intentaron coordinarlo desde el punto de vista militar. Pero esto no podía hacerse sin tener previamente objetivos de carácter político a realizar. La duda y la vacilación de estos Comités se tradujeron, en la práctica, en una serie de instrucciones ambiguas y equívocas, término medio entre la voluntad de la base y la capitulación de los comités superiores.
Únicamente éstos – Comités nacional y regional – expresaron una decisión firme: la retirada. Esta retirada, ordenada sin condiciones, sin obtener el control del Orden público, sin la garantía de batallones de seguridad, sin órganos prácticos de frente obrero, y sin una explicación satisfactoria a la clase trabajadora, poniendo en el mismo saco a todos los elementos en lucha – revolucionarios y contrarrevolucionarios – queda como una de las mayores capitulaciones ante la burguesía y como una traición al movimiento obrero.
Dirigentes y dirigidos no habrán de tardar en tocar las graves consecuencias, si la formación del Frente obrero revolucionario no se lleva a la realidad ([14]).
Fiel a su línea de conducta desde el 19 de julio, la Dirección del POUM fue a remolque de los acontecimientos. A medida que éstos iban produciéndose, nuestros dirigentes iban suscribiéndolos, a pesar de no haber tomado parte ni arte ni en la declaración del movimiento ni en su encauzamiento ulterior. No puede titularse como encauzamiento la consigna – con retraso y en malas condiciones de difusión – de Comités de defensa, sin decir ni una palabra acerca del papel antagónico de estos Comités frente a los Gobiernos burgueses.
Desde el punto de vista práctico, todo el mérito de la acción queda en favor de los comités inferiores y de la base del partido. La dirección no editó ni un solo manifiesto, ni una sola octavilla, en los primeros días, para orientar al proletariado en armas.
Cuando – lo mismo que los que luchaban en las barricadas – nuestros camaradas dirigentes se dieron cuenta de que el movimiento no iba concretamente a la consecución de ningún objetivo final, dio la orden de retirada ([15]). Después del curso de los acontecimientos, sin la decisión de dirigirlo desde el principio, y ante la capitulación de los dirigentes confederales, la orden de retirada tendía evidentemente a evitar la masacre.
Con todo y esta falta de orientación por parte de nuestros dirigentes, la reacción les presenta como directores e impulsores del movimiento. Es, desde luego, un honor que se les hace, del todo inmerecido, a pesar de que ellos lo rechacen apelando a que se trata de una calumnia ([16]).
Para todos aquellos que creían en el Frente popular como la salvación de la clase trabajadora, este movimiento ha sido altamente aleccionador. Movimiento provocado precisamente por los componentes del Frente popular y aprovechado por ellos para reforzar el aparato represivo de la burguesía, ha quedado como la prueba más contundente de que el Frente popular es un frente contrarrevolucionario que, al impedir el aplastamiento del capitalismo – causa del fascismo – prepara el camino a éste, mientras reprime por otro lado todo intento de llevar la revolución hacia adelante.
La CNT, apolítica hasta el 19 de julio, cayó – al entrar en la arena política – en la trampa del Frente popular, habiendo de costar esta desgraciada experiencia, nuevos ríos de sangre proletaria.
Para las posiciones políticas del POUM anteriores al 19 de julio, esta diferenciación brutal del Frente popular, constituye un triunfo teórico, puesto que lo había previsto y prevenido.
Con respecto al estalinismo, por primera vez se ha desenmascarado como enemigo abierto de la revolución proletaria, habiéndose situado al otro lado de la barricada, luchando contra los obreros revolucionarios y en favor de la burguesía del Frente popular, del cual es el estalinismo el creador y principal valedor.
{En el} futuro, la clase obrera no puede tener ya ninguna duda acerca del papel reservado al Frente popular en cada país.
El temor de ciertos sectores durante el movimiento de mayo sobre el peligro de intervención armada de parte de Inglaterra y Francia, indica una falta de comprensión del papel jugado hasta la fecha por dichas potencias.
La intervención anglo-francesa contra la revolución proletaria española ya existe desde hace meses, de forma más o menos encubierta. Esta intervención consiste en el dominio ejercido por dichos imperialismos, a través del estalinismo, sobre los gobiernos de Valencia y Barcelona; consiste en la reciente lucha – siempre a través del estalinismo – dentro del gobierno de Valencia, que terminó con la eliminación de Largo Caballero y de la CNT, consiste, en fin, en los acuerdos de “no-intervención” sólo observados y cumplidos cuando de favorecer al proletariado hispano se trata. La intervención abierta mediante envíos de buques de guerra y tropas de ocupación sólo cambiaría la forma de intervención. Esta intervención, abierta o encubierta, habrá que vencerla o nos vencerá.
Al igual que cualquiera revolución obrera, la nuestra no sólo tiene y tendrá necesidad de eliminar a nuestros explotadores nacionales, sino también la ineludible de luchar por la derrota de toda tentativa intervencionista del capitalismo internacional. No puede haber revolución victoriosa sin afrontar y vencer este aspecto de la guerra. Pretender soslayarlo, equivale a renunciar a la victoria, pues nunca los imperialistas dejarán voluntariamente de tratar de intervenir en nuestra revolución.
Una justa política internacional por parte de los revolucionarios españoles puede despertar en nuestro favor al proletariado de aquellos países que quieran movilizarlo contra el proletariado español, e incluso revolverlo contra su propio gobierno. Tal es el ejemplo de la Revolución rusa de 1917.
Planteado el movimiento espontáneamente, podían tomarse principalmente dos posiciones sobre la marcha [excluimos la inhibición]: a) Considerarlo como un movimiento de protesta, en cuyo caso había que señalar rápidamente un plazo corto y tomar las medidas en consecuencia para evitar sacrificios inútiles. En julio de 1917, los dirigentes bolcheviques se esforzaron en detener el movimiento prematuro del proletariado de la capital y no por eso mermó su prestigio, pues supieron justificar la resolución tomada.
b) Considerar el movimiento como decisivo para la conquista del poder, en cuyo caso el POUM, en tanto que único partido marxista revolucionario, había de haberse puesto de una manera resuelta, firme, inquebrantable, a la dirección del movimiento para coordinarlo y dirigirlo. Para ello no bastaba, naturalmente, esperar encontrarse por casualidad constituido en Estado mayor de la revolución, sino que era preciso actuar rápidamente, ampliar el frente de lucha, extenderlo por todo Cataluña, proclamar sin rodeos que el movimiento iba dirigido contra el Gobierno reformista, aclarar desde el primer momento que los Comités de defensa y su Comité central debían constituirse sin dilación, constituirlos, fuese como fuese, para pasar a ser los órganos de poder FRENTE AL GOBIERNO DE LA GENERALIDAD, y atacar sin demora los lugares estratégicos aprovechando las largas horas de desconcierto y de pánico que atravesaron nuestros adversarios.
Pero si el temor manifestado en la dirección del Partido a enfrentarse con los dirigentes confederales desde el comienzo –después era tarde –, es un caso de renuncia a costa del partido, es decir, contrario a las primeras medidas adoptadas al estallar el movimiento y contrario a la independencia política del POUM, la posible excusa de que el partido no estaba en condiciones de asumir la dirección no es menos contraria a los intereses del mismo, puesto que el POUM solamente podrá jugar el papel de verdadero partido bolchevique, tomando la dirección y no precisamente declinando por “modestia” la orientación resuelta de los movimientos de la clase trabajadora. No es suficiente para el partido que se llama de la revolución estar al lado de los trabajadores en lucha, sino que es preciso situarse en vanguardia.
De no haber titubeado, de no haber esperado una vez más el criterio de los elementos trentistas de la dirección confederal, el POUM, aun en el caso de derrota, de persecución y de ilegalidad hubiese salido enormemente fortalecido de esta batalla.
El único grupo que intentó tomar una posición de vanguardia fue el de los Amigos de Durruti, que sin adoptar consignas totalmente marxistas, tuvieron y tienen el indiscutible mérito de haber proclamado que luchaban – e invitaron a luchar – CONTRA EL GOBIERNO DE LA GENERALIDAD.
Los resultados inmediatos de esta insurrección obrera representan una derrota para la clase trabajadora y un nuevo triunfo para la burguesía seudodemocrática ([17]). Pero una actuación más eficaz, más práctica en la dirección de nuestro partido, podría haber resultado una victoria cuando menos parcial de los obreros. En el peor de los casos se podría haber organizado un Comité central de defensa, a base de las representaciones de las barricadas. Para esto hubiese bastado celebrar primero una asamblea de delegados de cada barricada del POUM y alguna que otra de la CNT-FAI, para nombrar un Comité central provisional. Este Comité provisional, mediante un pequeño manifiesto podría haber luego convocado a una segunda reunión invitando a delegaciones de grupos que no estaban representados en la primera asamblea, a fin de establecer un organismo central de defensa. En el caso de haber estimado también una retirada, habría sido posible conservar este Comité central de defensa, como órgano embrionario del doble poder, es decir, como un Comité provisional del Frente obrero revolucionario, que mediante su democratización por medio de la creación de Comités de defensa en los lugares de trabajo y en los cuarteles, habría podido continuar la lucha con más ventaja que ahora contra los gobiernos burgueses ([18]).
Pero no podemos excluir una variante infinitamente más favorable. Una vez constituido el Comité central de defensa, en la forma indicada, habría sido quizás posible la toma del poder político. Las fuerzas burguesas – desmoralizadas y rodeadas en el centro de Barcelona – podrían haber sido vencidas mediante una ofensiva rápida y organizada.
Naturalmente, este poder proletario en Barcelona, habría repercutido en todo Cataluña y muchos lugares de España. Todas las fuerzas del capitalismo nacional e internacional se habrían aprestado para destrozarlo. Su destrucción habría sido inevitable, sin embargo, si no se hubiese fortalecido inmediatamente por los medios siguientes:
a) la rápida resolución del POUM para actuar como vanguardia marxista revolucionaria, capaz de orientar y dirigir el nuevo poder en colaboración con los otros sectores activos de la insurrección;
b) la organización del nuevo poder a base de los Consejos de obreros, campesinos y combatientes, o lo que es lo mismo, a base de Comités de defensa democráticamente constituidos y debidamente centralizados;
c) la extensión de la revolución por toda España, mediante una rápida ofensiva en Aragón;
d) la solidaridad de los obreros de los demás países. Sin estas condiciones la clase obrera catalana no habría podido mantenerse por mucho tiempo en el poder.
Digamos, para finalizar este apartado, que las hipótesis aquí formuladas tienden a aportar datos a la discusión general que las Jornadas de mayo están destinadas a suscitar durante largo tiempo en los medios revolucionarios.
1. La clase obrera continúa en una situación defensiva en condiciones peores que antes de la insurrección de mayo. Podría haber iniciado su ofensiva en mayo, si la traición y la capitulación no hubiesen determinado una derrota parcial, que no significa [aún] una derrota definitiva para la actual revolución. Los trabajadores poseen más armas que antes de las Jornadas de mayo, y si no se dejan arrastrar a una lucha prematura por la provocación, podrán estar nuevamente en condiciones de tomar la ofensiva al cabo de unos meses.
2. El no haber sabido tomar el poder en julio, planteó una segunda insurrección: la de mayo. La derrota sufrida ahora, hace ineludible una nueva lucha armada ante la cual tenemos el deber de prepararnos. Mientras no sea derrocado el Estado burgués, contra el cual tenemos que dirigir nuestra lucha revolucionaria, la insurrección armada del proletariado continúa siendo una cosa del futuro.
3. El movimiento de mayo ha demostrado el verdadero papel de los dirigentes anarcosindicalistas. Como todos los reformistas de todas las épocas han sido – consciente o inconscientemente – los instrumentos de la clase enemiga dentro de las filas obreras. La revolución en nuestro país sólo puede triunfar a través de la lucha simultánea contra la burguesía y contra los dirigentes reformistas de todos los matices, incluso CNT-FAI.
4. Se ha visto que no existe un verdadero partido marxista de vanguardia en nuestra revolución y que queda todavía por forjarse este instrumento indispensable para la victoria definitiva. El partido de la revolución no puede tener una dirección vacilante y en continua expectativa, sino una dirección firmemente convencida de que hay que ir delante de la clase obrera, orientarla, impulsarla, vencer con ella ([19]). No puede situarse solamente a base de los hechos consumados, sino que debe tener una línea política revolucionaria que sirva de base a su acción e impida las adaptaciones oportunistas y las capitulaciones (10). No puede basar su acción en el empirismo y la improvisación, sino que debe utilizar en su favor los principios de la técnica y organización modernas. No puede permitirse las más leves ligerezas en la cima, porque éstas se proyectan dolorosamente amplificadas en la base, siendo el germen de la indisciplina, de la falta de abnegación, de la pérdida de fe en los menos fuertes, en el triunfo de la revolución proletaria.
5. Queda demostrada una vez más, la necesidad ineludible del Frente obrero revolucionario, que sólo puede constituirse a base de una lucha a fondo contra la burguesía y su Estado simultáneamente a la lucha contra el fascismo en los frentes. Si las direcciones de las organizaciones obreras revolucionarias no aceptan dichas bases ([20]) – que ciertamente pugnan con su actuación de julio acá – entonces deberá promoverse la formación mediante la presión desde abajo.
6. Ninguna de las lecciones aprendidas podrá ser útil, si el proletariado, y sobre todo el partido marxista revolucionario, no se entrega a un intenso trabajo práctico de agitación y organización. Hasta la misma lucha contra las amenazas y restricciones de la clandestinidad requiere una actividad incansable si no queremos ser aplastados irremediablemente. El criterio de que el Partido no será sumido en la clandestinidad solamente puede admitirse como el propósito de una nueva adaptación y una nueva renuncia a la lucha revolucionaria en estos momentos, quizás decisivos ([21]).
J. Rebull
[1] Cf. el libro que la CCI acaba de publicar, España 36, Franco y la República masacran a los trabajadores, Valencia, abril 2000, 159 p.
[2] Véase por ejemplo Historia del POUM, Víctor Alba, Ed. Champ libre, París, 1975. Historia escrita por una antiguo miembro del POUM.
[3] Cf. el trabajo realizado sobre J. Rebull por A.‑Guillamón, in Balance nos 19 y 20, octubre 2000.
[4] El Bloque obrero y campesino nació en marzo del 31 en Terrassa, ciudad de la cercanía industrial de Barcelona.
[5] Nacido en 1896 en Bonanza (provincia de Huesca), es influenciado por el anarcosindicalismo y de la Revolución rusa. En 1919, es miembro de la CNT, participa en su Segundo congreso en el que conoce a Nin con el que se pronuncia a favor de la adhesión a la Internacional comunista. El Congreso aprobó esta adhesión. Luego fue miembro y uno de los dirigentes del Partido comunista español hasta su expulsión junto con la Federación comunista catalano-balear en 1930, que representaba una tercera parte del Partido.
[6] Nacido en 1892 en Vendrell, en Cataluña. Tiene el mismo recorrido político que J. Maurín, luego es uno de los secretarios de la Internacional sindical roja en Moscú hasta 1928. Es dimitido de sus responsabilidades por haber manifestado su simpatía hacia Trotski. Cuando logra irse de la URSS y volver a España en 1930, participa en la Oposición de izquierdas internacional, perteneciendo al grupo que se nombra Izquierda comunista. La propuesta de fusión propuesta por Nin fue rechazada en 1934 por el BOC y no se realizó hasta el 29 de setiembre del 35, cambiándose el nombre por el de POUM. Nin fue asesinado en 1937 por sicarios del NKVD de Stalin.
[7] No es Secretario general para que quede claro que esta función se reserva para J. Maurín.
[8] Marx fue capaz de saludar la lucha y sin embargo afirmar que estaba perdida y no podía resolverse más que en un fracaso sangriento debido a su aislamiento. Según Marx, los proletarios se lanzaban "al asalto del cielo".
[9] Durante las Jornadas de julio del 17, Lenin fue capaz de decir que no era favorable el momento para la clase obrera, y también fue capaz de favorecer la preparación de la insurrección a partir del mes de setiembre.
[10] {Se trata de una crítica directa al CE del POUM}.
[11] Existen dos versiones del texto de Josep Rebull. La primera fue publicada en el Boletín del Comité local del POUM, y está fechada el 29 de mayo del 37. La segunda fue publicada en el Boletín de discusión editado por el Comité de defensa del congreso [del POUM], París, 1 de julio de 1939. Cuando exista un añadido, que corresponda al texto de 1939, aparecerá entre corchetes: [ ]. Las modificaciones más relevantes están indicadas en notas a pie de página. Las escasas indicaciones del compilador de este trabajo aparecerán entre los signos: { }.
[12] En el texto de 1939 se sustituye la palabra inglesa "handicap" por la española "desventaja".
[13] {Nota número 1 de Rebull, que fue suprimida en la versión publicada en 1939}: La cél. 72 posee un plano de Barcelona con las barricadas y posiciones de ambos lados durante la lucha. Su examen es altamente interesante. Está a disposición de todos los camaradas.
[14] {Es notable la diferenciación que hace Josep Rebull entre los comités locales de Barcelona y los comités superiores: nacional y regional. En el seno de la CNT, en Barcelona, se daba la organización informal de los comités de fábrica y de defensa de los barrios, coordinados por Manuel Escorza. Cf. la coincidencia con Abel Paz: Viaje al pasado (1936-1939. Ed. Autor, Barcelona, 1995.}.
[15] ["Faltos los trabajadores que luchaban en la calle de unos objetivos concretos y de una dirección responsable, el POUM no podía hacer otra cosa que ordenar y coordinar una retirada estratégica..." (Resolución del CC ante las jornadas de mayo, punto 3)]. {Esta nota no aparecía en la versión de 1937}.
[16] [“por parte de cierta prensa nacional y extranjera, se hacen los esfuerzos más extraordinarios – ya se necesita que lo sean – para presentarnos como los “agentes provocadores” de los sucesos acaecidos la semana pasada en Barcelona... Si nosotros hubiésemos dado la orden de empezar el movimiento el día 3, no tendríamos por qué ocultarlo. Siempre hemos respondido de nuestras palabras y de nuestros actos... Lo que hizo nuestro partido – eso lo hemos dicho ya varias veces y lo repetimos hoy sencillamente – fue sumarse a él. Los trabajadores estaban en la calle y nuestro partido tenía que estar al lado de los trabajadores...” (Editorial de La Batalla, 11 de mayo 1937. El subrayado es nuestro). {Nota que no fue publicada en la versión de 1937}.
[17] {Nota añadida por Rebull en 1939}: [En la orden de retirada, la dirección del POUM interpretó, por lo contrario, que la victoria pertenecía a los obreros. Una sangrienta represión vino como epílogo de esta “victoria obrera”.].
[18] {Nota que existía ya en el primer texto publicado en 1937}: [Durante la tarde del martes se trabajó en el C{omité} L{ocal} de Barcelona para esta coordinación, pero faltó el entusiasmo de la dirección para llegar hasta el final.].
[19] {Josep Rebull constata que el POUM no es un partido revolucionario, ni podrá llegar a serlo jamás con la estrategia política del actual CE}.
10) {Se trata de una crítica directa al CE del POUM}.
[20] {Nota añadida por Rebull en 1939}: [Bases que forman parte de la Contratesis política que mencionamos al principio].
[21] {Nota añadida por Rebull en 1939}. [En efecto, la dirección no tomó las medidas necesarias en orden al trabajo ilegal y organización clandestina. Desgraciadamente, los mismos dirigentes, como hemos visto, fueron las primeras víctimas de su imprevisión.]
{Esta es la única advertencia manifestada por un dirigente poumista sobre la inminencia de la represión contra los revolucionarios, y por lo tanto la urgente necesidad de prepararse para la clandestinidad, que se cumplió a partir del 16 de junio con la ilegalización del POUM, la detención de sus dirigentes, el secuestro y asesinato de Nin, y la persecución de sus militantes.}
El 21 de marzo hará 80 años que el Partido bolchevique, cuatro años después de que la clase obrera tomara el poder durante la Revolución rusa en octubre de 1917, acabó por la fuerza con la insurrección de la guarnición de la flota del Báltico en Cronstadt, situada en la pequeña isla de Kotlin, en el Golfo de Finlandia y a 30 kilómetros de Petrogrado.
Durante varios años, en la guerra civil, el partido bolchevique tuvo que librar un sangriento combate contra los ejércitos contra-rrevolucionarios de las burguesías rusa y extranjera. Pero la revuelta de la guarnición de Cronstadt fue algo nuevo y diferente: se trataba de una revuelta de unos obreros, partidarios del régimen de los soviets, que habían estado en la vanguardia de la Revolución de octubre. Y eran esos mismos obreros los que, ahora, ponían por delante sus reivindicaciones para corregir los numerosos abusos y desviaciones intolerables del nuevo poder.
Desde entonces, el aplastamiento violento de esa lucha ha quedado como una referencia para poder comprender el sentido del proyecto revolucionario. Esto es aún más cierto hoy en día cuando la burguesía se afana en probar a la clase obrera que hay un hilo histórico ininterrumpido que va de Marx y Lenin a Stalin y el gulag.
Nuestra intención, en este artículo, no es entrar en todos los detalles históricos. Ya hemos publicado otros artículos en la Revista internacional que tratan los acontecimientos con mayor precisión (Revista internacional nº 3, "Lecciones de Cronstadt", y nº 100 "1921: el proletariado y el Estado de transición").
Aprovechamos la ocasión de este aniversario para concentrarnos, de manera polémica, en dos tipos de argumentos sobre la revuelta de Cronstadt: en primer lugar, el empleo por los anarquistas de estos sucesos para probar la naturaleza autoritaria y contrarrevolucionaria del marxismo y de los partidos que de él se reclaman; en segundo, la idea de que todavía existe en el campo proletario de que el aplastamiento de la rebelión fue una "trágica necesidad" para defender los logros de Octubre.
Según Volin, historiador anarquista: "Lenin nada comprendió; más bien, nada quiso comprender del movimiento del Cronstadt. Lo esencial, para él y para su partido, era permanecer en el poder a toda costa (...) Como marxistas (autoritarios y estatalistas, pues) los bolcheviques no podían admitir la libertad de las masas, la independencia de su acción. No tenían confianza alguna en las masas libres. Estaban persuadidos de que la caída de su dictadura significaría la caída de toda la obra emprendida y poner en peligro la revolución, con la que ellos se indentificaban (...).
Cronstadt fue la primera tentativa popular enteramente independiente para librarse de todo yugo y realizar la revolución social, tentativa directa, resoluta y audaz de las masas mismas, sin pastores políticos, jefes ni tutores. Fue el paso inicial para la Tercera revolución. Cronstadt cayó. Pero el deber quedó cumplido, y eso fue lo esencial. En el laberinto tenebroso de los cambios que se ofrecen a las masas humanas en revolución, Cronstadt es un faro que ilumina la buena ruta. Poco importa que, en las circunstancias que afrontaron, los rebeldes hablaran aún de un poder (el de los soviets), en lugar de desterrar para siempre la palabra y la idea de poder, para hablar de coordinación, de organización, de administración. Es el último tributo al pasado. Una vez conquistada definitivamente por las masas laboriosas mismas la amplia libertad de discusión, de organización y de acción; una vez emprendido el verdadero camino de la actividad popular independiente, el resto vendrá forzosamente" (Volin, La Revolución desconocida, volumen II, pág. 156 y 157, Campo Abierto Ediciones).
Como explica brevemente Volin, para los anarquistas era natural la represión de la revuelta de Cronstadt. Fue la consecuencia lógica de las concepciones marxistas de los bolcheviques. El sustitucionismo del partido, la identificación de la dictadura del proletariado con la dictadura del partido, la creación de un Estado de transición fueron la expresión de las grandes ansias de poder, de autoridad sobre unas masas en las que los bolcheviques no tenían ninguna confianza. Para Volin, bolchevismo significa el cambio de una opresión por otra.
Pero para él, Cronstadt no es una simple revuelta sino un modelo para el futuro. Si el Soviet de Cronstadt se hubiera limitado a las tareas económicas y sociales (coordinación, organización y administración) y olvidado las tareas políticas (sus propósitos respecto al poder de los soviets) habría dado la imagen de lo que debe ser una verdadera revolución social: una sociedad sin líder, sin partido, sin Estado, sin ningún tipo de poder, una sociedad de libertad inmediata y total.
Desgraciadamente para los anarquistas la primera de sus lecciones coincide al milímetro con la ideología dominante de la burguesía mundial, según la cual la revolución comunista solo puede conducir a un nuevo tipo de tiranía.
Esta coincidencia entre los anarquistas y la burguesía no es casual. Ambos miden la historia con abstracciones tales como la igualdad, la solidaridad, la fraternidad, contra la jerarquía, la tiranía y la dictadura. La burguesía utiliza cínica e hipócritamente esos principios morales contra la Revolución de octubre para justificar la brutalidad de las intervenciones armadas de sus fuerzas contrarrevolucionarias, y el bloqueo económico, contra Rusia entre 1918 y 1920. Por otro lado, la alternativa concreta que los anarquistas oponen al bolchevismo, no es más que una ingenua utopía donde desaparecen misteriosamente todas las enormes dificultades históricas a las que se enfrentó la revolución, y con las que se volverá a enfrentar en el futuro.
Pero como confirmaron los acontecimientos de España en 1936, después de haber rechazado la concepción histórica marxista de la revolución, la ingenuidad anarquista les obliga a capitular en la práctica ante la contra revolución burguesa.
Si, como dice Volin, lo que movía a los bolcheviques era su pasión por el poder absoluto, el anarquismo es - en cambio - incapaz de responder a toda una serie de cuestiones que emergen de la realidad histórica. ¿Si el objetivo último de los bolcheviques era la toma del poder, por qué, contrariamente a la mayoría de la social-democracia, se condenaron a sí mismos a un periodo de ostracismo entre 1914 y 1917 al denunciar la guerra imperialista y llamar a su transformación en guerra civil? ¿Por qué, contrariamente a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios, rechazaron unir-se al Gobierno provisional con la burguesía liberal rusa tras la Revolución de febrero 1917 (1) y, en su lugar, lanzaron la consigna de "todo el poder a los Consejos obreros"?.
¿Por qué muestra su confianza en las capacidades de la clase obrera rusa para dar inicio a la revolución proletaria mundial en Octubre, contrariamente a los partidos de la socialdemocracia internacional que la consideran demasiado atrasada y poco numerosa para derrocar a la burguesía?. ¿Por qué, por el contrario, dan su confianza a la clase obrera obteniendo de ella su apoyo para hacer los sacrificios necesarios para sobrevivir al bloqueo de los Aliados y para resistir, con las armas en la mano, a los ejércitos contrarrevolucionarios durante la Guerra civil?.
¿Cómo se puede entender que ellos lograran inspirar a la clase obrera internacional a que siguiera la vía rusa en sus tentativas revolucionarias en Europa y en el resto del mundo?. ¿Cómo pudo el Partido bolchevique impulsar la creación de una nueva internacional, la Internacional comunista, a escala mundial?.
En fin, ¿por qué el proceso de integración del partido en el aparato del Estado y la usurpación del poder obrero de los órganos de masas (los consejos obreros y los comités de fábrica) y, finalmente, el empleo de la fuerza contra la clase obrera, no ocurrió de la noche a la mañana sino tras un periodo de varios años?.
La historia de la malicia inherente a los bolcheviques no explica ni, en general, la degeneración de la Revolución rusa, ni, en particular, el episodio de Cronstadt.
En 1921 la Revolución rusa y el Partido bolchevique que la dirige, se enfrentan a una situación muy difícil. La extensión de la revolución a Alemania y otros países parece mucho menos probable que en 1919. La situación económica mundial es relativamente estable, y el alzamiento de los obreros en Alemania ha fracasado.
En Rusia, pese a la victoria en la guerra civil, la situación es dramática a causa de los repetidos asaltos de los ejércitos contrarrevolucionarios y la asfixia del país, organizada científicamente por la burguesía internacional. La infraestructura industrial estaba en ruinas, y la clase obrera diezmada por los sacrificios en los campos de batalla de la guerra mundial y después la guerra civil, en la que se vio obligada a abandonar masivamente las ciudades para tratar de sobrevivir en los pueblos.
La impopularidad creciente del régimen afecta a los bolcheviques, no solo de parte de los campesinos que desencadenan una serie de insurrecciones en las provincias, sino sobre todo en la clase que lanzó una ola de huelgas en Petrogrado a mediados de febrero de 1921. Entonces ocurre lo de Cronstadt. ¿Cómo podía Rusia mantenerse como un bastión de la revolución mundial, sobrevivir a esa situación de la clase obrera y a la desintegración económica, esperando un apoyo revolucionario de la clase obrera de otros países, en particular de Europa, que tardaba en llegar?.
Los anarquistas no dan ninguna explicación sobre la degeneración de la revolución. Cierran los ojos ante el problema de la supremacía política del proletariado, de la centralización del poder, de la extensión internacional de la revolución, y del periodo de transición hacía la sociedad comunista. Eso no impide reconocer que los bolcheviques cometiesen un error catastrófico al dar una respuesta militar a la revuelta de Cronstdat y al considerar la resistencia de la clase obrera hacia ellos como un acto de traición contrarrevolucionario.
Pero el Partido bolchevique no se puede beneficiar de la sapiencia retrospectiva y de la distancia que da la historia sobre los acontecimientos, que hoy debemos tener los revolucionarios. No puede apoyarse en las adquisiciones de un movimiento obrero que en aquella época no se había enfrentado con anterioridad a la inmensa y difícil tarea de mantenerse en el poder en un mundo capitalista hostil. La relación entre los soviets y el partido de la clase obrera, tras la victoriosa toma del poder, no es clara, como tampoco lo es la relación entre esos órganos de la clase obrera y el estado de transición que surge inevitablemente tras la destrucción del Estado burgués.
El Partido bolchevique, al tomar el poder del Estado e incorporar gradualmente los consejos obreros y los comités de fábrica, se mueve en lo desconocido. Según la opinión que imperaba en esa época en el seno del movimiento obrero, el principal peligro para la revolución viene del exterior del nuevo aparato del Estado: de la burguesía internacional, de la burguesía rusa en el exilio y de los campesinos.
En ese momento no hay ninguna tendencia en el movimiento comunista, ni siquiera las corrientes de "izquierda", que tenga una perspectiva alternativa pese a que ciertos revolucionarios, incluso dentro del Partido bolchevique, protestan contra la burocratización del régimen. Pero las orientaciones de esos revolucionarios son limitadas y contienen otros peligros. La Oposición obrera de Kolontai y Chliapnikov llama a los sindicatos a defender a los obreros contra los excesos del Estado olvidando que los consejos obreros han pasado a ser los órganos de masas del proletariado revolucionario.
Otros, en el seno del Partido bolchevique, se oponen al aplastamiento de la revuelta: los miembros del partido en Cronstadt se unen al movimiento, y elementos como Miasnikov forman, inmediatamente, el Grupo obrero y se oponen a la solución militar. Pero las tendencias de "izquierda" existentes en el partido y en la Internacional Comunista, a pesar de sus críticas al régimen bolchevique, sin embargo apoyan que se emplee la violencia. La Oposición obrera rusa se ofrece voluntaria para el asalto a Cronstadt. El Partido comunista obrero alemán, el KAPD, que está en contra de la dictadura del partido, apoya igualmente la acción militar contra la rebelión de Cronstadt (eso no impide que ciertos anarquistas de hoy, como la Federación anarquista de Gran Bretaña, se reivindiquen del KAPD y ¡ lo presenten como su antepasado !).
Finalmente, las reivindicaciones del Consejo obrero de Cronstadt, contrariamente a lo que opina Volin, no forman parte de una perspectiva alternativa ya que se sitúan principalmente en un contexto inmediato y local que no toma en cuenta las cuestiones más amplias planteadas por el bastión proletario y por la situación mundial. En particular, no dan respuestas sobre el papel de vanguardia que ha de tener el partido (2).
Más tarde, bastante más tarde, cuando los revolucionarios tratan de sacar todas las lecciones de la derrota de la Revolución rusa y de la oleada revolucionaria de 1917-23, es cuando están en condiciones de señalar las verdaderas enseñanza de ese trágico episodio.
"Hay circunstancias en que un sector proletario -- concedamos, incluso, que haya sido presa inconsciente de las maniobras del enemigo - pasa a la lucha contra el Estado proletario. ¿Qué hacer en esa situación?. Partir del principio de que el socialismo no se impone al proletariado por la fuerza. Habría sido mejor perder Cronstadt que conservarlo desde el punto de vista geográfico ya que, substancialmente, esa victoria solo podía tener un resultado: alterar las bases mismas, la substancia de la acción llevada por el proletariado" (Octubre nº 2, marzo 1938, Organo del Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista).
La Izquierda comunista pone el dedo en la llaga respecto al problema esencial: al emplear la violencia del Estado contra la clase obrera el Partido bolchevique permite que la contrarrevolución penetre en su seno. La victoria sobre Cronstadt acelera la tendencia del Partido bolchevique a convertirse en un instrumento del Estado ruso contra la clase obrera.
La Izquierda comunista, partiendo de esa concepción, fue capaz de sacar otra importante conclusión. El Partido comunista, para poder mantenerse como vanguardia del proletariado, debe mantener su autonomía respecto al Estado posrevolucionario, que representa la tendencia inevitable a la preservación del statu quo y, que impide el avance del proceso revolucionario.
Sin embargo, hoy en día en el seno de la Izquierda comunista esta conclusión está lejos de ser compartida por todos. De hecho, una parte de la izquierda, particularmente la corriente bordiguista, retoma las justificaciones de Lenin y Trotsky sobre la represión de Cronstadt, en franca contradicción con la posición de la Fracción italiana en 1938:
"Sería vano discutir las terribles exigencias de una situación como la que obligó a los bolcheviques a aplastar Cronstadt con cualquiera que rechaza por principio que un poder proletario naciente o que se está consolidando pueda disparar contra los obreros. El examen del terrible problema que el Estado proletario tuvo que enfrentar refuerza, a su alrededor, la crítica de una visión de la revolución como un camino de rosas y permite comprender porque el aplastamiento de esa rebelión fue, según Trotsky, "una trágica necesidad", una necesidad e incluso un deber" ("Cronstadt: una trágica necesidad", Programa comunista nº 88, Organo del Partido comunista internacional, mayo de 1982).
La corriente bordiguista, bien defiende el internacionalismo intransigente del Partido bolchevique aunque defiende con la misma vehemencia, y pasando por alto la tradición a la que dice pertenecer, sus errores. Por eso es incapaz de comprender todas las lecciones de la degeneración del partido y de la revolución (3).
Para esta corriente la relación entre el partido, la clase obrera y el Estado posrevolucionario en el contexto de un periodo revolucionario, no presenta ningún problema de principio, únicamente de oportunidad, de táctica, sobre cómo la vanguardia asume su función, de la mejor manera, en cada situación: "Esta lucha titánica no puede más que provocar, en el seno mismo del proletariado, terribles tensiones. En efecto, si es evidente que el partido no hace la revolución ni dirige la dictadura contra ni sin las masas, la voluntad revolucionaria de la clase no se manifiesta en las consultas electorales o en los "sondeos" que reflejan una "mayoría numérica" o, lo que es más absurdo, una unanimidad. Se expresa en un crecimiento y una orientación cada vez más precisa de las luchas en las que las fracciones más determinadas arrastran a los indecisos y vacilantes, barriéndolos si se oponen. En el curso de las vicisitudes de la guerra civil y de la dictadura pueden cambiar las posiciones y las relaciones entre las diversas capas. Lejos de reconocer el mismo peso y la misma importancia a todas las capas obreras, semi obreras o pequeño burguesas, en virtud de no se sabe qué "democracia soviética", como explica Trotsky en Terrorismo y comunismo, su propio derecho para participar en los soviets, es decir en los órganos del Estado proletario, depende de su actitud en la lucha.
"Ninguna "regla constitucional", ningún "principio democrático" permite entonces armonizar las relaciones en el seno del proletariado. No hay ninguna receta que permita resolver las contradicciones entre las necesidades locales y las exigencias de la revolución internacional, entre las necesidades inmediatas y las exigencias de la lucha histórica de la clase, contradicción que se expresa en la oposición entre diversas fracciones del proletariado. Ningún formalismo permite codificar las relaciones entre el partido, fracción más avanzada de la clase y órgano de su lucha revolucionaria, y las masas que siguen, en diversos grados, la presión de las condiciones locales e inmediatas. Incluso el mejor partido, el que sabe 'observar el estado de ánimo de las masas e influir en él' como dice Lenin, puede en ocasiones pedir lo imposible a las masas. Más exactamente, solo encontrará el "limite" de lo posible tratando de ir lo más lejos" (ídem).
El Partido bolchevique elige en 1921 la mala senda, sin ninguna experiencia anterior y sin parámetros de referencia que le permitan orientarse. Hoy, de forma absurda, los bordiguistas cometen los mismo errores que hicieron los bolcheviques invocando el principio de "no hay principios". Para ellos el problema del ejercicio de poder por parte del proletariado desaparece al presentar como formalistas y abstractos los medios con que la clase llega a una posición común. Incluso si es cierto que no hay un medio ideal para establecer un consenso ante una situación extrema y cambiante, los consejos obreros han demostrado ser el medio más adecuado para expresar la voluntad revolucionaria del proletariado como un todo, pese a la experiencia de 1918 en Alemania que muestra cómo pueden ser vulnerables a su recuperación por parte de la burguesía. Aunque los bordiguistas tengan la "generosidad" de admitir que el partido no puede hacer la revolución sin las masas, para ellos éstas no disponen de ningún otro medio para expresar su voluntad revolucionaria, como clase en su conjunto, que el partido contando con su permiso. El partido puede, si es necesario, corregir al proletariado fusil en mano como en Cronstadt. Según esta lógica, la revolución proletaria tiene dos consignas contradictorias: antes de la revolución "todo el poder a los soviets", y después de la revolución "todo el poder al partido".
Los bordiguistas, contrariamente a Octubre, olvidan que las tareas de la revolución proletaria, a diferencia de la revolución burguesa, no puede delegarse en una minoría. Solo pueden realizarse por medio de una mayoría consciente. La emancipación de los obreros será obra de los propios obreros.
Los bordiguistas rechazan a la vez la democracia obrera y la democracia burguesa como si de la misma superchería se tratara. Pero, los consejos obreros - los medios con los que el proletariado se moviliza para derrocar al capitalismo - deben ser los órganos de la dictadura del proletariado, que reflejan y regulan las tensiones y diferencias en su seno, que ejercen el poder armado sobre el Estado de transición. El partido, indispensable vanguardia, por muy claro y avanzado que esté respecto al conjunto de la clase en tal o cual momento, no puede sustituir al conjunto de la clase obrera organizada en consejos obreros para ejercer el poder.
Sin embargo los bordiguistas, tras haber demostrado el derecho - en la práctica ya que no en "los principios" - a disparar sobre los obreros, ante el horror que implica tal conclusión, acaban por negar cualquier carácter revolucionario a la revuelta de Cronstadt. Retoman una de las definiciones de Lenin: Cronstadt es una "contrarrevolución pequeño burguesa" que abre la puerta a la reacción de los guardias blancos.
No cabe la menor duda de que los obreros de Cronstadt tienen toda una serie de ideas confusas e, incluso, contrarrevolucionarias. Algunas de ellas aparecen en su plataforma. También es cierto que las fuerzas organizadas de la contrarrevolución tratan de utilizar, en su provecho, la rebelión. Pero los obreros de Cronstadt siguen considerándose parte integrante del movimiento proletario a escala mundial y continuadores de la Revolución de octubre: "Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Cronstadt batiéndonos por la justa causa de las masas proletarias" (Pravda de Cronstadt).
Sean cuales fueran las confusiones que tenían, es incuestionable que sus reivindicaciones reflejaban los intereses del proletariado frente a las terribles condiciones de existencia, a la opresión creciente de la burocracia estatal y la pérdida de su poder político por la atrofia de los consejos. Las tentativas infructuosas de los bolcheviques de estigmatizarlos tachándolos de pequeño burgueses y agentes potenciales de la contrarrevolución son solo un pretexto para salir airosos de una situación terriblemente peligrosa y compleja.
Con la ventaja que da la distancia histórica y el trabajo teórico hecho por la Izquierda comunista, hoy podemos ver los errores de base del razonamiento de los bolcheviques: los comunistas que aplastan la revuelta de Cronstadt acabarán siendo masacrados por una dictadura antiproletaria, el estalinismo (poder absoluto de la burocracia capitalista). De hecho los bolcheviques, al aplastar los esfuerzos obreros de Cronstadt por regenerar los consejos, al identificarse con el Estado, abren sin saberlo el camino al estalinismo. Así, participan en acelerar el proceso contrarrevolucionario cuyas consecuencias serán mucho más terribles y trágicas para la clase obrera que lo hubiera sido la restauración de los Blancos. En Rusia triunfa una contrarrevolución que se autoproclama comunista. La idea de que la Rusia estalinista es la encarnación viva del socialismo y la continuidad con la Revolución de octubre siembra una terrible confusión y una incalculable desmoralización en las filas de la clase obrera en todas partes del mundo. Aún vivimos las consecuencias de esa distorsión de la realidad con la identificación de la muerte del estalinismo y la del comunismo que desde 1989 hace la burguesía.
Pero los bordiguistas, a pesar de toda esa experiencia, continúan identificándose con el error trágico de 1921. ¡ Para ellos apenas si es una "trágica" necesidad y sí un deber comunista que habrá de repetirse !.
Los bordiguistas, al igual que los anarquistas, no ven ninguna contradicción entre el partido bolchevique de 1917 que dirige, pero también se atiene y subordina a la voluntad armada del proletariado revolucionario organizado en los consejos obreros; y el partido bolchevique de 1921 que ha vaciado a los consejos obreros de su poder anterior y ha lanzado la violencia del Estado contra la clase obrera. Pero, mientras los anarquistas ayudan a la burguesía en sus campañas que presentan a los bolcheviques como unos maquiavélicos traidores, los bordiguistas presentan esa imagen como el punto culminante de la intransigencia revolucionaria.
Una Izquierda comunista digna de esa nombre, que se reclama de la herencia del Partido bolchevique, debe ser capaz de criticar sus errores. El aplastamiento de la revuelta de Cronstadt es uno de los mayores y más dramáticos.
Como
1) Revolución en la que las masas obreras y populares echaron abajo al zarismo.
2) Respecto a la plataforma de la revuelta de Cronstadt ver la Revista internacional n º3.
3) El BIPR, Buró Internacional por el Partido revolucionario, es otra rama de la Izquierda Comunista que tiene una posición ambigua sobre Cronstadt. Un artículo publicado en Revolutionary Perspectives nº 23 (1986) reafirma el carácter proletario de la Revolución de octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. Rechaza las idealizaciones anarquistas sobre la revuelta de Cronstadt señalando que la revuelta reflejaba las condiciones profundamente desfavorables para la revolución y contenía muchos elementos confusos y reaccionarios. El artículo, al mismo tiempo, critica la idea bordiguista de que era necesario el asalto a Cronstadt para preservar la dictadura del partido. Afirma que una de las lecciones esenciales de Cronstadt es que la dictadura del proletariado debe ejercerla la propia clase obrera por medio de sus consejos obreros (los soviets) y no el partido. El artículo también muestra cómo los errores de los bolcheviques sobre la relación entre partido y clase, en un contexto general de aislamiento de la Revolución rusa, aceleraron la degeneración interna tanto del partido como del Estado soviético.
Sin embargo, el artículo no caracteriza de proletaria la revuelta ni responde a una cuestión fundamental: ¿es posible que la dictadura proletaria emplee la violencia contra el descontento de la clase obrera?. Más aún, dice que la represión de la revuelta está más que justificada porque ésta era el producto de las maniobras de la contrarrevolución, a pesar de que esta represión abrió el paso a una lenta agonía del movimiento obrero.
Correspondencia de Rusia
Hemos saludado en varias ocasiones el resurgir de individuos y grupos revolucionarios en Europa oriental y particularmente en Rusia. Este fenómeno se inscribe claramente en una tendencia internacional. Los grupos políticos proletarios, que representan la tradición de la Izquierda comunista, han establecido contactos estos años pasados en todos los continentes. Se puede entonces considerar que existe a medio plazo una tendencia característica del período actual. Desde el desmoronamiento de la URSS y de su bloque imperialista, la burguesía no ha parado de proclamar triunfalmente la quiebra del comunismo y la fin de la lucha de clases. La clase obrera, ya desorientada por estos acontecimientos, retrocedió ante las constantes andanadas de esas campañas ideológicas de la burguesía. Pero excepto en los períodos de contrarrevolución, una clase histórica siempre reacciona ante los ataques que ponen profundamente en entredicho su ser y su perspectiva propia. Aunque todavía no lo pueda hacer generalizando sus luchas reivindicativas, sí se defiende reforzando su vanguardia política. Los elementos aislados, los círculos de discusión, los núcleos y pequeños grupos que surgen situándose en la perspectiva revolucionaria, no han de buscar su razón de ser en sí mismos o en lo inmediato. Son una secreción de la clase obrera internacional. Su responsabilidad es muy importante. Han de entender primero el proceso histórico del que son producto, y luego llevar hasta sus últimas consecuencias, sin temor, la lucha por la conciencia, por la clarificación política.
En los países de la periferia de las ‑grandes potencias capitalistas, estas ‑minorías se enfrentan a mil dificultades: la dispersión geográfica, los problemas de idioma, la situación de retraso económico. A las dificultades materiales se añaden las dificultades políticas debidas a la debilidad del movimiento obrero y la débil presencia, cuando no es sencillamente la ausencia, de una tradición del marxismo revolucionario. En Rusia, país en donde la contrarrevolución estalinista fue más terrible, “país de la gran mentira”‑([1]) como lo llamó Anton Ciliga, se realizó hasta sus máximos límites la labor de destrucción y de mentira sobre el programa comunista. Las potencialidades contenidas en estas nuevas energías revolucionarias se pueden medir en la forma con la que intentan superar sus dificultades:
– por la afirmación del internacionalismo proletario, como lo muestra su denuncia de la guerra y de todos los campos imperialistas en Chechenia y en ex Yugoslavia;
– por la búsqueda de contactos internacionales;
– por el descubrimiento de corrientes políticas que, durante los años 20, fueron las primeras en lanzarse en nombre del comunismo en el combate contra la degeneración del movimiento comunista, contra el auge del oportunismo y del estalinismo.
Ese es el terreno ocupado desde siempre por el marxismo revolucionario: es internacional, internacionalista y desarrolla una visión histórica.
Un signo del carácter auténticamente proletario de esos grupos es el haberse enfrentado rápidamente con la necesidad de diferenciarse del trotskismo actual, el cual siempre ha encontrado las mejores razones para animar a los obreros a participar en la guerra imperialista, así como del maoísmo, puro retoño del “nacional-comunismo” estalinista. Esta es una frontera de clase que separa la Izquierda comunista internacionalista del “izquierdismo” ([2]).
Es evidente que todos esos grupos o individuos, aún siendo productos de una misma situación, no dejan de ser muy heterogéneos. Rechazar la confusión entre comunismo y estalinismo, denunciar las afirmaciones más vulgares de la propaganda enemiga no es lo más difícil, pues el contenido burgués de esos discursos se deja ver rápidamente. «Fue Lenin quien estableció los cimientos del futuro régimen nombrado “estalinista”». La prueba está, prosiguen los periodistas más obtusos, en que “Lenin fundó la Internacional comunista, cuya meta era la “revolución socialista mundial”. Según sus propias declaraciones, Lenin emprendió la Revolución de octubre porque tenía la convicción de lo ineluctable que era una revolución europea, empezando por la de Alemania” (l’Histoire, no 250, p. 19). Uno se da muy rápidamente cuenta de las mentiras transmitidas por la cerrilidad nacional de nuestros curtidos universitarios. Pero la ofensiva de la burguesía no se limita a semejante caricatura. Queda por identificar y defender el significado profundo de la Revolución rusa y de la obra de Lenin. Aquí tropezamos no solo con un envilecimiento de la teoría marxista efectuado de forma más sutil por los izquierdistas, sino también con toda una serie de confusiones peligrosas o de cuestiones programáticas que todavía animan encarnizadas discusiones en el propio medio político proletario.
Hay pues un largo proceso de clarificación que todos estos elementos todavía no han llevado a cabo. Para entender el fenómeno estalinista, es necesario enfrentarse al análisis trotskista del “Estado obrero degenerado”, al de los anarquistas que ven en el estalinismo el producto natural del “socialismo autoritario”, el de los consejistas que, con una visión marxista perfectamente mecanicista, no ven en el bolchevismo más que un instrumento adaptado a las necesidades del capitalismo en Rusia. Tras estas cuestiones se plantea el problema de la filiación histórica y de la coherencia del programa comunista. Rechazar la impaciencia activista y enfrentarse a este problema es la condición para alistarse en las filas de todos los militantes anónimos que han luchado y hoy luchan por el comunismo, el comunismo que Marx y Engels presentaron al proletariado internacional hace 150 años por primera vez con el Manifiesto.
Pero ¿qué hilo une la lucha proletaria de ayer con la de hoy y la de mañana? Sólo partiendo de la última experiencia revolucionaria del proletariado se puede encontrar. O sea, hoy en día, partiendo de la Revolución de octubre del 17. No se trata de un respeto religioso hacia el pasado. Se trata de hacer un balance crítico de la Revolución, de sus magníficos avances pero también de sus errores y de su derrota. La Revolución rusa no hubiese sido posible sin las enseñanzas sacadas de la Comuna de París. Sin el balance crítico de la Comuna hecho por la Fracción marxista, sin los Llamamientos del Consejo general de la AIT y la magnífica síntesis de Lenin en el Estado y la revolución, el proletariado ruso jamás habría podido vencer.
Ésa es la profunda unidad entre práctica y teoría, entre acción y programa comunista. Y son precisamente las fracciones de le Izquierda comunista las que asumieron la labor de hacer balance de la Revolución rusa. Del mismo modo que fue vital en el pasado, este balance será vital para la próxima revolución.
Por esto saludamos con entusiasmo y apoyamos con todas las fuerzas de que disponemos, los esfuerzos por recuperar ese balance. Nos hemos comprometido en entregar todos los documentos de la Izquierda comunista que necesiten estos compañeros. También en dar conocimiento de sus tomas de posición, una vez resueltos los problemas de traducción, en alimentar las discusiones sobre las cuestiones políticas principales animados con un espíritu militante, con la voluntad de apertura y de solidaridad que ha de caracterizar la discusión entre comunistas.
Ya hemos comentado la evolución del medio político proletario en Rusia en la Revista internacional nos 92 y 101, así como en nuestra prensa territorial. Queremos hoy dar cuenta de nuestra correspondencia con el Buró Sur del Partido obrero marxista. El POM (también Marxist Labour Party) tiene la voluntad de situarse en la continuidad del movimiento obrero y, por eso, la palabra obrero hace referencia al Partido obrero socialdemócrata de Rusia. En esta correspondencia, los compañeros se expresan como Buró Sur puesto que no pueden comprometer la responsabilidad del POM sobre ciertos detalles de sus tomas de posición, en la medida en que la discusión prosigue en el Partido. Pero vamos a dejar a ellos mismos presentar sus luchas políticas desde el primer congreso de marzo del 90 en donde se decidió la constitución del “POM – El Partido de la dictadura del proletariado”.
“En un ambiente de buen humor se creó el nuevo partido comunista, algo que ya de por sí se oponía al PCUS de Gorbachov que entonces existía en la URSS. Pero al ser la composición ideológica de los participantes a este Congreso tan diversa como inestable se produjo una primera ruptura. Un pequeño grupo de 12 personas (que pensaban que Rusia era un “Estado feudal” con industria desarrollada a gran escala, y que la revolución burguesa era entonces una necesidad para pasar a una revolución socialista) se instaló en una habitación vecina tras haber escisionado y formó un comité para la creación de un “Partido democrático del trabajo” (marxista). Pero no llegaron a nada y se disolvieron” (Carta del 10 de julio del 99).
“No participaron trotskistas en ese primer Congreso; sin embargo, sí quedaban algunos estalinistas y los partidarios del “feudalismo industrial” que pensaban, contrariamente a los les escisionistas, que no era necesaria una revolución burguesa. Los participantes encontraron, sin embargo, una unidad en las consignas: “la clase obrera debe organizarse” y “el poder de los soviets (consejos) es el poder de los obreros”. El segundo Congreso también tuvo lugar en Moscú, en setiembre del 90. Varios textos del Partido fueron adoptados, y entre ellos el Programa. También se pronunció sobre el carácter capitalista de Estado de la URSS. Es evidente que los partidarios del “feudalismo industrial en Rusia” salieron del Partido para constituir su propio “Partido de la dictadura del proletariado (bolchevique)”. Los estalinistas, poco numerosos, también salieron del Partido” (ídem).
“La primera conferencia del POM en febrero del 91 abandonó la frase “el Partido de la dictadura del proletariado” en la denominación del grupo. En 1994-95 se formó en el Partido una pequeña fracción que pensaba que había habido un modo de producción neo-asiático en la URSS. Esta fracción escisionó a primeros de enero del 96 y se unió a los trotskistas morenistas (Argentina) del International Workers Party que son bastante activos en Rusia y Ucrania” (ídem).
“En el programa adoptado por el Segundo congreso figuran esencialmente los principios de base siguientes:
– la necesidad de la dictadura del proletariado para la transición al comunismo (socialismo) y la necesidad de dicha transición;
– la dictadura de la clase obrera urbana, para ser más precisos, es una necesidad, pero no la del partido de la dictadura del proletariado, ni la de “todos los trabajadores”, ni la “del pueblo”;
– el fracaso del partido ruso del proletariado durante los años 20 y la necesidad de su creación hoy;
– el reconocimiento de que la “dictadura del proletariado” y la “dictadura del partido” no es lo mismo”.
Los compañeros acaban precisando que: “Aunque estén ausentes del programa de 1990 la crítica de la teoría del "socialismo en un solo país" y la necesidad de la revolución mundial, son, para nosotros, una evidencia y como tal evidencia son entendidas” (ídem).
Aquí se puede constatar cuán áspera ha sido la lucha en Rusia, y hasta qué punto era necesario separarse de los ex estalinistas “exclaustrados” y que siguen dándoselas de revolucionarios. También se puede constatar la presión de todo un abanico de sectas trotskistas que intentan vender sus propias recetas revolucionarias. En 1980, algunos sindicatos occidentales (la CFDT francesa, la AFL-CIO americana...) acudieron a toda prisa a dar a Solidarnosc su apoyo logístico contra los obreros polacos. Hoy son los trotskistas los que van a todo correr hacia el Este, con sus buenos consejos y subsidios, para impedir el renacimiento de un medio político proletario. En estas condiciones, es normal que ese renacimiento solo pueda interesar a una minoría frente a las múltiples expresiones de la ideología dominante, omnipresente por definición.
En sus cartas del 15 (que llamaremos [A]) y del 20 de marzo (que llamaremos [B]) del 2000, los compañeros se pronuncian sobre la polémica que tuvimos con el BIPR y que publicamos en la Revista internacional no 100 (“La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”), y sobre todo desarrollan una serie de posiciones oficiales del Buró Sur del POM.
El redactor de ambas cartas precisa: “Los demás miembros del BS del POM están de acuerdo con las posiciones esenciales de este comentario. Podéis considerarlo entonces como nuestra posición común” [B].
Precisemos para empezar que los compañeros están un poco desconcertados por la polémica entre el BIPR y la CCI, al no haber tenido todavía los medios para examinar las posiciones fundamentales de ambos. Por esto tienen algunas dificultades cuando se trata de identificar realmente las divergencias, que ven más bien como enredos en los que se insiste más en un aspecto de la realidad que en otro, “puesto que a menudo son dos aspectos de una misma unidad dialéctica”, según sus términos. Finalmente, “tenéis todos razón”, todo depende de qué punto de vista se sitúa uno. Nosotros creemos que la experiencia y la discusión les permitirán hacerse una opinión más precisa sobre lo que es común y sobre las divergencias en el campo proletario. Escriben los compañeros:
“A nuestro parecer, esta es la debilidad de la Izquierda comunista en Europa occidental: en lugar de cooperar con éxito y de igual a igual, o se ignoran unos a otros, o “les quitáis la careta” a los demás “arrimando cada uno el ascua a su sardina” (“tirar la manta para sí”, como se dice en Rusia) [...] A nuestro parecer, el BS del POM, todos los comunistas de Izquierdas, los “capiestatalistas” [los que reconocen el carácter capitalista de Estado de la URSS], ¡ han de obrar como colaboradores científicos de un centro de investigación, de un centro único !” [A].
No tenemos miedo a la ironía polémica tan del gusto de los grandes revolucionarios, pues de lo que se trata, partiendo de las posiciones reales de nuestros adversarios, es de mostrar a qué consecuencias conducen y defender firmemente lo que creemos que son los principios intangibles del marxismo. No atacamos a tal o cual persona o grupo, sino una posición que revela una lógica oportunista o un error teórico que se pagaría muy caro en el mañana. Por esto la intransigencia revolucionaria no se contradice en nada con la necesaria solidaridad entre comunistas.
Partiendo de esta primera impresión, los compañeros concluyen hablando de debilidad de la Izquierda comunista en tanto que corriente histórica. Esta idea la queremos criticar. Tras haber constatado que la CCI y el BIPR están en desacuerdo sobre la cuestión del imperialismo y de la decadencia del capitalismo, consideran que ello se debe a un error de método, y que no se trata de decir “o esto... o aquello...” sino de decir “y... y...”. De hecho, ése es un reproche que ha sido a menudo hecho a la Izquierda comunista. Es evidente que no compartimos todas las tomas de posición de la Izquierda comunista que empezó a separarse en el propio seno de la Internacional comunista. Sin embargo, se la acusó sin razón de ser antipartido, de impaciencia activista, de radicalismo barato al rechazar las concesiones por principio, de deslizamiento hacia el anarquismo y por fin de purismo estéril que no ve las cuestiones más que en términos de oposición zanjada, en blanco o negro. Todos los líderes de la izquierda comunista eran profundamente marxistas e incondicionales a la noción de partido. Su objetivo era precisamente el de defender el partido contra el oportunismo. Esa era la tarea del momento. “Camarada, escribía Gorter a Lenin en su Respuesta a Lenin, la fundación de la Tercera internacional no ha hecho desaparecer de ninguna manera el oportunismo de nuestras filas. Lo constatamos ya en todos los partidos comunistas, en todos los países. Habría sido de todos modos un milagro, contrario a todas las leyes del desarrollo, que la enfermedad que se llevó a la Segunda internacional no estuviera presente en la Tercera!” (Ediciones Spartacus, 1979, p. 85). “Resulta absurdo y peligrosísimo, añadía Bordiga, pretender que el partido y la Internacional están misteriosamente protegidos contra toda recaída en el oportunismo o toda tendencia a hacerle concesiones!” (Proyecto de tesis de la Izquierda en el Congreso de Lyon, 1926).
Por no haber entendido que el trabajo de fracción estaba al orden del día, y no el simple trabajo de oposición, la corriente de Trotski se fue hacia un callejón sin salida y acabó en quiebra. Porque lo había entendido, la Izquierda se afirmó como la verdadera heredera de la corriente marxista en la historia del movimiento obrero. Reanudó la labor de fracción que Lenin había emprendido desde 1903 contra el oportunismo en la Segunda internacional, labor que permitió a los bolcheviques denunciar a todos los campos imperialistas en 1914, seguir fieles a los principios del comunismo. Permitió también al partido desempeñar plenamente su papel en la insurrección de Octubre. Era una labor a favor del partido y no contra él. Había que luchar hasta las últimas consecuencias, a pesar de las exclusiones y de todas las trabas de la disciplina formalista de la dirección. Éste era el verdadero espíritu de Lenin del que se inspiró la Izquierda. En 1911, Lenin sistematizó la noción de fracción partiendo de la experiencia adquirida por los bolcheviques desde su constitución en fracción en la Conferencia de Ginebra en 1904. “Una fracción es una organización en el seno del partido, unida no por el lugar de trabajo, el idioma o cualquier otra condición objetiva, sino por un sistema de conceptos comunes sobre los problemas que se plantean al partido” (“Sobre una nueva fracción de conciliadores, los virtuosos”, Obras completas, tomo XVII, Ediciones de Moscú). La intransigencia revolucionaria no se opone en nada al realismo, ella sola permite realmente tener en cuenta las situaciones concretas. ¿Qué puede haber de más realista que el rechazo por parte de la Izquierda comunista de Italia a la posición de Trotski, cuando éste veía abrirse un nuevo período revolucionario en 1936?
La fracción es, pues, algo central en cuanto se habla de filiación histórica. Ella es la que enlaza el antiguo con el nuevo partido, con la condición de que sepa sacar las lecciones de la experiencia de la clase obrera, concretándolas en un enriquecimiento del programa. Los revolucionarios, por ejemplo, habían comprobado que el papel de parlamento burgués se había transformado desde la Primera Guerra mundial. Es la Izquierda comunista quien saca las consecuencias plasmándolas en principios: rechazo del parlamentarismo revolucionario y de la participación en las elecciones de la democracia burguesa. Otra condición es también necesaria para la formación del nuevo partido: las relaciones de fuerza entre las clases han de modificarse en favor de la clase obrera, para que el partido pueda influir realmente en la lucha de clases. Ahora bien, esa influencia y la función de orientación que incumbe al partido no son posibles más que cuando avanza la sociedad hacia una situación revolucionaria. La formación del partido anticipa la apertura de un periodo revolucionario. Fue la Izquierda comunista de Italia, la que enunció con más profundidad cuál es la función de la fracción y cuándo la fracción debe transformarse en partido. Así lo expresaba Bilan:
“La transformación de la fracción en partido está condicionada por dos elementos íntimamente relacionados:
“1. La elaboración por parte de la fracción de nuevas posiciones políticas capaces de proporcionar un marco sólido a las luchas del proletariado hacia la revolución en su nueva fase más avanzada [...].
“2. El derribo de las relaciones de clase del sistema actual [...] con el estallido de movimientos revolucionarios que puedan permitir que la fracción tome la dirección de las luchas hacia la insurrección” (Bilan, no 1).
El materialismo dialéctico nos muestra que el movimiento real es algo complejo, actuando en él múltiples factores. Es lo que nos recuerdan los compañeros del POM. Pero se olvidan de que el sistema de contradicciones que produce la realidad desemboca en ciertos momentos en una alternativa zanjada y clara. Es entonces o una cosa u otra, o socialismo o barbarie, o política proletaria o política burguesa. La inclinación centrista de la dirección de la Internacional, a partir de la consigna de conquista de las masas, está directamente relacionada con la búsqueda de atajos inmediatistas que alteraban profundamente la política de clase: no solo los consejos sino también los sindicatos, no solo la lucha fuera del parlamento sino también el parlamentarismo revolucionario, no solo el internacionalismo sino también el nacionalismo... Y queriendo combinarlo todo, ocurrió el desastre. Cada innovación política significaba un paso adelante hacia la derrota. En vez de reforzar los partidos y núcleos comunistas, las alianzas con la socialdemocracia lo único que consiguieron fue desgastar esas fuerzas, que sólo sobre la base de un programa claramente comunista hubiesen podido desarrollarse realmente. El libro de Lenin, La Enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo, simboliza ese giro centrista. Lenin parte de la idea de criticar lo que considera como errores momentáneos e inevitables de una corriente auténticamente revolucionaria. “Evidentemente, el error del doctrinarismo de izquierdas en el movimiento obrero es, actualmente, mil veces menos peligroso y grave que el error representado por el doctrinarismo de derechas...”. Pero termina confundiendo las posiciones de la Izquierda con las del anarquismo, realzando el prestigio de la derecha con el pretexto que ésta sigue ejerciendo su predominio sobre amplias capas del proletariado. Eso es el centrismo. Y la derecha va a utilizar ampliamente la autoridad que se le concede para aislar a la izquierda.
Los compañeros escriben: “Pensamos que el siglo XXI verá nuevas batallas por la independencia nacional. A pesar de la potencia (y según vosotros la decadencia) del capitalismo en los países altamente desarrollados, el capitalismo en los países atrasados sigue desarrollándose, creciendo a su propio ritmo, si así puede decirse. Y no se trata de un problema de principios, ¡ se trata de la realidad objetiva !” [A].
Es ésa en verdad una divergencia importante en el medio político proletario. Ya saben los compañeros que pensamos que Lenin se equivocó cuando contestó a Rosa Luxemburg: “No son solamente probables las guerras coloniales, sino que son inevitables en una época de imperialismo, por parte de las colonias y semicolonias” (Respuesta al Folleto de Junius). Importa aquí decir que esta posición no significó en absoluto que Lenin abandonara el internacionalismo proletario, pero, a nuestro parecer, sí que contribuyó en debilitarlo. La preocupación es definir cuáles son las condiciones para una unidad del proletariado internacional, no la de andar utilizando a Lenin para disfrazar su apoyo a una u otra potencia imperialista como suelen hacerlo los izquierdistas.
“Habréis notado que somos muy poco leninistas. Sin embargo, pensamos que la posición de Lenin fue la mejor sobre el tema. Cada nación (¡ojo! nación, y no nacionalidad o grupo nacional, étnico, etc.) tiene totalmente derecho a disponer de sí misma en el marco de su territorio étnico-histórico, hasta la separación y la fundación de un Estado independiente [...]. Lo que les interesa a los marxistas es la cuestión de la libre disposición para el proletariado de su autodeterminación en tal o cual nación, o sea, la posibilidad de disponer libremente de sí mismo cuando ya existe como clase para sí, o la posibilidad para elementos pre-proletarios de constituirse como clase en el marco de ese nuevo Estado burgués nacional. Este es el caso de Chechenia. Chechenia-Ingushia estaba industrializada bajo el poder soviético, pero más del 90 % de los obreros eran de origen ruso, mientras que los chechenos eran campesinos pequeñoburgueses o intelectuales, funcionarios, etc. En cuanto la nueva burguesía chechena haga surgir un proletariado checheno nacional, en cuanto empiece a explotar a su proletariado nacional, sus familias, sus nativos (los obreros rusos no volverán por miedo a ser asesinados por los nacionalistas) ¡ ya veremos entonces que será de la “firme unidad de la nación chechena !” Entonces será posible la unión real y objetiva entre proletarios rusos y chechenos, no antes” [A].
Esta posición desemboca en una serie de contradicciones que no resuelven los compañeros cuando declaran que “según nosotros, el reconocer la objetividad de una lucha nacional no significa “justificarla” (¿ pero qué sentido tiene la palabra “justificar” ?) ni tampoco llamar a una alianza con fracciones de la burguesía nacional” [B].
Toda la cuestión está en saber cuál es esa realidad objetiva que se invoca. Tal realidad corresponde a una época pasada, la de la formación de naciones burguesas contra el feudalismo. ¿ Han analizado realmente los compañeros las motivaciones nacionalistas de la burguesía chechena ? Si lo hubiesen hecho, se habrían dado cuenta de que sus reivindicaciones nacionales ya no tienen el mismo contenido que cuando correspondían a una etapa anterior del desarrollo social. Los marxistas a menudo han descrito esa etapa. Rosa Luxemburg la resume de esta forma: “Durante la Gran revolución, la burguesía francesa tenía derecho a hablar en nombre del “pueblo francés”, en tanto que tercer Estado, e incluso la burguesía alemana podía hasta cierto punto considerarse, en 1848, como representante del “pueblo alemán” [...]. En ambos casos, esto significaba que la causa revolucionaria de la clase burguesa, en el nivel de desarrollo de entonces, coincidía con la del pueblo entero puesto que éste, junto con la burguesía, era todavía una masa indiferenciada opuesta al feudalismo dominante” (“La cuestión nacional y la autonomía”, de la edición francesa de Les marxistes et la question nationale, edición l’Harmattan, 1977, p. 195). Lo que no ven los compañeros, es que el nivel de desarrollo social no está definido por la situación local en Chechenia, sino por el ámbito social, por la situación general. Embarcada en el juego sangriento del imperialismo, totalmente dependiente del mercado mundial, Chechenia ya perdió hace mucho tiempo las principales características de una sociedad feudal.
Según los compañeros, existe una burguesía progresista en cierto número de países “porque el capitalismo nacional sigue en ascenso espontáneamente a partir de los sectores tradicionales, según las leyes generales del desarrollo de los pueblos en la época de la segunda superformación social, la de la propiedad privada. Esas formaciones son tres: la formación de la comunidad primitiva (no 1), luego la de la propiedad privada: el sistema de esclavitud antiguo, el feudalismo y el capitalismo (no 2), y por fin la formación del comunismo auténtico (no 3). Ésas son las tres formas según Marx (véase los esbozos de su “Carta a Vera Zasúlich”, 1881). Pero pocos son los países (y cada día hay menos) en que predomina un capitalismo nacional que se está autodesarrollando. En donde esto ocurre, la burguesía progresista puede conquistar el poder y el pueblo (incluidos los obreros, ¡tanto más al estar todavía en una situación de pre-proletarios!) la apoyará. Pero esto es momentáneo, puesto que, cada día más, las cosas van a depender de la burguesía imperialista mundial, como lo hemos podido ver en Afganistán [...]. Al capitalismo se le puede comparar a una ola en el “mar” de la segunda superformación social (véase arriba), y más que a una ola, a oleadas sucesivas. La segunda superformación (a la que Marx también llamó “económica”) genera esas olas desde el interior. Pero los límites, las orillas de este “mar” de la “superformación económica” son los mismos límites que los del capitalismo, son esas orillas sobre las que sus olas acaban rompiéndose.
“La característica esencial de ese “mar” de la formación social económica (la segunda de las tres) es la ley del valor. Pero las “oleadas sucesivas” son propulsadas, animadas por... el pequeño productor propietario. Éste ha sido, es y será el agente de la ley del valor en toda la extensión de la formación social económica (la “segunda”, la de la propiedad privada). Ésa es la razón por la que el capitalismo no puede destruir al pequeño productor. Por eso el monopolio estatal no puede ser total y de larga duración. ¡ La oleada se volverá hacia atrás ! Si los comunistas de izquierdas hubiesen analizado las cosas desde ese punto de vista, ¡ cuántos problemas hubiesen evitado, incluso en sus relaciones mutuas ! Y serían mucho más comprensibles el lugar y la función de la revolución social proletaria mundial” [B].
¿ Cómo explicar esta perspectiva de una regresión del capitalismo de Estado, tal como la defienden los compañeros ? Podemos comprobar cómo se confirma cada día más la tendencia hacia une gestión de la economía por un capitalista colectivo, anunciada ya por Engels en El Anti-Dühring. En cualquier país, es el Estado quien reglamenta las fusiones de las grandes empresas y les impone sus orientaciones. Un Estado que abandonara ese control estaría inmediatamente en situación de debilidad en la guerra comercial. Es, sin duda, el desmoronamiento de la URSS lo que explica esa toma de posición. Si así fuera, los compañeros harían generalizaciones a partir de una situación específica. La URSS estaba marcada por la debilidad de su economía y, con ella, no fue el capitalismo de Estado lo que se hundió, sino su versión más caricaturesca en la que la nacionalización afectaba a la inmensa mayoría de la economía. El que el Estado sea directamente propietario de las empresas siempre ha sido un signo de debilidad. En los países más desarrollados, el capitalismo de Estado es tan real como lo era en la URSS, pero posee sobre todo esa flexibilidad que le proporciona su participación en el capital de las empresas, o mejor todavía, si se limita a promulgar la reglamentación económica que deben acatar todas las empresas.
Se entiende por qué los compañeros ven el capitalismo de Estado como un fenómeno pasajero, puesto que para ellos es el pequeño productor quien mejor simboliza la propiedad privada y la ley del valor. Es justo decir que el capitalismo florece en una sociedad caracterizada por la propiedad privada y el intercambio de mercancías; es incluso su remate lógico, su apogeo, una vez que las mercancías han sido transformadas en capital. También es verdad que nunca podrá el capitalismo hacer desaparecer totalmente a los pequeños productores. Pero también es verdad que la pequeña propiedad está atacada permanentemente por la competencia. Ahora que la sobreproducción es un fenómeno generalizado y permanente, una parte de la burguesía cae en la pequeña burguesía, y un número incalculable de pequeño burgueses son arruinados y transformados en desocupados, o sobreviven en comercios a menudo ilícitos. El pequeño propietario no es entonces una característica del capitalismo sino más bien una herencia de las sociedades precapitalistas o de la primera etapa del desarrollo del capitalismo. En la mitología burguesa, siempre se presenta al capitalista como un pequeño productor que ha logrado gracias a sus esfuerzos convertirse en gran productor. El artesano de la Edad Media se habría convertido en gran industrial. La realidad histórica no es ésa, ni mucho menos. En el feudalismo en descomposición, no son los artesanos de las ciudades los que emergen como clase capitalista, sino más bien los comerciantes. Es más, los primeros proletarios a menudo fueron esos artesanos, sometidos en un primer tiempo a la dominación formal del capital. Los compañeros se olvidan de que antes de ser productor, el capitalista es ante todo un comerciante, cuyo principal comercio es el de la fuerza de trabajo.
Los compañeros parecen estar influenciados por un pasaje de La Enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo (1920), en donde Lenin explica que la potencia de la burguesía “consiste no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y solidez de los vínculos internacionales de la burguesía, sino además en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, por desgracia, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, de modo espontáneo y en masa” (Obras escogidas, tomo III, p. 353). Recordemos el contexto. Estamos en 1920 y desde 1918 se está desarrollando, en el Partido bolchevique, la controversia entre Lenin y los Comunistas de izquierda que publican Kommunist. Bujarin, principal líder de la Izquierda, se incorpora a la mayoría del Partido tras haber sido minoritario sobre la cuestión de Brest-Litovsk. Pero el grupo prosigue la controversia sobre la cuestión del capitalismo de Estado presentado por Lenin como una etapa preparadora del paso al socialismo, o sea como un progreso. Es verdad que el proletariado victorioso no solo se enfrentaba a la furia de las viejas clases dominantes, sino también al peso muerto de amplias capas campesinas que tenían sus razones para resistir ante los avances del proceso revolucionario. Pero el peso de estas capas sociales se ejercía era sobre el proletariado ante todo por medio del órgano estatal que, en su tendencia natural en preservar el statu quo social, tenía tendencia a convertirse en poder autónomo para sí mismo. Todos los revolucionarios sabían que el aislamiento de la Revolución rusa acabaría con ella. El problema estaba en saber si la restauración de la burguesía sería el resultado de una derrota militar contra los ejércitos blancos o de la enorme presión de la pequeña burguesía. Enfrentado a esa problemática, el partido era incapaz de ver el proceso que conducía al renacimiento de una burguesía rusa mediante la formación de una burocracia estatal. La Izquierda manifestaba bastantes debilidades en sus críticas (pero ¿hubiese sido posible de otra forma en medio de los acontecimientos?) y Lenin supo, con razón, poner muchas de ellas en evidencia. Pero la Izquierda comunista muestra, sin embargo, toda su capacidad cuando denuncia los peligros del capitalismo de Estado. Es el mismo método que después se volverá a ver en la Izquierda alemana, la primera en definir y analizar la Rusia estalinista como capitalismo de Estado. En la cita de arriba, Lenin expresa profundas confusiones sobre el carácter del capitalismo, que ya había manifestado en el folleto El Imperialismo, fase superior del capitalismo, en 1916. Es posible hoy sintetizar sobre ese punto todos los aportes de la Izquierda comunista, a pesar de su diversidad y sus tomas de posición contradictorias en ocasiones, porque están animadas en el fondo por el método marxista y los principios comunistas: “El capitalismo de Estado no es un paso orgánico al socialismo. En realidad representa la última forma de defensa del capitalismo contra su colapso y la emergencia del comunismo. La revolución comunista es la negación dialéctica del capitalismo de Estado” (Revista internacional no 99, p. 21).
Es un error a nuestro parecer presentar al pequeño productor independiente como el agente de la ley del valor. En realidad, no son los capitalistas quienes hacen el capitalismo, sino todo lo contrario: es el capitalismo quien engendra capitalistas. Si aplicamos este planteamiento marxista a Rusia, podemos entonces entender por qué “no funciona el Estado como esperábamos”, según la frase de Lenin. El poder que imponía en realidad su orientación era mucho más fuerte que “los hombres de la NEP”, que el capitalismo privado o la pequeña propiedad: fue el enorme poder impersonal del capital mundial lo que determinó inexorablemente el curso de la economía rusa y del Estado soviético. Si los camaradas no consiguen entender la naturaleza profunda del capitalismo, ni el capitalismo de Estado como expresión de un capitalismo decadente, se debe, sin duda, a que en esto se sitúan en el largo plazo, el que Marx utilizó en los borradores de su carta a Vera Zasúlitch, al dividir la historia de la humanidad en tres períodos: la formación social arcaica (comunismo primitivo), la formación social segunda (las sociedades de clases) y el comunismo moderno que restablece la producción y la apropiación colectivas a un nivel superior. El ejemplo de las sociedades primitivas era para Marx una prueba más de que familia, propiedad privada y Estado no son inherentes a la humanidad. Estos textos son también una denuncia de la interpretación fatalista de la evolución económica y del progreso lineal, sin contradicciones, como lo ven los burgueses. Si quedamos en ese terreno, resulta entonces imposible expresar precisamente lo que contiene de específico el capitalismo y sobre todo que posee una historia propia, que de sistema progresista se ha transformado en traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. Y las bases de este análisis están presentes en estos textos de Marx, tanto como en el Manifiesto. Tras la Comuna de París y el fin de las grandes luchas nacionales del siglo XIX, Marx había constatado que la burguesía de los principales países capitalistas ya no tenía ningún papel revolucionario en el escenario de la historia, aunque el capitalismo tuviese todavía ante él un enorme campo de expansión. Se abría una nueva etapa, la de las conquistas coloniales y del imperialismo. Gracias a ese planteamiento, el marxismo fue capaz de anticipar la evolución histórica y prever la entrada en el período de decadencia. Esto está muy claro en el segundo borrador: “El sistema capitalista ha superado su apogeo en el Oeste, acercándose al momento en que ya solo será un sistema social regresivo”(citado en Marx maduro y el camino de Rusia, Théodore Shanin, Nueva York, 1983, p. 103).
Los interrogantes de Marx sobre la comuna rural rusa han sido desfigurados por ciertos izquierdistas. El norteamericano Shanin, por ejemplo, veía en ellas la prueba de que el socialismo podría ser el resultado de revoluciones campesinas en la periferia del capitalismo. Sin compartir su admiración por Hô Chi Minh o Mao, Raya Dunayewskaya y el grupo News and Letters consideraban más o menos lo mismo. Concluyen que Marx en los años 1880 está buscando otro sujeto revolucionario diferente a la clase obrera. Así es como buena parte del izquierdismo va a terminar considerando a la clase obrera como un sujeto revolucionario entre otros: las tribus primitivas, las mujeres, los homosexuales, los negros, los jóvenes, los pueblos del “Tercer mundo”.
Esas aberraciones nada tienen que ver con las tesis de los compañeros de Rusia. Pero sin embargo, ya veremos que la defensa de la posibilidad de guerras nacionales actualmente los lleva a un análisis bastante original de la Revolución de octubre de 1917.
"Nosotros (el BS del POM) pensamos que es la historia la que ha rebatido esa concepción angular del leninismo del “eslabón más débil”. Pero ¡cuidado! muy originalmente: demostró que era posible romper la “cadena imperialista” y hasta “construir el socialismo” en países retrasados (o “atrasados” como decís vosotros, aunque aquí distinguiría: no solo se ha empezado a “construir el socialismo” en países capitalísticamente atrasados – Rusia por ejemplo –, sino también en Mongolia, en Vietnam, etc., que están realmente retrasados). Y decimos que sí, se puede romper la cadena, es posible construir una “revolución socialista”, hasta es posible construir el socialismo en países separados y edificarlo (o sea “acabar de construirlo”)... pero ¡en ningún caso puede llevar al comunismo! ¡Never and in no way! ¿Por qué, desde un punto de vista teórico, pudieron los bolcheviques tomar ese camino, engañarse a sí mismos y a muchos otros, inclusive a los Comunistas de izquierda? La causa es... una sola palabra (y aquí no se trata de mi subjetivismo: esta palabra falsa esconde una concepción falsa, no marxista en el fondo), una consigna, ¡la “revolución socialista”! Cuando Marx, y sobre todo Engels, ¡aceptaron semejante disfraz del concepto de “revolución social del proletariado”, de la revolución comunista mundial! En cuanto a la “revolución socialista”, tarde o temprano acaba “construyendo el socialismo”, y nos encontramos con que este “socialismo”, aunque sea "de Estado" o "de mercado" o “nacional”, etc., ¡no rompe en realidad con el capitalismo!” [A].
“Allí donde existe el sector exógeno del capitalismo, la burguesía progresista tiene un papel y una influencia inversamente proporcionales al grado de madurez de este sector: la burguesía del sector capitalista importado pesa sobre la burguesía nacional progresista y la corrompe, ¡y qué decir de la burguesía imperialista mundial (transnacional)! Ambos sectores estaban presentes en Rusia a principios del siglo XX, y el marxismo ruso era la expresión, en el interior, de las relaciones en el sector capitalista exógeno. Pero los bolcheviques decidieron hacerse los portavoces de todos los explotados: en el sector del capitalismo desarrollado importado, en el del capital nacional (hasta en el sector agrícola con su comunidad rural preservada). ¡ Y así se volvieron “social-jacobinos” y proclamaron la “revolución socialista !” [B].
“Tratáis de la cuestión de lo objetivo y lo subjetivo en la revolución proletaria mundial, y es correcto. Pero ¿por qué no tenéis la menor duda en cuanto a que “la revolución era objetivamente posible desde la guerra imperialista del 14”, etc.? ¿Acaso Marx y Engels no habían creído, en sus tiempos, que la “revolución era objetivamente posible”? ¡Recordad las categorías de la dialéctica: lo posible y lo real, lo necesario y lo eventual! Ya sabemos que es necesario distinguir la posibilidad abstracta (formal) de la practicable (concreta). La posibilidad abstracta se caracteriza por la ausencia de obstáculos principales para el devenir del objeto, sin que existan, no obstante, todas las condiciones necesarias para su realización. La posibilidad practicable posee todas las condiciones necesarias para su realización: de realidad latente, se transforma en nueva realidad en ciertas circunstancias. La transformación del conjunto de las condiciones determina la transición entre la posibilidad abstracta y la practicable, transformándose ésta en realidad. La medida numérica de esta posibilidad está expresada en la noción de probabilidad. Como se sabe, la necesidad es el modo de la transformación de la posibilidad en realidad, en el que no existe más que una posibilidad en cierto objeto, la que se transforma en realidad. Y por el contrario, la eventualidad no es sino el modo de transformación de la posibilidad en realidad, en el que existen varias (o muchas) posibilidades diferentes en tal objeto (claro está en ciertas circunstancias) para que se transformen en realidad, aunque una sola se realice” [A].
No entendemos por qué habría que afirmar que la construcción del socialismo en un solo país es a la vez posible e imposible al no romper en modo alguno con el capitalismo. Preferimos limitarnos a la afirmación de que el socialismo en un solo país ha sido una mistificación sin relación alguna con la realidad, ha sido un arma de la contrarrevolución. Parece que lo que los compañeros nos quieren decir, es que los bolcheviques dejaron en cierto momento de representar los intereses del proletariado. Efectivamente, eso es lo que se llama contrarrevolución estalinista. La dificultad del problema, contra el que muchos revolucionarios en los años 30 se rompieron la cabeza, está en que la contrarrevolución triunfa tras un largo proceso de degeneración y de deriva oportunista. En un proceso así, largo y a menudo imperceptible, ocurre en cierta forma una transformación de la cantidad en calidad. Lo que no era en un primer tiempo más que un problema en el seno de la clase obrera se transforma en contrarrevolución burguesa. El cambio en cuanto a la ruptura en la naturaleza del régimen soviético, sí que queda muy claro: ocurre cuando Stalin elimina a toda la vieja guardia bolchevique, cuando la perspectiva de la revolución mundial se cambia por la defensa del capital nacional ruso. La debilitación del poder de los consejos obreros y la del Partido bolchevique socavado por el oportunismo siguieron curvas paralelas hasta el establecimiento del poder de la burguesía de Estado rusa. Recordar lo que fue el movimiento real de los enfrentamientos de clase a finales de los 20 en Rusia no solo nos fortalece contra la propaganda burguesa, sino también contra cualquier debilitamiento de la teoría revolucionaria que vería una continuidad, objetiva o subjetiva, entre Lenin y Stalin.
Al introducir la idea de que “los bolcheviques decidieron ser los portavoces de todos los explotados”, los compañeros se olvidan de la contrarrevolución estalinista y caen en este debilitamiento. Pero ¿cuándo y por qué se tomó esa decisión?; las palabras “todos los explotados” ¿ significa el conjunto de los trabajadores, o sea varias clases y entre ellas, además del proletariado, las capas no explotadoras tales como el campesinado y lo que queda de la pequeña burguesía, que son clases oprimidas bajo el capitalismo ? Si este es el caso, los compañeros confunden los discursos de Stalin, y también los de Mao y su “bloque de las cuatro clases”, con la realidad. En cualquier caso, no podemos estar de acuerdo cuando afirman que Marx y Engels “aceptaron” el concepto de una revolución socialista que “no rompe en realidad con el capitalismo”. Es cierto que ciertas fórmulas de Marx y Engels pueden sembrar cierta confusión entre estatalización del capital y socialismo. Esto se puede fácilmente entender en aquellos tiempos, cuando el proletariado podía apoyar, en ciertas condiciones, a la burguesía progresista contra los vestigios del feudalismo. La conciencia como el programa son el resultado del combate permanente contra la ideología de la clase dominante. Por eso, cuando los revolucionarios profundizan la letra del programa siguen fieles, y han de seguir siéndolo, al espíritu que animaba a la generación marxista precedente. La corrección definitiva de los errores “capitalistas de Estado” que permanecían en la doctrina marxista se debió a la experiencia de la Revolución rusa del 17. Pero ya en Marx aparecen las premisas de esa corrección, en su definición del capital como relación social y del capitalismo como sistema basado en el trabajo asalariado, la extracción y la realización de la plusvalía. En esa relación, la transformación de la propiedad individual del capital en propiedad colectiva del Estado no cambiaba para nada el carácter de la sociedad. Más aún, la crítica del carácter progresista de la propiedad colectiva estatal ya estaba en germen en la lucha de Marx y Engels contra el socialismo de Estado de Lassalle, quien animaba a los obreros a utilizar el Estado contra los capitalistas, o el de la corriente de Liebknecht y Bebel en la socialdemocracia alemana que dejó fórmulas lassallianas en el Programa de Gotha.
Así resumiríamos la idea de los compañeros: el bolchevismo fue una corriente marxista en sus orígenes; expresaba los intereses del proletariado en el marco de relaciones capitalistas desarrolladas, pero éstas eran de origen extranjero, también existía en Rusia un joven capitalismo que necesitaba una revolución antifeudal. De este modo los bolcheviques no sucumbieron a la contrarrevolución estalinista, ya habían sido conquistados mucho antes por los encantos del capitalismo nacional y habían decidido hacerse “social-jacobinos”. Aquí se evidencia la diferencia política con la visión consejista. Ésta considera que la Revolución rusa fatalmente desembocaría en capitalismo de Estado, siendo los bolcheviques, desde el principio, el reflejo de ese destino. Este descubrimiento fue muy tardío, pues fue en los años 30 cuando a Pannekoek, que se volvió consejista en aquel momento, no se le ocurrió mejor cosa que revelarnos el carácter original del bolchevismo a partir del libro escrito por Lenin en 1908, Materialismo o empiriocriticismo: “Es clara y exclusivamente a la imagen de la Revolución rusa a la cual tiende con todas sus fuerzas. Esta obra es tan conforme al materialismo burgués que si hubiese sido conocida e interpretada correctamente en Europa occidental... habríamos podido prever que la Revolución rusa desembocaría de una u otra forma en un tipo de capitalismo basado en la lucha obrera” (Lenin filósofo, Ediciones Spartacus, París, 1970, p. 103).
El método marxista se basa en el concepto de totalidad y a partir de ese concepto se “eleva” hasta las situaciones más concretas. Partiendo del pequeño productor independiente o de una situación local, los compañeros se alejan del método marxista y acaban confundiendo algunos vestigios del feudalismo con la característica general. Es entonces útil recordar que en 1917, Rusia es la quinta potencia industrial del mundo y que en la medida en que el desarrollo del capitalismo pasó en gran parte por encima de la etapa del desarrollo del artesanado y de la manufactura, ese modo de producción tenía allí sus formas más modernas y concentradas. Putilov, con más de 40 000 obreros, era la mayor empresa del mundo. Esto es la clave de la comprensión de la situación en Rusia, y no la oposición entre capitalismo exógeno y endógeno. La mutua relación de las relaciones económicas había llegado a tal extremo que nada tenía que ver con la época de las revoluciones burguesas de los siglos XVII o XVIII.
"Desde la guerra de Crimea y su modernización mediante las reformas, el aparato de estado ruso no se mantiene en gran parte sino gracias a los capitales extranjeros, esencialmente franceses. (...) Los capitales franceses sirven, desde hace décadas, sencillamente, para dos fines: la construcción de ferrocarriles con la garantía del Estado y los gastos militares. Para dar respuesta a esos dos fines, ha surgido en Rusia una poderosa gran industria, desde los años 1870, protegida por un sistema reforzado de aranceles. El capital francés ha hecho surgir en Rusia un joven capitalismo que necesita, a su vez, estar constantemente apoyado por grandes importaciones de maquinaria y otros medios de producción procedentes de los países industriales de primera línea, Inglaterra y Alemania” (Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política).
También es significativo el ejemplo de Polonia: “Al ser la burguesía polaca, en su gran mayoría, de origen extranjero (se había instalado en Polonia a principios del siglo XIX), siempre se mostró hostil a la idea de independencia nacional.. Tanto más por cuanto, durante los años veinte y treinta del siglo XIX, la industria polaca se centró en la exportación antes incluso de que se creara un mercado interior. La burguesía del reino, en lugar de desear una reunificación nacional con Galitzia y el Principado, siempre andaba buscando sus apoyos en el Este, pues era la exportación masiva de sus textiles hacia el Este la base del crecimiento del capitalismo polaco” (Rosa Luxemburg, La cuestión nacional y la economía).
La formación del mercado mundial es una de las principales características del modo de producción capitalista, pues en su proceso destruye las relaciones precapitalistas. Este proceso dinámico es el que crea las condiciones de la unidad del proletariado internacional, y no el autodesarrollo de un capital nacional. La Revolución de 1905 fue la primera demostración práctica de este fenómeno. A la inversa, la consigna del “derecho de los pueblos a la autodeterminación”, que por desgracia hicieron suya los bolcheviques, aumentó la división del proletariado. ¿Acaso no aportaron los años 20 la confirmación práctica de ello?
No se pueden comparar con los jacobinos ni a los bolcheviques de ayer ni a la burguesía de ningún país de hoy. En cuanto quedó terminada la formación del mercado mundial, las crisis de sobreproducción han anulado toda posibilidad de desarrollo real. La burguesía chechena jamás hará surgir un proletariado nacional. ¿Dónde iba a encontrar mercados para sus mercancías? Sólo la revolución proletaria podrá poner las bases de la industrialización de los países atrasados. El Manifiesto comunista describe muy bien cómo la burguesía creó un mundo a su imagen, mediante la exportación de mercancías a bajo precio y la extensión de sus relaciones comerciales. Pero alcanzó sus límites antes de haber industrializado el conjunto del planeta. Marx y Engels ya habían puesto de relieve que las contradicciones insolubles resultantes de la relación salarial no podían sino conducir a la decadencia del capitalismo. La crítica perspicaz de Charles Fourier ya lo había esbozado: “Como vemos, Fourier maneja la dialéctica con tanta capacidad como su contemporáneo Hegel. Con una dialéctica parecida, hace resaltar que contrariamente a las charlatanerías sobre el hombre perfectible, todas las fases históricas tienen su fase ascendente y también su fase decadente, aplicando esa idea al porvenir de la humanidad en su conjunto” (Engels, El Anti-Dühring). Fue Marx quien dio su explicación al fenómeno. A cierto nivel del desarrollo, al estar saturado el mercado mundial, la tendencia decreciente de la cuota de ganancia ya no puede compensarse con el aumento de la masa de plusvalía. “Ahora bien, el capitalismo tiene tanta más necesidad de encontrar salidas mercantiles porque su producción se ha ido incrementando, mientras los medios de producción más poderosos y más costosos que ha puesto a funcionar le permiten vender más barato, pero también le obligan a vender más, a conquistar para sus mercancías, mercados muchísimo más amplios [p. 223] (...). En fin, a medida que ese movimiento irresistible obliga a los capitalistas a explotar los enormes medios de producción ya existentes a una escala mucho mayor todavía, y a hacer funcionar para ese fin todos los mecanismos del crédito, se van multiplicando los terremotos que sacuden el mundo comercial, no dejándole más que una salida: sacrificar a los dioses de los Infiernos una parte de la riqueza, de los productos, de las fuerzas productivas incluso, en una palabra: aumentar las crisis. Estas aumentan en frecuencia y en violencia. Y es porque la masa de productos crece y por lo tanto la necesidad de salidas mercantiles, a la vez que el mercado mundial se estrecha; Y es porque cada crisis somete al mundo comercial un mercado todavía no conquistado o poco explotado, restringiendo así las salidas [p. 228]” (Trabajo asalariado y capital). Les incumbió a las Fracciones de izquierda, con Lenin y Rosa Luxemburgo en su vanguardia, demostrar más tarde que la Primera Guerra mundial fue la manifestación de que el capitalismo ya había empezado su fase de declive. La revolución comunista no solo era necesaria, sino que, por fin, ya era posible.
Al terminar esta primera respuesta a los compañeros del POM, y lamentando no haber podido traducir sus textos políticos del ruso (3), hacemos un llamamiento para que el debate y la reflexión sigan desarrollándose.
Deseamos que prosigan la discusión y las críticas mutuas. Y también animamos a que este debate no se quede limitado a nosotros, sino que se abra a otros compañeros en Rusia y a otros grupos del medio proletario del mundo entero.
Pal
3) Los documentos que tenemos, en francés o inglés, son en su gran mayoría correspondencia
[1] En el país de la gran mentira, de Antón Ciliga. La versión completa se tituló Diez años en el país de la mentira desconcertante.
[2] Desde Mayo del 68, “izquierdismo” ha pasado al lenguaje común para designar no ya a quienes se opusieron al centrismo de la Internacional comunista, criticados como camaradas que eran por Lenin, y que formaban la Izquierda comunista, sino a todas las corrientes capitalistas extraparlamentarias, como los trotskistas o los maoístas (habría que distinguir aquí a los maoístas de los países occidentales, incluidos en lo que se ha dado en llamar “izquierdistas”, de Mao, teórico de una especie de “nacional comunismo campesino” que nunca tuvo nada que ver con el movimiento obrero, sino que fue un “estalinista oriental”), que traicionaron el internacionalismo apoyando “de forma crítica” a los partidos de izquierdas de la burguesía (partidos socialistas y comunistas estalinistas) así como a los sindicatos. Ese término designa, pues, hoy, a una tendencia política que pertenece claramente al aparato político de la burguesía
Ocho años después de su padre, G.W. Bush inicia su mandato depresidente de Estados Unidos de América. Aquél nos había prometido "una era de paz y prosperidad" tras la implosión del bloque del Este y el estallido de la URSS. Su hijo hereda una situación de miseria generalizada que se ha ido agudizando yextendiéndose a lo largo de los años 90. La situación del mundo esrealmente catastrófica. Y no es ni provisional, ni transitoria enespera de la profecía del G. Bush padre. Todo está indicando queel mundo capitalista arrastra a la humanidad en una espiral deconflictos guerreros mortíferos por todos los continentes, crecientes antagonismos imperialistas, especialmente entre las grandes potencias, en una nueva caída brutal en la crisis económica y en la miseria, en una cascada de catástrofes de todo tipo. Esos tres elementos, guerras, atasco económico y destrucción del planeta, hacen la vida de las generaciones actuales cada vez más insoportable, poniendo en peligro la supervivencia de las generaciones venideras. Se hace cada día más patente que elmundo capitalista lleva a la especie humana a su desaparición.
SI LA ILUSION de la paz quedó rápidamente desmentida por la guerra del Golfo y el subsiguiente aplastamiento de Irak en 1991, después, con la interminable guerra en Yugoslavia, la fábula de la prosperidad habrá podido alimentarse en varias ocasiones con las tasas positivas del crecimiento estadounidense de los años 90, con las alzas en las Bolsas, y la deslumbrante "nueva economía" ligada a Internet. Las tasas de crecimiento en Estados Unidos (EE.UU) y las cotizaciones bursátiles no han impedido, sino lo contrario en realidad, el incremento dramático de la pobreza y del hambre en el mundo. Por su parte, a la nueva economía se le ha mojado la pólvora y hoy las ilusiones de la prosperidad se están haciendo añicos.
Una economía en quiebra virtual
Ya hemos denunciado en esta Revista las patrañas sobre la "buena salud" de la economía capitalista, basada, por lo visto, en tasas de crecimiento positivas. La burguesía mundial ha establecido "reglas" para definir la recesión, la cual solo sería efectiva tras dos meses de crecimiento negativo. Digamos de paso que, globalmente, Japón lleva diez años en recesión "oficial", o sea según los criterios de la propaganda burguesa. Sin embargo, y más allá de las trampas sobre cifras y métodos de cálculo, la realidad del crecimiento positivo "oficial" no significa que la economía esté boyante. El aumento de la pobreza en los propios EE.UU. (1) bajo la presidencia de Clinton, a pesar de las tasas de crecimiento excepcionales es una ilustración de ello.
Peor que en 1929Los medios, los historiadores y los economistas se refieren siempre a la gran crisis de 1929, para definir una crisis económica catastrófica, mostrando así que hoy las cosas van bien. La experiencia misma de 1929 lo desmiente: "En la vida de la mayoría de hombres y mujeres, las experiencias económicas centrales de la época fueron, sí, devastadoras, coronadas por la Gran Crisis de los años 1923-1933, pero el crecimiento económico no cesó durante esas décadas. Sencillamente aminoró. En la mayor y más rica economía del planeta en aquel entonces, la de Estados Unidos, la tasa de crecimiento medio del PNB per cápita entre 1913 y 1938 no superó un modesto 0,8 % por año. Al mismo tiempo, la producción industrial mundial aumentó de algo más de 80 %, o sea la mitad del crecimiento del cuarto de siglo anterior (W.W. Rostov, 1978, p. 662) […] Sea como fuere, si un marciano hubiera observado la curva de los movimientos económicos desde lo bastante lejos como para no fijarse en los altibajos que sufrieron los seres humanos en la tierra, habría concluido inevitablemente que hubo una expansión continua de la economía mundial" (E.J. Hobsbawm, La edad de los extremos).
Nuestros economistas y gobernantes no son marcianos sino representantes y defensores del orden capitalista. Y como tales pasan gran parte de su tiempo en enmascarar la realidad de la catástrofe económica. Sólo algunas veces, y en publicaciones más confidenciales, algunos reconocen una parte de la realidad que viene a confirmar nuestras tesis. "Sin embargo, el crecimiento económico seguirá siendo insuficiente para reducir la tasa de pobreza o llevar bienestar a la población", reconoce The Economist a propósito de Latinoamérica (Courrier international, "Le monde en 2001"). Y eso es válido para toda la población mundial. ¿Qué decir entonces de la agravación dramática de la pobreza si se realizaran las previsiones de Fred Hockey, citado por The Wall Street Journal, cuando dice "seguro que vamos hacia una recesión" (Le Monde, 17 de marzo de 2001)?
Hoy con las caídas bursátiles de este principio de 2001, es difícil creer que todo va bien en el reino de las finanzas o en la "nueva economía" vinculada a Internet. "Desde su más alto nivel histórico de 5132 enteros alcanzados el 10 de marzo de 2000, el mercado de valores tecnológicos ha caído casi 65 %. Triste aniversario, pues, para ese mismo período son casi 4,5billones de dólares los que se han esfumado en el conjunto de las plazas financiera norteamericanas" (Le Monde, ídem).
Más allá de la economía ligada a Internet, las afectadas por la baja de las cotizaciones son todas las Bolsas. Por ahora, contrariamente a las crisis bursátiles de los años 1980 y 1990 (EEUU, Asia, Rusia), la caída parece estar controlada, aunque se trate de una quiebra importante. Sigue habiendo el mismo problema: la economía japonesa, cuyo sistema financiero y bancario, muy fragilizado por deudas muy dudosas, está al borde de la quiebra. "La ruina del sistema bancario nipón amenaza al resto del planeta" (Le Monde, 27 de marzo de 2001). Si Japón retirara sus haberes americanos, sería todo el financiamiento a crédito de la economía norteamericana el que estaría amenazado por las sucesivas consecuencias de tal decisión. "Si los inversores extranjeros no quieren seguir abasteciendo los capitales necesarios, el impacto en el crecimiento, en las cotizaciones en la Bolsa y en el dólar podría ser importante" (The Economist, Courrier international, "Le monde en 2001").
Más todavía: los ahorros de las familias americanas son nulos y la deuda privada y la de las empresas para especular en Bolsa, ha alcanzado cotas insospechadas. Ya lo hemos demostrado en múltiples ocasiones: la economía capitalista mundial se basa en una montaña de deudas que nunca serán reembolsadas y que, tras haber relegado en el tiempo y en el espacio, hacia los países emergentes, las consecuencias del atolladero económico del mundo capitalista, esas deudas acaban acelerando y agravando las cosas. La primera economía, la de EEUU, es la más endeudada de todas y sus tasas de crecimiento son pagadas a crédito mediante "un déficit comercial colosal y un endeudamiento masivo hacia el exterior" (ídem). Incluso los expertos expresan sus dudas. "Resumiendo, la economía americana, en 2001, necesitará una gestión inteligente y, sobre todo, una buena dosis de suerte" (ídem) ¿Quién se subiría en un avión en el que se previene de antemano que se necesita un piloto inteligente, y sobre todo "una buena dosis de suerte"?
Al mismo tiempo, y tras las diferentes crisis financieras que han sacudido a Rusia, Asia, Latinoamérica en varias ocasiones, incapaces una tras otra de afrontar los plazos de la deuda, le toca ahora a Turquía estar casi en quiebra y recibir a su cabecera al FMI. Incapaz de reembolsar 3mil millones de dólares el 21 de marzo, Turquía ha recibido 6 mil millones del FMI a cambio de un plan drástico de ataques económicos contra la población. Por otra parte, el descenso a los infiernos de la economía argentina ha conocido una nueva aceleración. Este invierno hubo que otorgarle con urgencia "una ayuda financiera excepcional de 397 mil millones de dólares, destinados ante todo a evitar la imposibilidad de pago de la pesada deuda externa (122 mil millones de dólares, o sea el 42 % del PNB)" (Le Monde, 20 de marzo de 2001, suplemento económico). En sí, esas crisis locales podrían únicamente expresar la fragilidad de esos países. Pero, de hecho, expresan la fragilidad de la economía mundial pues en cada una de esas crisis - y hay muchas en Latinoamérica desde 1982 - en las que países "emergentes" resultar ser incapaces de hacer frente a los plazos de su deuda, es todo el sistema financiero internacional el que está en peligro inmediato. De ahí vienen esas intervenciones precipitadas por parte de los gobiernos de las grandes potencias y del FMI a golpe de nuevos créditos cada vez más importantes.
En esta situación, lo que importa a la burguesía mundial, y desde hace varios años, es intentar controlar la inevitable caída de la economía norteamericana. "El exceso de la demanda con relación a la oferta en EE.UU. simboliza el reverso de ese milagro [el crecimiento norteamericano]. Es también un peligro, pues viene acompañado de un déficit comercial colosal y de una deuda masiva con el exterior. Si el déficit y la deuda se confirmaran, el desplome sería inevitable. Pero no será así. En 2001, con el retorno del crecimiento americano a un ritmo más moderado, no ya milagroso sino sencillamente impresionante, los déficits del comercio exterior y la balanza de pagos deberían disminuir" (The Economist, Courrier International, "Le monde en 2001"). El primer periodista confiaba en la suerte. Este último, en un artículo titulado "L'age d'or de l'économie mondiale" (La edad de oro de la economía mundial) espera milagros. Para los diferentes sectores de la economía mundial, aparte de los intereses imperialistas, políticos y comerciales antagónicos, la cuestión crucial sigue siendo el éxito o no del "aterrizaje suave" de la economía de EE.UU. O sea, que no haya sacudidas excesivas que podría acabar por poner bruscamente al descubierto ante la población mundial, y especialmente la clase obrera internacional, la realidad dramática de la quiebra del modo de producción capitalista y su carácter irreversible. Para la población mundial, incluida la de los países industrializados de Europa y de América del Norte, la perspectiva es hacia un incremento de la pobreza y de la miseria que ya están alcanzando cotas muy altas.
La "crisis agrícola" es la crisis del capitalismoLas consecuencias de la crisis de sobreproducción agrícola van a provocar la ruina de miles de campesinos medios y pequeños en los países industrializados y una aceleración de la concentración de esta parte de la producción capitalista. Las enfermedades de las "vacas locas" o la epidemia de la fiebre aftosa no son desastres naturales, sino catástrofes sociales, o sea vinculadas y resultantes del modo de producción capitalista. Son el producto de la agudización de la competencia económica y de la carrera productivista. En resumen, son la plasmación de la sobreproducción agrícola mundial y ofrecen la ocasión de "resolverla" temporalmente, mediante la matanza masiva de animales… mientras una gran parte de la población mundial se muere de hambre. Y eso que bastaría con… vacunar a los animales. "La crisis agrícola subraya una vez más hasta qué punto el hambre en el Sur va en perfecto paralelismo con el despilfarro en el Norte" (Sylvie Brunel, "Action contre la faim", Le Monde 10/03/01). Esta crisis va a tener también consecuencias dramáticas en campesinos de la periferia del capitalismo, o sea en una fracción importante de la población mundial. "Está apareciendo otra consecuencia desastrosa para el Tercer mundo causada por el hundimiento del sector cárnico: la sobreproducción de cereales" (ídem) ¡Qué otra más clara manifestación de la irracionalidad del mundo capitalista, de lo absurdo de su supervivencia, si no es ese ejemplo de miles de animales destruidos mientras millones de personas no tienen que comer! "Pues el problema alimentario del mundo no es el de la producción de alimentos, ampliamente suficiente para todos en volumen, sino en su reparto: quienes sufren de subnutrición son demasiado pobres para comprar con qué alimentarse" (ídem)(2). Ésa es la razón por la que el capitalismo no puede ni siquiera darse el "lujo" de vacunar a ovejas y vacas: las cotizaciones se hundirían, sobre todo si se entregaran gratis a los hambrientos del mundo los animales destinados al exterminio.
Sin destrucción del capitalismo, mientras sus leyes económicas, especialmente la ley del valor, subsistan, no es posible regalar animales sanos que van a ser destruidos. Y lo mismo es para toda la sobreproducción agrícola, y toda la producción capitalista, de ahí el dejar en barbecho cantidad de tierras en los países industriales y los enormes excedentes de mantequilla y leche invendibles. Solo una sociedad en la que la ley del valor, y por lo tanto el salariado y las clases sociales, hayan desaparecido, podrá resolver esas cuestiones, pues una sociedad así podrá dar y no destruir.
La población vinculada a las actividades agrícolas, ya sea de pequeños propietarios o de aparceros, ya sean braceros u obreros agrícolas, no es la única que recibe de lleno los latigazos de la brutal aceleración de la crisis económica.
Los ataques contra la clase obreraLlueven los despidos en todos los sectores. En EEUU, se suprimen empleos por miles, en compañías como Intel, Dell, Delfi, Nortel, Cisco, Lucent, Xerox, Compaq, de la "nueva economía", pero también en la industria tradicional como General Motors o Coca Cola. En Europa, vuelve brutalmente la siniestra ronda de despidos y cierres de empresas: cierre de almacenes Marks&Spencer, en Danone, en la industria de armamento (EADS, y, en Francia, GIAT, la que construye los carros Leclerq), a la vez que se reducen plantillas en las grandes empresas y los servicios públicos.
Se trata ahí de países industrializados, en donde las burguesías nacionales, conscientes de las potencialidades y de los peligros de la reacciones de una clase obrera concentrada y de gran experiencia histórica de lucha, toman muchas precauciones políticas para llevar a cabo sus ataques. En los países en donde la clase obrera es más joven, menos experimentada y más dispersa, los ataques son todavía más violentos. Está claro que, entre otros muchos ejemplos, los ataques van a redoblar contra la clase obrera en Argentina y también en Turquía. Todos esos ataques masivos en todos los países, en todos los sectores, tiran por los suelos la patraña de que "la economía va bien". Y sobre todo, la idea, machacada sin cesar, de que si una empresa despide, se trataría de un caso particular, excepcional, y que, en otros lugares, en otras empresas y sectores, todo iría bien. Toda la clase obrera del mundo se ve afectada; en todos los sectores de actividad llueven los despidos, se reducen los salarios, se incrementan eventualidad y horas de trabajo, se deterioran las condiciones de trabajo y de vida.
Bush, el padre, y con él los diferentes aparatos de Estado nacionales, gobiernos, políticos, ideólogos, periodistas, intelectuales, hablaban de prosperidad. Lo que sí nos cayó encima fue, es, y todo indica que así seguirá siendo cada día más, la miseria por doquier. La humanidad se encuentra ante una situación histórica bloqueada. Por un lado, al capitalismo ya no le quedan perspectivas que ofrecer sino es la crisis, la guerra, la desolación, más y más miserias y barbarie. Por otro lado, la única fuerza social, la clase obrera internacional, que podría ofrecer la perspectiva de acabar con el capitalismo y encaminarse hacia una nueva sociedad no ha logrado todavía afirmarse abiertamente. En tal situación, estamos asistiendo a una putrefacción de raíz, a una verdadera descomposición de la sociedad capitalista. Entre las consecuencias más dramáticas, además de las guerras, la violencia urbana, la inseguridad general, entre las que más ponen en peligro la supervivencia misma de la humanidad, la destrucción del medio ambiente y la multiplicación de catástrofes de todo tipo.
Putrefacción e irracionalidad de lasociedad capitalistaEntre la disminución de la capa de ozono, las contaminaciones marítimas y terrestres, ríos, ciudades y campos, trapicheos sobre los alimentos, epidemias en el hombre y en el ganado - la lista no es exhaustiva - el planeta se vuelve cada día más inhabitable, con su propio equilibrio en peligro. Hasta hoy, las catástrofes y la deterioración del medio ambiente no aparecían sino como consecuencias "mecánicas" de la agravación de la crisis económica, de la competencia capitalista y de la búsqueda desenfrenada de una productividad máxima. Hoy las cuestiones del entorno se han convertido en bazas imperialistas, un ámbito de enfrentamiento entre grandes potencias. La ruptura de los acuerdos de Kioto sobre las emisiones de gas con efecto invernadero por parte de EE.UU. ha sido la ocasión de una denuncia por las demás grandes potencias, sobre todo las europeas, de la irresponsabilidad estadounidense. "La Unión Europea no ve otra solución alternativa al problema climático del protocolo de Kioto y sigue decidida a aplicarlo, con o sin Estados Unidos" (Romano Prodi, presidente de la Comisión europea, Le Monde 6/04/01).
Lo mismo que con las causas humanitarias y la "defensa de los derechos humanos", el medio ambiente y las catástrofes naturales son temas de competencia entre Estados. La "injerencia humanitaria" organizada en Bosnia fue un terreno de enfrentamiento entre las grandes potencias, como ya lo había sido en Somalia. La ayuda humanitaria es igual: cada vez que hay un terremoto, asistimos a la misma competición entre equipos americanos y europeos a ver quién encuentra más muertos entre los escombros.
Cada día más se desvela la relación entre atolladero económico del capitalismo, exacerbación de antagonismos imperialistas que la crisis económica provoca en el plano histórico, y todas las consecuencias sobre la vida social entera, consecuencias que vienen a su vez a acentuar las rivalidades imperialistas y los conflictos, a incidir en la crisis económica. El mundo capitalista está arrastrando a la humanidad y al planeta en una espiral dantesca, a un hundimiento en los infiernos.
Multiplicación de las guerras"El que la humanidad se haya acostumbrado a vivir en un mundo en el que las matanzas, las torturas y el exilio de masas se han convertido experiencias cotidianas que ya ni notamos es, quizás, lo más trágico de esta catástrofe" (E.J. Hobsbawn, L'âge des extrêmes).
El panorama del mundo actual es de espanto. Una multitud de conflictos guerreros sin fin ensangrientan el planeta. Afectan a todos los continentes: en lo que fue la URSS, especialmente en lo que fueron sus repúblicas asiáticas, empezando por las del Cáucaso; en Oriente Medio, desde Irak a Pakistán pasando por Afganistán; en el Sudeste asiático; en Oriente Próximo, evidentemente; en África; en parte de Sudamérica, especialmente Colombia; en los Balcanes. Hoy, los países y las regiones del mundo que no están afectadas directamente, a mayor o menor grado, por guerras abiertas o larvadas parecen islotes de "paz" en medio de un océano de enfrentamientos bélicos.
A finales de los 70 y primeros 80, la situación en Líbano era el paradigma más claro de la entrada del mundo capitalista en su fase de descomposición. Cabe recordar que entonces se hablaba de "libanización" cuando un país era presa de una guerra sin fin y de la dislocación. Hoy se han "libanizado" continentes enteros. ¿Cuántos países africanos? (3). Difícil enumerarlos a todos, pero su mayoría se han vuelto "Líbanos". Afganistán (4) - más de 20años de guerra y de matanzas continuas - es una de las expresiones más extremas y dramáticas.
No nos engañemos: la responsabilidad primera tanto en su origen histórico como en la agravación de los conflictos, es la del imperialismo en general y el de las grande potencias en particular. Son las rivalidades imperialistas entre éstas lo que ha desencadenado esos conflictos, lo que los ha alimentado: así fue en Afganistán con la invasión rusa en 1980 y el apoyo a la guerrilla islámica por Estados Unidos, en la época de los dos bloques imperialistas. Y lo mismo, evidentemente, en los Balcanes hoy, con el apoyo por Alemania, por un lado, a las independencias eslovena y croata en la ex Yugoslavia, y, por otro, con la intervención activa de Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia, España y Estados Unidos -por no citar sino a las principales potencias - para atajar aquella política. Lo mismo ha ocurrido en África. Tanto en el origen de las guerras como en su desarrollo todavía hoy, la mano de las grandes potencias sigue echando leña al fuego incluso cuando los conflictos dejan de tener un interés fundamental para ellas, como así ocurre en África o Afganistán.
Las rivalidades imperialistas directas entre grandes potencias, que han sido en general mucho menos aparentes sobre todo desde el final de los bloques en 1989, conocen hoy una tensión particular. Estados Unidos está adoptando una actitud especialmente agresiva hacia China, como lo demuestra el accidente del caza chino con el avión espía norteamericano el 1º de abril de 2001, hacia Rusia con la expulsión de 50 diplomáticos rusos a finales de marzo y hacia Europa con el rechazo americano al protocolo de Kioto sobre los gases de efecto invernadero y el proyecto de escudo antimisiles estadounidense.
Bush, el padre, y con él los diferentes aparatos de Estado nacionales, gobiernos, políticos, ideólogos, periodistas, intelectuales, hablaron de "paz". Lo que sí se obtuvo y todo indica que seguiremos teniendo es la guerra permanente.
Las guerras en el período dedecadencia del capitalismoEl capitalismo parece ser algo irracional históricamente hablando. Arrastra a la especie humana hacia su desaparición y ya no respeta ninguna "razón" económica o histórica. "En el "corto" siglo XX, se ha matado o dejado morir deliberadamente a más seres humanos que nunca antes en la historia (…) Fue el siglo más asesino que haya dejado huella, y eso tanto por la escala, la frecuencia y la duración de las guerras que lo ocuparon (y que apenas si amainaron un poco durante los años 20), pero también por la amplitud incomparable de las catástrofes humanas que el siglo ha engendrado - las mayores hambrunas de la historia con sus genocidios sistemáticos. A diferencia del "largo siglo XIX" que aparece y fue en efecto un período de progreso material, intelectual y moral prácticamente ininterrumpido, o sea de progresión de los valores de la civilización, asistimos, desde 1914, a una marcada regresión de esos valores, considerados como normales en los países desarrollados y en el medio burgués y de los que se estaba convencido que se iban a propagar a las regiones más atrasadas y a las capas menos ilustradas de la población." (E.J. Hobsbawn).
Existe una historia del capitalismo que permite comprender su dinámica actual. Hay "razones" históricas de su irracionalidad. La principal es el haber entrado en su período de declive histórico, de decadencia, a principios del siglo XX, cuya primera expresión fue la Iª Guerra mundial de 1914-1918 y, a la vez, su producto y un factor activo de esa decadencia. Con el período de decadencia, las guerras dejaron de ser coloniales o nacionales, es decir con objetivos "racionales" como la conquista de nuevos mercados o la formación o consolidación de nuevas naciones que se inscribían globalmente en el desarrollo histórico, para convertirse en guerras imperialistas cuyas causas son la ausencia de mercados y la necesidad de un nuevo reparto imperialista, objetivo que no puede inscribirse en modo alguno en un progreso histórico. Inmediatamente, las guerras imperialistas se han hecho cada día más bestiales, asesinas y destructoras. En realidad, en el período de decadencia, ya no son las guerras las que están al servicio de la economía, sino ésta la que está al servicio de la guerra. Y eso tanto en tiempos de guerra como en tiempos de "paz". Todo el período desde 1945 hasta hoy lo ilustra con creces.
"Durante el siglo XX, las guerras han apuntado cada vez más a la economía y las infraestructuras de los Estados, al igual que a sus poblaciones civiles. Desde la IªGuerra mundial, el número de víctimas civiles de la guerra ha sido mucho más importante que el de las militares en todos los países beligerantes, excepto en Estados Unidos…En esas condiciones, ¿por qué llevaron a cabo la Iª Guerra mundial las potencias dominantes como un juego con un monto nulo, o sea como una guerra que no podía ni ser ganada ni ser perdida por completo? (…) En los hechos, la única finalidad de la guerra que contaba era la victoria total y, para el enemigo, lo que se llamaría más tarde (durante la IIª Guerra mundial) una "capitulación sin condiciones". Era un objetivo absurdo y autodestructor, que arruinó a la vez a vencedores y a vencidos. A estos los arrastró a la revolución, a aquéllos a la quiebra y el agotamiento físico." (E.J. Hobsbawn).
Esas características propias de las guerras imperialistas del siglo XX se verificaron dramáticamente en la IIª Guerra mundial y hasta nuestros días en todos los conflictos que se han desencadenado. Desde 1989, con la desaparición de los bloques imperialistas formados en torno a EE.UU y la URSS, la amenaza de guerra mundial ha desaparecido. Pero la desaparición de los bloques, y la disciplina que exigían, ha dejado cancha libre a la explosión de una profusión de conflictos bélicos que provocan, alimentan y azuzan las grandes potencias imperialistas, a pesar de las dificultades para controlarlos una vez declarados. Las características principales de la guerra en el período de decadencia, no han desaparecido con la desaparición de los bloques imperialistas. Muy al contrario: se ha venido a añadir, elemento agravante, la tendencia a "cada uno para sí" que ha suplantado a la disciplina de bloque. Cada potencia imperialista, cada Estado, grande o pequeño, quiere jugar sus propias bazas contra los demás. El mundo capitalista ha entrado en una fase particular de su decadencia histórica, fase a la que nosotros definimos como fase de descomposición (5). Independientemente del análisis que se haga sobre el tema, o del nombre que se le dé: "no se puede seriamente dudar de que una era de la historia mundial se acabó a finales de los años 80 y principios de los 90, y que se ha iniciado una nueva era (…) La última parte del siglo ha sido una nueva era de descomposición, de incertidumbre y de crisis, y, parauna buena parte del mundo, África, la ex URSS y la antigua Europa socialista, de catástrofe" (ídem).
Las guerras del período dedescomposición del capitalismoLas tensiones imperialistas actuales deben comprenderse en esa situación histórica particular, inédita. Esto escribíamos en 1990: "En el período de decadencia del capitalismo, todos los Estados son imperialistas y toman sus disposiciones para asumir esa realidad: economía de guerra, armamento, etc. Por eso, la agravación de las convulsiones de la economía mundial va a agudizar las peleas entre los diferentes Estados, incluso, y cada vez más, militarmente hablando. La diferencia con el período que acaba de terminar es que estas peleas, estos antagonismos, contenidos antes y utilizados por los dos grandes bloques imperialistas, van ahora a pasar a primer plano. La desaparición del "gendarme" imperialista ruso, y la que de ésa va a resultar para el "gendarme" norteamericano respecto a sus principales "socios" de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil." (6)
Cuando ya los Balcanes y Oriente Próximo son y seguirán siendo, mientras perdure el capitalismo, zonas de guerras y conflictos permanentes, durante las últimas semanas hemos asistido a multiplicación de las tensiones interimperialistas directamente entre las grandes potencias. Y es Estados Unidos el país que adopta una actitud agresiva: "Sigue siendo un misterio el motivo de lo que parece ser una brutalidad gratuita hacia Rusia y China, pero también hacia Corea del Sur y los europeos" (W. Pfaff, International Herald Tribune, 28/03/01). Sería muy reductor explicar esa nueva agresividad por la presencia de Bush junior. Cierto, el cambio de presidente y de equipo gubernamental es una ocasión para dar otro rumbo a la política, pero, en realidad, se mantienen las grandes tendencias de fondo de la política norteamericana. Ese juego de "miren qué músculos" o de "agárrenme, que los mato" no tiene nada que ver con las deficiencias intelectuales de la familia Bush, como quieren hacernos creer los medios europeos y hasta algunos estadounidenses. Se trata de una tendencia de fondo que viene impuesta por la situación histórica.
"Con la desaparición de la amenaza rusa, la "obediencia" de las demás grandes potencias ya no está garantizada ni mucho menos (por eso es por lo que se ha desintegrado el bloque occidental). Para obtener esa obediencia, Estados Unidos deberá desde ahora adoptar un comportamiento claramente ofensivo en el plano militar" (Revista internacional, nº 67, "Informe sobre la situación internacional del IXº Congreso de la CCI", 1991). Desde entonces, esa característica de fondo de la política imperialista americana no se ha desmentido, pues "Frente al crecimiento irresistible de la tendencia "cada uno para sí", Estados Unidos no tiene más solución que una política de ofensiva militar permanente" (Revista internacional nº 98, "Informe sobre los conflictos imperialistas del XIIIº Congreso de la CCI", 1999).
Antagonismos imperialistas crecientesLa necesidad de enseñar bíceps se impone más todavía porque EE.UU. se encuentra en una situación difícil en el ámbito diplomático. La extensión de la guerra balcánica a Macedonia expresa las dificultades americanas para dominar la situación en esa parte del mundo. Sin apoyo real en la región contrariamente a los británicos, franceses o rusos tradicionalmente aliados de Serbia, y de los alemanes antiserbios y apoyados en croatas y albaneses, los Estados Unidos están obligados a adaptar su política en función de las circunstancias. No es pues por casualidad, "si la OTAN permite que vuelva parcialmente el ejército yugoslavo a la "zona de seguridad" que rodea a Kosovo (…) La preocupación de asociar a Belgrado en la prevención de un nuevo conflicto en la región es patente" (Le Monde, 10/03/01). EEUU, al igual que los aliados de Serbia, están interesados en la estabilidad de Macedonia, "considerada siempre como el eslabón débil que hay que proteger so pena de desestabilizar todo el Sureste europeo" (ídem). La única potencia que saca tajada de la extensión de la guerra a Macedonia, la única a la que no interesa que haya estabilidad, manteniéndose el statu quo es Alemania. Con una Croacia independiente, el territorio croata de Bosnia-Herzegovina, una gran Albania que hiciera estallar a Macedonia y Montenegro, se realizaría el objetivo histórico de Alemania de abrirse directamente hacia el Mediterráneo. Evidentemente, tal perspectiva abriría el apetito, momentáneamente reprimido, de Grecia y Bulgaria sobre…Macedonia. El presidente macedonio no se confundió al señalar a los verdaderos responsables de la ofensiva de la guerrilla albanesa. Era antes del cambiazo de Estados Unidos. "En Macedonia, hoy, no convencerán ustedes a nadie de que Estados Unidos y Alemania no saben quiénes son los jefes de los terroristas y que no podrían, si lo quisieran, impedirles actuar" (Le Monde, 20/03/2001).
Como en Afganistán, como en África, como en tantas otras regiones del mundo que conocen guerras y conflictos típicos de la descomposición del capitalismo, la paz en los Balcanes no se realizará mientras perdure el capitalismo.
Y lo mismo ocurre con Oriente Próximo. Como ya lo anunciábamos en el número anterior de esta Revista "el plan que Clinton quería imponer a toda costa antes de abandonar la presidencia de Estados Unidos será papel mojado como era de prever". La nueva administración Bush parece querer tener en cuenta las dificultades estadounidenses para imponer la "pax americana". De hecho, parece integrar y aceptar la idea de que la región será siempre un foco de guerra o que, como mínimo, el conflicto entre Israel y los palestinos no tendrá nunca fin. Colin Powell, nuevo secretario de Estado norteamericano (ministro de Exteriores), ex jefe del Estado Mayor del ejército en la Guerra del Golfo, reconoce hoy que "no hay fórmula mágica" tanto más porque Israel ya no vacila en hacer su propia política, expresión de las tendencias centrífugas en el actual período histórico, incluso cuando aquélla es contraria a la política norteamericana. Por su parte, la burguesía de Palestina (país cuya población asfixiada económicamente, en la mayor miseria y sometida a represión permanente, sólo puede expresar su desesperación en un nacionalismo suicida antiisraelí) es apoyada por las potencias europeas. Francia, en especial, no vacila en favorecer todo aquello que pueda ir en contra de la política norteamericana en la región.
La respuesta de EEUU a su propia impotencia ha sido un mortífero bombardeo sobre Bagdad en cuanto Bush subió al poder. Ha sido un mensaje para todos, a los países árabes de la región y a las demás potencias imperialistas: los Estados Unidos ya no pretenderán imponer su paz, sino que golpearán cada vez que sea necesario, cuando estimen que alguien "se ha pasado de la raya". No solo no habrá paz entre israelíes y palestinos, sino que la guerra, más o menos larvada, corre el riesgo de generalizarse por toda la región. Las leyes mismas del mundo capitalista empujan inevitablemente a la exacerbación de las rivalidades imperialistas, a la multiplicación de los conflictos bélicos por todos los continentes, por el planeta entero, al igual que la agravación irreversible de la crisis económica. El capitalismo agonizante no podrá nunca aportar "paz y prosperidad". Solo más guerra y más miseria, sin fin.
¿ Qué alternativa a la barbarie capitalista ?Solo la teoría marxista supo, ya en 1989, desde el final del bloque del Este y antes incluso de la explosión de la URSS, comprender y prever el significado de los acontecimientos y sus consecuencias para el mundo capitalista y la clase obrera internacional (7). No se trata de ninguna superioridad de unos cuantos individuos, ni de ninguna creencia ciega y estúpida en no se sabe qué Biblia. Si el marxismo ha sido clarividente es porque es la teoría del proletariado internacional, la expresión de su ser revolucionario. Es porque el proletariado es la clase revolucionaria por lo que el marxismo existe y puede captar las grandes líneas del devenir histórico, y, especialmente, la imposibilidad para el capitalismo de resolver los problemas dramáticos que su supervivencia acarrea. Ante el reconocido deterioro de la economía mundial, por mucho que la burguesía intente minimizar sus consecuencias y los ataques que hoy está llevando a cabo contra la clase obrera internacional, especialmente en Europa occidental, los obreros deberán quitarse el velo de los ojos y ver qué hay detrás del mito de la prosperidad y del futuro radiante del capitalismo. Ya ahora, cierta combatividad obrera está tendiendo a desarrollarse, una combatividad que los sindicatos se esfuerzan por canalizar, contener y desviar. Por lenta que sea en afirmarse y desarrollarse esa combatividad, por tímidas que sean las réplicas actuales de la clase obrera internacional a la situación que se le impone, esas luchas llevan en sí la superación de esta barbarie cotidiana y la supervivencia de la humanidad. El derrocamiento del capitalismo pasa por la réplica a los ataques económicos que soporta la clase obrera y por la negativa a participar en toda guerra imperialista, por la afirmación del internacionalismo proletario. También exige el desarrollo y la extensión más amplia de las luchas obreras cada vez que sea posible. Es la única vía hacia una perspectiva revolucionaria y la posibilidad para la especie humana de una sociedad sin guerra, sin barbarie. No hay otra solución, no queda más alternativa.
RL, 7/04/01
1. Ver nuestra prensa territorial. 2. Estamos de acuerdo con esa constatación que el marxismo ya ha explicado y denunciado desde hace mucho. Evidentemente, la conclusión que saca nuestra honrada y, sin duda, sincera "Consejera estratégica de la organización humanitaria Acción contra el hambre", o sea que "urge dar poder adquisitivo a los pobres del Sur para que puedan volverse consumidores" es algo totalmente irrealizable, pues no rompe con las leyes mismas del modo de producción capitalista, las cuales son precisamente la causa de tal situación. 3. "La mayoría de los Estados del África subsahariana, quizás con la excepción del África austral, están atravesando una fase de lenta descomposición" (Le Monde Diplomatique, marzo de 2001). 4. La prensa de los gobiernos occidentales se han conmovido enormemente por la destrucción de los Budas por los talibanes. Son una pérdida sin duda para el patrimonio cultural universal. Pero es difícil no ver ahí lo hipócritas que son y la oportunidad que aprovechan para sus campañas ideológicas: cabe recordar que las burguesías occidentales y democráticas no tuvieron el menor empacho en bombardear hasta el suelo, al final de la guerra mundial, todas las ciudades alemanas y machacar a millones de civiles, y destruir así un patrimonio cultural e histórico importante también. 5. Revista internacional nº 62, "La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo", mayo de 1990. 6. "Tras el hundimiento del bloque del Este; inestabilidad y caos" (10/02/1990), Revista internacional nº61. 7. Revista internacional nº 60 "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", septiembre de 1989.
En Arte, canal público de televisión franco-alemán, se difundió reciente-mente un largo documental con un título elocuente: "Lo ocultado de la guerra del Golfo". Cuando se difundió este documento también se publicaron artículos en semanarios con "revelaciones" sobre lo que había sido la preparación y la realización deesa guerra. El título del artículo publicadopor el semanario francés Marianne (22-28enero 2001) es todavía más explícito: "Les mensonges de la guerre du Golfe" (Las mentiras de la guerra del Golfo). ¿Por qué esas "revelaciones" diez años más tarde? ¿Por qué, tras toneladas de mentiras sobre esta guerra, que acompañaron a las toneladas de bombas, algunas fracciones de la burguesía desvelan hoy las patrañas criminales de la administración Bush (el padre) en la preparación y la realización de esta guerra, entre el verano de 1990 hasta febrero de 1991 e incluso hoy todavía?
La versión oficial"La guerra del Golfo fue una operación militar llevada a cabo en enero y febrero de 1991 por Estados Unidos y sus aliados, bajo la égida de la ONU, contra Irak, para poner fin a la ocupación de Kuwait, invadido por las tropas de Sadam Husein el 2 de agosto de 1990. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas había exigido desde el 2 de agosto la retirada de las fuerzas iraquíes, instaurando después un embargo comercial, financiero y militar (operación Escudo del Desierto), que acabaría transformándose en bloqueo. El 29 de noviembre una nueva resolución del Consejo de Seguridad había autorizado a los Estados miembros a recurrir a la fuerza a partir del 15 de enero de 1991 si las tropas iraquíes no se había retirado de Kuwait. El 17 de enero, la coalición antiiraquí, basada en Arabia Saudí y formada por Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y unos veinte ejércitos aliados, inicia la operación Tempestad del desierto, bajo mando americano, bombardeando los objetivos militares iraquíes y kuwatíes. Una ofensiva terrestre victoriosa, del 24 al 28 de febrero, en dirección a Kuwait capital, pone fin al conflicto en el terreno. Las pérdidas humanas alcanzarán varias decenas de miles de muertos civiles y militares para Irak, contra menos de doscientos muertos en la coalición. Los dos tercios del potencial militar iraquí fue destruido. Las condiciones del alto el fuego, definidas por el Consejo de seguridad de la ONU (sobre todo la destrucción por Irak de sus armas químicas y biológicas y de sus misiles de corto y medio alcance), al ser aceptadas por Sadam Husein, la guerra se terminó oficialmente el 11 de abril de 1991".
Es ese tipo de relato el que podríamos encontrarnos en los manuales escolares (1). En cualquier caso, todos los elementos del cuadro están ahí para hacer creer que se respeta la "objetividad" histórica. ¿No era eso lo que se nos decía más o menos hace 10 años (excepto quizás en lo referente al cómputo de los muertos)? La justificación de la guerra fue la defensa del sacrosanto "derecho internacional", que el "vil" Sadam había conculcado al invadir Kuwait. Por lo visto, estábamos entonces viviendo en una época en la que, tras el desmoronamiento del bloque del Este, se iba a abrir ante la humanidad un radiante "porvenir de paz y prosperidad". Eso era en todo caso lo que nos prometían y así lo resumió el entonces presidente de EEUU en la fórmula "el nuevo orden mundial". Había pues que darse todos los medios para sujetar el brazo asesino del causante de la guerra que no respetaba el "derecho internacional". En ese relato, hay, primero, el escenario de la puesta en condición de la llamada opinión pública internacional (el proletariado, en realidad), o sea la ONU, pretendido foro internacional de "paz", en donde, desde el embargo hasta el bloqueo, se representó la siniestra farsa diplomática. En fin, la guerra misma, una pretendida "guerra limpia", quirúrgica, una especia de guerra que, como quien dice, solo iba a matar a los "malvados". La guerra se terminó "oficialmente" en abril de 1991, pero, en realidad, el epílogo de esta guerra está todavía por escribir, pues desde hace diez años, la burguesía americana, ahora en solitario (o acompañada por su acólito británico) utiliza regularmente a Sadam (o más bien a la población iraquí) como putching-ball para mostrar sus músculos en un mundo que, después de esa guerra, no ha hecho más que hundirse todavía más en la barbarie (2).
"La verdad revelada"Cierta prensa burguesa reconoce hoy lo que la CCI afirmaba hace diez años. No estamos "orgullosos" ni mucho menos por ello. No es eso lo que nos interesa. Lo que nos interesa es, por un lado, dejar bien clara la necesidad para los revolucionarios de arraigar sus análisis en el método marxista, ser vigilantes ante los acontecimientos, poner nuestros análisis ante la prueba de la realidad, saber ser críticos, no cambiando de orientación como veletas al viento. Esa es una condición sine qua non para que la lucha de nuestra clase pueda avanzar: es una de las funciones primordiales de las organizaciones revolucionarias. Por otro lado, se trata de saber por qué la burguesía, hoy, "desvela" lo que ocultó y, en fin de cuentas, cuáles son los mecanismos de lo se podría llamar el "Goebbels democrático"(3).
La trampa de WashingtonAsí dice el semanario francés Marianne (y eldocumento de Arte): "La trampa de Washington (…):Washington apenas reacciona cuando Sadam habla de invadir su antigua provincia (…)"; Washington insiste en que Estados Unidos no tiene "ningún acuerdo de defensa con los kuwaitíes", "se trata de una maquinación para meterlo en una trampa"; "puede decirse que los americanos rechazaban una solución diplomática después de la invasión", concluye D. Halliday…de la ONU". Son esos algunos extractos de la revista mencionada.
Esto decíamos nosotros a primeros de septiembre de 1990, un mes después de la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam y mucho antes de que se declarara la guerra: "Pero la hipocresía y el cinismo no se quedan ahí. Discretamente se da a saber que EEUU habría dejado de manera deliberada que Irak emprendiera su aventura guerrera (…) Cierto o falso - y es seguramente cierto esto nos da una idea del comportamiento y la práctica de la burguesía, de sus mentiras, sus manipulaciones, de cómo utiliza esos acontecimientos. (…) a Irak no le quedaba otra alternativa (…) Se le imponía esa política. Y EEUU dejó hacer, favoreciendo y explotando la aventura guerrera de Sadam Husein, con toda conciencia de la situación de caos creciente, con toda conciencia de la necesidad de dar un ejemplo" (4).
La prensa burguesa misma, en aquel verano de 1990, había hablado muy discretamente de esas informaciones. Y es ahí donde puede verse perfectamente cómo funciona la propaganda en los regímenes de dictadura democrática: después de que algunos periódicos hablaran, siempre a medias tintas, de la trampa tendida por EEUU a Sadam, en el momento en que las cosas se tensan y la guerra se prepara, prácticamente todos los medios sirven de eco a la propaganda bélica de la coalición antiirakí. Esos hipócritas lo reconocen hoy: "El ejército americano se asegurará, esta vez, "la lealtad" de los periodistas. "El Gobierno había decidido mantener a la prensa al margen y lo consiguió. "En realidad, ustedes no sabían lo que estaba pasando", resume Paul Sullivan, presidente del Centro de ayuda a los veteranos del Golfo (…) Durante cuatro meses, se jugará así a darse miedo alimentando la idea de que el ejército iraquí, "el cuarto del mundo" era un adversario temible…" (del semanario francés Marianne). (…) "Esta estúpida ceguera [sic] no impidió a los periodistas occidentales hacer interminables peroratas sobre el talento maniobrero del "diabólico" Sadam (…) La prensa occidental relata hasta la saciedad los desmanes reales o inventados del ejército de ocupación. Publica, por ejemplo, el testimonio de una "joven del pueblo", testigo de horrores incalificables. En realidad, aquella "evadida" era la mismísima hija del embajador de Kuwait en Washington…" (ídem) Así, después del 2 de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por las tropas iraquíes, se hizo todo para "poner en condición a la opinión" para que aceptara lo que iba a seguir. Y entonces, los periodistas, voluntaria o más o menos involuntariamente, participaron plenamente en esa "puesta en condición".
Lo que en cambio no explican, ni podrán explicar nunca, esos periodistas que hoy se pretenden "honrados" es que la trampa montada por EEUU sirvió sobre todo contra sus "aliados" de entonces, es decir contra las demás grandes potencias.
En un artículo fechado en noviembre de 1990 de nuestra Revista internacional(5), tomábamos ampliamente posición sobre la situación creada por la crisis del Golfo, antes de lo que iba a convertirse en Guerra del Golfo. Nuestro análisis se basaba en tomas de posición anteriores en las cuales poníamos de relieve que el hundimiento del bloque del Este había acarreado la disgregación del bloque occidental y el desarrollo en su seno de fuertes tendencias centrífugas ("cada uno para sí") por parte de las grandes potencias. Por ello, el pretendido "nuevo orden mundial" no era más que una siniestra ficción. La determinación de EE UU en la trampa que tendieron a Irak no tenía como objetivo principal someter a ese país o a la región, ni siquiera la cuestión del petróleo era primordial. Lo que trataba EE UU era de poner firmes a las demás potencias, a Francia especialmente, obligándola a enfrentarse a su aliado tradicional iraquí, a Alemania y Japón, obligándolos a participar financieramente; en cuanto a la URSS, ya en plena descomposición, lo único que pudo hacer fue dar unos cuantos pasos de baile diplomático para disimular. "En agosto del 90, EE UU exhibía la unanimidad de fachada de la "comunidad internacional" contra el "loco Sadam" en la "crisis del Golfo; apenas dos meses después, lo que reina en dicha "comunidad" es "cada uno por su cuenta"" (ídem). Sadam Husein, "porque tenía conciencia de las divisiones existentes entre esos diversos países" (ídem) va a intentar jugar con las disensiones evidentes en el seno de la coalición occidental: manda liberar a todos los rehenes franceses a finales de octubre de 1990 y recibe la visita, también entonces, del ex canciller alemán Willi Brandt, con la consecutiva liberación de los rehenes alemanes.
La guerra contra Irak fue, en realidad, una ocasión para la potencia norteamericana, en un momento en que su hegemonía iba a ser necesariamente puesta en entredicho a causa del hundimiento del bloque adverso, de "dar una muestra de su fuerza y afirmar su determinación ante los demás países desarrollados" (ídem). Esa demostración de la determinación americana se hizo al precio de un castigo sangriento y asesino contra Irak. En ese mismo artículo de la Revista nº 64, bajo el párrafo titulado "La oposición entre EE UU, secundado por Gran Bretaña, y los demás", escribíamos: "El hundimiento del bloque imperialista ruso trastornó toda la correlación de fuerzas político-militares y geoestratégicas del planeta. Y esa situación no solo ha abierto un período de caos total en los países y regiones de ese ex bloque, sino que ha acelerado también, en todas partes, la tendencia al caos, amenazando el "orden" capitalista mundial cuyo principal beneficiario es EE UU. Fue este país el primero en reaccionar. Provocó la "crisis del Golfo" en agosto del 90, no solo para instalarse en la región, sino, sobre todo, y es lo que fue decisivo en su determinación, para convertirlo en ejemplo destinado a servir de advertencia a quien se le ocurriera desafiar su primacía de superpotencia en el ruedo capitalista mundial" (ídem).
Se declara la guerra: los medios de comunicación a las órdenesEn enero de 1991, EEUU ha logrado dominar la coalición onusiana. Un diluvio de bombas va a caer sobre Irak. El cinismo de los gángsters de la "coalición" va hasta pretender hacer creer en una "guerra limpia". "El Pentágono contó que esos bombardeos eran de lo más preciso. Era totalmente falso. Durante cuarenta y dos días, se soltaron sobre Irak 85000 toneladas de bombas, algo equivalente ¡a más de siete Hiroshimas! Entre 150000 y 200000 personas fueron matadas, sobre todo civiles" (Ramsay Clark, antiguo fiscal general de EE UU, en Marianne y el documental T.V. de Arte). "En realidad, la coalición va mucho más allá de la aniquilación de la máquina de guerra iraquí: destruye metódicamente la infraestructura económica" (Marianne).
La prensa colaboró plenamente con el poder de los diferentes países implicados en la guerra y prácticamente sin el menor escrúpulo. No se limitó a acusar al régimen iraquí y a su sangriento dictador (6), se puso firmes ante los militares de la coalición. Recuérdense los estudios de televisión con invitados especialistas civiles y militares eructando estupideces sobre el "peligrosísimo" ejército iraquí, al que no vacilaban en presentar como el cuarto del mundo. Y todos esos periodistas nos detallaban las armas terroríficas en manos del poder de Bagdad, el cual podía enviarlas casi a cualquier sitio del "mundo civilizado". Nos contaban cómo los ejércitos del sanguinario Sadam mataban a bebés en las hospitales de Kuwait y, en cambio, cómo "nuestros" pilotos, tan majos ellos, iban a poner sumo cuidado destruyendo únicamente los lugares estratégicos del odiado poder.
El semanario Marianne confirma hoy esa despreciable sumisión y esa complicidad de los medios: "Durante cuatro meses, se jugará así a darse miedo, repitiendo la idea de que el ejército iraquí seguía siendo un enemigo temible (…). Se evocarán las factorías de pesticidas reconvertidas, la venta de uranio enriquecido, (…) el alcance del "supercañón". Nadie se atrevió, por lo visto, a plantearse la hipótesis más sencilla. Matón bocazas, duro de pacotilla [Sadam] era sencillamente tan tonto como cabezón. En cambio, los verdaderos especialistas de la historia militar no se dejaban engañar por esa puesta en condición: "el ejército iraquí, expuesto en pleno desierto, no aguantará una hora frente a la potencia de fuego de la coalición" (…) Puesta en condición, la opinión occidental se tragará la ficción de las "bombas inteligentes" y de los bombardeos reducidos a lo estrictamente necesario".
La manipulación no cesó con la guerra: Estados Unidos incitó a la rebelión de los kurdos en el Norte y de los shiíes en el Sur contra Sadam. "El 3 de marzo, el general Schwarzkopf recibe la rendición de los iraquíes, autorizándolos a conservar sus helicópteros [para poder reprimir la rebelión](7). Desde hace semanas, la radio de la CIA los anima a la insurreción. Los aliados no se mueven cuando Sadam lanza contra los rebeldes las mejores unidades de su guardia republicana, milagrosamente salvadas de los bombardeos…".
¿ Por qué los medios lo dicen "todo" hoy ?En esa cita, Marianne habla de "puesta en condición". Y esa tarea primordial les incumbió a los medios de comunicación en general y a la televisión en particular. Pudo comprobarse lo que quiere decir "libertad de prensa" para la burguesía "democrática", sobre todo en momentos decisivos como durante la guerra del Golfo. Todos aquellos que tienen constantemente la boca llena de ese gran "derecho democrático", se pusieron sin el menor reparo a las órdenes de la coalición. Y si por casualidad alguien quería jugar a Tintín en busca de la verdad o de un scoop extraordinario, los servicios de los Ejércitos lo ponían inmediatamente firmes. Marianne lo dice a su manera: " Nadie se atrevió, por lo visto, a plantearse la hipótesis más sencilla".
Ahí se ve perfectamente cómo funcionan los servicios de propaganda en los sistemas democráticos. En el momento en que los acontecimientos exigen el silencio, nada importante filtra. En cambio, se hacen pasar toda clase de mentiras, medias verdades y manipulaciones, aderezadas con la opinión de peritos "independientes", especialistas universitarios, todavía más creíbles precisamente gracias al prestigio de la "libertad de expresión" de la prensa de los países democráticos. Se asiste entonces a un auténtico diluvio de desinformación, sobre todo gracias al medio más "popular", la T.V. Diez años después, "la verdad" solo se dice en revistas de poca tirada y en canales de televisión con poca audiencia. Este mecanismo hemos podido volver a verlo usar en 1995 con el genocidio de Rwanda y, sobre todo, con la última guerra en la ex Yugoslavia (Kosovo), en donde el modelo mediático del Golfo ha vuelto a servir.
Además, tras la guerra del Golfo, después de haber entregado a la población kurda y shií a los matarifes de Sadam, las "grandes democracias" lanzaron con un cinismo inaudito, su famosa "intervención humanitaria" para "socorrer a poblaciones inocentes". Desde entonces, el plato del "deber de injerencia humanitaria" nos lo han servido hasta la náusea. En esto, la Guerra del Golfo ha servido de boceto a partir del cual se han bordado todas las campañas imperialistas que se desarrollan por el mundo.
El que una parte de la verdad aparezca hoy a las claras responde primero a la necesidad de la clase dominante de justificar sus sistema. Quieren hacernos creer que el capitalismo "democrático" es el único que lo permite. Y el "todo puede decirse en democracia" sirve para justificar los momentos en los que todo debe ser manipulado, deformado, ocultado.
Pero hay otra razón que permite explicar por qué, hoy, algunos medios difunden o publican esos hechos. Esos artículos y esos documentales tienen algo en común: el Estado norteamericano aparece como único culpable. Aunque todas las grandes potencias comparten la responsabilidad de las matanzas ocasionadas por la guerra, es cierto que fue Estados Unidos el principal organizador de aquella "cruzada", fue este país el que preparó y tendió la trampa, fue él el principal brazo armado de la coalición. Y así, hoy, algunas potencias europeas, Francia y Alemania en cabeza, para las cuales EE UU es el principal adversario en el ruedo imperialista mundial, tienen el mayor interés en deformar una vez más la realidad de esta guerra para que su responsabilidad aparezca disminuida, insistiendo en la bestialidad y el cinismo del "imperialismo americano", que, evidentemente, son muy reales.
La intervención de los revolucionariosEvidentemente, nosotros también sacamos nuestra información de la prensa burguesa. En el verano de 1990, ya algunos periódicos se había hecho eco de la manipulación. Después, el diluvio de mentiras fue de tal envergadura que lo que nosotros afirmábamos en nuestra prensa nos hacía aparecer (incluso ante gente de buena fe e incluso algunos militantes de la Izquierda comunista) por gente que andaba delirando viendo maquiavelismo por todas partes.
Pero la información en sí misma no es lo más importante. Lo que importa es el método con el que se analizan los acontecimientos y nuestro método es el marxista. Si nosotros fuimos capaces de comprender lo que se cocinaba en 1990-91 en Oriente Medio fue porque habíamos hecho una labor de análisis sobre las consecuencias del hundimiento del bloque del Este y sobre la descomposición del capitalismo. Los revolucionarios ni tienen ni podrán tener nunca "informadores secretos". Nuestra fuerza viene del apego a nuestra clase, el proletariado, a su historia y a la teoría, el marxismo, que se ha ido forjando.
Por otra parte, tampoco hay que hacerse ilusiones: los revolucionarios viven bajo "libertad vigilada" y así pueden publicar. Nuestra única protección no se la debemos desde luego a la "libertad de prensa", sino a la fuerza y a la lucha de nuestra clase.
Durante los acontecimientos de 1990-91, solo los revolucionarios fueron capaces de mostrar lo que estaba en juego y, por consiguiente, fueron capaces de denunciar la barbarie y las manipulaciones de la clase dominante. Algunas fracciones de la burguesía denunciaron la barbarie contra Irak, pero era por razones nacionalistas (antiamericanas) o, claramente, apoyando al imperialismo iraquí, como así fue con algunos grupos izquierdistas. Solo los grupos de la Izquierda comunista defendieron la posición internacionalista proletaria contra la guerra. Y entre ellos, solo la CCI fue capaz de poner en evidencia lo esencial de la situación. La trampa tendida a Irak no tenía sentido si la causa hubiera sido únicamente el petróleo. En cambio, cobraba todo su sentido si lo que estaba en juego era el mantenimiento del liderazgo estadounidense, liderazgo que, en cuanto de desmoronó el bloque del Este, había empezado a ser puesto en entredicho (8). Y solo en este contexto, la cuestión del petróleo puede tener todo su sentido como factor de una política imperialista global.
En el plano de la propaganda y de la "información", la burguesía lo hace todo para que la clase obrera, la única clase capaz de acabar con ella y con su sistema, no logre tomar conciencia de todo lo que está en juego. Esos esfuerzos los multiplica cuando, en particular, se trata de problemas como la crisis económica mortal que afecta desde hace más de 30 años a su sistema o acontecimientos como la guerra del Golfo. Y en medios ideológicos para mentir, ocultar o deformar la realidad, la burguesía democrática es, con mucho, la más capaz y en eso no tiene nada que envidiar a los especialistas de la "información" de los regímenes totalitarios. Es deber de los revolucionarios no solo denunciar la barbarie imperialista, sino también los mecanismos con los cuales la burguesía intenta anestesiar al proleta riadoembruteciéndolo con propagandas mentirosas.
PA, 30/03/2001
1. Esta cita está extraída y traducida de la Encyclopaedia Universalis, versión francesa de la Encyclopaedia Britannica. Como los artículos de esa enciclopedia son redactados por eminentes historiadores, puede uno suponer que los capítulos sobre el tema de los libros de texto usados en la enseñanza de la Historia, con los que se embuten los cerebros de las jóvenes generaciones, podrían estar redactados por el estilo. 2. Ese relato no habla de los comparsas que sirvieron para completar la puesta en escena: el papel de extras de los pretendidos "antiimperialistas" y demás fauna pacifista. Confundiendo antiamericanismo con antiimperialismo, algunas fracciones de la burguesía, desde la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando, por ejemplo en Francia, por los nacional-republicanos y otros "soberanistas", expresaron su desacuerdo con la política de los gobiernos que, tanto de izquierdas como de derechas, gobernaban entonces en los países de Europa. En general, todas esas fracciones de la burguesía que expresaban un desacuerdo más o menos crítico con la colación antiiraquí se basaban en explicaciones en las que el petróleo era la causa primera de la guerra. En Francia, había un gobierno socialista bajo la presidencia de Mitterrand. El único en expresar sus reticencias respecto a la coalición antiiraquí fue el nacional-republicano de izquierdas Chevènement. En España, el gobierno socialista de González, a pesar de los ascos de algunos socialistas, participó en la coalición antiiraquí. En cuanto a Alemania, cabe señalar que en aquel entonces, los Verdes eran unos ferocísimos pacifistas. Hoy están en el gobierno. En la última guerra en Yugoslavia (1999), fueron favorables, sin hacer ascos, al bombardeo de Serbia. La ventaja con los Verdes alemanes es que no hace falta hacer un largo análisis para saber qué es el pacifismo, ideología de la burguesía. Basta con recordar sus "hazañas". 3. Goebbels fue el ministro de Información y Propaganda del régimen nazi. Usamos esa expresión porque Goebbels se convirtió en el símbolo del técnico del aporreo ideológico y de la manipulación de Estado. Pero, y este artículo intenta demostrarlo, los ejemplos no faltan en cualquier otro régimen burgués, estalinista o democrático. 4. "Crisis del Golfo Pérsico. El capitalismo es la guerra", Revista internacional nº 63, (4/09/90) 5. "Ante la barbarie guerrera, la única solución: ¡desarrollo de la lucha de clases!", Revista internacional nº 64, 1er trimestre de 1991. 6. En verdad, hasta el momento de la Guerra del Golfo, Sadam tenía buena prensa en los medios occidentales. Se le consideraba "moderno" y sobre todo era alguien a quien había que apoyar contra las ambiciones del Irán de los molás en el momento de la guerra Iran-Irak. Sadam había llevado a cabo una bestial represión antikurda, a base de armas químicas, que los gobiernos occidentales apoyaron por la sencilla razón que Sadam era, en aquel entonces, una pieza clave contra Irán. 7. El semanario francés Marianne dice: "algo así como si, durante el invierno de 1945, los Aliados se hubieran detenido en el Rin dejando suficientes armas a Hitler para que pudiera aplastar eventuales levantamientos". No es "algo así como si…", pues eso fue exactamente lo que hicieron los Aliados en Italia en 1944: parar su avance hacia el Norte para dejar al régimen fascista las manos libres para aplastar la insurrección y las huelgas obreras. 8 "El medio político proletario ante la guerra del Golfo" (01/11/1990), Revista internacional nº 64, 1ertrismestre de 1991.
En el último artículo de esta serie (“1924-28: el Termidor del capitalismo de Estado estalinista”, en la Revista Internacional nº 102), vimos los intentos de las diferentes corrientes de izquierda del partido bolchevique para comprender y combatir la degeneración y muerte de la revolución de Octubre. A medida que estos grupos sucumbían al terror sin piedad de la contrarrevolución estalinista, el foco de esta lucha política y teórica se desplazó al ruedo internacional, particularmente a Europa occidental. Los dos próximos artículos se centrarán en las tentativas de la izquierda comunista internacional de llegar a un claro análisis marxista del régimen que había surgido en la URSS de las cenizas de la revolución proletaria.
Comprender la naturaleza del sistema estalinista es un aspecto clave del programa comunista: sin esa comprensión, sería imposible para los comunistas esbozar claramente la clase de sociedad por la que están luchando, describir lo que el socialismo es y lo que no es. Pero la claridad que tienen hoy los comunistas sobre la naturaleza de la URSS no se alcanzó fácilmente: llevó mucho tiempo de intenso debate y reflexión en el movimiento político proletario antes de que se alcanzara una verdadera síntesis coherente. Nunca antes los revolucionarios se habían visto obligados a analizar una revolución proletaria que pereció desde dentro. De resultas de esto, la URSS apareció durante mucho tiempo como una especie de enigma ([1]), un problema imprevisto en los anales del marxismo. Nuestro propósito en los siguientes artículos será por tanto hacer la crónica de los principales episodios en que, los grupos de la vanguardia marxista, en los oscuros años de la contra-revolución, consiguieron desenmarañar el enigma y legar el análisis del capitalismo de Estado estalinista a sus herederos de hoy día.
Empezaremos la historia en 1926. El partido comunista de Alemania, el KPD, está siendo “bolchevizado”, ostensiblemente para poner todos los partidos comunistas fuera de Rusia en sintonía con los métodos intransigentes y disciplinados del partido ruso. Pero la campaña de blochevización lanzada por la Internacional comunista en 1924-25 es en realidad parte del proceso de destrucción del bolchevismo. El partido que había dirigido la Revolución en 1917 se está convirtiendo en mero anexo del Estado ruso; y el Estado ruso se ha convertido en el eje de la contrarrevolución capitalista. La teoría de Stalin del “socialismo en un solo país”, anunciada por primera vez en 1924, es una declaración de guerra contra las verdaderas tradiciones internacionalistas del partido ruso. Hacia 1926, todos los bolcheviques que quedaban – incluyendo a Zinoviev, bajo cuyos auspicios se había impuesto a la Internacional la campaña de la bolchevización – se habían pasado a la oposición, y en un año serían expulsados del partido.
También en Alemania hay una amplia resistencia al creciente oportunismo y burocratismo del KPD, al intento de silenciar todos los cuestionamientos serios sobre la situación interna en Rusia y la política exterior de la IC. La incapacidad del aparato del KPD para tolerar cualquier debate real, ha dado como resultado la expulsión masiva de la mayoría de los elementos más revolucionarios del partido, de una serie de grupos influenciados, no sólo por la (hoy) mejor conocida Oposición, en torno a Trotski, sino también por la izquierda comunista Alemana. El KAPD, aunque más débil con distancia que en sus días de apogeo durante la oleada revolucionaria, aún existe, y ha llevado un trabajo consistente hacia el KPD, que define como una organización centrista, capaz todavía de dar a luz minorías revolucionarias.
Nuestro libro sobre la Izquierda germano-holandesa evidencia con precisión la escala y la importancia de estas escisiones, que incluían los siguientes grupos:
“– el grupo en torno a Schwarz y Korsch, “Entschiedene Linke” o izquierda -intransigente, que reagrupaba cerca de 7000 miembros;
“– el grupo de Ivan Katz, que junto con el grupo de Pfemfert’s formaba una organización de 6000 miembros próxima a las AAUE. Actuaba en nombre de un grupo de organizaciones de la izquierda comunista, y publicaba el periódico Spartakus. Este se convirtió en el órgano de Spartakusbund mark II;
“– el grupo de Fishler-Maslow, que tenía 6000 militantes;
“– el grupo de Urbahns, el futuro Leninbund, que reagrupaba 5000 miembros.
La oposición de Wedding, excluida en 1927-28, crearía más tarde, junto con parte del Leninbund de Urbahns, la oposición trotskista alemana” (La Izquierda holandesa).
El grupo de Korsch es el que estuvo más influenciado por el KAPD – más tarde se produciría una fusión precipitada y de corta vida entre ambos. La plataforma de este grupo no es muy conocida ni fácil de conseguir – lo que muestra hasta qué punto la Izquierda alemana ha desaparecido de la historia. Más conocida es la carta a Korsch de Amadeo Bordiga, comentando la plataforma. Bordiga era en ese momento la figura más importante de la Izquierda comunista de Italia, que había estado llevando una pujante polémica contra el creciente oportunismo en la IC.
Nuestra atención se dirige a esta correspondencia porque nos da una visión valiosa de los diferentes planteamientos de la Izquierda comunista de Italia y Alemania sobre los problemas fundamentales que confrontaban en ese momento – comprensión de la naturaleza del régimen en la URSS y definición y política coherente hacia la Internacional y sus partidos componentes.
La primera cosa que hay que destacar en la respuesta de Bordiga (fechada el 28 de octubre de 1926), es que no hay en ella ningún rastro de sectarismo considerándose como el único depositario de la verdad, y menos aún un rechazo a la discusión con otras corrientes de la izquierda. En pocas palabras, estamos muy lejos del “bordiguismo” de hoy, que se reivindica como el único heredero de la tradición de la Izquierda comunista de Italia, y que ha teorizado el rechazo a mantener cualquier tipo de debate con grupos que no entren en una definición muy restringida de esta tradición. Es completamente cierto que el Bordiga de 1926 no consideraba que hubiera aún la suficiente homogeneidad política para un reagrupamiento, o incluso para la publicación de una declaración internacional común. Pero pone todo el énfasis en la necesidad de la discusión y del trabajo de clarificación en el que tienen un papel todas las corrientes de la Izquierda comunista internacional: “Creo en general que la prioridad hoy, más que maniobrar y formar organizaciones, es el trabajo preliminar de elaborar una ideología política de la izquierda comunista, basada en las elocuentes experiencias del Comintern”. Más tarde añade que contribuirían a este trabajo declaraciones paralelas sobre Rusia y el Comintern de los diferentes grupos de izquierda; aunque estaba preocupado por evitar “llegar tan lejos como si se tratara de un complot fraccionista”.
El argumento de Bordiga está fundado en la convicción de que “aún no estamos en el momento de la clarificación definitiva”, o sea, es demasiado pronto para dar por perdidos los partidos comunistas o la Internacional. Los revolucionarios tienen que llevar la lucha dentro de los partidos comunistas cuanto sea posible, a pesar de la disciplina cada vez más artificial y mecánica que reina en ellos: “tenemos que respetar esa disciplina con todas sus absurdecess reglamentarias, sin renunciar nunca a posiciones de crítica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante”. Defendiendo la decisión de la Oposición de izquierda en Rusia de someterse a la disciplina y así evitar la escisión, argumenta que “la situación objetiva y externa es tal que, no sólo en Rusia, el hecho de ser expulsados del Comintern nos deja aún con menos posibilidades de influir el curso de la lucha de clases de las que podríamos tener dentro del partido”.
En retrospectiva podemos llevar la contraria a algunas de las conclusiones de Bordiga: si era completamente cierto que la lucha por el “espíritu” de los partidos comunistas estaba lejos de haber terminado en 1926, su rechazo a reconocer la necesidad de formar fracciones organizadas – incluso si fuera posible una fracción internacional – va a explicar de alguna forma porqué Bordiga fue incapaz de jugar un papel en la fase siguiente de la historia de la Izquierda italiana; la fase iniciada precisamente por la formación de la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia en 1928. Pero lo importante aquí es el método de Bordiga, que sin duda transmitió a los que trabajaron en la Fracción. La prioridad que da al trabajo de clarificación en una situación objetiva desfavorable, la insistencia en la necesidad de luchar hasta el final para salvar las organizaciones que el proletariado ha creado con tanta dificultad – este fue el sello de la Izquierda italiana y da la clave para comprender por qué estaba destinada a jugar un papel central en “la elaboración de una ideología política de la izquierda internacional” durante los años más crudos de la contrarrevolución. Al contrario, el abandono prematuro por parte de la Izquierda alemana de los partidos comunistas y de la IC, fue una de las causas que más incidieron en su rápida desintegración organizativa.
Lo mismo puede decirse cuando Bordiga aborda la cuestión de la naturaleza del régimen en Rusia, que es de hecho el primer asunto que se trata en la respuesta a Korsch. La “Izquierda intransigente”, como antes otras corrientes de la Izquierda comunista de Alemania (Ruhle ya en 1920, el KAPD de 1922 en adelante) ya había declarado que el capitalismo había triunfado sobre la revolución en Rusia. Pero en ambos casos esta conclusión, a la que se había llegado de modo impresionista, sin pasar por una profundización teórica, había dado como resultado que se pusiera en cuestión la naturaleza proletaria de la revolución, en una regresión de hecho a las posiciones de los mencheviques o los anarquistas, muchos de los cuales habían denunciado desde el principio la revolución de Octubre como un golpe de Estado de los bolcheviques para instalar una nueva variedad de capitalismo en lugar de la anterior. El KAPD globalmente no llegó tan lejos, pero desarrolló la teoría de la “doble revolución”, proletaria en las ciudades, burguesa en el campo; y también tendió a ver la Nueva política económica (NEP), introducida en 1921, como el punto a partir del cual una especie de “capitalismo campesino” habría ganado la supremacía sobre los restos del poder proletario.
Otra ironía para el bordiguismo de hoy: la respuesta de Bordiga a Korsch no contiene ni rastro de la teoría de la “doble revolución”, que elaboró tras la IIª Guerra mundial, y que definió la economía burguesa de la URSS como el producto de una “transición hacia el capitalismo” ocurrida bajo el aparato estalinista. Al contrario, la preocupación principal de Bordiga es defender el carácter proletario de la Revolución de Octubre, sin importar qué degeneración subsiguiente había sucedido: “... su `forma de expresarse´ sobre el tema ruso no me parece correcta. NO se puede decir que la Revolución rusa fue una revolución burguesa. La revolución de 1917 fue una revolución proletaria, aunque fue un error generalizar sus lecciones “tácticas”; ahora el problema que se plantea es qué sucede a la dictadura del proletariado en un país si la revolución no se lleva a cabo en otros países. Puede haber contrarrevolución, puede haber un proceso de degeneración cuyos síntomas y reflejos dentro del Partido comunista tienen que ser descubiertos y definidos. No se puede decir simplemente que Rusia es un país que tiende hacia el capitalismo. El asunto es mucho más complejo: se trata de nuevas formas de la lucha de clases que no tienen precedente en la historia. Se trata de mostrar cómo la concepción estalinista de las relaciones con las clases medias es equivalente a renunciar al programa comunista. Parece que usted excluye la posibilidad de que el Partido comunista ruso lleve una política que no conduzca a la restauración del capitalismo. Esto terminaría justificando a Stalin, o apoyando la inaceptable política de “renunciar al poder”. Al contrario, hemos de decir que en Rusia sería posible una política de clase correcta evitando la serie de errores graves en política internacional cometidos por la totalidad de la vieja guardia leninista”.
De nuevo con el beneficio de la retrospectiva es posible llevar la contraria a alguna de las conclusiones de Bordiga: cuando escribía esa respuesta a Korsch, el capitalismo – no basado en las concesiones a las clases medias, sino en el mismísimo Estado que había surgido de la revolución – estaba realmente convirtiéndose en el dueño de Rusia, no sólo económicamente (puesto que nunca había sido vencido a este nivel), sino también políticamente, y cuanto más se colgaba del poder el partido comunista, más se separaba del proletariado y se sometía a los intereses del capital. Pero aquí otra vez lo importante es el método, el punto de partida teórico: la revolución era proletaria, pero estaba aislada; ahora la cuestión es comprender algo que nunca antes había ocurrido en la historia, la degeneración de una revolución proletaria desde dentro. Y aquí de nuevo, aunque los herederos de Bordiga en la Fracción tardaron mucho tiempo en llegar a conclusiones correctas sobre la naturaleza del régimen en la URSS, la solidez de su método de análisis iba a garantizar su profundidad teórica y su seriedad mucho mayores que las de quienes habían proclamado mucho antes la naturaleza capitalista de la URSS, pero a costa de romper la solidaridad con la Revolución de Octubre. La Izquierda alemana iba a pagar caro por esto: cortar las raíces que la conectaban a Octubre y al bolchevismo significaba cortar sus propias raíces, y sin raíces un árbol no puede sobrevivir. Hoy es evidente que es prácticamente imposible mantener cualquier actividad política proletaria organizada que no esté basada en las lecciones de la victoria de Octubre y de su posterior derrota.
Vayamos a 1933. La derrota del proletariado alemán ha quedado sellada por la subida de Hitler al poder. Los obreros de los otros dos centros principales de la oleada revolucionaria internacional de 1917-23 – Rusia e Italia – también han sido aplastados. Las derrotas han desembocado en la desaparición o dispersión de la vanguardia revolucionaria. La vida política de la clase obrera ya no transcurre en los partidos comunistas, que han sido estalinizados de cabo a rabo y están a punto de capitular a la ideología de la defensa nacional. En lugar de eso, lo que expresa esa vida es el medio muy reducido de grupos de oposición y fracciones. Ahora el crisol de esa actividad de oposición ha cambiado a Francia, y en particular a París, la ciudad tradicional de las revoluciones europeas.
Hacia 1933 algunos de estos grupos ya habían agotado su ciclo vital. Ese había sido el destino de un “ala” de la Izquierda italiana en el exilio, el grupo Réveil communiste en torno a Pappalardi. Formado en 1927, este grupo había intentado una audaz síntesis entre las posiciones de las Izquierdas italiana y alemana. Sin rechazar el carácter proletario de la Revolución de Octubre, había llegado a la conclusión de que en Rusia había tenido lugar una contrarrevolución burguesa. Pero la tendencia del grupo a la impaciencia y el sectarismo le llevó pronto a perder su conexión con el método de la Izquierda italiana. Hacia 1929 su síntesis se había transformado en una conversión total a la tradición de la Izquierda alemana, con sus debilidades y sus puntos de fuerza. Esta mutación estuvo marcada por la aparición del periódico L’Ouvrier communiste, que trabajó estrechamente con el comunista de izquierdas ruso exiliado en París, Gavril Miasnikov ([2]). Muy rápidamente el nuevo grupo sucumbió a las influencias anarquistas y cesó su publicación en 1931.
En 1933, la mayoría de los grupos “nativos” de oposición estaban influenciados por Trotski, aunque la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia, formada en el suburbio parisino de Pantin en 1928, es extremadamente activa en este medio. La sección oficial de la Oposición internacional de izquierdas es la Liga comunista, formada en 1929 sobre bases muy heterogéneas y fuertemente criticada por la Fracción italiana. El “trotskismo” había llegado a identificarse con una búsqueda del reagrupamiento activista y sin principios, sin ningún sólido acuerdo programático. Esos planteamientos sólo pueden traer escisiones, especialmente porque se combinaban con posiciones cada vez más oportunistas sobre cuestiones claves como las relaciones con los partidos comunistas y socialistas, y la defensa de la democracia contra el fascismo. La Liga ya había sufrido una serie de escisiones. La primera, alimentada (aunque no exclusivamente) por antagonismos personales y lealtades de clan, se había producido tras la disputa entre el grupo de Molinier y el de Rosmer-Naville. La intervención de Trotski en la situación desde el exilio en Prinkipo había sido cuanto menos desafortunada, puesto que estaba impaciente por formar nuevas organizaciones de masas y se había dejado llevar por los esquemas activistas de Molinier, que en esencia era una aventurero político. La tendencia de Rosmer estaba más preocupada por la necesidad de reflexionar y desarrollar una comprensión más clara de las condiciones que enfrentaba la clase, pero la “paz de Prinkipo” de Trotski, llevó a la retirada virtual de Rosmer de la vida militante. Pero la escisión también dio origen a una corriente organizada, el grupo de Izquierda comunista, en torno a Collinet y el hermano de Naville. En 1932 se produjo otra escisión de este grupo, que dio lugar a la formación de la Fracción de izquierda, animada por el otro zinovietista Albert Treint, y por Marc, que más tarde estaría en la Izquierda comunista de Francia y la CCI. La causa de la escisión fue el rechazo del grupo a una tendencia creciente en la Liga hacia la conciliación con el estalinismo. A comienzos de 1933, la Liga está al borde de otra escisión aún más dañina, ya que una creciente minoría reacciona contra la política de conciliación hacia la socialdemocracia, que culminará con el “giro francés” de 1934 – la política de “entrismo” en los partidos socialdemócratas que en su tiempo habían sido denunciados por la Internacional comunista como instrumentos de la burguesía.
En este punto, otro grupo de oposición, conocido como el “grupo 15a sección”, cuyo militante más conocido era Gaston Davoust (Chazé), lanza una invitación a todas las corrientes de oposición para tener una serie de reuniones destinadas a la clarificación programática y un eventual reagrupamiento. Esta iniciativa es calurosamente acogida por la Fracción italiana, que, con maniobras, había sido separada de la Oposición internacional de Izquierda hacia 1932, pero que ve en estas reuniones las posibles bases para la formación de una Fracción de izquierdas del Partido comunista de Francia, para emplear aquí su terminología de entonces. También hay una respuesta positiva de parte de prácticamente todos los grupos en Francia, y también algunos grupos de fuera de Francia participan o envían su apoyo (Liga comunista internacionalista en Bélgica, Grupo de oposición de Austria, etc.). A los pocos meses, se celebran una serie de reuniones en las que participan una lista impresionante de grupos: La Fracción de izquierda y la Izquierda comunista, el grupo de Davoust, la Liga comunista, así como una delegación separada de su última minoría; la Fracción de izquierda italiana; unos cuantos grupos pequeños (y efímeros), como Pour une Renaissance communiste, de 3 elementos, que se habían escindido de la Fracción italiana por la cuestión rusa, considerando que la URSS era un estado capitalista; el nuevo grupo de Treint, Effort communiste, que había dejado la Fracción de izquierdas porque tampoco veía ya nada de proletario en el régimen “soviético”, y había empezado a desarrollar la teoría de que Rusia estaba ahora bajo la férula de una nueva clase explotadora; también acudieron varios individuos como Simone Weil y Kurt Landau.
La naturaleza del régimen de la Unión Soviética era uno de los temas centrales del orden del día. Sobre este punto, la mayoría de los grupos invitados defendía formalmente la visión de la plataforma de la Oposición rusa de 1927, que Trotski aún defendía vigorosamente, de que la URSS era un Estado proletario, aunque en una condición de severa degeneración burocrática porque no había suprimido la propiedad estatal de los principales medios de producción. Pero lo que es particularmente interesante sobre las discusiones en esta conferencia, es que proporciona una ilustración de cómo evolucionaron las posiciones sobre esta cuestión en el medio de oposición.
Así por ejemplo, el grupo Izquierda comunista hizo el informe sobre la cuestión rusa. Este texto es muy crítico con los argumentos de Trotski: “ Para explicar la ofensiva de la burocracia contra el campesinado, y la conversión del estalinismo a una política de industrialización, a pesar de la ‘liquidación del partido como partido’, el camarada Trotski argumenta que mientras la infraestructura económica de la dictadura del proletariado se hace más fuerte, su superestructura política ha seguido debilitándose y degenera. Un planteamiento difícil de aceptar, cuando se tiene en cuenta la tesis marxista de que “la política es sólo economía concentrada”, especialmente cuando hablamos de un régimen donde el asunto político esencial es la dirección de la economía”. El informe concluye que efectivamente, la burocracia se ha convertido en una nueva clase, ni proletaria ni burguesa. Pero a diferencia de Treint, y sin ninguna consistencia aparente, el texto también argumenta que este Estado burocrático aún contiene algunos vestigios proletarios y por eso los revolucionarios tienen que defenderlo de los ataques del imperialismo. El grupo de Chazé presentó una resolución donde se expresan igualmente conclusiones contradictorias – la URSS sigue siendo un Estado obrero, pero la burocracia “juega el papel de una verdadera clase cuyos intereses son cada vez más opuestos a los de la clase obrera”. Más importante quizás que el contenido de todos estos textos, es el planteamiento mismo de la Conferencia, su actitud abierta a la cuestión de la naturaleza de la URSS. Así por ejemplo, cuando el grupo “ortodoxo” trotskista, la Liga comunista, propuso una resolución para excluir a todos los que negaran la naturaleza proletaria de la URSS, fue casi unánimemente rechazada.
La Conferencia no tuvo éxito en cuanto a la unificación de los grupos que participaron, ni en crear una Fracción francesa: en un periodo de derrota, la tendencia dominante es inevitablemente hacia la dispersión y el aislamiento. Pero sí tuvo lugar un reagrupamiento parcial, y esto también es significativo: La Fracción de izquierda, el grupo de Davoust y más tarde la minoría de la Liga comunista – una minoría de 35 miembros, cuya partida dejó prácticamente inutilizada la Liga – se unieron para formar el grupo Union communiste, que sobrevivió hasta la guerra. Aunque comenzó con un fuerte bagaje trotskista, y después no estuvo a la altura de la prueba de fuego de la guerra de España, sí hubo una evolución en este grupo: puso en cuestión la ideología del antifascismo, y en 1935 había concluido que la burocracia estalinista es una nueva burguesía. La LCI en Bélgica adopta una posición similar.
Si consideramos también que la Fracción italiana, aunque todavía hablaba de la URSS como un Estado proletario, avanzaba rápidamente hacia el rechazo de cualquier consigna de defensa de la URSS en este período, tenemos que, hacia mitad de los años 30, la posición de Trotski sobre la URSS había sido puesta en cuestión o abandonada por una parte importante del movimiento de oposición, igual que había ocurrido en la Oposición rusa. Y la importancia de esto es cuantitativa y cualitativa: cuantitativa porque en esos momentos, ese medio de oposición es mayor que el grupo trostkista “oficial” en el país clave de la Oposición internacional de izquierda; y cualitativa porque son los elementos más consistentes e intransigentes, formados durante la oleada revolucionaria o poco después, quienes rechazan la defensa de la URSS y empiezan a comprender, aunque de forma contradictoria e incompleta a menudo, que en la “tierra de los soviets” se ha producido una contrarrevolución. No es sorprendente que la historia de estas corrientes sea sistemáticamente ignorada por los historiadores trotskistas.
Para entender la evolución de la posición de Trotski sobre la URSS, es preciso reconocer las presiones de la Izquierda. Si nos fijamos en la declaración más importante de Trotski sobre la naturaleza de la URSS en este período – su libro la Revolución traicionada, escrito durante su exilio en Noruega y publicado en 1936 – se comprende rápidamente que estaba metiéndose en una polémica en dos frentes: por una parte, contra el engaño estalinista de que la URSS era un paraíso para los obreros, y por otra parte, contra todas esas corrientes de izquierda que estaban convergiendo en la posición de que la Unión soviética había perdido su conexión con el poder proletario de 1917.
Aclaremos antes que nada que, contrariamente a las conclusiones que se adelantaron en el seno de la Izquierda comunista, incluyendo la Fracción italiana en esa época, en 1936 Trotski no había dejado de ser un marxista, y la Revolución traicionada contiene amplias evidencias de eso. El principal impulso del libro se dirige a refutar la absurda pretensión de Stalin de que la URSS ya habría alcanzado el pleno “socialismo” (aunque todavía no el “comunismo”) en 1936. Contra esa monstruosa mentira, Trotski despliega toda la fuerza de sus conocimientos estadísticos, su aguzado ingenio y su claridad política, para exponer las condiciones de vida absolutamente miserables de la clase obrera y el campesinado, deplorable calidad de las mercancías para el consumo de masas, los crecientes privilegios de la élite burocrática, las tendencias cada vez más reaccionarias, nacionalistas y jerárquicas en las esferas del arte y la literatura, la educación, el ejército, la vida familiar, etc. Ciertamente la descripción de Trotski de la mentalidad y las prácticas de la burocracia es tan acertada, que casi prueba que estamos en presencia de una clase explotadora. En el artículo “La clase no identificada: la burocracia soviética según Leon Trotski”, escrito para la Revista internacional nº 92 por uno de los camaradas del medio proletario emergente actual en Rusia, se plantea esto muy claramente: “Trotski de hecho está describiendo el siguiente panorama (en la Revolución traicionada): es cierto que existe un estrato social numeroso que controla la producción – y por tanto sus productos –, de una forma monopolista, y que se apropia de una parte muy importante de esa producción (o dicho de otro modo que ejerce una función de explotación), que está unida por una comprensión de los intereses materiales que tienen en común, y que se opone a la clase productora. ¿Cómo deben llamar los marxistas a un estrato social con todas esas características? Sólo puede haber una respuesta: se trata de la clase dominante en todos los sentidos. Trotski lleva a sus lectores a esa misma conclusión, aunque él mismo se niegue a hacerlo (…) Trotski arranca de “a”, pero tras haber descrito a la clase dominante en la explotación, vacila en el último momento, y se niega a llegar a “b””.
El libro de Trotski plantea también una cuestión muy importante sobre la naturaleza del Estado de transición, y sobre el porqué de su extrema vulnerabilidad a las presiones del antiguo orden social. A partir de una frase muy sugestiva de Lenin en el Estado y la Revolución en la que dice que el Estado de transición es, en cierto sentido, “un Estado burgués pero sin burguesía”, Trotski añade que “Esta conclusión altamente significativa, completamente ignorada por los teóricos oficiales de hoy, tiene una gran importancia para la comprensión de la naturaleza del Estado soviético o, más precisamente, para una primera aproximación a esa comprensión. Ya que es el Estado el que asume la tarea de la transformación socialista se ve obligado a defender la desigualdad – esto es los privilegios materiales de una minoría – mediante la fuerza. Al actuar así sigue siendo un Estado burgués, incluso aún sin burguesía. Las normas burguesas de distribución, mediante la ampliación acelerada del poder material, deben servir a objetivos socialistas, pero sólo lo hacen en última instancia. El Estado asume directamente y desde el primer momento, un carácter dual: socialista por cuanto defiende la propiedad social de los medios de producción; y burgués, ya que la distribución de los bienes vitales se lleva a cabo sobre la base del criterio capitalista del valor con todas las consecuencias que de ello se desprenden. Tal carácter contradictorio horrorizará a los dogmáticos y a los escolásticos, a los que únicamente podemos ofrecerles nuestras condolencias” (la Revolución traicionada, Pathfinder press. Traducido del inglés por nosotros). Esta postura de cuestionar la naturaleza del Estado de transición, de haberse desarrollado adecuadamente, habría llevado a Trotski a comprender que el Estado establecido tras la Revolución de Octubre se había convertido en el guardián del capital estatalizado, pero Trotski se mostró, en cambio, incapaz de llevarla hasta el final.
En cuanto a las conclusiones más directamente políticas que aparecen en el libro, algunas de las cuales ya aparecían en 1933, representan también un cierto avance respecto al pensamiento anterior de Trotski. En 1927, tal y como vimos en el último artículo de esta serie, Trotski ya había alertado sobre el peligro de un “Termidor”, una especie de “contrarrevolución escalonada” en la URSS, aunque se resistía a aceptar que ya se hubiera consumado. Cuando escribe la Revolución traicionada Trotski revisa sus puntos de vista y concluye que ese Termidor ya ha tenido lugar bajo la égida de la burocracia, y que como resultado “el viejo partido bolchevique ha muerto, y ninguna fuerza puede ya resucitarlo” (ibid.). Concluye además que la burocracia que ha estrangulado el bolchevismo ya no puede ser reformada, sino que debe ser necesariamente derrocada, por lo que llama a la clase obrera a que realice una “revolución política”. En ese mismo momento decide también que la Internacional comunista ha expirado, y que por tanto la formación de nuevos partidos, en todos los países, está a la orden del día.
Finalmente, es importante recordar que el libro de Trotski no da por cerrada la cuestión de la naturaleza de la URSS, sino que cree que es la historia la que aún debe zanjar esta cuestión, pues él insiste en que el reinado de la burocracia es necesariamente inestable por lo que o bien resultará destruido (sea por los trabajadores o por una abierta contrarrevolución burguesa), o bien se transformará en una clase poseedora en el sentido más clásico del término. Dado que el mundo se convulsionaba hacia una nueva guerra mundial, Trotski pensó en los últimos años de su vida, que en función del papel que jugase la URSS en la guerra, podría establecerse definitivamente su carácter de clase.
A pesar de estos aspectos positivos, el libro significa también una encendida defensa de la tesis según la cual la URSS seguía siendo un Estado obrero puesto que había desarrollado una completa nacionalización de los medios de producción, logrando así la “abolición” de la burguesía. El Termidor del que Trotski habla en este libro no tiene mucho que ver con el concepto que había empleado en 1927. Entonces se refería a Termidor como una contrarrevolución burguesa, mientras que ahora se pierde más en comparaciones ambiguas con la Revolución francesa. En Francia el Termidor no había significado una restauración feudal, sino la llegada al poder de una fracción más conservadora de la burguesía. Por esa misma razón, Trotski argumenta que el Termidor soviético no ha restaurado el capitalismo sino que ha instalado una especie de “bonapartismo proletario” en el que un estrato burocrático parasitario defiende sus privilegios a expensas del proletariado, aunque depende para su propia supervivencia del mantenimiento de las “formas proletarias de propiedad” instauradas por la Revolución de Octubre. Por ello reclama para la URSS una revolución meramente política que elimine la burocracia pero que mantenga las formas básicas de la economía, en lugar de una completa revolución social. Así se explica también que Trotski siguiera abogando decididamente por la “defensa de la Unión Soviética” frente a las intenciones hostiles del capitalismo mundial, que, según él mismo argumentaba, seguiría viendo a la URSS como un cuerpo extraño.
Llegamos así al aspecto más reaccionario del trabajo de Trotski que consiste en sus tesis dirigidas directamente contra la Izquierda, lo que hace explícitamente en la última parte de su libro, cuando plantea – más bien evacua – el problema de si hay que ver la URSS como un capitalismo de Estado, y a la burocracia como una clase dominante. Respecto al capitalismo de Estado, Trotski se da cuenta de la tendencia general del capitalismo a la intervención del Estado en la economía, y lo analiza como una expresión de la decadencia histórica del sistema. Llega incluso a admitir la posibilidad teórica de que el conjunto de la clase dominante de un país pueda constituirse en un único trust, a través del Estado. Es más, señala que: “las leyes económicas de un régimen así no representarían misterio alguno. Un capitalista individual, como es sabido, recibe en forma de beneficios, no aquella parte de plusvalía creada directamente por los trabajadores de su propia empresa, sino una parte de la plusvalía global creada en el conjunto del país, una parte proporcional al monto de su propio capital. Bajo un “capitalismo de Estado” integral esta ley del reparto equitativo del beneficio se realizaría no a través de los mecanismos enrevesados de la competencia entre diferentes capitales, sino de manera directa e inmediata a través de la contabilidad estatal”. En realidad lo que describe es cómo estaba operando en la URSS la ley del valor, pero llegado a este punto, retrocede y se empeña en negarlo, afirmando, por el contrario, que “sin embargo un régimen así ni ha existido nunca, ni, dadas las profundas contradicciones entre los propietarios, existirá. Es más, al menos en su calidad de depositario universal de la propiedad capitalista, el Estado será demasiado tentador como objeto para la revolución social” (la Revolución traicionada).
Hay que añadir que las burguesías más avanzadas habían dado la espalda a ese modelo de capitalismo de Estado integral ya que, como quedó finalmente confirmado con el colapso de los países ex estalinistas, ha demostrado una ineficacia desastrosa. Pero donde Trotski falla estrepitosamente en este libro es a la hora de hacerse pregunta esta simple cuestión: ¿puede nacer un capitalismo de Estado integral de una situación en la que la revolución proletaria ha expropiado a la vieja burguesía, y que sin embargo está degenerando debido a su aislamiento internacional?.
En cuanto al argumento de Trotski, por el que se niega que la burocracia pueda ser una clase dominante puesto que carecería de acciones bursátiles o de derechos de herencia que le permitieran legar sus propiedades a sus herederos, nuestro compañero en Rusia, AG, ha escrito una réplica muy lúcida: “En la Revolución traicionada, Trotski intenta refutar teóricamente la tesis de la naturaleza burguesa de la burocracia, con argumentos tan débiles como que “no poseen acciones o bonos” (pag 249). Pero ¿para qué necesita poseerlos la clase dominante? Es obvio que la posesión de acciones o de bonos no tiene importancia en sí misma, lo importante es si tal o cual clase se apropia de la plusvalía arrancada a los productores directos. Si la respuesta es que sí, entonces la función de la explotación existe aunque la distribución de ese producto apropiado se realice a través de dividendos y participaciones, o a través de un salario y privilegios añadidos al trabajo. El autor de la Revolución traicionada apenas resulta convincente cuando dice que los representantes de la capa social dirigente no pueden legar su status privilegiado (...) es altamente improbable que Trotski pensara de verdad que los hijos de la elite pudieran convertirse en obreros o campesinos”. Cuando atribuye una importancia decisiva a la existencia de los derechos de herencia, Trotski se desvía claramente de un axioma marxista fundamental que señala que las relaciones jurídicas son sólo la expresión superestructural de las relaciones sociales subyacentes. Del mismo modo, cuando insiste en encontrar signos de una pertenencia personal a la clase dominante, Trotski olvida que los marxistas definen el capital como un poder global impersonal, que es el capitalismo el que crea a los capitalistas y no a la inversa.
Igualmente tras su concepción de que la naturaleza de clase del Estado soviético estaría determinada, en última instancia, por la estructura económica, aparece una confusión muy seria sobre la naturaleza de la revolución proletaria. Como clase explotada que es, la única forma que tiene la clase obrera para transformar la sociedad hacia el socialismo es conquistando y detentando el poder político. Carece de bienes o propiedades, tampoco las leyes económicas actúan a su favor. Sus métodos de lucha contra las leyes de la economía capitalista se basan enteramente en su capacidad para imponer un control consciente y planificado contra la anarquía del mercado, en imponer las necesidades humanas contra las necesidades del beneficio. Pero esta capacidad sólo puede derivar de su fuerza organizada y de su conciencia política, de su capacidad para afirmar su programa a todos los niveles de la vida social y económica. Esto no garantiza, sin embargo, que la expropiación de la burguesía y la colectivización de los medios de producción conduzca automáticamente a unas nuevas relaciones sociales. Se trata únicamente de un punto de partida: la labor de crear estas nuevas relaciones sociales sólo puede recaer en el movimiento social de masas de la clase obrera. Es verdad que Trotski llegó a afirmar algo muy parecido a esto cuando señaló que “la predominancia del socialismo sobre las tendencias pequeñoburguesas se garantiza no a través de los automatismos de la economía – estamos aún muy lejos de ello – sino mediante medidas políticas adoptadas por la dictadura. El carácter de la economía en su globalidad depende pues del carácter del poder estatal”. Pero, como sucede con el resto de sus tesis, Trotski es incapaz de llevarlo hasta sus necesarias conclusiones: si el proletariado ya no ejerce el más mínimo control sobre el poder estatal, entonces la economía marchara automáticamente en una sola dirección: hacia el capitalismo. En suma, que la existencia de un Estado obrero o de una dictadura del proletariado por hablar con más precisión, no depende de que el Estado se haga formalmente dueño de la economía, sino de que el proletariado detente verdaderamente el poder político.
La consecuencia más grave de la incapacidad de Trotski para reconocer que la Revolución de Octubre había sido ya definitivamente derrotada, es que este fracaso le llevará a justificar “teóricamente” la apología radical del estalinismo, que llegaría a ser la función última del movimiento fundado por él. De hecho ya en la Revolución traicionada, y a pesar de todas las críticas sobre las condiciones que atraviesa la clase obrera en Rusia, aparece explícitamente esa apología,: “No tenemos nada que discutir con los economistas burgueses. El socialismo ha demostrado su derecho a vencer, no en las páginas de Das Kapital, sino en el terreno industrial que comprende una sexta parte de la superficie terrestre; no en el lenguaje de los dialécticos, sino en el lenguaje del acero, el cemento y la electricidad” (ídem). Aquí Trotski insiste en que, a pesar de todas sus degeneraciones burocráticas, el “desarrollo de las fuerzas productivas” del estalinismo es progresista ya que sienta las bases de una sociedad socialista. De hecho Trotski nunca abandonó la idea de que el giro que dio Stalin, a finales de los años 20, hacia una rápida industrialización, vendría a darle en cierta forma la razón al programa económico de la Oposición de izquierdas. Pero el verdadero sentido de esa industrialización de la URSS hay que verlo en el contexto de un desarrollo mundial de las fuerzas productivas. La Revolución rusa de 1917 se realizó bajo la premisa de que el mundo se encontraba ya maduro para el comunismo. El desarrollo que tuvo lugar bajo el stalinismo estaba asentado en la derrota de la primera tentativa de crear una sociedad comunista y se basaba, en cambio, en la necesidad de construir una economía de guerra para prepararse para un nuevo reparto imperialista del mundo. Por todo ello, los éxitos de la industrialización soviética no constituyen, en manera alguna, un factor de progreso para la humanidad sino una expresión de la decadencia del modo de producción capitalista; y los cantos de Trotski a la producción de hormigón y acero suponen una justificación de la más implacable explotación sufrida por la clase obrera.
Peor aún: la defensa de la Unión Soviética frente al capitalismo mundial condujo a una política de apoyo a los apetitos imperialistas del capital ruso, una política que Trotski ya puso en práctica en 1929 cuando apoyó a Rusia en su conflicto con China por la posesión del ferrocarril de Manchuria. Dado que el mundo se encaminaba rápidamente hacia otra guerra, y habida cuenta de la creciente implicación de Rusia en el escenario imperialista, la posición trotskista oficial de “defensa del Estado obrero” llevaría a este movimiento a acercarse cada vez más al campo de la burguesía.
Como señalamos en el artículo que hicimos a propósito de la muerte de Trotski (ver Revista internacional nº 103), la pendiente hacia la guerra llevó a Trotski a replantearse algunas cuestiones fundamentales. Dentro del propio movimiento trotskista tuvo que enfrentarse además a críticas a su noción de un Estado obrero degenerado. Estas no procedían en esta ocasión de la Izquierda, sino de personajes como Bruno Rizzi en Italia, y sobre todo de Burnham y Schachtman en USA, que representaban distintas versiones de una misma idea según la cual la URSS representaría una sociedad explotadora de nuevo tipo, desconocida para el marxismo. Trotski se oponía a tal conclusión, aunque en sus últimos escritos se nota que algo le influyeron. No obstante – como muchísimo mejor marxista que elementos como Schachtman – comprendió bastante claramente que si de las entrañas de la sociedad capitalista podía surgir un nuevo sistema de explotación, entonces habría que poner en entredicho el conjunto de la perspectiva marxista y, sobre todo, el potencial revolucionario de la clase obrera: “Llevada a su conclusión histórica, la alternativa histórica se resume así: o bien el régimen estalinista supone un tremendo retroceso en el proceso de transformación de la sociedad burguesa en una sociedad socialista; o, de otro modo, el régimen estalinista es el primer paso hacia una nueva sociedad de explotación. Si es éste segundo pronóstico el acertado, entonces por supuesto que la burocracia podría convertirse en una nueva clase explotadora. Por horrible que pueda parecer esta perspectiva, probaría de hecho la incapacidad del proletariado para llevar adelante la misión que le ha sido confiada por el curso del desarrollo histórico, lo que nos llevaría a reconocer que el programa socialista basado en las contradicciones internas de la sociedad capitalista se ha convertido finalmente en una utopía. No es preciso decir que necesitaríamos un nuevo “programa mínimo” para defender los intereses de los esclavos de la sociedad totalitaria burocrática” (La URSS en la guerra, 1939).
Para Trotski el resultado de la guerra que se anunciaba iba a ser decisivo: si la burocracia demostraba ser lo bastante estable como para sobrevivir a la guerra, sería necesario concluir que, de hecho, ya habría cristalizado en una nueva clase dominante; y si el proletariado no conseguía acabar con la guerra mediante la revolución, eso probaría que el programa socialista se habría convertido, de hecho, en una utopía. Aquí podemos ver cómo la negativa de Trotski a aceptar la naturaleza capitalista de la URSS, le llevaban a poner en duda las convicciones que inspiraron el conjunto de su existencia.
Por esa misma razón, la definición de la URSS como un país capitalista, demostró ser la única base firme para la defensa del internacionalismo durante la Segunda Guerra mundial y en los años siguientes. La defensa del Estado “obrero degenerado”, junto a la ideología de apoyo a la democracia contra el fascismo, llevaron al movimiento trotskista oficial a una capitulación abierta ante el chovinismo y a integrarse en el campo imperialista aliado. Tras la guerra, los trotskistas se situaron como propagandistas del imperialismo ruso contra su rival americano.
En cuanto a aquellos que plantearon la teoría de una nueva sociedad burocrática, pronto concluyeron que las democracias occidentales resultaban más progresistas que el régimen bárbaro de Rusia, o bien simplemente desaparecieron al creer que el marxismo ya no tenía ninguna validez. Por el contrario, los grupos y elementos que rompieron con el trotskismo en los años 40 a causa de su abandono del internacionalismo, lo hicieron convencidos de que Rusia era un Estado capitalista e imperialista. Hablamos del grupo en torno a Munis, de los RKD alemanes, de Agis Stinas en Grecia… y por supuesto de Natalia Trotski que siguió las recomendaciones políticas de su compañero y tuvo el coraje de reexaminar la ortodoxia “trotskista” a la luz de la Segunda Guerra mundial y de los preparativos para una tercera que sucedieron a la anterior.
CDW
El próximo artículo de esta serie versará sobre la posición de la Izquierda italiana a propósito de la cuestión rusa, y mostraremos por qué fue esta corriente la que estableció el mejor marco de análisis para resolver finalmente el “enigma ruso”.
[1] Hemos adaptado para nuestro titular, el título de un artículo escrito por Treint, un miembro francés de la Oposición (“Para descifrar el enigma ruso: Tesis del camarada Treint sobre la cuestión rusa”), redactado para la conferencia de 1933. De todas formas debemos señalar que la teoría de Treint, es decir la de un nuevo sistema de explotación que representa el capitalismo de Estado, únicamente consigue añadir nuevos misterios.
[2] Es importante reseñar aquí la posición final de Miasnikov sobre la cuestión de la URSS. En 1929 Miasnikov se encontraba exiliado en Turquía e inició una correspondencia con Trotski. A pesar de las profundas diferencias que les separaban, él reconocía la importancia de Trotski para el conjunto de la oposición internacional contra el estalinismo. Miasnikov escribió un folleto sobre la burocracia soviética, que envió a Trotski pidiéndole que escribiera un preámbulo. Trotski se negó a ello ya que el texto argumentaba que Rusia era un sistema de capitalismo de Estado y que la burocracia era una clase dominante: Según Avrich en su ensayo “La Oposición bolchevique a Lenin: G.T. Miasnikov y el Grupo obrero” (publicada en The Russian Review – La Revista rusa –, vol. 43, 1984), el texto de Miasnikov arroja cierta luz sobre el proceso de pérdida del poder por parte del proletariado y de consolidación de la dominación de la burocracia stalinista. Avrich también comenta que “Dado que como capitalismo de Estado organizó la economía de modo más eficiente que el capitalismo privado; Miasnikov lo consideró históricamente progresista”; pero en una nota a pie de página afirma que Tianov, otro miembro del Grupo obrero que estuvo encarcelado junto a Ciliga, consideraba el capitalismo de Estado como regresivo. El folleto de Miasnikov apareció publicado en Francia en 1931, en lengua rusa, bajo el título de Ocherednoi obman (la actual decepción). Por lo que sabemos no ha sido traducido a otra lengua, una tarea que quizás pueda ser acometida por el nuevo medio proletario que emerge en Rusia. La CCI puede facilitar una copia del texto disponible en ruso si hay compañeros dispuestos a traducirlo.
En la primera parte de este artículo "nos hemos esforzado por contestar a la tesis del BIPR según la cual organizaciones como la nuestra se habrían "alejado del método y de las perspectivas de trabajo que llevan a la composición del futuro partido revolucionario". Para ello, hemos tenido en cuenta los dos niveles en que se plantea el problema de la organización (cómo concebir la futura internacional y qué política llevar a cabo para la construcción de la organización y el agrupamiento de los revolucionarios); y en ambos niveles, hemos demostrado que es el BIPR, y no la CCI, quien se sale de la tradición de la Izquierda comunista italiana. En realidad, el eclecticismo que guía al BIPR en su política de agrupamiento recuerda más al de un Trotski metido en su construcción de la IVª internacional; la visión de la CCI, en cambio, es la de la Fracción italiana, la cual siempre combatió para que el agrupamiento se hiciera con la mayor claridad, y gracias a ello poder ganarse a los elementos del centro, a los indecisos" (1).
Sacábamos esas conclusiones al final de un artículo de 7 páginas, y que no tiene nada que ver con elucubraciones sin sentido, sino que son la expresión de un esfuerzo realizado por la defensa de un método de trabajo, el nuestro, y de una crítica firme pero fraterna hacia un grupo político que nosotros consideramos, sin la menor duda, que está del mismo lado de la frontera de clase que nosotros. Para ello, nuestros argumentos críticos en los debates con el BIPR siempre han tenido como base sus propios textos - que nosotros procuramos reproducir lo mejor que podemos en nuestros artículos. Nuestros argumentos se basan en una confrontación con la tradición común de la Izquierda comunista para así comprobar la validez de tal o cual hipótesis en la difícil labor de construcción de la vanguardia revolucionaria..
Como respuesta, Battaglia Comunista (BC), uno de los componentes del BIPR, ha publicado un artículo (2) que plantea más de un problema. En realidad, el artículo es una respuesta a la CCI, a la que únicamente se cita cuando no les queda más remedio. El conjunto del artículo es superficial, sin citas de nuestras posiciones, que son, en cambio, sintetizadas por BC reproduciendo algunas de una manera patentemente deformada (estamos dispuestos a pensar que eso se debería a una incomprensión de ellas y no a la mala fe).
En fin de cuentas, aparece claramente a través de ese artículo, que lo que busca BC son "efectos de estilo" para atraerse la simpatía de sus lectores y no plantear abiertamente las cuestiones y confrontarlas. BC parece negarse a situarse en el único terreno de confrontación posible, terreno en el que estaba construida nuestra respuesta, el método histórico.
Síntoma de esa actitud es el juicio de BC sobre nuestro artículo, el cual expresaría "acritud" y en el cual habría "bilis y calumnias"(3). Esta actitud de BC confirma plenamente, a nuestro entender, la crítica de oportunismo que hemos dirigido al BIPR en el artículo precedente, pues, históricamente, el oportunismo ha procurado evitar siempre los debates políticos serios pues ponen evidentemente de relieve sus propios fallos. En cuanto a nosotros, remitimos al lector a nuestro artículo anterior para que así pueda medir hasta qué punto la respuesta de BC es falsa cuando no de mala fe (4). No vamos a seguir a BC por ese camino, perdiéndonos en polémicas estériles e interminables. Vamos a procurar en este nuevo artículo dar elementos suplementarios sobre el tema de la construcción de la organización de los revolucionarios. Esto, a través de:
La segunda parte del articulo de BC intenta defender su propia política oportunista de construcción del partido internacional en oposición a nuestra manera de proceder. Vamos a recordar los elementos esenciales desarrollados anteriormente en respuesta a la crítica del BIPR sobre cómo crear secciones nacionales de una organización internacional. El BIPR escribe:
"Negamos por principio y con la base de las diferentes resoluciones de nuestros congresos, la hipótesis de que se creen secciones nacionales mediante germinación de brotes de una organización preexistente, aunque fuera la nuestra. No se construye una sección nacional del partido internacional del proletariado creando en un país, de modo más o menos artificial, un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país y, de todos modos, sin vínculos con las batallas políticas reales y sociales en el propio país." (subrayado nuestro) (5).
Y así respondíamos nosotros esa Revista internacional nº 103: "Es evidente que nuestra política de agrupamiento internacional está ahí ridiculizada intencionadamente, cuando se habla de "de brotes de una organización preexistente", de creación "en un país, de modo más o menos artificial, de un centro de redacción de publicaciones redactadas en otro país", una manera de inducir una especie de sentimiento difuso de rechazo a la estrategia de la CCI."
"(…) Según el BIPR, si surge un nuevo grupo de camaradas, supongamos en Canadá, que se acerca a las posiciones internacionalistas, ese grupo podrá sacar provecho de la contribución crítica fraterna, incluso polémica, pero deberá crecer y desarrollarse a partir del contexto político de su propio país, vinculado a "las batallas políticas reales y sociales en el propio país". Lo cual quiere decir para el BIPR, que el contexto actual y local de un país particular es más importante que el marco internacional e histórico determinado por la experiencia del movimiento obrero. ¿Cuál es, en cambio, nuestra estrategia de construcción de la organización a nivel internacional" (…) Haya uno o cien candidatos que quieren militar en un nuevo país, nuestra estrategia no es crear un grupo local que deba evolucionar en dicho territorio "vinculado a las batallas políticas reales y sociales en el propio país", sino integrar lo antes y mejor posible a esos nuevos militantes en el trabajo internacional de organización, dentro del cual, de manera central, se incluye la intervención en el país de los camaradas que en él se encuentran. Por eso, incluso con exiguas fuerzas, nuestra organización procura estar cuanto antes presente con una publicación local bajo la responsabilidad del nuevo grupo de camaradas, pues es, sin lugar a dudas, el medio más directo y más eficaz para ampliar, por una lado, nuestra influencia y, por otro, proceder directamente a la construcción de la organización revolucionaria. ¿Qué hay ahí de artificial? ¿Por qué hablar de no se sabe qué germinación de brotes preexistentes? Que nos lo expliquen."
Lo que de verdad sorprende es que, frente a nuestros argumentos, BC no es capaz de oponer el más mínimo argumento político. Lo único que dice es que… no se lo cree. Esta es, en efecto su postura: "¿Puede pensarse en una "expansión" multinacional de las organizaciones más fuertes y más representativas? No. Porque la política revolucionaria es una cosa seria: no puede uno imaginarse que una "sección" de unos cuantos camaradas en un país diferente del de la sección "madre" pueda ser concretamente un elemento de una organización de verdad [¿y por qué no?, NDLR].
"Hay que tener el valor de reconocer las dificultades para hacer funcionar realmente una organización a escala nacional; la coordinación misma de una "campaña" a escala nacional no siempre es completa: la distribución de la prensa en las condiciones organizativas nuestras, de "escasas fuerzas", se resiente del menor cambio en la disponibilidad de los militantes y solo podemos avanzar con los elementos concretos de la organización"
¡Ésa es pues la verdad!. BC cree que es imposible constituir una organización internacional simplemente porque ella misma es incapaz de gestionar una organización como la suya a nivel nacional. ¡No será porque BC no sea capaz que la cosa es imposible! La existencia de la CCI es un desmentido total a esa argumentación. BC habla de la dificultad de difundir la prensa a nivel internacional, pero es incapaz de ver (es solo un ejemplo) que la prensa en inglés y en español de la CCI (especialmente esta Revista internacional) se difunde en unos veinte países del mundo en los que no existe obligatoriamente una sección. No se da cuenta tampoco que nuestra organización es capaz, y así lo ha demostrado cada vez que ha sido necesario, de difundir, a la vez, el mismo panfleto en todos los países en los que está presente e incluso en otros. Una vez más, BC no ve una realidad patente, que la CCI es una organización unitaria de verdad, una organización que actúa, piensa, trabaja e interviene como cuerpo político único, como organización internacional, sea cual sea el tamaño de la sección de tal o cual país.
Todo eso da una idea del valor de los argumentos de BC cuando dice que " Hay que tener el valor de reconocer las dificultades para hacer funcionar realmente una organización", un argumento que se usa únicamente para negar la posibilidad de construir ya hoy una organización internacional, un argumento sin la menor base científica.
Pero hay más en el artículo de BC. De él emerge una idea perniciosa sobre la manera con la que debe desarrollarse una organización en un país:
"Además, una minisección, llegada del cielo, no tiene la posibilidad de implantarse en la escena política de ese país, posibilidad que sí tiene una organización - y en este caso poco importa que sea pequeña - que ha surgido de ese escenario político, orientándose hacia posiciones revolucionarias. (…) Los que no comprenden o fingen no comprender que la identidad política no basta para hacer una organización, una de dos: o no poseen el sentido de la organización, o les falta tanta experiencia organizativa que creen que la cuestión no viene al caso. (…) No se vuelve uno capaz de cumplir sus tareas si no se desarrolla la tarea primordial de arraigarse, aunque sea de forma limitada hoy, en la clase" (6). Nos inquieta, de verdad, el sentido de ese pasaje. Lo que se saca de lo expuesto por BC es que vale más tener un grupo "surgido de esa escena política [del lugar], orientándose hacia posiciones revolucionarias", sin que importe el grado de confusión al principio, que tener en el mismo territorio "una minisección caída del cielo".
El verdadero "arraigo" de una organización en la clase no se juzga en saber si sus posiciones son momentáneamente más o menos "populares" entre los obreros. Eso es inmediatismo y oportunismo. El arraigo verdadero se juzga a una escala histórica, entre la experiencia del pasado de la clase y su porvenir. El principal criterio de "arraigo" es la claridad programática y los análisis que permiten a una organización:
En eso estribó el debate entre Lenin y los mencheviques. Éstos querían recabar una influencia mayor abriendo las puertas del partido a elementos confusos y vacilantes. Fue también ése el debate, en los años 1920, entre la Izquierda italiana y la mayoría de la IC en relación con la formación de los PC (con bases "estrechas" según la idea de la izquierda o "amplias" según la de la IC), sabiendo justamente que la IC buscaba tener un "arraigo" en las masas obreras lo más rápido posible. Y lo mismo en cuanto a la posición de la Fracción frente a la de los trotskistas en los años 1930. El arraigo de la organización en la clase nunca debe hacerse rebajando los principios y quitándoles hierro. Esa es una de las grandes enseñanzas del combate de la Izquierda del que el BIPR se olvida hoy, como lo había olvidado ya el PC Internacionalista en 1945.
De hecho, lo insubstancial de la argumentación de BC se debe a que este grupo se niega obstinadamente a contestar a dos preguntas de fondo, preguntas que les habíamos planteado en nuestro artículo precedente:
Seguimos esperamos la respuesta.
BC, ya se sabe, nos acusa de idealismo y de que analizamos la actualidad con ese enfoque. Últimamente, en una reunión pública de Battaglia comunista en Nápoles, a una petición de explicaciones sobre nuestro pretendido idealismo, BC contestó así: "Hay tres puntos que caracterizan el idealismo de la CCI:
"El primero es el concepto de decadencia: es un concepto que nosotros también usamos; pero no se puede explicar el conflicto de decadencia basándose únicamente en factores sociológicos. El problema es que puede explicarse la decadencia basándose en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Nosotros decimos que el capitalismo sufre su decadencia no porque haya crisis (crisis cíclicas las ha habido siempre), sino porque ésta es una crisis particularmente grave. Decimos que la CCI es idealista porque el concepto de decadencia es abstracto, idealista. En segundo lugar, el análisis del imperialismo: cuando existía la URSS, estábamos acostumbrados a ver el imperialismo con dos caras, la URSS y los Estados Unidos. Uno de los dos polos desapareció, el otro domina en el plano militar, económico, etc. Hay sin embargo, en esta nueva situación, una tentativa de agrupamiento imperialista en Europa. ¿Cómo puede ahora la CCI explicar esta nueva fase hablando únicamente de caos? La CCI confunde las aspiraciones conscientes a predominar en el ruedo imperialista con el caos.
"La tercera razón es la cuestión de la conciencia y es lo más importante. Hemos oído cosas increíbles, cosas como que la clase obrera posee tal nivel de conciencia que ha podido impedir una tercera guerra mundial."
Suponemos que con esa crítica sobre el idealismo, BC quería acusar a nuestra organización de no estar en los problemas reales y dedicarse a delirar. Lo que nosotros comprendemos, en cambio, y eso es lo que intentamos demostrar, es que esa crítica de BC se basa en una comprensión deficiente y poco profunda de nuestros análisis políticos que solo se justifica por el deseo incontenible de querer desmarcarse de nuestra organización.
Intentemos pues a dar algunos elementos de respuesta, aunque evidentemente nos es imposible hacer aquí unas exposiciones apropiadas a temas tan amplios.
La decadencia del capitalismo. Es cierto que el análisis de la CCI es diferente del de BC. Es totalmente falso, en cambio, que para nosotros "el concepto económico de decadencia" se explique "basándonos únicamente en factores sociológicos". Los camaradas de BC saben perfectamente que, mientras que su posición se basa en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, la CCI se refiere a los aportes teóricos sucesivos de Luxemburg (7) sobre la saturación de los mercados y la práctica desaparición de los mercados extracapitalistas, lo cual no excluye ni mucho menos, el factor de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Nuestra posición, por lo tanto, también tiene una base económica y ni mucho menos sociológica. De todos modos, más allá de ambas explicaciones económicas diferentes, el aspecto fundamental es que ambos análisis llevan a la misma visión histórica que es la de la decadencia del capitalismo, en la cual estamos totalmente de acuerdo. ¿Dónde está, pues, el idealismo?
Imperialismo y caos. Si, sobre este tema, la CCI defendiera efectivamente la posición que dice BC que tiene, no será creíble en absoluto. Para nosotros el caos guerrero no es un fenómeno en sí, sino la consecuencia precisamente de la desaparición de los dos bloques imperialistas después de 1989 y de la pérdida de la disciplina interna que implicaba su existencia, disciplina que, en la época de la guerra fría, había garantizado en fin de cuentas, a pesar de los peligros de guerra mundial, cierta "pacificación" en el seno de cada bloque y en el ruedo internacional.
Según BC, "la CCI confunde las aspiraciones conscientes a predominar en el ruedo internacional con el caos". ¡Ni mucho menos! La CCI, precisamente a partir de las aspiraciones conscientes de cada Estado para hacer prevalecer sus intereses imperialistas en el ruedo mundial, no solo de las grandes potencias, sino también de los países menores, ve en la situación actual una tendencia conflictiva cada vez más extendida y en todas direcciones, una tendencia de cada cual a enfrentarse a todos los demás, mientras que no existen, o al menos por ahora (y es algo que debe excluirse a corto plazo) nuevos bloques imperialistas que puedan reunir y orientar en una sola dirección las veleidades imperialistas de cada país (8).
En esta nueva situación, al ir desapareciendo la disciplina de la que hablábamos antes, cada país se ha lanzado a aventuras imperialistas enfrentándose cada vez más a los demás, de ahí el caos, es decir una situación sin control ni disciplina pero cuya dinámica fundamental es muy clara. ¿Es acaso nuestra posición disparatada e… idealista?
En fin, sobre la clase obrera que impide la guerra: recordemos, una vez más, que cuando afirmamos que la reanudación histórica de la lucha de clase iniciada en 1968 impidió que la burguesía fuera hacia la conclusión de la crisis del capital, o sea hacia una tercera guerra mundial, no queremos decir en absoluto que la clase obrera fuera consciente del peligro de guerra y se opusiera conscientemente a él. Si así hubiera sido, estaríamos sin la menor duda en una fase prerrevolucionaria, lo cual, evidentemente, no es el caso. Lo que sí queremos decir, en cambio, es que la reanudación histórica ha vuelto la clase obrera mucho menos manipulable por la burguesía que en los años 1940 y 1950. El no tener al proletariado a su plena disposición es lo que le ha planteado problemas a la clase dominante, impidiéndole lanzarse en un conflicto imperialista generalizado.
En efecto, en el período actual, incluso si la combatividad y la conciencia de clase están a un bajo nivel, la burguesía no tiene capacidad de encuadrar a los obreros de los países avanzados tras las banderas de la guerra (sean éstas la nación, el antifascismo o el anti-imperialismo). Para hacer la guerra no basta con disponer de obreros poco combativos, se necesitan obreros dispuestos a arriesgar su vida por algún ideal de la burguesía.
El BIPR, que hoy se las da de aleccionador, de sabelotodo, ha tenido y sigue teniendo notorias dificultades para analizar la situación internacional. Cuando la caída del bloque del Este, por ejemplo, BC no tuvo al principio las ideas muy claras que digamos. Atribuyó la "caída" del bloque del Este a un proceso que habría sido conducido por Gorbachov para redistribuir las cartas entre los bloques e intentar marcar puntos frente al imperialismo americano:
"Lo que se acaba, o se ha acabado ya, son los equilibrios de Yalta. Las cartas se están volviendo a repartir en medio de una crisis que, si ya golpea dramáticamente la zona del rublo, también va a seguir desarrollándose en el área del dólar (…) Gorbachov juega con habilidad en los dos tapetes: en el de Europa y en el de la otra superpotencia. La marcha hacia un acercamiento entre la Europa del Este y la del Oeste no es algo que vaya a tranquilizar a los USA y Gorbachov lo sabe" (de "Las cartas de redistribuyen entre los bloques: las ilusiones sobre el socialismo real se desmoronan", Battaglia Comunista nº 12, diciembre de 1989) (9).BC habló también entonces de apertura de nuevos mercados en los países del Este, que podrían dar oxígeno a los países occidentales: "El hundimiento de los mercados de la periferia del capitalismo, los de Lationoamérica por ejemplo, ha creado nuevos problemas de solvencia en la remuneración del capital…Las nuevas oportunidades abiertas en Europa del Este podrían representar una válvula de seguridad para las necesidades de inversión… Si se concreta ese largo proceso de colaboración Este-Oeste, habrá un nuevo oxígeno para el capital internacional" (10).
Cuando la burguesía rumana a principio de los 90, decide deshacerse del dictador Ceaucescu, recurriendo a una puesta en escena de lo más dramático para alentar en la gente la sed de democracia (que es la dictadura más eficaz de la burguesía), BC llegó a hablar de Rumania como de un país en el que estaban reunidas "todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas para que pueda proseguir la insurrección y convertirse en verdadera revolución social, pero la ausencia de una fuerza auténticamente de clase ha dejado cancha abierta a las fuerzas favorables al mantenimiento de las relaciones de producción burguesas" (Battaglia Comunista nº 1, enero de 1990)
¿Y qué decir del artículo escrito por simpatizantes de Colombia y publicado por BC en la primera página de su periódico? Artículo en el que la situación en ese país es presentada como casi insurreccional y eso sin el menor comentario o crítica por parte de BC:
"En los últimos años, los movimientos sociales en Colombia (…) han adquirido un radicalismo y una amplitud considerables (…) Hoy, las huelgas se transforman en motines, las paralizaciones urbanas en revueltas, las protestas de las masas urbanas se concluyen con violentos enfrentamientos callejeros (…) Resumiendo: en Colombia, hay un proceso insurreccional en curso, desencadenado por mecanismos capitalistas y por la agudización y la extensión del conflicto entre los dos frentes militares burgueses" (extracto de Battaglia Comunista nº 9, septiembre de 2000, subrayado nuestro).
Cabe preguntarse a ese respecto dónde están los idealistas. ¿En nuestros artículos o en los análisis delirantes del BIPR? (11)
Hay cosas todavía más graves. Lo que hemos notado desde hace algún tiempo a ese respecto, es que BC lanza juicios despectivos sobre el campo proletario, el cual "habría fracasado por no haber estado a la altura de las tareas del momento" y, a la vez, es BC la que precisamente pone en entredicho, una tras otra, las piedras angulares de su análisis (y del nuestro) sobre el período histórico actual, dejando cada día más espacio a la improvisación del redactor que le ha tocado escribir el artículo. Hemos tenido nosotros que intervenir con tono polémico en los debates de BC para corregir un importante traspié sobre el papel de los sindicatos en la fase actual (12) que se contradecía con los propias posiciones históricas de BC. Pero he aquí que en el mismo artículo de Prometeo nº 2, nos encontramos con una serie de pasajes que vuelven a tratar el tema, sin hacer la menor mención a la polémica anterior, poniendo en entredicho el concepto mismo de decadencia del capitalismo, posición que une desde siempre a nuestros organizaciones, el BIPR y la CCI, y que es una herencia del movimiento revolucionario, de Marx, de Engels, de Rosa Luxemburg y de Lenin (de quienes, sin embargo, el BIPR se reivindica), de la IIIª Internacional y hasta las Izquierdas comunistas que de ésta surgieron tras la desaparición de la oleada revolucionaria en los años 20.
De hecho, el artículo define la situación actual de manera extraña, con "fases ascendentes del ciclo de acumulación" y "fases de decadencia del ciclo de acumulación" y no de período histórico de decadencia irreversible del capitalismo por oposición a la fase histórica precedente, con sus ciclos de crisis, sí, pero globalmente fase de desarrollo general: "Hay (…) un esquema. Es el que divide la historia del capitalismo en dos grandes épocas, la de la ascendencia y la de la decadencia. Casi todo lo que era válido para los comunistas en la primera ya no lo es en la segunda, precisamente por el hecho de que ya no es una fase de crecimiento sino de decadencia. ¿Un ejemplo? Los sindicatos servían y se justificaba que los revolucionarios trabajaran en ellos para ocupar su dirección; después ya no fue válido. Ni la sombra de una referencia al papel histórico institucional de mediación del sindicato; todavía menos a la relación entre ese papel y las diferentes fases del capitalismo, o del vínculo objetivo entre las cuotas de ganancia y el campo de la negociación (…) En las fases ascendentes del ciclo de acumulación, el sindicato, como "abogado" puede arrancar concesiones salariales y reglamentarias (pero inmediatamente recuperadas por el capital); en las fases de decadencia del ciclo, quedan reducidos a cero los márgenes de mediación y el sindicato, que sigue con la misma función histórica, se ve reducido a hacer de mediador, sí, pero a favor de la conservación, operando como agente de los intereses capitalistas en el seno de la clase obrera.
"La CCI, al contrario, divide la historia en dos partes: cuando los sindicatos son positivos para la clase obrera - sin especificar en qué terreno - y cuando se vuelven negativos.
"Esos esquematismos se verifican en la cuestión de las guerras de liberación nacional. "Y es así como la proposición formal de posiciones indiscutibles y, por lo tanto que, en apariencia, podríamos compartir, está acompañada de una divergencia sustancial, o incluso de una no pertenencia al materialismo histórico y de una incapacidad para examinar la situación objetiva" (13).
Puesto que esa parte del artículo está escrita refiriéndose explícitamente a la CCI, debemos nosotros hacer notar que BC tiene una memoria corta si ya ni siquiera se acuerda de las posiciones de base de la CCI sobre los sindicatos, posiciones desarrolladas en decenas y decenas de artículos y, en especial, en un folleto dedicado a ese tema (14), en el cual nos referimos ampliamente " al papel histórico institucional de mediación del sindicato" y a "la relación entre ese papel y las diferentes fases del capitalismo". Invitamos a los camaradas a leer o a volver a leer nuestro folleto para que se den cuenta hasta qué punto las afirmaciones de BC no tienen la menor base.
Nos parece, sin embargo, importante recordar lo que escribieron Marx y Engels hace siglo y medio:
"A cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, utilizando un término jurídico, con las relaciones de propiedad en cuyo seno se habían desarrollado hasta entonces. Esas relaciones, tras haber sido formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se transforman en trabas de esas fuerzas. Se llega así a una época de revolución social" (15).
Estamos dispuestos a creer que BC ha hecho un simple error de escritura, utilizando términos inapropiados al intentar contestar a nuestros argumentos. Si así no fuera, cabría preguntarse qué significa lo escrito por BC. ¿Significa que tras una fase de recesión y con la reanudación de un ciclo de acumulación la clase obrera puede contar de nuevo con los sindicatos para "arrancar concesiones salariales y reglamentarias"? Si así fuera, nos interesaría saber cuáles han sido, según ella, en las últimas décadas "las fases de ascendencia del ciclo de acumulación" y cuáles han sido las "concesiones salariales yreglamentarias" correspondientes, obtenidas por la clase obrera gracias a los sindi catos. También, respecto a las luchas de liberación nacional, que la CCI analizaría con un "igual esquematismo", ¿qué quieren decir los camaradas de BC? ¿Que podría apoyarse a Arafat u a otros con tal de que esté asegurado el ciclo de acumulación del capital y que no haya recesión? Si no es ésta la buena interpretación, ¿qué quiere decir BC?
Hemos demostrado en este segundo artículo que no es la CCI la que tendría una visión idealista de la realidad, pero que sí es BC la que va dando tumbos en plena confusión teórica y que tiene un enfoque oportunista en su intervención. Tenemos la sensación de que todos los argumentos empleados por BC en su polémica contra "un campo político proletario que ya no está a la altura de las tareas del momento y que, por lo tanto, se ha quedado atrás" no son más que humo con el que ocultar sus propios descarrilamientos oportunistas, incluso en el plano programático, que empiezan a ser de lo más preocupante. Respecto a la tendencia actual del BIPR, en particular, a considerarse como "solo en el mundo" frente a un "un campo político proletario que ya no está a la altura de sus tareas", sería muy conveniente que los camaradas volvieran a leer el folleto y otros muchos textos que ellos han escrito en polémica contra los bordiguistas, textos en los que critican con mucha razón el que cada grupo bordiguista se considere como EL PARTIDO y todos los demás como basura. Por eso invitamos a BC (y al BIPR) a tomarse en serio nuestras críticas sin ocultarse tras acusaciones ridículas de que esas críticas se deberían a una descarga de bilis y cosas por el estilo. Procuremos estar todos a la altura de nuestras tareas.
Ezechiele, 9 de marzo de 2001
1. "La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido", Revista internacional nº 103.
2. "La nueva internacional será el Partido internacional del proletariado", en Prometeo nº 2, diciembre de 2000.
3. Hay que notar que en el movimiento obrero, las acusaciones de "calumnia", "bilis", etc. son típicas de elementos centristas y oportunistas hacia las polémicas hechas contra ellos por las corrientes de izquierda (a Lenin lo consideraban como un "horrible calumniador" cuando entabló el combate contra los mencheviques. Rosa, de igual modo, fue acusada de "histérica" cuando entabló la pelea contra Bernstein y más tarde contra Kautsky sobre la huelga de masas). Mejor que acusaciones de ese estilo, le preguntamos al BIPR en qué son falsas nuestras críticas, o "calumniadoras". No basta con afirmar. Hay que demostrar. Por lo demás, el BIPR no es el más indicado para hacer ese tipo de críticas, pues no andan cortos en calificativos, en especial, sin el menor argumento, cuando les da por decir que nosotros ya no formamos parte del campo proletario. Es la historia de quien ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo.
4. Hay que notar que los camaradas de BC recibieron nuestra primera respuesta con bastante rencor, porque ellos asocian el calificativo "oportunista" a "contrarrevolucionario". Esta asociación, para cualquiera que conozca la historia del movimiento obrero, es totalmente errónea, sin el menor fundamento. Es, como mínimo, expresión de ignorancia política. El oportunismo siempre ha sido identificado como deformación de posiciones revolucionarias, y eso dentro del movimiento obrero. Es la ambigüedad y la ausencia de claridad del bordiguismo (y de BC también) lo que les permite seguir llamando oportunistas a formaciones políticas que en realidad se pasaron al campo de la contrarrevolución, como así fue con los diferentes PC estanilistas, identificando así oportunismo y contrarrevolución.
5. BIPR, "Verso la Nuova Internazionale" (Hacia la nueva Internacional), en Prometeo nº 1, serie VI, junio de 2000, citado ya en nuestro artículo del nº193 de esta Revista.
6. "La nueva internacional será el Partido Internacional del proletariado".
7. Ver especialmente las dos obras principales de Rosa Luxemburg en las que desarrolla esa teoría:La acumulación del capital , y En qué han convertido los epígonos de la teoría de Marx: una anticrítica, obras ambas que se suelen publicar juntas.
8. Uno de los factores de más importancia por los cuales la formación de nuevos bloques no está a la orden del día es que no existen países capaces de rivalizar mínimamente con Estados Unidos en el plano militar. Se necesitarían años (quizás una década) para que un país como Alemania pueda disponer de una potencia militar creíble.
9. Para comprender mejor esa ausencia de visión por parte de BC, ver también "La "Tormenta del Este" y respuesta de los revolucionarios", Revista internacional nº 61).
10. Idem.
11. Recordemos también que cuando las huelgas en Polonia de agosto de 1980, la CWO lanzó la consigna de "¡Revolución, ya!" en su periódico, cuando, en realidad, la situación no era nada revolucionaria. Los camaradas de la CWO nos dijeron después que fue un accidente, que ese título fue cosa de un militante, sin el acuerdo de los demás miembros, y que el periódico fue inmediatamente retirado de la circulación. Aceptamos esas explicaciones, pero hay que reconocer, sin embargo, que en la CWO de entonces no había una gran claridad tanto política como organizativa, puesto que uno de sus miembros pudo pensar y escribir semejante absurdo sin que la organización pudiera impedir su publicación. El militante de marras debía ser probablemente alguien con bastante responsabilidad puesto que CWO le otorgó la de publicar el periódico sin control previo por parte de la organización o de un comité de redacción. Solo entre los anarquistas puede ocurrir ese tipo de patinazo individual o, también, en el Partido socialista italiano, en 1914-15, cuando Mussolini publicó sin avisar a nadie un editorial en Avanti llamando a participar en la guerra. Pero en aquel entonces, el Benito era nada menos que director del diario (y había sido comprado secretamente por Cachin con fondos del gobierno francés). En todo caso, la organización interna de CWO dejaba que desear en los años 80. Es de esperar que haya mejorado desde entonces.
12. Ver artículo "Polémica con Battaglia comunista: ¿han cambiado los sindicatos de función con la decadencia del capitalismo?", en Rivoluzione Internazionale nº 116 (publicación de la CCI en Italia)
13. "La nueva internacional será el Partido Internacional del proletariado", p. 8-9. 14. Los sindicatos contra la clase obrera, folleto de la CCI, con versiones en las diferentes lenguas de las secciones territoriales de la organización. 15. Marx y Engels, "Prefacio" a la Contribución a la crítica de la economía política.
El artículo de Räte Korespondenz, órgano del Grupo comunista internacionalista de Holanda (GIC) ([1]), que aquí publicamos ([2]), merece ser sacado del olvido y conocido por nuestros lectores. En los años 30, el GIC fue el grupo central representante de la Izquierda comunista germano-holandesa, situado en la encrucijada de esta tradición. Así es como en 1933 se encarga de la labor de agrupamiento del conjunto de aquella corriente; publica Proletarier, revista internacional del comunismo de consejos, así como un servicio de prensa en alemán. A Proletarier le seguirá Räte Korespondenz en tanto que órgano “teórico y de discusión del movimiento de consejos”.
Antes de dedicarnos a estudiar su contenido, es importante hacer resaltar que este texto muestra el apoyo de toda la Izquierda comunista a la Revolución rusa y al Partido bolchevique. Es, pues, evidente que la Izquierda comunista germano-holandesa no adoptaría su posición sobre el “carácter burgués de la Revolución rusa” sino bastante más tarde.
Se suele decir que el origen del movimiento comunista de consejos (que niega la experiencia proletaria rusa y considera que el Partido bolchevique no fue un partido revolucionario sino un órgano “ajeno” a la clase obrera) es 1934 con las Tesis sobre el bolchevismo ([3]) de Helmut Wagner. Esta idea admitida se basa en una visión limitada de la realidad ([4]), puesto que en realidad hubo debates encarnizados en la GIC sobre la cuestión, la cual no estaba ni mucho menos zanjada, de la naturaleza del bolchevismo, como lo muestra este artículo de 1936-37 que aquí publicamos.
¿Que dice el texto?
Las Tesis sobre el bolchevismo no serán las bases del comunismo de consejos más que en la segunda posguerra, cuando empiece a desarrollarse lo que se ha dado en llamar consejismo. Y hasta en aquel entonces, no toda la corriente de la Izquierda comunista germano-holandesa estaba de acuerdo con aquel marco: Ian Appel, por ejemplo, antiguo miembro del KAPD y delegado en el IIº congreso de la Internacional comunista, jamás aceptó la idea de que la Revolución rusa no hubiera sido sino una revolución burguesa.
El debate sobre el carácter de la URSS en los años 30 fue la discusión central y movilizó a todos los grupos de la izquierda comunista, como lo pone en evidencia el folleto que acabamos de publicar (en francés) sobre la Izquierda comunista de Francia ([5]).
Sin embargo, el GIC entiende mucho más rápidamente que la Izquierda comunista italiana el carácter de capitalismo de Estado del sistema en la URSS. La Izquierda italiana no adoptará esta posición más que con la Segunda Guerra mundial, a pesar de haber abordado el problema en los años 30 sin llegar a conclusiones definitivas. La Izquierda comunista italiana siempre fue muy prudente al enunciar una nueva posición política. Tuvo siempre como principio examinar todas las consecuencias políticas de una posición antes de adoptarla; y este método fue el que siempre le permitió mantener el rumbo en lo político y lo teórico.
Tanto sus posiciones como su política ante la degeneración del movimiento comunista lo prueban claramente:
En lo que concierne los partidos comunistas, los consideró caso por caso; en lo que toca al PCF y el PCI, por ejemplo, no los consideró como perdidos para la clase obrera hasta que se comprometieron en 1935 con una política de apoyo a su burguesía nacional. La Fracción italiana del PCI cambió entonces su denominación en Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional.
Esta forma prudente de plantear las cuestiones es lo que le permitió sacar una a una las lecciones y hacer el balance de lo que ocurrió al movimiento comunista tras la Revolución rusa y también engendrar, con bases sólidas, una filiación bien presente todavía hoy.
Estos resaltan claramente en el texto que aquí publicamos:
Rol
[1] Cf. el libro editado por la CCI Contribución a una historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[2]Según una traducción de l’Internationale, revista mensual de la Union communiste, nos 27 y 28, abril y mayo del 37. Union communiste era un grupo que se situaba entre la Izquierda comunista italiana y los trotskistas en la primera posguerra mundial. Véase el nuevo folleto (en francés) de la CCI, la Izquierda comunista de Francia.
[3] Cf. La révolution bureaucratique, Ed. 10/18, París, 1973.
[4] También lo hemos desarrollado varias veces, cf. nuestro libro Contribución a una historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[5] Nuevo folleto (en francés) de la CCI, la Izquierda comunista de Francia.
Correspondencia Publicamos aquí una carta enviada por uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo. Publicamos esa carta y nuestra respuesta, basada en nuestras posiciones sobre el tema. En un próximo número de esta Revista publicaremos la segunda parte de este intercambio de correspondencia. Teorías de las crisis y decadencia – I 1. El método de El Capital a) Consideraciones generales Una de las críticas, considerada entre las más pertinentes, de Rosa Luxemburgo a El Capital es que, dado que es una obra inacabada, es necesariamente insuficiente. Aunque es cierto que El Capital es una obra incompleta pues Marx había manifestado su intención de continuarla, lo que escribió, con la asistencia de Engels, es en lo esencial, un análisis coherente y consistente ( ). Esto se evidencia si se comprende que la teoría de Marx sobre la crisis está basada únicamente en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Lo que críticas como la de Luxemburgo no alcanzan a comprender es que Marx ya había comprendido las contradicciones de la acumulación capitalista con anterioridad a El Capital en la colección ulteriormente conocida llamada Las Teorías de la plusvalía. De hecho, argumentar que El Capital tiene serias lagunas, como hace Rosa Luxemburgo, es reducir el análisis de Marx a una mera descripción cuando es en realidad una crítica de la economía política capitalista, esto es, caer en una perspectiva empírica ( ). Significa que Luxemburgo no ha entendido la naturaleza del método de presentación que Marx utiliza en El Capital. Esto es puesto de manifiesto por su incapacidad para entender la advertencia de Marx que “puede parecer como si tuviéramos ante nosotros una construcción a priori” ( ). No puede comprender que Marx elija ese método particular de presentación que adoptó en El Capital y que capacita al proletariado para entrar más allá del mundo de las apariencias, del fetichismo de la mercancía que las relaciones de producción capitalista crean necesariamente y con ello, comprender sus contradicciones básicas y de esta forma “el movimiento real puede ser apropiadamente presentado” ( ). Este método “va más allá de lo menos esencial y de los fenómenos superficiales continuamente cambiantes de la economía mercantil” ( ). El Capital no pretende contarnos “la historia entera del desarrollo capitalista” ( ) o “predecir el curso actual del desarrollo capitalista” ( ) sino “poner al desnudo la dinámica de ese desarrollo” ( ); esto es, revelar las contradicciones inherentes a la acumulación capitalista desde la perspectiva de la transformación revolucionaria de la sociedad, adoptando un punto de vista de totalidad. El Capital no consiste en una serie de descripciones progresivamente detalladas de la realidad capitalista concreta análogas a una serie de fotografías que sucesivamente adquieren una mayor amplitud. Aunque las explicaciones que contiene El Capital van desde las de naturaleza más general y abstracta hasta las más concretas y particulares, no se trata de una simple progresión lineal; aunque en cada etapa, sobre la base de condiciones simplificadas, se hace un análisis provisional. En la etapa siguiente este análisis provisional es ampliado y concretado. Sin embargo, estos diferentes niveles no se contradicen entre sí ni tampoco la realidad capitalista empírica como podría parecer a primera vista si se comparan simplemente como hace erróneamente Luxemburgo ( ). En el siguiente paso, Marx elimina las contradicciones aparentes entre los diferentes niveles de la forma siguiente. En primer lugar, extrae las conclusiones lógicas que se siguen de la hipótesis que se desprende del nivel anterior. Con ello, mostrando que “estas conclusiones llevan a un absurdo lógico” ( ) demuestra entonces que “el análisis no está terminado todavía y debe proseguirse ulteriormente” ( ); es decir, cada conclusión previa necesita modificarse para eliminar las contradicciones. Estas modifican las conclusiones en el nivel siguiente. Ejemplos de ello en El Capital podemos verlos en la transición entre el valor de las mercancías y el valor de la fuerza de trabajo en el Capítulo 4º del Volumen Iº así como en la transición entre las diferentes tasas de ganancia en las diferentes esferas de producción hasta la formación de una tasa media de ganancia en el Capítulo 8º del Volumen III. “La imposibilidad de la plusvalía en el Capítulo 4º del Volumen I, y la posibilidad de las diferentes tasas de ganancia en el Capítulo 8º del Volumen III, no sirven como necesarios enlaces para su construcción sino como pruebas de lo contrario. El hecho de que dichas conclusiones conduzcan a un absurdo lógico muestra que el análisis no está todavía terminado y debe proseguirse ulteriormente. Marx no determina la existencia de diferentes tasas de ganancia sino el absurdo de una teoría que se base en semejante premisa” ( ). Es fundamental para entender el método de Marx la distinción entre la naturaleza “interna” o “general” de El Capital ( ) y su realidad empírica históricamente hablando; las “tendencias generales y necesarias” ( ) como diferentes de las “formas de su apariencia” ( ). La incapacidad para captar estas diferencias cruciales puede llevar directamente al empirismo al aceptar las meras apariencias como la verdad. Pero inversamente, ignorar los “lazos necesarios” entre la naturaleza interna y las formas en que aparecen llevaría a El Capital a convertirse en un ideal abstracto divorciado de la realidad. No hay nada de escolástico o de místico en esta distinción; Marx la concibió claramente como vital para entender la acumulación capitalista: “un análisis científico de la competencia es posible solamente si comprendemos la naturaleza íntima del capital, de la misma forma que el movimiento de los cuerpos celestes es inteligible solamente para quienes van más allá de sus movimientos reales que no son perceptibles por los sentidos” ( ). b) Los esquemas de Marx sobre la reproducción, las crisis y la caída de la tasa de ganancia En sus esquemas sobre la reproducción, Marx se limita a mostrar la reproducción del capital social en su forma fundamental; no pretende “presentar un panorama de la realidad capitalista concreta” ( ). Pero lo esencial, un punto importante se muestra claramente a partir de estos esquemas de la reproducción: “para que la producción se expanda y progrese deben existir unas proporciones dadas entre los sectores productivos; en la práctica estas proporciones se realizan aproximadamente; ello depende de los siguientes factores: la composición orgánica del capital, la tasa de explotación y la proporción de plusvalía que ha sido acumulada” ( ). Los esquemas no pretenden revelar la causa de la crisis. La verdadera causa es investigada en una etapa posterior del análisis de Marx. “Ni la posibilidad de sobreproducción ni la imposibilidad de la sobreproducción se deriva de los esquemas mismos... Lo que debe recordarse es que estos esquemas solo son una etapa particular, representan un cierto nivel de abstracción, en el desarrollo de la teoría de Marx. El proceso de producción y el proceso de circulación, el problema de la producción y la realización, han de ser vistos dentro del proceso total de la producción capitalista en su conjunto” ( ). Marx explica la caída de la tasa de ganancia como una consecuencia de la unidad de la producción, la circulación y la distribución del capital, por ejemplo, “el proceso de la acumulación capitalista tiene 3 momentos distintos aunque interrelacionados: la extracción de plusvalía, la realización de la plusvalía y la capitalización de la plusvalía” ( ). Explica las crisis capitalistas únicamente en términos de la caída de la tasa de ganancia puesto que esta engloba el proceso entero de la acumulación capitalista. Muestra, en fin de cuentas, que esto causa la crisis debido a la sobreproducción de capital. Más aún, la sobreproducción de capital no es absoluta ni permanente sino recurrente y relativa dada una tasa de ganancia determinada. “Periódicamente, sin embargo, se produce demasiados medios de trabajo y demasiados medios de subsistencia, demasiado en función de los trabajadores explotados bajo una determinada tasa de ganancia. Se producen demasiadas mercancías respecto al valor contenido en ellas y la plusvalía incluida en dicho valor para ser realizada bajo las condiciones de distribución dadas por la producción capitalista y para ser transformadas en nuevo capital. Es imposible cumplir dicho proceso sin explosiones periódicas que se repiten sin cesar” ( ). c) El Capital y la evolución histórica del capitalismo Para entender cómo el análisis inacabado y abstracto de El Capital puede ser aplicado a la evolución histórica es preciso captar lo siguiente. Primero, el análisis abstracto de El Capital es aplicable a todas las fases del capitalismo: “Las fórmulas de Marx tratan sobre un capitalismo químicamente puro que nunca ha existido ni existirá. Precisamente por ello, estas fórmulas revelan la tendencia básica de cada capitalismo y precisamente del capitalismo y solo del capitalismo” ( ). Aunque aquí, Trotski, se refiere específicamente a los esquemas de la reproducción contenidos en el Volumen II de El Capital, esta apreciación puede ser extendida al conjunto de El Capital. En segundo lugar que: “Aunque la crisis real tiene que ser explicada a partir del movimiento real de la producción, el crédito y la concurrencia capitalista, son las tendencias generales del proceso de acumulación mismo y la tendencia secular a la baja de la tasa de ganancia las que proporcionan la base de esta explicación” ( ). Por último, que este “movimiento real de la producción, el crédito y la concurrencia capitalista” no puede reducirse a pura economía, sino que necesita ser concebido desde el punto de vista de la evolución del capitalismo en su conjunto. “Además, la crisis no puede ser reducida a acontecimientos ‘puramente económicos’ aunque aparezcan como ‘puramente económicos’, esto es, emergiendo de las relaciones sociales de producción vestidas con formas económicas. La lucha competitiva internacional, llevada también por medios políticos y militares, influencia el desarrollo económico, dando lugar a varias formas de concurrencia. Así cada crisis real solo puede ser comprendida en conexión con el desarrollo social en su conjunto” ( ). Aquí reside la gran contribución de Luxemburgo al marxismo. Aunque su teoría económica es muy defectuosa, su capacidad para proceder desde un punto de vista de la totalidad hace que llegue a esta conclusión: “La política imperialista no es obra de un país o de un grupo de países. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede comprenderse más que como relaciones recíprocas y al cual ningún Estado puede sustraerse” ( ). 2. La naturaleza de la decadencia capitalista y las teorías de la crisis de Marx, Luxemburgo y Grossmann La clave para entender la decadencia del capitalismo es, como Bujarin señala en Imperialismo y economía mundial ( ), la formación de la economía mundial. Por tanto, la decadencia del capitalismo es sinónimo de la creación de la economía mundial. “La existencia de la economía mundial implica la intensificación de la división internacional del trabajo y del cambio mercantil hasta el punto que cualquier cosa que ocurre en un punto de la cadena económica influencia directamente todos los demás puntos. La concurrencia internacional iguala los precios y las condiciones de producción y tiende hacia la igualación de la tasa de ganancia a nivel internacional (aunque desde luego es siempre modificada por la existencia del capitalismo en su forma de Estado nacional). Los países industrializados son ahora interdependientes en términos de mercados y de inversiones, mientras que las crisis son fenómenos que se extienden como un incendio de un sitio a otro. En lo concerniente a las áreas subdesarrolladas, carecen de dinámica interna y están totalmente circunscritas a la dominación formal que les impone el capitalismo. La existencia de la economía mundial no mitiga sino que intensifica los antagonismos imperialistas y sus consecuencias son crisis económicas mundiales y guerras mundiales” ( ). Aunque la creación de la economía mundial desemboca en el “ciclo infernal de crisis – guerra-reconstrucción-nueva crisis...” ( ) – eso no significa que la decadencia se caracterice por una total detención del crecimiento de las fuerzas productivas. Sino que: “Desde el comienzo del siglo estamos siendo testigos de un freno masivo del crecimiento de las fuerzas productivas en comparación con lo que sería objetivamente posible dado el nivel de conocimiento científico, progreso técnico y el nivel de proletarización de la sociedad” ( ). Esto está en línea con la perspectiva de la decadencia de las sociedades de clase que Marx desarrolló en el famoso Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política. Durante el periodo de reconstrucción tras la 2ª Guerra mundial, muchos trabajadores, particularmente los de los países del Oeste, experimentaron una sustancial mejora de sus condiciones materiales. Pero esas mejoras no pueden ser consideradas de ninguna forma como verdaderas reformas dados los costes materiales asociados con ellas: tales mejoras ocurrieron sobre la base de las destrucciones masivas de las fuerzas productivas durante la 2ª Guerra mundial y las profundas trabas a su desarrollo a lo largo de la llamada “Guerra fría”. Durante el periodo de reconstrucción el capitalismo destruyó el futuro de la humanidad con antelación a la vez que fue preparando destrucciones mucho más graves en el futuro. La realidad material de la decadencia desmiente sin embargo la idea de una crisis mortal y final. Pero, la teoría de la crisis de Luxemburgo y Grossmann defienden sin ninguna duda la idea de una crisis mortal y ambas pronostican un límite absoluto a la acumulación capitalista; esto es, ellos predicen que, en última instancia, el capitalismo deberá hundirse porque la acumulación se hace literalmente imposible (de forma específica, Luxemburgo dice que el capitalismo lleva consigo la crisis porque es imposible realizar la plusvalía dentro del capitalismo ( ); Grossmann afirma que la crisis ocurre porque la acumulación capitalista conduce inevitablemente a una carencia absoluta de plusvalía ( ). Es verdad que Luxemburgo y Grossmann piensan que mucho antes de que la acumulación se haga imposible, la intensificación de la lucha de clases resultante de las crecientes dificultades económicas podría paralizar la acumulación de todas maneras ( ). No obstante, en la medida en que ellos ven un límite absoluto a la acumulación capitalista, argumentan en cualquier caso que el capitalismo podría hundirse incluso sin la lucha de clases. El crecimiento virtualmente cero entre la Iª y la IIª Guerra mundial pareció confirmar las teorías de Luxemburgo y Grossmann pues tendían a identificar decadencia del capitalismo con crisis económica permanente. Sin embargo, la expansión del capitalismo tras la IIª Guerra mundial supone la mayor refutación posible de estas teorías. Según Luxemburgo, los mercados precapitalistas solventes, sin los cuales la acumulación capitalista es imposible, estaban globalmente exhaustos hacia la Iª Guerra mundial. Está claro que desde entonces ha ocurrido una persistente destrucción de esos mercados. Lógicamente, el crecimiento capitalista no puede alcanzar y menos aún superar el crecimiento previo a la Iª Guerra. Vistas las cosas a la luz de su teoría, el crecimiento posterior a la IIª Guerra mundial que ha alcanzado niveles muy superiores a los anteriores a la Iª Guerra mundial, incluso tomando en cuenta la producción capitalista improductiva, como admite la propia CCI, resulta inexplicable. Como Grossmann comparte con Luxemburgo la concepción mecánica de un límite económico absoluto a la acumulación capitalista, lógicamente su teoría puede dar cuenta de la expansión del capitalismo tras la IIª Guerra mundial solamente si el capitalismo fuera todavía un sistema progresivo, es decir, si NO fuera todavía decadente. La imposibilidad de auténticas reformas y de la autodeterminación nacional, la naturaleza imperialista de todas las naciones, la naturaleza reaccionaria de todas las fracciones de la burguesía, la naturaleza mundial de la revolución proletaria, en resumen, la decadencia del capitalismo, NO PUEDE ser reducida a la imposibilidad del desarrollo capitalista como implican las teorías de Luxemburgo y Grossmann sino que “solo pueden ser entendidos en conexión con el desarrollo social tomado en su conjunto” ( ). Por tanto, la crisis permanente no significa una crisis económica permanente. Solo en relación al “desarrollo social en su conjunto” podemos hablar de crisis permanente. Sin embargo, eso es lo que se deriva de las teorías de Luxemburgo y Grossmann. El auténtico curso del desarrollo capitalista contradice las teorías sobre la crisis de Luxemburgo y Grossmann. La tentativa de conciliar esas teorías con la evolución actual del capitalismo solo pueden conducir a explicaciones que son empíricas, inconsistentes y contradictorias. En particular, es un flagrante error pretender que la visión según la cual existe un límite económico absoluto para la acumulación capitalista no se desprende lógicamente de ambas teorías. La visión marxista de la decadencia como una traba a las fuerzas productivas y la noción de un límite económico absoluto del capitalismo, son totalmente incompatibles; no podemos suscribir coherentemente las dos ideas al mismo tiempo. a) La distorsión de Luxemburgo y Grossmann de El Capital Dado que la crisis de la economía mundial coincide con el reparto geográfico de todo el mundo podría parecer que la falta de mercados externos es la causa de dicha crisis. Luxemburgo toma esta apariencia como realidad y procede a revisar ( ) El Capital a la luz de su visión empirista. En particular, después de examinar el esquema de Marx sobre la reproducción ampliada concluye que la acumulación capitalista provoca inevitablemente un exceso absoluto de plusvalía ( ). “El problema que parecía no resuelto es quien compra los productos en los cuales está contenida la plusvalía. Sí el departamento I (medios de producción) y el II (medios de consumo) se compran mutuamente cada vez más medios de producción y cada vez menos medios de consumo esto significaría un movimiento circular interminable con lo cual nada quedaría resuelto. La solución estaría en la aparición de compradores situados fuera del capitalismo” ( ). Sin embargo, este “movimiento circular interminable” que habla Luxemburgo solo existe en su profunda incomprensión del proceso de acumulación capitalista: construye su “prueba” sobre la base de uno de los errores teóricos más elementales que jamás hayan sido cometidos por los revolucionarios marxistas (la crítica fue realizada por la izquierda de la Socialdemocracia como por ejemplo por Lenin y Pannekoek en sus recensiones coetáneas de la obra de Luxemburgo La Acumulación de capital). “El error básico de Luxemburgo es que toma el capital total como si fuera un capitalista individual. Subestima este capital total. Además no entiende que el proceso de realización ocurre gradualmente. Por la misma razón pinta la acumulación de capital como si fuera una acumulación de capital dinero” ( ). La confusión de Luxemburgo entre capital total y capitalista individual viene de que llega al esquema de Marx sobre la reproducción ampliada partiendo de su esquema sobre la reproducción simple con lo cual “el montante total del capital variable y por consiguiente el consumo de los trabajadores debe permanecer fijo y constante” ( ). “Pero excluir semejante hipótesis significa excluir la reproducción ampliada desde el principio. Si, sin embargo, se excluye la reproducción ampliada desde el principio como prueba lógica, se hace naturalmente fácil hacerla desaparecer al final, pues lo que aquí tenemos delante de nosotros es la simple reproducción de un error lógico” ( ). Luxemburgo desarrolla el increíble argumento consistente en que la plusvalía total necesita para ser acumulada que coincida con el montante total de dinero para que la realización ocurra ( ). “En cada momento, la plusvalía total destinada a la acumulación aparece en diferentes formas: como mercancía, como dinero, medios de producción en funcionamiento y fuerza de trabajo. Sin embargo, la plusvalía bajo la forma dinero nunca puede ser identificada con la totalidad de la plusvalía” ( ). “De todo esto se desprende – como pensamos nosotros – la manera como explica ella el imperialismo. Desde luego, si el capital total es equiparado con el típico capitalista individual, no puede ser su propio consumidor. Más aún, si el total de oro es equivalente al valor del número adicional de mercancías, este oro solo puede venir del extranjero (pues es un sin sentido obvio asumir la correspondiente producción de oro). Finalmente, si todos los capitalistas tienen que realizar su plusvalía a la vez (sin ir de un bolsillo a otro, lo que está estrictamente prohibido) ¡desde luego necesitarán ‘terceras personas’!” ( ). Sin embargo, incluso si consiguiera mostrar que un exceso de plusvalía se produce sobre la base del esquema, aún así no probaría NADA porque estaría sacando conclusiones que “se derivan de un esquema que no tiene ninguna validez objetiva” ( ). En suma, el principal error de Rosa Luxemburgo es pensar que el esquema de Marx sobre la reproducción ampliada sería supuestamente un retrato del capitalismo real ( ). “En un esquema de la reproducción construido sobre valores, diferentes tasas de ganancia pueden surgir en cada sección del esquema. Sin embargo, en la realidad existe una tendencia a que las diferentes tasas de ganancia se igualen en una tasa media, una circunstancia que ya se halla contenida en el concepto de precios de producción. Por tanto, si se quiere tomar el esquema como base para criticar o admitir la posibilidad de realizar la plusvalía, se debería transformar primero en precios de producción el esquema” ( ). Esto tiene la siguiente consecuencia: “Si tomamos en cuenta esta tasa de ganancia media, el argumento de Rosa Luxemburgo sobre la desproporción pierde todo su valor, puesto que un sector vende por encima y otro por debajo del valor y, sobre la base de los precios de producción, la parte no disponible de la plusvalía puede desaparecer” ( ). Superficialmente hablando, Grossmann parece seguir la teoría de Marx sobre la tendencia a la baja de la tasa de ganancia puesto que utiliza el esquema de Otto Bauer, el cual muestra una composición orgánica creciente del capital en los dos sectores de la reproducción social. Sin embargo, el esquema asume igualmente una tasa fija y constante de plusvalía en ambos sectores; con lo que tenemos “dos condiciones las cuales se contradicen y neutralizan entre si” ( ) lo que constituye “una imposibilidad, en realidad un absurdo” ( ) (aunque estas premisas sean válidas para mostrar el error del pretendido problema de la realización planteado por Rosa Luxemburgo). Bajo estas premisas, a fin de cuentas “se alcanza un punto en el que la composición orgánica de la composición total es tan grande y la tasa de ganancia tan pequeña que se tendría que absorber la totalidad de la plusvalía producida para ampliar el capital constante existente” ( ). De lo que se desprende que la crisis sería el resultado de una carencia absoluta de plusvalía. Sin embargo, en la teoría de Grossmann la caída de la tasa de ganancia constituye únicamente un factor acompañante, no la causa de la crisis. “¿Cómo puede ser que un porcentaje, un puro número como es la tasa de ganancia, produzca la ruptura de todo un sistema? La caída de la tasa de ganancia es en realidad un indicador que revela la caída relativa de la masa de ganancia” ( ). Aunque este argumento es impecable lógicamente hablando, procede en realidad de falsas premisas. Grossmann no se da cuenta que al tomar el esquema de Bauer comete el mismo error que él mismo y Paul Mattick reprochan a Rosa Luxemburgo. Saca conclusiones de un esquema que no tiene validez objetiva. Puesto que si se quiere tomar el esquema de Bauer como una base para criticar o admitir la posibilidad de una subacumulación de capital, deberíamos previamente transformarlo en esquema de precios de producción. Grossmann no consigue comprender la importancia del hecho que Marx, en el Volumen III de El Capital, analice la caída de la tasa después de haber examinado la transformación de los valores en precios de producción; o sea, que como estos son los responsables de la formación de la tasa media de ganancia, la tendencia del capitalismo a la crisis no puede deducirse independientemente de este proceso. Lo que Grossmann paso por alto es que el esquema de Bauer, en virtud de estas dos premisas contradictorias, excluye de esta forma la tasa de ganancia media, lo que anula, por consiguiente, todas las conclusiones que saca. Además, no solo Grossmann parte de Marx ignorando las consecuencias de tasa de ganancia media, sino que hace lo mismo con su visión según la cual los capitalistas se ven obligados a aumentar el capital constante a causa del “crecimiento del capital requerido por la tecnología” ( ). Grossmann sostiene que “cuando la tasa de ganancia es inferior a la tasa de crecimiento exigida por el progreso técnico entonces el capitalismo se hunde” ( ). Este concepto que es extraño tanto a El Capital como al marxismo en general, proporciona a Grossmann la principal razón para explicar por qué la acumulación capitalista avanza inevitablemente hacia su hundimiento. En esta teoría, por consiguiente, la caída de la tasa de ganancia no es la causa de la crisis sino más bien un factor acompañante. Saca la conclusión lógica que el capital es exportado porque resulta imposible utilizarlo en el interior cuando en realidad la razón reside en que las ganancias son superiores ( ). Las conclusiones de Luxemburgo y de Grossmann sobre las causas de la crisis capitalista y sobre la tendencia histórica de la acumulación capitalista no tienen ningún sentido pues derivan de unos esquemas que no tienen ninguna validez objetiva. Estos esquemas no tienen ningún valor para un análisis de estas cuestiones pues están basados sobre premisas que, histórica y lógicamente, son absurdas para su resolución. Estas teorías erróneas de la crisis provienen de visiones fragmentarias y unilaterales de la acumulación capitalista. Mientras que Marx explica que la crisis surge de la unidad entre la producción, la circulación y la distribución del capital, Luxemburgo y Grossmann, separan respectivamente, la circulación y la producción de capital del proceso de producción capitalista como un todo. La revisión de las teorías económicas de Marx que realiza Rosa Luxemburgo es más grosera y más extrema que la de Grossmann. Es más grosera debido a los errores elementales que comete acerca de la acumulación capitalista; es más extrema porque sitúa la barrera fundamental a la acumulación capitalista en el exterior de la economía capitalista mientras que Grossmann está al menos de acuerdo con Marx en que “la verdadera barrera de la producción capitalista es el capital mismo” ( ). Aunque Luxemburgo sucumbe al empirismo en su explicación de las contradicciones de la acumulación capitalista, sigue, sin embargo, el método marxista al analizar el desarrollo histórico del capitalismo desde el punto de vista del sistema capitalista en su totalidad. Más que empírica, la interpretación de Grossmann de las crisis capitalistas, refleja una perspectiva idealista. Sostiene que la verdadera causa de la crisis capitalista es la imagen invertida de lo que parece ser: la crisis aparece como una superproducción de mercancías, es decir, como un excedente absoluto de plusvalía, cuando en realidad la crisis se debe a una carencia absoluta de plusvalía. Es cierto que Grossmann percibe mejor el método de El Capital pero esta percepción la utiliza para justificar su visión idealista del capitalismo. Solo El Capital de Marx explica las contradicciones fundamentales de la acumulación capitalista y, por tanto, los fundamentos económicos del periodo ascendente y el periodo decadente del capitalismo. Consecuencias políticas “Queremos decir que todo error en el nivel de las teorías económicas tiende a reforzar errores que se derivan del conjunto de teorías políticas de un grupo. Toda incoherencia en los análisis de un grupo puede abrir la puerta a confusiones más generales: pero no consideramos que existan fatalidades irrevocables... un análisis de los fundamentos económicos de la decadencia forma parte de un punto de vista proletario más amplio, un punto de vista que exige un compromiso activo para cambiar el mundo... Las conclusiones políticas defendidas por los revolucionarios no provienen de forma mecánica de un análisis particular de las teorías económicas” ( ). A la luz de esta premisa, saco las siguientes conclusiones: La fuerza principal de los análisis del imperialismo de Bujarin ( ), Luxemburgo, Bilan, Paul Mattick ( ), la Fracción francesa de la Izquierda comunista y la CCI es su reconocimiento de la naturaleza global de la decadencia capitalista. Inversamente, la debilidad principal de los análisis sobre el imperialismo de Pannekoek, Lenin, los bordiguistas y el BIPR es su tendencia, en diferentes grados, a concebir el desarrollo de cada nación tomada aisladamente, viendo la economía mundial como una suma de economías nacionales separadas. Dicho de otra forma: sus análisis del imperialismo están influidos por la teoría mecanicista errónea de los estadios procedente de la Socialdemocracia. La deficiente teoría económica de Rosa Luxemburgo entraña una tendencia a ver una diferencia absoluta en lugar de una diferencia cualitativa entre el periodo ascendente y el periodo decadente del capitalismo. Tal es la razón por la cual en su teoría del agotamiento de los mercados precapitalistas entraña lógicamente una barrera infranqueable a la acumulación capitalista. La CCI, por ejemplo, a veces ve difícil “que las tendencias que han provocado la decadencia capitalista se han detenido simplemente al principio de la 1ª Guerra mundial” ( ). La teoría de las crisis de Grossmann coincide con la de Luxemburgo en que hay un límite absoluto a la acumulación capitalista. Pero como esta teoría sostiene que dicho límite es debido a factores capitalistas internos, ello implica lógicamente que la expansión capitalista posterior a la 2ª Guerra mundial se inscribía todavía en su periodo ascendente. Por consiguiente, su teoría conlleva una tendencia a ver más bien diferencias cuantitativas entre ascendencia y decadencia del capitalismo. Sin embargo, más que cualquier otra cosa, es el rigor y la coherencia del programa político de la Corriente lo que influye de forma determinante la claridad y la pertinencia de sus análisis. De esta forma, las deficiencias del análisis económico de la CCI tienen efectos menos negativos en la claridad de sus análisis a causa de la fuerza de su programa político, un programa que saca todas las consecuencias de la decadencia del capitalismo. Por el contrario, el programa político del BIPR – y en un grado mayor el de los bordiguistas – el que contiene más errores, incoherencias y ambigüedades. Estas debilidades reflejan la incapacidad de la primera corriente para sacar todas las consecuencias de la decadencia ( ) y de estos últimos para reconocer que el capitalismo como sistema global es completamente decadente ( ). Estas corrientes, es especial los bordiguistas, tienden en consecuencia a ver más bien diferencias cuantitativas entre capitalismo ascendente y decadente. C.A. Nota de la redacción: por falta de tiempo no hemos podido hacer una labor de búsqueda de los textos en castellano citados en esta carta. Por ello, hemos traducido esas citas directamente del inglés. Teorías de las crisis y decadencia Nuestra respuesta – I LAS ACTUALES convulsiones económicas, el aluvión de despidos que está cayendo sobre todos los trabajadores del mundo y principalmente en los países más industrializados, arrojan claras sombras de duda sobre la machacona propaganda que habla sin parar de la “buena salud” y las “perspectivas radiantes” de este sistema social y motivan una justificada inquietud sobre su futuro. Discutir sobre ello, ver qué teorías existen en el movimiento revolucionario y cual es la que logra una explicación más coherente sobre el actual estado de cosas y sus perspectivas, es pues de la mayor importancia. La correspondencia que publicamos se inscribe en esa dirección. El compañero no tiene ninguna duda sobre la decadencia del capitalismo. Su punto de partida es la posición fundamental adquirida con el Primer congreso de la Internacional comunista: “Una nueva época ha nacido. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado... el periodo actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye al capitalismo con sus contradicciones insolubles”. También comparte las posiciones políticas que se ¬derivan de ese análisis histórico: “La imposibilidad de auténticas reformas y de la autodeterminación nacional, la naturaleza imperialista de todas las naciones, la naturaleza reaccionaria de todas las fracciones de la burguesía la naturaleza mundial de la revolución proletaria”. Del mismo modo, tiene bien claro que “la principal fuerza de los análisis del imperialismo de Bujarin, Luxemburgo, Bilan, Paul Mattick, la Izquierda comunista de Francia y la CCI es su reconocimiento de la naturaleza global de la decadencia capitalista”, insiste en que lo esencial es ver el capitalismo en su totalidad y no de forma abstracta o parcial y pone en evidencia que pese a las críticas que nos dirige “por encima de todo es el rigor y la coherencia del programa político de la corriente el que tiene la influencia determinante en la claridad y la perspicacia de sus análisis”. En este marco, el compañero rechaza la tesis de Rosa Luxemburgo sobre la explicación teórica de la crisis capitalista, cree que la CCI cae en el dogmatismo sobre esta cuestión y afirma que Marx “explica la crisis capitalista únicamente en términos de caída de la tasa de ganancia porque esta engloba el proceso total de la acumulación capitalista”. Nuestra respuesta no va abordar todas las cuestiones que plantea. Nos limitaremos a exponer a qué problemas concretos responden las dos teorías que básicamente se han desarrollado en el movimiento marxista para explicar la crisis histórica del capitalismo (la tendencia a la baja de la tasa de ganancia y la tendencia a la sobreproducción); trataremos de demostrar que ambas no son contradictorias y que precisamente desde un punto de vista global e histórico es la segunda, que se desprende de los trabajos del propio Marx y fue desarrollada posteriormente por Rosa Luxemburgo ( ), la que permite una explicación más justa y que integra coherentemente la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Del mismo modo, intentaremos despejar una serie de malentendidos que existen sobre los análisis de Rosa Luxemburgo. La tendencia a la baja de la tasa de ganancia El capitalismo ha desarrollado de forma prodigiosa la productividad del trabajo humano en todos los órdenes de la actividad social. Por ejemplo, el transporte que bajo el feudalismo se limitaba a los métodos lentos e inciertos del caballo, la carreta y el barco de vela, ha sido llevado por el capitalismo a las impensables velocidades alcanzadas sucesivamente por el ferrocarril, el barco de vapor, el avión o el tren de alta velocidad. El Manifiesto comunista rinde cuenta de ese enorme dinamismo del sistema capitalista: “ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas... Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios ha quitado a las industrias su base nacional... Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticos hostiles a los extranjeros”. Por eso mismo, mientras “la conservación del antiguo modo de producción era la primera condición de existencia de todas las clases precedentes”, en cambio “la burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales” (ídem). Los adoradores de El Capital resaltan unilateralmente este rasgo del sistema atribuyéndolo al “espíritu de empresa”, al ímpetu “innovador”, que supuestamente habría liberado en los individuos la “libertad de comercio”. Marx, reconociendo en su justa medida la contribución histórica del capitalismo, desmonta sin embargo, esos cantos de sirena. En primer lugar, pone en evidencia la base material de esas prodigiosas transformaciones. El capitalismo encierra una tendencia permanente a que el capital constante (máquinas, edificios, instalaciones, materias primas etc.) crezca proporcionalmente mucho más que el capital variable (el trabajo de los obreros). El primero constituye la coagulación de un trabajo realizado precedentemente, es decir, un trabajo muerto, mientras que el segundo es quien pone en movimiento esos medios para crear nuevos productos, es el trabajo vivo. Bajo el capitalismo el peso del trabajo muerto tiende a ser cada vez mayor en detrimento del trabajo vivo. Es decir, el capital constante (trabajo muerto) crece proporcionalmente mucho más que el capital variable (trabajo vivo). Esto se denomina la tendencia al aumento de la com-posición orgánica del capital. ¿Qué consecuencias sociales e históricas tiene esa tendencia?. Marx las pone en evidencia, revelando el lado oscuro y destructivo de lo que los propagandistas del capital presentan unilateralmente como el Progreso, así como mayúsculas. En primer lugar, engendra una tendencia permanente al desempleo, el cual en la decadencia del capitalismo tiende a ser crónico ( ). Pero además demuestra que el aumento de la composición orgánica del capital significa que globalmente la masa de trabajo vivo explotado tiende a disminuir y con ello disminuye también la fuente del beneficio de los capitalistas: la plusvalía extraída a los obreros pues, como señala Mitchel en el trabajo antes citado, “un solo consumo le emociona, le apasiona, estimula su energía y su voluntad y constituye su razón de ser: el CONSUMO DE FUERZA DE TRABAJO” (ídem). En palabras de Marx “este incremento progresivo del capital constante en relación con el capital variable [tiene] como resultado una baja gradual de la cuota de beneficio, permaneciendo invariable la cuota de plusvalía e incluso el grado de explotación del trabajo por parte del capital” (El Capital, Vol. III, Secc. 3ª, Cap. XIII: Naturaleza de la ley, subrayado en el original).Es decir, el desarrollo de la productividad del trabajo que se traduce en el aumento de la composición orgánica del capital tiene como contrapartida la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Por ello, Mitchel afirma que “la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia genera crisis cíclicas y será un potente fermento de descomposición de la economía capitalista decadente” ( ). Los límites a la tendencia a la baja de la tasa de ganancia En una época histórica (el siglo XIX) de expansión y apogeo del capitalismo, donde la humanidad asistía asombrada a una sucesión interminable de inventos y progresos que transformaban todos los ámbitos de la vida social, Marx, de forma rigurosamente científica fue capaz de ver en ese progreso los factores de crisis histórica y descomposición del sistema que entonces estaba en su cumbre. Fue él, el primero en descubrir esa ley y sistematizar sus posibles consecuencias históricas. Pero precisamente su rigor y meticulosidad le llevó a ver también sus limitaciones, los factores que la contrarrestaban y sus propias contradicciones:“si consideramos por un momento el enorme desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social solo durante los últimos 30 años... vemos que en vez de la dificultad con la que hasta ahora han tropezado los economistas, es decir, explicar el descenso de la cuota de beneficio, surge la dificultad contraria, o sea explicar por qué este descenso no es mayor o más rápido. Indudablemente tal hecho se debe al juego de influencias que contrarrestan y neutralizan los efectos de esta ley general, dándole simplemente el carácter de una tendencia, motivo por el cual presentamos aquí la baja de la cuota general de beneficio como una tendencia a la baja simplemente” (ídem). Este cuestionamiento encabeza el Capítulo XIV de la Sección 3ª del Volumen III de El Capital que se titula “Causas que contrarrestan la ley”. En éste capítulo Marx enumera seis “causas contrarrestantes”: a) El aumento del grado de explotación del trabajo b) La reducción del salario por debajo de su valor c) El abaratamiento de los elementos componentes del capital constante d) La superpoblación relativa e) El comercio exterior f) Aumento del capital-acciones En el marco limitado de esta Respuesta no podemos hacer un análisis en profundidad de esas causas contrarrestantes, su alcance y su validez. Pero debemos destacar la más importante: si la tasa de beneficio desciende, la cuota de plusvalía tiende a aumentar ( ), es decir, los capitalistas tratan de compensar la disminución de la tasa de beneficio aumentando la explotación del obrero. Frente a la tesis interesada de burgueses, sindicalistas y economistas según la cual el progreso técnico y la productividad disminuyen la explotación, Marx señala que “la tendencia decreciente de la cuota de beneficio va acompañada por la tendencia creciente de la cuota de plusvalía, es decir, del grado de explotación del trabajo. Por tanto, no hay cosa más estúpida que pretender explicar el descenso de la cuota de beneficio por medio del aumento de la cuota del salario, aunque excepcionalmente puedan darse casos como estos. Sólo la comprensión de las relaciones que constituyen la cuota de beneficio permite a la estadística analizar de un modo efectivo la cuota del salario en las distintas épocas y en los distintos países. La cuota del beneficio no disminuye porque el trabajo resulte más improductivo, sino porque se hace más productivo” (ídem). Esta es la realidad de todo el siglo XX donde el capitalismo ha intensificado de manera increíble la explotación de la clase obrera: “hay que hacer notar que, pese a una cierta baja en relación al último siglo, las tasas de ganancia actuales se han mantenido a un valor apreciable del orden del 10% – nivel que esencialmente se puede imputar al formidable aumento de la tasa de explotación sufrida por los trabajadores: para una misma jornada de 10 horas, si el obrero del siglo XIX trabajaba 5 para él y 5 para el capitalista (datos frecuentemente reportados por Marx) el obrero actual trabaja 1 hora para él y 9 para el empresario” ( ) (“La crisis ¿vamos a un nuevo 29?”, aparecido en Révolution internationale Antigua serie nos 6 y 7). Así pues “esta teoría de las crisis [se refiere a la que las explica por la baja tendencial de la tasa de ganancia] presenta el interés de captar el carácter transitorio del modo de producción capitalista y la gravedad creciente de las crisis que sacuden la sociedad burguesa. Con esta visión se puede pues interpretar parcialmente el cambio cualitativo que se produce entre el siglo XIX y el siglo XX en la naturaleza de las crisis: la gravedad creciente de las crisis encontraría su explicación en la agravación de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia pero esta visión no basta en nuestra opinión para explicarlo todo y particularmente para encontrar una respuesta satisfactoria a dos cuestiones: – ¿por qué las crisis se presentan bajo la forma de una crisis de mercado? – ¿por qué las crisis han desembocado a partir de un determinado momento sobre la guerra mientras que anteriormente encontraban una solución pacífica?” El papel del mercado El capitalismo no se caracteriza únicamente por su capacidad para aumentar la productividad del trabajo. En realidad su rasgo esencial es la generalización y universalización de la producción mercantil: “Aunque la mercancía ha existido en la mayor parte de las sociedades, la economía capitalista es la primera basada fundamentalmente en la producción de mercancías. La existencia de mercados en constante aumento es una de las condiciones esenciales del desarrollo capitalista. En particular, la realización de la plusvalía producida por la explotación de la clase obrera es indispensable para la acumulación de capital, motor esencial de su dinámica” (Punto III de la Plataforma de la CCI). El capitalismo no nace de artesanos inteligentes ni de genios innovadores sino de mercaderes. La burguesía surge como clase de comerciantes y a lo largo de su historia ha recurrido – y sigue recurriendo – a formas de trabajo de muy baja productividad: – hasta bien entrado el siglo XIX echa mano del esclavismo; – hoy emplea masivamente el trabajo forzado de los presos, por ejemplo en la primera concentración industrial del mundo, USA ( ); – sigue explotando el trabajo doméstico; – durante largas épocas ha utilizado diversas formas de trabajo forzado; – Hoy prolifera el trabajo de los niños El móvil del capitalismo es el máximo beneficio y éste encuentra su marco global en el mercado. Pero cuando hablamos de “mercado” y “producción mercantil” hay que precisar. Los economistas burgueses presentan el mercado como un mundo de “productores y consumidores”, como si el capitalismo fuera un régimen de intercambio simple de mercancías donde cada cual vende para poder adquirir lo que necesita para su subsistencia. La base del capitalismo es el trabajo asalariado, es decir, la explotación de una mercancía especial, la fuerza de trabajo, con objeto de obtener el máximo beneficio. Ello determina una forma específico de intercambio caracterizada por los siguientes rasgos: 1. Se realiza a gran escala rompiendo el estrecho marco local o incluso nacional; 2. Pierde todo vínculo con el trueque o el cambio simple de mercancías propio de pequeñas co¬munidades locales de productores más o menos suficientes, para tomar una forma universal ba¬sado en el dinero; 3. Está al servicio de la formación y acumulación del capital; 4. Necesita como condición misma de su existen¬cia el ampliarse constantemente no pudiendo acomodarse a un punto de equilibrio determi¬nado. Es cierto que el mercado no es el objetivo de la producción capitalista. Esta no se realiza para satis¬facer las necesidades de consumo de los comprado¬res solventes sino para obtener plusvalía en una escala cada vez mayor. Sin embargo, no hay otro medio para materializar la plusvalía que pasar por el mercado y no hay otra forma de obtener una plus¬valía cada vez mayor que ampliar el mercado. Dentro del movimiento revolucionario los partidarios de explicar las crisis por la tendencia a la baja de la tasa de ganancia exclusivamente, como es el caso del compañero, tienden relativizar o a negar pura y simplemente, el papel del mercado en las crisis del capitalismo. Aducen que el mercado no es sino el reflejo de lo que pasa en el terreno de la producción. Según ellos, las proporcionalidades entre los distintos sectores de la producción capitalista (esencialmente, el Sector I de medios de producción y el Sector II de medios de consumo) se manifiestan en el equilibrio o los desequilibrios del mercado. Este esquema mental obvia totalmente las condi¬ciones históricas en las que crece y se desarrolla el capitalismo. Si se concibe el mercado como una feria medieval donde los productores exponen el fruto de sus cosechas o de su labores artesanas a unos consumidores que buscan completar o trocar lo que les falta para su subsistencia, efectivamente, “el mercado es un reflejo de lo que pasa en el terreno de la producción”. Pero el mercado capitalista no se parece en nada a esa imagen deformada. Su principal base es la expropiación de los productores directos, separándolos de sus medios de vida y producción, convirtiéndolos en proletarios y sometiendo progresivamente sobre esta base al régimen del intercambio mercantil. Este movimiento de lucha contra las formas económicas precapitalistas se realiza en el mercado y para el mercado y puede expandirse sin trabas decisivas mientras existan en el globo territorios no sometidos a la producción capitalista de un tamaño suficiente. Marx ante la cuestión del mercado Los partidarios de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia suelen decir que Marx no consideró la cuestión del mercado a la hora de analizar la causa de las crisis del capitalismo. Un análisis somero de lo que verdaderamente dijo Marx en El Capital y en otras obras, muestra que eso no es así. 1. En primer lugar, afirma la necesidad de que las mercancías se vendan para que la plusvalía se realice y el capital pueda valori-zarse. “A medida que se desarrolla el proceso que se refleja en la baja de la cuota de beneficio, la masa de plusvalía producida de esta forma aumenta desmesuradamente. Entonces comienza la segunda parte del proceso. La masa total de las mercancías, el producto total, tanto la parte que reemplaza al capital constante y al capital variable como la que representa la plusvalía, deben ser vendidas” (El Capital, Vol. III Cap. XV Desarrollo de las contradicciones internas de la ley, subrayado nuestro). Afirma además que “si esta venta no se efectúa o sólo se realiza de un modo parcial o tiene lugar a precios inferiores a los precios de producción, el obrero, desde luego, es explotado pero el capitalista no realiza su explotación como tal: esta explotación para el capitalista puede ir acompañada de una realización sólo parcial de la plusvalía arrancada al obrero o de una ausencia de toda realización o incluso de una pérdida de una parte o de la totalidad del capital” (ídem). La extracción de plusvalía no agota el proceso de producción capitalista, hace falta vender las mercancías para realizar la plusvalía y poder valorizar el capital. Esta segunda parte Marx la llama en el Libro I “el salto mortal de la mercancía”. La extracción de plusvalía (que a partir del nivel alcanzado por la composición orgánica del capital determina una tasa media de beneficio) forma una unidad con la realización de la plusvalía cuyo determinante es la situación general del mercado mundial. 2. Define el mercado como el marco global para realizar la plusvalía. ¿Cuáles son las condiciones de ese mercado? ¿Es este acaso una mera manifestación externa, una forma epidérmica de una estructura interna determinada por la proporcionalidad entre las diferentes ramas de producción y la composición orgánica general?. Tal es la idea que defienden los que hablan del “método abstracto de Marx” y que tachan de “empirismo” cualquier tentativa de hablar del “mercado” y de cosas tan prosaicas como “vender” las mercancías. Pero la respuesta de Marx no va por ahí: “las condiciones de la explotación inmediata y las de su realización no son iguales. Difieren no solo por el tiempo y el lugar, sino también porque, teóricamente, no van juntas. Las unas solo se ven limitadas por la potencia de producción de la sociedad, las segundas por la proporcionalidad existente entre las diferentes ramas de producción y la capacidad de consumo de la sociedad” (ídem). 3. Deja claro que las relaciones de producción capitalistas, basadas en el trabajo asalariado, determinan los límites históricos del mercado capitalista. ¿Y qué determina esta “capacidad de consumo de la sociedad”? “Esta no se halla determinada ni por la fuerza productiva ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las relaciones antagónicas de distribución que reduce el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo, susceptible de variar solo dentro de límites más o menos estrechos” (ídem). El capitalismo es una sociedad de producción mercantil basada en el trabajo asalariado. Este determina un cierto límite a la capacidad de consumo de la gran mayoría asalariada de la sociedad: el salario tiene que oscilar más o menos alrededor del coste de reproducción social de la fuerza de trabajo. Por eso Marx afirma con toda rotundidad en El Capital que “la causa última de todas las verdaderas crisis es siempre la pobreza y la limitación de consumo de las masas, en contradicción con la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas, como si el único límite de su desarrollo fuera la capacidad absoluta de la sociedad”. Esta capacidad de consumo de la gran masa está “además limitada por la tendencia a la acumulación, por la tendencia a aumentar capital y producir plusvalía en mayor escala. Para la producción capitalista esto es una ley que imponen las constantes perturbaciones de los métodos mismos de producción, la depreciación del capital existente que esas perturbaciones implican: la ley general de la concurrencia y la necesidad de perfeccionar la producción y aumentar la escala, solo para mantenerse y so pena de desaparecer” (ídem.) 4. Concibe la necesidad de que el mercado se amplíe constantemente en la perspectiva de la formación del mercado mundial. Marx ve imprescindible la ampliación constante del mercado como condición de la acumulación capitalista: “Es necesario que el mercado aumente sin cesar, de modo que sus conexiones internas y las condiciones que lo regulan adquieran cada vez más la forma de leyes de la naturaleza, independientemente de los productores y que escapen paulatinamente a su control. Esta contradicción interna busca una solución extendiendo el campo exterior de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, más choca con la estrecha base sobre la que se fundan las relaciones de consumo. Dada esta base llena de contradicciones no resulta contradictorio que un exceso de capital vaya unido a una superpoblación creciente. Porque, si bien es cierto que la combinación de estos dos factores aumenta la masa de la plusvalía producida, también lo es que, de esta forma, se aumenta precisamente la contradicción entre las condiciones en que esta plusvalía se produce y las condiciones en las que se realiza” (ídem). Ve como tarea histórica fundamental del capitalismo la formación del mercado mundial: “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes” (El Manifiesto comunista). En el mismo sentido se pronuncia Lenin: “Lo importante es que el capitalismo no puede subsistir ni desarrollarse sin extender constantemente su esfera de dominación, sin colonizar países nuevos, sin incorporar antiguos países no capitalistas al torbellino de la economía mundial” (El Desarrollo del capitalismo en Rusia). 5. Da una gran importancia al mercado en la formación de las crisis. Pero por sus propias relaciones de producción basadas en el trabajo asalariado esta tendencia lleva al mismo tiempo a la agravación de sus contradicciones: “si el modo de producción capitalista es un medio histórico para desarrollar la fuerza productiva material y crear el mercado mundial correspondiente a dicha fuerza, aparece al mismo tiempo como una contradicción permanente entre esta tarea histórica suya y las relaciones de producción que le son propias” (Libro III). Por ello, la evolución del mercado es clave en el estallido de las crisis: “La misma admisión de que el mercado se ha de ampliar junto con la producción es, desde otro ángulo, la admisión de la posibilidad de la superproducción, porque el mercado está externamente limitado en el sentido geográfico ... Es perfectamente posible que los límites del mercado no se puedan ampliar con bastante rapidez para la producción o bien que los nuevos mercados puedan ser rápidamente absorbidos por la producción de modo que el mercado ampliado represente una traba para la producción como lo era el mercado anterior más limitado” (ídem). En El Manifiesto comunista se pregunta: “durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la sobreproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen burgués de la propiedad; por el contrario, resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas”. Este último elemento es muy importante de cara a comprender las causas de la crisis histórica del capitalismo, de su decadencia irreversible. Mientras en anteriores modos de producción las crisis eran de subproducción (hambrunas, sequías, epidemias), las crisis capitalistas tienen por primera vez en la historia el carácter de crisis de sobreproducción. La miseria de la mayoría no nace de la penuria de medios de consumo sino de su exceso. El desempleo y el cierre de fábricas no viene de la escasez de repuestos o de la falta de máquinas sino de su exuberancia. La destrucción y la aniquilación, la amenaza de hundimiento en la barbarie, aparecen por la sobreproducción. Esto nos muestra la base del comunismo, la tarea de la nueva sociedad: encaminar las fuerzas productivas hacia la plena satisfacción de las necesidades humanas liberándolas del yugo del trabajo asalariado y el mercado. La aportación de Rosa Luxemburgo Marx analizó las dos caras de la moneda que constituye en su globalidad el régimen capitalista. Una cara es la producción de plusvalía y vista por ese lado es determinante la cuota del beneficio, el desarrollo de la productividad del trabajo y la tendencia a la baja de la cuota del beneficio. Pero la otra cara es la realización de la plusvalía y en este lado de la balanza intervienen el mercado, los límites a la producción que imponen las propias relaciones capitalistas basadas en el trabajo asalariado y la necesidad de conquistar nuevos mercados tanto para realizar la plusvalía como para obtener nuevas fuentes de la misma (separación de los productores de sus medios de producción y de vida y su incorporación al trabajo asalariado). Las dos caras, o para hablar más precisamente, las dos contradicciones, contienen las premisas de las convulsiones que llevan el capitalismo a su decadencia y a la necesidad de que la clase obrera lo destruya instaurando el comunismo. Globalmente, Marx realizó una formulación más elaborada sobre la primera “cara” pero, como acabamos de ver, dio una gran importancia a la segunda. Se puede comprender fácilmente este desequilibrio si se analizan las condiciones históricas en las que vivió y combatió Marx. Entre 1840 y 1880, el periodo donde se desarrolla la actividad militante de Marx, el rasgo dominante de la producción capitalista es la prodigiosa aceleración de sus descubrimientos técnicos, el desarrollo a una escala cada vez más vasta de la industria. Tras las exageraciones de 1848 donde El Manifiesto preveía una crisis económica prácticamente definitiva, Marx y Engels se encaminan hacia un análisis más circunspecto, tomando en consideración todos los factores y emprendiendo una larga investigación sobre la “radiografía de la sociedad”. Por un lado, la batalla política principal con los economistas e ideólogos de la burguesía tenía dos ejes: demostrar la base material de la producción – la explotación del obrero, la extracción de plusvalía – y demostrar el carácter históricamente limitado del régimen de producción capitalista. Sobre este último aspecto se concentraron en demostrar que la tendencia más ensalzada por los adalides del capitalismo – el progreso de la fuerza productiva del trabajo – contenía en si misma el germen de la crisis y las convulsiones decisivas del sistema – la tendencia a la baja de la tasa de beneficio. Por otro lado, el problema de la realización de la plusvalía, aunque asomaba la cabeza detrás de cada crisis cíclica, no se presentaba directamente como el problema histórico decisivo. En 1850 solo el 10 % de la población mundial vivía bajo el régimen capitalista, las capacidades de expansión del sistema aparecían como infinitas e inconmensurables y cada crisis cíclica desem¬bocaba en una nueva extensión del campo capitalista. Pese a ello, Marx supo ver la gravedad que encerraba y señaló la contradicción subyacente entre la tendencia del capitalismo a producir de forma ilimitada y la necesidad inherente a su propia estructura social de encerrar dentro un límite el consumo de la gran mayoría de la población. La situación cambia radicalmente en la última década del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX. Aparece el fenómeno del imperialismo, las guerras imperialistas se agravan, conduciendo a la terrible carnicería de 1914. Con ello la cuestión teórica fundamental para entender la crisis histórica del capitalismo es la realización de la plusvalía y no simplemente su producción: “es cierto que la tendencia arrolladora de la producción capitalista a penetrar en los países no capitalistas se manifiesta desde el instante mismo en que aquella comparece en la escena histórica, se extiende como un estribillo incesante a lo largo de toda su evolución, ganando cada vez más en importancia, hasta convertirse, por fin, desde hace un cuarto de siglo, al llegar la fase del imperialismo, en el factor predominante y decisivo de la vida social” (Rosa Luxemburgo: La Acumulación de capital, una anti-crítica). Rosa Luxemburgo aborda este problema desde un método histórico. No se plantea – como aducen sus críticos- una cuestión coyuntural – ¿cómo encontrar “terceras personas” distintas de los capitalistas y los obreros para dar salida a las mercancías que no logran vender?. sino una cuestión global: ¿cuáles son las condiciones históricas de la acumulación capitalista?. Su respuesta es que “el capitalismo viene al mundo y se desarrolla históricamente en un medio social no capitalista. En los países europeos occidentales le rodea, primeramente, el medio feudal de cuyo seno surge; luego desaparecido el feudalismo, un medio en el que predomina la agricultura campesina y el artesanado, es decir, la producción simple de mercancías, lo mismo en la agricultura que en la industria. Aparte de esto, rodea al capitalismo europeo una enorme zona de culturas no europeas, que ofrece toda la escala de grados de evolución, desde las hordas primitivas comunistas de cazadores nómadas, hasta la producción campesina y artesana de mercancías. En medio de este ambiente se abre paso hacia delante, el proceso de acumulación capitalista” (La Acumulación de capital, capítulo XXVII, “La lucha contra la economía natural”). Distingue tres partes en ese proceso: “la lucha del capital con la economía natural; la lucha con la economía de mercancías y la concurrencia del capital en el escenario mundial en lucha para conquistar el resto de elementos para la acumulación” (ídem). Aunque estas tres partes están presentes en toda la vida del capitalismo, cada una de ellas tiene más preponderancia en cada una de sus fases históricas. Así en la fase de acumulación primitiva – la génesis del capital inglés durante los siglos XIV al XVII brillantemente estudiada por Marx – el rasgo dominante es la lucha contra la economía natural; en cambio, el periodo que va desde el siglo XVII hasta el primer tercio del XIX está globalmente dominado por el segundo aspecto – la lucha contra la economía simple de mercancías – mientras que en el último tercio del siglo XIX el factor crucial es el tercero – la concurrencia agudizada por repartirse el planeta. A partir de este análisis señala que “el capitalismo necesita, para su existencia y desarrollo, estar rodeado de formas de producción no capitalistas. Pero no le basta cualquiera de estas formas. Necesita como mercados capas sociales no capitalistas para colocar su plusvalía. Ellas constituyen a su vez fuentes de adquisición de sus medios de producción y son reservas de obreros para su sistema asalariado” (ídem). Desde este punto de vista histórico y global plantea una crítica al esquema de la reproducción ampliada que Marx había empleado para representar el proceso regular de la acumulación capitalista. No cuestiona su validez respecto al fin concreto e inmediato que les había dado Marx: demostrar contra Adam Smith y la economía clásica burguesa que la reproducción ampliada era posible y poner de relieve el error que cometían al negar la existencia de capital constante. En efecto sin reconocer la existencia de capital constante es imposible comprender la continuidad de la producción y el papel del trabajo acumulado en ella y en consecuencia la acumulación de capital es imposible. Tampoco los critica porque no responderían a la realidad inmediata – en contra de lo que piensa el compañero que atribuye a Rosa Luxemburgo un “error de principiantes”. Rosa ve perfectamente legítimo el modelo abstracto que elabora Marx para ese fin concreto de demostrar que la acumulación, la reproducción ampliada, es posible. Lo que critica Rosa Luxemburgo es el supuesto de que toda la plusvalía extraída es consumida al interior del ámbito formado por los capitalistas y los obreros. Este supuesto puede ser válido si sólo se quiere explicar que la acumulación de capital es posible de manera general, pero no sirve si se pretende es comprender el proceso histórico de desarrollo y posteriormente de crisis general del sistema capitalista. Por tanto, Rosa Luxemburgo constata que hay una fracción de toda la plusvalía extraída a los obreros que no es consumida por los capitalistas y explica que su realización tiene lugar a través de la lucha por incorporar territorios precapitalistas al sistema mercantil y asalariado propio del capitalismo. Con ello está tratando de responder a una realidad muy concreta del capitalismo en el periodo de su apogeo (1873-1914): “si la producción capitalista constituye un mercado suficiente para si misma y permite cualquier ampliación para el total del valor acumulado, resulta inexplicable otro fenómeno de la moderna evolución: la lucha por los más lejanos mercados y por la exportación de capitales, que son los fenómenos más relevantes del imperialismo actual, resultaría totalmente incomprensible. ¿Para qué tanto ruido? ¿Para qué la conquista de las colonias y las peleas actuales por los pantanos del Congo y los desiertos de Mesopotamia? Sería mucho más conveniente que el capital se quedase en casa a darse la buena vida. Krupp produce alegremente para Thyssen, Thyssen para Krupp, no necesitan ocuparse más que de invertir los capitales una y otra vez en las propias explotaciones y ampliarlas mutuamente de un modo indefinido. El movimiento histórico del capital resulta sencillamente incomprensible y con él, el imperialismo actual” (Rosa Luxemburgo, ídem). Esto es justo lo mismo que plantea Marx cuando afirma: “Decir que sólo pueden los capitalistas cambiar y consumir sus mercancías entre ellos mismos es olvidar por completo el carácter de la producción capitalista y olvidar que se trata de valorizar el capital, no de consumirlo” (op cit.). Hay que dejar claro que Rosa Luxemburgo no ve los territorios precapitalistas como las “terceras personas” que le harían falta a los capitalistas para colocar sus mercancías sobrantes tal y como le reprochan sus críticos: “Los fines económicos del capitalismo en su lucha contra la economía natural son: “I. Apoderarse directamente de fuentes importantes de fuerzas productivas, como la tierra, la caza de las selvas vírgenes, los minerales, las piedras preciosas, los productos de las plantas exóticas como el caucho etc. “II. ‘Libertar’ a los obreros y obligarlos a trabajar para el capital “III. Introducir la economía de mercancías “IV. Separar la agricultura de la industria” (ídem). Los apologistas del capitalismo pretenden que es un sistema basado en el intercambio regular de mercancías del cual se desprende un equilibrio gradual de la oferta y la demanda que va desarrollando el crecimiento económico. Frente a ello, Rosa Luxemburgo señala que “la acumulación capitalista tiene, como todo proceso histórico concreto, dos aspectos distintos. De un lado, tiene lugar en los sitios de producción de la plusvalía – en la mina, en la fábrica, en el fundo agrícola, en el mercado de mercancías. Considerada así, la acumulación es un proceso puramente económico, cuya fase más importante se realiza entre los capitalistas y los trabajadores asalariados, pero que en ambas partes, en la fábrica como en el mercado, se mueve exclusivamente dentro de los límites del cambio de mercancías, del cambio de equivalencias. Paz, propiedad e igualdad reinan aquí como formas, y era menester la dialéctica afilada de un análisis científico para descubrir, cómo en la acumulación el derecho de propiedad se convierte en apropiación de la propiedad ajena, el cambio de mercancías en explotación, la igualdad en dominio de clases” (op. cit., capítulo XXXI). Poner en evidencia este último aspecto – revelar el mundo de violencia y destrucción que encerraba el simple intercambio regular de mercancías – fue el trabajo de Marx en El Capital, pero ante la época del imperialismo y la entrada del sistema en su decadencia lo crucial era polarizarse en “el otro aspecto de la acumulación de capital [que] se realiza entre el capital y las formas de producción no capitalistas. Este proceso se desarrolla en la escena mundial. Aquí reinan, como métodos, la política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de intereses privados, la guerra. Aparece aquí, sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión, la rapiña” (ídem). Adalen 2-4-2001 En la segunda parte de esta correspondencia, publicaremos un complemento que nos ha hecho llegar el camarada sobre su explicación de los períodos de reconstrucción y su crítica del dogmatismo de la CCI sobre las cuestiones económicas. Desarrollaremos por nuestra parte algunas precisiones en defensa de los análisis de Rosa Luxemburgo y contestaremos a esas críticas.
LA Corriente comunista internacional ha celebrado recientemente su XIVº
Congreso. Publicamos en este mismo número un articulo sobre las
tareas y lo que debía zanjarse en este congreso. En él se
adoptó una Resolución sobre la Situación internacional
publicada aquí.
La finalidad de esa Resolución no es pronunciarse sobre los acontecimientos
inmediatos de la situación, sino dar el marco más general
y profundo posible para entenderlos. Además, ese documento se redactó
hace más de dos meses por lo que no están incluidos en él
los acontecimientos más recientes. Sin embargo, como habremos de
ver, esos acontecimientos han venido a ilustrar de manera patente el análisis
que se hace en la Resolución. Ésta, además, está
completada e ilustrada por extractos del Informe sobre la Crisis económica
presentado en el Congreso (1).
La Resolución sobre la Situación internacional del XIVº
Congreso de la CCI consta de tres partes: la situación económica
del capitalismo, los conflictos imperialistas y el estado de la lucha
de clases.
En la parte titulada "La lenta agonía de la economía
capitalista", la resolución señala que: "El 'boom'
[de la economía estadounidense durante los años 90] ya es
algo del pasado, hablándose cada día más de una caída
de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades
las 'punto.com', sino también amplios sectores de la producción.
A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando
de 'booms' especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda,
en España…pero sólo es para tranquilizarse a sí
misma. Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países
industriales, el final evidente de los 'diez años de crecimiento
de Estados Unidos' tendrá obligatoriamente serias repercusiones
por todo el mundo industrializado."
Esa previsión no ha tardado en verificarse, pues estamos asistiendo
últimamente a una serie de "profits warnings" (o sea,
bajas de ganancias en comparación con lo previsto) en gran cantidad
de empresas entre las más punteras, especialmente las de la "nueva"
economía, lo cual ha llevado a una caída continua de los
índices bursátiles (que han perdido casi 30% en un año).
Gigantes como Philips o Nokia, líder mundial de teléfonos
móviles, anuncian o el abandono de la fabricación de ese
producto o reducciones drásticas de su fabricación, todo
ello acompañado de despidos a mansalva. Incluso una empresa como
Alcatel, gigante francés de telecomunicaciones, anuncia que iba
a deshacerse ¡de más de cien de sus ciento veinte fábricas!
Al mismo tiempo, las previsiones para el crecimiento del PIB de 2001 son
regularmente revisadas hacia abajo en la mayoría de los países
europeos (cerca de un punto desde principios de año, o sea que
el crecimiento será 30% más débil de lo que estaba
previsto). En fin, las tasas oficiales de desempleo, que se han reducido
en los últimos tiempos están volviendo a incrementarse por
todas partes (en Alemania desde hace varios meses así como en Francia,
uno de los países alabados por sus "resultados" económicos).
En su parte "Caída hacia la barbarie", la resolución
indica que: "La dislocación de los antiguos bloques, en su
estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones
a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más
caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde
las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos
de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante
de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias
procuran adelantar sus peones en propia ventaja. (…) A lo largo de
esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se
ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga
de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial
dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el
ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente,
a una proliferación de guerras por todo el planeta". Entre
los ejemplos de esta situación, la Resolución cita la agravación
del conflicto en Oriente Medio, el nuevo despegue de la guerra en los
Balcanes, en Macedonia ahora. Desde que se redactó la Resolución,
las cosas han ido de mal en peor. Cada día aporta su lista de muertos
en Israel y Palestina, sin que nada puedan hacer los esfuerzos diplomáticos
a repetición del "padrino" americano. Entre "tregua"
que nadie respeta y "alto el fuego" violado nada más
firmarlo, nada parece poner fin a la demencia bélica en esta parte
del mundo. Y para todos está claro que aunque hubiera algún
que otro receso, nunca desembocaría en paz verdadera, una paz que
se proponía el "proceso de Oslo" nada menos que a principios
de los años 90.
En cuanto a los Balcanes, cabe hacer una mención especial a lo
que acaba de ocurrir, el 28 de junio, con la entrega de Milosevic al Tribunal
penal internacional de La Haya por parte del Gobierno de Belgrado, inmediatamente
seguida por el desbloqueo de más de mil millones de dólares
por los países "donantes" para la reconstrucción
de Serbia. Tenemos ahí patente un buen ejemplo de la hipocresía
que puede desplegar la burguesía. Milosevic fue, a principios de
los 90, el amiguete de los americanos y de algunos otros países
europeos, como Francia y Gran Bretaña, que querían refrenar
las ambiciones alemanas en los Balcanes por medio sobre todo de Croacia.
Después, los norteamericanos cambiaron de chaqueta aportando su
apoyo a los bosnios, mientras que aquellos dos países europeos
seguían apoyando a Milosevic. Los EE.UU. necesitaron llegar a la
prueba de fuerza de la conferencia de Rambouillet a principios de 1999,
que hizo inevitable la guerra entre la OTAN y Serbia, para forzarlos a
alinearse con la potencia norteamericana durante los "bombardeos
humanitarios" sobre Serbia y Kosovo de la primavera de ese año.
Esta guerra, que pretendidamente era para "proteger" a la población
albanesa de Kosovo lo que hizo fue aumentar las matanzas antes de que
los supervivientes pudieran volver a una región transformada en
montón de ruinas.
La potencia estadounidense necesitaba un "happy end", el castigo
del "malo" para justificar la barbarie guerrera que ella misma
había desencadenado. Y así se ha hecho: el "bueno"
de antes transformado en "malo" por necesidades del guión,
está ahora en manos del sherif.
El conflicto en Macedonia, por su parte, no ha cesado de agravarse. Una
buena parte del norte del país está ya en manos de la guerrilla
proalbanesa del UCK. Y es ésta una nueva ocasión para las
grandes potencias de hacer surgir sus rivalidades, por mucho que todas
parezcan estar de acuerdo en que el UCK llegue a sus fines: ante el anuncio
de EE.UU. de mandar tropas de la OTAN para calmar los ánimos, la
diplomacia europea contesta nombrando a un "Especial Macedonia"
en la persona de F. Leotard, antiguo ministro francés de Defensa.
El que Solana haya escogido a un político del país tradicionalmente
más opuesto a Estados Unidos, da una idea de que en Macedonia como
en otras partes, los discursos de paz y las expresiones manifiestas de
"amistad" entre EE.UU. y sus ex aliados europeos, sólo
sirven de tapadera para lo contrario, o sea el incremento irresistible
de sus rivalidades. Esto quedó confirmado durante la visita de
Bush a Europa en junio: el presidente de EE.UU. no ha logrado ni mucho
menos "vender" a los europeos su proyecto de escudo antimisiles,
el cual es, como lo dice la Resolución: "Una gran ofensiva
por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica
en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un
paso más en una carrera de armamento cada día más
aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales".
Y, para terminar, la perspectiva de desarrollo de la lucha y de la conciencia
de clase no ha tenido, en esos últimos tiempos, una evolución
significativa. Vale sin embargo la pena subrayar, como lo hace la Resolución
en la parte "La clase obrera sigue teniendo en sus manos la llave
del futuro", la idea de que una de las maneras con las que valorar
la amenaza potencial que sigue siendo la clase obrera para el orden burgués
es "la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicado a sus
campañas ideo lógicas [de la burguesía] contra el
proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste
sería una fuerza totalmente agotada son de las más ruidosas".
En el próximo número de esta Revista escribiremos sobre
un ejemplo muy significativo de esas campañas, aquellas cuyo objetivo
es pervertir el significado verdadero de los movimientos sociales de los
últimos años 60. Para ocultar el hecho de que esos movimientos
fueron el final de la contrarrevolución, fueron el inicio de un
período en el que el proletariado iba a volver a ser capaz de desempeñar
un papel de actor en el escenario social; para incrustar la idea de que
nuestra clase "está acabada", los medios y los políticos
burgueses, como dice la Resolución, han desempolvado y sacado a
la luz a los "excombatientes" de las luchas estudiantiles de
entonces. Se trata para la clase dominante de hacer que se olvide que
las luchas obreras de entonces tuvieron una importancia sin comparación
posible con las estudiantiles. También quieren hacer creer que
al haberse integrado en el sistema (como el actual ministro alemán
de Exteriores) los pretendidos "revolucionarios" de entonces
habrían dado la prueba de que también ellos habían
comprendido que la revolución es imposible.
Lo que demuestran esas campañas, aunque la gran mayoría
de obreros no sea todavía hoy consciente de ello, es que los sectores
más lúcidos de la burguesía sí saben que la
revolución es posible. El proletariado deberá, en el período
que nos espera, alcanzar la conciencia de que la revolución es
posible y que el porvenir de la revolución está en sus manos.
1) Se publicarán extractos de los demás informes en los números siguientes de la Revista internacional.
1. La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo milenio.
De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68", surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo período de contrarrevolución iniciado en los años 20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones, como así lo ha demostrado desde los años 60.
Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que el capitalismo sería la última y ahora ya única forma de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista" en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa.
Presentando hábilmente la caída de una parte del sistema capitalista mundial como si fuera la desaparición final del marxismo y del comunismo, la burguesía, desde entonces, ha concluido, basándose en esa falsa hipótesis, que el capitalismo habría entrado en una nueva fase más dinámica de su existencia.
Desde ese punto de vista:
- por vez primera, el capitalismo sería un sistema global; la libre aplicación de las leyes del mercado ya no estaría entorpecida por los engorrosos obstáculos "socialistas" levantados por los regímenes estalinistas y sus imitadores;
- el uso de ordenadores y de la red Internet se habría revelado no solo ya como una enorme revolución tecnológica, sino además como una especie de mercado sin límites;
- la competencia entre naciones y las guerras se habrían convertido en cosas del pasado;
- la lucha de clases habría desaparecido, pues la propia noción de clase sería ya caduca; la clase obrera sería una especie de reliquia del pasado.
En este nuevo capitalismo dinámico, la paz y prosperidad estarían al orden del día. Se habría desterrado la barbarie; el socialismo se habría convertido en un absurdo total inaplicable.
2. En la realidad de los hechos, durante la década iniciada en 1991, todas esas patrañas han ido apareciendo como tales una tras otra.
Cada vez que se han sacado un nuevo tinglado ideológico para dar la prueba de que el capitalismo podría ofrecer a la humanidad un porvenir radiante, ha aparecido inmediatamente como una mala chapuza, como un juguete barato que se estropea nada más jugar con él. Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década y verán sin duda este período como el de la ceguera, la estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes.
La previsión marxista de que el capitalismo ha podido seguir viviendo después de haber dejado de ser útil a la humanidad quedó confirmada por las guerras mundiales y las crisis totales de la primera mitad del siglo XX. La continuación de este sistema senil en su fase de descomposición aporta nuevas pruebas a aquella previsión; esa descomposición sí que es el "nuevo" período cuyo inicio vino marcado por los acontecimientos de 1989-91.
Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el peligro de destruir todo intento de futura regeneración social. La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante. Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido vencida de manera decisiva.
3. Todas las promesas hechas por la clase dirigente sobre la nueva era de prosperidad iniciada por "la victoria del capitalismo sobre el socialismo" han demostrado ser una tras otra puras burbujas llenas de aire:
- primero nos dijeron que el desmoronamiento del "comunismo" y la apertura de amplios y nuevos mercados en los países del ex bloque del Este iban a dar nuevo estímulo al capitalismo mundial. En realidad, esos países no estaban fuera del sistema capitalista, sino que eran sencillamente Estados capitalistas atrasados incapaces de rivalizar con los países del bloque del Oeste en un mercado mundial sobresaturado. El que no hubiera sitio para ninguna otra economía capitalista importante obligó a esos países a rodearse de murallas proteccionistas, mientras que su jefe, la URSS, se dedicaba a intentar hacerle la competencia en el plano militar a su rival occidental. La apertura de esas economías al capital de los países más industrializados no ha hecho sino subrayar sus debilidades intrínsecas y sólo ha servido para hundir a las poblaciones en una miseria todavía más profunda que la que soportaban bajo los regímenes estalinistas: hundimiento de sectores enteros de la producción, desempleo masivo, penuria de bienes de consumo, inflación, corrupción endémica, salarios no pagados desde hace meses, descalabro de los servicios sociales, convulsiones financieras cada día más importantes, y fracaso sistemático de todos los "paquetes de reformas" impuestos por Occidente. El ex bloque del Este no fue ni mucho menos un regalo navideño para las economías occidentales, sino que, al contrario, ha resultado ser una pesada rémora. Eso es evidente en Alemania, cuya parte oriental va a arrastras de toda la economía; pero también a gran escala, al considerar las masas enormes de capital que se han inyectado en el pozo sin fondo que son esas economías, capital sin retorno visible. Hay que añadir el flujo creciente de refugiados que intentan huir del caos económico y militar que son los Balcanes y los territorios de la antigua URSS.
- Le tocó después el turno a Extremo Oriente de los "tigres y dragones", fieras que iban a mostrar al resto del mundo el camino a seguir, gracias a sus impresionantes cifras de crecimiento. Esas economías han demostrado sobre todo que no eran más que un espejismo. Al principio, cuando había dos bloques, fueron artificialmente levantadas pieza a pieza por el capitalismo estadounidense para que sirvieran de cortafuegos ante la expansión del "comunismo"; su crecimiento espectacular de los años 80 y 90 se construyó en las mismas arenas movedizas que el resto de la economía mundial: recurso masivo al crédito, un recurso que ya era el resultado de la insuficiencia de nuevos mercados para el capital global. La crisis de 1997, tan espectacular como aquel crecimiento, fue la prueba: bastó que el pago de las deudas fuera exigido para que el castillo de naipes se viniera abajo. Y aunque una serie de medidas dirigidas por Estados Unidos, ha ido permitiendo que esa crisis quedara dentro de ciertos límites, impidiendo la recesión abierta en Occidente, el estancamiento duradero de la economía japonesa, durante largos años considerada como imbatible, es una prueba suplementaria de que Extremo Oriente no podrá proporcionar una nueva "locomotora" a la economía. El estado de la economía japonesa es tan peligroso que provoca periódicamente una oleada de pánico a través del mundo, como cuando el ministro japonés de Finanzas declaró el país en quiebra. A pesar de la reaparición, en versión adaptada, del mito del "peligro amarillo" de principios de siglo XX, hay todavía menos posibilidades de que China llegue a ser una especie de nuevo motor de desarrollo económico. Sea cual fuere el desarrollo económico en China, también está basado en un endeudamiento masivo; y tampoco ha impedido que millones de obreros se pudran en el desempleo de larga duración y que muchos otros millones no hayan sido pagados desde hace tiempo.
- la última gran esperanza del capitalismo se ha basado en los resultados de la economía de EEUU y sus "diez años de crecimiento ininterrumpido", y, especialmente, en su función motora en la nueva economía basada en Internet. La "net-economía" ha mostrado ser una promesa fallida; incluso los propios comentaristas burgueses han acabado burlándose de ella. Las "start-up" y demás "patrañas.com" han acabado quebrando a un ritmo de fórmula-1, demostrando la mayoría de ellas que no eran más que un timo especulativo, una especia de metáfora de la engañifa real de que el capitalismo podría salvarse a sí mismo funcionando como una gigantesca gran superficie electrónica. Además, la caída de la "nueva economía" no es sino el reflejo mismo de los problemas más profundos de la economía norteamericana entera. No es ya un secreto para nadie que el boom de EE.UU. se ha basado esencialmente en un despegue vertical de una deuda que ha llegado a ser inconmensurable, tanto para las empresas como para los particulares, lo cual ha hecho que la tasa de ahorro sea negativa por vez primera desde hace décadas. Las tasas de crecimiento considerables de las que alardea la burguesía se basan en realidad en un sistema financiero que la locura especulativa ha ido debilitando cada día más y en una agudización de los ataques contra las condiciones de vida de los obreros: aumento de los empleos precarios, reducción del salario social, desvío de una parte creciente de los ingresos de los trabajadores hacia la timba de la Bolsa;
- en todo caso, el boom ya es algo del pasado, hablándose cada día más de una caída de Estados Unidos en la recesión. Ya no solo tienen dificultades las "punto.com", sino también amplios sectores de la producción. A pesar de esas señales alarmantes, la burguesía sigue hablando de booms especiales en Gran Bretaña, en Francia, en Irlanda, en España… pero sólo es para tranquilizarse a sí misma.
Al depender estrechamente de Estados Unidos los demás países industriales, el final evidente de los "diez años de crecimiento de Estados Unidos" tendrá obligatoriamente serias repercusiones por todo el mundo industrializado.
4. El modo de producción capitalista entró en su crisis histórica de sobreproducción a principios del siglo XX. En realidad, es desde entonces que el capitalismo está "globalizado", "mundializado". Simultáneamente, alcanzó los límites de su expansión hacia el exterior y puso las bases de la revolución proletaria mundial. Pero el fracaso de la clase obrera en ejecutar la sentencia de muerte del sistema significó que el capitalismo haya podido sobrevivir a pesar del peso cada día mayor de sus contradicciones internas. El capitalismo no se para así como así en cuanto deja de ser un factor de progreso histórico. Al contrario, sigue "creciendo" y funcionando, aunque sea con una base corroída que ha acabado metiendo a la humanidad en una espiral catastrófica.
El capitalismo decadente entró en un ciclo de crisis-guerra-reconstrucción, que marcó los dos primeros tercios del siglo XX. Las guerras mundiales permitieron un reparto del mercado mundial y la reconstrucción que las siguió proporcionaron un estímulo temporal.
Pero también la supervivencia del sistema necesitó la intervención política creciente por parte de la clase dominante, la cual ha utilizado su aparato de Estado para esquivar las leyes "normales" del mercado, sobre todo mediante políticas de déficit presupuestario y la creación de mercados artificiales mediante el crédito. El krach de 1929 demostró a la burguesía que el proceso de reconstrucción de posguerra, por sí solo, no podía sino desembocar en crisis mundial general, tan solo una década después de terminada la Primera guerra. En otras palabras, ya no era posible volver a encontrar firme y duraderamente el nivel de producción capitalista mediante un retorno a una aplicación "espontánea" de las leyes comerciales. La decadencia del capitalismo es precisamente la expresión del antagonismo entre las fuerzas de producción y su forma mercantil; así pues, en aquel tiempo, la burguesía misma se vio obligada a actuar cada vez más en desacuerdo con las leyes naturales de la producción de las mercancías a la vez que tal producción seguía estando dictada por esas mismas leyes.
Por eso es por lo que Estados Unidos financió conscientemente la reconstrucción de 1945, usando ese mecanismo que parece irracional: prestó dinero a sus clientes para que construyeran un mercado para sus productos. Una vez alcanzados los límites de ese absurdo, a mediados de los años60, la burguesía mundial no ha cesado de llevar más lejos las cotas del intervencionismo. En los tiempos de los bloques imperialistas, esa intervención se coordinaba en general a escala de bloque; la desaparición de los bloques, a la vez que ha provocado peligrosas tendencias centrífugas tanto en lo económico como en el plano imperialista, no ha llevado a la desaparición de los mecanismos internacionales de intervención: han renacido e incluso reverdecido instituciones cada vez más identificadas como agentes principales de la "mundialización", como la OMC (Organización mundial del comercio). Estos organismos, aunque funcionan como un campo de batalla entre los principales capitales nacionales o como coaliciones entre agrupamientos geopolíticos particulares (TLCN: Tratado de libre comercio norteamericano; UE: Unión europea, etc.) expresan la necesidad fundamental para la burguesía de impedir la parálisis de la economía mundial. Esto se concreta, por ejemplo, en los esfuerzos constantes de EE.UU. por avalar a su rival económico principal, Japón, aunque ello signifique achicar las enormes deudas japonesas mediante deudas todavía mayores.
Ese trampeo organizado con la ley del valor mediante el capitalismo de Estado no suprime las convulsiones del sistema; sencillamente las va postergando o las desplaza. Las difiere en el tiempo, especialmente en las economías más avanzadas, evitando constantemente que resbalen hacia la recesión; y las desplaza en el espacio arrojando sus peores efectos hacia las regiones periféricas del planeta, más o menos abandonadas a su suerte, excepto cuando sirven de peones en el tablero interimperialista. Pero también en los países avanzados, ese aplazamiento de las recesiones abiertas o de depresiones se hace notar en la presión inflacionista, en las "mini quiebras" bursátiles, el desmantelamiento de partes enteras de la industria, el hundimiento de la agricultura y el deterioro de las infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, servicios), fenómenos todos ellos en constante aumento. Este proceso incluye también recesiones declaradas, aunque la mayoría de las veces la profundidad real de la crisis es ocultada adrede mediante manipulaciones conscientes de la burguesía. Por eso, la perspectiva para los tiempos venideros es la de un descenso largo y lento hacia las profundidades, aderezado de vez en cuando con caídas cada vez más violentas. Pero no existe, en lo absoluto, una especie de punto sin retorno para la producción capitalista, en términos puramente económicos. Mucho antes de que ese punto se hubiera alcanzado, el capitalismo habría quedado destruido ya sea por la generalización de su tendencia a la barbarie, ya sea mediante la revolución proletaria.
5. A principios de los años 90 se nos dijo que la desaparición de la superficie del planeta del agresivo "comunismo" iba a abrir una nueva era de paz, puesto que el capitalismo, en su forma democrática, había dejado de ser imperialista desde hacía tiempo. Esta ideología se combinó después con el mito de la mundialización, con el cuento de que las rivalidades entre naciones era ya cosa del pasado.
Es cierto que el desmoronamiento del bloque del Este y la consecuente dislocación de su adversario occidental, suprimieron una condición fundamental para la guerra mundial, o sea la de la existencia de bloques constituidos (haciendo aquí abstracción de las condiciones sociales necesarias y previas a ese tipo de conflictos). Pero ese desarrollo no ha cambiado en nada la realidad esencial de que los Estados-nación capitalistas son incapaces de superar esa situación de lucha sin cuartel por dominar el mundo. De hecho, la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde las grandes potencias mundiales hasta los más cutres caudillos de guerras locales. Esto ha cobrado la forma de un incremento constante de guerras locales y regionales, en torno a las cuales las grandes potencias procuran avanzar sus peones en ventaja propia.
6. Desde el principio, los Estados Unidos, como gendarme del mundo se dieron cuenta del peligro de la nueva tendencia y tomaron medidas inmediatas para atajarla. Ése fue el sentido de la Guerra del Golfo de 1991, gigantesco despliegue de la supremacía militar de Estados Unidos, no dirigida, en primer término contra el Irak de Sadam Husein, sino destinada a intimidar a las grandes potencias rivales de EE.UU. y someterlas a su autoridad. Sin embargo, aunque EE.UU. logró temporalmente fortalecer su liderazgo mundial obligando a las demás potencias a participar en su coalición antiSadam, se puede juzgar el éxito verdadero de sus esfuerzos cuando se comprueba que diez años después, EE.UU. se sigue viendo obligado a usar la táctica del bombardeo a Irak, y cada vez que lo hace, tiene que enfrentarse a las críticas de la mayoría de sus aliados y también a verse obligado a efectuar despliegues de fuerza del mismo tipo en otras zonas conflictivas, especialmente en los Balcanes. A lo largo de esta década, la supremacía militar de Estados Unidos se ha visto incapaz de poner coto a la aceleración centrífuga de las rivalidades interimperialistas. En lugar de un nuevo orden mundial dirigido por Estados Unidos, que en sus tiempos prometiera su padre, el ahora nuevo Bush está confrontado a un desorden militar creciente, a una proliferación de guerras por todo el planeta:
- en los Balcanes, región que, a pesar de las intervenciones masivas en 1996 y 1999, dirigidas por EE.UU., sigue siendo un hervidero de tensiones entre grandes potencias y susagentes locales. En 2001, en el"pacificado" Kosovo sigue corriendo cada día la sangre, y la brutal sangría étnica se ha extendido ahora a Macedonia, con la amenaza de una entrada en liza de varias potencias regionales:
- en Oriente Medio, con unos acuerdos de Oslo en quiebra total, la escalada del conflicto armado entre Israel y los palestinos es una patada a las esperanzas de EE.UU. de establecer su "Pax americana" en la región, dando oportunidades a las demás grandes potencias que, por otra parte, no poseen la menor capacidad de imponer una alternativa al orden americano;
- en Chechenia, en donde, aún con el apoyo activo de las demás grandes potencias a las cuales no les apetece lo más mínimo que la Federación Rusa de desgarre en múltiples movimientos nacionalistas, el Kremlin es incapaz de poner fin a la guerra;
- en Afganistán, en donde continúa la guerra entre diferentes fracciones musulmanas contra los talibanes por el control del país;
- en África, en donde ya las guerras no son solo endémicas, desde Argelia en el norte hasta Angola en el sur, sino que se han extendido en importancia para convertirse en verdaderas guerras regionales, involucrando a ejércitos de muchos Estados vecinos, como así ocurre en el Congo;
- en Extremo Oriente, países como Birmania y Camboya siguen desgarrándose en combates internos, con una China que tiende cada día más a hacer valer sus "derechos" a ser una potencia regional de primer orden;
- en el subcontinente indio, India y Pakistán se amenazan mutuamente agitando su panoplia nuclear y Sri Lanka sigue destrozándose con la guerra contra los separatistas tamiles;
- en Latinoamérica, en donde la tensión se ha agravado con la nueva "guerra contra la droga" que llevan los Estados Unidos, que no es otra cosa sino un intento más para volver a asentar su autoridad en su coto privado, ante la intervención creciente de sus rivales europeos (por ejemplo, a través del apoyo abierto de éstos a los zapatistas);
- en Irlanda, en donde otro "proceso de paz" es salpicado por el ruido de las bombas y en el País Vasco, en donde se ha roto la tregua, con una ETA que se ha lanzado a una escalada de actividades terroristas.
La lista podría alargarse, pero basta para esclarecer el cuadro. Lejos de aportar paz y estabilidad, la ruptura del sistema de bloques ha acelerado considerablemente la caída del capitalismo hacia la barbarie militar. La característica de las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia, pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente.
7. En todos esos conflictos, ha quedado más o menos enmascarada la rivalidad entre Estados Unidos y sus antiguas grandes potencias "aliadas". Más en el Golfo Pérsico y en los Balcanes, donde los conflictos han revestido la forma de una "alianza" de los Estados democráticos contra tiranuelos locales; menos en África, en donde cada potencia ha actuado más abierta y separadamente para proteger sus intereses nacionales. Oficialmente, los "enemigos" de Estados Unidos (los que citan los dirigentes de este país para justificar unos presupuestos militares cada vez mayores) son o pequeños Estados "sin escrúpulos", como Corea del Norte o Irak, o sus antiguos rivales directos de la época de la guerra fría, Rusia, o su rival primero y aliado después en esa misma época, China. A China, en particular, la identifican cada día más como potencialmente principal rival de Estados Unidos. De hecho, en los últimos tiempos, se ha podido observar un incremento de las tensiones entre EE.UU. y esas dos potencias, a propósito de la extensión de la OTAN hacia la Europa del Este, el descubrimiento de una red de espionaje ruso centrada en un antiguo responsable del FBI, y, sobre todo, con el incidente del avión espía en China. Existe además, en el seno de la burguesía norteamericana, una fracción importante que está convencida de que China es, sin lugar a dudas, el enemigo principal de Estados Unidos. Pero lo más significativo de lo acontecido en los últimos tiempos ha sido sin duda la multiplicación de declaraciones por parte de sectores de la burguesía europea sobre la "arrogancia" estadounidense, especialmente tras la decisión por parte de EEUU de rechazar los acuerdos de Kioto sobre la emisión de dióxido de carbono y de hacer avanzar su proyecto antimisiles "hijo de la guerra de las galaxias". Este proyecto es de hecho una gran ofensiva por parte del imperialismo americano para convertir su ventaja tecnológica en una supremacía planetaria sin precedentes. Ese proyecto es un paso más en una carrera de armamento cada día más aberrante que va a exacerbar el antagonismo con sus rivales.
Esos antagonismos se van a agudizar más todavía con la decisión de formar un "ejército europeo" separado de la OTAN. Aunque existe una fuerte tendencia a cargar la responsabilidad de la creciente ruptura en las relaciones entre Europa y Estados Unidos sobre la administración de Bush, este nuevo "antiamericanismo" no es más que el reconocimiento explícito de una tendencia que lleva obrando desde la desaparición del bloque occidental a principios de los años 90. Ideológicamente, refleja una tendencia que también se desató con el desmoronamiento de los bloques, otra manera de "cada uno para sí", la tendencia hacia un nuevo bloque antiamericano basado en Europa.
8. Está sin embargo muy lejos la formación de nuevos bloques imperialistas por razones a la vez estratégico-militares como político-sociales:
- ningún Estado ni grupo de Estados es capaz de compararse a la potencia de fuego de Estados Unidos. Alemania, el país que más se ha beneficiado del proceso de descomposición haciendo avanzar sus intereses hacia sus esferas de influencia tradicionales como Europa oriental, no posee el arma nuclear y, a causa de su pasado, está obligada a avanzar con cautela en su estrategia de expansión. Francia, con mucho la potencia europea más abiertamente antiamericana, es incapaz de presentarse como líder potencial de un nuevo bloque;
- "Europa" dista mucho de ser una "unión". En ella la tendencia "cada uno para sí" está tan viva como en otros continentes. Aunque Francia y Alemania pudieran ser el eje central de un bloque europeo, hay tensiones entre ellas, a la vez históricas e inmediatas. Por su parte, Gran Bretaña tiende a jugar a una contra la otra para impedirles volverse demasiado poderosas, a la vez que juega la baza de Estados Unidos contra ambas. Es importante no confundir cooperación económica entre Estados europeos y formación inmediata de una estructura de bloque, pues no hay una relación mecánica entre intereses económicos inmediatos e intereses estratégicos y militares;
- En el ámbito social, no es posible mantener una cohesión de la sociedad en torno a una nueva ideología de guerra comparable al antifascismo de los años 30 o al anticomunismo de la posguerra, pues la clase obrera no está movilizada, ni mucho menos, tras los estandartes de la nación. La base ideológica para la formación de nuevos bloques no se ha edificado todavía, por mucho que el nuevo antiamericanismo nos dé una idea de la forma que podría tomar en el futuro.
La guerra mundial no está, pues, en la agenda de un futuro más o menos cercano. Pero esto no minimiza en nada los peligros de la situación actual. La proliferación de guerras locales, el despliegue de conflictos regionales entre potencias con armas nucleares, como India y Pakistán, la extensión de esos conflictos hacia los centros vitales del capital (como testimonia la guerra en los Balcanes), la necesidad de EE.UU de reafirmar su liderazgo declinante, sin cesar y con todo su peso, así como las reacciones que esto podría acarrear por parte de las demás potencias, todo ello podría ocasionar una terrible espiral destructora que acabaría por arruinar las bases de una futura sociedad comunista, incluso sin que el capitalismo hubiera obtenido el alistamiento activo de los obreros en los lugares centrales del capital mundial.
9. La clase dominante tiende a reducir el significado global de las crecientes tensiones buscando para cada conflicto, causas específicas locales, ideológicas y económicas: aquí serán los odios raciales fuertemente arraigados, allá las discordias religiosas, en el Golfo, el petróleo, en Sierra Leona, los diamantes, etc. Esto acaba a menudo haciendo mella en las confusiones del medio político proletario, el cual cree con demasiada facilidad que hacer un análisis materialista es esforzarse simplemente por explicar cada conflicto imperialista por razones de la ganancia económica inmediata que se pueda sacar. Muchos de esos factores son reales, pero en nada explican las características generales del período en el que ha entrado el capitalismo. En el período de decadencia, la guerra ha sido, cada vez más, un desastre económico, una pérdida completa. El mantenimiento de cada conflicto particular acarrea costes que sobrepasan con mucho los beneficios que se puedan sacar de él. Por ello, aunque hubo fuertes presiones económicas que sin duda desempeñaron un papel clave para empujar a Zimbabwe a invadir el Congo, o Irak a invadir Kuwait, las complicaciones militares habidas después precipitaron a esos países en una ruina todavía más profunda. Esto quiere decir, hablando ya en general, que se terminó el ciclo crisis-guerra-reconstruccióbn, que daba una especie de apariencia de racionalidad a la guerra mundial en el pasado, pues ninguna nueva guerra mundial vendría seguida de la menor reconstrucción. Pero ninguno de esos cálculos de ganancias o pérdidas no impedirá que los Estados imperialistas tengan que responder a la necesidad de defender su presencia imperialista en el mundo, de sabotear las ambiciones de sus rivales, o de incrementar sus presupuestos militares. Al contrario, están todos entrampados en una lógica que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo que hace que la situación ante la que está enfrentada la humanidad sea tan peligrosa e inestable. Sobrestimar la racionalidad del capital equivale a subestimar la amenaza real de guerra en el período actual.
10. La clase obrera debe pues encarar la posibilidad de verse arrastrada en una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Pero ése solo es un aspecto de la amenaza que representa el capitalismo en descomposición.
La última década ha visto todas las consecuencias de la descomposición transformarse poco a poco en mortíferas:
- en el ámbito de la vida social, especialmente con el fenómeno de "gangsterización" creciente: corrupción en las más altas esferas de los Estados, implicación cada día mayor de las mafias y de los cárteles internacionales de la droga en la vida política y económica de la burguesía, alistamiento de explotados y oprimidos en bandas locales, pandillas que en los países de la periferia se han convertido en instrumentos de las guerras imperialistas; a estos fenómenos se vincula la extensión de ideologías de lo más retrógrado, basadas en el odio racial o étnico, la "normalización" del genocidio y de la matanza interétnica como en Ruanda, Timor Oriental, Bosnia o Borneo;
- con el desmoronamiento de las infraestructuras de transporte y alojamiento, que afectan a cada vez más gente, provocando todavía más víctimas en todo tipo de accidentes y de desastres (accidentes de ferrocarril, inundaciones, terremotos y demás, etc.); estrechamente vinculado a ello, la crisis de la agricultura resultante de las nuevas erupciones de enfermedades que incrementan la crisis que las ha producido;
- más en general, a nivel del ecosistema planetario, cada día se van acumulando más pruebas del calentamiento global del planeta (subida de la temperatura de los mares, deshielo del banco polar, cambios climáticos bruscos, etc.), mientras que los fracasos repetidos de las conferencias internacionales sobre el clima muestran la incapacidad total de las naciones capitalistas para cambiar lo más mínimo.
El capitalismo ofrece hoy una anticipación cada vez más patente de lo que pudiera ser el hundimiento en la barbarie: una civilización totalmente desintegrada, estragada por tempestades, sequías a repetición, epidemias, hambres, envenenamiento irreversible del aire, de los suelos y del agua; una sociedad de hecatombe con sus conflictos asesinos y guerras de destrucción mutua que arruinan a países enteros, cuando no continentes; guerras que emponzoñan todavía más la atmósfera, que se vuelven más y más frecuentes y devastadoras a causa de lo desesperado de las peleas entre naciones, regiones o feudos locales por guardar sus reservas de unos recursos que disminuyen y de lo mínimo necesario; un mundo de pesadilla donde los últimos baluartes de prosperidad atrancan sus puertas a cal y canto ante las hordas de refugiados que huyen de guerras y catástrofes; en resumen, un mundo en el que la putrefacción se ha metido tanto que ya no habría posible vuelta atrás y en el que, finalmente, la civilización capitalista se hundiría en las arenas movedizas que ella misma ha creado. Ese paisaje apocalíptico tampoco está tan alejado de lo que hoy tenemos ante nuestros ojos; el rostro de la barbarie está tomando forma material ante nosotros. Lo único que queda por saber es si el socialismo, la revolución proletaria, sigue siendo una alternativa viva.
11. A lo largo de los años 70 y 80, el combate de la clase obrera en respuesta al resurgir de la crisis histórica del capitalismo fue una defensa contra el posible estallido de una tercera guerra mundial, la única verdadera defensa, pues el capitalismo ya tenía formados los bloques imperialistas que debían lanzarse a la guerra, y la crisis económica estaba ya empujando al sistema hacia esa "solución". Pero por una serie de razones relacionadas entre sí, algunas históricas, otras inmediatas, la clase obrera tuvo enormes dificultades para saltar de un nivel defensivo a una afirmación clara de su propia perspectiva política (el peso de las décadas anteriores de una contrarrevolución que diezmó su expresión política organizada, la naturaleza de una crisis económica que se eternizaba y que hacía difícil ver la situación catastrófica que ante sí tenía en mundo capitalista, etc.). La incapacidad de las dos clases principales de la sociedad para imponer su solución a la crisis hizo surgir el fenómeno de la descomposición, el cual, a su vez, se vio fuertemente acelerado por su propio resultado, o sea el desmoronamiento del bloque del Este. Este hundimiento ha sido la señal, para el capitalismo decadente, de la entrada en una fase en la cual la descomposición será la característica principal. Antes de esta fase, la lucha de la clase obrera estuvo marcada por tres oleadas internacionales sucesivas, con unos avances evidentes en la conciencia y en la autoorganización. En cambio, en esta nueva fase de descomposición, la lucha de la clase obrera ha caído en un hondo reflujo, tanto en conciencia como en combatividad.
La descomposición plantea dificultades a la clase obrera a la vez materiales e ideológicas:
- en lo económico y social, los factores materiales de la descomposición han tendido a socavar en el proletariado la conciencia de su identidad. Cada vez se han ido destruyendo más concentraciones tradicionales de la clase obrera; la vida social se ha ido atomizando cada día más (lo cual refuerza la tendencia a la gangsterización como falsa alternativa comunitaria); el desempleo de larga duración, sobre todo entre los jóvenes, refuerza esa fragmentación y destruye más todavía el vínculo con las tradiciones del combate colectivo;
- esos factores objetivos se han hecho más eficaces todavía con las campañas ideológicas incesantes de la clase dominante, vendiendo nihilismo, individualismo, racismo, ocultismo, fundamentalismos religiosos, todo para ocular la realidad de la sociedad cuyas divisiones básicas siguen siendo la división en clases; esas campañas han sido rematadas por el lavado de cerebro que acompañó el desmoronamiento del bloque del Este y que se ha mantenido después: fracasó el comunismo, ha sido rebatido el marxismo, la clase obrera ha dejado de existir. Este tema también ha sido propuesto por todas esas ideologías de la "novedad", las cuales explican de qué modo el capitalismo ha superado sus antiguas divisiones de clases ("nueva economía", "globalización" o "mundialización, "recom po sición de la clase obrera", etc.).
La clase obrera está hoy pues confrontada a una falta de confianza grave, no solo ya en su capacidad para cambiar la sociedad, sino incluso en su capacidad para defenderse a sí misma en lo cotidiano. Esto ha permitido a los sindicatos, que en los años 80 llegaron a desenmascararse como instrumentos del orden burgués, restaurar su control sobre las luchas de los obreros. Al mismo tiempo, ha aumentado la capacidad del capitalismo para desviar los esfuerzos obreros en la defensa de sus propios intereses hacia todo un tinglado de movimientos "populares" y "ciudadanos" en pos de una mayor "democracia".
12. La clase dominante explota, claro está, las dificultades evidentes que hoy la clase obrera debe encarar, para así dar consistencia a su mensaje sobre el final de la lucha de clases. Los hay que reciben bien este mensaje: aquellos que, aún viendo perfectamente el futuro de barbarie que el capitalismo nos está preparando, no creen que la clase obrera sea el sujeto del cambio revolucionario y se dedican a buscar "nuevos" movimientos para un mundo mejor. Esto ocurre, por ejemplo, con muchas personas involucradas en movilizaciones "anticapitalistas"). Los comunistas saben perfectamente que si la clase obrera estuviera acabada de verdad, ya no quedaría ninguna otra barrera para impedir que el capitalismo arrastre a la destrucción de la humanidad. Pero también son capaces de afirmar que esa barrera sigue ahí, que la clase obrera internacional no ha dicho su última palabra ni mucho menos. Esta confianza en la clase obrera no tiene nada que ver con una especie de fe religiosa, sino que se basa en:
- una visión histórica de la clase obrera, que no es una instantánea fotográfica inmediata, sino que es capaz de ver el vínculo verdadero entre los combates pasados, presentes y futuros de la clase y de sus organizaciones;
- un análisis de la última década en particular, que les permite concluir que a pesar de todas las dificultades que ha encontrado, la clase obrera no ha sufrido derrotas históricas a escala mundial, comparables a las que sufrió al término de la primera oleada revolucionaria.
13. La prueba de la certeza de esa conclusión viene dada por:
- el hecho de que, a pesar de las dificultades innegables habidas durante esta última década (aislamiento y dispersión y, por consiguiente, ausencia en general de la lucha de clases en el escenario social), la clase obrera de las concentraciones más importantes sigue conservando importantes reservas de combatividad y no ha aceptado los planes de austeridad que el capitalismo intenta imponerle. La combatividad conoce un desarrollo tortuoso pero real en respuesta a la degradación de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera;
- los signos de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Contrariamente a la visión idealista según la cual la conciencia sería algo aportado desde fuera de la clase, o las teorías mecanicistas que solo ven desarrollarse la conciencia en los combates inmediatos y visibles, los comunistas siempre han sido plenamente conscientes de que las huelgas de masas o las revoluciones no brotan de la nada, sino que encuentran sus fuentes en procesos subterráneos que se van construyendo en largos períodos y que a menudo sólo se pueden discernir en explosiones repentinas o en la aparición de minorías combativas en el seno de la clase. Durante el período reciente, ha sido evidente la emergencia de esas minorías. Esto se ha notado en la ampliación de esa zona de transición política entre burguesía y proletariado y en el desarrollo de una minoría, poco numerosa pero importante, que se vincula al medio político proletario. Es muy significativo que muchos de esos elementos "en búsqueda" procedan no solo de ámbitos politizados desde hace tiempo, sino de una nueva generación de gentes que se plantean por vez primera problemas sobre el capitalismo;
- la clase obrera sigue ejerciendo un peso "negativo" en la clase dirigente. Esto se plasma, entre otras cosas, en la repulsión de la burguesía a admitir la verdadera amplitud de las rivalidades imperialistas entre las principales potencias y a arrastrar directamente a los trabajadores de esos países en las aventuras militares; se plasma en la preocupación de la clase dominante de que no aparezca claramente la amplitud de la crisis, evitando una crisis económica demasiado evidente que podría provocar una reacción masiva de la clase obrera; la enorme cantidad de tiempo y de energía dedicados a sus campañas ideológicas contra el proletariado, y entre ellas, las dedicadas a demostrar que éste sería una fuerza totalmente agotada, son de las más ruidosas.
Los comunistas pueden seguir afirmando que el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más: la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características de este sistema putrefacto.
14. La clase obrera, en el difícil camino de reencuentro con su espíritu combativo y de recuperación de sus tradiciones del pasado y sus experiencias de lucha, topa, evidentemente, con la estrategia antiproletaria de la burguesía:
a) primero, el uso de los partidos de izquierda en los gobiernos, en donde siguen estando mejor situados en general que la derecha para:
- presentar los signos evidentes del hundimiento del capitalismo como únicamente resultantes de la acción de sectores particulares del capitalismo (sectores "egoístas", empresas irresponsables, etc.); así, la única alternativa sería la acción del Estado democrático defensor de los intereses de todos los ciudadanos;
- presentar la espiral de las guerras y el militarismo como resultado únicamente de los sectores "belicistas" ("halcones") del capitalismo, tales como Bush, Sharon, etc., contra quienes hay que oponer la "ley internacional" basada en los "derechos humanos";
- escalonar los ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera, sobre todo en las concentraciones industriales más importantes, para así procurar retrasar y dispersar la combatividad obrera, crear la división en las filas proletarias, entre sectores "privilegiados" (trabajadores con contratos fijos, trabajadores de los países occidentales, etc.) y los sectores precarios (contratos temporales, inmigrados, etc.);
b) está después, en perfecta coherencia con todo eso, la actividad de los izquierdistas así como la del sindicalismo radical, destinada a neutralizar la desconfianza de los trabajadores hacia los partidos de centro-izquierda, desviándolos hacia una defensa radical de la democracia burguesa. El actual desarrollo en Gran Bretaña, por ejemplo, de la "Alianza socialista" es un buen ejemplo de esa función;
c) y, en fin, no menos importantes, nos encontramos con las actividades de los antimundialistas, a quienes los medios suelen presentar como la única forma posible de anticapitalismo. La ideología de estos movimientos, cuando no es la del "no futur" de la pequeña burguesía (defensa de la producción a pequeña escala, culto de la violencia ciega que refuerza el sentimiento de desesperanza, etc.), no es más que una versión más radical de lo que proponen sus hermanos mayores de la pretendida izquierda "tradicional": defensa del interés nacional contra los rivales. Esas ideologías no sirven más que para paralizar la evolución posible de nuevos elementos "en búsqueda" en la población en general y en el seno de la clase obrera en particular. Como ya dijimos, esas ideologías no contradicen la propaganda más general sobre la muerte del comunismo (que seguirá siendo utilizada como baza principal); son, en cambio, un complemento importante.
15. Las responsabilidades que ante sí tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones, etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy, el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial: la revuelta en revolución.
Mayo de 2001
XIV Congreso de la CCI
(extractos)
Desde hace más de 80 años, el capitalismo ha entrado en su época de decadencia. Sobrevive hundiendo a la humanidad en una espiral de crisis abierta – guerra generalizada – reconstrucción – nueva crisis...([1]). Mientras el estancamiento y las convulsiones del sistema en la primera década del siglo XX desembocaron rápidamente en la terrible carnicería de Primera Guerra mundial, mientras la Gran depresión de 1929 dio paso en el lapso de 10 años al matadero aún más salvaje de la Segunda Gran guerra, la nueva crisis iniciada a finales de los 60 no ha podido desembocar en su salida orgánica de una nueva guerra generalizada, debido a que el proletariado no ha sido derrotado.
Confrontado a esta situación inédita, de crisis sin salida, el capitalismo lleva a cabo lo que hemos llamado una “gestión de la crisis”. Para ello recurre al órgano supremo de salvación de su sistema: el Estado. Si bien la tendencia al capitalismo de Estado se ha venido desarrollando desde hace décadas, en los últimos 30 años hemos asistido a un perfeccionamiento y sofisticación inauditos de sus mecanismos de intervención y control de la economía y la sociedad. Para acompañar la crisis, haciendo que su ritmo fuera más lento y menos espectacular que en 1929, los Estados han recurrido a un endeudamiento astronómico, sin parangón en la historia, y las principales potencias han colaborado entre sí para sostener y organizar el comercio mundial de tal forma que los peores efectos de la crisis recayeran sobre los países más débiles ([2]). Este mecanismo de supervivencia ha permitido que los países centrales, aquellos que son clave tanto desde el punto de vista del enfrentamiento de clases como cara al mantenimiento de la estabilidad global del capitalismo, vivieran una caída lenta y en escalones sucesivos, de tal forma que, globalmente, han logrado dar una sensación de control, de aparente normalidad, incluso, de “progreso” y “renovación”.
No obstante, estas medidas de acompañamiento de la crisis no han logrado ni mucho menos estabilizar la situación. Desde principios del siglo XX el capitalismo es un sistema mundial, con todos los territorios mínimamente significativos del planeta incorporados al engranaje de sus relaciones de producción. En estas condiciones, la supervivencia de cada capital nacional o grupo de capitales nacionales solo puede hacerse en detrimento no solo de sus rivales sino del conjunto del capital global. Por ello, en los últimos 30 años hemos asistido al progresivo deterioro del capitalismo en su conjunto, su reproducción se ha realizado sobre bases cada vez más estrechas, el capital mundial como un todo se ha empobrecido ([3]).
Este progresivo hundimiento del capital global se ha traducido en convulsiones periódicas que nada tienen que ver con las crisis cíclicas del siglo pasado. Estas convulsiones se han expresado como recesiones más o menos fuertes en 1974-75, 1980-82 y 1991-93. Pero la recesión – la caída oficial de los índices de producción – no ha sido su expresión más importante precisamente porque el capitalismo de Estado trata de evitar en lo posible esta forma más clásica y evidente del hundimiento del sistema. Por ello, han tendido a manifestarse bajo otras formas, más alejadas aparentemente de la esfera productiva, pero no por ello menos graves y peligrosas. Tormentas monetarias de la libra esterlina en 1967 y del dólar en 1971, brutal explosión inflacionaria a lo largo de los años 70, sucesivas crisis de la deuda y desde mediados de los 80 violentos seísmos financieros: quiebra bursátil de 1987, miniquiebra de 1989, crisis monetaria del SME en 1992-93, Efecto “Tequila” (devaluación del peso mexicano y caída de las bolsas latinoamericanas) en 1994, la llamada “crisis asiática” en 1997-98.
El XIIIº congreso de la CCI analizó los importantes estragos causados por ese nuevo episodio de la crisis y se hizo eco de previsiones muy pesimistas, entre los propios expertos burgueses, que hablaban de una recesión e incluso de una depresión inminentes. Sin embargo, esa recesión no se ha producido y el capitalismo ha podido entonar de nuevo himnos triunfalistas sobre la “salud de hierro” de su economía y lanzarse a la osadía de especular sobre la entrada de la sociedad en la era de la “nueva economía”. El verano del 2000 con un rebrote inflacionista, de alcance y consecuencias muy importantes, obligó a bajar los humos de la euforia. En poco más de 2 años, de forma concentrada y rápida, hemos asistido al batacazo brutal de 1997-98, el sobresalto de euforia desde mediados de 1999 hasta el verano del 2000 y, ahora, los indicios de nuevas convulsiones.
El nuevo milenio no va a deparar una superación de la crisis ni una estabilización de la situación sino una nueva fase de hundimiento que va a hacer pequeños los tremendos sufrimientos que ha causado el sistema a lo largo del siglo que se acaba.
Los adoradores del sistema babean de gusto con esos famosos “10 años de crecimiento sin inflación” ([4]). En sus delirios llegan hasta pronosticar que las crisis cíclicas van a desaparecer y en el futuro tendremos un crecimiento permanente.
Estos señores no se molestan en comparar esos índices de crecimiento con otras épocas del capitalismo, ni en ver su naturaleza y composición. ¡A ellos les basta y les sobra con el “crecimiento” y punto!. Pero frente a esa visión inmediatista y superficial, propia de la ideología de un orden social condenado, nosotros aplicamos una visión global, histórica, y desde ella podemos demostrar la falacia del argumento de los “10 años de crecimiento USA”.
En primer lugar, si vemos las tasas de crecimiento de la economía americana desde 1950 comprobamos que el crecimiento de la última década es el peor de los últimos 50 años:
Tasa de crecimiento medio
del PIB de EE.UU. ([5])
Periodo 1950-64 3,68 %
Periodo 1965-72 4,23 %
Periodo 1973-90 3,40 %
Periodo 1991-99 1,98 %
La misma conclusión se saca si consideramos los datos de los países más industrializados:
Tasa de crecimiento medio del PIB de los principales países
industrializados ([6])
1960-73 73-89 89-99
Japón 9,2% 3,6% 1,8%
Alemania 4,2% 2,0% 2,2%
Francia 5,3% 2,4% 1,8%
Italia 5,2% 2,8% 1,5%
Gran Bretaña 3,1% 2,0% 1,7%
Canadá 5,3% 3,4% 1,9%
Las 2 tablas nos muestran un declive gradual pero persistente de la economía mundial que desmonta el triunfalismo de los adalides del capitalismo y pone en evidencia su trampa: deslumbrarnos con cifras inmediatas sacadas de su contexto histórico.
El “crecimiento americano” tiene una historia que nos ocultan con tanto triunfalismo. No hablan de cómo se consiguió reanimar la economía en 1991-92: los tipos de interés se bajaron hasta ¡33 veces!, de tal modo que el dinero era prestado a los bancos a una tasa ¡por debajo del índice de inflación! ¡el Estado les estaba regalando el dinero!. Tampoco nos dicen que ese crecimiento empezó a perder impulso a partir de 1995 con sucesivas crisis financieras que culminaron en la “gripe asiática” de 1997-98, estancándose en la fase 1996-98.
Pero ¿qué pasa con la última fase de crecimiento, la que sucede al estancamiento de 1996-98?. Sus bases son aún más frágiles y destructivas, pues el motor del crecimiento pasa a ser una burbuja especulativa sin precedentes en la historia. La inversión en la Bolsa se convierte en la “única inversión rentable”. Las familias y las empresas americanas han sido arrastradas al mecanismo perverso de endeudarse para especular en Bolsa y utilizar los títulos adquiridos como prenda hipotecaria para adquirir frenéticamente bienes y servicios que son el sostén del crecimiento. Los cimientos de la auténtica inversión se ven, de esta forma, seriamente arruinados: empresas y particulares han subido su endeudamiento en un 300% entre 1997 y 1999. La tasa de ahorro es negativa desde 1996 (tras 53 años de tasas positivas): mientras en 1991 era + 8,3% en 1999 era – 2,5%.
El consumo a crédito mantiene viva la llama del crecimiento pero su efectos son letales sobre la base productiva estadounidense ([7]). Un economista famoso, Robert Samuelson, reconoce que “la utilización de la capacidad productiva de la industria norteamericana bajó sin cesar tras el pico alcanzado a mediados de los 80”. La industria manufacturera pierde peso en el conjunto de las cifras anuales de producción y desde abril 1998 ha despedido a 418 000 trabajadores. La balanza de pagos americana sufre una espectacular degradación pasando de un déficit del – 2,5% del PIB en 1998 a uno actualmente del – 4,7%.
Este tipo de “crecimiento” está en los antípodas del verdadero crecimiento que históricamente ha experimentado el capitalismo. Entre 1865 y 1914 Estados Unidos basó su espectacular crecimiento económico en el aumento permanente de su superávit comercial y financiero. Del mismo modo, la expansión americana tras la segunda posguerra se basó en el predominio de las exportaciones de productos y capitales. Por ejemplo, en 1948 las exportaciones USA cubrían en un 180% sus importaciones. Desde 1971, EE.UU empieza a tener déficits comerciales negativos que no han parado de crecer desde entonces.
Mientras en el siglo XIX el crecimiento económico de los países centrales del capitalismo se basó en el aumento de sus exportaciones de bienes y de capitales que servían de ariete para incorporar nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista, hoy asistimos a la situación aberrante y peligrosa según la cual los fondos de todo el mundo acuden – atraídos por las elevadas cotizaciones del dólar – a sostener la principal economía del planeta. Desde 1985 el flujo de inversiones del resto de países del mundo hacia las 10 primeras economías del planeta es superior al de éstas hacia el resto. Esto significa concretamente que el capitalismo, incapaz de expansionar la producción en el mundo, concentra todos los recursos en mantener a flote sus principales metrópolis a costa de crear un erial en el resto, destruyendo de esta forma sus propias bases de reproducción.
Se quiere que veamos en la grave sacudida de 1997-98 una crisis cíclica idéntica a las que el capitalismo sufrió durante el siglo XIX. Entonces, cada etapa de crisis se resolvía con una nueva expansión de la producción que alcanzaba cotas superiores al periodo anterior. Se abrían nuevos mercados mediante la incorporación de nuevos territorios a las relaciones de producción capitalista de tal forma que, por una parte, proporcionaban nuevas masas de proletarios a los cuales extraer plusvalía y, por otro lado, aportaban nuevos compradores solventes de las mercancías producidas. Actualmente, esa salida es imposible para el capitalismo: los mercados hace largo tiempo que están sobresaturados.
Por ello, ante cada batacazo, la “salida” no son nuevos mercados donde se expande la producción ni nuevas masas de obreros incorporados al trabajo asalariado sino todo lo contrario: medidas de endeudamiento que tratan de enmascarar la caída real de la producción y nuevas oleadas de despidos – disfrazadas como reestructuraciones, privatizaciones y fusiones – que van secando poco a poco las fuentes de la plusvalía: “A falta de mercados solventes, en los cuales pudiera realizarse la plusvalía producida, se da salida a la producción en mercados ficticios... Ante un mercado mundial cada vez más saturado, una progresión de las cifras de producción solo puede corresponder a una progresión de las deudas. Una progresión todavía mayor que las precedentes” (Revista internacional nº 59).
El resultado es que cada una de las fases de convulsión supone una caída más violenta en el abismo mientras que cada momento de recuperación suaviza la caída, pero ambas se sitúan en una dinámica de hundimiento progresivo.
En el siglo pasado, el capitalismo estaba dominado por una dinámica de expansión dentro de la cual las fases de crisis preparaban nuevas etapas de prosperidad. Hoy sucede justo lo contrario, cada momento de recuperación no es sino el preparativo de nuevas y más graves convulsiones. Testimonio de ello es que Japón (2ª economía planetaria) sigue en la cuneta y que en 1999 apenas ha alcanzado un raquítico 0,3% de crecimiento mientras que las perspectivas para el 2000 son bastante pesimistas. Ello a pesar del despliegue espectacular de medios crediticios por parte del Estado japonés: en 1999 el déficit público alcanzó el 9,2% del PIB.
Así pues ni el argumento del “gran crecimiento” americano ni el de la “fácil superación de la crisis asiática” resultan convincentes si se analizan con un mínimo de seriedad. Pero hay un tercer argumento que parece tener más calado: el de la “revolución” de la “nueva economía” que trastocaría totalmente los fundamentos de la sociedad de tal forma que con Internet desaparecería la tradicional división en clases de la sociedad – patronos y obreros – para convertirse en una vasta masa igualitaria de “emprendedores”. Además, el motor de la economía ya no sería la obtención de una ganancia sino el consumo y la información. En fin, todo eso de las crisis desaparecería como una pesadilla del pasado pues toda la economía mundial se regularía armoniosamente a través de las transacciones comerciales por Internet. Los únicos problemas serían los “inadaptados” que se habrían quedado atrapados en la “vieja economía”.
No podemos hacer una refutación detallada de estas estúpidas especulaciones. El artículo editorial de la Revista internacional nº 102 desmonta de forma convincente ese nuevo mito con el cual el capitalismo pretende embaucarnos ([8]).
Lo primero que necesitamos es recordar la historia: ¿cuántas veces en los últimos 70 años el capitalismo ha intentado vendernos un “modelo” de desarrollo económico que sería la solución definitiva?. En los años 30 la industrialización soviética, el New Deal americano, el Plan De Man se presentaron como la salida a la crisis del 29, ¡ el resultado fue la Segunda Guerra mundial ! En los años 50 fue el “Estado del bienestar”, en los 60 el “desarrollo”, en los 70 las diferentes “vías al socialismo” y la “vuelta a Keynes”, en los 80 el reaganomics y el modelo japonés, en los 90 los tigres asiáticos y la “mundialización”, ahora es la “nueva economía”. El viento de la crisis ha arramblado con ellas una tras otra. Ya hoy, a poco más de un año de haber nacido, la “nueva economía” empieza a ser irremediablemente vieja e inoperante.
En segundo lugar, se ha propagado el equívoco de que la “nueva economía” basada en Internet sería la que está creando la mayoría de los nuevos empleos. Esto es una falsedad total. El artículo de Battaglia comunista antes citado demuestra que de los 20 millones de empleos creados en USA solo un millón son consecuencia de Internet. El resto de empleos proviene de actividades tan de “alta tecnología” como paseantes de perros, aparcacoches, repartidores de pizzas y hamburguesas, cuidadores de niños etc.
En realidad, la introducción de Internet en el comercio, la información, las finanzas y las administraciones públicas elimina empleos en vez de crearlos. Un estudio sobre las oficinas bancarias de la “nueva economía” demostraba que:
– una Red de oficinas con ordenadores pero sin conexión permanente necesita ([9]) 100 trabajadores ;
– una Red de oficinas con ordenadores conectados de forma permanente necesita 40 trabajadores ;
– una Red de Banca Telefónica necesita 25 trabajadores ;
– una Red de Banca por Internet necesita 3 trabajadores.
Otro estudio de la Unión europea pone en evidencia que el cumplimiento de formularios administrativos por Internet puede eliminar uno de cada 3 puestos de trabajo en las administraciones públicas.
¿Sería acaso la aplicación de Internet la base para una expansión de la producción capitalista? El ciclo del capital tiene dos fases inseparables: la producción de la plusvalía y la realización de la plusvalía. En la decadencia del capitalismo con un mercado saturado, la realización de la plusvalía se convierte en el problema más agobiante. En ese marco, los gastos de comercialización, distribución, financiación, que corresponden precisamente a la realización de la plusvalía, toman unas proporciones exorbitantes. Las empresas y los Estados desarrollan un enorme aparato de comercialización, publicidad, financiación etc., con objeto de exprimir hasta el último jugo del mercado existente, de estirarlo al máximo (técnicas para aumentar artificialmente el consumo) y de competir con éxito frente a los rivales para arrebatarles segmentos del mercado.
A esos gastos necesarios para la realización de la plusvalía se suman otros que toman una dimensión aún más colosal: armamentos, el desarrollo de una gigantesca burocracia estatal etc. La implantación de Internet busca aliviar todo lo posible la carga tremenda que suponen esos gastos, pero sobre el conjunto de la economía... desde el punto de vista del capital global, el mercado no va a extenderse, va a sufrir una nueva amputación, los compradores solventes van a reducirse.
Lejos de poner en evidencia la salud y progresión del capitalismo, manifiesta la espiral mortal en la que se ve enredado: la reducción de mercados solventes obliga a aumentar los gastos improductivos y el endeudamiento. Pero esto ocasiona una nueva disminución de los mercados solventes, obligando a nuevas vueltas de tuerca en el endeudamiento y los gastos improductivos... ¡y así sucesivamente!.
La inflación es un fenómeno típico de la decadencia del capitalismo que tuvo una manifestación espectacular en Alemania durante los años 20 con una depreciación del marco que llegó a superar el 2000 %. Enfrentado a la violenta llamarada inflacionaria de los años 70 el capitalismo ha logrado en los últimos 20 años reducir de forma significativa las cifras de inflación en los países industrializados, pero, como pusimos en evidencia en el informe del pasado Congreso, la inflación ha sido enmascarada por una fortísima reducción de costes y por una vigilancia más estrecha por parte de los bancos centrales del dinero efectivo en circulación. Sin embargo, las causas profundas de la inflación – el gigantesco endeudamiento y los gastos improductivos que requiere el mantenimiento del sistema – no han sido erradicadas sino que pesan de forma todavía mayor. Por esa razón, las nuevas presiones inflacionarias que se vienen produciendo desde principios del 2000 no son ninguna sorpresa. En realidad, la agravación de la crisis que desde 1995 ha salido a la superficie bajo la forma de sucesivas desbandadas bursátiles puede provocar un nuevo episodio grave esta vez en forma de brote inflacionario.
La OCDE en su Informe de junio 2000 alerta sobre los riesgos inflacionarios crecientes que genera la economía americana diciendo que “el reciente reforzamiento de la demanda doméstica es insostenible y las presiones inflacionarias se han hecho más presentes en los últimos tiempos mientras que el déficit por cuenta corriente ha crecido bruscamente hasta alcanzar el 4 % del PNB. El reto para las autoridades es conseguir una reducción ordenada del crecimiento de la demanda”. La inflación, tras haber caído en 1998 en EE.UU. a su nivel más bajo (1,6 %) puede alcanzar en el año 2000 (según la Reserva federal) un índice del 4,5 %. La tendencia se manifiesta igualmente en Europa donde la media de la Zona euro ha pasado de un 1,3 % en 1998 a una previsión del 2,4 % en el 2000 con picos como los de Holanda (estimación del 3,5 %), España que en septiembre alcanzó el 3,6 % e Irlanda que llegaba a un 4,5 %.
El endeudamiento astronómico, la burbuja especulativa, el creciente desnivel entre la producción y el consumo, el peso del crecimiento de los gastos improductivos, salen a la superficie poniendo en entredicho la pretendida bonanza de la economía.
Las consecuencias catastróficas del acompañamiento de la crisis
Así pues, la economía mundial, tras apenas dos años de respiro, vuelve a entrar en zona de turbulencias. El ruido ensordecedor de las campañas sobre la “salud” del capitalismo y sobre la “Nueva economía” es inversamente proporcional a la eficacia de las políticas de acompañamiento de la crisis. La escalada de triunfalismos oculta una progresiva reducción del margen de maniobra de los Estados. Los costes económicos, humanos, sociales, para el proletariado y para el futuro de la humanidad son elevadísimos. Por la vía de las guerras – por el momento localizadas – y por la vía de las políticas económicas de “acompañamiento de la crisis”, el capitalismo amenaza convertir el planeta en un vasto solar de ruinas humeantes. Tres son los estragos principales:
– el desmoronamiento de la economía en cada vez más países,
– el proceso gradual de fragilización y descomposición de la economía de los países centrales,
– el ataque a las condiciones de vida de la clase obrera.
La “organización” del comercio y las finanzas mundiales para que los países más industrializados descarguen los peores efectos de la crisis sobre los países de la periferia ha ido convirtiendo el mundo en un gigantesco erial. Nuestros camaradas mexicanos destacan que “hasta finales de los años 60 los [países] periféricos eran básicamente exportadores de materias primas, pero la tendencia actual es que los países periféricos se vuelvan crecientemente importadores, aún de los productos más básicos. Por ejemplo, México, el país del maíz, se convierte en importador de este grano. Junto con esto, son ahora los [países] centrales los exportadores de productos básicos”. El capitalismo se concentra en mantener a flote sus países centrales – que históricamente instauraron una división internacional del trabajo que dejaba en manos de los países periféricos la producción de materias primas – se lanzan a disputar a éstos esos mercados.
El reciente informe del Banco mundial sobre África traza una panorámica espeluznante: apenas alcanza el 1 % del PIB mundial y su participación en el comercio internacional no llega al 2 %. “Durante los pasados 30 años África ha perdido la mitad de su cuota de mercado en el comercio global, incluido el tradicional de las materias primas. Si hubiera mantenido simplemente la cuota que tenía en 1970 ingresaría cada año 70 000 millones de dólares más”. Los kilómetros de carreteras son inferiores a Polonia y solo el 16 % están asfaltadas. Menos del 20 % de la población tiene electricidad y menos del 50% tiene acceso al agua potable. Solo hay 10 millones de aparatos telefónicos para una población de 300 millones de habitantes. Más del 20 % de la población adulta está infectada de sida, se calcula en más del 25 % los parados en las grandes ciudades. Las guerras afectan a uno de cada 5 africanos. ¡ Estos datos incluyen Sudáfrica y los países del Magreb que si se descontaran serían aún más aterradores !
Este desarrollo de la barbarie solo puede comprenderse como expresión del avance incontenible de la crisis del capitalismo. Si en el siglo XIX el desarrollo del capitalismo en Inglaterra marcaba el porvenir al mundo entero, en el nuevo siglo la tragedia de África anuncia el porvenir que el capitalismo reserva a la humanidad si no es derribado ([10]).
Pero los estragos del “acompañamiento de la crisis” dañan cada vez más profundamente las propias infraestructuras, el fondo mismo del aparato productivo de los grandes países capitalistas cuyas estructuras de base son cada vez más frágiles y se debilitan progresivamente.
Expertos burgueses reconocen francamente que el capitalismo occidental se ha convertido en una “sociedad de riesgo”. Con este eufemismo encubren el veloz deterioro que están sufriendo los sistemas de transporte (aéreo, ferroviario, por carretera) de lo que son testimonio las catástrofes cada vez más frecuentes en el metro, en los ferrocarriles cuyo último jalón ha sido la muerte de 150 personas en un funicular austríaco. Lo mismo ocurre en las obras públicas. Las redes de canalización, los diques, los mecanismos de prevención, sufren un envejecimiento sin precedentes como consecuencia del recorte sistemático y prolongado en gastos de seguridad y mantenimiento. El resultado es que las inundaciones u otras catástrofes, tradicionalmente reservadas en Europa a los países sureños más atrasados económicamente, se multiplican en Inglaterra, Alemania, Holanda.
En el campo de la salud, vemos que en Estados Unidos la tasa de mortalidad infantil en barrios neoyorquinos de los distritos de Harlem o Brooklin supera a las de Shanghai o Moscú. La esperanza de vida ha caído a 66 años en esas zonas. En Gran Bretaña, la Asociación nacional de Visitadores médicos afirmaba en un informe aparecido el 25-11-96 que “enfermedades de los tiempos de Dickens vuelven a afectar a la Inglaterra actual. Son enfermedades propias de la pobreza como el raquitismo o la tuberculosis”.
El principal indicador del avance de la crisis es la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera. Como Marx dice en El Capital, “la razón última de todas las crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrata la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”. Sí el ataque a las condiciones de vida fue relativamente suave en la década de los 70, se ha acelerado en los últimos 20 años ([11]).
Para sostener el endeudamiento, soltar lastre y eliminar toda actividad no rentable, para librar la feroz batalla de la competencia, todos los capitales nacionales han descargado lo peor de la crisis sobre la clase obrera: desde los años 80, la vida de los trabajadores “privilegiados” de los países centrales – ¡ no hablemos de la situación espantosa de sus hermanos en el Tercer Mundo ! – está marcada con el hierro candente de los despidos masivos, la transformación del trabajo fijo en trabajo eventual, la multiplicación de subtrabajos pagados miserablemente, la prolongación de la jornada de trabajo a través de múltiples subterfugios incluido el de la “semana de 35 horas”, el recorte de subsidios y prestaciones sociales, los accidentes laborales que se incrementan vertiginosamente...
El desempleo es el principal y más seguro indicador de la crisis histórica del capitalismo. Consciente de la gravedad del problema, la clase dominante de los países industrializados ha desarrollado una política de cobertura política del paro, para enmascararlo a los ojos de los obreros y de toda la población. Esta política, que condena a una gran masa de obreros a un carrusel trágico (un empleo temporal, unos meses de paro, un subempleo, un curso de formación, otro periodo de paro... y así sucesivamente), junto con la adulteración escandalosa de las cifras estadísticas, le ha permitido proclamar a los cuatro vientos sus “permanentes éxitos” en la erradicación del desempleo.
Un estudio sobre el porcentaje de parados entre 25 y 55 años muestra unas cifras más precisas que las estadísticas generales de paro que diluyen los porcentajes al mezclar los jóvenes que están estudiando muchos de ellos (18-25 años) y los trabajadores prejubilados (56-65 años):
Media de paro
en edades comprendidas
entre 25 y 55 años (1988-95)
Francia 11,2%
Gran Bretaña 13,1%
USA 14,1%
Alemania 15,0%
En Gran Bretaña el porcentaje de familias con todos sus miembros en situación de desempleo ha seguido la siguiente evolución ([12]):
1975 6,5%
1985 16,4%
1995 19,1%
La coyuntura más inmediata de los últimos meses muestra una oleada de despidos sin precedentes en todos los sectores productivos, desde la industria hasta las empresas “punto.com” pasando por rancias compañías comerciales como Marks & Spencer.
La ONU elabora un índice llamado IPH (índice de pobreza humana). Los datos para 1998 del porcentaje de la población de los principales países industrializados que están por debajo del IPH mínimo son:
USA 16,5 %
Gran Bretaña 15,1 %
Francia 11,9 %
Italia 11,6 %
Alemania 10,4 %
Los salarios sufren una caída prolongada desde de hace más de 10 años. Limitándose a EE.UU.: “las ganancias semanales promedio – ajustadas a la inflación – del 80 % de los trabajadores estadounidenses cayeron en un 18 % entre 1973 y 1995 al pasar de 315 dólares a 285 dólares por semana” ([13]). Estos datos se confirman para los 5 años siguientes: así entre julio 1999 y junio del 2000 los costes laborales unitarios en EE.UU. cayeron un 0,8 %. El salario medio por hora era en 1973 de 11,5 $ mientras que en 1999 era de 10 $ ([14]). El grado de explotación sube en EE.UU. de forma implacable: para obtener la misma renta salarial (descontando la inflación) los obreros tienen que trabajar en 1999 un 20 % más de horas que en 1980.
La política de supervivencia que ha seguido el capitalismo ha logrado hasta ahora salvaguardar la estabilidad de los países centrales, a costa, sin embargo, de agravar más y más la situación: “contrariamente a 1929, en los últimos 30 años la burguesía no ha sido sorprendida ni se ha quedado inactiva frente a la crisis, sino que ha reaccionado permanentemente para controlar su curso. Eso es lo que da a la crisis su carácter prolongado y despiadadamente profundo. La crisis se profundiza a pesar de todos los esfuerzos de la clase dominante... En 1929 no existía una vigilancia permanente de la economía, de los mercados financieros y de los acuerdos comerciales internacionales, no existía un prestamista de última instancia ni una brigada internacional de bomberos para salvar países en dificultades. Entre 1997 y 1999, economías, de una importancia política y económica considerables para el mundo capitalista, se han hundido a pesar de la existencia de todos esos instrumentos capitalistas de Estado” (“Resolución sobre la situación internacional” del XIIIo Congreso).
Frente a esta situación es un método erróneo, producto de la desesperación y el inmediatismo, esperar obsesivamente el momento de una Gran recesión en la que la burguesía perdería el control de los acontecimientos de tal forma que la crisis se manifestara por fin de manera brutal, catastrófica, formulando su sentencia inapelable sobre el modo de producción capitalista.
No se trata de excluir la perspectiva de una recesión. En 1999-2000, el capitalismo apenas ha logrado un breve respiro, utilizando en dosis aún más arriesgadas las mismas pócimas que llevaron al batacazo de 1997-98, por lo cual, convulsiones mucho más graves se perfilan en un horizonte bastante próximo. Sin embargo, la gravedad de la crisis no se mide por el volumen de las caídas de la producción sino, desde una visión histórica y global, por la agravación de sus contradicciones, la reducción progresiva de su margen de maniobra y sobre todo por el deterioro en las condiciones de vida de la clase obrera.
Polemizando contra la posición de Trotski según la cual en la decadencia del capitalismo “las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer”, nuestro folleto La decadencia del capitalismo responde “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Si nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos”.
Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios al empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?.
“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).
La situación de los últimos 30 años responde plenamente a ese marco de análisis. Tras más de 50 años de supervivencia en medio de grandes cataclismos, el capitalismo ha tenido que concentrarse imperativamente en una gestión política de la crisis destinada a evitar un hundimiento brutal en sus centros neurálgicos que hubiera sido catastrófico tanto frente a las contradicciones acumuladas durante más de 50 años de supervivencia como, sobre todo, para enfrentar a un proletariado no derrotado.
Combatiendo el determinismo economicista reinante en el medio de la Oposición de Izquierdas, Bilan estigmatiza la deformación grosera del marxismo consistente en afirmar que “el mecanismo productivo representa no solamente la fuente de la formación de las clases sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres que la constituyen; así el problema de las luchas sociales sería singularmente simplificado; hombres y clases no serían más que marionetas accionadas por fuerzas económicas” (Bilan, nº 5: “Los principios armas de la revolución”). En realidad “si bien es perfectamente exacto que el mecanismo económico da lugar a la formación de las clases, es totalmente falso creer que el mecanismo económico las empuja directamente a tomar el camino que llevará a su desaparición” (ídem). Por esta razón “la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados a su triunfo. Las clases deben al mecanismo económico su nacimiento y su desaparición, pero para triunfar... deben ser capaces de darse una configuración política y orgánica sin la cual, aunque hayan sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, corren el riesgo de permanecer por largo tiempo prisioneras de la clase antigua que, a su vez – para resistir – aprisionará el curso de la evolución económica” (ídem)
No se puede formular con mayor lucidez la sustancia última de los problemas que plantea el curso actual de la crisis histórica del capitalismo. Nuestra tarea no es esperar la depresión apocalíptica sino realizar un análisis metódico de la agravación constante de la crisis, mostrando el fracaso acumulativo de todas las medidas de acompañamiento que el capitalismo presenta como “modelos de superación de la crisis y de evolución hacia amaneceres radiantes”. Todo ello con vistas a lo esencial: el desarrollo de la lucha y sobre todo de la conciencia del proletariado, el sepulturero de la sociedad capitalista y el artesano de la acción de la humanidad para construir una nueva sociedad.
Por ello la “Resolución” del pasado Congreso dejó claro que no existe en la evolución del capitalismo “un punto de no retorno económico más allá del cual el sistema estaría condenado a desaparecer irrevocablemente, ni un límite teórico definido al incremento de las deudas, la droga principal del capitalismo en agonía, que el sistema pueda administrarse sin hacer imposible su existencia. De hecho, el capitalismo ha superado ya sus límites económicos con la entrada en su fase de decadencia... Los límites a la existencia del capitalismo no son económicos sino políticos. El desenlace de la crisis histórica del capitalismo depende de la relación de fuerzas entre las clases:
– o el proletariado desarrolla su lucha hasta el establecimiento de su dictadura revolucionaria mundial;
– o el capitalismo, mediante su tendencia orgánica hacia la guerra, hunde a la humanidad en la barbarie y la destrucción definitiva” n
[1] Ver en la Revista internacional nº 101: “¿Adonde lleva el capitalismo al mundo?” y “El siglo más sanguinario de la historia
[2] En ese marco de cooperación frente a los pequeños gángsteres, los grandes gángsteres han librado una batalla encarnizada por aumentar cada cual su parte en el pastel de la economía mundial a costa de sus rivales
[3] “La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio donde los materiales necesarios para la construcción de los pisos superiores son arrancados de los pisos inferiores y de sus propios cimientos. Cuanto más frenética es la construcción en las alturas más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es en apariencia la cumbre más vacilante y frágil se vuelve el edificio en sus cimientos” (Internationalisme nº 2 Informe sobre la situación internacional)
[4] La cifra redonda de 10 años es falsa, en realidad son 33 trimestres seguidos de crecimiento (es decir, 8 años y un trimestre). Los comentarios laudatorios sobre la “excepcionalidad” de ese ciclo de crecimiento olvidan intencionadamente que en los años 60 se dio un ciclo más largo de 35 trimestres
[5] Datos tomados de un artículo de Battaglia comunista sobre la Nueva Economía: Prometeo nº 1, 2000
[6] Fuente: ONU, Comisión económica para Europa
[7] En este crecimiento enfermizo juegan también su papel los gastos en armamento por parte de USA que tras haber alcanzado su cumbre en 1985 – época del famoso proyecto de Guerra de las Galaxias de Reagan – con 352.000 millones de $ y haber bajado desde 1990 hasta el nivel anual de 255 000 millones de $ en 1997, en el 2000 han subido a la suma de 274 000 millones de $ (datos proporcionados por Révolution internationale, nº 305).
[8] Del mismo modo, Prometeo de junio del 2000 contiene un artículo contra el mito de la “nueva economía” que aporta algunos argumentos sólidos contra esta mistificación
[9] Índice 100 para la Red de oficinas con ordenadores sin conexión permanente
[10] Frente a esta explicación se alza la que estimula la propia clase dominante a través de los movimientos de Praga o Seattle: echarle la culpa a una política del capitalismo (el liberalismo y la globalización) para reivindicar una “distribución más justa”, la “condonación de la deuda” y acreditar desde la “protesta radical” la buena salud y la posibilidad de progreso del capitalismo que sería “reformable” si “renunciara” a tales “políticas erróneas” propiciadas por la OMC, el FMI y demás “villanos
[11] Ver en la Revista internacional números 96 a 98 la serie “30 años de crisis abierta del capitalismo”.
[12] Fuente: London School of Economics, estudio publicado en enero 1997
A PRIMEROS de mayo del 2001 se celebró el XIVo congreso de la
Corriente comunista internacional. Al igual que para cualquier otra organización
del movimiento obrero, el congreso es la instancia suprema de la Corriente
comunista internacional. Es la ocasión privilegiada para hacer
balance del trabajo cumplido desde el congreso anterior y darse las perspectivas
para el período venidero.
Tal balance y tales perspectivas no se establecen en "circuito cerrado".
Dependen de las condiciones con las que la organización hace frente
a sus responsabilidades y en primer lugar, claro está, al contexto
histórico. Le incumbe pues al congreso hacer un análisis
del mundo actual, de lo que se está jugando en los acontecimientos
de la vida de la sociedad tanto en lo económico (de la que los
marxistas saben que determina en última instancia todos los demás
aspectos), en la vida política de la clase dominante y los conflictos
que enfrentan a sus diversos sectores, y, en fin, en la vida de la única
clase, el proletariado, capaz de derrocar el orden existente.
Al examinar la situación de éste, los comunistas han de
analizar el estado y las perspectivas de las luchas de clase actualmente,
el nivel de conciencia en las masas obreras de los retos que esas luchas
plantean, pero también han de analizar el estado y la actividad
de las fuerzas comunistas existentes pues también ellas forman
parte del proletariado.
Para terminar, y en ese mismo contexto, el congreso ha de examinar la
actividad de nuestra propia organización y plantear las perspectivas
que le permitan asumir sus responsabilidades en la clase.
Esos son los diferentes puntos que va a abordar este artículo de
presentación de nuestro XIVo congreso internacional.
También publicamos en esta Revista internacional la Resolución
sobre la situación internacional adoptada por el congreso, síntesis
de varios informes presentados ante él, así como de la discusión
habida sobre esos informes. En este sentido no vale la pena volver a los
diferentes aspectos de las discusiones sobre la situación internacional.
Nos limitaremos en recordar el principio de esta resolución, que
da el marco para entender lo que se está jugando actualmente en
el mundo:
"La alternativa ante la que se encuentra en estos principios del
siglo XXI la humanidad es la misma que la de principios del XX: la caída
en la barbarie o la regeneración de la sociedad mediante la revolución
comunista. Los marxistas revolucionarios, quienes, durante el período
tumultuoso de 1914-1923, insistieron en ese dilema inevitable, no hubieran
podido imaginarse nunca que sus herederos políticos estén
todavía obligados a insistir en él al iniciarse este nuevo
milenio.
"De hecho, incluso la generación de los revolucionarios "post68",
surgida de la reanudación de las luchas proletarias tras un largo
período de contrarrevolución iniciado en los años
20, no podía de verdad imaginarse que el capitalismo en declive
fuese tan hábil como para sobrevivir a sus propias contradicciones,
como así lo ha demostrado desde los años 60.
"Para la burguesía todo es una prueba suplementaria de que
el capitalismo sería la última y ahora ya única forma
de sociedad humana y el proyecto comunista no habría sido más
que un sueño utópico. La caída del bloque "comunista"
en 1989-91 aportó una aparente verificación histórica
a esa idea, que es la piedra clave de toda ideología burguesa"
(Punto 1).
"Las generaciones futuras mirarán con el mayor de los desprecios
las justificaciones propuestas por la burguesía durante esta década
y verán sin duda este período como el de la ceguera, la
estupidez, el horror y el sufrimiento sin precedentes (…).
"Hoy, lo que ante la humanidad se presenta no es ya únicamente
la perspectiva de la barbarie: la caída ya ha empezado, con el
peligro de destruir todo intento de futura regeneración social.
La revolución comunista, lógico punto culminante de la lucha
de la clase obrera contra la explotación capitalista, no es una
utopía, contrariamente a las campañas de la clase dominante.
Esta revolución sigue siendo una necesidad impuesta por la agonía
mortal del modo de producción actual, y es, al mismo tiempo, una
posibilidad concreta, pues la clase obrera ni ha desaparecido ni ha sido
vencida de manera decisiva" (Punto 2).
De hecho, gran parte de cada uno de los documentos presentados, discutidos
y adoptados por el congreso (1) se dedicó a rebatir las mentiras
que la burguesía difunde hoy tanto para tranquilizarse como para
justificar la supervivencia de su sistema ante las masas explotadas. Y
eso es así porque los análisis y las discusiones de los
revolucionarios sobre la situación en la que viven no tiene más
objetivo que el de afilar las armas del combate de la clase obrera contra
el capitalismo. El movimiento obrero sabe muy bien desde hace mucho tiempo
que su mayor fuerza está, además de en su organización,
en su conciencia, una conciencia que se basa necesariamente en un profundo
conocimiento del mundo que hay que transformar y del enemigo que habrá
que destruir. Por eso el carácter combatiente de los documentos
presentados al congreso y de sus discusiones no significa en absoluto
que nuestra organización haya caído en la trampa de limitarse
a afirmar unas cuantas consignas de denuncia de las mentiras burguesas.
Al contrario, la profundidad con la que los revolucionarios abordan estas
cuestiones forma parte de su combate. Ha sido una constante en el movimiento
obrero desde hace más de siglo y medio, y hoy cobra una importancia
todavía más fundamental. En una sociedad entrada en decadencia
con la Primera Guerra mundial y que hoy en día está pudriéndose
de raíz, la clase dominante es incapaz de proponer el más
mínimo pensamiento social coherente o simplemente racional, y menos
todavía dotado de un mínimo de profundidad. Lo más
que puede hacer es producir cantidad de baratijas ideológicas a
cuál más superficial, presentándolas como "verdades
profundas" (la "victoria definitiva del capitalismo sobre el
comunismo", la "democracia" como "supremo valor",
la"mundialización", etc.), y que ni siquiera poseen la
cualidad de ser originales, pues su "novedad" consiste en poner
un nuevo envoltorio a ramplonerías de lo más gastado. Pero
por pobre que sea el "pensamiento" burgués actual, todavía
logra, gracias a la matraca mediática, desconcertar a los obreros,
colonizar su pensamiento. En este sentido, el esfuerzo de los comunistas
por ir a la raíz de las cosas no solo es un medio para entender
mejor el mundo actual, sino que también es un antídoto indispensable
contra la tendencia a la destrucción del pensamiento. Esta destrucción
es una de las manifestaciones de la descomposición en la que se
está hundiendo hoy la sociedad. Esto es lo que explica que una
de las características más importantes de los informes preparados
para el congreso, decidida por la organización, era que no se limitasen
a analizar los tres aspectos esenciales de la situación mundial
- crisis económica, conflictos imperialistas, relación de
fuerzas entre proletariado y burguesía y por lo tanto, la perspectiva
de la lucha proletaria -, sino que analizasen cómo el movimiento
obrero planteó estas cuestiones en el pasado.
Tal enfoque es tanto más importante, porque estamos empezando un
nuevo siglo y toda una serie de características de la situación
mundial cambiaron totalmente durante la última década del
siglo pasado. A finales de 1989, el bloque del Este se desmoronó
cual un castillo de naipes, provocando no solo un cambio total en los
alineamientos imperialistas surgidos en Yalta en 1945, sino también
un profundo retroceso de la clase obrera enfrentada a las descomunales
campañas sobre "la quiebra del comunismo". Esos trastornos
exigían evidentemente una actualización de sus análisis
por parte de los revolucionarios, de la que se encargó nuestra
organización a medida que se iban produciendo los acontecimientos.
Hemos considerado sin embargo necesario volver a comentar las implicaciones
de esos extraordinarios acontecimientos que se desarrollaron a finales
del 89, insistiendo particularmente en:
- cómo se manifiestan los antagonismos imperialistas en una situación
en la que ya no existe un reparto del mundo entre dos bloques, tal como
se había conocido desde el final la Segunda Guerra mundial;
- qué es el curso histórico en una época en la que
no está al orden del día una nueva guerra mundial, debido
a la desaparición de los bloques.
Es tanto más indispensable la mayor claridad sobre estas cuestiones
porque engendran mucha confusión en las organizaciones de la Izquierda
comunista. A ese tipo de confusiones, que no son sino concesiones a los
temas ideológicos de la burguesía, responden también
los informes y resoluciones adoptados por el congreso. En particular,
esos documentos:
- rebaten la idea de que pueda haber una "racionalidad" económica
como causa fundamental de las guerras que se desencadenan actualmente
(punto 9 de la Resolución);
- ponen en evidencia que "el curso histórico hacia enfrentamientos
de clase masivos, que se abrió con la oleada internacional de luchas
de los años 1968-72 no se ha invertido: La clase obrera demostró
que fue una barrera contra la guerra mundial. Y aunque existe el peligro
de que el proceso de descomposición más insidioso podría
anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota
frontal, la clase sigue siendo un obstáculo histórico contra
el deslizamiento del capitalismo hacia la barbarie guerrera. Es más:
la clase obrera posee todavía la capacidad de resistir a los efectos
de la descomposición social mediante el desarrollo de sus luchas
y el fortalecimiento de su identidad y, por consiguiente, de la solidaridad
que puede ofrecer una verdadera alternativa a la atomización, a
la violencia autodestructiva y a la desesperanza, características
de este sistema putrefacto" (punto 13).
De hecho, la preocupación de examinar detalladamente, y eventualmente
de criticar, los análisis de la situación histórica
actual hechos por el medio político proletario forma parte del
esfuerzo permanente de nuestra organización para definir y precisar
las responsabilidades de los grupos revolucionarios, responsabilidades
que van, claro está, mucho más allá que el mero análisis
de la situación.
Los informes, resoluciones y discusiones del congreso han puesto en evidencia
que hoy existe, tras una década de grandes dificultades para el
desarrollo de la conciencia en la clase obrera, cierta maduración
subterránea de ésta.
"Seguimos viviendo en un contexto en el que sigue vigente el curso
histórico a los enfrentamientos de clase. En este contexto se produce
una maduración subterránea de la conciencia de clase que
expresa un proceso de reflexión que -aún siendo minoritario-
afecta a más sectores de la clase y es más profundo que
en la época que siguió a 1989. Las expresiones visibles
de tal maduración son:
- el crecimiento numérico de las principales organizaciones del
medio proletario y de su entorno de simpatizantes y de contactos;
- la influencia creciente de la Izquierda comunista en esos espacios intermedios
entre burguesía y proletariado ("el pantano"), incluso
en sectores del medio anarquista.
- el aumento de las posibilidades de fundación y desarrollo de
círculos de discusión proletarios;
- ciertas experiencias de agrupamientos minoritarios de obreros combativos
en quienes los problemas de resistencia a los ataques del capital, pero
también las lecciones de las luchas de antes de 1989 empiezan a
plantearse;
- ciertas luchas obreras - hoy por hoy más bien la excepción
y no la regla- en las que la autonomía en la actividad de la clase,
la desconfianza hacia los sindicatos empiezan a expresarse" (Resolución
sobre Actividades de la CCI).
Esta situación otorga nuevas responsabilidades a los grupos que
se reivindican de la Izquierda comunista. El congreso dedicó, pues,
una parte importante de su tiempo a examinar la evolución de esos
grupos. Puso de relieve una dificultad de esos grupos para asumir esas
responsabilidades. Por un lado, con la interrupción de la publicación
de Daad en Gedachte en Holanda, ya no existe manifestación organizada
de la rama germano-holandesa de la Izquierda comunista (la corriente "consejista").
Por otro lado están las corrientes que se reivindican de la Izquierda
italiana, por un lado los diferentes grupos de tradición "bordiguista"
(que se autodenominan todos ellos Partido comunista internacional), y,
por otro lado, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario.
Estos grupos siguen estando muy encerrados cuando no se repliegan más
todavía en el sectarismo, como ya quedó patente hace dos
años cuando rechazaron la eventualidad de una toma de posición
común sobre la guerra en Kosovo (véase Revista internacional
nº 98).
No obstante, con la aparición actual de nuevos elementos que se
orientan hacia la Izquierda comunista, es importante que ésta recobre
plenamente su tradición, que asociaba estrechamente el mayor rigor
en lo que a posiciones políticas se refiere con una actitud de
apertura de cada uno de sus grupos a la discusión con los demás.
Esa es la condición para que esas organizaciones sean realmente
parte activa del proceso que se está anunciando de un nuevo desarrollo
de la conciencia en la clase obrera.
Por eso es por lo que nuestra resolución sobre la situación
internacional incluye las responsabilidades específicas de nuestra
propia organización dentro de las del conjunto de la corriente
revolucionaria actual: "Las responsabilidades que ante sí
tiene la clase obrera son inmensas: nada menos que el destino de la humanidad
entre sus manos. Y esto, por consiguiente, confiere enormes responsabilidades
a la minoría revolucionaria, cuya tarea esencial en los años
que vienen será:
- intervenir cotidianamente en los combates de clase, insistiendo en la
solidaridad necesaria, en la implicación de la mayor cantidad posible
de trabajadores en cada movimiento de resistencia a los ataques del capitalismo;
- explicar con todos los medios a su alcance (prensa, folletos, reuniones,
etc.), de manera a la vez profunda y comprensible, por qué capitalismo
significa quiebra, por qué todas sus "soluciones" (especialmente
las que sirven de "gancho" a la izquierda e izquierdistas) son
engañifas, y explicar lo que de verdad es la alternativa proletaria;
- ayudar a las minorías combativas (grupos de lucha sobre los lugares
de trabajo, círculos de discusión, etc.) en sus esfuerzos
por sacar lecciones de las experiencias recientes, para prepararse a las
luchas venideras, y al mismo tiempo reanudar los lazos con las tradiciones
históricas del proletariado;
- intervenir en el medio político proletario, que ha entrado en
un período de crecimiento significativo, insistiendo para que el
medio actúe como una verdadera referencia en un debate serio y
esclarecedor para todos que aquellos que se acercan a él.
"El curso histórico hacia enfrentamientos de clase nos proporciona
el contexto para formar el partido comunista mundial. El medio político
proletario es la matriz del futuro partido, pero no existe garantía
alguna de que algún día lo haga nacer. Sin una rigurosa
preparación responsable por parte de los revolucionarios de hoy,
el partido nacerá muerto, y los tumultuosos conflictos de clase
hacia los que vamos no serían capaces de transformar lo esencial:
la revuelta en revolución" (punto 15).
El congreso consideró que, por su parte, nuestra organización
podía sacar un balance positivo del cumplimiento de esas responsabilidades
en el período pasado. Sin embargo, concluyó que la CCI,
consciente de que está sometida como el conjunto de la clase obrera
a la presión letal de la descomposición creciente de la
sociedad, tiene que mantenerse muy vigilante frente a las manifestaciones
de esta presión, tanto en el plano de sus esfuerzos en la elaboración
de sus análisis y posiciones políticas como en el de su
vida organizativa. Hoy más que nunca, el combate para la construcción
de la organización comunista, herramienta indispensable de la lucha
revolucionaria del proletariado, sigue siendo un combate permanente y
cotidiano.
(1) Extractos del informe sobre la crisis económica presentado al congreso se publican en esta Revista internacional. Extractos de otros informes se publicarán en próximos números.
La Izquierda comunista es en gran medida el producto de las fracciones del proletariado que representaron la mayor amenaza para el capitalismo durante la oleada revolucionaria internacional que siguió a la guerra de 1914-1918, o sea, del proletariado de Rusia, Alemania e Italia. Estas secciones “nacionales” hicieron la contribución más significativa para el enriquecimiento del marxismo en el contexto del nuevo periodo histórico de decadencia capitalista inaugurado por la guerra. Pero los que tan alto se alzaron fueron también quienes más bajo cayeron. Ya hemos visto en precedentes artículos de esta serie cómo las corrientes de izquierda del Partido bolchevique, tras su primera tentativa heroica para resistir los asaltos de la contrarrevolución estalinista, fueron casi completamente barridas por esta, dejando a los grupos de izquierda situados fuera de Rusia la labor de proseguir el análisis del fracaso de la Revolución rusa y de definir la naturaleza del régimen que había usurpado su nombre. En esta tarea, las fracciones alemana e italiana de la Izquierda comunista desempeñaron un papel absolutamente primordial, si bien es cierto que no fueron las únicas (el artículo precedente de esta serie, por ejemplo, describió la emergencia de una corriente comunista de izquierda en Francia en los años 1920-1930 y su contribución a la comprensión de la cuestión rusa).
Pero aunque el proletariado sufrió importantes derrotas al mismo tiempo en Italia y en Alemania, fue sin duda el proletariado alemán – el cual tenía efectivamente en sus manos el destino de la revolución mundial en 1918/1919 – el que fue masacrado con mayor brutalidad y sangre vertida por los esfuerzos combinados de la socialdemocracia, el estalinismo y el nazismo. Este hecho trágico, al tiempo que una debilidad teórica y organizativa que se remonta a los inicios de la oleada revolucionaria e incluso antes, contribuyó a un proceso de disolución no menos devastador que el que vivió el movimiento comunista en Rusia.
Sin entrar en una discusión para saber por qué fue la Izquierda italiana la que mejor sobrevivió al naufragio causado por la contrarrevolución, queremos refutar una leyenda cultivada por aquellos que no solo pretenden ser los herederos exclusivos de la Izquierda italiana sino que además reducen la Izquierda comunista, que de hecho fue una expresión internacional de la clase obrera, únicamente a su rama italiana. Los grupos bordiguistas que expresan más claramente esta actitud, reconocen sin duda la importancia de la componente rusa del movimiento marxista durante la oleada revolucionaria y los acontecimientos que siguieron, pero amputan a un buen numero de corrientes de izquierda de entre las más significativas que vivieron en el seno del Partido bolchevique (Ossinski, Miasnikov, Sapranov, etc.) y tienden a referirse solo de forma positiva cuando hablan de los líderes “oficiales” tales como Lenin o Trotski. Por lo que se refiere a la Izquierda alemana, el bordiguismo repite las deformaciones acumuladas contra ella por la Internacional comunista: que era anarquista, sindicalista, sectaria, etc., y precisamente en una época en la que la Internacional comunista empezó a abrir sus puertas al oportunismo. Para estos grupos, es lógico concluir que no hay lugar para debatir con las corrientes que provienen de esa tradición o que intentan realizar una síntesis de las contribuciones de las diferentes izquierdas.
Esta no fue en modo alguno la actitud adoptada por Bordiga, ya sea en los primeros años de la oleada revolucionaria, cuando el periódico Il Soviet abría sus páginas a todos aquellos que formaban parte de la Izquierda alemana o se encontraban en su órbita tales como Gorter, Pannekoek y Pankhurst; o bien en el periodo de retroceso, como en 1926, cuando Bordiga respondía muy fraternalmente a la correspondencia recibida del grupo de Korsch.
La Fracción italiana mantuvo esta actitud durante los años 1930. Bilan fue muy crítico respecto a las fáciles denigraciones que planteó la IC sobre la Izquierda germano-holandesa y abrió voluntariamente sus columnas a las contribuciones de esta corriente, como hizo por ejemplo para temas como el periodo de transición. Si bien es cierto que mantuvo profundos desacuerdos con los “internacionalistas holandeses” los respetó como una auténtica expresión del proletariado revolucionario.
Con la distancia que da el tiempo, podemos decir que sobre numerosas cuestiones cruciales, la Izquierda germano-holandesa llegó más rápidamente que la Izquierda italiana a conclusiones correctas: por ejemplo, sobre la naturaleza burguesa de los sindicatos; sobre la relación entre el partido y los consejos obreros; y sobre la cuestión tratada en este artículo: la naturaleza de la URSS y la tendencia general hacia el capitalismo de Estado.
En nuestro libro sobre la Izquierda holandesa, por ejemplo, señalamos que Otto Rühle, una de las principales figuras de la Izquierda alemana, había llegado a conclusiones muy avanzadas sobre el capitalismo de Estado desde 1931. «Uno de los primeros teóricos del comunismo de consejos que examinó en profundidad el fenómeno del capitalismo de estado fue Otto Rühle. En un encomiable libro de vanguardia, publicado en Berlín en 1931 bajo el seudónimo de Karl Steuermann, Rühle demostró que la tendencia hacia el capitalismo de Estado era irreversible y que ningún país podía evitarla, a causa de la naturaleza mundial de la crisis. El camino seguido por el capitalismo no era un cambio de naturaleza, sino de forma, con el objetivo de asegurar su supervivencia en tanto que sistema: “la formula para la salud del mundo capitalista es: cambio de forma, transformación de dirigentes, lavado de cara, sin renunciar a su objetivo principal que es la ganancia. La cuestión es buscar un medio que permita al capitalismo continuar a otro nivel, en otra etapa de evolución.”
«Rühle plateó, grosso modo, tres formas de capitalismo de Estado correspondientes a diferentes niveles de desarrollo. A causa de su retraso económico, Rusia representaría la forma extrema de capitalismo de Estado: “la economía planificada se introdujo en Rusia antes que la economía capitalista liberal hubiera llegado a su cenit, antes que su proceso vital la condujera a la senilidad.” En el caso de Rusia, el sector privado fue totalmente controlado y absorbido por el Estado. En una economía capitalista más desarrollada como Alemania, ocurre lo contrario, el capitalismo privado tomó el control del Estado. Pero el resultado final fue idéntico: el reforzamiento del capitalismo de Estado. “Hay una tercera vía para llegar al capitalismo de Estado. No por la expropiación del capital por el Estado, sino por lo contrario: el capital privado se adueña del Estado.”
«El segundo método que podría ser considerado como una “mezcla” de los dos, corresponde a la apropiación gradual por el Estado de sectores del capital privado: “[el Estado] conquista una influencia creciente sobre el conjunto de la industria: poco a poco se convierte en el director de orquesta de toda la economía”.
«De todas formas, el capitalismo de Estado no puede ser en ningún caso una “solución” para el capitalismo. No representa más que un paliativo ante la crisis del sistema: “el capitalismo de Estado es siempre capitalismo (...) incluso bajo la forma de capitalismo de Estado, el capitalismo no puede esperar prolongar por largo tiempo su existencia. Las mismas dificultades y los mismo conflictos que le obligan a ir de la forma privada hacia la forma estatalizada reaparecen a un nivel superior.” Ninguna “internacionalización” del capitalismo podrá resolver los problemas del mercado: “la supresión de la crisis no es un problema de racionalización, de organización o de producción de crédito, es pura y simplemente el problema de vender.”»
A pesar de que, como precisa nuestro libro, la posición de Rühle contenía una contradicción en la medida en que él veía también al capitalismo de Estado como una especie de forma “superior” del capitalismo que prepararía la vía hacía el socialismo, su libro sigue siendo “una contribución de primer orden al marxismo”. En particular, cuando presenta al capitalismo de Estado como una tendencia universal del nuevo período, establece las bases para destruir la ilusión según la cual el régimen estalinista en Rusia representaría una excepción total respecto del resto del sistema mundial.
Rühle encarnaba al mismo tiempo las debilidades de la Izquierda alemana tanto como las indudables fuerzas que contenía. Primer delegado del KAPD al IIº Congreso de la Internacional comunista en 1920, Rühle vivió en primera línea la terrible burocratización que ya se había apoderado del Estado soviético. Pero, sin tomarse el tiempo de intentar comprender los orígenes de este proceso en el trágico aislamiento de la revolución, Rühle abandonó Rusia sin siquiera intentar defender las posiciones de su partido ante el Congreso, y rechazó inmediatamente cualquier posición de solidaridad con el asediado bastión ruso. Excluido del KAPD por esta transgresión, comenzó a desarrollar las bases del “consejismo”: la revolución rusa no era más que otra revolución burguesa, la forma de partido no servía más que a tales revoluciones; todos los partidos políticos eran burgueses por esencia, y por ello, era necesario fusionar los órganos económicos y políticos de la clase en una misma organización “unificada”. Muchos militantes en el seno de la Izquierda alemana no aceptaron estas ideas a lo largo de los años 20, e incluso durante los años 30, no fueron aceptadas universalmente entre todos los componentes del comunismo de consejos, como puede verse en el texto extraído de Räte Korrespondenz que hemos publicado en la Revista internacional nº 105. Pero, sin duda, tales posiciones causaron importantes estragos en la Izquierda germano-holandesa y aceleraron enormemente su hundimiento organizativo. Al mismo tiempo, al negar el carácter proletario de la Revolución rusa y del Partido bolchevique, tales posiciones bloquearon la posibilidad de comprender el proceso de degeneración al que ambos sucumbieron. Estas posiciones reflejan también, el peso real del anarquismo en el movimiento obrero alemán, y por ello permitieron que fuera mucho más fácil amalgamar toda la tradición de la Izquierda alemana con el anarquismo.
En el artículo precedente de esta serie, vimos que, en el seno del medio político que rodeaba la Oposición de izquierdas de Trotski, e incluso entre los grupos que se orientaban hacia las posiciones de la Izquierda comunista, existía una enorme confusión sobre la cuestión de la URSS a finales de los años 1920 y en el curso de los años 1930; en particular respecto a la idea de que la burocracia era una especie de nueva clase, no prevista por el marxismo, y ciertamente no era ésta la menor. Teniendo en cuenta la enorme debilidad teórica de la Izquierda germano-holandesa, no es sorprendente que la Izquierda italiana abordara este problema con enorme prudencia. Respecto a otros muchos grupos proletarios, esta reconoció muy lentamente la verdadera naturaleza de la Rusia estalinista. Pero, en la medida en que estaba firmemente anclada en el método marxista, sus últimas conclusiones fueron más coherentes y más profundas.
La Fracción abordó el “enigma ruso” del mismo modo que había abordado otros aspectos del “balance” que debía realizarse de los combates revolucionarios del período que siguió a la Primera Guerra mundial, y en consecuencia de todas las trágicas derrotas que sufrió la clase obrera; con paciencia y con rigor, evitando todo juicio precipitado, basándose en las lecciones históricas que los combates de clase habían establecido antes de poner en cuestión posiciones difícilmente alcanzadas. Respecto a la naturaleza de la URSS, la Fracción se situó en continuidad directa con la respuesta de Bordiga a Korsch, texto que examinamos en el anterior artículo de la serie: para ella lo que estaba claramente establecido, era el carácter proletario de la revolución de Octubre y del Partido bolchevique que la dirigió. De hecho, podemos decir que la comprensión profunda que tenía la Fracción sobre el período histórico abierto por la Primera Guerra mundial – la época de la decadencia del capitalismo – le permitió ver, más claramente que a Bordiga, que sólo la revolución proletaria estaba al orden del día de la historia, en todos los países. Por tanto, no perdió ni un minuto en especulaciones sobre el carácter “burgués” o “doble” de la Revolución rusa. Una idea que, como vimos, tuvo un impacto creciente en la Izquierda germano-holandesa. Para Bilan, rechazar el carácter proletario de la revolución de Octubre no podía ser más que el resultado de una especie de “nihilismo proletario”, de una verdadera perdida de confianza en la capacidad de la clase obrera para cumplir su propia revolución (la formula está extraída de un artículo de Vercesi: “El Estado soviético” de la serie “Partido, Internacional, Estado” en Bilan nº 21).
Nada de esto puede hacernos presuponer que la Fracción estuviera “casada” con la noción de “invariación del marxismo” tras 1848, noción que se ha convertido en un credo para los bordiguistas de hoy en día. Al contrario: desde los inicios – de hecho en el editorial del nº 1 de Bilan – se puso a examinar las lecciones de los recientes combates de clase “sin dogmatismo ni ostracismo”; y esto la llevó a exigir una revisión fundamental de algunas de las tesis de base de la Internacional comunista, por ejemplo, sobre la cuestión nacional. Por lo que respecta a la URSS, insistiendo siempre en la naturaleza proletaria de Octubre de 1917, reconoció también que en los años transcurridos se había producido una profunda transformación, de forma que, en lugar de ser un factor de extensión y defensa de la revolución mundial, el “Estado proletario” había jugado un papel contrarrevolucionario a escala mundial.
Un punto de partida, siempre crucial para la Fracción, era que las necesidades del proletariado a escala internacional eran en todo caso prioritarias sobre cualquier expresión local o nacional y que, bajo ninguna circunstancia se podía transigir con el principio del internacionalismo proletario. Es por ello por lo que el Partido comunista italiano defendió siempre la idea de que debía considerarse a la Internacional como único partido mundial y que sus decisiones debían obligar a todas las secciones, incluso si ellas, como en el caso de Rusia, detentaban el poder en ese país; por esta razón la Izquierda italiana se puso inmediatamente al lado de Trostki en su combate contra la teoría de Stalin del socialismo en un solo país.
De hecho para la Fracción, “... no sólo es imposible construir el socialismo en un solo país, sino también establecer sus bases. En el país donde el proletariado ha vencido, no se trata de realizar una condición del socialismo (a través de la libre gestión económica por parte del proletariado) sino únicamente salvaguardar la revolución, lo que exige el mantenimiento de todas las instituciones de clase del proletariado…” (“Naturaleza y evolución de la revolución rusa- respuesta al camarada Henaut”, Bilan nº 35, septiembre 1936). Aquí la Fracción fue mucho más lejos que Trotski, que, con su teoría de la “acumulación socialista primitiva” consideró que Rusia había comenzado a plantear los fundamentos de una sociedad socialista, incluso si rechazaba lo que pretendía Stalin de que tal sociedad ya era una realidad. Para la Izquierda italiana, el proletariado no podía establecer más que su dominación política en un país, e incluso, esto estaría inevitablemente dificultado por el aislamiento de la revolución.
Aún con todo, a pesar de su claridad en lo fundamental, la posición de la mayoría en el seno de la Fracción, era, en apariencia al menos, similar a la de Trotski: la URSS seguía siendo un Estado proletario, incluso si había sufrido una enorme degeneración, basándose en que la burguesía había sido expropiada y que la propiedad estaba en manos del Estado que había surgido de la Revolución de Octubre. La burocracia estalinista se definía como una capa parásita, pero no era considerada como una clase – ya se tratase de una clase capitalista o de una nueva clase no prevista por el marxismo: “... la burocracia rusa no es una clase, aún menos una clase dominante, teniendo en cuenta que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad de los medios de la producción y que en Rusia, y la colectivización subsiste en sus fundamentos. Es muy cierto que la burocracia rusa consume una amplia porción del trabajo social: pero también lo es para cualquier tipo de parasitismo social y no hay que confundirlo con explotación de clase” (“El problema del Periodo de transición”, 4ª parte, Bilan no 37, noviembre-diciembre 1936).
Durante los primeros años de vida de la Fracción no se resolvió la cuestión de saber si había que defender o no ese régimen, así en el primer número de Bilan, en 1933, se muestra tal ambigüedad al alertar al proletariado de una posible traición: “Las Fracciones de izquierda tienen el deber de alertar al proletariado del papel que leva ya desempeñando la URSS en el movimiento obrero, haciéndole ver ya desde hoy la evolución que va a tener el Estado proletario bajo la dirección del centrismo. Desde ahora la ausencia de solidaridad debe ser patente con la política que el centrismo impone al Estado obrero. Debe cundir la alerta en la clase obrera contra la posición que el centrismo impondrá al Estado ruso, una posición que no va en favor de sus intereses de clase sino contra ellos. Desde hoy hay que decir que el centrismo mañana traicionará los intereses del proletariado.
“La naturaleza de tal actitud vigorosa está destinada a llamar la atención de los proletarios, a alejar a los miembros del partido de las garras del centrismo, a defender realmente al Estado obrero. Solo ella moviliza las energías para la lucha que protegerá al proletariado de Octubre 1917” (“Hacia la internacional dos y tres cuartos”, Bilan nº 1, noviembre 1933).
La Fracción, al mismo tiempo, fue siempre muy consciente de la necesidad de seguir la evolución de la situación mundial y de tener un criterio cada vez más claro para juzgar la cuestión de la defensa de la URSS: ¿desempeñaba ésta o no un papel enteramente contrarrevolucionario a nivel internacional?, ¿Una política de defensa hacia ella mermaba la posibilidad de mantener un papel estrictamente internacionalista en todos los países? Si tal era el caso, eso tenía más importancia que saber si subsistían algunas “adquisiciones” concretas de la Revolución de Octubre dentro de Rusia. Y aquí, su punto de partida era radicalmente diferente al de Trotski, para quien el carácter “proletario” del régimen era en sí una justificación suficiente para una política de defensa cualquiera que fuera el papel de la URSS en el escenario mundial.
La actitud seguida por Bilan ante este problema estaba íntimamente ligada a su idea del curso histórico: a partir de 1933, la Fracción declaró con una creciente certitud que el proletariado había sufrido una derrota profunda, y que el curso se había abierto para una Segunda Guerra mundial. El triunfo del nazismo en Alemania fue una prueba de ello, el alistamiento del proletariado en los países “democráticos” tras la bandera del antifascismo fue otra, pero la última confirmación fue precisamente la “victoria del centrismo” (término con el que Bilan designaba todavía al estalinismo) dentro de la URSS y de los partidos comunistas al mismo tiempo, la incorporación creciente de la URSS en la marcha hacia un nuevo reparto imperialista del globo. Esto era evidente para Bilan en 1933, cuando la URSS fue reconocida por los Estado Unidos (un acontecimiento descrito como “Una victoria para la contrarrevolución mundial” en el titulo de un artículo de Bilan nº 2, diciembre de 1933); algunos meses más tarde se concedió a la URSS el derecho a ingresar en la SDN (Sociedad de Naciones, antepasado de la ONU): “El ingreso de Rusia en la S.D.N. plantea inmediatamente el problema de la participación de Rusia en uno de los bloques imperialistas de cara a la próxima guerra” (“La Rusia soviética entra en el concierto de los bandidos imperialistas”, Bilan nº 8, junio 1934). El brutal papel jugado contra la clase obrera por el estalinismo se confirmó a continuación por el papel que éste desempeñó en la masacre de los obreros en España, y por los juicios de Moscú, a través de los cuales una generación entera de revolucionarios fue barrida.
Esta evolución condujo a la Fracción a rechazar definitivamente toda política de defensa de la URSS lo que marcó un nuevo grado en la ruptura entre la Fracción y el trotskismo. Para éste último, existía una contradicción fundamental entre “el Estado proletario” y el capital mundial. Este tenía un interés objetivo en unirse contra la URSS, y por tanto era deber de los revolucionarios defenderla contra los ataques imperialistas. Al contrario, para Bilan, estaba claro que el mundo capitalista podía adaptarse fácilmente a la existencia del Estado soviético y de su economía nacionalizada tanto en el plano económico, y sobre todo, en el militar. Por ello, predijo con terrible exactitud que la URSS se integraría plenamente en uno de los dos bloques imperialistas que se alinearían para librar la futura guerra, si bien la cuestión de saber a qué bloque en particular se adscribiría aún no podía definirse. La Fracción demostró de forma muy explícita que la posición trotskista de defensa de la URSS solo podía conducir al abandono del internacionalismo ante la guerra imperialista: “Así, según los bolcheviques-leninistas en caso de “alianza de la URSS con un Estado imperialista o con un agrupamiento imperialista contra otro agrupamiento” el proletariado deberá defender a la URSS. El proletariado de un país aliado mantendrá su hostilidad implacable hacia su gobierno imperialista, pero prácticamente no podrá actuar en todas las circunstancias como proletariado de un país adversario de Rusia. Así, “sería, por ejemplo, absurdo y criminal, en caso de guerra entre la URSS y Japón, que el proletariado americano saboteara el envío de armas americanas a Rusia”.
“Nosotros, naturalmente no tenemos nada en común con esas posiciones. Una vez encadenada a la guerra imperialista, Rusia, no como objeto en sí, sino como instrumento de la guerra imperialista, debe ser considerada en función de la lucha por la revolución mundial, es decir, en función de la lucha por la insurrección proletaria en todos los países.
“Por otro lado, la posición de los bolcheviques-leninistas en nada se distingue ya de la de los centristas y los socialistas de izquierda. Hay que defender a Rusia, incluso si se alía con un Estado imperialista, si bien habría que mantener una lucha sin cuartel contra el “aliado”!! sin embargo, esta “lucha sin cuartel” contiene ya una traición de clase, desde el momento en el que se plantea la cuestión de prohibir la huelga contra la burguesía “aliada”. El arma específica de la lucha proletaria es precisamente la huelga e impedirlo contra una burguesía, es en realidad reforzar sus posiciones e impedir toda lucha real. ¿Cómo pueden los obreros de una burguesía aliada a Rusia mantener una lucha sin cuartel contra ella, si no pueden desencadenar movimientos de huelga?
“Pensamos que en caso de guerra, el proletariado de todos los países, incluyendo a Rusia, tiene como deber concentrar su energía para la transformación de la guerra imperialista en guerra civil. La participación de la URSS en una guerra de rapiña no modificará el carácter esencial de ésta, y el Estado proletario no podrá sino caer bajo los golpes de contradicciones sociales que tal participación implicaría” (“De la Internacional dos y tres cuartos a la Segunda internacional”, Bilan nº 10, agosto 1934). Este pasaje es particularmente profético: para los trotskistas, la “defensa de la URSS” se convierte en un simple pretexto para la defensa de los intereses nacionales de sus propios países.
Lejos de ser una fuerza intrínseca hostil al capital nacional, la burocracia estalinista era percibida como su agente, como una fuerza a través de la cual la clase obrera rusa sufría la explotación capitalista. En numerosos artículos, Bilan demostró con fuerza y detalle que esta explotación era precisamente eso, una forma de explotación capitalista: “En Rusia, como en los otros países, la carrera desenfrenada de industrialización conduce inexorablemente a hacer del hombre una pieza del engranaje mecánico de les producción industrial. El vertiginoso nivel alcanzado por el desarrollo de la técnica impone una organización socialista de la sociedad. El progreso incesante de la industrialización debe armonizarse con los intereses de los trabajadores, de otro modo estos últimos se convierten en sus prisioneros y, en fin, en esclavos de las fuerzas de la economía. El régimen capitalista es la expresión de esta esclavitud ya que, a través de cataclismos económicos y sociales, encuentra la fuente de su dominación sobre la clase obrera. En Rusia las construcciones gigantescas de fábricas se realizan bajo el imperio de la ley de la acumulación capitalista, y los trabajadores están sujetos irremisiblemente a la lógica de esta industrialización: aquí accidentes de ferrocarril, allá explosión en las minas, por todas partes catástrofes en los talleres” (“El juicio de Moscú”, Bilan nº 39, enero-febrero 1937). Además Bilan reconoce que la naturaleza extremadamente violenta de esa explotación viene determinada por el hecho de que la “construcción del socialismo” por la URSS, la industrialización acelerada de los años 30, eran de hecho la construcción de una economía de guerra en el contexto de preparación del próximo holocausto mundial: “La URSS, como los Estados capitalistas con los que se ha aliado, debe preparase para una guerra que se anuncia cada vez más cercana: la industria esencial de la economía debe ser, por tanto, la del armamento que necesita una cantidad de capitales ingente” (“El asesinato de Kyrov, la supresión de los racionamientos de pan en el URSS”, Bilan nº 14, enero 1935). Todavía más: “La burocracia centrista rusa extrae la plusvalía de sus obreros y de sus campesinos con vistas a la preparación de la guerra. La Revolución de Octubre surgida de la lucha contra la guerra imperialista de 1914, es explotada por los epígonos degenerados para empujar a las nuevas generaciones a la próxima guerra imperialista” (“La carnicería de Moscú”, Bilan nº 34, agosto-septiembre 1936).
Aquí, la contradicción con el método de Trotski es claramente evidente: mientras que Trotski no podía impedir en La Revolución traicionada cantar las loas de las enormes “realizaciones” económicas de la URSS que vendrían a demostrar la “superioridad del socialismo”, Bilan replicaba que en ningún caso el progreso hacia el socialismo podía medirse por el crecimiento del capital constante, sino que únicamente podía hacerse valorando la mejora real de las condiciones de vida y trabajo de las masas. “Pero si la burguesía establece en su Biblia la necesidad de un crecimiento continuo de la plusvalía con el fin de convertirla en capital, en interés común de todas las clases (sic!!), el proletariado al contrario debe actuar en el sentido de una disminución constante del trabajo no remunerado que conlleva inevitablemente como consecuencia un ritmo de acumulación subsiguiente extremadamente lento respecto a la economía capitalista...” (“El Estado soviético”, Bilan nº 21, julio-agosto 1935). Además, esta visión encontraba sus raíces en la comprensión que Bilan tenía de la decadencia del capitalismo: la negativa a reconocer que la industrialización estalinista era un fenómeno “progresista” no se basaba sólo en el reconocimiento de que no solo se apoyaba en la miseria absoluta de las masas, sino también en la comprensión de su función histórica de participante en la preparación de la guerra imperialista que es, en sí misma, la expresión más patente de la naturaleza regresiva del sistema capitalista.
Si recordamos también que Bilan estaba perfectamente al corriente de ese pasaje del Anti-Dühring en el que Engels rechaza la idea de que la estatalización tenga, en sí misma, un carácter socialista; y que utilizó más de una vez ese argumento para rebatir a los apologistas del estalinismo (ver “El Estado soviético”, op. cit., “Problemas del período de transición”, Bilan nº 37), nos daremos cuenta de lo que Bilan se aproximó a una visión de la URSS bajo Stalin, como un régimen capitalista e imperialista. Finalmente debía igualmente reconocer que el capitalismo, en todas partes, se apoyaba cada vez más en la intervención del Estado para escapar de los efectos del hundimiento económico mundial y para prepararse para la guerra que se avecinaba. El mejor ejemplo de este análisis está contenido en los artículos sobre el plan De Man en Bélgica de los números 4 y 5 de Bilan. No podía ignorar las similitudes existentes entre lo que estaba pasando en la Alemania nazi, en los países democráticos y en la URSS.
Y sin embargo, Bilan, dudaba aún en librarse de la idea de que la URSS fuese un Estado proletario. Era perfectamente consciente de que el proletariado ruso era explotado, pero pensaba que esa relación de explotación le venía impuesta por el capital mundial sin la mediación de una burguesía nacional, de manera que la burocracia estalinista era vista como “un agente del capital mundial” más que como una expresión del capital nacional ruso con su propia dinámica imperialista. Esta insistencia en el papel primordial del capital mundial estaba en completa coherencia con su visión internacionalista y su profunda comprensión de que el capitalismo es, ante todo, un sistema global de dominación. Pero el capital global, la economía mundial, no es una abstracción que pueda existir al margen del enfrentamiento entre los capitales nacionales concurrentes. Esta era la última pieza del rompecabezas que le faltó a la Fracción para lograr terminarlo.
Al mismo tiempo, en los últimos escritos empieza a verse una intuición cada vez mayor de que sus posiciones son contradictorias y que sus argumentos a favor de la tesis del “Estado proletario” son cada vez más defensivos y menos consistentes:
“Pese a la revolución de Octubre, tendrá que ser barrido el edificio construido sobre el martirio de los obreros rusos, desde la primera a la última piedra, pues sólo así podrá afirmarse una posición de clase en la URSS. Negar la «construcción del socialismo» para conseguir la revolución proletaria: aquí ha llevado la evolución de los últimos años al proletariado ruso. Si se nos pone como objeción que la idea de la revolución proletaria contra el Estado proletario es un sin sentido, que se trata de armonizar los fenómenos y llamar a ese Estado, Estado burgués, respondemos que quienes razonan así no hacen más que expresar una confusión sobre el problema ya tratado por nuestros maestros: las relaciones entre el proletariado y el Estado, confusión que les conducirá al otro extremo: la participación en la Unión Sagrada en torno al Estado capitalista de Cataluña. Lo que prueba que tanto por parte de Trotski quien, so pretexto de defender las conquistas de Octubre, defiende el Estado ruso, y por parte de quienes hablan de un Estado capitalista en Rusia, hay una alteración del marxismo que conduce a estas gentes a defender el Estado capitalista amenazado en España” (“Cuando habla el carnicero”, Bilan nº 41, mayo-junio 1937). Esta argumentación estaba muy fuertemente marcada por la polémica que mantenían con grupos como la Unión comunista y la Liga de los comunistas internacionalistas, sobre la guerra de España; pero no consigue establecer bien la relación lógica entre la defensa de la guerra imperialista en España, y la conclusión de que Rusia se ha convertido en un Estado capitalista.
De hecho algunos camaradas de la propia Fracción comenzaron a poner en cuestión la tesis del Estado proletario, y no se trataba en absoluto de los mismos que cayeron bajo la influencia de grupos como la Unión o la Liga sobre el problema de España. Pero fuera cual fuera la discusión sobre ese tema en el seno de la Fracción en la segunda mitad de los años 30, resultó eclipsada por otro debate provocado por el desarrollo de la economía de guerra a escala internacional: el debate con Vercesi, el cual empezaba a defender que la economía de guerra a que había recurrido el capitalismo, había absorbido la crisis y eliminado la necesidad de otra guerra mundial. La Fracción resultó literalmente agotada por este debate y, dado que las ideas de Vercesi eran las que mayor influencia tenían en un mayor número de militantes, la Fracción se encontró, cuando estalló la guerra, en la más completa desorientación (ver nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, para una más amplia reseña del desarrollo de este debate).
Siempre se había tenido como un axioma que la guerra acabaría por aclarar el problema de la URSS. Y así fue. No es casualidad que aquellos que se opusieron al revisionismo de Vercesi, fueron también quienes llamaron más activamente a la reconstitución de la Fracción italiana y a la formación del Núcleo francés de la Izquierda comunista. Fueron esos mismos camaradas los que desarrollaron el debate sobre la cuestión de la URSS. En su declaración de principios inicial, el Núcleo francés definía aún la URSS como un “instrumento del capitalismo mundial”. Pero en 1944 la posición de la mayoría estaba perfectamente clara: “La vanguardia comunista será capaz de llevar a cabo su tarea de guiar al proletariado hacia la revolución en la medida en que sea capaz de liberarse ella misma de la gran mentira de la «naturaleza proletaria» del Estado ruso, y de quitarle la careta mostrando lo que es, revelando su naturaleza y su función capitalistas contrarrevolucionarias.
“Basta señalar que el objetivo de la producción sigue siendo la extracción de plusvalía, para afirmar el carácter capitalista de la economía. El Estado ruso ha participado en el curso hacia la guerra, no sólo a causa de su función contrarrevolucionaria en el aplastamiento del proletariado, sino por su propia naturaleza capitalista, por su necesidad de defender sus fuentes de materias primas, a través de la necesidad de asegurarse un lugar en el mercado mundial donde realizar su plusvalía, por el deseo, por la necesidad de ampliar sus esferas de influencia y de abrirse rutas de acceso” (“La naturaleza no proletaria del Estado ruso y su función contrarrevolucionaria”, Boletín internacional de discusión nº 6, junio de 1944). La URSS tenía su propia dinámica imperialista que encontraba su origen en el proceso de acumulación; se veía impulsada a la expansión puesto que la acumulación no puede realizarse en un circuito cerrado, la burocracia era pues una clase dirigente en todos los sentidos del término. Estas previsiones fueron ampliamente confirmadas por la brutal expansión de la URSS en dirección a la Europa del Este al final de la guerra.
El proceso de clarificación continuó tras la guerra sobre todo, también esta vez, en el grupo francés que tomó el nombre de Izquierda comunista de Francia. Las discusiones continuaron también en el Partito communista internazionalista (PCInt) recién formado, pero desgraciadamente no son bien conocidas. Parece ser que existía una enorme heterogeneidad. Algunos camaradas del PCInt desarrollaron posiciones próximas a las de la GCF, mientras que otros se sumieron en la confusión. El artículo de la GCF: “Propiedad privada y propiedad colectiva”, Internationalisme nº 10, 1946 (reproducido en la Revista Internacional nº 61) critica a Vercesi que había vuelto a unirse al PCInt, porque éste mantenía la ilusión de que, incluso después de la guerra, la URSS todavía podía ser definida como un Estado proletario. En cuanto a Bordiga recurría en ese momento a un término carente de sentido como era el de “industrialismo de Estado”, y, aún cuando más tarde acabó considerando a la URSS como capitalista, jamás aceptó el término de capitalismo de Estado y su significado como expresión de la decadencia del capitalismo. En ese artículo del número 10 de Internationalisme, se encuentran, en cambio, reunidos todos los elementos esenciales del problema. En sus estudios teóricos de finales de los años 40 y principios de los 50, la GCF los reúne en un todo homogéneo. El capitalismo de Estado es analizado como “la forma correspondiente a la fase decadente del capitalismo, como el capitalismo de monopolios lo fue a su fase de pleno desarrollo”. Es más, no se trataba de algo limitado únicamente a Rusia: “el capitalismo de Estado no es patrimonio de una fracción de la burguesía o de una escuela ideológica particular. Le vemos instaurarse tanto en la América democrática como en la Alemania hitleriana, tanto en la Inglaterra laborista, como en la Rusia soviética”. Superando la mistificación que establece que la abolición de la “propiedad privada” individual permitiría eliminar el capitalismo, la GCF fue capaz de situar su análisis sobre las raíces materiales de la producción capitalista.
“La experiencia rusa nos enseña y nos recuerda que no son los capitalistas los que hacen el capitalismo. Más bien al contrario: es el capitalismo el que engendra a los capitalistas, (...). El principio capitalista de la producción puede existir tras la desaparición jurídica e incluso efectiva de los capitalistas beneficiarios de la plusvalía. En tal caso, la plusvalía, al igual que bajo el capitalismo privado, será invertida de nuevo en el proceso de producción con miras a la extracción de una masa todavía mayor de plusvalía.
“A corto plazo, la existencia de la plusvalía engendrará a los hombres que formen la clase destinada a apropiarse del usufructo de la plusvalía. La función crea el órgano. Ya sean los parásitos, los burócratas o los técnicos, ya sea que la plusvalía se reparta de manera directa o indirecta por medio del Estado, mediante salarios elevados o dividendos proporcionales a las acciones y préstamos de Estado (como ocurre en Rusia), todo ello no cambia para nada el hecho fundamental de que nos hallamos ante una nueva clase capitalista”.
La GCF, en continuidad con los estudios de Bilan acerca del período de transición, saca todas las implicaciones necesarias para la política económica que el proletariado ha de adoptar tras la toma del poder político. De una parte negarse a identificar estatalización con socialismo, y reconocer que, tras la desaparición de los capitalistas privados, “la temible amenaza de una vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector estatificado. Tanto más por cuanto el capitalismo encuentra en éste su forma más impersonal, o por así decirlo etérea. La estatalización puede servir para camuflar, por largo tiempo, un proceso opuesto al socialismo” (ídem). Por otro lado, la necesidad de que la política económica del proletariado se dedique a atacar radicalmente al proceso básico de la acumulación del capital: “el principio capitalista de predominio del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo para la producción de plusvalía debe ser sustituido por el principio del predominio del trabajo vivo sobre el trabajo acumulado con miras a la producción de productos de consumo para satisfacer a los miembros de la sociedad” (ídem). Esto no quiere decir que será posible abolir el sobretrabajo como tal, sobre todo inmediatamente tras la revolución cuando sea necesario todo un proceso de reconstrucción social. Sin embargo la tendencia a la inversión de la relación capitalista entre lo que el proletariado produce y lo que consume “podrá servir de indicación de la evolución de la economía y ser el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción” (ídem).
oOo
No es casualidad si la GCF no dudó en incluir los análisis más perspicaces de la Izquierda germano-holandesa en sus bases programáticas. En el período de posguerra, la GCF dedicó un importante esfuerzo a reanudar el diálogo con esa rama de la Izquierda comunista (ver nuestro folleto La Izquierda comunista en Francia). Su claridad sobre cuestiones tales como el papel de los sindicatos y las relaciones entre el partido y los consejos obreros, provienen sin la menor duda de este trabajo de síntesis. Lo mismo puede decirse de su comprensión de la cuestión del capitalismo de Estado: las previsiones desarrolladas por la Izquierda alemana algunas décadas antes, quedaban ahora integradas en la coherencia teórica global de la Fracción italiana.
Esto no quiere decir que el problema del capitalismo de Estado quedase definitivamente cerrado. Así en particular el hundimiento de los regímenes estalinistas a finales de los años 1980, exigió un esfuerzo de profundización y de clarificación sobre cómo afectó la crisis económica capitalista a esos regímenes, arrastrándolos al abismo. Pero la cuestión rusa es la que determinó, neta y definitivamente, al final del segundo holocausto imperialista, la frontera de clase: a partir de ese momento, sólo quienes reconocían el carácter capitalista e imperialista de los regímenes estalinistas podían permanecer en el campo proletario y defender los principios internacionalistas frente a la guerra imperialista. Como prueba, en negativo, tenemos la trayectoria del trotskismo cuya posición de defensa de la URSS lo llevó a traicionar el internacionalismo durante la guerra, y cuya adhesión a la tesis del “Estado obrero degenerado” lo llevó a una defensa del bloque imperialista ruso durante la época de la guerra fría. La prueba, en positivo, la proporcionan los grupos de la Izquierda comunista, cuya capacidad de defender y desarrollar el marxismo durante el período de la decadencia del capitalismo les ha permitido, finalmente, resolver el enigma ruso y preservar la bandera del verdadero comunismo frente a los intentos de mancillarlo por parte de la propaganda burguesa.
CDW
Correspondencia
Publicamos a continuación la segunda parte del correo publicado en el número precedente que nos ha hecho llegar uno de nuestros contactos próximos que expresa un desacuerdo con nuestra posición sobre las explicaciones económicas de la decadencia del capitalismo.
En el texto que sigue, continuamos el desarrollo de nuestra respuesta que iniciamos en el número precedente y que se concentra esencialmente sobre el método para llevar el debate. En realidad, no abordamos directamente las cuestiones y la crítica que el camarada nos dirige en esta segunda parte de su correo. Volveremos sobre ello en un próximo artículo en particular para responder a la cuestión
de la reconstrucción de posguerra en los años 50 y 60 que no puede explicarse únicamente por la desvalorización del capital constante
y el aumento de la parte de capital variable en la composición orgánica del capital a consecuencia de la guerra, por mucho que lo piensen
así el camarada y la CWO. Estamos de acuerdo que es una cuestión importante que debemos discutir y clarificar.
Igualmente, volveremos sobre la visión que el camarada nos atribuye sobre la relación entre el “interés económico” y la guerra imperialista. No pretendemos negar el peso del interés económico como factor de la guerra imperialista en el periodo de decadencia. La cuestión es: ¿cómo juega y a qué nivel? ¿A nivel inmediato de conquista de territorios y mercados o bien en términos más generales e históricos? ¿Cuál es la relación entre los factores económicos y los factores geoestratégicos? ¿Cuál es el factor determinante en la dinámica misma de estas rivalidades?. Para ser más concretos ¿por qué por ejemplo los antagonismos imperialistas no se han identificado con las principales rivalidades económicas durante el periodo del bloque imperialista americano –que reagrupaba a las principales potencias económicas del mundo- y el bloque imperialista ruso, durante el periodo 1945-89?
Más allá de su aspecto teórico, las respuestas a estas cuestiones determinan diferentes análisis de la situación concreta, diferentes posturas y sobre todo diferentes intervenciones de los revolucionarios en la situación, como hemos podido constatar una vez más con las guerras de Kosovo o de Chechenia. Tales son las razones por las cuales pensamos que se trata de debates importantes que sometemos a la lectura, la discusión y la crítica.
En su ensayo “Guerra y acumulación” (Revolutionary Perspective nº 16, Antigua serie, páginas 15-17), la CWO ha mostrado de forma convincente cómo el análisis de Marx de la baja de la tasa de ganancia explica el periodo de reconstrucción (n.b.: la teoría de las crisis de la CWO combina de forma ecléctica el análisis de Marx de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia con el análisis de Grossmann-Mattick. En esta discusión, sin embargo, la CWO sigue exclusivamente el análisis de Marx).
«Durante una guerra – hablamos aquí de las guerras totales del siglo XX – la masa de capital existente se devalúa simplemente porque ella se gasta hasta el extremo y no se ve reemplazada por nuevo capital; en términos de volumen del aparato productivo es el mismo que el de antes de la guerra, pero en términos de valor no ocurre así, dado su envejecimiento y su sobreutilización. El sentido de toda producción para el esfuerzo de guerra asegura esto: la producción de las fábricas del Sector I se desvía de las máquinas herramientas hacia los armamentos, y las máquinas envejecidas, que son técnicamente obsoletas antes de que todo su valor C esté fuera de uso, son utilizadas hasta el último jugo, para economizar capital. En tiempos de paz, los capitalistas que no dejan de aumentar esta composición de su capital son obligados a hacerlo, pero no en tiempos de guerra. El control del Estado sobre la economía y el esfuerzo de guerra introducen tales limitaciones a la competencia y tal sistema de pedidos garantizados, que el capitalista no tiene estimulante y no tiene la obligación de reconstituir y mejorar su aparato productivo...
“No se trata únicamente de que la masa de capital era de un valor menor en 1949 que en 1939 (principalmente debido más a la devaluación que a la destrucción) sino también que la composición del capital había caído en los años de guerra, debido a la introducción del ejército de reserva de trabajo (parados, mujeres) en la producción, en general basándose en la introducción masiva de la jornada de trabajo en 3 equipos y en la semana de 6 días; la composición del capital cae porque el mismo C era utilizado por una fuerza de trabajo más importante, es decir, que V aumentaba...
“Sobre la base de esa tasa elevada y de esa masa de ganancia, la reconstitución gradual de las fuerzas productivas se produjo tras la Segunda Guerra mundial... En una situación donde una masa de capital devaluado existía, toda reconstitución de las fuerzas productivas (aunque sea con máquinas similares sin incrementar su valor) debía llevar a un crecimiento fenomenal de la productividad. Si esta última crece más rápido que la composición del capital, la tasa de ganancia no baja, al contrario, tiende a aumentar... Por tanto, la burguesía no tenía que preocuparse de la acumulación en los años 50; la guerra había resuelto el problema restableciendo las bases para una producción con ganancias».*
Esta explicación clara por parte de la CWO supone una demolición de la confusa crítica que hace la CCI de la tasa de ganancia como explicación de la reconstrucción capitalista.
«El hic consiste en que jamás se ha probado que con las recuperaciones que han seguido a las guerras mundiales, la composición orgánica del capital haya sido inferior a lo que fue en la víspera. En realidad se trata de lo contrario. Si tomamos el caso de la Segunda Guerra Mundial está claro que en los países afectados por las destrucciones de la guerra, la productividad media del trabajo y, por consiguiente, la relación entre el capital constante y el capital variable, alcanzó rápidamente, desde el comienzo de los años 50, el nivel que tenía en 1939. De hecho, el potencial productivo que se reconstituyó era considerablemente más moderno que el que se había destruido... Por consiguiente, el periodo de ‘prosperidad’ que acompaña a la reconstrucción se prolonga mucho más lejos (en realidad hasta mediados de los años 60) del momento en que el potencial productivo de antes de la guerra quedó reconstruido, haciendo que la composición orgánica volviera a tener su valor precedente» (Revista internacional nº 77: “El rechazo de la noción de decadencia conduce a la desmovilización del proletariado frente a la guerra”).
El verdadero “problema” es que la CCI, como su mentor Rosa Luxemburgo, no comprende el análisis de Marx sobre la baja de la tasa de ganancia.
La CCI se encuentra en una situación embarazosa porque, por una parte, defiende la posición marxista según la cual la decadencia no significa cese total del crecimiento de las fuerzas productivas, pero, por otra parte, defiende una teoría de las crisis cuya conclusión lógica es precisamente ese resultado. (En la teoría de las crisis de Rosa Luxemburgo los mercados extracapitalistas son la condición sine qua non de la acumulación capitalista. Por tanto, cuando esos mercados están agotados, la acumulación ha alcanzado su límite económico absoluto. En efecto, la destrucción continua de los mercados extracapitalistas significa que el capital total no puede superar ese límite pero también que debe necesariamente disminuir).
La CCI, sin embargo, ignora la contradicción flagrante entre el desarrollo real del capitalismo y la conclusión lógica de su análisis económico según el cual hay un techo al crecimiento capitalista, hay un límite económico absoluto a la acumulación capitalista (Henryk Grossmann llega también a la misma conclusión lógica).
Esta contradicción obliga a la CCI a una conclusión ridícula sobre la naturaleza de la guerra imperialista: piensa que la guerra no tiene una función económica en el capitalismo decadente ([1]). El absurdo total de esa idea es desconcertante, del mismo tipo que la de los bordiguistas sobre la invariación del programa.
En otros términos, la CCI dice que la posición marxista según la cual en la decadencia el capitalismo deja de cumplir una función progresista (económica o de otro tipo) para la humanidad, es idéntica a la posición según la cual la guerra imperialista no cumple una función económica para el capitalismo. La CCI hace las cosas todavía más confusas al asimilar esta última idea con la noción falsa del BIPR según la cual toda guerra en la decadencia tiene un móvil económico inmediato ([2]).
(Esa idea de que las guerras imperialistas no tienen un papel económico para el capitalismo es coherente con la teoría luxemburguista de las crisis de los mercados precapitalistas de la CCI. Después de todo, en esta teoría, una vez que los mercados precapitalistas se han agotado, la continuación de la acumulación a nivel del capital total se hace imposible. Y si la acumulación capitalista ha alcanzado un límite absoluto entonces nada, ni siquiera la guerra imperialista, puede invertir esta situación. Por consiguiente, la guerra imperialista no puede tener ninguna función económica).
La CCI argumenta que la guerra imperialista no tiene una función económica. Pero si la guerra imperialista no tiene una función económica ¿cómo explicar los periodos de reconstrucción del capital cuya existencia es reconocida por la CCI y que reconoce incluso que el que sobrevino tras la Segunda Guerra mundial condujo a una expansión económica que ha superado notablemente el capitalismo de preguerra?
¿Por qué la CCI, cuyo programa y práctica política es la más coherente de todos los grupos de la Izquierda Comunista, que ha sabido librarse del sectarismo, el oportunismo y el centrismo que marcan al BIPR y a los bordiguistas, cae en una confusión tan profunda en el dominio de la economía?
La respuesta está en su luxemburguismo económico. Contrariamente a las ilusiones de la CCI, Rosa Luxemburgo desarrolló su teoría alternativa de las crisis porque no comprendió el método de El Capital; en particular, pensó de forma errónea que los esquemas de la reproducción del Volumen II de El Capital tenían como objetivo dar directamente una imagen de la realidad capitalista concreta. La contradicción aparente entre los esquemas y la realidad histórica la empujaron a creer que los esquemas eran falsos, sin embargo, lo que era falso era el empirismo parcial de su enfoque; pues su “descubrimiento” según el cual el capitalismo no podía acumular sin los mercados capitalista deriva de su adopción errónea del punto de vista del capitalista individual. Sus concesiones al empirismo le impidieron captar la validez del análisis de Marx sobre la tasa de ganancia y la arrastraron a una interpretación mecanicista de la crisis mortal de la acumulación capitalista.
Yo considero las explicaciones económicas específicas de Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann de la decadencia capitalista como teorías económicas revisionistas porque se basan en una mala comprensión del método de El Capital: «La ortodoxia en cuestiones de marxismo se ciñe casi exclusivamente al método. Solamente ateniéndose a la vía de sus fundadores se puede desarrollar, extender y profundizar. Esta convicción se basa en la observación de que todas las tentativas de superar o ‘mejorar’ dicho método han llevado, inevitablemente, a banalidades, a tonterías y al eclecticismo» ([3]).
Por supuesto, pese a sus teorías económicas revisionistas, existía una frontera de clase entre Rosa Luxemburgo y Henryk Grossmann: la primera fue una revolucionaria marxista por sus posiciones políticas mientras que Henryk Grossmann fue un estalinista reaccionario.
«No puede haber dogmatismo cuando el criterio supremo y único de una doctrina está en conformidad con el proceso real de desarrollo económico y social» ([4]).
La CCI se niega a reconocer que dado que los mercados precapitalistas son una condición sine qua non de la acumulación capitalista en las teorías de Rosa Luxemburgo, esto tendría consecuencias particulares e inevitables para el desarrollo capitalista si fuera verdad. Dicho de otra forma, su teoría de las crisis hace predicciones específicas sobre el desarrollo capitalista. Sin embargo, “el proceso real de desarrollo económico y social” ha mostrado sin equívocos la falsedad de estas predicciones y, por consiguiente, la falsedad de sus teorías económicas. La CCI continúa a pesar de todo defendiendo la validez de estas teorías económicas. A eso se le llama dogmatismo.
Además, no se puede calificar de otra manera que dogmatismo el que la CCI continúe considerando el análisis de Henryk Grossmann de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como idéntico al de Marx en El Capital, cuando sabe desde hace mucho tiempo que la crítica de Henryk Grossmann realizada por Antón Pannehoek en La teoría del hundimiento del capitalismo ([5]) muestra claramente las diferencias fundamentales entre ambos. Además, ese artículo así como los escritos del BIPR – particularmente los de la CWO – deberían aclarar a la CCI que el BIPR combina de manera ecléctica la teoría económica de Grossmann con la de Marx.
La CCI se refiere a los numerosos artículos que ha escrito sobre las teorías económicas como un signo de su determinación para que se establezca la claridad sobre este tema ([6]). Sin embargo, en la práctica esto quiere decir que la CCI ha repetido simplemente los mismos argumentos una y otra vez, ignorando y eludiendo las críticas convincentes que le han dirigido otras corrientes comunistas. Es verdad que la CCI responde con críticas a estas corrientes que a menudo son correctas en sí mismas, pero que no son pertinentes respecto a la validez de las críticas específicas que estas corrientes plantean en un primer nivel. Por ejemplo: la CCI señala correctamente que el BIPR y especialmente los bordiguistas tienen tendencia a analizar el capitalismo desde el punto de vista de una nación tomada aisladamente.
Que la CCI defienda todavía las teorías económicas defectuosas del luxemburguismo, 25 años después de su formación hace pensar que existe un clima político interno que desanima, o al menos no estimula, a profundizar sobre las teorías económicas de la decadencia. Una cosa justa es afirmar como lo hace la CCI que las divergencias sobre las teorías económicas no deberían constituir un obstáculo a la unidad política y al agrupamiento. Pero otra cosa muy distinta es que esto ha significado para la CCI, en la práctica, evitar la claridad máxima sobre esta cuestión; esto ha significado un estancamiento teórico.
Francamente hablando, la CCI al defender sus teorías económicas luxemburguistas, exhibe la misma indiferencia por la precisión y el rigor que el BIPR y los bordiguistas tienen para justificar su política sectaria, centrista y oportunista. Es inútil añadir que las depauperadas teorías económicas de la CCI dan crédito a los ataques a su programa político que realizan el BIPR y los bordiguistas puesto que muchas de las críticas que dichas corrientes hacen a la CCI son válidas.
La devoción dogmática que la CCI profesa a las teorías económicas de Rosa Luxemburgo, que en mi opinión recuerda la actitud idólatra que los bordiguistas tienen hacia Lenin, ciega a la organización sobre el desnivel que existe entre su perspicacia política sobre el imperialismo y sus teorías económicas revisionistas ([7]).
Si la CCI quiere tener un fundamento económico marxista coherente para su programa político, debe abandonar fatalmente la teoría de las crisis errónea de Rosa Luxemburgo y sustituirla por el análisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de El Capital.
Como ha observado la CWO sobre el punto de vista ecléctico de las teorías económicas de la CCI: «Como Luxemburgo, su referencia a la baja de la tasa de ganancia se hace simplemente para dar una explicación satisfactoria de los hechos (como, por ejemplo, por qué el capitalismo buscaba mercados lejos de las metrópolis durante la acumulación primitiva) o para explicar elementos del desarrollo del capitalismo, todo ello con una óptica puramente de los mercados, no se puede hacer (por ejemplo, por qué la concentración del capitalismo ha precedido la carrera hacia la conquista de las colonias y por qué el grueso del desarrollo comercial ha proseguido en este periodo entre las potencias capitalistas avanzadas)» ([8]).
Sin embargo, el mismo BIPR cae en una teoría ecléctica y confusa pues combina las teorías de las crisis de Henryk Grossmann y de Marx. En efecto, cree que «la contribución [de Grossmann] ha consistido en mostrar la significación del papel de la masa de plusvalía en la determinación de la naturaleza exacta de la crisis» ([9]). El BIPR no consigue darse cuenta de que esa pretendida perspicacia de Grossmann está ligada de forma inextricable a una concepción mecanicista y de sentido único de la acumulación capitalista. Al contrario que Marx, examina la baja de la tasa de ganancia solamente en términos de producción de plusvalía ignorando el papel de la circulación y la distribución de la plusvalía. De ello resulta que llega a la conclusión errónea de que el capital es exportado a las naciones extranjeras no tanto – como Marx decía – para maximizar la plusvalía sino porque hay «una falta de posibilidades de inversión a nivel nacional» ([10]) (lo que se concreta en la falsa idea según la cual el capital es exportado «porque no puede ser utilizado a nivel nacional» ([11]), cosa que Marx ha criticado en el Volumen tercero de El Capital). Todo lo cual expresa su concepción mecanicista de la crisis mortal del capitalismo.
La postura ecléctica de las dos corrientes les permite seleccionar y escoger en las diferentes teorías de la crisis como si se estuviera en autoservicio. Por plausible que parezca en realidad defienden dos perspectivas diametralmente opuestas: el punto de vista mecanicista de la burguesía y el punto de vista dialéctico del proletariado (es verdad que la CCI y el BIPR critican ciertos aspectos de las teorías de las crisis respectivamente de Rosa Luxemburgo y de Grossmann-Mattick. Pero como siguen defendiendo el núcleo de los análisis económicos de esas teorías, también siguen defendiendo las concepciones mecanicistas en que se basan).
Bujarin, Raya Dunayeskavya y otros críticos de Rosa Luxemburg que cita el compañero, dicen que Rosa se equivoca al buscar en causas externas las razones de la crisis del capitalismo ([12]). Pero el mercado mundial y las economías precapitalistas no son nada externo al sistema sino su propio medio ambiente de desarrollo y confrontación. Si se pretende que el capitalismo puede desarrollar su acumulación dentro de sus propios límites se está diciendo que es un sistema históricamente ilimitado y que puede desarrollarse a través del simple intercambio de mercancías. Marx demostró en el primer tomo de El Capital y también en “Los resultados de la dominación británica en la India” justamente lo contrario, que la génesis del capital, su acumulación progresiva, tiene lugar mediante una batalla por separar a los productores de sus medios de vida, transformarlos en la principal mercancía productiva – la fuerza de trabajo – y, alrededor de ese eje, construir, en medio de sufrimientos incontables, el “pacífico” y “regular” intercambio de mercancías. Siguiendo ese método, Rosa Luxemburgo se plantea que lo que era válido para la acumulación primitiva sigue siéndolo en las fases ulteriores del desarrollo capitalista. Sus críticos pretenden que la acumulación primitiva es una cosa pero el desarrollo capitalista es otra donde ya no operan ni “el mercado exterior” ni la “la lucha contra la economía natural”. Pero eso es desmentido radicalmente por la evolución del capitalismo en el siglo XIX especialmente en la fase imperialista.
“En la acumulación primitiva, esto es, en los primeros comienzos históricos del capitalismo de Europa, a fines de la Edad Media y hasta entrado el siglo XIX, la liberación de campesinos constituye, en Inglaterra y en el continente, el medio más importante para transformar en capital la masa de medios de producción y de obreros. Pero en la política colonial moderna el capital realiza actualmente, la misma tarea en una escala mucho mayor... La esperanza de reducir el capitalismo exclusivamente a la competencia pacífica, es decir, al comercio regular de mercancías, que se da como la única base de la acumulación, descansa en creer ilusoriamente que la acumulación del capital puede realizarse sin las fuerzas productivas y la demanda de las más primitivas formaciones, en que puede confiar en el lento proceso interno de descomposición de la economía natural... el método violento es el resultado del choque del capitalismo con las economías naturales que ponen trabas a su acumulación. El capitalismo no puede pasarse sin sus medios de producción y sus trabajadores ni sin la demanda de su plusproducto” (Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital, II, “La lucha contra la economía natural”).
Aquellos, dentro del movimiento revolucionario, que como el compañero, pretenden explicar la crisis histórica del capitalismo exclusivamente por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, solo ven una parte – el intercambio dentro del mercado capitalista ya constituido – pero no ven la otra parte, la más dinámica históricamente y cuya progresiva limitación desde finales del siglo XIX, determina el caos y las convulsiones crecientes que arrastramos desde 1914.
Con ello se colocan en una posición muy incómoda frente al dogma central de la ideología económica capitalista – “la producción crea su propio mercado”, toda oferta acaba encontrando su demanda más allá de los desajustes coyunturales – que fue severamente criticado por Marx quien estigmatizó “la concepción que Ricardo ha tomado del vacuo e insustancial Say de que es imposible la sobreproducción o, por lo menos, la saturación general del mercado, se basa en el principio de que los productos siempre se cambian por productos, o, como ha dicho Mill, la demanda solo está determinada por la producción” (“Teorías de la plusvalía”, tomo II). En la misma línea, combatió las concepciones que limitan los trastornos del capitalismo a meras desproporciones entre sectores de producción.
Si excluyen los territorios precapitalistas del campo de la acumulación, si piensan que el capitalismo puede desarrollarse partiendo de sus propias relaciones sociales, ¿cómo evitar la tesis de que la producción crea su propio mercado?. La tendencia decreciente de la tasa de ganancia es una explicación insuficiente pues opera en medio de tal cúmulo de causas contrarrestantes y actúa tan a largo plazo que no puede explicar los hechos históricos que se suceden desde el último tercio del siglo XIX y se acumulan a lo largo del XX: el imperialismo, las guerras mundiales, la gran depresión, el capitalismo de Estado, la reaparición de la crisis abierta desde finales de los años 60 y el desplome cada vez más agudo de partes más importantes de la economía mundial en los últimos 30 años.
Pero precisamente porque la tendencia decreciente opera “a largo plazo” ¿no habría que evitar el empirismo y la impaciencia y no dejarse engatusar por todos esos cataclismos inmediatos?. Tal parece ser el método que propugna el compañero cuando tilda de “apariencia” el que coincidiera la “división del mundo” con la “crisis mundial” o cuando señala que la gran depresión pareció confirmar las tesis de Grossmann y Luxemburgo pero que luego habría sido desmentida por el gran crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial o por el crecimiento de los años 90.
Después volveremos sobre esto último, lo que ahora queremos poner en evidencia es que detrás de la acusación de “empirismo” contra Rosa Luxemburgo se encierra una cuestión de “método” importante que pensamos se le escapa al compañero. Los revisionistas dentro de la Socialdemocracia emprendieron una cruzada contra el “subconsumismo” de Marx, Berstein fue el primero en equiparar el análisis de la crisis de Marx nada menos que con el patético Rodbertus mientras que Tugan Baranowsky volvió tranquilamente a las tesis de Say sobre la “producción que crea su propio mercado” al explicar con razonamientos “marxistas” que las crisis vienen de desproporciones entre los dos sectores de la producción. Los críticos revisionistas de Rosa Luxemburgo – los Bauer, Eckstein, Hilferding etc. – plantearon con plena “ortodoxia marxista” que las tablas de la reproducción ampliada explican perfectamente que el capitalismo no tiene problemas de realización, Bujarin –al servicio de la estalinización de los partidos comunistas- la emprendió con la obra de Rosa para “demostrar” que el capitalismo no tiene ningún problema “externo”.
¿Por qué esta inquina de los oportunistas hacia el análisis de Rosa Luxemburgo? Sencillamente porque esta había puesto el dedo en la llaga, había demostrado la raíz global e histórica de la entrada del capitalismo en su decadencia. Cincuenta años antes, la contradicción entre el avance de la productividad del trabajo y la necesidad de maximizar el beneficio había sido la primera aproximación extremadamente fructífera. Pero ahora la cuestión de la lucha del capitalismo contra los órdenes sociales que le han precedido para formar el mercado mundial y las contradicciones que se planteaban (creciente penuria de territorios extracapitalistas) proporcionaba un marco más claro y sistemático que integraba en una síntesis superior la primera contradicción y daba cuenta del fenómeno del imperialismo, las guerras mundiales y la progresiva descomposición de la economía capitalista.
Posteriormente, tras las huellas de aquellos revisionistas pero en un terreno directamente burgués, toda una camarilla de “marxólogos” universitarios se han dedicado a elucubrar sobre el “método abstracto” de Marx. Separan hábilmente sus reflexiones sobre la reproducción ampliada, la tasa de ganancia, etc., de las que afectan a la cuestión del mercado y la realización de la plusvalía, y con esta fragmentación – en realidad adulteración – del pensamiento de Marx elaboran el fantasma de su “método abstracto” convirtiéndolo en un “modelo” de explicación del funcionamiento contractual de la economía capitalista: el intercambio regular de mercancías de que hablaba Rosa Luxemburgo. Cualquier tentativa de confrontar este “modelo” con las realidades del capitalismo sería “empirismo” y no entender que se trata de un “modelo abstracto”, etc.
Esta empresa destinada a convertir a Marx en un “icono inofensivo” – como diría Lenin – tiene como objetivo eliminar el filo revolucionario de su obra y hacerle decir todo lo que nunca dijo. Los economistas burgueses más descarados que no recurren al disfraz “marxista” tienen también su “visión a largo plazo”. ¿No nos dicen a todas horas que no hay que ser empiristas ni inmediatistas, que más allá de los despidos, de los cataclismos bursátiles, lo que debe verse es la “tendencia general” y que esta reposa sobre unos buenos fundamentos?. Partes de El Capital convenientemente seleccionadas y sacadas fuera de contexto sirven a los marxólogos para acometer el mismo objetivo.
El compañero, que tiene unas posiciones claramente revolucionarias y no comparte ni de cerca ni de lejos esa empresa de confusión, al tomar prestados muchos “argumentos” de Bujarin así como de diversos académicos en lugar de emprender, él mismo, el examen de las posiciones de Rosa Luxemburgo ([13]), se cierra los ojos a considerar los aspectos de la cuestión que hemos intentado exponerle.
Dice el compañero que Rosa Luxemburgo plantea un “límite absoluto” al desarrollo del capitalismo. Veamos en primer lugar qué dice exactamente: “Cuanto más violentamente lleve a cabo el militarismo, tanto al exterior como al interior, el exterminio de capas no capitalistas, y cuanto más empeoren las condiciones de vida de las capas trabajadoras, la historia diaria de la acumulación de capital en el escenario del mundo se irá transformando más y más en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales que, junto con las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis, harán necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, aún antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” (op.cit., capítulo XXXII).
Si el compañero se refiere a “tropezar con la barrera natural que se ha puesto a sí misma la propia dominación capitalista” es evidente que, interpretada literalmente, da la idea de un límite absoluto. Pero la misma conclusión podría sacarse de esta afirmación de Marx: “con la baja de la tasa de ganancia, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo permite el nacimiento de una ley, que, en cierto momento, entra en contradicción absoluta con el propio desarrollo de esta productividad” (op. cit.). Esta formulación contrasta con otras – que hemos evocado anteriormente – donde señala que esa ley es solamente una tendencia.
Si es evidente que debemos tener cuidado en no caer en expresiones que se presten a la ambigüedad, tampoco se trata de tomar una frase aisladamente fuera de su contexto. Lo que importa ver es la dinámica y la orientación global de un análisis. En ese aspecto el de Rosa – como el de Marx – es muy claro: lo más importante es su afirmación de que la acumulación de capital “se irá transformando en una cadena continuada de catástrofes y convulsiones políticas y sociales”. Esto no expresa un límite absoluto sino una tendencia general que se va agravando con el pudrimiento de la situación.
Marx dice en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente y les han sido legadas por el pasado”. El método de los revolucionarios consiste, de acuerdo con esta aseveración, en comprender y enunciar las tendencias de fondo que marcan “las circunstancias que encuentran los hombres”. Lo que afirmaba Rosa Luxemburgo, justamente un año antes del estallido de la guerra del 14, era una tendencia histórica que iba a marcar – ¡ y de qué modo ! – la “acción de los hombres”.
La conclusión de la primera edición de su libro despeja, a nuestro juicio, las dudas sobre si estaba formulando una tendencia “absoluta”: “El capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar todas las otras formas económicas; que no tolera la coexistencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de que alimentarse, y que al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo. Es una contradicción histórica viva en si misma. Su movimiento de acumulación es la expresión, la solución constante y, al propio tiempo, la graduación de la contradicción. A una cierta altura de su evolución, esta contradicción solo podrá resolverse por la aplicación de los principios del socialismo: de aquella forma económica que es, al propio tiempo, por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico, porque no se encaminará a la acumulación sino a la satisfacción de las necesidades vitales de la humanidad trabajadora misma y a la expansión de todas las fuerzas productivas del planeta”.
¿Cuál es nuestra concepción de la decadencia del capitalismo? ¿Hemos hablado alguna vez tanto de un bloqueo absoluto del desarrollo de las fuerzas productivas como de un límite absoluto a la producción capitalista, una especie de crisis definitiva y mortal?
El propio compañero reconoce que rechazamos la concepción formulada por Trotski que habla de un bloqueo absoluto de las fuerzas productivas, pero del mismo modo nuestra concepción es ajena a ciertas concepciones que se surgieron en los años 20 en tendencias del KAPD que hablaban de la “crisis mortal del capitalismo” entendiendo por ella una detención absoluta de la producción y el crecimiento capitalistas.
Polemizando contra la posición de Trotski, nuestro folleto sobre la decadencia responde: “todo cambio social es resultado de una agravación real y prolongada del choque entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí nos situamos en la hipótesis del bloqueo definitivo y permanente, únicamente un estrechamiento ‘absoluto’ de ese envoltorio que son las relaciones de producción existentes, podría explicar una agravación neta de la contradicción. Al contrario, se puede comprobar que lo que se produce generalmente durante las diferentes decadencias de la historia (incluida la del capitalismo) es más bien una tendencia hacia la ampliación de ese envoltorio hacia sus últimos límites y no hacia un estrechamiento. Controlado por el Estado y sometido a la presión de las urgencias económicas y sociales, ese envoltorio se va estirando, despojándose de todo lo que parece superfluo a las relaciones de producción por no ser estrictamente necesario a la supervivencia del sistema. El sistema se refuerza pero en sus límites extremos” (op. cit.).
Forma parte plenamente del análisis marxista de la decadencia de los modos de producción, el comprender por qué el capitalismo trata de “gestionar la crisis” practicando una política de supervivencia frente a ella que consigue aminorar sus efectos en los países centrales. ¿No hizo lo mismo el Imperio romano replegándose a Bizancio y abandonando vastos territorios ante el empuje de las invasiones bárbaras? ¿No respondió de igual manera el despotismo ilustrado de los reyes feudales ante el avance de las relaciones de producción capitalistas?
“La emancipación de los esclavos en el Bajo Imperio romano; la de los siervos a finales de la Edad Media; las libertades parciales que la monarquía declinante tiene que otorgar a las nuevas ciudades burguesas, el fortalecimiento del poder central de la corona, la eliminación de la nobleza de espada en beneficio de la nobleza togada sometida directamente al rey; y en el capitalismo, fenómenos como los intentos de planificación, los esfuerzos por aliviar las trabas que imponen las fronteras nacionales, la tendencia a sustituir los burgueses parásitos por ejecutivos eficientes asalariados del capital, las políticas del tipo New Deal, las constantes manipulaciones de algunos mecanismos de la ley del valor, son todos ellos testimonios de esa tendencia a la ampliación del envoltorio jurídico mediante purgas y limpiezas constantes en las relaciones de producción. El movimiento dialéctico no se detiene tras el auge de una sociedad. El movimiento se transforma cualitativamente pero no cesa. Se siguen intensificando necesariamente las contradicciones inherentes a la antigua sociedad y por ello tienen que seguir desarrollándose las aprisionadas fuerzas, aunque sólo sea lentamente” (ídem).
En el periodo de decadencia del capitalismo asistimos a una agravación de sus contradicciones en todos los planos. Hay desarrollo de las fuerzas productivas, hay también fases de crecimiento económico pero esto se hace dentro de un marco global cada vez más contradictorio, más convulsivo, más destructivo. La tendencia hacia la barbarie no se manifiesta clara y rotundamente a través de una línea recta de catástrofes y hundimientos sin fin, sino enmascarada por fases de crecimiento, por el aumento de la productividad del trabajo, por fases de crecimiento más o menos prolongadas. El capitalismo de Estado – especialmente en los países centrales – hace todo lo que está en su mano para controlar una situación potencialmente explosiva, atenuar o aplazar las contradicciones más graves y, con todo ello, mantener una apariencia de “buen funcionamiento” e incluso de “progreso”. El sistema “estira su envoltorio hasta sus últimos límites”.
En el sistema esclavista, los siglos I a III después de Cristo se caracterizaron por esa contradicción cada vez más grave: Roma o Bizancio se poblaban con los mejores monumentos de la historia del imperio, las tecnologías más avanzadas de la época florecieron en aquel periodo hasta el extremo de que en siglo II se descubría el principio de la energía eléctrica. Pero esos desarrollos deslumbrantes tenían lugar en un marco cada vez más degradado, de exacerbación de las luchas sociales, de abandono de territorios al empuje de los bárbaros, de deterioro brutal de las infraestructuras de transporte ([14]).
¿No estamos asistiendo hoy a la misma evolución pero con una gravedad mucho mayor por las características específicas de la decadencia del capitalismo? ([15]).
El compañero afirma que el crecimiento posterior a la Segunda Guerra mundial y el crecimiento que ha tenido lugar durante los años 90 desmiente nuestra teoría. No podemos desarrollar aquí una argumentación detallada ([16]) pero respecto al crecimiento experimentado entre 1945 y 1967, más allá de su volumen estadístico hay que tener en cuenta:
En lo concerniente al crecimiento de los años 90 se ha tratado de un crecimiento minúsculo ([17]), basado en un endeudamiento sin parangón en la historia y en una especulación jamás vista y, además, se ha limitado a Estados Unidos – y algunos países más – en medio de un proceso de descalabro jamás visto antes de numerosos países de África, Asia y América Latina ([18]). Por otro lado, el desplome actual de la “Nueva economía” y las tormentas bursátiles a que estamos asistiendo dan buena cuenta de ese crecimiento.
Un elemento de reflexión que el compañero debe considerar cuando se habla de “cifras de crecimiento” es su naturaleza y su composición ([19]). No es lo mismo un crecimiento que expresa la expansión del sistema que un crecimiento que expresa una política de supervivencia y acompañamiento de la crisis. De manera general, para un marxista, no se puede identificar crecimiento de la producción con desarrollo de la producción capitalista. Son dos conceptos distintos. La práctica vigente en la Rusia estalinista consistente en batir récord tras récord en las estadísticas de acero, algodón y cemento que luego se demostraba que encubría una producción defectuosa o inexistente, es la ilustración extrema y grotesca, de una tendencia general del capitalismo decadente, estimulada por el capitalismo
C.A. n
[1] Ver “La función de la guerra imperialista” en la Revista internacional nº 82
[2] Ibid
[3] George Lukacs [sic], Historia y conciencia de clase, citado por Paul Mattick en “La inevitabilidad del comunismo: Una crítica a la interpretación de Sydney Hook de Marx”, aparecido en Polemic Publishers, Nueva York 1935, página 35
[4] Lenin, Obras escogidas, Tomo I (página 298 de la versión inglesa
[5] Antón Pannehoek en Capital y clase, Londres 1977 Spring
[6] Para obtener una lista detallada, ver la Revista internacional nº 83
[7] La CCI supone que la comprensión por Rosa Luxemburgo de las consecuencias políticas de la decadencia capitalista (la naturaleza global del imperialismo destruye las bases materiales para la autodeterminación nacional) garantiza la validez de su explicación económica específica de la decadencia
[8] “Imperialismo, la etapa decadente del capitalismo” en Revolutionnary Perspectives nº 17 Antigua Serie
[9] Correspondencia de la CWO con el autor
[10] Citado en Grossmann versus Marx de Antón Pannehoek, op cit.
[11] Ídem
[12] Ver en la Revista internacional números 29 y 30 una crítica a estas imputaciones de Bujarin y Duyaneskaya a Rosa Luxemburgo
[13] Apenas cita directamente a Rosa Luxemburgo, las críticas que menciona las toma literalmente del Bujarin de la “bolchevización” (estalinización en realidad) y de toda una serie de “académicos” que pueden decir tal o cual cosa interesante pero que globalmente tienen una postura ajena al marxismo. Cuestión diferente son las citas de Mattick o de Pannekoek con las cuales no estamos de acuerdo pero que necesitarían otro tipo de precisiones
[14] Sobre un análisis de la decadencia de modos de producción anteriores al capitalismo ver en Revista internacional nº 55 el artículo que forma parte de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo”.
[15] Ver “La descomposición del capitalismo”, Revista internacional número 62
[16] Remitimos al lector al folleto sobre La Decadencia del capitalismo, a los artículos aparecidos en la Revista internacional números 54 y 56 dentro de la serie “Comprender la Decadencia del Capitalismo” y a los artículos de la Revista internacional de polémica con el BIPR en los números 79 y 83
[17] La media de crecimiento en la década de los 90 en USA ha sido la menor de las 5 últimas décadas.
[18] Ver la serie “30 años de crisis capitalista” en Revista internacional números 96 a 98
[19] Ver en la Revista internacional nº 59, “Presentación del VIII Congreso”, unas reflexiones sobre ello
SABEMOS ahora que los atentados de Nueva York
han causado más de 6000 muertos. Más allá de esta
cantidad - espantosa ya - la destrucción del World Trade Center
significa un giro en la historia cuyo alcance no podemos hoy calibrar.
Es el primer ataque contra territorio estadounidense desde Pearl Harbour
en 1941. El primer bombardeo de su historia en el territorio americano
de Estados Unidos. El primer bombardeo de una metrópoli de un país
desarrollado desde la Segunda Guerra mundial. Ha sido un indudable acto
de guerra como dice la prensa. Y como todo acto de guerra ha sido un crimen
abominable, un crimen cometido contra una población civil sin defensa.
Como siempre, ha sido la clase obrera la principal víctima de ese
acto. Secretarias, barrenderos, obreros almacenistas, oficinistas, la
amplia mayoría de los muertos eran de los nuestros, de nuestra
clase.
Negamos todo derecho a la burguesía hipócrita y a la prensa
a sus órdenes a lloriquear por los obreros asesinados. La clase
dominante es responsable de ya demasiadas matanzas: la espantosa carnicería
de la Primera Guerra mundial; la todavía más atroz de la
Segunda, en la que por vez primera, los civiles fueron sus blancos principales.
recordemos de qué ha sido capaz la burguesía: bombardeos
de Londres, de Dresde y de Hamburgo, de Hiroshima y Nagasaki, millones
de muertos en los campos de concentración nazis y en los gulags
estalinistas.
Recordemos el infierno de los bombardeos sobre poblaciones civiles, y
del ejército iraquí huyendo durante la Guerra del Golfo
en 1991, y sus cientos de miles de muertos.
Recordemos las matanzas cotidianas,
de hoy de ayer y de mañana, en Chechenia, perpetradas por la burguesía
rusa con la complicidad plena de los Estados democráticos de Occidente.
Recordemos la complicidad de los Estados belga, francés o norteamericano
en la guerra civil en Argelia, las matanzas horribles en Ruanda.
Recordemos en fin que hoy, la población afgana, aterrorizada por
los inminentes bombardeos estadounidense, ha sufrido veinte años
de guerra ininterrumpida, que han dejado dos millones de refugiados en
Irán, dos millones más en Pakistán, más de
un millón de muertos, y la mitad de la población dependiente
de abastecimientos de la ONU o una ONG.
Son esos solo unos cuantos ejemplos de los desmanes de una capitalismo
hundido en una crisis económica sin salida, en una decadencia irremediable.
Un capitalismo en el atolladero.
El bombardeo no es un ataque "contra la civilización",
sino, al contrario, la mismísima expresión de la "civilización"
burguesa.
Hoy, cínica, hipócrita, la clase dirigente de este sistema
putrefacto, se planta ante nosotros, con las manos chorreando todavía
la sangre de tantos obreros y desventurados asesinados bajo sus bombas,
lloriqueando por unas personas de cuya muerte es ella la responsable.
Las campañas actuales de las democracias occidentales contra el
terrorismo son especialmente hipócritas. No solo porque la destrucción
perpetrada contra poblaciones civiles por el terror estatal de esas democracias
es mil veces más carnicero que el peor de los atentados (millones
de muertos, citando solo las guerras de Corea o de Vietnam). No solo porque,
so pretexto de combatir el terrorismo, esas mismas democracias se asocian
con Rusia, entre otras potencias, de la que han denunciado en varias ocasiones
los actos de guerra contra su propia población en Chechenia. No
sólo porque nunca vacilaron en usar el golpe de Estado y las dictaduras
más bestiales para imponer sus intereses (como Estados Unidos en
Chile, por ejemplo). Son hipócritas porque ellas mismas nunca han
hecho ascos al uso del arma terrorista, al sacrificio de vidas civiles,
si esos métodos podían servir a sus intereses del momento.
Recordemos algunos ejemplos de la historia reciente:
- En los años 80, la aviación rusa derriba un Boeing de
la Korean Air Lines en el espacio aéreo de la URSS; después
se supo que el desvío había sido provocado por los servicios
de inteligencia de EE.UU. para estudiar las reacciones rusas ante la incursión
en su espacio aéreo.
- Durante la guerra Irán-Iraq, EE.UU. derriba un avión de
línea iraní que sobrevolaba el golfo Pérsico. Fue
una advertencia al Estado iraní para que se mantuviera tranquilo
y no desencadenara la guerra en los Estados del Golfo.
- Mientras llevaba a cabo sus pruebas nucleares en Mururoa en el Pacífico,
Francia mandó a sus servicios secretos a Nueva Zelanda a que dinamitaran
y hundieran el navío "Rainbow Warrior" de Greenpeace.
-Un
atentado en la estación italiana de Bolonia que mató a unas
cien personas en los años 70 se achacó durante mucho tiempo
a las Brigadas Rojas, para acabar reconociendo que fueron los servicios
secretos italianos. Estos mismos servicios estuvieron involucrados en
toda la madeja mafiosa de la red Gladio instalada por EE.UU. en Europa
entera y de la que se sospecha toda una serie de ataques asesinos en Bélgica.
- Durante la guerra civil en Nicaragua, el gobierno Reagan organizó
el transporte de armas y dinero para los guerrilleros de la "Contra".
Fue una acción ilegal, ocultada al Congreso y financiada con la
venta de armas a Irán (ilegal también) y el narcotráfico.
- El Estado tan democrático de Israel prosigue hoy una campaña
de asesinatos y atentados en territorio palestino contra dirigentes del
Fatah, de Hamas y otros (1).
No podemos hoy afirmar con certeza que haya sido Osama Ben Laden el responsable
del ataque a las Torres Gemelas, como lo acusa el Estado norteamericano.
Si esta hipótesis se confirmara, se trataría de un señor
de la guerra vuelto incontrolable por sus antiguos dueños. Ben
Laden no es un simple terrorista fanático ahíto de Islam.
Su carrera, al contrario, se inició como eslabón de la cadena
del imperialismo americano durante la guerra contra la URSS en Afganistán.
Perteneciente a una pudiente familia saudí apoyada plenamente por
la familia real, Ben Laden fue reclutado por la C.I.A. en Estambul en
1979:
"La guerra de Afganistán acaba de estallar. Estambul es el
lugar de tránsito escogido por EEUU para conducir a los voluntarios
hacia la guerrilla afgana. Osama Ben Laden se convierte en intermediario
financiero del tráfico de armas, financiado a partes iguales por
EE.UU y Arabia Saudí, hasta 1200 millones de $ por año.
En 1980, llega a Afganistán en donde permanecerá hasta la
retirada de las tropas rusas en 1989. Se encarga de repartir el tesoro
entre las diferentes facciones de la resistencia, función clave,
eminentemente política. En aquel entonces, goza del apoyo total
de los americanos y del régimen saudí, gracias a su amigo
el príncipe Turki Ben Faysal, hermano del rey y jefe de los servicios
secretos saudíes, y a la familia de éste. Transforma dinero
"limpio" en "sucio" y después hará lo
contrario" (Le Monde, 15 de septiembre).
Según este diario francés, Ben Laden construyó una
red de tráfico de opio junto con su amigo Gulbuddin Hekmatyar,
jefe talibán apoyado también por EE.UU. Quienes ahora se
tratan mutuamente de "gran Satán" o "terrorista
mundial nº 1" y otras lindezas, cual si fueran enemigos irreductibles,
eran ayer mismo en realidad aliados indefectibles (2).
Más allá, sin embargo, de la aversión
que nos inspiran a la vez las matanzas de Nueva York y la hipocresía
de la burguesía que las denuncia, los revolucionarios y la clase
obrera necesitan comprender los porqués de esa masacre si no queremos
quedarnos de simples espectadores aterrorizados por el acontecimiento.
Y contra la prensa y los medios burgueses que no cesan de declarar que
el responsable es el integrismo, los "Estados delincuentes",
los "fanáticos", nosotros contestamos que el verdadero
responsable es el sistema capitalista como un todo.
Para nosotros (3), los inicios del siglo pasado estuvieron marcados por
la entrada de la sociedad capitalista en su período de decadencia
a nivel mundial. Con la entrada en los años 1900, el capitalismo
terminó su misión histórica: la integración
de todo el planeta en un único mercado mundial; la eliminación
del dominio de antiguas formas de poder (feudal, tribal, etc.) todo lo
que puso las bases materiales sobre las que se hacía posible la
construcción de una verdadera comunidad humana por vez primera
en la historia. Al mismo tiempo, el que las fuerzas productivas hubieran
alcanzado ese punto de desarrollo significó que las relaciones
de producción capitalistas se convirtieron entonces en una traba
para su desarrollo posterior. Desde entonces, el capitalismo dejó
de ser un sistema progresista, convirtiéndose en un estorbo para
la sociedad.
La decadencia de una forma social nunca se abre a un simple período
histórico de declive o de estancamiento. Al contrario, el conflicto
entre fuerzas productivas y relaciones de producción es obligatoriamente
violento. En la historia es lo que se vio en el período de decadencia
del Imperio romano esclavista, marcado por convulsiones, guerras internas
y externas, invasiones de los bárbaros, hasta la instalación
de nuevas relaciones de producción, las feudales, que permitieran
la eclosión de una nueva forma de sociedad. De igual modo, la decadencia
del modo de producción feudal estuvo marcado por dos siglos de
guerras destructoras hasta que las revoluciones burguesas (especialmente
en Inglaterra en el siglo XVII y en Francia en el XVIII) acabaran con
el poder de los señores feudales y de las monarquías absolutas,
abriéndose así el período de dominación de
la burguesía capitalista.
El modo de producción capitalista ha sido el más dinámico
de toda la historia humana, pues vive únicamente mediante el trastorno
constante de las técnicas productivas existentes y - lo que es
todavía más importante - mediante la ampliación continua
de su campo de actividad. Menos todavía que otro modo de producción,
su decadencia no podía ser un período de paz. Materialmente,
la entrada del capitalismo en su decadencia estuvo marcada por dos hechos
gigantescos y contrarios: la Primera Guerra mundial y la Revolución
obrera de 1917 en Rusia.
Con la guerra de 1914, los enfrentamientos entre grandes potencias imperialistas
ya no serán guerras limitadas o enfrentamientos en países
lejanos como cuando la carrera colonial. Desde entonces los conflictos
van a ser mundiales, de una inconcebible mortandad y destrucción.
Con la Revolución de Octubre de 1917, el proletariado ruso logró
por vez primera en la historia derrocar un Estado capitalista; la clase
obrera reveló su naturaleza de clase revolucionaria capaz de poner
fin a la barbarie bélica y abrir los caminos hacia la constitución
de una nueva sociedad.
En su Manifiesto, la IIIª Internacional, fundada precisamente para
dirigir al proletariado por el camino de la revolución, declaró
que el período abierto por la guerra era el de la decadencia capitalista,
el "período de guerras y de revoluciones", en el que
- como decían Marx y Engels en El manifiesto comunista - la alternativa
era o victoria de la revolución o "ruina común de las
clases en conflicto". Los revolucionarios de la Internacional comunista
consideraban o la victoria o la caída en los infiernos de toda
la civilización humana.
No podían ni imaginarse lo que serían los horrores de la
Segunda Guerra mundial, los campos de concentración, los bombardeos
nucleares. Todavía menos podrían haberse imaginado la situación
histórica inédita en la que nos encontramos hoy.
Al igual que la guerra de 1914 significó la entrada del capitalismo
en su período de decadencia, el desmoronamiento del bloque ruso
en 1989 marcó la entrada del capitalismo en una nueva fase de esa
decadencia: la fase de la descomposición. La tercera guerra mundial,
que se fue preparando desde que terminó de la Segunda Guerra mundial
en 1945, no se produjo. Desde mayo de 1968 en Francia, donde ocurrió
la mayor huelga de la historia, una serie de luchas obreras que estremeció
a los principales países capitalistas hasta finales de los años
80, demostró que el proletariado mundial, y especialmente el de
los países del corazón del sistema, no estaba dispuesto
a alistarse en guerras "como en 1914", ni siquiera como en 1939.
Sin embargo, por mucho que la clase obrera se negara implícitamente
y por sus actos a dejarse alistar, no por ello logró alcanzar la
conciencia de su verdadero lugar en la sociedad capitalista, ni de su
papel histórico de enterrador del capitalismo. Una de las expresiones
más patentes de esa dificultad se plasma en la incapacidad de las
organizaciones comunistas de hoy para ser algo más que unos grupos
minúsculos, dispersos y sin eco significativo en la clase obrera.
Desapareció pues la amenaza de guerra mundial en dos bloques imperialistas,
pero el peligro para la humanidad permanece. La descomposición
del capitalismo no es una "fase más" a la que le sucederían
otras. No, es la última de su decadencia, que sólo tiene
dos salidas: o la revolución proletaria con el paso a otra forma
de sociedad humana o caída más o menos acelerada en una
barbarie infinita, que ya conocen bastantes países subdesarrollados
y que acaba de golpear por vez primera en el corazón mismo de la
sociedad burguesa. Eso es lo que está en juego en el período
en el que vivimos.
La desaparición del imperio ruso no ha acabado, ni mucho menos,
con las rivalidades imperialistas. Muy al contrario, ha permitido la libre
expresión de las ambiciones imperialistas no solo de las antiguas
grandes potencias europeas, sino también de las potencias secundarias,
regionales, y hasta los países más pequeños y hasta
los últimos y más cutres señores de la guerra.
El 1989, el presidente Bush nos anunció el final del conflicto
contra el "imperio del mal", prometiéndonos una nueva
era de paz y de prosperidad. En 2001, Estados Unidos es golpeado por primera
vez en su historia y el Bush-hijo, presidente ahora, nos propone una cruzada
del "bien contra el mal", una cruzada que durará "hasta
la erradicación de todos los grupos terroristas de alcance mundial".
El 16 de septiembre, Donald Rumsfeld, ministro de Defensa de EE.UU., repite
que será "un esfuerzo largo, amplio, sostenido" que se
extenderá no solo "durante semanas y días, sino por
años" (citado en Le Monde del 18/09/01). Estamos pues ante
una guerra cuyo fin ni siquiera la clase dominante pretende vislumbrar.
No es el momento de hacer aspavientos sobre los diez años pasados
de "prosperidad" americana, sino de tomar conciencia de una
realidad que Winston Churchill prometió al pueblo inglés
en 1940: "sangre, sudor y lágrimas".
La situación ante la que hoy estamos confirma palabra por palabra
la resolución que en nuestro XIVº Congreso internacional verificado
en la primavera de este año:
"la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura
y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos
niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más
caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde
las grandes potencias mundiales hasta los más ruines caudillos
de guerras locales (…) La característica de las guerras en
la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son
menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia,
pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables
y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente. (…)
[Los Estados capitalistas] están todos entrampados en una lógica
que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo
es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo
que hace que la situación ante la que está enfrentada la
humanidad sea tan peligrosa e inestable".
En el momento en que escribimos, nadie - ningún
Estado, ningún grupo terrorista - ha reivindicado el atentado.
Es sin embargo evidente que ha exigido una larga preparación y
unos medios materiales importantes; el debate entre "especialistas"
sigue abierto para saber si ha sido obra de un grupo terrorista únicamente,
o si una acción de tal calibre no necesitaba que se involucraran
los servicios secretos de un Estado. Todas las declaraciones públicas
de las autoridades estadounidenses señalan a la organización
Al Qaida de Osama Ben Laden, pero ¿habrá que creer esas
declaraciones a pies juntillas? (4).
A falta de elementos verdaderamente concretos y con la poca confianza
que podamos acordar a los medios de la burguesía, nos vemos obligados
a seguir el viejo método de cualquier detective que se precie,
o sea, buscar el móvil. ¿A quién favorece el crimen?
¿Lo habría intentado otra gran potencia? Uno de los Estados
europeos, por qué no Rusia o China, perjudicados por la superpotencia
norteamericana, que hace sombra a sus propias ambiciones, ¿no habría
intentado dar un tremendo golpe en el corazón de Estados Unidos
desprestigiando así la imagen de la superpotencia en el mundo?
Esta tesis nos parece, a priori, tanto más imposible por cuanto
el resultado de los atentados parece previsible en el plano internacional,
o sea, la determinación estadounidense de golpear militarmente
donde le parezca oportuno y su capacidad para involucrar, de mal o buen
grado, a todas las potencias.
Están después los llamados "Estados delincuentes"
como Irak, Irán, Libia, etc. La tesis, en este caso también,
nos parece de lo más improbable. Porque, además de que esos
Estados son menos "indeseables" que lo que quieren hacer creer
(el gobierno iraní, por ejemplo, es más bien favorable a
una alianza con EE.UU.), es evidente que el riesgo para ellos sería
enorme si se descubriera el crimen. Arriesgarían el aplastamiento
militar total por unas ventajas muy inciertas.
En Oriente Próximo están también los palestinos y
el Estado de Israel que se acusan mutuamente de terrorismo. Apartamos
inmediatamente la hipótesis palestina: Arafat y sus secuaces saben
perfectamente que solo EE.UU. puede impedir a Israel acabar con su aborto
estatal; para ellos, los atentados de Nueva York son un desastre total,
pues hacen caer el desprestigio sobre todo lo árabe. Es este mismo
razonamiento, pero en el otro sentido (para mostrar al mundo y sobre todo
a EE.UU. que hay que acabar con el "terrorista Arafat") lo que
podría incitar a plantearse la pista israelí. Es un crimen
del que sería posiblemente capaz el Mosad (servicios secretos de
Israel) en lo que a organización se refiere, pero es difícil
imaginarse cómo iba el Mosad a actuar sin el acuerdo del Estado
norteamericano.
Las acusaciones estadounidenses están sin duda justificadas: los
atentados se deberían a uno de esos grupo de la enorme nebulosa
de grupos terroristas que pululan en Oriente Medio y diseminados por el
mundo entero. En este caso, sería más difícil encontrar
el móvil, al no tener esos grupos un interés estatal fácilmente
identificable. Puede sin embargo ponerse de relieve que incluso si el
grupo Al Qaida fuera inculpado, no por ello se esclarecerían las
cosas; el deterioro de la economía capitalista mundial ha venido
acompañada por el desarrollo de una gigantesca economía
paralela, basada en la droga, la prostitución, el tráfico
de armas y el de refugiados. Así, el austero régimen islámico
de los talibán no ha impedido - ni mucho menos - que Afganistán
se haya convertido en el abastecedor principal del mundo en opio y en
heroína. En Rusia, el hombre de negocios Berezovski, gran amiguete
de Yeltsin, apenas si ha ocultado sus vínculos de negocios con
las mafias chechenas. En Latinoamérica, las guerrillas izquierdistas,
como las FARC colombianas, se financian con la venta de cocaína.
Por todas partes, los Estados manipulan esos grupos por sus propios intereses.
Y esto, como mínimo desde la guerra de 1939-1945 cuando el ejército
americano mandó sacar de la cárcel al mafioso Lucky Luciano
para que éste pudiera favorecer el desembarco de las tropas aliadas
en Sicilia. Tampoco puede excluirse que algunos servicios secretos hayan
podido actuar por cuenta propia fuera de la voluntad de sus gobiernos.
La última hipótesis podría parecer la más
"descabellada": el gobierno norteamericano, o una fracción
de éste en el seno de la CIA por ejemplo, habría podido,
aunque no fuera preparar el atentado, haberlo provocado y dejarlo ejecutar
sin intervenir. Cierto es que los destrozos en la credibilidad de EE.UU.
en el mundo y en la economía son demasiado descomunales para que
tal teoría fuera tal solo imaginable.
Sin embargo, antes de descartarla, vale la pena hacer una comparación
en profundidad con el ataque japonés a Pearl Harbour (comparación
muy presente en la prensa, por lo demás), haciendo un paréntesis
histórico.
El 8 de diciembre de 1841, la fuerza aeronaval japonesa ataca la base
estadounidense de Pealr Harbour, en Hawai, en donde se ha agrupado la
práctica totalidad de las fuerzas navales americanas del Pacífico.
El ataque sorprende totalmente a los militares encargados de la seguridad
de la base, provocando grandes estragos: la mayoría de los navíos
anclados son destruidos, al igual que la mitad de los aviones, hubo más
de mil muertos o heridos del lado americano contra solo 30 aviones del
lado japonés. Hasta entonces, la mayoría de la población
de EE.UU. se opone a la entrada en guerra contra las fuerzas del Eje y
los sectores aislacionistas de la burguesía americana, que animan
el Comité "América primero", ocupan el terreno.
El ataque "hipócrita y cobarde" de los japoneses hará
callar todas las resistencias. El presidente Roosevelt, quien, ya desde
el principio, quería que su país participara en la guerra,
aportando ya desde hacía tiempo un apoyo al esfuerzo bélico
de Gran Bretaña, declara: "debemos constatar que la guerra
moderna, conducida a la manera nazi, es algo repugnante. Nosotros no queríamos
entrar en ella. En ella estamos y vamos a combatir con todos nuestros
recursos." Y realiza desde entonces una unión nacional sin
fisuras en torno a su política.
Después de la guerra, impulsada por el Partido republicano, se
lleva a cabo una amplia investigación para determinar por qué
causas los militares norteamericanos fueron sorprendidos hasta semejante
grado por el ataque japonés. La investigación hizo aparecer
claramente que las autoridades políticas más elevadas eran
las responsables del ataque japonés y de su éxito. Por un
lado, durante las negociaciones americano-japonesas que se estaban desarrollando
en esos momentos, se había impuesto a Japón condiciones
inaceptables, en particular, el embargo de petróleo. Por otro lado,
aun cuando estaban al corriente de los preparativos japoneses (especialmente
en la intercepción de mensajes del estado mayor cuyo código
secreto conocían), los dirigentes americanos no informaron al mando
de la base de Pearl Harbour. Roosevelt incluso desautorizó al almirante
Richardson, que se había opuesto a que toda la flota del Pacífico
se amontonara en esa base. Cabe señalar, sin embargo, que los tres
portaaviones (o sea los tres navíos, con mucho, más importantes)
que habitualmente fondeaban en Pearl Harbour habían dejado puerto
unos cuantos días antes. De hecho, la mayoría de los historiadores
serios está hoy de acuerdo en considerar que el gobierno provocó
a Japón para justificar la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra
mundial obteniendo de ese modo la adhesión de la población
estadounidense y de todos los sectores de la burguesía.
Es difícil hoy decir quién es el responsable de los atentados
de Nueva York, ni afirmar que hayan sido una especie de reedición
del ataque de Pearl Harbour. En cambio, lo que sí podemos afirmar
con la mayor certidumbre es que el poder estadounidense es el primero
en sacar provecho de ellos, demostrando así una gran capacidad
para transformar en ventajas los contratiempos.
Cómo saca partido Estados Unidos de la situación
The Economist lo dice con pocas palabras:"La coalición que
Estados Unidos ha reunido es extraordinaria. Una alianza que incluye a
Rusia, a los países de la OTAN, a Uzbekistán, a Tayikistán,
Pakistán, Arabia Saudí y a los demás países
del Golfo, con el acuerdo tácito de Irán y de China no hubiera
sido imaginable antes del 11 de septiembre"
Y, en efecto, la OTAN ha invocado por vez primera en su historia el artículo
Vº del Tratado del Atlántico, que obliga a todos los miembros
a acudir en ayuda de otro Estado atacado desde el extranjero. Todavía
más extraordinario, el presidente ruso Putin ha dado su acuerdo
para el uso de las bases en operaciones "humanitarias" (tan
"humanitarias" sin duda como los bombardeos de la guerra de
Kosovo), proponiendo incluso su ayuda logística: Rusia no se opone
a que Tayikistán y Uzbekistán permitan el uso de sus bases
aéreas para operaciones militares americanas contra Afganistán:
ya habría tropas norteamericanas y británicas echándole
una fuerte mano a la Alianza del Norte, única fuerza afgana todavía
activa contra el gobierno talibán.
Todo eso no deja de tener, claro está, segundas intenciones. Rusia,
en primer lugar, procura sacar tajada de la situación y que se
acaben las críticas a su sanguinaria guerra en Chechenia y cortar
los víveres transportados a los rebeldes desde Afganistán
(rebeldes apoyados sin lugar a dudas por el ISI, los servicios secretos
pakistaníes). El poder uzbeko saluda la llegada de las fuerzas
americanas como medio de presión contra Rusia, hermano mayor demasiado
"atento" para su gusto.
En cuanto a los Estados europeos, no se han puesto tras Estados Unidos
con una alegría desbordante, contando cada uno de ellos con la
posibilidad de guardar su libertad de acción. Por ahora, sólo
la burguesía británica muestra una solidaridad total y militar
con Estados Unidos, con una fuerza embarcada de 20000 hombres ya en ejercicio
en el golfo Pérsico, la mayor desde la guerra de las Malvinas,
y el envío de unidades de élite de la SAS a Uzbakistán.
Incluso si la burguesía inglesa ha tomado algunas distancias respecto
de EE.UU. en los últimos años (apoyo a la formación
de una fuerza de reacción rápida europea capaz de actuar
por su cuenta, sin EE.UU., cooperación naval con Francia), su historia
particular en Oriente Medio, con sus intereses vitales e históricos
en la región, hace que la defensa de sus propios intereses en esa
región la obligue hoy a ponerse detrás de EE.UU., Gran Bretaña
juega su partida como los demás, pero en este caso su juego exige
una cooperación fiel con EE.UU. Como ya decía lord Palmerston
en el siglo XIX: "Nosotros no tenemos ni aliados eternos, ni enemigos
permanentes. Nuestros intereses son eternos, y es nuestro deber darles
continuidad" (citado por Kissinger en La Diplomacia). Lo cual no
ha impedido a otro lord, Robertson, actual secretario general de la OTAN,
insistir sobre la independencia de cada Estado miembro:
"Está claro que hay una obligación solemne, moral,
para cada país de aportar una asistencia. Esta dependerá
a la vez de lo que el país atacado (…) decida que es idóneo,
y también de la manera que los países miembros estiman que
pueden contribuir en esta operación" (Le Monde, 15 de septiembre).
Francia matiza mucho más; para Alain Richard, ministro de Defensa,
los principios de "apoyo mutuo [de la OTAN] se van a aplicar",
pero "cada nación (…) lo hace con los medios que ella
considera adecuados" y que si "la acción militar puede
ser una de las herramientas para debilitar la amenaza terrorista, también
hay otras". "Solidaridad no significa ceguera", añade
H. Emmanuelli, uno de los dirigentes del Partido socialista francés
(5). El presidente Chirac, de visita en Washington quiso puntualizar:
"La cooperación militar puede, evidentemente, imaginarse,
pero en la medida en que nos hayamos concertado previamente sobre objetivos
y modalidades de una acción cuya finalidad sea la eliminación
del terrorismo" (citas sacadas de Le Monde, 15 y 20 de diciembre).
Hay sin embargo una diferencia entre la situación de hoy y la de
la Guerra del Golfo en 1990-91. Hace once años, la Alianza reunida
por EE.UU. incorporó fuerzas de varios Estados europeos y árabes
(Arabia Saudí y Siria, en particular). Hoy, en cambio, Estados
Unidos ha dado a entender de que va a actuar solo en el plano militar.
Lo cual muestra hasta qué punto ha ido incrementándose el
aislamiento diplomático de EE.UU. desde aquella guerra, al igual
que la desconfianza de este país hacia sus "aliados".
EE.UU. acabará obligándolos a apoyar, claro está,
incluso, y especialmente, intentando acaparar sus redes de información,
pero no soportarán el más mínimo estorbo ante sus
acciones armadas.
Puede ponerse de relieve otra ventaja que saca la fracción dominante
de la burguesía estadounidense, esta vez hacia el interior. Desde
siempre existe una tendencia "aislacionista" de la burguesía
norteamericana que considera que su país está lo bastante
aislado por los océanos, que es lo bastante rico para no andar
metiéndose en los asuntos del mundo. Fue esa misma fracción
la que resistió contra la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra
mundial, y a la que, como hemos dicho, Roosevelt redujo al silencio tras
el ataque japonés contra Pearl Harbour. Está claro que hoy
esa fracción ha perdido su influencia: el Congreso acaba de votar
una partida suplementaria de 40000 millones de dólares para la
defensa y la lucha "antiterrorista", 20000 millones de entre
los cuales dejados a discreción del Presidente. O sea, un fortalecimiento
importantísimo del poder del Estado central.
Ha sido con una rapidez extraordinaria con la
que la policía y los servicios secretos de EE.UU han señalado
con el dedo al culpable del atentado: Osama Ben Laden y sus anfitriones
talibanes (6). Y mucho antes de presentar la menor prueba concreta, el
Estado norteamericano ya había designado su diana y sus intenciones:
acabar con el régimen talibán. En el momento en que escribimos
esto (7), la prensa anuncia que cinco portaaviones americanos y británicos
ya está en la zona o en camino, que ya están aterrizando
aviones americanos en Uzbekistán y que se prevé un ataque
en 48 horas. Si se compara con los seis meses de preparación que
precedieron el ataque contra Irak en 1991, puede uno preguntarse si no
estaba previsto de antemano. Sea como sea, es evidente que la burguesía
estadounidense ha decidido imponer su orden en Afganistán. Y no
será, desde luego, para conquistar riquezas económicas ni
mercados en ese país exangüe. ¿Por qué, entonces,
Afganistán?
Si bien ese país nunca tuvo el menor interés en el plano
económico, basta, en cambio, observar un mapa para comprender su
importancia estratégica desde hace más de dos siglos. Desde
la creación del Raj (el imperio británico en India) y durante
todo el siglo XIX, Afganistán fue el lugar privilegiado de enfrentamientos
entre los imperialismos inglés y ruso, en lo que entonces solía
llamarse "El Gran Juego". A Gran Bretaña la contrariaba
el avance del imperialismo ruso hacia los emiratos de Tashkent, Samarcanda,
y Bujara y más todavía hacia sus "cotos privados"
de la antigua Persia (Irán hoy). El Reino Unido consideraba, con
razón para él, que la meta de los ejércitos del Zar
era la conquista de la India de donde sacaba pingües beneficios y
un gran prestigio. Por eso envió en dos oca siones expediciones
militares a Afganistán; en la primera sufrió una derrota
humillante en la que perdieron la vida 16000 hombres y hubo un solo superviviente.
Antes del siglo XX, el descubrimiento de inmensas reservas de petróleo
en Oriente Medio, la creciente dependencia de las economías capitalistas
desarrolladas y, especialmente, de sus ejércitos de esa materia
prima incrementó tanto más la importancia estratégica
de Oriente Medio. Tras la Segunda Guerra mundial, Afganistán se
convierte en encrucijada regional en los mecanismos militares de los dos
grandes bloques imperialistas. Estados Unidos reúnen a Turquía,
Irán y Pakistán en el CENTO (Central Teatry Organisation),
Irán se atiborra de estaciones de escucha norteamericanas, Turquía
se convierte en uno de los países más poderosos militarmente
de Oriente Próximo y Pakistán, por su parte, es indefectiblemente
apoyado por EE.UU para hacer contrapeso a una India demasiado abierta
a las demandas rusas.
La "revolución" islámica en Irán extrajo
a este país del dispositivo americano. La invasión de 1979
de Afganistán por la URSS, la cual intenta sacar partido de esa
debilidad estadounidense, es una amenaza de lo más peligroso para
la posición estratégica del bloque americano no sólo
en Oriente Medio, sino en toda Asia del Sur. Al no poder atacar directamente
las posiciones rusas (debido en parte al resurgir espectacular de las
luchas obreras con la huelga masiva en Polonia), EE.UU. interviene a través
de la guerrilla. A partir de entonces, mediante el Estado pakistaní
y su ISI con el papel de secuaces, EE.UU. apoya con las armas más
modernas el movimiento de "liberación" sin duda más
atrasado del planeta. Y para no quedarse de espectadores, los servicios
secretos ingleses y franceses se apresuraron en aportar su ayuda a la
Alianza del Norte del comandante Masud.
Al amanecer de este siglo XXI, dos nuevos acontecimientos han vuelto a
realzar la importancia estratégica de Afganistán. Por un
lado, el desmoronamiento del imperio ruso y la aparición de nuevos
Estados inestables (los cinco "stán": Kazajstan, Uzbekistán,
Tayikistán y Turkmenistán, y Armenia, Azerbaiyán
y Georgia) ha agudizado los apetitos imperialistas de las potencias secundarias:
Turquía intenta montar alianzas con los nuevos Estados de lengua
turca, Pakistán presiona al gobierno Talibán para fortalecer
su influencia y ganar terreno en su guerra larvada contra India en Cachemira.
Y eso sin hablar de los nuevos intentos rusos para imponer de nuevo su
presencia militar en la región. Por otro lado, el descubrimiento
de importantes reservas de petróleo en torno al mar Caspio, sobre
todo en Kazajstán, atrae a las grandes empresas petroleras occidentales.
No podemos aquí desmadejar todas las rivalidades y conflictos interimperialistas
que agitan la región desde 1989 (8). No obstante, para darse una
idea del polvorín que rodea Afganistán, baste con enumerar
algunos de los conflictos y rivalidades actuales:
- La geografía absurda que ha dejado el desmoronamiento de la URSS
ha hecho que la región más rica y más poblada - el
valle del Fergana - esté compartida por Uzbekistán, Tayikistán
y Kirguizistán, de tal modo que ninguno de esos países dispone
de ruta directa entre su capital y su área más poblada…
- Tras una guerra civil de cinco años, los islamistas de la Oposición
unificada tayik han entrado en el gobierno; sin embargo, se sospecha que
no han abandonado sus vínculos con el Movimiento islámico
de Uzbekistán (la organización guerrillera más importante),
sobre todo porque éste tiene que atravesar Tayikistán para
atacar Uzbekistán a partir de sus bases en Afganistán.
- Uzbekistán es el único país en haberse negado a
aceptar tropas rusas en su territorio; está así sometido
a todo tipo de presiones de Rusia.
- Pakistán apoya desde el principio a los Talibán, incluso
con 2000 soldados en la última ofensiva contra la Alianza del Norte.
Espera así darse una "profundidad estratégica"
en la región contra Rusia e India, y eso por no hablar del lucrativo
negocio de la heroína que pasa en gran parte por Pakistán
y está en manos de los generales del ISI.
- China, que ya tiene sus propios problemas con los separatistas uiguros
en Xingjiang, intenta también incrementar su influencia en la zona
mediante la Shanghai Cooperation Organisation que agrupa a los "cinco
Stán" (salvo Turkmenistán, reconocido como país
neutral por la ONU) y Rusia. China quiere a la vez mantener buenas relaciones
con los talibanes y acaba de firmar un acuerdo industrial y comercial
con ese gobierno.
- Y, claro está, Estados Unidos no quiere quedar fuera del tinglado.
Ya ha aportado su apoyo al tan poco recomendable gobierno uzbeko: "Los
militares US conocen muy bien a los militares uzbekos y la base aérea
de Tashkent. Unidades US han participado en ejercicios de entrenamiento
militar con tropas uzbekas, kazajas y kirguisas como parte de los ejercicios
Centrazbat en el marco del programa de la OTAN 'Asociación por
la Paz'. algunos de esos ejercicios se han desarrollado en la base militar
de Shirshik en las cercanías de Tashkent. Uzbekistán ha
buscado también un apoyo US desde su independencia en 1991, a menudo
en detrimento de sus relaciones con Rusia (…) Durante una visita
en el año 2000 de la secretaria de Estado de entonces, M.Albright,
Estados Unidos prometió a Uzbekistán varios millones de
dólares de equipamiento militar y las fuerzas especiales US han
entrenado a las tropas uzbekas en los métodos antiterroristas y
de combate de montaña."
Los Estados Unidos intervienen, por lo tanto, en un verdadero polvorín,
con la pretensión de aportar en él nada menos que una "Libertad
duradera". No podemos evidentemente prever hoy cuál será
el resultado final de semejante aportación. Lo que sí nos
indica, en cambio, la historia de la Guerra del Golfo es que diez años
después del final de la guerra:
- la región en sentido amplio no conoce la paz ni mucho menos,
pues los enfrentamientos entre israelíes y palestinos, entre kurdos
y turcos, entre gobiernos y guerrillas fundamentalistas siguen con mayor
fuerza todavía, así como los bombardeos casi cotidianos
de la aviación americana y británica en Irak;
- las tropas estadounidenses se han instalado durablemente en la región,
gracias a las nuevas bases en Arabia Saudí, en donde esta presencia
es a su vez fuente de inestabilidad (atentado antiamericano en Dahran)
No podemos sino afirmar con certeza que la intervención que se
prepara en Afganistán no aportará ni paz, ni libertad, ni
justicia, ni estabilidad, sino más guerra, más miseria que
atizarán más y más las brasas del resentimiento y
de la desesperanza de las poblaciones que se apoderó de los kamikazes
del once de septiembre.
La crisis y la clase obrera
Unos días antes del atentado, Hewlett-Packard anunciaba su fusión
con Compaq. Esta fusión se iba a concretar en la pérdida
de 14000 empleos. Es ése un ejemplo entre muchos más de
que la crisis se ahonda, que se dispone a golpear más y más
duramente a los obreros.
Apenas unos días después del atentado, United Airlines,
US Air y Boeing anunciaron decenas de miles de despidos. Desde entonces,
les han seguido los pasos las líneas aéreas del mundo entero
(Bombardier Aircraft, Air Canada, Scandinavian Airlines, British Airways
y Swissair, por solo mencionar las más recientes).
Además, la burguesía tiene el descaro de usar el atentado
del Wolrd Trade Center para explicar la nueva crisis abierta que está
cayendo sobre la clase obrera (9). Es una explicación que podría
parecer aceptable, con los 6 billones de dólares en valores perdidos
en la auténtica quiebra bursátil mundial que se ha producido
desde el 11 de septiembre. En realidad, la crisis ya estaba ahí
y los patronos no han hecho sino aprovechar la ocasión. Así,
según Leo Mullin, patrón de Delta Airlines :
"incluso si el Congreso otorga una ayuda financiera global a la industria,
la aportación se ha calculado en función de lo no ganado
por causa únicamente de los acontecimientos del 11 de septiembre
(...) Ahora bien, la demanda baja mientras que los costes de explotación
se incrementan. Delta está registrando un flujo de tesorería
negativo".
Y, en efecto, el mundo capitalista ya se está ahogando con la tenaza
de la recesión, lo cual se concreta en primer lugar en los ataques
contra la clase obrera. En Estados Unidos, entre enero y finales de agosto
de 2001, hubo un millón de desempleados suplementarios. Gigantes
como Motorola y Lucent, la canadiense Nortel, la francesa Alcatel, la
sueca Erikson, han despedido a mansalva por decenas de miles. En Japón,
donde el desempleo era de 2 %, ha subido a 5 % este año (10). La
fulgurante celeridad de nuevas pérdidas de empleo anunciadas (57
700 entre el 11 y el 21 de septiembre) nos muestran cómo los patronos
han echado mano del pretexto del atentado para llevar a cabo los planes
de despidos que ya tenían previstos desde hacía meses.
La clase obrera no sólo deberá pagar por la crisis, también
deberá pagar por la guerra, y no sólo en EE.UU., en donde
la cuenta alcanza ya a 40 000 millones de $ como mínimo. En Europa
todos los gobiernos están de acuerdo para incrementar sus esfuerzos
por construir fuerzas de intervención rápida que den a las
potencias europeas una capacidad de acción independiente. En Alemania,
20000 millones de marcos para la reestructuración militar no han
encontrado todavía su sitio en el presupuesto federal. Ni que decir
tiene que el sitio lo van a encontrar y que serán los obreros quienes
tendrán que pagar el pato.
Sin lugar a dudas, la solidaridad de la unión sagrada es una solidaridad
de sentido único, o sea la de los obreros para con la clase dominante.
Y el cinismo de esta clase, que utiliza a los muertos de la clase obrera
de pretexto para despedir, no parece tener límites.
Víctima primero en carne propia. Víctima
sobre todo en su conciencia. Aún cuando es la clase obrera la única
capaz de acabar con este sistema responsable de la guerra, la burguesía
se sirve de ella, antes y ahora, para llamar a la unión sagrada.
La unión sagrada de los explotados con sus explotadores. La unión
sagrada entre quienes sufren en primer término del capitalismo
con quienes sacan de él sus satisfacciones y privilegios.
La primera reacción de los proletarios neoyorquinos, de una de
las primeras ciudades obreras del mundo, no fue la del patrioterismo vengativo.
Asistimos, primero, a una reacción espontánea de solidaridad
hacia las víctimas, como testimoniaron las colas para donar sangre,
los miles de actos individuales de ayuda y ánimo. En los barrios
obreros, después, en donde se lloraba a los muertos sin poderlos
enterrar, podían leerse declaraciones en pancartas como: "Zona
libre de odio", "Vivir como un solo mundo es la única
manera de honrar a los muertos", "La guerra no es la respuesta".
Evidentemente, consignas así están impregnadas de sentimientos
democráticos y pacifistas. Sin un movimiento de lucha capaz de
dar consistencia a una enérgica resistencia contra los ataques
capitalistas y, sobre todo, sin un movimiento revolucionario capaz de
hacerse oír en la clase obrera, esa solidaridad espontánea
no podrá sino ser barrida por la descomunal oleada de patriotismo
transmitida por los medios después del atentado. Quienes intenten
rechazar la lógica de la guerra corren el riesgo de verse arrastrados
por el pacifismo, el cual acaba siempre siendo el primer belicista cuando
"la patria está en peligro". Como ejemplo valga esta
declaración individual que puede leerse en un sitio web pacifista:
"cuando una nación es atacada, la primera decisión
debe ser o capitular o combatir. Creo que no hay camino intermedio aquí:
o luchas o no luchas y no hacer nada equivale a capitular" (según
el Willamette Week Online). Para los ecologistas, "la nación
está hoy unida: nosotros no queremos aparecer en desacuerdo con
el gobierno" (Alan Metrick, portavoz del Natural Ressources Defense
Council, 530 000 miembros, citado en Le Monde del 28 de sep tiembre).
"La paz mundial no puede ser salvaguardada mediante planes utópicos
o básicamente reaccionarios tales como los tribunales internacionales
de diplomáticos capitalistas, de convenciones diplomáticas
sobre el "desarme" (…) etc. No se podrá eliminar
ni siquiera poner coto al imperialismo, el militarismo y la guerra mientras
las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase
de manera indiscutible. El único medio de resistir con éxito
y salvaguardar la paz mundial, es la capacidad de acción política
del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo
su peso en la balanza".
Así escribía Rosa Luxembug en 1915 (Tesis sobre las tareas
de la socialdemocracia internacional) en medio de uno de los períodos
más negros que haya conocido la humanidad, en un momento en el
que los proletarios de los países más desarrollados se estaban
matando unos a otros en los campos de batalla de la guerra imperialista.
Hoy también el período es duro para los obreros y los revolu
cionarios que siguen manteniendo bien izado el estandarte de la revolución
comunista.
Como Rosa Luxemburg, sin embargo, seguimos convencidos de que la alternativa
es socialismo o barbarie y que la clase obrera mundial sigue siendo la
única fuerza para resistir a la barbarie y crear el socialismo.
Con Rosa Luxemburg afirmamos que la implicación de los obreros
en la guerra :
"... es un atentado no contra la cultura burguesa del pasado, sino
contra la civilización socialista del porvenir, un golpe mortal
asestado a esta fuerza que lleva en sí el porvenir de la humanidad
y que solo ella puede transmitir los valiosos tesoros del pasado a una
sociedad mejor. Aquí el capitalismo ha descubierto su calavera,
aquí ha desvelado que se terminó su derecho de existencia
histórica, que el mantenimiento de su dominación ha dejado
de ser compatible con el progreso de la humanidad (…) Esta locura
cesará el día que los obreros (…) se despierten al
fin de su borrachera y se den una mano fraterna, que haga callar a la
vez el coro bestial de los causantes de guerras imperialistas y el ronco
aullido de las hienas capitalistas, lanzando el antiguo y poderoso grito
de guerra del Trabajo: ¡proletarios de todos los países,
uníos!" (Folleto de Junius, 1915).
Jens
3 de octubre de 2001
1) En realidad todos los Estados mantienen servicios secretos dispuestos a realizar "golpes sucios" y cuando no usan sus propios asesinos, pagan los servicios de "agencias" independientes. 2) Según las revelaciones de R. Gates (antiguo jefe de la CIA), Estados Unidos no sólo replicó a la invasión rusa en Afganistán sino que la había provocado mediante la ayuda a la oposición al régimen prosoviético de Kabul de entonces. Entrevistado por el Nouvel observateur en 1998, Zbigniew Brzezinski (que fue consejero del presidente Carter) contestó: "Aquella operación secreta fue una idea excelente. Metió a los rusos en la trampa afgana, ¿y usted quiere que yo lo lamente? 3) Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo. 4) Se puede recordar aquí, por ejemplo, el juicio a los agentes secretos libios acusados de haber cometido el atentado de Lockerbie. Gran Bretaña y Estados Unidos mantuvieron sin transigir que debía juzgarse a los libios, incluso cuando fue evidente que los responsables eran más bien sirios. Pero entonces, Estados Unidos andaba guiñándole el ojo a Siria intentando que este país se metiera en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. 5) Añadamos de paso que el llamado Partido comunista francés no anda con tales remilgos: el 13 de septiembre, el consejo nacional del PCF observa dos minutos de silencio para "expresar su solidaridad con todo el pueblo americano, con todos los ciudadanos y ciudadanas de ese gran país y con los dirigentes que se ha dado". Y qué decir de los titulares de primera página de Lutte ouvrière (trotskista): "No se puede andar manteniendo guerras por el mundo entero sin que un día te alcancen", lo cual podría traducirse por: "Obreros americanos asesinados: os han dado lo que merecíais". 6) Cabe hacerse conjeturas sobre tal celeridad: un coche de alquiler encontrado unas cuantas horas después del atentado con manuales de aviación redactados en árabe, aún cuando los pilotos kamikazes llevaban viviendo desde hacía meses cuando no años en EE.UU donde proseguían estudios; y el informe según el cual se habría encontrado entre los escombros del World Trade Center un pasaporte de uno de los terroristas, que la explosión de cientos de toneladas de queroseno no habría destruido… 7) Es evidente que la situación habrá evolucionado ampliamente cuando salga esta revista de imprenta. 8) Mencionemos de paso los conflictos permanentes por la construcción de nuevos oleoductos para el crudo entre el Caspio y los países desarrollados, con el Estado ruso que intenta imponer una ruta que pasara por Chechenia y Rusia acabando en Novosibirks en la costa rusa del mar Negro, con el gobierno de EE.UU. que promueve la ruta Bakú- Tiflis-Ceyhan (o sea Azarbaiyán-Georgia-Turquía) que dejaría fuera de juego a los rusos. Hay que decir que el gobierno americano ha tenido que imponer su opción en contra de las compañías petroleras que la consideraban económicamente ruinosa. 9) Como lo hizo en 1974, cuando pretendía que la crisis se debía al incremento del precio del petróleo y fue la misma explicación que nos volvieron a dar en 1980. En cuanto a la crisis de 1990-93 habría sido una consecuencia de la Guerra del Golfo… 10) Señalemos además que si esa tasa parece relativamente baja con relación a otros países, ello muestra no ya los éxitos del Estado nipón en el freno del desempleo, sino en la manipulación de las cifras.
el movimiento obrero ha afirmado, desde el último cuarto del siglo xix, que el desarrollo del imperialismo planteaba a la humanidad la alternativa “socialismo o barbarie”. Engels había comenzado a plantear esta alternativa en los años 1880-90. Desde entonces, la historia de la decadencia ha mostrado ampliamente que el capitalismo en putrefacción es capaz de desarrollar una barbarie terrible cuyo nivel era difícilmente sospechable en el siglo pasado. Actualmente, nos encontramos en la fase última del capitalismo, la de su descomposición, desarrollo del caos y del cada uno para sí. La descomposición nos pone en una situación en parte inédita. Para comprender la amplitud y el significado de esta situación, debemos referirnos a la forma con la que el marxismo ha analizado el desarrollo del imperialismo.
Queremos demostrar que en la decadencia, y aún más en el periodo actual de descomposición, la burguesía no tiene como primer objetivo, en las guerras que desarrolla, la obtención de ganancias económicas sino que desarrolla aspiraciones esencialmente estratégicas, aún si por supuesto, el telón de fondo sigue siendo la cuestión económica, es decir la decadencia del capitalismo.
“La irracionalidad de la guerra es el resultado del hecho que los conflictos militares modernos – contrariamente a los de la ascendencia capitalista (guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) – buscan únicamente un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, por las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no representan un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista” (“Resolución sobre la situación internacional para el xiii Congreso”, Revista internacional no 97).
Es importante recordar también que, para el periodo actual, situamos nuestro análisis en el marco de un curso que sigue abierto hacia enfrentamientos de clase decisivos.
Desde los años 1880, el movimiento obrero vio aparecer el fenómeno del imperialismo. Los congresos de Bruselas de 1891 y de Zurich en agosto de 1893 se preocuparon por la cuestión. En esta época, Engels había puesto en evidencia los antagonismos que se desarrollaban entre Alemania y Francia. Veía formarse bloques: Alemania-Austria / Hungría-Italia de una parte contra Francia-Rusia de la otra. Veía desarrollarse el militarismo y el riesgo de una guerra en Europa, que sería una guerra imperialista, de la cual temía las consecuencias para el movimiento obrero internacional y para la humanidad. Frente a estos peligros, el congreso de agosto de 1893 adoptó una resolución basada en la idea de que la guerra era inmanente al capitalismo, defendiendo el internacionalismo y declarándose contra los créditos para la guerra. Así, el fenómeno del imperialismo ligado a los antagonismos económicos se percibía y observaba como fuente de guerra y barbarie. Si bien esta barbarie fue subestimada en aquel entonces, Engels veía en la guerra un gran riesgo de debilitar como tambien de destruir el socialismo, mientras que la paz le daba muchas más oportunidades de éxito, aún cuando la perspectiva guerrera anunciaba el momento en que el socialismo podría vencer al capitalismo:
“La paz asegura la victoria del partido socialista alemán en una década; la guerra le ofrece, o la victoria en dos o tres años, o la ruina completa, al menos por quince o veinte años. En esta posición, los socialistas alemanes estarían locos si prefirieran apostar por la guerra en vez de por el triunfo seguro que les promete la paz” (Carta a Lavrov, 5 de febrero de 1884).
Es en 1916 cuando Lenin escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo. Denuncia al imperialismo pero, más que un análisis, describe los fenómenos introduciendo además visiones falsas. Él insiste en dos aspectos: la exportación de capitales de los grandes países desarrollados y la rapiña. Lenin ve en la exportación de capitales de las grandes potencias, la “base sólida para
la opresión y la explotación imperialista de la mayor parte de los países y pueblos del mundo, por el parasitismo capitalista de un puñado de Estados opulentos” (...) En las transacciones internacionales de este tipo, el prestamista, en efecto, obtiene casi siempre cualquier cosa: una ventaja durante la conclusión de un tratado comercial, unas minas de carbón, la construcción de un puerto, una generosa concesión, una compra de cañones.
Las elevadas ganancias que obtienen del monopolio los capitalistas de una rama industrial entre muchos otros, de un país entre muchos otros, etc. les da la posibilidad económica de corromper a ciertas capas de obreros, e incluso momentáneamente una minoría obrera muy importante, es ganada para la causa de la burguesía de la rama industrial o de la nación consideradas y las enfrentan contra todas las otras.”
“... el rasgo característico del periodo examinado, es la repartición definitiva del globo, definitiva no en el sentido de que una nueva repartición sea imposible, siendo por el contrario nuevas reparticiones posibles e inevitables, sino en el sentido de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado con la conquista de los territorios desocupados de nuestro planeta.”
De esta manera, lo que está a la orden del día, es la “lucha por los territorios económicos”, por lo que el imperialismo engendra la guerra. Los bordiguistas se refieren siempre a esta visión de Lenin que, por una parte, era sobre todo una descripción más que una explicación de los fenómenos (los cuales, además, han evolucionado considerablemente con la evolución de la decadencia), pero que por otra parte contenían visiones falsas tales como las de la aristocracia obrera y el desarrollo desigual del capitalismo([1]), visiones que eran suyas. A pesar de estos errores, Lenin sabrá sin embargo sacar lo mejor de sus predecesores a nivel de la orientación decisiva que había que promover en el marco de la primera guerra imperialista mundial, la de transformar la guerra imperialista en guerra civil para el derrocamiento del capitalismo. Pero sus errores debilitaban sin embargo, para el futuro, la tierra firme de los análisis sobre los cuales el movimiento obrero tendría que apoyarse para llevar a cabo su combate.
Es Rosa Luxemburgo quien hace un análisis más profundo de las contradicciones del capitalismo y quien, en lugar de la visión de Lenin sobre el desarrollo desigual del capitalismo, que dejaba la puerta abierta a la posibilidad de un desarrollo económico en ciertas áreas, dará una explicación que destaca la cuestión de los mercados como contradicción esencial y partiendo de la evolución del capitalismo en su globalidad mundial y no país por país. Ella desarrolla su análisis en la Acumulación del capital (1913). Como Lenin, pone en evidencia la relación imperialismo-guerra:
“Pero a medida que aumenta el número de países capitalistas participantes en la caza de territorios de acumulación y a medida que se estrechan los territorios aún disponibles para la expansión capitalista la lucha del capital por sus territorios de acumulación se vuelve cada vez más encarnizada y sus campañas engendran a través del mundo una serie de catástrofes económicas y políticas: crisis mundiales, guerras, revoluciones” (...) “el imperialismo consiste precisamente en la expansión del capitalismo hacia nuevos territorios y en la lucha económica y política a la que se entregan los viejos países capitalistas para disputarse esos territorios.” (...) “sólo la comprensión teórica exacta del problema desde la raíz puede dar a nuestra lucha práctica contra el imperialismo esta seguridad del fin y esta fuerza indispensables para la política del proletariado” (p.‑152-153, Ed. Maspero).
En 1915, Rosa Luxemburgo publica El Folleto de Junius. En éste reafirma que en adelante el capitalismo domina la Tierra entera.
“Esta marcha triunfal durante la cual el capitalismo abre brutalmente su vía mediante todos los medios: la violencia, el pillaje y la infamia, posee un lado luminoso: ha creado las condiciones preliminares para su propia desaparición definitiva; ha instaurado la dominación mundial del capitalismo a la cual solamente la revolución mundial del socialismo le puede suceder.”
Plantea muy claramente que en el imperialismo, hay a la vez cuestiones de intereses económicos pero también estratégicos. Tomando el ejemplo de Rusia, dice:
“En las tendencias conquistadoras del régimen zarista se expresan, de una parte, la expansión tradicional de un imperio poderoso cuya población comprende actualmente 170 millones de seres humanos y que, por razones económicas y estratégicas, busca obtener el libre acceso a los mares, desde el Océano Pacífico por el Este, hasta el Mediterráneo por el Sur y, de otra parte, interviene esa necesidad vital del absolutismo: la necesidad en el plano de la política mundial de mantener una actitud que imponga el respeto en la competencia general de los grandes Estados, para obtener del capitalismo extranjero el crédito financiero sin el cual el zarismo no es en absoluto viable.”
Como dice la resolución del 13º Congreso de la CCI (ya citado), “Rosa Luxemburgo reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos para los principales protagonistas de la primera guerra mundial”. En este sentido estratégico, Rosa Luxemburgo indica también por ejemplo, en qué la política de Alemania hacia Turquía representa para aquélla un punto de apoyo de la política alemana en Asia Menor. El desencadenamiento del imperialismo conlleva el desarrollo de la guerra; pero lejos de una visión mecánica que vería a la burguesía estallar la guerra como respuesta a los momentos más agudos de la crisis, ella muestra las estrategias y la preparación a largo plazo de los momentos en que la burguesía intentará por la fuerza una repartición del mundo. Al final del siglo XIX y comienzo del XX, la burguesía alemana se preocupaba mucho, por ejemplo, de construir una flota capaz de hacer incursiones del imperialismo alemán en el mundo.
“Con esta flota ofensiva de primera calidad y con los crecimientos militares que, paralelamente a su construcción, se suceden a una cadencia acelerada, era un instrumento de la política futura lo que se creaba, política cuya dirección y objetivos dejaban el campo libre a múltiples posibilidades.”
Esta tenía en la mira directamente a Inglaterra. Se llevaba a cabo en el contexto de desencadenamiento del imperialismo, que anunciaba la decadencia, la tendencia a la saturación de los mercados, la guerra. Rosa cita a un ministro alemán, Von Vulgo que decía en noviembre de 1899, a propósito de la fuerza naval:
“Si los ingleses hablan de una Mayor Bretaña, si los franceses hablan de una Nueva Francia, si los rusos se vuelven hacia Asia, por nuestra parte tenemos la pretensión de crear una Fuerte Alemania...”
“Aquí también, la guerra actual se revela no solamente como un gigantesco asesinato, sino también como un suicidio de la clase obrera europea. Porque son los soldados del socialismo, los proletarios de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, los que desde hace meses se masacran unos a otros bajo las órdenes del capital, son ellos los que se hunden en el corazón el hierro mortal, se enlazan en un abrazo mortal, se tambalean en conjunto, llevando cada uno al otro a la tumba.”
Se puede señalar previamente que la visión más profunda de los mecanismos que conducen al capitalismo a su decadencia, la de Rosa, nos permite evitar los errores de los bordiguistas de confundir las guerras imperialistas con las guerras de liberación nacional, sobre la base de que existieran todavía áreas geográficas que se pudieran desarrollar. Actualmente, sin embargo, esta visión es difícil de mantener y los bordiguistas prácticamente ya no la destacan, pero sin saber precisamente porqué, de manera empírica y por tanto frágil. Por el contrario, continúan aferrándose a la visión de “territorios económicos” por conquistar queriendo encontrar sistemáticamente un objetivo económico inmediato en cada guerra. Este es el caso también de Battaglia y el BIPR. Lo que correspondía a una visión fotográfica del momento en Lenin, que, además, era mucho menos clara que la de Rosa Luxemburgo, se ha fijado en ellos.
Hay que decir también que Trotski, en sus escritos de 1924 y 1926 Europa y América, ¿a dónde va Inglaterra? se atiene a la visión de Lenin. Sólo ve la competencia económica entre las grandes naciones y nación por nación. Ve correctamente que son los Estados Unidos quienes salen como grandes vencedores de la primera guerra mundial y que toman el primer lugar del mundo. Pero solamente ve el aspecto económico, a saber, que los Estados Unidos quieren la “tutela económica de Europa”. El capital americano “busca el dominio del mundo, quiere instaurar la supremacía de América sobre nuestro planeta (...) ¿Qué debe hacer respecto a Europa? Debe, dice, pacificarla. ¿Cómo? Bajo su hegemonía. ¿Qué significa esto? Que debe permitir a Europa reedificarse, pero dentro de límites bien determinados, concederle sectores determinados, restringidos, del mercado mundial.”
Esta competencia sólo puede conducirles a enfrentarse, lo que es verdad de manera general. Pero al no ver los aspectos estratégicos en toda su amplitud, correspondientes a la necesidad de mantenerse como gran potencia si no puede mantenerse como la primera de ellas, como fue el caso para Inglaterra después de la Primera Guerra mundial, Trotski hace coincidir la competencia económica con los enfrentamientos imperialistas. De este modo, al pasar Inglaterra a segunda fila detrás de los Estados Unidos, él ve en la competencia entre estos dos países el eje mayor de los enfrentamientos imperialistas venideros: “El antagonismo capital del mundo es el antagonismo anglo-americano. Es éste el que mostrará más claramente el porvenir”. El porvenir, justamente, no verificó eso. Verificará, por el contrario, que entre más avance la decadencia, más dominará el aspecto estratégico, poniendo en el centro las consideraciones sobre las alianzas que permitirán mantenerse como gran nación o al menos como nación, y ello en detrimento de los intereses económicos inmediatos. Esto será toda la cuestión de la irracionalidad de la guerra desde un punto de vista estrictamente económico, cuestión que será puesta a la luz por la Izquierda comunista de Francia. Esta última llegará a formular la tesis de la irracionalidad de la guerra y el hecho de que al filo de la decadencia, la guerra ya no está al servicio del desarrollo de la economía sino que es la economía la que está al servicio de la guerra.
Estos dos aspectos se verifican a todo lo largo de la decadencia, pero sin embargo, el aspecto estratégico, la irracionalidad de la guerra desde el punto de vista económico, va ir predominando. Incluso aunque la Primera Guerra mundial no fue desencadenada mecánicamente en el momento más agudo de la crisis, y aunque los objetivos estratégicos de expansión habían sido calculados por Alemania, y aunque correspondiera, desde el punto de vista económico, a una voluntad de repartición del mundo alrededor de la cuestión de los mercados, esta guerra resultaría ya más costosa que ventajosa desde el punto de vista económico, para los vencedores mismos, con excepción de los Estados Unidos. Hablando de Inglaterra al salir de la Primera Guerra mundial, Sternberg dice, en El conflicto del siglo:
“Debido a la guerra, sin embargo, no perdió solamente una parte de sus haberes, sino que toda su posición en la economía mundial se debilitó a tal punto que quedó reducida en adelante a emplear la mayor parte de los intereses que extraía de sus inversiones en el financiamiento de sus importaciones y a afectar solamente una parte mínima para la constitución de nuevos capitales de inversión.”.
En cuanto a la riqueza y el crecimiento económico efectivo de los Estados Unidos luego de esta guerra, “el enriquecimiento de los Estados Unidos por la guerra” del que habla el trotskista Pierre Naville en su prefacio al libro de Trotski citado más arriba, no viene por principio de la guerra sino del hecho de que los Estados Unidos todavía no habían totalmente agotado los mercados precapitalistas de su inmenso territorio, por ejemplo quedaba todavía por efectuar la construcción de ciertos ferrocarriles, pero también a que no habían participado en la guerra sino cuando su final, lejos de su territorio en el que no conocieron destrucción alguna.
La Segunda Guerra mundial tiene aún por objetivo la repartición del mundo. La burguesía alemana se reconocía en la consigna de Hitler: “¡exportar o morir!”. Pero si bien el final de la guerra ve efectivamente una repartición del mundo entre los dos bloques, el bloque ruso y el bloque occidental, una buena parte de las inversiones para la reconstrucción tiene un objetivo esencialmente estratégico: cortar los deseos de Alemania y los países del Sudeste asiático de pasarse al otro bloque y así establecer un cordón sanitario alrededor de Rusia. La política de los Estados Unidos respecto a la URSS, llamada de “contención”, tenía como objetivo, en este sentido, impedir a esta última llegar a los mares, mantenerla como potencia continental. De donde también, en los años 1950, la guerra de Corea, con este mismo fin. Desde el punto de vista económico, se puede citar nuevamente a Sternberg: “En fin, la Segunda Guerra mundial fuerza a Inglaterra a liquidar la gran mayoría de sus haberes en el extranjero, provocando así un nuevo retroceso de su posición en los mercados mundiales hasta el punto que debe apelar, durante muchos años, a la ayuda directa de América para pagar sus importaciones”. Los Estados Unidos afirman su rango de primera potencia mundial pero en un contexto en que, más allá del periodo de reconstrucción, es el capitalismo mundial como un todo el que continúa debilitándose, incluidos ellos mismos.
En este marco de bloques, el reto es defenderse frente al otro bloque. Para ello, se utilizan las armas económicas y militares. Por supuesto, el bloque económicamente más poderoso tiene la ventaja en esta guerra fría. Puede sacar ventaja del cebo económico y tener ventaja de medios en la carrera armamentista. Después de la muerte de Nasser, los Estados Unidos utilizan el arma económica para hacer caer a Egipto en su bloque. A partir de 1975, los Estados Unidos trabaja para que China se acerque a ellos. Se verá que para mantener este acercamiento, el estatuto de nación privilegiada, al nivel de los intercambio comerciales, le será concedido. Todavía en este periodo de los años 70, los préstamos acordados a los países de Africa bajo tutela tienen, por supuesto, como objetivo mantener la posibilidad de intercambios comerciales con ellos, pero también el de mantenerlos en el bloque occidental.
Se puede ver por tanto que el aspecto estratégico domina ampliamente sobre el aspecto económico. Esto es una característica que se desarrolla claramente a partir de 1945. Lo hemos señalado más arriba con la política de “contención”. Por tanto hay que señalar una diferencia enorme en relación con lo que Lenin podía aún constatar a principio del siglo xx cuando habla de la exportación de capitales. En ese momento la burguesía sabía que sería reembolsada, que cobraría los intereses de su préstamo y que además ganaría mercados. A partir de los años 1970, es cada vez más a fondos perdidos que la burguesía presta, y lo sabe. Es por ello que, al inicio de los años 1980, el presidente del Estado francés, Mitterrand, podía hacerse el dadivoso cuando proponía una moratoria para la deuda de Africa. Se pueden recordar otros ejemplos que muestran los objetivos estratégicos:
Se puede verificar así que, si bien la economía sigue siendo el telón de fondo, ésta se halla cada vez más al servicio de la guerra y no a la inversa. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Si a comienzos del imperialismo y luego de la decadencia la guerra se concebía como el medio para la repartición de los mercados, ésta se ha convertido, en este estadio, un medio para imponerse como gran potencia, para hacerse respetar, para defender su rango frente a los otros, para salvar la nación. Las guerras no tienen ya racionalidad económica; cuestan mucho más caro de lo que reportan. La reflexión de Brezinski citada más arriba es muy significativa.
¿Y las guerras que se han sucedido desde 1989, tras el hundimiento del bloque del Este y la desaparición del occidental?
La burguesía había anunciado una era de paz y prosperidad. Hemos visto y seguimos viendo el desarrollo de la miseria y la guerra. El fin de los bloques expresa la entrada en la fase de descomposición, el desarrollo del cada uno para sí a nivel imperialista y el avance de la barbarie y el caos. Tras esta desaparición de los bloques, se ve a las grandes potencias volver a sus estrategias de expansión anteriores a 1914. Pero es necesario notar una gran diferencia: a principios del siglo xx, para alcanzar sus estrategias, la burguesía tendía a constituir constelaciones (alianzas). Hoy, es el cada uno para sí el que domina al punto que las alianzas, desde 1989, han sido siempre efímeras y que, en los conflictos, cada potencia defiende sus propios intereses. En este contexto, son estrategias propias lo que cada potencia trata de defender.
Ante esto, Estados Unidos han indicado claramente que ellos buscan defender su liderazgo. Tal fue el objetivo de la Guerra del Golfo en 1991. A pesar de ello, unos meses después, Alemania abría las hostilidades en Yugoslavia reconociendo unilateralmente la independencia de Eslovenia y Croacia. A pesar de las advertencias de los Estados Unidos unos meses antes, Alemania reanuda su vieja política de expansión hacia el Sudeste, vía los Balcanes, sabiendo que Serbia representaría una barrera que habría que hacer saltar. En la guerra de Kosovo, Alemania continúa esta política. Lo hace sin complejos ya que, por primera vez después de la Segunda Guerra mundial, se le ve desplegar su fuerza militar en otro país. Además, da a entender claramente que en el futuro utilizará su ejército para defender sus intereses en cualquier parte del mundo que sea necesario.
Se sabe que Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia no estaban dispuestos a dejar el campo libre a Alemania y cómo reaccionaron para contrarrestar las pretensiones germanas. Resulta claro que los intereses económicos no están en el centro de esta guerra, sino que son los intereses estratégicos, con el objetivo de defender o tratar de desarrollar su rango de gran potencia, sus zonas de influencia.
Son también intereses esencialmente estratégicos los que se hallan en juego en el Cáucaso, alrededor de la guerra en Chechenia. El petróleo está efectivamente en juego: pero ¿qué lugar ocupa? Un lugar estratégico y no económico. En efecto, se ve a los EE.UU. hacer transacciones con Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Turquía sin tomar en cuenta a Rusia, a lo cual ésta ha reaccionado asesinando ministros y diputados en el parlamento de Erevan, ya que los EE.UU. quieren controlar esta región a causa de su petróleo; no con una meta de beneficios económicos, sino para que Europa no pueda abastecerse de este energético necesario en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de este energético tan necesario para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese.
En África, la guerra de Zaire que la burguesía presentó como una voluntad de los americanos para apropiarse de las riquezas del subsuelo, en realidad tenía como objetivo expulsar a Francia de esa región. El hecho de que algunos hombres de negocios se hayan precipitado inmediatamente al lugar, no minimiza en nada ese objetivo central. Es lo mismo con la visita de Clinton a Senegal, a fines del 98, donde el objetivo era ir a competir con Francia, a nivel diplomático, directamente en su patio trasero. Regularmente, con el fin de ocultar el sentido real de esos actos, es la burguesía misma la que voluntariamente destaca supuestos objetivos económicos.
En el conflicto entre la India y Pakistán, Cachemira no es en primer lugar un reto económico. Mediante ese conflicto, actualmente, Pakistán querría recuperar la importancia regional que tuvo durante la época de los bloques y que perdió después. Y por supuesto, vemos a los EE.UU. reajustar su política y reanudar las relaciones con la India.
Pero hoy, es sin duda el Medio Oriente el que indica el punto más alto del aspecto estratégico central de las cuestiones imperialistas. En estos últimos tiempos, se ha visto a los países de Europa impugnar a los EE.UU. hasta en esta zona tan crucial. Francia se muestra “preocupada” por la suerte de los Palestinos, Alemania ha mostrado por ejemplo ciertas solicitudes acerca de Israel. Francia intenta reintroducir su influencia en Líbano; mantiene los lazos con Siria. Es esta impugnación a los EE.UU. lo que ha desembocado en la explosión actual. Pero es necesario agregar que los incendiarios han perdido en parte el control del fuego que han atizado. La descomposición se manifiesta en toda su gravedad. La provocación de Sharon, apoyado por una parte del ejército y del Estado, no era, ciertamente, lo que los EE.UU. querían. Arafat no controla ya gran cosa. Y aún si los EE.UU., para tratar de encontrar una solución que les permitiera controlar de nuevo la región hicieran de Palestina un campo de ruinas, ello no resolvería nada. El imperialismo no ofrece ninguna posibilidad de paz; sólo el desencadenamiento de guerras esta al orden del día.
En la arena mundial, actualmente, las dos principales potencias que se enfrentan para imponer su influencia y tratar de aglutinar alrededor de ellos, son los EE.UU. y Alemania. Potencias como Francia (aún si hace ruido), Inglaterra, no pueden rivalizar con aquéllas. La descomposición juega a favor de Alemania, lo hemos visto en Yugoslavia. Las cosas son más difíciles para los EE.UU., ya que es su propio liderazgo el que tienen que defender y debido a que su dominación empuja a los estados europeos en primer lugar, aunque también a la mayor parte de Estados, a impugnarles. No se ve brotar la constitución de bloques, sino todo lo contrario. La situación en el Medio Oriente muestra hoy hasta qué punto la humanidad avanzaría hacia su destrucción, incluso sin guerra mundial, si el proletariado, a plazo, no consigue imponerse. Se ve también hasta qué punto el no ver en las guerras mas que cuestiones económicas revela una subestimación de su gravedad e incluso constituye una ceguera, como lo dice la resolución del 13º congreso frente a la verdadera amplitud de los retos:
“En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) que tratan de interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa para controlar las materias primas en la región (Kosovo ndr) constituyen una subestimación, si no es que una ceguera, frente a la verdadera amplitud de los retos”. Punto 3.
La resolución del xiii congreso decía:
“Actualmente, aún si los EE.UU. están a la cabeza de la cruzada contra Milosevic, deben contar, mucho más que antes, con las pretensiones específicas de las otras potencias – principalmente Alemania – lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación” (...) “Alemania está obligada a encarar su ascenso a rango de superpotencia a largo plazo, mientras que los EE.UU. desde ahora, y esto ya desde hace algunos años, están confrontados a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial”.
¿Dónde está el liderazgo americano?
Como dice la resolución, tiende a debilitarse. Hay que constatar sin embargo, que le es menos difícil mantenerlo en las regiones que están alejadas de Europa. A pesar de las dificultades que tienen en todos lados, incluso por ejemplo en América Latina donde el presidente de Venezuela, Chávez, apoya a la guerrilla colombiana y hace una visita ostensible a Saddam Hussein, le es menos difícil, hasta el presente; ante la India y Pakistán donde Estados Unidos alcanzan a recuperar las situaciones de resbalón; en Indonesia, en Filipinas, e incluso con Japón a pesar de que quiera independizarse de la tutela americana. También es verdad que con China tienen más dificultades.
Pero cerca de Europa, Estados Unidos tiene muchas más dificultades. Se ha visto con Yugoslavia donde le fue difícil hallar una forma de implantarse. Con Kosovo, donde las hostilidades se desencadenaron bajo la égida de la OTAN, ejército de los EE.UU. y terminaron con un retorno de la ONU, expresión de un retorno de la influencia de las potencias antiamericanas. Con Irak, donde países como Francia tratan de romper el embargo impuesto por los americanos; en Medio Oriente donde la impugnación de las potencias europeas ha animado, aunque sea indirectamente, iniciativas, ya sea de Sharon o de los islamitas, que se traducen en resbalones y pérdidas de control de los EE.UU. Hay que confirmar, por tanto, que hay una tendencia histórica al debilitamiento del liderazgo americano, pero debemos agregar que esto no significa que las potencias europeas saldrán mejor libradas. Actualmente en el Medio Oriente, los europeos tampoco controlan la situación.
Esta impugnación generalizada hacia los EE.UU. obliga a estos últimos a utilizar cada vez más la fuerza militar en un contexto que ya no es el de la Guerra del Golfo. Como dice la resolución del xiiiº congreso, en ese momento “los
EE.UU. aún conservaban un liderazgo muy fuerte sobre la situación mundial, lo que les permitió conducir sin fallas las operaciones tanto militares como diplomáticas aún cuando la Guerra del Golfo tenía como vocación el acallar las veleidades de contestación a la hegemonía americana que ya se habían manifestado, particularmente por parte de Francia y Alemania. En ese momento, los antiguos aliados de los EE.UU. aún no habían tenido la ocasión para desarrollar sus propias pretensiones imperialistas en contradicción con las de los EE.UU.”. El
avance de la descomposición juega contra los EE.UU. Actualmente, la situación dramática en Medio Oriente ilustra claramente cómo no logran controlar ni a todas las fracciones de Israel ni a las de Palestina. Es significativo que los EE.UU. hayan sido obligados a dejar a la ONU entrar en acción. Todo esto no hace sino agregarse a la gravedad de la situación ya que, si bien es incontestable que la superioridad militar de los EE.UU. podrían permitirle hacer de Palestina un campo de ruinas, esto no resolvería nada. Este debilitamiento del liderazgo americano es la expresión del avance de la descomposición. Esto no sucede de manera lineal ya que los EE.UU. oponen una resistencia encarnizada; pero la tendencia general es irresistiblemente esa. En cuanto a Alemania, si bien avanza, como lo dijimos más arriba, aprovechando la descomposición, tampoco lo hace en línea recta, por ejemplo en Turquía donde se vio directamente confrontada por los EE.UU. En este contexto general, aún si la tendencia sigue existiendo, como característica de la decadencia, no se ve dibujarse la constitución de bloques.
La importancia no es para el análisis en sí, sino para comprender la gravedad de los conflictos, la gravedad de los retos, mostrar cuál es la única perspectiva que nos ofrece el capitalismo si la clase obrera no logra alzarse a la altura de sus responsabilidades. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Debemos encontrar el sentido profundo de las preocupaciones de Engels y de Rosa Luxemburgo concerniente al debilitamiento que el desarrollo de esta barbarie representa para la revolución. Por el momento, las destrucciones y las matanzas abarcan sobre todo a la periferia del capitalismo y, por tanto, no a los países centrales ni a las fuerzas vivas del proletariado, como sucede durante una guerra mundial. Ello es la expresión del curso histórico actual abierto todavía a los enfrentamientos de clase. Pero esas destrucciones representan, a pesar de todo, un debilitamiento. Además, las guerras de hoy, guerras de la descomposición, no favorecen el desarrollo de la conciencia.
La situación actual en Medio Oriente representa un nuevo golpe de mazo sobre la cabeza de la clase obrera, al desarrollar un sentimiento de impotencia. El aumento del nacionalismo y del odio, un posible incendio de la región conduciría a situaciones donde, en ciudades industriales como Haifa, los obreros árabes e israelíes, que han trabajado y luchado codo a codo, podrían enfrentarse.
Hay que agregar, en correspondencia con esta situación general, que después de una corta atenuación a principios de los 90, las políticas de armamentos retoman toda su fuerza. Se puede citar, en ese sentido, la adopción en marzo de 1999, de un programa de defensa contra misiles para proteger a los EE.UU. contra los ataques de “Estados gamberros” y el uso accidental o no autorizado de ingenios balísticos rusos y chinos. Esto entraña una reacción en cadena en la cual se ve a cada Estado justificarse por el desarrollo del armamento en nombre de la necesidad de responder a esta escalada.
Cara a las subestimaciones e incluso a la ceguera dramática del medio político proletario, se ha de poner en evidencia el significado real de las guerras actuales. Los retos que contienen agudizan la responsabilidad de la clase obrera, la única clase que puede poner fin a la barbarie. Si la única perspectiva que puede ofrecer la burguesía es la barbarie, la clase obrera, y ella sóla, es portadora de una distinta. La cuestión no es guerra o paz sino socialismo o barbarie. Esto no es sólo una consigna. Esto expresa una relación de fuerzas: cuando la barbarie avanza, la perspectiva del socialismo es atacada. Actualmente las cosas pasan sobre todo en la periferia del capitalismo. El curso sigue abierto. Pero el caos y la barbarie que se desarrollan subrayan la responsabilidad del proletariado de los países centrales.
[1] Véase, en la Revista internacional no 31, el artículo “El proletariado de Europa del Oeste al centro de la lucha de clases”, y en la Revista internacional no 25 el artículo “La aristocracia obrera”.
Desde el informe sobre la lucha de clases en el último congreso, no ha habido cambios inmediatos en la situación a la que ha estado enfrentada la clase obrera. El proletariado ha demostrado con sus luchas que su combatividad sigue intacta y su descontento creciente (empleados de los transportes de Nueva York, “huelga general” en Noruega, huelgas que han afectado a muchos sectores en Francia, la huelga de empleados de Correos en Gran Bretaña, movimientos en países de la periferia como Brasil, China, Argentina, etc.). Pero la situación sigue estando más definida por las dificultades que ante sí encuentra la clase. Esas dificultades vienen impuestas por las condiciones del capitalismo en descomposición y continuamente reforzadas por las campañas ideológicas de la burguesía sobre “la muerte de la clase obrera”, la “nueva economía”, la “globalización” y hasta “el anticapitalismo”. Mientras tanto, en el seno del medio político proletario, se mantienen los desacuerdos fundamentales sobre la relación de fuerzas entre las clases, utilizando algunos grupos lo que ellos llaman visión “idealista” de la CCI sobre el curso histórico, como razón para no participar en ninguna iniciativa conjunta contra la guerra en Kosovo.
Es ésta una razón para centrar este Informe no tanto en las luchas del período reciente, sino en el intento de profundizar nuestra comprensión del curso histórico tal como el movimiento obrero lo ha desarrollado: si queremos responder con eficacia a las críticas que se nos hacen, debemos evidentemente ir a la raíz histórica de las incomprensiones que recorren el medio proletario.
Lo que sigue aquí abajo dista mucho de ser un estudio exhaustivo; su objetivo es ayudar a la organización a profundizar el método general con el que el marxismo ha abordado esta cuestión.
El concepto de “curso histórico” tal como lo desarrolló sobre todo la Fracción italiana de la Izquierda comunista, deriva de la alternativa histórica desarrollada por el movimiento marxista en el siglo xix: socialismo o barbarie. En otras palabras, el modo de producción capitalista contiene en su seno dos tendencias y posibilidades contradictorias – la tendencia a la autodestrucción y la tendencia a la asociación del trabajo a escala mundial y la emergencia de un orden social nuevo y superior. Hay que insistir que para el marxismo, ninguna de esas tendencias se impone a la sociedad capitalista desde fuera, contrariamente a las teorías burguesas que explican las expresiones de barbarie como el nazismo o el estalinismo como intrusiones extrañas a la normalidad capitalista, o en las diferentes versiones místicas o utópicas del advenimiento de una sociedad comunista. Las dos salidas posibles de la trayectoria histórica del capital son la culminación lógica de sus procesos vitales más profundos. La barbarie, el hundimiento social y la guerra imperialista proceden de la competencia a muerte que empuja al sistema hacia delante, a partir de las divisiones inherentes a la producción de mercancías y a la guerra perpetua de todos contra todos; el comunismo, por su parte, procede de la necesidad para el capital del trabajo asociado y unificado, que produce así su propio enterrador, el proletariado. Contra todos los errores idealistas que intentan separar proletariado y comunismo, Marx definió a éste como la expresión de “su movimiento real”, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la vieja sociedad burguesa que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia).
En El Manifiesto comunista, hay cierta tendencia a suponer que esa preñez acabará en nacimiento sano, que es inevitable la victoria del proletariado. Al mismo tiempo, El Manifiesto afirma, cuando habla de las sociedades de clase precedentes, que en caso de no haber salida revolucionaria, el resultado es “la ruina mutua de las clases en presencia”, o sea, la barbarie. Aunque esta alternativa no esté claramente anunciada para el capitalismo, es la deducción lógica que viene del reconocimiento de que la revolución proletaria no es, en modo alguno, un proceso automático y requiere la autoorganización consciente del proletariado, la clase cuya misión es crear una sociedad que permita por primera vez a la humanidad ser dueña de su destino. Por eso, El Manifiesto comunista está centrado en la necesidad para los proletarios de “constituirse ellos mismos en clase, y por lo tanto en partido político”. A pesar de las clarificaciones posteriores sobre la distinción entre partido y clase, el núcleo central de esta toma de posición sigue siendo profundamente válido: el proletariado no puede actuar como fuerza revolucionaria y consciente de sí misma más que enfrentando al capitalismo a nivel político. Y para ello, no puede prescindir de la necesidad de formar un partido político.
Una vez más, estaba claro que la “constitución del proletariado en clase” armado con un programa explícito contra la sociedad capitalista no era posible en todo momento. Primero, El Manifiesto insistía en la necesidad de que la clase atravesara un largo periodo de aprendizaje durante el cual haría avanzar sus luchas desde sus formas “primitivas” iniciales (el luddismo, por ejemplo) a formas más organizadas y conscientes (formación de los sindicatos y partidos políticos). Y a pesar del “optimismo de juventud” de El Manifiesto sobre las posibilidades inmediatas de la revolución, la experiencia de 1848-52 demostró que los períodos de contrarrevolución y de derrotas también forman parte del aprendizaje del proletariado, y que, en esos períodos, las tácticas y la organización del movimiento proletario debían adaptarse en consecuencia. Ése es el sentido de la polémica entre la corriente marxista y la tendencia Willich-Schapper, la cual, según los términos de Marx, “había sustituido la concepción materialista por una concepción idealista. En lugar de ver la situación real como la fuerza motriz de la revolución, sólo veía la simple voluntad” (Carta al Consejo general de la Liga comunista, septiembre de 1850). Este planteamiento fue decisivo en la decisión de disolver la Liga comunista y de concentrarse en las tareas de clarificación y defensa de los principios (tareas de una fracción) en lugar de malgastar energías en grandiosas aventuras revolucionarias. En su práctica real, la vanguardia marxista demostró durante la fase ascendente del capitalismo que era estéril intentar fundar un partido de clase realmente eficaz en los períodos de reflujo y de reacción: el esquema de fundación de los partidos durante la fase de lucha ascendente de la clase y el reconocimiento de su muerte en las fases de derrotas sería después seguido con la Primera internacional y la creación de la Segunda.
Es cierto que los escritos de los marxistas en ese período, aún conteniendo muchos aspectos vitales, no desarrollan una teoría coherente sobre el papel de la fracción en períodos de reflujo; como lo subraya Bilan, eso solo fue posible cuando la propia noción de partido se elaboró teóricamente, tarea que no podía cumplirse plenamente sino en el período de lucha directa por el poder, inaugurada por la decadencia del sistema capitalista (ver nuestro artículo sobre las relaciones entre fracción y partido en la Revista internacional nº 64). Además, las condiciones de la decadencia agudizan todavía más los contornos de esta cuestión en la práctica en el período ascendente, con la lucha a largo plazo por reformas, los partidos políticos podían mantener un carácter proletario sin por ello estar enteramente compuestos de revolucionarios, mientras que en la decadencia, el partido de clase sólo puede estar compuesto de militantes revolucionarios y no puede mantenerse durante mucho tiempo como partido comunista, o sea, como órgano capaz de llevar a cabo la ofensiva revolucionaria, fuera de las fases de lucha abierta.
De igual modo, las condiciones del capitalismo ascendente no permitieron que evolucionara plenamente la idea de que la evolución ya sea hacia la guerra mundial ya hacia levantamientos revolucionarios depende de la relación de fuerzas global entre las clases. La guerra mundial no era en aquél entonces un “requisito” para el capitalismo, el cual podía superar siempre sus crisis económicas periódicas mediante la expansión del mercado mundial; y como la lucha por reformas no se había agotado todavía, la revolución mundial seguía siendo, para la clase obrera, una perspectiva global más que una necesidad urgente. La alternativa histórica entre el socialismo y la barbarie no podía “resumirse” todavía en una alternativa inmediata entre guerra y revolución.
Ya a partir de 1887, sin embargo, la emergencia del imperialismo permitió a Engels prever claramente la forma precisa que obligatoriamente iba a tener la tendencia del capitalismo a la barbarie: una guerra devastadora en el corazón mismo del sistema:
“No hay otra guerra posible para Prusia-Alemania sino una guerra mundial y una guerra mundial de una extensión y una violencia inimaginables hasta ahora. Ocho a diez millones de soldados matándose unos a los otros, y, a la vez, devorando toda Europa hasta devastarla como nunca la haya devastado ningún enjambre de saltamontes. La ruina de la guerra de los Treinta años comprimida en tres o cuatro y extendida por todo el continente; las hambres, el envenenamiento, la caída general en la barbarie, tanto de los ejércitos como de las masas del pueblo; una confusión sin esperanza para nuestro sistema de comercio, de industria y de crédito que desembocaría en la bancarrota general, en el hundimiento de los antiguos Estados y de su sabiduría elitista tradicional hasta el punto de que las coronas rodarán por docenas por las calles y que no habrá nadie para recogerlas; la imposibilidad absoluta de prever cómo acabará todo eso y quién saldrá victorioso de la lucha; un solo resultado es absolutamente cierto: el agotamiento general y el establecimiento de condiciones de la victoria final de la clase obrera” (15/12/1887). Vale la pena recordar que Engels – basándose sin duda en la experiencia real de la Comuna de París una década y media antes – preveía que esa guerra europea haría surgir la revolución proletaria.
Durante la primera década del siglo xx, la amenaza creciente de esa guerra se volvió una preocupación importante para el ala revolucionaria de la socialdemocracia, de aquellos que no se dejaban engañar por los cantos de sirena del “progreso perpetuo”, del “superimperialismo” y otras ideologías que se habían incrustado en amplios sectores del movimiento. En los congresos de la II Internacional, fue el ala izquierda –Lenin y Rosa Luxemburg en particular– especialmente el que insistió con mayor fuerza en que la Internacional tomara una postura clara frente al peligro de guerra. La resolución de Stuttgart de 1907 y la de Basilea que reafirmó en 1912 las premisas de aquélla, fueron el fruto de sus esfuerzos. La primera estipula: “en caso de una amenaza de estallido de la guerra, el deber de la clase obrera y de sus representantes en el Parlamento en los países que participen en ella, fortalecidos por la acción unificadora del Buró internacional, es hacer todo lo posible por impedir que estalle, usando los medios que les parezcan más eficaces, que son naturalmente diferentes según la intensificación de la guerra de clase y de la situación política general.
“Si, a pesar de todo, estallara la guerra, su deber es intervenir para que acabe rápidamente actuando con todas sus fuerzas para utilizar la crisis económica y política violenta que ha acarreado la guerra para que las masas se alcen, acelerando así la caída d la dominación de la clase capitalista”.
En resumen, frente a la caída imperialista hacia una guerra catastrófica, la clase obrera no sólo debía oponerse, sino, si la guerra estallara, responder con la acción revolucionaria. Esas resoluciones debían servir de base a la consigna de Lenin durante la Primera Guerra mundial: “Transformación de la guerra imperialista en guerra civil”.
Cuando se reflexiona sobre este período, es importante no proyectar hacia atrás una conciencia por parte de ambas clases que ellas no tenían. En ese estadio, ni el proletariado ni la burguesía podían tener plenamente conciencia de lo que significaba realmente la guerra mundial. Especialmente, al ser la guerra imperialista moderna una guerra total y ya no un combate alejado entre ejércitos profesionales, ya no podía llevarse a cabo sin la movilización plena del proletariado, obreros en uniforme y obreros del frente interior. Es cierto que la burguesía comprendió que no podía lanzarse a una guerra antes de que la socialdemocracia estuviese lo bastante corrompida para no oponerse a ella, pero los acontecimientos de 1917-21, provocados directamente por la guerra, le enseñaron muchas lecciones que nunca olvidará, especialmente sobre la necesidad de preparar totalmente el terreno político y social antes de lanzarse a una gran guerra, o, en otras palabras, rematar la destrucción física e ideológica de la oposición proletaria.
Si se mira el problema desde el punto de vista proletario, lo que está claramente ausente en la resolución de Stuttgart es la relación de fuerzas entre las clases – de la fuerza real del proletariado, de su capacidad para resistir a la pendiente hacia la guerra. Para la resolución, la guerra podía ser impedida mediante la acción de la clase, o podría ser detenida después de haber comenzado. De hecho, la resolución argumenta que las diferentes tomas de posición e intervenciones contra la guerra hechas por los sindicatos y los partidos socialdemócratas de entonces “son testimonio de la fuerza creciente del proletariado y de su poder para asegurar la paz mediante una intervención decisiva”. Esta toma de posición optimista era una subestimación del grado en que la socialdemocracia y los sindicatos se habían integrado en el sistema, más que inútiles para una respuesta internacionalista. Esto iba a dejar a las izquierdas un tanto desconcertadas cuando estalló la guerra, como demuestra el hecho de que Lenin creyó al principio que el Alto mando alemán había confeccionado el Vortwärts que llamaba a los obreros a apoyar la guerra, como también el aislamiento del grupo Die Internationale en Alemania, etc. No cabe la menor duda de que fue la repugnante traición de las antiguas organizaciones obreras, su incorporación gradual al capitalismo, lo que hizo inclinar la relación de fuerzas contra la clase obrera, abriendo el curso hacia la guerra y esto a pesar del muy alto nivel de combatividad expresado por los obreros en numerosos países en la década anterior a la guerra e incluso en los meses que la precedieron.
Éste hecho permitió a menudo que se saque la teoría de que la burguesía habría desencadenado la guerra como medida preventiva contra la inminencia de la revolución, teoría basada, como así creemos nosotros, en la incapacidad de distinguir combatividad y conciencia y que minimiza el significado histórico y el efecto de la traición de las organizaciones por cuya construcción tanto había batallado la clase obrera. Cierto es, sin embargo, que la manera con la que la burguesía logró su primera victoria crucial sobre los obreros (la “Unión sagrada” proclamada por socialdemócratas y sindicatos) resultó ser insuficiente para quebrar totalmente la dinámica de huelga de masas que había ido madurando en la clase obrera europea, rusa y norteamericana durante la década precedente. La clase obrera se mostró capaz de recuperarse de la derrota, sobre todo ideológica, de 1914 y lanzar su respuesta revolucionaria tres años después. Así, el proletariado, a través de su propia acción cambió el curso histórico: el curso se alejaba ahora del conflicto imperialista mundial e iba hacia la revolución comunista mundial.
Durante los años revolucionarios siguientes, la práctica de la burguesía proporcionó su propia “contribución” a la profundización del problema del curso histórico. Demostró que frente al reto abiertamente revolucionario de la clase obrera, el curso hacia la guerra pasaba a segundo plano respecto a la necesidad de recuperar el control de las masas explotadas. Esto no sólo fue así en el ardor mismo de la revolución, cuando los levantamientos en Alemania obligaron a la clase dominante a poner fin a la guerra y unirse contra su enemigo mortal, sino también durante los años siguientes, pues, aunque las oposiciones interimperialistas no habían desaparecido (el conflicto entre Francia y Alemania por ejemplo), quedaron en segundo plano mientras la burguesía intentaba solucionar la cuestión social. Ése es el sentido, por ejemplo, del apoyo dado al programa de Hitler de terror contra la clase obrera por parte de muchas fracciones de la burguesía mundial, cuyos intereses imperialistas estaban necesariamente amenazados por el resurgir del militarismo alemán. El período de reconstrucción de la primera posguerra – aunque limitado en extensión y profundidad comparado con la de después del 45 – también sirvió para posponer temporalmente el problema del nuevo reparto del botín imperialista en la clase dominante.
Por su parte, la Internacional comunista (IC) dispuso de poco tiempo para dilucidar esas cuestiones, aunque desde el principio estableció claramente que si la clase obrera no lograba relanzar al reto revolucionario lanzado por los obreros rusos, quedaría expedito el camino hacia una nueva guerra mundial. El Manifiesto del Primer congreso de la IC (marzo de 1919) advertía que si la clase obrera se dejaba engañar por los discursos oportunistas:
“el desarrollo capitalista celebraría su restauración con nuevas formas más concentradas y más monstruosas sobre los hombros de muchas generaciones y con la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial. Afortunadamente, eso ya no es hoy posible”.
Durante este período, la relación de fuerzas entre las clases era algo crucial, pero menos con respecto al peligro de guerra que respecto a las posibilidades inmediatas de la revolución. La última frase del pasaje citado da materia para reflexionar: en las primeras y enardecedoras fases de la oleada revolucionaria, había una clara tendencia a considerar la victoria de la revolución mundial como algo inevitable, y, por lo tanto, a imaginar que una nueva guerra mundial no era realmente posible. Esto era una clara subestimación de la tarea gigantesca que ante sí tenía la clase obrera, la de crear una sociedad basada en la solidaridad social y el dominio consciente de las fuerzas productivas. Además de este problema general, que lo es de cualquier movimiento revolucionario de la clase, el proletariado de los años 14-21, se vio enfrentado a la “erupción” repentina y brutal de una nueva época histórica que lo obligó a quitarse rápidamente de encima los hábitos y métodos de lucha arraigados y adquirir “del día a la mañana” métodos adaptados a la nueva época.
Al irse debilitando el ímpetu inicial de la oleada revolucionaria, el optimismo un tanto simplista de los primeros años apareció cada vez más fuera de lugar, y se hizo cada vez más urgente hacer una valoración sobria y realista de la verdadera relación de fuerzas entre las clases. A principios de los años 20, hubo particularmente una polémica muy fuerte entre la IC y la Izquierda alemana sobre esta cuestión, debate en el que la verdad no se encontraba entera en ninguno de los lados. La IC se dio más rápidamente cuenta de la realidad del reflujo de la revolución, después de 1921, y por ello de la necesidad de consolidar la organización y desarrollar la confianza de la clase obrera participando en sus luchas defensivas. Pero, presionada por las necesidades del Estado ruso y de su economía, el cual buscaba apoyos fuera de Rusia, la IC fue plasmando aquella perspectiva en un lenguaje oportunista (el Frente único, la fusión con los partidos centristas, etc.). La Izquierda alemana rechazó firmemente esas conclusiones oportunistas, pero su impaciencia revolucionaria y la teoría de la crisis mortal del capitalismo le impidieron hacer la distinción entre el período general de declive del capitalismo, que plantea la necesidad de la revolución en términos históricos generales, y las diferentes fases en cada período, fases que no presentan automáticamente todas las condiciones requeridas para un movimiento revolucionario. La incapacidad de la Izquierda alemana para analizar la relación de fuerzas objetiva entre las clases estaba acompañada de una debilidad crucial en el plano organizativo (su incapacidad para entender las tareas de una fracción que lucha contra la degeneración del viejo partido). Esas debilidades iban a tener consecuencias fatales para la existencia misma de la Izquierda alemana como corriente organizada.
Es en eso en donde la Izquierda italiana encuentra su justificación como esclarecedora referencia internacional. A principios de los años 20, tras haber atravesado la experiencia del fascismo, supo percibir que el proletariado estaba retrocediendo ante una resuelta ofensiva de la burguesía. Pero eso no la llevó ni al sectarismo (pues siguió participando plenamente en las luchas defensivas de la clase), ni al oportunismo, pues hizo una crítica muy lúcida del peligro oportunista en la I.C., especialmente en sus concesiones a la socialdemocracia. Por haber estado ya instruida en las tareas de una fracción en el combate político llevado a cabo en el seno del partido socialista de antes de la Primera Guerra mundial, la Izquierda italiana se daba perfecta cuenta de la necesidad de luchar en el seno de los órganos existentes de la clase mientras éstos siguieran teniendo un carácter proletario. Hacia 1927-28, sin embargo, la Izquierda reconoció que la expulsión de la Oposición de izquierdas del Partido bolchevique, y de otras corrientes a nivel internacional, significaba un ahondamiento cualitativo de la contrarrevolución y pidió la constitución formalizada de una Fracción de izquierda independiente, aunque se dejara abierta la posibilidad de reconquistar los partidos comunistas.
El año 1933 fue una nueva fecha significativa para la Izquierda italiana: no sólo porque el primer número de Bilan apareció entonces, sino también porque el triunfo del nazismo en Alemania convenció a la Fracción de se había abierto el curso hacia una Segunda Guerra mundial. La manera con la que Bilan percibió la dinámica de la relación de fuerzas entre las clases desde 1917 se resumía en el lema que puso durante algún tiempo en sus publicaciones: “Lenin 1917, Noske 1919, Hitler 1933”: Lenin personalizaba la revolución proletaria, Noske la represión de la oleada revolucionaria por la socialdemocracia, Hitler el remate de la contrarrevolución burguesa y de los preparativos de una nueva guerra. Así, desde el principio, la posición de Bilan sobre el curso histórico fue una de sus características específicas.
Es cierto que el artículo editorial de Bilan nº 1 parece, en cierto modo, vacilar sobre la perspectiva que se presenta al proletariado, aun reconociendo la derrota profunda que la clase obrera había atravesado, dejando la puerta abierta a la posibilidad de que ésta encontrara las capacidades de revitalizar su lucha y por lo tanto impedir el estallido de la guerra gracias al desarrollo de la revolución (ver nuestro folleto La Izquierda comunista de Italia). Quizás eso se debiera en parte a que Bilan no quería negar totalmente la posibilidad de que pudiera invertirse el curso contrarrevolucionario. Pero en los años siguientes, todos los análisis hechos por Bilan de la situación internacional, ya fueran los de las luchas nacionales de la periferia, o el despliegue de la potencia alemana en Europa, sobre el Frente popular en Francia, la integración de la URSS en el ruedo imperialista o la pretendida revolución española, se basaron en el reconocimiento precavido de que la relación de fuerzas había evolucionado claramente en contra del proletariado y que la burguesía estaba despejando el camino hacia una nueva matanza imperialista. Esta evolución quedó expresada con templada claridad en el texto de Bilan nº 17: “Defender la constitución de fracciones en una época en la que el aplastamiento del proletariado viene acompañado de la realización concreta de las condiciones para que se desencadene la guerra, expresa un “fatalismo” que acepta que el estallido de la guerra es inevitable y que es imposible que el proletariado se movilice contra ella” (“Proyecto de resolución sobre la situación internacional”).
Ese proceder ideológico es muy diferente de la postura de Trotski, el cual, en aquel entonces, era, y con mucho, el “representante” más conocido de la oposición de izquierdas al estalinismo (y todavía hoy). Hay que decir que también Trotski interpretó que 1933 y la victoria del nazismo fue un giro decisivo. Como para Bilan, ese acontecimiento también marcó la traición definitiva de la Internacional comunista; respecto al régimen de la URSS, Trotski, como Bilan, seguía hablando de un Estado obrero, pero a partir de ese período, dejó de creer que el régimen estalinista pudiera reformarse; al contrario, debía ser derrocado por la fuerza mediante una “revolución política”. Sin embargo, tras esas aparentes similitudes seguía habiendo diferencias fundamentales que acabarían en ruptura definitiva entre la Fracción italiana y la Oposición de izquierda internacional. Esas diferencias estaban profundamente relacionadas con la noción de la Izquierda italiana sobre el curso histórico, y, en aquel contexto, con la tarea de una fracción. Para Trotski, la quiebra del viejo partido significaba proclamación inmediata de uno nuevo. Bilan rechazaba esto tildándolo de actitud voluntarista e idealista, insistiendo en que el partido, como dirección efectiva de la clase obrera, no podía existir en momentos de profunda depresión del movimiento de la clase. Los esfuerzos de Trostki por formar una organización de masas en tal período no podían sino desembocar en oportunismo, y esto quedó plasmado en el giro que dio la Oposición de izquierda hacia el ala izquierda de la socialdemocracia a partir de 1934. Para Bilan, un verdadero partido del proletariado sólo podía formarse cuando la clase estaba en un curso hacia un conflicto abierto con el capitalismo. Y únicamente una fracción que definía como tarea principal suya la de hacer el “balance” (esto es lo que significa en francés la palabra “bilan”) de las victorias y de las derrotas pasadas, podía preparar esa modificación y establecer las bases del futuro partido.
Sobre la URSS, la visión global que tenía Bilan sobre la situación a la que se enfrentaba el proletariado, le hizo rechazar la perspectiva de Trotski de un ataque del capital mundial contra el estado obrero, y de ahí la necesidad de que el proletariado defendiera a la URSS contra tal ataque. Bilan, al contrario, veía en el período de reacción, la tendencia inevitable a que un Estado proletario aislado se viera arrastrado al sistema de alianzas capitalistas que preparaban el terreno de una nueva guerra mundial. De ahí el rechazo total a la defensa de la URSS, la cual sería incompatible con el internacionalismo.
Es cierto que los escritos de Trotski muestran a menudo una gran perspicacia sobre las tendencias profundamente reaccionaras que predominaban en la situación mundial. Pero a Trotski le faltaba un método riguroso, le faltaba una verdadera visión del curso histórico. Y así, a pesar del triunfo completo de la reacción, y aun reconociendo que se acercaba la guerra, Trotski siguió cayendo en un falso optimismo que veía en el fascismo la última carta de la burguesía contra el peligro de la revolución y en el antifascismo una especie de radicalización de las masas, lo cual le hizo apoyar la idea de que “todo era posible” cuando las huelgas bajo el Frente Popular en la Francia de 1936, o tomarse en serio la idea de que en España se estaba produciendo subterráneamente una revolución proletaria en ese mismo año. En resumen, la incapacidad de Trotski para comprender la verdadera naturaleza del período aceleró la inclinación del trotskismo hacia la contrarrevolución, mientras que la clarividencia de Bilan sobre la misma cuestión le permitió resistir en defensa de los principios de clase, incluso a costa de un terrible aislamiento.
Verdad es que la Fracción misma pagó caro ese aislamiento, pues esa clarividencia tuvo que ser defendida con grandes combates en sus propias filas. Primero contra las posiciones de la minoría sobre la Guerra de España: la presión para participar en la ilusoria “revolución española” era enorme y la minoría sucumbió a ella con su decisión de luchar en las milicias del POUM. La mayoría supo mantener su intransigencia en gran parte porque se negó a considerar aisladamente los acontecimientos de España, viéndolos como una expresión de la relación de fuerzas mundial entre las clases. Y así, cuando grupos como Unión comunista o la LCI, cuyas posiciones eran similares a las de la minoría, acusaron a Bilan de ser incapaz de ver un movimiento de clase si no estaba dirigido por un partido y considerar el partido como una especie de deus ex machina, sin el cual las masas eran incapaces de hacer gran cosa, Bilan contestó que la ausencia de partido en España era el resultado de las derrotas sufridas internacionalmente por el proletariado y a la vez que expresaba su solidaridad total con los obreros españoles ponía de relieve que la ausencia de claridad programática había llevado las reacciones obreras a ser desviadas de su propio terreno hacia el terreno de la burguesía y de la guerra interimperialista.
El punto de vista de la Fracción sobre los acontecimientos de España se verificó en los hechos, pero nada más terminarse esa prueba, ya se vio envuelta en una todavía más peligrosa: la adopción por parte de Vercesi, uno de los teóricos principales de la Fracción, de una noción que ponía en cuestión todo el análisis anterior sobre el período histórico, la teoría de la economía de guerra.
Esta teoría era el resultado de una huida en el inmediatismo. Al constatar la capacidad del capitalismo para utilizar el Estado y sus preparativos guerreros para reabsorber parcialmente el desempleo masivo que había caracterizado la primera fase de la crisis económica de los años 30, Vercesi y sus adeptos sacaron de ello la conclusión que en cierto modo, había habido un cambio en el capitalismo, superando su crisis histórica de sobreproducción. Vercesi retorna al elemental principio marxista según el cual la contradicción principal en la sociedad es la existente entre la clase explotadora y la explotada, y de ahí da un salto que lo lleva a la idea de que la guerra imperialista mundial no era ya una respuesta del capitalismo a sus contradicciones económicas internas, sino un acto de solidaridad interimperialista cuya finalidad era el aplastamiento de la clase obrera. Por lo tanto, si la guerra se acercaba era porque la revolución proletaria se había vuelto una amenaza cada día mayor para la clase dominante. En fin de cuentas, la consecuencia principal, durante ese período, de la teoría vercesiana de la economía de guerra fue minimizar al máximo el peligro de guerra. Según Vercesi, las guerras locales y las masacres selectivas podían desempeñar el mismo papel para el capitalismo que la guerra mundial. El resultado fue la incapacidad completa para prepararse al impacto que la guerra iba a tener inevitablemente sobre el trabajo de la organización y, por lo tanto, la desintegración completa de la Fracción al iniciarse la guerra. Y las teorías de Vercesi sobre el sentido de la guerra, una vez estallada ésta, rematarían su desbandada: la guerra quería decir “desaparición social del proletariado” haciendo inútil toda actividad militante organizada. El proletariado solo encontraría el camino de la lucha tras el estallido de “la crisis de la economía de guerra” (provocada no por la operación de la ley del valor, sino por el agotamiento de los medios materiales necesarios para la continuación de la producción de guerra). Vamos a examinar rápidamente las consecuencias que este aspecto de la teoría tuvo al finalizar la guerra, pero su efecto inicial fue el de sembrar el desconcierto y la desmoralización en las filas de la Fracción.
En el periodo que siguió a 1938, cuando Bilan fue sustituido por Octobre en espera de un nuevos asaltos revolucionarios de la clase obrera, se mantuvo el análisis original de Bilan, desarrollándolo una minoría que no veía razones de poner en entredicho que la guerra era inminente, que iba a haber un nuevo conflicto interimperialista por la división del mundo y que los revolucionarios debían mantener su actividad en la adversidad para así mantener prendida la antorcha del internacionalismo. Esta labor fue sobre todo realizada por los militantes que hicieron revivir la Fracción a partir de 1941 y que contribuyeron a la formación de la Fracción francesa en los años siguientes de guerra.
Aquellos que se mantuvieron fieles a la labor de Bilan también mantuvieron su interpretación del cambio de curso en el fuego de la guerra misma. Este punto de vista se arraigaba profundamente en la experiencia real de la clase, la de 1871, la de 1905 y de 1917 y que los acontecimientos de 1943 en Italia parecieron confirmar. Hubo un auténtico movimiento de clase con una clara dimensión contra la guerra y que encontró un eco en las demás potencias europeas del Eje, incluso en Alemania. El movimiento en Italia produjo una poderosa impulsión hacia el agrupamiento de las fuerzas proletarias desperdigadas en Italia misma; mientras que el núcleo francés de la Izquierda comunista, al igual que la Fracción italiana en el exilio concluían que “el curso hacia la formación del partido está ya abierto”. Pero, mientras que una parte de militantes dedujo que había que formar ya el partido y con bases poco definidas programáticamente, la fracción francesa, el camarada Marco en particular (MC, que pertenecía a ambas fracciones, la francesa y la italiana) no abandonó el rigor de su método. La Fracción francesa, opuesta a la disolución de la Fracción italiana y a la formación del partido, insistía también en que había que analizar la situación italiana a la luz de la situación mundial de conjunto, negándose a caer en un “italocentrismo” sentimental que se había adueñado de muchos camaradas de la Fracción italiana. El grupo en Francia (convertido en Izquierda comunista de Francia) fue también el primero en reconocer que el curso no había cambiado y que la burguesía había sacado las lecciones necesarias de la experiencia de 1917 y había infligido una derrota decisiva al proletariado.
En el texto “la tarea del momento: formación del partido o formación de cuadros”, publicado en Internationalisme de agosto de 1946 (reproducido en la Revista internacional nº 32) hay una polémica muy aguda contra la incoherencia de las demás corrientes del medio proletario de aquel entonces. El objetivo de la polémica era demostrar que la decisión de haber fundado el PCInt en Italia se basaba en una estimación errónea del período histórico, acarreando con ello el abandono del concepto materialista de fracción a favor de un voluntarismo y un idealismo, muy propio del trotskismo, para el cual los partidos deben “construirse” en cualquier momento, sin tener en cuenta la situación histórica real en la que está inmersa la clase obrera. Pero, probablemente porque el PCInt mismo, lanzado ya en una huida ciega de activismo, no había desarrollado un concepto coherente del curso histórico, el artículo se centra en los análisis desarrollados por otros grupos del medio, especialmente la Fracción belga de la Izquierda comunista, vinculada organizativamente al PCInt.
Durante el período precedente a la guerra, la Fracción belga, conducida por Mitchell, se había opuesto enérgicamente a la teoría de Vercesi sobre la economía de guerra; los restos que se habían mantenido tras la guerra eran ahora sus más fervientes partidarios. La teoría contenía la idea de que la crisis de la economía de guerra no podría estallar sino después de la guerra, de modo que: “es el período de posguerra cuando se realiza la transformación de la guerra imperialista en guerra civil…La situación actual debe pues analizarse como la de la ‘transformación en guerra civil’. Con este análisis central como punto de partida, la situación en Italia se muestra especialmente avanzada, justificándose así la inmediata constitución del partido, a la vez que las insurrecciones en India, Indonesia y otras colonias cuyas riendas están firmemente agarradas por los diferentes imperialismos y por las burguesías locales, se ven como signos de inicio de una guerra civil anticapitalista”.
Las consecuencias catastróficas de un análisis totalmente erróneo de la relación de fuerzas entre las clases son evidentes: la Fracción belga acabó viendo en los conflictos interimperialistas locales como las expresiones de un movimiento hacia la revolución.
También cabe mencionar que el artículo de Internationalisme criticaba una teoría alternativa sobre el curso histórico desarrollada por los RKD (que habían roto con el trotskismo durante la guerra y tomado posturas internacionalistas). Para Internationalisme, los RKD “de
manera más prudente se refugian en la teoría de un curso doble, o sea un desarrollo simultáneo y paralelo de un curso hacia la revolución y de un curso hacia la guerra imperialista. Es evidente que los RKD no han comprendido que el desarrollo de un curso hacia la guerra está ante todo condicionado por el debilitamiento del proletariado y por el peligro de la revolución”.
Internationalisme, en cambio, era capaz de ver claramente que la burguesía había sacado las lecciones de la experiencia de 1917, y tomó medidas preventivas brutales contra el peligro de levantamientos revolucionarios provocados por la guerra : así había infligido una derrota decisiva a la clase obrera centrada en Alemania:
“Cuando el capitalismo termina una guerra imperialista que ha durado seis años sin la menor llamarada revolucionaria, ello significa derrota del proletariado, significa que no estamos viviendo en vísperas de grandes luchas revolucionarias, sino en la estela de una derrota. Esta derrota ha ocurrido en 1945, con la destrucción física del centro revolucionario que era el proletariado alemán y ha sido tanto más decisiva porque el proletariado mundial se ha mantenido inconsciente de la derrota que acababa de padecer”.
Así Internationalisme rechazaba con la mayor insistencia cualquier proyecto de fundación de un nuevo partido en semejante período de reflujo, tildándolo de activista y voluntarista y defendiendo que la única tarea del momento era la de la “formación de cuadros”, o dicho en otras palabras, la de continuar con la labor de las fracciones de izquierda.
Había, sin embargo, una seria debilidad en los argumentos de la Izquierda comunista de Francia: la conclusión, expresada en ese artículo, según la cual “el curso hacia la tercera guerra mundial está abierto…En las condiciones actuales, no vemos fuerza capaz alguna de detener o modificar ese curso”. Una teorización suplementaria de esa posición se encuentra en el artículo “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, publicado en 1952 (Internationalisme, reproducido en la Revista internacional nº 21). Es ése un texto fecundo, pues resume la labor de la Izquierda comunista de Francia por comprender el capitalismo de Estado como una tendencia universal en el capitalismo decadente y no sólo como fenómeno limitado a los regímenes estalinistas. Pero no logra establecer una clara distinción entre la integración de las viejas organizaciones obreras en el capitalismo de Estado y la del proletariado mismo. “El proletariado se encuentra ahora asociado a su propia explotación. está así mental y políticamente integrado en el capitalismo”. Para Internationalisme, la crisis permanente del capitalismo en la era del capitalismo de Estado ya no tendrá la forma de “crisis abiertas” que arrojan a los obreros de la producción y los impulsa a reaccionar contra el sistema, sino que alcanzará, al contrario, su punto culminante en la guerra y sólo será durante la guerra – que la Izquierda comunista de Francia juzgaba inminente – cuando la lucha proletaria podrá recobrar un sentido revolucionario. Si no es así, la clase “no puede expresarse más que como categoría económica del capital”. Lo que Internationalisme no percibía era que los propios mecanismos del capitalismo, al intervenir en un período de reconstrucción tras la destrucción masiva de la guerra, iban a permitirle entrar en un período de “boom” durante el que los antagonismos interimperialistas, aunque siguieran siendo muy violentos, no planteaban la nueva guerra mundial como necesidad absoluta y eso a pesar de la debilidad del proletariado.
Poco tiempo después de haber escrito ese texto, la preocupación de la Izquierda comunista de Francia por conservar sus cuadros frente a una guerra mundial que ella juzgaba inminente (conclusión que no era, ni mucho menos, absurda, pues acababa de estallar la guerra de Corea) la llevó a “mandar al exilio” a uno de sus camaradas dirigentes, MC, a Venezuela y a la disolución rápida del grupo. Pagó así a alto precio la debilidad de no haber vislumbrado con suficiente claridad la perspectiva. Pero la del grupo también confirmaba el diagnóstico sobre la naturaleza contrarrevolucionaria del período. No es casualidad si el PCInt conoció su escisión más importante ese mismo año. Toda la historia de esta escisión está todavía por contar en un foro internacional, pero, por de pronto, muy pocos esclarecimientos han salido de ella. En pocas palabras, la escisión se verificó entre, por un lado, la tendencia en torno a Damen y, por otro, la inspirada por Bordiga. La tendencia Damen estaba más cerca del espíritu de Bilan desde el punto de vista de las posiciones políticas, o sea que compartía la voluntad de Bilan de discutir las posiciones de la Internacional comunista en sus primeros años, (sobre los sindicatos, la liberación nacional, el partido y el Estado, etc.). Pero aquélla era propensa al activismo y le faltaba el rigor teórico de Bilan. Esto era especialmente cierto sobre la cuestión del curso histórico y las condiciones de formación del partido, puesto que todo retorno al método de Bilan habría llevado a poner en tela de juicio la fundación misma del PCInt. Esto, la tendencia de Damen, o más precisamente el grupo Battaglia comunista, nunca quiso hacerlo. La corriente de Bordiga, en cambio, parece haber sido más consciente de que el período era un período de reacción y que haber procedido a un reclutamiento activista era algo manifiestamente estéril. Por desgracia, el trabajo teórico de Bordiga durante el período posterior a la escisión – aún teniendo un gran valor en un plano general – se había cortado casi por completo de los avances realizados por la Fracción durante los años 30. Las posiciones políticas de su nuevo “partido” no eran un avance sino una regresión hacia los análisis más frágiles de la IC, sobre los sindicatos o sobre la cuestión nacional, por ejemplo. Y su teoría del partido y sus relaciones con el movimiento histórico se basaba en especulaciones semimísticas sobre la “invariabilidad” y sobre la dialéctica entre el “partido histórico” y el “partido formal”. En suma, con esos puntos de partida, ninguno de los grupos salidos de la escisión podía contribuir con algo que tuviera un valor real que ayudara al proletariado a comprender la relación de fuerzas histórica. Esta cuestión siempre ha sido desde entonces una de sus principales debilidades.
A pesar de los errores reales cometidos en los años 40 y 50 – sobre todo el de que la guerra mundial era inminente – la lealtad básica de la Izquierda comunista de Francia al método de la Izquierda italiana permitió a su sucesor Internacionalismo en Venezuela, en los años 60, reconocer que el boom de la reconstrucción de posguerra, al igual que el período de contrarrevolución, estaban llegando a su fin. La CCI ya ha citado en varias ocasiones los términos incisivos de Internacionalismo nº 8, en enero de 1968, pero no vendrá mal volverlos a citar una vez más, pues son un buen ejemplo de la capacidad del marxismo – sin por ello pretender otorgarle un poder profético –, para anticipar el curso general de los acontecimientos: “No somos profetas y no pretendemos predecir cuándo y cómo van a suceder las cosas en el futuro. Pero de algo sí que somos conscientes y estamos seguros: el proceso en el que se ha hundido hoy el capitalismo no podrá cesar… y lleva directamente a la crisis. Y estamos también convencidos de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad del que hoy somos testigos, llevará a la clase obrera a una lucha directa y sangrienta por la destrucción del Estado burgués”.
El grupo venezolano expresa ahí que ha comprendido no sólo que una crisis económica estaba a punto de estallar, sino que además se iba a encontrar con una nueva generación de proletarios que no había sufrido derrotas. Los acontecimientos de Mayo del 68 en Francia y la oleada internacional de luchas de los 4 ó 5 años posteriores, fueron una palmaria confirmación de aquel diagnóstico. Evidentemente, un aspecto que formaba parte de ese diagnóstico era el comprender que la crisis iba a agudizar las tensiones imperialistas entre los dos grandes bloques militares que dominaban el planeta; pero el vigoroso ímpetu de la primera oleada internacional de luchas demostró que el proletariado no iba a aceptar dejarse arrastrar a un nuevo holocausto mundial. En resumen, el curso de la historia no iba hacia la guerra mundial, sino hacia confrontaciones de clase masivas.
Una consecuencia directa de la reanudación de la lucha de clases fue la aparición de nuevas fuerzas políticas proletarias tras un largo período durante el cual las ideas revolucionarias habían desaparecido más o menos del escenario. Los acontecimientos de Mayo del 68 y sus continuaciones engendraron una abundancia de nuevos agrupamientos políticos, marcados por muchas confusiones, pero ávidos de aprender y de asimilarse las verdaderas tradiciones comunistas de la clase obrera. La insistencia sobre “la necesidad del agrupamiento de los revolucionarios” por parte de Internacionalismo y de sus descendientes – RI en Francia e Internationalism en Estados Unidos – resume bien ese aspecto de la nueva perspectiva. Esas corrientes estuvieron pues en las posiciones de vanguardia para animar al debate, la correspondencia y las conferencias internacionales. Este esfuerzo recibió un verdadero eco entre los más claros de los nuevos grupos políticos para los cuales era más fácil entender que se había abierto un nuevo período. Esto se aplica especialmente a los grupos que se alinearon con la “tendencia internacional” formada por RI e Internationalism, pero también puede aplicarse a un grupo como Revolutionary Perspectives, cuya primera plataforma reconocía claramente la reanudación histórica del movimiento de la clase: “paralelamente al retorno de la crisis, un nuevo período de lucha de clases internacional se ha abierto en 1968 con las huelgas masivas en Francia, seguidas por los trastornos en Italia, Gran Bretaña, Argentina, Polonia, etc. Sobre la generación actual de obreros ya no pesa el reformismo como después de la Primera Guerra mundial, ni la derrota como en los años 30, y ello nos permite albergar una esperanza en su futuro y en el futuro de la humanidad. esas luchas muestran todas ellas, por mucho que les disguste a los modernistas dilettantes, que el proletariado no se ha integrado en el capitalismo a pesar de los cincuenta años de derrotas casi totales: con sus luchas, está haciendo revivir la memoria de su propio pasado histórico y preparándose para la última tarea” (RP nº 1, antigua serie, 1974).
Desafortunadamente, los grupos “establecidos” de la Izquierda italiana, que habían logrado mantener una continuidad organizativa durante toda la reconstrucción de posguerra, lo lograron, sin embargo, a costa de un proceso de esclerosis. Ni Battaglia comunista, ni Programma otorgaron gran significado a las revueltas de finales de los 60 y principios de los 70, viendo sobre todo en ellas las características estudiantiles-pequeñoburguesas que, sin duda, estaban presentes. Para esos grupos que habían empezado, recordémoslo, viendo un curso a la revolución en un período de derrota profunda, la noche de la contrarrevolución no había terminado y no veían razones suficientes para salir del magnífico aislamiento que los había “protegido” durante tanto tiempo. La corriente de Programma tuvo de hecho una época de importante crecimiento en los años 70, pero era un castillo construido en el arenal del oportunismo, especialmente sobre la cuestión nacional. Las consecuencias catastróficas de semejante crecimiento aparecerían con la explosión del PCInt a principios de los 80. Por su parte, Battaglia durante mucho tiempo no echó el ojo más allá de las fronteras italianas. Tardó casi diez años antes de lanzar su propio llamamiento a conferencias internacionales de la Izquierda comunista, y, cuando lo hizo, sus razones no eran nada claras (“la socialdemocratización de los partidos comunistas”).
Durante ese tiempo, los grupos que formaron la CCI tuvieron que combatir en dos frentes. Por un lado, debían argumentar contra el escepticismo de los grupos existentes de la Izquierda comunista que no veían nada nuevo bajo el sol. Por otro lado, también tenían que criticar el inmediatismo y la impaciencia de muchos nuevos grupos, estando algunos de ellos convencidos de que Mayo del 68 había enarbolado el estandarte de la revolución inmediata (como así ocurría con quienes estaban influidos por los Internacional situacionista, la cual no veía la menor relación entre lucha de clases y estado de la economía capitalista). Pero de igual modo que “el espíritu de Mayo 68” (la influencia de los prejuicios estudiantiles, consejistas y anarquistas) tenía un peso considerable en el joven CCI sobre todo lo que concierne la comprensión de las tareas y del funcionamiento de la organización revolucionaria, esas influencias se expresaban igualmente en su concepto del nuevo curso histórico, de la reanudación proletaria, tendiendo a ir emparejada con una subestimación de las enormes dificultades a las que tenía que enfrentarse la clase obrera internacional. Esto se expresó de diferentes maneras:
En la década siguiente, los análisis de la CCI se fueron afinando y desarrollando. E inició una labor de examen de los mecanismo utilizados por la burguesía para “controlar” la crisis, y, por lo tanto, de explicación de las razones por las cuales la crisis seguiría inevitablemente un proceso largo y desigual; asimismo, tras las experiencias de los reflujos de mediados los 70 y de principios de los 80, la CCI se vio obligada a reconocer más claramente que dentro de un contexto de una curva histórica globalmente ascendente de la lucha de clases, habría sin duda importantes momentos de reflujo. Además, la CCI había reconocido explícitamente que no había automatismo en el curso histórico; así pues, en su Vº Congreso, adoptó una resolución que criticaba el término “curso a la revolución”: “La existencia de un curso a enfrentamientos de clase significa que la burguesía no tiene las manos libres para desencadenar una nueva carnicería mundial: primero tiene que enfrentar y derrotar a la clase obrera. Pero precisamente esto no prejuzga el resultado de ese enfrentamiento, en un sentido o en otro. Por eso es preferible hablar de “curso hacia enfrentamientos de clase” mejor que de “curso a la revolución” (Resolución sobre la situación internacional, publicada en la Revista internacional nº 35).
En el Medio, sin embargo, las dificultades y los retrocesos vividos por el proletariado fortalecieron el escepticismo y el pesimismo, durante largo tiempo propios de los grupos “italianos”. Esto se expresó claramente, en particular, en las Conferencias internacionales a finales de los 70 cuando la CWO se alineó con el enfoque de Battaglia, rechazando el de la CCI, según el cual la lucha de clase es una barrera contra la guerra mundial. La CWO vaciló en su explicación de las razones por las cuales la guerra no había estallado, atribuyéndolo durante un tiempo a que la crisis no era bastante profunda, después dijo que se debía a que los bloques no estaban todavía formados; más recientemente, a la racionalidad de la burguesía rusa, la cual reconoció que era incapaz de ganar la guerra. También hubo ecos de ese pesimismo en la CCI misma; lo que iba a ser la tendencia GCI y RC en especial, que adoptó un punto de vista similar, atravesaron una fase en la que eran “más Bilan que Bilan” y argumentaban que estábamos en un curso hacia la guerra.
A finales de los 70, pues, el primer gran texto de la CCI sobre el curso histórico, adoptado en el Tercer congreso y publicado en la Revista internacional nº 18 debía definir nuestra posición contra el empirismo y el escepticismo que empezaban a dominar el medio.
El texto atacaba todas las confusiones existentes en el medio:
El texto termina tratando también sobre quienes hablan abiertamente de curso hacia la guerra, un punto de vista que estuvo algún tiempo de moda, pero que ha perdido muchos puntos desde que se desmoronó uno de los campos que debía enfrentarse en tal guerra.
En muchos aspectos, el debate sobre el curso histórico en el medio proletario no ha avanzado mucho desde que se escribió ese texto. En 1985, la CCI escribió otra crítica al concepto de curso paralelo, defendido éste en un documento del Xº congreso de Battaglia comunista (Revista internacional nº 85: “Los años 80 no son los años 30”). En los 90, los textos del BIPR reafirmaron a la vez el punto de vista “agnóstico” que cuestiona la capacidad de los marxistas para hacer diagnósticos generales sobre la dinámica de la sociedad capitalista y la noción estrechamente relacionada de un curso paralelo. Así, en la polémica sobre el significado del Mayo 68 en Revolutionary Perspectives nº 12, la CWO cita un artículo de Word Revolution nº 216 que resume una discusión sobre ese tema que tuvo lugar en una de nuestras reuniones públicas de Londres. Nuestro artículo subraya que : “el rechazo aparente por parte de la CWO de la posibilidad de prever el curso global de los acontecimientos es también un rechazo del trabajo llevado a cabo sobre esta cuestión vital para los marxistas durante toda la historia del movimiento obrero”.
La respuesta de CWO es de lo más bufonesco: “Si ése es el caso, los marxistas han obtenido un pobre resultado. Dejemos de lado el ejemplo habitual (pero no válido) de Marx después de las revoluciones de 1848 y observemos la Izquierda italiana en los años 30. Aun habiendo hecho una buena labor para hacer frente a la terrible derrota de la oleada revolucionaria después de la Primera Guerra mundial, la Izquierda italiana se dedicó sobre todo a teorizar la puesta en entredicho de su propia existencia justo antes de la segunda matanza imperialista”.
Dejando de lado la increíble condescendencia hacia el conjunto del movimiento marxista: lo que verdaderamente llama aquí la atención es cómo la CWO es incapaz de comprender que es precisamente porque abandonó su claridad anterior sobre el curso histórico, por lo que una parte de la Izquierda italiana “se dedicó a teorizar la puesta en entredicho de su propia existencia” en vísperas de la guerra, como ya hemos visto en la primera parte de este Informe.
Los grupos bordiguistas, por su parte, no tienen por costumbre participar en debates con los grupos del Medio, pero en la reciente correspondencia con un contacto común en Australia, el grupo Programma ha descartado como algo imposible que la clase obrera sea un obstáculo a la guerra mundial y sus especulaciones sobre si la crisis desembocará en la guerra o en la revolución no difieren sustancialmente de las del BIPR.
Si algo ha cambiado en las especulaciones defendidas por el BIPR es la virulencia de su polémica contra la CCI. Antes, una de las razones para romper las discusiones con la CCI era nuestra visión “consejista” del partido; últimamente, las razones para rehusar todo trabajo con nosotros se han ido centrando de manera acentuada en nuestras divergencias sobre el curso histórico. Nuestro enfoque de la cuestión es considerado como la prueba principal de nuestro método idealista y de nuestro divorcio completo de la realidad; además, según el BIPR, ha sido el naufragio de nuestras perspectivas históricas, de nuestro concepto “años de la verdad” lo que ha sido la causa verdadera de la crisis reciente de la CCI, siendo todo el debate sobre el funcionamiento una medio para ocultar el problema central.
De hecho, aunque el debate en el Medio haya avanzado poco desde finales de los años 70, la realidad sí que ha avanzado. La entrada del capitalismo decadente en la fase de descomposición ha modificado profundamente la manera con la que hay que abordar la cuestión del curso histórico.
El BIPR nos ha reprochado durante tiempo el haber defendido que “años de la verdad” quería decir que en los 80 estallaría la revolución. ¿Qué decíamos en realidad? En el artículo original “Años 80, años de la verdad” (Revista internacional nº 20), defendíamos que frente a la profundización de la crisis y la intensificación de las tensiones imperialistas concretadas en la invasión de Afganistán por las tropas rusas, la clase capitalista estará cada día más obligada a dejar de lado el lenguaje del bienestar y de la ilusión y cambiarlo por el “de la verdad”, a llamar a “la sangre, el sudor y las lágrimas”; y nosotros nos comprometíamos con el siguiente pronóstico: “En el decenio que empieza ahora, se decidirá la alternativa histórica decisiva: o el proletariado prosigue su ofensiva, paralizando así el brazo asesino del capitalismo, juntando todas sus fuerzas para derrocar este sistema podrido, o, si no, acabará por dejarse entrampar, cansar y desmoralizar por los discursos y la represión y, entonces, el camino queda abierto para un nuevo holocausto que puede ser definitivo para la sociedad humana” (Revista internacional nº 20, “Años 80: los años de la verdad”).
Hay ambigüedades, especialmente cuando se sugiere que la lucha proletaria está ya en la ofensiva, mala formulación que viene de la tendencia, ya identificada, a subestimar las dificultades a las que se enfrenta la clase obrera para pasar de una lucha defensiva a una lucha ofensiva (o, en otras palabras, a un enfrentamiento con el Estado capitalista). A pesar de ello, la noción de “años de la verdad” contiene una visión profunda. Los años 80 iban a ser una década decisiva, pero no según lo contemplado en el texto. Pues el decenio no fue testigo del avance significativo de ninguna de las dos clases, sino de un bloqueo social que ha ido iniciando un proceso de descomposición que está desempeñando un papel central y determinante en la evolución social. Así, la década de los 80 se inició con la invasión rusa de Afganistán, lo cual provocó una exacerbación de las tensiones imperialistas; pero este acontecimiento vino seguido inmediatamente por la lucha de masas en Polonia que demostró claramente la imposibilidad casi total del bloque ruso para movilizar sus fuerzas para la guerra. Pero la lucha en Polonia también puso de relieve las debilidades políticas crónicas de la clase obrera. Y si bien los obreros polacos tuvieron que hacer frente a problemas particulares para politizar su lucha en un sentido proletario, debido a la profunda mentira del estalinismo (y de la reacción contra éste), tampoco los obreros del Oeste, aun habiendo realizado importantes avances en sus luchas durante los 80, fueron capaces de desarrollar una perspectiva política clara. Su movimiento quedó pues “sumergido” por los escombros del desmoronamiento del estalinismo; más generalmente, el inicio definitivo del período de descomposición ha venido a poner dificultades considerables ante la clase, reforzándose casi en cada nuevo episodio el reflujo de la conciencia resultante de los acontecimientos de 1989-91.
En suma, el inicio de la descomposición ha sido el resultado de un curso histórico identificado por la CCI desde los años 60, puesto que ha estado parcialmente condicionada por la incapacidad de la burguesía para movilizar a la sociedad para la guerra. Pero también nos ha obligado a plantear el problema del curso histórico de una manera nueva y que no habíamos previsto:
Esto es perfectamente evidente en cuanto al aspecto “ecológico” de la descomposición. Por mucho que la destrucción por el capitalismo del entorno natural se haya convertido ya por sí sola en una amenaza para la supervivencia de la humanidad (cuestión sobre la que el movimiento obrero sólo ha podido tener una conocimiento parcial hasta las últimas décadas), es ése un proceso contra el cual el proletariado poco puede hacer mientras no asuma él mismo el poder político a escala mundial. Las luchas contra las contaminaciones con una base de clase son posibles, pero no serán sin duda un factor fundamental para estimular la resistencia del proletariado.
Podemos pues ver que la descomposición del capitalismo pone a la clase obrera ante una situación más difícil que antes. En la situación anterior, se necesitaba una derrota frontal de la clase obrera, una victoria de la burguesía en un enfrentamiento de clase contra clase, antes de que pudieran cumplirse plenamente las condiciones para una guerra mundial. En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil. Y por encima de todo eso, los efectos de la descomposición, como ya lo hemos venido analizando tantas veces, tienen un efecto profundamente negativo en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad de gang, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada. Ante esta alteración profunda de la situación mundial, la respuesta del medio proletario ha sido totalmente inadecuada. Aunque sean capaces de reconocer los efectos de la descomposición, los grupos del Medio no son capaces ni de ver sus raíces – puesto que niegan la noción de bloqueo entre las clases – ni de sus verdaderos peligros. Así el rechazo por el BIPR de la teoría de la descomposición de la CCI como algo que no sería más que una mera descripción del “caos”, le lleva a buscar en la práctica las posibilidades de estabilización capitalista. Esto es patente en su concepto del “capital internacional” que busca la paz en Irlanda del Norte para así poder disfrutar pacíficamente de los beneficios de la explotación; pero es eso también visible en su teoría de que hay nuevos bloques en formación en torno a polos hoy en competencia (Unión europea, Estados Unidos, etc.) Aunque esta visión, junto con su negativa a hacer la menor “previsión” a largo plazo pueda incluir la idea de guerra inminente, se debe la mayoría de las veces a una fidelidad conmovedora a la racionalidad de la burguesía: puesto que los nuevos “bloques” son económicos más que militares y, ya que ahora hemos entrado en un período de “globalización”, la puerta está al menos medio abierta a la idea de esos bloques por intereses del “capital internacional” podrían llegar a conseguir una estabilización mutuamente benéfica del mundo hacia un futuro indeterminado.
El rechazo de la teoría de la descomposición sólo puede desembocar en una subestimación de los peligros que corre la clase obrera. Subestima el grado de barbarie y de caos en el que está ya inmerso el capitalismo; tiende a minimizar la amenaza de un debilitamiento progresivo del proletariado a causa de la desintegración de la vida social, y no logra comprender claramente que la humanidad podría ser destruida sin que haya tercera guerra mundial.
Así pues, la apertura del período de descomposición ha cambiado la manera con la que nos planteamos nosotros la cuestión del curso histórico, pero no la ha hecho caduca, sino todo lo contrario. De hecho, la descomposición hace plantear con mayor fuerza todavía la cuestión central: ¿No será demasiado tarde? ¿No estará ya derrotado el proletariado? ¿Existe un obstáculo contra la caída en la barbarie total? Como ya hemos dicho, es, hoy, más difícil contestar a esa pregunta que en la época en la que la guerra era más directamente una opción de la burguesía. Así, Bilan, por ejemplo, fue capaz de poner relieve no sólo la derrota sangrienta de los levantamientos proletarios y el terror contrarrevolucionario que siguió en los países en donde la revolución había culminado más alto, sino también, tras ello, la movilización ideológica hacia la guerra, la adhesión “en positivo” de la clase obrera tras las banderas belicistas de la clase dominante (fascismo, democracia, etc.). En las condiciones actuales en las que la descomposición del capitalismo puede engullir al proletariado sin que haya habido ni derrota final ni ese tipo de movilización “positiva”, los signos de una derrota insuperable son, por definición, difíciles de discernir. En cambio, la clave de la comprensión del problema sigue estando en el mismo lugar que en 1923, o que en 1945, como ya hemos visto en el análisis sobre la Izquierda comunista de Francia (GCF) – en las concentraciones centrales del proletariado mundial y ante todo en Europa occidental. Estos sectores centrales del proletariado mundial ¿dijeron ya su última palabra en los años 80 (o como algunos lo piensan en los años 70), o conservan bastantes reservas de combatividad y un potencial suficiente para el desarrollo de la conciencia de clase, para así poder estar seguros de que los enfrentamientos de clase trascendentales siguen estando al orden del día?
Para contestar a esa pregunta, es necesario establecer un balance provisional de la última década, del período que siguió al desmoronamiento del bloque del Este y de la apertura definitiva del período de descomposición.
En problema estriba en que, desde 1989, el “esquema” de la lucha de clases ha cambiado en relación con lo que fue durante el período siguiente a 1968. Durante este último período, hubo oleadas de luchas de clase claramente identificables cuyo epicentro estaba en los principales centros capitalistas, aunque sus ondas de choque atravesaron el planeta entero. Además era posible analizar esos movimientos y evaluar los avances de la conciencia de clase realizados en ellos, como, por ejemplo, sobre la cuestión sindical o en el proceso de la huelga de masas.
Además, no eran solo las minorías revolucionarias las que llevaban acabo la reflexión. Durante las diferentes oleadas de lucha, es evidente que las luchas en un país podían ser un estimulante directo para las de otros países (no hay más que ver el enlace entre Mayo del 68 e Italia del 69, entre Polonia del 80 y los movimientos que hubo después en Italia, entre los grandes movimientos de los años 80 en Bélgica y las reacciones abiertas en los países vecinos). Al mismo tiempo, podía verse que los obreros sacaban las lecciones de los movimientos anteriores – por ejemplo en Gran Bretaña – en donde la derrota de los mineros provocó una reflexión en la clase sobre la necesidad de evitar caer en la trampa de las aisladas y largas huelgas de desgaste, o también en Francia e Italia en 1986 y 1987, en donde hubo intentos de organizarse fuera de los sindicatos, reforzándose mutuamente unas a otras.
La situación desde 1989 no se ha caracterizado por avances en la conciencia de clase que se puedan discernir con tanta facilidad. Esto no quiere decir que durante los años 90, el movimiento no haya tenido ninguna característica que resaltar. En el “Informe sobre la lucha de clases” para el XIII Congreso de la CCI pusimos de relieve las principales fases que ha atravesado el movimiento:
Ninguno de esos movimientos ha tenido ni la escala ni el impacto capaces de dar una verdadera respuesta a las campañas ideológicas masivas de la burguesía sobre el final de la lucha de clases; nada de comparable a los acontecimientos de Mayo del 68 o la huelga de masas en Polonia, ni a ciertos movimientos seguidos de los años 80. Incluso las luchas más importantes parecen tener poco eco en el resto de la clase: el fenómeno de unas luchas en un país que son una “respuesta” a movimientos en otros países parece hoy ser algo inexistente. En ese contexto, es difícil incluso para los revolucionarios, ver claramente un tipo de lucha ni signos definidos de progreso de la lucha de clases en los años 90.
Para la clase en general, la naturaleza fragmentada de unas luchas sin relación mutua favorece poco, al menos en superficie, el fortalecimiento o, más bien, la restauración de la confianza del proletariado en sí mismo, su conciencia en sí mismo como fuerza distinta en la sociedad, como clase internacional con un potencial capaz de desafiar al orden existente.
Esta tendencia de una clase obrera desorientada a perder de vista su identidad de clase específica y, por lo tanto, a sentirse, en fin de cuentas, impotente ente una situación mundial cada vez más grave es el resultado de una serie de factores entremezclados. Lo básico – y es un factor que los revolucionarios han tenido siempre tendencia a subestimar, precisamente por ser tan básico – es la posición de la clase obrera como clase explotada que es y que soporta todo el peso de la ideología dominante. Además de ese factor “invariable” en la vida de la clase obrera, está el efecto dramático del siglo xx, la derrota de la oleada revolucionaria, la larga noche de la contrarrevolución, y la casi desaparición del movimiento político proletario organizado durante este período. Esos factores, por su naturaleza misma, siguen siendo muy poderosos durante la fase de descomposición. De hecho, incluso refuerzan ambos su influencia negativa y son reforzados a su vez por ella. Es especialmente claro con lo de las campañas anticomunistas: derivan históricamente de la experiencia de la contrarrevolución estalinista, la cual fue la primera en establecer la gran mentira según la cual estalinismo equivalía a comunismo. Pero el hundimiento del estalinismo – fruto por excelencia de la descomposición – fue después utilizado por la burguesía para reforzar todavía más el mensaje según el cual no puede haber alternativa al capitalismo y que la guerra de clases ha dejado de existir.
Sin embargo, para comprender las dificultades particulares que encuentra la clase obrera en esta fase, es necesario centrarse en los efectos más específicos de la descomposición sobre la lucha de clases. Sin entrar en detalles, pues ya hemos escrito bastante sobre ese problema, podemos decir que esos efectos operan en dos niveles: el primero es el de los efectos materiales, reales, en el proceso de descomposición, el segundo es la manera con la que la clase dominante utiliza esos efectos para acentuar la desorientación de la clase obrera. Algunos ejemplos:
Podrían darse otros ejemplos: se trata aquí de subrayar el alcance y el impacto considerables de las fuerzas que actúan en el día de hoy como contrapeso a que el proletariado se “constituya a sí mismo como clase”. Sin embargo, contra todas esas presiones, contra todas las fuerzas que proclaman que el proletariado está muerto y enterrado, los revolucionarios deben seguir afirmando que la clase obrera no ha desaparecido, que el capitalismo no puede existir sin proletariado, y que el proletariado no puede existir sin luchar contra el capital. Para un comunista, es elemental. Pero lo específico de la CCI es que está dispuesta a analizar el curso histórico y la relación de fuerzas entre las clases. Y aquí, hay que afirmar que el proletariado mundial a principios del siglo xxi, a pesar de las dificultades que enfrenta, no ha dicho su última palabra, y sigue siendo la única barrera contra el pleno despliegue de la barbarie capitalista y que sigue conteniendo en sí mismo la potencialidad de lanzarse a confrontaciones de clase masivas en el corazón del sistema.
No se trata de una fe ciega, ni de una verdad eterna; no excluimos la posibilidad de que tengamos que revisar en el futuro nuestro análisis y reconocer que un cambio fundamental en esa relación de fuerzas pueda ocurrir en detrimento del proletariado. Nuestros argumentos se basan en una observación constante de la evolución en el seno de la sociedad burguesa que nos llevan a concluir:
La permanencia de la amenaza proletaria puede también medirse, en cierto modo, “en negativo”, examinando las políticas y las campañas de la burguesía. Podemos observarlo a diferentes niveles – ideológico, económico y militar. En el plano ideológico, la campaña sobre el “anticapitalismo” es un buen ejemplo. Al iniciarse la década, las campañas de la burguesía apuntaban a acentuar el desconcierto de una clase que había sido golpeada recientemente por el hundimiento del bloque del Este, y los temas eran abiertamente burgueses: la campaña en torno al asunto Dutroux estuvo enteramente centrada en la democracia. La insistencia de hoy sobre el “anticapitalismo” es, al contrario, una expresión del desgaste de la mistificación sobre el “triunfo del capitalismo”, de la necesidad de que el capitalismo recupere y desvíe el potencial de un cuestionamiento real en el seno de la clase obrera. El que las protestas anticapitalistas no hayan movilizado a los obreros sino marginalmente, no disminuye su impacto ideológico general. Podría decirse lo mismo de la táctica de la izquierda en el gobierno. Aunque la mayor parte de la ideología de los gobiernos de izquierda deriva directamente de las campañas sobre la quiebra del socialismo y la necesidad de una nueva y tercera vía para el futuro, esos gobiernos han sido instalados, en gran medida, no sólo para mantener la desorientación existente en la clase obrera e impedirle que levante cabeza y haga salir a la luz todas las insatisfacciones que se han ido acumulando en sus filas durante diez años.
A nivel económico, hemos demostrado en otros lugares, que la burguesía de los grandes centros seguirá usando todos los medios a su disposición para impedir que se hunda la economía y se “ajuste” a su nivel real. La lógica es, en última instancia, económica y social. Es económica en el sentido que la burguesía debe a toda costa seguir haciendo funcionar su economía e incluso conservar sus propias ilusiones sobre la perspectiva de expansión y de prosperidad. Pero también es social en el sentido de que la clase dominante sigue viviendo en el terror de que una caída dramática de la economía provoque reacciones masivas del proletariado, el cual estaría entonces con mayor capacidad para ver la bancarrota del modo de producción capitalista.
Más importante todavía, hemos podido observar cómo en todos los grandes conflictos que han involucrado a las potencias imperialistas centrales durante la década pasada (guerra del Golfo, de los Balcanes, África) hemos presenciado una gran prudencia por parte de las clase dominante, su repulsa a utilizar a soldados no profesionales en las operaciones e, incluso en este caso, su vacilación a hacerles arriesgar la vida por miedo a provocar reacciones ‘de vuelta al país’.
Es muy significativo que con el bombardeo de Serbia por la OTAN, la guerra imperialista diera un nuevo paso hacia el corazón del sistema. Pero Serbia no es Europa occidental. No es en absoluto evidente que hoy la clase obrera de los grandes países industriales esté dispuesta a desfilar tras las banderas nacionales, a alistarse en conflictos imperialistas, e incluso en un país como Serbia se ha podido observar que hay límites en el sacrificio, aunque el descontento masivo haya sido desviado hacia el circo democrático. El capitalismo siempre está obligado a enmascarar sus divisiones imperialistas tras una careta de alianzas por una intervención humanitaria. Esto hace resaltar la incapacidad de las potencias secundarias para desafiar la dominación estadounidense como ya hemos visto, pero eso también expresa el hecho de que el sistema no posee una base ideológica seria para cimentar nuevos bloques imperialistas, algo que ignoran por completo otros grupos proletarios, los cuales reducen lo esencial de los bloques a una función económica. Los bloques imperialistas tienen una función más militar que económica, pero para actuar a nivel militar también deben ser ideológicos. Hoy por hoy es imposible ver qué temas ideológicos podrían utilizarse para justificar la guerra entre las principales potencias imperialistas –todas ellas tienen la misma ideología democrática, ninguna puede andar señalando con el dedo un “Imperio del mal” que sería la amenaza número uno para su modo de vida. El antiamericanismo, fomentado en un país como Francia sólo es un pálido reflejo de las ideologías pasadas del antifascismo y del anticomunismo. Hemos dicho que el capitalismo siempre ha tenido que infligir una grande y rotunda derrota a la clase obrera de los países avanzados antes de poder crear las condiciones para movilizarla directamente en la guerra mundial. Pero hay muchas razones para pensar que esto se aplica también a los conflictos limitados entre bloques en formación que prepararían el terreno para un conflicto más generalizado. Es ésta una expresión real del peso “negativo” de un proletariado no derrotado en la evolución de la sociedad capitalista.
Evidentemente, nosotros hemos reconocido que en el contexto de la descomposición, el proletariado podría ser sumergido sin esa derrota frontal y sin una gran guerra entre las potencias centrales. Podría sucumbir a la barbarie en los países centrales, en un proceso de desmoronamiento social, económico e ideológico comparable, pero todavía más estremecedor, que lo que ya se ha iniciado en países como Ruanda o el Congo. Pero, aunque sea más insidioso, un proceso semejante no sería invisible y todavía estamos lejos de él, y este hecho se expresa también “en negativo” en las recientes campañas sobre “los solicitantes de asilo” que se basan en el reconocimiento de que Europa occidental y Norteamérica siguen siendo oasis de prosperidad y de estabilidad en comparación con las áreas de Europa del Este o del “Tercer mundo”, más afectadas por los horrores de la descomposición.
Podemos pues decir sin dudarlo que el hecho de que el proletariado no haya sido derrotado en los países avanzados sigue siendo una barrera contra el pleno desencadenamiento de la barbarie en los centros del capital mundial.
Pero no es solo eso: el desarrollo de la crisis económica mundial corroe lentamente la ilusión de que se perfila un avenir radiante –un futuro basado en la “nueva economía” en la que todo el mundo tendría en sus manos sus propias bazas. Esta ilusión se evaporará todavía más cuando la burguesía esté obligada a centralizar y profundizar sus ataques contra las condiciones de vida de la clase obrera para así “ajustarse” al estado real de su economía. Y aunque estemos lejos de una lucha abiertamente política contra el capitalismo, no estamos, sin duda, lejos de una serie de luchas defensivas duras e incluso a gran escala cuando el descontento del proletariado que se está incubando tome la forma de una combatividad directa. Y es en esas luchas donde podrán germinar las semillas de una politización futura. Ni que decir tiene que la intervención de los revolucionarios será un factor determinante en ese proceso.
Es pues reconociendo clara y sobriamente las dificultades y los peligros terribles que tiene ante sí nuestra clase la manera con la que los revolucionarios pueden seguir afirmando su confianza: el curso histórico no se nos ha puesto en contra. Ante nosotros sigue estando la perspectiva de enfrentamientos de clase masivos y seguirá siendo determinante en nuestra actividad actual y futura.
Diciembre de 2000
LOS ATENTADOS terroristas que han provocado más de 6000 muertos en Estados Unidos el 11 de septiembre, igual modo que la nueva guerra que se está preparando tras ellos, son una nueva ilustración trágica de la barbarie en la que se está hundiendo hoy la sociedad capitalista. Como lo decíamos en el artículo "En Nueva York como por todas partes, el capitalismo siembra la muerte", en esta misma Revista internacional dedicada a este acontecimiento, esta barbarie es expresión de que el capitalismo, que desde la Primera Guerra mundial entró en su período de decadencia, conoce desde hace más de una década una nueva agravación de dicha decadencia cuya característica más importante es la descomposición de la sociedad, su verdadera putrefacción de raíz. Nuestra organización señaló esta nueva fase de la decadencia capitalista, la fase de descomposición, desde finales de los años 80 (ver nuestro primer artículo sobre esta cuestión: "La descomposición del capitalismo" en la Revista internacional nº 57, 1989), sistematizando su análisis en 1990 en un documento publicado en la Revista internacional nº 62, justo después del desmoronamiento de los regímenes estalinistas y del bloque del Este. Es este documento el que aquí publicamos, pues nos parece que sigue, cada vez más, de plena actualidad. Es el marco que permite comprender el porqué del empleo creciente del terrorismo en los conflictos entre Estados así como el incremento de la desesperanza, del nihilismo, del oscurantismo religioso, de todo lo cual los atentados de Nueva York son hoy por hoy las expresiones más patentes. También se aborda en este texto por qué las diferentes manifestaciones de la descomposición son hoy un obstáculo importante para la toma de conciencia de la clase obrera. Eso es precisamente lo que hoy podemos comprobar, al ser aprovechados por la burguesía la emoción y el miedo provocados por los atentados de Nueva York, especialmente en Estados Unidos, para amordazar a la clase obrera en nombre de la "unión nacional". La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo
EL HUNDIMIENTO del bloque imperialista del Este ha venido a confirmar la entrada del capitalismo en una nueva fase de su período de decadencia : la de la descomposición general de la sociedad. Antes incluso de que se produjera lo del Este, la CCI ya había puesto de relieve ese fenómeno histórico (ver en especial la Revista internacional n° 57). Esos acontecimientos, la entrada del mundo en un período de inestabilidad nunca antes vista, obligan a los revolucionarios a analizar con la mayor atención dicho fenómeno, sus causas y sus consecuencias, para poner de relieve lo que en la nueva situación histórica se está jugando.
1. Todos los modos de producción del pasado conocieron un período de ascendencia y un período de decadencia. Para el marxismo, aquel período corresponde a una plena adecuación de las relaciones de producción dominantes con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, y el segundo período es expresión de que las rela ciones de producción se han vuelto demasiado estrechas para contener ese desarrollo. Contrariamente a las aberraciones defendidas por los bordiguistas, el capitalismo también está sometido a esas leyes. Desde principios de siglo, y en especial desde la primera guerra mundial, los revolucionarios han puesto de relieve que, a su vez, ese modo de producción había entrado en su período de decadencia. Sin embargo, sería falso contentarse con afirmar que el capitalismo seguiría el mismo camino que los modos de producción que lo precedieron. También hay que subrayar las diferencias fundamentales entre la decadencia del capitalismo y las de las sociedades pasadas. En realidad, la decadencia del capitalismo, tal como la conocemos desde principios del siglo XX, aparece como el período de decadencia por excelencia, valga la expresión. Comparada con la decadencia de otras sociedades anteriores (la esclavista y la feudal), la decadencia del capitalismo se sitúa a un nivel muy diferente. Y esto es así, porque :
En fin de cuentas, la diferencia entre la amplitud y la profundidad de la decadencia capitalista y las decadencias del pasado no pueden quedar resumidas a un problema de simple cantidad. Lo cuantitativo mismo da una "calidad" diferente y nueva. La decadencia del capitalismo es, en efecto :
2. Todas las sociedades en decadencia contenían aspectos de descomposición ; dislocación del cuerpo social, putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas, etc. Lo mismo ha ocurrido en el capitalismo desde que se inició su decadencia. Sin embargo, del mismo modo que hay que distinguir claramente esa decadencia de las del pasado, también es indispensable poner de relieve las diferencias fundamentales entre el principio de este siglo y la descomposición generalizada en la que hoy se está hundiendo el sistema y que no cesará de agravarse. Y en eso, más allá de lo puramente cuantitativo, el fenómeno de descomposición social está hoy alcanzando tal profundidad y tal extensión que está cobrando una calidad nueva, una cualidad singular, expresión de la entrada del capitalismo decadente en una fase específica - y última - de su historia, aquélla en la que la descomposición social se convierte en un factor, incluso en el factor, decisivo de la evolución de la sociedad.
Por ello, sería falso identificar decadencia y descomposición social. No puede concebirse que exista una fase de descomposición fuera de un período de decadencia ; pero sí puede concebirse la existencia de una decadencia sin que ésta se plasme en descomposición social.
3. De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico - nacimiento, ascendencia, decadencia -, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia : imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo ; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo. Por ejemplo, en un plano más general, si bien el salariado existía ya en la sociedad esclavista o feudal (al igual que el esclavismo o la servidumbre se mantuvieron en el capitalismo), sólo en el capitalismo esa relación de explotación llegó a ser dominante en la sociedad. El imperialismo existió durante la fase ascendente del capitalismo. Sin embargo, no adquiere el lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su período de decadencia imprimiendo con su marca la primera fase de esa decadencia lo que hizo que los revolucionarios de entonces lo identificaran con la decadencia misma.
Así, la fase de descomposición de la sociedad capitalista no aparece únicamente como la continuación cronológica de las caracterizadas por el capitalismo de Estado y la crisis permanente. En realidad, las contradicciones y expresiones de la decadencia del capitalismo que la han ido marcado sucesivamente en sus distintas fases se mantienen e incluso se han profundizado, de tal modo que la fase de descomposición es la resultante de la acumulación de todas esas características de un sistema moribundo, la fase que remata tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia. O sea que no sólo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el monstruo estatal, la crisis permanente de la economía capitalista, se mantienen en la fase de descomposición, sino que además, ésta aparece como la consecuencia última, como síntesis acabada de todos esos elementos. Es el resultado :
Es la última y definitiva etapa hacia la que tienden las espeluznantes convulsiones que, desde principios de siglo, a través de una espiral infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis, han zarandeado a la sociedad y a sus diferentes clases :
- dos espantosas carnicerías imperialistas que dejaron exangües a la mayoría de los principales países y que tuvieron repercusiones sin precedentes en toda la humanidad ;
4. Ese último punto es precisamente lo nuevo, lo específico, lo inédito que, en última instancia, ha sido la causa de la entrada del capitalismo decadente en una nueva fase de su historia, la de la descomposición. La crisis abierta que se inicia a finales de los años 60, consecuencia del agotamiento de la reconstrucción de la posguerra, abre de nuevo la vía a la alternativa histórica de guerra mundial o enfrentamientos de clase generalizados hacia la revolución proletaria. Pero, contrariamente a la crisis abierta de los años 30, la crisis actual se ha desarrollado en un momento en el que la clase obrera no estaba sometida a la contrarrevolución. Por eso, con su resurgir histórico a partir del año 1968, dio la prueba de que la burguesía no tenía las manos libres para desencadenar una tercera guerra mundial. Al mismo tiempo, aunque el proletariado ha encontrado las fuerzas para impedir esa "solución", en cambio no ha encontrado todavía las fuerzas necesarias para echar abajo al capitalismo. Veamos por qué :
- a causa del ritmo de la crisis mucho más lento que en el pasado ;
- a causa del retraso histórico en el desarrollo de su conciencia y de sus organizaciones políticas, debido a la trágica ruptura orgánica en la continuidad de esas organizaciones, ruptura causada por la profundidad y la duración de la contrarrevolución.
En una situación así, en la que las dos clases fundamentales - y antagónicas - de la sociedad se enfrentan sin lograr imponer su propia respuesta decisiva, la historia sigue, sin embargo, su curso. En el capitalismo, todavía menos que en los demás modos de producción que lo precedieron, la vida social no puede "estancarse" ni quedar "congelada". Mientras las contradicciones del capitalismo en crisis no cesan de agravarse, la incapacidad de la burguesía para ofrecer a la sociedad entera la menor perspectiva y la incapacidad de proletariado para afirmar, en lo inmediato y abiertamente, la suya propia, todo ello no puede sino desembocar en un fenómeno de descomposición generalizada, de putrefacción de la sociedad desde sus raíces.
5. En efecto, ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia. Cuando las relaciones de producción capitalistas eran el marco apropiado para el desarrollo de las fuerzas productivas, esta perspectiva se confundía con el progreso histórico, no sólo de la sociedad capitalista, sino de la humanidad entera. En estas circunstancias, a pesar de los antagonismos de clase o de rivalidades entre sectores, en especial nacionales, de la clase dominante, el conjunto de la vida social podía irse desarrollando sin mayores convulsiones. Cuando esas relaciones de producción se convirtieron en trabas para el crecimiento de las fuerzas productivas y, por lo tanto, en trabas para el desarrollo social, marcando así la entrada en un período de decadencia, surgieron las convulsiones que hemos conocido desde hace tres cuartos de siglo. En un marco así, la perspectiva que el capitalismo podía ofrecer a la sociedad no podía sino depender de los límites que su decadencia permite :
La situación actual se define, en cambio, en que la clase obrera no es todavía capaz de entablar ya el combate por su propia perspectiva, la única verdaderamente realista, la de la revolución comunista, pero también en que la burguesía es incapaz de proponer la menor perspectiva, ni siquiera a corto plazo, pues la capacidad que ésta demostró en el pasado, incluso en el período de decadencia, para limitar y controlar el fenómeno de descomposición va a desaparecer ante los golpes de ariete de la crisis. Por eso es por lo que la situación actual de crisis abierta aparece como totalmente diferente a los de la anterior crisis del mismo tipo, la de los años 30. Si esta última no dio lugar a un fenómeno de descomposición, ello no se debe a que sólo duró diez años, mientras que la actual ya dura desde hace dos décadas. Si no se desarrolló la descomposición de la sociedad en los años 30, ello se debió, sobre todo, a que la burguesía, frente a la crisis, tenía las manos libres para dar rienda suelta a su "solución". Una solución de una crueldad indecible, una respuesta a la crisis de carácter suicida que produjo la mayor catástrofe de la historia humana, una respuesta que la burguesía no había escogido deliberadamente puesto que le venía impuesta por la agravación de la crisis ; pero también una solución en torno a la cual, ella pudo, al no haber una resistencia significativa del proletariado, organizar el aparato productivo, político e ideológico de la sociedad. Hoy en cambio, por el hecho mismo que desde hace dos décadas el proletariado ha sabido impedir que pueda llevarse a cabo semejante solución, la burguesía ha sido incapaz de organizar lo mínimo para movilizar a los diferentes componentes de la sociedad, incluso entre la clase dominante, en torno a un objetivo común, si no es el de aguantar paso a paso y sin esperanzas de lograrlo, ante los avances de la crisis.
6. Es así como, incluso si la fase de descomposición aparece como remate, como síntesis de todas las contradicciones y manifestaciones sucesivas de la decadencia capitalista :
Esta fase de descomposición está determinada esencialmente por condiciones históricas nuevas, inéditas e inesperadas : la situación de bloqueo momentáneo de la sociedad, a causa de la "neutralización" mutua de sus dos clases fundamentales, lo que impide que cada una de ellas aporte su respuesta decisiva a la crisis abierta de la economía capitalista. Las manifestaciones de la descomposición, las condiciones de su evolución sólo pueden examinarse poniendo en primer plano ese aspecto.
7. Si pasamos revista a las características esenciales de la descomposición tal como hoy están apareciendo, podemos comprobar que tienen como denominador común la mencionada falta de perspectivas. Por ejemplo :
Todas esas calamidades económicas y sociales, aunque se deben en general a la decadencia misma del sistema, dan cuenta, por su acumulación y amplitud, del callejón sin salida en que se ha metido un sistema que no tiene el más mínimo porvenir que proponer a la inmensa mayoría de la población mundial, si no es el de una barbarie en aumento e inimaginable. Un sistema cuyas políticas económicas, cuya investigación e inversiones se hacen sistemáticamente en detrimento del futuro de la humanidad y, por lo tanto, en detrimento del sistema mismo.
8. La ausencia total de perspectivas de la sociedad actual se expresa con todavía mayor evidencia en lo político e ideológico. Por ejemplo :
Todas esas manifestaciones de la putrefacción social que, hoy, a una escala desconocida en la historia, invaden por todos sus poros a la sociedad humana, expresan no sólo la dislocación de la sociedad burguesa, sino y sobre todo la destrucción de todo principio de vida colectiva en el seno de una sociedad sin el menor proyecto, la menor perspectiva, incluso a corto plazo, incluso la más ilusoria.
9. Entre las características más importantes de la descomposición de la sociedad capitalista, hay que subrayar la creciente dificultad de la burguesía para controlar la evolución de la situación en el plano político. La base de este fenómeno es, claro está, que la clase dominante cada día controla menos su aparato económico, infraestructura de la sociedad. El atolladero histórico en que está metido el modo de producción capitalista, los fracasos sucesivos de las diferentes políticas instauradas por la burguesía, la huida ciega permanente en el endeudamiento con el cual va sobreviviendo la economía mundial, todos esos factores repercuten obligatoriamente en un aparato político incapaz, por su parte, de imponer a la sociedad, y en especial a la clase obrera, la "disciplina" y la adhesión que se requieren para movilizar todas las fuerzas y todos las energía para la guerra mundial, única "respuesta" histórica que la burguesía sea capaz de "ofrecer". La falta de la menor perspectiva (si no es la de ir parcheando la economía) hacia la cual pueda movilizarse como clase, y cuando el proletariado no es todavía una amenaza de su supervivencia, lleva a la clase dominante, y en especial a su aparato político, a una tendencia a una indisciplina cada vez mayor y al sálvese quien pueda. Es un fenómeno que nos permite explicar el hundimiento del estalinismo y del bloque imperialista del Este.
Ese derrumbe es globalmente consecuencia de la crisis económica mundial del capitalismo ; pero tampoco puede analizarse sin tener en cuenta lo que las circunstancias históricas de su aparición han hecho de específico en los regímenes estalinistas (véase al respecto las "Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este", Revista internacional n° 60). Sin embargo, no puede comprenderse plenamente ese hecho histórico tan importante e inédito (el hundimiento desde dentro de todo un bloque imperialista sin que se deba a una revolución o a una guerra) si no se tiene en cuenta en el análisis a ese otro factor inédito que es la entrada de la sociedad en una fase de descomposición tal como hoy puede verificarse. La centralización extrema y la total estatalización de la economía, la confusión entre aparato económico y político, la tramposería constante y a gran escala con la ley del valor, la movilización de todos los recursos económicos para lo militar, todas esas características propias de los regímenes estalinistas estaban perfectamente adaptadas a un contexto de guerra imperialista (ese tipo de régimen atravesó victoriosamente la Segunda Guerra mundial, reforzándose incluso gracias a ella), pero se toparon brutal y radicalmente con sus límites en cuanto la burguesía tuvo que afrontar durante años la agravación de la crisis económica sin que esta situación pudiera desembocar en tal guerra imperialista. El desinterés general que en esos países reina, al no existir la sanción del mercado (y que precisamente el restablecimiento del mercado pretende eliminar) es inconcebible en tiempos de guerra cuando la ón" primera de los obreros, y de los responsables de la economía, era el fusil que tenían detrás. La desbandada general dentro mismo del aparato estatal, la pérdida de control de su propia estrategia política, ese espectáculo que hoy nos están ofreciendo la URSS y sus satélites, son, en realidad la caricatura (caricatura debida a lo específico de esos regímenes) de un fenómeno mucho más general que afecta al conjunto de la burguesía mundial, un fenómeno que es propio de la fase de descomposición.
10. Esa tendencia general a que la burguesía pierda el control de su política, si ya es uno de los primeros factores en el hundimiento del bloque del Este, se va a agudizar todavía más precisamente por ese hundimiento, a causa de :
Esa desestabilización política de la clase burguesa, bien ilustrada por la inquietud que aparece entre sus sectores más sólidos respecto a la posible contaminación del caos que se está desplegando en los países del ex bloque del Este, podría acabar desembocando incluso en la incapacidad para volver a formar un nuevo orden mundial en dos bloques imperialistas. La agravación de la crisis mundial conduce obligatoriamente a la agudización de las rivalidades imperialistas entre Estados. Por eso, el aumento y la agravación de los enfrentamientos militares entre ellos están ya a la orden del día de la actualidad. En cambio, la reconstitución de una estructura económica, política y militar que agrupe a esos diferentes Estados supone que exista entre ellos una disciplina que la descomposición hará cada día más problemática. Por ello, este fenómeno, que ya es responsable en parte de la desaparición del sistema de bloques heredado de la Segunda Guerra mundial, puede, al impedir que vuelva a formarse un nuevo sistema de bloques, no sólo alejar, como ya está ocurriendo ahora, sino incluso a que desaparezca definitivamente la perspectiva de guerra mundial.
11. La posibilidad de semejante cambio de perspectiva general del capitalismo, resultado de las importantísimas transformaciones que la descomposición está haciendo en la vida de la sociedad, no pone, ni mucho menos, en entredicho el resultado final que este sistema reserva para la humanidad en caso de que el proletariado resultara incapaz de derrocarlo. En efecto, si bien la perspectiva histórica de la sociedad ya se planteó en términos generales por Marx y Engels con la forma de "socialismo o barbarie", el desarrollo mismo de la vida del capitalismo (y en especial en su decadencia) ha permitido precisar, e incluso agravar, ese juicio con la forma de :
Hoy, tras la desaparición del bloque del Este, esa espeluznante perspectiva sigue siendo totalmente válida. Pero cabe precisar que la destrucción de la humanidad puede venir tanto de la guerra imperialista generalizada como de la descomposición de la sociedad.
En efecto, no debe considerarse la descomposición como regresión de la sociedad. Aunque es cierto que la descomposición hace que vuelvan a surgir algunas características típicas del pasado del capitalismo, y en particular del período ascendente de ese modo de producción, como, por ejemplo :
La descomposición no retrotrae a ningún tipo de sociedad anterior, a ninguna fase precedente de la vida del capitalismo. Ocurre con la sociedad capitalista como con un anciano de quien se dice que "ha vuelto a la infancia". Quizás haya podido perder éste ciertas facultades y comportamientos adquiridos en la madurez y recobrar algunos de la infancia (fragilidad, dependencia, debilidad de raciocinio), no por eso va a recobrar la vitalidad propia de la tierna edad. Hoy, la civilización humana está perdiendo cierta cantidad de lo adquirido (el dominio de la naturaleza, por ejemplo) ; pero no por eso va a volver a recuperar la capacidad de progreso y de conquista, características, en especial, del capitalismo ascendente. El discurrir de la historia es irreversible : la descomposición lleva, como su nombre tan bien lo indica, al desmembramiento y a la putrefacción de la sociedad, a la nada. Abandonada a su propia lógica, a sus consecuencias últimas, arrastraría a la humanidad a los mismos resultados que la guerra mundial. Ser aniquilado bestialmente por un chaparrón de bombas termonucleares en una guerra generalizada o serlo por la contaminación, la radioactividad de las centrales nucleares, las hambres, las epidemias y las matanzas en conflictos guerreros, en los que, además, se utilizarían las armas atómicas, todo ello es, en fin de cuentas, lo mismo. La única diferencia entre ambas formas de destrucción es que aquélla es más rápida mientras que ésta va más lenta y, por ende, con muchos más sufrimientos si cabe.
12. Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial. Y muy especialmente, sería tan falso como peligroso el considerar que la descomposición, porque es una realidad, sería, por ello, una necesidad para avanzar hacia la revolución.
Hay que poner sumo cuidado en no confundir necesidad y realidad. Ya Engels criticaba duramente la fórmula de Hegel : "Todo lo que es racional es real y todo lo que es real es racional", rechazando la segunda parte de esta fórmula y dando el ejemplo de la persistencia de la monarquía en Alemania, que era muy real pero en absoluto racional (y este razonamiento de Engels podría aplicarse hoy todavía y desde hace mucho tiempo a las monarquías de muchos paises). La descomposición, si bien es un hecho real hoy, no por eso es una prueba de que sea necesaria para la revolución proletaria.Con un enfoque así, se podrían en entredicho la Revolución de Octubre de 1917 y toda la oleada revolucionaria de la primera posguerra que surgieron sin que hubiera fase de descomposición del capitalismo. De hecho, el distinguir claramente la decadencia del capitalismo y esa fase específica, fase postrera de la decadencia que es la descomposición, tiene una de sus aplicaciones en la cuestión de la realidad y de la necesidad : la decadencia del capitalismo era necesaria para que el proletariado fuera capaz de echar abajo el sistema ; en cambio, la aparición del fenómeno histórico de la descomposición, resultado de la prolongación de la decadencia al no haber revolución proletaria, no es en absoluto una etapa necesaria en el camino de su emancipación.
Con esta fase de la descomposición ocurre como con lo de la guerra imperialista.La guerra de 1914 fue un hecho fundamental que la clase obrera y los revolucionarios debían tener evidentemente en cuenta (¡ y de qué modo !), pero eso no implica ni mucho menos que fuera una condición necesaria a la revolución.Sólos los bordiguistas lo creen y lo afirman. La CCI ya tuvo ocasión de demostrar que la guerra no es ni mucho menos una condición especialmente favorable para el triunfo de la revolución internacional.Y si se considera la perspectiva de una tercera guerra mundial, el problema queda inmediatamente "resuelto".
13. En realidad, hay que ser de lo más clarividente sobre el peligro que significa la descomposición en la capacidad del proletariado para ponerse a la altura de su tarea histórica. Del mismo modo que el estallido de la guerra imperialista en el corazón del mundo "civilizado" fue una "sangría que podía acabar por agotar mortalmente al movimiento obrero europeo", que "amenazaba con enterrar las perspectivas del socialismo bajo las ruinas amontonadas por la barbarie imperialista", "segando en los campos de batalla (...) a las mejores fuerzas (...) del socialismo internacional, las tropas de vanguardia del proletariado mundial entero" (Rosa Luxemburg, La Crisis de la socialdemocracia), la descomposición de la sociedad, que no hará sino agravarse, puede también segar, en los años venideros, las mejores fuerzas del proletariado, comprometiendo definitivamente la perspectiva del comunismo. Y ello es así porque el envenenamiento de la sociedad que acarrea la putrefacción del capitalismo no deja libre a ninguno de sus componentes, a ninguna de sus clases, ni siquiera al proletariado. Y aunque el debilitamiento del imperio de la ideología burguesa debido a la entrada del capitalismo en su fase de decadencia era una de las condiciones de la revolución, el fenómeno de descomposición de esa misma ideología, tal como hoy se está desarrollando, aparece esencialmente como un obstáculo a la toma de conciencia del proletariado.
La descomposición ideológica afecta, evidentemente, en primer lugar a la clase capitalista misma y de rebote, a las capas pequeñoburguesas, que carecen de la menor autonomía. Puede incluso decirse que estas capas se identifican muy bien con la descomposición, pues al dejarlas su propia situación sin la menor posibilidad de porvenir, se amoldan a la causa principal de la descomposición ideológica : la ausencia de toda perspectiva inmediata para el conjunto de la sociedad. Unicamente el proletariado lleva en sí una perspectiva para la humanidad, y por eso es en sus filas en donde existen las mejores capacidades de resistencia a la descomposición. Pero también le afecta ésta, sobre todo porque la pequeña burguesía, con la que convive, es uno de sus principales vehículos. Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica :
14. Uno de los factores que está agravando esa situación es evidentemente, que una gran proporción de jóvenes generaciones obreras está recibiendo en pleno rostro el latigazo del desempleo, incluso antes de que muchos hayan podido tener ocasión, en los lugares de producción, junto con los compañeros de trabajo y lucha, de hacer la experiencia de una vida colectiva de clase. De hecho, el desempleo, resultado directo de la crisis económica, aunque en sí no es una expresión de la descomposición, acaba teniendo, en esta fase particular de la decadencia, consecuencias que lo transforman es aspecto singular de la descomposición. Aunque en general sirve para poner al desnudo la incapacidad del capitalismo para asegurar un futuro a los proletarios, también es, hoy, un poderoso factor de "lumpenización" de ciertos sectores de la clase obrera, sobre todo entre los más jóvenes, lo que debilita de otro tanto las capacidades políticas actuales y futuras de ella, lo cual ha implicado, a lo largo de los años 80, que han conocido un aumento considerable del desempleo, una ausencia de movimientos significativos o de intentos reales de organización por parte de obreros sin empleo. El que en pleno período de contrarrevolución, cuando la crisis de los años 30, el proletariado, en especial en Estados Unidos, hubiera sido capaz de darse formas de lucha da una idea, por contraste, del peso de las dificultades que hoy acarrea el desempleo en la toma de conciencia del proletariado, a causa de la descomposición.
15. De hecho, no sólo es en la cuestión del desempleo en donde se han visto en los últimos años el peso de la descomposición como factor de las dificultades en la toma de conciencia del proletariado. Incluso dejando de lado el hundimiento del bloque del Este y la agonía del estalinismo (que son una expresión de la fase de descomposición y que han provocado un retroceso evidente en la conciencia de clase, véase al respecto la Revista internacional nos 60 y 61), debemos considerar que las dificultades de la clase obrera para hacer avanzar la perspectiva de unificación de las luchas, aún cuando esto ya estaba contenido en la dinámica misma de su lucha contra los ataques cada día más frontales del capitalismo, se deben en gran parte a la presión que está ejerciendo la descomposición. Las vacilaciones del proletariado, ante la necesidad de alzarse a un nivel superior de su lucha, aunque es una característica general del movimiento obrero analizada ya por Marx en El 18 de Brumario, se ha acentuado con la falta de confianza en sí mismo y en el porvenir que la descomposición inocula en la clase. E igualmente, la ideología del "cada uno a lo suyo", que marca especialemente el período actual, ha favorecido las trampas del corporativismo que la burguesía ha puesto delante de las luchas obreras en los últimos años.
Es así como a lo largo de los años 80, la descomposición de la sociedad capitalista ha desempeñado un papel de freno de la toma de conciencia de la clase obrera. Junto a otros factores, identificados ya en el pasado, que también han contribuido a frenar ese proceso, como :
1)el ritmo lento de la crisis misma ;
2)la debilidad de las organizaciones políticas de la clase debida a la ruptura orgánica entre las formaciones del pasado y las que han surgido con la reanudación histórica de finales de los años 60, es importante añadir la presión de la descomposición. Estos factores no actúan, sin embargo, de la misma manera.Mientras que el tiempo que pasa es un factor que contribuye a restar importancia a aquéllos, no hace sino aumentar la importancia de éste. Es, pues, fundamental, comprender que cuanto más tarde el proletariado en derrocar al capitalismo, tanto más importantes serán los peligros y los efectos nocivos de la descomposición.
16. Es conveniente poner en evidencia que hoy, contrariamente a la situación de los años 70, el tiempo ya no juega en favor de la clase obrera. Mientras la amenaza de destrucción de la sociedad estaba representada por la guerra imperialista "únicamente", al ser capaces de mantenerse como obstáculo decisivo ante semejante conclusión, las luchas obreras cerraban el camino a la destrucción. En cambio, contrariamente a la guerra imperialista, la cual, para poder estallar, requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, la descomposición no necesita ningún alistamiento de la clase obrera para destruir a la humanidad. Del mismo modo que no pueden oponerse al hundimiento económico, las luchas proletarias en este sistema tampoco serán capaces de llegar a ser un freno a la descomposición.En estas condiciones, aunque la amenaza que representa la descomposición para la vida social aparece como algo a más largo plazo que la que vendría de una guerra mundial (si las condiciones para ésta estuvieran reunidas, lo que no es el caso hoy), es, en cambio, mucho más insidiosa.Para acabar con la amenaza que es la descomposición, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes: únicamente la revolución comunista podrá destruir esa amenaza. Del mismo modo, en todo el período venidero, el proletariado no podrá utilizar en beneficio propio el debilitamiento que la descomposición está provocando en el seno de la burguesía misma. En este período, su objetivo será resistir ante los efectos nocivos de la descomposición en su propio seno, no contando más que con sus propias fuerzas, con su capacidad para luchar colectiva y solidariamente, en defensa de sus intereses como clase explotada, aunque, eso sí, la propaganda de los revolucionarios deberá insistir constantemente en los peligros de la descomposición. Sólo será en el período revolucionario, cuando el proletariado esté a la ofensiva, cuando entable directa y abiertamente el combate por su propia perspectiva histórica, cuando entonces podrá utilizar ciertos efectos de la descomposición de la ideología burguesa y de las fuerzas del poder capitalista, como punto de apoyo para volverlas contra el capital.
17. La evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista.La perspectiva histórica sigue abierta. A pesar del golpe en su toma de conciencia dado por el hundimiento del bloque del Este, el proletariado no ha sufrido derrotas importantes en el terreno de sus luchas. Su combatividad sigue intacta. Pero, además, y es éste un factor que determina en última instancia la evolución de la descomposición, o sea, la agravación inexorable de la crisis del capitalismo, es un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad. En efecto, si bien las luchas parciales contra los efectos de la descomposición no pueden ser un terreno de unificación de clase, en cambio la lucha contra los efectos de la crisis misma es la base para que se desarrolle su fuerza y su unidad de clase. Y esto es así porque :
Sin embargo, la conciencia de la crisis por sí sola no puede resolver los problemas y las dificultades ante los que se enfrenta y deberá enfrentarse cada día más el proletariado.Unicamente :
permitirá a la clase obrera responder golpe a golpe a los ataques de todo tipo desencadenados por el capitalismo para finalmente pasar a la ofensiva y acabar de una vez con este sistema cruel y despiadado.
La responsabilidad de los revolucionarios es participar activamente en el desarrollo de ese combate del proletariado.
FM, Mayo del 90
EN RESPUESTA al horrible crimen de guerra del 11 de septiembre, con su trágico balance de más de 6000 muertos, nuevos e igualmente horribles crímenes de guerra están siendo cometidos por USA y sus "aliados".
Antes ya del comienzo de los nuevos ataques militares sobre un Afganistán completamente arruinado, decenas de miles de refugiados afganos estaban condenados a muerte por hambre y enfermedades. Sin embargo, la lista de muertes va a crecer dramáticamente ahora que las acciones militares han empezado. Las bombas y los misiles causarán desabastecimiento y hambrunas a una escala todavía mayor por mucho que Estados Unidos, por razones publicitarias, lance unos cuantos paquetes de alimentos. Respecto a los llamados "ataques de precisión" no tenemos más que recordar lo que ocurrió anteriormente en las guerras contra Irak en 1991 y contra Serbia en 1999. Las poblaciones de ambos países todavía están padeciendo los resultados devastadores de estos bombardeos "humanitarios".
Se nos dice que esta nueva guerra es una guerra en defensa de la democracia y la civilización contra la red de fanáticos islámicos dirigida por Ben Laden. Pero Ben Laden y sus secuaces, que han matado deliberadamente el máximo número de civiles posible, no hacen sino seguir el ejemplo de lo que tantas veces han hecho los llamados Estados "civilizados". La civilización que reina en el planeta, tanto en los países occidentales como en el llamado "mundo musulmán", es una civilización capitalista, y es este sistema social el que está en un profundo declive desde la Primera Guerra mundial. En esta época de decadencia nos ha dado numerosas muestras de barbarie y carnicería humana: los campos de concentración de los nazis y del estalinismo; los bombardeos de terror de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos de Dresde y Hamburgo en 1944 realizados por los Aliados, Hiroshima y Nagasaki; Vietnam y Camboya. Muchas de estas carnicerías se han hecho en nombre de la democracia y de la civilización. Baste mirar la última década del siglo XX: masacres en Kuwait e Irak, en Yugoslavia, en Ruanda, en Argelia, Congo, Chechenia, en Oriente Medio. En cada una de esas historias de horror, la población civil ha sido tomada como rehén, forzada a huir, bombardeada, torturada, secuestrada, encerrada en campos de concentración. ¡Esa es la civilización que nos piden que defendamos!. Una civilización que vive en un estado de guerra caótica, que se hunde cada vez más profundamente en su propia descomposición, que amenaza la supervivencia de toda la especie humana.
Lo de una "guerra contra el terrorismo" es una rematada mentira. En primer lugar, porque los primeros en utilizar el terrorismo o en alentarlo son los propios Estados "democráticos". Tomemos el ejemplo de Estados Unidos: en los años 80 apoyaron a los Contras de Nicaragua, en los 90 a los fundamentalistas islámicos de Argelia ... y sobre todo ¡al propio Ben Laden que empezó su carrera como agente de la CIA en la guerra contra los rusos en Afganistán!.
En realidad, la "lucha contra el terrorismo" no es el auténtico móvil de las acciones militares actuales. El hundimiento en 1989 del antiguo bloque soviético trajo como resultado la desaparición del bloque occidental alrededor de Estados Unidos. Este país se ha visto desde entonces ante una situación en la que sus antiguos aliados y toda clase de pequeños o medianos Estados intentan desafiar su liderazgo siguiendo sus propias ambiciones imperialistas. En respuesta, Estados Unidos ha realizado grandes exhibiciones de fuerza, en 1991 contra Irak, en 1999 contra Serbia y ahora contra Afganistán. En cada una de esas ocasiones, sus antiguos aliados - Gran Bretaña, Alemania, Francia - se han visto obligados a seguirles si no querían verse relegados en el tablero imperialista mundial.
Pero cuanto más intenta Estados Unidos imponer su autoridad más tensiones y desacuerdos genera. Con anterioridad al 11 de septiembre, EE.UU. tuvo que hacer frente a la creciente hostilidad de sus antiguos aliados europeos que se manifestó ruidosamente con ocasión de los Acuerdos de Kyoto, el Escudo antimisiles o el asunto del Euroejército. Por ello, con el nuevo despliegue militar supuestamente contra el terrorismo, Estados Unidos les fuerza una vez más a seguirle los pasos a la vez que intenta obtener importantes posiciones estratégicas en la región clave de Afganistán, pivote entre el subcontinente indio y Oriente Medio.
Por el momento, la "Coalición contra el Terrorismo" ha conseguido acallar las divisiones entre EE.UU. y las demás potencias. Pero esas divisiones volverán a estallar en el futuro. Actualmente, la guerra está desestabilizando profundamente el "mundo musulmán", creando nuevos conflictos que no dejarán de ser explotados por los rivales de los americanos. Lejos de crear un mundo más seguro, la guerra actual acelerará la caída hacia un caos militar. Este incluirá el empleo de atentados terroristas asesinos que se convertirán en un medio rutinario de la guerra interimperialista actual.
Con la masacre del 11 de septiembre hemos entrado en una nueva etapa dentro del conflicto imperialista global, una etapa en la que la guerra se hará mucho más presente y tomará una amplitud que jamás había tenido desde 1945. Y como en todas las guerras capitalistas, la clase obrera y los sectores más desfavorecidos de la sociedad, serán las principales víctimas. En las Torres Gemelas la mayoría de los muertos son trabajadores administrativos, limpiadoras, bomberos, es decir, proletarios. En Afganistán, una población ya de por sí muy castigada por más de 20 años de guerra, es hoy de nuevo quien paga los platos rotos, víctima tanto de los talibanes que les obligan a alistarse en el ejército como de los bombardeos de Estados Unidos.
Pero la clase obrera no es solo víctima en sus propias carnes, lo es también en su conciencia. En Estados Unidos la burguesía se aprovecha de la legítima indignación que ha suscitado el ataque terrorista para desarrollar las peores formas de histeria patriótica, llamar a la unidad nacional, a la solidaridad entre explotadores y explotados.
En Europa nos dicen que "todos somos americanos" para, una vez más, tratar de transformar la solidaridad con los muertos en una apoyo hacia las nuevas acciones bélicas. Y si lo rechazamos, el bando de la "civilización contra el terrorismo" nos dice que estamos apoyando a Ben Laden. Nos quieren encerrar en una falsa disyuntiva: o la Coalición internacional o sostener a Bin Laden como pretendido símbolo de la "resistencia" contra la opresión, llamándonos a preparar la "guerra santa" como en Afganistán, Pakistán, Oriente Medio o entre las poblaciones musulmanas de los países centrales. Según esta versión de los hechos del 11 de septiembre "los americanos habrían recibido su merecido". Este antiamericanismo es otra forma de racismo y de chovinismo, su función es obstaculizar el desarrollo entre los trabajadores de su propia identidad de clase, la cual significa romper con las fronteras nacionales y los nacionalismos.
En todos los países, el proletariado está siendo sometido al terror estatal en nombre del "antiterrorismo". No solo el terror impuesto por el delirio nacionalista sino el de las medidas concretas de represión que se están estableciendo por el mundo entero. El temor real que generan los ataques terroristas proporciona a las autoridades el clima propicio para imponer un sistema completo de controles policiales, control de identidad, intervenciones telefónicas y otras medidas de "seguridad", un sistema que en el futuro no se usará contra los terroristas sino contra los trabajadores y revolucionarios que luchen contra el capitalismo. El establecimiento del carné de identidad en Estados Unidos y Gran Bretaña no es sino la punta del iceberg de este proceso.
La clase dominante es plenamente consciente de la necesidad de garantizarse la plena lealtad de toda la población y especialmente de la clase obrera, si quiere llevar adelante sus designios guerreros. Sabe muy bien que el único obstáculo a la guerra es la clase obrera que produce la mayoría de las riquezas sociales y es la primera en morir en las guerras capitalistas. Y esta es precisamente la razón por la cual los trabajadores deben rechazar cualquier identificación con cualquier interés nacional. La lucha contra la marcha hacia la guerra debe vivificar y desarrollar la lucha por sus propios intereses de clase. La lucha contra los despidos que están siendo impuestos no sólo a causa de los atentados terroristas sino sobre todo como consecuencia del propio desarrollo de la recesión. La lucha contra los sacrificios en el trabajo impuestos tanto para sostener a la economía nacional como para desarrollar el esfuerzo de guerra. Solo esta lucha puede hacer que los trabajadores entiendan la necesidad de la solidaridad de clase internacional con todas las víctimas de la devastación y la crisis capitalista. Solo esta lucha puede conducir hacia la perspectiva de una nueva sociedad liberada de la explotación y de la guerra.
La lucha del proletariado no tiene nada que ver con el pacifismo que defienden las diversas coaliciones "para detener la guerra" en la que participan grupos verdes, pacifistas, trotskistas u otros. El pacifismo solicita a la ONU, apelando a la "ley internacional", la lucha del proletariado solo puede desarrollarse si rompe las barreras de la ley burguesa. Actualmente, en muchos países "democráticos", toda forma efectiva de lucha (tentativas de extender las luchas a otros sectores, toma de decisiones mediante Asambleas Generales y no a través de votos sindicales) se ha convertido en ilegal con la ayuda de los Sindicatos. La ilegalización de la lucha de clases será cada vez más explícita en este periodo dominado por la guerra.
Los pacifistas también llaman a "las gentes de buena voluntad", a una alianza de todas las clases sociales que se oponen a la política de Bush, Blair y compañía. Pero esto es otra forma de diluir al proletariado entre la masa de la población, ahora que el problema principal que el proletariado tiene es el de volver a descubrir su propia identidad social y política.
Pero, por encima de todo, el pacifismo jamás se ha opuesto al interés nacional el cual, en la época del imperialismo, solo puede ser defendido por los métodos guerreros e imperialistas. Esto no solo se aplica a los grupos "respetables" del pacifismo, como el CND inglés o los Verdes alemanes, hoy en el gobierno, sino también a los que se proclaman su "ala radical" como es el caso de los trotskistas. Estos también quieren que defendemos un nacionalismo contra otro. Durante la guerra del Golfo defendieron a Irak contra la coalición internacional; en la guerra balcánica llamaron a defender a Serbia o al Ejército de liberación nacional de Kosovo (es decir, un grupo apoyado por la OTAN). Hoy también andan buscando una fracción "antiimperialista" entre los bandos en conflicto. Y si no son los talibanes o Ben Laden entonces llaman a defender a los grupos armados de la "Resistencia palestina" cuyas ideas y métodos son exactamente los mismos.
Lejos de oponerse a la guerra, el pacifismo es el complemento imprescindible que necesita la coalición militar de la burguesía pues su papel es el desviar y confundir a los trabajadores impidiendo una auténtica conciencia de clase sobre el significado de la guerra en la sociedad actual.
La humanidad no se enfrenta a un dilema entre Guerra o Paz. La verdadera alternativa es hundirse en una violenta espiral de guerras imperialistas o desarrollar la guerra de clases. Hundimiento en la barbarie o victoria de la revolución comunista, tal fue la alternativa que mostraron contra la guerra de 1914, Lenin y Rosa Luxemburgo y que se concretó en las huelgas, motines y revoluciones que acabaron con ella. Tras casi un siglo de decadencia capitalista y de autodestrucción esta alternativa se plantea hoy con mayor agudeza y violencia.
Contra el capitalismo, responsable de las hambrunas, de las guerras, de la miseria creciente, de toda la barbarie del mundo actual, las consignas del movimiento obrero son hoy más actuales que nunca:
¡ proletarios del mundo entero, uníos !
La emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores
Corriente comunista internacional
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En la estela de la ofensiva victoriosa americana, que no ha suscitado la menor reacción hostil significativa entre los países árabes, y aprovechándose del debilitamiento causado a Arafat, acusado de tolerancia hacia el terrorismo palestino, Israel está poniendo brutalmente contra las cuerdas al líder de la OLP al mismo tiempo que provoca una nueva oleada de violencia en los territorios ocupados. A los actos de terrorismo ciego cometidos contra la población israelí, el ejército de Israel replica con una violencia tan ciega como aquélla y cuya víctima principal es la población de a pie, muy a menudo niños. Desde los acuerdos de Oslo, Estados Unidos no paró de criticar, incluso descalificar la política de "cuanto peor mejor" de los diferentes gobiernos israelíes, una política basada en sabotear la puesta en práctica del proceso de paz. Esto se debía a que Estados Unidos era perfectamente consciente de la necesidad de limitar a toda costa la agudización de las tensiones entre israelíes y palestinos, pues podían acabar cristalizando en la región la creciente reacción de hostilidad del mundo árabe contra Israel. Una situación así hubiera acabado por repercutir en la política de Estados Unidos, pues este país no podía en ningún caso abandonar Israel, que es su brazo armado en la región. Pero hubiera sido sobre todo una ocasión para algunos países europeos de jugar sus propias bazas mediante el apoyo que habrían aportado a tal o cual fracción nacional de la burguesía, en apoyo de esta o aquella solución diplomática, la que fuera con tal de ser diferente de la de Estados Unidos. Hoy la situación es muy otra a causa del enorme ascendiente que sobre el resto del mundo han ganado los Estados Unidos, una ventaja que este país llevará lo más lejos posible. Al asumir plenamente la brutalidad de la ofensiva israelí en los territorios ocupados, Estados Unidos hace todavía más patente la incapacidad actual de cualquier otro país, especialmente de los europeos, para convertirse en pivote de una alternativa a la política estadounidense en Oriente Medio. De todos modos, la situación actual, ni más ni menos que la "paz de Oslo", no significará en ningún caso estabilidad, sino que, al contrario, está acumulando las condiciones, sobre todo con el incremento de un profundo sentimiento de odio a Estados Unidos e Israel, para el estallido futuro de esas tensiones.
Estados Unidos ha logrado hoy marginalizar por completo en el ruedo mundial a las potencias europeas (Gran Bretaña, Alemania, Francia), principales rivales suyos, no dejándoles desempeñar el menor papel en el conflicto de Afganistán, si no es el de comparsas en la gestión de la situación dejada por la derrota de los talibanes. En efecto, las tropas de la ONU, mediante las cuales esas potencias pretendían instalarse en aquel país (como así fue en Kosovo), estarán claramente bajo el mando y control norteamericano, interviniendo únicamente como auxiliar del nuevo poder instalado en Kabul por Estados Unidos.
Todas las potencias de segunda o tercera fila, arrinconadas por ese éxito alcanzado por primera potencia mundial, no van a quedarse, sin embargo, de brazos cruzados. Al contrario, van a hacerlo todo y más, con los medios a su alcance, para poner zancadillas a la política estadounidense, explotando al máximo, entre otras cosas, las tensiones locales alimentadas por la presencia de Estados Unidos. Decir que esa nueva afirmación del orden mundial americano no arregla ninguna de las tensiones que pululan por el mundo queda confirmado en la reanudación de las hostilidades entre dos potencias nucleares, India y Pakistán. Desde el atentado terrorista perpetrado por un grupo islámico en el Parlamento indio el 13 de diciembre de 2001, la tensión no ha cesado entre esos dos países, a niveles nunca alcanzados hasta ahora (como, entre otros hechos, demuestra el que India haya evacuado la población fronteriza en Cachemira).
Por otra parte, el fragor y el humo de las bombas habrán podido durante algún tiempo ocultar la agravación dramática de la crisis económica, pero no por ello han cambiado su realidad. Hoy la recesión es oficial en Japón, se instala en Alemania y en Estados Unidos, mientras que en el resto de Europa el crecimiento se reduce aceleradamente en el momento mismo en que se estrena el euro. Muy significativo de la situación mundial ha sido el desmoronamiento brutal de la economía argentina, la cual, tras cuatro años de recesión, está literalmente en quiebra, con lo que todo eso significa para el proletariado: desempleo, miseria y, por vez primera desde la independencia, la aparición del espectro de la hambruna. Lo que hoy presenciamos en Argentina - un país que hace 40 años se jactaba de pertenecer al "selecto" club de los países "más desarrollados"- es revelador de la perspectiva que nos ofrece el capitalismo[1].
Argentina, por un lado, Afganistán por el otro nos muestran ambos las amenazas: hundimiento económico con sus consecuencias de desempleo, miseria y hambre (ver el artículo correspondiente en esta Revista) y estallido de la barbarie bélica con su cortejo de muertos, destrucción y bestialidad.
Al bárbaro baño de sangre de las Torres Gemelas, Estados Unidos ha respondido con una Cruzada "Antiterrorista" que está suponiendo nuevos y peores baños de sangre. Las primeras víctimas son los trabajadores, los campesinos, la población de Afganistán, que desde el 7 de octubre están recibiendo un terrible lote de bombas a la vez que los ejércitos locales libran feroces combates.
Muchas personas están muriendo o van a morir; están siendo aniquiladas viviendas, industrias, campos de labranza, hospitales, vías de comunicación; el hambre, las enfermedades, la rapiña están golpeando a la población; miles y miles de refugiados intentan cruzar las fronteras de los países vecinos siendo brutalmente tratados por todos: militares, salteadores de caminos, guardias fronterizos ...
Es una nueva hecatombe que se abate sobre miles y miles de seres humanos. Afganistán lleva ya 23 años de guerra. Ha sufrido la guerra de todas las formas del capitalismo: primero fue el capitalismo pretendidamente "socialista" de la antigua URSS; después el capitalismo "islámico" en sus diferentes versiones - los muyahidines, los talibán - y ahora, la del capitalismo "más capitalista" de todos, el de la primera potencia mundial. Es la barbarie infinita de un sistema que deja de lado la careta engañosa con la que pretende revestirse de dignidad, cultura, derechos, progreso, y muestra su verdadero rostro, el de un organismo agonizante que causa cada vez más guerras, destrucción, hambre... "Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre, así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza" (Rosa Luxemburgo, La Crisis de la socialdemocracia, escrito en 1915 contra la Primera Guerra mundial).
Estados Unidos ha dejado bien claro que su cruzada "antiterrorista" no se limitará a Afganistán. El secretario de defensa anuncia "10 años de guerra", mientras que Mr. Bush, en su charla radiofónica del sábado 24 de noviembre, afirma que "el hundimiento del régimen talibán es solo el principio. Ahora tenemos que dar los pasos más difíciles". También aclara que piensa invadir los países que haga falta con la excusa de que "Estados Unidos no esperará a que los terroristas intenten atacarnos otra vez. Donde sea que se oculten y donde sea que conspiren seremos nosotros quienes atacaremos", precisando que "el Ejército de Estados Unidos deberá actuar en distintas zonas del mundo".
¿Para qué estos planes de barbarie? ¿Son realmente una defensa contra el terrorismo? En el editorial del número anterior de la Revista internacional denunciamos la hipocresía de esa envoltura "antiterrorista". El terrorismo - que puede tomar diversas formas todas ellas ajenas al proletariado[2]- forma parte de la acción corriente de todos los Estados y constituye un arma de guerra cada vez más importante.
¿Es, simplemente, una operación de conquista de los yacimientos petrolíferos de Asia Central, como pretenden grupos del medio político proletario? No podemos desarrollar aquí el análisis que contiene el "Informe sobre los conflictos imperialistas" de nuestro XIV Congreso publicado en la Revista internacional nº107 donde afirmamos que "si en los comienzos del imperialismo y después en la decadencia del capitalismo, la guerra se concebía como medio para repartirse los mercados, en el estadio actual se ha convertido en un medio de imponerse como gran potencia, de hacerse respetar, de defender su rango frente a las otras, de salvar la nación. Las guerras no tienen una racionalidad económica, cuestan mucho más de lo que permiten ganar"[3]. El objetivo real de la cadena de operaciones bélicas que USA ha abierto en Afganistán es político-estratégico[4]. Es una respuesta al creciente desafío a su liderazgo mundial que se ha agudizado tras la guerra de Kosovo y que protagonizan, en primera línea, las potencias europeas - Alemania, Francia -, seguidas por toda clase de potencias regionales, locales e incluso Señores de la Guerra como el propio Bin Laden.
En el Editorial de la Revista anterior expusimos las premisas generales de nuestro análisis: la actual crisis guerrera es un exponente, no solo de la decadencia del capitalismo, que se extiende desde principios del siglo XX, sino de lo que hemos calificado como su fase terminal de descomposición que se puso claramente de manifiesto en 1989 con el hundimiento del antiguo bloque soviético. El rasgo más característico de esta fase última de la decadencia del capitalismo es el enorme desorden que reina tanto en las relaciones entre Estados como en la forma que toma la confrontación imperialista entre ellos. Cada Estado Nacional "barre para casa" sin aceptar la más mínima disciplina. Es lo que hemos caracterizado como cada nación a la suya que traduce, y a su vez agrava, un estado general de caos imperialista mundial, tal y como previmos hace más de 10 años con el hundimiento del antiguo bloque soviético: "el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada uno va a jugar por su cuenta y para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario" (Revista internacional nº 64: "Militarismo y Descomposición"[5]).
El capitalismo encierra desde sus primeros estadios una contradicción irresoluble entre el carácter de la producción que tiende a ser social y mundial y su modo de apropiación y organización que es necesariamente privado y nacional. En el genoma del capitalismo está inscrito el cisma, el enfrentamiento y la destrucción que nacen de esa contradicción. Esta tendencia era menos visible en el período ascendente del capitalismo pues lo que dominaba entonces era la dinámica hacia la formación del mercado mundial. Esta produjo una unificación objetiva pues sometió los territorios más significativos del planeta y el intercambio general en todo el mundo a las relaciones capitalistas de producción[6].
Con la decadencia del capitalismo, la guerra de todos los Estados entre sí, la batalla de cada imperialismo nacional para escapar de las contradicciones crecientes del régimen capitalista a costa de sus rivales adquiere una virulencia asesina. Fue la época que va desde 1914 y 1945 que provocó dos guerras mundiales. Sin embargo, en el período de la llamada "guerra fría" (1945-89) el "todos contra todos" pareció atenuarse al imponerse una férrea disciplina de bloques, basada en la supremacía militar, el chantaje estratégico y político y el soborno económico. Sin embargo, la desaparición de los bloques desde 1989 ha desatado la expresión de los intereses imperialistas nacionales en toda su furia caótica y destructora: "La fragmentación de las estructuras y la disciplina de los antiguos bloques imperialistas ha liberado las rivalidades entre naciones a una escala sin precedentes, provocando un combate cada vez más caótico, cada uno a la suya, desde las mayores potencias mundiales hasta los más pequeños señores de la guerra... Las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo no son menos imperialistas que las de fases precedentes de la decadencia, pero, en cambio, se han hecho más extensas, más incontrolables y más difíciles de detener, incluso temporalmente" ("Resolución sobre la situación internacional del XIV Congreso de la CCI" en Revista internacional nº 106). La fase de descomposición del capitalismo ha puesto claramente de manifiesto que "la realidad del capitalismo decadente, a pesar de los antagonismos imperialistas que lo hacen aparecer momentáneamente como dos unidades monolíticas enfrentadas, es la tendencia a la dislocación y la desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalismo decadente es al cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad" (Internationalisme, Gauche Communiste de France, "Informe sobre la situación internacional", enero 1945[7]).
Los Estados Unidos son los grandes perdedores de esta situación. Sus intereses nacionales se identifican con el mantenimiento de un orden mundial construido en su propio beneficio. Frente a los designios imperialistas de sus grandes rivales (Alemania, Francia, Gran Bretaña etc.), frente a la contestación de numerosos Estados con ambiciones regionales e incluso de sus más fieles aliados (el caso de Israel que desde 1995 está saboteando cada vez más abiertamente la "Pax americana"), USA, como "Sheriff Mundial", se ve obligado a continuos y repetidos golpes de fuerza, auténticos puñetazos sobre la mesa, como vimos con la Guerra del Golfo o con Kosovo y ahora en Afganistán.
Pero la actual "cruzada antiterrorista", tiene objetivos mucho más ambiciosos. En el Golfo, USA se limitó a una apabullante demostración de fuerza destinada a meter en cintura a sus antiguos aliados. En Kosovo volvió a exhibir su inmenso poderío militar, aunque sus "aliados" le jugaron una mala pasada en los "planes de paz" agarrando cada cual su zona de influencia y frustrando sus planes. Ahora pretende por un lado marginar totalmente del teatro de guerra a los aliados infligiéndoles una patente humillación y, por otra parte, instalar sus posiciones militares de forma estable en una zona clave como es Asia Central.
En el primer plano, USA ha pedido una "colaboración" a sus "aliados" consistente en quedarse en el patio de butacas aplaudiendo las hazañas de los Rambos. El intento de Francia de enviar un contingente de soldados disfrazado de "ayuda humanitaria" ha sido bloqueado por USA en Termez en la frontera uzbeka. El "ofrecimiento" alemán de 3900 soldados ha sido despreciado. Gran Bretaña que al principio apareció como socio activo de la operación ha sufrido un bochornoso desplante. El intento de Blair de presentarse como "comandante en jefe" ha sido respondido con el bloqueo de 6000 soldados desde hace más de una semana. Esta marginación les ha supuesto a esos países un duro golpe a su rango en el escenario mundial.
El segundo objetivo es más importante. Por primera vez en toda su historia, los Estados Unidos se instalan, con vocación de quedarse, en Asia Central, no solo en Afganistán sino también en dos repúblicas exsoviéticas vecinas (Tayikistán y Uzbekistán). Esto supone una clara amenaza para China, Rusia, India e Irán. Sin embargo, su alcance es más profundo: constituye un paso para establecer un auténtico cerco - una nueva edición de la vieja política de "contención" que se empleó con Rusia - a las potencias europeas. Desde las altas montañas de Asia Central se controla estratégicamente Oriente Medio y el suministro de petróleo, clave para la economía y la acción militar de las naciones europeas.
Arropado por la "coalición antiterrorista" y marginados los "aliados" europeos, Norteamérica puede ahora seguir sus fechorías bélicas en otros países. Ha puesto Irak en el punto de mira. Habla también de Yemen y Somalia etc. Estos nuevos actos de sangre no tendrán como objetivo "perseguir terroristas" sino que irán dirigidos al fin estratégico de cercar a los "aliados" europeos.
Como dijimos en el Editorial de la anterior Revista internacional no sabemos si los autores del crimen de las Torres Gemelas son Bin Laden y sus compinches, pero lo que sí sabemos es que el beneficiario del crimen ha sido Estados Unidos como el mismísimo Bush reconoce indirectamente en su charla radiofónica del 24 de noviembre: "el mal que nos deseaban los terroristas ha resultado en un bien que nunca habrían esperado y estos días los americanos tienen muchas razones para dar las gracias".
Analizando la guerra de Kosovo, nuestro XIII Congreso internacional, celebrado en abril de 1999, señalaba que "la guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en que se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al "cada uno para sí" y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esa política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial" (Revista internacional nº 97: "Resolución sobre la situación internacional"[8]).
La virulencia de esa contradicción, lejos de atenuarse no ha hecho sino agravarse en los diez últimos años. Las exhibiciones apabullantes de su poderío militar logran en un primer momento que sus rivales plieguen alas y se alineen tras el Gran Padrino. Pero los efectos son poco duraderos. Tras el Golfo, Alemania se atrevió a hacer estallar Yugoslavia para lograr una salida al Mediterráneo vía el mar Adriático. Los objetivos americanos en los Balcanes fueron frustrados en cuanto terminaron los bombardeos en Kosovo. Los políticos de Washington han intentado todos los métodos posibles para encauzar la situación, pero han fracasado no tanto por su incompetencia sino porque las condiciones de evolución del capitalismo en descomposición juegan en su contra. El puñetazo sobre la mesa intimida a los demás gánsteres, pero al poco tiempo vuelven a las andadas. Primero comienzan las intrigas diplomáticas, las sórdidas maniobras, después vienen las jugadas de desestabilización de tal o cual país, de tal o cual zona. Más tarde, los acuerdos con Señores de la guerra locales, finalmente, las operaciones de "injerencia humanitaria". Todo ello es reproducido a escala regional por Estados de segunda o tercera división, configurando entre todo un amasijo sangriento de influencias cruzadas. Es un círculo vicioso que no hace sino sembrar el mundo de ruina, hambrunas y montañas de cadáveres. Las grandes potencias, que se presentan como bomberos apagafuegos, son en realidad, los pirómanos que con nocturnidad y alevosía rocían previamente con gasolina.
Sin embargo, la situación convierte a Estados Unidos en el principal bombero pirómano. Las contradicciones propias de su posición en este período histórico de descomposición capitalista hacen de él a la vez el pirómano que siembra de incendios del mundo y el bombero que tiene que apagarlos abriendo nuevos fuegos. Es una contradicción que revela la profunda gravedad de la situación mundial. Estados Unidos, principal garante y beneficiario del "orden mundial" es a la vez quien más lo socava al intentar defenderlo con sus devastadoras operaciones militares.
En la 1ª y la 2ª Guerra mundial, vimos que eran las potencias peor dotadas en el reparto imperialista, y por consiguiente las más débiles (especialmente Alemania) las que desafiaban el estado de cosas existente poniendo en peligro la "paz mundial". Durante el período de violenta rivalidad entre la URSS y Estados Unidos, desde principios de los años 50 hasta finales de los 80, siempre correspondió el papel desestabilizador al bando más débil, es decir al bloque ruso. Estados Unidos adoptaría después una política más ofensiva sobre todo en la carrera de armamentos, aunque podía permitirse el lujo de aparecer como "atacado", imponiendo así al bloque adverso unos retos que la debilidad económica de éste le impedían aceptar, lo cual acabó arrastrándolo a su destrucción. Pero hoy, como expresión del descenso del capitalismo en la barbarie, se da la situación absurda de que Estados Unidos, principal beneficiario del orden mundial y potencia ampliamente dominante en el mundo tanto en lo militar como en lo económico, es quien más hace para desafiarlo.
La actual cruzada "antiterrorista" va a seguir indefectiblemente el mismo camino solo que las dosis de destrucción y de caos que va a crear serán cualitativa y cuantitativamente más graves que las resultantes de anteriores operaciones.
Para empezar, en el propio Afganistán no va establecerse la "paz" y la reconstrucción, sino las premisas para nuevas convulsiones guerreras. La Alianza del Norte es un conglomerado de Señores de la Guerra y de facciones tribales que se han soldado momentáneamente contra el enemigo común. Pero el reparto del poder, las rencillas entre ellos y los fuegos que azuzarán los diversos padrinos extranjeros (Rusia, Irán, India) los llevarán a violentos enfrentamientos como ya ha sido el caso con la toma de Kunduz donde han chocado las tropas "aliadas" de Dostum y Daud. La relegación, o al menos la toma de ventajas frente a las facciones que se apoyan en la etnia pastún, mayoritaria, anuncia la fiereza de la confrontación. USA, que no tiene ningún interés en una ocupación de todo Afganistán[9], despliega tropas en Kandahar para apadrinar a los pastunes y contrapesar a la Alianza.
Para llevar a cabo su intervención en Afganistán, Estados Unidos necesita el apoyo de Pakistán, país que, a cambio, ha recibido la confirmación por parte de Estados Unidos de que apoyarían a las etnias capaces de hacer contrapeso a la Alianza del Norte, tradicional enemigo de Pakistán y, por lo tanto, obstáculo en su influencia en Afganistán. Esta "zona de influencia" es necesaria a Pakistán para darle "profundidad estratégica" en el encarnizado enfrentamiento que mantiene con la India y cuyo eje es Cachemira. El ascenso de la influencia de la Alianza del Norte en la gestión de la situación post- talibán es, pues, una brecha en el dispositivo de Pakistán frente a India.
India, China, Rusia e Irán, están furiosas por la instalación de los americanos en Asia central. No han tenido más remedio que sumarse al Frente "antiterrorista", pero todos sus esfuerzos se van a dirigir a sabotear por todos los medios las operaciones del Gran Hermano pues éste amenaza sus intereses vitales. No pueden hacer otra cosa que responderle con los medios de que disponen: intrigas, operaciones de desestabilización de zonas clave, apoyo a las fracciones más díscolas.
En los países árabes e islámicos, la operación americana no puede sino encender todavía más los odios en amplios sectores de la población, acentuando los riesgos de desestabilización y empujando a todas las burguesías de la zona a aumentar sus distancias respecto a Estados Unidos como se ve actualmente con Arabia Saudita que manifiesta abiertamente su mal humor.
Del mismo modo, la operación afgana, con el fuerte desprestigio que provoca en la "causa árabe", es catastrófica para Arafat que sale debilitado, lo cual facilita las cosas a los planes israelíes de poner contra las cuerdas a su enemigo palestino con la consecuencia de una agravación de la guerra abierta que se arrastra desde hace años.
Japón ha aprovechado la circunstancia para enviar, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra mundial, una flota naval. Se trata de un gesto más bien simbólico que muestra cómo el imperialismo nipón trata de afirmar su potencia despertando un nuevo frente de tensión que añadirá más fuego a la situación mundial.
Pero Alemania, Francia y Gran Bretaña, los más perjudicados por la guerra actual, tienen necesariamente que responder pues la maniobra americana supone una grave amenaza ya que es el principio de una estrategia de "cerco continental" que puede acabar asfixiándolas. Tendrán que contraatacar, quizá en África, quizá en los Balcanes, e, imperiosamente, tendrán que acelerar los gastos militares y los planes de crear brigadas de intervención rápida en el marco del famoso "Euro ejército".
En definitiva, Estados Unidos no logrará estabilizar en su favor la situación mundial, sino que ya desde ahora la está desestabilizando muy gravemente.
Desde 1945 los países centrales del capitalismo (Estados Unidos, Europa Occidental) han gozado de un largo período de estabilidad y paz dentro de sus fronteras. El capitalismo mundial, como un todo, se ha ido hundiendo progresivamente en una dinámica de guerras, destrucción, hambrunas... pero aquellos han permanecido como un oasis de paz. Pero esa situación está empezando a cambiar. Las guerras balcánicas de la década de los 90 fueron el primer aviso. Una guerra devastadora se instalaba a las puertas de las grandes concentraciones industriales. En esa línea, los hechos de Nueva York tienen un significado grave y profundo más allá de su alcance inmediato. Un acto de guerra ha golpeado directamente a la primera potencia mundial causando una matanza equivalente a una noche de bombardeos de la aviación.
No estamos afirmando que la guerra se ha instalado, o está próxima a instalarse, en las grandes metrópolis del planeta. Estamos lejos de esa situación entre otras razones por la más importante: el proletariado de esos países, pese a las dificultades que sufre, se resiste a caer en la degradación moral, el sufrimiento físico, el terror vital y el sacrificio extenuante que significan soportar cotidianamente un estado de guerra. Pero esta constatación no nos puede ocultar la gravedad de lo ocurrido. Unos meses antes, analizando la dinámica profunda de la situación histórica y sacando lecciones de las tendencias que encerraba, nuestro XIV Congreso, en su Resolución sobre la situación internacional, afirmaba "la clase obrera puede verse arrastrada a una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Este apocalipsis no está tan lejano como a primera vista podría parecer: el rostro de la barbarie está a punto de tomar una forma material ante nuestros ojos. Hoy la humanidad no hace frente simplemente a la perspectiva de la barbarie: el descenso hacia la barbarie ha comenzado ya y lleva consigo el peligro de demoler toda tentativa futura de regeneración social" (Revista Internacional nº106).
El significado del ataque de las Torres Gemelas es que la inestabilidad, la garra sangrienta de acciones terroristas planteadas directamente como actos de guerra, amenaza de forma mucho más directa a los grandes Estados industrializados y que, de ahora en adelante, serán cada vez menos esos "refugios de orden y estabilidad", que hasta ahora aparentaban[10]. Es un elemento de la situación que el proletariado debe tomar en cuenta pues constituye un nuevo peligro, no solo físico (los obreros han sido las principales víctimas del golpe de las Torres Gemelas) sino fundamentalmente político pues el Estado de las grandes metrópolis "democráticas" aprovecha la inseguridad y el terror que generan tales acciones para pedir que se cierren filas a su alrededor para "defender la seguridad nacional" y se ofrece como "única garantía" frente al caos y la barbarie.
El terrorismo, como arma utilizada en la guerra entre Estados, no es ninguna novedad. Lo que resulta "novedoso" es la amplitud del fenómeno en los últimos años. Los grandes Estados, y tras su estela los más pequeños, han multiplicado sus relaciones con toda clase de grupos mafiosos y /o terroristas, tanto para el control de toda clase de tráficos ilegales que proporcionan lucrativos negocios como para utilizarlos como elemento de presión contra Estados rivales. La utilización del IRA por parte de Estados Unidos como medio de presión sobre Gran Bretaña o de Francia presionando a España mediante ETA, son dos ejemplos significativos. A su vez, todos los Estados han desarrollado los "departamentos especiales" en sus ejércitos y servicios secretos: han preparado comandos de tropa muy especializados, entrenados para acciones de "guerrilla", sabotaje y terrorismo, etc.
Esa utilización del arma terrorista acompaña una tendencia creciente a que en la guerra entre Estados se violen las reglas mínimas, hasta ahora respetadas, en la confrontación entre ellos. Como dijimos en las "Tesis sobre la descomposición del capitalismo", "... la situación mundial se caracteriza por el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados en detrimento de las 'leyes' que el capitalismo se había dado en el pasado para 'reglamentar' los conflictos entre las fracciones de la clase dirigente"[11]. La reacción de los gobiernos occidentales tras el 11 de septiembre endureciendo con una inusitada rapidez el arsenal represivo del Estado muestra de forma inequívoca que han captado el peligro. Estados Unidos ha dado la medida: instauración de controles de identidad, suspensión del habeas corpus, tribunales militares secretos, "debate" sobre la instauración de una tortura "moderada" para "evitar males mayores" etc. En esta política se desarrollan armas cuyos destinatarios últimos serán el proletariado y los revolucionarios, pero lo que revelan ya desde ahora es el riesgo en ciernes de inestabilidad, de caos, de golpes bajos de rivales, que se instaura en los países centrales.
El cordón sanitario contra el caos, levantado cual nuevo muro de Berlín, para proteger a las "grandes democracias" va a hacerse más vulnerable. Bush ha caracterizado la "cruzada antiterrorista" como "una guerra larga, en muchos lugares de la Tierra, que tendrá fases visibles y fases secretas, que exigirá muchos medios, algunos se darán a conocer, otros no" mostrando la etapa de convulsiones, de inestabilidad, que va a afectar a los países centrales.
Para darnos una medida del significado de esas amenazas es útil referirse a otras épocas históricas. Cuando el Imperio Romano, en el siglo I de la era cristiana, entra en decadencia, la primera etapa se caracteriza por violentas convulsiones en su propio centro, Roma. Es la época de los emperadores "dementes" como Nerón, Calígula etc. Las "reformas" de los emperadores del siglo II -época de grandes obras públicas que ha legado los más imponentes monumentos - alejan las convulsiones del centro arrojándolas a la periferia que se hunde en un marasmo total y es víctima de invasiones bárbaras cada vez más victoriosas. El siglo III ve la vuelta, como un bumerán, de esa avalancha hacia el centro, afectando cada vez más a Roma y Bizancio. El saqueo de Roma será la conclusión de ese proceso donde el centro, hasta entonces una fortaleza inexpugnable, cae como un castillo de naipes a manos de hordas bárbaras.
Ese mismo proceso se anuncia ya, como tendencia progresiva, en el capitalismo actual. Las guerras, las hambrunas, las ruinas, que en las últimas décadas han martirizado a millones de seres humanos en los países subdesarrollados, pueden acabar instalándose con toda su fuerza destructora en el corazón mismo del capitalismo, si el proletariado no es capaz de reaccionar a tiempo llevando su lucha hasta la revolución mundial. Hace casi 90 años, Rosa Luxemburgo anunciaba "el triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el período de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Federico Engels predijo una generación antes que la nuestra, hace cuarenta años. Estamos hoy situados ante esta elección: o bien triunfo del imperialismo y decadencia de toda la civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o bien, victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra" (La Crisis de la socialdemocracia).
La escalada guerrera va subiendo peldaños. La época de guerras fundamentalmente localizadas, alejadas de las grandes metrópolis, está tocando a su fin. No pasamos a una situación de guerra generalizada, de guerra mundial, sino a un estadio definido por guerras de mayor dimensión e implicación mundial y, sobre todo, por su repercusión más directa en la vida de los países centrales.
Esta evolución de la situación histórica debe hacer reflexionar al proletariado. Como decíamos en la Resolución de nuestro XIV Congreso, el rostro de la barbarie se hace más preciso, sus contornos más definidos. La barbarie del atentado de las Torres Gemelas ha tenido su prolongación en la campaña guerrera que la burguesía americana ha impuesto a toda la sociedad. El lenguaje bélico se ha generalizado entre los políticos americanos de todas las tendencias. Mac Cain, antiguo rival de Bush en el partido republicano vocifera "que Dios tenga piedad de los terroristas porque nosotros no la vamos a tener", el secretario de Defensa se distingue por sus bravatas bélicas y su desprecio arrogante de las vidas humanas. A propósito de Kunduz dice "quiero talibanes muertos o prisioneros". Un soldado enardecido por uno de los discursos del generalísimo Bush declara "después de oír al presidente tengo ganas de salir a matar enemigos".
"La guerra es un asesinato metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esa embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes. La bestialidad de los pensamientos y de los sentimientos debe corresponder a la bestialidad de la práctica, debe prepararla y acompañarla" (Rosa Luxemburgo, op. cit.). Esa presión sobre el proletariado y la población americana para despertar los más bajos instintos y catalizar la peor bestialidad ha sido animada por el Estado americano con sistemáticas campañas de ardor patriótico, con histerias cuidadosamente cultivadas sobre la amenaza del ántrax, con increíbles rumores sobre atentados de "los árabes" etc. Y, de forma más discreta, pero más cínica y sofisticada, por sus cofrades europeos.
Pero, por fuerte que sea el impacto inmediato de esta campaña -complemento indispensable del estruendo de las bombas y de los aviones - no estamos ni mucho menos en la situación que combatía Rosa Luxemburgo en 1914 o la de 1939, en las que el proletariado fue masivamente arrastrado a la guerra. Hoy, la tendencia de la sociedad mundial es hacia el desarrollo de la lucha de clase del proletariado y no hacia la guerra mundial generalizada. Las condiciones de embriaguez patriótica, de odio bestial hacia los pueblos designados como enemigos, de aceptar ser pisoteados todos los días en las fábricas, en las oficinas, en la calle, por las exigencias de la bota militar, de disponibilidad para el asesinato metódico y sistemático por la "justa causa" enarbolada por el poder; hoy no están reunidas en el proletariado ni de Estados Unidos ni de los demás países principales.
¿Quiere eso decir que debemos respirar tranquilos y echarnos a dormir sin sobresaltos? ¡Ni mucho menos! Hemos puesto de manifiesto en el informe sobre el curso histórico aprobado por nuestro último Congreso[12] que en la época actual, fase terminal de descomposición capitalista, el tiempo no juega a favor del proletariado y cuanto más se retrase en llegar al nivel de conciencia, unidad y fuerza colectiva necesarios para abatir el monstruo capitalista, más riesgo correremos de que las bases del comunismo queden destruidas y de que las capacidades de unidad, solidaridad y confianza del proletariado se debiliten sin remisión.
El cúmulo de acontecimientos que se ha producido en los 2 últimos meses ha revelado una brusca aceleración de la situación. Se han concatenado 3 elementos muy importantes de la situación mundial:
- la aceleración de la guerra imperialista;
- un salto violento y espectacular de la crisis económica con un aluvión de despidos ya desde ahora muy superior al del período 1991-93;
- una cascada de medidas represivas, en nombre del "antiterrorismo", por parte de los Estados más "democráticos".
Asimilar estos acontecimientos, desgajar las perspectivas que encierran, no es nada fácil. Pese a que no nos han sorprendido, confesamos, sin embargo, que su virulencia y su velocidad han sido muy superiores a lo esperado y estamos lejos de haber sacado de ellos todas las consecuencias que contienen. Es pues natural que una cierta perplejidad, combinada con sentimientos de temor y desarraigo, dominen al proletariado por un cierto tiempo. Esto ha ocurrido en otras ocasiones. Por ejemplo, ante los momentos de aceleración de la crisis económica con su cortejo de ataques, el proletariado no entró inmediatamente en combate pues en un primer momento se sintió aturdido y sorprendido. Solo posteriormente, cuando empezó a digerir los acontecimientos, sus luchas surgieron ampliamente. Así pasó tanto frente a la recesión abierta de 1974-75, como a las de 1980-82 o 1991-93.
Sin embargo, el hecho de que los tres elementos (crisis, guerra y aumento del aparato represivo) se presenten a la vez, concatenados y en proporciones tan enormes, puede, si se desarrolla la combatividad y las luchas en respuesta al eje central - la agudización de la crisis -, sentar las premisas de una toma de conciencia más profunda, más global, en las filas del proletariado.
Las guerras actuales, tal y como se presentan, no hacen fácil la toma de conciencia sobre su naturaleza pues la maraña de fanatismos religiosos y étnicos, propios de la descomposición, así como la proliferación de actos terroristas, son como árboles que impiden ver el verdadero responsable y los principales culpables: el capitalismo y las grandes potencias. Igualmente, la burguesía está muy preparada. No en balde, como dijimos en nuestro anterior Congreso, "en esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-18. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista" ("Resolución sobre la situación internacional del XIII Congreso de la CCI", en Revista internacional nº 97, 1999).
Esa Izquierda que en la mayoría de países europeos está en el poder, empuja hacia la guerra pero dando a la vez cancha al pacifismo y buscando toda clase de justificaciones a los desmanes bélicos muy consciente de que "desde que la llamada opinión pública juega un papel en los cálculos de los gobernantes, ¿ha habido jamás una guerra en la que cada partido beligerante no haya sacado la espada de la vaina con corazón deprimido, únicamente para la defensa de la Patria y de su propia causa justa, ante la indigna invasión del adversario?. Esta leyenda forma parte del arte de la guerra como la pólvora y el plomo" (Rosa Luxemburgo, op. cit.)
Estos obstáculos pueden, sin embargo, ser superados por el proletariado pues posee, de manera global e histórica aunque no esté presente masivamente en la actualidad, el arma de la conciencia. Porque "Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a si mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban al adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodas, hic salta" (Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
"Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en El Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes, la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera"[13]
Rosa Luxemburgo dice que en el proletariado internacional "tan gigantescos como sus problemas son sus errores. Ningún plan firmemente elaborado, ningún ritual ortodoxo válido para todos los tiempos le muestra el camino a seguir. La experiencia histórica es su único maestro, su vía dolorosa hacia la libertad está jalonada no solo de sufrimientos inenarrables sino de incontables errores. La meta del viaje, la liberación definitiva, depende por entero del proletariado, de si este aprende de sus propios errores. La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el proletariado. La catástrofe a la que el mundo ha arrojado al proletariado socialista es una desgracia sin precedentes para la humanidad. Pero el socialismo está perdido únicamente si el proletariado es incapaz de medir la envergadura de la catástrofe y se niega a comprender sus lecciones" (op. cit.).
Las revoluciones burguesas fueron actos mucho más conscientes que los procesos sociales que acabaron con el esclavismo y llevaron a los regímenes feudales. Sin embargo, todavía estuvieron dominadas por el peso arrollador de los factores objetivos. La revolución proletaria es la primera en la historia donde el factor determinante es su conciencia de clase. Este rasgo crucial de la revolución proletaria, que fue enérgicamente subrayado por los marxistas como acabamos de ver, tiene aún más fuerza y es más vital ante la presente situación histórica de descomposición del capitalismo.
Adalen, 28-11-2001
[1] Ver Revueltas 'populares' en Argentina: Sólo la afirmación del proletariado en su terreno podrá hacer retroceder a la burguesía https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/231/revueltas-populares-en-argentina-solo-la-afirmacion-del-proletariad [159]
[2] Ver en Revista internacional números 14 y 15 nuestras tomas de posición sobre Terror, Terrorismo y Violencia de Clase: https://es.internationalism.org/revista-internacional/197806/944/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase [46] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/197810/2134/resolucion-sobre-el-terror-el-terrorismo-y-la-violencia-de-clase [160]
[3] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3254/xiv-congreso-internacional-informe-sobre-tensiones-imperialistas [161]
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201112/3284/polemica-con-el-bipr-la-guerra-en-afganistan-estrategia-o-benefici [162]
[5] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [163]
[6] Por eso, es absurdo que hoy se hable de "mundialización". Hace por lo menos un siglo que el mercado mundial se formó y esa capacidad objetiva de unificación de las condiciones de existencia de la gran mayoría de la humanidad que tenía el capitalismo hace ya tiempo que se ha agotado. Sobre el sentido real de la llamada "globalización" ver nuestro artículo "Tras la 'globalización' de la economía la agravación de la crisis del capitalismo" en Revista internacional nº 86
[7] https://es.internationalism.org/cci/200606/974/la-situacion-despues-de-la-segunda-guerra-mundial [164]
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1167/xiii-congreso-de-la-cci-resolucion-sobre-la-situacion-internaciona [165]
[9] Han aprendido de la ratonera en la que se metieron los rusos en la guerra de 1979-89
[10] Como ya dijimos en la Editorial de la Revista internacional nº 107 no sabemos quién es el verdadero responsable del atentado de 11 de septiembre. Sin embargo, que tal monstruosidad se haya producido es reveladora del avance del caos y la inestabilidad y de sus efectos directos en los países centrales
[11] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo [63]
[12] Revista internacional no 107, 2001, "Informe sobre el curso histórico" https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3255/el-concepto-de-curso-historico-en-el-movimiento-revolucionario [166]
[13] Engels, "Prólogo" a la edición alemana de 1890 de El Manifiesto comunista
LOS ATENTADOS del 11 de septiembre han sido ampliamenteutilizados por
la burguesía para extender el veneno nacionalista, pero también
para desviar la atención de la clase obrera de las preocupaciones
socioeconómicas y para trastornar su conciencia sobre las verdaderas
causas de la profunda recesión que hoy se está extendiendo
a nivel mundial. Contrariamente a lo que cuenta la clase dominante, la
degradación económica no es el resultado del hundimiento
de las Torres Gemelas de Nueva York, por mucho que el atentado haya sido
un factor agravante de ella, especialmente en algunos sectores económicos
como el transporte aéreo o el turismo. Como así lo afirman
los expertos de la OCDE "el freno económico que se inició
en EE.UU en el 2000 y alcanzó a otros países se ha transformado
en retroceso mundial de la actividad económica que pocos países
han podido evitar" (Le Monde, 21/11/01). La crisis actual no tiene
nada de específicamente americano. Según los sesudos cálculos
de la OCDE, el crecimiento de los 30 países que pertenecen a este
organismo no superará el 1 % en 2001, ni en 2002. El sistema capitalista
ha entrado en su quinta fase de recesión desde que volviera a presentarse
la crisis en el escenario de la historia a finales de los años
60.
Tras la caída del bloque soviético en 1989, la realidad
desmintió rápidamente todos los discursos sobre el pretendido
nuevo orden mundial que iba a surgir desde entonces. Guerras multiplicadas,
genocidios diversos, todo ha puesto en solfa las mentiras de que con el
final de la guerra fría, el mundo iba a conocer una era de paz.
Los propios institutos de estadística de la clase dominante reconocen,
aunque confidencialmente. que la cantidad de conflictos y víctimas
desde hace diez años es muy superior en intensidad a la del período
de la guerra fría. Hoy, el Bush hijo, definiendo la primera guerra
del nuevo milenio como un estado de conflicto permanente, entierra definitivamente
las patrañas proferidas por su padre sobre el advenimiento de un
nuevo orden internacional. En cambio, hay que reconocer que la propaganda
ideológica sobre la victoria de la democracia y del capitalismo
ha tenido cierto eco y sigue pesando con fuerza en la conciencia de clase
de los explotados. Los trastornos en el ruedo político mundial
y la guerra del Golfo pudieron, en gran parte, ocultar la recesión
precedente, la de finales de los 80 y principios de los 90. El krach económico
del Sudeste asiático en 1997 y las quiebras de Rusia y Brasil en
1998, seguidas por la de Turquía, fueron avisos considerados como
limitados; a pesar de ellos, la propaganda siguió con las falaces
profecías sobre una nueva era de prosperidad económica,
reforzadas por el rebote del crecimiento que se prolongó un poco
más de lo normal y la incesante tabarra mediática sobre
la "nueva economía". Esta matraca consistía en
hacernos tragar que había nacido una especie de nueva revolución
tecnológica basada en la informática, las telecomunicaciones
e Internet. Hoy, en cambio, cuando la recesión está causando
estragos a mansalva con una degradación de las condiciones de vida
de la clase obrera, con el riesgo para la burguesía de que quede
al desnudo su tinglado de monsergas ideológicas, se trata, para
ella, de ocultar al máximo la profundidad de la agonía de
su sistema económico ante el proletariado, impedir que éste
tome conciencia del atolladero tanto político como económico
del capitalismo.
Lo que caracteriza la recesión actual, según los propios
comentaristas burgueses, es la rapidez y la intensidad de su despliegue.
Estados Unidos, primera economía mundial, se ha visto rápidamente
hundido en la recesión. El repliegue del Producto Interior Bruto
(PIB) norteamericano está siendo más rápido que el
de la recesión anterior. El incremento del desempleo está
alcanzando un récord desconocido desde la crisis de 1974. Japón,
segunda potencia mundial, no anda mucho mejor. Ese modelo tan alabado
durante los años 1970-80 está anémico desde hace
más de diez años. Y solo ha sido gracias a los planes de
reactivación intensivos y continuos si Japón ha logrado
mantenerse dificultosamente a flote con tasas de crecimiento rayanas en
el 0 %. Y con todo y eso, la economía japonesa ha vuelto a hundirse
en la recesión por tercera vez. Es la mayor crisis desde hace 20
años según dice el FMI: Japón podría conocer
dos años consecutivos de contracción de la actividad económica
por primera vez desde la IIª Guerra. Tras sus planes de relanzamiento
sucesivos, en Japón, la deuda pública que se ha vuelto la
más alta de todos los países industrializados, ha venido
a añadirse a su endeudamiento bancario sideral. La pública
alcanza hoy el 130 % del PIB y alcanzará el 153 % en 2003, pero
ya hay quienes predicen que ya será de ¡ 180 % en 2002 !
Esta montaña de deudas que se han ido acumulando no sólo
en Japón sino en todos los países desarrollados es un polvorín
amenazador a medio plazo. La deuda mundial de todos los agentes económicos
(Estados, empresas, familias y banca) se estima grosso modo entre 200
y 300 % del Producto mundial. Esto significa, concretamente, dos cosas:
por un lado, el sistema ha adelantado lo equivalente a 2 o 3 veces el
producto mundial para paliar así su crisis letal de sobreproducción,
pues éste es el cuño que ha marcado el retorno de la crisis
económica a principio de los años 1970. Por otro lado, que
habría que trabajar dos o tres años por nada si esa deuda
tuviera que ser reembolsada de un día para otro. Ese endeudamiento
colosal mundial es algo históricamente inédito y es la plasmación
del callejón sin salida en el que está metido el sistema
capitalista, pero también expresa su capacidad para manipular la
ley del valor para así asegurar su perennidad. Se entiende así
por qué la burguesía habla de "contracción de
la actividad económica", un eufemismo que significa ni más
ni menos que se está produciendo un nuevo hundimiento del sistema
capitalista en una recesión abierta. Esto es lo que los marxistas
llevan poniendo de relieve desde hace tiempo: la recesión es una
expresión de la sobreproducción, o sea de la incapacidad
del sistema para encontrar salida a nuevas mercancías en un mercado
mundial sobresaturado. Si esta deuda masiva puede ser todavía soportada
por las economías desarrolladas, está, en cambio, ahogando
uno tras otro a los países llamados "emergentes". Mientras
la e-economía se transformaba en e-quiebra en los países
desarrollados en 2000-2001, los países pretendidamente emergentes
se transformaban en sumergibles. En estos, la fragilidad de sus economías
los hace incapaces de soportar una deuda de unas cuantas decenas porcentuales
del Producto Interior Bruto. Así, tras la crisis de la deuda en
México a principios de los años 80, otros países
vinieron a aumentar la lista: Brasil, México una vez más
en 1994, los países del Sureste asiático, Rusia, Turquía,
y hoy Argentina. En cuanto a la zona "euro", la parte del capitalismo
que, pretendidamente, iría mejor, ya se están anunciando
tasas de crecimiento nulas para el 2002 y una tasa oficial de desempleo
que se ha vuelto a incrementar entre 8,5 y 9 % en 2001.
Como podemos comprobar, la crisis hace mayores estragos a medida que pasan
las recesiones. Tras los países más pobres del Tercer mundo,
que han conocido retrocesos netos de su PIB per cápita desde hace
dos o tres décadas, fue la caída del "Segundo mundo",
o sea el desmoronamiento económico de los países del bloque
del Este. Después le tocó el turno a Japón de quedarse
averiado y, ocho años más tarde, al conjunto de los países
del Sureste asiático. O sea que lo que durante mucho tiempo se
consideró como nuevo polo de desarrollo según los ideológos
del capitalismo volvía a su sitio. En los últimos tiempos
se han ido hundiendo una tras otra las economías "intermedias",
"emergentes" y demás. Hoy la recesión está
llamando a las puertas del centro mismo del capitalismo, en los países
desarrollados, y ya no solo afecta a las viejas tecnologías (carbón,
siderurgia, etc.) o a las ya maduras (astilleros, automóvil, etc.),
sino claramente a los sectores punta, los que se consideraban como la
flor y nata de la nueva economía, crisol de la nueva revolución
industrial: la informática, internet, telecomunicaciones, aeronáutica,
etc. En estos ramos industriales, las quiebras, las reestructuraciones,
las fusiones y adquisiciones se cuentan por cientos, y por cientos de
miles los despidos, acumulándose las bajas salariales y la degradación
de las condiciones de trabajo.
La crisis por muy terrible que sea para los explotados sirve, en última
instancia, para desgarrar el velo mistificador con el que la clase dominante
envuelve su sistema. Se evaporó la euforia con la que terminó
el milenio. Es verdad que algunos cometieron la imprudencia de anunciar
la recesión como algo inminente tras la quiebra de los países
de Sudeste asiático en 1998, seguida poco después por la
bancarrota rusa. No sólo no se produjo tal cosa; sino que incluso
Estados Unidos tuvo un crecimiento ligeramente mayor entre 1991 y 2000
que en la década anterior y, además, de una duración
media sin precedentes desde el siglo XIX. Se asistió además
a una carrera desenfrenada por los récords bursátiles, especialmente
en el sector de las nuevas tecnologías. Todo ello acompañado
a profusión de los discursos sobre la "fuerza renovada del
capitalismo", su "capacidad para digerir las crisis financieras"
y hacer surgir una "nueva revolución tecnológica"
cuyo corazón serían los Estados Unidos. En realidad, poco
misterio en todo eso. El crecimiento estadounidense ha estado drogado
por tres factores: el primero, y más importante, ha sido el consumo
de las familias que han gastado muy por encima de sus ingresos hasta tal
punto que el ahorro ¡se ha vuelto negativo! En 1993 las familias
americanas consumían 91 % de sus ingresos; en 2000 más de
100%. Esto explica las ganancias bursátiles tan drogadas (especialmente
para las familias más ricas) así como la rápida progresión
del endeudamiento individual. Este pasó de 85% a 100% del total
de los ingresos durante los años 90, o dicho de otro modo, las
deudas de las familias americanas es, hoy por hoy, ¡equivalente
a un año de sus ingresos! El segundo factor se apoya en la reanudación
de la inversión basada, no en el ahorro al ser éste negativo,
sino en el afluir de capitales europeos y japoneses, a causa de los tipos
de interés más altos en EE.UU, nutriendo así un déficit
rápido y colosal de la balanza corriente: 200 mil millones de $
en 1998, 400 mil millones en 2000. El tercer factor, que explica perfectamente
la duración excepcional del ciclo, es, en realidad, un efecto paradójico
de la crisis financiera de 1998: el regreso de los capitales a las plazas
financieras de Europa y EE.UU. El tan cacareado ciclo de alta tecnología
estadounidense fue en realidad estimulado por un retorno masivo de los
capitales especulativos invertidos en los países del Sudeste asiático
para comprar acciones del sector de la "economía-Internet".
Esto no ha sido nada extraordinario como para andar especulando sobre
el retorno de un pretendido nuevo "ciclo de Kondratiev" basado
en no se sabe qué nueva revolución tecnológica. Este
ciclo se ha cerrado, además, con una quiebra bursátil que
ha sido particularmente severa en el sector que se consideraba precisamente
como portador de un nuevo capitalismo.
Un segundo mito que se está gastando seriamente es el pretendido
retroceso del capitalismo de Estado a causa del "rumbo neoliberal"
de los años 80. En realidad fue la propia iniciativa del Estado
la que impuso ese rumbo y no contra él. Además, cuando se
consultan las estadísticas se comprueba que a pesar de los veinte
años de "neoliberalismo", el peso económico del
Estado (más precisamente del sector "no mercantil") no
ha retrocedido prácticamente: está, en los 30 países
de la OCDE, entre 40 y 45 %, entre 30 a 35 % en Estados Unidos y Japón
y 75 a 80 % en los países nórdicos. El peso político
de los Estados, por su parte, no ha hecho sino incrementarse. Hoy, como
durante todo el siglo XX, el capitalismo de Estado no tiene color político
preciso. En Estados Unidos, son los republicanos (la derecha) quienes
acaban de tomar la inciativa de un apoyo público a la reactivación
y subvención a las compañías aéreas. El Banco
Federal, por su parte, que depende totalmente del poder, ha bajado sus
tipos de interés a medida que se iba precisando la recesión
para así intentar reactivar la máquina económica:
¡pasaron de 6,5% a principios de 2001 a 2 % a finales de año!.
En Japón, el Estado ha puesto a flote a los bancos en dos ocasiones
y algunos de ellos han sido incluso nacionalizados. En Suiza, es el Estado
el que organiza la gigantesca operación de puesta a flote de la
compañía aérea nacional Swissair. Incluso en Argentina,
con la bendición del FMI y del Banco Mundial, el gobierno ha recurrido
a un amplio programa de obras públicas para intentar crear empleos,
etc. En el siglo XIX los partidos políticos hicieron del Estado
su instrumento por sus intereses; en la decadencia del capitalismo, son
los imperativos económicos e imperialistas globales los que dictan
la política que debe seguirse sea cual sea el color político
del gobierno del momento. Este análisis básico de la Izquierda
Comunista se confirmó durante todo el siglo XX y es hoy todavía
más actual puesto que lo que está en juego se ha agudizado
todavía más.
Lo que es totalmente cierto es que con el desarrollo de la recesión
a nivel internacional, la burguesía va a imponer una nueva y violenta
degradación del nivel de vida de la clase obrera. Así, con
el pretexto del estado de guerra y en nombre de los intereses superiores
de la nación, la burguesía estadounidense aprovecha la ocasión
para hacer tragar las medidas de austeridad que la recesión hace
necesarias, una recesión que se desarrolla desde hace un año:
despidos masivos, esfuerzos productivos incrementados, medidas de excepción
en nombre del antiterrorismo pero que servirán sobre todo como
terreno de ensayo para mantener el orden social… Por todas las partes
del mundo, las curvas del desempleo se han orientado al alza. En años
pasados, la burguesía consiguió ocultar una parte de la
amplitud real del desempleo con políticas "sociales"
- o sea de gestión de la precariedad - o groseras manipulaciones
de las estadísticas. En Europa, los presupuestos se están
revisando a la baja y se han programado nuevas medidas de austeridad.
En nombre de una pretendida estabilidad presupuestaria que al proletariado
debe importarle un bledo, la burguesía europea está volviendo
al tema de las pensiones, considerando la posibilidad de reducirlas y
aumentar la duración de la actividad laboral. Se prevén
nuevas medidas para hacer saltar "los frenos al crecimiento"
como dicen a medias palabras los expertos de la OCDE, "atenuar las
rigideces", "favorecer la oferta de empleo" mediante un
incremento de la precariedad laboral y una reducción de todas las
indemnizaciones sociales (desempleo, salud, subsidios diversos…)
En Japón, el Estado ha planificado una reestructuración
de 40 % de los organismos públicos: 17 van a cerrar y 45 serán
privatizados. En fin, a la vez que aumentan los ataques contra el proletariado
en el centro del capitalismo mundial, la pobreza se incrementa a velocidad
de vértigo en los países de la periferia del capitalismo.
La situación en los países llamados emergentes es de lo
más significativo al respecto. Argentina es en el día de
hoy el último ejemplo de todo ello. Citada por el Banco Mundial
durante mucho tiempo como modelo, se encuentra ahora en recesión
desde hace más de tres años, en una quiebra total. Han estallado
huelgas importantes en las principales ciudades obreras del país
para protestar contra los ataques del Estado que ha despedido por miles
a asalariados de la función pública, ha reducido los salarios
de 20 %, ha suspendido los pagos de pensiones y ha privatizado la Seguridad
social. Otros países como Venezuela están siendo zarandeados
por fuertes tensiones sociales. Otros, como Brasil, Turquía o Rusia
siguen estando bajo perfusión y vigilados con lupa. Turquía,
por ejemplo, país que debe encontrar cada año entre 50 y
60 mil millones de dólares para financiar su economía, está
estrechamente vigilada por el FMI.
A esta situación de atolladero económico, de caos social
y de miseria creciente para la clase obrera, a ésta solo le queda
una respuesta que dar: desarrollar masivamente sus luchas en su propio
terreno de clase en todos los países, pues ninguna "alternancia
democrática", ningún cambio de gobierno (como han hecho
en Argentina), ninguna política nueva, podrá aportar la
más mínima solución a la enfermedad mortal del capitalismo.
La generalización y la unificación de los combates del proletariado
mundial, hacia el derrocamiento del capitalismo, es la única alternativa
capaz de sacar a la sociedad del callejón en que está metida.
C.Mlc
LA PROPAGANDA burguesa norte-americana comparó desde los primeros
instantes el atentado contra el World Trade Center con el ataque japonés
sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Esa asimilación tiene
en sí misma un impacto considerable, tanto psicológico,
histórico como político, pues Pearl Harbor fue la causa
de la entrada directa del imperialismo norteamericano en la Segunda Guerra
mundial. Según la campaña ideológica actual que desarrolla
la burguesía norteamericana, en particular en los media, el paralelo
es sencillo directo y evidente:
1) En ambos casos, Estados Unidos fue atacado a traición, por un
ataque sorpresa que lo ha pillado desprevenido. En el primer caso se trataba
de la perfidia del imperialismo japonés, que pretendía cínicamente
negociar con Washington para evitar una guerra cuando en realidad estaba
preparando un ataque sorpresa. En el caso actual, Estados Unidos ha sido
víctima de integristas musulmanes fanáticos, que se habrían
aprovechado de la apertura y de la libertad de la sociedad americana para
cometer una atrocidad cuyas dimensiones no tiene precedentes, y cuyo carácter
criminal pone a sus autores fuera de la civilización.
2) En ambos casos, las muertes provocadas por los ataques sorpresa han
provocado un sentimiento de indignación en unas poblaciones aterrorizadas.
Hubo 2043 muertos en Pearl Harbor, cuya mayoría eran militares
norteamericanos; el crimen es peor en las Torres Gemelas, en las que perecieron
unos 3000 civiles inocentes.
3) En ambos casos, los ataques se han vuelto contra quienes los cometieron.
En vez de aterrorizar a la nación norteamericana y hundirla en
el derrotismo y la sumisión silenciosa, han logrado provocar la
mayor fiebre patriótica en la población, incluida la clase
obrera, lo que ha permitido su alistamiento tras el Estado hacia una guerra
imperialista duradera.
4) Al fin y al cabo, el "Bien", aquí representado por
el "american way of life" democrático y su potencia militar,
triunfa sobre "Mal".
Como todos los mitos ideológicos burguesese, sean cuales sean los
elementos verdaderos que les dan una credibilidad superficial, le historia
de ambas tragedias distantes de sesenta años está cargada
de mentiras, semiverdades y deformaciones interesadas. Esto no es, evidentemente,
una sorpresa. En política, la burguesía como clase siempre
utilizó las mentiras, las falsificaciones, les manipulaciones y
las mentiras. Y esto sigue siendo particularmente justo cuando se trata
de movilizar a la sociedad para la guerra total de los tiempos modernos.
Los fundamentos de esta campaña ideológica de la burguesía
están en total contradicción con la realidad histórica
de ambos acontecimientos. Varios son los hechos que muestran que la burguesía
norteamericana no fue atacada por sorpresa, que en cada uno de esos dos
acontecimientos aceptó con cinismo la muerte de miles de seres
humanos porque así le convenía, para alcanzar sus proyectos
imperialistas y otros objetivos políticos a más largo plazo.
Al haber sido utilizados Pearl Harbor y el atentado del World Trade Center
por la burguesía para alistar el pueblo americano en la guerra,
es necesario examinar brevemente las tareas políticas que la burguesía
debe encarar para preparar la guerra imperialista en el período
decadente del capitalismo. La guerra en este período tiene características
fundamentalmente diferentes de las del período en que fue un sistema
progresista. Antaño las guerras podían tener un papel progresista,
en la medida en que posibilitaban el desarrollo de las fuerzas productivas.
Por esto podemos considerar la Guerra de Secesión en Estados Unidos
como históricamente progresista, al haber destruido aquel sistema
anacrónico esclavista y poner en marcha la industrialización
a gran escala del país, como también fueron progresistas
aquellas guerras nacionales en Europa que permitieron la creación
y unidad de los Estados modernos y por consiguiente la base del desarrollo
del capital nacional de cada país. Esas guerras, de forma general,
podían quedar limitadas al personal militar implicado en el conflicto
y no ocasionaban destrucciones masivas sistemáticas de los medios
de producción así como tampoco de las infraestructuras o
de las poblaciones de las países en guerra.
Las guerras imperialistas de la decadencia del capitalismo tienen características
profundamente diferentes. Mientras que las guerras nacionales de la época
ascendente podían tener la función de sentar las bases para
el avance cualitativo del desarrollo de las fuerzas productivas, las de
la decadencia ya no permiten ese progreso porque el sistema en sí
ya ha alcanzado su más alto nivel de desarrollo histórico.
El capitalismo ya terminó la extensión del mercado mundial,
y todos aquellos mercados extracapitalistas que permitían su expansión
global quedaron integrados en el sistema. La única posibilidad
de extensión que tiene hoy cualquier capital nacional es a costa
de otro: conquistar territorios o mercados controlados por el adversario.
El crecimiento de las rivalidades imperialistas favorece el desarrollo
de alianzas que preparan el terreno para la guerra imperialista generalizada.
En vez de quedar limitada a batallas entre militares profesionales, las
guerras en la decadencia exigen la movilización total de la sociedad,
lo que tiene como consecuencia la emergencia de una forma nueva del Estado:
el capitalismo estatal, cuya función es la de ejercer un control
total sobre cualquier aspecto de la sociedad, para poder abarcar las contradicciones
de clase que amenazan hacerla estallar y también organizar la movilización
exigida por la guerra total moderna.
Sea cual sea el éxito con que haya sido preparada la guerra a nivel
ideológico, la burguesía en decadencia siempre disfraza
sus guerras imperialistas con el mito de la autodefensa contra la tiranía
de la que supuestamente sería víctima. La realidad de la
guerra moderna, con sus destrucciones masivas y sus innumerables muertos,
con toda su barbarie desplegada sobre la humanidad, es tan espantosa,
tan horrible, que el proletariado, pese a estar derrotado e ideológicamente
destrozado, no puede ir al degolladero así como así. Cada
burguesía nacional cuenta mucho con la falsificación de
la realidad para dar la ilusión de que es ella la víctima
de una agresión y que no tiene más remedio que defenderse.
Para justificar los conflictos, tiene que hablar de la necesidad de defender
la madre patria contra las agresiones exteriores y tiránicas, para
esconder las verdaderas razones imperialistas que provocan las guerras
en el capitalismo. ¿Quién podría movilizar a cualquier
población con consignas como: "A oprimir el mundo con nuestro
imperialismo cueste lo que cueste"? En el capitalismo decadente,
el control de los medios de información por el Estado facilita
el lavado de cerebro de la población a través de toda una
serie de mentiras y propaganda.
Durante su historia, la burguesía norteamericana ha sido una adicta
muy especial a esa estratagema que consiste a hacerse pasar por víctima,
y esto incluso antes de la decadencia del capitalismo ya en el siglo XIX.
Así, por ejemplo, "Remember the Alamo" (émonos
de El Álamo") fue la consigna de la guerra de 1845-48 contra
México. Ese grito inmortalizó la "matanza" cometida
por las tropas mexicanas del general Santa Ana de 136 rebeldes norteamericanos
en San Antonio, Texas, que en aquel entonces era territorio mexicano.
Que los mexicanos "sedientos de sangre" propusieran varias veces
a los rebeldes la rendición y permitieran que mujeres y niños
evacuaran El Álamo antes del asalto final no impidió que
la clase dirigente norteamericana pusiera a los defensores de la fortaleza
con la corona del martirio, y utilizara el incidente para movilizar todo
el esfuerzo necesario para la guerra cuyo punto culminante fue la anexión
por Estados Unidos de la mayoría de territorios que hoy son los
estados del Suroeste.
Del mismo modo, la explosión más que sospechosa del acorazado
"Maine" en el puerto de La Habana en 1898 fue el pretexto a
la guerra hispano-norteamericana de 1898 que dio luz a la consigna "Remember
the Maine".
Más recientemente, en 1964, un pretendido ataque contra dos cañoneros
norteamericanos frente a las costas vietnamitas sirvió de pretexto
para la "Resolución sobre el Golfo de Tonkín"
adoptada por el Congreso estadounidense en verano del 64, la cual, a pesar
de no ser una declaración de guerra formal, sirvió de trama
legal para la intervención americana en Vietnam. A pesar de que
la Administración Johnson se enteró al cabo de unas horas
de que no había habido tal "ataque" contra el "Maddox"
y el "Turner Joy", sino que el informe sedebía a un error
de jóvenes oficialesde radar algo nerviosos, la ley sobre la autorización
de intervenir militarmente fue sin embargo presentada al Congreso, y sirvió
de cobertura legal para una guerra que duró hasta la caída
de Saigón en 1975 a manos de las tropas estalinistas.
Es de lo más cierto que la burguesía utilizó el ataque
contra Pearl Harbor para alistar a la población vacilante ante
el esfuerzo de guerra, como utiliza hoy el horror del atentado del 11
de Setiembre para movilizar para otra guerra. Sin embargo, sigue planteándose
la cuestión de saber si Estados Unidos en ambos casos fue atacado
por sorpresa, y hasta qué punto funcionó y ha vuelto a funcionar
el maquiavelismo de la burguesía para provocar o permitir esos
ataques y utilizar en ventaja propia la indignación popular que
provocaron.
En cuanto la CCI denuncia el maquiavelismo de la burguesía, nuestros
críticos nos acusan de no considerar la historia más que
como una sucesión de conspiraciones. No solo entienden al revés
nuestros análisis, sino que además caen en la trampa ideológica
de la burguesía que se esfuerza, en particular a través
de los media, en denigrar a quienes ponen en evidencia las maniobras que
utiliza en su vida política, económica y social, para se
les considere como teóricos irracionales de la conspiración.
Sin embargo, no es algo del otro mundo afirmar hoy que "las mentiras,
el terror, la coerción, el doble juego, la corrupción, los
golpes y los asesinatos políticos" ("Maquiavelismo, conciencia
y unidad de la burguesía", Revista internacional no 31, 1982)
siempre han sido la base del negocio de la clase explotadora a lo largo
de su historia, sea en el feudalismo o en el capitalismo moderno. "La
diferencia entre ambos períodos está en que "patricios
y aristócratas 'hacían ma quia velismo sin saberlo', mientras
que la burguesía es maquiavélica y lo sabe. Ésta
hace del maquiavelismo una 'verdad eterna' porque ella misma se considera
como eterna, porque supone eterna la explotación" (ibid).
En este sentido, las mentiras y manipulaciones, que ya habían utilizado
todas las clases ex plotadoras que la habían precedido enla historia,
se han transformado en características centrales del modo de funcionamiento
de la burguesía mo derna. Ésta, al utilizar la formidable
herramienta de control social que da el capitalismo dirigido por el Estado,
ha alzado el maquiavelismo a su más alta expresión.
La emergencia del capitalismo de Estado en la época de decadencia
capitalista, una forma estatal que concentra el poder en manos de un ejecutivo,
en particular de la burocracia permanente, y que permite al Estado un
poder cada vez más totalitario sobre todos los aspectos de la vida
social y económica, le ha dado a la burguesía medios mucho
más eficaces para poner en ejecución sus esquemas maquiavélicos.
"En el plano de su propia organización para sobrevivir, para
defenderse, la burguesía ha demostrado una inmensa capacidad de
desarrollo de las técnicas de control económico y social,
mucho más allá de los sueños de la clase dominante
en el siglo XIX. En este sentido, la burguesía se ha vuelto 'inteligente'
respecto a la crisis de su sistema socioeconómico" (ídem).
El desarrollo de un sistema de medios de información totalmente
controlados por el Estado, sea con formas jurídicas o por métodos
más flexibles, es un elemento central en el esquema maquiavélico
de la burguesía. "La propaganda, la mentira, es un arma esencial
de la burguesía. Para alimentar su propaganda, la burguesía
no vacila, si es necesario, en provocar acontecimientos" (ídem).
La historia de Estados Unidos está cargada de ejemplos, tanto de
manipulaciones de la opinión pública con respecto a sucesos
como de manipulaciones más importantes a nivel histórico.
Podemos citar como ejemplo de la utilización de sucesos el incidente
ocurrido en 1955 en que el secretario del Presidente para las relaciones
con la prensa, James Hagerty, inventó totalmente un suceso para
esconder la incapacidad del presidente Eisenhower, hospitalizado en Denver
tras una crisis cardiaca. Hagerty organizó para todo el equipo
ministerial un viaje de dos mil millas, de Washington a Denver, para dar
la ilusión de que Eisenhower estaba en buenas condiciones físicas
para presidir un consejo de ministros que nunca se hizo. Un ejemplo más
importante en el plano histórico es la forma con la que fue manipulado
Sadam Husein en 1990 por la embajadora de Estados Unidos en Irak, cuando
ésta le dijo que su país no intervendría en el conflicto
fronterizo entre Irak y Kuwait, haciéndole creer que tenía
la bendición del imperialismo norteamericano para invadir Kuwait.
Estados Unidos aprovechó el pretexto de la invasión para
desencadenar la Guerra del Golfo en 1991, cuyo objetivo era reafirmar
que ellos solos seguían siendo una superpotencia tras el hundimiento
del estalinismo, del bloque del Este y de la consecuente desintegración
del bloque occidental.
Esto no implica en nada que todos los acontecimientos de la sociedad contemporánea
estén necesariamente predeterminados por esquemas secretos preparados
en círculos restringidos de líderes capitalistas. Está
claro que existen enfrentamientos en los círculos dirigentes de
los Estados capitalistas y que sus resultados no se conocen de antemano.
Del mismo modo, el desenlace de los enfrentamientos con la clase obrera
en la lucha de clases no es conocido de antemano por la burguesía.
Por bien planificadas que estén las manipulaciones, siempre pueden
ocurrir accidentes en la historia. De forma general, se ha de tener bien
claro que si la burguesía como clase explotadora es incapaz tanto
de tener una conciencia global y unificada como de entender claramente
el funcionamiento de su sistema y el callejón sin salida que ofrece
a la sociedad, es, sin embargo, consciente de que su sistema se está
hundiendo en una crisis social y económica. "En los más
altos niveles del aparato estatal, es posible, para los que mandan, tener
una especie de tablero global de la situación y de las opciones
que se han de tomar de forma realista para enfrentarla" (idem). Y
aunque no lo haga con conciencia total, la burguesía es más
que capaz de establecer estrategias y tácticas y de aprovecharse
de los mecanismos de control totalitario del capitalismo de Estado para
ponerlas en práctica. Les incumbe a los marxistas revolucionarios
la responsabilidad de denunciar semejantes maniobras y mentiras maquiavélicas.
Hacerse los desentendidos sobre este aspecto de la ofensiva de la clase
dominante por controlar la sociedad es una actitud irresponsable y hace
el juego del enemigo de clase.
El ataque de Pearl Harbor es un ejemplo excelente para entender el funcionamiento
del maquiavelismo de la burguesía. Podemos aprovecharnos de más
de medio siglo de trabajos históricos, de cantidad de investigaciones
hechas por militares y partidos de oposición. Según la versión
oficial de los acontecimientos, el 7 de diciembre de 1941 quedará
en la historia como día de infamia, tal como lo definió
el Presidente Roosevelt. El acontecimiento fue utilizado para movilizar
a la opinión pública a favor de la guerra en 1941, y así
lo presentan los medios de comunicación capitalistas, los libros
escolares y la cultura popular. Numerosas pruebas históricas demuestran
sin embargo que el ataque japonés fue conscientemente provocado
por la política norteamericana; el ataque no vino por sorpresa,
y la administración del presidente Roosevelt tomó con plena
conciencia la decisión de permitir que se realizara con todas sus
consecuencias en pérdidas de vidas humanas y de material naval,
para así tener el pretexto para que Estados Unidos entrara en la
Segunda Guerra mundial. Ya se han sido escrito varios libros sobre el
tema y numerosos documentos se pueden consultar por Internet. Nos limitaremos
aquí en ver los más importantes para ilustrar cómo
funciona el maquiavelismo de la burguesía.
Los acontecimientos de Pearl Harbor ocurrieron en un momento en el que
EE.UU estaba listo para decidirse a entrar en la IIª Guerra mundial
junto a los aliados. La administración del presidente Roosevelt
estaba impaciente para entrar en guerra contra Alemania. Aunque la clase
obrera americana fuese totalmente prisionera de un aparato sindical (en
cuyo seno el partido estalinista desempeñaba una papel significativo)
impuesto por la autoridad del Estado para controlar la lucha de clases
en las industrias clave, aunque estaba empapada de la ideología
del antifascismo, la burguesía estadounidense tenía que
enfrentarse a una fuerte oposición a la guerra, no solo por parte
de la clase obrera, sino en el seno de la propia burguesía. Antes
de Pearl Harbor, los sondeos mostraban que el 60 % de la opinión
pública era desfavorable a la entrada en guerra, y las campañas
de los grupos aislacionistas como "American first" tenían
un apoyo considerable en la burguesía. Por mucho que la Administración
de EE.UU hiciera alarde de su voluntad política y demagógica
de permanecer fuera de la contienda europea, en secreto no cejaba en su
voluntad de encontrar un pretexto para entrar en combate. Los Estados
Unidos violaban cada día más su pretendido neutralismo,
ofreciendo ayuda a los Aliados, transportando importantes cantidades de
material bélico siguiendo el programa "Lend Lease". El
gobierno esperaba forzar a los alemanes a lanzarse a un ataque contra
las fuerzas norteamericanas en el Atlántico Norte, lo cual serviría
de pretexto para entrar en guerra. Al no caer en la trampa el imperialismo
alemán, EE.UU se fijó entonces en Japón. La decisión
de imponer un embargo petrolero a Japón y transferir la flota del
Pacífico de la costa oeste de EE.UU hacia una posición más
expuesta de Hawai fue el motivo y la oportunidad para Japón de
"disparar primero" contra Estados Unidos, y, de este modo, proporcionar
el pretexto para la intervención estadounidense en la guerra imperialista.
En marzo de 1941, el informe secreto del Departamento de la Marina preveía
que si Japón atacaba a EE.UU sería de madrugada, y con un
ataque aéreo sobre Pearl Harbor lanzado desde un portaaviones.
Como lo anotó el consejero presidencial Harold Ickes en un memorándum
de junio de 1941, justo cuando Alemania acababa de atacar a Rusia, "desde
el embargo petrolero a Japón podría crearse una situación
que no solo permitiría sino que facilitaría nuestra entrada
en guerra". En octubre Ickes escribía: "Siempre he pensado
que nuestra entrada en guerra se haría a través de Japón".
A finales de noviembre, Stimson, secretario de Estado de la Guerra reseñó
en su diario sus pláticas con el presidente Roosevelt: "Se
trataba de saber cómo maniobrar para llevarlos (a Japón)
a disparar los primeros sin demasiado peligro para nosotros. A pesar de
los riesgos que implicaba dejarlos disparar primero, nos dábamos
nosotros cuenta de que para recabar el apoyo total del pueblo norteamericano,
mejor era que así hicieran los japoneses para que no cupiera la
menor duda en la mente de nadie de que eran ellos los agresores".
El Informe del Mando de Pearl Harbor, fechado el 20 de octubre de 1944,
describe esta acción maquiavélica tomada con la certeza
de que iban a ser sacrificadas vidas humanas y destruir equipos concluyendo
así: "durante este período decisivo, entre el 27 de
noviembre y el 6 de diciembre de 1941, nos llegaron múltiples informaciones
del más alto nivel al departamento de Estado, al Departamento de
la Marina y de la Guerra, con indicaciones precisas sobre las intenciones
de los japoneses, incluida la hora y la fecha exactas en que el ataque
iba a verificarse" (Army Board Report, Pearl Harbor Attack, cap.
29, pp. 221-230).
Esas informaciones eran las siguientes:
- los servicios secretos USA se habían enterado el 24 de noviembre
de que "estaban listas las operaciones militares ofensivas de Japón";
- esos mismos servicios secretos había recibido el 26 de noviembre
"pruebas evidentes de las intenciones japonesas de lanzar una guerra
ofensiva contra Gran Bretaña y Estados Unidos";
- En un informe también fechado el 26 de noviembre, se señalaba
"una concentración de unidades de la flota japonesa en un
puerto desconocido, listas para entrar en acción ofensiva";
- el 1º de diciembre, "llegaron informaciones precisas procedentes
de tres fuentes independientes, según las cuales Japón iba
a atacar a Gran Bretaña y Estados Unidos, pero que permanecería
en paz con Rusia";
- el 3 de diciembre, "informaciones de que los japoneses destruían
sus códigos secretos y sus máquinas de cifrado fueron la
culminación de esa revelación completa de las intenciones
bélicas de Japón y del ataque inminente. Esto fue analizado…con
el pleno sentido de guerra inmediata".
Esas informaciones de los servicios secretos se entregaban a los funcionarios
de más alto rango del Departamento de Estado y de la Guerra y,
al mismo tiempo, a la Casa Blanca, en donde Roosevelt en persona recibía
dos veces por día información sobre los mensajes japoneses
interceptados. Mientras que los oficiales de los servicios de información
apremiaban para que se enviase con la mayor urgencia una "alerta
de guerra" al Mando Militar de Hawai para así prepararse a
un ataque inminente, los peces gordos civiles y militares decidieron lo
contrario, enviando, en lugar de la alarma, un mensaje que el Mando calificó
de "anodino".
La prueba de que el ataque japonés se conocía de antemano
quedó confirmada por diferentes fuentes entre las cuales artículos
periodísticos y memorias escritas por participantes. Se podía
leer, por ejemplo, en un despacho de la agencia United Press publicado
en el New York Times del 8 de diciembre con el título "El
ataque se esperaba": "Es ahora posible revelar que las fuerzas
armadas estadounidenses estaban enteradas desde hace una semana de que
el ataque iba a ocurrir, de modo que no las sorprendió" (New
York Times, 8/12/1941, p. 13).
En una entrevista de 1944, Eleanor Roosevelt, esposa del Presidente, reconoció
que "el 7 de diciembre no fue ni mucho menos el choque brutal para
el país en el que tanto se ha insistido. Hacía ya tiempo
que se esperaba un acontecimiento así" (New York Times Magazine,
8/10/1944, p. 44) El 20 de junio de 1944, el ministro británico
sir Oliver Littleton declaró ante la Cámara de comercio
americana: "Japón fue impelido a atacar a los americanos en
Pearl Harbor. Es falsificar la historia decir que Norteamérica
se vio forzada a entrar en guerra. Todos saben hacia quiénes iba
la simpatía norteamericana. Es incorrecto hablar de verdadera neutralidad
de EE.UU, incluso antes de su participación en los combates"
(Prang, Pearl Harbor: Verdict of History, p. 39-40).
Winston Churchill confirmó la duplicidad de los dirigentes norteamericanos
en lo que al ataque de Pearl Harbor se refiere, en este fragmento de su
libro The Grand Alliance: "En 1946 se publicaron los resultados de
una investigación del Congreso estadounidense en la que se exponía
cada detalle de los hechos que llevaron a la guerra entre EE.UU y Japón,
y, también, el hecho de que los departamentos militares no enviaron
nunca mensaje alguno de "alerta" a los navíos o las guarniciones
más expuestas. Cada detalle, incluido el texto cifrado de los telegramas
japoneses, se ha expuesto al mundo en cuarenta volúmenes. La fuerza
de EE.UU ha sido suficiente para permitirle soportar esta dura prueba
que exige el espíritu de la Constitución norteamericana.
No es mi intención emitir en estas páginas un juicio sobre
ese espantoso acontecimiento de su historia. Sabemos bien que todas las
eminencias americanas que rodeaban al Presidente, en quien tenían
confianza, se percataban, con tanta perspicacia como yo, de ese terrible
peligro de que Japón acabara atacando las posesiones inglesas y
holandesas en Extremo Oriente evitando tocar a Estados Unidos, de tal
modo que el Congreso americano no habría autorizado la declaración
de guerra. (…) El Presidente y sus hombres de confianza se daban
perfecta cuenta desde hacía tiempo de los graves riesgos que a
Estados Unidos hacía correr su neutralidad en la guerra contra
Hitler y todo lo que éste representaba. Habían sentido duramente
las obligaciones que les imponía el Congreso cuando varios meses
antes, la Cámara de Representantes había reconducido la
ley sobre el servicio militar obligatorio con un solo voto de mayoría,
una ley necesaria sin la cual sus ejércitos habrían sido
desmantelados en medio de las convulsiones que agitaban el mundo. Roosevelt,
Hull, Stimson, Knox, el general Marshall, el almirante Stark y Harry Hopkins
eran todos ellos de la misma opinión. (…) Un ataque japonés
contra Estados Unidos iba a facilitarles considerablemente sus problemas
y sus tareas. ¿Puede uno entonces extrañarse de que hubieran
considerado la forma que iba a tener este ataque, incluso su intensidad,
como algo mucho menos importante que el hecho de que la nación
americana entera se volviera a encontrar unificada en una causa justa
para defender su seguridad como nunca antes lo había estado?"
(Winston Churchill, The Grand Alliance, p. 603).
Es posible que Roosevelt no previera la amplitud de las destrucciones
y de las pérdidas que los japoneses iban a infligir en Pearl Harbor,
pero lo que sí está claro es que estaba dispuesto a sacrificar
vidas y navíos americanos para hacer surgir un sentimiento de odio
en la población y llevarla así hacia la guerra.
Es desde luego más difícil evaluar el maquiavelismo de
la burguesía americana en el caso del atentado del World Trade
Center ocurrido hace poco más de tres meses en el momento en que
escribimos este artículo. No conocemos las investigaciones habidas
desde entonces y que podrían sacar a la luz secretos sobre gente
perteneciente a la clase dominante que habría sido más o
menos cómplice en esos atentados o que, aún estando al corriente
de su preparación, dejaron hacer. Pero como la historia de la clase
dominante lo muestra, y muy especialmente lo de Pearl Harbor, tal posibilidad
es algo perfectamente posible. Si examinamos lo ocurrido recientemente,
basándonos únicamente en lo que ha sido reproducido por
los medios - los cuales, no es casualidad, están totalmente alistados
en la ofensiva política e imperialista actual del gobierno y a
la que le dan todo su apoyo - podemos perfectamente justificar tal hipótesis.
Hagámonos primero la pregunta de ¿a quién beneficia
el crimen políticamente hablando? Sin la menor duda a la clase
dominante norteamericana. Solo ya esta constatación basta para
hacer brotar sospechas sobre el atentado del World Trade Center. Con la
mayor prontitud y sin la menor vacilación, la burguesía
americana ha sacado la mayor ventaja de lo ocurrido el 11 de septiembre
para hacer avanzar sus proyectos tanto en el plano nacional como el internacional:
movilización de la población tras el estado de guerra, fortalecimiento
del aparato represivo del Estado, reafirmación de la superpotencia
americana frente a la tendencia general a que cada país juegue
sus propias bazas en el ruedo internacional.
Inmediatamente tras el atentado, el aparato político americano
y los media fueron requisados para movilizar a la población para
la guerra, en un esfuerzo concertado para superar el llamado "síndrome
de Vietnam" que ha impedido al imperialismo americano durante tres
décadas hacer la guerra. El pretendido "desorden psicológico
de masas" era en realidad la expresión de la resistencia,
especialmente por parte de la clase obrera, a dejarse movilizar tras el
Estado en una guerra imperialista de larga duración y fue en gran
parte responsable de que EE.UU recurriera a guerras locales, mediante
otros países, en su conflicto con el imperialismo ruso durante
los años 70 y 80 o también a intervenciones a corto plazo
y de limitada duración, con el apoyo de bombardeos aéreos
y de misiles más que mediante ataques en tierra, como así
fue en la Guerra del Golfo y en Kosovo. Evidentemente, esa resistencia
no es ni mucho menos el resultado de no se sabe qué desorden psicológico.
Lo que refleja es la incapacidad de la clase dirigente a infligir una
derrota ideológica y política al proletariado, a alistar
a la generación actual de obreros detrás del Estado para
la guerra imperialista, como sí lo consiguió en la preparación
de la IIª Guerra mundial. El editorial de una edición de la
revista Time, publicada justo después del atentado, muestra bien
cómo se ha fomentado la campaña actual de psicosis bélica.
El título desarrollado en ese número "Día de
infamia" evoca de entrada la comparación con Pearl Harbor.
El editorial de Lance Morrow, titulado y castigo" subraya los detalles
de la campaña ideológica que siguió. Escrito en una
publicación que participa en el esfuerzo de propaganda, el artículo
de Morrow ilustra además lo bien que habían entendido los
propagandistas de la clase dominante todos los beneficios que podían
sacar de los atentados del World Trade Center, en comparación con
los atentados precedentes, para manipular a la población para la
guerra gracias a la gran cantidad de víctimas y al enorme dramatismo
de las imágenes: "No podemos vivir un día de infamia
sin que nos embargue un sentimiento de furor. ¡Liberemos nuestro
furor!
Necesitamos un sentimiento de rabia comparable al provocado por Pearl
Harbor! Una indignación despiadada que no se agotará al
cabo de una o dos semanas. (…)
Ha sido un terrorismo cercano a la perfección dramática.
Nunca el espectáculo del Mal había alcanzado una producción
de tal valor. Hasta ahora el público solo había visto los
resultados todavía humeantes: la embajada destruida por una explosión,
los cuarteles en ruinas, el boquete negruzco en el casco del navío.
Esta vez, el primer avión al percutir la primera torre atrajo nuestra
atención. Alertó a los medios, convocó a las cámaras
para poder filmar así la segunda explosión, un estallido
fuera de la realidad…
El Mal posee un instinto teatral y es por eso por lo que en una época
en la que los medios son tan propensos al mal gusto, puede exagerar sus
destrozos gracias al poder de las horrorosas imágenes" (Time
Magazine, número especial, septiembre 2001).
Al mismo tiempo, el aparato político burgués desplegó
y puso en marcha sus planes para reforzar el aparato represivo del Estado.
Una nueva legislación "de seguridad", que legaliza prácticas
que quedaron desautorizadas tras la guerra de Vietnam y el caso Watergate,
así como todo un nuevo arsenal de medidas represivas preparadas,
discutidas, adoptadas y firmadas por el Presidente en un tiempo récord.
Tenemos buenas razones para sospechar que tal legislación ya estaba
preparada desde hacía tiempo para ser puesta en práctica
en el mejormomento. Han detenido a más de 1000 sospechosos, simplemente
por sus apellidos árabes o por llevar ropa oriental, encarcelados
sin acusación precisa y por tiempo indeterminado. Se han congelado
los fondos de organizaciones de las que se sospecha tener simpatías
por Bin Laden y eso sin ningún tipo de proceso judicial. Han restringido
la inmigración, especialmente la procedente de países islámicos,
lo cual es más una respuesta a las preocupaciones permanentes de
la burguesía sobre los flujos de inmigrantes ilegales que intentan
huir de las horribles condiciones de descomposición y de barbarie
que golpean a sus países subdesarrollados, que algo directamente
relacionado con los atentados terroristas.
Del día a la mañana, la crisis terrorista se ha convertido
en explicación de la agravación de la recesión económica
y justificación en los recortes en los presupuestos de programas
sociales, al haber dirigido los fondos disponibles hacia la guerra y la
seguridad nacional. La rapidez con la que se han presentado esas medidas
demuestra que no fueron redactadas en la urgencia, sino preparadas, discutidas
y planificadas para cualquier contingencia.
En el plano internacional, el objetivo real de la guerra contra el terrorismo
no es tanto destruirlo, sino reafirmar con fuerza la dominación
imperialista de Estados Unidos, única superpotencia que queda en
un ruedo internacional cada vez más marcado por los constantes
retos que esa superpotencia debe enfrentar. El desmoronamiento del bloque
del Este en 1989 provocó la rápida disgregación del
bloque occidental, al haber desaparecido lo que le daba cohesión,
es decir la existencia del bloque imperialista ruso. A pesar de su aparente
victoria en la guerra fría, el imperialismo americano se vio ante
una situación mundial en la que las grandes potencias, antiguas
aliadas suyas, y muchos otros países de menor envergadura, se pusieron
a retar su liderazgo, intentando dar salida a sus propias ambiciones imperialistas.
Para forzar a volver a filas a sus antiguos aliados y que éstos
reconocieran quién manda y ordena, Estados Unidos emprendió
en la última década tres operaciones militares de gran envergadura:
la primera contra Irak, luego contra Serbia y ahora contra Afganistán
y la red de Al Qaeda. En los tres casos, el despliegue militar estadounidense
ha forzado a sus "aliados", Francia, Gran Bretaña y Alemania,
a unirse en las "alianzas" dirigidas por EE.UU a riesgo de quedarse
al margen del juego imperialista mundial.
En segundo lugar, basándose únicamente en los medios burgueses
de comunicación, se pueden reunir suficientes elementos probatorios
del más que probable maquiavelismo de la burguesía norteamericana,
por mucho que la única versión oficial autorizada sea que
Estados Unidos no se lo esperaba. Un maquiavelismo consistente en dejar
hacer esos atentados:
Las fuerzas que parecen haber cometido la atrocidad del World Trade Center
no estarían sin duda bajo control del imperialismo americano, pero
sí que eran perfectamente conocidas por sus servicios secretos,
pues, en realidad, habían sido agentes de la CIA durante la guerra
que, gracias a diferentes pandillas afganas, el imperialismo americano
entabló contra el imperialismo ruso en 1979-89. Para contener la
invasión de Afganistán por parte del imperialismo ruso en
1979, la CIA reclutó, entrenó, armó y utilizó
a miles de integristas islámicos para llevar a cabo una guerra
santa, una yihad, contra los rusos. El concepto de yihad estaba más
o menos soterrado en la teología musulmana hasta que el imperialismo
americano lo volvió a resucitar, hace dos décadas, para
sus propios objetivos. Miles de islamistas fueron reclutados por el mundo
musulmán, en Pakistán, en Arabia Saudí en particular.
Fue entonces cuando se oyó hablar por vez primera de Osama Bin
Laden como agente de EE.UU. Tras la retirada de Afganistán del
imperialismo ruso en 1989 y el desplome del gobierno de Kabul en 1992,
el imperialismo americano se retiró de Afganistán, concentrándose
en Oriente Medio y los Balcanes. Cuando luchaban contra los rusos, los
integristas islámicos eran aplaudidos por Ronald Reagan como combatientes
de la "Libertad". Cuando hoy usan la misma brutalidad contra
el imperialismo americano, el presidente Bush dice que son bárbaros
fanáticos que hay que exterminar. Al igual que Timothy Mac Veigh,
el norteamericano fanático de extrema derecha autor del atentado
de Oklahoma City en 1995, educado en la ideología de la guerra
fría, en el odio a los rusos, reclutado por el ejército
USA, los jóvenes reclutados por la CIA para la yihad lo único
que conocieron, en su vida de adultos, es el odio y la guerra. Tanto aquél
como éstos se sintieron traicionados por el imperialismo americano
una vez terminada la guerra fría, volviendo la violencia contra
sus antiguos dueños.
Desde 1996, el FBI investigaba sobre la posibilidad de que hubiese terroristas
que utilizaran escuelas de pilotos norteamericanas para aprender a volar
en jumbo jets: las autoridades anticiparon elmodo operativo de los terroristas
(TheGuardian: "FBI failed to find suspects named before hijackings",
25/09/01).
El piso en Alemania en el que se planificó y coordinó el
atentado estaba vigilado por la policía alemana desde hacía
más de tres años.
El FBI, al igual que otras agencias de contraespionaje estadounidenses,
había recibido avisos e interceptado mensajes según los
cuales se preveía un atentado terrorista coincidiendo con la ceremonia
en la Casa Blanca entre Clinton, Rabin y Arafat. Los servicios secretos
israelíes y franceses avisaron a los norteamericanos. Y por eso
las autoridades de EEUU supieron cuándo se iba a producir el atentado.
¿Y no era esta vez evidente que el objetivo iba a ser el World
Trade Center cuando ya este centro había sido el objetivo de terroristas
islamistas en un atentado de 1993, al ser considerado como símbolo
del capitalismo americano?
En agosto, el FBI detuvo a Zacarías Moussaoui, quien había
despertado las sospechas al empeñarse en entrenarse en una escuela
de pilotos de Minnesota y afirmar que, en la enseñanza, no le interesaban
ni el despegue ni el aterrizaje. A principios de septiembre, las autoridades
francesas mandaron un aviso sobre los vínculos sospechosos entre
Moussaoui y los terroristas. En noviembre, el FBI cambió repentinamente
de opinión desmintiendo que Moussaoui estuviera implicado en el
atentado. En todo caso, el que a unos pilotos no les interesara aprender
a despegar ni atterrizar, dando con ello a sospechar de un posible secuestro
suicida, volvió a hacer surgir las sospechas.
Mohammed Atta, el supuesto organizador del 11 de septiembre, el que, por
lo visto, habría pilotado del primer avión que golpeó
las Torres Gemelas, era alguien muy conocido por las autoridades, pero
llevaba, sin embargo, una vida muy normal, con autorización para
circular libremente por Estados Unidos. Aunque constaba desde hacía
años en las listas de terroristas de especial vigilancia por parte
del Departamento de Estado, sospechoso de haber atentado con bomba contra
un autobús en Israel en 1986, se le había autorizado a salir
de EE.UU y regresar a este país durante estos dos últimos
años. Entre enero y mayo de 2000, estuvo bajo vigilancia de agentes
estadounidenses por sus sospechosas compras en grandes cantidades de productos
químicos idóneos para fabricar bombas. En enero de 2001,
estuvo detenido durante 57 minutos por los servicios de Inmigración
y Naturalización en el aeropuerto internacional de Miami porque
su visado estaba caducado y ya no valía para entrar en EE.UU. Atta
constaba en las listas de vigilancia del Departamento de Estado, el FBI
tenía sospechas sobre alguna gente de que podría recibir
clases de pilotaje en Estados Unidos; a pesar de todo ello, Atta pudo
entrar en el país y matricularse en una escuela de pilotaje. En
abril de 2001, lo detuvo la policía por conducir sin permiso. En
mayo, no se presentó ante el tribunal, se publicó un acta
de busca y captura contra él, pero nunca se le daría cumplimiento.
Se le detuvo dos veces por conducir borracho. A Atta ni se le ocurrió
cambiar de nombre durante su estancia en EE.UU, sino que viajaba, vivía
y estudiaba pilotaje con el suyo verdadero. ¿Es el FBI tan abismalmente
incompetente? ¿Estaba, como lo pretende, tan entorpecido por la
falta de agentes e intérpretes árabes?, ¿no habráuna
explicación más maquiavélica para que las autoridades
le dejaran en libertad una y otra vez? ¿Estaba "protegido"
o sirvió de cabeza de turco? ("Terrorists among us",
Atlanta Journal Constitution, 16/09/01. The Guardian, 25/09/01)
El 23 de agosto de 2001, la CIA hizo llegar una lista de presuntos miembros
de la red de Bin Laden, identificados ya en Estados Unidos o de viaje
a este país, entre los cuales Jalid Al Midhar y Nawak Alhazmi,
que estaban en el avión que chocó contra el Pentágono.
Mucho tiempo antes de los atentados pretendidamente inesperados del 11
de septiembre, Estados Unidos llevaba preparando, desde hacía casi
tres años, en secreto, el terreno para una guerra en Afganistán.
Tras los atentados terroristas contra las embajadas americanas de Dar
es Salam en Tanzania y de Nairobi en Kenia en 1998, el presidente Clinton
autorizó a la CIA a prepararse para posibles acciones contra Bin
Laden, el cual estaba fuera de todo control. Fue por eso por lo que se
establecieron contactos secretos y se abrieron negociaciones con antiguas
repúblicas de la URSS, Uzbekistán y Tayikistán, para
instalar en ellas bases militares con las que dar apoyo logístico
a posibles operaciones y acopiar información. Todo esto no solo
habría de servir para preparar una intervención militar
en Afganistán, sino que ha favorecido una implantación norteamericana
importante en la zona de influencia rusa de Asia central. Por todo ello
se puede decir que aunque EE.UU pretenda que lo alcanzaron por sorpresa,
sí que ya estaba preparado para aprovecharse inmediatamente de
la oportunidad que se le presentó con el atentado contra las Torres
Gemelas y tomar una serie de medidas estratégicas y tácticas
que estaban preparándose desde hacía tiempo.
Es también verosímil que la administración de Estados
Unidos haya impulsado deliberadamente a Bin Laden a lanzar un ataque contra
el país. El diario The Guardian del 22 de septiembre nos lleva
hacia esa hipótesis: "Una investigación del periódico
ha establecido que Osama Bin Laden y los talibanes recibieron amenazas
de un posible ataque militar de EE.UU dos meses antes de los atentados
terroristas contra Nueva York y Washington. Pakistán había
advertido al régimen de Afganistán de la amenaza de una
guerra si los talibanes no entregaban a Osama Bin Laden…Los talibanes
se negaron a someterse, pero la gravedad de la advertencia recibida, plantea
la posibilidad de que el atentado de hace diez días contra el World
Trade Center de Nueva York y contra el Pentágono por Bin Laden,
lejos de proceder de ningún sitio, fue de hecho un ataque preventivo,
como respuesta a lo que Bin Laden consideraba una amenaza de parte de
Estados Unidos…Esa advertencia destinada a los talibanes se lanzó
durante una reunión de cuatro días entre americanos, rusos,
iraníes y pakistaníes en un hotel de Berlín, a mediados
de julio. Esa conferencia, la tercera de una serie llamada 'Brainstorming
sobre Afganistán' pertenece a un método diplomático
clásico conocido bajo el nombre de 'vía nº 2'."
En otras palabras, es muy posible que Estados Unidos no solo no intentara
impedir de verdad el atentado cometido por Bin Laden, sino que, incluso,
por "vía diplomática" semioficial, hubiera provocado
deliberadamente tanto a ése como a los talibanes a que emprendieran
una acción que justificara una réplica militar norteamericana.
Las destrucciones devastadoras y la cantidad de muertos han sido la piedra
angular de la campaña ideológica lanzada tras el desastre
de las Torres Gemelas. Durante semanas, los miembros del gobierno y los
media nos han repetido hasta la saciedad las 6000 vidas perdidas en el
World Trade Center, o sea dos veces más que en Pearl Harbor. El
jefe de Estado Mayor repitió esas cifras en una entrevista a una
cadena nacional de televisión a principios de noviembre (entrevista
al general Richard Myers, presidente de Jefes de E.M. en el canal NBC,
el 4/11/01). Sin embargo, hay indicios de que esos cómputos, cuya
única finalidad es apoyar la propaganda con todo su peso emotivo,
son muy exagerados. Las estadísticas realizadas por agencias de
prensa independientes han estimado el total en menos de 3000muertos, o
sea lo equivalente a las pérdidas sufridas en Pearl Harbor. Por
ejemplo, el New York Times establece el total en 2943, la agencia Associated
Press en 2626 y el diario USA Today en 2680. La Cruz Roja norteamericana,
que distribuye ayudas financieras a las familias de las víctimas,
sólo ha tratado 2563 demandas. El gobierno se ha negado a entregar
a la Cruz Roja la copia de la lista oficial, por ahora secreta, de las
víctimas del World Trade Center ("Numbers vary in tallies
of the victims", New York Times, 25/10/01). Mientras tanto, los políticos
y los media siguen utilizando, por necesidades de propaganda, la cifra
muy sobrevalorada de 5000-6000 muertos o desaparecidos, cifra ahora ya
incrustada en las conciencias populares.
El gobierno de EE.UU no ha desvelado públicamente las pruebas de
la responsabilidad de Bin Laden en los atentados. Recientemente, mientras
proseguían las operaciones militares, Bush anunció que si
capturaban vivo a Bin Laden, éste sería juzgado a puerta
cerrada por un tribunal militar, para así no hacer público
de dónde proceden laspruebas contra él. Rumsfeld, secre
tario de Defensa, ha dicho claramente que prefiere que se mate a Bin Laden
aque se le capture vivo, para evitar asíun juicio. Es perfectamente
lógico pues preguntarse por qué a Estados Unidos le interesa
tanto guardar secretasesas pretendidas pruebas tan evidentes.
¿No es todo eso, en cambio, la prueba por la contraria de que la
Administración estadounidense, o quizás por lo menos la
CIA, estaban al corriente de los atentados contra las Torres, dejando
que ocurrieran? No hace falta ser un maniático que "ve conspiraciones
por doquier" para albergar ese tipo de sospechas. Dejemos a los historiadores
el cuidado de investigar más detalladamente durante los años
venideros, pero a nosotros ni nos sorprendería ni desde luego nos
"escandalizaría" enterarnos de que la burguesía
estadounidense aceptó que hubiera víctimas en esos atentados
del World Trade Center para satisfacer sus intereses políticos.
¿Es el atentado de las Torres Gemelas un nuevo Pearl Harbor?
Contrariamente a la insistencia de los medios de comunicación,
la situación actual no puede ser comparada a la de Pearl Harbor
en el plano histórico. Pearl Harbor ocurrió casi veinte
años después de derrotas que aplastaron al proletariado
mundial política, ideológica e incluso físicamente,
abriéndose así el curso histórico hacia la guerra
imperialista. Esas derrotas fueron un grave peso histórico encima
del proletariado: el fracaso de la Revolución alemana y de la oleada
revolucionaria; la degeneración del régimen revolucionario
en Rusia y el triunfo del capitalismo de Estado bajo Stalin; la degeneración
de la Internacional comunista convirtiéndose en brazo armado de
la política extranjera del Estado ruso, acompañado todo
ello de un retroceso considerable en las posiciones revolucionarias en
comparación con las que habían prevalecido en el momento
más álgido de la oleada revolucionaria; la integración
de los partidos comunistas en sus aparatos de Estado respectivos; la derrota
política y física de la clase obrera por el fascismo en
Italia, Alemania y España; el triunfo de la ideología antifascista
en los países "democráticos".
El impacto acumulado de esas derrotas limitó profundamente las
posibilidades históricas del movimiento obrero. La revolución,
que estaba al orden del día en el período que siguió
a 1917, se encontró entonces atascada. El equilibrio de fuerzas
se había desplazado en favor de la clase capitalista, la cual tuvo
entonces en sus manos la posibilidad de imponer su "solución"
a la crisis histórica del capitalismo mundial: la guerra mundial.
Sin embargo, el hecho de que la relación de fuerzas se hubiera
desplazado en su favor no significaba necesariamente que la burguesía
tuviera las manos libres para imponer su voluntad política. Aunque
el curso político era hacia la guerra, eso no significaba que la
burguesía pudiera desencadenar una guerra imperialista en cualquier
mo mento. La burguesía tuvo que hacer frente todavía a una
resistencia por parte del proletariado americano en 1939-41, que reflejaba
en parte la posición vacilante del partido estalinista, el cual
tenía una influencia considerable sobre todo en los sindicatos
afiliados a la CIO, vacilación causada por la línea indecisa
de Moscú durante el período del pacto de no agresión
con la Alemania nazi. La fracción dominante de la burguesía
americana tuvo que tener en cuenta también a elementos recalcitrantes
en el seno mismo de su propia clase, con simpatías de algunos de
ellos hacia las potencias del Eje y defendiendo otros una política
aislacionista. Como ya dijimos el ataque "sorpresa" de Japón
dio el pretexto para reunir a los vacilantes tras el Estado y los esfuerzos
de guerra. Por eso puede decirse que Pearl Harbor fue el último
clavo para cerrar el ataúd político e ideológico.
La situación es hoy muy diferente. Es cierto que el desastre de
las Torres Gemelas ocurre después de una década de desorientación
y de confusión políticas sembradas tras el desmoronamiento
de los regímenes estalinistas de Europa del Este y las campañas
ideológicas de la burguesía sobre la muerte del comunismo.
Pero esas confusiones no tienen el mismo peso político que las
derrotas de los años 1920 y 30 sobre la con ciencia política
del proletariado a nivel histórico. Tampoco han significado un
cambio del curso histórico hacia enfrentamientos de clase. A pesar
de esa desorientación, la clase obrera ha luchado por reconquistar
su terreno, y no faltan signos de cómo va madurando subterráneamente
su conciencia así como de la aparición de gente nueva inquieta
que viene a unirse al medio político proletario en torno a los
grupos revolucionarios existentes. No intentamos aquí minimizar
la desorientación política que predomina en la clase obrera
desde 1989, situación agravada por la descomposición, una
barbarie cada día mayor que no requiere obligatoriamente una guerra
mundial para realizarse plenamente. Incluso si la burguesía americana
alcanza un éxito considerable con su ofensiva ideológica,
por mucho que, por ahora, los obreros estén entrampados en una
psicosis de guerra de un nivel alarmante, el equilibrio global de fuerzas
no está determinado por la situación en un único
país aunque éste sea de la importancia de Estados Unidos.
En el plano internacional, el proletariado no ha sido derrotado y la perspectiva
sigue yendo hacia un enfrentamiento de clases. Incluso en Estados Unidos,
la huelga de dos semanas de los 23 000 trabajadores del sector público
de Minnesota, en octubre, fue un eco de esa capacidad de la clase obrera
internacional para proseguir su combate. Aunque fueron tildados de antipatriotas,
atacados por hacer huelga en un momento de crisis nacional, esos obreros
no abandonaron su terreno de clase y siguieron luchando por mejoras salariales.
Mientras que Pearl Harbor fue el remate de un proceso que llevó
a la guerra imperialista en 1941, el atentado del World Trade Center ha
provocado un paso atrás del proletariado, especialmente para el
norteamericano, pero en una situación histórica que sigue
siéndole favorable.
JG
En el fragor de la salvajada imperialista en Afganistán, los reducidos grupos de internacionalistas han tomado una posición de clase: han mostrado su rechazo a todos y cada uno de los imperialismos contendientes; han denunciado las ilusiones en la posibilidad de un capitalismo pacífico, negando el más mínimo apoyo a un campo o al otro en nombre de la paz. Igualmente han llamado a un desarrollo de la lucha de clases que lleve a la destrucción, a escala mundial, del sistema capitalista, pues es este sistema el principio y origen de la guerra imperialista. Estos grupos que se reivindican de la herencia de las Izquierdas italiana y alemana, únicas corrientes internacionalistas que sobrevivieron a la quiebra de la Tercera Internacional, y que pasaron la prueba de la IIª Guerra mundial manteniendo contra viento y marea la posición internacionalista del proletariado, forman parte de lo que la CCI denomina el medio político proletario ([1]).
Como contribución al fortalecimiento de este medio pretendemos – como hacemos cada vez que los acontecimientos han puesto a prueba la verdadera naturaleza de las organizaciones revolucionarias – examinar los aspectos positivos y las debilidades de su actual respuesta a la guerra. No nos detendremos en exceso en cuanto a lo que hay en común en la postura de los diferentes grupos. La prensa territorial de la CCI ya ha reconocido y saludado el carácter proletario de sus respuestas ([2]).
Tampoco podemos extendernos debido a problemas de espacio. Sí queremos, en cambio, debatir algunas cuestiones que nos parecen significativas de la explicación que da de la barbarie imperialista uno de estos grupos: el Buró internacional por el Partido revolucionario (BIPR).
No es suficiente que las organizaciones revolucionarias sepan que el Estado norteamericano, al igual que las demás potencias imperialistas, no son hostiles al terrorismo en contra de lo que han estado proclamando los pasados cuatro meses: Tampoco podemos conformarnos con señalar que los intereses que mueven a los imperialistas a desencadenar una guerra que ha causado muerte y miseria a una escala masiva no son, ni mucho menos, los de la defensa de la civilización y la humanidad. Es necesario que estas organizaciones puedan explicar también cuál es la verdadera razón de esta barbarie, cuales son los verdaderos intereses de las potencias imperialistas, sobre todo de EE.UU, y si es posible que pueda haber un final a esta pesadilla para la humanidad.
EL BIPR nos ofrece la siguiente explicación de la guerra en Afganistán: los Estados Unidos quieren mantener el dólar como divisa mundial y conservar así el control sobre la industria del petróleo:
«… Estados Unidos necesita que el dólar siga siendo la moneda del comercio mundial si quieren mantener su posición como superpotencia mundial. Así pues, sobre todo para EE.UU le es vital asegurarse que el comercio global de petróleo siga haciéndose fundamentalmente en dólares. Esto implica tener la voz cantante en el transporte del petróleo y en los gaseoductos más aún que la implicación comercial de EE.UU en la extracción en origen. Así ocurre cuando simples decisiones por criterios puramente comerciales están supeditadas a los supremos intereses de conjunto del capitalismo EE.UU, y que el Estado norteamericano llegue a implicarse política y militarmente en la defensa de objetivos más ambiciosos, objetivos que, a menudo, tropiezan con los intereses de otros estados, y especialmente y cada vez más con los de los “aliados” europeos. En otras palabras ésa es la clave de la confrontación imperialista del siglo XXI (…).
Desde hace ya algún tiempo compañías petroleras europeas, entre ellas la italiana ENI, se estaban involucrado en distintos proyectos para traer el petróleo del Caspio y del Cáucaso directamente a las refinerías europeas. Resulta obvio que desde el 1º de Enero (fecha en la que el euro se ha convertido en la moneda de los países de la Unión europea), el proyecto de un mercado alternativo del petróleo va tomando forma, pero Estados Unidos, enfrentado quizás con la más cruel crisis que haya vivido desde la IIª Guerra mundial, no va a dejar que se le escape su propio poder económico y financiero» (“Imperialistas, petróleo e intereses nacionales de EE.UU”; Revolutionary Perspectives nº 23, publicación cuatrimestral de la Communist Workers Organisation, afiliado en Gran Bretaña del BIPR).
Resulta pues que el objetivo de la guerra sería la destrucción del peligro potencial que representarían el régimen talibán y sus secuaces de Al Qaeda para la construcción de un oleoducto que recorrería Afganistán, y que transportaría el petróleo obtenido en los yacimientos de Kazajstan. Todo ello como parte de una estrategia más amplia de EE.UU por controlar la distribución del petróleo. EE.UU pretende asegurar y diversificar las vías de transporte de los suministros mundiales de petróleo, ya que en ello se juega, según el BIPR, el futuro del dólar, y con la suerte del dólar, el estatuto de superpotencia de EE.UU. Los europeos, por su parte, tienen también mucho interés en mejorar la posición de su divisa (el euro) en el mercado petrolero, por lo que oponen sus intereses imperialistas a los de EE.UU cada vez más enérgicamente.
El trasfondo de la intervención de EE.UU en Afganistán es, como dice el BIPR, preservar su posición de “superpotencia mundial”. Por tal entendemos su aplastante superioridad militar económica y política sobre las demás naciones del planeta. Sus oponentes pretenden limitar e incluso llegado el momento arrebatarle esa posición. En otras palabras que, a diferencia de los cuentos de hadas que nos cuentan los media de la burguesía sobre una lucha entre el bien y el mal, entre la democracia y el terror, el BIPR como revolucionarios que son, ponen al desnudo los sórdidos intereses imperialistas de los protagonistas. Detrás del conflicto imperialista se hallan los intereses antagónicos de las potencias imperialistas rivales, acentuadas por la crisis económica.
Es más el BIPR consigue distanciarse de una explicación de la guerra actual (y de la creciente acentuación de las tensiones imperialistas) basada en el interés de encontrar un beneficio económico inmediato. Hace diez años, con motivo de la guerra del Golfo que se veía venir, el BIPR decía que «… la crisis del Golfo se debe en realidad al petróleo y a quien lo controla. Sin petróleo barato los beneficios caerán. Los beneficios de los capitalistas occidentales se ven amenazados y por esa razón, y no por ninguna otra, EE.UU está preparando un baño de sangre en Oriente Medio» (Hoja de la CWO, citada en nuestra Revista internacional nº 64).
La victoria norteamericana en la Guerra del Golfo no significó aumento alguno en los beneficios del petróleo ni implicó un cambio significativo en el precio de esta materia prima. Sensibilizados, quizás, por estos resultados, o bien por el hecho de que la antigua Yugoslavia no ha supuesto ningún mercado rentable para las potencias imperialistas que allí luchaban entre sí, en contra de lo que inicialmente pensaba el BIPR, da la impresión que el BIPR ha desarrollado una explicación más global de la situación ([3]). Esta actitud debe ser bienvenida pues la credibilidad de la izquierda marxista depende de su capacidad para comprender el imperialismo en función de un análisis histórico y global, en el que los factores económicos inmediatos no representan la causa de la guerra.
Pero a pesar de este paso adelante del BIPR, estos compañeros siguen considerando que los objetivos imperialistas giran en torno a la posición de las divisas monetarias, lo que no deja de ser un factor económico específico, y dan a la cuestión del petróleo y los oleoductos un peso decisivo en la posición del dólar así como de su nuevo rival, el euro. Sitúan exageradamente el petróleo en el “centro de la confrontación imperialista en el siglo XXI”.
Pero ¿depende tan directa y decisivamente, como dice el BIPR, la preservación del estatuto de EE.UU como poder hegemónico mundial de la posición del dólar? Y, por otro lado, ¿depende tanto la posición del dólar como divisa mundial del control que EE.UU tenga sobre el petróleo? Permítasenos examinar estas cuestiones con más detalle, empezando por esta última.
Es cierto que llevar la voz cantante en el control de la producción de petróleo – no olvidemos que muchas de las principales compañías mundiales petroleras son norteamericanas – contribuye a que EE.UU mantenga su poderío económico, y contribuye a que el dólar sea la moneda dominante en el comercio mundial. Ahora bien, no reside ahí la razón esencial por la que el dólar consiguió alcanzar y mantener esa posición de divisa mundial. El dólar conquistó esa posición privilegiada antes de que el petróleo se convirtiera en el principal combustible del planeta. De hecho no es cierto que la fortaleza de ninguna moneda se fundamente esencialmente en el control de las materias primas.
Japón, por ejemplo, no controla prácticamente el suministro de materia prima alguna y, sin embargo, el yen, a pesar del reciente estancamiento de la economía japonesa, sigue siendo una divisa fuerte. A la inversa, la antigua URSS tenía en su poder grandes cantidades de petróleo, pero eso no pudo impedir el colapso económico del país, y no digamos hacer que el rublo llegase a ser la moneda mundial. No fue el control de los suministros de lana o algodón lo que hizo que la libra esterlina fuese la principal moneda del siglo XIX.
Lo que explica que ciertas divisas se convirtieran en las monedas de referencia para el capitalismo mundial es la preponderancia de tal o cual país en producción y comercio mundiales, su peso político y militar respecto a los demás. La libra esterlina alcanzó ese estatuto porque Gran Bretaña fue el primer país del capitalismo moderno. La mayor productividad de sus industrias permitió a sus productos desplazar a los del resto del mundo en términos de precio y calidad, ya que en otros lugares la producción capitalista apenas despuntaba. La potencia militar, especialmente naval, de Gran Bretaña, así como su acumulación de posesiones coloniales, reforzaron la supremacía de la libra y la posición de Londres como centro financiero del mundo.
El desarrollo del capitalismo en otros países minó la supremacía del capitalismo británico, y sus competidores comenzaron a aventajarle en cuanto a productividad. Esas nuevas condiciones del capitalismo, puestas al desnudo por la Primera Guerra mundial, hicieron sonar el réquiem por la esterlina y la Segunda Guerra mundial remató definitivamente su suerte. En un mundo en el que las naciones capitalistas rivales se habían ya repartido el mercado mundial, y buscaban expandirse mediante un nuevo reparto a su favor, la cuestión de la competición militar – el imperialismo – tiende a favorecer más a los países que tienen una escala continental, como por ejemplo Estados Unidos, que a los países europeos cuyo tamaño relativamente pequeño resultaba más apropiado para una primera fase de crecimiento capitalista. El agotamiento de todas las potencias europeas tras la Iª Guerra mundial, incluyendo países vencedores como Gran Bretaña, favoreció la expansión del peso relativo de la producción y de la parte de EE.UU en el comercio mundial, y por lo tanto de la demanda internacional de dólares. Y tras la devastación de Europa en la IIª Guerra mundial, los Estados Unidos, estimulados por un crecimiento descomunal de la producción armamentística, alcanzaron una supremacía económica aplastante en el escenario mundial. En 1950, por ejemplo, generaron ¡la mitad de la producción mundial! El Plan Marshall de 1947 suministró a las economías europeas los dólares que éstas necesitaban desesperadamente para la reconstrucción comprando mercancías norteamericanas. La supremacía del dólar se institucionalizó a escala mundial a través de los acuerdos de Bretton Woods y el establecimiento del Banco mundial y del Fondo monetario internacional bajo la égida de los EE.UU.
Con el final del período de reconstrucción a finales de los años 60, las economías europea y japonesa habían mejorado su posición económica respecto a la de los Estados Unidos. Pero incluso el relativo debilitamiento de la economía estadounidense, si bien condujo efectivamente a la devaluación del dólar, no significó de manera inmediata el final de su posición privilegiada, sino que por el contrario, EE.UU disponía de más medios para aprovecharse de la nueva situación. El final de la paridad del dólar respecto al oro decretada por Washington en 1971, permitió a EE.UU mantener el poder del dólar y la posición competitiva de la producción de ese país, manipulando la tasa de intercambio lo que también le ayudó a abaratar su creciente deuda externa (un método que ya había sido empleado por Gran Bretaña en los años 30 para preservar el papel de la libra esterlina tras el eclipsamiento de su economía por la de EE.UU). A comienzos de los años 80, el alza de los tipos de interés y la desregularización del movimiento de capitales, con la consiguiente explosión de la especulación financiera, ayudó a desplazar los efectos de la crisis hacía otros países. Detrás de estas medidas, la supremacía militar de los EE.UU que se ha convertido en incontestable tras el colapso de la Unión Soviética, asegura que el Rey Dólar siga conservando su trono.
El papel del petróleo en la primacía del dólar es pues relativamente insignificante. Incluso aunque sea cierto que en la llamada “primera crisis del petróleo” en 1971-72, a través de su influencia en la fijación de precios del petróleo por parte de la OPEP, manipuló para meterse en sus bolsillos enormes fondos de las potencias europeas y japonesa a través de Arabia Saudí, tales manipulaciones no son, ni de lejos, los principales instrumentos de la supremacía del dólar.
Lo que cuenta en la hegemonía del dólar es la dominación económica, política y militar de EE.UU sobre el mercado mundial en el que se compra y vende el petróleo así como otras materias primas, y este dominio obedece a factores de naturaleza más general e histórica que los simplemente dependientes del control del petróleo.
El BIPR cree, sin embargo, que la aceleración de las aventuras militares de los norteamericanos en Asia Central forma parte de una estrategia preventiva, de más largo alcance, para ocupar los centros de producción de petróleo y las rutas de su transporte para impedir a las potencias europeas que sean ellas quienes los controlen. El supuesto objetivo sería impedir que el euro, la moneda única de la Unión Europea, arrebate al dólar su corona, impidiendo así que la Unión Europea se enfrente a EE.UU como bloque imperialista rival.
Si nuestra explicación es la correcta, eso implica que las potencias europeas tendrían mucho más que hacer que simplemente incrementar su influencia en la industria petrolera para desplazar al dólar por el euro. Incluso aunque la Unión Europea fuera una entidad realmente unificada desde un punto de vista económico y político, eso no quita que su Producto Interior Bruto per cápita sea, en conjunto, las 2/3 partes del de EE.UU. Pero la Unión Europea, aún cuando ya dispone de una moneda común, se halla todavía fragmentada en varias unidades capitalistas nacionales en competencia, lo que debilita su poder económico frente al de Norteamérica. El Banco central europeo no tiene la misma unidad de intervención sobre política monetaria y fiscal que la Reserva federal de Estados Unidos, lo que explica el que, hasta ahora, haya tendido a copiar las políticas de ésta última. La economía alemana, el polo políticamente más fuerte de la zona euro, solo es todavía la tercera potencia económica mundial detrás de EE.UU y Japón, y eso no se debe, ni mucho menos, a su falta de control sobre el petróleo y los oleoductos.
En cuanto al plano militar y político, las divisiones son aún mucho más profundas, ya que en la Unión Europea coexisten intereses imperialistas contrapuestos, no sólo entre las naciones que la componen, sino incluso sobre su actitud frente a EE.UU. La principal potencia económica europea, Alemania, sigue siendo un enano en el plano militar, comparada con Gran Bretaña o Francia, sus rivales principales (y vale la pena poner de relieve que una de las principales potencias militares y una de las economías más importantes de Europa, Gran Bretaña, ni siquiera forma parte de la zona euro). Alemania está desarrollando actualmente su poderío militar, sus tropas han intervenido fuera de sus fronteras (Kosovo) por vez primera desde la IIª Guerra mundial. Sin embargo, su capacidad para proyectar su potencia militar no va más allá que de sus vecinos más cercanos de Europa del Este.
Incluso los expertos monetarios de la burguesía admiten que esa debilidad militar y los intereses contradictorios en el seno de la Unión son una seria amenaza para el euro: « Glyn Davies, autor de Una historia de la moneda desde los tiempos remotos a la actualidad, señaló que la mayor amenaza que a largo plazo se cierne sobre la unión monetaria en Europa serán las guerras o las “disputas sobre actitudes hacia países que están en guerra”.
“El aspecto político es donde está la dificultad” dijo. “Si se dispone de una fuerte unión política se podrán resistir muchos ataques. Pero si aparecen diferencias políticas, eso puede debilitar considerablemente la unión monetaria” » (International Herald Tribune, 29.12.2001).
Consecuentemente, por esta y otras razones, el euro verá dificultado el arrebatar al dólar la confianza de la economía mundial.
Por todo ello, no puede considerarse que la dominación del dólar sobre la economía mundial sea la razón válida para la enorme campaña militar llevada a cabo en Afganistán. Como decíamos en nuestro último Congreso internacional: “EE.UU quiere controlar esta región a causa de su petróleo; pero no para obtener ganancias económicas, sino para que Europa no pueda abastecerse de esa fuente de energía necesaria en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de esa fuente tan necesaria para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese” (“Informe sobre las tensiones imperialistas”, Revista Internacional nº 107) ([4]).
La segunda cuestión que plantea el BIPR es: ¿depende el estatuto de superpotencia de EE.UU del papel predominante del dólar? Debemos contestar que no, al menos en la forma decisiva que sugiere el BIPR. Como hemos argumentado, es la supremacía militar de EE.UU la causa del estatuto del dólar: éste no es sino el resultado de aquélla. Por supuesto que la preeminencia económica y monetaria de los Estados Unidos en la economía mundial es un factor crucial para su supremacía militar. Pero lo militar y lo estratégico no se desprenden automática, mecánica e inmediata o proporcionalmente del poderío económico. Hay innumerables ejemplos que prueban lo anterior. Japón y Alemania son las potencias económicas mundiales más fuertes después de EE.UU, pero son enanos militares comparadas con Francia y Gran Bretaña, que aunque más débiles económicamente, poseen armamento nuclear. La URSS era extremadamente débil desde el punto de vista económico pero fue capaz de discutir la superpotencia americana en el ámbito militar durante 45 años. Y a pesar del relativo debilitamiento económico que se ha producido en Estados Unidos desde 1969, su fortaleza militar y estratégica respecto a sus más cercanos rivales se ha visto considerablemente aumentada.
EE.UU, como cualquier otro país, no puede confiar en las capacidades de su moneda para ver garantizada automáticamente su posición imperialista. Por el contrario, los Estados Unidos deben continuar dedicando enormes y costosos recursos a la defensa de sus intereses militares y estratégicos para poner a prueba y aventajar a sus principales rivales imperialistas, y reducir así sus pretensiones de desafiar su liderazgo mundial. La campaña antiterrorista puesta en marcha por EE.UU desde el 11 de Septiembre ha marcado un éxito significativo en esta lucha imperialista. Ha obligado a las demás potencias a apoyar sus objetivos militares y estratégicos, sin dejar a ninguna de ellas más que unas pocas migajas de prestigio por su apoyo al rápido éxito militar de las fuerzas americanas en Afganistán sobre el régimen talibán. Al mismo tiempo ha incrementado su peso estratégico en Asia central. La exhibición de su superioridad militar ha sido tan devastadora que su renuncia al Tratado Antimisiles con Rusia, ha evocado sólo unas tímidas críticas por parte de los anteriormente vociferantes oponentes en las capitales europeas. Los EE.UU pueden ahora extender más fácilmente sus campañas “antiterroristas” a otros países.
Todavía es difícil medir si la ofensiva norteamericana de los últimos 3 meses ha hecho más seguros que antes los suministros de petróleo para EE.UU, o si ha reforzado la aplastante superioridad del dólar sobre el euro. La verdadera victoria de EE.UU se sitúa en los planos militar y estratégico, como así sucedió ya tras la guerra del Golfo. Los beneficios económicos serán tan difíciles de encontrar como lo fueron también entonces.
El control del petróleo para tener ventajas económicas no es la causa decisiva que hace que EE.UU se gaste miles de millones de dólares por mes en la guerra de Afganistán, y ponga en peligro la estabilidad de Pakistán, por donde el supuesto oleoducto debería continuar tras abandonar Afganistán.
La CWO ya mostraba en un artículo publicado en 1997 (“Tras los talibanes se encuentra el imperialismo EE.UU”) que no había nada intrínseco al régimen talibán que amenazara los intereses petroleros de EE.UU. Al contrario, los EE.UU veían este régimen como un factor de estabilidad comparado con sus predecesores. Incluso tras albergar a Osama Bin Laden, el régimen no presentaba obstáculos que fueran insuperables para acomodarse a EE.UU y sus intereses ([5]).
La época en la que las potencias capitalistas iban a la guerra para obtener beneficios económicos directos o inmediatos, representó una fase embrionaria en la evolución del imperialismo que apenas duró más allá del siglo XIX. Una vez que las principales potencias imperialistas se hubieron dividido el mundo entre sí bajo la forma colonial o de áreas de influencia, la posibilidad de un beneficio económico directo de la guerra se ha convertido en algo cada vez más improbable. Cuando la guerra se convierte en un problema de conflicto militar con otras potencias imperialistas, empezaron a predominar unas consideraciones estratégicas de mayor calado, acarreando la preparación industrial y los gastos a una escala masiva. La guerra acaba siendo menos una cuestión de beneficio económico y más un problema de supervivencia de cada Estado a expensas de sus rivales.
La ruina de muchas de las potencias capitalistas contendientes en las dos guerras mundiales atestigua que el imperialismo, en vez de ser la “fase superior” del capitalismo como pensaba Lenin, es más bien una expresión de su período de decadencia, en la que el capitalismo se ve forzado, dados los límites nacionales de su propio sistema, a “hacer humo” de hombres y máquinas en el campo de batalla en lugar de valorarlos en el proceso productivo ([6]).
En lugar de que la guerra esté al servicio de la economía, ésta se ha puesto al servicio de la guerra, y las materias primas no están fuera de ese principio general. Si las potencias imperialistas quieren controlar materias primas cruciales como el petróleo, no es porque la burguesía crea, como sí lo hace el BIPR, que esto les asegurará la salud de sus beneficios o de su moneda, sino a causa de su importancia militar.“El mayor programa de construcción militar en tiempo de paz en la historia norteamericana fue ejecutado por el Comité de servicios de armamento de la Cámara. Un informe al Comité de asuntos exteriores del Parlamento llamaba la atención sobre la importancia estratégica del Mediterráneo Oriental y de Oriente Medio ‘al menos tan relevante como el propio área del Tratado del Atlántico Norte’. Es necesario el establecimiento de bases en los Estados árabes y en Israel para proteger las rutas marítimas y aéreas. La protección de esta región es vital, señala el informe ‘porque esta área se asienta sobre gigantescas reservas de petróleo que el mundo libre necesita ahora para su esfuerzo militar cada vez más extenso’” (International Herald Tribune, 1951).
El imperialismo EE.UU ha sido bastante sincero: el control del petróleo es importante ante todo por razones militares, así podía garantizar su suministro a sus propios ejércitos en tiempos de guerra y cortar su acceso a los ejércitos enemigos de los países rivales.
Aunque el BIPR reconoce que el capitalismo se encuentra en su etapa histórica de decadencia, este marco teórico desaparece cuando trata de comprender la guerra imperialista actual. La necesidad económica fundamental del capitalismo es todavía la de la acumulación de capital, pero las relaciones de producción que en su día le aseguraron su fantástico desarrollo le impiden ahora encontrar suficientes campos de expansión. La producción creciente se dirige hacia la destrucción en lugar de hacia la reproducción de la riqueza. La comprensión de que la guerra, mientras se hace cada vez más y más necesaria para la burguesía, ha dejado de ser beneficiosa para el sistema capitalista en su conjunto no supone por tanto ninguna negación del materialismo marxista, sino una expresión de la capacidad de éste de comprender las fases sucesivas que atraviesa un sistema económico, en particular desde su fase ascendente a la etapa decadente. En esta última etapa, las exigencias económicas continúan apremiando a la burguesía, sobre todo en los períodos de crisis abierta, no hacia la guerra por un beneficio financiero inmediato o particular, sino hacia una lucha global y en última instancia suicida por obtener una supremacía militar sobre las naciones rivales.
Solo si aplicamos las implicaciones de la decadencia capitalista a los conflictos imperialistas actuales podemos mostrar a la clase obrera el enorme peligro que representa la guerra en Afganistán, y aquellos conflictos que, inevitablemente vendrán después. El BIPR, por su parte, tiende a ofrecer al proletariado una imagen falsa y peligrosamente confiada de un sistema que, como en su fase juvenil, es aún capaz de subordinar sus objetivos militares a las necesidades de la expansión económica.
Más aún, con esta falsa concepción de un imperialismo europeo, unido en torno al euro, el BIPR da una impresión de una evolución relativamente estable del capitalismo mundial hacia dos nuevos bloques imperialistas. Al contrario, los intereses antagónicos y contradictorios de unas potencias europeas frente a otras, así como, frente a EE.UU señala la entrada de un período diferente de la decadencia capitalista. Indica una fase terminal de descomposición en la que, incluso si Alemania intentara afirmarse como polo alternativo a Estados Unidos, el caos imperialista es lo predominante, y en la que los conflictos militares no harán sino multiplicarse de una manera catastrófica.
Es muy cierto pues que la guerra en Afganistán tiene que ver con el mantenimiento y el reforzamiento por parte de EE.UU de su posición como única superpotencia mundial. Pero esa situación no está determinada por factores económicos específicos, como el control del petróleo, tal y como lo plantea el BIPR. Depende mucho más de cuestiones geoestratégicas, de la capacidad de los Estados Unidos de alcanzar una supremacía militar en áreas clave del mundo, y de impedir que sus rivales puedan poner en cuestión seriamente sus posiciones. Son áreas del mundo, que como Afganistán, ya demostraron su valor estratégico para las potencias imperialistas mucho antes de que el petróleo llegara a conocerse como el “oro negro”. No fue por el petróleo si el Imperio británico del siglo XIX envío en dos ocasiones a sus ejércitos a Afganistán y acabó logrando instalar allí un dirigente fantoche. La importancia de Afganistán no deriva del hecho de que pueda alojar un posible oleoducto, sino por su posición central entre las potencias imperialistas de Oriente Medio y Lejano, así como las del sur de Asia. Su control aumentará enormemente el poder de EE.UU no sólo en esa región, sino respecto a los principales imperialismos europeos.
Estados Unidos alcanzó su posición imperialista dominante esencialmente porque salió victorioso de las dos guerras mundiales. La clave para conservar esa posición estará también basada fundamentalmente en lo militar.
Como
[1] Ver los libros editados por la CCI, La Izquierda comunista italiana, y La Izquierda comunista germano-holandesa.
[2] Ver, por ejemplo, “Los revolucionarios denuncian la guerra imperialista” en World Revolution (publicación de la CCI en Gran Bretaña) nº 249, noviembre de 2001
[3] En la Revista comunista internacionalista nº 10, el BIPR reconoce incluso la importancia de las cuestiones estratégicas y militares sobre las económicas: «Sigue estando entonces en manos del liderazgo político y del ejército el establecer la dirección política de cada estado en función de una única exigencia: una valoración de cómo alcanzar la victoria militar ya que ésta anula ahora la victoria económica» (“Final de la guerra fría: nuevos pasos hacia un nuevo alineamiento imperialista”).
[4] Hay que subrayar aquí que el BIPR se equivoca sencillamente ya en los hechos cuando dice que: “La región que rodea el mar Caspio es el mayor paraje conocido del mundo por sus reservas sin explotar de petróleo”. Las reservas conocidas de petróleo de toda Rusia ascienden a 63 mil millones de barriles, las de los cinco productores principales de Oriente Medio a más de diez veces esa cantidad; solo ya Arabia Saudí posee más del 25 % de las reservas mundiales conocidas. Además el crudo saudí es mucho más rentable (considerando solo el aspecto económico que tanto le gusta al BIPR), pues solo sale a un dólar por barril extraído y sin el enorme costo que implica la necesaria construcción de oleoductos a través de las montañas de Afganistán o del Cáucaso.
[5] Un libro reciente: Ben Laden: la verité interdite (La verdad prohibida) de Jean-Charles Brisard y Guillaume Dasquie (editions Denoel, París, 2001), trata sobre la diplomacia encubierta entre el gobierno norteamericano y el régimen talibán hasta el 11 de Septiembre, y tiende a señalar la conclusión opuesta a la que plantea el BIPR a propósito de las relaciones entre los intereses petroleros norteamericanos y el desarrollo de las hostilidades militares con Afganistán. Hasta el 17 de julio de 2001, EE.UU intentaba resolver diplomáticamente sus problemas pendientes con el régimen talibán, tales como la extradición de Bin Laden por su ataque al navío norteamericano “Cole”, así como a las embajadas de EE.UU en Nairobi y Dar es Salaam. Y los talibanes no eran ni mucho menos reacios a discutir estas cuestiones. De hecho tras la toma de posesión de Bush, los talibanes propusieron una especie de reconciliación que desembocase finalmente en un reconocimiento diplomático mutuo. Pero a partir de julio de 2001, EE.UU rompió efectivamente esas relaciones, enviando un mensaje muy provocador a los talibanes amenazándoles con acciones militares para detener a Bin Laden, y anunciando que estaban discutiendo con el antiguo monarca Zahir Sha la posibilidad de volver a poner en el trono de Kabul. Esto hace suponer que las intenciones guerreras de EE.UU estaban ya decididas antes del 11 de septiembre y de que el ataque terrorista fuera su pretexto. También nos sugiere que no eran los talibanes quienes impedían un proceso diplomático que hubiera conducido a un Afganistán más estable para los intereses petroleros de EE.UU, sino el propio gobierno norteamericano, el cual tenía otras prioridades. En lugar de la fórmula que plantea el BIPR: una guerra en Afganistán que sirva para estabilizar el país para un oleoducto, los hechos apuntan más bien a una guerra que ha desestabilizado la región entera en aras al objetivo más importante de la superioridad militar y geoestratégica de EE.UU.
[6] El capital se acumula o se “valora” mediante la extracción de sobretrabajo de la clase obrera.
En tiempos como los actuales, en que la perspectiva de acabar con la barbarie capitalista parece, para la mayoría de los obreros, fuera de alcance, más que nunca los revolucionarios tienen que insistir en la naturaleza a largo plazo de su trabajo, y no empantanarse en consideraciones que atañen sólo a la situación inmediata. El trabajo de los revolucionarios siempre está implicado con la perspectiva futura y no únicamente con la defensa de los intereses inmediatos del proletariado. Como la historia ha mostrado, una revolución sólo puede triunfar si la organización revolucionaria, el partido, está a la altura de las tareas que tiene que desempeñar.
Sin embargo un tal partido, capaz de cumplir sus tareas, no se proclama ni surge espontáneamente, sino que es el resultado de una largo trabajo de años de construcción y combate. En este sentido, los revolucionarios de hoy ya están implicados en la formación del futuro partido. Sería fatal que los revolucionarios subestimaran el significado histórico de su propio trabajo.
A pesar de que las organizaciones revolucionarias actuales surgieron en condiciones distintas que las Fracciones de izquierda, los revolucionarios de hoy contribuyen a la construcción del puente indispensable al futuro. Pero para ello deberán al menos ser capaces de asumir esa responsabilidad, pues la historia nos enseña precisamente que no todas las organizaciones que la clase ha hecho surgir en el pasado fueron capaces de estar a la altura de tal responsabilidad especialmente ante la prueba que fueron las guerras imperialistas o el surgimiento de un período de revolución.
Muchas organizaciones degeneraron o se destruyeron bajo la presión de la sociedad burguesa y su veneno, el oportunismo. Hoy también la presión del oportunismo es muy fuerte y por eso las organizaciones revolucionarias tienen que llevar un combate permanente contra esta presión.
El ejemplo más famoso de cómo degeneró una organización anteriormente es el caso de la socialdemocracia alemana, el SPD, que después de haber sido la mayor organización de la clase obrera del siglo XIX, vio como sus líderes traicionaron los intereses de la clase obrera cuando la burguesía inició la Primera Guerra mundial en Agosto de 1914. Otro ejemplo famoso es el del Partido bolchevique, que habiendo sido la vanguardia de la revolución proletaria de Octubre 1917, se convirtió en un enemigo de la clase obrera cuando fue integrado al Estado soviético.
Sin embargo, cuando una organización revolucionaria degeneraba y traicionaba los intereses de la clase obrera, ésta fue capaz de generar una Fracción, que luchó contra la traición y la degeneración.
«La continuidad histórica entre el viejo y el nuevo partido de clase sólo puede hacerse a través del canal de la fracción, cuya función histórica consiste en hacer el balance político de la experiencia, en pasar por la criba de la crítica marxista los errores e insuficiencias del programa de ayer, en extraer de la experiencia los principios políticos que completen el viejo programa y sean la condición de una postura progresiva del nuevo programa, indispensable para la formación del nuevo partido. Al mismo tiempo que la fracción es un lugar de fermentación ideológica, el laboratorio del programa de la revolución en el período de retroceso, también es el terreno en que se forjan los cuadros, se forma el material humano, los militantes del futuro partido» (L’Etincelle nº 10, Enero 1946) ([1]).
En la primera parte de este artículo queremos recordar algunas de las lecciones principales de las degeneraciones anteriores y el combate de las fracciones. En la segunda parte trataremos más precisamente cómo se organizaron las fracciones para llevar a cabo ese combate contra la degeneración.
Cuando el 4 de agosto de 1914 el grupo parlamentario de la socialdemocracia votó unánimemente a favor de los créditos de guerra y apoyó así plenamente la movilización guerrera del imperialismo alemán, por primera vez en la historia del movimiento obrero un partido de la clase obrera cometía traición. Para una organización política burguesa no puede haber traición de sus intereses de clase en beneficio del proletariado; esto podría ser cierto en caso de que, por razones circunstanciales, se negara en un momento dado a participar en la guerra imperialista. En cambio, rechazar el internacionalismo es la peor violación de los principios proletarios que pueda cometer una organización proletaria, sentenciando su paso al campo burgués.
En realidad, esta traición al campo proletario por parte de la dirección de la socialdemocracia fue la culminación de un largo proceso de degeneración. Aunque Rosa Luxemburg ([2]) fue una de las primeras en darse cuenta ya a finales del siglo XIX del proceso de fosilización oportunista, la amplitud de ese proceso no pudo reconocerse hasta la traición de 1914. Puede verse hasta qué extremo la mayoría de los revolucionarios no eran conscientes de la profundidad de la degeneración a través de la sorpresa total de Lenin cuando se enteró del voto del SPD a favor de los créditos de guerra, en agosto de 1914, que pensó que era una difamación, una falsa noticia, creyéndose también que el ejemplar del Vorwärts (periódico del SPD) que había recibido en Suiza era uno falso impreso por el gobierno alemán para engañar a los obreros.
Para que empiece un proceso de degeneración, tienen que existir las condiciones materiales que permitan tal dinámica y la clase obrera esté políticamente debilitada. A comienzos del siglo XX la clase obrera se dejo impactar por la ilusión sobre la posibilidad de una transición pacífica del capitalismo al socialismo. Años de crecimiento ininterrumpido (a pesar de altos y bajos coyunturales) pusieron las bases materiales para que crecieran esas ilusiones. Bernstein ([3]) representó esas ilusiones de la forma más extrema cuando afirmó que el capitalismo puede superarse a través de una serie de reformas y que “el fin no es nada y lo importante es el movimiento”.
Rosa Luxemburg percibía la gran confusión causada por ese incremento del oportunismo que comenzaba en el SPD, cuando escribía en marzo de 1899 en una carta a Leo Jogiches ([4]):
“El mismo Bebel ([5]) está viejo, y deja pasar las cosas; se siente aliviado si otros luchan, pero no tiene ni la energía ni el valor para tomar la iniciativa.
“Todo el partido está en mal estado, anda descabezado. Nadie dirige nada, nadie se siente responsable” (03.03.1899, Cartas a Leo Jogiches).
Poco tiempo después en otra carta a Jogiches, menciona las intrigas, el miedo y el resentimiento en el partido hacia ella, que apareció tan pronto como empezó a luchar contra ese proceso.
“No tengo intención de limitarme a criticar. Al contrario, me propongo urgentemente ‘impulsar’ en positivo, no a los individuos, sino al conjunto del movimiento... señalar nuevos caminos (...) luchar contra la dejadez general etc., en pocas palabras, ser una fuerza conductora permanente en el movimiento...
“... y por supuesto, la agitación oral y escrita, que se ha osificado en sus viejas formas y ya no tiene un impacto, tiene que recuperarse en una nueva onda, en general quiero dar un aliento de nueva vida a la prensa, los folletos y las reuniones del partido” (01/05/1899, idem).
Y cuando Rosa Luxemburg escribió Reforma o Revolución, en abril de 1899, mostró no sólo su determinación de combatir contra esas tendencias oportunistas, sino también que había comprendido que su lucha tenía que entenderse en toda su dimensión programático-teórica. Señaló que “Por ello muéstrase, en aquellos que no pretenden conseguir mas que resultados prácticos, la tendencia natural a pedir libertad de movimientos, esto es, a separar la “teoría” de la práctica, a independizarse de aquella... Está claro que esta corriente quisiera afirmarse frente a nuestros principios, llegando incluso a oponerse a la misma teoría, y en lugar de ignorarla, tratar de destruirla, confeccionando una teoría propia” (Reforma o Revolución, Ed. Fontamara, Barcelona 1975).
Así, la degeneración siempre se expresa a través de poner en cuestión el programa político, pero se confronta a la resistencia de una parte del partido que permanece fiel a los principios del partido.
La lucha del ala izquierda de la II Internacional por tanto, fue desde el principio una lucha política por la defensa del marxismo contra sus detractores, pero también fue un intento de sacar lecciones de las nuevas condiciones del capitalismo decadente. Percibiendo esas nuevas condiciones e intentando situarlas en un marco preciso, Rosa Luxemburg en Huelga de masas, partido y sindicatos, y Pannekoek ([6]) en Diferencias tácticas en el movimiento obrero, intentaron comprender las raíces más profundamente ancladas del oportunismo y su incapacidad para captar las nuevas condiciones de la lucha en la decadencia del capitalismo.
Pero el ala izquierda de la Socialdemocracia era una minoría, porque la mayoría del partido tenía graves dificultades para combatir contra las ideas revisionistas, puesto que el parlamentarismo y la integración creciente del aparato sindical en el Estado, permitió que esas ilusiones se extendieran y crearan un aparato leal al Estado y alejado de la clase obrera y hostil a ella.
Una degeneración siempre toma cuerpo en una parte específica de la organización, que por identificarse con los intereses de la clase dominante, paso a paso arroja por la borda los principios básicos del partido y actúa como leal defensora del Estado y del capital nacional. Esta parte degenerada de la organización está abocada a oponerse a cualquier debate, por su propia naturaleza es monolítica e intenta silenciar cualquier crítica. Así, la Socialdemocracia que, en tiempos de las leyes antisocialistas (1878-1890) había sido el centro de la vida proletaria y de muchos debates controvertidos, no sólo se había convertido cada vez más en un club para votar, sino que sofocaba los debates. Muchos artículos del ala izquierda eran sometidos a la censura de la dirección del partido, otros oponentes eran amordazados, la dirección intentó expulsar a la Izquierda de los equipos de redacción de los periódicos y en las votaciones en el parlamento, los diputados tenían que obedecer la disciplina.
Rosa Luxemburg vio y condenó esas tendencias con toda claridad, se comprometió a no abandonar el partido a su suerte, sino a luchar por su enderezamiento, porque el principio de los comunistas no es “salvar su pellejo” sino luchar por la organización.
En una carta a Clara Zetkin ([7]) del 16 de diciembre de 1906, le insistía:
“Soy muy consciente de todas las dudas y estrecheces mentales de nuestro partido y me duele mucho.
“Pero no puedo dejarme perturbar por estas cosas, porque he entendido con una claridad apabullante que no podemos cambiarlas y cambiar a la gente mientras no cambien las condiciones. Y aún entonces, y he pensado en esto con sosiego, con tranquilidad, y me he preparado para eso, tendremos que confrontar la inevitable resistencia de mucha gente si queremos llevar a las masas hacia delante. Tal y como están las cosas, Bebel y los otros han optado por el parlamentarismo y están plenamente dedicados a ello. Si hay cualquier cambio que trascienda los límites del parlamentarismo, lo desaprobarán totalmente, e incluso tratarán de llevarlo al terreno parlamentario, se opondrán con todas sus fuerzas a todo y a todos los que intenten ir más allá, tratándolos de ‘enemigos del pueblo’…
“Tengo la impresión de que las masas e incluso una gran cantidad de nuestros camaradas, han roto con el parlamentarismo. Todos celebrarían que hubiera una ráfaga de aire fresco, un rumbo nuevo de nuestra táctica; les pesan como un bulto a la espalda los viejos caciques, y sobre todo las altas capas de editores oportunistas, de diputados y líderes sindicales. Nuestra tarea es oponer la más firme protesta contra esas autoridades que se descomponen... Si empezamos una ofensiva contra el oportunismo, las viejas capas dirigentes estarán todas en nuestra contra... ¡Estas son tareas que sólo pueden cumplirse a lo largo de varios años!” (Rosa Luxemburg, Correspondencia).
A pesar de que el ala Izquierda se enfrentó a la resistencia creciente dentro del partido, a nadie se le ocurrió reagruparse en un cuerpo separado, ni mucho menos abandonar el partido a los oportunistas. El 19 de abril de 1912, Rosa Luxemburg expresó su punto de vista en una carta a Franz Mehring ([8]):
“Seguramente te darás cuenta de que se acercan tiempos en que las masas en el partido necesitarán una dirección enérgica, firme y generosa, y que nuestros dirigentes – Ejecutiva, órgano central, grupo parlamentario – cada vez son más miserables, cobardes, y cretinos parlamentarios. Claramente, tenemos que encarar ese atractivo futuro y ocupar y mantener todas las posiciones que nos permitan contrariar a la dirección oficial ejerciendo el derecho de crítica...
“Esto hace que nuestro deber sea aguantar hasta el final, y no hacerles a los jefes oficiales del partido el favor de plegar. Tenemos que estar preparados para luchas y fricciones continuas, particularmente cuando alguien ataque ese sancta santorum del cretinismo parlamentario... Pero a pesar de todo, no ceder una pulgada parece ser la consigna correcta”.
Marchlewski ([9]) señalaba (16.12.1913):
“somos de la opinión de que el partido está pasando una crisis interna mayor que cuando apareció el revisionismo por primera vez. Estas palabras pueden parecer duras, pero tengo la convicción de que la amenaza de un estancamiento completo se cierne sobre el partido si las cosas continúan como hasta ahora. En semejante situación, sólo hay una consigna para un partido revolucionario: la mayor y más severa autocrítica” (citado por Nettl en Rosa Luxemburg, traducido por nosotros).
De esta forma, la degeneración del SPD originó una corriente de izquierda dentro de la IIª internacional, que sin embargo se vio confrontada a diferentes condiciones en cada país. El SPD alemán fue uno de los partidos más impregnados por el oportunismo, pero sólo cuando la dirección del partido traicionó el internacionalismo proletario, la corriente de izquierda se dio una forma organizada.
En Holanda, el ala izquierda fue expulsada del SDAP (Partido obrero socialdemócrata) y formó el SDP (Partido socialdemócrata – Tribunistas –) en 1909. Sin embargo esta escisión ocurrió demasiado pronto – como señalamos en nuestro análisis de la Izquierda holandesa ([10]).
En Rusia, el Partido obrero socialdemócrata ruso se dividió profundamente entre bolcheviques y mencheviques desde 1903.
Tras las decisiones de la mayoría del Congreso en 1903, los mencheviques no reconocieron las decisiones del Congreso, y a través de una serie de maniobras, intentaron echar a los bolcheviques del partido. Los bolcheviques defendieron los principios del partido, que cada vez más eran socavados por los mencheviques, que a su vez comenzaban a estar infectados por el oportunismo. En la socialdemocracia rusa la penetración del oportunismo se manifestó primero en problemas de organización pero no tardó en manifestarse también en cuestiones de táctica, pues, en la Revolución de 1905 en Rusia, los mencheviques adoptaron en su gran mayoría una postura de apoyo sin más a la burguesía liberal, mientras que los bolcheviques propugnaban una política independiente por parte de la clase obrera. La mayoría de este ala oportunista del partido – agrupada bajo la bandera de los mencheviques – se pasó al campo de la burguesía en 1914 cuando traicionó también el internacionalismo proletario. Pero los bolcheviques lucharon casi durante 10 años dentro del mismo partido con los mencheviques, antes de que se produjera la escisión en 1912. Cuando estaban organizados como una fracción en el seno del POSDR, los bolcheviques, a pesar de las profundas divergencias con los mencheviques, no tuvieron que enfrentar un proceso de degeneración semejante al que ocurrió en el SPD. Sin embargo, al organizarse como una corriente separada, luchando resueltamente contra el oportunismo y permaneciendo fieles al programa marxista del partido, sentaron las bases para la ulterior formación del Partido bolchevique y del Partido comunista en 1917-18.
Así, antes de 1914, los bolcheviques, aunque trabajando en condiciones diferentes, también contribuyeron decisivamente a la experiencia de una fracción.
Podemos señalar una característica del trabajo de las corrientes de Izquierda antes de 1914: estas corrientes de izquierda no se reagruparon realmente a nivel internacional, ni tomaron una forma organizada – a excepción de los bolcheviques. Como apuntó Bilan:
«El problema de la Fracción tal y como la concebimos nosotros – es decir, como un momento de la reconstrucción del partido de clase – no tenía sentido, ni podía tenerlo, en el seno de la Iª y la IIª Internacional. Los que se llamaron entonces ‘Fracción’, o más comunmente, ‘ala derecha’, o ‘ala izquierda’, o ‘corriente intransigente’, o en fin, ‘revolucionaria’ o ‘reformista’, no fueron – en la mayor parte de los casos, a excepción de los bolcheviques – mas que ‘ententes’ fortuitos en vísperas o durante los congresos, con el fin de hacer prevalecer ciertos órdenes del día sin ninguna continuidad organizativa...” (Bilan, “La fraction dans les partis socialistes de la Seconde internationale”, nº 24, Oct. 1935, traducido por nosotros).
Aunque hubo momentos en que unieron sus fuerzas y presentaron mociones comunes o enmiendas en los congresos (por ejemplo en Sttugart en 1907, y en Basilea en 1912 sobre el peligro de guerra), no hubo una posición común de los grupos de izquierda.
Hay varios elementos que explican esta relativa dispersión. El primero son las diferentes condiciones materiales en los países en que se hallaban los partidos de la II Internacional.
Por ejemplo, debido al atraso económico de Rusia, en comparación con Alemania, los obreros en Rusia no habían podido arrancar las mismas concesiones del capital, el impacto del sindicalismo era más débil en Rusia; la presencia parlamentaria del partido obrero socialdemócrata ruso era mucho menor que la del SPD alemán, y las ilusiones democráticas y el cretinismo parlamentario incomparablemente menor. Otro elemento era la estructura federalista de la IIª Internacional – que hacía difícil para los revolucionarios tener un conocimiento profundo de la situación respectiva en cada uno de los países. Debido a la estructura federalista no había una verdadera centralización, y el concepto de una lucha común centralizada de las alas de izquierda aún no existía.
“El trabajo fraccional de Lenin, se desarrolló únicamente en el seno del partido ruso, sin que intentara plantearlo a escala internacional. Para convencerse basta con leer sus intervenciones en diferentes congresos, y se puede confirmar que ese trabajo quedó completamente desconocido fuera de las esferas rusas” (Bilan, Idem, citado en Revista internacional nº 64).
En cierto modo, la II Internacional era todavía una expresión de la fase ascendente del capitalismo, donde los diferentes partidos miembros podían existir a nivel federal, “cada uno por su lado”, en vez de estar unidos en un cuerpo único.
El estallido de la Primera Guerra mundial en 1914, la traición del SPD y la muerte de la II Internacional, ponían a los revolucionarios ante una nueva situación.
La Primera Guerra mundial significaba que el capitalismo mundial se había convertido en una sistema decadente en todo el mundo, confrontando a los revolucionarios con las mismas tareas en todas partes; esto requería una intervención de los revolucionarios que ya no fuera de tipo federal, sino centralizada – con el mismo programa y la necesidad de una unificación internacional de las fuerzas revolucionarias.
Tras la traición de la dirección de la Socialdemocracia, ¿tenían los revolucionarios que abandonar el partido y construir su propia organización inmediatamente?
La corriente de la Izquierda alemana, en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht comprendió inmediatamente la nueva situación:
Esa corriente se puso manos a la obra sin vacilación, sin esperar una primera reacción de los obreros contra la guerra. Durante los 52 meses de guerra, la mayoría de sus dirigentes fueron a prisión – desde donde continuaron su trabajo como fracción! Los Espartaquistas y otras fuerzas de izquierda padecían entonces condiciones extremadamente duras: tenían que enfrentarse a un aparato represivo estatal cada vez mayor, mientras la dirección del partido denunciaba las voces internacionalistas tan abiertamente como lo haría cualquier agente de policía. Muchos miembros del partido que defendían el internacionalismo en las reuniones del partido, poco después eran denunciados y arrestados por la policía. Bajo las más difíciles condiciones de ilegalidad, los espartaquistas continuaron luchando por la reconquista del partido contra la dirección chovinista, pero al mismo tiempo prepararon las condiciones para la formación de un nuevo partido. Su defensa de un programa revolucionario significaba que tenían que combatir continuamente las actitudes centristas en el SPD. Esta dura lucha de los Espartaquistas por el partido, para impedir que la burguesía se apropiara de él, serviría después de punto de referencia para los camaradas de la Izquierda italiana que se opusieron a la dirección de la Internacional comunista durante varios años.
La otra fuerza importante capaz de cumplir un verdadero trabajo como fracción después de 1914 fueron los bolcheviques. Con muchos de sus dirigentes en el extranjero en el exilio, también se implicaron en una dura lucha por la defensa del internacionalismo proletario. Lenin y los otros bolcheviques fueron los primeros en declarar que la II Internacional había muerto y en movilizarse por el reagrupamiento de las fuerzas internacionales. Participaron activamente en la Conferencia de Zimmerwald de 1915, cuya ala izquierda formaron junto con otros especialmente los militantes de la Izquierda holandesa.
En el exilio o en Rusia, actuaron como la fuerza principal que impulsaba adelante la resistencia de la clase obrera a la guerra. Sin duda fue su capacidad de mantener alta la bandera del internacionalismo, de impulsar la perspectiva de una lucha internacional (convertir la guerra imperialista en una guerra de clases) lo que permitió a la clase obrera en Rusia alzarse contra la guerra y comenzar el proceso revolucionario.
Así los Espartaquistas y los bolcheviques, fueron la punta de lanza de un gran movimiento revolucionario durante la guerra, y se convirtieron en los pilares indispensables para terminar la guerra y empujar las luchas hacia su extensión internacional y la destrucción del capitalismo.
Mostraron claramente que ninguna fracción puede cumplir su responsabilidad militante si no lucha en dos frentes: intervenir en la clase obrera y al mismo tiempo defender y construir una organización revolucionaria. Para ambas fracciones hubiera sido impensable retirarse de cualquiera de estos dos frentes.
En el caso de la socialdemocracia, un partido había degenerado para acabar traicionando los intereses de clase en una situación de guerra. Podemos ver ahora el segundo gran ejemplo de una degeneración: la del Partido bolchevique.
Habiendo sido la vanguardia de la clase obrera, y la fuerza decisiva que hizo posible la toma del poder por los consejos obreros en Octubre de 1917, el Partido bolchevique fue gradualmente absorbido por el Estado ruso cuando se detuvo la extensión internacional de la revolución. Aquí, de nuevo, contrariamente al punto de vista anarquista, que reivindica que cualquier partido está condenado a traicionar, hay un trasfondo material objetivo que empujó al Partido bolchevique a ser digerido por el Estado ruso.
Como explicamos en nuestra presentación de la historia de las Fracciones de izquierda ([11]):
“El retroceso de la oleada revolucionaria y el aislamiento de la Revolución rusa dio lugar a un proceso de degeneración tanto en la Internacional comunista como en el poder soviético en Rusia. El Partido bolchevique se había fusionado cada vez más con un aparato burocrático de Estado que crecía en proporciones inversas a los propios órganos proletarios de poder y participación – los soviets, los comités de fábrica y guardias rojos. En el seno de la Internacional, los intentos de ganar el apoyo de las masas en una fase de actividad decreciente de las masas engendró ‘soluciones’ oportunistas – creciente énfasis en el trabajo parlamentario y sindical, llamamiento a los pueblos de Oriente a levantarse contra el imperialismo, y sobre todo, política de Frente unido, que tiraba a la basura toda la claridad adquirida duramente sobre la naturaleza capitalista de los socialpatriotas”.
Ese giro oportunista, favorecido por el debilitamiento internacional de la clase obrera y el aislamiento de la revolución en Rusia, se convirtió gradualmente en un auténtico proceso de degeneración, que tras media docena de años, culminó con la proclamación del “socialismo en un solo país” en 1926.
Como en la degeneración del SPD antes de la Primera Guerra mundial, este proceso también estuvo marcado por una aniquilación gradual de la vida del partido. Las fuerzas del partido que estaban más íntimamente ligadas e integradas en el aparato de Estado eran las que movían los hilos.
Después de algunas protestas muy tempranas contra el sofoco de la vida del partido, previniendo sobre la creciente burocratización del partido (ver los artículos en la Revista internacional 8 y 9 sobre la degeneración de la Revolución rusa y la labor de la Izquierda comunista en Rusia) se tomaron una serie de medidas para silenciar las fuerzas de oposición:
De manera similar a la IIª Internacional, el proceso de degeneración no se limitó al Partido bolchevique; este proceso se produjo en todos los partidos de la Internacional comunista. Paso a paso siguieron el trágico curso del partido ruso – sin haber sido necesariamente integrados en los respectivos Estados de los países donde desarrollaban su actividad, todos escogieron sacrificar los intereses del proletariado internacional a los del Estado ruso.
Una vez más, el proletariado reaccionó con “anticuerpos”, formando una izquierda comunista: «Es evidente que la necesidad de la fracción es expresión de la debilidad del proletariado, bien porque se encuentre desmembrado, o ganado por el oportunismo» (“Projet de résolution sur les problèmes de la Fraction de gauche”, Bilan nº 17, abril 1935, traducido por nosotros).
Pero igual que el crecimiento del oportunismo en la IIª Internacional provocó una respuesta proletaria en forma de corrientes de izquierda, las corrientes de la izquierda comunista resistieron la marea de oportunismo en la IIIª Internacional – muchos de los portavoces de esta corriente de izquierdas, como Pannekoek o Bordiga ([12]), habían demostrado ser los mejores defensores del marxismo en la vieja internacional.
La Izquierda comunista era esencialmente una corriente internacional y estaba presente en muchos países diferentes, desde Bulgaria a Gran Bretaña, y desde USA a Sudáfrica. Pero sus representantes más importantes se encontraban precisamente en esos países donde la tradición marxista era mayor: Alemania, Italia y Rusia.
En Alemania, la profundidad de la tradición marxista, junto al gran ímpetu que provenía del movimiento de las masas del proletariado, ya había engendrado, en lo más alto de la oleada revolucionaria, algunas de las posiciones políticas más avanzadas, particularmente sobre la cuestión parlamentaria y sindical. Pero la Izquierda comunista como tal apareció en respuesta a los primeros signos de oportunismo en el partido comunista alemán y la Internacional, y su primera punta de lanza fue el KAPD (Partido comunista obrero de Alemania), formado en 1920, cuando la oposición de Izquierda en el KPD fue expulsada por una maniobra sin principios. Aunque fue criticada por la dirección de la IC por “infantil” y “anarcosindicalista”, el rechazo por parte del KAPD de las viejas tácticas parlamentaria y sindical se basaba en un profundo análisis marxista de la decadencia del capitalismo, que hacía obsoletas estas tácticas y exigía nuevas formas de organización para la clase – los comités de fábrica y los consejos obreros; lo mismo puede decirse de su claro rechazo de la vieja concepción de la socialdemocracia del “partido de masas” a favor de una noción del partido como un núcleo de claridad programática – una noción directamente heredada del bolchevismo. La defensa intransigente del KAPD de esas adquisiciones contra una vuelta a las viejas tácticas socialdemócratas, lo convirtió en el nucleo central de una corriente internacional que tenía una presencia en muchos países, particularmente en Holanda, cuyo movimiento revolucionario estaba íntimamente ligado a Alemania a través del trabajo de Pannekoek y Gorter. Esto no significa que la Izquierda comunista en Alemania a comienzos de los años 20 no sufriera importantes debilidades.
En Italia, por otra parte, la Izquierda comunista – que inicialmente ocupaba una posición mayoritaria en el partido comunista de Italia – fue particularmente clara sobre las cuestiones de organización, y esto le permitió no sólo llevar una valerosa batalla contra el oportunismo en la Internacional que degeneraba, sino también engendrar una fracción comunista que fuera capaz de sobrevivir al naufragio del movimiento revolucionario y desarrollar la teoría marxista durante la noche de la contrarrevolución. Durante los primeros años 20, sus argumentos a favor del abstencionismo respecto a la cuestión parlamentaria, en contra de unir a la vanguardia comunista con los grandes partidos centristas para dar una ilusión de “influencia en las masas”, en contra de la consigna del Frente unido, y del “gobierno obrero”, también se basaban en una profunda comprensión del método marxista. Lo mismo se puede decir de su análisis del nuevo fenómeno del fascismo y su rechazo consecuente de cualquier frente antifascista con los partidos de la burguesía “democrática”. El nombre de Bordiga está irrevocablemente asociado con esta fase de la historia de la Izquierda comunista italiana, pero a pesar de la gran importancia de su contribución militante, la Izquierda italiana no puede reducirse a Bordiga, igual que el bolchevismo no se limita a Lenin: ambos personajes fueron productos orgánicos del movimiento político proletario.
El aislamiento de la Revolución rusa había producido, como ya hemos dicho, un creciente divorcio entre la clase obrera y la máquina cada vez más burocrática del Estado – cuya expresión más trágica fue el aplastamiento en marzo de 1921 de la revuelta de los obreros y marineros de Kronstadt por el propio Partido bolchevique del proletariado, que estaba más y más implicado en el Estado. Pero precisamente porque era un verdadero partido proletario, el bolchevismo también produjo numerosas reacciones internas contra su propia degeneración. Lenin mismo – que en 1917 había sido el portavoz más claro de la izquierda del partido – hizo hacia el final de su vida, algunas críticas muy pertinentes de la inclinación del partido al burocratismo; y al mismo tiempo, Trotsky se convirtió en el representante principal de una Oposición de izquierdas, que trató de restaurar las normas de democracia proletaria dentro del partido, y que continuó combatiendo las expresiones más notables de la contrarrevolución estalinista, particularmente la teoría del “socialismo en un solo país”. Pero en gran medida porque el bochevismo había minado su propio papel como vanguardia proletaria al fusionarse con el Estado, las corrientes de izquierda más importantes en el partido, tendían a estar dirigidas por figuras menos conocidas que fueron capaces de permanecer más cerca de la clase que de la máquina estatal. Ya en 1919, el grupo Centralismo democrático, dirigido por Ossinski, Smirnov y Sparanov, había comenzado a advertir contra el “vaciamiento” de los soviets y el creciente alejamiento de los principios de la Comuna de París. Críticas similares hizo en 1921 el grupo de la Oposición obrera, dirigido por Kollontai y Shliapnikov, aunque éste último resultó menos riguroso y duradero que los “Decistas” (de las siglas en inglés “Democratic Centralism”), que siguió jugando un papel importante durante los años 20, y que iba a desarrollar una posición similar a la de la Izquierda italiana.
En 1923, el grupo obrero de Miasnikov sacó un Manifiesto y desarrolló una importante intervención en las huelgas de ese año. Su posición y sus análisis eran próximos a los del KAPD. Todos estos grupos, no sólo surgieron del partido bolchevique, sino que continuaron luchando dentro del partido por volver a los principios originales de la revolución. Pero a medida que las fuerzas de la contrarrevolución ganaban fuerza dentro del partido, la cuestión clave era la capacidad de las diferentes corrientes de oposición de ver la verdadera naturaleza de esta contrarrevolución, y de romper con cualquier esbozo de lealtad sentimental a sus expresiones organizadas. Esto mostró la divergencia fundamental entre Trotski y la Izquierda comunista rusa: mientras el primero iba a permanecer toda su vida vinculado a la noción de la defensa de la Unión soviética e incluso a la de la naturaleza obrera de los partidos estalinistas, los comunistas de izquierda vieron que el triunfo del estalinismo – incluidos sus “giros a la izquierda” que confundieron a muchos de los seguidores de Trotski – significaba el triunfo del enemigo de clase e implicaba la necesidad de una nueva revolución. Sin embargo, muchos de los mejores elementos de la oposición trotskista – los llamados “irreconciliables” – fueron por su parte más allá que las posiciones de la Izquierda comunista a finales de los años 20 y comienzos de los 30. Pero el terror estalinista ya casi había eliminado esos grupos a fines de la década.
En contraste con esta trayectoria, la Fracción de izquierda italiana en torno a la revista Bilan, definió correctamente las tareas del momento: primero no traicionar los principios elementales del internacionalismo ante la marcha a la guerra; segundo, sacar un “balance” del fracaso de la oleada revolucionaria y en particular de la Revolución rusa, y elaborar las lecciones apropiadas que puedan servir de teoría para la fundación de los nuevos partidos que emergerán del futuro resurgir de la lucha de clases. La guerra en España fue un test particularmente duro para los revolucionarios; muchos capitularon a los cantos de sirena del antifascismo y no vieron que ambos bandos en la guerra eran imperialistas, que se trataba de un ensayo general de la próxima guerra mundial. Bilan sin embargo, se mantuvo firme y llamó a la lucha de clases contra ambas facciones de la burguesía, la fascista y la republicana, igual que Lenin denunció ambos bandos en la Primera Guerra mundial. Al mismo tiempo, las contribuciones teóricas que hizo esta corriente – con la que más tarde se reagruparían otras fracciones en Bélgica, Francia y Mexico – fueron inmensas e irremplazables. En sus análisis de la degeneración de la Revolución rusa – que nunca le llevó a cuestionar el carácter proletario de 1917; en sus investigaciones sobre los problemas del futuro período de transición; en su trabajo sobre la crisis económica y las bases de la decadencia del capitalismo; en su rechazo de la posición de la Internacional comunista de apoyo a las luchas de “liberación nacional”; en su elaboración de la teoría del partido y la fracción; en sus continuas pero fraternas polémicas con otras corrientes políticas proletarias; en estas y muchas otras áreas, la Fracción de izquierda italiana cumplió sin duda su tarea de poner las bases programáticas para las organizaciones proletarias del futuro.
La fragmentación de los grupos de la Izquierda comunista en Alemania se completó con el terror nazi, a pesar de que bajo el régimen de Hitler aún persistió alguna actividad revolucionaria clandestina. Durante los años 30, la defensa de las posiciones revolucionarias de la Izquierda alemana fue ampliamente llevada a cabo en Holanda, particularmente por el trabajo del Grupo de comunistas internacionalistas; también en América por el grupo dirigido por Paul Matick.
Como Bilan, la Izquierda alemana permaneció fiel al internacionalismo resistiendo las tentaciones de “defender la democracia” frente a todas las guerras imperialistas locales que allanaron el camino a la carnicería global. Continuó profundizando su comprensión de la cuestión sindical, de las nuevas formas de organización obrera en la época de la decadencia del capitalismo, de las raices materiales de la crisis capitalista, de la tendencia al capitalismo de Estado. También mantuvo una intervención importante en la lucha de clases, particularmente hacia el movimiento de los desempleados. Pero la izquierda holandesa, traumatizada por la derrota de la revolución rusa, se deslizaba cada vez más hacia la negación consejista de la organización política, y por ende de su propia función. Junto a esto, también desarrollaba un rechazo total del bolchevismo y de la revolución rusa, que rechazaron como burgueses desde el principio. Estas teorizaciones fueron la semilla de su posterior desaparición. Aunque el comunismo de izquierda en Holanda continuó incluso bajo la ocupación nazi, y dio origen a una importante organización después de la guerra – Spartacusbund, que inicialmente volvió atrás a la posición pro-partido del KAPD –, las concesiones de la Izquierda holandesa al anarquismo sobre las cuestiones organizativas, hicieron que cada vez fuera más difícil para ella mantener cualquier clase de continuidad organizada los años siguientes.
La Izquierda italiana por su parte, mantuvo en cierto modo la continuidad organizativa, pero no sin que la contrarrevolución se cobrara su precio. Justo antes de la guerra, la Fracción italiana se vio desorientada por la “teoría de la economía de guerra”, que negaba la inminencia de la guerra mundial, pero su trabajo continuó, particularmente a través de la aparición de la Fracción francesa en medio del conflicto imperialista. Hacia el final de la guerra, el estallido de importantes luchas proletarias en Italia creó más confusión en las filas de la fracción; la mayoría volvió a Italia para formar, con Bordiga, que había estado inactivo políticamente desde los años 20, el Partido comunista internacionalista de Italia, que aunque se opuso a la guerra imperialista, se formó sobre bases programáticas poco claras y con un análisis fallido del período: creían que se desarrollaría un combate revolucionario.
La mayoría de la fracción francesa se oponía a esta orientación política, y comprendió más rápidamente que el período era aún de contrarrevolución triunfante, y que, consecuentemente, las tareas de la fracción no habían terminado. La Izquierda Comunista de Francia, continuó trabajando pues en el espíritu de Bilan, y aunque no abandonó su responsabilidad de intervenir en las luchas inmediatas de la clase, concentró sus energías en el trabajo de clarificación política y teórica, y llevó a cabo importantes avances, particularmente sobre la cuestión del capitalismo de Estado, el período de transición, los sindicatos y el partido. Manteniendo el riguroso método marxista de la Izquierda italiana, fue también capaz de integrar algunas de las mejores contribuciones de la Izquierda germano-holandesa en su bagaje programático.
Mientras que las Izquierdas alemana y holandesa básicamente fueron incapaces de hacer un verdadero trabajo de fracción, los camaradas de la Izquierda italiana, no sólo consiguieron no ser expulsados de la Internacional comunista a las primeras de cambio, sino que se las apañaron para llevar una lucha heroica contra el oportunismo y el estalinismo en condiciones muy difíciles de trabajo en la ilegalidad en Italia y de creciente disciplina militar en la Internacional comunista.
Hasta antes del estallido de la Segunda Guerra mundial, Bilan se distinguió por su claridad sobre la comprensión de la relación de fuerza entre las clases, sobre el curso histórico a la guerra – y el grupo estuvo armado para rechazar el antifascismo incluso al precio de un terrible aislamiento. Su rechazo a apoyar a la burguesía democrática fue la condición para permanecer fieles al internacionalismo proletario en la Guerra de España y en la Segunda Guerra mundial. Esto resalta en claro contraste con los trotskistas, que durante los años 30 abogaron por el entrismo en los partidos socialdemócratas como medio para luchar contra el ascenso del fascismo, y que ante el estallido de la guerra en España vieron el momento de una nueva oleada revolucionaria de luchas. Contrariamente a la actitud oportunista e inmediatista de Trotski y sus seguidores, Bilan ofreció una claridad histórico-política que sirvió como punto de referencia para los internacionalistas no solo de entonces, sino también para los grupos políticos que surgieron a finales de la contrarrevolución a partir de 1968.
Después de haber recordado los dos casos más importantes de degeneración de partidos proletarios y la reacción del proletariado contra ella creando “anticuerpos”, o sea las fracciones, ahora queremos recordar algunos elementos de su lucha.
Bilan definió así la función y las condiciones de formación de una fracción:
“La fracción, como el partido, se genera por la situación de la lucha de clases y no por la voluntad de las individualidades. Aparece como una necesidad cuando el partido refleja la ideología burguesa sin llegar a expresarla aún, y su posición en el mecanismo de las clases significa ya un ganglio del sistema de dominación burguesa. Vive y se desarrolla con el desarrollo del oportunismo para convertirse en el único lugar histórico donde el proletariado se organiza en clase.
“Al contrario, la fracción surge como necesidad histórica para mantener una perspectiva para la clase y como tendencia orientada a la elaboración de datos cuya ausencia, producto de la inmadurez del proletariado, permite el triunfo del adversario. En la IIª Internacional, la génesis de las fraccione se encuentra en la reacción a la tendencia del reformismo de incorporar gradualmente al proletariado en el aparato de Estado del capitalismo.
“La fracción crece, se delimita, se desarrolla en el seno de la IIª internacional paralelamente al curso del oportunismo y a la elaboración de los datos programáticos nuevos, mientras que esta última intenta aprisionarla en los partidos de masa corrompidos con el fin de romper su trabajo histórico. En la IIIª Internacional, la maniobra envolvente del capitalismo se desarrolla en torno a Rusia, y el centrismo intentará hacer converger los PC hacia la preservación de los intereses económicos del Estado proletario dándoles una función de desviar las luchas de clase en cada país...» (Bilan nº 17, abril 1935).
Por supuesto una fracción siempre puede constituirse como tal. El momento de su fundación no puede decidirlo la mayoría de la organización o los órganos centrales, sino que depende de lo que decidan los militantes implicados.
Sin embargo, la formación de una fracción tiene que seguir un método.
Por eso, no es suficiente proclamar tan fuerte como sea posible que una organización está degenerando en cuanto comienza un debate con posiciones fuertemente antagonistas. Avanzar el concepto de degeneración no puede ser nunca un insulto, sino que es una apreciación política que tiene que probarse de forma materialista.
Como insistió Bilan, la formación de una fracción se hace necesaria cuando hay que hacer lo que sea posible para prevenir que una organización caiga en manos de la clase enemiga. La constatación de una degeneración implica por tanto emprender una lucha larga y tenaz; requiere aceptar trabajar para el futuro, rechazando cualquier posición precipitada; así que es totalmente opuesto a la impaciencia, y una apreciación semejante no puede basarse nunca en una sensación pasajera, o en un mal momento, en pocas palabras, la acusación de que una organización está degenerando no puede plantearse sin rigor, sino que tiene que basarse en un análisis materialista.
Por ejemplo la delegación del KAPD en el congreso de Moscú de la Internacional comunista en 1921 calificó al Partido bolchevique y al Internacional comunista como un cuerpo en degeneración que estaba siendo absorbido por la burguesía. En ese momento el diagnóstico era prematuro. Como mostramos en nuestra serie de artículos sobre la revolución alemana (Revista internacional nº 81 a 99), al establecer tal diagnóstico, el KAPD cometió un error capital, con la consecuencia de que fue incapaz de implicarse en una verdadera lucha como fracción en el interior de la Internacional comunista.
Una fracción solo puede formarse después de un largo debate, una intensa lucha en el seno de la organización, donde las divergencias no están limitadas a uno o dos puntos, sino que implican una orientación totalmente diferente – donde una parte se mueve hacia el abandono de las posiciones de clase y la otra parte se opone a esto.
Solo cuando ha tenido lugar esta larga lucha, cuando todos los pasos previos se han mostrado insuficientes para prevenir que la organización avance hacia la degeneración, la fracción es una necesidad imperativa. En esos casos, cuando una organización está desbarrando hacia posiciones burguesas, sería entonces irresponsable no formar una fracción.
Una fracción siempre se caracteriza por su defensa del programa, su lealtad a las posiciones de clase que una parte de la organización pone en cuestión. En oposición a las tentaciones oportunistas inmediatistas en la organización de abandonar el programa en nombre de concesiones a la ideología burguesa, la fracción lleva una lucha teórico-política-programática que le conduce al establecimiento de una serie de contraposiciones que son parte de un marco teórico más amplio.
Así, las corrientes de izquierda que se opusieron a las tendencias oportunistas ante la Primera Guerra mundial, nunca se limitaron a una mera defensa del programa, sino que destacaron las raíces histórico-políticas más profundas de las cuestiones que estaban en el candelero y ofrecieron un marco teórico-programático para entender la nueva situación. En este sentido, la fracción es más que la lealtad al viejo programa, una fracción ofrece sobre todo un nuevo marco teórico para comprender las nuevas condiciones históricas, puesto que el marxismo no es, de ninguna manera, “invariante”, sino que siempre ofrece un análisis capaz de integrar nuevos elementos de una situación.
“Esto tiene que servir para demostrar que la fracción no puede vivir, formar cuadros, representar realmente los intereses finales del proletariado, más que a condición de manifestarse como una fase superior del análisis marxista de las situaciones, de la percepción de las fuerzas sociales que actúan en el seno del capitalismo, de las posiciones proletarias sobre los problemas de la revolución, y no como un organismo que toma como fundamento los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista – que no podían contener una respuesta a situaciones que no estaban maduras...” (Bilan, idem).
Sin la crítica del oportunismo antes de la Primera Guerra mundial, sin el trabajo teórico analítico de los internacionalistas durante la guerra, los revolucionarios nunca hubieran podido comprender la nueva situación. Por ejemplo, el Folleto de Junius de Rosa Luxemburg, o el Imperialismo fase superior del capitalismo de Lenin, o El Imperialismo y las tareas del proletariado, de Pannekoek, fueron contribuciones teóricas vitales hechas durante ese período.
Y cuando la Internacional comunista empezó a embarcarse en una deriva oportunista tras 1920, propagando de nuevo los viejos métoidos de lucha, las fracciones de izquierda demostraron que las nuevas condiciones del capitalismo no permitían una vuelta al pasado. Eran las únicas que habían empezado a comprender las implicaciones de la nueva época (si bien es cierto que de una forma todavía parcial, fragmentada y muy confusa).
El mecanismo de defensa que representa la fracción está siempre determinado por tanto por la necesidad de entender una nueva situación histórica. Una fracción está obligada a presentar una nueva coherencia teórica llevando a la organización a un mayor nivel de comprensión.
“Se afirma como organismo progresivo fijándose el objetivo central de impulsar el movimiento comunista a un estadio superior de su evolución doctrinal, aportando su propia contribución a la solución internacional de los nuevos problemas planteados por las experiencias de la revolución rusa y del período de declive del capitalismo” (Bilan nº 41, Mayo 1937).
Puesto que la lucha de una fracción no se limita nunca a oponer una posición alternativa sobre un simple asunto, sino que tienen que acompañarse de un marco más amplio, Bilan destacaba respecto a Trotski, que quería actuar principalmente como “corriente de oposición” al ascenso del estalinismo, que Trotski nunca comprendió realmente el reto al que tenían que enfrentarse los revolucionarios:
“a Trotski se debe haber ahogado la posible formación de una fracción homogénea en Rusia, al haberla separado de la base mundial en la que se movía, al haber impedido el trabajo de formación de fracciones en los diferentes países, proclamando la necesidad de grupos de oposición llamados a reenderezar los PC. Con esto, reducía una lucha gigantesca de los núcleos marxistas contra el bloque de fuerzas capitalistas que había incorporado al Estado proletario, al centrismo, a la conservación de sus intereses, en una simple lucha de presión para impedir una industrialización desproporcionada y efectuada bajo la bandera del socialismo en un solo país, y los errores de los PC que llevarían a la derrota” (Bilan nº 17, 1935).
Ni que decir tiene que enriquecer el marxismo, estando obligados a profundizar las cuestiones en el candelero, no puede hacerse en una “escaramuza”. En el mismo sentido que la construcción de la organización no puede ser el intento impaciente de levantar un castillo de naipes, sino que requiere los esfuerzos más perseverantes, combatir los peligros del inmediatismo, la impaciencia, el individualismo, etc., una fracción tiene que rechazar cualquier precipitación.
Una degeneración es siempre un proceso largo. Una organización nunca se colapsa de repente, sino que pasa a través de una fase de agonía. No es como un combate de boxeo, que termina a los 15 asaltos, sino una lucha a vida o muerte, que termina con el triunfo de una parte sobre otra, porque las dos posiciones son incompatibles. Una parte, la parte oportunista en degeneración, se mueve hacia las posiciones burguesas y la traición, mientras que la otra defiende el internacionalismo. En esta lucha se desarrolla una relación de fuerzas, que en el caso de que triunfe la degeneración y traición, significa que toda vida proletaria ha desaparecido del partido.
En el caso del SPD y otros partidos en degeneración de la IIª Internacional, este proceso duró aproximadamente doce años.
Pero incluso cuando la dirección del SPD traicionó el internacionalismo proletario en Agosto 1914, los internacionalistas no desertaron, sino que lucharon por el partido durante 3 años, antes de que desapareciera toda vida proletaria del SPD y el partido se perdiera definitivamente para el proletariado.
La degeneración de la Internacional comunista duró alrededor de media docena de años – con una intensa resistencia desde dentro. Este proceso duró en sus afiliados, los PC, varios años, dependiendo de la capacidad de los diferentes partidos de oponerse a la dominación del partido ruso, que a su vez estaba en función del peso de las tendencias de izquierda comunista en cada partido.
Los comunistas de izquierda italianos, que fueron los defensores más consecuentes e incondicionales de la organización, combatieron hasta 1926, antes de ser expulsados de la Internacional comunista. El mismo Trotski no fue expulsado hasta 1927 del Comité del Partido y deportado a Siberia en 1928.
Contrariamente a cualquier tipo de impaciencia pequeño burguesa, y subestimación de la necesidad de la organización revolucionaria, la Fracción siempre se planteó una lucha a largo plazo.
Respecto a esta cuestión, los espartaquistas durante la Iª Guerra mundial fueron un punto de referencia para el trabajo de la Fracción italiana durante los años 20.
La historia ha mostrado que los que abandonan la lucha por la defensa de la organización demasiado pronto, están abocados al desastre.
Por ejemplo, los internacionalistas en torno a Borchert y el periódico Lichstrahlen de Hamburgo, y Otto Rühle de Dresde, en Alemania, decidieron rápidamente el abandono del SPD, y terminaron adoptando posiciones consejistas, y rechazando la necesidad de los partidos políticos al final de la guerra, en medio de la oleada revolucionaria de luchas.
El KPD estaba dividido en torno a cuestiones esenciales como la actitud frente a las elecciones parlamentarias y el trabajo en los sindicatos, y su dirección, a cargo de Paul Levi, expulsó a la mayoría de la organización, empujándola a formar el KAPD en abril de 1920. En vez de llevar a cabo un intenso debate en las filas del KPD que permitiera esclarecer esas cuestiones básicas, a lo que se asistió fue a una asfixia del debate mediante métodos monolíticos. El KPD fue a la escisión a los 10 meses de vida. La Internacional comunista expulsó al KAPD tras un ultimátum en 1921, no permitiendo que se constituyera como fracción en el seno de la IC.
Y fue una verdadera tragedia de la historia que la corriente del KAPD, que había sido expulsada del KPD y de la Internacional comunista, se viera inmediatamente afectada por el virus de la escisión, porque en cuanto que aparecieron profundas divergencias en sus filas, en un contexto de retroceso de la lucha de clases, el partido se escindió en dos partes: las tendencias de Essen y Berlín (1922).
La defensa del programa por tanto, no puede separarse de una lucha larga y tenaz por la defensa de la organización.
Crear una nueva organización antes que la lucha por la defensa de la organización haya concluido en una victoria o derrota, significa desertar, o encaminarse a un fiasco.
Abandonar la lucha como fracción para precipitarse a la formación de una nueva organización, contiene el riesgo de construir una organización que está congénitamente abocada a la autodestrucción con el riesgo de verse ahogada por el oportunismo y el inmediatismo.
La aventura a la que se lanzó el KAPD en 1921 de crear una Internacional comunista obrera fue un fracaso.
Y cuando la Izquierda italiana, que había sido capaz de defender la tradición del trabajo de fracción contra las tendencias oportunistas e inmediatistas de los miembros de la fracción sobre la guerra de España en 1937, y contra las teorías de Vercesi, votó en 1943 a favor de la formación precipitada y sin principios del PCI, se embarcó en una vía peligrosa – que llevaba los gérmenes del oportunismo.
Finalmente, como hemos visto, el proceso de degeneración nunca se limita a un país, sino que es un proceso internacionalista. Como la historia ha mostrado, aparecen voces diferentes que presentan un cuadro muy heterogéneo, pero que se oponen todas a las tendencias oportunistas y de degeneración.
Al mismo tiempo, la lucha de una fracción tiene que ser internacional y no puede limitarse a los confines de un país, como muestran los ejemplos de la 2ª y la 3ª Internacional.
Como se ha mencionado antes, las diferentes fracciones de izquierda en la IIª Internacional no se reagruparon para trabajar de forma centralizada, y desafortunadamente, las fracciones de izquierda que fueron explusadas de la Internacional comunista también fueron incapaces de trabajar de forma centralizada.
Mientras que en las organizaciones burguesas es una práctica común organizar reuniones secretas para elaborar intrigas y tramar complots, en las organizaciones proletarias es un principio elemental prohibir las reuniones secretas. Los miembros de una minoría o de una fracción tienen que reunirse a las claras, para que cualquier militante de la organización pueda asistir a sus reuniones.
La lucha contra las organizaciones paralelas y secretas fue un combate central de la Primera Internacional, que descubrió la Alianza secreta de Bakunin que operaba en sus filas.
No es casualidad que Bordiga insistiera en estas cuestiones: “tengo que decir claramente que esta reacción sana, útil y necesaria, no puede y no debe presentarse como una maniobra o una intriga, bajo la forma de murmuraciones que se difunden en los pasillos” (Bordiga, VI plenario de la IC, febrero-marzo 1926).
Entraremos más en esta cuestión en la segunda parte de este artículo, cuando planteemos la necesidad de proteger a la fracción de los ataques de la dirección en degeneración, que como en el caso del SPD, estaba dispuesta a mandar a Liebnechkt a las trincheras para así exponerlo a la muerte, ni en denunciar las voces internacionalistas en sus filas; o como en el caso del partido bolchevique estalinizado, el cual silenció a los miembros del partido por medios represivos.
D.A.
[1] Periódico publicado por la Izquierda comunista de Francia, antepasado político de la CCI, al final de la Segunda Guerra mundial. Ver nuestros folletos La Izquierda comunista de Italia y La Izquierda comunista de Francia
[2] Rosa Luxemburg (1870-1919) una de las figuras más preclaras del movimiento obrero internacional. De origen polaco se fue a vivir a Alemania para militar en el Partido socialdemócrata (militando también en la Socialdemocracia polaca) en el cual se hizo rápidamente notar como una de las principales teóricas del SPD antes de llegar a ser una dirigente de la Izquierda de ese partido. Estuvo encarcelada durante la mayor parte de la guerra mundial por sus actividades internacionalistas, siendo liberada por la Revolución alemana en noviembre de 1918. Participó activamente en la fundación del KPD (el Partido comunista de Alemania, cuyo programa redactó) a finales de ese año antes de que, dos semanas después, fuera asesinada por los “cuerpos francos” sicarios del gobierno dirigido por sus antiguos “camaradas” del SPD, partido que se había vuelto el mejor defensor del orden capitalista.
[3] Eduard Bernstein (1850-1932), colaborador de Engels hasta la muerte de éste en 1895, empezó a publicar a partir de 1896 una serie de artículos llamando a una “revisión” del marxismo que hicieron de él el principal “teórico” de la corriente oportunista en el SPD
[4] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[5] August Bebel (1840-1913), uno de los principales fundadores y dirigentes de la Socialdemocracia alemana y de la IIª Internacional. Hasta su fallecimiento fue una figura de proa de esas dos organizaciones
[6] Anton Pannekoek (1873-1960), principal teórico de la Izquierda de la Socialdemocracia de Holanda, militante también del SPD antes de la guerra, fundador del Partido comunista de Holanda y dirigente de la Izquierda de este Partido, que acabará formando la corriente “comunista de consejos”.
[7] Clara Zetkin (1857-1933), miembro del SPD dentro del cual ella se situaba a la izquierda junto a su amiga Rosa Luxemburg. Espartaquista durante la guerra, es una de los fundadores del Partido comunista de Alemania (KPD).
[8] Franz Mehring (1846-1919), uno de los líderes y teóricos del ala izquierda de la Socialdemocracia alemana. Espartaquista durante la guerra y fundador con Rosa, Liebknecht y otros, del KPD
[9] Julian Marchlewski (1866-1925), dirigente de la SDKPiL junto a Luxemburg y Jogiches. Militante también en Alemania, participó ahí activamente en la batalla contra la guerra así como en la primera andadura de la Internacional comunista[9]
[10] Léase nuestro folleto sobre la Izquierda germano-holandesa, (en inglés o francés). «La lucha contra el sectarismo en el SDP se planteó desde el principio. En mayo de 1909, Mannoury, uno de los líderes del partido y conocido matemático, declaró que el SPD era el único partido socialista, puesto que el SDAP se había convertido en un partido burgués. Görter, que era de los que más amargamente había luchado contra Toelstra, se opuso vigorosamente a esa concepción. Desde la minoría al principio, mostró que aunque el revisionismo lo llevara hacia el terreno burgués, el SDAP era un partido oportunista en el campo del proletariado. Esta posición tenía implicaciones directas a nivel de la agitación y la propaganda en la clase. Era posible de hecho luchar junto al SDAP mientras éste defendiera posiciones de clase, sin hacerle la mínima concesión teórica» (La gauche hollandaise, p. 34).
[11] La cita siguiente la hemos extraído de “La izquierda comunista y la continuidad del marxismo”, un artículo nuestro publicado en Tribuna proletaria en Rusia, y en Internet (ver nuestro sitio) en versión inglesa.
[12] Amadeo Bordiga (1889-1970) se adhirió al Partido socialista italiano (PSI) en 1910, situándose en la extrema izquierda. Militante incondicional contra la guerra y el reformismo, se volvió antiparlamentario, participando en la formación de una “fracción socialista intransigente” del PSI en 1917. Fue elegido para la dirección de la nueva sección italiana de la Internacional comunista tras la escisión con el PSI en 1921. Se le excluyó del PCI en 1930, se mantuvo al margen de las organizaciones hasta 1949 cuando se unió al Partido comunista internacionalista. Tras la escisión de 1952, participó en la formación del Partido comunista internacional, siendo en él su principal teórico hasta su muerte
NO
SE HABÍAN terminado todavía las operaciones militares en
Afganistán cuando ya se estaba desencadenando otra matanza en Oriente
Próximo. Y en pleno degolladero tanto en Cisjordania como en Jerusalén,
se está preparando ya una nueva intervención contra Iraq.
Irremediablemente el mundo capitalista se hunde en el caos y en la barbarie
bélica. Y cada nuevo baño de sangre pone más todavía
al desnudo la locura asesina que genera este sistema.
Oriente Próximo se ha vuelto a precipitar en la guerra. El conflicto
palestino-israelí, cuyos orígenes hay que ir a buscar en
el reparto imperialista de la región en 1916 entre Gran Bretaña
y Francia, ha estado ya marcado por cuatro guerras "declaradas"
en 1956, 1967, 1973 y 1982. Pero desde que empezó la segunda Intifada
en septiembre de 2000, el conflicto ha alcanzado una dimensión
nunca vista en violencia y matanzas a destajo. Ante la presión
de los hechos, los difíciles acuerdos de Oslo y los años
de negociación para instaurar un proceso de paz se han hecho añicos.
Este conflicto se inscribe claramente en una espiral sin fin de locura
asesina marcada por un desencadenamiento de caos y de barbarie. La guerra
ya no es el resultado de la lucha entre dos campos imperialistas rivales,
sino la expresión de un desbarajuste general y del caos dominante
en las relaciones internacionales.
Desde el 11 septiembre, es la escalada vertiginosa en la política
de "cuanto peor, mejor". Cada protagonista va lanzado con la
misma lógica destructora que Al Qaeda con los atentados de las
Torres Gemelas en los que los asesinos son a la vez suicidas. Por un lado
se multiplican los atentados suicidas de kamikazes fanatizados - a menudo
jóvenes de apenas 20 años - cuyo único objetivo es
matar a la mayor cantidad de gente a su alrededor. Esos atentados terroristas
son guiados a distancia por una u otra fracción burguesa, desde
la nacionalista, y de Hamas hasta las Brigadas de Al-Aqsa, pasando por
Hezbolá, y eso cuando no están directamente manipulados
por el Mosad, los servicios secretos del Estado israelí. Por otro
lado, paralelamente, los Estados se meten en el mismo engranaje para defender
sus propios intereses imperialistas, lanzándose a ciegas en aventuras
guerreras sin salida, cuya única finalidad es sembrar muertes y
destrucciones. Es así como Israel se ve impelida a calcar su comportamiento
belicoso, agresivo y arrogante del de Estados Unidos. Sharon usa los mismos
argumentos que Bush para justificar su huida ciega en el belicismo y su
"cruzada" "contra el terrorismo". Esto se plasma en
la ocupación y el bloqueo actuales de las ciudades de Cisjordania
por los tanques, los desmanes del ejército israelí que dispara
contra quien sea, ametralla las ambulancias y los hospitales, bombardea
campos de refugiados, registra y saquea las viviendas una tras otra, dinamita
barrios, destruye infraestructuras vitales y deja morirse de hambre a
la población a la vez que la aterroriza.
Cada Estado, especialmente las grandes potencias rivales de EE.UU., intenta
sacar el mejor partido de la situación para sus propios intereses
y así atajar o desestabilizar las operaciones de los demás
imperialismos en competencia. Los falsos remilgos indignados, la careta
"pacifista" y los intentos de "mediación" de
las potencias europeas en especial, no hacen sino echar más leña
al fuego.
Así ocurre con esas fracciones de la burguesía que presentan
la espiral de las guerras y del militarismo como únicamente el
resultado de los sectores "halcones" del capitalismo, Sharon
o Bush, a quienes habría que oponer la "ley internacional"
basada en los "derechos humanos". Las grandes manifestaciones
organizadas en el mundo entero en contra o a favor de la política
de Sharon (y de Bush), sean cuales sean las intenciones proclamadas, no
tienen otro resultado que el llevar a las poblaciones a "escoger
su campo", a alimentar las tensiones y cultivar un clima de odio
entre las diferentes comunidades.
La burguesía siempre quiere hacer creer que la responsabilidad
de una situación incumbe a tal o cual jefe de Estado, a tal o cual
nación, a este o aquel campo, a este o aquel pueblo. Cada burguesía
alega con la mayor hipocresía que ella actúa "en servicio
de la paz", por la "defensa de la democracia" o de "la
civilización". Con ello lo que hace es encubrir sus propias
maniobras criminales, esquivando sus responsabilidades.
Cuando se presenta la ocasión, se permite juzgar y condenar a algún
que otro de sus semejantes ante la historia como "criminales de guerra".
La función esencial de los juicios de Nuremberg que los vencedores
de la segunda carnicería imperialista mundial, entre 1945 y 1949,
organizaron contra los jefes nazis, era la de justificar las monstruosidades
cometidas por las grandes democracias en Dresde, Hamburgo o en Hiroshima
y Nagasaki. Y ha sido para dar legitimidad a los bombardeos sobre Serbia
y Kosovo y ocultar la complicidad activa de las grandes potencias en todas
las atrocidades cometidas durante los conflictos de la antigua Yugoslavia
si hoy también el Tribunal Penal Internacional de La Haya juzga
a Milosevic.
De igual modo, y después de los hechos, la "comunidad internacional"
intenta justificar la guerra en Afganistán con su "misión
liberadora" del yugo de los talibanes: la pseudo liberación
de las mujeres, el restablecimiento de la libertad de comercio y del ocio
(televisión, radio, deporte...). El argumento parece tanto más
una burla por cuanto, al mismo tiempo, no cesan de incrementarse los enfrentamientos
entre las innumerables facciones y bandas rivales que han cogido las riendas
del país tras la caída de los talibanes.
Las pretensiones de la burguesía de servir la causa de la paz no
son más que patrañas.
Sea cual sea, la acción de la burguesía lo único
que hace es agravar más todavía el caos y la barbarie guerrera
a nivel mundial. Es una de las expresiones más patentes de la quiebra
histórica del capitalismo, de su putrefacción de raíz
y de la amenaza de destrucción que su supervivencia hace pesar
sobre la humanidad. En realidad, el verdadero responsable es el capitalismo
en su conjunto en cuyo seno la guerra se ha convertido en modo de vida
permanente.
La única fuerza social portadora de un porvenir para la humanidad,
es la clase obrera. A pesar de los obstáculos actuales que ante
sí encuentra, es la única clase capaz de poner término
al caos y a la barbarie capitalista, de instaurar una nueva sociedad al
servicio de la especie humana.
Mientras que el capitalismo procura repeler hacia la periferia las contradicciones
más violentas de su sistema y los efectos de su crisis económica,
el ejemplo de Argentina muestra las grandes dificultades de la clase obrera
para volver a encontrar y reafirmar su identidad de clase, al ser desviadas
sus luchas hacia el atolladero del interclasismo. (ver artículo
siguiente). A otro nivel, la clase obrera está hoy ante la trampa
del pacifismo, el cual, al sembrar las mismas ilusiones interclasistas,
aireadas sobre todo por los "antimundialistas", solo es una
manera de arrastrarla tras la defensa de los intereses nacionales de la
burguesía. El proletariado tiene la responsabilidad esencial de
integrar en el desarrollo de sus luchas, frente a los ataques de la burguesía,
la conciencia de lo que hoy está en juego históricamente
y del peligro mortal que el caos y la barbarie guerrera hacen correr a
la humanidad. Esto reforzará al cabo su determinación para
proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase: "El siglo
que empieza será decisivo para la historia de la humanidad. Si
el capitalismo prosigue su dominación sobre el planeta, la sociedad
se hundirá antes del 2100 en la barbarie más profunda, comparada
con la cual la del siglo XX parecería una simple jaqueca, una barbarie
que la hará volver a la Edad de piedra o que acabará, simplemente,
destruyéndola. Por eso, si existe un porvenir para la especie humana,
está totalmente en manos del proletariado mundial, cuya revolución
es lo único que podrá derribar la dominación del
modo de producción capitalista, responsable, a causa de su crisis
histórica, de toda la barbarie actual" ("Al inicio del
Siglo XXI ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún
con el capitalismo?" en Revista internacional nº 104, enero
de 2001).
Los acontecimientos en Argentina entre diciembre 2001 y febrero 2002 han despertado un fuerte interés en los elementos politizados de todo el mundo. Discusiones y reflexiones se han producido entre obreros combativos en los centros de trabajo. Algunos grupos trotskistas han hablado de "inicio de la revolución"; dentro de la Izquierda comunista, el BIPR han dedicado numerosos artículos y en una "Declaración" han afirmado que "en Argentina, los estragos causados por la crisis económica han puesto en movimiento a un proletariado fuerte y determinado en el terreno de la lucha y de la autoorganización, capaz de expresar una ruptura de clase" (1).
El interés suscitado por la situación de efervescencia social en Argentina es perfectamente legítima y comprensible. En efecto, desde el desmoronamiento del bloque del Este, en 1989, la situación internacional no ha estado marcada por movimientos proletarios de masas como lo fueron por ejemplo la huelga en Polonia en 1980 o luchas como la de Córdoba (el "cordobazo") en Argentina en 1969. La primera plana de los acontecimientos ha estado dominada por la barbarie bélica (guerra del Golfo en 1991, Yugoslavia, Afganistán, Oriente Medio...), los efectos cada vez más crueles del avance de la crisis económica mundial (despidos masivos, desempleo, recorte de salarios y pensiones) y las diferentes manifestaciones de la descomposición del capitalismo (destrucción del medio ambiente, multiplicación de catástrofes "naturales" y "accidentales", estallidos de fanatismo religioso, racial, de la criminalidad, etc.).
Esta situación - cuyas causas hemos explicado detalladamente (2) - hace que muchos elementos politizados dirijan su atención a acontecimientos donde parece romperse ese abrumador dominio de las "malas noticias": en Argentina las protestas callejeras han provocado un baile de presidentes sin precedentes (5 en 15 días), se han dado la forma de asambleas multitudinarias "autoconvocadas" y han expresado ruidosamente su rechazo a "todos los políticos".
Los revolucionarios deben seguir atentamente los movimientos sociales para así tomar posición e intervenir allí donde la clase obrera se manifiesta. Es indudable que los obreros han participado en las movilizaciones que han sacudido Argentina y que algunas luchas aisladas han formulado claras reivindicaciones clasistas y han chocado con el sindicalismo oficial. Somos solidarios con esos combates pero nuestra mejor contribución, como grupo revolucionario, es ante todo despejar la mayor claridad en el análisis de esos acontecimientos. De esa claridad depende la capacidad de las organizaciones revolucionarias para realizar una intervención adecuada, refiriéndose constantemente al marco histórico e internacional definido por el método marxista. Lo peor que pueden hacer las organizaciones de la vanguardia del proletariado es sembrar falsas ilusiones en nuestra clase, haciéndole tomar sus derrotas por victorias y su debilidad como si fuera fuerza. Un error así, al contrario de ayudar al proletariado a recuperar la iniciativa, a desarrollar sus luchas en su propio terreno de clase, a afirmarse como única fuerza social antagónica al capital, lo único que hace es hacer su tarea todavía más difícil.
Desde ese punto de vista la pregunta que nos hacemos es: ¿cuál ha sido la naturaleza de clase de los acontecimientos en Argentina? ¿Se trata de un movimiento donde el proletariado ha desarrollado, como dice el BIPR, su "autoorganización" y su "ruptura" con el capitalismo?. Nuestra respuesta es rotunda: NO. El proletariado en Argentina se ha visto sumergido y diluido en un movimiento de revuelta inter clasista. Ese movimiento de protesta popular, en el que se ha anegado la clase obrera, no ha expresado la fuerza del proletariado, sino su debilidad. No ha avanzado hacia su autonomía política ni hacia su autoorganización.
El proletariado no necesita consolarse ni agarrarse a quimeras ilusorias. Lo que necesita es encontrar el camino de su propia perspectiva revolucionaria, afirmarse en el ruedo social como única clase capaz de ofrecer un porvenir a la humanidad y, a partir de ahí, llevarse tras él a las demás capas sociales no explotadoras. Para ello, el proletariado necesita mirar la realidad de frente, y no debe temer la verdad. Para desarrollar su conciencia y poner sus luchas a la altura de la situación histórica actual, no puede zafarse a la crítica y la reflexión a fondo sobre los errores que comete y las dificultades por las que atraviesa. Los acontecimientos en Argentina servirán al proletariado mundial - y al propio proletariado argentino cuyas capacidades de combate no se han agotado ni mucho menos - si saca una lección clara de ellos: la revuelta interclasista no debilita al poder burgués a quien debilita principalmente es al propio proletariado.
No vamos a hacer aquí un análisis detallado de la crisis argentina. Remitimos para ello a nuestra prensa territorial (3).
Particularmente significativas de la situación son la brutal escalada del desempleo que ha pasado de un 7% en 1992 al 17% en octubre 2001 y en solo 3meses ha saltado al 20% (diciembre 2001) y la aparición por primera vez desde los tiempos de la colonia española del fenómeno del hambre en un país considerado hasta hace muy poco de "nivel europeo" y cuyas principales producciones son precisamente la carne y el trigo.
Lejos de ser un fenómeno local, provocado por causas como la corrupción o la voluntad de "vivir como europeos", la crisis argentina es un nuevo episodio de la agravación de la crisis económica del capitalismo. Esta crisis es mundial y afecta a todos los países. Pero eso no significa que les afecte a todos de la misma forma y al mismo nivel. "Aunque no perdona a ningún país, la crisis mundial ejerce sus efectos devastadores no en los más desarrollados, los más poderosos, sino en los que han llegado demasiado tarde al ruedo económico mundial y a los cuales la vía hacia el desarrollo económico ha quedado definitivamente cerrada por las potencias más antiguas" ("El proletariado de Europa Occidental en el centro de la lucha de clases" en Revista internacional nº 31). Además, ante la continua agravación de la crisis los países más fuertes toman medidas destinadas a defenderse de sus golpes y descargarlos sobre los países más débiles ("liberalización" del comercio mundial, "globalización" de las transacciones financieras, inversiones en sectores clave de los países más débiles aprovechando las privatizaciones, políticas del FMI etc.), es decir, todo lo que se ha llamado la "globalización". Esta no es otra cosa que un conjunto de medidas de capitalismo de estado aplicadas sobre la economía mundial por los grandes países para protegerse de la crisis y hacer recaer sus peores efectos sobre los más débiles(4). Los datos proporcionados por el Banco mundial (5) son elocuentes: entre 1980 y 2000 los acreedores privados recibieron del conjunto de países de América Latina 192000 millones de $ más que el monto que les habían prestado pero en 1999-2000, en solo dos años, esa diferencia ascendió nada menos que a 86200 millones de $, es decir, prácticamente la mitad de la diferencia producida en 20 años. Por su parte, el FMI otorgó entre 1980 y 2000 créditos a los países sudamericanos por un monto de 71300 millones de $ mientras que éstos le reembolsaron en ese mismo lapso de tiempo ¡86700 millones!.
Y sin embargo, la situación argentina no es más que la punta del iceberg: tras Argentina hay una serie de países, bastante importantes por diversas razones -papel en el suministro de petróleo, posición estratégica - que son candidatos a sufrir el mismo desmoronamiento económico y político: Venezuela, Turquía, México, Brasil, Arabia Saudí...
Como afirma el BIPR en su publicación italiana el capitalismo responde al hambre con más hambre. También deja claro que no hay ninguna alternativa en las múltiples fórmulas de "política económica" que proclaman gobiernos, oposiciones o "movimientos alternativos" como el Foro social de Porto Alegre. Las pócimas ingeniosas que estos demagogos ofrecen han sido descalificadas una tras otra por los hechos mismos en 30años de crisis (6) . Por eso concluyen con toda razón que "no hay que hacerse ilusiones: en el actual estado de cosas, el capitalismo lo único que es capaz de ofrecer es la miseria general y la guerra. Sólo el proletariado podrá atajar esa trágica deriva" (7).
Sin embargo, los movimientos de protesta en Argentina son evaluados por el BIPR de la siguiente forma: "[El proletariado] ha salido espontáneamente a la calle, llevándose tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de una pequeña burguesía proletarizada y pauperizada como él mismo. Todos juntos, han canalizado su cólera contra los santuarios del capitalismo, bancos, oficinas y sobre todo supermercados y otros almacenes que fueron asaltados como los hornos de pan de la Edad Media. A pesar de que al gobierno, esperando así intimidar a los rebeldes, no se le ocurrió mejor cosa que dar rienda suelta a una represión brutal, matando e hiriendo a mansalva, la revuelta no cesó, extendiéndose por todo el país, adquiriendo características cada vez más clasistas".
En las movilizaciones sociales que se han producido en Argentina ha habido tres componentes:
Primero, los asaltos a supermercados protagonizados esencialmente por marginados, gentes del lumpen y también por jóvenes parados.
Estos movimientos han sido ferozmente reprimidos por la policía, los vigilantes privados y los propios comerciantes. En una serie de casos han degenerado en robos de viviendas en barrios humildes o en saqueos de oficinas, almacenes (8) etc. La consecuencia principal de este "primer componente" del movimiento social es que ha conducido a trágicos enfrentamientos entre los propios trabajadores como lo ilustra el enfrentamiento sangriento entre piqueteros que querían llevarse alimentos y obreros almacenistas del Mercado central de Buenos Aires el 11 de enero (9).
Para la CCI, las manifestaciones de violencia en el seno mismo de la clase obrera (que en este caso son una ilustración de los métodos típicos de las capas lumpenizadas del proletariado) no son la expresión de su fuerza, sino, al contrario, de su debilidad. Esos enfrentamientos entre diferentes sectores de la clase obrera van, evidentemente, en contra de su unidad y de su solidaridad y sólo pueden servir los intereses de la clase dominante.
El segundo componente ha sido el "movimiento de las cacerolas".
Este ha sido protagonizado esencialmente por las "clases medias" exasperadas por el golpe bajo que ha significado el secuestro y devaluación de sus ahorros en el llamado "corralito". La situación de estas capas es desesperada: "entre nosotros, la pobreza se liga con el alto desempleo; en ella van cayendo además los "nuevos pobres", ex habitantes de la clase media, en virtud de una movilidad social descendente, inversa a la de la pujante Argentina migratoria de comienzos del siglo XX" (10). Empleados del sector público, jubilados, algún sector del proletariado industrial, comparten con los pequeño burgueses la misma puñalada del corralito: sus humildes ahorros conseguidos con el esfuerzo de una vida se han convertido prácticamente en humo; los complementos a unas pensiones de hambre se han volatilizado. Sin embargo, ninguna de esas características otorga al movimiento de las cacerolas un carácter de clase proletario sino que su naturaleza es la de una revuelta popular interclasista dominada por planteamientos nacionalistas y "ultrademocráticos".
El tercer componente lo forman toda una serie de luchas obreras.
Mencionemos, en particular: las huelgas de docentes en la gran mayoría de las 23 provincias argentinas; el combativo movimiento de los ferroviarios a nivel nacional; la huelga del hospital Ramos Mejías en Buenos Aires o la lucha de la fábrica Bruckmann en el Gran Buenos Aires, en los cuales ha habido choques tanto con la policía uniformada como con la policía sindical. Lucha de los trabajadores de Banca. Numerosas han sido también las movilizaciones de los desempleados que desde hace dos años vienen protagonizando cortes de carretera por todo el país (los famosos "piqueteros").
Los revolucionarios saludan evidentemente la enorme combatividad de que la clase obrera ha dado prueba en Argentina. Pero como lo hemos dicho siempre, la combatividad, por fuerte que sea, no es el principal y único criterio para tener una visión clara de la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad: la burguesía y el proletariado. La primera pregunta a la que debemos contestar es la siguiente: esas luchas obreras que han estallado por todo el país, ¿han desembocado en un movimiento unido de toda la clase obrera, un movimiento masivo capaz de superar los cortafuegos instalados por la burguesía (especialmente sus fuerzas de oposición democrática y sus sindicatos)? La realidad de los hechos nos obliga a responder claramente: NO. Y es precisamente porque las huelgas obreras quedaron dispersas y no han podido desembocar en un gran movimiento unificado de toda la clase obrera por lo que el proletariado en Argentina no ha sido capaz de ponerse a la cabeza del movimiento de protesta social y arrastrar tras sí, tras sus propios métodos de lucha, al conjunto de las capas no explotadoras. Al contrario, por su incapacidad para colocarse en la vanguardia del movimiento, sus luchas han quedado anegadas, diluidas y contaminadas por la revuelta sin perspectivas de las demás capas sociales, las cuales, por mucho que sean ellas también víctimas del desmoronamiento de la economía argentina, no tienen ningún porvenir histórico. Para los marxistas, el único método que nos pueda evitar la desorientación en una situación así se resume en la pregunta ¿quién dirige el movimiento? ¿Qué clase social tiene la iniciativa y marca la dinámica de los acontecimientos?. Solo si se es capaz de contestar correctamente a esa pregunta se podrá contribuir a que el proletariado avance en la perspectiva de liberarse a sí mismo y liberar a la humanidad de la trágica deriva a la que es conducido por el capitalismo.
Y aquí el BIPR yerra totalmente en el método. Contrariamente a su visión fotográfica y empírica, no ha sido el proletariado quien ha arrastrado a los estudiantes, a la juventud, a partes importantes de la pequeña burguesía, sino justamente lo contrario, la revuelta desesperada, confusa y caótica de un amasijo de capas populares la que ha anegado y diluido a la clase obrera. Un examen somero del planteamiento, las reivindicaciones y el tipo de movilización de las Asambleas populares de Barrio que han proliferado en Buenos Aires y se han extendido por todo el país lo prueba de forma fehaciente. ¿Qué pide la convocatoria de cacerolazo mundial del 2/3 de febrero de 2002 y que tuvo un eco entre amplios sectores politizados en más de 20 ciudades de 4 continentes? : "Cacerolazo global. Todos somos Argentina. Todo el mundo a la calle, New York City, Porto Alegre, Barcelona, Toronto, Montreal (agrega tu ciudad y tu país). ¡Que se vayan todos! FMI, Banco mundial, Alca, multinacionales ladronas, gobiernos /políticos corruptos, ¡Que no quede ni unos solo! ¡Viva la Asamblea popular! ¡Arriba pueblo argentino!" Este "programa", por mucha rabia que manifieste contra "los políticos", es el que estos están defendiendo todos los días, desde la extrema derecha a la extrema izquierda pues incluso los gobiernos "ultraliberales" saben darse toques de "crítica" al ultraliberalismo, las multinacionales, la corrupción etc.
Por otra parte, ese movimiento de protesta "popular" ha estado profundamente marcado por el nacionalismo más extremo y reaccionario. En todos los manifiestos de las Asambleas vecinales se repite hasta la náusea que el objetivo es "conseguir otra Argentina", "recuperar nuestro país por la base". En los sitios de Internet de varias Asambleas Vecinales se plantean debates de tipo nacionalista tales como ¿debemos pagar la deuda externa? ¿Cuál es la mejor solución, la pesificación o la dolarización?. En una WEB se propone loablemente la "formación y la toma de conciencia" de las gentes y para ello abre un debate sobre El Contrato social de Rousseau (11) y se pide una vuelta a los clásicos argentinos del siglo XIX como San Martín o Sarmiento.
Hay que ser muy miope (o buscar la seguridad contándose cuentos de hadas) para no ver que ese nacionalismo a ultranza también ha contagiado las luchas obreras: los trabajadores de TELAM encabezaban sus manifestaciones con banderas argentinas; en un barrio obrero del Gran Buenos Aires la asamblea contra el pago de un nuevo impuesto municipal comenzó y terminó entonando el himno nacional.
Al ser un movimiento interclasista, popular y sin perspectivas, no podía hacer otra cosa que preconizar las mismas soluciones reaccionarias que han conducido a la trágica situación en la que está hundida la población y con las que se han llenado la boca los partidos políticos, sindicatos, Iglesia etc. es decir, las fuerzas capitalistas contra las que el movimiento quiere luchar. Pero esa aspiración a repetir la situación anterior, ese buscar su poesía en el pasado, es una confirmación muy elocuente de su carácter de revuelta social impotente y sin porvenir. Como testimonia con toda sinceridad una participante en las Asambleas: "Muchos dicen que no tenemos propuestas, que lo único que sabemos hacer es oponernos. Y con orgullo podemos decir que es cierto, que nos oponemos al sistema establecido por el neoliberalismo. Como un arco tensado por la opresión, somos flechas disparadas contra el pensamiento único. Nuestra acción, estará sostenida, pie con pie por nuestros vecinos, para ejercer el más viejo derecho de los pueblos, la resistencia popular" (12).
En la propia Argentina, en 1969-73, el cordobazo, la huelga de Mendoza, la marea de luchas que inundó el país, constituyeron la clave de la evolución social. Sin tener ni mucho menos un carácter insurreccional marcaron el despertar del proletariado el cual a su vez condicionó toda la agenda política y social el país. Pero en la Argentina de diciembre 2001, a causa de la agravación de la descomposición de la sociedad capitalista, la situación no es la misma. El proletariado está hoy ante dificultades nuevas, ante obstáculos que tendrá que superar para poder afirmarse, impulsar su identidad y su autonomía de clase. Contrariamente al período de principios de los 70, la situación social en Argentina ha estado hoy marcada por un movimiento interclasista que ha diluido al proletariado y ha dejado, en el plano político, una huella efímera e impotente. Ciertamente el movimiento de las cacerolas ha conseguido una hazaña para el Guinnes cual es el derribo de 5 presidentes en 15 días. Pero todo eso no es sino humo de paja. Sea cual sea la camarilla en el gobierno sigue siendo la burguesía quien ejerce el poder en Argentina, como en todos los países del mundo. Actualmente, los sitios WEB de las Asambleas populares constatan amargamente cómo el movimiento se ha desvanecido como por encanto de tal forma que el astuto Duhalde ha logrado restablecer el orden sin haber siquiera atenuado la miseria galopante y sin que su plan económico suponga la más mínima solución.
En el presente periodo histórico que hemos calificado como la fase de descomposición del capitalismo (13), el proletariado corre un riesgo muy importante: el de la pérdida de su identidad de clase, la falta de confianza en sí mismo, en su capacidad revolucionaria para erigirse como una fuerza social autónoma y determinante en la evolución de la sociedad. Ese peligro es el producto de toda una serie de factores conectados entre sí:
- el golpe que fue para la conciencia del proletariado el hundimiento de los países del Este que la burguesía ha podido identificar fácilmente como "hundimiento del comunismo" y "fracaso histórico del marxismo y de la lucha de clases";
- el peso de la descomposición del sistema capitalista que erosiona los lazos sociales y favorece una atmósfera de competencia irracional incluso entre sectores mismos del proletariado;
- el miedo a la política y a la politización que es una consecuencia de la forma que tomó la contrarrevolución (a través del estalinismo "desde dentro" del propio bastión proletario y de los partidos de la Internacional comunista) y del enorme golpe histórico que significó la degeneración prácticamente sucesiva y en el lapso de una generación de las dos mejores creaciones de su capacidad política y consciente: primero los partidos socialistas y luego, apenas 10 años después, los partidos comunistas.
Ese peligro puede acabar impidiéndole tomar la iniciativa frente al desmoronamiento profundo de toda la sociedad, a la que conduce la crisis histórica del capitalismo. Argentina muestra con claridad ese peligro potencial: la parálisis general de la economía y convulsiones importantes del aparato político burgués, no han sido utilizadas por el proletariado para erigirse como una fuerza social autónoma, luchando por sus propios objetivos y ganando tras su estela a las demás capas de la sociedad. Sumergido dentro de un movimiento interclasista, típico de la descomposición de la sociedad burguesa, el proletariado se ha visto arrastrado a una revuelta estéril y sin futuro.
Por esta razón son muy peligrosas las especulaciones que han fomentado los medios trotskistas, autónomos, anarquistas, y, en general, del movimiento "antiglobalización" sobre los acontecimientos argentinos presentándolos como "inicio de una revolución", como "nuevo movimiento", como "demostración práctica de que otra sociedad es posible".
Lo más preocupante es que el BIPR se haya hecho eco de esas confusiones aportando su contribución a las quimeras sobre la "fuerza del proletariado en Argentina" (14).
Estas especulaciones desarman a las minorías que el proletariado hace surgir, que buscan actualmente una alternativa revolucionaria frente a este mundo que se hunde. Por eso mismo nos parece importante esclarecer las razones por las que el BIPR cree encontrar gigantes de "movimientos de clase" en lo que no son sino los molinos de viento de las revueltas interclasistas.
En primer lugar, el BIPR ha rechazado siempre el concepto de curso histórico con el cual hemos tratado de comprender la evolución de las relaciones de fuerza entre el proletariado y la burguesía en la presente situación histórica abierta con la vuelta al escenario social del proletariado en 1968. Al BIPR todo eso les parece puro idealismo, caer en "pronósticos y predicciones" (15). Su rechazo de este método histórico les lleva a una visión inmediatista y empirista tanto respecto a los hechos guerreros como a la lucha de clases. Vale la pena recordar el análisis que hizo el BIPR de la guerra del Golfo, presentada nada menos que como "comienzo de la tercera guerra mundial". Y fue con el mismo método "fotográfico" con el que presentaron la revolución de palacio que derribó el régimen de Ceaucescu (1989) casi como una "revolución". "Rumania es el primer país de las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una verdadera insurrección popular cuyos resultados han sido el derribo del gobierno (…) en Rumania todas las condiciones objetivas y casi todas las subjetivas están reunidas para transformar la insurrección en una auténtica revolución social" ("Murió Ceaucescu pero el capitalismo sigue vivo", Battaglia communista, enero de 1990).
Está claro que el rechazo de todo análisis del curso histórico solo puede llevar a dejarse zarandear por los acontecimientos inmediatos. Sin método de análisis de la situación histórica mundial y de la relación de fuerzas real entre las clases lleva al BIPR lo mismo a considerar una vez que estamos al borde de la tercera guerra mundial y la otra que estamos al borde de la revolución proletaria. Siguiendo el "método" de análisis del BIPR, ¿cómo pasa el proletariado de la situación de encuadramiento tras las insignias nacionales con el que se prepara una tercera guerra mundial a la situación en la que está listo para el asalto revolucionario? Esto sigue siendo para nosotros algo misterioso yseguimos a la espera de que el BIPR nos explique con coherencia esos ban dazos.
Por parte nuestra, frente a este vaivén desmoralizante solo la brújula de una visión global e histórica permitirá que los revolucionarios no sean un juguete de los acontecimientos y eviten confundir a su clase haciéndole creer en los reyes magos.
En segundo lugar, el BIPR no cesa de ironizar sobre nuestro análisis de la descomposición del capitalismo afirmando que "sirve para explicarlo todo". Sin embargo, el concepto de descomposición es muy importante para distinguir entre revuelta y lucha de clase del proletariado. Esta distinción es crucial en nuestra época. La situación actual del capitalismo mueve efectivamente a la protesta, el tumulto, los choques entre clases, capas y fracciones de la sociedad. La revuelta es el fruto ciego e impotente de las convulsiones agónicas de la sociedad que no contribuye a la superación de sus contradicciones sino a su pudrimiento y agravación. Es la expresión de una de las salidas de la perspectiva general que desgaja El Manifiesto comunista de la lucha de clases a lo largo de la historia "que terminó siempre con la transformación revolucionaria de la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna", siendo esta última alternativa la que proporciona la base al concepto mismo de descomposición. Frente a ello está la lucha de clase del proletariado que sí es capaz de expresarse en su terreno de clase, manteniendo su autonomía y avanzando hacia su extensión y autoorganización, puede convertirse en "el movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría" (ídem). Todo el esfuerzo de los elementos más conscientes del proletariado y de forma más general de los obreros en lucha está en no confundir revuelta con lucha autónoma de clase, en combatir para que el peso de la descomposición general de la sociedad no arrastre la lucha del proletariado hacia el callejón sin salida de la revuelta ciega. Mientras el terreno de la revuelta lleva al progresivo desgaste de las capacidades del proletariado el terreno de la lucha de clase le conduce hacia la destrucción revolucionaria del Estado capitalista en todos los países.
Sin embargo, si los hechos de Argentina muestran claramente el peligro que corre el proletariado si se deja arrastrar al terreno podrido de la revuelta "popular" interclasista, el problema del desenlace de la evolución de la sociedad hacia la barbarie o hacia la revolución no se juega allí sino que tiene su epicentro en las grandes concentraciones obreras del mundo y muy especialmente en Europa occidental.
"Una revolución social no consiste simplemente en la ruptura de una cadena, en el estallido de la vieja sociedad. No es un hecho mecánico sino un hecho social indisolublemente ligado a los antagonismos de intereses humanos, a la voluntad y a las aspiraciones de las clases sociales y de su lucha" (16). Las visiones mecanicistas y materialistas vulgares ven en la revolución proletaria únicamente el aspecto estallido del capitalismo pero son incapaces de ver el aspecto más importante y decisivo - su destrucción revolucionaria por la acción consciente del proletariado, es decir, lo que Lenin y Trotski llamaban el "factor subjetivo". Aquellos enfoques materialistas vulgares son una traba en la toma de conciencia de la gravedad de la situación histórica marcada por la entrada del capitalismo en la fase última de su decadencia, la fase de la descomposición, de su putrefacción de raíz. Además ese materialismo mecánico y contemplativo les hace quedarse "satisfechos" con el aspecto "objetivamente revolucionario": la agravación inexorable de la crisis económica, las convulsiones de la sociedad, la podredumbre de la clase dominante. Los peligros que entrañan las manifestaciones de la descomposición del capitalismo (incluida la explotación ideológica que de ellas hace la clase dominante) para la conciencia del proletariado, para el desarrollo de su unidad y de su confianza en sí, son barridas de un plumazo de materialismo vulgar (17).
Pero la clave de una perspectiva revolucionaria en nuestra época está precisamente en la capacidad del proletariado para desarrollar en sus luchas ese conjunto de elementos "subjetivos" (la conciencia, la confianza en su porvenir revolucionario, su unidad y solidaridad de clase) que le permitirán contrarrestar progresivamente y acabar superando el peso de la descomposición ideológica y social del capitalismo. Donde existen las condiciones más favorables para su desarrollo es precisamente en las grandes concentraciones obreras de Europa occidental pues "las revoluciones sociales no se producen allí donde la clase dominante es más débil o su estructura está menos desarrollada, sino al contrario, allí donde su estructura ha alcanzado la mayor madurez compatible con las fuerzas productivas y donde la clase portadora de las nuevas relaciones sociales llamadas a sustituir a las antiguas es más fuerte... Marx y Engels buscaban e insistían en los puntos donde el proletariado es más fuerte, está más concentrado y es más apto para operar la transformación revolucionaria del mundo. Pues, aunque la crisis golpea más brutalmente a los países subdesarrollados no hay que perder de vista nunca que tiene su origen en la sobreproducción y por tanto en los grandes centros de desarrollo del capitalismo. Esta es una razón suplementaria de por qué las condiciones para una respuesta contra la crisis y su superación se encuentran fundamentalmente en esos grandes centros" (18).
De hecho, la visión deformada del BIPR sobre el contenido de clase de lo ocurrido en Argentina debe relacionarse con su análisis de las potencialidades del proletariado de los países de la periferia que se expresa, en particular, en sus "Tesis sobre la táctica comunista en los países de la periferia capitalista" adoptadas en el VIº Congreso de Battaglia communista (publicadas en italiano en Prometeo nº 13, serie V, junio de 1997). Según esas Tesis, las condiciones prevalecientes en los países de la periferia determinan en éstos "un potencial de radicalización de las conciencias más elevado que en las formaciones sociales de las grandes metrópolis", lo cual tiene como consecuencia que "queda la posibilidad de que la circulación del programa comunista entre las masas sea más fácil y el "nivel de escucha" obtenido por los comunistas revolucionarios sea más alto comparado con las concentraciones sociales del capitalismo avanzado". En la Revista internacional nº 100, en el artículo "La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo", rebatimos con detalle ese análisis que no vamos a repetir aquí. En lo que sí queremos insistir es en la visión falsa del BIPR de lo que significan las recientes revueltas en Argentina es una ilustración no sólo de su incapacidad para integrar la noción de curso histórico así como de la noción de descomposición del capitalismo, sino además de que esas Tesis son erróneas.
Nuestro análisis, por su parte, no significa, ni mucho menos, que despreciemos o subestimemos las luchas del proletariado en Argentina o en otras zonas donde el capitalismo es más débil. Significa simplemente que los revolucionarios, como vanguardia del proletariado que son y porque deben poseer una visión clara de la marcha general del movimiento proletario en su conjunto, tienen la responsabilidad de contribuir a que el proletariado y sus minorías revolucionarias tengan en todos los países una visión más clara y exacta de cuáles son sus fuerzas y sus limitaciones, de quiénes son sus aliados y cómo deben orientar sus combates.
Contribuir a esta perspectiva es la tarea de los revolucionarios. Para cumplirla deben resistir con todas sus fuerzas la tentación oportunista de ver, por impaciencia, inmediatismo y falta de confianza histórica en el proletariado, un movimiento de clase allí donde -como así ha sido en Argentina - solo ha habido una revuelta interclasista.
Adalen, 10-03-2002
NOTAS
1) Esta declaración se encuentra en el sitio de Internet del BIPR (https://www.internationalist.net/ [172]) y se titula "D'Argentine une leçon : Ou le parti révolutionnaire et le socialisme, ou la misère généralisée et la guerre" ("Una lección de Argentina: o partido revolucionario y socialismo o miseria generalizada y guerra"). Si dedicamos una buena parte de este artículo a rebatir los análisis del BIPR no es, ni mucho menos, debido a una hostilidad particular hacia esa organización, sino porque es, junto al nuestro, el componente principal del medio político proletario, lo cual nos impone la responsabilidad de combatir aquellas concepciones que estimamos erróneas y vehículos de la confusión para quienes se acercan a las posiciones de la Izquierda comunista.
2) Ver en Revista internacional: Dificultades crecientes del proletariado tras la caída del estalinismo (nº60 https://es.internationalism.org/revista-internacional/199001/3502/derrum... [173] ); ¿Por qué el proletariado no ha hecho la revolución? (números 103 y 104 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/752/al-inic... [174] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3245/al-ini... [175]); "Informe sobre la lucha de clases" (nº 107).
3) Ver en particular los números 319 y 320 de Révolution internationale.
4) Ver en Revista Internacional nº 106 Informe sobre la crisis económica. https://es.internationalism.org/revista-internacional/201111/3251/xiv-co... [176]
5) Fuente: Banco Mundial, World Development Indicators 2001.
6) Ver el antes mencionado Informe sobre la crisis económica en Revista internacional nº 106 y 30 años de crisis capitalista en Revista internacional números 96 a 98 https://es.internationalism.org/revista-internacional/199901/1175/crisis... [177] , https://es.internationalism.org/revista-internacional/199904/1168/crisis... [178] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1162/crisis... [179]
7) Toma de posición del BIPR sobre Argentina antes mencionado.
8) Página 12, reportaba: "el dato, sin precedentes, de que en algunos barrios del Gran Buenos Aires los saqueos habían pasado de los comercios a casas".
9) Ver Révolution internationale nº 320, órgano de la CCI en Francia.
10) Tomado de un Sitio WEB de resúmenes de prensa argentina.
11) En sí mismo no es negativo el estudiar las obras de pensadores anteriores al movimiento proletario pues éste integra y supera en su conciencia revolucionaria todo el legado histórico de la humanidad. Sin embargo, no es precisamente un adecuado punto de partida para enfrentar los graves problemas actuales el comenzar por Rousseau.
12) Recogido de Internet: www.cacerolazo.org [180].
13) Ver las "Tesis sobre la descomposición" aparecidas en Revista internacional nº 62 y publicadas de nuevo en Revista internacional nº 107 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-desc... [63]
14) En cambio, el PCInt, en su número 460 de Le Prolétaire adopta una clara toma de postura ya desde el título mismo de su artículo "Los cacerolazos han podido derribar a presidentes. Para combatir el capitalismo, ¡se necesita la lucha obrera!" denunciando el carácter interclasista del movimiento y defendiendo que "sólo hay un camino para oponerse a esa política: la lucha contra el capitalismo, la lucha obrera que una a todos los proletarios basándose en objetivos no populares sino de clase, la lucha no nacional sino internacional, la lucha que se da como objetivo final no de reforma sino de revolución" (trad. del francés por nosotros).
15) Para ver nuestra concepción del curso histórico se pueden leer nuestros artículos en la Revista internacional nº 15, 17 y 107. Hemos polemizado con la concepción del BIPR en artículos en la Revista internacional nº 36 y 89. 16) Revista internacional, nº 31.
17) "Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica: - la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el "sálvese quién pueda", el "arreglárselas por su cuenta"; - la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad; - la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el "no future"; - la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época" ("La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo", Revista internacional nº 62, 1990 y nos107, 2001.
18) Idem.
En los artículos anteriores de esta serie, hemos examinado cómo, durante los años 20, 30 y 40, los más sombríos de la contrarrevolución, el movimiento comunista se esforzó por comprender qué había ocurrido con la primera dictadura del proletariado establecida a escala de un país entero, o sea, el poder de los soviets en Rusia. En artículos venideros trataremos sobre las lecciones que los revolucionarios sacaron de la desaparición de esa dictadura, lecciones que deberán aplicarse a todo futuro régimen proletario. Antes de ir por estos derroteros, sin embargo, debemos volver a aquellos días durante los cuales la Revolución rusa estaba todavía viva, y estudiar un problema fundamental, planteado pero no resuelto en aquel período decisivo de la transformación comunista de la sociedad. Nos referimos a la cuestión de la “cultura”.
Lo haremos no sin vacilar un tanto, pues el tema es vasto y el propio término se ha empleado muy abusivamente. Esto es todavía más cierto en los tiempos actuales, período de atomización al que llamamos nosotros fase de descomposición del capitalismo. Es cierto que en las fases anteriores del capitalismo, la cultura se identificaba generalmente con la de alto nivel correspondiente a la producción artística de la clase dominante únicamente, una visión que ignoraba o rechazaba sus expresiones más “marginales” (baste recordar, por ejemplo, el desdén de la burguesía por las expresiones culturales de las sociedades primitivas colonizadas). Hoy, al contrario, se nos dice que vivimos en un mundo “multicultural”, en el que todas las expresiones de la cultura tienen el mismo valor y en el que, de hecho, cada aspecto parcial de la vida social se ha vuelto ya en sí una “cultura” (“cultura de la violencia”, “cultura de asistido”, “cultura de la dependencia” y así…) Con semejantes simplificaciones, se hace imposible llegar a una noción general y unificada de la cultura como producto de una época de la historia humana o de la historia humana en general. Un uso especialmente pernicioso de esa manera de enfocar la cultura es el que hoy está exponiéndose con ocasión del conflicto imperialista en Afganistán: algunos no cesan de presentárnoslo como un conflicto entre dos culturas, entre dos civilizaciones, más concretamente la “civilización occidental” y la “civilización musulmana”. Y esto sin duda para ocultarnos la realidad: hoy no reina en planeta más civilización que la civilización decadente del capitalismo mundial.
En cambio, y fiel al enfoque monista del marxismo, Trotski define así la cultura: “Recordemos ante todo que en su origen, la palabra cultura designaba un campo cultivado, distinguiéndose así del monte o del erial. Cultura se oponía a Naturaleza, o sea a lo producido por el esfuerzo humano en oposición a lo que venía dado por la Naturaleza. Esta antítesis sigue siendo hoy básicamente válida.
La Cultura es todo lo que ha sido creado, construido, aprendido por el Hombre a lo largo de toda su historia, distinguiéndose de todo lo que la Naturaleza ha dado, incluida la historia natural del propio Hombre como especie animal que es. La ciencia que estudia al Hombre como producto de la evolución animal se llama antropología. Pero a partir del momento en que el hombre se separó del mundo animal, más o menos cuando echó mano de herramientas primitivas de piedra o madera para incrementar la fuerza de su propio cuerpo, se inició entonces la creación y la acumulación de la Cultura, o sea todo lo que constituye su saber y su habilidad en su lucha por dominar la naturaleza” (Cultura y socialismo, 1926, trad. por nosotros). Esta es en efecto una definición muy amplia, una defensa de la visión materialista de la emergencia del hombre, que muestra que la transición de la naturaleza hacia la cultura no es sino el producto de algo tan esencial y universal como el trabajo.
Ello no quita que según esa definición, la política y la economía, en sus sentidos más amplios, son también la expresión de la cultura humana, de tal modo que podríamos acabar perdiendo de vista aquello de lo que queremos hablar. En otro ensayo, sin embargo, No sólo de política vive el hombre (1923), Trotski señalaba que para entender la relación real entre política y cultura, es necesario dar, junto a su definición más amplia, una más “restringida” de lo político como “una parte bien definida de la actividad humana, directamente movida por la lucha por el poder, en oposición al trabajo económico, al combate por la Cultura, etc.…” Puede decirse otro tanto de la palabra cultura, la cual en ese sentido se aplica a ámbitos como el arte, la educación y los Problemas de la vida de cada día (título de la serie de ensayos entre los que está el artículo citado antes). Desde este enfoque, los aspectos culturales de la revolución podrían aparecer como algo secundario, o, al menos, como algo dependiente de los ámbitos políticos y económicos. Y así es: como Trotski lo muestra en el texto que reproducimos aquí, es una insensatez esperar un renacimiento cultural mientras la burguesía no haya sido derrotada políticamente y las bases materiales de la sociedad socialista no se hayan implantado. De igual modo, incluso reduciendo el problema de la cultura únicamente a la esfera del arte, sigue planteándose la cuestión fundamental de la naturaleza de la sociedad que la revolución quiere edificar. No es casualidad si, por ejemplo, la contribución más elaborada de Trotski a la teoría marxista sobre el arte, Literatura y revolución, se concluye por una visión ampliada de la naturaleza humana en una sociedad comunista avanzada. Pues si el arte es la expresión por excelencia de la creatividad humana, nos proporciona entonces la clave para comprender lo que serán los seres humanos una vez que se hayan quebrado las cadenas de la explotación.
Para orientarnos en este amplio dominio, vamos a seguir de cerca los escritos de Trotski sobre el tema, escritos que, aunque no sean muy conocidos, nos proporcionan, hasta hoy, la trama más clara para abordar el problema ([1]). Para evitar hacer una paráfrasis de Trotski, publicaremos aquí y en el futuro amplios extractos de dos capítulos de Literatura y revolución. El segundo capítulo se concentra en un esbozo evocador de la sociedad futura. En esta Revista publicamos un extracto del capítulo “Cultura proletaria y arte proletario”, componente importante de la contribución de Trotski al debate sobre la cultura en el Partido bolchevique y en el movimiento revolucionario en Rusia. Para situar esta contribución, importa describir el contexto histórico.
El debate sobre la cultura no fue nunca secundario y ello queda ilustrado por el hecho de que Lenin se comprometió a preparar la resolución siguiente, para ser presentada por la Fracción comunista en el congreso del movimiento Proletkult en 1920:
“1. En la República soviética obrera y campesina, toda la organización de la instrucción, tanto en el terreno de la instrucción política en general como especialmente en el del arte, debe estar impregnada del espíritu de la lucha de clase del proletariado por el feliz cumplimiento de los fines de su dictadura, es decir, por el derrocamiento de la burguesía, la supresión de las clases y la abolición de toda explotación del hombre por el hombre.
2. Por ello, el proletariado debe tomar la parte más activa y principal en todos los asuntos relacionados con la instrucción pública, personificado tanto por su vanguardia, el Partido comunista, como, en general, por toda la masa de organizaciones proletarias de todo género.
3. Toda la experiencia de la historia moderna y, en particular, más de medio siglo de lucha revolucionaria del proletariado de todos los países desde la publicación del Manifiesto comunista demuestran incontestablemente que sólo la concepción marxista del mundo expresa de modo correcto los intereses, el punto de vista y la cultura del proletariado revolucionario.
4. El marxismo ha conquistado su significación histórica universal como ideología del proletariado revolucionario porque no ha rechazado en modo alguno las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino, por el contrario, ha asimilado y reelaborado todo lo que hubo de valioso en más de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura humanos. Sólo puede ser considerado desarrollo de la cultura verdaderamente proletaria el trabajo ulterior sobre esa base y en esa misma dirección, inspirado por la experiencia práctica de la dictadura del proletariado como lucha final de éste contra toda explotación.
5. Sustentando firmemente este punto de vista de principio, el Congreso de Proletkult de toda Rusia rechaza con la mayor energía, como inexacta teóricamente y perjudicial en la práctica, toda tentativa de inventar una cultura especial propia, de encerrarse en sus propias organizaciones aisladas, de delimitar las esferas de acción del Comisariado del pueblo de instrucción y del Proletkult o de implantar la “autonomía” de Proletkult dentro de las instituciones del Comisariado del pueblo de instrucción, etc. Por el contrario, el Congreso impone a todas las organizaciones de Proletkult la obligación inexcusable de considerarse enteramente órganos auxiliares de la red de instituciones del Comisariado del pueblo de instrucción y cumplir sus tareas, como parte de las tareas de la dictadura del proletariado, bajo la dirección general del poder soviético (especialmente del Comisariado del pueblo de instrucción) y del Partido comunista de Rusia” (8 de octubre de 1920, Lenin, “La cultura proletaria”, Obras escogidas, tomo 3, p.492, ed. Progreso).
El Movimiento de la cultura proletaria, abreviado en Proletkult, se formó en 1917 con el objetivo de dar una orientación política a la dimensión cultural de la revolución. Se asocia a menudo con A. Bogdánov, miembro de la fracción bolchevique desde el principio, pero que había entrado en conflicto con Lenin en muchos temas, no sólo sobre la formación del grupo de los Ultimalistas en 1905 ([2]), sino, y esto es más conocido, porque Bogdánov se había hecho defensor de las ideas de Mach y de Avenarius en filosofía y más generalmente a causa de sus esfuerzos por “completar” el marxismo mediante sistemas teóricos varios, tales como la noción de “tectología”. No podemos aquí entrar en los detalles del pensamiento de Bogdánov; por lo poco que de él sabemos (pocas obras se han traducido del ruso a otras lenguas), fue capaz, por defectos que tuviera, de desarrollar importantes perspectivas, especialmente sobre el capitalismo de Estado en el período de decadencia. Por eso debería llevarse a cabo un estudio crítico de sus ideas y eso desde un enfoque claramente proletario ([3]). Proletkult no se limitó, ni mucho menos, a Bogdánov. Bujarin y Lunacharski, por sólo nombrar a estos destacados bolcheviques, participaron también en el movimiento y no siempre compartieron la opinión que Lenin tenía sobre el asunto. Bujarin, quien debía presentar la resolución al Congreso de Proletkult, se opuso a algunos aspectos desarrollados por el proyecto de Lenin, proyecto que acabó siendo presentado con una forma algo modificada. La etapa heroica de la revolución fue un período floreciente para Proletkult, durante la cual la liberación de las energías revolucionarias hizo surgir un inmenso movimiento de expresión y de experimentación en lo artístico, identificado en gran parte a la revolución misma. Además, este fenómeno no se limitó a Rusia, y de ello es testimonio el desarrollo del movimientos como el dadaísmo o el expresionismo en el inicio de la revolución en Alemania, o, poco tiempo después, el surrealismo en Francia y en otros lugares. Entre 1917 y 1920, Proletkult se acercaba al medio millón de miembros, con más de 30 periódicos y cerca de 300 grupos. Para Proletkult el combate en el frente cultural era tan importante como el del frente político y económico. Se veía dirigiendo el combate cultural, de igual modo que el partido dirigía el político y los sindicatos el económico. Se pusieron muchos estudios a disposición de los obreros para las reuniones y la experimentación, entre otras cosas, en pintura, música, teatro y poesía, a la vez que eran animados a nuevas formas de vida en comunidad, en educación, etc. Hay que decir que, aunque el impulso en experimentaciones sociales y culturales no se limitó a Proletkult, fue este movimiento, especialmente, el que intentó situar esos fenómenos mediante una interpretación marxista. La idea conductora era que el proletariado, como el propio nombre Proletkult lo indica, tenía que emanciparse del yugo ideológico de la burguesía, debía desarrollar su propia cultura, basada en una ruptura radical con la cultura jerarquizada de las viejas clases dirigentes. La cultura proletaria sería igualitaria y colectiva, mientras que la cultura burguesa era elitista e individualista; por eso, hubo experiencias como conciertos sin director de orquesta y obras poéticas y pictóricas colectivas. De igual modo que en el movimiento futurista, con el cual Proletkult mantenía relaciones estrechas aunque críticas, había una fuerte tendencia a exaltar todo aquello que se relacionara con la modernidad, a la ciudad y a la máquina, en oposición a la cultura rural y medieval que había imperado en Rusia hasta entonces.
El debate sobre la cultura se volvió apasionado en el seno del Partido una vez ganada la guerra civil. Fue entonces cuando Lenin insistió en la importancia del combate cultural:
“…nos vemos obligados a reconocer el cambio radical producido en todo nuestro punto de vista sobre el socialismo. Ese cambio radical consiste en que antes poníamos y debíamos poner el centro de gravedad en la lucha política, en la revolución, en la conquista del poder, etc. Mientras que ahora el centro de gravedad cambia hasta desplazarse hacia la labor pacífica de organización “cultural”. Y estoy dispuesto a decir que el centro de gravedad se trasladaría en nuestro país a la obra de cultura, si no fuera por las relaciones internacionales, si no fuera a causa de tener que luchar por nuestras posiciones en escala internacional. Pero si dejamos esa cuestión a un lado y nos limitamos a nuestras relaciones económicas interiores, en realidad, el centro de gravedad del trabajo se reduce hoy a la obra cultural” (“Sobre cooperación”, Obras escogidas, t. 3, p. 784)
Para Lenin, sin embargo, ese combate cultural tenía un significado muy diferente que para Proletkult, pues estaba relacionado con el cambio de período: del final de la guerra civil hacia la reconstrucción y de la NEP. El problema que tenía que encarar el poder soviético en Rusia no era el de la construcción de una nueva cultura proletaria, lo cual parecía totalmente utópico habida cuenta del aislamiento internacional del estado ruso y el terrible atraso cultural de la sociedad rusa (analfabetismo, dominio de la religión, costumbres “asiáticas”, etc.) Para Lenin, las masas rusas debían primero aprender a andar antes de conseguir correr, lo cual significaba que debían todavía asimilar las realizaciones esenciales de la cultura burguesa antes de construir una nueva proletaria. Con un enfoque paralelo, pedía que el régimen soviético aprendiera a comerciar, o en otras palabras, tenía que aprender del capitalismo para sobrevivir en un entorno capitalista. Al mismo tiempo, Lenin estaba cada vez más preocupado por la burocracia creciente, consecuencia directa del atraso cultural de Rusia: el combate por el avance de la cultura se veía pues como parte del combate contra el incremento de la burocracia. Sólo un pueblo educado y cultivado puede esperar tomar la dirección del Estado, y, a la inversa, la nueva capa de burócratas es por lo tanto la consecuencia del conservadurismo campesino y de la ausencia de cultura moderna en Rusia.
La resolución presentada al congreso de Proletkult, aunque escrita antes de la adopción de la NEP, parece anticipar esas inquietudes. El punto más importante es que subraya que el marxismo no rechaza las realizaciones culturales del pasado, sino al contrario, debe asimilar de ellas lo mejor que poseen. Esto era un claro reproche al carácter “iconoclasta” de las tendencias de Proletkult a rechazar todas las riquezas culturales precedentes. Aunque el propio Bogdánov tenía un acercamiento al problema mucho más complejo, no hay duda de que Proletkult estaba muy impregnado de actitudes inmediatistas y obreristas. En su primera conferencia, por ejemplo, se dijo que “toda la cultura del pasado puede calificarse de burguesa, y dentro de ella –salvo en las ciencias naturales y la técnica- no hay nada que valga la pena conservarse; el proletariado debe empezar su trabajo de destrucción de la vieja cultura y de creación de una nueva inmediatamente después de la Revolución” (citado y traducido por nosotros en Revolutionary Dreams: Utopian Vision and Experimental Life in the Russian Revolution, OUP, 1089, p. 71, libro que contiene un panorama detallado de las numerosas experiencias culturales de los primeros años de la Revolución). En Tambov, en 1919, “los ‘proletkultistas’ locales habían previsto quemar todos los libros de las bibliotecas creyendo que sus estantes iban a llenarse desde principios de año con obras proletarias únicamente” (idem).
Contra esa visión sobre el pasado, Trotski insistió en Literatura y revolución: “Nosotros, marxistas, siempre hemos vivido en la tradición y no por eso hemos dejado de ser revolucionarios”. La exaltación del proletariado considerado en un momento aislado no fue nunca una posición marxista; el marxismo ve al proletariado en su dimensión histórica, incluyendo en ella el pasado más lejano, el presente y el futuro, cuando el proletariado se haya disuelto en la comunidad humana. Por una ironía del lenguaje, la palabra Proletkult se entendió a veces como “culto del proletariado”, noción radical sólo en apariencia y que puede perfectamente ser recuperada por el oportunismo, el cual se desarrolla basado en una visión restringida e inmediatista de la clase. Ese mismo obrerismo se expresaba en la tendencia de Proletkult a dar por sentado que la cultura proletaria sería el producto de los obreros solos. Pero como lo muestra Trotski en Literatura y revolución, los mejores artistas no son necesariamente obreros; la dialéctica social que produce las obras de arte más radicales es más compleja que la visión reductora según la cual sólo podrían venir de individuos pertenecientes a la clase revolucionaria. Podríamos decir lo mismo de la relación entre revolución social y política del proletariado y los nuevos avances artísticos: hay sin lugar a dudas un vínculo subyacente entre ambos, pero no es ni automático ni nacional. Por ejemplo, mientras Proletkult intentaba crear en Rusia una nueva música “proletaria”, una de las creaciones más radicales de la música contemporánea estaba surgiendo en la Norteamérica capitalista, el jazz.
La resolución de Lenin expresaba también su oposición a la tendencia de Proletkult a organizarse autónomamente, casi como un partido paralelo, con sus congresos, su comité central, etc. Y de hecho, ese modo de organización parecía basado en una confusión entre la esfera política y la cultural, una tendencia a darles la misma importancia, e, incluso, como en Bogdánov, la tentación de ver la esfera cultural como la primordial.
Desde un punto de vista más crítico, debemos recordar que era aquél un período en el que Lenin estaba desarrollando una hostilidad a todo tipo de disidencias dentro del Partido. Como ya se ha relatado en los artículos anteriores de esta serie, en 1921 se prohibieron las “fracciones” y los grupos o corrientes de izquierda en el seno del Partido sufrieron violentos ataques que acabaron culminando en la represión física de los grupos comunistas de izquierda en 1923. Y una de las razones de la hostilidad de Lenin hacia Proletkult era que éste tenía tendencia a convertirse en punto de convergencia de algunos disidentes de dentro o cercanos al Partido. La insistencia de Proletkult en el igualitarismo y la creatividad espontánea de los obreros se acercaba a las ideas de la Oposición obrera: en 1921, un grupo llamado de los “Colectivistas” hizo circular un texto durante el congreso de Proletkult en el que reivindicaba a la vez su pertenencia a la Oposición obrera y a Proletkult; defendía así las ideas de Bogdánov sobre la filosofía y su análisis sobre el capitalismo de Estado, que fue utilizado para criticar la NEP. Un año después, el grupo Verdad Obrera defendió un punto de vista idéntico; Bogdánov estuvo momentáneamente encarcelado por su participación en ese grupo, aunque él negó haberlo apoyado. Tras este episodio, Bogdánov se retiró de toda actividad política, dedicándose por completo a su labor científica. A la luz de estos hechos debemos comprender por qué Lenin insistió tanto para que Proletkult se fundiera más o menos en las instituciones “culturales” del Estado, o sea el Comisariado del pueblo para la instrucción.
A nuestro parecer, la subordinación de los movimientos artísticos al Estado de transición no es la respuesta correcta a la confusión entre los ámbitos artístico y político; en realidad no hace sino incrementar esa confusión. Según Zenovia Sochor en Revolución y cultura, Trotski se opuso a los esfuerzos de Lenin por disolver Proletkult en el Estado. aunque compartiera muchas de sus críticas. En Literatura y Revolución, Trotski propone una base clara para determinar la política comunista respecto al arte:
“¿Quiere esto decir que el partido, contrariamente a sus principios, tiene una posición ecléctica en el terreno artístico? Esta idea que parece tan convincente, es extraordinariamente pueril. El marxismo puede servir para valorar el desarrollo del arte nuevo, estudiar sus fuentes, favorecer a las tendencias progresistas por medio de la crítica, pero no se le puede pedir más. El arte debe abrirse su propio camino. Sus métodos no son los del marxismo. El partido dirige al proletariado, pero no dirige el proceso histórico. Hay terrenos en los que dirige de un modo directo e imperativo. Hay otros en los que vigila y fomenta. Y otros, finalmente, en los que se limita a dar directivas. El arte no es una materia en la que el partido deba dar órdenes. Puede protegerlo y estimularlo, pero sólo indirectamente puede dirigirlo. Puede y debe otorgar su confianza a los grupos que aspiren sinceramente a aproximarse a la revolución, y estimular así la expresión artística de ésta. Pero en ningún caso puede adoptar las posiciones de un círculo literario que esté combatiendo a otros. No puede y no debe hacerlo ([4]).
En 1938, en respuesta a los proyectos de los nazis y de Stalin de reducir el arte a un simple apéndice de la propaganda del Estado, Trotski fue todavía más explícito: “Si bien para un mejor desarrollo de la producción material, la revolución debe construir un régimen socialista con un control centralizado, para desarrollar la creación intelectual, un régimen de libertad individual de tipo anarquista deberá establecerse primero. ¡Ninguna autoridad, ningún diktat, ni la menor huella de órdenes que procedan de arriba!” (Leon Trotski, On Literature and Art, Nueva York, 1970, p. 119, trad. por nosotros).
Trotski analizó más profundamente que Lenin el problema general de la cultura proletaria; mientras que la resolución de Lenin deja la puerta abierta a esa idea de la intervención autoritaria del Estado, Trotski la rechaza de plano, basándose en la búsqueda y la reflexión sobre la naturaleza del proletariado: primera clase revolucionaria en la historia que nada posee, una clase explotada. Comprender esto, que es clave para captar cada aspecto del combate de clase del proletariado, está muy claramente desarrollado en el extracto que aquí publicamos de Literatura y revolución. La corta introducción al libro es ya un resumen de su tesis sobre la cultura proletaria:
“Es un error de base el oponer cultura y arte burgueses a cultura y arte proletarios. Estos no existirán jamás, al ser el régimen proletario transitorio y temporal. El significado histórico y la grandeza moral de la revolución proletaria consiste en que establece las bases de una cultura que está por encima de las clases y que será la primera cultura verdaderamente humana”.
Literatura y revolución fue escrito en el período 1923-24, o sea, en el período mismo en que se iniciaba plenamente la lucha contra la instalación de la burocracia estalinista. Trotski escribió el libro durante las vacaciones de verano. En cierto modo, le procuró un alivio contra las tensiones y obligaciones del combate “político” diario dentro del Partido. Pero fue, además, un arma en el combate contra el estalinismo. Aunque el Proletkult originario había decaído profundamente tras las controversias de 1920-21 en el Partido, a mediados de los años 20, una parte de él se reencarnó en un engañoso radicalismo que fue una de las apariencias del estalinismo. Y en 1925, uno de sus retoños, el grupo de Escritores proletarios alumbró una justificación “cultural” de la campaña contra Trotski: “Trotski niega la posibilidad de una cultura y un arte proletarios so pretexto de que nos dirigimos hacia una sociedad sin clases. Pero es en base a lo mismo que el menchevismo niega la posibilidad de la dictadura proletaria, del estado proletario, etc. Las ideas de Trotski y de Voronski citadas arriba son ‘el troskismo aplicado a temas ideológicos y artísticos’. Aquí, la fraseología ‘de izquierdas’ sobre un arte por encima de las clases sirve de disfraz, sirve para limitar las tareas culturales del proletariado”. Más lejos, ese texto proclama: “Ese éxito significativo de la literatura proletaria se ha hecho posible gracias al progreso político y económico de las masas laboriosas de la Unión Soviética” (“Resolución de la primera conferencia plenaria de escritores proletarios”, publicada en Bolchevick Visions: First Phase of the Cultural Revolution in Soviet Russia, 2ª parte, editada en inglés por W.G. Rosenberg, 1990). Pero ese “progreso político y económico” avanzaba ahora tras los lábaros del “socialismo en un solo país”. Esta monstruosa revisión ideológica perpetrada por Stalin, identificando dictadura del proletariado y socialismo con el fin de acabar con ambas cosas, permitió a ciertos apéndices de Proltkult pretender que una nueva cultura proletaria se estaba construyendo sobre los cimientos de una economía socialista.
El propio Bujarin rechazó la crítica de Trotski a la llamada cultura proletaria, diciendo que éste no podía comprender que el período de transición hacia la sociedad comunista pudiera ser un proceso largo, y, teniendo en cuenta el fenómeno del desarrollo desigual, el período de dictadura del proletariado podría durar el tiempo suficiente para que emergiera una cultura proletaria diferenciada. Esto era también un apoyo teórico para abandonar la perspectiva de la revolución mundial en beneficio de la construcción del “socialismo” en Rusia sola. ([5]).
Los testimonios sobre la bestial opresión de los Estados estalinistas tanto en lo económico como en lo político son una prueba más que suficiente de que lo que se estaba construyendo en aquellos países no tenía nada que ver con el socialismo. Y el vacío cultural completo de esos regímenes, la desaparición de una verdadera creatividad artística en favor de un kitch totalitario de lo más cutre demuestran una vez más que esos regímenes nunca representaron la más mínima expresión de un avance hacia una verdadera cultura humana, sino un producto especialmente brutal de este sistema senil y moribundo que se llama capitalismo. De esto, los ejemplos más patentes son, entre otros, la manera con la que el aparato estalinista, a partir de los años 30, rechazó cualquier experimento vanguardista en el ámbito artístico y educativo, al igual que la pretendida “revolución cultural” china de los años 60. La historia lamentable de los monstruos estalinista y maoísta no han ofrecido la menor enseñanza sobre los problemas culturales ante los que se encontrará la clase obrera en su futura revolución.
CDW
[1] Una de las consecuencias de la contrarrevolución es que la tradición de la Izquierda comunista, que preservó y desarrolló el marxismo durante ese período, no tuvo ni tiempo ni ocasión de interesarse por la esfera general del arte y la cultura, de modo que las contribuciones de Rühle, Bordiga y otros todavía están por recuperar y sintetizar
[2] Los “ultimalistas” fueron, junto con los “otzovistas”, una tendencia en el seno del bolchevismo que no estaban de acuerdo con la táctica parlamentaria del Partido tras la derrota del levantamiento de 1905. La controversia con Lenin sobre las innovaciones filosóficas de Bogdánov llegó a ser muy intensa cuando a ella se mezclaron divergencias
[3] más directamente políticas, acabando en la expulsión de Bogdánov del grupo bolchevique en 1909. El grupo de Bogdánov permaneció en el Partido socialdemócrata ruso, publicó el periódico Vperiod (Adelante) durante los años siguientes. También en esto sigue pendiente la escritura de una historia crítica de esas primeras tendencias de “izquierda” dentro del bolchevismo.
3) Existe en inglés: Revolution and Culture, the Bogdanov-Lenin Controversy, de Zenovia Sochor, Cornell Universitry, 1988. Sirve de reseña informativa de las principales diferencias entre Lenin y Bogdánov. El enfoque del autor es, sin embargo, más académico que revolucionario. Sobre el capitalismo de Estado, Bogdánov criticaba la tendencia de Lenin a verlo como una especie de antesala del socialismo. Bogdánov veía en ese capitalismo una expresión de la decadencia del capitalismo (cap. IV de la obra citada).
[4] “La posición del partido ante el arte”, Literatura y revolución, t. 1, ed. Ruedo Ibérico
[5] Cf. Isaac Deutcher, El profeta armado, Trotski 1921-29, cap. III. Este capítulo que trata de los escritos de Trotski sobre la cultura, es tan brillante como el resto de la biografía que hemos utilizado ampliamente. Pero también revela el destino trágico del trotskismo. Deutcher está en el 99 % de acuerdo con Trotski sobre la “cultura proletaria”, pero hace una concesión muy significativa a las ideas de Bujarin según las cuales un “régimen transitorio” aislado podría durar décadas. Según Deutcher y los trotkistas de la posguerra, los regímenes estalinistas establecidos fuera de la URSS, al igual que ésta, eran todos “Estados obreros” atrapados entre una revolución proletaria y la siguiente, de modo que Trotski: “sin la menor duda, subestimó la duración del período de dictadura del proletariado y, por consiguiente la tendencia de esta dictadura a tomar un carácter burocrático”. En realidad, esto no es más que una defensa del capitalismo de Estado estalinista
El debate sobre la “cultura proletaria” Cultura proletaria y arte proletario
TOda clase dominante crea su propia cultura y, por consiguiente, su propio arte. La historia ha conocido las culturas esclavistas de Oriente, la cultura feudal de la Europa medieval y la cultura burguesa que domina actualmente el mundo. De ahí parece deducirse que el proletariado tiene que crear también su cultura y arte propios.
Sin embargo, la cuestión no es tan simple como parece a primera vista. La sociedad en la que los propietarios de esclavos formaban la clase dirigente ha existido durante muchos siglos. Lo mismo ocurrió con el feudalismo. La cultura burguesa, incluso si contamos sólo a partir de su primera manifestación abierta y turbulenta, es decir desde la época del Renacimiento, existe desde hace cinco siglos, aunque no alcanzó su pleno esplendor hasta el siglo xix, y más exactamente en su segunda mitad. La historia muestra que la formación de una cultura nueva alrededor de una clase dominante exige un periodo considerable de tiempo y no alcanza su plena realización hasta el momento precedente a la decadencia política de dicha clase.
¿Tendrá el proletariado tiempo suficiente para crear una cultura “proletaria”? Al revés que el régimen de los propietarios de esclavos y que el de los señores feudales y el de la burguesía, el proletariado considera su dictadura como breve periodo de transición. Cuando queremos rebatir las concepciones demasiado optimistas sobre la transición al socialismo, señalamos que el periodo de la revolución social a escala mundial no durará meses, sino años y décadas ; décadas, pero no siglos, y menos aún milenios. ¿ Puede el proletariado crear una nueva cultura en este lapso de tiempo ? Es lícito dudarlo, tanto más cuanto que los años de la revolución social serán años de una cruel lucha de clases, en que la destrucción requerirá más atención que la actividad constructiva. En todo caso, la energía del proletariado se empleará principalmente en la conquista del poder, su conservación y fortalecimiento y su utilización para las necesidades más urgentes de la existencia y de la lucha ulterior. No obstante, será durante este periodo revolucionario, que encierra en límites tan estrechos la posibilidad de una construcción cultural, cuando el proletariado alcanzará su tensión máxima y la manifestación más completa de su carácter de clase. Por otra parte, cuanto más protegido esté el nuevo régimen contra los trastornos políticos y militares y cuanto más favorables sean las condiciones para la creación cultural, más se disolverá el proletariado en la comunidad socialista, se liberará más de sus características de clase y dejará de existir como proletariado. En otras palabras, durante el periodo de dictadura no cabe pensar seriamente en crear una nueva cultura, es decir no cabe edificar a nivel histórico superior. Por el contrario, cuando la mano de hierro de la dictadura desaparezca, comenzará una época de creación cultural sin precedente en la historia, pero sin carácter de clase. De donde hay que concluir la consecuencia general de que no sólo no hay una cultura proletaria sino que nunca la habrá y que en realidad no hay motivos para sentirlo. El proletariado ha conquistado el poder precisamente para acabar para siempre con la cultura de clase y para abrir paso a una cultura humana. Muchas veces parece que olvidamos esto.
Las referencias inconcretas a la cultura proletaria, por oposición a la cultura burguesa, se basan en una comparación superficial entre los destinos históricos del proletariado y los de la burguesía. El método fácil, puramente liberal, de las analogías históricas formales, no tiene nada en común con el marxismo. No hay ninguna analogía real entre el ciclo histórico de la burguesía y el del proletariado.
El desarrollo de la cultura burguesa comenzó varios siglos antes de que la burguesía se apoderase del Estado tras una serie de revoluciones. Cuando la burguesía no era más que el tercer estado, privada casi por completo de sus derechos, desempeñaba ya un papel importante y creciente en todos los campos de la cultura. Esto se puede ver muy claramente en la evolución de la arquitectura. Las iglesias góticas no fueron edificadas de repente, bajo el impulso de una inspiración religiosa. La construcción de la catedral de Colonia, su arquitectura y su escultura, resumen toda la experiencia arquitectónica de la humanidad desde los tiempos de las cavernas, y todos los elementos de esta experiencia se hallan combinados en un estilo nuevo que expresa la cultura de su época, es decir, en definitiva la estructura social y la técnica del momento. La antigua preburguesía de los gremios y corporaciones fue la verdadera creadora del gótico. Al desarrollarse y fortalecerse, es decir al enriquecerse, la burguesía superó intelectual y prácticamente el gótico y comenzó a crear su propio estilo arquitectónico, ya no para iglesias sino para sus palacios. Apoyándose en los adelantos del gótico, se volvió hacia la antigüedad, especialmente la romana, aprovechó la arquitectura árabe, lo subordinó todo a las condiciones y necesidades de la nueva vida urbana y creó así el Renacimiento (Italia al final del primer cuarto del siglo xv). Los especialistas pueden contar, y de hecho cuentan, los elementos que el Renacimiento debe a la antigüedad y los que debe al gótico, y pueden discutir sobre cuál es el predominante. Pero el Renacimiento comienza, en cualquier caso, cuando la nueva clase social, saciada ya culturalmente, se siente lo suficientemente fuerte como para sacudirse el yugo del arco gótico, para considerar el gótico y todo lo anterior como materiales a su disposición y para someter la técnica del pasado a sus propios objetivos artísticos. Esto se aplica también a todas las demás artes, con la diferencia de que debido a su mayor flexibilidad, o sea a que dependen menos de los fines prácticos y de la técnica, las artes “libres” no revelan de un modo tan convincente la evolución dialéctica de los sucesivos estilos.
Entre el Renacimiento y la Reforma, por una parte, que crearon unas condiciones de existencia intelectual y política más favorables para la burguesía dentro de la sociedad feudal, y la revolución, que transfirió el poder a la burguesía (en Francia), transcurrieron tres o cuatro siglos de crecimiento de la fuerza material e intelectual de la burguesía. La época de la gran revolución francesa y de las guerras subsiguientes hizo descender momentáneamente el nivel material de la cultura. Pero poco después, el régimen capitalista se afirmó como “natural” y “eterno”.
Así, el proceso fundamental de acumulación de elementos de la cultura burguesa y su cristalización en un estilo específico estuvo determinado por las características sociales de la burguesía como clase poseedora y explotadora; la burguesía no sólo se desarrolló materialmente en el seno de la sociedad feudal, uniéndose a ésta de mil maneras y apoderándose de la riqueza, sino que además se atrajo a los intelectuales, creándose así puntos de apoyo culturales (escuelas, universidades, academias, periódicos, revistas), mucho antes de apoderarse abiertamente del Estado. Basta recordar aquí que la burguesía alemana, con su incomparable cultura técnica, filosófica, científica y artística, dejó el poder en manos de una casta feudal y burocrática hasta 1918, y se decidió, o más exactamente se vio obligada a hacerse cargo del poder sólo cuando la base material de la cultura alemana comenzó a romperse en pedazos.
Pero se puede objetar: fueron precisos milenios para crear el arte de la sociedad esclavista y sólo siglos para el arte burgués; ¿por qué, entonces, no habrían de bastar unas décadas para el arte proletario? Las bases técnicas de la vida son completamente diferentes hoy día y por consiguiente el ritmo ha cambiado también. Esta objeción, que a primera vista parece convincente, en realidad elude el verdadero problema.
Indudablemente, llegará un momento en el desarrollo de la nueva sociedad en que la economía, la vida cultural y el arte lograrán la máxima libertad de acción para su avance. El ritmo de ese avance no podemos ni soñarlo hoy. En una sociedad en la que habrá desaparecido la molesta y embrutecedora preocupación por el pan de cada día, en la que los comedores comunitarios prepararán a gusto de cada uno una buena comida, sana y apetitosa; en la que las lavanderías comunitarias lavarán bien ropa de calidad para todos, en la que los niños, todos los niños, estarán bien alimentados, fuertes y alegres, y absorberán los elementos fundamentales de la ciencia igual que absorben la albúmina, el aire y el calor solar; en la que la electricidad y la radio no serán esas técnicas primitivas que son hoy, sino que bastará con apretar un botón para que se pongan en acción reservas inagotables de energía; en la que no habrá « bocas inútiles », en la que el egoísmo liberado del hombre – ¡una fuerza enorme! – se dirigirá totalmente hacia el conocimiento, la transformación y el perfeccionamiento del universo..., en una sociedad como ésta, la dinámica del desarrollo de la cultura será incomparable con nada de lo anteriormente conocido. Pero todo esto no vendrá sino después de un largo y difícil periodo de transición, que todavía está ante nosotros. Y de lo que hablamos ahora es precisamente de ese periodo de transición.
Pero, ¿ no es dinámica la época actual ? Sí, lo es, y en el más alto grado. Pero su dinamismo se centra en la política. La guerra y la revolución fueron dinámicas, pero en su mayor parte a costa de la cultura y de la técnica. Es cierto que la guerra ha dado lugar a una larga serie de inventos técnicos. Pero la miseria general que ha producido ha imposibilitado durante bastante tiempo la aplicación práctica de estos inventos, que podían haber significado una revolución en el modo de vida. Así ocurre con la radio, la aviación y muchos descubrimientos químicos y mecánicos. Por otra parte, la revolución crea las bases de una nueva sociedad. Pero lo hace con los métodos de la vieja sociedad, con la lucha de clases, la violencia, la destrucción y la aniquilación. Si la revolución proletaria no hubiese ocurrido, la humanidad se habría asfixiado en sus propias contradicciones. La revolución salvó la sociedad y la cultura, pero por medio de la cirugía más cruel. Todas las fuerzas activas se concentran en la política, en la lucha revolucionaria; lo demás queda relegado a segundo término, y todo lo que constituye un obstáculo es pisoteado sin compasión. Este proceso tiene, naturalmente, sus flujos y reflujos parciales : el comunismo de guerra deja paso a la NEP que, a su vez, recorre diversos estadios. Pero esencialmente, la dictadura del proletariado no es la organización económica y cultural de una nueva sociedad, sino un régimen militar revolucionario en lucha para instaurar esa organización. No hay que olvidar esto. El historiador futuro situará probablemente el cenit de la sociedad antigua en el 2 de agosto de 1914, en que el poder exacerbado de la cultura burguesa sumió al mundo en el fuego y la sangre de la guerra imperialista. El comienzo de la nueva historia de la humanidad se fijará probablemente en el 7 de noviembre de 1917. Las etapas fundamentales del desarrollo de la humanidad se establecerán poco más o menos de la siguiente manera: la “historia” prehistórica del hombre primitivo; la historia de la antigüedad, cuyo progreso se basó en la esclavitud; la Edad Media, basada en la servidumbre; el capitalismo, con la explotación del trabajo asalariado; y finalmente la sociedad socialista, con su transición, esperemos que no dolorosa, a una comuna en la que habrá desaparecido el poder. En cualquier caso, los veinte, treinta o cincuenta años que exigirá la revolución proletaria mundial pasarán a la historia como la transición más dolorosa de un sistema a otro, y en ningún caso como una época independiente de cultura proletaria.
En estos años de respiro por los que pasamos actualmente, pueden nacer algunas ilusiones respecto a esto en nuestra república soviética. Nos hemos preocupado por los problemas culturales. Al proyectar nuestras preocupaciones actuales sobre un futuro lejano se puede llegar a imaginar una cultura proletaria de larga duración. Pero por importante y por vital que sea nuestra tarea cultural, está totalmente subordinada a la suerte de la revolución europea y mundial. Seguimos siendo meros soldados en acción. Tenemos de momento un día de descanso, que hay que aprovechar para lavarnos la camisa, cortarnos el pelo y ante todo limpiar y engrasar el fusil. Toda nuestra actividad económica y cultural actual no es más que una reorganización de nuestro equipo entre dos batallas y dos campañas. Los combates decisivos están aún ante nosotros y hay otros en el horizonte. Los días que vivimos no son todavía la época de una nueva cultura, son todo lo más el umbral de esa época. Debemos, en primer lugar, tomar posesión oficialmente de los elementos más importantes de la cultura antigua, de modo que nos sirvan al menos como base sobre la que apoyarnos para avanzar hacia la cultura nueva.
Esto se ve con gran claridad si se enfoca el problema, como se debe hacer, a escala internacional. El proletariado era, y sigue siendo, una clase no poseedora. Por esta misma razón, sus posibilidades de participar en los elementos de la cultura burguesa que han pasado a ser patrimonio de la humanidad eran extraordinariamente restringidas. En cierto sentido, se puede decir con justicia que el proletariado, al menos el proletariado europeo, ha tenido también su Reforma, sobre todo en la segunda mitad del siglo xix, en que, sin alcanzar aún directamente el poder del Estado, logró unas condiciones jurídicas más favorables a su desarrollo dentro del régimen burgués. Pero, en primer lugar, para este periodo de Reforma (parlamentarismo y reformas sociales), que coincide esencialmente con el periodo de la Segunda internacional, la historia asignó a la clase obrera aproximadamente tantos decenios como siglos había asignado a la burguesía. En segundo lugar, durante este periodo preparatorio, el proletariado no se enriqueció ni reunió en sus manos poder material alguno; al contrario, desde el punto de vista social y cultural se encontró cada vez más desposeído. La burguesía llegó al poder habiendo dominado plenamente la cultura de su tiempo. El proletariado, por su parte, llega al poder poseyendo sólo una aguda necesidad de dominar la cultura. El problema del proletariado que ha conquistado el poder consiste en primer lugar en tomar en sus manos el aparato cultural -industrias, escuelas, publicaciones, prensa, teatros, etc. – que antes estaba al servicio de otros, y abrir con él el camino hacia la cultura para sí mismo.
En Rusia la tarea se complica por la pobreza de toda nuestra tradición cultural y por los destrozos materiales producidos por los acontecimientos de los últimos años. Después de haber conquistado el poder y de haber luchado durante casi seis años por su conservación y consolidación, nuestro proletariado se ve obligado a emplear todas sus energías en la creación de las condiciones materiales de existencia más elementales y en iniciarse a sí mismo en el ABC de la cultura -ABC en el sentido auténtico y literal de la expresión. No en vano nos hemos fijado como objetivo la eliminación total del analfabetismo para el décimo aniversario del régimen soviético.
Alguien, quizás, puede objetar que yo doy al concepto de cultura proletaria un sentido demasiado amplio. Que si no puede existir una cultura proletaria total, plenamente desarrollada, la clase obrera podrá imponer al menos su sello a la cultura antes de disolverse en la sociedad comunista. Una objeción de este tipo debe considerarse en primer lugar como un serio alejamiento del concepto de cultura proletaria. Es indiscutible que el proletariado, durante la época de su dictadura, impondrá su sello a la cultura. Sin embargo, de ahí a una cultura proletaria, si se entiende por ésta un sistema desarrollado e internamente coherente de conocimientos y técnicas en todos los terrenos de la creación material y espiritual, hay mucha distancia. El hecho mismo de que, por primera vez, decenas de millones de hombres sepan leer y escribir y conozcan las cuatro operaciones aritméticas, será ya un acontecimiento cultural de la mayor importancia. La esencia de la nueva cultura reside en que no será aristocrática, para una minoría privilegiada, sino que será una cultura de masas, universal, popular. La cantidad se transformará en calidad: con el aumento del carácter masivo de la cultura se elevará también su nivel y cambiarán sus características. Pero esta evolución se operará a través de una serie de etapas históricas. Con cada nuevo éxito en esta dirección, se debilitarán los rasgos que hacen del proletariado una clase y de este modo desaparecerá la base necesaria para una cultura proletaria.
¿Y qué ocurre con los estratos superiores de la clase trabajadora, qué ocurre con su vanguardia ideológica? ¿No se puede decir que en estos círculos, por reducidos que sean, se está produciendo ya hoy el desarrollo de una cultura proletaria? ¿Es que no tenemos una academia socialista, es que no tenemos profesores rojos? Muchos cometen el error de plantearse el problema de este modo tan abstracto. Se piensa que es posible crear una cultura proletaria por métodos de laboratorio. Pero en realidad el tejido cultural básico se forma por las relaciones e interacciones que existen entre la intelligentsia de una clase y la clase misma. La cultura burguesa -técnica, política, filosófica y artística se formó por la interacción de la burguesía y sus inventores, dirigentes, pensadores y poetas. El lector creaba al escritor y el escritor al lector. Esto es cierto en una medida incomparablemente mayor tratándose del proletariado, pues su economía, su política y su cultura sólo pueden basarse en la iniciativa creadora de las masas. En un futuro inmediato, sin embargo, la tarea principal de la intelligentsia proletaria no reside en la abstracción de una nueva cultura – carente aún de base –, sino en una política cultural concreta: la asimilación sistemática, planificada y por supuesto crítica, de los elementos indispensables de la cultura ya existente, por parte de las masas atrasadas. Es imposible crear una cultura de clase a espaldas de esa clase. Luego para edificar la cultura de la clase obrera colaborando con ella y de acuerdo con su sentido histórico general, es preciso organizar el socialismo, al menos en sus líneas básicas. En este proceso, las características de clase de la sociedad no se irán acentuando, sino, al contrario, debilitándose poco a poco hasta desaparecer, en relación directa con el éxito de la revolución. La dictadura del proletariado es liberadora, precisamente en el sentido de que es un medio transitorio –muy transitorio– de despejar el camino y sentar las bases.
Para explicar más concretamente la idea del “periodo de edificación cultural” en el desarrollo de la clase trabajadora, consideremos la sucesión histórica, no de las clases sino de las generaciones. Decir que éstas se suceden y se continúan unas a otras, suponiendo una sociedad en ascenso y no en decadencia, significa que cada una añade su aportación a lo que la cultura ha acumulado hasta entonces. Pero antes de poder hacerlo, cada generación nueva debe atravesar un periodo de aprendizaje: se apropia entonces de la cultura existente y la transforma a su manera, haciéndola más o menos diferente a la de la generación anterior. Esta apropiación no es aún creadora, es decir no supone la creación de nuevos valores culturales, sino sólo la de sus premisas. En cierta medida, todo esto puede aplicarse al destino de las masas trabajadoras que se elevan al nivel de la creación histórica. Sólo es preciso añadir que antes de superar la etapa de aprendizaje cultural el proletariado habrá dejado de ser proletariado. Recordemos una vez más que la capa superior del tercer estado, la burguesía, hizo su aprendizaje cultural bajo el techo de la sociedad feudal; que mientras estaba todavía en el seno de ésta, había superado, desde el punto de vista cultural, a los viejos estamentos dirigentes y que había llegado a ser el motor de la cultura antes de llegar al poder. Todo es muy diferente tratándose del proletariado en general, y del proletariado ruso en particular; éste se ha visto forzado a tomar el poder antes de haberse apoderado de los elementos fundamentales de la cultura burguesa; se ha visto forzado a derribar la sociedad burguesa por la violencia revolucionaria precisamente porque esta sociedad le impedía el acceso a la cultura. La clase trabajadora se esfuerza por transformar el aparato estatal en una potente bomba para apagar la sed de cultura de las masas. Es una tarea de un significado histórico inmenso. Pero hablando con exactitud, no es todavía la creación de una cultura proletaria especial. “Cultura proletaria”, “arte proletario”, etc., son expresiones que en tres de cada diez casos se usan sin el menor sentido crítico para designar la cultura y el arte de la sociedad comunista futura; en dos de cada diez casos, para referirse al hecho de que grupos particulares del proletariado se apoderan de elementos aislados de la cultura preproletaria; y finalmente, en cinco de cada diez casos, es un conjunto confuso de ideas y palabras sin pies ni cabeza.
He aquí un ejemplo reciente, de entre los cien posibles, de empleo claramente negligente, erróneo y peligroso, de la expresión “cultura proletaria” : “La base económica y el sistema de superestructuras correspondiente – escribe el camarada Sisov – forman la cultura característica de una época (feudal, burguesa, proletaria)”. Así, la época cultural proletaria se coloca aquí en el mismo plano que la época burguesa. Sin embargo, lo que se denomina aquí cultura proletaria es sólo el breve periodo de transición de un sistema sociocultural a otro, del capitalismo al socialismo. La instauración del régimen burgués estuvo también precedida por una época de transición. Pero la revolución burguesa tenía como objetivo perpetuar el dominio de la burguesía, y ha tenido éxito, mientras que la revolución proletaria pretende acabar con la existencia del proletariado como clase en el plazo más breve posible. La longitud de este plazo depende totalmente del éxito de la revolución. ¿No es increíble que se pueda olvidar esto y que se coloque la época de la cultura proletaria en el mismo plano que la de la cultura feudal o burguesa?
Si esto es así, ¿Puede deducirse que no tenemos ciencia proletaria? ¿No podemos decir que la concepción materialista de la historia y la crítica marxista de la economía política son elementos científicos inestimables de una cultura proletaria? ¿No hay aquí una contradicción?
Desde luego, la concepción materialista de la historia y la teoría del valor tienen una inmensa importancia, tanto como arma de lucha de la clase proletaria como para la ciencia en general. Hay más verdadera ciencia en el Manifiesto comunista solo que en bibliotecas enteras llenas de compilaciones, especulaciones y falsificaciones profesorales sobre filosofía e historia. ¿Pero se puede decir que el marxismo constituye un producto de la cultura proletaria? ¿Y se puede decir que ya hoy estamos utilizando el marxismo, no sólo en las luchas políticas sino también en los problemas científicos generales?
Marx y Engels salieron de las filas de la democracia pequeñoburguesa y, naturalmente, se educaron en esta cultura y no en la cultura proletaria. Si no hubiese existido la clase obrera, con sus huelgas, sus luchas, sus sufrimientos y sus rebeldías, tampoco hubiese habido, por supuesto, comunismo científico, por no ser históricamente necesario. La teoría del comunismo científico se edificó totalmente sobre la base de la cultura científica y política de la burguesía, aunque declaró a esta última una guerra a muerte. Bajo los golpes de las contradicciones capitalistas, el pensamiento universalizador de la democracia burguesa se elevó, en sus representantes más audaces, más honrados y más clarividentes, hasta una genial negación de sí mismo, armado con todo el arsenal crítico de la ciencia burguesa. Así se originó el marxismo. El proletariado encontró en el marxismo su método, pero no inmediatamente, y ni siquiera hoy completamente. Hoy, este método sirve principalmente, casi exclusivamente, a objetivos políticos. El desarrollo metodológico del materialismo dialéctico y su aplicación sistemática al conocimiento, son cosas que pertenecen aun totalmente al futuro. Sólo en una sociedad socialista dejará el marxismo de ser únicamente un instrumento de lucha política, para convertirse en un método de creación científica, elemento e instrumento importantísimo de la cultura espiritual.
Es indiscutible que toda ciencia refleja en mayor o menor grado las tendencias de la clase dominante. Cuando más estrechamente se vincule una ciencia a los problemas prácticos de la conquista de la naturaleza (física, química, ciencias naturales en general), mayor será su valor humano, no clasista. Cuanto más profundamente se relacione con el mecanismo social de la explotación (economía política) o generalice abstractamente la experiencia humana (como la sicología, no en su sentido experimental y fisiológico sino en su llamado sentido « filosófico »), más se subordinará al egoísmo de clase de la burguesía y menor será su contribución al acervo general de conocimientos humanos. En el terreno de las ciencias experimentales existen diferentes grados de integridad y objetividad científica, según la amplitud de las generalizaciones hechas. Por regla general, las tendencias burguesas se desarrollan mucho más libremente en las altas esferas de la filosofía metodológica, de la «concepción del mundo». Por eso es necesario limpiar el edificio científico de pies a cabeza o, mejor dicho, desde la cabeza hasta los pies, pues es preciso comenzar por los pisos de arriba. Sin embargo, sería muy inocente creer que el proletariado debe revisar críticamente toda la ciencia heredada de la burguesía antes de aplicarla a la edificación socialista. Esto equivaldría a decir, como los moralistas utópicos: antes de construir una sociedad nueva, el proletariado debe elevarse a la altura de la moral comunista. De hecho, el proletariado transformará la moral, al igual que la ciencia, sólo después de que haya construido la sociedad nueva, aunque sea únicamente en sus líneas generales. Pero, e no estamos cayendo en un círculo vicioso? ¿Cómo se puede crear una sociedad nueva por medio de la ciencia y la moral antiguas? Aquí hay que recurrir a la dialéctica, a esa misma dialéctica que derrochamos en la poesía lírica, la administración, la sopa de verduras o el puré. Para comenzar a actuar, la vanguardia proletaria tiene absoluta necesidad de ciertos puntos de apoyo, ciertos métodos científicos que puedan liberar la mente del yugo ideológico de la burguesía; en parte los tiene ya, y en parte tiene que conquistarlos todavía.
El método fundamental ha sido ya puesto a prueba en muchas batallas y en las condiciones más variadas. Pero de esto a la ciencia proletaria hay una gran distancia. La clase revolucionaria no puede interrumpir su lucha porque el partido no haya decidido aún si debe aceptar la hipótesis de los electrones y los iones, la teoría sicoanalítica de Freud, la genética, los nuevos descubrimientos matemáticos de la relatividad, etc. Después de conquistar el poder, el proletariado tendrá muchas más posibilidades de asimilar y revisar la ciencia. Pero también ahí es más fácil decirlo que hacerlo. El proletariado no puede aplazar la construcción del socialismo hasta que sus nuevos científicos, muchos de los cuales tienen hoy pantalones cortos, hayan comprobado y depurado todos los instrumentos y todos los métodos de conocimiento. El proletariado rechaza lo que es manifiestamente inútil, falso y reaccionario, y usa, en los diferentes campos de su labor constructiva, los métodos y resultados de la ciencia actual, tomándolos necesariamente con el porcentaje de elementos clasistas y reaccionarios que contienen. El resultado práctico se justificará en conjunto, porque la práctica, sometida al control de los principios socialistas, irá revisando y seleccionando gradualmente los métodos y conclusiones de la teoría. Entre tanto habrán crecido científicos educados en las condiciones nuevas. En cualquier caso, el proletariado tendrá que realizar su obra de edificación socialista hasta un nivel bastante avanzado, es decir hasta lograr una verdadera seguridad material y la satisfacción de las necesidades culturales de la sociedad, antes de que pueda llevar a cabo una purificación general de la ciencia, de pies a cabeza. Con esto no quiero combatir el trabajo de crítica marxista que actualmente se esfuerzan por realizar muchos pequeños círculos y seminarios en diferentes terrenos. Este trabajo es necesario y útil. Debe ampliarse y profundizarse por todos los medios. Sin embargo, hay que conservar el sentido práctico marxista de la medida para apreciar el peso específico actual de tales experimentos y esfuerzos en relación con las dimensiones generales de nuestra tarea histórica.
¿Significa todo esto que hay que excluir la posibilidad de que puedan surgir de las filas del proletariado, mientras esté en el periodo de la dictadura revolucionaria, científicos eminentes, inventores, dramaturgos y poetas? De ningún modo. Pero sería extraordinariamente superficial dar el nombre de cultura proletaria ni siquiera a los éxitos más valiosos de los representantes individuales de la clase trabajadora. No se puede cambiar el concepto de cultura en monedas pequeñas para el gasto diario personal, ni se pueden determinar los progresos culturales de una clase por los pasaportes proletarios de inventores o poetas aislados. La cultura es el conjunto orgánico de conocimientos y técnicas que caracteriza a toda la sociedad, o al menos a su clase dirigente. Comprende y penetra en todos los terrenos de la creación humana y los unifica en un sistema. Las realizaciones individuales se desarrollan a partir de este nivel y lo van elevando poco a poco.
¿Existe esta relación orgánica entre nuestra poesía proletaria actual y la actividad cultural de la clase obrera en su conjunto? Es evidente que no. Individualmente o por grupos, los obreros se inician en el arte creado por la intelligentsia burguesa y usan su técnica, por el momento de un modo bastante ecléctico. ¿ Se hace con la intención de expresar su propio mundo interior, proletario ? La realidad es que no, todo lo contrario. La obra de los poetas proletarios está falta de esa calidad orgánica que no puede surgir más que de una unión íntima entre el arte y el desarrollo general de la cultura. Tenemos obras literarias de proletarios dotados e inteligentes, pero esto no es literatura proletaria. Puede, sin embargo, que llegue a ser una de sus fuentes.
El camarada Dubrovskoy ofendió gravemente a los poetas gérmenes, raíces y fuentes a los que se remontará algún investigador futuro como antecedentes de los diversos sectores de la cultura del porvenir, igual que los historiadores actuales del arte parten del teatro de Ibsen para remontarse a los misterios religiosos o del impresionismo y cubismo a la pintura de los monjes. En la economía del arte, como en la de la naturaleza, nada se pierde y todo está unido. Pero de hecho, concretamente, en la vida, la producción actual de los poetas surgidos del proletariado está aún lejos de desarrollarse al mismo ritmo que el proceso de preparación de las condiciones de la futura cultura socialista, es decir el proceso de elevación de las masas. (…)
León Trotski
Trotski, Literatura y revolución; otros escritos sobre la literatura y el arte, cap. 6, tomo 1, Ruedo ibérico ediciones, 1969.
NO ES la primera vez que el capitalismo justifica su marcha a la guerra mediante la noción de "choque de civilizaciones". En 1914, se mandó a los obreros al frente en nombre de la defensa de la "civilización" moderna contra la barbarie del knut ruso o del káiser germánico; en 1939 fue para defender la democracia contra las tinieblas del nazismo, entre 1945 y 1989 fue por la democracia contra el comunismo o, en los países "socialistas", contra el imperialismo. Hoy se nos sirve la cantinela de la defensa del "modo de vida occidental" contra el "fanatismo islámico" o, a la inversa, del "Islam contra los cruzados o los judíos". Todos esas consignas no son más que vociferaciones de rebato para la guerra imperialista; en otras palabras, son llamamientos para la lucha bélica entre fracciones rivales de la burguesía en plena época de descomposición del capitalismo decadente. El artículo siguiente es una contribución para combatir esa idea de que el islamismo militante estaría fuera de la civilización burguesa e incluso que estaría contra ella. Intentaremos demostrar que es todo lo contrario: ese fenómeno no puede comprenderse sino como producto, expresión concentrada, del declive histórico de la civilización capitalista. Un segundo artículo estudiará el enfoque marxista del combate contra la ideología religiosa en el proletariado.
NO ES la primera vez que el capitalismo justifica su marcha a la guerra mediante la noción de "choque de civilizaciones". En 1914, se mandó a los obreros al frente en nombre de la defensa de la "civilización" moderna contra la barbarie del knut ruso o del káiser germánico; en 1939 fue para defender la democracia contra las tinieblas del nazismo, entre 1945 y 1989 fue por la democracia contra el comunismo o, en los países "socialistas", contra el imperialismo. Hoy se nos sirve la cantinela de la defensa del "modo de vida occidental" contra el "fanatismo islámico" o, a la inversa, del "Islam contra los cruzados o los judíos". Todos esas consignas no son más que vociferaciones de rebato para la guerra imperialista; en otras palabras, son llamamientos para la lucha bélica entre fracciones rivales de la burguesía en plena época de descomposición del capitalismo decadente.
El artículo siguiente es una contribución para combatir esa idea de que el islamismo militante estaría fuera de la civilización burguesa e incluso que estaría contra ella. Intentaremos demostrar que es todo lo contrario: ese fenómeno no puede comprenderse sino como producto, expresión concentrada, del declive histórico de la civilización capitalista.
Un segundo artículo estudiará el enfoque marxista del combate contra la ideología religiosa en el proletariado.
Marx veía en la religión como "la conciencia y el sentimiento propio del hombre que o no se ha encontrado todavía a sí mismo o se ha vuelto ya a perder a sí mismo". La religión es pues "una conciencia errónea del mundo… la realización fantasmagórica de la conciencia humana, al no tener la esencia humana una realidad verdadera" (1) No es, sin embargo, una simple conciencia errónea, sino una respuesta a la opresión real (respuesta inapropiada que sólo conduce al fracaso):
"El desamparo religioso es, por un lado, la expresión del desamparo real y por otro, la protesta contra el desamparo real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, a la vez que es el espíritu de unas condiciones sociales de las que el espíritu está excluido. Es el opio del pueblo" (2).
En oposición con aquellos filósofos del siglo XVIII que denunciaban la religión como no más que una obra de impostores, Marx afirmó que era necesario exponer las raíces reales, materiales, de la religión, en el marco de unas relaciones económicas de producción bien determinadas.
Pensaba con confianza que la humanidad podrá lograr emanciparse de esa falsa conciencia y alcanzar su pleno potencial en un mundo comunista sin clases.
Marx, de hecho, puso en evidencia hasta qué punto el desarrollo económico del capitalismo había debilitado las bases de la religión. En La Ideología alemana, por ejemplo, afirma que la industrialización capitalista redujo la religión a no ser otra cosa sino una simple mentira. Para liberarse, el proletariado debía perder sus ilusiones religiosas y destruir todos los obstáculos que le impidieran afirmarse como clase; pero las brumas de la religión acabarían siendo barridas por el propio capitalismo. De hecho, para Marx, era el propio capitalismo el que estaba destruyendo la religión, hasta el punto de que hablaba de ella como de algo ya muerto para el proletariado.
Los seguidores de Marx pusieron de relieve que una vez que el capitalismo dejó de ser una fuerza revolucionaria para la transformación de la sociedad, hacia 1871, la burguesía volvió a inclinarse hacia el idealismo y la religión. En su texto: El ABC del comunismo (en torno al programa del Partido comunista ruso en 1919), Bujarin y Preobrazhenski explican las relaciones entre la Iglesia ortodoxa rusa y el viejo Estado feudal zarista. Bajo los zares, explican, el contenido principal de la educación era la religión: "mantener el fanatismo religioso, la estupidez y la ignorancia, fue de una importancia primordial para el Estado". La Iglesia y el Estado estaban "obligados a unir sus fuerzas contra las masas laboriosas y su alianza servía para fortalecer su dominio sobre los trabajadores". En Rusia, la burguesía emergente acabó entablando un conflicto contra la nobleza feudal, incluida la Iglesia en ésta, pues aquélla ansiaba poseer las inmensas rentas que esta última sacaba de la explotación de los trabajadores: "la base real de esta exigencia era el deseo de se transfiriera a la burguesía las rentas otorgadas a la Iglesia por el Estado".
Como la joven burguesía de la Europa occidental, la burguesía ascendente de Rusia llevó a cabo una campaña vigorosa por la separación total entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, en ningún lugar se llevó ese combate hasta el final, ni siquiera en Francia en donde el conflicto había sido especialmente enconado. La burguesía acabó por alcanzar un compromiso con la Iglesia: en la medida en que ésta se puso a desempeñar un papel de pilar del capitalismo, acabó uniéndose a la burguesía, pudiendo llevar a cabo sus actividades religiosas. Bujarin y Preobrazhenski atribuyen esto al hecho de que "por todas partes, el combate llevado a cabo por la clase obrera contra los capitalistas iba cobrando cada vez una mayor intensidad… Los capitalistas acabaron comprendiendo que era más ventajoso aliarse con la Iglesia, pagarle sus oraciones en nombre del combate contra el socialismo, utilizar su influencia sobre las masas incultas para así mantener vivo en sus mentes el sentimiento de ser esclavos que debían somerterse al Estado explotador".
Los burgueses de Europa occidental hicieron entonces las paces con el Clero, aún manteniendo en privado un comportamiento pretendidamente materialista. Como lo muestran en El ABC del comunismo Bujarin y Preobrazhenski, la clave de esa contradicción está en "el bolsillo de los explotadores". En su texto de 1938, Lenin filósofo, Anton Pannekoek, de la Izquierda comunista holandesa, explica por qué el materialismo naturalista de la burguesía progresista tuvo una vida muy corta:
'Mientras la burguesía pudo creer que su sociedad de propiedad privada, de libertad personal, de libre competencia, podía resolver, mediante el desarrollo de la industria, de las ciencias y la técnica, todos los problemas materiales de la humanidad, podía también creer de igual modo que los problemas teóricos podrían resolverse con la ciencia, sin necesidad de plantear hipótesis sobre la existencia de poderes sobrenaturales y espirituales. Por eso, en cuanto se comprobó que el capitalismo ya no podía resolver los problemas materiales de las masas, como lo demostró el auge de la lucha de clase del proletariado, desapareció la confianza en la filosofía racionalista. El mundo volvió a verse lleno de insolubles contradicciones e incertidumbres, fuerzas siniestras que amenazaban la civilización. Entonces la burguesía se volvió hacia diferentes creencias religiosas, y sus intelectuales y sabios se vieron sometidos a la influencia de tendencias místicas. No tardaron demasiado en descubrir las debilidades y los defectos de la filosofía materialista y a disertar sobre los límites de la ciencia y los enigmas insolubles del mundo" (Anton Pannekoek, Lenin filósofo).
Si ya esa tendencia estuvo presente en la fase ascendente del capitalismo, acabó siendo la regla desde el inicio del período de decadencia. Al haber alcanzado los límites de su expansión, el capitalismo en declive ha sido incapaz de crear un mundo plenamente a su imagen: ha dejado vastas regiones en el atraso y sin desarrollar. Este retraso económico y social es la base de la gran influencia que la religión todavía ejerce sobre esas zonas. Los bolcheviques se las vieron ante ese problema y tuvieron que incluir en su programa, en 1919, una sección que tratara específicamente de la religión, "expresión del retraso de las condiciones materiales y culturales de Rusia"
La burguesía está obligada a tener en cuenta el idealismo y la religión en el período de decadencia y eso, sobre todo, cuando todo su optimismo se resquebraja; se pudo comprobar con el nazismo y su profunda tendencia hacia el irracionalismo. En la etapa final de la decadencia del capitalismo, la descomposición, esas tendencias se han confirmado más todavía e incluso miembros de la burguesía (como el multimillonario Usama bin Laden) acaban tomándose en serio las creencias reaccionarias y obscurantistas que declaran. Como lo anotaban acertadamente Bujarin y Preobrazhenski: "si la clase burguesa empieza a creer en Dios y en la vida eterna será sencillamente porque empieza a darse cuenta de que su vida en este mundo está llegando a su fin" (El ABC…).
El brote de movimientos irracionalistas entre las masas de las regiones más desfavorecidas cobra cada día más importancia en este período de descomposición, en donde aparece con mayor claridad cada día la ausencia del menor porvenir para el sistema y en el que la vida social, en las zonas más débiles de la periferia del capitalismo, tiende a desintegrarse. Por todas las partes del mundo, como ocurrió en los períodos últimos de los modos anteriores de producción, estamos asistiendo al auge de las sectas, de los cultos suicidas apocalípticos y de los diferentes fundamentalismos. Y es islamismo es una expresión de esa tendencia general. Antes de examinar su expansión debemos volver, sin embargo, a los orígenes históricos del Islam como religión mundial.
Cuando se fundó en el siglo VIIº en la región del Heyaz, en el oeste de Arabia, el Islam viene a ser, resumiendo a grandes rasgos, una síntesis entre judaísmo, cristianismo bizantino y asirio y de las religiones antiguas de Persia así como de otras creencias locales monoteístas como la Hanifiya. Esta rica mezcla se adaptaba a las necesidades de una sociedad en plenos trastornos sociales, económicos y políticos. Dominado por la ciudad de La Meca, el Heyaz era en aquel entonces la principal encrucijada comercial de Oriente Próximo. Arabia se encontraba entre dos grandes imperios: Persia y su dinastía sasánida y Bizancio, imperio romano de Oriente. En esta situación, la clase dominante de La Meca animaba a los comerciantes de paso a colocar sus dioses paganos personales en la Kaaba, un santuario religioso local, para que pudieran adorarlos en él en cada una de sus visitas. Esta idolatría proporcionaba riquezas importantes a los ricos habitantes de la ciudad.
Durante unos cien años, La Meca fue una sociedad próspera, dirigida por una aristocracia tribal, en donde se utilizaba escasamente el trabajo de esclavos, con un comercio pujante con regiones muy lejanas y con los ingresos suplementarios de la Kaaba. Sin embargo cuando Mahoma alcanzó la edad adulta, la sociedad estaba inmersa en una crisis profunda. Y esta estalló amenazando con hundirse en una guerra interminable entre las diferentes tribus.
En las propias inmediaciones de La Meca y de Yathrib, segunda ciudad de la región, la actual Medina, vivían los beduinos de austeras y altivas tribus nómadas independientes, las cuales, al principio, se habían beneficiado del enriquecimiento de los centros urbanos de la región; mediante préstamos otorgados por los ricos ciudadanos habían podido mejorar su nivel de vida. Pero se vieron cada día más en la imposibilidad de reembolsar sus deudas, una situación que acabaría provocando una situación explosiva. Se aceleraba la desintegración de las tribus, tanto en las ciudades como en los oasis del desierto. Los beduinos eran "vendidos como esclavos o reducidos a un estado de dependencia…los límites habían sido traspasados". Más precisamente:
"Inevitablemente, esas transformaciones económicas y sociales vinieron acompañadas por cambios intelectuales y morales. Quienes tenían olfato para los negocios prosperaban. Las virtudes tradicionales de los hijos del desierto, los beduinos, ya no eran el camino del éxito. Saber aprovecha su suerte y ser codicioso era mucho más útil. Los ricos se habían vuelto orgullosos y arrogantes, glorificando su éxito como algo personal y no como algo que interesaba a la tribu entera. Se iban debilitando los vínculos de sangre, siendo sustituidos por otros basados en el interés" (3).
Y más lejos en ese mismo libro:
"La iniquidad triunfaba en el seno de las tribus. Los ricos y poderosos oprimían a los pobres. Se conculcaban cada día las leyes ancestrales. Se vendía como esclavos al débil y al huérfano. Se atropellaba el antiguo código del honor, de la decencia y de la moral. El pueblo no sabía ya a qué dioses servir y adorar" (4).
Esta última frase es muy significativa: en unas sociedades en las que la religión era el único medio posible para estructurar la vida cotidiana, su situación expresaba claramente la gravedad de la crisis social. El Islam llama a ese período de la historia de Arabia, la yahiliia, o era de la ignorancia, afirmando que durante ese período no había límites para la inmoralidad, la crueldad, la práctica de una poligamia y el asesinato de le recién nacidos de sexo femenino.
La Arabia de entonces estaba desgarrada tanto por las rivalidades entre sus propias tribus, en guerra de todos contra todos, como por las amenazas y las ambiciones de las civilizaciones vecinas. Intervinieron también otros factores más globales. En Arabia se sabía que los imperios persa y romano estaban pasando por serias dificultades tanto internas como externas, a punto de desmoronarse. Muchos veían en ello "la proclamación del fin del mundo" (5) La mayor parte del mundo civilizado estaba también al borde del caos.
Engels analizó el ascenso del Islam como "una reacción de los beduinos contra los ciudadanos, poderosos pero degenerados, y que en aquel tiempo profesaban una religión decadente, mezcla de un depravado culto naturalista con el judaísmo y el cristianismo" (6).
Nacido en La Meca en el 570 después de JC, pero educado en parte por beduinos del desierto, profundamente influido por las corrientes intelectuales procedentes del mundo entero que recorrían Arabia, especialmente el Heyaz, Mahoma, hombre de reflexión y propenso a la meditación, fue el vehículo ideal para resolver la crisis de las relaciones sociales que sacudía su ciudad y región. El inicio de su ministerio en 610 hizo de él el hombre de la situación.
Arabia entera estaba madura para el cambio. Estaba en condiciones para que en ella emergiera un Estado panárabe, capaz de superar el separatismo tribal y de poner a la sociedad sobre nuevos cimientos económicos y por lo tanto sociales y políticos. El Islam dio la prueba de que era el instrumento perfectamente adaptado para cumplirlo. Mahoma enseñó a los árabes que el caos creciente de su sociedad se debía a que se habían alejado de las leyes divinas (la Sharia) y que debían someterse a esas leyes si querían evitar la condena eterna. La nueva religión denunció la crueldad y las guerras intertribales, declarando no sólo que los musulmanes eran todos hermanos, sino que como hombres y mujeres que eran tenían la obligación de unirse. El Islam (literalmente sumisión a Dios) proclamó que era Dios mismo (Alá) quien lo pedía. El Islam puso fuera de la ley la depravación (el alcohol, las blasfemias y los juegos de azar quedaron prohibidos), se prohibió la crueldad (por ejemplo, se incitó a los propietarios de esclavos a libertarlos), se limitó la poligamia a cuatro esposas para cada creyente varón (cada una de ellas debería ser tratada con ecuanimidad, lo que llevó a algunos a afirmar que esta práctica estaba fuera de la ley), los hombres y las mujeres desempeñaban funciones sociales diferentes, pero la mujer estaba autorizada a trabajar y a escoger ella misma a su marido; el asesinato fue estrictamente prohibido, incluido el infanticidio. El Islam enseñó también a los árabes que no bastaba con rezar y evitar el pecado; la sumisión a Dios significaba que todas las esferas de la existencia debían someterse a la voluntad de Dios, o sea que el Islam ofrecía un marco para cada cosa, incluida la vida económica y política de una sociedad.
En las condiciones de entonces, no es sorprendente que la nueva religión atrajera muy pronto a numerosos fieles, tras haber fracasado todos los intentos de las clases dominantes de La Meca por destruirla físicamente. Fue el instrumento ideal para echar abajo la sociedad árabe de entonces y las sociedades vecinas. Pero la época dorada musulmana no podía durar siempre. Ocurrió que los sucesores de Mahoma, los califas, elegidos para dirigir el mundo musulmán en función de su supuesta fidelidad al mensaje mahometano, fueron de hecho sustituidos por dinastías cada vez más corruptas que reivindicaban el cargo como algo hereditario. La transformación quedó rematada cuando la dinastía de los Omeyas accedió al califato (680-750). Sin embargo, es claro que cuando surgió, el Islam significó un avance en la evolución histórica, de ahí su fuerza inicial y el alcance de su visión. Y aunque, inevitablemente, la civilización musulmana medieval no logró vivir según los ideales de Mahoma, fue sin embargo un marco para una serie de avances fulgurantes en ámbitos como la medicina, las matemáticas y otros sectores del saber humano. Aunque el despotismo oriental en que se basó acabaría llevándolo a un estéril atolladero al que lo condenaba ese modo de producción, en el momento en que alcanzó la apogeo de su desarrollo, hacía aparecer, por contraste, a la sociedad feudal occidental como tosca y oscurantista. Esto quedó simbólicamente plasmado en el enorme foso cultural que separaba a Ricardo Corazón de León y Saladino en la época de las cruzadas (7) o en el contraste en todos los aspectos entre la España musulmana (Al-Andalus) y la España cristiana en la misma época. Podría incluso añadirse que el foso es todavía mayor entre la cultura musulmana en su mayor esplendor y el oscurantismo del fundamentalismo de nuestros días.
Los marxistas reconocieron los aspectos progresistas del Islam en sus orígenes, pero ¿cómo analizaron su papel en un período de revolución proletaria, en el que todas las religiones se han vuelto un obstáculo para la emancipación de la humanidad? Es muy instructivo examinar brevemente la política de los bolcheviques en este aspecto.
Menos de un mes después de la victoria de la revolución de Octubre de 1917, los bolcheviques difundieron una proclama, A todos los Trabajadores musulmanes de Rusia y del Este, en la que declaraban estar del lado de "todos aquellos cuyas mezquitas y oratorios han sido destruidos, cuyas creencias y costumbres han sido atropelladas bajo la bota de los zares y de los opresores de Rusia". Los bolcheviques se comprometían así:
"Desde ahora vuestras creencias y costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales son libres e inviolables (…). Sabed que vuestros derechos, como los de los demás pueblos de Rusia, están bajo la poderosa salvaguardia de la Revolución y de sus organismos, los soviets de obreros, soldados y campesinos".
Esa política significó un cambio radical respecto a la de los zares, los cuales siempre y de manera sistemática había intentado por la fuerza, de manera violenta a menudo, asimilar a las poblaciones musulmanas, después de la conquista del Asia central a partir del siglo XVI. No es pues de extrañar que, en reacción a la violencia zarista, las poblaciones musulmanas de esas regiones se aferraran al Islam, que era su herencia religiosa y cultural. Salvo raras y notables excepciones, los musulmanes de Asia central no participaron activamente en la Revolución de Octubre, que se centró sobre todo en Rusia: "Las organizaciones nacionales musulmanas permanecieron como espectadores indiferentes a la causa bolchevique" (8). Sultan-Galiev, el "co mu nista musulmán" que desempeñó un papel importante, declaró unos cuantos años después de la Revolución:
"Si hacemos balance de la revolución de Octubre y de la participación de los tártaros, debemos admitir que las masas laboriosas y las capas desheredadas tártaras no han tenido la menor parte en ella" (9).
La actitud de los bolcheviques hacia los musulmanes de Asia central estuvo determinada por imperativos de orden externo y a la vez interno. Por un lado, el nuevo régimen tenía que adaptarse a la situación: los territorios del antiguo imperio zarista eran en su mayoría musulmanes. Los bolcheviques estaban convencidos de que esos territorios de Asia central eran imprescindibles, tanto estratégica como económicamente, para la supervivencia de la Rusia revolucionaria. Cuando los nacionalistas musulmanes se rebelaron contra el nuevo gobierno de Moscú, la respuesta de las autoridades, en la mayoría de los casos, fue tomar medidas brutales. Tras la rebelión en Turquestán, por ejemplo, la réplica de las unidades militares del Soviet de Tashkent fue la de arrasar la ciudad de Kolanda. Lenin mandó allá una comisión especial en noviembre de 1919, para, decía, "restablecer relaciones correctas entre el régimen soviético y los pueblos de Turquestán" (10).
Un ejemplo de este proceder ante los problemas planteados por las regiones musulmanas fue la creación por los bolcheviques de la organización Zhendotel (Departamento de mujeres obreras y campesinas) para trabajar entre las mujeres musulmanas en Asia central soviética. Zhendotel centró más especialmente su acción en el problema de la religión en esos territorios muy atrasados económicamente. En sus inicios, Zhendotel adoptó un método paciente y sensible hacia los delicados problemas a que se veía encarado. Los miembros femeninos de la organización usaban incluso el paranya (un velo islámico que tapaba totalmente la cara) en las discusiones organizadas con mujeres musulmanas.
Mientras que algunas organizaciones nacionalistas musulmanas se unieron durante algún tiempo a la contrarrevolución durante la guerra civil de 1918-1920, la mayoría acabó aceptando de mala gana el régimen bolchevique, que les parecía un mal menor después de haber sufrido los desmanes de los ejércitos blancos de Denikin. Muchos de los "nacionalistas musulmanes" entraron en el Partido comunista y numerosos fueron los que ocuparon puestos de alto rango en el gobierno. Pero sólo una cantidad muy limitada de ellos parecía estar convencida de la validez del marxismo. El célebre tártaro Sultan-Galiev era el representante bolchevique ante el Comisariado musulmán (formado en enero de 1918), era miembro del Colegio interno del Comisariado del pueblo para las Nacionalidades (Narkomnats), redactor jefe de la revista Zhizn Natsionalnostei, profesor de la Universidad de los Pueblos del Este y dirigente del ala izquierda de los "Nacionalistas musulmanes". Pero incluso esa figura emblemática de los reclutados entre los nacionalistas musulmanes, fue en el mejor de los casos un "comunista nacional" como se designó a sí mismo en el periódico tártaro Qoyash (El Sol) en 1918, al explicar su adhesión al Partido bolchevique en octubre de 1917 en estos términos: "He llegado al bolchevismo por amor de mi pueblo, un amor que tanto peso tiene en mi corazón" (11).
Por otro lado, los bolcheviques comprendieron que su revolución, para sobrevivir, necesitaba que se unieran a ella los obreros de los demás países. El fracaso de las revoluciones en los países occidentales desarrollados, especialmente en Alemania, los llevó a contemplar cada vez más la posibilidad de una oleada "nacionalista revolucionaria" en Oriente. Esta política no tiene nada de proletaria, pero como se estaban haciendo notar los primeros signos de un retroceso de la oleada revolucionaria y a causa del aislamiento creciente de la Revolución rusa, los bolcheviques se iban escorando cada vez más hacia ese enfoque oportunista del "nacionalismo revolucionario", creyendo que acabaría desembocando en revolución proletaria. Pero, por el momento, la "cuestión de Oriente" - el apoyo a las luchas de "liberación nacional" en Oriente Próximo y en Asia - se concebía como el medio para liberar a la Rusia soviética del avasallamiento del imperialismo británico.
Fue en ese contexto en el que los bolcheviques acabaron llevando a hacer evolucionar la actitud de la Internacional comunista (IC) hacia los movimientos panislámicos. En su segundo congreso, en 1920, la IC puso de manifiesto que las enormes presiones ejercidas por las fuerzas de la contrarrevolución, a la vez desde dentro y desde fuera de Rusia, empezaban a doblegarla. Se empezaron a hacer concesiones a la línea oportunista con la vana esperanza de que disminuyera la hostilidad del mundo capitalista hacia la sociedad soviética. Los comunistas se vieron obligados a organizarse en los sindicatos burgueses, aliarse con los partidos socialistas y laboristas, abiertamente proimperialistas, y apoyar a los movimientos de la pretendida "liberación nacional" en los países subdesarrollados. Las "Tesis sobre la cuestión nacional y colonial" - que debían servir para justificar el apoyo a los "movimientos de liberación nacional" - fueron preparadas por Lenin para el Congreso y adoptadas con solo tres abstenciones.
Y así, el segundo congreso diseñó las grandes líneas de la colaboración con los musulmanes. En las "Tesis", Lenin declaraba:
"Es necesario luchar contra el panislamismo, el panasiatismo, y otras corrientes de esta índole que tratan de combinar el movimiento de liberación contra el imperialismo europeo y norteamericano con el fortalecimiento del poder del imperialismo turco y japonés, de la nobleza, de los terratenientes, del clero, etc." (12).
Aunque votó la resolución, Sneevliet, representante de las Indias orientales holandesas (actual Indonesia), afirmó que una organización de masas islamista estaba presente allí. Sneevliet declaro que Sarekat Islam (Unión islámica), había adquirido un "carácter de clase", adoptando un programa anticapitalista. Esos "hadjis comunistas" (con el-hadj se designa a quien ha peregrinado a La Meca), insistía él, eran necesarios a la Revolución comunista (13). Esta no era otra política más que la continuación de la desarrollada por la antigua Unión socialdemócrata indonesia (ISDV), cuya mayoría formará más tarde el Partido comunista indonesio (PKI), fundado en mayo de 1920. Desde el principio los marxistas indonesios tuvieron una relación de lo más ambiguo con el Islam radical, como ya lo ha puesto de relieve la CCI:
"Había miembros indonesios del ISDV, que también eran miembros e incluso dirigentes del movimiento islámico. Durante la guerra (Primera Guerra mundial), el ISVD reclutó una cantidad considerable de indonesios miembros del Sarekat Islam, que contaba con unos 20 000… Esta política prefiguró, de manera embrionaria, la que se llevaría a cabo en China después de 1921 - con el apoyo de Sneevliet y de la Internacional comunista - de formar un frente unido que desembocara incluso en la fusión de organizaciones nacionalistas y comunistas (el Kuomintang y el PC chino)…
Es significativo que en el seno de la Internacional comunista, Sneevliet representara a la vez al PKI y al ala izquierda de Sarekat Islam. Esta alianza con la clase burguesa indígena musulmana iba a durar hasta 1923" (14).
La primera aplicación de esas "Tesis sobre la cuestión nacional y colonial" fue lo que se llamó "Congreso de los pueblos de Oriente", celebrado en Bakú (Azerbaiyán) en septiembre de 1920, poco después de la clausura del segundo congreso de la Internacional comunista. Como mínimo, una cuarta parte de los delegados a la conferencia no eran comunistas, y entre ellos había burgueses nacionalistas y panislamistas, abiertamente anticomunistas. En esta conferencia, presidida por Zinoviev, se llamó a la "guerra santa" (términos utilizados por el propio Zinoviev) contra los opresores extranjeros y del interior, a favor de gobiernos obreros "y campesinos" por todo Oriente Próximo y Asia con el fin de debilitar el imperialismo, especialmente el británico.
Para los bolcheviques se trataba de establecer una "indefectible alianza" con gente de lo más dispar con el objetivo principal de aflojar el acorralamiento de Rusia por parte del imperialismo. Toda la substancia oportunista de esa política fue expuesta por Zinoviev en la sesión de apertura del congreso, cuando describió al conjunto de los delegados a la conferencia, y a través de ellos a los movimientos y Estados que representaban, como la "segunda espada" de Rusia y a los que Rusia "consideraba como hermanos y camaradas de lucha" (15). Fue la primera conferencia "antiimperialista" (o sea interclasista) celebrada en nombre del comunismo.
John Reed, pionero del comunismo en Estados Unidos, acabó asqueado por los trabajos del congreso, al que asistía. Angélica Balabanova (16) cuenta en su libro: "Jack (John Reed) habló con amargura de la demagogia y del aparato que caracterizaron el congreso de Bakú, así como de la manera con la que las poblaciones indígenas y los delegados de Extremo Oriente habían sido tratados" (17). Un "Llamamiento del partido comunista de Holanda a los pueblos de Oriente representados en Bakú" apareció en la edición en francés de los trabajos del congreso y sin duda se repartió entre los delegados. Ese llamamiento afirmaba que "miles de indonesios"se habían encontrado "unidos en el combate común contra los opresores holandeses" mediante el movimiento panislámico Sarekat Islam, y que este movimiento se adhería al llamamiento para saludar el congreso.
Durante el congreso, Radek, del partido bolchevique, evocó abiertamente la imagen de los ejércitos conquistadores de los antiguos sultanes otomanos musulmanes, declarando: "Apelamos, camaradas (sic), a los sentimientos guerreros que inspiraron antaño a los pueblos de Oriente, cuando guiados por sus grandes conquistadores, avanzaron hacia Europa" (18). Menos de tres meses después del congreso de Bakú, que había saludado al nacionalista turco Mustafá Kemal (Kemal Atatürk), éste asesinaba a todos los dirigentes del Partido comunista turco. En su cuarto congreso, la Internacional comunista llevó más lejos todavía la revisión de su programa. Como introducción a las "Tesis sobre la cuestión de Oriente", adoptadas por unanimidad, el delegado holandés Van Ravensteyn, declaró que "la independencia del mundo oriental en su conjunto, la de Asia y la de los pueblos musulmanes, significaba en sí misma el final del imperialismo occidental". Previamente, durante el congreso, Malaka, delegado de las Indias orientales holandesas, declaró que los comunistas habían colaborado estrechamente en la región con Sarekat Islam, hasta que en 1921 se separaron por disensiones. Malaka afirmó que la hostilidad hacia el movimiento panislámico, que expresaban las Tesis del segundo congreso había debilitado las posiciones de los comunistas. El delegado de Túnez, por su parte, ofreció su apoyo a la colaboración estrecha con el movimiento panislámico, haciendo notar que contrariamente a los PC inglés y francés, que no hacían nada sobre la cuestión colonial, al menos los panislamistas unificaban a los musulmanes contra sus opresores.
El giro oportunista de los bolcheviques y de la Internacional comunista sobre la cuestión colonial se basó, en gran parte, en la idea de que había que encontrar aliados para luchar contra el asedio de la Rusia soviética por parte del imperialismo. Los "izquierdistas" actuales, al hacer la apología de esta política, argumentan hoy que sirvió a la supervivencia de la Unión Soviética; en realidad, como lo reconoció la Izquierda comunista italiana en los años 30, el precio pagado por esa supervivencia fue la modificación completa de lo que era el poder de los Soviets: de haber sido el baluarte de la Revolución mundial, se había vuelto un jugador más en la ruleta imperialista mundial. Las alianzas con las burguesías de las colonias le permitieron integrarse en ese juego, pero a expensas de los explotados y de los oprimidos de esas regiones: esto quedó perfectamente ilustrado en el fracaso de la política de la Internacional comunista en China en 1925-1927.
El abandono del método marxista riguroso sobre la cuestión del Islam no fue sino una corriente más de un curso general hacia el oportunismo. Sigue siendo hoy una justificación teórica a la actitud abiertamente contrarrevolucionaria del izquierdismo moderno, el cual no cesa de presentarnos a los Jomeini, Bin Laden y demás ralea como luchadores contra el imperialismo, diciendo, eso sí, que su combate y sus ideas son algo erróneos.
Cabe señalar que esos halagos a los nacionalistas musulmanes se combinaron con un falso radicalismo con el que se intentó erradicar la religión mediante campañas demagógicas. Esa fue una de las características típicas del estalinismo cuando realizó su "giro a la izquierda" a finales de los años 20.
Durante este período, la paciencia y la sensibilidad de la que había dado pruebas Zhendotel se dejaron de lado sustituidas por brutales campañas a favor del divorcio y contra el velo. En 1927, según un informe de Trotski (19):
"Se organizaron mítines de masas durante los cuales miles de participantes gritaban: "¡Abajo el paranya!", se arrancaban el velo, lo embebían de gasolina y lo quemaban. (…) Protegidas por la policía, recorrían las calles grupos de mujeres pobres, arrancándoles el velo a las más ricas, buscando alimentos escondidos y señalando con el dedo a quienes se apegaban a prácticas tradicionales que se denunciaban entonces como criminales (…) Al día siguiente, esas acciones sectarias y brutales se pagaron con sangre: cientos de mujeres sin velo fueron asesinadas por sus familias, y esta reacción fue alentada por el clero musulmán, el cual ha interpretado los recientes terremotos como un castigo de Alá por el rechazo a llevar velo. Antiguos rebeldes basmachi se reunieron en una organización secreta contrarrevolucionaria, el Tash Kuran, que se desarrolló gracias a su compromiso de preservar los valores y las costumbres locales (el Narj)".
Todo esto estaba tan lejos de los métodos iniciales de la revolución de Octubre como lo estaba el congreso de Bakú y su jerigonza sobre la Guerra santa. La gran fuerza de los bolcheviques en 1917 había sido su pleno compromiso en la lucha contra las ideologías ajenas al proletariado, desarrollando su conciencia de clase y sus propias organizaciones. Y ésa sigue siendo la única base para atajar la influencia de la religión y de las demás ideologías reaccionarias.
De lo anterior puede deducirse que el problema del "Islam político" no es nuevo para el proletariado.
De hecho, todos los grupos islamistas "modernos" tienen sus raíces en el movimiento de los Hermanos musulmanes (Ijwan al-Muslimûn), la primera organización islamista importante moderna, fundada en Egipto en 1928, y, desde entonces, extendida por más de 70 países. Su fundador, Hassan al-Banna, proclamó la necesidad para los musulmanes de "volver al camino recto" del Islam suní ortodoxo, a la vez antídoto contra la corrupción creciente desde el califato de los Omeyas y para "liberar" al mundo musulmán de la dominación occidental. Ese combate podría desembocar en la instauración de un auténtico Estado islámico, el único que podría resistir a Occidente.
Los Hermanos pretendían seguir las huellas de Ahmed ibn Taimiyah (1260-1327), que se opuso a los intentos de sabios musulmanes helenizados de reducir el Islam y sus reglas de gobierno a simples funciones de la razón humana. Según Ibn Taimiyah, un dirigente musulmán estaba obligado a imponer a sus súbditos las leyes de Dios si era necesario. El Islam de Ibn Taimiyah se proclamaba purísimo, liberado de todos los añadidos modernos. Los Hermanos musulmanes tomaron para su movimiento el modelo de los Salafiyah (Salafismo, purificación) puritanos de los siglos XVII a XIX, que también procuraron llevar a la práctica las ideas de Ibn Taimiyah.
De hecho, la clave del éxito de los Hermanos musulmanes es su gran flexibilidad táctica, al estar listos para trabajar con cualquier institución (parlamento, sindicato…) u organización (estalinistas, liberales…) que pudiera servir para llevar a cabo sus proyectos de "reislamización" de la sociedad. Para Al-Banna, estaba, sin embargo, claro que el Estado islámico que su movimiento proyectaba, prohibiría todas las organizaciones políticas. Sayed Qutb, sucesor de Al-Banna en la jefatura del movimiento en 1948 (20), denunciaba por igual "la idolatría socialista o capitalista", es decir el poner objetivos políticos por delante de las leyes de Dios. Y añadía:
"Es necesario romper con la lógica y las costumbres de la sociedad que nos rodea, construir el prototipo de la futura sociedad islámica con los "verdaderos creyentes", y después, en el momento oportuno entablar batalla contra la nueva jahiliya".
Hacia 1948, el movimiento había crecido considerablemente, pues ya solo en Egipto contaba entre 300 y 600 mil militantes. Logró sobrevivir a una feroz represión del Estado, entre 1948 y 1949, y acabó reconstituyéndose. Fue durante un corto tiempo el aliado de Naser y de su Movimiento de Oficiales libres que fomentó el golpe de Estado en julio de 1952. Una vez en el poder, Naser encarceló a muchos Hermanos musulmanes, poniendo al movimiento fuera de la ley. Aunque en principio sigue hoy prohibido, el movimiento ha podido mandar diputados al parlamento y controla cierta cantidad de organizaciones no gubernamentales islámicas. Y dispone de un apoyo creciente entre las masas urbanas desfavorecidas al poner a su disposición unos servicios sociales que el Estado no proporciona.
El éxito de los Hermanos musulmanes es una referencia constante para los grupos "fundamentalistas" más recientes, aunque la mayoría de éstos se ha separado de aquéllos, tras haber moderado su discurso en cuanto obtuvieron el apoyo de las masas y unos cuantos escaños en el parlamento. Existen otros grupos que se inspiran de los Hermanos por todas las partes del "mundo musulmán", no sólo en Oriente Próximo sino también en Indonesia y Filipinas, e incluso en otros países en donde los musulmanes no son la mayoría de la población. De manera general estos grupos se parecen más a los Hermanos musulmanes de origen (favorables a la violencia terrorista), que a la fuerza relativamente moderada que ahora son. En todos los casos, sin embargo, ninguno de esos grupos podría existir sin el apoyo material de uno u otro Estado que los manipula para sus propios objetivos en materia de política exterior. Fue así cómo se fundó, en Gaza, Hamás (Movimiento de la Resistencia islámica) gracias a Israel, quien esperaba así establecer un contrapeso a la OLP. Pero a su vez, Hamás y la Organización de la Yihad islámica han cooperado con la OLP y otras organizaciones nacionalistas palestinas, también ellas manipuladas a su vez por potencias extranjeras como Siria o la antigua Unión Soviética. En Argelia, el GIA (Grupo islamista armado) recibe más o menos abiertamente fondos y ayuda de Estados Unidos, país que, de esta manera, procura debilitar la oposición de Francia a la única superpotencia que ha quedado. Recientemente, en Indonesia, han sido manipulados grupos islamistas por fracciones político-militares para, sucesivamente, instalar o derrocar al Presidente. Más conocida todavía fue la creación en Pakistán por Estados Unidos del movimiento de los Talibanes de Afganistán, que fueron adiestrados con éxito contra sus antiguos aliados islamistas (las variadas facciones muyahidin) y que consiguieron llevar a Afganistán hacia el caos total. Estados Unidos ayudó activamente a Usama bin Laden en su lucha contra el imperialismo ruso, aportando un apoyo sin límites al grupo ahora bien conocido con el nombre de Al Qaeda.
Otras variantes del modelo original son las proporcionadas por los grupos venidos de la secta musulmana shií. Estado shií más poblado, ha sido Irán la referencia de esas variantes, entre las que se incluyen grupos presentes en otros países, especialmente en Líbano e Irak. El propio Irán es un país a menudo descrito como un Estado en el que el "fundamentalismo está en el poder". Esto es una apariencia engañosa, pues el régimen instaurado allá lo fue más para rellenar un vacío que bajo la impulsión de una corriente "islamista". Cierto es que en sus primeros años, el régimen de Jomeini se granjeó, mediante acciones de masas, un apoyo popular hacia el Estado, proponiendo un imposible "retorno" a unas condiciones parecidas a las de la Arabia del siglo VII. Es, sin embargo, importante señalar que los mulás de Irán (o sea el clero) si alcanzaron el poder fue a causa de la extrema debilidad del proletariado iraní: los obreros del sector petrolero, por ejemplo, estuvieron en huelga durante seis meses, paralizando esa industria clave para Irán con el objetivo de acabar con el régimen del Sha. Al ser la única fuerza de oposición con objetivos políticos claros y con posibilidades de funcionar en la legalidad, los mulás acabaron por acaparar el control de la confusa movilización contra el Sha. Cabe señalar, sin embrago, que los partidarios de Jomeini alcanzaron el poder, pero después de haber retorcido hasta deformar por completo la doctrina shií: desde la desaparición del último dirigente shií, hace ya muchos siglos, los creyentes shiíes deben oponerse resueltamente a todo poder político temporal (21).
Una vez en el poder, en febrero de 1979, los mulás aprovecharon todas las ocasiones para extender su influencia hacia otros países, entrenando, armando y proporcionando bases a grupos islamistas shiíes que actúan en esos países, como la milicia del Hezbolá (partido de Dios) en Líbano, que siempre apoyó a Jomeini. E Irán se lo agradeció con una importante ayuda material a partir de 1979 así como de su aliada Siria.
Afganistán ha producido otras variantes, al menos una por cada grupo étnico importante de ese país. Aunque todos esos grupos afganos comparten la noción de un Estado unitario islámico ("islamista", en realidad), les ha sido de lo más difícil mantenerse unidos durante mucho tiempo, incluso y sobre todo tras haber eliminado a los adversarios comunes. Las luchas intestinas sanguinarias que siguieron al desmoronamiento del régimen prorruso en 1992, convencieron al imperialismo US a dejar de apoyar esas fracciones, creando una fuerza nueva más unitaria, los talibanes, que podrían constituir un régimen estable proamericano. Esas disparatadas fracciones islamistas de Afganistán son todas ellas culpables de matanzas colectivas, de espeluznantes actos de crueldad: violaciones, torturas, mutilaciones y matanzas de niños, sin olvidar su papel en el comercio internacional de la droga que ha hecho de Afganistán el mayor exportador de opio bruto del mundo.
No es posible, por falta de espacio, describir la totalidad de esos grupos y de todos sus mutuos entrelazamientos. Como ya dijimos, los Hermanos musulmanes fueron el paradigma, el modelo del "fundamentalismo islámico" moder no. Existen múltiples versiones, tanto shiíes como suníes, pero ninguna de ellas es enemiga verdadera del capitalismo y del imperialismo, sino que forman plenamente parte del mundo "civilizado".
Ante la propaganda burguesa que nos habla de un "choque de civilizaciones", de un combate a muerte entre "Occidente" y el "Islam militante", propaganda transmitida tanto por los occidentales como por los partidarios de Bin Laden, es importante mostrar que el islamismo actual es un producto de la sociedad capitalista en plena época de su decadencia.
Esto es tanto más importante por cuanto la naturaleza de los movimientos islamistas no es claramente comprendida por los grupos del medio político proletario. En un artículo reciente (22) de su revista Revolutionary Perspectives, el BIPR sostiene la idea de que el islamismo es el reflejo de la incapacidad del capitalismo para eliminar por completo los vestigios precapitalistas y, por ende, que no ha habido una real "revolución burguesa" en el mundo musulmán. El artículo sigue así:
"Algunas hipótesis afirman que el islamismo no es más que puro reflejo del modo de producción capitalista. Ni mucho menos: el islamismo es la expresión confusa de la coexistencia de al menos dos modos de producción"
Según ese mismo artículo, el islamismo "se ha convertido en una ideología capaz de mantener el orden capitalista mediante medidas ideológicas y culturales no capitalistas". En él se afirma que:
"Contrariamente al cristianismo, el Islam no ha seguido un largo proceso de secularización y de esclarecimiento…El mundo musulmán ha permanecido relativamente sin cambios en el sentido histórico y ha logrado, incluso en la era del capitalismo, conservar su vieja identidad, pues el capitalismo no pudo ni quiso eliminar las estructuras precapitalistas de la sociedad: por consiguiente Dios no ha muerto en Oriente".
Como prueba de esas afirmaciones, el artículo menciona la perpetuación de lo que él llama ", "la antigua comunidad del clero estrechamente vinculada al Bazar que "ha conseguido quedar en pie" frente a la presión de la modernización. Como consecuencia de ello, el artículo defiende la idea de que "el mundo musulmán debe contener en su seno dos modos de producción y dos culturas". El islamismo sacaría sus fuerzas de esa dualidad que le permitiría aparecer como una alternativa al capitalismo de Estado. Aún siendo "una pieza clave del orden capitalista", el islamismo, prosigue el artículo, "está irónicamente en contradicción con ese mismo orden, a ciertos niveles". Eso es un error. Es cierto que ningún modo de producción existe en estado totalmente puro. La esclavitud existió en épocas diferentes, en todas las formas de sociedad de clases. Inglaterra, Estado capitalista más antiguo, no ha terminado todavía por completo con su "aristocracia". Y esto por solo dar dos ejemplos. Cierto es también que la penetración del capitalismo en las regiones dominadas por la religión musulmana se hizo tardíamente y de modo incompleto y que tampoco han conocido un equivalente de revolución burguesa. Pero sean cuales sean los vestigios del pasado que subsistan o sigan pesando en esas regiones, éstas están sometidas por completo a la dominación de la economía capitalista y forman plenamente parte de ella.
El Bazar, en el mundo musulmán, no es una institución que esté fuera del capitalismo, ni más ni menos que la reliquia viviente que es la Reina de Inglaterra o ese otro vestigio del feudalismo y de antiguos regímenes que es el papa Juan Pablo II. En realidad, los bazaris, los mercaderes capitalistas del Bazar de Teherán, fueron un apoyo importante en el ascenso de Jomeini al poder iraní en 1978-1979, y siguen siendo todavía una fracción capitalista de la mayor importancia. Los desacuerdos, a veces violentos, entre bazaris y otras fracciones del régimen iraní, más secularizadas o influidas por Occidente, son contradicciones que se producen dentro del capitalismo. Aunque esos conflictos puedan debilitar la economía capitalista del país, la burguesía en su conjunto saca de ellos un gran beneficio político, pues desvían al proletariado iraní de su terreno de clase para llevarlo a la falsa alternativa de apoyar a la fracción "reformista" o a la fracción "radical" del capital iraní. Esto no tienen nada que ver ni de lejos con "medidas ideológicas y culturales no capitalistas" de que habla el artículo del BIPR.
Además, en Irán, los vínculos entre bazaris y dirigentes políticos son más fuertes que en cualquier otro lugar, debido a la historia del país y a la forma de Islam que en él se practica, de modo que no puede usarse un ejemplo así para probar que el islamismo tendría algo de "precapitalista". Al contrario, algo común a las clases dominantes de los países musulmanes es el uso muy eficaz de aspectos sociales procedentes de un pasado precapitalista para ponerlos al servicio de unas necesidades muy actuales de los capitalistas modernos. Por ello es por lo que la familia real saudí, o Naser, o las fracciones políticas indonesias y demás representantes de la rica clase capitalista, han utilizado o rechazado, según las necesidades, a los grupos islámicos, perfectamente capitalistas por muy reaccionarios que sean, y que, en palabras, querrían reintroducir la sociedad precapitalista para abrirse camino hacia el poder. Y no puede ser de otra manera. Por todas las partes del ancho mundo, las fracciones capitalistas no han tenido el menor asco en movilizar al personal más retrógrado para así alcanzar sus propios objetivos, perfectamente "modernos" y más todavía en este período de descomposición del capitalismo. El capitalismo alemán lo demostró usando a un Hitler. Al igual que los Hermanos Musulmanes, los partidarios de Jomeini y de Usama bin Laden o de Adolf Hitler son una confusa mezcolanza de viejos restos reaccionarios precapitalistas para servir los intereses de su clase dominante. En este aspecto, el islamismo no es diferente, una ideología que le debe muchas cosas a la ideología nazi, especialmente al adoptar sin la menor reserva la idea de una conspiración judía mundial. Y dicho sea de paso, esos tufillos racistas acentúan todavía más la contradicción entre el islamismo y las enseñanzas de origen del Corán, que predicaba la tolerancia hacia las demás "Gentes del Libro".
Bajo ninguna de sus formas está el islamismo en contradicción con el capital. Sí, es sin duda el reflejo del retraso económico y social de los países musulmanes, pero es parte íntegra del sistema capitalista y además, y sobre todo, el islamismo forma parte plenamente de la decadencia y de la descomposición de ese sistema. Hay que añadir que, lejos de ser una oposición al capitalismo de Estado, la idea de un Estado islámico, justificador de la intervención del Estado en cada aspecto de la vida social, es una vía ideal para el capitalismo de Estado totalitario, que es la forma característica que toma el capital en su período de decadencia.
El fundamentalismo islámico se desarrolló como ideología de una parte de la burguesía y de la pequeña burguesía en su lucha contra las potencias coloniales y sus lacayos. Fue un movimiento minoritario hasta finales de los años 1970 pues quienes ocupaban ese espacio entonces eran los movimientos nacionalistas impregnados de ideología estalinista. Los movimientos islamistas han alcanzado una fuerza real en los países en los que la clase obrera es relativamente poco numerosa o es reciente e inexperimentada. Los islamistas se autoproclaman "guías de los pueblos oprimidos" (Jomeini). En Irán, por ejemplo, los partidarios de Jomeini lograron captar, a finales de los años 1970, a la masa de los paupérrimos habitantes de las chabolas de Teherán para su movimiento, ungiéndose con la mentira de que eran ellos los defensores de sus intereses, llamándoles mustazifin, término religioso para designar a los menesterosos y oprimidos. El capitalismo decadente, al irse hundiendo más y más en la descomposición, no hace sino agudizar más todavía las condiciones de vida de esas capas sociales. La marginación de los islamistas en sus inicios trabaja ahora en su favor, pudiendo aparecer como más dignos de crédito cuando proclaman que si todas las ideologías no religiosas (desde la democracia al marxismo, pasando por el nacionalismo) han fracasado es porque las masas han ignorado las leyes de Dios. Son las mismas razones que las invocadas por los islamistas en Turquía para "explicar" el terremoto de agosto de 1999, como así ya lo habían hecho los islamistas egipcios para otro temblor de tierra ocurrido en los años 80.
Ese tipo de mistificaciones y patrañas atrae fácilmente a las capas de la población más afectadas por la pobreza y la desesperanza. A los pequeñoburgueses arruinados, a los habitantes de chabolas sin la menor esperanza de trabajo e incluso obreros, ofrece el espejismo de una "retorno" a aquel Estado perfecto que la leyenda atribuye a Mahoma, un Estado que supuestamente protegería a los pobres e impediría a los ricos hacer demasiados beneficios. En otras palabras, un Estado presentado como el orden social "anticapitalista" por excelencia. El tópico de los grupos islamistas es pretenderse ni capitalistas ni socialistas, sino "islámicos" que combatirían por la instauración de un estado islámico siguiendo el modelo del antiguo Califato. Toda esa argumentación se basa en una falsificación de la Historia: el Estado musulmán originario existió mucho antes de la era capitalista. Se basaba en una forma de explotación de clase, pero que, al igual que el feudalismo occidental, no permitió un desarrollo de las fuerzas productivas como lo ha hecho el capitalismo. Hoy, en cambio, cada vez que un grupo islamista radical toma el control del Estado, no le queda otra alternativa que la de ser el guardián encargado de mantener las relaciones sociales capitalistas, intentando sacar la mayor ganancia a la escala del Estado-nación. Ni los mulás iraníes, ni los talibanes han podido salir fuera de esta ley de hierro.
Ese falso "anticapitalismo" viene acompañado de un tan falso "internacionalismo" musulmán: los grupos islamistas radicales tienen a menudo la pretensión de no ser vasallos de ninguna nación particular, llamando a la fraternidad y a la unidad de los musulmanes por el mundo entero. Esos grupos se presentan, y quienes se les oponen dicen lo mismo, como algo único, como una ideología y un movimiento que trascendería las fronteras nacionales para formar un nuevo "bloque" aterrador, que amenazaría a Occidente del mismo modo que el antiguo bloque "comunista". Esto se debe en parte al hecho de que están vinculados a las redes del crimen internacional: tráfico de armas (incluso, sin duda, de medios de destrucción masiva como las armas químicas o nucleares) y el narcotráfico: Afganistán es, como ya hemos visto, el pivote de todo ello. En ese contexto, bin Laden, "señor de la guerra"…imperialista, podrá ser visto por algunos como una especie de último retoño de la "globalización", o sea de la superación de las fronteras nacionales. Esto sólo es verdad más que como expresión de una tendencia a la desintegración de las unidades nacionales más débiles. El Estado "global" musulmán no existirá nunca, pues tal idea siempre acabará topándose contra la competencia entre burguesías musulmanas. Por eso es por lo que, en su lucha tras semejante quimera, los muyaidines siempre acaban obligados a integrarse en el gran juego imperialista, que es donde se enfrentan todos los Estados nacionales.
Tras la "guerra santa", a la que convocan las bandas islamistas, se oculta la realidad de la guerra tradicional que de "santa" no tienen nada, a la que se libran las potencias imperialistas rivales. Los verdaderos intereses de los explotados y oprimidos del mundo entero no están en una mítica fraternidad musulmana, sino en la guerra de clase contra la explotación y la opresión en todos los países. Tampoco están en no se sabe qué retorno al gobierno de Dios o de los Califas, sino en la creación revolucionaria de la primera sociedad verdaderamente humana de la Historia.
Dawson, 6/1/2002
1) Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. 2) Idem. 3) M. Rodinson, Mohammed, Ed. Penguin, 1983. Traducido del inglés por nosotros, así como de otros libros en inglés citados en este artículo. 4) Idem. 5) Idem. 6) Carta de Engels a Marx, 6 junio de 1853. 7) Saladino no solo era más culto que Ricardo; también era mucho más compasivo con los no combatientes que lo eran los cruzados, los cuales se ilustraron en matanzas de poblaciones enteras, sobre todo de judíos. Por mucho que sus amigos y sus enemigos comparen a Bin Laden con Saladino, sería más bien con los cruzados con quienes habría que comparar a quien ha declarado, tras el primer atentado con bomba contra el World Trade Center : "Matar a los americanos y a sus aliados, civiles o militares, es un deber para todo musulmán". Y en esos mismos términos justificó la carnicería del 11de septiembre de 2001 así como los atentados suicidas contra civiles israelíes. 8) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Islam in the Soviet Union, Pall Mall Press, 1967. 9) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Sultan Galiev, Le Père de la révolution tiers-mondiste, Ed. Fayard, 1986, trad. del francés por nosotros. 10) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Islam in the Soviet Union, Pall Mall Press, 1967. 11) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Sultan Galiev..., op.cit. 12) Traducido de Manifestes, thèses et résolutions des quatre premiers congrès mondiaux de l'Internationale communiste, 1919-1923, Librairie du Travail, París, 1934. facsímil, La Brèche, 1984. Ver también: Jane Degras, The Communist International 1919-1943, vol. 1, Franck Cass & Co, 1971. 13) Ver The Second Congress of the Communist International, New Park, 1977. 14) La Gauche hollandaise (La Izquierda holandesa), folleto de la CCI, en francés. 15) Baku Congress of the Peoples of the East, New Park, 1977. 16) Angelica Balabanova, My Life as a Rebel. 17) Ver E.H Carr, A History of Soviet Russia, Macmillan, 1978. 18) Baku Congress of the Peoples of the East, New Park, 1977. 19) Alexandra Bennigsen y Chantal Lemercier, Islam in the Soviet Union, op. cit. 20) Hassan al-Banna fue asesinado por la policía secreta egipcia el 12 de febrero de 1949, tras el asesinato del Primer ministro por los Hermanos musulmanes, el 28 de diciembre de 1948. 21) Jomeini pretendía que un religioso descendiente directo de Mahoma podría servir de regente de un Estado shií islámico, en espera del "retorno" eventual del 12º imam. 22) Revolutionary Perspectives, publicación en inglés del BIPR, nº 23.
La CCI ha celebrado recientemente una Conferencia Internacional Extraordinaria dedicada, principalmente, a los problemas organizativos. Volveremos sobre los trabajos de esta Conferencia, tanto en nuestra prensa territorial como en el próximo número de la Revista internacional. Dicho esto, y en la medida en que las cuestiones tratadas son muy similares a las que ya tratamos en el pasado, consideramos oportuno publicar aquí extractos de un documento interno (adoptado unánimemente por la CCI) que fue la base del combate por la defensa de la organización que libramos en 1993-95, del que dimos cuenta en la Revista internacional nº 82 en el artículo sobre el XIº Congreso de la CCI.
EL Informe de Actividades presentado en el BI plenario ([1]) de octubre de 1993 daba cuenta de la existencia o de la persistencia, en el seno de la CCI, de dificultades organizativas en un gran número de secciones. El Informe para el Xº Congreso internacional ya había tratado estas dificultades. En particular había insistido en la necesidad de una unidad internacional mayor de la organización, una centralización más viva y rigurosa de ésta. La persistencia de esas dificultades prueba que el esfuerzo que suponía ese Informe y los debates del Xº Congreso era aún insuficiente. Los fallos de funcionamiento que se han dado en la CCI durante el último periodo ponen de manifiesto que existen retrasos, lagunas en la comprensión de las cuestiones, en fin una pérdida de vista del marco de nuestros principios en materia de organización. Tal situación nos exige, una vez más, ir al fondo de las cuestiones que el Xº Congreso había planteado. En particular es importante que la organización, las secciones y todos los militantes, vuelvan de nuevo a tratar las cuestiones de base y, en especial, los principios en que se basa una organización que lucha por el comunismo (...).
Una reflexión de este tipo se llevó a cabo en 1981-82 tras la crisis que zarandeó a la CCI (perdida de la mitad de la sección en Gran Bretaña, hemorragia de unos 40 miembros de la organización). La base de esa reflexión la dio el Informe sobre “La estructura y el funcionamiento de la organización” adoptado en la Conferencia extraordinaria de enero de 1982. En ese sentido este documento sigue siendo una referencia para el conjunto de la organización ([2]). El texto que aparece a continuación está concebido como un complemento, una ilustración, una actualización (a partir de la experiencia adquirida desde entonces) del texto de 1982. Se propone, en particular, llamar la atención de la organización y de los militantes sobre la experiencia vivida, no solo por la CCI, sino también por otras organizaciones revolucionarias en la historia.
La cuestión de la estructura y funcionamiento de la organización se plantea en todas las etapas del movimiento obrero. A lo largo de la historia, siempre que se ha puesto en entredicho ha tenido implicaciones de suma importancia. Y no es ninguna casualidad. En las cuestiones de organización se concentran toda una serie de aspectos esenciales de lo que fundamenta la perspectiva revolucionaria del proletariado:
En el primer caso, está claro que la constitución en el seno de la AIT de la “Alianza internacional de la democracia socialista” manifestaba la influencia de la ideología pequeño burguesa a la que se confrontaba regularmente el movimiento obrero al dar sus primeros pasos. Por tanto, no es ninguna casualidad si la Alianza reclutaba a sus miembros, principalmente, entre aquellos con profesiones cercanas al artesanado (los relojeros del Jura suizo, por ejemplo) y en las regiones en las que el proletariado aún sólo se había desarrollado débilmente (como en Italia y, en especial, en España).
Igualmente, la constitución de la Alianza supone un peligro particularmente grave para el conjunto de la AIT, en la medida que:
La Alianza constituía, de hecho, la viva negación de las bases sobre las cuales se había fundado la Internacional. Justamente para que ésta no cayera en manos de la Alianza, lo que con toda certeza la habría desnaturalizado, Marx y Engels propusieron en el Congreso de La Haya, en 1872, que el Consejo general fuese transferido a Nueva York, acuerdo que obtuvieron del Congreso. Eran plenamente conscientes de que esa transferencia conduciría a la AIT a su progresiva extinción (que se hizo efectiva en 1876) pero en la medida que tras el aplastamiento de la Comuna de París (que había provocado un profundo retroceso en la clase) estaba condenada, prefirieron que acabara así antes de que su degeneración desacreditase toda la obra positiva que había realizado entre 1864 y 1872.
Hay que señalar que el conflicto entre la AIT y la Alianza tomó un sesgo muy personalizado en torno a Marx y Bakunin. Bakunin, que no se unió a la AIT hasta 1868 (tras fracasar en su intento de cooperar con los demócratas burgueses dentro de la “Liga por la paz y la libertad”), acusaba a Marx de “dictador” del Consejo general y, por tanto, del conjunto de la AIT ([3]). Sobra decir que era totalmente falso (para convencerse basta leer las actas de las reuniones del Consejo general y de los congresos de la Internacional). Por su parte Marx (con razón) denunciaba las intrigas del líder incuestionable de la Alianza, intrigas facilitadas por el carácter secreto de ésta y sus concepciones sectarias heredadas de una época ya caduca del movimiento obrero. Además hay que señalar que esas concepciones sectarias y conspiradoras, al igual que la carismática personalidad de Bakunin, favorecían su influencia personal sobre sus adeptos y le permitían ejercer su autoridad de “gurú”.
En fin, presentarse como la supuesta víctima de una persecución era uno de los medios que utilizaba para sembrar desavenencias y ganar adeptos entre ciertos obreros mal informados o sensibles a las ideologías pequeño burguesas.
Ese mismo tipo de características lo volvemos a encontrar en la escisión entre bolcheviques y mencheviques que, en un principio, se produce por cuestiones organizativas.
Como después se confirmó, la posición de los mencheviques obedecía a la penetración e influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas en la Socialdemocracia rusa (incluso si ciertas concepciones de los bolcheviques era en sí mismas tributarias de una visión jacobino burguesa). Como señala Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás : “El grueso de la oposición (los mencheviques) está compuesto por elementos intelectuales de nuestro Partido” lo que, en particular, constituyó uno de los vehículos de las ideas pequeño burguesas en materia de organización.
En segundo lugar, la idea de la organización de los mencheviques (que Trotski compartió durante largo tiempo, mientras que sobre otras cuestiones, en especial la naturaleza de la revolución que se estaba gestando en Rusia y sobre las tareas del proletariado en ella, estaba claramente alejado de ellos), daba la espalda a las necesidades de la lucha revolucionaria y era portadora de la destrucción de la organización. Por un lado esa idea era incapaz de distinguir entre miembros del Partido y simpatizantes, como lo evidencia el desacuerdo sobre el punto 1 de los estatutos entre Lenin y la máxima autoridad de los mencheviques, Martov ([4]). Y por otro lado es, sobre todo, tributaria de un período ya caduco del movimiento (como los “aliancistas”, los cuales estaban todavía marcados por el período sectario del movimiento obrero): “Bajo el nombre de ‘minoría’ se han agrupado en el Partido, elementos heterogéneos a los que une el deseo, consciente o no, de mantener las relaciones de círculo, las formas de organización anteriores al Partido. Ciertos militantes eminentes de los círculos más influyentes, al no tener el hábito de las restricciones en materia de organización que se han debido imponer en razón de la disciplina del Partido, se hallan inclinados a confundir mecánicamente los intereses generales del Partido y sus intereses de círculo que, efectivamente, en el periodo de los círculos podían coincidir” (Idem). Debido a su enfoque pequeño burgués estos elementos “... levantan con naturalidad el estandarte de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización, y elevan su anarquismo espontáneo a principio de lucha, calificando sin ninguna razón este anarquismo... de reivindicación en favor de la ‘tolerancia’” (Idem).
En tercer lugar, el espíritu de círculo y el individualismo condujo a los mencheviques a personalizar los asuntos políticos. El punto más dramático del Congreso, que provocó una fractura irreparable entre los dos grupos, fue el nombramiento a las diversas instancias responsables del Partido y, en particular, la redacción de Iskra considerada como la verdadera dirección política de éste (la responsabilidad del Comité central era esencialmente sobre temas organizativos). Antes del Congreso esa redacción estaba formada por 6 miembros: Plejánov, Lenin, Mártov, Axelrod, Staroven (Potresov) y Vera Zasúlich. Aunque solo los tres primeros hacían un verdadero trabajo de redacción, mientras los tres últimos no hacían prácticamente nada, a lo sumo se contentaban con enviar sus artículos ([5]). A fin de superar el “espíritu de círculo” que animaba la vieja redacción, particularmente a sus tres miembros menos implicados, Lenin propuso al Congreso una fórmula que permitiera nombrar una redacción más adaptada sin que pareciera una moción de desconfianza hacia esos tres militantes: el Congreso elige una redacción más restringida, de tres miembros, que puede posteriormente asociar, de acuerdo con el Comité central, a otros militantes. En un primer momento Martov, y los demás redactores, aceptan esta fórmula, pero tras el debate sobre los estatutos que le opone a Lenin (que pone de manifiesto el peligro que corrían sus antiguos camaradas de no volver a su puesto), Martov cambia de opinión: pide que el Congreso “confirme” la antigua redacción de seis miembros (de hecho será Trotski el encargado de proponer una resolución en tal sentido). Finalmente la propuesta de Lenin provoca la cólera y los lamentos de los que van a convertirse en “mencheviques” (minoritarios). Martov declara en "nombre de la mayoría de la antigua redacción": “puesto que se ha decidido elegir un comité de tres declaro, en nombre de mis tres camaradas y en el mío propio, que ninguno de nosotros aceptará formar parte de él. En lo que me atañe personalmente añado que consideraría una injuria que se me propusiera como candidato a esa función, y que la mera suposición de que yo consentiría trabajar en ella la consideraré una mancha a mi reputación política”. Para Martov la defensa sentimental de sus viejos compañeros víctimas del “estado de sitio que reina en el Partido” y de su “honor mancillado” suplanta a las consideraciones políticas. Por su parte Tsarev, menchevique, declara: “¿Cómo deben comportarse los miembros no elegidos de la redacción ante el hecho de que el Congreso no quiere ya que formen parte de la redacción?”. Los bolcheviques, por su parte, denuncian la forma no política con la que presentan las cosas ([6]). Los mencheviques acto seguido rechazan y sabotean las decisiones del Congreso, boicotean a los órganos centrales elegidos por éste, y se dedican a atacar sistemáticamente a Lenin. Trostki, por ejemplo, le llama “Maximiliano Lenin” acusándole de querer “adoptar el papel de incorruptible” e instaurar una “República de la Virtud y el Terror” (Informe de la delegación siberiana). Es chocante la semejanza entre las acusaciones lanzadas por los mencheviques contra Lenin y las de los aliancistas contra Marx y su “dictadura”. Lenín responde frente a la actitud de los mencheviques, frente a la personalización de las cuestiones políticas, frente a los ataques que le lanzan y la subjetividad que invade a Martov y sus amigos: “Cuando considero la conducta de los amigos de Martov tras el congreso..., únicamente puedo decir que se trata de una tentativa insensata de hacer añicos el Partido, indigna de miembros del Partido... ¿Por qué?. Unicamente porque están descontentos con la composición de los órganos centrales, ya que objetivamente sólo nos ha separado esta cuestión, las apreciaciones subjetivas (como la ofensa, el insulto, expulsión, separación, deshonra, etc.) no son más que fruto de un amor propio herido y una imaginación enferma. Esta imaginación enferma y este orgullo herido conduce directamente a los más vergonzosos chismes: sin saber aún la actividad de los nuevos centros y sin haberlos visto aun funcionar expanden rumores sobre sus ‘carencias’, sobre el ‘guante de hierro’ de Ivan Ivanovitch, el ‘puño’ de Ivan Nikiforovitch, etc. A la Socialdemocracia rusa le queda por superar la última y más difícil etapa, pasar del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los chismes y la presión de los círculos, considerados como medio de acción, a la disciplina” (relación del 2º Congreso del POSDR).
La CCI como cualquier otra organización del proletariado (...) ha vivido dificultades organizativas similares a las que acabamos de evocar. Entre ellas podemos recordar:
(...) A pesar de sus diferencias podemos ver que, en todos estos momentos de dificultades, hay una serie de características comunes que los acercan a los problemas que vivió, con anterioridad, el movimiento obrero:
Pasar revista a todos estos momentos de dificultad sería demasiado largo. Podemos contentarnos con resaltar la forma en que esas características (que siempre han estado presentes aunque en diversos grados) se han manifestado en ciertos momentos:
a) El peso de la ideología pequeñoburguesa
Este peso es evidente cuando se examina en que se ha convertido la tendencia de 1987: el GCI ha caído en una especie de anarco-bordiguismo, exaltando las acciones terroristas y desconfiando de las luchas del proletariado en los países avanzados mientras que pone de relieve imaginarias luchas proletarias en el tercer mundo. Igualmente identificamos en la dinámica del grupo de camaradas que acabaría formando la FECCI similitudes importantes con la que había animado a los mencheviques en 1903 (ver el artículo de nuestra Revista internacional nº 45 “La Fracción externa de la CCI”) y, especialmente, el peso de la componente intelectual. En fin, en la dinámica contestataria y de desmovilización (...) que afectó a la sección de París en 1988 pusimos por delante la importancia del peso de la descomposición como factor que favorece la penetración de la ideología pequeño burguesa en nuestras filas, en especial en la forma de “democratismo” (...)
b) La puesta en entredicho del marco unitario y centralizado de la organización
Es un fenómeno que hemos encontrado, de forma sistemática y marcada, en los diversos momentos de dificultades organizativas de la CCI:
El rechazo, o la contestación, de la centralización no han sido las únicas formas con las que se ha puesto en entredicho el carácter unitario de la organización a lo largo de los diversos episodios de dificultades que acabamos de evocar. Hay que añadir la manifestación de lo que, parafraseando a Lenin en 1903, podríamos llamar una dinámica de “circulo” o bien de “clan”. Es decir el agrupamiento, incluso informal, de cierto número de camaradas sobre la base, no de un acuerdo político, sino de criterios heteróclitos tales como la afinidad personal, el descontento frente a tal o cual orientación de la organización o la revuelta contra un órgano central.
De hecho todas las tendencias que hasta la fecha se han formado en la CCI han obedecido, más o menos, a tal dinámica. Por eso todas han conducido a escisiones. Esto es algo que en cada ocasión hemos puesto de relieve: las tendencias se han formado no en base a destacar una orientación positiva y alternativa a una posición adoptada por la organización, sino como un agrupamiento de “descontentos” que ponen sus divergencias en la misma cazuela y tratan de que de ahí salga, rápidamente, algo coherente. Con tales bases ninguna tendencia no podía dar nada positivo, en la medida en que su lógica no era reforzar la organización buscando la mayor claridad posible, sino que, por el contrario expresaba una actitud (con frecuencia inconsciente) de destrucción de la organización. Tales tendencias no eran el producto orgánico de la vida de la CCI y del proletariado, sino que –por el contrario– expresaban la penetración en su seno de influencias ajenas: la ideología pequeño burguesa en general. Esas tendencias, por tanto, aparecían de entrada como un cuerpo extraño a la organización; de ahí que constituyeran un riesgo para la organización y que su destino estaba prácticamente trazado de antemano: la escisión ([7]).
En cierto modo la tendencia Berard fue la más homogénea, aunque esa “homogeneidad” no venía de una real comprensión común de las cuestiones planteadas sino que se basaba esencialmente en:
Visto el carácter heteróclito de estas tendencias lo que hay que plantearse es: ¿entonces en que se basaba su dinámica y su “unidad”?
Incontestablemente en su base hay incomprensiones y confusiones tanto sobre cuestiones políticas generales como sobre cuestiones de organización. Pero no todos los camaradas que tenían desacuerdos sobre esas cuestiones se integraron en esas tendencias. Y a la inversa, ciertos camaradas que al inicio no tenían ningún desacuerdo los fueron “descubriendo” a medida que se implicaban en el proceso de formación de esas “tendencias” (...). Eso nos lleva a evocar, como Lenin en 1903, otro aspecto de la vida organizativa: la importancia de la subjetividad y las cuestiones “personales”.
c) La importancia de la subjetividad y las cuestiones “personales”
La actitud, el comportamiento, las relaciones emotivas y subjetivas de los militantes, lo mismo que la personalización de ciertos debates, no son de naturaleza "psicológica" sino eminentemente política. La personalidad, la historia de cada uno, su niñez, los problemas afectivos, etc., no explican, ni fundamentalmente ni por sí mismos, las actitudes y comportamientos aberrantes que pueden llegar a adoptar, en tal o cual momento, ciertos miembros de la organización. Tras esos comportamientos siempre está, directa o indirectamente, el individualismo o el sentimentalismo, es decir manifestaciones de la ideología de clases ajenas al proletariado: de la burguesía y de la pequeña burguesía. A lo sumo lo que podemos decir es que ciertas personalidades son más frágiles que otras frente a la presión de tales influencias ideológicas.
Eso no contradice en absoluto, como se ha podido ver en numerosas ocasiones, que cuestiones “personales” puedan desempeñar un importante papel en la vida organizativa:
Pero, no es solo en la formación de “tendencias” donde los problemas personales han desempeñado un papel muy importante.
Así en el 87-88, en un momento de dificultades en la sección en España, se desarrolló por parte de los camaradas de San Sebastián, que se habían integrado con unas bases políticas insuficientemente sólidas y con gran peso de la subjetividad, una fuerte animosidad hacia ciertos camaradas de Valencia. Esta actitud de personalización se vio acentuada, en especial, por el espíritu retorcido y malsano de uno de los elementos de San Sebastián y, sobre todo, por la acción de Albar ([10]), animador del núcleo de Lugo con comportamientos muy similares a los de Chénier: correspondencia y contactos clandestinos, denigración y calumnias, utilización de simpatizantes para “trabajarse” a un camarada de Barcelona que finalmente abandonaría la organización (...).
El examen, necesariamente muy rápido y superficial, de las dificultades organizativas que la CCI ha encontrado a lo largo de su historia pone de relieve dos hechos esenciales:
Este último elemento debe incitar al conjunto de la organización, y a todos los camaradas, a examinar nuevamente y de forma profunda los principios de la organización que fueron precisados en el “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización” de la Conferencia extraordinaria de 1982, y en los estatutos.
3. Los puntos principales del informe de 1982 y de los estatutos
La idea clave del Informe de 1982 es la unidad de la organización. Este documento trata esa idea en primer lugar desde la óptica de la centralización, y después desde el ángulo de las relaciones entre los militantes y la organización. La elección de este orden correspondía a que los problemas con que se había encontrado la CCI en 1981 se habían expresado, sobre todo, a través de una puesta en entredicho de los órganos centrales y de la centralización. Hoy la mayor parte de los problemas con los que se encuentran las secciones no están directamente ligados a la cuestión de la centralización, sino más bien al tejido organizativo. Incluso cuando las debilidades aparecen relacionadas con problemas de centralización, como es el caso de la sección en Francia, acaban refiriéndose al problema mencionado. Por ello hoy es preferible comenzar a reexaminar el Informe del 1982 por la última parte (el punto 12) que, justamente, se refiere a las relaciones entre la organización y los militantes.
3.1. La relación entre organización y militantes
a) El peso del individualismo
“Una condición fundamental de la aptitud de una organización para cumplir sus tareas en la clase es la correcta comprensión en su seno de las relaciones que se establecen entra los militantes y la organización. Esta es una cuestión particularmente difícil de comprender en nuestra época habida cuenta del peso de la ruptura orgánica con las fracciones del pasado y la influencia del elemento estudiantil en las organizaciones revolucionarias después del 68, lo que ha favorecido el resurgimiento de uno de los fardos del movimiento obrero del siglo XIX: el individualismo” (Informe de 1982, punto 12).
Está claro que a estas causas de la penetración del individualismo en nuestras filas, claramente identificadas desde hace mucho tiempo, hay que añadir actualmente el peso de la descomposición que fomenta la atomización y el “cada uno a la suya”. Toda la organización debe ser muy consciente de esta presión constante que el capitalismo putrefacto ejerce en la cabeza de los militantes, y que irá en aumento mientras no se abra un periodo revolucionario. En este sentido los puntos siguientes, y que corresponden a las dificultades que la organización encontró ya en el pasado, no solo mantienen su plena vigencia sino que cobran un valor aún mayor hoy en día. Esto, obviamente, no debe desanimarnos sino impulsarnos a acrecentar la vigilancia frente a esos peligros y dificultades.
b) La “realización” de los militantes
“Hay la misma relación entre un organismo particular (grupo o partido) y la clase que entre la organización y el militante. E igual que la clase no existe para responder a las necesidades de las organizaciones comunistas, éstas no existen para resolver los problemas del individuo militante. La organización no es el producto de las necesidades de los militantes. Se es militante en la medida en que se comprende y se adhiere uno a las tareas y la función de la organización.
“En este sentido, el reparto de tareas y responsabilidades en la organización no tiene por objeto que los individuos militantes ‘se realicen’. Las tareas deben repartirse de forma y manera que la organización como un todo pueda funcionar óptimamente. Si bien la organización vela, en la medida de lo posible, por el buen estado de cada uno de sus miembros, lo hace ante todo en interés de la organización. Ello no quiere decir que se ignore la individualidad o los problemas de los militantes, significa que el punto de partida y el de llegada es la aptitud de la organización para cumplir sus tareas en la lucha de clases”.
Este es un punto que jamás debemos olvidar. Estamos al servicio de la organización y no al contrario. La organización no es una especie de sanatorio para curar las enfermedades, especialmente psíquicas, que puedan sufrir sus adherentes. Eso no quita para que el hecho de ser militante revolucionario pueda contribuir a relativizar, por no decir a superar, las dificultades personales que cada uno lleva a cuestas. Bien al contrario, convertirse en un combatiente del comunismo significa dar un sentido profundo a su existencia, un sentido muy superior a todo lo que pueden aportar otros aspectos de la vida (éxito “profesional” o “familiar”, procreación y educación de un niño, creación científica o artística, satisfacciones todas ellas de las que cada ser humano puede ser privado y que, de todas maneras, están fuera del alcance de la mayor parte de la humanidad).
La mayor satisfacción que puede alcanzar un ser humano en su vida es aportar su contribución positiva al bien de sus semejantes, de la sociedad, de la humanidad. Lo que distingue al militante comunista, y da sentido a su vida, es que es un eslabón de la cadena que va hasta la emancipación de la humanidad, su ascenso al “reino de la libertad”, una cadena que pervive más allá de su propia desaparición. De hecho, lo que cada militante puede hoy cumplir es incomparablemente más importante que lo que pueda hacer el mayor de los sabios que descubriera la cura del cáncer o una fuente inagotable de energía no contaminante. En ese sentido, la pasión que aporta a su compromiso es lo que debe permitirle sobreponerse y superar, lo mejor posible, las dificultades que todo ser humano puede atravesar.
Por eso la actitud que la organización debe adoptar frente a las dificultades particulares que pueden atravesar sus miembros ha de ser, ante todo, política y no psicológica. Es evidente que hay que tener en cuenta factores psicológicos a la hora de ver tal o cual problema que pudiera afectar a un militante, pero debe de hacerse en el marco de una actitud organizativa y no a la inversa.
Si un miembro de la organización tiene con frecuencia problemas para cumplir sus tareas, la organización debe comportarse ante ello de forma política y de acuerdo con sus principios de funcionamiento, aunque evidentemente debe reconocer las especificidades de la situación en la que esté ese militante en cuestión. Por ejemplo cuando la organización se encuentra ante el caso de un militante que cae en el alcoholismo, su papel específico no es jugar a psicoterapeuta (papel para el que no tiene ninguna cualificación y, además, en ese terreno corre el riesgo de actuar como un “aprendiz de brujo”) sino reaccionar en lo que es su terreno:
Por esas mismas razones evocadas más arriba, el compromiso militante no ha de verse como una rutina al estilo de la del trabajo, aunque ciertas de las tareas no sean en sí entusiasmantes. En particular, si es necesario que la organización vele por repartir esas tareas, como todas las tareas en general, de la forma más equilibrada posible con el fin de evitar que ciertos camaradas esten sobrecargados mientras otros no tienen prácticamente nada que hacer, es importante también que cada militante destierre de su pensamiento y comportamiento toda actitud de “víctima”, de queja contra los “malos tratos” o la “sobrecarga de trabajo” que le infringiría la organización. Con frecuencia, en ciertas secciones hay un gran silencio cuando se piden voluntarios para hacer tal o cual actividad, esto además de resultar chocante desmoraliza, especialmente a los jóvenes militantes ([11]).
c) Los diversos tipos de tareas y el trabajo de los órganos centrales
“En la organización no hay tareas ‘nobles’ y tareas ‘secundarias’ o ‘menos nobles’. Tanto el trabajo de elaboración teórica como la realización de tareas prácticas, el trabajo dentro de los órganos centrales como el trabajo específico en las secciones locales, son igualmente importantes para la organización y, por tanto, no deberían jerarquizarse (el capitalismo es quien establece tales jerarquías). Por ello hay que rechazar completamente la idea burguesa según la cual nombrar a un militante para formar parte de un órgano central sería darle un ‘ascenso’, darle acceso a un ‘honor’ o a un privilegio. El espíritu de trepa debe ser desterrado con decisión de la organización por ser totalmente opuesto a la dedicación desinteresada que es una de las características dominantes de la militancia comunista”.
Esta afirmación tiene una validez general y permanente, y no solo es aplicable a la situación que vivió la CCI en 1981 ([12]). En cierto modo la mentalidad contestataria a la que con regularidad se enfrenta la CCI está vinculada, con frecuencia, a un concepto “piramidal”, “jerárquico” de la organización, del mismo tipo que el que considera un “objetivo que alcanzar” para cada militante el de tener responsabilidades en los órganos centrales (la experiencia ha mostrado que con frecuencia los anarquista son excelentes – valga el adjetivo – burócratas). Del mismo modo, para darse cuenta de que no es un falso problema, basta ver la repugnancia que suscita la idea de retirar de sus responsabilidades en un órgano central a un militante y el trauma que provoca cuando se adopta tal medida. Está claro que tales traumas son directamente un tributo a la ideología burguesa, aunque saberlo no garantiza estar a la altura y evitarlo totalmente. Por eso, ante tal situación, la organización y sus militantes deben velar por combatir todo lo que pueda favorecer la penetración de tal ideología:
d) Las desigualdades entre militantes
“Efectivamente tanto entre los individuos como entre los militantes hay desigualdad en cuanto a sus aptitudes, sobre todo mantenidas y reforzadas por la sociedad de clases, el papel de la organización no es pretender abolirlas a imagen de las comunidades utopistas. La organización debe reforzar al máximo la formación y aptitudes políticas de sus militantes como condición de su propio reforzamiento, pero jamás plantea el problema en términos de formación escolar individual de sus miembros, ni de una igualación entre la formación de estos.
“La verdadera igualdad que puede existir entre militantes es la que consiste en que cada uno de ellos dé lo máximo que pueda a la vida de la organización (‘de cada uno según su capacidad’, formula de Saint-Simón retomada por Marx). La verdadera ‘realización’ de los militantes, en tanto que militantes, consiste en hacer todo lo que esté en sus manos para que la organización pueda cumplir las tareas para las que la clase obrera le ha hecho surgir”.
Tanto los sentimientos de rivalidad, celos, competencia, como los complejos de inferioridad que pueden aparecer entre militantes, ligados a sus desigualdades, son manifestaciones típicas de la penetración de la ideología dominante en las filas de la organización ([13]). Aunque pretender erradicar tales sentimientos de la cabeza de todos los miembros de la organización es ilusorio, lo que es importante es que cada militante tenga permanentemente la preocupación de no dejarse dominar ni guiar por tales sentimientos en su comportamiento, además incumbe a la organización velar para que ello sea así.
Las actitudes contestatarias son con frecuencia resultado de esos sentimientos y frustraciones. En efecto ya sea frente a los órganos centrales o frente a ciertos militantes que, supuestamente, tendrían “más peso” que el resto (como, precisamente, los miembros de los órganos centrales) se trata de una actitud típica de los militantes o partes de la organización que se sienten “acomplejados” frente a otros u otras. Por eso, en general, suelen tomar la forma de la crítica por la crítica (y no en función de lo que se dice o hace) hacia lo que puede representar la “autoridad” (comportamiento típico de los adolescentes que se “rebelan contra el padre”). La contestación, como manifestación del individualismo, es la otra cara de la moneda de otra manifestación del individualismo: el autoritarismo, el “ansia de poder” ([14]). Hay que saber que la contestación puede ser “muda” lo que no la hace menos peligrosa, sino todo lo contrario, pues resulta más difícil de poner en evidencia. También puede tener como objetivo ocupar el puesto de aquel a quien se impugna (tanto militante como órgano central) con ello se pretende acabar con los complejos que se tenían hacia aquel.
Otro aspecto que debe vigilarse, en especial cuando llegan nuevos elementos a la organización, es la posibilidad de que viejos militantes temerosos de que los recién llegados “les hagan sombra”, más cuando éstos últimos demuestran capacidades políticas importantes, tengan comportamientos hostiles hacia ellos. No es un falso problema: una de las razones importantes de la hostilidad de Plejanov a que Trotski entrase en la redacción de Iskra era el miedo a que su prestigio se resintiera por la llegada de alguien de reconocida gran capacidad ([15]). Si esto era cierto a principios del siglo XX hoy lo es mucho más. Si la organización (y sus militantes) no es capaz de erradicar, o como mínimo neutralizar, ese tipo de actitudes, no será capaz de preparar su futuro y el del combate revolucionario.
Por último sobre la cuestión de la “formación escolar individual” que se evoca en el Informe de 1982, hay que precisar que la entrada en un órgano central no es, en modo alguno, un medio de "formación" de los militantes. Lo que forma a los militantes es su actividad en el seno de lo que constituye “la unidad de base de la organización” (estatutos), la sección local. En este marco es, fundamentalmente, donde adquieren y perfeccionan, para mejor contribuir a la vida de la organización, sus capacidades como militantes (tanto en lo que respecta a cuestiones teóricas, organizativas, prácticas, sentido de la responsabilidad, etc.). Si las secciones locales no están en condiciones de hacer ese papel, es porque su funcionamiento, actividades y discusiones tampoco están a la altura de lo que deberían estar. En necesario que la organización pueda formar regularmente a nuevos militantes para las tareas específicas de los órganos centrales o comisiones especializadas (para poder, por ejemplo, hacer frente a situaciones en que la represión neutraliza esos órganos) pero en ningún momento lo hace con el objetivo de satisfacer alguna “necesidad de formación” de los militantes concernidos, sino para permitir a aquella, como un todo, hacer frente a sus responsabilidades.
e) Las relaciones entre militantes
“Las relaciones que se forjan entre los militantes de la organización aunque llevan consigo los estigmas de la sociedad capitalista... no pueden estar en contradicción flagrante con el objetivo que persiguen los revolucionarios... se apoyan en una solidaridad y confianza mutuas que son una característica de la clase portadora del comunismo a la que pertenece la organización” (extractos de la Plataforma de la CCI, recogidos en el Informe).
Eso significa, en particular, que la actitud de los militantes entre sí debe estar marcada por la fraternidad y no por la hostilidad. En especial:
Al margen de este caso extremo, que no tiene cabida en la organización, está claro que nunca pueden desaparecer totalmente las enemistades en su seno. En ese caso hay que actuar de forma que el funcionamiento de la organización no las favorezca sino que tienda a atenuarlas y limitarlas. Por ello, la franqueza que debe existir entre camaradas de combate no puede confundirse con rudeza o falta de consideración hacia los otros militantes. En las relaciones entre militantes las injurias están, por supuesto, absolutamente proscritas. Por eso hay que actuar de modo que el funcionamiento de la organización no favorezca sino que tienda a atenuar o neutralizar tales enemistades.
Dicho esto, la organización no debe concebirse como un “grupo de amigos” o como una reunión de tales grupos ([16]).
En efecto uno de los graves peligros que amenazan permanentemente a la organización, poniendo en dificultades su unidad y arriesgando destruirla, es la formación, deliberada o no, de “clanes”. En una dinámica de clan las posturas comunes no parten de un acuerdo político real sino de las relaciones de amistad, fidelidad, convergencia de intereses “personales” específicos o de frustraciones compartidas. Con frecuencia tal dinámica, que no se basa en una convergencia política real, lleva pareja la existencia de “gurús” o “jefes de banda” que garanticen la unidad del clan y que sacan su poder ya sea de su carisma personal, neutralizando las capacidades políticas y de juicio de otros militantes, o presentándose ellos mismos como “víctimas” de tal o cual política de la organización, o siendo presentados así por otros. Cuando aparece tal dinámica, el comportamiento y las decisiones de los miembros o simpatizantes del clan ya no está determinados por una elección consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función de los intereses del clan que tienden a aparecer como contradictorios con los del resto de la organización ([17]). Así cualquier intervención o toma de posición que cuestione lo que hace o dice un miembro del clan se vive, por su parte y por el resto del clan, como “un ajuste de cuentas” personal. De la misma manera, en tal dinámica, el clan tiende a presentar un frente monolítico (prefiere “lavar la ropa sucia en casa”) acompañado de una disciplina ciega y una adhesión inquebrantable al “jefe de la banda”.
Es cierto que algunos miembros de la organización pueden adquirir, debido a su experiencia, sus capacidades políticas o sus juicios, una autoridad mayor a la de otros militantes. La confianza que los demás militantes les otorgan espontáneamente, incluso si no están seguros de compartir inmediatamente su punto de vista, forma parte de las cosas “normales” y corrientes en la vida de la organización. Es más, puede darse el caso de que los órganos centrales, o algún militante, pida que se le tenga confianza momentáneamente cuando no puede dar inmediatamente todos los elementos en los que basa su convicción, o cuando no se dan las condiciones para un debate claro en la organización. Lo que no es en absoluto normal es que se este de acuerdo con tal o cual posición porque es “X” quien la plantea. Incluso los nombres más prestigiosos del movimiento obrero han cometido ese error. La adhesión a una posición solo puede basarse en un profundo acuerdo con ella, para lo cual es condición indispensable la calidad y profundidad de la discusión. Esa es la mejor garantía de la solidez de una posición y de que no se verá alterada porque “X” cambie de parecer. Los militantes no tienen por qué “creer” de una vez por todas y sin discusión lo que ha dicho tal o cual, inclusive un órgano central. Su pensamiento crítico debe estar permanentemente despierto (lo que no quiere decir que esté permanentemente criticando). Eso da a los órganos centrales, y a los militantes que tienen más “peso” la responsabilidad de no utilizar su “autoridad como argumento”. Por el contrario, deben combatir cualquier tendencia al “seguidismo” y a los acuerdos superficiales, sin reflexión ni convicción.
Una dinámica de clan puede acompañarse de una actitud, no necesariamente voluntaria, de "copo" es decir designar para los puestos clave de la organización (como los órganos centrales por ejemplo, pero no sólo) a miembros del clan o personas que éste pretenda ganarse. Esa es una práctica corriente en los partidos burgueses, de la que la organización comunista debe precaverse. En esto hay que ser muy vigilantes. Por ello, si en la elección de los órganos centrales “hay que tener en cuenta... la capacidad [de los militantes] para trabajar colectivamente” (estatutos) la organización debe velar por evitar en lo posible la aparición en su seno de dinámicas de clan fruto de afinidades particulares o relaciones personales que pudieran darse entre los militantes concernidos. La organización debe evitar, especialmente y en la medida de lo posible, nombrar en una misma comisión a los miembros de una pareja. La falta de vigilancia a este respecto puede tener graves consecuencias tanto para las capacidades políticas de los militantes como para las del órgano en su conjunto. En el mejor de los casos se puede percibir al órgano en cuestión, independientemente de la calidad de su trabajo, como una “pandilla de amigos” lo que constituye una pérdida de autoridad no despreciable. Y en el peor, ese órgano puede llegar a comportarse efectivamente como un clan con todos los peligros que ello conlleva, o bien acabar totalmente paralizado por un conflicto entre clanes. En ambos casos la vida misma de la organización estría en peligro.
En resumen, una dinámica de clan constituye un terreno en el cual pueden desarrollarse prácticas más cercanas al juego electoral burgués que al militantismo comunista:
La alerta contra los comportamientos ajenos al militantismo revolucionario en las organizaciones revolucionarias no debe considerarse un combate contra molinos de viento. De hecho el movimiento obrero se ha visto enfrentado con frecuencia, a lo largo de toda su existencia, a este tipo de comportamientos que ponen de manifiesto la presión en sus filas de la ideología dominante. Evidentemente la propia CCI no ha estado exenta de ellos. Creer que en adelante estaría inmunizada es más deseo piadoso que clarividencia política. El peso creciente de la descomposición en la medida que refuerza la atomización (de hecho la búsqueda de un “refugio”), las actitudes irracionales, los enfoques emocionales, la desmoralización, solo puede acrecentar la amenaza de tales comportamientos. Ello debe incitarnos a estar siempre vigilantes frente a ese peligro.
Esto no quiere decir que en la organización se deba desarrollar una desconfianza permanente entre los camaradas. Todo lo contrario: el mejor antídoto contra la desconfianza es, justamente, la vigilancia que impide que se desarrollen las situaciones y desviaciones que la nutren. Hay que ejercer esa vigilancia frente a todo comportamiento o actitud que pudieran llevar a tales desviaciones. En especial la práctica de discusiones informales entre camaradas, particularmente sobre cuestiones que atañen a la vida de la organización, que en cierto forma son inevitables, deben limitarse lo más posible y, en cualquier caso, deben hacerse de forma responsable. Mientras el marco formal de las diversas instancias de la organización, empezando por las secciones locales, es el que mejor se presta tanto para las actividades y declaraciones responsables como para una reflexión consciente y realmente política, el marco “informal” da mayor cancha a actitudes y palabras irresponsables marcadas por la subjetividad. En particular es importante cerrar la puerta expresamente a cualquier campaña de denigración contra miembros de la organización (como, evidentemente, contra un órgano central). Tal vigilancia debe hacerse tanto contra los deslices propios como frente a los ajenos. En este terreno, como en otros, los militantes más experimentados, y especialmente los miembros de los órganos centrales, deben observar un comportamiento ejemplar dado el impacto que pueden provocar sus palabras. Ello es más importante aún, y más grave, cuando se dirigen hacia camaradas nuevos:
Para concluir esta parte sobre las relaciones entre la organización y los militantes hay que recordar y resaltar que la organización no es una suma de militantes. En su lucha histórica por el comunismo, el ser colectivo del proletariado hace surgir, como parte de si mismo, otro ser colectivo que es la organización revolucionaria. Cualquier otra visión, especialmente la de la organización como una suma de militantes es presa de la influencia de la ideología burguesa y constituye una amenaza de muerte para la organización.
Sólo a partir de esta visión colectiva y unitaria de la organización se puede comprender la cuestión de la centralización.
Aunque ésta era una cuestión central del Informe de actividades para el Xº Congreso Internacional la parte de este texto que se dedica a la cuestión de la centralización será menos extensa que las precedentes y se compondrá, en gran parte, de extractos de los textos fundamentales acompañados de los comentarios necesarios frente a las incomprensiones que se han desarrollado en estos últimos tiempos; esto es así porque, de un lado las dificultades que han encontrado la mayor parte de las secciones no atañen directamente a la cuestión de la centralización, y de otro que es más fácil comprender la cuestión de la centralización cuando se ha entendido claramente la relación entre la organización y sus militantes.
a) Unidad de la organización y centralización
“El centralismo no es un principio abstracto o facultativo de la estructura de la organización. Es la concreción de su carácter unitario. Expresa que es una misma y única organización la que toma posición y actúa dentro de la clase” (Informe de 1982, punto 3).
“En las relaciones entre las diferentes partes de la organización y el todo, siempre prima el todo... Hay que proscribir absolutamente la concepción según la cual tal o cual parte de la organización puede adoptar frente a la clase o a la organización posiciones o actitudes que le parezcan correctas en lugar de las de la organización que estima erróneas ... la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta, y piensan que la organización va por mal camino, no es salvar su pellejo por su cuenta sino luchar dentro de la organización para llevarla al ‘camino recto’” (Idem, punto 3).
“En la organización el todo no es la suma de las partes. La organización delega en ellas el cumplimiento de tal actividad particular (publicaciones territoriales, intervenciones locales, etc.) y son por tanto responsables, ante el conjunto, del mandato que han recibido” (Idem, punto 4).
Estos breves recordatorios del Informe de 1982 ponen en evidencia la insistencia, que es el eje principal de ese documento, en la unidad de la organización. Las diversas partes de la organización solo pueden concebirse como partes de un todo, como delegaciones e instrumentos de ese todo. ¿Hay que repetir, una vez más, que esta concepción debe estar presente en todas las partes de la organización?
A partir de esa insistencia sobre la unidad de la organización el Informe introduce la cuestión de los Congresos (sobre la que no vamos a volver aquí) y de los órganos centrales.
“El órgano central es una parte de la organización y, como tal, es responsable ante ella cuando ésta se reúne en Congreso. Sin embargo es una parte cuya especificidad es expresar y representar al todo, por ello las posiciones y decisiones del órgano central priman siempre sobre las de otras partes de la organización tomadas por separado” (Idem, punto 5).
“... El órgano central es un instrumento de la organización, y no a la inversa. No es la cumbre de una pirámide como en las visiones jerárquicas o militares, sino que constituye un tejido tupido y unido en el que se imbrican y viven todos sus componentes. Por tanto hay que ver al órgano central más bien como el núcleo de una célula que coordina el metabolismo de una entidad viva” (Idem, punto 5).
Para entender la centralización es fundamental esta última imagen, pues permite comprender plenamente que en el seno de una organización unitaria puede haber varios órganos centrales con escalas de responsabilidad diferentes. Si se considera la organización como una pirámide cuyo órgano central seria su cima nos vemos abocados a una figura geométrica imposible: una pirámide que tiene una cima y está formada por un conjunto de pirámides que cada tiene su propia cima. En la práctica una organización así seria tan aberrante como esa figura geométrica y no podría funcionar. Las administraciones y laS empresas privadas tienen una estructura piramidal: para poder funcionar las responsabilidades se atribuyen, necesariamente, de arriba a abajo. Ese no es en nada el caso de la CCI que dispone de órganos centrales elegidos a diferentes niveles territoriales. Tal modo de funcionamiento se corresponde con el hecho de que la CCI es una entidad viva (como lo una célula o un organismo) en la que las diversas instancias organizativas son vínculos de un todo unitario.
En una concepción así, que se expresa de forma detallada en los estatutos, no debe haber conflictos, oposiciones, entre las diversas estructuras de la organización. Evidentemente, como en cualquier otra parte de la organización, pueden surgir desacuerdos lo que es algo normal y forma parte de su vida. Cuando esos desacuerdos desembocan en conflictos es que, de alguna manera, se ha perdido esta concepción de la organización y se ha introducido una visión piramidal que necesariamente conduce al enfrentamiento entre las diferentes “cimas”. Tal dinámica que conduce a la aparición de varios “centros”, y por tanto a que se opongan entre sí, pone en peligro la unidad de la organización y, por tanto, su propia existencia.
* * *
Lo relativo a la organización y al funcionamiento, que son de suma importancia, resulta más difícil de comprender ([19]). Su comprensión, mucho más que en otras cuestiones, es tributaria de la subjetividad de la subjetividad de los militantes y, por ello, puede constituir un canal privilegiado de penetración de ideologías ajenas al proletariado. Estas cuestiones, por excelencia, jamás se adquieren definitivamente. Por ello deben ser objeto de una atención y vigilancia sostenida tanto por parte de la organización como por la de todos los militantes (...)
(14/10/1993)
[1] La CCI, a imagen de la 2ª Internacional y de la Internacional comunista, se dota de un órgano central internacional, el Buró Internacional (BI) compuesto de militantes de diferentes secciones territoriales. Este se reúne regularmente en sesiones plenarias (BI plenario) y entre esas reuniones la continuidad del trabajo internacional la asume el Secretariado Internacional (SI) que es una subcomisión permanente de aquel.
[2] “Los textos de la Conferencia extraordinaria, menos aún que los demás textos fundamentales de la CCI, no se hicieron para ser enterrados en el fondo de un cajón o bajo una pila de papeles. Deben ser una referencia constante en la vida de la organización” (Resolución de Actividades del Vº Congreso de la CCI).
[3] Tampoco se privaba de tildarlo frecuentemente de judío y alemán, dos orígenes que Bakunin detestaba: “Es un compendio (...) de todos los relatos absurdos y sucios que la maldad, más perversa que espiritual, de los judíos alemanes y rusos, sus amigos, sus agentes, sus discípulos [de Marx] ha propagado y dirigido contra todos nosotros, pero sobre todo contra mí... ¿Recuerdan el artículo del judío alemán M. Hess en Le Réveil... reproducido y desarrollado por los Borkheim y otros judíos alemanes del Volksstaat?” (Respuesta de Bakunin a la Circular del Consejo general de Marzo 1872 sobre “Las pretendidas escisiones de la Internacional”). Igualmente hay que señalar que Bakunin, al que los anarquistas presentan como una especie de “héroe sin miedo ni mancha” hacia gala de una buena dosis de hipocresía y duplicidad. De hecho, en el mismo momento que comenzaba a tramar sus intrigas contra el Consejo general y contra Marx le escribía a este último: “Yo hago ahora lo que tú comenzaste hace 20 años... Mi patria ahora es la Internacional, de la cual tú eres uno de los principales fundadores. Observa pues, querido amigo, que yo soy tu discípulo y que estoy orgulloso de serlo” (22/12/1868).
[4] La fórmula defendida por Lenin: “Es miembro del partido quien reconoce su programa y apoya al partido tanto materialmente como militando personalmente en una de sus organizaciones”. La fórmula defendida por Martov (y adoptada por el Congreso gracias a los votos de Bund): “Es miembro del partido quien reconoce su programa y apoya al partido tanto materialmente como trabajando bajo el control y la dirección de una de sus organizaciones”.
[5] Es significativo que estos tres militantes, lo mismo que Plejánov que se unió a los mencheviques algunos meses después del Congreso, fueron social-chovinistas durante la guerra y se opusieron a la Revolución de 1917. Sólo Martov adoptó una postura internacionalista pero, más tarde, tomó posición en contra del poder de los soviets.
[6] Esta es la respuesta del bolchevique Russov (citado y saludado por Lenin en Un paso a delante dos pasos atrás): “En boca de revolucionarios se escuchan discursos singulares en claro desacuerdo con la noción del trabajo del Partido, de la ética del partido... Colocándonos en ese punto de vista ajeno al Partido, en ese punto de vista pequeño burgués, nos encontraremos en cada elección ante la cuestión de saber si Pétrov no se molestaría al ver que en su lugar se ha elegido a Ivanov... Por tanto, camaradas ¿a dónde nos va a conducir esto?. Estamos reunidos no para dirigirnos mutuamente amables discursos ni para intercambiar afables cumplidos, sino para crear un Partido y no podemos aceptar, en modo alguno, ese punto de vista. Hemos de elegir responsables y aquí no cabe la falta de confianza de tal o cual que no ha sido elegido; lo único que debe saberse es si es a favor de la causa y si la persona elegida es la adecuada para el puesto en el que se le ha designado”. En el mismo folleto, Lenin, resume así los retos de ese debate: “La lucha del espíritu pequeño burgués contra el espíritu de partido, las peores ‘consideraciones personales’ contra los objetivos políticos, las palabras vergonzosas contra las nociones elementales del deber revolucionario, he aquí lo que fue la lucha en torno a los seis y a los tres en la trigésima sesión de nuestro congreso” (los subrayados son de Lenin).
[7] En repetidas ocasiones algunos camaradas que estaban en desacuerdo con las orientaciones de la CCI en materia de organización ha afirmado que ese destino sistemáticamente “trágico” de las tendencias que hemos conocido revelaba una debilidad de nuestra organización y, especialmente, una política errónea por parte de los órganos centrales. Es conveniente aportar, al respecto, los siguientes elementos:
[8] MC fue un camarada que militó tras la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial. A finales de los años 20 fue excluido del Partido comunista francés como opositor de izquierda que era. Militó en diversas organizaciones de la Izquierda comunista, en especial en la Fracción italiana. Fue el principal fundador de la Izquierda comunista de Francia, predecesor político de la CCI. Murió en diciembre de 1990 (ver los artículos que sobre él publicamos en la Revista internacional nos 65 y 66).
[9] “No es Chénier quien funda la tendencia y la crisis, sino que es la crisis latente en la CCI la que permite a Chénier catalizarla y manipularla por motivos que, si bien no han podido ser totalmente esclarecidos, tienen claramente más connotaciones patológicas y de ambición arribista que naturaleza política. La comisión no puede responder, ni en un sentido ni en otro, a si sus maniobras obedecían a órdenes exteriores – como lo sugieren ciertos testimonios – lo que sí podemos afirmar es que se trata de un sujeto profundamente turbio, ruin e hipócrita, perfectamente susceptible de servir a cualquier causa con el fin de destruir, desde dentro, toda organización en la que logre infiltrarse” (Informe de la Comisión de Encuesta). Para aquellos camaradas que no han vivido este periodo de la historia de la CCI se pueden dar algunas ilustraciones muy significativas de la personalidad y el comportamiento de Chénier:
Ésa la calaña del personaje que la CCI había tenido la debilidad, por falta de vigilancia, de permitir que entrara en sus filas. Hay que señalar que este elemento llegó a ser miembro de la CE de RI, y no es descabellado pensar que de no haberle desenmascarado tan rápidamente podría haber llegado a ser miembro del BI.
[10] En una "Advertencia al medio revolucionario", publicada en Acción proletaria nº 78 (marzo-abril de 1988) escribíamos al respecto: “Por la presente declaración queremos dar a conocer públicamente la suspensión inmediata de nuestra organización internacional del denominado “Albar”. Esta medida la hemos tomado como consecuencia de un examen riguroso del comportamiento de esta persona que juzgamos absolutamente incompatible don la pertenencia a toso grupo revolucionaria proletario. CCI.”
[11] En un texto escrito en 1980 el camarada MC ya plantea esta cuestión: “No quisiera detenerme en este tipo de recriminaciones pues, más que desconsoladora, la encuentro indecente. Cuando se conoce, aunque sea un poco, lo que era la vida de los militantes revolucionarios, no solo en los momentos excepcionales como la guerra o la revolución, sino su vida corriente, ‘normal’, cuando se piensa por ejemplo lo que era la vida de los militantes de la Fracción italiana en los años 30, todos ellos emigrados y gran parte de entre ellos expulsados, ilegales, obreros no cualificados, desempleados, siempre con trabajos y residencias inestables, con hijos (sin poder contar con ningún apoyo o sostén de la familia que está tan lejos) que, con frecuencia, no saciaban su hambre, esos militantes que en esas condiciones proseguían su actividad 20-30-40 años... no se puede escuchar las quejas y recriminaciones de cierto ‘críticos’ sin hallarlas pura y simplemente indecentes. En vez de lloriquear, debemos tomar más conciencia de que el grupo y los militantes viven actualmente en condiciones excepcionalmente favorables. Hasta el presente no hemos vivido la represión, ni la clandestinidad, ni el paro, ni dificultades materiales mayores. Por eso, hoy más que nunca, el militante no debe hacer recriminaciones de carácter personal sino tener siempre a gala dar lo máximo que pueda, sin esperar siquiera a ser solicitado” (MC, “La organización revolucionaria y los militantes” 1980).
[12] “Es un desatino ver en la elección de camaradas a comisiones no se sabe qué ‘ascenso’ y considerarla como un honor y un privilegio. Ser nombrado para una comisión es una carga de responsabilidades suplementarias, y hay muchos camaradas que desearían librarse de ellas. Y mientras esto no sea posible lo importante es que las cumplan lo más a conciencia que se pueda. Es importante velar para que la verdadera pregunta de ‘cumplen bien las tareas que se les ha confiado’ no sea sustituida por la falsa cuestión, típicamente izquierdista, de ‘la carrera por los puestos de honor’” (MC, 1980).
[13] “La visión proletaria es completamente distinta. Dado que es una clase histórica y la última clase de la historia, su visión tiende de entrada a ser global, y en ésta los diversos momento son solo aspectos, momentos de un todo. Por ello la militancia comunista no está condicionada por ‘qué lugar ocupo yo’, ni motivada por la ambición individual por legítima que parezca. Ya sea escribiendo o estrujándose el cerebro con una cuestión teórica, pasando a máquina, imprimiendo un panfleto, manifestándose en la calle, o difundiendo un periódico que han escrito otros camaradas, se es siempre el mismo militante porque la acción en la que se participa es siempre política y cualquiera que sea la práctica particular es siempre producto de una opción política y expresa su pertenencia a esta unidad, a ese cuerpo político: el grupo político” (MC, 1980).
[14] “La división de la sociedad en clases antagónicas no se manifiesta solo en la división de hecho entre trabajo teórico y trabajo práctico, entre teoría y práctica, dirección que decide y base que ejecuta, sino también en la obsesión intelectual que hace de ese hecho un eje central de preocupación, lo que expresa que no se ha llegado a superar ese plano, y que aún se sitúa en el mismo terreno, se le da la vuelta a la medalla pero ésta se conserva” (MC, 1980).
[15] Era la prueba de que Plejanov empezaba a ser presa de la ideología burguesa (él, que había escrito el excelente libro El papel del individuo en la historia): a fin de cuentas la diferencia de actitud entre Lenin y Plejanov sobre esta cuestión prefiguraba, en cierta forma, la actitud que posteriormente tendrían respecto a la revolución del proletariado.
[16] “En la segunda mitad de los años 60 se constituyen pequeños núcleos, pequeños círculos de amigos, compuestos por elementos en su mayoría muy jóvenes, sin ninguna experiencia política y que vivían en el medio estudiantil. En el plano individual ese encuentro parece fruto de pura casualidad. En el plano objetivo – el único que puede darnos una explicación real – estos núcleos corresponden al final de la reconstrucción de la posguerra y a los primeros signos de que el capitalismo está de nuevo entrando en una fase aguda de crisis permanente que hace resurgir la lucha de clases.
Más allá de lo que pudieran pensar los individuos que componían esos núcleos, se imaginaban que lo que les unía era su afinidad afectiva, la amistad, el deseo de hacer juntos su vida cotidiana, estos núcleos solo sobrevivieron en la medida en que se politizaron, o se volvieron grupos políticos, cosa que sólo pudieron hacer cumpliendo y asumiendo conscientemente su destino. Los núcleos que no alcanzaron esa conciencia fueron engullidos y se descompusieron en el pantano izquierdista, modernista o simplemente desaparecieron del mapa. Esa es nuestra propia historia. Ese proceso de transformación de un círculo de amigos en grupo político, en el que la unidad basada en el afecto, las simpatías personales, el mismo modo de vida cotidiano debe ceder el sitio a un cohesión política y una solidaridad basada en la convicción de que se está comprometido en un mismo combate histórico: la revolución proletaria, no estuvo exento de dificultades...
No debemos confundir la organización política que somos con las ‘comunidades’, tan queridas por el movimiento estudiantil, cuya única razón de ser es la ilusión de algunos individuos descontentos de poder sustraerse, en conjunto, a las obligaciones que la sociedad decadente les impone y ‘realizar’ así mutuamente su vida personal” (MC, 1980).
[17] “... En una organización burguesa la existencia de divergencias se basa en la defensa de tal o cual orientación de gestión del capitalismo, o más sencillamente en la defensa de tal o cual sector de la clase dominante o de tal o cual camarilla, orientaciones e intereses que se mantienen de forma duradera y que hay que conciliar mediante una ‘reparto equitativo’ de los puestos entre quienes las representan. No hay nada de eso en una organización comunista, en ella las divergencias no expresan en absoluto que se defiendan intereses materiales, personales o de grupos de presión particulares, sino que son la traducción de un proceso vivo y dinámico de clarificación de los problemas que se le plantean a la clase, y su destino como tales es absorberse fruto de una discusión profunda y a la luz de la experiencia histórica” (Informe de 1982, punto 6).
[18] Es importante, a este respecto, que la costumbre de invitarse a comer o a encuentro “privados” se realice con sentido de la responsabilidad. Reunirse entre camaradas alrededor de una buena mesa puede ser una excelente ocasión para reforzar los vínculos entre miembros de la organización, desarrollar entre ellos sentimientos de fraternidad, superar la atomización que engendra la sociedad actual (especialmente los camaradas más aislados). Sin embargo hay que velar para que esta practica no se transforme en una “política de clan”:
[19] Baste con decir que un revolucionario de la talla de Trotski demostró en bastantes ocasiones que no entendía muy bien esos problemas.
Tras los atentados del 11 de septiembre, la guerra en Afganistán y la reanudación de las matanzas en Oriente Próximo, otros dos acontecimientos inquietantes han saltado al ruedo de la actualidad internacional‑: la amenaza de guerra entre India y Pakistán, (dos Estados con armas nucleares que desde su nacimiento como tales Estados llevan peleándose por Cachemira de manera recurrente) y la progresión de los partidos de extrema derecha en Europa occidental, lo cual ha ofrecido la oportunidad a la burguesía de agitar el espantajo fascista y montar unas campañas democráticas gigantescas.
Nada parece relacionar esos dos acontecimientos, muy alejados geográficamente y situados en planos geopolíticos totalmente diferentes. Y sin embargo tienen raíces comunes. Para comprenderlas hay que evitar a toda costa una aproximación fotográfica a lo que ocurre en el mundo, una visión fragmentada, la que consiste en analizar cada fenómeno en sí, separado del resto. El método marxista es el único se basa en un enfoque histórico, global, dialéctico, dinámico, capaz de relacionar diferentes expresiones de los mecanismos del capitalismo para darles una unidad y una coherencia; es el único capaz de integrar esos dos hechos en un marco común.
La amenaza de una guerra nuclear en India y Pakistán por un lado, y el ascenso de la extrema derecha, por otro, ilustran, bajo formas diferentes, la realidad de la fase actual de descomposición del capitalismo caracterizado por la putrefacción de raíz de la sociedad que amenaza la existencia misma de ella. La descomposición es el resultado de un proceso histórico en el que ninguna de las dos clases antagónicas de la sociedad, el proletariado y la burguesía, han sido hasta hoy incapaces de imponer su solución frente a la crisis insoluble del capitalismo. La burguesía no ha sido capaz de arrastrar a la humanidad a una tercera guerra mundial porque el proletariado de los países centrales no está dispuesto a sacrificar sus intereses en aras de la defensa del capital nacional. Pero tampoco este ha sido capaz de afirmar sus propia perspectiva revolucionaria e imponerse como única fuerza de la sociedad que pueda ofrecer una alternativa al callejón sin salida de la economía capitalista. Por esto, aunque los combates de la clase obrera han impedido que se declare una tercera guerra mundial, no han sido capaces, en cambio, de hacer cesar la locura asesina del capitalismo. De ello es testimonio el caos sanguinario que se extiende día tras día por la periferia del sistema, un caos que ha ido en continuo aumento desde el desmoronamiento del bloque del Este. La escalada de la guerra sin fin de Oriente Próximo y la actual amenaza de un conflicto nuclear entre India y Pakistán dejan bien patente, por si falta hiciera, el “no future” apocalíptico de la descomposición del capitalismo.
Por otra parte, el proletariado de los grandes países “democráticos” ha tenido que soportar de lleno los efectos de la manifestación más espectacular de la descomposición, o sea, el desmoronamiento del bloque del Este. El peso de las campañas burguesas sobre la pretendida “quiebra del comunismo”, campañas que han dañado su identidad de clase, su confianza en sí mismo y en su propia perspectiva revolucionaria, ha sido el factor principal de sus dificultades para desarrollar sus luchas y afirmarse como única fuerza portadora de porvenir para la humanidad. Sin luchas obreras masivas en los países de Europa occidental, capaces de ofrecer una perspectiva a la sociedad, el fenómeno de putrefacción de raíz del capitalismo se ha ido manifestando en la propagación, en su tejido social, de las ideologías más reaccionarias que favorecen el ascenso de los partidos de extrema derecha, algo totalmente aberrante desde el punto de vista de los intereses de la clase dominante, es una nueva ilustración del “no future” del capitalismo.
Ante la gravedad de la situación histórica actual, les incumbe a los revolucionarios contribuir a la toma de conciencia del proletariado sobre las responsabilidades que sobre sus hombros pesan. Sólo la lucha de clases en los países más industrializados podrá abrir una perspectiva revolucionaria mundial hacia el derrocamiento del capitalismo. Sólo la revolución proletaria mundial podrá acabar de una vez con el ciego desencadenamiento de la barbarie bélica, de la xenofobia y de los odios raciales.
DESDE el mes de mayo, se han ido acumulando los nubarrones de la tor-
menta de una guerra nuclear total entre India y Pakistán. Desde
el atentado del 13 de diciembre de 2001 contra el Parlamento indio, las
relaciones indo-pakistaníes no han cesado de degradarse. Tras el
de principios de mayo de 2002 en Jammu (estado indio de Jammu y Cachemira)
atribuido a terroristas islamistas, esa degradación ha desembocado
en los recientes enfrentamientos en Cachemira.
El conflicto actual entre esos dos países, que hasta ahora se había
limitado a los que los media nombran "duelos de artillería"
por encima de una población aterrorizada, no es el primero, especialmente
a causa de Cachemira, que ya ha conocido varias centenas de miles de muertos,
pero nunca antes la amenaza de usar el arma nuclear había sido
tan seria. Pakistán, en inferioridad, pues dispone de 700 000 soldados
(mientras que India posee 1 200 000) y 25 misiles nucleares, de menor
alcance (mientras que India posee 60), "había anunciado claramente
que frente a un enemigo superior, estaba dispuesto a lanzar un ataque
nuclear" (The Guardian, 23 mayo de 2002). India, por su parte, intenta
deliberadamente arrastrar al enfrentamiento militar abierto. El objetivo
de Pakistán es, en efecto, desestabilizar Cachemira y hacer que
esta región caiga de su lado, a través de guerrillas y grupos
infiltrados. India, por su parte, tiene el mayor interés en atajar
ese proceso mediante un enfrentamiento directo.
Por eso les ha entrado una verdadera inquietud a las burguesías
de los países desarrollados, la norteamericana y la británica
en primer término (1), de encontrarse ante una catástrofe
que podría producir millones de muertos. Y, tras el fracaso de
la conferencia de países de Asia central, celebrada en Kazajistán
a primeros de junio, orquestada por un Putin, teledirigido para la ocasión
por la Casa Blanca, se ha necesitado todo el peso de Estados Unidos enviando
al secretario de estado de Defensa, Donald Rumsfeld, a Karachi e interviniendo
Bush directamente ante los dirigentes indios y pakistaníes, para
que bajara la tensión. Pero como lo reconocen los propios dirigentes
occidentales, los riesgos de un patinazo sólo momentáneamente
han sido postergados. Nada está arreglado.
Cuando se partió el antiguo imperio británico de las Indias
en 1947, y de él nacieron (además de Sri Lanka y Birmania)
los estados independientes de India y Pakistán occidental y oriental,
la burguesía inglesa y, con ella, su aliada estadounidense, sabían
perfectamente que estaban fabricando dos naciones rivales de nacimiento.
Siguiendo el refrán "divide y vencerás", el objetivo
de semejantes recortes artificiales era debilitar, en sus fronteras oriental
y occidental, a ese inmenso país cuyo dirigente Nehru había
declarado su deseo de mantenerse "neutral" respecto a las grandes
potencias y de hacer de India una superpotencia regional. En el período
inmediato de posguerra en que se estaban dibujando ya los bloques del
Este y del Oeste, el acceso a la independencia de India significaba, en
efecto, para una Gran Bretaña ferozmente antirrusa y unos Estados
Unidos que intentaba imponer su hegemonía en el mundo, el riesgo
de verla pasarse al enemigo soviético.
Cuando se forma la "democrática" "nación"
india bajo la dirección del pandit, tres regiones, entre las cuales
el futuro estado de Jammu y Cachemira, que debían formar parte
de Pakistán, fueron anexionadas a la fuerza por India, primera
expresión de una manzana de la discordia permanente que se cristalizaba
en reivindicaciones territoriales. Toda la historia de esos dos países
está jalonada por enfrentamientos bélicos a repetición
en los que el gobierno de Nueva Delhi, en general a la ofensiva, intenta
ganar zonas que considera que le pertenecen por "naturaleza".
Así fue con la guerra de Cachemira en 1965, las de 1971 en Pakistán
oriental (que será el Bangladesh actual) y en Cachemira, hasta
el conflicto de este año.
El interés de la burguesía india no se limita, sin embargo,
a la necesidad de expansión inherente a todo imperialismo. Radica
en la necesidad de que el Estado indio sea reconocido como superpotencia
con la que se debe contar, no sólo ante la llamada "comunidad
internacional" de los Grandes, sino también frente a su rival
principal, China. Pues tras la permanente agresividad de India hacia Pakistán
hay que ver la competencia fundamental con China por la plaza de "gendarme"
del Sureste asiático.
En 1962, la guerra chino-india y la victoria de Pekín revelaron
a la burguesía india que China era su peor enemigo, al igual que
la mediocridad de su propio armamento. Lo que el Estado indio procura
hacer es tomarse la revancha contra China. La guerra en Pakistán
oriental en 1971 debe ya entenderse en ese marco de hostilidad imperialista
que anima a ambas burguesías. Es evidente que hoy un conflicto
de gran envergadura entre India y Pakistán que dejara exangüe
a éste e incluso borrado del mapa, sería un revés
para un Estado chino que había puesto todas sus fuerzas en apoyar
a Islamabad. No es casualidad si fue China, cuando la URSS "regaló"
el arma nuclear a India como sello del "Pacto de cooperación"
entre ambos países, quien hizo lo mismo con Pakistán, con
el beneplácito estadounidense, para así rebajar las pretensiones
indias.
Las grandes potencias, EE.UU en cabeza, están hoy sin lugar a
dudas muy inquietas ante la posibilidad de que estalle una guerra nuclear
entre India y Pakistán, pero no es evidentemente por razones humanitarias,
ni mucho menos. La preocupación que tienen es, ante todo, impedir
que se produzca una nueva etapa en la agravación de la tendencia
de "cada uno para sí" que hoy impera en el planeta desde
que se hundió en bloque del Este y la desaparición tras
él del que fue su rival del Oeste. Durante el periodo de guerra
fría que siguió a la Segunda Guerra mundial, las rivalidades
entre Estados estaban bajo el control de la necesaria disciplina de bloques
y reguladas por esa disciplina. Ni siquiera un país como India
que intentaba ir por su cuenta y sacar partido a la vez del potencial
militar del Este y de la tecnología del Oeste, tenía campo
libre para imponerse como gendarme del Sureste asiático. Hoy los
Estados dan rienda suelta a sus ambiciones. Ya en 1990, un año
apenas después del desmoronamiento del bloque ruso, la amenaza
de guerra nuclear entre India y Pakistán tuvo que ser conjurada
mediante las presiones de EE.UU.
Puede uno darse cuenta de la intensidad alcanzada por el antagonismo entre
esas dos potencias nucleares de segundo orden por las propias dificultades
de EE.UU para imponer su voluntad en la región. Apenas unos meses
después de haber dado una importante demostración de fuerza
en Afganistán, con el fin de obligar a otros Estados a alinearse
tras EE.UU, dos de sus aliados en esta guerra se enfrentan. He aquí
una región más, en la que EE.UU quería imponer su
orden por medios militares, amenazada de desastre.
Desde el final de la Guerra fría, EE.UU ha lanzado operaciones
militares de gran envergadura para afirmar su dominio sobre el mundo como
única superpotencia mundial. Tras la Guerra del Golfo de 1991,
en lugar de nuevo orden mundial, lo que hemos visto ha sido el estallido
de la región balcánica, acompañado de los horrores
de la guerra y de una insondable miseria ahora permanente. En 1999, tras
la demostración de fuerza americana contra Serbia, las potencias
imperialistas europeas han seguido oponiéndose abiertamente a la
política estadounidense, en especial sobre el tema del "escudo
antimisiles" cuya realización está acelerando Bush
a toda velocidad. Y también ha sido para mostrar esa voluntad si
EE.UU está machacando Afganistán, con el pretexto de los
atentados del 11 septiembre.
Ya sean grandes potencias como Alemania, Francia o Gran Bretaña,
ya sean potencias regionales como Rusia, China, India e incluso Pakistán,
todas se ven abocadas a lanzarse a mutuo degüello en peleas cada
vez más destructoras. Y de ello es una ilustración patente
el actual conflicto entre India y Pakistán, que, junto a la posguerra
en Afganistán, es el ojo del huracán.
En una situación general semejante, de caos y de "cada uno
para sí", provocada en primer término por las tensiones
crecientes entre grandes potencias, la hipocresía de éstas
ha aparecido una vez más ante el mundo. Expresando la inquietud
de las burguesías "civilizadas" ante la posibilidad de
estallido de un conflicto nuclear, sus medios de comunicación señalan
con el dedo al presidente pakistaní, Musharraf, y al primer ministro
indio, Vajpayee, tildándolos de irresponsables que parecen "no
darse cuenta de la verdadera escala del desastre que resultaría
del uso de armas atómicas, incapaces de no ver que las consecuencias
serían la destrucción total de sus países" (The
Times, 1 junio de 2002).
¡Es como el cerdo llamando cochino al burro! ¿Serían
las grandes potencias "responsables"? Sin duda, sí, responsables
de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki al final de
la Segunda Guerra mundial, responsables de la proliferación espantosa
de armas nucleares durante toda la Guerra fría, responsables de
su acumulación so pretexto de que la "disuasión nuclear",
el "equilibrio del terror" (!) serían la mejor garantía
de paz. Y son hoy esos países desarrollados los que siguen poseyendo
los depósitos más importantes de armas de destrucción
masiva, incluidas las nucleares.
Para la mayoría de los media, esta situación se debería
al "fundamentalismo religioso". Para la clase dominante india,
los responsables de los atentados terroristas en Cachemira y contra el
Parlamento indio son los fundamentalistas islamistas apoyados por Pakistán.
Del otro lado, la clase dominante pakistaní denuncia los excesos
nacionalistas del fundamentalismo hindú del BJP, partido en el
poder en India, y en especial su represión contra los "combatientes
de la libertad" en Cachemira.
En India, el BJP utiliza los atentados terroristas en Cachemira y en el
resto de India para justificar sus amenazas militares contra Pakistán.
Mientras tanto, ese partido estaba involucrado en las matanzas intercomunitarias
que ocurrieron en el Estado de Gujarat, durante las cuales cientos de
fundamentalistas hindúes fueron quemados vivos en un tren por militantes
islamistas y después, en represalia, fueron asesinados miles de
musulmanes. Paralelamente, la burguesía pakistaní no sólo
ha intentado desestabilizar a India aportando su apoyo a la lucha organizada
en Cachemira contra la dominación india, sino también denunciando
algo que es cierto: que India apoya a grupos terroristas en Pakistán.
Y también inyectando constantemente el nacionalismo más
violento en ambos campos, los explotadores arrastran a amplias capas de
la población en apoyo de sus ambiciones imperialistas. El uso de
los nacionalismos, de los odios raciales y religiosos, no es desde luego
algo nuevo ni propio de los países de la periferia del capitalismo.
Las burguesías de los principales países capitalistas han
transformado esas manipulaciones en un verdadero arte. Durante la Primera
Guerra mundial, cada campo acusó al otro de ser el "mal"
y una "amenaza para la civilización". En los años
30, Hitler y también Stalin usaron el antisemitismo y el nacionalismo
para movilizar a las poblaciones. Los Aliados "civilizados"
lo hicieron todo por atizar la histeria anti-alemana y anti-japonesa,
con el uso cínico del Holocausto para justificar los bombardeos
sobre la población alemana y con el punto culminante del horror
nuclear contra Japón por dos veces. Durante la Guerra fría,
los dos bloques cultivaron odios parecidos para ajustarse las cuentas.
Y desde 1989, en nombre de lo "humanitario", los dirigentes
de las grandes potencias han permitido que se multiplicaran las "limpiezas
étnicas" y han atizado los odios religiosos y raciales que
han llevado a tantas regiones del planeta a una sucesión de guerras
y de carnicerías.
La clase obrera es una amenaza y por eso el capitalismo necesita usar
todas las mentiras a su disposición para ocultar la verdadera naturaleza
imperialista de sus guerras y desviar así a la clase obrera del
camino de su propio combate de clase. Localmente, en Asia del Sureste,
la clase obrera no da muestras de una combatividad capaz de hacer cesar
una guerra. Internacionalmente, la clase obrera está en un estado
momentáneo de impotencia frente a un capitalismo que se desgarra,
con el peligro de ver millones de cadáveres en unos cuantos minutos
por los suelos de una región del planeta.
Y sin embargo la única fuerza histórica capaz de parar el
carro incontrolable y destructor del capitalismo en plena descomposición
sigue siendo el proletariado internacional y, sobre todo, el de los países
centrales del capitalismo. Éste, mediante del desarrollo de sus
luchas por la defensa de sus propios intereses, podrá mostrar a
los obreros del subcontinente asiático y de otras zonas del mundo
que existe una alternativa de clase al nacionalismo, al odio religioso
y racial, a la guerra. Es pues una enorme responsabilidad la que incumbe
al proletariado de los países centrales del capitalismo. No debe
éste perder de vista que al defender sus intereses de clase también
posee entre sus manos el porvenir de la humanidad.
Ante la locura del capitalismo en decadencia, el proletariado internacional
debe recuperar la consigna: "Proletarios de todos los países,
¡uníos!". El capitalismo no podrá sino arrastrarnos
a la guerra, la barbarie y la destrucción total de la humanidad.
La lucha de la clase obrera es la clave de la única alternativa
posible: la revolución comunista mundial.
ZG (18 de junio de 2002)
a principios de este año la CCI tomó la decisión de transformar el XVº Congreso de su sección en Francia en Conferencia internacional extraordinaria. Decisión motivada por la existencia en su seno de una crisis organizativa que se manifestó brutal y abiertamente, de la noche a la mañana, tras su XIVº Congreso internacional en abril de 2001.
Esta crisis acarreó la salida de nuestra organización de un cierto número de militantes que desde hace varios meses se habían reagrupado en lo que ellos han denominado la “fracción interna de la CCI”. Como veremos más adelante, la Conferencia tomó acta de que esos militantes se habían colocado ellos solos, deliberadamente, fuera de nuestra organización, aunque después digan a quien quiera escucharlos que han sido “excluidos”.
Aunque la Conferencia dedicó la mayor parte de sus trabajos a cuestiones organizativas, también analizó la situación internacional adoptando una Resolución que publicamos en este mismo número de la Revista internacional.
El objetivo de este artículo es dar cuenta de lo esencial de los trabajos de la Conferencia, la naturaleza de sus discusiones y decisiones sobre cuestiones organizativas, pues ése era su objetivo principal. Igualmente dará cuenta de nuestro análisis sobre la pretendida “fracción interna” de la CCI que se presenta ahora como la verdadera continuidad de las adquisiciones organizativas de la CCI, y que no es otra cosa sino un agrupamiento parásito como otros que la CCI y otros grupos del medio político proletario hemos tenido que enfrentar en diversas ocasiones en el pasado. Pero antes de tratar estas cuestiones es preciso abordar algo que hoy es objeto de numerosas incomprensiones por parte del medio político proletario: la importancia para las organizaciones comunistas de las cuestiones de funcionamiento.
Se han hecho, en efecto, comentarios que hemos leído y escuchado en numerosas ocasiones de que “la CCI está obsesionada por las cuestiones organizativas”, o bien “los artículos que hace sobre estas cuestiones no tienen ningún interés, pues se trata de su ‘cocina’”. Este tipo de afirmaciones sería más comprensible en boca de no militantes incluso simpatizantes de la Izquierda comunista. Cuando no se es miembro de una organización política proletaria es, evidentemente, más difícil ver en su total dimensión los problemas de funcionamiento que una organización puede encontrar. Dicho esto, lo más sorprendente es constatar que este tipo de comentario proviene de gente organizada en grupos políticos. Es una de las manifestaciones de la debilidad actual del medio político proletario como resultado de la ruptura orgánica y política entre sus organizaciones y las del movimiento obrero del pasado, resultado de la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de 19[1]20 hasta finales de los años 60.
Por todo esto, antes de abordar las tareas de la Conferencia, vamos a empezar haciendo un breve recordatorio de algunas de las lecciones de la historia del movimiento obrero sobre las cuestiones organizativas, basándonos en particular en la experiencia de las dos organizaciones más punteras al respecto: la Asociación internacional de trabajadores (AIT) o Primera internacional (donde militaron Marx y Engels) y el Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR) del que salió el Partido bolchevique que estuvo a la cabeza de la única revolución proletaria victoriosa hasta que su aislamiento internacional provocara su degeneración. Vamos a evocar en especial dos congresos de esas organizaciones en los que las cuestiones organizativas fueron el eje central: el Congreso de 1872 de la AIT y el Congreso de 1903 del POSDR que condujo a la formación de las fracciones bolchevique y menchevique que desempeñaron papeles totalmente opuestos en la revolución de 1917.
La AIT se fundó en Londres, en septiembre de 1864, a iniciativa de cierto número de obreros ingleses y franceses. De entrada se dotaron de una estructura de centralización, el Consejo central que tras el Congreso de Ginebra de 1866 pasaría a llamarse Consejo general. Rápidamente la AIT (la “Internacional” como desde entonces la llamarán los obreros) se convierte en una “potencia” en los países avanzados. Hasta La Comuna de París de 1871 agrupa a cantidades crecientes de obreros y es un factor de primer plano en el desarrollo de las dos armas esenciales del proletariado: su organización y su conciencia. Por ello será objeto de los ataques más encarnizados de la burguesía: calumnias en la prensa, infiltración policial, persecución de sus miembros, etc. Pero fueron los ataques procedentes de sus propias filas contra su modo de organización lo que supuso el mayor de los peligros que atravesó.
Ya desde el momento de la fundación de la AIT, cuando las secciones parisinas (fuertemente influenciadas por las concepciones federalistas de Proudhon) tradujeron los Estatutos provisionales lo hicieron atenuando considerablemente el carácter centralizado de la Internacional. Pero los ataques más peligrosos vendrán más tarde con la entrada en sus filas de la “Alianza de la democracia socialista” fundada por Bakunin, quien encontró un terreno fértil en sectores importantes de la Internacional por las debilidades que aún pesaban sobre ellos, resultado de la inmadurez del proletariado en aquella época, un proletariado que aún no se había despojado totalmente de los vestigios de la etapa precedente de su desarrollo y, particularmente, de los movimientos sectarios.
Esta debilidad se acentúa en especial en los sectores más atrasados del proletariado europeo, que apenas acaban de salir del artesanado y campesinado, en particular en los países latinos. De estas debilidades se sirvió Bakunin, que no entró en la Internacional hasta 1868, para tratar de someterla a sus concepciones “anarquistas” y hacerse con su control. El instrumento de esa operación fue la Alianza de la democracia socialista que había fundado como minoría de la Liga de la paz y la libertad”. Esta última era una organización de republicanos burgueses, fundada por iniciativa de Garibaldi y Victor Hugo, que tenía como uno de sus objetivos hacerle la competencia entre los obreros a la AIT. Bakunin formaba parte de la dirección de la “Liga” a la que pretendía dar un “impulso revolucionario” incitándola a proponer que se fusionase con la AIT, cosa que el Congreso de Bruselas de 1868 rechazó. Tras el fracaso de la Liga de la paz y la libertad, Bakunin se decide a entrar en la AIT pero no como simple militante, sino para hacerse con su dirección.
“Para hacerse reconocer como jefe de la Internacional, [Bakunin] tenía que presentarse como jefe de otro ejército cuyo acatamiento absoluto hacia su persona debía estarle asegurado mediante una organización secreta. Tras haber implantado abiertamente su sociedad en la Internacional, contaba con extender sus ramificaciones a todas las secciones y acaparar así la absoluta dirección de todas ellas. Fundó en Ginebra para ese fin la Alianza (pública) de la democracia socialista. (…) Pero aquella Alianza pública ocultaba otra, la cual, a su vez, estaba dirigida por la Alianza todavía más secreta de los Hermanos internacionales, los Cien guardias del dictador Bakunin” ([2]).
La Alianza era, por tanto, una sociedad a la vez publica y secreta, y que en realidad se proponía hacer una Internacional dentro de la Internacional. Su estructura secreta y la concertación entre sus miembros que ella permitía debía permitirle el “copo” del máximo de secciones de la AIT, allí donde las concepciones anarquistas tenían mayor eco. El problema no era en sí la existencia de diversas corrientes de pensamiento en la AIT. Lo que constituía un grave factor de desorganización que la ponía en peligro de muerte, era las acciones de la Alianza que trataba de sustituirse a la estructura oficial de la AIT. La Alianza trató de hacerse con el control de la Internacional durante el Congreso de Basilea, en septiembre de 1869, intentando que éste adoptase una moción, contraria a la presentada por el Consejo general, a favor de la supresión del derecho de herencia. Para lograr ese objetivo sus miembros, en especial Bakunin y James Guillaume, apoyaron fervorosamente una resolución administrativa que reforzaba los poderes del Consejo general. Fracasado su plan, la Alianza, que por su parte se había dotado de unos estatutos secretos basados en una centralización extrema, empieza su campaña contra la “dictadura” del Consejo general al que pretende reducir a una simple “oficina de correspondencia y estadísticas” (según los propios términos de los aliancistas), un “buzón postal” (como les reprochaba Marx). Contra el principio de centralización que expresa la unidad internacional del proletariado, la Alianza preconiza el “federalismo”, la total “autonomía de las secciones” y el carácter no obligatorio de las decisiones del Congreso. De hecho buscaba hacer lo que quisiera en las secciones que controlaba. Esto abría la puerta a la desorganización completa de la AIT.
Este era el peligro al que debía hacer frente el Congreso de La Haya en 1872. Este Congreso se dedicó esencialmente a las cuestiones organizativas. Como decíamos en la Revista internacional nº 87:
“... tras la derrota de la Comuna de Paris, liberarse del peso de su propio pasado sectario y poder superar así la influencia del socialismo pequeño burgués, era ya la prioridad absoluta para el movimiento obrero.
Este es el contexto político que explica por qué la cuestión central del Congreso de La Haya no fue la Comuna de París en sí misma, sino la defensa de los Estatutos de la Internacional, contra el complot de Bakunin y sus aliados” ([3]).
El Congreso, tras confirmar las decisiones de la Conferencia de Londres que se había celebrado el año anterior, en especial la necesidad para la clase obrera de dotarse de su propio partido político y el reforzamiento de las atribuciones del Consejo general, debatió sobre la Alianza en base al informe de una Comisión de investigación que había sido previamente nombrada. Finalmente el Congreso decidió la exclusión de Bakunin, así como la de Guillaume, principal responsable de la federación del Jura de la AIT que estaba totalmente controlada por la Alianza. Vale la pena detenerse en ciertos aspectos de la actitud de los miembros de la Alianza en la víspera y durante el propio Congreso:
Este congreso fue a la vez el punto final de la AIT (fue además el único congreso al que Marx y Engels asistieron lo que prueba la importancia que le daban) y su canto del cisne por el aplastamiento de la Comuna de París y la desmoralización que provocó en el proletariado. Marx y Engels eran conscientes de esa realidad. Por eso, junto a otras medidas para arrancar la AIT de manos de la Alianza, propusieron desplazar el Consejo general a Nueva York lejos de las conflictos que dividían más y más a la Internacional. Era un medio para permitir que la AIT se extinguiese de muerte natural (certificada en la Conferencia de Filadelfia de julio de 1876) y evitar que su prestigio lo recuperaran los intrigantes bakuninistas.
Los bakuninistas y los anarquistas han perpetuado la leyenda de que Marx y el Consejo general habrían excluido a Bakunin y Guillaume por las divergencias que tenían respecto a la cuestión del Estado (y eso cuando no se les ocurre mejor cosa que explicar el conflicto por razones de personalidad entre Marx y Bakunin). En resumen, Marx habría querido arreglar por medios administrativos un desacuerdo sobre cuestiones teóricas generales. Nada más falso.
Así, el Congreso de La Haya no toma ningún tipo de medidas contra los miembros de la delegación española que compartían la visión de Bakunin y que habían pertenecido a la Alianza, pero que aseguraron ya no pertenecer a ella. Del mismo modo la AIT “antiautoritaria” que se formó tras el Congreso de La Haya con las federaciones que rechazaron sus decisiones, no solo estaba compuesta por anarquistas; también había junto a ellos lasallistas alemanes, grandes defensores del “socialismo de Estado”, usando las palabras del propio Marx. En realidad la verdadera lucha que había en el seno de la AIT era entre quienes preconizaban la unidad del movimiento obrero (y en consecuencia el carácter vinculante de las decisiones del Congreso) y quienes preconizaban el derecho a hacer lo que les viniera en gana, cada uno en su feudo, que consideraban el Congreso como una simple asamblea en la que el debate es un mero “intercambio de opiniones” que no toma decisiones. Mediante ese modo informal de organización, la Alianza se encargaba de asegurar, secretamente, la verdadera centralización entre todas las federaciones, como se decía explícitamente en muchas de las correspondencias de Bakunin. La puesta en práctica de las concepciones “antiautoritarias” en la AIT era la mejor forma de dejarla a merced de las intrigas, del poder oculto, del control de la Alianza.
El IIo Congreso del POSDR, por su parte, fue objeto de un enfrentamiento similar entre quienes defendían una concepción proletaria de la organización revolucionaria y quienes defendían una posición pequeño burguesa.
Hay similitudes entre la situación del movimiento obrero en Europa occidental en los tiempos de la AIT y el movimiento en la Rusia de principios del siglo XX. En ambos casos estamos ante una etapa de infancia del movimiento, pues el retraso del desarrollo industrial en Rusia explica ese desfase. La AIT tenía como vocación juntar en el seno de una organización unida a las diversas sociedades obreras surgidas del desarrollo del proletariado. Del mismo modo, el segundo Congreso del POSDR tenía por objetivo unificar los diversos comités, grupos y círculos que, reivindicándose de la Socialdemocracia, se habían desarrollado tanto en Rusia como en el exilio. No existía prácticamente ninguna relación formal entre ellas desde la desaparición del Comité central que había surgido del primer Congreso del POSDR en 1897. El segundo Congreso, como la AIT, vio el enfrentamiento entre una idea de la organización que representaba el pasado del movimiento –la de los “mencheviques” (minoritarios)– y otra que expresaba las nuevas exigencias, la de los “bolcheviques” (mayoritarios).
Como se confirmaría más tarde (ya durante la revolución de 1905 y sobre todo ante la revolución de 1917 en que los mencheviques se situarían del lado de la burguesía) la actitud de los mencheviques estaba determinada por la penetración en la Socialdemocracia rusa de la influencia de ideologías burguesas y pequeño burguesas, en particular de tipo anarquista. De hecho esos elementos “alzan naturalmente la bandera de la revuelta contra las restricciones indispensables que exige la organización, elevan su anarquismo espontáneo a principio de lucha, califican erróneamente ese anarquismo de... reivindicación a favor de la “tolerancia”, etc.” (Lenin, Un paso adelante, dos pasos atras). De hecho hay muchas similitudes entre el comportamiento de los mencheviques y el de los anarquista en la AIT (en no pocas ocasiones Lenin habla del “anarquismo señorial” de los mencheviques).
Los mencheviques, al igual que los anarquistas tras el Congreso de La Haya, se niegan a reconocer y aplicar las decisiones del IIo Congreso afirmando que “el congreso no es Dios” y “sus decisiones no son sacrosantas”.
Además, del mismo modo que los bakuninistas alzan el hacha de guerra contra el principio de la centralización y contra “la dictadura del Consejo general” tras el fracaso de su toma del control, una de las razones por la que los mencheviques, tras el Congreso, empiezan a rechazar la centralización es porque algunos de ellos no han sido elegidos por el Congreso para formar parte de los órganos centrales. Las similitudes llegan hasta la forma en que los mencheviques llevan su campaña contra la “dictadura personal” de Lenin, su “mano de hierro” que son el eco de las acusaciones de Bakunin contra la “dictadura” de Marx sobre el Consejo general.
“Cuando considero la conducta de los amigos de Martov tras el Congreso (...) únicamente puedo decir que se trata de una tentativa insensata de hacer añicos el Partido, indigna de miembros del Partido... ¿Por qué? Unicamente porque están descontentos con la composición de los órganos centrales, ya que objetivamente sólo nos ha separado esa cuestión, las apreciaciones subjetivas (como la ofensa, el insulto, expulsión, separación, deshonra, etc.) no son más que fruto de un amor propio herido y una imaginación enferma. Esta imaginación enferma y este orgullo herido conducen directamente a los más vergonzosos chismes: sin saber aún la actividad de los nuevos centros y sin haberlos visto aún funcionar expanden rumores sobre sus ‘carencias’, sobre el ‘guante de hierro’ de Iván Ivanóvich, el ‘puño’ de Iván Nikiforóvich, etc. A la socialdemocracia rusa le queda por superar la última y más difícil etapa, pasar del espíritu de círculo al espíritu de partido; de la mentalidad pequeño burguesa a la conciencia de su deber revolucionario; de los chismes y la presión de los círculos, considerados como medio de acción, a la disciplina” (Relación del IIº Congreso del POSDR).
Hay que resaltar que el arma del chantaje empleada en su momento por James Guillaume y los aliancistas forma parte también del arsenal de los mencheviques. De hecho Martov, jefe de los mencheviques, se niega a participar en la redacción de la publicación del partido, Iskra, para la cual lo había elegido el Congreso, porque sus amigos Axelrod, Potrésov y Zasúlich no habían sido elegidos.
Con estos ejemplos de la AIT y del Segundo congreso del POSDR podemos dar toda la importancia que merecen las cuestiones relacionadas con el modo de funcionamiento de las organizaciones revolucionarias. En efecto, sobre esa cuestión se produjo la primera decantación decisiva entre de un lado la corriente proletaria y de otro las corrientes pequeño burguesas o burguesas. Y su importancia no es ninguna casualidad pues el canal privilegiado por el que se infiltran en las organizaciones ideologías de clases ajenas al proletariado (burguesía y pequeña burguesía) es precisamente su modo de funcionamiento.
Por ello las cuestiones relativas a la organización han sido siempre objeto de la mayor atención por parte de los marxistas. En el seno de la AIT son Marx y Engels quienes se ponen a la cabeza del combate por la defensa de los principios proletarios en materia de organización. Por eso no es ninguna casualidad si tuvieron un papel esencial en el Congreso de La Haya y si ese Congreso dedicó lo esencial de su trabajo a las cuestiones organizativas en un momento en que la clase obrera se encontraba ante dos acontecimientos históricos de la mayor importancia: la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, a los cuales el Congreso dedicó una atención mucho menor. Esta opción ha hecho que muchos historiadores burgueses considerasen el Congreso de La Haya como el menos importante de la historia de la AIT, cuando en realidad fue el más importante ya que habría de permitir que más tarde la IIª Internacional diera su propio paso adelante en el desarrollo del movimiento obrero.
Lenin, en la IIª internacional, aparece también como alguien “obsesionado” por las cuestiones organizativas. En el resto de partidos socialistas no comprenden las querellas que agitaban a la socialdemocracia rusa y ven a Lenin como un “sectario” cuyo único sueño es fomentar cismas cuando, en realidad, es el único que se inspira en el combate de Marx y Engels contra la Alianza. Pero la validez de su combate se demostrará brillantemente en 1917 con la capacidad de su partido para estar a la cabeza de la revolución.
La CCI, por su parte, ha seguido la tradición de Marx y Lenin otorgando la mayor atención a las cuestiones organizativas. Así, en enero de 1982 la CCI dedicó una Conferencia internacional extraordinaria a ese problema tras la crisis vivida en 1981 ([6]). En fin, entre finales de 1993 y principios de 1996 nuestra organización llevó un combate decisivo para sanear el tejido organizativo, contra el “espíritu de círculo” y por el “espíritu de partido” tal y como la había definido Lenin en 1903. En nuestra Revista internacional nº 82 hicimos la reseña del XIº Congreso de la CCI dedicado esencialmente a los problemas organizativos que en aquel momento encaraba nuestra organización ([7]). Más adelante, en los números 85 y 88 de la Revista publicamos una serie de artículos con el título general de “Cuestiones de organización” dedicada a los combates organizativos en el seno de la AIT, y en los números 96 y 97 publicamos dos artículos con el titulo de “¿Nos habremos vuelto leninistas?” a propósito del combate de Lenin y los bolcheviques sobre cuestiones organizativas. Y, para terminar, en nuestro ultimo número de la Revista publicamos amplios extractos de un documento interno “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI” que sirvió de texto de orientación para el combate de 1993-96.
La actitud de transparencia sobre las dificultades con las que se ha encontrado nuestra organización no se debe a no se sabe qué “exhibicionismo” por parte nuestra. La experiencia de las organizaciones comunistas es parte íntegra de la experiencia de la clase obrera. Esa es la razón por la que un gran revolucionario como Lenin dedicó un libro entero, Un paso adelante, dos pasos atrás, para sacar las lecciones políticas del Segundo congreso del POSDR.
Claro está, cuando las organizaciones revolucionarias ponen en evidencia sus problemas y discusiones internos eso parece ser lluvia de abril para las tentativas de denigración por parte de sus adversarios. Y así ha sido para la CCI. Como escribíamos en nuestra Revista internacional nº 82:
“Desde luego no va a ser en la prensa burguesa donde encontremos manifestaciones de alegría cuando exponemos nuestras dificultades, dado que nuestra organización es demasiado modesta en tamaño e influencia en las masas obreras para que aquélla tenga interés en hablar de ella para intentar desprestigiarla. Para la burguesía es preferible crear un muro de silencio alrededor de las posiciones y la existencia de las organizaciones revolucionarias. Por eso, el trabajo de denigrarlas y el sabotaje de su intervención es tomado a cargo por elementos parásitos cuya función es alejar de las posiciones de clase a quines se aproximan a ellas, asquearlos frente a toda participación en el trabajo difícil de desarrollo de un medio político proletario (...)
En el mundillo parásito encontramos grupos constituidos tales como el “Grupo comunista internacionalista” (GCI) y sus escisiones (como “Contra la corriente”), el difunto “Grupo boletín comunista” (CBG) o la ex “Fracción externa de la CCI” que se han constituido todos ellos a partir de escisiones de la CCI. Sin embargo el parasitismo no se limita a estos grupos. Es acarreado por elementos desorganizados que se agrupan de vez en cuando en círculos efímeros ([8]) cuya preocupación principal consiste en hacer circular toda clase de cotilleos a propósito de nuestra organización. Estos elementos son, a menudo, antiguos militantes que cediendo a la presión de la ideología pequeño burguesa, no han tenido la fuerza de mantener su compromiso con la organización, se han sentido frustrados de que no se les haya ‘reconocido sus méritos’ a la altura de la imagen que se hacen de sí mismos o que no han podido soportar las críticas de las que han sido objeto. (...) Estos elementos son absolutamente incapaces de construir algo. En cambio son muy eficaces con su pequeña agitación y sus charlatanerías porteriles para desacreditar y destruir lo que la organización intenta construir”.
Sin embargo los mangoneos de los parásitos no ha impedido nunca que diésemos a conocer al conjunto del medio político proletario y, de forma más amplia, a la clase obrera, las lecciones de nuestra propia experiencia. De nuevo, en esto, nuestra organización se reivindica de la tradición de Lenin cuando escribía, en 1904, en el prefacio de Un paso adelante, dos pasos atrás:
“[Nuestros adversarios] con muecas de alegría maligna siguen nuestras discusiones; procurarán, naturalmente, entresacar para sus fines algunos pasajes aislados de mi folleto, dedicado a los defectos y deficiencias de nuestro partido. Los socialdemócratas rusos están ya lo bastante fogueados en el combate para no dejarse turbar por semejantes alfilerazos y para continuar, pese a ellos, su labor de autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias, que de un modo necesario e inevitable serán corregidas por el desarrollo del movimiento obrero. ¡Y que ensayen los señores adversarios a describirnos un cuadro de la situación efectiva de sus ‘partidos’ que se parezca, aunque sea de lejos, al que brindan las actas de nuestro IIº Congreso” (Obras escogidas, tomo 1, pag 283-284).
Con esa misma óptica damos cuenta, en el presente artículo, de los problemas organizativos que recientemente ha sufrido nuestra organización, y que han sido centrales en los trabajos de la Conferencia.
El XIº Congreso de la CCI había adoptado una resolución de actividades que sacaba las lecciones de la crisis que vivió nuestra organización en 1993 y del combate llevado frente a ella. En la Revista internacional nº 82 publicamos amplios extractos de dicha resolución que en parte reproducimos ahora porque arroja luz sobre la recientes dificultades:
“El marco de comprensión que se ha dado la CCI para sacar a la luz el origen de sus debilidades se inscribe en el combate histórico del marxismo en contra de la influencia de las ideologías pequeño burguesas que lastran al proletariado... Especialmente era importante que la organización inscribiera en el centro de sus preocupaciones, como hacen los bolcheviques a partir de 1903, la lucha contra el espíritu de círculo por el espíritu de partido. En este sentido la constatación del peso especialmente fuerte del espíritu de círculo en nuestros orígenes formaba parte integrante del análisis general elaborado desde hace mucho tiempo y que situaba la base de nuestras debilidades en la ruptura orgánica de las organizaciones comunistas producida por la contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera desde finales de los años 20. Sin embargo esta constatación nos permitía ir más lejos que las constataciones precedentes y atacar con más profundidad la raíz de nuestras dificultades. Nos permitía, notablemente, comprender el fenómeno, ya constatado en el pasado pero insuficientemente elucidado, de la formación de clanes en la organización: estos clanes eran en realidad resultado del pudrimiento del espíritu de círculo que se ha mantenido mucho más allá del periodo en que los círculos habían sido una etapa inevitable de la reconstrucción de la vanguardia comunista” ([9]) (Resolución de actividades del XIº Congreso, punto 4).
Nuestro artículo sobre el XIº Congreso precisa respecto a la cuestión de los clanes:
“Este análisis se basa sobre los precedentes históricos del movimiento obrero, por ejemplo la actitud de los antiguos redactores de Iskra agrupados en torno a Martov y que, descontentos con las decisiones adoptadas por el II º Congreso del POSDR, habían formado la fracción menchevique. No podemos entrar en detalles pero podemos afirmar que las “tendencias” que ha conocido la CCI correspondían más bien a dinámicas de clan que a autenticas tendencias basadas en una orientación positiva alternativa. En efecto el motor principal de estas “tendencias” no eran las divergencias que sus miembros pudieran tener respecto a las orientaciones de la organización (...) sino un agrupamiento de descontentos y de frustraciones contra los órganos centrales, y unas fidelidades personales hacía elementos que se consideraban “perseguidos” o insuficientemente reconocidos”.
El artículo subraya que fue el conjunto de la CCI (incluidos los militantes directamente implicados) el que puso de relieve que había estado enfrentada a un clan que había ocupado un lugar de primer plano en la organización y que había “concentrado y cristalizado un gran número de características destructoras que afectaban a la organización y cuyo denominador común era el anarquismo (visión de la organización como suma de individuos, enfoque “psicologizante” y por afinidades de las relaciones políticas entre militantes y de las cuestiones de funcionamiento, desprecio y hostilidad hacia las concepciones políticas marxistas en materia de organización)” (Resolución de actividades, punto 5).
La resolución continuaba diciendo: “La comprensión de la CCI del fenómeno de los clanes y de su papel particularmente deletéreo le ha permitido poner de relieve cantidad de malos funcionamientos que afectaban a la mayoría de sus secciones territoriales ” (idem, punto 5).
Y como balance del combate que la organización había llevado establecía: “El Congreso constata el éxito global del combate emprendido por la CCI en otoño del 93 (...) el enderezamiento, a menudo espectacular, de secciones entre las más afectadas por las dificultades organizativas en 1993 (...) las profundizaciones procedentes de numerosas partes de la CCI (...) estos hechos confirman la plena validez del combate llevado, su método, tanto a nivel teórico como sobre los aspectos concretos”.
Sin embargo la Resolución ponía en guardia contra cualquier triunfalismo: “Eso no significa que el combate que hemos llevado a cabo tenga que acabarse (...) La CCI deberá proseguirlo con una vigilancia de cada momento, con la determinación de identificar cada debilidad y encararla inmediatamente (...) En realidad la historia del movimiento obrero, incluida la de la CCI, nos enseña, y el debate lo ha confirmado ampliamente, que el combate por la defensa de la organización es permanente, no admite pausas. En particular la CCI debe guardar en mente que el combate llevado por los bolcheviques por el espíritu de partido contra el espíritu de círculo prosiguió durante muchos años. Lo mismo sucede en nuestra organización que debe velar por desenmascarar y eliminar toda desmoralización, todo sentimiento de impotencia, resultante de la duración del combate” (idem, punto 13[10]).
Y justamente la reciente Conferencia de la CCI ha puesto en evidencia que una de las causa mayores de los problemas organizativos con los que la CCI se ha vuelto a encontrar en el último periodo se debe a cierta relajación de la vigilancia frente al retorno de dificultades ya vividas en el pasado. En realidad la mayor parte de la organización había perdido de vista la llamada de atención con la que se concluía la resolución adoptada por el XIº Congreso. De hecho hemos tenido grandes dificultades para identificar el resurgir del clanismo en la sección local de París así como en el Secretariado internacional (SI) (9). Es decir en las dos partes que habían sufrido con más fuerza la enfermedad en 1993.
Esta deriva clánica toma auge en marzo de 2000 cuando el SI adopta un documento relativo a cuestiones organizativas que había sido criticado por un reducido número de camaradas que, reconociendo la plena validez de la mayor parte de la ideas expuestas en ese documento (en especial la necesidad de una mayor confianza entre las diversas partes de la organización), detectan en él concesiones a una visión democratista y una cierta puesta en entredicho de nuestra idea de la centralización. A modo de resumen, estos compañeros consideraban que en el documento se introduce la idea de que “más confianza es igual a menos centralización”. Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. Uno de los argumentos utilizados por el SI era que si su texto de marzo había sido objeto de críticas se debía a que lo había escrito tal militante y si hubiera sido otro el que lo redactase la acogida habría sido otra. La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que “iban a alborotar la organización” e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, “no soportaría” las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la “solidaridad”.
Esta actitud política totalmente ajena a los métodos empleados hasta entonces por la CCI se agrava brutalmente cuando un miembro del SI empieza a criticarlo mostrando su acuerdo con ciertas críticas que habían hecho otros compañeros al documento adoptado por esa comisión en marzo 2000. Ese compañero, que hasta entonces había estado hasta cierto punto al abrigo de la denigración, pasa al ser objeto de una autentica campaña de descrédito: si adopta tal posición es porque “está siendo manipulado por sus allegados”. Paralelamente la actitud de la mayoría del SI consiste en restar importancia a la discusión argumentando que “no es el debate del siglo”. Y cuando empiezan a llegar contribuciones más profundas a la discusión, la mayoría del SI trata de comprometer al conjunto del órgano central de la CCI (BI) en “cerrar el debate”. Sin embargo el órgano central se niega a seguir a su SI por el camino por el que se había metido y, contra la voluntad de la mayoría de éste último, decide nombrar una Delegación de información (DI), formada en su mayor parte por miembros del órgano central que no están en el SI, cuya tarea es examinar los problemas de funcionamiento que estaban desarrollándose en el SI y en torno a él.
Esta decisión provoca una nueva “radicalización” de la mayoría de miembros del SI. Su actitud hacia la DI consistió en verter toda suerte de acusaciones contra los camaradas que expresaban sus desacuerdos, señalando con el dedo por sus “faltas organizativas” particularmente graves y “alertando” sobre el comportamiento “dudoso” o “indigno” de uno de esos militantes. En resumen, los miembros del SI que consideraban infundada la creación de la Delegación de información despliegan un ataque tan destructivo como artero contra la organización, lo cual ya de por sí habría justificado que fueran precisamente ellos los que reclamaran la constitución de tal órgano para hacer una investigación sobre otros militantes. Por su parte Jonás, miembro del SI, no solo se niega a testimoniar ante la DI sino que rechaza de plano reconocerla ([11]). Paralelamente y entre bastidores empieza a difundir la hipótesis de que uno de los militantes que expresa desacuerdos sería un agente del Estado que manipula a los de su entorno para “demoler a la CCI”. Por su parte otros miembros del SI, en vísperas del XIVº Congreso de principios de mayo 2001, presionan a la DI de múltiples formas y entre varios tratan de intimidarla para que renuncie a comunicar al Congreso un “Informe preliminar” que establece el marco para comprender los problemas que afectan al SI y a la sección de París ([12]). La misma mañana del Congreso, justo antes de su apertura, la mayoría del SI intenta una última maniobra: convoca una reunión del Buró Internacional (BI) para presentar una resolución que desautoriza el trabajo hecho por la DI. Es esa actitud de la mayoría del SI contra la DI, más que los testimonios de los camaradas que habían expresado críticas hacia la política del SI, lo que la convence de que realmente existe una dinámica clánica en el SI. Igualmente es la actitud de la mayoría del SI en el BI lo que fundamentalmente convence a éste de que tal dinámica es muy real. Sin embargo, en ese momento, la mayoría del BI confía en la capacidad de esos militantes para recobrarse, como fue el caso en 1993-95 para una importante cantidad de camaradas que habían estado implicados en la dinámica de clan. Por ello, el BI saliente decide proponer al Congreso que reelija para formar parte del órgano central a la totalidad de los militantes del antiguo SI. También propone que la DI se transforme en Comisión de investigación (CI) y se refuerce con más camaradas. En fin, propone al Congreso no comunicarle las primeras conclusiones a las que había llegado la DI y le pide a éste que otorgue su confianza a la nueva CI. El Congreso ratifica unánimemente ambas propuestas.
Sin embargo, dos días después del Congreso, uno de los miembros del antiguo SI viola las decisiones de aquél, sacando a relucir en la sección de París (con el objetivo de volverla contra el resto de la CCI y contra el Buró internacional) informaciones sobre temas que el Congreso había decidido comunicar más adelante en un marco apropiado. Por su parte los demás miembros de la mayoría del antiguo SI o bien lo apoyan o rechazan condenar su flagrante infracción a los estatutos de la organización.
En la medida en que el Congreso es la instancia suprema de la organización violar sus decisiones (a imagen de la actitud de los mencheviques en 1903) es una falta especialmente grave. Sin embargo los militantes que la cometieron no fueron objeto, en ese momento, de sanción alguna, sino es una simple censura de su proceder: la organización seguía confiando en la capacidad de los miembros del clan de rehacerse. Pero en realidad esa violación descarada de los estatutos era, tan solo, la primera de una larga lista de infracciones a nuestras reglas de funcionamiento por parte de los miembros de la mayoría del antiguo SI y de aquellos a los que había logrado atrapar en las redes de su guerra abierta contra la organización. No podemos pasar revista aquí a todas sus infracciones. Nos contentaremos con señalar las más características de las faltas que han cometido, en diversos grados, los miembros de la pretendida “Fracción interna de la CCI” actual:
1) “Tras conocer (...) las actas de la reunión del 20/08 de los 7 camaradas que han constituido el “Colectivo de trabajo” y tras examinar su contenido del que se desprende:
2) La actuación de los miembros del “colectivo” constituye una falta organizativa muy grave y como tal merece la sanción más severa. No obstante, en la medida en que los participantes en esta reunión han decidido acabar con el “colectivo”, el BI decide aplazar tal sanción con la voluntad de que los militantes que han cometido este falta no se limiten a la simple disolución del “colectivo” sino que:
En ese sentido, esta decisión del BI no debe interpretarse como una subestimación de la falta cometida sino como una incitación a los participantes en la reunión secreta del 20/08 a ver en toda su dimensión esa gravedad”.
De esta forma los miembros del “colectivo”, ante la evidencia del carácter destructor de sus actividades, dan marcha atrás. Dos de los participantes en esa reunión aplican realmente lo que pedía la resolución: emprenden un trabajo sincero de crítica de su dinámica y hoy siguen siendo militantes leales de la organización. Otros dos, que habían dado su acuerdo a la resolución, prefieren dimitir a hacer esa crítica. El resto echa rápidamente por la borda sus buenos propósitos y, unas pocas semanas después, crea la “fracción interna de la CCI” de marras, la cual se reivindica íntegramente de la “Declaración de constitución de un Colectivo de trabajo” que poco antes habían rechazado. Desde la constitución de esa pretendida “fracción” sus miembros se han distinguido por una brutal escalada de ataques contra la organización y sus militantes, con una auténtica política de tierra quemada, combinando la vacuidad más total en lo que a argumentos de fondo se refiere con las mentiras más delirantes, las calumnias más repugnantes y la violación sistemática de nuestras reglas de funcionamiento, lo que ha obligado a la CCI a adoptar sanciones contra ellos ([13]). Como dice una resolución adoptada por el órgano central de la sección en Francia (Comisión ejecutiva), el 18 de noviembre de 2001:
“Los militantes de la “fracción” dicen querer convencer al resto de la organización de la validez de sus “análisis”. Su comportamiento y sus mentiras prueban que estamos ante otra de sus mentiras (...) Desde luego con su forma de actuar no convencerán a nadie (...) La CE denuncia, en especial, su “táctica” de violación sistemática de los estatutos para, en cuanto la CCI adopta medidas para defenderse, ponerse a aullar sobre su supuesta “degeneración estalinista”, y justificar con ello la constitución de su pretendida “fracción”.
Una de las mentiras repetidas hasta la saciedad por los miembros de la “fracción” es que la CCI los sanciona para evitar el debate de fondo. En realidad, mientras que los “argumentos” que presentan son absolutamente rebatidos, normalmente con profundidad, en numerosas contribuciones de militantes y secciones de la CCI, sus propios textos evitan sistemáticamente responder a esas contribuciones, lo mismo que a los informes oficiales o a los textos de orientación producidos por los órganos centrales. En realidad se trata de uno de los procedimientos favoritos de la “fracción”: atribuir al resto de la organización, y en especial a lo que califican como “fracción liquidadora”, sus propias artimañas. Así, en uno de sus primeros “textos fundacionales”, su “Contrainforme de actividades para el BI plenario de septiembre 2001” acusan a los órganos centrales de la CCI de adoptar “una orientación en ruptura con la de la organización hasta entonces (...) desde el final del combate del 93-96 hasta el XIVº Congreso de la CCI que acaba de celebrarse”. Y para afirmar mejor su acuerdo con las orientaciones del XIVº Congreso, el redactor de este documento... algunas semanas después rechaza en bloque la resolución de actividades adoptada por el Congreso (que, además, antes había votado). De igual modo, el “contrainforme” afirma, además, “nos reivindicamos del combate de siempre (...) por el respeto, no “rígido”, sino riguroso de los estatutos. Sin el respeto firme de los estatutos, sin su defensa, no hay organización”. Y este documento sirve de plataforma para las reuniones secretas donde los participantes reconocen, ellos mismos, que están al margen de los estatutos y que, semanas después, empezarán a escribir páginas y páginas con pretensiones “teóricas” en las que se ataca “la disciplina por la disciplina” con el objetivo de justificar la violación sistemática de los estatutos.
Podríamos multiplicar los ejemplos de este tipo pero correríamos el riesgo de ocupar con este artículo todo el espacio de la Revista. Al menos citaremos un último ejemplo realmente significativo: la “fracción” se presenta como la autentica continuadora del combate de 1993-96 por la defensa de la organización pero el “contrainforme” afirma: “Las lecciones del 93 no se limitan al clanismo. Es más, este no es el aspecto principal”. La “Declaración de constitución de un colectivo de trabajo” plantea la cuestión en los mismos términos: “Clanes y clanismo: son nociones que encontramos en la historia de las sectas y de la francmasonería pero no (...) en la historia del movimiento obrero del pasado. ¿Por qué el alfa y el omega de las cuestiones organizativas se reduce al “peligro del clanismo”?. De hecho, los miembros de la “fracción” quieren colarnos la idea de que la noción de clan no pertenece al movimiento obrero (lo cual no es cierto, pues Rosa Luxemburg utiliza este término para designar a la camarilla que dirigía la Socialdemocracia alemana). El medio de refutar la evidencia de la dinámica clanica por parte de estos militantes es radical: “La noción de clan no es válida”. ¡Y todo eso en nombre del combate del 1993-96, un combate que hizo hincapié, como hemos visto en las citas de sus documentos más importantes, en el papel fundamental del clanismo en las debilidades de la CCI!.
La constitución de un grupo parásito
La “fracción”, como la Alianza respecto a la AIT, se ha convertido en un organismo parásito de la CCI. Y, como la Alianza tras fracasar en su intento por hacerse con el control de la AIT declara una guerra pública y abierta contra ella, el clan de la antigua mayoría del SI y sus amigos deciden atacar públicamente a nuestra organización desde el momento en que perdió totalmente el control de ella, y que sus acciones en vez de atraer a los últimos dudosos sirve, por el contrario, para convencerlos de lo que de verdad se está dirimiendo en el combate que está llevando a cabo nuestra organización. El momento decisivo de este paso cualitativo en la guerra desencadenada por la “fracción” contra la CCI es la reunión plenaria del Buró internacional a principios del año 2002. Esa reunión, tras la discusión de rigor, adopta una serie de decisiones importantes:
Hay que señalar que, por lo que respecta a la primera cuestión (celebración de una Conferencia internacional extraordinaria), los dos miembros de la “fracción” que participan en la reunión se abstienen. Esta actitud es, como mínimo, paradójica en unos militantes que no han cesado de afirmar que el conjunto de militantes de la CCI se equivocan y están manipulados por la “fracción liquidadora” y los “órganos decisorios”. Y en cuanto se les presenta una ocasión en que la que el conjunto de la organización va a discutir y decidir colectivamente sobre sus problemas, a nuestros valerosos fraccionistas no se les ocurre mejor cosa que abstenerese. Esta actitud es totalmente opuesta a la de las fracciones de izquierda del movimiento obrero (como los bolcheviques o los espartaquistas) de las que no cesan de reivindicarse, que siempre exigieron la celebración de un congreso para tratar los problemas que afectaban a la organización mientras que era la derecha la que ponía obstáculos para su celebración.
La reunión plenaria del Buró internacional señala que, respecto a las dos últimas decisiones, los militantes concernidos podrían recurrirlas ante la Conferencia, e igualmente propuso a Jonás que sometiera su caso ante un tribunal de honor de militantes del medio político proletario si consideraba injustas las acusaciones que contra él hacía la CCI. Ante esto su respuesta fue una nueva escalada. Jonás se niega a encontrarse con la organización para presentar su defensa, del mismo modo se niega a recurrir ante la Conferencia y a pedir un tribunal de honor sobre su caso: para todos los militantes de la CCI, y para el propio Jonás, queda claro que ya no queda el menor honor que defender, teniendo en cuenta lo abrumador de los hechos. En ese mismo momento Jonás anuncia su plena confianza en la “fracción”. Ésta, por su parte, comienza a expandir en el exterior calumnias contra la CCI, primero enviando cartas a los demás grupos de la Izquierda comunista, después mandando sucesivos textos a nuestros suscriptores demostrando con ello que uno de sus miembros había robado el fichero de señas de nuestros suscriptores del que era responsable hasta el verano del 2001 (es decir antes incluso de la constitución de la “fracción” e incluso del “colectivo”). En esos documentos enviados a nuestros suscriptores se puede leer textualmente que los órganos centrales de la CCI han llevado contra Jonás y la “fracción” “innobles campañas para ocultar y descalificar las posiciones políticas al ser incapaces de contradecirlas seriamente”. El resto es por un estilo. En los documentos que han enviado al exterior se testimonia una solidaridad total de la “fracción” hacia los comportamientos de Jonás y le llaman a trabajar con ella. Así la “fracción” desvela públicamente lo que ha sido desde el principio, mientras Jonás estaba en la sombra: la camarilla de los amigos del ciudadano Jonás.
Pese a que la camarilla de Jonás había abierto al exterior la guerra contra la CCI, el órgano central de nuestra organización envía a cada uno de los miembros parisinos de la “fracción” varias cartas invitándolos a que vengan a defenderse ante la Conferencia, y precisando las modalidades de ese recurso. La “fracción” en un primer momento simula aceptarlo pero en el ultimo momento ejecuta una miserable acción más contra la organización. Se niega a presentarse ante la Conferencia internacional a menos que la organización reconozca por escrito a esa “fracción” y retire las sanciones adoptadas en aplicación de nuestros estatutos (y en especial la exclusión de Jonás). Estos militantes para recurrir contra las sanciones que les ha impuesto la organización exigen, nada menos, que la organización las retire previamente. Evidentemente para ellos es la solución más simple: así no hay necesidad de recurrirlas. Ante esta situación, todas las delegaciones de la CCI que habían estado listas para escuchar el recurso y los argumentos de esos individuos (a tal efecto, la víspera de la Conferencia, habían nombrado una Comisión internacional de recurso, formada por militantes de varias secciones de la CCI para permitir que los cuatro miembros parisinos de la “fracción” pudieran presentar ante ella sus argumentos) no tienen más remedio que reconocer que estos individuos se han puesto ellos solos fuera de la organización.
La CCI, en vista de la negativa a defenderse ante la Conferencia y a apelar ante la comisión de recursos, toma acta de su deserción y considera que ya no son militantes de la organización ([14]).
La Conferencia también toma acta de los métodos del hampa empleados por la camarilla de Jonás como el de “secuestrar” (¿con su consentimiento?), a su llegada al aeropuerto, a dos delegados de la sección mexicana miembros de la “fracción” que venían mandatados a la Conferencia para defender sus posiciones. La CCI pagó sus billetes de avión para que pudieran asistir a los trabajos de la Conferencia y defender las posiciones de la “fracción”, pero, a su llegada al aeropuerto, son acogidos por dos miembros parisinos de la “fracción” y se los llevan consigo impidiendo que asistan a la Conferencia. Ante nuestras protestas y la exigencia de que devuelvan el importe de los dos billetes de avión en el caso de que los dos delegados mexicanos (que habían recibido mandato de su sección) no asistieran a la Conferencia, uno de los miembros parisinos de la “fracción” nos espeta con el mayor de los cinismos: ¡”Ese es problema vuestro”! Ante semejante malversación de fondos de la organización, ante la negativa a devolver a la organización el importe de los billetes que había pagado la organización, actos que ponen de manifiesto la naturaleza gansteril de los métodos que emplea la camarilla de Jonás, todos los militantes de la organización expresan su mayor indignación y adoptan una resolución condenando ese comportamiento. Estos métodos, que no tienen nada que envidiar a los de la tendencia Chenier (que en 1981 robó fondos de la organización), acaban convenciendo a los últimos camaradas que todavía podían tener dudas sobre la naturaleza parásita y antiproletaria de esa supuesta “fracción”. La “fracción” responde inmediatamente a la CCI que no está dispuesta a devolver el material político y el dinero que pertenecen a nuestra organización. Hoy en día la camarilla de Jonás se ha convertido no solo en un grupo parásito, de acuerdo con el análisis de la naturaleza de éstos que hacen las “Tesis sobre el parasitismo” publicadas en la Revista internacional nº 94 ([15]), sino en un grupo de hampones que no se contentan con calumniar y chantajear a nuestra organización para tratar de destruirla, sino que además le roban.
Todo esto plantea obligatoriamente la pregunta: ¿cómo es posible que unos cuantos militantes que llevan muchos años en nuestra organización, con responsabilidades importantes en los órganos centrales algunos de ellos, acaben volviéndose una pandilla de gamberros?. En esa deriva hacia el pandillismo de los miembros de la “fracción” hay que ver, evidentemente, la influencia de Jonás que los empuja permanentemente a “radicalizar” sus ataques contra la CCI en nombre del “rechazo al centrismo”. Sin embargo, esa explicación no basta para entender tal deriva, por eso la Conferencia se ha dado unas bases para ir más lejos.
La Conferencia, por un lado reconoce que no es un fenómeno nuevo en la historia del movimiento obrero el que antiguos miembros de una organización proletaria traicionen el combate que durante decenios habían hecho suyo: militantes como Plejánov (el “padre fundador” del marxismo en Rusia) o Kautsky (“papa” de la IIª internacional, referencia marxista de la Socialdemocracia alemana) acabaron su vida militante en las filas de la burguesía, el primero llamando a participar en la guerra imperialista, y el segundo condenando la revolución rusa de 1917.
Por otro lado inscribe el problema del clanismo en un contexto más amplio como es el oportunismo:
“El espíritu de círculo y el clanismo, cuestiones clave ambas planteadas por el Texto de Orientación de 1993, son expresiones particulares de un fenómeno más general: el oportunismo en materia de organización. Es evidente que esta tendencia, que en el caso de grupos relativamente pequeños como el partido ruso en 1903 o la CCI está estrechamente ligada a las formas afinitarias de círculos y clanes, no se expresa de la misma forma en los partidos de masas de la Segunda o Tercera Internacionales.
“Sin embargo las diversas expresiones de este fenómeno tienen las mismas características principales. Entre ellas, una de las más notorias es la incapacidad del oportunismo para implicarse en un debate proletario. Es incapaz, en particular, de mantener una disciplina organizativa cuando se encuentra defendiendo posiciones minoritarias.
“Dos son las expresiones más importantes de esta incapacidad. Cuando el oportunismo está en ascenso en las organizaciones proletarias tiende a minimizar las divergencias, ya sea pretendiendo que son meras “incomprensiones” como fue el caso del revisionista Berstein, o adoptando sistemáticamente las posiciones políticas de sus oponentes como hizo en sus primeros días el estalinismo.
“El oportunismo, cuando está a la defensiva, como en 1903 en Rusia o en la historia de la CCI, reacciona de forma histérica, declarándose como minoría, declarando la guerra a los estatutos y presentándose como víctima de la represión para eludir el debate. En tal situación, las dos características principales del oportunismo son, como señala Lenin, sabotear el trabajo de la organización y montar escenas y escándalos.
“El oportunismo es intrínsecamente incapaz de la actitud serena de la clarificación teórica y de los esfuerzos pacientes por convencer que caracterizaron a las minorías internacionalistas durante la guerra, o la actitud de Lenin en 1917, o la de la Fracción italiana en los años 30 y, después, de la Fracción francesa.
El actual clan es una caricatura de esa actitud. Así durante el largo tiempo que estuvieron al mando ([16]) trataron de minimizar las divergencias que aparecían en Révolution internationale (...) concentrándose en la tarea de desprestigiar a quienes habían formulado desacuerdos. Desde el momento en que el debate empieza a desarrollar una dimensión teórica tratan de cerrarlo prematuramente. Cuando el clan se siente minoritario, antes incluso de que el debate pueda desarrollarse, las cuestiones (...) se hinchaban de divergencias programáticas, justificando el rechazo sistemático de los estatutos (Resolución de actividades de la Conferencia, punto 10).
Del mismo modo, en su análisis, la Conferencia hace intervenir el peso ideológico que la descomposición capitalista ejerce sobre la clase obrera:
“Una de las características principales del período de descomposición es que la situación de bloqueo entre proletariado y burguesía impone a la sociedad una prolongada y dolorosa agonía. Por consiguiente, el proceso de la lucha de clases, de la maduración de la conciencia, y de construcción de la organización se hace mucho más lento, contradictorio y tortuoso. La consecuencia de todo ello es una tendencia a la erosión de la claridad política, de la convicción militante y de la lealtad organizativa, que son los principales contrapesos a las debilidades políticas y personales de cada militante (...)
“Una vez que las víctimas de esa dinámica han comenzado a compartir la ausencia total de perspectiva que es hoy lo propio de la sociedad burguesa en descomposición, se ven abocadas a expresar, más que ningún otro clan del pasado, un inmediatismo irracional, una impaciencia febril, una ausencia de reflexión y una pérdida radical de capacidades teóricas, aspectos todos ellos sobresalientes de la descomposición” (idem, punto 6).
La Conferencia también ha puesto en evidencia que una de las causas, tanto de las tomas de posición iniciales erróneas del SI y del conjunto de la organización sobre cuestiones de funcionamiento como del rumbo antiorganizativo tomado por los miembros de la “fracción” y del retraso del conjunto de la CCI en identificar esa deriva, es el peso en nuestras filas del democratismo. Por tanto, la Conferencia decidió abrir una discusión sobre el problema del democratismo en base a un texto de orientación que deberá redactar el órgano central de la CCI.
Para terminar, la Conferencia puso de relieve la suma importancia que tiene el combate que actualmente está realizando la organización:
“El combate de los revolucionarios es una batalla constante en dos frentes: defensa y construcción de la organización, e intervención hacia el conjunto de la clase. Todos los aspectos de este trabajo son interdependientes (...).
“En el centro del actual combate está la defensa de la capacidad de la generación de revolucionarios que emergió tras 1968 para transmitir el dominio del método marxista, la pasión revolucionaria y la entrega, la experiencia de décadas de lucha de clases y combates organizativos a una nueva generación. Esencialmente se trata de llevar el mismo combate tanto en el interior de la CCI como hacia el exterior, hacia los elementos en búsqueda que segrega el proletariado, para preparar el futuro partido de clase”. (idem, punto 20).
CCI
[1] La Alianza de la democracia socialista y la Asociación internacional de trabajadores, informe sobre la Alianza, redactado por Marx, Engels, Lafargue y otros militantes por mandato del Congreso de La Haya de la AIT. Trad. del francés por nosotros.
[2] “El Congreso de La Haya de 1872: la lucha contra el parasitismo político.
[3] Las reacciones a estas amenazas son significativas: “Ranvier protesta contra las amenazas de abandonar la sala proferidas por Splingard, Guillaume y otros que prueban que son ELLOS y no nosotros los que ya se han pronunciado DE ANTEMANO sobre las cuestiones en discusión”. “Morago [miembro de la Alianza] habla de la tiranía del Consejo, pero es el propio Morago quien está imponiendo la tiranía de su mandato al Congreso” (Intervención de Lafargue).
[4] James Guillaume declara: “Alerini piensa que la comisión no tiene convicciones morales ni pruebas materiales; él ha pertenecido a la Alianza y está orgulloso de ello (...) sois la Santa Inquisición; pedimos una encuesta con pruebas concluyentes y tangibles”.
[5] Ver sobre el tema los siguientes artículos “La crisis del medio revolucionario”, “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de revolucionarios” y la “Presentación del Vº Congreso de la CCI”, publicados en Revista internacional nos 28, 33 y 35 respectivamente.
[6] “XIº Congreso de la CCI: el combate por la defensa y la construcción de la organización.
[7] Fue el caso, a finales de los años 90, del “Circulo de París” compuesto de ex militantes de la CCI cercanos a Simón (un elemento aventurero excluido de la CCI en 1995) que publicó un folleto titulado Qué no hacer que es un batiburrillo de calumnias contra nuestra organización a la que presentan como una secta estalinista.
[8] Nuestro texto de 1993, “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, publicado en la Revista internacional no 109, desarrolla ampliamente nuestro análisis de los clanes y el clanismo.
[9] El SI es la comisión permanente del órgano central de la CCI, el Buró internacional que está compuesto de militantes de todas las secciones territoriales.
[10] A este respecto ver nuestro “Comunicado a los lectores” publicado en nuestra prensa territorial
[11] Equivalente a la actitud de James Guillaume frente a la Comisión de encuesta nombrada por el Congreso de La Haya de la AIT.
[12] Esta actitud de intimidación hacia una comisión de investigación tampoco es nueva: Utin, que había enviado a la comisión de encuesta del Congreso de La Haya un testimonio de las acciones de Bakunin, fue objeto de una agresión por partidarios de éste.
[13] El órgano central internacional, en una circular remitida a todas las secciones en noviembre de 2001, enumera las violaciones a los estatutos. Veamos un corto extracto de esa lista:
“(...)
[14] Lo mismo que los bakuninistas denunciaron las decisiones del Congreso de La Haya de ser un medio para impedirles expresar sus posiciones, la camarilla de Jonas denuncia a la CCI por haber dejado constancia de su deserción, como si esta comprobación de hecho fuera una exclusión para acallar las divergencias.
[15] De ese modo la “fracción” trata de enfrentar unos con otros a los grupos del medio proletario, incrementando así la división que ya existe entre ellos. En su boletín nº 11 lanza una campaña de zalamerías y seducción hacia elementos del medio parásito, como el “Círculo de París” al que antes los miembros de la actual “fracción” eran los primeros en condenar. También en esto remedan la actitud de la muy “antiautoritaria” Alianza de Bakunin y que se alió, tras el Congreso de La Haya, con les “estatalistas” lassalianos
[16] Jonás expresa así su visión de la crisis: “Ahora que no tenemos las riendas, la CCI está perdida”.
La RESOLUCIÓN sobre la situación internacional de nuestro
XIV° Congreso -adoptada en mayo de 2001- se centró en el curso
histórico en la fase de descomposición del capitalismo (ver
Revista internacional n° 106). En ella poníamos en evidencia
la aceleración tanto de la crisis económica como del hundimiento
del planeta en la guerra y la barbarie; y, al mismo tiempo, analizábamos
los problemas y las potencialidades de una respuesta proletaria frente
a esta situación. La Resolución que publicamos a continuación,
propuesta en la Conferencia extraordinaria de la CCI en abril de 2002,
se plantea complementar la primera a la luz de los acontecimientos del
11 de Septiembre y de la posterior "guerra antiterrorista",
que han confirmado claramente los análisis generales del Congreso
de 2001.
La ofensiva imperialista norteamericana
1. Los revolucionarios marxistas pueden hasta
estar de acuerdo con el presidente Bush cuando este describió el
ataque del 11 de Septiembre como un "acto de guerra" aunque,
eso sí, añadirían que se trata de un acto de guerra
capitalista, un momento de la guerra imperialista permanente que caracteriza
la época de la decadencia capitalista. La matanza intencionada
de miles de civiles (proletarios en su mayoría) mediante la destrucción
de las Torres Gemelas ha constituido un nuevo crimen bárbaro contra
la humanidad, a añadir a una larga lista que incluiría Guernica,
Londres, Dresde, Hiroshima... Que el probable ejecutor del crimen haya
sido un grupo terrorista vinculado a un Estado pobrísimo no cambia,
para nada, su carácter imperialista, ya que en el período
actual todos los Estados, o quienes aspiran a legitimarse como Estados,
del mismo modo que todos los "señores de la guerra",
son imperialistas.
El carácter criminal del 11 de Septiembre no sólo reside
en el propio acto, sino también en su manipulación cínica
por parte del Estado norteamericano, una manipulación totalmente
comparable a la conspiración de Washington ante Pearl Harbor cuando,
a sabiendas, permitió el ataque japonés, para poder tener
una coartada para entrar en la guerra y movilizar a la población
tras el Estado. No se sabe aún hasta qué punto los servicios
secretos del Estado norteamericano han estado implicados "dejando
hacer" a los terroristas en los ataques del 11 de Septiembre, aunque
ya haya un montón de elementos que apuntan a una intriga maquiavélica
y sin escrúpulos por su parte, pero lo que sí está
claro es de qué manera los Estados Unidos han sacado provecho del
crimen, utilizando el shock y la cólera causados en la población
para movilizar a ésta en apoyo de una ofensiva imperialista de
una amplitud sin precedentes.
2. Enarbolando la bandera del antiterrorismo,
el imperialismo USA ha extendido la sombra de la guerra al planeta entero.
La "guerra al terrorismo" lanzada por USA ha devastado ya Afganistán,
y la amenaza de que se extienda a Irak es cada vez más explícita.
Pero la presencia armada norteamericana se ha ampliado a otras regiones
del globo aunque no formen parte del llamado "eje del mal" (Irán,
Irak y Corea del Norte). Así, en Filipinas se han desplegado tropas
USA con la excusa de ayudar a combatir militarmente la "insurrección
islamista"; y en Yemen y Somalia han llevado a cabo acciones espectaculares.
El presupuesto de defensa americano se incrementará este año
en un 14 %, y seguirá creciendo hasta que en el año 2007
supere en un 11 % el nivel medio que tenía durante la guerra fría.
Estos datos proporcionan una elocuente imagen del enorme desequilibrio
que existe en los gastos militares de los diferentes Estados: EE.UU representa
casi el 40 % de los gastos mundiales totales, por sí sólo
el presupuesto estadounidense es muy superior a la suma de los presupuestos
británico, francés y de otros 12 países de la OTAN.
A través de una reciente "indiscreción", la Administración
estadounidense ha hecho saber que están dispuestos a emplear este
terrorífico arsenal -incluyendo el nuclear- contra ciertos rivales.
Al mismo tiempo la guerra en Afganistán ha reavivado las tensiones
entre India y Pakistán; y entre Israel y Palestina, la carnicería
sigue en aumento, mientras EEUU -invocando siempre la cruzada antiterrorista-
apoya el plan apenas disimulado de Sharon de deshacerse de Arafat, de
la Autoridad palestina, y de cualquier posibilidad de un arreglo negociado.
En los días que siguieron al 11 de Septiembre se habló mucho
de la posibilidad de una 3ª guerra mundial. Este término se
manejó profusamente en las redacciones y las tertulias, asociado
por lo general a la idea de un "choque de civilizaciones" entre
el "Occidente" moderno" y el Islam "fanático"
(mostrado en el llamamiento de Bin Laden a una Yihad islámica "contra
cruzados y judíos"). Esta idea ha encontrado, incluso, cierto
eco en algunos grupos del medio político proletario, por ejemplo
en el PCI (Il Partito) que en su hoja a propósito del 11 de Septiembre,
escribía:
"Si la primera guerra imperialista basó su propaganda en la
demagogia irredentista de la defensa nacional, si la segunda fue antifascista
y democrática, la tercera, que será igual de imperialista,
se disfrazará con el ropaje de una cruzada entre religiones opuestas,
contra personajes tan donquijotescos, increíbles y turbios como
esos Saladinos barbudos".
Otras formaciones del medio proletario, como el BIPR, más aptas
para reconocer que lo que se esconde detrás de la campaña
norteamericana contra el Islam es el conflicto ínterimperialista
entre USA y sus principales rivales (en particular las principales potencias
europeas); no son, sin embargo, capaces de refutar de arriba abajo el
machaconeo mediático sobre la 3ª guerra mundial, pues no comprenden
las especificidades históricas del período abierto con la
desintegración de los dos bloques imperialistas a finales de los
80. Sobre todo, porque tienden a creer que la formación de bloques
imperialistas que llevarían a la 3ª guerra mundial, se encuentra
ya hoy muy avanzada.
A pesar de la agravación de las contradicciones del capitalismo,
la guerra mundial no está al orden del día
3. Para comprender lo que tiene de inédito
este período y seamos, por tanto, capaces de ver las perspectivas
reales que se abren hoy ante la humanidad, es necesario que recordemos
lo que de verdad representa una guerra mundial. La guerra mundial es la
expresión de la decadencia del capitalismo, del carácter
obsoleto del modo de producción capitalista. Es el producto del
callejón sin salida histórico en el que este sistema se
adentró cuando llegó a establecerse como economía
mundial a comienzos del siglo XX. Las raíces materiales de la guerra
mundial se encuentran pues, efectivamente, en una crisis sin solución
como sistema económico, aunque no exista una relación mecánica
entre los indicadores económicos y el desencadenamiento de tal
guerra. Partiendo de esa base, la experiencia de las dos guerras mundiales
anteriores, y los largos preparativos para la tercera entre los bloques
norteamericano y ruso, han demostrado que una guerra mundial equivale
a un conflicto directo por el control del planeta entre los bloques militares
constituidos por las potencias imperialistas dominantes. Como se trata
de una guerra entre los Estados capitalistas más potentes, se necesita
también la movilización y la adhesión activa de los
obreros de esos Estados, y esto sólo puede conseguirse si la clase
dominante es capaz de derrotar a los principales batallones de ese proletariado.
Si examinamos la situación actual nos daremos cuenta de que las
condiciones que se necesitarían para una 3ª guerra mundial,
no se vislumbran en un futuro inmediato.
4. No es éste, sin embargo, el caso
en cuanto a la crisis económica mundial. La economía capitalista
se enfanga cada día más en sus propias contradicciones,
cuyo nivel es muy superior al que alcanzaron en los años 30. En
aquel entonces, la burguesía fue capaz de reaccionar ante el hundimiento
en la recesión, gracias a los nuevos instrumentos del capitalismo
de Estado. Hoy, esos mismos instrumentos, que sigue siendo necesario utilizar
para gestionar la crisis e impedir la parálisis total, son los
que agudizan profundamente las contradicciones que sacuden al sistema
capitalista. En los años 30, aunque los mercados extra-capitalistas
residuales que seguían subsistiendo eran insuficientes para permitir
una expansión "pacífica" del sistema, es cierto,
sin embargo, que seguían quedando grandes zonas receptivas a un
desarrollo capitalista (en Rusia, África, Asia...). Finalmente,
en aquel período ya de declive capitalista, la guerra mundial a
pesar de su coste en muertes de millones de seres humanos y de destrucción
del resultado de siglos de trabajo humano, podía aún producir
un aparente beneficio económico (si bien jamás éste
ha sido el objetivo de guerra de los beligerantes): un largo período
de reconstrucción que, acompañado de la política
del capitalismo de Estado de recurrir al déficit, parecía
dar un nuevo hálito de vida al sistema. En cambio, una tercera
guerra mundial significaría, ni más ni menos, la destrucción
del género humano.
Lo más significativo del curso de la crisis económica que
se abrió al acabarse la etapa de reconstrucción, es que
cada "solución", cada una de las "panaceas"
que se han aplicado a la economía capitalista, han demostrado ser
en realidad -y cada vez en un plazo de tiempo más breve- auténticas
pócimas de charlatán.
Ante la reaparición de la crisis a finales de los años 60,
la respuesta inicial de la burguesía fue la de volver a emplear
gran parte de las políticas keynesianas utilizadas ya en la reconstrucción.
La reacción "monetarista" de los años 80, que
se presentó como una "vuelta a la realidad" (acordémonos
del discurso de Thatcher que decía que un país, como una
familia, no puede gastar más de lo que ingresa) fracasó,
sin embargo, estrepitosamente, en la reducción de los gastos producidos
por el endeudamiento o por el coste del funcionamiento del Estado ("boom"
del consumo alimentado por la especulación inmobiliaria en Gran
Bretaña, programa de la "guerra de las galaxias" de Reagan
en Estados Unidos).
Este "boom" ficticio de los años 80, basado en el endeudamiento
y la especulación y acompañado por un desmantelamiento de
sectores enteros del aparato productivo e industrial, se paró en
seco con el crash financiero de 1987. La crisis que sucedió a ese
quiebra dio paso, a su vez, al "crecimiento" alimentado por
el endeudamiento que ha caracterizado los años 90.
Cuando, tras el hundimiento de las economías del Sudeste asiático
a finales de la década pasada, se pudo comprobar que ese crecimiento
había sido en realidad la causa de la agravación de la situación
económica, nos vendieron entonces un ramillete de nuevas "soluciones
definitivas" a la crisis, tales como la "revolución tecnológica",
o la cacareada "nueva economía". Los efectos de estas
panaceas han sido los más efímeros de todos: sólo
unos meses después de lanzar el bombardeo propagandístico
sobre "la economía basada en Internet", ésta ha
demostrado ser un enorme fraude especulativo.
Hoy, los "diez gloriosos años" de crecimiento norteamericano
están oficialmente finiquitados. Los Estados Unidos han reconocido
que están en recesión, y otro tanto sucede en potencias
como Alemania. Además el estado de la economía japonesa
supone un quebradero de cabeza constante para la burguesía mundial
que se teme, incluso, que Japón acabe tomando el mismo rumbo que
Rusia. Y eso por no hablar del estado de las regiones periféricas,
donde el hundimiento catastrófico de la economía argentina
no es más que la punta del iceberg, pues un montón de países
más se encuentra precisamente en esa misma situación.
Es verdad que a diferencia de lo que sucedió en los años
30, el estallido de la crisis no ha derivado inmediatamente en que cada
país "tire por su lado" en sus políticas económicas,
parapetándose a sí mismo con barreras proteccionistas. Aquella
reacción de entonces aceleró, sin duda, el curso hacia la
IIª Guerra mundial. En cambio hoy, el desmoronamiento de unos bloques
imperialistas, que también sirvieron al capitalismo para regular
los problemas económicos entre 1945 y1989, prácticamente
solo ha repercutido en las esferas militar e imperialista. En lo económico,
las antiguas estructuras del bloque han sido adaptadas a la nueva situación
y ha habido una política global consistente en impedir una quiebra
catastrófica de las economías centrales (permitiendo así
también un hundimiento "controlado" de las economías
periféricas más afectadas); gracias al recurso masivo a
los préstamos administrados por instituciones como el Banco mundial
o el FMI. Lo que se llama "mundialización" consiste,
en cierto modo, en ese consenso entre las economías más
poderosas para controlar mínimamente una competencia entre ellas
que consistiría en tratar de mantenerse a flote a costa de hundir
al resto del mundo. Además la burguesía insiste frecuentemente
en que ha aprendido la lección de los años 30, y que no
va a consentir, por tanto, que una guerra comercial degenere en guerra
mundial entre las principales potencias. Hay una pizca de verdad en esta
afirmación puesto que, a pesar de las rivalidades nacional-imperialistas
entre las grandes potencias, se ha conseguido mantener una estrategia
de "gestión" internacional de la economía.
Pero por mucho que la burguesía se empeñe en tratar de contener
las tendencias más devastadoras de la economía mundial (la
simultaneidad de hiperinflación y depresión, la competencia
irrefrenable entre sus diferentes unidades nacionales), lo cierto es que
cada día más debe enfrentarse a las contradicciones inherentes
al proceso mismo. Esto se ve muy claramente en el caso de una pieza fundamental
de su política como es el recurso al endeudamiento, que cada vez
está más cerca de explotarle en la cara al capitalismo.
Por ello, a pesar de los discursos optimistas sobre la "futura"
reactivación económica, el horizonte se oscurece y el futuro
de la economía mundial aparece cada vez más incierto. Y
esto va a aguijonear, sin duda, las rivalidades imperialistas. La posición
extremadamente agresiva adoptada hoy por Estados Unidos tiene ciertamente
que ver con sus dificultades económicas, y éstas le obligarán,
cada vez más, a recurrir a la fuerza militar para mantener su dominación
sobre el mercado mundial. Al mismo tiempo, la formación de una
zona "euro" contiene las premisas de una guerra comercial que
se acentuará en el futuro pues las principales economías
se verán obligadas a responder a la agresividad comercial norteamericana.
La gestión "global" de la crisis económica por
parte de la burguesía es pues extremadamente frágil, y se
verá crecientemente minada por las rivalidades, tanto económicas
como estratégico-militares.
5. Si dependiese únicamente del nivel
alcanzado por la crisis económica, el capitalismo habría
ido a la guerra mundial en los años 80. En el período de
la guerra fría, cuando los bloques militares necesarios para llevar
a cabo la contienda se encontraban formados, el principal obstáculo
para el desencadenamiento de la guerra lo constituía el hecho de
que la clase obrera no estaba derrotada. Hoy, ese factor subsiste, a pesar
de todas las dificultades que ha sufrido la clase obrera en el período
abierto en 1989, el período que nosotros hemos caracterizado como
el de la descomposición del capitalismo. Pero antes de examinar
este punto, debemos considerar un segundo factor histórico que
dificulta hoy el estallido de una 3ª guerra mundial: la inexistencia
de bloques militares.
En el pasado, la derrota de un bloque en la guerra conducía rápidamente
a la formación de nuevos bloques: así el bloque alemán,
contendiente en la Iª Guerra mundial, comenzó a reconstituirse
a principios de los años 30 y, el bloque ruso se formó inmediatamente
después de la IIª Guerra mundial. Tras el hundimiento del
bloque ruso (más como consecuencia de la crisis económica
que directamente de la guerra), la tendencia inherente al capitalismo
decadente a la división del mundo en dos bloques imperialistas
adversarios, volvió a ponerse de manifiesto con la reunificación
de Alemania que es el único país que puede aspirar a encabezar
un nuevo bloque que rete la hegemonía de EE.UU. Este desafío
se vislumbró sobre todo a través de la injerencia alemana
en el desmantelamiento de la ex Yugoslavia, lo que precipitó a
los Balcanes en una guerra que dura ya más de diez años.
Sin embargo esta tendencia a la formación de un nuevo bloque se
ha visto contrarrestada por otras tendencias opuestas:
- La tendencia de cada nación, tras acabarse el sistema de bloques
de la guerra fría, a mantener su propia política imperialista
"independiente". Este factor tiene desde luego mucho que ver
con la necesidad imperiosa por parte de las grandes potencias del antiguo
bloque occidental de liberarse de la tutela norteamericana; pero también
ha jugado en contra de la posibilidad de la formación de un nuevo
bloque cohesionado antagonista de EEUU. Y si bien es verdad que la única
candidatura posible para llegar a ser ese bloque es la de una Europa dominada
por Alemania, sería un error suponer que la Unión Europea
actual constituye ya tal bloque. La Unión Europea es, primera y
principalmente, una institución económica, aunque tenga
pretensiones de desempeñar un papel más relevante en lo
político y en lo militar. Un bloque imperialista es, ante todo,
una alianza militar. La "Unión" Europea dista mucho de
estar unida a ese nivel. Los dos actores clave de cualquier futuro bloque
imperialista basado en Europa (Francia y Alemania), andan continuamente
a la gresca por razones que se remontan muy atrás en la historia.
Lo mismo cabe decir de Gran Bretaña, cuya orientación "independiente"
se basa, esencialmente, en enfrentar a Alemania con Francia, a ésta
con los alemanes, a Estados Unidos con Europa y a ésta con los
norteamericanos. La fuerza de esta tendencia a "cada uno para sí"
ha quedado demostrada en estos últimos años a través
de la voluntad creciente por parte de potencias de tercera y cuarta división
de retar frecuentemente los designios de EE.UU (por ejemplo Israel en
Oriente Medio, India y Pakistán en Asia, etc.) y de jugar sus propias
bazas. Una demostración más de ello es la proliferación
de "señores de la guerra" imperialistas, que aspiran
a tener una relevancia mundial y no sólo local, aún cuando
no lleguen a controlar siquiera un Estado particular.
- La superioridad militar aplastante de los USA, que se ha hecho aún
más evidente en los diez últimos años, y que ellos
mismos no han dejado de reforzar en las grandes intervenciones que han
realizado en este período: el Golfo, Kosovo y, hoy, Afganistán.
Es más, en cada una de esas intervenciones los USA han ido abandonando
progresivamente la pretensión de actuar como parte de una presunta
"comunidad internacional". Y así mientras la guerra del
Golfo fue llevada a cabo "legalmente" bajo mandato de la ONU;
la guerra de Kosovo se desarrolló "ilegalmente" en el
marco de la OTAN, y la reciente campaña en Afganistán ha
sido ejecutada enarbolando la bandera de la "acción unilateral".
El presupuesto de defensa que acaba de ser aprobado en EE.UU no deja lugar
a dudas de que los europeos son -en palabras de Lord Robertson, secretario
general de la OTAN- auténticos "pigmeos militares", lo
que no ha dejado de suscitar multitud de artículos en la prensa
europea que se preguntaban: "¿No serán demasiado poderosos
los americanos para lo que les interesa?"; así como una inquietud
generalizada por el hecho de que la Alianza transatlántica sea
ya algo del pasado. Por todo ello si bien la "cruzada contra el terrorismo"
es una respuesta a las crecientes tensiones entre USA y sus principales
competidores (véanse por ejemplo las desavenencias con ocasión
de los "acuerdos de Kyoto" o sobre la reedición de la
Guerra de las galaxias), exacerbando aún más esas disputas,
el resultado de la acción norteamericana es el de resaltar aún
más cuán lejos están los europeos de poder desafiar
el liderazgo mundial de los Estados Unidos. El desequilibrio es pues tan
enorme que como señalábamos en nuestro texto de orientación
"Militarismo y descomposición", escrito en 1991:
"La reconstitución de un nuevo dúo de bloques imperialistas
no sólo resulta imposible antes de que pasen muchos años,
es que puede que nunca vuelva a producirse: la revolución o la
destrucción de la humanidad acontecerán antes de que esto
suceda" (Revista internacional nº 64).
Diez años más tarde, la formación de un verdadero
bloque antinorteamericano, se sigue enfrentando a los mismos enormes obstáculos.
- La formación de bloques imperialistas exige, también,
una justificación ideológica, sobre todo para poder entrampar
en sus redes a la clase obrera. Esta ideología no existe hoy. El
"Islam" ha demostrado ser una fuerza capaz de movilizar a explotados
de ciertas partes del planeta, pero carece de un impacto significativo
entre los obreros de los países centrales del capitalismo. Por
la misma razón, menos todavía serviría el "antiislamismo"
para movilizar a los trabajadores norteamericanos contra sus hermanos
europeos. El problema, tanto para EE.UU como para sus principales rivales,
es que comparten la defensa de la misma ideología "democrática",
lo cual les hace aparecer más como aliados que como rivales. Es
verdad que en Europa, la clase dominante empieza a instigar una significativa
corriente de antiamericanismo, pero en ningún caso puede ésta
compararse al antifascismo o al anticomunismo que les sirvieron en el
pasado para suscitar la adhesión a la guerra imperialista. Detrás
de esas dificultades ideológicas, lo que hay, en realidad, es un
problema mucho más profundo para la clase dominante: la clase obrera
no está derrotada, no se muestra dispuesta a aceptar los sacrificios
que su enemigo de clase pretende imponerle para hacer frente a las exigencias
de guerra.
El curso a los enfrentamientos entre las clases sigue estando vigente
6. La enorme demostración de patriotismo
que vimos en Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre hace
necesario que reexaminemos este aspecto fundamental de nuestra comprensión
de la situación mundial. En EE.UU una atmósfera de chovinismo
se apoderó de todas las clases sociales, lo que, por descontado,
ha aprovechado la clase dominante para, por un lado y a corto plazo, desencadenar
la "guerra contra el terrorismo", pero también para impulsar,
más a largo plazo, una política tendente a eliminar el llamado
"síndrome de Vietnam", es decir, las reticencias del
proletariado de EE.UU a dejarse sacrificar en aras de las aventuras imperialistas
norteamericanas. Es innegable que el capitalismo norteamericano ha hecho
bastantes progresos ideológicos en este terreno, del mismo modo
que ha reforzado todo su arsenal de vigilancia y represión (un
éxito que también ha encontrado eco en Europa). Pero esto
no representa una derrota histórica mundial para la clase obrera,
por las razones siguientes:
- La relación de fuerzas entre las clases sólo puede determinarse
a escala internacional, y se juega, por encima de todo, en el corazón
de los países europeos, que es donde se decide y se decidirá
la suerte de la revolución. Y si bien los atentados del 11 de septiembre
permitieron a la burguesía europea montar también su particular
versión de la campaña antiterrorista, en Europa no se ha
dado el desbordamiento de patriotismo que hemos visto en EE.UU. Al contrario,
la guerra norteamericana en Afganistán ha suscitado, más
bien, una considerable inquietud en la población europea que se
ha visto reflejada, parcialmente, en la amplitud del movimiento "contra
la guerra" en el viejo continente. Es cierto que este movimiento
ha sido auspiciado por la propia burguesía, en parte como expresión
de sus reticencias a dejarse arrastrar en la campaña belicista
de los USA, pero también como medio para impedir cualquier oposición
verdaderamente de clase a la guerra capitalista.
- Ni siquiera en los mismos Estados Unidos puede decirse que la marea
patriótica lo anegara todo. En las mismas fechas en que se producían
los ataques, había huelgas en diferentes sectores de la clase obrera
norteamericana, aún cuando los huelguistas fueran denunciados como
"antipatrióticos" por defender sus intereses de clase.
Así pues los diferentes factores que, en la Resolución de
nuestro XIVº Congreso, identificamos como la confirmación
del curso histórico hacia los enfrentamientos de clases, siguen
plenamente vigentes:
- El lento desarrollo de la combatividad de la clase obrera sobre todo
en las concentraciones centrales del proletariado. Esto se ha visto recientemente
confirmado en la huelga de ferrocarriles en Gran Bretaña, así
como en el movimiento más extenso, aunque también más
disperso, de huelgas en Francia.
- La maduración subterránea de la conciencia que se pone
de manifiesto en el desarrollo de minorías politizadas en numerosos
países. Este proceso continúa e incluso se desarrolla después
de la guerra de Afganistán (por ejemplo los grupos que defienden
posiciones de clase y que emergen del pantano de confusión, en
Gran Bretaña, Alemania...).
- El peso "en negativo" del proletariado sobre la preparación
y la forma de conducir los conflictos. Esto puede verse, sobre todo, en
cómo la clase dominante se ve obligada a presentar sus principales
operaciones militares. Tanto en el Golfo, en Kosovo como en Afganistán,
la función real de estas guerras ha sido sistemáticamente
ocultada. No sólo en cuanto a los verdaderos objetivos (el capitalismo
camufla siempre sus objetivos criminales con pomposas declaraciones),
sino incluso sobre quién es el verdadero enemigo. Al mismo tiempo
la burguesía sigue siendo muy prudente a la hora de movilizar a
un número importante de obreros en estas guerras. Y si bien la
burguesía estadounidense ha conseguido, sin duda, ciertos éxitos
ideológicos en este terreno, la verdad es que continúa estando
muy interesada en minimizar sus bajas en Afganistán. En cuanto
a Europa, no se ha producido ninguna tentativa de cambiar la política
consistente en enviar a la guerra únicamente a soldados profesionales.
La guerra en la descomposición del capitalismo
7. Por todo lo anterior no se vislumbra en
un futuro inmediato el estallido de una tercera guerra mundial. Pero esto
no debe servirnos de consuelo. Los acontecimientos del 11 de Septiembre
han engendrado un fuerte sentimiento de que una especie de apocalipsis
es inminente, quedando un sentimiento de que "el fin del mundo"
se acerca, si entendemos por "mundo", el mundo del capitalismo,
un sistema condenado por la Historia y que ha agotado cualquier posibilidad
de reforma. La perspectiva que el marxismo anuncia desde el siglo XIX
sigue siendo la de socialismo o barbarie, pero la forma concreta que puede
tomar la amenaza de barbarie es diferente de la que preveían los
revolucionarios del siglo pasado (la destrucción de la civilización
únicamente a través de una guerra imperialista). La entrada
del capitalismo en la fase terminal de su decadencia, la fase de descomposición,
se ve condicionada por la incapacidad de la clase dominante de "resolver"
su crisis histórica mediante otra guerra mundial, pero trae consigo
nuevos y más insidiosos peligros de una gradual caída en
el caos y la autodestrucción. En este escenario, la guerra imperialista,
o más bien una espiral de guerras imperialistas, seguiría
siendo el principal jinete del Apocalipsis pero cabalgaría en medio
de hambrunas, enfermedades, desastres ecológicos a escala planetaria,
y disolución de todas las relaciones sociales. A diferencia de
la guerra imperialista mundial, para que tal escenario llegue a su conclusión,
no es necesario que el capitalismo logre alistar o derrotar a los batallones
centrales de la clase obrera. Hoy nos enfrentamos ya al peligro de que
la clase obrera sea progresivamente sumergida en todo el proceso de descomposición,
y pierda poco a poco la capacidad de actuar como una fuerza consciente,
antagónica al capital y a la pesadilla en la que éste adentra
a la humanidad.
8. "La guerra contra el terrorismo"
es, verdaderamente, una guerra de la descomposición capitalista.
Aunque las contradicciones económicas del sistema le empujan insistentemente
a una conflagración entre los principales centros del capitalismo
mundial, resulta que la vía de esa confrontación está
bloqueada, por lo que, inevitablemente, debe tomar otro camino como en
el Golfo, Kosovo y Afganistán, es decir guerras en las que el conflicto
subyacente entre las grandes potencias se ha "desviado" hacia
acciones militares contra potencias capitalistas más débiles.
En los tres casos mencionados EE.UU ha sido el principal protagonista.
A diferencia de lo que ocurrió en las dos primeras guerras mundiales,
el Estado más poderoso del planeta es quien se ve obligado a pasar
a la ofensiva, tratando de impedir que surja un rival lo suficientemente
fuerte para que se les oponga abiertamente.
9. Pero es que la actual "guerra contra
el terrorismo" es mucho más que una simple reedición
de las precedentes intervenciones de Estados Unidos en el Golfo Pérsico
y en los Balcanes, pues representa, en realidad, una aceleración
cualitativa de la descomposición y la barbarie:
- ya no se trata de una campaña de corta duración con objetivos
precisos y limitados a una región particular, sino una operación
por tiempo ilimitado, un conflicto prácticamente permanente que
tiene el mundo entero de teatro de operaciones.
- tiene objetivos estratégicos mucho más globales y vastos
que incluyen una presencia decisiva de EE.UU en Asia Central para asegurarse
el control no sólo de esta región, sino también de
Oriente Medio y del subcontinente indio, bloqueando así cualquier
posibilidad de expansión europea (especialmente de Alemania) en
esta zona del planeta. Ello supone, efectivamente, cercar a Europa. Por
esta razón, y contrariamente a lo que sucedió en 1991, Estados
Unidos puede permitirse ahora el derrocamiento de Sadam, ya que no le
necesita como gendarme local habida cuenta de la intención norteamericana
de imponer directamente su presencia. Las ambiciones estadounidenses de
controlar el petróleo y otras fuentes de energía de Oriente
Medio y Asia Central deben verse en este contexto. Al revés de
lo que plantean los izquierdistas, no es que el gobierno de Washington
actúe en nombre de las grandes compañías petrolíferas
en busca de un beneficio inmediato, sino que está llevando a cabo
una política estratégica para controlar sin réplica
posible las principales vías de circulación de los recursos
energéticos en caso de futuros conflictos imperialistas. Paralelamente,
la insistencia estadounidense en situar a Corea del Norte dentro del "eje
del mal" debe entenderse como un aviso por parte de Washington de
que se reserva el derecho de realizar una gran operación en Asia
Oriental, lo que supone un desafío a las ambiciones tanto de China
como de Japón en esa región.
10. Sin embargo, si la "cruzada antiterrorista"
deja claro que los Estados Unidos necesitan imperiosamente crear un orden
mundial sometido, total y permanentemente, a sus intereses militares y
económicos, esta guerra no puede escapar al sino de todas las guerras
del período actual: ser un factor más de la agravación
del caos mundial, sólo que esta vez a un nivel mucho más
elevado que en los conflictos precedentes.
En Afganistán la victoria de Estados Unidos no ha servido, en absoluto,
para estabilizar la situación interna en este país en el
que ya han estallado las querellas entre las fracciones que se han hecho
con el poder tras derrocar a los talibanes. Los bombardeos norteamericanos
han sido ya utilizados como "instrumentos de mediación"
en estas disputas, mientras otras potencias, sobre todo Irán, que
controla a algunas fracciones disidentes, no dejan de echar leña
al fuego.
- El "éxito" de la campaña americana contra el
terrorismo islámico ha hecho que EE.UU revise también su
política respecto a los países árabes con los que
se muestra mucho menos complaciente. El apoyo norteamericano a la actitud
extremadamente agresiva de Sharon respecto a la Autoridad palestina, ha
terminado por enterrar el "proceso de paz" de Oslo, elevando
la intensidad de la confrontación militar. Pero también
los desacuerdos sobre la presencia de tropas USA en suelo saudí
han supuesto un enrarecimiento de las relaciones con quien, antaño,
fue un cliente dócil.
- La derrota de los talibanes ha puesto a Pakistán en una situación
de mucha dificultad, lo que la burguesía india no ha tardado en
tratar de rentabilizar. La escalada de tensiones entre estas dos potencias
nucleares tiene repercusiones muy graves para el futuro de esa zona, sobre
todo si tenemos en cuenta que China y Rusia están también
implicadas en ese laberinto de rivalidades y alianzas.
11. Toda esta situación encierra un
muy serio peligro de degenerar en una espiral fuera de control, en la
que Estados Unidos se vea, cada vez más, obligado a intervenir
para imponer su autoridad, lo que a su vez puede multiplicar las fuerzas
dispuestas a defender sus intereses particulares y a oponerse a los designios
de Washington. Y esto no es menos cierto cuando nos referimos a los principales
rivales de los norteamericanos. Tras la comedia inicial del "cerremos
filas con Estados Unidos", la "cruzada antiterrorista"
ha acentuado considerablemente las tensiones entre EE.UU y sus aliados
europeos. A la inquietud por el desmedido nivel del nuevo presupuesto
estadounidense de defensa, se han unido las críticas sin tapujos
al discurso de Bush sobre el "eje del mal". Alemania, Francia,
e incluso Gran Bretaña, han expresado sus reticencias a dejarse
arrastrar en los planes norteamericanos de ataque a Irak, y han mostrado
abiertamente su disgusto por la inclusión de Irán en dicho
"eje". Esto es lógico por cuanto Alemania y también
Gran Bretaña habían aprovechado la crisis afgana para aumentar
sus influencias en Teherán. Estas potencias están contrariadas
por tener que reconocer que Estados Unidos, al mismo tiempo que se enfada
con el régimen iraní porque éste ha tratado de sacar
ventaja de la situación en Afganistán, utiliza a Irán
como bastón para golpear a sus rivales europeos. La siguiente fase
de la "guerra contra el terrorismo" que implica, probablemente,
un importante ataque contra Irak, incrementará esas diferencias.
En esto podemos ver una nueva manifestación de la tendencia a la
formación de nuevos bloques en torno a USA por un lado, y a Europa
por otro. Pero por las razones que antes hemos analizado, las tendencias
contrarias a esa formación de nuevos bloques ganan la partida.
Si embargo esto no hará que el mundo sea más pacífico.
Frustradas por su inferioridad militar y por los factores sociales y políticos
que imposibilitan una confrontación directa con Estados Unidos,
el resto de grandes potencias multiplicarán sus esfuerzos por desafiar,
con los medios que tienen a su alcance (las guerras mediante países
interpuestos, las intrigas diplomáticas, etc.), la autoridad norteamericana.
El ideal americano de un mundo unido bajo las barras y estrellas de su
bandera es un sueño tan imposible como el que tenía Hitler
de un Reich de mil años.
12. En los próximos años, el
proletariado, y sobre todo la clase obrera de los principales países
capitalistas, se verá ante una aceleración de la situación
mundial en todos los terrenos. Sobre todo aparecerá en la práctica
la relación estrecha existente entre la crisis económica
y la escalada de la barbarie capitalista. La intensificación de
la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida de los trabajadores
no coincide, mecánicamente, con el desarrollo de las guerras y
de las tensiones imperialistas. Ambas se refuerzan mutuamente. El mortal
callejón sin salida en el que se encuentra la economía capitalista
empuja hacia soluciones militares; y a su vez, el aumento vertiginoso
de los presupuestos militares implica nuevos sacrificios para la clase
obrera, la devastación causada por la guerra, sin la recompensa
de una verdadera "reconstrucción", entraña antes
o después una dislocación de la maquinaria económica.
A la vez, la necesidad de justificar estas agresiones al proletariado
dará lugar a nuevos ataques ideológicos a la conciencia
de la clase obrera. En su lucha por defender sus condiciones de vida,
los trabajadores no tendrán más opción que comprender
la estrecha vinculación que hay entre crisis y guerra, y reconocer
así las implicaciones históricas y políticas de su
combate.
Los peligros que supone para el proletariado la descomposición
capitalista
13. Los revolucionarios pueden tener confianza
en el hecho de que el curso histórico hacia los enfrentamientos
de clase sigue estando abierto, y que ellos tienen una misión vital
en la futura politización de la lucha de clases. Pero su papel
no es de consolar a la clase obrera. El mayor peligro para el proletariado
en el próximo período es la erosión de su identidad
de clase, causada por el retroceso de su conciencia como resultado del
hundimiento del bloque del Este en 1989, y agravada por el avance pernicioso
de la descomposición en todas las esferas de la sociedad. Si ese
proceso prosigue sin freno, la clase obrera será incapaz de tener
una influencia decisiva en las convulsiones sociales y políticas
que se avecinan, inexorablemente, con el ahondamiento de la crisis económica
mundial y la deriva hacia el militarismo. Los últimos acontecimientos
en Argentina nos dan una ilustración clarísima de este peligro:
confrontada a una parálisis severa no sólo de la economía,
sino también del aparato político de la clase dominante,
la clase obrera ha sido incapaz de afirmarse como fuerza autónoma.
Al contrario, sus movimientos embrionarios (huelgas, comités de
parados, etc.) se han visto anegados en una "protesta interclasista"
que no podía ofrecer ninguna perspectiva, sino que, al revés,
ha permitido a la burguesía tener todas las bazas para manejar
la situación a su favor. Es muy importante que los revolucionarios
tengamos claridad sobre esto, ya que las letanías izquierdistas
sobre un supuesto desarrollo de una situación revolucionaria en
Argentina, han aparecido de manera similar en ciertos sectores del medio
político proletario (e incluso en el seno de la CCI), como expresión
de un embalamiento inmediatista y oportunista. Nuestra posición
sobre la situación en Argentina, no es, en ningún caso,
el resultado de una especie de "indiferencia" ante las luchas
del proletariado de los países periféricos. Ya hemos insistido
muchas veces en la capacidad del proletariado de esas regiones, cuando
lucha en su propio terreno de clase, de ofrecer una dirección política
a todos los oprimidos. Así, por ejemplo, el movimiento de luchas
obreras masivas de Córdoba en 1969 ofreció claramente una
perspectiva a las demás capas no explotadoras en Argentina, y representó
una lucha ejemplar para la clase obrera mundial. Pero los acontecimientos
de hoy, que algunos han tomado por un movimiento insurreccional muy avanzado
del proletariado, han manifestado todo lo contrario: que las escasas expresiones
embrionarias del proletariado han sido incapaces de ofrecer una referencia
y una dirección a una revuelta que ha sido rápidamente recuperada
por las fuerzas de la burguesía. El proletariado argentino tiene
todavía un inmenso papel que desempeñar en el desarrollo
de las luchas en América Latina, pero lo que está viviendo
últimamente no debe ser confundido con sus futuras potencialidades
que, más que nunca, vienen determinadas por el desarrollo de los
combates, en su propio terreno de clase, de los trabajadores de los países
centrales.
Las responsabilidadesde los revolucionarios
14. Todas las clases de la sociedad están
afectadas por la descomposición capitalista. La primera de todas
la propia burguesía, pero eso no quiere decir que el proletariado
se encuentre a salvo, ya que su conciencia de clase, su confianza en el
porvenir, su solidaridad de clase, se ven continuamente atacadas por la
ideología y las prácticas sociales producidas por dicha
descomposición: el nihilismo, la huida hacia delante a través
de lo irracional y el misticismo, la atomización y la disolución
de la solidaridad humana sustituida por la falsa colectividad de las bandas,
las pandillas mafiosas y los clanes. Tampoco la minoría revolucionaria
está inmunizada frente a estos efectos negativos de la descomposición,
sobre todo del recrudecimiento del parasitismo político, un fenómeno
que si bien no es específico de la etapa de la descomposición,
sí se ve fuertemente estimulado por ésta. La gran dificultad
de los grupos del medio político proletario para tomar conciencia
de este peligro, pero también la falta de vigilancia de la propia
CCI frente a él (1), suponen una gran debilidad. A esto cabe añadir
la acentuación de una tendencia a la fragmentación y a la
cerrazón por parte del resto de grupos del medio político
proletario, justificada con nuevas teorías sectarias que llevan
también la marca del período. Si en este medio no se expresan
con suficiente fuerza la conciencia y la voluntad políticas de
combatir tales debilidades, el potencial que representa la emergencia,
en todo el planeta, de nuevas capas de elementos en búsqueda de
posiciones revolucionarias, corre entonces el peligro de quedar abortada.
La formación del futuro partido depende de que el MPP sea capaz
de situarse a la altura de sus responsabilidades.
La comprensión que tiene la CCI del fenómeno de la descomposición
del capitalismo, lejos de ser una manera de evitar las verdaderas cuestiones
políticas reales, es, en cambio, la clave para entender las dificultades
políticas a las que, hoy, deben hacer frente la clase obrera y
sus minorías revolucionarias. A los revolucionarios siempre les
ha correspondido el deber de realizar un esfuerzo permanente de elaboración
teórica para clarificar, en sus filas y en el seno del conjunto
del proletariado, las cuestiones planteadas por las necesidades de la
lucha. Esa necesidad es aún más imperiosa en nuestros días,
para que la clase obrera -la única fuerza que mediante su conciencia,
su confianza y su solidaridad tiene capacidad de resistir la descomposición-
pueda asumir sus responsabilidades históricas de destrucción
del capitalismo.
1º de Abril de 2002
1) Ver en este número el artículo "Balance de la Conferencia
extraordinaria de la CCI".
En un artículo anterior (Revista internacional nº 108) describimos la emergencia de las fracciones de izquierda que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros, especialmente la del SPD (Partido socialdemócrata de Alemania), el cual había apoyado el esfuerzo de guerra de su capital nacional en 1914, la del Partido comunista ruso y de la Tercera internacional a medida que se transformaban en instrumentos del Estado ruso con la derrota gradual de la Revolución de octubre. En este proceso, la tarea de las fracciones era luchar para reconquistar la organización para las posiciones centrales del programa proletario, contra su abandono por la derecha oportunista y la traición total de la dirección que controla la mayoría de la organización. Para salvaguardar la organización como instrumento de lucha de la clase y salvar el máximo de militantes, una preocupación esencial de las fracciones de izquierda era la de quedarse el mayor tiempo posible en el partido. Sin embargo, el proceso de degeneración política venía inevitablemente acompañado de una modificación profunda del modo de funcionamiento de los partidos mismos, de las relaciones entre militantes y el conjunto de la organización. Esta situación planteó irremediablemente a las fracciones la cuestión de la ruptura de la disciplina de partido para poder cumplir la tarea de preparación del nuevo partido del proletariado.
Ahora bien, en el movimiento obrero, la izquierda ha defendido siempre el respeto riguroso de las reglas de la organización y de la disciplina en su seno. Romper la disciplina de partido no era algo que se planteaba a la ligera, sino que, al contrario requería un gran sentido de las responsabilidades, una evaluación profunda de lo que está en juego y de las perspectivas para el porvenir de la organización del proletariado y para el proletariado mismo.
EL OBJETIVO de este artículo es examinar cómo se planteó el problema de la disciplina en la historia de la organización de la clase obrera, especialmente cómo fue tratada por las izquierdas en los grandes partidos obreros, los de la IIª y IIIª Internacional, por las fracciones de izquierda que lucharon en esos partidos para defender la línea revolucionaria durante la degeneración de éstos y, en fin, en la izquierda comunista internacional de la que nosotros, como la mayoría de las demás organizaciones del medio proletario de hoy, somos herederos. Para ello, es necesario tratar la cuestión más general de cómo se plantea la disciplina en la sociedad de clases, especialmente en el seno de la burguesía y en el proletariado.
Es una evidencia afirmar la necesidad de reglas comunes para la organizar cualquier actividad humana, ya sea a nivel de una pequeña colectividad o a escala de toda la sociedad. La diferencia entre el comunismo y las demás sociedades de clase anteriores no es que el comunismo estará menos organizado (al contrario, será la primera comunidad humana organizada a escala planetaria), sino que la organización social no será impuesta a una clase explotada por, y en provecho de, una clase explotadora. "Al gobierno de los hombres, decía Marx, le sucederá la administración de las cosas". En cambio, mientras vivamos en una sociedad de clases, "el gobierno de los hombres" no es algo neutral. En el capitalismo, la disciplina en la fábrica o en la oficina la impone la clase dominante sobre la clase explotada, garantizada, en última instancia por el Estado a través de sus leyes sobre el trabajo y gracias a la fuerza armada. La burguesía pretende hacernos creer que el Estado y su disciplina están por encima de la sociedad, independientemente de las clases, que todos somos iguales ante la disciplina de la ley. El marxismo denunció de inmediato esa mentira, demostrando que ningún aspecto de la organización o del comportamiento social debe considerarse ajeno a su estatuto y a su función en la sociedad de clases. Como lo escribió Lenin:
"…los conceptos "democracia en general" y "dictadura en general", sin plantear la cuestión de qué clase (…) es una descarada mofa de la teoría principal del socialismo (…) Porque en ningún país capitalista civilizado existe la "democracia en general", pues lo que existe en ellos es únicamente la democracia burguesa" (1).
Es de igual modo un sinsentido hablar de "disciplina" en sí: hay que identificar la naturaleza de clase de la disciplina que se considera. En la sociedad capitalista la libertad en sí (en apariencia, lo contrario de la disciplina) es un engaño, pues la humanidad, por un lado, sigue viviendo sometida a la necesidad y no es, por lo tanto, libre de elegir y además, la conciencia humana está inevitablemente mistificada por la falsa conciencia de la ideología dominante. La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino alcanzar la conciencia más completa posible de lo que es necesario hacer. Como lo escribió Engels en Anti-Düring:
"Así pues, la libertad de la voluntad no es otra cosa que la facultad para decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio de un hombre sobre un tema determinado tanto mayor es la necesidad que determina el contenido de ese juicio; mientras que la incertidumbre que se basa en la ignorancia, que aparentemente escoge de manera arbitraria entre varias posibilidades de decisión diversas y contradictorias, lo único que expresa es su ausencia de libertad, su sumisión al objeto al que precisamente debería someter".
El objetivo de la teoría marxista -el materialismo histórico y dialéctico- es precisamente permitir al proletariado adquirir ese "conocimiento de las causas" de la sociedad burguesa. Sólo así podrá la clase revolucionaria quebrar la disciplina de la clase enemiga, imponer la suya propia, su dictadura, sobre la sociedad y, al hacerlo, poner las bases para la creación de la primera sociedad humana libre: libre porque, por primera vez, la humanidad entera dominará conscientemente a la vez el mundo natural y su propia organización social.
El marxismo siempre combatió la influencia de la rebelión pequeño burguesa que se infiltra en el movimiento obrero, la idea típica del anarquismo según la cual bastaría con oponer a la disciplina burguesa la "no disciplina", una especie de pretendida "indisciplina proletaria". Para el obrero la experiencia de la disciplina burguesa la vive como algo que le es ajeno, contrario a sus intereses, una disciplina impuesta desde arriba para hacer respetar el poder y los intereses de la clase dominante. Sin embargo, a diferencia de la pequeña burguesía, la cual lo único que es capaz de hacer es rebelarse sin ir más lejos, la clase obrera es capaz de comprender la disciplina impuesta por el capitalismo en su doble naturaleza: por un lado, su vertiente opresiva, expresión de la dominación de clase de la hurguesía que se apropia de manera privada del fruto del trabajo del proletariado; por otro, un aspecto potencialmente revolucionario al ser un componente esencial del proceso colectivo del trabajo, impuesto por el capital al proletariado, proceso que es una condición fundamental de la socialización de la producción a escala planetaria. Eso es precisamente lo que expresa Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás cuando trata este tema con el único enfoque posible para un marxista: considerando la "disciplina" no como una categoría abstracta en sí, sino como factor de organización, determinado por su pertenencia de clase:
"Precisamente la fábrica, que a algunos les parece sólo un espantajo, representa la forma superior de cooperación capitalista que ha unificado y disciplinado al proletariado, que le ha enseñado a organizarse y lo ha colocado a la cabeza de todos los demás sectores de la población trabajadora y explotada. Precisamente el marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el factor de explotación de la fábrica (disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre) y su factor organizador (disciplina fundada en el trabajo en común, unificado por las condiciones en que se realiza la producción, altamente desarrollada desde el punto de vista técnico). La disciplina y la organización, que tan difícilmente adquiere el intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado, gracias precisamente a esta "escuela" de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela, la completa incomprensión de su valor organizador, caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeño burguesas".
Es evidente que Lenin no quiere idealizar la disciplina impuesta a los obreros por la burguesía (2), pero lo que sí quiere mostrar es cómo las condiciones de su existencia determinan la actitud de la clase obrera hacia las cuestiones de disciplina, así como hacia otros aspectos de su autoactividad. Las condiciones de su existencia demuestran al obrero que forma parte de un proceso de producción colectivo y que solo puede defender sus intereses contra la clase dominante mediante la acción colectiva. La gran diferencia entre la disciplina de la burguesía y la del proletariado es: mientras que la de aquélla es una disciplina impuesta por una clase explotadora detentora de todos los poderes del aparato de Estado para mantener su propia dominación, la segunda es básicamente la autodisciplina de una clase explotada para oponer una resistencia colectiva a la explotación y acabar por derrocarla del todo. La disciplina que reclama el proletariado es una disciplina voluntaria, consciente, animada por la compresión de los objetivos de su lucha. Mientras que la disciplina burguesa es ciega y opresiva, la del proletariado es liberadora y consciente. Por ello, la disciplina no podrá nunca servir para sustituir el desarrollo de la conciencia en el proletariado entero, la conciencia de los fines de su lucha y de los medios para alcanzarlos.
Y eso que es válido para el conjunto de la clase obrera, lo es también para sus organizaciones revolucionarias. Existen, sin embargo, diferencias. Mientras que la disciplina de la clase obrera, su unidad de acción, su centralización son la expresión directa de su naturaleza colectiva y organizada, de su propio ser de clase revolucionaria, la disciplina en el seno de sus organizaciones se basa en el compromiso de cada uno de sus miembros para respetar las reglas de la organización y el más alto grado de desarrollo de la conciencia a que corresponden esas reglas. Ninguna organización revolucionaria podrá servirse de la disciplina para sustituir esa conciencia proletaria. De igual modo que la clase obrera nunca podrá avanzar en su combate contra la burguesía y por el comunismo sin desarrollar una conciencia cada vez más profunda y extensa de las necesidades de la lucha y del camino a seguir, tampoco las organizaciones podrán servirse de la disciplina para sustituir el debate más extenso en su seno.
Y así ocurrió con la Gauche communiste de France (GCF), la cual hizo una polémica contra la disciplina impuesta, sin debate, sobre sus propios militantes por parte del Partido comunista internacionalista para imponer la política de la dirección de participar en las elecciones de la Italia de 1946.
"El socialismo sólo será posible como acto consciente de la clase obrera (…) No se impone el socialismo a garrotazos. Y no porque el palo sea un medio inmoral (…) sino porque no contiene el más mínimo factor de conciencia. (…) La organización y la acción concertada comunistas no tienen otra base que la conciencia de los militantes que las animan. Cuanto mayor, más diáfana es esa conciencia tanto más fuerte es la organización, y tanto más concertada y eficaz es su acción.
"Lenin denunció con vehemencia en múltiples ocasiones el recurrir a la 'disciplina libremente consentida' como una estaca de la burocracia. Cuando empleaba el término de disciplina, Lenin lo entendía -y así lo dijo varias veces- en el sentido de la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante".
No es casualidad si el artículo se reivindica de Lenin, el Lenin de Un paso adelante, dos pasos atrás. La organización que publica este artículo en 1947 es la misma que dos años antes supo reaccionar con la mayor firmeza en sus propias filas contra aquellos que ponían en peligro "la voluntad de acción organizada" (véase más lejos).
En el seno de la organización comunista, la disciplina proletaria es pues algo inseparable de la discusión, de la crítica sin tregua, a la vez de la sociedad capitalista y de sus propios errores y los de la clase obrera. Vamos ahora a interesarnos por la manera con que las izquierdas lucharon por la disciplina de partido en el seno de la IIª y la IIIª Internacionales.
Durante las dos décadas que precedieron la Primera Guerra mundial, el SPD, mascarón de proa de la IIª Internacional, fue el escenario de un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha oportunista, revisionista. Ésta estaba personificada en el plano ideológico en las teorías revisionistas de Eduard Bernstein, surgiendo con dos formas relacionadas entre sí, pero diferenciadas: por un lado, la tendencia de las fracciones parlamentarias a tomar iniciativas independientemente del conjunto del partido; por otro lado, la negativa por parte de los dirigentes sindicales a vincularse a las decisiones del partido. En Reforma social o revolución (publicado por primera vez en 1899), Rosa Luxemburg ponía de relieve el desarrollo del oportunismo práctico que había preparado el terreno a la teoría oportunista de Bernstein:
"Si se tiene en cuenta una serie de manifestaciones esporádicas (por ejemplo, la famosa cuestión de la subvención acordada a las compañías marítimas), las tendencias oportunistas dentro de nuestro movimiento remontan a hace bastante tiempo. Pero será sólo en 1890 cuando se vea perfilarse una tendencia declarada y única en ese sentido, tras la abolición de las leyes de excepción contra los socialistas, cuando la socialdemocracia hubo reconquistado el terreno de la legalidad. El socialismo de Estado al modo de Vollmar, la votación del presupuesto en Baviera, el socialismo agrario en Alemania del Sur, los proyectos de Heine tendentes a establecer una política de mercaderías, las opiniones de Schippel sobre la política aduanera y la milicia: son esas otros tantos jalones en el camino de la práctica oportunista".
Sin entrar en más detalles sobre esos ejemplos, es significativo que el "socialismo de Estado" al modo de Vollmar se plasmara, en particular, en el voto favorable por el SPD bávaro a los presupuestos del Land (parlamento) bávaro, explícitamente en contra de la decisión de la mayoría del partido. Contra la negativa de la derecha oportunista de respetar las decisiones de la mayoría y del congreso del partido, la izquierda pidió que se reforzara la centralización del partido, especialmente el Parteivorstand (centro ejecutivo) y la subordinación de las fracciones parlamentarias al partido en su conjunto. Parece evidente que Rosa Luxemburg tenía en mente la experiencia de esa lucha en la respuesta a Lenin de 1904 sobre Las cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa:
"en ese caso [el alemán] una aplicación más rigurosa de la idea de centralismo en la constitución y una aplicación más estricta de la disciplina de partido puede ser sin duda alguna una barrera útil contra la corriente oportunista (…). Una revisión de ese tipo de la constitución del partido alemán se ha vuelto hoy necesaria. Pero incluso en este caso, la constitución del partido no podrá ser considerada como una especie de arma que sería ella sola suficiente contra el oportunismo, sino simplemente sería como un medio externo mediante el cual podría ejercerse la influencia decisiva de la mayoría proletaria-revolucionaria actual. Cuando falta una mayoría así, la constitución escrita más rigurosa no puede actuar en su lugar".
Es así evidente que la izquierda era favorable a la defensa más intransigente de la disciplina y de la centralización del partido y al respeto de los estatutos (3). De hecho, del mismo modo que aquí expresa su preocupación de defender el partido alemán mediante una disciplina rigurosa, Rosa Luxemburg, desde finales del siglo XIX no cesó de batirse por el respeto, por parte de todos los partidos de la IIª Internacional, de las decisiones tomadas por sus Congresos (4).
1914: golpe de Estado en el seno mismo del Partido
Durante el período que precedió a la Primera Guerra mundial, la izquierda luchó por una disciplina fiel a los principios revolucionarios. Podemos pues imaginar fácilmente el terrible dilema ante el que se encontraron Karl Liebknecht y otros diputados de izquierda en el Parlamento, el 4 de agosto de 1914, cuando la mayoría de la fracción parlamentaria del SPD anunció que iba a votar los créditos de guerra requeridos por el gobierno del Káiser: o romper con el internacionalismo proletario votando a favor de los créditos de guerra, o votar como minoría contra la guerra y, por ello, romper la disciplina del partido. Lo que Liebknecht y sus camaradas fueron incapaces de comprender en esos momentos críticos es que, por haber traicionado los principios más fundamentales al haber abandonado el internacionalismo proletario con el apoyo al esfuerzo de guerra de la clase dominante, al haber roto con las decisiones de los congresos del partido y de la Internacional, fue la dirección de la Socialdemocracia la que abandonaba la disciplina del partido. A partir de aquí, la izquierda no podía seguir planteando el problema de la misma manera. Al aliarse con el Estado burgués, la fracción parlamentaria del SPD realizó un auténtico golpe de Estado en el seno del Partido, se apoderó de una autoridad a la que no tenía derecho, pero que impuso gracias a la potencia armada del Estado capitalista. Para Rosa Luxemburg: "La disciplina respecto al partido en su totalidad, es decir a su programa, pasa antes que cualquier disciplina de cuerpo y solo aquella puede servir de justificación a ésta, del mismo modo que es su límite natural". Fue la dirección, y no la izquierda, la que perpetró, desde el inicio de la guerra, violaciones sin fin a la disciplina del partido por su apoyo al Estado, "violaciones de la disciplina que consisten en que órganos sectoriales del partido traicionan por propia iniciativa la voluntad del conjunto, es decir del programa, en lugar de servirlo" (5). Y para asegurarse que la masa de militantes no pueda poner en entredicho la decisión de la dirección, el 5 de agosto (o sea el día siguiente de la votación de los créditos de guerra), el congreso del partido fue postergado hasta que terminara la guerra (6). El desarrollo de una oposición en el seno del SPD demostraría las razones de ese aplazamiento.
En los años siguientes, la izquierda del SPD, manteniéndose fiel al internacionalismo proletario, se vio enfrentada a una disciplina auténticamente burguesa en el seno del partido mismo. Inevitablemente la actividad del grupo Spartakus rompió la disciplina tal como la interpretaba ahora la dirección de un SPD aliado del Estado (7). La cuestión ahora ya no era cómo mantener la disciplina y la unidad de la organización del proletariado, sino cómo evitar dar a la dirección pretextos disciplinarios para expulsar a la izquierda del partido y aislar a militantes cuya resistencia a la guerra comenzaba a hacerse presente, expresándose inevitablemente como una resistencia al golpe de Estado de la dirección.
Un ejemplo de esta dificultad es la del desacuerdo surgido en el seno de Spartakus (8) sobre el pago de las cuotas al centro del SPD por las secciones locales. Era una cuestión verdaderamente difícil: el dinero -las cuotas de los militantes- es el "nervio de la guerra" para una organización de la clase obrera. Sin embargo, en 1916, era evidente que la dirección del SPD desviaba en realidad los fondos de organización de la lucha no hacia la guerra de clases del proletariado, sino hacia la guerra imperialista de la burguesía. En esas condiciones, Spartakus apeló a los militantes locales a "dejar de pagar las cuotas a la dirección del partido, pues ésta usa vuestro dinero, duramente ganado, para apoyar una política y publicar textos que quieren transformaros en paciente carne de cañón del imperialismo, todo ello con la finalidad de prolongar la matanza" (9).
Desde que se inició el combate de la izquierda contra la traición de 1914 se planteó la cuestión de crear una nueva Internacional. Si para ciertos revolucionarios como Otto Rühle (10), la traición total del SPD y su utilización feroz de la disciplina mecánica impuesta en colaboración con el Estado eran la prueba definitiva de que todos los partidos políticos estaban inevitablemente condenados a convertirse en monstruos burocráticos y a traicionar a la clase obrera, cualquiera que fuera su programa, no fue esa la conclusión sacada por la mayoría de la izquierda. Al contrario, se trataba de entablar una batalla por la construcción de una nueva Internacional y la victoria de la revolución proletaria iniciada en Petrogrado en octubre de 1917. Para Rosa Luxemburg, como lo explica Frölich:
"El movimiento obrero debía romper con quienes se habían entregado al imperialismo; había que crear una nueva Internacional, una Internacional de más altura que la que acababa de desmoronarse", poseedora de una idea homogénea de los intereses y de las tareas del proletariado, de una táctica coherente, y de una capacidad de intervención en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Se daba la mayor importancia a la disciplina internacional: "El centro de gravedad de la organización de clase del proletariado está en la Internacional. La Internacional decide en tiempos de paz sobre la táctica que deben adoptar las secciones nacionales en lo que concierne al militarismo, la política colonial (…) etc., y además del conjunto de la táctica que adoptar en caso de guerra. La obligación de aplicar las resoluciones de la Internacional prevalece ante toda otra obligación de la organización (…) La patria de los proletarios, en cuya defensa debe quedar todo subordinado, es la Internacional socialista" (11).
Cuando en junio de 1920, se reunieron los delegados en Moscú para el IIº Congreso de la Internacional comunista, la guerra civil seguía causando estragos en Rusia y los revolucionarios del mundo entero estaban en pleno combate contra la burguesía y los social-traidores, o sea, los viejos partidos que habían traicionado a la clase obrera con su apoyo a la guerra.
Estaban también confrontados a las oscilaciones de las corrientes "centristas" que dudaban todavía en romper los vínculos con los viejos métodos socialistas o, al menos en el caso de muchos dirigentes, con sus viejos amigos que habían permanecido en la socialdemocracia corrupta. Los centristas tampoco estaban listos para romper radicalmente con las viejas tácticas legalistas. En una situación así, los comunistas, y en particular el ala izquierda, estaban decididos a que la nueva Internacional no repitiera los errores de la antigua en materia de disciplina. Dejaría de haber autonomía para los particularismos de los partidos nacionales, que sólo habían servido de taparrabos del chovinismo en la antigua Internacional (12), como tampoco se toleraría el arribismo pequeño burgués cuyos intereses eran llevar a cabo una carrera parlamentaria personal. La Internacional comunista debía ser una organización de combate, la dirección del proletariado en su lucha mundial decisiva por el derrocamiento del capitalismo y la toma del poder político. Esta determinación se plasmó en las 21 condiciones de adhesión a la Internacional, adoptadas por el Congreso. Citemos, por ejemplo, el punto 12:
"Los Partidos que pertenecen a la Internacional comunista deben edificarse sobre el principio de la centralización democrática. En la época actual de guerra civil encarnizada, el Partido comunista sólo podrá cumplir su función si está organizado de la manera más centralizada, si en él se admite una disciplina de hierro rayana en la disciplina militar y si su organismo central cuenta con amplios poderes, ejerce una autoridad indiscutible, se beneficia de la confianza unánime de los militantes".
Las 21 condiciones fueron reforzadas por los estatutos de la organización que establecían claramente que la Internacional debía ser un partido mundial y centralizado. Según el punto 9 de los estatutos: "El Comité Ejecutivo (órgano central internacional) de la Internacional comunista tiene derecho a exigir a los Partidos afiliados que sean excluidos grupos o individuos que hubieran infringido la disciplina proletaria; puede exigir la exclusión de Partidos que hayan violado las decisiones del Congreso mundial".
La izquierda compartía totalmente esa determinación, como lo ilustra con creces el hecho de que fuera Bordiga, dirigente de la izquierda del Partido socialista italiano, el que propuso la nº 21 (13):
"Los adherentes al Partido que rechacen las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del Partido. Y lo mismo para los delegados al Congreso extraordinario".
La trágica degeneración de la Internacional comunista fue paralela al retroceso a la oleada revolucionaria de 1917. La clase obrera rusa quedó desangrada por la guerra civil, la revuelta de Cronstadt fue aplastada, la revolución derrotada en todos los países centrales de Europa (Alemania, Italia, Hungría), sin ni siquiera conseguir desarrollarse en Francia o Gran Bretaña y la propia Internacional estaba dominada por el Estado ruso dirigido ya por Stalin y su policía política (la GPU). El año 1925 iba a ser el de la "bolchevización": la Internacional quedó reducida al papel de instrumento entre las manos del capitalismo de Estado ruso. A medida que la contrarrevolución ganaba la Internacional, la disciplina proletaria iba cediendo el terreno a la disciplina de la estaca burguesa.
Semejante degeneración, inevitablemente, tuvo que enfrentarse a una fuerte oposición por parte de los comunistas de izquierda, a la vez dentro de Rusia (Oposición de izquierda de Trotski, el grupo obrero de Miasnikov, el grupo "Centralismo democrático", etc.) y en el seno de la Internacional misma, especialmente por parte de la izquierda del PC italiano agrupada en torno a Bordiga (14). Una vez más, como durante la guerra de 1914, la izquierda se encontró enfrentada a la cuestión de la disciplina del partido, una disciplina que, en Rusia al menos, se identificaba con la GPU de Stalin, la cárcel y los campos de concentración. Pero la Internacional no era el Estado ruso, y la izquierda italiana estaba decidida a luchar, mientras fuera posible, para arrancarla de las manos de la derecha, preservándola para la clase obrera. Lo que no estaba dispuesta a hacer era llevar a cabo el combate negando los principios mismos por los que había luchado en el IIº Congreso. Más concretamente, Bordiga y la izquierda de la IC no estaban dispuestas a abandonar la disciplina de un partido centralizado a sus adversarios. En marzo-abril de 1925, el ala izquierda del partido italiano hizo un primer intento para trabajar como grupo organizado formando el "Comité de entendimiento":
"En cuanto se anunció el Congreso, un Comité de entendimiento se creó espontáneamente para así evitar las reacciones desordenadas de los militantes y de los grupos, que habrían llevado a la disgregación, y para canalizar la acción de todos los camaradas de la Izquierda en la línea común y responsable, en los estrictos límites de la disciplina, estando garantizados los derechos de todos en la constitución del partido. La dirección (15) echó mano de estos hechos para utilizarlos en su plan de agitación que presentaba a los camaradas de la Izquierda como fraccionistas y escisionistas a quienes se prohibió defenderse y contra los cuales se obtuvieron votos de los comités federales mediante presiones ejercidas desde arriba" (Tesis de Lyón, 1926) (16).
La dirección de la Internacional exigió la disolución del Comité de entendimiento y la izquierda se sometió a esta decisión aún protestando:
"Acusados de fraccionismo y de escisionismo, sacrificaremos nuestras opiniones por la unidad del partido ejecutando una orden que nosotros consideramos injusta y ruinosa para el partido. Demostraremos así que la Izquierda italiana es quizás la única corriente que considera la disciplina como algo serio con lo que no hay que regatear. Nosotros reafirmamos todas nuestras posiciones anteriores y todos nuestros actos. Negamos que el Comité de Entendimiento haya sido una maniobra para hacer una escisión en el partido y constituir una fracción en su seno y protestamos una vez más contra la campaña organizada con esas bases sin darnos siquiera el derecho de defendernos y engañando escandalosamente al partido. No obstante, ya que la dirección piensa que la disolución del Comité de entendimiento alejará el fraccionismo y, aún siendo nosotros de parecer contrario, obedeceremos. Pero dejamos a la dirección la entera responsabilidad de la evolución de la situación interior del Partido y de las reacciones determinadas por la manera con la que la dirección ha administrado la vida interior" (ídem).
Cuando Karl Korsch, excluido poco antes del KPD (17), escribió a Bordiga en 1926 para proponer una acción común entre la izquierda italiana y el grupo Kommunistische Politik, éste lo rechazó. Vale la pena citar dos de las razones que da. Por un lado, consideraba que la base teórica para tomar tal posición no había quedado establecida todavía:
"Creo, en general, que la prioridad de hoy debe ser, más que la organización y la maniobra, un trabajo de elaboración de una ideología política de la izquierda internacional, basada en las experiencias elocuentes que la IC ha atravesado. Como este punto dista mucho de ser alcanzado, toda iniciativa internacional parece difícil".
Por otro lado, la unidad y la centralización internacional de la Internacional no era algo que pudiera abandonarse a la ligera:
"No debemos favorecer nosotros la escisión en los partidos y en la Internacional. Debemos permitir que la experiencia de la disciplina artificial y mecánica alcance sus límites, respetando esa disciplina en todas sus absurdeces de leguleyo mientras sea posible, sin renunciar nunca a nuestra critica política e ideológica y sin solidarizarnos nunca con la orientación dominante".
La lucha de la Izquierda italiana contra la degeneración de la Internacional primero y después para extraer todas las lecciones de esa degeneración y de la derrota de la revolución rusa fue algo esencial para la creación del medio político proletario de hoy. Las principales corrientes existentes hoy, incluida la CCI, son descendientes directos de aquella lucha y, para nosotros, es indiscutible que la defensa de la disciplina proletaria en el seno de la Internacional que la Izquierda italiana llevó a cabo forma parte íntegra de la herencia que nos ha legado. La disciplina proletaria de la Internacional fue algo esencial para desmarcarse de los social-traidores, pues permitió definir lo que era y lo que no era aceptable en el seno de las organizaciones de la clase obrera. Sin embargo, como decía Bordiga, la disciplina proletaria es algo totalmente ajeno a la disciplina impuesta a las clases explotadas por el Estado capitalista.
A partir del momento en que ya no pudo seguir trabando en la Internacional al haber sido excluida por la dirección estalinista, la Fracción de izquierda italiana adoptó su propia forma organizativa (en torno a la publicación Bilan), sacando para ello las lecciones de sus luchas por la Internacional y en el seno de ésta.
Y la primera lección fue la insistencia sobre la discusión "sin ostracismos", como decía Bilan, para así hacer surgir todas las lecciones de la inmensa experiencia de la oleada revolucionaria que siguió a Octubre de 1917. Pero también las fracciones de izquierda estaban enfrentadas a crisis en su seno cuando, precisamente, fallaba "la voluntad de acción organizada, basada en la convicción revolucionaria de cada militante" por parte de minorías en el seno de la organización. ¿Cómo hacer pues cuando el marco mismo que permite esa acción organizada es zarandeado por algunos de sus propios militantes? La primera de las crisis que vamos a tratar surge en 1936, cuando una importante minoría de Bilan rechazó la posición de la mayoría según la cual el enfrentamiento que estaba ocurriendo en España no se realizaba en el terreno de la revolución proletaria, sino en el de la guerra imperialista. La minoría exigió el derecho de tomar las armas para defender la "revolución" española y, a pesar del veto de la Comisión ejecutiva (CE) de Bilan, 26 miembros de la minoría se fueron a Barcelona en donde crearon una nueva sección. Ésta se negó a pagar sus cuotas, integró a nuevos miembros con la base de la participación en el frente militar en España y exigió el reconocimiento a la vez de la sección de Barcelona y de los nuevos militantes recién integrados como condición previa para continuar su actividad en el seno de la organización (18).
La manera con la que la izquierda italiana trató el problema de la disciplina en sus propias filas era coherente con su idea de la organización y de las relaciones de los militantes con ella. Y así la CE "ha decidido no forzar la discusión. El objetivo es permitir que organización se beneficie de las contribuciones de los camaradas que están imposibilitados para intervenir activamente en ella y, también porque la evolución permitirá una mejor clarificación de las divergencias fundamentales surgidas en los debates" (19). Habida cuenta de la importancia de las divergencias, la CE sabía que la escisión era casi inevitable y consideró que la prioridad era la de la clarificación programática. Para que ésta fuera posible, estaba dispuesta a dejar de lado ciertas violaciones de los estatutos por parte de la minoría para que ésta no tuviera pretextos para abandonar la organización y esquivar así la confrontación sobre temas de fondo. Llegó incluso a aceptar el impago de las cuotas por la minoría. Cuando la minoría de la Fracción constituyó un "Comité de coordinación" (CC) para negociar con la mayoría y pedir el inmediato reconocimiento de la sección de Barcelona (anunciando incluso que consideraría la negativa al reconocimiento de la sección como una exclusión de la minoría), la CE empezó negándose:
"La CE se ha basado en un criterio elemental y de principio de la vida de la organización cuando decidió no reconocer el grupo de Barcelona. Y por eso consideramos que ni siquiera fueron discutidas por el Comité de coordinación y que fueron comunicadas en nuestro precedente comunicado. No se decidió ninguna exclusión contra los miembros de la Fracción y por eso resulta incomprensible la decisión del Comité de Coordinación cuando considera como excluido al conjunto de la minoría si el grupo de Barcelona no es reconocido" (20).
A causa de la amenaza de escisión esgrimida por la minoría, la CE decidió reconocer la sección de Barcelona. Se negó, sin embargo, a reconocer a los militantes recién integrados en la sección, por el hecho de haber entrado con una base de lo más confuso y sin haber dado, además, su acuerdo con los textos fundamentales de la Fracción. Así, "la CE, basándose en el mismo criterio, es decir que la escisión debía hacerse sobre cuestiones de principio, de ninguna manera sobre cuestiones particulares de tendencia y menos aún sobre cuestiones de organización…" (21).
Esta determinación en mantener el debate político no tuvo el menor eco. La minoría se negó a asistir al congreso de la Fracción, organizado para discutir las posiciones presentes, se negó a dar a conocer a la CE sus propios documentos políticos y tomó contacto con el grupo antifascista "Giustizia e Libertà". Por consiguiente:
"En estas condiciones, la C.E. hace constar que la evolución de la minoría es la prueba patente de que ya no se la puede considerar como una tendencia de la organización sino como resultado de la maniobra del Frente Popular en el seno de la Fracción. En consecuencia, no se puede plantear un problema de escisión política de la organización. Por otra parte, teniendo en cuenta que la minoría se combina con fuerzas enemigas de la Fracción y claramente contrarrevolucionarias (…) a la vez que proclama inútil discutir con la Fracción, la C.E. decide la expulsión por indignidad política de todos los camaradas que se solidaricen con la carta del Comité de coordinación del 25 de noviembre de 1936 y deja quince días a los compañeros de la minoría para que se pronuncien definitivamente. (22)
La Izquierda italiana habría de sufrir otra crisis cuando estalló la guerra mundial, pues la Fracción se disolvió siguiendo la idea, defendida por Vercesi, de que el proletariado desaparecía como clase en período de guerra. Una parte de sus miembros, sin embargo, reconstruiría la Fracción durante la guerra en torno al núcleo de Marsella. Se constituyó, paralelamente, la Fracción francesa de la Izquierda comunista (FFGC). En 1945 estalló una nueva crisis. Acababa de ser fundado en Italia el nuevo Partito Comunista Internazionalista por los miembros de la Izquierda italiana que habían pasado la guerra en las cárceles de Mussolini. La Fracción italiana decidió disolverse e ingresar individualmente en las filas del partido. La FFGC criticó duramente esa decisión, estimando que las bases para formar un nuevo partido en Italia no eran claras y que la disolución de la Fracción daba la espalda a toda la labor cumplida antes y durante la guerra por la Fracción italiana en el exilio. Marco, de la Fracción italiana, y la FFGC rechazaron la liquidación de la Fracción. Una parte de la FFGC, sin embargo, adoptó las posiciones de la mayoría de la Fracción italiana. Pero, en lugar de defender esa posición política en el seno de la organización, esos militantes prefirieron orquestar una campaña de calumnias dentro y fuera de la FFGC, campaña dirigida sobre todo contra Marco. Al no haber podido hacer volver a esos camaradas al terreno de la disciplina organizativa, una asamblea general de la FFGC tuvo que acabar adoptando una resolución (17/06/1945) (23) sancionándolos:
"La Asamblea general reafirma la posición de principio de que las escisiones y las exclusiones no pueden servir de medio para resolver un debate político, mientras las divergencias no lo sean sobre las bases programáticas y de principio. Al contrario, cuando las medidas organizativas intervienen en el debate político lo único que hacen es embrollar los problemas, impidiendo la plena maduración de las tendencias, que es lo único que permite al conjunto del movimiento sacar las conclusiones y fortalecer, a través de la lucha política, el acervo ideológico de la fracción. De esta posición de principios no se deduce ni mucho menos que la elaboración política pueda realizarse de cualquier manera. La elaboración política sólo puede concebirse mediante el respeto de las reglas elementales de la organización y con el trabajo fraterno y colectivo en interés de la clase y de la organización (…)
"Primero, esos dos elementos se esquivan para explicarse ante el conjunto de los camaradas y públicamente en nuestro órgano Internationalisme, para luego publicar un comunicado con la firma de "un grupo de militantes de P", en el cual se expanden en ataques injuriosos y en calumnias (…)
"Y es así como esos dos han roto abierta y públicamente los últimos lazos que les unían a la fracción de la GCF. (…)
"La actividad de Al y de F ha demostrado a la vez su incompatibilidad con su presencia en la organización y su ruptura pública al situarse fuera de ella (…) Tras constatar esos hechos, la organización los sanciona y suspende de organización a los camaradas Al y F por un año (…) la asamblea les pide que devuelvan inmediatamente el material de la organización que conservan…
Lo que con eso subraya la Fracción no es únicamente que la organización tiene derecho a esperar de sus miembros un comportamiento acorde con sus principios, sino algo más fundamental todavía: que el desarrollo del debate, y por lo tanto de la conciencia, no es posible sin el respeto de las reglas comunes a todos.
En un artículo publicado en 1999, desarrollamos nuestra visión sobre el papel de los estatutos en la vida de una organización revolucionaria:
"Y en eso también nos mantenemos fieles al método y las enseñanzas de Lenin en materia de organización. El combate político por establecer reglas precisas en las relaciones organizativas, o sea los estatutos, es algo fundamental. Al igual que el combate por que se respeten, claro está. Sin éste, las grandes declaraciones sobre el partido no son más que fantasmadas. (…)
"(…) el aporte de Lenin concierne también y especialmente los debates internos, el deber -y no sólo el simple derecho- de expresión de toda divergencia en el marco de la organización ante la organización en su conjunto; y una vez zanjados los debates y tomadas las decisiones por el congreso (órgano soberano, verdadera asamblea general de la organización) las partes y los militantes se subordinan al todo. Contrariamente a la idea, extendida a mansalva, de un Lenin dictatorial, que habría intentado a toda costa ahogar los debates y la vida política en la organización, en realidad no cesa de oponerse a la idea menchevique que veía el congreso como "un registrador, un controlador, pero no un creador" (Trotski en Informe de la delegación siberiana). (…)
"Los estatutos de la organización revolucionaria no son meras medidas excepcionales o protecciones. Son la concreción de los principios organizativos propios a las vanguardias políticas del proletariado. Producto de estos principios, son a la vez un arma de combate contra el oportunismo en materia de organización y los fundamentos en los que va a construirse y levantarse la organización revolucionaria. Son la expresión de su unidad, de su centralización, de su vida política y organizativa, como también de su carácter de clase. Son la regla y el espíritu que han de guiar cotidianamente a los militantes en su relación con la organización, en su relación con los demás militantes, en las tareas que les son confiadas, en sus derechos y deberes, en su vida cotidiana personal que no puede estar en contradicción ni con su actividad militante ni tampoco con los principios comunistas". (24)
Esa especial insistencia en nuestros estatutos sobre el marco que no sólo debe permitir sino animar el debate más amplio en el seno de la organización viene en gran parte de la experiencia de las izquierdas que combatieron la degeneración de los antiguos partidos obreros. Hay, sin embargo, un aspecto en el que nos hemos quedado retrasados en comparación con nuestros predecesores: el problema de cómo tratar no el debate sino la calumnia y la provocación en el seno de la organización. Las organizaciones del pasado sabían, a partir de su experiencia amarga y repetida, que el Estado burgués es experto en infiltrar a agentes provocadores y que el papel del provocador no era sólo espiar a los revolucionarios y denunciarlos ante el aparato represivo del Estado, sino también ir sembrando semillas de desconfianza autodestructora y de sospechas entre los revolucionarios mismos. También sabían que esa desconfianza no tenía que ser forzosamente la labor de un provocador, sino que también podía ser el fruto de celos, frustraciones y resentimientos que son parte de la vida de la sociedad capitalista y contra los cuales los revolucionarios no están inmunizados. Como lo demostramos en los artículos publicados en nuestra prensa territorial, esta cuestión era, pues, un elemento clave de los estatutos de las organizaciones proletarias anteriores; no sólo la provocación sino también la acusación de provocación a un militante eran tratadas con la mayor seriedad (25).
A las fuerzas ciegas de la economía y al poder represivo del Estado burgués, el proletariado opone la fuerza consciente y organizada de una clase revolucionaria mundial. A la disciplina de plomo que impone la burguesía, el proletariado opone una disciplina voluntaria y consciente porque es para él un elemento indispensable de su unidad y de su capacidad para organizarse.
Cuando se comprometen en una organización comunista, los militantes aceptan la disciplina que viene del reconocimiento de lo que es necesario hacer por la causa de la revolución proletaria y de la liberación de la humanidad del yugo milenario de la explotación de clase. Pero no es ni mucho menos porque se comprometen a respetar las reglas comunes de acción por lo que los militantes comunistas deberían abandonar todo sentido crítico hacia su clase y hacia su organización. Muy al contrario: el espíritu crítico, que es responsabilidad de cada militante, es indispensable para la propia existencia de la organización, pues sin él ésta acabaría siendo un cuenco vacío cuyas palabras revolucionarias no serían sino la careta de una práctica oportunista. Por eso es por lo que las izquierdas en el seno de una IC degenerante combatieron hasta el final el uso de una disciplina administrativa para acallar las divergencias políticas.
No lo hicieron, sin embargo, en nombre de no se sabe qué "libertad de pensamiento", "derecho a la crítica" u otras quimeras anarquistas o burguesas. Como lo hemos visto a lo largo de este artículo, en regla general la ruptura de la disciplina no fue cosa de la izquierda, sino de las tendencias oportunistas, una expresión de la penetración de ideas burguesas o pequeño burguesas en la organización. Los militantes de izquierda, en general, Lenin, Rosa Luxemburg, Bordiga y demás, eran los más determinados en respetar y hacer respetar las decisiones de la organización, de sus congresos, de sus órganos centrales, y a luchar por sus principios, se tratara de posiciones programáticas o de las reglas de funcionamiento y de comportamiento.
Como hemos visto a través de los ejemplos de las fracciones de izquierda en el SPD alemán y la Internacional comunista, la degeneración de una organización pone a los militantes de izquierda ante un dilema terrible: romper o no romper con la disciplina organizativa para mantenerse fiel a "la disciplina hacia el partido en su totalidad, o sea hacia su programa" como decía Rosa Luxemburg. La clase obrera tiene derecho a exigir a sus fracciones de izquierda que sepan tomar una decisión con la mayor seriedad. Romper la disciplina de la organización no es algo que pueda tomarse a la ligera, pues la autodisciplina es algo central en la unidad de la organización y en la confianza mutua que debe unir a los camaradas en su lucha por el comunismo.
Jens.
los artículos que vienen a continuación fueron publicados en 1936 en los números 30 y 31 de la revista Bilan, órgano de la Fracción italiana de la Izquierda comunista. Era vital que la Fracción expresara la posición marxista sobre el conflicto judeo-árabe en Palestina, tras la huelga general árabe contra la inmigración judía que había degenerado en una serie de pogromos sangrientos. Aunque desde aquel entonces hayan cambiado algunos aspectos específicos, es de señalar hasta qué punto estos artículos pueden hoy aplicarse a la situación de la región. Demuestran en particular con notable precisión cómo los movimientos “nacionales”, sean judíos o árabes, por mucho que estén engendrados por la opresión y la persecución, se mezclan inextricablemente con los conflictos de los imperialismos rivales, y cómo fueron ambos utilizados para ocultar los intereses de clase comunes a los proletarios árabes y judíos, lanzándolos a mutuo degüello en nombre de los intereses de sus explotadores. Estos dos artículos demuestran que :
– el movimiento sionista llagó a ser un proyecto realista sólo tras haber recibido el apoyo del imperialismo británico, el cual intentaba crear lo que él llamaba una “pequeña Irlanda” en Oriente Medio, zona de importancia estratégica creciente con el desarrollo de la industria petrolera ;
– Gran Bretaña, aun apoyando el proyecto sionista, jugaba sin embargo doble juego ; debía tener en cuenta la muy importante componente arabo-musulmana de su imperio colonial ; ya había utilizado cínicamente las aspiraciones nacionales árabes con ocasión de la Primera Guerra mundial, cuando su mayor preocupación era acabar con el imperio otomano que se desmoronaba. Había entonces hecho toda clase de promesas a la población árabe de Palestina y de la región. Esta política clásica de”divide y vencerás” tenía dos objetivos : mantener el equilibrio entre las diferentes aspiraciones imperialistas nacionales en conflicto en esa área bajo su dominación, e impedir que las masas explotadas de la zona tomaran conciencia de sus intereses materiales comunes;
– el movimiento de “liberación árabe”, a pesar de su oposición al apoyo de Gran Bretaña al sionismo, no tenía entonces nada de antiimperialista –como tampoco lo eran los elementos sionistas dispuestos a tomar las armas contra Gran Bretaña. Ambos movimientos nacionalistas se situaban totalmente en el marco del juego imperialista global. Si una fracción nacionalista se volvía en contra de su antiguo “padrino” imperialista, no tenía más remedio que buscar el apoyo de otro imperialismo. Cuando la guerra de independencia de Israel en 1948, prácticamente todo el movimiento sionista se había vuelto antiinglés, pero al hacerlo se convertían en instrumento del nuevo imperialismo triunfante, Estados Unidos, dispuesto a utilizar lo que le cayera entre las manos para quitar de en medio a los viejos imperios coloniales. También pone en evidencia Bilan cómo, cuando entró en conflicto abierto el nacionalismo árabe contra Gran Bretaña, se le abrieron las puertas a las ambiciones del imperialismo italiano y alemán ; después de la guerra, habríamos de ver a la burguesía palestina acercarse al bloque ruso, más tarde a Francia y a otras potencias europeas en su conflicto con Estados Unidos.
Los cambios principales que se han producido desde que se escribieron estos artículos están en el que el sionismo logró construir un Estado, lo que ha cambiado fundamentalmente la relación de fuerzas en la región, y en que ya no es Gran Bretaña sino Estados Unidos quien domina esta región. Pero la esencia misma del problema sigue siendo la misma : la creación del Estado israelí, que expulsó decenas de miles de palestinos, no hizo sino llevar a su extremo la tendencia a la expropiación de los campesinos palestinos, tendencia inherente al proyecto sionista, como lo anota Bilan. A su vez, EE.UU está obligado a mantener un equilibrio contradictorio apoyando por un lado el Estado sionista y por el otro intentando mantener a toda costa bajo su influencia al “mundo árabe”. Mientras tanto, los rivales de EE.UU siguen haciendo todo lo que pueden para utilizar a su favor los antagonismos que tiene éste con los paises de la región.
Lo más pertinente es la clara denuncia por Bilan de la forma con la que ambos chovinismos fueron utilizados para mantener el conflicto entre los obreros ; a pesar de ello, o mejor dicho debido a ello, la Fracción italiana se negó a hacer cualquier tipo de concesión en la defensa del auténtico internacionalismo : “No existe una cuestión ‘palestina’ para el verdadero revolucionario, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes o judíos, parte de la lucha más general de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista”. Rechazó entonces totalmente la política estalinista de apoyo al nacionalismo árabe so pretexto de combatir el imperialismo. La política de los partidos estalinistas de aquel entonces es hoy la de los partidos trotskistas y demás izquierdistas que se hacen portavoces de la “Resistencia” palestina. Semejantes políticas son tan contrarrevolucionarias hoy como lo eran en 1936.
Hoy en día, cuando las masas de ambas partes son más que nunca aguijoneadas por un odio mutuo rabioso, cuando las víctimas de las matanzas son infinitamente más numerosas que durante los años 30, el internacionalismo más intransigente sigue siendo el único antídoto contra el veneno nacionalista.
CCI, junio de 2002
La agravación del conflicto judeo- árabe en Palestina, la acentuación de la orientación antibritánica del mundo árabe –el cual, durante la Primera Guerra mundial, había sido un peón del imperialismo inglés– nos han determinado a analizar el problema judío y el del nacionalismo panárabe. Intentaremos en este primer artículo tratar del primero de ambos problemas.
Ya se sabe que tras la destrucción de Jerusalén por los romanos y la dispersión del pueblo judío, todos los países a los que fueron, cuando no se les expulsaba del territorio (menos por las razones religiosas invocadas por las autoridades católicas que por razones económicas, en particular para incautarse de sus bienes y anular los créditos), ordenaron sus condiciones de existencia según la bula papal de mediados del siglo XVI que fue una regla para todos países, que les obligaba a vivir encerrados en barrios cerrados (ghettos, juderías) y a llevar una insignia infamante.
Expulsados de Inglaterra en 1290, de Francia en 1394, emigraron a Alemania, Italia y Polonia; expulsados de España en 1492 y de Portugal en 1498, se refugiaron en Holanda, Italia y sobre todo en el Imperio Otomano que entonces dominaba África del Norte y la mayor parte del sureste de Europa, países en donde formaron esta comunidad, que sigue hoy existiendo, que habla un dialecto judeo-español, mientras que los que emigraron a Polonia, Rusia o Hungría, etc., hablan un dialecto judeo-alemán. La lengua hebraica, que durante aquellos tiempos siguió siendo la lengua de los rabinos, ha dejado de ser lengua muerta para convertirse en lengua de los judíos de Palestina con el movimiento nacionalista judío actual.
Mientras los judíos occidentales– los menos numerosos– y parcialmente los de Estados Unidos han logrado alcanzar una influencia económica y política gracias a su influencia bursátil, como también une influencia intelectual gracias a que muchos ejercían profesiones liberales, la gran masa se concentró en Europa oriental en donde, ya a finales del siglo XVIII, se agrupaba el 80 % de los judíos de Europa. Cuando el reparto de Polonia y a la anexión de Besarabia, pasaron bajo la dominación de los zares que tuvieron en sus territorios, a principios del siglo XIX, las dos terceras partes de los judíos. El gobierno ruso ejerció desde Catalina II una política represiva que alcanzó su punto más álgido con Alejandro III quien consideraba en estos términos el problema judío: “una tercera parte ha de ser convertida, otra ha de emigrar y la última debe ser exterminada”. Estaban encerrados en una serie de distritos en provincias del Noroeste (Rusia blanca), del Sureste (Ucrania y Besarabia) y en Polonia. Éstas fueron sus áreas de residencia. No tenían derecho a vivir fuera de las ciudades como tampoco, y sobre todo, en las regiones industrializadas (cuencas mineras o regiones metalúrgicas). Sin embargo fue sobre todo entre los judíos donde apareció el capitalismo durante el siglo XIX y se diferenciaron las clases sociales.
Fue la presión del terrorismo gubernamental ruso lo que dio su primer impulso a la colonización palestina. Sin embargo, tras su expulsión de España, ya habían vuelto a Palestina los primeros judíos a finales del siglo XV. La primera colonia agrícola se fundó en Jaffa en 1870. Pero la primera emigración importante no empezaría hasta 1880, cuando la persecución policiaca y los primeros pogromos (1) provocaron una emigración hacia América y hacia Palestina.
Esa primera “Aliya” (inmigración judía) de 1882, llamada de los “Biluimes”, estaba en su mayoría compuesta de estudiantes rusos, a quienes se puede considerar como los pioneros de la colonización judía de Palestina. La segunda “Aliya” se produjo en 1904-1905, y fue la consecuencia del aplastamiento de la primera revolución en Rusia. El número de judíos en Palestina pasó de 12‑000 en 1850 a 35 000 en 1882, para alcanzar 90 000 en 1914.
Todos eran judíos de Rusia o de Rumania, intelectuales y proletarios, puesto que los capitalistas judíos de Occidente, los Rothschild y los Hisch, se limitaron a proporcionar un apoyo financiero, lo cual les procuraba una fama de filántropos sin tener que arriesgar sus tan valiosas personas.
Entre los “Biluimes” de 1882, los socialistas eran poco numerosos, pues en las controversias sobre si la emigración judía debía dirigirse hacia Palestina o América, la mayoría eran favorables a Estados Unidos. En cambio, con la primera emigración judía a Estados Unidos los socialistas eran ya muy numerosos y allí formaron rápidamente organizaciones, periódicos y hasta intentos de colonias comunistas.
La segunda vez que se planteó la cuestión de saber hacia dónde dirigir la emigración judía fue, como ya hemos dicho, tras la derrota de la primera revolución rusa, y la consiguiente agravación de los pogromos, como el ocurrido en Kichinev.
El sionismo, que intentaba darle al pueblo judío un lugar en Palestina y que había constituido un Fondo nacional para comprar tierras, se dividió en el VIIº Congreso sionista entre la corriente tradicionalista que se mantenía fiel a la constitución de un Estado judío en Palestina y la corriente territorialista favorable a la colonización, incluso en cualquier otro lugar, y más concretamente en Uganda, ofrecida por Inglaterra.
Sólo una minoría de socialistas judíos, los “Poales” sionistas de Ber Borochov, se mantuvieron fieles al “tradicionalismo”, mientras que la mayoría de los demás partidos socialistas judíos del aquel entonces, tales como el Partido de los socialistas sionistas y los “Serpistas” – algo así como una copia en el ámbito judío de los SR rusos –, se declararon favorables al territorialismo. Como es sabido, la más fuerte y antigua organización judía de entonces, el Bund, era todavía, al menos en aquel tiempo, totalmente contraria a la cuestión nacional.
Un momento decisivo para el movimiento de renacimiento nacional fue la guerra mundial de 1914, cuando a consecuencia de la ocupación por las tropas británicas de Palestina, a las que se había unido la Legión judía de Jabotinsky, se promulgó la Declaración de Balfour de 1917 que prometía la formación de un Hogar nacional judío en Palestina.
Esta promesa quedó confirmada cuando la Conferencia de San Remo de 1920, en la que se puso a Palestina bajo mandato inglés.
La Declaración de Balfour favoreció una tercera “Aliya”, pero la más numerosa fue sobre todo la cuarta, la que coincidió con la entrega del mandato palestino a Inglaterra. En esta “Aliya” ya había muchas capas de pequeño burgueses. Es sabido que la última inmigración a Palestina, tras el advenimiento de Hitler al poder, fue la de mayor importancia y en ella había un alto porcentaje de capitalistas.
Si un primer censo hecho en 1922 en Palestina, no registró, habida cuenta los estragos de la guerra mundial, más que 84 000 judíos, o sea el 11 % de la población total, el de 1931 registró ya 175 000. En 1934, las estadísticas dan el resultado de unos 307‑000 en una población total de 1 171 000. Ahora se habla de 400 000 judíos.
El 80‑% de judíos se ha establecido en las ciudades, cuyo desarrollo queda ilustrado en la rápida aparición de la ciudad de Tel Aviv; el desarrollo de la industria judía es rápido: se contaban en 1928 a 3505 fábricas de las que 782 contaban con más de 4 obreros, o sea 18‑000 obreros con un capital invertido de 3,5 millones de libras esterlinas.
Los judíos establecidos en el campo no representan sino el 20‑%, mientras que los árabes son el 65‑% de la población agrícola. Pero los fellah (campesino árabe) trabajan la tierra con medios primitivos, cuando los judíos en sus colonias y plantaciones trabajan aplicando los métodos intensivos del capitalismo, explotando una mano de obra árabe muy barata.
Las cifras dadas aquí explican ya un aspecto del conflicto actual. Desde hace 20 siglos, los judíos abandonaron Palestina y otras poblaciones se instalaron en las orillas del Jordán. Aunque la declaración de Balfour y las decisiones de la Sociedad de Naciones pretendan asegurar el respeto a los derechos de los ocupantes de Palestina, en realidad el incremento de la inmigración judía implica la expulsión de los árabes de sus tierras, por mucho que éstas sean compradas a muy bajo precio por el Fondo Nacional Judío.
No es por humanidad hacia “el pueblo perseguido y sin patria” si Gran Bretaña ha optado por una política projudía. Son los intereses de la alta finanza inglesa, en la que los judíos tienen una influencia predominante, lo que ha sido determinante en esa política. Por otro lado, desde el inicio de la colonización judía, se observa un contraste entre los proletarios árabes y los judíos. Al principio, los colonos judíos empleaban a obreros judíos, explotando su fervor nacional para defenderse de las incursiones de los árabes. Después, una vez consolidada la situación, los industriales y propietarios judíos empezaron a preferir una mano de obra árabe, menos exigente, a la judía.
Los obreros judíos, al formar sus sindicatos, se dedicaron, no ya a la lucha de clases, sino y sobre todo a organizar la competencia contra los bajos salarios de los árabes. Esto es lo que explica el carácter patriotero del movimiento obrero judío, explotado por el nacionalismo judío y el imperialismo británico.
Hay evidentemente en la base del conflicto actual, razones de naturaleza política. El imperialismo inglés, a pesar de la hostilidad de las dos razas, quisiera hacer convivir bajo el mismo techo dos Estados diferentes, creando incluso un doble parlamentarismo con una cámara diferente para judíos y árabes.
Del lado judío, junto a la dirección contemporizadora de Weizmann, están los revisionistas de Jabotinsky que combaten el sionismo oficial, acusan a Gran Bretaña de ausentismo, incluso de no cumplir sus compromisos, y que quisieran que Transjordania, Siria y la península de Sinaí se abrieran a la emigración judía.
Los primeros conflictos surgidos en agosto de 1929, en torno al Muro de Lamentaciones, provocaron, según las estadísticas oficiales, la muerte de doscientos árabes y ciento treinta judíos, cifras sin duda inferiores a la realidad, pues aunque en las instalaciones modernas los judíos consiguieron repeler los ataques, en Hebrón, Safit y en algunos arrabales de Jerusalén, los árabes organizaron auténticos pogromos.
Esos acontecimientos marcaron el punto final de la política filojudía por parte de Inglaterra, pues el imperio colonial británico comprendía muchos pueblos musulmanes, incluida India, otras tantas buenas razones de ser prudente.
Como consecuencia de la actitud del gobierno británico hacia el Hogar nacional judío, la mayoría de los partidos judíos (los sionistas ortodoxos, los sionistas generales y los revisionistas) se pasaron a la oposición, mientras que el puntal más firme de la política inglesa, que entonces estaba dirigida por el Partido laborista, fue el movimiento laborista judío, expresión política de la Confederación general del trabajo, la cual encuadraba a la práctica totalidad de los obreros judíos de Palestina.
Se ha expresado últimamente, pero solo superficialmente, una lucha común de movimientos judíos y árabe contra la potencia mandataria. Pero quedaban rescoldos en un fuego que acabó estallando en los acontecimientos del mes de mayo último.
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La prensa fascista italiana se ha soliviantado contra la acusación de la prensa “sancionista” de que las revueltas en Palestina habrían sido fomentadas por agentes fascistas, acusación que ya se hizo a propósito de los recientes acontecimientos de Egipto. Nadie puede negar que el fascismo tiene el mayor interés en echar leña al fuego. El imperialismo italiano no ha ocultado nunca sus intenciones hacia Oriente Próximo, es decir su deseo de sustituir a las potencias mandatarias en Palestina y Siria. Ya posee además en el Mediterráneo una potente base naval y militar con la isla de Rodas y las demás islas del Dodecaneso. El imperialismo inglés, por su parte, aunque encuentre ventajas en el conflicto entre árabes y judíos, siguiendo la máxima romana “divide y vencerás”, está obligado a tener en cuenta el poderío financiero de los judíos y de la amenaza del movimiento nacionalista árabe.
Este último movimiento, del que hablaremos más ampliamente en otra ocasión, es una consecuencia de la guerra mundial (2), la cual fue determinante en cierta industrialización en India, en Palestina y en Siria y en el fortalecimiento de la burguesía nativa, la cual “presentaba su candidatura” para gobernar, o sea, para explotar a las masas locales.
Los árabes acusan a Gran Bretaña de querer hacer de Palestina el Hogar Nacional Judío, lo cual significaría el robo de tierras a las poblaciones indígenas. Han enviado emisarios a Egipto, Siria, Marruecos para decidir una agitación del mundo musulmán en favor de los árabes de Palestina, para así intensificar el movimiento, hacia una unión nacional panislámica. Todo ello se ha visto activado por los recientes acontecimientos de Siria, en los que se obligó a la potencia mandataria, Francia, a capitular ante la huelga general así como los acontecimientos de Egipto en donde la agitación y la formación de un frente nacional único han obligado a Londres a tratar con toda igualdad con el gobierno de El Cairo. No sabemos si la huelga general de los árabes de Palestina obtendrá un éxito así. En un próximo artículo examinaremos ese movimiento así como el problema árabe en general.
Gatto MAMMONE
1) Esta palabra viene del ruso pogrom, que significa “matanzas organizadas con el consentimiento de las autoridades contra los judíos en Rusia”.
2) Se trata, evidentemente, de la Primera y hasta entonces única Guerra mundial.
Como vimos en la parte anterior de este artículo, cuando, tras cien años de exilio, los “Biluimes” adquirieron una franja de territorio arenoso en el sur de Jaffa, se encontraron a otros pueblos, árabes, que habían ocupado su lugar en Palestina. Estos eran unos cuantos cientos de miles, fellah (campesinos árabes) o nómadas beduinos; los campesinos trabajaban con medios muy primitivos y la tierra pertenecía a latifundistas. El imperialismo inglés, como ya vimos, al animar a esos latifundistas y a la burguesía árabe a entrar en la guerra mundial a su lado, les prometió la constitución de un Estado nacional árabe. La revuelta árabe fue, en efecto, un factor decisivo en el desmoronamiento del frente turco-alemán en Oriente Próximo, pues anuló por completo el llamamiento a la Guerra Santa lanzado por el Califa otomano e hizo fracasar a muchas tropas turcas en Siria, sin hablar de la destrucción de las tropas turcas en Mesopotamia.
Pero si, por un lado, el imperialismo británico impulsó esa revuelta árabe contra Turquía gracias a las promesas de creación de un Estado árabe compuesto por todas aquellas provincias del antiguo imperio otomano (incluida Palestina), por otro lado, no iba a tardar en solicitar el apoyo de los sionistas judíos si éstos, en contrapartida, defendían los intereses británicos, diciéndoles que se les entregaría Palestina tanto en lo administrativo como en lo colonial.
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Lord Balfour dirigió una carta el 2 de noviembre de 1917 a Rothschild, presidente de la Federación Sionista de Inglaterra, en la que le comunicaba que el gobierno inglés consideraba favorable el establecimiento, en Palestina, de un hogar nacional para el pueblo judío y que a ello dedicaría todos sus esfuerzos. Añadía que nada se haría que pudiera mermar ni los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías que vivían en Palestina, ni los derechos y el estatuto político que poseen los judíos en los demás países.
A pesar de las ambigüedades de esa declaración, que permitía a un pueblo nuevo instalarse en su suelo, el conjunto de la población árabe se mantuvo neutral al principio cuando no favorable a la instalación de un hogar nacional judío. Los propietarios árabes, bajo el temor de que iba a instaurarse una ley agraria, se mostraron dispuestos a vender tierras. Los jefes sionistas, por preocupaciones exclusivamente políticas, no se aprovecharon de esas ofertas e incluso llegaron a aprobar la prohibición del gobierno Albany de venta de tierras.
Pronto la burguesía manifestó tendencias a ocupar Palestina, tanto territorial como políticamente, despojando a la población autóctona y alejándola hacia el desierto. Esta tendencia se manifiesta hoy en los sionistas revisionistas, o sea en esa corriente filofascista del movimiento nacionalista judío.
La superficie de las tierras de labranza de Palestina es de unos 12 millones de “dunam” (= 1/10 de hectárea), de los que se cultivan hoy entre 5 y 6 millones
Ésta es la superficie de las tierras cultivadas por los judíos en Palestina desde 1899:
– 1899 : 22 colonias, 5 000 habitantes, 300 000 dunam.
– 1914 : 43 colonias, 12 000 habitantes, 400 010 dunam.
– 1922 : 73 colonias, 15 000 habitantes, 600 000 dunam.
– 1931 : 160 colonias, 70 000 habitantes, 1 120 000 dunam.
Para estimar el valor real de esa progresión y de la influencia que de ella se deduce, no debe olvidarse que los árabes cultivan la tierra de un modo arcaico, mientras que las colonias emplean los métodos más modernos de cultivo.
Los capitales judíos invertidos en las empresas agrícolas son estimados en varios millones de dólares/oro, y de ellos el 65 % en las plantaciones. Aunque los judíos sólo poseen el 14 % de las tierras cultivadas, el valor de sus productos alcanza la cuarta parte de la producción total.
En lo que a producción de naranjas se refiere, los judíos alcanzan el 55 % de la cosecha total.
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Fue en abril de 1920, en Jerusalén, y en mayo de 1921 en Jaffa donde se produjeron, en forma de pogromos, los primeros síntomas de la reacción árabe. Sir Herbert Samuel, alto comisario en Palestina hasta 1925 intentó calmar a los árabes haciendo cesar la inmigración judía, a la vez que prometía a los árabes un gobierno representativo y les atribuía las mejores tierras estatales del dominio público.
Después de la gran oleada de colonización de 1925, que alcanzó su cota más alta con 33 000 inmigrantes, la situación empeoró y acabó desembocando en los movimientos de agosto de 1929. Fue entonces cuando vinieron a unirse a las poblaciones árabes de Palestina las tribus beduinas de Transjordania, convocadas por agitadores musulmanes.
Tras esos acontecimientos, la Comisión de Investigación parlamentaria enviada a Palestina, conocida por el nombre de Comisión Shaw, concluyó que lo sucedido se debía a la inmigración obrera judía y a la “escasez” de tierras, proponiendo al gobierno la compra de tierras para indemnizar al fellah expulsado de su suelo.
Después, cuando en mayo de 1930, el gobierno británico aceptó en su conjunto las conclusiones de la Comisión Shaw y volvió a suspender la inmigración judía a Palestina, el movimiento obrero judío –al que, por cierto, la Comisión Shaw se había negado incluso a escuchar– replicó con una huelga de protesta de 24 horas, mientras que el Poalezion en todos los países así como los grandes sindicatos judíos de Norteamérica protestaban contra esa medida con numerosas manifestaciones.
En octubre de 1930, apareció una nueva declaración sobre la política británica en Palestina, conocida con el nombre de Libro Blanco.
También era muy poco favorable a las tesis sionistas. Pero ante las protestas cada vez mayores de los judíos, el gobierno laborista respondió en febrero de 1931 con una carta de Mac Donald en la que reafirmaba el derecho al trabajo, a la inmigración y a la colonización judía, autorizando a los empresarios judíos a emplear mano de obra judía — cuando tenían preferencia por esta mano de obra antes que la árabe- sin tener en cuenta el aumento posible del desempleo entre los árabes.
El movimiento obrero palestino se apresuró a dar su confianza al gobierno laborista inglés, mientras que los demás partidos sionistas se mantenían en una desconfiada oposición.
Ya hemos demostrado en el artículo anterior las razones del carácter chovinista del movimiento obrero palestino.
En Histadrut –principal Central sindical palestina– sólo hay judíos (el 80 % de los obreros judíos están organizados). Ha sido la necesidad de subir el nivel de vida de las masas árabes únicamente para proteger los salarios más elevados de la mano de obra judía lo que ha decidido a aquella Central, en los últimos tiempos, a intentar construir organizaciones árabes. Pero los embriones de sindicatos agrupados en “La Alianza” se mantienen orgánicamente separados de Histadrut, con la única excepción del Sindicato de ferroviarios que engloba a representantes de ambas comunidades.
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La huelga general de los árabes en Palestina acaba de entrar en su cuarto mes. La guerrilla continúa, a pesar de que un decreto reciente condena a muerte a los autores de atentados: cada día hay emboscadas y ataques contra trenes y automóviles, sin contar las destrucciones e incendios de propiedades judías.
Esos sucesos han costado ya a la potencia mandataria cerca de medio millón de libras esterlinas para el mantenimiento de las fuerzas armadas y a causa de la disminución de ingresos presupuestarios a causa de la resistencia pasiva y del boicot económico de las masas árabes. Últimamente en los Comunes [Parlamento británico], el ministro de Colonias ha anunciado la cantidad de víctimas: 400 musulmanes, 200 judíos y 100 policías; hasta ahora, han sido juzgados 1800 árabes y judíos y 1200 han sido condenados, de entre los cuales 300 judíos. Según el ministro, se ha deportado a unos cien nacionalistas árabes a campos de concentración. Cuatro dirigentes comunistas (2 judíos y un armenio) han sido detenidos y 60 comunistas en libertad vigilada. Esas son cifras oficiales.
Es evidente que la política del imperialismo británico en Palestina se inspira naturalmente de una política colonial típica de todos los imperialismos. Consiste, por todas partes, en recabar el apoyo de ciertas capas de la población colonial (oponiendo a razas entre sí, o a confesiones religiosas diferentes o haciendo surgir inquinas entre clanes y jefes), lo cual permite al imperialismo asentar sólidamente su férrea opresión sobre las masas coloniales mismas, sin distinción de razas o confesiones.
Pero ese tipo de maniobras funcionó en Marruecos y África central, el movimiento nacionalista en Palestina y Siria presenta una resistencia muy compacta. Se apoya en los países más o menos independientes que le rodean: Turquía, Persia, Egipto, Irak, Estados de Arabia y, además, está vinculado al mundo musulmán que suma varios millones de personas.
A pesar de las disparidades existentes entre los diferentes Estados musulmanes, a pesar de la política anglófila de algunos de ellos, el gran peligro para el imperialismo sería la formación de un bloque oriental capaz de imponérsele (lo cual sería posible si el despertar y el fortalecimiento del sentimiento nacionalista de las burguesías locales lograra impedir el despertar y la revuelta de clase de los explotados de las colonias, los cuales tienen que acabar tanto con sus explotadores como con el imperialismo europeo) y que podría encontrar un punto de equilibrio en torno a Turquía, la cual acaba de volver a plantear sus derechos sobre Dardanelos y volver a su política panislámica.
Ahora bien, Palestina es de una importancia vital para el imperialismo inglés. Los sionistas creyeron obtener una Palestina “judía”: en realidad sólo acabarán obteniendo una Palestina “británica”, vía de tránsito terrestre entre Europa e India. Podría sustituir la vía marítima de Suez, cuya seguridad se ha visto debilitada con la implantación del imperialismo italiano en Etiopía. No debe olvidarse que el oleoducto de Mosul (área petrolífera) desemboca en el puerto palestino de Haifa.
En fin, la política inglesa deberá siempre tener en cuenta que son 100 millones los musulmanes que viven en el Imperio británico. Hasta ahora, el imperialismo británico ha logrado, en Palestina, contener la amenaza del movimiento árabe de independencia nacional. A éste le opuso el sionismo, el cual, al exhortar a las masas judías a emigrar a Palestina dislocó el movimiento de clase de sus países de origen en donde esas masas tenían su lugar y, en fin, se aseguró así un apoyo sólido para su política en Oriente Próximo.
La expropiación de tierras a precios de saldo ha hundido en la miseria más negra a los proletarios árabes, echándolos en brazos de los nacionalistas árabes, de los grandes latifundistas y de la naciente burguesía. Ésta se aprovecha, evidentemente, para ampliar su capacidad de explotación de las masas, dirigiendo el descontento de los fellah y de los proletarios contra los obreros judíos del mismo modo que los capitalistas sionistas dirigieron el descontento de los obreros judíos contra los árabes.
De esa oposición entre explotados judíos y árabes, el imperialismo británico y las clases dirigentes árabes y judías saldrán reforzadas.
El comunismo oficial ayuda a los árabes en su lucha contra el sionismo tildado de instrumento del imperialismo inglés.
Ya en 1929, la prensa nacionalista judía publicó una lista negra hecha por la policía en la que figuraban los agitadores comunistas junto al gran Mufti y los jefes nacionalistas árabes. Actualmente han sido arrestados muchos militantes comunistas.
Tras haber lanzado la consigna de “arabización” del partido (el palestino, como el PC de Siria e incluso el de Egipto, fue fundado por un grupo de intelectuales judíos a los que luego se combatió por “oportunismo”), los centristas (3) han lanzado hoy la consigna de “Arabia para los árabes”, lo cual no es más que una copia de la consigna de “Federación de todos los pueblos árabes”, que es la divisa de los nacionalistas árabes, o sea de los latifundistas y de los intelectuales, quienes, con el apoyo del clero musulmán, dirigen el congreso árabe y canalizan, para sus propios intereses, las reacciones de los explotados árabes.
Para el verdadero revolucionario, naturalmente, no existe una cuestión “palestina”, sino únicamente la lucha de todos los explotados de Oriente Próximo, árabes y judíos, que forma parte de la lucha más amplia de los explotados del mundo entero por la revuelta comunista.
Gatto MAMMONE
el primer artículo de esta serie (publicado en la Revista internacio- nal nº 109) explicaba el retorno del Islamismo como ideología capaz de movilizar a las masas. Veíamos cómo el Islam se adaptó a las necesidades del capitalismo en descomposición en los países subdesarrollados bajo la forma de un pretendido “Islam político” (el fundamentalismo) que poco tiene que ver con la fe de Mahoma, su fundador, pero que se presenta como defensor de todos los oprimidos. También demostrábamos que, contrariamente a Marx, que pensaba que las neblinas de la religión serían rápidamente dispersadas por el propio capitalismo, sus continuadores reconocieron que el capitalismo, en su fase de decadencia, ha llevado a un resurgir de la religión, lo cual es una expresión evidente de la quiebra de la sociedad burguesa. En los países subdesarrollados ésta ha tomado la forma particular de un recrudecimiento de los movimientos “fundamentalistas”. En los países desarrollados, la situación es más compleja: la estricta observancia de los ritos de las religiones establecidas ha ido más o menos decayendo desde hace cincuenta años, a la vez que se incrementan otros cultos religiosos alternativos como la “New Age”.
A la vez que hay sectores de la población que se separan de la religión y de la fe en Dios, se observa cómo en otros lugares renacen las creencias “fundamentalistas”.
Estas tendencias se están reforzando en ambientes impregnados ya de tradiciones religiosas y están afectando a todas las grandes religiones, salvo, quizás, el budismo. En cuanto a las poblaciones inmigradas procedentes del Tercer mundo, tienen tendencia a agarrarse a su religión, no sólo ya para “consolarse” sino también porque es un símbolo de su herencia cultural perdida, un medio para conservar una identidad cultural en un entorno cruel y hostil.
Esas tendencias no son equivalentes en todos los países desarrollados, a pesar de la evidente evolución común de esos países hacia el laicismo. En un artículo de Le Monde diplomatique (Dominique Vidal, “Une société séculière”, noviembre de 2001), “solo el 5 % de los estadounidenses dicen no tener religión” y a pesar de los progresos de la secularización de la sociedad, sería impensable que un presidente de Estados Unidos no entone el God bless America (Dios proteja a América) cada vez que se dirige a la nación. De igual modo, en Francia, donde la separación entre la Iglesia y el Estado ha sido desde 1879 la razón de ser de la burguesía, donde “la mitad de la población ni siquiera pisa la iglesia, el templo o la mezquita”, está levantándose una oleada de “fundamentalismo” entre los inmgrantes de África del Norte.
A pesar, pues, de la desafección hacia las grandes religiones, sigue perdurando la práctica religiosa. El final del período ascendente del capitalismo, su entrada en el período de decadencia y, ahora, en su fase terminal de descomposición generalizada, no sólo ha prolongado la vida de la irracionalidad religiosa sino que ha hecho surgir múltiples variantes de ella, de las que puede pensarse que son todavía más peligrosas para la humanidad.
Este artículo es un primer intento por examinar el método marxista sobre cómo combatir la ideología religiosa en el proletariado en las condiciones actuales. Veremos cómo, al respecto, se pueden sacar muchas enseñanzas de la historia del movimiento obrero.
Como ya dijimos en el artículo anterior, Marx veía la religión a la vez como una peligrosa mistificación que permitía huir de la realidad (“el opio del pueblo”), y como el “el suspiro de la criatura oprimida”, es decir, el grito ahogado contra la opresión. Lenin añadía este consejo a los comunistas: avanzar con prudencia en la propaganda antirreligiosa, sin por ello ocultar su propio materialismo ateo. El método general de Lenin al respecto sigue siendo hoy una referencia para el pensamiento comunista y la práctica revolucionaria. Y no es porque hubiera él establecido el marco sobre este tema basándose únicamente en citas de Marx y de Engels (lo cual sería rebajar la ciencia marxista a la altura de una religión…), sino porque ese marco trata los principales problemas de manera racional y científica. Es pues útil examinar previamente las reflexiones de Lenin sobre el tema antes de volver a la situación actual y plantearse lo que debe ser la actitud de los marxistas de hoy.
Es interesante señalar que el primer comentario de Lenin sobre la religión que se tradujo fue una defensa apasionada de la libertad religiosa. Se trata de un texto escrito en 1903 y dirigido a los campesinos pobres de Rusia, en donde se declara que los marxistas “exigen que cada uno tenga pleno derecho a profesar la religión que desee”. Lenin denunciaba como de lo más “vergonzoso” las leyes vigentes en Rusia y en el Imperio Otomano (“las escandalosas persecuciones policiacas contra la religión”) al igual que las discriminaciones a favor de ciertas religiones (allí la Iglesia ortodoxa y aquí el Islam). Para él todas esas leyes son de lo más injusto, arbitrario y escandaloso, pues cada uno debe ser perfectamente libre no sólo de practicar la religión que desee, sino también de propagarla o de cambiar.
Las ideas de Lenin sobre muchos aspectos de la política revolucionaria cambiaron con el tiempo, pero no sobre este tema. De ello es testimonio su primera declaración importante, Socialismo y religión, un texto de 1905 que sigue siendo muy próximo, en el fondo, de sus últimos escritos al respecto.
“Socialismo y religión” define el marco indispensable del método de los bolcheviques respeto a la religión. Este artículo resume, en un estilo accesible, las conclusiones a las que ya habían llegado Marx y Engels sobre este tema: la religión, escribe Le
nin, es “una especie de alcohol espiritual que anima a los obreros a soportar la explotación con la esperanza de ser recompensados en el más allá. Para quienes viven del trabajo de los demás, en cambio, la religión les enseña a practicar en este más acá la caridad, lo cual les permite justificar a buen precio su existencia como explotadores y venderles barato un billete para la gloria eterna en el más allá”.
Lenin tenía confianza en que el proletariado fusionaría su combate con la ciencia moderna en ruptura con “las sombras de la religión” y “combatiría hoy ya por una mejor vida terrestre”.
Para Lenin, en el marco de la dictadura del proletariado, la religión era un asunto privado. Afirmaba que los comunistas querían un Estado totalmente independiente de toda afiliación religiosa y que no contribuyera en lo más mínimo en los gastos de las organizaciones religiosas. Y a la vez, debía rechazarse toda discriminación hacia las religiones, debiendo cualquier ciudadano “ser libre de practicar cualquiera” o evidentemente “ninguna de ellas”.
En cambio, en lo referente al partido marxista, la religión no fue nunca considerada como un asunto privado:
“Nuestro partido es una asociación de personas animadas por una conciencia de clase, en la vanguardia del combate por la emancipación del proletariado. Una asociación así no puede ser indiferente a lo que las creencias religiosas implican de ignorancia, oscurantismo y pérdida de la conciencia de clase. Nosotros exigimos la separación completa de la Iglesia y del Estado, para ser capaces de combatir las sombras de la religión con armas pura y simplemente ideológicas, mediante nuestra prensa y nuestras intervenciones. Sin embargo, para nosotros, el combate ideológico no es un asunto privado, sino que es un asunto de todo el partido, un asunto del proletariado entero.”
Y Lenin añadía que no se lograría acabar con la religión únicamente mediante una propaganda hueca y abstracta:
“Habría que ser un burgués obtuso para olvidarse de que el yugo de la religión (…) no es sino el reflejo del yugo económico que pesa sobre la sociedad. Ningún folleto, ningún discurso podrán esclarecer al proletariado si éste no es esclarecido por su propio combate contra las fuerzas oscuras del capitalismo. La unidad en ese combate realmente revolucionario de la clase oprimida por la creación de un paraíso en la tierra es más importante para nosotros que la unidad de opinión de los proletarios sobre un paraíso en los cielos.”
Los comunistas, escribía Lenin, están intransigentemente en contra de todo intento de fomentar “las diferencias secundarias” sobre las cuestiones religiosas, lo cual podría ser utilizado por los reaccionarios para dividir al proletariado. En definitiva, el verdadero origen del “charlatanismo religioso” es la esclavitud económica.
Lenin desarrolló los mismos temas en 1909 en “Sobre la actitud del partido obrero ante la religión”:
“La base filosófica del marxismo, como así lo proclamaron en muchas ocasiones Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, materialismo indiscutiblemente ateo, resueltamente hostil a toda religión…”La religión es el opio del pueblo” (Karl Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel – Introducción). Esta fórmula de Marx es la piedra angular de toda la concepción marxista sobre la religión. El marxismo siempre ha considerado a las religiones y a las iglesias, las organizaciones religiosas de todo tipo que hoy existen, como organismos de la reacción burguesa que sirven para defender la explotación y para intoxicar a la clase obrera”.
Y al mismo tiempo, Engels no cejó en su condena de todo intento de quienes, deseosos de alardear de estar “más a la izquierda” o ser “más revolucionarios” que la socialdemocracia, querían introducir en el programa del partido obrero una proclama explícita de ateísmo, lo cual significaba una declaración de guerra a la religión. Engels condenó la guerra a la religión llevada a cabo por los blanquistas, como así lo cita Lenin, al ser ése:
“el mejor medio para reavivar el interés por la religión y hacer más difícil su agotamiento efectivo: “Engels reprocha a los blanquistas el no comprender que únicamente la lucha de clase de las masas obreras, que induce a las más amplias capas del proletariado a practicar a fondo la acción social, consciente y revolucionaria, podrá, en los hechos, liberar a las masas oprimidas del yugo de la religión, y que proclamar la guerra a la religión como tarea política del partido obrero no es más que fraseología anarquizante” (idem).
La misma advertencia hizo Engels en el Anti-Dühring, respecto a la guerra que Bismarck había entablado contra la religión:
“Con esta lucha, Bismarck no ha hecho sino reforzar el clericalismo militante de los católicos; no ha hecho sino dañar la causa de la verdadera cultura, poniendo en primer plano las divisiones religiosas, en lugar de las políticas, ha hecho desviar la atención de ciertas capas de la clase obrera y de la democracia de las tareas esenciales que implica la lucha de clases revolucionaria, hacia el anticlericalismo más superficial y el más burguesamente mentiroso. Acusando así a Dühring, quien de ese modo quería alardear de ultrarrevolucionario, de querer retomar bajo otra forma la misma estupidez de Bismarck, Engels exigía que el partido obrero trabajara pacientemente en la construcción de la organización y de la educación del proletariado, que desemboca en el agotamiento de la religión, en lugar de lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión (…) Engels (…) subrayó adrede (…) que la socialdemocracia considera a la religión como un asunto privado frente al Estado, pero no respecto a ella misma, no respecto al marxismo, no respecto al partido obrero” (ídem).
Esa actitud flexible hacia la religión, pero basada en principios, que fue la de Marx, Engels y Lenin fue atacada por los “charlatanes anarquistas” (expresión de Lenin) que no eran capaces de captar la lógica y la coherencia de ese enfoque marxista de la cuestión.
Como lo explicó Lenin:
“Sería un error pensar que la aparente “moderación” del marxismo hacia la religión se debería a supuestas consideraciones “tácticas”, el deseo de “no chocar”, etc. Al contrario, la línea política del marxismo, también en este tema, está indisolublemente vinculada a sus principios filosóficos.
“El marxismo es un materialismo (…) Debemos combatir la religión, ése es el abecé de todo materialismo y, por lo tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se haya parado en el abecé. El marxismo va más allá, y dice: se debe saber luchar contra la religión y para ello debemos explicar el origen de la fe y de la religión de las masas de un modo materialista. La lucha contra la religión no debe quedar limitada a una prédica ideológica abstracta, no debe quedar reducida a esto; esa lucha debe vincularse a la práctica concreta del movimiento de clase cuya meta es hacer desaparecer las raíces sociales de la religión” (idem).
Según “el burgués progresista, el radical y el burgués ateo”, sigue Lenin, la religión mantiene su imperio “sobre el pueblo a causa de su ignorancia”.
“Los marxistas dicen: eso es falso. Es un enfoque superficial, es el enfoque de un burgués de mente obtusa que quiere educar a las masas. No explica las raíces de la religión con suficiente profundidad, las explica de manera idealista y no materialista. En los países capitalistas modernos, esas raíces son sobre todo sociales. La religión está hoy arraigada en lo más profundo de las condiciones sociales de opresión de las masas laboriosas y en la completa impotencia a la que están manifiestamente reducidas frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, las cuales imponen a los obreros, a cada hora, cada día, los sufrimientos más crueles, los tormentos más bestiales, mil veces más duros que los de acontecimientos extraordinarios como las guerras, los terremotos, etc.
“El miedo creó los dioses”. El miedo ante las fuerzas ciegas del capital –ciegas pues no pueden ser previstas por las masas populares– que amenazan al proletario en cada etapa de su vida y al pequeño patrón aportándoles la ruina “súbita”, “inesperada” y “accidental” que los arruina, que los transforma en mendigos, desclasados, prostitutas, que los deja reducidos al hambre. Esas son las raíces de la religión moderna, eso es lo que debe recordar, ante todo, el marxismo si no quiere ser un simple materialismo primario. Ningún libro de vulgarización podrá extirpar la religión del espíritu de las masas embrutecidas por el cautiverio capitalista, que están a la merced de las fuerzas ciegas y destructoras del capitalismo, mientras esas masas no hayan aprendido por sí mismas a combatir esas raíces de la religión, a combatir el imperio del capital bajo todas sus formas, de una manera unitaria, organizada, sistemática y consciente.
“¿Significará eso que un libro de vulgarización contra la religión sería dañino o inútil? No. La conclusión que se impone es muy otra. Eso significa que la propaganda atea de la socialdemocracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la lucha de clase de las masas explotadas contra sus explotadores” (idem).
Lenin insistía en que eso no podía ser comprendido más que de modo dialéctico. Sin esto, en algunas circunstancias, la propaganda atea puede ser contraproducente. Cita el ejemplo de una huelga llevada a cabo por una asociación obrera cristiana. En este caso, los marxistas deben “poner el éxito del movimiento de huelga por encima de todo”, oponerse a toda división entre obreros “ateos y cristianos”, pues serán los progresos del combate los que harán “convertirse a los obreros cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo, con cien veces más eficacia que un sermón favorable al ateísmo”.
“El marxista debe ser un materialista, o sea un enemigo de la religión, pero un materialista dialéctico, o sea que considera la lucha contra la religión, no de manera especulativa, no en lo abstracto y puramente teórico de una propaganda siempre idéntica a sí misma, sino de manera concreta, en el terreno de la lucha de clases que se está produciendo en ese momento, lo cual educa a las masas mejor que cualquier otra cosa. El marxista debe saber tener en cuenta el conjunto de una situación concreta, debe encontrar siempre el punto de equilibrio entre el anarquismo y el oportunismo (equilibrio relativo, flexible, variable, pero real), no caer ni en el “revolucionarismo” abstracto, verbal y prácticamente vacuo del anarquista, ni en el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual liberal, que teme el combate contra la religión, se olvida de la misión que le incumbe en ese dominio, se amolda a la fe en Dios, y se inspira no en los intereses de la lucha de clases sino en un mezquino y miserable cálculo: no chocar a nadie, no herir a nadie, no escandalizar a nadie, resumido en el precepto prudente como ninguno de: “vivir y dejar vivir a los demás”, etc.” (idem).
Lenin no cesó de alertar contra los peligros de la impaciencia pequeño burguesa en el combate contra los estragos de la religión. Y así, en un discurso ante el primer congreso panruso de obreras, en noviembre de 1918, evidenció los éxitos impresionantes obtenidos por la joven República de los Soviets en las zonas más urbanizadas para hacer retroceder la opresión de las mujeres. Pero añadía esta advertencia:
“Por primera vez en la historia, nuestras leyes han suprimido todo lo que privaba a las mujeres de sus derechos. Pero lo que importa no es la ley. En las grandes ciudades y en las zonas industriales, la ley sobre la libertad completa de matrimonio se aplica sin problemas, pero en el campo sigue siendo papel mojado. Aquí sigue predominando el matrimonio religioso. Y esto se debe a la influencia del clero, una plaga que es aún más difícil de combatir que la antigua legislación.
“Debemos ser muy prudentes en nuestra lucha contra los estragos de la religión; algunos han causado muchos daños al ofender los sentimientos religiosos. Debemos nosotros servirnos de la propaganda y de la educación. Con ataques frontales demasiado brutales, lo único que haremos es que el pueblo albergue resentimientos; esos métodos de lucha tieneden a perpetuar las divisiones en el pueblo según criterios religiosos, mientras que nuestra fuerza reside en su unidad. La pobreza y la ignorancia son las raíces más profundas de los estragos de la religión, y ése es el mal que debemos nosotros combatir.”
En su proyecto de programa del Partido comunista de Rusia redactado al año siguiente, Lenin insistió en la reivindicación de separación total de la Iglesia y del Estado y reiteró sus advertencias de no “chocar los sentimientos religiosos de los creyentes, pues eso sólo servirá para incrementar el fanatismo”.
Dos años después, en un mitin de delegados no bolcheviques al IXº congreso panruso de los Soviets, cuando a Kalinin, a quien más tarde Stalin otorgaría el control de la educación, se le ocurrió decir que Lenin podría dar la orden de “quemar todos los misales”, éste se apresuró a esclarecer las cosas, insistiendo que : “jamás he sugerido semejante cosa y jamás se me habría ocurrido proponerlo. Sabéis que según nuestra Constitución, ley fundamental de la República, la libertad de conciencia, en lo que a religión se refiere, está plenamente garantizada para cada cual.”
Algún tiempo después, en 1921, Lenin escribió a Molotov (otro de los futuros principales apparátchiki –altos funcionarios del partido– de Stalin) para criticar consignas tales como “denunciar las mentiras de la religión” que aparecían en una circular referente al Primero de mayo. Eso es un error, una falta de tacto” escribió Lenin, subrayando una vez más la necesidad de “evitar por todos los medios el ataque frontal a la religión”. De hecho, Lenin tenía tal conciencia de lo importante que era este problema que pidió que una circular adicional corrigiera la anterior. Y si no estuviera de acuerdo el Secretariado propondría entonces que el problema se planteara ante el Buró político. El resultado fue que el Comité central mandó publicar una carta en la Pravda del 21 de abril de 1921, exigiendo que en las celebraciones del 1º de mayo, “no se hiciera ni se dijera nada que pudiera ofender los sentimientos religiosos de las masas populares”.
Queda así claramente definido el punto de vista de Lenin sobre las relaciones entre el socialismo y la religión. Podemos ahora resumir cómo veían Marx, Engels y Lenin el combate contra el oscurantismo religioso. En primer lugar, la religión es vista como una forma de opresión en una sociedad dividida en clases, un medio de embaucar a las masas para hacerles aceptar esa opresión. Existe y se desarrolla en condiciones materiales específicas, que Lenin definía como “la esclavitud económica”. La entrada del capitalismo en su fase de decadencia significa, más que nunca, que el proletariado y las demás capas oprimidas sufren “del miedo a las fuerzas ciegas del capital”, pues las catástrofes económicas del capitalismo arrastran a las masas trabajadoras hacia el pozo sin fondo “de la mendicidad, la prostitución y el hambre”.
Las religiones toman formas muy variadas. Pero cada una de ellas, a la vez que aleja al ser humano de su verdadera liberación, funciona precisamente como una huida gracias al consuelo que ofrece frente a la adversidad. Parece ofrecer la esperanza de una vida mejor, ya sea después de la muerte, ya sea mediante no se sabe qué milagrosa transformación sobrenatural del mundo material. Y en espera de esa liberación, “la salvación del alma”, en el más allá o en la futura Apocalipsis, puede alimentarse la ilusión de que los sufrimientos soportados en este “valle de lágrimas” no serán vanos, pues serán generosamente recompensados en el Paraíso si el creyente se somete a la ley de Dios. En este mundo frío, inhumano, despiadado, consecuencia de la crisis permanente y en cada vez más honda del capitalismo decadente, la religión proporciona además a los oprimidos una apariencia de liberación parcial de su esclavitud. La religión afirma que cada persona es verdaderamente muy valiosa para su creador divino.
Para los anarquistas, “los burgueses de espíritu obtuso que quieren educar a las masas” y los radicales impacientes procedentes de las clases medias, el imperio de la religión sobre las masas se debe a la ignorancia. Los marxistas, al contrario, comprenden que la religión ahonda sus raíces en lo más profundo del capitalismo moderno –y más allá todavía–, hasta los orígenes de la sociedad de clases e incluso a los orígenes de la humanidad. Por eso es por lo que no se acabará con ella mediante la propaganda únicamente, ni siquiera considerándola como medio principal junto a otros. Los comunistas deben hacer, claro está, una propaganda antirreligiosa, pero ésta debe estar siempre subordinada a la búsqueda de la unidad efectiva del proletariado en su combate de clase. El discurso antirreligioso “debe vincularse a la práctica concreta del movimiento de clase cuya meta es hacer desaparecer las raíces sociales de la religión”. Esta es la única estrategia materialista para arrancar esas raíces. Todos los intentos por resolver el problema con declaraciones de guerra política a la religión, atacándola de frente sin precauciones, o apoyando medidas para restringir las prácticas religiosas, ignoran las raíces muy reales y materiales de la religión. Desde un punto de vista proletario, esa conducta es insensata pues agudiza las divisiones en el seno del proletariado y lleva a los obreros a caer en brazos de los fanáticos religiosos.
Aunque los comunistas se oponen a la religión sin contemplaciones, no por ello van a dar su apoyo a las medidas tomadas por el Estado contra las creencias y las prácticas religiosas, o contra grupos religiosos particulares.
En el plano ideológico y político, los comunistas seguirán estando en contra de la religión: no es aceptable bajo ningún concepto considerar la religión como un asunto privado en las filas mismas de una organización revolucionaria, al estar formada por militantes impregnados de una conciencia de clase y que han roto con toda forma de religión. Dicho lo cual, en su combate contra los estragos provocados por la religión en las masas, los comunistas no sólo deben ser materialistas, que basan su convicción y su acción en ese punto central de que son los seres humanos quienes hacen su propia historia y pueden por lo tanto liberarse a sí mismos mediante una actividad consciente. Deben asimismo ser materialistas dialécticos, o sea actuar considerando la situación en su conjunto, siendo conscientes de todas las interacciones entre los diversos componentes políticos. Ello implica que la propaganda antirreligiosa debe estar vinculada concretamente a una lucha de clases bien real, en lugar de llevar a cabo un combate abstracto, puramente ideológico, contra la religión.
Sólo mediante la victoria del movimiento proletario podrán ser extirpadas las raíces sociales de los miasmas religiosos, vinculados a la explotación de la clase obrera. La religión no puede ser abolida por decreto y las masas obreras deberán superarla basándose en su propia experiencia. Los comunistas deberán pues evitar toda medida (la condena de las prácticas religiosas, por ejemplo) que tienda a reavivar los sentimientos religiosos, lo cual sería contraproducente para el objetivo que se quiere alcanzar. El Estado del período de transición del capitalismo al comunismo instaurado por la dictadura del proletariado deberá evitar toda discriminación religiosa de igual modo que todo tipo de afiliación o vínculo material con la religión.
Para demostrar lo mejor posible qué intereses de clase sirve la religión en nuestros días, las organizaciones revolucionarias deben integrar, en su propaganda, la evolución del papel de la religión en la sociedad. Las creencias y las prácticas que caracterizaban a las religiones en su origen, se han transformado en una especie de caricatura, por el hecho de que las jerarquías religiosas se han adaptado a la sociedad de clases y que ésta las ha absorbido. Es lo que tenía en la mente Rosa Luxemburg cuando preparaba su llamamiento a los obreros animados de sentimientos religiosos y en cual acusaba a las iglesias:
“Hoy sois vosotros, por vuestras mentiras y vuestras enseñanzas, los paganos y somos nosotros quienes anunciamos a los pobres y explotados la buena nueva de la fraternidad y de la igualdad. Somos nosotros quienes estamos en marcha para conquistar el mundo, como lo hizo en su tiempo aquel que proclamaba que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos” (Rosa Luxemburg, El socialismo y las iglesias, traducido por nosotros).
Puede verse claramente cómo de la herencia del pasado, muchas cosas siguen siendo útiles hoy. Los escritos militantes de Marx y Engels son de la época de la plena ascensión del capitalismo, mientras Lenin fue un pionero revolucionario de la práxis comunista en los inicios de la decadencia del capitalismo. Hoy, la fase final de la decadencia capitalista ha llegado a su paroxismo: la descomposición capitalista. De modo que, una de dos: o el proletariado vuelve a descubrir su propia herencia revolucionaria, o la humanidad en su conjunto será condenada a la extinción. Parece pues evidente que no basta con repetir los valiosos textos sacados de los clásicos del marxismo, pero que también es imperativo identificar lo que tiene de nuevo el período actual y las enseñanzas que deben sacar de ello en la práctica el proletariado y sus organizaciones políticas.
Lo primero que debemos esclarecer se planteó de hecho en el inicio de la decadencia, hacia 1914, pero no fue claramente identificado por los revolucionarios. Se trata de la consigna heredada de la revolución francesa y retomada por la IIª Internacional: la separación de la Iglesia y del Estado. Esta consigna, muy apropiada y necesaria en la época en que se lanzó, es una exigencia burguesa y democrática del capitalismo en su fase ascendente que nunca ha sido satisfecha. Debe comprenderse que únicamente el proletariado y su partido podrán realizarla realmente, habida cuenta de la cantidad de vínculos que unen las religiones y el capitalismo. Era ya una verdad universalmente reconocida en el siglo XIX, es todavía más evidente en nuestro tiempo de capitalismo de Estado, típico de la decadencia del capitalismo. Reivindicar la separación de la Iglesia y el Estado es una absurdez y es además una ilusión peligrosa, hacia la cual, por cierto, tendían Lenin y los bolcheviques.
La segunda cuestión, mencionada en la introducción de este artículo y en el anterior, es la siguiente: ¿es el capitalismo, desde que entró en su fase de descomposición, más irracional y e inhumano que nunca antes? (ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional n° 107). La descomposición es la consecuencia de una situación en la que el capitalismo, cuando ya hace tiempo que dejó de ser un factor progresivo y útil para la humanidad, se encuentra enfrentado a un proletariado que todavía está marcado por las largas décadas de la contrarrevolución, al que le falta confianza en sí mismo aunque sea la única fuerza capaz de echar abajo el sistema y sustituirlo por otra sociedad. Durante el período que va desde 1968 a 1989, la reanudación de la actividad de la clase obrera redujo en gran parte algunos efectos de la contrarrevolución capitalista. Pero durante la última década, que es el período que nosotros definimos como el de la descomposición capitalista, la clase obrera ha sufrido múltiples ataques contra la conciencia de su propia identidad de clase, sobre todo a través de las campañas orquestadas por la burguesía sobre la “muerte del comunismo” y el “final de la lucha de clases”. A los efectos negativos sobre la conciencia de la clase obrera se han añadido los insidiosos y solapados debidos a la descomposición.
En su fase postrera, a la vez perversa y fuertemente irracional, nada podrá parar al capitalismo en su intento de poner todas las trabas al desarrollo de la confianza de la clase en sí misma y de su propia conciencia política. Tampoco las organizaciones revolucionarias están inmunizadas contra la irracionalidad del capitalismo decadente. Ya después de 1905, como consecuencia de la derrota del asalto revolucionario y del triunfo de la reacción de Stolopin, una parte de lo bolcheviques se vio asaltada por arrebatos religiosos. Más recientemente, un grupo bordiguista, el que publica el periódico Il Partito se puso a ocuparse un poco de misticismo (ver
“Marxismo y misticismo”, Revista internacional nº 94 y el número de mayo de 1997 de Programme communiste). De igual modo, la CCI se vio obligada, a mediados de los años 90, a llevar a cabo un combate en su seno contra el entusiasmo de ciertos militantes por el esoterismo y el ocultismo.
Los peligros crecientes que la descomposición del capitalismo entraña no deben subestimarse. La humanidad en su conjunto es, por naturaleza, un ser social. La descomposición es una especie de ácido social que corroe los vínculos naturales de solidaridad que entretejen mutuamente los seres humanos que viven en sociedad, expandiendo en su lugar la sospecha y la paranoia. Dicho de otra manera, la descomposición engendra una tendencia espontánea en la sociedad a los agrupamientos tribales y de bandas. Todos los tipos de “fundamentalismos”, las diferentes variedades de cultos, el desarrollo de grupos y de prácticas de tipo “New Age”, el incremento imparable de bandas de jóvenes delincuentes, todo eso son tentativas, abocadas al fracaso, con las que se intenta rellenar el vacío de la solidaridad social que desaparece, en un mundo cada día más duro y hostil. Al no basarse en la vitalidad latente de la única clase revolucionaria de nuestra época, sino en respuestas individualistas de las relaciones sociales basadas en la explotación, todos esos intentos están condenados, por su propia naturaleza, a no producir otra cosa que más alienación, más abandono y, en fin de cuentas, a agudizar más todavía los efectos de la descomposición.
Así pues, el combate contra el resurgir religioso, contra todas las formas de lo irracional que tanto éxito tienen hoy, es inseparable de la necesidad para la clase obrera de reanudar el combate por sus verdaderos intereses de clase. Sólo este combate será capaz de reducir los efectos destructores de un orden social que se va deshaciendo cada día más. Al proletariado, en su lucha por la defensa de sus intereses materiales, no le queda otro remedio que ir creando las premisas de una verdadera comunidad humana. La verdadera solidaridad que le anima en la lucha es el antídoto a ese falso sentimiento de solidaridad que proporciona la “cultura” de las bandas o el fundamentalismo. De igual modo, el combate por hacer revivir la conciencia de clase del proletariado –y en la vanguardia de ese combate están las minorías comunistas- es el antídoto contra esas mitologías, cada vez más degradantes, segregadas por una sociedad en putrefacción.
Y por todo eso, ese combate indica el camino hacia un porvenir en el que el ser humano se hará plenamente consciente de sí mismo y de su lugar en la naturaleza, en el que habrá dejado, lejos, por fin, a todos los dioses.
Dawson
A continuación publicamos la introducción a la edición rusa del folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo, recientemente publicada gracias a los esfuerzos de compañeros del nuevo medio proletario emergente en Rusia. Nuestra introducción se centra en particular en la contribución del movimiento obrero en Rusia a nuestra comprensión del ocaso del capitalismo. Resulta tanto más importante porque el concepto o la definición de la decadencia del capitalismo ha sido una de las cuestiones importantes discutidas con los grupos e individuos que componen el medio ruso.
Como ya lo explicamos en varios textos, consideramos que la noción según la cual todas las formas de sociedades de clase existentes han atravesado épocas de ascendencia y de declive es algo fundamental en la concepción materialista de la historia. Como Marx lo escribió en su famoso Prefacio a la Crítica de la economía política, a cierto nivel de su desarrollo, un modo de producción entra en una época de revolución social cuando las relaciones socio-económicas pasan de un ser formas de desarrollo a convertirse en trabas para un progreso ulterior. Compartimos la conclusión sacada por la Internacional comunista y las Fracciones de izquierda italiana y alemana, para quienes la época de "desintegración interna" del capitalismo, de guerras imperialistas y de revoluciones proletarias se abre con el estallido de la Primera Guerra mundial en 1914, conclusión confirmada totalmente por la oleada revolucionaria internacional qui surgió frente a la guerra imperialista.
Es verdad que todas las corrientes de la izquierda comunista no han proseguido esta tradición. Sus herederos tanto bordiguistas como consejistas, procedentes respectivamente de le Izquierda italiana y de la germano-holandesa, han puesto en entredicho cada una de ellas a su manera el concepto de decadencia, con argumentos como que el capitalismo siempre podía seguir con un desarrollo juvenil en las antiguas regiones coloniales, o que siendo cíclicas de por sí las crisis del capitalismo, quizás podía haber una diferencia cuantitativa pero nunca cualitativa en los trastornos provocados por las crisis antes de 1914 y las catástrofes que provocaron en el período siguiente. Ya veremos que estos puntos de vista han tenido una considerable influencia sobre los nuevo grupos rusos. Argumentaremos sin embargo que estas posiciones son una regresión y que los grupos que con más fidelidad mantienen los progresos programáticos de la Izquierda comunista se fundan en el reconocimiento de que el capitalismo es un sistema en decadencia.
De forma implícita, el lazo íntimo existente entre el materialismo histórico y la teoría de la decadencia se verifica en la ofensiva ideológica contra el marxismo dirigida por el capitalismo desde el hundimiento del bloque del Este a finales de los 80. Esa ofensiva se ha basado en gran parte en la "mundialización". Según esta idea (de la que podemos convenir que es bastante ambigua y vaga), el capitalismo no habría sido un sistema verdaderamente mundial más que con el advenimiento de las políticas de "librecambio" -las "reaganomics" de los 80-, con el crecimiento rápido de las comunicaciones gracias al triunfo de la informática y sobre todo con el hundimiento del bloque del Este que supuestamente habría borrado del mapa económico del planeta a las últimas zonas "no capitalistas". Los que comparten esta idea podrán apoyar o condenar los efectos de la mundialización, pero el fondo común sigue siendo que el capitalismo habría entrado en una nueva época, una especie de ascendencia que sería un mentís a la vieja teoría marxista del sistema capitalista en declive. Esta visión es totalmente contraria a la tradición de la Izquierda comunista, la cual basó sus análisis en las teorías de Luxemburg y de Bujarin quienes, cuando la Primera Guerra mundial, defen dieron que el capitalismo había entrado en su fase de declive precisamente por que se había vuelto un sistema global, una verdadera economía mundial. También es totalmente antagónica con el análisis que hace la CCI del período abierto con el hundimiento del bloque del Este, del que afirmamos que no es ni mucho menos un nuevo período de ascendencia del capitalismo, sino la fase final y más peligrosa de su declive -su fase de descomposición-, en la que la alternativa entre socialismo o barbarie es cada día más una realidad cotidiana.
La teoría de la decadencia sufre esos ataques ideológicos generales por parte de un montón de ideólogos procedentes tanto de la derecha "neoliberal" como de los gurús más "radicales" de los movimientos de protesta "antimundialización", pero a él se une una muchedumbre de grupos que pretenden defender el comunismo, y que en realidad están en ese pantano que hay entre el ala izquierda del capital y el medio proletario, y eso cuando no pertenecen al parasitismo político. Ya advertimos este fenómeno a finales de los 80, lo que nos incitó a publicar una serie de artículos sobre el tema: "Entender la decadencia del capitalismo" (1). En ellos contestábamos en particular a las novedades y demás inventos de grupos parásitos tal come el Grupo comunista internacionalista (GCI), Perspectiva internacionalista (PI) y demás. Éstos procedían de la CCI y a pesar de haber escisionado por otras razones, es de notar que entre todas las revisiones teóricas a que se lanzaron para distanciarse políticamente de la CCI, la primera de ellas fue la decadencia. Fue abiertamente en el caso del GCI, que adoptó entonces un método semibordiguista, y más insidiosamente por parte de PI, que empezó diluyendo y mezclando la noción de decadencia con nociones muy sabias sobre la transición entre dominación formal y dominación real del capital, para acabar metiéndose con la herencia de la Izquierda comunista acusando la teoría de la decadencia de ser fundamentalmente mecanicista y "productivista". A mediados de los 90, el Círculo de París, también compuesto de elementos qui habían salido de la CCI para caer en el parasitismo, se fue por el mismo camino. Sus protagonistas empezaron poniendo en entredicho el concepto de la CCI de la descomposición ; no tardaron mucho en concluir que la verdadera cuestión teórica no era la descomposición, sino la decadencia. Y el último engendro del panteón parasito -la "Fracción interna de la CCI"-, también parece haber tomado el mismo derrotero pues ya se ha puesto a expresar abiertamente su desdén hacia el concepto de descomposición.
Esos grupos parásitos funcionan como estaciones de enlace de las campañas ideológicas de la burguesía en el medio proletario. Se puede precisamente medir el éxito de estas campañas por el número de antiguos comunistas que se ha llevado consigo la propaganda sobre las nuevas perspectivas deslumbrantes de crecimiento capitalista. Para saber que no sólo la CCI ha sufrido la presión de la ideología dominante en ese aspecto, podemos considerar el caso del BIPR que ha integrado prácticamente sin vacilar la noción de mundialización a su marco teórico, minimizando simultáneamente la importancia de la decadencia. En un texto publicado en su sitio web, "Reflexiones sobre las crisis de la CCI", el BIPR muestra una lógica similar a la de los "pensadores" ex-CCI :
"Volvamos al concepto fundador de la decadencia. Subrayemos que no tiene sentido más que si nos referimos a la capacidad de sobrevivir del modo de producción. En otros términos, no se puede hablar de decadencia más que si con ello entendemos la presunta incapacidad creciente del capitalismo para pasar de un ciclo de acumulación a otro. También se puede considerar como un fenómeno de decadencia el acortamiento de las fases ascendentes de acumulación, pero la experiencia de los últimos ciclos demuestra que la brevedad de la fase ascendente no significa necesariamente la aceleración del conjunto del ciclo de acumulación crisis, guerra, nueva acumulación. ¿ Para qué sirve entonces el concepto de decadencia en la crítica militante de la economía política, es decir en el análisis profundizado de los fenómenos y de la dinámica del capitalismo en el período que atravesamos ? Para nada. Hasta el punto de que la palabra ni aparece en los tres libros que componen El Capital."
Esta cita es la expresión más clara de una forma de pensar del BIPR que se ha ido definiendo desde hace unos años. Mucho tiempo ha pasado desde que los compañeros de la CWO argumentaban que el concepto de decadencia era la piedra angular de sus posiciones políticas. Ya tendremos ocasión de volver a criticar este pasaje y sus implicaciones.
Si ya los grupos más "establecidos" de la Izquierda comunista en el Oeste están sufriendo esas presiones extremas, no es de sorprender si el concepto de decadencia plantea tantas dificultades a los grupos de medio que está emergiendo en Rusia, en donde la tradición de la Izquierda comunista fue liquidada por completo por la presencia directa de la contrarrevolución estalinista.
La CCI ya ha publicado buena parte de su correspondencia con elementos y grupos de ese medio, dedicada buena parte de ella a la cuestión de la decadencia. En la Revista internacional no 101, por ejemplo, publicamos un artículo titulado "La revolución proletaria está a la orden del día de la historia desde principios del siglo XX". Era nuestra respuesta al compañero S, de Moldavia, miembro del Grupo de revolucionarios colectivistas proletarios (GRCP). Los principios del GRCP que, si hemos entendido bien, han sido aceptados por el nuevo grupo, definen al capitalismo como un sistema decadente, pero parece ser que definen el principio de la decadencia en un momento muy avanzado del siglo XX, al afirmar que el comunismo solo se ha convertido en posibilidad material con el desarrollo global de los microprocesadores. Del mismo modo, mientras argumentan en sus principios que "la consigna de 'derecho de los pueblos a la autodeterminación' perdió su carácter progresista en la época moderna de declive y de decadencia de la sociedad capitalista" y que el "reconocimiento del carácter imperialista de todos los conflictos internacionales en la época moderna de decadencia del capitalismo", el mo mento en que los conflictos nacionales perdieron su carácter progresista sigue siendo una cuestión no clarificada (2) ; y da también la impresión de que hoy en día seguiría siendo posible el apoyo del proletariado a ciertos movimientos nacionales :
"apoyo a los movimientos de las clases pequeño burguesas y semiproletarias de las naciones oprimidas, movimientos que aparecen con la consigna de 'liberación nacional', en la medida en que estos movimientos no son controlados por clases explotadoras y que debilitan objetivamente el poder estatal de los explotadores (incluido su propio Estado nacional)".
Tales argumentos parecen demostrar la dificultad que tienen los grupos rusos en romper con la argumentación de Lenin cuando éste afirma que el apoyo a los movimientos de liberación nacional es una forma de oposición a su propia burguesía nacional (en particular cuando ésta tiene tras ella una larga historia de opresión de otros grupos nacionales, como fue el caso del imperio del zar). Esos sentimientos "leninistas" también tienen un eco en los compañeros del Buró Sur del Partido marxista del trabajo (MLP, Marxist Labour Party) quienes proclaman su no leninismo pero no vacilan en apoyarlo sobre este tema fundamental : "Habréis notado que somos muy poco leninistas. Sin embargo, pensamos que la posición de Lenin fue la mejor sobre el tema. Cada nación (¡ojo! nación, y no nacionalidad o grupo nacional, étnico, etc.) tiene totalmente derecho a disponer de sí misma en el marco de su territorio étnico-histórico, hasta la separación y la fundación de un Estado independiente". Este pasaje está citado en nuestro artículo "El papel irremplazable de las Fracciones de izquierda en la tradición marxista", publicado en la Revista internacional no104, que también contesta a varios argumentos del MLP. También son incapaces estos compañeros de ir más allá de ciertas formulaciones de Lenin que definen la revolución rusa como una revolución doble, en parte social y en parte democrática burguesa. Explican este punto de vista en un largo texto traducido en inglés, "La anatomía marxista de Octubre". La CCI escribió una respuesta a esta contribución, apoyándose esencialmente en los argumentos de Bilan quien insistía en que al ser necesario analizar el capitalismo como que sistema global e histórico, las condiciones de la revolución proletaria han de surgir necesariamente a nivel internacional en el mismo período histórico, de forma que no tiene sentido hablar de que la revolución proletaria estaría a la orden del día en ciertos paises, mientras que en otros lo estarían unas revoluciones híbridas o por qué no burguesas.
Más recientemente, hemos publicado en World Revolution no 254 la plataforma de otro nuevo grupo, la Unión comunista internacional (UCI), basado en Kirov. En nuestros comentarios que saludan la aparición de este grupo, notamos que la plataforma de la UCI nos parece ambigua sobre los temas de la decadencia y de las luchas nacionales, y su respuesta a nuestro comentario ha confirmado esta toma de posición. Como no hemos contestado públicamente a esta carta, empezaremos aquí a hacerlo, presentando como mejor podamos los argumentos de la UCI. Debido a problemas de idioma, no ha sido siempre fácil seguir la argumentación de los compañeros. Pero basándonos en su carta del 20 de febrero de 2002, pensamos que contestan a nuestros comentarios en seis puntos :
1) La teoría de la decadencia niega que haya habido un desarrollo del capitalismo en el siglo XX, cuando claramente lo ha habido.
2) Siempre ha vivido el capitalismo en la violencia y la destrucción, así que dos guerras mundiales no prueban en nada que el sistema esté en decadencia.
3) En nuestros comentarios de WR no254, escribimos que la UCI era incoherente cuando negaba la decadencia del capitalismo y a la vez insistía en su plataforma en que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias. Los compañeros contestan que aún siendo reaccionarias todas las fracciones de la burguesía, ello no implica que las tareas de la revolución democrática burguesa sean reaccionarias : "Por ejemplo, la burguesía rusa no fue capaz de conducir la revolución burguesa y era entonces reaccionaria en 1917. Sin embargo, las transformaciones democráticas burguesas de la Revolución rusa sí que eran progresistas". Hoy en día, dice la UCI, la burguesía no es capaz de hacer ninguna transformación burguesa sin guerra mundial, y es por eso por lo que no tiene sentido apoyar a ninguna fracción burguesa ; esto no quiere decir que no existan tareas democráticas burguesas que cumplir, sino que solo es capaz de realizarlas el proletariado.
4) La "Revolución china" es una prueba concreta de la posibilidad de revoluciones progresistas burguesas en el siglo XX…
5) Ese período de revoluciones burguesas nacionales progresistas no se acabó más que con la mundialización del capitalismo a finales del siglo XX.
6) Sin embargo, el proletariado todavía puede lograr transformar movimientos de independencia nacional en luchas por la revolución socialista.
Queremos contestar en profundidad a estos argumentos, así que volveremos en otros artículos sobre el tema. Sin embargo, parece claro que cualesquiera que sean las divergencias que puedan existir entre los grupos del medio ruso, los argumentos que avanzan son muy similares. Estimamos por lo tanto que nuestra respuesta a la UCI ha de ser considerada como una contribución dirigida al conjunto de este medio, así como para el debate internacional sobre las perspectivas del capitalismo mundial. CDW
1) Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58, 60.
2) En el artículo que publicamos en la Revista internacional no 101, citamos este pasaje que parece confirmar que para este grupo, la decadencia del capitalismo, y por lo tanto el fin de toda función progresista de los movimientos nacionales, empieza a finales del siglo XX: "Con respecto a vuestro folleto Nación o clase, sí estamos de acuerdo con las conclusiones, sin embargo disentimos con la parte que se refiere a los motivos y al análisis histórico. Estamos de acuerdo con que hoy, a finales del siglo XX, la consigna de derecho a laautodeterminación de las naciones ya notiene nada de revolucionario. Es una consigna burguesa democrática. En cuanto se cierra la época de las revoluciones burguesas, también se cierra esta consigna para los revolucionarios proletarios. Sin embargo pensamos que la época de las revoluciones burguesas se cierra a finales del siglo XX, no a su comienzo. En 1915, Lenin tenía razón contra Luxemburgo, en 1952 Bordiga tenía razón sobre este tema contra Damen, sin embargo hoy la situación esta invertida. Y consideramos totalmente errónea vuestra posición según la cual diversos movimientos revolucionarios no proletarios del tercer mundo, que a pesar de no tener ningún contenido socialista eran objetivamente movimientos revolucionarios, no eran sino herramientas de Moscú y no eran objetivamente movimientos burgueses progresistas, como lo habéis escrito sobre Vietnam por ejemplo".
LA PUBLICACION del folleto de la CCI La Decadencia del capitalismo testimonia el resurgimiento de elementos revolucionarios en un país donde la tradición política revolucionaria, en otro tiempo muy fuerte, fue enterrada bajo el peso terrible de la contrarrevolución estalinista. La CCI es plenamente consciente de que sin ese renacimiento la traducción del folleto no hubiera sido posible: nosotros lo proponemos, pues, como contribución a la clarificación de las posiciones comunistas que actualmente se están produciendo tanto en el mismo medio ruso como entre éste y las expresiones internacionales del comunismo auténtico.
La introducción de las ediciones precedentes de este folleto contiene ya una historia del concepto de decadencia en el movimiento marxista, mostrando que desde Marx hasta la Internacional comunista y las Fracciones de izquierda que plantaron cara contra la degeneración y muerte de ésta, esta noción no estaba basada en una crítica puramente moral o cultural de la sociedad capitalista, como lo concibe la interpretación vulgar de "decadencia", en términos de reprobación de las diferentes formas de arte, de la moda o de las costumbres sociales. Al contrario, la noción marxista de decadencia se desprende de manera ineluctable de las premisas mismas del materialismo histórico, y es la piedra angular de la demostración del hecho que no solo el capitalismo ha entrado en su declive histórico como modo de producción desde principios del siglo XX, sino que también este periodo ha puesto la revolución proletaria al orden del día de la historia. En este prefacio a la edición en ruso, queremos focalizarnos sobre la contribución enorme que han aportado al concepto de decadencia del capitalismo, la experiencia concreta de la clase obrera rusa y los esfuerzos teóricos de sus minorías revolucionarias.
No queremos extendernos, por lo que presentaremos esta contribución de forma cronológica. Otros documentos -que deben escribirse, quizá por los mismos camaradas rusos- pueden explorar esta cuestión más profundamente; sin embargo, esta forma servirá también para ir marcando las etapas más importantes del proceso durante el cual la sección rusa del movimiento obrero hizo su aportación a la comprensión del proletariado mundial en su conjunto.
1903: la separación entre bolcheviques y mencheviques en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso no tuvo únicamente como razón la de cómo organizar el partido en la condiciones de represión del zarismo. En cierto sentido, pese al atraso, Rusia con su proletariado fuertemente concentrado y su incapacidad para encerrar el movimiento en un marco legal y democrático, fue una anticipación a las condiciones totalitarias a las que tenía que hacer frente la clase obrera en la época inmediata de la revolución proletaria en una situación en la cual ya no existía margen para la existencia permanente de organizaciones de masas de la clase obrera. Así, cuando Lenin rechaza la concepción menchevique de un partido obrero "amplio" y "abierto" e insiste en la necesidad de un partido disciplinado de militantes revolucionarios comprometidos con un programa claro, está siendo un precursor de la forma de organización del partido necesaria en una época en la que la lucha directa por la revolución ha sustituido el combate por reformas dentro del orden burgués.
1905: "la revolución rusa actual estalla en un punto de la evolución histórica situado ya en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista" (Rosa Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos). Con sus huelgas de masas y su descubrimiento de la forma soviética de organización, el proletariado en Rusia anuncia el advenimiento de una nueva época, en la cual quedarán caducados los viejos métodos sindicales. Mientras es Rosa Luxemburgo quien demuestra de la forma más incisiva cual es la dinámica de la huelga de masas, el ala izquierda de la socialdemocracia comienza a sacar las principales lecciones de los acontecimientos de 1905: Lenin -contrariamente a los "super-leninistas", cuya primera respuesta a los Soviets fue llamarlos a disolverse en el partido- señala la relación dialéctica entre la organización de la minoría revolucionaria, el partido, y el soviet, concebido éste como órgano general de toda la clase capaz de constituir la base de una dictadura revolucionaria. Trotski es todavía más consciente de la importancia del soviet como forma de organización adaptada a la huelga de masas y a la lucha por el poder del proletariado. En su teoría de la revolución permanente avanza hacia la conclusión según la cual la evolución histórica ha superado la posibilidad de una revolución burguesa en países atrasados como Rusia: en consecuencia, una verdadera revolución tendrá que ser conducida por la clase obrera, adoptar objetivos socialistas y extenderse a escala internacional.
1914-16: de todas las corrientes proletarias opuestas a la guerra imperialista mundial, son los bolcheviques, en torno a Lenin, los más claros. Rechazando los argumentos social-chovinistas que utilizan la letra de Marx para mejor traicionar su espíritu, Lenin muestra que no hay nada de nacional, democrático o progresivo en aquella escabechina y enarbola la consigna de "transformar la guerra imperialista en guerra civil". La guerra, en suma, ha abierto una nueva época en la que la revolución proletaria no es un proyecto lejano sino que está directamente inscrita en el orden del día de la historia. En su libro El Imperialismo, fase suprema del capitalismo, Lenin describe el capitalismo imperialista como un sistema en declive. En la misma época, el libro de Bujarin Imperialismo y economía mundial demuestra que el hundimiento del capitalismo en el militarismo es el resultado de la creación de una economía mundial que ha puesto las bases de las condiciones objetivas para un modo de producción superior pero que actúa como un obstáculo sangriento para su realización. Esta tesis es paralela a la del análisis de Rosa Luxemburg sobre las limitaciones históricas del sistema capitalista, La Acumulación de capital, folleto que es el punto de referencia fundamental de este folleto. Tanto Bujarin como Luxemburg, reconocen también que en un orden mundial construido por los gigantes imperialistas, las luchas de "liberación nacional" han perdido todo sentido. Finalmente, el trabajo de Bujarin da una panorámica de la forma que tomará esta nueva economía capitalista mundial: una lucha a muerte entre "trusts capitalistas de Estado". Es una anticipación de cómo la forma estatal adoptada por el capital durante la guerra habría de ser su método clásico de organización durante todo su periodo de declive.
1917: el proletariado muestra de nuevo la unidad entre la teoría y la práctica al rebelarse contra la guerra imperialista, derribando el zarismo, organizándose en soviets y orientándose hacia la toma revolucionaria del poder. Enfrentado a la vieja guardia bolchevique que se agarra a las fórmulas superadas heredadas del periodo anterior, Lenin escribe las Tesis de Abril en las cuales declara que el objetivo del proletariado en Rusia no es ni mucho menos una "revolución democrática" híbrida sino la insurrección proletaria como primer paso hacia la revolución socialista mundial. Una vez más, la revolución de octubre es la verificación en la práctica del método marxista aplicado en las Tesis de Abril que habían sido denigradas como "anarquistas" por los "marxistas ortodoxos" que no habían conseguido ver el nuevo periodo que se había abierto.
1919: La formación en Moscú de la Internacional comunista como instrumento clave para la extensión mundial de la revolución proletaria. La plataforma de la CCI se funda en el reconocimiento de que "un nuevo periodo ha nacido, la época del declive del capitalismo, de su desintegración interna, la época de la revolución comunista proletaria". Por consiguiente, el viejo programa mínimo de reformas está superado de la misma forma que los métodos que utilizaba la socialdemocracia para llevarlo adelante. Desde ese momento la noción de decadencia del capitalismo se convirtió en un fundamento del programa comunista.
1920-27: el que la revolución no haya conseguido extenderse provoca la burocratización del estado ruso y del partido bolchevique que se fusiona con aquél de forma errónea. Se abre un proceso de contrarrevolución interna que culmina con el triunfo del estalinismo antes del final de la década. Sin embargo, la degeneración del Partido bolchevique y de la IC, dominada por él, provoca resistencias por parte de la Izquierda comunista en países tales como Alemania, Italia y en la misma Rusia. La izquierda denuncia la tendencia a volver a las viejas prácticas socialdemócratas como el parlamentarismo o la búsqueda de alianzas con los antiguos partidos socialistas definitivamente pasados al campo de la burguesía. En Rusia, por ejemplo, el Grupo obrero de Miasnakov, formado en 1923, es muy claro sobre el rechazo de la táctica del Frente único de la IC a la vez que critica la pérdida del control político del proletariado sobre el Estado de los soviets. Cuando la facción estalinista consolida su victoria, los comunistas de izquierda rusos figuran entre los primeros en comprender que el estalinismo representa la contrarrevolución burguesa y que las relaciones sociales capitalistas pueden mantenerse dentro de una economía completamente estatalizada.
1928-1945: el terror estalinista elimina o lleva al exilio a toda una generación de revolucionarios. La voz política de la clase obrera rusa es reducida al silencio durante decenios y el trabajo de sacar las lecciones de esta derrota y analizar la naturaleza y las características del régimen estalinista incumbe a los comunistas de izquierda de Europa y América. No es una tarea fácil y las cuentas deben ser saldadas con numerosas teorías erróneas, como por ejemplo la de Trotski de un "Estado obrero degenerado", antes de que lo esencial pueda ser plenamente comprendido, o sea, que el régimen estalinista de capitalismo de estado integral, con su aparato político totalitario y su economía orientada hacia la guerra, es sobre todo un producto de la decadencia del capitalismo, porque el capitalismo es en esta época un sistema que vive para la guerra y que se apoya en el Estado para impedir que las contradicciones económicas y sociales en fermentación no desemboquen en una situación explosiva. Contra todas las ilusiones sobre el capitalismo de Estado estalinista viéndolo como una vía para resolver esas contradicciones y desarrollar progresivamente el capital, la Izquierda comunista insistió en el terrible coste social de la industrialización estalinista en los años30, mostrando que ponía las bases de nuevos conflictos imperialistas todavía más destructivos. La participación voraz de la URSS en el segundo reparto del mundo confirmará los argumentos de la izquierda según los cuales el régimen estalinista tenía sus propios apetitos imperialistas, rechazando de esta forma toda concesión al llamamiento de Trotski a "la defensa de la URSS contra el ataque imperialista".
1945-1989: la URSS se convierte en líder de uno de los dos bloques imperialistas cuyas rivalidades dominan la situación internacional durante cuatro decenios. Sin embargo, como vemos en nuestras "Tesis sobre la crisis económica y política en el bloque del Este", incluidas como anexo en este folleto, el bloque estalinista está mucho menos desarrollado que su rival occidental, agobiado bajo el peso de un enorme sector militar, demasiado rígido en sus estructuras políticas y económicas para adaptarse a la demanda del mercado capitalista mundial. A finales de los años 60, la crisis económica del capitalismo mundial, que había sido enmascarada por el periodo de reconstrucción de posguerra, vuelve a la superficie una vez más, haciendo llover los golpes sobre la URSS y sus satélites. Incapaz de poner en marcha la más pequeña reforma económica o política sin poner en cuestión todo su edificio, incapaz de poder movilizar para la guerra pues no puede apoyarse en la lealtad de su propio proletariado (un hecho concretamente demostrado por la huelga de masas de Polonia de 1980), el edificio estalinista entero se desmorona bajo el peso de sus contradicciones. Sin embar go, contrariamente a lo que nos cuenta la propaganda mentirosa sobre el hundimiento del comunismo, lo que se hunde es una parte particularmente débil de la economía capitalista mundial, la cual, como un todo, no tiene solución a su crisis histórica.
1989: el hundimiento del bloque ruso conduce a la rápida desaparición del bloque occidental que ya no tiene un "enemigo común" que mantenga su cohesión. Este enorme cambio en la situación mundial marca la entrada del capitalismo decadente en una fase nueva y final -la fase de la descomposición- cuyos rasgos principales son descritos en las Tesis que se publican también como anexo de la presente obra. Basta decir aquí que la situación de Rusia tras la explosión de la Unión Soviética reúne todas las características de la nueva fase: a nivel internacional, la sustitución de las viejas rivalidades imperialistas bipolares por una lucha caótica de todos contra todos, en la cual Rusia continua defendiendo sus ambiciones imperialistas, aunque de forma menos descarada que en el pasado; a nivel interior, hemos visto después una tendencia a la explosión de la integridad territorial de la propia Rusia a través de las rebeliones nacionalistas y de numerosas guerras asesinas como la guerra actual de Chechenia; económicamente, a través de una ausencia total de estabilidad financiera que va de la mano con un desempleo y una inflación galopantes; socialmente, a través de un declive acelerado de la infraestructura, una polución creciente, un nivel creciente de enfermedades mentales y del recurso a la droga, la proliferación de bandas criminales a todos los niveles incluido en las altas esferas del Estado.
La desintegración interna es tal que hay muchos que en Rusia sienten la nostalgia de los "buenos tiempos" del estalinismo. Pero no puede haber marcha atrás: el capitalismo en todos los países es un sistema en crisis mortal, que plantea claramente a la humanidad el dilema entre hundimiento en la barbarie o revolución comunista mundial. La reaparición actual de elementos revolucionarios en Rusia muestra claramente que el segundo término de la alternativa no ha sido enterrado por los continuos avances del primero.
Hemos intentado mostrar en este Prefacio que el concepto de decadencia del capitalismo no es en manera alguna "extraño" al movimiento obrero auténtico en Rusia; de la misma forma que la noción de comunismo, la tarea de la nueva generación de revolucionarios en Rusia es arrancar la teoría del magma en que la transformaron sus secuestradores estalinistas y con ello ayudar a su retorno en la clase obrera de Rusia y del resto del mundo.
CCI Febrero de 2001
Publicamos aquí amplios extractos del texto La anatomía marxista de Octubre y la situación actual, del Marxist Labour Party ruso. Por falta de espacio no hemos podido publicar el texto entero; se puede encontrar la versión original inglesa en nuestro sitio web (www.internationalism.org [200]) (1)
TRAS décadas de poder soviético, nos hemos acostumbrado a hablar de la gran revolución de Octubre como una revolución socialista. Pero mucho de eso a lo que nos hemos acostumbrado ha desaparecido ahora ¿En qué se han convertido en estas circunstancias los "títulos nobiliarios" de la Revolución de octubre?
El marxismo científico clásico afirma que el primer acto de la revolución social del proletariado será la toma del poder político por la clase obrera. Según Marx, el capitalismo está separado del comunismo por un periodo de transformación revolucionaria. Este periodo sólo puede ser una dictadura del proletariado. Por consiguiente, si no se ve esa dictadura de clase, es evidentemente inapropiado hablar de superación de las relaciones capitalistas. Además las denominaciones y los rótulos oficiales no significan nada. Pueden ser errores (bienintencionados o no). El propio Marx estaba convencido de que ni las épocas ni las personas pueden juzgarse por la forma en que se conciben a sí mismas. Ya estamos de sobra convencidos: ser miembro de un partido que se llama comunista no significa tener una convicción comunista; no más que la nostalgia de banderas rojas al viento en los edificios administrativos atestiguaría una aspiración a nuevas relaciones sociales.
Rusia, como se sabe, es un país "con un pasado imprevisible". Esa es la razón por la que probablemente no existe hoy una opinión única respecto al momento en que pereció la dictadura del proletariado en Rusia, o incluso si existió alguna vez. Desde nuestro punto de vista, la dictadura del proletariado existió realmente en Rusia. Pero para empezar, no fue una dictadura "pura" del proletariado, es decir, una dictadura socialista del proletariado que implicaba sólo una clase, sino una "dictadura democrática del proletariado", es decir, la unión de los obreros en minoría y una mayoría de campesinos pobres. En segundo lugar, sólo duró unos meses.
He aquí lo que pasó: el 13 (26) de enero de 1918, el tercer congreso ruso de los soviets de diputados campesinos se fusionó con el tercer congreso de soviets de diputados obreros y de soldados. Hacia marzo, la fusión se había extendido a los soviets locales. De esta forma, el proletariado, cuya dominación política habría debido garantizar la transformación socialista bajo la presión de los bolcheviques, compartió el poder con el campesinado.
El propio campesinado ruso en 1917 no era, como se sabe, socialmente homogéneo.
Una parte significativa, los "kulaks", y el campesinado medio
orientaban cada vez más su actividad económica hacia las
demandas del mercado. De esta forma, el campesino medio se convirtió
en pequeño burgués y los Kulaks se lanzaron a una economía
completamente contractual, alquilando la fuerza de trabajo -los "batraks"-
y explotándola, es decir, que ya eran la burguesía del campo.
La institución de la comunidad campesina tradicional estaba formalmente
preservada en la mayor parte de lugares, pero no beneficiaba mucho al
campesino medio, y aún menos a los "kulaks" -esos "vampiros"
que chupaban la sangre de sus explotados; beneficiaba a la masa de campesinos
pobres, que constituía más del 60% del conjunto del campesinado.
Sin embargo las leyes del desarrollo capitalista transformaron a muchos
campesinos pobres en semiproletarios. En los pueblos existían también
verdaderos proletarios -los obreros agrícolas que no se unían
a la comunidad y que, junto a los campesinos pobres, vendían su
fuerza de trabajo a los propietarios y a los Kulaks.
También por sí misma la fusión del soviet de diputados
obreros y soldados con los soviets campesinos indicaba el abandono de
la "dictadura pura del proletariado". Sin embargo la "pureza"
misma de ésta era bien relativa. Los Soviets de diputados obreros
y de soldados no estaban únicamente compuestos de obreros. Los
soldados eran fundamentalmente -hasta el 60%- antiguos campesinos: campesinos
pobres o medio vestidos con abrigos y armados por el gobierno zarista.
Los obreros fabriles constituían menos del 10% de los soldados.
El armamento general del pueblo, y no únicamente de la clase de vanguardia, el proletariado, la fusión de dos tipos de soviets, e incluso la coalición de dos partidos, los bolcheviques y los social-revolucionarios de izquierda, indican en la práctica la transición hacia lo que se llama "la vieja fórmula bolchevique" -la dictadura revolucionaria del proletariado y el campesinado. Pero esta forma de poder era un paso atrás en comparación con lo que había surgido tras el derrocamiento del zarismo por la revolución de Octubre. En esta época, como es bien sabido, el poder pasó al Segundo Congreso de soviets de diputados obreros y soldados, es decir, que se introdujo la "dictadura democrática del proletariado", aunque Lenin, jefe de los bolcheviques, hablara de "revolución de los obreros y los campesinos" y de "transición del poder local a los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos".
También hay que decir que la primera experiencia de establecimiento de la "dictadura democrática del proletariado" se limitó al periodo que va desde Octubre de 1917 a enero/febrero de 1918, y además se produjo un retroceso constante respecto a las posiciones alcanzadas por la clase obrera de octubre a noviembre.Tras este periodo que los historiadores llaman "el paseo triunfal del poder soviético", no sólo tuvo lugar la fusión de los soviets de obreros y soldados con los de los campesinos. Una circunstancia más importante aún fue que en lugar de reforzar y desarrollar el sistema de organizaciones obreras auténticas -los comités de fábrica-, los bolcheviques contribuyeron al contrario a su disolución. Pero sólo los comités de fábrica podían convertirse en la base auténtica del poder soviético, si los concebimos en la perspectiva de una verdadera dictadura socialista del proletariado. En otros términos, son precisamente los soviets de los comités de fábrica los que habrían tenido que dominar el país. En lugar de eso, en enero/febrero de 1918, en el Primer Congreso ruso de los sindicatos y en la 6ª Conferencia de los comités de fábrica de Petrogrado se aceptó, a propuesta de los bolcheviques, la fusión de los comités de fábrica con los sindicatos. Los propios sindicatos se pusieron bajo el control del aparato del partido-Estado que se había formado. La pertenencia a los sindicatos era obligatoria para todos los obreros, no sólo en las empresas, sino también en las instituciones. La clase obrera sin embargo, se opuso a esta política de Estado, y las autoridades soviéticas no consiguieron eliminar los comités de fábrica autónomos hasta principios de 1919.
La fusión de los soviets de obreros y soldados con los soviets de campesinos y la de los comités de fábrica con los sindicatos bajo el control del Estado, no son las únicas cosas que desalojaron la parte proletaria de la estructura soviética. Así, en el curso de la guerra civil, los bolcheviques abandonaron sus intenciones de antes de Octubre de crear soviets de trabajadores agrícolas independientes de los soviets de campesinos -que hubieran sido los órganos del poder proletario rural. Se crearon granjas soviéticas en las tierras de los antiguos propietarios terratenientes, pero no soviets de trabajadores agrícolas. Y después, en marzo de 1919, se organizaron sindicatos de trabajadores agrícolas.
Esto y otros muchos hechos, nos muestran que el gran Octubre no fue de hecho una revolución socialista, como sugieren los bolcheviques, sino únicamente la segunda etapa culminante de la revolución democrático-burguesa en Rusia, uno de cuyos objetivos fundamentales era ordenar la cuestión agraria a favor del campesinado. A pesar de toda la actividad de la clase obrera y de la revolución política del proletariado en las ciudades, la revolución socialista de Octubre 1917 en Rusia, que era un país atrasado desde el punto de vista capitalista, no se produjo jamás. Karl Marx había previsto la posibilidad de una situación semejante en 1847. Escribía: "También, si el proletariado derroca la dominación política de la burguesía, su victoria será de corta duración; no será más que un auxiliar de la propia revolución burguesa, como en 1794 [en Francia], hasta que el curso de la historia, su movimiento haya creado de nuevo las condiciones que necesitan la eliminación de los medios de producción burgueses. Además, una revolución con alma política, conforme a la naturaleza limitada y doble de esta alma, organiza una capa dominante en la sociedad a expensas de la misma sociedad", advertía, ya que "el socialismo no puede realizarse sin revolución. Necesita este acto político puesto que tiene que abolir y destruir el pasado. Pero allí donde comienza su actividad organizadora, donde su fin en sí y su alma se anuncian, el socialismo se desembaraza de su envoltura política" (Marx).
Ni qué decir tiene que los bolcheviques no tenían intención de "desembarazarse de la política" ni con Lenin, ni tras su muerte. (...)
De esta forma, hacia fines de 1919, la dictadura del proletariado en la Rusia soviética, incluso bajo su aspecto "democrático" no desarrollado, sufrió una derrota. Los comités de fábrica y los comités de pobres fueron abolidos, se perdió finalmente la perspectiva socialista de la revolución de Octubre. Seis meses después, la revolución proletaria en Europa sufrió una derrota. El país, en esencia, volvió a la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y del campesinado, que sin embargo, tuvo una corta existencia, puesto que el verdadero poder ya no estaba en manos de los soviets de diputados obreros y campesinos, sino en las de los comités ejecutivos y los comités del Partido Comunista ruso. Los soviets estaban cada vez más separados de las colectividades obreras y comenzaron a desarrollarse tendencias burocráticas en el aparato soviético. Los bolcheviques, con sinceridad absoluta, llamaron a las masas y a sus propias filas a combatir esas tendencias. Ese proceso fue tan lejos que Lenin, hablando al IVocongreso de la Internacional comunista, el 13 de noviembre de 1922, se vio obligado a confirmarlo:
"Hemos heredado la vieja administración pública, y ésta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que esta administración trabaje contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que tomamos el poder, los funcionarios públicos comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les rogamos: "Por favor, vuelvan a sus puestos". Todos volvieron y ésta ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una inmensidad de funcionarios, pero no disponemos de elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad. En la práctica sucede con harta frecuencia que aquí, arriba, donde tenemos concentrado el poder estatal, la administración funciona más o menos; pero en los puestos inferiores disponen ellos como quieren, de manera que muy a menudo contrarrestan nuestras medidas. Hombres de los nuestros, en las altas esferas, tenemos no sé exactamente cuántos, pero creo que, en todo caso, sólo varios miles, a lo sumo unas decenas de miles. Pero en los puestos inferiores se cuentan por centenares de miles los antiguos funcionarios que hemos heredado del régimen zarista y de la sociedad burguesa y que trabajan contra nosotros, unas veces de manera consciente y otras inconsciente." (Lenin, "Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial").
La introducción de la NEP en 1921 constituyó por su parte el fin lógico de la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado: el campesinado alcanzó sus objetivos de mercado, el proletariado industrial perdió completamente su autonomía organizativa (en particular tras la introducción por parte de los bolcheviques, de la gestión de las fábricas por un solo dirigente), y por añadidura ya estaba, "a causa de la guerra y del empobrecimiento terrible, de la ruina, desclasado, es decir, que los obreros pierden sus lazos con la clase" (Lenin). La misma NEP indicaba, según los términos de Lenin, "un movimiento de restauración del capitalismo en un grado significativo". "Si se restaura el capitalismo, entonces el proletariado como clase se restaura también, implicado en una producción de mercancías", escribía Lenin. Además, declaraba que "en la medida en que la gran industria está arruinada, las fábricas están paradas, y el proletariado ha desaparecido. A veces se le cuantifica, pero no en relación a las bases económicas". El jefe de los bolcheviques sin embargo, orientaba a sus hermanos de armas hacia la posición según la cual "el poder del Estado proletario es capaz, apoyándose en el campesinado, de mantener a los capitalistas bajo su control, y de dirigir al capitalismo en el sentido del Estado, de crear un capitalismo sujeto al Estado y a su servicio". Aquí se ven claramente las especificidades del leninismo que pedían, a partir de las Tesis de Abril, "no sólo consideraciones de clase, sino también instituciones". Así, si tiene sentido llamar a la Rusia soviética un "Estado obrero", es solamente durante algunos meses de su existencia y aún entonces es relativo. Después de todo esto... ¿Es sorprendente que el desarrollo de la URSS termine por la restauración de las relaciones burguesas clásicas, la propiedad privada, la "nueva burguesía rusa", la dura explotación y la pobreza masiva?
Lo que acabamos de decir no es en absoluto una acusación contra los bolcheviques. Ellos hicieron lo que tenían que hacer en las condiciones de un país atrasado -condiciones agravadas por la derrota de la revolución social en Occidente. Pero sin esta revolución, ni los bolcheviques con Lenin pensaban en construir el socialismo en Rusia. Aunque su objetivo más inmediato -una sociedad socialista liberada de las relaciones mercantiles- no se haya podido alcanzar, los bolcheviques hicieron mucho en fin de cuentas. Durante 70 años, la URSS ha vivido la experiencia de un salto significativo de su capacidad productiva. Pero... ¿Por qué llamar a eso socialismo? La industrialización que substituye a la pequeña producción (en la ciudad y particularmente en el campo) por una gran producción de mercancías, la mejora del nivel cultural de las masas, todo eso forma parte del proceso de desarrollo de la sociedad burguesa. ¡No decimos que Francia es socialista por el hecho de que se han construido muchas fábricas en el país y gobierna el "partido socialista"! El socialismo implica, presupone, una sociedad industrial altamente desarrollada y el poder de la clase obrera. Que una sociedad así sólo estuviera en proceso de formación en Rusia -la URSS- y que se excluyera a la clase obrera del poder, indica hasta qué punto este país estaba lejos del socialismo (...)
[Por falta de espacio hemos cortado la parte "los marxistas rusos en el papel de social-jacobinos" que intenta hacer una comparación entre el desarrollo económico de Francia desde la revolución burguesa de 1789 hasta la Comuna de 1871, y el de la URSS entre 1918 y el hundimiento del estalinismo en 1989.]
V.I. Lenin hablaba frecuentemente de la revolución de Octubre como de "la revolución de los obreros y los campesinos" y sin duda tenía razón de hacerlo. Sin embargo el gran Octubre, como ya hemos dicho, no fue una revolución socialista, fue el apogeo de la presión burguesa-democrática, la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado con una transición a corto plazo hacia "la dictadura democrática del proletariado". La transformación antifeudal llevada a cabo por los bolcheviques, no se hizo sólo en interés de los obreros, sino también de las grandes masas campesinas.
La propia revolución de Octubre, la victoria de los rojos durante la guerra civil, la supresión de numerosos sublevamientos y motines no hubiera sido posible sin el apoyo que el pueblo -la masa de base de los trabajadores- aportó a la revolución. ¿Cuál era la composición de clase de esos trabajadores? De 140mi llones de obreros en el momento de la revolución, casi 110 millones eran campesinos. Aproximadamente el 65% del campesinado estaba constituido de campesinos pobres, los campesinos medios representaban el 20%, los kulaks casi el 15%. La pequeña burguesía urbana era el 8% de la población del país. Los proletarios eran cerca de 15 millones, un poco más del 10% de la población, y de entre ellos, los obreros industriales sólo eran 3,5 millones (ver "La gran revolución socialista de Octubre", Moscú, Enciclopedia soviética, 1977). No es pues sorprendente que la revolución tuviera una tonalidad que no era propiamente proletaria, sino sobre todo la de las masas semiproletarias y pequeñoburguesas. El papel dirigente del partido proletario no salvó la situación. Para esto existe una explicación totalmente marxista: la base determina la "supraestructura", incluso una "supraestructura" como el partido comunista ruso. He aquí lo que escribía el propio Lenin en 1917:
"Rusia está hoy en ebullición. Millones y decenas de millones de hombres que se habían pasado diez años aletargados políticamente, en quienes el espantoso yugo del zarismo y los trabajos forzados al servicio de los terratenientes y los fabricantes habían matado toda sensibilidad política, han despertado y comenzado a incorporarse a la vida política. ¿Pero quiénes son esos millones y decenas de millones de hombres? Son en su mayoría pequeños propietarios, pequeños burgueses, gentes que ocupan un lugar intermedio entre los capitalistas y los obreros asalariados. Rusia es el país más pequeñoburgués de toda Europa. "Esta gigantesca ola pequeñoburguesa lo ha inundado todo, ha arrollado al proletariado consciente no sólo con la fuerza del número, sino también ideológicamente, es decir, ha arrastrado y contaminado con sus concepciones pequeñoburguesas de la política a grandes sectores de la clase obrera" (Lenin, Tesis de Abril, "Las tareas del proletariado en nuestra revolución"). La fuerza motriz de la revolución de Octubre fueron los obreros y los campesinos en uniforme de soldado, y el proletariado tuvo la hegemonía bajo la dirección del partido bolchevique. A los "nuevos bolcheviques" les pareció que con este acto comenzaba la revolución socialista en Rusia. Sin embargo, los acontecimientos ulteriores demostraron que el desarrollo de la revolución política del proletariado no se produjo más allá de los límites del proceso revolucionario burgués democrático (es decir, la "revolución en sentido restringido"). Las tentativas de eliminar el dinero, la introducción de la producción sobre una base comunista, la distribución directa de los productos, la dominación desde abajo, todas estas medidas y otras del "comunismo de guerra" se consideró que no valían la pena. Los bolcheviques no consiguieron intercambiar productos entre el campo y la ciudad. Los elementos pequeñoburgueses reclamaban mercados y la ley del valor pedía relaciones mercantiles.
Esas reivindicaciones no se podían suprimir sin suprimir al mismo tiempo el ambiente pequeñoburgués. Pero ese ambiente constituía la masa fundamental de la población armada, el ejército revolucionario. Volviendo otra vez a V.I. Lenin, hay que hacer notar que él tenía menos ilusiones sobre el carácter de la revolución de Octubre que otros "nuevos bolcheviques". A finales de 1920 estalló una discusión en el partido comunista ruso sobre el papel y los fines de "la reserva de poder del Estado", los sindicatos, en la Rusia soviética. Una vez que los obreros tienen el Estado, ¿De qué tienen que proteger los sindicatos al proletariado? ¿de nuestro querido Estado? Respecto a esto, el jefe de los bolcheviques hacía, de manera sensata, el siguiente comentario:
"El camarada Trotski habla del 'Estado obrero'. Permítaseme decir que esto es una abstracción. Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: '¿Para qué defender y frente a quién defender a la clase obrera si no hay burguesía y si el Estado es obrero?' No del todo obrero, ahí está el quid de la cuestión En esto consiste cabalmente uno de los errores del camarada Trotski. Ahora que hemos pasado de los principios generales al examen práctico y a los decretos se nos quiere arrastrar hacia atrás, apartándonos de la labor práctica y eficiente. Esto es inadmisible. En nuestro país, el Estado no es, en realidad, obrero, sino obrero y campesino. Esto en primer término. Y de esto dimanan muchas cosas." Y Lenin añadía... "nuestro Estado es obrero con un deformación burocrática". Es cierto que el jefe de los bolcheviques intentaba salir de esa situación con la dialéctica siguiente:
"Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado. Una y otra defensa se efectúan a través de una combinación original de nuestras medidas estatales y de nuestro acuerdo, de la 'trabazón' con nuestros sindicatos", explicaba Lenin, "el concepto de 'trabazón' incluye que es necesario saber utilizar las medidas del poder estatal para defender de este poder estatal los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad. (...)" (Lenin, "Sobre los sindicatos,el momento actual, y los errores del camarada Trotski").
Aunque por la época de la introducción de la NEP, V.I. Lenin tomara conciencia interiormente de la naturaleza no proletaria del poder soviético, su consigna como sabemos era: "empujar la revolución burguesa tan lejos como sea posible". Empujarla con la esperanza de que llegue rápido una revolución social del proletariado europeo (una revolución auténticamente socialista). Esta revolución compensaría el atraso de Rusia, según pensaba Lenin (...)
Por todas estas razones, el líder bolchevique se negó a admitir públicamente la naturaleza no proletaria de la sociedad que había surgido de la revolución de Octubre, e incluso amenazó con ejecutar a quien expresara públicamente ese punto de vista. El mismo Ulianov-Lenin escribió en 1905:
"La revolución completa es la toma del poder por el proletariado y el campesinado pobre. Pero estas clases, cuando llegan al poder, no pueden dejar de apuntar a la revolución socialista. En consecuencia, la toma del poder que es en principio un primer paso en la revolución democrática, será conducida por la fuerza de las cosas y en contra de la voluntad (y a veces en contra de la conciencia) de los participantes, a la revolución socialista. Y aquí el fracaso es inevitable. Pero puesto que el fracaso de las experiencias en la revolución socialista es inevitable, nosotros (como Marx en 1871 que había previsto el fracaso inevitable en París) debemos decir al proletariado que no se subleve, que espere, que se organize, que retroceda en orden para lanzarse más tarde al asalto".
El pronóstico marxista del Lenin teórico (distinto de sus aspiraciones no marxistas como político y sujeto práctico social-jacobino) estaba plenamente justificado. El PCR pasó por la experiencia de una dura lucha y de la eliminación de una parte significativa de la vieja guardia. Como ha mostrado la historia, la realización del ciclo completo de transformación burguesa-democrática en Rusia llevó aproximadamente tanto tiempo como en Francia. En Francia duró de 1789 a 1871, y para nosotros de 1905 a 1991. Además, la similitud es sorprendente hasta en los detalles. El mismo Lenin nos recuerda a Robespierre. Como Robespierre en su época, luchó contra la izquierda repetidamente, por ejemplo en el Xº Congreso del PCR, cuando se suprimió "la Oposición obrera", que trataba de desarrollar una posición clave del nuevo programa del partido, según la cual "los sindicatos deben llegar a una verdadera concentración entre sus manos de la gestión del conjunto de la economía como un todo unificado".
El "Robespierre ruso" no cayó en la guillotina, pero se sabe que su mujer, N.K. Krupskaya sugirió que Lenin hubiera formado parte de las víctimas de las purgas de Stalin. Tras la muerte del jefe de la revolución, el poder en la Rusia soviética, como en Francia en 1794, pasó a un "Directorio" Termidoriano -al ala más de derechas de los "comunistas de la NEP", al servicio de quienes se encontraban muchos viejos mencheviques que mostraban una clara inclinación por el mercado. La polémica que surgió en torno a la evaluación de Trotski de la revolución de Octubre atestigua que la mayoría de "nuevos termidorianos" conservaba esencialmente las "viejas ideas bolcheviques".
Cuando se buscó sustituto a la NEP, a finales de la década de 1920, se erigió una burocracia soviética rusa dirigida por J.V. Stalin, que encarnó muchas de las características de Napoleón Io e incluso en cierta medida de Napoleón III. El bonapartismo ruso específico (que ha confundido a mucha gente hasta ahora) consistió en que el "Napoleón" soviético, acabando con el desarrollo de la revolución, introdujo un régimen de "socialismo de Estado"en la URSS. El "socialismo de Estado" ya había sido planificado en el siglo XIX por los Saint-simonianos, Rodbertus y otros; era un modelo de sociedad que Engels criticó sin concesiones durante los últimos años de su vida. Sin embargo, las características fundamentales del bonapartismo descritas por Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, se pueden ver en su variante soviética. Vemos el culto a la personalidad, basado en "la fe tradicional del pueblo" y "la inmensa revolución interior" [...] Vemos :
"Este poder ejecutivo con su inmensa organización burocrática y militar, con su compleja y artificionsa maquinaria de Estado", en que "cada interés común (gemeinsame) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como título de interés superior, general (allgemeines), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades nacionales de Francia".
La revolución rusa, como la gran revolución francesa :
"tenía necesariamente que desarrollar lo que la monarquía absoluta había iniciado: la centralización; pero al mismo tiempo amplió el volumen, las atribuciones y el número de servidores del poder del gobierno" (Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
Stalin, como Napoleon "perfeccionó esta máquina del Estado", y como Napoleón, estableció las bases de un nuevo sistema jurídico, introdujo una nueva división territorial administrativa, etc (...).
Sin embargo hay muchas diferencias reales entre la historia de Francia y la de Rusia. Stalin llevó una política social imperialista respecto a ciertos pequeños pueblos y Estados vecinos, extendiendo y reforzando la Unión Soviética, pero no fue vencido, como Napoleón; al contrario, venció al agresor nazi en la guerra mundial. En Francia, tras la caída de Napoleón Io, la reacción europea restauró temporalmente la monarquía, pero esto no ha ocurrido todavía en Rusia. No es necesario insistir más en el hecho de que la diferencia fundamental es que, al fin y al cabo, la revolución rusa eliminó radicalmente y de una vez al conjunto de la nobleza y la vieja clase burguesa, mientras que en Francia la cuestión se limitó a la extirpación y la expulsión de la burguesía terrateniente.
Sin embargo, lo principal sería que en el siglo XX esto sucedió en Rusia, en contra de lo que Marx y Engels habían advertido a los revolucionarios: " En Francia el proletariado no llegará solo al poder, sino con los campesinos y la pequeña burguesía, y se verá obligado a llevar a cabo, no sus propias medidas, sino las de las otras clases".
[Aquí sigue una parte sobre "el socialismo de Estado como capitalismo de recuperación", que demuestra en conclusión, la naturaleza capitalista de la URSS sobre la base de las denuncias de Marx y Engels del "socialismo de Estado", e identifica algunas de las principales causas que llevaron al hundimiento de la URSS. Sin embargo también contiene la idea, fundamentalmente incorrecta desde nuestro punto de vista, de que la contrarrevolución estalinista desempeñó de hecho un papel históricamente progresista.]
La "Nomenklatura" del partido ha cumplido una tarea objetivamente progesista, organizando la industria a gran escala e integrándola, junto con las granjas colectivizadas y el sector cooperativo, en un solo complejo económico nacional; así se superó la herencia económica que este país multinacional había heredado del feudalismo, e incluso de modos de producción prefeudales.
[Para terminar, la parte sobre la "Rusia postsoviética" se concluye así:]
Para nosotros, las tareas del proletariado y de los intelectuales marxistas en esta situación son el desarrollo de una lucha de clases sin compromisos contra todas las fracciones de la burguesía -desde los compradores (en castellano en la versión francesa), hasta los nacional-patriotas y sus asistentes políticos de toda calaña-, la creación de auténticos sindicatos obreros de clase y el reagrupamiento de la vanguardia proletaria en un partido marxista del trabajo (Marxist Labour Party, en traducción inglesa) fuerte, que tenga una influencia, y la perspectiva de hacer una revolución socialista mundial auténtica, y por tanto de abolir el conjunto del sistema de economía mercantil, y por consiguiente, todas las relaciones de dominación y sometimiento a la institución del Estado.
Al mismo tiempo, el primer paso en esta vía tiene que ser el poder no compartido de esa parte del proletariado organizado en la producción a gran escala y clarificado por el marxismo; poder que establecerá en el curso de una revolución social radical, es decir, la dictadura socialista del proletariado. Sólo la clase obrera socialista -productora de la mayoría de la riqueza en la época actual- tiene derecho a armarse para evitar las tentativas de contrarrevolución y restauración de los antiguos órdenes, vengan de donde vengan.
Puesto que la clase obrera necesita un Estado de este tipo, el poder de éste tiene que pertenecerle entera y directamente; esa es una de las principales lecciones de la derrota del leninismo.
1) En donde estaba indicado en el texto original, hemos citado las fuentes a nuestra disposición editadas en castellano. Lamentablemente no es así en todas las citas. En las que no hay ninguna referencia, nos hemos limitado a traducirlas nosotros mismos.
QUEREMOS en primer lugar saludar la seriedad del texto, los esfuerzos hechos por el Marxist Labour Party (MLP) para traducirlo y propagarlo internacionalmente, así como también la invitación hecha a organizaciones revolucionarias a comentarlo. El carácter de la Revolución de octubre, así como la naturaleza del régimen estalinista qui surgió de su derrota, siempre ha sido un problema crucial para los revolucionarios, problema que sólo el método marxista permite abordar. Como lo sugiere el título del texto, se trata de un intento de poner en evidencia la "anatomía marxista" de la Revolución de octubre, referiéndose a los estudios más elaborados sacados de los clásicos del marxismo (Engels, Lenin, etc.). Ya veremos que estamos de acuerdo con ciertos aspectos de este texto, no con todos, pero son éstos los que plantean debate. Nos parece sin embargo que el texto no logra su propósito fundamental : definir la naturaleza esencial de la Revolución de octubre. Por esto nos dedicaremos en este artículo a subrayar los principales desacuerdos que tenemos al respecto.
Parece como si este texto fuera el producto de un debate en el MLP. No estamos muy al tanto de los diferentes puntos de vista que se expresan en este debate, pero en la traducción en inglés del prefacio, publicada en el órgano del MLP, Marxist, se habla de divergencias entre los puntos de vista de las corrientes "leninista" y "no-leninista" sobre la Revolución rusa, siendo el texto que comentamos la expresión de esta última corriente.
La CCI ya ha polemizado varias veces en el pasado con los que tienen una visión "consejista" de la Revolución rusa, según la cual fue una revolución esencialmente burguesa muy tardía, siendo los bolcheviques en el mejor de los casos una expresión de la intelligentsia pequeño burguesa, y no del proletariado (vease en particular nuestro folleto Rusia 1917, principio de la revolución mundial). El texto del MLP retoma varios aspectos de esta visión, en particular cuando habla de la Revolución rusa como de una "revolución doble", proletaria en las grandes ciudades pero dominada por el peso del campesinado pequeño burgués, lo que les conduce a enunciar esa fórmula según la cual la Revolución de octubre «no fue una revolución socialista, fue el apogeo de la presión burguesa-democrática, la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado con una breve transición hacia "la dictadura democrática del proletariado"». Las palabras que aquí se utilizan están sacadas del programa bolchevique, anterior a Las Tesis de abril de Lenin. Globalmente, este análisis de una "revolución doble" no deja de recordar las tesis del KAPD de principios de los años 20, que también hablaba de una revolución doble, obrera en las ciudades, campesina y burguesa en los campos, tendiendo este úlrimo aspecto a hacerse preponderante sobre el primero. Más tarde, los últimos representantes de la Izquierda germano-holandesa desarrollaron la noción de revolución puramente burguesa en Rusia, mientras que la idea de revolución doble ha perdurado ampliamente en las contribuciones de la corriente bordiguista.
Pero al mismo tiempo, el enfoque del MLP en lo que toca a la naturaleza del Partido bolchevique difiere claramente del enfoque del consejismo. Mientras que éstos sacan de la experiencia rusa la conclusión de que el partido es una forma burguesa por definición, el MLP (como ya lo sugiere su nombre) se afirma explícitamente como defensor de la noción de partido. En el primer punto de sus "estatutos fundamentales", se proclama que «el MLP es un partido de la clase obrera (…) la tarea del partido es aclarar y organizar a los obreros para que estos tomen el poder político y económico, con el fin de construir una sociedad sin clases y autogobernada». Tampoco se pone en una posición de "juez" a posteriori de los bolcheviques, como tampoco los excluye del movimiento obrero por haber sido víctimas de la derrota de una revolución : «Lo que se ha dicho no es en nada una acusación contra los bolcheviques. Hicieron lo que tenían que hacer, en las condiciones de un país agrícola atrasado - condiciones agravadas por la derrota de la revolución social en occidente».
Una vez esclarecido ese punto, existe a nuestro parecer un defecto crucial en el núcleo principal de este texto, consecuencia de una debilidad teórica de tipo consejista, basada en la incapacidad para considerar la Revolución de octubre en su marco histórico global. Las referencias por cierto no faltan a la dimensión internacional de Octubre, particularmente para explicar que la derrota de la revolución en Europa fue la causa determinante de que la República de los soviets no hubiera podido evolucionar más que hacia un desarrollo del capitalismo ruso. Sin embargo, nos parece que el punto de partida de este análisis, tanto en los consejistas como en los mencheviques, es Rusia y no el mundo capitalista en su globalidad. Y es por eso por lo que el texto hace una comparación radicalmente errónea entre la Rusia del siglo XX y la Francia del siglo XIX : «Como la historia lo ha demostrado, ha sido necesario casi tanto tiempo en Rusia como en Francia para cumplir el ciclo de transformación burgués democrático. En Francia fue de 1789 hasta 1871, aquí de 1905 a 1991». Para los mencheviques, Rusia todavía estaba en su fase de revolución burguesa en 1905-17 ; en este aspecto, la noción de revolución permanente defendida por Trotski fue un avance teórico considerable, por basarse en el contexto internacional de la revolución venidera en Rusia cuando la vieja consigna bolchevique de "dictadura democrática del proletariado y del campesinado" estaba a medio camino entre ambas posiciones, y podemos considerar que Lenin la abandonó efectivamente con sus Tesis de abril de 1917 (lease el artículo de la Revista internacional nº90: "1905: la huelga de masas abre la vía a la revolución proletaria"). A nuestro parecer, la revolución burguesa y la revolución proletaria son ambas productos de una evolución histórica e internacional. Es cierto que la era de las revoluciones burguesas en Francia cubrió gran parte del siglo XIX, y esto porque el capitalismo, en su globalidad, todavía estaba en su fase de expansión. La era de la revolución proletaria mundial empezó a principios del siglo XX, porque el capitalismo, tomado como sistema global, había entrado en su fase de declive. Y, como señalaron los compañeros de Bilan, en oposición tanto al estalinismo como al trotskismo, el único punto de partida posible para analizar la revolución en Rusia está en la maduración internacional de las contradicciones sociales y económicas del sistema capitalista, no en la "madurez" de cada país. Reproducimos aquí una larga cita sacada del primer artículo de una larga serie sobre "Los problemas del período de transición", publicado en 1936 por Bilan en su número 28 :
«Ya señalamos a principio de este estudio que el capitalismo, a pesar de haber desarrollado fuertemente la capacidad productiva de la sociedad, no ha logrado reunir todo lo necesario para la organización inmediata del socialismo. Como lo indica Marx, solo existen las condiciones materiales para resolver el problema, 'o están en camino de existir'.
«Esa idea restrictiva puede aplicarse con todavía más razón a cada uno de los componentes nacionales de la economía mundial. Todos están históricamente maduros para el socialismo, pero ninguno de entre ellos lo está suficientemente para reunir todas las condiciones materiales necesarias para la edificación del socialismo íntegro y esto, sea cual sea el nivel de desarrollo alcanzado.
«No hay nación que ella sola contenga todos los elementos de una sociedad socialista, y el nacional-socialismo se opone irreductiblemente al internacionalismo de la economía imperialista, a la división universal del trabajo y al antagonismo mundial entre burguesía y proletariado.
«Es una abstracción total el concebir una sociedad socialista como si fuera la yuxtaposición de economías socialistas acabadas. La distribución mundial de las fuerzas productivas (que no es un producto artificial) impide tanto a las naciones "superiores" como a las regiones 'inferiores' la posibilidad de realizar íntegramente el socialismo. El peso específico de cada una de ellas en la economía mundial mide su grado de dependencia recíproca y no la amplitud de su independencia. Inglaterra, uno de los sectores del capitalismo más avanzado, en donde éste se expresa prácticamente puro, no es viable si se la considera aisladamente. Los hechos hoy muestran que, privados aunque sea en parte del mercado mundial, les fuerzas productivas nacionales decaen. Así ocurrió con la industria algodonera y la industria carbonífera de Inglaterra. En Estados Unidos, si se limita al mercado interior -y por vasto que sea-, la industria automóvil retrocedería. Una Alemania proletaria aislada asistiría impotente a la contracción de su aparato industrial, aún considerando una amplia expansión del consumo.
«Resulta entonces abstracto plantear la cuestión en términos de paises 'maduros' o no para el socialismo, debido a que el criterio de madurez debe excluirse tanto para los paises desarrollados como para los paises atrasados.
«Es, pues, con el enfoque de una maduración histórica de los antagonismos sociales resultante del conflicto violento entre las fuerzas materiales y las relaciones de producción con el que ha de ser abordado el problema. Limitarse a factores materiales, es situarse en las posiciones de los teóricos de la IIªinternacional, la de Kautsky y de los socialistas alemanes que consideraban que Rusia, como economía atrasada en la que el sector agrícola -técnicamente débil- ocupaba un lugar preponderante, no estaba madura para la revolución proletaria, concepción que iban a adoptar rápidamente los mencheviques rusos. Otto Bauer dedujo de la 'inmadurez' económica de Rusia que el Estado proletario debía degenerar inevitablemente.
«Rosa Luxemburgo (La Revolución rusa) puso de relieve que según los principios de los socialdemócratas, la revolución rusa hubiese tenido que pararse cuando hizo caer al zarismo : "Si ha ido más lejos, si se ha dado como misión la dictadura del proletariado, se debe, según esa doctrina, a un simple error del ala radical del movimiento obrero ruso, los bolcheviques, y todos los desengaños que la revolución ha tenido que sufrir en su curso ulterior, todas las dificultades que ha debido soportar, serían entonces el resultado de ese error fatal".
«Saber si Rusia estaba o no madura para la revolución proletaria es algo que no podía resolverse en función de las condiciones materiales de su economía, sino en función de unas relaciones de clase alteradas por la situación internacional. La condición esencial era la existencia de un proletariado concentrado -aunque fuera en proporciones ínfimas con relación a la inmensa masa de productores campesinos- cuya conciencia se expresara a través de un partido de clase, fuerte por su ideología y su experiencia revolucionaria. Junto con Rosa Luxemburg, decimos que : "El proletariado ruso no podía ser considerado como la vanguardia del proletariado mundial, vanguardia cuyos movimientos expresaban el grado de madurez de los antagonismos sociales a escala internacional. Era el desarrollo de Alemania, de Inglaterra y de Francia lo que se expresaba en San Petersburgo. Y era ese desarrollo del que dependía el destino de la revolución rusa. Ésta no podía alcanzar su objetivo si no era el prólogo de la revolución del proletariado europeo". «
(…) Volvemos a repetir que la condición fundamental de existencia de la revolución proletaria es la continuidad de sus vínculos y la política interior y exterior del Estado proletario deberá definirse en función de esa continuidad. Precisamente porque la revolución, si ha de empezar en el terreno nacional, no puede mantenerse en él indefinidamente, sean cuáles sean la riqueza y la amplitud del territorio nacional; porque debe ampliarse a otras revoluciones nacionales hasta desembocar en la revolución mundial, so pena de asfixia o de degeneración, por todo eso consideramos erróneo basarse en premisas materiales.»
Para Bilan, contrariamente a Trotski por ejemplo o a la corriente consejista, la época de las revoluciones burguesas estaba caduca, puesto que el capitalismo, no considerado país por país, sino considerado como un sistema global, había "madurado" lo suficiente para la revolución proletaria. La consecuencia del enfoque del MLP es que la época estalinista de la URSS ya no debería entenderse como una expresión típica de la contrarrevolución burguesa y de la decadencia universal del capitalismo, como lo son otras manifestaciones como el nazismo en Alemania. Claro está, el MLP está perfectamente claro en cuanto a que el régimen estalinista en Rusia (como en cualquier sitio del mundo) no tenía nada de obrero, sino que era una forma de capitalismo de Estado (1). Sin embargo, considerar que ésta es una expresión de la revolución burguesa también es considerarla como un factor de progreso histórico, que preparó la industrialización de Rusia y por lo tanto el posible triunfo del proletariado. Y a pesar de que en sus "estatutos fundamentales", el MLP afirma con razón que el Estado ruso burocrático "destruyó a los bolcheviques como Partido fundado en 1903", el texto "Anatomy of October" no deja de dar una impresión de continuidad entre bolchevismo y estalinismo :
«A pesar de que su objetivo más inmediato -una sociedad socialista liberada de las relaciones de mercancía- no fuese posible, los bolcheviques cumplieron, en fin de cuentas, una obra inmensa. Durante 70 años, Rusia (la URSS) hizo la experiencia de un salto adelante significativo en su capacidad de producción». Aquí también es conveniente aplicar el método de la Izquierda italiana de los años 30, y el criterio para saber si el estalinismo tuvo o no tuvo un papel progresista no está en un mero cálculo de índices del crecimiento económico según el plan quinquenal, sino en el análisis de su papel como factor profundamente contrarrevolucionario a escala mundial ; y este criterio pone bien de relieve que el estalinismo fue un fenómeno reaccionario por excelencia. A pesar de no haber entendido totalmente el carácter capitalista del Estado estalinista, la Izquierda italiana era consciente de que el "formidable desarrollo económico de URSS" estaba ligado inseparablemente a una economía de guerra, con vistas a un reparto imperialista venidero, y de que semejante "desarrollo" - que simultáneamente se producía en los principales paises capitalistas - no era sino la más clara expresión de que el capitalismo, tomado en su conjunto, era, a escala mundial, un modo de producción caduco.
Al no considerar, como hacen los consejistas, el desarrollo del capitalismo sino en las condiciones particulares de Rusia, se priva a las generaciones futuras de revolucionarios de las lecciones imprescindibles de la experiencia rusa. Si lo que cumplieron los bolcheviques solo estaba sobre todo determinado por la necesidad vital para Rusia de desarrollar su capitalismo, pasando por la etapa de una revolución burguesa tardía, de nada sirve entonces criticar sus errores sobre el Estado soviético, los órganos de masas de la clase obrera, la economía, etc., puesto que el debilitamiento de la dictadura del proletariado no era sino el resultado de circunstancias objetivas que escapaban a cualquier control. Todo esto resulta bastante diferente del trabajo de la Izquierda italiana, quien hizo una serie de estudios sobre las lecciones que tenemos que sacar de la experiencia de la Revolución rusa, sobre la política que deberá promover un futuro poder proletario. Y esto es tanto más penoso porque el MLP tiene una percepción muy justa de los problemas que se le plantean al Estado en el período de transición, cuestión considerada de crucial importancia por la Izquierda italiana. El MLP subraya, en particular, la importancia que tiene el que los órganos específicos del proletariado se hubieran disuelto en el aparato general del Estado soviético :
«He aquí lo que pasó: el 13 (26) de enero de 1918, el tercer congreso ruso de los soviets de diputados campesinos se fusionó con el tercer congreso de soviets de diputados obreros y de soldados. Hacia marzo, la fusión se había extendido a los soviets locales. De esta forma, el proletariado, cuya dominación política habría debido garantizar la transformación socialista bajo la presión de los bolcheviques, compartió el poder con el campesinado». También pone en evidencia la importancia del hecho de que los Soviets de obreros y soldados sufrieran ya una fuerte influencia de los campesinos, a causa de la composición social del ejército. Además, «Una circunstancia más importante aún fue que en lugar de reforzar y desarrollar el sistema de organizaciones obreras auténticas -los comités de fábrica-, los bolcheviques contribuyeron al contrario a su disolución», obligándolos a fusionar con los sindicatos de Estado.
Son esos, sin duda, análisis importantes, pero a nuestro parecer, en la medida en que en cualquier situación revolucionaria será necesario que las capas no explotadoras se organicen en el marco del Estado de transición, la lección que se ha de sacar es que la clase obrera no tendrá que dejar que sus propios órganos auténticos se sumerjan bajo ningún pretexto -los consejos obreros, los comités de fábrica- en los órganos más generales del Estado. El proletariado ha de mantener su autonomía con respecto al Estado de transición, controlándolo sin identificarse con él. Y debe quedar claro que ése no es un problema específico de un país como Rusia en 1917, sino que concierne a la clase obrera del mundo entero, la cual ni mucho menos representa hoy la mayoría de la humanidad. Pero en lugar de alimentar nuestra comprensión de cómo la autoorganización del proletariado se debilita al subordinarse al Estado de transición, el MLP nos marea con teorías un tanto pesadas sobre el paso de la dictadura democrática del proletariado a la dictadura revolucionaria del proletariado y del campesinado en 1919, y para terminar la subordinación de éste a un régimen puramente capitalista tras 1921, presentando lo que fue una experiencia única en la historia como algo que no aporta ninguna lección práctica para el porvenir del movimiento obrero.
Seamos claros : nunca hemos pretendido que la dictadura del proletariado en Rusia hubiese podido ser salvada por garantías organizativas, y menos aún que hubiese podido llevar a la creación de una sociedad socialista. Teniendo en cuenta su aislamiento, tanto su degenereración como su derrota eran inevitables. Sin embargo, esto no debe impedirnos enriquecernos al máximo de sus éxitos como de sus fracasos, sobre todo si se tiene en cuenta que no ha habido otra experiencia de ese tipo en la historia de la clase obrera.
Esto nos lleva a otra cuestión : la ausencia de medidas económicas por parte de los bolcheviques. Entendemos, según la tesis del MLP, que la revolución no impuso una "dictadura socialista" sino una "dictadura democrática del proletariado" puramente política ; y aunque el texto no tenga ninguna ambigüedad sobre el carácter de las medidas tomadas en el marco del comunismo de guerra, subraya que no hubo abolición de las relaciones mercantiles tras la Revolución de octubre. Pero lo que deja entender el texto, es que si el proletariado hubiese impuesto una dictadura realmente socialista, sin ningún reparto de poder, entonces hubiese sido posible realizar medidas económicas realmente socialistas. Aquí también, los compañeros del MLP se olvidan no solo de la dimensión internacional de la revolución, sino también de la naturaleza misma del proletariado. La revolución proletaria no puede empezar más que como revolución política, sea cual sea el nivel de desarrollo del capitalismo del país en que empiece ; esto se debe a que la clase obrera, al ser clase explotada sin la menor posesión, de la única arma de que dispone es el poder político (que es, de hecho, la expresión de su conciencia y de su autoorganización) para poder realizar las medidas sociales necesarias para avanzar hacia un orden comunista. En un país aislado, la revolución proletaria tendrá necesariamente que tomar medidas económicas urgentes para poder sobrevivir. Sin embargo, sería una terrible ilusión pensar que las relaciones capitalistas podrían ser abolidas en el marco de las fronteras de una economía nacional. Como lo demuestra la larga cita de Bilan, el capitalismo, considerado como conjunto global de relaciones, no puede ser derribado más que por la dictadura internacional del proletariado. Mientras ésta no esté establecida, por medio de una guerra civil más o menos larga, el proletariado no puede realmente empezar a desarrollar una forma social comunista. En este sentido, la tragedia fundamental de la Revolución rusa no está en la "restauración" de las relaciones capitalistas, pues éstas en ningún momento desaparecieron realmente; la tragedia fue el proceso entre la toma del poder político por la clase obrera y su pérdida, y sobre todo, fue el hecho de que esa pérdida de poder político quedó ocultada por un proceso interno de degeneración, durante el cual se mantuvieron las antiguas apelaciones mientras que se cambiaba totalmente su contenido esencial.
Para concluir, diremos que la mayor tragedia del siglo XX -los horrores del estalinismo y del fascismo así como la cadena sin fin de guerras y de masacres- fue la consecuencia de la derrota de la oleada revolucionaria proletaria mundial de 1917-23, las esperanzas destrozadas del Octubre ruso. La humanidad ha pagado un enorme tributo por esa derrota, y sigue pagándolo hoy, en el siglo XXI, en el que está hundiéndose más claramente que nunca en la barbarie. La transformación de la sociedad hacia el comunismo era posible a escala mundial en 1917, ésta es la razón por la que pensamos que los bolcheviques tenían toda la razón cuando pidieron al proletariado ruso que diera el primer paso.
CCI
(1) Dejamos de lado la utilización algo confusa de la expresión "socialismo de Estado" que utiliza el MLP para describir el sistema estalinista, ya que de hecho parece no ser más que otra denominación del capitalismo de Estado.
Publicamos a continuación amplios extractos de la primera parte de un texto de orientación discutido en la CCI durante el verano del 2001 y adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización a finales de marzo del 2002. El texto se refiere a las dificultades organizativas qua ha atravesado la CCI durante el período reciente, de las cuales ya hemos dado parte en nuestro artículo “El combate por la defensa de los principios organizativos” publicado en la Revista internacional nº 110, así como en nuestra prensa territorial.
Al no poder aquí repetir lo que se ha dicho en estos artículos, animamos al lector a remitirse a ellos para lograr una mayor comprensión de las cuestiones tratadas. Hemos añadido al texto, sin embargo, cierta cantidad de notas para facilitar la lectura así como también hemos vuelto a formular ciertos pasajes que solo eran comprensibles para los militantes de la CCI –pues hacen referencia a discusiones internas–, y podían resultar herméticos para el lector.
“ Non ridere, non lugere,
neque detestari, sed intelligere”
(“Ni reír, ni llorar, ni maldecir sino comprender”) La Ética, B. Spinoza
Los debates actuales en la CCI sobre la solidaridad y de la con-fianza comenzaron en los años 1999 y 2000, en respuesta a una serie de debilidades, habidas en el seno de nuestra organización, relacionadas con esos problemas fundamentales. Detrás de incumplimientos concretos en la afirmación de la solidaridad hacia algunos camaradas con dificultades, hemos identificado una debilidad más profunda para desarrollar una actitud permanente y cotidiana de solidaridad entre los militantes. Detrás de ciertas manifestaciones repetidas de inmediatismo a la hora de analizar la lucha de clases y de intervenir en ella (la negativa, por ejemplo, a reconocer la amplitud del retroceso desde 1989) y detrás de una tendencia marcada a consolarnos con “pruebas inmediatas” que supuestamente confirmarían el curso histórico, hemos puesto en evidencia una carencia fundamental de confianza en el proletariado y en nuestro propio marco de análisis. Detrás de la degradación del tejido organizativo que empezó a concretarse particularmente en la sección de la CCI en Francia, hemos sido capaces de reconocer no sólo una falta de confianza entre distintas partes de la organización sino también desconfianza en nuestro propio modo de funcionamiento.
Por otra parte, el haber tenido que encarar algunas expresiones de falta de confianza en nuestras posiciones fundamentales, en nuestros análisis históricos y principios organizativos, de desconfianza entre camaradas y órganos de centralización, nos ha obligado a ir más allá de cada caso particular y plantearnos las cosas de manera más general y fundamental y por lo tanto de manera teórica e histórica.
Más en particular, la reaparición del clanismo (1) en el corazón mismo de la organización nos ha exigido profundizar nuestra comprensión de esas cuestiones. Como lo recoge la resolución de actividades del XIVº Congreso de la CCI:
“… el combate de los años 90 estaba necesariamente dirigido contra el espíritu de círculo y los clanes. Pero, como ya lo dijimos entonces, los clanes eran una falsa respuesta a un problema real: el de la falta de confianza y de solidaridad proletarias en el seno de nuestra organización. Por eso es por lo que la abolición de los clanes existentes no ha resuelto automáticamente ni el problema de la creación en la organización de un espíritu de partido ni el de la instauración de una verdadera fraternidad en nuestras filas, ya que su resolución sólo puede ser el resultado de un esfuerzo profundamente consciente.
“A pesar de haber insistido, en aquel entonces, en que el combate contra el espíritu de círculo es permanente, ha subsistido la idea según la cual –como fue ya el caso en tiempos de la Primera y Segunda internacionales– el problema estaba básicamente ligado a una fase de inmadurez ya superada..
“En realidad, tanto el peligro del espíritu de círculo como el del clanismo están hoy todavía más presentes y son más insidiosos que lo fueron en la época de Marx contra Bakunin o la de Lenin contra el menchevismo. De hecho, existe un paralelismo entre las dificultades actuales de la clase en su conjunto para recuperar tanto su identidad de clase como sus reflejos elementales de solidaridad entre los proletarios que la componen, y las dificultades de la organización de revolucionarios para mantener un espíritu de partido en el funcionamiento cotidiano.
“En ese sentido, al plantearnos las cuestiones de la confianza y la solidaridad como cuestiones centrales del periodo histórico, la organización ha iniciado la continuación de la lucha de 1993, agregándole una dimensión “en positivo” y profundizando pues en el sentido de armarse contra la intrusión de errores organizativos de naturaleza pequeño burguesa.”
El debate actual concierne así, directamente, tanto la defensa como, incluso, la supervivencia de la organización. Y precisamente por estas razones es esencial desarrollar al máximo todas las implicaciones teóricas e históricas de esas cuestiones. Por esto, en relación con los problemas organizativos a los que estamos hoy enfrentados, existen dos enfoques fundamentales: uno, la puesta al desnudo de las debilidades organizativas y de las incomprensiones que han permitido el resurgir del clanismo, y otro, el análisis concreto del desarrollo de esta dinámica. De ambos se ocupará el informe que presentará la Comisión de investigación (2). Este Texto de orientación, por su parte, trata esencialmente de elaborar un marco teórico que permita una comprensión histórica en profundidad y una resolución de esos problemas.
De hecho, es esencial comprender que el combate por el espíritu de partido tiene una dimensión teórica indispensable. Ha sido precisamente la pobreza del debate sobre la confianza y la solidaridad, hasta el presente, uno de los factores que más ha potenciado el desarrollo del clanismo. El hecho mismo de que este Texto de orientación haya sido escrito no al iniciarse el debate sino un año después, es testimonio de las dificultades que la organización ha tenido hasta ser capaz de encarar esas cuestiones. Pero la mejor prueba de esas debilidades es el hecho que el debate sobre la confianza y la solidaridad ha estado acompañado… ¡de un deterioro sin precedentes de los lazos de confianza y de solidaridad entre camaradas!
Estamos aquí, en realidad, ante problemas fundamentales del marxismo, que son la base misma de nuestra comprensión de la naturaleza de la revolución proletaria, que son parte íntegra de la plataforma y de los estatutos de la CCI. En este sentido, la pobreza del debate nos recuerda que los peligros de atrofia teórica, de esclerosis, son permanentes para una organización revolucionaria.
La tesis central de este Texto de orientación es que la dificultad para desarrollar en la CCI una confianza y una solidaridad profundamente arraigadas ha sido un problema fundamental a lo largo de toda su historia. Esta debilidad es a la vez el resultado de las características esenciales del periodo histórico que se abre en 1968. Es una debilidad no únicamente de la CCI sino de toda la generación de proletarios involucrada en este período. Como pone de relieve la resolución del XIVo Congreso:
“Es un debate que debe movilizar al conjunto de la CCI hacia una reflexión profunda ya que contiene las potencialidades para intensificar nuestra comprensión tanto de lo que es la construcción de una organización dotada de una vida verdaderamente proletaria como del período histórico en el que estamos viviendo.”
Lo que por lo tanto está en juego va más lejos que la cuestión organizativa en sí misma. Particularmente, la cuestión de la confianza afecta a todos los aspectos de la vida del proletariado y del trabajo de los revolucionarios –del mismo modo que la desconfianza en la clase se manifiesta igualmente por el abandono de las adquisiciones programáticas y teóricas.
a) En la historia del movimiento marxista, no hemos encontrado un solo texto escrito sobre la confianza o sobre la solidaridad. Y, sin embargo, esas cuestiones son centrales en muchas de las contribuciones fundamentales del marxismo, desde La Ideología alemana y El Manifiesto comunista hasta ¿Reforma social o revolución? y El Estado y la revolución. La ausencia de una discusión específica sobre estas cuestiones en el movimiento obrero pasado no indica que tengan un carácter secundario. Todo lo contrario. Son tan fundamentales y evidentes que nunca fueron planteadas por sí ni en sí mismas sino, siempre, en respuesta a otros problemas planteados.
Si estamos obligados hoy a dedicar un debate específico y un estudio teórico a esos temas, es porque han perdido su carácter de “evidencia”.
Esta pérdida es el resultado de la contrarrevolución que comenzó en los años veinte y de la ruptura de la continuidad orgánica de las organizaciones políticas proletarias que esa ruptura causó. Por esta razón, para entender lo que significa experiencia de confianza y de solidaridad vivas en el seno del movimiento obrero, es necesario distinguir dos fases en la historia del proletariado. Durante la primera fase, que va desde los inicios de su autoafirmación como clase autónoma hasta la oleada revolucionaria de 1917 a 1923, la clase obrera fue capaz, a pesar de una serie de derrotas a menudo sangrientas, de desarrollar de manera más o menos contínua su confianza en sí misma y su unidad política y social. Las manifestaciones más importantes de esa capacidad fueron, además de las luchas obreras mismas, el desarrollo de una visión socialista, de una capacidad teórica, de una organización política revolucionaria. Esta acumulación, resultado de un trabajo de decenios y de varias generaciones de proletarios fue interrumpida, incluso destrozada, por la contrarrevolución. Sólo minúsculas minorías revolucionarias fueron capaces de mantener su confianza en el proletariado durante los decenios posteriores. Al poner fin a la contrarrevolución, el resurgir histórico de la clase obrera en 1968 empezó a darle la vuelta a esa tendencia. Sin embargo, las expresiones de confianza en sí y de solidaridad de clase de esta nueva generación proletaria no derrotada permanecieron en su mayor parte arraigadas en las luchas inmediatas. No se basaban todavía, como en el periodo anterior a la contrarrevolución, en una visión socialista ni en una formación política, en una teoría de clase ni en la transmisión de la experiencia acumulada y la comprensión teórica de una generación a otra. En otros términos, la confianza en sí, histórica, del proletariado, y su tradición de unidad activa y de combate colectivo son uno de los aspectos de su combate que más ha sufrido la ruptura de la continuidad orgánica. Igualmente, son los aspectos más difíciles de restablecer ya que dependen, más que muchos otros, de una continuidad política y social vivas. Esto da lugar a su vez a una particular vulnerabilidad de las nuevas generaciones de la clase y de sus minorías revolucionarias.
Primero y ante todo, fue la contrarrevolución estalinista lo que más contribuyó en socavar la confianza del proletariado en su propia misión histórica, en la teoría marxista y en las minorías revolucionarias. El resultado es que el proletariado desde 1968 tiende, más que las generaciones no derrotadas del pasado, a padecer el peso del inmediatismo, de la ausencia de una visión histórica a largo plazo. Al haberle robado gran parte de su pasado, la contrarrevolución y la burguesía de hoy han privado al proletariado de una visión clara de su futuro sin la cual la clase no puede desplegar una confianza más profunda en su propia fuerza.
Lo que distingue al proletariado de cualquier otra clase social de la historia es que desde su primera intervención como fuerza social independiente, ya propuso un proyecto de sociedad futura, basado en la propiedad colectiva de los medios de producción; como primera clase en la historia cuya explotación está basada en la separación radical entre productores y medios de producción y en la sustitución del trabajo individual por el trabajo socializado, su lucha de liberación se caracteriza por el hecho de que su combate contra los efectos de la explotación (común de todas las demás clases explotadas) ha estado siempre ligado al desarrollo de una visión de la sociedad en la que no cabe la explotación. Primera clase en la historia que produce de manera colectiva, el proletariado está llamado a fundar la nueva sociedad sobre una base colectiva consciente. Puesto que es incapaz, en tanto que clase sin propiedad, de ganar ningún poder en el seno de la sociedad actual, el significado histórico de su lucha de clase contra la explotación le revela a sí mismo y a la sociedad en su conjunto, el secreto de su propia existencia: ser el enterrador de la explotación y de la anarquía capitalistas.
Por esta razón la clase obrera es la primera clase para la cual la confianza en su propia misión histórica es inseparable de la solución que ella aporta a la crisis de la sociedad capitalista.
Esta situación excepcional del proletariado, al ser la única clase de la historia que es a la vez explotada y revolucionaria, tiene dos consecuencias importantes:
La dialéctica de la revolución proletaria es, pues, esencialmente la de la relación entre el objetivo y el movimiento, entre la lucha contra la explotación y la lucha por el comunismo. La inmadurez natural de los primeros pasos de la “infancia” de la clase en el escenario histórico se caracteriza por un paralelismo entre el desarrollo de las luchas obreras y el de la teoría del comunismo. La interconexión entre ambos polos no fue entendida al principio por los propios participantes. Esto se reflejó, por un lado, en el carácter, a menudo ciego e instintivo, de las luchas obreras y, por otro, en el utopismo del proyecto socialista.
La maduración histórica del proletariado unió esos dos elementos. Esa maduración se concretó en las revoluciones de 1848-49 y sobre todo en el nacimiento del marxismo, la comprensión científica del movimiento histórico y del objetivo final del proletariado.
Dos décadas más tarde, la Comuna de Paris, producto de esa maduración, revela la esencia de la confianza del proletariado en su propio papel: la aspiración a tomar la dirección de la sociedad para transformarla según su propia visión política.
¿Qué origina esa sorprendente confianza en sí de una clase oprimida, desposeída, que concentra toda la miseria de la humanidad entre sus filas y que se reveló a sí misma con toda claridad desde 1870? Como la de todas las clases explotadas, la lucha del proletariado contiene un aspecto espontáneo. El proletariado no puede sino reaccionar a los ataques y las dificultades que le impone la clase dominante. Pero contrariamente a las luchas de todas las demás clases explotadas, las del proletariado tienen ante todo un carácter consciente. Los avances de su lucha son primero y ante todo producto de su propio proceso de maduración política. El proletariado de París era una clase educada políticamente y que había pasado por diferentes escuelas de socialismo, desde el blanquismo hasta el prudhonismo. Es esa formación política alcanzada durante los decenios precedentes lo que explica en gran medida la capacidad de la clase para desafiar de tal manera el orden dominante (como también explica los defectos de ese movimiento). Al mismo tiempo, 1870 también fue el resultado del desarrollo de una tradición consciente de solidaridad internacional que caracterizó todas las principales luchas desde los años 1860 en Europa occidental.
En otras palabras, la Comuna fue el producto de una maduración subterránea, caracterizada particularmente por la mayor confianza de la clase en su misión histórica y por una práctica más desarrollada de su solidaridad de clase. Una madurez cuyo punto culminante fue la Primera internacional.
Con la entrada del capitalismo en su período de decadencia se acentúa el papel central de la confianza y de la solidaridad, pues la revolución proletaria se inscribe en el orden del día de la historia. Por un lado, el carácter espontáneo del combate obrero tiene que desarrollarse más, pues el proletariado tropieza con la imposibilidad de organizar las luchas a través de los partidos de masas y de los sindicatos(3). Por otro lado, la preparación política de estas luchas, mediante el fortalecimiento de la confianza y la solidaridad, se hace aun más importante. Los sectores más avanzados del proletariado ruso que, en 1905, fueron los primeros en descubrir el arma de la huelga de masas y de los consejos obreros, habían pasado por la escuela del marxismo a través de una serie de fases: la de la lucha contra el terrorismo, la formación de los círculos políticos, las primeras huelgas y manifestaciones políticas, la lucha por la formación del partido de clase y las primeras experiencias de agitación de masas. Rosa Luxemburg, la primera en comprender el papel de la espontaneidad en la época de la huelga de masas, insiste en que sin tal escuela de socialismo los acontecimientos de 1905 jamás hubiesen sido posibles (ver Rosa Luxemburg, La Revolución rusa).
Pero es la oleada revolucionaria de 1917-23 y, sobre todo, la Revolución de octubre las que revelan más claramente el carácter de las cuestiones en torno a la confianza y la solidaridad. La quintaesencia de la crisis histórica estaba contenida en la cuestión de la insurrección. Por primera vez en la historia de la humanidad, una clase social estuvo en posición de cambiar deliberada y conscientemente el curso de los acontecimientos mundiales. Los bolcheviques recuperan el concepto de Engels sobre “El arte de la insurrección”. Lenin declara que la revolución es una ciencia. Trotski habla del “álgebra de la revolución”. A través del estudio de la realidad social, a través de la construcción de un partido de clase capaz de superar las pruebas de la historia, a través de una preparación paciente y vigilante del momento en el que las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución estén reunidas, y mediante la audacia revolucionaria necesaria para aprovechar la ocasión, el proletariado y su vanguardia empezaron, en lo que es un triunfo de conciencia y de organización, a superar la alienación que condena a la sociedad a ser la víctima impotente de fuerzas ciegas. Al mismo tiempo, la decisión consciente de tomar el poder en Rusia y por tanto de asumir todas las adversidades de tal acto en interés de la revolución mundial, fue la expresión más elevada de la solidaridad de clase. Es una nueva cualidad en el camino ascendente de la sociedad, el inicio del salto desde el reino de la necesidad hasta el de la libertad. Y es la esencia de la confianza del proletariado en sí mismo y de la solidaridad entre sus filas.
b) Uno de los más viejos principios de la estrategia militar es la necesidad de ahogar la confianza y la unidad del ejército enemigo. Igualmente, la burguesía ha comprendido la necesidad de combatir estas cualidades en el proletariado. Particularmente, con el ascenso del movimiento obrero durante la segunda mitad del siglo XIX, la necesidad de destruir la idea de solidaridad obrera pasó a ser central en la visión del mundo de la clase capitalista, como lo atestigua la promoción de ideologías como el darwinismo social, la filosofía de Nietzche, el “socialismo” elitista del Fabianismo, etc. Sin embargo, justamente hasta que su sistema no entró en decadencia la burguesía no fue capaz de encontrar los medios para hacer retroceder esos principios en el seno de la clase obrera. En particular, la represión feroz que impuso al proletariado de Paris en 1848 y en 1870, y al movimiento obrero en Alemania bajo las Leyes antisocialistas (1878-1890), aunque provocaron retrocesos momentáneos en el progreso del socialismo no consiguieron dañar ni la confianza histórica de la clase obrera ni sus tradiciones de solidaridad.
Los acontecimientos de la Primera guerra mundial revelan que fue la traición de los principios proletarios por los partidos de la clase obrera misma, sobre todo por partes de las organizaciones políticas de la clase lo que destruyó esos principios “desde dentro”. La liquidación de esos principios en el seno de la socialdemocracia había comenzado ya a principios del siglo XX con el debate sobre el “revisionismo”. El carácter destructor, pernicioso de ese debate no sólo apareció en la penetración de posiciones burguesas y en el abandono progresivo del marxismo, sino y sobre todo, en la hipocresía que introducía en la vida de la organización. Aunque, formalmente, la posición de la Izquierda fue la que se adoptó, en realidad, el resultado principal de ese debate fue el aislamiento completo de la Izquierda, sobre todo en el partido alemán. Las campañas oficiosas de denigración contra quien estaba a la cabeza de la vanguardia en el combate contra el revisionismo, Rosa Luxemburg, descrita en los pasillos de los congresos del partido como un elemento extraño, sedienta incluso de sangre, preparaban ya el terreno para su asesinato en 1919.
De hecho, el principio fundamental de la contrarrevolución que comienza en los años veinte es la demolición de la idea misma de confianza y solidaridad. El principio despreciable del “chivo expiatorio”, barbarie de la Edad Media, reaparece en el capitalismo industrial con la caza de brujas de la Socialdemocracia contra los espartaquistas y del fascismo contra los judíos, tratadas como minorías “diabólicas” quienes, solas, impiden el retorno de la pacífica armonía a la Europa de posguerra. Pero es sobre todo el estalinismo, o sea la “punta de lanza” de la ofensiva burguesa, el que sustituyó los principios de confianza y solidaridad por los de la desconfianza y la denuncia entre los jóvenes partidos comunistas y quien despretigió el objetivo del comunismo y de los medios para lograrlo.
Sin embargo, la aniquilación de esos principios no se logró en una noche. Incluso durante la Segunda Guerra mundial, docenas de miles de familias obreras mantenían aun suficiente solidaridad como para arriesgar su vida ocultando a quienes estaban perseguidos por el Estado. Y ahí tenemos la lucha del proletariado holandés contra la deportación de los judíos para recordarnos que la solidaridad de la clase obrera constituye la única solidaridad real con el conjunto de la humanidad. Pero ese fue el último movimiento de huelga del siglo XX en el que los comunistas de izquierda tuvieron una influencia significativa (4).
Como sabemos, la contrarrevolución fue superada por una nueva generación de obreros, no derrotada, obreros que en 1968 tuvieron, una vez más, confianza para tomar en sus manos la extensión de su lucha y de su solidaridad de clase, para volver a plantear la cuestión de la revolución y para generar nuevas minorías revolucionarias. Ahora bien, traumatizada por la traición de todas las principales organizaciones obreras del pasado, esta nueva generación adoptó una actitud de escepticismo hacia la política, hacia su propio pasado, su teoría de clase, hacia su misión histórica. Eso no la protege del sabotaje de la izquierda del capital pero sí le impide restablecer las raíces de la confianza en sí misma y revivir de forma consciente su gran tradición de solidaridad. También las minorías revolucionarias están profundamente afectadas De hecho, por primera vez surge una situación en la que aún teniendo las posiciones revolucionarias un eco creciente en la clase, las organizaciones que las defienden no son reconocidas, incluso ni por los obreros más combativos, como pertenecientes a la clase.
A pesar de la impertinencia y la altanería de esta nueva generación pos-1968 que logró al principio coger por sorpresa a la clase dominante, tras su escepticismo hacia la política reside una profunda falta de confianza en sí misma. Jamás antes habíamos visto tal contraste entre, de un lado, su capacidad para implicarse en las luchas masivas, gran parte de ellas autoorganizadas; y de otro, la ausencia de esa seguridad elemental que caracterizó al proletariado desde los años 1848-50 hasta 1917-18. Y esa falta de confianza en sí marca, también profundamente, las organizaciones de la Izquierda comunista. No sólo las nuevas, como la CCI o la CWO, sino también a un grupo como el PCInt bordiguista, el cual, tras haber sobrevivido a la contrarrevolución, estalló a comienzos de los ochenta a causa de su impaciencia por ser reconocido por el conjunto de la clase. Como sabemos, el bordiguismo y el consejismo teorizaron, durante la contrarrevolución, esa pérdida de la confianza en sí mismo, estableciendo una separación entre los revolucionarios y la clase en su conjunto, llamando a una parte de la clase a desconfiar de la otra (5). Además ambas, la idea bordiguista de “la invariación” y su opuesta consejista de “un nuevo movimiento obrero”, son, teóricamente, falsas respuestas a la contrarrevolución a ese nivel. Pero la CCI, aunque haya rechazado tales teorizaciones, tampoco ha sido inmune a los daños causados en la confianza en sí mismo del proletariado y al deterioro de los cimientos en que se basa esa confianza.
Así podemos ver cómo, en este periodo histórico, la falta de confianza de la clase en sí misma, de los obreros en los revolucionarios y viceversa; la falta de confianza de las organizaciones en sí mismas, en su papel histórico, en la teoría marxista y en los principios organizativos heredados del pasado y la falta de confianza del conjunto de la clase en la naturaleza histórica, a largo plazo, de su misión están todas ligadas.
En realidad, esa debilidad política, heredada de la contrarrevolución, es uno de los principales factores que conforman la fase de descomposición en que ha entrado el capitalismo. Cortado de su experiencia histórica, de sus armas teóricas y de la visión de su papel histórico, el proletariado carece de la confianza necesaria para llevar adelante una perspectiva revolucionaria. Con la descomposición, esta falta de confianza, esa falta de perspectiva lo acaba siendo para la sociedad entera, encarcelando a la humanidad en el presente (6). No es ninguna coincidencia si el periodo histórico de descomposición se inauguró con el hundimiento del principal vestigio de la contrarrevolución, o sea, los regímenes estalinistas. El resultado de ese desprestigio continuado de su objetivo de clase y de sus armas políticas es que el movimiento proletario está confrontado una vez más a una situación sin precedente histórico: una generación no derrotada pierde en gran medida su identidad de clase. Para salir de esa crisis deberá aprender de nuevo la solidaridad de clase, volver a desarrollar una perspectiva histórica, redescubrir en el ardor de la lucha de clases la posibilidad y la necesidad para las diferentes partes de la clase de confiar unas en las otras. El proletariado no ha sido derrotado. Ha olvidado pero no ha perdido las lecciones de sus combates. Lo que si ha perdido, sobre todo, es su confianza en sí mismo.
Por eso las cuestiones de la confianza y de la solidaridad están entre las principales claves de esta situación de atolladero, de estancamiento histórico. Ambas son centrales para el futuro de la humanidad, para el reforzamiento de la lucha obrera en los años por venir, para la construcción de la organización marxista, para la materialización de una perspectiva comunista en el seno de la lucha de clase.
a) Como lo muestra el Texto de orientación de 1993 (7), todas las crisis, tendencias y escisiones en la historia de la CCI tienen sus raíces en la cuestión organizativa. Incluso cuando había importantes divergencias políticas, no hubo acuerdo sobre esas cuestiones entre los miembros de las “tendencias”, y esas divergencias tampoco justificaban una escisión y ciertamente menos el tipo de escisión irresponsable y prematura que ha acabado siendo la regla general en el seno de nuestra organización.
Como lo muestra el Texto de orientación del 93, todas esas crisis tienen como origen el espíritu de círculo y en particular el clanismo. De eso podemos concluir que a lo largo de la historia de nuestra Corriente el clanismo ha sido la manifestación principal de la pérdida de confianza en el proletariado y la causa principal de la puesta en entredicho de la unidad de la organización. Es más, como su evolución ulterior fuera de la CCI lo ha confirmado frecuentemente, los clanes son el principal portador del germen de degeneración programática y teórica en nuestras filas (8).
Este hecho, puesto a la luz hace ocho años, es tan sorprendente que merece una reflexión histórica. El XIVº Congreso de la CCI ha comenzado ya esta reflexión mostrando, que en el movimiento obrero del pasado, el peso predominante del espíritu de círculo y del clanismo quedó limitado a los inicios del movimiento obrero mientras que la CCI ha estado atormentada por ese problema a lo largo de su existencia. La verdad es que la CCI es la única organización en la historia del proletariado en la cual la penetración de una ideología extraña se manifiesta, tan particular y dominantemente, a través de problemas organizativos.
Este problema sin precedentes debe entenderse dentro del contexto histórico de los tres últimos decenios. La CCI, heredera de la más elaborada síntesis de la herencia del movimiento obrero y en particular de la Izquierda comunista, (…) Pero la historia nos muestra que la CCI ha asimilado su herencia programática con más facilidad que su herencia organizativa. Ello es debido principalmente a la ruptura de la continuidad orgánica causada por la contrarrevolución. Primero porque es más fácil asimilar las posiciones políticas por el estudio y la discusión de textos del pasado que integrar las cuestiones organizativas que son una tradición viva cuya transmisión depende muy fuertemente de la existencia de vínculos entre las generaciones. Segundo, porque el golpe asestado por la contrarrevolución a la confianza en sí de la clase ha afectado principalmente a su confianza en su misión política y en sus organizaciones políticas. Así, mientras que la validez de nuestras posiciones programáticas ha estado a menudo confirmada de manera espectacular por la realidad (y después de 1989 esta validez ha sido incluso confirmada por un número creciente de elementos del pantano), nuestra construcción organizativa no ha tenido tan rotundo éxito. En 1989, fin del periodo de posguerra, la CCI no había dado ningún paso decisivo en términos de crecimiento numérico, difusión de su prensa, impacto de su intervención en la lucha de clases, ni en el nivel de reconocimiento de la organización por el conjunto de la clase.
Es, desde luego, una situación histórica paradójica. Por un lado, el fin de la contrarrevolución y la apertura de un nuevo curso histórico han favorecido el desarrollo de nuestras posiciones: la nueva generación no derrotada desconfiaba, más o menos abiertamente frente a la izquierda del capital, las elecciones burguesas, el sacrificio por la nación, etc. Pero por otro, nuestro militantismo comunista podríamos decir que es por lo general menos respetado que en la época de Bilan. Esta situación histórica ha generado dudas, profundamente arraigadas respecto a la misión histórica de la organización. Estas dudas han aflorado, con frecuencia a nivel político general, a través del desarrollo de concesiones abiertamente consejistas, modernistas o anarquistas –en otros términos, capitulaciones más o menos abiertas al ambiente dominante. Pero sobre todo, donde aparecen de manera más vergonzante es a nivel organizativo.
A eso hay que añadir que aunque en la historia de la lucha de la CCI por el espíritu de partido hay similitudes con las organizaciones del pasado – la asimilación de la herencia de los principios de funcionamiento de nuestros predecesores y su fijación a través de una serie de luchas organizativas– hay igualmente grandes diferencias. La CCI es la primera organización que forja el espíritu de partido no en condiciones de ilegalidad sino dentro de una atmósfera impregnada de ilusiones democráticas. En lo que se refiere a esta cuestión la burguesía ha aprendido de la historia: no es la represión, sino el desarrollo de una atmósfera de desconfianza lo que constituye la mejor arma para la liquidación de la organización. Lo que es verdadero para el conjunto de la clase lo es también para los revolucionarios: es la traición a los principios internos lo que destruye la confianza proletaria.
El resultado es que la CCI no ha sido nunca capaz de desarrollar ese modo de solidaridad que en el pasado siempre se forjó en la clandestinidad y que constituye uno de los principales componentes del espíritu de partido. Además, el democratismo es el terreno ideal para el cultivo del clanismo ya que es la antítesis viva del principio proletario según el cual cada uno da lo mejor de sus capacidades a la causa común; favorece el individualismo, el informalismo y el olvido de los principios. No debemos olvidar que los partidos de la segunda Internacional fueron en gran parte destruidos por el democratismo y que incluso el triunfo del estalinismo ha sido democráticamente legitimado, como lo puso de relieve la Izquierda italiana (…).
b) Es evidente que el peso de todos esos factores negativos se ha multiplicado con la apertura del periodo de descomposición. No repetiremos lo que ha dicho la CCI sobre este tema. Lo que es importante aquí es que como la descomposición tiende a dislocar las bases sociales, culturales, políticas, ideológicas de la comunidad humana, minando en particular la confianza y la solidaridad; hay, actualmente, en la sociedad una tendencia a reagruparse en clanes, camarillas, bandas… Estos agrupamientos, cuando no están basados en intereses comerciales o en otros intereses materiales, tienen frecuentemente un carácter irracional, basado en lealtades personales en el seno del grupo y en odios con frecuencia absurdos hacia enemigos reales o imaginarios. En realidad ese fenómeno es, en parte, un retorno, en el contexto actual, a formas atávicas completamente pervertidas de confianza y solidaridad que reflejan la pérdida de confianza en las estructuras sociales existentes y un intento de protegerse de la creciente anarquía en la sociedad. Ni que decir tiene que estos agrupamientos, lejos de representar una respuesta a la barbarie de la descomposición, son una expresión de ésta. Es significativo que hoy estén afectadas las dos clases principales de la sociedad. De hecho, por ahora sólo los sectores más fuertes de la burguesía parecen ser más o menos capaces de resistir al desarrollo de ese fenómeno. Para el proletariado el grado con que le afecta a su vida cotidiana este fenómeno es sobre todo la manifestación del daño causado a su identidad de clase y a la necesidad que se deriva de él: recuperar su solidaridad de clase.
Como se dijo en el XIVo Congreso de la CCI: a causa de la descomposición la lucha contra el clanismo no la hemos dejado atrás sino que está delante de nosotros.
c) Así pues, podemos decir que el clanismo es la expresión principal de la pérdida de confianza en el proletariado en la historia de la CCI. Pero la forma que toma es la de una desconfianza abierta no hacia la organización sino hacia una parte de ésta. En realidad y sin perder de vista lo anterior, lo que da sentido a su existencia es la puesta en entredicho de la unidad de la organización y de sus principios de funcionamiento. Por eso el clanismo, aunque inicie su andadura partiendo de una preocupación correcta y con una confianza más o menos intacta, va desarrollando necesariamente tal desconfianza hacia quienes no están de su lado hasta llegar a la paranoia abierta. En general, quienes son víctimas de esta dinámica son de hecho inconscientes de esta realidad. Eso no quiere decir que un clan no tenga cierta conciencia de lo que hace. Pero es una falsa conciencia que sirve para engañarse a sí mismo y engañar a los demás.
El texto de orientación de 1993 explicaba ya las razones de ésta vulnerabilidad que en el pasado afectó a militantes como Martov, Plejanov o Trotski: el peso particular del subjetivismo en las cuestiones organizativas. (…)
En el movimiento obrero el clanismo ha tenido casi siempre por origen la dificultad de distintas personalidades para trabajar conjuntamente. En otros términos, el clanismo representa una derrota frente a la etapa inicial de la construcción de cualquier comunidad. Por esa razón las actitudes clánicas aparecen a menudo en los momentos en que llegan nuevos miembros o en los de formalización y de desarrollo de estructuras organizativas. En la Primera Internacional fue la incapacidad del recién llegado, Bakunin, para “encontrar su sitio” lo que cristalizó los resentimientos preexistentes hacia Marx. En 1903 al contrario, fue la preocupación acerca del estatuto de la “vieja guardia” lo que provocó lo que acabó siendo, en la historia, el menchevismo. Eso, evidentemente, no impidió a un recién llegado como Lenin defender el espíritu de partido, ni a un Trotski, quien con su llegada provocó más de un resentimiento, ponerse junto a quienes habían tenido miedo de él (9).
(…)
Es precisamente porque el espíritu de partido supera el individualismo, por lo que es capaz de respetar la personalidad y la individualidad de cada uno de sus miembros. El arte de la construcción de la organización consiste, ni más ni menos, en tomar en consideración todas esas personalidades, tratar de armonizarlas al máximo y permitir a cada una dar lo mejor de sí mismas a la colectividad. El clanismo, al contrario, se cristaliza precisamente en torno a una desconfianza hacia las personalidades y su distinto peso en el entorno. Por eso es tan difícil identificar una dinámica clánica al principio. Incluso si muchos camaradas sienten el problema, la realidad del clanismo es tan sórdida y ridícula que se necesita coraje para declarar que “El emperador va desnudo”, como en el cuento tradicional recogido por Andersen (El nuevo traje del emperador).
Como lo resaltó en cierta ocasión Plejánov, en la relación entre la conciencia y las emociones, éstas últimas desempeñan el papel conservador. Pero eso no quiere decir que el marxismo comparta el desprecio racionalista burgués hacia ese papel. Hay emociones que sirven y otras que perjudican a la causa del proletariado. Es cierto que la misión de este último no se realizará sin un desarrollo gigantesco de su pasión revolucionaria, sin una voluntad inquebrantable de vencer, sin un desarrollo inaudito de la solidaridad, de la generosidad y del heroísmo sin los cuales las pruebas de la lucha por el poder y de la guerra civil no podrían nunca ser soportadas. Y sin el cultivo consciente de los rasgos sociales e individuales de la verdadera humanidad, una sociedad nueva no puede fundarse. Estas cualidades no hay que considerarlas como precondiciones. Hay que forjarlas en la lucha, como decía Marx.
[…]
Contrariamente a la actitud de la burguesía revolucionaria para quien el punto de arranque de su radicalismo fue el rechazo del pasado, el proletariado ha basado siempre, conscientemente, su perspectiva revolucionaria en todas las adquisiciones de la humanidad que le han precedido. Fundamentalmente, el proletariado es capaz de desarrollar tal visión histórica porque su revolución no defiende ningún interés particular opuesto a los intereses de la humanidad en su conjunto. Por tanto, la preocupación del marxismo, en todas las cuestiones teóricas planteadas por esta misión, ha sido siempre tomar como punto de partida todas las adquisiciones que le han sido trasmitidas. Para nosotros no solamente la conciencia del proletariado sino la de la humanidad en su conjunto es algo que se acumula y se trasmite a través de la historia. Tal fue la preocupación y el modo de hacer de Marx y Engels respecto a la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa o el socialismo utópico francés.
También debemos entender aquí que la confianza y la solidaridad proletarias son concreciones específicas de la evolución general de esas cualidades en la historia de la humanidad. Sobre estas dos cuestiones la tarea de la clase obrera es ir más allá de lo ya realizado, pero, para realizarlo, la clase debe basarse en lo ya cumplido.
Las cuestiones planteadas aquí son de una importancia histórica fundamental. Sin una mínima solidaridad como base es imposible realizar la sociedad humana. Y sin al menos una confianza mutua rudimentaria ningún proceso social es posible. En la historia, la ruptura de esos principios siempre ha desembocado en la barbarie.
a) La solidaridad es una actividad práctica de apoyo mutuo entre los seres humanos en su lucha por la existencia. Es una expresión concreta de la naturaleza social de la humanidad. Contrariamente a impulsos tales como la caridad o el sacrificio personal que presuponen la existencia de un conflicto de intereses, la base material de la solidaridad es una comunidad de intereses. Por eso la solidaridad no es un ideal utópico sino una fuerza material tan vieja como la propia humanidad. Pero ese principio, que representa el medio más eficaz y a la vez colectivo de defender sus propios intereses materiales “sórdidos”, puede alumbrar las acciones más desinteresadas incluso el sacrificio de su propia vida. Este hecho, que el utilitarismo burgués no ha sido nunca capaz de explicar, resulta de la simple realidad según la cual, a partir del momento en que existen intereses comunes, las partes se someten al bien común. La solidaridad es pues la superación no del “egoísmo” sino del individualismo y del particularismo en interés del conjunto. Por eso, la solidaridad es siempre una fuerza activa caracterizada por la iniciativa y no por la actitud de esperar la solidaridad de los demás. Allí donde reina el principio burgués de cálculo de las ventajas y de los inconvenientes no hay solidaridad posible.
Aunque en la historia de la humanidad la solidaridad entre los miembros de la sociedad fue primeramente un reflejo instintivo, según la sociedad humana se iba haciendo más compleja y conflictiva más alto era el nivel de conciencia necesario para su desarrollo. En ese sentido la solidaridad de clase del proletariado constituye la forma más alta de la solidaridad humana hasta ahora.
No obstante, para que florezca la solidaridad no basta con la conciencia de su necesidad en general, también es necesario cultivar las emociones sociales. Para desarrollarse, la solidaridad requiere un marco cultural y organizativo que favorezca su expresión. Si tal marco se da en un agrupamiento social, es posible el desarrollo de costumbres, tradiciones y reglas “no escritas” de solidaridad que pueden trasmitirse de una generación a otra. En ese sentido, no tiene solamente un impacto inmediato sino también histórico.
Pero a pesar de tales tradiciones, la solidaridad tiene siempre un carácter voluntario. Por eso, la idea del Estado como encarnación de la solidaridad, que cultivaron en particular la socialdemocracia y el estalinismo, es una de las más grandes mentiras de la historia. La solidaridad no puede jamás ser impuesta contra la voluntad. Ella no es posible sin que quienes expresan la solidaridad y quienes la reciben compartan la convicción de su necesidad. La solidaridad es el cemento que mantiene cohesionado un grupo social, el catalizador que transforma un grupo de individuos en una sola fuerza unida.
b) Como la solidaridad, la confianza es una expresión del carácter social de la humanidad. Como tal presupone también una comunidad de intereses. No puede existir sino en relación con otros seres humanos que comparten objetivos y actividades. De ahí se derivan sus dos componentes fundamentales: confianza mutua de los participantes y confianza en el objetivo compartido. Las bases principales de la confianza social son siempre un máximo de claridad y de unidad.
Sin embargo, la diferencia esencial entre el trabajo humano y el trabajo animal, entre el trabajo del arquitecto y la construcción de una colmena por las abejas, como dice Marx, reside en la premeditación de ese trabajo sobre la base de un plan (10). Por eso la confianza va siempre ligada al futuro, a algo que en el presente no existe sino en forma de idea o de teoría. Por eso también la confianza mutua es siempre concreta, basada en las capacidades de una comunidad para llevar a cabo una tarea determinada.
También, contrariamente a la solidaridad que es una actividad y que no existe sino en el presente, la confianza es ante todo una actividad encaminada al futuro. Eso es lo que le da su carácter enigmático, difícil de definir o identificar, difícil de mantener o desarrollar. No hay casi ninguna otra faceta de la vida humana sobre la que haya habido tanto equívoco y tanto autoengaño. De hecho la confianza está basada en la experiencia, en lo aprendido a fuerza de tanteos, de ir probando hasta poder establecer objetivos realistas y desarrollar los medios apropiados. Ya que su cometido es posibilitar el nacimiento de un proyecto, ella no pierde nunca su carácter teórico. Ninguna de las grandes realizaciones de la humanidad habría sido jamás posible sin esta capacidad de perseverar en una tarea realista pero difícil en ausencia de resultados inmediatos. La ampliación del alcance de la conciencia es lo que permite el crecimiento de la confianza, mientras que el impacto de fuerzas ciegas e inconscientes sobre la naturaleza, la sociedad y el individuo tiende a destruir esa confianza. No es tanto la existencia de peligros lo que asfixia la confianza humana sino, más que nada, la incapacidad para comprenderlos. La vida plantea constantemente nuevos peligros, la confianza es particularmente frágil y aunque se necesitan años para desarrollarla es fácil destruirla del día a la mañana.
Como la solidaridad, la confianza no puede ser ni decretada ni impuesta, pero requiere una estructura y una atmósfera adecuadas para su desarrollo. Lo que hace tan difíciles las cuestiones de la solidaridad y la confianza es el hecho de que no son solamente un asunto de la mente sino también del corazón. Es necesario “sentirse confiado”. La ausencia de confianza deja paso al reino del miedo, de la incertidumbre, de la duda y de la parálisis de las fuerzas colectivas conscientes.
c) Aunque la ideología burguesa hoy se pueda sentir confortada, por aquello de la pretendida “muerte del comunismo”, en su convicción de que la eliminación de los débiles de la lucha competitiva por la supervivencia es lo único que asegura la perfección de la sociedad, la realidad es que esas fuerzas colectivas y conscientes son las bases para la ascensión del género humano.
Ya los antecesores de la humanidad pertenecían ciertamente a esas especies animales altamente desarrolladas a quienes los instintos sociales dieron una ventaja decisiva en la lucha por la supervivencia. Esas especies llevaban en sí las marcas rudimentarias de la fuerza colectiva: los débiles estaban protegidos y la fuerza de cada miembro individual se convertía en la fuerza de todos. Estos aspectos han sido cruciales en la emergencia de la humanidad, pues sus crías quedan indefensas durante más tiempo a lo largo de su vida que cualquier otra especie. Con el desarrollo de la sociedad humana y de las fuerzas productivas, esa dependencia del individuo respecto a la sociedad no ha cesado jamás de crecer: los instintos sociales (a los que Darwin llamó “altruistas”) que existían ya en el mundo animal, adquieren más y más un carácter consciente. El desinterés, el valor, la lealtad, la dedicación a la comunidad, la disciplina y la honestidad son glorificadas en las primeras expresiones culturales de la sociedad como primeras manifestaciones de una solidaridad verdaderamente humana.
Pero el hombre es por encima de todo la única especie que utiliza las herramientas que ella misma ha fabricado. Es esta manera de obtener los medios de subsistencia lo que dirige la actividad humana hacia el futuro.
“En el animal, la acción sigue de manera inmediata a la impresión. Encuentra su presa o su comida e inmediatamente salta, atrapa, come o hace todo lo necesario para mantenerla y eso es un instinto heredado. Entre la impresión y la acción del hombre, al contrario, pasa por su cabeza una larga cadena de pensamientos y de consideraciones. ¿De dónde procede esa diferencia? No es difícil ver que está ligada a la utilización de herramientas. De igual manera que los pensamientos surgen entre las impresiones del hombre y sus acciones, la herramienta aparece entre el hombre y lo que busca obtener. Además, de la misma manera que el utensilio se sitúa entre el hombre y los objetos exteriores, el pensamiento debe surgir entre la impresión y la realización”. Él coge un utensilio “y su espíritu debe hacer también el mismo recorrido, no seguir la primera impresión” (Anton Pannekoek, Marxismo y darwinismo).
Aprender a “no dejarse arrastrar por la primera impresión” es una buena descripción del salto desde el mundo animal al género humano, del reino del instinto al de la conciencia, de la prisión inmediatista del presente a la actividad orientada hacia el futuro. Todo desarrollo importante en la primera sociedad humana estuvo acompañado de un reforzamiento de ese aspecto. También con la aparición de las sociedades agrícolas sedentarias, a los viejos ya no se les mataba sino que se les cuidaba y quería como a quienes podían trasmitir la experiencia.
En el llamado comunismo primitivo, esta confianza embrionaria en la potencia de la conciencia para dominar las fuerzas de la naturaleza debió ser extremadamente frágil mientras que la fuerza de la solidaridad en el seno de cada grupo debió ser poderosa. Pero hasta la aparición de las clases, de la propiedad privada y del Estado, esas dos fuerzas, por desiguales que fueran, se reforzaron mutuamente una a la otra.
La sociedad de clases hizo estallar esa unidad acelerando la lucha por el dominio de la naturaleza, pero a la vez sustituyó la solidaridad social por la lucha de clases en el seno de la misma sociedad. Sería erróneo creer que ese principio social general fue sustituido por la solidaridad de clase. En la historia de la sociedad de clases, el proletariado es la única clase capaz de una real solidaridad. Mientras que las clases dominantes han sido siempre clases explotadoras para quienes la solidaridad no ha sido jamás otra cosa que la oportunidad del momen to, el carácter necesariamente reaccionario de las clases explotadas significó que su solidaridad tuviese también necesariamente un carácter fugaz, utópico como fue el caso de “la comunidad de bienes” de los primeros cristianos y de las sectas de la Edad Media. La principal expresión de la solidaridad social en el seno de la sociedad de clases, antes del advenimiento del capitalismo es la que se derivaba de los vestigios de la economía natural, incluidos los derechos y los deberes que vinculaban todavía a clases opuestas entre sí. Todo eso fue finalmente destruido por la producción de mercancías y su generalización bajo el capitalismo.
“Si en la sociedad actual, los instintos sociales conservan aun su fuerza, es solamente gracias a que la producción generalizada de mercancías sigue siendo todavía un fenómeno nuevo, de apenas un siglo, pero en la medida en que el comunismo democrático primitivo desaparezca y… deje por consiguiente de ser la fuente de instintos sociales; brotará un nuevo y más rico manantial, la lucha de clases de las clases ascendentes populares explotadas” (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia).
Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la confianza de la sociedad en su capacidad para dominar las fuerzas de la naturaleza crecerá de manera acelerada. El capitalismo ha hecho, con mucho, la principal contribución en ese sentido alcanzando la cumbre en el siglo XIX, el siglo del progreso y del optimismo. Pero al mismo tiempo, al empujar al hombre contra el hombre en la lucha de la competencia y al haber empujado la lucha de clases hasta un punto jamás alcanzado, ha socavado hasta una profundidad sin precedentes otro pilar de la confianza en sí de la sociedad, el de la unidad social. Aun más, para liberar a la humanidad de las fuerzas ciegas de la naturaleza, el capitalismo la ha sometido a la dominación de unas nuevas fuerzas ciegas en el seno de la sociedad misma: las fuerzas que desencadena la producción de mercancías cuyas leyes operan sin control, e incluso incompresiblemente, “a espaldas” de la sociedad. Eso ha traído consigo que el siglo XX el más trágico de la historia, haya hundido a gran parte de la humanidad en una desesperanza indecible.
En su lucha por el comunismo, la clase obrera se basa no solo en el desarrollo de las fuerzas productivas producidas por el capitalismo, sino que además una parte de su confianza la basa para el el porvenir en las realizaciones científicas y las propuestas teóricas aportadas con anterioridad por la humanidad. También la herencia de la clase, acumulada en su lucha por una solidaridad efectiva, comprende toda la experiencia de la humanidad hasta nuestros días en lo que se refiere a la creación de lazos sociales, unidad de objetivos, lazos de amistad, actitudes de respeto y de atención hacia los compañeros de combate, etc.
En el próximo número de esta Revista internacional, publicaremos la segunda y última parte de este texto, la cual abordará las cuestiones siguientes:
1) Para tener más datos sobre el análisis de la CCI sobre la trasformación del espíritu de círculo en clanismo, sobre los clanes que han existido en nuestra organización y sobre la lucha contra estas debilidades a partir de 1993, vease nuestro texto “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacional no 109, y “El combate por la defensa de los principios organizativos”, Revista internacional no 110.
2) Se trata de una Comisión de investigación nombrada por el XIVº congreso de la CCI. Ver al respecto nuestro artículo de la Revista internacional nº 110.
3) Vease sobre el tema nuestro artículo “La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo”, Revista internacional no 23. En ese artículo ponemos en evidencia las razones por cuales las luchas del siglo XX, contrariamente a las del siglo XIX, no podían apoyarse en una organización previa de la clase.
4) En febrero de 1941, las medidas antisemitas de las autoridades de ocupación alemanas provocaron la movilización masiva de los obreros holandeses. Iniciada en Amsterdam el 25 de febrero, la huelga se extendió al día siguiente a otras ciudades, especialmente, a La Haya, Rotterdam, Groninga, Utrecht, Hilversum, Haarlem, hasta Bélgica incluso, antes de ser reprimida por las autoridades, por las SS en particular. Léase al respecto nuestro libro La Izquierda holandesa.
5) La idea consejista cobre la cuestión del partido desarrollada por la Izquierda comunista holandesa y la idea bordiguista, que es un avatar de la Izquierda italiana, parecen, de entrada, oponerse radicalmente: ésta defiende que el papel del partido es tomar el poder y ejercer la dictadura en nombre del proletariado, incluso, si cabe, oponiéndose al conjunto de la clase, mientras que aquélla estima que todo partido, incluido el comunista, es un peligro para la clase destinado por necesidad a usurparle el poder en detrimento de los intereses de la revolución. En realidad, ambas ideas acaban reuniéndose, pues las dos establecen una separación, cuando no una oposición, entre el partido y la clase , expresando así una falta de confianza fundamental hacia ella. Para los bordiguistas, el conjunto de la clase no es capaz de ejercer la dictadura y por eso le incumbe al partido ejercer esa tarea. A pesar de las apariencias, el consejismo no manifiesta una mayor confianza hacia el proletariado, ya que considera que éste está abocado a dejarse despojar de su poder en beneficio de un partido desde el instante en que existe tal partido.
6) Para nuestro análisis de la descomposición, ver “La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo” en la Revista internacional nº 62.
7) Texto publicado en la Revista internacional 109 con el título “La cuestión del funiconamiento de la organización en la CCI”.
8) Y es así porque “En la dinámica de clan, las actuaciones no proceden de un acuerdo político real, sino de lazos de amistad, de fidelidad, de la convergencia de intereses “personales” específicos o frustraciones compratidas. (…) Cuando aparece una dinámica así, los miembros o simpatizantes del clan ya no se determinan, en su comportamiento o las decisiones que toman, en función de una opción consciente y razonada basada en los intereses generales de la organización, sino en función del punto de vista y de los intereses del clan que tienden a plantearse como contradictorios con los del resto de la organización” (“La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacio naln°109). En cuanto unos militantes adoptan esas actuaciones, están obligados a dar la espalda a un pensamiento riguroso, al marxismo, adoptando una tendencia a la degeneración teórica y programática. Por sólo citar un ejemplo, podemos recordar que la agrupación clánica aparecida en la CCI en 1984, y que formaría más tarde la “Fracción Externa de la CCI”, acabó poniendo en entredicho nuestra plataforma, de la que se presentaba como la mejor defensora, y rechazando el análisis de la decadencia del capitalismo, patrimonio de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista.
9) Cuando llegó a Europa occidental en otoño de 1902, tras su evasión de Siberia, Trotski venía precedido de su fama de redactor de mucho talento (uno de los seudónimos que le pusieron fue “Pero”, “la Pluma”). Llega rápidemente a ser un colaborador de primer plano de la Iskra publicada por Lenin y Plejánov. En marzo de 1903, Lenin escribe a Plejánov para proponerle que Trotski entre en la redacción de Iskra, pero Plejánov se niega: en realidad lo que Plejánov teme es que el talento del joven militante (23 años) ne acabe haciéndole sombra a su propio prestigio. Fue ésa una de las primeras expresiones del extravío de quien había sido principal artífice de la introducción del marxismo en Rusia. Tras haberse unido a los mencheviques, acabará su carrera como socialpatriota al servicio de la burguesía.
10) “Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, par su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención…” (Marx, El Capital, vol. I, Cap. V. FCE, México)
El 28 de junio de 1914 era asesinado en Sarajevo por Gavrilo Princip, joven nacionalista serbio, el archiduque Francisco Fernando de Austria, sobrino del emperador Francisco José y general inspector de los ejércitos de Austria-Hungría. Este imperio había echado mano ya de Bosnia-Herzegovina en 1908 expresando así sus apetitos imperialistas excitados por el desmoronamiento del imperio otomano. Ese asesinato le sirvió de pretexto para atacar a una Serbia acusada de animar las ideas de independencia de las nacionalidades dominadas por Austria. La declaración de guerra se hizo sin esperar negociación alguna. En fin, se conoce bien lo que siguió: Rusia, temerosa de la prepotencia austríaca en los Balcanes corre en auxilio de Serbia; Alemania aporta su apoyo sin fisuras al Imperio austro-húngaro, aliado suyo; Francia otorga el suyo a Rusia e Inglaterra le sigue los pasos; resultado: cerca de diez millones de muertos, seis millones de mutilados y una Europa en ruinas y ello sin contar todas las consecuencias de la guerra como la gripe española de 1918 que mató a más gente que el propio conflicto.
El 11 de septiembre de 2001, los 3000 muertos de las Torres Gemelas fueron el pretexto del gobierno de Estados Unidos para entablar la invasión de Afganistán, instalar bases militares en tres países limítrofes, antiguas repúblicas de la URSS. También han permitido la preparación de la guerra para eliminar a Sadam Husein con una probable ocupación militar de larga duración de Irak por parte de las tropas US. Si bien debido al contexto histórico actual, los efectos del 11 de septiembre son por ahora menos carniceros que la guerra de 1914-18, esa ampliación de la presencia militar directa de EE.UU contiene, sin embargo, sombrías amenazas para el futuro.
A pesar de la similitud entre esos dos acontecimientos (en ambos casos, una gran potencia imperialista utiliza un atentado terrorista para justificar sus propias operaciones bélicas) el fenómeno terrorista de 2001 no tiene ya nada que ver con el lejano de 1914.
El acto de Gavrilo Princip hunde sus raíces en las tradiciones de las organizaciones populistas y terroristas que durante el siglo XIX lucharon contra el absolutismo zarista, expresión de la impaciencia de una pequeña burguesía incapaz de entender que son las clases sociales y no los individuos quienes hacen la historia. Al mismo tiempo, aquel atentado ya prefigura lo que será una característica del terrorismo durante el siglo XX: el uso de este medio por los movimientos nacionalistas y la manipulación de éstos por la burguesía de las grandes potencias. En algunos casos, esos movimientos nacionalistas eran demasiado débiles o habían llegado demasiado tarde al ruedo de la historia para hacerse un sitio en un mundo capitalista ya repartido entre las grandes naciones históricas: la ETA, en España, es un ejemplo típico, puesto que un Estado vasco independiente no tendría la menor viabilidad. En otros casos, esos grupos terroristas formaban parte de un movimiento más amplio que desembocó en la creación de un nuevo Estado nacional: puede citarse el ejemplo del Irgun, movimiento terrorista judío que luchó contra los ingleses en Palestina durante el período de antes y después de la IIª Guerra mundial y entre cuyas acciones no sólo hubo ataques contra objetivos “militares”, como el del cuartel general del ejército británico, sino también matanzas de civiles como la perpetrada contra la población árabe de Deir Yasín. Recordemos que Menahem Beguin, antiguo primer ministro israelí, a quien se le otorgó el premio Nobel de la paz tras la firma de los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, fue uno de los dirigentes del Irgún.
El ejemplo del IRA y del Sinn Fein en Irlanda(1) resume en cierto modo las características de lo que iba a ser el terrorismo en el siglo XX. Tras el aplastamiento de la revuelta de la Pascua de 1916, uno de los dirigentes irlandeses ejecutados fue James Connolly, figura emblemática del movimiento obrero irlandés. Su muerte fue el símbolo del final de una época, trasnochada ya en realidad por el estallido de la Iª Guerra mundial, una época en la que el movimiento obrero podía todavía apoyar, en ciertos casos, algunas luchas de liberación nacional. En cambio, en la época de decadencia que se había iniciado, tal apoyo se ha vuelto inevitablemente en contra del proletariado(2). De hecho es el destino de Roger Casement el que simbolizará lo que habrán de ser los movimientos nacionalistas y terroristas del período de decadencia: fue detenido por los ingleses (y fusilado después) en cuanto arribó a Irlanda en un submarino alemán con un cargamento de fusiles alemanes para la revuelta independentista de 1916.
El final de las carreras profesionales de Menahem Begin –primer ministro de Israel– y de Gerry Adams, el ex terrorista y dirigente del Sinn Fein, que no ha llegado todavía a primer ministro, pero que ya es un respetable político recibido en Downing Street y en la Casa Blanca, es también significativo de que para la burguesía no hay una frontera impermeable entre terrorismo y respetabilidad. La diferencia entre el jefe terrorista y el hombre de Estado es que el primero todavía está en una situación precaria, pues las únicas armas de las que dispone son los atentados y los golpes a mano armada, mientras que el segundo tiene a su disposición todos los medios militares del moderno Estado burgués. A todo lo largo del siglo XX, sobre todo durante el periodo de la “descolonización” tras la IIª Guerra mundial, numerosos han sido los ejemplos de grupos terroristas (o nacionalistas usuarios de métodos terroristas) que acaban transformándose en las fuerzas armadas del nuevo Estado: los miembros del Irgún integrados en el nuevo ejército israelí, el FLN de Argelia, el Viet-minh en Vietnam, la OLP de Yasir Arafat en Palestina, etc.
Ese tipo de lucha armada es además un terreno predilecto para los manejos del Estado burgués en el marco de los conflictos interimperialistas, El fenómeno empezó a cobrar gran amplitud durante la IIª Guerra mundial, con el uso por parte de las burguesías “democráticas” de movimientos de resistencia contra el invasor alemán, especialmente en Francia, en Grecia y en Yugoslavia o por la burguesía alemana nazi, aunque con menos éxito, en algunos movimientos de independencia nacional en el imperio británico (en India, en particular). Después, allí donde se agudiza duramente el enfrentamiento entre los dos grandes bloques de la posguerra, el americano y el ruso, las formaciones nacionalistas dejan de ser simples grupos terroristas para acabar siendo auténticos ejércitos: así ocurre en Vietnam, en donde hay cientos de miles de combatientes enfrentados, y al cabo millones de muertos, o en Afganistán donde –recuérdese– los talibanes y sus predecesores, que se distinguieron en la lucha contra la ocupación soviética, habían sido formados y armados por Estados Unidos.
El terrorismo, lucha armada minoritaria, se ha convertido pues en campo para la intervención y las maniobras de las grandes potencias. Si eso aparece claramente en los enfrentamientos armados en los países del llamado “Tercer mundo”, también lo es en los manejos más tenebrosos dentro de los grandes Estados mismos. Al ser acciones que se preparan en la sombra, ofrecen “un terreno de predilección para los manejos de los agentes de la policía y del estado y, en general, para toda clase de manipulaciones e intrigas de lo más insólito”(3). Un ejemplo pertinente de ese tipo de manipulaciones, en las que se mezclan individuos en pleno delirio (los hay que hasta incluso se creen que actúan en interés de la clase obrera), gángsters, grandes Estados y servicios secretos, fue el rapto, realizado con una eficacia perfectamente militar, de Aldo Moro por un comando de las Brigadas rojas italianas y su asesinato el 9 de mayo de 1978, después de que el gobierno italiano se negara a negociar su liberación. Esta operación no fue obra de unos cuantos terroristas excitados, menos todavía de militantes obreros. Tras la acción de las Brigadas rojas había en juego cuestiones políticas no solo relacionadas con el Estado italiano, sino también con las grandes potencias. En efecto, Aldo Moro representaba una fracción de la burguesía italiana favorable a la entrada del Partido comunista italiano en la mayoría gubernamental, opción a la que Estados Unidos era firmemente contrario. Las Brigadas rojas compartían esa oposición a la política del “compromiso histórico” entre la Democracia cristiana y el PC que Aldo Moro defendía, de modo que las B.R. hicieron abiertamente el juego del Estado norteamericano. El hecho mismo de que las BR estuvieran directamente infiltradas a la vez por los servicios secretos italianos y por la red Gladio (creación de la OTAN cuya misión era formar redes de resistencia en caso de que la URSS hubiera invadido Europa occidental) pone de manifiesto que ya desde finales de los años 70 el terrorismo es un instrumento de maniobra en los conflictos imperialistas(4).
Durante los años 80, la multiplicación de atentados terroristas (como los de 1986 en París), ejecutados por gropúsculos fanáticos pero teledirigidos por Irán, hicieron aparecer un fenómeno nuevo en la historia. Ya no son, como al iniciarse el siglo XX; acciones armadas perpetradas por grupos minoritarios con el fin de constituir y llevar a la independencia nacional de un Estado, sino que son los Estados mismos los que toman a su cargo y usan el terrorismo como arma de la guerra entre Estados.
El que el terrorismo se haya convertido directamente en instrumento del Estado para hacer la guerra fue un cambio cualitativo en la evolución del imperialismo. El que fuera Irán el Estado que encargó esos ataques (en otros casos como en el del atentado contra el vuelo de la Panam por encima de Lockerbie, serían Siria o Libia las acusadas) es también significativo de un fenómeno que va a acentuarse tras el desmoronamiento de los bloques después de 1989 y la desaparición de la disciplina impuesta por sus jefes respectivos: hay potencias regionales de tercer orden tales como Irán que van a intentar librarse de la tutela de los bloques, ruso o americano. El terrorismo se convierte entonces en la bomba atómica de los pobres.
En el último período ha podido comprobarse que son las dos potencias militares principales, Estados Unidos y Rusia las que han usado el terrorismo como medio de manipulación para justificar sus intervenciones militares. Incluso los propios medios han revelado que los atentados en Moscú del verano de 1999 habían sido perpetrados con explosivos utilizados exclusivamente por los militares y cuyo comanditario fue probablemente Putin, jefe del FSB (ex KGB) en aquel entonces. Aquellos atentados fueron un pretexto para justificar la invasión de Chechenia por las tropas rusas. Para el último atentado en Moscú, la toma de rehenes de los 700 espectadores de un teatro, el tinglado ha sido tan grosero que la propia prensa, tanto la rusa como la internacional, ha empezado a interrogarse abiertamente si no ha habido manipulación, cómo cincuenta personas pudieron acudir juntas a un lugar público en plena capital acarreando un arsenal impresionante, en una ciudad en la que cualquier checheno puede ser controlado y detenido varias veces por día en la calle.
Entre las hipótesis propuestas por el diario francés Le Monde del 16 de noviembre, se plantea ya sea la infiltración del comando por los servicios secretos rusos, ya que éstos estaban al tanto de la operación y dejaron hacer para así poder recalentar la guerra en Chechenia. Por lo visto, según algunas filtraciones, hubo agentes secretos que informaron a sus mandos unos meses antes de la preparación de acciones en Moscú por el grupo de Movsar Baraev, pero la información “se habría perdido como siempre en los meandros superiores del escalafón”. Difícilmente puede uno imaginarse que una información de tal importancia pasara desapercibida. El 29 de octubre, el diario Moskovski Konsomolets citaba a un informador anónimo del FSB (ex KGB) según el cual el comando de marras estaba “infiltrado” desde hacía tiempo por los servicios rusos, los cuales controlaban directamente a cuatro de los secuestradores.
El comando estaba dirigido por el clan Baraev, cuyos hombres de mano ya desempeñaron un papel notorio en la guerra de Chechenia. Aún cuando se presentaba como defensor de un islamismo radical, su antiguo jefe (asesinado hace dos años) y tío del comandante de los secuestradores, mantenía vínculos directos con el Kremlin. Sus tropas han sido de hecho las únicas que se salvaron de los bombardeos y de las matanzas ejecutados por el ejército ruso. Fue él quien, además, favoreció la matanza de los principales jefes nacionalistas chechenos asediados en Grozny, metiéndolos en una ratonera tras haberles dado la posibilidad de huir por un paso donde los estaban esperando las tropas rusas.
En cuanto a lo del 11 de septiembre de 2001, por mucho que el Estado norteamericano no hubiera comanditado directamente los atentados, es inconcebible imaginar que los servicios secretos de la primera potencia mundial habrían sido cogidos por sorpresa como en una república bananera cualquiera del Tercer Mundo. Es evidente que el Estado US dejó hacer, aún a riesgo de lo que pasó: el sacrificio de cerca de 3000 vidas y la destrucción de las Torres Gemelas. Ese fue el precio que el imperialismo US estaba dispuesto a pagar para poder reafirmar su liderazgo mundial desencadenando la operación “Justicia ilimitada” en Afganistán. Esta política deliberada de la burguesía estadounidense que consiste en dejar hacer para justificar su intervención no es nueva, ni mucho menos.
Ya fue utilizada en diciembre de 1941 cuando el ataque japonés de Pearl Harbor(5) para justificar la entrada de Estados Unidos en la IIª Guerra mundial y más recientemente cuando la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam Husein en agosto de 1990, que sirvió para que se desencadenara la guerra del Golfo bajo la batuta del Tío Sam(6).
El método que consiste en utilizar los atentados terroristas ya previstos para así justificar la ampliación de la influencia imperialista mediante la intervención militar (o policiaca) parece que empieza a crear emulación. Las informaciones disponibles parecen demostrar que el gobierno australiano estaba al corriente de las amenazas de atentado en Indonesia y que dejó correr, animando incluso a sus ciudadanos a seguir yendo a Bali. Lo que en todo caso es cierto, es que Australia ha aprovechado la ocasión proporcionada por el atentado del 12 de octubre para reforzar su influencia en Indonesia, tanto por cuenta propia como por cuenta de su aliado norteamericano(7).
Esa política de “dejar hacer” ya no consiste, como en 1941 ó en 1990, en dejar que el enemigo ataque primero según las leyes clásicas de la guerra entre Estados.
Ya no es la guerra entre Estados rivales, con sus propias reglas, sus banderas, sus preparativos, sus tropas uniformadas y sus armamentos, lo que sirve de pretexto a la intervención masiva de las grandes potencias. Son los ataques terroristas a ciegas, con sus comandos kamikazes fanatizados, que golpean directamente a la población civil, los que ahora son utilizados por las grandes potencias para justificar el desencadenamiento de la barbarie imperialista.
El uso y la manipulación del terrorismo ya no sólo es cosa de los pequeños Estados como Libia, Irán u otros de Oriente Medio. Se han convertido en una especialidad de las grandes potencias del planeta.
Es significativo de la descomposición cada vez más avanzada del entramado ideológico de la sociedad capitalista que los ejecutantes de los atentados de Nueva York, de Moscú o de Bali (sea cual sea la motivación de sus comanditarios) ya no están motivados por ideologías que tengan una apariencia racional o con pretensiones progresivas, tales como la lucha por la creación de nuevos Estados nacionales. Al contrario, evocan ideologías ya caducas e irremediablemente reaccionarias en el siglo XIX: las del oscurantismo religioso y místico. La descomposición del capitalismo parece estar bien resumida en ese hecho de que, para muchos sectores de la juventud de hoy, la mejor perspectiva que la vida pueda ofrecerles hoy ya no es la vida misma, ni siquiera la lucha por una gran causa, sino la muerte en las tinieblas del oscurantismo feudal y al servicio de cínicos comanditarios de quienes ni sospechan la existencia.
En los países desarrollados, el terrorismo del que son los primeros responsables sirve a los Estados burgueses de medio de propaganda ante su propia población civil para convencerla de que en un mundo que se desmorona, en el que se cometen atrocidades como el atentado del 11 de septiembre, la única solución sería someterse a la protección del Estado mismo. La situación en Venezuela nos muestra la perspectiva que nos espera si la clase obrera, con el apoyo a una u otra facción de la burguesía, se deja arrastrar a un terreno de clase que no es el suyo. El gobierno de Chávez llegó al poder con un amplio apoyo en la población pobre y los obreros, llegando a conseguir hacer creer que su programa nacional-populista y anti-EE.UU. podría protegerlos contra los efectos de una crisis cada vez más insoportable. Hoy las masas pobres y obreras se encuentran divididas y encuadradas por las fuerzas de la burguesía, ya sea detrás de Chávez y su camarilla, ya sea alistadas en los sindicatos que participan en una “huelga general” en la que incluso están los jueces y que tiene el apoyo de… ¡la patronal! Y ese peligro no se limita a los países periféricos del capitalismo, como lo demostró la gigantesca manifestación del 1º de mayo de 2002 en París a la que los “ciudadanos” fueron invitados a tomar partido por una camarilla burguesa contra otra (“la otra” era la de ese espantajo de opereta llamado Le Pen).
Si la clase obrera mundial no lograra afirmar su propia independencia de clase en la lucha por la defensa de sus propios intereses primero y por el derrocamiento revolucionario de esta sociedad putrefacta después, lo único que ante nosotros habría sería la multiplicación de enfrentamientos entre pandillas burguesas y entre los Estados burgueses en los que se emplearían todos los medios, incluidos los más bestiales, y entre ellos el uso cotidiano del arma terrorista.
Arthur, 23/12/02
1) IRA: Irish Republican Army. El Sinn Fein (“Nosotros mismos” en gaélico) fue fundado en 1907 por Arthur Griffith, principal dirigente irlandés de la época de la independencia de la república irlandesa (Eire) a principios de los años 20. Sigue hoy siendo el ala política del IRA con la que mantiene unos vínculos parecidos a los de Batasuna con ETA. Podría, en cierto modo, decirse que la “revolución” nacionalista irlandesa tuvo las características del período de decadencia del capitalismo, al no haber logrado ir más allá de la creación de un Estado amputado (sin los seis condados de Ulster) y esencialmente sometido a Gran Bretaña.
2) Toda la ambigüedad de la actitud de Connolly puede verse en el artículo publicado en su periódico Irish Worker a principios de la guerra de 1914, en el que declara por un lado que todo obrero irlandés estaría en pleno derecho de alistarse en el ejército alemán si ello pudiera acelerar la liberación irlandesa del yugo del imperialismo británico, a la vez que esperaba que “Irlanda puede mientras tanto llevar su fuego a un incendio europeo que no se apagará mientras que el último trono o las últimas acciones u obligaciones capitalistas no se hayan consumido en la hoguera funeraria del último señor de la guerra” (citado en FLS Lyons, Ireland since famine).
3) Ver Revista internacional nº 15 “Resolución sobre terrorismo, terror y violencia de clase”, punto 5.
4) Otros Estados han usado el terrorismo incluso directamente: recordemos, por ejemplo, que los servicios secretos del Estado francés demostraron estar dispuestos a usar esos métodos con el atentado en Nueva Zelanda contra el Rainbow Warrior, navío de la organización Greenpeace.
5) Ver al respecto nuestros artículos “La guerra ‘antiterrorista’ siembra el terror y la barbarie” y “Pearl Harbor 1941, Torres Gemelas 2001, el maquiavelismo de la burguesía”, en la Revista internacional nº 108.
6) Ver nuestros artículos “Golfo Pérsico: el capitalismo es la guerra”, “Frente a la espiral de la barbarie guerrera, una única solución: desarrollo de la lucha de clases”, “Guerra del Golfo: matanzas y caos capitalistas”, “El caos”, publicados respectivamente en Revista internacional números 63 a 66.
7) Para un análisis más detallado, léase: “Cómo se aprovecha el imperialismo australiano de la matanza de Bali”, publicado en Révolution internationale (publicación territorial de la CCI en Francia) nº 330.
Publicamos aquí la segunda parte de un texto de orientación que se discutió en la CCI durante el verano de 2001 y fue adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización de marzo de 2002
La primera parte de este texto se publicó en el número anterior de esta Revista internacional
En la primera parte se abordaban los puntos siguientes:
Al ser el proletariado la primera clase de la sociedad poseedora de una visión histórica consciente, es comprensible que las bases de su confianza en su misión sean igualmente históricas incorporando en ellas la totalidad del proceso que lo hizo sugir. Por esa razón particularmente, esta confianza se basa, de manera decisiva, en el futuro y por lo tanto en una comprensión teórica. Y es también por eso por lo que el reforzamiento de la teoría es un arma privilegiada para la superación de las debilidades congénitas de la CCI en lo que a esa confianza se refiere. Ésta significa, por definición, confianza en el porvenir. El pasado no puede ser cambiado luego la cuestión de la confianza no puede estar orientada hacia este último.
Toda clase revolucionaria ascendente basa su confianza en su misión histórica, no solamente en su fuerza actual, sino también en sus experiencias, sus realizaciones pasadas y sus objetivos futuros. Sin embargo, la confianza de las clases revolucionarias del pasado, y de la burguesía en particular, estaba arraigada principalmente en el presente -en el poder económico y político que ya habían conquistado en el seno de la sociedad existente. Puesto que el proletariado no podrá nunca poseer un poder así en el seno del capitalismo, tampoco podrá jamás tener tal preponderencia del presente. Sin la capacidad de aprender de su experiencia pasada y sin una claridad y una convicción real respecto a su objetivo como clase, no podrá alcanzar la confianza en sí mismo que necesita para superar la sociedad de clases. Por eso es por lo que el proletariado es, más que cualquiera otra clase antes de ella, una clase histórica en el pleno sentido de la palabra. El pasado, el presente y el futuro son componentes indispensables de la confianza en sí mismo. Por eso no es difícil responder a la pregunta de porque al marxismo, arma científica de la revolución proletaria, sus fundadores le llamaron materialismo histórico o dialéctico.
a) Esa preeminencia del futuro no elimina en absoluto el papel del presente en la dialéctica de la lucha de clases. Precisamente por ser el proletariado una clase explotada necesita desarrollar su lucha colectiva para que la clase en su conjunto tome conciencia de su fuerza real y de su futuro potencial. Esta necesidad, que la clase en su conjunto tome confianza en sí misma, constituye un problema completamente nuevo en la historia de la sociedad de clases. La confianza en sí de las clases revolucionarias del pasado, que eran clases explotadoras, se basaba siempre en una clara jerarquía en el seno de cada una de esas clase y en el seno de la sociedad en su conjunto. También, en la capacidad de mandar y someter a otras partes de la sociedad a su propia voluntad y, por tanto, en el control del aparato productivo y del aparato del Estado. De hecho, es una característica de la burguesía, la cual, incluso en su fase revolucionaria, buscó a otras categorías sociales para que se batieran por ella y una vez en el poder ha ido "delegando" cada vez más sus tareas a servidores a sueldo.
El proletariado no puede delegar su tarea histórica en nadie. Por eso, le incumbe a la clase desarrollar su confianza en sí misma. Por eso también, la confianza en el proletariado es siempre necesariamente una confianza en la clase en su conjunto, jamás en una parte de ella.
Es, para el proletariado, el hecho de ser una clase explotada lo que da un carácter fluctuante a su confianza en sí, incluso inestable, con altibajos en el movimiento general de la lucha de clases. Es más, las organizaciones políticas revolucionarias se ven también afectadas por esos altibajos, al depender en gran parte de ese movimiento la manera con la que se organizan, se agrupan e intervienen en la clase. Y como sabemos, en periodos de profunda derrota, sólo pequeñísimas minorías han sido capaces de conservar su confianza en la clase.
Pero esas fluctuaciones en la confianza no están únicamente relacionadas con los altibajos de la lucha de clases. Como clase explotada que es, el proletariado puede ser víctima de una crisis de confianza en cualquier momento, incluso en el ardor de las luchas revolucionarias. La revolución proletaria "interrumpe constantemente su propio curso, volviendo sobre lo que aparentemente había ya logrado para volver nuevamente a comenzar", etc. En particular, "retrocede sin cesar ante lo inmenso de sus propios objetivos" como lo escribió Marx en El 18 Brumario ....
La revolución rusa de 1917 muestra claramente que no sólo la clase en su conjunto sino igualmente el partido revolucionario pueden verse afectado por tales dudas. De hecho, entre febrero y octubre de 1917, los bolcheviques atravesaron varias crisis de confianza en la capacidad de la clase para cumplir las tareas del momento. Crisis que culminaron en el pánico que se apoderó del comité central del partido bolchevique ante la insurrección.
La revolución rusa es pues la mejor ilustración del hecho que las raíces más profundas de la confianza en el proletariado, contrariamente a las de la burguesía, no pueden jamás arraigar en el presente. Durante esos dramáticos meses fue sobre todo Lenin, quien personificó la confianza inquebrantable en la clase sin la cual ninguna victoria es posible. Y él fue capaz de hacerlo porque no abandonó ni un solo momento el método teórico e histórico propio del marxismo.
La lucha masiva del proletariado es un momento indispensable para el desarrollo de la confianza revolucionaria. Hoy es la piedra angular de toda la situación histórica. Al permitir una reconquista de su identidad de clase, se convierte en una condición previa para que la clase en su conjunto vuelva a asumir las lecciones del pasado y vuelva a desarrollar una perspectiva revolucionaria.
Como con la cuestión sobre la conciencia de clase, a la que está íntimamente ligada, debemos distinguir dos dimensiones de esta confianza: por un lado, la acumulación histórica, teórica, programática y organizativa de la confianza, representada por las organizaciones revolucionarias, y más ampliamente, por el proceso histórico de maduración subterránea en el seno de la clase, y, por otro lado, el grado y la extensión de la confianza en sí misma de la clase en su conjunto, en un momento dado.
b) La contribución del pasado a esta confianza no es menos indispensable. Primero porque la historia contiene pruebas irrefutables del potencial revolucionario de la clase. La burguesía misma, entendiendo la importancia de estas experiencias vividas por su enemigo de clase, ataca constantemente esta herencia; sobre todo la revolución de Octubre de 1917.
Segundo, uno de los factores que dan más seguridad al proletariado tras una derrota, es su capacidad para corregir los errores pasados y extraer las lecciones de la historia. Contrariamente a la revolución burguesa que va de victoria en victoria, la victoria final del proletariado se prepara a través de una serie de derrotas. El proletariado es pues capaz de trasformar sus derrotas pasadas en elementos de confianza en el futuro. Es esta una de las bases principales de la confianza que Bilan mantuvo en lo más hondo de la contrarrevolución. De hecho, cuanto más profunda sea la confianza en la clase con tanta mayor valor podrán los revolucionarios criticar sin piedad las debilidades propias y las de la clase, y cuanta menor sea la necesidad de consolarse más sobria será su lucidez y sin euforias insensatas. Como Rosa lo repitió tantas veces, la tarea de los revolucionarios es decir lo que de verdad es.
Tercero, la continuidad, en particular la capacidad de trasmitir las lecciones de una generación a otra, ha sido siempre fundamental para el desarrollo de la confianza en sí de la humanidad. Los efectos devastadores de la contrarrevolución del siglo XX en el proletariado son la prueba en negativo. Por eso es tanto más importante para nosotros hoy estudiar las lecciones de la historia a fin de trasmitir nuestra propia experiencia y la de toda la clase obrera a las generaciones de revolucionarios que nos sucederán.
c) Pero es la perspectiva futura la que ofrece el fundamento más profundo para nuestra confianza en el proletariado. Eso puede parecer paradójico. ¿Cómo es posible fundamentar la confianza sobre algo que no existe aun? Lo que sí es seguro es que esa perspectiva existe. Existe como objetivo consciente, como construcción teórica, de la misma forma que el edificio que se va a construir existe ya en la mente del arquitecto. Antes incluso de realizarlo en la práctica, el proletariado es el arquitecto del comunismo.
Ya hemos visto que al mismo tiempo que apareció el proletariado como fuerza política independiente en la historia también apareció la perspectiva del comunismo: la propiedad colectiva no de los medios de consumo sino de los medios de producción. Esta idea era el resultado de la separación entre productores y medios de producción a causa del trabajo asalariado y de la socialización del trabajo. En otros términos, fue el producto del proletariado, de su posición en la sociedad capitalista. O, como Engels escribe en el "AntiDühring", la principal contradicción, en el núcleo mismo del capitalismo, está entre dos principios sociales: un principio colectivo, base de la sociedad moderna, representado por el proletariado, y un principio individual, anárquico, anclado en la propiedad privada de los medios de producción, representado por la burguesía.
La perspectiva comunista había surgido antes que la lucha proletaria hubiese revelado su potencial revolucionario. Lo que aquellos acontecimientos clarificaron es que son únicamente las luchas obreras las que pueden llevar al comunismo. Pero la perspectiva ya existía anteriormente. Se basaba sobre todo en las lecciones anteriores y coetáneas del combate proletario. Incluso en los años 1840, cuando Marx y Engels comenzaron a trasformar el socialismo utópico en ciencia, la clase no había dado aun muchas pruebas de su potencia revolucionaria.
Eso quiere decir que desde el principio la teoría por sí misma fue un arma de la lucha de la clase. Y hasta la derrota de la oleada revolucionaria, ya lo hemos dicho, esa visión de su papel histórico fue crucial para darle confianza en su enfrentamiento contra el capital.
Así, al igual que la lucha inmediata y las lecciones del pasado, la teoría revolucionaria es para el proletariado un factor indispensable de confianza, especialmente de su desarrollo en profundidad y, a largo plazo, también de su extensión. Puesto que la revolución no puede ser sino un acto conciente, no será victoriosa hasta que la teoría revolucionaria haya conquistado a las masas.
En la revolución burguesa, la perspectiva fue poco más que una proyección del espíritu de la evolución presente y pasada: la conquista gradual del poder en el seno de la antigua sociedad. Cuando a la burguesía se le ocurrió desarrollar teorías sobre el futuro, estas acabaron apareciendo como falsificaciones groseras cuya tarea principal era inflamar las pasiones revolucionarias. Por muy irrealistas que fueran esas ideas no pusieron en entredicho la causa que servían. Para el proletariado, al contrario, el punto de partida es el futuro. Puesto que no puede construir gradualmente su poder de clase en el seno del capitalismo, la claridad teórica es un arma imprescindible:
"La filosofía idealista clásica ha postulado siempre que la humanidad vive en dos mundos diferentes, el mundo material en el cual domina la necesidad y el del espíritu o de la imaginación en el que reina la libertad. A pesar de la necesidad de rechazar los dos mundos a los que, según Platón o Kant, pertenece la humanidad, es sin embargo correcto que los seres humanos viven simultáneamente en dos mundos diferentes (...) Los dos mundos en los cuales vive la humanidad son el pasado y el futuro. El presente es la frontera entre los dos. Toda su experiencia reside en el pasado (...). Ella no puede cambiar nada de él, todo lo que puede hacer es aceptar su necesidad. Igualmente el mundo de la experiencia, el mundo del conocimiento es también el de la necesidad. La cosa es diferente respecto al futuro. De él no tengo la menor experiencia. Se presenta aparentemente libre ante mí, como un mundo que yo no puedo explorar basándome en el conocimiento sino en el que debo afirmarme por la acción. (...) Actuar quiere decir siempre elegir entre diferentes posibilidades, incluso si es solamente entre elegir o no elegir, lo que significa aceptar y rechazar, defender y atacar. (...) Pero no solamente el sentimiento de libertad es una precondición de la acción, es también un objetivo dado. Si el mundo del pasado está gobernado por las relaciones entre la causa y el efecto (causalidad), el de la acción, el del futuro lo es por la determinación (teleología)". (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia)
Ya antes de Marx, fue Hegel quien resolvió, teóricamente, el problema de la relación entre la necesidad y la libertad, entre el pasado y el futuro. La libertad consiste en hacer lo que es necesario, dice Hegel. En otros términos, no es rebelándose contra las leyes de la evolución del mundo, sino comprendiéndolas y empleándolas para sus propios fines como el hombre incrementará su espacio de libertad. "La necesidad es ciega solamente en la medida en que no es comprendida". (Hegel, Enciclopedia de las ciencias naturales). Es necesario, pues, que el proletariado comprenda las leyes de la evolución de la historia si quiere ser capaz de comprender y de llevar a cabo su misión histórica. Por ello, si la ciencia y con ella la confianza de la burguesía están en gran medida basadas en una comprensión progresiva de las leyes de la naturaleza, la ciencia y la confianza de la clase obrera están basadas, en cambio, en la comprensión dialéctica de la sociedad y de la historia. Como lo mostró MC[1] en una defensa de los clásicos del marxismo sobre este tema (MC, Pasado, presente, futuro), es el futuro el que predomina sobre el pasado y el presente en un movimiento revolucionario al ser aquél, en última instancia, el que determina su dirección. El predominio del presente trae consigo, invariablemente, dudas y vacilaciones que crean una vulnerabilidad enorme a la influencia de la pequeña burguesía, personificación de la indecisión. El predominio del pasado lleva al oportunismo y por tanto a la influencia de la burguesía, bastión de la reacción moderna. En ambos casos es la pérdida de la visión del largo plazo lo que conduce a la pérdida de la dirección revolucionaria. Como dice Marx, "la revolución social del siglo XIX no puede sacar sus versos del pasado, solamente del futuro" (K. Marx, ibid.)
De eso nosotros debemos concluir que el inmediatismo es el principal enemigo de la confianza en sí del proletariado, no solamente porque la ruta hacia el comunismo es larga y tortuosa sino porque además esta confianza radica en la teoría y en el futuro, mientras que el inmediatismo es una capitulación ante al presente, la adoración de los hechos inmediatos. A través de la historia, el inmediatismo ha sido el factor dominante de la desorientación en el movimiento obrero. Ha estado en la raíz de todas las tendencias a colocar "el movimiento por delante del objetivo" como decía Bernstein, y por lo tanto a abandonar los principios de clase. Que tome la forma del oportunismo como fue el caso entre los revisionistas a finales del XIX o entre los trotskistas en los años 1930, o la del aventurerismo como ocurrió con los Independientes en 1919 y con el KPD en 1921 en Alemania; esa impaciencia pequeño burguesa acaba arrastrando siempre a la traición de un futuro por un plato de lentejas, como en la imagen de la Biblia. En la raíz de esa actitud aberrante hay siempre una pérdida de confianza en la clase obrera.
En el ascenso histórico del proletariado, pasado, presente y futuro forman una unidad. Al mismo tiempo cada uno de estos "mundos" nos advierte de un peligro específico. El que concierne al pasado es el de olvidar sus lecciones. El peligro del presente es ser víctima de las apariencias inmediatas, de la imagen superficial de las cosas. El peligro que concierne al futuro es el de descuidar y debilitar los esfuerzos teóricos.
Eso nos recuerda que la defensa y el perfeccionamiento de las armas teóricas de la clase obrera son la tarea específica de las organizaciones revolucionarias, y que estas últimas tienen una responsabilidad particular en la salvaguardia de la confianza histórica en la clase.
Según lo dicho, la claridad y la unidad son los principales cimientos de una acción social basada en la confianza. En el caso de la lucha de clases proletaria internacional, esta unidad no es, evidentemente, más que una tendencia que podrá algún día realizarse en un consejo obrero a escala mundial. Pero políticamente, las organizaciones unitarias que surgen en la lucha son ya expresión de esa tendencia. Incluso fuera de esas expresiones organizadas, la solidaridad obrera -incluso expresándose en un nivel individual- manifiesta también esa unidad. El proletariado es la primera clase en el seno de la cual no hay intereses económicos divergentes; en ese sentido la solidaridad anuncia la naturaleza de la sociedad por la que lucha.
Pero la expresión más importante y permanente de la unidad de clase es la organización revolucionaria y el programa que ella defiende. Como tal, ella es la personificación más desarrollada de la confianza en el proletariado y también la más compleja.
La confianza está en el centro mismo de la construcción y el desarrollo de tal organización. En ésta, la confianza en la misión del proletariado se expresa directamente en el programa político de la clase, en el método marxista, en la capacidad histórica de la clase, en el papel de la organización hacia la clase, en los principios de funcionamiento, en la confianza de los militantes y de las diferentes partes de la organización en sí mismos y en los demás. La unidad de los diferentes principios políticos y organizativos que defiende y la unidad entre las diferentes partes de la organización son, en definitiva, las expresiones más directas de la confianza en la clase: unidad de objetivo y de acción, del objetivo de la clase y de los medios para alcanzarlo.
Los dos aspectos principales de esta confianza son la vida política y la vida organizativa. El primer aspecto se expresa en la lealtad a los principios políticos, pero también en la capacidad para desarrollar la teoría marxista como respuesta a la evolución de la realidad. El segundo aspecto es la lealtad a los principios de funcionamiento proletario y a la capacidad de desarrollar una confianza y una solidaridad reales en el seno de la organización. El resultado de un debilitamiento de la confianza en uno u otro de esos dos niveles será siempre poner en entredicho la unidad, y por lo tanto la existencia misma, de la organización.
A nivel organizativo, la expresión más desarrollada de esa confianza, solidaridad y unidad es lo que Lenin llamó espíritu de partido. En la historia del movimiento obrero hay tres ejemplos célebres de la puesta en marcha de tal espíritu de partido: el partido alemán en los años 1870 y 1880, los bolcheviques a partir de 1903 hasta la revolución y el partido italiano y la fracción que de él surgió tras la oleada revolucionaria. Estos ejemplos nos ayudarán a explicar la naturaleza y la dinámica de ese espíritu de partido y los peligros que lo amenazan.
a) Lo que caracterizó al partido alemán en ese plano es que basó su modo de funcionamiento en los principios organizativos establecidos en la Primera Internacional durante su lucha contra el bakuninismo (y el lassallismo), que esos principios se integraron en todo el partido a través de una serie de luchas organizativas y que durante el combate por la defensa de la organización contra la represión estatal se fue forjando una tradición de solidaridad entre los militantes y entre las diferentes partes de la organización. De hecho, fue durante el periodo "heroico" de clandestinidad cuando el partido alemán desarrolló las tradiciones de defensa sin concesiones de los principios, de estudio teórico y de unidad organizativa que hicieron de él el dirigente natural del movimiento obrero internacional. La solidaridad cotidiana en sus filas fue un potente catalizador de todas esas cualidades. Al cambiar el siglo, sin embargo, el espíritu de partido estaba casi completamente muerto, hasta tal punto de que Rosa Luxemburgo pudo declarar que había más humanidad en una aldea siberiana que en todo el partido alemán (Rosa Luxemburgo, Correspondencia con Klara Zetkin). De hecho, mucho antes de su traición programática, la desaparición de la solidaridad anunciaba la futura traición.
b) Pero el relevo del espíritu de partido fue recogido por los bolcheviques. Ahí nos volvemos a encontrar con las mismas características. Los bolcheviques heredaron sus principios organizativos del partido alemán, los arraigaron en cada sección, en cada miembro a través de una serie de luchas organizativos, forjando una solidaridad viva a través de años de trabajo ilegal. Sin esas cualidades el partido no habría podido pasar la prueba de la revolución. Pese a que entre agosto de 1914 y Octubre de 1917 el partido sufrió una serie de crisis políticas y tuvo que responder repetidamente a la penetración de posiciones abiertamente burguesas en sus filas y en su dirección (el apoyo a la guerra en 1914, por ejemplo, y después de febrero en 1917), la unidad de la organización, su capacidad para clarificar sus divergencias, para corregir sus errores y para intervenir en la clase no se vieron jamás disminuidas.
c) Como sabemos, mucho antes del triunfo final de estalinismo, el espíritu de partido había retrocedido completamente en el partido de Lenin. Pero una vez más la bandera fue recogida, esta vez, por el partido italiano y después por la Fracción, frente a la contrarrevolución estalinista. El partido se convirtió en el heredero de los principios organizativos y de las tradiciones del bolchevismo. Desarrolló su visión de lo que debe ser la vida del partido en la lucha contra el estalinismo y la enriqueció más tarde con la visión y el método de la Fracción. Todo eso ocurrió en las condiciones objetivas más terribles, frente a las que, una vez más, era necesario forjar una solidaridad viva.
Al final de la segunda guerra mundial, la Izquierda italiana, a su vez, abandona los principios organizativos que la habían caracterizado. De hecho, ni el remedo semirreligioso de vida colectiva de partido desarrollado por el bordiguismo de la posguerra, ni el informalismo federalista de Battaglia no tienen nada que ver con la vida organizativa de la Izquierda italiana de los años 20 y 30. En particular, toda la concepción de la Fracción fue abandonada.
Fue la Izquierda comunista de Francia la que acaba recogiendo la herencia de esos principios organizativos y de la lucha por el espíritu de partido. Y a la CCI le incumbe hoy perpetuar y hacer vivir esa herencia.
d) El espíritu de partido no es jamás una adquisición definitiva. Las organizaciones y las corrientes del pasado que lo encarnaron mejor, acabaron todas perdiéndolo completa y definitivamente (...).
En cada uno de los ejemplos dados, las circunstancias en las que desapareció el espíritu de partido fueron muy diferentes. La experiencia de la lenta degeneración de un partido de masas o de la integración de un partido en el aparato de Estado de un bastión obrero aislado no se repetirán probablemente jamás. Sin embargo hay lecciones generales que sacar en cada caso:
Durante los últimos meses ha sido sobre todo la simultaneidad de varios factores, tales como el debilitamiento de nuestros esfuerzos teóricos, de la vigilancia, la presencia de cierta euforia por la progresión de la organización y de una ceguera ante nuestros fallos; junto al resurgir del clanismo lo que revela el peligro de la pérdida del espíritu de partido, de degeneración organizativa y de esclerosis teórica. El hecho de que la confianza en nuestras filas haya sido socavada y la incapacidad de dar pasos adelante decisivos para el desarrollo de la solidaridad han sido los factores dominantes en esa tendencia que puede, potencialmente, llevar a la traición programática o a la desaparición de la organización.
Tras la lucha de 1993-96 contra el clanismo, comienzan a emerger actitudes de desconfianza hacia aquellas relaciones políticas y sociales de los camaradas que tenían lugar fuera del marco formal de las reuniones y de las actividades planificadas. La amistad, las relaciones amorosas, los lazos y las actividades sociales, los gestos de solidaridad personal, y las discusiones políticas o de otro tipo entre camaradas, se consideraban frecuentemente como un mal necesario; de hecho, como el terreno privilegiado para el desarrollo del clanismo. En oposición a ello, las estructuras formales de nuestras actividades comenzaron a ser consideradas una garantía contra el retorno del clanismo.
Tales reacciones contra el clanismo revelan por sí mismas una asimilación insuficiente de nuestro análisis y nos desarman ante ese peligro. Como lo habíamos dicho, el clanismo surgió, en parte, como respuesta a un problema real de falta de confianza y de solidaridad en nuestras filas. Más aun, la destrucción de relaciones de confianza y solidaridad mutua entre camaradas que existían realmente se debía principalmente al trabajo del clanismo que dinamitó el espíritu de amistad: la amistad real no va dirigida jamás contra una tercera persona y no excluye nunca la crítica mutua. El clanismo destruyó la tradición indispensable de las discusiones políticas y de los lazos sociales entre camaradas convirtiéndolas en "discusiones informales" a espaldas de la organización. Al crecer la atomización y al aniquilar la confianza, al intervenir de forma abusiva e irresponsable en la vida personal de los camaradas, aislándolos incluso de la organización, el clanismo estaba socavando la solidaridad natural que debe expresar el "derecho de vigilancia" de la organización sobre las dificultades personales que los militantes puedan encontrar.
Es imposible combatir el clanismo utilizando sus propias armas. No es la desconfianza en el pleno desarrollo de la vida política y social fuera del simple marco formal de las reuniones de sección sino la verdadera confianza en esta tradición del movimiento obrero lo que nos hace más resistentes al clanismo.
Tras esa desconfianza injustificada hacia la vida "informal" de una organización obrera, reside la utopía pequeño burguesa de una garantía contra el espíritu de círculo que nos puede llevar al dogma ilusorio del catecismo contra el clanismo. Esa manera de hacer acaba transformando los estatutos en leyes rígidas, el "derecho de injerencia" en fiscalización y la solidaridad en vacuo ritual.
Una de las formas con que la pequeña burguesía expresa su miedo del futuro es ese dogmatismo mórbido que ofrece protección contra el peligro de lo imprevisible. Eso es lo que llevó a la "vieja guardia" del partido ruso a acusar constantemente a Lenin de abandonar los principios y las tradiciones del bolchevismo. Es una especie de conservadurismo que corroe el espíritu revolucionario. Nadie está exento de ese peligro, como lo muestra el debate que hubo en la Internacional socialista sobre la cuestión polaca en el que no solamente Wilhelm Liebknecht sino, parcialmente, Engels adoptaron esa actitud cuando Rosa Luxemburgo planteó la necesidad de cuestionar la antigua posición de apoyo a la independencia de Polonia.
En realidad, el clanismo, precisamente porque emana de las capas intermedias, inestables, sin futuro, es no sólo capaz sino que, en realidad, está condenado a adoptar formas y características siempre cambiantes. La historia muestra que el clanismo no toma solamente la forma del informalismo de la bohemia y de las estructuras paralelas tan apreciadas por los desclasados, sino que es igualmente capaz de utilizar las estructuras oficiales de la organización y de darse la apariencia de formalismo y de rutinismo pequeño burgués que necesita para promover su política paralela. Mientras que en una organización en la que el espíritu de partido es débil y el espíritu de contestación fuerte, un clan informal tiene más oportunidad de éxito, en una atmósfera más rigurosa en la que existe una gran confianza en los órganos centrales, la apariencia formal y la adopción de estructuras oficiales puede responder perfectamente a las necesidades del clanismo.
En realidad el clanismo contiene las dos caras de la moneda. Históricamente, está condenado a oscilar entre esos dos polos que en apariencia se excluyen mutuamente. En el caso de la política de Bakunin, nos encontramos los dos aspectos contenidos en una "síntesis superior": la libertad individual anarquista absoluta, proclamada por la Alianza oficial y la confianza y la obediencia ciega exigidas por la Alianza secreta:
«Como los jesuitas pero no en la vía de la servidumbre sino en la de la emancipación del pueblo, cada uno de ellos ha renunciado a su propia voluntad. En el Comité, como en toda la organización, no es el individuo quien piensa, quiere y actúa, sino el todo» escribe Bakunin. Lo que caracteriza esta organización, continúa él, es «la confianza ciega que le brindan las personalidades conocidas y respetadas». (Mijail A. Bakunin, Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso)
Las relaciones sociales, que están llamadas a desempeñar un papel en tal tipo de organización están claras: «Todos los sentimientos afectivos, los sentimientos blandengues de parentesco, de amistad, de amor, de gratitud deben ser reprimidos en él por la sola pasión fría por la tarea revolucionaria». (M.A. Bakunin, El catecismo revolucionario.)
Aquí se puede ver claramente que el monolitismo no es una invención del estalinismo sino que está contenido ya en la falta de confianza típica de los clanes en la tarea histórica, la vida colectiva y la solidaridad proletaria. Para nosotros no hay nada nuevo ni sorprendente en eso. Es el miedo pequeño burgués bien conocido a la responsabilidad individual que en nuestros días lleva a muchos seres profundamente individualistas a echarse en los brazos de sectas de lo más variado donde pueden dejar de pensar y de actuar por sí mismos.
Es una ilusión creer que se puede combatir el clanismo sin que los miembros de la organización acepten su responsabilidad individual en el combate. Sería paranoico pensar que la vigilancia "colectiva" podría sustituir la convicción y la vigilancia individuales en este combate. En realidad el clanismo incorpora la falta de confianza en la vida colectiva real y en la posibilidad de la responsabilidad individual real.
¿Cuál es la diferencia entre las discusiones entre camaradas fuera de las reuniones y las "discusiones informales" del clanismo? ¿Es el hecho que las primeras, al contrario que las segundas, serían comunicadas a la organización? Sí, aunque no sea posible dar cuenta formalmente de cada discusión. Fundamentalmente, lo decisivo es la actitud con la que tal discusión se lleva a cabo. Es el espíritu de partido lo que todos nosotros debemos desarrollar porque nadie lo hará por nosotros. Este espíritu de partido será siempre letra muerta si los militantes no pueden aprender a tener confianza unos en los otros. Igualmente no podrá haber solidaridad viva sin una implicación personal de cada militante en ese plano.
Si la lucha contra el espíritu de círculo dependiese exclusivamente de la salud de las estructuras colectivas formales no habría jamás problemas de clanismo en las organizaciones proletarias. Los clanes se desarrollan por el debilitamiento de la vigilancia y del sentido de las responsabilidades a nivel individual. Por eso una parte del Texto de orientación de 1993[2] está dedicado a identificar las actitudes contra las cuales cada camarada debe armarse a sí mismo. Esta responsabilidad individual es indispensable no sólo en la lucha contra el clanismo sino en la lucha para desarrollar positivamente una vida proletaria sana. En una organización proletaria, con militantes así, los militantes han aprendido a pensar por sí mismos y su confianza está arraigada en una comprensión teórica, política y organizativa de la naturaleza de la causa proletaria, no en la lealtad o el miedo a tal o cual camarada del comité central.
«el 'nuevo curso' debe tener el primer resultado de que todos sientan que nadie podrá en adelante aterrorizar al partido. Nuestra juventud no se limitará a repetir nuestras consignas. Debe conquistarlas, asimilarlas. Debe conquistar su propia opinión y su propia imagen y ser capaz de luchar por su opinión con un valor que surge de la convicción profunda y del carácter independiente. ¡Fuera del partido la obediencia pasiva, la orientación mecánica de aquellos ante quienes se es responsable, la despersonalización, los que aplauden, y el arribismo! Un bolchevique no es solamente un ser disciplinado, no, es una persona que va a las raíces de las cosas y forma su propia opinión y la defiende no sólo contra el enemigo sino también en el seno de su propio partido». (.L. Trotski, Nuevo curso.)
Y Trotski añade: «El mayor heroísmo en los asuntos militares y en la revolución es el heroísmo de la veracidad y de la responsabilidad». (L. Trotski, Sobre el rutinismo en el ejército.)
La responsabilidad colectiva y la responsabilidad individual, lejos de excluirse mutuamente, dependen una de la otra y se condicionan mutuamente. Como lo ha explicado Plejánov, la eliminación del papel del individuo en la historia está ligada a un fatalismo incompatible con el marxismo. «Aunque ciertos subjetivistas, en sus esfuerzos por atribuir "al individuo" la mayor importancia en la historia se niegan a reconocer el desarrollo histórico del género humano como un proceso determinado por leyes, algunos de sus adversarios más recientes, en sus intentos por subrayar al máximo las leyes que rigen ese desarrollo, han acabado casi olvidando que la historia la hacen los hombres y que, por lo tanto, la acción de los individuos tiene su importancia». (G.V. Plejanov, El papel del individuo en la historia)
Tal rechazo de la responsabilidad de los individuos está igualmente relacionado con el democratismo pequeño burgués, al deseo de sustituir nuestro principio de "de cada cual según sus medios" por la utopía reaccionaria de la igualación de los miembros de un colectivo. Ese proyecto, ya condenado en el texto de orientación de 1993 no es ningún objetivo de la organización hoy ni de la sociedad comunista futura.
Una de las tareas que tenemos todos, es aprender del ejemplo de todos los grandes revolucionarios (los conocidos y todos los militantes anónimos de nuestra clase) que no han traicionado nuestros principios programáticos y organizativos. Esto no tiene nada que ver con ningún culto de la personalidad. Como Plejánov concluyó en su célebre ensayo sobre el papel del individuo: «No es sólo para "quienes comenzaron", ni para los "grandes" hombres para quienes se abre un amplio campo de actividades. Se abre a todos aquellos que tienen ojos para ver, oídos para escuchar y un corazón para amar a sus semejantes. El concepto de grandeza es relativo. En el sentido moral, todo hombre es grande cuando, por citar el Nuevo Testamento, da su vida por sus amigos».
De esto resulta que, la asimilación y la profundización de las cuestiones que hemos empezado a discutir desde hace más de un año, es hoy nuestra prioridad fundamental.
La tarea de la conciencia es crear el marco político y organizativo que mejor favorezca el desarrollo de la confianza y de la solidaridad. Esta tarea es central en la construcción de la organización, que es un arte o una ciencia entre las más difíciles. En la base de ese trabajo se halla el reforzamiento de la unidad de la organización, el principio más "sagrado" del proletariado. Y, como para toda comunidad colectiva, su condición es la existencia de reglas de comportamiento comunes. Concretamente, los estatutos, los textos de 1981 sobre la función y el funcionamiento, y el de 1993 sobre el tejido organizativo aportan ya los elementos de tal marco. Es necesario volver, repetidamente, a esos textos pero sobre todo cuando la unidad de la organización está en peligro. Ellos deben ser el punto de partida de una vigilancia permanente.
En ese aspecto, la incomprensión principal en nuestras filas es la idea que estas cuestiones son fáciles y simples. Según esa manera de ver bastaría con declarar la confianza para que existiese. Y ya puestos en que la solidaridad es una actividad práctica, bastaría, entonces, con "just go and do it" (hacerla funcionar). ¡Nada más lejos de la verdad! La construcción de la organización es una empresa muy complicada y delicada. Y no hay ningún producto de la cultura humana que sea tan difícil y frágil como la confianza. Ninguna otra es tan difícil de construir ni tan fácil de destruir. Por eso frente a tal o cual falta de confianza hacia tal o cual parte de la organización, la primera cuestión que debemos plantearnos es ¿Qué puede hacerse colectivamente para reducir la desconfianza o, incluso el miedo en nuestras filas? Lo mismo podemos decir de la solidaridad, aunque sea "práctica" y "natural" en la clase obrera, esta clase vive en la sociedad burguesa, rodeada de factores que actúan contra tal solidaridad. Además, la penetración de una ideología extraña arrastra hacia concepciones aberrantes sobre esta cuestión, como fue el caso con la reciente actitud de considerar la negativa a publicar los textos de camaradas como una expresión de solidaridad, o de dar como base válida para un debate sobre la confianza la explicación del origen de ciertas divergencias políticas en la vida personal de camaradas[3].
En particular en la lucha por la confianza, nuestro lema debe ser prudencia y más prudencia.
La teoría marxista es nuestra principal arma en la lucha contra la pérdida de confianza. En general es el medio privilegiado para resistir al inmediatismo y defender una visión a largo plazo. Es la única base posible para una confianza real, científica, en el proletariado y es a la vez la base de la confianza de todas las diferentes partes de la clase en sí mismas y en las demás. Específicamente, sólo una concepción teórica nos permite ir a las raíces más hondas de los problemas organizativos que deben ser tratados como cuestiones teóricas e históricas de pleno derecho. Incluso en ausencia de una tradición viva sobre esta cuestión y en ausencia hasta el presente de la prueba de fuego de la represión, la CCI debe basarse en el estudio del movimiento obrero del pasado, y en el desarrollo voluntario y consciente de una tradición de solidaridad activa y de vida social en sus filas.
Si la historia nos ha hecho particularmente vulnerables a los peligros del clanismo, también nos ha dotado de los medios para superarlos. En particular no debemos olvidar jamás que el carácter internacional de la organización y la creación de comisiones de información son los medios indispensables para restaurar la confianza mutua en los momentos de crisis, cuando esta confianza está maltrecha o perdida.
Liebknecht, el viejo, dijo de Marx que éste trataba la política como un tema de estudio (Wilhelm Liebknecht, Karl Marx). Como hemos dicho, es la prolongación del área de la conciencia a la vida social lo que libera a la humanidad de la anarquía de fuerzas ciegas haciendo posibles la confianza, la solidaridad y la victoria del proletariado. Con el fin de superar las dificultades actuales y resolver las cuestiones planteadas, la CCI debe estudiarlas, ya que, como dice el filósofo "Ignorantia non est argumentum" (la ignorancia no es un argumento) (Spinoza, Ética)
[1] MC es nuestro camparada Marc Chirik, fallecido en 1990. Marc conoció la Revolución de 1917 en Kichinev, Moldavia, su ciudad natal. A los 13 años era ya miembro del partido comunista de Palestina, del ue fue excluido por su desacuerdo con las posiciones de la Internacional comunista sobre la cuestión nacional. Emigrado a Francia, entró en el PCF y acabó siendo excluido junto con todos los oponentes de Izquierda. Fue miembro de la Liga comunista (trotskista) y después dela Unión comunista que abandonó para unierse a la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (ICI) cuyas posiciones sobre la guerra de España compartía en contra de las de la UC. Durante la IIª guerra mundial y la ocupación alemana en Francia, fue impulsor de la reconstitución de la Fracción italiana de la Izquierda comunista en torno al núcleo de Marsella después de que el Buró internacional de la ICI, animado por Vercesi, hubiera considerado que las fracciones ya no tenían porqué proseguir su labor durante la guerra. En mayo de 1945, Marc se opuso a la autodisolución de la Fracción italiana cuya conferencia decidió la integración individual de sus militantes en el Partito comunista internazionalista (PCInt) que habia sido fundado poco antes. Se unió a la Fracción francesa de la Izquierda comunista que se fundó en 1944, llamada más tarde Izquierda comunista de Francia (GCF). A partir de 1964, en Venezuela, y de 1968 en Francia, MC desepeñó un papel decisivo en la formación de los primeros grupos que iban a engendrar la CCI, a la cual aportó su inestimable experiencia política y organizativa adquirida en las diferentes organizaciones comunistas a las que había pertenecido. Pueden encontrarse otros aspectos de la biografía política de nuestro compañero en el folleto: "La Izquierda comunista de Francia" y en el artículo a él dedicado en la Revista internacional nº 65 y 66.
El texto de MC aquí citado fue una aportación al debate interno de la CCI titulado "Marxismo revolucionario y centrismo en la realidad de hoy y en el debate actual en la CCI", publicado en marzo de 1984.
[2] Se trata del texto "La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI" publicado en la Revista internacional nº 109
[3] Ese pasaje se refiere especialmente a los hechos ya evocados en nuestro artículo "El combate por la defensa de los principios organizativos" (Revista Internacional nº 110) que habla de nuestra Conferencia extraordinaria de marzo de 2002 y las dificultades organizativas que justificaron su celebración: «Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI [Secretariado internacional, comisión permanente del órgano central de la CCI] adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. (...). La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que "iban a alborotar la organización" e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, "no soportaría" las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la "solidaridad"."
Publicamos aquí un carta recibida del grupo Unión comunista internacionalista (UCI, Rusia) (1). Esta carta es una respuesta a otra carta que habíamos enviado nosotros a ese grupo; contiene numerosas citas de esta carta nuestra que aparecen en letra cursiva.
Queridos camaradas,
Nos disculpamos por no haber contestado antes. Somos un grupo pequeño con un enorme trabajo a cuestas, especialmente en correspondencia y tanto más porque quienes nos escriben del extranjero no lo hacen en ruso.
“En cuanto a la plataforma, parece que hay bastantes puntos de acuerdo sobre posiciones clave: la perspectiva, socialismo o barbarie, la naturaleza capitalista de los regímenes estalinistas, el reconocimiento del carácter proletario de la Revolución rusa de 1917.”
No todo es tan sencillo. En Rusia, en 1917, dos crisis estaban imbricadas: una interna que podía conducir a la revolución burguesa y una crisis a escala internacional que había puesto al orden del día el intento de revolución socialista mundial. Según Lenin, la tarea del proletariado era tomar la iniciativa en ambas revoluciones: ponerse en cabeza de la revolución burguesa en Rusia, y, simultáneamente, apoyándose en esa revolución, extender la revolución socialista a Europa y al resto de países. Por eso consideramos incorrecto plantear la cuestión de la naturaleza de la Revolución rusa sin especificar de cuál de las dos se habla: la interna o la internacional. Pero es cierto que en Rusia, el proletariado estaba en cabeza de ambas.
“De lo que estamos menos seguros es si están ustedes de acuerdo con la CCI sobre el marco histórico que da substancia y coherencia a muchas de esas posiciones: el concepto de decadencia y de declive del capitalismo como sistema social desde 1914”.
Es cierto que no estamos de acuerdo en ese punto. La transicíon de un sistema económico hacia un sistema de más alto nivel es el resultado de un desarrollo del primero y no de su destrucción. Si el viejo ha agotado sus recursos, acarrea una crisis permanente a causa de las fuerza sociales que aspiran a un nuevo sistema. Y eso no es lo que está ocurriendo. Además, desde hace décadas, el capitalismo está desarrollándose de un modo relativamente estable, lo cual no ha traído consigo un desarrollo de la fuerzas revolucionarias, sino todo lo contrario, ha sido su desmoronamiento. El capitalismo se está desarrollando hasta tal grado que no sólo se limita a crear cualitativamente nuevas formas productivas, sino incluso nuevas formas de capitalismo. El estudio de ese desarrollo y de esas nuevas formas permite determinar cuándo sucederá una nueva crisis, como la de 1914-1945, y bajo qué forma se efectuará la transición hacia el socialismo. La teoría de la decadencia niega el desarrollo del capitalismo haciendo así imposible su estudio, dejándonos cual soñadores obnubilados por el radiante porvenir de la humanidad.
Las destrucciones, la guerra y la violencia, por su parte, no son sino parte íntegra del capitalismo, una necesidad de su existencia, tanto en la época de Marx como en el siglo XX.
“Para dar una ilustración precisa del problema que planteamos: en su declaración, ustedes toman posición contra los “frentes comunes” con la burguesía, en base a que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias. En esto estamos de acuerdo. Pero esta posición no siempre fue válida para los marxistas. Hoy el capitalismo es un sistema decadente, o sea un sistema en el que las relaciones sociales se han convertido en obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto para el progreso de la humanidad, pero conoció, como los demás sistemas de explotación de clase, una fase ascendente, durante la que representó un progreso con relación al modo de producción anterior. Por eso Marx apoyó a algunas fracciones de la burguesía, los capitalistas del Norte contra los esclavistas del Sur durante la guerra de Secesión norteamericana, el movimiento del Risorgimento en Italia por la unidad nacional contra las viejas clases feudales, etc. Ese apoyo se debía a la comprensión de que el capitalismo no había rematado todavía su misión histórica y las condiciones para la revolución comunista mundial no estaban todavía lo suficientemente maduras”.
Históricamente hablando, en su combate contra la burguesía, el partido proletario siempre consideró a todas las fracciones de la burguesía como reaccionarias. Pero no sólo cuando el capitalismo tenía todavía posibilidades de desarrollo se podía decir que tal o cual fracción de la burguesía era progresista, también tenía que ser capaz e cumplir con su tarea histórica. Por eso, precisamente, la burguesía rusa, incapaz de llevar a cabo la revolución burguesa, pudo ser considerada reaccionaria en 1917, aún cuando las transformaciones democráticas y burguesas que podía realizar la Revolución rusa podían ser consideradas progresistas. Nosotros afirmamos que hoy ninguna fracción burguesa es capaz de realizar esas transformaciones sin una guerra mundial que arrastre a la humanidad entera. Por esto es por lo que apoyar a tal o cual fracción no tiene ningún sentido. pero esto no significa que la burguesía ya no tenga tareas que cumplir. La supresión de fronteras y la creación del mercado mundial son tareas burguesas, pero no se puede otorgar la menor confianza a la burguesía para llevarlas a cabo. Le incumbirá al proletariado realizarlas, utilizando la crisis futura y sirviéndose de ellas para construir el socialismo. En resumen: saber si el capitalismo es capaz todavía de realizar tareas históricas y si las fracciones de la burguesía son reaccionarias son dos cuestiones distintas. Por eso deberá el proletariado tomar siempre la iniciativa revolucionaria. Y aunque se trate de tareas burguesas, podrá, mediante la extensión del movimiento (revolucionario), transformarlas en tareas socialistas. Consideramos que este enfoque es marxista.
“Según ustedes, las luchas nacionales han sido una fuente considerable de progreso y la exigencia de autodeterminación sigue siendo válida, aunque sólo sea para los obreros de los países capitalistas más poderosos con relación a los países oprimidos por su propio imperialismo: parece pues que, según ustedes, las luchas nacionales habrían perdido su carácter progresista desde el inicio de la ‘globalización’. Esas afirmaciones requieren por parte nuestra una serie de comentarios.
“La noción de decadencia, que es nuestra posición, no la hemos inventado nosotros. Basada en los cimientos del método materialista histórico (especialmente cuando Marx habla de ‘las épocas de revolución social’ en su Prefacio a la Crítica de la economía política) se concretó, para la mayoría de los revolucionarios marxistas, en el estallido de la Iª Guerra mundial, la cual demostró que el capitalismo ya estaba ‘globalizado’, hasta el punto de ser incapaz de superar sus contradicciones internas si no era mediante la guerra imperialista y el autocanibalismo. Esa fue la posición de la Internacional comunista en su congreso fundador, aunque la IC no fue capaz de sacar todas las consecuencias de esa posición, en lo que a cuestión nacional se refiere: las Tesis del Segundo congreso seguían otorgando un papel revolucionario a algunas burguesías sometidas a un régimen colonial. Pero las Fracciones de izquierda de la IC fueron después capacez de sacar las conclusiones de ese análisis, especialmente tras los resultados desastrosos de la política de la IC durante la oleada revolucionaria de 1917-1927. Para la Izquierda italiana en los años 1930, por ejemplo, la experiencia de China en 1927 fue decisiva, pues demostró que todas las fracciones de la burguesía, por muy antiimperialistas que se proclamaran, acabaron aplastando al proletariado cuando éste combatía por sus propios intereses, como había ocurrido cuando el levantamiento de Shanghai en 1927. Para la Izquierda italiana, esta experiencia probó que las tesis del Segundo congreso debían ser rechazadas. Además, ello también fue una confirmación de la pertinencia de las ideas de Rosa Luxemburg sobre la cuestión nacional, contrariamente a las de Lenin: para Luxemburg se había hecho evidente que durante la Iª Guerra mundial, todos los Estados formaban ya inevitablemente parte del sistema imperialista mundial”.
Hay ahí mezcladas toda una serie de cuestiones diferentes. Primero, la política de la Comintern de Stalin y de Bujarin durante la Revolución china de 1925-27 es totalmente diferente a la de Lenin y los bolcheviques que había sido determinante en los primeros años de la Comintern. Para ustedes, si hay tareas burguesas que realizar, se está obligado a apoyar tal o cual fracción. Así hablaban Stalin y los mencheviques. El método de Marx y de Lenin no consistía en negar esas tareas del momento cuando todas las fracciones de la burguesía son reaccionarias, sino cumplirlas mediante la revolución proletaria, intentando efectuar al máximo esas tareas burguesas y siguiendo con las tareas socialistas.
La revolución china dio pruebas de que ese enfoque era correcto, y no el de la Izquierda comunista.
La revolución burguesa triunfó en China, provocando innumerables víctimas. Esta revolución permitió crear el proletariado más numeroso del mundo y desarrollar rápidamente poderosas fuerzas productivas. Ese mismo resultado fue alcanzado por decenas de otras revoluciones en los países de Oriente. No tiene sentido negar su papel históricamente progresista: gracias a ello, nuestra revolución dispone de bases sólidas en muchos países del mundo que, en 1914, eran esencialmente agrícolas.
¿Qué ha cambiado desde que se inició la “globalización”? Las revoluciones nacionales no están al orden del día. Según ustedes, ya hace mucho tiempo que el capitalismo tiene un carácter global. Sí, podemos decir que posee ese carácter desde sus orígenes, desde la época de los grandes descubrimientos. Pero el nivel de “globalización” era cualitativamente diferente. Hasto los años 1980, las revoluciones nacionales podían asegurar un crecimiento de las fuerzas productivas, por eso había que apoyarlas e intentar, en lo posible, transferir su dirección a manos del proletariado revolucionario. Y era así porque existía una posibilidad objetiva de desarrollo bajo el impulso del Estado nacional. Ahora esa fase de desarrollo nacional ha quedado finalmente superada… Y esto es válido para cualquier Estado, incluso los más avanzados. Por eso es por lo que las reformas emprendidas por Reagan o Thatcher, que en años como 1950-60 hubieran desembocado en crisis terribles, dieron, relativa y temporalmente, resultados positivos, pues esas reformas llevaron la economía de esos países hacia una mayor “globalización” (en el sentido moderno de la palabra).
Ahora, el combate nacional ha perdido su carácter progresista pues ha agotado su tarea histórica: el Estado nacional, incluso con una revolución triunfante bajo la dirección del proletariado, ya no ofrece un marco para un desarrollo futuro. Esto no significa, sin embargo, que por todas partes las tareas burguesas hayan desaparecido. Quedan paises con regímenes feudales, todavía quedan naciones oprimidas. Pero no es una revolución nacional la que pueda acabar con esa situación. Ha quedado cerrado el capítulo de las revoluciones nacionales para el proletariado de los países atrasados, ya no pueden producir ningún resultado si no desembocan directa o indirectamente en la revolución internacional proletaria. Por eso es por lo que decimos que con el inicio de la globalización, las revoluciones nacionales han perdido todo significado progresista.
De igual modo, el apoyo a un movimiento de liberación nacional no tiene sentido, tanto hoy como ayer, si no es arrancando el combate contra la opresión nacional de las manos de la burguesía transfiriéndolo a las del proletariado. O sea, transformando un movimiento de independencia nacional en un momento de la revolución social mundial. Esto no se puede hacer si no se reconoce el derecho de las naciones a la autodeterminación, o sea si no se reconoce la necesidad de llevar a su término las tareas históricas de la burguesía. Si no, abandonaremos al proletariado sometido a su burguesía nacional.
El enfoque leninista de este problema produjo un amplio interés por el marxismo entre gran número de habitantes de los países atrasados, por la manera correcta con la que planteó la cuestión nacional. Y no fue culpa de los bolcheviques si la burocracia estalinista se apoderó de la Comintern. Únicamente la revolución en los países occidentales hubiera podido impedirlo, pero no pudo realizarse porque el capitalismo no había agotado todas sus posibilidades históricas. Las dos guerras mundiales le permitieron acallar sus contradicciones.
Ahora que esas contradicciones se han incrementado, para entender por qué van a desembocar en nuevas crisis, es necesario estudiar el desarrollo del capitalismo en lugar de contentarse con ir repitiendo que está en declive y en descomposición. En Rusia, esa tesis provoca las peores burlas, tras años y años durante los cuales la burocracia estalinista no cesó de rompernos los tímpanos con lo del capitalismo en “putrefacción”.
“Apoyar a una nación contra otra significa apoyar a un bloque imperialista contra otro, y eso lo prueban todas las guerras de liberación nacional del siglo XX. Lo que la Izquierda italiana expresó claramente, es que eso se aplica tanto a las burguesías coloniales, a las fracciones capitalistas que intentan crear un nuevo Estado ‘independiente’: no podían esperar alcanzar esa meta más que sometiéndose a unos poderes imperialistas que ya se habían repartido el planeta. Como ustedes lo dicen en su plataforma, el siglo XX no ha sido sino una cadena incesante de guerras imperialistas para la dominación del planeta: para nosotros es a la vez la confirmación más patente de que el capitalismo es un sistema mundial senil y reaccionario y, también, que todas las luchas ‘nacionales’ están enteramente integradas en el juego imperialista global”.
Aquí también: 1) “las guerras continuas” han acompañado al capitalismo en todas y cada una de las fases de su desarrollo y no son una prueba ni de su progreso ni de su declive; 2) el incremento de fuerzas productivas y de la cantidad de proletarios en los países del Tercer mundo han demostrado inequívocamente el carácter progresista de las revoluciones nacionales burguesas hasta mediados de los años 70; 3) el objetivo del apoyo a esos movimientos no era “apoyar a una nación contra otra”, sino atraer hacia el partido de la revolución a los obreros y, en primer término, favorecer el desarrollo del proletariado en esos países.
“Rosa Luxemburg criticó sin concesiones la consigna de ‘autodeterminación nacional’ incluso antes de la 1ª Guerra mundial, avanzando el argumento de que era una ilusión de la democracia burguesa: en todo Estado capitalista, no es ni el ‘pueblo’ quien se ‘autodetermina’, ni la ‘nación’, sino únicamente la clase capitalista. Para Marx y Engels no era ningún secreto que cuando llamaban a la independencia nacional, sólo era para apoyar el desarrollo del modo de producción capitalista, en un tiempo en el que el capitalismo tenía todavía un papel progresista que desempeñar”.
Ni más ni menos que Marx, nosotros tampoco ocultamos el hecho de que las revoluciones nacionales sólo desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo tienen un carácter progresista (…)
Saludos fraternos
ICU
1) Para la presentación de este grupo, véase la Revista internacional nº 111, “Presentación de la edición rusa del folleto sobre la decadencia. La decadencia, un concepto fundamental del marxismo”.
En una serie de artículos, escritos a principio de los años 90, para defender la idea de que el capitalismo es un sistema social en declive, destacábamos la idea siguiente:
“... a medida que el capitalismo se va hundiendo más y más en su decadencia, a medida que va apareciendo de forma cada vez más evidente su avanzada descomposición, la burguesía tiene más necesidad de negar la realidad y prometer un futuro radiante para su sistema social. Tal es la esencia de las campañas ideológicas que actualmente acompañan al hundimiento irreversible del estalinismo: la única esperanza, el único futuro, es el del capitalismo...” (“La dominación real del capital y las confusiones reales del medio proletario”, Revista internacional nº 60, 1990).
En modo alguno puede sorprendernos que la burguesía niegue el hundimiento irreversible de sus sistema social; cuanto más próxima está su muerte, más niega la evidencia para refugiarse en los fantasmas de su pasado. Como todas las clases explotadoras de la historia, la burguesía no puede reconocer la verdad de su sistema social y menos aún cuando sus días, históricamente hablando, están contados. Y, si alguno de sus representantes llegara a admitir alguna vez que existe una sociedad más allá del capitalismo, sería para rememorar un pasado mítico, o por el contrario, para imaginar un futuro mesiánico, muy lejos ambos de la realidad.
Algo bien distinto debíamos esperar de aquellos que dicen hablar en nombre del proletariado explotado y que esperan y defienden la perspectiva de la revolución comunista. Sin embargo, jamás debemos subestimar el poder ideológico del sistema dominante y, su capacidad para dificultar y entorpecer todo esfuerzo dirigido a conseguir una comprensión lúcida y clara de la situación histórica real y de las perspectivas para el orden mundial actual. Hay infinidad de ejemplos de todos aquellos que han perdido de vista las premisas teóricas fundamentales del movimiento comunista, tal y como Marx y Engels las formularon por primera vez de un modo científico, de todos aquellos que han perdido confianza en la afirmación de que el capitalismo, al igual que todos los demás sistemas sociales que lo han precedido, no es más que una fase transitoria en la evolución de la historia de la humanidad, llamada a desaparecer como resultado de sus propias e intrínsecas contradicciones internas. Este fenómeno lo hemos observado a lo largo de los años 80 y de una forma mucho más explícita lo estamos viendo hoy, como subrayábamos en la primera parte de este artículo publicado en la Revista internacional nº 111. Cuanto más se hunde el capitalismo, cuanto más se hunde en una fase de desintegración completa, vemos a aquellos que desde el medio revolucionario o en su entorno, se pierden en todas direcciones, en busca de un “nuevo” descubrimiento “teórico” cualquiera para esconder esa horrible realidad. ¿Se descompone el capitalismo?, No, qué va, ¡se está reestructurando!; ¿el capitalismo en un atolladero?, ¿e Internet entonces, la globalización, los dragones asiáticos..., qué son?.
En el contexto de este ambiente general de confusión, están surgiendo las nuevas corrientes proletarias en Rusia y en lo que antes fue la Unión de Repúblicas socialistas soviéticas (URSS). Como demostramos en la primera parte de este artículo, a pesar de sus diferencias, todas estas corrientes tienen en común la dificultad para aceptar las premisas sobre las que se fundó la Internacional comunista y que son los cimientos, la base, para el trabajo de la Izquierda comunista, es decir, la idea de que el capitalismo mundial está en una etapa de declive histórico o decadencia, desde después de la Primera Guerra mundial.
Como igualmente señalamos en el citado artículo, nos centraremos en los argumentos de los camaradas de la Unión comunista internacional (UCI) en esta discusión. Y para empezar, he aquí los argumentos que avanzan para negar la noción de decadencia:
“... La transición hacia una forma económica superior es el resultado del desarrollo de la forma anterior, y no de su destrucción. Si la antigua forma se hubiera agotado, se sucederían constantes crisis sociales y las fuerzas sociales que las protagonizaran aspirarían a conseguir imponer la nueva forma. Esta no ocurre. Es más, durante varias décadas, el capitalismo ha conocido una estabilidad relativa en su desarrollo, etapa en la que las fuerzas revolucionarias no sólo no han crecido, sino que por el contrario se han reducido... Y (el capitalismo) se ha desarrollado realmente, no sólo creando nuevas formas productivas cualitativas, además ha creado nuevas formas de capitalismo. El estudio de este desarrollo nos puede dar la respuesta sobre cuándo se producirá una nueva crisis, similar a la crisis de 1914-45, y a partir de ello, cuáles pueden ser las formas de transición al socialismo. La teoría de la decadencia niega el desarrollo del capitalismo y hace imposible su estudio, relegándonos al papel de simples charlatanes que tienen fe en un brillante futuro para la humanidad...” (Carta a la CCI, 20 de febrero de 2002).
Sin duda alguna, los camaradas tienen muy presente en estos argumentos el espíritu de Marx en su famoso Prefacio a la Crítica de la economía política en el que trata de las condiciones materiales de la transición de un modo de producción a otro, cuando afirma que:
“... jamás una sociedad expira antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que contiene en su seno; jamás pueden llegar relaciones de producción superior, antes de que se hayan reunido las condiciones materiales para su existencia en el seno mismo de la vieja sociedad...”.
Naturalmente que nosotros estamos de acuerdo en este tema con los argumentos que planteó Marx, pero entendemos que su análisis no puede llevarnos a decir que no puede surgir una nueva sociedad en tanto que no se hayan desarrollado todas las últimas innovaciones técnicas o económicas de la vieja sociedad. Tal visión podría ser quizás compatible con el análisis de modos de producción anteriores al capitalismo, sociedades en las que el desarrollo de los descubrimientos técnicos se producía de un modo extremadamente lento; sin embargo, esto es difícilmente aplicable al capitalismo, en la medida en que este no puede vivir sin un desarrollo constante, casi cotidiano, de su infraestructura tecnológica. El problema en este punto es que la UCI se refiere a este pasaje sin haber asimilado la parte que lo precede, en la que Marx subraya las precondiciones de la apertura de un periodo de revolución social, que es la clave de nuestra comprensión de la decadencia del capitalismo, de la época de la guerra o la revolución, como señaló explícitamente la Internacional Comunista. Nos referimos al pasaje en el que Marx dice:
“...Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social...” (Contribución a la Crítica de la economía política, Carlos Marx, Ediciones Estudio, pag. 9).
Las formas de desarrollo se convierten en trabas; en la visión dinámica que le es propia al marxismo, esto no significa que la sociedad llegue a un estancamiento completo sino que la posibilidad de su desarrollo se convierte cada vez más en algo caótico, irracional y catastrófico para la humanidad. De hecho, nosotros hemos rechazado en múltiples ocasiones la visión según la cual la decadencia representaría un freno total al desarrollo de las fuerzas productivas. En nuestro folleto La Decadencia del capitalismo, escrito en su primera versión a principios de los años 70, dedicamos un capítulo entero a esta cuestión. Refutando las afirmaciones de Trotski en los años 30, según las cuales “las fuerzas productivas habrían dejado de crecer”, nosotros afirmamos que:
“... Según Marx, el período de decadencia de una sociedad no puede caracterizarse por el cese total y permanente del crecimiento de las fuerzas productivas, sino por el aminoramiento definitivo de ese crecimiento. Es cierto que se producen bloqueos absolutos del crecimiento de las fuerzas productivas durante las fases de decadencia. Pero sólo surgen momentáneamente, pues en el sistema capitalista no puede haber vida económica sin acumulación creciente y permanente del capital. Esos bloqueos son las convulsiones violentas que marcan con regularidad el proceso de decadencia... Por lo tanto, lo que caracteriza la decadencia de una forma social determinada desde un punto de vista económico es:
– un aminoramiento de hecho del crecimiento de las fuerzas productivas si se tiene en cuenta el ritmo que habría sido técnica y objetivamente posible si no hubiera sido por el freno impuesto por las antiguas relaciones de producción mantenidas. Ese freno debe tener un carácter inevitable, irreversible. Ese freno no está provocado más que por ese mantenimiento de las relaciones de producción que son la base de la sociedad. La diferencia de velocidad resultante en el desarrollo de las fuerzas productivas no hace sino aumentar, apareciendo por lo tanto cada vez más claramente a las clases sociales.
– La aparición de crisis cada vez más importantes en profundidad y amplitud. Esas crisis y bloqueos momentáneos alimentan, además, las condiciones subjetivas necesarias para llevar a cabo un cambio social. Es durante esas crisis, cuando, primero, el poder de la clase dominante se debilita y, segundo, por la necesidad objetiva cada día mayor de intervenir, la clase revolucionaria encuentra las bases de su unidad y de su fuerza...”
Además, en el artículo “El estudio de El Capital y los fundamentos del comunismo” de la Revista internacional nº 75, demostramos que nuestra concepción no era diferente de la que Marx desarrolló en las Grundrisse cuando escribía :
“... Desde un punto de vista ideal, la disolución de una forma de conciencia determinada sería suficiente para acabar con una época entera. Desde un punto de vista real, ese límite de la conciencia corresponde a un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales y por tanto de determinada riqueza. A decir verdad, el desarrollo no se produce sobre la antigua base, sino con el desarrollo de esa misma base. El desarrollo de esta base en sí misma (el florecimiento que en ella se produce; es siempre esta misma base, es la misma planta la que florece; por ello se marchita tras la floración y a continuación de la floración) es el punto en el que ella por sí misma ha sido desarrollada hasta tomar la forma en la que es compatible con el desarrollo máximo de las fuerzas productivas y por tanto, también, con el desarrollo más rico de los individuos. Cuando se alcanza este punto, la continuación de este desarrollo aparece como un declive y el nuevo desarrollo comienza sobre una nueva base...”.
Más que ningún otro sistema social anterior, el capitalismo es sinónimo de “crecimiento económico”, pero contrariamente a lo que nos cuentan los charlatanes de la burguesía, crecimiento y progreso no son lo mismo: el crecimiento del capitalismo en su período de descomposición se asemeja al desarrollo de un tumor maligno más que al desarrollo de un cuerpo sano que pasa progresivamente de la infancia a la edad adulta.
Las condiciones materiales de un desarrollo “sano” del capitalismo desaparecieron a principios del siglo XX cuando el capitalismo estableció, efectivamente, una economía mundial y puso así los fundamentos para la transición al comunismo. Esto no significa que el capitalismo se haya deshecho de todos los restos de los modos de producción y de las clases precapitalistas, que haya agotado definitivamente hasta el último mercado precapitalista, ni que haya efectuado la transición final de la dominación formal a la dominación real de la fuerza de trabajo en todos y cada uno de los rincones del planeta. Lo que significa es que, a partir de ese momento histórico, el capitalismo, globalmente, puede cada vez menos invadir lo que Marx llamaba “los dominios periféricos” de expansión y, está obligado a crecer a través de un autocanibalismo creciente y haciendo trampas con sus propias leyes económicas. Ya hemos dedicado, en muchas ocasiones, numerosas páginas a esas formas de “desarrollo de la decadencia” y nos limitamos ahora a resumirlas brevemente:
• La organización de “monopolios capitalistas de Estado” gigantescos a nivel nacional, e incluso a nivel internacional a través de la formación de bloques imperialistas, que tienen por función regular y controlar el mercado y, por tanto, impedir que las operaciones “normales” de la competencia capitalista no alcancen su nivel máximo y que no exploten en gigantescas crisis abiertas de sobreproducción similares al “modelo” de 1929.
• El recurso (en gran parte determinado por la intervención del capitalismo de Estado) al crédito y a los grandes déficits presupuestarios, que ya no actúan como estímulos para el desarrollo de nuevos mercados sino como sustitutivos del mercado real. Sobre esta base sólo es posible un crecimiento basado en la especulación y en la artificialidad que abre la vía a “ajustes” cada vez más devastadores tales como el hundimiento de los tigres y los dragones asiáticos, o lo que está sucediendo actualmente en Estados Unidos tras el crecimiento “delirante”, y drogado de los años 90.
El militarismo y la guerra como modo de vida para el sistema- no solo en tanto que nuevo mercado artificial que se convierte cada vez más en un pesado fardo para la economía mundial –sino como el único medio que tienen los Estados para defender su economía nacional ante las embestidas de sus rivales. Los camaradas de la UCI podrían respondernos que el capitalismo ha sido siempre un sistema guerrero, pero como también hemos explicado en un artículo de nuestra serie “Comprender la decadencia del capitalismo” (ver en particular la parte Vª en el artículo de la Revista internacional nº 54) , hay una diferencia cualitativa entre las guerras en el período de ascendencia del capitalismo –que eran generalmente de corta duración, se desarrollaban a escala local, implicaban sobre todo a ejércitos profesionales y abrían nuevas posibilidades de expansión– y las guerras en su período de declive, que han tomado un carácter casi permanente, se orientan cada vez más a la matanza sin discriminación de millones de personas de la llamada “población civil”, y que han precipitado la riqueza producida por la humanidad durante siglos a un abismo sin fondo. Las guerras del capitalismo pusieron, antaño, la base para el establecimiento de una economía mundial y por tanto para la transición al comunismo; pero desde entonces, lejos de poner las bases del futuro progreso social, están amenazando con cada día mayor brutalidad la supervivencia de la humanidad.
El despilfarro gigantesco de fuerza de trabajo humano que representa la guerra y la producción de guerra ilustra también otro aspecto del capitalismo en su fase de senilidad: el enorme peso de los gastos y las actividades no productivas, no únicamente en la esfera militar, sino también por la necesidad de desarrollar y mantener un enorme aparato de burocracia, de marketing, etc. En el libro oficial de plusmarcas del capitalismo, todas las esferas de actividad son definidas como expresiones de “crecimiento”, pero en realidad, no hacen más que testimoniar el grado que ha alcanzado el capitalismo como obstáculo al desarrollo de las fuerzas de producción humanas, desarrollo necesario y posible en nuestros días.
Otra expresión del “desarrollo pero en el declive”, que no podía siquiera vislumbrarse en la época de Marx lo constituye la amenaza ecológica que el ciego curso de la acumulación capitalista hace pesar a la base misma de la vida en el planeta. Si bien es cierto que esta cuestión se ha hecho evidente sólo a lo largo de estas últimas décadas, está íntimamente relacionada con la cuestión de la decadencia. El estrechamiento histórico del mercado mundial ha obligado a todos los Estados al saqueo y a poner en peligro los recursos naturales. Este proceso se fue acumulando a lo largo de todo el siglo XX, aunque no llegara a alcanzar abiertamente la violencia que observamos hoy en día. En su tiempo, una revolución triunfante como la de 1917-23 no hubiera tenido que enfrentarse al inmenso problema planteado hoy por los destrozos del entorno natural que provoca el crecimiento enfermizo del capitalismo. A este nivel, es más que evidente de forma inmediata que el capitalismo es el cáncer del planeta.
De acuerdo con los escritos de Marx sobre la Comuna de París, Lenin consideraba que 1871 marcaba el fin del período de las revoluciones burguesas en los principales centros del capitalismo mundial. Igualmente esas mismas fechas marcaban, según él, los inicios de la fase de expansión imperialista a partir de tales centros.
Durante el último tercio del siglo XIX, el movimiento marxista consideraba que las revoluciones burguesas estaban a la orden del día en las regiones dominadas por las potencias coloniales. Esta era una visión perfectamente válida en aquella época; sin embargo, a finales del citado siglo, era cada vez más evidente que la misma dinámica de la expansión imperialista, que quería que las colonias no se desarrollaran más que para servir de mercados pasivos proveedores de materias primas, inhibía el desarrollo de nuevos estados nacionales independientes, y por tanto de una burguesía revolucionaria. Esta cuestión fue objeto de debates particularmente arduos en el seno del movimiento revolucionario en Rusia. En sus escritos sobre las comunas de campesinos rusos, Marx expresó su esperanza de que una revolución mundial triunfante pudiera evitar a Rusia la necesidad de pasar por el purgatorio del desarrollo capitalista. Más tarde, como resultaba evidente que el capital imperialista no iba a abandonar a Rusia a su propio destino, el centro del problema se desplazó hacia los problemas inherentes de la burguesía rusa. Los mencheviques interpretaron el método marxista de forma muy rígida y mecánica, afirmando que el proletariado debía prepararse a apoyar a la burguesía en el inevitable revolución burguesa que se anunciaba. Los bolcheviques, por otra parte, reconocían que la burguesía rusa adolecía de capacidad para desarrollar su revolución y concluían que esta tarea debía ser tomada a cargo por el proletariado y el campesinado (de ahí la formula de “dictadura democrática”). De hecho, era la posición de Trotski la que más se aproximaba a la realidad, ya que no planteaba las cosas en términos nacionales e inmediatos sino en un marco más global e histórico, que tenía como punto de partida el reconocimiento de que el capitalismo, como un todo, estaba entrando en la época de la revolución socialista mundial. La clase obrera en el poder no se podía limitar a las tareas de la burguesía sino que estaría obligada a desarrollar una “revolución permanente”, y a extender la revolución a escala mundial, marco en el que debía tomar su carácter socialista.
En las Tesis de Abril de 1917, Lenin se adhirió prácticamente a esa posición, superando las objeciones de los bolcheviques conservadores (que habían flirteado con el menchevismo y con la burguesía) según los cuales Lenin abandonaba así, erróneamente, la perspectiva de la “dictadura democrática”. En 1919 la Internacional comunista se forma sobre la idea de que el capitalismo había entrado en su fase de declive histórico, y que era la época de la revolución comunista mundial. Si bien es cierto que la IC afirmaba que la emancipación de las masas colonizadas dependía del éxito de la revolución mundial, la IC no fue capaz de llevar esta afirmación hasta su conclusión lógica: la época de las luchas de liberación nacional se había terminado –hecho que sí afirmó, entre otros, Rosa Luxemburgo. Posteriormente fueron todos los intentos desastrosos de los bolcheviques de forjar alianzas con la burguesía supuestamente “antiimperialista” de regiones tales como Turquía, del antiguo imperio zarista, y sobre todo China, lo que llevó a la Izquierda comunista (a la Fracción italiana en particular) a poner en entredicho las Tesis de la IC sobre la cuestión nacional, tesis que contenían la idea de la posibilidad de alianzas temporales entre la clase obrera y la burguesía colonial. Las Izquierdas comunistas habían visto que cada una de estas “alianzas” terminaban en una masacre para la clase obrera y para los comunistas perpetradas por la burguesía colonial, que a tal fin, no dudaba en ponerse a las ordenes de tal o cual bandido imperialista.
La UCI, en su Plataforma, dice que existe políticamente gracias al trabajo de las fracciones de la Izquierda Comunista que rompieron con la IC en degeneración (ver para más detalle el artículo sobre este tema en Word Revolution nº 254, publicación en Gran Bretaña de la CCI). Sin embargo, en nuestra opinión, la UCI defiende la visión “oficial” de la IC contra las de la Izquierda:
“...la política del Comiterm de Stalin y de Bujarin durante la revolución china de 1925-27 difiere completamente de la de Lenin y los Bolcheviques que prevaleció durante los primeros años del Cominterm. Vosotros argumentáis que si existen todavía tareas burguesas que realizar, deberíamos sostener a tal o cual fracción de la burguesía. Los mencheviques y los estalinistas decían lo mismo... El método de Marx y de Lenin no consiste en rechazar las tareas del momento cuando todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias, y en cumplir estas tareas con el método de la revolución proletaria, intentando realizar las tareas de la burguesía con la mayor profundidad y cumpliendo las tareas socialistas. La revolución china demostró que esa tesis era correcta y no la de las Izquierdas. La revolución de todos modos triunfó en China, aunque es cierto que al precio de un enorme número de víctimas. Esta revolución hizo posible la creación del proletariado más numeroso del mundo, un proletariado potente, que desarrolló las fuerzas productivas rápidamente. El mismo resultado se alcanzó por muchas otras revoluciones en los países del Este. No vemos por tanto ninguna razón para negar su papel históricamente progresivo: gracias a ellas, nuestra revolución tiene una sólida base de clase en muchos países del mundo que en 1914 eran completamente agrícolas...”.
Estamos totalmente de acuerdo en que la posición de Lenin, posición recogida en las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial” del 2º Congreso de la Internacional comunista celebrado en 1920, no es en modo alguno la posición de Stalin en 1927. En particular, las Tesis de 1920 insisten en la necesidad para el proletariado de ser estrictamente independiente incluso frente las fuerzas “nacionalistas revolucionarias”; Stalin, en cambio, llamó a los obreros insurrectos de Shangai a entregar sus armas a los carniceros del Kuomintang. Pero como hemos desarrollado en nuestra serie de artículos sobre los orígenes del maoismo (ver Revista internacional nos 81, 84, 94), esa experiencia no sólo confirma que la camarilla de Stalin había abandonado la defensa de la revolución proletaria por los intereses del Estado nacional ruso, además demuestra la futilidad de andar buscando un sector de la burguesía colonial que no se vendería inmediatamente a un bandido imperialista con tal de aplastar a la clase obrera. Los sectores “nacionalistas revolucionarios” o “anti-imperialistas” de la burguesía colonial, sencillamente, no existen. No podía ser de otra forma en una época histórica –la decadencia del modo de producción capitalista– en la que no hay la menor posible coincidencia entre los intereses de las dos principales clases de la sociedad.
La posición de la UCI sobre China contiene, en nuestra opinión, una profunda ambigüedad. De un lado, la UCI dice que en Rusia en 1917, la burguesía era ya reaccionaria, razón por la cual el proletariado debía tomar a cargo las tareas de la revolución burguesa; por otra parte, según su visión, en China y en la “decena de otros” países del Este no especificados, parece que la revolución burguesa podría desarrollarse. ¿Significa esto que la burguesía de esos países era aún progresista después de 1917?, ¿Acaso esto quiere decir –en el caso de China en particular–, que la fracción que cumplió la “revolución burguesa” –el maoismo– tenía algo de proletario, como afirman los trotskistas?. La UCI tiene que clarificar de forma nítida esta cuestión.
En cualquier caso debemos analizar si lo que ocurrió en China, corresponde a la comprensión marxista de lo que es una revolución burguesa. Desde el punto de vista del marxismo, las revoluciones burguesas fueron un factor de progreso histórico porque eliminaban los restos del viejo modo de producción feudal y ponían las bases de la futura revolución del proletariado. Este proceso tenía dos dimensiones fundamentales:
• A nivel más material, la revolución burguesa derrumbó las barreras feudales que bloqueaban el desarrollo de las fuerzas productivas y la expansión del mercado mundial. La formación de nuevos Estados era una expresión de progreso en ese sentido: es decir que hizo saltar los límites feudales, creando las bases de la construcción de una economía mundial.
• El desarrollo de las fuerzas productivas supone, ciertamente, el desarrollo material del proletariado. Pero lo que también supone una clave para la revolución burguesa es que creó el marco político para el desarrollo “ideológico” de la clase obrera, su capacidad para identificarse y organizarse en tanto que clase distinta en el seno de la sociedad capitalista y, al fin y al cabo, contra ella.
La supuesta revolución china de 1949 no tiene nada que ver con todo eso. Para empezar, no fue el producto de una economía mundial en expansión sino de una economía que había llegado a un atolladero histórico. Esto puede comprobarse directamente cuando se comprende que nació no de una lucha contra el feudalismo o el despotismo asiático, sino de una lucha a muerte entre diferentes bandas de la burguesía, todas ellas ligadas de uno u otro modo a las grandes potencias imperialistas que dominaban el mundo. La “revolución china” fue el fruto de los conflictos imperialistas que arruinaron a China durante los años 30 y sobre todo de su punto culminante, la Segunda Guerra mundial imperialista. El hecho de que en diferentes momentos las fracciones chinas en lucha tuvieran diferentes apoyos imperialistas (el maoismo, por ejemplo, fue apoyado por Estados Unidos durante la Segunda Guerra mundial y por la URSS durante la “Guerra Fria”), no cambia para nada el fondo de la cuestión. De igual modo que el hecho de que durante un breve período en los años 60 la burguesía china adoptara una posición imperialista “independiente” no significa que habría “jóvenes burguesías” que podrían escapar de la lógica del imperialismo en la época histórica actual. Es más bien lo contrario: el hecho de que China, con sus inmensos territorios y sus recursos enormes, no fuera capaz de crear un mercado “independiente” más que por un breve período confirma ampliamente los análisis de Rosa Luxemburg en su Folleto de Junius: en la época abierta tras la Primera Guerra mundial, ninguna nación puede “quedarse al margen” del imperialismo ya que vivimos una época en la que la dominación del imperialismo sobre el planeta en su conjunto no puede ser superada más que por la revolución comunista mundial.
El desarrollo económico de China recoge todas las características del “desarrollo en decadencia” : no se produce como parte de un mercado mundial en expansión, sino como la tentativa de desarrollo autárquico en una economía mundial que había alcanzado los limites fundamentales de su capacidad para extenderse. Por eso, como en la Rusia estalinista, el peso y la preponderancia del sector militar, de la industria pesada en detrimento de la producción de bienes de consumo, y de una burocracia de Estado enorme, se han desarrollado como un cáncer. A partir de ahí, también podemos comprender las convulsiones periódicas que “el gran paso adelante” y la “revolución cultural” con los que la clase dominante intentó movilizar tras ella a la población con sus campañas ideológicas para intensificar la explotación y la sumisión ideológica al Estado. Esas campañas fueron una respuesta desesperada al estancamiento y al retraso crónico de la economía: prueba de ello, la exigencia del Estado durante “el gran paso adelante” de poner en funcionamiento un alto horno en cada pueblo, que sólo podía funcionar recogiendo los restos de metal que pudieran encontrarse.
Naturalmente que la clase obrera china es más numerosa hoy que lo que lo era en 1914. Pero para juzgar si esto es un factor de progreso para la humanidad, debemos considerar la situación del proletariado a nivel mundial y no sólo a escala nacional. Y lo que vemos a nivel mundial, es que el capitalismo se ha mostrado incapaz de integrar a la mayor parte de la población del mundo en el seno de la clase obrera. En términos de porcentaje de la población mundial, la clase obrera sigue siendo una minoría.
El progreso para el proletariado chino en el siglo pasado lo hubiera representado el triunfo de la revolución mundial de 1917-27, que le hubiera permitido un desarrollo equilibrado y armonioso de la industria y la agricultura a escala mundial, y no las luchas frenéticas e innecesarias históricamente de cada economía nacional para sobrevivir en un mercado mundial sobresaturado. En lugar de ello, la clase obrera china ha pasado la mayor parte del siglo sojuzgada por la bota odiosa del estalinismo. Lejos de ser el producto de una revolución burguesa tardía, el estalinismo es la expresión clásica de la contrarrevolución burguesa, la horrible revancha tomada por el capital después de que el proletariado hubiera intentado, fracasando, derribar su dominación. El hecho de que se haya levantado sobre una mentira brutal – su pretensión de representar a la revolución comunista – es en sí mismo una expresión típica de un modo de producción decadente: en su fase de ascenso, en su fase de confianza en si mismo, el capitalismo no tenía ninguna necesidad de vestirse con el ropaje de su enemigo mortal. Es más, esta mentira ha tenido un efecto terriblemente negativo en la capacidad de la clase obrera –a escala mundial y en particular en los países dominados por el estalinismo– para comprender la verdadera perspectiva comunista. Cuando consideramos el terrible tributo de represión y de masacres que el estalinismo ha hecho pagar a la clase obrera –la cantidad de todos los que han fallecido o han sido asesinados en las prisiones maoistas y en los campos de concentración es aún hoy desconocido, pero se pueden contar por millones– es evidente que la supuesta “revolución burguesa” en China fracasó completamente en el cumplimiento de los objetivos que las auténticas revoluciones burguesas consiguieron cumplir en los siglos XVIII y XIX: un marco político que permitiera desarrollar al proletariado su confianza en sí y su conciencia de ser una clase opuesta a la burguesía. El estalinismo fue un desastre completo para el proletariado mundial; incluso tras su muerte, sigue hoy envenenado su conciencia gracias a las campañas de la burguesía que identifican la muerte del estalinismo con el fin del comunismo. Como todas las supuestas “revoluciones nacionales” del siglo XX, la de China fue una expresión más de que el capitalismo no está poniendo las bases para la construcción del comunismo, sino que, por el contrario, las está destruyendo cada día más.
Según la UCI, los comunistas podían, en cierto sentido, apoyar las revoluciones nacionales en los años 80; ahora con la llegada de la globalización eso ya no sería posible:
“... ¿que ha cambiado a partir de la globalización?. La posibilidad de la revolución nacional ha desaparecido. Hasta los años 80, las revoluciones nacionales aún podían garantizar el crecimiento de las fuerzas productivas, y por tanto aún debían ser apoyadas, intentando si ello fuera posible transferir su gestión en manos del proletariado revolucionario... Actualmente, esta etapa histórica para el desarrollo nacional ha llegado a su fin...”.
El primer punto que queremos comentar sobre esta posición es que, si la Izquierda comunista hubiera defendido esta posición hasta 1989, hoy no existiría la Izquierda comunista. Hasta la muerte de la Internacional comunista a finales de los años 20, la Izquierda comunista fue la única corriente política que se opuso de manera consecuente contra la movilización del proletariado en la guerra imperialista, sobre todo cuando estas guerras se desarrollaban en nombre de una revolución burguesa cualquiera tardía o de la lucha “contra el imperialismo”. A partir de los casos de España y de China en los años 30, pasando por la Segunda Guerra mundial, y en todos los conflictos locales que marcaron con su sello la “Guerra Fría” (Corea, Vietnam, Oriente Medio, etc.) la Izquierda comunista, sola, mantuvo el internacionalismo proletario, rechazando el apoyo a todos los Estados o fracciones en conflicto, llamando a la clase obrera a defender sus intereses de clase contra los llamamientos a disolverse en el frente militar del capital. La consecuencia terrible por haber abandonado esas posiciones quedó perfectamente ilustrada en carne viva por la implosión de la corriente bordiguista al inicio de los años 80: sus ambiguedades sobre la cuestión nacional abrieron la puerta a la penetración de fracciones nacionalistas que intentaron arrastrar a la principal organización bordiguista hacia el apoyo de la OLP (Organización de liberación de Palestina) y a Estados como Siria en la guerra de Oriente Medio. Hubo resistencia por parte de los elementos proletarios de la organización, pero ésta pagó un alto precio en pérdida de energías militantes y la consecuente explosión de la corriente entera. Los nacionalistas consiguieron ganar, anexionar esa corriente histórica de la izquierda italiana al ala izquierda del capital, es decir al lado de los trotskistas y los estalinistas. Si los antepasados políticos de otros grupos, tales como la CCI o el BIPR, hubieran seguido por ese camino de apoyo a las supuestas “revoluciones nacionales”, hubieran sufrido la misma suerte y ya no habría organizaciones de la corriente de la izquierda comunista con las que podrían ponerse en contacto los nuevos grupos que surgen en Rusia.
En segundo lugar, nos parece que, si bien los camaradas de la UCI concluyen que finalmente ha llegado el momento de defender una verdadera posición proletaria independiente sobre los movimientos nacionales, los camaradas siguen siendo prisioneros de fórmulas que en el mejor de los casos son ambiguas y, en el peor, pueden desembocar en traición abierta de los principios de clase. Por ejemplo, plantean todavía la posibilidad de transferir la lucha nacional de la burguesía al proletariado, apegándose todavía al lema de la “autodeterminación” nacional:
“... por lo que respecta al apoyo a los movimientos de independencia nacional, la única orientación aquí, a la vez de ayer y para hoy, es la de arrancar la lucha contra la opresión nacional de manos de la burguesía y ponerla en manos de la clase obrera. Esto no puede realizarse si no se reconocen los derechos a la autodeterminación, es decir, si no se reconoce la necesidad de llevar hasta sus últimas consecuencias las tareas históricas de la burguesía. De otro modo, dejaríamos al proletariado nacional bajo la dirección de la burguesía nacional...”.
La clase obrera no puede tomar a su cargo la lucha por la liberación nacional, ni siquiera para defender sus intereses de clase, pues se se encuentra en oposición frontal a la burguesía nacional y a todas sus ambiciones. Por lo que respecta a la autodeterminación, los camaradas reconocen que es imposible en las condiciones actuales, aunque consideren que esto solo es así desde finales de los años 80. Argumentan a favor de un llamamiento planteado en términos muy similares a los que utilizó Lenin –como medio de evitar “crear antagonismos” o de ofender a los proletarios de los países más atrasados– para sustraerlos a las influencias de la burguesía. Camaradas, el comunismo no puede evitar ser ofensivo hacia los sentimientos nacionalistas que aún quedan en el seno de la clase obrera. Si razonaramos así, los comunistas deberían evitar criticar la religión porque muchos obreros están aún bajo la influencia de la ideología religiosa. Evidentemente, nosotros no provocamos o insultamos a los obreros porque tengan ideas confusas. Pero como se decía en el Manifiesto comunista, los comunistas se niegan a esconder sus ideas. Si la liberación nacional y el derecho a la autodeterminación nacional son imposibles, debemos decirlo entonces con las palabras y de la forma más clara posible.
La aparición de grupos como la UCI es una aportación importante para el proletariado mundial. Pero sus ambigüedades sobre la cuestión nacional son muy graves y hacen peligrar su capacidad de supervivencia como expresión política de la clase obrera. La historia ha demostrado que hay un profundo antagonismo entre el proletariado y la guerra imperialista, y que por ello cualquier ambigüedad sobre la cuestión nacional puede llevar a traicionar los intereses internacionalistas de la clase obrera. Por tanto, les invitamos a reflexionar en profundidad sobre los textos y todas las contribuciones que la Izquierda comunista ha producido sobre esta cuestión vital.
CDW
1) Los camaradas de otro grupo ruso, el Grupo de los colectivistas proletarios revolucionarios, parecen defender la misma posición cuando afirman que la revolución comunista solo será posible cuando el capitalismo haya desarrollado los microchips electrónicos. Volveremos en otra ocasión sobre este argumento.
2) Hemos desarrollado este punto en la serie de artículos de la serie “Comprender la decadencia del capitalismo”; ver en particular la Revista internacional nos 55 y 56.
En cada número de todas y cada una de las publicaciones de la CCI, pubicamos nuestras “posiciones de base” en las que puede leerse lo siguiente:
“La CCI se reivindica de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas de Marx y Engels (…) de las Fracciones de izquierda que se fueron separando en los años 1920-30 de la Tercera internacional en el proceso de degeneración de ésta y más particularmente de las Izquierdas alemana, holandesa e italiana”.
Nuestra organización es el fruto de la labor incansable de las Fracciones de izquierda. En el plano de los principios organizativos, es sobre todo el fruto de la labor de la Izquierda italiana durante los años 20 y 30, agrupada en torno a Bilan. Así, se entenderá que nosotros nos tomemos muy en serio la cuestión de las fracciones, tanto más porque nuestros antecesores de la Izquierda italiana realizaron un trabajo de fondo sobre las condiciones en que surjen fracciones en el movimiento obrero y sobre la función que están llamadas a desempeñar. La cuestión de la fracción está en el meollo mismo de nuestra idea de lo que es una organización revolucionaria.
Cuando un grupo de militantes se declaró “Fracción interna de la CCI” en octubre de 2001, era deber nuestro volver a tratar este problema de la fracción en el movimiento obrero y de lo que ha representado históricamente para así tratar la cuestión de la manera más idónea.
Por ello decidimos publicar en el no 108 de la Revista internacional un artículo que reafirma nuestro concepto sobre lo que significa una fracción en el movimiento obrero (“Las fracciones de izquierda, en defensa de la perspectiva proletaria”). Nosotros barruntábamos evidentemente que los miembros de la pretendida “fracción interna” no iban a estar de acuerdo con la visión defendida en ese texto. Se propuso entonces a esos militantes que expusieran públicamente su desacuerdo cobre la cuestión de la fracción en las columnas de esta Revista internacional. Para esquivar una confrontación abierta de las divergencias, se apresuraron en aceptar la propuesta sacándose de la manga unas exigencias que la CCI no podía aceptar (1), pues nos pedían nada menos que renunciáramos a nuestros análisis sobre los móviles que los habían llevado a formar la pretendida “fracción” (2).
Desde entonces los fraccionistas han publicado una respuesta a nuestro artículo (3). El objetivo de su respuesta es mostrar: “cómo está obligada la CCI a deformar o ignorar partes enteras de la experiencia de la historia obrera, especialmente de la historia de sus fracciones, de modo que cae inevitablemente en el olvido y la traición a sus propios principios organizativos y los principios del movimiento obrero”.
¿De qué se trata realmente?
Inevitablemente, la creación de una fracción plantea cuatro preguntas básicas para una organización comunista:
a) ¿De qué natutaleza son las divergencias políticas que separan a la fracción de la organización en su conjunto? Y, en primer lugar, ¿afectan esas divergencias a los principios programáticos de tal modo que justifiquen la creación de una organización dentro de la organización, según la concepción que la CCI ha desarrollado basándose en el legado de la Izquierda Italiana?
b) ¿Cómo debe reaccionar la organización ante la creación de una fracción? ¿Cómo deberá asumir la responsabilidad de favorecer en su seno el debate y a la vez mantener su cohesión y su capacidad de acción?
c) ¿Qué responsabilidades tiene la propia fracción ante la organización? ¿Cuáles son sus tareas, cómo lleva a cabo su lucha para defender sus posiciones y, especialmente, cuál es su deber en el respeto de las reglas de funcionamiento y de la disciplina organizativa?
d) ¿Cuál es la opinión política de la mayoría de la organización sobre si hay o no razones para que se forme una fracción? Más concretamente, la negativa por parte de la CCI a reconocer el fundamento de la fracción actual, ¿no sería una tentativa para eludir el debate de fondo por parte de sus órganos centrales actuales?
Ya hemos contestado a la tercera pregunta en el artículo de la Revista internacional nº 108 y en un artículo sobre “Las fracciones frente a la cuestión de la disciplina organizativa” publicado en la Revista internacional nº 110. Nuestra respuesta a la cuarta pregunta –o sea nuestro análisis sobre la verdadera naturaleza de la “fracción interna” que se formó en la CCI– quedó confirmada por unanimidad (4) por nuestra Conferencia extraordinaria de abril de 2002, cuya reseña también publicamos en la Revista internacional nº 110. De modo que nuestro objetivo en este artículo es sobre todo contestar a las dos primeras preguntas. Para ello, debemos empezar por recordar los conceptos básicos de la CCI sobre cómo debe llevarse un debate en una organización comunista y sobre cómo y por qué pueden aparecer en su seno tendencias o fracciones.
Los estatutos de la CCI dan una importancia y ponen esepcial cuidado a la explicación de nuestros principios organizativos sobre la actitud que debe adoptarse ante el surgimiento de divergencias en su seno:
“Si las divergencias se ahondan hasta originar una forma organizada, la situación debe comprenderse como expresión:
– ya sea de una inmadurez de la organización,
– ya como una tendencia a su degeneración.
“Ante esa situación, únicamente la discusión podrá:
– ya sea absorber las divergencias,
– ya permitir que aparezacan claramente divergencias de principio que pudieran desembocar en separación organizativa.
“Esa discusión para resolver los desacuerdos nunca podría ser sustituida por medidas disciplinarias de ningún tipo, pero, mientras no se haya llegado a una de esas salidas, la posición mayoritaria es la de la organización.
“Es, de igual modo, conveniente que ese proceso de surgimiento de una forma organizada de desacuerdos se desarrolle de manera responsable, lo cual supone en particular:
– que, aunque no tiene por qué juzgar cuándo debe constituirse y disolverse una forma organizada así, ésta sí debe basarse, para que sea de verdad una auténtica contribución en la vida de la organización, en posiciones positivas y coherentes claramente expresadas y no en una colección de puntos de oposición y de recriminación;
– que esa forma organizada sea, por consiguiente, el resultado de un proceso previo de decantación de las posiciones en la discusión general en el seno de la organización, o sea que no sea concebida como la precondición de esa decantación”.
Es evidente que para que esos requisitos estatutarios sean operativos, la organización debe darse los medios para que se desarrollen unos debates en los que participarán todos los militantes a nivel internacional. Esos medios están explícitamente redactados en un texto fundamental que adoptó toda la CCI tras su crisis organizativa de 1981 (5) :
“La existencia de divergencias en el seno de la organización es un signo de su vitalidad, pero únicamente el respeto de una serie de reglas en la discusión de esas divergencias permitirá que éstas sean una contribución en el reforzamiento de la organización y en la mejora de las tareas para las que la clase la ha hecho surgir.
Pueden enumerarse unas cuantas de esas reglas:
– reuniones regulares de las secciones locales, poniendo a su orden del día las principales cuestiones en debate en el conjunto de la organización: el debate no podrá ser ahogado de ninguna manera;
– circulación lo más amplia posible de las diferentes contribuciones en el seno de la organización mediante los instrumentos previstos para ello (los boletines internos);
– rechazo, por consiguiente, de correspondencias secretas y bilaterales, que lejos de favorecer la claridad del debate, lo único que hacen es oscurecerlo alimentando malentendidos, la desconfianza y la tendencia a la constitución de una organización en la organización;
– respeto por la minoría de la indispensable disciplina organizativa;
– rechazo de toda medida disciplinaria o administrativa por parte de la organización contra miembros de ella que planteen desacuerdos (…)”.
Los individuos que iban a formar la “fracción interna” no respetaron ni la forma ni el fondo de los estatutos y de nuestros principios de funcionamiento. No asumieron la responsabilidad que les incumbía de confrontar abiertamente, en el seno de la organización, las divergencias que tenían o pretendían tener con el resto de la organización, aun cuando las reuniones internas de la organización y las contribuciones en sus boletines internos se lo permitían sin la menor restricción (6).
En lugar de hacer eso, se dedicaron a verse entre ellos para complotar contra la organización en reuniones secretas. En cambio, cuando se descubrieron esas reuniones secretas, la CCI reaccionó con la preocupación de:“rechazar toda medida disciplinaria o administrativa”: “El comportamiento de los miembros del ‘colectivo’ constituye una falta organizativa muy grave merecedora de la sanción más severa. Sin embargo, al haber decidido los participantes en esa reunión [o sea la reunión secreta del 20 de agosto de 2001, cuya actas llegaron, “accidentalmente”, a conocimiento de la organización] poner fin al ‘colectivo’, el BI decide abandonar esa sanción” (7).
El texto sobre el funcionamiento que citábamos antes deja igualmente explícito cómo comprendemos nosotros lo que es una fracción en el seno de una organización proletaria:
“La fracción expresa el hecho de que la organización está en crisis por haber surgido en el seno de ésta un proceso de degeneración, por haber capitulado frente al peso de la ideología burguesa. “Contrariamente a la tendencia, que sólo se justifica por divergencias de orientación frente a cuestiones circunstanciales, la fracción se justifica por divergencias programáticas que sólo pueden desembocar ya sea en la exclusión de la posición burguesa, ya sea en la salida de la organización por parte de la fracción comunista y al ser la fracción portadora de la separación de dos posiciones que se han hecho incompatibles en el seno de un mismo organismo, tendiendo, por eso mismo, a tomar una forma organizada con sus propios órganos de propaganda.
“Al no poseer la organización de la clase ningún tipo de garantías contra una degeneración, el papel de los revolucionarios es luchar permanentemente para eliminar posiciones burguesas que podrían desarrollarse en su seno. Y es cuando están en minoría en esa lucha cuando su tarea consiste en organizarse en fracción, ya sea para ganarse al conjunto de la organización para las posiciones comunistas y excluir la posición burguesa, ya sea, cuando la lucha se ha vuelto estéril a causa del abandono del terreno proletario por parte de la organización (generalmente en épocas de retroceso de la clase), formar el puente hacia la reconstrucción del partido de clase, el cual sólo podría entonces surgir en una fase de auge de las luchas.
“En cualquier caso, la preocupación que debe guiar a los revolucionarios es la que existe en el seno de la clase en general. O sea, la de de no despilfarrar las débiles energías revolucionarias de las que dispone la clase. O sea, la de velar sin cesar porque se mantenga y desarrolle un instrumento tan indispensable pero también tan frágil como lo es la organización de los revolucionarios” (8).
Esa definición de lo que debe ser una Fracción es un legado directo de la Izquierda italiana y, especialmente, de Bilan.
En el movimiento obrero, el término “fracción” se empleó indistintamente para caracterizar corrientes como los bolcheviques, los mencheviques, los espartaquistas y diversas minorías sobre tal o cual orientación del partido, especialmente en el partido ruso durante la revolución, en torno al tratado de Brest-Litovsk, etc. Las citas de Lenin y de Trotski que usa la “fracción interna” en su artículo lo muestran ampliamente. Sin embargo, la concepción de la CCI, condensada en la cita anterior, es más precisa : establece una diferencia entre todo lo que puede ser una minoría e incluso una tendencia sobre tal o cual punto de la orientación del partido, incluida una orientación tan crucial como la posición que debía tomar la revolución en un caso como el de Brest-Litovsk, y la minoría a la que se denomina fracción. Esta definición no es ni invento ni retórica, sino que nos viene de Bilan, de todo el trabajo de profundización que llevó a cabo durante los años 30.
En aquel período, el grupo que iba a crearse en torno a Bilan, como todas las oposiciones y las minorías dentro o alrededor de la Internacional y de los partidos comunistas, se encontraba ante una situación dramática de que esos partidos, compuestos por millones de obreros, que se habían formado durante la oleada revolucionaria de 1917-23, estaban en proceso degenerativo hacia la traición, uno tras otro, de los principios fundamentales del proletariado con el reflujo de la revolución. En esas condiciones, definir las tareas y el sentido de la actividad que debían llevar a cabo los opositores y los excluidos era una cuestión vital, al igual que lo era definir el marco de esa actividad:
“Cuando el partido pierde su capacidad de guiar al proletariado hacia la revolución – y eso ha ocurrido por el triunfo del oportunismo– las reacciones de clase producidas por los antagonismos sociales, ya no evolucionan en la dirección que permite al partido cumplir su misión. Las oposiciones se ven obligadas a encontrar nuevas bases en las que cimentar a partir de entonces los órganos de reflexión y de vida de la clase obrera, o sea, la fracción” (Bilan, nº 1, “Vers l’Internationale deux et trois-quarts” – ¿Hacia la Internacional dos y tres cuartos?)
Bilan estaba en desacuerdo con la orientación preconizada por Trotski de fundar un nuevo partido, una nueva Internacional y de hacer un llamamiento a las izquierdas socialistas. Para Bilan había primero que examinar y sacar las lecciones de la experiencia histórica reciente, del fracaso de la revolución rusa, de la traición de la Internacional, de la degeneración de los partidos:
“Quienes contra esa labor indispensable de análisis histórico oponen el cliché de la movilización inmediata de los obreros, lo único que están haciendo es añadir más confusión e impedir la reanudación verdadera de las luchas proletarias” (Bilan, nº 1, “Introduction”).
Algo esencial en la perspectiva para la actividad de la fracción era la evolución de la situación y del partido. Como lo evidencia la cita del Boletín de información que precedió Bilan (publicado en el artículo de la “fracción interna” (9)):
“La fracción así comprendida, es el instrumento necesario para el esclarecimiento político que debe definir la solución de la crisis comunista. Y debe juzgarse como arbitraria toda discusión que hoy oponga entre sí como excluyentes dos posibles salidas a la fracción : el enderezamiento del partido o la transformación en un segundo partido. Tanto una como la otra dependerán del grado de esclarecimiento político alcanzado y ninguna de las dos puede caracterizar ya la fracción. Es posible y deseable que el esclarecimeinto se concrete en triunfo de la fracción en el partido, el cual volverá a encontrar entonces su unidad. Pero tampoco ha de excluirse que ese esclarecimiento acabe precisando diferencias básicas que autoricen a la fracción a declarse a sí misma, y contra el viejo partido, partido del proletariado; y éste, tras todo un proceso ideológico y organizativo de la fracción, en relación con el desarrollo de la situación, encontrará las bases para su actividad. Tanto en un caso como en el otro, la existencia de la fracción y su reforzamiento son premisas indispensables para que se solucione la crisis comunista” (Bulletin d’information nº 3, noviembre de 1931)
La tarea que se propone la fracción es, en primer lugar, la de hacer una labor de esclarecimiento político, de profundización.
La definición de la actividad de la fracción está intimamente relacionada con el análisis de la relación de fuerzas entre las clases. La degeneración del partido es la expresión del debilitamiento de la clase. La fracción se opone a la idea de que se pueda crear en todo instante un nuevo partido:
“La comprensión de los acontecimientos ya no viene acompañada de la acción directa sobre ellos, como así ocurría anteriormente en el partido, y la fracción sólo librando al partido del oportunismo podrá reconstuir esa unidad” (Bilan nº 1, “Vers l’Internationale deux trois-quarts”).
Bilan iba a desarrollar su comprensión de lo que es la fracción durante toda su existencia, plasmándose en la resolución de 1935, propuesta por Jacobs y publicada en Bilan nº 17. Esta resolución fue sin duda la expresión más acabada de la idea que Bilan tenía sobre lo que era una fracción y su relación con el partido de clase. Las dos nociones están, de hecho, íntimamente ligadas, al representar la fracción la continuidad de los intereses históricos de la clase obrera, mientras que la existencia del partido viene también determinada por las condiciones de la lucha de clases misma y por la capacidad del proletariado para afirmarse como clase revolucionaria.
“Es evidente que la necesidad de la fracción es también la expresión de la debilidad de un proletariado que ha sido o desarticulado o gangrenado por el oportunismo, mientras que, al contrario, la creación del partido es la plasmación de un curso con etapas ascendentes, en las que el proletariado, una y otra vez, se vuelve a encontrar a sí mismo, se va concentrando, y mediante las luchas parciales y globales va abriendo brechas para acabar derribando la estructura del capitalismo” (Bilan nº 17, “Projet de résolution sur les problèmes de la fraction de gauche”)
¿Qué representa la fracción?: “La fracción es una etapa necesaria tanto para la construcción de la clase como para su reconstrucción en las diferentes fases de la evolución; es el vínculo mediante el cual se expresa la continuidad en la vida de la clase, a la vez que expresa la tendencia de ésta a dotarse de una estructura con principios y un método para intervenir en lo concreto de las situaciones. El proletariado no será nunca una fuerza económica que pudiera construirse en torno a sus riquezas materiales, pues es una clase que sólo dispone de los medios que el capitalismo le otorga a cambio de su fuerza de trabajo, los estrictamente necesarios para su propia reproducción. Por eso su afirmación como clase independiente destinada a crear un nuevo tipo de organización social, sólo puede manifestarse en realidad durante esos períodos específicos durante los cuales se trastornan las relaciones entre las clases en un plano mundial” (idem).
Según esa definición elaborada por Bilan, está claro que la fracción no significa minoría, ni tendencia u oposición sobre algún punto de la orientación o incluso un punto del programa de clase, sino que expresa la continuidad del ser histórico del proletariado, de su porvenir revolucionario. Por consiguiente, la noción de fracción ya no es usada por Bilan como pudo serlo hasta entonces por el movimiento obrero para definir a las diferentes corrientes. La fracción tampoco es una forma específica del período histórico en el que vive Bilan ante la degeneración del partido. Toda la historia del movimiento obrero no sólo está marcada por la existencia de partidos, en las fases ascendentes de la lucha, sino que también se expresa en la historia de sus fracciones:
“Los ‘centros de corresponsales’, creados por Marx antes de la fundación de la Liga de los Comunistas, su labor teórica des pués de 1848 hasta la fundación de la Iª Internacional, la labor de la fracción bolchevique en el seno de la IIª Internacional, fueron los momentos esenciales de constitución del proletariado que permitieron que aparecieran partidos animados por una doctrina y un método de acción. Ver el término de cada proceso negando la fracción bajo todas sus formas históricas particulares, es como ver el árbol y no el bosque, es santificar una palabra tirando por los suelos lo que significa” (idem).
La tarea de la fracción no sólo es mantener o restaurar el programa frente a las traiciones oportunistas o los fracasos de la lucha de clase, es también elaborar sin cesar la teoría del proletariado:
“Para dar una sustancia histórica a la labor de las fracciones, hay que demostrar que hoy son la filiación legítima de las organizaciones en las que el proletariado se encontró como clase en las fases anteriores y también que son la expresión siempre más consciente de las experiencias de la posguerra. Eso debe servir para probar que la fracción no puede vivir, formar responsables, representar realmente los intereses finales del proletariado sino es con la única condición de aparecer como una fase superior del análisis marxista de las situaciones, de la percepción de las fuerzas sociales que actúan en el capitalismo, de las posiciones proletarias sobre los problemas de la revolución” (Bilan, nº 17, “Proyecto de resolución sobre los problemas de la Fracción de izquierda”, subrayado en el original).
No tenemos mucho sitio en este artículo para seguir analizando la noción de fracción elaborada por Bilan. Pero sí que es el de Bilan el concepto de fracción del que se reivindica la CCI desde que nació. En esto como en otras tantas cosas, la CCI se considera continuadora de la fracción, cuya tarea es participar en la creación de las condiciones de surgimiento del partido del mañana; algo así como servir de puente, como decía Bilan, entre el antiguo partido que fue la IC, muerta bajo el estalinismo, y la futura Internacional de la revolución venidera.
Tras haber formulado nuestro marco de análisis, heredado de lo que elaboró la Izquierda italiana, que permite comprender la naturaleza y las tareas de una verdadera fracción, examinemos ahora lo que dice nuestra supuesta fracción que pretende representar fielmente la continuidad de los principios de la CCI. Cuando afirma que sería la CCI la que los abandona, lo mínimo que cabe esperar es que lo demuestren.
Antes de comentar el texto sobre las fracciones publicado en su Boletín nº 9, veamos en qué “posiciones positivas y coherentes claramente expresadas y no en una colección de puntos de oposición y de recriminación” se basa la declaración de formación primero del “colectivo” y después de la “fracción interna”.
La declaración de formación del “colectivo” ya no tenía nada de prometedora. En respuesta a la pregunta “¿cómo y por qué nos hemos reunido?”, el texto nos explica:
“Tras la reunión de la sección Norte [de RI] dedicada a la discusión del texto de orientación sobre la confianza, cada uno de nosotros pudo darse cuenta de una convergencia de enfoques entre la mayoría de los miembros de la sección presentes en esa reunión, en torno a un rechazo común tanto del método como de las conclusiones del texto de orientación. Esta covergencia se añadía a una constatación anterior de un descuerdo común con la manera con la que se ha considerado, se ha explicado y presentado al resto de la CCI la degradación reciente de las relaciones en el seno de la sección Norte”.
¿Qué es todo eso sino una “colección de puntos de oposición?”. Los propios miembros del “colectivo” lo reconocen, puesto que su perspectiva es “¡Trabajar! Ir al fondo de los problemas. Ir a buscar las respuestas, las experiencias y las lecciones sobre los problemas actuales de la CCI en la historia de nuestra clase y del movimiento obrero”.
Es un objetivo meritorio y no podemos sino lamentar que los miembros del “colectivo” que formaron la “fracción” apenas dos meses más tarde no lo hayan continuado. Los miembros del “colectivo” no están contentos con ciertos análisis defendidos por la mayoría, sin por ello, como ellos mismos lo confiesan, poseer una orientación alternativa que oponerles:
“Nuestra oposición, si sigue siendo minoritaria, deberá tomar la forma de una fracción que lucha en el seno de la organización por su enderezamiento. Creemos, por ahora, que es demasiado pronto para declararla como tal, primero porque la política actual no ha sido todavía confirmada ni por el BI ni por un congreso de la CCI y, además, porque necesitamos todavia elaborar y reunir los textos más desarrollados para una orientación alternativa a la política actual” (subrayado nuestro).¡Pues vaya continuidad auténtica con la CCI que les permite ver la posibilidad de organizarse en fracción sin haber producido textos fundamentales que discutir en el seno de la organización!
Cuando se forma la “fracción”, los “textos más desarrollados” no han aparecido ni por asomo. Sin pararse en barras, la “fracción” propone la orientación de:
“– combatir la deriva ‘revisionista’ actual que no sólo se expresa en el funcionamiento, sino también en el plano teórico-político;
– desarrollar la reflexión teórica sobre todo mediante una labor profunda sobre la historia del movimiento obrero, parra llevar a la organización a reapropiarse de sus propios fundamentos, los del marxismo revolucionario, de los que se está apartando cada día más la política llevada a cabo actualmente;
– colocar el análisis sobre la situación internacional en el primer plano de las discusiones (10), luchando, en particular, contra una tendencia “desmoralizadora” que está siendo la marca de nuestra comprensión de la situación y de la relación de fuerzas entre las clases, para reforzar con ello nuestra intervención en la clase obrera;
– llevar a la organización a comprenderse como parte del MPP (11) y por consiguiente desarrollar una política unitaria, más valiente y más determinada hacia ese Medio (12).
Se le plantea pues a la supuesta fracción justificar su existencia al no ser su aparición el resultado de ningún “proceso previo de decantación de las posiciones en la discusión general en el seno de la organización”. Al contrario, sí que se ha “concebido, y no pretenderá negarlo, como condición de esa decantación” ¿Es serio eso de que “una tendencia ‘desmoralizadora’ que tiende a ser la marca de nuestra comprensión de la situación y de la relación de fuerzas entre las clases” sería la expresión del abandono programático de los principios proletarios por parte de la CCI? En esas condiciones, no es de extrañar que la mayoría de la organización se haya negado a reconocer la legitimidad de la “fracción”. Al fin y al cabo, si un loco se toma por Napoleón, estaremos obligados a constatar que se toma por Napoleón, sí, pero no estamos obligados a seguirle los pasos en su locura, creyéndonos nosotros también que es el emperador.
El artículo de su Boletín nº 9 (13) de la “fracción” está, pues, ante un reto imposible, al ser su objetivo encontrar una garantía histórica y programática que justifique su creación. Vamos a procurar ahora sacar la lógica, si puede llamarse así a esa especie de aguachirle con ínfulas históricas, parar hacer su crítica.
La primera parte del artículo intenta tratar sobre las fracciones en los momentos de lucha de clase ascendente y descendente con ejemplos sacados de las tres Internacionales. Nos enteramos así que :
“Fue mediante la fusión de todo tipo de organismos e incluso de sociedades obreras cómo nació la Iª Internacional (…) En cambio, el período de contrarrevolución que siguió a la represión de la Comuna de París, vio que la aparición de agrupamientos, tendencias o fracciones en la Internacional tomaron otro camino hasta llevarla a su desaparición”.
Esto no nos lleva muy lejos, al no distinguir para nada entre “organismos”, “agrupamientos”, “tendencias” o “fracciones”. Sobre todo, no establece diferencia alguna entre las tendencias que representaron las primeras corrientes originarias del movimiento obrero (proudhonianos y blanquistas, por ejemplo), que estaban destinadas a desaperecr con el desarrollo de la clase misma, y la “forma histórica particular” de las fracciones de izquierda (retomando las palabras de Bilan) que tomó la tendencia marxista.
En lo que a la IIª Internacional se refiere, nos enteramos de que hubo toda clase de “fracciones” imaginables: en Alemania estaban los eseinachianos y los lassalianos, mientras que en Francia,
“el partido constituido en el congreso de Marsella de 1879, conoció dos fracciones: la “colectivista” de Guesde y Lafargue y la “posibilista” de Brousse, que agrupaba a los reformistas. “Si tomamos el ejemplo del POSDR, sigue el autor, lo que hemos desarrollado antes se verifica de manera fulgurante: “Después de 1905, las dos fracciones, menchevique y bolchevique, se reagruparon una primera vez en 1906 y una segunda vez en 1910 (…) Luego, con el curso hacia la guerra, encontramos el fenómeno de dispersión no sólo en los dos fracciones principales, sino incluso en su seno. Fue así como en el POSDR en 1910, había tres fracciones bolcheviques: la de Lenin, los ozovistas y los conciliadores, y tres mencheviques: la unitaria, la de Plejánov contra la unidad y los conciliadores, entre los cuales Trotski.”
Una vez más, no se hace ninguna distinción entre las corrientes reformistas (incluso “estatalistas” como los lassallianos), las corrientes de izquierda (eisenachianos, guesdistas, por ejemplo) y la fracción bolchevique que con la Izquierda alemana “representaban [sólo ellas] los intereses del proletariado mientras que la derecha y centro expresaban cada día más la corrupción del capitalismo” (14).
Después, el autor pasa al período de la revolución rusa, recurre a Trotski, “el más digno de los revolucionarios” (sic, como diciendo que Lenin, Luxemburgo, Liebknecht lo serían menos…), para contar la historia de las diferentes “fracciones” aparecidas en el partido durante el período revolucionario y la guerra civil: la oposición de Kamenev-Zinoviev a la toma del poder en octubre, la oposición del grupo de Bujarin a la firma del Tratado de Brest-Litovsk, así como las oposiciones acerca del ejército rojo, etc. En la época de Brest-Litovsk,
“Los partidarios de la guerra revolucionaria constituyeron entonces una auténtica fracción con su órgano central”. Trotski subraya, y nuestra “fracción” aprovecha la ocasión para recordárnoslo, que “la fracción, el peligro de escisión no fueron entonces vencidos mediante decisiones formales basadas en los estatutos, sino mediante la acción revolucionaria”.
Lo que hay que recordar también es que si Bujarin y el grupo Kommunist no hicieron escisión en la época de Brest-Litovsk, no solo fue gracias al propio desarrollo de los hechos y a los argumentos de Lenin, también lo fue gracias al propio sentido de la responsabilidad de aquéllos, a su comprensión de que el partido bolchevique tenía un papel crucial que desempeñar en la eclosión de la revolución a nivel mundial. Pero, sobre todo, las fracciones mencionadas por Trostski ahí, eran verdaderas minorías, formadas en torno a problemas cruciales de los que dependía la supervivencia de la revolución. Es pura indecencia ponerse a comparar las minorías en el seno del partido bolchevique con una “fracción” cuyo objetivo –o más bien el objetivo proclamado– es “poner el análisis de la situación internacional en el primer plano de las discusiones”. El objetivo confesado de todas esas “demostraciones” es convencernos de que:
“La historia del movimiento obrero que hemos trazado a grandes rasgos nos enseña:
– que han existido y existirán muchos tipos de fracciones y agrupamientos;
– que no todas han tenido programas acabados para constituirse en fracción, por eso es por lo que existe probablemente un proceso de esclarecimiento con el desarrollo de la discusión;
– que toda fracción o agrupamiento no desemboca necesariamente en una escisión;
– y que por lo tanto “la CCI está obligada a deformar e ignorar piezas enteras de la historia obrera, especialmente de la historia de sus fracciones”.
Todas esas corrientes, oposiciones, etc. han existido sin la menor duda, pero ¿qué tiene que ver todo eso con la fracción, tal como la CCI la ha definido desde siempre y basándose en los trabajos de la Izquierda italiana?. En realidad, el objetivo del artículo de la “fracción” es, sencillamente, hacer diversión ocultándose detrás de un alarde de conocimientos mal digeridos, hacer olvidar que para la CCI la noción de fracción tiene un sentido muy preciso según el cual la existencia de nuestra supuesta “fracción interna” no tiene la menor justificación teórica ni de principios.
Está pues claro que la “fracción interna”, que pretende mantener las posiciones básicas de la CCI, ha preferido olvidarse del concepto de fracción como lo ha usado siempre la CCI, para echar mano del de Trotski y del movimiento obrero anterior a Bilan, o sea un nombre aplicado a diferentes corrientes, minorías, tendencias y fracciones que existen inevitablemente en toda la historia del movimiento obrero. Recordemos de paso que Bilan elaboró su noción de fracción, entre otras cosas, contra la idea que tenía Trotski de la labor que debía llevarse a cabo en años 30. Pero, según parece, para nuestra “fracción interna” Trotski parece haberse convertido en fuente de referencia sobre la cuestión.
Vale la pena pararse sobre lo que nos dice el autor de las fracciones salidas de la IIIª Internacional, en período de “dificultades del movimiento obrero”, pues es especialmente de éstas de las que se reivindica la CCI y que, según nuestro concepto –y el de Bilan– es precisamente en esos períodos en los que la clase es incapaz de hacer surgir el partido, cuando se justifica la labor de las fracciones. En realidad, el texto poco dice, si no es que “en la IC la discusión teórica se torció rápidamente, se impidió, se cercenó siendo sustituida por la disciplina, lo que desembocó rápidamente en la exclusión de las Oposiciones”. Entre los inmensos problemas que encaraba el movimiento obrero, la Internacional, los partidos, las premisas de futuras fracciones, la “fracción interna” solo se queda con uno, por algo será, y es el de la disciplina.
Y así es: el problema de la “fracción interna” es que no solo debe librarse de las obligaciones demasiado rigurosas de los análisis y de los principios de la CCI sobre la cuestión organizativa, sino que además debe justificar las violaciones más flagrantes de la disciplina mínima que permita que la organización funcione, e incluso que exista, quebrantamientos que han marcado a esa “fracción interna” desde antes de nacer oficialmente y que le han valido, en la CCI, el apodo de “infracción”. Y empieza justificándose del modo más original:
“A causa de la creación [en la Tercera internacional] del nuevo régimen interior de las organizaciones comunistas con la mayor unidad y centralización internacional, la cuestión de la disciplina interna toma otro carácter. Es la razón por la cual en la fase de degeneración de la IC y de los PC, la vida de las fracciones es muy diferente: todo lo que empuja a la unidad en la fase de ascenso de las luchas empuja más fuertemente todavía a la desunión en su fase de declive” (14).
Esta frase “genial” está precisada así en un artículo sobre la “disciplina” precisamente, publicado en el Boletín nº 13:
“Si en el siglo XIX era la socialdemocracia la que defendía con firmeza la disciplina en el partido contra los oportunistas que reivindicaban la “libertad de acción”, o sea, tener las manos libres para…chanchullear con la burguesía , en cambio, en el siglo XX, en el capitalismo decadente, fue la derecha del PC la campeona de la disciplina interna, como lo son hoy nuestros liquidacionistas, para poder así acallar todas las divergencias, lo cual significa acallar e incluso eliminar a la izquierda, o sea, a la posición marxista”.
No hay aquí lugar para denunciar en detalle lo ridículo de semejante postura, cuyo objetivo evidente es identificar a toda costa a la CCI con los PC estalinizados, con la necesaria dosis de hipocresía para no decirlo abiertamente. Vale sin embargo la pena recordar, y es algo que la CCI siempre ha considerado como positivo, que la IC es, en efecto, la primera de las internacionales basada en un programa explícitamente comunista, dedicado al derrocamiento inmediato del capitalismo. Como tal, exige de los partidos miembros, considerados como secciones nacionales del partido mundial, una disciplina ante las decisiones del centro, en particular la adopción d’un programa unificado, y la exclusión de los partidos socialpatriotas y de los centristas. Es el objetivo mismo de las 21 condiciones, la última de las cuales propuesta nada menos que por Bordiga, dirigente de la Izquierda italiana…para luchar en especial contra la indisciplina de corrientes oportunistas como el partido francés. Mientras la IC defendió el programa del proletariado, esa mayor unidad y centralización internacional era una necesidad para la revolución comunista y expresa un desarrollo del programa que corresponde a las necesidades de la lucha internacional y revolucionaria de la clase obrera (16). La “novedad” aportada por la “fracción interna” con la idea de que “en el siglo XX, en el capitalismo decadente, fue la derecha del PC la campeona del la disciplina interna” no es más que malabarismo para ocultar su propia indisciplina.
Hasta aquí poco hemos aprendido, si no es que hubo muchas fracciones en la historia del movimiento obrero, y que éstas pueden ser tendencias, agrupaciones, oposiciones, que pueden contribuir ya sea a la unidad de la organización, ya a su estallido. En la segunda parte, sin embargo, se nos dice que “lo que fundamenta la existencia de una verdadera fracción es la existencia de una crisis comunista” (subrayado nuestro) ¡Vaya!, o sea que todos esas “agrupaciones, tendencias, fracciones” de las acaban de hablar ¿no eran “verdaderas fracciones”? Nuestro autor cita los textos de Bilan, en los que la CCI siempre se ha basado, efectivamente, para demostrar la necesidad y la justificación de una fracción en lucha contra la degenración de una organización comunista (Notemos, de paso, que el autor pone el mayor cuidado en no citar los propios textos de la CCI sobre el tema). Pero si la “verdadera” fracción, según su terminología, es la definida por la Izquierda italiana, o sea un organismo que surge contra la degeneración del partido, cuyo papel es o regenerar el partido o preparar a los futuros dirigentes tras la traición definitiva de éste, ¿qué pasa con todos los demás ejemplos de “fracción” que llenan el texto entero? La “fracción “ parace haber inventado algo nuevo: una fracción de geometría variable, una fracción que se tuerce y se retuerce en todos los sentidos según las necesidades. No, no ha inventado nada, pues no es nada nuevo en el movimiento obrero ese método típico del oportunismo que consiste en usar los principios en función de las circunstancias y según el interés que en ellos se encuentre. Si los “infraccionistas” de marras citan ahora a la Izquierda italiana es porque la izquierda de la IC se vio a menudo obligada a romper la disciplina de la Internacional para mantener su fidelidad al programa del proletariado y que la referencia de la lucha de la izquierda contra la degeneración de la Internacional comunista hacia el estalinismo, les sirve para justificar su desprecio flagrante por nuestros principios, por nuestras reglas comunes y por sus antiguos camaradas. Si la situación de la “fracción” puede compararse a la de la Izquierda italiana, entonces, es de cajón, la CCI va a hacer el papel de la IC estalinizada (17). Y así queda escrito el guión de la película, con sus buenos y sus malos.
A pesar de todo, a la “fracción” le encantaría encontrar una expresión patente de la degeneración de la CCI para así justificarse de una manera un poco más consistente. El problema es que podrán darle vueltas y más vueltas, nadie puede negar el lugar que ocupa hoy la CCI entre las escasas organizaciones que defienden contra viento y marea el internacionalismo proletario: podremos “ser idealistas” (como dice el BIPR) “consejisto-anarquistas” (según el PCInt) o “leninistas” (como dicen los anarco-consejistas), pero nadie ha negado nunca hasta ahora que la CCI sea, sin ambigüedades ni concesiones, internacionalista. Y como le es imposible encontrar en nosotros semejante traición al principio que es la línea divisoria entre proletariado y burguesía, la “fracción” se ve obligada a andar buscando indicios anunciadores de ese perspectiva. Así puede leerse lo siguiente en la conclusión de su artículo sobre India y Pakistán:”
¿Cuál es la conclusión natural, lógica que se despeja de toda la argumentación de la Revista internacional? (…) Que únicamente las grandes potencias, empezando por Estados Unidos, hacen esfuerzos, aunque insuficientes “para hacer bajar la tensión” y evitar la guerra (…) Todo eso, pues, de manera natural, lógica, abre la puerta a que, cuando se presente la ocasión, se empiece a llamar o a “exigir” de las burguesías de las grandes potencias que, en lugar de “permitir” o “atizar” los odios y las matanzas, actúen más resueltamente para “hacer caer la tensión” y que paren el caos...”
Este procedimiento es lamentable, pues, ¿podrá alguien de buena fe interpretar de ese modo tanto la forma como el fondo de nuestro análisis? La “fracción” termina así su idea: “No hay ningún llamamiento concreto, ni a la clase, ni a los revolucionarios…Lo que nos recuerda las bellas resoluciones de la IIª Internacional en vísperas de la guerra”, olvidándose aparentemente que esas “bellas resoluciones” fueron propuestas por… Lenin y Luxemburg y que pusieron las bases para Zimmerwald. Es evidente que el ridículo no mata, pues si así fuera la “fracción” tendría los días contados.
Es verdad que cualquier experto en etimología vendría a explicarnos que el sentido de las palabras cambia con el tiempo. Pero como marxistas que somos, lo que nos interesa no es tanto la evolución de una palabra como la evolución de las condiciones históricas que la hacen existir. Con esto queremos decir a la vez la evolución de las condiciones históricas generales (ascendencia y decadencia del capitalismo) y la de la experiencia y comprensión del movimiento obrero. Hacer como hace la “fracción”, andar entresacando todos los casos donde aparece la palabra fracción, ignorando por completo la evolución de su sentido histórico y sobre todo el sentido que adquirió para la Izquierda comunista de hoy y crear la confusión con un revoltijo entre “fracciones, agrupamientos, tendencias”, es “consagrar la palabra negando la sustancia” como decía Bilan (ver lo escrito antes). Es, ni más ni menos que entrar a saco en el movimiento obrero en busca de justificaciones para una política y un comportamiento injustificables. Por un lado citan una cantidad interminable de minorías diversas para demostrar que para formar una “fracción” no se necesita programa, ni siquiera unas posiciones coherentes, ni luchar contra la degenración de una organización, ni buscar una nueva coherencia y, por otro lado, invocan a la Izquierda italiana (la verdadera fracción, recordémoslo) para justificar todas las infracciones cometidas contra nuestros principios organizativos en nombre de no se sabe qué lucha contra la degeneración de la CCI. En resumen, se reivindican del derecho a decir y a hacer cualquier cosa desde el momento en que se otorgan el nombre de “fracción”, basándose en citas tomadas de cualquier manera en nuestros predecesores. Si transformar las figuras del movimiento obrero en iconos inofensivos para justificar la política del oportunismo era ya una práctica que denunciaron Marx y Lenin (18), la “fracción” de marras ha dado un paso suplementario: para ocultar su práctica oportunista tras un batiburrillo pseudo teórico, se han lanzado a un auténtico intento de fraude hacia el medio proletario con la noción misma de fracción.
“El congreso de la CCI marcó la entrada definitiva de la CCI en su fase de degeneración (…) Esta degeneración se ha manifestado, en el plano de las posiciones políticas, en el rechazo de ciertos principios sobre los que se había construido (…), pero también, y de manera todavía más caricaturesca, en el plano de su funcionamiento interno con la prohibición de reuniones entre camaradas minoritarios (…) la censura de los textos públicos de la tendencia, la propuesta de modificar su plataforma y sus estatutos sin texto explicativo ni debate, así como una multitud de resoluciones y de tomas de postura contra camaradas minoritarios. La degeneración de la vida interna de la CCI ha estado sellada de modo irrevocable con la exclusión de la tendencia de la instancia suprema de la organización –su congreso internacional- tras la negativa de principio de la tendencia a prestar juramento de fidelidad a la organización para después del congreso (…)
“Con su constitución, la Fracción entiende:
“e) representar la continuidad programática y orgánica con el polo de agrupamiento que fue la CCI, con su plataforma y sus estatutos que ha dejado de defender (…)
“g) establecer un puente entre el antiguo polo de agrupamiento que fue la CCI y el nuevo polo que podría desarrollarse sobre las bases de la Fracción en el curso futuro de la lucha de clases”.
El texto que acabamos de citar es la declaración de formación de una “fracción”, no en 2001, sino en…1985, cuando se formó la supuesta “Fracción Externa de la CCI”, la cual, hoy, ha llegado no ya a defender la continuidad de la CCI, sino a poner en entredicho sus posiciones fundamentales, como la de la decadencia del capitalismo. Se entenderá que no palidezcamos de miedo ante las acusaciones actuales de la Infracción…
Nos queda sin embargo por señalar una diferencia de actitud entre la “fracción” de entonces y la de hoy. Aquella, la de 1985, aunque se apresuró a sembrar toda clase de patrañas sin fin sobre la “degeneración” de la CCI, al menos terminaba así su declaración:
“[La Fracción] pide que se organicen inmediatamente encuentros con las secciones de Bélgica, de Inglaterra y de Estados Unidos para proceder a la entrega de material y de las finanzas, todo lo cual pertenece a la organización”.
En cambio, la “fracción” actual se marchó robando no solo dinero, sino también los documentos más sensibles de la organización: las señas de los camaradas y de los suscriptores (19).
No es la primera vez en la historia de la CCI que un agrupamiento de descontentos plasma sus frustraciones, sus rencores, en resumen, todo lo que tienen en contra de la organización y sus militantes, constituyéndose en “fracción” para defender “la auténtica CCI” (Cf. “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, en la Revista internacional nº 109). Se puede constatar, sin embargo, una evolución en los modos de actuar de ese tipo de agrupamientos, portadores de la marca de su época. La última “fracción”, con sus comportamientos de pandilleros, expresa plenamente el peso de la ideología del capitalismo en descomposición que se infiltra incluso en las organizaciones revolucionarias.
Jens, 6/12/2002
1) No hay sitio aquí para citar toda la carta de rechazo de los “fraccionistas”, pero subrayemos que exigen en particular “el reconocimiento formal y escrito de la fracción” (…) “la anulación de las sanciones en curso a todos los miembros de la fracción [o sea que debíamos darles el derecho de transgredir a su gusto las reglas organizativas, puesto que eran una “fracción] y el cese inmediato de la política de desprestigio, de las medidas disciplinarias para con ellos; lo cual implica obligatoriamente el rechazo del ‘clanismo’ como explicación de la política de nuestra fracción (…) [los miembros de la “fracción” nunca han sido sancionados por “clanismo” como ellos dan a entender] y una crítica de la explicación del clanismo como causa de la crisis actual…”.
2) Ver en la Revista internacional nº 110 el artículo sobre la Conferencia extraordinaria y nuestro análisis de la fracción.
3) En el nº 9 de su Boletín. El lector encontrará los textos citados en https://membres.lycos.fr/bulletincommuniste [203].
4) Lo cual desmuestra que el análisis de la naturaleza de la fracción no es únicamente el de una pretendida “dirección liquidadora”, según la terminología de la fracción, sino del conjunto de la CCI.
5) Ver Revista internacional nº 33.
6) Según las acusaciones de la “fracción” repetidas hasta la náusea en su Boletín, se les habría prohibido escribir en los Boletines internos de la organización. La verdad es que la organización exigió en una resolución votada incluso por los futuros miembros de la “Fracción” que esos militantes “hagan una crítica radical de sus actuaciones” y “se compromentan en una reflexión de fondo sobre las razones que los llevaron a comportarse como enemigos de la organización” [en las reuniones secretas] y que ante todo se explicaran en los boletines internos. Tras la creación de la fracción –la cual se reiivindica, al contrario, de las reuniones secretas– les exigimos sencillamente que tomaran posición por escrito sobre el contenido de esas reuniones. ¡Vaya censura, una censura que exige que la minoría escriba textos, mientras que ésta se reivindica del derecho a callarse!. Invitamos al lector a leer el artículo de la Revista internacional nº 110, “El combate por la defensa de los principios organizativos”, en donde encontrará la presentación detallada del combate que ha tenido que llevar la organización contra el comportamiento de los miembros de la “fracción”.
7) Ver Revista internacional nº 110 (nota anterior) para una presentación detallada de todo lo que hubo en torno a la constitución de ese ‘colectivo’.
8) Art. cit. Revista internacional nº 33.
9) En su artículo, la “fracción interna” hace toda una exposión según la cual para la CCI, una fracción “desemboca obligatoriamente en escisión”; se ve que el autor de ese artículo habrá leído con unos lentes especiales nuestro artículo de la Revista internacional nº 108 para poder así leer cualquier cosa.
10) El fariseismo de los miembros de esa “fracción” quedó patente en que, después de expresar esa reivindicación, no se les ocurrió mejor cosa que negarse a acudir a una reunión del órgano central con el pretexto de que antes de discutir sobre la situación creada por la “fracción” se iba a discutir sobre…¡la situación internacional!
11) Nuestra organización ha sido siempre y sigue siendo la única, lamentablemente, en defender de manera consecuente y sin la menor ambigüedad que el medio proletario existe. ¡Hay que tener cara para dar esa razón para formar una fracción destinada a combatir no se sabe qué el proceso de degeneración de la CCI!
12) Dejamos aquí de lado las acusaciones varias de “derivas organizativas” que contine esa declaración, en particular, la que acusa a la CCI de haber sancionado a un camarada que “defendía valientemente sus posiciones”. La realidad es que ese militante se hizo a hurtadillas el mensajero de la campaña “pasillera” montada por Jonás contra uno de nuestros militantes al que acusaba de ser agente del estado.
13) Vease https://membres.lycos.fr/bulletincommuniste/francais/b9/groupemindex.html [204].
14) Bilan nº 17, “Proyecto de resolución sobre los problemas de las Fracciones de izquierda”.
15) Esta conclusión, sin duda, pretende denunciar la degeneración teórica de la CCI: “todo lo que empuja a la unidad en la fase de ascenso de las luchas…” (o sea el desarrollo de la lucha de clases y, sobre todo, de la conciencia del proletariado sobre lo que está en juego en la situación revolucionaria) ese mismo “todo” empuja más fuertemente todavía a la desunión en su fase de declive”.
Lo que la “fracción” nos ofrece con eso, con palabras de Rosa Luxemburg, “no son más que frases huecas y encaje hinchado y brillante de palabras. Hay un signo que no engaña: cualquiera que piense con la cabeza y domine a fondo el tema del que se habla, se expresa clara y comprensiblemente. El que se expresa de manera oscura y pretenciosa (…) lo que muestra es que él mismo no lo tiene muy claro o que tiene sobradas razones para evitar la claridad” (Introducción a la economía política).
16) Para ampliar el tema, puede leerse el artículo de la Revista internacional nº 110 sobre la disciplina. Digamos de paso que esta “Infracción” tiene una idea que le es muy propia de la disciplina y que podría resumirse así: cuando somos mayoría y “tenemos las riendas” de la organización, la disciplina es entonces algo bueno; cuando estamos en minoría y debemos aceptar las mismas reglas que los demás, entonces la disciplina es mala.
17) Hasta ahora sólo faltaba alguien en el reparto: un Stalin en la CCI. Con “Último [y nauseabunda]aviso” publicado en el Bulletin nº 14, lo han completado.
18) “En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola. En semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero” Lenin, El Estado y la revolución).
19) Debe señalarse que la última publicación de la Infracción por Internet ha hecho pública, para que se entere la policía del mundo entero, la fecha de la conferencia general de nuestra sección en México…Cf. el artículo “Los métodos policiacos de la FICCI” aparecido en Révolution internationale nº 330.
Estas notas sobre la historia del movimiento obrero revolucionario en Japón ilustran, con elementos concretos, la naturaleza misma del desarrollo de la clase obrera y de su vanguardia política caracterizada fundamentalmente por la unidad de sus intereses y de su lucha, en todo el mundo, encaminada a acabar con el capitalismo mundial.
Ese proceso, que se verifica globalmente a nivel internacional, no se expresa ni de idéntica manera ni al mismo ritmo en los distintos países, pero sí ocurre con una influencia mutua entre el proletariado de un país y el de los demás. Por diferentes razones históricas, en Europa occidental se encuentra el centro de gravedad de la revolución comunista mundial (1). La historia del movimiento revolucionario en Japón ha puesto en evidencia en muchas ocasiones su retraso respecto a los avances que se produjeron en el mundo occidental.
Esta apreciación no es ni un juicio moral ni el resultado de no se sabe qué visión “eurocentrista”. Tampoco expresa algo así como “dar mejor nota ” al proletariado de los países donde éste está más avanzado. Al contrario, en estos elementos de historia del movimiento obrero en Japón aparece claramente el lazo indisoluble que existe entre el movimiento revolucionario en Europa occidental y en el resto del mundo. Este marco dinámico de análisis es el único que permite igualmente comprender la dinámica de la futura revolución mundial, la función vital, irreemplazable que deberá cumplir esa fracción mundial del proletariado que es la clase obrera de Japón.
Cuando estudiamos la historia del movimiento obrero en Japón nos sorprendemos de las similitudes profundas que existen entre los problemas planteados y las respuestas dadas por el proletariado en ese país y el de todas las demás partes del mundo industrializado. Esas similitudes son particularmente sorprendentes conociendo el aislamiento relativo del Japón en relación con los demás países industrializados y, sobre todo, cuando se considera la extraordinaria rapidez de su desarrollo industrial. Este no comenzó hasta los años 1860 en que la apertura del Japón al comercio y a la influencia exterior, por la fuerza militar de los “navíos estraperlistas” del comodoro norteamericano Perry, fue rápidamente aprovechada por las potencias europeas. En treinta años –a penas una generación– llegó a ser la última gran potencia industrial que se abría paso en el ruedo imperialista mundial. Hasta entonces Japón había quedado como congelado en un feudalismo hermético, enteramente fuera del mundo capitalista. Su entrada se hizo de la manera más estruendosa que se puede imaginar: destruyendo a cañonazos la flota rusa en Port Arthur en 1905.
Eso significa que la experiencia y las ideas adquiridas por los obreros europeos en más de un siglo, tuvieron que ser recorridas en un cuarto de siglo por los de Japón. El proletariado japonés nació, pues, en una época en la que el marxismo había desarrollado ya una profunda influencia en el proletariado europeo (particularmente mediante la Primera Internacional -AIT-). A esto hay que añadir que los escritos de Marx no estuvieron disponibles en japonés hasta 1904. Como veremos esto hizo posible que ideas que pertenecían a los orígenes del movimiento obrero cohabitasen con las más modernas de este movimiento.
Hasta los últimos decenios del siglo XIX, el movimiento obrero en el Japón estuvo ampliamente influido por el confucianismo tradicional, según el cual la armonía social y la participación del individuo (jin) no son posibles más que en interés de la comunidad.
En mayo de 1882 fue fundado el Partido socialista de Oriente (Toyo Shakaito). Apoyado en el socialismo utópico y el anarquismo; fue disuelto poco tiempo después.
Los años 1880 estuvieron marcados por la aparición de círculos que se dieron como tarea apropiarse de los clásicos del marxismo y familiarizarse con las luchas y debates del movimiento obrero en Europa. Fue el caso concretamente de “Los Amigos del pueblo” (Kokunin-no tomo) o de “La Sociedad de exploración de los problemas sociales” (Shakay mondai kenkyukai). La actividad de estos círculos no se asentó en una organización permanente y no llegaron a establecer lazos con la Segunda Internacional fundada en 1889.
En 1890, por primera vez, obreros emigrantes de origen japonés se agruparon en EE.UU. en la “Sociedad valerosa de obreros” (Shoko gijukai). Este grupo fue sobre todo un círculo de estudios que tuvo como objetivo estudiar la cuestión obrera de diferentes países de Europa occidental y de Estados Unidos. Los sindicatos norteamericanos tuvieron una fuerte influencia en él.
En 1897 fue creada la “Sociedad para la creación de sindicatos” (Rodo kumiai kiseikai) que reivindicó entonces hasta 5700 miembros. Ésta, por primera vez en la historia del movimiento obrero en Japón, contaba con su propio periódico: Rodo sekai difundido bimestralmente y editado por S. Katayama. El objetivo de este movimiento fue crear sindicatos y cooperativas. Contaba, dos años más tarde, con 42 secciones y 54 000 miembros. Los estatutos y las posiciones de estos sindicatos se basaban en los modelos europeos. El sindicato de conductores de tren desarrolló una campaña por el derecho al sufragio universal y declaró, en marzo de 1901 que: “El socialismo es la única respuesta definitiva para la condición obrera”.
El 18 de octubre de 1898, un pequeño grupo de intelectuales se encontró en una Iglesia Unitarista de Tokio para fundar la Shakaishugui Kenkyukai (Asociación para el estudio del socialismo). Empezaron reuniéndose una vez al mes. Cinco de sus seis fundadores se consideraron siempre, a sí mismos, como Socialistas cristianos.
Tras su viaje a Inglaterra y a Estados Unidos, Katayama contribuirá a la fundación en 1900 de la Asociación socialista (Shakaishugi kyokai) que contó con unos 40 miembros. Decidieron enviar, por primera vez, un delegado al Congreso de París de la Segunda Internacional pero problemas financieros impidieron la realización del proyecto.
La primera fase del movimiento obrero, la de la “destrucción de máquinas” (que corresponde en cierto modo al “luddismo” del movimiento inglés en el periodo entre el siglo XVIII al XIX) solo sería superada a finales de los años 1880, mediante una oleada de huelgas que ocurrió entre 1897 y 1899 y en la que, los obreros metalúrgicos, los chóferes y los ferroviarios fueron especialmente combativos. La guerra chino-japonesa (1894-1895) supuso un nuevo camino abierto a la producción industrial de tal suerte que a mediados de los años 1890 Japón contaba con 420 000 obreros. Unos 20 000 –el 5 % de los obreros industriales modernos– estaban organizados en sindicatos, la mayoría de los cuales no tenía más de 500 miembros. Pero la burguesía japonesa reaccionó desde el comienzo con una violencia terrible contra una mano de obra cada día más combativa, adoptando en 1900 una “ley de protección del orden público” basada en el modelo de las leyes antisocialistas de Bismarck que prohibieron el PSD alemán en 1878.
El 20 de mayo de 1901 se fundó el primer Partido Social Demócrata (Shakay Minshuto) que plantea las siguientes reivindicaciones:
Estas reivindicaciones, características de la situación en la que se encontraba el movimiento obrero en Japón en esa época, combinaban a la vez:
El Shakay Minshuto (Partido social demócrata) proclamaba querer respetar la ley; rechazaba explícitamente el anarquismo y la violencia y apoyaba la participación en las elecciones parlamentarias. Defendiendo los intereses de la población por encima de los de las clases, liquidando la desigualdad económica, combatiendo por el derecho de voto para todos los obreros, el partido esperaba aportar su contribución al establecimiento de la paz mundial.
A pesar de que consideraba sus actividades parlamentarias como una prioridad, el partido fue inmediatamente prohibido. La tentativa de construir un partido político fracasa. El nivel de organización no podía superar todavía el de los círculos de discusión. Además, la represión fue un revés importantísimo. La publicación de sus periódicos siguió aun sin tener tras ella el apoyo y la seguridad de una organización. Por eso, las conferencias, los mítines y la publicación de textos fueron lo esencial de sus actividades.
Los días 1 y 6 de abril de 1903, en la Conferencia Socialista del Japón en Osaka los participantes reclamaron la transformación socialista de la sociedad. Mientras que las exigencias de “libertad”, de “igualdad” y de “fraternidad” seguían siempre presentes, la reivindicación de la abolición de las clases y de todas las opresiones así como la prohibición de las guerras de opresión aparecieron igualmente. A finales de 1903 la Commoners Society (Heiminsha) se convierte en centro del movimiento antiguerra, cuando Japón proseguía su expansión en Manchuria y en Corea y estaba a punto de entrar en guerra contra Rusia. Se publicaban 2.000 ejemplares del periódico de esta asociación. Aun así fue un periódico sin una estructura organizativa fuerte detrás. D. Kotoku fue uno de los oradores más conocidos de este grupo.
Katayama (2) que abandona Japón desde 1902 hasta 1907, asistirá al Congreso de Amsterdam de la Segunda Internacional en 1904. El apretón de manos con Plejánov se consideró un símbolo importante en plena guerra ruso-japonesa, la cual duró desde febrero de 1904 hasta agosto de 1905.
Al comienzo de la guerra, Heiminsha tomó claramente posición contra ella, una toma de posición en nombre del pacifismo humanitario. La carrera por las ganancias en el sector armamentístico fue denunciada.
El 13 de marzo de 1904, Heimin Shinbun publica una carta abierta al Partido obrero social demócrata ruso, llamando a la unidad con los socialistas de Japón contra la guerra. Iskra nº 37 publicará su respuesta. Al mismo tiempo los socialistas japoneses difunden la literatura socialista entre los prisioneros de guerra rusos.
En 1904, 39 000 hojas contra la guerra fueron difundidas y unos 20 000 ejemplares de Heimin vendidos.
Fue así como las actividades imperialistas intensivas de Japón (guerras contra China en los años 1890, guerra con Rusia en 1904-05) obligaron al proletariado a tomar posición sobre la cuestión de la guerra. Incluso si su rechazo de la guerra imperialista no estaba aún arraigado sólidamente en el marxismo y seguía estando muy marcado por una orientación pacifista, la clase obrera demostraba estar desarrollando la tradición del internacionalismo.
La primera traducción de El Manifiesto comunista fue igualmente publicada por el Heimin en 1904. Hasta ese momento, los clásicos del marxismo no estaban disponibles en japonés.
Cuando el gobierno reprime a los revolucionarios, juzgando a muchos de ellos, Heimin deja de publicar y el periódico Chokugen (Palabra libre), que apareció poco después, estaba todavía impregnado de un fuerte pacifismo.
El capital tenía que cargar sobre la clase obrera el costo de la guerra. Los precios se duplicaron primero, para triplicarse después. El Estado, que inauguró una política de endeudamiento para financiar la guerra, agobió de impuestos a la clase obrera.
De igual manera que en Rusia en 1905, la agravación dramática de las condiciones de vida de los obreros en Japón lleva a la explosión de manifestaciones violentas en 1905 y a una serie de huelgas en los astilleros navales y en las minas durante 1906 y 1907. La burguesía, que nunca había dudado ni un solo instante en mandar a la tropa contra los obreros, en ese momento tampoco hizo una excepción; declarando, una vez más, ilegal toda organización obrera.
Aunque no existía todavía la organización de revolucionarios sino únicamente una tribuna revolucionaria contra la guerra, la guerra ruso-japonesa suscitó enseguida una fuerte polarización política. Una primera decantación se produjo entre los Cristianos Socialistas en torno a Kinoshita, Abe y el ala en torno a Kotoko (quien desde 1904-1905 adoptó un claro posicionamiento antiparlamentario) y la que se agrupaba alrededor de Katayama Sen y Tetsuji.
DA
1) Véase el texto “El proletariado de Europa occidental se encuentra en el centro de la generalización internacional de la lucha de clases : crítica de la teoría del eslabón más débil”, en la Revista internacional nº 31, 1982. Regiones como Japón o Norteamerica, aunque cumplen la mayoría de las condiciones necesarias para la revolución, no son, sin embargo, las áreas más favorables para el desarrollo del proceso revolucionario, a causa de la falta de experiencia y del retraso en el desarrollo de la conciencia del proletariado en esos países.
2) Durante el primer período de exilio de 1903 a 1907, participó en Texas (EE.UU.) con granjeros japoneses en experimentos agrícolas sigiendo las ideas socialistas utopistas de Cabet y Robert Owen. Tras la represión salió de Japón una vez más después de que estallara la Primera Guerra mundial, yéndose a Estados Unidos. Una vez allí, volvió a participar activamente en el medio emigrante japonés. En 1916, se vio con Trotski , Bujarin, Kollontai…en Nueva York. Una vez establecido el contacto, empezó a abandonar sus ideas cristianas. En 1919, se adhirió al Partido comunista independiente de EE.UU. y fundó una Asociación de socialistas japoneses en EE.UU. En 1921 se fue para Moscú, en donde vivió hasta su muerte en 1933. No parace haber hecho nunca la menor crítica contra el estalinismo. Se le hicieron funerales de Estado.
La guerra siempre ha sido una prueba para la clase obrera y las minorías revolucionarias. Los obreros son los primeros en sufrir las consecuencias de la guerra, pagándola con su misma vida o una explotación feroz. Pero el proletariado sigue siendo en la sociedad la única fuerza capaz de acabar con la barbarie echando abajo al capitalismo que la engendra.
Esta nueva guerra del Golfo y la importante agravación de las tensiones imperialistas que expresa, vienen precisamente a recordar al mundo la amenaza que para la humanidad es, un sistema condenado por la historia y cuya huida ciega en la guerra y el militarismo es la única respuesta a la crisis de su economía.
A pesar de que actualmente la clase obrera no posea la capacidad, mediante la lucha revolucionaria, de dar una respuesta al reto que la historia le plantea, es, sin embargo, de la mayor importancia que esta nueva irrupción de la barbarie pueda ser un factor de maduración de su conciencia. Ahora bien, la burguesía lo hace todo para que este conflicto, cuyo carácter imperialista no puede ocultar con pretextos humanitarios o del derecho internacional, no pueda ser aprovechado por el proletariado para desarrollar su conciencia Debe para eso apoyarse, en todos los paises, en su arsenal mediático e ideológico especializado en el lavado de cerebros.
Cualesquiera que sean los intereses imperialistas que oponen a las diversas fracciones nacionales de la burguesía, su propaganda tiene siempre dos temas en común: por un lado, que no es el capitalismo como un todo el responsable de la barbarie guerrera, sino tal o cual Estado en particular, o tal co cual régimen que lo dirige; por otro, que la guerra no es la expresión ineluctable del capitalismo, sino que existen posibilidades de pacificar las relaciones entre naciones.
Como la revolución, la guerra es un momento de la verdad para las organizaciones del proletariado que las obliga a tomar claramente posición en uno u otro campo.
Ante esta guerra, su preparación y su acompañamiento por parte de la burguesía de un verdadero diluvio de propaganda pacifista, les incumbe a las organizaciones revolucionarias, las únicas en poder defender un verdadero punto de vista clasista, movilizarse para una intervención decidida en su clase. Era su obligación denunciar en voz alta y clara el carácter imperialista de esta guerra –como el de todas las guerras que han devastado a la planeta a lo largo del siglo XX–, defender el internacionalismo proletario, oponer los intereses generales del proletariado a los de cualquier fracción de la burguesía, sea cual sea, rechazar todo apoyo a cualquier unión nacional, subrayar la única perspectiva posible para el proletariado, el desarrollo de la lucha de clases en todos los paises, hasta la revolución.
En lo que a la CCI se refiere, hemos movilizado todas nuestras fuerzas para asumir lo mejor posible la responsabilidad que nos incumbía.
La CCI ha intervenido vendiendo su prensa en las manifestaciones pacifistas que se han multiplicado en todos los países desde el mes de enero, y la importancia de las ventas realizadas en ellas demuestra su determinación en convencer de sus posiciones. En ciertos paises, se han publicado suplementos a la prensa territorial, y se han hecho llamamientos a reuniones públicas extraordinarias. En ciertas ciudades, éstas han permitido que contactos o discusiones se desarrollen con nuevos elementos que hasta entonces no conocían a la CCI.
Al día siguiente de los primeros bombardeos de Irak, la CCI difundió masivamente (en la medida de sus escasas fuerzas) una hoja (que aquí publicamos a continuación) dirigida hacia la clase obrera en los catorce paises en los que tiene una presencia organizada, o sea en cincuenta ciudades de todos los continentes excepto África. En ciertos paises, como India, hubo que traducirlo al hindú y al bengalí. Muchos simpatizantes se han unido a nuestra labor de reparto, permitiendo así su ampliación. De forma más selectiva, la hoja también fue repartida en las manifestaciones pacifistas. Se tradujo al ruso para permitir la intervención en un país en que la CCI no tiene presencia. El mismo día en que empezaron los bombardeos, se difundió en inglés y francés en el sitio internet de la CCI. También podrá ser consultado en dicho sitio en todos los idiomas en que ha sido traducido, incluidas otras lenguas, como el coreano, el persa y el portugués, que se utilizan en paises en donde no está presente la CCI.
Otras organizaciones revolucionarias de la Izquierda comunista también han intervenido en las manifestaciones pacifistas, especialmente repartiendo hojas. Por su defensa de un internacionalismo intransigente contra la guerra, que no permite la menor concesión a uno u otro campo burgués, se distinguen radicalmente del fárrago izquierdista.
En conformidad con la concepción que tiene de un medio revolucionario precisamente constituido por estas organizaciones, y en conformidad también con la práctica que le es propia desde que existe, la CCI se dirigió a esas organizaciones para una intervención común ante la guerra, precisando, en una carta dirigida a estos grupos, lo que hubiese podido contener esta intervención : “redactar y difundir un documento común de denuncia de la guerra imperialista y de las campañas burguesas que la acompañan” o “realizar reuniones públicas comunes en las que cada grupo podrá defender tanto las posiciones comunes que nos unen como los análisis específicos que nos diferencian”.
Publicamos aquí el contenido de nuestro llamamiento, así como un primer análisis de las respuestas que se nos han hecho, todas negativas. Esta situación ilustra que el medio revolucionario como un todo no está a la altura de las responsabilidades que le incumben, ante la actual situación bélica pero también, y esto es lo más grave, frente a la perspectiva del necesario reagrupamiento de los revolucionarios con vistas a la constitución del futuro partido de clase del proletariado internacional.
CCI
Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra y respuestas a nuestro llamamiento
A continuación publicamos dos cartas que enviamosa las organizaciones de la Izquierda comunista, proponiéndoles unas modalidades para una intervención común frente a la guerra. Al no haber recibido la menor respuesta por parte de estas organizaciones a nuestra primera carta, acordamos mandar una segunda con nuevas propuestas, más modestas y a nuestro parecer más fácilmente aceptables por ellas. Entre todas las organizaciones a quienes mandamos nuestro llamamiento (Buró internacional para el Partido revolucionario –BIPR–, Partito comunista internazionale –Il Comunista, le Prolétaire–, Partito comunista internazionale –Il Partito comunista–, Partito comunista internazionale –Il Programa comunista), sólo se dignaron contestarnos el BIPR y el PCI-le Prolétaire. Esto dice mucho sobre la autosuficiencia de las demás organizaciones.
Camaradas,
El mundo está encaminándose hacia una nueva guerra con consecuencias trágicas: matanzas de poblaciones civiles y de proletarios en uniforme iraquí, intensificación de la explotación de los proletarios de los paises “democráticos” que van a ser los primeros en pagar el enorme incremento de los gastos militares de sus gobiernos... De hecho, esta nueva guerra del Golfo, cuyos objetivos son mucho más ambiciosos que los de la guerra del 91, amenaza con dejar a ésta muy por detrás tanto desde el punto de vista de las matanzas y sufrimientos que va provocar como del crecimiento de la inestabilidad que va acarrear en toda esta área de Oriente Medio, ya tan afectada por los conflictos imperialistas.
Como cada vez que se preparan las guerras, asistimos hoy a un brutal desencadenamiento de campañas de mentiras, cuyo objetivo es hacer aceptar a los explotados los nuevos crímenes que se disponde a cometer el capitalismo. Por un lado, se justifica la guerra en preparación, presentándola como una “necesidad para impedir a un dictador sanguinario que amenace la seguridad del mundo con sus armas de destrucción masiva”. Por el otro, se pretende que “la guerra no es inevitable y que hay que apoyarse en la acción de Naciones Unidas”. Saben perfectamente los comunistas lo que valen semejantes discursos: los principales poseedores de armas de destrucción masiva son precisamente aquellos paises que pretenden hoy garantizar la seguridad del planeta, cuyos dirigentes jamás han vacilado en utilizarlas cuando lo consideraban necesario para la defensa de sus intereses imperialistas. En cuanto a los Estados que hoy llaman a “la paz”, también sabemos perfectamente que no lo hacen sino para defender sus propios intereses imperialistas amenazados por las ambiciones de Estados Unidos, y que tampoco vacilarán mañana en desencadenar matanzas si lo exigen sus intereses. Los comunistas también saben que no hay nada que esperar de esa “ guarida de bandoleros” (como llamaba Lenin a la Sociedad de Naciones) llamada Organización de las Naciones Unidas sucesora de aquella.
Junto a estas campañas organizadas por los gobiernos y los media a sus órdenes, también vemos desarrollase unas campañas pacifistas sin precedente, sobre todo bajo la batuta de los movimientos antimundialización, mucho más masivas y ruidosas que las del 90-91 cuando la primera guerra del Golfo o que las del 99 cuando los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia.
La guerra siempre ha sido una cuestión central para el proletariado y las organizaciones que defienden los intereses de clase y la perspectiva histórica del derrocamiento del capitalismo. Las corrientes que tomaron una posición clara al respecto cuando las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, rotundamente internacionalista, fueron las mismas que se pusieron en la vanguardia de la Revolución de Octubre en 1917, de la oleada revolucionaria internacional y de la fundación de la Internacional comunista. La historia también demostró claramente durante aquel período que el proletariado es la única fuerza que puede realmente oponerse a la guerra imperialista, no alineándose tras las ilusiones pacifistas y democráticas pequeñoburguesas, sino entablando el combate en su propio terreno de clase contra el capitalismo como un todo y contra las mentiras pacifistas. En este sentido, la historia también nos ha enseñado que la denuncia por parte de las organizaciones comunistas de la matanza imperialista y de cualquier manifestación de chovinismo también ha de estar acompañada por la denuncia del pacifismo.
Fueron las Izquierdas de la IIª Internacional (y en particular los bolcheviques) quienes defendieron con la mayor claridad la verdadera posición internacionalista cuando la primera carnicería imperialista. Y le incumbió a la Izquierda comunista de la IC (en particular la Izquierda italiana) el papel de defender la posición internacionalista contra las traiciones de los partidos de la IC, frente a la Segunda Guerra mundial.
Cara a la guerra que se está preparando y a todas las campañas de mentiras que se están hoy desencadenando, está claro que solo las organizaciones vinculadas a la corriente histórica de la Izquierda comunista son realmente capaces de defender una verdadera posición internacionalista.
1) La guerra imperialista no es el resultado de una política “mala” o “criminal” de tal o cual gobierno en particular, o de tal o cual sector de la clase dominante; el capitalismo como un todo es el responsable de la guerra imperialista.
2) En este sentido, frente a la guerra imperialista, la posición del proletariado y de los comunistas no puede en ningún momento ser la de alinearse, aunque sea de forma “crítica”, a una u otra de las fuerzas en conflicto; concretamente, denunciar la ofensiva norteamericana en Irak no significa de ningún modo apoyar a éste o a su burguesía.
3) La única posición conforme a los intereses del proletariado es la lucha contra el capitalismo como un todo y, por lo tanto, contra todos los sectores de la burguesía mundial, con la perspectiva, no de un “capitalismo pacífico”, sino del derrocamiento del sistema y la instauración de la dictadura del proletariado.
4) En el mejor de los casos, el pacifismo no es sino una ilusión pequeñoburguesa que tiende a desviar al proletariado de su estricto terreno de clase; lo más a menudo, no es sino un instrumento cínicamente utilizado por la burguesía para arrastrar a los proletarios hacia la guerra imperialista en defensa de los sectores “pacifistas” y “democráticos” de la clase dominante. En este sentido, la defensa de la posición internacionalista proletaria es inseparable de la denuncia sin concesión alguna del pacifismo.
Más allá de las divergencias existentes entre ellos, los actuales grupos de la Izquierda comunista comparten todas estas posiciones fundamentales. La CCI es consciente de esas divergencias y no intenta callarlas. Al contrario, siempre se ha esforzado en su prensa en señalar los desacuerdos que tiene con los demás grupos y luchar contra los análisis que considera falsos. Dicho esto, y conforme con la actitud de los bolcheviques en 1915 en Zimmerwald como con la de la Izquierda italiana en los años 30, la CCI considera que incumbe a los verdaderos comunistas la responsabilidad de presentar al conjunto de la clase las posiciones fundamentales del internacionalismo de la forma más amplia posible. Según nosotros, esto supone que los grupos de la Izquierda comunista no se conformen con su intervención propia aislada de los demás, sino que se asocien para expresar en común sus posiciones comunes. La CCI considera que una intervención común de los diferentes grupos de la Izquierda comunista tendría un impacto político en la clase obrera mucho más allá que la simple suma de sus fuerzas respectivas, que ya sabemos todos, son muy débiles actualmente. Por estas razones, la CCI propone a los grupos citados reunirse para discutir juntos de los medios posibles que permitirían a la Izquierda comunista hablar con una sola voz en favor de la defensa del internacionalismo proletario, sin prejuzgar o cuestionar la intervención específica de cada uno de los grupos. Concretamente, la CCI propone a los grupos citados:
– redactar y difundir un documento común de denuncia de la guerra imperialista y de las campañas burguesas que la acompañan;
– organizar reuniones públicas comunes en las que cada grupo podrá defender tanto las posiciones comunes que nos unen como los análisis específicos que nos distinguen.
Claro está, la CCI está dispuesta a cualquier otra iniciativa que permita difundir las posiciones internacionalistas.
En marzo de 1999, la CCI ya mandó un llamamiento de este tipo a estas organizaciones. Desgraciadamente, ninguna contestó favorablemente y ésta es la razón por la que consideramos inútil repetir el llamamiento cuando la guerra en Afganistán en 2001. Si hoy lanzamos de nuevo este llamamiento, es porque pensamos que todos los grupos de la Izquierda comunista, conscientes de la terrible gravedad de la situación actual y de la excepcional amplitud de las engañosas campañas pacifistas, tendrán empeño en hacerlo todo para que se haga oir lo mejor posible la posición internacionalista.
Os pedimos que nos mandéis cuanto antes vuestra respuesta a esta carta, mandándola a las señas precisadas en el membrete. Para ganar tiempo, también os proponemos que mandéis una copia a las señas de nuestras secciones territoriales más cercanas de vuestra organización o a militantes de la CCI que conozcáis.
Con nuestros saludos comunistas.
Camaradas,
(...) Con toda evidencia, se puede suponer que consideráis que la adopción por parte de diversos grupos de la Izquierda comunista de un documento común que denuncie la guerra imperialista y las campañas pacifistas puede sembrar confusión y ocultar las divergencias existentes entre nuestras organizaciones. Ya sabéis que no es ésa nuestra opinión pero no vamos a intentar aquí convenceros. El objetivo esencial de esta carta es haceros la siguiente propuesta: organizar reuniones públicas en las que cada una de las organizaciones de la Izquierda comunista representadas, bajo su responsabilidad exclusiva, haría su propia presentación y aportaría sus propios argumentos a la discusión. Esta propuesta responde a vuestra preocupación de que no se confundan nuestra posiciones respectivas, y que sea imposible cualquier amalgama entre nuestras organizaciones. Esta fórmula permitiría a su vez hacer público con el máximo impacto (a pesar de que sea muy modesto) el hecho de que, contra las diversas posiciones burguesas (sean éstas favorables a un apoyo a tal o cual campo militar en nombre de la “democracia” o del “anti-imperialismo”, o se presenten como “pacifistas” en nombre de los “derechos de la ley internacional” u otras zarandajas) existe una posición internacionalista, proletaria y revolucionaria, que solo son capaces de defender los grupos vinculados a la Izquierda internacional. Y esta fórmula permitiría que un máximo de elementos que se van interesando por las posiciones de la Izquierda comunista puedan encontrarse y discutir entre ellos, así como con las organizaciones que defienden estas posiciones, y también podrían entonces profundizar lo más claramente posible los desacuerdos que las distinguen.
Para que las cosas queden claras: esta propuesta no tiene, ni mucho menos, el objetivo de que la CCI pueda ampliar sus auditorio al darse la oportunidad de tomar la palabra ante elementos que habitualmente frecuentan las reuniones públicas o permanencias de vuestras organizaciones. Como prueba de lo que decimos, hacemos la siguiente propuesta: las reuniones públicas que ha previsto hacer la CCI durante este período y que se dedicarán evidentemente a la cuestión de la guerra y de la actitud del proletariado al respecto, podrán ser transformadas, si estáis de acuerdo, en reuniones públicas del tipo de las que proponemos. Este tipo de fórmula es particularmente realizable en ciudades o paises en que hay militantes de organizaciones diferentes. Pero nuestra propuesta también se aplica a otras ciudades y otros paises: concretamente, sería con la mayor satisfacción si pudiéramos organizar, por ejemplo, una reunión pública común en Colonia o en Zurich con la presencia de militantes de la Izquierda comunista que viven en Inglaterra, Francia o Italia. Estamos naturalmente dispuestos a alojar a militantes de vuestra organización que participaran en estas reuniónes públicas así como a traducir, si es necesario, las presentaciones y sus intervenciones.
Si esta propuesta os conviene, rogamos que contestéis cuanto antes (eventualmente por Internet a las señas indicadas abajo) para que podamos tomar las disposiciones necesarias. En cualquier caso, hasta si rechazáis nuestra propuesta (lo que naturalmente lamentaríamos), vuestra organización y sus militantes están cordialmente invitados a participar a nuestras reuniones públicas, para defender sus posiciones.
Esperando vuestra respuesta, os mandamos nuestros saludos comunistas e internacionalistas (...).
Estimados camaradas,
Hemos recibido vuestro “llamamiento” para la unidad de acción contra la guerra. Estamos en la obligación de rechazarlo por razones que ya deberéis conocer y que vamos a resumir.
Si casi treinta años después de la primera Conferencia de la Izquierda comunista, no solo no se han reducido las divergencias entre nosotros y la CCI sino que han aumentado, y que al mismo tiempo la CCI ha sufrido las escisiones que conocemos, esto significa - y está claro para cualquiera que observe el fenómeno en su esencia - que la CCI no puede ser considerada por nuestra parte como un interlocutor aceptable para definir una forma de unidad de acción.
No es posible “unir” a quienes consideran que un peligro gravísimo amenaza a una clase obrera que ha sufrido sin casi reaccionar ataques brutales contra su nivel de vida, el empleo y las condiciones laborales y que corre ahora el riesgo de ser encadenada al carro de la guerra con quienes –como la CCI– consideran que la guerra no se ha declarado todavía porque... la clase obrera no está derrotada y, por lo tanto, impide la guerra. ¿Qué podríamos decir juntos? Resulta evidente que los principios generales enunciados en el llamamiento no bastan para resolver la enormidad del problema.
Por otro lado, la unidad de acción –contra la guerra como sobre cualquier otro problema– puede realizarse sin confusiones entre interlocutores políticos definidos e identificables y que comparten posiciones políticas que consideran esenciales en común. Ya hemos visto que sobre un punto que consideramos esencial existen posiciones antitéticas, pero independientemente de las posibilidades o no de convergencias políticas futuras, es esencial que la hipotética unidad de acción organizada entre tendencias políticas diferentes vea la tendencia de todas los componentes en las que tales tendencias se entienden o se dividen. Esto significa que no tiene sentido la unidad de acción entre partes de diferentes corrientes políticas cuando las demás... partes quedan fuera, claro está con una actitud crítica y antagónica.
Bueno, pues vosotros (la CCI) formáis parte de una tendencia política que se reparte ahora en varios grupos que se reivindican todos de la ortodoxia de la CCI, como lo hacen todos los grupos bordiguistas a los que os dirigís, aparte de nosotros.
Todo lo que decís en vuestro “Llamamiento” en cuanto a cerrar las filas revolucionarias frente a la guerra tendría que aplicarse ante todo en vuestra propia tendencia, como así podría serlo en las tendencias bordiguistas.
Francamente, sería más serio que tal llamamiento se hiciera justamente a la FICCI o a la ex-FECCI, como sería igualmente responsable que Programa comunista o Il Comunista-Le Prolétaire hagan juntos un llamamiento similar a los numerosos demás grupos bodiguistas del mundo. ¿Por qué sería más responsable? Porque sería un intento de invertir la ridícula - cuando no dramática - tendencia a dividirse siempre más, a medida que van creciendo las contradicciones del capitalismo y los problemas que ello plantea a la clase obrera.
Pero es ahora evidente que en ambos casos, esta tendencia dramática ridícula caracteriza a ambas corrientes.
No es por casualidad, y volvemos a la otra cuestión esencial. La posición teórica y el método, las posiciones políticas, la concepción de la organización de la CCI (como la de Programa comunista en sus orígenes) tienen de toda evidencia... defectos, si sobre esa base se producen quiebras y escisiones cada vez que se exacerban los problemas del capitalismo y las relaciones entre las clases.
Si 60 años tras la creación del PC Internacionalista en Italia y 58 años después del final de la Segunda Guerra mundial se siguen dividiendo dos de las tres tendencias presentes en la Izquierda comunista, es que habrá una razón.
Insistimos: no se trata de una ausencia de crecimiento o de una carencia de arraigo en la clase obrera; ambas dependen de la enorme dificultad que tiene la clase para salir de la derrota histórica de la contrarrevolución estalinista. Aquí planteamos, por lo contrario, el problema de la fragmentación de estas tendencias políticas en una constelación de grupos que se reivindican todos de la ortodoxia. Las causas están –como hemos tenido ocasión de defenderlo en varias ocasiones– en la debilidad... de la ortodoxia, y, por lo tanto, en su incapacidad en entender y explicar la dinámica del capitalismo y elaborar las orientaciones políticas que corresponden. En conclusión, nos parece que el objetivo de recomponer la Izquierda comunista en un marco político unitario se ha vuelto inalcanzable, debido a que dos de sus componentes expresan una impotencia evidente para explicar los acontecimientos en términos coherentes con la realidad y, debido a esta impotencia, no logran más que dividirse siempre más.
Esto no significa evidentemente, por nuestra parte, un encierro en nosotros mismos y –de la misma forma como ya hemos sabido tomar las iniciativas adecuadas para romper el aislamiento durante los lejanos años 76 y lanzar una dinámica de debate en el campo político proletario– intentaremos hoy tomar iniciativas adecuadas para romper el viejo marco político, bloqueado ahora, y renovar la tradición revolucionaria e internacionalista en un nuevo proceso de arraigo en la clase.
Camaradas,
Hemos recibido vuestra carta del 24 de marzo, que también contenía vuestra carta precedente del 11 de febrero. Ya hemos tenido oralmente ocasión de contestar a la propuesta contenida en ellas durante una reunión de lectores y también lo haremos en las páginas de Le Prolétaire. Aunque parezca que abandonéis la idea de un texto común, vuestra nueva propuesta sigue el mismo frentismo político y no puede recibir más que una respuesta negativa por nuestra parte.
Con nuestros saludos comunistas,
No es la primera vez que la CCI hace un llamamiento a los gruposdel medio Político Proletario para una intervención común antela aceleración de la situación mundial. Como nuestra carta lo recuerda, ya hicimos un llamamiento así en marzo de 1999 anteel desencadenamiento de la barbarie bélica en Kosovo. Lo esencialde la argumentación que defendimos entonces en los artículos publicados sobre las respuestas negativas que ese llamamiento había suscitado (1) sigue estando perfectamente adaptado a la situación actual. Sin embargo, si nos parece necesario tomar brevemente postura sobre las respuestas negativas que hemos recibido es para dejar constancia de una actitud política que es, a nuestro entender, perjudicial paralos intereses históricos del proletariado. Es evidente que habremos de volver de modo más exhaustivo sobre este tema en próximos artículos. El PCInt (le Prolétaire), por su parte, ha anunciado también en su carta que iba a hacer lo mismo en su prensa.
Nos limitaremos, pues, aquí a considerar los argumentos dados por ambos grupos en su rechazo a nuestras dos propuestas: la difusión de un documento contra la guerra basado en nuestras posiciones internacionalistas comunes, y la organización de reuniones que permitieran a la vez realizar una denuncia común de la guerra y confrontar nuestras divergencias.
La breve carta del PCInt (Le Prolétaire) considera que nuestro llamamiento es “frentismo”. Esta respuesta es la misma que se nos dio oralmente en una permanencia del PCInt en Aix-en-Provence (Sur de Francia) el 1º de marzo, en donde también se nos dijo que el método de la CCI era buscar el “mínimo común denominador” entre las organizaciones. Por lo demás, esos argumentos de lo más somero son coherentes con otros, más desarrollados sin por ello ser más convincentes, propuestos por el PCInt en una polémica contra nosotros en le Prolétaire nº 465. Ésta nos permite abordar brevemente las ideas organizativas del PCInt.
Hay que decir de entrada que este artículo es un paso adelante comparado con la actitud del PCInt en los años 70 y 80. Entonces solíamos confrontarnos a una organización que se consideraba ya como “el partido compacto y potente” y única guía de la revolución proletaria cuyo único programa debía ser el “invariable” de… 1848, ahora el PCInt nos dice:
“Lejos de nosotros creernos ‘los únicos en el mundo’, defendemos, al contrario, la necesidad de la crítica programática intransigente y de la lucha política contra las posiciones que consideramos falsas y las organizaciones que las defienden”
Le Prolétaire parece creer que nosotros queremos atraer a gente para ir hacia la formación del partido basándonos en el mínimo común denominador. A esto le opone él un método que considera que todas las demás organizaciones y sus posiciones deben combatirse por igual, o sea sin hacer la menor distinción entre las que mantienen posiciones internacionalistas y las trotskistas y estalinistas que abandonaron hace ya mucho tiempo el terreno de la clase obrera con su apoyo más o menos explícito a uno u otro campo en la guerra imperialista. Un método así sólo puede llevar a pensar que la de uno es la única organización que defiende el programa de la clase obrera y que, por lo tanto, es la única base para construir el partido y, al fin y al cabo del análisis, actuar como si uno fuera el único en el mundo en la defensa de las posiciones de clase.
El PCInt constata igualmente que la situación de hoy no tienen nada que ver con la de Zimmerwald y de Kienthal, considerando que nuestra referencia a los principios de Zimmerwald no es válida pues se basaría en una comparación abusiva. Lo cual significa que no ha entendido nada –o no quiere entender- de nuestra propuesta.
No es necesario ser marxista para comprobar que la situación actual no es idéntica a la de 1917, ni siquiera a la de 1915, año de Zimmerwald. Sin embargo, sí existen rasgos significativos comunes entre esos dos períodos: la guerra imperialista está presente en el proscenio de la historia, lo cual implica para los elementos más avanzados de la clase obrera que una cuestión es prioritaria sobre las demás: la del internacionalismo contra esa guerra. Es responsabilidad de esos elementos el hacer oír su voz contra el cenagal de la propaganda y de la ideología burguesas. Hablar de “frentismo” y de “mínimo común denominador”, no sólo impide que salgan a la luz las divergencias entre internacionalistas sino que es además un factor de confusión en la medida en que la verdadera divergencia, la frontera de clase que separa a los internacionalistas de toda la burguesía, desde la derecha a la extrema izquierda, se pone en el mismo plano que las divergencias entre internacionalistas.
La acusación de “frentismo” se basa de hecho en un error profundo de cuál es la naturaleza real del frentismo, tal como lo entendieron y denunciaron nuestros predecesores de la Izquierda comunista. Este término hace referencia a las tácticas adoptadas por una IIIª Internacional que intentaba –aunque de un modo erróneo y oportunista– romper el aislamiento de la Revolución rusa. Después, y en el proceso de su degeneración, la Internacional comunista se fue convirtiendo cada vez más en instrumento de la política exterior del Estado ruso, el cual usó esa táctica del frentismo como instrumento de esa política. El frentismo –como “el frente único obrero en la base” defendido por la IC– fue, pues, un intento de crear una unidad de acción entre los partidos de la Internacional que habían permanecido fieles al internacionalismo proletario, y los partidos socialdemócratas, especialmente, que habían apoyado el esfuerzo de guerra del Estado burgués en 1914. O sea, el frentismo pretendía crear un frente único entre dos clases enemigas, entre las organizaciones del proletariado y las que irremediablemente se habían pasado al campo de la burguesía.
Refugiándose tras las diferencias del período histórico y el rechazo del frentismo, el PCInt esquiva los verdaderos problemas y las responsabilidades que a los internacionalistas incumben hoy. Cuando hacemos un llamamiento recordando al Lenin de Zimmerwald, es en el plano de los principios. Piense lo que piense el PCInt, estamos de acuerdo con él en la necesidad de la crítica programática y de la lucha política. También nosotros combatimos las ideas que consideramos erróneas, pero con una salvedad: una vez que se ha tenido en cuenta la diferencia de naturaleza que existe entre las organizaciones de la burguesía y las del proletariado, de éstas son las posiciones políticas lo que combatimos y no las organizaciones.
“El partido único que guiará mañana al proletariado en al revolución y la dictadura no podrá nacer de la fusión de organizaciones y por lo tanto, de programas heterogéneos, sino de la victoria muy precisa de un programa sobre los demás (…) deberá tener un programa también único, no equívoco, el programa comunista auténtico que es la síntesis de todas las enseñanzas de las batallas pasadas…”
Nosotros también estimamos que el proletariado no podrá hacer la revolución sin haber sido capaz de hacer surgir un partido comunista mundial basado en un solo programa (2) , síntesis de las enseñanzas del pasado. Pero la cuestión es saber cómo podrá surgir ese partido. Nosotros no creemos que vaya a surgir todo ya bien preparadito en el momento revolucionario, como Atenea de la cabeza de Zeus, sino que debe irse preparando ya. Fue precisamente esa preparación lo que le faltó a la Tercera internacional. Dos cosas son necesarias en esa preparación: primera, delimitar claramente las posiciones internacionalistas de toda la ganga izquierdista que acaba siempre defendiendo tal o cual fracción burguesa en la guerra imperialista; y, segundo, permitir que las divergencias existentes dentro del campo internacionalista puedan confrontarse en un debate contradictorio. Poner hoy la formación del partido mundial en el mismo plano que la defensa del internacionalismo contra la guerra imperialista, es dar prueba de idealismo, dando la espalda a una necesidad urgente de la situación actual en nombre de una perspectiva histórica que sólo podrá florecer gracias a un desarrollo masivo de la lucha de clases y de la labor previa de clarificación y de decantación en las minorías revolucionarias.
En cuanto al rechazo de “la fusión de organizaciones” por parte de Le Proletaire, lo único que éste hace es olvidarse de la historia: ¿habrá que recordar que el llamamiento a la IIIª Internacional no se dirigió únicamente a los bolcheviques, como tampoco únicamente a socialdemócratas que se habían mantenido fieles al internacionalismo como el grupo Spartakus de Rosa Luxemburg y de Liebnecht? Fue dirigido también a anarcosindicalistas, la CNT española por ejemplo, a sindicalistas revolucionarios como Rosmer y Monate en Francia y las IWW norteamericanas, a los “industrial unionist” del movimiento de los shop-stewards en Gran Bretaña, e incluso a “De Leonistas” como el SLP escocés de John Maclean. El Partido bolchevique mismo, solo unos meses antes de la revolución de Octubre, integraba en su seno a la organización de Trotski, que contaba con antiguos mencheviques internacionalistas. Es evidente que no se trataba de una especia de fusión “ecuménica”, sino de un agrupamiento de organizaciones proletarias fieles al internacionalismo durante la guerra en torno a las ideas de los bolcheviques cuya validez había quedado demostrada por evolución de los hechos y sobre todo la acción obrera. Esta experiencia histórica ilustra perfectamente la inexactitud de la idea del PCInt de que una fusión de organizaciones equivaldría a una fusión de programas.
Izar hoy bien alto el estandarte del internacionalismo y crear áreas de debate en el seno del campo internacionalista permitiría a los elementos en búsqueda de claridad revolucionaria aprender a desvelar todas las mentiras propagandísticas de la burguesía democrática, pacifista e izquierdista, aprender a forjarse en la lucha política. El PCint afirma querer combatir a la CCI, su programa, sus análisis, su política, y “llevar a cabo una política sin compromisos contra todos los confusionistas” (y entre ellos la CCI). Muy bien, aceptamos el reto. El problema es que para que exista ese combate (o sea, combate político dentro del campo proletario), las fuerzas opuestas deben encontrarse en un marco; no podemos sino lamentar que el PCInt prefiera “combatir” desde su sede pontifical y dogmática antes que encarar las asperezas y las realidades de un debate contradictorio, so pretexto de que éste sería una “unión democrática y ecuménica”(3). Rechazar nuestra propuesta, eso no es “combatir”; al contrario, eso es rehusar el combate real y necesario en favor de un combate ideal e irreal.
El BIPR da cuatro razones para justificar su rechazo, resumidas aquí:
1. La CCI cree que es la clase obrera la que impide el estallido de la guerra imperialista mundial, no puede, pues, ser considerada como “un interlocutor válido”.
2. La Izquierda comunista está fraccionada en tres tendencias (o sea, los bordiguistas, el BIPR y la CCI), dos de los cuales (los bordiguistas y la CCI) se han roto en varios grupos que se reivindican todos ellos de la “ortodoxia” de origen. Para el BIPR no es posible considerar una acción común entre esas “tendencias” antes de que éstas se hayan reunido ellas mismas (la antigua “fracción externa” y la actual “fracción interna” de la CCI forman parte, según el BIPR, de “nuestra tendencia”)”es esencial que la hipotética unidad de acción organizada entre tendencias políticas diferentes vea la tendencia de todas los componentes en las que tales tendencias se entienden o se dividen” Por ello, “sería más serio que tal llamamiento se hiciera justamente a la FICCI y a la ex-FECCI” (ésta, según el BIPR, formarían parte de lo que el BIPR llama “nuestra tendencia”).
3. El que la CCI tenga escisiones sería el resultado de sus debilidades teóricas, y de ahí su “incapacidad, pues, para comprender y explicar la dinámica del capitalismo y elaborar las orientaciones políticas necesarias”. De ahí que (ya que el BIPR nos pone en el mismo cesto que los grupos bordiguistas) el BIPR se considere hoy como único superviviente válido y capaz de la Izquierda Italiana.
4. Como consecuencia de todo eso, sólo quedaría el BIPR para ser capaz de “tomar las iniciativas adecuadas” y “superar el viejo marco político, hoy bloqueado, y renovar la tradición revolucionaria e internacionalista en un nuevo proceso de arraigo en la clase”.
Antes de tratar los problemas de fondo, hay que despejar el terreno sobre la cuestión de esas “fracciones” que, según el BIPR, deberían ser el primer objeto de nuestras preocupaciones. En lo referente a la antigua “Fracción externa” de la CCI, creemos que lo “serio” por parte del BIPR sería que prestara atención a las posiciones de ese grupo (conocido hoy con el nombre de Perspective internationaliste). Se daría así cuenta de que, tras haber abandonado por completo la base misma de las posiciones de la CCI, o sea la decadencia del capitalismo, PI ya no se reivindica de nuestra plataforma y ha dejado de llamarse “fracción” de la CCI. Pero no es eso lo esencial. Que ese grupo pertenezca o no políticamente a lo que el BIPR llama nuestra “tendencia”, si la CCI no le ha transmitido su llamamiento es por razones muy diferentes de los análisis políticos que defiende. Y el BIPR lo sabe muy bien. Ese grupo se fundó basándose en métodos de parásito, denigrando y calumniando a la CCI; y fue en base a ese juicio político(4) si la CCI no lo considera como parte de la Izquierda comunista. En cuanto al grupo que hoy se pretende “fracción interna” de la CCI, es todavía peor. Si el BIPR ha leído el boletín nº 14 de esa FICCI y nuestra prensa territorial (ver el artículo “los métodos policiacos de la FICCI” en Révolution internationale nº 330) sabrá perfectamente que las organizaciones revolucionarias no pueden realizar la menor labor conjunta con sujetos que se comportan como soplones en beneficio de las fuerzas de represión del Estado burgués. ¿O es que el BIPR no tiene opinión al respecto?
Veamos ahora un argumento que merece amplios comentario por nuestra parte: nuestras posiciones políticas serían muy distantes para poder actuar juntos. Ya hemos señalado que esa actitud está a mil leguas de la de Lenin y los bolcheviques en la conferencia de Zimmerwald, en la que éstos firmaron un Manifiesto común con las demás fuerzas internacionalistas, a pesar de que las divisiones entre los participantes en Zimmerwald eran sin lugar a dudas más mucho más profundas que las divisiones entre los grupos internacionalistas de hoy. Para dar un solo ejemplo, los socialistas-revolucionarios, que ni siquiera eran marxistas y que acabaron en su mayoría adoptando una postura contrarrevolucionaria en 1917, participaron en la conferencia de Zimmerwald.
No se entiende muy bien por qué nuestro análisis de la relación de fuerzas entre las clases a nivel global sería un criterio discriminatorio que impide una intervención común frente a la guerra y, en ese marco, un debate contradictorio sobre esa cuestión u otras. Ya hemos explicado amplia y frecuentemente las bases de nuestra posición sobre el curso histórico en las páginas de esta Revista. El método en que se basa nuestro análisis es el mismo que cuando las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista iniciadas por Battaglia Comunista y apoyadas por la CCI a finales de los años 70. Nuestra posición no es, pues, un descubrimiento para el BIPR. Sobre esas Conferencias, el propio BIPR hacía explícitamente referencia a Zimmerwald y Kienthal:
“... no se alcanza una política de clase, ni la creación del partido mundial de la revolución, menos todavía una estrategia revolucionaria, si no se decide a hacer funcionar, desde ahora, un centro internacional de enlace y de información que sea una anticipación y una síntesis de lo que será la futura Internacional, como Zimmerwald y más todavía Kienthal fueron un esbozo de la IIIª Internacional” (Carta del “Llamamiento” de BC a la Primera Conferencia, 1976)
¿Qué ha cambiado desde entonces que justifique una menor unidad entre internacionalistas y el rechazo de nuestra propuesta, la cual no pretendía ni siquiera construir un “centro de enlace”?
En realidad, el BIPR debería ver la situación actual con un poco de perspectiva y relativizar la importancia que da a lo que a él le parece ser nuestro “análisis erróneo de la relación de fuerzas entre las clases”. En efecto, hay al menos algo que sí ha cambiado en varias ocasiones desde la época de las Conferencias, y es el análisis del BIPR sobre la relación de fuerzas entre las clases y sobre los factores que impidieron una nueva guerra mundial antes de 1989. En verdad, hemos leído toda clase de explicaciones al respecto por parte del BIPR: una vez era que la guerra no había estallado porque los bloques imperialistas no estaban lo suficientemente consolidados, y eso que nunca antes en la historia se habían visto dos bloques tan cimentados como lo estaban el bloque americano y el bloque ruso. Otra vez era el terror que inspiraba a la burguesía la idea de una guerra nuclear lo que la retenía. Y, en fin, el último hallazgo que el BIPR mantuvo hasta el desmoronamiento del bloque ruso ante los golpes de ariete de la crisis económica, fue que la tercera guerra mundial no podía estallar a causa… ¡del nivel insuficientemente profundo de la crisis económica!
Recordemos que dos meses antes de la caída del muro de Berlín, la CCI afirmó que el nuevo período que se abría estaría marcado por la disgregación de los bloques. Dos meses después, la CCI escribía que esta situación acabaría desembocando en un caos creciente, alimentado sobre todo por la oposición entre las potencias imperialistas de segundo y tercer orden a los intentos por parte de Estados Unidos para mantener y reforzar su papel de gendarme del mundo (ver sobre esto los nº 60 y 61 de esta Revista). El BIPR, en cambio, tras haber evocado durante cierto tiempo la hipótesis de una nueva expansión económica gracias a la “reconstrucción” de los países del Este(5), se puso a defender la noción de un nuevo bloque basado en la Unión Europea que entraría en competencia con Estados Unidos. Es hoy evidente que la “reconstrucción” de los países del antiguo bloque del Este es pólvora mojada, y, por otra parte, con la nueva guerra de Irak, la UE no ha estado nunca tan dividida, nunca había sido tan incapaz de actuar de un modo unitario en política exterior común, ni ha estado tan lejos de formar aunque solo sea una apariencia de bloque imperialista. La divergencia entre el plano económico (ampliación y unificación de Europa en lo económico: introducción del Euro, ingreso de nuevos países miembros) y el plano imperialista (impotencia total y evidente de Europa en ese ámbito) no hace sino subrayar el aspecto fundamental de la dinámica del capitalismo en su período de decadencia, lo cual el BIPR sigue negándose a reconocer: los conflictos interimperialistas no son el resultado directo de la competencia económica, sino la consecuencia del bloqueo económico en un plano más general de la sociedad capitalista. Sean cuales sean los desacuerdos entre nuestras organizaciones, debemos preguntarnos en qué basa el BIPR su apreciación de que él, contrariamente a la CCI, sí sería capaz de explicar “la dinámica del capitalismo”.
Las cosas tampoco están muy claras sobre el análisis de la lucha de clases. El BIPR reprocha a la CCI que sobrevaloramos la fuerza del proletariado y nuestro análisis sobre el curso histórico. Y es, sin embargo, el BIPR el que tiene una deplorable tendencia a dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento cada vez que percibe algo que se parece a una especie de movimiento “anticapitalista”. Sin entrar en detalles, recordemos sólo el saludo de Battaglia comunista a los movimientos en Rumanía en una artículo titulado “Ceaucescu ha muerto, pero el capitalismo sigue vivo”:
“Rumanía es el primer país en las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una real y auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrocamiento del gobierno (…) En Rumanía, todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una verdadera revolución social”.
Cuando los acontecimientos de Argentina de 2002, el BIPR ha seguido tomando unas revueltas interclasistas contra gobiernos corruptos por insurrecciones de clase y proletarias:
“[El proletariado] se ha echado espontáneamente a la calle llevando tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de la pequeña burguesía proletarizada y pauperizada como él. Todos juntos han lanzado su rabia contra los santuarios del capitalismo, los bancos, las oficinas y sobre todo los supermercados y otros almacenes asaltados como los hornos de pan en la Edad Media (…) La revuelta no ha cesado, extendiéndose a todo el país, adquiriendo características cada día más clasistas. Fue asaltada incluso la sede del Gobierno, monumento simbólico de la explotación y de la rapiña financiera.”(6)
En cambio, la CCI, a pesar de su “sobreestimación idealista” de las fuerzas del proletariado, no ha cesado de poner en guardia contra los peligros que la situación histórica global hace correr al proletariado en su capacidad para proponer sus perspectivas, sobre todo desde 1989, y contra las calenturas inmediatistas sin porvenir, provocadas por todo lo que se agita. Mientras el BIPR se entusiasmaba por las luchas en Rumanía, nosotros escribíamos:
“Frente a tales ataques, este proletariado [el de Europa del Este] va a luchar, va a intentar resistir, (…) Pero la cuestión es: ¿en qué contexto, en qué condiciones se van a desarrollar estas huelgas? La respuesta no debe contener la menor ambigüedad: una confusión extrema debida a la debilidad y la falta de experiencia política de la clase obrera en el Este, inexperiencia que la hace particularmente vulnerable ante todas las mistificaciones democráticas, sindicales y al veneno nacionalista. (…) No se puede excluir la posibilidad, para fracciones importantes de la clase obrera, de dejarse encuadrar y masacrar por intereses que le son totalmente opuestos, en las luchas entre las diferentes cuadrillas nacionalistas, o entre bandas «democráticas» y estalinistas” (Recuérdese Grozny en Chechenia o la guerra entre Armenia y Azerbaiyán…).
En cuanto a la situación en Occidente, nosotros escribíamos:
“En un primer tiempo, la caída del “telón de acero” que separaba en dos al proletariado mundial no va a permitir a los obreros del Oeste compartir con sus hermanos de clase del Este las experiencias adquiridas (…) Al contrario, serán las fuertes ilusiones democráticas de los obreros de Este (…) lo que va a caer en tromba en el Oeste…”(7).
Difícilmente podrá decirse que esas perspectivas hayan sido desmentidas desde entonces.
No se trata de entrar en debates sobre la cuestión, pues ello exigiría un desarrollo más importante(8), menos todavía pretendemos decir que el BIPR se equivoque siempre o que la CCI poseería el monopolio en capacidad de análisis de la situación. Lo único que queremos mostrar es que la caricatura que hace el BIPR cuando presenta a una CCI irremediablemente “idealista” a causa de sus análisis erróneos porque no se basarían en un materialismo estrictamente económico, único capaz de “comprender y explicar la dinámica del capitalismo”, no tiene nada que ver con la realidad. Los camaradas del BIPR piensan que la CCI es idealista. Nosotros, por nuestra parte, pensamos que el BIPR está muy a menudo metido en un materialismo de lo más vulgar y romo. Lo que de verdad importa es que frente a lo que une a los internacionalistas frente a la guerra imperialista, frente a la responsabilidad que podrían asumir y el impacto que una intervención común podría tener, todo eso es algo verdaderamente secundario, algo que no debería impedir el debate, profundizar y esclarecer las divergencias teóricas que los separan, sino al contrario. Estamos convencidos de que hacer “la síntesis de todas las batallas del pasado” será una labor indispensable para la victoria del proletariado que permitirá que quede zanjada, y no sólo en la teoría, la validez de las tesis de sus organizaciones políticas. También estamos convencidos que para realizarlo, es necesario delimitar el campo internacionalista que permita la confrontación teórica dentro de dicho campo. Le Prolétaire rechaza esa confrontación por razones de principios, razones que hoy son secundarias. El BIPR la rechaza por razones coyunturales y de análisis. ¿Es serio todo eso?
La tercera razón que da el BIPR para rehusar toda colaboración con nosotros es el hecho de que hemos tenido escisiones: “dos de las tres tendencias presentes en la Izquierda comunista se han roto en varios grupos [y] lo único que consiguen es fragmentarse todavía más”. El BIPR no da una visión objetiva de los que él llama la fragmentación de la “tendencia CCI”, no sólo sobre el método político responsable al que los agrupamientos parásitos que gravitan en torno a la CCI dan totalmente la espalda, sino igualmente sobre la importancia que éstos no tienen como presencia política organizada a escala internacional. En cambio, lo que sí es una realidad es la fragmentación de las organizaciones que pueden legítimamente reivindicarse de la herencia de la izquierda italiana. Y sobre la actitud que debe adoptarse ante tal situación, Battaglia comunista ha dado un giro de 180 grados en comparación con el llamamiento que lanzó esa organización para la primera Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista:
“La Conferencia deberá indicar también cuándo y cómo abrir un debate sobre los problemas (…) que actualmente dividen a la Izquierda comunista internacional, si queremos que se concluya positivamente y sea un primer paso hacia objetivos más amplios y hacia la formación de un frente internacional de grupos de la Izquierda comunista que sea lo más homogéneo posible, si queremos salir de una vez de la torre de Babel ideológica y política y de una posterior fragmentación de los grupos existentes”(9).
También, en aquel tiempo, Battaglia consideraba que “la gravedad de la situación general (…) impone tomas de posición precisas, responsables, y, sobre todo, un acuerdo con una visión unitaria de las diferentes corrientes en cuyo seno se manifiesta internacionalmente la Izquierda comunista”. El giro de 180º se produjo ya durante las Conferencias mismas: Battaglia se negó a tomar posición incluso sobre las divergencias existentes entre nuestras organizaciones(10). El BIPR lo rechaza hoy también. Y eso que la situación es, como mínimo, tan grave.
Por otro lado, el BIPR debe explicar en qué el hecho de haber tenido escisiones implicaría una descalificación para una labor común entre grupos de la Izquierda comunista. Para dejar las cosas claras, y sin por ello pretender hacer comparaciones abusivas, puede recordarse que en la época de la IIª Internacional, entre todos los partidos miembros, había uno en particular que era muy conocido por sus “luchas internas”, sus “conflictos de ideas”, a menudo poco evidentes para los militantes externos, por sus escisiones, por una gran vehemencia en los debates por parte de algunas de sus fracciones, y por los debates llevados a cabo en su seno en torno a los estatutos. Había una opinión muy extendida de que “los rusos son incorregibles”, y que Lenin, por ser demasiado “autoritario” y favorable a la disciplina, era el primer responsable de la “fragmentación” del POSDR en 1903. Muy diferente era lo que ocurría en el partido alemán, el cual aparentemente iba de éxito en éxito gracias a la sabia cordura de sus dirigentes y del primero entre ellos, nada menos que “el papa del marxismo”, Karl Kautsky. Bien sabemos todos que sería después de aquéllos y de éstos…
El BIPR piensa que es él la única organización de la Izquierda comunista capaz de “tomar iniciativas” y “superar el viejo marco político, ahora bloqueado”.
No podemos aquí y ahora desarrollar con detenimiento nuestro desacuerdo que al respecto tenemos con el BIPR. En todo caso, al haber sido BC la que tomó la responsabilidad de excluir a la CCI de las Conferencias internacionales, para después acabar con ellas, al ser ahora el BIPR el que se niega en redondo a todo esfuerzo común del medio político proletario internacionalista, nos parece un poco descarado venir ahora diciendo que “el viejo marco está bloqueado”.
Por parte nuestra, a pesar de haber desaparecido el marco formal y organizado internacionalmente de las Conferencias, nuestra actitud siempre ha sido la misma:
– Intentar, sobre la base de posiciones internacionalistas, hacer un trabajo común entre los grupos de la Izquierda comunista (llamamiento a la acción común durante las guerras del Golfo de 1991, de Kosovo en 1999, reunión pública común con la CWO para el aniversario de Octubre, en 1997, etc.);
– Defensa del medio proletario (en la medida de nuestros modestos medios) contra los ataques externos y contra la infiltración de la ideología burguesa. Citemos por ejemplo nuestra defensa del folleto del PCInt Auschwitz o la gran excusa contra los ataques de la prensa burguesa, nuestra denuncia contra los nacionalistas árabes del desaparecido El Umami, que reventaron el PCInt y se largaron con la caja, el anuncio que hicimos de la exclusión de nuestras filas de individuos que consideramos peligrosos para el movimiento obrero, nuestro rechazo a los intentos del LAWV(11) de darse una imagen “respetable” mediante unos cuantos arreglos de nuestra plataforma.
En cambio, la historia del BIPR desde 1980 está sembrada de una serie de intentos por encontrar “un nuevo proceso de arraigo en la clase”. Intentos que, en su gran mayoría han acabado en fracaso:
– las fuerzas “seriamente seleccionadas” por el BIPR e invitadas a la IVª “Conferencia” de la Izquierda comunista se limitaron en los hechos a los cripto-estalinistas iraníes del UCM;
– El BIPR se entusiasmó por las grandiosas posibilidades de creación de partidos de masas en los países de la periferia del capitalismo; lo único que ese entusiasmo produjo fue el efímero y escasamente “arraigado” Lal Pataka indio;
– Tras la caída del muro de Berlín, el BIPR se fue de pesca a los antiguos partidos estalinistas de los países del Este. Eso tampoco ha dado nada(12).
No tiene por qué enfadarse el BIPR por este recuerdo de ilusiones acabadas en decepción. Hubiéramos preferido no tener que hacerlo, porque creemos que la extrema debilidad de las fuerzas comunistas en el mundo de hoy es una razón suplementaria para cerrar filas en la acción y en la confrontación fraterna de nuestras divergencias en lugar de autoproclamarse únicos herederos de la Izquierda comunista.
Una vez más, estamos obligados a constatar la lamentable incapacidad de los grupos de la Izquierda comunista para crear juntos el polo de referencia internacionalista que necesita urgentemente el proletariado y sus componentes avanzados o en búsqueda, en una época en la que el planeta se hunde en el caos bélico de un capitalismo en descomposición.
No por eso vamos a abandonar nuestras convicciones, pero el día que otras organizaciones de la Izquierda comunista hayan entendido la necesidad de la acción común, nosotros estaremos presentes.
Jens 7/04/03
1) Ver al respecto en la Revista internacional nº 98: “A propósito del llamamiento lanzado por la CCI sobre la guerra en Serbia; la ofensiva bélica de la burguesía exige une respuesta unida de los revolucionarios” y en la nº 99: “El método marxista y el llamamiento de la CCI sobre la guerra en la antigua Yugoslavia”.
2) No entramos aquí en la discusión de la visión bordiguista del partido “único”; si la tendencia a la homogeneización del proletariado deberá, como lo ha demostrado la historia, desembocar en la creación de un solo partido, “decretarlo” como principio intangible, previo a toda actividad entre corrientes internacionalistas como lo hacen los bordiguistas es dar la espalda a la historia y hacer malabarismos con las palabras.
3) No vamos aquí a tratar sobre nuestros pretendidos “métodos administrativos” que el PCInt recrimina en ese mismo artículo de una manera totalmente irresponsable además, tragándose sin más trámite lo que dicen nuestros detractores. El problema central es el siguiente: ¿hay comportamientos inaceptables en el seno de las organizaciones comunistas que las obliga a excluir a militantes que han quebrantado gravemente las reglas de funcionamiento, sí o no? Los camaradas del PCInt deberían recuperar los métodos de nuestros predecesores sobre esa cuestión.
4) Ver las “Tesis sobre el parasitismo”, en la Revista internacional nº 94.
5) En diciembre de 1989, Battaglia comunista publicaba un artículo “Desmoronamiento de las ilusiones sobre el socialismo real” en el que podía leerse entre otras cosas: “La URSS debe abrirse a las tecnologías occidentales y el COMECON deberá hacer lo mismo, no, como algunos piensan [¿será la CCI?], en un proceso de desintegración del bloque del Este y de retirada total de la URSS de los países de Europa, sino para facilitar, revitalizando las economías del COMECON, la reanudación de la economía soviética”.
6) Artículo “¡ O partido revolucionario y socialismo, o miseria general y guerra !”, publicado en www.ibrp.org [209].
7) Revista internacional nº 60, 1990 “Hundimiento del bloque del Este: quiebra definitiva del estalinismo”, “Tesis sobre la crisis en los países del Este”, “Dificultades en aumento para el proletariado”.
8) Ver, entre otros, nuestros artículos “El curso histórico”, Revista internacional nº18, “El concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, nº 107.
9) Junio de 1976 (subrayado nuestro). Esa determinación inicial de BC duró poco tiempo durante las Conferencias. Ya denunciamos ampliamente su incoherencia en la Revista internacional nº 76 entre otras. Las citas son de la carta-llamamiento de Battaglia comunista a la primera conferencia, publicada en el folleto que contiene los textos y las actas de la misma.
10) Durante la IIª Conferencia, Battaglia Comunista se negó sistemáticamente a tomar cualquier posición común: “Estamos por principio en contra de hacer declaraciones comunes, pues no existe acuerdo político” (BC, intervención en la IIª Conferencia)
11) Los Angeles Workers’ Voice, grupo que hasta hace poco representaba al BIPR en los Estados Unidos.
12) Ver, para un análisis más detallado la Revista internacional nº 76
Ha cambiado mucho el mundo desde que desapareció la división en dos polos que caracterizó la Guerra Fría durante 45 años. No ha aparecido nunca, claro está, la pretendida era de paz, de prosperidady de democracia que nos prometió la burguesía tras el hundimientodel bloque del Este, en 1989. Muy al contrario, la descomposiciónde la sociedad capitalista, consecuencia del bloqueo de la relaciónde fuerzas entre burguesía y proletariado, tras dos decenios de crisis económica abierta que acabó provocando el hundimiento del estalinismo, se ha agravado implacablemente, arrastrando a la humanidada una espiral infernal de hundimiento en el caos, la violenciay la destrucción, hacia un porvenir de barbarie cada vez más inminente. En el momento de escribir este artículo, el presidente George W. Bush acaba de anunciar que Estados Unidos estaba dispuesto a invadir Irak, aun cuando no estén apoyados internacionalmente, esté o node acuerdo el Consejo de Seguridad. Es palpable la brecha abiertaentre Washington y las capitales de los principales paises europeos, como también con China, sobre la cuestión de la guerra en Irak.En ese contexto, resulta necesario examinar las raices de la política imperialista norteamericana desde finales de la Segunda Guerra mundial para entender la situación actual.
Cuando en 1945 se acaba la Segunda Guerra mundial, la configuración imperialista está profundamente transformada.
“Antes de la Segunda Guerra mundial existían seis grandes potencias: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Unión Soviética, Japón y Estados Unidos. A finales de la guerra, EE.UU acabó siendo, con mucho, la nación más poderosa del mundo; su potencia creció enormemente gracias a su movilización en el esfuerzo de guerra, a la derrota de sus rivales y al agotamiento de sus aliados” (DS Painter, Encyclopedia of US Foreign Policy).
La guerra imperialista “había destruido el antiguo equilibrio entre potencias, dejando destrozados a Alemania y Japón, reduciendo a Gran Bretaña y Francia al papel de potencias de segundo o tercer orden” (GC Herring, Idem).
Durante la guerra, con más de 12 millones de hombres sirviendo en el ejército, EE.UU duplicó su producto nacional bruto (PNB), y a finales de la guerra poseía “la mitad de la capacidad manufacturera mundial, la mayor parte de sus excedentes en abastecimiento y la casi totalidad de sus reservas financieras. Estados Unidos era líder de una serie de tecnologías esenciales para la guerra moderna y la prosperidad económica. La posesión de grandes reservas petrolíferas interiores y el control de las de América Latina y de Oriente Medio contribuyeron a su posición dominante global” (DS Painter, op. cit.). EE.UU poseía la mayor potencia militar del mundo. Su armada dominaba los mares, sus fuerzas aéreas los cielos, su ejército ocupaba Japón y parte de Alemania, y para terminar no solo poseía el monopolio del armamento atómico sino que también había demostrado en Hiroshima y Nagasaki que no vacilaba en utilizarlo para defender sus intereses imperialistas. El poderío americano se vio favorecido por las ventajas debidas a su relativo aislamiento geográfico. Distante de los escenarios centrales de ambas guerras mundiales, la nación norteamericana no sufrió ninguna destrucción masiva de sus principales centros de producción como le ocurrió a Europa, y su población civil estuvo al margen del terror de las incursiones aéreas, los bombardeos, las deportaciones y los campos de concentración que provocaron la muerte de millones de civiles en Europa (se estima que sólo en Rusia perecieron más de 20 millones de civiles).
Destrozada por la guerra, Rusia sufrió unos 27 millones de muertos –civiles y militares–, la destrucción masiva de sus capacidades industriales, de su agricultura, de sus recursos mineros y de la infraestructura de su red de transportes. Su nivel de desarrollo económico apenas si alcanzaba la cuarta parte del de Estados Unidos. Pero sacó provecho de la destrucción total de Alemania y Japón, dos países que históricamente habían frenado su expansión hacia el Oeste y el Este. Gran Bretaña estaba esquilmada por los seis años de movilización bélica. Había perdido una cuarta parte de sus riquezas del período anterior a la guerra, estaba profundamente endeudada y “amenazada de perder su posición de gran potencia” (Idem). Francia, facilmente vencida apenas empezada la guerra, debilitada por la ocupación alemana y dividida por la colaboración con las fuerzas alemanas de ocupación, “ya no formaba parte de las grandes potencias” (Idem).
Aún antes del fin de la guerra, la burguesía americana se preparó para la formación de un bloque militar, anticipándose así a un futuro enfrentamiento con la Rusia estalinista. Algunos comentaristas burgueses (Painter, Herring), por ejemplo, han considerado que, en 1944, la guerra civil en Grecia ya anunciaba el futuro enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia. Esta preocupación de un futuro enfrentamiento con el imperialismo ruso se puede comprobar en las rencillas entre los aliados y los restrasos habidos sobre la cuestión de Europa, que debía servir para aliviar le presión sobre Rusia mediante la apertura de un segundo frente en el Oeste. Roosevelt había prometido el desembarco en 1942 o a principios del 43, pero no se realizó sino en 1944. Los rusos se quejaron de que los Aliados “han detenido a propósito sus auxilios para debilitar a la Unión Soviética, con vistas a poder así dictar los términos de la paz” (Herring, op. cit.). Esta preocupación también explica el uso de las armas nucleares contra Japón en agosto de 1945, aún cuando éste había dado muestras de firmar una capitulación negociada; el objetivo fue, primero, ganar la guerra antes de que el imperialismo ruso pudiera entrar en guerra en Oriente y exigiera territorios e influencia en la región y, segundo, advertir al imperialismo ruso, en vísperas de la posguerra, de cuál era la verdadera fuerza del potencial militar norteamericano.
Sin embargo, si Estados Unidos preveía un enfrentamiento con Moscú en la posguerra, sería un error pensar que tenía una comprensión completa y precisa de los contornos exactos del conflicto, como tampoco de las intenciones imperialistas de Moscú. Roosevelt, en particular, parecía tener las ideas ya trasnochadas del siglo XIX en lo referente a las esferas de influencia imperialista, contando con una cooperación de Rusia para construir un nuevo orden mundial en el período de posguerra, en el que Moscú hubiese tenido un papel de subordinado (Painter, op. cit.). En este sentido, Roosevelt pensaba, por lo visto, que otorgar a Stalin una zona amortiguadora en Europa del Este que sirviera de protección contra el adversario histórico de Rusia, Alemania, daría satisfacción a los apetitos imperialistas rusos. Sin embargo, incluso en Yalta, en donde quedó fijada la mayor parte de ese marco, hubo conflictos sobre la participación de británicos y norteamericanos en el futuro de las naciones de Europa del Este, en particular de Polonia.
Durante los 18 meses que siguieron la guerra, el presidente norteamericano Truman tuvo que enfrentarse a una imagen mucho más alarmante del expansionismo ruso. Estonia, Letonia y Lituania habían sido tragadas por Rusia en cuanto acabó la guerra, se instalaron gobiernos títere en Polonia, Rumanía, Bulgaria y en la parte de Alemania controlada por las fuerzas rusas. En 1946, Rusia retrasó su retirada de Irán, apoyando las fuerzas disidentes e intentando obtener concesiones petroleras. Presionó a Turquía para conseguir un mayor acceso al Mar Negro y, tras su fracaso en las elecciones, el partido estalinista griego, bajo influencia directa del Kremlin, adoptó la estrategia de reanudar la guerra civil en Grecia. En Naciones Unidas, Moscú rechazó el plan norteamericano de control de las armas atómicas, que hubiese permitido a Estados Unidos mantener su monopolio nuclear, poniéndose así en evidencia su propio proyecto de entrar en la carrera de armamentos nucleares.
Georges Keenan, joven experto del departamento de Estado US destinado en Moscú, redactó en febrero del 46 su famoso “largo telegrama” que presentaba a Rusia como un enemigo “irreductible”, propenso a una política expansionista para extender su influencia y potencia, todo lo cual iba a ser la base de la política norteamericana durante la Guerra Fría. La alarma que hizo sonar Keenan se confirmaba en la influencia creciente de Moscú por el mundo. Los partidos estalinistas en Francia, Italia, Grecia y Vietnam parecían tener pretensiones de alcanzar el poder. Las naciones europeas sufrían una presión enorme para descolonizar sus imperios de antes de la guerra, en particular en Oriente Próximo y Asia. La administración Truman adoptó una estrategia de contención destinada a bloquear cualquier intento de avance de la potencia rusa.
En el periodo posterior a la guerra, la primera meta estratégica global del imperialismo americano fue la defensa de Europa, para prevenir que ninguna nación, excepto las que ya se habían cedido al imperialismo ruso en Yalta, cayera en manos del estalinismo. La doctrina fue llamada “containment” (contención) y fue diseñada para resistir el despliegue de los tentáculos del imperialismo ruso en Europa y en Oriente Próximo. La doctrina emergió como una medida para contrarrestar la ofensiva del imperialismo ruso de la posguerra. En 1945-46, el imperialismo ruso se puso a reivindicar agresivamente dos escenarios que él consideraba de interés tradicional en el este de Europa y en Oriente Próximo, lo cual alarmó a Washington. En Polonia, Moscú hizo caso omiso de lo que garantizaba Yalta sobre las elecciones “libres” e impuso un régimen títere; la guerra civil en Grecia fue reavivada; ejerció presión sobre Turquía y por fin se negó a retirar sus tropas del norte de Irán. Al mismo tiempo, Alemania y Europa occidental seguían inmersas en una confusión económica total, esforzándose por iniciar la reconstrucción y negociar una liquidación formal de la guerra que quedó en punto muerto debido a las rencillas entre potencias, mientras los partidos estalinistas disponían de una enorme influencia en los países devastados de Europa occidental, especialmente Francia e Italia. La Alemania derrotada fue otro punto primordial en la confrontación. El imperialismo ruso demandó reparaciones y garantías para que una Alemania reconstruida no significará nunca más una amenaza.
Para contener la influencia del “comunismo” ruso, la administración Truman respondió en 1946 con el apoyo al régimen iraní en contra de Rusia, asumiendo las responsabilidades hasta entonces asumidas por Gran Bretaña en el Mediterráneo oriental, proporcionando una ayuda militar masiva a Grecia y Turquía a principios del 47 e iniciando con el Plan Marshall, en junio de 1947, la reconstrucción de Europa occidental. No se trata en este artículo de entrar en detalles sobre la naturaleza y los mecanismos de la reconstrucción de Europa occidental; pero es, sin embargo, importante entender que la ayuda económica fue un factor esencial para combatir el imperialismo ruso y construir un baluarte contra él.
La asistencia económica fue completada por una política de ayuda en la reconstrucción de organizaciones e instituciones prooccidentales (proWashington), de sindicatos y organizaciones políticas “anticomunistas”, con ejecutivos de la AFL (gran central sindical de EE.UU) trabajando mano a mano con la CIA para que Europa occidental siguiera siendo un lugar seguro para el capitalismo norteamericano. El sindicato “Force ouvrière” en Francia y la revista de izquiedas New Statesman en Gran Bretaña son dos ejemplos famosos de la forma con la que Norteamérica financiaba a los “anticomunistas” en la Europa de la posguerra.
“La ayuda norteamericana permitió a gobiernos moderados dedicar enormes recursos a la reconstrucción y a la expansión de las exportaciones, sin tener que imponer programas de austeridad políticamente inaceptables y socialmente peligrosos que hubiesen sido necesarios sin la ayuda norteamericana. Esta ayuda también contribuyó a contrarrestar lo que los dirigentes norteamericanos consideraban como un alejamiento peligroso de la libre empresa hacia el colectivismo. Al favorecer ciertas políticas y oponerse a otras, no solo Estados Unidos influenciaba la forma con la que las élites europeas y japonesas definían sus intereses propios, sino que también modificaba la relación de fuerzas en los grupos de decisión. La política norteamericana facilitó el auge de partidos centristas tales como los democristianos en Italia y Alemania occidental, así como el Partido liberal democrático conservador en Japón” (Painter, op. cit.).
La revitalización económica del Oeste europeo fue seguida rápidamente por la creación de la OTAN que a su vez llevó al imperialismo ruso a cristalizar la dependencia de sus vasallos europeos en una alianza militar rival: el Pacto de Varsovia. Fue así y entonces cuando quedó establecido el enfrentamiento estratégico que dominará Europa hasta el hundimiento del estalinismo a finales de los 80. A pesar de que ambos pactos militares fuesen supuestamente alianzas de seguridad mutuas, cada uno de ellos estaba en realidad totalmente dominado por el líder del bloque.
A pesar de los enfrentamientos descritos más arriba, la creación de un mundo imperialista bipolar como se manifestó en la Guerra Fría, no emergió instantáneamente al finalizar la Segunda Guerra mundial. A pesar de que Estados Unidos fuese claramente el líder dominante, Francia, Gran Bretaña y demás potencias europeas aún tenían ilusiones de independencia y de potencia. Mientras hablaban en privado de la creación de un imperio bajo su control, los dirigentes políticos norteamericanos mantenían en público la ficción de una colaboración y cooperación mutuas con Europa occidental. Por ejemplo, hubo cuatro cumbres entre los jefes de Estado de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia durante los años 50, para finalmente caer en la nada a medida que el imperialismo norteamericano consolidaba su dominación. Desde finales de los 60 hasta el fin de la Guerra Fría, esas cumbres se limitaron a Estados Unidos y Rusia, siendo a menudo excluidos los “socios” europeos incluso de las consultas previas a esas reuniones.
Tras la guerra, Gran Bretaña era la tercera potencia mundial –aunque bastante lejos de las primeras– pero había cierta tendencia a sobreestimar las capacidades británicas en los primeros días de la Guerra Fría. Seguían existiendo restos de rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña, quizás una tendencia por parte de EE.UU a utilizar a Rusia para contrarrestar a los británicos, pero al mismo tiempo la creencia de que se podía confiar en Gran Bretaña para defender la linea del frente europeo contra el expansionismo ruso. Al ser la potencia europea dominante en el Mediterraneo oriental, le tocó entonces a Gran Bretaña la responsabilidad de bloquear a los rusos en Grecia. Fue un difícil despertar cuando los británicos tuvieron que pedir auxilio a Estados Unidos. Se necesitó, pues, algún tiempo para que EE.UU viera claramente el papel preciso que iba a desempeñar en Europa y apareciera la división bipolar del mundo.
A pesar de su enorme poder militar y económico, los paises europeos fueron arrastrados a regañadientes hasta que su voluntad quedó sometida a su amo imperialista. Se puso en marcha todo tipo de presiones para que las reacias potencias europeas abandonaran sus colonias en África y Asia, en parte para borrarles todo vestigio de sus antiguas glorias imperialistas, en parte para cerrar el paso a Rusia en África y Asia, y en parte para dar al imperialismo americano más oportunidad para ejercer su influencia en esas antiguas colonias. Esto, naturalmente, no impidió para nada a los europeos intentar convencer a los norteamericanos de seguir unas orientaciones políticas mutuamente aceptables, como fue el caso por ejemplo en 1956, cuando los británicos intentaron aliarse a Estados Unidos en su política contra Naser en Egipto.
Los imperialismos francés y británico, actuando concertadamente con el israelí, intentaron la última baza abierta de imperialismo independiente cuando la crisis del Canal de Suez en 1956, pero Estados Unidos mostró que no se iba a dejar intimidar. Gran Bretaña entendió que no podía permitirse negociar ante una posición de fuerza norteamericana, exponiéndose a una acción disciplinaria rápida por parte de Estados Unidos. Francia, en cambio, trató obstinadamente de mantener la ilusión de su independencia con respecto a la dominación norteamericana, retirando sus fuerzas del mando de la OTAN en 1966 e insistiendo en que debía ser retirada del territorio francés cualquier representación de la OTAN a partir de 1967.
Como corriente política seria en el seno de la clase dominante norteamericana, el aislacionismo quedó completamente neutralizado con los acontecimientos de Pearl Harbor en 1941, utilizados, cuando no provocados, por Rooselvelt para forzar a los aislacionistas, así como a los elementos favorables a Alemania de la burguesía norteamericana, a abandonar sus posiciones. Desde la Segunda Guerra mundial, las ideas aislacionistas quedaron esencialmente reservadas para la extrema derecha de la burguesía, y ya no son una fuerza seria en la definición de la política exterior. Resulta claro que la Guerra Fría contra el imperialismo ruso fue una política unificada de la burguesía. Las divergencias que aparecían formaban parte, en su mayoría, del espectáculo democrático, con excepción de las divergencias sobre la guerra de Vietnam después de l968, de lo cual hablaremos en la segunda parte de este artículo. La Guerra Fría comenzó bajo Truman, el demócrata que llegó al poder después de la muerte de Rooselvet en 1945. Fue Truman quien emprendió la fabricación de la bomba atómica, los esfuerzos para bloquear el imperialismo ruso en Europa y Oriente Medio, quien decidió el puente aéreo de Berlín, quien creó la Organización del Atlántico Norte (OTAN) e hizo entrar en acción a las tropas norteamericanas en la guerra de Corea.
En la campaña electoral de 1952, es cierto que los conservadores republicanos criticaron la política de “contención” de Truman como una concesión al “comunismo”, una forma de apaciguamiento que implícita o explícitamente, aceptaba la continuación de la dominación rusa en los países bajo su influencia o control y oponíéndose unicamente a la expansión de Rusia por más paises. Y a cambio, los conservadores propusieron el “rollback”, o sea, una política activa para hacer retroceder al imperialismo ruso hasta sus propias fronteras. Sin embargo, a pesar de que el republicano Eisenhower llegó al poder en 1952 y siguió en él hasta lo más álgido de la Guerra Fría en Europa, jamás hubo, en realidad, el menor intento de rollback por parte del imperialismo americano. Siempre siguió con la política de “contención”. Así que, en 1956, durante la sublevación en Hungría, el imperialismo americano no intervino, reconociendo de hecho la prerrogativa rusa de suprimir la rebelión en su propia esfera de influencia. Bajo Eisenhower, el imperialismo americano continuó claramente la estrategia de la contención, insinuándose en la brecha abierta en Indochina después de la derrota del imperialismo francés en la región, socavando así los Acuerdos de Ginebra para prevenir una posible unificación de Vietnam, apoyando el régimen del Sur; manteniendo la división de Corea y transformando a Corea del Sur en escaparate del capitalismo occidental en Extremo Oriente; y oponiéndose, en fin, al régimen de Fidel Castro y su inclinación hacia Moscú. La continuidad de esa política puede verse en el hecho de que fue la Administración conservadora republicana de Eisenhower la que preparó la invasión de Bahía de los Cochinos, pero fue la administración demócrata del liberal Kennedy la que la realizó...
Fue el demócrata liberal Johnson el primero en desarrollar la noción de distensión en 1966 –él lo llamaba “echar puentes” y “compromisos de pacificación”–, pero fue el conservador Nixon, un republicano, con Henry Kissinger a su lado, quien dirigió la política de distensión a principios de los 70. Y fue el demócrata Carter, y no Reagan, quien inició el desmantelamiento de la distensión y reavivó la Guerra Fría. Carter hizo de “los derechos humanos” la piedra angular de su política exterior, al imponer algunos cambios en unas dictaduras militares, inservibles entonces, que dominaban América Latina, también enfrió las relaciones con Moscú y reavivó la propaganda antirrusa. En 1977, la OTAN adoptó tres propuestas de Carter:
1) La distensión con Moscú debía apoyarse en una posición de fuerza (basada en el Informe Harmel adoptado en 1967);
2) Un compromiso para la normalización del equipamiento militar de la OTAN y una mayor participación de las fuerzas de la OTAN a nivel operativo;
3) Reactivar la carrera armamentística, llegando a lo que sería conocido como el Programa de defensa de largo plazo (LTDP), el cual comenzaba por una llamada al reforzamiento de las armas convencionales en los países de la OTAN.
En respuesta a la invasión rusa de Afganistán en 1979, Carter adoptó una nueva orientación en la Guerra Fría, esencialmente terminando con la distensión, negándose a someterse al tratado SALT II y su ratificación en el senado y organizando el boicot americano de los juegos olímpicos de Moscú en 1980. En diciembre de 1979, bajo el liderazgo de Cárter, la OTAN adoptó la “doble vía” para el rearme estratégico (negociación con Moscú para reducir o eliminar los misiles de medio alcance, los SS 20, que apuntaban a Europa occidental en 1983), pero al mismo tiempo preparar el despliegue de los misiles de EE.UU (464 misiles de crucero en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica e Italia y 108 cohetes en Alemania Occidental) en caso de que el acuerdo con Moscú no fuera alcanzado.
En este sentido, el apoyo de Reagan a los muyaidines en Afganistán, a los cuales llamó “luchadores por la libertad”, aceleró la carrera armamentística, desplegando misiles de medio alcance en Europa entre 1983-84, lo cual provocó muchas protestas en el viejo contienente, todo en completa continuidad con la política americana asumida desde Carter. La meta estratégica de prevenir el aumento del poder rival en Asia o Europa capaz de desafiar a Estados Unidos, fue desarrollada al final de la administración del primer Bush, continuada por la administración Clinton y es ahora el centro de la política de Bush junior. La guerra de Bush contra Osama Bin Laden y Al Qaeda es una continuación de la política iniciada bajo la administración Clinton, pero ahora a unos niveles de guerra abierta cuya prioridad es establecer y dar solidez a la presencia norteamericana en Asia central. La necesidad para el imperialismo americano de estar preparado para emprender acciones militares unilaterales fue desarrollada bajo la administración Clinton y continuada por el actual gobierno de Bush. La continuidad en la política imperialista es un reflejo de la característica central de la política que hace el Estado capitalista en la decadencia, en el cual es la burocracia permanente, y no el poder legislativo, el ámbito del poder político. Por supuesto, no se trata de negar que algunas veces hay divergencias significativas políticas en el seno de la burguesía americana, en claro contraste con su unidad global. Los dos ejemplos más evidentes fueron la guerra de Vietnam y la política respecto a China de finales de los 90, política que desembocó en el intento de impeachment de Clinton. Esos dos ejemplos serán tratados en la continuación de este artículo.
Mientras que las tensiones Este-Oeste en Europa occidental, especialmente en Alemania y Berlín, y en Oriente Medio preocuparon a los estrategas de la política imperialista americana en el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial, los acontecimientos de Extremo Oriente hicieron sonar inmediatamente la alarma. Con un gobierno militar americano en funciones en Japón y un régimen nacionalista chino amigo, y que era miembro permanente del Consejo de Seguridad, EE.UU había previsto desempeñar un papel dominante en Extremo Oriente. La caída del régimen nacionalista en China, en 1949, hizo aparecer el espectro de un expansionismo ruso en Extremo Oriente. Aunque Moscú lo había hecho todo por contrarrestar el liderazgo de Mao Zedong durante los años de guerra, manteniendo unas relaciones activas con los nacionalistas, Washington temía un acercamiento entre Pekín y Moscú, verdadero reto para los intereses de EE.UU en la región. El bloqueo del intento ruso de imponer un reconocimiento de la China roja por la ONU, llevó a Moscú a abandonar el Consejo de Seguridad, boicoteando ese organismo durante siete meses, hasta agosto de 1950.
El boicot al Consejo de Seguridad por Moscú tuvo un profundo impacto en junio de 1950, cuando las fuerzas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur. Truman ordenó inmeditamente a las fuerzas americanas que lucharan para defender el régimen prooccidental de Corea del Sur, una semana antes de que el Consejo votara la autorización para la acción militar bajo el mando de Estados Unidos, lo cual muestra la predisposición del imperialismo americano para emprender acciones unilaterales (o sea que esto no es un invento reciente). No solamente las tropas americanas entraron en batalla en Corea antes de la autorización de la ONU, sino que, incluso después de que la ONU la otorgara y eviara tropas de otras 16 naciones para participar en la “acción de policía”, el mando norteamericano rendía cuentas directamente a Washington, y no a la ONU. Si Moscú hubiera estado presente en el Consejo de seguridad, podría haber vetado la intervención militar de la ONU bloqueándola, o sea que hubiera sido un lejano ensayo de la obra a la que hemos asistido en estos últimos meses, lo cual demuestra hasta dónde está dispuesta a ir la burguesía norteamericana cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.
Algunos analistas burgueses sugieren que el boicot ruso estaba en realidad motivado por el deseo de evitar que el régimen de Mao fuera prematuramente aceptado por Naciones Unidas mediante una nueva votación, ganando así tiempo para cimentar las relaciones entre Moscú y Pekín. Zbigniew Brzezinski ha afirmado incluso que fue “un cálculo deliberado para estimular la hostilidad entre Estados Unidos y China…la orientación americana predominante antes de la guerra de Corea era buscar un acuerdo con el nuevo gobierno del territorio chino. De todas maneras, Stalin aprovechaba cualquier ocasión para estimular un conflicto entre EE.UU y China, y con razón. Los veinte años siguientes de hostilidad entre Estados Unidos y China fueron totalmente beneficiosos para la Unión Soviética” (“How the Cold War was Played”, Foreing Affairs, 1972).
El derrocamiento por Fidel Castro, en 1959, del dictador apoyado por Estados Unidos plateó un serio dilema en el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría, llevando a las superpotencias al borde de la guerra nuclear durante la crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962. Al principio, el carácter de la revolución castrista no era muy claro. Con una ideología de populismo democrático adobada con la salsa romántica de la guerrilla, Castro no era miembro del partido estalinista y sus lazos con éste eran muy tenues. Sin embargo, su política de nacionalización de los bienes estadounidenses desde su toma del poder chocó rápidamente con Washington. La hostilidad de Washington acabó echando a Castro, en su búsqueda de ayuda extranjera y de asistencia militar, en brazos de Moscú. La invasión de la Bahía de los Cochinos en abril de 1961, apoyada por la CIA (había sido prevista por Eisenhower y realizada por Kennedy) mostró a las claras que Washington estaba dispuesto a echar abajo un régimen apoyado por los rusos. Para EE.UU, la existencia de un régimen ligado a Moscú en su propio patio trasero era algo intolerable. Desde que se formuló la Doctrina Monroe en 1823, Estados Unidos siempre mantuvo la postura de que los países de América debían quedar fuera del alcance de los imperialismos europeos. Comprobar que el imperialismo adverso de la Guerra Fría había establecido una cabeza de puente a 150 km. de las costas norteamericanas de Florida, era, para Washington algo sencillamente inaceptable.
A finales de 1962, Castro y el imperialismo ruso consideraban inminente una invasión de EE.UU, y, de hecho, organizada por Robert Kennedy, Washington emprendió en noviembre de 1961 la operación Mongoose, que preveía acciones militares contra Cuba a mediados de octubre de 1962, inspiradas por Estados Unidos y llevadas a cabo en nombre de la Organización de Estados Americanos para excluir de ésta a Cuba y prohibir toda venta de armas a Castro. “El 1º de octubre, el secretario de Defensa, Robert McNamara, ordena los preparativos militares para un bloqueo, ataques aéreos, una ‘invasión con el máximo de preparación’, de modo que estas dos acciones estén terminadas el 20 de octubre” (B.J. Berstein, Encyclopedia of US Foreing relations). En el mismo momento, EE.UU instala 15 misiles Júpiter en Turquía, cerca de la frontera sur de Rusia, apuntando a objetivos de este país, algo inaceptable para Moscú.
Moscú intenta contrarrestar esas dos amenazas con el despliegue de misiles nucleares en Cuba apuntando a Estados Unidos. La administración Kennedy hizo una estimación errónea de las intenciones de Moscú, considerando el despliegue de misiles como una acción ofensiva y no defensiva. Exigió el desmantelamiento inmediato y la retirada de los misiles ya desplegados y la vuelta a Rusia de los navíos que se dirigían con más misiles hacia Cuba. Como el bloqueo de las aguas cubanas hubiera sido un acto de guerra según la ley internacional, la administración Kennedy anunció la “cuarentena” de las aguas cubanas y se preparó para interceptar en alta mar y en aguas internacionales a los barcos rusos sospechosos de transportar misiles. Toda la crisis se desarrolló en plenas elecciones al Congreso de noviembre de 1962, en las que Kennedy tenía miedo de que la derecha republicana triunfara si él aparecía débil en su enfrentamiento con Jruschov. Pero es difícil creerse, por mucho que lo afirmen algunos historiadores, que Kennedy estuviera más motivado por consideraciones de política interior que por la estrategia de defensa y la política exterior. La proximidad de Estados Unidos hacía que la presencia de los misiles rusos en Cuba incrementara en 50 % la capacidad de Moscú de golpear el conteninente norteamericano con cabezas nucleares, lo cual era un cambio de la mayor importancia en el equilibrio del terror de la Guerra Fría. En ese contexto, la Administración fue muy lejos llevando al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear directo, sobre todo cuando los rusos derribaron un avión espía U2, en plena crisis, lo cual hizo que los jefes de Estado Mayor exigieran un inmediato ataque a Cuba. En ese momento, Robert Kennedy “sugirió que había que buscar un pretexto, ‘Hundir un Maine o algo así’ y entrar en guerra contra los soviéticos (1). Más vale ahora que más tarde, concluyó” (Berstein). Finalmente, los americanos llegaron a un acuerdo secreto con Jruschov, ofreciéndole la retirada de los misiles Júpiter de Turquía contra la retirada de los misiles rusos de Cuba. Al mantenerse secreta la concesión norteamericana, Kennedy pudo reivindicar una victoria total por haber hecho retroceder a Jruschov. Es posible que el enorme golpe propagandístico de EE.UU acabara socavando la autoridad de Jruschov en los medios dirigentes rusos, siendo un factor importante de su retiro algún tiempo después. Los miembros del círculo más próximo a Kennedy mantuvieron esa ficción durante casi dos décadas como puede leerse en sus diferentes libros de “Memorias”. No será sino en los años 80 cuando los hechos de la crisis de los misiles cubanos y el acuerdo con el que se le puso fin, aparecerán a la luz (Berstein, op. cit.). Tras haber llegado tan cerca de una guerra nuclear, Moscú y Washington se pusieron de acuerdo para tender una “línea roja” de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin y firmar un tratado de prohibición de los ensayos nucleares, concentrando sus fuerzas más en los enfrentamientos por intermediarios durante la etapa siguiente de la Guerra Fría.
Durante toda la Guerra Fría, las burguesías americana y rusa no se enfrentaron nunca directamente en conflictos armados, sino a través de una serie de guerras “por delegación”, concentradas en los países periféricos, unos conflictos que nunca involucraron a las metrópolis del mundo capitalista, sin llegar a ser nunca un peligro de espiral incontrolada en una guerra nuclear mundial, excepto, como hemos dicho, durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. La mayoría de las veces, esos conflictos “por delegación de poder” involucraban a dos potencias, de un lado un gobierno con el respaldo de Washington contra un movimiento de liberación nacional apoyado por Moscú. Era menos frecuente que esos conflictos involucraran directamente a Rusia o a Estados Unidos contra un país tercero apoyado por uno de los dos, como así fue en Corea o en Vietnam para Estados Unidos, o Rusia contra los muyaidines apoyados y armados por EE.UU en Afganistán. En general, los insurgentes estaban apoyados por el bloque más débil como, por ejemplo, todas las guerras de pretendida liberación nacional apoyadas por los estalinistas durante toda la Guerra Fría. Angola o Afganistán, donde los rebeldes estuvieron apoyados por EE.UU fueron excepciones. En general, los avances realizados en ese ajedrez macabro del imperialismo por quienes estaban apoyados por Moscú provocaban una respuesta mucho mayor y devastadora de quienes tenían el apoyo de EEUU. Un ejemplo es la guerra en Oriente Próximo, en donde Israel repelió las ofensivas árabes, apoyadas por Moscú, repetida y masivamente. A pesar de las numerosas luchas de liberación que apoyó durante cuatro décadas, la burguesía estalinista rusa logró muy escasas veces establecer una cabeza de puente estable para salir de su baluarte europeo. Varios Estados del Tercer mundo quisieron utilizar a un bloque contra el otro, coquetearon con Moscú aceptando su apoyo militar, pero nunca integraron por completo o definitivamente su órbita. En ningún otro sitio como en Latinoamérica, en donde no pudieron nunca ir más allá de Cuba, la incapacidad de Rusia para ampliar de manera permanente su influencia apareció de manera tan flagrante. Incapaz de extender el estalinismo hacia Latinoamérica, la burguesía castrista se vio obligada a devolver la ayuda prestada por Rusia enviando tropas de choque a Angola al servicio de Moscú.
(continuará)
JG, febrero de 2003.
1) El Maine era el navío US que estalló en 1898 en el puerto de La Habana y provocó la declaración de guerra de Estados Unidos a España, potencia colonial en Cuba. Se sabe perfectamente que fue una provocación por parte de EE.UU para justificar esa declaración. Una provocación que se cobró 400 muertos entre los marinos US. Buen ejemplo del maquiavelismo de la burguesía, que siempre anda buscando pretextos que ella misma se fabrica para justificar sus maniobras imperialistas. Ver el artículo “Las Torres Gemelas y el maquivelismo de la burguesía” en la Revista internacional nº 108.
Hace 60 años tuvo lugar la revuelta del ghetto de Varsovia; e, ironía de la historia, hace exactamente 100 años, en 1843, Karl Marx publicaba La cuestión judía, texto que marcaba significativamente la evolución de Marx, de la democracia radical al comunismo. Volveremos sobre este texto en otro artículo; aquí baste decir que Marx, aún apoyando la abolición de todas las trabas feudales impuestas a los judíos en su participación en la sociedad civil, señalaba los límites inherentes a una emancipación únicamente “política” fundada en el ciudadano atomizado, y mostraba que la verdadera libertad no podía cumplirse más que a nivel social, por la creación de una comunidad unificada que supere las relaciones mercantiles, origen subyacente de la división de los hombres en diferentes unidades en competencia.
En aquella época, en 1843, el capitalismo ascendente planteaba de manera inmediata la cuestión de acabar con todas las formas de discriminación feudal contra los judíos, incluyendo su encierro en el ghetto. En 1943, los pocos judíos de Varsovia que quedaban, se sublevaron, no sólo contra la restauración del ghetto, sino también contra su exterminación física –trágica expresión del paso del capitalismo de su fase ascendente a la de su decadencia.
En 2003, cuando el declive capitalista llega a su fase más avanzada, parece que el capitalismo no ha resuelto aún la cuestión judía; los conflictos imperialistas Oriente Medio y el resurgir de un islam radical han resucitado viejos mitos antisemitas, y el sionismo, que se presentaba como el libertador de los judíos, además de encerrar a millones de ellos en una nueva trampa mortal, se ha convertido él mismo en una fuerza de opresión racial, dirigida esta vez contra la población árabe de Israel y Palestina.
Pero aquí queremos examinar una forma de tratar el holocausto en el plano artístico, en la película de Polansky, El pianista, que ha recibido recientemente muchas alabanzas, además de la Palma de Oro en el festival de Cannes del 2002, el premio a la mejor película durante las ceremonias artísticas (BAFTA) de Londres, y varios óscars en Hollywood.
Polanski es él mismo un refugiado del ghetto de Cracovia, y está claro que esta película constituye una toma de posición que tiene una dimensión personal. El pianista es un retrato notablemente fidedigno de las Memorias de un superviviente del ghetto de Varsovia, el pianista Vladislav Szpilman, que las escribió inmediatamente tras la guerra, y que acaban de ser reeditadas recientemente por Victor Gollanz en 1999, y han aparecido después en formato “libro de bolsillo” en el 2002. A pesar de ciertos adornos, el escenario se mantiene muy parecido a la presentación simple y no sentimental que hizo Szpilman de los horrible hechos que vivió; a veces hasta en los más pequeños detalles.
Nos cuenta la historia de una familia judía cultivada que decidió vivir en Varsovia al principio de la guerra, y por eso se vio sometida a la marcha forzada, gradual pero inexorable, hacia las cámaras de gas. Empezando por pequeñas humillaciones, como el decreto sobre la obligatoriedad de llevar la Estrella de David, se nos muestran todas las etapas, desde el momento en que toda la población judía de la ciudad se concentra en un ghetto reconstituido, donde la mayoría vive en condiciones sanitarias y laborales atroces, hasta la muerte lenta por hambre. Sin embargo, la aparición de una clase de aprovechados y la formación de una fuerza de policía judía y de un Consejo judío completamente sometidos a la ocupación, muestran que, incluso en el ghetto, las divisiones de clases continuaban existiendo entre los mismos judíos. La película, igual que el libro, muestra cómo, durante ese periodo, los actos aparentemente aleatorios y de una crueldad inimaginable de las SS(1) y de otros órganos de la dominación nazi, tenían una “racionalidad”: la de inculcar el terror y destruir toda voluntad de resistencia. Al mismo tiempo, el lado más “suave” de la propaganda nazi, alienta todo tipo de falsas esperanzas y sirve igualmente para impedir cualquier idea de resistencia. Esto se ve muy claramente cuando comienza el proceso final de las deportaciones, y se embarca a miles de personas en vagones de ganado que tienen que llevarlos a los campos de la muerte: mientras esperan que lleguen los trenes, aún discuten para saber si serán exterminados o utilizados para trabajar; se dice que esas discusiones se produjeron en las mismas puertas de las cámaras de gas.
Es cierto que el Holocausto fue uno de los acontecimientos más terribles de toda la historia de la humanidad. De hecho, se ha desarrollado toda una ideología con el fin de defender la segunda guerra imperialista mundial como una guerra “justa” a partir del carácter pretendidamente único de la “Shoah”, ideología según la cual, frente a una monstruosidad sin igual, era ciertamente necesario apoyar el mal menor que constituía la democracia. Los apologistas de izquierda de la guerra pretenden incluso que el nazismo, al haber introducido el esclavismo y volver a las ideologías paganas precapitalistas, constituía una especie de regresión respecto al capitalismo, el cual, en comparación, sería pues progresista. Pero lo que resalta claramente de todo este periodo, es que el holocausto nazi contra los judíos no fue en absoluto único. No solamente los nazis asesinaron a millones de personas de “razas inferiores” como los eslavos o los gitanos, etc, así como oponentes políticos de toda clase, burgueses o proletarios; sino que su Holocausto se produjo al mismo tiempo que el holocausto estalinista, que no fue menos devastador, y que el holocausto democrático en forma de bombardeos de las ciudades alemanas, de ataques nucleares en Hiroshima y Nagasaki, y del hambre deliberadamente impuesta a la población alemana tras la guerra. El trabajo esclavista tampoco ha sido característico del nazismo; el estalinismo en particular lo empleó enormemente en la construcción de su maquinaria de guerra. Todo esto era expresión de una degeneración extrema del capitalismo, en particular en una fase en que había vencido a la clase obrera y tenía las manos libres para dejarse llevar por sus pulsiones más profundas a la autodestrucción. Pero siempre había una lógica capitalista tras eso, como lo demuestra el folleto Auschwitz ou le grand alibi (Auschwitz la gran coartada), publicado por el Partido comunista internacional.
Este folleto desenmascara la razón material más elemental de la “elección” de los judíos por los nazis –la necesidad de sacrificar una parte de la pequeña burguesía arruinada para movilizar su otra parte “aria” tras el capital y la guerra– y la descripción que hace de la economía del Holocausto, refleja fielmente los acontecimientos del ghetto de Varsovia:
«En tiempos “normales”, y cuando se trata de poca cantidad, el capitalismo puede dejar que revienten sólos los hombres que rechaza del proceso de producción. Pero le era imposible hacerlo en plena guerra y tratándose de millones de personas: un “desorden” semejante lo habría paralizado todo. Era necesario que el capitalismo organizara su muerte.
Además, no los mató enseguida. Para empezar, los retiró de la circulación, los agrupó, los concentró. Y les hizo trabajar subalimentándolos, es decir, sobreexplotándolos a muerte. Matar a las personas con el trabajo es un viejo método del capital. Marx escribía en 1844: «Para que tenga éxito, la lucha indistrial exige numerosos ejércitos, que podemos concentrar en un momento dado, o diezmar copiosamente». Era preciso que toda esa gente pagara por los gastos de su vida, mientras vivían, y después por los de su muerte. Y que produjeran plusvalía tanto tiempo como pudieran. Puesto que el capitalismo no puede ejecutar a los hombres que ha condenado, si no saca beneficios incluso de matarlos».
Al principio de la película –estamos en septiembre de 1939– vemos a la familia Szpilman escuchando la radio, que anuncia que Francia y Gran Bretaña han declarado la guerra a Alemania. La familia festeja el acontecimiento, porque piensan que su liberación está al alcance de la mano. A lo largo de la película, el abandono total y completo de los judíos de Varsovia y de hecho, de Polonia misma, queda cada vez más claro, y las esperanzas puestas en las potencias democráticas se revelan totalmente sin fundamento.
En Abril de 1943, la población del ghetto ha pasado, de prácticamente medio millón, a 30000; muchos de los que quedan son jóvenes seleccionados para cumplir trabajos pesados. En ese momento, ya no queda ninguna duda desde hace tiempo, de la “solución” nazi al problema judío. La película muestra los contactos de Szpilman con ciertos personajes en la clandestinidad; uno de ellos, Jehuda Zyskind, se describe en el libro como un “socialista idealista” que, muchas veces, casi convence a Szpilman de la posibilidad de un mundo mejor (el libro revela que Zyskind y toda su familia fueron asesinados en su casa, después de haber sido descubiertos mientras seleccionaban literatura clandestina en torno a una mesa). Szpilman era un artista, y no un personaje profundamente político; nos lo muestran transportando armas clandestinamente en sacos de patatas, pero él escapó del ghetto antes de la sublevación. Ni él ni la película abordan con mucho detalle las corrientes políticas que operaban en el ghetto. Parece que principalmente estaban compuestas de antiguas organizaciones proletarias que ahora se situaban esencialmente en un terreno nacionalista radical, de una u otra forma –el ala extrema izquierda del sionismo y de la socialdemocracia, los bundistas, y el Partido comunista oficial. Estos grupos son los que organizaron los lazos con la resistencia “nacional” polaca y consiguieron proporcionar clandestinamente armas al ghetto, preparando la sublevación de finales de abril de 1943 bajo los auspicios de la organización judía de combate. A pesar del número irrisorio de armas y municiones a su disposición, los insurgentes consiguieron tener en jaque al ejército alemán durante un mes. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo de una gran proporción de la población hambrienta que se sumó de una u otra forma a la revuelta. En este sentido, la sublevación tuvo un carácter popular, y no puede reducirse a las fuerzas burguesas que lo organizaron; pero tampoco fue una acción con un carácter proletario, y no podía de ninguna manera poner en cuestión la sociedad que genera ese tipo de opresión y de horrores. De hecho era, muy conscientemente, una revuelta sin perspectivas, en la que la motivación preponderante de los rebeldes, era morir al principio, antes que ser llevados como ganado a los campos de la muerte. Sublevaciones similares ocurrieron en otras ciudades como Vilno, e incluso en los campos de concentración hubo sabotajes y motines armados. Esas revueltas sin esperanza son el producto clásico de una evolución en la que el proletariado ha perdido la capacidad de actuar en su terreno de clase. Toda la tragedia se repitió el año siguiente a gran escala, durante la revuelta general de Varsovia, que se terminó con la destrucción de la ciudad, igual que el ghetto había sido completamente arrasado tras la revuelta de los judíos.
En ambos casos, se puede demostrar la hipocresía y la doblez de las fuerzas de la democracia y de la “patria del socialismo”, que proclamaban que su único objetivo al implicarse en la guerra, era liberar a los oprimidos por la dominación nazi.
En su libro While Six million Died (Secker and Warburg, Londres 1968) Arthur Morse cita una de las últimas proclamaciones de los protagonistas de la revuelta del ghetto:
«Sólo la fuerza de las naciones aliadas puede aportar una ayuda inmediata y activa ahora. En nombre de millones de judíos quemados, asesinados y quemados vivos. En nombre de los que luchan y de los que están condenados a morir, llamamos al mundo entero... Nuestros aliados más próximos, deben comprender al menos el grado de responsabilidad producto de semejante apatía frente al crimen sin precedente cometido por los nazis contra toda una nación, cuyo epílogo trágico está ahora a punto de jugarse. La sublevación heroica, sin precedente en la historia, de los hijos condenados del ghetto, tiene al menos que despertar al mundo para actuar conforme a la gravedad del momento».
Este pasaje ilustra muy claramente, al mismo tiempo, la comprensión que tenían los protagonistas de la revuelta de que estaban condenados y sus ilusiones sobre las buenas intenciones de las potencias aliadas.
¿Qué hacían en realidad los Aliados contra los crímenes nazis cuando ardía el ghetto de Varsovia? En el mismo momento –el 19 de Abril de 1943– Gran Bretaña y América habían organizado en las Bermudas una conferencia sobre el problema de los refugiados. Como Morse muestra en su libro, las potencias democráticas habían sido directamente informadas del memorándum de Hitler de Agosto 1942, que formalizaba el plan de exterminio de toda la población judía europea. Sin embargo sus representantes fueron a la Conferencia de las Bermudas con un mandato que debía asegurar que no se haría nada sobre ese tema.
«El departamento de Estado ha establecido un memorandum para la orientación de los delegados a la Conferencia de las Bermudas. Los americanos fueron instruidos para no limitar la cuestión a la de los refugiados judíos, para no suscitar cuestiones de fe religiosa o de raza llamando a un apoyo público, ni prometiendo fondos americanos; para no comprometerse en lo que concierne al transporte por barco de refugiados; para no retrasar el programa marítimo militar proponiendo que los transportes de vuelta vacíos carguen refugiados en ruta; para no transportar refugiados del otro lado del océano si se les encontraba emplazamiento en los campos de refugiados de Europa; para no esperar un solo cambio en las leyes americanas de inmigración; para no ignorar las necesidades del esfuerzo de guerra y las necesidades de la población americana en dinero y alimentación; para no establecer nuevas agencias de apoyo a los refugiados, puesto que el Comité intergubernamental estaba ya para eso.
El delegado británico, Richard Kidston Law, añadió algunas negativas a la larga lista aportada por sus amigos americanos. Los británicos no considerarían hacer ningún llamamiento directo a los alemanes, no cambiarían prisioneros por refugiados, y no levantarían el bloqueo de Europa para enviar aprovisionamiento de socorro. Mr Law añadió el peligro que supondría para los aliados el “desembarco” de un gran número de refugiados, algunos de los cuales podrían ser simpatizantes del Eje, ocultos bajo la máscara de personas oprimidas».
Al final de la Conferencia, la “continuación” de sus actividades se puso en manos de un Comité Intergubernamental –el precursor de la ONU– que ya era bien conocido por... no hacer nada.
Esto no fue una expresión aislada de inercia burocrática. Morse cuenta otros espisodios, como la oferta que hizo Suecia de recoger a 20000 niños judíos de Europa, oferta que pasó de oficina en oficina en Gran Bretaña y América y fue finalmente enterrada. Y el folleto Auschwitz… cuenta la historia, aún más impactante, de Joel Brandt, el líder de la organización judía húngara, que negoció con Adolf Eichman la liberación de un millón de judíos, a cambio de 10 000 camiones. Pero como dice el folleto: «¡No sólo los judíos, sino también las SS, se habían tragado la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los aliados no querían ese millón de judíos! Ni por 10 000 camiones, ni por 5 000, ni por nada». El mismo género de ofertas de parte de Rumanía y de Bulgaria fue rechazado igualmente. Según palabras de Roosvelt, «transportar tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra».
Este breve repaso del cinismo total de los aliados, sería incompleto si no mencionáramos cómo el Ejército Rojo, que había llamado a los polacos a sublevarse contra los nazis, mantuvo sus tropas en los accesos a Varsovia durante la sublevación de 1944, dejando a los nazis la tarea de aplastar a los insurgentes. Ya hemos explicado las razones en nuestro artículo, “Las masacres y los crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional nº 66:
«De hecho Stalin decidió, ante la amplitud de la insurrección (...) “dejar Varsovia cocerse en su propia salsa”, con el objetivo evidente de tragarse Polonia sin encontrar obstáculos serios por parte de la polblación polaca. En caso de éxito de la insurrección de Varsovia, el nacionalismo se habría reforzado considerablemente y habría podido poner serios obstáculos contra los designios del imperialismo ruso. Al mismo tiempo inauguraba su papel de gendarme antiproletario, frente a la amenaza potencial obrera en Varsovia».
Y si se piensa que semejante crueldad sería específica del odioso dictador Stalin, el artículo señala que esa táctica de “dejar cocerse en su propia salsa” había sido antes adoptada por Churchill, en respuesta a las huelgas obreras masivas que se produjeron el mismo año en el norte de Italia; una vez más, los Aliados dejaron que los carniceros nazis hicieran el trabajo sucio en su lugar. El artículo, que se escribió en 1991, muestra después que “los países occidentales” emplearon una táctica completamente idéntica después de la guerra del Golfo frente a las sublevaciones Kurdas y chiitas contra Sadam.
El hecho de que Szpilman haya sobrevivido a esta pesadilla, es desde luego, notable; en gran parte se debe a la combinación de una suerte extraordinaria, y al respeto que la gente tenía por su arte musical. Fue alejado involuntariamente de los vagones de ganado por un policía judío compasivo, mientras sus padres, su hermano y sus dos hermanas fueron embarcados y llevados a su destino. Después de ser sacado clandestinamente del ghetto, fue acogido por músicos polacos relacionados con la resistencia. Sin embargo, al final quedó totalmente solo, debiéndole la vida a un oficial alemán, Wilm Hosenfeld, que lo alimentó y lo escondió en un granero en el mismo cuartel general de las fuerzas de ocupación alemanas, que estaban a punto de desintegrarse. El libro contiene un apéndice con extractos del diario de Hosen-
feld. Nos cuenta que era un católico idealista asqueado por el régimen nazi y que salvó algunos otros judíos y víctimas del terror.
Hubo muchos pequeños actos de valentía y de humanidad de este tipo durante la guerra. Los polacos, por ejemplo, tienen una espantosa reputación de antisemitas, particularmente porque los combatientes judíos que se escapaban del ghetto, también fueron asesinados por los milicianos de la resistencia nacional polaca. Pero el libro señala que los polacos salvaron más judíos que cualquier otra nación.
Fueron actos individuales, no expresiones de un movimiento proletario colectivo como lo fue la huelga contra las medidas antijudías y las deportaciones, que comenzó en los astilleros de Amsterdam en Febrero de 1941 (cf. nuestro libro sobre la Izquierda Holandesa –sólo en francés e inglés). Sin embargo dan una pequeña muestra de que, incluso en medio de las más horribles orgías de odio nacionalista, existe una solidaridad humana que puede elevarse por encima de eso. Al final de la película, tras la derrota del ejército alemán, vemos a uno de los amigos músicos de Szpilman pasar ante un grupo de prisioneros de guerra alemanes. Va a la barrera para insultarlos; pero queda desconcertado cuando uno de ellos corre hacia él y le pregunta si conoce a Szpilman y le pide ayuda. Es Hosenfeld. Pero el músico es apartado por los guardias antes de que pueda saber el nombre y los detalles respecto a Hosenfeld. Avergonzado de su actitud inicial, el músico cuenta a Szpilman –que ha recuperado su trabajo de pianista en la radio de Varsovia– lo que ha pasado. Szpilman pasó años buscando el rastro de su salvador, sin éxito, aunque proporcionó ayuda a los miembros de su familia. Y nos enteramos de que Hosenfeld murió en un campo de trabajo ruso a principios de los años 50 –un último recuerdo de que la barbarie no se limitaba al imperialismo perdedor.
No cabe duda de que la burguesía continuará explotando el Holocausto para reforzar el mito de la democracia y justificar la guerra. Y en la situación actual, si las mejores expresiones artísticas pueden dar una apreciación profunda de las verdades sociales e históricas, muy raramente están armadas de un punto de vista proletario que les permita resistir las tentativas de recuperación. El resultado es que la burguesía tratará de utilizar las tentativas honradas de describir los hechos, para servir a sus fines deshonrosos. Hoy asistimos a las tentativas asqueantes de presentar la nueva ofensiva imperialista en el Golfo, como una batalla para salvarnos de las atrocidades que prepara el “nuevo Hitler”, Sadam Husein. Pero los preparativos de guerra actuales revelan con una claridad creciente que es el capital como un todo el que prepara un nuevo holocausto para la humanidad y que son las grandes potencias democráticas las que empujan hacia el abismo. Un nuevo holocausto superaría con mucho todo lo que ocurrió en la década de 1940, puesto que implicaría la destrucción de la humanidad. Pero contrariamente a 1940, hoy el proletariado mundial no ha sido pulverizado ni es incapaz de actuar en su propio terreno de clase; por eso no es tarde para impedir que el capitalismo imponga su “solución final” y para reemplazar su sistema putrefacto por una sociedad auténticamente humana.
Amos (Febrero 2003)
1) El libro, y la película, muestran cómo Szpilman y su familia son testigos de una redada en el apartamento de enfrente del suyo. Otra familia acaba de sentarse a cenar, cuando aparecen las SS y piden que se levante todo el mundo. Un anciano paralítico no puede, y dos soldados de las SS lo cogen de la silla de ruedas y lo tiran por la ventana. A los niños no se les trataba mejor, como señala friamente este pasaje del libro: «Salimos, escoltados por dos policías, en dirección a la puerta del ghetto. Habitualmente estaba guardada por oficiales de policía judíos, pero hoy toda una unidad de la policía alemana verificaba al detalle los papeles de todos los que salían del ghetto para ir al trabajo. Un niño de 10 años llegó corriendo por el callejón. Estaba muy pálido, y tan asustado que olvidó quitarse la gorra ante un policía alemán que venía en su dirección. El alemán se paró, sacó su revolver sin decir una palabra, apuntó a la sien del niño y disparó. El niño cayó a tierra, agitó los brazos, quedó rígido y murió. El policía enfundó tranquilamente su pistola en la cartuchera, y siguió su camino. Yo lo miraba: no presentaba siquiera características particulares de brutalidad y no parecía enfadado. Era un hombre normal, plácido, que venía de cumplir una de sus numerosas pequeñas obligaciones cotidianas y después la había apartado de su cabeza para atender otros asuntos más importantes que le esperaban».
Frente al ataque frontal sobre las pensiones en Francia y en Austria, se han puesto en lucha sectores enteros de la clase obrera con una determinación que no se había visto desde finales de los años 80. En Francia durante varias semanas, hubo repetidas manifestaciones que reunieron cientos de miles de obreros del sector público pero también del privado: un millón y medio de proletarios estaban en las calles de las principales ciudades francesas el 13 de mayo, cerca de un millón en la manifestación parisina del 25 de mayo. El 3 de junio había todavía 750 000 personas movilizadas. El sector de la Educación nacional estuvo en la punta de lanza del movimiento social del país, entre otras cosas porque ha sido el atacado con más violencia. En Austria, ante ataques parecidos sobre las pensiones, ha habido las manifestaciones más masivas desde finales de la Segunda Guerra mundial, más de 100 000 personas el 13 de mayo, cerca de un millón (en un país con menos de 10 millones de habitantes) el 3 de junio. En Brasilia, capital administrativa de Brasil, una manifestación juntó a 30 000 empleados del servicio público el 11 de junio, movilizados contra una reforma de los impuestos, de la seguridad social, pero, sobre todo, allí también, de las pensiones, una “reforma” impuesta por el nuevo “gobierno de izquierda” de Lula. En Suecia, 9 000 empleados municipales y de servicios públicos se pusieron en huelga contra los recortes en los presupuestos sociales.
Hasta ahora, la burguesía ha logrado escalonar en el tiempo sus ataques antiobreros, por grupos, por sectores, regiones o países. Lo importante de la situación actual es que desde finales de los años 90, los ha emprendido de manera más brutal, violenta y masiva. Es un índice de la aceleración de la crisis mundial que se plasma en dos fenómenos fundamentales y concomitantes a escala internacional: el retorno de la recesión abierta y una nueva cota alcanzada por el endeudamiento.
La caída en una nueva recesión afecta hoy de lleno a los países centrales, a los países del centro del capitalismo: Japón desde hace ya años y ahora Alemania. Oficialmente, Alemania ha entrado en un nuevo período de recesión (por segunda vez en dos años). Otros Estados europeos, Holanda en particular, están en la misma situación. Esta recesión amenaza seriamente a Estados Unidos desde hace dos años. Vuelve a subir la tasa de desempleo y se incrementan los déficits de la balanza comercial y los presupuestos del Estado federal. El diario francés Le Monde del 16 de mayo de 2003 daba la alarma sobre el riesgo de deflación, que vuelve a hacer aparecer los espectros de los años 30:
“No sólo disminuye día tras día la esperanza de un relanzamiento tras la guerra contra Irak, además está creciendo el temor de ver la economía americana hundirse en una espiral de baja de tarifas (…) Un guión de film-catástrofe en el que los precios de los activos y de los bienes de consumo no paran de bajar, las ganancias se desmoronan, las empresas bajan los salarios y despiden, acarreando así nuevas bajas del consumo y de los precios. Las familias y las empresas, demasiado endeudadas, no pueden ya hacer frente a sus compromisos, los bancos anémicos restringen los créditos bajo la mirada impotente de la Reserva Federal. No se trata de hipótesis de especialistas con ganas de emociones fuertes. Eso es lo que está viviendo Japón desde hace diez años con algún que otro período de remisión de vez en cuando”.
Lo que la burguesía llama deflación no es ni más ni menos que un hundimiento duradero en la recesión en la que un “guión” como el descrito arriba se vuelve realidad, en el que la burguesía ya no logra usar el crédito como factor de relanzamiento. Eso es una denegación a quienes creían que la guerra en Irak iba a permitir una reanudación de la economía mundial, cuando en realidad es una sima para ella. La guerra y la ocupación que va a durar son ante todo una sangría importante en la economía de EE.UU (mil millones de $ semanales para el ejército de ocupación) y de Gran Bretaña. Además se están acelerando por todas partes en el mundo las carreras de armamentos, en especial con los nuevos programas militares europeos, lo cual implica una suplemento de explotación de los proletarios.
La segunda característica de la situación económica, es la huida ciega en una deuda colosal que es una auténtica bomba de relojería para el futuro, que afecta a todas las economías, desde las empresas hasta los gobiernos nacionales, pasando por las familias, cuya tasa de endeudamiento nunca había sido tan elevada (cf. artículo sobre la crisis en esta Revista).
Como ocurre cada vez que está enfrentado a la crisis y a sus contradicciones, el capitalismo intenta superarla con los dos únicos medios de que dispone:
– por un lado, intensifica la productividad del trabajo, sometiendo cada vez más a los obreros, o sea los productores de plusvalía, a cadencias infernales;
– por otro lado, arremete directamente contra el coste del capital variable, o sea la parte correspondiente al pago de la fuerza de trabajo, reduciéndola cada vez más. Para ello dispone de varios medios: multiplicación de planes de despidos; baja de salarios, cuya variante más utilizada es la de hacer frente a la competencia mediante la “deslocalización” o los trabajadores inmigrados con los que disfrutar de una mano de obra lo más barata posible; reducción del costo del salario social cercenando todos los subsidios sociales (pensiones, salud, subsidios de desempleo)
El capitalismo está cada día más obligado a incidir simultáneamente en todos esos planos, o sea que, por todas partes, los Estados están abocados a arremeter al mismo tiempo contra TODOS los aspectos de las condiciones de vida de la clase obrera. A la burguesía no le queda otra opción, en su lógica de la ganancia, sino la de llevar a cabo ataques masivos y de frente. Y, evidentemente, toma sus precauciones para planificar y coordinar el ritmo de esos ataques según los países para evitar una simultaneidad de conflictos sobre la misma cuestión.
Desde los años 70, con la generalización del desempleo masivo y el sacrificio de miles de empresas y sectores menos rentables de la economía, han desaparecido millones de empleos y la burguesía ha desvelado su incapacidad para integrar a las nuevas generaciones de obreros en la producción. Pero hoy se ha dado un nuevo salto: a la vez que se sigue despidiendo a mansalva, la nueva diana de la burguesía son todos los subsidios sociales. En algunos países centrales como Estados Unidos, la “protección social” ha sido prácticamente inexistente. Pero en este país, en particular, las empresas financiaban la mayoría de las veces las pensiones de sus asalariados. La base de los “escándalos financieros” de estos últimos años, cuyo ejemplo más espectacular ha sido el de Enron, es que las empresas se aprovechaban de esos fondos para colocarlos en acciones de la Bolsa; ese dinero acabó en el humo de la especulación, sin que las empresas puedan pagar la más mínima pensión, sin los medios para reembolsar a los asalariados expoliados, ahora reducidos a la más sombría de las miserias. En otros países como Gran Bretaña, ya fue ampliamente desmantelada la protección social. El ejemplo de Gran Bretaña es de lo más edificante sobre lo que le espera a la clase obrera entera: desde los “años Thatcher”, hace veinte, las jubilaciones se pagan con fondos de pensión. Pero la situación no ha cesado de degradarse desde entonces. Al transformar las jubilaciones en fondos de pensión, se hizo creer que esos fondos iban a producir muchos ingresos. Y fue lo contrario. En estos últimos años, la caída vertiginosa de la cotización de esos fondos a llevado a la miseria a cientos de miles de obreros (la pensión garantizada por el Estado es de unos 120 Euros por semana) y más del 20% viven ya por debajo del umbral de pobreza, condenando a muchos de ellos… a no jubilarse y a trabajar para poder “sobrevivir” hasta los 70 años o hasta la muerte, generalmente haciendo chapuzas muy mal pagadas. Muchos obreros se encuentran en situaciones de angustia al ser incapaces de pagarse un alojamiento o unos mínimos gastos médicos. Ya nadie toma a su cargo la hospitalización de las personas mayores que deben recurrir a tratamientos onerosos. Los hospitales o las clínicas inglesas no aceptan las diálisis para pacientes mayores que no disponen de medios para pagar, o sea que los condenan directamente a morir. Quienes no poseen ingresos suficientes para ser curados pueden reventar en una esquina. En otro plano, las reventas de casas o pisos cuyos plazos ya no pueden pagar los obreros se han multiplicado por 4 en los dos últimos años mientras que 5 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza (esta cifra se ha duplicado desde los años 70) y el desempleo tiene hoy el mayor incremento desde 1992. El primer país capitalista en haber instaurado el Welfare State (Estado del bienestar) tras la Segunda Guerra mundial se convirtió en el primer laboratorio para su desmantelamiento.
Hoy esos ataques se generalizan, se “mundializan”, haciendo saltar por los aires el mito de las “conquistas sociales”. El carácter de estos nuevos ataques es significativo. Van contra las pensiones de jubilación, los subsidios a los desempleados y los gastos de salud. Lo que hacen aparecer por todas partes cada vez más claramente es la incapacidad creciente de la burguesía para financiar los presupuestos sociales. La plaga del desempleo y el final del llamado Estado del Bienestar son dos expresiones muy significativas de la quiebra global del capitalismo. Eso es lo que acaban de ilustrar los ataques recientes en una serie de países:
• en Francia, sobre las pensiones, no solo se ha tratado de alinear el sector público con el privado pasando de 37,5 a 40 años en la duración de cuotas para tener derecho a cobrar una pensión “plena”. El gobierno ha anunciado el aumento progresivo de esta duración a 42 años, que será más tarde incrementada en función de la tasa de empleo. Se aumentarán las cuotas para todos los asalariados para así reflotar las cajas de pensiones, sin olvidar la obligación de cotizar a fondos de pensión o pensiones complementarias. Según el discurso oficial, se trata de un factor puramente demográfico, el “envejecimiento” de la población, responsable del déficit de las cajas de pensiones, que sería un “fardo” insoportable para la economía. No habría bastantes “jóvenes” para pagar las jubilaciones de una cantidad creciente de “viejos”. En realidad, los jóvenes ingresan cada vez más tarde en la vida activa, no sólo a causa de una escolaridad alargada que los progresos técnicos de la producción han hecho necesaria, sino, sobre todo, porque con cada día más dificultades logran encontrar un empleo (la prolongación de la escolaridad es también, por cierto, una manera de enmascarar el desempleo juvenil). Es, en realidad, el incremento imparable del desempleo (que es como mínimo el 10% de la población en edad de trabajar) y de la precariedad, la causa principal del descenso de cuotas y de los déficits en los sistemas de jubilación. De hecho, muchos patronos no tienen interés en guardar en sus plantillas a trabajadores mayores, mejor pagados en general que los jóvenes aunque tengan menos fuerzas y además son menos “maleables”. Tras los discursos sobre la necesidad de trabajar menos tiempo, está la realidad de una caída masiva del nivel de las pensiones de jubilación. En cuanto se impongan las medidas previstas van a concretarse en una baja del poder adquisitivo de las pensiones entre 15 y 50%, incluidos los asalariados peor pagados. Otra “reforma”, la de la Seguridad social, con unas medidas que serán decididas en otoño, ha empezado ya con una lista de 600 medicamentos que dejarán ser reembolsables y una nueva lista de 650 más que va a publicarse e inmediatamente aplicable por decreto en julio.
• En Austria, un ataque parecido al de Francia dirigido sobre todo contra las pensiones. Aquí la duración de las cuotas iba ya hasta los 40 años y ahora va a pasar a 42 y para una mayoría de asalariados será de 45 años con una amputación de los ingresos que podrá alcanzar el 40% para algunas categorías. El canciller conservador Schüssel ha aprovechado las elecciones anticipadas de febrero para formar un nuevo gobierno homogéneo de derecha “clásica” tras la “crisis” de septiembre de 2002 que acabó con la embarazosa coalición con el partido populista de Heider, lo cual permitió a la burguesía tener las manos más libres para asestar esos nuevos ataques.
• En Alemania, el gobierno rojiverde ha impuesto un programa de austeridad llamado “agenda 2010” que arremete simultáneamente contra varias cuestiones sociales. Primero: reducción drástica de subsidios por desempleo. El plazo de la indemnización que era de 36 meses se reducirá a 18 para los mayores de 55 años y de 12 para los demás. Después, a los obreros despedidos no les quedará otro recurso que el “auxilio social” (unos 600 euros por mes). Esto equivaldrá a una división por dos del monto de las pensiones de jubilación para 1 millón y medio de trabajadores reducidos al desempleo y eso cuando Alemania está saltándose la barrera de los 5 millones de parados. En cuanto a los gastos de salud, se prevé une baja de las prestaciones del seguro de enfermedad (reducción del reembolso de las visitas médicas, restricciones en las bajas por enfermedad). Un ejemplo de muestra: a partir de la sexta semana de baja por enfermedad en un año, la Seguridad Social dejará de pagar y los asegurados deberán pagarse un seguro privado si quieren ser reembolsados. Esas restricciones en los gastos de salud vienen a añadirse a un alza en las cuotas del seguro de enfermedad instaurada a principios de 2003 para todos los asalariados. Paralelamente, el régimen de jubilaciones va a ser, al cabo, atacado también en Alemania: más edad para jubilarse (ya es de 65 años de media), aumento de las cuotas de los asalariados, supresión de la subida automática anual de las pensiones. Desde principios de año se han aplicado subidas de impuestos (retención en la hoja de paga para los salarios), medidas para favorecer el trabajo interino, incremento de la precariedad en el trabajo, contratos de tiempo parcial o de duración limitada.
• en Holanda, tras haberse quitado de encima a su ala populista, el nuevo gobierno de coalición (democristianos, liberales, reformadores) se ha apresurado a anunciar un plan de austeridad basado en restricciones presupuestarias en lo social (un plan que prevé unos ahorros de 15 mil millones de euros) con, entre otras cosas, una reforma radical de los subsidios de desempleo y de los criterios de incapacidad laboral así como una revisión general de la política salarial.
• en Polonia también se arremete contra los gastos de salud. Excepto las enfermedades muy graves reembolsadas en su totalidad, la mayoría de las enfermedades solo lo son 60 o 30%. Enfermedades “benignas”, como la gripe o unas anginas: nada. El estatuto de funcionario no protege de los despidos.
• En Brasil, ya dijimos antes que el Partido de los Trabajadores de “Lula” está en la vanguardia de…los recortes en los presupuestos sociales en Latinoamérica.
• En el marco de la ampliación de la Unión Europea, las directivas del Buró Internacional del Trabajo para los años venideros es que la financiación de las cajas de pensiones para 5 de los 10 países interesados (Polonia, Hungría, Bulgaria, Lituania y Estonia) corra únicamente a cargo de los obreros, mientras que hasta ahora corría a cargo de los empresarios, del Estado y de los asalariados.
Se puede pues comprobar que sea cual sea el gobierno, de derecha o de izquierda, son por todas partes los mismos ataques.
Mientras tanto, los planes de despidos masivos se acumulan a mansalva: 30 000 en Deutsche Telekom, 13 000 en France Télécom, 40 000 en la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes), 2000 más en la SNCF (ferrocarriles franceses). FIAT acaba de anunciar la supresión de 10 000 empleos en el continente europeo, tras los despidos de 8 100 obreros a finales de 2002 en Italia, Alsthom 5000. La compañía aérea Swissair ha previsto eliminar 3000 empleos suplementarios en un sector ya muy afectado por la crisis desde hace dos años. El banco de negocios estadounidense Merrill Lynch ha despedido 8000 asalariados desde el año pasado. 42 000 empleos se han perdido en Gran Bretaña durante el primer trimestre de 2003. No se libra ningún país, ni sector alguno. Por ejemplo, desde hoy a 2006, se calcula que cerrarán en ese país empresas a un ritmo de 400 por semana. Por todas partes lo que se está haciendo la regla es la interinidad de los empleos.
Ha sido pues ante semejante agravación cualitativa de la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida consecuencia de ella, si la clase obrera se ha movilizado en las luchas recientes.
Lo primero que hay que subrayar respecto a esas luchas es que son una refutación total de todas las campañas ideológicas con las nos han abrumado tras el desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas. No, la clase obrera no ha desaparecido. No, sus luchas no pertenecen al pasado. Demuestran que la perspectiva sigue estando orientada hacia los enfrentamientos de clase, a pesar de la desorientación y del gran retroceso de la conciencia de clase provocados por los grandes cambios habidos después de 1989. Un retroceso acentuado además por todos los otros estragos de una descomposición social avanzada, que tiende a hacer perder a los proletarios sus referencias y su identidad de clase, y por las campañas de la burguesía, antifascistas, pacifistas y demás movilizaciones “ciudadanas”. Ante una situación así, los ataques de la burguesía y del Estado empuja a los proletarios a afirmarse de nuevo en su terreno de clase y a reanudar, al cabo, con las experiencias pasadas y la necesidad vital de luchar. Y ha sido así como los obreros se han visto obligados a vivir otra vez la experiencia del sabotaje de la lucha por esos órganos de encuadramiento de la burguesía que los sindicatos y los izquierdistas son. De modo más significativo, empiezan a plantearse en el seno de la clase obrera, a pesar de la amargura de la derrota inmediata, cuestiones más profundas sobre cómo funciona esta sociedad que, al cabo, acabarán poniendo en entredicho las ilusiones sembradas por la burguesía.
Para entender cuál es el alcance de esos ataques y lo que significan esos acontecimientos en la evolución de la relación de fuerzas en la lucha de clases, el método marxista nunca ha sido quedarse con la nariz pegada a las luchas mismas, sino definir cuál es el objetivo principal de la clase enemiga, qué estrategia desarrolla ésta, ante qué problemas se encuentra en un momento dado. Pues para luchar contra la clase dominante, la clase obrera debe siempre no sólo identificar a sus enemigos, sino comprender lo que están haciendo y qué maniobras preparan contra ella. En efecto, estudiar la política de la burguesía es generalmente la clave más importante para comprender la relación de fuerzas global entre las clases. Marx dedicó mucho más tiempo, páginas y energía, a examinar, disecar sus costumbres y desmontar la ideología de la burguesía para dejar en evidencia la lógica, los fallos y las contradicciones del capitalismo, que a describir y examinar, por sí solas, las luchas obreras. Por eso, ante un acontecimiento de un alcance mucho mayor, en su folleto sobre La lucha de clases en Francia en 1848, analizó sobre todo los resortes de la política burguesa. Lenin, por su parte, afirmaba en ¿Qué hacer? (1902):
“La conciencia de las masas obreras no puede ser una conciencia de clase auténtica si los obreros no aprenden, a partir de los hechos concretos y sobre todo políticos, de actualidad, a observar a la otra clase en toda su vida intelectual, moral y política. (…) Quienes concentran su atención, su observación y la conciencia de la clase obrera exclusiva e incluso principalmente en sí misma, no son socialdemócratas”,
o sea no son verdaderos revolucionarios.
Recientemente, en la Resolución sobre la situación internacional adoptada en nuestro XVº Congreso, la CCI volvía a afirmar una vez más:
“El marxismo ha insistido siempre en el hecho de que no basta con observar la lucha de clases desde el único ángulo de lo que hace el proletariado, puesto que la burguesía también lleva una lucha de clase contra el proletariado y su toma de conciencia. Un elemento clave de la actividad marxista ha sido siempre examinar la estrategia y la táctica de la clase dominante para tomarle la delantera a su enemigo mortal” (Revista internacional, nº 113).
Desdeñar el estudio del enemigo de clase siempre ha sido algo típico de las tendencias obreristas, economicistas y consejistas en el movimiento obrero. Esta visión se olvida de un dato elemental que debe servir de brújula en el análisis de una situación determinada, y es que, en una situación ya claramente prerrevolucionaria, no es nunca el proletariado el que está a la ofensiva. En los demás casos es siempre la burguesía, como clase dominante que es, la que ataca y obliga al proletariado a responder, la que, de modo permanente y organizado, se adapta no sólo a lo que hacen los obreros, sino que procura anticipar las reacciones de éstos, pues la clase explotadora nunca cesa de vigilar a su adversario irreductible. Para ello dispone además de instrumentos específicos que le sirven permanentemente de espías para medir la temperatura social, o sea, los sindicatos.
Así ante la situación actual, lo primero que hay que preguntarse es por qué la burguesía lleva a cabo sus ataques de esta u otra manera.
Los medios de comunicación han comparado ampliamente el movimiento habido en Francia con las huelgas de noviembre-diciembre de 1995 en el sector público contra el gobierno de Juppé, que entonces también produjeron concentraciones comparables con las de ahora. En 1995, el objetivo esencial del gobierno fue sacar provecho de la campaña ideológica que montó toda la burguesía sobre la pretendida “quiebra del marxismo y el comunismo” tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, explotando el retroceso en la conciencia de clase para reforzar y prestigiar el aparato de encuadramiento sindical, borrando toda la experiencia acumulada por las luchas obreras entre 1968 y los años 80, especialmente sobre la cuestión sindical. Incluso si una parte económica del plan Juppé (para la “reforma” de la financiación de la seguridad social y la instauración de un nuevo impuesto aplicado a todos los ingresos) acabó pasando bajo el gobierno de Jospin, la parte dedicada a las pensiones de jubilación (supresión de los regímenes especiales más “favorables” del sector público) no pudo realizarse e incluso fue deliberadamente sacrificada por la burguesía para con ello hacer creer que todo fue una “victoria de los sindicatos”. La burguesía quiso así mostrar aquella huelga como una “victoria obrera” gracias a los sindicatos que “hicieron echarse atrás al gobierno”, como una lucha ejemplar asegurándole una publicidad mediática fenomenal a escala internacional. Se invitaba así a la clase obrera de los demás países a hacer su “diciembre 95 francés”, referencia inevitable de todos los combates futuros, y sobre todo, a ver en los sindicatos, tan “combativos”, tan “unitarios”, tan “determinados” durante los acontecimientos, sus mejores aliados para defenderse contra los ataques del capital. Ese movimiento fue por cierto, la referencia de las luchas sindicales en Bélgica justo después y en Alemania seis meses más tarde, todo para volver a darle brillo a una combatividad sindical tan empañada en el pasado. Hoy el grado alcanzado por la crisis económica no es el mismo. La gravedad de la crisis capitalista obliga a la burguesía nacional a acometer el problema de frente. Atacar el régimen de pensiones no es más que una de las primeras medidas de una larga serie de nuevos ataques masivos y frontales en preparación.
La burguesía nunca se enfrenta a la clase obrera de manera improvisada. Procura siempre debilitarla al máximo. Para ello ha adoptado a menudo la táctica de tomar la delantera, haciendo que salten movimientos sociales antes de que las amplias masas obreras estén en condiciones de asumirlos, provocando a ciertos sectores más dispuestos a ponerse ya en movimiento. El ejemplo histórico más significativo fue el aplastamiento, en enero de 1919, de los obreros berlineses que se habían revelado tras una provocación del gobierno socialdemócrata, pero que se quedaron aislados del resto de su clase, que todavía no estaba lista para lanzarse a un enfrentamiento general con la burguesía. El ataque actual contra las pensiones en Francia también ha estado acompañado de toda una estrategia para limitar las reacciones obreras que, iba a provocar tarde o temprano dicho ataque. Al no poder evitar la lucha, la burguesía tenía que hacer las cosas de tal manera que la lucha desembocara en una derrota obrera punzante, para que el proletariado vuelva a dudar de su capacidad para reaccionar como clase ante los ataques. Y así aquélla optó por hacer estallar la cólera antes de tiempo, provocando a un sector, el de la Educación nacional mediante unos ataques añadidos y particularmente fuertes, para que entrara en lucha el primero, que se agotara al máximo y sufriera la derrota más punzante. No es la primera vez que la burguesía francesa, como sus colegas europeas, provocan a un sector en una maniobra contra la clase obrera. Antes de la Educación nacional hoy, ya lo hizo, por ejemplo en 1995, con los ferroviarios de la SNCF.
Ya durante el gobierno Jospin, por medio del ministro Allègre, la burguesía había anunciado su intención de “quitarle grasa al mamut” de la Educación nacional, que representaba, y con mucho, el mayor contingente de funcionarios. Como la mayoría de éstos (excepto Defensa, Interior y Justicia, o sea los de los cuerpos encargados de la represión estatal), el de Educación ha sido sometido a recortes presupuestarios en los que no se sustituirán 3 puestos de cada 4, exceptuando al personal docente. Además, a finales de 2002 se anunció, iniciándose el proceso, la supresión de miles de “auxiliares educativos”, empleos ocupados por jóvenes en las enseñanzas primaria y secundaria. Esas supresiones de plazas, además de dejar sin trabajo a muchos jóvenes, hace más insoportable la labor de los docentes, más aislados todavía en primera línea, ante unos alumnos cada vez más problemáticos a causa del peso creciente de la descomposición social (drogas, violencia, delincuencia, problemas sociales y familiares de todo tipo...).
Ese sector, afectado ya, no sólo iba a soportar el ataque general a las pensiones, sino que además le asestaron otro suplementario, específico, el del proyecto de descentralización del personal no docente. Para este personal, eso significa verse colocado bajo otra autoridad administrativa, ya no nacional sino regional, con un contrato de trabajo menos ventajoso y, a la larga, más precario. Fue una verdadera provocación para que el conflicto se focalizase en ese sector. La burguesía también escogió el momento del ataque que le permitiera aprovecharse de dos límites: el período de exámenes para los profesores y el de vacaciones de verano para la clase obrera en su conjunto. De igual modo, para “romper” la combatividad, dividir y desmoralizar el movimiento, especialmente en la Educación, el gobierno ya tenía previsto de antemano aflojar un poco la cuerda, sin que ello le costara mucho, sobre el proyecto de “descentralización”. Retiró, para dejar lo esencial, un trocito de ese ataque específico, la descentralización para el personal más cercano al profesorado (psicólogos, consejeros de orientación, asistentes sociales). Favoreciendo a una minoría del personal afectado (unos 10 000 asalariados), en detrimento de técnicos y obreros de servicios (100 000 asalariados), sabía que así podía dividir la unidad del movimiento y desactiva la cólera del personal docente. Para rematar la derrota, el gobierno echó el resto, negándose a negociar la paga de los días de huelga tras las “consignas de rigor” (retención íntegra y distribución de ésta limitada a dos meses) impuestas por el primer ministro Raffarin: “La ley prevé retenciones de salario para los huelguistas. El gobierno aplica la ley”. La burguesía sabía que podía contar con una colaboración sin fisuras de los sindicatos y los izquierdistas para repartirse la labor, dividir y desorientar el movimiento, frenando aquí convenciendo a unos de no entrar en la lucha, animando al contrario a otros a entrar con decisión en ella, exhortando después a aquellos a ser “responsables”, “razonables” y a éstos a “aguantar” y a “extender” la lucha en una actitud suicida de “hasta el final” con llamamientos a la “huelga general” en pleno reflujo para extender… la derrota, sobre todo entre los maestros.
Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es el que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate.
Cada burguesía nacional se adapta al nivel de combatividad obrera para imponer sus medidas. Por mucho que por todas partes presenten las 35 horas como una conquista social, fueron, en realidad, un ataque en regla contra el proletariado en Alemania y Francia cuyas leyes sobre las 35 horas han servido de modelo en otros Estados, pues han permitido a la burguesía generalizar la “flexibilidad” de los asalariados, adaptada en función de las necesidades de la empresa (intensificación de la productividad, disminución de los descansos, trabajo en el fin de semana, horas extras no pagadas, etc.). Los obreros que trabajan en los Länder de la ex Alemania del Este acaban de “obtener” la promesa de pasar a 35 horas en 2009 como los del Oeste, cuando esto les era negado hasta ahora so pretexto de nivel inferior de su productividad. El sindicato metalúrgico IG-Metall no ha parado de alejar a los obreros de sus reivindicaciones (por subidas de sueldos, en especial), organizando toda una serie de huelgas y de manifestaciones por las 35 horas. Esa perspectiva, considerada como demasiado lejana por los sindicatos, sigue hoy sirviendo a IG-Metall para animar a los obreros del Este a exigir las 35 horas ya, o, dicho de otra manera, a animarlos a que se les explote más y lo antes posible…En cambio, contra las medidas de austeridad de la “agenda 2010”, excepto alguna manifestación como la de Stuttgart del 21 de mayo, ese sindicato se ha limitado a hacer circular peticiones. Mientras tanto, el sindicato de Servicios organizaba una manifestación nacional en Berlín, el 17 de mayo, reservada a los obreros de ese sector.
Durante años, frente a la agravación de la crisis cuyas primeras consecuencias para la clase obrera fueron la subida inexorable del desempleo, las carretadas de despidos, que han acarreado un empobrecimiento considerable en la clase obrera, la burguesía está llevando a cabo ahora una política para ocultar prioritariamente la amplitud del fenómeno del desempleo. Para ello, manipula constantemente las estadísticas oficiales, suprime a desempleados de las oficinas de empleo, recurre al tiempo parcial, a los contratos basura, anima a las mujeres a “volver al hogar”, monta cursillos y empleos juveniles mal o nada remunerados. Además, no ha cesado de animar, favorecer, multiplicar las prejubilaciones para los asalariados mayores, los ceses progresivos de actividad, con el señuelo de la reducción del tiempo de trabajo a la vez que insistía en el aumento de la esperanza de vida de la población (“mejora” en la que los obreros se llevan, por cierto, la peor parte). Paralelamente, para los obreros en actividad, esa propaganda servía para que aceptaran una violenta deterioración de sus condiciones de vida y de trabajo causada por la supresión de empleos en nombre de la necesaria modernización de la gestión para enfrentar la competencia. Se les ha impuesto que se sometan a la jerarquía, a los imperativos de la productividad para salvar los empleos. Para contener un descontento social en alza causado por esa deterioración acelerada de sus condiciones de existencia, la baja de la edad de jubilación le sirvió a la burguesía de válvula de escape hasta legalizar esa baja en algunos países. En Francia, en particular, la promulgación de la jubilación a los 60 años, adoptada por la izquierda en los años 80, pudo aparecer como algo muy social cuando, en realidad, no servía sino para hacer oficial que ya era un hecho.
Hoy, la agravación de la crisis ya no permite a la burguesía seguir pagando a los obreros jubilados ni reembolsar los gastos médicos como antes. Con el incremento paralelo del desempleo, para una cantidad cada vez mayor de obreros será difícil justificar el número de años exigido para “disfrutar” de una pensión decente. En cuanto los proletarios dejan de producir plusvalía se convierten en un fardo para el capitalismo. En fin de cuentas, para este sistema, la mejor solución hacia la que cínicamente se está orientando es que, en cuanto dejan de ser productivos, se mueran lo antes posible.
Por eso es por lo que la arremetida brutal y directa contra las pensiones se ha traducido en una viva inquietud que ha desembocado en un despertar de la combatividad y también en el inicio de una reflexión en profundidad sobre el porvenir que el capitalismo ofrece a la sociedad.
En 1968, uno de los factores principales del resurgir de la clase obrera y de sus luchas en el ruedo histórico a escala internacional fue que se acabaron brutalmente las ilusiones del período de reconstrucción que había creado, durante una generación, una situación de euforia de pleno empleo, época durante la cual las condiciones de vida de la clase obrera mejoraron sustancialmente, tras el desempleo masivo de los años 30, el racionamiento y las penurias de la guerra y de la posguerra. La burguesía misma se creyó que aquel período de prosperidad no acabaría nunca, que había resuelto las crisis económicas, que el espectro de los años 30 había desaparecido para siempre. En cuanto aparecieron las primeras expresiones de la crisis abierta, la clase obrera empezó a sentir no sólo que se atacaba a sus condiciones de vida, sino que el porvenir se ensombrecía, un nuevo período de estancamiento económico y social se instalaba a causa de la crisis mundial. La amplitud de las luchas obreras a partir de mayo de 1968, el resurgir de la perspectiva revolucionaria dejaron malparadas las patrañas pequeñoburguesas de aquel entonces, como aquello de “la sociedad de consumo” o “el aburguesamiento del proletariado”. Guardando la necesaria distancia, los ataques actuales tienen mucho parecido con los de aquella época. No se trata de hacer comparaciones abusivas de ambos períodos. 1968 fue un acontecimiento histórico de primera importancia, fue el hito que marcó la salida de más de cuatro décadas de contrarrevolución. Para el proletariado internacional, aquellos hechos tuvieron un alcance y un significado con los que difícilmente podría compararse la situación actual.
Pero hoy estamos asistiendo al desmoronamiento de lo que aparecía en cierto modo como un consuelo tras años y años de presidio asalariado, algo que ha sido uno de los pilares que han permitido que el sistema haya aguantado durante 20 años: la jubilación a los 60 años, con la posibilidad, a partir de esta edad, de disfrutar de una vida tranquila, desembarazada de apuros materiales. Hoy, los proletarios se ven obligados a abandonar esa ilusión de poder librarse durante los últimos años de su vida de lo que se vive cada día más como un calvario: la degradación constante de las condiciones de trabajo, en un entorno en el que hay que soportar la falta de efectivos, el aumento constante de la presión laboral, la aceleración de los ritmos. O tendrán que trabajar durante más años, lo cual significa amputar ese tiempo en el que podían por fin librarse de la esclavitud asalariada, o, al no haber contribuido el tiempo suficiente, quedarán reducidos a una miseria en la que las privaciones serán digno sustituto de los ritmos infernales. Esta nueva situación plantea a todos los obreros el problema del futuro.
Además, el ataque contra las pensiones afecta a todos los obreros, echa puentes sobre el barranco que se había ido abriendo entre las generaciones obreras, pues el peso del desempleo caía sobre todo sobre los hombros de las jóvenes generaciones con la tendencia a aislarlas en un “pasotismo” sin futuro. Por eso se han sentido implicadas todas las generaciones obreras incluidas las más jóvenes, alertadas por esa arremetida contra las pensiones, cuya naturaleza puede crear un sentimiento de unidad en la clase, de tal modo que en ella pueda germinar una reflexión profunda sobre el porvenir que nos prepara la sociedad capitalista.
Con esta nueva etapa en la agravación de la crisis, están apareciendo y madurando las ideas que pondrán en entredicho algunas de las barreras edificadas por la burguesía a lo largo de los años anteriores, como: la clase obrera ya no existe, es posible mejorar las condiciones de vida y mejorar el sistema aunque solo sea para disfrutar de una apacible vejez…, en fin, todo lo que empujaba a los obreros a resignarse a su sino. Todo lleva a una maduración de las condiciones para que la clase obrera vuelva a encontrar la conciencia de su perspectiva revolucionaria. Los ataques unifican las condiciones para la réplica obrera a escala más y más amplia, más allá de las fronteras nacionales. Están tejiendo el mismo telón de fondo para luchas más masivas, más unitarias, más radicales.
Esos ataques son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella.
Ha sido una derrota lo que acaban de sufrir los proletarios en sus luchas contra los ataques del Estado contra sus pensiones de jubilación, en Francia y en Austria particularmente. Esta lucha ha sido, no obstante, una experiencia positiva para la clase obrera, porque, en primer lugar, ha podido volver a afirmar su existencia y movilizarse en su terreno de clase.
Frente a otros ataques que la burguesía está preparando contra ella, a la clase obrera no le queda otro remedio que desarrollar su combate. Vivirá inevitablemente otros fracasos antes de lograr afirmar su perspectiva revolucionaria. Como lo subrayó con tanta fuerza Rosa Luxemburg en “El orden reina en Berlín”, su último artículo redactado la víspera de asesinato por la soldadesca a las órdenes del gobierno socialdemócrata:
“Las luchas parciales de la revolución acaban todas ellas en “derrota”. La revolución es la única forma de “guerra” –es incluso una de las leyes de su desarrollo– en la que la victoria final sólo podrá prepararse con una serie de ‘derrotas’” (Die Röte Fahne, 14 de enero de 1919).
Y así es, y para que sus “derrotas” sirvan a la victoria final, el proletariado tiene que sacar de ellas todas las enseñanzas. Deberá comprender, en particular, que los sindicatos son, por todas partes, órganos de defensa de los intereses del Estado contra los suyos propios. Y, más generalmente, deberá tomar conciencia que debe enfrentarse a su adversario, la burguesía, la cual sabe maniobrar para defender sus intereses de clase y cuenta con una colección de instrumentos para conservar su dominación, desde sus policías y sus cárceles hasta sus partidos de izquierda e incluso sus “revolucionarios” con precinto (los grupos izquierdistas, en particular los trotskistas) y que dispone, sobre todo, de todos los medios (incluidos sus “catedráticos”) para sacar sus propias lecciones de los enfrentamientos pasados. Como también Rosa Luxemburg lo decía:
“La revolución no actúa a su aire, no opera en campo abierto según un plan puesto a punto por hábiles “estrategas”. También sus adversarios saben dar pruebas de iniciativa, incluso en general, mejor que la revolución” (Ibid.).
En su combate titánico contra su enemigo capitalista, el proletariado sólo podrá contar con sus propias fuerzas, con su autoorganización y, sobre todo, con su conciencia.
Wim22 de junio 2003
En el número anterior de la Revista Internacional publicamos un artículo sobre la película "El pianista", del director Roman Polansky, que trata sobre la rebelión del ghetto de Varsovia en 1944 y el genocidio que los nazis perpetraron sobre los judíos de Europa. Sesenta años después del horror indescriptible de esta campaña de exterminio cabría esperar que el antisemitismo se hubiera convertido en una pieza de museo, pues las consecuencias del racismo antisemita eran tan claras que deberían haber servido para desacreditarlo de una vez por todas. Sin embargo no es esto lo que ocurre. De hecho las viejas ideologías antisemitas, tanto o más tóxicas y extendidas que en el pasado, tienen ahora como objetivo el mundo "musulmán", en especial el "radicalismo islámico" personificado en Osama Bin Laden quien, por su parte, no deja pasar una para arremeter contra "cruzados y judíos" como enemigos del Islam y víctimas propiciatorias de sus ataques terroristas. Un típico ejemplo de esta versión del antisemitismo "islámico" la encontramos en Internet en la página "Radio Islam", cuyo eslogan es "¿Raza?, Una sola raza, la humana". Está página dice oponerse a todo tipo de racismo, pero si miramos con atención queda claro que su principal preocupación es "el racismo judío hacia los no judíos"; es más, se trata de un archivo que contiene textos antisemitas clásicos: desde los Protocolos de los sabios de Sión (que es una falsificación zarista de finales del siglo XIX presentada como acta de una reunión de la conspiración judía internacional, y que se convirtió en una de las biblias del partido nazi) hasta el Mein Kampf de Hitler, pasando por invectivas más recientes de Louis Farrakhan líder de "Nation of Islam" en los Estados Unidos.
Publicaciones de este tipo -que hoy en día tienen gran difusión- muestran que la religión es hoy en día uno de los principales vehículos del racismo y la xenofobia al alentar las actitudes de pogromo y, en general, las actitudes de división de la clase obrera y de las capas oprimidas. No se trata de "ideas" inocentes, son la justificación ideológica de masacres bien reales como las de serbios ortodoxos, católicos croatas y musulmanes bosnios en la antigua Yugoslavia, católicos y protestantes en Irlanda del Norte, musulmanes y cristianos en África o Indonesia, hindúes y musulmanes en India, judíos y musulmanes en Israel y Palestina.
En nuestros artículos "El resurgimiento del Islam síntoma de la descomposición de las relaciones sociales capitalistas" de la Revista Internacional 109 y "El combate del marxismo contra la religión: la esclavitud económica fuente principal de la mistificación religiosa" de la nº 110, mostramos como ese fenómeno expresa la descomposición de la sociedad capitalista.
En este artículo queremos centrarnos en la cuestión judía, no solo porque Karl Marx publicó hace 160 años (en 1843) su famoso artículo "Sobre la cuestión judía", sino también porque él, que dedicó toda su vida a la causa del internacionalismo proletario, está hoy en boca de un teórico del antisemitismo (en general de forma despectiva, pero no siempre).
Sobre esto la página de Radio Islam es instructiva: El artículo de Marx aparece junto a Los protocolos de los sabios de Sión y caricaturas del estilo de la revista nazi Der Stürmer con las que insultan a Marx por ser judío.
Por cierto, no es nueva esta acusación contra Marx. En 1960, Dagobert Rumes publicó un artículo de Marx pero cambiándole el título por "Un mundo sin judíos" dando a entender, con ello, que Marx era el primer representante de la "solución final" al problema judío. En una historia de los judíos más reciente, Paul Johnson, intelectual inglés de extrema derecha lanza el mismo tipo de acusaciones y afirma que la idea de abolir el intercambio como base de la vida social es una idea antisemita. Marx sería, como mínimo, un judío que se odia a sí mismo (calificativo que hoy día espeta el orden social sionista establecido a cualquier judío que se atreva a criticar al Estado de Israel).
El objetivo de este artículo no solo es hacer frente a todas estas distorsiones grotescas y defender a Marx contra los que tratan de utilizarlo en contra de sus propios principios, sino mostrar que el trabajo de Marx es el punto de partida para superar el problema de antisemitismo.
Es inútil citar o presentar el artículo de Marx al margen de su contexto histórico. El artículo "Sobre la cuestión Judía" forma parte de la lucha general por el cambio político en una Alemania semi feudal. Dentro de esta lucha está, como cuestión específica, el debate sobre si se debe conceder a los judíos los mismos derechos cívicos que al resto de habitantes de Alemania. Marx, como redactor de la Rheinische Zeitung pensó inicialmente en responder a los escritos antisemitas y abiertamente reaccionarios de un tal Hermes quien quería preservar la base cristiana del Estado y meter a los judíos en un ghetto, pero una vez que Bruno Bauer, hegeliano de izquierdas, entró en liza con sus artículos "La cuestión judía" y "La capacidad actual de judíos y cristianos para liberarse", decidió que era más importante polemizar con Bauer al que consideraba un falso radical.
Hay que recordar, además, que Marx en ese momento de su vida estaba sufriendo una transformación política que le llevaría a superar el punto de vista democrático radical para abrazar el comunismo. Entonces era un exiliado en París influenciado por los artesanos comunistas franceses (Ver en la Revista Internacional nº 69 el artículo: "Cómo ganó el proletariado a Marx para la causa del comunismo") que a finales de 1843 reconoce en su Critica a la filosofía del derecho de Hegel que el proletariado es la clase portadora de una nueva sociedad. En 1844 encuentra a Engels quien le ayudará a comprender la importancia de los fundamentos económicos de la vida social. Los Manuscritos económicos y filosóficos que escribe ese mismo año son su primera tentativa de comprender en su verdadera profundidad toda esa evolución. En 1845, las Tesis sobre Feuerbach suponen la ruptura definitiva con el materialismo unilateral de este último.
Indudablemente, un momento de esta evolución lo constituye la polémica con Bauer sobre los derechos civiles y la democracia publicada en los Anales Franco-alemanes.
Bruno Bauer era el portavoz, en aquel entonces, de la "izquierda" en Alemania auque los gérmenes de su evolución posterior hacia la derecha se perciben ya en su actitud sobre la cuestión judía, frente a la cual adopta una actitud aparentemente radical pero que, en definitiva, conduce a preconizar no hacer nada para cambiar las cosas. Para Bauer era inútil reivindicar la emancipación política de los judíos en un Estado cristiano, para poder emanciparse tanto los judíos como los cristianos debían abandonar sus creencias e identidad religiosa; en un Estado democrático no había lugar para la ideología religiosa. Y si había algo que hacer incumbía más a los judíos que a los cristianos: desde el punto de vista de los hegelianos de izquierdas los cristianos eran el ultimo envoltorio religioso en el seno del cual se expresaba históricamente la lucha por la emancipación de la humanidad. A los judíos, por haber rechazado el mensaje universal de los cristianos, aun les quedaba por franquear dos rubicones mientras que a los cristianos solo uno.
No resulta difícil advertir, en Bauer, la transición desde este punto de vista hacia una posición abiertamente antisemita. Incluso es posible que Marx lo presintiese, pero en su polémica empieza defendiendo la idea de que conceder derechos cívicos "normales" a los judíos - que llama "la emancipación política"- sería un "gran paso adelante"; de hecho esa había sido una de las características de las revoluciones burguesas precedentes (Cronwell permitió que los judíos volvieran a Inglaterra, y el código de Napoleón les otorgaba derechos cívicos). Todo ello formaría parte de una lucha más general por desembarazarse de las trabas feudales y crear un Estado democrático moderno, cosa que debía hacerse sin más tardanza especialmente en Alemania.
Marx ya era, sin embargo, consciente de que la lucha por la democracia política no era el objetivo final. Su artículo sobre el problema judío supone un avance significativo respecto a un texto que había escrito poco antes: La crítica de la filosofía política de Hegel. En este último, Marx lleva hasta el extremo sus ideas sobre la democracia radical, defendiendo que la democracia real - el sufragio universal- significa la disolución del Estado y de la sociedad civil. En cambio en La cuestión judía, Marx, afirma que una emancipación puramente política -incluso emplea la expresión "democracia consumada"- esta lejos de corresponder a una autentica emancipación humana.
Marx, en este texto, formula claramente que la sociedad civil es la sociedad burguesa, una sociedad de individuos aislados que compiten en el mercado. Es una sociedad de separación y alienación (aquí, Marx, emplea por primera vez ese término) en la que las fuerzas empleadas por los propios hombres -no solo el poder del dinero sino también el del propio Estado- se convierten inevitablemente en fuerzas que les son ajenas y que imponen su dominio sobre la vida humana. Y este conflicto no lo resuelve la democracia política ni los derechos humanos, porque se basan en la noción de ciudadano atomizado y no en la de auténtica comunidad: "Así, ninguno de los supuestos derechos del hombre va más allá del hombre egoísta, del hombre como miembro de la sociedad civil, es decir, de un individuo encerrado en sí mismo, en su interés privado y en su capacidad privada, un individuo separado de la comunidad. Lejos de considerar al hombre, en sus derechos, como un ser genérico; al contrario, es la propia vida genérica en si misma, la sociedad, la que aparece como algo exterior a los individuos, una traba a su independencia original. El único vinculo que le une es la necesidad natural y el interés privado, el mantenimiento de su propiedad y de su persona egoísta".
Como prueba suplementaria de que la alienación no desaparece con la democracia política, Marx pone el ejemplo América del Norte: mientras que, formalmente, religión y Estado estaban separados, es el país por excelencia de las sectas y la observancia religiosa.
Mientras Bauer defiende la idea de que la lucha por la emancipación política de los judíos, como tales, es una pérdida de tiempo, Marx defiende y apoya esa reivindicación: "Nosotros no les decimos a lo judíos lo que Bauer: no podéis emanciparos políticamente sin emanciparos, radicalmente, del judaísmo. En cambio, les decimos: podéis emanciparos políticamente, sin desligaros completa y definitivamente del judaísmo, porque la emancipación política en sí misma no significa la emancipación humana. Si queréis emanciparos políticamente sin emanciparos humanamente, es porque la imperfección y la contradicción no está solo en vosotros, judíos, sino que es inherente a la esencia y a la categoría de la emancipación política".
Esto quiere decir, concretamente, que Marx aceptaba la petición de la comunidad judía local de redactar una petición a favor de las libertades cívicas para los judíos. Esta actitud hacia las reformas es una característica del movimiento obrero durante el periodo ascendente del capitalismo. Pero ya entonces la mirada de Marx apuntaba más lejos en el camino de la historia - hacia la futura sociedad comunista- aunque aún no lo menciona abiertamente en "La cuestión judía", como puede verse en la conclusión a la primera parte de su respuesta a Bauer: "Solo cuando el hombre individual, real, se haya recobrado a sí mismo como ciudadano abstracto, será un hombre individual, un ser genérico en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus relaciones individuales; porque así el hombre habrá reconocido y organizado sus propias fuerzas como fuerzas sociales, y ya no buscará su fuerza social bajo el aspecto de la fuerza política; entonces y únicamente entonces se logrará la emancipación humana".
La nueva ola de antisemitismo islámico dirige sus rayos contra Marx utilizando abusivamente la segunda parte de su texto, que responde al segundo artículo de Bauer, al servicio de su obscurantista visión del mundo. "¿Cuál es el culto profano de los judíos? El trapicheo. ¿Su dios? El dinero (...) El dinero es el celoso dios de Israel ante el cual no cabe otro dios. El dinero habilita todos los dioses de los hombres: los convierte en una mercancía. El dinero es el valor universal de todas las cosas, constituidas por él mismo. Por eso despoja al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como el de la naturaleza, de su valor original. El dinero es la esencia alienada del trabajo y de la vida de los hombres que idolatran esa esencia ajena que los domina. El dios de los judíos se ha mundanizado convirtiéndose en dios del mundo. La letra de cambio es él autentico dios de los judíos..."
Utilizan este pasaje, y otros, de "La cuestión judía" para probar que Marx es uno de los fundadores del antisemitismo moderno y dar una respetabilidad al mito del parásito judío sediento de sangre.
Es cierto que algunas de las formulaciones empleadas por Marx en esa parte del texto hoy no las escribiríamos igual, también lo es que ni Marx ni Engels estaban totalmente libres de algún prejuicio burgués, en especial respecto a las nacionalidades, como se refleja en alguna de sus tomas de posición. Pero de ahí concluir que Marx y el marxismo están marcados indefectiblemente por el racismo es falsificar su pensamiento.
Hay que situar esas formulaciones en su contexto histórico. Como explica Hal Draper en un apéndice de su libro La teoría revolucionaria de Carlos Marx (Volumen I, Monthly Review Press, 1977) identificar judaísmo y comercio en el capitalismo formaba parte del lenguaje de la época que empleaban gran número de pensadores radicales y socialistas, incluidos judíos radicales como Moses Hess que en ese momento influyeron en Marx (y que debieron tener su influencia en ese mismo artículo en aquel momento).
Trevor Ling, un historiador de las religiones, critica desde otro ángulo el artículo de Marx: "Marx tenía un estilo periodístico mordaz y amenizaba sus páginas con giros y frases mordaces y satíricas. Este tipo de escritos, en lugar de dar ejemplos, resulta panfletario, exalta las pasiones y no tiene gran cosa que ofrecer en términos de un análisis sociológico útil. Cuando es ese contexto se utilizan grandes términos superficiales como "el judaísmo" o "el cristianismo" no tienen nada que ver con sus realidades históricas; solo son etiquetas que coloca Marx a sus propias construcciones, mal concebidas y artificiales" (Ling, "Carlos Marx y la religión", Macmillan press, 1980). Resulta que esas frases mordaces de Marx contienen los instrumentos más afilados para examinan las cuestiones en su profundidad que los sesudos folletones de los académicos. Además, Marx en ese artículo no trata de hacer una historia de la religión judía, que no se puede reducir a una simple justificación del mercantilismo pues sus orígenes están en una sociedad en la que las relaciones mercantiles tenían un papel secundario y que, en sustancia, eran un reflejo de la existencia de divisiones de clase entre los propios judíos (por ejemplo, en las diatribas de los profetas contra la corrupción de la clase dominante en el antiguo Israel).
Como ya hemos dicho antes, Marx, para defender que la población judía tuviera los mismos "derechos civiles" que los demás ciudadanos, solo utiliza la analogía verbal entre judaísmo y relaciones mercantiles para aspirar a una sociedad liberada de las relaciones mercantiles. Ese es él autentico significado de la frase de sus conclusiones: "La emancipación social de judío es la emancipación de la sociedad liberada del judaísmo". Y eso no tiene nada que ver con ningún plan de eliminación de los judíos a pesar de las repugnantes insinuaciones de Dagobert Rune; lo que significa esa frase es que en tanto la sociedad esté dominada por relaciones mercantiles, los hombres no podrán controlar su propio potencial social y seguirán siendo ajenos los unos a los otros.
Marx, al mismo tiempo, establece una base para analizar la cuestión judía desde un punto de vista materialista que sería culminada posteriormente por otros marxistas como Kautsky y, especialmente, Abraham Leon[1]. Lejos de la interpretación religiosa que explica el tesón de los judíos como resultado de sus convicciones religiosas, Marx muestra que la supervivencia de su identidad y sus convicciones religiosas se debe al papel que ellos desempeñaron en la historia: "El judaísmo se ha conservado gracias a la historia y no a pesar de ella". Ello está profundamente ligado a las relaciones que los judíos han mantenido con el comercio: "No hay que buscar el secreto del judío en su religión sino el secreto de la religión en el judío real". Aquí Marx hace un juego de palabras entre judaísmo como religión y judaísmo como sinónimo de chalaneo y poder financiero, lo cual se basa, al fin y al cabo, en una realidad: el papel económico y social particular que desempeñaron los judíos en el antiguo sistema feudal.
En su libro "Una interpretación marxista de la cuestión judía" Leon, que se basa tanto en algunas frases muy claras de "La cuestión judía" como en otras de "El Capital", habla de los "judíos [viviendo] en los 'pores' de la sociedad polaca"[2] comparándolos con otros "pueblos comerciantes" en la historia. Desarrolla la idea, a partir de algunos elementos, de que los judíos en la antigüedad y durante el feudalismo funcionaban como un "pueblo-clase" ligados, en gran medida, a relaciones comerciales y de dinero en sociedades en las que predominaba la economía natural. Esta situación estaba codificada, por ejemplo en el feudalismo, mediante leyes religiosas que prohibían a los cristianos practicar la usura. Pero Leon también muestra que la relación de los judíos con el dinero no se reduce a la usura. En la sociedad antigua y feudal los judíos constituían un pueblo comerciante, personificaban las relaciones comerciales que aún no dominaban la economía pero que permitían establecer vínculos entre comunidades dispersas en los que la producción se dirigía fundamentalmente hacia el uso, mientras que la clase dominante se apropiaba y consumía directamente la mayor parte del excedente. Esta función socio-económica particular (que evidentemente constituía una tendencia general y no una ley absoluta para los judíos) suministró lo base material de la supervivencia de la "corporación" judía dentro de la sociedad feudal; por el contrario, allí donde los judíos se dedicaron a otras actividades como la agricultura se integraron socialmente con suma rapidez.
Esto no quiere decir que los judíos hubieran sido los primeros capitalistas (esto no queda claro en el texto de Marx por la sencilla razón de que aún no ha comprendido totalmente la naturaleza del capital). Al contrario, el florecimiento del capitalismo coincidió con uno de los momentos de mayor persecución de los judíos. Leon muestra, frente al mito sionista de que la persecución de los judíos ha sido una constante a lo largo de la historia -y que seguirán perseguidos mientras no se reúnan todos en un mismo país-[3], que mientras desempeñaron un papel "útil" en las sociedades precapitalistas la mayor parte del tiempo se les toleraba e incluso, con frecuencia, los monarcas los protegían pues necesitaban de sus cualificados servicios. Le emergencia de una clase "autóctona" de comerciantes que invierte sus beneficios en la producción (como el comercio de la lana inglesa, clave para comprender los orígenes de la burguesía inglesa) lleva el desastre a los judíos que encarnan una forma de economía mercantil superada que se convierte en un obstáculo para el desarrollo de esas nuevas formas. Eso llevó a un gran número de comerciantes judíos a dedicarse a la única forma de comercio que les quedaba: la usura. Y esta práctica llevó a los judíos a entrar en conflicto directo con los principales deudores de la sociedad: por un lado los nobles, y por otro los campesinos. Es significativo que, por ejemplo, los pogromos contra los judíos se dieran en Europa Occidental cuando el feudalismo ya declinaba y el capitalismo comenzaba a tomar auge. En la Inglaterra de 1189-90, los judíos de York fueron masacrados así como en otras ciudades, y la totalidad de la población judía fue expulsada. Con frecuencia los pogromos partían de nobles que tenían contraídas enormes deudas con los judíos, a los que se aliaban pequeños productores sobre endeudados, a su vez, con los judíos; tanto unos como otros esperaban beneficiarse de ello obteniendo la anulación de sus deudas ya fuera gracias a la muerte o la expulsión de los usureros, y además arramblar con sus propiedades. La emigración judía de Europa Occidental hacia Europa Oriental en los albores del desarrollo capitalista permitió su retorno hacia regiones más tradicionales y todavía feudales en las que los judíos pudieron emprender su actividad más tradicional; en cambio los que se quedaron se integraron en la sociedad burguesa del entorno. Una fracción judía de la clase capitalista (personificada en la familia Rothschild) es el producto de esa época; paralelamente se desarrolla un proletariado judío, aunque los obreros judíos tanto en el Oeste como en el Este se concentraban esencialmente en la esfera del artesanado y no en la industria pesada, y la mayoría de judíos -de forma desproporcionada- pertenecía a la pequeña burguesía, con frecuencia eran pequeños comerciantes.
Estas capas -pequeños comerciantes, artesanos, proletarios- son arrojadas a la mísera más abyecta con el declive de feudalismo en el Este y la emergencia de una infraestructura capitalista que ya contenía los signos de su declive. A finales del siglo XIX, se producen más oleadas de persecución en el Imperio zarista, que provocan un nuevo éxodo de judíos hacia el oeste, "exportando" con ello el problema al resto del mundo, especialmente a Alemania y Austria. En este periodo se desarrolla un movimiento sionista que, desde la izquierda a la derecha, desarrolla la idea de que el pueblo judío solo podrá normalizarse cuando logre una patria. Argumento cuya futilidad confirmó según Leon el propio holocausto, ya que la aparición de una pequeña "patria judía" en Palestina no pudo impedirlo en absoluto.[4]
En pleno holocausto nazi, Leon escribía que el paroxismo antisemita que recorría la Europa nazi era la expresión de la decadencia del capitalismo. Las masas de judíos inmigrados que huyeron de la persecución zarista en Europa del Este y Rusia no encentraron en Europa Occidental un remanso de paz y tranquilidad sino una sociedad capitalista desgarrada por contradicciones insolubles, desolada por la guerra y la crisis económica mundiales. La derrota de la revolución proletaria tras la primera guerra mundial no solo abrió el curso a la segunda carnicería imperialista, también permitió una forma de contrarrevolución que explota a fondo los viejos prejuicios antisemitas, utilizando el racismo anti judío tanto ideológica como prácticamente como base para liquidar la amenaza proletaria y adaptar la sociedad para una nueva guerra. Leon, al igual que el Partido Comunista Internacional en su folleto Auschwitz, la gran excusa, se concentra particularmente en cómo los nazis utilizaron las convulsiones de la pequeña burguesía arruinada por la crisis capitalista, y presa fácil de una ideología que le permite no solo liberarse de sus competidores judíos sino también, oficialmente, arramblar con sus propiedades (aunque en la práctica el Estado nazi se llevó la parte del león para mantener y desarrollar su economía de guerra, y prácticamente no dejó nada a la pequeña burguesía).
Leon también muestra, una vez más, la utilización del antisemitismo como un socialismo de imbéciles, una falsa crítica al capitalismo que permite a la clase dominante arrastrar a ciertos sectores de la clase obrera, en especial las capas más marginales y más golpeadas por el paro. De hecho la noción de "nacional"-socialismo era en parte una respuesta directa de la clase dominante a la estrecha relación que se había establecido entre el verdadero movimiento revolucionario y una capa de intelectuales y obreros judíos que, como ya señaló Lenin, eran atraídos de forma natural hacia el socialismo internacional en tanto que única solución a su situación de gente perseguida y sin cobijo alguno en la sociedad capitalista. Se tachaba al socialismo internacional de maquinación de la conspiración judía mundial, y se animaba a los proletarios a aderezar de patriotismo su socialismo. El reflejo de esta ideología se ve en la URSS estalinista con la campaña de insinuaciones contra los "cosmopolitas sin raíces" que sirvió de tapadera a sobreentendidos antisemitas contra la oposición internacionalista que se oponía a la ideología y a la práctica del "socialismo en un solo país".
Eso muestra que la persecución de los judíos funciona, también, a nivel ideológico y necesita una ideología que la justifique. En la Edad Media se trataba del mito cristiano de que asesinaron a Cristo, envenenaban las aguas y mataban en sus rituales a los niños cristianos. Es Shylock y su libra de carne[5]. En la decadencia del capitalismo es el mito de una conspiración judía mundial que habría hecho surgir el capitalismo, y también el comunismo, para imponer su dominación sobre los pueblos arios.
Trotski, en los años 30 señala que el declive del capitalismo engendra una regresión terrible en el plano ideológico:
"El fascismo llevó la política a los bajos fondos de la sociedad. El siglo XX convive con el siglo X y el XII, no solo en las casas de los campesinos sino también en los rascacielos de las grandes ciudades. Cientos de personas se sirven de la electricidad creyendo que es producto de magias y encantamientos. El Papa de Roma diserta en la radio sobre la transmutación del agua en vino. Las estrellas de cine van a que les echen la buenaventura. Los aviadores que manejan esas maravillas mecánicas, producto del ingenio humano, van cargados de amuletos. ¡Vaya arsenal de impotencia y oscurantismo, de ignorancia y barbarie!. La desesperación los hace despertar, el fascismo les da una bandera. Todo aquello que, en un desarrollo sin obstáculos de la sociedad, debería rechazar el organismo nacional en forma de excrementos de la cultura, hoy es vomitado: la civilización capitalista vomita una barbarie que no ha digerido. Esa es la psicología del nacional- socialismo". ("¿Qué es el nacional-socialismo?", 10 de Mayo de 1933).
Todos esos elementos los encontramos en los fantasmas nazis sobre los judíos. El nazismo no oculta su regresión ideológica. Se retrotrae abiertamente a los dioses pre-cristianos. En realidad el nazismo fue un movimiento ocultista que se hizo con el control directo de los medios de gobierno y, como todo ocultismo creía que libraba una batalla contra otro poder satánico secreto -en este caso los judíos-. Y todas estas mitologías, si las examinásemos en sí mismas, contienen todos los elementos psicológicos que pueden desarrollar su propia lógica que alimenta el monstruo que llevó a los campos de la muerte.
Sin embargo no se puede separar jamás esa irracionalidad ideológica de las contradicciones del sistema capitalista (no son en modo alguno expresión de una especie de principio metafísico del mal, un misterio insondable, como han tratado de demostrar numerosos pensadores burgueses). En nuestro artículo sobre la película El pianista de Polansky, en la Revista Internacional 113 citábamos el folleto del PCI ("Auschwitz o la gran excusa" sobre el frío cálculo "razonado" que había detrás del Holocausto -empleo de la muerte y utilización de los cadáveres para obtener el máximo provecho-. Pero hay otra dimensión que no aborda el folleto: la propia irracionalidad de la guerra capitalista. Así, la "solución final" bajo la forma de guerra mundial es producto de las contradicciones económicas, que sin ceder en la carrera por la ganancia, se convierte a su vez en un factor suplementario de exacerbación de la ruina económica. La economía de guerra requiere utilizar los trabajos forzados y la maquinaria de los campos de concentración se convierte en una inmensa carga para el esfuerzo de guerra alemán.
Hoy, 160 años después, sigue siendo válido lo esencial de lo que propuso Marx respecto a la cuestión judía: la abolición de las relaciones capitalistas y la creación de una autentica comunidad humana. Evidentemente esa es la única solución posible a cualquier problema nacional que subsiste: el capitalismo se ha mostrado incapaz de resolverlos. La mejor prueba está en las manifestaciones actuales del problema judío que están íntimamente ligadas al conflicto imperialista de Oriente Medio.
Lo que el "movimiento de liberación nacional judío", el sionismo, plantea como "solución" se convierte en el centro del problema. La principal fuente del rebrote actual del antisemitismo no está directamente ligada a la función particular de los judíos en los Estados capitalistas avanzados, ni a la emigración judía hacia ellos. En esos países, la diana del racismo, desde el final de la segunda guerra mundial, son los inmigrantes que vienen de sus antiguas colonias; y más recientemente el racismo se dirige contra los que llegan "buscando asilo", víctimas de catástrofes económicas, ecológicas o guerreras que el capitalismo expande por todo el planeta.
El "moderno" antisemitismo está, ante todo y sobre todo, ligado al conflicto de Oriente Medio. La agresiva política imperialista de Israel en la región y el apoyo sin fisuras que le ha prestado Estados Unidos han revitalizado el viejo mito del compló judío internacional. Millones de musulmanes se han tragado el bulo de que "40000 judíos se habrían alejado de las Torres Gemelas el 11 de Septiembre porque les habían alertado sobre la inminencia de un ataque", "los judíos habrían sido los autores". Todo ello sin olvidar que quienes proclaman semejantes bulos son gentes que ¡defienden a Bin Laden y aplauden los ataques terroristas![6]. Que muchos de los miembros de la camarilla dirigente en torno a Bush, los "neoconservadores", ardientes defensores del "nuevo siglo americano" (Wolfowitz, Perle, etc.) sean judíos lleva más agua a ese molino, dándole un tonillo de izquierdas. Recientemente, en Gran Bretaña, ha surgido una polémica a propósito de una declaraciones de Tam Dalyell -figura "antiguerra" del Partido Laborista, quién habló abiertamente de la influencia del "lobby judío" en la política exterior americana, y sobre el propio Blair. Paul Foot del Partido Socialista de los Trabajadores inglés le ha defendido contra las acusaciones de antisemita, lo único que ha lamentado es que en sus declaraciones mencionara a las judíos y no a los sionistas. En la práctica, en los discursos de los nacionalistas y de la Yihad que dirige la lucha armada contra Israel, es cada vez más confusa la distinción entre judíos y sionistas. En los años 60 y 70 la OLP y los izquierdistas que los apoyaban decían que querían vivir en paz con los judíos en una Palestina laica y democrática; hoy la ideología de la Intifada -sumergida en el radicalismo islámico- no oculta su intención de expulsar a los judíos de la región o exterminarlos completamente. El trotskismo, por su parte, hace mucho tiempo que se sumó a las filas de los pogromos nacionalistas.
Más arriba mencionábamos que Abraham Leon dijo que el sionismo no podía hacer nada por salvar a los judíos de Europa, devastada por la guerra; hoy podríamos añadir que los judíos que corren mayor peligro de destrucción física son precisamente los que están en la tierra prometida del sionismo. El sionismo no solo ha encerrado en una inmensa prisión a los árabes palestinos que viven bajo un régimen humillante de ocupación militar y de brutal violencia, también ha encadenado a los judíos de Israel a una horrible espiral de terrorismo y antiterrorismo que no parece capaz de detener ningún "proceso de paz" imperialista.
El capitalismo, en su decadencia, ha juntado todos los demonios del odio y la destrucción que la humanidad ha ido concibiendo, y los ha armado con las armas más devastadoras conocidas hasta ahora. Ha permitido genocidios a una escala sin precedentes en la historia y la cosa no va a menos. Pese al Holocausto de los judíos y los gritos de "que no vuelva a suceder", hoy asistimos a un reverdecimiento violento del antisemitismo pero también a carnicerías étnicas de dimensiones comparables a las del Holocausto como la masacre de cientos de miles de tutsis en Ruanda en unas pocas semanas, o la serie de limpiezas étnicas a repetición que ha sacudido los Balcanes durante los años 90. Esta vuelta al genocidio es una característica del capitalismo decadente en su fase final, la descomposición. Esos terribles acontecimientos nos dan la medida de lo que nos reserva la descomposición si llega a su "plenitud": la autodestrucción de la humanidad. Las masacres actuales, como el nazismo en los años 30, van acompañadas por las ideologías más reaccionarias y apocalípticas. El fundamentalismo islámico, basado en el odio racial y la mística del suicidio es su expresión más evidente, pero no la única: igualmente podemos hablar del fundamentalismo cristiano que empieza a cobrar cada vez más influencia en esferas más altas de poder en las naciones más poderosas del mundo; del peso creciente de la ortodoxia judía en el Estado de Israel; del fundamentalismo hindú en India que, como su gemelo Pakistán, cuenta con el arma atómica; o del nuevo "fascismo" europeo. No deberíamos saltarnos la democracia en la lista de las religiones. La democracia hoy en día, como hizo durante el Holocausto, es el estandarte que despliegan los tanques americanos e ingleses en Afganistán e Irak, es la otra cara de la moneda de las religiones abiertamente irracionales; es la hoja de parra que tapa la represión total y la guerra imperialista. Todas ellas son expresión de un sistema social que está sumido en un callejón sin salida total, y que solo puede ofrecer la destrucción de la humanidad.
El capitalismo, en su declive, ha creado una cantidad ingente de antagonismos nacionales que es incapaz de resolver; solo es capaz de utilizarlos para seguir su loca carrera en la guerra imperialista. El sionismo que no pudo lograr sus objetivos respecto a Palestina más que subordinándose primero a las necesidades del imperialismo inglés y, más tarde, a las del imperialismo americano, es un buen ejemplo de ello. Pero, contra lo que proclama la ideología antisemita, no es un caso particular. Todos los movimientos nacionales actúan exactamente de la misma manera, incluido al nacionalismo palestino que ha sido sucesivamente agente de diferencias potencias imperialistas, pequeñas y grandes, desde la Alemania nazi hasta la URSS pasando por el Irak de Sadam, sin olvidar ciertas potencias de la moderna Europa. El racismo y la opresión nacional son dos realidades de la sociedad capitalista, pero ninguna forma de autodeterminación nacional ni de agrupamiento de oprimidos en una multitud de movimientos "parcelarios" (negros, homosexuales, mujeres, judíos, musulmanes, etc.) es una respuesta al racismo y a la "opresión". Todos estos movimientos se dotan de medios suplementarios para dividir a la clase obrera e impedirle comprender su verdadera identidad. Solo desarrollando esa identidad, a través de sus luchas prácticas y teóricas, la clase obrera podrá superar todas las divisiones que hay en sus fila y constituirse en una potencia capaz de quitarle el poder al capitalismo.
Eso no quiere decir que todas las cuestiones nacionales, religiosas, culturales, desaparezcan automáticamente cuando la lucha de clases entra en escena. La clase obrera hará la revolución mucho antes de desembarazarse de los fardos del pasado, se deshará de ellos en el proceso mismo. En el periodo de transición al comunismo tendrá que ir haciendo frente a una multitud de problemas ligados a las creencias religiosas, a la identidad étnica y cultural con los que se encontrará a medida que trate de unir a la humanidad en una comunidad global. Es cierto que el proletariado victorioso no suprimirá jamás por la fuerza las expresiones culturales particulares, así como no pondrá fuera de la ley la religión. La experiencia rusa demuestra que tales tentativas solo refuerzan el peso de ideologías atrasadas. La misión de la revolución proletaria, como argumenta Trotski, es rechazar sus fundamentos materiales para hacer una síntesis de lo que hay en todas las tradiciones culturales de la historia de la humanidad, para así crear la primera cultura verdaderamente humana. Volviendo a Marx en 1843: la solución al problema judío es la verdadera emancipación humana que permitirá al hombre, por fin, abandonar la religión extirpando las raíces sociales de la alienación religiosa.
Amos.
[1] Abraham Leon fue un judío nacido en Polonia y criado en Bélgica en los años 1920-30. Empezó su vida política como miembro del grupo precursor "Socialista sionista" Hashomair Hatzair, pero rompió con el sionismo tras los procesos de Moscú que lo llevaron hacia la Oposición trotskista. La profundidad y la claridad de su libro muestran que en aquella época, el trotskismo era todavía una corriente del movimiento obrero; e incluso si el libro fue escrito en el momento en que esa estaba dejando de serlo (a principios de los años 40, durante la ocupación alemana de Bélgica), las bases marxistas siguen presentes en él. Leon fue detenido en 1944 y murió en Auschwitz.
[2] Libro III, cap. XIII de El Capital.
[3] Como lo evidencia Leon, la idea de que los problemas de los judíos remontarían todos a la destrucción del templo por los romanos y de que la consecuencia de ello habría sido la diáspora, es también un mito: en realidad, ya existía una importante diáspora judía en la antigüedad antes de los acontecimientos que causaron la desaparición de la antigua "patria" judía.
[4] En realidad, el sionismo era una de las numerosas fuerzas burguesas que se oponían al "salvamento" de los judíos de Europa gracias a la huida hacia las Américas o a otro lugar para que, en cambio, se fueran a Palestina. El héroe sionista David Ben Gourion la dijo muy claramente en una carta al Ejecutivo sionista fechada el 17 de diciembre de 1938: "El destino de los judíos de Alemania no es el final sino el principio, pues otros Estados antisemitas aprenderán de Hitler. Millones de judíos están enfrentados al exterminio, el problema de los refugiados ha cobrado proporciones planetarias y urgentes. Gran Bretaña intenta separar la cuestión de los refugiados con la de Palestina...Si los judíos tienen que escoger entre los refugiados (salvar a los judíos de los campos de concentración) y ayudar el hogar nacional en Palestina, la piedad saldrá ganando y toda la energía del pueblo será canalizada para salvar a los judíos de los diferentes países. El sionismo será barrido, no sólo en la opinión pública mundial, en Gran Bretaña y Estados Unidos, sino también en la opinión pública judía. Si permitimos que se haga una separación entre rl problema de los refugiados y el de Palestina, estremos poniendo en entredicho la existencia del sionismo". En 1943, en pleno Holocausto, Itzhak Greenbaum, director de la Agencia judía del Comité de Auxilios, escribía al Ejecutivo sionista que "Si me piden que dé dinero del Llamamiento judío unificado (United Jewish Appeal) para socorrer a los judíos...Contestaré que "no, mil veces no". A mi parecer, debemos resistir a esta marea que deja en segundo plano las actividades sionistas". Esas actitudes -que llegaron incluso a la colaboración abierta entre el nazismo y el sionismo- muestran la "convergencia" teórica entre sionismo y antisemitismo, pues ambos se basan en la idea de que el odio a los judíos sería una verdad eterna.
[5] Shylock es un personaje de la obra de Shakespeare El mercader de Venecia. Representa el arquetipo del judío usurero, que presta dinero al protagonista de la obra exigiendo a su cliente "una libra de su carne" como garantía.
[6] Eso no significa que no haya habido conspiración en torno al 11 de septiembre. Pero echarle la culpa a la categoría ficticia de "los judíos" sólo sirve para ocultar la culpabilidad de una categoría real, la burguesía y, especialmente, el aparato de Estado de la burguesía estadounidense. Ver nuestro artículo sobre este tema en Revista internacional nº 108: "Torres Gemelas, Pearl Harbour y el maquiavelismo de la burguesía".
A finales de marzo, la CCI ha celebrado su XVº Congreso. La vida de las organizaciones revolucionarias forma plenamente parte del combate del proletariado. Es su obligación dar a conocer a su clase, en particular a sus simpatizantes y a los demás grupos del campo proletario, el contenido de sus trabajos de ese momento de la mayor importancia que es su congreso. Es el objeto de este artículo.
Por una parte, desde el congreso anterior, en la primavera del 2001, hemos asistido a una agravación muy importante de la situación internacional, en el plano de la crisis económica, y sobre todo en el plano de los conflictos imperialistas. Precisamente este congreso se ha desarrollado mientras ocurría la guerra de Irak, y era responsabilidad de nuestra organización precisar sus análisis, para poder intervenir de la forma más apropiada posible frente a esta situación.
Por otra parte, este congreso se desarrolló tras haber atravesado la CCI la crisis más peligrosa de su historia. A pesar de que esta crisis se había superado, nuestra organización tenía que sacar el máximo de enseñanzas de las dificultades que había encontrado, sobre sus orígenes y los medios para enfrentarlas.
El conjunto de discusiones y trabajos del Congreso ha estado atravesado por la conciencia de la importancia de estas dos cuestiones, que se inscribían en las dos grandes responsabilidades de todo congreso: el análisis de la situación histórica y el examen de las actividades que de ella se desprenden para la organización. Todos esos trabajos se han basado en informes discutidos previamente en el conjunto de la CCI, y han desembocado en la adopción de resoluciones que dan el marco de referencia para la continuación del trabajo a nivel internacional.
En el número anterior de la Revista internacional, publicamos la “Resolución sobre la situación internacional” que adoptó el Congreso. Como pueden comprobar los lectores, la CCI analiza el período histórico actual como la última fase de la decadencia del capitalismo, la fase de descomposición de la sociedad burguesa, del pudrimiento de sus propias bases. Estas condiciones históricas, como veremos, determinan las características esenciales de la vida de la burguesía hoy; pero también pesan gravemente sobre el proletariado, así como sobre sus organizaciones revolucionarias.
En este marco se examinaron, no sólo la agravación de las tensiones imperialistas que vemos hoy, sino también los obstáculos del proletariado en su camino hacia los enfrentamientos decisivos contra el capitalismo; así como las dificultades que ha debido encarar nuestra organización.
Para ciertas organizaciones del campo proletario, particularmente el BIPR, las recientes dificultades organizativas de la CCI, así como las que tuvo en 1981 y a comienzos de los años 90, provienen de su incapacidad para hacer un análisis apropiado del período histórico actual. Nuestro análisis de la descomposición, en particular, se considera como una manifestación de nuestro “idealismo”.
Es cierto que la claridad teórica y política es un arma esencial para una organización que pretende ser revolucionaria. Si no es capaz de estar a la altura de comprender los verdaderos retos del período histórico durante el que lleva a cabo su combate, corre el riesgo de ser zarandeada por los acontecimientos, de hundirse en el desconcierto y ser barrida finalmente por la historia. También es verdad que la claridad no se decreta. Es el fruto de una voluntad y un combate por forjar esas armas. Exige afrontar las cuestiones nuevas que plantea la evolución de las condiciones históricas con un método, el método marxista.
Esa es una tarea y una responsabilidad permanente en las organizaciones del movimiento obrero, aunque en ciertos períodos, como al final del siglo XIX y principios del XX, revistiera una importancia particular. El desarrollo del imperialismo anunciaba la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Mediante ese análisis, Engels fue capaz de anunciar, desde 1880, la alternativa histórica que se planteaba: socialismo o barbarie. Rosa Luxemburg, en el Congreso de 1900 de la Internacional socialista en París, previendo la entrada del capitalismo en decadencia, anunciaba la posibilidad de que ese nuevo período se inaugurara con la guerra: “Es posible que la primera manifestación significativa del hundimiento del capitalismo que se perfila ante nosotros no sea la crisis, sino la explosión de la guerra”. Franz Mehring, uno de los portavoces de la izquierda en el seno de la Socialdemocracia, valoraba desde 1899 en Neue Zeit toda la responsabilidad histórica que a partir de entonces iba a incumbir a la clase obrera: “La época del imperialismo es la época del hundimiento del capitalismo. Si la clase obrera no está a la altura, se verá amenazada toda la humanidad”. Pero no todos en la Socialdemocracia mostraban esta determinación para analizar y comprender el período, y así forjar las armas de la lucha. Por no hablar del revisionismo de Bernstein, ni de los discursos de los adoradores de “la vieja táctica confirmada por la experiencia”, tomemos a Kautsky, la referencia teórica de toda la Internacional socialista, que defendió la ortodoxia de las posiciones marxistas, pero se negó a usarlas para analizar el nuevo período que se abría. El renegado Kautsky (como después lo calificó Lenin) ya dejaba ver al Kautsky que se negaba a mirar de frente el nuevo período, y que sobre todo, se negaba a considerar ineluctable la guerra entre las grandes potencias imperialistas.
En plena contrarrevolución, en los años 30 y 40, la Fracción italiana de la Izquierda comunista, y después la Izquierda comunista de Francia, siguieron ese esfuerzo por analizar “sin ostracismo” (como decía Bilan, la revista de la Izquierda italiana), tanto la experiencia pasada, como las nuevas condiciones históricas que se presentaban. Esa actitud es la del combate que ha llevado siempre el ala marxista en el movimiento obrero para encarar la evolución histórica. Y está en las antípodas de la visión religiosa de la “invariancia”, tan querida de la corriente bordiguista, que ve el programa, no como el producto de una lucha teórica permanente por analizar la realidad, y sacar lecciones, sino como un dogma revelado desde 1848, al cual “no hay que cambiar ni una coma”. La tarea de actualizar y enriquecer permanentemente los análisis y el programa en el marco del marxismo, es una responsabilidad esencial para el combate.
Esta preocupación fue la base de los informes preparados para el congreso y atravesó sus debates. El congreso inscribió esa actitud en el marco de la visión marxista de la decadencia del capitalismo y de su fase actual de descomposición. Ha recordado que la visión de la decadencia, no solamente era la de la Tercera Internacional, sino que es una base misma de la visión marxista. Ese marco y esa claridad histórica han permitido a la CCI medir la gravedad de una situación en la que la guerra se ha convertido en un factor cada vez más permanente.
Más precisamente el congreso tenía que evaluar en qué medida el marco de análisis que se ha dado la CCI ha sido capaz de explicar la situación actual. Tras la discusión, el congreso concluyó que no había que cambiar nuestro marco de análisis, sino al contrario. La situación actual y su evolución son de hecho una confirmación plena de los análisis que la CCI se dio desde finales de 1989, en el mismo momento del hundimiento del bloque del Este. Los acontecimientos actuales, como el creciente antagonismo entre Estados Unidos y sus antiguos aliados, que se ha manifestado abiertamente en la reciente crisis, la multiplicación de conflictos bélicos en los que interviene directamente la primera potencia mundial desplegando cada vez más toda su potencia militar, ya estaban previstos en las tesis que la CCI elaboró en 1989-90 (1).
La CCI también ha reafirmado en su congreso que la actual guerra de Irak no se reduce, como quieren hacer creer ciertos sectores de la burguesía para minimizar su gravedad, a una “guerra por el petróleo”. En esta guerra, el control del petróleo representa un interés fundamentalmente estratégico para la burguesía americana, no económico en primera instancia. Es uno de los medios de chantaje y presión que quiere poseer Estados Unidos para oponerse a las tentativas de otras potencias, como los grandes Estados europeos o Japón, de jugar sus propias bazas en el tablero imperialista mundial. De hecho, detrás de la idea de que las guerras actuales tendrían cierta “racionalidad económica”, hay una voluntad de no tomar en cuenta la extrema gravedad de la situación en que se encuentra hoy el capitalismo. Al subrayar esta gravedad, la CCI se sitúa deliberadamente en la continuidad del marxismo, que no encarga a los revolucionarios la tarea de consolar a la clase obrera, sino al contrario, de hacerle medir la importancia de los peligros que amenazan a la humanidad y de señalar así la amplitud de su propia responsabilidad.
Y en la visión de la CCI, la necesidad de que los revolucionarios pongan de relieve ante el proletariado toda la gravedad de los retos actuales es aún más importante, puesto que éste tiene en el momento actual graves dificultades para encontrar el camino de las luchas masivas y conscientes contra el capitalismo.
Este era otro punto esencial de la discusión sobre la situación internacional: en qué se basa hoy la confianza que el marxismo siempre ha afirmado en la capacidad de la clase explotada para destruir el capitalismo y liberar a la humanidad de las calamidades que le asaltan crecientemente.
La CCI ya ha puesto en evidencia, muchas veces, que la descomposición de la sociedad capitalista ejerce un peso negativo en la conciencia del proletariado (2). Igualmente, desde el otoño de 1989, la CCI subrayó que el hundimiento de los regímenes estalinistas iba a provocar “dificultades crecientes para el proletariado” (título de un artículo de la Revista internacional nº 60). Desde entonces, la lucha de clases ha confirmado con creces esa previsión.
Frente a esta situación, el congreso ha reafirmado que la clase conserva todas sus potencialidades para llegar a asumir sus responsabilidades históricas. Es verdad que aún está hoy en una situación de retroceso importante de su conciencia, tras las campañas burguesas que asimilan marxismo y comunismo a estalinismo, y establecen una continuidad entre Lenin y Stalin. También, la situación actual se caracteriza por la notable pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas, y en su capacidad para entablar incluso luchas defensivas contra los ataques de sus explotadores, que puede conducirle a perder de vista su identidad de clase. Y hay que destacar que esa tendencia a la pérdida de confianza en la clase se expresa incluso en las organizaciones revolucionarias, particularmente en forma de arrebatos súbitos de euforia frente a movimientos como el de finales de 2001 en Argentina (presentado como un formidable empuje del proletariado, cuando estaba empapado de interclasismo). Pero una visión materialista, histórica, a largo plazo, nos enseña, parafraseando a Marx, “que no se trata de considerar lo que tal o cual proletario, o incluso el conjunto del proletariado, toma hoy por la verdad, sino de considerar lo que es el proletariado, y lo que históricamente se verá conducido a hacer conforme a su ser” (La Sagrada familia). Esa visión nos muestra particularmente que, frente a los golpes más y más fuertes de la crisis del capitalismo, que se traducen por ataques cada vez más feroces, la clase reacciona, y reaccionará necesariamente desarrollando su combate.
Ese combate, al principio, consistirá en una serie de escaramuzas, anuncio de un esfuerzo para ir hacia luchas cada vez más masivas. En ese proceso, la clase se comprenderá de nuevo como la clase explotada y tenderá a encontrar su identidad, aspecto esencial que a su vez estimulará su lucha. Igualmente la guerra favorecerá una reflexión en profundidad de la clase, porque tiende a convertirse en fenómeno permanente, que desvela cada vez más las tensiones muy fuertes que existen entre las grandes potencias, y sobre todo pone de manifiesto que el capitalismo es incapaz de erradicar esa plaga, que al contrario, sólo puede hundir a la humanidad: la situación actual contiene todas esas potencialidades, que imponen a las organizaciones revolucionarias la necesidad de ser conscientes y desarrollar una intervención para hacerlas fructificar. Intervención esencial, particularmente hacia las “minorías en búsqueda” a nivel internacional.
Pero para estar a la altura de sus responsabilidades, es preciso también que las organizaciones revolucionarias den la talla para enfrentarse, no sólo a los ataques directos que trata de asestarles la clase dominante, sino también a la penetración en su seno del veneno ideológico que ésta difunde en el conjunto de la sociedad. En particular es su deber combatir los efectos más deletéreos de la descomposición que, de la misma forma que afectan la conciencia del conjunto del proletariado, pesan igualmente en el cerebro de sus militantes, destruyendo su convicción y su voluntad de obrar por la causa revolucionaria. La CCI ha tenido que enfrentarse en el último período precisamente a ese ataque de la ideología burguesa favorecido por la descomposición. La voluntad de defender la capacidad de la organización para asumir sus responsabilidades ha estado en el centro de las discusiones del congreso sobre las actividades de la CCI.
El Congreso ha sacado un balance positivo de las actividades de nuestra organización desde el congreso precedente en 2001. En el curso de los dos últimos años, la CCI ha mostrado que era capaz de defenderse frente a los efectos más peligrosos de la descomposición, particularmente las tendencias nihilistas que han seducido a algunos camaradas que se han constituido como “Fracción interna”. La organización ha sabido combatir los ataques de estos elementos, cuyo objetivo era, claramente, destruirla. Desde el comienzo de sus trabajos, con total unanimidad, el congreso, como antes la Conferencia extraordinaria de abril de 2002 (3), ratificó una vez más todo el combate llevado a cabo contra esa camarilla, y estigmatizó sus comportamientos de provocadores. Con plena convicción, ha denunciado la naturaleza antiproletaria de ese agrupamiento. Y por unanimidad, decidió la exclusión de los elementos de la “fracción”, que pusieron la puntilla a sus actos contra la CCI publicando (reivindicándolo además a posteriori) en su página web informaciones a disposición de los servicios de policía del Estado burgués (4). Estos elementos, aunque se negaron a venir al Congreso, y después a presentar su defensa ante una comisión especial nombrada por éste, no tienen otra cosa mejor que hacer en su Boletín nº 18 que proseguir su campaña de calumnias contra nuestra organización, probando así, que su intención no era en absoluto convencer al conjunto de militantes de los peligros que corre la organización bajo la amenaza de una pretendida “fracción liquidacionista”, sino desprestigiarla al máximo, ya que no han podido destruirla (5).
¿Cómo es que estos elementos hayan podido desarrollar en el seno de la organización una acción que la amenazara hasta el extremo de la destrucción?
Respecto a esta cuestión, el congreso ha puesto en evidencia una serie de debilidades en el funcionamiento de la organización, que están en relación con la vuelta de un espíritu de círculo favorecido por el peso negativo de la descomposición capitalista. Un aspecto de ese peso negativo es la duda y la pérdida de confianza en la clase, viendo únicamente su debilidad inmediata. Lejos de favorecer el espíritu de partido, esto favorece la tendencia a que los lazos por afinidad, y por tanto la confianza en los individuos, substituyan a la confianza en los principios de funcionamiento. Los elementos que formaron la “fracción interna”, eran una expresión caricaturesca de esas desviaciones y de esa pérdida de confianza en la clase. Su dinámica degenerativa utilizó esas debilidades, que hay que decir que pesan hoy en todas las organizaciones proletarias y tanto más porque la mayoría de ellas no tiene conciencia de ello. Esos individuos desarrollaron sus maniobras destructivas con una violencia hasta ahora desconocida en toda la historia de la CCI. La pérdida de confianza en la clase, el debilitamiento de la convicción militante, se acompañaron de una pérdida de confianza en la organización, en sus principios, y de un desprecio total por sus estatutos. Esa gangrena podía contaminar toda la organización y minar la confianza y la solidaridad en sus filas, y por tanto, incluso sus fundamentos.
El congreso puso en evidencia, sin miedo, las debilidades de tipo oportunista que habían permitido que el clan autoproclamado “fracción interna” llegara a amenazar a tal extremo la vida de la organización. Y ha podido hacerlo porque la CCI sale reforzada del combate que acaba de llevar.
Además, si parece que la CCI tiene una vida agitada, con repetidas crisis, es porque lucha contra la penetración del oportunismo. Y como ha defendido sin concesiones sus estatutos y el espíritu proletario que expresan, ha suscitado la rabia de una minoría ganada por un oportunismo desenfrenado, es decir, dispuesta a un abandono total de los principios en materia de organización. En esto la CCI continúa el combate del movimiento obrero, de Lenin y el partido bolchevique en particular, cuyos detractores estigmatizaban las crisis repetidas del partido y los múltiples combates en el plano organizativo. En esa misma época, la vida del partido socialdemócrata alemán era mucho menos agitada, pero la calma oportunista que la caracterizaba (alterada únicamente por los “aguafiestas” de izquierda, como Rosa Luxemburg) anunciaba su traición de 1914. Las crisis del partido bolchevique construían la fuerza que permitió la revolución de 1917.
Pero la discusión sobre las actividades no se limitó a tratar la defensa directa de la organización contra los ataques que padece; insistió particularmente en la necesidad de proseguir el esfuerzo para desarrollar la capacidad teórica de la CCI, comprobándose que el combate contra esos ataques ha estimulado profundamente ese esfuerzo. El balance de estos dos últimos años permite mostrar un enriquecimiento teórico: sobre una visión más histórica de la confianza y la solidaridad en el proletariado, elementos esenciales de la lucha de la clase; sobre el peligro de oportunismo que acecha a las organizaciones incapaces de analizar un cambio de período; sobre el peligro del democraticismo. Y esta preocupación de la lucha en el plano teórico es parte íntegra, como nos enseñaron Marx, Rosa Luxemburg, Lenin, o los militantes de la Fracción italiana y tantos otros militantes revolucionarios, de la lucha contra el oportunismo, que es una amenaza mortal para las organizaciones comunistas.
Finalmente, el congreso ha hecho un primer balance de nuestra intervención en la clase obrera a propósito de la guerra en Irak. Y comprobó una excelente capacidad de movilización de la CCI, puesto que, desde antes del comienzo de las operaciones militares, nuestras secciones realizaron una difusión muy significativa de nuestra prensa en numerosas manifestaciones, elaborando, cuando ha sido necesario, suplementos a la prensa regular, y suscitando discusiones políticas con muchos elementos que no conocían antes nuestra organización. En cuanto estalló la guerra, la CCI publicó inmediatamente una hoja internacional traducida a 13 lenguas (6), que se ha distribuido en 14 países y más de 50 ciudades, particularmente en las fábricas, y que está editada en nuestro web.
Así pues, este congreso ha sido un momento que expresa el fortalecimiento de nuestra organización. La CCI se reivindica ampliamente del combate que ha llevado y sigue llevando, por su defensa, por la construcción de las bases del futuro partido, y por desarrollar su capacidad para intervenir en el combate histórico de la clase. La CCI está convencida de que, en este combate, es un eslabón en la cadena de las organizaciones del movimiento obrero.
CCI, abril de 2003
1) Ver particularmente sobre este tema las “Tesis sobre la crisis económica y política en URSS y en los países del Este” (Revista internacional nº 60), escritas dos meses antes de la caída del muro de Berlín, y “Militarismo y descomposición” (fechado en 4 de octubre de 1990 y publicado en la Revista internacional nº 64).
2) Ver “La descomposición, última fase de la decadencia del capitalismo”, puntos 13 y 14 (Revista internacional nº 62).
3) Ver nuestro artículo “Conferencia extraordinaria de la CCI: el combate por la defensa de los principios organizativos”, en la Revista internacional nº 110.
4) Ver sobre este tema nuestro artículo: “Los métodos policiales de la ‘FICCI’”, en Révolution internationale nº 330.
5) Una de las calumnias permanentes de la “FICCI” es que la “Fracción liquidacionista” que dirigía la CCI, emplearía frente a las minorías métodos “estalinistas” para imponer el terror e impedir cualquier posibilidad de expresar divergencias en el seno de la organización. En particular, la “FICCI” ha afirmado sin cesar que numerosos miembros de la CCI desaprueban en realidad la política contra las maniobras de los miembros de esa pretendida “fracción”. La resolución adoptada por el XVº Congreso a propósito de las maniobras de los miembros de la “FICCI” fijaba así el mandato de la Comisión especial encargada de escuchar la defensa de los elementos implicados: “Las modalidades de constitución y funcionamiento de esta comisión son las siguientes:
– está compuesta de 5 miembros de la CCI que pertenecen a 5 secciones diferentes, 3 del continente europeo y 2 del continente americano;
– está compuesta mayoritariamente de militantes no miembros del órgano central de la CCI;
– tendrá que examinar con la mayor atención las explicaciones y los argumentos planteados por cada uno de los elementos implicados.
Además, estos últimos pueden presentarse individual o conjuntamente ante la comisión, y también hacerse representar por uno o varios de entre ellos. Cada uno de ellos tendrá igualmente la posibilidad de pedir la substitución de 1 a 3 miembros de los 5 de la comisión designados por el Congreso, por otros militantes de la CCI que quieran elegir, teniendo en cuenta evidentemente, que la Comisión definitiva no podrá ser de geometría variable. Tendrá 5 miembros y estará compuesta al menos por dos miembros designados por el Congreso y como máximo por 3 militantes de la CCI que correspondan a la elección expresada mayoritariamente por los elementos implicados.
La decisión de hacer ejecutiva la exclusión de cada uno de estos elementos no podrá tomarse
más que por mayoría de 4/5 de los miembros de la Comisión”.
Con esta modalidad, bastaría con que los miembros de la FICCI encontraran en toda la CCI dos militantes que hubieran podido oponerse a su exclusión, para que la decisión sobre eso no fuera ejecutiva. Han preferido ironizar sobre las modalidades de recurso que les proponíamos, y continuar vociferando contra nuestros métodos “estalinistas” e “inicuos”. Sabían perfectamente que no encontrarían a nadie en la CCI que tomara a cargo su defensa, debido a la gran indignación y repulsa que sus comportamientos han provocado en TODOS los militantes de nuestra organización.
6) Las lenguas de nuestras publicaciones territoriales más el portugués, el ruso, el hindi, el bengalí, el persa y el coreano.
La implicación americana en Vietnam comenzó después de la derrota del imperialismo francés en Indochina, en el intento de recuperar las regiones perdidas por Occidente. Nueva expresión de la teoría de la “contención” (1), esa estrategia consistía en impedir que cayeran países uno tras otro bajo la influencia del bloque ruso, lo que Dulles, secretario de Estado de Eisenhower, llamaba la “teoría del dominó” (2). El objetivo era transformar la división momentánea de Vietnam en región Norte y Sur, creadas por los acuerdos de Ginebra, en permanente, como en la península de Corea. En este sentido, la política americana de manipular los acuerdos de Ginebra, iniciada bajo el régimen republicano de Eisenhower, siguió con Kennedy, quien comenzó a mandar asesores militares a Vietnam a principios de los 60. La administración de Kennedy tuvo un papel capital en la gestión de ese país, permitiendo incluso un golpe militar y el asesinato del presidente Diem en 1963. Se aireó mucho en la prensa la impaciencia de la Casa Blanca hacia el general que retrasó el asesinato de Diem. Después del asesinato de Kennedy en 1963, Johnson continuó la intervención americana en Vietnam, que será la guerra más larga de Estados Unidos.
La burguesía americana siguió unida en esta acción, aún cuando se amplificaría un ruidoso movimiento antiguerra, bajo los auspicios de izquierdistas y pacifistas. El movimiento antiguerra, muy marginal en la política americana, sirve entonces de válvula de escape para estudiantes radicalizados y activistas negros. La Ofensiva del Têt lanzada en enero de 1968 por Vietnam del Norte y el FLN en el Sur, que incluía ataques suicidas contra las embajada americana y palacios presidenciales en Saigón, terminó en una sangrienta derrota para los estalinistas. Sin embargo, su existencia desmintió la propaganda militar americana según la cual la guerra iba bien y la victoria sería cuestión de meses. Elementos importantes de la burguesía empiezan entonces a poner en entredicho la guerra, pues se está evidenciando que será una guerra larga, contrariamente a las advertencias de Eisenhower cuando dejó el cargo, de evitar empantanarse en una guerra prolongada en Asia.
Simultáneamente se empezó a perfilar otra orientación estratégica para el imperialismo norteamericano, obligado a preocuparse también por Oriente Medio, pues esta región es:
– estratégicamente importante y rica en petroleo;
– en ella el imperialismo ruso estaba haciendo avances en el mundo árabe.
Una comisión de antiguos miembros eminentes del partido demócrata intentó entonces influir en Johnson para que éste renunciara a sus planes de reelección y se concentrara en cómo acabar con la guerra; fue, en fin de cuentas, una especie de golpe de Estado interno en la burguesía norteamericana. En marzo, Johnson declaró en la televisión que renunciaba a presentarse a su reelección, de modo que dedicaría sus energías a acabar la guerra. Al mismo tiempo, reflejo de las divergencias crecientes en la política imperialista dentro de la burguesía, los medios de comunicación norteamericanos se subieron al tren en marcha del movimiento antiguerra, y éste pasó de ser algo marginal al centro de la política norteamericana. Por ejemplo, Walter Cronkite, director de una de las redes más importantes de TV, fue a Vietnam y regresó anunciando que era necesario acabar con la guerra. La NBC empezó una transmisión en la tarde de los domingos, llamada “Esta semana Vietnam”, que al final de cada emisión mostraba las fotografías de los jóvenes norteamericanos de 18 y 19 años que habían fallecido durante la semana en Vietnam – una maniobra de propaganda antiguerra para dar una carácter fuertemente “humano” a las consecuencias de la guerra.
Las dificultades que conoce entonces Johnson son exacerbadas por la emergencia de la crisis económica abierta y porque el proletariado no está ideológicamente vencido; había intentado una política de “guns and butter” (fusiles y mantequilla), o sea hacer la guerra sin que fuera necesario hacer pasar privaciones a la retaguardia, pero la guerra era demasiado costosa para seguir con esa política. Para responder al retorno de la crisis abierta en EE.UU surgió entonces una oleada de huelgas salvajes entre 1968 y 1971, en la que se movilizan a menudo veteranos de Vietnam descontentos y furiosos. Estas huelgas provocan serias dificultades a la clase dominante norteamericana. De hecho, 1968 marca el inicio de fuertes alteraciones en EE.UU, al surgir simultáneamente desacuerdos internos en la burguesía y un creciente descontento en el país. Dos semanas después de que Johnson hubiera anunciado su retirada de la pugna por la presidencia, fue asesinado Martín Luther King, el líder de los derechos cívicos que se había unido al movimiento antiguerra en 1967 y del que se decía que estaba dispuesto a renunciar a la protesta sin violencia. Ese asesinato provocó violentos disturbios en 132 ciudades norteamericanas. A primeros de junio, Robert Kennedy, el hermano más joven de John F. Kennedy, que había participado en el gabinete de su hermano como fiscal del Tribunal supremo y que estaba presente cuando la administración Kennedy esperaba con impaciencia los resultados del asesinato de Diem, y que ahora se había convertido en candidato antiguerra en las elecciones primarias demócratas para la presidencia, es asesinado a su vez tras haber triunfado en la primaria de California. Se producen violentos enfrentamientos en las calles durante la Convención del partido demócrata en julio, cuya ala izquierda se enfrenta con violencia a los partidarios de Humphrey obligados a continuar la guerra. Nixon, el republicano conservador, gana las elecciones asegurando que existe un plan secreto para acabar con la guerra.
Mientras tanto, a partir de octubre del 69, el New York Times publica, en su segunda página, el programa de manifestaciones por una moratoria en Vietnam, para favorecer una participación masiva en ellas. Personalidades de todas las grandes corrientes políticas y famosos empiezan a expresarse en aquellas manifestaciones. La administración Nixon negocia con los estalinistas vietnamitas, pero no logra acabar con la guerra. A pesar de ello, se ejercen presiones sobre Nixon para que haga progresos rápidos para que se concrete la distensión prevista por Nixon, incluso con visitas diplomáticas a Moscú y la negociación de los tratados de control de armamento. Hasta hubo analistas burgueses que observaron, a pesar de no tener evidentemente una comprensión marxista de la globalidad de la crisis del capitalismo, que el interés que tenían los americanos hacia la distensión con Moscú y al apaciguamiento temporal de la Guerra Fría estaba dictado por las dificultades económicas debidas al comienzo de la crisis abierta y a la emergencia del proletariado en la lucha de clases. David Painter, por ejemplo, observa que en Estados Unidos “la guerra había agudizado las dificultades económicas desde hacía mucho tiempo [...], lo cual alimentaba la inflación socavando siempre más el equilibrio de la balanza de pagos americana” (Encyclopedia of US Foreign policy). Brzezinski habla de las “dificultades económicas norteamericanas”, op. cit.) y George C. Herring observa :
“En 1969 [la guerra] había acrecentado los problemas políticos y económicos de forma crítica y obligado a revisar las políticas que no habían sido cuestionadas desde hacía más de 20 años. Los gastos militares masivos habían provocado una inflación galopante que zanjaba con la prosperidad de la posguerra y provocaba un descontento creciente”, todo esto “impulsaba a la administración de Richard M. Nixon a buscar la distensión con la Unión Soviética” (Encyclopedia of American Foreign Policy).
En 1971, Nixon abandona el sistema económico de Bretton Woods (3) instaurado en 1944, anulando la convertibilidad del dólar en oro, lo que provoca inmediatamente la libre cotización de las divisas internacionales y, de hecho, la devaluación del dólar. Al mismo tiempo, Nixon crea un impuesto proteccionista de 10 % sobre las importaciones y un control de los precios y de los sueldos. Ciertos analistas y periodistas burgueses hasta empiezan a hablar de un declive permanente del imperialismo americano y del fin del “siglo americano”.
Las divisiones internas de la burguesía, centradas en la retirada de Vietnam y la reorientación hacia Oriente Medio, son incrementadas por los continuos disturbios y las dificultades en Oriente Medio, en particular el boicot del petroleo árabe. Kisinger entabla simultáneamente y sin éxito negociaciones con los vietnamitas y desempeña personalmente un papel de “mensajero diplomático” en Oriente Medio. En cuanto a la distensión, Nixon toma la iniciativa de una apertura hacia China, país que ha roto ideológicamente con Moscú, abriendo así posibilidades al imperialismo norteamericano. La actitud que prevaleció durante la Guerra Fría, que consistía en negarse a reconocer el régimen de Mao y considerar a Taiwan como el gobierno legítimo de toda China, había sido mantenida gracias a una retórica ideológica anticomunista y “defensora de la libertad” durante los años 50 y 60 ; la abandonan para seducir a China para que ésta integre el campo norteamericano en la Guerra fría, lo que hubiese permitido el cerco a Rusia no solo por el Oeste (Europa), el Sur (Turquía), el Norte (con las bases de misiles americanos y canadienses alrededor del Polo), sino también por el Este (4). Esta nueva opción imperialista no hace sino reforzar la exigencia de la clase dominante de acabar con la guerra en Vietnam, puesto que ésta es una condición previa a la alianza de China con Estados Unidos. China tiene importantes intereses en el conflicto en Asia del sureste, en tanto que potencia regional, y por eso apoyaba entonces a Vietnam del Norte. Fue la incapacidad para realizar ese cambio de orientación de la política exterior respecto a Oriente Medio y acabar con la guerra para atraer a China al bloque del Oeste lo que provocó la increíble alteración política del período del Watergate y la salida de Nixon (Agnew, el belicoso vicepresidente, secuaz de Nixon para los labores sucias, ya se había visto obligado a dimitir bajo acusaciones de corrupción) para preparar una ordenada transición hacia un presidente interino aceptable, Gerald R. Ford.
Ocho meses después de la dimisión de Nixon, con Ford en la Casa Blanca, Saigón cae en manos de los estalinistas y el imperialismo norteamericano se retira del enredo vietnamita. La guerra había costado la vida a 55 000 americanos y a más de 3 millones de vietnamitas. Carter entra en la Casa Blanca en 1977 y en 1979, EE.UU reconoce oficialmente a la China continental que ocupará desde entonces el escaño de China en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El período 1968-76 pone en evidencia la gran inestabilidad política paralela a serias divergencias en el seno de la propia burguesía norteamericana sobre qué política imperialista seguir. En solo ocho años hubo cuatro presidentes (Johnson, Nixon, Ford, Carter), de los que dos se vieron obligados a no volverse a presentar o a dimitir (Johnson y Nixon), los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy, el intento de asesinar a George Wallace (el candidato del partido populista de derechas en 1972), la implicación del FBI y de la CIA en el espionaje de adversarios políticos dentro del país, lo que desprestigió a ambas instituciones y desembocó en una serie de “reformas” legislativas para disminuir formalmente sus poderes. El hecho de que bajo Nixon, la camarilla dirigente utilizara agencias del Estado (FBI y CIA) para darse una ventaja decisiva con respecto a las demás fracciones de la clase dominante fue, para estas, algo intolerable, al sentirse directamente amenazadas. Lo que se ha llamado crisis de la seguridad nacional tras el 11 de setiembre de 2001 ha permitido a esas agencias volver a funcionar sin trabas.
El hundimiento del bloque ruso a finales de los 80 hace surgir una situación sin precedentes. Desaparece un bloque imperialista no tras su derrota en la guerra imperialista, sino por implosión bajo la presión de una situación histórica indecisa en lo que a lucha de clases se refiere, de las presiones económicas y de su incapacidad para seguir en la competencia armamentística con el bloque adverso. Aunque la propaganda norteamericana celebra su victoria sobre el imperialismo ruso y canta la gloria del capitalismo democrático, 1989 es, en realidad, una victoria pírrica para el imperialismo americano que ve rapidamente su hegemonía cuestionada por su propia coalición, resultado de la desaparición de la disciplina que permitía la cohesión de ambos bloques. La desaparición brutal del enfrentamiento entre ambos polos, que había caracterizado el imperialismo durante 45 años, libera de la obligación de alinearse tras una disciplina de bloque a la que estaban hasta entonces sometidas todas las potencias de segundo y tercer orden : la tendencia a tirar “cada uno por su cuenta” en medio de la descomposición del capitalismo, se impone rápidamente a nivel internacional. Los imperialismos más débiles, envalentonados, empiezan a jugar sus propias bazas negándose a someter sus intereses a los de EE.UU. La primera expresión de la descomposición ya había ocurrido en la década anterior en Irán con la revolución de Jomeni, primer ejemplo de un país que lograba romper con el bloque americano sin que EE.UU consiguiera hacerlo volver a su seno y sin tampoco caer en el bloque ruso. Hasta entonces, los paises de la periferia del capitalismo mundial habían podido jugar un bloque contra el otro y hasta cambiar de campo, pero ninguno había logrado mantenerse fuera del sistema bipolar. En 1989, esta tendencia se hace dominante en el ruedo interimperialista.
Los responsables políticos norteamericanos han de adaptarse repentinamente a una disposición nueva de fuerzas a nivel internacional. Las actividades expansionistas de Alemania son particularmente alarmantes para EE.UU. La guerra del Golfo contra Irak, so pretexto de la invasión por éste de Koweit suscitada por los propios Estados Unidos (la embajadora norteamericana había asegurado a los iraquíes que su país no intervendría en un conflicto entre Irak y Koweit) es el medio utilizado por EE.UU para reafirmar su dominación y recordar a las demás naciones que quisieran ir “por su cuenta” que EE.UU sigue siendo la única superpotencia, dispuesta a utilizar su potencial militar como gendarme del mundo. Las potencias europeas, incluidas las que habían tenido relaciones económicas con Irak, no solo estuvieron obligadas de apoyar formalmente los proyectos bélicos estadounisenses, sino que también tuvieron que unirse a la “coalición” internacional, en contra de su voluntad y sin el menor entusiasmo. La guerra fue un formidable éxito para el imperialismo norteamericano que dio la prueba de su superioridad militar, de la modernidad de sus armamentos y de su voluntad de ejercer su poder. En Estados Unidos, Bush, el padre, goza de una popularidad política impresionante, hasta ganarse 90 % de opiniones favorables en los sondeos de posguerra.
Bush se reveló incapaz de consolidar el éxito norteamericano en el Golfo. La presión sobre las potencias que querían jugar sus propias bazas en el plano internacional tiene una eficacia muy limitada en el tiempo. Se reanudan los avances de Alemania en los Balcanes y hasta se aceleran con el estallido de Yugoslavia y la “purificación étnica”. La incapacidad de la administración Bush para consolidar lo realizado en la guerra del Golfo y formular una respuesta estratégica en los Balcanes será un factor esencial de su fracaso en las elecciones de 1992. Durante su campaña presidencial, Clinton se entrevistó con los dirigentes del Pentágono y les confirmó que autorizaría las incursiones aéreas en los Balcanes y mantendría une política decidida para establecer una presencia norteamericana en la región, que había sido uno de las aspectos cada vez más importante de la política imperialista norteamericana durante la década precedente. A pesar de las críticas de los republicanos durante la campaña electoral de 2000 con respecto a la política de Clinton, que consistía en mandar tropas para intervenir militarmente sin haberlo planificado realmente, la invasión de Afganistán realizada por la administración G.W. Bush –los proyectos de invasión de Irak (5) y el despliegue de tropas en varios paises por el mundo (las tropas US están actualmente presentes en 33 paises) – están en total continuidad con la política de Clinton.
Durante el mandato de Clinton la burguesía norteamericana se dividió sobre la política asiática, al oponerse la extrema derecha a la estrategia en Extremo Oriente de colaborar con China en vez de Japón. Las derechas consideraban a China como un régimen comunista anacrónico amenazado de implosión, un aliado poco fiable, cuando no un enemigo potencial. Este desacuerdo es la telón de fondo de los escándalos de finales de los 90 y de la campaña de impeachment contra Clinton. Sin embargo, todos los antiguos presidentes todavía vivos de ambos partidos (excepto Reagan aquejado de la enfermedad de Alzheimer) se pronunciaron de acuerdo con la estrategia política hacia China y se opusieron al impeachment. La derecha pagará muy caro el fracaso de su ataque contra Clinton: Newt Gringrich (6) se ve apartado de la vida política y otros líderes que habían apoyado el impeachment deben abandonar sus puestos. En ese contexto, es importante señalar que cuando existen divergencias importantes en la burguesía sobre política imperialista y es importante lo que está en juego, las fuerzas políticas enfrentadas no vacilan en desestabilizar el orden político.
En 1992, Washington adoptó conscientemente una orientación muy clara para su política imperialista durante el período posterior a la guerra fría., basada en “el compromiso fundamental de mantener un mundo unipolar en el que EE.UU no tenga contrincante. No se permitirá a ninguna coalición de grandes potencias alcanzar una hegemonía sin Estados Unidos” (prof. GJ. Ikenberry, Foreign Affairs, sept-oct. 2002). Esta política tiene como objetivo impedir la emergencia de cualquier potencia en Europa o Asia que pueda cuestionar la supremacia norteamericana y acabar siendo un polo unificador en la formación de un nuevo bloque imperialista. Esta orientación, inicialmente formulada en un documento de 1992 redactado por Rumsfeld (Defense Planning Guidance Policy Statement) durante el último año del primer mandato de Bush padre, establece claramente esta nueva estrategia:
“Impedir que surja un nuevo rival, en el territorio de la antigua Unión Soviética o en cualquier otra parte, que sea una amenaza como la que representaba la Unión Soviética... Estas regiones incluyen a Europa occidental, el territorio de la ex Unión Soviética y Asia del Sureste... Estados Unidos ha de mostrar la dirección general necesaria para establecer y proteger un nuevo orden que mantenga la promesa de convencer a sus rivales potenciales que no han de aspirar a tener un papel más importante ni adoptar una actitud agresiva para proteger sus intereses legítimos... sobre otras cuestiones fuera de la militar, hemos de tener un mínimo en cuenta los intereses de las naciones industriales avanzadas para desanimarlas a cuestionar nuestro liderazgo o de intentar derribar el orden político y económico establecido... Debemos mantener los mecanismos de disuasión hacia los rivales potenciales para que ni se atrevan a aspirar a un papel regional o global de mayor importancia”.
Esa misma política continuó bajo la administración de Clinton, la cual emprendió un programa colosal de desarrollo de armamento para así desanimar las ambiciones de cualquier rival potencial; es el anuncio de la política de estrategia militar nacional de 1997 (National Military Strategy):
“Los Estados Unidos seguirán siendo, a corto plazo, la única potencia global del mundo, pero actuarán en un entorno estratégico caracterizado por la ascensión de potencias regionales, de retos asimétricos que incluyen armas de destrucción masiva, peligros transnacionales y probablemente acontecimientos incontrolados que no se pueden prever con exactitud ”.
Esta política, continuada por la actual administración Bush y afirmada en el Quadrennial Defense Review Report publicado el 30 de septiembre del 2001, menos de tres semanas después del ataque al World Trade Center, considera de “interés nacional a largo plazo” la meta “de impedir toda dominación hostil de regiones críticas, particularmente en Europa, en el Noreste asiático, el litoral asiático oriental (7), Oriente Medio y Suroeste asiático”. En el National Security Strategy 2002, la administración Bush afirma que “seremos lo suficientemente fuertes para disuadir a cualquier adversario potencial de proseguir un esfuerzo militar que intente sobrepasar o igualar la potencia norteamericana”. En junio del 2002, en su discurso de la ceremonia de entrega de diplomas de West Point, el presidente Bush afirmó una vez más que “EE.UU va a procurar seguir teniendo una potencia militar imposible de desafiar – haciendo vana cualquier carrera de armamentos desestabilizadora de otras áreas y limitando las rivalidades al comercio y demás actividades pacíficas”. Todos estos elementos combinados muestran la continuidad esencial de la política imperialista norteamericana, más allá de las divergencias entre los partidos, desde finales de la Guerra Fría. Al decir “continuidad”, no queremos decir, claro está, que la puesta en práctica de esas orientaciones haya sido idéntica en todos sus aspectos. Claro está que ha habido reajustes de estas orientaciones, en particular a nivel práctico, a causa de la evolución del mundo durante el pasado decenio. El imperialismo norteamericano para organizar una “coalición” internacional en apoyo de sus aventuras militares, por ejemplo, ha tenido que resolver dificultades crecientes a lo largo de los años, y la tendencia de EE.UU a intervenir cada vez más solos, a actuar unilateralmente, en sus esfuerzos estratégicos para prevenir el riesgo de aparición de un rival europeo o asiático, ha alcanzado niveles que provocan serias discusiones en la propia clase dominante.
Estas discusiones son la expresión del reconocimiento de las dificultades que debe encarar el imperialismo norteamericano. A pesar de ser evidentemente incapaz de tener una conciencia “total” en el sentido marxista del desarrollo de las fuerzas económicas y sociales en el mundo, está claro, sin embargo, que la burguesía norteamericana es perfectamente capaz de distinguir ciertos elementos clave en la evolución de la situación internacional. En un artículo titulado “El imperialismo vacilante: terrorismo, Estados en quiebra y el caso del imperio norteamericano”, por ejemplo, Sebastian Mallaby considera que los hombres políticos norteamericanos reconocen la existencia de un “caos” creciente en la área internacional, el fenómeno de Estados “en quiebra” incapaces de mantener un mínimo de estabilidad en su sociedad y los peligros que resultan de una emigración masiva e incontrolada, del flujo de refugiados de los paises de la periferia hacia los paises centrales del capitalismo mundial. En este contexto, Mallaby escribe : “La lógica del neoimperialismo obliga a la administración de Bush a resistir. El caos mundial es demasiado amenazante para ignorarlo y los métodos para tratar ese caos que han sido aplicados se han revelado insuficientes” (Foreign Affairs, marzo-abril 2002). Mallaby y otros burgueses norteamericanos, teóricos de política exterior, ponen en evidencia la necesidad para EE.UU, en tanto que superpotencia mundial, de actuar para bloquear el avance del caos, aunque tengan que hacerlo solos. Hasta hablan abiertamente de un “nuevo imperialismo” que Estados Unidos debe instaurar para bloquear las fuerzas centrífugas que tienden a desgarrar la sociedad en su conjunto. En la situación internacional actual, también reconocen que la posibilidad de presionar a los antiguos aliados de EE.UU como en la guerra del Golfo de 1990-91, es prácticamente inexistente. De ahí que se haya incrementado brutalmente la presión, ya identificada en la prensa de la CCI, que empuja a EE.UU a actuar unilateralmente en el plano militar. La toma de conciencia de la necesidad de prepararse para actuar unilateralmente se produjo ya durante el gobierno de Clinton, cuando miembros de éste empezaron a discutir abiertamente sobre esa opción y prepararon entonces el terreno a acciones unilaterales del imperialismo norteamericano (véase por ejemplo el documento de Madeline Albright, “The testing of American Foreign Policy”, en Foreign Affairs, nov.-dic. del 98). El gobierno de Bush actúa pues en continuidad con la política iniciada por Clinton: EE.UU obtiene en Afganistán la “bendición” de la comunidad internacional para sus operaciones militares, gracias a las maniobras ideológicas y políticas favorecidas por el 11 de septiembre, EE.UU se ocupa solo de las operaciones en tierra, impidiendo incluso a su aliado más cercano, Gran Bretaña, sacar tajada. Aún cuando la burguesía es consciente de la necesidad para EE.UU de actuar unilateralmente, la cuestión de saber en definitiva cuándo y hasta dónde se puede ir, es un problema táctico muy serio para el imperialismo americano. La respuesta no puede encontrarse en precedentes de la Guerra Fría, cuando EE.UU intervenían a menudo sin consultar a la OTAN o a sus demás aliados, pero en aquel entonces podían contar con su potencial y su influencia en tanto que cabeza de bloque para obtener el acuerdo de los demás (como así fue en Corea, cuando la crisis de los misiles en Cuba, en Vietnam, con los cohetes Pershing y Cruise a principios de los 80, etc.). La respuesta a esa pregunta también tendrá un impacto importante en la evolución futura de la situación internacional.
Se ha de señalar que el debate del verano 2002 empezó primero entre los dirigentes del partido republicano, y más particularmente entre los especialistas tradicionales de asuntos exteriores del partido republicano. Kissinger, Baker, Eagleburger y hasta Colin Powell consideraban que era necesario ser prudentes y no actuar unilateralmente con prisa, argumentando que todavía era posible y preferible obtener la aprobación de la ONU antes de iniciar las hostilidades contra Irak. Incluso comentaristas burgueses en Estados Unidos emitieron la posibilidad de que los antiguos especialistas republicanos de política exterior habrían hablado en nombre de George Bush (padre) cuando tomaron posición a favor de llevar a cabo la misma política que para la primera guerra del Golfo. Los demócratas, incluso los de la izquierda del partido, se quedaron muy callados ante esa controversia en el partido en el poder, excepto la breve incursión de Gore, el cual intentó ganar puntos ante la izquierda demócrata, emitiendo la idea de que la guerra en Irak sería un error por desviar la atención de la preocupación central, o sea la guerra contra el terrorismo.
Lo que nos importa a nosotros es entender el significado de esas divergencias en la burguesía de la única superpotencia mundial.
Para empezar, es importante no exagerar la importancia del debate reciente. Los precedentes históricos demuestran ampliamente que cuando hay divergencias importantes sobre política imperialista en la burguesía norteamericana y cuando los protagonistas del debate toman la medida de lo que está en juego, no temen proseguir su orientación política, incluso a riesgo de provocar trastornos políticos. Está claro que el debate reciente no ha llegado a un resultado político parecido al que se pudo observar, por ejemplo, cuando el conflicto del Vietnam. Nunca amenazó la unidad fundamental de la burguesía norteamericana en su política imperialista. El desacuerdo, además, no era sobre la guerra en Irak, pues sobre esto el acuerdo era casi total en la clase dominante norteamericana. Todos estaban de acuerdo con este objetivo político, no por lo que hubiese hecho o amenazado hacer Sadam Husein, ni por el deseo de vengarse de la derrota del Bush padre como tampoco para estimular las ganancias petroleras de Exxon como lo entiende el materialismo vulgar, sino por la necesidad de lanzar una nueva advertencia a las potencias europeas que quisieran jugar su propia baza en Oriente Medio, y en particular Alemania, advertencia de que los Estados Unidos no vacilarían en servirse de su fuerza militar para mantener su hegemonía. En consecuencia, no es sorprendente, como tampoco es accidental, si Alemania fue la más vehemente en oponerse a los preparativos guerreros norteamericanos, puesto que son precisamente sus intereses imperialistas la diana de la ofensiva norteamericana.
El debate de los círculos dirigentes norteamericanos se centró en cuándo y con qué bases desencadenar la guerra y también, quizas de forma más crítica, hasta qué grado podía EE.UU actuar solo en la situación actual. La burguesía norteamericana sabe perfectamente que ha de estar lista para actuar unilateralmente, y que actuar así tendrá consecuencias significativas en el escenario internacional. Contribuirá indudablemente a aislar todavía más al imperialismo americano, a provocar mayores resistencias y antagonismos a nivel internacional y provocará que las demás potencias busquen las alianzas posibles para plantar cara a la agresividad americana, aumentando las dificultades que tendrá en el porvenir. El momento preciso en que EE.UU decide abandonar toda búsqueda de apoyo internacional a sus acciones militares y actuar unilateralmente es, por lo tanto, una decisión táctica con implicaciones estratégicas de la mayor importancia. En marzo del 2002, Kenneth M. Pollack, actual director adjunto del Consejo de relaciones exteriores, que fue director de Asuntos del Golfo en el Consejo nacional de seguridad de la administración de Clinton, hablaba abiertamente de la necesidad para el gobierno de desencadenar rapidamente la guerra contra Irak antes de que desapareciera tanto la fiebre guerrera iniciada triunfalmente en EE.UU tras el 11 de septiembre como la simpatía internacional creada por los ataques terroristas y que facilitaron el acuerdo de las demás naciones con las acciones militares norteamericanas. Como lo dice Pollack :
“Tardar demasiado plantearía tantos problemas como ir rápidamente, porque el estímulo ganado gracias a la victoria en Afganistán podría desaparecer. Hoy, el choque provocado por los ataques del 11 de septiembre sigue vivo y tanto el gobierno norteamericano como el público siguen dispuestos a hacer sacrificios y, a nivel internacional, el resto del mundo comprende la cólera americana y dudaría en ponerse del mal lado. Cuanto más esperemos para invadir, más difícil será obtener un apoyo tanto internacional como interno, aunque las razones de la invasión poco tengan que ver, si no es nada, con las relaciones de Irak con el terrorismo... Los Estados Unidos pueden, en otros términos, permitirse esperar un poco antes de meterse con Sadam, pero no indefinidamente” (Foreign Affairs, marzo-abril del 2002).
La oposición a la intervención norteamericana en Irak, tanto en la clase obrera americana (que no se ha alineado totalmente tras esta guerra), como en el resto del mundo en las potencias de segundo y tercer orden, permite de hecho suponer que EE.UU esperó demasiado antes de atacar a Irak.
Está claro que los más prudentes del equipo dirigente, y en particular Colin Powell, que defendió una política de presiones diplomáticas para obtener la aprobación del Consejo de seguridad sobre la acción militar en Irak, eran mayoritarios en la administración el otoño pasado y, como lo han demostrado los acontecimientos, su táctica ha sido eficaz para conseguir un voto unánime que dio el pretexto a EE.UU para entrar en guerra contra Irak cuando lo desearan. Pero también está claro que en febrero, el resultado logrado en otoño se redujo de forma importante, al oponerse abiertamente a los planes de guerra norteamericanos, Francia, Alemania, Rusia y China, tres de estos paises con derecho de veto en el Consejo de seguridad. Las críticas en la burguesía norteamericana expresaban preocupación sobre la poca habilidad de la administración de Bush para maniobrar y ganarse el apoyo internacional para la guerra (véanse, por ejemplo, los recientes comentarios del senador Joseph Biden, alto responsable demócrata en el Comité de relaciones exteriores del Senado).
Las contradicciones inherentes a la situación actual plantean problemas muy serios a Estados Unidos. La descomposición y el caos a nivel mundial imposibilitan la creación de nuevas “coaliciones” a nivel internacional. De ahí que Rumsfeld y Cheney insistan con razón en que ya no será posible nunca más formar una coalición internacional como la del 90-91. Sin embargo, no puede uno imaginarse que el imperialismo norteamericano permita que tal situación ponga trabas a sus acciones militares para defender sus propios intereses imperialistas. Por otro lado, si EE.UU lleva efectivamente a cabo una intervención militar de forma unilateral, sea cual sea el resultado a corto plazo, se aislará todavía más a nivel internacional, perderá el apoyo de los pequeños paises, transformándolos en contestatarios y proclives a resistir cada día más a la tiranía de la superpotencia. Pero por otro lado, si EE.UU echa marcha atrás y no se lanza solo a la guerra en el contexto actual, sería une prueba de debilidad por parte de la superpotencia cuya única consecuencia será incitar a las potencias de segundo orden a jugar sus propias bazas y cuestionar directamente la dominación norteamericana.
La cuestión para los revolucionarios no es la de caer en la trampa de hacer predicciones sobre el momento exacto en que la burguesía norteamericana emprenderá una guerra unilateral, sea en Irak a corto plazo o en otra zona más tarde, sino entender claramente cuáles son las fuerzas en presencia, el carácter del debate en los círculos dirigentes norteamericanos y las implicaciones graves de esta situación en el incremento del caos y de la inestabilidad en el plano internacional en el período venidero.
JG,febrero del 2003
1) En inglés “containment”. Fue la política adoptada por el imperialismo norteamericano después de la Segunda Guerra mundial para frenar toda expansión de la zona de influencia rusa.
2) Significaba que la caida bajo influencia rusa de un país en una región en la que se disputaban los dos imperialismos (en este caso, el Sureste asiático) vendría seguida inevitablemente por la caida de paises vecinos.
3) La conferencia de Bretton Woods estableció un nuevo orden monetario y económico en la posguerra, dominado por Estados Unidos. Instauró, entre otras cosas, el Fondo Monetario Internacional y el sistema de cambio basado en el dólar en lugar del patrón-oro.
4) Esta política de cerco a la URSS es muy parecida a la actual política de EE.UU hacia Europa.
5) Este informe se redactó para el congreso de la CCI a principios de 2003.
6) Dirigente entonces del partido republicano en la Cámara de representantes del Congreso de EE.UU, hoy totalmente desprestigiado.
7) Según el Pentágono: “El litoral asiático oriental es la región que se extiende desde el sur de Japón, pasa por Australia e incluye en golfo de Bengala”.
Los sucesos revolucionarios de 1905 en Rusia provocaron como un terremoto en el conjunto del movimiento obrero. En cuanto se formaron los consejos obreros, en cuanto los obreros emprendieron huelgas de masas, el ala izquierda de la socialdemocracia (con Rosa Luxemburg en su texto Huelga de masas, partido y sindicatos, Trotski con su obra 1905 y Pannekoek en varios textos, particularmente sobre el parlamentarismo) empezó a sacar lecciones de esas luchas. La insistencia sobre la autoorganización de la clase obrera en los consejos, la crítica al parlamentarismo sobre todo por parte de Rosa Luxemburg y Pannekoek, no se debieron a no se sabe qué antojos anarquizantes, sino un intento de entender las lecciones de la nueva situación en el inicio de la decadencia del modo de producción capitalista y las nuevas formas de lucha.
La efervescencia internacional en la clase obrera y en sus minorías revolucionarias también se expresó en Japón, a pesar del relativo aislamiento internacional de los revolucionarios, y también allí se desarrollo el debate sobre las condiciones y los medios de la lucha. Se enfrentaron dos tendencias de forma mucho más clara que anteriormente. La tendencia encabezada por Kotoku, que expresaba fuertes inclinaciones anarquistas al insistir principalmente en la “acción directa”: la huelga general y el sindicalismo revolucionario. Kotoku viajó a Estados Unidos en 1905-06, se enteró de las posiciones de las IWW sindicalistas y tomó contacto con los anarquistas rusos. La corriente anarcosindicalista publicó el periódico Hikari (la Luz) a partir de 1905. Por otro lado, Katayama defendía incondicionalmente la vía parlamentaria al socialismo en Shikigen (los Tiempos nuevos). A pesar de las divergencias entre ambos campos, se fusionaron en 1906 para formar el Partido socialista de Japón (Nippon Shakaito) que, como lo propuso Katayama, debía luchar por el socialismo “dentro de los límites de la Constitución”. El Partido socialista de Japón existió de 24 de junio de 1906 hasta el 22 de julio de 1907, publicando Hikari hasta diciembre de 1906 (1).
En febrero de 1907 se celebró el Primer Congreso, y en él se enfrentaron varias posiciones. La discusión empezó tras haber elegido el delegado al Congreso de Stuttgart de la Segunda Internacional. Kotoku no anduvo con rodeos con respecto al trabajo parlamentario y reivindicó los métodos de acción directa (chokusetsu kodo): “No es por el sufragio universal y la política parlamentaria, en absoluto, el modo con el que podrá realizarse la verdadera revolución; para alcanzar los objetivos del socialismo, no existe más camino que el de la acción directa de los trabajadores unidos... Tres millones de hombres preparándose para elecciones no sirven para nada a la revolución, pues no son tres millones de hombres conscientes y organizados...”.
Tazoe justificó la lucha estricta en el plano parlamentario, y la mayoría se pronunció a favor de una resolución intermedia propuesta por T. Sakai. Se contentaba con retirar de los estatutos los términos “dentro de los límites de la Constitución”. Los miembros guardaban toda libertad de participar en movimientos por el sufragio universal o en movimientos antimilitaristas o antireligiosos. Las posiciones de Kotoku degeneraron hacia el anarquismo, sin haber logrado apropiarse la crítica que empezaba a desarrollarse en el ala izquierda de la Segunda Internacional sobre el oportunismo de la socialdemocracia, contra el parlamentarismo y el sindicalismo.
Tras ese debate, Kotoku –que se reivindicó del anarquismo a partir de 1905– actuó siempre más como un obstáculo a la construcción de una organización; sus planteamientos impidieron sobre todo a elementos en búsqueda profundizar sus conocimientos y comprender el marxismo. Él quería dar como perspectiva la “acción directa”. En vez de alentar la profundización teórica de las posiciones políticas, contribuyendo de esta forma a la construcción de la organización, evolucionaba hacia un activismo desenfrenado. En cuanto se acabó el Congreso, el Partido socialista fue prohibido por la policía.
Tras un rebrote de huelgas en 1907, hubo un retroceso de la lucha de clases entre 1909 y 1910. La policía se aprovechó de esta situación para perseguir a los revolucionarios. El simple hecho de tener una bandera roja se consideraba ya como un delito. Kotoku fue detenido en 1910, como lo fueron muchos socialistas de izquierdas. En enero de 1911, él y once socialistas fueron condenados a muerte, so pretexto de haber querido asesinar al emperador. Fueron prohibidos tanto los mítines como la prensa socialistas, y los libros socialistas en las librerías y bibliotecas fueron quemados. Perseguidos por esta represión se exiliaron muchos revolucionarios, cuando no se retiraron de la actividad política. Empezó entonces el largo período del “invierno japonés” (fuyu). Los revolucionarios que no se exiliaron y los intelectuales utilizaron entonces una editorial (Baishunsha) para publicar sus textos, en condiciones de ilegalidad. Para no ser censurados, los artículos debían adoptar una forma ambigua.
En Europa, la represión y las leyes antisocialistas no pudieron impedir el crecimiento de la socialdemocracia (vease el caso del SPD alemán y también, en condiciones aun más difíciles, el del POSDR en Rusia y del SdKPIL en Polonia y Lituania). El movimiento obrero en Japón conoció en cambio grandes dificultades tanto para desarrollarse y reforzarse en esas condiciones de represión, como también para constituir organizaciones revolucionarias que funcionaran con espíritu de partido, o sea superando las prácticas de los círculos y el papel preponderante del individuo que siempre habían tenido un peso dominante en el movimiento de Japón. El anarquismo, el pacifismo y el humanitarismo siempre habían tenido mucha influencia. Ni en el plano programático como tampoco en el organizativo fue capaz el movimiento de alzarse a un nivel que le permitiera hacer surgir un ala marxista significativa. A pesar de unos primeros contactos con la Segunda Internacional, todavía quedaban por establecer relaciones estrechas con ésta.
A pesar de estas especificidades, hay que reconocer que la clase obrera en Japón se había integrado en la clase obrera internacional y a pesar de no disponer de una larga historia de luchas de clase como tampoco de bases programáticas y organizativas a imagen del movimiento revolucionario en Europa, se enfrentaba a las mismas cuestiones y mostraba tendencias similares. En este sentido, la historia de la clase obrera en Japón se parece más a la de la clase en Estados Unidos u otros paises más o menos periféricos, en los que el ala marxista no logró imponerse y en donde el anarcosindicalismo siempre tuvo un papel importante.
A pesar de que Japón declarara la guerra a Alemania en 1914 para apoderarse de sus posiciones coloniales (en pocos meses, Japón conquistó los puestos avanzados coloniales alemanes en el Océano Pacífico o en Tsningtao (China), el territorio japonés nunca sufrió combates. Al ser Europa el centro de la guerra, Japón no participó directamente en ésta más que en su primera fase. Tras sus primeros éxitos militares contra Alemania, se abstuvo de toda actividad militar, y adoptó en cierta forma una actitud neutral. Mientras la clase obrera en Europa se estaba enfrentando con más dramatismo cada día a la cuestión de la guerra, la de Japón vivía un “boom” económico, como resultado de esa guerra. En efecto, Japón se había convertido en gran proveedor de armas, y había mucho trabajo. El número de obreros se duplicó entre 1914 y 1919. En 1914 trabajaban unos 850 000 obreros en unas 17 000 empresas, cuando en 1919, 1 820 000 asalariados trabajaban en unas 44 000. Mientras que los trabajadores nunca habían sido hasta entonces más que una pequeña parte de la mano de obra, en 1919 llegaron al 50 %. A finales de la guerra había 450 000 mineros. La burguesía japonesa sacó enormes beneficios de la guerra. Gracias al gigantesco mercado del sector armamentístico durante la guerra, Japón pudo evolucionar de sociedad dominada por el sector agrícola hacia una sociedad industrial. El crecimiento de la producción entre 1914 y 1919 fue del 78 %.
Debido a la implicación limitada de Japón en la guerra, la clase obrera en este país no tuvo que encarar la misma situación que la de Europa. La burguesía japonesa no necesitó movilizar en masa como tampoco tuvo que militarizar la sociedad como ocurrió en las potencias europeas. Esto permitió a los sindicatos japoneses evitar comprometerse en una “unión sagrada” con el capital, como así ocurrió en Europa, lo que hubiese permitido que se les cayera la careta y mostraran su verdadero rostro de pilares del orden capitalista. Mientras los obreros en Europa estaban confrontados tanto a la subalimentación como a matanzas imperialistas gigantescas, que costaron 20 millones de muertos en la guerra de trincheras, provocando un hecatombe en las filas obreras, los obreros en Japón no conocieron semejante situación. Esto favoreció que Japón no conociera el impulso provocado por la lucha contra la guerra que radicalizó el movimiento obrero, como así fue en Europa, en Alemania y en Rusia particularmente. No hubo confraternizaciones como ocurrió entre soldados rusos y alemanes.
Semejante contraste en la situación de diferentes sectores del proletariado internacional durante la Primera Guerra mundial es una de las expresiones de que, contrariamente a lo que consideraban los revolucionarios en aquel entonces, las condiciones de la guerra imperialista no son las mejores para el desarrollo y la generalización de la revolución mundial.
Los revolucionarios en Europa que defendieron una posición internacionalista y unas perspectivas mundiales poco después del empezar la guerra, reunidos en Zimmerwald durante el verano de 1915 y más tarde en Kienthal, podían referirse a la tradición revolucionaria del período que precedió la Primera Guerra mundial (más precisamente a la posición que tomaron los marxistas durante el siglo XIX, las resoluciones de la Segunda Internacional en los congresos de Stuttgart y Basilea). En cambio, los socialistas en Japón pagaban el precio del aislamiento y su resistencia internacionalista no podía apoyarse en una tradición profunda, fuertemente anclada en el marxismo. Igual que en 1904-05, se oyeron principalmente voces pacifistas y humanitarias contra la guerra. Los revolucionarios en Japón, efectivamente, no tenían los medios de apropiarse de la perspectiva popularizada por la vanguardia revolucionaria en Zimmerwald, basada en el análisis de que había fallecido la Segunda Internacional, que debía nacer otra nueva, y que la guerra imperialista no podía ser detenida más que transformándola en guerra civil.
Sin embargo, los revolucionarios en Japón, a pesar de ser pocos, supieron tomar conciencia de la responsabilidad que les incumbía. Hicieron oir la voz internacionalista en la prensa ilegal (2), se reunieron clandestinamente y hicieron lo que pudieron para difundir las posiciones internacionalistas a pesar de sus pocas fuerzas. Aunque casi no conocían a Lenin y la actividad de los bolcheviques, sí estuvieron muy atentos a la posición internacionalista de los espartaquistas alemanes y la valiente lucha de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg (3).
Aunque Japón conoció un “boom” económico durante y gracias a la guerra, la entrada en 1914 en el período de su decadencia era un fenómeno a escala mundial del capitalismo con repercusiónes en todos los paises, hasta los que habían evitado los estragos de la Primera Guerra mundial. El capital japonés no podía evitar la crisis de sobreproducción debida a la saturación relativa del mercado mundial. También la clase obrera en Japón iba a deber encarar ese cambio de las condiciones y perspectivas que se imponían al proletariado a nivel internacional.
A pesar de que los sueldos aumentaran en todos los sectores industriales 20 a 30 %, debido a la penuria de mano de obra, los precios aumentaron 100 % entre 1914 y 1919. Los sueldos reales se derrumbaron globalmente de una base 100 en 1914 a 61 en el 1918. Estas subidas brutales de los precios empujaron la clase obrera a realizar una serie de luchas defensivas.
El precio del arroz se duplicó entre 1917 y 1918. Los obreros empezaron a manifestarse contra los aumentos durante el verano del 18. No tenemos informaciones sobre esas huelgas en las fábricas como tampoco sobre la extensión de las reivindicaciones a otros sectores. Parece ser que salieron a la calle miles de obreros. Sin embargo, estas manifestaciones no desembocaron en ninguna forma organizada más precisa, como tampoco en reivindicaciones u objetivos específicos. Parece que se saquearon almacenes. En particular, los obreros agrícolas y la mano de obra recientemente proletarizada, así como los “burakumin” (excluidos sociales), desempeñaron por lo visto un papel muy activo en los saqueos. Cantidad de casas y de empresas fueron saqueadas. No parece que existiera la menor unificación entre las reivindicaciones económicas y las políticas. Contrariamente al desarrollo de las luchas en Europa, no hubo asambleas generales ni consejos obreros. Tras la represión del movimiento, unos 8000 obreros fueron detenidos, y más de 100 personas fueron asesinadas. El gobierno dimitió por razones tácticas. La clase obrera se había sublevado espontáneamente pero su falta de madurez política era una evidencia dramática.
A pesar de que las luchas obreras puedan surgir espontáneamente, un movimiento no puede desarrollarse plenamente si no se asienta en una madurez política y organizativa. Sin ésta, cualquier movimiento se hunde rápidamente. Así fue en Japón: los movimientos desaparecieron tan pronto como habían estallado. Tampoco parece que hubiese la menor intervención organizada por parte de una organización política. En Rusia como en Alemania, los movimientos habrían desaparecido también muy rápidamente si la clase no hubiese sido capaz de segregar la empecinada actividad de bolcheviques y espartaquistas. Esta actividad organizada faltó irremediablemente en Japón. Pero a pesar de las diferencias en las condiciones de Europa y de Japón, la clase obrera en este país iba a dar un gran paso hacia adelante.
Cuando en febrero del 17 la clase obrera en Rusia lanzó el proceso revolucionario y tomó el poder en octubre, aquel primer levantamiento proletario realizado con éxito también encontró un eco en Japón. La burguesía japonesa entendió rápidamente los peligros que entrañaba la revolución en Rusia. Fue una de las primeras, en abril de 1918, en participar de forma determinante en la movilización de un ejército contrarrevolucionario. También fue el último país en sacar sus tropas de Siberia en noviembre de 1922.
Pero mientras que la noticia de la Revolución rusa se propagaba rápidamente de Rusia hacia el Oeste, provocando un fuerte impacto en particular en Alemania y una desestabilización de los ejércitos en Europa central, ese eco quedó muy confidencial en Japón. Esto no sólo se debe a factores geográficos (miles de kilómetros separan Japón del centro de la revolución, Petrogrado y Moscú) sino, sobre todo, al hecho de que la clase obrera de Japón se había radicalizado mucho menos durante la guerra. Gracias a la actividad de sus elementos más avanzados, formó, sin embargo, parte de la oleada revolucionaria de luchas internacionales que se desarrolló entre 1917 y 1923.
En un primer tiempo, la noticia de la Revolución rusa no se propagó por Japón sino muy lentamente y de modo muy fragmentado. Los primeros artículos sobre ella no fueron publicados en la prensa socialista más que en mayo y junio del 17. Sakai mandó un mensaje de enhorabuena, en condiciones de ilegalidad, que fue publicado por Katayama en Estados Unidos en el periódico de los trabajadores emigrados Heimin, en el de las IWW Internationalist Socialist Review y en publicaciones rusas. En Japón, Takabatake fue el primero en publicar un informe sobre el papel de los soviets en Baibunsha, subrayando el papel decisivo de los revolucionarios. Sin embargo, el papel que desempeñaron los diversos partidos en la revolución todavía no se conocía.
El gran desconocimiento de los acontecimientos en Rusia y del papel de los bolcheviques puede imaginarse al leer las primeras declaraciones de los revolucionarios más conocidos. Arahata escribía, en 1917: “Entre nosotros, nadie conocía los nombres de Kerenski, Lenin o Trotski”. En verano del 17, Sakai hablaba de Lenin como de un anarquista, y en abril del 20 seguía afirmando que “el bolchevismo es, en cierto modo, similar al sindicalismo”. Hasta el anarquista Osogui Sakae pensaba en 1918 que “la táctica bolchevique es la del anarquismo”.
Entusiasmados por los acontecimientos en Rusia, Takabatake y Yakamawa escribieron un Manifiesto (ketsugibun) en mayo del 17 en Tokio que mandaron al POSDR, pero nunca llegó a los revolucionarios rusos debido al caos en los transportes. Como no existía prácticamente ningún contacto directo entre el medio de revolucionarios exilados (la mayoría de los revolucionarios exilados vivía, como Katayama, en Estados Unidos) y el centro de la revolución, ese Manifiesto no fue publicado sino dos años más tarde, cuando el Congreso de fundación de la Internacional comunista, en marzo del 19. Este era el contenido del mensaje de los socialistas japoneses:
“Desde principios de la Revolución rusa, hemos seguido con entusiasmo y profunda admiración vuestras valientes acciones. Vuestro trabajo tiene una gran influencia en la conciencia de nuestro pueblo. Estamos hoy indignados de que nuestro gobierno haya mandado tropas a Siberia, sean cuáles sean los pretextos. Este hecho es sin la menor duda un obstáculo al libre desarrollo de vuestra revolución. Sentimos profundamente nuestra debilidad, que no nos permite oponernos al peligro que os amenaza a causa de nuestro gobierno imperialista. Estamos en la incapacidad de hacer nada debido a la represión del gobierno que nos agobia. Sin embargo, podéis contar con que la bandera roja ondeará en un porvenir cercano sobre Japón.
“Junto a esta carta, añadimos una copia de la resolución aprobada por nuestra reunión del primero de mayo de 1917.
“Saludos revolucionarios,
“El Comité ejecutivo de los grupos socialistas de Tokio y Yokohama”.
Resolución de los socialistas japoneses:
“Nosotros, socialistas del Japón, reunidos en Tokio el primero de mayo de 1917, expresamos nuestra profunda simpatía por la Revolución rusa que seguimos con admiración. Reconocemos que la Revolución rusa es tanto una revolución política de la burguesía contra el absolutismo medieval como también una revolución del proletariado contra el capitalismo contemporáneo. Transformar la Revolución rusa en revolución mundial no concierne solo a los socialistas rusos, es la responsabilidad de los socialistas del mundo entero.
“El sistema capitalista ya ha alcanzado su nivel de desarrollo más elevado en todos los paises y hemos entrado en la época del imperialismo capitalista plenamente desarrollado. Para que no nos equivoquen los ideólogos del imperialismo, los socialistas de todos los paises han de defender inquebrantablemente las posiciones de la Internacional y todas las fuerzas del proletariado internacional han de estar dirigidas contra nuestro enemigo común, el capitalismo mundial. Sólo así podrá el proletariado ser capaz de cumplir con su misión histórica.
“Los socialistas de Rusia y de todos los demás paises han de hacer todo lo que pueden para acabar con la guerra y apoyar al proletariado de los paises en guerra para que apunte sus armas hoy dirigidas contra sus hermanos de clase del otro lado de las trincheras hacia las clases dominantes en su propio país.
“Tenemos una total confianza en la valentía de los socialistas rusos y de nuestros compañeros del mundo entero. Estamos firmemente convencidos de que el espíritu revolucionario se propagará e impregnará a todos los paises.
“El Comité ejecutivo del grupo socialista de Tokio” (publicado en “Primer congreso de la Internacional comunista”, marzo de l919).
Resolución del 5 de mayo de 1917 de los socialistas de Tokio-Yokohama:
“La Revolución rusa es tanto una revolución política de la clase comercial e industrial ascendente contra la política del despotismo medieval como también una revolución social realizada por la clase de la gente del pueblo (heimin) contra el capitalismo.
“Por esto, en este caso, es responsabilidad de la Revolución rusa y de los socialistas del mundo entero exigir enérgicamente el fin inmediato de la guerra. La clase de la gente del pueblo (zheimin) de todos los paises en guerra ha de reunirse y su potencia ha de dirigirse contra la clase dominante de su propio país. Tenemos confianza en la lucha heroica del Partido socialista ruso y en los compañeros de todos los paises, y esperamos con impaciencia el éxito de la revolución socialista”.
Estos socialistas de Tokio mandaron un telegrama a Lenin y una copia al USPD y al SPD de Alemania:
“El momento de la reorganización social del mundo, cuando hayamos reconstituido nuestro movimiento y cuando trabajemos juntos con los compañeros de todos los paises de la mejor manera posible, ese momento está probablemente muy cerca. Esperemos que en esta fase crítica de tregua y en estos momentos importantes podamos tomar contacto con vosotros. Sobre la prevista creación de una Internacional de los socialistas, mandaremos si podemos una delegación que ya estamos preparando. Esperando el reconocimiento de nuestra organización (Baibunsha), vuestro apoyo y muchos consejos... los representantes de los socialistas de Tokio os saludan”.
Este mensaje demuestra las orientaciones internacionalistas, los esfuerzos hacia el reagrupamiento y el apoyo a la fundación de una nueva Internacional. Sin embargo, resulta difícil saber cuál fue precisamente la preparación de la que habla Baibunsha en aquel entonces. Este mensaje fue interceptado por la policía paralela y probablemente los bolcheviques no lo recibieron nunca , mientras que el SPD y el USPD lo guardaron secreto y jamás lo publicaron.
Como lo verifican esas declaraciones, la revolución arde como una poderosa chispa entre los revolucionarios. Esto no impide que el impacto de la revolución fuera probablemente débil en el conjunto de la clase obrera de Japón. Contrariamente a muchos paises al oeste de Rusia (Finlandia, Austria, Hungría, Alemania, etc.) en donde la noticia de la caída del zar y de la toma del poder por los consejos obreros provocó un entusiasmo enorme y una irresistible oleada de solidaridad, ocasionando una intensificación de luchas obreras “en su propio país”, no hubo reacción directa entre las masas obreras de Japón. A finales de la Primera Guerra mundial aumentó la combatividad de la clase, pero no era porque había estallado la revolución en Rusia. Las razones están más ligadas al contexto económico: el “boom” de las exportaciones durante la guerra se agotó rápidamente con la paz. La rabia de los obreros estaba dirigida contra el aumento de los precios y la oleada de despidos. En 1919 se contaron unos 2400 conflictos laborales que implicaron a unos 350 000 obreros, y en 1920 empezó un suave declive del movimiento, con unos 1000 conflictos que implicaron a 130 000 obreros. El movimiento sufrió un retroceso después de 1920. Las luchas obreras se limitaron más o menos al terreno económico y casi no hubo reivindicaciones políticas. Esta es la razón por la que no hubo consejos obreros como en Europa, e incluso en Estados Unidos y Argentina, en donde la Revolución rusa inspiró a los obreros de la costa oeste de EE.UU y de Buenos Aires, radicalizando su movimiento.
Entre 1919 y 1920 nacieron unos 150 sindicatos, que actuaron todos como obstáculos a la radicalización de los obreros. Fueron la parte más avanzada y perniciosa de la clase dominante para oponerse a la combatividad creciente. En 1920 nació la Rodo Kumiai Domei, Federación nacional de sindicatos. Hasta entonces, el movimiento sindical estaba dividido en más de 100 sindicatos.
Un amplio “movimiento por la democracia” fue lanzado en el mismo momento, en 1919, a favor de la reivindicación por el sufragio universal y una reforma electoral. Como en muchos paises europeos, el parlamentarismo sirvió de escudo contra las luchas revolucionarias. Fueron principalmente los estudiantes japoneses los protagonistas de esta reivindicación.
Impulsado por la Revolución rusa y la oleada de luchas internacional también se desarrolló un proceso de reflexión entre los revolucionarios en Japón. Por un lado, los anarcosindicalistas (o los que así se denominaban) apoyaron las posiciones de los bolcheviques por haber sido éstos los únicos que realizaron con éxito una revolución con el objetivo de destruir el Estado. Esta corriente mantenía que la política de los bolcheviques demostraba la legitimidad de su rechazo a una orientación puramente parlamentaria (Gikau-sei-saku contra Chokusetsu-kodo).
Durante este debate en febrero de 1918, Takabatake defendió la idea de qua la cuestión de las luchas económicas y políticas era muy compleja. La lucha podía incluir ambas dimensiones, acción directa y lucha parlamentaria. Parlamentarismo y sindicalismo no eran los únicos componientes del movimiento social. Takabatake se oponía tanto al rechazo anarcosindicalista de la “lucha económica” como a la actitud individualista de Osugi. A pesar de que Takabatake ponía muy confusamente la acción directa en un mismo plano que el movimiento de masas, su texto formaba parte en aquel entonces de un proceso general de clarificación sobre los medios de lucha. Yamakawa subrayaba que no era válido identificar movimiento político y parlamentarismo. Declaró además: “creo que el sindicalismo ha degenerado, pero no entiendo suficientemente las razones”.
A pesar de la experiencia limitada y el nivel de clarificación teórico-programático también muy limitado sobre esas cuestiones, es importante reconocer que aquellas voces de Japón estaban poniendo en entredicho los viejos métodos sindicales y la lucha parlamentaria, y que estaban en busca de respuestas a la nueva situación. Esto demuestra que la clase obrera se encontraba ante los mismos problemas que en los demás paises y que los revolucionarios en Japón también estaban involucrados en el mismo proceso, intentando encarar la nueva situación.
En el Congreso de fundación del KPD alemán se empezaron a sacar –todavía de forma embrionaria– las lecciones del nuevo período sobre las cuestiones sindical y parlamentaria. La discusión sobre las condiciones de la lucha en el nuevo período tenía una importancia histórica mundial. Tales cuestiones no se habrían podido esclarecer si no hubiese existido una organización y un marco de discusión. Aislados internacionalmente, sin organización, el medio revolucionario japonés iba a tener las mayores dificultades para ir más allá en la clarificación. Por esta razón es tanto más importante ser conscientes de los esfuerzos que realizaron durante aquella fase de cuestionamiento de los viejos métodos sindicales y parlamentarios sin por ello caer en la trampa del anarquismo.
La revolución en Rusia, las nuevas condiciones históricas de decadencia del capitalismo, el despliegue de la oleada de luchas internacionales fueron un reto para los revolucionarios en Japón. Es evidente que la clarificación y la búsqueda de respuestas a esas cuestiones no podían avanzar al no existir un polo de referencia marxista. Su formación tropezaba con enormes obstáculos, pues su condición previa era una decantación clara respecto al ala anarquista, hostil a todo tipo de organización revolucionaria y a un ala que afirmaba la necesidad de una organización revolucionaria, pero que seguía siendo incapaz de emprender con determinación su construcción.
El medio político en Japón puso mucho tiempo para ponerse a la altura de las tareas del momento porque estaba trabado en sus avances por una tendencia a focalizarse en el propio país. También estaba marcado por el predominio del espíritu de círculo y de personalidades muy a la vista que sólo muy recientemente se habían acercado al marxismo y que estaban muy poco decididos a construir una organización de combate del proletariado.
Así, entre las personalidades más destacadas (Yamakawa, Arahata y Sakai), Yamakawa estaba todavía convencido en 1918 de que debía escribir una “crítica del marxismo”. Sin embargo, en la edición de mayo de la New Society, aquellos tres afirmaron su apoyo a los bolcheviques. En febrero de 1920 hicieron una reseña de la fundación de la Internacional Comunista en su periódico, la Nueva Revista Social (Shin Shakai Hyoron), la cual, en septiembre de 1920 cambió su nombre por el de Socialismo (Shakaishugi). Al mismo tiempo, esos revolucionarios eran muy activos en los círculos de estudio como el “Shakai shugi kenkyu” (Estudios socialistas) o el “Shakai mondai kenkyu” (Estudios de problemas sociales). Sus actividades estaban menos orientadas hacia la construcción de una organización que hacia la publicación de periódicos, en su mayoría efímeros y poco vinculados estructuralmente a una organización. Con este telón de fondo de confusión y vacilaciones sobre el problema de la organización en los revolucionarios de Japón, la propia Internacional comunista iba a desempeñar un papel importante en los intentos de construcción de una organización.
(continuará)
DA
1) En total se declararon 194 miembros; entre ellos, 18 comerciantes, 11 artesanos, 8 campesinos, 7 periodistas, 5 oficinistas, 5 doctores, 1 oficial del Ejército de salvación. Había pocos obreros. No se admitió a mujeres, pues todavía estaba en vigor la ley que les prohibía organizarse. Se creó el diario Nikkam Heimin Shibun. Se vendió incluso fuera de la región, publicado primero en 30 000 ejemplares. Contrariamente a Hikari, que servía de publiación central, no se le consideraba como publicación del Partido. En 1907 dejó de salir. Aunque hubo una serie de intentos por publicar la historia de la IIª Internacional en el períodico teórico del que se difundían unos 2000 ejemplares, el periódico mismo acabó siendo pronto el portavoz del anarquismo. A diferencia de los grandes países industriales europeos, donde el peso del anarcosindicalismo iba decayendo a medida que se desarrollaba la industrialización y la organización de los obreros en la socialdemocracia, la influencia del anarquismo tuvo una dinámica ascendente tanto en Japón como en Estados Unidos.
2) Arahata y Ogusi publicaron, entre octubre de 1914 hasta marzo de 1915, el mensual Heimin Shuibun; de octubre de 1915 a enero de 1916, Kindai shiso, auténticas voces internacionalistas.
3) En el periódico Shinshakai, una página especial titulada “Bankoku jiji” (Notas internacionalistas) se dedicó a la situación internacional. El número de ejemplares siempre fue bajo. En él se dieron muchas noticias sobre la traición del SPD y las actividades de los internacionalistas. La publicación se imprimía con fotos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, representantes de mayor prestigio del internacionalismo en Alemania. Hubo, por ejemplo, artículos titulados: “Detenida Clara Zetkin/La situación en el Partido socialista francés tras el asesinato de Jaurès/ La actitud de Kautsky y de Liebknecht en el Reichtag el 4 de agosto sobre los créditos de guerra/La división del SPD/ La actitud del belicoso Scheideman y el neutral Kaustky/Huelgas y levantamientos en Italia durante la guerra/Sale de cárcel Rosa Luxemburg/ La situación de los presos en Rusia/ Explicaciones sobre el Manifiesto de Zimmerwald/ Detenido Liebknecht/La IIª conferencia internacional de Partidos socialistas en Kienthal y la oportunidad para la izquierda de fundar una nueva internacional/La minoría socialdemócrata antiguerra detenida a causa de su propaganda por el “Manifiesto de Zimmerwald”/ La situación en la Conferencia de partido del SPD/Amenaza de huelgas de los ferroviarios americanos”.
Hasta el momento ya se encontraron 170,000 cuerpos. La radio haitiana Scoop FM afirma que cerca de 220,000 personas aún están desaparecidas y potencialmente bajo los escombros[1]. De entre los 200,000 heridos, más de mil han sido amputados; 1,5 millones de personas se encuentran sin refugio y 1 millón de niños quedaron huérfanos. Sobre estas ruinas y cuerpos humeantes, una treintena de países libran una competencia innoble y vergonzante. A cada catástrofe, el humanitarismo se convierte en un pretexto que permite a los estados enfrentar una guerra de influencia sin piedad. Habíamos anunciado que esto sucedería nuevamente. Pero esta vez, la rebatinga ha sido tan frenética que rasgó violentamente el velo del humanitarismo. He aquí algunos hechos edificantes. Un miembro de una ONG francesa comunicaba su descontento a la radio Francia Info, a mediados de enero, cuando, en la emergencia en el aeropuerto de Puerto Príncipe, vio aterrizar prioritariamente una veintena de aviones gubernamentales precediendo las ayudas. ¡Daba cuenta, molesto, del recorrido de diplomáticos chinos para establecer como "vencedores" su bandera nacional! La prensa china presumió incluso este primer lugar. También se pudo leer "China más rápida en la ayuda a Haití" en el título de un sitio web francés[2]. Francia no descansa precisamente, se encuentra también entre los primeros actores de esta danza macabra. ¡El "país de los derechos humanos" luchó y jugó con todo para ser el que reconstruirá... el palacio presidencial! Los 1,5 millones de persona sin hogar pueden estallar con la boca abierta, la prioridad está en la conquista del poder. Obviamente, en este pequeño juego, los que logran imponerse mejor son los Estados Unidos, la primera potencia mundial, el ogro vecino de Haití. Tomaron oficialmente el control del aeropuerto y el principal puerto del país. Su ejército desembarcó y se instaló para garantizar el mantenimiento del orden. Esta presencia de 3500 "muchachos" sobre el terreno y 9000 en el mar no ayuda de ningún modo a salvar vidas; los fusiles, las granadas, los chalecos antibalas son de muy poca utilidad para sacar a una persona de las ruinas o para alimentar a quien se muere de hambre. Salvar vidas humanas no constituye de ninguna manera la parte fundamental de la misión de intervención masiva americana (y lo mismo ocurre con todas las demás naciones). Es necesario salir de las ruinas y mostrar ante las cámaras a algunas mujeres y niños para justificar la presencia de las asociaciones humanitarias y, sobre todo, del ejército que las acompañan. Como prueba de esta repugnante hipocresía, Estados Unidos desplegó cinco buques de la Guardia costera para rechazar a todos los haitianos que intentaban huir del horror y sobrevivir en Florida. La dominación de América hace rechinar los dientes a más de una burguesía nacional que denuncia este "golpe de mano". "Estados Unidos en Haití, una cuestión de liderazgo", se podía leer en el diario Le Monde del 19 de enero. Pero detrás de estas protestas y jeremiadas, no hay una onza de humanidad, solamente la rivalidad imperialista, hay que decir que para lograr sus fines el Estado americano no ha retrocedido ante nada. ¡Hasta este día, cinco aviones de ONG francesas y un avión-hospital no han podido aterrizar sobre la pista de Puerto Príncipe![3]. Las ayudas humanitarias provenientes de países de Centroamérica o América Latina han conocido también las peores dificultades para llegar. Estados Unidos sabe muy bien que esta "ayuda humanitaria" no es más que otro caballo de Troya de sus adversarios imperialistas. El capitalismo es una sociedad de explotación inhumana donde las palabras paz, ayuda y solidaridad no son más que para justificar la guerra y la competencia.
Pawell / 25-01-2010
[1] www.scoopfmhaiti.com/actualites/760 [215] (nota en francés, tomada de La Tribune del Lunes 25 enero 2010, en la que se pronostica que los decesos podrían llegar hasta 350 mil, cifra que supera 220 mil del tsunami que asoló Asia a finales de 2004.)
[2] http://french.peopledaily.com.cn/Horizon/6876299.html [216], (en esta nota también en francés el titulo es bastante elocuente, "En la ayuda al siniestro de Haití: China es la más rápida, EUA la más fuerte, y Francia la más numerosa")
[3] La nota en francés [217] reseña la protesta -sic- de Francia por que EUA ha impedido aterrizar un avión- hospital enviado por Francia.
Ya va a hacer dos años y medio que la burguesía anuncia la recu- peración. Cada trimestre lo deja para más tarde. Hace también dos años y medio que los resultados económicos están por debajo de lo previsto, lo cual obliga a la clase dominante a revisarlos constantemente. La recesión actual, iniciada en el segundo semestre de 2000, es ya una de las más largas desde finales de los años 60. Aunque hay signos de recuperación en Estados Unidos, dista mucho de ser el caso en Europa y Japón. Cabe además recordar que si EE.UU. sube, ello se debe sobre todo a un intervencionismo estatal de los más intensos de estos últimos 40 años y de una huida ciega hacia un endeudamiento sin precedentes que provoca el temor a una nueva burbuja especulativa, inmobiliaria esta vez.
Sobre el intervencionismo estatal con el que sostener la actividad económica, hay que decir que el gobierno de EE.UU. ha dejado resbalar sin freno el déficit presupuestario. Fue positivo en 2001 (unos 130 mil millones de $), ahora el saldo es negativo, con una estimación de unos 300 mil millones de $ en 2003, el 3,6 del PIB. La amplitud del déficit con unas previsiones de aumento debido al conflicto iraquí y a la baja de ingresos fiscales por causa de reducción de impuestos, inquietan cada día más a la “clase” política y de los negocios de EE.UU.
En el tema de la deuda, la baja drástica de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal no sólo tenía el objetivo de sostener la actividad sino, y sobre todo, su objetivo era mantener la demanda de las familias gracias a la renegociación de sus préstamos hipotecarios. El haber aligerado el peso de los reembolsos de préstamos inmobiliarios ha permitido un incremento del endeudamiento permitido por los bancos. La deuda hipotecaria de las familias de EE.UU. se ha incrementado así en 700 mil millones de $ (¡más del doble del déficit público!). El crecimiento de la triple deuda norteamericana, o sea, la del Estado, la de las familias y la exterior explica por qué EEUU ha podido rebotar antes que los demás países. Sin embargo, ese rebote sólo podrá mantenerse si su actividad económica se sostiene a medio plazo, si no EE.UU. va a acabar como Japón, hace unos diez años, frente al estallido de una burbuja especulativa inmobiliaria y en situación de supresión de pagos frente a montones de deudas incobrables.
Europa no puede darse ese lujo pues sus déficits eran ya enormes cuando estalló la recesión. Ésta los ha aumentado. Por ejemplo, Alemania y Francia, corazón económico de Europa, son ahora señaladas con el dedo como los peores “alumnos” de la clase, con déficits públicos de 3,8 % para aquélla y 4 % para ésta. Estos niveles superan ya el techo fijado por el tratado de Maastricht (3 %), con el riesgo de que la Comisión Europea les ponga la multa prevista para estos casos. Todo eso limita las capacidades de Europa para hacer una política consecuente de recuperación que la situación exigiría. Además, al haber organizado la baja del dólar frente al euro para reducir su déficit comercial, EE.UU. entorpecerá el relanzamiento en una Europa que lo tiene cada vez más difícil para despejar excedentes de la importación. No es de extrañar que los países del eje central de Europa, Alemania, Francia, Holanda e Italia estén en recesión y que los demás no anden lejos.
Algunos, cuando la caída del muro de Berlín, se creyeron aquellos discursos de la burguesía sobre el advenimiento de una nueva era de prosperidad y la apertura del “mercado de los países del Este”. En realidad, la reunificación de Alemania, lejos de ser un trampolín para la “dominación alemana” fue y sigue siendo un pesado fardo para ese país. Alemania, antaño locomotora de Europa, después de la reunificación ha ido para atrás hasta convertirse en farolillo rojo de un tren que va tirando a trancas y barrancas. La inflación es baja, rozando casi la deflación, los tipos de interés reales altos deprimen más todavía la actividad y la existencia del euro prohíbe ahora hacer políticas de devaluación competitiva con una moneda que ya no es nacional. El desempleo, la moderación salarial y la recesión han desembocado en un estancamiento del mercado interior que nunca había sido tan profundo en anteriores retrocesos. Y la futura integración de los países del Este en la Unión Europea va a ser un fardo suplementario en la coyuntura económica.
Todo eso tiene la consecuencia inevitable del aumento sin contemplaciones de los ataques contra las condiciones de trabajo y de vida de la clase obrera. Medidas de austeridad, despidos masivos, agravación sin precedentes de la explotación en el trabajo están inscritos en todas las agendas de la burguesía de todas partes. Según las estadísticas oficiales, muy subestimadas, el desempleo va disparado hacia los 5 millones en Alemania, ha alcanzado el 6,1 % en Estado Unidos y será el 10 % en Francia a finales de año. En Europa, el eje franco-alemán con el plan de Raffarin y la Agenda 2010 de Schröder, da el tono de la política que se está llevando a cabo más o menos por doquier: incremento del déficit presupuestario, rebaja de impuestos para las rentas más altas, facilidades del derecho al despido, reducción de subsidios de desempleo y demás, disminución de reembolsos por gastos en salud y aumento de los años para la jubilación. Los pensionistas, en particular, están ya pagando cara una austeridad que destruye definitivamente la idea de un posible “descanso bien merecido” después de toda una vida de trabajo. En Estados Unidos, tras la quiebra o las ingentes pérdidas de muchos fondos de pensiones cuando el krach bursátil, asistimos a una vuelta masiva de jubilados al mercado del trabajo, obligados a volver al tajo para sobrevivir. La clase obrera tiene que enfrentarse a una ofensiva de austeridad con golpes que le caen de todas partes, cuya única consecuencia en el plano económico es más recesión todavía y nuevos ataques.
El declive constante de las tasas de crecimiento desde finales de los años 60 (1) deja a las claras el gran embuste sistemáticamente propagado por la burguesía durante los años 90 sobre la pretendida prosperidad económica con la que el capitalismo habría reanudado gracias a la “nueva” economía, a la globalización y demás recetas neoliberales. La crisis no se debe en absoluto a esta o aquella política económica. Si las recetas keynesianas de los años 50 y 60 y las neokeynesianas de los 70 acabaron agotándose, si las neoliberales de los 80 y los 90 no resolvieron nada, es porque la crisis mundial no se debe básicamente a una “mala gestión de la economía”, sino que se debe a las contradicciones de fondo que atraviesan los mecanismos del capitalismo. Si la crisis no se debe a la política económica aplicada, menos todavía se debe a los equipos gobernantes. Ya sean de derechas ya sean de izquierdas, todos los gobiernos han usado una tras otra todas las recetas disponibles. Los gobiernos actuales de EE.UU. y de Gran Bretaña, identificados como los más neoliberales y pro globalización en lo económico tienen distinto color político y además, hoy, están practicando las recetas neokeynesianas más poderosas, al dar rienda suelta a los déficits públicos. Igualmente, si se observan detenidamente los programas del gobierno de Schröder (socialdemócrata-ecologista) y el de Raffarin (derecha liberal) lo único que se ve es que se parecen como dos gotas de agua al aplicar las mismas medidas.
Ante esa espiral de crisis y de austeridad constante desde hace más 35 años, una de las responsabilidades primordiales de los revolucionarios es demostrar que tiene sus raíces en el callejón sin salida en que está históricamente metido el capitalismo, en la agotamiento del motor central de la relación de producción que lo define, el salariado (2). En efecto, el salariado concentra en sí a la vez todos los límites sociales, económicos y políticos a la producción de la ganancia capitalista y, por su mecanismo mismo, plantea igualmente los obstáculos para la realización plena y completa de dicha ganancia (3). La generalización del salariado fue la base de la expansión capitalista del siglo XIX y, a partir de la Primera Guerra mundial, de la insuficiencia relativa de mercados solventes respecto a las necesidades de la acumulación.
Contra todas las falsas explicaciones embusteras de la crisis, es responsabilidad de los revolucionarios evidenciar ese atolladero, mostrar por qué el capitalismo, tras haber sido un modo de producción necesario y progresivo, está ahora históricamente superado y arrastra a la humanidad a su pérdida. Como para todas las fases de decadencia de los modos precedentes de producción (feudal, antiguo, etc.) ese atolladero se debe al hecho de que la relación básica social de producción se ha vuelto demasiado estrecha y ya no permite como antes el impulso de las fuerzas productivas (4). Para la sociedad actual, el salariado es hoy ese freno al desarrollo de las necesidades de la humanidad. Únicamente la abolición de esa relación social y la instauración del comunismo permitirán a la humanidad liberarse de las contradicciones que la asedian.
Desde la caída del muro de Berlín, la burguesía no ha cesado de montar campañas sobre la “insignificancia del comunismo”, “la utopía de la revolución” y “la disolución de la clase obrera” en una masa de ciudadanos cuya única forma de acción legítima sería la “reforma democrática” de un capitalismo presentado como único horizonte ante la humanidad. En esta grandiosa farsa ideológica, el monopolio de la contestación le ha tocado a los altermundialistas. La burguesía lo hace todo para que tengan un papel de primer plano como interlocutores privilegiados de su propia crítica: se les deja un buen sitio en los medios a los análisis y acciones de esa corriente, se invita ocasionalmente a cumbres y demás encuentros oficiales a sus representantes más significativos, etc. Y es normal, pues el almacén de los altermundialistas posee el complemento perfecto a la campaña ideológica de la burguesía sobre la “utopía del comunismo”, puesto que se basan en los mismos postulados: el capitalismo sería el único sistema posible y su reforma la única alternativa. Para ese movimiento, con la organización ATTAC a su cabeza y su consejo de “peritos en economía”, el capitalismo podría humanizarse si el “buen capitalismo” desalojara al “mal capitalismo financiero”. La crisis sería la consecuencia de la desregulación neoliberal y del acaparamiento del capitalismo financiero, el cual impone su dictadura del 15 % de rendimiento obligatorio al capitalismo industrial…todo lo cual habría sido decidido en una sombría reunión realizada en 1979, denominada “consenso de Washington”. La austeridad, la inestabilidad financiera, las recesiones, etc. no serían sino las consecuencias de esa nueva relación de fuerzas instaurada en el seno de la burguesía en beneficio del capital prestamista. De ahí las geniales ideas de “reglamentar las finanzas”, “hacerla retroceder” y “reorientar las inversiones hacia la esfera productiva”, etc.
En este ambiente de confusión general sobre los orígenes y las causas de la crisis, se trata para los revolucionarios de restablecer una comprensión clara de sus bases y, sobre todo, que es producto de la quiebra histórica del capitalismo. En otras palabras, se trata de que reafirmen la validez del marxismo. Y es una lástima, al respecto, que cuando se observan los análisis de la crisis que proponen grupos del medio político proletario (MPP) como el PCInt-Programa comunista o el BIPR, no hay más remedio que comprobar que andan lejos de esa voluntad y, especialmente, de la capacidad de desmarcarse de la ideología ambiente que disemina el altermundialismo. Bien es verdad que esos dos grupos pertenecen sin la menor duda al campo proletario y se distinguen radicalmente del área de influencia altermundialista por sus denuncias de las ilusiones reformistas y la defensa de la perspectiva de la revolución comunista. Sin embargo, su propio análisis de la crisis está muy impregnado de ese izquierdismo enmascarado propio del ámbito altermundialista.
He aquí una antología: “Las ganancias procedentes de la especulación son tan importantes que no sólo son atractivas para las empresas “clásicas’’, sino para muchos otros también, citemos, entre ellos, las compañías de seguros o los fondos de pensión de los que Enron es un buen ejemplo (…) La especulación es el medio complementario, por no decir principal, para la burguesía de apropiarse de la plusvalía (…) Se ha impuesto una regla que fija en 15 % el objetivo mínimo de rendimiento para los capitales invertidos en las empresas. Para alcanzar o superar esas tasas de crecimiento de las acciones, la burguesía ha tenido que incrementar la explotación de la clase obrera: los ritmos de trabajo se han intensificado, los salarios reales han bajado. Los despidos colectivos han afectado a cientos de miles de trabajadores” (BIPR, Bilan et perspectives nº 4, p.6). Podemos ya subrayar la curiosa manera de plantear el problema por parte de un grupo que se proclama “materialista” y que incluso afirma que la CCI es “idealista”. “Se ha impuesto una regla” dice el BIPR. ¿Se ha impuesto sola? No vamos a hacer agravio al BIPR atribuyéndole semejante idea. Es una clase, un gobierno o una organización humana la que ha impuesto esa nueva regla; ¿Y por qué? ¿Porque unos cuantos poderosos de este mundo se habrían vuelto de repente más avariciosos y malvados que de costumbre? ¿Porque los “malos” habrían ganado a los “buenos” (o a los “menos malos”). O, más sencillamente como dice el marxismo, porque las condiciones objetivas de la economía mundial han obligado a la clase dominante a intensificar la explotación de los proletarios. Pero no es así, por desgracia, como plantea el problema el texto citado.
Además, y eso es más grave, es ése un discurso que puede leerse en cualquier folleto altermundialista: la especulación financiera se habría convertido en la fuente principal de la ganancia capitalista, sería la responsable del incremento de la explotación, de los despidos masivos y de la baja de salarios e incluso sería el origen de un proceso desindustrializante y de la miseria en el planeta entero (ídem, p. 7).
El PCInt-Programme communiste, por su parte, no va mucho más lejos aunque use generalidades que recubre con la autoridad de Lenin: “El capital financiero, los bancos se están convirtiendo, merced al desarrollo capitalista, en verdaderos actores de la centralización del capital, incrementando el poder de monopolios gigantescos. En la fase imperialista del capitalismo, es el capital financiero el que domina los mercados, las empresas, toda la sociedad hasta el punto en que “El capital financiero, concentrado en muy pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, con la constitución de sociedades, la emisión de valores, los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la oligarquía financiera e imponiendo a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas” (Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo). El capitalismo, que nació como minúsculo capital usurero está terminando su evolución con la forma d’un gigantesco capital usurero” (Programme communiste nº 98, p.1) Uan vez más, una denuncia si contemplaciones del capital financiero parásito que podría agradar al altermundialista más radical (5).
En vano busca uno en esos extractos el menor atisbo de demostración de que lo caduco es el capitalismo como modo de producción, que es el capitalismo como un todo el responsable de las crisis, de las guerras y de la miseria en el mundo. En vano busca uno en esas citas la denuncia de la idea central de los altermundialistas de que sería el capital financiero el causante de las crisis cuando es el capitalismo como sistema el centro del problema. Al retomar segmentos enteros de la argumentación altermundialista, esos dos grupos de la Izquierda comunista abren de par en par las puertas al oportunismo teórico hacia los análisis izquierdistas. Estos presentan la crisis como consecuencia de la instauración de una nueva relación de fuerzas en el seno de la burguesía entre la oligarquía financiera y el capital industrial. Los oligopolios financieros habrían triunfado sobre el capital de las empresas en el momento de la decisión en Washington de subir bruscamente los tipos de interés.
En realidad, no ha habido ningún “triunfo de los banqueros sobre los industriales”, sino que ha sido la burguesía como un todo la que ha subido la velocidad en su ofensiva contra la clase obrera.
La denuncia de la financiarización es hoy un tema común en todos los economistas dizque críticos. La explicación de moda actualmente entre esos “críticos del capitalismo” es pretender que la tasa o cuota de ganancia ha aumentado efectivamente, pero que ha sido confiscada por la oligarquía financiera, de tal modo que la tasa de ganancia industrial no se ha recuperado significativamente, lo cual explicaría la no reanudación del crecimiento (ver gráfico adjunto). Es verdad que desde los años 80, tras la decisión tomada en 1979 de hacer subir los tipos de interés, una parte importante de la plusvalía extraída ya es acumulada mediante la autofinanciación de las empresas, sino que es redistribuida en forma de rentas financieras. La respuesta dominante ante esa constatación es presentar ese aumento de la financiarización como una punción en la ganancia global con lo que se impediría la inversión productiva. La debilidad del crecimiento económico se explicaría por lo tanto por el parasitismo de la esfera financiera, por la hipertrofia del “capital usurario”. Y de ahí, las explicaciones pseudo marxistas que se apoyan en desaciertos de Lenin (“El capital financiero, concentrado en muy pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, con la constitución de sociedades, la emisión de valores, los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la oligarquía financiera e imponiendo a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas”), según los cuales las ganancias financieras ejercerían una auténtica “punción” en las empresas (el famoso 15 %).
Ese análisis es volver a la economía vulgar según la cual el capital podría escoger entre la inversión productiva y las inversiones financieras en función de la altura relativa de la tasa de ganancia de la empresa y los tipos de interés. En un plano más teórico, esos análisis de las finanzas como elemento parásito se entroncan con dos teorías del valor y de la ganancia.
Una, marxista, dice que el valor existe previamente a su reparto y es exclusivamente producido en el proceso de producción mediante la explotación de la fuerza de trabajo. En el libro III de El Capital, Marx precisa que el tipo de interés es: “…una parte de la ganancia que el capitalista industrial debe pagar al capitalista dueño del dinero, en lugar de guardárselo en su bolsillo”. En eso, Marx se distingue radicalmente de la economía burguesa, la cual presenta la ganancia como la suma de las rentas de los factores (rentas del factor trabajo, rentas del factor capital, rentas del factor de bienes, etc.) La explotación desaparece, pues así cada uno de los factores es remunerado según su propia contribución en la producción: “para los economistas vulgares que intentan presentar el capital como fuente independiente del valor y de la creación de valor, esta forma es, evidentemente, muy interesante pues hace irreconocible el origen de la ganancia” (Marx). El fetichismo de la fianza consiste en la ilusión de que la posesión de una parte de capital (una acción, un bono del Tesoro, una obligación, etc.) va a “producir” intereses. Poseer un título es comprar un derecho a recibir una parte del valor creado, pero eso, en sí, no crea ningún valor. Es únicamente el trabajo y sólo él lo que otorga valor a lo producido. El capital, la propiedad, una acción, una cartilla de ahorros o un depósito de máquinas nada producen por sí mismos. Son los hombres quienes producen (6). El capital “cobra” como se dice que el perro “cobra” la caza. No crea nada, pero da a su propietario el derecho a obtener una parte de lo que ha creado quien ha usado ese capital. En ese sentido, el capital designa menos un objeto que una relación social: una parte del fruto del trabajo de unos acaba entre las manos de quien posee el capital. La ideología altermundialista invierte el orden de las cosas confundiendo extracción de plusvalía con su reparto. La ganancia capitalista tiene su fuente exclusiva en la explotación del trabajo, no existen ganancias especulativas para el conjunto de la burguesía (por mucho que tal o cual sector pueda ganar especulando); la Bolsa no crea valor.
La otra teoría, que anda muy cerca de la economía vulgar, concibe la ganancia global como la suma de una ganancia industrial de un lado y la ganancia financiera de otro. La tasa de acumulación sería débil porque la ganancia financiera sería superior a la industrial. Es una teoría heredada en línea recta de los difuntos partidos estalinistas que han extendido una crítica “popular” al capitalismo visto como la confiscación de una ganancia “legítima” por parte de una oligarquía parásita (las 200 familias, en Francia, por ejemplo). La idea es aquí la misma; se basa en un verdadero fetichismo de las finanzas, según el cual la Bolsa sería un medio de crear valor del mismo modo que la explotación del trabajo. En eso se basa toda la patraña sobre la tasa Tobin, la regulación y la humanización del capitalismo que los altermundialistas difunden. Todo lo que transforma una contradicción resultante (la financiarización) en contradicción principal contiene el peligro, típicamente izquierdista, que consiste en querer separar no se sabe qué buen grano de la cizaña: de un lado, el capitalista que invierte, del otro el que especula. Eso lleva a considerar la financiarización como una especie de parásito sobre un cuerpo capitalista sano. Si embargo, la crisis no desaparecerá por mucho que se quiera abolir el “gigantesco capital usurario” tan del gusto de Programme communiste. En cierto modo, insistir en la financiarización del capitalismo lleva a infravalorar la profundidad de la crisis dando a entender que se debería a la función parásita de las finanzas la cual exigiría cuotas de ganancia demasiado altas para las empresas impidiéndoles así realizar sus inversiones productivas. Si fuera esa la raíz de la crisis, bastaría con una “eutanasia de rentistas” (Keynes) para resolverlo.
Esos deslices izquierdistas en el análisis llevan a presentar cierta cantidad de datos económicos con los que demostrar, citando cifras que producen vértigo, esa dominación absoluta de las finanzas, y la enormidad de las punciones que realiza: “…las grandes empresas vieron sus inversiones orientarse hacia los mercados financieros, supuestamente más “provechosos” (…) Ese mercado fenomenal se desarrolla a una velocidad muy superior al de la producción (…) En lo que se refiere a la especulación monetaria, del billón y 300 millones de dólares que cada día de 1996 se desplazaban de una moneda a otra, 5 a 8 % como máximo correspondían al pago de mercancías o de servicios vendidos de un país a otro (hay que añadir las operaciones de cambio no especulativas). ¡El 80 % de ese billón 300 millones correspondían pues a operaciones cotidianas puramente especulativas! Las cifras deben ser actualizadas, pero apostamos que el 85 % ha sido hoy superado” (BIPR, Bilan et perspectives nº 4, p.6). Sí, ha sido superado y las cantidades han alcanzado 1 billón 500 millones (1 500 000 000 000) de $, o sea casi la totalidad de la deuda del Tercer mundo… pero esas cifras sólo dan miedo a los ignorantes, pues ¡no tienen ningún sentido! En realidad, ese dinero no hace sino dar vueltas y las sumas anunciadas son tanto más importantes cuantas más vueltas da el tiovivo. Basta con imaginarse a una persona cambiando 100 unidades monetarias cada media hora para especular entre las monedas; al cabo de 24 horas, las transacciones totales habrán alcanzado 4800 unidades, y si especulara cada cuarto de hora las transacciones totales se habrán duplicado…pero esa cantidad es puramente virtual pues la persona sólo seguirá poseyendo 100 más 5 o menos 10 según su talento para especular. Pero esa presentación mediática de los hechos, que recoge el BIPR, da crédito a las interpretaciones de la crisis como si fueran el resultado de la acción parásita de las finanzas.
En realidad, es la cantidad de plusvalía no acumulada lo que provoca el hinchamiento de la esfera financiera. Es la crisis de sobreproducción y, por lo tanto, la escasez de espacios de acumulación rentable lo que hace que se remunere la plusvalía en forma de rentas financieras y no las finanzas las que se opondrían o se sustituirían a la inversión productiva. La financiarización corresponde al incremento de una parte de la plusvalía que no encuentra dónde reinvertirse con ganancias (7). La distribución de rentas financieras no es automáticamente incompatible con la acumulación basada en la autofinanciación de las empresas. Cuando las ganancias sacadas de la actividad económica son atractivas, las rentas financieras son reinvertidas, participando de manera externa en la acumulación de las empresas. Lo que hay que explicar no es que las ganancias salgan por la puerta repartidas en rentas financieras, sino por qué éstas no vuelvan a entrar por la ventana para reinvertirse productivamente en el circuito económico. Si una parte significativa de estas cantidades fuera reinvertida, ello se concretaría en un alza de la tasa de acumulación. Y si esto no es así, es porque hay crisis de sobreproducción y, por lo tanto, escasez de espacios de acumulación rentables.
El parasitismo financiero es un síntoma, es una consecuencia de las dificultades del capitalismo. No es la causa, no es la raíz de esas dificultades. La esfera financiera es el escaparate de la crisis, porque es en ella donde aparecen las burbujas bursátiles, los desmoronamientos monetarios y las turbulencias bancarias. Pero esos trastornos son la consecuencia de contradicciones cuyo origen está en la esfera productiva.
¿Qué ha ocurrido desde hace 20 años? La austeridad y la baja de salarios (8) han permitido que se haya restablecido la cuota de ganancia de las empresas, pero esas ganancias acumuladas no han desembocado en una subida de la cuota de acumulación (la inversión) y, por lo tanto, de la productividad del trabajo. El crecimiento se ha mantenido depresivo (gráfico). En resumen, el freno de los gastos en salario ha restringido los mercados, ha alimentado las rentas financieras, pero no las reinversiones de las ganancias. ¿Y por qué hoy es tan débil la reinversión aun cuando las ganancias de las empresas se han restablecido? ¿Por qué no vuelve a arrancar la acumulación tras la subida de los tipos de interés desde hace más de 20 años? Marx, y Rosa Luxemburg tras él, nos enseñaron que las condiciones de la producción (la extracción de la plusvalía) son una cosa y otra cosa son las condiciones de realización de ese trabajo excedente que se cristaliza en las mercancías producidas. El trabajo excedente cristalizado en la producción no se convierte en plusvalía contante y sonante, en plusvalía acumulable más que si las mercancías producidas se venden en el mercado. Es esa diferencia fundamental entre las condiciones de producción y las de su realización los que nos permite comprender por qué no hay un vínculo automático entre la cuota de ganancia y el crecimiento.
El gráfico página 9 resume bien la evolución del capitalismo desde la Segunda Guerra mundial. En la fase excepcional de prosperidad tras la reconstrucción se observa que todas las variables fundamentales (ganancia, acumulación, crecimiento y productividad del trabajo) aumentan o fluctúan en cotas altas hasta la reaparición de la crisis abierta entre los años 60 y 70. El agotamiento de los incrementos de productividad que se inicia desde los años 60 arrastra a las demás variables en su caída común hasta principios de los años 80. Luego, el capitalismo entra en una situación totalmente inédita en el plano económico: es una configuración que asocia una cuota de ganancia alta junto con una productividad del trabajo, una tasa de acumulación y, por lo tanto, una tasa de crecimiento mediocres. Esa divergencia entre la evolución de la cuota de ganancia y las demás variables desde hace más de 20 años sólo puede comprenderse desde el enfoque de la decadencia del capitalismo. No parece ser ése el enfoque del BIPR, el cual estima que hoy el concepto de decadencia del capitalismo debe tirarse a la basura de la historia. “¿Qué papel desempeña pues el concepto de decadencia en el terreno de la crítica de la economía política militante, o sea, en el del análisis profundo de los fenómenos y de las dinámicas del capitalismo en el período en que vivimos? Ninguno (…) No es con el concepto de decadencia con el que pueden explicarse los mecanismos de la crisis, ni denunciar la relación entre la crisis y la financiarización, la relación entre ésta y las políticas de las superpotencias por el control de la renta financiera y de las fuentes de ésta” (BIPR “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”). El BIPR prefiere pues abandonar el concepto de decadencia en que sus propias posiciones se basaban (9), sustituyéndolo por conceptos de moda en el medio altermundialista como el de “financiarización” y “renta financiera” “para comprender la crisis y las políticas de las superpotencias”. Llega incluso a afirmar que “…esos conceptos [el de decadencia, especialmente] son ajenos al método y al arsenal de la crítica de la economía política” (ídem)
¿Por qué es indispensable la decadencia para comprender la crisis de hoy? Porque el declive constante de las tasas de crecimiento desde finales de los años 60 en los países de la OCDE con 5,2 % (años 60), 3,5 % (70), 2,8 (80), 2,6 (90) y 2,2 para 2000-02 confirma el retorno progresivo del capitalismo a su tendencia histórica abierta por la Primera Guerra mundial. El paréntesis de la fase excepcional de crecimiento (1950-1975) se cerró definitivamente (10). Igual que un muelle roto, tras un último sobresalto, vuelve a su forma de origen, el capitalismo vuelve inexorablemente a los ritmos de crecimiento que prevalecieron entre 1914 y 1950. Contrariamente a lo que cacarean nuestros censores, la teoría de la decadencia del capitalismo no sirve únicamente para explicar el estancamiento de los años 30 (11). Es la esencia misma del materialismo histórico, el “secreto” por fin encontrado de la sucesión de los diferentes modos de producción en la historia, y, por ello mismo, proporciona el marco para analizar la evolución del capitalismo y, especialmente, del período que se abrió con la Iª Guerra mundial. Tiene un alcance general: es válida para toda una era histórica, no depende ni mucho menos de un período particular o de una coyuntura económica momentánea. Además, incluso con la fase de crecimiento excepcional entre 1950 y 1975, dos guerras mundiales, la depresión de los años 30 y más de 35 años de crisis y de austeridad son un balance patente de lo que es la decadencia del capitalismo: apenas 30 a 35 años (contando holgadamente) de “prosperidad” junto a 55 a 60 años de guerra o de crisis económica, cuando no juntas ambas. ¡Y lo peor está por llegar!. La tendencia histórica de freno del crecimiento de las fuerzas productivas por unas relaciones capitalistas de producción ya caducas, es la regla, el marco que permite entender la evolución del capitalismo, incluida la fase la excepción o sea, la fase de prosperidad tras la Segunda Guerra mundial. Lo que sí es un producto de los años de prosperidad es, precisamente, el haber abandonado la teorafaía de la decadencia. Es lo mismo que le ocurrió a la corriente reformista, la cual que se dejó deslumbrar por los resultados del capitalismo de la Belle époque.
El gráfico adjunto, por otra parte, nos muestra claramente que el mecanismo al que se debe la subida de la cuota de ganancia no es ni un incremento de la productividad del trabajo, ni una reducción del capital. Esto nos da la ocasión para acabar de una vez con las charlatanerías cobre la pretendida “nueva revolución tecnológica”. Algunos universitarios, maravillados por la informática atrapados con la boca abierta en el anzuelo de las campañas burguesas sobre la “nueva economía”…confunden la velocidad de su ordenador con la productividad del trabajo: no es porque el Pentium 4 va doscientas veces más rápido que los procesadores de la primera generación que el oficinista va a escribir doscientas veces más deprisa y podrá incrementar su productividad otro tanto. El gráfico muestra que la productividad del trabajo sigue decreciendo desde los años 60. Por razones evidentes, pues, a pesar de las ganancias restablecidas, la tasa de acumulación (las inversiones para posibles incrementos de productividad) no se ha restablecido. La “revolución tecnológica” sólo existe en los discursos de las campañas burguesas y en la imaginación de quienes se las tragan. Esa constatación empírica de la reducción de la productividad (del progreso técnico y de la organización del trabajo), sin interrupción desde los años 60, contradice la imagen mediática, aunque bien incrustada en las mentes, de un cambio tecnológico creciente, de una nueva revolución industrial de la que hoy estarían preñadas la informática, las telecomunicaciones, Internet y los multimedia. ¿Cómo explicar la fuerza de esa patraña que pone la realidad patas arriba en nuestras mentes?
Primero, hay que recordar que los progresos de productividad tras la Segunda Guerra mundial fueron mucho más espectaculares que los que nos presentan como “nueva economía”. La difusión de la organización del trabajo en tres equipos de 8 horas, la generalización de la cadena móvil en la industria, los rápidos progresos en el desarrollo y generalización de los transportes de todo tipo (camión, tren, avión, coche, barco), la sustitución del carbón por el petróleo, más barato, el invento del plástico que se puso en lugar de otros materiales muy costosos, la industrialización en la agricultura, la generalización de la conexión eléctrica, del gas natural, del agua corriente, de la radio y del teléfono, la mecanización de la vida casera mediante los electrodomésticos, etc. fueron mucho más espectaculares en cuanto al progreso de la productividad que todo lo que aporta el desarrollo de la informática y las telecomunicaciones. La productividad no ha hecho sino disminuir desde los dorados sesenta.
Además, se cultiva insistentemente una confusión entre la aparición de nuevos bienes de consumo y los progresos de productividad. El flujo de innovaciones, la multiplicación de novedades por extraordinarias que sean (DVD, GSM, Internet, etc) como bienes de consumo no recubre el fenómeno de progreso de la productividad. Este significa capacidad para ahorrar en los recursos que la producción requiere para la producción de un bien o de un servicio. La expresión progreso técnico debe siempre entenderse en el sentido de progreso de las técnicas de producción y/o de organización, desde el estricto enfoque de la capacidad para ahorrar en los recursos usados en la fabricación de un bien o la prestación de un servicio. Por impresionantes que sean, los progresos de lo digital (o numérico) no se plasman en progresos significativos de productividad en el proceso productivo. Ahí radica todo el bluff de la “nueva economía”.
En fin, contrariamente a las afirmaciones de nuestros censores que niegan la realidad de la decadencia y la validez de los aportes teóricos de Rosa Luxemburg (y que hacen de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia el alfa y omega de la evolución del capitalismo), el recorrido de la economía desde principios de los años 80 nos muestra claramente que no es porque suba esa cuota de ganancia por lo que el crecimiento vuelve a despegar. Es verdad que hay un vínculo fuerte entre la cuota de ganancia y la tasa de acumulación, pero no es ni mecánico ni unívoco: son dos variables parcialmente independientes. Esto contradice formalmente las afirmaciones de quienes hacen depender obligatoriamente la crisis de sobreproducción de la caída de la cuota de ganancia y el retorno de su subida:
“esta contradicción, la producción de la plusvalía y su realización, aparece como una producción de mercancías y por lo tanto como causa de la saturación de los mercados, que, a su vez, se opone al proceso de acumulación, lo cual imposibilita que el sistema en su conjunto compense la caída de la cuota de ganancia. En realidad, el proceso es inverso. (…) Es el ciclo económico y el proceso de valoración lo que hacen “solvente” o “insolvente” el mercado. Es partiendo de las leyes contradictorias que regulan el proceso de acumulación cómo se puede explicar la “crisis” del mercado” (Texto de presentación de Battaglia comunista para la Primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, mayo de 1977).
Hoy podemos observar claramente que la cuota de ganancia sube desde hace casi 20 años, mientras que el crecimiento sigue deprimido y la burguesía no ha hablado tanto de deflación como ahora. No es porque el capitalismo consigue producir con suficiente ganancia por lo que crea automáticamente, por ese mismo mecanismo, el mercado solvente en el que será capaz de transformar el trabajo excedente cristalizado en sus productos en plusvalía contante y sonante que le permita reinvertir sus ganancias. La importancia del mercado no depende automáticamente de la evolución de la cuota de ganancia; al igual que otros parámetros que condicionan la evolución del capitalismo, es ésa una variable parcialmente independiente. Es la comprensión de la diferencia fundamental entre las condiciones de la producción y las de la realización, puesta ya de relieve por Marx y profundizada con maestría por Rosa Luxemburg, lo que nos permite comprender por qué no hay automatismo entre la cuota de ganancia y el crecimiento.
Al negar la decadencia como marco de comprensión del período actual y de la crisis, al señalar la especulación financiera como causa de todas las desgracias del mundo, al subestimar el desarrollo del capitalismo de Estado, los dos grupos más importantes de la Izquierda comunista fuera de la CCI (Programme communiste y el BIPR) no pueden dar una orientación clara y coherente a las luchas de resistencia de la clase obrera. Basta con leer los análisis que hacen sobre la política de la burguesía en austeridad y las conclusiones que sacan de su análisis de la crisis para darse cuenta de ello:
“Durante los años 50, las economías capitalistas volvieron a arrancar y la burguesía vio por fin el nuevo florecer de sus ganancias por largo tiempo. Esta expansión que continuó en la década siguiente se basó pues en un auge del crédito y se hizo con el apoyo de los Estados. Se tradujo incuestionablemente en una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores (seguridad social, convenios colectivos, alza de salarios…) Esas concesiones hechas por la burguesía bajo la presión de la clase obrera, se plasmaron en una baja de la cuota de ganancia, fenómeno en sí mismo inevitable, vinculado a la dinámica interna del capital (…) Si al principio de la fase del imperialismo, las ganancias acumuladas gracias a la explotación de las colonias y de sus pueblos permitieron a las burguesías dominantes garantizar cierta paz social haciendo beneficiar a la clase obrera de una parte de la extorsión de la plusvalía, ya no es lo mismo hoy, pues la lógica especulativa implica poner en entredicho todas las adquisiciones sociales arrancadas durante las décadas precedentes por los trabajadores de los “países centrales”a sus burguesías” (BIPR, en Bilan et perspectives nº 4, p. 5 a 7).
También ahí vemos cómo el abandono del marco de la decadencia abre de par en par las puertas a concesiones a los análisis izquierdistas. El BIPR prefiere copiar las fábulas izquierdistas sobre las “adquisiciones sociales (seguridad social, convenios colectivos, alza de salarios…)” que habrían sido “concesiones hechas por la burguesía bajo la presión de la clase obrera” y que “la lógica especulativa actual” pondría en entredicho, a apoyarse en las contribuciones teóricas legadas por la Izquierda comunista internacional (Bilan, Communisme, etc.), la cual analizaba esas medidas como medios instaurados por la burguesía para hacer depender y uncir la clase obrera al Estado.
En efecto, en la fase ascendente del capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas y del proletariado era insuficiente para poner el peligro la dominación burguesa y permitir una revolución victoriosa a escala internacional. Por eso es por lo que, aunque la burguesía lo hizo todo por sabotear la organización del proletariado, éste pudo, a través de sus combates sin tregua, constituirse como “clase para sí” en el capitalismo con sus propias organizaciones, los partidos obreros y los sindicatos. La unificación del proletariado se realizó gracias a las luchas para arrancar al capitalismo unas reformas que se concretaban en mejoras de las condiciones de vida de la clase: reformas en lo económico y reformas en lo político. El proletariado adquirió, como clase, el derecho de ciudadanía en la vida política de la sociedad, o, con las palabras de Marx en Miseria de la filosofía: la clase obrera ha conquistado el derecho a existir y afirmarse de manera permanente en la vida social como “clase para sí”, o sea como clase organizada con sus propios lugares de encuentro cotidianos, sus ideas y su programa social, sus tradiciones y hasta sus canciones.
Cuando el capitalismo entró en sus fase de decadencia en 1914, la clase obrera demostró su capacidad para echar abajo la dominación de la burguesía, forzándola a cesar la guerra y desplegando una oleada internacional de luchas revolucionarias. Desde entonces el proletariado es un peligro potencial permanente para la burguesía. Por eso ésta no puede seguir tolerando que su clase enemiga pueda organizarse de manera permanente en su propio terreno de clase, pueda vivir y crecer en el seno de sus propias organizaciones. El Estado extendió su dominio totalitario sobre todos los aspectos de la vida de la sociedad. Todo quedó encerrado entre sus tentáculos omnipresentes. Todo lo que vive en la sociedad ha tenido que someterse incondicionalmente al Estado o enfrentarse a él en un combate a muerte. Ha caducado el tiempo en que el Estado podía tolerar la existencia de órganos proletarios permanentes. El Estado expulsó de la vida social al proletariado organizado como fuerza permanente. De igual modo: “Desde la Primera Guerra mundial, paralelamente al desarrollo del papel del Estado en la economía, se han ido multiplicando las leyes que rigen las relaciones entre capital y trabajo, creando un marco estricto de “legalidad” entre cuyos límites la lucha proletaria queda circunscrita y reducida a la impotencia” (de nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera) Ese capitalismo de Estado en el plano social implicó una transformación de toda la vida de la clase en un remedo de ella, en el terreno burgués. El Estado se apoderó de ella, mediante los sindicatos en algunos países, directamente en otros, de sus cajas de resistencia u organizaciones de socorro mutuo, de sus mutuas en caso de enfermedad o despido, todo lo que la clase obrera había ido construyendo a lo largo de la segunda mitad del siglo xix. La burguesía retiró la solidaridad política de manos del proletariado para transferirla como solidaridad económica en manos del Estado. Al dividir el salario en una retribución directa por parte del patrón y una indirecta por parte del Estado, ha burguesía ha consolidado la mistificación que consiste en presentar al Estado como órgano por encima de las clases, garante del interés común y de la seguridad social de la clase obrera. La burguesía había logrado vincular material e ideológicamente la clase obrera al Estado. Ése era el análisis de la Izquierda italiana y de la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional respecto a las primeras cajas de seguros de desempleo y de socorro mutuo instauradas por el Estado durante los años 30 (12).
¿Qué dice el BIPR a la clase obrera? Primero que la “lógica especulativa” sería responsable de la “puesta en entredicho de todas las adquisiciones sociales”…y ¡otra vez de vuelta el mal absoluto de la “financiarización”! El BIPR se olvida de paso que la crisis y los ataques contra la clase obrera no han estado esperando la aparición de la “lógica especulativa” para abatirse sobre el proletariado. ¿Se cree de verdad el BIPR, como parece indicarlo su prosa, que la clase obrera verá horizontes radiantes el día en que la “lógica especulativa” sea erradicada? Son esas patrañas izquierdistas, con las que se pretende hacer creer que la lucha contra la austeridad dependería de la lucha especulativa, las que deben ser erradicadas con el mayor vigor.
Hay, sin embargo, cosas peores todavía. Es un embuste grosero hacer creer al proletariado que la seguridad social, los convenios colectivos y hasta el mecanismo de subida de salarios con los mecanismos de ajuste o de escala móvil serían “adquisiciones sociales arrancadas tras reñida lucha”. Sí, la reducción horaria de la jornada laboral, la prohibición del trabajo infantil, del trabajo nocturno de las mujeres, etc. fueron auténticas concesiones arrancadas tras reñida lucha por la clase obrera en la fase ascendente del capitalismo. En cambio, las supuestas “ventajas sociales” como la seguridad social o los convenios colectivos firmados en los Pactos sociales para la Reconstrucción no tuvieron nada que ver con la lucha de la clase obrera. Clase derrotada, agotada por la guerra, emborrachada y estafada por el nacionalismo, ebria de euforia con la Liberación, no fue ella quien, gracias a sus luchas, habría arrancado esas “ventajas”. Fue a iniciativa de la burguesía misma, en el seno de los gobiernos en el exilio donde se elaboraron los Pactos sociales para la Reconstrucción, instaurándose así todos los mecanismos del capitalismo de Estado. Fue la burguesía la que tomó la iniciativa, entre 1943 y 1945, en plena guerra, de reunir todas las “fuerzas vivas de la nación”, todos “los agentes sociales” mediante reuniones tripartitas entre representantes de la patronal, de los gobiernos y de los diferentes partidos y sindicatos, es decir en la más perfecta de las concordias nacionales de los movimientos de Resistencia, para planificar la reconstrucción de las economías destruidas y negociar socialmente la difícil etapa de reconstrucción. No hubo “concesiones de la burguesía bajo la presión de la clase obrera” en el sentido de una burguesía obligada a aceptar un compromiso frente a una clase obrera movilizada en su terreno y con una estrategia de ruptura con el capitalismo, sino de instaurar medios en concertación entre todos los componentes de la burguesía (patronal, sindicato, gobierno) para controlar socialmente a la clase obrera y así realizar la reconstrucción nacional (13). Recordemos que en la inmediata posguerra, la burguesía llegó incluso a montar de abajo arriba nuevos sindicatos como la CFTC en Francia o la CSC en Bélgica.
Es evidente que los revolucionarios denuncian toda recorte al salario, tanto el directo como el indirecto, es evidente que deben denunciar todo ataque al nivel de vida cuando la burguesía va reduciendo cada día más la seguridad social, pero nunca defenderán el principio mismo del mecanismo instaurado por la burguesía para uncir la clase obrera al Estado (14). Los revolucionarios deben, al contrario, denunciar la lógica ideológica y material en que se basan esos mecanismos como la supuesta “neutralidad del Estado”, la “solidaridad social organizada por el Estado”, etc.
Ante lo que plantea la agravación general de las contradicciones del modo capitalista de producción, ante las dificultades con que se encuentra la clase obrera para hacerles frente, les incumbe a los revolucionarios desplegar la mayor capacidad para contestar a los problemas que la historia plantea. Esa capacidad no podría basarse en los análisis fraudulentos que difunden los sectores de extrema izquierda del aparato político de la burguesía. Sólo apoyándose en el marxismo y en las adquisiciones de la Izquierda comunista, en particular el análisis de la decadencia del capitalismo, podrán los revolucionarios estar a la altura de sus responsabilidades.
C. Mlc
1) Ver nuestro artículo “Los disfraces de la prosperidad económica arrancados a la crisis” en la Revista internacional nº 114 y el gráfico adjunto.
2) Como lo escribe Marx: “Capital supone trabajo asalariado, trabajo asalariado supone capital. Son el uno condición del otro, creándose mutuamente” (Trabajo asalariado y capital).
3) No podemos, en este artículo, tratar lo que Marx y los teóricos marxistas escribieron sobre las contradicciones que engendra la generalización del trabajo asalariado, o sea la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Para una mayor precisión sobre esos trabajos marxistas, invitamos a leer, en particular, nuestro folleto La decadencia del capitalismo, y muchos otros artículos de esta Revista internacional.
4) “En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, y sólo es entonces su expresión jurídica, con las relaciones de producción en cuyo seno se habían movido hasta entonces. Tras haber sido formas de desarrollo de las fuerzas productivas, esas relaciones se convierten en barreras para ellas” (K. Marx “Prefacio” a la Introducción a la crítica de la economía política).
5) Por desgracia, Lenin no es en esto un recurso, pues su estudio sobre el imperialismo, por decisivo que fuera en algunos aspectos de la evolución del capitalismo y de la situación del imperialismo entre los siglos xix y xx, da una importancia desmesurada al papel del capital financiero, olvidándose de otros cambios más importantes entonces tales como el desarrollo del capitalismo de Estado (cf. Revista internacional nº 19 “Sobre el imperialismo” y Révolution internationale nº 3 y nº 4 “Capitalisme d’État et loi de la valeur”). Capitalismo de Estado que, contrariamente al análisis de Hilferding-Lenin, restringirá drásticamente el poder de las finanzas a partir de la experiencia de la crisis del 29 para, después, a partir d elos años 80, abrir de nuevo las puertas progresivamente a cierta libertad. Lo que importa aquí es saber que han sido los Estados nación quienes han dirigido este último proceso y no una especie de internacional fantasmagórica de la oligarquía financiera que habría impuesto sus instrucciones una noche de 1975 en Washington.
6) Basta, para convencerse, con imaginarse dos situaciones límite: en una han sido destruidas todas las máquinas y sólo perviven los humanos y en la otra toda la humanidad es destruida y sólo quedaban máquinas...
7) Por otra parte, el que las tasas de autofinanciación de las empresas sean superiores a 100 % desde hace ya bastante tiempo desmiente esa tesis, pues eso quiere decir que las empresas no necesitan las finanzas para financiar sus inversiones.
8) La parte de los salarios en el valor añadido en Europa pasó de 76 % a 68 % entre 1980 y 1998 y, como las desigualdades de salario se han incrementado notablemente durante el mismo período, eso significa que la baja del salario medio de los trabajadores es mayor de lo que expresa esa estadística.
9) Citemos, entre otros, el texto del BIPR presentado ante la Primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, extraído del párrafo titulado “Crisis y decadencia”: “Cuando empezó a manifestarse, el sistema capitalista dejó de ser un sistema progresivo, es decir, necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, para entrar en una fase de decadencia caracterizada por los intentos por resolver sus propias contradicciones insolubles, dándose nuevas formas organizativas desde un punto de vista productivo. (…) En efecto, la intervención progresiva del Estado en la economía debe ser considerada como la señal de la imposibilidad para resolver las contradicciones que se acumulan en el interior de las relaciones de producción y es, por lo tanto, la señal de su decadencia”.
10) Invitamos a leer nuestro Informe para nuestro XVº congreso internacional sobre la crisis económica que publicamos en el número anterior de esta Revista, en donde, sin por ello negar el carácter excepcional del período 1950-1975, se desmitifica, primero, el cálculo de las tasas de crecimiento en el período de decadencia y desmitifica también los que se refieren al período de posguerra de la IIª Guerra mundial, ampliamente sobreestimados.
11) 1. “… la teoría de la decadencia, tal como procede de los conceptos de Trotski, de Bilan, de la ICF y de la CCI, ya no sirve hoy para comprender el desarrollo real del capitalismo a lo largo de todo el siglo XX, y, en particular, desde 1945 (…) En lo que a los comunistas de la primera mitad de siglo del siglo XX se refiere, eso puede explicarse fácilmente: los acontecimientos sucedidos durante tres décadas, entre 1914 y 1945, fueron tales (…) que parecían acreditar la tesis del declive histórico del capitalismo y confirmar las previsiones: era lógico no ver en el capitalismo más que un sistema en putrefacción, en las últimas y decadente” (Cercle de Paris, en Que ne pas faire ?, p.31)
2.“El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la IIIª Internacional, desarrollado por Trotski en particular (…) Éste precisó su concepto asimilando la decadencia del capitalismo a un cese puro y simple del crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad (…) Esta visión parecía corresponderse con la realidad de la primera mitad del siglo XX (…) La visión de Trotski fue retoma en lo esencial por la Izquierda italiana agrupada en Bilan antes de la Segunda Guerra mundial y después por la Izquierda comunista de Francia (GCF) tras aquélla” (Perspective internationaliste, «Vers une nouvelle théorie de la décadence du capitalisme»).
3 “La hipótesis de un “cese irreversible” de las fuerzas productivas no es sino la deducción, en el plano teórico, de una impresión general dejada por el período de entre ambas guerras durante el cual la acumulación capitalista tuvo, coyunturalmente, dificultades para volver a arrancar” (Communisme ou Civilisation: “Dialectique des forces productives et des rapports de production en la théorie communiste”).
4 “Tras la IIª Guerra mundial, tanto los trotskistas como los comunistas de izquierda volvieron con la convicción reafirmada de que el capitalismo era decadente y estaba a punto de desmoronarse. Considerando el período que acababa de terminar, la teoría no parecía tan irrealista, pues al crac de 1929 le siguió una depresión de los años 30, para terminar en otra guerra catastrófica (…) Ahora, de igual modo que podemos decir que los comunistas de izquierda defendieron verdades importantes de la experiencia de 1917-21 contra las versión leninista de los trotskistas, su objetivismo económico y la teoría mecánica de las crisis y del desmoronamiento, que comparten con los leninistas, los hizo incapaces de responder a la nueva situación caracterizada por un “boom” de larga duración (…) Tras la IIª Guerra mundial, el capitalismo entró en uno de sus períodos de expansión más sostenidos, con tasas de crecimiento no sólo más altas que las de entre ambas guerras sino incluso que las del” boom” del capitalismo clásico” (Aufheben: “Sobre la decadencia, teoría del declive o declive de la teoría”).
12 Leer: “Otra victoria del capitalismo: el seguro de desempleo obligatorio”, en Communisme nº 15, junio de 1938 y “Los sindicatos obreros y el Estado”, en el nº 5 de la misma revista.
13) Hubo luchas sociales durante la guerra, pero también y sobre todo en la inmediata posguerra, a causa de las condiciones de vida insoportables. En general, sin embargo, salvo excepciones notables como en el norte de Italia o en el Rhur, no fueron una amenaza real para el capitalismo. Esas luchas estaban bien encuadradas, controladas y a menudo desbaratadas por los partidos de izquierda y los sindicatos en nombre de la “necesaria concordia nacional” para la reconstrucción.
14) Lo increíble es que el BIPR integra incluso en la categoría de “conquistas sociales” a los “convenios colectivos”, que significan, claramente, paz social codificada e impuesta por la burguesía en las empresas.
En números anteriores de la Revista Internacional (1), hemos publicado una considerable cantidad de correspondencia con el Partido marxista laborista de Rusia. Este intercambio se ha centrado principalmenteen el problema de la decadencia el capitalismo y sus implicaciones para ciertas cuestiones clave, como la naturaleza de clase de la revoluciónde Octubre y el problema de la “liberación nacional”.
Hemos recibido noticias de una escisión en el grupo. Ahora habría dos MLP, uno que se refiere a sí mismo como el MLP (Bolchevique), y otro –con el que hemos mantenido debate hasta ahora-, el MLP (Buró sur). Para tratar de clarificar una situación bastante confusa, y comprender mejor las verdaderas posiciones del MLP sobre cuestiones fundamentales del internacionalismo proletario, planteamos por escritoal MLP (Buró sur, BS) una serie de preguntas (en el resto del artículo, cuando mencionamos al MLP, nos referimos al MLP (BS), a menos que se indique lo contrario). Estas cuestiones se reproducen en la respuesta del MLP, que publicamos a continuación, después sigue nuestra respuesta a la carta del MLP, en la que nos concentramos de nuevo en nuestras diferencias sobre la cuestión nacional.
Hay una respuesta posterior del MLP, sobre la que volveremos en el próximo número de la Revista Internacional; también desarrollaremos nuestra respuesta a otras cuestiones suscitadas por la carta que publicamos aquí, en particular el antifascismo y la naturaleza de la Segunda Guerra mundial.
Camaradas
Aunque vuestra carta estaba dirigida al “Buró sur del MLP”, hemos dado a conocer sus contenidos a nuestros camaradas de la organización, aunque no vivan en el sur de Rusia.
Esta es nuestra respuesta colectiva.
¿Consideráis posible el apoyo a las luchas de liberación nacional en el siglo XX?
Sostenemos que, antes de hablar a favor o en contra de apoyar las luchas de liberación nacional en el siglo XX, habría que comprender lo que significan globalmente las luchas de liberación nacional. Pero a su vez, esto sería difícil si previamente no se ha dado una determinación más o menos clara de “nación”.
Además, en nuestra opinión, habría que clarificar cual fue la actitud de Marx y Engels ante esta cuestión en su época, así como cuál fue la posición de los bolcheviques-leninistas, tanto antes como después de la revolución de Octubre 1917. Finalmente, habría que considerar la evolución de las posiciones de la Comintern sobre estos problemas...
¿Reconocéis un “derecho de autodeterminación de las naciones”, o rechazáis esa fórmula?
El movimiento de liberación nacional es una cosa objetiva. Al alcanzar un alto nivel de desarrollo, indica que uno u otro pueblo se ha embarcado en la vía de su propio desarrollo capitalista, y que el correspondiente grupo étnico, o bien está en el umbral de convertirse en una nación BURGUESA, o ya lo ha traspasado.
En contraste con lo que manda la tradición bolchevique-Comintern, ofreciendo no sólo apoyo a los movimientos de liberación nacional como progresistas-burgueses, sino orientándose incluso a crear partidos comunistas (¡!) en los países atrasados, partidos que consisten en el campesinado bajo el liderazgo de la intelligentsia nacional progresista-revolucionaria; y a luchar por el establecimiento del poder de los soviets en ausencia o mínima presencia del proletariado industrial (la notable teoría del “desarrollo no capitalista”, o la “orientación socialista en los países en desarrollo”), el MLP (¡ no confundir con el MLP (B) !) considera que el apoyo a los movimientos de liberación nacional sólo crea la ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales. En particular, esta ilusión se expresa en la consigna “marxista-leninista”: “De la liberación nacional a la liberación social”.
Sólo la revolución social podrá solucionar, entre otros, los problemas nacionales.
La participación en cualquier movimiento de liberación nacional, es decir, la lucha por la separación del Estado de una nación burguesa más, no es una tarea específica de los marxistas.
Al mismo tiempo, no nos oponemos a los movimientos de liberación nacional, por ejemplo, al movimiento político a favor de la separación de Chechenia de Rusia, en el que participan activamente algunos miembros del MLP (B).
Si la mayoría de la población de una nacionalidad en un determinado territorio histórico ha decidido usar el “derecho de las naciones a la autodeterminación” contra la “expansión imperialista”, nosotros no nos declararemos en contra de esa posición con dos condiciones:
– que la separación territorial frene la sangrienta carnicería con múltiples víctimas entre la población trabajadora de ambos bandos;
– que la independencia estatal de una nueva nación burguesa, lleve más rápidamente a la situación en que, dentro de esa nación, emerja su propio proletariado industrial y se haga más fuerte; y entonces, desencadene su lucha de clase contra la burguesía nacional local, sin dejarse arrastrar por la ilusión de ninguna “liberación” que no sea social ¡Antes de que el proletariado de todos los países pueda unirse, el proletariado de esos países tiene simplemente que existir!
¿Consideráis que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias en el siglo XX –esto es, desde el principio de la Iª Guerra mundial-?, y si no es así ¿Cuál es vuestrocriterio?
Aquí también es preciso definir primero lo que se entiende por “reaccionario”. La palabra “reaccionario” en su sentido original significa “contrarrestar el progreso” o, más exactamente, “contrarrestar el avance hacia delante”. Está claro, sin embargo, que esta definición es muy general.
Como marxistas, podemos y tenemos que hablar de ese tipo de reacción que se opone al anhelo de acabar con el modo de producción capitalista-burgués, y globalmente con la sociedad de clase (propiedad privada y explotación), que impide al género humano avanzar hacia el comunismo.
Al mismo tiempo, los clásicos del marxismo nos enseñaron a comprender por qué el modo de producción capitalista fue progresista respecto a los modos de producción que le precedieron, y respecto a las estructuras socioeconómicas más atrasadas que coexisten con él en el marco de la sociedad de clases. También nos enseñaron a distinguir las etapas progresivas de desarrollo de este modo de producción. ¡En nuestra opinión, cualquier otro planteamiento sería escolástico y dogmático, pero no dialéctico-histórico!
En el siglo xx, la producción pequeño burguesa y campesina fue dando lugar a la producción capitalista a gran escala. Desde el punto de vista del marxismo, las fuerzas productivas cambian la estructura social de la sociedad en el curso de su desarrollo. Esto es objetivamente progresista.
De aquí en adelante, en nuestra opinión, respecto al siglo xx, no se debería hablar de decadencia del capitalismo como tal, sino sólo del proceso por el que la forma Estado-nación del capitalismo sobrevive más allá de su necesidad histórica, y por tanto la posibilidad de desarrollo de una fase siguiente se ha agotado.
Y no podemos decir que con el comienzo de la Iª Guerra mundial, el capitalismo haya agotado inequívocamente su capacidad de desarrollo. En nuestra opinión, ese agotamiento solo se constata a partir de la segunda mitad del siglo xx. Evidencias claras de esto son la actual globalización y unificación económica de Europa, por ejemplo.
Ahora en nuestra época es cuando el capitalismo ha empezado a agotar su capacidad progresista.
Esto hace que se aproxime la hora de acabar con él a escala internacional por medio de la revolución social mundial.
(…)
Entre las diferentes cuestiones que se plantean en esta carta, hemos escogido responder primero a una cuestión que pensamos que es particularmente importante clarificar. También es una cuestión que se plantean los nuevos elementos y grupos que aparecen en Rusia. Se trata de la cuestión nacional, y particularmente la posición comunista sobre las luchas de liberación nacional y la famosa consigna de Lenin del “derecho de las naciones a su autodeterminación”. Aunque el MLP, en su respuesta a nuestra carta, sostiene que no apoya los movimientos de liberación nacional, porque “sólo crean una ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales”, al mismo tiempo considera que hay ciertas ocasiones en las que no se opondría a ellos. Como cuando “la mayoría de la población de una nacionalidad en un determinado territorio histórico ha decidido usar el “derecho de las naciones a la autodeterminación” contra la “expansión imperialista”...”
Esas ocasiones son las siguientes: cuando la separación detendría una matanza sangrienta, o si el surgimiento de un nuevo Estado independiente llevara al crecimiento del proletariado en ese Estado, y más tarde al desarrollo de la lucha de clases contra la burguesía nacional local.
Esto significa concretamente para el MLP en sus propias palabras: “no nos oponemos a los movimientos de liberación nacional, por ejemplo, al movimiento político a favor de la separación de Chechenia de Rusia, en el que participan activamente algunos miembros del MLP (B)”.
Antes que nada, nos parece muy extraño que el MLP diga que no están en contra del movimiento de liberación nacional, pero al mismo tiempo no están a favor. ¿Acaso el MLP es indiferente, o simplemente se abstiene de combatir la ideología de la liberación nacional, aunque según sus propias posiciones, “sólo crea una ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales”? ¿Qué quiere decir el MLP cuando escribe que participar en los movimientos de liberación nacional “no es una tarea específica de los marxistas”? Además, el MLP tampoco se opone a las actividades de un miembro del MLP(B), que “participa activamente” en un movimiento separatista de Chechenia. ¿Qué tenemos que pensar de esto?
Para nosotros expresa una posición ampliamente oportunista sobre los movimientos de liberación nacional. Tenemos la impresión de que esta vaguedad en la toma de posición es sólo una apertura a la participación en esos movimientos de ciertos miembros del MLP. De hecho, la posición del MLP deja la puerta abierta al apoyo a cualquier movimiento de liberación nacional, porque siempre será posible encontrar algún criterio que aplicar.
Para el MLP sería posible argumentar que la separación nacional detendría una sangrienta matanza en muchas ocasiones. Por ejemplo, esta posición hubiera llevado lógicamente en 1947 a apoyar la separación de Pakistán de la India, para detener las masacres entre musulmanes e hindúes. La disputa posterior sobre Jammu y Cachemira entre Pakistán e India, es quizás también un buen ejemplo de cómo el “derecho de las naciones a la autodeterminación” (ahora en nombre del Acta de independencia británica) sólo lleva a más matanzas sangrientas. Hoy vemos cómo los peligrosos conflictos y las tensiones constantes entre Pakistán e India amenazan la densa población de la zona con millones de muertes si se desencadenara una guerra nuclear entre Pakistán e India –y esto sería un horror añadido a todas las muertes que ya ha causado el conflicto de Cachemira (2). Este ejemplo sólo es para mostrar lo absurdo y completamente a-marxista que es el criterio que plantea el MLP como una razón para “no oponerse” a la separación de un nuevo Estado.
El otro criterio que emplea el MLP es la hipótesis de que una separación llevaría al desarrollo de la industria, y consecuentemente al desarrollo del proletariado, y finalmente al incremento de la lucha de clases contra la “burguesía nacional local”.
Como el MLP no comparte el concepto de “decadencia del capitalismo” (la entrada del capitalismo en una fase de decadencia tras una fase progresiva), al menos hasta finales del siglo xx, cuando según ellos, se habría manifestado en la globalización del capitalismo y en la unificación económica de Europa; este otro criterio se aplicaría a diferentes casos de “liberación nacional” en el siglo xx. Por ejemplo en los años 70 hubo diferentes grupos en Europa que en muchos aspectos estaban próximos a las posiciones proletarias, pero que en lo que concierne a la cuestión de la liberación nacional, apoyaron “críticamente” al FLN (Frente de liberación nacional) en Vietnam, porque, según argumentaban, establecería un nuevo Estado burgués, que estimularía la industrialización y el desarrollo del proletariado. Tan pronto como resultara victoriosa la burguesía nacional, el proletariado debería volverse inmediatamente contra su propia burguesía. Esta falsa aplicación del marxismo era, y aún es hoy (en el mejor de los casos), una tapadera para ocultar las concesiones oportunistas a la ideología burguesa. Esta posición está muy cercana al trotskismo, que siempre encuentra una excusa para apoyar las denominadas luchas de liberación nacional, cuando actualmente en nuestra época sólo son el envoltorio de los conflictos imperialistas mundiales.
Estas precisiones iniciales, ponen de relieve la necesidad de recurrir a un marco marxista (al cual el MLP también recurre al principio de su respuesta a nuestras preguntas): ¿Cuál fue la actitud de Marx y Engels en relación a las luchas de liberación nacional, y cuál fue la posición de los comunistas sobre esta cuestión desde la Izquierda de Zimmerwald hasta la Comintern? Finalmente ¿Cuál tiene que ser la posición de los comunistas sobre esto hoy?
El Estado nación
El MLP sostiene correctamente que, antes de tomar posición a favor o en contra de las luchas de liberación nacional, es preciso comprender la naturaleza de esas luchas, y también tener una clara comprensión de lo que significa el concepto de nación para los marxistas.
El concepto de nación no es un concepto abstracto y absoluto, sino que solo puede comprenderse en el contexto histórico. Rosa Luxemburg da una definición de este concepto en su Folleto de Junius:
“El Estado nacional, la unidad y la independencia nacionales: estas eran las banderas ideológicas bajo las cuales se constituyeron los grandes Estados burgueses en el corazón de Europa en el último siglo. El capitalismo es incompatible con el particularismo de los pequeños Estados, con la dispersión política y económica. Para desarrollarse, al capitalismo le es necesario un territorio coherente, tan grande como sea posible y a un mismo nivel de civilización, sin lo cual no se podrían elevar las necesidades de la sociedad a un nivel requerido para la producción mercantil capitalista ni hacer funcionar el mecanismo de la dominación burguesa moderna. Antes de extender su red sobre todo el globo, la economía capitalista buscó crear un territorio unido dentro de los límites nacionales de un Estado” (Rosa Luxemburg, La Crisis de la socialdemocracia).
Marx y Engels, que comprendían bien esto, en diferentes ocasiones dieron argumentos para apoyar ciertas luchas de liberación nacional. Pero nunca como principio; sólo en los casos en que pensaban que la creación de nuevos Estados-nación podría conducir a un verdadero desarrollo del capitalismo contra las fuerzas feudales. La creación de nuevos Estados-nación sólo podía llevarse a cabo en Europa en esa época por medidas revolucionarias, y desempeñar un papel históricamente progresivo en la lucha de la burguesía contra el poder feudal:
“El programa nacional no jugó un papel histórico, en tanto que expresión ideológica de la burguesía en ascenso aspirante al poder en el Estado, hasta el momento en que la sociedad burguesa quedó, mal que bien, instalada en los grandes Estados del centro de Europa y creó los instrumentos y las condiciones indispensables de su política” (Ídem).
El método de Marx y Engels no estaba basado en ninguna consigna abstracta, sino siempre en el análisis de cada caso, en el análisis del desarrollo político y económico de la sociedad. «Marx no prestó ninguna atención a la fórmula abstracta del “derecho de las naciones a su autodeterminación”, y echó pestes sobre los checos y sus aspiraciones de libertad, aspiraciones que veía como una complicación nociva de la situación revolucionaria, que todo lo más merecía una severa condena, puesto que para Marx, los checos eran una nacionalidad agonizante, condenada a desaparecer pronto» (Rosa Luxemburg: “La cuestión nacional y la autonomía”, traducido por nosotros).
La definición de una nación no se basa en algunos criterios generales abstractos, como un lenguaje y cultura común, sino en un contexto histórico preciso. En la sociedad de clases, una nación no es algo homogéneo, sino que está dividida en clases, con diferentes y antagónicas opiniones, cultura, moral, etc. La noción abstracta de “derecho” de las naciones sólo significa los de la burguesía.
De ahí que no pueda existir algo semejante a una voluntad uniforme de una nación, una voluntad de autodeterminación. Detrás de esa consigna está la concesión a la idea de que, para alcanzar el socialismo, es preciso pasar por la fase democrática. Tras eso hay también la idea de que debería haber una forma de determinar la “voluntad” del pueblo. El MLP usa la expresión, “la mayoría de la población de una determinada nacionalidad”. En esta expresión hay dos conceptos abstractos. Primero, la “voluntad de la población”, presupone que habría una forma pacífica, por encima de los verdaderos antagonismos de clase, de decidir (puede que a través de un referéndum –como propusieron los bolcheviques) el destino de las naciones. Segundo, el uso del término “nacionalidad” es muy vago. Si denota un grupo específico étnico o cultural, la relación con la autodeterminación nacional está muy poco clara.
La nación es una categoría histórica, y la creación del Estado-nación juega un cierto papel para la burguesía históricamente. El Estado-nación no es sólo un marco para que la burguesía desarrolle y defienda su economía y su sistema de explotación, al mismo tiempo es también una ofensiva contra otros Estados-nación, para su conquista y dominación, para la supresión de otras naciones. Por eso el “derecho de autodeterminación de las naciones” es en la vida real un “derecho” por el que cualquier burguesía tiene el derecho a suprimir los “derechos” de otras naciones, otros grupos étnicos, lenguajes y culturas. El “derecho de las naciones a la autodeterminación” no es mas que una utopía abstracta que deja entrar por la puerta trasera el nacionalismo de la burguesía.
En la Izquierda de Zimmerwald –la corriente internacionalista que se opuso más resueltamente a la Iª Guerra mundial- surgió una discusión sobre la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”.
Esta consigna emanaba de la 2ª Internacional:
“En la segunda Internacional, esa consigna tenía un doble papel: por un lado, se suponía que expresaba una protesta contra toda opresión nacional, por otro, mostraba la disposición de la Socialdemocracia a “defender la patria”. La consigna se aplicó a cuestiones nacionales específicas sólo para evitar la necesidad de investigar su contenido concreto y las tendencias de su desarrollo” (3).
Los militantes alemanes y polacos de la Izquierda de Zimmerwald rechazaron la consigna de los bolcheviques. Era una posición que los bolcheviques habían heredado de la socialdemocracia. Rosa Luxemburg, desde ya hacía tiempo –en 1896 en relación con el congreso de Londres de la 2ª Internacional, y luego junto con Radek y otros en el SDKPiL– criticó esa consigna, de la que pensaban que era una concesión oportunista. También en el Partido bolchevique hubo críticas, representadas por Piatakov, Bosh y Bujarin, a la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”. Estaban basadas en el hecho de que, en la época imperialista:
“La respuesta a la política imperialista de la burguesía tiene que ser la revolución socialista del proletariado; la socialdemocracia no tiene que plantear reivindicaciones mínimas en el terreno de la política exterior actual.
Es imposible por tanto, luchar contra la esclavitud de naciones si no es a través de la lucha contra el imperialismo; Ergo una lucha contra el imperialismo; ergo una lucha contra el capital financiero; ergo una lucha contra el capitalismo en general. Dejar de lado esa vía de cualquier forma, y plantear tareas “parciales” de “liberación nacional” en los límites de la sociedad capitalista, desvía las fuerzas proletarias de la verdadera solución del problema y las une, codo con codo, con las fuerzas de la burguesía de los grupos nacionales correspondientes” (“Tesis sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, Piatakov, Bosh, Bujarin, del libro La lucha de Lenin por una internacional revolucionaria).
Lenin tenía otra respuesta a esa cuestión que realmente apuntalaba todo el problema de plantear reivindicaciones mínimas y el lazo entre la cuestión nacional y la cuestión de la democracia.
“Sería un error radical pensar que la lucha por la democracia fue capaz de desviar al proletariado de la revolución socialista, o de esconderla o ensombrecerla, etc. Al contrario, de la misma forma que no puede haber socialismo victorioso que no practique la democracia plena, el proletariado tampoco puede preparar su victoria sobre la burguesía sin una lucha consistente y revolucionaria, en todas partes, por la democracia” (4).
En este pasaje hay cierta tendencia a combinar “democracia” con dictadura del proletariado, y más particularmente a ver las formas de la democracia burguesa en la futura dictadura del proletariado. Esto es falso a muchos niveles – y no sólo porque mientras que la dominación proletaria sólo puede mantenerse a escala mundial, la democracia capitalista es inevitablemente nacional en cuanto a la forma, y está inseparablemente ligada al Estado nacional. Mucha más importancia inmediata tuvo incluso la confusión entre la lucha por reivindicaciones democráticas –incluyendo los “derechos de las naciones”– y la lucha por el poder proletario y la destrucción del Estado burgués. Fue un error de Lenin retomar la vieja consigna socialdemócrata del “derecho de las naciones a la autodeterminación” –que realmente expresaba la vieja consigna oportunista de que el socialismo sólo podría alcanzarse por medio de la democracia, por la conquista pacífica del poder por la vía parlamentaria– y tratar de injertarla en un programa revolucionario. Esto también apoyaba indirectamente los argumentos de los mencheviques de que la revolución en Rusia tenía que pasar por un periodo de democracia burguesa antes de estar lista para el socialismo. Aunque Lenin y los bolcheviques sacaron conclusiones completamente diferentes de esta idea, puesto que apoyaron e impulsaron una lucha revolucionaria, mientras que los mencheviques se opusieron a cualquier lucha que, según su teoría, sobrepasara la “realidad objetiva” del capitalismo. Esta idea reformista tuvo aún gran influencia entre los bolcheviques, como revelaron las primeras reacciones de la mayoría de “viejos bolcheviques” en Rusia ante la revolución de Febrero. Esta posición –que las capas más radicales del partido no apoyaban- fue la posición dominante en los órganos dirigentes antes de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, e inmediatamente atacara esa expresión de oportunismo, que implicaba apoyar el gobierno de Kerenski y su esfuerzo de guerra. Lenin planteó este combate en sus famosas Tesis de Abril.
A partir de entonces, Lenin desarrolló una comprensión de que la revolución en Rusia no era meramente una revolución burguesa, sino la primera etapa de la revolución proletaria. Fue la práctica real revolucionaria de Lenin y los bolcheviques la que refutaría el dogma menchevique de la necesidad de una fase democrática antes de que fuera posible la revolución socialista. De hecho, la historia muestra (bien al contrario de lo que creía Lenin en 1916, cuando defendía el “derecho de autodeterminación”), que las ilusiones en la democracia fueron el veneno más peligroso contra la revolución, no sólo en Rusia, sino en casi todos los países afectados por la revolución rusa; la cuestión de la democracia fue el arma principal que empleó la burguesía para contrarrestar el movimiento revolucionario.
Rosa Luxemburg escribió lo siguiente contra la idea de que todos los países tienen que pasar por una determinada fase de su modo de producción para llegar a un nuevo modo de producción:
“Por tanto, históricamente hablando, la idea de que el proletariado moderno no podría hacer nada en tanto que clase autónoma y consciente sin crear primero un nuevo Estado-nación, es lo mismo que decir que, en algunos países, la burguesía antes que nada debería establecer un sistema feudal si por alguna casualidad no se hubiera implantado per se, o hubiera tomado una forma particular, como por ejemplo en Rusia. La misión histórica de la burguesía es la creación del Estado moderno “nacional”; pero la tarea histórica del proletariado es la abolición de este Estado como forma política del capitalismo, y en esa tarea, el proletariado se revela como clase consciente para establecer el sistema socialista” (La autonomía y la cuestión nacional, Rosa Luxemburg, subrayados nuestros).
Cuando el congreso de Londres, en 1896 adoptó la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”, Rosa Luxemburg afirmó que: “la posición nacionalista pasa de contrabando bajo la bandera internacional” (5). Aunque no hay que mezclar la posición de Lenin con la del social-chovinismo de los viejos partidos socialdemócratas que llamaron a la “defensa de la patria”, el esfuerzo de Lenin por hacer del “derecho a la autodeterminación” una parte del programa revolucionario, es un error.
Hay que considerar la revolución en Rusia en un marco histórico y mundial, al mismo tiempo parte y señal de la revolución mundial. La Revolución de Febrero no fue la revolución burguesa necesaria antes de que pudiera producirse la revolución socialista, sino la primera fase de la revolución proletaria en Rusia, que estableció una situación de doble poder que preparó el siguiente paso de la toma del poder en Octubre. Esta es también más o menos la opinión de Lenin en las Tesis de Abril, y de hecho es una ataque contra la concepción mecánica, nacional y oportunista de la revolución proletaria. En el prefacio de Lenin a la primera edición (agosto 1917) de El Estado y la Revolución, plantea claramente su visión de la revolución rusa, cuando escribe:
“Por último, haremos el balance fundamental de la experiencia de la revolución rusa de 1905, y sobre todo de la de 1917. Esta última está terminando, al parecer, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917) la primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, puede ser comprendida únicamente como un eslabón de la cadena de revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la guerra imperialista.”
También partiendo de esta visión, que considera que la revolución rusa expresa la dinámica de una revolución proletaria mundial, Rosa Luxemburg reiteró con más intransigencia aún, su crítica a la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación” y a su utilización por el partido bolchevique en el poder:
“En lugar de tender, según el espíritu de la política internacional de clase, que por lo demás ellos representaban, a reunir en una masa compacta las fuerzas revolucionarias sobre todo el territorio del imperio, en lugar de defender con uñas y dientes la integridad del imperio ruso en cuanto territorio revolucionario, de contraponer a todas las aspiraciones separatistas nacionales, como ley suprema de su política, la cohesión y la unión inseparable de los proletarios de todos los países en el seno de la revolución rusa, los bolcheviques, a través de la rimbombante fraseología nacionalista del “derecho a la autodeterminación hasta la separación estatal” no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias. En lugar de poner en guardia a los proletarios de los países limítrofes contra todo separatismo por ser éste una mera trampa burguesa, ellos han desconcertado a las masas de aquellos países con su consigna librándolas así a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista causaron, prepararon, el desmembramiento de la misma Rusia y pusieron en manos de sus propios enemigos el puñal que ellos clavarían en el corazón de la revolución rusa” (La Revolución rusa, Rosa Luxemburg).
En todos los casos en que se aplicó la consigna de los bolcheviques del “derecho a la autodeterminación”, sembró ilusiones en la democracia y el nacionalismo –mitos sagrados que la misma burguesía ha pisoteado siempre cuando tuvo que luchar por su propia supervivencia contra la revolución proletaria. Ante este peligro, las burguesías nacionales siempre se han alejado de la idea de la independencia nacional y rápidamente han renegado de sus sueños nacionalistas para gritar pidiendo socorro a las potencias burguesas antagónicas para que las ayudaran a masacrar a “su propia” clase proletaria.
Al mismo tiempo, y precisamente por la misma razón, la historia entera de “la época de guerras y revoluciones” (el término de la Internacional comunista para la época de la decadencia del capitalismo) muestra que, allí donde el proletariado ha tenido ilusiones de llevar una lucha común con la burguesía, eso sólo ha llevado a masacres del proletariado. Finlandia y Georgia son ejemplos sangrantes de cómo la burguesía, tan pronto como consiguió su independencia, pidió inmediatamente apoyo para aplastar al bastión proletario en Rusia –todo ello bajo la bandera de la independencia nacional. En Finlandia se enviaron tropas alemanas para aplastar a la guardia roja finlandesa, y la revolución finlandesa se convirtió en una terrible derrota para el proletariado. El Ejército Rojo estaba obligado a ser “neutral”, según el tratado de Brest-Litovsk, y no intervino oficialmente (aunque muchos bolcheviques en el Ejército Rojo ayudaron a los guardias rojos finlandeses). La burguesía finlandesa movilizó a los campesinos pobres para combatir contra “el enemigo ruso” –muchos de los reclutados en la “Guardia Blanca” finlandesa, pensaban que estaban luchando contra las tropas rusas. En Georgia, los mencheviques (que ahora eran parte de la burguesía nacional que defendía el “derecho a la autodeterminación nacional”) también buscaron el apoyo del imperialismo alemán.
Los bolcheviques hicieron ciertos cambios sobre la cuestión nacional al principio de la revolución rusa, percibiendo la consigna como una mera necesidad táctica mas que un principio político. Esto se expresaba en que la consigna de la “autodeterminación”, no sólo se iba diluyendo más y más en el partido bolchevique mismo, sino que se abordó mucho más claramente en el primer congreso de la Tercera Internacional, que se focalizó mucho más en la lucha internacional del proletariado, en su independencia de todos los movimientos nacionales, no permitiendo que se subordinara a la burguesía nacional.
Pero con el desarrollo del oportunismo en la Internacional comunista, que estaba ligado a la creciente confusión entre la política de la IC y la política exterior del Estado soviético degenerado, hubo un verdadero retroceso sobre la cuestión nacional, una tendencia a perder de vista la relativa claridad del primer Congreso. Una expresión de esto fue la política de apoyar alianzas entre los partidos comunistas en Turquía y China y la burguesía nacionalista en estos países, lo que en ambos casos, llevó a la masacre del proletariado y a diezmar a los comunistas a manos de sus antiguos aliados “nacional revolucionarios”. Al final, los errores de los bolcheviques y Lenin sobre estas cuestiones, se convirtieron en una ideología en defensa de la guerra imperialista, particularmente por el trotskismo. Lo que en su día fue un error oportunista de los bolcheviques, ha permitido hoy a la izquierda del capital usar el nombre de Lenin para defender la guerra imperialista. En vez de volver a caer en esos errores, los comunistas tienen que basar sus posiciones en la crítica internacionalista más consistente que desarrolló la izquierda marxista, desde Luxemburg a Piatakov, y del KAPD a la Fracción de la Izquierda italiana.
Olof,15.06.03
1) Ver también otros artículos sobre el MLP en la Revista internacional nos 101, 104 y 111. Los camaradas del MLP nos han dicho que la traducción correcta del nombre ruso de su grupo es Partido obrero marxista (Marxist Workers Party en inglés) y no Partido marxista laborista (Marxist Labour Party en inglés). Sin embargo, hemos conservado aquí las siglas MLP para mantener la continuidad con los artículos anteriores.
2) Pakistán pide un referéndum para decidir a qué país pertenece esta región, mientras que India piensa que esa cuestión ya está resuelta.
3) Imperialismo y opresión nacional, tesis presentadas en 1916 por Radek, Stein Krajewski y M. Bronski, que pertenecían a la fracción del SDKPiL y tenían posiciones similares a las de Rosa Luxemburg.
4) Balance de la discusión Sobre la autodeterminación, Lenin, Obras completas, Progreso 1985, T. 30.
5) La cuestión polaca en el Congreso internacional de Londres, Rosa Luxemburg, 1896
El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado dirigido por el general Pinochet derribaba en un baño de sangre el gobierno de Unidad popular de Salvador Allende en Chile. La represión que se abatió sobre la clase obrera fue terrible: miles de personas (1), en su mayoría obreros, fueron asesinadas sistemáticamente, miles fueron encarceladas y torturadas. A esa barbarie espantosa hay que añadir varias centenas de miles de despedidos del trabajo (un obrero de cada diez durante el primer año de dictadura militar).
El orden reinante en Santiago (que se instauró gracias a la CIA (2)) no fue sino el del terror capitalista en su forma más caricaturesca. Con ocasión del derrocamiento del gobierno “socialista” de Allende, toda la burguesía “democrática” ha aprovechado la ocasión para intentar una vez más desviar a la clase obrera de su propio terreno de lucha. Una vez más,la clase dominante intenta hacer creer a los obreros que el único combate en el que deben comprometerse es el de la defensa del Estado democrático contra los regímenes dictatoriales dirigidos por bestias sanguinarias. Ese es el sentido de algunas campañas montadas por los medios que ponen en paralelo el golpe de Estado de Pinochet del 11 de septiembre de 1973 y el atentado contra las Torres gemelas en Nueva York (cf. el título del diario francés le Monde del 12/09/03: “Chile 1973: el otro 11 de septiembre”).
En ese coro unánime de todas las fuerzas democráticas burguesas, están en primera línealos partidos de izquierda y los tenderetes izquierdistas que participaron plenamente, junto al MIR (3) chileno en el alistamiento de la clase obrera tras la camarilla de Allende, entregándola así atada de pies y manos a las matanzas (4). Ante semejante mistificación, presentar a Allende como pionero del socialismo en Latinoamérica, les incumbe a los revolucionarios restablecer la verdad recordando las “gestas” de la democracia chilena. Pues los proletarios no deben olvidar que fue el “socialista” Allende quien mandó al ejército, “popular” sin duda, a reprimir las luchas obreras, permitiendo así después a la junta militar de Pinochet rematar la labor.
Publicamos aquí un artículo adaptado de una hoja repartida a principios de noviembre de 1973 por World Revolution y la hoja repartida, tras el golpe de Estado, por Révolution internationale, o sea los grupos que iban a formar las secciones de la CCI en Gran Bretaña y en Francia.
(publicación de la CCI en Gran Bretaña)
En Chile como en Oriente Medio, el capitalismo ha mostrado una vez más que sus crisis se pagan con sangre de la clase obrera. Mientras la Junta asesinaba a trabajadores y a todos aquellos que se oponen a la ley del capital, la “izquierda” del mundo entero se unía en un mismo coro histérico y mentiroso. Resoluciones parlamentarias, lloriqueos de Casandra de los partidos de izquierda, furor de trotskistas gritando “Ya os lo habíamos dicho”, grandes manifestaciones, todo eso no ha sido sino lo mismo repetido machaconamente y muy bien preparado por la izquierda oficial y los izquierdistas. Su asociado chileno, el difunto gobierno de Unidad Popular de Allende fue el preparador de la matanza tras haber desarmado, material e ideológicamente, a los trabajadores chilenos durante tres años.
Considerando la coalición de Allende como la de la clase obrera, llamándola “socialista”, toda la “izquierda” lo ha hecho todo por ocultar o minimizar el papel verdadero de Allende, ayudando a perpetuar los mitos creados por el capitalismo de Estado en Chile.
Toda la política de la Unión popular fue reforzar el capitalismo en Chile. Esa amplia fracción del capitalismo de Estado, apoyada en los sindicatos (que hoy son por todas partes órganos del capitalismo) y en sectores de la pequeña burguesía y de la tecnocracia estuvo repartida durante quince años en los partidos comunista y socialista. Con el nombre de Frente de trabajadores, FRAP o Unidad popular, esta fracción quería hacer competitivo el atrasado capital chileno en el mercado mundial. Esta política, apoyada en un fuerte sector estatal, era pura y simplemente capitalista. Pintar las relaciones capitalistas de producción con un barniz de nacionalizaciones bajo “control” obrero no cambia nada: las relaciones de producción capitalistas quedaron intactas bajo Allende, e incluso fueron reforzadas al máximo. En los lugares de producción de los sectores público y privado, los obreros tenían que seguir sudando para un patrón, seguir vendiendo siempre su fuerza de trabajo. Había que satisfacer el apetito insaciable de la acumulación de capital, agudizado por el subdesarrollo crónico de la economía chilena y una inmensa deuda externa, sobre todo en el sector minero (cobre) de donde el Estado chileno saca el 83 % de sus ingresos por importación.
Una vez nacionalizadas, las minas de cobre tenían que ser rentables. Sin embargo, desde el principio, la resistencia de los mineros vino a poner trabas a ese plan capitalista. En lugar de dar crédito a las consignas reaccionarias de la Unidad popular como “El trabajo voluntario es un deber revolucionario”, la clase obrera industrial de Chile, los mineros en particular, siguió luchando por el aumento de sueldos, rompiendo los ritmos con ausencias e interrupciones. Era la única manera de compensar la caída del poder adquisitivo de los años anteriores y la inflación galopante bajo el nuevo régimen que había alcanzado 300 % por año antes del golpe de Estado.
La resistencia de la clase obrera a Allende se inició en 1970. En diciembre de ese año, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga exigiendo aumentos de sueldo. En julio de 1971, 10 000 mineros de carbón se pusieron en huelga en la mina de Lota Schwager. Las huelgas se extendieron en la misma época por las minas de El Salvador, El Teniente, Cuchicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de sueldo.
La respuesta de Allende fue típicamente capitalista, una de cal y otra de arena: alternativamente calumniaba y halagaba a los trabajadores. En noviembre de 1970 vino Castro a Chile para reforzar las medidas antiobreras de Allende. Castro recriminó a los mineros, tratándolos de agitadores y “demagogos”; en la mina de Chuquicamata, declaró que “cien toneladas de menos por día significa una pérdida de 36 millones de $ por año”.
El cobre es la principal fuente de divisas de Chile, pero las minas solo son el 11% del producto nacional bruto y sólo emplean al 4% de la fuerza de trabajo, o sea unos 60 000 mineros. En todo caso, la importancia numérica de ese sector de la clase obrera no tiene nada que ver con el peso que los mineros representan en la economía nacional. Poco numerosos, pero muy poderosos y conscientes de serlo, los mineros obtuvieron del Estado la escala móvil de salarios y dieron la señal de la ofensiva sobre los salarios que surgió en toda las la clase obrera chilena en 1971. Toda la prensa burguesa estaba de acuerdo en decir que “la vía chilena al socialismo” era una forma de “socialismo” que ha fracasado. Los estalinistas y los trotskistas, con sus diferencias, han estado de acuerdo con ese “socialismo”. Los trotskistas otorgaron un “apoyo crítico” al capitalismo de Allende. Los anarquistas no se han quedado atrás: “La única salida de Allende hubiera sido llamar a la clase obrera a tomar el poder para sí misma y adelantarse así al golpe de Estado inevitable” escribía Libertarian Struggle en octubre [de 1973]. Así, Allende no sólo era “marxista”, sino también una especie de Bakunin malogrado. Pero lo tragicómico del caso es imaginarse que un gobierno capitalista pueda un día ¡llamar a los obreros a destruir el capitalismo!
En mayo-junio de 1972, los mineros volvieron a movilizarse: 20 000 se pusieron en huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente reivindicaron una subida de salarios de 40 %. Allende puso las provincias de O’Higgins y de Santiago bajo control militar, pues la parálisis de El Teniente “estaba amenazando seriamente la economía”. Los ejecutivos “marxistas” de la Unión popular expulsaron a los trabajadores y en su lugar pusieron a esquiroles. Quinientos carabineros atacaron a los obreros con gases lacrimógenos e hidrocañones. Cuatro mil mineros hicieron una marcha a Santiago para manifestarse el 11 de junio, la policía se les echó encima sin contemplaciones. El gobierno trató a los mineros de “agentes del fascismo”. El PC organizó desfiles en Santiago contra los mineros, llamando al gobierno a dar prueba de firmeza. El MIR, “oposición leal” extraparlamentaria a Allende, criticó el uso de la fuerza y tomó partido por la “persuasión”. Allende nombró un nuevo ministro de Minas en agosto de 1973: al general Ronaldo González, director de munición del Ejército.
El mismo mes, Allende alertó a las unidades armadas en las 25 provincias del país. Era una medida contra la huelga de los camioneros, pero también contra algunos sectores obreros que estaban en huelga, en obras públicas y en transportes urbanos. Durante los últimos meses del régimen de Allende, la política cotidiana fueron los ataques generalizados y los asesinatos contra los trabajadores y los habitantes de las chabolas por parte de la policía, el ejército y los fascistas.
A partir de ese momento, el caballo de Troya del capitalismo, o sea la Unidad popular, intentó reforzar su electorado en toda clase de “comités populares” jerarquizados, como los 20 000 que existían en 1970, en esas “juntas de abastecimiento y de precios” (JAP) y finalmente en los cordones industriales tan ensalzados que los anarquistas y trotskistas presentaban como “soviets” o comités de fábrica. Es cierto que los cordones eran en su gran mayoría la obra espontánea de los trabajadores, al igual que muchas ocupaciones de fábricas, pero acabaron siendo recuperados por el aparato político de la Unidad popular. Como un periódico trotskista debía admitirlo: “en septiembre de 1973 surgieron esos cordones en todas las barriadas industriales de Santiago y los partidos políticos de izquierda animaban a su instauración por todo el país” (Red Weekly, 5 de octubre de 1973).
Los cordones no estaban armados y no tenían ninguna independencia respecto a las redes sindicales de la Unidad Popular, de los comités locales de la policía secreta, etc. Su independencia sólo habría podido afirmarse si los trabajadores hubieran empezado a organizarse separadamente y contra el aparato de Allende. Eso habría significado abrir una lucha de clases contra la Unidad popular, contra el ejército y el resto de la burguesía.
En diciembre de 1971, Allende ya había dejado hacer a Pinochet, uno de los nuevos dictadores de Chile. En octubre de 1972, el ejército (el querido “ejército popular” de Allende) fue llamado a participar en el gobierno. Allende reconocía así la incapacidad de la coalición gubernamental para dominar a la clase obrera. Lo había intentado y había fracasado. El ejército debía seguir con la labor sin adornos parlamentarios. Peor todavía, la Unidad popular había permitido el desarme de los trabajadores ideológicamente: esto facilitó la tarea de los asesinos del 11 de septiembre [de 1973].
En realidad, Allende alcanzó el poder en 1970 para salvar la democracia burguesa en un Chile en crisis. Tras haber reforzado el sector estatal para rentabilizar la economía chilena en crisis, tras haber embaucado a una gran parte de la clase obrera con una fraseología “socialista” (lo cual era imposible a los demás partidos burgueses) su función había terminado. La conclusión lógica de esta evolución, o sea un capitalismo totalmente controlado por el Estado, no era posible en Chile, pues seguía perteneciendo a la esfera de influencia del imperialismo estadounidense y debía comerciar en un mercado mundial hostil dominado por ese imperialismo. La “izquierda” y todos los liberales, humanistas, charlatanes y tecnócratas prorrumpieron en lamentos por la caída de Allende. Aplaudieron la mentira del “socialismo” de Allende para embaucar a la clase obrera. Ya en septiembre de 1973, en Helsinki, los socialdemócratas de todo color, representantes de 50 naciones, se reunieron para “derrocar” a la junta chilena. Volvieron a sacar a relucir las carcomidas consignas del antifascismo para desviar de la lucha de clases, para ocultar a los proletarios que no tienen nada que ganar luchando y muriendo por una causa burguesa o “democrática”.
En Francia, Mitterrand y el “Programa común de la izquierda”, todos los curas progresistas y demás ralea burguesa se han puesto a entonar la copla antifascista. Con el pretexto del “antifascismo” y de apoyo a la Unidad Popular, los diferentes sectores de la clase dirigente intentarán movilizar a los trabajadores para sus remiendos parlamentarios.
Frente a esta nueva “brigada internacional” de la burguesía, la clase obrera no puede sino mostrar desprecio y hostilidad.
Las fracciones de la “extrema izquierda” del capitalismo de Estado han tocado en este concierto la misma flauta que el MIR en el de Allende. Pero, sutiles como ellos son, su apoyo era “crítico”. Sin embargo, la cuestión no es “parlamento contra lucha armada”, sino capitalismo contra comunismo, antagonismo entre la burguesía del mundo entero y trabajadores del mundo entero.
Los proletarios sólo tienen un programa: abolición de fronteras, abolición del Estado y del parlamento, eliminación del trabajo asalariado y de la producción mercantil por los productores mismos, liberación de la humanidad entera mediante la victoria de los consejos obreros revolucionarios. Otro programa solo será el de la barbarie y la engañifa de la “vía chilena al socialismo”.
(publicación de la CCI en Francia)
La chusma militar está asesinando a los obreros de Chile a cientos. Casa por casa, fábrica por fábrica, persiguen a los proletarios, los detienen, los torturan, los humillan, los matan. Reina el orden. El orden del capital, o sea, la BARBARIE.
Lo más horrible, lo más desesperante todavía, es que los trabajadores están acorralados, quieran o no quieran entrar en un combate en el que ya están derrotados de antemano, sin ninguna perspectiva, sin que en ningún momento puedan tener la convicción de arriesgar su vida por sus propios intereses.
La “izquierda” toca a rebato ante la matanza. ¡Pero si ha sido el gobierno de Unidad Popular el que ha llamado al poder a esa horda armada! Lo que la “izquierda” se calla cuidadosamente es que hace diez días, todavía gobernaba con esos mismos asesinos a los que ella calificaba de “Ejército Popular”. A esos criminales, a esos torturadores los saludaba abrazándolos en el mismo momento en que YA habían empezado a detener a obreros, a entrar en las fábricas.
Algo debe quedar claro. Desde hace tres años de gobierno de izquierdas, NUNCA han cesado los obreros de ser engañados, explotados, reprimidos. Ha sido la “izquierda” la que ha organizado la explotación. Ha sido ella la que ha reprimido a los mineros en huelga, a los obreros agrícolas, a los hambrientos de los barrios pobres. Fue ella la que denunció a los trabajadores en lucha tildándolos de “provocadores”, fue ella la que llamó a los militares al gobierno.
La Unidad Popular no ha sido nunca otra cosa que una manera particular de mantener el orden engañando a los trabajadores. Frente a la crisis que se profundiza a escala mundial, el capital chileno, en gran dificultad, antes de superarla, tenía primero, que someter al proletariado, reducir su capacidad de resistencia. Para ello, tenía que actuar en dos tiempos. Primero embaucarlo. Una vez cumplido el engaño, han alistado a los trabajadores tras las banderas burguesas de la “democracia”, o sea con los pies y las manos atadas ante el paredón.
La izquierda y la derecha de Chile, como en otras partes, no son sino las dos vertientes de la misma política del capital: aplastar a la clase obrera.
La izquierda y los izquierdistas no se contentan con llevar a los obreros a la escabechina. Además, aquí en Francia, tienen la desvergüenza de usar los cadáveres de los proletarios chilenos para organizar una engañifa a gran escala: ni esperan a que seque la sangre para llamar a los obreros a manifestarse, a cesar el trabajo para defender la “democracia” contra los militares. Así, Marchais, Mitterrand, Krivine y compañía se preparan a hacer el mismo papel que Allende, el PC y el MIR izquierdista en Chile. Pues en Francia, como en todas partes, con la profundización de la crisis, se les planteará el problema de doblegar al proletariado.
Al organizar la engañifa “democrática” sobre Chile, la izquierda se está preparando ya a llevar a cabo la operación de alistar a los obreros tras los estandartes de las “nacionalizaciones”, “la república” y otras zarandajas, para dejarlos clavados en un terreno que no es el suyo y dejarlos listos para el aplastamiento. Y al negarse a denunciar a la izquierda por lo que ésta es, los izquierdistas se ponen, también ellos, en el campo del capital.
La lección
En Chile, la crisis ha golpeado antes y más rápidamente que en otros sitios. Y antes de que el proletariado haya entablado su propio combate, las fuerza de izquierda, ese caballo de Troya de la burguesía en medio de los trabajadores, se las han arreglado para amordazarlo e impedirle aparecer como fuerza independiente en su propio terreno, con su programa, que no es el de ninguna reforma “democrática” o estatal del capital, sino la revolución social.
Todos aquellos que, como los trotskistas, han aportado el menor apoyo a esa esterilización de la clase obrera, apoyando, aunque fuera haciendo ascos y de manera “crítica”, a esas fuerzas, también tienen su responsabilidad en la masacre. Esos mismos trotskistas en Francia dan la prueba de que están del mismo lado de la barricada que la fracción de izquierdas del capital, pues se dedican a polemizar con ésta sobre los medios “tácticos” y militares para llegar al poder y reprochan a Allende el no haber alistado mejor a los obreros.
Desde Francia en 1936 hasta Chile hoy, pasando por la guerra de España, por Bolivia o Argentina, es la misma lección de siempre la que hay que sacar.
El proletariado no puede establecer ninguna alianza, formar ningún frente con las fuerzas del capital, por mucho que se pongan los adornos de la “libertad” o del socialismo. Cualquier fuerza que contribuya, por muy débilmente que sea, a vincular a los obreros a una cualquiera de las fracciones de la clase capitalista, está del lado de ésta. Cualquier fuerza que mantenga la menor ilusión sobre la izquierda del capital es un eslabón de una única cadena que lleva inevitablemente a la matanza de obreros.
Una sola unidad: la de todos los proletarios del mundo. Una sola línea de conducta: la autonomía total de las fuerzas obreras. Una sola bandera: la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. Un solo programa: la abolición de la esclavitud asalariada.
Aquellos que tengan tendencia a dejarse embaucar por las bellas palabras, por los discursos vacuos sobre la “república”, las coplas empalagosas sobre la “Unidad Popular” lo mejor que pueden hacer es mirar bien el cuadro de horrores que es hoy Chile.
Con la profundización de la crisis sólo hay una alternativa: o reanudación revolucionaria o aplastamiento del proletariado.
1) Las cifras oficiales son de 3000 muertos pero las asociaciones de ayuda a las víctimas hablan de más de 10 000 muertos y desparecidos.
2) Debe decirse que Estados Unidos no fue el único país en dar apoyo a las bestias uniformadas de Sudamérica. Así, la junta que tomó el poder en Argentina algún tiempo después y que mató a 30 000 personas, cooperó activamente con la de Chile en el marco de la “operación Cóndor” para asesinar a oponentes, operación que tuvo el apoyo “técnico” de expertos militares franceses que les enseñaron una maestría adquirida durante la Guerra de Argelia en las artes y ciencias de la tortura y otros conocimientos para la lucha contra la “subversión”.
3) MIR: Movimiento de la izquierda revolucionaria.
4) Ver Révolution internationale nouvelle-série nº 5, 1973,
Captura de Sadam Husein, discusiones por la paz en Palestina...
A pesar de la súper mediatizada captura del “tirano sanguinario” Sadam Husein, con una puesta en escena que parece haberse calcado de un western de serie B, el evidente atolladero en que se ha metido Estados Unidos (EE.UU.) en Irak, así como su incapacidad para imponer la llamada “hoja de ruta” en Oriente Medio dan prueba del debilitamiento de la primera potencia imperialista mundial.
El proyecto básico del gobierno norteamericano al intervenir en Irak era proseguir y afianzar el cerco estratégico a Europa para atajar el menor intento de avance de sus rivales imperialistas principales, sobre todo Alemania, hacia el Este y el Mediterráneo. El objetivo de la cruzada en nombre del antiterrorismo, la defensa de la democracia y la lucha contra Estados presuntamente poseedores de armas de destrucción masiva fue servir de tapadera ideológica a la guerra en Afganistán e Irak, y a las amenazas de intervención contra Irán. Antes de intervenir en tierras iraquíes, la burguesía de EE.UU. dudó durante largo tiempo, no sobre la decisión de la guerra misma, sino sobre cómo llevarla a cabo. ¿Debían aceptar los Estados Unidos la dinámica que los empuja a actuar cada vez más aisladamente o debían procurar mantener a su alrededor sin maltratar a una serie de aliados, por nula que sea hoy estabilidad de esas alianzas? Finalmente se adoptó la estrategia de Bush: intervenir prácticamente solos y contra todos.
A pesar de la demostración de fuerza de EE.UU., que aplastó a Irak en tres semanas, el liderazgo estadounidense nunca había sido tan cuestionado. Seis meses después de la “victoria” oficial, la estrategia es un fracaso total. La incapacidad de EE.UU. para hacer segura la región es patente. El mundo entero asiste desde entonces a un atasco cada vez más resbaladizo de los ejércitos norteamericanos de ocupación en el barrizal iraquí. No pasa un día sin que los ejércitos de la coalición sean blanco de comandos terroristas. Se han sucedido a un ritmo regular atentados cada vez más mortíferos, que incluso se han extendido más allá de Irak, alcanzando progresivamente toda la región (Arabia Saudí, Turquía, etc.), con víctimas iraquíes o miembros de la llamada “comunidad internacional”. Del lado americano, la ocupación actual ha provocado ya más muertos (225) que el primer año de guerra en Vietnam (147 en 1964). El clima de inseguridad de las tropas y la llegada a EE.UU. de los body bags (bolsas con cadáveres) han ido enfriando los ardores patrióticos (muy relativos ya) de la población, incluso en plena “América profunda”.
Cuando la guerra de Vietnam, la burguesía norteamericana acabó abandonando deliberadamente ese país, pero ganó en el cambio, pues se llevó a China al bloque occidental. Nada compensaría en Irak una retirada estadounidense. Además, una retirada multiplicaría las ambiciones de todos los adversarios y rivales de EE.UU., grandes o pequeños. Y además, el caos que EE.UU. ha provocado y que dejaría tras él, causaría sin la menor duda, el incendio en la región, desprestigiándolo definitivamente en su papel de gendarme del planeta. Lo que se juega es muy importante. Una retirada norteamericana sin más explicaciones sería equivalente a una humillante derrota.
La burguesía de EE.UU. está pues obligada a mantenerse militarmente en Irak, a la vez que va acondicionando las modalidades de su presencia. La Casa Blanca ya ha anunciado una retirada parcial y progresiva a la vez que participa en la instalación de un gobierno iraquí “autónomo” y “democrático” para la primavera de 2004, cuando lo que estaba previsto, en un principio, era 2007. También llama ahora a que otros países occidentales participen en mantener el orden y dar seguridad al territorio, cuando antes se había opuesto tajantemente a toda injerencia de los gobiernos opuestos a la intervención norteamericana en los asuntos iraquíes. Estados Unidos quiere ahora obligar a sus principales adversarios imperialistas a que paguen también ellos el precio financiero y humano de la guerra en Irak. Sin embargo, para ello, no les queda otro remedio que volver a dejar entrar el lobo en el redil, o sea aceptar que entren en Irak por la puerta pequeña unas empresas y unos ejércitos de Alemania y Francia a los que se les había cerrado la puerta grande. Para EE.UU., eso es reconocer su situación de debilidad.
En paralelo a esa reorientación, los Estados Unidos están intentando recuperar la iniciativa internacional: envío de 3000 hombres a Afganistán para una operación masiva contra los rebeldes; en Georgia, sustitución del presidente Shevardnadze por el proamericano Saakashvili, un abogado que ejerció durante bastante tiempo en EE.UU. Fue en ese contexto en el que se organizó minuciosamente la captura, promocionada a ultranza, de Sadam Husein.
Con esa detención, y en su reparto el papel estelar de Estados Unidos, Bush podrá saborear un desquite inmediato. La línea “dura” de la administración de Bush, personificada en Rumsfeld y Wolfowitz podrá salvar la cara. Le permitirá también retomar la iniciativa en materia diplomática. El gobierno de Bush estará durante algún tiempo en una postura más favorable para hacer que Estados como Francia acepten anular la deuda iraquí. Podrá imponer más fácilmente condiciones para una posible participación de empresas alemanas o francesas en la reconstrucción de Irak. Incluso el Consejo de Gobierno iraquí, controlado en gran parte por EE.UU., resultará revalorizado ante la opinión pública internacional.
La detención de Sadam Husein se produjo justo después de un fin de semana marcado por desacuerdos entre naciones europeas. En las discusiones sobre la Constitución para la Unión ampliada, Francia y Alemania tuvieron que enfrentarse a España y Polonia, para las cuales, al ser ambas aliadas de EE.UU. en Irak, alguna migaja de notoriedad caerá tras la captura de Sadam. Estos dos países han sacado partido del peso que les da su apoyo a Estados Unidos para afirmar sus propios intereses en Europa, poniendo trabas a la alianza franco-alemana.
Otra pequeña victoria ha venido como anillo al dedo para fortalecer la propaganda americana. Solo cinco días después de la captura de Sadam y, tras largas discusiones, la Libia de Gaddafi anunciaba su decisión de destruir sus armas de destrucción masiva y cesar toda investigación sobre ellas. Estados Unidos ha hecho saber así al planeta entero que su perseverancia, presión y determinación dan resultados.
La detención de Sadam Husein, sin duda alguna, ha permitido a EE.UU. marcar tantos legitimando en parte su intervención en Irak. Pero los efectos benéficos de todas esas pequeñas victorias serán de muy corta duración.
Las imágenes de la captura del Rais tienen doble filo. Paralelamente al alarde de fuerza norteamericano, la humillación infligida al dictador ha suscitado la indignación y la cólera en las poblaciones árabes. Además las mismas imágenes muestran que Sadam Husein no era ese dictador en la sombra que gobernaba en secreto la resistencia iraquí. Al contrario, se le ve escondido en un agujero, sin ningún medio de comunicación y apoyado únicamente por unos cuantos fieles de su aldea. Por consiguiente, su detención no cambia nada en la normalización de Irak. Y los cincuenta muertos habidos en los dos días siguientes son la prueba más patente.
Francia y Alemania contraatacaron de inmediato. Tras haber felicitado por sus éxitos a la Casa Blanca, con la mayor y más típica de las hipocresías, los media de esos dos países se dedicaron a deslucir la imagen de EE.UU. Se hizo la mayor publicidad a los atentados del día siguiente. Las imágenes humillantes del Rais, difundidas en continuo, se adobaron con ásperos comentarios, más o menos insidiosos, dando a entender que esas imágenes eran una provocación a todas las naciones árabes. Se insistió mucho en que era imposible que Sadam pudiera dirigir la guerrilla desde su agujero. Francia y Alemania no han cesado de criticar al gobierno de Bush por la presión ejercida por éste ante el futuro tribunal iraquí, exigiendo la pena de muerte para el ex dictador, diciendo aquellos países que era ilegal, fuera del derecho internacional, a la vez que no cesaban de difundir masivamente las imágenes del campo de prisioneros de Guantánamo, mostrando así la barbarie y la perversidad de la justicia norteamericana.
La detención de Sadam Husein no cambia nada. Los atentados van a seguir. Y el antiamericanismo va a seguir alimentándose. El actual fortalecimiento momentáneo de la posición de EE.UU. acabará sin duda volviéndose en su contra. En efecto, el caos que EE.UU. será incapaz de atajar ya no podrá ponerse a cuenta de un Sadam Husein que actuaría en la sombra. Aparecerá entonces con más evidencia que es el resultado de la intervención americana, de lo que no dejarán de sacar provecho las burguesías rivales de EE.UU. En todo caso, sea cual sea la forma que acabe tomando la presencia militar de EE.UU. en Irak, sea cual sea la implicación militar de las potencias europeas en una eventual fuerza de “mantenimiento de la paz”, los retos y las tensiones bélicas entre Estados Unidos y sus rivales se incrementarán dramáticamente en la región. La población iraquí no va a sacar el menor beneficio indirecto de una eventual reconstrucción. Esta será muy limitada, sin duda solo alcanzará a las infraestructuras estatales y viarias, así como al funcionamiento de los pozos de petróleo. Va a seguir la guerra y los atentados se van a multiplicar.
A pesar de esos éxitos puntuales, la burguesía estadounidense no puede atajar el desgaste histórico de su liderazgo. La contestación antiamericana no va a cesar. Al contrario, cada avance norteamericano es una motivación suplementaria para que aumente el antiamericanismo. Como escribíamos en el número anterior de esta Revista: “En realidad, la burguesía estadounidense está en un atolladero resultado de una situación mundial bloqueada que no puede resolverse, a causa de las circunstancias históricas actuales, con la marcha hacia una nueva guerra mundial. Al no poder realizarse esa “salida” radical burguesa a la crisis mundial actual, que significaría sin duda la desaparición de la humanidad, ésta última se hunde progresivamente en el caos y la barbarie que caracterizan la fase actual, la postrera, de descomposición del capitalismo” (Revista internacional n° 115, “El proletariado frente a la dramática agravación de todas las contradicciones del capitalismo”)
En Irak, como en el resto del mundo, el capitalismo lo único que puede hacer es arrastrar a la humanidad a un caos mayor y a una barbarie sin fin.
La estabilidad y la paz no son posibles en esta sociedad. La burguesía quisiera convencernos de lo contrario. Ése es el objeto del despliegue de campañas ideológicas como la lanzada en Ginebra sobre Oriente Medio el 1º de diciembre de 2003. La “iniciativa” allí presentada, una solución “completa” al problema de Oriente Medio, opuesta a los métodos del “paso a paso” y de la “hoja de ruta”, aunque no sea oficial, ha sido propuesta por personalidades de primer plano, tanto del lado palestino como del israelí. Recibió un apoyo entusiasta de varios premios Nobel de la Paz, especialmente de Carter y del ex presidente polaco, antiguo sindicalista, Lech Walesa. Kofi Anan, Jacques Chirac, Tony Blair y hasta Colin Powell, un poco más tímidamente éste, saludaron también tal iniciativa.
El mensaje que debe entrar en las mentes proletarias, ahora que hay más guerras imperialistas que nunca, ni nunca habían sido tan violentas y a escala del planeta entero, es claro: la paz en la sociedad capitalista es realizable. Para ello basta con agrupar a todas las personas de buena voluntad y presionar en los Estados capitalistas y en las instancias internacionales.
Lo que a toda costa quiere la burguesía que quede oculto a los ojos de los obreros es que las guerras capitalistas son guerras imperialistas que se imponen tanto al capitalismo moribundo como a su clase dominante. Arrastrado por su propia lógica, el capitalismo en descomposición arrastraría sin remedio a toda la humanidad a una generalización de la barbarie y de las guerras.
W.
Entre el 12 y el 15 de noviembre, se desarrolló en París el “Foro social europeo”, una especie de filial europea del Foro social mundial que desde hace varios años tiene lugar en Porto Alegre, Brasil (el FSE de 2002 fue en Florencia, Italia, y el de 2004 será en Londres). El acontecimiento ha tenido una amplitud considerable. Unos 40 000 participantes, según los organizadores, llegados de todos los países de Europa, desde Portugal hasta los países del Europa central; un programa de casi 600 seminarios y talleres en locales de lo más variado (teatros, ayuntamientos, prestigiosos edificios del Estado) repartidos en cuatro lugares en torno a París; y para concluir, una gran manifestación con 60 a 100 000 personas por las calles de Paris, con los impenitentes estalinistas de Rifondazione comunista de Italia delante y los anarquistas de la CNT atrás.
Con menos cartel en los media, hubo otros dos “foros europeos” en el mismo período: uno para los diputados y otro para los europeos. Y por si tres “foros” no fueran suficientes, lo anarquistas organizaron un “Foro Social Libertario” en las afueras de París, simultáneo con el FSE y presentado abiertamente como “alternativa” a éste.
“Otro mundo es posible”. Este era uno de los grandes lemas del FSE. No cabe ninguna duda de que muchos de los manifestantes del 15 de noviembre, especialmente quizás entre los jóvenes que empiezan a politizarse, existe una verdadera y acuciante necesidad de luchar contra el capitalismo y por “otro mundo” diferente del mundo en que vivimos hoy con su miseria sin fin y sus guerras tan horribles como interminables. Sin duda, algunos se habrán sentido inspirados por esa gran reunión unitaria. El problema es saber no solo que “otro mundo es posible” –y necesario– sino también, y sobre todo, de qué otro mundo se trata y cómo se logrará edificarlo.
Es difícil imaginarse cómo podría el FSE dar una respuesta a esas preguntas. En vista de la cantidad y variedad de organizaciones participantes (sindicatos de ejecutivos y de “jóvenes dirigentes”, organizaciones cristianas, trotskistas tipo LCR y SWP, estalinistas del PCF, hasta los anarquistas de “Alternative libertaire”), mal puede uno imaginarse cómo iba a salir de ahí una respuesta coherente, incluso una respuesta a secas. Todos tenían algo que decir, de ahí la gran variedad de temas en las hojas volantes, en los debates, en los eslóganes. En cambio, cuando se miran de cerca las ideas surgidas del FSE, en el plano precisamente de los grandes temas, se da uno cuenta de que, primero, de nuevas no tienen nada y, segundo, de “anticapitalistas” menos todavía.
La fuerte movilización en torno al FSE, la propuesta por otras tantas fracciones de la izquierda y de la extrema izquierda de una multitud de temas del ámbito “altermundialista”, decidieron a la CCI llevar a cabo una intervención, en función de sus fuerzas pero determinada, en esas reuniones. A sabiendas de que los pretendidos “debates” del FSE ya estaban amañados de antemano (lo cual nos fue confirmado por algunos participantes), nuestros militantes, procedentes de varios países de Europa, favorecieron la venta de nuestra prensa, editada en gran parte de lenguas europeas, y la participación en discusiones informales en torno al acontecimiento. También estuvimos en el FSL para defender, en los debates, la perspectiva comunista contra la del anarquismo.
“El mundo no está en venta” es el eslogan de moda, con varias versiones para cuando hay que ser “realista”: “la cultura no está en venta” para artistas y eventuales del espectáculo, “la salud no está en venta” para enfermeros y trabajadores de la salud pública o también “la educación no está en venta” cuando se trata del personal docente.
¿A quién no le conmueven tales consignas? ¿Quién estaría dispuesto a vender su salud o la educación de sus hijos?
Pero cuando uno se pone a mirar de cerca la realidad que hay detrás de esos lemas, pronto empieza a olerse la trampa. Para empezar, la propuesta no es acabar con la venta del mundo, sino solo de “limitarla”: “Sacar los servicios sociales de la lógica mercantil”. ¿Y qué quiere decir eso en concreto?. Sabemos perfectamente que mientras exista el capitalismo, habrá que pagarlo todo, incluso los servicios como la salud y la educación. Esas partes de la vida social que los “altermundialistas” pretenden “sacar de la lógica mercantil” son de hecho parte del salario global del obrero, gestionado en general por el Estado. El nivel de salario del obrero, la proporción de la producción que le corresponde a la clase obrera no solo no se puede “sustraer”, ni mucho menos, de la lógica mercantil, sino que es el meollo mismo del problema del mercado y de la explotación capitalista. El capital pagará siempre su mano de obra lo menos posible, o sea, lo que es necesario para reproducir la fuerza de trabajo o la próxima generación de obreros. Ahora que el mundo se hunde en una crisis cada día más profunda, cada capital nacional necesita menos brazos, y a los que necesita debe pagarles menos, si no quiere ser eliminado por sus competidores en el mercado mundial. En tal situación, solo gracias a su propia lucha podrá la clase obrera resistir a las reducciones de salario –por muy “social” que éste sea– y ni mucho menos haciendo llamadas al Estado capitalista para que “sustraiga” los salarios de las leyes del mercado, de lo cual sería totalmente incapaz, incluso si, por no se sabe qué locura, le dieran ganas de hacerlo.
En la sociedad capitalista, el proletariado puede, en el mejor de los casos, imponer mediante sus luchas un reparto del producto social más favorable para él, reduciendo la plusvalía extraída por la clase capitalista a favor del capital variable, el salario. Pero eso, en el contexto actual, exige en primer lugar un alto nivel en las luchas (como hemos podido comprobar con la derrota de las luchas de mayo de 2003 en Francia tras el chaparrón de ataques contra el salario social) y, segundo, las ganancias no podrán ser sino temporales (como pudo comprobarse tras el movimiento de 1968 en Francia)
No, esa idea de que “el mundo” no está en venta es una miserable patraña. Lo propio del Capital es que todo se vende y eso el movimiento obrero lo sabe desde 1848; “[la burguesía] ha reducido la dignidad personal al valor de cambio, situando, en lugar de las incontables libertades estatuidas y bien conquistadas esa única y desalmada libertad de comercio (…) La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades que hasta el presente eran venerables y se contemplaban con piadoso respeto. Ha convertido en sus obreros asalariados al médico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de ciencia”. Así se expresaron Marx y Engels en el Manifiesto comunista: bien se ve hasta qué punto sus análisis de entonces siguen vigentes.
“¡Comercio equitativo, no al librecambio!”, ése es otro gran tema del FSE, con el decorado de pequeños campesinos franceses y sus productos “naturales”. Y, en efecto, ¿quién no va a conmoverse con la esperanza de ver a los campesinos y artesanos del Tercer mundo vivir decentemente del fruto de su trabajo? ¿Quién no va a querer parar de una vez la apisonadora del agrobusiness que expulsa a los campesinos de sus tierras para que se amontonen por millones en villas miseria de México o Calcuta?
Aquí también, sin embargo, los buenos sentimientos son el peor guía.
Para empezar, el movimiento del “comercio equitativo” no es nada nuevo. Las asociaciones de las llamadas obras de caridad (como la inglesa Oxfam, presente, claro está, en el FSE) practican el “comercio equitativo” vendiendo artesanías en sus tiendas de beneficencia desde hace más de 40 años, lo cual no ha impedido que se hundan en la miseria millones de millones de seres humanos en África, Asia, Latinoamérica…
Además, esa consigna en boca de los altermundialistas es doblemente hipócrita. José Bové, por ejemplo, presidente del sindicato francés Confederación Campesina, podrá hacer de superestrella de la altermundialización echando pestes contra el agrobusiness y el malvado McDonald. Eso no impide a los militantes de ese sindicato manifestar para exigir que se mantengan las subvenciones de la PAC europea ([1]). La PAC, al bajar artificialmente los precios de los productos franceses, es precisamente uno de los medios principales que mantienen la desigualdad en el comercio a favor de unos y en detrimento, claro está, de otros. Igual que para los sindicalistas que se manifestaron en 1998 en Seattle durante la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC), para los cuales “comercio equitativo” significaba imponer aranceles a la importación de acero “extranjero” producido más barato por obreros de otros países. Al fin y al cabo, cuando se empieza a hacer comercio equitativo se acaba siempre en guerra comercial.
Hablar de “equidad” en el capitalismo es de todas una engañifa. Como lo dijo Engels ya en 1881([2]) en un artículo en el que criticaba la noción de “salario equitativo”: “La equidad de la economía política, por el hecho de que es la economía la que dicta las leyes que regentan la sociedad actual, esa equidad siempre está del mismo lado, el lado del capital”.
El colmo de la engañifa de ese cuento del “comercio equitativo” es la idea de que las presencia de manifestantes “altermundialistas” en Seattle o Cancún, cuando la cumbre de la OMC, habría dado “ánimos” a los negociadores de los países del Tercer mundo para resistir a las exigencias de los “países ricos”. No vamos a extendernos aquí sobre el hecho de que la cumbre de Cancún acabó en fracaso total para los países más débiles, pues los europeos no van a desmantelar la PAC y Estados Unidos va a seguir subvencionando a mansalva su agricultura, contra la penetración en sus mercados de productos más baratos procedentes de los países pobres. Lo más repugnante es que quieran hacer creer que esos dirigentes y burócratas de corbata y cartera del Tercer mundo irían a negociar para defender a los campesinos y a los pobres. Todo lo contrario. Baste un ejemplo: cuando el brasileño Lula denuncia los aranceles impuestos por Estados Unidos para proteger la industria norteamericana de zumos de naranja, no está ni mucho menos pensando en los campesinos pobres sino en las gigantescas plantaciones capitalistas de cítricos en Brasil, donde los obreros se dejan la piel como se la dejan en Florida.
El hilo que une todos esos temas es éste: contra los “neoliberales” de las grandes empresas “transnacionales” (las malvadas “multinacionales” denunciadas en los años 70), se nos propone que tengamos confianza en el Estado, más todavía, que lo fortalezcamos. Los “altermundialistas” pretenden que serían las empresas las que habrían “confiscado” el poder de un Estado “democrático” para imponer su ley “mercantil” al mundo, de modo que el objetivo de la “resistencia ciudadana” debe ser recuperar el poder del Estado y de los “servicios públicos”.
¡Menudo embuste! Nunca antes había estado tan presente el Estado en la economía, Estados Unidos incluidos. Es el Estado el que regula los intercambios mundiales, fijando los tipos de interés, barreras aduaneras, etc. Ya es por sí solo un actor ineludible de la economía nacional, con un gasto público que alcanza el 30-50% del PIB según los países, y con déficits presupuestarios cada vez mayores. Cuando los obreros se empeñan de verdad en defender sus condiciones de vida ¿con quién se topan primero en su camino si no es con las policías del Estado? Exigir, como lo hacen los altermundialistas, el fortalecimiento del Estado para protegernos de los capitalistas es una patraña monumental: el Estado burgués está para defender a la burguesía contra los obreros, y no lo contrario ([3]).
No es por nada si ese llamamiento a apoyar el Estado, y en especial a sus fracciones de izquierda presentadas como los mejores defensores de la “sociedad civil” contra el “neoliberalismo”, procede del FSE. Como dice un refrán inglés: “he who pays the piper calls the tune” (solicita la canción quien paga al músico). Y es en efecto de lo más instructivo fijarse en quién ha financiado el FSE hasta la cantidad de 3,7 millones de euros:
– Primero, los Consejos generales de los departamentos de Seine-Saint-Denis, Val-de-Marne y Essonne contribuyeron con más de 600 000 euros, a la vez que el ayuntamiento de Saint-Denis largó 570 000 euros ya él solo ([4]). El Partido “comunista” francés, esa pandilla de redomados canallas estalinistas, intenta fabricarse una virginidad política después de haber sido el cómplice de los peores crímenes cometidos por el Estado estalinista en Rusia y haber sido el especialista en sabotajes de luchas obreras desde hace décadas.
– El Partido socialista francés, sumamente desprestigiado tras sus ataques antiobreros durante su último paso por el gobierno, y es cierto que los asistentes al FSE no se privaron de burlarse de Laurent Fabius (conocido dirigente del PSF) cuando se atrevió a acudir a algunos debates. Podría uno imaginarse que el PSF vería con malos ojos al FSE ¡Ni mucho menos! El ayuntamiento de París (gobernado por el PSF) ¡pagó 1 millón de euros para los gastos del FSE!
– ¿Y el gobierno francés? Un gobierno de derechas, neoliberal a matar, denunciado por todas las paredes y carteles, en artículos de toda la izquierda reunida, desde los anarquistas hasta los estalinistas, ¿se sintió molesto al comprobar que acudía tanta gente a ese Foro? Al contrario: por orden personal del presidente Chirac el ministerio de Exteriores desembolsó 500 000 euros para cualquier gasto.
¡Quien paga se aprovecha! Ha sido toda la burguesía francesa, de derechas como de izquierdas, la que ha financiado con liberalidad el FSE, la que le ha prestado sus locales. Y será toda la burguesía, de derechas como de izquierdas, la que piensa sacar tajada del éxito innegable del FSE, sobre todo en dos planos:
La gente del marketing moderno ya no intentan vendernos directamente los productos, sino que usan un método más sutil y eficaz: venden “una visión del mundo” a la que adosan los productos que la simbolizarían. Los organizadores del FSE lo han hecho exactamente igual: nos proponen una “visión del mundo” irreal, en la que el capitalismo ya no sería el capitalismo, en la que las naciones ya no serían imperialistas, en donde se puede construir “otro mundo” sin hacer ninguna revolución internacional comunista. Y en nombre de esa “visión” nos quieren vender una serie de viejos productos adulterados que son los partidos pretendidamente “socialistas” y “comunistas”, disfrazados para la ocasión en “redes ciudadanas”.
Teniendo en cuenta que ha sido la burguesía francesa la que, en esta ocasión, ha entregado los fondos, es lógico que sean sus partidos políticos los que saquen la primera tajada del FSE. No hay que creer, sin embargo, que el tinglado lo ha montado la burguesía francesa sola, ni mucho menos. De hecho, ese esfuerzo por dar nuevo prestigio a su ala izquierda, mediante los “foros sociales” favorece ampliamente a toda la burguesía mundial.
El “Foro social libertario” se presentaba deliberadamente como alternativa al Foro más “oficial” organizado por los grandes partidos burgueses. Podemos preguntarnos hasta qué punto la oposición entre ambos foros era real: al menos uno de los grupos principales que organizaron el FSL (Alternative libertaire) participó también activamente en el FSE, y además la manifestación organizada por el FSL se unió, tras un corto recorrido “independiente”, a la del foro mayor, el FSE.
No vamos a tratar aquí exhaustivamente lo que se dijo en el FSL. Veremos solo algunos temas principales.
Empecemos por el “debate” sobre los “espacios autogestionados” (squatts –okupas–, comunas, redes de intercambio de servicios, cafés “alternativos”, etc.). Si ponemos “debate” entre comillas, es porque los animadores lo hicieron todo por limitarlo a unas cuantas reseñas descriptivas de sus “espacios” respectivos, evitando toda evaluación crítica incluso las procedentes del campo anarquista. Nos dimos pronto cuenta que eso de la “autogestión” es algo muy relativo: un participante inglés explicó que tuvieron que comprar su “espacio”… por la bonita cantidad de 350 000 libras (unos 500 000 euros); otro cuenta la creación de un “espacio”… en Internet, que como todo el mundo sabe es una creación del DARPA ([6]) estadounidense.
Más revelador todavía es el programa de acción de los diferentes “espacios” descritos: farmacia gratuita y “alternativa” (herboristería), servicios de consejo jurídico, café, intercambio de servicios. O sea, el pequeño comercio asociado a servicios sociales abandonados por un Estado que hace recortes en los presupuestos. O sea, el no va más del radicalismo anarquista es suplir los servicios del Estado haciendo del trabajo de éste, pero gratis.
Un debate sobre la gratuidad de los servicios públicos puso de relieve la vacuidad del anarquismo oficial y bienpensante. Pretenden que los “servicios públicos” pueden significar una oposición a la sociedad mercantil, respondiendo gratuitamente a las necesidades de la población –de manera “autogestionada, eso sí– con comités de consumidores, de las colectividades locales, y de los productores. Eso se parece como dos gotas de agua a los “comités de barrio” instalados hoy por el Estado francés para los habitantes de las barriadas de las afueras de París. Todo se plantea como si pudiera introducirse una oposición institucional a la sociedad capitalista, incluso dentro de ella, instaurando, por ejemplo, la gratuidad de los transportes.
Otra característica del anarquismo, muy clara en todos los debates del FSL, es su visión profundamente elitista y educacionista. El anarquismo ni se imagina que “otro mundo” pudiera surgir de las entrañas mismas de las contradicciones del mundo actual. El paso del mundo actual al del futuro y “otro” solo podrá pues hacerse mediante “el ejemplo” dado por los “espacios autogestionados”, mediante una acción educativa sobre los quebrantos del “productivismo” actual. Pero, como lo decía ya Marx hace más de un siglo, si una nueva sociedad debe aparecer gracias a la educación del pueblo, lo que se plantea es saber quién va a educar a los educadores. Pues quienes se pretenden educadores están también ellos formados en y por la sociedad en la que vivimos, y sus ideas de “otro mundo” permanecen en realidad sólidamente amarradas al mundo actual.
En efecto, ambos foros “sociales” no nos sirvieron, a modo de ideas nuevas y revolucionarias, sino viejas ideas que ya revelaron hace mucho tiempo su inadecuación cuando no su carácter claramente contrarrevolucionario.
Los “espacios autogestionados” recuerdan así las empresas cooperativas del siglo XIX, por no hablar de todos los “colectivos obreros” de tiempos más recientes (desde Lip en Francia a Triumph en Gran Bretaña), los cuales o quebraron o permanecieron cual simples empresas capitalistas, precisamente porque deben producir y vender en la economía mercantil capitalista. Recuerdan también todos los intentos “comunitarios” de los años 70 (squats, comités de barrio, escuelas “libres”) que se integraron en el Estado burgués como servicios sociales o educativos.
Todas las ideas de una transformación radical introducidas a través de la “gratuidad” de los servicios públicos recuerdan el reformismo gradualista que ya era un señuelo en el movimiento obrero de 1900 y que quebró definitivamente en la carnicería de 1914 poniéndose del lado de su Estado para defender lo “adquirido”, contra el imperialismo “invasor”. Esas ideas recuerdan la instauración del “Estado del Bienestar” por la burguesía tras la Segunda Guerra mundial para así racionalizar la fuerza de trabajo y mistificarla (en especial dando así “la prueba” de que los millones de muertos habían servido para algo).
Es totalmente inevitable, en el capitalismo como en toda sociedad de clases, que las ideas dominantes de la sociedad sean las de la clase dominante. Si es posible comprender la necesidad y la posibilidad material de una revolución comunista, solo es porque en la sociedad capitalista existe una clase social que encarna ese porvenir revolucionario: la clase obrera. En cambio, si intentamos simplemente “imaginar” lo que podría ser una sociedad “mejor”, basándonos en nuestros deseos e imaginaciones actuales tal como se han formado en y por la sociedad capitalista (y con el modelo de nuestros “educadores” anarquistas), lo único que podemos hacer es “reinventar” el mundo capitalista actual, cayendo ya sea en el sueño reaccionario del pequeño productor que no ve más allá de su “espacio autogestionado”, ya sea en el delirio megalo-monstruoso de un Estado mundial y benefactor al estilo de George Monbiot ([7]).
Para el marxismo, al contrario, se trata de descubrir en el seno mismo del mundo capitalista de hoy las premisas del mundo nuevo que la revolución comunista debe hacer surgir, eso si la humanidad no acaba perdiéndose. Como lo decía el Manifiesto comunista en 1848: “Las tesis de los comunistas no se basan ni mucho menos en ideas, principios inventados o descubiertos por este o aquel reformador del mundo.
Sólo son la expresión general de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está realizando ante nosotros” ([8]).
Podemos distinguir tres elementos importantes, íntimamente relacionados, en ese “movimiento histórico que se está realizando ante nosotros”.
El primero es la transformación, ya realizada por el capitalismo del proceso productivo de toda la especie humana. El menor objeto de uso cotidiano ya no es obra de un artesano que se basta a sí mismo o de una producción local, sino del trabajo común de miles, cuando no decenas de miles de mujeres y hombres que participan en una red que cubre el planeta entero. Librada por la revolución comunista mundial de las trabas que le imponen las relaciones capitalistas mercantiles de producción y de apropiación privada de sus frutos, esa destrucción de todos los particularismos locales, regionales y nacionales, será la base para constitución de una sola sociedad comunidad humana a escala planetaria. A medida que se va realizando la transformación social y la afirmación de todos los aspectos de la vida social de esta comunidad mundial, desaparecerán también las distinciones (arteramente cultivadas hoy por la burguesía como un medio para dividir a la clase obrera) entre etnias, pueblos, naciones. Podemos imaginarnos que las poblaciones y las lenguas se mezclarán hasta el día en que dejará de haber europeos, africanos o asiáticos (menos todavía bretones, vascos o catalanes), sino una sola especie humana cuya producción intelectual y artística se expresará en una lengua comprensible por todos, mucho más rica, precisa y armoniosa que las lenguas en las que hoy se expresa la cultura limitada y cada día más deteriorada de hoy ([9]).
El segundo factor de primera importancia, indisociable del anterior, es la existencia en el seno de la sociedad capitalista de una clase que encarna, y que expresa en el grado más alto, esa realidad del proceso productivo unificado e internacional. Esa clase es el proletariado internacional. El obrero, sea siderúrgico norteamericano, desempleado inglés, empleado de banca francés, mecánico alemán, programador indio o albañil chino, todos ellos tienen algo en común: estar explotados cada día más duramente por la clase capitalista y no poder quitarse de encima esa explotación si no es derribando el orden capitalista mismo.
Hay que señalar dos aspectos de la propia naturaleza de la clase obrera:
El tercer factor que vamos a exponer aquí lo describe bien la estadística: en todas las sociedades de clase que precedieron el capitalismo, el 95 % de la población, más o menos, trabajaba la tierra el excedente en alimentos que producía bastaba lo justo para alimentar al 5% restante (señores y religiosos, pero también artesanos, mercaderes, etc.). Hoy, esa proporción es la contraria. Y, en los países más desarrollados, una parte cada vez más baja de la población está directamente involucrada en la producción de bienes materiales. Es decir que, potencialmente, a nivel de las capacidades físicas del proceso productivo, la humanidad ha alcanzado un estadio de abundancia prácticamente sin límites.
Ya ahora en el capitalismo, las capacidades productivas de la especie humana han creado una situación cualitativamente nueva en relación con toda la historia precedente: mientras que, antaño, la penuria que sufría la mayor parte la población, por no hablar de los períodos de hambrunas, se debía sobre todo a los límites naturales de la producción (nivel bajo de productividad de los suelos, malas cosechas, etc.), en el capitalismo, en cambio, la única causa de la penuria son las propias relaciones de producción capitalista. La crisis que echa a los obreros a la calle no es causada por la insuficiencia de producción, sino que es, al contrario, el resultado directo de que lo producido no puede ser vendido ([10]). Es más, en los países llamados “adelantados”, una parte cada día mayor de la actividad económica no tiene la menor utilidad fuera del sistema capitalista mismo: la especulación financiera y bursátil de todo tipo, los presupuestos militares, los objetos de moda, los productos “con caducidad incorporada” con el único fin de sustituirlos, la publicidad, etc. Si se mira más lejos, es evidente que el uso de los recursos naturales terrestres está dominado por un funcionamiento cada día más irracional –salvo desde el enfoque de la rentabilidad capitalista– de la economía: migración cotidiana de varias horas para millones de seres humanos para acudir a su trabajo, transporte de mercancías por carretera en lugar de la vía férrea para responder a los imprevistos de una producción anárquica, por ejemplo. En resumen, hay un vuelco completo en la relación entre la cantidad de tiempo para producir lo estrictamente necesario (comer, vestirse, alojarse) y el tiempo para producir “más allá de lo necesario”, valga la expresión ([11]).
En nuestras intervenciones –manifestaciones, lugares de trabajo, ventas públicas– nos vemos a menudo confrontados a la pregunta: “bueno, ya que decís que el comunismo no ha existido nunca ¿qué es entonces?” En tales situaciones, intentando dar una respuesta a la vez rápida y global, solemos contestar: “el comunismo es un mundo sin clases, sin naciones y sin dinero”. Por muy resumida que sea (y, en cierto modo, en negativo: “sin”), esa definición contiene, sin embargo, características fundamentales de una sociedad comunista:
Esos tres principios chocan directamente contra los lugares comunes que difunde toda la ideología de la sociedad burguesa, según la cual la “naturaleza humana” sería codiciosa y violenta, la cual determinaría para siempre las divisiones entre explotadores y explotados, o entre naciones. Semejante idea de la “naturaleza humana” le viene pintiparada, claro está, a la clase dominante, pues justifica su dominación de clase e impide a la clase obrera identificar claramente al verdadero responsable de la miseria y de las matanzas que abruman hoy a la humanidad. No tiene, sin embargo, nada que ver con la realidad: contrariamente a las demás especies animales, cuya “naturaleza” (es decir el comportamiento) está determinado por su entorno natural, la “naturaleza humana” se ha ido determinando, cada vez más a medida que su dominio de la naturaleza ha ido avanzando, no por su entorno natural sino por su entorno social.
Los tres factores mencionados antes no son sino un esbozo muy sucinto. Sin embargo tienen grandes repercusiones en la sociedad comunista del futuro.
Los marxistas siempre han resistido a la tentación de elaborar “recetas para el mañana”, primero porque será el movimiento real de las grandes masas de la humanidad el que creará el comunismo y, segundo, porque podemos imaginar lo que será una sociedad comunista con menos precisión todavía que un campesino del siglo XI podía imaginarse el mundo capitalista. Esto no nos quita, sin embargo, de poder despejar (muy sumariamente) algunas grandes líneas resultantes de lo que acabamos de decir.
El cambio más radical se deberá probablemente a la desaparición de la contradicción entre ser humano y trabajo. La sociedad capitalista ha llevado a su punto más elevado la contradicción –que siempre existió en las sociedades de clase– entre trabajo, o sea la actividad que se ejerce obligado, y el ocio, es decir el tiempo en que uno es libre (de manera muy limitada) de escoger su actividad ([13]). La obligación se debe, por un lado, a la penuria impuesta por los límites de la productividad del trabajo y, por otro, por la parte del fruto del trabajo que es acaparada por la clase explotadora. En el comunismo esa coerción ya no existirá: por primera vez en la historia, el ser humano podrá producir en toda libertad, y la producción estará enteramente centrada en la satisfacción de las necesidades humanas. Podría considerarse la posibilidad de que las palabras “trabajo” y “ocio” desaparecerán del lenguaje, puesto que ninguna actividad será emprendida por coerción. La decisión de producir o no producir algo dependerá no sólo de la utilidad de la cosa en sí, sino del grado de placer o interés que podrá aportar el proceso mismo de producción.
La idea misma de la “satisfacción de las necesidades” cambiará. Las necesidades de base (alimentarse, vestirse, protegerse, tomadas en su sentido más elemental) ocuparán un lugar cada vez menos importante en proporción, mientras que se irán afirmando cada día más las necesidades determinadas por la evolución social de la especie. Se pondrá así fin a la distinción entre trabajo “artístico” y el que no lo es. El capitalismo es la sociedad que ha llevado más lejos la distinción entre “el arte” y lo que “no es arte”. La inmensa mayoría de los artistas de la historia quedó anónima, sólo con el auge del capitalismo el artista empieza a firmar su obra y el arte empieza a ser una actividad específica separada de la producción cotidiana. Hoy esa tendencia ha llegado a su paroxismo, con una separación prácticamente total entre las “bellas artes” por un lado (incomprensibles para la gran mayoría de la población y reservadas a una minoría intelectual) y la producción artística industrializada en la publicidad y la “cultura pop” por otro, ambas, de todos modos, reservadas para el “ocio”. Todo esto no es más que el fruto de la contradicción en el capitalismo entre el ser humano y su trabajo. Con la desaparición de esa contradicción, desaparecerá también la contradicción entre la producción “útil” y la producción “artística”. La belleza, la satisfacción de los sentidos y del espíritu serán necesidades básicas del ser humano y el proceso productivo deberá tenerlas en cuenta ([14]).
También la educación cambiará totalmente de naturaleza. En cualquier sociedad, la meta de la educación de los jóvenes es permitirles que ocupen su lugar en la sociedad adulta. Bajo el capitalismo, “ocupar su sitio en el mundo adulto” quiere decir ocupar su lugar en un sistema de explotación brutal, en el cual quien no sea rentable no encontrará nunca su sitio. El objetivo de la educación (que los altermundialistas nos aseguran que “no está en venta”) es sobre todo dar a las nuevas generaciones capacidades que puedan ser vendidas en el mercado, y, más generalmente en esta época de capitalismo de Estado, hacer de tal modo que la nueva generación sea capaz de reforzar el capital nacional frente a sus competidores en el mercado mundial. Es evidente que el capital no tiene el menor interés en promover un espíritu crítico para con su propia organización social. La educación, en resumen, no tiene otro objetivo que el de someter las jóvenes mentes, meterlas en el molde de la sociedad capitalista y de sus necesidades productivas; no es de extrañar que las escuelas se parezcan cada vez más a fábricas y los profesores a obreros en la cadena.
En el comunismo, al contrario, integrar a un joven en el mundo adulto no podrá hacerse sin el estímulo más profundo posible de todos los sentidos, físicos e intelectuales. En un sistema de producción completamente liberado de las exigencias de la rentabilidad, el mundo adulto se irá abriendo al niño a medida que se desarrollen sus capacidades, y el joven adulto no se verá expuesto a la angustia de dejar la escuela y encontrarse en medio de la competencia desenfrenada del mercado del empleo. Y del mismo modo que no habrá contradicción entre “trabajo” y “ocio”, entre “producción” y “arte”, ya no habrá contradicción entre la escuela y “el mundo del trabajo”. Las palabras “escuela”, “fábrica”, “oficina”, “galería de arte”, “museo” ([15]) desaparecerán o cambiaran de sentido, pues todas las actividades humanas se fundirán en un esfuerzo armonioso de satisfacción y de desarrollo de las necesidades y de las capacidades físicas, intelectuales y sensitivas de la especie.
Les comunistas no son unos utopistas. Hemos intentado hacer aquí un esbozo muy breve y necesariamente limitado de lo que deberá ser la nueva sociedad humana que surgirá de la sociedad capitalista actual. En ese sentido, el slogan de los altermundialistas “otro mundo es posible” (incluso “otros mundos son posibles”) no es más que pura mistificación. Solo hay otro mundo posible: el comunismo.
Sin embargo, el nacimiento de ese nuevo mundo no es, ni mucho menos, algo indudable. En eso, el capitalismo es como las otras sociedades de clase que lo precedieron, en donde: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, maestros y oficiales, en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o por la destrucción de las clases beligerantes” ([16]). Así pues, la revolución comunista, por muy necesaria que sea, no por ello es irrevocable. El paso del capitalismo a un mundo nuevo no podrá evitar la violencia de la revolución proletaria, partera inevitable ([17]). La alternativa, en las condiciones actuales de descomposición avanzada de la sociedad actual, sería no solo la destrucción de las dos clases en lucha, sino la de la humanidad entera. De ahí la inmensa responsabilidad que pesa sobre los hombros de la clase revolucionaria mundial.
Ante la situación de hoy, el desarrollo de la capacidad revolucionaria del proletariado podrá parecer un sueño tan lejano que grande es la tentación de ponerse a “hacer algo ya”, aunque sea junto a esos viejos canallas socialistas y estalinistas, o sea junto al ala izquierda del aparato estatal de la burguesía. Para las minorías revolucionarias, el reformismo no es un mal menor, “a falta de algo mejor”, sino la componenda mortal con el enemigo de clase. El camino hacia la revolución que podrá crear “otro mundo” será largo y difícil, pero es el único que existe.
Jens
[1] Política agrícola común (PAC), enorme y costoso sistema de mantenimiento artificial de los precios pagados a los productores agrícolas europeos, en perjuicio de sus competidores de otros países exportadores.
[2] Ver https://www.marxists.org/archive/marx/works/1881/05/07.htm [223]– artículo escrito en el Labour Standard.
[3] Es particularmente jocoso leer en las páginas de Alternative libertaire, grupo anarquista francés “queremos que sea la manifestación más importante para que se oiga una vez más que no queremos una Europa capitalista y policíaca” (Alternative libertaire n° 123, noviembre 2003), cuando todo el FSE está financiado por el Estado y coquetea con la mistificación del reforzamiento de los Estados europeos para, pretenden, proteger a los “ciudadanos” contra la gran industria. Por lo que parece no son incompatibles el anarquismo y la defensa del Estado…
[4] Todos esos departamentos (provincias) y ciudades están controlados por el Partido comunista francés.
[5] Como decía Bismarck: “Siempre he oído la palabra ‘Europa’ en boca de esos políticos que exigían algo de las demás potencias que no se atrevían a pedir en su nombre propio” (citado en The Economist du 3/1/04).
[6] Defence Advanced Research Projects Agency.
[7] Gran manitú del movimiento altermundialista, autor de un Manifesto for a new world.
[8] Nunca está de más volver a insistir en la fuerza extraordinaria y capacidad de anticipación del Manifiesto comunista, que puso los cimientos para una comprensión científica del movimiento hacia el comunismo. El propio Manifiesto forma parte del esfuerzo del movimiento obrero desde sus inicios, y que prosiguió tras él, para percibir con la mayor profundidad la naturaleza de la revolución hacia la que con todas sus fuerzas se dirigía. Hemos hecho la crónica de esos esfuerzos en nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material”, que hemos publicado en esta Revista.
[9] “El sitio de la antigua autosuficiencia y aislamiento locales y nacionales, se ve ocupado por un tráfico en todas direcciones, por una mutua dependencia general entre las naciones. Y lo mismo que ocurre en la producción material ocurre asimismo en la producción intelectual. Los productos intelectuales de las diversas naciones se convierten en patrimonio común. La parcialidad y limitación nacionales se tornan cada vez más imposibles, y a partir de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal” (el Manifiesto comunista).
[10] “En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han vuelto demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben” (el Manifiesto comunista).
[11] No podemos entrar aquí en detalles, digamos simplemente que es una noción que hay que usar con precaución, pues las necesidades “de base” están socialmente determinadas: las necesidades en alojamiento y nutrición de un hombre de Cromagnon y las de un hombre de hoy, por poner un ejemplo, no se satisfacen evidentemente ni de la misma manera ni con las mismas herramientas.
[12] Es la imagen de lo que pasó con la derrota de la revolución rusa de octubre 1917: el que muchos de los nuevos dirigentes (Brezhnev por ejemplo) hubieran sido obreros o hijos de obreros pudo dar crédito a la idea de que una revolución comunista que llevara la clase obrera al poder no haría sino instalar una nueva clase dirigente, “proletaria” o algo así. Es una idea alimentada por todas las fracciones de la burguesía, de derechas como de izquierdas, la de hacer creer que la URSS era “comunista” y que sus dirigentes eran diferentes de lo que en realidad eran: una fracción de la burguesía mundial. La realidad fue que la contrarrevolución estalinista volvió a instalar en el poder a una clase burguesa; el que muchos miembros de esta nueva burguesía procedieran del proletariado o del campesinado no cambia nada como tampoco el que un hijo de obrero llegue a ser patrón de empresa.
[13] Es significativo que la palabra “trabajo” venga de la palabra latina tripalium que designaba un instrumento de tortura.
[14] En el FSL, un anarquista quiso, en plan doctoral, darnos una lección sobre la diferencia entre los marxistas, que privilegiarían el “homo faber” (“el hombre que fabrica”) y los anarquistas que privilegiarían el “homo ludens” (“el hombre que juega”). Por mucho que se diga con expresiones latinas, una estupidez sigue siéndolo igual.
[15] Y, con mayor razón, “cárcel”, “presido”, o “campo de concentración”.
[16] El Manifiesto comunista, in “Burgueses y proletarios”.
[17] Para tener una perspectiva mucho más amplia, ver nuestra serie sobre el comunismo mencionada antes, especialmente la parte publicada en la Revista internacional, n° 70.
El éxito del Foro social europeo (FSE) de noviembre pasado en Paris ilustra con evidencia el auge creciente del movimiento altermundialista durante estos diez años pasados. Tras un período de balbuceo con audiencia relativamente limitada (limites sectoriales más que geográficos, en la medida en que universitarios y “pensadores” del mundo entero ingresaron rápidamente en sus filas), el movimiento ha alcanzado rápidamente las características de una corriente ideológica tradicional: primero se granjeó popularidad con el radicalismo de las manifestaciones de Seattle a finales del 99, con ocasión de la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC); luego tiene “figuras” mediáticas, entre les cuales predomina José Bové; y, en fin, sus propios acontecimientos destacados e inevitables: el Foro social mundial (FSE), que pretendía ser lo contrario del foro de Davos (que agrupaba a los principales responsables económicos del mundo) y que se organizó las tres primeras veces en Puerto Alegre (en 2001, 2002 y 2003), ciudad símbolo de “la autogestión ciudadana”.
La marea no ha dejado de crecer desde ese ruidoso arranque: los foros se regionalizan (el FSE es una des sus expresiones, pero se han celebrado otros, en África, por ejemplo), también el FSM se ha trasladado a India a primeros del 2004, y se multiplican periódicos, revistas, manifestaciones y mítines... Resulta hoy imposible preocuparse de cuestiones sociales sin enfrentarse inmediatamente a la marea de las ideas altermundialistas.
Semejante éxito plantea inmediatamente una serie de cuestiones: ¿por qué de manera tan rápida, amplia y pujante? ¿Por qué precisamente ahora?
Para los partidarios de la altermundializacion, le respuesta es sencilla: si su movimiento conoce tal éxito, es porque contiene una verdadera respuesta a los problemas que se plantean hoy en día a la humanidad. Tendrían también que explicar, entre otras cosas, por qué los media (que pertenecen a esas grandes “empresas transnacionales” que no paran de denunciar) les hacen tanta publicidad a todo lo que hacen o dejan de hacer.
Es cierto que el éxito espectacular del movimiento altermundialista corresponde a una verdadera necesidad y sirve intereses bien reales. La pregunta que se plantea entonces es: ¿quién necesita verdaderamente al movimiento altermundialista? ¿qué intereses sirve realmente? ¿Los de las diversas categorías de oprimidos (campesinos pobres, mujeres, “excluidos”, obreros, jubilados...) a los que pretenden defender o los de los defensores manifiestos del orden social actual que hacen la promoción del altermundialismo, y eso cuando no lo financian?
La mejor manera de contestar a estas preguntas es confrontándolas a las necesidades actuales de la burguesía en el terreno ideológico. La clase dominante está efectivamente enfrentada hoy a la necesidad de buscar el medio más eficaz para intentar desintegrar la conciencia de la clase obrera.
El primer elemento es la crisis económica misma que, a pesar de no ser una novedad puesto que se desarrolla desde finales de los 60, alcanza hoy tales dimensiones que la burguesía ya no puede evitar de referirse a ella de forma relativamente realista. La mentira descarada en torno a las tasas de ganancia de dos cifras de los “dragones” asiáticos (Corea del Sur, Taiwán...) para demostrar la salud del capitalismo inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este no puede repetirse: los famosos dragones ya no siguen escupiendo llamas. En cuanto a los “tigres” (Tailandia, Indonesia...) que los acompañaban, han dejado de rugir y ahora lloriquean, implorando la benevolencia de sus acreedores. La mentira con la que se intentó suceder a ésa sustituyendo los “países emergentes” por los “sectores emergentes” de la economía, la famosa “nueva economía”, vivió lo que viven los sueños: la realidad brutal de la ley del valor hizo entrar en razón las vertiginosas subidas de los especuladores; una razón bien amarga, puesto que dejó en la estacada a la mayor parte de las empresas de ese sector.
Hoy en día, el “contexto recesivo” que cada burguesía nacional atribuye a las dificultades de sus vecinas es un eufemismo que se esfuerza de esconder la gravedad de la situación económica hasta en el corazón mismo del capitalismo. Pero este discurso viene acompañado también del que recuerda sin parar, como una cantinela, la necesidad de “hacer esfuerzos”, de “apretarse el cinturón” para volver rápidamente a la prosperidad. Con eso intentan envolver como pueden los ataques que la burguesía desencadena contra la clase obrera, siempre más brutales, más amplios y cercanos, ataques indispensables para la burguesía porque la gravedad de la crisis los hace necesarios para poder preservar sus intereses de clase dominante.
Los ataques han de provocar reacciones por parte del proletariado, aunque sea de forma diferenciada según el país y el momento, y favorecer un desarrollo de las luchas. Esta situación particular es también el fermento de un inicio de toma de conciencia por parte de ciertos elementos de la clase obrera. No se trata de un espectacular desarrollo de la conciencia de clase. No obstante, existen hoy en el proletariado interrogantes sobre las razones reales de los ataques de la burguesía, sobre la realidad de la situación económica, sobre las causas reales de las guerras que se desencadenan permanentemente por el mundo, como también sobre los medios para luchar eficazmente contra esas calamidades que ya no se pueden considerar tan fácilmente como fatalidades nacidas de la “naturaleza humana”.
Estamos muy lejos de que esos cuestionamientos se amplifiquen hasta amenazar la dominación política del capital. Sin embargo provocan inquietud a la burguesía, que prefiere cortar el peligro de raíz. Es esa preocupación el centro mismo del dispositivo ideológico de la altermundializacion, es una reacción adaptada de la burguesía frente a los inicios de una toma de conciencia en la clase obrera. Recordemos aquella idea que nos hicieron entrar hasta por las narices tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes pretendidamente “socialistas”: “Ha muerto el comunismo, ¡Viva el liberalismo! Se ha acabado el enfrentamiento entre dos mundos, fuente de miseria y de guerras. Ya no existe más que un mundo, el único posible, el mundo del capitalismo liberal y democrático, fuente de paz y de prosperidad”.
Pero este mundo demostró rápidamente su capacidad intacta para fomentar guerras y derramar miseria y barbarie a pesar de la desaparición del “Imperio del Mal” (según la expresión del ex presidente norteamericano Reagan) al que se enfrentaba. Y menos de diez años después del triunfo del “único mundo posible”, nace ahora la idea de “otro mundo” posible, una alternativa al liberalismo. La clase dominante, es evidente, ha sabido tomar la medida de los efectos a largo plazo de la crisis de su sistema sobre la conciencia del proletariado, y echar rápidamente una cortina de humo espesa y opaca para desviar a la clase obrera de su perspectiva hacia su verdadero “otro mundo” posible en el que, contrariamente al de los altermundialistas, la burguesía ya no tendrá el menor lugar.
Los problemas que se plantean esas personas que, en el seno de la clase obrera, buscan soluciones pueden clasificarse, como ya hemos visto, en tres temas fundamentales:
Esas tres preguntas son el núcleo de las preocupaciones del movimiento obrero desde sus principios. En efecto, si logra comprender las causas profundas de la situación que está viviendo, si consigue comprender que sólo una perspectiva es posible frente a esas causas, entonces sí conseguirá hacer emerger de esa comprensión su papel revolucionario histórico, si podrá entonces armarse la clase obrera para derribar el capitalismo e iniciar la construcción del comunismo.
Casi dos siglos de experiencia nos muestran que no hay que subestimar la capacidad de la burguesía para comprender ese proceso de toma de conciencia y los peligros históricos que contiene para ella. Por eso la ideología altermundialista, más allá de su apariencia heteróclita, se basa fundamentalmente en esos tres temas esenciales.
El primero de esos temas, la realidad del mundo actual, hace inmediatamente resaltar hasta qué punto la ideología del altermundialismo forma parte íntegra del aparato mistificador burgués, participando plenamente en las mentiras sobre la situación económica del capitalismo. Para el altermundialismo, como para todas las ideologías izquierdistas y anarquistas, la realidad de la crisis histórica de ese sistema queda oculta detrás de una constante denuncia de los grandes trusts. Si una región entera del planeta se hunde en el marasmo económico, será por culpa de las multinacionales. Si la pobreza se extiende hasta el corazón mismo de los países industrializados, es, una vez más, por culpa de unas grandes empresas ávidas de ganancias. Por todas partes del mundo no hay más que infinita riqueza, pero, eso sí, con ese grave defecto de que es acaparada por una minoría sin entrañas. En ese esquema con apariencias de ser coherente, falta un elemento fundamental para quien quiere comprender la evolución de la situación mundial: la crisis, esa crisis definitiva que es la marca de la quiebra del capitalismo.
Para la burguesía, siempre ha sido de la mayor importancia ocultar esa realidad que significa que su sistema no es eterno, que está condenada a abandonar la escena de la historia. Por eso, ante las convulsiones crecientes que asaltan su economía, despliega sus “contextos recesivos”, sus cercanos “finales de túnel” y sus próximas y radiantes mañanas tras las lúgubres noches recesivas. Pero el caso es que, desde que nos largan esos discursos, la situación no ha hecho sino empeorar. Lo cual a la burguesía no le impide, ni mucho menos, darle aires juveniles a esas mentiras haciendo portavoz de ellas al movimiento altermundialista.
Eso no le impide a éste proponer una alternativa al sistema actual. Varias, incluso. Es precisamente en eso en lo que se basa su ideología. En efecto, cada sector de ese movimiento plantea su propia crítica del mundo actual, ligeramente diferente a las de los demás: a veces teñida de ecología, otras marcada por la reflexión económica, otras más por la cultural, alimenticia, sexual… y así una larga lista. Esas diferentes críticas no se quedan ahí: cada una de ellas debe proponer su propia solución positiva. Por eso es por lo que el movimiento altermundialista se ha dado la consigna de que “otros mundos son posibles”: desde un mundo sin Organismos genéticamente modificados (OGM) hasta un mundo autogestionado, pasando por un capitalismo de Estado de lo más clásico.
El proponer tantas alternativas políticas no es, claro está, ningún peligro para la clase dominante, pues ninguna de ellas se sale del marco de la sociedad capitalista. Sólo serían ajustes de mayor o menor monta, más o menos utópicos, pero siempre compatibles con la dominación de la burguesía. En realidad, la burguesía coloca ante la clase obrera todo un panel de “soluciones” para los malos funcionamientos del sistema, que son otras tantas cortinas de humo para ocultar que la única perspectiva capaz de acabar con la barbarie y la miseria es el derribo de su causa fundamental, o sea, el capitalismo moribundo.
El tercer tema del altermundialismo se desprende espontáneamente de los dos primeros: tras haber ocultado las verdaderas razones de la miseria y la barbarie, tras habar ocultado que la única perspectiva para salir de ellas, ya solo queda por ocultar a la verdadera fuerza para lograrlo. Para ello el altermundialismo se dedica a promocionar toda una cantidad de revueltas y controversias contestatarias, procedentes a menudo del campesinado del Tercer mundo, pero también de los países desarrollados, como el movimiento que anima José Bové o, también, capas pequeño burguesas que se lanzan acá o allá al asalto de poder contra una dictadura corrompida o una república “bananera”. Todas esas revueltas expresan, sin lugar a dudas, una reacción, un rechazo contra la miseria que la crisis provoca en la gran mayoría de la humanidad. Pero ninguna de ellas lleva en sí la menor chispa que pudiera servir para reventar el orden capitalista. Al contrario, esas revueltas permanecen encerradas en el marco capitalista y no poseen ninguna perspectiva constructiva que oponer al orden al que se enfrentan.
Desde hace más de siglo y medio, el movimiento obrero ha sabido mostrar que la única fuerza capaz de transformar de verdad la sociedad es el proletariado.
Este no es la única clase que se alza contra la barbarie capitalista, pero es la única que posee la clave para superarlo. Para ello, no sólo debe reconquistar su unidad internacional, sino también su autonomía de clase respecto a las demás clases de la sociedad. La burguesía lo sabe perfectamente. Si tanto exhibe esas luchas nacionalistas pequeño burguesas es porque así mete al proletariado en un cepo en el que su conciencia y perspectiva no podrán desarrollarse.
Ese tipo de patrañas sirve contra un peligro que no es nuevo para la burguesía: el proletariado es potencialmente capaz de echar abajo su sistema desde que éste entró en su fase de decadencia, o sea a principios del siglo XX. La clase dominante entendió qué peligro era ése desde la Primera Guerra mundial, desde la oleada revolucionaria iniciada en Rusia en octubre de 1917 que amenazó el orden capitalista durante varios años, desde 1919 en Alemania hasta 1927 en China. No ha esperado hasta la última década para diseñar su plan de batalla. En realidad, la clase obrera ha tenido ya que soportar más de un siglo de ataques ideológicos basados en la mentira sobre la verdadera naturaleza de la crisis, de la perspectiva comunista y de las potencialidades de la lucha de clases. La marea altermundialista no es una novedad en la historia del pensamiento burgués frente al proletariado. Pero un impulso semejante pone de relieve que algo ha cambiado en el enfrentamiento ideológico de clase, expresa que ha aparecido la necesidad para la clase dominante de adaptar los medios de mistificación contra el proletariado.
“No se cambia un equipo que gana”, suelen decir los especialistas deportivos. En el fondo, los embustes burgueses para impedir que la clase obrera desarrolle su conciencia revolucionaria siguen siendo del mismo tipo, pues deben hacer frente a las mismas necesidades como hemos visto antes. Han sido, tradicionalmente, los partidos de izquierda, socialdemócratas y estalinistas, los transmisores de esos embustes que sirven para ocultar la quiebra histórica del modo de producción capitalista, para proponer alternativas falsas a la clase obrera, para minar cualquiera perspectiva que se abra ante sus luchas.
Son esos partidos los que han sido ampliamente solicitados a finales de los años 60 cuando la crisis actual empezó a desplegarse y sobre todo cuando el proletariado mundial volvió a salir al escenario de la historia, tras cuatro décadas de contrarrevolución (la gran huelga de mayo de 1968 en Francia, el “otoño caliente” italiano de 1969, etc.). Ante el impetuoso auge de las luchas proletarias, los partidos de Izquierda empezaron a proponer “alternativas” de gobierno con la pretensión de que iban a responder a las aspiraciones de la clase obrera. Uno de los temas de esa “alternativa” era que el Estado debía estar mucho más presente en una economía cuyas convulsiones, iniciadas en 1967 al finalizar la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra mundial, se iban incrementando sin cesar. Según esos partidos, los obreros debían moderar sus luchas, incluso renunciar a ellas, y expresar en el terreno electoral su voluntad de cambio, permitiendo a esos partidos alcanzar el gobierno para llevar a cabo una política favorable a los intereses de los trabajadores. Desde entonces, los partidos de izquierdas, especialmente la socialdemocracia pero también los partidos llamados “comunistas” como en Francia, han participado en numerosos gobiernos para aplicar una vez en ellos, no, ni mucho menos, una política de defensa de los trabajadores sino de gestión de la crisis y de ataque a sus condiciones de vida. El desmoronamiento a finales de los años 80 del bloque del Este y de los regímenes supuestamente “socialistas” fue un duro golpe a los partidos que se reivindicaban de esos regímenes, los partidos “comunistas”, los cuales perdieron gran parte de la influencia que tenían en la clase obrera.
Y así, ahora que frente la agravación de la crisis del capitalismo, la clase obrera se ve impulsada a volver a los caminos de la lucha, a la vez que en su seno está volviendo a encenderse la llama de la reflexión sobre los retos de la situación actual de la sociedad, los partidos que representaban tradicionalmente la defensa del capitalismo en las filas obreras sufren un desprestigio considerable que les impide ocupar el lugar que ocuparon en otros tiempos. Por eso no son la avanzadilla de las grandes maniobras destinadas a desviar el descontento y los interrogantes de la clase obrera. Y es el movimiento altermundialista el que, por ahora, está en primera fila, y eso que lo único que hace es recuperar lo esencial de los temas que, en el pasado, tanto juego le dieron a la Izquierda. Es, por lo demás, esto último lo que explica que esos mismo partidos (singularmente los “comunistas”) anden chapoteando en las charcas del movimiento altermundialista, por muy discretos y hasta “críticos” que sean, permitiendo así que ese movimiento aparezca como algo verdaderamente “novedoso” ([1]) y no desprestigiado de entrada.
Esta notable convergencia entre las mistificaciones de la “vieja izquierda” y las del altermundialismo, puede ponerse de relieve en torno a unos cuantos de los temas centrales de éste.
Para dar un bosquejo de los grandes temas de la corriente altermundialista vamos a apoyarnos en los escritos de ATTAC, que aparece como el “teórico” principal de esa corriente.
Esta organización (ATTAC: Asociación para el impuesto de las transacciones financieras y de ayuda a los ciudadanos) nació oficialmente en junio de 1998, tras una serie de contactos en torno a un editorial de Ignacio Ramonet, director del mensual francés le Monde diplomatique de diciembre de 1997. Para ilustrar el éxito del movimiento altermundialista, ATTAC tenía ya más de 30 000 miembros a finales del 2000. Hay, entre ellos, más de 1000 personas morales (sindicatos, asociaciones, asambleas locales), unos cien diputados franceses, muchos funcionarios, sobre todo profesores, y cantidad de famosos, políticos o artistas, organizados en unos 250 comités locales.
Ese poderoso instrumento ideológico se creó sobre la idea de la “tasa Tobin”, del nombre del premio Nobel de economía, James Tobin, para quien un impuesto de 0,05 % en las transacciones de cambio de divisas permitiría su regulación, evitando los excesos de la especulación. Para ATTAC, ese impuesto permitiría, sobre todo, recoger fondos que luego se dedicarían al desarrollo de los países más pobres ([2]).
¿Por qué ese impuesto? Precisamente para, a la vez, frenar y sacar provecho (lo cual es de lo más contradictorio: ¿cómo querer que desaparezca algo de lo que se saca provecho?) de esas transacciones de cambio, y más en general financieras, símbolo de esa globalización de la economía que, grosso modo, hace más ricos los ricos y más pobres a los pobres.
El punto de partida del análisis de la sociedad actual que hace ATTAC es éste:
“La globalización financiera agrava la inseguridad económica y las desigualdades sociales. Elude y minimiza lo escogido por los pueblos, las instituciones democráticas y los Estados soberanos a cuyo cargo está el interés general. Les sustituye lógicas estrictamente especulativas que no expresan más que los intereses de las empresas transnacionales y de los mercados financieros” ([3]).
¿Qué origen tiene, según ATTAC, esta evolución económica? Estas son las respuestas:
“Uno de los hechos notables del final del siglo XX ha sido el auge de las finanzas de la economía mundial: es el proceso de globalización financiera, resultado de la opción política impuesta por los gobiernos de los países miembros del G7”.
La explicación del cambio habido a finales del siglo XX se da más lejos:
“En el marco del compromiso “fordista” ([4]), que funcionó hasta los años 1970, los dirigentes concluían acuerdos con los asalariados, organizando un reparto de las ganancias de productividad en el seno de la empresa, lo cual permitió mantener el reparto del valor añadido. El advenimiento del capitalismo accionarial rubrica el final de ese régimen. El modelo tradicional, llamado “stakeholder”, que considera la empresa como una comunidad de intereses entre sus tres asociados ha dejado el sitio a un nuevo modelo, llamado “shareholder”, que da primacía absoluta a los intereses de los accionistas poseedores del capital-acciones, es decir de los fondos propios de las empresas” ([5]). Además: “El objetivo prioritario de las empresas cotizadas en Bolsa es “crear valor accionarial” (shareholder value), o sea, hacer que suban la cotización de sus acciones para generar plusvalías, aumentando así la riqueza de sus accionistas” ([6]).
También, según los altermundialistas, la nueva opción de los gobiernos de los países del G7 ha acarreado una transformación de las empresas. Las multinacionales o las grandes instituciones financieras, al haber dejado de sacar sus ganancias de la producción de mercancías, “presionan a las empresas para que repartan el máximo de dividendos en detrimento de unas inversiones productivas con rendimiento diferido”.
No vamos a multiplicar aquí las citas del movimiento altermundialista. Las expuestas bastan para poner de relieve tres cosas:
De este modo, las “transnacionales” que hoy se habrían liberado de la autoridad de los Estados se parecen mucho a las “multinacionales” estigmatizadas por los partidos de Izquierda en los años 70 por ese mismo pecado. En realidad, esas “multinacionales” o “transnacionales” tienen una “nacionalidad” y es la de sus accionarios mayoritarios. En realidad, esas multinacionales son la mayoría de las veces grandes empresas de los estados más poderosos, empezando por Estados Unidos y son los instrumentos, junto a los medios militares y los diplomáticos, de la política imperialista de esos Estados. Y cuando tal o cual Estado nacional (como el de una “republica bananera”) está sometido a las órdenes de tal o cual gran “multinacional”, eso no es más que la expresión de la sumisión imperialista de ese Estado a la gran potencia de la que depende la multinacional.
Ya en los años 70, la izquierda exigía “más Estado” para limitar el poder de esos “monstruos modernos” y garantizar un reparto más “equitativo” de las riquezas producidas. ATTAC y compañía no han inventado nada. Pero sobre todo es importante subrayar aquí la gran mentira que contiene esa idea: el Estado nunca ha sido un instrumento de defensa de los intereses de los explotados. Es básicamente un instrumento de preservación del orden social existente y, por lo tanto, de defensa de los intereses de la clase dominante y explotadora. En algunas circunstancias, y para asumir mejor su función, el Estado podrá oponerse a tal o cual sector de esa clase. Así ocurrió en los albores del capitalismo cuando el gobierno inglés estableció reglas para limitar la intensidad de la explotación de los obreros, especialmente de los niños. Algunos capitalistas fueron perjudicados, pero esa medida debía permitir que la fuerza de trabajo, que es la creadora de toda la riqueza del capitalismo, no fuera destruida a gran escala antes de haber alcanzado la edad adulta. De igual modo, cuando el Estado hitleriano perseguía cuando no liquidaba a algunos sectores de la burguesía (los burgueses judíos o los burgueses “demócratas”), eso, evidentemente, no tenía nada que ver con no se sabe qué defensa de los explotados.
El Estado del Bienestar es básicamente un mito destinado a que los explotados acepten que siga la explotación capitalista y se perpetúe la dominación burguesa. Cuando la situación económica se agrava, el Estado, de “izquierdas” o de “derechas” está obligado a quitarse la careta: es el órgano que decreta el bloqueo de los salarios, el que ordena los cortes en los “presupuestos sociales”, los gastos de salud, los subsidios de desempleo y las pensiones por jubilación. Es también el Estado, mediante sus fuerzas represivas, el que acude con sus porras y granadas lacrimógenas, sus detenciones y sus balas si llega el caso, para hacer entrar en razón a los obreros que se nieguen a aceptar los sacrificios que se les quiere imponer.
En realidad, detrás de las ilusiones que los altermundialistas, siguiendo la tradición de la Izquierda clásica, intentan sembrar a propósito de las “multinacionales” y del Estado defensor de los intereses de los “oprimidos”, subyace la idea de que podría existir un “buen capitalismo” que habría que oponer al “mal capitalismo”.
Esa idea alcanza el no va más en la caricatura y la ridiculez cuando ATTAC “descubre” que desde ahora la motivación principal de los capitalistas sería sacar ganancias, adornando ese “descubrimiento” con toda una palabrería rimbombante sobre la diferencia entre los “stakeholders” y los “shareholders”. Hace ya francamente muchos lustros que los capitalistas invierten para extraer ganancias. Bueno, en realidad, es lo que siempre han hecho desde que el capitalismo existe.
En cuanto a las “lógicas estrictamente especulativas” que se deberían a “la globalización financiera”, tampoco han estado esperando a no se sabe qué reunión del G7 de estos últimos años o a que llegara al poder Margaret Thatcher y su amigo Reagan. La especulación es casi tan vieja como la economía capitalista. Ya a mediados del siglo XIX, Marx dejó claro que cuando se acerca una nueva crisis de sobreproducción, los capitalistas tienen tendencia a preferir la compra de valores especulativos a las inversiones en lo productivo. En efecto, de manera muy pragmática, los burgueses han comprendido que si los mercados están saturados, las mercancías producidas gracias a las máquinas compradas a lo mejor no se vendían, impidiendo así tanto la obtención de la plusvalía en ellas contenida (gracias a la explotación de los obreros que han hecho funcionar esas máquinas) como el reembolso del capital avanzado. Por eso decía Marx que las crisis comerciales parecían ser resultado de la especulación cuando en realidad eran su signo anunciador. De igual modo, los movimientos especulativos que hoy observamos plasman la crisis general del capitalismo, y en ningún modo son el resultado de la falta de civismo de este o aquel grupo de capitalistas.
Más allá, sin embargo, de lo estúpido y risible que sea el “análisis científico “ de los “peritos” de la altermundialización, hay una idea que los defensores del capitalismo han utilizado desde hace mucho tiempo para impedir que la clase obrera se oriente hacia su perspectiva revolucionaria. Ya Proudhon, el socialista pequeño burgués de mediados del XIX, intentó distinguir lo “bueno” de lo “malo” del capitalismo. Se trataba para los obreros de apoyarse en “lo bueno” para así proponer una especie de “comercio equitativo” y de autogestión de la industria (las cooperativas).
Más tarde, toda la corriente reformista en el movimiento obrero, por ejemplo su “teórico” principal, Bernstein, intentó defender la capacidad del capitalismo (a condición de que éste esté obligado por una presión de la clase obrera en el marco de las instituciones burguesas, como los parlamentos) para ir satisfaciendo cada vez más los intereses de los explotados. Las luchas de la clase obrera debían pues servir para que triunfaran los “buenos” capitalistas contra los “malos”, los cuales, por egoísmo o miopía, se oponían a esa evolución “positiva” de la economía capitalista.
Hoy, ATTAC y sus amigos nos proponen volver al “compromiso fordista” que prevalecía antes de la llegada de esos brutales y desalmados del “todo para la finanza”, que “preservaría el reparto del valor añadido” entre trabajadores y capitalistas. Así, la corriente altermundialista hace una contribución de primer orden al arsenal de embustes de la burguesía:
– al hacer creer que el capitalismo tendría los medios de volver atrás en sus ataques contra la clase obrera, cuando éstos, en realidad, son resultado de una crisis que el sistema es incapaz de superar;
– dando a entender que hoy podría haber un terreno de entendimiento posible, un “compromiso” entre trabajo y capital.
En resumen, llaman a los obreros no a combatir el modo de producción capitalista, responsable de la agravación de su explotación, de su miseria y del conjunto de la barbarie que se desencadena actualmente en el mundo, sino a movilizarse en defensa de una variante quimérica de ese sistema. O sea, a renunciar a la defensa de sus intereses y a capitular ante los de su mortal enemigo, la burguesía.
Puede entonces entenderse perfectamente por qué esa clase, por mucho que algunos de sus sectores critiquen las ideas altermundialistas, ostenta la mayor indulgencia hacia ese movimiento y lo promueve.
La denuncia firme del movimiento altermundialista como algo de esencia burguesa, la intervención más amplia posible contra unas ideas peligrosas, son prioridades para todos aquellos elementos del proletariado conscientes de que el único mundo hoy posible es el comunismo, y que éste solo podrá construirse resueltamente en contra de la burguesía y todas sus ideologías mistificadoras, cuyo último engendro es el altermundialismo. Y como tal, hay que combatirlo con la misma determinación que a la socialdemocracia o al estalinismo.
Günter
[1] Cabe señalar que entre los temas preferidos del altermundialismo, hay uno que no pertenece a la tradición de los partidos de izquierda clásicos: el tema ecológico. Eso se debe sobre todo a que la ecología es algo relativamente reciente, mientras que los partidos tradicionales de izquierda basan su ideología en referencias más antiguas (aunque siempre de actualidad para mistificar a los obreros). De todos modos, la Izquierda tradicional ha establecido en casi todos los países alianzas estratégicas con la corriente que ha hecho de la ecología su principal especialidad, los Verdes. Así es en el principal país europeo, Alemania.
[2] Hay que decir que James Tobin se desolidarizó del uso que querían hacer los altermundialistas de su receta. A quienes creen que luchan contra el capitalismo con sus cartuchos, el premio Nobel de la economía capitalista nunca ha ocultado que él está A FAVOR del capitalismo.
[3] “Plataforma de ATTAC”, adoptada por la Asamblea constitutiva del 3 de junio de 1998, en Tout sur ATTAC 2002, p. 22.
[4] Ese término se refiere a las tesis de Henry FordI, fundador de una de las mayores multinacionales de hoy, el cual, tras la Primera Guerra mundial defendía la idea de que los capitalista tenían el mayor interés en pagar buenos salarios a los obreros para así ampliar el mercado para las mercancías producidas. Por eso, a los obreros de Ford se les incitaba a comprar unos coches en cuya fabricación habían participado. Esas tesis, que podían parecer “realistas” en períodos de “prosperidad” y que además podían, en cierto modo, favorecer la “paz social” en las factorías del “buen rey Henry”, se derritieron como nieve al sol, cuando la “Gran depresión” de los años 30 cayó sobre Estados Unidos y el resto del mundo (NDLR).
[5] “Licenciements de convenance boursière : les règles du jeu du capitalisme actionnarial” (Despidos y conveniencia bursátil: las reglas del juego de capitalismo accionarial), Paris, 2/05/2001, en Tout sur ATTAC 2002, pp. 132-134.
[6] Tout sur ATTAC 2002, p. 137.
El medio político proletario frente a la guerra
El año 2003 ha estado marcado por un paso muy serio del capitalismo mundial hacia el abismo: la segunda guerra del Golfo y la aparición de un atolladero militar en un área estratégica del mundo. Una guerra de importancia crucial para los nuevos equilibrios imperialistas, con la intervención y la ocupación angloamericana del Irak y la oposición a ésta de unas potencias imperialistas cada día más antagónicas a EE.UU. Ante estas nuevas matanzas, los principales grupos revolucionarios que forman parte de la Izquierda comunista internacional fueron una vez más capaces de responder a la propaganda de la burguesía con tomas de posición resueltamente internacionalistas. Defendieron el ABC del marxismo contra las campañas ideológicas de la burguesía que pretenden desorientar al proletariado. Esto no significa en absoluto que esas organizaciones defiendan todas las mismas posiciones. Incluso, a nuestro parecer, hay que dejar claro que la intervención de la mayoría de ellas tiene debilidades importantes, especialmente sobre la comprensión histórica la fase de conflictos imperialistas abierta con el hundimiento del bloque del Este y la consecuente disolución del bloque opuesto y sobre la comprensión de lo que está en juego en los conflictos actuales. Estas diferencias expresan la heterogeneidad del difícil proceso de maduración de la conciencia en la clase obrera y en sus vanguardias revolucionarias. En este sentido, mientras no se abandonen los principios de clase, esas diferencias no deben ser temas de oposición frontal entre componentes del mismo campo revolucionario, pero sí justifican totalmente la necesidad del debate permanente entre ellas. Este debate no solo es la condición de la clarificación en el campo revolucionario, sino que también es un elemento de clarificación para delimitarse frente a grupos radicales (trotskismo, anarquismo oficial...) de la extrema izquierda del aparato político de la burguesía. Ha de permitir a las nuevas energías que surgen orientarse ante los diferentes componentes del campo proletario.
Con esta preocupación, nuestra organización hizo un llamamiento a las demás organizaciones revolucionarias cuando empezó la segunda guerra del Golfo, para promover una iniciativa común (documentos, reuniones publicas...) que hubiese permitido “hacer oír las posiciones internacionalistas” ([1]):
“... los actuales grupos de la Izquierda comunista comparten todas estas posiciones fundamentales. La CCI es consciente de esas divergencias y no intenta callarlas. Al contrario, siempre se ha esforzado por señalar en su prensa los desacuerdos que tiene con los demás grupos y luchar contra los análisis que considera falsos. Dicho esto, y conforme con la actitud de los bolcheviques en 1915 en Zimmerwald como con la de la Izquierda italiana en los años 30, la CCI considera que incumbe a los verdaderos comunistas la responsabilidad de presentar al conjunto de la clase las posiciones fundamentales del internacionalismo de la forma más amplia posible. Según nosotros, esto supone que los grupos de la Izquierda comunista no se conformen con su intervención propia aislada de los demás, sino que se asocien para expresar en común sus posiciones comunes. La CCI considera que una intervención común de los diferentes grupos de la Izquierda comunista tendría un impacto político en la clase obrera mucho más allá que la simple suma de sus fuerzas respectivas, que ya sabemos todos, son muy débiles actualmente. Por estas razones, la CCI propone a los grupos citados reunirse para discutir juntos de los medios posibles que permitirían a la Izquierda comunista hablar con una sola voz en favor de la defensa del internacionalismo proletario, sin prejuzgar o cuestionar la intervención específica de cada uno de los grupos” ([2]).
Este llamamiento fue mandado:
– al Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR),
– al Partito comunista internazionale (Il Comunista, le Prolétaire),
– al Partito comunista internazionale (Il Partito, llamado “de Florencia”),
– al Partito comunista internazionale (Il Programma comunista).
Fue desgraciadamente rechazado por escrito (por el PCI-le Prolétaire y el BIPR) cuando no ignorado. Ya dimos cuenta de las respuestas así como de nuestras tomas de posición sobre estas respuestas y sobre los silencios de los demás grupos en la Revista internacional nº 113, op. cit.).
Este artículo tiene claramente dos objetivos. Por un lado, al analizar las tomas de posición de los principales grupos proletarios frente a la guerra, pondremos en evidencia que existe realmente un medio político proletario (sea cual sea la conciencia que tienen de éste los grupos que lo constituyen) que se distingue, por su fidelidad al internacionalismo proletario, de las diversas formaciones izquierdistas con verborrea revolucionaria y de las organizaciones abiertamente burguesas o interclasistas. Por otro lado, nos centraremos en ciertas divergencias que tenemos con ellos para demostrar que corresponden por su parte a visiones erróneas; pero que no son en nada un obstáculo para cierta unidad de acción frente a la burguesía mundial. Más aun, pondremos de manifiesto que estas divergencias, por sinceras que sean, las utilizan estos grupos como pretextos para rechazar esta comunidad de acción.
En su carta de llamamiento a los grupos revolucionarios, hicimos resaltar los criterios que a nuestro parecer y más allá de las divergencias que puedan existir sobre otras cuestiones, eran una base mínima suficiente para deslindar el campo revolucionario del de la contrarrevolución:
“1) La guerra imperialista no es el resultado de una política “mala” o “criminal” de tal o cual gobierno o sector particular de la clase dominante; el capitalismo como un todo es el responsable de la guerra imperialista.
“2)En este sentido, frente a la guerra imperialista, la posición del proletariado y de los comunistas no puede en ningún momento ser la de alinearse, aunque sea de forma “crítica”, tras una u otra de las fuerzas en conflicto; concretamente, denunciar la ofensiva norteamericana en Irak no significa de ningún modo apoyar a ese país o a su burguesía.
“3) La única posición conforme a los intereses del proletariado es la lucha contra el capitalismo como un todo y, por lo tanto, contra todos los sectores de la burguesía mundial, con la perspectiva, no de un “capitalismo pacífico”, sino del derrocamiento del sistema y la instauración de la dictadura del proletariado.
“4) En el mejor de los casos, el pacifismo no es sino una ilusión pequeñoburguesa que tiende a desviar al proletariado de su estricto terreno de clase; lo más a menudo, no es sino un instrumento cínicamente utilizado por la burguesía para arrastrar a los proletarios hacia la guerra imperialista en defensa de los sectores “pacifistas” y “democráticos” de la clase dominante. En este sentido, la defensa de la posición internacionalista proletaria es inseparable de la denuncia sin concesión alguna del pacifismo” ([3]).
Como vamos a ver, todos los grupos a los que hemos escrito han cumplido con estos criterios mínimos en sus tomas de posición.
El PCI Programma comunista establece un marco de análisis muy correcto de la fase actual al afirmar que
“La agonía de un modo de producción basado en la división de la sociedad en clases es mucho más feroz que lo que se puede uno imaginar. Nos lo muestra la historia: a la vez que los cimientos sociales están atravesados por tensiones incesantes y contradicciones, las energías de la clase dominante se movilizan para sobrevivir a toda costa – y así se precisan los antagonismos y aumentan las tendencias a la destrucción, se multiplican los enfrentamientos en el plano comercial, político y militar. En todas sus capas, en todas sus clases, la sociedad entera está atravesada por una fiebre que la devora por todas partes y alcanza a todos sus órganos” ([4]).
Il Partito de Florencia como le Prolétaire también contribuyen a esclarecer el marco al precisar que la guerra no la provocan fulano o mengano, designados como los malos, sino que resulta de un enfrentamiento imperialista a escala mundial:
“El frente del Euro no porque resiste representa una fuerza de paz en oposición al frente belicoso del Dólar, sino uno de los campos en el enfrentamiento general imperialista hacia el que corre el régimen del capital” ([5]).
“La guerra contra Irak, a pesar de la disparidad de fuerzas, no puede ser considerada como una guerra colonial, sino que es en todos sus aspectos una guerra imperialista en ambos frentes, aunque sea menor y menos desarrollado el Estado combatido no deja de ser burgués y expresión de una sociedad capitalista” ([6]).
“El pretendido “campo de la paz”, o sea los Estados imperialistas que consideran como un perjuicio a sus intereses el ataque norteamericano contra Irak, temen que, fortalecido por su victoria rápida, EE.UU. les haga pagar cara su oposición, aunque solo sea excluyéndolos de la región. Las miserables rivalidades imperialistas que oponen los Estados se evidencian a todas luces. Los norteamericanos declaran que Francia y Rusia deberían renunciar generosamente a sus gigantescos créditos a Irak, mientras éstas se indignan de que los contratos para la “reconstrucción” del país sean automáticamente atribuidos a grandes empresas norteamericanas así como la comercialización del petróleo... En cuanto a la famosa “reconstrucción” y a la prosperidad prometida al pueblo iraquí, basta con ver lo que ocurre con la reconstrucción en Afganistán o la situación en la antigua Yugoslavia –ambas regiones en donde siguen presentes tropas occidentales– para entender que para las burguesías de ambos lados del Atlántico, no se trata más que de reconstruir las instalaciones necesarias a la rentabilidad de la producción y de asegurar la prosperidad de las empresas capitalistas” ([7]).
Tales posiciones no dejan ningún lugar a la defensa, aunque sea crítica, de uno u otro campo. Son, al contrario, para esos grupos el firme pedestal para denunciar a esos países y a las fuerzas políticas que ocultan hipócritamente sus propias intenciones imperialistas tras las banderas de la defensa de la paz.
Así es como, para Il Partito, “la pretendida condena común, fácil y al unísono de la guerra (por parte de los países occidentales, ndlr) está basada en un equivoco incontestable, puesto que esta aspiración tiene un origen y un significado diferente, sino opuesto, para las clases antagónicas.
“El “partido europeo”, representante del gran capital y de la gran finanza establecidos de este lado del Atlántico, hoy cada vez más competidor y rival de los norteamericanos, ha tomado posición contra esta guerra. Esto no significa que los magnates de las finanzas salgan a la calle con banderas, sino que controlan los poderosos aparatos de los media, los partidos y sindicatos fieles al régimen para que orienten la frágil opinión pública hacia la derecha o la izquierda. De hecho, si las guerras son para el capital a menudo “injustas”, no les impide ser “necesarias”. Resulta muy fácil distinguirlas: las que son “necesarias” son las que uno gana, las “injustas” son las que ganan los demás. Por ejemplo: para los capitalistas europeos, dispuestos a repartirse de forma salvaje y horrible la antigua Yugoslavia, los bombardeos sobre Belgrado (casi peores que los que han arrasado Irak) eran “necesarios”; los bombardeos sobre Bagdad, por contrario, en los que ven los ricos contratos petrolíferos en peligro de ser rápidamente anulados por la “nueva administración democrática” impuesta por los “libertadores”, son “injustos”” ([8]).
Para Programma comunista, “Ni un solo hombre, Ni un solo centavo para las guerras imperialistas: lucha abierta contra su propia burguesía nacional, italiana o estadounidense, alemana o francesa, serbia o iraquí” ([9]).
Para Il Partito comunista, “los gobiernos de Francia y Alemania, apoyados por Rusia y China, solo se oponen hoy a esta guerra para defender sus propios intereses imperialistas, amenazados por la ofensiva de Estados Unidos en Irak y la región” ([10]).
Para el BIPR, “el verdadero enemigo de los USA (...) es el euro, que está amenazando peligrosamente la hegemonía absoluta del dólar” ([11]).
En coherencia con todo lo precedente, la única actitud consecuente es la de una lucha a muerte contra el capital, sean cuales sean las prendas con las que se presente, y de una denuncia sin reservas del pacifismo. Es precisamente lo que hicieron estos grupos y en particular el BIPR:
“Europa –y en particular el eje franco-alemán– intenta dificultar los planes militares norteamericanos jugando de momento la baza del pacifismo, y así ha armado una trampa ideológica en la que ya han caído muchos. Ya lo sabemos, y lo demuestran los hechos, que ningún Estado europeo, cada vez que ha sido necesario, ha vacilado en hacer prevalecer sus intereses económicos con la fuerza de las armas. Lo que hoy se perfila es un nuevo nacionalismo... supranacional, europeo, ya implícito en muchas declaraciones de los “desobedientes”. La referencia misma a una Europa de los derechos del hombre y de los valores sociales, opuesta al individualismo exacerbado de los norteamericanos, es la presunción de un alineamiento futuro a favor de los objetivos de la burguesía europea en su confrontación final con la burguesía norteamericana” ([12]).
“En gran parte de las “izquierdas” parlamentarias y de sus apéndices “movimentistas” (amplios sectores del movimiento altermundialista), se hace referencia a una Europa de los derechos del hombre y de los valores sociales, opuesta al individualismo exacerbado de los norteamericanos. Intentan así hacer olvidar que esa misma Europa, a propósito de “valores sociales”, es la que ha estado aumentando sin cesar los recortes en las jubilaciones (las pretendidas “reformas de las pensiones”); y es esa misma Europa la que ya ha echado a la calle a millones de trabajadores y que ahora se esfuerza en reducir aun más la fuerza de trabajo a pura mercancía “desechable” mediante una precariedad progresiva y devastadora” ([13]).
Todo esto demuestra entonces la existencia de un mismo campo que se mantiene fiel a los principios del proletariado, el de la Izquierda comunista, sea cual sea la conciencia que tienen de ésta los grupos que la componen.
Lo que no impide, como ya hemos dicho, que existan divergencias a menudo importantes entre la CCI y estos grupos, como lo vamos a ver. El problema no está en la existencia de estas divergencias, sino en el que estos grupos las utilizan para justificar su rechazo de una respuesta común frente a una situación particularmente grave y también en el que no hacen nada para que sean esclarecidas las cuestiones en un debate público serio.
En el nº 113 de la Revista internacional, ya dimos una respuesta a la critica de “frentismo” que nos hizo le Prolétaire y a la de “idealismo” que nos hizo el BIPR, que así intentan explicar los pretendidos errores de análisis de la CCI. Seguimos sin haber recibido respuestas a nuestra argumentación, con excepción de un articulo publicado en el nº 466 de le Prolétaire. Según esta organización, el querer hacer caso omiso del desacuerdo que nos diferencia sobre el tema del derrotismo revolucionario justifica plenamente la crítica de “frentismo” que nos dirige a propósito de nuestro llamamiento a una acción común.
Resulta entonces necesario volver sobre la cuestión del derrotismo revolucionario a la luz del artículo de le Prolétaire. Éste contiene un elemento nuevo sobre el que nos centraremos:
“No es verdad que las organizaciones situadas en esta categoría estén de acuerdo en lo esencial, que compartan una posición común, aunque solo sea sobre la cuestión de la guerra y del internacionalismo. Por contrario, se oponen sobre cuestiones políticas y programáticas que mañana serán vitales para la lucha proletaria y para la revolución, de igual modo que ya hoy se oponen sobre las orientaciones y directivas de acción que dar a los pocos elementos en búsqueda de posiciones clasistas.
“Sobre la cuestión de la guerra en particular, hemos hecho hincapié en la noción de derrotismo revolucionario porque desde Lenin es la que caracteriza la posición comunista en las guerras imperialistas. Ahora bien, la CCI está precisamente opuesta al derrotismo revolucionario. ¿Cómo entonces podría ser posible expresar en común una posición que en el fondo, en cuanto se profundiza un poco, cuando se va más allá de las grandes y bellas frases sobre el derrumbamiento del capitalismo y la dictadura del proletariado, no existe? Una acción común no seria posible más que consintiendo en borrar o atenuar divergencias irreconciliables, o sea escondiéndolas a los proletarios con respecto a quien se interviene ampliamente, consintiendo en presentar a aquellos militantes de otros países que se quiere conseguir una imagen falsa de una “izquierda comunista” unida sobre lo esencial, o sea engañándolos. Disimular sus posiciones, puesto que a eso conducen, se quiera o no, estas propuestas unitarias, queriendo alcanzar unos pocos objetivos inmediatos o contingentes, ¿no es precisamente la definición clásica del oportunismo?” ([14]).
El PCI persiste en querer ignorar nuestro argumento según el cual:
“Hablar de “frentismo” y de “mínimo común denominador”, no sólo impide que salgan a la luz las divergencias entre internacionalistas sino que es además un factor de confusión en la medida en que la verdadera divergencia, la frontera de clase que separa a los internacionalistas de toda la burguesía, desde la derecha a la extrema izquierda, se pone en el mismo plano que las divergencias entre internacionalistas” ([15]).
También observamos que ya sea por ignorancia (es decir desprecio por la crítica de posiciones políticas, lo cual es un defecto importante en una organización revolucionaria) sea por gusto de la polémica fácil, el PCI no refiere la posición de la CCI sobre la cuestión del derrotismo revolucionario. Se limita en decir que “la CCI está precisamente opuesta al derrotismo revolucionario”, dejando así campo abierto a cualquier interpretación de nuestra posición, y, por qué no, que la CCI estaría en favor “de la defensa de la patria” en caso de ataque por parte de otras potencias. Conviene entonces recordar cuál es nuestra posición sobre el tema, tal como la defendimos ya cuando la primera guerra del Golfo. Afirmamos entonces:
“Esta consigna fue lanzada por Lenin durante la Primera Guerra mundial. Representaba una denuncia de las dilaciones de los elementos “centristas”, los cuales, a pesar de decirse de acuerdo “en principio” para negarse a toda participación en la guerra imperialista, preconizaban sin embargo la necesidad de esperar a que los obreros de los “países enemigos” estuvieran dispuestos a lanzarse a luchar contra la guerra antes de llamar a los del “propio país” a hacer lo mismo. Para argumentar esta posición, anteponían el argumento de decir que si los proletarios de un país se adelantaban por esta vía, favorecerían la victoria del “país enemigo” en la guerra imperialista. Cara a este “internacionalismo” condicional, Lenin contestó con razón que la clase obrera de un país cualquiera no tenía el menor interés en común con “su” burguesía, añadiendo que, además, la derrota de ésta no podía sino favorecer su lucha propia, como ocurrió cuando la Comuna de París (favorecida por la derrota de Francia contra Prusia) o cuando la Revolución de 1905 en Rusia (favorecida por la derrota contra Japón). Concluía de esta constatación que cada proletariado debía “desear” la derrota de “su” burguesía. Esta posición ya era errónea en aquel entonces, en la medida en que implicaba que los revolucionarios de cada país debían reivindicar para “su” proletariado las condiciones más favorables para la revolución proletaria, cuando es mundialmente, y para empezar en los países avanzados (los cuales estaban todos metidos en aquella guerra), donde ha de realizarse la revolución. Sin embargo, la debilidad de esta consigna jamás llevó a Lenin a cuestionar el internacionalismo más intransigente (¡y fue precisamente esta intransigencia la que provocó aquel “patinazo”). En particular, jamás se le habría ocurrido a Lenin apoyar a la burguesía de un país “enemigo”, incluso si en toda lógica esto hubiese podido deducirse de su “deseo”. En cambio, esta consigna fue utilizada más tarde y a menudo por los partidos burgueses pretendidamente “comunistas” para justificar su participación en la guerra imperialista. Así es como por ejemplo los estalinistas franceses “volvieron a descubrir” las virtudes del “internacionalismo proletario” y del “derrotismo revolucionario” tras la firma del Pacto germano-soviético en 1939, tras haberlas olvidado durante mucho tiempo, y volvieron a “olvidarse” de ellas y con la misma rapidez en cuanto Alemania entró en guerra contra la URSS en 1941. También los estalinistas italianos utilizaron ese “derrotismo revolucionario” para justificar, después de 1941, su política al mando de la “resistencia” contra Mussolini. Hoy en día, en nombre de este “derrotismo revolucionario” los trotskistas de todos los países implicados en la guerra de Irak justifican el apoyo a Sadam Husein” ([16]).
Así pues, no es el método adoptado por la CCI el que debe ponerse en entredicho, sino el de sus críticos, los cuales no han asimilado con profundidad las consignas del movimiento obrero de la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23.
Una vez clarificadas estas cuestiones en torno al derrotismo revolucionario, ¿hemos de persistir pensando que las divergencias que hemos puesto en evidencia no son un obstáculo a una respuesta común de los diversos grupos frente a la guerra? A pesar de los errores de los grupos a los que estaba dirigido el llamamiento, consideramos sin embargo que éstos no significan un cuestionamiento de sus posiciones internacionalistas. Estos grupos internacionalistas no son aquellos traidores estalinistas o trotskistas que se aprovecharon de la ambigüedad de la consigna para legitimar la guerra. Son formaciones políticas proletarias que no han sido capaces, por varias razones, de “poner sus relojes en hora” sobre ciertas cuestiones del movimiento obrero.
Recordemos que el BIPR piensa que las divergencias con la CCI son demasiado importantes para permitir una respuesta común con respecto a la guerra. Sin embargo, el siguiente pasaje de una hoja de Battaglia comunista, uno de los dos componentes del BIPR, expresa, al contrario, una convergencia de fondo sobre el análisis de la dinámica de la relación de fuerzas entre proletariado y burguesía, precisamente el tema en el que el BIPR considera tan diferentes nuestros puntos de vista:
“En ciertos aspectos, ya no se necesita el alistamiento en el frente de la clase obrera para la guerra: basta con que se quede en casa, en las fábricas y oficinas, trabajando para la guerra. El problema se plantea cuando esta clase se niega a trabajar para la guerra y se transforma inmediatamente en obstáculo serio al desarrollo de la guerra misma. Eso (y de ningún modo las manifestaciones por importantes que sean de los ciudadanos pacifistas y menos aun las veladas con sermones del Papa) sí que es un freno a la guerra: eso sí que la puede impedir” ([17]).
Este pasaje expresa la idea totalmente correcta según la cual guerra y lucha de clases no son variables independientes una de otra sino que son antitéticas, en el sentido en que cuanto más está alistada la clase obrera, tanto más libres tiene las manos la burguesía para hacer sus guerras; y de igual modo, cuanto más “se niega la clase a trabajar para la guerra”, tanto más “se transforma en obstáculo serio ante el desarrollo de la guerra misma”. Tal como está expresada aquí en boca de Battaglia comunista ([18]), esta idea es muy parecida a la que sirve de base a nuestra noción de curso histórico, resultante histórica de las dinámicas puestas de manifiesto más arriba: la tendencia permanente del capitalismo a la guerra y la tendencia histórica de una clase obrera que no ha sido vencida hacia enfrentamientos decisivos contra la clase enemiga. Y sin embargo Battaglia sigue acusándonos de idealismo al criticar esa posición. Sobre el tema, como en otros diversos puntos en los que Battaglia nos acusa de no enfrentarnos a la situación actual y refugiarnos en nuestro “idealismo”, señalamos al lector que hemos contestado en detalle en varios artículos y directamente en varias polémicas ([19]).
Al observar la actitud puntillosa del BIPR con respecto al examen de sus divergencias con la CCI, hubiésemos esperado una actitud parecida por parte de esta organización con respecto a los demás grupos. Y no es así.
Aquí nos referimos a su actitud con su grupo simpatizante y representante político en norteamérica, el “Internationalist Worker’s Group” (IWG) que publica Internationalist Notes. Este grupo ha intervenido junto con anarquistas y ha tenido una reunión publica común con Red and Black Notes, con consejistas y con la “Ontario Coalition Against Poverty” (OCP), especie de grupo típicamente izquierdista y activista. El IWG acaba de publicar una toma de posición en solidaridad con los “compañeros” del OCP encarcelados tras haber sido detenidos por vandalismo en las recientes manifestaciones contra la guerra en Toronto. También ha organizado una reunión publica común con “compañeros anarco-comunistas” en Québec.
Si nosotros estamos convencidos de la necesidad de estar presentes para favorecer la influencia de la Izquierda comunista en los debates de los grupos políticos del pantano, o sea ese espacio en el que las posiciones vacilan entre las de los revolucionarios y las de la burguesía, nos ha dejado sin embargo desconcertados, es lo menos que podemos decir, el método utilizado. Este método consiste en una “apertura” totalmente opuesta a la política de rigor ostentada por el BIPR europeo. Teniendo en cuenta esta diferencia de método, o sea de principios, hemos pensado poder mandar también al IWG una llamada a una iniciativa común, que entre otras cosas decía:
“Si entendemos bien, el rechazo del BIPR [a una acción común] está esencialmente basado en que existen, según él, demasiadas diferencias entre nuestras posiciones respectivas. Citamos la carta que nos ha mandado el Buró: “una acción unida contra la guerra, como sobre cualquier otro tema, no puede considerarse más que entre compañeros bien definidos y políticamente identificados sin el menor equivoco, que comparten las mismas posiciones y las consideran todas esenciales”.
“Nos hemos enterado sin embargo, por el sitio Web del BIPR y también por la prensa (ultimo numero de Internationalist Notes y hojas de Red & Black), que Internationalist Notes en Canadá había cerebrado una reunión común contra la guerra con anarco-comunistas de Québec y con activistas libertarios-comunistas de consejos y “antipobreza” en Toronto. Aparentemente, a pesar de que existan diferencias substanciales entre la CCI y el BIPR sobre varias cuestiones, éstas son insignificantes comparadas con las que existen entre la Izquierda comunista y los anarquistas (por mucho que éstos peguen el término “comunista” al término “anarquista”) y los activistas “contra la pobreza”, los cuales en su sitio Web no afirman ni una sola posición anticapitalista. Hemos de concluir entonces que el BIPR tiene dos estrategias diferentes para su intervención contra la guerra: una para el continente norteamericano y otra para Europa. Las razones invocadas para rechazar una acción común con la CCI en Europa no se aplican a Canadá o Estados Unidos.
“Mandamos entonces específicamente esta carta a Internationalist Notes, como representantes del BIPR en Norteamérica, para reiterar la propuesta que ya hemos hecho al BIPR en su conjunto” ([20]).
Nunca se nos ha contestado a esta carta, lo que expresa ya de por sí una actitud extraña a la política comunista revolucionaria, lo que expresa una actitud en la que se toma posición políticamente en función de sus humores y de lo que menos incomoda ([21]).
Si no hubo la menor respuesta a esta carta, no es por casualidad sino porque no podía haber la menor respuesta coherente posible sin pasar por una autocrítica. Además, la política de la IWG en América del Norte no es algo específico de los compañeros norteamericanos; está marcada por la capacidad de conciliar sectarismo y oportunismo como tan bien sabe hacerlo el BIPR: sectarismo con la Izquierda comunista y oportunismo con los demás ([22]).
De forma mas general, el rechazo a nuestro llamamiento no se basa en divergencias bien reales entre nuestras organizaciones, sino más bien en una especie de voluntad sectaria, y a la vez oportunista, de seguir separados unos de otros para poder seguir tranquilamente con sus actividades políticas, cada uno en su rincón sin arriesgarse a ser criticado o tener que vérselas con estos incansables “pesados” de la CCI.
Semejante actitud por parte de estos grupos no es ni fortuita ni reciente. No deja de recordar la de la IIIª Internacional degenerante que se cerró a la Izquierda comunista –o sea al ala más clara y determinada en la definición de las posiciones revolucionarias–, “abriéndose” en cambio ampliamente a la derecha en su política de fusión con las corrientes centristas (los “Terzini” en Italia, el USPD en Alemania) y de “frente único” con la socialdemocracia traidora y verdugo de la revolución. Internationalisme, órgano de la Izquierda comunista de Francia (ICF, los precursores de la CCI) se refiere a este enfoque oportunista de la IC cuando critica en los años 40 la fundación sobre bases oportunistas del Partido comunista internacionalista de Italia, antepasado común a todos los PCInt bordiguistas y de Battaglia comunista:
“Y resulta extraño asistir hoy, 23 años después de la discusión entre Bordiga y Lenin sobre la formación del PC de Italia, a la repetición del mismo error. El método de la IC, tan combatido por la Fracción de izquierdas (de Bordiga) y cuyas consecuencias fueron catastróficas para le proletariado es el que utiliza la misma Fracción para construir el PC de Italia” ([23]).
Se asistió en los años 30 al mismo enfoque oportunista por parte de los trotskistas, en particular contra la Izquierda italiana ([24]). Y cuando ésta sufrió una ruptura en el momento de la fundación del PCInt, la actitud del nuevo partido con respecto a la ICF no dejaba de recordar la del trotskismo. A pesar de que no se puede hablar de degeneración del PCInt recién nacido en aquel entonces, lo que, en cambio, sí decimos de la IC y posteriormente del trotskismo, así como tampoco se puede hablar hoy de degeneración del BIPR o del PCInt, sin embargo su fundación fue un paso atrás respecto a la actividad y al nivel de clarificación alcanzado por la Izquierda italiana (con su revista Bilan) en los años 30. Así criticaba Bilan este oportunismo:
“Compañeros, existen dos métodos de agrupamiento; el que fue utilizado cuando el Primer congreso de la IC, que convidó a todos los grupos y partidos que se reivindicaban del comunismo a participar a la confrontación de sus posiciones. Y el que utilizó Trotski en 1931, cuando “reorganizó” la Oposición internacional y su secretariado, esforzándose en eliminar previamente y sin la menor explicación a la Fracción italiana y otros grupos que la componían (los viejos compañeros ya se acordarán de la carta de protesta que fue mandada por la Fracción italiana a todas las secciones de la Oposición internacional, censurando este acto arbitrario y burocrático de Trotski)” ([25]).
“El PCI nació en la fiebre de las semanas de 1943... no solo dejó a un lado todo el trabajo positivo que había cumplido la Fracción italiana durante el largo periodo entre 1927 y 1944, sino que en muchos puntos la posición del nuevo partido se quedó muy atrás de la que había tenido la Fracción abstencionista de Bordiga en el 21. En particular sobre la cuestión del Frente único político, en la medida en que se habían hecho propuestas de frente único al partido estalinista en ciertas manifestaciones locales, sobre la participación en elecciones municipales y parlamentarias, dejando de lado la vieja posición abstencionista, sobre el antifascismo, cuando se abrieron las puertas de par en par para que ingresaran elementos de la Resistencia, sobre la cuestión sindical, cuando el partido hizo suya la vieja posición de la IC de fracciones en los sindicatos luchado por conquistarlos y, más aun, a favor de la formación de minorías sindicales (la posición y la política de la Oposición sindical revolucionaria).
“En pocas palabras, bajo la apelación de Izquierda comunista internacional, tenemos una formación italiana de tipo trotskista clásico, menos la defensa de la URSS. Es la misma proclamación del Partido sin tener en cuenta el curso reaccionario, la misma política práctica oportunista, el mismo activismo de agitación estéril de las masas, el mismo desprecio por la discusión teórica y la confrontación de ideas, tanto en el partido como hacia el exterior con los demás grupos revolucionarios” ([26]).
Hoy todavía, Battaglia comunista y los PCInts llevan la marca de este oportunismo original. Pero como ya hemos dicho, creemos en la posibilidad y la necesidad de un debate entre los diferentes componentes del campo revolucionario y no abandonaremos ni mucho menos por mucho que se rechacen nuestras propuestas, y por irresponsable que sea este rechazo.
Ezechiele (diciembre de 2003)
[1] “La responsabilidad de los revolucionarios frente a la guerra. Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra y respuestas a nuestro llamamiento”, Revista internacional, no 113).
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] “De guerra en guerra”, Il Programma comunista, no 3. Es de señalar que estas líneas las escribe una organización que considera que las condiciones y los medios de la lucha proletaria son invariables desde 1848 y que, al ser así, rechaza la noción de decadencia del capitalismo. No podemos sino alegrarnos de que la percepción de la realidad, esta vez, sea más fuerte que el dogma de sus invariables posiciones.
[5] " Contra la guerra y contra la paz del capital, Il Partito comunista, nº 296, febrero de 2003. Dejamos voluntariamente de lado en este artículo la expresión de divergencias secundarias en la cuestión esencial del internacionalismo. Señalemos, sin embargo, que como ya tuvimos ocasión de desarrollarlo en nuestra prensa, es un error caracterizar los campos imperialistas que se enfrentan como el del euro y el del dólar, como podemos comprobarlo con las disensiones en la UE y la zona Euro. Il Partito ¿piensa en serio y contra toda evidencia que Holanda, España, Italia y Dinamarca forman parte con Alemania y Francia de una coalición antiamericana?
[6] La guerra sucia iraquí entre euro y dólar”, Il Partito comunista no 297, marzo-abril de 2003.
[7] “Se acabó la guerra en Irak… sigue la dominación capitalista”. Volante de le Prolétaire, mayo del 2003.
[8] “El pacifismo y la lucha sindical”, Il Partito comunista, no 297, marzo-abril del 2003.
[9] “Réplica de clase a la guerra imperialista”, volante de Programma comunista, marzo del 2003.
[10] “Pacifismo imperialista”, Il Partito comunista, no 296, febrero del 2003.
[11] “¡Ni con Sadam, ni con Bush, ni con Europa!”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.
[12] “A pesar de la porquería neofascista, el enemigo sigue siendo el capital y sus guerras”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.
[13] “¡Ni con Sadam, ni con Bush, ni con Europa!”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.
[14] “Noticias del frentismo político: propuestas unitarias con respecto a la guerra”, le Prolétaire, no 466, marzo-mayo del 2003 (traducción nuestra, subrayados del articulo).
[15] Revista internacional, no 113.
[16] “El medio político proletario frente a la guerra del Golfo”, Revista internacional, no 64.
[17] “A pesar de la porquería neofascista, el enemigo sigue siendo el capital y sus guerras”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003. Subrayado en el original.
[18] Por nuestra parte, Habríamos formulado esa idea de forma un poco diferente, hablando "del rechazo por parte de la clase obrera a sacrificarse por el esfuerzo de guerra", formulación menos restrictiva que la del BIPR, la cual tiene la debilidad de dar a entender que sólo la producción de guerra estaría concernida por el esfuerzo de guerra.
[19] Véase por ejemplo los artículos siguientes, entre los más recientes:
– “Polémica con el BIPR: la lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”, Revista internacional no 100.
– “Discusión con el medio político proletario: la necesidad de rigor y seriedad”, Revista internacional no 101.
– “Debate con el BIPR: la visión marxista y la visión oportunista en la política de la construcción del Partido”, Revista internacional no 103.
[20] Carta mandada por la CCI el 6 de junio del 2003.
[21] Es ésa una práctica normal en varios grupos bordiguistas, coherentes con la visión que tienen de sí mismos de ser cada uno el único depositario de la conciencia de clase y "único" núcleo del futuro partido. Sin embargo, en esta parte caricaturesca de este componente del medio político proletario, existen grupos más responsables que a pesar suyo tienen que admitir que no están solos en el mundo y contestan al correo de los demás grupos, sea por carta o en artículos de prensa.
[22] Véase en particular los artículos “Debate con el BIPR: la visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del Partido”, Revista internacional, nos 103 y 105.
[23] Internationalisme n° 7, febrero del 46, “A propósito del 1er Congreso del Partido comunista internacionalista de Italia".
[24] Véase sobre el tema nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, y más particularmente la parte que trata de las “Relaciones entre la Fracción de izquierdas del PC de Italia y la Oposición de izquierda internacional”.
[25] Internationalisme n° 10, mayo del 46, “Carta a todos los grupos de la Izquierda comunista internacional”.
[26] Internationalisme n° 23, junio del 47, “Problemas actuales del movimiento obrero internacional”.
A propósito de un “balance consejista” de la Revolución de octubre de 1917
Publicamos aquí una respuesta a uno de nuestros contactos que nos ha escrito para defender lo que este camarada llama “balance consejista de la revolución rusa”. Después de la desaparición del grupo holandés Daad en Gedachte, dejó de existir toda expresión organizada de la corriente consejista en el medio político proletario. Sin embargo, la posición consejista sigue teniendo un fuerte impacto en el movimiento revolucionario actual.
El consejismo pretende rechazar a la vez las posiciones liberales, anarquistas y socialdemócratas por un lado, y, por el otro la posición “leninista”, estalinista y trotskista. Eso lo hace, en un primer momento, enormemente atractivo.
Lo central de la posición consejista, o sea lo que se ha llamado el “enigma ruso”, es muy importante para el movimiento obrero actual y futuro. Se trata de dilucidar si constituye una experiencia que, enfocada de manera crítica –como siempre lo ha hecho el marxismo– servirá de base para una próxima tentativa revolucionaria, o bien –como señala la burguesía, secundada por el anarquismo e indirectamente por el consejismo– sería algo absolutamente rechazable ya que el monstruo del estalinismo tendría sus larvas en el “leninismo” ([1]).
Contestar a la carta tiene el mayor interés, pues este debate nos permite rebatir la posición consejista, contribuyendo así en la clarificación del movimiento revolucionario.
Querido camarada,
Tu texto comienza con un planteamiento de la cuestión que compartimos plenamente: “La comprensión de la derrota de la revolución rusa es una cuestión fundamental para la clase obrera, porque aún vivimos bajo el peso de las consecuencias del fracaso del ciclo revolucionario iniciado por la revolución rusa, sobre todo por el hecho de que la contrarrevolución no asumió la forma clásica de una restauración militar de las relaciones de producción capitalistas clásicas sino la forma de un poder, el estalinismo, que se autodenominaba a sí mismo ‘comunista’, causando un golpe terrible a la clase obrera mundial, que la burguesía aprovecha para causar confusión y desmoralización entre los trabajadores y negar el comunismo como perspectiva histórica de la humanidad. Para lo cual nos hace falta realizar un balance histórico a partir de la experiencia histórica de la clase obrera y del método científico del marxismo, así como de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. Balance que podemos retransmitir a las nuevas generaciones proletarias”.
¡Efectivamente!. La contrarrevolución no se hizo en nombre de la “restauración del capitalismo” sino bajo la bandera del “comunismo”. No fue un ejército blanco el que impuso en Rusia el orden capitalista sino el mismo partido que había estado a la vanguardia de la revolución.
Este desenlace ha traumatizado a las actuales generaciones de proletarios y revolucionarios llevándoles a dudar de las capacidades de su clase y de la validez de sus tradiciones revolucionarias. ¿Lenin y Marx no habrían contribuido, incluso involuntariamente, a la barbarie estalinista? ¿Hubo en Rusia una auténtica revolución? ¿No existe el peligro de que los “planteamientos políticos” destruyan lo que construyen los obreros?
La burguesía ha alimentado estos temores con su campaña permanente de denigración de la revolución rusa, el bolchevismo y Lenin, la cual ha sido reforzada por las mentiras estalinistas. La ideología democrática que la burguesía ha propagado hasta extremos increíbles a lo largo del siglo XX ha fortalecido esos sentimientos con sus insistencias sobre la soberanía del individuo, el “respeto a todas las opiniones” y el rechazo del “dogmatismo” y la “burocracia”.
Centralización, partido de clase, dictadura del proletariado…, todas esas nociones que han sido el fruto de encarnizados combates, de enormes esfuerzos de clarificación teórica y política, están marcados por estigma infamante de la sospecha. ¡No hablemos de Lenin a quien se le niega el pan y la sal y cuya contribución es sometida al más tenaz ostracismo echando mano de cuatro frases sacadas de contexto, entre ellas la famosa sobre la “conciencia importada desde fuera” ([2])!
La combinación de los temores y dudas por un lado y de la presión ideológica de la burguesía por otro, encierra el peligro de que perdamos el lazo con la continuidad histórica de nuestra clase, con su programa y su método científico sin los cuales una nueva revolución es imposible.
El consejismo es la expresión de ese peso ideológico que se concreta en un agarrarse a lo inmediato, lo local, lo económico, considerados como “más próximos y controlables” y en un rechazo visceral a todo lo que huela a político o centralizado, vistos siempre como abstractos, lejanos y hostiles.
Hablas de apropiarse de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. ¡Estamos totalmente de acuerdo! Sin embargo, el consejismo no forma parte de esas aportaciones sino que se sitúa fuera de ellas. Es necesario diferenciar entre el comunismo de los consejos y el consejismo ([3]). El consejismo es la expresión extrema y degenerada de los errores que empiezan a teorizarse en los años 30 dentro de un movimiento vivo como es el comunismo de los consejos. El consejismo es una tentativa abiertamente oportunista de dar una forma “marxista” a las posiciones machacadas mil veces por la burguesía –y repetidas por el anarquismo- sobre la revolución rusa, la dictadura del proletariado, el Partido, la centralización etc.
Ciñéndonos concretamente a la experiencia rusa, el consejismo ataca dos pilares básicos del marxismo: el carácter internacional de la revolución proletaria y el carácter fundamentalmente político de la misma.
Nos vamos a centrar únicamente en esas dos cuestiones. Hay muchas más que abordar –¿Cómo se forma la conciencia de clase?, ¿Cuál es el papel del partido y sus lazos con la clase?, etc., pero creemos que no hay espacio para tratarlas y, sobre todo, esas dos cuestiones –sobre las cuales tú insistes especialmente– nos parecen cruciales para aclarar el “enigma ruso”.
En diversos pasajes de tu texto insistes en el peligro de tomar la “revolución mundial” como una excusa para retrasar sine die la lucha por el comunismo y justificar la dictadura del partido.
“Hay quien atribuye todas las deformaciones burocráticas de la revolución a la guerra civil y a sus devastaciones, al aislamiento de ésta por la falta de la revolución mundial y al carácter atrasado de la economía rusa, pero eso no explica en nada la degeneración interna de la revolución y por qué ésta no fue derrotada en el campo de batalla y sí lo fue desde dentro. Esta explicación la única perspectiva que nos da es que formulemos votos para que las próximas revoluciones tengan lugar en países desarrollados y no se queden aisladas”.
Unas páginas más adelante remachas:
“la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”.
Las revoluciones burguesas fueron revoluciones nacionales. El capitalismo se desarrolló primero en las ciudades y durante largo tiempo convivió con un mundo agrario dominado por el feudalismo; sus relaciones sociales se pudieron construir dentro de un país, aislado de los demás. Así, en Inglaterra la revolución burguesa triunfó en 1640 mientras que en el resto del continente imperaba el régimen feudal.
Pero ¿puede seguir el proletariado el mismo camino? ¿Puede empezar el proletariado a “abolir las relaciones capitalistas de producción” en un país sin tener que esperar a “las calendas griegas de la revolución mundial”?
Estamos seguros de que tú estás en contra de la posición estalinista del “socialismo en un solo país”, sin embargo, al aceptar que el proletariado “empiece la abolición del salariado y la mercancía sin esperar a la revolución mundial” estás reintroduciendo por la ventana esa posición que tiras por la puerta. No existe un camino intermedio entre la construcción mundial del comunismo y la construcción del socialismo en un solo país.
Existe una diferencia fundamental entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria: aquellas son nacionales en sus medios y sus fines, en cambio, la revolución proletaria es la primera revolución mundial de la historia tanto en su fin (el comunismo) como en sus medios (el carácter mundial tanto de la revolución como de la construcción de la nueva sociedad).
En primer lugar, porque «la gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado destruida toda nacionalidad» (Ideología alemana) de tal forma que los proletarios no tienen patria y no pueden perder lo que nunca han poseído. En segundo lugar, porque esa misma gran industria
“al crear el mercado mundial, ha unido tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y en la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consiguiente, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia y en Alemania” (Principios del comunismo, Engels, 1847).
Frente a este planteamiento internacionalista, el estalinismo en 1926-27 impuso la tesis del “socialismo en un solo país”. Trotski y todas las tendencias de la Izquierda comunista (incluidos los comunistas germano-holandeses) consideraron semejante posición como una traición y Bilan la vio como la muerte de la IC.
Por su parte, el anarquismo razona en el fondo igual que el estalinismo. Su visión contra la centralización le hace aborrecer la fórmula “socialismo en un solo país”, pero, sobre la base de la “autonomía” y la “autogestión” propugna el “socialismo en una sola aldea” o en “una sola fábrica”. Estas fórmulas parecen más “democráticas” y más “respetuosas de la iniciativa de las masas” pero conducen a lo mismo que el estalinismo: la defensa de la explotación capitalista y del Estado burgués ([4]). El camino es desde luego diferente: en el caso del estalinismo es el método brutal de una burocracia abiertamente jerarquizada; por su parte, el anarquismo explota y desarrolla los prejuicios democráticos sobre la “soberanía” y la “autonomía” de los individuos “libres” y les propone gestionar su propia miseria por medio de organismos locales o sectoriales.
¿Cuál es la posición del consejismo? Como hemos dicho al principio hay una evolución en los diferentes componentes de esta corriente. Las Tesis sobre el Bolchevismo ([5]) adoptadas por el GIK abren las puertas a las peores confusiones ([6]). Sin embargo, el GIK no pondrá jamás abiertamente en cuestión la naturaleza mundial de la revolución proletaria. Ahora bien, su insistencia sobre su carácter “fundamentalmente económico” y su rechazo del partido, le llevarán implícitamente a ese terreno pantanoso. Grupos consejistas posteriores –particularmente en los años 70– teorizarán abiertamente las tesis sobre la construcción “local y nacional” del socialismo. Esto es lo que combatimos en diferentes artículos de nuestra Revista internacional que polemizan contra el tercermundismo y las visiones autogestionarias de varios grupos consejistas ([7]).
Contrariamente a lo que das a entender, el internacionalismo proletario no es un deseo piadoso o una opción entre otras, sino la respuesta concreta a la evolución histórica del capitalismo. Desde 1914, todos los revolucionarios coinciden en que la única revolución que se plantea es la socialista, internacional y proletaria:
“No es nuestra impaciencia, no son nuestros deseos, sino las condiciones objetivas creadas por la guerra imperialista las que han conducido a toda la humanidad a un atolladero y la han colocado ante un dilema: o permitir que perezcan nuevos millones de hombres y que se destruya hasta el fin toda la cultura europea, o entregar el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, realizar la revolución socialista. Al proletariado ruso le ha correspondido el gran honor de empezar una serie de revoluciones, engendradas de manera ineluctable y objetiva por la guerra imperialista” (Lenin, “Carta de despedida a los obreros suizos”, abril 1917, Obras completas).
Pero no es solo la madurez de la situación histórica la que plantea la revolución mundial. Es también el análisis de la relación de fuerzas entre las clases vista igualmente a escala mundial. La constitución lo antes posible del Partido Internacional del proletariado es un elemento crucial para inclinar a su favor la balanza de fuerzas con el enemigo. Cuanto antes se constituya la Internacional más difícil le será a la burguesía aislar los focos revolucionarios. Lenin luchó para que ya en 1917, antes de la toma del poder, la izquierda de Zimmerwald constituyera inmediatamente una nueva Internacional:
“Estamos obligados, nosotros precisamente, y ahora mismo, sin pérdida de tiempo, a fundar una nueva Internacional revolucionaria, proletaria; mejor dicho, debemos reconocer sin temor, abiertamente, que esa Internacional ya ha sido fundada y actúa” (Tesis de Abril, 1917).
En septiembre de 1917, Lenin planteó la necesidad de la toma del poder, basándose en un análisis de la situación internacional del proletariado y la burguesía: en una carta al Congreso bolchevique de la región Norte (8 octubre 1917) señala:
“Nuestra revolución vive momentos críticos en extremo. Esta crisis ha coincidido con la gran crisis de crecimiento de la revolución socialista mundial y de la lucha del imperialismo mundial contra ella (…) [la toma del poder] salvará tanto la revolución mundial como la Revolución rusa”.
La revolución en Rusia –tras abortar el golpe de Kornilov– pasaba por un momento delicado: si los Soviets no se lanzaban a la ofensiva (toma del poder), Kerenski y sus amigos repetirían nuevas tentativas para paralizarlos y posteriormente liquidarlos acabando con la revolución. Pero eso mismo pasaba a otro nivel en Alemania, Austria, Francia, Gran Bretaña, etc.: la agitación obrera podía recibir un poderoso impulso con el ejemplo ruso o por el contrario corría el riesgo de diluirse en una multiplicación de luchas dispersas.
La toma del poder en Rusia fue concebida siempre como una contribución a la revolución mundial y no como una tarea de gestión económica nacional. Varios meses después de octubre, Lenin se dirige a una Conferencia de Comités de fábrica de la zona de Moscú en estos términos:
“la Revolución rusa no es más que un destacamento avanzado del ejército socialista mundial y el éxito y el triunfo de la revolución que hemos realizado dependen de la acción de este ejército. Es algo que ninguno de nosotros olvidamos (…) El proletariado ruso se da cuenta de su aislamiento revolucionario y ve claramente que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental, la intervención unida de los obreros del mundo entero”.
Siguiendo la posición consejista, tú piensas que el motor desde el primer día de la revolución proletaria es la adopción de medidas económicas comunistas. Esto lo desarrollas en numerosos pasajes de tu texto:
“en abril de 1918 Lenin publicó Las tareas inmediatas del poder soviético en donde ahonda en la idea de construir un capitalismo de Estado bajo control del partido, desarrollando la productividad, la contabilidad y la disciplina en el trabajo, acabando con la mentalidad pequeño burguesa y la influencia anarquista, y sin dudar en propugnar métodos burgueses: como el uso de especialistas burgueses, el trabajo por piezas, la adopción del taylorismo, la dirección unipersonal ([8])… Como si los métodos de producción capitalistas fuesen neutros y su uso por un partido ‘obrero’ garantizase su carácter socialista. El fin de la construcción socialista justifica los medios”.
Como alternativa proclamas que “la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”, desarrollando “la comunistización de las relaciones de producción, con el cálculo del trabajo social necesario para la producción de bienes”.
El capitalismo ha formado el mercado mundial desde principios del siglo XX. Ello significa que la ley del valor opera sobre toda la economía internacional y a ella no puede escapar ningún país ni grupo de países. El bastión proletario (el país o grupo de países donde triunfa la revolución) no es ninguna excepción. La toma de poder en el bastión proletario no significa un “territorio liberado”. Todo lo contrario, ese territorio sigue perteneciendo al enemigo pues está sometido enteramente a la ley del valor del capitalismo mundial ([9]). El poder del proletariado es esencialmente político y el papel esencial del territorio que ha ganado es servir de cabeza de puente de la revolución mundial.
Los dos principales legados del capitalismo a la historia de la humanidad han sido la formación del proletariado y el carácter objetivamente mundial que ha dado a las fuerzas productivas. Esos dos legados son atacados en la raíz por la teoría de la “comunistización inmediata de las relaciones de producción”: “abolir” el trabajo asalariado y la mercancía a nivel de cada fábrica, localidad o país supone, por una parte, despedazar la producción en un amasijo de pequeñas piezas autónomas, y hacerla prisionera de la tendencia al estallido y el cisma que encierra el capitalismo en su periodo histórico de decadencia y que se concreta de forma dramática en su fase terminal de descomposición ([10]). Por otro lado, significa dividir al proletariado al atarlo a los intereses y necesidades de cada una de las unidades de producción local, sectorial o nacional en las que se ha “liberado” de las relaciones capitalistas de producción.
Dices que “Rusia en 1917 abrió un ciclo revolucionario que se cerró el 37. Los obreros rusos fueron capaces de tomar el poder, pero no de usarlo para una transformación comunista. Atraso, guerra y colapso económico y aislamiento internacional no explican por sí mismos la involución. La explicación está en una política que hace del poder un fetiche y lo separa de las transformaciones económicas que deben realizar los órganos de clase: asambleas y consejos donde se superan la división entre funciones políticas y sindicales, la concepción leninista privilegia la cuestión del poder político en detrimento de la socialización de la economía y de la transformación de las relaciones de producción. El leninismo como enfermedad burocrática del comunismo. Si la revolución es primero política, se limita a gestionar el capitalismo a la espera de la revolución mundial, se crea un poder que no tiene otra función que la represión y la lucha contra la burguesía, que se acaba auto perpetuando a toda costa, primero en la perspectiva de la revolución mundial, y después por si mismo”.
Lo que te hace agarrarte al clavo ardiendo de las “medidas económicas comunistas” es el temor a que la revolución proletaria “se quede bloqueada a nivel político” convirtiéndose en una cáscara vacía que no produzca ningún cambio significativo en las condiciones de vida de la clase obrera.
Las revoluciones burguesas fueron primero económicas y remataron la faena arrancando el poder político a la vieja clase feudal o llegando a algún tipo de componenda con ella.
“Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales: asociación armada u autónoma en la comuna, en unos sitios República urbana independiente, en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales o absolutas, y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el estado representativo moderno” (el Manifiesto comunista).
Durante más de 3 siglos, la burguesía va conquistando una posición tras otra en el terreno económico (comercio, préstamos, manufactura, gran industria) hasta que logra conquistar el poder político en revoluciones cuyo paradigma es la francesa de 1789.
Ese esquema de su evolución histórica responde a su naturaleza de clase explotadora (aspira a instaurar una nueva forma de explotación, el trabajo asalariado “libre” frente a la servidumbre feudal) y a las propias características de su régimen de producción: apropiación privada y nacional de la plusvalía.
¿Puede el proletariado seguir la misma trayectoria en su lucha por el comunismo? Su objetivo no es crear una nueva forma de explotación sino abolir toda explotación. Eso significa que no puede aspirar a levantar en la vieja sociedad un poder económico previo desde cuya plataforma lanzarse a la conquista del poder político sino que tiene que seguir justamente el trayecto contrario: tomar el poder político a escala mundial y desde ahí construir la nueva sociedad.
Economía significa sometimiento de los hombres a leyes objetivas independientes de su voluntad. Quien dice economía dice explotación y alienación. Marx no habló de una “economía comunista” sino de la crítica de la economía política. El comunismo significa el reino de la libertad frente al reino de la necesidad que ha dominado la historia de la humanidad bajo la explotación y la penuria. El principal error de los Principios de la producción y la distribución comunista ([11]), texto clave de la corriente consejista, es que pretende establecer el tiempo de trabajo como automatismo económico neutro e impersonal que regularía la producción. Marx critica esta visión en la Crítica del Programa de Ghota donde señala que la propuesta de “a igual trabajo igual salario” se mueve todavía en los parámetros del derecho burgués. Mucho antes, en la Miseria de la filosofía, había subrayado que :
“En una sociedad futura, donde habrá cesado el antagonismo de clases y donde no habrá clases, el consumo no será determinado por el mínimo de tiempo necesario para la producción; al contrario, la cantidad de tiempo que ha de consagrarse a la producción de los diferentes objetos estará determinada por el grado de utilidad social de cada uno de ellos” anotando que “la competencia realiza la ley según la cual el valor relativo de un producto es determinado por el tiempo de trabajo necesario para crearlo. El hecho de que el tiempo de trabajo sirva de medida de valor de cambio, se convierte así en una ley de desvalorización continua del trabajo” (ídem) ([12]).
En tu texto das a entender que el “leninismo” caería en una “fetichización” de la política. En realidad, es todo el movimiento obrero empezando por el propio Marx el que sería culpable de semejante “falta”. Fue Marx quien en la polémica con Proudhon (el libro antes citado) señaló que:
“El antagonismo entre el proletariado y la burguesía es la lucha de una clase contra otra clase, lucha que llevada a su más alta expresión, implica una revolución total. Por cierto, ¿puede causar extrañeza que una sociedad basada en la oposición de las clases llegue, como último desenlace, a la contradicción brutal, al choque cuerpo a cuerpo? No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay movimiento político que no sea, al mismo tiempo, movimiento social. Sólo en un orden de cosas en el que no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre: “luchar o morir; la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable” (ídem).
El consejismo fundamenta su defensa del carácter económico de la revolución proletaria en el siguiente silogismo: como la base de la explotación del proletariado es económica, para abolirla hay que tomar medidas económicas comunistas.
Para responder a este sofisma hemos de abandonar el terreno resbaladizo de la lógica formal y situarnos en el terreno sólido del análisis histórico. En la evolución histórica de la humanidad intervienen dos factores íntimamente relacionados pero que cada uno tiene su propia entidad: por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas y la configuración de las relaciones de producción (el factor económico); por otra parte, la lucha de clases (el factor político). La acción de las clases se basa ciertamente en la evolución del factor económico pero no es un mero reflejo del mismo, un simple resorte que actúa ante los impulsos económicos como el perro de Pavlov. En la evolución histórica de la humanidad registramos una tendencia hacia un peso cada vez mayor del factor político (la lucha de clases): la desintegración del viejo comunismo primitivo y su reemplazo por las sociedades esclavistas fue un proceso esencialmente objetivo, violento, producto de muchos siglos de evolución. El paso del esclavismo al feudalismo surgió de un proceso gradual de desmoronamiento del viejo orden y de recomposición del nuevo donde el factor consciente tuvo un peso muy limitado. En cambio, en las revoluciones burguesas la acción de las clases tiene mayor peso aunque “el movimiento de la inmensa mayoría se realiza en provecho de una minoría”. Sin embargo, como antes hemos señalado, la burguesía cabalga sobre la fuerza arrolladora de enormes transformaciones económicas en gran medida fruto de un proceso objetivo e ineluctable. El peso del factor económico es todavía abrumador.
En cambio, la revolución proletaria es el resultado final de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía que requiere un alto grado de conciencia y la participación activa de aquél. Esa dimensión fundamental y prioritaria del factor subjetivo (conciencia, unidad, solidaridad, confianza, de las masas proletarias) significa primacía del carácter político de la revolución proletaria que es la primera revolución masiva y consciente de la historia.
Estarás a favor de una revolución proletaria hecha mediante la participación activa y consciente de la gran mayoría de los trabajadores, donde se exprese el máximo de unidad, solidaridad, conciencia, heroísmo, voluntad creadora. Pues bien, en ello reside el denostado carácter político de la revolución proletaria.
Tu balance de la revolución rusa se puede reducir a esto: sí en lugar de “fetichizar” la política y esperar a las “calendas griegas de la revolución mundial” se hubieran adoptado medidas inmediatas de entrega de las fábricas a los trabajadores, de abolición en éstas del trabajo asalariado y los intercambios mercantiles, entonces no se hubiera producido la “burocratización” y la revolución habría seguido adelante. Es una lección que tentó al comunismo de los consejos y que el consejismo ha vulgarizado en nuestros días.
Al sacar esta lección, el consejismo rompe con la tradición del marxismo y se vincula a otra tradición: la del anarquismo y el economicismo. La fórmula del consejismo no tiene nada de original: la defendió Proudhon siendo severamente desmontada por la crítica de Marx; fue retomada posteriormente por las teorías cooperativistas; después por el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario y en Rusia por el economicismo. En 1917-23 resurgió con el austro-marxismo ([13]), con Gramsci y su “teoría” de los Consejos de fábrica ([14]); Otto Rühle y ciertos teóricos de las AUUD siguieron el mismo camino. En Rusia, pese a que desarrollaron constataciones justas, tanto el grupo Centralismo democrático como la Oposición obrera de Kollontai cayeron en las mismas ideas. En 1936, el anarquismo hizo de las “colectividades” españolas la gran alternativa al “comunismo burocrático y estatalizador” de los bolcheviques ([15]).
Lo que es común a todas estas visiones –y que está en la raíz igualmente del consejismo– es una concepción de la clase obrera como una mera categoría económica y sociológica. No ve a la clase obrera como una clase histórica, dotada de una continuidad en su lucha y su conciencia, sino como una suma de individuos que se moverían por los más estrechos intereses economicistas ([16]).
El cálculo del consejista es el siguiente: para que los obreros defiendan la revolución han de “comprobar” que da resultados inmediatos, han de tocar con sus propias manos los frutos de la revolución. Esto se consigue dándoles el “control” de las fábricas, permitiendo que las puedan gestionar pos sí mismos ([17]).
¿El “control de la fábrica”? ¿Qué control se puede tener de ella cuando lo que produce ha de someterse a los costes y al margen de beneficio que le marca la concurrencia en el mercado mundial? De dos cosas una: o se declara la autarquía y con ello se produce una regresión de proporciones incalculables que aniquilaría toda revolución; o se trabaja en el mercado mundial viéndose sometido a sus leyes.
El consejista proclama la “abolición del trabajo asalariado” a través de la eliminación del salario y su sustitución por el “bono según el tiempo de trabajo”. Esto es eludir la cuestión con palabras bien sonantes: hay que trabajar unas determinadas horas y por muy justo que sea el bono habrá siempre unas horas retribuidas y otras no retribuidas que significan la plusvalía. El eslogan “a trabajo igual salario igual” forma parte del derecho burgués y encierra la peor de las injusticias, como señaló Marx.
El consejista proclama la “abolición de la mercancía” al reemplazarla por “la contabilidad entre fábricas”. Pero estamos en las mismas: lo que se produzca tendrá que ajustarse al valor de cambio impuesto por la concurrencia dentro del mercado mundial.
El consejismo intenta resolver el problema de la transformación revolucionaria de la sociedad con “formas y nombres” eludiendo la raíz del problema.
“El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstruir la sociedad sobre una base que no es más que la sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo de la actual sociedad” (Marx, Miseria de la filosofía).
A las propuestas del anarquismo y el consejismo sobre la “revolución económica” les pasa lo mismo que a Mister Bray: cuando la sombra toma cuerpo se comprueba que no es sino el cuerpo de la actual sociedad. El anarquismo en 1936 con sus colectividades lo que hizo no fue sino implantar un régimen de explotación extrema, al servicio de la economía de guerra, todo ello embellecido con la “autogestión”, la “abolición del dinero” y demás pamplinas.
Sin embargo, hay una consecuencia mucho más grave en las propuestas consejistas: conducen a que la clase obrera renuncie a su misión histórica por el plato de lentejas de la “toma inmediata de las fábricas”.
En tu texto señalas que “clase y partido no tenían intenciones idénticas. Las aspiraciones de los obreros iban en el sentido de apoderarse de la dirección de las fábricas y de dirigir la producción por sí mismos”. “Apoderarse de la dirección de las fábricas” significa que cada sector de la clase obrera tome su parte en el botín recién arrancado al capitalismo y se lo gestione en su propio beneficio, y, todo lo más, se “coordine” con los obreros de las demás fábricas. Es decir, pasamos de la propiedad de los capitalistas a la propiedad de los individuos obreros. ¡No hemos salido del capitalismo!
Pero, peor aún, significa que la generación obrera que hace la revolución tiene que consumir en su propio beneficio y sin pensar para nada en el porvenir, las riquezas recién tomadas al capitalismo. Esto lleva a que la clase obrera renuncie a su misión histórica de construir el comunismo a escala mundial cediendo al espejismo de “tenerlo todo y enseguida”.
Esta tentación de caer en “el reparto de las fábricas” constituye un peligro real para la próxima tentativa revolucionaria. Hoy el capitalismo ha entrado en su fase terminal: la descomposición ([18]). Descomposición significa caos, disgregación, implosión de las estructuras económicas y sociales en un mosaico desarticulado de fragmentos y a nivel ideológico una pérdida de la visión histórica, global y unitaria que la ideología democrática se encarga de demonizar sistemáticamente como “totalitaria” y “burocrática”. Las fuerzas de la burguesía empujarán decididamente en esa dirección en nombre del “control democrático”, la “autogestión” y otras frases semejantes. El riesgo es que la clase se vea derrotada al perder toda perspectiva histórica y encerrarse en cada fábrica y en cada localidad. Pero no será únicamente una derrota casi definitiva sino que significará que la clase obrera se deja arrastrar por la falta de perspectiva histórica, por el egoísmo, el inmediatismo y la ausencia absoluta de miras que propaga por todas partes la ideología de la burguesía en la situación actual de descomposición.
El bastión proletario nace sometido a una brutal y angustiosa contradicción: por un lado, vive bajo el capitalismo atacado a muerte por sus leyes económicas, militares e imperialistas (invasión militar, bloqueo, necesidad de intercambios comerciales en condiciones desfavorables para sobrevivir, etc.); de otro lado, tiene que romper ese nudo corredizo alrededor de su cuello a través de las únicas armas que posee: la unidad y la conciencia de toda la clase proletaria y la extensión internacional de la revolución.
Ello le obliga a una política compleja y, en ocasiones contradictoria, para mantener a flote la sociedad amenazada de desintegración (abastecimiento, funcionamiento mínimo del aparato productivo, la defensa militar etc.) y, simultáneamente, volcar el grueso de sus fuerzas hacia la extensión de la revolución, el estallido de nuevos movimientos de insurrección proletaria.
En los primeros años del poder soviético, los bolcheviques se atuvieron firmemente a esa política. En su estudio crítico de la revolución rusa, Rosa Luxemburg señala de forma concluyente:
“El destino de la Revolución rusa depende totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial”.
Como decía una Resolución del Buró territorial de Moscú del Partido bolchevique adoptada en febrero 1918 a propósito del debate sobre Brest-Litovsk:
“En el interés de la revolución internacional aceptaremos el riesgo de perder el poder de los Soviets, que se convierte en puramente formal; hoy como ayer, la tarea principal que tenemos es extender la revolución a todos los países” ([19]).
En esa política, los bolcheviques cometieron toda una serie de errores. Sin embargo, estos errores se podían corregir mientras la fuerza de revolución mundial siguiera todavía viva. Solamente, cuando desde 1923, la revolución recibe un golpe mortal en Alemania, la tendencia creciente de los bolcheviques a hacerse prisioneros del Estado del territorio ruso y de dicho Estado a entrar en una contradicción cada vez más irreconciliable con los intereses del proletariado mundial, se impone definitiva e implacablemente. El Partido bolchevique deja de ser lo que era y se convierte en un mero gestor del capital.
Una crítica marxista de dichos errores no tiene nada que ver con la crítica que hace el consejismo. La “crítica” consejista empuja hacia el anarquismo y la burguesía, la crítica marxista permite reforzar las posiciones proletarias. Muchos de los errores cometidos por los bolcheviques eran compartidos por el resto del movimiento obrero internacional (Rosa Luxemburg, Bordiga, Pannehoek). Con esto no queremos “lavar las culpas” de los bolcheviques sino simplemente señalar que se trataba de un problema de toda la clase obrera internacional y no el producto de la “maldad”, el “maquiavelismo” y el “carácter burgués oculto” de los bolcheviques como piensa el consejismo.
No tenemos tiempo para abordar la crítica marxista de los errores bolcheviques. Hemos trabajado en ello ampliamente en nuestra Corriente. Particularmente queremos destacar los siguientes documentos:
– serie sobre el comunismo, artículos de la Revista internacional números 99 y 100;
– folleto (en francés) sobre el Periodo de transición;
– folleto (en francés) sobre la Revolución rusa.
Estos documentos pueden servir de base para proseguir la discusión. Esperando haber contribuido a un debate claro y fraternal recibe nuestros saludos comunistas.
Acción proletaria – Corriente comunista internacional
[1] Los consejistas más extremos no se detienen en la puesta en cuestión de Lenin. Siguen la ruta y acaban cuestionando a Marx y abrazando a Prudhon y Bakunin. En realidad lo que hacen es aplicar la lógica implacable de la posición según la cual existe una continuidad entre Lenin y Stalin. Ver para ello el artículo “En defensa del carácter proletario de Octubre 1917” en Revista internacional nos 12 y 13, un artículo fundamental para discutir sobre la cuestión rusa.
[2] Nuestro rechazo de la campaña de la burguesía contra Lenin no significa en absoluto que aceptemos a pies juntillas todas sus posiciones. Al contrario, en diferentes documentos hemos dado buena cuenta de sus errores o confusiones sobre el imperialismo, la relación entre el partido y la clase etc. La crítica forma parte de la tradición revolucionaria (como decía Rosa Luxemburgo es como el aire que necesitamos para respirar). Pero la crítica revolucionaria tiene un método y una orientación que está en los antípodas de la denigración y la calumnia burguesa o parásita.
[3] No podemos desarrollar aquí esta cuestión. Te remitimos al libro que hemos publicado en francés e inglés sobre la Izquierda comunista germano-holandesa.
[4] Ver al respecto el artículo “El mito de las colectividades anarquistas”, publicado en la Revista internacional nº 15 e incluido en nuestro libro: 1936, Franco y la República aplastan al proletariado.
Evidentemente, aquí no podemos desarrollar esta cuestión: frente al “modelo” ruso, supuestamente burocrático y autoritario, estaría el “modelo” español de 1936 que sería “democrático”, “autogestionario” y “basado en la iniciativa autónoma de las masas”.
[5] No podemos abordar en el marco de esta respuesta la principal afirmación de las Tesis del Bolchevismo –la naturaleza burguesa de la revolución rusa. Es un punto que hemos rebatido ampliamente en la Revista internacional nos 12 y 13 (ver nota 1) y en la “Respuesta a Lenin filósofo” de Pannehoek en la Revista internacional nos 25, 27, 28 y 30. En todo caso, esa teorización supuso una ruptura con lo que defendieron anteriormente muchos miembros de la corriente del comunismo de los consejos: en 1921 Pannehoek afirmaba “La acción de los bolcheviques es inconmensurablemente grande para la revolución en Europa Occidental. Con la toma del poder han dado un ejemplo al proletariado del mundo entero… Con su praxis han planteado los grandes principios del comunismo: dictadura del proletariado y sistema de Soviets o consejos” (citado en libro sobre la historia de la Izquierda comunista germano-holandesa).
[6] Ver “Octubre del 17, comienzos de la revolución proletaria, en Revista internacional nos 12 y 13.
[7] Ver “Los epígonos del consejismo en la práctica” en Revista internacional no 2, “Carta a Arbetamarkt” en Revista internacional no 4 y “Respuesta a Solidarity sobre la cuestión nacional” en Revista internacional no 15, “El peligro consejista” en Revista internacional no 40, “La miseria del consejismo moderno” en Revista internacional no41 y “Debate sobre el consejismo” en Revista internacional no 42.
[8] Ha de quedar claro que nosotros siempre hemos criticado ciertos métodos de producción propugnados por Lenin y criticados por grupos dentro del partido como Centralismo Democrático. Ver la serie sobre el comunismo publicada en el artículo correspondiente de la Revista internacional no 99.
[9] El bastión proletario tendrá que adquirir alimentos, medicinas, materias primas, bienes industriales etc. a precios desventajosos, sometido a bloqueos y en condiciones de una más que probable desorganización de los transportes. Esto no es únicamente un problema de la atrasada Rusia; como demostramos en el folleto Octubre principio de la revolución mundial (publicado en francés) el problema sería más grave aún en un país central como Alemania o Gran Bretaña. A ello se une la guerra de la burguesía contra el bastión proletario: bloqueo comercial, guerra militar, sabotaje etc. Y finalmente, un futuro intento revolucionario del proletariado tendrá que cargar con el duro peso de las consecuencias del mantenimiento del capitalismo en las condiciones de su descomposición histórica: hundimiento de las infraestructuras, caos en comunicaciones y suministros, efectos devastadores de una interminable sucesión de guerras regionales, destrucciones ecológicas…
[10] Todas las peroratas actuales sobre la “mundialización” del capitalismo que comparten tanto el denostado “neoliberalismo” como su supuesto antagonista –el movimiento “antiglobalización”– ocultan el hecho de que el mercado mundial se formó hace más de un siglo y que hoy el problema que enfrenta el sistema es su tendencia irremediable al estallido y la autodestrucción brutal a través sobre todo de las guerras imperialistas.
[11] Aquí no podemos desarrollar una crítica detallada de los Principios. Te remitimos a la que realiza nuestro libro ya citado sobre la Historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.
[12] Pannehoek formuló con toda razón grandes reservas a los Principios. Ver nuestro libro antes mencionado.
[13] Ver en Revista internacional no 2 “Del austro-marxismo al austro-fascismo”.
[14] Ver en el libro Debate sobre los Consejos de fábrica, la clara crítica que Bordiga dirige a las especulaciones de Gramsci.
[15] Ver nota 4.
[16] No es ninguna paradoja que adopten el mismo error en el que cayó Lenin en el ¿Qué hacer?, al torcer la barra y decir que “los obreros solo pueden alcanzar una conciencia tradeunionista”. Sin embargo, existe una diferencia abismal entre Lenin y los consejistas: mientras el primero fue capaz de corregir el error (y no por motivos tácticos como indicas) los consejistas no son capaces siquiera de reconocerlo.
[17] Guardando las distancias y sin querer exagerar la comparación, los consejistas conciben a los obreros en el mismo papel que los campesinos en la revolución francesa. Esta liberó a aquellos de ciertas cargas feudales sobre la propiedad agraria y ello hizo que fueran entusiastas soldados del ejército revolucionario y muy especialmente del ejército napoleónico. Aparte de que esta concepción revela una visión subordinada e inconsciente del proletariado que desmiente todas las protestas sobre la “participación” y la “iniciativa” de las masas que alega el consejismo, lo más grave es que olvida que mientras el campesino podía liberarse mediante el cambio de propiedad de la tierra, el proletariado jamás se liberará mediante el cambio de la propiedad en la fábrica. La revolución proletaria no consiste en un hecho puramente local y jurídico de liberar a los obreros de la opresión de un señor capitalista sino de liberar al proletariado y a toda la humanidad del yugo de unas relaciones sociales globales y objetivas que se imponen más allá de las relaciones personales o de propiedad: las relaciones de producción capitalistas basadas en la mercancía y el salariado.
[18] Ver en Revista internacional nº 62 las “Tesis sobre la Descomposición”.
[19] A propósito del Tratado de Brest-Litovsk dices que significó el “rechazo a una guerra revolucionaria que, aunque a corto plazo hubiera significado la pérdida temporal de las ciudades, habría permitido desarrollar una guerra popular con constitución de milicias en los campos y fusionar la revolución obrera con la campesina tal como proponía la izquierda bolchevique creando la posibilidad de iniciar la constitución del modo de producción comunista” (pag. 9). No podemos desarrollar esta cuestión (te remitimos al folleto en francés mencionado en la nota 8). Sin embargo, tu reflexión nos plantea algunas cuestiones. En primer lugar, ¿Qué es la “revolución campesina”? ¿Qué “revolución” puede hacer el campesinado que habría que fusionar con la “revolución obrera”? El campesinado no es una clase sino una categoría social en la que se confunden diversas clases sociales con intereses diametralmente opuestos: terratenientes, propietarios medios, pequeños propietarios, jornaleros… Por otra parte ¿cómo se puede iniciar “la constitución del modo de producción comunista” a base de guerrillas en el campo con las ciudades abandonadas al enemigo?
Historia del movimiento obrero
Hace 100 años que el Partido obrero socialdemócrata ruso celebró su segundo Congreso –no en Rusia, puesto que a causa de la represión bajo el régimen zarista hubiera sido prácticamente imposible- sino en Bélgica y en Gran Bretaña. Aún así, fue preciso cambiar el lugar de reunión a mitad del Congreso, debido a la estrecha vigilancia de la “democrática” policía belga. Aquel Congreso pasó a la historia como el de la escisión del partido en bolcheviques y mencheviques.
Los historiadores de la clase dominante han interpretado esta escisión de diferentes maneras. Una escuela de pensamiento –que podríamos llamar escuela de historia “Orlando Figes”, para quien la Revolución de octubre 1917 fue un completo desastre– considera que el surgimiento del bolchevismo fue por supuesto “algo malísimo” ([1]). Si Lenin y su banda de fanáticos, cuyas influencias políticas tienen más que ver con Nechaiev y el terrorismo autóctono ruso que con el socialismo internacional, no hubieran arrancado la democracia de la socialdemocracia, si en lugar del bolchevismo hubiera triunfado el menchevismo en 1917, nos hubiéramos ahorrado, no sólo la tremenda guerra civil de 1918-21, y el terror estalinista de los años 30 y 40, que fueron consecuencias inevitables de la crueldad bolchevique, sino también con toda probabilidad Hitler, la Segunda Guerra mundial, la Guerra fría, y sin duda además Sadam Husein y la guerra del Golfo.
Ese fanático antibolchevismo sólo puede encontrarse normalmente en otro sitio: en los anarquistas. Para ellos, el bolchevismo secuestró la verdadera revolución en 1917; si no hubiera sido por Lenin, y su visión autoritaria, heredada del apenas menos autoritario Marx, si no hubiera sido por el partido bolchevique, que como todos los partidos, sólo se esfuerza por tener el monopolio del poder, hoy podríamos ser libres y vivir en una federación mundial de comunas... El antibolchevismo es el único rasgo verdaderamente distintivo de todas las variedades de anarquismo, ya sea con la cruda versión algo caricaturesca descrita antes, ya sea con variantes mucho más sofisticadas que hoy se llaman comunistas antileninistas, autonomistas, etc., todos ellos están de acuerdo en que lo último que necesita la clase obrera es un partido político centralizado modelo bolchevique.
Cuando la ideología burguesa, y su sombra anarquista pequeño-burguesa, no ven las organizaciones comunistas como malvados conspiradores todopoderosos que han causado grandes daños a los intereses de la humanidad, las desprecian como lugares de cultos semirreligiosos irrisorios y tarados que ya no le interesan a nadie; como utopistas y teóricos de salón separados de la realidad, sectarios incurables dispuestos a escindirse y apuñalarse por la espalda con cualquier pretexto. Para esta línea argumental, el congreso de 1903 proporciona materia abundante, ¿No se originó el bolchevismo en un oscuro debate sobre una simple frase de los estatutos del partido sobre quién es miembro del partido y quién no? Aún peor, ¿no tomó la ruptura final entre mencheviques y bolcheviques la forma de una pelea sobre la composición del comité de redacción de Iskra? ¿No prueba esto suficientemente la futilidad, la imposibilidad de construir un partido revolucionario que no sea un campo de batalla de ambiciones egoístas y luchas entre facciones como sabemos que son los partidos burgueses?
A pesar de todos los pesares, nosotros defendemos, en continuidad con Lenin, que el Congreso de 1903 fue un momento profundamente importante en la historia de nuestra clase, y que la escisión entre bolchevismo y menchevismo fue una expresión de arraigadas tendencias sociales subyacentes en el movimiento obrero, no sólo en Rusia, sino en todo el mundo.
Como ya hemos argumentado antes (ver el artículo sobre la huelga de masas de 1905 en la Revista internacional nº 90) los primeros años del siglo XX fueron una fase de transición en la vida del capitalismo mundial. Por una parte, el modo de producción burgués había alcanzado límites sin precedentes: había unificado todo el planeta a un nivel nunca antes visto en la historia de la humanidad; había alcanzado niveles de productividad y sofisticación tecnológica con los que difícilmente se podía soñar en épocas pasadas; y con el nuevo siglo parecía estar llegando a nuevas cumbres con la generalización de la energía eléctrica, del telégrafo, la radio y la comunicación telefónica, con el desarrollo del automóvil y el aeroplano. Estos vertiginosos avances técnicos, también se acompañaban de tremendos logros a nivel intelectual –por ejemplo, Freud publicó su Interpretación de los sueños en 1900, Einstein su Teoría general de la relatividad en 1905.
Por otra parte, sin embargo, se cernían negros nubarrones cuando lo que unos llaman “Belle époque” y otros el “Edwardian summer” (el verano eduardiano) estaba de lo más soleado. El mundo se había unificado, es cierto, pero sólo en interés de la competencia de las diferentes potencias imperialistas, y cada vez estaba más claro que el mundo se quedaba demasiado pequeño para que esos imperios continuaran expandiéndose sin que finalmente tuvieran que enfrentarse entre ellos violentamente. Gran Bretaña y Alemania se habían embarcado ya en una carrera armamentística que presagiaba la guerra mundial de 1914; Estados Unidos, que hasta entonces se había contentado con expandirse hacia sus propios territorios del Oeste, ya entraba en las Olimpiadas imperialistas con la guerra de Cuba contra España en 1898; y en 1904, el imperio zarista fue a la guerra contra la potencia naciente de Japón. Entretanto, el espectro de la guerra de clases empezó a hacer sonar sus cadenas: más insatisfechos cada vez con los viejos métodos del sindicalismo y la reforma parlamentaria, sintiendo en sus propias carnes la creciente incapacidad del capitalismo para satisfacer sus reivindicaciones económicas y políticas, los trabajadores de numerosos países se lanzaban a movimientos de huelgas de masas que a menudo sorprendían y preocupaban a los ahora respetables dirigentes sindicales. Este movimiento afectó a muchos países a finales de la década de 1890 y comienzos de la de 1900, como mostró Rosa Luxemburg con su obra primordial Huelga de masas, partido y sindicatos, pero alcanzó su punto álgido en Rusia en 1905, donde dio lugar a los primeros soviets y sacudió los cimientos del régimen zarista. Total, el capitalismo podía haber alcanzado su cenit, pero los indicios de su decadencia irreversible se hacían cada vez más claros.
El texto de Luxemburg era también una polémica dirigida contra los que, en el partido eran incapaces de ver los signos de una nueva época, querían que el partido pusiera todo su peso en la lucha sindical, y veían la política restringida esencialmente a la esfera parlamentaria. En la década de 1890, Rosa ya había librado un combate contra los “revisionistas” en el partido –representados por Edward Bernstein y su libro Socialismo evolucionista– que habían tomado el largo periodo de crecimiento relativamente pacífico del capitalismo como una refutación de las predicciones de Marx de una crisis catastrófica. De esta forma, “revisaban” la insistencia de Marx sobre la necesidad de que la revolución destruya el sistema. Concluían que la socialdemocracia debería reconocerse como lo que, en cualquier caso, había llegado notablemente a convertirse: un partido de la reforma social radical, que podía obtener una mejora continua de las condiciones de vida de la clase obrera, e incluso un desarrollo pacífico y armonioso hacia un régimen socialista. En ese momento, Rosa Luxemburg había sido más o menos apoyada en su combate contra ese reto patente al marxismo, por el centro del partido en torno a Karl Kautsky, que se aferraba a la visión “ortodoxa” de que el sistema capitalista estaba condenado a experimentar crisis económicas cada vez más intensas y que la clase obrera tenía que prepararse para tomar el poder. Pero este centro, que veía la “revolución” como un proceso esencialmente pacífico y legal, pronto se mostró incapaz de comprender la importancia de la huelga de masas y la insurrección en Rusia en 1905, que anunciaba la nueva época de revolución social, en que las viejas estructuras y métodos del periodo ascendente, no sólo son insuficientes, sino se convierten en obstáculos contrarios a la lucha contra el capitalismo.
Los análisis de Luxemburg mostraban que en esta nueva época, la principal tarea del partido no sería organizar a la mayoría de la clase en sus filas, o ganar una mayoría democrática en el terreno parlamentario, sino asumir la dirección política en los amplios movimientos espontáneos de huelgas de masas. Anton Pannehoek llevó aún más lejos estas posiciones, para señalar que la lógica final de la huelga de masas era la destrucción del aparato de Estado. La reacción de las burocracias del partido y el sindicato a esta nueva visión radical –una reacción basada en un profundo conservadurismo, un miedo a la lucha de clases abierta y una creciente acomodación a la sociedad burguesa– presagiaba la escisión irreversible que se produjo en el movimiento obrero durante los acontecimientos de 1914 y 1917, cuando primero la derecha, y después el centro del partido, terminaron sumándose a las fuerzas de la guerra imperialista y la contrarrevolución contra los intereses internacionalistas de la clase obrera.
En Rusia, el movimiento obrero, aunque más joven y menos desarrollado que el movimiento en occidente, también sentía las mismas presiones y contradicciones. Como los revisionistas en el SPD, Struve, Tugan-Baranowski y otros, propagaron una versión “inofensiva” del marxismo –un marxismo “legal” que vaciaba la visión del mundo del proletariado de su contenido revolucionario y lo reducía a un sistema de análisis económicos. En esencia el marxismo legal argumentaba a favor del desarrollo del capitalismo en Rusia. Esta forma de oportunismo, aceptable para el régimen zarista, no tuvo mucho impacto en los trabajadores rusos, que encaraban unas condiciones espantosas de pobreza y de represión, y difícilmente podían posponer la defensa inmediata de sus condiciones de vida cuando se les imponía una forma extremadamente brutal de industrialización capitalista. En esas condiciones, empezó a arraigar una forma más sutil de oportunismo –la tendencia que se llamó “economicismo”. Como los bernsternianos, para quienes “el movimiento es todo y el objetivo nada”, los “economicistas”, como los que se agrupaban en torno al periódico Rabochaia Mysl, también adoraban al movimiento inmediato de la clase; pero como no había ningún terreno parlamentario de que hablar, este inmediatismo se restringía mayormente a la lucha día a día en las fábricas. Para los economicistas, los trabajadores estaban principalmente interesados por el pan y nada más. La política para esta corriente se reducía principalmente a tratar de conseguir un régimen parlamentario burgués y se daba esencialmente una tarea de oposición liberal. Como planteaba el credo economicista, escrito por YD Kuskova, “para los marxistas rusos hay solamente una línea: participar, proporcionando asistencia, en la lucha económica del proletariado; y en la actividad de la oposición liberal”. En esta visión extremadamente estrecha y mecánica del movimiento proletario, la conciencia de clase, para desarrollarse a gran escala, tenía, en cualquier caso, que emerger más o menos de un incremento de las luchas económicas. Y puesto que la fábrica o la localidad eran el terreno de esas escaramuzas inmediatas, la mejor forma de organización para intervenir en ellas era el círculo local. Esto era también una forma de volcarse ante el hecho inmediato, puesto que el movimiento socialista ruso durante las primeras décadas de su existencia estuvo disperso en una plétora de círculos locales aislados, diletantes, y a menudo transitorios, que apenas estaban conectados entre sí.
Oponerse a la tendencia economicista fue el principal objetivo del libro de Lenin ¿Qué hacer?, publicado en 1902. Lenin argumentó contra la idea de que la conciencia socialista surgiera simplemente de la lucha diaria; y planteó que se requería que la clase obrera interviniera en el terreno político. La conciencia socialista no podía engendrarse meramente de la relación inmediata entre patronos y trabajadores, sino únicamente de la lucha global entre las clases-y así de la relación más general entre la globalidad de la clase obrera y la clase dominante, y también de la relación entre la clase obrera y todas las demás clases oprimidas por la autocracia ([2]).
El desarrollo de la conciencia revolucionaria de clase requería, en especial, la construcción de un partido unificado, centralizado y declaradamente revolucionario; un partido que tenía que ir más allá del estadio de círculos y de la estrechez de miras y el espíritu de círculo personalista que significaba. En contra de la visión economicista que reducía el partido a un mero accesorio, o “cola” de la lucha económica, apenas distinto de otras formas de organización obrera más inmediatas como los sindicatos, un partido proletario debía existir sobre todo para conducir al proletariado del terreno económico al terreno político. Para estar preparado para esta tarea, el partido tenía que ser una “organización de revolucionarios” mas que una “organización de trabajadores”. Mientras que en esta última, el único criterio para participar era ser un trabajador que busca defender intereses de clase inmediatos, la primera tenía que estar compuesta de “revolucionarios profesionales” ([3]), militantes revolucionarios que trabajaban de mutuo acuerdo sin considerar sus orígenes sociológicos.
Por supuesto el Qué hacer de Lenin es sobre todo conocido por la formulación de Lenin sobre la conciencia, especialmente por haber recogido de Kautsky la noción de que la “ideología” socialista es producto de los intelectuales de la clase media, lo que llevaba a la concepción de que la conciencia de la clase obrera es “espontáneamente” burguesa. Se ha dicho mucho sobre esos errores, que en cierto modo son la imagen refleja del economicismo y una real concesión a una visión puramente inmediatista, en la que se ve la clase obrera sólo tal como es en un momento dado, en los centros de trabajo, más que como una clase histórica, cuya lucha contiene también la elaboración de la teoría revolucionaria. Lenin corrigió pronto la mayoría de estos errores –en realidad ya había comenzado a hacerlo en el IIº Congreso. Fue ahí donde admitió por primera vez “haber torcido demasiado la dirección” en su argumento contra los economicistas, y afirmó que ciertamente los obreros podían participar en la elaboración del pensamiento socialista, señalando también que, sin la intervención de los revolucionarios, la conciencia de clase que emerge espontáneamente está constantemente tratando de ser desviada hacia la ideología burguesa por la interferencia activa de la burguesía. Lenin iba a llevar más lejos estas clarificaciones tras la experiencia de la revolución de 1905. Pero en cualquier caso, el punto central de su crítica del economicismo sigue siendo válido: la conciencia de clase sólo puede ser la comprensión del proletariado de su posición histórica y global, y no puede alcanzar madurez sin el trabajo organizado de los revolucionarios.
También es importante comprender que Lenin no escribió Qué hacer a título individual, sino como representante de la corriente alrededor del periódico Iskra, que defendía la necesidad de terminar la fase de círculos y de formar un partido centralizado con un programa político definido, organizado en particular en torno a de un periódico militante. Los iskristas fueron al IIo Congreso como una tendencia unificada, y los delegados que sostenían esta línea eran una clara mayoría, a la que se oponía principalmente un ala derecha compuesta por el grupo Rabocheie Dielo encabezado por Martinov y Akimov, que estaba fuertemente influenciado por el economicismo; y representantes de una forma de “separatismo” judío (el Bund). Es cierto, como relata por ejemplo Deutcher en el primer volumen de su biografía de Trotski, que ya habían algunas tensiones y diferencias en el grupo dirigente de Iskra, pero había, o se suponía que había, amplio acuerdo sobre la posición contenida en el libro de Lenin. Este acuerdo continuó durante gran parte del Congreso, y al final del Congreso, no sólo se escindió el grupo de Iskra, sino que todo el partido se vio sacudido por la ruptura histórica entre bolchevismo y menchevismo, que, a pesar de varios intentos durante los 10 años siguientes, no iba a cicatrizarse nunca.
En Un paso adelante, dos pasos atrás (publicado en 1904), Lenin nos ofrece un análisis muy preciso de las diferentes corrientes dentro del Congreso del partido. Comenzó con una escisión a tres bandas entre el grupo de Iskra, el ala derecha antiiskrista, y los “elementos inestables y vacilantes”, para los que Lenin usó el término de “pantano”. Al final del congreso, una parte de los iskristas que se había hundido en el pantano –de forma clásica como el centrismo ha hecho siempre en la historia del movimiento obrero– terminó proporcionando un nuevo envoltorio para los argumentos de la derecha abiertamente oportunista ([4]). Además, en el enfoque de Lenin, las características del pantano coincidían en gran medida con la excesiva influencia de los intelectuales en el periodo de los círculos –procedentes de un estrato pequeño burgués, orgánicamente predispuestos al individualismo y al “anarquismo aristocrático” que desdeñan la disciplina colectiva de la organización proletaria.
La escisión iba a enconarse más tarde en profundas divergencias programáticas sobre la naturaleza de la próxima revolución en Rusia; en 1917 esas divergencias acabarían siendo fronteras de clase. Y sin embargo no se expresaron al comienzo sobre cuestiones programáticas generales, sino esencialmente sobre cuestiones de organización.
Los principales puntos del orden del día del Congreso eran los siguientes:
– adopción de un programa
– adopción de los estatutos
– confirmación de Iskra como el “órgano central” (literalmente esto quería decir que era la publicación dirigente del partido, aunque se aceptaba en general que el equipo editorial de Iskra fuera también el órgano central del partido en sentido político, puesto que el Comité central establecido por el congreso debía cumplir una función principalmente organizativa en el interior de Rusia).
La discusión sobre el programa ha sido en gran parte ignorada por la historia; inmerecidamente de hecho. Ciertamente, el programa de 1903 reflejaba fuertemente la fase de transición en la vida del capitalismo –el ocaso entre la ascendencia y la decadencia, y en particular la expectativa de algún tipo de revolución burguesa en Rusia (aunque no fuera dirigida por la burguesía). Pero hay más que eso en el programa de 1903: en ese momento era el primer programa marxista que usaba el término dictadura del proletariado –un asunto significativo puesto que uno de los temas explícitos del congreso iba a ser el combate contra el “democratismo” en el partido y en el proceso revolucionario (Plejanov por ejemplo, argumentaba que, llegado el momento, un gobierno revolucionario no debería tener ninguna vacilación en dispersar una asamblea constituyente de mayoría contrarrevolucionaria, como iban a plantear los bolcheviques en 1918 –aunque, para entonces, Plejanov se había convertido en un fanático defensor de la democracia contra la dictadura del proletariado). La cuestión de la “dictadura” también estaba vinculada al debate sobre la conciencia de clase; como los consejistas en un periodo posterior, Akimov vio el peligro de una dictadura del partido sobre los obreros precisamente en una fórmula de Lenin sobre la conciencia en Qué hacer. Ya hemos tratado brevemente este debate antes; pero sobre la discusión en el Congreso –particularmente las críticas de Martinov a las posiciones de Lenin– habremos de volver en otro artículo, porque, aunque pueda parecer sorprendente, la intervención de Martinov es una de las más teóricas de todo el Congreso, y plantea muchas críticas correctas a las formulaciones de Lenin, aunque nunca llegara a abordar la cuestión central. Pero no fue este el asunto que llevó a la escisión de la corriente de Iskra. Al contrario, en ese momento, en las sesiones, los iskristas estaban unidos en defensa del programa, y también de la necesidad de un partido unido, contra las críticas del ala derecha, elementos declaradamente democratistas, que rechazaban el término mismo de “dictadura del proletariado”, y que en cuestiones organizativas favorecían la autonomía local contra las decisiones tomadas de manera centralizada.
Otro asunto importante suscitado pronto en el Congreso, también tuvo una respuesta unida de los iskristas: la posición del Bund en el partido. El Bund pedía “derechos exclusivos” en la tarea de intervenir en el proletariado judío en Rusia; mientras que todo el empuje del Congreso iba a la formación de un partido para toda Rusia, las demandas del Bund apuntaban a un proyecto de partido separado para los obreros judíos. Martov, Trotski y otros, procedentes muchos de ellos del mundo judío, rebatieron esos argumentos y mostraron plenamente los peligros de las concepciones bundistas. Si cada grupo étnico o nacional pretendiera lo mismo en Rusia, el resultado final sería un estado de dispersión peor que la fragmentación existente en círculos locales, y el proletariado se escindiría completamente en divisiones nacionales. Por supuesto, lo que se ofreció al Bund aún va más allá de lo que sería aceptable hoy (“autonomía” para el Bund en el partido). Pero la autonomía se distinguía claramente del federalismo: este último significaba “un partido dentro del partido”, el primero significaba un cuerpo integrado con una esfera particular de intervención, pero subordinado enteramente a la autoridad superior del partido. Esto ya significaba por tanto, una clara defensa de los principios organizativos.
La escisión comenzó con el debate sobre los Estatutos –cuando aún no había concluido. El punto de confrontación –la diferencia entre la definición de Lenin y la de Martov sobre quién es miembro del partido- era sobre una expresión que podrá parecer demasiado sutil (y ciertamente ni Lenin ni Martov habían previsto una escisión sobre ese punto). Pero detrás de ella había dos conceptos completamente diferentes del partido, mostrando que no había un acuerdo real sobre Qué hacer en el grupo de Iskra.
Recordemos las formulaciones: la de Martov dice:
“Se considerará como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia a todo el que acepte su programa, apoye al partido con recursos materiales y le preste su colaboración personal de forma regular bajo la dirección de una de sus organizaciones”.
La de Lenin:
“Se considerará miembro del partido a todo el que acepte su programa y apoye al Partido, tanto con recursos materiales, como con su participación personal en una de las organizaciones del mismo”.
El debate sobre estas formulaciones, mostraba la profundidad real de las diferencias sobre la cuestión de organización –y la unidad esencial entre el ala abiertamente oportunista y el “pantano” centrista. Se centró sobre la distinción entre “prestar la colaboración personal al Partido” y “participar personalmente en él”– la distinción entre los que simplemente simpatizan con el Partido apoyándolo, y los que son militantes implicados del Partido.
Así, siguiendo la intervención de Akimov sobre el hipotético profesor que apoya al Partido y debería tener derecho a llamarse socialdemócrata, Martov afirmó que “cuanto más abarque el título de miembro del partido, mejor. Solo podríamos alegrarnos de que cada huelguista, cada manifestante, respondiera de sus actos proclamándose miembro del Partido” (1903, Actas del Segundo Congreso del POSDR, New Park, 1978, p. 312, 22ª sesión, 2 de agosto –traducido por nosotros). Ambas posiciones revelaban el deseo de construir un “amplio” Partido, según el modelo alemán; implícitamente un Partido que pudiera llegar a ser una fuerza política, dentro más que en contra, la sociedad burguesa.
La respuesta de Lenin a Akimov , Martov, y Trotski, que ya se habían inclinado hacia el “pantano” en este punto, restablecía los argumentos principales de Qué hacer:
“¿Mi formulación, limita o amplía el concepto de miembro del Partido?... Mi formulación limita este concepto, mientras la de Martov la amplia, puesto que lo que distingue su concepto es (para usar su propia expresión correcta), su “elasticidad”. Y en el periodo de la vida del partido que estamos atravesando, es precisamente esa “elasticidad” la que con toda seguridad, abre la puerta a todos los elementos de confusión, vacilación y oportunismo... salvaguardar la firmeza de la línea del partido y la puridad de sus principios es de lo más urgente, porque con la restauración de su unidad, el Partido reclutará muchos elementos inestables, cuyo número aumentará a medida que crezca el Partido. El camarada Trotski entendió muy incorrectamente las ideas fundamentales de mi libro Qué hacer cuando habló de que el Partido no era una organización conspiradora... olvidó que en mi libro abogo por una serie de organizaciones de diferentes tipos, desde la más secreta y exclusiva, hasta otras amplias y “laxas” en comparación. Olvidó que el Partido debe ser solo la vanguardia, el dirigente de la vasta masa de la clase obrera, cuya totalidad (o casi), obra bajo el control y la dirección de las organizaciones del Partido, pero no pertenece ni tiene que pertenecer al Partido” (ídem).
La experiencia de 1905 –y sobre todo la de 1917– confirmaría ampliamente la opinión de Lenin sobre este punto. La clase obrera de Rusia creó sus propias organizaciones de lucha al calor de la revolución –los comités de fábrica, los soviets, las milicias obreras, etc.– y fueron esos órganos los que agruparon al conjunto de la clase. Pero precisamente por eso, el nivel de conciencia en esos órganos era muy heterogéneo y estaban inevitablemente influidos e infiltrados por la ideología burguesa y sus agentes de la clase dominante. De ahí la necesidad de que la minoría de revolucionarios conscientes se organizara en un Partido distinto en esos órganos de masas, un Partido que no estuviera sometido a las confusiones y vacilaciones eventuales en la clase, sino que estuviera armado con una visión coherente de los métodos y los fines históricos del proletariado. Los conceptos “elásticos” de los mencheviques, por el contrario, los hacían tan faltos de toda firmeza, que solo podían convertirse, en el mejor de los casos, en un factor de confusión, y en el peor, en un vehículo para los esquemas de la contrarrevolución.
Se ha argumentado que la concepción “limitada” del partido de Lenin, su rechazo del modelo de partido de masas favorecido por la socialdemocracia europea de la época, era producto de las condiciones y tradiciones específicas de Rusia: la herencia conspiradora del grupo terrorista Voluntad del pueblo (el hermano de Lenin vivió esa tradición y fue ahorcado por participar en una tentativa de asesinar al zar); y de las condiciones de intensa represión que hacían imposible que existiera cualquier organización legal de trabajadores. Pero es mucho más justo decir que la visión del partido de Lenin, como una vanguardia revolucionaria clara y determinada, corresponde a las condiciones que, cada vez más, se imponían a escala internacional –las condiciones de la decadencia del capitalismo, en la que el sistema va asumiendo una forma totalitaria, declarando fuera de la ley cualquier organización permanente de masas, e imponiendo con mayor intensidad el carácter minoritario de las organizaciones comunistas. En particular, la nueva época significaba que la función del partido –como Rosa Luxemburg había dejado claro– no era encuadrar y organizar directamente al conjunto de la clase, sino asumir la función de dirección política en los movimientos explosivos de clase desencadenados por la crisis del capitalismo. En otro artículo veremos que Rosa Luxemburg malinterpretó seriamente el significado de la escisión de 1903, y apoyó la línea de los mencheviques contra Lenin. Pero más allá de estas diferencias, había una profunda convergencia que iba a hacerse evidente al calor de la revolución misma.
Pero volvamos al debate de los estatutos. En ese momento del Congreso, antes de la salida del Bund y los economicistas, había una corta mayoría a favor del enunciado de Martov. La escisión que siguió se produjo en torno a una cuestión aparentemente mucho más trivial –quién tenía que estar en el comité de redacción de Iskra. La reacción casi histérica a la propuesta de Lenin de sustituir el viejo equipo de 6 (Lenin, Martov, Plejanov, Axelrod, Potresov y Zasulich) por un equipo de 3 (Lenin, Martov y Plejanov), daba la medida del peso del espíritu de círculo en el Partido, de la dificultad para comprender lo que significaba realmente el espíritu de partido, no en general, sino en lo más concreto.
En Un paso adelante, dos pasos atrás, Lenin hizo un resumen magistral de las diferencias entre el espíritu de círculo y el espíritu de partido:
“La redacción de la nueva Iskra lanza contra Alexándrov la edificante indicación de que “la confianza es una cosa delicada que no se puede meter a mazazos en los corazones ni en las cabezas” (núm. 56 suplemento). La redacción no comprende que precisamente el colocar en primer plano la confianza, la mera confianza, delata una vez más su anarquismo señorial y su seguidismo en materia de organización. Cuando yo era únicamente miembro de un círculo, ya fuera del grupo de los seis redactores o de la organización de Iskra, tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X, alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni argumentos. Una vez miembro del Partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades del viejo espíritu de círculo; estoy obligado a argumentar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un razonamiento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa. De nuestra táctica, de nuestros estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “desconfío”, sin más ni más, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del Partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita parta expresar mi “desconfianza”, para sacar adelante las ideas y los deseos dimanantes de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista del Partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza...”
Un asunto clave en la controversia sobre la composición del comité de redacción era la afinidad sentimental de Martov hacia sus amigos y camaradas en la vieja Iskra, y su creciente, aunque infundada sospecha sobre los verdaderos motivos de Lenin para argumentar que ya no deberían estar en el nuevo equipo. Globalmente, todo este episodio demostraba una chocante incapacidad de revolucionarios con experiencia, como Martov o Trotski, para superar sus sentimientos de orgullo herido y trascender sus simpatías puramente personales, y poner los intereses políticos del movimiento por encima de los lazos de simpatía. Plejanov iba a mostrar en el curso de los acontecimientos la misma dificultad más tarde; aunque en el Congreso estuvo de parte de Lenin, después le parecieron demasiado intransigentes y rudas las denuncias de Lenin de la actitud de Martov y Cia., y cambió de caballo a mitad carrera; tras haber obligado a Lenin a dimitir del comité de Iskra que había sido elegido por el Congreso, entregó el órgano del Partido a los mencheviques. Todos los antiguos iskristas que previamente habían defendido a Lenin de las acusaciones de la derecha sobre su deseo de imponer una dictadura, un “estado de sitio” –por decirlo en los términos de Martov– en el Partido, ahora no encontraban palabras suficientes para denunciar la política de Lenin: Robespierre, Bonaparte, autócrata, monarca absoluto, etc.
De nuevo en Un paso adelante, dos paso atrás (pag. 418-19, ídem), Lenin definió muy elocuentemente esa clase de reacción, hablando de :
“... la persistente nota sostenida de enojo que suena en todos los escritos de todos los oportunistas contemporáneos en general y de nuestra minoría en particular. Se ven perseguidos, oprimidos, expulsados, asediados, aperreados... Miren, en efecto, las actas del Congreso de nuestro Partido y verán que la minoría está constituida por todos los ofendidos, por todos los que han sufrido de la socialdemocracia revolucionaria alguna ofensa en algo”.
Lenin también muestra la “estrecha relación psicológica” entre esas respuestas, todas las grandiosas denuncias contra la autocracia y la dictadura en el partido, y la mentalidad oportunista en general, incluyendo su punto de vista sobre cuestiones programáticas más generales:
“... predominan inocentes y patéticas declamaciones acerca del absolutismo y la burocracia, la obediencia ciega y los tornillos y ruedecitas; declamaciones tan candorosas que resulta aún muy difícil distinguir en ellas lo que hay efectivamente de principio de lo que es en realidad cooptación. Pero quien en mucho hablar se empeña, a menudo se despeña: los intentos de analizar y definir exactamente la odiosa “burocracia” conducen inevitablemente al autonomismo; los intentos de “profundizar” y fundamentar llevan indefectiblemente a justificar el atraso, llevan al seguidismo, a la fraseología girondina. Por último, como único principio efectivamente definido y que, por lo mismo, se manifiesta con peculiar claridad en la práctica (la práctica precede siempre a la teoría), aparece el principio del anarquismo. Ridiculización de la disciplina, autonomismo y anarquismo, tal es la escalerilla por la que tan pronto baja como sube nuestro oportunismo en materia de organización, saltando de peldaño en peldaño y esquivando con habilidad toda definición precisa de sus principios. Exactamente la misma gradación presenta el oportunismo en cuanto al programa y la táctica: burla de la ortodoxia, de la estrechez y de la inflexibilidad –“crítica” revisionista y ministerialismo– democracia burguesa”.
El comportamiento de los mencheviques planteaba la cuestión de la disciplina de Partido en otro aspecto. Aunque (tras la partida de los semieconomicistas y el Bund) habían quedado en minoría (de ahí el nombre) al final del Congreso, se saltaron completamente las decisiones que había tomado sobre la composición del comité de redacción de Iskra. Martov, en solidaridad con sus amigos “expulsados”, se negó a participar en el nuevo comité, y más tarde, su facción llevó a cabo un boicot de todos los órganos centrales mientras estuviera en minoría. Los mencheviques, y todos los que los apoyaban en el plano internacional (esto incluía a Kautsky y Rosa Luxemburg) desencadenaron una campaña de desprestigio personal contra Lenin, acusándolo, entre otras cosas, de intentar sustituir por un órgano central todopoderoso la vida democrática del Partido. Pero la realidad era muy diferente: Lenin expresó claramente la defensa de la autoridad del centro real del Partido, el Congreso, que los mencheviques habían ignorado totalmente. Lenin definió así el verdadero problema que había tras los gritos de los mencheviques de “democracia contra burocracia”:
“Burocracia contra democracia es precisamente centralismo contra autonomismo; es el principio de organización de la socialdemocracia revolucionaria frente al principio de organización de los oportunistas de la socialdemocracia. Este último trata de ir de abajo arriba, y por ello defiende, siempre que puede y cuando puede, el autonomismo, la “democracia” que va (en los casos en que hay exceso de celo) hasta el anarquismo. El primero trata de empezar por arriba, preconizando la extensión de los derechos y deberes del organismo central respecto a las partes. En la época de la dispersión y del esparcimiento en círculos, la cima de donde quería la socialdemocracia revolucionaria en su organización era inevitablemente uno de los círculos, el más influyente por su actividad y consecuencia revolucionaria (en nuestro caso la organización de Iskra). En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del Partido y de disolución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el congreso del Partido, órgano supremo del mismo. El congreso agrupa, en la medida de lo posible, a todos los representantes de las organizaciones activas y, designando organismos centrales (muchas veces con una composición que satisface más a los elementos de vanguardia que a los rezagados, que gusta más al ala revolucionaria que a su ala oportunista), hace de ellos la cima hasta el congreso siguiente” .
Así, detrás de diferencias “triviales” se planteaban en realidad importantes cuestiones de principio –Lenin habla de oportunismo en materia de organización, y el oportunismo sólo existe con relación a los principios. El principio es el centralismo. Como Bordiga planteó en su texto de 1922, El Principio democrático: “La democracia no puede ser para nosotros un principio. Sí lo es indiscutiblemente el centralismo, puesto que las características esenciales de la organización del Partido tienen que ser la unidad de estructura y de acción”. El centralismo expresa la unidad del proletariado, mientras que la democracia es un “simple mecanismo de organización” (ídem). Para la organización política del proletariado, el centralismo no puede significar nunca la dirección de una casta burocrática, puesto que solo puede mantenerse vivo si hay una auténtica participación consciente de todos los miembros en la defensa y la elaboración del programa y los análisis del Partido; al mismo tiempo tiene que estar basado en una confianza profunda en la capacidad de los órganos centrales elegidos por la expresión más alta de la unidad de la organización –el Congreso– para impulsar las orientaciones de la organización entre los congresos. En ese proceso se emplean por supuesto procedimientos “democráticos” y se toman decisiones por mayoría, pero son sólo medios de un fin, que es la homogeneización de la conciencia y la forja de una unidad real de acción en la organización ([5]).
Contrariamente a lo que piensan otros grupos y elementos del Medio proletario actual, la cuestión del funcionamiento centralizado de la organización no es, en absoluto, una cuestión secundaria, una cobertura para cuestiones programáticas más profundas; es en sí mismo una cuestión programática. El BIPR por ejemplo insiste en que las recientes escisiones en la CCI no lo han sido en absoluto por cuestiones de organización. Se niegan categóricamente a considerar la cuestión del funcionamiento, de los clanes, de la centralización, y buscan “las verdaderas debilidades programáticas de la CCI” que han llevado a las escisiones (por ejemplo nuestra supuesta mala interpretación de la lucha de clases, o nuestra teoría de la descomposición capitalista). Es ése un error de método, ajeno a la posición de Lenin. A decir verdad, nos recuerda los comentarios de Axelrod tras el IIº Congreso del POSDR:
“Con mi pobre inteligencia, soy incapaz de entender lo que se quiere decir con “oportunismo en materia de organización” planteado como algo autónomo, desprovisto de cualquier relación orgánica con ideas programáticas o tácticas” (“Sobre los orígenes y significado de nuestras divergencias actuales, carta a Kautsky”, 1904, traducido por nosotros).
En realidad, la lucha contra el oportunismo en materia de organización ya había sido ampliamente demostrada por la práctica de Marx en la Iª Internacional, en particular en el combate contra los intentos de Bakunin de subvertir la centralización construyendo una red de organizaciones secretas que no rendían cuentas mas que a él mismo. En el Congreso de 1872 de La Haya, Marx y Engels consideraron más importante poner este asunto en el orden del día, que las lecciones de la Comuna de París –que ciertamente se cuentan entre las más vitales de toda la historia del movimiento revolucionario proletario.
Igualmente, la escisión entre bolcheviques y mencheviques nos ha dejado lecciones vitales sobre el problema de la construcción de una organización de revolucionarios. A pesar de todas las diferencias entre las condiciones que confrontaron los revolucionarios en Rusia a principios del siglo XX y las que han confrontado los grupos del campo proletario desde el resurgir histórico de la lucha de clases a finales de los 60, hay, sin embargo, muchos puntos en común. En particular los nuevos grupos que surgieron en la última parte del siglo XX han tenido que cargar con el peso del espíritu de círculo. La ruptura entre ellos y las generaciones anteriores de revolucionarios, que tenían amplia experiencia en lo que era trabajar en un verdadero Partido proletario, los efectos traumáticos de la contrarrevolución estalinista, que han instilado en la clase obrera una profunda desconfianza en la noción misma de un partido político centralizado, las importantes influencias de la pequeña burguesía y las capas intelectuales después de 1968, comparables al peso desproporcionado de la intelligentsia en los orígenes del movimiento revolucionario en Rusia, las campañas incesantes de la clase dominante contra la idea misma del comunismo y a favor de una aceptación incuestionable de la ideología democrática –todos esos factores han hecho la tarea de construcción de la organización más dura que nunca hoy.
La CCI ha escrito muchas veces sobre estos problemas –el ejemplo más reciente es el artículo en el número 114 de esta Revista sobre el XVº Congreso de la CCI, que mostraba también cómo esas dificultades se ven agudizadas por la atmósfera pútrida de la descomposición capitalista. En particular, las presiones de la descomposición, que tienden a gangsterizar toda la sociedad, tienden constantemente a convertir los vestigios del espíritu de círculo en un fenómeno más pernicioso y destructivo –en clanes, agrupamientos informales paralelos tremendamente destructivos, con sus propias lealtades personales por afinidad y sus hostilidades basadas en lo mismo.
También hemos hecho notar el sorprendente paralelismo entre las escisiones en nuestras propias filas, expresiones de esas dificultades que acabamos de mencionar, y la escisión entre bolcheviques y mencheviques en 1903. Cuando los elementos que formaron la “Fracción Externa de la CCI” desertaron de nuestras filas en 1985, publicamos un artículo en la Revista internacional 45 que trazaba las similitudes históricas entre la FECCI y los mencheviques. En particular el artículo mostraba que la tendencia que después formaría la FECCI, había sido un agrupamiento basado más en lealtades personales, orgullo herido y absurdos sentimientos de persecución, que en verdaderas diferencias políticas ([6]).
Igualmente, la autodenominada Fracción interna de la CCI, formada en 2001, también presentaba muchas de las características del menchevismo de 1903. La FICCI tuvo sus orígenes en un clan, que se encontraba a gusto con los avances de la CCI mientras estuvo bien instalado en nuestro órgano central internacional. En realidad respondió con una campaña de calumnias y denigración a una minoría de camaradas que habían empezado a profundizar en la verdadera situación de la organización. Y en cuanto este clan perdió lo que él mismo consideraba como una “posición de poder”, inmediatamente empezó a postularse como defensor de la democracia, herido y perseguido por la burocracia usurpadora. Habiendo reivindicado previamente ser el defensor más vigoroso de los estatutos, empezó a partir de ese momento a saltarse sin vergüenza todas las normas que se había dado la organización; quizás lo más notable en ese sentido fue su mofa de la decisión del XIVo Congreso de la CCI, que había elaborado un método coherente para abordar las divergencias y las tensiones que habían aparecido en el órgano central. Esto significaba un comportamiento similar al de los mencheviques hacia el Congreso de 1903.
Como los mencheviques, ambas escisiones de la CCI se sintieron obligadas a “profundizar su posición y reafirmarla”, descubriendo rápidamente que habían desarrollado importantes diferencias programáticas con la CCI –incluso aunque originalmente se hubieran presentado como los verdaderos guardianes de la plataforma y de los análisis de la CCI. Así la FECCI se desembarazó de la pesada carga de nuestro marco de análisis de la decadencia; y la FICCI por su parte, se deshizo de nuestro concepto de descomposición, concepto, digamos, poco “popular” en el medio proletario, que esa banda trata de infiltrar. En este contexto, la dificultad del medio proletario para tratar la cuestión de la organización como una cuestión política per se, lo hace notablemente incapaz de responder adecuadamente a los problemas organizativos que enfrenta la CCI (por no mencionar sus propios problemas) y plenamente vulnerable a las campañas de seducción de un grupo como la FICI, que tiene una función puramente parásita en el Medio.
Si mencionamos estas experiencias no es porque queramos ponerlas al mismo nivel que los acontecimientos del Congreso de 1903, pues no nos vamos a engañar a nosotros mismos pensando que ya somos el partido de clase. Lo que sí es cierto es que quien no comprende las lecciones de las experiencias del pasado, está condenado a repetirlas. Si no se ha asimilado todo el significado de la escisión entre bolcheviques y mencheviques, será imposible progresar hacia la formación del partido proletario de la próxima revolución. Ninguna organización proletaria hoy o mañana puede evitar crisis organizativas y escisiones, como tampoco pudieron los bolcheviques –sea en 1903, 1914, 1917 u otros momentos históricos clave. Pero si estamos armados con las lecciones del pasado, esos momentos de crisis permitirán que las organizaciones políticas proletarias, como ocurrió una y otra vez en la historia de los bolcheviques, salgan políticamente reforzadas y vigorizadas y sean así más capaces de responder a las imperiosas demandas de la historia.
En un segundo artículo profundizaremos en el debate sobre la conciencia de clase del IIo Congreso y en la controversia entre Lenin, Trotski y Luxemburg sobre la escisión en la socialdemocracia rusa.
Amos
[1] Referencia humorística a un libro inglés (1066 and all that) que describía cómo presentaban los manuales escolares algunos acontecimientos históricos como “algo malísimo”.
[2] Parte de lo que Lenin dice en Qué hacer sobre los revolucionarios como “tribunos del pueblo” hay que verlo a la luz de cómo los socialdemócratas rusos comprendían la revolución que se avecinaba; no creían que se trataba de una lucha directa por el socialismo, sino dirigida inicialmente a acabar con la autocracia e inaugurar una fase de “democracia”. Los bolcheviques, a diferencia de los economicistas y más tarde los mencheviques, estaban convencidos de que esa tarea iba más allá de las fuerzas de la burguesía en Rusia y tendría que llevarse a cabo por la clase obrera. En cualquier caso, el punto más importante sigue siendo válido: la conciencia socialista no puede surgir sin que la clase obrera sea consciente de su posición general en la sociedad capitalista, y esto necesariamente implica ver más allá de los confines de la fábrica la totalidad de las relaciones de clase en la sociedad.
[3] Lenin dejó claro en el Congreso que con el empleo del término “revolucionarios profesionales”, no se refería a agentes del Partido pagados y que trabajaban para él a tiempo completo; en esencia el término “profesional” se usaba en contraste con la actitud “amateur” de la fase de círculos donde los grupos no tenían una forma clara, ni un plan de actividades firme, y sólo duraban como media unos pocos meses antes de que la policía los disolviera.
[4] Este análisis de las tres principales corrientes en las organizaciones políticas obreras –derecha abiertamente oportunista, izquierda revolucionaria y centro vacilante– conserva hoy toda su validez, igual que el término de “pantano” que Lenin aplica a la tendencia centrista. Vale la pena transcribir la nota a pie de página del propio texto de Lenin sobre este término, porque recuerda lo que ocurre hoy cuando la CCI usa el término “pantano” para caracterizar la zona cambiante de transición entre la política del proletariado y la de la burguesía: “Tenemos ahora en el Partido gentes que, al oír esta palabra, se horrorizan y se lamentan a gritos de una polémica impropia de camaradas. ¡Extraña deformación del instinto bajo la influencia de lo oficial... cuando se aplica indebidamente! Casi no hay partido político con lucha interna que prescinda de este término, el cual sirve siempre para designar a los elementos inconstantes que vacilan entre los que luchan. Tampoco los alemanes, que saben mantener la lucha interna en un marco de exquisita corrección, se ofenden por la palabra “versumpft” [“metido en la charca”] y no se horrorizan ni manifiestan ridícula “pruderie” [mojigatería, gazmoñería] oficial” (Un paso adelante, dos pasos atrás).
Por supuesto cuando nosotros usamos este término hoy, nos referimos a un área intermedia entre las organizaciones proletarias y burguesas, mientras que Lenin se refiere al pantano dentro del partido proletario. Estas diferencias reflejan cambios históricos reales en los que no podemos entrar ahora, pero eso no debe ocultar lo que tienen de común las dos aplicaciones del término.
[5] Más tarde, Lenin empleó el término “centralismo democrático” para describir el método de organización por el que abogaba, como después usaría el término “democracia obrera” para describir el modo de funcionamiento de los soviets. Desde nuestro punto de vista, ninguno de esos dos términos son muy útiles, sobre todo porque el término “democracia” (gobierno del pueblo) implica un punto de vista aclasista. Tendremos que volver sobre esto en otro momento. Lo que es interesante sin embargo, es que Lenin no usó este término en 1903, y que en realidad, su principal blanco fue precisamente la ideología del “democratismo” en el movimiento obrero.
[6] Nuestro texto de orientación de 1993 sobre el funcionamiento organizativo publicado en la Revista internacional no 109 (un texto que también desarrolla un importante análisis del Congreso de 1903) explica que la FECCI fue realmente un clan, más que una verdadera tendencia o fracción, mientras que nuestras “Tesis sobre el parasitismo” (Revista internacional nº 94) muestran el lazo orgánico entre los clanes y el parasitismo: los clanes o bandas que se han visto implicados en escisiones de la CCI, invariablemente evolucionan hacia grupos parásitos, que sólo pueden desempeñar un papel negativo y destructivo en el conjunto del medio proletario. Esto se ha confirmado de sobra por la trayectoria de la FICCI.
Al final del anterior artículo de esta serie (ver Revista Internacional nº 115), vimos cómo, al final de la Primera Guerra mundial, el desarrollo del nacionalismo sionista y su utilización por Gran Bretaña para combatir a sus rivales imperialistas en el dominio de Oriente Medio, introdujo un nuevo y creciente factor de inestabilidad en dicha región.
En este artículo vamos a analizar el papel cada vez más importante que tuvieron los nacionalismos sionista y árabe en Oriente Medio, tanto como peones de la compleja relación de fuerzas entre las grandes potencias imperialistas, pero también como instrumentos contra la amenaza que representó el proletariado en el período posterior a la Revolución rusa.
La utilización del sionismo para sembrar la división en la clase obrera
La clase capitalista, lo mismo que hicieron las anteriores clases dominantes, ha buscado siempre aprovechar y exacerbar las diferencias étnicas, culturales y religiosas en el seno de la clase obrera, aplicando el famoso “divide y vencerás”.
Sin embargo, es cierto que el capitalismo, en su periodo ascendente, si pudo integrar diferentes grupos religiosos y étnicos en la sociedad mediante la proletarización de gran parte de estas poblaciones, reduciendo así sustancialmente el peso de las divisiones raciales, étnicas y religiosas en la sociedad. El sionismo moderno está sin embargo marcado por el hecho de haber surgido al final del período ascendente del capitalismo, cuando ya se había acabado la etapa de formación de estados nacionales viables y ya no quedaba “Lebensraum” (1) disponible para la formación de nuevas naciones, cuando la base de la supervivencia del capitalismo es la guerra y la destrucción.
En 1897, cuando el primer congreso sionista celebrado en Basilea reivindicó un territorio nacional para los judíos, el ala izquierda de la Segunda internacional empezaba ya a rechazar la formación de nuevas entidades territoriales diferenciadas.
En 1903, el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR), rechazó la existencia de una organización independiente y separada de los miembros judíos de su organización, y exigió que la organización judía entonces existente –el Bund– se fundiera con las organizaciones territoriales rusas del partido. El IIº Congreso del POSDR en 1903, no sólo puso esta cuestión de la existencia del Bund como primer punto de su orden del día –antes incluso que el debate sobre los estatutos–, sino que “rechazó como absolutamente inadmisible por principio, cualquier posibilidad de una relación federal entre el POSDR y el Bund”. En aquel momento, incluso el propio Bund rechazaba la formación de un “hogar nacional judío” en Palestina. Antes ya de la Primera Guerra mundial, el ala izquierda de la Segunda internacional rechazaba pues tajantemente la formación de una nueva entidad nacional judía en Palestina.
El nacimiento del sionismo político surgió entonces al calor del aumento de la emigración judía hacia Oriente Medio, y sobre todo hacia Palestina. La primera gran oleada de colonos judíos llegó a Palestina huyendo de la represión y las persecuciones que tuvieron lugar en la Rusia zarista en 1882; la segunda oleada de refugiados salidos de Europa del Este llegó tras la derrota de las luchas revolucionarias que acontecieron en Rusia en 1905. En 1850 vivían en Palestina aproximadamente 12 mil judíos. En 1882 su número creció hasta los 35 mil pero en 1914 alcanzaban ya los 90 mil.
En ese momento Gran Bretaña ya maquinaba la utilización del sionismo como aliado privilegiado en la región, tanto contra sus rivales europeos (sobre todo Francia), pero también contra la burguesía árabe. Gran Bretaña se permitía incluso hacer promesas tanto a los sionistas como a la burguesía pan-árabe, aplicando abiertamente la estrategia del “divide y vencerás”, política ésta que la burguesía británica supo emplear con éxito en esta región hasta poco antes de la Segunda Guerra mundial. En plena Primera Guerra mundial, Gran Bretaña prometió, tanto a los sionistas como a los pioneros del nacionalismo pan-árabe, que a cambio de su apoyo a Gran Bretaña en la guerra, podrían adueñarse de Palestina. La Declaración Balfour de 1917 contenía efectivamente esta promesa a los sionistas, pero en ese mismo momento T.S. Lawrence (el famoso “Lawrence de Arabia”), enviado por el ministerio británico de Asuntos exteriores, realizaba esa misma promesa a los líderes tribales árabes a cambio de que desencadenaran una revuelta contra un imperio otomano que se desmoronaba.
En 1922, cuando Gran Bretaña asumió el “Mandato sobre Palestina” otorgado por la Sociedad de Naciones, residían allí 650 mil habitantes, de los cuales 560 mil eran musulmanes y cristianos, y sólo 85 mil judíos. Los sionistas pretendieron entonces aumentar cuanto antes la proporción de colonos judíos, aprovechando ese aflujo para sus intereses imperialistas, para lo que constituyeron un “Buró colonial” que promocionase la colonización judía de Palestina.
Pero el sionismo no fue únicamente un instrumento sumiso de los intereses británicos en Oriente Medio. También perseguía objetivos propios, su propio proyecto capitalista de expansión y de establecimiento de su propio Estado judío –un proyecto que en el capitalismo decadente sólo puede ser llevado a cabo a costa de sus rivales locales–, y que por tanto conlleva, inevitablemente, la guerra y la destrucción.
La aparición del sionismo moderno es pues una expresión típica de la decadencia del sistema capitalista. Es una ideología que no puede aplicarse sin recurrir a métodos militares. En otras palabras que un sionismo sin guerra, sin una militarización absoluta, sin exclusión, sin hostigamientos continuos, resulta verdaderamente inconcebible.
Así pues al apoyar la creación de una “patria para los judíos”, sus “protectores” británicos dieron vía libre a una limpieza étnica pura y dura, a la deportación forzosa de las poblaciones locales. Esta política de limpieza étnica ha sido y es una práctica habitual ampliamente utilizada en las guerras, convirtiéndose en un rasgo característico de la decadencia (2).
Aunque esta política de limpieza étnica y segregación no ha quedado limitada a los confines de lo que fuera el antiguo imperio otomano, lo bien cierto es que esta región ha sido uno de los focos donde más continua y más cruelmente se han puesto en práctica tales salvajadas. A lo largo del siglo XX, los Balcanes han sufrido una sucesión de limpiezas étnicas y masacres, todas ellas apoyadas o manipuladas por las potencias europeas y Estados Unidos. En Turquía, la clase dominante perpetró un brutal genocidio contra la población armenia, que se inició con el baño de sangre que el 1915, cuando tropas turcas pasaron por las armas a más de millón y medio de armenios, y continuando tras la Primera Guerra mundial. En la guerra greco-turca (marzo 1921-octubre 1922), cerca de 1,3 millones de griegos debieron abandonar Turquía, al mismo tiempo que 450 mil turcos eran expulsados de Grecia.
El proyecto sionista de establecimiento de su propia unidad territorial debía pues basarse necesariamente en la segregación, la división, la disputa, las expulsiones,... en resumen en el terror militar y la aniquilación, y todo ello mucho antes de la proclamación del Estado sionista en 1948.
El sionismo representa de hecho una forma particular de colonización basada no en la explotación de la fuerza de trabajo local, sino en su exclusión, en su deportación. Los trabajadores árabes no formaron parte de la “Comunidad judía”, sino que fueron rigurosamente excluidos en aplicación de la consigna: “¡Tierra judía, trabajo judío, productos judíos!”.
Las normas del “Protectorado” británico obligaban a los colonos judíos a comprar las tierras a los propietarios árabes, en su gran mayoría ricos terratenientes que hacían de la tierra un objeto de especulación. Estos mismos se encargaban, si así lo pedían los nuevos dueños, de desalojar a los jornaleros y arrendatarios palestinos, por lo que muchos campesinos y trabajadores agrícolas perdieron no sólo sus tierras sino también sus trabajos. El establecimiento de los asentamientos judíos suponía pues para aquellos, no sólo el destierro sino igualmente verse arrojados a una terrible miseria. Una vez vendida la tierra a los colonos judíos, los sionistas prohibieron que pudiera ser vuelta a comprar por los no-judíos. Ya no se trataba únicamente de una propiedad privada judía, de una mercancía más, sino que se había convertido en territorio sionista que debía ser defendido militarmente como una conquista.
Los trabajadores árabes también resultaron excluidos en otras esferas de la economía. El sindicato sionista –Histadrut–, en estrecha colaboración con las demás organizaciones sionistas, hizo cuanto pudo para que los capitalistas judíos no contrataran trabajadores árabes. Así los trabajadores palestinos se veían enfrentados a un creciente número de emigrantes judíos que también buscaban trabajo.
El establecimiento de la “patria judía” que prometiese el “Protectorado” británico significó, pura y simplemente, continuas confrontaciones militares entre los sionistas y la burguesía árabe, un terreno sangriento al que fueron arrastrados la clase obrera y el campesinado.
Pero ¿qué posición adoptó la Internacional comunista (IC) frente a la situación imperialista en Oriente Medio y la formación de una “patria judía”?
La política de la Internacional comunista: un desastroso callejón sin salida
Como señaló Rosa Luxemburg durante la Primera Guerra mundial:
“En la era del imperialismo violento ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales sirven únicamente para embrutecer a las masas obreras y empujarlas a que tomen las armas en defensa de su mortal enemigo: el imperialismo” (Borrador del Folleto de Junius, adoptado por la Liga Spartacus el 1º de Enero de 1916).
Cuando los trabajadores rusos tomaron el poder en Octubre de 1917, los bolcheviques intentaron atenuar la presión de la burguesía y sus ejércitos blancos sobre la clase obrera y ganarse el apoyo de las “masas oprimidas” de los países vecinos, mediante la consigna de la “autodeterminación nacional”, una posición del POSDR que ya había sido criticada por la corriente en torno a Rosa Luxemburg antes de la Primera Guerra mundial (ver artículos en nuestra Revista internacional nos 34, 37 y 42). Pero lejos de aliviar la presión de la burguesía y conseguir atraerse a las “masas oprimidas”, la política de los bolcheviques, tuvo, por el contrario, efectos desastrosos. Como, una vez más, escribió Rosa Luxemburgo en su folleto La Revolución rusa:
“Esta claro que Lenin y sus amigos esperaban que convirtiéndose en campeones de la libertad nacional -–hasta el punto de abogar por la ‘independencia’–, harían de Finlandia, Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Cáucaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución rusa. Pero sucedió exactamente todo lo contrario. Una tras otra, estas ‘naciones’ utilizaron la libertad recientemente adquirida para aliarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar al interior de la propia Rusia el estandarte de la contrarrevolución (...). En vez de prevenir al proletariado de los países limítrofes de que todas las formas de separatismo son simples trampas burguesas, no hicieron más que confundir con su consigna a las masas de esos países y entregarlas a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista produjeron la desintegración de la misma Rusia y pusieron en manos del enemigo el cuchillo que se hundiría en el corazón de la Revolución rusa” (Obras escogidas).
Cuando la oleada revolucionaria empezaba ya a declinar, el IIo Congreso de la Internacional comunista (Julio de 1920), comenzó a desarrollar una posición oportunista sobre la cuestión nacional, con la esperanza de conseguir el apoyo de los obreros y campesinos de los países coloniales. Aún entonces el apoyo a esos movimientos, pretendidamente “revolucionarios”, no era incondicional, sino que quedaba sujeto a ciertos criterios. El 5º párrafo del punto 11 de las “Tesis sobre la Cuestión nacional y colonial” adoptadas por dicho Congreso, subrayaba que:
“Es necesario combatir enérgicamente las tentativas de los movimientos de liberación –que no son en realidad comunistas ni revolucionarios–, por aparecer como comunistas. La Internacional comunista debe apoyar los movimientos revolucionarios en las colonias sólo con el propósito de agrupar a los elementos del futuro partido proletario (...) e instruirlos acerca de sus tareas específicas, es decir de su misión de combatir las tendencias burguesas democráticas en su propio país. La Internacional comunista debe entrar en relaciones temporales y formar uniones con los movimientos revolucionarios en los países atrasados y en las colonias, sin fusionarse jamás con ellos, y conservando siempre el carácter independiente del movimiento proletario, aunque éste se dé aún en formas embrionarias”.
En el siguiente párrafo se insiste en que:
“Es necesario desenmascarar incansablemente ante las masas laboriosas de todos los países y sobre todo de los países y naciones más atrasados, el engaño urdido por las potencias imperialistas con la complicidad de las clases privilegiadas de los países oprimidos, que apelan a la existencia de estados políticamente independientes pero que en realidad son vasallos desde el punto de vista económico, financiero y militar. Como ejemplo hiriente de los engaños perpetrados contra la clase trabajadora de los países sojuzgados por los esfuerzos combinados del imperialismo de los aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas en Palestina (...) En la coyuntura internacional actual no hay más salida, para los pueblos débiles y sometidos, que en la Federación de Repúblicas Soviéticas” (3).
Pero conforme se acentuaba el aislamiento de la revolución en Rusia, la Internacional comunista y el Partido bolchevique fueron cayendo en un mayor oportunismo, y los criterios que se establecieran para discriminar los apoyos a ciertos “movimientos revolucionarios” fueron abandonados. En el IVo Congreso (noviembre de 1922), la Internacional adoptó la nefasta política del Frente único, postulando que:
“La tarea fundamental común de todos los movimientos nacional-revolucionarios es alcanzar la unidad nacional y lograr la independencia como Estado...” (“Tesis generales sobre la Cuestión de Oriente”, en “Los cuatro primeros congresos...” tomo II).
A pesar de la ardua batalla que en esos momentos libraba la Izquierda comunista, en torno sobre todo a Bordiga, contra esa política del Frente único, la Internacional comunista declaraba que:
“La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la ‘defensa’ de los intereses autónomos de clase, es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente” (ídem).
En realidad este curso oportunista ya se había puesto de manifiesto en el Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú en septiembre de 1920, poco después del IIº Congreso de la IC. Este Congreso se dedicó sobre todo a las minorías nacionales de los países colindantes con la sitiada república soviética, y donde el imperialismo británico buscaba aumentar su influencia y crear así nuevas bases para desencadenar más intervenciones militares contra Rusia.
“Como resultado de enormes y bárbaras matanzas, el imperialismo británico ha emergido como el único y omnipotente dueño de Europa y Asia” (“Manifiesto del Congreso de los Pueblos de Oriente”). Partiendo de un análisis erróneo: “el imperialismo británico ha dejado derrotados e inermes a todos sus rivales y se ha convertido en el todopoderoso amo de Europa y Asia”, la Internacional comunista subestimó, desgraciadamente, la nueva dimensión de las rivalidades interimperialistas, desatadas por la entrada del capitalismo en su etapa de decadencia.
¿No había mostrado acaso la Primera Guerra mundial que todos los países, grandes o pequeños, se habían convertido en imperialistas?. Y, sin embargo, el Congreso de Bakú se focalizó en la lucha contra el imperialismo británico:
“Gran Bretaña, el último gran predador imperialista que ha quedado en Europa, ha extendido sus negras alas sobre los países musulmanes de Oriente, e intenta hacer de los pueblos de Oriente sus esclavos y su botín. ¡Esclavitud! ¡Una espantosa esclavitud, ruina, opresión y explotación es lo que traerán los británicos a los pueblos del Este! ¡Liberaos pueblos de Oriente!(...)¡Resistid y luchad contra el enemigo común: el imperialismo británico!” (ídem).
En la práctica, este apoyo a los movimientos “nacional-revolucionarios” y los llamamientos a la constitución de un “frente antiimperialista”, condujo a Rusia y a un Partido bolchevique cada vez más atrapado en el Estado ruso, a alianzas con movimientos nacionalistas.
Ya en Abril de 1920, Kemal Ataturk (4) presionó a Rusia para que formara una alianza antiimperialista con Turquía. Poco después del aplastamiento del levantamiento proletario de Kronstadt en marzo de 1921 y del estallido de la guerra greco-turca, Moscú firmó un tratado de amistad con Turquía. Tras muchas guerras entre ambos países, y por primera vez en la historia, un gobierno ruso respaldaba la existencia de Turquía como Estado nacional.
Los trabajadores y los campesinos palestinos fueron llevados igualmente a un callejón sin salida nacionalista:
“Consideramos el movimiento nacional árabe como una de las fuerzas esenciales de la lucha contra el colonialismo británico. Es nuestro deber hacer cuanto podamos para ayudar a este movimiento en su lucha contra el colonialismo”.
Al Partido Comunista de Palestina, fundado en 1922, se le ordenó apoyar a Haftí Amin Hussein que en 1922 se había convertido en muftí de Jerusalén y presidente del Consejo supremo musulmán, y una de las voces que más insistieron en la necesidad de proclamar un Estado palestino independiente.
Y lo que se aplicó en Turquía en 1922 se repetiría luego en Persia y en China en 1927. Esta política de la Internacional comunista llevó al desastre a la clase obrera, puesto que mediante su apoyo a las burguesías locales, la IC arrojaba a los trabajadores en los sanguinarios brazos de una burguesía a la que presentaba como “progresista”. La magnitud de este desprecio del internacionalismo proletario queda de manifiesto en este llamamiento de la Internacional comunista en 1931, cuando ya se había convertido en un mero instrumento del estalinismo en Rusia:
“Llamamos a todos a los comunistas a que luchen por la independencia y la unidad nacionales, no sólo dentro de los estrechos límites que el imperialismo y los intereses de los clanes familiares dominantes en cada país árabe han creado artificialmente, sino a desarrollar esta lucha en un amplio frente pan-árabe en pro de la unidad de todo Oriente”.
En el seno de la Internacional comunista se libró una lucha entre, por un lado, las concesiones oportunistas a los movimientos de “liberación nacional” y, por otro, la defensa del internacionalismo proletario, como se puso de manifiesto en la confrontación entre las diferentes delegaciones judías que asistieron al Congreso de Bakú.
Una delegación de “Judíos de las Montañas” expresaba esta posición contradictoria al declarar: “Sólo la victoria de los oprimidos sobre los opresores puede llevarnos a nuestro sagrado objetivo: la creación de una sociedad comunista judía en Palestina”. La delegación del Partido comunista judío (el Poale Sion, anteriormente vinculado al Bund judío) llamaba incluso a “construir, poblar, colonizar Palestina según principios comunistas”.
El Buró central de las Secciones judías del Partido comunista ruso se opuso enérgicamente a estas peligrosas ilusiones de establecer una comunidad judía en Palestina, y denunció cómo los sionistas utilizaban el proyecto judío para sus propios propósitos imperialistas. Contra la división entre trabajadores judíos y árabes, la Sección Judía del Partido comunista ruso subrayaba que:
“Ayudada por los servidores sionistas del imperialismo, la política británica quiere apartar del comunismo a una parte del proletariado judío, incitando en él sentimientos nacionalistas y simpatías por el sionismo. (...) Condenamos tajantemente también los intentos de ciertos grupos de izquierda socialista judía de amalgamar comunismo y adhesión a la ideología sionista. Esto es lo que vemos en el programa del llamado Partido comunista judío (Poale Sion). Creemos que entre quienes luchan por los derechos y los intereses del pueblo trabajador no tienen cabida grupos que mantienen, de una u otra forma, la ideología sionista, ocultando tras una máscara de comunismo, los apetitos nacionales de la burguesía judía. Estos usan consignas comunistas para reforzar la influencia de la burguesía en el proletariado. A lo largo de toda la historia del movimiento de las masas trabajadoras judías la ideología sionista ha sido extranjera al proletariado judío (...) Declaramos que las masas judías no esperan la posibilidad de su desarrollo social, económico y cultural en la creación de un “centro nacional” en Palestina, sino en el establecimiento de la dictadura del proletariado y la creación de repúblicas socialistas soviéticas en los países en los que viven” (Congreso de Bakú, septiembre de 1920).
Mientras se agudizaban las tensiones entre los colonos judíos y los trabajadores y campesinos palestinos, se acentuaba también la degeneración de la Internacional comunista progresivamente sometida al Estado ruso, y se intensificaba la separación entre una IC cada vez más estalinizada, y la Izquierda comunista, tanto sobre la cuestión palestina como, obviamente, sobre otros temas. Mientras la Internacional comunista llamaba a los trabajadores palestinos a apoyar a “su propia burguesía” contra el imperialismo, los comunistas de izquierda comprendían los efectos de la política británica (el “divide y vencerás”), así como las desastrosas consecuencias de la política de la Internacional comunista que llevaba a los obreros a un atolladero: “El capitalismo británico ha obrado para ocultar los antagonismos de clase. Los árabes sólo ven razas, amarilla o blanca, y consideran a los judíos como los protegidos de ésta última” (Proletarier, mayo de 1925, periódico del Partido comunista obrero alemán –KAPD–).
“Para un auténtico revolucionario no hay, por supuesto, ‘cuestión palestina’ alguna. Sólo puede existir una lucha de todos los explotados de Oriente Medio incluyendo a los trabajadores árabes y judíos, y esta lucha forma parte del combate general del conjunto de los explotados de todo el mundo por la revolución comunista”
(Bilan nº 31, 1936, boletín de la Fracción ialiana de la Izquierda comunista. En nuestra Revista Internacional nº 110: “La posición de los internacionalistas en los años 30”, hemos reeditado dos textos de Bilan – nº 30 y 31 – sobre estas cuestiones).
(Continuará)
D.
NOTAS:
1) La necesidad de un “Lebensraum” (literalmente “espacio vital”) fue la justificación hitleriana de la expansión de la “raza” alemana hacia el Este, a las regiones ocupadas por los “subhumanos” eslavos.
2) Aplicando la “lógica” de la “limpieza étnica”, los germanos y los celtas deberían abandonar Europa y volverse a la India y al Asia Central de las que en su día partieron, y los latinoamericanos de origen español tendrían que retornar a la península Ibérica. Llevando a su extremo esta
absurda lógica Sudamérica debería expulsar a todos sus habitantes de origen europeo o cualquier otro y en Norteamérica deberían hacer lo mismo con la población negra proveniente de los esclavos africanos por no mencionar a los sucesores de los europeos que llegaron en el siglo xix. ¿No habría incluso que postular que el conjunto de la especie humana regresase a la cuna africana de la que un día empezó su emigración?
Desde la Segunda Guerra mundial asistimos a una imparable serie de desplazamientos en masa. En lo que antes fue Checoslovaquia, cerca de tres millones de personas de etnia alemana fueron expulsados. Los Balcanes se han convertido en un permanente laboratorio de limpiezas étnicas. La partición entre Pakistán e India en 1947 dio lugar al mayor desplazamiento de poblaciones de todos los tiempos, en ambos sentidos. En los años 1990, Ruanda ofreció una muestra especialmente sanguinaria de matanzas entre Hutus y Tutsis que acabó en la masacre de entre 300 mil y 1 millón de personas, en apenas tres meses.
3) Los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista.
4) Kemal Ataturk nació en Salónica en 1881. Héroe militar de la Primera Guerra mundial por la resistencia victoriosa contra el ataque aliado en Gallipoli en 1915, organizó el Partido nacional republicano de Turquía en 1919, y derrocó al último sultán otomano. A continuación tuvo un papel destacado en la fundación de la primera República turca en 1923 tras la guerra contra Grecia, y siguió como presidente hasta su muerte en 1938. Bajo su gobierno el Estado turco rompió la hegemonía de las escuelas religiosas y emprendió un amplio programa de “europeización” que incluía la sustitución de la escritura árabe por la latina.
Jueves 11 de marzo, siete de la mañana, estallan unas cuantas bombas en un barrio obrero de Madrid. Tan a ciegas como el 11 de septiembre, tan a ciegas como los bombardeos de la Segunda Guerra mundial o de Guernica, las bombas de la guerra capitalista han golpeado a una población civil indefensa. Las bombas se “dejaron” sin mayor miramiento matando a hombres, mujeres, niños, jóvenes, emigrantes incluidos algunos procedentes de países “musulmanes” o de otros cuyas familias –colmo de la desgracia– ni se atrevían a ir a identificar los cuerpos por miedo a que se les detuviera y expulsara a causa de su situación irregular.
Como cuando el ataque contra las Torres Gemelas, esta matanza ha sido un acto de guerra. Hay, sin embargo, una diferencia importante entre ambas: al contrario del 11 de septiembre, en donde el blanco era un gran símbolo de la potencia capitalista norteamericana (aunque también allí la intención evidente era matar al máximo para reforzar los efectos del horror y del terror), esta vez, en cambio, no se trató de un acto simbólico, sino de un golpe directo contra la población civil como si fuera partícipe de la guerra. El 11 de septiembre fue un acontecimiento de alcance mundial, una matanza sin precedentes en suelo norteamericano cuyas primeras víctimas fueron obreros y oficinistas neoyorquinos. Dio un pretexto al Estado norteamericano, que éste se fabricó de arriba abajo, dejando deliberadamente que se preparara y se perpetrara un atentado del que estaba perfectamente informado, para así iniciar un nuevo período en el despliegue y el uso de su potencial imperialista. Para llevar a cabo su “guerra contra el terrorismo”, Estados Unidos proclamó alto y fuerte que desde ahora en adelante golpearía solo, en cualquier parte del mundo, en defensa de sus intereses. El atentado del 11 de marzo no ha significado la apertura de un nuevo período, sino la normalización del horror. Ya no se trata de buscar un efectismo propagandístico atacando dianas con valor simbólico, sino golpear directamente la población obrera. En lo alto de los lujosos despachos de las Torres Gemelas murieron algunos patronos y gente poderosa, pero en los trenes de cercanías de Madrid no había ni uno a las siete de la mañana.
Denunciar los crímenes del nazismo y del estalinismo está en la onda. Lo que a muchos no les gusta recordar es que durante toda la Segunda Guerra mundial, las potencias democráticas bombardearon poblaciones civiles –y sobre todo población obrera– con el fin de sembrar el terror, incluso hacia el final de la guerra, asolar barrios obreros poniendo así fin a toda posibilidad de levantamiento proletario. Los bombardeos cada día más masivos, día y noche, de las ciudades alemanas al final de la guerra fueron ya otras tantas sentencias sin remisión contra la maloliente hipocresía de las declaraciones gubernamentales que denuncian en los demás lo que ellos hicieron sin vacilar (Irak, Chechenia, Kosovo son ejemplos recientes de otros tantos momentos en los que las rivalidades entre las grandes potencias transformaron en blanco a la población civil). Podría decirse que los terroristas que atacaron en Madrid han tenido buenos maestros (1).
En las elecciones que siguieron al atentado de Atocha, el gobierno de derechas de Aznar fue derrotado, contrariamente a todas las previsiones que se hacían antes del 11 marzo. Según la prensa, la victoria del socialista Zapatero estuvo sobre todo favorecida por dos factores: la participación mucho más importante que anteriormente de obreros y jóvenes, la profunda rabia contra las torpes maniobras del gobierno de Aznar para culpar de todo a la organización terrorista vasca ETA, procurando así que no apareciera por ningún lado el tema de la guerra en Irak.
Ya pusimos de relieve que, tras los atentados de las Torres Gemelas, en los barrios obreros de Nueva York se expresaron gestos espontáneos de solidaridad y de rechazo a la propaganda bélica y vengativa (2). Pero, al no poderse expresar de manera autónoma, esas reacciones de solidaridad no fueron suficientes para hacer surgir una acción de clase, pudiendo ser desviadas hacia un apoyo al movimiento pacifista contra la intervención en Irak. De igual modo, al votar contra Aznar, muchos han querido así oponerse a las vergonzosas manipulaciones intentadas por el gobierno, cuando, en realidad, el hecho mismo de votar es una victoria para la burguesía, al acreditar así la idea de que se puede “votar contra la guerra”.
¿Por qué ese crimen?
Para la clase obrera revolucionaria, comprender la realidad es imprescindible para cambiarla. Es pues una responsabilidad primordial de los comunistas analizar el acontecimiento, esforzarse al máximo en una comprensión que todo el proletariado revolucionario debe llevar a cabo si quiere llegar a ser capaz de oponer una verdadera resistencia que esté a la altura del peligro que lo amenaza y que la descomposición de la sociedad capitalista entraña.
El acto de terror en Madrid ha sido efectivamente un acto de guerra, pero se trata de una guerra de un nuevo tipo, en la que las bombas no van marcadas con la propiedad de tal país o interés imperialista particular. Lo primero que debemos plantearnos es: ¿A quién beneficia el crimen de Atocha?
Puede primero decirse – por una vez– que la burguesía norteamericana no parece haber tenido nada que ver con él. Si, en cierto modo, el atentado mismo parece dar crédito a la tesis central de la propaganda estadounidense de una “guerra mundial contra el terrorismo” en la que están implicados todos los Estados, en cambio desprestigia totalmente sus afirmaciones de que la situación en Irak estaría mejorando hasta el punto de poder entregar pronto el poder a un Estado iraquí debidamente constituido. Lo importante, sin embargo, es que la llegada al poder de la fracción socialista de la burguesía española pone en peligro los intereses estratégicos de Estados Unidos. En primer lugar, si España retira sus tropas de Irak, eso será un rudo golpe para EE.UU en el plano, no ya militar evidentemente, sino político y un golpe importante asestado a su pretensión de dirigir una “coalición de buenas voluntades” contra el terrorismo.
Los socialistas españoles forman el ala de la burguesía que siempre ha estado mucho más inclinada hacia Francia y Alemania y que quiere jugar la baza de la integración europea. Su llegada al poder ha abierto inmediatamente toda una serie de sigilosas entrevistas de las que resulta hoy difícil saber cuál será su resultado preciso. Al haber declarado que tras su victoria electoral serían retiradas de Irak las españolas, Zapatero dio enseguida marcha atrás para anunciar que las tropas permanecerían, pero a condición de que la ocupación de Irak pasara bajo mando de la ONU. En todo caso, se está poniendo en entredicho la participación de España en la coalición americana en Irak, y también su papel de caballo de Troya en Europa y en todo el juego de alianzas en el seno mismo de la Unión Europea. Hasta ahora, España, Polonia y Reino Unido –cada país por razones propias– han formado una coalición “proamericana” contra las ambiciones franco-alemanas de unir a los demás países europeos a su política de oposición a EE.UU Para Polonia, mandar tropas a Irak servía para granjearse el apoyo estadounidense contra las presiones de Alemania, en estos críticos momentos de la entrada de Polonia en la Unión Europea.
Se plantea pues ahora (en caso de que España abandone definitivamente la coalición norteamericana inclinándose hacia Europa con una orientación proalemana, lo cual es de lo más probable) saber si Polonia será lo suficientemente sólida para seguir oponiéndose a Alemania y Francia sin el apoyo de su aliado español. Las últimas declaraciones “privadas” –inmediatamente desmentidas, claro está– del Primer ministro polaco, según las cuáles EE.UU le “habría estafado” dejan la cuestión abierta.
Ha sido pues un duro golpe para EE.UU que puede así perder no solo un aliado en Irak –y hasta dos– sino y sobre todo, un punto de apoyo en Europa (3). Con la retirada de España y de Polonia, la capacidad de la burguesía estadounidense para hacer de gendarme del mundo podría quedar bastante debilitada.
EE.UU y la fracción de Aznar son los perdedores del atentado, pero ¿quiénes han salido ganando? Son evidentemente Francia y Alemania así como la fracción “prosocialista” de la burguesía española, más predispuesta a una alianza con esos dos países. ¿Podría imaginarse un montaje, mediante unos islamistas salafíes, de los servicios secretos franceses o españoles?
Empecemos quitando de en medio ese argumento según el cual “esas cosas no se hacen en democracia”. Ya hemos demostrado (4) cómo los servicios secretos pueden ser llevados a desempeñar un papel directo en los conflictos y los ajustes de cuentas en el interior de la burguesía nacional. El ejemplo del rapto y asesinato de Aldo Moro en Italia es de lo más edificante en ese plano. Presentado como un crimen cometido por los terroristas izquierdistas de las Brigadas rojas, el asesinato de Aldo Moro fue en realidad una labor de los servicios secretos italianos, ampliamente infiltrados en ese grupo: Aldo Moro fue matado por la fracción dominante y proamericana de la burguesía italiana porque proponía que el Partido comunista italiano (infeudado entonces a la URSS) participara en el gobierno (5). Sin embargo, intentar influir en los resultados de una elección, o sea en las reacciones de una parte importante de la población- poniendo bombas en un tren de cercanías es una operación de otras dimensiones que el asesinato de una única persona para eliminar a alguien inoportuno en el seno de la burguesía. Son demasiados incertidumbres e imponderables. Sobre todo porque el resultado esperado (la derrota del gobierno de Aznar, y su sustitución por un gobierno socialista) dependía en gran parte de la reacción del propio gobierno de Aznar: los especialistas electorales están de acuerdo para decir que el resultado de las elecciones se ha visto ampliamente influido por la increíble estupidez en los esfuerzos más y más desesperados del gobierno para culpar a ETA. Ahora bien se puede imaginar un resultado muy diferente si Aznar hubiera sabido aprovecharse del acontecimiento para intentar exaltar y reunir el electorado en un combate por la democracia y contra el terror. Además, los riesgos de una operación de tal envergadura eran muy importantes. Cuando se observa la incapacidad de la DGSE (espionaje) francesa para llevar a cabo operaciones de poco alcance sin hacerse notar (baste recordar el sabotaje del “Rainbow Warrior”, barco de Greenpeace, o el estrepitoso fracaso en el intento por recuperar a Ingrid Betancourt en la selva de Brasil) mal puede uno imaginarse que el gobierno francés se permitiera llevar a cabo semejante operación en un país europeo “amigo”.
¿Qué guerra?
Hemos dicho que el atentado de Atocha, al igual que el ataque contra las Torres Gemelas, ha sido un acto de guerra. Pero, ¿de qué guerra?. En el primer período de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas aparecían claramente: la grandes carnicerías imperialistas de 1914 y 1939 enfrentaron a Estados de grandes potencias, con todo su arsenal nacional, militar, diplomático, ideológico. En el período de los bloques imperialistas (1945-89), los bloques rivales se enfrentaban por peones interpuestos, y ya era más difícil entonces identificar a los verdaderos comanditarios de unas guerras que a menudo se presentaban como “movimientos de liberación nacional”. Con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición, hemos identificado varias tendencias que hoy aparecen enredadas en los atentados terroristas:
“– el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados, en detrimento de las “leyes” que el capitalismo se había dado en el pasado para “reglamentar” los conflictos entre fracciones de la clase dirigente ;
“– el aumento del nihilismo, del suicidio de los jóvenes, de la desesperanza, como así lo expresaba el “no future” de las revueltas urbanas en Gran Bretaña, del odio y de la xenofobia que animan a “skinheads” y “hooligans”, para quienes los encuentros deportivos son una ocasión de desahogarse y sembrar el terror ;
“– la imparable marea de la drogadicción, fenómeno hoy de masas, poderosa causa de la corrupción de los Estados y de los organismos financieros (...) ;
la profusión de sectas, el resurgir del espíritu religioso, incluso algunos países avanzados, el rechazo hacia un pensamiento racional, coherente, construido (...).”
Esas tesis fueron publicadas en 1990, cuando la utilización de los atentados (por ejemplo en los de Paris en 1986-87) se debían sobre todo a países de tercer o cuarto orden como Siria, Libia o Irán: el terrorismo era, por decirlo así, “la bomba atómica de los pobres”. Casi 15 años más tarde, veíamos en el terrorismo llamada “islamista” la aparición de un fenómeno nuevo: la disgregación de los propios Estados, la aparición de “señores de la guerra” que utilizaban a jóvenes kamikazes, cuya única perspectiva en la vida es la muerte, para avanzar sus intereses en el tablero internacional.
Sean cuales sean los detalles –que siguen permaneciendo oscuros- del atentado de Madrid, es evidente que está estrechamente relacionado con los acontecimientos y la ocupación norteamericana de Irak. Se podrá pensar que la obsesión de los comanditarios del atentado ha sido la de “castigar” a la población de los “cruzados” españoles por su participación en la ocupación de Irak. En cambio, la guerra de Irak dista hoy mucho de ser un simple movimiento de resistencia a la ocupación que habrían organizado unos cuantos irreductibles fieles a Sadam Husein. Al contrario, esta guerra está entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificultades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas. En Europa misma, han vuelto los conflictos entre albaneses y serbios en Kosovo, señal de que las guerras en la antigua Yugoslavia no se han acabado, sino que sólo quedaron más o menos ocultadas por la presencia masiva de los ejércitos de ocupación.
Ya no estamos aquí en presencia de una guerra imperialista “clásica”, sino de una disgregación general de la sociedad en bandas armadas. Podría hacerse la analogía con la situación en la China entre los siglos xix y xx. La fase de descomposición capitalista se caracteriza por el bloqueo en la relación de fuerzas entre la clase reaccionaria capitalista y la clase revolucionaria proletaria. La situación de China, por su parte, se caracterizó por el bloqueo entre, por un lado, la vieja clase dominante feudal-absolutista y la casta de mandarines, y, por otro, una burguesía ascendente, pero demasiado débil a causa de lo específico de su evolución, como para echar abajo el régimen imperial. Por eso, el Imperio chino se descompuso en múltiples feudos, dominado cada uno de ellos por su “señor de la guerra”, en conflictos sin tregua sin la menor racionalidad desde el punto de vista del desarrollo histórico.
Esa tendencia a la desintegración de la sociedad capitalista no va a frenar, ni mucho menos, la tendencia al reforzamiento del capitalismo de Estado, menos todavía a transformar a los Estados imperialistas en protectores de la sociedad. Contrariamente a lo que la clase dominante de los países desarrollados quiere hacernos creer –por ejemplo, cuando llama a la población española a las urnas “contra el terror” o “contra la guerra”– las grandes potencias no son en absoluto “baluartes” contra el terrorismo y la descomposición social. Son en realidad las principales responsables de todo ello. No olvidemos que el “Eje del Mal” de hoy – Bin Laden y demás siniestros personajes por el estilo– fueron los “combatientes de la libertad” contra “el Imperio del Mal” soviético de ayer, financiados y armados por el bloque occidental. Y eso no acaba ahí ni mucho menos: en Afganistán, EE.UU utilizó a los poco recomendables señores de la guerra de la Alianza del Norte, y en Irak, a los peshmergas kurdos. Contrariamente a lo que quisieran hacernos creer, el Estado capitalista se va a blindar cada vez más frente a las tendencias bélicas exteriores y las tendencias centrífugas interiores, y las potencias imperialistas –sean de primero, de segundo o de cualquier orden– no vacilarán nunca en usar en beneficio propio a los señores de la guerra o las bandas armadas terroristas.
La descomposición de la sociedad capitalista, por el hecho mismo de que la dominación del capitalismo sea mundial y por el dinamismo del sistema en la transformación de la sociedad, infinitamente superior al de otros tipos de sociedad anteriores, cobra aspectos mucho más terribles que en el pasado. Señalemos un solo aspecto aquí: la obsesión por la muerte que pesa abrumadoramente sobre las generaciones jóvenes. Le Monde del 26 de marzo cita a un psicólogo de Gaza : “la cuarta parte de los muchachos de más de 12 años tienen un único sueño: morir mártires “. El artículo sigue: “El kamikaze se ha hecho imagen respetada y en las calles de Gaza, hay niños que se disfrazan con correas de explosivos falsas imitando así a los mayores”.
Como escribíamos en 1990 (“Tesis sobre la descomposición”) :
“Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial”.
Desde entonces, lamentablemente, este llamamiento ha quedado ampliamente incomprendido, cuando no tratado con desdén, entre las flacas fuerzas de la Izquierda comunista. Por eso iniciamos en este número de la Reviista internacional una serie de artículos sobre las bases marxistas de nuestro análisis de la descomposición.
Una clase de hienas
La burguesía española no ha sido directamente responsable de los atentados de Atocha. En cambio sí que se ha echado sobre los cadáveres de los proletarios cual bandada de zopilotes. Incluso en la muerte, los obreros han servido a la clase dominante para alimentar su maquinaria de propaganda por la nación y la democracia. A los gritos de “España unida jamás será vencida “, toda la clase burguesa, derechas e izquierdas juntas, ha utilizado la emoción provocada por los atentados para llevar a los obreros a unas urnas que muchos de ellos hubieran desdeñado en otras circunstancias. Independientemente de los resultados, la alta participación electoral ya es una victoria para la burguesía, pues significa que, al menos por ahora, una gran parte de los obreros españoles creen que hay que dejar al cuidado del Estado burgués su protección contra el terrorismo, y, para ello, tenían que defender la unión democrática de la nación española.
Más grave todavía, y más allá de la unidad nacional entorno a la defensa de la democracia, las diferentes fracciones de la burguesía española han querido usar los atentados para granjearse el apoyo de la población, y de la clase obrera, a sus opciones estratégicas e imperialistas. Al acusar, contra lo que pronto apareció como inverosímil, al separatismo vasco de ser el responsable, el gobierno de Aznar intentaba asociar al proletariado al fortalecimiento policiaco del Estado español. Al denunciar la responsabilidad del alistamiento de Aznar junto a Bush, y la presencia de tropas españolas en Irak, les socialistas han querido imponer otra opción estratégica, la de la alianza con el dúo franco-alemán.
Comprender la situación que genera la descomposición capitalista es pues algo de lo más necesario para el proletariado, si quiere volver a encontrar y defender su independencia de clase política frente a la propaganda burguesa que quiere transformar a los proletarios en simples “ciudadanos” tributarios del Estado democrático.
Las elecciones pasan, la crisis permanece
La burguesía se ha llevado una victoria con estas lecciones, pero no por ello va a atajar la crisis económica que golpea su sistema. Los ataques de hoy ya no sitúan únicamente a nivel de tal o cual empresa, o, incluso de tal cual industria, sino que afectan al proletariado entero. En este sentido, los ataques contra las pensiones y la seguridad social en todos los países europeos (y también en los Estados Unidos, donde se han ido al garete cantidad de sistemas de pensiones tras las catástrofes bursátiles como la de Enron) están creando una nueva situación a la que la clase obrera deberá responder. En el Informe sobre la lucha de clases publicado en esta Revista, exponemos cómo entendemos nosotros esa situación, que es el marco global en el que se basa nuestro análisis sobre las luchas.
Frente a la barbarie de la guerra y la descomposición social capitalista, la clase obrera mundial puede y debe ponerse a la altura de los peligros que la amenazan, no sólo en el plano de su resistencia inmediata a los ataques económicos, sino sobre todo en la compresión general y política de la amenaza mortal que el capitalismo hace planear sobre toda la especie humana. Como lo decía Rosa Luxemburg en 1915 “La paz mundial no puede ser mantenida por unos planes utópicos o básicamente reaccionarios, tales como unos tribunales internacionales de diplomáticos capitalistas, unas convenciones diplomáticas sobre el «desarme», (…) etc. No se podrá eliminar, ni siquiera frenar el imperialismo, el militarismo y la guerra mientras las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase de manera incontestada: El único medio de resistirle con éxito y conservar la -paz mundial, es la capacidad de acción política del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo su peso en la balanza” (6).
Jens, 28/03/04
1) Ver el artículo “Matanzas y crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66. Los demócratas que hoy denuncian los crímenes de Stalin no hacían tantos ascos durante la Segunda Guerra mundial cuando “el padrecito de los pueblos” les era un valioso aliado contra Hitler. Otro ejemplo mucho más cercano nos lo da el tan cristiano san Tony Blair, que acaba de visitar a eso otro tan conocido benefactor de la humanidad, Muammar el Gaddafi. Ya importa ahora poco que a éste se le haya considerado como responsable del monstruoso atentado de Lockerbie en Escocia, y menos todavía el carácter represivo y torturador de su régimen. En Libia hay mucho petróleo y una posibilidad para el Reino Unido de ocupar una posición estratégica en África del Norte, mediante acuerdos militares con el ejército libio.
2) Ver Revista international n° 107.
3) Este artículo no es para analizar la configuración de las rivalidades entre las burguesías nacionales de la Unión Europea. Sin embargo, puede decirse que la reorientación del gobierno español también es un palo para los intereses de Gran Bretaña. No sólo pierde ésta su aliado contra Francia y Alemania, en los múltiples conflictos solapados que hay en el seno de la Unión Europea, sino que además su otro aliado, Polonia, se encuentra también debilitada tras la defección ibérica.
4) “¿Cómo está organizada la burguesía?”, en Revista internacional n° 76-77.
5) Puede también recordarse el atentado del 12 de diciembre de 1969 contra el Banco de Agricultura de Milán que provocó 15 muertos. La burguesía acusó inmediatamente a los anarquistas Para dar crédito a esa tesis, hicieron incluso “suicidarse” al anarquista Pino Pinelli (que había sido detenido justo después del atentado), haciéndolo “volar” por la ventana de la comisaría de Milán. En realidad, aunque claro está ninguna versión oficial lo confirmará nunca, el atentado fue ejecutado por fascistas vinculados a los servicios secretos italianos y norteamericanos.
6) Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius), “Apéndice, Tesis sobre las tareas de la Socialdemocracia internacional”, Anagrama, 1976.
En 1904, el imperio ruso se encontraba al borde de la revolución. La aparatosa maquinaria de guerra del Zar sufría una humillante derrota a manos del imperialismo japonés, mucho más dinámico. La debacle militar alimentaba el descontento de todas las capas de la población. En su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, Rosa Luxemburg narra cómo durante el verano de 1903, mientras el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR) celebraba su famoso IIº Congreso, el sur de Rusia se veía sacudido por una “gigantesca huelga general”. Y si la guerra supuso un paréntesis temporal al movimiento de la clase obrera, y durante algún tiempo fue la burguesía liberal la que cobró protagonismo con sus “banquetes de protesta” contra la guerra, a finales de 1904 el Cáucaso se vio nuevamente sacudido por huelgas masivas contra el desempleo. Rusia entera era un polvorín y la chispa que desataría el incendio no tardaría en encenderse: la masacre del Domingo sangriento en enero de 1905, cuando los obreros que suplicaban humildemente al Zar que aliviase sus espantosas condiciones de vida, fueron abatidos a cientos por los cosacos del “Padrecito del pueblo”.
Como mostramos en la primera parte del este artículo, el partido proletario, el POSDR, se enfrentaba a esta situación poco después de la grave escisión que les había dividido en dos fracciones: bolcheviques y mencheviques.
En su folleto Nuestras tareas políticas, Trotski ofrece su punto de vista sobre el IIº Congreso del POSDR, en el que había tenido lugar dicha escisión, calificándolo de “pesadilla” que había llevado al enfrentamiento de quienes antes eran camaradas, y que hizo que los revolucionarios marxistas se dedicaran a agrias polémicas sobre la organización interna del partido, sus reglas de funcionamiento y la composición de los órganos centrales, mientras la clase obrera se enfrentaba a la guerra, a la huelga de masas y a las manifestaciones en la calle. En dicho folleto Trotski carga la responsabilidad de esta situación al hombre con quien había trabajado estrechamente en el grupo de exiliados de Iskra, pero al que ahora califica como “el jefe del ala reaccionaria de nuestro partido” y desorganizador del POSDR; es decir Lenin.
Muchos obreros en Rusia se lamentaban del hecho de que el partido parecía estar perdido en querellas internas e incapaz de responder a las exigencias del momento, por lo que la realidad inmediata parecía darle la razón a Trotski. Pero con la distancia que da el paso de la historia podemos ver que, aunque cometiera importantes errores, era Lenin quien defendía la visión más avanzada del partido, la tendencia revolucionaria; mientras Trotski, así como otros destacados militantes, cayeron en una visión reaccionaria. En realidad, las cuestiones organizativas planteadas en la escisión no eran problemas abstractos sin relación alguna con las necesidades de la clase obrera, sino que tenían su origen en las cuestiones suscitadas por el levantamiento político y social que se desarrollaba en Rusia. Las huelgas de masas y los levantamientos obreros que sacudieron Rusia en 1905 eran los signos anunciadores de una nueva época en la historia del capitalismo y de la lucha del proletariado: el fin del período del capitalismo ascendente y la apertura de su período de decadencia (ver nuestro artículo: “1905: La huelga de masas abre el camino a la revolución proletaria” en Revista internacional nº 90), lo que exigía que la clase obrera superara sus formas de organización tradicionales adaptadas más bien a las luchas por reformas en el sistema capitalista, y que descubriera nuevas formas de organización capaces de unificar al conjunto de la clase obrera y de preparar la destrucción revolucionaria de ese sistema. En resumen, esta transición se manifestaba en el plano de las organizaciones de masas de la clase obrera en el paso de la forma sindical de organización a la forma del soviet que nació, precisamente, en 1905.
Pero este cambio profundo en las formas y los métodos de organización de la clase tenía igualmente implicaciones en las organizaciones políticas de la clase. Como intentamos demostrar en la primera parte de este artículo, la cuestión fundamental que se planteaba en el IIº Congreso del POSDR era la necesidad de prepararse para el período revolucionario que se avecinaba y rompiendo con el viejo modelo socialdemócrata de partido – un partido amplio que ponía énfasis en la “democracia” y en la lucha por mejorar las condiciones de la clase obrera en la sociedad capitalista – construyendo, en cambio, lo que Lenin llamaba un partido revolucionario de nuevo tipo, más cohesionado, más centralizado, armado de un programa socialista por el derrocamiento del capitalismo, compuesto por revolucionarios firmemente comprometidos.
En los dos artículos que continuarán esta serie entraremos más en detalle en esta cuestión abordando las polémicas que enfrentaron a Lenin por un lado, y por otro a Trotski y Rosa Luxemburg. En este período, como a lo largo de la mayor parte de su vida política, Lenin hubo de hacer frente a un amplio abanico de críticas en el movimiento obrero. No únicamente los dirigentes mencheviques como Martov, Axelrod, y más tarde Plejanov, le acusaron de comportarse, en el mejor de los casos, como Robespierre, y en el peor como Napoleón; no sólo los dirigentes más reconocidos de la socialdemocracia internacional, como Kautsky y Bebel, se pusieron instintivamente de parte de los mencheviques contra este advenedizo en cierta medida desconocido; sino que incluso aquellos que se situaban a la izquierda del movimiento obrero mundial – casos de Trotski y R. Luxemburg – profundamente influenciados ambos por el mar de fondo de la revolución rusa y que iban a realizar contribuciones fundamentales a la comprensión de los métodos y formas adecuadas al nuevo período, demostraron no comprender absolutamente nada del combate organizativo que emprendió Lenin.
A diferencia de muchos revolucionarios actuales, tanto Trotski como Luxemburg comprendían un aspecto muy importante de la cuestión, y es que entendían que la cuestión organizativa es una cuestión completamente política, y un tema que debía ser debatido entre los revolucionarios. Al publicar sus críticas a Lenin, ambos participaban en una confrontación de ideas intensa e importante a escala internacional. Es más, sus contribuciones a este debate nos han legado brillantes muestras de un análisis muy perspicaz, aunque los argumentos de estos dos militantes no dejaran de ser equivocados.
Trotski toma partido por los mencheviques
En su obra autobiográfica Mi vida, Trotsky narra cómo en 1902, llegaron a su lugar de exilio en Siberia, tanto el libro de Lenin, ¿Qué hacer?, como la publicación Iskra:
“Supimos que había sido fundado en el extranjero un periódico marxista, Iskra (La Chispa), cuya misión era servir de órgano central a los revolucionarios profesionales, unidos por la disciplina férrea de la acción”.
Fueron sobre todo estas expectativas las que le movieron a evadirse para tratar de encontrar al grupo de exiliados que publicaban este periódico. Se trataba de una decisión sumamente importante ya que debía abandonar a su esposa y sus dos pequeñas hijas (es verdad que su mujer era camarada del partido y estuvo de acuerdo con su partida), y aventurarse en un viaje sumamente arriesgado a través de las estepas de Rusia hasta Europa.
Trotski dice, cuando llega a Londres, donde vivían Lenin, Martov y Vera Zasulich: “me enamoré verdaderamente de Iskra”, y se puso inmediatamente a trabajar con ellos. El comité de redacción del Iskra contaba seis miembros: Lenin, Martov, Zasulich, Plejanov, Axelrod y Potressov. Lenin propuso rápidamente que Trotski se convirtiera en el séptimo miembro, en parte porque seis votos a veces hacían difícil la toma de decisiones, pero sobre todo porque entendía quizás que la vieja generación, sobre todo Zasulich y Axelrod, empezaban a convertirse en una traba para el progreso del partido y pretendía inyectar la pasión revolucionaria de la nueva generación. Esta proposición fue bloqueada por Plejanov que se opuso a ella, en gran parte, por motivos personales.
En el IIº Congreso del POSDR, Trotski se comportó como uno de los más coherentes valedores de la línea del Iskra, defendiéndola con toda firmeza – sobre todo las posiciones de Lenin – contra la oposición matizada o total de los militantes del Bund, de los economicistas o semieconomicistas. Sin embargo cuando acabó el congreso, Trotski se sumó en 1904 a las filas de los “antileninistas”, escribiendo dos de las polémicas más encarnizadas contra Lenin: el Informe de la delegación siberiana, y Nuestras tareas políticas, y se sumó a la “nueva Iskra”, donde se habían encastillado los mencheviques tras el cambio de chaqueta de Plejanov y la dimisión de Lenin de Iskra. Entremos ahora en las reflexiones de Trotski para comprender esta extraordinaria transformación.
Debemos recordar que la escisión no se originó por la famosa divergencia sobre los estatutos del partido, sino a partir de la propuesta hecha por Lenin de cambiar la composición del comité de redacción de Iskra. En Mi vida, Trotski confirma que ésta había sido la cuestión crucial:
“¿Cómo se explica que yo me pusiera en el congreso del lado de los ‘blandos’? Téngase en cuenta que me unían grandes vínculos a tres redactores: Martov, Zasulich y Axelrod. Estos tres influían en mí de un modo indiscutible. En el seno de la redacción se producían, antes del Congreso, diferentes matices de opinión, pero sin que llegaran nunca a manifestarse diferencias acusadas. Con quien menos afinidad tenía era con Plejanov, que no podía soportarme desde que había surgido entre nosotros la primera colisión, muy leve, a decir verdad. Lenin estaba conmigo en excelentes relaciones. Pero sobre él pesaba, a mis ojos, la responsabilidad de aquel atentado contra la redacción de un periódico que, a mi modo de ver, formaba una unidad y que tenía aquel nombre fascinador de Iskra. El solo hecho de pensar que pudiera malograrse aquella unión me parecía un crimen intolerable. En los movimientos revolucionarios el centralismo es un principio duro, imperioso, absorbente, que no pocas veces adopta formas despiadadas, contra personas y grupos enteros que ayer todavía luchaban a nuestro lado. No en vano en el vocabulario de Lenin abundan tanto las palabras ‘despiadado’ e ‘irreconciliable’. Esta crueldad sólo puede tener justificación cuando la imponen los altos ideales revolucionarios, exentos de todo interés mezquino, personal. En 1903 no había otra salida que eliminar de la redacción de Iskra a Axelrod y a Zasulich. Yo sentía por ellos no sólo respeto, sino simpatía. También Lenin les había tenido aprecio, en consideración a su pasado. Pero habiendo llegado al convencimiento de que eran un estorbo cada vez más molesto en la senda del provenir, sacó la conclusión lógica de esta premisa y creyó necesario separarlos del puesto directivo que ocupaban. Yo no podía avenirme a ello. Todo mi ser se rebelaba contra esta mutilación despiadada de viejos luchadores que habían llegado hasta el umbral de nuestro partido. Este sentimiento de indignación me hizo romper con Lenin en el segundo congreso. Su conducta me parecía intolerable, indignante, espantosa. Y, sin embargo, era políticamente acertada y, por consiguiente, necesaria para la organización. No había más remedio que romper con los viejos, que se obstinaban en seguir aferrados a la fase preparatoria. Lenin supo comprenderlo antes que nadie. Quiso ver si aún era posible retener a Plejanov, separándolo de los otros dos. Pero los hechos se encargaron de demostrar muy pronto que no podía ser.
“Me separé, pues, de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales. Sin embargo, aunque aparentemente fuese así, en el fondo la divergencia tenía una carácter político que se reflejaba en el campo organizativo.
“Yo me contaba entre los centralistas. Pero es indudable que por entonces no podía darme clara cuenta del centralismo severo e imperioso que había de reclamar un partido revolucionario creado para lanzar a millones de hombres a combatir a la vieja sociedad. Hay que tener en cuenta que había pasado los primeros años de mi juventud en la penumbra de la reacción, pues en Odessa había un retraso de un siglo; Lenin, en cambio, convivió en su juventud con el movimiento liberal de la Narodnaia Volia (Libertad del Pueblo). Quienes tenían unos cuantos años menos que yo se habían formado ya en un ambiente de progreso político. Al celebrarse el congreso de Londres, en el año 1903, la revolución tenía para mí, todavía, mucho de abstracción teórica. El centralismo leninista no surgía aún en mi cerebro de una concepción revolucionaria, clara y definitiva, a la que hubiera llegado por mi cuenta. Y si no me equivoco, mi vida intelectual ha estado presidida siempre, imperiosamente, por la tendencia a comprender por mi cuenta los problemas, sacando de ellos todas las consecuencias lógicas y necesarias” (Mi vida).
El peso del espíritu de círculo
En un pasaje del libro “Un paso adelante, dos pasos atrás”, que ya citamos en el anterior artículo de esta serie, a propósito de la diferencia entre el espíritu de partido y el espíritu de círculo, Lenin veía también a Iskra como un círculo, y aunque en ese círculo existiera una tendencia que defendía de manera clara y coherente el centralismo proletario, el peso de las diferencias personales, de la mentalidad de los exiliados, etc., era aún muy fuerte. Lenin era muy consciente de la “blandura” de Martov, de su tendencia a la vacilación, a la conciliación. Por su parte también Martov sabía de la intransigencia de Lenin que frecuentemente le incomodaba. Como todo esto no se planteaba en un terreno político daba lugar a numerosas tensiones y malentendidos. Plejanov, el padre del marxismo ruso, cuyas posturas estuvieron muy próximas a las de Lenin en multitud de cuestiones claves hasta el congreso, estaba muy preocupado por su reputación, pero al mismo tiempo se daba cuenta que empezaba a ser superado por una nueva generación (en la que figuraba Lenin). Por ello reaccionó contra la “intrusión” de Trotski en el círculo de Iskra, con tal hostilidad que todos la consideraron indigna de él. Pero ¿y Trotski? A pesar del respeto que éste sentía por Lenin, no hay que olvidar que había vivido en Londres en la misma casa en la que lo hacían Martov y Zasulich, y que sintió una amistad más fuerte aún hacia Axelrod en Zurich, al que incluso dedicó (“A mi querido maestro, Pavel Bortsovich Axelrod”) su libro Nuestras tareas políticas. Debido a esto “(se separó) pues de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales”. Si tomó partido por Martov y Cía. fue porque se sentía más amigo de ellos que de Lenin, y rehuía aparecer en el mismo bando que Plejanov dada la antipatía que éste le manifestaba. Y, quizás lo más importante: se dejó llevar por un sentimentalismo verdaderamente conservador hacia la “vieja guardia” que había servido al movimiento revolucionario en Rusia durante muchísimo tiempo. De hecho su reacción personal contra Lenin en aquel momento fue tan extrema que muchos se sorprendieron de la rudeza y la falta de camaradería que aparecía en el tono de sus polémicas con Lenin (en su biografía de Trotski, Deutscher cuenta que los lectores de Iskra en Rusia, en el momento en que los mencheviques controlaban el periódico, protestaron enérgicamente contra el tono de las diatribas que Trotski dirigió contra Lenin).
Pero señala al mismo tiempo: “en el fondo la divergencia tenía un carácter político que se reflejaba en el campo organizativo”. Dicha así, esta formulación sigue quedando ambigua ya que induce a pensar que “el campo organizativo” no deja de ser algo secundario, cuando en realidad la preponderancia de los vínculos personales y de los antagonismos de los antiguos círculos constituían, precisamente, el problema político que Lenin quiso plantear cuando defendió el espíritu de partido. En definitiva todas las polémicas de Trotski en 1904 responden al mismo guión: presentan algunas divergencias políticas muy generales, para concentrarse de inmediato en las cuestiones relativas a los métodos organizativos, o a las relaciones entre la organización revolucionaria y la clase obrera en su conjunto.
En el Informe de la delegación siberiana, Trotski plantea de entrada la principal cuestión organizativa y al mismo tiempo demuestra no haber comprendido lo que se jugaba el congreso, puesto que insiste en que “el Congreso registra, controla, pero no es un creador”, lo que indica que por mucho que Trotski afirme que el partido “no sea la suma aritmética de los comités locales” y que “es un todo orgánico” (Ibíd.), no ve al Congreso como la más alta, y más concreta expresión de la unidad del partido. Lenin, por su parte, escribe en Un paso adelante, dos pasos atrás:
“En el momento del restablecimiento de la verdadera unidad del Partido, y de la disolución en esta unidad de los círculos que ya cumplieron su papel, esto debe culminarse necesariamente en el congreso del Partido, instancia suprema de éste”.
Y además:
“La controversia se centra pues es la disyuntiva ¿espíritu de círculo o espíritu de partido? Limitación de los derechos de los delegados para el Congreso para salvaguardar los derechos y los reglamentos imaginarios de todo tipo de compadreos o círculos o bien la disolución completa, y no solo de boquilla sino efectiva, ante el congreso, de todas las instancias inferiores, de las antiguas capillas...”.
O sea que cuando se acusaba a Lenin de tener concepciones centralistas, de su supuesto deseo de concentrar todo el poder en manos de un comité central sin mandato alguno o incluso en sus propias manos, de querer convertirse en el Robespierre de la futura revolución, etc. resulta que Lenin defiende con meridiana claridad que, en un partido revolucionario del proletariado, la instancia suprema sólo puede ser el congreso, el verdadero centro, al que quedaban subordinadas las demás partes de la organización, sea el comité central o las organizaciones locales, y esto lo postula frente a las visiones “democratistas” para las que el congreso no debía ser más que una especie de “junta” de representantes de las secciones locales con un mandato imperativo, lo que implica que estos deben limitarse a ser simples portavoces de sus secciones. Esto es lo que denunció Lenin como revuelta anarquista de los mencheviques que se negaban a plegarse a las decisiones del Congreso.
Trotski lleva razón cuando reconoce que en el momento del Congreso, él no había acabado de comprender la cuestión de la centralización. Esto también se aprecia en otro tema, como es la vieja pelea entre Iskra y los economicistas. En el Informe de la delegación siberiana Trotski utiliza el argumento de que muchos bolcheviques eran en realidad antiguos economicistas que se habían cambiado de bando adoptando concepciones ultra centralistas, repitiendo como cotorras los “proyectos” organizativos de Lenin (en ese momento Trotski veía a Lenin como el único y verdadero “cerebro” de una mayoría que le sigue como borregos, mientras que la minoría, es decir los mencheviques a los que Trotski se había unido, defendían el verdadero espíritu crítico). Pero esta falacia es completamente opuesta a la realidad. Si al principio del congreso los mencheviques estaban todos alineados con Lenin contra los economicistas, luego cambiaron de chaqueta e hicieron suyas las críticas de los economicistas (Martinov, Akimov y sus acólitos) a Lenin; incluso la idea de que la visión de Lenin sobre el partido preparaba el terreno a una dictadura sobre el proletariado (de hecho Martinov volvió al redil una vez Lenin hubo dimitido de Iskra). De igual modo que los economicistas defendían la idea de que debía ser la burguesía quien asumiera la revolución política contra el zarismo mientras que los socialdemócratas debían encargarse de la lucha cotidiana de la clase obrera por sus necesidades inmediatas, destacados dirigentes mencheviques como Dan o Zasulich, empezaron en 1904 a defender cada vez más abiertamente que había que aliarse con la burguesía en la futura revolución. Incluso el propio Trotski –que muy pronto rompería con los mencheviques a propósito de esta cuestión, formulando su teoría de la revolución permanente según la cual incluso en la revolución rusa que se avecinaba el papel dirigente le correspondería al proletariado– al tomar parte por los mencheviques en 1903-1904, asumió inicialmente la defensa de estas posiciones economicistas.
Todo esto se ve con bastante claridad en ambos textos, en los que Trotski dedica páginas enteras a ironizar sobre el tiempo perdido en discutir minuciosamente de detalles organizativos, mientras las masas en Rusia iban a plantearse cuestiones tan candentes como las huelgas y las manifestaciones de masas. Como hiciera Axelrod, Trotski se dedica a ridiculizar la tesis de Lenin de la existencia de un oportunismo sobre cuestiones organizativas:
“Como nuestro intrépido polemista no se atreve a incluir a Axelrod y a Martov en la categoría de los oportunistas en general (lo que sería de agradecer en aras a la claridad y la simplificación), crea para ellos la calificación de ‘oportunismo en materia de organización’. Esto es el ‘coco’ con el que se asusta a los niños... ¡Oportunismo en materia de organización! ¡Girondismo en la cuestión de la cooptación por dos tercios cuando falta un voto motivado! ¡Jauresismo en cuanto al derecho del Comité central de poder fijar la ubicación de la administración de la Liga!...”
Más allá de los sarcasmos, esta argumentación representa en realidad un deslizamiento hacia el economicismo ya que minimiza el papel específico y la necesidad de la organización política, y de su forma de organizarse, lo cual es una cuestión política que no es posible eludir ni diluir en consideraciones sobre la lucha de clases en general. Las cuestiones organizativas también son cuestiones de principios y, bajo la presión de la ideología burguesa, pueden verse sometidas a interpretaciones oportunistas.
El retorno al economicismo
De hecho los textos de Trotski ponen abiertamente en entredicho el trabajo de Iskra que antes tanto le atrajera, es decir su reivindicación de un partido centralizado con reglas formales de funcionamiento, su denodado esfuerzo por erradicar del movimiento revolucionario las confusiones sobre el terrorismo, el populismo, el economicismo y otras formas de oportunismo. Trotski veía en ese momento a los economicistas como militantes que, desde luego, habían cometido errores pero que, por lo menos, tenían una práctica real en la clase, mientras Iskra se preocupaba en cambio por ganar a la intelectualidad para el marxismo, mediante vagas “proclamas” o centrándose casi exclusivamente en la difusión de la prensa.
Antes del Congreso, Trotski señalaba que:
“la organización oscila entre dos tipos: se concibe tan pronto como una aparato técnico dedicado a difundir masivamente la literatura editada tanto en el lugar como en el extranjero, y por otro lado también una “palanca” capaz de impulsar a las masas en un movimiento finalizado, es decir desarrollar en ellas las capacidades preexistentes de actividad autónoma. La organización ‘artesanal’ de los economicistas era particularmente cercana a este segundo tipo. Buena o mala, ella contribuirá directamente a disciplinar y a unir a los obreros en el marco de la lucha ‘económica’, es decir esencialmente huelguística”.
Trotski elude así el problema fundamental de tal concepción que es reducir la organización revolucionaria a un organismo de tipo sindical. Poco importa si se trata de una buena o una mala organización, ya que evidentemente la clase obrera necesita desarrollar organizaciones generales para luchar por defenderse contra el capital. El problema es que, por su propia naturaleza, la minoría revolucionaria no puede desempeñar ese papel y si trata de hacerlo, abandonaría su papel central de dirección política del movimiento.
Pero Iskra, insiste Trotski en su texto, a diferencia de los economicistas, no estaba presente en el movimiento:
“La verdad es que ahora, por primera vez el partido al menos se aproxima al proletariado. En la etapa del ‘economicismo’, el trabajo estaba dirigido hacia el proletariado, pero, esencialmente, no se trataba de un trabajo político socialdemócrata. Durante la etapa de Iskra, el trabajo toma un carácter socialdemócrata, pero no se dirige directamente hacia el proletariado”.
En otras palabras, que el objetivo principal de Iskra no era la intervención en las luchas inmediatas de la clase obrera sino las polémicas entre intelectuales. Trotski recomienda pues a sus lectores reconocer las limitaciones históricas de Iskra:
“No basta con reconocer los méritos históricos de Iskra, y menos aún enumerar sus afirmaciones erróneas o ambiguas. Hay que ver más allá. Hay que comprender el carácter históricamente limitado del papel que ha jugado Iskra. Ha contribuido mucho al proceso de diferenciación de los intelectuales revolucionarios, pero al mismo tiempo ha dificultado su libre desarrollo. Los debates de salón, las polémicas literarias, las disputas intelectuales alrededor de una taza de té, todo eso ha sido traducido por Iskra a programa político. De forma materialista ha encaminado multitud de afinidades filosóficas y teóricas hacia unos intereses de clase determinados, y empleando este método ‘sectario’ de diferenciación ha sido como ha conseguido, efectivamente, conquistar para el proletariado a una parte muy importante de la intelectualidad; y finalmente ha consolidado su ‘botín’ a través de las distintas resoluciones del IIº Congreso en materia de programa, táctica y organización”.
Las referencias de Trotski a “los debates de salón”, y a las “disputas de intelectuales alrededor de una taza de té” le ponen en evidencia en su momentánea conversión a una visión marcada por una desconfianza inmediatista, activista y obrerista frente a las tareas de la organización política. Al valorar por igual a Iskra y a los economicistas, viéndolos simplemente como dos momentos de la historia del partido, está subestimando en realidad el papel decisivo que tuvo Iskra en la lucha por una organización revolucionaria capaz de desempeñar un papel dirigente en las luchas masivas de la clase obrera, un papel dirigente y no únicamente “asistente” de los movimientos huelguísticos.
Más que una simple observación sobre la composición sociológica de Iskra o un coqueteo con el obrerismo, esta visión está ligada a una teoría que viene de lejos: la noción según la cual la vanguardia política representa esencialmente a los intelectuales que tratan de aprovecharse de la clase obrera. Evidentemente el momento culminante de esta visión se dio en la crítica consejista al bolchevismo tras la derrota de la revolución rusa, pero sus antecedentes son las ideas del “querido maestro” de Trotski, Axelrod, que defendía que la reivindicación de un funcionamiento ultra centralista por parte de Lenin mostraba en realidad que los bolcheviques serían expresión de la burguesía rusa, puesto que ésta tendría también necesidad de un fuerte centralismo para llevar adelante sus tareas políticas.
Trotski y el sustitucionismo
La reinterpretación por parte de Trotski de la verdadera contribución de Iskra, tiene también mucho que ver con sus críticas al supuesto sustitucionismo y jacobinismo de Iskra y que ocupan una gran parte de la obra Nuestras tareas políticas. Según el punto de vista de Trotski, toda la concepción política de Iskra, la insistencia de ésta en las polémicas políticas contra las falsas corrientes revolucionarias, partía de la base de que Iskra pretendía actuar en nombre del proletariado:
“Pero ¿cómo explicarse que el pensamiento ‘sustitucionista’ – en lugar del proletariado – practicado en sus formas más variadas (...) durante la etapa de Iskra no haya suscitado (o apenas lo ha hecho) la autocrítica en las filas de los propios ‘iskristas’? Este hecho se explica por lo que se ha expuesto en las páginas precedentes: sobre todo el trabajo de Iskra ha pesado la tarea de batirse en pro del proletariado, por sus principios, por su objetivo final – en los ambientes de los intelectuales revolucionarios”.
En Nuestras tareas políticas es donde Trotski escribe la célebre frase ‘profética’ sobre el sustitucionismo:
“En la política interna del partido, estos métodos conducen como veremos más adelante a que el aparato del partido sustituya al partido, el comité central al aparato, y finalmente al dictador a sustituir al comité central”.
Aquí, según reseñaría Deutscher en su libro El profeta armado, Trotski parece intuir la futura degeneración del partido bolchevique. Trotski muestra también esa percepción cuando subraya el peligro del sustitucionismo respecto al conjunto de la clase obrera en la futura revolución (peligro al que él también sucumbió, e incluso mucho más que Lenin en ciertos momentos):
“Las tareas del nuevo régimen serán tan sumamente complejas que no podrán ser resueltas más que por una confrontación entre diferentes modelos de construcción económica y política, a través de largas ‘disputas’, mediante una lucha sistemática no sólo entre diferentes corrientes en el seno del socialismo, corrientes éstas que emergerán inevitablemente cuando la dictadura del proletariado planteará decenas de nuevos problemas. Ninguna organización ‘dominante’ fuerte será capaz de suprimir tales corrientes y tales controversias (...). Un proletariado capaz de ejercer su dictadura sobre la sociedad no tolerará ninguna dictadura sobre sí mismo”.
Trotski también realizó críticas válidas a la analogía que planteaba Lenin en el libro ¿Qué hacer? entre los revolucionarios proletarios y los jacobinos, mostrando las diferencias esenciales que existen entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria. Además muestra que al polemizar con los economicistas que veían la conciencia de clase como un simple reflejo o un producto pasivo de la lucha inmediata, Lenin había recurrido a la “idea absurda” de Kautsky de que la conciencia socialista tendría su origen en la intelectualidad burguesa. Habida cuenta de que sobre muchas de estas cuestiones Lenin admitió haber “torcido la barra” en su ataque al economicismo y el localismo organizativo, no resulta sorprendente que ciertas polémicas de Trotski muestren una gran perspicacia y sean contribuciones teóricas que pueden ser útiles incluso hoy.
Pero sí sería un error, como hacen los consejistas, tratar esta visión fuera de su contexto global, ya que se trataba de una argumentación, en esencia errónea, que ponía de manifiesto la incapacidad de Trotski para comprender lo que se jugaba verdaderamente en este debate.
En cuanto a las intuiciones de Trotski sobre el sustitucionismo en particular, debemos tener presente ante todo que él partía de la idea de que la lucha que llevaba Lenin por la centralización estaba motivada no por un combate por los principios sino por un “afán de poder” maquiavélico por parte de éste, e interpretaba pues todas las acciones y las propuestas de Lenin durante el Congreso como partes de una gran maniobra destinada a garantizarse su dictadura única sobre el partido y, quizás, sobre el conjunto de la clase.
La segunda debilidad de la crítica que hace Trotski al sustitucionismo es que no ve las raíces de éste en la presión general de la ideología burguesa que puede afectar al proletariado lo mismo que a la pequeña burguesía intelectual. Por el contrario se apoya en un análisis sociológico y obrerista según el cual las razones del fracaso de Iskra residirían en que estaba compuesta fundamentalmente de intelectuales, y que orientaba la mayor parte de su actividad hacia los intelectuales. Y, en último lugar pero no por ello menos importante, si bien es cierto que el sustitucionismo se convertiría en un peligro real, tanto en la teoría como en la práctica, a causa del aislamiento y declive de la revolución rusa, en cambio, en vísperas de 1905, en pleno auge de la marea de la lucha de clases, no era, ni mucho menos, el peligro principal. El verdadero peligro que fue denunciado en el IIº Congreso, y que iba a ser el obstáculo principal al desarrollo del movimiento revolucionario en Rusia, no era que el partido actuara sustituyendo a las masas obreras; sino la subestimación del papel diferenciado del partido (algo intrínseco a la visión de economicistas y mencheviques), que impedía la formación de un partido capaz de desempeñar su función en los levantamientos sociales y políticos que se avecinaban. En ese sentido, las advertencias de Trotski sobre el sustitucionismo suponen una falsa alarma.
En cierta medida se puede comparar con la fase de la lucha de clases que se abrió en 1968. Durante todo este período, caracterizado por una curva ascendente de la lucha de clases y la debilidad extrema de las minorías revolucionarias, el mayor peligro para el movimiento de la clase obrera no es que las minorías revolucionarias violen, por decirlo de alguna forma, la virginidad de la clase obrera; sino y sobre todo que el proletariado se lance a enfrentamientos masivos contra el Estado burgués, en un contexto en que la organización revolucionaria es demasiado pequeña y está demasiado aislada para poder influir en el curso de los acontecimientos. Por esta razón la CCI ha defendido, desde mediados de los años 80, que el principal peligro no viene del sustitucionismo sino del consejismo; no la exageración del papel y las capacidades del partido sino su subestimación o su negligencia.
El flirteo de Trotski con los mencheviques en 1903, fue un error y condujo a una ruptura entre Lenin y él que duraría hasta los prolegómenos de la revolución de Octubre. Sin embargo, poco iba a durar ese coqueteo. A finales de 1904 Trotski se enfrentó a los mencheviques sobre todo a propósito del análisis de la inminente revolución, pues Trotski jamás pudo aceptar la visión de que la clase obrera debía subordinar su lucha a las necesidades de la burguesía liberal. El carácter fundamentalmente proletario de la respuesta de Trotski se confirmaría durante los acontecimientos de 1905 durante los cuales él desempeñó un papel absolutamente crucial como presidente del Soviet de Petrogrado. Pero aún más importantes, si cabe, son las conclusiones teóricas que sacó de esta experiencia, en particular, la teoría de la revolución permanente y la clarificación del papel histórico de la forma organizativa de los Soviets como organización de la clase.
Trotski se unió a Lenin y al partido bolchevique en 1917 y reconoció, como vimos, que Lenin llevaba razón en 1903 sobre la cuestión de la organización. Sin embargo jamás reexaminó a fondo sobre esta cuestión ni, sobre todo, los errores contenidos en estas dos importantes contribuciones (nos referimos al Informe de la delegación siberiana y a Nuestras tareas políticas) que hemos analizado.
Pero a pesar de la importancia que le dio a estos problemas organizativos continuó subestimándolos a lo largo de toda su vida política posterior, contrariamente a lo que hicieron otras corrientes de oposición al estalinismo, como, por ejemplo, la Izquierda italiana. Con la distancia que da el paso de la historia, el examen de estos desacuerdos puede todavía aleccionarnos mucho no sólo sobre las cuestiones que se discutieron, sino cómo llevar a cabo estas polémicas entre verdaderos representantes del pensamiento marxista, para que se abra paso una clarificación que vaya más allá de las contribuciones individuales de los propios pensadores. Como veremos en el próximo artículo de esta serie, esto también se pudo ver en el debate que sobre cuestiones organizativas mantuvieron Lenin y Rosa Luxemburg.
Amos
La actitud más caricaturesca es probablemente la del Partido comunista internacional (PCI, que publica Le Prolétaire e Il Comunista). Así es como en un folleto recientemente publicado, Le Courant communiste international: à contre-courant du marxisme et de la lutte de classe (la CCI a contracorriente del marxismo y de la lucha de clases), esta organización evoca nuestro análisis sobre la descomposición en estos términos: “Tampoco haremos aquí la critica en regla de esa teoría brumosa, contentándonos con señalar sus hallazgos que rompen con el marxismo y el materialismo”. Y aquí se acaba todo lo que el PCI tiene que decir con respecto a nuestro análisis, cuando por otra parte dedica setenta páginas a la polémica con nuestra organización.
Para una organización que pretende defender intereses históricos de la clase obrera, es sin embargo una responsabilidad de primer orden el esfuerzo de reflexión teórica para clarificar las condiciones de su lucha y criticar los análisis de la sociedad que considera falsos, en particular cuando estos los defienden otras organizaciones revolucionarias (1).
El proletariado y sus minorías de vanguardia necesitan ante todo un marco global de comprensión de la situación. Sin él están condenadas a ser incapaces de responder a los acontecimientos sino es de forma empírica, condenadas a ser zarandeadas por ellos.
Por su parte, la Communist Worker’s Organisation (CWO), rama británica del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) ha abordado en tres artículos de sus publicaciones (2) nuestro análisis sobre la descomposición del capitalismo. Ya comentaremos más lejos los argumentos precisos avanzados por la CWO. Señalemos de momento que la crítica principal hecha en esos textos a nuestro análisis sobre la descomposición es que estaría fuera del ámbito marxista.
Frente a juicios como ése (que la CWO no es la única en enunciar) consideramos necesario poner de relieve las raíces marxistas de la noción de descomposición del capitalismo y precisar y desarrollar ciertos aspectos e implicaciones. Por eso empezamos aquí la redacción de una serie de artículos titulados “Entender la descomposición”, en continuidad con lo que redactamos hace años y que se titulaba “Entender la decadencia del capitalismo” (3), al no ser la descomposición en fin de cuentas sino un fenómeno de la decadencia, que no puede entenderse separada de ésta.
El método marxista nos da un marco materialista e histórico que permite caracterizar las fases de la vida del capitalismo, tanto en su periodo ascendente como en el de su decadencia.
“De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico – nacimiento, ascendencia, decadencia –, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia: imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo” (4).
Así es como el ejemplo más conocido de este fenómeno concierne el imperialismo que, “... a decir verdad, empieza tras los años 1870, cuando el imperialismo mundial alcanza una nueva configuración significativa: el período en que se acaba la constitución de estados nacionales en Europa y Norteamérica y en el que en vez de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, se presentan varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas en competencia para dominar el mercado mundial –no solo para conquistar los mercados interiores de los demás sino también para conquistar el mercado colonial” (5).
Sin embargo, el imperialismo no adquiere “... un lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su periodo de decadencia, hasta el punto de imprimir su marca a la primera fase de este período, lo que llevó a los revolucionarios en aquel entonces a identificarlo con la decadencia misma” (6).
De igual modo, el periodo de decadencia contiene, desde sus orígenes, elementos de descomposición, que se caracterizan por la dislocación del cuerpo social y la putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas. Sin embargo solo a cierto nivel de la decadencia, y en circunstancias bien determinadas, la descomposición se convierte en un factor, incluso el factor más decisivo de la evolución de la sociedad, abriendo así una fase especifica, la de la descomposición de la sociedad. Esta fase es el remate de las fases que la precedieron sucesivamente en la decadencia como lo prueba la historia misma de este período.
El Primer congreso de la Internacional comunista (IC) en marzo del 1919 puso en evidencia que había entrado el capitalismo en una nueva época, la de su declive histórico, e identificó en ésta la descomposición interna del sistema:
“Ha nacido una nueva época: la de la disgregación del capitalismo, de su hundimiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado” (7).
La amenaza de su destrucción se plantea al conjunto de la humanidad si el capitalismo logra sobrevivir a la oleada de la revolución proletaria:
“La humanidad, cuya cultura está devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ha fallecido. Ya no puede seguir existiendo. El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos” (ídem). “Ahora no solo se presenta ante nosotros con toda su horrenda realidad la pauperización social, sino también un empobrecimiento fisiológico y biológico” (8).
En el plano de la vida de la sociedad, esta nueva época está marcada por el acontecimiento histórico que la abrió, la Primera Guerra mundial:
“La libre competencia, como regulador de la producción y del reparto, fue sustituida en los campos principales de la economía por el sistema de trusts y de monopolios muchos años antes de la guerra, pero el propio curso de la guerra arrancó a los sociedades económicas el papel regulador y director para pasarlos directamente al poder militar y gubernamental” (9).
Lo que aquí se describe no es un fenómeno coyuntural, ligado al carácter pretendidamente excepcional de la situación de guerra, sino una tendencia permanente y dominante irreversible:
“Si la sujeción absoluta del poder político al capital financiero llevó la humanidad a la matanza imperialista, esta matanza permitió al capital financiero no solo militarizar el Estado de arriba abajo, sino también militarizarse a sí mismo, de tal forma que ya no puede cumplir con sus funciones económicas esenciales sino es mediante el fuego y la sangre (...) La estatización de la vida económica, contra la que tanto protestaba el liberalismo económico, es un hecho consumado. No solo volver a la libre competencia, sino a la simple dominación de los “trusts”, sindicatos y demás pulpos capitalistas se ha vuelto imposible. El único problema es saber quién dominará la producción estatizada: el Estado imperialista o el Estado del proletariado victorioso ” (10).
Las ocho décadas que siguieron no han hecho sino confirmar ese giro decisivo en la vida de la sociedad: el desarrollo masivo del capitalismo de Estado y de la economía de guerra tras la crisis del 29; la Segunda Guerra mundial; la reconstrucción y el inicio de una carrera nuclear demente; la guerra “fría”, que mató a tantos seres humanos como ambas guerras mundiales; y a partir de 1967, que corresponde al final de la reconstrucción de posguerra, el hundimiento progresivo de la economía mundial en una crisis que dura ya desde hace más de treinta años, acompañada de una espiral sin fin de convulsiones guerreras. Un mundo, en fin de cuentas, que no ofrece más alternativa que la de una agonía interminable hecha de destrucciones, miseria y barbarie.
Tal evolución histórica no puede sino favorecer la descomposición del modo de producción capitalista en todos los planos de la vida social: la economía, la vida política, la moral, la cultura, etc. Esto quedó ilustrado tanto en la locura irracional y la barbarie del nazismo con sus campos de exterminio o del estalinismo con sus gulags como por el cinismo y la hipocresía moral de sus adversarios democráticos y sus bombardeos asesinos, responsables, a finales de la Segunda Guerra mundial, de centenas de miles de victimas en la población alemana (en Dresde en particular) o en la japonesa (las dos bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki), cuando Alemania y Japón ya estaban vencidos. En 1947, la Izquierda comunista de Francia puso en evidencia que las tendencias a la descomposición que se expresaban en el capitalismo eran producto de sus contradicciones insuperables:
“La burguesía está ante su propia descomposición y sus manifestaciones. Cada solución que intenta aportar no hace sino precipitar el choque de las contradicciones (...) intenta atenuar el mal menor, pone cataplasmas aquí, tapa agujeros allá, sabiendo que la tormenta siempre va a seguir más fuerte” (11).
Las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo que han marcado sucesivamente los momentos diferentes de esa decadencia no desaparecen con el tiempo, sino que se mantienen. La fase de descomposición que se abre en los años 80 aparece entonces “como resultado de la acumulación de todas las características de un sistema moribundo, la que remata y domina tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia”. Concretamente, “no solo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el Moloch estatal, la crisis permanente de la economía capitalista se mantienen durante la fase de descomposición, sino que además, aparece como la ultima consecuencia, la síntesis rematada de todos esos elementos” (12).
La apertura de la Descomposición (13) no se produce como un relámpago en un cielo sereno, sino que es la cristalización de un proceso latente que actúa ya durante las fases precedentes de la decadencia del capitalismo y que se transforma en un momento dado en factor central de la situación. Así es como los elementos de descomposición que, como ya hemos visto, han ido acompañando toda la decadencia del capitalismo no pueden ponerse en el mismo plano, cuantitativa ni cualitativamente, con los que se manifiestan a partir de los años 1980. La Descomposición no es simplemente una “nueva fase” que sucede a otras en el periodo de decadencia (imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado) sino que es la fase terminal del sistema.
Este fenómeno de descomposición generalizada, de pudrimiento de raíz de la sociedad se debe a que las contradicciones del capitalismo no cesan de empeorar, porque la burguesía es incapaz de dar la menor perspectiva al conjunto de la sociedad y que el proletariado no está de momento en condiciones para afirmar la suya.
En las sociedades de clases, los individuos actúan y trabajan sin controlar real y conscientemente su propia vida. Pero esto no significa, sin embargo, que la sociedad pueda funcionar de forma totalmente ciega, sin orientación ni perspectiva. Efectivamente, “ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia” (14).
Esta tendencia creciente a la desorientación en la marcha de la sociedad es una diferencia importante entre la fase actual de descomposición del capitalismo y el periodo de la Segunda Guerra mundial. Ésta fue una manifestación aterradora de la barbarie del sistema capitalista. Pero barbarie no es sinónimo de descomposición. Durante la barbarie de la Segunda Guerra mundial, la sociedad no carecía todavía de “orientación” puesto que seguía existiendo esa capacidad de los Estados capitalistas para encuadrar a la sociedad entera con sus férreas garras y alistarla en la guerra. El período de “Guerra fría” siguió con las mismas características: toda la vida social estaba encuadrada por los Estados implicados en un pulso sangriento entre bloques. La sociedad se hundía entonces en una barbarie “organizada”. Lo que hoy cambia radicalmente con el comienzo de la fase de descomposición, es que la barbarie “organizada” ha dejado el sitio a una barbarie anárquica y caótica en la que predominan la tendencia a “cada uno por su cuenta”, la instabilidad de las alianzas, la gangsterización de las relaciones internacionales....
Para el marxismo, “... las relaciones sociales de producción cambian y se transforman con la evolución y el desarrollo de los medios materiales de producción, de las fuerzas productivas. Las relaciones de producción, tomados en su totalidad, es lo que se llama relaciones sociales, y en particular una sociedad que ha alcanzado un grado determinado de evolución histórica, una sociedad particular y bien caracterizada. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa son esos conjuntos de relaciones de producción, de los que cada uno de ellos designa un nivel particular de la evolución histórica de la humanidad” (15).
Pero esas relaciones de producción también son el marco en el que obra el motor histórico de su evolución y el de la humanidad, o sea la lucha de clases: “La producción económica y la estructura social que se deriva necesariamente de ella en cada época de la historia constituyen el fundamento de la historia política e intelectual de esa época; que, en consecuencia (desde la disolución de la antiquísima propiedad común del suelo), toda la historia ha sido una historia de la lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominadoras y dominadas, en diversos peldaños del desarrollo social” (16).
Los lazos entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas por un lado, y por otro la lucha de clases, jamás fueron concebidos por el marxismo de manera simplista y mecánica, siendo aquellos determinantes y ésta determinada. Sobre este tema, contestando a la Oposición de izquierdas, Bilan alertaba contra la interpretación materialista vulgar, por el hecho de que “cualquier evolución de la historia puede reducirse a la ley de la evolución de las fuerzas productivas y económicas”, elemento aportado por el marxismo con respecto a todas las teorías históricas que lo precedieron y que ha sido plenamente confirmado por la evolución de la sociedad capitalista. Para esta interpretación materialista vulgar, “el mecanismo productivo no solo representa la fuente de la formación de clases, sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres qua las constituyen; así quedaría curiosamente resuelto el problema de las luchas sociales; hombres y clases no serían sino muñecos accionados por fuerzas económicas” (17).
Las clases sociales no actúan según un quión escrito de antemano por la evolución económica. Bilan añade que “... la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados para su triunfo. Las clases deben tanto su existencia como su desaparición a los mecanismos económicos, pero para triunfar (...) han de ser capaces de darse una configuración política y orgánica, sin la cual corren el riesgo de seguir mucho tiempo prisioneras de las antiguas clases a pesar de haber sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, porque esas clases, para resistir, intentarán detener el curso mismo de la evolución histórica” (18).
Se pueden ahora sacar dos conclusiones. La primera es que a pesar de ser determinante, el mecanismo económico también es determinado, puesto que la resistencia de la antigua clase –condenada por la historia– puede impedir el curso de su evolución. La humanidad de hoy día ya ha vivido casi un siglo de decadencia del capitalismo, lo que ilustra perfectamente esa realidad. A fin de evitar hundimientos brutales y para poder asumir las exigencias de la economía de guerra, el capitalismo de Estado ha falsificado en permanencia la ley del valor (19), encerrando la economía en contradicciones siempre más insuperables. En vez de resolver las contradicciones del sistema capitalista, esa huida ciega hacia adelante las ha agravado considerablemente. Para Bilan, esa huida ha encerrado el curso de la evolución histórica en un nudo gordiano de contradicciones insuperables.
La segunda conclusión es que la clase revolucionaria, a pesar de tener la misión histórica de derribar el capitalismo, no ha podido cumplirla hasta ahora. El larguísimo periodo de estos treinta años pasados es una certera confirmación del análisis de Bilan, en perfecta continuidad con todas las posiciones del marxismo: si el resurgimiento histórico del proletariado en 1968 logró entorpecer la capacidad de la burguesía para arrastrar a la sociedad hacia la guerra generalizada, no logró, sin embargo, orientar sus luchas defensivas hacia un combate ofensivo por la destrucción del capitalismo.
Esta debilidad, resultante de una serie de factores generales e históricos que no analizaremos aquí (20), es un elemento determinante para entender la entrada del capitalismo en su fase de descomposición. Por otro lado, si la descomposición es el resultado de dificultades del proletariado, también contribuye activamente a agravarlas: “... los efectos de la descomposición (...) pueden ser profundamente negativos en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad pandillera, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada” (21).
En efecto:
– las clases intermedias, tales como la pequeña burguesía o el lumpen, tienden con la descomposición a adoptar comportamientos cada día más ligados a las peores aberraciones del capitalismo e incluso de sistemas que lo precedieron. Sus revueltas desesperadas pueden contaminar al proletariado o arrastrar a alguno de sus sectores;
– La atmósfera general de descomposición moral e ideológica afecta a las capacidades de toma de conciencia, de unidad, de confianza y de solidaridad del proletariado:
“La clase obrera no esta separada de la vieja sociedad burguesa por una muralla de China. Cuando estalla la revolución, las cosas no pasan como cuando muere un hombre, y se entierra su cadáver. Cuando muere la vieja sociedad resulta imposible poner sus restos en un ataúd y enterrarla en la tumba. Se descompone entre nosotros, se pudre y su podredumbre nos va ganando. Ninguna gran revolución en el mundo ha evitado esto y no puede sino ser así. Es precisamente lo que hemos de combatir para salvaguardar los gérmenes del nuevo [mundo] en esta atmósfera apestada por los miasmas del cadáver en descomposición” (22).
– La burguesía puede utilizar los efectos de la descomposición contra el proletariado. Así ocurrió en particular con el desmoronamiento sin guerra ni revolución del antiguo bloque soviético, manifestación más sobresaliente de la Descomposición, que permitió a la burguesía desencadenar una enorme campaña anticomunista cuyo efecto ha sido un retroceso importante de la conciencia y de la combatividad en las filas obreras. Todos los efectos de esta campaña no están ni mucho menos superados.
El paso de un modo de producción a otro superior no es un producto ineluctable de la evolución de las fuerzas productivas. Este paso necesita una revolución, producto de la capacidad de la nueva clase dominante para echar abajo a la antigua y construir nuevas relaciones de producción.
El marxismo defiende el determinismo histórico, pero esto no implica que considere el comunismo como el resultado forzoso e inevitable de la evolución del capitalismo. Semejante visión es una deformación materialista vulgar del marxismo. Para el marxismo, determinismo histórico significa que:
1) una revolución no es posible más que cuando el modo de producción precedente ha agotado todas sus capacidades de desarrollo de las fuerzas productivas: “Jamás expira una sociedad antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; nunca triunfan unas relaciones de producción superiores antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan surgido en el corazón de la vieja sociedad” (23).
2) El capitalismo no puede volver hacia atrás (hacia el feudalismo u otros modos de producción precapitalistas): Una de dos: o la revolución proletaria permite superarlo o, si no, arrastra la humanidad hacia su destrucción;
3) El capitalismo es la última sociedad de clases. La teoría avanzada por el grupo “Socialismo o barbarie” o por ciertas escisiones del trotskismo (24) que anunciaba el advenimiento de una “tercera sociedad”, ni capitalista ni comunista, es una aberración desde el punto de vista marxista, el cual pone de relieve que “... las relaciones de producción burguesas son la ultima forma antagónica del proceso social de producción (...) Con este sistema social se acaba, pues, la prehistoria de la sociedad humana” (25).
El marxismo ha planteado siempre en términos de alternativa el desenlace de la evolución histórica: o se impone la clase revolucionaria abriendo las puertas a un nuevo modo de producción, o se hunde la sociedad en el caos y la barbarie. El Manifiesto comunista muestra de qué modo se ha manifestado la lucha de clases a través de “... una guerra interrumpida, unas veces abierta, otras oculta, una guerra que siempre acababa en transformación revolucionaria de la sociedad entera o en destrucción de ambas clases en lucha”.
“Contra todos los errores idealistas que intentaban separar al proletariado del comunismo, Marx definió a éste como la expresión del “movimiento real” de aquél, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino que han de liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la antigua sociedad que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia)” (26).
La lucha de clase del proletariado no es el “instrumento” de un “destino histórico” (la realización del comunismo). En la Ideología alemana, Marx y Engels critican sin concesiones tal visión:
“La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales, y fuerzas productivas transmitidas por cuantas la han precedido; es decir que, por una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diferente, lo que podría tergiversarse especulativamente, diciendo que la historia posterior es la finalidad de la que precede, como si dijésemos, por ejemplo, que el descubrimiento de América tuvo como finalidad ayudar a que se expandiera la Revolución francesa”.
De esta forma, el método marxista, aplicado al análisis de la fase actual de la evolución del capitalismo, permite entender que, a pesar de su existencia bien real, la Descomposición no es un fenómeno “racional” en la evolución histórica. No es para nada un eslabón necesario de la cadena que lleva al comunismo. Al contrario, contiene el peligro de una erosión progresiva de sus bases materiales. Primero porque desarrolla un lento proceso de aniquilación de las fuerzas productivas hasta un punto en que se volviera imposible la construcción del comunismo:
“No se puede defender, como por ejemplo lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista sería posible aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión, dejando de lado toda consideración sobre su grado. El capitalismo ha sido una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo porque logró desarrollar suficientemente las condiciones objetivas que lo permiten. Pero del mismo modo que en la fase actual (...) se ha convertido en freno al desarrollo de las fuerzas productivas, su prolongación más allá de esta fase acarreará la desaparición de las condiciones del socialismo” (27).
Además, corroe las bases de la unidad y de la identidad de clase del proletariado:
“El proceso de desintegración que acarrea el desempleo masivo y prolongado, en particular entre los jóvenes, por el estallido de las concentraciones obreras tradicionalmente combativas de la clase obrera en el corazón industrial, todo ello refuerza la atomización y la competencia entre los obreros. (...) La fragmentación de la identidad de clase de la que hemos sido testigos en la última década no sería en ningún caso un avance, sino una clara manifestación de la descomposición con los enormes peligros que ello comporta para la clase obrera” (28).
La etapa histórica de la Descomposición contiene la amenaza de aniquilamiento de las condiciones de la revolución comunista. No es diferente en este sentido de otras etapas de la decadencia del capitalismo en que existió también tal amenaza, que los revolucionarios evidenciaron. Existen sin embargo algunas diferencias con respecto a éstas:
– la guerra podía desembocar en una reconstrucción, mientras que el proceso de destrucción de la humanidad bajo los efectos de la Descomposición, aunque sea lento y oculto, es irreversible (29);
– la amenaza de destrucción estaba ligada al estallido de una tercera guerra mundial, cuando hoy, en la Descomposición, varias causas (guerras locales, destrucción del equilibrio ecológico, lenta erosión de las fuerzas productivas, hundimiento progresivo de las infraestructuras productivas, destrucción gradual de las relaciones sociales) actúan de forma más o menos simultánea como factores de destrucción de la humanidad;
– la amenaza de destrucción se presentaba con la forma brutal de una nueva guerra mundial, mientras que hoy en día tiene una forma menos visible, más insidiosa, mucho más difícil de observar: “En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil” (véase al final del artículo la nota *);
– el hecho de que la descomposición sea el factor central de la evolución de toda la sociedad significa, como ya lo hemos evocado, que tiene un impacto directo y más permanente sobre el proletariado a todos niveles: la toma de conciencia, la unidad, la solidaridad, etc.
No obstante,
“... la evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista” (30).
En efecto:
– el proletariado no ha sufrido derrotas importantes y sigue intacta su combatividad;
– el factor que es la causa fundamental de la descomposición, o sea la crisis, también es
“... un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad” (31).
Pero en la medida en que únicamente la revolución comunista es capaz de alejar definitivamente la amenaza que contiene la descomposición para la humanidad, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes. La conciencia de la crisis por sí misma no puede resolver los problemas y las dificultades que enfrenta el proletariado y que tendrá que enfrentar cada día más. Por eso tendrá que desarrollar:
“– la conciencia de la importancia de lo que se está jugando en la situación histórica de hoy y, en especial, de los peligros mortales que la descomposición entraña para la humanidad;
“– su determinación en proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase;
“– su capacidad para desactivar la cantidad de trampas que la burguesía, incluso afectada por su propia descomposición, no dejará de tenderle en su camino ” (32).
La descomposición obliga al proletariado a afilar las armas de su conciencia, de su unidad, de su confianza, de su solidaridad, de su voluntad y de su heroísmo, lo que Trotski llamaba los factores subjetivos y cuya enorme importancia en los acontecimientos puso él de relieve en su Historia de la Revolución rusa. Esas cualidades deberán ser cultivadas con profundidad y extensión por los revolucionarios y las minorías más en vanguardia del proletariado en todos los frentes de la lucha de clases del proletariado, el económico, el político y el teórico, según palabras de Engels.
La fase de descomposición pone en evidencia que de los dos factores que rigen la evolución histórica, o sea el mecanismo económico y la lucha de clases, el primero se está pasando de maduro y contiene el peligro de aniquilación de la humanidad. Por eso se hace tan decisivo el segundo factor. Hoy más que nunca, la lucha de clases del proletariado es el motor de la historia. La conciencia, la unidad, la confianza, la solidaridad, la voluntad y el heroísmo, cualidades que la clase obrera es capaz de alzar, en la lucha de clases, a unos niveles muy diferentes y superiores a las demás clases de la historia, son las fuerzas que le permitirán, desarrolladas al más alto nivel, superar los peligros contenidos en la descomposición y abrir el camino a la liberación comunista de la humanidad.
C. Mir
(*) En un panfleto titulado “Cuestiones a los militantes y simpatizantes de la CCI actual” repartido a la puerta de nuestras reuniones públicas así como en la manifestación pacifista del 20 de marzo en París, el grupo parásito autoproclamado “Fracción interna de la CCI” (animado por unos cuantos ex miembros de nuestra organización) comenta extractos de la “Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XVº Congreso internacional (33).
Primer extracto:
“Aunque la descomposición del capitalismo sea el resultado de ese bloqueo histórico entre las clases esta situación no puede permanecer estática. La crisis económica (...) sigue profundizándose. Sin embargo, contrariamente al periodo 1968-1989 en que la salida de estas contradicciones de clase no podía ser otra que la guerra o la revolución, el nuevo periodo abre la vía a una tercera posibilidad: la destrucción de la humanidad. No a través de una guerra apocalíptica sino a través de un avance gradual de la descomposición que podría, a la larga, ahogar la capacidad del proletariado para responder como clase, y de la misma manera hacer un planeta inhabitable, metido en un torbellino de guerras regionales y de catástrofes ecológicas. Para llevar a cabo una guerra mundial la burguesía debería comenzar por enfrentar directamente y derrotar a los principales batallones de la clase obrera, después movilizarlos para que marchen tras los estandartes y la ideología de nuevos bloques imperialistas. En el nuevo guión (el de la descomposición), la clase obrera podría ser derrotada de una manera menos abierta y menos directa, simplemente no siendo capaz de responder a la crisis del sistema y dejándose arrastrar cada vez más por el remolino de la decadencia” (los subrayados son de la Ficci).
Comentario de la Ficci: “Es aquí la introducción claramente oportunista de una “tercer vía”, opuesta a la tesis clásica del marxismo de una alternativa histórica. Como en Bernstein, Kautski y sus epígonos, la idea misma de una tercer vía se opone a la alternativa histórica, “simplista” según el oportunismo, de “guerra o revolución”. Aquí se trata de la afirmación explicita, abierta, de la revisión de una tesis clásica del movimiento obrero...”.
Segundo extracto:
“Lo que ha cambiado con la descomposición es la naturaleza de una posible derrota histórica que puede no venir de un choque frontal entre las dos principales clases en conflicto sino de un lento reflujo de las capacidades del proletariado para constituirse en clase dominante, en cuyo caso el punto de no retorno sería más difícil de discernir, lo que es el caso en cualquier catástrofe definitiva. Es el peligro mortal al que la clase obrera está confrontada hoy día”.
Comentario de la Ficci: “Aquí se expresa la tendencia oportunista, revisionista, que “liquida” la lucha de clases”.
Lo que expresan realmente estas líneas de la Ficci es la voluntad deliberada de esa agrupación de perjudicar a nuestra organización (al no poder destruirla) por cualquier medio. Efectivamente, los miembros de esa Ficci, tras algunas décadas de militantismo en nuestra organización, perdieron sus convicciones comunistas y juraron la ruina de la CCI, y están ahora dispuestos a la peor ignominia para conseguir sus fines: el robo, el chivatazo a la policía (véase sobre este tema nuestro articulo “Los métodos policiales de la Ficci” en nuestro sitio Internet y nuestra prensa territorial) y, claro está, la mentira más descarada. La CCI no ha “revisado” en modo alguno sus posiciones desde que ya no están en su seno esos matachines de la Ficci para impedirle “degenerar”.
El XIIIº Congreso de la CCI adoptó en 1999, con la aprobación total de los militantes que más tarde formarían esa Ficci, un “Informe sobre la lucha de clases” (34) que decía:
“Los peligros del nuevo período para la clase obrera y el porvenir de sus luchas no pueden subestimarse. El combate de la clase obrera cerró claramente la vía a la guerra mundial en los años 70 y 80, pero, en cambio, no puede frenar el proceso de descomposición. Para desencadenar una guerra mundial, la burguesía tendría que infligir derrotas importantes a los batallones centrales de la clase obrera. Hoy, el proletariado está enfrentado a la amenaza a más largo plazo, pero no menos peligrosa de una especie de “muerte lenta”, una situación en la que la clase obrera estaría cada vez más aplastada por ese proceso de descomposición hasta perder su capacidad de afirmarse como clase, mientras el capitalismo se va hundiendo de catástrofe en catástrofe (guerras locales, desastres ecológicos, hambres, enfermedades, etc.)”.
En el mismo sentido, en el “Informe sobre la lucha de clases” adoptado por el XIVº Congreso internacional (35) con la aprobación de los mismos futuros miembros de esa Ficci, decíamos:
“... la evolución (...) está creando una situación en la que las bases de una nueva sociedad podrían quedar socavadas sin guerra mundial y por lo tanto sin la necesidad de movilizar al proletariado en favor de la guerra. En el guión precedente era la guerra nuclear mundial lo que hubiera impedido definitivamente la posibilidad del comunismo (...) El nuevo guión considera la posibilidad de un deslizamiento más lento pero no menos mortal hacia un estado en el que el proletariado quedaría fragmentado más allá de toda posible reparación y arruinadas también las bases naturales y económicas para la transformación social a través de un incremento constante de conflictos militares locales y regionales, catástrofes ecológicas y la ruina social”.
En cuanto a la Resolución adoptada por este mismo Congreso (36), evoca en su punto 13 :“... el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal”.
¿No estarían dormidos esos valientes defensores de la “verdadera CCI” (así les gusta definirse) cuando fueron adoptados estos documentos? A lo mejor, se les alzaron automáticamente las manos para adoptarlos. Se ha de considerar entonces que estuvieron dormidos durante más de once años, puesto que en un Informe adoptado en enero del 1990 por el órgano central de la CCI (y que esos personajes apoyaron sin la menor reserva), ya se afirmaba:“Aunque la guerra mundial no podría, actualmente y quizás de forma definitiva, ser una amenaza para la vida de la humanidad, esa amenaza puede derivarse, como hemos visto, de la descomposición de la sociedad. Y tanto más porque, si bien es cierto que el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, (...) la descomposición, en cambio, no necesita semejante adhesión para destruir la humanidad” (37).
NOTAS:
1) La CCI por su parte ha dedicado muchos artículos de su prensa a criticar lo que consideramos como visiones erróneas, empezando por la aberración contenida en esa “innovación” respecto al marxismo paradójicamente llamada “invariación”.
En nombre de ésta, la corriente bordiguista (perteneciente conmo la CCI a la corriente de la Izquierda comunista) se niega dogmáticamente a reconocer la realidad de una evolución en profundidad de la sociedad capitalista desde 1848, y en consecuencia la entrada de este sistema en su fase de decadencia (véase el articulo “El rechazo de la noción de decadencia”, Revista internacional nos 77 y 78).
2) Se trata de los artículos siguientes: “War and the ICC” “La guerra y la CCI), Revolutionary Perspectives (RP) no 24, “Workers’ Struggles in Argentina: polemic with the ICC” (Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI) en Internationalist Communist no 21 y “Imperialism’s New World Order” (El nuevo orden mundial del imperialismo), en RP no 27.
3) Véase las Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55 y 56.
4) “Tesis sobre la descomposición”, punto 3, Revista internacional nos 62 o 107.
5) “Sobre el imperialismo”, Revista internacional no 19.
6) Idem.
7) “Plataforma” de la IC.
8) “Manifiesto de la IC a los proletarios del mundo entero”.
9) Ídem.
10) Ídem.
11) Internationalisme nº 23, “Inestabilidad y decadencia capitalista”.
12) Ídem.
13) Cuando nos referimos a la Descomposición con mayúscula, se trata de la fase de descomposición, o sea una noción distinta del propio fenómeno de descomposición que, como hemos visto, acompaña todo el proceso de decadencia de forma más o menos marcada y se vuelve dominante en la fase de descomposición.
14) “Tesis sobre la descomposición”, punto 5, op. cit.
15) Marx, Trabajo asalariado y capital.
16) F. Engels, “Prólogo a la edición alemana” de El Manifiesto comunista, 1883.
17) “Los principios, armas de la revolución”, Bilan no 5.
18) Ídem. El que una idea proceda de la corriente de la Izquierda comunista de Italia no le da de por sí, automáticamente, un carácter marxista irrefutable. Sin embargo, esto puede hacer reflexionar a los compañeros y simpatizantes de las organizaciones que hoy se reivindican de esa corriente
histórica, como el BIPR o los diferentes grupos que se denominan, todos ellos, Partido comunista internacional.
19) Vease el artículo “El proletariado en el capitalismo decadente”, Revista internacional no 23.
20) Vease en particular “¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, Revista internacional nos 103 y 104.
21) “Informe sobre la lucha de clases: el concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, adoptado por el xivo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.
22) Lenin, “La lucha por el pan”, discurso al CCE panruso de los Soviets. Citado por Bilan no 6.
23) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.
24) Burham y su teoría de la nueva clase “de ejecutivos (managers)manageriale”.
25) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.
26) “El proletariado en el capitalismo decadente, Revista internacional no 23.
27) “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, Izquierda comunista de Francia, Internationalisme no 46 de mayo del 1952, republicado en la Revista internacional no 21.
28) “Informe sobre la lucha de clases, XIVo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.
29) El período de la “guerra fría”, con su carrera demencial a los armamentos nucleares, marcó ya el fin de cualquier posibilidad de reconstrucción tras una tercera guerra mundial.
30) “Tesis sobre la descomposición”, punto 17, Revista internacional no 107.
31) ídem.
32) ídem.
33) Vease Revista internacional no 113.
34) Revista internacional no 99, 1999.
35) Revista internacional no 107, 2001.
36) Revista internacional no 106.
37) Revista internacional no 61.
Publicamos aquí el Informe sobre la lucha de clases presentado y ratificado en la reunión del otoño de 2003 del órgano central de la CCI (1). Una vez confirmados los análisis de la organización sobre la permanencia de un curso hacia enfrentamientos de clase (abierto con la reanudación internacional de la lucha de clases en 1968) y a pesar de la gravedad del retroceso sufrido por el proletariado en su conciencia desde el desmoronamiento del bloque del Este, este Informe se dio la tarea particular de estimar el impacto hoy y a largo plazo de la agravación de la crisis económica y de los ataques capitalistas contra la clase obrera. El Informe dice, por ejemplo, que “Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968”.
Lejos estamos todavía de una oleada internacional de luchas masivas, pues, a escala internacional, la combatividad está todavía en una fase embrionaria y muy heterogénea. Importa subrayar, sin embargo, que la considerable agravación de la situación que las perspectivas del capitalismo hacen evidente: desmantelamiento del “Estado del bienestar”, intensificación de la explotación en todas sus formas, incremento del desempleo. Todo ello es una potente palanca en la toma de conciencia en la clase obrera. El Informe insiste en particular en la profundidad, pero también lentitud, de ese proceso de toma de conciencia de la lucha de clase. Desde la redacción de este Informe, las características reseñadas sobre ese cambio de dinámica en la clase obrera, no han sido desmentidas por la evolución de la situación. Aparece incluso una tendencia, señalada en el Informe, a que algunas manifestaciones todavía aisladas de la lucha de la clase desborden el marco fijado por los sindicatos. La prensa territorial de la CCI ha dado cuenta de esas luchas, como las habidas a finales de 2003, en los transportes en Italia y en Correos en Reino Unido, obligando al sindicalismo de base a entrar en acción para sabotear las movilizaciones obreras. Se ha mantenido también una tendencia, ya evidenciada por la CCI antes de este informe, a que aparezcan minorías en búsqueda de coherencia revolucionaria.
Es un camino muy largo el que deberá recorrer la clase obrera. Pero los combates que tendrá que entablar serán el crisol de una reflexión que, espoleada por la agravación de la crisis y fertilizada por la intervención de los revolucionarios, le permitirá volver a apropiarse de su identidad de clase y su confianza en sí misma, reanudar con la experiencia histórica y desarrollar la solidaridad de clase.
El Informe sobre la lucha de clases para el XVº Congreso de la CCI (2) ponía de relieve lo casi inevitable que sería una respuesta de la clase obrera ante el avance cualitativo de la crisis y los ataques que golpearían una nueva generación no derrotada de proletarios, con el telón de fondo de una lento pero significativo retorno de la combatividad. El Informe indicaba una ampliación y profundización, embrionarias pero perceptibles, de la maduración subterránea de la conciencia. Insistía en la importancia de los combates cada vez más masivos que permitirían la recuperación de su identidad de clase por la clase obrera y de la confianza en sí misma. Ponía de relieve que, con la evolución objetiva de las contradicciones del sistema, la concreción de una conciencia de clase suficiente (especialmente en la reconquista de una perspectiva comunista) es algo cada día más decisivo para el porvenir de la humanidad. Ponía el acento en la importancia histórica del surgimiento de una nueva generación de revolucionarios, afirmando que ese proceso ya está en marcha desde 1989, a pesar del reflujo en la combatividad y en la conciencia de la clase en su conjunto. El Informe mostraba, pues, los límites de ese reflujo, afirmando que no ha cambiado el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos y la clase obrera sigue siendo capaz de superar el retroceso que sufrió. Pero también el Informe analizaba la capacidad de la clase dominante para sacar provecho de todo lo que lo que acarrea la evolución de la situación y hacerle frente; situaba esa evolución en el contexto de los efectos negativos de una descomposición del capitalismo. Y concluía con la enorme responsabilidad de las organizaciones revolucionarias ante los esfuerzos de la clase obrera para avanzar, ante una nueva generación de trabajadores en lucha y de revolucionarios que surgirán de esa situación.
Justo casi después del XVº Congreso y el período que siguió a la guerra de Irak, la movilización de los obreros de Francia (entre las más importantes del país desde la Segunda Guerra mundial) confirmaba ya esas perspectivas. En un primer balance de ese movimiento, en la Revista internacional n° 114 ya decíamos que esas luchas eran un rotundo mentís de la tesis de la pretendida desaparición de la clase obrera. El artículo dice que les ataques actuales:
“... son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella”.
Las perspectivas del Informe sobre la lucha de clases del XVº Congreso de la CCI se confirmaron no solo por el desarrollo a escala internacional de una nueva generación de personas en búsqueda, sino también por las luchas obreras.
Por ello, este Informe sobre la lucha de clases se limita a actualizar y examinar con mayor precisión qué significado tienen a largo plazo algunos aspectos de los últimos combates proletarios.
2003: El viraje
Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria fueron un giro en la lucha de clases desde 1989. Han sido un paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera después de un largo período de reflujo desde 1968. Cierto, en los años 90 ya hubo expresiones esporádicas, aunque importantes, de esa combatividad. Sin embargo, la simultaneidad de los movimientos en Francia y Austria, y el que, justo después, los sindicatos alemanes se dedicaran a organizar la derrota de los metalúrgicos en el Este (3) para atajar, preventivamente, la resistencia proletaria, todo ello muestra que la situación está evolucionando desde los inicios del nuevo milenio. En realidad, esos movimientos están sacando a la luz del día que a la clase obrera no le queda más remedio que luchar contra una agravación dramática de la crisis, unos ataques cada día más masivos y generales, y eso a pesar incluso de la persistente ausencia de confianza en sí misma.
El cambio no solo afecta a la combatividad de la clase obrera, sino también a su estado de ánimo, la perspectiva en la que inscribe su actividad. Hay hoy signos de que se están perdiendo ilusiones no sólo sobre los embustes típicos de los años 90 (la “revolución de las nuevas tecnologías”, “el enriquecimiento individual gracias a la Bolsa”, etc.), sino también los producidos por la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, o sea la esperanza de una vida mejor para las generaciones siguientes y una pensión decente para quienes sobrevivieran al cautiverio del trabajo asalariado.
Como lo recuerda el artículo de la Revista internacional n° 114, el retorno del proletariado al escenario histórico en 1968 y el surgimiento de una perspectiva revolucionaria no solo fueron una respuesta a los ataques en lo inmediato, sino, sobre todo, fueron una respuesta al hundimiento de las ilusiones en un porvenir mejor que el capitalismo de posguerra parecía ofrecer. Contrariamente a lo que una deformación vulgar y mecanicista del materialismo histórico quisiera hacernos creer, los giros en la lucha de clases, aun los producidos por una agravación inmediata de las condiciones materiales, siempre son el resultado de los cambios subyacentes en la visión del porvenir. La revolución burguesa en Francia (1879) no estalló con la crisis del feudalismo (pues ya era muy antigua), sino cuando se volvió evidente que el sistema del poder absoluto ya no podía hacer frente a esa crisis. De igual modo, el movimiento que iba a desembocar en la primera oleada revolucionaria mundial no se inició en agosto de 1914, sino cuando se disiparon las ilusiones sobre una solución militar rápida a la guerra mundial.
La comprensión de su significado histórico es, a largo plazo, la tarea principal que las recientes luchas nos imponen.
Una situación social que evoluciona lentamente
No todo giro en la lucha de clases tiene el mismo sentido y el mismo alcance que 1917 ó 1968. Esas fechas fueron cambios del curso histórico; 2003 fue sencillamente la leve marca del final de una fase de reflujo en un curso general a los enfrentamientos de clase masivos. Desde 1968, y antes de 1989, el curso de la lucha de clases había estado ya marcado por una serie de retrocesos y reanudaciones. La dinámica iniciada a finales de los 1970 culminó en las huelgas de masas del verano de 1980 en Polonia. El importante cambio político en la situación obligó entonces a la burguesía a cambiar rápidamente su orientación política y a poner a la izquierda en la posición para así sabotear mejor las luchas desde dentro (4). Es también necesario distinguir entre el cambio actual y la recuperación de la combatividad por la clase obrera y las reanudaciones habidas en los años 70 y 80.
Más en general, debemos distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo así, el mundo se despierta una mañana y ya no es el mismo mundo, y los cambios que no se perciben a primera vista, algo así como los que se producen entre la marea entrante y la saliente. La evolución actual es como el del cambio de marea. Así, las movilizaciones recientes contra los ataques a las pensiones no han sido, ni mucho menos, un cambio inmediato y espectacular de la situación que exigiera un despliegue amplio y rápido de las fuerzas de la burguesía para enfrentarlo.
Está lejos todavía el tiempo de una oleada internacional de luchas masivas. En Francia, lo masivo de la movilización de la primavera de 2003 quedó casi limitado a un único sector, el de la educación. En Austria, la movilización fue más amplia, pero limitada en el tiempo a unas cuantas jornadas de acción en el sector público. La huelga de los metalúrgicos del Este de Alemania no plasmó una combatividad obrera inmediata, sino una trampa tendida a una de las partes menos combativas de la clase (todavía traumatizada por el desempleo masivo aparecido tras la reunificación de Alemania) para que pasara el mensaje para todos de que la lucha “no paga”. Además en Alemania se limitó la información sobre los movimientos en Francia y en Austria salvo al final del movimiento para dar un mensaje de desánimo para luchar. En otros países centrales para la lucha de clases como Italia, Reino Unido, España, Bélgica u Holanda, no ha habido recientemente movilizaciones masivas. Algunas expresiones de combatividad, incluso fuera del control sindical en ciertos casos como la huelga salvaje del personal de British Airways en Heathrow (Londres), Alcatel en Toulouse (Francia) o Puertollano en España el verano pasado (ver Révolution internationale n° 339), han sido acontecimientos puntuales y aislados.
En Francia misma, el desarrollo insuficiente y sobre todo la ausencia de una combatividad mayor hicieron que la extensión del movimiento más allá del sector educativo no estuviera al orden del día inmediatamente.
Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo algo todavía embrionario y muy heterogéneo. Su expresión más importante hasta hoy, o sea la lucha de los docentes en Francia en la primavera pasada, fue, en un primer momento, el resultado de una provocación de la burguesía consistente en atacar más duramente a este sector para que así la réplica a la reforma de las pensiones, que afectaba a toda la clase obrera, se polarizara en ese único sector (5).
Ante las maniobras a gran escala de la burguesía, hay que observar la gran ingenuidad, la ceguera incluso de la clase obrera en su conjunto, incluso la de grupos en búsqueda y de partes del medio político proletario (sobre todo los grupos de la Izquierda comunista) e incluso muchos de nuestros simpatizantes. Por ahora, la clase dominante no solo es capaz de contener y aislar a las primeras manifestaciones de la agitación obrera, sino que puede, con mayor o menor éxito (más en Alemania que en Francia), darle la vuelta a esa voluntad de lucha todavía débil contra el desarrollo de la combatividad general a largo plazo.
Todavía más significativo que todo lo dicho antes es que la burguesía ni siquiera se sintió obligada a retornar a una estrategia de izquierda en la oposición. En Alemania, el país en el que la burguesía puede con más facilidad escoger entre una administración de izquierdas y una de derechas, con ocasión del ataque llamado “agenda 2010” contra los obreros, el 95 % de los delegados tanto del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) como de los Verdes se pronunciaron a favor de la permanencia de la izquierda en el gobierno. El Reino Unido, país que junto a Alemania, había estado en los años 70 y 80 en la “vanguardia” de la burguesía mundial en la instauración de políticas de izquierda en la oposición más idóneas para hacer frente a la lucha de clases, es también capaz de gestionar “lo social” con un gobierno de izquierda.
A diferencia de la situación dominante a finales de los 90, ya no se puede hoy hablar de la instalación de gobiernos de izquierda como orientación dominante de la burguesía europea. Mientras que, hace cinco años, la ola de victorias electorales de la izquierda se debió también a las ilusiones sobre la situación económica, la burguesía, hoy, ante la gravedad actual de la crisis debe tener la preocupación de mantener cierta alternancia gubernamental, jugando así plenamente la baza de la democracia electoral (6). Recordemos que, en este contexto, ya el año pasado la burguesía alemana, aun celebrando la reelección de Schroeder, mostró que estaría igual de satisfecha con un gobierno conservador de Stoiber.
La bancarrota del sistema
El que las primeras escaramuzas de la lucha de clases en un proceso largo y difícil hayan sido en Francia y Austria no es, sin duda, algo casual. El proletariado francés es conocido por su carácter explosivo, lo que explica en parte que en 1968 estuviera en cabeza de la reanudación internacional de los combates clase, pero no puede decirse lo mismo de la clase obrera del Austria de los últimos cincuenta años. Lo que han tenido en común esos dos países ha sido que los ataques masivos se han centrado sobre todo en el asunto de las pensiones. Cabe señalar que el gobierno alemán, que está actualmente iniciando el ataque más general en la Europa del oeste, actúa con mucha prudencia en lo que al tema de las pensiones se refiere. Al contrario, Francia y Austria son de esos países en los que, a causa entre otras cosas de la debilidad política de la burguesía, especialmente de su derecha, las pensiones habían sido menos atacadas que otros lugares. Por eso, en esos países se ha vivido con mayor amargura todavía el incremento de los años de trabajo necesarios para jubilarse y la reducción de las pensiones.
La agravación de la crisis obliga a la burguesía, al retrasar la edad de la jubilación, a sacrificar un amortiguador social que le permitía que la clase obrera aceptara los niveles insoportables de explotación impuestos en las últimas décadas y ocultar la amplitud real del desempleo.
Ante el retorno masivo de esa plaga social a partir de los años 70, la burguesía respondió con medidas capitalistas del Estado del “bienestar”, medidas sin sentido económicamente hablando y que son hoy una de las causas principales de la inmensa deuda pública. El desmantelamiento que hoy se está llevando a cabo del llamado Welfare State incita a una profunda puesta en entredicho de las perspectivas, del porvenir para la sociedad que el capitalismo ofrecería.
No todos los ataques capitalistas provocan el mismo tipo de reacción de parte de la clase obrera. Es más fácil entrar en lucha contra las reducciones de sueldo o el aumento de la jornada de trabajo que contra la disminución del salario relativo, resultante del incremento de la productividad del trabajo (a causa del desarrollo de la tecnología) y, por lo tanto, del proceso mismo de acumulación del capital. Así describía esa realidad Rosa Luxemburg:
“Una reducción de salario, que acarrea una baja del nivel de vida real de los obreros es un atentado visible de los capitalistas contra los trabajadores, una reducción de las condiciones de vida reales de los obreros a lo cual éstos replican inmediatamente con la lucha […] impidiéndola en los casos favorables. La baja del salario relativo se opera sin la menor intervención personal del capitalista, y contra ella los trabajadores no pueden luchar y defenderse dentro del sistema salarial, es decir en el terreno de la producción mercantil” (7).
El incremento del desempleo plantea el mismo tipo de dificultades a la clase obrera que la intensificación de la explotación (ataque contra el salario relativo). En efecto, el ataque capitalista que significa el desempleo cuando afecta a jóvenes que no han trabajado todavía no contiene la misma carga explosiva que los despidos, por el hecho mismo de que se lleva a cabo sin necesidad de despedir a nadie. La existencia de un desempleo masivo es incluso un factor inhibidor de las luchas inmediatas de la clase obrera, pues es una amenaza permanente para una cantidad cada día mayor de obreros con trabajo todavía, pero también porque es un fenómeno social que plantea unos problemas cuya solución obliga a reflexionar sobre el cambio de sociedad. También sobre la lucha contra la baja del salario relativo, Rosa Luxemburg añade:
“La lucha contra la baja del salario relativo es la lucha contra el carácter mercantil de la fuerza de trabajo, contra la producción capitalista entera. La lucha contra la caída del salario relativo ya no es una lucha en el terreno de la economía mercantil, sino un asalto revolucionario contra esa economía, es el movimiento socialista del proletariado”.
Los años 1930 pusieron de relieve que con el incremento del desempleo de masas, estalla la pauperización absoluta. Sin la derrota previa que había sido infligida al proletariado, la “ley general, absoluta de la acumulación del capital” podía haberse transformado en lo contrario: la ley de la revolución. La clase obrera posee una memoria histórica, la cual, con la profundización de la crisis, empieza a activarse lentamente. El desempleo masivo y los cortes en los salarios hoy hacen surgir el recuerdo de los años 30, la inseguridad y la pauperización generales. El desmantelamiento del Welfare State confirmará las previsiones marxistas.
Cuando Rosa Luxemburg escribe que los obreros, en el plano de la producción de bienes de consumo, no disponen de la menor posibilidad de resistir a la baja del salario relativo, eso no es ni fatalismo resignado, ni tiene nada que ver con el pseudo radicalismo de la última tendencia de Essen del KAPD (“la revolución o nada”) sino que es el reconocimiento de que su lucha no puede quedarse en los límites de los combates por la defensa inmediata y que debe emprenderse con la visión política más amplia posible. En los años 1980 ya se plantearon los problemas del desempleo y del incremento de la explotación, pero a menudo de manera restringida y local, por ejemplo, limitada a la salvaguardia de sus empleos por parte de los mineros ingleses. Hoy, el avance cualitativo de la crisis permite que se planteen cuestiones como el paro, la pobreza, la explotación, de manera más global y política, como la de las pensiones, la salud, el mantenimiento de los desempleados, las condiciones de vida, la latitud de una vida de trabajo, el porvenir de las futuras generaciones. De manera embrionaria es ese potencial el que ha empezado a emerger en los últimos movimientos de réplica a los ataques contra las pensiones. Esta lección es, a la larga, la más importante. Tiene un alcance mayor que el ritmo con el que va a restablecerse la combatividad inmediata de la clase. Como lo explica Rosa Luxemburg estar directamente enfrentados a los efectos devastadores de los mecanismos objetivos del capitalismo (desempleo masivo, intensificación de la explotación relativa) hace cada vez más difícil entrar en la lucha. Por todo eso, aunque el resultado sea un ritmo lento por un camino de luchas más tortuoso, éstas serán tanto más significativas en cuanto a su politización.
Superar los esquemas del pasado
A causa de la profundización de la crisis, el capital ya no puede seguir apoyándose en su capacidad para hacer concesiones materiales importantes con las que dar un nuevo lustre a los sindicatos, como lo hizo en 1995 en Francia (8). A pesar de las ilusiones actuales de los obreros, hay límites en la capacidad de la burguesía para desviar la combatividad naciente mediante maniobras a gran escala.. Esos límites se definen por el hecho de que los sindicatos están obligados a volver gradualmente a su función de saboteadores de las luchas:
“Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es la que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate” (9).
Por eso, aunque todavía poco se ha inquietado la burguesía en la ejecución de sus maniobras a gran escala contra la clase obrera, el deterioro de la situación económica engendrará con mayor frecuencia enfrentamientos espontáneos, puntuales, aislados, entre obreros y sindicatos.
La repetición del esquema clásico de enfrentarse al sabotaje sindical, ya ahora al orden del día, hará que sea posible para los obreros referirse a las lecciones del pasado.
Eso no debe llevar sin embargo a una actitud esquemática basada en el marco y los criterios de los años 80 para comprender las luchas futuras e intervenir en ellas. Los combates de hoy son los de una clase que todavía deberá reconquistar, aunque sea a un nivel elemental, su identidad de clase. La dificultad para reconocer que se pertenece a una clase social, el no tomar conciencia que ante sí uno tiene a un enemigo de clase son las dos caras de la misma moneda. Aunque los obreros siguen conservando un sentido elemental de la necesaria solidaridad (porque es algo inscrito en los fundamentos mismos de la condición proletaria), todavía les queda por reconquistar una visión de lo que de verdad es la solidaridad de clase.
Para hacer pasar su reforma de las pensiones, la burguesía no necesitó recurrir al sabotaje de la extensión del movimiento por parte de los sindicatos. El meollo de su estrategia consistió en hacer que el personal de Educación adoptara unas reivindicaciones específicas como si fuera el objetivo principal. Para ello, ese sector, ya muy afectado por ataques precedentes, no solo iba a soportar el ataque general contra las pensiones, sino que además iba a recibir otro suplementario, específico, el proyecto de descentralización del personal no docente, contra el cual se acabó polarizando efectivamente su movilización. Adoptar como centrales unas reivindicaciones que de hecho llevan a la derrota, es siempre el signo de que hay una debilidad fundamental en la clase obrera que deberá superar para poder avanzar de manera significativa. Un ejemplo que ilustra por la contraria esa necesidad lo dan las luchas en Polonia en 1980, en donde fueron las ilusiones sobre la democracia occidental lo que permitió que la reivindicación de “sindicatos libres” se pusiera en cabeza de la lista presentada al gobierno, abriendo así la puerta a la derrota y a la represión del movimiento.
En las luchas de la primavera de 2003 en Francia, fue la pérdida de la identidad de clase y de la noción de solidaridad obrera lo que llevó a los docentes a aceptar que sus reivindicaciones específicas pasaran por delante del problema general del ataque a las pensiones. Los revolucionarios no deben tener miedo a reconocer esta debilidad de la clase y, por consiguiente, adaptar su intervención.
Le Informe sobre la lucha de clases del XVº congreso insistía con fuerza en la importancia del resurgir de una combatividad que permita al proletariado avanzar. Esto no tiene nada que ver con ese culto obrerista de la combatividad por sí misma. En la década de 1930, la burguesía fue capaz de desviar la combatividad obrera hacia el camino de la guerra imperialista. La importancia de las luchas de hoy estriba en que podrán ser el crisol del desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Lo que hoy se juega en la lucha de clases, o sea la reconquista de la identidad de clase por el proletariado, es algo en sí muy modesto, pero es, sin embargo, la clave para la revivificación de la memoria colectiva e histórica del proletariado y para el desarrollo de la solidaridad de clase. Esta es la única alternativa contra la desquiciada lógica burguesa de la competencia, de la mentalidad de “cada uno para sí”.
La burguesía, por su parte, no se permite hacerse ilusiones sobre la importancia de esa cuestión. Hasta ahora ha hecho todo lo que ha podido para evitar que estalle un movimiento que recordara a los obreros que pertenecen a una misma clase. La lección de 2003 es que con la aceleración de la crisis, el combate obrero va a desarrollarse. Y no es la combatividad como tal lo que inquieta a la clase dominante, sino el riesgo de que los conflictos fomenten la conciencia de la clase obrera. La burguesía está hoy más preocupada que nunca por ese problema, precisamente porque hoy la crisis es más grave y más general. Su preocupación principal es, cada vez que es imposible evitar las luchas, limitar los efectos positivos para la confianza en sí misma, la solidaridad y la reflexión en la clase obrera, incluso hacer lo imposible porque tal lucha origine lecciones erróneas. Durante los años 80, ante los combates obreros, la CCI aprendió a identificar, en cada caso concreto, cuál era el obstáculo que entorpecía el avance del movimiento y que debía servir para polarizar el enfrentamiento con los sindicatos y la izquierda. El problema en mucho casos era la extensión. Mociones concretas, presentadas en asamblea general, llamando a extenderse hacia otros obreros eran la dinamita con la que intentábamos limpiar el camino favoreciendo así el avance general del movimiento. Los problemas centrales que hoy se plantean (qué es la lucha de clases, sus metas y sus métodos, quiénes son sus adversarios y los obstáculos que hay que superar) parecen una antítesis de los que se planteaban en los años 80. Parecen más “abstractos” al ser inmediatamente menos realizables, incluso como una vuelta atrás a los orígenes del movimiento obrero. Hacer esas propuestas exige más paciencia, una visión a más largo plazo, unas capacidades políticas y teóricas más profundas para la intervención. En realidad, las cuestiones centrales de hoy no son más abstractas, sino más globales. No hay nada de abstracto o retrógrado en intervenir en una asamblea obrera sobre la cuestión de las reivindicaciones del movimiento o para denunciar la manera con la que los sindicatos impiden toda perspectiva real de extensión. El carácter global de esas cuestiones muestra el camino que ha de seguirse. Antes de 1989, el proletariado fracasó porque planteaba las cuestiones de la lucha de clases de manera demasiado estrecha. Por eso, en la segunda mitad de los años 90, cuando el proletariado empezó a sentir, a través de sus minorías, la necesidad de una visión más global, la burguesía, consciente del peligro que podía representar esa necesidad, desarrolló el movimiento altermundialista para mediante éste dar una respuesta falsa a esos interrogantes.
Además, la izquierda del capital, sobre todo los izquierdistas, se ha hecho experta en el arte de usar los efectos de la descomposición de la sociedad contra las luchas obreras. La crisis económica favorece un cuestionamiento que tiende a ser global, pero la descomposición, en cambio, tiene un efecto contrario. Durante el movimiento de la primavera de 2003 en Francia y la huelga de los metalúrgicos de Alemania, hemos podido ver cómo, en nombre de “la extensión” o de la “solidaridad” los activistas de los sindicatos jalean la tendencia que arraiga en minorías de trabajadores cuando éstas intentan imponer la lucha a otros trabajadores, echándoles a éstos la culpa de la derrota del movimiento cuando se niegan a entrar en acción.
En 1921, durante la llamada “Acción de marzo” en Alemania, las trágicas escenas de desempleados intentando impedir que los obreros entraran en las fábricas era una expresión de la desesperanza ante el reflujo de la oleada revolucionaria. Los llamamientos recientes de los izquierdistas franceses a impedir que los alumnos pasaran sus exámenes, el espectáculo de los sindicalistas alemanes del oeste queriendo impedir que los metalúrgicos del Este –que no querían hacer una huelga larga por las 35 horas– volvieran al trabajo, son ataques muy peligrosos contra la idea misma de clase obrera y de solidaridad. Son tanto más peligrosas porque alimentan la impaciencia, el inmediatismo, el activismo descerebrado que la descomposición genera. Estamos avisados: las luchas venideras pueden ser un crisol para conciencia, pero la burguesía lo hará todo para transformarlas en tumbas de la reflexión proletaria.
Vemos aquí unas tareas dignas de la intervención comunista: “explicar pacientemente”, como decía Lenin, por qué la solidaridad no se impone sino que exige una mutua confianza entre las diferentes partes de la clase; explicar por qué la izquierda, en nombre de la unidad obrera, lo hace todo por destruirla.
Las bases de nuestra confianza en el proletariado
Todos los componentes del medio político proletario reconocen la importancia de la crisis en el desarrollo de la combatividad obrera. Pero la CCI es la única corriente de hoy que considera que la crisis estimula la conciencia de clase de las grandes masas. Los demás grupos limitan el papel de la crisis a un mero “empuje” físico a luchar. Para los consejistas, la crisis obligaría, como una especie de mecánica, a la clase obrera a hacer la revolución. Para los bordiguistas, el despertar del “instinto” de clase lleva al poder al poseedor de la conciencia de clase, o sea el partido. Para el BIPR, la conciencia revolucionaria procede del exterior, del partido. Entre los grupos en búsqueda, los autonomistas (que se reivindican del marxismo en cuanto a la necesidad de autonomía para el proletariado respecto de las demás clases) y los obreristas creen que la revolución es un producto de la revuelta obrera y del deseo individual de una vida mejor. Estos enfoques erróneos se acentuaron por la incapacidad de esas corrientes para entender que el fracaso del proletariado para replicar a la crisis de los años 29 se debía a la derrota anterior de la oleada revolucionaria mundial. Una de las consecuencias de esa carencia es la teoría, siempre vigente, según la cual la guerra imperialista crea condiciones más favorables para la revolución que la crisis (cf. nuestro artículo “Por qué la alternativa guerra o revolución” en Revista internacional n° 30).
En contra de esos conceptos, el marxismo plantea el problema así:
“La base científica del socialismo son, como se sabe, los tres resultados principales del desarrollo del capitalismo: ante todo, la anarquía creciente de la economía capitalista, que la lleva inevitablemente a la ruina; segundo, la socialización creciente del proceso de producción que crea las bases del orden social futuro, y, tercero, el fortalecimiento creciente de la organización y de la conciencia de clase del proletariado, que es el factor activo de la próxima revolución” (10).
Subrayando el vínculo activo entre esos tres aspectos y el papel de la crisis, Rosa Luxemburg escribe:
“La socialdemocracia no considera que el resultado final proceda ni de la violencia victoriosa de una minoría ni de la superioridad numérica de la mayoría, sino de la necesidad económica y de la comprensión de esta necesidad, que llevará a la supresión del capitalismo por parte de las masas populares, una necesidad que se expresa ante todo en la anarquía capitalista” (11).
Mientras que el reformismo (y hoy la izquierda del capital) promete mejoras mediante la intervención del Estado, con leyes que protegerían a los trabajadores, la crisis viene a poner al desnudo que “el sistema salarial no es una relación legal, sino una relación puramente económica”.
A través de los ataques que debe soportar, la clase como un todo empieza a comprender la verdadera naturaleza del capitalismo. Este enfoque marxista no niega para nada, ni mucho menos, el papel de los revolucionarios y de la teoría en ese proceso de comprensión. En la teoría marxista, les obreros encontrarán la confirmación y la explicación de la propia experiencia que están viviendo.
Octubre 2003
1) Al haber sido redactado este texto para una discusión interna en la organización, podría tener algunas expresiones insuficientemente explícitas para los lectores. Creemos, sin embargo, que estos defectos no les impedirán comprender lo esencial del análisis que este Informe contiene.
2) No pudimos publicar en nuestra prensa ese Informe. En cambio, sí publicamos en la Revista internacional n° 113, la resolución adoptada en ese Congreso, la cual recoge la mayoría de las claves del Informe.
3) El sindicato IG Metal jaleó a los metalúrgicos de los Länder del Este a que se pusieran en huelga para la aplicación inmediata de las 35 horas aunque su instauración solo estaba planificada para 2009. La maniobra de la burguesía consiste en lo siguiente: no sólo ya las treinta y cinco horas son un ataque contra la clase obrera a causa de la flexibilidad que introducen, sino que además la movilización de los sindicatos por su obtención servía, en ese momento, para desviar la atención de la necesaria respuesta contra las medidas de austeridad de la llamada “agenda 2010”.
4) La carta de la izquierda en la oposición fue jugada por la burguesía a finales de los 70 y principios de los 80. Consistía en un reparto sistemático de tareas entre los diferentes sectores de la burguesía. A la derecha, en el gobierno, le incumbía “el hablar claro” y aplicar sin tapujos los ataques contra la clase obrera. A la izquierda (es decir a las fracciones de la burguesía que, por su lenguaje e historia, tienen la tarea específica de mistificar y encuadrar a los obreros) le correspondía desviar, esterilizar y ahogar, gracias a su situación opositora, las luchas y la toma de conciencia que esos ataques iban a provocar en el proletariado. Para más detalles sobre esta política de la burguesía, puede leerse la Resolución publicada en la Revista internacional n° 26.
5) Para un análisis más detallado de ese movimiento, ver nuestro artículo “Frente a los ataques masivos del capital, es necesaria la respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.
6) Hay otra razón para la presencia de la derecha en el poder y es que este dispositivo era el que se adaptaba mejor para atajar el auge del populismo político (debido al aumento de la descomposición), pues los partidos que lo representan están en general incapacitados para la gestión del capital nacional.
7) Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política (trabajo asalariado).
8) En diciembre de 1995, los sindicatos fueron la punta de lanza de una maniobra del conjunto de la burguesía contra la clase obrera. Frente a un ataque masivo contra la seguridad social, el plan Juppé, y otro ataque más específico contra el sistema de jubilaciones de los ferroviarios, ataque que por su violencia era una auténtica provocación, los sindicatos no tuvieron dificultades para que los obreros se lanzaran masivamente en lucha bajo el control sindical. La situación económica no era todavía lo bastante grave como para obligar a la burguesía a mantener en lo inmediato su ataque contra las pensiones de los ferroviarios, de tal modo que la retirada de esta medida pudo aparecer como una victoria de una clase obrera movilizada detrás de los sindicatos. En la realidad, el plan Juppé pasó íntegramente, pero lo peor de la derrota fue que en esta ocasión la burguesía logró dar nuevo prestigio a los sindicatos y que la derrota apareciera como victoria (pueden leerse para más detalles, los artículos dedicados a la denuncia de esta maniobra de la burguesía en los nos 84 y 85 de la Revista internacional).
9) Ver nuestro artículo dedicado a los movimientos sociales en Francia, “Movimientos sociales en Francia. Primavera de 2003. Frente a los ataques masivos del capital, necesidad de respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.
10) Rosa Luxemburg, ¿Reforma o revolución ?
11) Rosa Luxemburg, ídem.
La explosión masiva de luchas obreras de Mayo 68 en Francia, seguida por los movimientos en Italia, Gran Bretaña, España, Polonia y otros lugares, puso fin al periodo de contrarrevolución que tanto había pesado sobre la clase obrera internacional desde la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23. El gigante proletario volvió a alzarse en la escena de la historia y no únicamente en Europa. Estas luchas tuvieron un inmenso eco en América Latina, empezando por “el cordobazo “ de 1969 en Argentina. Entre 1969 y 1976, en toda la región, de Chile, el sur, hasta México en la frontera con Estados Unidos, los trabajadores llevaron a cabo un combate intransigente contra las tentativas de la burguesía de hacerles pagar la crisis económica. En las oleadas de luchas que siguieron, entre la de 1977 hasta 1980, que culminarían en la huelga de masas en Polonia, las de 1983 a 1989 marcadas por movimientos masivos en Bélgica, Dinamarca e importantes luchas en otros numerosos países, el proletariado de América Latina también siguió luchando, aunque no fuera de manera tan espectacular, demostrando así que, cualesquiera que sean las condiciones, la clase obrera dirige un único y mismo combate contra el capitalismo, que ella es una sola y misma clase internacional.
Hoy, esas luchas en América Latina se asemejan a un sueño lejano. La situación social actual en la región no está marcada por luchas masivas, manifestaciones y confrontaciones armadas entre el proletariado y las fuerzas represivas, sino por una inestabilidad social generalizada. El “levantamiento” en Bolivia de Octubre 2003, las masivas manifestaciones callejeras que condujeron a cinco cambios, uno tras otro, en la Presidencia de Argentina en diciembre de 2001, la “revolución popular” de Chávez en Venezuela, la lucha altamente mediatizada de los zapatistas en México, esos acontecimientos, entre otros similares, han dominado la escena social. En ese torbellino de descontento popular, de revuelta social contra la pauperización y la miseria que se extiende, la clase obrera aparece como una capa descontenta en medio de otras que debe, para poder tener una mediocre oportunidad de defenderse contra la agravación de su situación, participar y fundirse en la revuelta de las demás oprimidas y empobrecidas capas de la sociedad. Frente a estas dificultades que enfrenta la lucha de clases, los revolucionarios no deben bajar los brazos sino mantener la defensa intransigente de la independencia de clase del proletariado.
“La autonomía del proletariado frente a las demás clases de la sociedad es la condición esencial del desarrollo de su lucha hacia el objetivo revolucionario. Todas las alianzas, y particularmente con las fracciones de la burguesía, no pueden más que conducir a su desarme ante su enemigo haciéndole abandonar el único terreno en donde puede templar sus fuerzas: su terreno de clase” (punto IX de la Plataforma de la CCI).
Y ello, porque únicamente la clase obrera es la clase revolucionaria, únicamente ella es portadora de una perspectiva para toda la humanidad y ahora que está cercada por todas partes por las manifestaciones de la descomposición social creciente del capitalismo moribundo, con grandes dificultades para imponer su lucha como clase autónoma que tiene intereses propios que defender, más que nunca se debe recordar lo que escribía Marx:
“No se trata de saber qué objetivo se forja momentáneamente tal o cual proletario, e incluso todo el proletariado. De lo que se trata es de saber lo que el proletariado es y lo que históricamente estará obligado a hacer, conforme a su ser” (La Sagrada familia)..
La historia de la lucha de clases en América Latina estos últimos 35 años, forma parte del combate de la clase obrera internacional; ha estado salpicada de ásperas luchas, de violentos enfrentamientos con el Estado, de temporales victorias y amargas derrotas. Los espectaculares movimientos de finales de los 60 y principios de los 70 abrieron la vía a luchas más difíciles y tortuosas, en dondela cuestión de fondo, cómo defender y desarrollar la autonomía de clase, se planteó con más fuerza todavía.
La lucha de los obreros de la ciudad industrial de Córdoba en 1969 fue particularmente importante. Ello dio lugar a una semana de enfrentamientos armados entre el proletariado y el ejército argentino, y constituyó un formidable estímulo por toda Argentina, América Latina y el mundo entero. Fue el inicio de una ola de luchas que culminó en Argentina en 1975, con la lucha de los metalúrgicos de Villa Constitución, el centro de producción de acero más importante del país. Los trabajadores de Villa Constitución se enfrentaron a la potencia plena del Estado, la clase dominante anhelaba dar un ejemplo con el aplastamiento de su lucha. Acabó en un alto nivel de confrontación entre la burguesía y proletariado:
“La ciudad quedó bajo la ocupación militar de 4000 hombres... El sistemático registro de cada barrio y el encarcelamiento de obreros (...) no hicieron más que provocar la cólera proletaria: 20 000 trabajadores de la región se pusieron en huelga y ocuparon las fábricas. A pesar de los asesinatos y del bombardeo a las casas obreras, se creó inmediatamente, un comité de lucha fuera del sindicato. En cuatro ocasiones, la dirección de la lucha fue encarcelada; pero, en cada ocasión, el comité resurgía, más fuerte que antes. Como en Córdoba en 1968, grupos de obreros armados tomaron a cargo la defensa de los barrios proletarios y pusieron fin a las actividades de las bandas paramilitares.”
“La acción de los obreros siderúrgicos y metalúrgicos que demandaban un aumento de salario del 70 % se benefició rápidamente de la solidaridad de los trabajadores de otras empresas del país, en Rosario, Córdoba y Buenos Aires. En esta última ciudad, por ejemplo, los obreros de Propulsora, que habían entrado en huelga por solidaridad y que arrancaron todos los aumentos de salario que exigieron (130 000 pesos por mes), decidieron dar la mitad de su salario a los obreros de Villa Constitución” (“Argentina, seis años después de Córdoba”, World Revolution nº 1, 1975).
También será en defensa de sus propios intereses de clase si los obreros de Chile, a principios de los años 70, rechazaron los sacrificios que les exigía el gobierno de Unidad Popular de Allende:
“... la resistencia de la clase obrera a Allende empezó en 1970. En Diciembre de 1970, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga, exigiendo salarios más elevados. En julio de 1971, 10 000 mineros dejaron el trabajo en la mina Lota Schwager. Casi al mismo tiempo, nuevas huelgas se propagaron en las minas de El Salvador, El Teniente, Chuquicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de salario... En mayo-junio de 1973, los mineros se pondrían en movimiento, 10000 de entre ellos se lanzaron a la huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente exigieron un aumento del 40 %. Allende fue quien colocó a las provincias de O’Higgins bajo control militar, porque la paralización de El Teniente constituía una seria amenza para la economía” (“la irresistible caída de Allende”, World Revolution nº 268).
Se desarrollaron importantes luchas también en otras concentraciones proletarias significativas de América Latina. En Perú en 1976, huelgas semiinsurreccionales estallaron en Lima que serían ahogadas en sangre. Algunos meses después, los mineros de Centramín se pondrían en huelga. En Ecuador, tuvo lugar una huelga general en Riobamba. En México hubo una ola de luchas en enero del mismo año. En 1978, de nuevo huelgas generales en Perú. Y en Brasil, tras 10 años de pausa, 200 000 obreros metalúrgicos se pusieron a la cabeza de una ola de huelgas que duró de mayo a octubre. En Chile, en 1976, las huelgas se reanudaron en los empleados del Metro de Santiago y en las minas, En Argentina, a pesar del terror impuesto por la Junta militar, de nuevo estallan huelgas en 1976, en la electricidad, en los automóviles en Córdoba con violentos enfrentamientos con el ejército. En Bolivia, Guatemala, Uruguay, todos aquellos años estuvieron igualmente marcados por la lucha de clases.
Durante los años 80, el proletariado de América Latina participó también plenamente en la oleada internacional de luchas iniciadas en 1983 en Bélgica. Entre esas luchas, las más avanzadas estuvieron marcadas por los esfuerzos determinados por parte de los trabajadores por extender el movimiento. Este fue el caso, por ejemplo en 1988, de la lucha de los trabajadores de la educación en México que se batieron por aumentos de salario:
“... la reivindicación de los trabajadores de la educación planteó desde el inicio la cuestión de la extensión de las luchas, porque existía un descontento generalizado contra los planes de autoridad. Aunque el movimiento estaba decayendo en el momento en que empezó el movimiento en el sector de la educación, 30 000 empleados del sector público organizaron huelgas y manifestaciones fuera del control sindical, los mismos trabajadores de la educación reconocieron la necesidad de la extensión y de la unidad: al inicio del movimiento, los del sur de la ciudad de México enviaron delegaciones a otros trabajadores de la educación, los llamaban a unirse a la lucha, y ellos acudieron a las calles a manifestarse. Asimismo, se negaron a limitar la lucha únicamente a los profesores, agrupando a todos los trabajadores del sector educativo (profesores, trabajadores administrativos y manuales) en asambleas masivas para controlar la lucha”. (“México: luchas obreras e intervención revolucionaria” World Revolution, nº 124, mayo 1989).
Las mismas tendencias se manifestaron en otras partes de América Latina:
“Los propios medios burgueses hablaron de “ola de huelgas” en América Latina, con luchas obreras en Chile, Perú, México... y Brasil; aquí hubo huelgas y manifestaciones simultáneas contra el bloqueo de salarios, de los trabajadores de la banca, estibadores, de la salud y de la educación” (“El difícil camino de la unificación de la lucha de clases”, World Revolution, ídem).
De 1969 a 1989, la clase obrera de América Latina, con avances y retrocesos, con dificultades y debilidades demostró que se inscribe plenamente en la reanudación histórica de la lucha internacional de la clase obrera.
El desmoronamiento del muro de Berlín y la avalancha de la propaganda burguesa sobre la “muerte del comunismo” que le siguió, han engendrado un profundo reflujo de las luchas obreras a escala internacional cuya característica esencial ha sido la pérdida de su identidad de clase por parte del proletariado. En las fracciones del proletariado de los países de la periferia, como en Sudamérica, ese reflujo ha tenido efectos tanto más letales porque el desarrollo de la crisis y de la descomposición social arrastra a las masas empobrecidas, oprimidas y miserables hacia revueltas interclasistas, lo que hace que al proletariado le sea más difícil la tarea de afirmarse como clase autónoma y guardar distancias frente a las revueltas y las experiencias del poder “popular”.
El desmoronamiento del Bloque del Este, él mismo resultado ya de la descomposición del capitalismo, ha sido un considerable acelerador de ésta a nivel mundial con el telón de fondo de una crisis económica agravada. América Latina ha sido golpeada de lleno. Decenas de millones de personas ha sido obligadas a desplazarse de los campos hacia los barrios empobrecidos de las principales ciudades, en una búsqueda desesperada de inexistentes empleos, mientras que, al mismo tiempo, millones de jóvenes trabajadores son excluidos del proceso de trabajo asalariado. Un tal fenómeno, que está en marcha desde hace 35 años, ha conocido una brutal agravación en estos 10 últimos años llevando a las masas de la población, no explotadoras ni asalariadas, a reventar de hambre y a vivir un día tras otro al margen de la sociedad.
En América Latina, 221 millones de personas (41 % de la población) viven en la pobreza. Este número ha aumentado en 7 millones tan solo en el último año (entre estos, 6 millones se han hundido en una pobreza extrema) y en 21 millones desde 1990. Actualmente 20 % de la población latinoamericana vive en la más extrema pobreza (comisión económica para América Latina y el Caribe- CELAC).
La agravación de la descomposición social ha tenido su reflejo en el crecimiento de la economía informal, los pequeños oficios y el comercio callejero. La presión de este sector varía en función de la potencia económica del país. En Bolivia, en el 2000, la cantidad de personas “por cuenta propia” superó la total de asalariados (47,8 % contra 44,5 % de la población activa); mientras que en México la cifra era del 21 % contra 74,4 % (CELAC),
En todo el continente, 128 millones de personas, o sea el 33 % de la población urbana, vive en pocilgas (según la ONU –6 de octubre 2003–, esas villas miseria están cargando una “bomba de relojería”).
Estos millones de seres humanos se encuentran ante una ausencia casi total de sistema sanitario o de electricidad, y sus vidas, son envenenadas por el crimen, las drogas y las pandillas. Los cuchitriles de Río son, desde hace años el campo de batalla de pandillas rivales, una situación muy bien descrita en la película La Ciudad de Dios. Los obreros de América Latina, particularmente los que viven en chabolas, están además confrontados a las tasas de criminalidad más elevadas del mundo. El desgarramiento de las relaciones familiares ha llevado también a un enorme crecimiento del número de niños abandonados en las calles.
Decenas de millones de campesinos padecen cada vez más dificultades para arrancarle al suelo los miserables medios de subsistencia. Para sobrevivir, son empujados a un salvaje desmonte de algunas zonas tropicales, acelerando así el proceso de destrucción del medio ambiente del cual las compañías de explotación forestal son las primeras responsables. Esta solución no ofrece mas que una tregua temporal al hecho del rápido agotamiento del suelo al resultar una incontrolable espiral de deforestación.
El incremento de esas capas de harapientos ha tenido un importante impacto en la capacidad del proletariado para defender su autonomía de clase. Esto se reveló claramente a finales de los años 1980, cuando estallaron las revueltas del hambre en Venezuela, en Argentina y Brasil. En respuesta a la revuelta en Venezuela que ocasionó más de mil muertos y otros tantos heridos, nosotros pusimos en guardia contra el peligro que tales revueltas representan para el proletariado:
“El factor vital que alimenta este tumulto social es una rabia ciega, sin ninguna perspectiva, acumulada en el transcurso de largos años de ataques sistemáticos contra las condiciones de vida y de trabajo de los que aún tienen uno; expresa la frustración de millones sin empleo, de jóvenes que nunca han trabajado, y que son despiadadamente empujados hacia el pantano de la lumpenización por una sociedad que, en los países de la periferia del capitalismo, es incapaz de ofrecer a estos elementos tan siquiera una insignificante perspectiva a su vida...
“La falta de orientación política proletaria, que abra una perspectiva proletaria, ha significado que sean esa rabia y esa frustración la fuerza motriz de los motines, incendios de vehículos, importantes confrontaciones con la policía y, al cabo, saqueos de tiendas y de material eléctrico. El movimiento que se inició como una protesta contra el “paquete” de medidas económicas se transformó, pues, rápidamente en saqueos y en destrucciones sin ninguna perspectiva” (“Comunicado al conjunto de la clase obrera”, publicado en Internacionalismo, órgano de la CCI en Venezuela, reproducido en World Revolution nº 124, mayo 1989).
En los años 1990, la desesperación de las capas no explotadoras pudo ser utilizado de manera creciente por partidos de la burguesía y de la pequeña burguesía. En México, los Zapatistas se han hecho expertos en la materia, con sus temas sobre el “Poder Popular” y la representación de los oprimidos. En Venezuela, Chávez ha movilizado a las capas no explotadoras, particularmente los que habitan en chamizos, detrás de la idea de una “Revolución popular” contra el viejo régimen corrupto.
Estos movimientos populares han tenido un real impacto sobre el proletariado, en particular en Venezuela, en donde subsiste el peligro de ver algunas de sus partes ser reclutadas en una sangrienta guerra civil detrás de fracciones rivales de la burguesía.
El alba del siglo xxi no ha visto ninguna disminución del impacto destructor de la desesperación creciente de las capas no explotadoras. En diciembre del 2001, el proletariado de Argentina –uno de los más viejos y experimentados de la región– se vio prisionero en la tormenta de la revuelta popular que llevó a cinco presidentes a acceder y renunciar al poder en 15 días. En octubre del 2003, el sector principal del proletariado en Bolivia, los mineros, se encontró arrastrado en una sangrienta “revuelta popular”, dirigida por la pequeña burguesía y los campesinos, que produjo numerosos muertos y muchos heridos, ¡todo en nombre de la defensa de la reserva del gas boliviano y de la legalización de la producción de coca!
El hecho de que partes significativas del proletariado se vieran atrapadas en esas revueltas es de la mayor importancia, porque eso revela que la clase obrera ha perdido gran parte de su autonomía de clase. En lugar de considerarse como proletarios con sus propios intereses, los obreros en Bolivia y Argentina se vieron como ciudadanos que comparten intereses comunes con las capas pequeño burguesas y no explotadoras...
Con la agravación de la situación, habrá otras revueltas de este tipo o, como puede ser el caso de Venezuela, puede también haber sangrientas guerras civiles, masacres que pudieran triturar ideológica y físicamente partes importantes del proletariado internacional. Frente a esa siniestra perspectiva, es deber de los revolucionarios centrar su intervención en la necesidad para el proletariado de luchar por la defensa de sus intereses específicos de clase. Desgraciadamente, no todas las organizaciones revolucionarias han estado a la altura de sus responsabilidades en ese plano. Así, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario (BIPR) ante la explosión de la violencia “popular” en Argentina se quedó sin brújula política, tomando la realidad por lo que no era:
“Espontáneamente los proletarios han salido a las calles, llevándose tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de una pequeña burguesía proletarizada y empobrecida como ellos mismos. Todos juntos han canalizado su cólera contra los santuarios del capitalismo, bancos, oficinas y, sobre todo, supermercados y otros almacenes que fueron asaltados como hornos de pan en la Edad Media. A pesar de que al gobierno, esperando así intimidar a los rebeldes, no se le ocurrió mejor cosa que dar rienda suelta a una represión brutal, matando e hiriendo a mansalva, la revuelta no cesó, extendiéndose por todo el país, adquiriendo características cada vez mas clasistas. Fueron atacados, incluso, los propios edificios gubernamentales, monumentos simbólicos de la explotación y del pillaje financiero” (“Lecciones de Argentina: toma de posición del BIPR: o partido revolucionario y socialismo, o miseria generalizada y guerra” Internationalist Communist nº 21, otoño-invierno de 2002).
Más recientemente, ante los disturbios sociales en Bolivia que culminaron en las masacres de octubre de 2003, Battaglia Comunista publicó un artículo subrayando las potencialidades de los “ayllu indígenas” de Bolivia (Comunidades de base):
“Los ayllu no habrían podido desempeñar un papel en la estrategia revolucionaria más que oponiéndose a las instituciones presentes gracias al contenido proletario del movimiento y tras haber superado sus aspectos arcaicos y locales, es decir, únicamente si hubieran reaccionado como un mecanismo eficaz para la unidad entre los indígenas, el proletariado mestizo y blanco en un frente contra la burguesía mas allá de toda rivalidad racial ... Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y de la movilización del proletariado indígena, pero, en sí, esto es insuficiente y muy precario para constituir la base de una nueva sociedad emancipada del capitalismo”.
Este artículo de Battaglia Comunista es de noviembre de 2003, cuando acababan de producirse los sangrientos acontecimientos de octubre en los cuales precisamente la pequeña burguesía indígena arrastró al proletariado y, en particular, a los mineros a un enfrentamiento desesperado con las fuerzas armadas. Una matanza durante la cual los obreros fueron sacrificados para que la burguesía y la pequeña burguesía indígena pudieran tener una parte mayor del pastel, llevándose la “parte del león” en la redistribución del poder y de las ganancias, gracias a la explotación de los mineros y de los trabajadores rurales. Según sus propios dirigentes, como Álvaro García, los indígenas como tales no albergan ninguna confusa quimera según la cual los ayllu serían el punto de partida de “otra” sociedad.
El entusiasmo del BIPR por los acontecimientos en Argentina es la conclusión lógica de sus análisis sobre la “radicalización de la conciencia” de las masas no proletarias en los países de la periferia.
“La diversidad de estructuras sociales, el hecho de que la imposición del modo de producción capitalista haya trastornado al viejo equilibrio y que el mantenimiento de su existencia esté basado y se traduzca en una miseria creciente para las cada vez mas numerosas masas proletarizadas y desheredadas; la opresión política y la represión que son, por tanto, necesarias para someterlas, todo esto conduce a un mayor potencial de radicalización de la conciencia en los países periféricos mayor aún que en las sociedades de las metrópolis (...). En muchos de estos países (periféricos), la integración ideológica y política del individuo en la sociedad capitalista no es todavía el fenómeno de masas como lo es en los países metropolitanos” (“Tesis sobre la táctica para la periferia del capitalismo”, consultables en el sitio del BIPR: www.ibre.org [232]) (1).
Según este punto de vista, las manifestaciones populares violentas y masivas deben mirarse como algo positivo. Una “revuelta estéril y sin porvenir” en un contexto en donde el proletariado es tragado por una marea de interclasismo, esto se transforma en la imaginación del BIPR, en concreción “de las potencialidades para la radicalización de la conciencia”. Este enfoque del BIPR lo ha incapacitado para sacar las lecciones reales de acontecimientos como los de diciembre 2001 en Argentina.
En sus “Tesis” y en sus análisis de situaciones concretas, el BIPR comete dos errores importantes, bastante difundidos en el medio izquierdista y altermundialista. El primer error, es la visión teórica según la cual el movimiento de defensa de los intereses nacionales, burgueses o pequeño burgueses, directamente antagónicos a los del proletariado (como los recientes acontecimientos de Bolivia o los acontecimientos de diciembre 2001 en Argentina), podrían transformarse en luchas proletarias. El segundo error –éste, de un empirismo obtuso– es imaginar que esa transformación milagrosamente ocurrió en la realidad y tomar los movimientos dominados por la pequeña burguesía y las consignas nacionalistas por verdaderas luchas proletarias.
Ya hemos polemizado con el BIPR sobre su análisis político de los acontecimientos en Argentina en un artículo de la Revista Internacional nº 109 (“Argentina: sólo la afirmación del proletariado en su terreno de clase podrá hacer retroceder a la burguesía”). Al final de ése artículo, resumíamos así nuestra posición:
“Nuestro análisis, por su parte, no significa, ni mucho menos, que despreciemos o subestimemos las luchas del proletariado en Argentina o en otras zonas donde el proletariado es más débil. Significa simplemente que los revolucionarios, como vanguardia del proletariado que son y porque deben poseer una visión clara de la marcha general del movimiento proletario en su conjunto, tienen la responsabilidad de contribuir a que el proletariado y sus minorías revolucionarias tengan en todos los países una visión más clara y exacta de cuáles son sus fuerzas y sus limitaciones, de quiénes son sus aliados y cómo deben orientar sus combates. Contribuir a esta perspectiva es la tarea de los revolucionarios. Para cumplirla deben resistir con todas sus fuerzas la tentación oportunista de ver, por impaciencia, inmediatismo y falta de confianza histórica en el proletariado, un movimiento de clase allí donde -como así ha sido en Argentina- sólo ha habido una revuelta interclasista”.
El BIPR respondió a nuestra crítica (ver “Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI” en Internationalist Communist nº 21, otoño/invierno 2002) reafirmando su posición según la cual el proletariado dirigió ese movimiento y condenando la posición de la CCI:
“La CCI subraya las debilidades de la lucha insistiendo en su naturaleza interclasista y heterogénea, además y en su dirección izquierdista burguesa. Se queja de la violencia en el seno de la clase y de la dominación de ideologías burguesas como el nacionalismo. Para la CCI, esa falta de conciencia comunista hace del movimiento una “revuelta estéril y sin mañana””.
Es evidente que el BIPR no comprendió nuestro análisis, o más bien, lo interpreta en función de lo que le conviene. Dejamos a los lectores que se hagan su opinión sobre esos dos artículos.
Al contrario de esas afirmaciones, el Núcleo comunista internacionalista– grupo que se constituyó en Argentina a finales del 2003– analiza y saca lecciones muy diferentes de esos acontecimientos. En el segundo número de su boletín, el NCI polemiza con el BIPR sobre la naturaleza de los acontecimientos en Argentina:
“... [la declaración del BIPR dice erróneamente] que el proletariado ha empujado tras de sí a sectores estudiantiles, y otras capas sociales, esto constituye un error sumamente grosero que cometen dichos camaradas junto a los compañeros del GCI, y ello, es así, ya que las luchas obreras que se dieron a lo largo de todo el año 2001 demostraron la incapacidad del proletariado argentino, de asumir la dirección no solo de la totalidad de la clase obrera, sino también de ponerse a la cabeza como “caudillo” del movimiento social que salía a la calle a protestar, empujando al conjunto de las capas sociales no explotadoras. Ello no sucedió, aconteció todo lo contrario, fueron las capas no proletarias las que dirigieron las jornadas del 19 y 20 de diciembre, por lo que se puede decir que el desarrollo de las mismas no tenían ningún futuro histórico, tal como se ha demostrado un año después” (“A dos años del 19 y 20 de diciembre en Argentina”, Revolución comunista nº 2, publicación del Núcleo comunista internacional, diciembre de 2003).
Hablando de implicaciones proletarias en los saqueos, el GCI (2) dice:
“Si existía una voluntad de encontrar dinero y, por encima de todo, de echar mano de él al máximo en las empresas, los bancos..., había más que eso: fue un ataque generalizado contra el mundo del dinero, la propiedad privada, los bancos y el Estado; contra ese mundo que es un insulto a la vida humana. Esta no es únicamente una cuestión de expropiación, sino también de afirmación del potencial revolucionario, el potencial para la destrucción de una sociedad que destruye a los seres humanos” (“A propósito de la lucha proletaria en Argentina”, Comunismo nº 49).
Inscribiéndose en contra de semejante visión, el NCI presenta todo un análisis de la relación entre esos acontecimientos y el desarrollo de la lucha de clases:
“Las luchas argentinas en el periodo 2001/2002 no constituyen un acto único sino que tiene un desarrollo que podemos dividirlo en tres momentos:
“a) El primer momento es el año 2001, como se dijo más arriba, estuvo signado por una serie de luchas obreras de carácter típicamente reivindicativas, el común denominador de las mismas fue su aislamiento de los otros destacamentos proletarios, y la hegemonía que la dirección política de la burocracia sindical, como mediación contrarrevolucionaria, le imprimía.
“Pero a pesar de dicha limitación, ya se han desarrollado hitos muy importantes de auto-organización obrera en sectores como los mineros de Río Turbio, al sur del país, Zanón, en Neuquen, el Norte de Salta con la unidad de los obreros de la construcción y los ex obreros petroleros hoy desocupados. Estos pequeños destacamentos proletarios fueron vanguardia al proponer la necesidad de “UNIDAD” de la clase obrera y de los proletarios desocupados. […]
“b) Un segundo momento, son las jornadas especificas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que reiteramos, fue una rebelión dirigida no por los sectores proletarios, ni de los obreros desocupados sino una revuelta de carácter interclasista, siendo la pequeña burguesía el elemento aglutinador, ya que el golpe económico dado por el gobierno de De la Rúa fue directamente contra sus propios intereses, y contra la base electoral y de apoyo político, mediante el decreto de diciembre de 2001 que instauraba el congelamiento de los fondos. […]
c) Un tercer momento, y aquí debemos ser muy cuidadosos de no feticihizar ni de deslumbrarnos por las llamadas asambleas populares, que se llevaron a cabo en las barriadas de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires lejos de los centros o barrios obreros. Sino que este momento es cuando se da en el terreno proletario un aumento en las luchas con un comienzo muy humilde, y que va en aumento, sea los trabajadores municipales o docentes protestando por el cobro de sus salarios, sea obreros industriales luchando contra los despidos de la patronal (ejemplo camioneros).
“He ahí en dicho momento cuando los trabajadores ocupados y desocupados tenían frente a sí la posibilidad de entablar no solo una verdadera unidad, sino también de echar las simientes para una organización autónoma de la clase obrera, y que por el accionar de la burguesía en sus intentos de dividir y desviar al proletariado y la complicidad de lo que denominados la nueva burocracia piquetera, echaron por tierra el experimento que hubiera sido una gran arma en manos del proletariado como fueron las denominadas Asambleas nacionales de trabajadores ocupados y desocupados.
“Por ultimo consideramos un error intentar identificar las luchas que se desarrollaron a lo largo de los años 2001/2002 con las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, ya que ambas se diferencian entre sí, y una no es consecuencia de la otra.
“Ello es así, ya que las jornadas o la revuelta del 19 y 20 de diciembre no tuvo en absoluto un carácter obrero, toda vez que la misma fue dirigida no por el proletariado ni por los trabajadores desocupados, sino que estos últimos participaron como furgón de cola de las consignas y los intereses de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires, que diferían radicalmente con las metas y los objetivos del proletariado […]
“Es fundamental decir esto, porque en este período de decadencia del capitalismo, el proletariado corre el riesgo de perder su propia identidad y su confianza como el sujeto histórico y determinante en las transformaciones sociales, y ello está dado por el descenso de la conciencia proletaria como consecuencia del estallido del bloque estalinista y que la propaganda capitalista ha hecho mella en la mentes obreras acerca del fracaso de la lucha de clases, y ello lleva a estimular por parte de los capitalistas de una visión de no existencia de clases antagónicas, sino que las mismas están divididas o separadas conforme a si se han insertado en el mercado o están excluidos del mismo, tratando de borrar el río de sangre que separa proletarios de capitalistas.
“Este peligro se pudo observar en la Argentina durante los eventos del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde la clase obrera fue incapaz de transformarse en una fuerza autónoma que luchara por sus objetivos de clases, entrando en la vorágine de la revuelta interclasista bajo la dirección de capas sociales no proletarias.”
El NCI coloca los acontecimientos de Bolivia en el mismo marco: “ Partiendo de la premisa de saludar y solidarizarnos completamente con los trabajadores bolivianos en lucha, hay que dejar sentado también que la combatividad de la clase no es el criterio único para determinar el balance de las fuerzas entre la burguesía y el proletariado, ya que la clase obrera boliviana no ha sido capaz de desarrollar un movimiento masivo de toda la clase obrera que lleve tras de sí al resto de los sectores no explotadores en esta lucha, todo lo contrario ha sucedido, son los sectores campesinos, nucleados en la central obrera campesina, y los pequeños burgueses quienes están dirigiendo esta revuelta.
“Ello es así, ya que la clase obrera boliviana se ha diluido en un “movimiento popular” de características interclasista, y ello lo afirmamos por las siguientes razones:
“a) porque es el campesinado quien dirige esta revuelta con dos objetivos claros, la legalización del cultivo de la hoja de coca y la no-venta del gas a los EEUU;
“b) La utilización de la consigna de asamblea constituyente como salida de la crisis y como medio para “ la reconstrucción de la nación”
“c) y el no-planteamiento de una lucha contra el capitalismo.
“Los acontecimientos de Bolivia guardan un gran paralelismo con la Argentina en el año 2001/2002, donde el proletariado se encontró subsumido no solo con las consignas de la pequeña burguesía, sino también que dichos “movimientos populares” tenían en el caso argentino, y lo tienen en el boliviano, un signo bastante reaccionario, al plantear la reconstrucción de la nación bajo bases burguesas, o al proclamar la expulsión de los “gringos” y que los recursos naturales vuelvan al Estado boliviano […]
“[…] Los revolucionarios debemos hablar claramente y basarnos en los hechos concretos de la lucha de clases, no para ilusionarnos o para engañarnos a nosotros mismos, sino para adoptar una postura proletaria revolucionaria, y es por ello, que es un grave error confundir lo que es una revuelta social con un horizonte político estrecho, con una lucha proletaria anticapitalista” (“La revuelta boliviana”, Revolución comunista nº 1, octubre 2003)
Este análisis del NCI, que se apoya en hechos reales, pone claramente en evidencia que el BIPR toma sus deseos por la realidad cuando avanza la idea de la “radicalización de la conciencia” entre las capas no explotadoras. La realidad concreta de la situación en la periferia es la creciente destrucción de las relaciones sociales, la propagación del nacionalismo, del populismo y de otras ideologías reaccionarias similares, todo esto tiene un impacto muy serio en la capacidad del proletariado para defender sus intereses de clase.
Afortunadamente, sin embargo, esta realidad parece no haber pasado desapercibida para ciertas publicaciones del BIPR. En efecto, el número 30 de Revolutionary Perspectives (órgano de la Communist Worker Organization, grupo del BIPR en Reino Unido) presenta una imagen mucho más cercana a la realidad de los acontecimientos en Argentina y Bolivia, en su editorial “Las tensiones imperialistas se intensifican, la lucha de clases debe intensificarse”:
“... como en el caso de Argentina, esas protestas fueron interclasistas y sin objetivo social claro, y serían contenidas por el capital. Esto lo vimos en el caso de Argentina, en donde la agitación violenta de hace dos años abrió la vía a la austeridad y la pauperización (...) Mientras que la explosión de la revuelta demuestra la cólera y la desesperación de la población en muchos países periféricos, tales explosiones no podrían encontrar salida a la situación social catastrófica que existe. El único medio de avanzar es volver a la lucha de clase contra clase y vincularse a las luchas de los obreros de las metrópolis”.
Sin embargo, el artículo, desgraciadamente, no denuncia el papel del nacionalismo o de la pequeña burguesía indígena en Bolivia. Con todo, ya sabemos que la posición oficial del BIPR sobre esta cuestión es necesariamente la defendida en Battaglia Comunista según la cual: “Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y movilización del proletariado indígena”. La realidad es que los ayllu han sido el punto de partida para la movilización de los proletarios de origen indígena detrás de la pequeña burguesía indígena, de los campesinos y los cultivadores de coca en su lucha contra la fracción de la burguesía en el poder.
Esta aberración de Battaglia Comunista que atribuye potencialidades a los “consejos comunitarios indígenas” en el desarrollo de las luchas de clases, no pasó desapercibida para el NCI quien juzgó necesario escribir a esa organización sobre esta cuestión. Tras haber recordado lo que son los “ayllu”, “un sistema de casta dedicado a perpetuar las diferencias sociales entre la burguesía, sea esta blanca, mestiza o indígena, y el proletariado”, el NCI en su carta (de fecha 14 de noviembre del 2003) dirige la crítica siguiente a Battaglia:
“A nuestro entender dicha posición constituye un grave error, ya que tienden a atribuirle a dicha institución tradicional indígena una capacidad de ser el punto de partida de las luchas obreras en Bolivia, por más que luego planteen las limitaciones de las mismas. Consideramos que dichos llamamientos sobre reconstituir el mítico ayllu, por parte de los líderes de la revuelta popular, no es otra cosa que establecer diferenciaciones ficticias entre los sectores blancos de la clase obrera y los indígenas, como así también exigir a las clases dominantes una porción en la torta con respecto de la extracción de plusvalía que se le succiona al proletariado boliviano sin distinción de carácter étnico.
“Pero creemos firmemente, a contrario sensu de vuestra declaración, que el “ayllu” jamás podrá operar como “un acelerador e integrador en una sola lucha”, ya que en sí mismo tiene un carácter reaccionario, pues el planteo indigenista se basa en la idealización (falseamiento) de la historia de las comunidades, pues “en el incario, los elementos comunitarios del ayllu estaban integrados a un sistema opresivo de castas al servicio del estamento superior, los incas” (Osvaldo Coggiola, El Indigenismo boliviano). Por ello, considerar que el “ayllu” pueda operar como acelerador e integrador de las luchas en un grave error, atento lo manifestado anteriormente.
“Es cierto que la rebelión boliviana fue dirigida por las comunidades indígenas, campesinas y cultivadores de la hoja de coca, pero ahí radica no su fortaleza sino su extrema debilidad, ya que se trata pura y simplemente de una rebelión popular, donde los sectores proletarios jugaron un papel secundario, y por ende, dicha revuelta interclasista boliviana careció de una perspectiva obrera y revolucionaria. A contramano de lo que opinan corrientes del denominado campo trotskista y guevarista, esta revuelta no puede caracterizársela jamás como una “Revolución”, ya que las masas indígenas y campesinas no se propusieron el derrocamiento del sistema capitalista boliviano, sino más bien, como se dijo más arriba los sucesos de Bolivia tuvieron un carácter netamente chovinista: defensa de la dignidad nacional, no vender gas a los chilenos, y contra los intentos de la erradicación del cultivo de la hoja de coca”.
Ese papel desempeñado por los “ayllu” en Bolivia evoca la forma con la cual el EZLN (Ejército zapatista de liberación nacional) ha utilizado a las “organizaciones comunales” indígenas para movilizar a la pequeña burguesía indígena, a los campesinos y a los proletarios en Chiapas y en otras regiones de México, en la lucha contra la principal fracción de la burguesía mexicana (una lucha que también se integra en las tensiones interimperialistas entre los EE.UU. y ciertas potencias europeas.
Estos sectores de las poblaciones indígenas en América Latina que no fueron integrados ni en el proletariado ni en la burguesía han quedado reducidos a una pobreza y marginación extremas. Esta situación
“... ha conducido a intelectuales y corrientes políticas burguesas y pequeño burguesas a buscar el desarrollo de argumentos que explicarían por qué los indígenas son un cuerpo social que ofrecería una alternativa histórica y que les implicaría, como carne de cañón, en las supuestas luchas de defensa étnica. En realidad esas luchas encubren los intereses de fuerzas burguesas, como se le ha visto no únicamente en Chiapas, sino también en la ex-Yugoslavia, en donde las cuestiones étnicas han sido manipuladas por la burguesía para proporcionar un pretexto formal al combate de las fuerzas imperialistas” (“Sólo la revolución proletaria podrá emancipar a los indígenas”, segunda parte, Revolución mundial no 64, sept-oct. 2001, órgano de la CCI en México).
El proletariado está confrontado a una muy seria degradación del entorno social en el que debe vivir y luchar. Su capacidad para desarrollar su confianza en sí mismo está amenazada por el creciente peso de la desesperación de las capas no explotadoras y la utilización de esta situación por las fuerzas burguesas y pequeño burguesas para sus propios fines. Sería un abandono muy grave de nuestras responsabilidades revolucionarias si subestimáramos, de la forma que fuere, ese peligro.
Sólo desarrollando su independencia de clase y reafirmando su identidad, fortaleciendo así la confianza en su capacidad para defender sus propios intereses, podrá el proletariado ser una fuerza que le permita unificar tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad.
La historia de la lucha proletaria en América Latina, demuestra que la clase obrera tiene tras sí, una larga y rica experiencia. Los esfuerzos por parte de los obreros argentinos en el 2001 y 2002, por encontrar el camino de las luchas independientes de clase (descritas en las citas del NCI (3)) demuestran que la combatividad del proletariado está intacta. Sin embargo, encuentra enormes dificultades que son la expresión de antiguas debilidades del proletariado de la periferia del capitalismo, pero también de la enorme fuerza material e ideológica del proceso de la descomposición en esa región. No es casualidad si las más importantes manifestaciones de autonomía de clase en América Latina nos remiten a los años 1960-1970, dicho en otros términos antes de que el proceso de descomposición debilitara la identidad de clase del proletariado. Una tal situación no hace más que reforzar la histórica responsabilidad del proletariado de las concentraciones industriales del corazón del capitalismo, ahí en donde se encuentran sus destacamentos más avanzados, los más capaces para resistir a los efectos letales de la descomposición. La señal del fin de 50 años de contrarrevolución, a finales de los años 60, sonó en Europa y enseguida encontró eco en Latinoamérica. Asimismo, la afirmación en la escena social de los batallones más concentrados y políticamente mas experimentados de la clase obrera, en primer lugar los de Europa occidental, será capaz de hacer que el conjunto del proletariado mundial vuelva a reintegrar unos combates cuya perspectiva sea el derrocamiento del capitalismo. Esto no significa que los obreros en Latinoamérica no tengan un papel vital que jugar en la futura generalización e internacionalización de las luchas. De todos los sectores de la clase obrera en la periferia del sistema, ellos son, ciertamente, los más avanzados políticamente, como lo testimonia la existencia de tradiciones revolucionarias en esta parte del mundo y la aparición actual de nuevos grupos en búsqueda de una claridad revolucionaria. Estas minorías son la cima de un iceberg proletario que amenaza con hundir al “insumergible” Titanic del capital.
Phil
1) Ver la crítica de estas Tesis por la CCI en la Revista internacional nº 100: “La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”.
2) El GCI (Grupo comunista internacionalista) es un grupo anarco-izquierdista, fascinado entre otras cosas, por la violencia en sí, bajo todas sus formas. Algunas de sus posiciones muy “radicales” inspiradas en el anarquismo se recubren de justificaciones teórico-históricas que las hacen parecerse a las posiciones de ciertos grupos del medio político proletario.
3) Ver igualmente Revolution internationale nº 315, septiembre de 2001.
En el primer artículo de esta serie recordaremos, contra los que afirman que el concepto y que el término mismo de “decadencia” estarían ausentes o no tendrían valor científico en Marx y Engels, que esta teoría es la médula misma del materialismo histórico. Demostraremos que este marco teórico, así como el término de “decadencia”, estaba muy presente en Marx y Engels a lo largo y ancho de su obra. Detrás de la crítica o el abandono de la noción de decadencia, lo que está en juego es el rechazo de lo que constituye el corazón mismo del marxismo. Que la visión del mundo actual en decadencia sea negada por las fuerzas de la burguesía, es de lo más normal. El problema es que, contra ese esfuerzo por esclarecer los retos ante los cuales la decadencia de este sistema pone a la clase obrera y a la humanidad, las corrientes que se pretenden marxistas rechacen las herramientas que nos ha proporcionado el método marxista para comprender la realidad (1).
Contrariamente a lo que se ha afirmado, los descubrimientos principales de los trabajos de Marx y Engels no residen en la existencia de las clases sociales, ni en la lucha de clases, ni en la ley del valor-trabajo o de la plusvalía. Todos estos conceptos, los historiadores y economistas los habían puesto en evidencia cuando la burguesía era todavía una clase revolucionaria frente a la resistencia feudal. El carácter fundamentalmente novedoso de los trabajos de Marx y Engels reside en la puesta en evidencia el carácter histórico de la división en clases, de la sucesión de modos de producción y del carácter transitorio del modo de producción capitalista y de la necesaria dictadura del proletariado como fase intermedia hacia una sociedad sin clases. Dicho de otra manera, el núcleo de sus descubrimientos no es otra cosa que el materialismo histórico:
“Por lo tanto, en lo que me concierne, no es a mí a quien se debe el mérito de haber descubierto ni la existencia de clases en la sociedad moderna, ni la lucha entre ellas. Mucho tiempo antes de mí, los historiadores burgueses habían narrado la evolución histórica de esas luchas de clases, y los economistas burgueses habían sacado a la luz la anatomía económica. Lo novedoso de mi trabajo ha consistido en demostrar: 1) que la existencia de clases está exclusivamente unida a las fases históricas determinadas por el desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3) que esta dictadura misma no representa más que una transición hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases” (carta de Marx del 5 de mayo de 1852 a J. Weydemeyer).
Según nuestros censores, la noción de decadencia no tendría nada de marxista y estaría ausente de la obra de Marx y Engels. Una simple lectura de sus principales escritos muestra, al contrario, que esta noción está en el centro mismo del materialismo histórico. Hasta tal punto, que en el Anti-Duhring (2) (1877) se nos dice que lo que hay esencialmente común entre la visión de la historia de Fourier y el materialismo histórico, son las nociones de ascendencia y de decadencia de un modo de producción, válidos para toda la historia de la humanidad, a los que Marx y Engels se refieren:
“Pero donde Fourier aparece como el más grande, es en su concepción de la historia de la sociedad (...) Fourier manejó la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Con una misma dialéctica, resalta que, contrariamente a la charlatanería sobre la perfectibilidad del hombre, toda fase histórica tiene su parte ascendente, pero también su parte descendente y él aplica además esta concepción al porvenir de la humanidad en su conjunto”.
Es quizás en el pasaje de Principios de la crítica de la economía política citado en la introducción, donde Marx da la definición más clara de una fase de decadencia. Fase que identifica una etapa particular en la vida de un modo de producción –“A partir de un cierto punto”– en el que las relaciones de producción se convierten en obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas –“el sistema capitalista se convierte en obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo”. A partir de ese momento determinado por el desarrollo económico, la persistencia de relaciones sociales de producción -salariado, vasallaje feudal, esclavitud- es un obstáculo irremediable para el desarrollo de las fuerzas productivas; tal es el mecanismo fundamental de la evolución de todos los modos de producción:
“Llegado a ese punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con el desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas que el sistema de las gremios, el vasallaje, la esclavitud, y es necesariamente rechazado como un “estorbo”.
El propio Marx define muy precisamente las características:
“Es por los conflictos agudos, las crisis y las convulsiones que se traduce la incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas”.
Esta definición teórica general de la decadencia será utilizada por Marx y Engels como “verdadero concepto científicamente operativo” en el análisis concreto de la evolución de los modos de producción.
Habiendo dedicado una buena parte de sus energías a describir los mecanismos y contradicciones del capitalismo, es lógico que Marx y Engels se sintieran atraídos de forma sustancial por su nacimiento en el seno de las entrañas del feudalismo. Así, Engels redactó en 1884 un suplemento a su estudio sobre La guerra de los campesinos en Alemania, que tiene por objeto construir el marco histórico global del período en el que se insertan los hechos que analiza. Tituló ese suplemento muy explícitamente: La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía del que algunos extractos no pueden ser más significativos:
“Mientras que las luchas salvajes de la nobleza feudal reinante llenaban la Edad Media con su estrépito, en toda Europa occidental, el trabajo silencioso de las clases oprimidas había minado el sistema feudal; había creado las condiciones en las cuales quedaba cada vez menos espacio a los señores feudales (...) Mientras que la nobleza era cada vez más superflua y entorpecía permanentemente la evolución, la burguesía de las ciudades se convertía en la clase que personificaba el progreso de la producción y del comercio, de la cultura y de las instituciones políticas y sociales.
“Todos estos progresos de la producción y del cambio eran, de hecho, para nuestras concepciones actuales, de naturaleza muy limitada. La producción estaba unida a la forma del puro artesanado corporativo, encerraba todavía ella misma un carácter feudal; el comercio no rebasaba los mares europeos y no fue más lejos de las ciudades de la costa de Levante, donde se procuraban por intercambio los productos del Extremo Oriente. Pero a pesar de lo mezquinas y limitadas que eran las actividades y con ellas la burguesía que las practicaba, fueron suficientes para transformar la sociedad feudal y estaban al menos en desarrollo mientras que la nobleza se estancaba (...) En el siglo XV, el feudalismo estaba entonces en plena decadencia en toda Europa Occidental (...) Por todos los sitios –tanto en las ciudades como en el campo- aumentaban los elementos de la población que reclamaban ante todo que cesara el eterno y absurdo enfrentamiento, las querellas entre señores feudales que estaban en permanente guerra interior, lo mismo que cuando el enemigo exterior estaba dentro del país... (...)
“Hemos visto cómo, en el plano económico, la nobleza feudal comienza a ser superflua, incluso un estorbo en la sociedad de fines de la Edad Media; como también, en el plano político, es ya un estorbo para el desarrollo de las ciudades y del estado nacional, posible en esta época solamente bajo la forma monárquica. Había sido mantenida a pesar de todo por la circunstancia de que poseía todavía el monopolio de las armas, de modo que había que contar con ella para hacer la guerra o librar cualquier batalla. Esto debía cambiar también; el último paso fue hacer ver a la nobleza feudal que el período de la sociedad y del estado que ella dominaba tocaba a su fin, que, en su cualidad de caballero, incluso en el campo de batalla, ya no servía para nada”.
Esos largos párrafos de Engels son particularmente interesantes en el sentido que nos restituye a la vez el proceso de “decadencia del feudalismo” y, en el seno mismo de éste, del “auge de la burguesía” así como la transición al capitalismo. En algunas frases, nos enuncia las cuatro principales características de todo período de decadencia de un modo de producción y de transición a otro:
a) La lenta y progresiva emergencia de una nueva clase revolucionaria portadora de nuevas relaciones sociales de producción en el seno mismo de la antigua sociedad en decadencia:
“Mientras que la nobleza se volvía cada vez más superflua y estorbaba permanentemente la evolución, la burguesía de las ciudades se convertía en la clase que personificaba el progreso de la producción y el comercio, de la cultura y de las instituciones políticas y sociales”.
La burguesía representaba la renovación y la nobleza el Antiguo Régimen; no será hasta que su poder económico se consolida en el seno del modo de producción feudal y, apoyándose en él, cuando la burguesía se sintió a su vez fuerte para disputarle el poder a la aristocracia. Señalemos que el pasaje desmiente formalmente la versión bordiguista de la historia que nos presenta una visión particularmente deformada del materialismo histórico postulando que cada modo de producción no conoce más que un movimiento perpetuamente ascendente al que sólo un hecho brutal (¿una revolución?, ¿un crisis?) haría bruscamente caer, casi verticalmente. A la salida de esta catástrofe “salvadora” un nuevo régimen social surgirá del fondo del abismo:
“La visión marxista se puede representar en tantas ramas y curvas todas ascendentes hasta que en su cima sucede una violenta caída brusca, casi vertical, y, al final un nuevo régimen social surge en otra rama histórica en ascenso” (Bordiga, reunión de Roma 1951, publicado en Invariance nº 4) (3).
b) La dialéctica de lo antiguo y de lo nuevo al nivel de la infraestructura:
“Todos estos progresos de la producción y del cambio eran, de hecho, para nuestras concepciones actuales, de naturaleza muy limitada. La producción estaba unida a la forma del puro artesanado corporativo, encerraba todavía ella misma un carácter feudal; el comercio no rebasaba los mares europeos y no fue más lejos de las ciudades de la costa de Levante, donde se adquirían por intercambio los productos del Extremo Oriente. Pero a pesar de lo mezquinas y limitadas que eran las actividades y con ellas la burguesía que las practicaba, fueron suficientes para transformar la sociedad feudal y estaban al menos en desarrollo mientras que la nobleza se estancaba (...) En el siglo XV, el feudalismo estaba entonces en plena decadencia en toda Europa Occidental”.
Cualquiera que sea el carácter todavía limitado (“mezquino”) de los progresos materiales de la burguesía, son suficientes para transformar una sociedad feudal “estancada” y “en plena decadencia en toda Europa Occidental” nos dice Engels. Esto desmiente formalmente esa otra versión totalmente extravagante e inventada de arriba abajo según la cual el feudalismo murió solamente porque tenía frente a él a un modo de producción más eficaz que lo superó en una carrera de velocidad:
“Nosotros hemos visto, a lo largo de las páginas que preceden, que hay muchas maneras para que desaparezca un modo de producción determinado. (...) Puede ser vencido abriendo una brecha en su propio seno por una forma de producción ascendente hasta que el movimiento cualitativo se transforma en salto cualitativo y la nueva forma cambia a la antigua. Es el caso del feudalismo que da nacimiento al modo de producción capitalista” (RIMC) (4);
“El feudalismo desapareció a causa del éxito de la economía de mercado. Contrariamente a la esclavitud, no desapareció a causa de una falta de productividad... Al contrario: el nacimiento y el desarrollo de la producción capitalista llegó a ser posible por el aumento de la productividad de la agricultura feudal, que generó masas de campesinos superfluas de modo que pudieron transformarse en proletarios, y crear la suficiente plusvalía para nutrir la población creciente de las ciudades. El capitalismo superó al feudalismo, no porque la productividad de este último se estancase, sino porque era inferior a la productividad de la producción capitalista” (Perspectives Internationalistes, “16 tesis sobre la historia y el estado de la economía capitalista” (5).
Marx, por el contrario, habla claramente “de un régimen corporativo con las trabas que pone al libre desarrollo de la producción” y de un “poder señorial con sus prerrogativas indignantes”: “En cuanto a los capitalistas emprendedores, los nuevos potentados tenían no solamente que desplazar a los maestros de los talleres, sino también a los poseedores feudales de las fuentes de riqueza. Su aparición se presenta de esta manera como el resultado de una lucha victoriosa contra el poder señorial, con sus prerrogativas indignantes, y contra el régimen corporativo con las trabas que ponía al libre desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre” (Marx, El Capital).
El análisis de los fundadores del materialismo histórico, ampliamente confirmado en el plano empírico por los estudios históricos (6), está a 180º de las elucubraciones de los detractores de la teoría de la decadencia. El análisis de la decadencia del feudalismo y de la transición al capitalismo está además ya claramente enunciado en el Manifiesto comunista donde Marx nos dice que:
“La sociedad burguesa moderna, surgida de las ruinas de la sociedad feudal... (...) (el comercio mundial, los mercados coloniales) aumentaron el desarrollo del elemento revolucionario dentro de la sociedad feudal en descomposición. El antiguo modo de producción feudal o corporativo, ya no bastaba para satisfacer las necesidades crecientes de los nuevos mercados. (...) Hemos visto, pues, que los medios de producción y de comunicación en los que se basó la creación de la burguesía se engendraron en la sociedad feudal. En determinada etapa de la evolución de estos medios de producción y comunicación, las condiciones en las que la sociedad feudal producía y traficaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, las relaciones de propiedad feudales, ya no correspondían a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Las mismas inhibían la producción, en lugar de estimularla. Se convirtieron en otras tantas ataduras. Había que romperlas, y se las rompió”.
Marx lo deja pues muy claro, habla de una “sociedad feudal en descomposición”. ¿Por qué el feudalismo está en decadencia? Porque “las relaciones de propiedad feudales ya no correspondían a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Aquellas inhibían la producción, en lugar de estimularla”. Fue dentro de ese feudalismo en ruinas donde comenzó la transición al capitalismo:
“La sociedad burguesa moderna, surgida de las ruinas de la sociedad feudal”. Marx desarrollará otra vez este análisis en los Principios de la crítica de la economía política:
“Fue solamente en los tiempos de hundimiento del feudalismo, cuando las luchas eran todavía intestinas –así en la Inglaterra del siglo XIV y en la primera mitad del siglo XV–, donde se puede situar la edad de oro del trabajo hacia su emancipación”.
Para caracterizar la decadencia feudal que se despliega desde el comienzo del siglo XIV hasta el siglo XVIII, Marx y Engels emplean múltiples términos que no tienen ninguna ambigüedad para quien dispone de un mínimo de honradez política:
“Feudalismo en plena decadencia en toda la Europa Occidental”, “nobleza en estancamiento”, “sociedad feudal en ruinas”, “sociedad feudal en descomposición”, “las relaciones feudales entorpecen la producción” y “el hundimiento del feudalismo, el régimen corporativo con las trabas que ponen al libre desarrollo de la producción” (7).
c) El desarrollo de los conflictos entre diferentes fracciones de la clase dominante:
“Mientras que las luchas salvajes de la nobleza feudal reinante llenaban la Edad Media con su estrépito (...) el eterno y absurdo enfrentamiento, las querellas entre señores feudales que estaban en permanente guerra interior, lo mismo que cuando el enemigo exterior estaba dentro del país...”.
La nobleza feudal tiene que obtener la dominación económico-política sobre el campesinado, y la obtiene mediante la violencia. Confrontada a las dificultades crecientes para extraer el suficiente sobretrabajo para la renta feudal, la nobleza se va a desgarrar en interminables conflictos que traerían como consecuencia arruinar todavía un poco más a la sociedad entera. La guerra de los cien años que dividió en dos la población europea y las guerras monárquicas incesantes son los ejemplos más destacables.
d) El desarrollo de las luchas de la clase explotada:
“...en toda la Europa Occidental el trabajo silencioso de las clases oprimidas había minado el sistema feudal; había creado las condiciones en las cuales quedaba cada vez menos espacio para los señores feudales”.
Bajo el dominio de las relaciones sociales, la decadencia de un modo de producción se manifiesta por un desarrollo cuantitativo y cualitativo de las luchas entre clases antagónicas: lucha de la clase explotada que experimenta cada vez más la miseria ya que la explotación es llevada a su extremo por una clase explotadora desesperada; luchas de la clase portadora de la nueva sociedad que choca con las fuerzas del antiguo orden social (en las sociedades pasadas, siempre se trata de una nueva clase explotadora, en el capitalismo, en cambio, el proletariado es a la vez clase explotada y clase revolucionaria).
Estas largas citas sobre el fin del modo de producción feudal y la transición al capitalismo demuestran ya ampliamente que el concepto de decadencia está no solamente definido teóricamente por Marx y Engels, sino que se trata además de un verdadero concepto científico operativo para describir la dinámica de sucesión de modos de producción que ellos pudieron identificar durante su vida. Es entonces lógico también que utilizaran este concepto cuando estudian las sociedades primitivas, asiáticas o antiguas. Analizando la evolución del modo de producción esclavista, Marx y Engels ponen en evidencia ya en La ideología alemana (1845-46), las características generales de la decadencia del modo de producción antiguo:
“Los últimos siglos del Imperio romano en declive y la conquista de los bárbaros aniquilaron una masa de fuerzas productivas: la agricultura había retrocedido, la industria estaba también en decadencia por falta de mercados, el comercio estaba paralizado o interrumpido por la violencia, la población tanto rural como urbana, había disminuido”.
Igualmente, en el análisis de las sociedades primitivas, nos encontramos con el meollo mismo de la definición de Marx y Engels de la decadencia de un modo de producción:
“La historia de la decadencia de las sociedades primitivas (...) está todavía por hacer. Hasta ahora se nos han proporcionado escasos bocetos (...) De forma secundaria, las causas de su decadencia derivan de hechos económicos que le impedían superar cierto grado de desarrollo...” (primer borrador de la carta de Marx a Vera Zasulich, 1881).
En fin, para las sociedades del modo de producción asiático (8) he aquí lo que dice Marx en El Capital donde compara el estancamiento de las sociedades asiáticas con la transición al capitalismo en Europa:
“En todos los sistemas de producción precapitalistas, la usura no hace otra obra revolucionaria que la de destruir y disolver las formas de propiedad, que se reproducen sin cesar bajo las mismas formas y sobre la base de aquellas reposa sólidamente la estructura política. Es solamente cuando se reúnen las condiciones del sistema de producción capitalista cuando la usura aparece como uno de los medios que contribuyen a hacer nacer el nuevo modo de producción, arruinando, por un lado, a los señores feudales y a los pequeños productores, y, por otro lado, centralizando las condiciones de trabajo creando el capital”.
La decadencia del capitalismo en Marx y Engels
Algunos con mentalidad cerril, que saben perfectamente bien que Marx y Engels utilizaron con asiduidad el concepto de decadencia para los modos de producción anteriores al capitalismo, pretenden sin embargo que:
“Marx se limitó a dar del capitalismo una definición progresista solamente para la fase histórica en la cual eliminó el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso período de desarrollo de las fuerzas productivas que estaban inhibidas por la forma económica precedente, pero jamás avanzó una definición de la decadencia más que puntualmente en la famosa introducción a la Crítica de la economía política...” (Prometeo nº 8, 2003).
¡Nada es tan falso! Durante toda su existencia, Marx y Engels analizaron la evolución del capitalismo y constantemente trataron de determinar los criterios y el momento de su entrada en decadencia. Así, desde el Manifiesto comunista, pensaban que había cumplido su misión histórica y que los tiempos estaban maduros para el paso al comunismo:
“Las fuerzas productivas de que ella dispone no funcionan ya a favor de la propiedad burguesa; son, al contrario, demasiado pujantes para las instituciones burguesas que no hacen más que entorpecer (...) Las instituciones burguesas son demasiado estrechas para contener las riquezas que han creado (...) La sociedad no puede ya vivir bajo la burguesía; es decir que la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad son incompatibles” (9).
Marx y Engels reconocieron más tarde haber hecho un diagnóstico prematuro. Así, desde finales del año 1850, Marx escribió en la Neue Rheinische Zeitung:
“En presencia de esta prosperidad general de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, que se están extendiendo con toda la magnificencia posible dentro del marco burgués, no es el momento de una verdadera revolución”.
Y, en una carta muy interesante a Engels del 8 de octubre de 1858, Marx precisará los criterios cualitativos para determinar el momento del paso a la fase de decadencia del capitalismo, a saber, la creación del “mercado mundial, al menos en sus grandes líneas, así como una producción condicionada por el mercado mundial”. A su parecer estos dos criterios están ya desarrollados para Europa –en 1858 piensa que la revolución socialista está madura en el continente–, pero no todavía para el resto del globo que estima que está aún en su fase ascendente:
“La verdadera misión de la sociedad burguesa, es la de crear el mercado mundial, al menos en sus grandes líneas, así como una producción condicionada por el mercado mundial. Como el mundo es limitado, esta misión parece acabada después de la colonización de California y de Australia y la apertura de Japón y de China. Para nosotros la cuestión difícil es ésta: ¿es inminente la revolución en el continente (europeo), y tomará con rapidez un carácter socialista? ¿pero no será forzosamente sofocada en este pequeño rincón, ya que, en un territorio mucho más grande, el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en su fase ascendente?”.
En El Capital, Marx dirá que “Por este medio el capitalismo prueba simplemente, una vez más, que entra en su período senil en el que va sobreviviendo”. En 1881 otra vez, Marx, en el segundo borrador de carta a Vera Zasulich, pensaba que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia en Occidente: “El sistema capitalista ha superado su apogeo en el Oeste, aproximándose el momento en que ya no será sino un sistema social regresivo”. De nuevo, y si se lee con un mínimo de honradez política, los términos utilizados por Marx para hablar de la decadencia del capitalismo no tienen ambigüedad: “período de senilidad, sistema social regresivo, trabas al desarrollo de las fuerzas productivas, sistema que va sobreviviendo, etc.”
En fin, Engels continuará esta búsqueda en 1895:
“La historia nos ha desmentido, a nosotros como a todos los que pensaban de la misma manera. Ha mostrado claramente que el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para la eliminación de la producción capitalista; ha sido probado por la revolución económica que, después de 1848, ha alcanzado a todo el continente (...) esto prueba de una vez por todas que también era imposible en 1848 hacer la conquista de la transformación social por un simple golpe de mano”.
Los escritos de Marx y Engels “desmienten de una vez por todas” las majaderías repetidas en páginas y páginas por elementos parásitos sobre la posibilidad de la revolución comunista desde 1848: “Nosotros hemos defendido muchas veces la tesis de que a partir de 1848, el comunismo es posible” (Robin Goodfellow, El comunismo como necesidad histórica, 01/02/2004) (10). Estupideces por desgracia compartidas ampliamente por los bordiguistas del PCI, quienes, en una muy mala polémica, nos reprochan haber afirmado –como Marx y Engels– que “las condiciones de su derrocamiento no existen en el momento de apogeo de una forma social” para declarar
“He aquí tirado al cubo de la basura un siglo de existencia de la lucha del proletariado y de su partido (...) De golpe ni el nacimiento de la teoría comunista, ni el sentido ni las enseñanzas de las revoluciones del siglo XIX pueden ser comprendidas...” (Folleto nº29 del PCI: La Corriente comunista internacional: a contra corriente del marxismo y de la lucha de clases).
¿Por qué este argumento es totalmente necio? Porque cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto comunista, había estancamientos periódicos del crecimiento por las crisis cíclicas y que a lo largo de estas crisis, podían ya analizar todas las manifestaciones de las contradicciones fundamentales del capitalismo. Pero “estas revueltas de las fuerzas productivas contra las relaciones modernas de producción” no eran sino revueltas de juventud. El resultado de aquellas explosiones regulares no era otro que el fortalecimiento del sistema, el cual, en una vigorosa ascensión, se desprendía de sus ropas infantiles y de los últimos estorbos feudales que encontraba en su camino. En 1850, solamente el 10% de la población mundial estaba integrada en las relaciones de producción capitalistas. El sistema del salariado tenía todo un futuro ante sí. Marx y Engels tuvieron la genial perspicacia de despejar de las crisis de crecimiento del capitalismo la esencia de todas sus crisis y de anunciar así a la historia futura los fundamentos de sus convulsiones más profundas. Si ellos lo pudieron hacer es porque, desde su nacimiento, una forma social lleva en germen todas las contradicciones que provocarán su muerte. Pero mientras esas contradicciones no se hayan desarrollado hasta el punto de parar de forma permanente su crecimiento, son el motor mismo de éste. Los estancamientos periódicos que conoció la economía capitalista a lo largo del siglo XIX no tienen nada que ver con las crisis permanentes y crecientes. Así, inspirándose en la intuición de Marx sobre el momento de la entrada en decadencia del capitalismo por “la creación del mercado mundial en sus grandes líneas” así “como una producción condicionada por el mercado mundial” (Marx), Rosa Luxemburgo despejará claramente la dinámica y el momento:
“Las crisis tal y como nosotros las hemos conocido hasta el presente (revisten) de alguna manera el carácter de crisis juveniles. Nosotros no por ello hemos llegado al grado de desarrollo y de agotamiento del mercado mundial que podría provocar el asalto fatal y periódico de las fuerzas productivas contra las barreras de los mercados, asalto que constituirá el tipo mismo de la crisis de senilidad del capitalismo... Una vez el mercado mundial desarrollado y constituido en sus grandes líneas hasta que no se pueda agrandar más gracias a bruscos crecimientos expansionistas; la productividad del trabajo continuará incrementándose de una manera irresistible; es entonces cuando comenzará, a mayor o menor plazo, el asalto periódico de las fuerzas productivas contra las barreras que obstaculizan los cambios, asalto cuya repetición será cada vez más ruda e imperiosa”.
Hemos visto que Marx y Engels utilizaron en muchas ocasiones la noción de decadencia en sus escritos principales sobre el materialismo histórico y la crítica de la economía política (La Ideología alemana, El Manifiesto, el Anti-Duhring, los Principios de una crítica de la economía política, la nota final a La Guerra campesina en Alemania), pero también en varias cartas de sus Correspondencias, diferentes prefacios, etc. ¿Y en El Capital, considerada como la obra maestra de Marx por el BIPR, pues para éste el término de decadencia “...mismo no aparece nunca en los tres volúmenes que componen El Capital” (11)? Al parecer, el BIPR no se ha leído bien El Capital pues en todas las partes en las que Marx aborda, ya sea el nacimiento del capitalismo, ya su final, la noción de decadencia está bien presente
Marx confirma su análisis de la decadencia del feudalismo y, dentro de esa decadencia, la transición al capitalismo en las páginas mismas de El Capital:
“La estructura económica capitalista surgió de las entrañas del orden económico feudal. La disolución de éste despejó los elementos constitutivos de aquél (...) Aunque los primeros esbozos de la producción capitalista se hicieron muy temprano en algunas ciudades del Mediterráneo, la era capitalista se inicia en el siglo XVI. Por todas las partes donde florece hacía ya tiempo que la servidumbre se había abolido y el régimen de las ciudades soberanas, gloria de la Edad Media estaba ya en plena decadencia. (...) La revolución que iba a poner los primeros cimientos del régimen capitalista tuvo su preludio en el último tercio del siglo XV y principios del XVI.”
De igual modo, cuando Marx aborda las contradicciones insuperables en las que se hunde el capitalismo y cuando considera su superación por el comunismo, dice claramente “entrada del capitalismo en un período senil durante el cual va sobreviviendo”:
“Aquí el sistema de producción capitalista cae en una nueva contradicción. Su misión histórica es desarrollar, hacer avanzar radicalmente, en progresión geométrica, la productividad del trabajo humano. Es infiel a su vocación en cuanto, como en este caso, pone trabas al desarrollo de la productividad. Ahí, sencillamente, prueba, una vez más, que entra en su período senil y que va sobreviviendo” (Marx, El Capital).
Notemos de paso que Marx considera el período de senilidad del capitalismo como una fase en la que va sobreviviendo y durante la cual es un obstáculo al desarrollo de la productividad. Esto desmiente una vez más esa otra teoría inventada por el grupo Perspective Internationaliste según la cual la decadencia del capitalismo (y también la del feudalismo, ver más abajo) se caracterizarían por ¡un desarrollo pleno de las fuerzas productivas y de la productividad del trabajo (12)!
En fin, en otro pasaje de El Capital en el que Marx recuerda el proceso general de sucesión de las formas históricas de producción:
“Toda forma histórica determinada de ese proceso (de trabajo) sigue desarrollando las bases materiales y las formas sociales de éste. Cuando ha llegado a cierto grado de madurez, esa forma histórica determinada es despojada para dejar el sitio a una forma superior. Se aprecia entonces que ha llegado el momento de una crisis de ese tipo cuando se agudizan la contradicción y la oposición entre las relaciones de distribución y por lo tanto el aspecto histórico definido de las relaciones de producción correspondientes y las fuerzas productivas, la capacidad de producción, y el desarrollo de sus agentes. El desarrollo material de la producción y su forma social entre entonces en conflicto” (Marx, El Capital).
Recoge aquí la definición que ya había dado en la Crítica de la economía política que vamos ahora a examinar. Antes, señalemos que lo que es cierto para El Capital lo es también para cantidad de trabajos preparatorios de su redacción en los cuales la noción de decadencia está ampliamente representada (13) y para que se convenza de ello, el mejor consejo que podemos dar al BIPR es que se lea su propia Biblia... o volver a los pupitres de la escuela para aprender a leer.
Así expone Marx sintéticamente los resultados principales de sus investigaciones en 1859 en la Crítica de la economía política:
“He aquí, en pocas palabras, el resultado final al que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de hilo conductor en mis estudios. En la producción social de su existencia, los hombres establecen vínculos determinados, necesarios, independientes de su voluntad; esas relaciones de producción corresponden a un grado determinado del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de esos vínculos forma la estructura económica de la sociedad, los cimientos reales sobre los que se alza la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se alza un edificio jurídico y político y a la que corresponden formas determinadas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres lo que determina su existencia, es, al contrario, su existencia social lo que determina su conciencia. En cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se habían movido hasta entonces y que no son más que su expresión jurídica. Formas, ayer todavía, de desarrollo de las fuerzas productivas, esas condiciones se vuelven pesadas trabas. Empieza entonces una era de revolución social. El cambio en las bases económicas viene acompañado de un trastorno más o menos rápido en todo ese enorme edificio. Cuando se analizan esos trastornos, hay que distinguir siempre dos órdenes de cosas. Hay un trastorno material de las condiciones de producción económica. Debe ser constatado con la mentalidad rigurosa de las ciencias naturales. Pero también hay formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosóficas, en resumen, las formas ideológicas en las que los hombres toman conciencia de ese conflicto y lo llevan hasta el final. No se juzga a un individuo por la idea que de sí mismo tiene. No se juzga una época de revolución según la conciencia que tal época tiene de sí misma. Esta conciencia se explicará más bien por las contrariedades de la vida material, por el conflicto que opone las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Nunca expira una sociedad antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; nunca se instauran relaciones superiores de producción antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan aparecido en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso es por lo que la humanidad solo se plantea las tareas que puede realizar: puestos a considerar mejor las cosas, siempre se verá que la tarea surge allí donde las condiciones materiales de su realización ya están realizadas o está realizándose. Reducidos a sus grandes rasgos, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno aparecen como épocas progresivas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de producción. No se trata aquí de un antagonismo individual; nosotros lo entendemos más bien como el producto de las condiciones sociales de la existencia de los individuos; pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales capaces de resolver ese antagonismo. Con este sistema social es la prehistoria de la humanidad lo que se cierra”.
Nuestros censores, con muy poca honradez, suelen evitar la cuestión de la decadencia transformando o reinterpretando sistemáticamente los escritos de Marx y Engels. Así ocurre en especial con esa cita de Crítica de la economía política en donde ellos creen, sin razón como hemos visto, que sería el único lugar en que Marx hablaría de decadencia. Para Battaglia communista, por ejemplo, Marx, en ese pasaje, no hablaría de dos fases bien diferenciadas en la evolución histórica del modo de producción capitalista, sino del fenómeno recurrente de la crisis económica:
“Es lo mismo para lo que anima a los defensores de ese análisis (de la decadencia) a citar la frase de Marx según la cual, en cierto grado de desarrollo del capitalismo, las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones de producción, desarrollándose así el proceso de decadencia. Aparte de que la expresión en cuestión se refiere al fenómeno de la crisis general y a la ruptura de la relación entre estructura económica y las superestructuras ideológicas que puede generar acciones de clase en el sentido revolucionario y no a la cuestión que se discute...” (Prometeo n° 8, diciembre 2003).
En sí misma, la cita de Marx no sufre ambigüedad alguna. Es clara, transparente, inscribiéndose en la misma lógica que todas las demás transcritas en este artículo. Desde su carta a J. Wedemeyer, se sabe muy bien hasta qué punto consideraba Marx el materialismo histórico como su verdadero aporte teórico y cuando resume diciendo: “en pocas palabras, el resultado final al que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de hilo conductor en mis estudios”, está hablando, sin lugar a dudas, de la evolución de los modos de producción, de sus dinámicas y contradicciones que se articulan en torno a la relación dialéctica entre las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas. Marx sintetiza en unas cuantas frases todo el arco histórico de la evolución humana:
“Reducidos a sus grandes rasgos, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno aparecen como épocas progresivas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de producción (...) Con este sistema social es la prehistoria de la humanidad lo que se cierra”.
En ningún sitio, como pretende el BIPR, Marx evoca los ciclos recurrentes de crisis, las colisiones periódicas entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción o los grandes períodos de la evolución de la cuota de ganancia; Marx se sitúa aquí en otra escala, en la escala de las grandes fases de la evolución de los modos de producción, en la escala de las “eras” históricas. En esa cita, como en las demás, Marx define dos grandes fases en la evolución histórica de un modo de producción: una ascendente durante la cual las relaciones sociales de producción impulsan y favorecen el desarrollo de las fuerzas productivas, “las relaciones de propiedad… Ayer todavía formas de desarrollo de las fuerzas productivas”, y después, “En cierto grado de su desarrollo” llega una fase decadente en la que “las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes”, o sea, durante la cual las relaciones sociales de producción dejan de ser un estímulo de las fuerzas productivas, transformándose en “pesadas trabas”. Marx precisa que ese vuelco ocurre en un momento dado “en un cierto grado de desarrollo “ y no habla para nada de “colisiones recurrentes y mayores cada día” según la interpretación abusiva del BIPR. Además, Marx emplea en varias ocasiones en El Capital fórmulas idénticas a las de su Crítica de la economía política y cuando se refiere al carácter históricamente limitado del capitalismo, dice claramente que hay dos fases bien diferenciadas en su evolución:
“... en el desarrollo de las fuerzas productivas, el modo de producción capitalista encuentra un límite que no tiene nada que ver con la producción de riqueza en sí; y esa limitación tan particular es testimonio del carácter limitado y puramente histórico, transitorio, del sistema de producción capitalista. Es testimonio de que no existe un modo absoluto de producción de la riqueza, sino que al contrario, entra en conflicto con el desarrollo de ésta en una determinada etapa de la evolución” (Marx, El Capital) o “Ahí, sencillamente, prueba, una vez más, que entra en su período senil y va sobreviviendo”.
El BIPR podrá tener dificultades de lectura para comprender la Crítica de la economía política de Marx, pues todo el mundo hace errores, pero cuando se repiten, incluso en las citas de lo que considera su biblia (El Capital), da la impresión de que ya no se trata de fallos puntuales.
A nuestros censores parásitos, por su parte, parece que les gusta hacer análisis sintácticos. Para RIMC, por ejemplo,
“La CCI se da el trabajo de subrayar el trozo de frase “Empieza entonces”, sin duda para insistir, como buen gradualista que es, en el carácter progresivo del movimiento que cree así designar. Ahora bien, también podría subrayarse la palabra “revolución social”, que precisamente significa lo contrario, al ser una revolución el trastorno violento del orden existente, o sea, una ruptura cualitativa brutal en el ordenamiento de las cosas y de los acontecimientos” (RIMC, “Dialectique...”).
Para quien sabe leer, sin embargo, Marx habla de la apertura de una “era de revolución social” (una era es un época durante la cual se establece un nuevo orden social de las cosas), hablando de cambio y de duración, puesto que nos dice que ese “cambio en los cimientos económicos viene acompañado de un trastorno más o menos rápido”... ¡Nada de “violenta y brusca caída, casi vertical, y, desde el fondo surge un nuevo régimen social” de Bordiga que RIMC recupera! Marx no confunde, como éstos, el “cambio en los cimientos económicos” y la revolución política. Aquél es lento en su proceso de separación de la antigua sociedad, y ésta es más breve, más limitada en el tiempo, aunque, en general, suele también extenderse durante cierto periodo, pues el derrocamiento del poder político de una antigua clase dominante por una nueva, no se hace en dos días tras un primer ensayo. El advenimiento político de una nueva clase dominante suele ocurrir a través de múltiples intentonas malogradas, fracasos prematuros, incluso restauraciones momentáneas tras breves victorias.
Por lo que se refiere a los grupúsculos parásitos cuya función esencial es enredar la claridad política, oponiendo Marx a la Izquierda Comunista, corriendo así una cortina de humo entre los nuevos elementos en búsqueda y los grupos revolucionarios, las cosas están claras. Recordar sencillamente la noción central de decadencia en la obra de Marx y Engels aniquila todas sus alegaciones recurrentes con las que pretenden que es una “... teoría totalmente desviacionista en relación con el programa comunista (...) ese método de análisis no tiene nada que ver con la teoría comunista (...) desde el punto de vista del materialismo histórico el concepto de decadencia no tiene coherencia alguna. No forma parte del arsenal teórico del programa comunista. Y como tal debe ser rechazado. (...) Nadie duda por qué la CCI utiliza esa cita (primer borrador de la carta de Marx a V. Zasulich) pues consta en ella dos veces la palabra ‘decadencia’, lo cual es extraño en Marx, para quien ese término nunca tuvo valor de concepto científico” (RIMC, “Dialectique...”) poniendo semejantes alegaciones en el baúl de los trastos inútiles. Esas alegaciones, dichas con la única preocupación enfermiza y parásita de ir contra la CCI, tienen un solo punto común: negar que el origen del concepto de decadencia está en Marx y Engels. Pero cuando se trata de dar bases a sus análisis, cada cual se saca su pequeñita idea a partir de vagas y muy imprecisas nociones de historia del movimiento revolucionario. Para Aufheben (14), por ejemplo, “La teoría del declive capitalista apareció por primera vez en la IIª internacional”; mientras que para RIMC (Dialectique...) habría nacido tras la Primera Guerra mundial:
“El objetivo de este trabajo es hacer una crítica global y definitiva del concepto de “decadencia” que emponzoña la teoría comunista como una de las desviaciones principales nacidas en la primera posguerra, e impide todo trabajo científico de restauración de la teoría comunista por su carácter fundamentalmente ideológico”,
y, en fin, para Perspective internationaliste (Hacia una nueva teoría de la decadencia del capitalismo), habría sido Trotski el inventor de ese concepto “El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la IIIa Internacional, en donde fue desarrollado sobre todo por Trotski” ... ¡Cualquiera entiende! Si hay algo que el lector podrá haber comprobado tras este examen de citas significativas de la obra de Marx y Engels, es que la noción de decadencia tiene en esa obra su verdadero origen. No solo esa noción está en el centro del materialismo histórico y muy precisamente definida en el plano teórico y conceptual, sino que también es una herramienta científica operativa en el análisis concreto de la evolución de los diferentes modos de producción. Y si tantas organizaciones del movimiento obrero han desarrollado esa noción de decadencia, como lo reconocen involuntariamente esos grupos parásitos en sus escritos, es desde luego porque esa noción forma parte de la médula del marxismo.
Los bordiguistas del PCI nunca aceptaron el análisis de la decadencia desarrollado por la Izquierda comunista de Italia en el exilio entre 1928 y 1945 (15), a pesar de que reivindican su filiación histórica con ella. Su acta de nacimiento en 1952 fue precisamente un rechazo de ese concepto (16); mientras que Battaglia communista (17) mantuvo los principios adquiridos de la Izquierda comunista de Italia, los elementos en torno a Bordiga se separarán para fundar el PCI (Partido comunista internacional). A pesar de su importante regresión teórica, el PCI se ha mantenido siempre en el campo internacionalista de la Izquierda comunista. Sigue profundamente enraizado en el materialismo histórico y, por ello, sea cual sea la conciencia que de ello tiene, siempre ha defendido las grandes líneas del marco de análisis de la decadencia. Para probarlo, basta con citar sus propias posiciones de base que aparecen al dorso de todas sus publicaciones:
“Las guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de desintegración del capitalismo es inevitable por el hecho de que éste entró definitivamente en el periodo en el que su expansión ya no estimula el crecimiento de las fuerzas productivas, sino que supedita su acumulación a unas destrucciones repetidas y crecientes” (en el fondo y en lo esencial, ¡la CCI viene a decir lo mismo!) (18).
Podríamos citar muchos pasajes parecidos de sus propios textos en los que, a veces, no vacila en reconocer implícita o explícitamente la noción misma de “decadencia del capitalismo”:
“Es verdad que si insistimos nosotros en el carácter cíclico de las crisis y catástrofes del capitalismo mundial, eso no menoscaba en nada la definición general de su fase actual, una fase de decadencia en la cual “las premisas objetivas de la revolución proletaria no solo están ya maduras, sino que incluso ya han empezado a pudrirse” como decía Trotski” (Programme Communiste n° 81, p. 15).
Mientras que hoy, en su folleto de crítica a nuestras posiciones, intenta en varias páginas hacer una crítica muy mediocre de la decadencia... sin darse cuenta de que, una vez más, contradice sus propias afirmaciones:
“Puesto que desde 1914, la revolución, y solo la revolución, se ha puesto por todas partes y en todo momento al orden del día, es decir que las condiciones objetivas están presentes por todas partes, solo es posible explicar la ausencia de esta revolución recurriendo a los factores subjetivos: lo único que falta para que estalle la revolución es la conciencia del proletariado. Esta situación parece un eco deformado de las posiciones falsas del gran Trotski de finales de los años 30. Trotski también pensaba entonces que las fuerzas productivas habían alcanzado el máximo posible bajo el régimen capitalista y por consiguiente todas las condiciones objetivas para la revolución estaban maduras (y que incluso empezaban a “pudrirse”); el único obstáculo eran las condiciones subjetivas...” (folleto n° 29 del PCI, p. 9). ¡Misterios de la invariabilidad!
En cuanto a Battaglia communista, obligados estamos a constatar que, a pesar de la afirmación de su continuidad política con las posiciones de la Fracción italiana de la Izquierda Comunista Internacional (19), está volviendo a sus orígenes bordiguistas. Después de haber rechazado las posiciones de Bordiga en 1952 y haberse reapropiado algunas lecciones de la Izquierda italiana en el exilio, hoy, su abandono explícito de la teoría de la decadencia tal como justamente la desarrolló la Fracción (20), hace volver a Battaglia communista junto a los bordiguistas del Partido comunista internacional (Programa comunista). Es un retorno a los orígenes, pues tanto en su plataforma constitutiva de 1946 como en la de 1952, la noción de decadencia está ausente. Le imprecisión política de esos dos documentos programáticos sobre el marco de comprensión del período que abrió la Primera Guerra mundial ha sido siempre la matriz de las debilidades y oscilaciones de BC en la defensa de las posiciones de clase.
Este examen nos ha permitido también comprobar que los escritos de los fundadores del marxismo están muy lejos de las diferentes versiones deformadas del materialismo histórico que defienden nuestros censores. Por nuestra parte esperamos que éstos nos demuestren, basándose en los escritos de Marx y Engels, como lo hemos hecho nosotros aquí sobre la noción de decadencia, la validez de su propia visión de la sucesión de los modos de producción. En espera de ello, sus pretensiones un tanto arrogantes de ser doctores en marxismo nos harán más bien sonreír, pues conociendo los escritos de Marx y Engels, estamos seguros de lo que decimos.
En páginas y más páginas, la denominada Ficci (21) pretende luchar contra la “degeneración” de nuestra organización a causa de nuestro análisis de la relación de fuerzas entre las clases, nuestra orientación para la intervención en la lucha de la clase, nuestra teoría de la descomposición del capitalismo, nuestra actitud y método de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias, nuestro funcionamiento interno, etc. Más incluso, esa Fecci afirma que la CCI estaría en la agonía, por no decir casi muerta, y que sería el BIPR quien sería el polo de clarificación y agrupamiento: “con el inicio de la trayectoria oportunista, sectaria y derrotista que está hoy viviendo la CCI oficial, el BIPR ocupa el centro de la dinámica hacia la construcción del partido”. Esta declaración de amor está acompañada incluso de un alineamiento político puro y simple en las posiciones del BIPR: “Somos conscientes de que existen divergencias entre esa organización y nosotros, especialmente sobre las cuestiones de método de análisis más que sobre las posiciones políticas” (Boletín n°23). Así, de un plumazo, ahí está la Ficci, esforzada defensora de la ortodoxia de la plataforma de la CCI, eliminando todas las divergencias políticas importantes entre la CCI y el BIPR. ¡Pero hay algo más significativo todavía! Aún cuando la decadencia está en el corazón mismo de la plataforma de la CCI y ahora está siendo veladamente puesta en entredicho por parte del BIPR desde hace más de dos años (22) y recibiendo una crítica indigna por parte del PCI (Programa comunista)... la Ficci no ha encontrado mejor cosa que callarse e incluso lamentar que nosotros defendiéramos el marco de análisis de la decadencia contra las derivas izquierdistas del PCI y del BIPR:
“... y ahora ponen en entredicho el carácter proletario de esa organización así como del BIPR, o al menos las ponen a ambas en los márgenes del campo proletario! (Revista internacional n° 115...)” (Presentación del Boletín n°22)…
Hasta hoy, la Ficci ha logrado escribir cuatro artículos sobre el tema de la decadencia del capitalismo (boletín n° 19, 20, 22 y 24). Esos artículos llevan el pomposo título de “Debate en el campo proletario”, pero el lector no verá la menor evocación del abandono del concepto de decadencia por el BIPR. Encontrará en cambio la acostumbrada diatriba contra nuestra organización con la pretensión ridícula de que seríamos nosotros quienes estaríamos abandonando la teoría de la decadencia. Ni una palabra sobre el BIPR que está poniendo explícitamente en entredicho la cuestión de la teoría de la decadencia y, en cambio, escritos ridículos sobre la CCI que defiende este análisis de manera intransigente.
Cuatro meses después de la publicación por le BIPR de un nuevo y largo artículo para explicar por qué cuestiona la teoría de la decadencia tal como la elaboró la Izquierda comunista (Prometeo n° 8, diciembre de 2003), la Ficci, en la presentación de su boletín n° 24 de abril de 2004, en una sola línea no encuentra nada mejor que aplaudir esa “contribución fundamental” “Saludamos ese trabajo de los camaradas del PCI que indica la preocupación por esclarecer la cuestión. Tendremos, sin duda, ocasión de volver sobre ello”. El artículo del BIPR no es visto evidentemente por lo que es realmente, o sea, un grave retroceso oportunista en el plano programático, sino que es alabado como una contribución que habría sido escrita para combatir nuestra pretendida deriva política:
“La crisis en la que se hunde cada vez más la CCI incita a los grupos del campo proletario a revisar esta cuestión de la decadencia; lo cual es una implicación de esos grupos en el combate contra la deriva oportunista de un grupo del medio político proletario y es su participación en el combate para intentar salvar lo que pueda serlo del desastre de la deriva oportunista de nuestra organización. Nosotros saludamos este esfuerzo...”.
Cuando la adulación servil sirve de línea política, ya no es oportunismo, es ya ponerse a hacer zalamerías a quienes se lisonjea. En efecto, para encubrir sus comportamientos chulescos de delatores con un barniz político, la Ficci se ha puesto frenéticamente a “descubrir” importantísimas divergencias con la CCI, despojándose, por ejemplo, de nuestro análisis de la descomposición del capitalismo (23). La Ficci tenía que eliminar lo que es políticamente menos “popular’ entre los grupos del medio revolucionario para así poder acercarse mejor e influir en ellos. Y así empieza a hacer genuflexiones ante quienes lisonjea... pero éstos parece que no se dejan engañar del todo:
“Nosotros no excluimos que algunos individuos puedan salir de la CCI para unirse a nosotros, pero es imposible que surjan en su seno grupos o fracciones que, en el debate con su propia organización, llegaran en bloque a desarrollar posiciones convergentes con las nuestras... Un resultado así solo podría venir, en efecto, de un cuestionamiento completo, más todavía, de una ruptura con las posiciones prácticas, políticas y programáticas generales y no de una simple modificación o mejora...” (Folleto n°29 del PCI : 4).
¡Difícil decirlo mejor! Tras haberse despojado de la teoría de descomposición, la Ficci está hoy dispuesta a reducir todas las divergencias políticas entre la CCI y el BIPR a unos cuantos problemillas de “método de análisis” y, mañana, estará dispuesta a quitarse de encima, en un tentador strip-tease, la teoría de la decadencia para embelesar a los grupos hostiles a esos dos conceptos, para así poder seguir haciendo la sucia labor que consiste en intentar por todos los medios aislar a la CCI de los demás grupos del medio político proletario.
C. Mcl.
1) En el artículo “La crisis económica confirma la quiebra de las relaciones sociales de producción capitalistas” de la Revista internacional n°115, pudimos ya demostrar que la negativa del BIPR y del PCI (Programa comunista) a apoyarse en el marco de análisis de la decadencia del capitalismo es la razón de sus escarceos izquierdistas y altermundialistas en el análisis marxista de la crisis y del encuadramiento social de la clase obrera.
2) A quienes quieran oponer Marx a Engels, recordemos “Una anotación de paso: las bases y el desarrollo de los conceptos expuestos en este libro se deben en su mayor parte a Marx y a mí en una más pequeña medida, era evidente para nosotros que mi exposición no se escribiría sin que él tuviera conocimiento de ella. Le leí todo el manuscrito antes de ser impreso y fue él quien, en la parte sobre la economía, redactó el capítulo décimo...” (Prefacio de Engels del 23 septiembre de 1885 a la segunda edición).
3) Para una crítica del concepto bordiguista de la evolución histórica, proponemos al lector nuestro artículo en la Revista internacional n°54).
4) “Dialectique des forces productives et des rapports de production dans la théorie communiste” publicado en la Revue internationale du Mouvement communiste, escrito en común por Communisme ou Civilisation, Communismo y la Union prolétarienne, disponible en la dirección siguiente: https://membres.lycos.fr/rgood/formprod.htm [233].
5) https://users.skynet.be/ippi/4discus1tex.htm [234]
6) Es sumamente interesante el libro de Guy Bois, La grande dépression médiévale XIVe et XVe siècle, PUF (París).
7) Solo con recordar los análisis de Marx y Engels es ya suficiente para contestar a esas insondables majaderías históricas que sueltan grupos parásitos como Perspectives Internationalistes, Robin Goodfellow (ex de Communisme ou Civilisation y RIMC), etc., que acaban afirmando lo contrario exacto de los fundadores del materialismo histórico y de elementos históricos incontestables. Tendremos ocasión de volver más ampliamente sobre sus divagaciones en los próximos artículos, ya que, por desgracia, consiguen influir negativamente en jóvenes elementos poco seguros todavía de sus posiciones marxistas.
8) Este tipo de modo de producción fue identificado por Marx en Asia, y de ahí su nombre, pero no queda limitado a ese continente. Históricamente, corresponde a las sociedades megalíticas, egipcias, etc. que existen entre los años 4000 y 500 antes de J.C. y que fueron el remate de un lento proceso de división en clases de la sociedad. Las diferenciaciones sociales que se desarrollaron desde que apareció el acopio y la riqueza material, dieron como resultado el poder político constituido en Estado con la forma de un poder regio. La esclavitud solía existir, incluso en grandes cantidades (dependientes, servidores, obreros para las grandes obras, etc.), pero solo en raras ocasiones había esclavos en la producción agrícola, pues no era todavía la esclavitud el modo de producción dominante. Marx dio de ese sistema una definición clara en El Capital: “Cuando los productores directos no tienen nada que ver con propietarios particulares, sino directamente con el Estado, como en Asia, en donde el propietario era a la vez el soberano, la renta coincide con el impuesto o, más bien, no existe entonces un impuesto que sea diferente de esa forma de renta. En esas condiciones, la relación de dependencia económica y política no necesita ser más dura que la propia sujeción al Estado que es la ley para todo el mundo. Aquí, es el Estado el propietario soberano de la tierra y la soberanía no es otra cosa que la concentración a escala nacional de la propiedad” (Marx, El Capital). Todas esas sociedades desaparecerán, en la mayoría de los casos, entre los años 1000 y 500 antes de J.C. Sus decadencias se expresan en revueltas campesinas recurrentes, un desarrollo gigantesco de los gastos estatales improductivos y guerras incesantes entre sociedades monárquicas que, mediante el pillaje de riquezas, buscan una solución a los bloqueos productivos internos. Los conflictos políticos y las rivalidades intestinas en la casta dominante agotan los recursos de esas sociedades en interminables conflictos y los límites de la expansión geográfica son la prueba de que se ha alcanzado el máximo de desarrollo compatible con esas relaciones de producción.
9) Esa misma gente, para limitar el significado de esa sentencia de El Manifiesto, afirma que ese trozo se referiría no al proceso general del paso de un modo de producción a otro, sino al regreso periódico de crisis coyunturales de sobreproducción que abren el camino a una posible salida revolucionaria. Nada más erróneo, el contexto de ese trozo no tiene ambigüedad alguna, viene justo después de la mención por Marx del proceso histórico de transición entre el feudalismo y el capitalismo. Además afirmar eso es equivocarse sobre cuál era el objetivo de El Manifiesto, cuya preocupación es demostrar el carácter transitorio de los modos de producción y, por lo tanto, del capitalismo y no, como así será en El Capital, la de detallar el funcionamiento del capitalismo y de sus crisis periódicas.
10) Y también que la teoría de la decadencia mandaría “...a toda la teoría comunista al limbo de la ideología y de la utopía, puesto que se habría planteado fuera de toda base material (en fase ascendente, ndlr). La humanidad se habría planteado problemas que no podía resolver en la práctica. En esas condiciones, ¿por qué reivindicar las posiciones de Marx y de Engels? Habría que aplicarles la misma crítica que ellos hacían a los socialistas utópicos. El socialismo científico no sería una ruptura con el socialismo utópico, sino un nuevo capítulo de éste” (Robin Goodfellow, https://membres.lycos.fr/resdisint [235]).
11) “¿Qué papel desempeña el concepto de decadencia en el terreno de la crítica de la economía política militante, es decir del análisis profundizado de los fenómenos y de la dinámica del capitalismo en el período en que vivimos? Ninguno. La palabra misma no aparece nunca en los tres volúmenes que componen El Capital. No es con el concepto de decadencia con lo que pueden explicarse los mecanismos de la crisis” (“Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”, en la revista central, en inglés, del BIPR, Internationalist Communist nº 21).
12) “Así la propensión del capital a incrementar su productividad y, por lo tanto, a desarrollar las fuerzas productivas no disminuye en su fase de decadencia (…) La existencia del capitalismo en su fase de decadencia, ligada a la producción de plusvalía extraída del trabajo vivo, pero enfrentada al hecho de que la masa de plusvalía tiende a disminuir a medida que el nivel de sobretrabajo aumenta, le obliga a acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas a un ritmo cada vez más frenético” (Perspective Internationaliste, “Valor, decadencia y tecnología, 12 tesis”, https://users.skynet.be/ippi/3thdecad.htm [236]).
13) “Las relaciones de dominación y de servidumbre (...) son un fermento necesario para el desarrollo y el declive de todas las relaciones de propiedad y de producción originales, de igual modo que expresan su carácter limitado. Mientras tanto, esas relaciones se reproducen en el capital -bajo una forma mediatizada– y son también un fermento de su disolución, siendo la expresión misma de su propio carácter limitado”. (Marx, Grundrisse), y un poco más lejos: “Desde un enfoque ideal, la disolución de una forma de conciencia determinada bastaría para destruir una época entera. Desde un enfoque real, ese límite de la conciencia corresponde a un grado determinado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales y, por lo tanto, de riqueza. El desarrollo no se ha producido sobre las antiguas bases, sino que ha habido desarrollo de esa base misma. El desarrollo máximo de esa base misma (...) es el punto en el que ella misma ha sido elaborada hasta tomar la forma en la que es compatible con el desarrollo máximo de las fuerzas productivas, y por lo tanto también del desarrollo más rico de los individuos. En cuanto ese punto se ha alcanzado, la continuación del desarrollo aparece como un declive, y el nuevo desarrollo se inicia sobre nuevas bases” (Grundrisse). Y también, en 1857, en La Introducción general a la crítica de la economía política, hablando de la evolución histórica de los modos de producción y de su posibilidad de ser comprendidos y criticados, Marx nos dice que: “La pretendida evolución histórica se basa en general en que la última formación social considera las formas pasadas como otras tantas etapas hacia ella misma, concibiéndolas siempre desde un punto de vista parcial. En efecto, es raras veces capaz –y solo en condiciones muy determinadas– de hacer su propia crítica. No estamos aquí pensando en los períodos históricos que se consideran a sí mismos como una era de decadencia”.
14) “Sobre la decadencia. Teoría del declive o declive de la teoría” es un texto del grupo inglés Aufheben. Ese texto y su traducción francesa puede leerse en la dirección siguiente: https://www.geocities.com/Paris/Opera/3542/TC15-3.html [237].
15) Véase nuestro libro La Izquierda comunista de Italia.
16) Léanse las consideraciones críticas de Bordiga sobre la teoría de la decadencia escritas en 1951: “La doctrina del diablo en el cuerpo” y vueltas a publicar en Le Prolétaire n°464 (periódico del PCI en francés), “La alteración de la praxis en la teoría marxista”, publicada en Programme Communiste n° 56 (revista teórica del PCI en francés) y las actas de la reunión de Roma en 1951 publicadas en Invariance n° 4.
17) BC (Battaglia communista) es una de las dos organizaciones, junto con la CWO (Communist Workers Organisation), que hoy forman el BIPR.
18) En un folleto reciente, dedicado por entero a criticar nuestras posiciones (La Corriente comunista internacional: a contracorriente del marxismo y de la lucha de clases, folleto n°29, del PCI-Le Prolétaire)), el PCI, arrebatado por su propia prosa no vacila en contradecir sus propias posiciones de base cuando afirma: “La CCI ve toda una serie de fenómenos como (...) la necesidad para el capital de autodestruirse periódicamente como condición de una nueva fase de acumulación (...). Para la CCI esos fenómenos pretendidamente nuevos son interpretados como manifestaciones de la decadencia (...) y no como la expresión del desarrollo y del fortalecimiento del modo de producción capitalista” (p. 8). ¿Podrá decirnos el PCI si, como así lo indican sus posiciones de base: “Las guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de desintegración del capitalismo es inevitable por el hecho de que éste entró definitivamente en el periodo en el que su expansión ya no estimula el crecimiento de las fuerzas productivas, sino que supedita su acumulación a unas destrucciones repetidas y crecientes” o si, como lo afirma en su polémica contra nuestras posiciones, “la necesidad para el capital de autodestruirse periódicamente” no son “manifestaciones de la decadencia” sino “ la expresión del desarrollo y del fortalecimiento del modo de producción capitalista”? Al parecer la argumentación y la invariabilidad (invariance) programática se orientan según el viento que sopla.
19) “En conclusión, aunque no fuera la emigración política, la cual llevó todo el peso de la labor de la Fracción de izquierda que tuvo la iniciativa de la constitución del Partido comunista internacionalista en 1943, fue, sin embargo, con las bases que defendió entre 1927 y la guerra sobre las que se construyó aquella fundación” (“Introducción a la plataforma política del PCI”, publicación de la Izquierda comunista internacional, 1946, p.12).
20) “IV. El reto histórico en el capitalismo decadente. Desde el inicio de la fase imperialista del capitalismo a principios de este siglo, la evolución oscila entre la guerra imperialista y la revolución proletaria. En la época del crecimiento del capitalismo, las guerras abrían el camino a la expansión de las fuerzas productivas por la destrucción de unas relaciones de producción trasnochadas. En la fase de decadencia capitalista, les guerras no tienen otra función que la de llevar a cabo la destrucción del excedente de las riquezas...” (Resolución sobre la constitución del “Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre no 1, febrero de 1938, p. 4 et 5). “La guerra de 1914-18 ha marcado el final extremo de la fase de expansión del régimen capitalista (...) En la última fase del capitalismo, la de su declive, es el reto fundamental de la lucha de clases lo que determina la evolución histórica...” (“Manifiesto del Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre n°3, abril de 1938).
21) Es una pretendida y autoproclamada “Fracción interna” de nuestra organización que agrupa a unos cuantos ex miembros a los que tuvimos que excluir por su comportamiento de “soplones” (lo cual se añadía a robos de dinero y material así como a diversas calumnias a nuestra organización). Léase al respecto nuestra toma de posición “Los métodos policíacos de la FICCI” en nuestro sitio Internet.
22) Por parte nuestra, ya en octubre de 2002, reaccionamos ante la aparición de los primeros elementos (en marzo de 2002) que indicaban un abandono de la noción de decadencia por el BIPR (cf. nuestra Revista internacional n° 111), y un año después con una crítica en el n° 115.
23) Análisis que esos individuos compartían cuando todavía eran miembros de la CCI (cf. nuestro artículo "Comprender la descomposición del capitalismo" en el numero 117 de la Revista internacional).
En eso, la burguesía no ha inventado nada. Ha desarrollado y sofisticado ese tipo de espectáculos con todos los medios que le dan tanto la experiencia de las antiguas clases explotadoras como el dominio de la ciencia y la tecnología que la sociedad capitalista le ha permitido.
En lo de todos los días, gracias especialmente a la televisión, el «pueblo llano» disfruta de toda clase de “reality shows”, torneos deportivos y demás celebraciones fastuosas de la sociedad actual (incluidas bodas principescas, ¡varios siglos después del derrocamiento del poder político de la aristocracia!). Y cuando el calendario se presta a ello, se celebran entonces los grandes acontecimientos históricos para, no sólo ya “divertir al pueblo”, sino llenarle la mollera de la mayor cantidad de patrañas y de falsas lecciones sobre esos sucesos. El 60 aniversario del desembarco aliado del 6 de junio de 1944 ha sido un nuevo ejemplo de todo eso, un ejemplo muy significativo.
Todos los periodistas presentes en el “acontecimiento” lo han podido constatar: las ceremonias del 60 aniversario del desembarco han sobrepasado en fastuosidad, en participación de “personalidades”, en “cobertura mediática” y “fervor popular” las del cincuentenario. Ha sido una paradoja que los propios periodistas intentaron comprender. Las explicaciones han sido de lo más variado y algunas algo sorprendentes: sería porque estas ceremonias de ahora permitirían sellar la amistad recobrada entre Francia y Estados Unidos tras el enfado por la guerra de Irak; o, también, porque era la última vez que participarían en ellos los supervivientes de aquel episodio de la historia, esos pobres ancianitos cubiertos de medallas que una vez en sus vidas (de minero en los Apalaches, de campesino de Oklahoma o de recadero en Londres) recibirían la gratitud universal siendo considerados como invitados de honor.
Los comunistas no celebran el desembarco de junio de 1944, como lo harían por la Comuna de París de 1871 o la Revolución de octubre de 1917. Les incumbe, eso sí, con ocasión de este aniversario y de las ceremonias que lo han exaltado, recordar lo que en verdad fueron los hechos, cuál fue su significado para con ello oponerse a la oleada de mentiras burguesas, un pequeño dique, cierto es, que pueda servir a la pequeña minoría que hoy pueda oírles.
Nunca antes del 6 de junio de 1944, a pesar de las múltiples guerras habidas, había realizado la especie humana una operación militar de la envergadura del desembarco aliado en Normandía. 6939 navíos atravesaron el canal de la Mancha la noche del 5 al 6 de junio, de los cuales 1213 buques de guerra, 4126 barcos de desembarco, 736 de servicios y 864 de mercancías. Por encima de semejante armada, 11 590 aparatos cruzaron los cielos: 5050 cazas, 5110 bombarderos, 2310 aviones de transporte, 2600 planeadores y 700 aviones de reconocimiento. En cuanto a los efectivos, fueron 132 715 hombres los que desembarcaron el “Día D”, además de los 15 000 norteamericanos y 7000 británicos lanzados en paracaídas la víspera tras las líneas enemigas desde 2395 aviones.
A pesar de su magnitud, esas cifras distan mucho, sin embargo, de dar su pleno significado a la amplitud de la operación militar. Antes ya del desembarco, los dragaminas habían limpiado cinco inmensos pasillos para permitir el paso de la armada aliada. El desembarco, por sí mismo, para lo único que debía servir era para establecer una cabeza de puente que permitiera desembarcar tropas y medios materiales en cantidades mucho más importantes. Y fue así como en menos de un mes, un millón y medio de soldados aliados fueron desembarcados con todo su equipo, especialmente decenas de miles de vehículos blindados (solo del tanque Sherman se construyeron 150 000 unidades).
Para todo ello, se movilizaron medios materiales y humanos descomunales. Para que los buques pudieran descargar la carga y los pasajeros, los aliados necesitaban un puerto en aguas profundas como el de Cherburgo o Le Havre. Pero como estas dos ciudades no han sido tomadas de inmediato, fabrican pieza a pieza frente a las dos pequeñas poblaciones de Arromanches y Saint-Laurent, dos puertos artificiales trayendo desde Inglaterra cientos de encofrados flotantes de hormigón que después serían sumergidos para que sirvieran de diques y de muelles (operación “Mulberry”). Durante algunas semanas, Arromanches fue el mayor puerto del mundo antes de pasar el relevo a Cherburgo, ciudad tomada por los Aliados un mes después del desembarco y cuyo tráfico duplicó entonces el del puerto de Nueva York en 1939. En fin, a partir del 12 de agosto, los Aliados podrán empezar a usar PLUTO (Pipe Line Under The Ocean), un oleoducto submarino para el aprovisionamiento en carburante entre la isla de Wight y Cherburgo.
Esos medios materiales y humanos descomunales son ya de por sí un símbolo patente de lo que se ha convertido el sistema capitalista, un sistema que engulle para la destrucción cantidades fenomenales de medios tecnológicos y de trabajo humano. Pero además de lo desmesurado hay que recordar, sobre todo, que la operación “Neptuno” (nombre secreto del desembarco en Normandía), era en realidad la preparación de una de las mayores matanzas de la historia: la operación “Overlord”, conjunto de planes militares en Europa occidental a mediados de 1944. A lo largo de las costas de Normandía pueden verse esas interminables filas de cruces blancas testigos del cruel tributo que pagó toda una generación de jóvenes norteamericanos, ingleses, canadienses, alemanes, etc. con apenas 16 años algunos de ellos. Y esos cementerios militares no cuentan los civiles, mujeres, niños y ancianos muertos durante las batallas que, en algunos casos, son casi tantos como la de los soldados caídos en combate.. La batalla de Normandía, durante la cual las tropas alemanas intentaron impedir a las tropas aliadas pisar Francia y luego penetrar tierra adentro, terminó con cientos de miles de muertos en total.
Los discursos y los comentarios de los medios burgueses no ocultan esos datos ni mucho menos. Da incluso la impresión de que los comentaristas los exageran cuando evocan la terrible carnicería de aquel verano de 1944. Es, sin embargo, en la interpretación de los hechos donde está la mentira.
Los soldados que desembarcaron el 6 de junio de 1944 y los días siguientes se presentan como los de la “libertad” y de la “civilización”. Eso fue lo que les dijeron antes del Desembarco para convencerlos de dar sus vidas, fue lo que dijeron a las madres de aquellos a los que la muerte se llevó al poco de salir de la infancia; eso han vuelto a declarar una vez más los políticos que, en gran cantidad, acudieron a las playas normandas el 6 de junio de 2004, los Bush, Blair, Putin, Schröder, Chirac… Y los comentaristas añadían: “¿dónde estaríamos ahora si esos soldados no hubieran hecho esos terribles sacrificios? ¡Estaríamos bajo la bota del nazismo!” Ahí queda todo dicho: aquella carnicería, por muy espantosa que fuera, fue un “mal necesario” para “salvar a la civilización y la democracia”.
Ante tales patrañas, unánimemente compartidas por todos, amigos y enemigos de ayer (el canciller alemán fue invitado a las ceremonias), y que hacen suyas prácticamente todas las fuerzas políticas, desde la derecha más reaccionaria hasta los trotskistas, es indispensable reafirmar unas cuantas verdades elementales.
La primera verdad es que no hubo en la Segunda Guerra mundial un “campo de la democracia” contra un “campo del totalitarismo”, a no ser que se siga considerando que Stalin era un gran campeón de democracia. En aquel entonces era lo que pretendían los partidos llamados “comunistas”, y los demás partidos tampoco hacían grandes esfuerzos por desmentirlos. Los verdaderos comunistas, por su parte, denunciaban desde hacía años el régimen estalinista, sepulturero de la revolución de Octubre de 1917 y punta de lanza de la contrarrevolución mundial. En realidad, en el Segunda Guerra mundial hubo, igual que en la Primera, dos campos imperialistas que se peleaban por los mercados, las materias primas y las áreas de influencia en el mundo. Y si Alemania, como en la Primera Guerra mundial, apareció como la potencia agresora, “la causante de la guerra”, fue porque era la peor dotada en el reparto del pastel imperialista tras el tratado de Versalles con el que concluyó la primera carnicería imperialista, tratado que agravó más todavía, en detrimento de ese país, el reparto que ya le era desfavorable antes de 1914 a causa de su llegada “con retraso” al ruedo imperialista (países pequeños como Holanda o Bélgica poseían un imperio colonial mayor que el de Alemania).
La segunda verdad es ésta: a pesar de todos los discursos sobre “la defensa de la civilización”, eso era lo que menos preocupaba a los dirigentes aliados, que revelaron entonces una barbarie comparable a la de los países del Eje. No solo nos referimos aquí al Gulag estaliniano, comparable a los campos nazis. También los países “democráticos” se ilustraron en ese ámbito. No vamos ahora a pasar revista a todos los crímenes y actos de barbarie perpetrados por esos valerosos “defensores de la civilización” (puede leerse al respecto nuestro artículo “Las matanzas y los crímenes de las ‘grandes democracias’” en la Revista internacional n° 66). Baste recordar que durante la propia Segunda Guerra mundial, e incluso antes de la llegada al poder de los nazis, esos países habían “exportado” su “civilización” hacia las colonias no sólo con la cruz sino y sobre todo con la espada, las bombas y las ametralladoras, por no mencionar los gases asfixiantes y la tortura. En cuanto a las pruebas indiscutibles de la “civilización” de que hicieron gala los Aliados durante la Segunda Guerra mundial, hemos de recordar algunas de sus heroicidades. Las primeras que nos vienen a la mente son, claro está, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945 en donde se empleó por primera y única vez en la historia el arma atómica que mató en un segundo a más de cien mil civiles y a otros cien mil más en los meses y años siguientes en un sufrimiento indecible.
El terrible balance de los bombardeos no solo se debió al uso de esa arma nueva, poco conocida todavía. Fue con medios de lo más “clásico” con los que esos adalides de la civilización aplastaron a poblaciones exclusivamente civiles:
– bombardeos de Hamburgo, julio de 1943 : 50 000 muertos;
– bombardeo de Tokio en marzo de 1945 : 80 000 muertos ;
– bombardeo de Dresde, 13 y 14 de febrero de 1945 : 250 000 muertos.
Este último bombardeo es muy significativo. En Dresde no había ni concentración militar, ni objetivo económico o industrial alguno. Había sobre todo refugiados procedentes de otras ciudades que ya habían sido arrasadas. La guerra estaba ya ganada por los Aliados. Pero para éstos se trataba entonces de provocar el terror en la población alemana, especialmente entre los obreros, para que ni por asomo les viniera la idea de repetir lo que habían realizado al final de la Primera Guerra mundial, o sea, lanzarse al combate revolucionario para echar abajo el capitalismo.
En el juicio de Nuremberg de después de la guerra se juzgó a los “criminales de guerra” nazis. En realidad lo que los condenó no fue tanto la multitud de sus crímenes sino el pertenecer al campo de los vencidos. Pues, si no, a su lado había que haber colocado a Churchill y a Truman, principales responsables de las masacres mencionadas.
En fin, hay que afirmar una última verdad contra el argumento de que la humanidad hubiera vivido con sufrimientos mucho peores si los Aliados no hubieran acudido a liberar Europa.
En primer lugar, rehacer la historia suele ser un ejercicio inútil. Es mucho más útil y fecundo comprender por qué la historia fue por tal camino y no por otro. Como en el caso que nos ocupa, (“si los Aliados hubieran perdido la guerra…”), ese ejercicio lo practican, en general, quienes quieren justificar el orden existente, que sería, al fin y al cabo, el “menos malo” (“La Democracia es la peor forma de gobierno exceptuando a todas las demás”, como decía Churchill).
La victoria de la “democracia” y de la “civilización” en la Segunda Guerra mundial no acabó, ni mucho menos, con la barbarie del mundo capitalista. Desde 1945, ha habido tantas víctimas de la guerra como durante las dos guerras mundiales juntas. Además, el mantenimiento de un modo de producción, el capitalismo (un sistema ya caduco como lo demuestran las dos guerras mundiales, la crisis económica de los años 30 y la crisis actual), le ha costado a la humanidad la continuación, y hoy la agravación, de toda clase de calamidades de lo más mortífero (hambres, epidemias, catástrofes “naturales” cuyas consecuencias dramáticas podrían eliminarse, etc.). Y eso sin olvidar que el sistema capitalista, al perpetuarse, está amenazando el futuro de la propia especie humana al destruir de manera irreversible el entorno e ir preparando nuevas catástrofes naturales, especialmente las climáticas, con unas consecuencias aterradoras. Si el sistema capitalista ha podido sobrevivir durante más de medio siglo tras la Segunda Guerra mundial, ha sido porque la “victoria de la democracia” significó una terrible derrota para la clase obrera; una derrota ideológica que vino a rematar la contrarrevolución que se abatió sobre ella tras el fracaso de la oleada revolucionaria de los años 1917-1923.
Porque la burguesía, sobre todo gracias a todos sus partidos supuestamente “obreros” (desde los “socialistas” hasta los trotskistas, Pasando por los “comunistas”), logró hacer creer a los obreros de los principales países capitalistas, especialmente los de las grandes concentraciones industriales de Europa occidental, que la victoria de la Democracia era “su victoria”, de tal modo que los obreros no entablaron ningún combate revolucionario ni durante ni al final de la Segunda Guerra mundial como sí lo habían hecho en la Primera. En otras palabras, la “victoria” de la Democracia, y en particular ese Desembarco tan encomiado estos días, dio un respiro al capitalismo decadente, permitiéndole proseguir durante más de medio siglo su curso catastrófico y bestial.
Esa es una verdad que no dirá ningún medio de comunicación por la cuenta que les trae. Muy al contrario, el celo tan agudo con el que todos los poderosos de este mundo y sus secuaces han celebrado ese “gran momento de la Libertad” ha estado a la altura de la nueva inquietud que la clase dominante empieza a vivir ante la perspectiva de una reanudación de los combates de la clase obrera a medida que el capitalismo siga dando cada día más la prueba de la quiebra histórica del sistema y de la necesidad de echarlo abajo.
Esta es, justamente, otra de las ricas enseñanzas que la operación “Neptuno” y “Overlord” aportan a la clase obrera : las grandes dotes de la burguesía para hacer colar sus mentiras.
En la Conferencia de Teherán, que reunió a los principales dirigentes aliados en Diciembre de 1943, Churchill dijo a Stalin : “En tiempos de guerra la verdad es tan valiosa que siempre debería estar protegida por una sarta de mentiras”. La verdad es que semejante afirmación no es ninguna novedad. En el siglo VI antes de nuestra era, el estratega chino Sunzi definía así las principales reglas del arte de la guerra: “Imponer su voluntad al adversario, obligarle a dispersarse, empezar fuerte para ir reduciendo después, actuar en secreto para conocer perfectamente al adversario, mentir porque todo acto de guerra está basado en el engaño” (El Arte de la guerra). Para garantizar el éxito de la mayor operación militar de la historia, la operación “Neptuno”, era necesario poner en marcha una campaña de mistificación de una amplitud sin precedentes. Su contraseña era “Fortitude” y su objetivo inducir al error a los dirigentes alemanes en el momento del desembarco. De su diseño se encargó la Sección de control de Londres (LCS), un ente secreto creado por Churchill en el que colaboraban los principales responsables de las agencias de información inglesas y americanas. No vamos a enumerar ahora todos los medios que emplearon para engañar al estado mayor alemán, solo citaremos los más significativos.
La evolución de la guerra durante la primera mitad del año 1944 hizo que los dirigentes alemanes comprendieran que los aliados podían abrir un frente en Europa Occidental. En otras palabras que iban a desembarcar en esa zona. Es más, los Aliados sabían que no podían engañar a su adversario. Por tanto la cuestión clave era escoger el momento y lugar preciso del desembarco utilizando esos “medios especiales” (como les llamaban los británicos) para hacer creer al enemigo que sería antes del 6 de junio de 1944 y no en las playas normandas. En teoría se podía hacer en cualquier sitio entre el golfo de Vizcaya y Noruega (es decir en una línea de varios miles de kilómetros). Sin embargo ya que los Aliados habían instalado lo esencial de su dispositivo militar en Inglaterra, parecía lógico que el desembarco fuera en algún sitio de la costa entre Bretaña y Holanda. Hitler estaba convencido de que sería en el Paso de Calais, ya que es donde está más cerca la costa inglesa del continente y donde los cazas ingleses –cuyo radio de acción era limitado- podrían participar en los combates.
Los Aliados, gracias a sus servicios de inteligencia, sabían lo que los alemanes pensaban, por eso el objetivo central de “Fortitude” era que siguiesen pensando lo mismo el mayor tiempo posible, incluso después del desembarco en Normandía que debía pasar por una operación de distracción que preparase el verdadero desembarco en el Paso de Calais. De hecho, Hitler siguió esperándolo y por eso se negó a enviar a Normandía los enormes medios militares con los que contaba en sus bases del norte de Francia y Bélgica. Cuando se dio cuenta del engaño era demasiado tarde: los Aliados habían logrado desembarcar suficientes medios humanos y materiales para librar la batalla de Normandía y comenzar la ofensiva, hacia París primero y luego hacia la propia Alemania.
Los Aliados no escatimaron medios para engañar a su adversario. Incluso los más rocambolescos, así un actor de segunda en la vida civil, protagonizó en mayo de 1944 el papel de su vida al hacerse pasar por el mariscal Montgomery (el militar inglés más prestigioso de la Segunda Guerra mundial y jefe de las operaciones del desembarco), al ser su doble casi perfecto y con unos retoques de maquillaje realizados por especialistas, el falso “Monty”, se dejó caer por Gibraltar antes de volver a Argel con el objetivo de inducir que el desembarco aliado sería en el sur de Francia (lo que finalmente ocurrió el 15 de Agosto) como precursor del desembarco en el Noroeste (1).
Hay un montón de episodios de este tipo, aunque quizá no tan folclóricos. Sin embargo lo más decisivo para convencer a los dirigentes alemanes de que el desembarco sería en el Paso de Calais fue la creación del FUSAG (primer cuerpo de ejército americano) comandado por Patton uno de los militares americanos de alto rango más reputado que fue a instalarse en el sureste de Inglaterra, es decir frente al Paso de Calais. Lo especial de este cuerpo de ejército formado por un millón de hombres es que era totalmente ficticio. Lo que los aviones de reconocimiento alemán habían fotografiado eran en realidad lanchas hinchables, aviones de madera, barracones de cartón, etc, y los mensajes radiados que emitía ese complejo militar eran la voz de actores de confianza americanos y canadienses (2).
Entre los medios empleados para reforzar la convicción alemana sobre el desembarco en el norte de Francia, destacan algunos por el cinismo del que es capaz la clase dominante. Así agentes de la «Francia libre» que trabajaban para los británicos fueron enviados para sabotear los cañones alemanes que defendían esa parte de la costa, lo que no sabían es que en realidad se les enviaba para que los capturase la Gestapo y que cuando fueran torturados comunicasen esa información “sensible” que creían cierta (3).
Lo más impresionante de los “medios especiales” empleados por ambos campos durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente por los Aliados, es el increíble maquiavelismo desplegado para engañar al enemigo. Uno de los capítulos del libro La guerra secreta, de Anthony Cave Brown, que cuenta las operaciones de intoxicación en la Segunda Guerra mundial se titula, no por casualidad, “Fortitude Norte, las estratagemas maquiavélicas”.
El gobierno norteamericano durante mucho tiempo se ha ocupado en silenciarlas (mediante el memorándum del 28 de agosto de 1945 el presidente Truman prohibió que se divulgara cualquier información al respecto). A las esferas dirigentes de la clase dominante no les interesa para nada que se sospeche el grado de maquiavelismo del que son capaces, sobre todo en un periodo histórico en que la guerra es un hecho permanente. A fin de cuentas si una estrategia no se ha desenmascarado, aún puede emplearse. De hecho el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, en diciembre de 1941, había sido algo buscado y favorecido por los dirigentes ingleses y americanos para “convencer” a la población americana y a sectores de la burguesía que eran hostiles a que Estados Unidos entrara en la guerra. Las autoridades americanas han negado sistemáticamente esa realidad (envuelta siempre en una “sarta de mentiras”). Esa mentira de Pearl Harbor sigue siendo útil hoy día como se ha podido comprobar con el ataque contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, ya que es más que probable que los servicios del estado norteamericano “dejasen hacer” a Al Qaeda para preparar la guerra de Irak (4).
La clase obrera no debe hacerse la más mínima ilusión: la clase dominante no dudará en emplear contra los explotados el mismo maquiavelismo del que hace gala cuando va a la guerra. De hecho alcanza sus más altas cotas de sofisticación cuando se trata de mistificar a la clase obrera, pues en ese caso lo que está en juego no es una cuestión de supremacía militar sino una cuestión de vida o muerte. Más aún que en la guerra entre fracciones nacionales de de la clase burguesa, en la guerra de clases que libra la burguesía contra el proletariado le es a ésa necesario “proteger la verdad con una sarta de mentiras”.
Los oropeles de la celebración del desembarco del 6 de Junio se han retirado, pero la clase obrera no debe olvidar jamás las verdaderas lecciones de esos acontecimientos:
– el capitalismo decadente no puede acabar con las guerras, solo puede acumular ruinas sobre ruinas sembrando la muerte a gran escala;
– la burguesía esta dispuesta a las mayores infamias y mentiras para preservar su dominio sobre la sociedad;
– para el proletariado sería suicida subestimar la inteligencia de la clase explotadora y su capacidad para poner en pie las mistificaciones más sofisticadas para mantener sus privilegios.
Fabienne
1) A este nivel hay que señalar igualmente la operación "Carne picada" ("Mincemeat") para hacer creer al estado mayor alemán que el desembarco en Sicilia de julio de 1943 solo era una maniobra de distracción para tapar un desembarco a mayor escala en Grecia y Cerdeña. Para ello hicieron aparecer cerca de las costas españolas el cadáver del supuesto Mayor William Martin, que nunca existió, con documentos que acreditaban la patraña urdida por los Aliados. Las autoridades franquistas habían devuelto a los ingleses dichos documentos, eso sí una vez fotografiados para los servicios secretos alemanes. La operación "Mincemeat", junto a otras maniobras similares lograron plenamente su objetivo ya que Hitler mandó a su flamante oficial superior Rommel a Atenas para dirigir personalmente un operativo que nunca se puso en acción.
(2) La FUSAG se completaba con el 4º ejército británico, con 350 000 hombres, con base en Escocia que supuestamente preparaba el desembarco en Noruega, también ficticio. Lo cual no impidió que al comienzo del desembarco en Normandía se desplazase hacía el sur para unirse al FUSAG para un futuro desembarco en el Paso de Calais…
(3) Este episodio poco glorioso de los "Medios especiales" lo cuenta en clave de novela el escritor y periodista americano Larry Collins en su libro "Fortitude". Evidentemente este episodio no es el único en el que se ve el cinismo de los dirigentes Aliados. Vale la pena recordar el desembarco ee el 19 de Agosto de 1942. Esta operación puso en suelo francés a 5000 soldados canadienses y
2000 británicos con el único objetivo de medir "en vivo" la capacidad de defensa de Alemania y obtener información sobre los problemas con lo que se encontraría el verdadero Desembarco. Eran plenamente conscientes de que para eso enviaban a todos esos jóvenes soldados a una muerte segura.
(4) Sobre esto ver el artículo de la Revista internacional nº 108 "Pearl Harbor 1941, las 'Torres Gemelas' 2001, El maquiavelismo de la burguesía". A todos esos que critican nuestros artículos en los que evidenciamos el maquiavelismo de la clase dominante so pretexto de que no es capaz de hacer semejantes cosas, les aconsejamos que lean La guerra secreta o por lo menos El espía que vino del frío escrito por el ex agente secreto John Le Carré. Son dos excelentes remedios contra la ingenuidad de la que hacen gala nuestros detractores.
En el precedente artículo de esta serie, vimos cómo el futuro bolchevique Trotski no había entendido el significado del nacimiento del bolchevismo y salió en defensa de los mencheviques en contra de Lenin. Examinaremos en este artículo cómo otra gran figura del ala izquierda de la socialdemocracia, Rosa Luxemburg –la que luego afirmaría en 1918 que “el porvenir pertenece al bolchevismo”– también puso su gran talento polémico al servicio de los mencheviques en contra del pretendido “ultracentralismo” de Lenin.
La respuesta de Rosa Luxemburg al libro de Lenin Un paso hacia delante, dos pasos atrás fue publicada en Neue Zeit (y en la nueva Iskra) con el título “Cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa”. Esta obra se publicará más tarde con el título Centralismo y democracia y ha sido una referencia (seleccionando a menudo las citas) para consejistas, anarquistas, socialdemócratas de izquierda y demás “anti-leninistas” durante decenios. Por fuertes que sean sus críticas, Rosa Luxemburg no tenía la menor intención de situar a Lenin fuera del marxismo o del movimiento obrero: hizo sus críticas animada por un espíritu de polémica vigorosa pero fraterna. El artículo no contiene el menor ataque personal contrariamente a los textos de Trotski del mismo período.
Además, Rosa Luxemburg empieza su artículo apoyando la contribución de Iskra antes del Congreso, en particular su defensa coherente de la necesidad de sobrepasar la fase de los círculos:
“La tarea en la que tropieza la socialdemocracia rusa desde hace varios años es la transición del tipo de organización de la fase preparatoria durante la cual la propaganda era la forma principal de actividad, manteniéndose los grupos locales y los pequeños círculos sin vínculos entre sí, a la unidad de una organización más amplia, tal como lo exige una acción política concertada en todo el Estado. Y al haber sido la autonomía total y el aislamiento los rasgos más acusados de la forma de organización ahora ya superada, era lógico que la consigna de la nueva tendencia que proponía una amplia unión fuese la del centralismo. La idea del centralismo ha sido el tema dominante de la brillante campaña llevada a cabo por lskra que desembocó en el congreso de agosto de 1903, el cual, aunque constara como Segundo congreso del partido socialdemócrata, ha sido, en realidad, su asamblea constituyente. La joven élite de la socialdemocracia en Rusia hizo suya esa misma idea”.
Sin embargo Luxemburg no duda, cuando se trató de tomar partido, en hacerlo a favor de los mencheviques en la controversia que surge en el Segundo congreso. Y así, el resto del texto es una crítica del “ala ultracentralista del partido” dirigida por Lenin. Varios factores se pueden invocar para explicar esto: existían ciertamente diferencias tanto de planteamiento como teóricas entre Luxemburg y Lenin, en particular sobre la cuestión central de la conciencia de clase, tema que trataremos más lejos. Luxemburg ya se había confrontado a Lenin sobre la cuestión nacional, lo que quizás la predispuso a cuestionar el método de éste, considerando aquélla que el pensamiento de Lenin era a menudo rígido y escolástico. Además, como lo demuestra su texto, empezaba ya en aquel entonces a examinar la cuestión de la huelga de masas y de la espontaneidad de la clase obrera. Las insistencias de Lenin sobre los límites de esta espontaneidad debían aparecerle como totalmente contraproducentes cuando ella estaba combatiendo duramente en el partido alemán para defender la acción espontánea de las masas en contra del enfoque burocrático y rígido del ala derecha de la socialdemocracia y de los dirigentes sindicales que temían más el levantamiento incontrolado de las masas que el propio capitalismo. Como veremos, ciertas polémicas de Luxemburg tienen tendencia a proyectar la experiencia del partido alemán en la situación en Rusia, lo que la condujo sin duda a interpretar mal el significado real de las divergencias en el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR).
Para terminar, también se ha de tomar en cuenta cierta forma de conservadurismo con respecto a la autoridad. Ya lo pudimos observar en las reacciones de Trotski con la escisión. En efecto, los mencheviques llevaron muy rápidamente a cabo una campaña personalizada en contra de Lenin para ganar a su causa al partido alemán: “La cuestión es de saber cómo triunfar sobre Lenin... Ante todo, hemos de movilizar contra él a autoridades como Kautsky y Rosa Luxemburg” (citado por P. Nettl). Y no cabe la menor duda de que Kautsky y demás “jefes” alemanes tenían tendencia a pensar que Lenin no era sino un ambicioso advenedizo. Cuando Liadov viajó a Alemania para explicar la situación de los bolcheviques, Kautsky le dijo:
“No conocemos a vuestro Lenin. Nos es desconocido, pero conocemos muy bien a Plejánov y a Axelrod. Ellos son los que nos han permitido conocer un poco lo que ocurre en Rusia. Sencillamente, no podemos aceptar vuestra declaración que afirma que Plejánov y Axelrod se habrían transformado de repente en oportunistas” (Ibid).
En aquel entonces, Luxemburg había orientado principalmente su polémica en el partido alemán contra el ala abiertamente revisionista de Bernstein; a pesar de que quizás tuviese dudas en cuanto a la dirección “ortodoxa”, seguía confiando en ella para luchar contre la derecha; quizás todo eso influyó en ella sobre la escisión en Rusia, y su visión se basaba más en una falsa “confianza” en la vieja guardia del POSDR que en un verdadero análisis político. Será más tarde cuando comprenderá la deriva de la dirección alemana hacia el oportunismo, nada menos que sobre la cuestión de la huelga de masas y de la espontaneidad de la clase.
Sea como sea, Luxemburg al igual que Trotski, echó mano de las fórmulas de Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás sobre el jacobinismo (el revolucionario socialdemócrata, escribía Lenin, es “el jacobino indisolublemente vinculado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase “) para argumentar que su “ultracentralismo” era una regresión hacia un método superado de la actividad revolucionaria, heredado de una fase todavía inmadura del movimiento obrero:
“Establecer el centralismo basado en esos dos principios: la subordinación ciega de todas las organizaciones hasta el menor detalle respecto al centro, el único que piensa, trabaja y decide por todos, y la separación rigurosa del núcleo organizado respecto al entorno revolucionario, tal como lo entiende Lenin — nos parece trasponer mecánicamente los principios de organización blanquistas y sus círculos de conjurados, al movimiento socialista de las masas obreras”.
Como Trotski, ella también rechaza el llamamiento de Lenin a la disciplina proletaria de fábrica, para atajar el anarquismo de “gran señor” de los intelectuales:
“La disciplina en la que piensa Lenin le ha sido inculcada al proletariado no solo por la fábrica, sino también por el cuartel y por la burocracia actual, o sea por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado.”
Luxemburg se opone a la visión de Lenin sobre las relaciones entre el partido y la clase en el pasaje siguiente, sobre cuyo significado volveremos más adelante:
“En verdad, la socialdemocracia no es que esté vinculada a la organización de la clase obrera, sino que es el propio movimiento de la clase obrera. El centralismo de la socialdemocracia debe pues ser de una naturaleza esencialmente diferente a la del centralismo blanquista. No podrá ser otra cosa sino la concentración imperiosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera respecto a sus grupos e individuos. Es, por decirlo así, un “autocentralismo” de la capa dirigente del proletariado, es el reino de la mayoría dentro de su propio partido “.
El combate contra el oportunismo
Rosa Luxemburg expresa también su desacuerdo con la explicación de Lenin sobre el oportunismo y los métodos que él propone que se apliquen en contra. Dice ella que él da demasiada importancia a los intelectuales como origen principal de las tendencias oportunistas en la socialdemocracia y, por lo tanto, plantea la cuestión fuera del contexto histórico. Luxemburg está de acuerdo con que el oportunismo puede ser fuerte entre los intelectuales de los partidos occidentales, pero lo ve como algo inseparable de las influencias del parlamentarismo y la lucha por reformas y, más en general, por la condiciones históricas en las que trabaja la socialdemocracia en occidente. Apunta ella también que el oportunismo no está necesariamente vinculado a las formas, centralizadas o descentralizadas, de organización, porque lo que lo define es precisamente la ausencia de principios. Rosa Luxemburg va incluso más lejos, subrayando que en las primeras fases de su existencia, ante las condiciones de atraso político y económico, la tendencia oportunista en el partido alemán, el ala lassalliana estaba a favor de un ultracentralismo contrario a la tendencia marxista de Eisenach, lo cual venía a significar que en la atrasada Rusia, el oportunismo debía sin duda identificarse con ese mismo afán ultracentralista.
Como un eco a una intervención de Trotski durante el IIº congreso, Luxemburg defiende que aunque las reglas y los estatutos precisos son imprescindibles, no por ello son una garantía contra el desarrollo del oportunismo, el cual es producto de las condiciones mismas en las que se desarrolla la lucha de clases: la tensión entre la necesidad de luchar día a día para defenderse y los fines históricos del movimiento. Tras haber planteado así el problema en un contexto histórico más amplio, Luxemburg se burla sin contemplaciones de la idea de Lenin de que “unos rigurosos párrafos puestos en el papel” podrían, en la batalla contra el oportunismo, sustituir la ausencia de una mayoría revolucionaria en el partido. En última instancia, nada, ni unos órganos centrales estrictos, ni la mejor constitución (estatutos) del partido, podrá sustituir la creatividad de las masas cuando se trata de mantener un curso revolucionario contra los embates del oportunismo. De ahí la tantas veces citada conclusión de su artículo:
“…digámoslo sin rodeos: los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente mucho más fecundos y valiosos que la infalibilidad del mejor ‘comité central’.”
La respuesta de Lenin a Luxemburg
Lenin contestó a Luxemburg en el artículo “Un paso adelante, dos pasos atrás, respuesta de N. Lenin a Rosa Luxemburg”, escrito en septiembre de 1904 y propuesto al Neue Zeit. Kautsky, sin embargo, se negó a publicarlo. Hasta 1930 no se publicaría. Lenin saluda en él la intervención de los camaradas alemanes en el debate, pero lamenta que el artículo de Luxemburg “no dé a conocer mi libro al lector y hable en realidad de otra cosa”. Al considerar que Rosa Luxemburg se enzarzó en una polémica totalmente fuera de lugar, Lenin no discute sobre los temas generales que aquélla plantea, sino que se limita a recordar los hechos principales que ocasionaron la escisión. Tranquilamente le agradece a Rosa que “haya explicado la idea profunda de que la sumisión servil es dañina para el partido”, subrayando que él no defiende una forma particular de centralismo, sino, sencillamente, “los principios elementales de cualquier sistema de partido concebible”, pues lo que en el congreso del POSDR se planteó no fue la sumisión servil a un órgano central, sino la dominación de una minoría, de un círculo en el seno de partido sobre lo que debería haber sido un congreso soberano. También afirma que su analogía con el jacobinismo es perfectamente válida y que, de todas maneras, ya había sido empleada a menudo por Iskra y Axelrod en particular. Comparar las divisiones en el partido proletario y las que hubo entre la derecha y la izquierda en la revolución francesa, insistía Lenin, no significa que se establezca una identidad entre la socialdemocracia y el jacobinismo. Lenin rechaza también la acusación de que su modelo de partido se basara en la fábrica capitalista:
“La camarada Luxemburg declara que yo ensalzo la influencia educadora de la fábrica. No es así. Son mis adversarios quienes dicen que yo describo el partido como si fuera una fábrica. Los he ridiculizado mostrando con sus propias palabras que mezclaban dos aspectos diferentes de la disciplina de fábrica, y esto, lamentablemente, le ocurre también a la camarada Luxemburg”.
En realidad, el que Trotski y Luxemburg se escandalizaran por la expresión “disciplina de fábrica” ocultó un importante elemento de verdad en el uso que Lenin hizo de esa expresión. Para Lenin, lo positivo de lo que el proletariado aprende a través de la “disciplina” de la producción en la fábrica, es precisamente la superioridad de lo colectivo sobre lo individual, la necesidad, de hecho, de la asociación de los obreros, la imposibilidad para los obreros de defenderse como individuos cada uno por su lado. Ese es el aspecto de la “la disciplina de fábrica” que debe reflejarse no solo en las organizaciones generales de la clase obrera sino también en sus organizaciones políticas, gracias al triunfo del espíritu de partido sobre el de círculo y el anarquismo de “gran señor” de los intelectuales.
Esto nos lleva a la tesis central de Lenin: la crítica al oportunismo por parte de Rosa es demasiado abstracta y general. Tiene mucha razón cuando explica las raíces del oportunismo en las condiciones históricas de la lucha de clases; pero el oportunismo adopta muchas formas y las formas propiamente rusas que aparecieron en el congreso eran las de la revuelta anarquista contra la centralización, un retorno de una parte de la antigua Iskra a unas ideas con las que el Congreso quería, precisamente, acabar. En primer lugar, acabar con la expresión propiamente rusa, o sea el economicismo, de las posiciones del estilo Bernstein como “el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada”. Es de notar que Rosa no dijo nada sobre estos temas, y por eso Lenin dedica la segunda parte de su artículo a dar concisa cuenta de cómo se produjo en el Congreso esa vuelta atrás.
Lenin da un escobazo a las “declamaciones grandilocuentes” de Luxemburg sobre la imposibilidad de combatir el oportunismo con reglas y reglamentos “por sí solos”; los estatutos no pueden tener una existencia autónoma; son, sin embargo, un arma indispensable para luchar contra las expresiones concretas del oportunismo. “Nunca, en ningún sitio, he afirmado una absurdez como que las reglas del partido serían armas ‘por sí solas’”. Lo que sí afirma Lenin es, en cambio, la defensa consciente de las reglas organizativas del partido y la necesidad de codificarlas en unos estatutos sin ambigüedad. Los llamamientos abstractos a la lucha creativa de las masas para superar el peligro oportunista no pueden sustituir esa tarea específica que es propia de los revolucionarios.
La conciencia de clase y el partido
Como ya hemos dicho, Lenin prefirió no entrar en otros temas más profundos planteados por Rosa en su texto: sus errores sobre la conciencia de clase y la identificación que hace ella entre partido y clase. Aunque brevemente, es necesario hablar aquí de esto.
En los argumentos de Luxemburg, las cuestiones de la conciencia de clase, del centralismo y de las relaciones entre el partido y la clase están inextricablemente relacionadas.
“Es evidente que la ausencia de las condiciones más imprescindibles para la realización completa del centralismo en le movimiento ruso podrían ser un gran obstáculo. Nos parece, sin embargo, que sería un error grosero creer que el poder absoluto de un comité central, que actuaría en cierto modo por “delegación” tácita, podría “provisionalmente” sustituir la dominación en el partido, todavía irrealizable, de la mayoría de los obreros conscientes, sustituir el control público que las masas obreras deben ejercer sobre los órganos del partido por el control inverso por parte de un comité central sobre la actividad del proletariado revolucionario. La historia misma del movimiento obrero en Rusia nos ofrece cantidad de pruebas del valor problemático de un centralismo así. Un centro todopoderoso, investido con un derecho sin límites de control y de ingerencia según el ideal de Lenin, acabaría en lo absurdo si sus competencias quedaran reducidas a las funciones puramente técnicas como la administración de la caja, el reparto del trabajo entre propagandistas y agitadores, el transporte clandestino de lo impreso, la difusión de la prensa, las circulares, los carteles. No se entendería el objetivo político de una institución con tales poderes si sus fuerzas estuvieran dedicadas a la elaboración de una táctica de combate uniforme y si asumiera la iniciativa de una amplia acción revolucionaria. Pero ¿qué nos enseñan las vicisitudes por las que ha pasado hasta hoy el movimiento socialista en Rusia? Los cambios de táctica más importantes y fecundos no han sido inventos de unos cuantos dirigentes y menos todavía de órganos centrales, sino que han sido cada vez el fruto espontáneo del movimiento en efervescencia.
“Así ocurrió con la primera etapa del movimiento auténticamente proletario en Rusia al que podemos fechar en 1896 con la huelga general espontánea de San Petersburgo que inició toda una era de luchas económicas entabladas por las masas obreras. Lo mismo fue con la segunda fase de la lucha, la de las manifestaciones callejeras, cuya señal fue dada por la agitación espontánea de los estudiantes de San Petersburgo en marzo de 1901. El siguiente gran giro de una táctica que abrió nuevos horizontes lo marcó, en 1903, la huelga general de Rostov del Don: una explosión espontánea una vez más, pues la huelga se transformó “desde sí misma” en manifestaciones políticas con agitación callejera, grandes mítines populares al aire libre y discursos públicos, algo que ni el más entusiasta de los revolucionarios hubiera soñado unos años antes.
“Sea como sea, nuestra causa ha hecho progresos inmensos. La iniciativa y la dirección consciente de las organizaciones socialdemócratas no han tenido en ellos sino un papel insignificante. Esto no se explica porque esas organizaciones no estuvieran especialmente preparadas para tales acontecimientos (aunque este hecho habrá contado sin duda alguna); menos todavía porque no hubiera aparato central y todopoderoso como lo preconiza Lenin. Al contrario, es de lo más probable que la existencia de tal centro de dirección habría aumentado el desconcierto de los comités locales acentuando el contraste entre el asalto impetuoso de las masas y la postura prudente de la socialdemocracia. Puede afirmarse en realidad que ese mismo fenómeno –el papel insignificante de la iniciativa consciente de los órganos centrales en al elaboración de la táctica- es observable en Alemania también y en todas partes. En sus grandes líneas, la táctica de la lucha de la socialdemocracia no está, en general, “por inventar”, sino que es el resultado de una serie interrumpida de grandes momentos creadores de la lucha de clases, a menudo espontánea, que busca su camino.“El inconsciente precede el consciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas. El papel de los órganos directores del partido socialista tiene en gran medida un carácter conservador: como la experiencia lo ha demostrado, cada vez que le movimiento obrero conquista un nuevo espacio, esos órganos lo labran hasta sus límites más extremos, pero también lo transforman en un bastión contra progresos posteriores de mayor envergadura “.
El desarrollo histórico del programa comunista ha pasado muy a menudo por la polémica entre revolucionarios, por unos debates porfiados entre diferentes corrientes en el seno del movimiento. Y así fue sin duda en los debates entre Lenin y Luxemburg.
Si observamos el debate sobre la organización de principios del siglo XX, podemos comprobar esas idas y vueltas de la dialéctica. El largo pasaje citado arriba contiene gran parte del armazón del brillante texto de Rosa Luxemburg Huelga de masas, partido y sindicatos en el que analiza las condiciones de la lucha de clases al iniciarse el nuevo período. Luxemburg, mucho antes que ningún otro revolucionario de entonces, vislumbró que en este período, el proletariado se vería obligado a desarrollar una táctica, unos métodos y unas formas organizativas en el fuego mismo de la lucha de clases; y no podrían preverse de antemano, ni ser organizadas en su menor detalle por la minoría revolucionaria, ni ningún otro organismo preexistente. En 1904, Rosa Luxemburg avanzaba ya hacia esas conclusiones mediante la observación de los movimientos de masas recientes en Rusia; las huelgas y los levantamientos de 1905 le darían definitivamente la razón. Siguiendo el diagnóstico de Luxemburg, el movimiento de 1905 fue una explosión social general durante la cual la clase obrera pasó de la noche a la mañana de una situación en la que dirigía con la “debida humildad” peticiones al Zar a la huelga de masas y la insurrección armada; igualmente, en coherencia con su enfoque, la vanguardia revolucionaria se encontró a menudo a la cola del movimiento. Especialmente cuando el proletariado descubrió espontáneamente la forma de organización idónea para la época de la revolución proletaria –los consejos obreros, los soviets– muchos de quienes pensaban aplicar la teoría de Lenin empezaron exigiendo que esas creaciones no previstas de la espontaneidad obrera o adoptaran el programa bolchevique, o se disolvieran, lo cual llevó al propio Lenin a alzarse contra el formalismo rígido de sus camaradas bolcheviques, defendiendo una cosa y la otra, o sea, los soviets y el partido. ¿Qué otro ejemplo podría darse de la tendencia de la “la dirección revolucionaria” a desempeñar un papel conservador? Recordemos que la controversia llevada a cabo por Luxemburg para convencer a la socialdemocracia alemana de la importancia de la espontaneidad, iba sobre todo dirigida contra el ala derechista del partido, concentrada en la fracción parlamentaria y en la jerarquía sindical, que no podían ni imaginarse siquiera una lucha que no estuviera rígidamente planificada y dirigida por el centro del partido y de los sindicatos. Casi no es de extrañar que Luxemburg tendiera a considerar el centralismo de Lenin como una variante “rusa” de esa visión burocrática de la guerra de clases.
Y, sin embargo, exactamente como ya lo vimos en la polémica con Trotski, a pesar de la gran perspicacia de Luxemburg, hay dos grandes defectos en el pasaje citado, defectos que confirman que sobre la cuestión de la organización revolucionaria, de su papel y de su posición en los levantamientos masivos del nuevo período, fue Lenin y no Luxemburg quien captó lo esencial.
El primer defecto se relaciona con una frase de ese pasaje citada a menudo: “El inconsciente precede el consciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas”. Como planteamiento histórico general es, claro está, de lo más justo; como decía Marx, son los hombres quienes hacen la historia, pero en condiciones no escogidas por ellos. Hasta hoy, han vivido a la merced de fuerzas inconscientes de la naturaleza y de la economía que han dominado su voluntad consciente y han hecho que los planes mejor diseñados acaben dando resultados muy diferentes de lo que se esperaba. Por esas mismas razones, la comprensión de la humanidad de su lugar en el mundo sigue sometida al imperio de la ideología – los mitos, evasiones, ilusiones constantemente reproducidas por sus propias divisiones tanto en el plano individual como en el colectivo. En resumen, el inconsciente precede y domina necesariamente el consciente. Pero esa manera de ver ignora una característica fundamental de la actividad consciente del hombre: su capacidad para prever, construir el porvenir, someter las fuerzas inconscientes a su control deliberado. Y con el proletariado y la revolución proletaria, esa característica humana fundamental puede y debe darle la vuelta a la fórmula de Luxemburg sometiendo el conjunto de la vida social a su control consciente. Es cierto que solo bajo el comunismo podrá realizarse plenamente, una vez que el propio proletariado se haya disuelto; es cierto que en sus luchas elementales de defensa, su conciencia también es elemental. Ello no quita, sin embargo, de que tiende a ser cada vez más consciente de sus fines históricos, lo cual implica el desarrollo de una conciencia capaz de prever y dar forma al futuro. Este dominio del consciente sobre el inconsciente sólo en el comunismo podrá florecer plenamente, pero la revolución es ya un paso cualitativo hacia ese dominio. De ahí el papel totalmente indispensable de la organización revolucionaria, pues su tarea específica es analizar las lecciones del pasado y desarrollar la capacidad de prever, como así lo dijeron Marx et Engels en el Manifiesto comunista, “la marcha general del movimiento”, en resumen, mostrar la vía hacia el futuro.
Luxemburg, enmarañada en una argumentación que la llevaba a insistir en el domino del inconsciente, ve el papel de la organización como algo esencialmente conservador: preservar lo adquirido del pasado, actuar como memoria de la clase obrera. Pero por muy vital que sea esta función, su objetivo final no deja de ser “conservador”: la anticipación de la verdadera dirección del movimiento futuro y la influencia activa sobre el proceso que lleva a él. Los ejemplos no faltan en la historia del movimiento revolucionario. Fue esa capacidad lo que permitió a Marx, por ejemplo, vislumbrar en unas cuantas modestas escaramuzas, limitadas y aparentemente anacrónicas, de los tejedores de Silesia en una Alemania semifeudal, la señal de una futura guerra de clases, la primera evidencia tangible de la naturaleza revolucionaria del proletariado. Podemos también citar igualmente la intervención decisiva de Lenin en abril de 1917, el cual, incluso en contra de los elementos conservadores que “dirigían” su propio partido, fue capaz de anunciar y por lo tanto preparar el enfrentamiento revolucionario venidero entre la clase obrera rusa y el gobierno provisional “democrático”. Fue esa tendencia en Luxemburg a reducir la conciencia a un reflejo pasivo de un movimiento objetivo, lo que llevó a la Izquierda comunista de Francia –la cual, por otra parte, no tuvo ningún reparo en tomar el partido de Luxemburg contre Lenin sobre otras cuestiones cruciales como el imperialismo y la cuestión nacional- a defender que el método de Lenin sobre el problema de la conciencia de clase era más acertado que el de Rosa :
“La tesis de Lenin sobre la “conciencia socialista inyectada en el partido” en oposición a la tesis de Rosa sobre la “espontaneidad” de la toma de conciencia, engendrada durante un movimiento que surge de las luchas económicas y culmina en una lucha socialista revolucionaria es sin duda más precisa. La tesis de la “espontaneidad” con su apariencia democrática, hace aparecer, en su base, una tendencia mecanicista con un riguroso determinismo económico. Está basada en la relación de causa-efecto, como si la conciencia fuera solo un efecto, el resultado de un movimiento inicial, o sea de la lucha económica de los obreros que la haría emerger. En esa visión, la conciencia es básicamente pasiva comparada con las luchas económicas, vistas como factor activo. El concepto de Lenin da a la conciencia socialista y al partido que la concreta su carácter de factor y de principio esencialmente activos. No está separada de la vida y del movimiento, sino que está incluida dentro de éste” (Internationalisme n° 38, “Sobre la naturaleza y la función del partido político del proletariado”).
Los camaradas de la Izquierda comunista de Francia (GCF) evitan aquí criticar las exageraciones polémicas de los argumentos de Lenin –el kautskysmo con el que presenta explícitamente la conciencia socialista como una creación de los intelectuales (la llamada intelligentsia). A pesar de que la mayor parte de ese artículo esté dedicado a rechazar el concepto sustitucionista-militarista del partido, la crítica de los errores de Lenin sobre la conciencia de clase era, para la GCF, algo secundario en ese aspecto. Pues de lo que se trataba era sobre todo de insistir en el papel activo de la conciencia de clase contra toda tendencia a reducirla a un reflejo pasivo de las luchas de resistencia inmediata de los obreros.
Otro error en las ideas expuestas por Rosa Luxemburg sobre la tendencia conservadora por esencia de la dirección del partido es que, al no situar esa tendencia en un contexto histórico, la transforma en una especie de pecado original propio de todas las organizaciones centralizadas (un sentimiento plenamente compartido por los anarquistas). Como hemos dicho antes, Luxemburg argumentó con mucha razón que había que buscar las raíces del oportunismo en las condiciones mismas de la vida del proletariado en la sociedad burguesa. De ello deduce que puesto que todas las organizaciones políticas proletarias deben actuar en esta sociedad, están por lo tanto sometidas a la presión constante de la ideología dominante, hay un peligro “invariable” de conservadurismo, de adaptación oportunista a lo inmediato, de resistencia a enfrentarse a los retos que requiere la evolución del movimiento real. Pero quedarse en eso es algo insuficiente. Para empezar, hay que decir que esos peligros en ningún caso amenazan únicamente a los órganos centrales, pues pueden aparecer perfectamente en las ramas locales (del partido). Así ocurrió en el caso del SPD alemán, que fue, en algunas regiones (Baviera, por ejemplo) de lo más “permeable” a las más variadas expresiones de revisionismo. Además, la amenaza oportunista, aún siendo permanente, es, en unas condiciones históricas, más fuerte que en otras. En el caso de la Internacional Comunista, fue sin lugar a dudas, el aislamiento del régimen proletario en Rusia lo que reforzó esa amenaza hasta el punto de condenar irreversiblemente a esos partidos a la degeneración y la traición. Y en el período en que Luxemburg elabora su polémica contra Lenin, el creciente conservadurismo de los partidos socialdemócratas era precisamente el reflejo de condiciones históricas precisas: el paso del capitalismo de su período ascendente a su fase de decadencia que, aún no estando totalmente rematada, revelaba ya la inadaptación de las antiguas formas de las organizaciones de la clase, a la vez las generales (los sindicatos) y las políticas (el partido “de masas”). En esas circunstancias, toda crítica seria a las tendencias conservadoras de la socialdemocracia tenía que estar acompañada de un nuevo concepto del partido. Lo irónico del caso es que el análisis de Luxemburg de las nuevas formas y métodos de la lucha de clases estaba preparando el terreno para el nuevo concepto, como ya señalábamos en el primer artículo de esta serie. Esto es particularmente cierto en el folleto sobre La Huelga de masas, en el que Rosa subraya el papel de dirección política que el partido debe desempeñar en el movimiento de masas. De hecho, la hostilidad total que provocó ese texto en el centro “ortodoxo” del partido, ya es por sí sola la prueba de que las antiguas formas socialdemócratas estaban relacionadas con métodos de lucha que se habían vuelto inadaptados para la época nueva. Fue, sin embargo, Lenin quien puso la pieza que faltaba en el puzzle al insistir en la necesidad de un “partido revolucionario de nuevo tipo”. Este salto teórico de Lenin no quedó plenamente elaborado y bien sabemos que los antiguos conceptos socialdemócratas siguieron contaminando el movimiento obrero mucho más tarde, en la “época de guerras y de revoluciones”. Lo cual no quita que la brillante intuición de Lenin surgió de las entrañas mismas de la realidad nueva: los antiguos partidos de masas ya no podían, por definición, ejercer la función de orientación política de la lucha revolucionaria de la clase obrera, como tampoco los sindicatos podían proporcionarle un marco organizativo global.
El partido no es la clase
En varias ocasiones, la polémica de Luxemburg contra Lenin vuelve borrosa la distinción entre la dirección del partido, el partido en su conjunto, y la clase. En particular, el argumento de que son las masas mismas (o las “masas” dentro del partido) las que deben llevar a cabo la lucha contra el conservadurismo y el oportunismo es una generalización que elude el papel indispensable que en esa lucha debe desempeñar la vanguardia política organizada. En la raíz de tal argumento está la falsa equivalencia entre partido y clase, evocada ya antes:
“En verdad, la socialdemocracia no es que esté vinculada a la organización de la clase obrera, sino que, en realidad, es el movimiento propio de la clase obrera”.
Es cierto que la socialdemocracia, la fracción, el grupo o el partido político del proletariado, no están fuera del movimiento de la clase, es un producto orgánico del proletariado. Pero es un producto particular y único; toda tendencia a identificarlo con “el movimiento en general” es perjudicial tanto para la minoría política como para el movimiento como un todo. En ciertas circunstancias, la identificación errónea entre partido y clase puede servir para justificar las teorías y la práctica substitucionistas: fue una tendencia muy acentuada en la fase de declive de la Revolución en Rusia, cuando algunos bolcheviques se pusieron a teorizar la idea de que la clase debía someterse incondicionalmente a las directivas del partido (del partido-Estado, en realidad) porque el partido no podía ser otra cosa sino el representante de los intereses del proletariado en toda circunstancia y condición. Pero en la polémica de Luxemburg contra Lenin, vemos el error simétrico, la vida y las tareas particulares de la organización política están anegadas en el movimiento de masas- a lo que precisamente Lenin se oponía en su lucha contra el economicismo y el menchevismo. En realidad, la oposición de Luxemburg a “la separación rigurosa entre el núcleo organizado y el ámbito revolucionario como así lo entiende Lenin”, la insistencia de aquélla en que “no puede haber compartimentos estancos entre el núcleo proletario consciente, sólidamente encuadrado en el partido, y las capas del proletariado del entorno, que ya han sido atraídas a la lucha de clases” eso, en las circunstancias del momento, no hacía más que apuntalar los argumentos de Martov que decía que sería todo perfecto si “cada huelguista se declaraba socialdemócrata”. Como ya vimos en el artículo precedente, el peligro mayor al que se enfrentaban los revolucionarios de entonces no era, como creía Trotski, el substitucionismo, sino su hermano gemelo anarquista, “democratista” y economicista.
Y así Rosa Luxemburg –que había sido acusada repetidas veces de “autoritarismo” en el SPD y en la socialdemocracia polaca precisamente por su defensa de la centralización– se dejaba, en ese momento particular de la historia, influir por el contragolpe “democrático”, en contra de la defensa rigurosa por parte de Lenin de la centralización organizativa. Rosa, que había estado en el centro de la lucha contra el oportunismo dentro de su propio partido, se iba a equivocar al identificar mal el origen del peligro oportunista en el partido ruso. La historia no iba a hacerse esperar largo tiempo –menos de un año en realidad- para demostrar que Lenin tenía razón al ver a los mencheviques como la cristalización del oportunismo en el POSDR y el bolchevismo como la expresión de la “tendencia revolucionaria” en el partido.
Amos
Todos los grandes burgueses de este mundo capitalista nos han invitado a conmemorar con ellos el 60 aniversario del desembarco en Normandía del 6 de junio de 1944. Los Bush, Schröder, Chirac, Blair, Poutine…, en un mismo arrebato, aliados o enemigos de ayer, en una pretendida unidad que quisiera parecer muy emotiva, nos han invitado a no olvidar lo que, según ellos, fue una epopeya heroica por la defensa de la libertad y de la democracia. Según el discurso ideológico dominante, esa unidad de la que alardeaban aliados y enemigos de ayer debería llevarnos a pensar que si se reflexiona en los «errores» del pasado, corrigiéndolos, será entonces posible construir un mundo de paz, un mundo estable y controlado. Un mundo de paz, algo así como aquel “nuevo orden mundial” que ya nos prometieron tras el desmoronamiento del bloque de la URSS en 1989.
Y, sin embargo, los años 90 conocieron no sólo el incremento de la barbarie bélica, sino la creciente inestabilidad de toda la sociedad capitalista. El hundimiento del bloque del Este, más o menos la sexta parte de la economía mundial, significó la entrada de lleno del capitalismo en su fase de descomposición. Las tensiones imperialistas que dejaron de polarizarse en el enfrentamiento entre dos bloques imperialistas rivales que se repartían el mundo no por eso desparecieron, ni mucho menos. Han tomado la forma de la guerra de cada uno contra todos de tal modo que los conflictos guerreros han alcanzado unos niveles desconocidos desde la Segunda Guerra mundial. La perspectiva de paz y de prosperidad anunciada por el líder mundial norteamericano acabó en agua de borrajas, y en su lugar lo que se ha instalado es la pesadilla de una sociedad que se desagarra a escala mundial y el riesgo de arrastrar a la humanidad entera al abismo. La primera guerra del Golfo de 1991 no permitió que apareciera a las claras ese aspecto de “todos contra todos”, que ya era, sin embargo, determinante, al haber logrado Estados Unidos unir tras sí a las grandes potencias, sobre todo gracias a lo que le quedaba de autoridad sobre sus antiguos aliados. En cambio, en Ruanda, en la antigua Yugoslavia, en el ex Zaire, por solo citar estos conflictos, la tendencia a «cada uno para sí», la defensa por cada uno de ellos de sus propios intereses imperialistas en detrimento de los de los demás, quedó más explícita. Y el inicio del nuevo milenio ha visto cómo ha ido creciendo esa dinámica de conflictos imperialistas. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos anunció solemnemente que haría la guerra al terrorismo, que liberaría Afganistán del atraso de los talibanes y que luego aportaría prosperidad y democracia a Irak. El resultado es hoy una inestabilidad en constante aumento, una inestabilidad mortífera que se extiende no sólo en Irak, sino por toda aquella región. Puede comprobarse, y es un fenómeno nuevo, que la situación tiende a írsele de las manos incluso a la potencia principal del planeta. Los objetivos que se dio la burguesía estadounidense se le escapan. Las imágenes triunfales tras la entrada de las tropas americanas en Bagdad, con el derribo de una estatua de Sadam Husein, han sido sustituidas por las de matanzas casi diarias, lo que demuestra la incapacidad de EE.UU. para estabilizar la situación, dejando a la población de aquel país en unas condiciones de vida espantosas.
Las luchas encarnizadas entre “señores de la guerra”, más o menos enfeudados a potencias regionales o mundiales, que predominan ya en Irak y en Afganistán, empiezan a extenderse a Arabia Saudí, con su ola de atentados contra los extranjeros, las instalaciones petroleras y el gobierno. La inestabilidad de este país está poniendo en peligro la principal fuente de petróleo del mundo (25 % de las reservas mundiales), haciendo planear un riesgo suplementario en una situación económica ya depresiva: el despegue de los precios del crudo que ya están hoy por encima de los 40 $ por barril. En una dinámica así, las propias grandes potencias pierden más y más toda capacidad de orientar, como quisieran, la marcha de la sociedad en su conjunto y están, evidentemente, incapacitadas para darle la menor perspectiva.
Tampoco el corazón de Europa se libra de esa irrupción del caos, como así lo han ilustrado los atentados del 11 de marzo de 2004 en España. Todo eso plasma esa “entrada del mundo en un período de inestabilidad nunca antes visto” (Introducción a las “Tesis sobre la Descomposición”, 1990, Revista internacional n° 107) y que hoy se está acelerando. En realidad, lo que ya la guerra del Golfo nos mostró fue que desde principios del año 1991, “ante el caos generalizado propio de la fase de descomposición, a la que ha dado un acelerón considerable el desmoronamiento del bloque del Este, no le queda otra salida al capitalismo, en sus intentos de mantener en su sitio las diferentes partes de un cuerpo que tiende a desmembrarse, que imponer el férreo corsé que es la fuerza de las armas. Pero resulta que los medios mismos que utiliza para intentar frenar un caos cada día más bestial son un factor agravante de la barbarie guerrera en la que está hundiéndose el capitalismo” (“Militarismo y descomposición”, Revista internacional n° 64.)
¿Es el gobierno de Bush la causa profunda del desastre iraquí?
Los manifestantes antiBush, los consabidos discursos de representantes de potencias como Francia y Alemania en la ONU, incluso los desesperados gritos de algunas fracciones de la burguesía de EE.UU., ven todos la posibilidad de invertir la tendencia y volver a encontrar una estabilidad en el mundo gracias a unos gobernantes menos aprovechados, menos cínicos, más generosos e inteligentes.
La burguesía quisiera hacernos creer que la paz y la estabilidad dependerían de quienes nos gobiernan. Por eso, el argumento preferido de las diferentes burguesías que se opusieron a la guerra (porque no tenían en ésta el menor interés, sino todo lo contrario) era que si Bush hubiera respetado el “derecho internacional”, si hubiera respetado la legalidad de la ONU, Irak no sería ahora la ciénaga sanguinolenta que es y EE.UU. no estaría en semejante atolladero. En el seno de la burguesía norteamericana, la cual era globalmente favorable a la guerra, cada vez se alzan más voces diciendo que la situación actual es resultado de la incompetencia y de la estupidez de Bush y de su administración, incapaces de estabilizar Irak. Esos dos tipos de argumento son una falacia. Su único objetivo, para la burguesía, es la necesidad de embaucar y embaucarse a sí misma. La situación de inestabilidad anárquica que se expande, es producto directo de la situación histórica en la que se encuentra metida la sociedad capitalista de hoy. No depende de la mayor o menor capacidad de una persona, como tampoco de la propia personalidad de ésta. Porque:
“En lo que a la política internacional de Estados Unidos se refiere, el alarde y el empleo de la fuerza armada no sólo forman parte de sus métodos desde hace tiempo, sino que es ya el principal instrumento de defensa de sus intereses imperialistas, como así lo ha puesto de relieve la CCI desde 1990, antes incluso de la guerra del Golfo. Frente a un mundo dominado por la tendencia a «cada uno para sí», en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la pesada tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo, el único medio decisivo de EE.UU. para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EE.UU. está metido en una contradicción:
“– por un lado, si renuncia a aplicar o a hacer alarde de su superioridad militar, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;
“– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a los adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana.”
(Resolución sobre la situación internacional del XIIº Congreso de la CCI, Revista internacional n° 90, 1997).
Invocar la incompetencia de tal o cual jefe de Estado para explicar la causa de las guerras permite a la burguesía enmascarar la realidad, ocultar la aterradora responsabilidad del capitalismo decadente y, con éste, la de toda la clase burguesa mundial. Esa lógica permite, en efecto, absolver a ese sistema de todos los crímenes encontrando excusas: la locura de Hitler, su desequilibrio, serían la causa de la IIª Guerra Mundial; y, de igual modo, la inhumanidad o la incompetencia de Bush serían la causa de la guerra y de los horrores actuales en Irak. En esos dos casos significativos, en realidad, esos dos individuos, con sus temperamentos y sus particularidades, corresponden a las necesidades de la clase que los llevó al poder. En ambos casos, lo único que han hecho es aplicar la política que su clase quería, la de la defensa de los intereses del capital nacional. A Hitler lo apoyó la burguesía alemana en su conjunto porque se mostró capaz de preparar una guerra que se había hecho inevitable por la crisis del capitalismo y la derrota de la oleada revolucionaria que siguió a Octubre 1917. El programa alemán de rearme en los años 30, seguido por la guerra mundial contra la URSS y los aliados fue una empresa a la vez inevitable, a causa de la situación de Alemania tras el Tratado de Versalles de 1919, y destinada al fracaso. Fue, en cierto modo, profundamente irracional. La locura de un tipo como Hitler –o más bien, el haber puesto a semejante insensato a la cabeza del Estado– no fue sino la expresión misma de la irracionalidad de la guerra a la que se lanzaba la burguesía alemana. Y lo mismo es con Bush y su administración. Están llevando a cabo la única política hoy posible, desde el punto de vista capitalista, para defender los intereses imperialistas de EE.UU, su liderazgo mundial, o sea, la guerra, la huida ciega en el militarismo. La incompetencia del gobierno de Bush, especialmente a causa de la influencia que en él haya podido ejercer una fracción belicosa y ultra representada entre otros por Rumsfeld, Wolfowitz y demás, su incapacidad para actuar basándose en una visión a largo plazo, lo que pone de relieve es que la política exterior de la Casa Blanca es, a la vez, la única posible y destinada al fracaso. El que alguien como Colin Powell, perteneciente a la misma administración y que sabe lo que es dirigir una guerra, hiciera tantas advertencias, sin ser escuchado, sobre la falta de preparación del conflicto en el que se metía EE.UU, es una confirmación de esa tendencia hacia lo irracional. Ha sido el conjunto de la burguesía norteamericana quien ha apoyado una política militarista, pues ésta es la única posible para la defensa de sus intereses imperialistas. De hecho, las divergencias en su seno, ante la catástrofe que es hoy Irak para la credibilidad de EE.UU. y el mantenimiento de su liderazgo mundial, sólo existen por cuestiones tácticas y, en ningún caso, por reprobación de la guerra misma. Esto es tan cierto que John Kerry, que se presenta como adversario demócrata de Bush para las próximas elecciones presidenciales, no tiene la menor alternativa que proponer sino es la de reforzar los efectivos militares estadounidenses en Irak. Si las políticas que deben hacerse y su éxito dependieran únicamente de las cualidades de quienes gobiernan, por ejemplo de su inteligencia, ¿cómo se explica entonces que la política imperialista de un Reagan, sin duda no mucho más dotado que Bush, obtuviera los reconocidos éxitos contra el imperialismo ruso, en Afganistán en particular? La razón está en las condiciones diferentes entre una y otra situación: el estar a la cabeza de uno de los dos bloques imperialistas rivales que dominaban el mundo, en cuyo seno había una disciplina respecto al jefe de bloque, confería a Estados Unidos una autoridad mucho mayor. En cuanto a los “defensores de la paz “ en Irak, como Schröder o Chirac, su actitud hacia el conflicto no tiene nada que ver con no se sabe qué mayores cualidades humanas de las que sus almas estarían adornadas en comparación con su rival Bush, sino porque esta guerra amenazaba directamente sus intereses imperialistas respectivos. Para Alemania, la instalación de Estados Unidos en Irak es un obstáculo para sus perspectivas de avance hacia esa parte del mundo, hacia la que se han orientado tradicionalmente sus esfuerzos de expansión. Para Francia, le quita la influencia que le quedaba en ese país merced a su apoyo, más o menos encubierto, a Sadam Husein. Acabar con la guerra no se debe, en primer lugar, a las capacidades propias de unos hombres políticos influyentes en el aparato de Estado, ni mucho menos a su buena o mala voluntad, sino a la lucha de clases.
La política de la burguesía en cada país está determinada, de forma única e implacable, por la defensa del capital nacional. Para ello pone en el poder a los hombres que se muestran más capaces de responder a esas necesidades. Si Kerry acaba sustituyendo a Bush en la presidencia estadounidense, sería para intentar dar un nuevo impulso a una política que seguiría siendo básicamente la misma. Para que haya un mundo sin guerras no hay que cambiar de gobiernos, sino destruir el capitalismo.
Ni la prevista transferencia de soberanía en manos de un gobierno autóctono en Irak, ni la votación unánime de la resolución de la ONU a favor de las modalidades de esa transferencia, van a desembocar en una mayor estabilidad. Ni tampoco el proyecto de Gran Oriente Medio. Menos todavía la celebración con gran boato del desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944 y las declaraciones de las mejores intenciones que la han acompañado.
Europa : ¿antídoto contra el desorden mundial?
¿Podría ser Europa un antídoto contra ese desorden y esa anarquía o al menos limitar su extensión? Francia y Alemania, como se pudo ver con ocasión de la ampliación de la Unión, el 1º de mayo de 2004, y también con las últimas elecciones europeas, han alardeado presentando la construcción de Europa como un factor de paz y de estabilidad en el mundo. Nos cuentan que si lograra alcanzar la unidad política, sería una garantía de paz. Mentira. Suponiendo que los estados de Europa se entiendan para andar al mismo paso, un bloque europeo sería también un factor de conflictos mundiales, al ser un rival de Estados Unidos. El proyecto de constitución europea no expresa otra cosa, en términos sibilinos, sino la voluntad de algunos Estados de desempeñar, gracias a Europa, un papel en el ruedo imperialista mundial:
“Los Estados miembros apoyan activamente y sin reservas la política exterior y de seguridad común de la Unión, con un espíritu de lealtad y de solidaridad mutua, absteniéndose de toda acción contraria a los intereses de la Unión o que pudiera menoscabar su eficacia…” (Capítulo I-15).
Esta orientación es una amenaza para el liderazgo de EE.UU., y por esto es por lo que este país no ha cesado de poner zancadillas a la construcción de toda unidad europea, por ejemplo, últimamente, apoyando la candidatura de Turquía a su ingreso en la Unión. Sin embargo, la unidad europea sólo existe en la propaganda. Para darse cuenta de lo absurda que es la noción “bloque europeo”, basta con observar a fondo lo que es hoy la realidad de la Unión europea: el presupuesto europeo alcanza un mísero 4% del PNB de la UE, cuya mayor parte está destinada no a lo militar sino a la Política agrícola común; no existe una fuerza militar bajo mando europeo capaz de competir con la OTAN o el ejército americano. Tampoco existe una superpotencia militar en la UE capaz de imponer su voluntad a las demás (esto quedó muy patente con la cacofonía que acompañó la adopción de la Constitución europea) (1). Además, la política de una de las principales potencias miembro de la UE, el Reino Unido, consiste en mantener su objetivo (el mismo desde hace 400 años) de dividir a las demás potencias europeas, sus “socios” de la UE. En esas condiciones, cualquier alianza europea no será más que un acuerdo temporal y forzosamente inestable. Las guerras en Yugoslavia e Irak sacaron a la luz hasta qué punto se revienta la unidad política de Europa en cuanto los intereses imperialistas de las diferentes burguesías que la componen entran en danza. Aunque actualmente, países como España e incluso Polonia y otros países centroeuropeos, se están inclinando hacia Alemania, es esa una tendencia limitada en el tiempo como así fue antes y después de 1990 en otros casos como el de los altibajos en la pareja franco-alemana. Sin embargo, ya sea con la tendencia hacia la unidad política o ya sea con la desunión patente, no podrán reducirse nunca las tensiones entre países europeos. En el contexto actual de quiebra del capitalismo y de descomposición de la sociedad burguesa, la realidad nos muestra que la única política posible de cada gran potencia es la de meter a las demás en dificultades para poder imponerse ella. Esa es la ley del capitalismo.
La inestabilidad, la creciente anarquía y el caos que se están propagando no es algo específico de una u otra región exótica y atrasada, sino que es el producto del capitalismo en su fase actual, irreversible, de descomposición. Y como el capitalismo domina el planeta, es el planeta entero lo que está cada día más dominado por el caos.
¿Qué perspectiva para el porvenir de la humanidad?
Sólo el proletariado lleva en sí una perspectiva, pues no sólo es la clase explotada sino y sobre todo la clase revolucionaria de esta sociedad, o sea la clase portadora de otras relaciones sociales libradas de la explotación, de la guerra, de la miseria. Al concentrar en sí mismo todas las miserias, todas las injusticias y toda la explotación, posee potencialmente la fuerza de echar abajo el capitalismo e instaurar el verdadero comunismo. Pero para ponerse a la altura de ese reto histórico, deberá comprender que la guerra es un producto del capitalismo en quiebra, que la burguesía es una clase cínica de explotadores y de mentirosos. Una clase que lo que más teme es que el proletariado acabe percibiendo la realidad como es y no como quieren que se la crea sus explotadores. Sólo el desarrollo de la lucha de clases, por la defensa de sus condiciones de vida, hasta el derrocamiento del capitalismo, podrá permitirle al proletariado paralizar el brazo asesino de la burguesía. Recordemos que fue gracias a la lucha de clases si la generación proletaria de principios del siglo XX pudo poner término a la Primera Guerra mundial. El proletariado tiene ante sí una gran responsabilidad histórica. El progreso de la conciencia de los retos que ante sí tiene, así como su unidad de clase, serán factores determinantes. De ello depende el porvenir de la humanidad entera.
G 15/06/04
1) La propia constitución es un fracaso para los “federalistas” que esperaban que se plasmara una mayor unidad europea, pues está ausente de aquélla cualquier idea de verdadero “gobierno europeo”, manteniéndose en vigor la jaula de grillos intergubernamental de siempre.
Desde del 68 y mas precisamente desde que se hundió el bloque del Este, muchas personas con ganas de militar por la revolución han dado la espalda a la experiencia de la revolución rusa y de la Tercera internacional (IC) para ir en busca de enseñanzas para la lucha y la organización del proletariado en otra tradición, la del “sindicalismo revolucionario” (que a menudo se asimila con el anarcosindicalismo) (1).
Esta corriente, que apareció entre el siglo XIX y el XX y que desempeñó un papel importante en ciertos países hasta los años 30, tiene como característica principal la de rechazar (o por lo menos subestimar considerablemente) la necesidad para el proletariado de dotarse de un partido político, tanto en sus luchas en el capitalismo como para el derrocamiento revolucionario de éste, pues, según aquella, la forma de organización sindical sería la única posible. Y efectivamente, el proceso por el que pasan esas personas que se acercan al sindicalismo revolucionario deriva en gran parte de que la idea misma de organización política ha quedado muy desprestigiada por la experiencia contrarrevolucionaria del estalinismo: la represión brutal en la misma URSS y tras las revueltas obreras en Alemania del Este y en Hungría en los años 50, la invasión de Checoslovaquia en 1968, el sabotaje por parte del PC estalinista de las luchas obreras en Francia en 1968, la represión, una vez más, de las luchas en Polonia a principios de los 70, etc. Esta situación es todavía peor tras la caída del muro de Berlín en 1989, con las innobles campañas de la burguesía que asimilan el hundimiento del estalinismo con la quiebra del comunismo y del marxismo, dando así una cornada suplementaria a cualquier idea de agrupamiento político basado en principios marxistas.
Una de las fuerzas mayores del proletariado está en su capacidad de volver sin cesar sobre sus derrotas y errores pasados para entenderlos y sacar lecciones para la lucha presente y por venir.
“Las revoluciones proletarias (...) se critican a sí mismas constantemente, interrumpen a cada instante su propio curso, regresan a lo que ya parecía realizado para volver a empezar, critican sin piedad sus vacilaciones, las debilidades y las miserias de sus primeras tentativas …” (Marx, El 18 de Brumario de Louis Napoleón Bonaparte).
Esta parte de la experiencia del movimiento obrero, el sindicalismo revolucionario, no podrá ser una excepción en esa necesidad de examen crítico para sacar lecciones. Para ello, es necesario poner las ideas y la acción del sindicalismo revolucionario en su contexto histórico, único método que nos permitirá entender sus orígenes en relación con la historia del movimiento obrero.
Por todo ello, hemos decidido emprender una serie de artículos, de la que éste es la introducción, sobre la historia del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo. En esta serie intentaremos contestar a estas preguntas:
– ¿qué distingue la corriente sindicalista revolucionaria en el plano de los métodos y de los principios?
- ¿ha dejado esta corriente lecciones útiles para la lucha histórica de la clase obrera?
– ¿qué conclusiones se han de sacar de las traiciones, y en particular la de 1914 (cuando la CGT francesa se pasó a la Unión sagrada desde principios de la Primera guerra imperialista mundial) y la de 1937 (participación de la CNT española en el gobierno de la Generalidad de Cataluña durante la guerra civil, y en el gobierno central)?
– ¿puede la corriente sindicalista revolucionaria dar hoy una perspectiva a la clase obrera?
Nuestras respuestas se basarán en la experiencia concreta que ha hecho la clase obrera del sindicalismo revolucionario, analizando varios períodos importantes de la vida del proletariado:
– la historia de la Confédération générale du travail en Francia, muy influenciada sino dominada por los anarcosindicalistas, desde su formación hasta la guerra del 14;
– la historia de los Industrial Workers of the World (IWW) en Estados Unidos hasta los años 20,
– la historia del movimiento de los “shop-stewards” (delegados de taller) en Gran Bretaña, antes y durante la Primera Guerra mundial,
– la historia de la Confederación nacional del trabajo (CNT) española durante la oleada revolucionaria que siguió a la Revolución rusa hasta su descalabro durante la guerra civil en 1936-37;
– por fin, concluiremos con un examen de la realidad concreta del sindicalismo revolucionario hoy en día, así como de las posiciones defendidas por las corrientes que se reivindican de esa tradición.
No nos proponemos con esta serie hacer la cronología detallada de las diversas organizaciones sindicalistas revolucionarias, sino poner en evidencia en qué los principios del sindicalismo revolucionario no solo han demostrado que no sirven para orientar la acción del proletariado en la lucha por su emancipación, sino que han participado además en llevarlo, en determinadas circunstancias, al terreno de la burguesía. Este enfoque histórico, materialista, demostrará la profunda deferencia entre anarquismo y marxismo, que se expresa en particular en la diferencia de actitud hacia las traiciones en el movimiento socialista y en el movimiento anarquista.
A los anarquistas les gusta señalar y poner en evidencia las grandes traiciones del movimiento socialista y comunista: la participación a la guerra de los Partidos socialistas en 1914 y la contrarrevolución estalinista de los años 20-30. Pretenden con ello mostrar una filiación fatal, inevitable, entre el Marx “autoritario” y Stalin, sin olvidar a Lenin, une especie de pecado original (cantinela que no desafina con la de la propaganda burguesa sobre la “muerte del comunismo”). Con respecto a las traiciones cometidas por anarquistas, por el contrario, su actitud es muy diferente: el patriotismo antialemán de un Kropotkin o de un Guillaume en 1914, el apoyo indefectible que prestó la CGT francesa al gobierno de Unión sagrada durante la guerra del 14-18, la participación de ministros de la CNT en los gobiernos burgueses de la República española, nada de todo ello puede cuestionar desde su punto de vista los “principios eternos” del anarquismo.
En cambio, hemos de señalar que las traiciones en el movimiento marxista siempre han sido analizadas y combatidas por las corrientes de izquierda antes y después de que ocurrieran (2).
Esa lucha llevada a cabo por las corrientes de izquierda no se limitó a “recordar” meramente los principios, sino que engendró un esfuerzo teórico y práctico para entender y mostrar de dónde procedía la traición, cuáles eran las modificaciones en la situación histórica, material, del capitalismo que la explicaban, volviendo caducos los análisis y medios de lucha hasta entonces adaptados al combate de la clase obrera.
Nada de esto en los anarquistas o anarcosindicalistas. Echan la culpa de la traición a los “jefes”, lo que en nada ayuda a entender el por qué de la traición de los jefes. Siguen dando a los principios un valor eterno, meramente moral, vaciado de su contenido histórico. Ante la traición, no les queda más que reafirmar los mismos valores eternos, y es por eso por lo que los anarquistas, contrariamente al marxismo, jamás han hecho surgir fracciones de izquierda en sus filas. Por eso también es por lo que los revolucionarios auténticos en el movimiento sindicalista revolucionario francés de 1914 (Rosmer, Monate) no intentaron constituir una corriente de izquierda en el movimiento sindicalista revolucionario, sino que se orientaron hacia el bolchevismo.
Como ya hemos visto, en el mismo centro de la divergencia entre la corriente sindicalista revolucionaria y el marxismo está la cuestión de la forma de organización que adopta la clase obrera para luchar contra el capitalismo. La comprensión de esta cuestión no se hizo del día a la mañana. El proletariado, a pesar de ser la clase revolucionaria llamada a derribar el capitalismo, no apareció en la sociedad capitalista listo ya para la revolución, algo así como Atenea de la cabeza de Zeus. Muy al contrario, la clase obrera no ganó en conciencia política y en capacidad organizativa sino gracias a una serie de esfuerzos enormes y de trágicas derrotas. En ese largo proceso del proletariado hacia su emancipación, surgieron inmediatamente dos necesidades fundamentales:
– la necesidad para el conjunto de los obreros de luchar colectivamente para defender sus intereses (en la misma sociedad capitalista primero y luego para echarla abajo);
– la de tener una reflexión sobre los fines generales de la lucha y sobre los medios para alcanzarlos.
Y de hecho, toda la historia del proletariado durante el siglo XIX estuvo marcada por sus esfuerzos incansables para dotarse de formas de organización adecuadas para llevar a cabo ambas necesidades fundamentales, concretamente para darse una organización general con vistas a agrupar a todos los obreros en lucha y de una organización política cuyas tareas esenciales eran clarificar las perspectivas de aquellas luchas.
El período que parte de la formación de la clase obrera hasta la Comuna de París se señala por una serie de esfuerzos y de intentos de organización del proletariado, fuertemente marcados en general por la historia específica del movimiento obrero en cada país. Durante aquel período, una de las tareas esenciales de la clase obrera y de sus esfuerzos de organización era la necesidad de afirmarse como clase específica ante las demás clases de la sociedad (burguesía y pequeña burguesía) con las que había compartido objetivos comunes (tales como la destrucción del orden feudal).
En aquel contexto histórico marcado por la inmadurez de un proletariado en formación, y sin experiencia propia, las dos necesidades fundamentales de la clase obrera se expresaban o en formas de organización aún fuertemente marcadas por el pasado (como los gremios procedentes de la Edad Media), o en la dificultad para comprender la necesidad de una organización general de la clase para llevar a cabo la lucha contra el orden capitalista del que hacían, sin embargo, una crítica muy radical.
En las primeras organizaciones de masas de la clase obrera, se suele ver a veces la expresión de una tendencia a buscar una ilusoria vuelta hacia el pasado, como también intuiciones del porvenir de la clase que iban mucho más allá de sus capacidades del momento: por ejemplo, los esfuerzos de organización sindical clandestina en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII (conocida con el nombre de “Army of Redressors” bajo el mando del mítico general Ludd) expresaban a menudo el deseo de volver al tiempo de la producción artesana; por otro lado, la meta que se da el “Grand National Consolidated Union” a principios del siglo XIX (3), o sea reunir los diferentes movimientos corporativistas en una huelga general revolucionaria prefigura de forma utópica la organización de los soviets de un siglo más tarde.
La burguesía supo reconocer muy rápidamente el peligro que representaba la organización masiva de los obreros: en Francia, la ley “Le Chapelier” prohibió ya desde 1793, en pleno período revolucionario, cualquier forma de asociación obrera, hasta las simples asociaciones de ayuda económica frente al paro o la enfermedad.
Según se va desarrollando, el proletariado se va afirmando como clase autónoma frente a las demás clases de la sociedad. En el chartismo inglés hay ya un embrión del partido político de clase y también se expresa en él la primera separación del proletariado de la pequeña burguesía radical. La oleada de luchas que se acabó con la derrota de las revoluciones de 1848 (y también la del chartismo) nos legó los principios elaborados en el Manifiesto comunista. Sin embargo, la idea de un verdadero partido político del proletariado tardará mucho tiempo en nacer, puesto que se hubo que esperar a la Primera internacional de principios de 1860 para ver reunidas las características a la vez de un partido político y de una organización unitaria de masas.
La Comuna de París de 1871, y el Congreso de La Haya de la Primera internacional en 1872, fueron un punto de ruptura para el movimiento obrero sobre la cuestión del desarrollo de su organización. La capacidad de las masas obreras para superar en su organización las ideas y la práctica conspiradora de los blanquistas ya había sido ampliamente demostrada, tanto por los éxitos en las luchas económicas de los obreros organizados en la Primera internacional como por el primer poder histórico de la clase obrera que fue la Comuna de París. En adelante, sólo los anarquistas fieles a la idea del “acto ejemplar”, y en particular los adeptos de Bakunin (4), segurían siendo partidarios de la conspiración ultraminoritaria como medio de acción. La Comuna había demostrado además lo absurdo de la idea de que los obreros podrían desdeñar la actividad política (o sea la acción reivindicativa con respecto al Estado en lo inmediato, y la toma del poder político en una perspectiva revolucionaria).
El reflujo de la lucha y de la conciencia de clase tras la derrota de la Comuna hizo que no se pudieran sacar esas lecciones en lo inmediato. Pero en los treinta años siguientes se produjo una decantación en el proletariado sobre la forma de organizarse: por un lado, las organizaciones sindicales para la defensa de los intereses económicos de cada corporación (5) y, por otro, la organización en partidos políticos parlamentarios (lucha por imponer un límite legal al trabajo de los niños y de las mujeres así como el límite de la jornada laboral, por ejemplo), así como para la preparación y la propaganda por el “programa máximo”, o sea la destrucción del capitalismo y la transformación socialista de la sociedad.
Al estar todavía el capitalismo en su conjunto en su fase ascendente, con una expansión sin precedentes del desarrollo de las fuerzas productivas (los treinta últimos años del siglo XIX conocieron a la vez esa expansión y la extensión de las relaciones de producción capitalistas por el mundo entero), aún era posible para la clase obrera arrancarle reformas duraderas a la burguesía (6). La presión sobre los partidos burgueses en el marco parlamentario permitía que se adoptaran leyes favorables a la clase obrera y retrocedieran las “leyes inicuas” que prohibían que la clase se organizara en sindicatos y partidos políticos.
Sin embargo, aquellos éxitos de la acción de los partidos obreros dentro del propio capitalismo contenían peligros muy graves para el proletariado. La corriente reformista consideraba, por ejemplo, que ese desarrollo de la influencia de las organizaciones obreras gracias a la obtención de reformas reales a favor de la clase obrera era algo definitivo, cuando, en realidad, era algo temporal. Esa corriente, para la cual “el movimiento lo es todo y la meta no es nada”, se plasma a finales del siglo XIX principalmente, según los países, ya sea en los partidos políticos ya en los sindicatos. En Alemania, por ejemplo, el intento de la corriente en torno a Bernstein de oficializar una política oportunista de abandono de la perspectiva revolucionaria, fue fuertemente combatida en el partido socialdemócrata por la resistencia de la izquierda en torno a Rosa Luxemburg y Anton Pannekoek. En cambio, ganaron mucho más fácilmente una fuerte influencia en los grandes aparatos sindicales. En Francia, en donde el partido socialista estaba mucho más influenciado por la ideología reformista y oportunista, la situación es totalmente la contraria. Así es como el gobierno Waldeck-Rousseau de 1899 a 1901 contaba con un ministro socialista, Alexandre Millerand (7). Esta participación ministerial fue rechazada por el conjunto de la socialdemocracia en los congresos de la Segunda internacional, rechazo que los socialistas franceses aceptaron a regañadientes y muchos de ellos con gran pesar. No es pues por casualidad si en 1914, cuando se produjo la ruptura entre las organizaciones obreras pasadas al enemigo (partidos socialistas y sindicatos) y la Izquierda internacionalista, ésta procedía del partido alemán (el grupo Spartakus en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht) y de los sindicatos franceses (la tendencia internacionalista representada por Rosmer, Monatte y Merheim entre otros).
De forma general, fue en las fracciones parlamentarias de los partidos socialistas y en el aparato comprometido en el trabajo parlamentario donde estuvo más presente el oportunismo. También era en el parlamento adonde salían acudir presurosos los elementos arribistas deseosos de aprovecharse de la influencia creciente del movimiento obrero, y que, claro está, no tenían la menor preocupación por la destrucción revolucionaria del orden existente. Por eso se desarrolló en la clase obrera una tendencia a identificar el trabajo político con la actividad parlamentaria, ésta con el oportunismo y el arribismo, éstos con la intelligentsia pequeño burguesa de abogados y periodistas, y en fin de cuentas, con la noción misma de partido político.
Contra el desarrollo del oportunismo, muchos obreros contestaron rechazando la actividad política en su conjunto, replegándose por así decirlo en la actividad sindical. Por eso fue por lo que el movimiento sindicalista revolucionario, corriente realmente obrera, se propuso la meta de construir sindicatos que fueran órganos unitarios de la clase obrera capaces tanto de agruparla para la defensa de sus intereses económicos como de prepararla para tomar el poder por la huelga general, y también de ser la estructura organizativa de la sociedad comunista del mañana. Estos sindicatos debían ser sindicatos de clase –librados del arribismo de una intelligentzia que intentaba aprovecharse del movimiento obrero para entrar en el Parlamento– independientes de cualquier partido político, como lo puso en evidencia el congreso de Amiens de 1906 de la CGT francesa.
Como decía Lenin,
“En muchos países de Europa del Este, el sindicalismo revolucionario ha sido el resultado directo e inevitable del oportunismo, del reformismo y del cretinismo parlamentario. También en nuestro país los primeros pasos de la “actividad en la Duma” han reforzado mucho el oportunismo, reduciendo a los mencheviques al servilismo ante los demócratas liberales. (...) El sindicalismo revolucionario se desarrollará en Rusia como reacción a esa conducta vergonzante de los “distinguidos” socialdemócratas” (8).
¿En qué consiste entonces ese sindicalismo revolucionario del que Lenin preveía que se iba a desarrollar? Sus diversos componentes comparten ya una misma visión de lo que ha de ser un sindicato. Nada mejor para resumir esta concepción que citar el preámbulo de la Constitución de International Workers of the World (IWW), adoptada en Chicago en 1908:
“La misión histórica de la clase obrera es suprimir el capitalismo (9). El ejército de los productores ha de organizarse no solo para su lucha cotidiana contra los capitalistas, sino también para hacerse cargo de la producción cuando el capitalismo haya sido derrocado. Organizándonos por industrias, formamos la estructura de la nueva sociedad en el interior mismo de la antigua” (10).
El sindicato ha de ser entonces el órgano unitario de la clase tanto para la defensa de sus intereses inmediatos como para la toma revolucionaria del poder y para la organización futura de la sociedad comunista. Esta visión considera a los partidos políticos, en el mejor de los casos, como algo inútil (Bill Haywood consideraba que IWW era “el socialismo en mono de obrero”) y en el peor un criadero de burócratas en ciernes.
Esta visión propia del sindicalismo revolucionario suscita dos críticas, sobre las que volveremos más tarde.
La primera crítica es sobre la idea según la cual se podría “formar la estructura de la nueva sociedad dentro de la antigua”. Pensar que sería posible empezar a construir la nueva sociedad en la antigua viene de una incomprensión profunda del antagonismo entre la última de las sociedades de explotación, el capitalismo, y la sociedad sin clases que se pretende instaurar. Es un error grave que lleva a subestimar la profundidad de la transformación social necesaria para operar la transición entre ambas formas sociales y, también, a subestimar la resistencia de la clase dominante contra la toma de poder por la clase obrera.
De hecho, cualquier concesión inmediatista o reformista que tienda a querer librarse artificialmente de las coacciones y leyes que rigen la transición del capitalismo hacia la sociedad sin clases, le está haciendo la cama a ideas tan reaccionarias como la autogestión (o sea la autoexplotación) o la construcción del socialismo en un solo país tan querida por Stalin. Cuando nuestros anarcosindicalistas contemporáneos hacen a los bolcheviques la crítica de no haber adoptado medidas radicales de transformación social ya desde 1917, aún cuando el capitalismo dominaba económicamente el conjunto del planeta, Rusia incluida, demuestran de hecho su visión reformista de la revolución y de la nueva sociedad a la que debe dar luz.
No puede uno extrañarse de eso, puesto que el sindicalismo revolucionario, en fin de cuentas, lo que hace es preconizar la continuidad de la propiedad privada por parte de los obreros, convirtiéndose la propiedad privada del capitalista en propiedad privada de un grupo de obreros, en la que cada taller, cada empresa guarda su autonomía respecto a las demás. La transformación social es así tan poco radical que los mismos obreros seguirán trabajando en las mismas industrias y, necesariamente, en las mismas condiciones.
La segunda crítica que se ha de hacer al sindicalismo revolucionario es la de mantenerse ajeno a la experiencia revolucionaria real de la clase. Para los marxistas, la Revolución rusa de 1905, con el surgimiento espontáneo de los consejos obreros, fue un momento crucial. Para Lenin, los soviets eran “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado”. Rosa Luxemburg, Trotski, Pannekoek, toda la izquierda de la socialdemocracia que formaría más tarde la Internacional comunista examinaron y analizaron aquel acontecimiento además de otros, como las grandes huelgas de Holanda en 1903. Así fue cómo la experiencia política de 1905 se convirtió, gracias a la lucha y la propaganda de las corrientes de izquierda de la Segunda internacional, en elemento vital de la conciencia obrera, que dará sus frutos en Octubre del 17 en Rusia (en donde, por cierto, los anarquistas desempeñaron un exiguo papel) y durante toda la oleada revolucionaria que verá surgir consejos obreros en Finlandia, Alemania y Hungría. Los sindicalistas “revolucionarios”, por el contrario, quedaron petrificados en sus esquemas abstractos que, por haber sido construidos basándose en la experiencia de la lucha sindical reformista durante el período ascendente del capitalismo, se revelaron perfectamente inadecuados para la lucha revolucionaria en el período de capitalismo decadente. También es verdad que a los anarquistas les place pretender que la “revolución española” fue más profunda que la Revolución rusa en términos de cambio social, pero ya veremos que en realidad no fue así, ni por asomo.
Los sindicalistas revolucionarios actuales han continuado la misma “tradición”, dejando totalmente de lado la experiencia real de las luchas obreras desde el 68. En particular, no tienen en cuenta para nada que la forma de organización de aquellas luchas no fue la sindical sino la de las asambleas generales soberanas con delegados elegidos y revocables (11), mientras que el Estado burgués, por su parte, fue incorporando directamente a los sindicatos en su seno (12).
Hemos visto que tanto sindicalistas revolucionarios como anarcosindicalistas comparten una visión del sindicato como lugar de organización de la clase obrera. Veamos ahora tres elementos clave de esta corriente que se pueden ver en las diversas organizaciones, y que examinaremos más en detalle en los próximos artículos.
Podría uno imaginarse que la cuestión de la acción directa la resolvió la historia. En los tiempos de ascenso del sindicalismo revolucionario, la acción directa se predicaba en oposición a la acción de los “jefes”, o sea, en general, de los dirigentes parlamentarios de los partidos socialistas o los burócratas sindicales. Ahora bien, desde la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, no solo los partidos “socialistas” y “comunistas” traicionaron definitivamente a la clase obrera, sino que las mismas condiciones de la lucha de clases hacen que cualquier acción en el terreno parlamentario o de la conquista de “derechos” políticos se haya vuelto caduca. El debate entre “acción directa” y “acción política” ya no tiene entonces razón de ser. No por esto se ha de suponer que la historia ha resuelto el problema y que marxistas como anarquistas estarían ahora defendiendo de común acuerdo la acción directa de la clase obrera en sus luchas.
La realidad es muy diferente. Sobre el tema de la acción directa queda en evidencia la divergencia entre marxistas y anarquistas sobre la función de las minorías revolucionarias. Para los marxistas, la acción de las minorías revolucionarias es la de una vanguardia política de la clase obrera y no tiene nada que ver con la acción minoritaria heredada del “acto ejemplar” anarquista, con el que se intenta sustituir la acción de la clase entera. Las orientaciones que da la organización marxista a su clase dependen en permanencia del nivel de la lucha de clases, de la capacidad más o menos importante en un momento dado, del conjunto del proletariado para actuar como clase contra la burguesía, para asimilar los principios y los análisis de los comunistas en la lucha (para “apoderarse del arma de la teoría”, tal como lo expresaba Marx). El anarcosindicalismo, en cambio, sigue contagiado por la visión fundamentalmente moral y minoritaria de los anarquistas. Para esta corriente, la “acción directa” de las masas obreras no se distingue de la de las minorías, por pequeñas que sean.
La idea de huelga general no es específica del anarcosindicalismo, puesto que ya se puede encontrar en los escritos del socialista utopista Robert Owen a principios del siglo XIX y se convertiría en una de las características principales de la teoría sindicalista revolucionaria. Podemos destacar en ella varios aspectos fundamentales (13):
– el éxito, la preparación de la clase obrera para llevar a cabo la huelga general dependen del crecimiento en número y en potencia de las organizaciones sindicales (revolucionarias, claro está);
– la revolución no es un problema político: en la visión anarcosindicalista, la huelga general paralizará el Estado burgués, el cual dejará que los obreros se ocupen tranquilamente de la “transformación social”;
– la teoría de la huelga general está estrechamente ligada a la de autogestión, que se proclama esencialmente al nivel de la fábrica, del lugar de trabajo.
En los hechos, ninguna de esas ideas ha sobrevivido a la prueba de la experiencia concreta del proletariado. Para empezar, la teoría que considera que el período revolucionario viene precedido por un desarrollo continuo de la fuerza de los sindicatos se ha revelado totalmente falsa. Ni en la Revolución rusa, como tampoco en Alemania, los sindicatos fueron órganos de lucha o de poder del proletariado. Al contrario, no fueron, en el mejor de los casos, sino frenos o elementos conservadores (por ejemplo, el sindicato de los ferroviarios en Rusia se opuso abiertamente a la Revolución de 1917). Y esa es la razón por la que en todos los países implicados en la Primera Guerra mundial, el sindicato desempeñó para el Estado burgués un papel de alistamiento de la clase obrera, para así asegurar la producción de guerra y para impedir cualquier desarrollo de resistencia obrera contra la matanza. Un ejemplo de eso es cómo la dirección de la CGT anarcosindicalista asumió sin vacilar en 1914 ese papel de alistador con la entrada de Francia en la guerra mundial.
El rechazo de la “política” por el sindicalismo revolucionario tuvo como consecuencia la de desarmar totalmente a los obreros frente a las cuestiones que se plantearon en la realidad de los hechos, en los momentos críticos de la guerra y la revolución. Todas las cuestiones que se plantean entre 1914 y 1936 son cuestiones políticas: la guerra que estalla en 1914 ¿es una guerra imperialista o una guerra por la defensa de los derechos democráticos contra el militarismo alemán? ¿Qué postura tomar respecto a la “democratización” de los Estados absolutistas en febrero del 17 en Rusia o en 1918 en Alemania? ¿Qué postura tomar respecto al Estado democrático en España del 36: enemigo burgués o aliado antifascista? En cualquier caso, el anarcosindicalismo es incapaz de contestar y acaba cayendo en la alianza de hecho con la burguesía.
La experiencia de la huelga de masas en Rusia de 1905 cuestionó las teorías enunciadas hasta aquel entonces tanto por los anarquistas como por los socialdemócratas (marxistas en aquél entonces). Pero solo el ala izquierda del marxismo demostró la capacidad de sacar lecciones de aquella experiencia crucial:
“La Revolución rusa [de 1905], esa misma revolución que fue la primera experiencia histórica de la huelga general, no solo no rehabilita al anarquismo, sino que incluso ha significado la liquidación histórica del anarquismo (…) Así, la dialéctica de la historia, la base sólida en la que se apoya toda la doctrina del socialismo marxista, ha desembocado en el hecho de que el anarquismo, al que estaba indisolublemente ligada la idea de la huelga de masas, ha entrado en contradicción con la huelga de masas misma; en cambio, la huelga de masas combatida antaño como contraria a la acción del proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de derechos políticos. Aunque es cierto que la revolución rusa obliga a revisar fundamentalmente el antiguo enfoque marxista respecto a la huelga de masas, sin embargo, únicamente el marxismo, con sus métodos, sus enfoques generales, sale victorioso con nuevos ímpetus. ‘La mujer amada por el Moro sólo podrá morir a manos del Moro’” (Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos; la cita final es una alusión a Othello, de Shakespeare).
Puede a primera vista parecer algo académico distinguir entre el internacionalismo y el antimilitarismo. ¿No será favorable a la fraternidad entre pueblos el que se opone a los ejércitos? ¿No se trata en el fondo del mismo combate? No. Existe entre ambos una diferencia de enfoque. El internacionalismo se basa en la comprensión de que a pesar de ser el capitalismo un sistema mundial, es incapaz, no obstante, de sobrepasar el marco nacional y la competencia cada vez más desenfrenada entre naciones. En 1848, la primera consigna del movimiento obrero no es antimilitarista, sino internacionalista: “Obreros de todos los países, ¡uníos!”. Para el ala izquierda marxista revolucionaria de la socialdemocracia antes de 1914, la lucha contra el militarismo no era sino un aspecto de una lucha mucho más amplia:
“Conforme a su concepción de la esencia del militarismo, la socialdemocracia considera que la abolición total del militarismo en sí es imposible: el militarismo no puede desaparecer más que cuando desaparezca el capitalismo, último sistema de sociedad de clases (…) la finalidad de la propaganda antimilitarista socialdemócrata no es combatir el sistema como fenómeno aislado, como tampoco su meta final es la abolición del militarismo en sí” (Karl Liebknecht, Militarismus und anti-militarismus, traducido por nosotros).
El antimilitarismo, en cambio, no es necesariamente internacionalista puesto que tiene tendencia a considerar que el enemigo principal no es el capitalismo como tal sino una aspecto de éste. Para el anarcosindicalismo de la CGT francesa de antes de 1914, la propaganda antimilitarista tenía sobre todo como motivo la experiencia inmediata del uso del ejército contra los huelguistas. Consideraba que era necesario apoyar moralmente a los jóvenes proletarios mientras hacían su “mili” y, a la vez, convencer a la tropa para que se negara a utilizar las armas contra los huelguistas. Esta meta no es criticable en sí. Pero el anarcosindicalismo seguía siendo incapaz de entender el militarismo como fenómeno íntegramente vinculado al capitalismo, un fenómeno que no cesó de fortalecerse en los años que precedieron 1914, en los que las grandes potencias se preparaban para la Primera Guerra mundial. La idea de que el militarismo no es sino un pretexto para mantener una fuerza represiva antiobrera es típica de esa incomprensión, y así la expresaron claramente los dirigentes anarcosindicalistas Pouget y Pataud:
“A los gobiernos les interesaba conservar la guerra – porque la guerra es para ellos el mejor artificio de dominación. Gracias al miedo a la guerra, hábilmente mantenido, podían llenar el país de ejércitos permanentes que, so pretexto de proteger las fronteras, no amenazaban en realidad más que al pueblo y no protegían más que a la clase dominante” (Cómo haremos la revolución).
De hecho, el antimilitarismo de la CGT se parece al pacifismo en su facultad para dar un giro de 180 grados cuando “la patria está en peligro”. En 1914, los antimilitaristas descubrieron del día a la mañana que la burguesía francesa era “menos militarista” que la alemana, y que había entonces que defender la “tradición revolucionaria” francesa de 1789 contra la brutalidad inculta de los militaristas prusianos y no “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, citando la fórmula de Lenin.
La cuestión del militarismo no podía plantearse de la misma manera después de la espantosa matanza de 1914-18, que sobrepasó en horror todo lo que hubiesen podido imaginarse los antimilitaristas de antes del 14. La ideología antimilitarista tuvo, en cierto modo, un sucesor en la ideología antifascista, como podremos ver cuando tratemos el papel de la CNT durante la guerra de España en los años 30. En ambos casos, los anarcosindicalistas escogieron apoyar un campo de la burguesía, el más democrático, contra el más autoritario y dictatorial.
Distinguir entre ambas corrientes muy relacionadas entre sí no era nada sencillo para sus contemporáneos. Antes de 1914, por ejemplo, se puede decir que la CGT francesa sirvió, en cierto modo, de guía para otras corrientes sindicalistas revolucionarias en el sentido más amplio, algo parecido al SPD alemán que había sido la organización guía para los demás partidos de la Segunda internacional.
No obstante, con la distancia que nos permite la historia, es necesario distinguir entre las posiciones anarcosindicalistas y las sindicalistas revolucionarias. Esta distinción cubre, en gran parte, la diferencia entre los países menos industrialmente desarrollados (Francia y España) y los países capitalistas más avanzados e importantes del siglo XIX (Gran Bretaña) y del XX (Estados Unidos). Está estrechamente ligada a la influencia mayor que tuvo el anarquismo, característico de la pequeña burguesía y de los artesanos en vías de proletarización en los países en que el movimiento obrero era más atrasado, mientras que el sindicalismo revolucionario fue una respuesta más adaptada a la problemática de un proletariado muy concentrado en la gran industria.
Examinemos brevemente cuatro elementos importantes que nos permiten diferenciar ambas corrientes.
El anarcosindicalismo siempre ha sido federalista, considerando que la federación sindical no es sino un agrupamiento de sindicatos independientes: la confederación no dispone de la menor autoridad a nivel de cada sindicato. En la CGT en particular, esta posición convenía perfectamente a los anarcosindicalistas que dominaban sobre todo en los pequeños sindicatos, debido a que el sistema de toma de decisión (una voto por sindicato) en el plano confederal les otorgaba un peso en la CGT que iba mucho más allá de su importancia numérica real.
El sindicalismo revolucionario de IWW, en cambio, se funda implícita y explícitamente en la centralización internacional de la clase obrera. No es casualidad si una de las consignas de IWW es “One big Union” (un solo gran sindicato). El nombre mismo del sindicato (Obreros industriales del mundo) anuncia claramente su intención –a pesar de que la realidad jamás estuvo a la altura de sus ambiciones– de agrupar a los obreros del mundo entero en una única organización. Los estatutos de IWW adoptados en Chicago en 1905 ratificaban la autoridad del órgano central de esta forma:
“Las subdivisiones internacionales y nacionales de los sindicatos tendrán una autonomía completa en lo que toca a sus asuntos internos respectivos con una condición: el consejo ejecutivo general ha de controlar esos sindicatos en aras del interés general” (14).
Esa actitud es muy diferente entre anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarios. A pesar de que había miembros de los partidos socialistas en ciertos sindicatos de la CGT, los anarcosindicalistas eran “apolíticos”, no viendo en los partidos más que chanchullos parlamentarios o “de jefes”. La famosa Carta de Amiens de 1906 afirma la independencia total de la CGT con respecto a los partidos o “sectas” (en referencia a los grupos anarquistas). El rechazo de toda visión política (que se entendía entonces exclusivamente con el enfoque de la actividad parlamentaria) fue lo que impidió a la CGT estar un mínimo armada ante al guerra de 14, pues la guerra no correspondía a los esquemas previstos por la huelga general, pues ésta sólo era considerada en el terreno puramente “económico”. El rechazo anarquista de la “política” no tenía el mismo eco en IWW, aunque esta organización también quería ser una organización unitaria de la clase obrera y mantener su entera libertad de acción con respecto a las organizaciones políticas. Al contrario, los fundadores o dirigentes más famosos de IWW eran a menudo miembros de un partido político: Big Bill Haywood no solo era secretario de la Western Federation of Miners, sino también miembro del SPA (Socialist Party of America), así como A. Simons. Daniel De Leon, del SLP (Socialist Labor Party), también desempeñó un papel de primer orden en la formación de IWW. En el contexto más bien particular de Estados Unidos, IWW solía ser considerado por la burguesía y el sindicato reformista AFL (American Federation of Labour) como la expresión sindical del socialismo político. Aún después de la escisión de 1908, en el Congreso en el que IWW modificó su constitución para negar todo apoyo a la acción política (o sea esencialmente electoral), habrá miembros del SPA que seguirán teniendo un papel fundamental en IWW. Haywood en particular será elegido para el comité ejecutivo del SPA en 1911: su elección fue para los revolucionarios una victoria contra el reformismo en el propio partido socialista.
Del mismo modo resultaría imposible explicar la influencia del sindicalismo revolucionario en les shop-stewards de Gran Bretaña, por no mencionar el papel desempeñado por John MacLean y el SLP escocés. Tampoco es una casualidad si los bastiones del movimiento de los shop-stewards (la siderurgia y las minas de carbón del sur del País de Gales, la cuenca industrial de la Clyde en Escocia, la región de Sheffield en Inglaterra) también serán los bastiones del Partido comunista en los años que siguieron a la Revolución rusa.
La diferencia es aquí muy importante. Si situamos entre 1900 y 1940 el período de auge del sindicalismo, se evidencia una diferencia importante entre el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario sobre la actitud de ambas corrientes ante la guerra imperialista:
– el anarcosindicalismo se fue al garete con armas y equipo con su apoyo a la guerra imperialista: la CGT en 1914 alistó a los obreros franceses para la guerra, y la CNT española, con su caída en el antifascismo y su participación en el gobierno, se convirtió en uno de los principales apoyos de la república burguesa;
– por su parte, el sindicalismo revolucionario mantuvo posiciones internacionalistas: IWW en Estados Unidos y los shop-stewards en Gran Bretaña integraron las filas de la resistencia obrera a la guerra.
Es evidente que esa distinción ha de ser matizada: el sindicalismo revolucionario tuvo varias debilidades (en particular su fuerte tendencia a no ver la cuestión de la guerra más que desde el limitado enfoque de la lucha económica contra sus efectos). Pero la distinción es válida en lo que a organizaciones se refiere.
A pesar de sus debilidades, el sindicalismo revolucionario hizo surgir una parte de los militantes obreros más determinados en la lucha contra la guerra, mientras que el anarcosindicalismo dio ministros a los gobiernos de Unión sagrada en las Repúblicas francesa y española.
“Tiene perfectamente razón el compañero Voinov cuando llama a los socialdemócratas a sacar lecciones de los ejemplos del oportunismo y del sindicalismo revolucionario. El trabajo revolucionario en los sindicatos, al hacer hincapié no en la marrullería parlamentaria sino en la educación del proletariado, en la adhesión a las organizaciones enteramente clasistas, en la lucha fuera del parlamento, en la capacidad de utilizar la huelga general (y también en la preparación de las masas para utilizarla con éxito), así como las “formas de lucha de diciembre” (15) en la Revolución rusa, todo esto es, sin la menor duda, la tarea de la tendencia bolchevique. Y la experiencia de la Revolución rusa nos facilita esta tarea, nos proporciona muchas y ricas enseñanzas en términos de orientación práctica y de elementos históricos, que nos dan la posibilidad de evaluar concretamente los nuevos métodos de lucha, la huelga de masas y la utilización de la fuerza directa. Estos métodos de lucha no son nuevos para los bolcheviques rusos o para el proletariado en Rusia. Son “nuevos” para los oportunistas que hacen lo que pueden para erradicar de las mentes obreras en Occidente el recuerdo de la Comuna de París como de las mentes de los obreros rusos el recuerdo de diciembre de 1905. Para fortalecer estos recuerdos, hacer un estudio científico de esa gran experiencia, difundir sus lecciones entre las masas, así como la comprensión de lo inexorable de su repetición a otra escala –esa tarea de los socialdemócratas en Rusia nos abre perspectivas inmensamente más fuertes que el “antioportunismo” y el “antiparlamentarismo” unilateral de los sindicalistas revolucionarios” (16).
Para Lenin, el sindicalismo revolucionario era una respuesta proletaria al oportunismo y al cretinismo parlamentario de la socialdemocracia, pero una respuesta parcial y esquemática, incapaz de entender en toda su complejidad el período bisagra de principios del siglo XX. A pesar de las diferencias históricas que hicieron surgir las diferentes corrientes sindicalistas revolucionarias, todas ellas tenían ese defecto común. Como veremos en los próximos artículos, esa debilidad les fue fatal: en el mejor de los casos, la corriente sindicalista revolucionaria no supo contribuir plenamente al desarrollo de la oleada revolucionaria de 1917-23; en el peor, se hundió en el apoyo abierto al capitalismo imperialista que había creído combatir durante años.
Jens, 04/07/04
(1) Veremos más adelante las diferencias entre el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. Brevemente, se puede decir que el anarcosindicalismo es una rama del sindicalismo revolucionario. Todos los anarcosindicalistas se consideran sindicalistas revolucionarios, pero no todos los sindicalistas revolucionarios se consideran anarcosindicalistas.
(2) La traición de los partidos socialistas en 1914 fue combatida por la izquierda de esos partidos (Rosa Luxemburg, Pannekoek, Gorter, Lenin, Trotski...) desde principios del siglo XX; durante los años 20-30, la traición de los partidos comunistas (que se pusieron a la cabeza de la contrarrevolución) así como la de la corriente trotskista durante la Segunda Guerra mundial fueron combatidas por los comunistas de izquierda (KAPD en Alemania, GIK en Holanda, Izquierda del PC italiano en torno a Bordiga, las fracciones de la Izquierda internacional Bilan e Internationalisme).
(3) El “Grand National Consolidated Union” se creó en 1833, con la participación activa de Robert Owen, bien conocido por sus escritos socialistas utópicos; según la prensa de la época, habría logrado alistar a unos 800 000 obreros ingleses (vease Preparing for Power, de J.T. Murphy).
(4) A los anarquistas les gusta oponer el “libertario” y “democrático” Bakunin al “autoritario” Marx. El aristócrata Bakunin tenía en realidad un profundo desprecio por el “pueblo” que según él debía ser dirigido por la mano invisible de la conspiración secreta: “Para la verdadera revolución se necesitan, no individuos situados a la cabeza de las masas, sino hombres ocultos invisiblemente en medio de ellas, que establezcan vínculos ocultos entre unas masas y otras, y que también de manera invisible den así una sola e idéntica dirección, un solo y mismo espíritu y carácter al movimiento. La organización secreta preparatoria no tiene más sentido que éste, y solo para ello es necesaria” (Bakunin, Los Principios de la revolución). Para más detalles sobre las ideas organizativas de Bakunin, véase la Revista internacional nº 88 y la excelente biografía de E.H. Carr.
(5) Los sindicatos en aquel entonces estaban organizados por gremios, y la organización a menudo limitada únicamente a los obreros cualificados.
(6) Como ejemplo de la diferencia entre el período ascendente y el decadente del capitalismo, se puede señalar la evolución de la duración de la jornada laboral, que de 16 a 17 horas a principios del siglo XIX tiende hacia 10 horas, e incluso 8 en ciertas industrias, a principios del siglo XX. Desde entonces, la jornada laboral efectiva (dejando de lado esas estafas como la de las 35 horas en Francia, que además está hoy cuestionando la burguesía) se quedó bloqueada en torno a unas ocho horas cotidianas a pesar del brutal aumento de la productividad. En ciertos países como Gran Bretaña, la tendencia es al alza en estos veinte últimos años: la típica jornada de nueve a cinco de la tarde se ha ido sustituyendo por una jornada de nueve a seis y más incluso.
(7) Millerand era un abogado muy estimado en el movimiento obrero francés debido a sus cualidades de defensor de los sindicalistas. Protegido por Jaurès, entró en el Parlamento en 1885 como socialista independiente. Pero su participación en el gobierno de Waldeck-Rousseau provocó la oposición de los socialistas, de los que se alejó progresivamente a partir de 1905. Fue ministro de Obras públicas (1909-1910) y de la Guerra (1914-1915).
(8) En el prefacio al folleto de Voinov (Lunacharsky) sobre la actitud del partido respecto a los sindicatos (1907). Traducido por nosotros. En los hechos, si, al fin y al cabo, el sindicalismo revolucionario en Rusia se desarrolló tan poco, fue porque los obreros rusos se volcaron hacia un partido político marxista verdaderamente revolucionario, el Partido bolchevique.
(9) Se ha de señalar aquí que la idea de la misión histórica de la clase obrera es algo que pertenece totalmente a la tradición marxista y escasamente a la anarquista.
(10) Todas las citas de IWW están sacadas del libro de Larry Portis, IWW y el sindicalismo revolucionario en Estados Unidos.
(11) Léanse también nuestros artículos sobre las huelgas de Polonia en 1980.
(12) Para los escépticos, basta con ver hasta qué punto los sindicatos de los países “democráticos” están financiados por el Estado. El periódico francés La Tribune del 23 de febrero del 2004 indica que 2500 funcionarios están pagados por el ministerio de Educación por su labor sindical. Ese periódico también habla de subvenciones a los sindicatos como los 35 millones de euros otorgados anualmente para el “funcionamiento del sistema paritario”.
(13) El concepto anarcosindicalista de la huelga general está expuesto de forma bastante detallada, aunque un tanto adornada, en el libro escrito por Pouget y Pataud (ambos eran dirigentes de la CGT en 1914), Comment nous ferons la révolution (Cómo haremos la revolución). Hemos de volver sobre este tema.
(14) Se ha de señalar aquí un nivel de centralización que iba mucho más allá del que existía en la Segunda internacional.
(15) O sea los Soviets.
(16) Lenin, op. cit., traducido por nosotros.
Emprendemos una nueva serie dedicada a la teoría de la decadencia (1). Desde hace algún tiempo no han cesado las críticas sobre ella. Algunas procedían sobre todo de grupúsculos académicos o parásitos. Otras, expresión de ciertas incomprensiones, procedían del medio revolucionario (2). También de elementos en búsqueda que se interrogan sobre la evolución histórica del capitalismo. Hemos respondido a la mayor parte y a las principales de entre ellas (3). Sin embargo hoy asistimos a un giro en la naturaleza de las críticas que se le hacen. No son únicamente dudas o incomprensiones, sino que estamos asistiendo desde la puesta en cuestión de partes concretas de esta teoría, pasando por su rechazo total, hasta la crítica en toda regla e incluso a la execración del marxismo.
La teoría de la decadencia es la plasmación del materialismo histórico a la hora de analizar la evolución de los medios de producción. Es el marco indispensable para entender el periodo histórico en el que vivimos. Saber si la sociedad, históricamente hablando, avanza o se ha estancado es determinante para comprender todo lo que está en juego y para actuar en consecuencia. Como en el caso de todas las sociedades del pasado, la fase ascendente del capitalismo traduce el carácter históricamente necesario de las relaciones de producción que este sistema de explotación encarna; es decir, de su naturaleza indispensable para el pleno desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. La fase decadente, al contrario traduce la transformación de esas relaciones en un estorbo, cada día que transcurre mayor para ese mismo desarrollo. Así está planteado en uno de los aportes teóricos fundamentales que nos legaron K. Marx y F. Engels.
El siglo XX ha sido el siglo más sangriento de toda la historia de la humanidad, tanto por el grado, la frecuencia y la amplitud de las guerras que lo han ocupado como por la magnitud incomparable de las catástrofes humanas que han sucedido en este periodo: desde las mayores hambres de la historia hasta los genocidios sistemáticos, pasando por crisis económicas que quebrantaron el planeta y dejaron a decenas de millones de proletarios y de otros muchos seres humanos sumidos en la más absoluta de las miserias. Entre el siglo XIX y el XX la comparación es inapelable. En su “Belle Epoque” el modo de producción burgués había alcanzado cotas sin precedentes: había unificado el planeta, había alcanzado cotas de productividad y de sofisticación tecnológica con los que apenas si se había soñado en el pasado. Pese a la acumulación de tensiones en los cimientos de la sociedad, los veinte últimos años de la ascendencia del capitalismo (1894-1914) son los más prósperos, el capitalismo parece invencible y los conflictos armados quedan confinados en su periferia. A diferencia del “largo siglo XIX” que fue un periodo de progreso material, intelectual y moral casi ininterrumpido, se asiste desde 1914 a una acentuada regresión en todos los niveles. El carácter crecientemente apocalíptico que adquiere la vida económica y social en el conjunto del planeta y la amenaza de autodestrucción de éste, metido en una serie de conflictos sin fin y de catástrofes ecológicas cada vez más graves, no son ni una fatalidad natural ni el resultado de una pretendida locura humana, tampoco una característica propia del capitalismo desde sus orígenes. Es una manifestación de la decadencia del modo de producción capitalista el cual, tras haber sido, desde el siglo XVI hasta la Primera Guerra mundial (4), un potente factor de desarrollo económico, social y político se ha transformado en un obstáculo para el avance de ese desarrollo hasta tal punto que amenaza la supervivencia misma del planeta en el que estamos.
¿Por qué la humanidad tiene que estar permanentemente dudando sobre su futuro a la vista de las amenazas que penden sobre su porvenir, cuando ha alcanzado un grado tal de desarrollo de las fuerzas productivas que le permitiría entrar en el camino de la realización de un mundo sin penuria material y de una sociedad unificada capaz de modelar su vida de acuerdo a sus necesidades, su conciencia, sus deseos, por primera vez en su historia? ¿Es el proletariado mundial, verdaderamente, la fuerza revolucionaria capaz de sacar a la humanidad del atolladero en el que el capitalismo la ha encajonado? ¿Por qué la mayor parte de las formas de lucha de la clase obrera en nuestra época no pueden ser como lo fueron en el siglo XIX, es decir, luchas por reformas graduales a través del sindicalismo, del parlamentarismo, del apoyo a la constitución de ciertos Estados nacionales, del apoyo circunstancial a ciertas fracciones progresistas de la burguesía, etc.? Es imposible pretender guiarse en la situación actual y menos aún asumir funciones de vanguardia si no se tiene una visión global, coherente, que permita contestar a preguntas tan elementales como cruciales. El marxismo –el materialismo histórico– es la única concepción del mundo que permite responder a las preguntas formuladas aquí. Su respuesta, clara y sencilla, puede ser resumida en pocas palabras: igual que los sistemas que le han precedido, el capitalismo no es un sistema eterno:
“Llegado a un cierto punto, el desarrollo de las fuerzas productivas acaba convirtiéndose en un obstáculo para el capital; en otros términos, el sistema capitalista acaba siendo un obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo. Llegado a este punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con respecto al desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas que el sistema de los gremios, de la servidumbre, del esclavismo y es necesariamente rechazado como un obstáculo más. La última forma de servidumbre que toma la actividad humana –el trabajo asalariado por un lado y el capital por otro– queda entonces al desnudo, desnudez que es ella misma resultado del modo de producción que corresponde al capital. Ellos mismos negación de las formas anteriores de la producción social sojuzgada, el trabajo asalariado y el capital son a su vez negados por las condiciones materiales y espirituales surgidas de su propio proceso de producción. La incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas se traduce en agudos conflictos, crisis, y convulsiones” (Principios de una Crítica de la economía política).
Mientras el capitalismo cumplía una función históricamente progresista y el proletariado no estuvo suficientemente desarrollado, las luchas proletarias no podían llegar a transformarse en una revolución mundial triunfante pero sí que permitían a la clase obrera reconocerse y afirmarse como clase, a través de la lucha sindical y parlamentaria, para obtener verdaderas reformas y mejoras duraderas de sus condiciones de existencia. A partir del momento en que el sistema capitalista entra en decadencia, la revolución comunista mundial se plantea ya como posibilidad y como necesidad, en el orden del día de la historia. Esto trastorna totalmente las formas del combate proletario, incluso en el plano inmediato de las luchas reivindicativas, que no se expresan, ni en sus contenidos ni en sus formas, por los medios de lucha que se forjaron en el siglo XIX, como el sindicalismo y la representación parlamentaria de sus organizaciones políticas.
Resultado de los movimientos revolucionarios que acabaron poniendo fin a la Primera Guerra mundial, la constitución de la IIIa Internacional (1919) se apoyaba en la constatación del final del papel históricamente progresista de la burguesía:
“II. El período de decadencia del capitalismo. Tras haber analizado la situación económica mundial,. el tercer Congreso pudo comprobar con absoluta precisión que el capitalismo, después de haber realizado su misión de desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreductible con las necesidades no sólo de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más elementales de existencia humana. Esta contradicción fundamental se reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esa guerra que conmovió del modo más profundo el régimen de la producción y de la circulación. El capitalismo, que de ese modo sobrevivió a sí mismo, entró en una fase en la que la acción destructora de sus de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado encadenado a la esclavitud capitalista. (…) Lo que hoy atraviesa el capitalismo no es otra cosa que su agonía.” (“Resolución sobre la táctica” del IIº Congreso de la Internacional comunista, junio 1921. Cuadernos de PyP nº 47). Desde entonces, el hecho de considerar la guerra mundial como hito de la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia, se convierte en parte del patrimonio común de la mayoría de los grupos de la Izquierda comunista, que han sabido, gracias a esta brújula histórica, mantenerse en un terreno de clase intransigente y coherente. La CCI no ha hecho sino retomar y desarrollar ese patrimonio tal y como fue trasmitido y enriquecido por el trabajo de las corrientes de las Izquierdas germano-holandesa e Italiana durante los años 30 y 40 y después por la Izquierda comunista de Francia en los años 40 y 50.
En vista de los combates de clase decisivos que se preparan, es hoy más que nunca indispensable para el proletariado reapropiarse de su concepción del mundo, desarrollada a lo largo de más de doscientos años de luchas obreras y de elaboración teórica de sus organizaciones políticas. Más que nunca es indispensable que el proletariado comprenda que la actual aceleración de la barbarie y la exacerbación ininterrumpida de su explotación no son “desastres naturales” sino las consecuencias de las leyes económicas y sociales capitalistas, históricamente caducas desde principios del siglo XX, que continúan rigiendo el mundo. Más que nunca es indispensable que la clase obrera comprenda que las formas de lucha que aprendió en el siglo XIX (programa mínimo de luchas por reformas, apoyo a las fracciones progresistas de la burguesía, etc.), si tenían sentido cuando el capitalismo se encontraba en plena fase ascendente y éste podía “tolerar” la existencia de un proletariado organizado en el seno de la sociedad, esas mismas formas no pueden conducirle, a la hora de la decadencia de este sistema, sino a la impotencia y a la ineficacia. Más que nunca es crucial que el proletariado comprenda que la revolución comunista, de la que él es portador, no es un sueño quimérico, una utopía sino una necesidad y una posibilidad, que encuentran sus fundamentos científicos en la comprensión de la decadencia misma del modo de producción capitalista.
El objeto de esta nueva serie de artículos sobre la teoría de la decadencia es responder a todas las objeciones que esa teoría plantea, objeciones que obstaculizan la clarificación de las nuevas fuerzas revolucionarias que se aproximan a las posiciones de la Izquierda comunista. Objeciones que gangrenan la claridad política entre los grupos del medio revolucionario.
1) Leer con interés la serie precedente formada por ocho artículos titulados “Comprender la decadencia” en la Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58 y 60.
2) Leer nuestros artículos en la Revista internacional nos 77 y 78 sobre “El rechazo de la decadencia y la guerra” referentes al PCInt (Parti communiste international) y los artículos en los nos 79, 82, 83 y 86 sobre la guerra, la crisis histórica del capitalismo y la mundialización que conciernen al BIPR (Buró internacional por el Partido revolucionario).
3) Revista internacional nos 105 y 106 en repuesta a los nuevos elementos revolucionarios que están surgiendo en Rusia.
4) Desde el siglo XVI hasta las revoluciones burguesas en el marco de la decadencia feudal, y desde las revoluciones burguesas hasta 1914 como fase ascendente del capitalismo propiamente hablando.
Los dos primeros artículos de esta serie sobre los conflictos imperialistas en Oriente Medio ponían en evidencia la manipulación por parte de las grandes potencias, de Gran Bretaña en especial, de los nacionalismos sionista y árabe para dominar la región. Pero también fueron utilizados de arma contra la amenaza que la clase obrera representaba en el período que siguió a la Revolución rusa. Este artículo prosigue hoy el estudio de las rivalidades imperialistas en la región durante el período precedente a la IIª Guerra mundial y durante la guerra misma poniendo en evidencia el insondable cinismo de la política imperialista y de todas las fracciones de la burguesía.
Los nacionalistas sionistas y los árabes eligieron su bando en la guerra imperialista
Se emplazó a los campesinos y obreros palestinos, al igual que a los obreros judíos ante la falsa alternativa de tomar posición por una fracción o la otra de la burguesía (palestina o judía). Esta falsa alternativa significó el alistamiento de los obreros en el terreno de los enfrentamientos militares en aras de un único interés, el de la burguesía. Durante los años 20 hubo violentos enfrentamientos entre judíos y árabes y entre árabes y fuerzas británicas de ocupación.
Esos enfrentamientos se intensificaron con la crisis económica mundial de 1929. Esto se debió, entre otras cosas, al incremento de los refugiados judíos que huían de los efectos de la crisis económica mundial y de la represión contra ellos desatada por los nazis y el estalinismo. Se duplicó, entre 1920 y 1930, la cantidad de inmigrantes. Entre 1933 y 1939, llegaron a Palestina 200 000 nuevos inmigrantes. En 1939, los judíos ya eran el 30 % de la población.
En el plano histórico e internacional, se agudizan por el mundo entero los conflictos imperialistas. Palestina y todos los países de Oriente Medio estaban directamente afectados por el posicionamiento de las fuerzas en el ruedo mundial de los años 30.
Por un lado, la trágica derrota del proletariado (victoria del estalinismo contrarrevolucionario en Rusia; la del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania; el alistamiento de los obreros tras los estandartes del antifascismo y el Frente único en 1936 Francia y España) hizo prácticamente imposible, tanto para los obreros judíos como para los árabes, el oponer un frente de clase internacionalista a las luchas cada vez más feroces que oponían a las burguesías judía y palestina. La derrota mundial de la clase obrera había dejado las manos libres a la burguesía, quedando así la vía libre para una nueva guerra generalizada. Al mismo tiempo, la cantidad cada día mayor de judíos que huían de la represión y de los pogromos en Europa agudizaba los conflictos entre árabes y judíos en Palestina.
Por otro lado, las rivalidades imperialistas tradicionales, entre franceses e ingleses, se iban reduciendo, a la vez que otros nuevos bandidos, tanto o más peligrosos, irrumpían en la región. Italia, presente ya en Libia, tras la guerra de 1911 contra Turquía, invadió Abisinia (hoy Etiopía) en 1936, amenazando con rodear Egipto y el estratégico canal de Suez. Alemania, el miembro más poderoso del Eje fascista, trabajaba subterráneamente para ampliar su influencia, dando su apoyo a las ambiciones de los imperialismos locales, especialmente en Turquía, en Irak et en Irán (1).
El curso histórico a la guerra generalizada estaba anegando Oriente Medio.
Desde finales de la Primera Guerra mundial, los sionistas habían exigido el armamento general de los judíos. En realidad, tal armamento había empezado ya en secreto. El Hagan, organización sionista de “autodefensa” fundada durante la Primera Guerra mundial, se había convertido en auténtica unidad militar. En 1935, se fundó un grupo terrorista independiente, el Irun Zwai Leumi, conocido con el nombre de Ezel, compuesto de 3 a 5 mil hombres. Se estableció la “conscripción” general en la comunidad judía; todos los jóvenes, muchachos y muchachas entre 17 y 18 años debían hacer el servicio militar clandestino.
Por su parte, la burguesía palestina recibía el apoyo armado de los países vecinos. En 1936, hubo una escalada en la lucha entre nacionalistas sionistas y árabes. En abril, la burguesía palestina convocó una huelga general contra los dirigentes británicos para forzarlos a abandonar su postura pro-sionista. Los nacionalistas árabes, con Amin Husein a su cabeza, llamaron a los obreros y campesinos a apoyar su lucha contra los judíos y los ingleses. La huelga general duró hasta octubre de 1936 y sólo terminó tras el llamamiento de los países vecinos, Cisjordania, Arabia Saudí e Irak, que habían empezado a armar la guerrilla palestina.
Los violentos enfrentamientos siguieron hasta 1938. Los “protectores” británicos movilizaron 25 000 hombres de sus tropas para defender su posición estratégica en Palestina.
En 1937, ante la agravación de la situación, la burguesía inglesa propuso que se dividiera Palestina en dos partes (Informe de la Comisión Peel). Los judíos recibirían la fértil región del norte de Palestina, los palestinos la del Sureste, menos fértil; la ciudad de Jerusalén quedaría bajo control de un mandato internacional y unida al Mediterráneo mediante un corredor.
El plan de la Comisión Peel fue rechazado tanto por los nacionalistas judíos como por los palestinos. Una rama de sionistas exigió la independencia total respecto a los ingleses, siguió armándose e intensificó su guerrilla contra las fuerzas británicas de ocupación.
Con ese plan de división de Palestina en dos, el Reino Unido esperaba mantener su dominio sobre esa área del mundo estratégica y vital, en la cual había ya además una extrema aceleración de las tensiones imperialistas, sobre todo con Alemania e Italia, que intentaban penetrar en la región.
Aunque el Frente Popular francés había acordado la independencia a Siria (una independencia que solo debería verificarse tres años después, en 1939), Francia declaraba ahora que Siria volvía a estar bajo “protectorado” francés.
El nuevo alineamiento de las fuerzas imperialistas significaba un incremento de dificultades para la burguesía inglesa, la cual tenía el mayor interés en calmar la situación en Palestina y estar vigilante para que ninguno de los grupos en conflicto buscara apoyo en los imperialismos rivales del Reino Unido. Pero como el conflicto entre los inmigrantes judíos y los árabes era cada vez más enconado, los partidarios de la antigua política de “divide y vencerás” revisaron sus proyectos.
Gran Bretaña debía intentar “neutralizar” a los nacionalistas árabes y forzar a los sionistas a limitar su reivindicación de una “patria” para los judíos. Adoptó un Libro Blanco en el que se declaraba que los territorios ocupados por los judíos eran su “patria” y, tras un período de 5 años durante el cual la inmigración judía no debería superar las 75 000 personas por año, ésta tenía que cesar por completo (justo en el momento mismo en que en Europa se mataba a los judíos por millones…). De igual modo, debía limitarse la compra de tierras por los judíos. Estas declaraciones debían servir para limitar las protestas de los árabes e impedir que éstos se inclinaran hacia los enemigos de Inglaterra.
En vista de la violencia creciente entre sionistas y árabes, la única causa que hizo que la escalada en el conflicto entre nacionalistas sionistas y árabes bajara de intensidad y pasara a segundo plano durante una década, fue la aparición de otro conflicto “preponderante”, o sea, el enfrentamiento entre el Eje formado por Alemania e Italia y sus enemigos.
La inminencia de la guerra mundial iba, de nuevo, a llevar a los nacionalistas de ambos bandos, a los nacionalistas árabes y a los sionistas, a escoger su campo imperialista.
Con el estallido de la Segunda Guerra mundial, los sionistas decidieron ponerse del lado del Reino Unido, tomando posición contra el imperialismo alemán. Pusieron sordina a su reivindicación de un verdadero Estado judío, mientras Gran Bretaña estuviera bajo las amenazas de los ataques alemanes. La guerra provocó la división en la burguesía árabe, pues algunas fracciones tomaron partido por los ingleses y otras por los alemanes.
El papel de Oriente Medio en la Segunda Guerra mundial
Aunque los principales campos de batalla de la Segunda Guerra mundial fueron Europa y Extremo Oriente, Oriente Medio tuvo un papel crucial en los proyectos estratégicos a largo plazo tanto de Inglaterra como de Alemania.
Para el Reino Unido, defender sus posiciones en Oriente Medio era una cuestión de vida o muerte para mantener su imperio colonial, pues si perdía Egipto, India podía acabar cayendo en manos de Alemania o Japón. Justo antes de la tentativa de invasión alemana en 1941, Inglaterra llegó a movilizar a 250 000 hombres para defender el canal de Suez.
Los proyectos militares alemanes en Oriente Medio conocieron varios cambios de rumbo. Durante algún tiempo, al iniciarse la guerra, la estrategia de Alemania fue firmar un acuerdo secreto con Rusia sobre el oriente de la península de Anatolia, parecido al establecido en secreto entre Stalin y Hitler sobre el reparto de Polonia entre Alemania y Rusia. En noviembre de 1940, Ribbentrop, ministro alemán de Exteriores, sugirió a Stalin que Rusia y Alemania se repartieran sus zonas de interés en la frontera iraní y a lo largo de las áreas norte y sureste de Anatolia. La invasión de Rusia por parte de Alemania en el verano de 1941 acabó, claro está, con esos planes.
Uno de los objetivos militares a largo plazo de Alemania, tal como lo habían elaborado en los estados mayores del Reichswehr en 1941, era que una vez asegurada la derrota rusa, Alemania expulsaría a Inglaterra de Oriente Medio y de India. Nada más rematarse la esperada derrota de Rusia, el Reichswehr había planificado una ofensiva general para ocupar Irak, y así acceder al petróleo iraquí y amenazar las posiciones británicas en Oriente Medio e India.
Alemania, sin embargo, no podía desencadenar semejante ofensiva sola. Para poder llegar a Irak, debía superar unos cuantos obstáculos; tenía que ganarse a Turquía, la cual vacilaba entre Inglaterra y Alemania. Las tropas alemanas debían pasar por Siria (todavía bajo ocupación francesa) y Líbano. O sea que Alemania tenía que obtener el acuerdo del régimen de Vichy antes de que su ejército pudiera atravesar esos dos países. Y tenía que contar con la ayuda de sus aliados más débiles, o sea Italia, cuyas reservas militares eran insuficientes para enfrentar a Inglaterra.
Mientras Alemania tuviera que dar prioridad a la movilización de tropas en Rusia, le era imposible hacer un mayor despliegue en el Mediterráneo. Tras haber derrotado Inglaterra a las topas italianas en Libia en 1940-41, el Africa-Korps alemán, bajo el mando de Rommel, tuvo que intervenir, en contra de lo previsto, en 1942 para intentar expulsar al ejército británico de Egipto y conquistar el canal de Suez. Pero Alemania no disponía de medios para mantener otro frente en África y Oriente Medio, al menos mientras no hubiera rematado su ofensiva rusa.
Al mismo tiempo, el capital alemán estaba ante contradicciones insuperables. Por un lado, proseguía el Endlösung (o sea el holocausto: programa de deportación y exterminio de todos les judíos), lo cual significaba que el capital alemán, al obligar a los judíos a huir, lo que hacía era mandar a muchos de ellos a Palestina. La política nazi contribuyó así ampliamente en el incremento de los refugiados judíos en Palestina: una situación que puso los intereses del capital alemán en contradicción con los de Palestina y de la burguesía árabe.
Por otras parte, el imperialismo alemán tenía que intentar granjearse aliados en la burguesía árabe para combatir a los ingleses. Fue por esto por lo que les dirigentes nazis apoyaron el llamamiento a la unidad nacional lanzado por la burguesía árabe y dieron su apoyo al rechazo de una patria para los judíos (2). En varios países, el imperialismo alemán intentó poner de su lado a fracciones de la burguesía árabe.
En abril de 1941, una parte del ejército iraquí derribó el gobierno para formar, bajo el mando de Rachid Ali al Kailani, un gobierno de defensa nacional. Este gobierno deportó a todos a los que se les consideraba como pro británicos. Los nacionalistas palestinos exiliados en Irak, formaron brigadas de voluntarios bajo el mando de Al Husein y esas unidades participaron en el combate contra los ingleses.
Cuando el ejército británico intervino contra el gobierno pro-alemán en Irak, Alemania envió dos escuadrillas aéreas. Pero al no disponer de la logística apropiada para dar apoyo a sus tropas a semejante distancia, Alemania tuvo que repatriar sus escuadrillas con la gran decepción del gobierno iraquí pro-alemán. Inglaterra, por su parte, no sólo movilizó a sus propias tropas, sino que también utilizó Unidad especial sionista contra Alemania.
Gran Bretaña liberó de la cárcel al terrorista David Raziel, un de los jefes de la organización sionista Irgun Zvai Leumi, confiándole una misión especial: su unidad tenía que hacer estallar los campos petrolíferos de Irak y asesinar a los miembros del gobierno pro-alemán.
De hecho, una escuadrilla de bombarderos alemana derribó el avión inglés en el que estaba el terrorista sionista. Este incidente –aún no siendo significativo en lo militar- revela por qué intereses fundamentales se batían Gran Bretaña, superpotencia del momento pero en declive, y Alemania, su retadora, los límites con los que chocaban, pero también con qué aliados podían contar una y otra en la región.
Amin al Husein, el muftí de Jerusalén que había huido a Irak y Ali al Kailani, jefe del gobierno pro-alemán tuvieron que huir de Irak esta vez. Por Turquía e Italia llegaron a Berlín donde permanecieron en el exilio. Los nacionalistas palestinos e iraquíes se beneficiaron así de la protección y el exilio ofrecidos por los nazis…
Mientras tanto, las fracciones pro-alemanas de la burguesía árabe solo estuvieron del lado del imperialismo alemán mientras éste estuvo a la ofensiva. Cuando a partir de 1943, tras la derrota de El Alamein y Stalingrado, cambiaron las tornas para el imperialismo alemán, las fracciones pro-alemanas o cambiaron de campo o fueron desalojadas por las pro-inglesas de la burguesía local.
La derrota alemana también obligó a los sionistas a revisar su táctica. Tras haber apoyado a Inglaterra, mientras este poder colonial estuvo bajo la amenaza nazi, reanudaron entonces su campaña de terror, que duró hasta 1948, contra los ingleses en Palestina. Entre los terroristas sionistas se destaca la figura de Menahem Beguin, el que más tarde sería Primer ministro de Israel, y que junto con Yásir Arafat recibiría el… ¡Premio Nóbel de la Paz! Entre otros, el ministro inglés Lord Moyne fue asesinado en El Cairo por los sionistas.
Para granjearse la simpatía de los árabes e impedirles acercarse más a su rival imperialista alemán, los británicos instauraron un bloqueo marítimo de Palestina para frenar la llegada de refugiados judíos. La voluntad de la democracia occidental de reglamentar el flujo de refugiados era la de servir sus propios intereses imperialistas. Muchos judíos podían haberse librado de la muerte de los campos de concentración nazis, pero la burguesía británica les impidió que se establecieran en Palestina pues en ese momento su llegada allá iba en contra de los planes del imperialismo inglés (3).
El parecido entre la situación de la Primera Guerra mundial y la de la Segunda es sorprendente.
Todas las fracciones imperialistas locales presentes tuvieron que escoger entre un campo imperialista u otro. Retada por Alemania, Inglaterra defendió su poder con uñas y dientes. Alemania, sin embargo, estaba en esa región ante obstáculos insalvables: capacidad militar más débil (al estar obligada a intervenir a tan grandes distancias se le agotaban sus recursos militares y logísticos), ausencia de aliados firmes y sólidos. Alemania no tenía recompensas que ofrecer a sus aliados, ni siquiera los medios militares para obligar a un país a integrar su bloque u ofrecerle protección contra el otro bloque.
No podía desempeñar un papel de “competidor” contra el Reino Unido, potencia todavía dominante en aquel entonces. Incapaz de mantener una posición estratégica sólida ella sola, o conservar firmemente un país en su órbita, poco más podía hacer Alemania que socavar las posiciones inglesas.
La modificación del orden imperialista mundial en Oriente Medio
Al mismo tiempo, el equilibrio de fuerzas en los Aliados iba a cambiar el curso de la Segunda Guerra mundial. Estados Unidos consolida sus posiciones a expensas de Inglaterra, la cual, exangüe a causa de la guerra y al borde de la quiebra, se convertía en deudora de EEUU. Y como tras cualquier otra guerra, la jerarquía imperialista quedó trastocada.
De modo que, a partir de 1942, las organizaciones sionistas se inclinaron hacia Estados Unidos para que este país apoyara su proyecto de creación de una patria judía en Palestina. En noviembre, le Consejo de Urgencia judío, reunido en Nueva York, rechazó el Libro Blanco británico de 1936. La primera exigencia era que Palestina se transformara en Estado sionista independiente, lo cual era totalmente contrario a los intereses de Gran Bretaña.
Hasta la Segunda Guerra mundial fueron, sobre todo, las potencias europeas occidentales las que se enfrentaron en Oriente Medio (Reino Unido, Francia, Italia, Alemania). Mientras que Francia y Reino Unido habían sido los beneficiarios principales de la caída del Imperio Otomano después de la Primera Guerra mundial, a esos dos países se les pusieron por encima los imperialismos americano y ruso, pues ambos tenían en común la voluntad de reducir la influencia colonial francesa y británica.
Rusia lo hizo todo por dar su apoyo a toda potencia interesada en debilitar la posición inglesa. Abastecía en armas a la guerrilla sionista por medio de Checoslovaquia. También EEUU entregó armas y dinero a los sionistas aún combatiendo éstos al aliado de guerra británico.
Mientras que Extremo Oriente acabó siendo el segundo frente bélico de la Segunda Guerra mundial y Oriente Medio siguió siendo un área periférica en los enfrentamientos imperialistas mundiales, la Guerra fría, desde sus inicios, iba a situar a Oriente Medio en el centro de las rivalidades imperialistas. La Guerra de Corea (1950-53) fue el primer gran enfrentamiento entre el bloque del Este y el del Oeste, pero la formación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948, iba a inaugurar un nuevo escenario bélico que habría de permanecer como el núcleo de los enfrentamientos Este-Oeste durante décadas.
La primera mitad del siglo XX, en Oriente Medio, demostró que la liberación nacional se ha hecho imposible y que todas las fracciones de las burguesías locales están implicadas en conflictos globales entre rivales imperialistas más poderosos. El proletariado no deberá escoger, desde entonces menos que nunca, entre un campo imperialista contra otro.
La formación del Estado de Israel en 1948 marcó la apertura de otro período de enfrentamientos sangrientos que dura más de medio siglo. Más de cien años de conflictos en Oriente Medio han ilustrado de manera incuestionable que el sistema capitalista en declive lo único que puede ofrecer es guerras y exterminio.
DE
1) El Sha de Irán (padre del que fue derribado por Jomeini) fue destituido en 1941 por Gran Bretaña por su supuesta simpatía por los nazis.
2) Ya durante la Primera Guerra mundial, por razones estratégicas, el imperialismo alemán había alentado la idea de una Yihad árabe contra Inglaterra, esperando que así se debilitara la dominación británica en Oriente Medio, aunque eso fomentaba una contradicción insuperable, pues toda Yihad árabe se hubiera vuelto contra el imperialismo turco, aliado de Alemania en la región.
3) Gran Bretaña, por ejemplo, impidió el atraque en los puertos palestinos de un barco con más de 5000 refugiados judíos, pues eso iba en contra de sus intereses imperialistas. En su odisea, ese navío con todos sus pasajeros fue obligado a singlar hacia el mar Negro en donde fue hundido por la Armada rusa, ahogándose los más de 5 mil pasajeros. En 1939, el St Louis, un vapor de la Hapag-Lloyd, que navegaba hacia Cuba con 930 refugiados judíos a bordo, fue rechazado por los guardacostas norteamericanos (eso a pesar de los llamamientos de cantidad de “personalidades”). Finalmente, obligaron al barco a volver hacia Europa en donde prácticamente todos los refugiados judíos fueron aniquilados en el holocausto. Incluso después de la IIª Guerra mundial, el navío Exodus con 4500 refugiados a bordo, intentó romper el bloqueo que imponían los barcos ingleses delante de los puertos de Palestina. Las fuerzas de ocupación inglesas negaron al navío su acceso a Haifa. La organización terrorista judía, la Haganah, quería utilizar el Exodus como medio para forzar el bloqueo inglés: todos los pasajeros fueron deportados a Hamburgo por los ingleses. El cinismo de la burguesía occidental hacia los judíos fue denunciado por el PCI-Le Prolétaire, en su texto Auschwitz ou le Grand alibi.
El surgimiento internacional de las luchas obreras a partir de 1968 acabó con el largo período de contrarrevolución padecido por el proletariado tras la derrota de los asaltos revolucionarios de 1917-23. Una de las expresiones más importantes de ese cambio fue la aparición de grupos proletarios y de círculos que intentaron, a pesar de su inexperiencia y confusiones importantes, reanudar los lazos destruidos junto con el movimiento comunista del pasado. Durante los años 70, el optimismo inmediato, cuando no inmediatista, producido por la reaparición de la lucha de clases seguía muy presente e hizo surgir a corrientes políticas proletarias como la CCI, o permitió a organizaciones como el PCI bordiguista conocer una fase de crecimiento acelerado y espectacular. Pero la construcción de una organización comunista, al igual que la evolución de la lucha de clases en su conjunto, han sufrido un proceso mucho más difícil y penoso del que se había imaginado “la generación del 68”, y muchos de sus elementos, militantes o ex militantes, han pasado de un optimismo superficial a un pesimismo que también lo es. Tras sacar la conclusión de que nunca acabaría el período de contrarrevolución o al quedar decepcionados por la clase obrera, abandonaron la lucha revolucionaria.
Aquí no se trata de entrar en los detalles de las razones de las importantes dificultades y de las crisis aparentemente sin fin vividas por las organizaciones revolucionarias estos dos pasados decenios. Entre ellas se destacan las repercusiones ideológicas del hundimiento del bloque del Este, el reflujo de la lucha de clases que produjo y los efectos perniciosos del avance de la descomposición del capitalismo, cuestiones que exigen un desarrollo más profundo que el que podemos hacer en estas líneas. Pero a pesar de también confrontarse con estas dificultades, la CCI sigue manteniendo lo que ya iba afirmando en los años 70, o sea que la clase obrera no ha sufrido una derrota histórica fundamental y que se está produciendo, a pesar de un retroceso significativo de la conciencia en la clase obrera, un proceso de “maduración subterránea” de la conciencia que se expresa claramente hoy en la aparición de una nueva generación de elementos que intentan apropiarse de lo esencial del programa comunista.
La CCI ya ha escrito varios artículos en su prensa territorial sobre la evolución de estos elementos que se sitúan en esa área intermediaria entre las posiciones políticas de la burguesía y las de la clase obrera. Esta evolución sin la menor duda es un proceso muy heterogéneo obstaculizado por cantidad de trampas ideológicas, en particular el anarquismo y las diversas formas de la ideología del mundo “alternativo”. Se extiende sin embargo con ramificaciones al conjunto del planeta. También hemos asistido a la emergencia de grupos que se definen desde el inicio como simpatizantes de las posiciones de la Izquierda comunista.
En este marco general, una evolución particularmente significativa ha sido la de la aparición de esta nueva generación en dos países que al ser precisamente las zonas en las que la revolución alcanzó su punto más álgido también sufrieron la más brutal contrarrevolución: Alemania y Rusia. Nuestras secciones en Alemania y Suiza han sido particularmente activas y han intervenido en este nuevo medio en Alemania, como lo demuestran el gran número de artículos que les ha dedicado nuestra prensa territorial en alemán (también se han publicado algunos de ellos en inglés, francés y otros idiomas).
Al mismo tiempo, la CCI también ha dedicado un esfuerzo significativo para seguir y participar en el desarrollo del medio político en Rusia. Desde la Conferencia de Moscú en 1997 sobre la herencia de Trotski, sobre la que ya escribimos en la Revista internacional no 92, hemos publicado varios artículos a propósito de los nuevos grupos en Rusia, como han podido comprobarlo los lectores de nuestra prensa: debates con el Buró Sur del Marxist Labour Party sobre la decadencia del capitalismo y la cuestión nacional, debates sobre el mismo tipo de cuestiones con la Unión comunista internacional, publicación de tomas de posición internacionalistas tanto de los anarcosindicalistas revolucionarios de Moscú (KRAS) como del Grupo de colectivistas proletarios revolucionarios (GPRC) contra la guerra en Chechenia, informe de la reunión pública organizada por la CCI en Moscú en octubre del 2002 para presentar la publicación en ruso de nuestro libro sobre la decadencia (véase por ejemplo la Revista internacional nos 101, 104, 111, 112 y 115, la mayoría de estos artículos son accesibles en nuestro sitio web). Más recientemente, como se puede consultar en la Revista internacional no 118 (únicamente en inglés, posterior a la edición en español), hemos colaborado en la realización de un sitio de discusión en Internet con algunos elementos internacionalistas en Rusia (KRAS, GPRC y más recientemente la UCI) con vistas a ampliar y profundizar los debates que animan a este medio.
Hemos proseguido este trabajo mandando en junio del 2004 una delegación de la CCI para participar en la Conferencia convocada por la biblioteca Victor Serge y el Centro de estudios y de investigación Praxis, que así definían en su circular los temas y objetivos de la reunión:
“... discutir del carácter, de las metas y de las experiencias históricas del socialismo democrático y libertario en tanto que conjunto de ideas y de movimientos sociales (...);
– socialismo y democracia (...);
– socialismo y libertad (...);
– el carácter internacional del socialismo democrático y libertario (...);
– los protagonistas de las transformaciones socialistas (...);
– la educación socialista (...).”
Ni que decir tiene que tenemos muchas divergencias fundamentales con las ideas “democráticas” y “libertarias” citadas en la circular y con el grupo Praxis; ya hemos mencionado algunas en nuestra reseña de la reunión pública de octubre del 2002, en particular en lo que toca a la guerra en Chechenia. La experiencia nos ha demostrado sin embargo que este grupo es perfectamente capaz de crear un foro para un debate abierto a los elementos en búsqueda en Rusia, como lo verificó la conferencia de junio. No solo porque muchos de los temas principales se referían realmente a problemas a los que están confrontados los revolucionarios, sino también porque atrajo, como las precedentes conferencias, a un amplio panel de participantes. Así es como al lado de cierta cantidad de elementos academicistas rusos y “occidentales”, que defendían variantes de la ideología democrática desde la socialdemocracia hasta el trotskismo y el “mundialismo alternativo”, también había varios representantes del medio auténticamente internacionalista que se está desarrollando actualmente en Rusia.
La CCI propuso tres textos a la conferencia, para dar una respuesta comunista a las preguntas planteadas en la circular de llamamiento, sobre estos temas: el verdadero significado del internacionalismo proletario, el mito de la democracia y la alternativa proletaria de los consejos obreros, el carácter reaccionario de cualquier sindicato en este período de la historia (colgado en nuestro sitio web). No nos sorprendimos al ver que los debates en esta conferencia ponían en evidencia una línea de demarcación entre aquellos para quienes internacionalismo significaba solidaridad de clase por encima y contra las divisiones nacionales y aquellos para quienes significaba “amistad entre naciones” o apoyo a los “movimientos de liberación nacional”. Tampoco nos sorprendió el que esta división coincida igualmente con el abismo que separa a quienes afirman que el derrocamiento revolucionario y mundial del capitalismo es hoy en día la única posibilidad progresista para la humanidad, de quienes consideran que puede seguir habiendo algo de progresista en no se sabe qué movimiento parcial y de luchas por “reformas” en este sistema.
Sin embargo, siguen existiendo al mismo tiempo desacuerdos importantes entre los mismos internacionalistas, como lo pusieron en evidencia las discusiones al margen de la conferencia formal, sobre la cuestión de la decadencia del capitalismo, el carácter de la Revolución de Octubre, la cuestión organizativa e incluso sobre el método fundamental del marxismo.
Algunos de estos temas serán debatidos en el foro que hemos mencionado, elaborado en común con el KRAS y el GPRC, ya que para él se han publicado textos sobre la Revolución rusa por parte de las tres organizaciones. Publicamos en este número de la Revista internacional la respuesta sintética que hacemos a las contribuciones del KRAS (sobre la Revolución de octubre) y del GPRC (sobre la idea de que la informatización sería una condición necesaria de la revolución proletaria).
En el número anterior de esta Revista publicamos el último artículo de una serie sobre “El nacimiento del bolchevismo” en 1903-1904. Cien años más tarde, sigue siendo posible hacer interesantes comparaciones entre la situación a la que estaban enfrentados los revolucionarios rusos en los tiempos de Lenin y la situación del medio político actual. Las tareas del momento siguen siendo fundamentalmente idénticas: la definición y la elaboración de un programa comunista y la necesidad de construir una organización de revolucionarios que supere la dispersión extrema de los grupos y círculos existentes. También es comparable el contexto social general, pues podemos discernir en el horizonte (aunque sea más lejano que en 1903) amplios conflictos sociales y huelgas de masas que serán sin la menor duda tan significativos históricamente como los de 1905 en Rusia. Esto tiene como consecuencia que los revolucionarios hoy no tienen a su disposición un tiempo infinito para obrar en la construcción de una organización capaz de intervenir e influir en esos movimientos. Una cosa, eso sí, ha evolucionado desde la primera mitad del siglo XX, y es que la construcción de una organización así no se hará en cada país de forma separada, en un aislamiento relativo con respecto al movimiento comunista internacional, puesto que la cuestión se plantea ya a nivel internacional. Las cuestiones a las que se enfrentan los revolucionarios en Rusia son en lo esencial las mismas que las que se plantean a los revolucionarios de todos los países, y precisamente es la razón por la que los debates de los que tratamos han de ser abordados no solo en el marco general de los principios internacionalistas, sino también en un sentido concretamente internacional. Animamos activamente a todos quienes –en Rusia y en cualquier parte del mundo– estén de acuerdo con las bases de este foro de discusión internacionalista para que manden sus contribuciones al sitio web directamente y a que participen en las futuras conferencias organizadas por el medio ruso.
CCI, Agosto del 2004
La visión de Lenin contra la visión burguesa del trotskismo de hoy
A principios de este año 2004 iniciamos un intercambio de correo electrónico con el grupo CRI (1) el cual, en nombre de un trotskismo auténtico pretendía romper con la lógica trotskista oficial. También recibimos cierta cantidad de documentos de ese grupo que leímos junto con publicaciones de su sitio Internet. Tras esa lectura, estamos ahora en disposición de darle una respuesta apropiada, respuesta que aquí publicamos. En ella ponemos de relieve, apoyándonos en Lenin, que en el trotskismo actual no hay posibilidades de defender posiciones del proletariado. Pretender romper con una organización trotskista particular, sin romper con la propia lógica trotskista solo puede llevar al cabo, en la cuestión de la guerra, a dar su apoyo a una fracción de la burguesía contra otra.
Tenemos en cuenta que vosotros afirmáis tanto en el e-mail que nos habéis mandado como en todos vuestros textos que vuestra acción pretende ser parte del combate de la clase obrera y que vuestro “objetivo histórico” es la revolución comunista Sin embargo, la historia del movimiento obrero ha enseñado trágicamente a los comunistas que unos partidos que pretendieron defender a la clase obrera y luchar por el socialismo o el comunismo no tenían otro objetivo verdadero, fuera cual fuera la conciencia que de ello tenían sus militantes, que el de la derrota de la clase obrera, el mantenimiento de la explotación capitalista y, finalmente, el sacrificio de la vida de millones de proletarios en aras de los intereses de sus burguesías nacionales durante las guerras imperialistas del siglo XX.
La historia del siglo pasado demostró con creces que el criterio primordial que define la verdadera pertenencia de clase de una organización que se reivindica del proletariado es el internacionalismo. No fue casualidad si fueron las mismas corrientes que se habían pronunciado claramente contra la guerra imperialista en 1914 y que habían impulsado las conferencias de Zimmerwald y Khiental (los bolcheviques y los espartaquistas, sobre todo) las que volvemos a encontrar después a la cabeza de la revolución, mientras que las corrientes social-chovinistas e incluso centristas (Ebert-Scheidemann, o los mencheviques) fueron la avanzadilla de la contrarrevolución. No es tampoco casual si es la consigna “Proletarios de todos los países, ¡uníos!” la que concluye no solo el Manifiesto comunista de 1848, sino también el Llamamiento inaugural de la AIT en 1864.
Hoy, cuando las guerras no paran de hacer estragos por todas las partes del planeta, la defensa del internacionalismo sigue siendo el criterio decisivo de pertenencia de una organización al campo de la clase obrera. Ante esas guerras la única actitud conforme a los intereses de nuestra clase es la de rechazar toda participación en uno u el otro de los campos antagónicos, denunciar todas las fuerzas burguesas que llaman a los proletarios, sea cual sea el pretexto, a que entreguen sus vidas por uno de esos campos capitalistas, suscitar, como lo hicieron los bolcheviques en 1914, la única perspectiva: la de la lucha de clases intransigente por el derrocamiento del capitalismo.
Cualquier otra actitud que lleve a pedir a los proletarios que se alisten en uno u otro de los campos militares antagónicos significa transformarse en reclutadores de la guerra capitalista, en cómplices de la burguesía y, por lo tanto, en traidor. Y del mismo modo consideraron Lenin y los bolcheviques a los socialdemócratas, quienes, en nombre de la lucha contra el “militarismo prusiano” unos, y contra “la opresión zarista” otros, llamaron a los obreros a destriparse mutuamente en 1914. Y, desgraciadamente, por muchas buenas intenciones que anunciéis, es esa misma política nacionalista que denunciaba Lenin la que habéis adoptado ante la guerra de Irak.
El apoyo a “la resistencia iraquí”: una consigna burguesa
Cuando en vuestra prensa apoyáis “incondicionalmente la resistencia armada del pueblo iraquí ante el invasor”, lo que en realidad estáis haciendo es llamar a los proletarios de Irak a convertirse en carne de cañón al servicio de tal o cual sector de su burguesía nacional fuera y en contra de la alianza con Estados Unidos (mientras que otros sectores burgueses consideran preferible aliarse a EE.UU. en la defensa de sus intereses). Cabe hacer notar que los sectores dominantes de la burguesía iraquí (que durante décadas estuvo tras Sadam Husein) pudieron ser, según las circunstancias, los mejores aliados de EE.UU. (especialmente en la guerra contra Irán durante los años 1980) o pertenecer al “eje del mal” que por lo visto pretendía acabar con la potencia estadounidense.
Para justificar vuestro apoyo a uno de los sectores de la burguesía iraquí, os basáis (es lo que hicisteis en una de vuestras reuniones de la fiesta de Lutte Ouvrière) en la posición que defendió Lenin durante la Primera Guerra mundial cuando en El socialismo y la guerra, escribía, por ejemplo: “… si mañana Marruecos declarara la guerra a Francia, India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, etc. (…) todo socialista desearía la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, amputados en sus derechos, sobre las ‘grandes’ potencias opresoras, esclavistas, expoliadoras” (Cap. 1, “Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915”)
Lo que, sin embargo, olvidáis (o habéis decidido olvidar) es precisamente que uno de los ejes esenciales de ese texto fundamental de Lenin (como, por otra parte, de los demás textos escritos en esa época) es el de denunciar sin contemplaciones los pretextos invocados por las corrientes social-chovinistas para justificar su apoyo a la guerra imperialista, unos pretextos basados en la “independencia nacional” de tal o cual país o nacionalidad.
Así, Lenin afirma por un lado que:
“En realidad, la burguesía alemana emprendió una guerra de rapiña contra Serbia para someter y ahogar la revolución nacional de los Eslavos del Sur…” (La guerra y la socialdemocracia rusa).
Escribe también que:
“El factor nacional en la guerra actual sólo está representado por la guerra de Serbia contra Austria (…). Solo en Serbia y entre los serbios existe un movimiento de liberación nacional viejo ya de muchos años, que aglutina a millones de individuos entre las “masas populares”, y cuya “prolongación” es la guerra de Serbia contra Austria. Si esta guerra estuviera aislada, o sea, si no estuviera vinculada a la guerra europea general, a las pretensiones egoístas y expoliadoras de Inglaterra, de Rusia y demás, todos los socialistas estarían obligados a desear la victoria de la burguesía serbia – es ésa la única conclusión justa y totalmente necesaria que pueda sacarse del factor nacional en la guerra actual”.
Y, no obstante, prosigue:
“La dialéctica de Marx, que es la expresión más acabada del método evolucionista científico, excluye precisamente el examen aislado, o sea unilateral y deformado, del objeto estudiado. El factor nacional en la guerra serbio-austriaca ni tiene ni puede tener la menor importancia seria en la guerra europea general. Si vence Alemania, ésta se tragará a Bélgica, una parte de Polonia otra vez, quizás una parte de Francia, etc. Si se lleva Rusia la victoria, se tragará a Galizia, parte de Polonia otra vez, Armenia, etc. Si la partida queda “en tablas”, permanecerá la antigua opresión nacional. Para Serbia, o sea para más o menos una centésima parte de los beligerantes en la guerra actual, ésta es la “continuación de la política” del movimiento de liberación nacional burgués. Para el 99 por ciento, la guerra es la continuación de la política de la burguesía imperialista, es decir algo caduco, capaz de corromper a las naciones, y ni mucho menos redimirlas.. La Entente, al “liberar” a Serbia, vende los intereses de la libertad serbia al imperialismo italiano a cambio de su apoyo en el saqueo de Austria. Todo eso, de notoriedad pública, ha sido deformado sin escrúpulos por Kautsky para justificar a los oportunistas” (La quiebra de la IIª Internacional, Cap. 6)
Recordemos respecto a la Serbia de 1914 que el Partido socialista de ese país (y por ello fue saludado por todos los internacionalistas de entonces) se negó en redondo y denunció la “resistencia del pueblo serbio contra el invasor austriaco” y eso que éste estaba entonces bombardeando la población civil de Belgrado.
Volviendo a hoy, “es de notoriedad pública” (y podría añadirse que quienes no lo reconocen no hacen sino “deformar sin escrúpulos la realidad”) que la guerra llevada a cabo por Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak (al igual que la guerra desencadenada en agosto de 1914 por Austria y Alemania contra la “pequeña Serbia”) tiene repercusiones imperialistas que superan con mucho a Irak. Concretamente, frente a los países de la “coalición”, hay un grupo de países como Francia y Alemania cuyos intereses son antagónicos de aquellos. Por eso esos dos países lo hicieron todo por impedir la intervención norteamericana del año pasado y, desde entonces, se han negado a enviar cualquier tipo de tropas a Irak. El que votaran en la ONU una resolución presentada por Estados Unidos y Gran Bretaña lo único que significa es que los acuerdos diplomáticos, como las discordias, no son sino otros tantos momentos de la guerra larvada que se libran las grandes potencias.
Por muchas declaraciones de amistad que se hagan, tan cacareadas sobre todo con ocasión del aniversario del desembarco de junio de 1944, el imperialismo francés saca ventajas en las dificultades que pueda encontrar EE.UU. en Irak. En resumen, en lo que desemboca vuestro apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí” es a hacerle el juego a la burguesía de “vuestro” país. Y no nos saquéis aquí a Lenin para justificar esa política, pues a lo que él llamaba era a “… combatir en primer lugar el chovinismo (patriotismo) de ‘su propia’ burguesía” (La situación y las tareas de la Internacional socialista, 1/11/1914).
Hay que aceptar la evidencia y dejar de contarse cuentos de hadas si queréis seguir el ejemplo de Lenin en la defensa del internacionalismo: el apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí contra el invasor” es pura y simplemente una traición al internacionalismo y es, por lo tanto, una política chovinista antiproletaria. Fue contra una política como la vuestra contra lo que Lenin escribió:
“Les socialchovinistas hacen suya la mistificación del pueblo por parte de la burguesía, según la cual la guerra se haría por la defensa de la libertad y de la existencia de naciones, poniéndose así al lado de la burguesía contra el proletariado” (El socialismo y la guerra, cap. 1).
Pero, además, el apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí”, o sea a los sectores antiamericanos de la burguesía iraquí, no solo es una traición al internacionalismo desde el enfoque de lo que representa Irak en los antagonismos entre grandes potencias imperialistas. O sea que no solo es una traición al internacionalismo respecto a los proletarios de esas potencias. Lo es también para con los proletarios iraquíes a quienes se les quiere vender gato por liebre, llamándoles a hacerse matar en defensa de los intereses imperialistas de su burguesía. Hay que dejar de contarse cuentos: el Estado iraquí es imperialista. En realidad, en el mundo actual, todos los Estados son imperialistas, desde el más poderoso hasta el más pequeño. Así, la “pequeña Serbia”, cuya historia la ha transformado en una de las presas favoritas de los apetitos imperialistas de potencias mayores como Alemania o Rusia (pasando por Francia) se ha portado durante los años 90 en Estado imperialista modelo a base de matanzas y “limpiezas étnicas” para construir la “Gran Serbia” a expensas de otras nacionalidades de la antigua Yugoslavia. Todo ello, claro está, en un contexto dominado por el antagonismo entre las diferentes potencias que defendían ya a Croacia (Alemania o Austria), ya a Bosnia (Estados Unidos) o a Serbia (Francia y Gran Bretaña).
El Estado iraquí no es para nada una excepción en esa realidad del mundo actual. Ni mucho menos. Es, al contrario, una ilustración de lo más instructiva.
En efecto, desde su independencia de la esfera británica, tras la Segunda Guerra mundial, el Estado iraquí, por el lugar que ocupa y sus recursos petrolíferos, no ha dejado nunca de ser un punto central en las rivalidades entre las grandes potencias. “Cliente” durante cierto tiempo de la URSS, se volteó hacia la alianza occidental (sobre todo con un acercamiento espectacular con Alemania y, sobre todo, Francia) durante los años 70 cuando la influencia soviética retrocedió en Oriente Medio. Entre 1980 y 1988, en una de las guerras más largas y mortíferas (1 200 000 muertos) desde 1945, Irak fue la avanzadilla de la ofensiva de los países occidentales contra el Irán de Jomeini, el cual había llamado a la guerra santa contra el “Gran Satán” norteamericano. Las potencias occidentales, especialmente EE.UU. dieron un apoyo sin fisuras a Irak, a partir del verano de 1987 sobre todo, mandando al golfo Pérsico una importante flota que se enfrentó cotidianamente a las fuerzas de Irán, obligando a este país a aceptar el cese de las hostilidades durante en verano de 1988, y eso que antes había infligido punzantes derrotas a Irak.
Está claro que no fue por amor a EE.UU. si Sadam Husein mandó a cientos de miles de proletarios y campesinos en uniforme a hacerse matar en el frente iraní a partir de 1980 (y que de paso gaseó a 5000 civiles kurdos en un solo día, el 16 marzo 1988 en Halabia). En realidad, la burguesía iraquí tenía sus propios objetivos de guerra al lanzarse al conflicto. Además de someter por el terror a la población kurda y shií, quería apoderarse del Chat al Arab (estuario de los ríos Éufrates y Tigris) que Irán controlaba. Además la guerra debía permitir a Irak y a Sadam ocupar el liderazgo del mundo árabe. En resumen, una guerra plenamente imperialista.
La guerra de 1990-91 fue, por su parte, de la misma índole. Ya hemos puesto a menudo en evidencia y hemos denunciado ampliamente los objetivos imperialistas de EE.UU. y sus aliados de entonces en la operación “Tempestad del desierto”. Pero el acontecimiento que sirvió de pretexto para la cruzada contra Irak fue la invasión de Kuwait por ese país durante el verano de 1990. Evidentemente no se trata para los marxistas de entrar en consideraciones de saber quién era el “agresor” y quién el “agredido”, ni ponerse a defender al jeque Yaber y su cuenta bancaria o sus reservas petrolíferas. Lo cual no quita que la operación militar de agosto de 1990 de Irak contra Kuwait fue la de un bandido imperialista contra otro bandido imperialista (empleando la terminología que tanto gustaba a Lenin). El que fueran bandidillos no cambia nada en la naturaleza profunda de su política ni de la que debe tener el proletariado respecto a ese tipo de conflictos.
Un último comentario respecto a la naturaleza imperialista de los Estados del mundo actual. Uno de los argumentos dado a menudo para apoyar la idea de un Estado como Irak no sería imperialista es que no exporta capitales. Este argumento pretende estar en conformidad con el análisis desarrollado por Lenin en su obra El imperialismo, fase suprema del capitalismo que insiste muy especialmente en ese aspecto de política imperialista. En realidad, la explotación que hacen los epígonos de esa visión unilateral del imperialismo para justificar sus traiciones al internacionalismo es del mismo tipo que la que hacen los estalinistas de una frase (totalmente aislada de su contexto por lo demás) de un artículo de Lenin escrito durante la Primera Guerra mundial.
“La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. de aquí se deduce que es posible que socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas o incluso en un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentaría con el resto del mundo, con el mundo capitalista atrayendo a su lado las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados” (“La consigna de los Estados Unidos de Europa”, Obras escogidasI).
Para los estalinistas (que en general “se olvidan” de la última frase de esa cita),
“Fue éste el mayor descubrimiento de la época y pasó a ser el principio rector de toda la actividad del Partido Comunista, de toda su lucha por la victoria de la revolución socialista y la edificación del socialismo en nuestro país. La doctrina de Lenin acerca de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país ofreció al proletariado una clara perspectiva de lucha, liberó la energía y la iniciativa de los proletarios de cada país para el embate contra su burguesía nacional, y pertrechó al partido y a la clase obrera de una seguridad, científicamente fundamentada, en la victoria.” (Instituto de marxismo-leninismo del C.C. del P.C.U.S., Prefacio a las Obras escogidas de Lenin, Moscú, 1961).
El trotskismo, extrema izquierda del capital
El método no es nuevo. Siempre fue empleado por los falsificadores del marxismo, por los renegados. Los socialdemócratas alemanes se apoyaron en tal o cual fórmula errónea o ambigua del marxismo para justificar su política reformista y su traición al socialismo. En especial abusaron sin cesar de la cita de Engels sacada de su prefacio de 1895 al folleto de Marx La Lucha de clases en Francia:
“Como Marx predijo, la guerra de 1870-1871 y la derrota de la Comuna desplazaron por el momento de Francia a Alemania el centro de gravedad del movimiento obrero europeo. En Francia, naturalmente, necesitaba años para reponerse de la sangría de mayo de 1871. En cambio, en Alemania, donde la industria –impulsada como una planta de estufa por el maná de miles de millones pagados por Francia– se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia crecía todavía más deprisa y con más persistencia. Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. (…) Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”
Y fue el uso antiproletario de una cita errónea de Engels, lo que Rosa Luxemburg denunció en la tribuna del Congreso de fundación del Partido comunista alemán:
“Engels no vivió el tiempo suficiente para ver los resultados, las consecuencias políticas del uso que se hizo de su prefacio, de su teoría. Pero estoy segura de una cosa: cuando se conocen las obras de Marx y de Engels, cuando se conocen el espíritu revolucionario vivo, auténtico, inalterado, que se despeja de todos sus escritos, de todas sus enseñanzas, está una convencida de que Engels habría sido el primero en protestar contra los excesos resultantes del parlamentarismo puro y simple; el movimiento obrero en Alemania cedió a la corrupción, a la degradación mucho antes que el 4 de agosto, pues el 4 de agosto no cayó de los cielos, no fue un viraje inesperado, sino la continuación lógica de las experiencias que habíamos hecho anteriormente, día tras día, año tras año; Engels e incluso Marx – si hubiera vivido –habrían sido los primeros en erguirse violentamente contra eso, en detener, frenar brutalmente el vehículo para impedir que se enfangara en un barrizal. Pero Engels falleció el mismo año en que había escrito su prefacio” (Rosa Luxemburg, “Nuestro programa y la situación política”, Informe para el congreso de fundación del P.C.A.)
Volviendo a la idea de que la única manifestación de una política imperialista sería la exportación de capitales, hay que precisar que esa idea no está en el libro de Lenin El imperialismo, fase suprema del capitalismo. Muy al contrario, ya que escribe:
“A los numerosos “antiguos” móviles de la política colonial, el capital financiero [que es según Lenin el motor principal del imperialismo] ha añadido la lucha por los recursos en materias primas, por la exportación de capitales, por “zonas de influencia”, es decir por las zonas de transacciones ventajosas, de concesiones, de obtención de monopolios, etc., –y, en fin, por el territorio económico en general” (El imperialismo, fase suprema del capitalismo, cap. X).
En realidad, la deformación unilateral del análisis del imperialismo de Lenin tenía un objetivo del mismo orden que la interpretación hecha por los estalinistas del corto pasaje citado arriba, sobre la “edificación del socialismo en un solo país”: intentar hacer creer que el sistema que se instauró en la URSS después de la revolución de octubre de 1917, una vez fracasada la ola revolucionaria mundial que la siguió, no tenía nada de capitalista ni imperialista. Como la URSS no poseía los medios financieros de exportar capitales (si no era a una escala ridícula comparada con la de las potencias occidentales), la política que llevaba a cabo no podía ser imperialista, según semejante noción. Y eso incluso cuando esa política consistía en la conquista territorial, en la ampliación de sus “zonas de influencia”, en el saqueo de las materias primas y de los recursos agrícolas, y hasta del desmontaje puro y simple de las factorías de los países ocupados. En realidad, la de la URSS fue una política muy parecida a la de la Alemania nazi en la Europa ocupada (en donde hubo muy poco capital exportado y sí mucho saqueo puro y simple). Evidentemente, tal análisis del imperialismo era pan bendito para la propaganda estalinista contra quienes denunciaban las acciones imperialistas del Estado soviético. Pero cabe recordar que los estalinistas no eran los únicos en rechazar cualquier idea que la URSS fuera capitalista o imperialista. En su mentiroso montaje recibieron el indefectible apoyo del movimiento trotskista con el análisis desarrollado por Trotski que presentaba a la URSS como un “Estado obrero degenerado” en el que habrían desaparecido las relaciones de producción capitalistas.
No es el marco de esta ya larga carta para intentar demostrar la inconsistencia del análisis de Trotski sobre las relaciones de producción en la URSS. Os recomendamos al respecto diferentes artículos publicados en nuestra Revista internacional, especialmente “La clase no identificada, la burocracia soviética vista por Trotski” (Revista internacional no 92). Es importante, sin embargo, subrayar que fue sobre todo en nombre de la “defensa de la URSS y de sus conquistas obreras” si el movimiento trotskista apoyó el campo de los aliados durante la Segunda Guerra mundial, participando, en particular, en los movimientos de “resistencia”, o sea adoptando la misma política que los social-chovinistas de 1914. En otras palabras, traicionó el campo de la clase obrera uniéndose al de la burguesía.
El que los “argumentos” empleados por la corriente trotskista para apoyar la participación en la guerra imperialista no fueran idénticos a los de los social-chovinistas de la Primera Guerra mundial no cambia para nada el fondo del problema. En realidad, eran de la misma naturaleza puesto que ambos llamaban a hacer una diferencia fundamental entre dos formas de capitalismo y apoyar a una de ellas en nombre del “mal menor”. En la Iª Guerra mundial, los chovinistas convictos llamaban a defender la patria. Los social-chovinistas llamaban, unos a defender la “civilización alemana” contra le “despotismo del zar”, y otros la “Francia de la Gran Revolución” contra el “militarismo prusiano”. En la Segunda Guerra mundial, junto a De Gaulle que defendía la “Francia eterna”, los estalinistas (que también se referían, por cierto, a esa “Francia eterna”) llamaban a defender la democracia contra el fascismo y a defender la “patria del socialismo”. Por su parte, los trotskistas le siguieron los pasos a los estalinistas llamando a participar en la “Resistencia” en nombre de la “defensa de las conquistas obreras de la URSS”. De este modo, como los estalinistas, se convirtieron en banderines de enganche para el campo anglo-norteamericano en la guerra imperialista.
Fue dando su apoyo a la Unión Sagrada en la Iª Guerra mundial como los partidos socialistas firmaron su paso al campo de la burguesía. Fue adoptando la teoría de la “edificación del socialismo en un solo país” como los partidos estalinistas dieron el paso decisivo en su camino hacia el campo del capital nacional que quedó rematado con su apoyo a los esfuerzos de rearme de sus burguesías nacionales respectivas y a la preparación activa para la guerra que se anunciaba. Fue su participación en la IIª Guerra mundial lo que rubricó el paso de la corriente trotskista al campo del capital. Por eso no puede haber otra alternativa, si se quiere volver a encontrar el terreno de clase del proletariado sino la de romper que con el trotskismo y desde luego no pretendiendo volver al “trotskismo verdadero”. Eso fue lo que comprendieron las corrientes en el seno de la IVª Internacional que quisieron mantenerse en una oposición internacionalista, corrientes como la de Munis (representante oficial del trotskismo en España), la de Scheuer en Austria, de Stinas en Grecia, Socialisme ou Barbarie en Francia. También fue el caso de la propia viuda de Trotski, Natalia Sedova quien rompió con la IVª Internacional tras la Segunda Guerra mundial sobre la cuestión de la defensa de la URSS y de la participación, en nombre de esa defensa, en la guerra imperialista.
En cuanto a vosotros, si queréis sinceramente, como así lo escribís, llevar a cabo un combate junto a la clase obrera, no podréis evitar la ruptura clara con la corriente trotskista y no solo con esta o aquella organización de dicha corriente.
Una vez más, al problema se le pueden dar las vueltas que se quieran, se puede invocar a Trotski, a Lenin, incluso a Marx, recitar de memoria tal pasaje de El imperialismo, fase suprema del capitalismo; puede uno taparse los ojos o los oídos, o ambos a la vez; puede uno meter la cabeza en la arena o en otra parte, nada podrá cambiar la dura realidad: un grupo que hoy, en Francia, apoya la “resistencia iraquí”, no solo es un banderín de enganche para transformar en carne de cañón a los proletarios iraquíes al servicio de unos sectores (sean shiíes o suníes) entre los más retrógrados de la burguesía iraquí, sino que además aporta un apoyo garantizado a los intereses imperialistas de su propia burguesía nacional, a la vez que cultiva los sentimientos nacionalistas antiamericanos de los proletarios franceses. En todo caso, semejante grupo está usurpando el calificativo de comunista o de internacionalista. No es diferente de los que Lenin tildaba de social-chovinistas: socialistas en palabras, patrioteros y burgueses en los actos.
En cuanto a los argumentos de tinte “marxista” aderezados con tal o cual frase de Lenin o incluso de Marx para justificar la participación en la guerra imperialista, Lenin ya respondió de antemano:
“De liberador de naciones que fue el capitalismo en la lucha contre le régimen feudal, le capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de naciones. Antiguo factor de progreso, el capitalismo se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado hasta tal grado las fuerzas productivas que a la humanidad ya no le queda sino pasar al socialismo, o, si no, soportar durante años, décadas incluso, la lucha armada de las “grandes” potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo gracias a las colonias, los monopolios, los privilegios y opresiones nacionales de todo tipo” (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915 – La guerra actual es una guerra imperialista).
“Los social chovinistas rusos (Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870; los social chovinistas alemanes (estilo Lensch, David y Cia.) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad, para los socialistas, de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia reunidas; en fin, los social chovinistas estilo Kautsky, deseosos de transigir con el chovinismo internacional y darle legitimidad, invocan que Marx y Engels, aún condenando las guerras, se pusieron cada vez, sin embargo, desde 1854-1855 a 1870-1871 y en 1876-1877, del lado de tal o cual Estado beligerante, una vez iniciado el conflicto. Todas esas referencias deforman de una manera asquerosa las ideas de Marx y de Engels por su zalamera complacencia hacia la burguesía y los oportunistas (…) Invocar hoy la actitud de Marx hacia las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidar las palabras de Marx: “Los obreros no tienen patria”, palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria cuyo tiempo ha caducado, a la época de la revolución socialista, es deformar cínicamente el pensamiento de Marx sustituyendo el enfoque socialista por el burgués.” (El socialismo y la guerra, cap. 1).
Esperemos que estos elementos os permitan proseguir vuestra reflexión para así no pararos en una simple ruptura con una organización trotskista particular, sino con el trotskismo en general y con todas las ideas burguesas que transmite.
Saludos comunistas,
CCI (junio de 2004)
1 Groupe communiste révolutionnaire internationaliste, escisión del partido trotskista francés Parti des travailleurs. Su sitio Internet es https://groupecri.free.fr [241]
A continuación publicamos extractos de un extenso artículo de los compañeros del Núcleo comunista internacional de Argentina dedicado a analizar en profundidad el llamado movimiento piquetero, denunciar su carácter antiobrero y combatir las mentiras interesadas con las que los grupos izquierdistas de todo pelaje “se dedicaron a engañar al proletariado con falsas expectativas haciéndole creer que los objetivos y los medios del movimiento piquetero contribuyen a hacer avanzar su lucha”.
A esta tarea de engañar, falsificar e impedir que el proletariado saque las verdaderas lecciones y se arme contra las trampas de su enemigo de clase, se apresta a hacer su contribución inestimable un grupo de tendencia anarquista como el GCI con su lenguaje pseudomarxista, como muy bien denuncian los compañeros del NCI.
Los orígenes y la naturaleza del movimiento piquetero
Tal vez pueda suceder que muchos consideren que estas corrientes de desocupados se han iniciado en estos últimos cinco ó seis años cuando la miseria, la desocupación y el hambre arreciaban en las grandes barriadas del Gran Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc. Ello no es así, las corrientes piqueteras, tienen un origen diferente, y este es las llamadas “Manzaneras” que comandaba la esposa del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, en la década del 90, y que cumplían una doble función: una de un control social y político y tejer la capacidad de movilización de las amplias capas desesperadas a favor de la fracción burguesa que representaba Duhalde, y por otro lado las encargadas del reparto de los alimentos a los desocupados (un huevo y medio litro de leche diaria), ya que por ese entonces no existían planes de desempleo, subsidios, etc. Pero a medida que los índices de desocupación aumentaban geométricamente y también las protestas de los desocupados, las manzaneras comienzan a desaparecer de la escena. Había un espacio vacío, que era preciso ocupar, y lo ocupó un ramillete de organizaciones, la mayoría manejadas por la iglesia católica, las corrientes políticas izquierdistas, etc, más tarde entran en escena el maoísta Partido comunista revolucionario con su Corriente clasista y combativa, el trotskista Partido obrero que conformaron su propio aparato de desocupados, el Polo obrero, y sucesivamente, las demás corrientes.
Estas primeras organizaciones hicieron su bautismo de fuego en Buenos Aires, a nivel masivo, con los cortes de ruta sobre la estratégica ruta 3, que une Buenos Aires con el extremo Sur de la Patagonia con la exigencia de más subsidios de desempleo, subsidios que eran controlados y manejados por consejos consultivos que integraban la municipalidad, las corrientes piqueteras, la iglesia, etc., o sea por el Estado burgués.
Es así que los “planes Trabajar” y los distintos subsidios permitieron a la burguesía ejercer un control social y político de los desempleados a través de las respectivas organizaciones piqueteras, sean estas de corte peronista, trotskista, guevarista, estalinista o sindical a través de la C.T.A. Luego estas corrientes comenzaron a esparcirse a través de las barriadas obreras duramente castigadas por la desocupación, el hambre y la marginación, y comenzaron a tejer su estructura, todo ello con el dinero del estado burgués.
Solamente les eran exigidas dos cosas para poder ser beneficiario del subsidio y de los bolsones de comida (5 kg): movilizarse tras las banderas de la organización, y participar en los actos políticos si ésta poseía una estructura política, y aceptar y levantar la mano votando favorablemente las proposiciones de aquel grupo al cual “pertenecía”, todo ello so pena de perder el beneficio del plan, o sea de los míseros $150 pesos, o 50 dólares.
Pero las obligaciones para con la corriente de desocupados no finaliza aquí. Estos últimos se hallaban por parte de las organizaciones de desocupados sujetos a una serie de obligaciones, y su cumplimiento es consignado en libretas donde el que mayor puntaje obtiene, o sea participa en reuniones, marchas, y da su acuerdo a la posición oficial, no corre peligro de ver decaído su beneficio; en cambio, aquel que emite opiniones de disconformidad, el puntaje se reduce hasta perder el plan.
Pero así también, las organizaciones extraían de los desocupados un porcentaje o una suma fija de dinero en concepto de “cotización”, este dinero es para pagar rentados de las corrientes, pagar locales, en donde funcionan tanto la corriente de desocupados como el grupo político de quien depende la primera, etc.
La entrega de esta cotización es de carácter obligatorio, y para tales fines, los llamados “referentes” de cada local barrial de los diversos movimientos de desocupados acompañaban a los desempleados al mismísimo banco en donde luego de cobrar, estos últimos debían entregar el dinero.
En el año 2001, previo a las jornadas interclasistas del 19 y 20 de diciembre, la llamada asamblea piquetera estaba hegemonizada por el Polo obrero, la maoísta Corriente clasista y combativa, y la Federación de tierras, vivienda y habitat.
Las posiciones sustentadas en dichas asambleas y las siguientes demostraron claramente la naturaleza de los diversos movimientos piqueteros, como aparatos al servicio del estado burgués. Dicha naturaleza no ha desaparecido posteriormente cuando la ruptura de la asamblea piquetera de La Matanza, entre el Polo obrero y las otras dos corrientes, ocasionó la conformación del Bloque piquetero.
Las caracterizaciones que se les da a los desocupados, o al “sujeto piquetero” como gusta decir el Partido obrero, en su publicación semanal Prensa obrera cuando expresa que el objetivo del movimiento piquetero es convertirse en un movimiento de masas, entendido esto como de la masa de desocupados, de obreros activos y de todos los sectores medios que son empujados a la clase obrera y de los desposeídos, es decir la clase obrera debe insertarse en un amplio frente interclasista y debe luchar, no en su propio terreno sino en un campo que le es totalmente ajeno.
Lo que demuestra lo correcto de la posición de la CCI, como la que entonces defendimos, cuando calificaba a los sucesos del 19 y 20 de diciembre como una revuelta interclasista.
El Partido obrero en un párrafo sin desperdicio de su XIIIº Congreso dice sin el menor rubor: “El que controla la comida de las masas controla a las masas...”, o sea que a pesar de las declamaciones del Partido obrero por impedir que la burguesía controle a las masas al controlar los alimentos, plantea en realidad la misma actitud que la burguesía, es decir controlar los planes sociales, controlar los bolsones de comida, para poder así controlar a los desocupados. Esta actitud no es privativa del Partido obrero, sino del conjunto y de la totalidad de las corrientes, grupos y /o agrupaciones piqueteras.
Estos pequeños ejemplos sirven para demostrar que los movimientos de desocupados que han ocupado los medios masivos de comunicación, tanto en el plano nacional como internacional, y que llevó a la pequeña burguesía radicalizada a imaginarse el inicio de “una revolución”, de la existencia de “consejos obreros” etc., es una falacia absoluta.
Al considerar, como hace el Partido obrero, que el movimiento piquetero es el hecho más significativo del movimiento obrero desde el “cordobazo” [levantamiento de los obreros de Córdoba en 1969, NDLR], ello así, ya que éste último como también las luchas de carácter netamente obreras que tuvieron lugar en aquellos días no fue una rebelión popular o de neto corte o tinte interclasista, todo lo contrario, fueron combates obreros que desarrollaron comités obreros, que tuvieron a su cargo las mas diversas funciones, como comités de defensa, solidaridad, etc.
Un censor podrá criticarnos diciéndonos que esa es la posición de las direcciones de los movimientos y organizaciones piqueteras, pero lo que importa es la dinámica del proceso o del fenómeno piquetero, sus luchas, sus movilizaciones, sus iniciativas.
La respuesta es sencilla, a quienes nos censuren de esta manera debemos responderles, al igual que lo hicimos con el BIPR en la crítica que en Revolución comunista nº 2 [publicación del NCI] se realizó sobre sus posiciones relativas al “argentinazo” del 19 y 20 de diciembre, que las posturas que esa corriente adoptó son simples deseos de carácter idealista.
Las organizaciones piqueteras son sus líderes, sus jefes, nada más. El resto, los piqueteros con rostros cubiertos quemando neumáticos, son prisioneros de los $150 mensuales y de 5 kg de alimentos que el Estado burgués le otorga vía las organizaciones.
Y, como se dijo más arriba, todo ello debe ser realizado so pena de perder dichos “beneficios”. En síntesis las corrientes piqueteras no significan en absoluto desarrollo de la conciencia, todo lo contrario es retraso en la conciencia obrera, ya que aquellas imprimen una ideología ajena a la clase obrera. Asimismo, en lo expresado de que quien maneja la comida maneja la conciencia, el Partido obrero hace mención a una posición de la burguesía, es su lógica también, perversa, que solamente lleva a la derrota de la clase obrera y de los desocupados, ya que la función del izquierdismo es eso: derrota de la clase obrera, pérdida de la autonomía de clase por más consignas “revolucionarias” que puedan adoptar.
El GCI miente sobre la naturaleza obrera del movimiento piquetero
Las inexactitudes, las medias verdades, y las mistificaciones no ayudan al proletariado mundial, todo lo contrario, profundizan más los errores y las limitaciones en las nuevas luchas por venir. Esa es la actitud del GCI cuando escribe en su revista Comunismo (números 49, 50 y 51), que: “... la primera vez en la historia de Argentina en que la violencia revolucionaria del proletariado logra derribar el gobierno”, y continúa : “reparto de mercancías expropiadas entre los proletarios y comidas “populares” surtidas con el producto de las recuperaciones... Enfrentamientos con la policía y con otros cuerpos de choque del estado, como las patotas mercenarias peronistas, especialmente el día de la asunción de la presidencia del gobierno de Duhalde…”
El GCI, con su actitud y sus falsedades confunde a la clase obrera mundial impidiéndole extraer las necesarias lecciones de los sucesos en Argentina del año 2001.
En primer lugar no se trató de una “violencia revolucionaria” que derribó al gobierno de De La Rúa; todo lo contrario, este gobierno burgués cayó como producto de los conflictos y de las luchas interburguesas. Tampoco hubo reparto de las “mercaderías expropiadas”, los saqueos no fueron tal como pretenden el GCI “un ataque generalizado de la propiedad privada y el estado”, más bien se trató de personas desesperadas, hambrientas, y jamás se pusieron a pensar ni tan siquiera tangencialmente en atacar a la propiedad privada, sino calmar el hambre por un par de días.
Asimismo las falsificaciones de los hechos continúan, cuando habla de la asunción de Duhalde como una lucha entre el “movimiento” del proletariado contra las patotas peronistas; es falso, es mentira, el enfrentamiento que existió el día que asumió Duhalde la primera magistratura nacional, fue entre aparatos del estado burgués: por un lado el peronismo, y por el otro el izquierdismo del MST, PCA, y otros grupos menores trotskistas y guevaristas; pero la clase obrera estuvo ausente ese día.
Quizá por un momento alguien puede pensar que, tal vez, dichos “errores” del GCI se deben a un exceso de entusiasmo revolucionario, a la buena fe, pero al continuar con la lectura de dicha revista, es dable a observar que ello no existe, juega un rol de confusión que solo favorece a la burguesía. El GCI miente a la clase obrera mundial y alimenta la mistificación piquetero, cuando dice que: “… La afirmación proletaria en Argentina no hubiese sido posible sin el desarrollo del movimiento piquetero, puntal del asociacionismo proletario durante el último lustro...” y “… En Argentina, el desarrollo de esta fuerza de clase se muestra, en unos meses tan potente que los proletarios que todavía tienen un trabajo se asocian a la misma… Durante los últimos años toda gran lucha se coordina y articula en torno a los piquetes, a las asambleas y estructuras de coordinación de los piqueteros…”. Sería preocupante que estas afirmaciones las realizaran corrientes del medio político proletario, en cambio no nos extrañan en boca del GCI, un grupo semianarquista que reivindica la ideología pequeña burguesa y racista de Bakunin, lo que nos preocupa son los engaños que dicha publicación está llevando a sus lectores.
El movimiento piquetero, ya se dijo más arriba (con las excepciones de la Patagonia y del norte de Salta) es el heredero de las Manzaneras, y el supuesto asociacionismo que generarían los piquetes, no es más que la obligación que posee cada uno de los beneficiarios del “plan Trabajar” o de cualquiera de los subsidios para no perder dichas migajas que el estado burgués le otorga. No existe entre sí solidaridad, todo lo contrario, es todos contra todos, buscar obtener un beneficio en perjuicio y a costa del hambre del otro.
Por ello no puede calificarse el piquete, ni mucho menos, como el hecho más significativo de la clase obrera y no se puede mentir descaradamente acerca de la “coordinación” de los obreros ocupados con los piquetes. Sigue mintiendo cuando dice que “el asociacionismo generalizado del proletariado en Argentina es sin dudas una afirmación incipiente de esa autonomización del proletariado… La acción directa, la organización en fuerza contra la legalidad burguesa, la acción sin mediaciones intermediarias… el ataque a la propiedad privada… son extraordinarias afirmaciones de esa tendencia del proletariado a constituirse en fuerza destructora de todo el orden establecido..”.
Estas afirmaciones son sin lugar a dudas una muestra cabal de un intento abierto de estafa a la clase obrera mundial para evitar que pueda extraer las lecciones y las enseñanzas necesarias. Es en definitiva un gran servicio que el GCI presta a la burguesía y a la clase dominante. No puede estafarse a la clase obrera intentado dibujar y cambiar el sentido de los hechos, de las acciones y de las consignas, “el que se vayan todos…” no es una afirmación revolucionaria, sino más bien una afirmación para que se queden todos, es la búsqueda de un “gobierno burgués honesto”.
Pero cabe preguntarse a qué se refiere el GCI con lo de “proletario”. Para este grupo, el proletariado no se define según el papel que juegan en la producción capitalista, es decir si son los dueños de los medios de producción o si venden su fuerza de trabajo. Para el GCI, proletario es una categoría que abarca tanto a los desocupados (que son parte de la clase obrera) como a los lumpen y demás capas o estratos sociales no explotadores, como puede verse en su publicación Comunismo nº 50.
La posición del GCI, de considerar al lumpen dentro de la categoría proletario, no es más ni menos que un intento de plantear en forma encubierta que se ha constituido un nuevo sujeto social revolucionario así como de dividir a los desocupados de su pertenencia a la clase obrera. Por más que lo niegue, el GCI, tiene en muchos aspectos posiciones similares a las adoptadas por el izquierdismo argentino, como el Partido obrero, cuando crea una subcategoría de obreros, los “ obreros piqueteros”. Y eso se ve cuando el GCI intenta explicar su visión (semianarquista y guerrillerista que nada tiene que ver con el marxismo) sobre ese sujeto proletario y dice acerca de los lumpen que son “los elementos más decididos a contraponerse a la propiedad privada” por ser los elementos más desesperados.
Pero la pregunta a formularse es la siguiente: ¿el lumpenproletariado es una capa social distinta al proletariado? Para el GCI no lo es, más bien es el sector más golpeado del proletariado. Aquí evidentemente el GCI asimila desocupados con lúmpenes lo cual es radicalmente falso. Ello no implica en lo absoluto que la burguesía con la desocupación procura que dichos destacamentos obreros sin trabajo se desmoralicen producto de su aislamiento y que procure asimismo lumpenizarlos para que pierdan su conciencia de clase. Pero de ello a la posición sustentada por el GCI hay una gran diferencia, ya que pensar tan siquiera tangencialmente que el lumpen es el sector más desesperado del proletariado y que dicha desesperación conlleva a “no respetar la propiedad privada”, es falso.
Los lumpenes son alguien plenamente integrado a la actual sociedad capitalista del sálvese quien pueda, de cada uno a la suya, y su “no respeto a la propiedad privada” es la desesperación de esta capa social.
Cabe afirmar que el GCI proclama de forma solapada el fin del proletariado, haciéndose eco de las ideologías y teorías propagandizadas por la burguesía en la década de los 90, al proclamar que dichas capas sociales sin futuro son parte del proletariado, y al negar a la clase obrera su carácter de la única clase social revolucionaria en nuestra época y la única clase que tiene una perspectiva comunista y de destrucción del sistema de explotación que impone el capitalismo.
Es falso el carácter proletario y revolucionario de la revuelta del 2001, es falso que el proletariado haya desafiado a la propiedad privada. Las estructuras asociativas a las que se refiere el GCI son parte integrante del aparato estatal, para dividir y desunir a la clase obrera, ya que los grupos piqueteros cualquiera que fuera su estructura, jamás pensaron ni se plantearon destruir la propiedad privada ni propusieron una perspectiva comunista.
En realidad, el GCI es parte integrante de toda la parafernalia mediática en torno a los piquetes y sus grupos piqueteros, mistificando, dividiendo, y desuniendo a la clase obrera, y negando el carácter revolucionario del proletariado, a través de temas a los que, por mucho que intente darles una apariencia marxista, no son más que una deformación de la ideología burguesa.
Además, el GCI lanza un artero ataque contra la CCI, y contra la posición que dicha corriente defendió con relación a los acontecimientos del 2001. Consideramos firmemente que la posición que adoptó la CCI en los sucesos de Argentina fue la única que extrajo correctamente las enseñanzas de dicha revuelta popular, mientras que el BIPR se basó pura y exclusivamente en el fetiche de las “nuevas vanguardias” y de las “masas radicalizadas de las naciones periféricas”.
El GCI (así como la Fracción interna de la CCI) adoptó una posición de carácter pequeño burgués, no proletaria y de neto tinte anarquista.
Nuestro pequeño grupo extrajo de las lecciones de la revuelta interclasista en Argentina, las mismas lecciones que los camaradas de la CCI, sin encandilarse por el impresionismo tercermundista del BIPR, ni por la “acción revolucionaria proletaria” de los lúmpenes tal como lo plantea el GCI.
¡Qué despropósito es asimilar a la rebelión interclasista argentina y las capas que intervinieron en ella con la revolución rusa de 1917!, ¿qué tiene de común denominador las expresiones de Kerensky con los análisis acerca del levantamiento del 2001?. La respuesta es NADA.
La analogía del GCI es evidentemente interesada. Pero ello no se debe a errores o análisis apresurados o a visiones idealistas, todo lo contrario, ello es producto pura y simplemente de su opción ideológica que se aleja de la dialéctica materialista y del materialismo histórico, y abraza posiciones anarquistas, en una mezcla difícil de digerir, o sea, utilizando términos llanos, adoptan la ideología pequeña burguesa de las capas medias desesperadas y sin futuro.
Las posiciones de la FICCI
Capitulo aparte merece debatir las posiciones de la FICCI, este grupo a pesar de sus expresiones de ser la “verdadera CCI”, de ser la “única continuadora del programa revolucionaria de la CCI”, demuestra cabalmente su carácter de seguidista al BIPR, y sus análisis equivocados con respecto a la Argentina, lamentablemente no poseemos en español las posiciones de la FICCI con respecto de la Argentina, pero es indudable que de la lectura de la respuesta que dicho grupo realizó a una nota efectuada en Revolución comunista [publicación del NCI], respecto de Bolivia, da una cabal idea de las posiciones de dicho grupo.
“… La CCI actual, contrariamente al resto de todas las fuerzas comunistas, ha rechazado la realidad de las luchas obreras en Argentina (…) Pensamos que los movimientos en Argentina fueron un movimiento de lucha obrera (…) una visión esquemática puede comprender que el proletariado de los países de la periferia no tenga otra cosa que hacer más que esperar a que el proletariado de los países centrales abra la perspectiva de la revolución. Evidentemente, tal visión tiene implicaciones, consecuencias, en las orientaciones e incluso en la actitud militante hacia la lucha. Ya en los años 70 en la CCI, esta incomprensión incorrecta y vulgar, mecánica, había tendido a expresarse incluso en la prensa. Hoy, pensamos que esta visión vuelve con fuerza en las posiciones de la CCI actual bajo una visión absoluta, y por tanto idealista, de la descomposición, lo que ha conducido a que “nuestra” organización adoptara una posición indiferentista, derrotista, e incluso de denuncia, de las luchas obreras argentinas (ver su prensa de ese tiempo) en 2001-2002”.
Estas dos largas citas de la publicación de la FICCI, demuestra cabalmente los mismos errores cometidos por el BIPR, al cual aquella le hace seguidismo en forma no principista, y del GCI, los puntos de contacto es el de considerar en forma absurda que la revuelta popular en la Argentina fue una lucha obrera. Nada más falso.
Es cierto que la posición de la CCI, y de nuestro pequeño grupo difieren con relación al resto de las corrientes comunistas, especialmente el BIPR, y la misma no se refiere, como mal pretenden la FICCI, a una posición derrotista, todo lo contrario, no nos cansamos en reiterar hasta el hartazgo que es necesario extraer de las luchas todas las lecciones y experiencias a fin de no cometer errores o caer en impresionismo, como parece que estas fuerzas han sufrido con la experiencia piquetero. No implica decir que en Argentina 2001, 19 de diciembre no hubo lucha obrera, ser un desertor de la lucha de clases como expresa la FICCI, esta posición es típica de pequeños burgueses desesperados en busca de ver luchas obreras cuando en realidad no las hay.
Las naciones más industrializadas se hallan en condiciones más favorables para las luchas obreras revolucionarias, ya sea por su número, concentración en comparación con las naciones periféricas. Pero las condiciones para una revolución proletaria, entendida como una ruptura con la clase dominante, serán más favorables en aquellos países donde la burguesía es más fuerte y las fuerzas productivas han alcanzado un alto grado de desarrollo (…)
La FICCI, solamente ha llevado a cabo una política de calumnias e injurias contra la CCI, al igual que el GCI, y dicho accionar los ha llevado a negar lo innegable, a aceptar lo inaceptable, en primer lugar que la lucha en Argentina en el 2001 fue obrera, y a mistificar como órganos de la clase a los movimientos de desocupados, piquetes etc., cuando la práctica concreta de la lucha de clases ha demostrado lo contrario.
Por una perspectiva revolucionaria
Las corrientes piqueteras que en su conjunto manejan alrededor de 200 000 trabajadores desempleados, si bien no son sindicatos en el término exacto de la palabra, tienen aspectos de sindicatos (pago de cuota, adhesión ciega a la corriente que gestionó el plan, o le hace entrega de la bolsa de mercaderías etc., y fundamentalmente su carácter permanente). No importa que sean manejados por partidos izquierdistas o por la CTA en el caso del FTV, es así que de las primitivas luchas de los desocupados allá por 1996-1997 en la Patagonia en donde los desocupados se organizaron a través de comités, asambleas, etc., los partidos izquierdistas han logrado infiltrarse, como órganos del capital y han esterilizado la lucha de los trabajadores ocupados y desocupados.
Pero algún censor puede decir: ¿no pueden estas corrientes por acción de las bases regenerarse?, ¿deben los desocupados abandonar la lucha? La respuesta a estas preguntas es simplemente NO. Las organizaciones piqueteras, sean apéndices de un partido de izquierda, “independientes”, o brazo de una central obrera, como es el caso de la CTA con el FTV que lidera el oficialista D´Elia, son irrecuperables, están en función del capital, son aparatos de la burguesía, con el objetivo de dividir y dispersar las luchas, y esterilizarlas hasta transformar a los desocupados como parte integrante del paisaje urbano, sin perspectiva revolucionaria, y aislados de su clase.
Asimismo, no se plantea que los trabajadores desocupados deban abandonar la lucha, todo lo contrario deben redoblarla, pero es necesario dejar constancia que los trabajadores desempleados jamás podrán lograr sus reivindicaciones o reformas dentro de este sistema, es por ello que los desempleados deben luchar codo a codo con los ocupados contra este sistema, pero para ello es necesario romper con el aislamiento, no solo con respecto a los ocupados sino entre los desocupados entre sí, que hábilmente la burguesía a través de los partidos izquierdistas y corrientes piqueteras han establecido entre las mismas agrupaciones o con agrupaciones distintas, ya que han introducido la división entre los desempleados generando el pensamiento que el vecino o el compañero de barrio desocupado es un potencial adversario y enemigo que puede sacarle el subsidio y los alimentos.
Hay que romper esta trampa, es necesario que los desocupados rompan el aislamiento que el capital les ha impuesto, cohesionándose con el conjunto de la clase, de la cual ellos son parte, pero es necesario producir una gran transformación en la manera de organizarse, no a través de órganos permanentes, sino siguiendo los ejemplos de los trabajadores de la Patagonia en 1997, o del norte de Salta, en donde se dio la unidad entre la clase y los organismos de lucha fueron los comités, las asambleas generales con mandato revocable, aunque posteriormente fueron encuadrados por los partidos izquierdistas.
Pero igualmente, estas experiencias de lucha son válidas, ya que el desocupado debe luchar contra los subsidios miserables que les dan, contra el aumento de las tarifas públicas, etc., que es en cierta manera la misma lucha que llevan a cabo los ocupados por el salario, deben participar como apoyo en las luchas de clases y transformar sus luchas como parte integrante de un lucha general contra el capital.
Las corrientes piqueteras han creado el término “piquetero” para establecer no solo una diferenciación con los ocupados, sino también con los desocupados que no se hallan encuadrados en sus organizaciones. Las corrientes de desempleados al establecer categorías sociales o nuevos sujetos sociales como: obrero piquetero, desocupado piquetero, intentan dividir y excluir a millones de trabajadores ocupados y desocupados, siendo esta situación beneficiosa a la clase dominante: la burguesía.
Los piqueteros, al igual que en un momento dado los zapatistas fueron y son herramientas al servicio del capital, la “moda” de los pasamontañas, los neumáticos ardiendo en el medio de una autopista, es solamente un marketing del capitalismo, para decir a la clase en su conjunto dos cosas: que existen millones de desocupados prestos a ocupar por menores salarios el puesto de trabajo del obrero ocupado, y así paralizar el desarrollo de la lucha de clases, y por otro lado, con los programas levantados por las diversas corrientes piqueteras, planes de $150, más bolsones de comidas, trabajo genuino en las fabricas capitalistas, que no hay salida fuera de este sistema, por más gobierno obrero y popular que proclamen.
Es así la necesidad de los trabajadores desocupados de romper la trampa de la burguesía, y ello se lograra rompiendo las organizaciones piqueteras, abandonándolas, ya que estas al igual que los sindicatos y los partidos de izquierda son parte integrante del capital. Los trabajadores desocupados son eso, y no como lo plantea el izquierdismo piquetero, esta denominación es para aislar y dividir a los trabajadores desempleados del conjunto de la clase obrera, y transformarlos en una casta, tal como surge de las posiciones de la izquierda del capital.
Los trabajadores ocupados y desocupados en su conjunto deben tender a la unidad de la clase, ya que ambos sectores pertenecen a la misma clase social: obrera, y que ninguna solución provendrá en este sistema, ya que el mismo se halla en bancarrota, que solamente la revolución proletaria que destruya este sistema podrá acabar con la miseria, el hambre, la marginación. Esa es la tarea.
Buenos Aires, junio 16 de 2004
¿Cuál es el medio más efectivo de lucha cuando “nuestro” puesto de trabajo o la planta de producción ya no se consideran productivos? ¿El arma de la huelga pierde su efectividad cuando el capitalista intenta cerrar la fábrica a toda costa o cuando la empresa está al borde de la bancarrota?
Estas cuestiones se han planteado de forma muy concreta, no sólo en Opel, Karstadt o en Wolkswagen sino en todos los lugares donde, como resultado de la crisis económica del capitalismo, las fábricas o las empresas se hallan inmersas en un proceso de “salvamento” o simplemente cierran. Esto no ocurre únicamente en Alemania sino también en Estados Unidos o en China. Y no se limita tampoco a la industria, también los hospitales o las administraciones públicas están afectadas.
Necesitamos luchar pero ¿cómo hacerlo?
A mediados de los años 80 tuvieron lugar grandes luchas defensivas contra los despidos masivos. Recordemos las luchas de Krupp Rheinhausen o la minería británica. En aquel periodo, ramas enteras de la industria tales como siderurgia, minería o astilleros fueron cerradas.
Hoy, sin embargo, el desempleo y el cierre de fábricas se han convertido en el pan nuestro de cada día. Esto produce en una primera fase un extendido sentimiento de intimidación. Muchos despidos han sido aceptados sin apenas resistencia. Sin embargo, la lucha de este verano en Daimler Chrysler ha establecido un jalón. Esta vez los obreros no se dejaron intimidar por sus patronos. Las acciones de solidaridad, particularmente de los obreros de Bremen con sus compañeros amenazados de la planta de Sindelfingen-Sttugart, demostraron que los obreros luchan contra los intentos de enfrentarlos unos con otros.
Actualmente, la huelga en Opel y particularmente en Bochum, como primera respuesta al anuncio de despidos masivos, evidencian de nuevo la voluntad de no aceptar pasivamente los despidos.
No obstante, la cuestión de las posibilidades y los objetivos de la lucha bajo tales circunstancias, debe plantearse. Sabemos que tanto la reciente lucha de Daimler Chrysler, como las anteriores de Krupp Rheinenhausen o la minería británica, acabaron en una derrota. También mostraron en numerosas ocasiones –hoy también- que los sindicatos y los Comités de Fábrica, cuando los obreros están dispuestos a resistir, se adaptan y adoptan el lenguaje de la lucha pero proclamando al mismo tiempo que no hay otra alternativa que la de someterse a la lógica del capitalismo. Lo que piden es evitar lo peor dentro de lo malo. Dicen que el objetivo es salvar la empresa y que ello hace necesarios despidos y sacrificios pero estos deben hacerse de la manera más “social” posible. Así tenemos que el acuerdo alcanzado en la cadena de almacenes de Karstadt-Quelle que ha supuesto la eliminación de 5.500 puestos de trabajo, el cierre de 77 establecimientos y tremendos recortes salariales (para ahorrar 760 millones de € hasta 2007) ¡fue presentado como una victoria de los trabajadores por el sindicato de Verdi!
Desde al menos dos siglos, los asalariados y el capital se han enfrentado sobre los salarios y las condiciones de trabajo, es decir, sobre el grado de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sí los explotados no hubieran luchado, generación tras generación, la situación de los trabajadores actuales apenas sería mejor que la del esclavo, exprimidos hasta no disponer ni un gramo de energía o condenados a trabajar hasta la muerte.
Sin embargo, junto a esa cuestión del grado de explotación, que también se planteaba a los esclavos y a los siervos de épocas anteriores, la economía moderna plantea un segundo problema que aparece únicamente cuando la producción mercantil y el trabajo asalariado se convierten en dominantes: ¿qué hacer cuando el dueño de los medios de producción –la empresa- ya no es capaz de sacar provecho a la fuerza de trabajo? A lo largo de la historia del capitalismo este problema ha conducido siempre al problema del desempleo. Sin embargo, en la situación actual, cuando asistimos a una crisis de sobre producción crónica del mercado mundial, cuando la bancarrota del modo capitalista de producción se hace más y más visible, ese problema –el desempleo- se está convirtiendo en una cuestión de vida o muerte para los trabajadores.
La Perspectiva de la clase obrera contra la Perspectiva del Capital
Los empresarios, los políticos, aunque también los sindicatos y los Comités de Fábrica –es decir, todos aquellos que están implicados en la gestión de la fábrica, la compañía o el Estado- consideran a los trabajadores y a los empresarios como partes de una misma empresa, cuyo bienestar es inseparablemente dependiente de los intereses de la empresa, es decir, que “todos van en el mismo barco”. Según ese punto de vista resulta muy dañino que los “miembros de la empresa” se opongan al interés de la empresa que se resume a fin de cuentas en sacar la máxima ganancia. ¿Para que existen las empresas sino para realizar el máximo de ganancias?
Partiendo de esta lógica, el presidente del Comité General de Fábricas de Opel, Klaus Franz, declaró categóricamente desde el principio que «sabemos muy bien que los despidos son inevitables». Esta es la lógica del capitalismo.
Pero ese no es el único punto de vista desde el cual se puede considerar la situación. En vez de abordar el problema como el resultado de la posición competitiva de Opel, de Karlstadt o de Alemania entera, lo abordamos como el problema de la sociedad en su conjunto, aparece otro punto de vista, otra perspectiva. Sí se ve el mundo no tanto a partir de la estrecha mirada que se desprende de una empresa o de una nación, sino desde la óptica de toda la sociedad, de la humanidad entera, las víctimas ya no pertenecen a Karlstadt o a Opel, sino que forman parte de la clase de los trabajadores asalariados, que constituyen las principales víctimas de la crisis capitalista. Visto desde esta perspectiva, aparece mucho más claro que las vendedoras de Karlstadt, los obreros de las líneas de producción de Opel en Bochum, los desempleados de Alemania del Este, los obreros de la construcción traídos de Ucrania que trabajan en negro en condiciones que rozan la esclavitud, todos ellos comparten un mismo interés no con los explotadores sino unos con otros.
El bando del capital sabe muy bien que esta perspectiva diferente existe. Es la perspectiva que más teme. La clase dominante comprende que sí los obreros de Opel o de Wolkswagen ven los problemas desde el punto de vista de Opel o de Wolkswagen podrán resistirse o luchar pero acabarán “entrando en razón”. Sin embargo, cuando los obreros encuentran su propia perspectiva, cuando descubren el interés común que les une, entonces surge una perspectiva de lucha completamente diferente.
Adoptar el punto de vista de la Sociedad
Los representantes del capital siempre intentan convencernos que de que las catástrofes causadas por su sistema económico son el producto de “inadecuaciones” o de “especificidades” de tal o cual empresa o de tal o cual país. Así, alegan que los problemas de Karstadt son el resultado de una mala estrategia de ventas. Opel, por su parte, habría seguido una política equivocada al imitar el ejemplo de competidores como Daimler Chrysler o Toyota que habían desarrollado con éxito nuevos y atractivos modelos Diesel. Se ha dicho también que 10.000 de los 12.000 empleos previstos para eliminar por General Motors tengan lugar en Alemania sería una revancha de la burguesía americana por la política germana sobre Irak.
Estos argumentos son desmentidos por la realidad. Daimler Chrysler chantajeó a los obreros unos meses antes con argumentos similares. Karsdtadt-Quelle es una compañía cien por cien alemana y no ha tenido ningún reparo en echar sus empleados a la calle. El mismo día en que Karsdtadt decidía los despidos -14 de octubre-, Opel anunciaba los suyos, en la cadena de supermercados Spar se planteaba lo mismo y en Dutch Phillips se abría una nueva ronda de despidos para “salvar la empresa”.
Es significativo que el mismo “Jueves Negro”, el 14 de octubre, en el que coincidieron los despidos de Opel y los de Karstadt, toda una turba de políticos, negociadores sindicales, comentaristas de radio y TV, se apresuraran a distinguir entre los dos casos para dar a entender que había existido una “mera coincidencia”.
Podríamos pensar que los problemas de los empleados de ambas compañías son los mismos, que lo dominante es la similitud de sus intereses y de sus preocupaciones. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario. Nada más anunciara el líder sindical de Kardstadt que con los despidos el “futuro” de la empresa quedaba asegurado, los medios de comunicación lanzaron por todas partes el mensaje de que un problema quedaba resuelto y que “el único” quebradero de cabeza sería Opel. Es decir, los trabajadores de Kardstadt podrían dormir tranquilos, los únicos que deberían estar preocupados serían sus compañeros de Opel.
Pero la única diferencia entre las dos situaciones es que en los primeros, Kardstadt-Quelle, ya se ha decidido un terrible plan que incluye despidos, cierres parciales y el chantaje masivo de la fuerza de trabajo que “conserva su empleo”, mientras que en Opel las espadas siguen en alto. Sin embargo, entre las dos empresas los planes prevén realizar recortes en los costes laborales de ¡1,2 miles de millones de €!, lo que significará un importante recorte de los medios de existencia de muchos miles de trabajadores. ¡Y esto salvará las ganancias de las empresas pero no los puestos de trabajo!
No tiene ningún fundamento la afirmación repetida hasta la náusea según la cual la situación de los trabajadores de Kardstadt es completamente diferente de la de los Opel. Los trabajadores de Kardstadt-Quelle no han conseguido ninguna garantía. El sindicato Verdi habla de “salvación de empleos” y de “éxito de los trabajadores” porque el convenio colectivo se habría mantenido. Esto es vender una derrota amarga como una victoria radiante. ¿Qué valor pueden tener las “garantías de conservación del empleo” y el “mantenimiento del convenio” cuando las compañías están empeñadas en una guerra a muerte con sus competidores lo que les mueve a dejar de lado 6 meses o un año después las solemnes promesas de la víspera? En realidad, las víctimas de la “salvación” de Kardstadt son las mismas que las sacrificadas en Volkswagen, en Daimler Chrysler o en Siemens, en el sector público, o a las que se pretende inmolar en Opel…
Las negociaciones de Kardstadt se concluyeron a toda prisa para evitar que coincidieran con el inicio del “expediente Opel”. Hasta ahora existía una regla tácita entre los burgueses: no hacer coincidir ataques simultáneos a varios sectores importantes de la clase obrera con el objetivo de no despertar ni animar sentimientos de solidaridad mutua. La agudización de la crisis del capitalismo limita cada vez más la posibilidad de ese escalonamiento. Bajo tales circunstancias lo que ha hecho la burguesía ha sido precipitar un “acuerdo positivo” en Kardstadt el mismo día que llegaban las malas noticias procedentes de Detroit.
Los medios de la solidaridad en la lucha
Los despidos masivos y las amenazas de bancarrota no ha superflua el arma obrera de la huelga. Los paros que estallaron en Mercedes y ahora en Opel son una señal importante, un llamamiento a la lucha.
Sin embargo, es verdad que en tales situaciones el arma de la huelga como medio de intimidar al enemigo ha perdido mucha de su efectividad. Por ejemplo, los obreros desempleados no cuentan con esa arma de combate. Igualmente, cuando el objetivo de los empresarios es cerrar, la huelga pierde buena parte de su capacidad de amenaza.
Eso significa que ante el nivel actual de los ataques del Capital lo que necesitamos es la huelga de masas de todos los obreros. Sólo una acción defensiva de estas características podría empezar a proporcionar una confianza en si misma que le permitiera hacer frente a la arrogancia cada vez más prepotente de la clase dominante. Además, el desarrollo de tales movilizaciones masivas permitiría cambiar el clima social promoviendo el reconocimiento de algo elemental pero que hoy pretenden enterrarlo: la satisfacción de las necesidades humanas debe ser la guía de la sociedad.
Esta idea tan elemental significa poner en cuestión el capitalismo cuyo principio fundamental de funcionamiento no es satisfacer las necesidades humanas sino obtener la máxima ganancia. Esta puesta en cuestión es la que desarrollaría una creciente determinación de los obreros con empleo y los obreros desempleados para defender sus intereses.
Desde luego, tales acciones masivas, comunes y solidarias, no son todavía posibles. Pero esto no quiere decir que no podamos luchar y obtener algo ya desde ahora. Pero para ello es necesario comprender que la huelga no es la única arma de la lucha de clases. Todo aquello, ya hoy, que promueva el reconocimiento de los intereses comunes de todos los trabajadores, que revitalice las tradiciones de la solidaridad obrera, preocupa a la clase dominante, la hace menos segura en su arrogancia, le obliga a realizar al menos concesiones temporales.
En 1987, los obreros de Krupp Rheinenhausen, amenazados de cierre y despido masivo, decidieron realizar asambleas masivas abiertas a toda la población, invitaron a obreros de las demás fábricas y a los desempleados. Se popularizó el eslogan “Todos somos obreros de Krupp”. Hoy, sería aún más inaceptable para la burguesía el que los obreros de Kardstadt, Opel, Spar o Siemens, se reunieran juntos para discutir de su situación común. En 1980, durante la huelga de masas en Polonia, era frecuente que los obreros de una ciudad realizaran marchas de distintos puntos que convergían en la fábrica más grande donde se realizaba una gran asamblea y se decidían reivindicaciones comunes.
La lucha de Mercedes antes del verano expresó algo que en Opel o Kardstadt se ha vuelto a repetir: existe un sentimiento creciente de solidaridad entre la población obrera hacia aquellos de sus hermanos sometidos a ataque. En tales circunstancias, las manifestaciones callejeras que recorren una ciudad llamando a trabajadores de otras empresas y tratando de ganar a los desempleados pueden convertirse en el medio para desarrollar una solidaridad común.
La lucha de Mercedes empezó a demostrar también que frente a los despidos masivos los obreros no pueden tolerar que les dividan y enfrenten entre si. En dicha lucha, los capitalistas se dieron cuenta que no podían enfrentar de forma grosera a los obreros de las factorías de Stuttgart y Bremen. El Comité General de Opel anunció que frente a los despidos propuestos la prioridad era mantener la unidad de todas las plantas de General Motors en Alemania. ¿Pero qué quiere decir que los social-demócratas y los sindicalistas hablen de solidaridad? Dado que dichas instituciones forman parte de la sociedad capitalista su concepto de “unidad” no significa lo mismo que los obreros aspiran. Para ellos “unidad” quiere decir que las diferentes plantas se pongan de acuerdo en los precios manteniendo eso sí la competencia entre ellas. El presidente del Comité General de Opel declaró que iba a reunirse con sus colegas suecos de la Saab para discutir qué oferta haría cada cual para llevarse los nuevos modelos previstos por General Motors. ¡Esta es su “unidad”! Los Comités de Fábrica, como los sindicatos, forman parte del capitalismo y de la competencia mortal que hay en su seno.
La lucha común de los trabajadores solo puede ser llevada a cabo por los trabajadores mismos.
La necesidad de poner en cuestión políticamente el capitalismo
Frente a la profundización de la crisis del capitalismo actual, los trabajadores tienen que superar el asco y la desconfianza reinantes hacia las cuestiones políticas. Evidentemente, no hablamos de la política burguesa que solo merece rechazo, sino de la necesidad de abordar los problemas generales de la sociedad y por tanto del problema del poder.
Los despidos masivos actuales nos plantean la realidad de esta sociedad: en ella no somos “trabajadores de Opel” o “trabajadores públicos”, sino que somos un objeto de explotación, un coste de producción, que puede ser despiadadamente apartados por las necesidades del Capital. Estos ataques muestran a las claras que los medios de producción no pertenecen a la sociedad entera ni se ponen a su servicio sino que constituyen la propiedad de una estrecha minoría. Sobre todo, los medios de producción están sometidos a las leyes, cada vez más ciegas y destructivas, del mercado y la competencia. Estas leyes no escritas hunden a partes cada vez más grandes de la humanidad en la pauperización y en una creciente inseguridad. Estas leyes socavan las más elementales reglas de la solidaridad humana, sin las cuales la sociedad acaba siendo imposible. Los obreros, que producen la mayoría de bienes y servicios de esta sociedad, empiezan a comprender lentamente que este orden social es cada vez más inhumano.
Las crisis de Karstadt o de Opel no son el producto de una mala gestión sino la expresión de una crisis crónica, de hace muchos años, que se agrava década tras década. Esta crisis lleva al hundimiento de la capacidad de compra de la población obrera lo que provoca el deterioro de la industria de consumo, de la producción automovilística etc., lo que a su vez acentúa la competencia entre capitalistas obligándoles a nuevos despidos, a nuevos recortes, que provoca nuevas caídas en la capacidad de compra…
Dentro del capitalismo es imposible salir de semejante círculo vicioso.
Corriente Comunista Internacional 15.10.04
En la Revista internacional nº 118 rememoramos ampliamente cómo Marx y Engels definieron las nociones de ascendencia y decadencia de un modo de producción ayudándonos de numerosos pasajes extraídos de sus principales escritos. Vimos, al analizar la sucesión de los distintos modos de producción, que la teoría de la decadencia está en la esencia misma del materialismo histórico. En un próximo número mostraremos cómo esta noción vuelve a aparecer en el núcleo de los programas políticos de la IIª y IIIª Internacionales, en los de las Izquierdas marxistas que se desgajaron de ellas y en los de los grupos actuales que se reivindican de la Izquierda comunista.
Al iniciar la publicación de esta nueva serie de artículos (1) titulada “La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico” nos propusimos responder a ciertas dudas, desde luego legítimas, que fueron planteadas sobre la cuestión pero, sobre todo, para salir al paso de las confusiones que se han difundido a propósito de ella por quienes, sucumbiendo a la presión de la ideología burguesa, abandonan estas adquisiciones básicas del marxismo. El artículo publicado por Battaglia comunista, púdicamente titulado “Por una definición del concepto de decadencia” (2) es un ejemplo significativo. Hemos criticado ocasionalmente algunas de las ideas que aparecen en él (3). No obstante, la publicidad que se le ha dado traduciéndolo a tres idiomas, utilizándolo para a abrir una discusión sobre la decadencia en el seno del BIPR y la introducción que ha hecho la CWO (4) en su revista (5), nos ha llevado a referirnos otra vez al tema para responder lo más ampliamente posible.
Según Battaglia hay una doble razón que hace necesario “definir la noción de decadencia”.
La CCI rechaza la idea de que en el marxismo exista una ambigüedad que conduciría a una visión fatalista de la muerte del capitalismo; visión que llevaría a hacer pensar que este sistema, acorralado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría él mismo de la escena histórica. En contra de esa visión, para el marxismo, la ausencia de una “transformación revolucionaria de toda la sociedad” acabaría en “la ruina de las diversas clases en lucha” (Manifiesto comunista), es decir con la desaparición de la sociedad misma. Como lo hemos demostrado, tal ambigüedad no existe más que en la mente de Battaglia . Hay que tomar nota de que, sin quererlo, Battaglia se ha convertido en vocero de los temas de la burguesía en los que se pretende que la visión marxista es “fatalista” y en los que se ensalza “la voluntad de los hombres” como motor de la historia. Por su parte, Battaglia dice que no pone en entredicho; sino que al contrario, es en nombre del marxismo (su “marxismo”, en realidad) como acomete la refutación de un concepto que realmente está en el núcleo mismo del marxismo y que ellos consideran “fatalista”, como lo veíamos en el artículo anterior de esta serie (Revista internacional nº 118). No es la primera vez, ni la última que un marxismo ficticio contribuye a “refutar” el marxismo real.
En cuanto a la segunda razón invocada por Battaglia para definir la noción de decadencia, esta se sitúa justamente en el extremo opuesto del marxismo, pues para éste, cuando el capitalismo “entra en su periodo senil… más obligado está a sobrevivir”, acaba transformado en “un sistema social regresivo”, “obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas” (Marx: El Capital y otros textos).
Veamos cómo su error de método conduce a Battaglia a las peores banalidades: “Incluso en su fase progresista (…) hubo puntualmente crisis y guerras, así como también ataques contra las condiciones de la fuerza de trabajo”. Este error la lleva a asumir otra vez por cuenta propia los tópicos de la burguesía, la cual, con el argumento de que siempre ha habido guerras y miseria, banaliza la especificidad del cúmulo de atrocidades que recorrieron el siglo XX que fue, sin duda, el más bárbaro que la humanidad haya conocido jamás. Y ya puestos a ello, Battaglia acaba rechazando las manifestaciones esenciales de la decadencia del capitalismo.
Seguiremos con la crítica de la visión de Battaglia en la continuación de este artículo (que saldrá en el próximo número de esta Revista internacional), particularmente de su idea de que no habría dos fases fundamentales en la evolución del modo de producción capitalista sino periodos sucesivos de ascenso y de decadencia que seguirían a las grandes fases de evolución de la cuota de ganancia.
Mostraremos que ese camino les lleva a otorgar a las guerras del periodo de la decadencia, que son verdaderas expresiones de la crisis mortal de este sistema cuya proliferación e intensificación suponen amenazas crecientes para la supervivencia de la humanidad, una función de “regulación de las relaciones entre sectores del capital internacional”.
El error de comprensión de la realidad que comete Battaglia es un factor importante de subestimación de la gravedad de la situación. La coloca fuera de juego de la situación con lo que compromete su capacidad de entender el mundo que debe analizar para intervenir en la clase obrera y debilita el impacto de esta intervención por el empleo de argumentos insustanciales y poco convincentes.
Battaglia comienza su artículo pretendiendo que el concepto de decadencia contiene ambigüedades y que la primera de ellas consistiría en una visión fatalista y de espera de la muerte del capitalismo:
“La ambigüedad reside –nos cuenta– en el hecho de que la idea de decadencia o declive progresivo del modo de producción capitalista deriva de la creencia en una autodestrucción ineluctable ligada a la propia naturaleza del capitalismo (…) de la ilusión de que la desaparición y la destrucción de la forma económica capitalista sería un evento históricamente fechado, económicamente ineludible y socialmente predeterminado. Nacido infantil e idealista, este enfoque acaba teniendo repercusiones negativas en el plano de lo político generando la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con sentarse en la orilla a esperar o, en el mejor de los casos, a intervenir en una situación de crisis ya que los elementos subjetivos de la lucha de clases son percibidos como el último empujón de ese proceso irreversible. Nada más falso”.
Nosotros, la CCI, afirmamos, de entrada, que esa ambigüedad está únicamente en la cabeza de Battaglia y que no hay ningún fatalismo ni en Marx ni en Engels, primeros en utilizar y desarrollar ampliamente esta noción de decadencia. Para los fundadores del marxismo la sucesión de modos de producción no obedece a ningún mecanismo ineluctable y autónomo, es la lucha de clases lo que constituye el motor de la historia y lo que zanja las contradicciones socio-económicas. Y parafraseando a Marx podemos decir que aunque se muevan en condiciones predeterminadas son los hombres quienes hacen la historia: “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, en unas condiciones libremente elegidas; estos se las encuentran ahí, ya establecidas, dadas, heredadas del pasado” (Marx: “El 18 de brumario de Luis Napoleón Bonaparte”) o, como dice R. Luxemburgo,
“El socialismo científico nos ha enseñado a comprender las leyes objetivas del desarrollo histórico. Los hombres no hacen la historia libremente. Pero la hacen ellos mismos. El proletariado depende para actuar de su grado de madurez que depende ciertamente del desarrollo social de la época, pero la evolución social no tiene lugar independientemente de él. Él es su impulso y su causa, su producto y su resultado. Su propia acción forma parte de la historia pues contribuye a determinarla. Y si bien no podemos desgajarnos de la evolución histórica, de la misma manera que el hombre no puede librarse de su sombra, sí que podemos, no obstante, acelerarla o retrasarla” (R. Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia (Folleto de Junius)).
Una vieja clase dominante no abdica jamás de su poder. Lo defenderá hasta el final con la las armas y la represión. La noción de decadencia no contiene pues ninguna ambigüedad que pueda asimilarse a la idea de un “proceso de autodestrucción ineluctable”. Cualquiera que sea el estado de disolución de un modo de producción, tanto en el plano político como en el social o en el económico, si las nuevas fuerzas sociales no han tenido ocasión de emerger en las entrañas de la vieja sociedad y si no han tenido ocasión de desarrollar la fuerza suficiente para derrocar a la vieja clase dominante, ni morirá la vieja sociedad ni podrá ser establecida la nueva. El poder de la clase dominante y el apego de ésta a sus privilegios son potentes factores de conservación de una forma social. La decadencia de un modo de producción crea la posibilidad y la necesidad de su derribo pero de ninguna manera la eclosión automática de la nueva sociedad.
No hay ninguna “ambigüedad fatalista y de espera” en el análisis marxista de la sucesión de los modos de producción, contrariamente a lo que da a entender Battaglia. Marx precisa incluso que, cuando la lucha de clases no logra emerger y el resultado no se resuelve a favor de una nueva clase portadora de nuevas relaciones sociales de producción, el periodo de decadencia de un modo de producción puede acabar metido en una fase de descomposición generalizada. Esta posible indeterminación histórica fue definida desde el inicio del Manifiesto comunista por Marx, quien después de haber afirmado que “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de la lucha de clases” continuaba con una disyuntiva (una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes) que ilustra la alternativa posible de llevar, o no, hasta el final las contradicciones de clase.
“Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, etc., en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí; librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes” (Marx, Manifiesto comunista).
Numerosos ejemplos en la historia de las civilizaciones certifican tales periodos de bloqueo de la relación de fuerzas entre las clases que condenan a esas sociedades a conocer “la destrucción de las clases beligerantes” y en consecuencia a vegetar, a hundirse o incluso a volver a estadios anteriores de su desarrollo.
Es totalmente ridícula la condena por Battaglia de los conceptos descomposición y decadencia. Los anatemiza como “ajenos al método y al arsenal de la crítica de la economía política” (Internationalist Communist nº 21). Desde luego, los militantes de esta organización harían mejor releyendo a sus clásicos, comenzando por El Manifiesto comunista y El Capital, donde estas dos nociones están abundantemente presentes. (Revista Internacional nº 118). Otra cuestión son las incomprensiones o las desviaciones oportunistas que ciertos elementos o grupos hayan podido desarrollar en torno a la noción de decadencia. Con toda seguridad podemos decir que la visión fatalista-de espera es una de esas. Pero el método que estriba en desacreditar la noción de decadencia atribuyéndole los errores que unos y otros hayan podido cometer en su nombre sigue los pasos del que desacredita, como lo hacen los anarquistas, la noción de partido o de dictadura del proletariado a partir del rechazo del estalinismo. Otra cuestión semejante es la impaciencia o el optimismo del que buen número de conocidos revolucionarios dieron prueba, incluido el propio Marx. ¡Cuántas veces fue certificada la muerte del capitalismo en los textos del movimiento obrero! Es notorio el caso de la Internacional comunista y sus partidos afiliados, del que no estuvo exento, les guste o no a los bordiguistas, el Partido comunista de Italia: “La crisis del capitalismo sigue abierta y se agravará hasta su final” (Tesis de Lyón, 1926) (6). Este pecadillo, de alguna manera comprensible, pero del que conviene precaverse al máximo, no se vuelve peligroso mientras los revolucionarios sean capaces de reconocer su error en el momento en que se invierte la correlación de fuerzas entre las clases.
En su combate contra el “fatalismo”, pretendidamente intrínseco a la noción marxista de decadencia, Battaglia nos desvela su propia visión del materialismo histórico. Veamos:
“el carácter contradictorio del modo capitalista de producción –escriben–, las crisis económicas que se derivan de ello, la renovación del proceso de acumulación que queda momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y de medios de producción excedentes, no muestran automáticamente la desaparición de este sistema. O bien interviene el factor subjetivo, del cual la lucha de clases es el eje material e histórico y las crisis la premisa económica determinante, o bien el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción”.
Para Battaglia mientras la lucha de clases no haya derrocado el capitalismo, este seguirá “recibiendo nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y de medios de producción excedentes” y de esta manera “el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”. Battaglia se sitúa aquí a 180° de la visión desarrollada por Marx de la decadencia de un modo de producción y de la decadencia del capitalismo en particular: “más allá de un cierto punto del desarrollo de las fuerzas productivas estas se convierten en una difícil traba para el capital; en otros términos, el sistema capitalista se convierte en un obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo” (Marx: Principios de una crítica de la economía política). En 1881, en el segundo borrador de una carta a Vera Zasulich, Marx considera que “El sistema capitalista está superando su apogeo en Occidente, acercándose al momento en que no será sino un sistema social regresivo” y en El Capital, nos dirá que el capitalismo “…entra en su periodo senil y que cada vez más esta forzado simplemente a sobrevivir”. Los términos utilizados por Marx al tratar de la decadencia del capitalismo no son en absoluto ambiguos: “periodo de senilidad”, “sistema social regresivo”, “obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas”, etc.; hasta tal punto que Marx y Battaglia utilizan ambos los mismos términos pero justo ¡para decir exactamente lo contrario el uno de la otra a propósito de la decadencia! Así, para Marx, cuando el capitalismo “entra en su periodo senil…cada vez más va simplemente sobreviviendo”; mientras que para Battaglia la “decadencia… no tiene ningún sentido cuando se trata de la capacidad de sobrevivir del modo de producción” (International Communist nº 21).
Esas citas sobre la definición marxista de la decadencia le servirán al lector para juzgar por sí mismo la diferencia entre la visión materialista e histórica de la decadencia del capitalismo desarrollada por Marx y la visión propia de Battaglia quien, ciertamente, reconoce que el capitalismo conoce crisis y contradicciones crecientes (7) pero que en cada una de ellas, como si de un eterno volver a empezar se tratase (salvo si interviene la lucha de clases), “retomará nuevas fuerzas” y “se reproducirá, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”. Es cierto que Battaglia tiene algunas excusas para justificarse, pues ignoraba que Marx había hablado de decadencia en El Capital: “Hasta el punto de que la propia palabra de decadencia no aparece nunca en ninguno de los tres volúmenes que componen El Capital” (International Communist nº 21); y que estaba convencida de que Marx solo en un lugar de toda su obra evocó la noción de decadencia: “Marx se limitó a dar del capitalismo una definición progresista exclusivamente para la fase histórica en la que éste ha eliminado el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso periodo de desarrollo de las fuerzas productivas que estaban inhibidas por la forma económica precedente, pero no avanzó más en una definición de la decadencia salvo puntualmente en la famosa Introducción a la Crítica de la economía política”. Por eso pensamos que en lugar de continuar vertiendo anatemas de excomunión a propósito de las nociones de “decadencia” y de “descomposición”, según ella ajenas al marxismo, sería mejor que Battaglia recapacitara sobre lo que Marx le dijo a Weitling: “La ignorancia no sirve de argumento” y después, volver a leer sus clásicos y en particular al que ellos mismos consideran su Biblia, o sea, El Capital (8) (para las numerosas citas de Marx sobre el concepto de decadencia remitimos al lector a nuestro artículo en la Revista internacional nº 118).
El proceso de decadencia definido por Marx va más allá de una simple “explicación económica coherente”; constituye, sobre todo, el reconocimiento de que las relaciones sociales de producción (asalariado, servidumbre, esclavitud, etc.,) que están en la base de los diferentes modos de producción (capitalismo, feudalismo, esclavismo, etc.) han quedado históricamente caducas. Por tanto, podemos decir que el paso a un periodo de decadencia significa que el fundamento mismo de un determinado modo de producción ha entrado en crisis. El secreto, el fundamento oculto de un modo de producción es “esa forma económica específica en la que el trabajo excedente no pagado es arrebatado a los productores directos” (Marx: El Capital, Libro III). Esta es la base de toda forma de comunidad económica”, es ahí “donde hay que investigar el secreto más profundo, el fundamento oculto de todo el edificio social”. Marx no puede ser más explícito: “Las diferentes formas económicas que adopta la sociedad, el esclavismo, el salariado por ejemplo, solo se distinguen por el modo con el que se impone y es arrebatado ese sobretrabajo al productor inmediato, al obrero” (Marx: El Capital, Libro I). Las relaciones sociales de producción encubren desde luego algo más que simples “mecanismos económicos”; son sobre todo relaciones sociales entre clases ya que materializan las diferentes formas históricas tomadas por la extorsión del sobretrabajo (el asalariado, la esclavitud, la servidumbre, etc.) a lo largo de los diferentes sistemas de explotación. Por consiguiente, lo que indica la entrada en decadencia de un modo de producción es que son esas relaciones específicas entre clases las que entran en crisis, las que están históricamente inadaptadas. Estamos en el núcleo mismo del materialismo histórico, en un mundo que Battaglia, obnubilada por su obsesión por una “explicación económica coherente”, desconoce totalmente.
Oigamos a Battaglia:
“La teoría evolucionista según la cual el capitalismo se caracterizaría por una fase progresista y otra decadente, no tiene ningún valor si no está respaldada por una explicación económica coherente (…) La investigación sobre la decadencia o bien nos lleva a identificar los mecanismos que gobiernan la ralentización del proceso de valorización del capital, con todas las consecuencias que esto tiene, o bien a resistir en una falsa perspectiva, infantilmente profética… (…) Pero la enumeración de fenómenos económicos y sociales una vez identificados y descritos no puede ser considerada por sí misma como la demostración de la fase de decadencia del capitalismo. Esos fenómenos son los efectos, pero la causa que los impone reside en la ley de la crisis de las ganancias”...
... queriéndonos dar a entender, por un lado, que hoy no habría ninguna explicación económica coherente de la decadencia y decretando, por otro, que los fenómenos clásicamente identificados para caracterizar la decadencia de un modo de producción no serían adecuados (cf. infra, subrayado nuestro).
Antes de hacer referencia a una explicación económica particular, la decadencia muestra que las relaciones sociales de producción han llegado a ser demasiado estrechas para seguir impulsando el desarrollo de las fuerzas productivas y que esta colisión entre las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas afecta al conjunto de la sociedad, en todos sus aspectos. En efecto, el análisis marxista de la decadencia no se refiere a un nivel económico cuantitativo cualquiera, determinado fuera de los mecanismos socio-políticos. Se refiere al contrario al nivel cualitativo de la relación que liga las relaciones de producción mismas al desarrollo de las fuerzas productivas: “A un cierto nivel de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales permanecieron hasta ese momento mudas… Es entonces cuado comienza una era de revolución social”. Es la aparición de esta “colisión” de forma definitiva, irremediable, y no un bloqueo del desarrollo de las fuerzas productivas lo que abre la época de decadencia de la vieja sociedad. Marx precisa bien el criterio: “Ayer todavía formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se han transformado hoy en pesados obstáculos”. La frase de Marx, si uno quiere ser riguroso, debe ser pues comprendida en el sentido de que nunca una sociedad expira antes de que el desarrollo de las fuerzas productivas no haya comenzado a ser frenado por las relaciones de producción existentes. La decadencia se define como un conjunto de desajustes, con efectos acumulativos, que se agravan a partir del momento en que el sistema ha agotado lo esencial de sus posibilidades de desarrollo. En la visión marxista, el periodo de decadencia de una sociedad no es sinónimo de parada total y permanente del crecimiento de las fuerzas productivas; sino que se caracteriza por perturbaciones tanto cualitativas como cuantitativas inducidas por aquella colisión, a menudo permanente, entre las relaciones de producción que se han quedado caducas y el desarrollo de las fuerzas productivas que luchan por avanzar.
Mal que le pese a Battaglia, aunque Marx intentará repetidas veces determinar los criterios y el momento de la entrada en decadencia del capitalismo, no avanzará ninguna explicación económica precisa, todo lo más algún que otro criterio general en coherencia con su análisis de las crisis. Procederá, sobre todo, por comparaciones y analogías históricas (véase el artículo anterior en el nº 118 de esta Revista internacional). Marx no necesitó las estadísticas de la contabilidad nacional o las reconstituciones económicas de la cuota de ganancia utilizadas por Battaglia (9) para pronunciarse sobre el estado de madurez o de caducidad del capitalismo. Y lo mismo se puede decir respecto a los otros modos de producción, Marx y Engels no entraron muy a fondo en el análisis de los mecanismos económicos precisos de esos sistemas para explicar su entrada en decadencia. Lo que sí identificaron fueron los hitos históricos cruciales en su seno a partir de criterios cualitativos inequívocos: la aparición de un proceso global de frenado en el desarrollo de sus fuerzas productivas, un desarrollo cualitativo de los conflictos en el seno de la clase dominante y entre ésta y las clases explotadas, una hipertrofia del aparato del Estado, la aparición de una nueva clase revolucionaria portadora de nuevas relaciones sociales de producción impulsoras de un periodo de transición anunciador de revoluciones sociales, etc. (10).
Ese mismo será el método que habría de seguir la Internacional comunista: no esperar a que cuadrasen todos los componentes de una “explicación económica coherente” para identificar la apertura del periodo de decadencia del capitalismo que se abrió con el estallido de la Primera Guerra mundial (11). Aquélla supo percibir en ésta y en el surgimiento de una serie de criterios cualitativos en todos los planos (económico, social, político), que el capitalismo había acabado su misión histórica. Y si bien el conjunto del movimiento comunista se puso de acuerdo sobre este diagnóstico general, existieron, no obstante, grandes divergencias en cuanto a su explicación económica y a sus consecuencias políticas. Las explicaciones económicas oscilaban entre las avanzadas por Rosa Luxemburgo, acerca de la saturación mundial de los mercados (12), y las de Lenin, que se apoyaban en su análisis desarrollado en El imperialismo fase superior del capitalismo (13). Sin embargo, todos, Lenin el primero, estaban profundamente convencidos de que “la época de la burguesía progresista” había caducado y de que se había entrado en la “época de la burguesía reaccionaria” (14). La heterogeneidad en el análisis de las causas económicas fue tal que Lenin, aunque profundamente convencido de la entrada en decadencia del modo de producción capitalista, defendió la idea de que “En conjunto, el capitalismo se desarrolla infinitamente más rápidamente que antes” (15), mientras que Trotsky, sobre las mismas bases teóricas que Lenin, llegará poco después a la conclusión de la existencia de un colapso en el desarrollo de las fuerzas productivas; y la Izquierda italiana, por su parte, a considerar que “La guerra de 1914-18 ha marcado el punto final de la fase de expansión del régimen capitalista (…) En la última fase del capitalismo, la de su declive, lo fundamental es que la lucha de clases rige la evolución histórica…” (“Manifiesto” del Buró internacional de las fracciones de la Izquierda comunista, Octobre, nº 3).
Aparentemente, puede parecer poco lógico identificar la decadencia de un modo de producción a partir de sus manifestaciones y no a partir del estudio de esos substratos económicos que prefiere Battaglia, ya que las primeras son “en última instancia” el producto de estos últimos. Sin embargo es en este orden como los revolucionarios del pasado, incluidos Marx y Engels, han procedido en su investigación; no porque en general sean más fáciles de reconocer las manifestaciones superestructurales de una fase de decadencia, sino porque históricamente sus primeras expresiones estallan en ese ámbito. Antes que como fenómeno cuantitativo que se manifiesta, en el plano económico, como un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, la decadencia del capitalismo se mostraba, sobre todo, como un fenómeno cualitativo que se traducía, en los planos social, político e ideológico de la sociedad, por la exacerbación de los antagonismos en el seno de la clase dominante que desembocaron en el primer conflicto mundial; por la toma en sus manos por parte del Estado de la economía para las necesidades de guerra; por la traición de la socialdemocracia y el paso de los sindicatos al campo del capital; por la irrupción de un proletariado desde entonces capaz de derrocar la dominación de la burguesía y por la puesta en marcha de las primeras medidas de control social de la clase obrera. Todas estas características les sirvieron a los revolucionarios de principios del siglo XX para identificar el inicio de la decadencia (16). Es más, Marx no esperó a tener escritas “las explicaciones económicas coherentes” de El Capital antes de pronunciar su sentencia, sobre el carácter históricamente caduco del capitalismo, en El Manifiesto comunista (y eso que en 1848, el capitalismo distaba mucho de mostrar todas sus potencialidades):
“Las fuerzas productivas de las que dispone no sirven ya para fomentar el régimen de propiedad burgués. Al contrario, han llegado a ser tan poderosas para las instituciones burguesas que no hacen sino obstaculizarlas (…). Las relaciones sociales burguesas se han quedado demasiado estrechas para integrar la riqueza que han creado. (…) La sociedad no puede seguir viviendo bajo el dominio de la burguesía, es decir, que la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad se han hecho incompatibles.”
Para definir la decadencia de un modo de producción, Battaglia se niega obstinadamente a aceptar el método utilizado por todos nuestros ilustres predecesores, comenzando por los propios Marx y Engels. Queriendo ser más marxista que Marx, Battaglia pregona su materialismo repitiendo sin descanso que es absolutamente necesario definir económicamente la decadencia so pena de descalificación total de este concepto. Con esto, Battaglia no demuestra otra cosa que su lerdo materialismo vulgar. Como explicaba Engels en una carta del 21 de setiembre de 1890 a J. Block:
“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado otra cosa. Si alguien [como el BIPR–ndr] lo tergiversa, diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levantan –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones, que después de ganada una batalla, impone la clase triunfante, etc., las formas jurídicas e incluso, los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas –ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (…). De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado. (…) El que los jóvenes hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que haber subrayado este principio cardinal que negaban sistemáticamente, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. (…) Desgraciadamente ocurre con harta frecuencia [el BIPR –ndr] que se cree haber entendido totalmente, que se puede manejar sin más una nueva teoría, por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre con exactitud, sus tesis fundamentales.”
Ya sea para definir la decadencia, explicar las causas de las guerras, analizar la relación de fuerzas entre las clases o para comprender los procesos de mundialización del capital, el materialismo vulgar ha sido siempre la marca de fábrica de Battaglia (17). Cuando de pasada Battaglia deja caer que sería necesaria una “explicación económica coherente” de la decadencia del capitalismo, no debe darse cuenta que está injuriando a las generaciones de revolucionarios que ya propusieron una: Rosa Luxemburg, La Fracción italiana (18), la CCI o la CWO misma, en su primer folleto titulado: Los fundamentos económicos de la decadencia.
Lo propio del método marxista es partir de las adquisiciones precedentes del movimiento obrero para profundizar en ellas, criticarlas o proponer otras. Pero el método marxista no es el punto fuerte de Battaglia, la cual, creyendo que el mundo y la coherencia revolucionaría han nacido con ella, prefiere reinventar la pólvora: “el objetivo de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha logrado alcanzar el punto máximo del desarrollo de las fuerzas productivas y si es así cuándo, en qué medida y sobre todo por qué”.
Tras haber lanzado sus sospechas sobre el concepto de decadencia (con el pretexto del “fatalismo”), tras haber afirmado perentoriamente que no existe una definición económica coherente de la decadencia y que, sin esta última, este concepto queda vacío de contenido o valor, al rechazar el método marxista para así redefinirla, Battaglia rechaza sus manifestaciones más esenciales:
“Así, no es suficiente referirse al hecho de que, en la fase de decadencia, las crisis económicas y las guerras, así como los ataques contra la fuerza de trabajo, se produzcan a un ritmo acelerado y devastador. Incluso en su fase progresista (...) las crisis y las guerras se manifestaron puntualmente tanto como los ataques a las condiciones de la fuerza de trabajo. Podemos citar el ejemplo de las guerras entre las grandes potencias coloniales a mitad del siglo XVIII, a lo largo del siglo XIX hasta llegar a la Primera Guerra mundial. Podríamos continuar con la enumeración de los ataques sociales, incluso militares, las revueltas y las insurrecciones de la clase que se desarrollaron en esos mismos períodos. Invocar las crisis y las guerras para hablar de la decadencia no se mantiene ya que siempre han existido...”.
Con increíble desprecio a la realidad, a la historia y al marxismo, Battaglia con una simple afirmación no demostrada, se permite el lujo de tirar por la ventana todas las adquisiciones teóricas de las organizaciones de la historia del movimiento obrero. ¿Qué nos dice Battaglia?: que las crisis, las guerras y las luchas sociales siempre han existido –algo que obviamente es una evidencia– pero, de esta evidencia extrae la conclusión de que no podríamos señalar ninguna ruptura cualitativa en la historia del capitalismo, lo que es en nuestra opinión el colmo de la miopía política.
Negando toda ruptura cualitativa en el desarrollo de un modo de producción, Battaglia rechaza el análisis de Marx y Engels según el cual cada modo de producción conoce dos fases cualitativamente diferentes a lo largo de su existencia. Para quien sabe leer, Marx y Engels emplearon términos que sin ningún tipo de ambigüedad demuestran que consideraban dos periodos históricos distintos en el seno de un modo de producción (ver Revista internacional nº 118):
“... Cuando una forma histórica ha alcanzado un determinado grado de madurez…” “... En cierta fase del desarrollo de los medios de producción e intercambio...”, “... el sistema capitalista ha alcanzado su apogeo en el Oeste, acercando el momento en el que no será más que un sistema social regresivo...”, “... el capitalismo ha demostrado que entra en su período de senilidad...”, “... A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas...”, “... toda fase histórica tiene su rama ascendente, y también su rama decadente...”.
En el primer artículo de esta serie vimos igualmente que Marx y Engels identificaron para cada uno de los modos de producción una fase de decadencia (comunismo primitivo, modo asiático de producción, esclavismo, feudalismo y capitalismo) y que en todos los casos consideraron esta fase como de naturaleza cualitativamente diferente de la precedente. Así, Engels en un magistral artículo sobre el modo de producción feudal, titulado La Decadencia del feudalismo y el desarrollo de la burguesía, demostró toda la pujanza del materialismo histórico al definir la decadencia feudal por sus grandes manifestaciones: estancamiento del crecimiento de las fuerzas productivas, hipertrofia del Estado (monarquía), desarrollo cualitativo de los conflictos en el seno de la clase dominante y entre esta última y las clases explotadas, advenimiento de una transición entre las antiguas y nuevas relaciones sociales de producción. En el mismo sentido se pronunció Marx al definir la decadencia del capitalismo, es decir, un período en el que “... a través de agudos conflictos, de crisis, y de convulsiones que traducen la incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas...” y estos conflictos, crisis y convulsiones eran considerados por ambos de naturaleza cualitativamente diferente de los del período ascendente ya que utilizaron explícitamente los términos “sistema social regresivo”, “período de senilidad”, etc.
Es más, tan sólo hace falta poseer un mínimo de conocimientos históricos para comprender la absurdez de la afirmación de Battaglia sobre la continuidad (o la ausencia de ruptura cualitativa) en las manifestaciones de las crisis, de las guerras y las luchas sociales.
A lo largo de la fase ascendente del capitalismo, las crisis económicas conocieron una amplitud creciente, tanto en extensión como en profundidad. Pero hay que tener la desfachatez de Battaglia (aunque bien sabemos que a menudo la ignorancia y la desfachatez van cogidas de la mano) para defender que la gran crisis de los años 1930 hay que situarla ¡en continuidad con la agravación de las crisis de todo el siglo XIX!. Por una parte Battaglia se olvida de recordar aquello que analizaron los revolucionarios en aquella época, es decir, la relativa atenuación de las crisis a lo largo de 20 años (1894-1914) de la fase ascendente del capitalismo (atenuación que favoreció el desarrollo del reformismo): “... los veinte años que precedieron a la guerra (1914-1918) fueron una época de ascenso capitalista particularmente potente. Los periodos de prosperidad se distinguían por su duración e intensidad; los periodos de depresión o de crisis, al contrario por su brevedad...” (Congresos de la IC, 1919-1923), lo que ya deja malparada la “teoría battagliesca” de la continuidad en la agravación de las crisis económicas. Por otra parte, hay que tener una increíble mala fe para no ver que la crisis de los años 1930 no tiene precedentes en ninguna de las crisis del siglo XIX, ni en su duración (una decena de años), su profundidad (reducción en un 50 % de la producción industrial), o en su extensión (más internacional que nunca). Más importante aún, mientras que las crisis de la fase ascendente se resolvían con un desarrollo de la producción y del mercado mundial, la crisis de los años 1930 nunca sería superada desembocando en la Segunda Guerra mundial. Battaglia confunde las dificultades de un organismo en pleno crecimiento con los miasmas de un organismo en plena agonía. ¡En cuanto a la crisis del actual momento histórico, dura desde hace más de treinta años y, lo peor aún esta por llegar¡.
Respecto de los conflictos sociales, se debe constatar un crecimiento de las tensiones entre las clases sociales a lo largo de toda la fase de ascenso del capitalismo hasta su culminación en huelgas generales políticas (por el sufragio universal o la jornada de trabajo de 8 horas) y de masas (Rusia 1905). Pero hay que estar completamente ciego para no ver que los movimientos revolucionarios ocurridos entre 1917 y 1923 son de una amplitud y naturaleza diferente. Ya no nos encontramos ante acontecimientos como insurrecciones o movimientos locales y nacionales, sino, ante una oleada de dimensión internacional cuya duración nada tiene que ver con los movimientos puntuales del siglo XIX. Desde un punto de vista político, estamos ante movimientos que no son esencialmente reivindicativos, como antes de la Primera Gran Guerra, sino insurreccionales que se dan como objetivo, no la reforma social, sino la toma del poder.
En fin, respecto a las guerras, el contraste es aún mucho más evidente. A lo largo del siglo XIX, la guerra tenía, en general, la función de asegurar a cada nación capitalista una unidad (guerras de unificación nacional) y/o una extensión territorial (guerras coloniales) necesarias para su desarrollo. En este sentido, a pesar de todas las calamidades que representaba, la guerra era un momento de la marcha progresiva del capital; en tanto que permitía un desarrollo del mismo, eran los gastos necesarios a pagar por el desarrollo del mercado y por tanto de la producción. Por esa razón Marx hablaba de guerras progresistas al referirse a algunas de ellas. Las guerras entonces eran: a) limitadas a 2 ó 3 países generalmente limítrofes; b) de corta duración; c) provocaban pocos destrozos; d) las llevaban a cabo cuerpos especializados y movilizaban muy poco al conjunto de la economía y la población; e) eran desencadenadas con un objetivo racional de ganancia económica. Determinaban, en general, tanto para los vencedores como para los vencidos un nuevo momento de desarrollo. La guerra franco-prusiana es un ejemplo clásico de este tipo de guerras: fue un momento decisivo en la formación de la nación alemana, es decir, para colocar las bases de un formidable desarrollo de las fuerzas productivas y posibilitar la formación de un sector de los más importantes del proletariado industrial de Europa. Además, esa guerra duró menos de un año, no fue demasiado mortífera y no fue, para el país vencido, un obstáculo real. En el período ascendente, las guerras se manifestaron esencialmente en la fase de expansión del capitalismo como producto de la dinámica de un sistema en expansión: a) 1790-1815: guerras de la Revolución francesa y guerras del imperio napoleónico; b) 1850-1873: guerras de Crimea, de Secesión, de unificación nacional (Alemania e Italia), de México y franco-prusiana (1870); c) 1895-1913: guerra hispano-norteamericana, ruso-japonesa, balcánicas. En 1914, hacía más de un siglo que no había habido ninguna gran guerra. Las guerras que implicaron a las grandes potencias de la época fueron relativamente rápidas. La duración de las guerras se contaba en meses (como fue el caso de la guerra en 1866 entre Prusia y Austria) o en semanas. Entre 1871 y 1914, Europa no conoció ningún conflicto que llevara a los ejércitos de las grandes potencias a atravesar las fronteras enemigas. No hubo ninguna guerra mundial. Entre 1815 y 1914, ninguna gran potencia combatió a otra fuera de su región inmediata. Todo esto cambió en 1914 con la inauguración de la era de los exterminios (19).
En el periodo de decadencia, muy al contrario, las guerras se manifiestan como producto de la dinámica de un sistema sumido en un callejón sin salida. En un período en el que ya no es posible la formación de unidades nacionales o de independencias reales, toda guerra tiene un carácter interimperialista. Las guerras entre las grandes potencias, por naturaleza: a) tienden a generalizarse al conjunto del planeta ya que encuentran sus raíces en la contradicción permanente del mercado mundial frente a las necesidades de acumulación; b) son de larga duración; c) provocan enormes destrucciones; d) movilizan al conjunto de la economía mundial y de la población de los países beligerantes; e) pierden, desde el punto de vista del desarrollo del capital global toda función económica progresista, convirtiéndose en totalmente irracionales. No expresan ningún desarrollo de las fuerzas productivas sino su destrucción. Ya no son momentos de expansión del modo de producción capitalista sino momentos de convulsión de un sistema agonizante. Mientras que en el pasado vencedor y vencido emergían y la salida de la guerra no determinaba el desarrollo futuro de los protagonistas, en las dos guerras mundiales, ni los vencedores, ni los vencidos, salieron reforzados sino debilitados, en provecho de otro bandido imperialista, los Estados Unidos. Los vencedores no consiguieron hacer pagar a los vencidos los gastos de la guerra (como sí fue el caso del elevado “rescate” en francos-oro pagado a Alemania por Francia tras la guerra franco-prusiana). Este hecho ilustra que en el periodo de decadencia, el desarrollo de unos se hace cada vez más sobre la ruina de los otros.
En el pasado, la fuerza militar venía a apoyar y garantizar las posiciones económicas adquiridas o por adquirir; hoy en día, la economía sirve cada vez más de elemento auxiliar de la estrategia militar. La división del mundo en imperialismos rivales con sus enfrentamientos militares se ha convertido en factores permanentes, en el modo de vida del capitalismo. Esta situación histórica fue analizada con claridad por nuestros predecesores políticos de la Izquierda comunista italiana (1928-45), análisis hoy rechazado por Battaglia, por mucho que pretenda reivindicarse de aquella:
“... Tras la apertura de la fase imperialista del capitalismo a comienzos del presente siglo, la evolución oscila entre la guerra imperialista y la revolución proletaria. En la época de crecimiento del capitalismo, las guerras abrían la vía de expansión de las fuerzas de producción por la destrucción de relaciones caducas de producción. En la fase de decadencia capitalista las guerras no tienen más función que la de realizar la destrucción del excedente de riquezas....” (“Resolución sobre la constitución del Buró internacional de las fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre nº 1, febrero de 1938).
Todo esto fue analizado magistralmente por los revolucionarios del siglo pasado (20), y hoy Battaglia finge ignorarlo cuando plantea ridículamente la cuestión en los términos “... ¿ y entonces, según esta Tesis cuando habríamos pasado de la fase progresista a la fase decadente?, ¿a finales del siglo XIX?, ¿tras la Primera Guerra mundial?, ¿Tras la Segunda Guerra mundial?...”, sabiendo pertinentemente que para el conjunto del movimiento comunista, incluyendo a su organización hermana (la CWO), fue la Primera Guerra mundial la que inició la apertura de la decadencia del capitalismo: “... en el momento de la creación de la Internacional Comunista en 1919 parece que la época de la revolución había llegado, lo que decretará su Conferencia de fundación...” (Revolutionary Perspectives nº 32, publicación de la CWO).
Hemos intentado demostrar, en esta primera parte, que no existe ningún fatalismo en la visión marxista de la decadencia del capitalismo y que la historia del capitalismo no es una eterna repetición. En la segunda parte, continuaremos con la crítica al método de Battaglia e intentaremos poner en evidencia las implicaciones que conlleva el abandono de la noción de decadencia en el plano político de la lucha del proletariado.
C. Mcl.
1) Leer sobre este tema la serie precedente de ocho artículos titulada “Comprender la decadencia” en la Revista internacional nº 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58 y 60.
2) Publicado en Prometeo nº 8, serie VI (diciembre 2003). Disponible en francés en la página Web del BIPR – htpp://www.ibrp.org/ [243] y en inglés en Revolutionary Perspectives nº 32 , serie 3, verano 2004. También en Internationalist Communist nº 21.
3) Ver los números 111 (pagina 9), 115 (paginas 7 a 13) y sobre todo 118 (paginas 6 a 16) de la Revista internacional.
4) La Communist Workers´ Organisation y Battaglia comunista han constituido juntas el BIPR (Buró Internacional por el Partido revolucionario).
5) He aquí lo que escribió la CWO en la introducción del artículo de Battaglia Comunista: “... Publicamos a continuación un texto de un camarada de Battaglia Comunista que es una contribución al debate sobre la decadencia. La noción de decadencia forma parte de los análisis de Marx sobre los modos de producción. La expresión más clara está recogida en el famoso prefacio a la Crítica de la economía política en la que Marx enuncia que “A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se desenvolvían hasta ese momento, y que no son más que su expresión jurídica. Ayer, aún formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas condiciones cambian y se convierten en pesadas trabas. Entonces comienza una era de revolución social...”. En el momento de creación de la Internacional comunista en 1919, parecía que la época de la revolución había llegado, hecho que su Conferencia de fundación decretó, 85 años más tarde, esto parece cuando menos discutible. A lo largo del siglo XX, las relaciones de propiedad capitalista han permitido, a pesar de las destrucciones y de los sufrimientos sin precedentes causados por dos Guerras mundiales, desarrollar las fuerzas productivas a un nivel jamás conocido hasta ahora y han llevado a centenas de millones de nuevos obreros a trabajar en las filas del proletariado. ¿Podemos seguir sosteniendo en estas circunstancias que estas relaciones constituyen trabas al desarrollo de las fuerzas productivas en el sentido dado por Marx?. La CWO ha defendido anteriormente que no es la ausencia del desarrollo de las fuerzas productivas, sino los gastos generales asociados a este crecimiento los que deben ser considerados cuando evaluamos la decadencia. Tal argumento, si bien es cierto que reconoce el crecimiento masivo de las fuerzas productivas, abre la puerta a un juicio subjetivo de los gastos generales que han permitido que se produzca tal crecimiento. El texto que sigue a continuación argumenta desde el punto de vista de una aproximación científica de la cuestión o sea una definición económica de la decadencia. Esperamos publicar otros textos sobre este tema en el futuro en esta revista...” (Revolutionary Perspectives nº 32, serie 3, verano 2004, pagina 22, el subrayado es nuestro). Volveremos ulteriormente en esta serie de artículos sobre los argumentos planteados por la CWO para rechazar la noción de decadencia tal y como la definió Marx: la dinámica del desarrollo de las fuerzas productivas, el crecimiento numérico de la clase obrera y la significación de dos guerras mundiales. La publicación de esta introducción basta por el momento para informar a nuestros lectores del sentido de la evolución de las posiciones de la CWO que en el pasado, siempre, se reivindicó de forma central y clara de la definición marxista de decadencia. Así, el primer folleto publicado por la CWO tenía por título Los fundamentos económicos de la decadencia del capitalismo. La cuestión que nos planteamos es: ¿debemos entender hoy día que los fundamentos económicos del citado folleto no eran científicos?.
6) Tesis publicadas en 1926 en París por la Imprenta especial de la Librería del trabajo con el título de Plataforma de la Izquierda. Hay otra traducción disponible en las ediciones Programme communiste: “La crisis del capitalismo sigue abierta y su agravación definitiva es ineluctable”, publicada en la recopilación de artículos nº 7 de textos del Partido comunista internacional titulada Defensa de la continuidad del programa comunista (pag 119, en francés).
7) Señalamos a nuestros lectores que Battaglia duda hasta de eso. No parece estar muy convencida de que el capitalismo tenga crisis y contradicciones crecientes: “Podemos así considerar como un fenómeno de la “decadencia”: el acortamiento de las fases de auge de la acumulación, pero la experiencia del último ciclo demuestra que esa brevedad de la fase de ascenso no implica necesariamente la aceleración del ciclo completo acumulación-crisis-guerra-nueva acumulación...” (Internationalist Communist nº 21).
8) En Internationalist Communist el BIPR decía “... difundir a escala internacional (...) un documento/ manifiesto que quiere ser, más allá de servir para recordar lo urgente que es la necesidad del partido internacional, una invitación seria de parte de todos aquellos que se pretenden vanguardia de la clase...”. Si el BIPR quiere empezar a ser serio, lo primero que debe de hacer es comenzar a asimilar las bases del materialismo histórico y a polemizar sobre las verdaderas cuestiones en debate con argumentos políticos serios en lugar de dialogar consigo mismo contra los anatemas que nacen de su imaginación en su deriva megalómana, típicamente bordiguista, al tomarse como el único poseedor de la verdad marxista el único polo de reagrupamiento revolucionario en el mundo.
9) “... En términos sencillos, el concepto de decadencia se apoya únicamente en las dificultades progresivas que encuentra el proceso de valorización del capital (...) Las dificultades siempre crecientes del proceso de valorización del capital tiene como premisa la tendencia decreciente de la cuota media de ganancia (...) Ya a partir de finales de los años 60, según las estadísticas emitidas por organismos económicos internacionales como el FMI, el Banco mundial y el mismo MIT, las investigaciones de los economistas del área marxista tales como Ochoa y Mosley, la cuota de ganancia en Estados Unidos era inferior en un 35% respecto de las conseguidas en los años 50...”
10) Para más detalles, véase el artículo anterior en el nº 118 de esta Revista internacional.
11) “... II: EL PERIODO DE DECADENCIA DEL CAPITALISMO. Tras haber analizado la situación económica mundial, el Tercer Congreso, constata con precisión completa que el capitalismo, tras haber cumplido su misión de desarrollar las fuerzas productivas, ha caído en la contradicción más irreconciliable con las necesidades no solo de la evolución histórica actual, sino también con las condiciones de existencia humanas más elementales. Esta contradicción fundamental se refleja particularmente en la última guerra imperialista y se ha visto agravada por esta guerra que afectará, de manera muy profunda, al régimen de producción y de circulación. El capitalismo que sobrevive a sí mismo, ha entrado en la fase en la que la acción de sus fuerzas desencadena ruinas y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado en las relaciones de la esclavitud capitalista (...). Lo que atraviesa hoy día el capitalismo no es más que su agonía....” (Manifiesto, Tesis y Resoluciones de los cuatro primeros congresos mundiales de la Internacional comunista).
12) “... El declive histórico del capitalismo comienza cuando hay una relativa saturación de los mercados precapitalistas ya que el capitalismo es el primer modo de producción que es incapaz de vivir por sí mismo, que necesita de otros sistemas económicos que le sirvan de mediación y de sustrato. Si bien es cierto que tiende a convertirse en universal, y por tanto a causa de esta tendencia, debe ser destruido, porque por esencia es incapaz de convertirse en una forma de producción universal...” (Rosa Luxemburgo: La Acumulación del capital)
13) “... De todo lo que se ha dicho anteriormente sobre el imperialismo, queda claro que debe caracterizársele como un capitalismo de transición o, más exactamente, como un capitalismo agonizante (...) el parasitismo y la putrefacción caracterizan el estadio histórico supremo del capitalismo, es decir, el imperialismo. El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto se confirma, tras 1917, a escala mundial...”.
14) “... los socialdemócratas rusos (con Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870. Los social-chauvinistas alemanes (del tipo Lensch, David y compañía) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad para los socialistas alemanes de defender la patria contra la alianza de Rusia y Francia... Todas estas referencias deforman de forma descarada las concepciones de Marx y Engels para complacer a la burguesía y a los oportunistas... Invocar a día de hoy la actitud de Marx a propósito de las guerras de la época de la burguesía progresista es olvidar las palabras de Marx: “los obreros no tienen patria” , palabras que se refieren justamente a la época de la burguesía reaccionaria para la que se ha acabado su tiempo, a la época de la revolución socialista, es deformar el pensamiento de Marx y sustituir el punto de vista socialista por el punto de vista burgués...” (Lenin, 1915, Obras completas, tomo 21).
15) “... sería un error creer que esta tendencia a la putrefacción excluye el crecimiento rápido del capitalismo; no. Ciertas ramas de la industria, ciertas capas de la burguesía, ciertos países, manifiestan en la época del imperialismo, con una fuerza más o menos grande, tanto una como la otra de esas tendencias. En conjunto, el capitalismo se desarrolla infinitamente más rápidamente que antes, pero este desarrollo se convierte en más desigual, y la desigualdad de este desarrollo se manifiesta particularmente por la putrefacción de los países más ricos en capital (Inglaterra)...” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916).
16) “... Son por tanto, principalmente factores políticos, una vez que el capitalismo ha entrado en decadencia, lo que demuestra que ha llegado a un impasse histórico, los que determinan el momento del desencadenamiento de las guerras...” (Revista internacional nº 67. “Informe sobre la Situación Internacional del IXº Congreso Internacional de la CCI”).
17) Sobre todas estas cuestiones, remitimos a nuestros lectores a todas nuestras contribuciones críticas sobre las posiciones políticas de Battaglia comunista. Ver: Revista internacional nº 36 “Los años 80 no son los años 30”, nº 41 “¿Qué método para comprender la lucha de clases”, nº 50 “ Respuesta a BC sobre el curso histórico”, nº 79 “La concepción del BIPR sobre la decadencia del capitalismo y la cuestión de la guerra”, nº 82 “Respuesta al BIPR: la naturaleza de la guerra imperialista”, nº 83 “Respuesta al BIPR: Las teorías sobre la crisis histórica del capitalismo”, nº 86 “Tras la mundialización de la economía, la agravación de la crisis capitalista”, nº 108 “Polémica con el BIPR: la guerra en Afganistán, estrategia o beneficios petroleros”.
18) “Crisis y ciclos en la economía capitalista agonizante” publicado en Bilan nos 10 y 11 en 1934. Reimpreso en la Revista internacional nos 102 y 103.
19) Eso fue lo que predijo Engels a finales del siglo XIX : “Friedrich Engels dijo un día: “... La sociedad burguesa está situada ante un dilema: o pasa al socialismo o cae en la barbarie”. Pero ¿qué significa, pues, una “caída en la barbarie” en el grado de civilización que conocemos en la Europa de hoy? Hasta ahora hemos leído estas palabras sin reflexionar y las hemos repetido sin presentir su terrible gravedad. Echemos una mirada en torno nuestro en este momento, y comprenderemos lo que significa una nueva caída de la sociedad burguesa en la barbarie. El triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el periodo de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Friedrich Engels predijo una generación antes de la nuestra, hace cuarenta años. Estamos situados hoy ante esta disyuntiva: o bien llega el triunfo del imperialismo y la decadencia de toda la civilización, trayendo como consecuencias, como ocurrió en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, en realidad, un enorme cementerio; o bien la victoria del socialismo, es decir de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra. Ése es un dilema de la historia del mundo, un o bien o bien, todavía indeciso, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado con conciencia de clase. El proletariado deba lanzar resueltamente en la balanza la espada de su combate revolucionario: el porvenir de la humanidad y de la civilización depende de ello” (Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia).
20) “... Ha nacido una nueva época. Época de desagregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado...” (Plataforma de la Internacional comunista). “... El comunismo debe de tomar como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencias del imperialismo a su propia negación y a su propia destrucción...” (II º Congreso de la IC, en cuestiones sobre el parlamentarismo). “... La Tercera Internacional se ha constituido tras el final de la carnicería imperialista de 1914-18, en el curso de la cual la burguesía de diferentes países ha sacrificado más de 20 millones de vidas humanas. ¡Acordaos de la guerra imperialista¡, he aquí la primera idea que la Internacional comunista dirige a cada trabajador, sea cual sea su origen y la lengua que hable. ¡Recuerda lo que ha supuesto la existencia del régimen capitalista durante estos últimos cuatro años. Recuerda que la guerra burguesa ha hundido a Europa y al mundo entero en el hambre y la indigencia!. Acuérdate de que sin la destrucción del capitalismo, la repetición de estas guerras criminales es no solo posible, sino inevitable (....) La Internacional comunista considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para alejar a la humanidad de los horrores del capitalismo...” (Estatutos de la Internacional comunista, Primer congreso).
Reproducimos aquí el “Llamamiento” a participaren el foro, publicado en inglés, ruso y alemán en el sitio web russia.internationalist-forum.org
Desde hace unos años en Rusia, unos elementos aislados o pertenecientes a grupos organizados se han comprometido en una reflexión en búsqueda de una coherencia política revolucionaria.
Durante todo el período de la dictadura del capitalismo de Estado, el movimiento proletario en Rusia estuvo aislado, durante decenios, del movimiento internacional de luchas de clases, lo que tuvo como consecuencia no solo dificultar su desarrollo sino también crear mucha confusión ideológica entre los trabajadores en Rusia. El proletariado en Rusia debe de reintegrar el movimiento obrero internacional. Las fuerzas internacionalistas del movimiento obrero en Rusia han de lograr conocer y entender mejor las posiciones y la experiencia de sus compañeros en las demás partes del mundo como también en las diferentes regiones de la antigua Unión Soviética. Esto contribuirá a la clarificación de sus propias posiciones. La conciencia de estas necesidades es lo que ha inspirado esta iniciativa de foro de discusión para dar un marco de clarificación.
¿Cuál es el objetivo de un foro de discusión?
Emprender una discusión sistemática para clarificarse sobre las cuestiones que han sido cruciales para el movimiento obrero y que seguirán siéndolo en las confrontaciones venideras entre las clases: el internacionalismo, las razones de la derrota de la oleada revolucionaria mundial, la degeneración de la Revolución rusa, el capitalismo de Estado, la liberación nacional, el papel de los sindicatos, etc. Su objetivo es reunir y dar a conocer contribuciones sobre estos temas, que desarrollen enfoques diferentes que ya se han expresado en el movimiento obrero así como puntos de vista diferentes, desacuerdos y cuestionamientos que existan entre los participantes en este foro. Este foro es pues un sitio abierto a la discusión y confrontación de ideas políticas, cuyo único objetivo es la clarificación mediante argumentaciones políticas según el método proletario que excluye todo enfoque en contradicción con la meta desinteresada de la emancipación de la clase obrera. Este foro no es desde luego un “coto de caza” para un reclutamiento sin principios tal como los practican habitualmente las organizaciones que se sitúan en la extrema izquierda del aparato político de la burguesía (trotskistas, etc.).
¿Qué corrientes o posiciones políticas pueden expresarse en este foro?
Todos los debates en este foro son públicos y serán por lo tanto publicados vía Internet o en una revista. Todas las contribuciones a los debates de este foro son bienvenidas. No obstante, para preservar el carácter proletario de este foro, es necesario que cada participante rechace abiertamente las posiciones claramente burguesas siguientes:
– la participación en un gobierno de sea cual sea el país, sean cuales fuesen las razones;
– el sometimiento de los intereses del proletariado a los de la “nación”, la exaltación del nacionalismo o del patriotismo;
– la lucha por reformas en el sistema capitalista en vez de la lucha por acabar con él a escala mundial;
– los llamamientos en defensa de la URSS, antes de que se hundiera, en el ruedo imperialista mundial;
– la defensa del carácter socialista o de un “Estado obrero degenerado” de los regímenes estalinistas tales como fueron instaurados tras la derrota de la revolución y, más tarde, en países como China o de Europa del Este;
– el apoyo, por muy crítico que fuera, a todo partido que basara su actividad en una de las posiciones mencionadas.
De estos criterios se desprende que cualquier elemento u organización que se reconozca en la herencia de Stalin, de la socialdemocracia, del trotskismo o de las diferentes variantes reformistas del anarquismo no pueden participar en este foro. Se ha de distinguir, sin embargo, entre el hecho de reivindicarse de una de estas corrientes burguesas –que impide cualquier tipo de participación en este foro– y la situación de elementos que expresen la voluntad de emprender un proceso de ruptura con ellas, a pesar de seguir compartiendo algunas de sus posiciones o su lógica. Elementos así, con sus cuestionamientos, son bienvenidos.
¿Qué textos se pueden publicar en el foro?
El desarrollo de un debate abierto y sin ostracismo en el campo proletario tiene como condición la posibilidad inalienable de expresión libre y de crítica. Cualquier contribución que responda a los criterios del párrafo precedente, proceda ésta de un grupo o de un individuo, podrá ser, por lo tanto, publicada. Sin embargo tiene que responder a unos criterios:
– que se inscriba en el tema en discusión;
– que no sea redundante con otra contribución publicable (lo que puede ocurrir si un número significativo de personas no pertenecientes a un grupo político participan en el foro);
– que adopte, fuese cual fuese la dureza de la polémica, las reglas elementales de respeto mutuo entre compañeros que comparten la misma lucha y el mismo ideal, el de la emancipación obrera y del conjunto de la humanidad;
Es responsabilidad de los organizadores del foro decidir el contenido de cada publicación en función del tema de discusión, así como del encadenamiento de los temas en discusión.
¿Qué perspectivas para el foro?
En el foro como tal no caben perspectivas diferentes de las que guían su creación, o sea el debate abierto con vistas a la clarificación política.
Mientras sea un lugar de discusión política abierta seguirá teniendo su razón de ser, y se puede esperar que su influencia y la riqueza de los debates vayan ampliándose. Sin embargo, ciertas circunstancias pueden llevar a la extinción de su vitalidad. Entonces ya no sería útil en nada para el proletariado y su disolución será entonces la mejor prevención contra su recuperación.
El foro no es el embrión de una futura organización política del proletariado. La clarificación de los puntos de vista discutidos puede conducir a que algunos de sus participantes se orienten hacia posiciones de corrientes históricas del proletariado y se unan a las organizaciones que las defienden. No obstante, este proceso ni debe ni deberá cuestionar la actividad del foro para transformarlo progresivamente en una actividad de organización política, con elaboración de plataforma política que limite lo que es su razón de ser, o sea el debate abierto.
Tampoco se puede excluir que ante acontecimientos clave de la situación (por ejemplo una guerra), ciertos miembros del foro tomen posición públicamente como tales. Esto no sería sino una concreción de una preocupación creciente común en el foro en defensa de los intereses históricos del proletariado, para la cual una toma de posición común en determinadas circunstancias de los internacionalistas puede ser una aportación innegable. Es sin embargo conveniente recordar que esas circunstancias nunca podrán ser la regla, pues en caso contrario correríamos el riesgo de transformar la actividad del foro en actividad de una organización política. Los componentes del foro que sintieran la necesidad, perfectamente legítima, de intervenir con más frecuencia en dirección de la clase obrera pueden reforzar, como simpatizantes o miembros, la actividad de las organizaciones políticas del proletariado ya existentes.
Mayo, junio del 2004
La reciente evolución del capitalismo está hundiendo al mundo en un “espanto sin límites”, en una sucesión desquiciada de atentados, rehenes, matanzas. Eso está alcanzando en Irak unas cotas difícilmente imaginables hace algunos años. Pero el resto del mundo tampoco está libre de todo eso. La matanza bestial de Beslan en Osetia del Norte (Federación Rusa), ha sido un espantoso testimonio de ello. La gravedad de la situación es tal, que hablar hoy de caos ya no es algo propio de unos cuantos “catastrofistas”, sino que es un tema cada día más presente en los medios de comunicación y políticos.
La matanza de Beslan nos ha mostrado la insondable profundidad de la barbarie en la que se hunde la sociedad capitalista: niños rehenes, sometidos a maltratos horribles por unos terroristas chechenos ostentadores de un desprecio inaudito por sus semejantes. Las acciones de los terroristas no son la expresión de un odio hacia tal institución o tal gobierno, sino que se dirige contra seres humanos cuya desgracia es no pertenecer a la misma caterva nacionalista que ellos. Enfrente, el Estado ruso, por su parte, no vacila ante ninguna matanza de civiles, sean cuales sean, con tal de defender su autoridad. Y ya sabemos perfectamente cuál es el resultado de ese engranaje: desestabilización de todas las regiones rusas del Cáucaso, el desencadenamiento de toda una serie de enfrentamientos étnicos o religiosos, la organización en cada república de bandas cuyo único fin proclamado es la persecución de las etnias rivales.
En Irak es la guerra de todos contra todos. Los medios y algunos grupos izquierdistas hablan de una resistencia “nacional” (1). Nada más falso. No hay allí ninguna “lucha de liberación nacional contre el ocupante americano”. Lo que existe es una proliferación de grupos de todo tipo basados en clanes, localidades, obediencia religiosa, etnia… que se dedican a liquidarse mutuamente y a la vez golpean al ocupante. Cada grupo religioso está fraccionado en cantidad de camarillas que se pelean unas contra otras. Los ataques recientes contra ciudadanos de países no implicados en la guerra, contra periodistas, ponen aún más de relieve el carácter ciego y anárquico de esta guerra. Reina la mayor confusión y el rehén es la población entera, una población privada de trabajo, de electricidad, de agua potable, víctima de enfrentamientos ciegos entre unos y otros y sometida a un terror más cruel todavía que en la época de Sadam.
Los factores inmediatos y parciales no permiten comprender la situación. Solo un marco histórico y mundial permite comprender su naturaleza, sus raíces y sus perspectivas. Nosotros hemos contribuido regularmente en la elaboración de este marco y aquí nos limitaremos a recordar sus claves.
El terrorismo se convierte en factor crucial de la evolución imperialista
Tras la caída del antiguo bloque del Este (1989) y ante las rimbombantes promesas de un “nuevo orden mundial” hechas por el padre del actual presidente Bush, anunciamos la perspectiva contraria, la de un nuevo desorden mundial. En un texto de orientación publicado en 1990 (2), hacíamos el análisis de que “el final de los bloques abre las puertas a una forma todavía más brutal, aberrante y caótica del imperialismo”, caracterizada por “conflictos más violentos y numerosos, sobre todo en las zonas en las que el proletariado es más débil”. Esta tendencia, que no ha hecho sino confirmarse durante los últimos quince años, no fue la consecuencia mecánica de la desaparición del “sistema de bloques” sino uno de los resultados de la entrada del capitalismo en su fase terminal de decadencia caracterizada por la tendencia a su descomposición generalizada (3). En la guerra, lo más destacado en lo que acarrea la descomposición es el caos. Por un lado, se expresa en la proliferación de focos de tensiones imperialistas que desembocan en conflictos abiertos (4) que contienen intereses imperialistas múltiples y contradictorios; por otro lado, a causa de la inestabilidad creciente de las alianzas imperialistas, la incapacidad de las grandes potencias para estabilizar la situación, ni siquiera temporalmente (5).
Basándonos en ese marco de análisis, anunciamos, cuando la primera guerra del Golfo, que “solo la fuerza militar sería capaz de mantener un mínimo de estabilidad en un mundo amenazado por un caos en aumento” (idem) y que, en este mundo, “de desorden asesino, de caos sangriento, el “gendarme” norteamericano intentará hacer reinar un mínimo de orden, desplegando cada vez más masivamente su potencial militar” (id).
Sin embargo, en las condiciones históricas actuales, el único resultado que da el uso de la fuerza militar es el de extender más todavía los conflictos haciéndolos cada más incontrolables. Eso es lo que ilustra el fracaso de Estados Unidos en la guerra de Irak en donde están entrampados en un lodazal sin salida. Esas dificultades de la primera potencia mundial afectan a su autoridad de gendarme, estimulando así las maniobras y los envites de todos los imperialismos, grande o pequeños, incluidos aquellos (como las bandas chechenas, las iraquíes o Al-Qaeda) que carecen de Estado o tampoco aspiran a conquistar uno. El tablero de las relaciones internacionales se parece a un enorme puerto de arrebatacapas en donde todos se enfrentan a lo bestia, transformando en pesadilla la vida de amplios sectores de la población mundial.
El caos, al igual que la constante disgregación de las relaciones sociales, explican la importancia que tiene hoy el terrorismo como arma de la guerra entre imperialismos rivales (6). En los años 80, el terrorismo era “la bomba del pobre”, un arma de los Estados más débiles para hacerse oír en el ruedo imperialista mundial (Siria, Irán, Libia…). En los años 1990, se convirtió en arma de la competencia imperialista entre grandes potencias con sus servicios secretos que comanditaban más o menos directamente actos perpetrados por bandas de proscritos (IRA, ETA, etc.). Con los atentados de 1999 en Rusia y el de las Torres Gemelas de 2001, en EE.UU., lo que vemos es que “... los ataques terroristas ciegos, con sus comandos de kamikaces fanáticos, que golpean directamente la población civil, son utilizados por las grandes potencias para justificar el desencadenamiento de la barbarie imperialista” (7). Cada día más se confirma la tendencia a que algunas de esas bandas de proscritos, especialmente chechenas o islamistas de todo pelaje se declaren “ independientes” de sus antiguos padrinos (8) e intenten hacer su propio juego en el tablero imperialista.
Esa es la prueba más patente del caos que reina en las relaciones imperialistas y de la incapacidad de las grandes potencias, convertidas en aprendices de brujo, para atajar ese caos. Por muchas pretensiones megalómanas que tengan, esos “señores” de la guerra nunca podrán desempeñar un papel totalmente independiente, pues están infiltrados por los servicios secretos de las grandes potencias, cada una de las cuales intenta utilizarlos a su servicio, lo que es fuente de una confusión nunca antes vista en las rivalidades imperialistas.
Asia central, epicentro del caos mundial
La región de Asia Central, con los puntos cardinales de Afganistán al Este, Arabia Saudí al Sur, el Cáucaso y Turquía al Norte y la orilla oriental del Mediterráneo (Siria, Palestina etc.) al Oeste es el centro estratégico del planeta, pues contiene las reservas más importantes en fuentes de energía y está situada en la encrucijada de las rutas terrestres y marítimas de la expansión imperialista.
La tendencia al estallido es la que predomina en los Estados de esta región, a la guerra civil entre todas las fracciones de la burguesía. El epicentro es Irak de donde se propagan las ondas de choque en todas direcciones: atentados a repetición en Arabia Saudí, emergencia de una lucha encarnizada por el poder; guerra abierta entre Israel y Palestina; guerra en Afganistán; desestabilización del Cáucaso en Rusia; atentados y enfrentamientos en Pakistán; atentados en Turquía; situación crítica en Irán y Siria (9). Es un hecho que describíamos nosotros en el editorial de nuestra Revista internacional n° 117 sobre la situación en Irak, situación que sigue agravándose: “... la guerra de Irak (...) entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificultades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas.”
Un fenómeno semejante apareció ya en muchos países de África (Congo, Somalia, Liberia etc.) que naufragaron en guerras civiles sin fin. Pero que aparezca brutalmente en la región que es centro estratégico del mundo tiene repercusiones muy graves con efectos que serán predominantes en la situación mundial.
En el plano estratégico, se ven así en parte obstaculizadas las necesidades “naturales” de expansión hacia Asia del imperialismo alemán. Los intereses de una gran potencia como Gran Bretaña también están amenazados por la desestabilización de Asia central. El caos actual es como una bomba de desintegración cuyos fragmentos alcanzan a Rusia (como ha podido comprobarse en la situación en el Cáucaso, de la que la tragedia de Beslan ha sido una manifestación entre otras), Turquía, India y Pakistán y acabará por afectar a otras regiones más lejanas: Europa del Este, China, África del norte. Y, en fin, al ser aquella región la reserva energética del planeta, su desestabilización tendrá necesariamente graves consecuencias en la situación económica de muchos Estados industriales como puede verse hoy con la estampida de los precios del petróleo. Pero lo más relevante de la situación actual es la incapacidad creciente de las grandes potencias para detener, ni siquiera momentáneamente, ese proceso de desintegración. Eso es cierto para los propios Estados Unidos, cuya “guerra contra el terrorismo” está siendo un poderoso instrumento… para extender por todas partes el terrorismo y los conflictos bélicos. Por su parte, esos melifluos llamamientos de los rivales de EE.UU. (Alemania, Francia, etc.) para que se imponga un orden mundial “multilateral” basado en el “derecho internacional” y en “los organismos internacionales de cooperación” son patrañas para sembrar la confusión en las mentes proletarias sobre las verdaderas intenciones de la burguesía de esos países. Esas trampillas tendidas al paso del mamut norteamericano son uno de los medios de que disponen unos países que le son militarmente muy inferiores para oponerse a su hegemonía.
Estados Unidos, como decimos, está enfrentado a un “agujero negro” que no sólo amenaza con tragarse a buena parte de sus tropas, sino que es cada día más una afrenta a su prestigio y significa un debilitamiento de su autoridad.
El capitalismo mundial está ante una contradicción insuperable: la fuerza bruta del militarismo usada por la primera potencia mundial, es el único medio para poner coto al caos reinante, y, a la vez, su uso repetido acaba por ser no solo ya incapaz de atajar el incremento de ese caos, sino que además acaba siendo el agente principal de su propagación.
Solo el proletariado es capaz de ofrecer otra perspectiva
Además, aunque los ejércitos estadounidenses son, y con mucho, los más poderosos del planeta, la desmoralización se hace notar en las tropas, y los efectivos para sustituirlas son cada día más limitados. En efecto, la situación dominante en el mundo no es, ni mucho menos, la misma que cuando la Segunda Guerra mundial con un proletariado enrolado tras la derrota de la primera oleada revolucionaria, carne de cañón prácticamente inagotable.
Hoy, el proletariado no está derrotado y ni siquiera el Estado más poderoso del mundo posee el margen de maniobra suficiente para alistar a los proletarios por millones. La relación de fuerzas entre las clases en la situación histórica es un elemento clave en la evolución de la sociedad.
Ninguna otra fuerza, menos el proletariado, es capaz de poner fin a este interminable deslizamiento del capitalismo en la barbarie. Es la única fuerza capaz de ofrecer otra perspectiva a la humanidad. El desarrollo de las minorías revolucionarias en el mundo es la expresión de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Son la parte visible de los esfuerzos del proletariado por dar su réplica de clase a la situación. El camino es difícil y en él no faltan obstáculos. Y uno de ellos son las ilusiones sobre las falsas “soluciones” preconizadas por las diferentes fracciones de la burguesía. Si bien muchos obreros que desconfían de las descaradas políticas belicosas de un tipo como Bush se dan perfecta cuenta de que la “guerra contra el terrorismo” lo único que hace es favorecer los conflictos y los actos terroristas, les es, en cambio, más difícil tomar conciencia de las falsedades pacifistas que sirven de argumentos a los rivales de Bush, los Schröder, Chirac, Zapatero y demás, y más todavía a esos lacayos de la burguesía que ponen su mayor ardor en defender esos temas, mostrándose más radicales, como lo hacen las camarillas de la izquierda del capital, los altermundialistas y los izquierdistas. No hay ninguna ilusión que hacerse: todas las fracciones de la burguesía son ruedas del engranaje mortal que arrastra a la sociedad entera hacia el abismo.
Toda la historia del siglo pasado confirma el análisis que en su día formuló el Primer Congreso de la Internacional Comunista: “La humanidad, cuya cultura ha sido devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ya no existe. No puede seguir existiendo. El resultado final del sistema capitalista de producción es el caos” (10). Y ese caos sólo podrá ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Es ella la que deberá establecer el verdadero orden, el orden comunista. Deberá quebrar la dominación del capital, hacer imposibles las guerras, borrar las fronteras entre Estados, transformar el mundo en una vasta comunidad que trabaje para sí misma, realizar la solidaridad fraterna y la liberación de los pueblos.
Para ponerse a la altura de esa tarea de titanes, el proletariado deberá desarrollar pacientemente y con tenacidad su solidaridad de clase. El capitalismo agonizante quiere acostumbrarnos al horror, a considerar como algo “normal” la barbarie de la que él es responsable. Los proletarios deben reaccionar expresando su indignación ante ese cinismo, expresando su solidaridad con las víctimas de esos conflictos sin fin, de esas matanzas perpetradas por todas las bandas capitalistas. El asco y el rechazo hacia lo que hace vivir a la sociedad el capitalismo en su descomposición, la solidaridad entre miembros de una clase con intereses comunes, son factores esenciales de la toma de conciencia de que es posible otra perspectiva y que una clase obrera unida posee la fuerza de imponerla.
Mir
(26-9-04)
1) Los parásitos del GCI incluso tienen la desfachatez de hablar “lucha de clases”.
2) “Militarismo y descomposición”, Revista internacional nº 64.
3) Ver las “Tesis sobre la descomposición” (Revista internacional nº 62) y también “Las raíces marxistas de la noción de descomposición” (Revista internacional nº 117).
4) Según las estadísticas de la ONU, hay actualmente 41 guerras regionales en el mundo.
5) Una ilustración patente de eso es la imposibilidad de lograr un compromiso en el contencioso entre Israel y Palestina, lo cual deja como única perspectiva la agravación sin fin de los enfrentamientos.
6) Hemos analizado la evolución del terrorismo en el artículo “El terrorismo, arma y justificación de la guerra”, Revista internacional nº 112.
7) Revista internacional nº 108 “Pearl Harbour 1941, Torres Gemelas 2001”.
8) Cabe recordar que esos “Señores de la guerra” eran en los años 80 fieles servidores de las grandes potencias: Bin Laden trabajaba para los norteamericanos en Afganistán, y Basaiev, el comanditario probable por parte chechena de la carnicería de Beslan, era un antiguo oficial del ejército soviético.
9) Ni siquiera el Estado más fuerte de la región, Israel, se libra de esas tendencias, aunque sean mucho más atenuadas. Se observa así que los sectores más radicales de las derecha llaman, para replicar al plan de Sharon de desmantelamiento de las colonias judías en Gaza, a la deserción en el ejército y la policía.
10) Plataforma de la Internacional comunista aprobada por el Primer congreso celebrado en marzo de 1919.
En su reunión plenaria del otoño de 2003, el órgano central de la CCI puso de relieve la existencia de un giro en la evolución de la lucha de clases internacional: “Las movilizaciones a gran escala en la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de clases desde 1989. Son el primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el período más largo de reflujo desde 1968.” El informe adoptado en esta reunión plenaria resaltaba, sin embargo, que “Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo todavía (…) embrionaria y muy heterogénea “ y dicho informe proseguía afirmando que: “Más en general, hay que saber distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo de alguna manera, el mundo se despierta un buen día siendo diferente, y los cambios imperceptibles a primera vista para la gente en general, un poco parecido al cambio casi invisible entre la marea entrante y la marea saliente. La evolución actual es, sin la menor duda, de este segundo tipo. Las recientes movilizaciones contra los ataques al sistema de pensiones no han significado en manera alguna un cambio inmediato y espectacular de la situación...”
Ocho meses después de que nuestra organización adoptara esas perspectivas, cabe preguntarse en qué medida se han verificado. Ese es el objetivo de esta resolución.
1.Algo sí se confirma: la ausencia de “un cambio inmediato y espectacular de la situación” pues desde las luchas de la primavera de 2003 en varios países de Europa, en Francia especialmente, no ha vuelto a haber movimientos masivos o relevantes de la lucha de clases. No ha habido, pues, algo decisivo que venga a confirmar la idea de que las luchas del año 2003 fueron un giro, un viraje en la evolución de la relación de fuerzas entre las clases. Por consiguiente, no es observando la situación de las luchas obreras durante el año pasado como podremos basar la validez de nuestro análisis, sino que es el conjunto de elementos de la situación histórica lo que determina la fase actual de la lucha de clases. Este examen se basa, de hecho, en nuestro marco de análisis del período histórico actual.
2.En esta resolución, presentaremos de una manera sucinta los elementos determinantes de la situación de la lucha de clases:
• la situación mundial en su conjunto estuvo marcada, a partir de finales de los años 60, por la salida de la contrarrevolución que había aplastado al proletariado desde los años 20. La reanudación histórica de las luchas obreras, marcada, entre otros acontecimientos, por la huelga general en Francia de mayo de 1968, el “otoño caliente italiano” del 69, el “cordobazo” en Argentina aquel mismo año, las huelgas del invierno de 70-71 en Polonia, etc., abrió un curso a los enfrentamientos de clase: ante la agravación de la crisis económica, la burguesía era incapaz de llevar a cabo su “clásica” solución, la guerra mundial, debido a que la clase explotada había dejado de desfilar tras las banderas de sus explotadores.
• Ese curso histórico a los enfrentamientos de clase, y no a la guerra mundial, se ha mantenido al no haber sufrido el proletariado una derrota directa, ni derrota ideológica profunda que lleve a un alistamiento tras las banderas burguesas como las de la democracia o el antifascismo.
• Sin embargo, esta reanudación histórica encontró una serie de dificultades, especialmente a lo largo de los años 80, a causa, evidentemente, de las maniobras desplegadas por la burguesía frente a la clase obrera pero también a causa de la ruptura orgánica sufrida por la vanguardia comunista a consecuencia de la contrarrevolución (ausencia y retraso en el surgimiento del partido de clase, carencia en la politización de las luchas). Uno de los factores de las dificultades crecientes de la clase obrera es la agravación de la descomposición de la sociedad capitalista moribunda.
• Fue precisamente la expresión más espectacular de la descomposición, o sea el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y del bloque del Este a finales de los años 80, lo que originó un retroceso importante de la conciencia en el conjunto de la clase obrera por el impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” que aquel desmoronamiento permitió.
• Ese retroceso de la clase se agravó todavía más a principios de los 90 por toda una serie de acontecimientos que han acentuado el sentimiento de impotencia de la clase obrera:
– la crisis y la guerra del Golfo en 1990-91;
– la guerra en Yugoslavia a partir de 1991;
– otras múltiples guerras y matanzas en muchos otros lugares (Kosovo, Ruanda, Timor, etc.) con la participación frecuente de las grandes potencias en nombre de los “principios humanitarios”.
• El empleo masivo de justificaciones humanitarias (como en Kosovo en 1999) utilizando las expresiones más brutales de la descomposición (como “la purificación étnica”) fue un factor suplementario de desconcierto para la clase obrera, especialmente en los países avanzados, invitada a aplaudir las aventuras militares de sus gobernantes.
• Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos permitieron a la burguesía de los países avanzados echar una nueva capa de patrañas sobre el tema de la “amenaza terrorista”, del “combate necesario” contra esa amenaza, lo que permitió justificar, en particular, la guerra de Afganistán de finales de 2001 y la de Irak en 2003.
• Por otra parte, lo que habría podido ser después de 1989 un antídoto contra las campañas sobre la “quiebra del comunismo” y la “superioridad del capitalismo liberal”, o sea la agravación de la crisis económica, tuvo un respiro durante los años 90 (que se concretó en cierto retroceso del desempleo); por ello las ilusiones creadas por aquellas campañas se mantuvieron durante esos años con la ayuda de la propaganda incesante sobre los “fabulosos éxitos “ de los “dragones” y “tigres” asiáticos y en torno a la “revolución de las nuevas tecnologías”.
• En fin, el acceso de los partidos de izquierda al gobierno en la gran mayoría de los países europeos en la segunda mitad de los años 90 (favorecida tanto por el retroceso de la conciencia y de la combatividad de la clase obrera como por la calma relativa en la agravación de la crisis económica, permitió a la clase dominante (y ese era su objetivo esencial) proseguir con una serie de ataques económicos contra la clase obrera a la vez que se ahorraba sus movilizaciones masivas, que son una de las condiciones para que le vuelva la confianza en sí misma.
3.Con todos esos elementos podemos basar la existencia verdadera de un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Podemos ya hacernos una primera idea de ese giro con la simple observación y comparación entre situaciones en dos momentos importantes de la lucha de clases durante la última década, en uno de los países que desde 1968 (pero también ya durante el siglo xix) ha sido una especie de “laboratorio” de la lucha de clases y de las maniobras de la burguesía para frenarla, o sea, Francia. Esos dos momentos importantes son las luchas del otoño de 1995, especialmente en el sector transportes, contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social y, últimamente, las huelgas de la primavera de 2003 en el sector público contra la reforma de las jubilaciones que imponía en ese sector una mayor duración en años de trabajo y una baja de las pensiones.
Como ya la CCI lo subrayó entonces, las luchas de 1995 se debieron a una maniobra elaborada por diferentes sectores de la burguesía cuyo objetivo principal, en un período en que la situación económica no imponía ataques violentos inmediatos, era acicalar la agrietada fachada de los sindicatos para que estos pudieran encuadrar mejor y sabotear las luchas venideras del proletariado.
En cambio, las huelgas de la primavera de 2003 vinieron tras un ataque masivo contra la clase obrera que se le hizo necesario a la burguesía ante la agravación de la crisis capitalista. En esas luchas del año pasado, los sindicatos no intervinieron para limpiarse la cara sino para sabotear lo mejor posible el movimiento haciendo posible que se acabara en una mortificante derrota de la clase obrera.
A pesar de las diferencias, esos dos episodios de la lucha de clases, tienen características comunes: al ataque principal, que afecta a todos los sectores de la clase obrera (en 1995, el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social; en 2003: la reforma de las jubilaciones en el sector público) le acompaña un ataque específico contra un sector particular (en 1995 la reforma del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, en 2003 la “descentralización” de varios sectores de Educación), sector particular que, al manifestar una combatividad mayor y más masiva, aparece como la punta de lanza del movimiento. Tras varias semanas de huelga, las “concesiones” hechas en relación con esos ataques específicos, permitieron que se reanudara el trabajo más fácilmente en esos sectores, lo cual habría de favorecer la reanudación general, ya que “la vanguardia” misma cesó la lucha. En diciembre de 1995, fue el abandono del proyecto de reforma del régimen de jubilación de los ferroviarios lo que llevó a estos a parar el movimiento: en 2003, el “retroceso” del gobierno en las medidas de “descentralización” de cierto personal de los establecimientos escolares contribuyó a la reanudación del trabajo en el sector educativo.
No fue sin embargo en el mismo ambiente en que se realizó la vuelta al trabajo en esos dos episodios:
• en diciembre del 95, a pesar de que se mantuvo el “plan Juppé” (que había obtenido además el apoyo de uno de los principales sindicatos franceses, la CFDT) lo que prevaleció fue un sentimiento de “victoria”: en al menos una cuestión, la del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, el gobierno retiró el proyecto;
• a finales de la primavera de 2003, en cambio, las pocas concesiones acordadas sobre el estatuto de algunas categorías del personal de Educación no fueron, ni mucho menos, consideradas como una victoria (sobre todo porque los batallones más numerosos, o sea los docentes, no estaban directamente afectados por esas medidas y su anulación), sino, sencillamente, que el gobierno no iba a ceder en nada más, y ese sentimiento de derrota se vio acentuado más todavía tras el anuncio por parte de las autoridades de que las jornadas de huelga serían íntegramente deducidas de los salarios, contrariamente a lo que hasta entonces solía ocurrir en el sector público.
Si establecemos un balance global de esos dos episodios de la lucha de clases, puede hacerse resaltar los siguientes puntos:
• en 1995, el sentimiento de victoria, ampliamente extendido en la clase obrera, favoreció notablemente la recuperación de credibilidad de los sindicatos (fenómeno no limitado a Francia, sino de la mayoría de los países de Europa, especialmente Bélgica y Alemania, donde hubo maniobras de la burguesía parecidas a las de Francia, como así lo dijimos en nuestra prensa);
• en 2003, el fuerte sentimiento de derrota resultante de las huelgas de primavera (en Francia, pero también en otros países como Austria) no acarreó un desprestigio importante de los sindicatos, que no tuvieron que quitarse la careta, apareciendo incluso, en algunas circunstancias, como más “combativos que la base”. Sin embargo, ese sentimiento de derrota anuncia un proceso en el que los sindicatos van a ir desplumándose, en el que la multiplicación de sus maniobras permitirá poner en evidencia que bajo su dirección las luchas siempre salen derrotadas y que el único sentido de su juego es el de la derrota.
Por todo eso, las perspectivas para el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado son mucho mejores después de 2003 que después de 1995, pues:
• lo peor para la clase obrera no es la derrota clara, sino el sentimiento de victoria tras una derrota ocultada pero real: fue ese sentimiento de “victoria” (contra el fascismo y por la defensa de la “patria socialista”) el veneno más eficaz para hundir y mantener al proletariado en la contrarrevolución durante cuatro décadas en medio del siglo XX;
• el instrumento principal de control de la clase obrera y del sabotaje de las luchas, el sindicato, ha entrado en un proceso de debilitamiento.
4.La existencia de un giro en las luchas y en la conciencia de clase puede comprobarse de manera empírica mediante el simple examen de las diferencias entre la situación de 2003 y la de 1995, pero se planeta entonces la pregunta siguiente: ¿por qué ese giro ocurre ahora y no hace cinco años por ejemplo?
A esa pregunta podemos ya darle una respuesta simple: por las mismas razones que el movimiento altermundialista empezaba apenas a despuntar hace cinco años, en cambio, hoy, se ha convertido en una verdadera institución cuyas manifestaciones movilizan a cientos de miles de personas y la solícita atención de todos los medios de comunicación.
Siendo más concretos y precisos podemos dar los siguientes elementos de respuesta:
• Tras el enorme impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” desde finales de los años 80, un impacto a la medida de la enorme importancia de un acontecimiento como fue el desmoronamiento interno de unos regímenes que se presentaron (y fueron presentados) durante más de medio siglo como “socialistas”, “obreros”, “anticapitalistas”, se necesitaba cierto tiempo, como mínimo una década en este caso, para que se evaporaran las brumas, el desconcierto resultante de esas campañas, para que se redujese el impacto de los “argumentos” en ellas utilizados Se necesitaron cuatro décadas para que el proletariado mundial pudiera salir de la contrarrevolución, se ha necesitado la cuarta parte de ese tiempo para que se levante de los golpes recibidos tras la muerte de la avanzadilla de esa misma contrarrevolución, el estalinismo, cuyo “cadáver putrefacto ha seguido envenenando la atmósfera que respira [el proletariado]”, como escribíamos en 1989.
• Sobre todo debía desparecer el impacto provocado por la idea, cuyo promotor fue Bush padre, de que el desmoronamiento de los regímenes “socialistas” y del bloque del Este iba a permitir la eclosión de un “nuevo orden mundial”. Semejante idea empezó quedar brutalmente malparada ya a partir de 1990-91 por la crisis y la guerra del Golfo y después por la guerra en Yugoslavia que se prolongó hasta 1999 con la ofensiva en Kosovo. Después vinieron los atentados del 11 de septiembre y ahora la guerra de Irak, al mismo tiempo que la situación empeora constantemente en Israel y Palestina. Día tras día, se hace más evidente que la clase dominante ya no puede ni poner fin a sus enfrentamientos imperialistas y al caos mundial ni a la crisis económica que es la base de aquellos.
• Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo XXI, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques.
• Sin embargo, la violencia y el carácter cada vez más sistemático de los ataques contra la clase obrera no han provocado hasta ahora una respuesta masiva o espectacular por parte de ésta, ni siquiera una respuesta de una amplitud comparable a las de 2003. En otras palabras, ¿por qué el “giro” de 2003 ha aparecido como una “inflexión” y no como un surgimiento explosivo (como, por ejemplo, el que hubo en 1968 y durante los años siguientes)?
5.A esa pregunta hay diferentes niveles de respuesta. Primero, como ya lo hemos puesto de relieve en muchas ocasiones, fue lenta la manera con la que se desarrolló la reanudación histórica del proletariado: por ejemplo, entre el primer acontecimiento de importancia de esa reanudación histórica, la huelga general en Francia de mayo de 1968 y su punto álgido, o sea, hoy por hoy, las huelgas en Polonia del verano de 1980, pasaron más de 12 años. De igual modo, entre la caída de muro de Berlín en noviembre de 1989 y las huelgas de la primavera de 2003, han pasado 13 años y medio, o sea más tiempo que entre el principio de la primera revolución en Rusia, en enero de 1905 y la revolución de Octubre de 1917.
La CCI ya ha analizado las causas de la lentitud de ese desarrollo si se le compara con el que precedió a la revolución de 1917: hoy la lucha de clases surge a partir de la crisis económica y no de la guerra imperialista, una crisis cuyo ritmo puede frenar la burguesía y esto lo ha demostrado en muchas ocasiones.
También ha puesto la CCI de relieve otros factores que han contribuido en el aminoramiento del ritmo del desarrollo de la lucha y de la conciencia del proletariado, factores debidos a la ruptura orgánica resultante de la contrarrevolución (y que han ido retrasando la formación del partido) a la descomposición del capitalismo, sobre todo la tendencia a la desesperanza, a la huida ciega hacia adelante y al repliegue en sí mismo que afectan al proletariado.
Además, para comprender la lentitud de ese proceso debe tenerse en cuenta el impacto de la propia crisis, sobre todo porque se concreta en un incremento del desempleo, factor importante de inhibición de la clase obrera, especialmente en sus nuevas generaciones, las cuales, aunque suelen ser tradicionalmente las más combativas, están a menudo hoy hundidas en el desempleo antes incluso de haber podido hacer la experiencia del trabajo asociado y de la solidaridad entre trabajadores. Cuando la situación de desempleo tiene la forma de despidos masivos contiene todavía una carga explosiva por muy difícil que sea la forma clásica de la huelga, la cual, en caso de cierre de empresas, es ineficaz por definición. En cambio, cuando el aumento del desempleo es el simple resultado de la no-sustitución de las jubilaciones, como hoy ocurre muy a menudo, los obreros que no logran encontrar empleo se encuentran muy a menudo desamparados.
La CCI ha insistido muchas veces en que el incremento ineluctable del desempleo es una de las expresiones más patentes de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, pues una de las funciones históricas esenciales del sistema era extender el trabajo asalariado al mundo entero y masivamente. Sin embargo, en lo inmediato, el desempleo es sobre todo un factor de desmoralización de la clase obrera, de inhibición de sus luchas. Solo será en una etapa mucho más avanzada del movimiento de la clase cuando el carácter subversivo de ese fenómeno podrá convertirse en factor de desarrollo de su lucha y de su conciencia, o sea, cuando la perspectiva del derrocamiento del capitalismo haya vuelto a aparecer, aunque no sea masivamente pero sí de manera significativa, como algo posible en las filas del proletariado.
6.Esa es precisamente una de las causas del ritmo lento del desarrollo de las luchas obreras hoy, de la debilidad relativa de las réplicas de la clase obrera a los ataques cada día más duros del capitalismo: el sentimiento, muy confuso todavía pero que acabará emergiendo cada día más en los tiempos venideros, de que no hay solución alguna a las contradicciones que hoy minan el capitalismo, ya sea en el plano económico como en otros aspectos de su crisis histórica: la permanencia de enfrentamientos bélicos, el auge del caos y de la barbarie cuyo carácter imparable queda patente cada día que pasa.
Esa vacilación del proletariado ante la amplitud de su tarea ya fue señalada por Marx y el marxismo desde mediados del siglo XIX (en El 18 de brumario de Luis Bonaparte en particular). Es eso lo que explica en parte la paradoja de la situación actual: por un lado, las luchas encuentran grandes dificultades para extenderse a pesar de la violencia de los ataques que debe soportar la clase obrera. Por otro lado, se observa que se va confirmando, en el seno de la clase, un proceso de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterráneo, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista.
En ese contexto, debemos pronunciarnos claramente sobre el alcance de dos aspectos de la situación actual que influyen en la pasividad relativa del proletariado:
• el impacto de las derrotas sufridas en los últimos tiempos. La burguesía ha hecho todo lo posible, sobre todo con declaraciones arrogantes, para que esas derrotas acarreen la mayor desmoralización posible;
• el chantaje permanente con las “deslocalizaciones” para que los obreros de los países desarrollados acepten sacrificios considerables.
Durante un tiempo, esos factores van a servir a “la paz social” en beneficio de la burguesía, y esta va a explotar al máximo ese “filón”. Pero cuando suene la hora de las luchas masivas, pues a las masas obreras no les quedará otro remedio, ante la amplitud de los ataques, entonces la acumulación de humillaciones soportadas por los obreros, el enorme sentimiento de impotencia y humillación, todo ese ambiente de “cada uno para sí” que habrá emponzoñado el ambiente durante años, se convertirán en lo contrario, en la voluntad de no seguir aguantando, la búsqueda determinada de la solidaridad de clase, entre sectores, entre regiones y países, el acceso a una nueva perspectiva, la de la unidad mundial del proletariado para el derrocamiento del capitalismo
CCI, junio de 2004
Presentación del texto del GPRC (1)
“¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Para contestar a esta pregunta, es necesario según el GPRC utilizar el método del materialismo histórico y plantearse otra pregunta: “Estaba suficientemente avanzado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad (particularmente en los países más desarrollados) a finales del siglo xix y principios del xx para permitir a los proletarios la organización del control de la producción, de la distribución y del intercambio por el conjunto de la sociedad?”.
En otras palabras, ¿estaba suficientemente “disciplinado, unificado y organizado” el proletariado por el proceso de producción capitalista antes del siglo XX como para hacerlo capaz no solo de expropiar a los expropiadores, arrancándoles los medios de producción, sino también de “hacerse cargo de éstos, organizar el dominio de la economía sin perder el control sobre los que dirigen, sin dejarles transformarse en nuevos explotadores”.
El GPRC nos invita a entender las características, determinadas por el proceso de producción, de la clase obrera del siglo XIX y primeros del siglo XX: “ejerce el trabajo asociado”, pero “para poder dirigir el proceso del trabajo en una fábrica como un todo, alguien tiene que estar por encima de los trabajadores y dirigirlos”. En otras palabras, “a pesar de que las relaciones entre trabajadores en el proceso de organización del trabajo estén inmersas en una economía dominada por el maquinismo, éste no domina las relaciones de los trabajadores entre ellos”. Estas relaciones están caracterizadas ante todo “no por la existencia de contactos entre obreros, sino por el aislamiento de éstos (...). La manufactura, y más tarde la industria basada en el maquinismo, exige la cooperación entre obreros en el proceso de trabajo, pero no por ello se unen en un todo colectivo (...). Y cuando unos obreros no están unidos en un colectivo, no pueden elaborar juntos decisiones que les permitan controlar el proceso de producción. Quizás lo pudieran si tuvieran la posibilidad de controlar a sus dirigentes, elegirlos y cambiarlos, si esas elecciones no fueran sino un disfraz que disimula las maniobras de los líderes ante sus subordinados”.
“El proletariado industrial del siglo XIX y XX era incapaz de autoorganizarse en todas las estructuras de la sociedad sin pasar por mediadores o jefes; esa incapacidad está en los orígenes del desarrollo de una burocracia obrera de sindicatos reformistas (socialdemócratas, estalinistas, anarquistas, etc.). Este mismo factor explica por qué los proletarios han dejado casi siempre que esa burocracia los traicione”.
Para el GPRC, así se plantea el problema de base: “Cuantas más personas están en un grupo, más les es difícil comunicar entre ellas (...). Para superar ese obstáculo, son necesarios medios técnicos que permitan a numerosas personas recibir la misma información, intercambiársela y tomar decisiones comunes en tan poco tiempo como el que les es necesario hacerlo a unas pocas sin medios técnicos. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de las fuerzas productivas no permitía todavía dar esos medios a las personas. Y sin estos medios, el control del poder y el gobierno por los obreros mismos no es posible más que a una escala de empresas muy pequeñas “.
El GPRC cita a Lenin, en El Estado y la revolución: “Los obreros, tras haber conquistado el poder político, romperán el viejo aparato burocrático, lo destrozarán hasta sus cimientos, lo desmantelarán por completo y lo reemplazarán por un nuevo aparato que se compondrá de esos mismos obreros y empleados. Para impedirles burocratizarse, habrán de tomarse las medidas minuciosamente estudiadas por Marx y Engels: 1. elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento; 2. sueldo que no superior al de cualquier obrero; 3. aprobación inmediata de medidas para que todos cumplan con funciones de control y de vigilancia, que todos sean durante cierto tiempo “burócratas”, de modo que así nadie pueda convertirse en “burócrata”.” Pero para el GPRC, por correctas que fuesen estas medidas, éstas no podían realizarse en las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas en tiempos de la Revolución rusa. La situación cambia con la segunda mitad del siglo XX, debido al nivel cualitativamente nuevo del desarrollo de las fuerzas productivas que permiten en particular la informatización de la producción: rapidez de tratamiento de un volumen importante de informaciones procedentes de la gran masa de los obreros, repercusión para cada uno de ellos del análisis de las informaciones tratadas, repetición de ese proceso tantas veces como sea necesario para desembocar finalmente en una síntesis de las opiniones individuales y poder elaborar la decisión final.
“El ordenador es lo que puede unificar en un todo colectivo a los trabajadores que ejercen el trabajo asociado”. Cuanto más informatizado esté su trabajo más fácil les es tomar decisiones colectivas y más fácil les es controlar a unos dirigentes que siguen siendo necesarios para coordinar acciones y decisiones, en caso en que el colectivo no pueda hacerlo por sí mismo.
“Cuando la humanidad entre de nuevo en un período de grandes enfrentamientos sociales parecidos a los de la primera mitad del siglo XX, muchas cosas se repetirán, la doblez de muchos dirigentes obreros y de organizaciones abusará de la confianza que les tengan los obreros. Las causas objetivas de ese fenómeno existente en la primera mitad del siglo XX, siguen existiendo hoy y no pueden ser compensadas por ningún estudio de las lecciones de la historia”.
“La informatización por sí misma puede crear el socialismo. La revolución proletaria mundial es necesaria a la transición de la humanidad al socialismo. Pero la revolución no podrá ser mundial y socialista sino en la época de los ordenadores y de la informática. Esa es la dialéctica de la transición al socialismo”.
Respuesta de la CCI
La pregunta que se plantea la GPRC es vital: “¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Y para contestarle el único método que tenemos a nuestro alcance es el del materialismo histórico (2).
Al ser su objetivo sustituir unas relaciones de producción basadas en la escasez por unas relaciones de producción basadas en la abundancia, la revolución proletaria solo es, en efecto, posible si el capitalismo ha desarrollado suficientemente las fuerzas productivas para crear las condiciones materiales de la transformación de la sociedad. Se trata de la primera condición para la revolución proletaria, siendo la segunda el desarrollo de una crisis abierta de la sociedad burguesa que demuestre de manera patente que las relaciones de producción capitalistas han de ser sustituidas por otras relaciones de producción.
Los revolucionarios han dedicado siempre la mayor atención a la evolución de la vida del capitalismo para así evaluar si el nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones insuperables que de ello se derivan permiten o no la victoria de la revolución comunista. En 1852, Marx y Engels reconocieron que aún no se habían alcanzado las condiciones para la victoria de la revolución proletaria cuando estallaron los acontecimientos revolucionarios de 1848, y que el capitalismo debía seguir desarrollándose para permitirla. En 1864, pensaban que había sonado la hora de la revolución cuando participaron en el nacimiento de la Asociación internacional de trabajadores, pero se dieron rápidamente cuenta, antes incluso de la Comuna de París en 1871, de que el proletariado no estaba maduro todavía debido a que el capitalismo seguía poseyendo una economía con un gran potencial de desarrollo.
Así pues, las dos revoluciones que se habían intentado hasta entonces, la de 1848 y la Comuna, habían fracasado porque no existían todavía las condiciones materiales de la victoria del proletariado. Esas condiciones iban a aparecer durante el período siguiente, el cual permitió que el capitalismo conociera el período de desarrollo más importante de su historia. A finales del siglo XIX, las viejas naciones burguesas ya se habían repartido el conjunto del mundo no capitalista. En adelante, el acceso para cada una de ellas a nuevos mercados y nuevos territorios las enfrentaría por los de sus rivales. Mientras se multiplicaban las tensiones que implicaban ocultadamente a las grandes potencias se asistió a un incremento considerable de sus armamentos. Ese auge de las tensiones imperialistas y del militarismo preparó las condiciones del estallido de la Primera Guerra mundial pero también de las condiciones de la crisis revolucionaria de la sociedad. La primera degollina imperialista mundial del 1914-18, así como la oleada revolucionaria que surgió en 1917 en reacción contra aquella barbarie, demostraron que desde entonces existían ya las condiciones objetivas de la revolución. Para la vanguardia proletaria de la oleada revolucionaria mundial del 1917-23, la Primera Guerra mundial significó la quiebra histórica del capitalismo y la entrada en su fase de decadencia, poniendo en evidencia que la única alternativa posible para la sociedad era o el socialismo o la barbarie.
A pesar de ese cambio evidente en la situación mundial, el GPRC considera que en aquel entonces el sistema capitalista seguía teniendo un papel progresista para la maduración de las condiciones de la revolución. Considera que aún era necesario que su desarrollo permitiese el invento de los ordenadores y la generalización de su uso, únicos instrumentos capaces de oponerse a la tendencia de los dirigentes a traicionar los obreros, tendencia responsable del fracaso de la Revolución rusa. Gracias a estos formidables progresos tecnológicos, que permiten “sintetizar” la opinión de numerosos obreros, éstos podrán arreglárselas sin representantes, dirigentes para tomar las decisiones. Esto nos dice el GPRC. Antes de contestar a este sorprendente análisis del fracaso de la Revolución rusa, hemos de señalar un problema de método debido precisamente a una aplicación inadaptada del materialismo histórico.
Los ochenta y pico años transcurridos desde el fracaso de la oleada revolucionaria mundial no solo han demostrado que la prolongación de la agonía del capitalismo no ha creado para nada unas condiciones materiales mejores para la revolución, sino, al contrario, las bases materiales para la sociedad comunista incluso se han debilitado, como lo está demostrando la situación actual de caos y descomposición generalizada al planeta entero. El proletariado revolucionario podrá aprovechar plenamente para la revolución y la liberación de la especie humana, muchos inventos hechos bajo el capitalismo, muchos de ellos realizados en su fase decadente. Así es para los ordenadores y muchas cosas más. Sin embargo, por importantes que sean esos inventos, su existencia no puede ocultar la dinámica real del capitalismo decadente que nos lleva a la ruina de la civilización. Si la primera oleada revolucionaria mundial hubiese logrado vencer a la burguesía a escala mundial también habría evitado a la humanidad conocer la peor era de barbarie que jamás conoció en su historia. Y además estamos también seguros de que habrían surgido otros inventos que habrían permitido al ser humano emanciparse del reino de la necesidad. Comparados con ellos, los ordenadores actuales parecerían herramientas prehistóricas.
La experiencia viva de la revolución en toda su amplitud desmiente las tesis del GPRC sobre la tendencia ineluctable a la traición de los jefes. Durante su fase ascendente, los consejos obreros demostraron que eran el órgano por excelencia que permitía al proletariado, por su sistema de delegados elegidos y revocables, desarrollar su lucha tanto en el plano económico como en el político, que eran ellos el “medio por fin revelado de la dictadura del proletariado”. El movimiento hizo surgir dirigentes proletarios en sus filas, que expresaban o defendían con valor y abnegación, los intereses generales del proletariado. En cuanto al partido, fue capaz de ponerse en la vanguardia de la revolución, guiarla hacia la victoria en Rusia, haciendo todo lo que pudo por la extensión de la revolución mundial y en particular allí donde era determinante, en Alemania.
La oleada revolucionaria mundial refluyó debido a una serie de derrotas decisivas del proletariado, entre las que fue determinante el aplastamiento de la insurrección de enero de 1919 en Berlín. Aislada y agotada por la guerra civil, la Revolución rusa no podía sino debilitarse y así ocurrió efectivamente con la extinción del poder de los consejos obreros y de cualquier forma de vida proletaria en ellos, con la ascensión del estalinismo en Rusia, y especialmente en las filas del Partido bolchevique en el poder. Durante ese giro contrarrevolucionario, traicionaron muchos revolucionarios y muchos obreros que habían sido elegidos a puestos de responsabilidad en el Estado se transformaron en fieles defensores de la burocracia, cuando no en miembros de ella.
Las traiciones a la causa obrera por jefes proletarios, por organizaciones que hasta entonces habían sido proletarias, no es algo específico del período de reflujo de la oleada revolucionaria mundial, sino un factor del combate histórico de la clase obrera. Son la consecuencia de un oportunismo creciente hacia la ideología de la clase dominante ante la que se acaba capitulando. Esta tendencia, no obstante, no es inevitable y no depende en absoluto de la posibilidad que tenga o deje de tener el proletariado para utilizar ordenadores. Depende de la relación de fuerzas entre las clases, como lo demuestran tanto la oleada revolucionaria como su reflujo, y también de la lucha política intransigente que son capaces de desarrollar los revolucionarios contra todo tipo de concesiones a la ideología burguesa.
Las tareas que el proletariado, y en su seno las minorías revolucionarias, tuvo que encarar a principios del siglo XX fueron titánicas. Tuvieron que luchar contra el oportunismo creciente en la Segunda internacional, un oportunismo que acarreó la traición de la mayoría de los partidos que la constituían y su paso al campo de la burguesía en el momento decisivo de la guerra imperialista mundial. Y, al mismo tiempo, los revolucionarios que siguieron fieles al marxismo y al combate histórico de su clase tuvieron que entender y hacer comprender al proletariado nada menos que las implicaciones para la lucha de clases del cambio de período, con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. La causa de la derrota de la oleada revolucionaria se debió en gran parte a que la clase obrera no tomó entonces ampliamente conciencia, y con todas sus consecuencias, de que sus antiguos partidos pasados al enemigo eran ya la avanzadilla de la reacción contra la revolución, que los sindicatos se habían transformado en órganos del Estado capitalista en las filas obreras. También se debió a que el partido mundial de la revolución, la Internacional comunista, nació demasiado tarde. No son pues las condiciones objetivas de la revolución las que no estaban suficientemente maduras, sino las condiciones subjetivas. De ahí la importancia, hoy también, del combate político para que se difundan al máximo las lecciones sacadas por generaciones y generaciones de revolucionarios, las lecciones de lo que sigue siendo la mayor experiencia revolucionaria del proletariado.
Y, precisamente, la pesada cargada de la jerarquía en el cerebro de los vivos no podrá ser combatida fuera de la lucha por la abolición de las clases y no desaparecerá totalmente sino con la instauración de una sociedad comunista. La división del trabajo no es una característica propia de las sociedades divididas en clases. Ya existió en las sociedades de comunismo primitivo y seguirá existiendo en la sociedad de comunismo evolucionado. No es la división del trabajo lo que origina la jerarquía, sino que es la sociedad dividida en clases lo que imprime a la división del trabajo su carácter jerárquico, como medio para dividir a los explotados y dominar la sociedad. El problema que plantea la contribución del GPRC es precisamente que al polarizarse en las cuestiones de jerarquía en sí, sin considerar para nada los antagonismos de clase, se coloca fuera del campo de la lucha política.
En realidad, el GPRC busca desesperadamente una solución técnica a un problema que es fundamentalmente político y al que la experiencia vivida por la clase obrera ya dio la solución antes incluso de la oleada revolucionaria de 1917-23, con el surgimiento de los soviets en 1905. Las discusiones en las asambleas no tienen como meta la de despejar “democráticamente” una opinión intermedia que sea la síntesis de las opiniones individuales de los obreros. Al contrario, son el medio inevitable del debate y de la lucha política que permite la clarificación de las masas todavía influidas por las fracciones de izquierda e izquierdistas de la burguesía. Para tomar decisiones, elegir delegados, cada cual no se determina aislado, sentado delante de su ordenador, sino a mano alzada en asambleas ante sus compañeros de lucha. Así viven y funcionan las asambleas, materializando los diferentes niveles de centralización de la lucha, hasta el más alto de ellos. La receta del GPRC es la antítesis de ese tipo de organización unitaria de la clase obrera y no puede llevarnos más que a la negación de los valores que debe desarrollar el proletariado en su lucha: la confianza de unos compañeros de lucha de quienes el delegado elegido es a priori especialmente digno; la actividad creadora por medio de la discusión colectiva y contradictoria. De hecho, el GPRC confunde dos nociones: la conciencia y el conocimiento. Para que los obreros tomen conciencia, necesitan ciertos conocimientos: en particular, han de conocer el mundo en el que están luchando, el enemigo al que combaten con sus diferentes rostros (burguesía oficial, Estado, fuerzas de represión, sindicatos y partidos de izquierdas), las metas y los medios de la lucha. Pero la conciencia no se puede reducir al conocimiento: un especialista universitario en historia, economía o sociología conoce, en general, sobre estos temas muchas más cosas que un obrero consciente revolucionario. Pero sus prejuicios de clase, su adhesión a los ideales de la clase dominante, le impiden poner sus conocimientos al servicio de una verdadera conciencia. En el mismo sentido, no es la suma de conocimientos lo que permite a los obreros tomar conciencia, sino su capacidad para quitarse de encima el dominio de la ideología dominante. Y esta capacidad no se conquista delante de una pantalla de ordenador capaz de dar todas las estadísticas del mundo, todas las síntesis posibles e imaginables. Se conquista gracias a la experiencia de clase, presente y pasada, de la acción y de los debates colectivos. La contribución específica de los ordenadores es mínima en ese aspecto, muy por debajo de lo que contribuía la prensa de que disponía la clase obrera en el siglo XIX.
El GPRC afirma que es inútil recurrir a las lecciones de la historia para entender la derrota de la Revolución rusa. Lo último que le puede ocurrir al proletariado sería renunciar a las lecciones esenciales que nos ha dejado la Revolución rusa (3), en particular en lo referente a las condiciones de su degeneración, por ser esas lecciones una contribución esencial para poder vencer al capitalismo en la próxima oleada revolucionaria:
– aislada en un bastión proletario, la revolución está condenada a muerte a más o menos corto plazo;
– el Estado del período de transición –semi-Estado– que inevitablemente surge tras el derrocamiento de la burguesía, tiene un papel de garante de la cohesión de la sociedad en la que siguen existiendo antagonismos de clase (4). No es pues una emanación del proletariado y por eso no puede ser un instrumento de la marcha hacia el comunismo, papel que sigue estando exclusivamente en manos de la clase obrera organizada en consejos obreros y de su partido de vanguardia. En los períodos de reflujo de la lucha de clases, además, ese Estado tiende a expresar plenamente su carácter reaccionario intrínseco contra los intereses de la revolución;
– por esto la identificación de los consejos obreros con el Estado no puede conducir sino a la pérdida de la autonomía de clase del proletariado;
– del mismo modo, la identificación del partido con el Estado no puede sino producir la corrupción de su función de vanguardia política del proletariado, transformándose en gestor del Estado. Tal situación fue la que llevó al Partido bolchevique a tomar la iniciativa de la represión de Kronstadt, verdadera tragedia para el proletariado, y a ser progresivamente la encarnación de la contrarrevolución en marcha.
CCI, octubre del 2004
1) Grupo de Colectivistas proletarios revolucionarios. El texto del GPRC está publicado en ruso y en inglés el sitio del foro: russia.internationalist-forum.org
2 Ya hemos dedicado un artículo a esta cuestión: “Al inicio del siglo xxi, ¿por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, publicado en las Revista internacional nos 103 y 104.
3) Una de las mayores expresiones de la réplica proletaria a la contrarrevolución fue la publicación en los años 30 de la revista Bilan, órgano de la Izquierda comunista de Italia, cuya principal actividad fue precisamente la de sacar las lecciones de la primera oleada revolucionaria mundial. Las posiciones programáticas de la CCI, en gran parte, son el producto de ese trabajo. La CCI ha publicado numerosos artículos de su Revista internacional sobre la Revolución rusa, en particular en los nos 71, 72, 75, 89, 90, 91 y 92.
4) Véase nuestro folleto El Estado en el período de transición.
El texto del KRAS (1) tiene el objetivo primordial de poner en evidencia las causas de la derrota de la Revolución rusa: “La Revolución rusa de 1917-1921 sigue siendo para la mayoría de las “izquierdas” una “revolución desconocida”, tal como la nombró hace 60 años el anarquista exiliado Volin. La causa principal de esa ignorancia no es la ausencia de informaciones sino más bien la importante cantidad de mitos fabricados acerca de ella. La mayoría de ellos viene de la confusión entre la Revolución rusa y las actividades del Partido bolchevique. No puede uno liberarse de esa confusión si no entiende el papel real desempeñado por los bolcheviques en los acontecimientos de aquel entonces (...) Uno de esos mitos consiste en decir que el Partido bolchevique no era un partido como los demás sino la vanguardia de la clase obrera (...) Todas las ilusiones sobre el carácter “proletario” de los bolcheviques son desmentidas por la realidad de su oposición a las huelgas obreras ya desde 1918 y por el aplastamiento de Kronstadt en 1921 por los cañones del Ejército rojo. No se trata de un “trágico malentendido”, sino de la represión con metralla de la base obrera “ignorante”. Los jefes bolcheviques tenían intereses concretos y realizaron una política concreta (...) Su visión del Estado como tal, de la dominación de las masas, significativa de individuos desprovistos de todo tipo de sentimiento de igualdad, en quienes predominaba el egoísmo y para quienes la masa no era más que una materia prima sin voluntad propia, sin iniciativa y sin conciencia, incapaz de autogestión social. Es el rasgo fundamental de la psicología del bolchevismo. Es típico de su carácter dominador. Archinoff denomina esta nueva capa “nueva casta”, la “cuarta casta”. De grado o por fuerza, con esos enfoques, los bolcheviques lo único que pudieron realizar fue una revolución burguesa (...) Intentemos primero definir qué revolución estaba a la orden del día en la Rusia de 1917 (...) La socialdemocracia (incluso la de tipo bolchevique) siempre sobreestimó el grado de desarrollo del capitalismo y el grado de “europeísmo” de Rusia (...) En realidad, Rusia era más bien un país del “tercer mundo”, utilizando un término de hoy (...) Los bolcheviques se convirtieron en los actores de una revolución burguesa sin burgueses, de la industrialización capitalista sin capitalistas privados (...) Al tomar el poder, se convirtieron en “partido del orden” que no pretendía desarrollar el carácter social de la revolución. El programa del gobierno bolchevique no tiene ningún contenido socialista”.
Otros argumentos desarrollados en el texto del KRAS, que no reproducimos en su totalidad, serán citados en nuestra respuesta. En resumen, estos son los elementos esenciales de sus tesis:
– el Partido bolchevique está en la continuidad de la vieja socialdemocracia y es un partido de carácter burgués, contra la clase obrera;
– la Revolución rusa fue una revolución burguesa, al no existir otra alternativa en la Rusia del 1917;
– las medidas económicas tras Octubre del 17 y la política del Partido bolchevique no eran verdaderamente socialistas, al no haberse realizado la verdadera autogestión en manos de la clase obrera.
Una discusión “histórica” con errores “históricos” de método
La ausencia flagrante de un marco internacional para entender la situación de Rusia, vista como si fuera un territorio aparte del resto del mundo, es, en realidad, común a muchas críticas, aparentemente radicales, que se hacen a los bolcheviques. Es ese un error de método que ignora lo que distingue en su esencia misma la existencia del proletariado y la de la burguesía. Al ser el capitalismo un modo de producción que domina todo el planeta, su superación no puede ser realizada más que a escala mundial por la clase proletaria internacional, al contrario de la burguesía cuya existencia es inseparable del marco nacional. La Revolución rusa no fue pues un asunto exclusivo del proletariado ruso, sino la respuesta del proletariado en su conjunto a las contradicciones del capitalismo mundial en aquel entonces, en particular al primer acto de quiebra de ese sistema que amenazó la existencia misma de la civilización, la Primera Guerra mundial. La Revolución rusa fue la avanzadilla de la oleada revolucionaria internacional entre 1917 y 1923, y por eso fue con la mayor razón si la dictadura del proletariado en Rusia se giró hacia el proletariado internacional, en particular el proletariado alemán, el cual que tenía en sus manos el destino de la revolución mundial.
La transformación de las relaciones de producción no se hará sino tras la toma de poder político a escala mundial por la clase obrera. Contrariamente a los períodos de transición del pasado, el que lleva del capitalismo hacia el comunismo no será el resultado de un proceso necesario, independiente de la voluntad de los hombres sino, al contrario, dependerá de la acción consciente de una clase que utilizará su poder político para arrancar progresivamente de la sociedad los componentes del capitalismo: propiedad privada, mercado, salariado, ley del valor, etc. Pero tal política económica solo podrá realizarse de verdad cuando el proletariado derrote militarmente a la burguesía. Mientras ese objetivo no se haya realizado definitivamente, las exigencias de la guerra civil mundial serán prioritarias a la transformación de las relaciones de producción allí donde el proletariado haya tomado el poder, sea cual sea el nivel de desarrollo económico de la región.
No se ha de tener pues la menor ilusión sobre las posibles realizaciones sociales inmediatas justo después de la revolución, especialmente cuando ésta no ha logrado extenderse todavía a un conjunto de países significativos para la relación de fuerza entre clases a escala internacional. Aunque deban tomarse cuanto antes, si es posible inmediatamente tras la toma de poder, ciertas medidas como la expropiación de los capitalistas privados, la uniformidad de las remuneraciones, la asistencia a los más desfavorecidos, la disposición libre de ciertos bienes de consumo, una importante reducción de la jornada de trabajo que permita en particular a los obreros implicarse en la dirección de la revolución, éstas no son, en sí mismas, medidas de socialización y pueden perfectamente ser recuperadas por el capitalismo.
La tesis del KRAS no la defienden exclusivamente las corrientes que se proclaman anarquistas. Es muy cercana a la posición que formuló en 1934 el grupo GIK (Gruppe Internationaler Kommunisten), que formaba parte de la corriente consejista, en sus famosas Tesis sobre el bolchevismo. También hizo el mismo tipo de crítica el grupo de la Oposición obrera en Rusia; criticaba esencialmente la ausencia de autogestión de las fábricas en Rusia inmediatamente después de la revolución. No es por casualidad si representantes de la Oposición obrera como Alexandra Kolontai, obsesionados por la ilusión de que era inmediatamente posible implantar medidas socialistas en la producción que habrían sido para ellos la verdadera “prueba del socialismo”, acabaron a finales de los años 20 en el campo del estalinismo. Tras la ilusión del “socialismo en una fábrica” y la consigna contrarrevolucionaria del estalinismo “el socialismo en un solo país” hay efectivamente la misma lógica. En ambos casos, no se trata más que del mantenimiento, con otro nombre cuando no con otra forma, de las relaciones de explotación que no pueden abolirse mientras no sea abolida la dominación mundial del capital.
Vemos que las cuestiones planteadas por el KRAS no son nuevas, sino que pertenecen a la historia del movimiento obrero. La incapacidad del GIK o de la Oposición obrera para tratar los acontecimientos en Rusia en el marco internacional los llevó a una vía muerta que no les permitió sacar lecciones reales y acabó desmoralizando a sus miembros. El consejismo acabó cayendo en el fatalismo: si fue derrotada la Revolución rusa, sería por que estaba condenada al fracaso desde sus inicios. De ahí a afirmar que no era posible una revolución del proletariado en aquel entonces sino que la revolución no podía más que ser burguesa solo hay un paso, y lo dieron. Las “Tesis sobre el bolchevismo” del GIK son en cierto modo una reinterpretación de la historia y de las condiciones de la época que intenta dar una “explicación” a la derrota de la Revolución rusa, vista a posteriori como una aventura condenada de antemano.
Con un enfoque totalmente opuesto al del consejismo (2) Rosa Luxemburg, en sus conclusiones al folleto la Revolución rusa dedicado a la crítica de algunos aspectos de la política de los bolcheviques, resume magistralmente el carácter de los problemas a los que se enfrentaban: “En Rusia, la cuestión solo podía plantearse. Por eso es por lo que el porvenir pertenece, por todas partes, al “bolchevismo”.”
Las dificultades para plantear la cuestión a escala histórica y mundial
Así como existe un marco geográfico específico al surgimiento de cada tipo de revolución (el de la nación para la burguesía y el del mundo para el proletariado), ésta tampoco es posible en cualquier momento de la historia, sino que está determinada por factores históricos, y en primer lugar por la dinámica del modo de producción dominante y el nivel de contradicciones que lo acosan. El papel histórico de las revoluciones siempre ha sido el de romper las cadenas del viejo modo de producción cuando este se ha vuelto un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y, por lo tanto, un factor de crisis de la sociedad. Así fue cuando las grandes revoluciones burguesas contra el feudalismo, en Inglaterra en el siglo XVII por ejemplo o en Francia a finales del XVIII, y también cuando la revolución proletaria en Rusia del 17 contra el capitalismo. Más precisamente, todos los modos de producción atraviesan una fase ascendente, durante la cual son capaces de hacer progresar el desarrollo de las fuerzas productivas y hacer avanzar la sociedad. Pero también, más tarde, conocen una fase de decadencia en la que son un freno para las fuerzas productivas, lo que acarrea un estancamiento de la sociedad. El capitalismo es el primer modo de producción en la historia que ha sido capaz de conquistar el conjunto del planeta y construir un mercado mundial, durante su fase ascendente. Tras haber cumplido esa tarea, a principios del siglo XX, empezó una nueva época caracterizada por un desarrollo sin precedentes de las rivalidades entre grandes potencias por un nuevo reparto del mercado mundial. La expresión trascendental de ese fenómeno, la Primera Guerra mundial, fue la señal de la entrada brutal y plena del capitalismo en su fase de decadencia. Tal cambio en la vida de la sociedad iba a tener obligatoriamente consecuencias en cuanto a la función de la clase dominante de un sistema decadente, cuya perpetuación es una amenaza creciente para la existencia de la humanidad. Así es como se volvió desde entonces una clase reaccionaria, por todas partes ¡incluida Rusia!.
El KRAS no se pronuncia claramente sobre el contexto histórico e internacional de la revolución rusa, del cual depende la posibilidad misma de la revolución proletaria. Hay ambigüedades en su argumentación. Mientras que, por un lado, su crítica a los bolcheviques no sale del marco ruso, en otro pasaje de su artículo, sin embargo, se puede apreciar otro enfoque del problema, mucho más correcto: “Tampoco hemos de olvidar la situación social internacional. El capitalismo mundial estaba entonces en una situación histórica muy específica, en la bisagra entre un período de industrialización primario (frühindustrielle Stufe) y una nueva etapa “taylorista-fordista” del industrialismo capitalista (...) Era todavía posible eliminar el industrialismo capitalista mundial antes de que éste empezara a destruir las bases de la vida humana y desintegrar la sociedad”.
Este pasaje contiene la idea justa de que la Primera Guerra mundial y la Revolución rusa ocurrieron en un período histórico caracterizado por un cambio profundo del capitalismo como un todo. ¿Por qué entonces no sacar las consecuencias de ello para el análisis de la revolución en Rusia, dejando de considerarla como un fenómeno específicamente ruso? Esto le permitiría entender por fin que con aquel cambio en la vida del capitalismo ¡era la destrucción del capitalismo a escala mundial lo que se puso al orden del día! Tanto los consejistas como la Oposición obrera, a pesar de su lealtad a la causa del proletariado, no lograron entenderlo. Otros, los mencheviques, con motivaciones muy diferentes, usaron el mismo método para condenar la revolución proletaria en Rusia, aduciendo el enorme peso que significaba el campesinado o que Rusia no estaba lo suficientemente industrializada. Al afirmar así que no estaba suficientemente madura para tal paso hacia adelante en la historia, no quedaba otro remedio que el de dejar el poder en manos de la burguesía y defender el capitalismo. No estamos comparando a los mencheviques con el KRAS, sino que queremos poner en evidencia los peligros que entraña un método que comparte con los consejistas y la Oposición obrera. Semejante método nos haría afirmar hoy, en 2004, que la revolución proletaria no es posible en ningún país del tercer mundo. Sería evidentemente algo absurdo: al ser el capitalismo un sistema global que no logró desarrollar industrialmente el mundo entero durante su fase ascendente, menos posibilidades tendrá de lograrlo desde que entró en decadencia.
No, la Revolución rusa no es para nada un acontecimiento exclusivamente ruso, sino el primer asalto de la clase obrera mundial contra el sistema inhumano responsable de la Primera Guerra mundial.
El KRAS ha de zanjar: revolución burguesa o revolución proletaria
Tratemos primero de constatar qué revolución estaba a la orden del día en la Rusia de 1917”. Estamos totalmente de acuerdo con esa forma con la que plantea el KRAS la cuestión en un pasaje de su texto. El problema está en que no aplica ese método.
Afirma en varios lugares que debido al insuficiente desarrollo económico en Rusia, la tarea de los bolcheviques se limitaba a la realización de una revolución burguesa. Esta afirmación es un disparate si se analiza con el enfoque de que el capitalismo había entrado en decadencia en el mundo entero. En cambio, otras citas del texto contradicen esa afirmación, al evidenciar que era la revolución proletaria lo que estaba en marcha en Rusia: “Sin embargo, no se puede entender la Revolución rusa únicamente como revolución burguesa. Las masas rechazaron el capitalismo y lo combatieron vehementemente, incluso el capitalismo de Estado de los bolcheviques. (...) El resultado de sus esfuerzos y deseos fue la forma con que la que se concretó en Rusia la revolución social mundial . La mezcla de una revolución de los obreros proletarios de las ciudades con la revolución de los campesinos comunales (Gemeindebauern) en los campos. (...) Los acontecimientos de Octubre del 17, mediante los cuales el Consejo de Petrogrado derrocó al gobierno provisional burgués, fueron el resultado del desarrollo del movimiento de masas desde febrero, en nada fueron el resultado de una conspiración bolchevique. Lo único que hicieron los leninistas fue utilizar la atmósfera revolucionaria que reinaba entre obreros y campesinos”. Totalmente de acuerdo: los acontecimientos de Octubre del 17, por los que el Consejo de Petrogrado derrocó al gobierno provisional burgués, resultaron del desarrollo del movimiento de masas de después del mes de febrero y en absoluto de una conspiración bolchevique.
Pero al no llevar hasta sus últimas consecuencias el enfoque propuesto, o sea “entender qué revolución estaba a la orden del día”, el KRAS se detiene a medio camino y defiende la tesis de dos revoluciones paralelas de carácter diferente, la burguesa aparentemente justificada por el subdesarrollo de Rusia personificada en los bolcheviques y la “de abajo”, aparentemente motivada por la impugnación del capitalismo, animada por las masas: “En paralelo con esa revolución “burguesa” (política) en torno al poder estatal se desarrolla otra revolución por abajo. Las consignas de autocontrol del trabajo y de la socialización de la tierra se desarrollan y se hacen cada vez más populares, las masas populares empiezan a realizarlas desde debajo, de forma revolucionaria. Se desarrollaron nuevos movimientos sociales: consejos de obreros y consejos de campesinos...”.
La simultaneidad de una revolución proletaria y de una revolución burguesa es una contradicción desde el punto de vista de la maduración de las condiciones que las explican respectivamente, la ascendencia del modo de producción capitalista para ésta y la decadencia para aquélla. Ahora bien, la guerra mundial que se desencadenó en aquel entonces fue la prueba patente de la quiebra histórica del capitalismo, de su decadencia; y la caída de la burguesía en Rusia fue ante todo la consecuencia de su participación directa en la degollina mundial.
Aclarado pues el carácter proletario de la Revolución rusa de 1917 se plantea la cuestión del carácter clasista del partido bolchevique y del papel que desempeñó en el proceso que desembocó en la muerte de la revolución y la victoria de la contrarrevolución.
El carácter clasista del Partido bolchevique
La degeneración de la revolución y del partido bolchevique, al transformarse en avanzadilla de la contrarrevolución, se vio favorecida por los errores cometidos por el Partido bolchevique que a menudo no le eran específicos sino que correspondían a una inmadurez del movimiento obrero como un todo.
Así es como Lenin y los bolcheviques tenían la idea falsa, resultante del esquematismo burgués, de que la toma del poder político por parte del proletariado consistía en la toma de poder por su partido. Esta era sin embargo una idea compartida por el conjunto de las corrientes de la Segunda internacional, incluso por las de izquierda. Fue precisamente la experiencia de la Revolución rusa y de su degeneración lo que permitió entender que el esquema de la revolución proletaria, en ese aspecto, era fundamentalmente diferente al de la revolución burguesa. Hasta finales de su vida en enero del 1919, Rosa Luxemburg, por ejemplo, cuyas divergencias con los bolcheviques fueron siempre muy conocidas, compartía también esa falsa idea: “Si Spartakus se apodera del poder, será por la clara voluntad, indudable, de la gran mayoría de las masas proletarias” (Discurso sobre el programa, Congreso de fundación del PC de Alemania, diciembre del 18). ¿Se ha de concluir que Rosa Luxemburg también era una “jacobina burguesa”, tal como anarquistas y consejistas califican a Lenin? Pero entonces, ¿qué revolución burguesa estaban defendiendo Rosa y los espartaquistas en la Alemania industrial de 1919?
Al ser la derrota de la oleada revolucionaria mundial y el aislamiento del bastión proletario la causa primera de la victoria de la contrarrevolución en Rusia, sería un error de método achacarla a concepciones falsas en el movimiento obrero. Si se hubiese extendido la revolución, estas concepciones hubiesen sido superadas en la marcha del proletariado mundial hacia la revolución, tanto en lo práctico como en lo teórico, pasando por la lupa de la crítica todo lo que se habría realizado.
La degeneración del Partido bolchevique es la consecuencia de una concepción falsa de su papel con respecto al Estado, que lo llevó a identificar su tarea de vanguardia de la revolución con la de principal gestor de esa institución. Esa es la situación que lo puso en una situación de creciente antagonismo con la clase obrera y que explica el aplastamiento de Kronstadt, que dirigió y justificó políticamente (3) Entender el proceso de degeneración y los errores cometidos por los bolcheviques no significa “perdonarlos”, sino que forma parte precisamente de ese esfuerzo de clarificación indispensable en el proletariado del que depende la solución de los futuros combates de la clase obrera. Por el contrario, afirmar como lo hace el KRAS que el Partido bolchevique desde el principio era un partido burgués es un procedimiento tan simplista como fácil para evitar tener que hacerse muchas preguntas o tener que revisar prejuicios, como también un método que no permite entender el proceso vivo de la lucha de clases.
CCI, octubre del 2004
1) Este texto esta colgado en ruso y en alemán en el sitio del foro https://russia.internationalist-forum.org/tiki-index.php?page=RUSSISCHE+... [245]. Las citas las hemos traducido nosotros. En caso de que hubiese traducciones erróneas respecto al original, no serían, evidentemente, intencionadas.
2) En el marco de este texto, no podemos desarrollar, una vez más, la crítica del consejismo clásico. Para más detalles, véanse los números 37, 38, 39 y 40 de la Revista internacional, así como nuestro folleto Rusia 1917, principio de la revolución mundial.
3) La CCI ya ha dedicado varios artículos sobre el tema, en particular “Entender Kronstadt”, Revista internacional nº 104.
El viernes 27 de agosto celebramos en Buenos Aires una Reunión Pública sobre el tema LA DECADENCIA DEL CAPITALISMO.
Un lugar de discusión proletaria
Varios asistentes expresaron su agradable sorpresa por la discusión viva y animada, con participación activa de los presentes, que tuvo lugar. Lo veían en los antípodas de las reuniones de grupos de izquierda o extrema izquierda del capital, adonde un orador (o varios turnándose) sueltan discursos interminables que cansan a la gente que acaba yéndose a su casa desmoralizada. En contra de todo eso, se demostró palpablemente que la Reunión Pública de la CCI es un lugar donde se puede discutir, se pueden contraponer argumentos, todo ello en vistas a la clarificación, la claridad es un arma de la clase obrera, del fuego del debate nace la luz de la claridad.
La decadencia del capitalismo amenaza la supervivencia de la humanidad
La presentación planteó: ¿cómo explicar dos guerras mundiales, interminables guerras regionales y las guerras caóticas actuales acompañadas de un terrorismo ciego y bárbaro? ¿Cómo explicar la degradación imparable de las condiciones de vida de todos los trabajadores del mundo incluidos los “privilegiados” de Alemania, Francia, USA etc.? ¿Cómo explicar el hambre galopante en el mundo, las epidemias y las enfermedades más espantosas? ¿Cómo explicar la creciente dislocación de las relaciones sociales que lleva consigo la inseguridad, la degradación moral, las drogas, el irracionalismo, la más abyecta barbarie? ¿Cómo explicar la amenaza cada vez mayor de enormes catástrofes ecológicas?
La burguesía, en todas sus variantes nos ofrece toda clase de falsas explicaciones: habría una crisis de reestructuración del capitalismo, un capitalismo “reformado” con una intervención del Estado para corregir sus tendencias más negativas haría que otro mundo sería posible etc.
Frente a ello, la explicación de la CCI es que el capitalismo es un sistema social decadente que desde la primera guerra mundial se ha convertido en una traba para el desarrollo de la humanidad y que la continuación de su supervivencia conlleva la amenaza de destrucción del género humano. Como dijo la Internacional Comunista en su primer congreso (marzo1919): “el período actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye el capitalismo con sus contradicciones insolubles”.[1]
La clase obrera es la única clase social que puede destruir el capitalismo
Esta presentación que se ciñó a 20 minutos para dar el mayor tiempo posible a la discusión no fue puesta en cuestión abiertamente por ninguno de los presentes. La discusión se centró en 2 cuestiones:
· ¿Quién puede destruir el capitalismo?
· ¿Qué son verdaderamente la revolución proletaria y el comunismo?
De forma general, los asistentes estaban de acuerdo en que el proletariado es la clase revolucionaria que tiene en sus manos la lucha por la destrucción del capitalismo. Sin embargo, se plantearon algunas dudas que la propia discusión clarificó:
· ¿No sería el proletariado actual completamente diferente del proletariado de finales del siglo XIX y principios del XX y por tanto no tendría ni la posibilidad ni la necesidad –dado su supuesto mayor acomodamiento en la sociedad - de destruir el capitalismo?
· ¿Al haberse cerrado tantas fábricas, al caer en el desempleo muchos obreros, no habría perdido el proletariado sus armas clásicas de lucha entre ellas la huelga?
Aunque no podemos extendernos demasiado en las respuestas que la propia reunión dio a estas cuestiones, quedó claro que el proletariado seguía siendo el productor colectivo de las principales riquezas de la sociedad capitalista, que esta no podía existir sin la explotación del proletariado, y que este tenía como principales armas su unidad, su conciencia y su capacidad para organizarse masivamente, al servicio de las cuales se supeditaba el arma de la huelga[2].
El comunismo nada tiene que ver con el capitalismo de Estado de la antigua URSS, Cuba, China etc.
Dos asistentes defendieron como “análisis marxista” el supuesto carácter “socialista” o “como paso al socialismo” de regímenes como los de la antigua URSS, Corea del Norte, Cuba etc. Dijeron que allí había habido “revoluciones socialistas”. Otros asistentes les respondieron de forma contundente:
· El “socialismo en un solo país” es una traición al proletariado. Su revolución será mundial o no será. El comunismo solo podrá empezar a construirse a partir de la destrucción del capitalismo en todos los países.
· En Rusia, China, Cuba, Corea del Norte etc., lo que reina es una forma particular del capitalismo de Estado, tendencia general que domina todo el capitalismo mundial y que se impone bajo diversas formas en todos los países: en USA por ejemplo el capitalismo de Estado toma la forma “liberal” de una combinación entre la burguesía privada clásica y la intervención muy fuerte del Estado en todos los campos de vida económica, social, militar etc.
· La única revolución proletaria que ha existido en el siglo XX es la revolución rusa y la oleada revolucionaria que le siguió y que llegó hasta la Argentina (la Semana Trágica). Fue la derrota del proletariado en los demás países –principalmente en Alemania- lo que llevó al bastión proletario en Rusia a un trágico aislamiento y a una degeneración que desembocó en la contrarrevolución estalinista.
· Esta contrarrevolución se hizo en nombre del “comunismo”, de la “dictadura del proletariado” y del partido bolchevique que había estado en la vanguardia de la revolución. La mentira del “comunismo” en Rusia ha hecho mucho daño a las generaciones proletarias posteriores que han caído en una desconfianza en sus propias fuerzas y en una duda sobre su perspectiva comunista.
La reunión tuvo que acabar por limitaciones de tiempo y varios asistentes manifestaron la necesidad de proseguir el debate. En particular, uno de ellos propuso discutir qué es la dictadura del proletariado y cómo luchar hoy por ella. Se convino igualmente en que una síntesis de la reunión se publicaría en Internet para poder continuar la discusión por este medio.
Corriente Comunista Internacional
[1] Invitamos a los lectores a leer y animar un debate sobre el artículo que aparece en nuestra REVISTA INTERNACIONAL nº118 “La decadencia del capitalismo en la médula del materialismo histórico”
[2] Para abordar estos temas un debate podría tener lugar sobre 2 documentos: el artículo ¿Por qué el proletariado no ha realizado todavía la revolución? (en REVISTA INTERNACIONAL números 103 y 104) y el artículo sobre el sindicalismo revolucionario (REVISTA INTERNACIONAL nº 118).
La barbarie golpea con brutalidad a la humanidad: guerras en muchos países, miseria y hambre en la gran mayoría, catástrofes ecológicas…
De esta barbarie hay un solo responsable: el CAPITALISMO MUNDIAL EN TODOS SUS ESTADOS, TODOS SUS GOBIERNOS Y TODOS SUS INTEGRANTES
Sólo la lucha de clase del proletariado, la clase explotada de este sistema pero también la clase revolucionaria, puede enfrentarse a la barbarie de este sistema y desarrollar sus luchas, su unidad y su conciencia para acabar logrando la fuerza necesaria para acabar con él.
Pero ¿Dónde está hoy la lucha de clase del proletariado? ¿Cuál es la actual relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado tanto a nivel mundial como en Argentina? ¿Qué dificultades, problemas y debilidades tiene que superar el proletariado para avanzar en su lucha? ¿Qué políticas y qué planteamientos le ayudan a ir hacia delante? ¿Qué lecciones pueden sacarse de las luchas más recientes en el mundo y acá en Argentina?
Responder a todas estas cuestiones es importante e interesa de forma vital a todos los que estamos comprometidos con la lucha del proletariado y la liberación de la humanidad.
Esta nota es para invitar a todos los interesados a participar:
Monteagudo 21/41 1888 FLORENCIO VARELA Provincia Buenos Aires
Viernes 5 de noviembre a las 20 horas
La aceleración de la crisis mundial está reduciendo cada día más el margen de maniobra de la burguesía, a la que, en su lógica de explotación capitalista, no le queda más solución que la de atacar cada vez más violenta y frontalmente el nivel de vida de la clase obrera en su conjunto.
Ataques violentos y frontales contra la clase obrera
Cada burguesía nacional adopta por todas partes las mismas medidas: planes de despidos que afectan a todos los sectores de la actividad, deslocalizaciones, incremento del tiempo de trabajo, desmantelamiento acelerado de la protección social (pensiones, salud, subsidios de desempleo), ataque contra los salarios, aumento acelerado de la precariedad en el empleo, en la vivienda, creciente deterioración de las condiciones de vida y de trabajo. Todos los obreros, tengan trabajo o estén desempleados, activos o jubilados, trabajen en el sector público o en el privado, están amenazados por esa situación.
En Italia, tras unas medidas similares a las de Francia contra las pensiones y una ráfaga de despidos en las factorías de Fiat, son ahora 3700 supresiones de empleo (más de la sexta parte de la plantilla) en la compañía aérea Alitalia.
En Alemania, el gobierno socialista y verde de Schröder, siguiendo un programa de austeridad bautizado “Agenda 2010”, ha empezado a aplicar a la vez una reducción de los reembolsos por gastos de salud, los controles de las bajas por enfermedad, la subida de las cuotas para la seguridad social y para las pensiones, así como el de la edad mínima para jubilarse que ya era de 65 años. Siemens, con el acuerdo del sindicato IG-Metall y con la amenaza de traslado a Hungría, exige que los obreros trabajen entre 40 y 48 horas en lugar de 35 antes y sin compensación salarial. Otras grandes empresas acaban de negociar acuerdos similares: la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes), Bosch, Thyssen-Krupp, Continental y la industria automovilística (BMW, Opel, Volkswagen, Mercedes-Daimler-Chrysler). La misma política encontramos en Holanda, un Estado conocido ya por haber desarrollado desde hace ya mucho el trabajo a tiempo parcial. El ministro holandés de economía ha anunciado que el retorno a las 40 horas (sin aumento compensatorio) era un buen medio para relanzar la economía nacional.
El llamado “plan Hartz IV”, cuya puesta en marcha está prevista para principios de 2005 en Alemania muestra la vía que han tomado todas las burguesías, empezando por las europeas: se trata de reducir el subsidio de desempleo y su duración, así como también hacer más difíciles las condiciones para obtenerlo, especialmente la de estar obligado a aceptar una oferta de empleo mucho peor pagada que el empleo perdido.
Esos ataques no se limitan al continente europeo, sino que se llevan a cabo a nivel mundial. El constructor canadiense de aviones Bombardier Aerospace se propone suprimir entre 2000 y 3200 empleos. La firma estadounidense de telecomunicaciones AT & T prevé 12 300 despidos. General Motors suprimirá 10 000 empleos, amenazando también a factorías europeas en Suecia o Alemania. El Bank of America anunció la supresión de 4500 empleos que se añaden a los 12 500 programados en abril pasado. Y es así como en Estados Unidos, donde el desempleo está volviendo a alcanzar porcentajes récord (la expresión que se usa es “crecimiento sin empleos”), cerca de 36 millones de personas (12,5 % de la población) viven por debajo del umbral de pobreza, y entre ellas 1,3 millones cayó en la precariedad durante el año 2003, a la vez que 45 millones de personas carecen de todo tipo de cobertura social. En Israel, los municipios están en quiebra y los empleados municipales no cobran sus salarios desde hace meses. Y eso sin olvidar las condiciones de explotación espantosas en las que viven los obreros del llamado Tercer mundo en medio de una desenfrenada competencia en el mercado mundial por reducir los costes de la fuerza de trabajo.
Muchos de esos ataques son presentados como “reformas” indispensables con la única finalidad de que los proletarios acepten sin rechistar los “sacrificios”. El Estado capitalista y cada burguesía nacional pretenden que con esas pretendidas “reformas” están laborando en nombre, primero, del interés general por el bien de la colectividad; después dicen que lo hacen por preservar el futuro de nuestros hijos y de las generaciones futuras. La burguesía quiere que nos creamos que lo que procura es salvar el empleo, las cajas del seguro de desempleo y de la seguridad social, las pensiones, cuando lo que está haciendo es desmantelar de manera contundente toda protección social de la clase obrera. Para que los obreros acepten esos sacrificios, pretende que tales “reformas” son indispensables en nombre de la “solidaridad ciudadana”, para instaurar más justicia e igualdad social, contra la defensa de intereses gremiales mezquinos, contra los egoísmos y los privilegios. Cuando la clase dominante habla de más igualdad, lo que en realidad quiere imponer es la nivelación por debajo de las condiciones de vida de la clase obrera. Contrariamente al siglo xix cuando, en el contexto histórico de un capitalismo todavía en plena expansión, las reformas aceptadas por la burguesía iban en un sentido de mejora de las condiciones de vida de la clase obrera, hoy, el capitalismo ya no puede ser reformado. Ya no puede ofrecer a los trabajadores sino miseria y más miseria, una pauperización creciente. Todas esas pseudoreformas ya no son el signo de un capitalismo todavía en plena prosperidad, sino, todo lo contrario, son el signo de su quiebra irremediable.
La clase obrera ha empezado a replicar a los ataques de la burguesía
La resolución que publicamos a continuación fue adoptada por el órgano central de la CCI en junio pasado.
El proyecto central de ese texto era demostrar la existencia de un “giro” o un “viraje” en la evolución de la lucha de clases que ya habíamos propuesto en nuestros análisis de la situación desde las luchas de la primavera de 2003 en Francia y Austria contra la “reforma” de las pensiones impuesta por la burguesía. Nos proponíamos con ese texto aportar elementos de respuesta a algunos de nuestros lectores y simpatizantes que habían expresado dudas sobre la validez de nuestro análisis.
Desde entonces, la realidad de la lucha de clases misma, a través de algunos movimientos sociales, ha venido a confirmar de modo más tangible la existencia de ese giro en la lucha de clases en el ámbito internacional.
A pesar de la fuerza y la omnipresencia del encuadramiento sindical y el control permanente que los sindicatos siguen ejerciendo sobre las luchas, a pesar de las vacilaciones para entablar la lucha contra, por un lado, las maniobras de intimidación de la burguesía y, por otro, ante la falta de confianza en sus propios medios de lucha, ahora ya está claro que la clase obrera ha empezado a replicar a los ataques de la burguesía, aunque el nivel de esa respuesta esté todavía muy por debajo del de los ataques que recibe. La movilización de los tranviarios italianos o de los empleados de correos ingleses durante el invierno de 2003 y, después, la de los obreros de la factoría Fiat de Melfi (Italia meridional) en primavera contra los planes de despidos fueron ya un signo, a pesar de todas sus dificultades y su aislamiento, de ese despertar de la combatividad obrera. Hoy los ejemplos se han multiplicado y son más significativos. En Alemania, en julio pasado, más de 60 000 obreros de Mercedes-Daimler-Chrysler participaron en huelgas y manifestaciones de protesta contra el chantaje y el ultimátum de la dirección. Ésta los emplazó: o aceptan algunos “sacrificios” en cuanto a condiciones de trabajo para aumentar la productividad (chantaje especialmente dirigido a los obreros de la fábrica de Sindelfingen-Stuttgart de Bade-Würtemberg), y supresiones de empleo en las factorías de Sindelfingen, Unterürkheim y Mannheim, o, si no, tendrán que apencar con el traslado de las fábricas a otros lugares (lo que se llama “deslocalización”). No solo ya hubo obreros de Siemens, Porsche, Bosch y Alcatel, que soportan ataques similares, que participaron en esas movilizaciones sino que, aún cuando la dirección se dedicaba a jugar conscientemente la baza de la división entre obreros de diferentes factorías, el hecho de que se asociaran a las manifestaciones muchos asalariados de Bremen, ciudad adonde iban a trasladarse los empleos según el plan de deslocalización, es una expresión muy significativa de que la solidaridad obrera, aunque embrionaria, existe. Desde hace varias semanas en España, los obreros de los astilleros de Puerto Real (Andalucía) o de Sestao (Bilbao), han desencadenado un movimiento muy duro para intentar oponerse a un plan de privatización que, en realidad, significaría supresión de miles de empleos, plan que prosigue con el actual gobierno de izquierdas, a pesar de sus promesas.
Más recientemente, una manifestación organizada por los sindicatos y los altermundialistas en Berlín el 2 de octubre, y que debía “concluir” la serie de “protestas de los lunes” contra el plan gubernamental “Hartz IV” reunió a 45 000 personas. El mismo día hubo una gigantesca manifestación en Ámsterdam, precedida de importantes movilizaciones regionales, contra los proyectos del gobierno. Oficialmente había 200 000 participantes, o sea la manifestación más importante en aquel país en estos diez últimos años. A pesar de la consigna principal dominante en esa manifestación (“¡No al gobierno, sí a los sindicatos!”), la reacción más espontánea de los propios participantes fue la “sorpresa” y el “asombro” de encontrarse tanta gente junta. Cabe recordar que Holanda fue, junto con Bélgica, uno de los primeros países señalados por la reanudación internacional de luchas obreras en el otoño de 1983.
Cada uno de esos movimientos sirve de revelador de la reflexión que está hoy calando profundamente en el proletariado: la acumulación, la amplitud y la naturaleza de los ataques de la burguesía no sólo acaban disolviendo las ilusiones que la clase dominante intenta esparcir, sino que además exigen a los explotados un nivel de conciencia cada vez más elevado por la inquietud y los interrogantes sobre el destino, el porvenir para ellos, sus hijos y las generaciones venideras que es capaz de ofrecer un sistema de explotación cada vez más intolerable. Consciente de sus responsabilidades en la lenta maduración de esta toma de conciencia entre los obreros de la quiebra del sistema capitalista, la CCI ha intervenido muy activamente en las luchas. En Alemania en el mes de julio, en España en septiembre, la CCI hizo unas hojas que difundió ampliamente, interviniendo así directamente en la situación local. El 2 de octubre, tanto en Ámsterdam como en Berlín, la venta de nuestra prensa alcanzó récords territoriales, como así había ocurrido ya en Francia durante las luchas de la primavera de 2003, lo cual también es una ilustración significativa de las características y las potencialidades del giro actual.
Wim (11 de octubre)
A los militantes del BIPR
París, 7 de Diciembre de 2004.
Camaradas,
Desde el 2 de Diciembre hemos asistido a discretas modificaciones en la página web del BIPR. Primero la versión inglesa, y después la versión española, de la “Declaración del Círculo de Comunistas Internacionalistas contra la metodología nauseabunda de la CCI”, del 1 de Octubre, que estaba colgada hacía mes y medio, desaparecen (curiosamente se mantiene la versión francesa, y sigue ahí en el momento en que os enviamos esta carta). ¿El BIPR tiene una política diferente según el país o la lengua?[1]. Además, en las páginas en Italiano, la introducción que precede a la “Toma de posición del Círculo de Comunistas Internacionalistas sobre los hechos de Caleta Olivia” pierde sus ¾ partes, y entre ellas el siguiente párrafo: “Recientemente el Núcleo Comunista Internacionalista de Argentina ha roto con la Corriente Comunista Internacional, a la que desde hace tiempo consideramos como inútil superviviente de una vieja política indiscutiblemente inadaptada para contribuir a la formación del Partido internacional. La organización argentina ha cambiado de nombre adoptando el de Circulo de Comunistas Internacionalistas”.
Estas modificaciones demuestran que el BIPR empieza (¿quizá?) a tomar conciencia del avispero en el que se ha metido al tomar por moneda corriente, publicando sin la menor precaución, lo que ese pretendido Circulo le ha contado en sus diversas “Declaraciones” en especial en lo tocante al comportamiento de la CCI. En resumen, el BIPR ya no puede ocultarse, ni desde luego ocultar a los lectores de su web en Internet, lo que la CCI viene afirmando desde hace tiempo: las acusaciones vertidas contra nuestra organización son una sarta de mentiras inventadas por un elemento turbio, un impostor mitómano sin escrúpulos. Dicho esto, la discreta y progresiva desaparición de esas “declaraciones” no disminuye un ápice la gravedad de la falta política, por no decir el incalificable comportamiento, del que vuestra organización es responsable. Todo lo contrario.
Por ello esta carta es un llamamiento solemne a los militantes del BIPR frente al comportamiento absolutamente escandaloso de su organización, comportamiento incompatible con una actitud de clase proletaria.
UN BREVE RECORDATORIO DE LOS HECHOS:
Hacia mediados de Octubre, el BIPR publica, en varias lenguas, en su web la famosa “Declaración contra la metodología nauseabunda de la CCI” del supuesto “Circulo de Comunistas Internacionalistas” que se presenta como sucesor del “Núcleo Comunista internacional” con quien la CCI había mantenido discusiones desde hacía varios meses (con dos encuentros incluso en Argentina entre el NCI y delegaciones de la CCI).
En sustancia ¿Qué contiene esa “Declaración”?: Una serie de acusaciones extremadamente graves contra nuestra organización:
- la CCI emplea “prácticas que no corresponden a la herencia legada por la Izquierda Comunista, sino son más bien métodos propios de la izquierda burguesa y del estalinismo” con “hipócrita intención de destruir [a nuestro pequeño núcleo] (es decir al “Círculo”, nueva denominación del NCI) o a sus militantes de forma individual provocando la mutua desconfianza y sembrando los gérmenes de la división en las filas de este pequeño grupo”;
- la CCI “está metida en una dinámica de destrucción no solo de aquellos que osan desafiar las “leyes y teorías inmutables” de los gurús de esa corriente, sin contra todos que tratan de pensar por si mismos y dicen NO a los chantajes de la CCI”;
- la CCI emplea “la táctica estalinista de “tierra quemada”, es decir, no solo la destrucción de nuestro pequeño y modesto grupo, sino la oposición activa a cualquier tentativa de reagrupamiento revolucionario si la CCI no está a su cabeza por su política sectaria y oportunista. Por eso no duda en emplear toda suerte de maniobras repugnantes para lograr su objetivo central: desmoralizar a sus oponentes y así eliminar todo “potencial enemigo”;
- “la CCI trata de sabotear cualquier tentativa de reagrupamiento revolucionario, que no responda a sus pretensiones, como fue el caso en la Reunión Pública [del BIPR] el 2 de Octubre de 2004 en París (Francia) y (…) y hoy trata de destruir a nuestro pequeño grupo de Argentina”.
Cualquier lector que esté mínimamente al corriente de las cuestiones que conciernen a los grupos de la Izquierda Comunista (o que se reclaman de ella) habrá reconocido que el estilo de esas calumnias es el mismo de las que la FICCI lleva años vertiendo contra nuestra organización. Pero la analogía no se para ahí. La vemos también en el aplomo con el que miente de forma tan descarada:
“De forma unánime, los camaradas a los que la CCI telefoneó para sembrar los gérmenes de la desconfianza y la destrucción de nuestro pequeño grupo, proponen al conjunto de miembros del Circulo de comunistas internacionalistas el rechazo total del método político de la CCI al considerarlo como típicamente estalinista y que tiene como objetivo central, objetivo de la dirección actual de la CCI, impedir el reagrupamiento revolucionario por el que luchan diversos contactos y grupos; y proponen denunciar estas actitudes ante el conjunto de corrientes que se reclaman de la continuidad de la Izquierda Comunista”.
La realidad es completamente distinta, como ya hemos mostrado en otros textos y como demuestra la declaración del NCI del 27 de Octubre: Efectivamente nosotros telefoneamos a un camarada del NCI pero en absoluto para trata de “destruir [al NCI] o a sus militantes individualmente”. El objeto de nuestra primera llamada era tratar de saber cómo se había constituido ese “Circulo de Comunistas Internacionalistas” y porqué camaradas que semanas antes habían mantenido una actitud extremadamente fraternal con nuestra delegación y no habían manifestado ningún desacuerdo con la CCI (especialmente respecto a los comportamientos de la FICCI), ahora el 2 de Octubre adoptaban una “Declaración” especialmente hostil contra nuestra organización y daban la espalda a todo aquello que hasta entonces habían defendido. Ya desde ese momento percibíamos que el conjunto de camaradas del NCI no se habían asociado a esa “Declaración” (a pesar de que en ella se afirmaba que había sido adoptada por “unanimidad” de los miembros del NCI).Las discusiones que mantuvimos por teléfono con los compañeros del NCI nos permitieron informarles sobre lo que estaba pasando: la aparición de un “Circulo” que se presentaba como el continuador del NCI y que lanzaba su ataque contra la CCI. Igualmente pudimos verificar que estos camaradas no tenían ni la más remota idea de nueva política que llevaba el ciudadano B (el único que tenía acceso a internet) en su nombre y a sus espaldas. Cuando le preguntamos al primero de los camaradas con el que pudimos hablar si quería que volviéramos a llamarle, nos contestó que por supuesto y que con cuanta más frecuencia mejor, nos pidió que le volviéramos a llamar a la hora en que estaría con otros camaradas para que pudiéramos hablar también con ellos. Esa era la “petición unánime de los camaradas del NCI telefoneados”: en ningún momento habían “propuesto al conjunto de miembros del “Circulo” el rechazo total del método político de la CCI” sino que lo saludaban calurosamente. El método “que consideraban como típicamente estalinista” es el del Sr. B.
Ese interesante personaje nos advertía al principio de su declaración del 12 de Octubre: lo que se afirma sobre la “metodología de la CCI” puede “parecer mentira”. Efectivamente las “declaraciones” del Sr. B pueden “parecer una mentira”y ello por una buena razón: ciertamente son mentira, una sarta de mentiras. Evidentemente la FICCI se ha tragado inmediatamente esa mentira pues para ella es pan bendito todo lo que pueda ensuciar la reputación de nuestra organización y poco le importa si la acusación puede “parecer mentira”, al fin y al cabo la mentira es su segunda naturaleza, su marca de fábrica (junto al chantaje, el robo y la delación). Pero lo verdaderamente increíble, lo que “parece mentira”, es que una organización de la Izquierda Comunista, el BIPR, siga los pasos de la FICCI y publique en su web, sin el menor comentario, las elucubraciones infames del Sr. B, dándoles con ello su aval.
Al BIPR le gusta dar lecciones a los demás, por ejemplo da su propia interpretación a las crisis de la CCI creyendo a pies juntillas las mentiras de la FICCI sin molestarse en examinar seriamente el análisis que hace la propia CCI (ver sin ir más lejos “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI” en la web del BIPR). En cambio no le gusta nada las opiniones sobre su forma de actuar: “rechazamos por ridículas las “advertencias” [de la CCI]”, “Ni a la CCI, ni a nadie tenemos por qué rendir cuentas sobre nuestras acciones políticas, y la pretensión de la CCI de relanzar las presuntas tradiciones de la Izquierda Comunista nos parecen simplemente patéticas” (ver “Respuesta a las estúpidas acusaciones de una organización en vía de desintegración”). Pese a todo, nos permitiremos el lujo de decirle como actuaría la CCI de haber recibido una declaración como la del “Circulo” que pusiera en tela de juicio gravemente al BIPR. Lo primero que habríamos hecho es ponernos en contacto con el BIPR pidiendo su versión sobre tales acusaciones. Habríamos verificado la credibilidad y honorabilidad del autor de tales acusaciones. De verificarse que tal acusación era falsa la habríamos denunciado inmediatamente dando nuestro apoyo y nuestra solidaridad al BIPR. En caso de que la acusación fuera fundada y considerásemos necesario darlo a conocer en nuestra prensa, pediríamos al BIPR que nos hiciera llegar su posición a fin de publicarlo al lado del documento en el que se le acusa.
Podéis pensar que son solo bellas palabras y que en realidad habíamos hecho otra cosa. En todo caso los lectores de nuestra prensa saben cual es la forma de actuar de la CCI y saben que la hemos llevado a la práctica por ejemplo cuando LA Workers’ Voice lanzó una campaña de denigración contra el BIPR (ver Internationalism nº 122).
¿Cómo ha actuado el BIPR al recibir la “Declaración del Círculo”?. No solo se ha contentado con avalarla al publicarla en su web en varias lenguas, sin verificar su autenticidad, además durante más de 10 días ha evitado publicar el desmentido que le habíamos enviado y que en varias ocasiones habíamos reclamado que se publicase junto a la declaración del “Circulo” (ver las cartas del 22, 26 y 30 de Octubre).
Lo mínimo que podía hacer el BIPR era publicar nuestro desmentido (eso es algo que en general se acepta hasta en la prensa burguesa) y para conseguirlo han hecho falta tres carta y ciertos acontecimientos que ponen en evidencia lo mentiroso de la “Declaración”. Publicar nuestro desmentido era lo mínimo pero totalmente insuficiente porque mientras el BIPR no tome posición sobre la declaración del “Círculo” seguirá avalando sus mentiras. Por eso en nuestras cartas del 17 y 21 de Noviembre os pedíamos “publicar inmediatamente (es decir a vuelta de correo) en vuestra web la Declaración del NCI del 7 de Octubre que está disponible en nuestra propia web en todas las lenguas correspondientes”, una declaración que no la hace la CCI y se podría sobrentender que echa agua a nuestro molino, sino los testigos principales de la impostura y las mentirosas calumnias del Sr. B. Hasta la fecha no habéis publicado esa declaración del NCI (que os mandaron desde Buenos Aires por correo postal) y eso que sois conscientes de que es verídica, de no ser así no habríais eliminado progresiva y discretamente de vuestra web la declaración del “Círculo”.
Durante semanas os habéis hecho los sordos a nuestras demandas de que restablecieseis la verdad. Hoy cuando la verdad se impone (y no precisamente gracias a vosotros) elegís el método más hipócrita de todos para tratar de que no os salpique: retirar el documento que desde hace cerca de dos meses ha vertido sobre nuestra organización toneladas de lodo, retirada tan sigilosa como su puesta en circulación, sin la más mínima explicación.
¿Camaradas, sois conscientes de la gravedad de vuestro comportamiento? ¿Sois conscientes de que tal actitud no es digna de un grupo que se reclama de la izquierda comunista sino propia del trotskismo más degenerado o del estalinismo?,.¿Os dais cuenta de que estáis haciendo lo mismo que el Sr. B (los recientes escarceos en su web con “Argentina Roja” prueba que vuelve a sus antiguos amoríos estalinistas) que se pasa el rato quitando y poniendo documentos en su web tratando de borrar pistas?
En todo caso, ya que habéis puesto vuestros medios de comunicación al servicio de a calumnia contra la CCI no basta con eliminar discretamente esa calumnia como si nada hubiera pasado. Habéis cometido una falta política muy grave y ahora debéis repararla. El único medio digno de una organización proletaria es declarar en vuestra web que el documento que estuvo colgado en ella durante cerca de dos meses es una sarta de mentiras, así como denunciar las andanzas del Sr. B.
Nos damos cuenta de la amarga decepción que debisteis sentir al descubrir la verdad: el NCI no ha roto con la CCI, y el “Circulo” en quien teníais depositadas grandes esperanzas (ver vuestro artículo en Battaglia Comunista de Octubre “Anche in Argentina qualcosa si muove”) es una impostura fruto de la mente calenturienta del Sr. B. Pero eso no es razón para evitar tomar posición sobre los métodos de ese impostor. También se trata de una cuestión elemental de solidaridad hacia los militantes del NCI victimas en primera línea de las manipulaciones infames de ese elemento que ha usurpado su nombre.
Entendemos que os cueste reconocer públicamente que, de nuevo (tras vuestro comunicado del 2 de Septiembre de 2003 sobre los “Comunistas Radicales de Ucrania”), os han estafado. Cuando esta desgracia os sobrevino la CCI no hizo el más mínimo comentario. Más que hurgar en la herida, pensamos que lo que os toca hacer, como “fuerza dirigente responsable” (según vuestros propios términos), es sacar las lecciones de esta experiencia. No nos ha sorprendido tras los desengaños que habéis sufrido con el SUCM y la LAWV, pese a nuestras advertencias que “rechazasteis como ridículas”. Pero en este asunto las cosas han ido más lejos que el de acabar siendo el tonto de la farsa. Tras la supina ingenuidad con la que habéis creído a pie juntillas a un mitómano timador, se oculta la duplicidad con la que habéis acogido en vuestra web las infamias de ese individuo. Es un comportamiento absolutamente indigno de una organización que se reclama de la Izquierda Comunista.
El BIPR afirma que la CCI ha “perdido toda capacidad/posibilidad de contribuir positivamente al proceso de formación del indispensable partido comunista internacional” (Battaglia Comunista, Octubre 2004). Contrariamente al BIPR (y a las diversas capillitas de la corriente bordiguista), la CCI jamás se ha considerado la única organización capaz de contribuir positivamente a la formación del futuro partido revolucionario mundial, incluso si estima evidentemente que su propia contribución a esta tarea será la más decisiva. Por eso, desde su reaparición en 1964 (mucho antes de la fundación de la CCI propiamente dicha) nuestra corriente se dio la misma orientación que la izquierda comunista de Francia y ha defendido siempre la necesidad del debate fraternal y la cooperación (evidentemente en la claridad) entre las fuerzas de la Izquierda comunista. Incluso antes de que Battaglia Comunista en 1976 hiciera la propuesta de organizar las conferencias internacionales de los grupos de la izquierda comunista, nosotros le habíamos hecho esa misma propuesta a BC en múltiples ocasiones aunque en vano. Por eso respondimos con entusiasmo a la iniciativa de Battaglia y nos implicamos con determinación y seriedad en ese trabajo. Igualmente, por esa misma razón lamentamos y condenamos la decisión de Battaglia y de la CWO de poner fin a ese esfuerzo al término de la 3ª Conferencia en 1980.
En efecto, consideramos que ciertas de las posiciones del BIPR son confusas, erróneas o incoherentes, y que pueden sembrar o mantener confusiones en el seno la clase. Por eso publicamos regularmente polémicas en nuestra prensa en las que criticamos esas posiciones. Sin embargo pensamos que el BIPR por sus principios fundamentales es una organización del proletariado y que aporta una contribución positiva en su seno contra las mistificaciones burguesas (especialmente cuando defiende el internacionalismo contra la guerra imperialista). Por eso hasta el presente siempre hemos considerado que a la clase obrera le interesaba preservar a una organización como el BIPR. Ese no es vuestro análisis en lo tocante a nuestra propia organización, ya que en vuestra reunión con la FICCI en Marzo de 2002 afirmasteis “estamos llamados a concluir que la CCI se ha convertido en una organización “no válida”, por consiguiente nuestro objetivo será hacer todo lo que este en nuestras manos para que desaparezca” (Boletín de la FICCI nº 9) y desde entonces se ha aplicado a fondo en esa tarea.
Que consideréis que la CCI es un obstáculo para la toma de conciencia de la clase obrera y que es preferible, para su combate, que desaparezca, no nos plantea ningún problema. A fin de cuentas esa es la posición que siempre han defendido las diversas capillas de la corriente bordiguista. Tampoco nos plantea ningún problema que os deis los medios de lograr tal objetivo. La cuestión es ¿Qué medios? La burguesía está igualmente interesada en que desaparezca la CCI, como en que desaparezcan el resto de los grupos de la Izquierda Comunista, para ello lanza repugnantes campañas contra esta corriente asimilándola a la corriente “revisionista” cómplice de la extrema derecha. Para la clase dominante TODOS los medios son buenos, incluida en primer término la mentira y la calumnia. Pero no para las organizaciones que pretenden luchar por la revolución proletaria. La Izquierda Comunista, al igual que las otras organizaciones del movimiento obrero que le precedieron, no se distingue sólo por sus posiciones programáticas, como el internacionalismo; en su combate contra la degeneración de la IC y contra la deriva oportunista que llevó al trostkismo al campo de la burguesía, la Izquierda siempre reivindicó un método basado en la claridad, y en la verdad, especialmente frente a las falsificaciones suministradas por el estalinismo. Como decía Marx: “La verdad es revolucionaria”. Dicho de otra forma, la mentira, y más aún la calumnia, no son armas del proletariado sino de la clase enemiga. Y la organización que las utiliza como instrumentos de combate, sean cuales sean sus posiciones programáticas, camina por la senda de la traición o, en todo caso, se convierte en un obstáculo decisivo para la toma de conciencia de la clase obrera. Efectivamente en tal caso, y más que ante errores en su programa, es preferible, desde el punto de vista de los intereses del proletariado, que esa organización desaparezca.
Camaradas,
Os lo decimos francamente: si el BIPR persiste en la política de mentiras, de calumnias, y lo que es peor de “dejar decir” y de silencio cómplice ante las acciones de grupúsculos cuya razón de existir y su marca de fábrica es precisamente esa, tal como el “Círculo” y la FICCI, dará prueba de que se ha convertido en un obstáculo para la toma de conciencia del proletariado. Será un obstáculo no tanto por el descrédito que podría aportar a nuestra organización (los recientes acontecimientos han demostrado que somos capaces de defendernos, auque vosotros estiméis que “la CCI está en vía de desagregación”) sino por el descrédito y el deshonor que este tipo de comportamientos inflinge a la memoria de la Izquierda Comunista de Italia, y por tanto a su irremplazable contribución. En ese sentido será preferible que el BIPR desaparezca y “nuestro objetivo será hacer todo lo posible para empujar hacia su desaparición” como bien decís vosotros. Esta claro, evidentemente, que para lograr tal fin solamente emplearemos las armas propias de la clase obrera entra las que nos están, cae por su propio peso, la mentira y la calumnia.
Un último punto:
La declaración del 12 de Octubre del “Circulo”, al igual que el artículo del Boletín 28 de la FICCI, evoca nuestras supuestas “tentativas de sabotaje” durante vuestra reunión pública del 2 de Octubre en París. Vosotros mismos no sois ajenos a ese tipo de acusación ya que en la primera versión de vuestra toma de posición sobre esa reunión pública que sólo apareció en italiano (y no en francés, ¡otro misterio más del BIPR¡) decís “las vanguardias revolucionarias incluso si son reducidas, y obstaculizadas en su emergencia por los miasmas producidos por una organización en vía de desagregación, como la CCI en París. Por eso el BIPR continuará su trabajo también en París, tomando todas las medidas necesarias para prevenir y evitar los sabotajes, vengan de donde vengan”. Más tarde habéis retirado este ultimo párrafo (puede que no estuvierais muy seguros de vosotros mismos) especialmente la referencia a nuestros “sabotajes”. Pero un cierto número de visitantes de vuestra web y de abonados que se ha comunicado por Email han tomado nota de esas acusaciones. Por su parte la FICCI y el “Circulo” siguen teniéndolo colgado en sus web respectivas sin que vosotros lo desmintáis.
Camaradas si creéis que tratamos de sabotear vuestra reunión pública en París decirlo abiertamente y explicar porqué. Así podremos discutirlo con argumentos en vez de enfrentarnos a sinuosos rumores.
Una última cosa. Esta carta se centra en una única cuestión: la publicación en vuestra web de una “Declaración” infame y calumniosa contra la CCI. Pero, dicho esto, el uso de la mentira y la calumnia (ya sea de forma activa o pasiva) como medio de “combate” contra la CCI no se para ahí. Os recordamos que os hemos escrito dos cartas en las que os pedimos, entre otras cosas, que toméis posición sobre algo de la mayor importancia (a no ser que esas palabras no signifiquen nada para vosotros): “¿Creéis que la CCI, como no cesa de repetir la FICCI, está dominada por agentes del Estado capitalista pertenecientes a su policía o a una secta franc-masona)?”.
Igualmente os recordamos que hasta este momentos no nos habéis dado ninguna explicación de cómo llegó a la dirección de nuestros abonados, cuyo fichero robó la FICCI y vosotros justificáis, la invitación a vuestra reunión pública cuando ellos no os habían comunicado su dirección. La única explicación que tenemos es la que nos dio uno de los miembros del presidium de vuestra reunión pública del 2 de octubre en París cuando dijo: “no estábamos al corriente del envío de esas invitaciones y no estamos de acuerdo”.
· ¿Si el BIPR no las mandó, quien lo hizo?
· ¿Por qué no aprobáis esa iniciativa y en cambio aprobáis el robo de nuestro fichero de abonados?
Si no tenéis interés en dar explicaciones a la CCI, al menos tener la corrección de dárselas a nuestros abonados, que no son necesariamente simpatizantes de la CCI.
Hasta aquí un conjunto de cuestiones que, para nosotros, no están cerradas y que volveremos a plantear cada vez que sea necesario si decidís aplicar vuestra política tradicional de silencio ante nuestra correspondencia.
Recibid, camaradas, nuestros saludos comunistas.
La CCI.
[1] Esto no se plantea solo a propósito de la fecha de retirada de la “Declaración” del 12 de Octubre, sino también respecto a su inserción en la web del BIPR. En efecto, esa declaración jamás se ha publicado en italiano mientras que si se han publicado en esa legua otros textos del Circulo “Presa di posizione del Circolo di Comuinisti Internazionalisti sui fatti di Calet Olivia” (“Toma de posición del Circulo de Comunistas Internacionalistas sobre los sucesos de Caleta Olivia”) y “Prospettive della clase operaia in Argentina e nei Paesa periferici” (“Perspectivas para el proletariado en Argentina y en las naciones periféricas”), que curiosamente el BIPR no ha publicado en otros idiomas. ¡Que lo compre quien lo entienda! Esperamos que al menos los militantes del BIPR sepan la razón de tan sorprendente decisión.
Como ya lo hemos puesto de relieve en varias ocasiones en nuestra prensa (1), el periodo actual está caracterizado por un viraje en la relación de fuerzas entre las clases favorable al proletariado después de todo un periodo de retroceso en la combatividad y en la conciencia de este último resultante de las inmensas campañas ideológicas que habían acompañado el hundimiento de los regímenes llamados “socialistas” a finales de los años 80. Una de las manifestaciones de este viraje es “el proceso existente en la clase, de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterránea, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista” (2). Esta aparición de elementos que se orientan hacia la Izquierda comunista es, evidentemente, un fenómeno de una importancia capital puesto que es una de las condiciones de la constitución del futuro partido revolucionario mundial. Incumbe, por consiguiente, a las organizaciones de la Izquierda comunista aportar la máxima atención al surgimiento de estas nuevas fuerzas con objeto de fecundarlas y permitirles beneficiarse de su experiencia e integrarlas en una actividad revolucionaria organizada. Se trata de una tarea especialmente difícil y delicada y que ha sido objeto de numerosas reflexiones y discusiones en el movimiento obrero. Marx y Engels fueron los primeros en dedicar a esta cuestión numerosos esfuerzos, especialmente dentro de la primera organización internacional de la que se dotó la clase obrera, la Asociación internacional de los trabajadores (AIT o Primera internacional). Más próximo a nosotros, uno de los méritos de Lenin y los bolcheviques, a partir del congreso de 1903 del POSDR (3), es haber abordado a fondo esa cuestión aportándole respuestas, lo que permitió a los bolcheviques estar a la altura de sus responsabilidades en la Revolución de Octubre 1917. Se trata de una tarea que la CCI se ha tomado siempre muy en serio, particularmente inspirándose en estos grandes nombres del movimiento obrero y en las organizaciones en las que militaron. Es una de las razones por las que, frente al surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias, volvemos sobre este tema dedicándole una serie de artículos en nuestra Revista internacional. De forma más precisa, pensamos que es necesario ilustrar, una vez más, la diferencia que existe entre “la visión marxista y la visión oportunista del Partido” (según el título de un artículo que publicamos en la Revista internacional 103 y 105). Por ello dedicamos el primer artículo de esta serie a la más reciente de estas experiencias, el surgimiento en Argentina de un pequeño grupo de revolucionarios, el Núcleo comunista internacional (NCI) donde justamente esas dos visiones se han confrontado una vez más.
El NCI (4) ha sido uno de los blancos de la furiosa ofensiva desatada por la “Triple Alianza” formada por el oportunismo (el BIPR), los parásitos (FICCI) y un extraño aventurero megalómano, fundador, máximo dirigente y único miembro de un “Círculo de ComunistaS InternacionalistaS” de Argentina que cual vulgar impostor se ha arrogado la “continuidad” del NCI, pretendiendo haberlo destruido para siempre.
En este artículo vamos a analizar cómo surgió el NCI, cómo tomó contacto con la CCI, cuál fue la evolución de sus relaciones con nuestra organización, qué lecciones ha aportado esta experiencia y qué perspectivas de trabajo se plantean tras haber conseguido desenmascarar al ridículo impostor, que ha logrado ser respaldado por el oportunismo del BIPR que pretendía aprovechar sus maniobras para atacar a la CCI sin importarles de paso destruir el NCI (5).
Este análisis persigue dos objetivos: en primer lugar, reivindicar el combate de unos militantes que expresan una contribución del proletariado en Argentina a la lucha general del proletariado mundial. En segundo lugar, sacar lecciones del proceso de búsqueda de una coherencia comunista internacionalista viendo los obstáculos y dificultades que se alzan en el camino pero también los elementos de fuerza con que contamos.
Surgimiento y toma de contacto con la CCI
En una carta en la que se explicaba la trayectoria política del grupo y de sus miembros (12-11-03), el NCI se presenta como:
“un pequeño grupo de camaradas que provenimos de diversas experiencias políticas, de distintas actuaciones en el movimiento de masas, y de distintas responsabilidades políticas. Pero todos nosotros tenemos un tronco común que fue el Partido comunista de Argentina (…) Luego algunos de nosotros por los años 90, se incorporaron al Partido obrero, al partido Trabajadores por el socialismo, y otros se refugiaron en el sindicalismo. Pero el primer núcleo surge de nuestro rompimiento junto con una pequeña fracción del PTS, llamada LOI, el cual luego de algunas discusiones entre los años 2000 y principios del 2001 (enero/febrero), decidimos no fusionarnos con dicha corriente trotskista, por existir diferencias de principios”.
A partir de ahí se desarrolló un arduo proceso que llevó a estos compañeros a encaminarse
“a partir de poseer Internet, a conocer vuestras posiciones y de las otras corrientes del denominado arco de la izquierda comunista, y a pasarnos materiales y a leer cada uno de ellos, fundamentalmente el IBRP y la CCI, esto durante finales del 2002”.
El estudio de las posiciones de las corrientes de la Izquierda comunista llevó a los compañeros a decantarse en el curso de 2003 por las posiciones de la CCI:
“lo que más nos acercó a la CCI no fueron solamente vuestras pautas programáticas, sino también documentos que leímos y que se hallan publicados en la página Web, como el debate con los camaradas rusos, el curso histórico, la teoría de la decadencia del capitalismo, las posiciones acerca del partido, y su vinculo con las masas, la corrección en la situación Argentina, el debate con el BIRP acerca del partido, entre las más destacadas”.
Esta asimilación llevó al grupo a adoptar unas posiciones programáticas muy próximas a la Plataforma de la CCI, a crear una publicación (Revolución comunista, de la cual aparecieron cuatro números entre octubre 2003 y marzo 2004) y establecer un contacto con la CCI que comenzó en octubre 2003.
El Llamamiento al medio político proletario
Un doble proceso se abrió a partir de entonces: por una parte, discusiones más o menos sistemáticas de las posiciones de la CCI, de otro lado, intervención ante el proletariado en Argentina centrándose en las cuestiones más candentes: ¿lo que pasó en diciembre 2001 en Argentina fue un avance de la lucha proletaria o fue una revuelta sin perspectivas? En un artículo aparecido en Revolución comunista número 2, escrito con motivo del segundo aniversario de aquellos sucesos, se da un claro pronunciamiento:
“esta nota tiene por objetivo fundamental desvelar las equivocaciones que las distintas corrientes vertieron en las distintas páginas de sus publicaciones, panfletos, volantes etc., caracterizando los sucesos ocurridos en la Argentina hace dos años atrás como algo que en realidad no lo fue: una lucha proletaria”.
Llevamos, vía Internet, un debate sobre la cuestión sindical que sirvió para clarificar y superar residuos (6) de la concepción izquierdista de “trabajar en los sindicatos para oponer a la base contra la dirección” que pervivían en el Núcleo. Se trató de una discusión sincera y fraternal en la cual en ningún momento las críticas que planteamos fueron percibidas como una “persecución” o un “anatema”
En diciembre 2003, el NCI lanzó un “Llamamiento al medio político proletario” planteando la realización de Conferencias internacionales
“con el objetivo preciso de que la misma constituya un polo de enlace y de información donde las diversas organizaciones debatan programáticamente sus diferencias políticas y en donde puedan emerger acciones unificadas frente a los enemigos de la clase obrera: la burguesía, ya sea confeccionando documentos públicos en común, organizando reuniones publicas de cara a lo más avanzado del proletariado dando cuenta que nos une y que nos divide, como asimismo cualquier otra iniciativa que pudiera emerger”.
Para la CCI es evidente que este Llamamiento chocaba contra el sectarismo y la irresponsabilidad reinantes en la mayoría de grupos de la Izquierda comunista. Pero, por nuestra parte, apoyamos la iniciativa pues partía de una apertura a la discusión y la confrontación de posiciones, así como una voluntad de llevar acciones comunes contra el enemigo capitalista:
“Saludamos vuestra propuesta de celebrar una nueva conferencia de grupos de la Izquierda comunista (un “nuevo Zimmerwald” para utilizar vuestros términos). Por su parte, la CCI ha defendido siempre esta perspectiva y participó con entusiasmo en las 3 conferencias que se celebraron a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Desgraciadamente, como muy probablemente sabréis, los otros grupos de la Izquierda comunista estiman que tales conferencias no están a la orden del día dada la naturaleza y la importancia de las divergencias existentes entre los diferentes grupos de la Izquierda comunista. Esa no es nuestra opinión, pero como dice el proverbio: “Para divorciarse basta con que uno sólo lo quiera, pero para casarse tienen que estar de acuerdo los dos”. Evidentemente, en el periodo actual, no se plantea la cuestión del “matrimonio” (es decir, el agrupamiento en el seno de una misma organización) entre las diferentes corrientes de la Izquierda comunista”.
En este marco general, pusimos de manifiesto una orientación que debe guiar el trabajo de los pequeños grupos que surgen en los distintos países sobre la base de las posiciones de clase o en proceso de acercamiento a ellas:
“Esto no significa que no sean posibles “matrimonios” en el periodo actual. En realidad, si existe un acuerdo programático profundo entre dos organizaciones alrededor de una misma plataforma, no solo es posible sino necesario que se agrupen: el sectarismo que afecta a muchos grupos de la Izquierda comunista (y que conduce, por ejemplo, a la dispersión de la corriente “bordiguista” en una multitud de pequeñas capillas en las que es difícil comprender los desacuerdos programáticos) constituye uno de los tributos que sigue pagando la Izquierda comunista a la terrible contrarrevolución que se abatió sobre la clase obrera en los años 20” (Carta del 25-11-03).
Encuentro con la CCI
Aparte de la CCI, únicamente el Partido comunista internacional (Il Partito, llamado “de Florencia”) y el BIPR respondieron al llamamiento (7). Ambas respuestas fueron claramente negativas.
En su respuesta, el BIPR afirma de forma perentoria:
“Ante todo, estamos sorprendidos porque, 23 años después del fin del ciclo de Conferencias internacionales de la Izquierda comunista (convocadas originariamente por el PC internacionalista de Italia) que demostró lo que desarrollaremos más adelante, semejante proposición se presenta ingenuamente idéntica en una situación completamente diferente”.
¿Cómo se les ocurre a esos “intrusos” plantear algo que “hace 23 años” ya “resolvió” (8) el BIPR? El desdén “trascendental” (la misma actitud que Marx ve en Proudhon (9)) que el BIPR manifiesta ante los primeros esfuerzos de elementos de la clase es profundamente desalentador (10). ¡Y este es el “único polo válido de reagrupamiento” como proclaman a todas horas sus interesados aduladores de la FICCI!
El PCI pone por delante –¡ante un grupo recién nacido!– todos los desacuerdos posibles, empezando por la cuestión del partido, donde la argumentación que da es tan endeble que raya en el ridículo:
“Quizá la que primero salta a la vista es la concepción de partido, nosotros, nuestro partido, nos consideramos los continuadores del partido histórico que iniciaron Marx y Engels, y que nunca ha dejado de existir desde entonces, pues a pesar de las épocas difíciles por las que ha podido pasar, la antorcha de la doctrina marxista se ha mantenido siempre encendida gracias a organizaciones como la Izquierda comunista de Italia o el Partido bolchevique ruso”.
Mantener encendida la antorcha de la doctrina marxista es la base misma de la CCI y es de lo que intenta explícitamente reclamarse el propio NCI. ¡Cualquier excusa es válida para evitar la confrontación política!
Como puede verse por ambas respuestas, la perspectiva para los grupos nuevos que actualmente está segregando el proletariado sería muy sombría si sólo existieran en el campo de la Izquierda comunista las organizaciones que han escrito esas respuestas. Ambas organizaciones los miran desde lo alto de sus baluartes sectarios dándoles como única posibilidad aceptar a pies juntillas el “agrupamiento internacional” del BIPR o integrarse “persona a persona” en el PCI. ¡Estas posturas están a años luz de las que adoptaron Marx, Engels, Lenin, la IIIª Internacional o la Fracción italiana de la Izquierda comunista! (11)
Por eso no es nada extraño que, ante el fracaso del Llamamiento, los compañeros decidieran acercarse a la CCI lo que cristalizó en el envío de una delegación a Buenos Aires en abril 2004 que llevó a cabo numerosas discusiones con los componentes del NCI abordándose cuestiones como los sindicatos, la decadencia del capitalismo, el funcionamiento de las organizaciones revolucionarias, el papel de los Estatutos, la unidad de los tres componentes del programa del proletariado: posiciones políticas, funcionamiento y comportamiento. Propusimos una reunión general que acordó el establecimiento de discusiones regulares sobre la descomposición del capitalismo, la decadencia de este sistema, los Estatutos, textos sobre la organización y el funcionamiento de los revolucionarios etc., todo ello en la perspectiva de integrarse en la CCI:
“Con relación a la visita internacionalista de la CCI, los miembros del núcleo han considerado en forma unánime que la misma ha superado enormemente las expectativas que habíamos depositado en dicha visita, no solo por los acuerdos logrados, sino también por el gran avance que dicha visita significó para nosotros (...) Asimismo, si bien nuestro objetivo significaba integración con la CCI, esta visita permitió no solo conocer por dentro a dicha corriente internacional y su programa, sino también su conducta revolucionaria e internacionalista” (Resolución del NCI, 23 de febrero del 2004).
El peligro de los gurús
Tras la visita de nuestra delegación, el grupo acordó colaborar con artículos sobre la situación en Argentina en la prensa de la CCI. Estas contribuciones fueron muy positivas destacando en particular un artículo denunciando el engaño del “movimiento piquetero” que ha sido muy útil para desenmascarar mitos de “revolucionarismo” que propagan frente al proletariado de los países centrales, izquierdistas y grupos “anti-globalización” (12).
Entre las discusiones que abordó el NCI destacó el problema de los comportamientos que deben darse dentro de una organización proletaria y que afectan a la naturaleza de la futura sociedad por la que se lucha: ¿El fin justifica los medios? ¿Se puede implantar el comunismo, una sociedad de liberación y comunidad de todos los seres humanos, entregándose a prácticas de calumnia, delación, manipulación, robo etc., que destruyen en la raíz la más básica sociabilidad? ¿El militante comunista debe aportar de forma desprendida lo mejor de sí mismo a la causa de la emancipación de la humanidad o, por el contrario, se puede servir a esa causa persiguiendo fines de protagonismo personal, de caudillaje, de utilización de otros como peones para fines particulares?
Estas discusiones llevaron a los miembros del NCI a una discusión a fondo sobre los comportamientos de la llamada FICCI que condujo a la elaboración de un documento realizado el 22-5-04 en el que se condena a dicha banda con “conocimiento a través de la lectura de las publicaciones, tanto de la CCI, como de la Fracción interna de la CCI”, considerando que tenía una conducta “ajena a la clase obrera y a la Izquierda comunista” (13).
Pese a esos progresos, un problema empezaba a manifestarse. En una carta de balance del viaje habíamos señalado que:
«... sin funcionamiento colectivo y unitario no puede existir una organización comunista. Las reuniones regulares, llevadas a cabo con rigor y con modestia, sin objetivos desmedidos pero con tenacidad y espíritu riguroso, son la base de esa vida colectiva, unitaria y solidaria. Evidentemente, lo colectivo no se opone al desarrollo de la iniciativa y la contribución individual. La visión burguesa de lo “colectivo” es la de una suma de clones donde todo espíritu de iniciativa y contribución individual es sistemáticamente aplastado. Esta falsa visión ha sido simétrica y complementariamente desarrollada tanto por los ideólogos liberales y libertarios como por sus supuestos antagonistas estalinistas. Frente a ello, la visión que desarrolla el marxismo, es la de un marco colectivo que fomenta y desarrolla la iniciativa, la responsabilidad y la contribución individual. Se trata de que cada cual aporte lo mejor de sí mismo en concordancia con lo que decía Marx en la Crítica del Programa de Gotha: “De cada cual según su capacidad”».
Uno de los integrantes del núcleo, B., llevaba una práctica en oposición radical a esta orientación. En primer lugar, monopolizaba de forma exclusiva los medios informáticos de Internet, la correspondencia y contactos con el exterior, la redacción de textos, aprovechando para ello la confianza que los demás compañeros le dispensaban. En segundo lugar, en contra de la orientación acordada en el viaje de abril, desarrollaba una práctica organizativa consistente en evitar todo lo posible las reuniones generales del grupo en las cuales todos podían expresarse, decidir sobre las orientaciones y controlar de manera colectiva sus actividades. En su lugar, se reunía por separado con uno o a lo sumo dos camaradas, lo cual le otorgaba el control de todos los asuntos. Se trata de una práctica típica de los grupos burgueses donde el “responsable” o “comisario político” se reúne con los distintos miembros tomados separadamente para mantenerlos divididos y a la vez ignorantes de todas las cuestiones. Esto llevó a que, como nos han testimoniado posteriormente los compañeros del NCI, ellos mismos no sabían realmente quién era miembro del NCI y qué tareas eran encomendadas por el señor B a gente que ellos ni conocían (14).
Otro elemento de su política era evitar cualquier discusión seria en las escasas reuniones más o menos generales. Los compañeros han manifestado su malestar ante el hecho de que el ciudadano B. interrumpía cualquier discusión arguyendo que se debía pasar rápidamente a “otro asunto”. Para vaciar de contenido las escasas reuniones plenarias, B propiciaba la máxima informalidad: reducir la reunión a una cena donde participaba gente, familiares u otros, que no formaban parte de la organización.
Esta práctica organizativa es radicalmente ajena al proletariado y es propia de los grupos burgueses, particularmente de la izquierda y extrema izquierda. Su objetivo es doble: en primer lugar, mantener a la mayoría de compañeros en el subdesarrollo político, desposeyéndoles sistemáticamente de los medios para tener un criterio propio; en segundo lugar, y en concomitancia con lo anterior, transformarlos en masa de maniobra de la política del “gran líder”. El ciudadano B pretendía utilizar a sus “compañeros” (15) como trampolín para convertirse en una “personalidad” dentro del medio político proletario.
Combate por la defensa de la organización
Los planes del ciudadano B se vieron obstaculizados por dos factores con los que su arrogancia y presunción no contaba: de un lado, la firmeza y la coherencia organizativa de la CCI; de otro lado, el que los compañeros, pese a tener medios limitados y a la sorda obstrucción del señor B., estaban desarrollando un esfuerzo de reflexión que les conducía a la independencia política.
A fines de julio, el ciudadano B. realizó una maniobra audaz: pedir la integración inmediata en la CCI. Esta medida la impuso pese a la resistencia de los demás compañeros que, aún dándose firmemente como meta la integración en la CCI, veían necesario realizar todo un trabajo previo de clarificación y asimilación. Comprendían que la militancia comunista debe asentarse sobre sólidos cimientos.
Todo esto colocaba al ciudadano B. en una posición muy incómoda: sus “compañeros” podían transformarse en elementos conscientes de la clase dejando de ser meros comparsas de su ambicioso juego de “caudillo internacional”. Ante la delegación de la CCI que visitó Argentina a finales de agosto, el ciudadano B. insistió en que se hiciera una declaración inmediata de integración en la CCI del NCI. La CCI no aceptó tales pretensiones. Nosotros rechazamos firmemente integraciones precipitadas e inmaduras que entrañan el riesgo de destrucción de militantes. En la carta de balance de este viaje señalamos que
“Antes del viaje nos planteasteis la integración en la organización. Esto lo acogimos con el entusiasmo natural que experimentan los combatientes proletarios cuando otros compañeros quieren sumarse a la batalla (...) Sin embargo, es preciso dejar claro que nosotros no planteamos la integración de nuevos elementos o la formación de nuevas secciones al estilo de una empresa comercial que quiere implantarse a toda costa en un nuevo mercado o de un grupo izquierdista que trata de reclutar nuevos adeptos para el proyecto político que representa dentro del capitalismo de Estado [sino como] un problema general del proletariado internacional que debe abordarse desde criterios históricos y globales. (...) La orientación central que dimos a la delegación fue la de discutir en profundidad todo lo que implica la militancia comunista y todo lo que significa la construcción de una organización internacional unitaria y centralizada. [Esto] no es algo simple o técnico, sino que requiere un esfuerzo colectivo tenaz y perseverante. Por tanto, jamás puede fructificar si se apoya en impulsos momentáneos (...) nosotros queremos formar militantes con criterio propio, capaces de asumir, cualquiera que sean sus dotes intelectuales o personales, la tarea de participar colectivamente en la construcción y defensa de la organización internacional”.
Este planteamiento no encajaba en los planes del ciudadano B. Por ello, “es muy probable que ya estuviera en contacto con la FICCI al mismo tiempo que nos engañaba con su juego de querer precipitar la integración del NCI en la CCI” (Presentación de la Declaración del NCI). Este individuo cambió de chaqueta de la noche a la mañana sin tener la honradez de plantear su “desacuerdo”. La razón es muy simple, él no buscaba la claridad sino simplemente su medro personal como “caudillo internacional”, visto que en la CCI no iba a encontrar la satisfacción a sus pretensiones prefirió buscar mejores compañías.
Recurrió a la intriga y el doblez para fabricar su pequeño “efecto sensacionalista”. Así, de la noche a la mañana alumbró un espectral “Círculo de Comunistas Internacionalistas” compuesto por él mismo pero que tenía la desfachatez de “incorporar” no sólo a los miembros del NCI – ¡sin que estos supieran nada!- sino a “muy estrechos contactos”. Este “Círculo” se propuso hacer desaparecer de la circulación el NCI empleando el método, patentado por Stalin, de presentarse como su verdadero y único continuador (16).
Estas maniobras, alentadas como decíamos al principio por la alianza de pícaros constituida por el oportunismo del BIPR y los parásitos de la FICCI (17), han sido desenmascaradas y anuladas por nuestro combate al que se ha sumado el NCI.
Los compañeros del NCI habían quedado aislados por las maniobras del ciudadano B, pero nosotros conseguimos ponernos en contacto con ellos pese a la precariedad de los medios para hacerlo.
“Mediante nuestras llamadas telefónicas (que según los términos empleados por el Sr. B demostrarían la ‘nauseabunda metodología de la CCI’) hemos sabido que los demás camaradas del NCI nada sabían de la existencia de ese ‘Círculo’ que ¡decía representarlos! Desconocían la existencia de esas ‘Declaraciones’ nauseabundas contra la CCI que, según se afirma en ellas hasta la saciedad, se habrían adoptado... “Colectiva y unánimemente’ tras ‘consultar’ ¡a todos los miembros del NCI! Todo ello era pura mentira” (Presentación de la Declaración del NCI).
Una vez restablecido el contacto, organizamos un viaje urgente para discutir con ellos y establecer perspectivas de trabajo. La acogida fue calurosa y fraterna. Durante nuestra estancia, los camaradas del NCI tomaron la decisión de enviar por correo postal su Declaración del 27 de octubre a todas las secciones del BIPR y a otros grupos de la Izquierda comunista con el fin de restablecer la verdad: contrariamente a las falsas informaciones propagadas por el BIPR (particularmente en su prensa en italiano), el NCI no ha roto con la CCI.
Los miembros del NCI pidieron varias veces por teléfono al individuo B. que viniera a explicarse ante el NCI y la delegación de la CCI. El Señor B. se negó a cualquier encuentro. Este comportamiento revela la cobardía de este individuo: descubierto con las manos en la masa prefiere esconderse bajo tierra como un conejo en su madriguera.
Pese al choque que han recibido al descubrir las mentiras y maniobras realizadas en su nombre y a sus espaldas por ese siniestro personaje, los camaradas del NCI han expresado su voluntad de proseguir una actividad política a la medida de sus fuerzas limitadas. Gracias a su acogida fraterna y a su implicación política, la CCI ha podido celebrar una segunda reunión pública en Buenos Aires el 5 de noviembre sobre un tema elegido por los camaradas del NCI (18).
Pese a las terribles dificultades materiales que encuentran cotidianamente, estos compañeros han insistido ante nuestra delegación que quieren implicarse en una actividad militante y particularmente proseguir la discusión con la CCI. Los que están desempleados quieren encontrar a toda costa un trabajo no solo para poder sobrevivir y alimentar a sus hijos sino también para salir del subdesarrollo político en el que el Señor B les mantenía (particularmente han expresado la voluntad de contribuir en la compra de un ordenador). Al romper con el ciudadano B y sus métodos burgueses, los camaradas del NCI se han comportado como verdaderos militantes de la clase obrera.
Perspectivas
La experiencia del NCI es rica en lecciones. En primer lugar, al adoptar posiciones programáticas muy próximas a las de la CCI ha demostrado la unidad del proletariado mundial y de su vanguardia. El proletariado tiene las mismas posiciones en todos los países cualquiera que sea su nivel económico, su posición imperialista, su régimen político. En ese marco unitario internacional los compañeros han podido hacer aportaciones de interés general para todo el proletariado (naturaleza del movimiento piquetero, el carácter de las revueltas sociales en Argentina o Bolivia…), así como sumarse al combate internacional por los principios del proletariado: denuncia clara de la banda de hampones que se hace llamar FICCI, Declaración en defensa del NCI y los principios proletarios de comportamiento…
En segundo lugar, ha evidenciado el peligro de los gurús como un obstáculo en la evolución de los grupos y compañeros en búsqueda de las posiciones de clase. Este fenómeno no es algo propio de Argentina (19), ni mucho menos. Se trata de un fenómeno internacional que hemos constatado repetidas veces: la existencia de elementos, a menudo brillantes, que consideran a los grupos como su “propiedad privada”, que por desconfianza hacia las capacidades reales existentes en la clase o por pura sed de valorización personal tratan de someter a los demás compañeros a su control personal que conduce al bloqueo de su evolución y provoca su subdesarrollo político. En un primer momento, tales elementos pueden jugar un papel de impulso en una dinámica de aproximación a las posiciones revolucionarias, porque suelen ponerse a la cabeza de una actitud y una reflexión que están llevando a cabo otros compañeros. Pero, en general, tales elementos (a no ser que cuestionen de forma radical su actitud pasada) no suelen llegar al término de una evolución que implicaría la pérdida de su estatuto de gurú. Otra consecuencia de este fenómeno es que los grupos sufren, más o menos rápidamente, una hemorragia de elementos que ante el clima de subjetivismo permanente y de sometimiento a los dictados personalistas del gurú, rompen, desmoralizados, con toda actividad política, al comprobar con amargura que las posiciones políticas pueden ser más o menos interesantes pero la práctica organizativa, las relaciones humanas, las conductas, no rompen para nada con el universo opresor que reina en los grupos de “izquierda” o “extrema izquierda”.
En tercer lugar, ha demostrado no solo el peligro de los gurús, sino algo mucho más importante: que se puede luchar contra ese peligro, que se puede superar. Hoy, los compañeros, no sin dificultades, emprenden un proceso de clarificación, de adquirir confianza en sí mismos, de desarrollo colectivo de sus capacidades con vistas a una futura integración en la CCI. Independientemente de cuáles sean los resultados finales de este combate lo que se ha demostrado es que compañeros que contaban con muy escasos medios y a los que el gurú reducía prácticamente a cero, pueden organizarse y luchar de forma consecuente por la causa del proletariado.
En fin, y no menos importante, con la participación activa de los compañeros, un medio de debate proletario, alrededor de las Reuniones Públicas de la CCI, se va desarrollando en Argentina. Este medio será muy útil para la clarificación y determinación militante de elementos proletarios que surgen en ese país y en otros de la zona.
C.Mir 3-12-04
1) Revista internacional nº 119, “Resolución sobre la evolución de la lucha de clases”.2) Ídem.3) Ver nuestra serie de artículos “1903-1904: el nacimiento del bolchevismo” en los nos 116 a 118 de la Revista internacional.POSDR = Partido obrero socialdemócrata ruso.4) Núcleo comunista internacional, grupo formado por unos cuantos militantes en Argentina. Para más información, léase “El NCI existe y no ha roto con la CCI” (en nuestro sitio Internet, en español y en francés), “Presentación de una declaración del NCI” (en francés y español en Internet y en la prensa escrita).5) Ver, entre otros, “¿El Círculo de comunistas internacionalistas, impostura o realidad?” en nuestro sitio Internet.6) Por ejemplo: el uso de la expresión “burocracia sindical” que tiende a ocultar que es todo el sindicato, como organización, de la base a la cúspide, que es un fiel servidor del capital y un enemigo de los trabajadores. Lo mismo ocurre con el concepto de los sindicatos como “mediación” entre capital y trabajo, que permitiría considerarlos como órganos neutrales entre las dos clases fundamentales, la burguesía y el proletariado.7) El NCI nos comunicó copia de esas respuestas.8) La manera de “resolver” la dinámica de las conferencias internacionales fue romperla mediante maniobras sectarias (ver Revista internacional nº 22).9) Leer su célebre polémica Miseria de la filosofía.10) Imaginemos por un momento que Marx y Engels hubieran contestado a los obreros franceses e ingleses que habían convocado el mitin que haría nacer la Primera internacional en 1864, que ellos ya habían resuelto el asunto en 1848… 11) En una carta enviada a los camaradas haciendo el balance del Llamamiento, explicamos detalladamente los métodos de agrupamiento y de debate que utilizaron los revolucionarios a lo largo de la historia del movimiento obrero, mostrando cómo se forjaron las diferentes organizaciones internacionales del proletariado.12) Ver el artículo cobre el movimiento piquetero en nuestra prensa territorial y en la Revista internacional 119.13) Esa condena se publicó en la Revista internacional nº 350 y en Acción proletaria nº 179.14) Esto explica algo aparentemente contradictorio sobre los orígenes del NCI. Para los camaradas actuales del NCI, éste se constituyó realmente el 23 de abril de 2004, es decir después de la toma de contacto con la CCI. El modo de funcionamiento que hasta entonces había logrado imponer el señor B y la dispersión y el desconocimiento mutuos entre sus diferentes miembros eran más que nada, en la primera etapa de formación del NCI, algo típico de un círculo informal de discusión. Fue tras nuestra primera visita, durante la cual nosotros insistimos y logramos convencer de la necesidad de hacer reuniones regulares, cuando el NCI empezó a ser algo consciente para cada uno de sus miembros.15) B expresaba hacia ellos un notorio y repelente desprecio: “El señor B despreciaba profundamente a los demás miembros del NCI. Estos son obreros que viven en la indigencia, mientras que él ejerce una profesión liberal y se jactaba de que era el único miembro del NCI que ‘podría pagarse un viaje a Europa’” (ver “El NCI no ha roto con la CCI”, en nuestra prensa en francés y español).16) Todos las andanzas de ese “Círculo” cuya ridículo eco internacional solo se ha debido a sus protectores, la FICCI y el BIPR, han sido sacadas a la luz en tres documentos disponibles en nuestro sitio Web en castellano y en francés: “El Círculo de comunistas internacionalistas: una nueva extraña aparición” y “El Círculo de comunistas internacionalistas: ¿impostura o realidad?”17) Nuestro sitio Web ha publicado toda una serie de documentos, varias cartas al BIPR en especial, que ponen de relieve la lamentable deriva de esta organización. En efecto, en cuanto el señor B formó su “Círculo”, a espaldas de los demás miembros del NCI, el BIPR se apresuró a ofrecerle audiencia, publicando, primero, una traducción en italiano de un documento del “Círculo” sobre la represión de una lucha obrera en Patagonia (y eso que el BIPR no se había dignado publicar el menor documento del NCI), publicando luego en español, francés e inglés (pero no en italiano) una declaración (del 12 de octubre) del “Círculo” (“Contra la metodología nauseabunda de la CCI”), que es una sarta de mentiras groseras y de calumnias contra nuestra organización. Después de tres semanas y tres cartas de la CCI pidiendo al BIPR que pusiera en su sitio Web un corto comunicado de la CCI desmintiendo las acusaciones del “Círculo”, el BIPR así lo hizo al fin. Desde entonces ha quedado patente el carácter mentiroso y calumniador de las aserciones del señor B., al igual que la impostura que su “Círculo” es. Sin embargo, hasta hoy el BIPR no ha hecho la menor declaración para restablecer la verdad, aunque, eso sí… ha retirado de su sitio Internet sin más explicaciones, las obras de ese individuo. Vale la pena subrayar lo siguiente: fue cuando comprendió que con la CCI no iba a poder seguir con sus maniobras de aventurero de salón, cuando, de repente, lo arrebató una pasión por la FICCI y el BIPR, así como también por las posiciones de éste. Semejante conversión, más repentina que de san Pablo en el camino de Damasco, por lo visto no levantó la menor desconfianza en el BIPR que se puso a inmediata disposición para servir de altavoz a ese señor. Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI. Hemos de volver sobre este tema en un próximo artículo de nuestra Revista.18) Ver nuestro artículo en sitio Web en español y francés y nuestra prensa territorial.19) En el caso del señor B., hay que decir que el grado de retorcimiento y mala fe por él alcanzado podría rozar lo patológico.
con trasfondo de matanzas de los diferentes conflictos del planeta, en primer término el de Irak, ha habido dos elecciones mediatizadas mundialmente, las de Estados Unidos y Ucrania. Han estado en primera plana de la actualidad durante muchas semanas. Una y otra, como cualquier otra elección, en nada podrán servir para solucionar la miseria y la barbarie creciente en la que el capitalismo en crisis está hundiendo a proletarios y a masas explotadas. Pero una y otra son también, cada una a su manera, ilustraciones del atolladero en que está metido el capitalismo mundial. En efecto, la reelección de Bush no viene a coronar la buena salud de la primera potencia mundial, victoriosa de la guerra fría, sino, al contrario, ha puesto de relieve cómo se plasman, en el interior, las dificultades del imperialismo americano.
Quince años después del hundimiento del bloque del Este, las elecciones en Ucrania han sido un momento de las luchas de influencia que están llevando a cabo las diferentes potencias imperialistas para controlar la región, abriendo así una nueva vía al caos en los territorios de la difunta URSS.
Elecciones en Estados Unidos
La guerra de Irak, centro de la campaña electoral
A medida que se iba acercando el día de las elecciones, los comentaristas que, tanto en EEUU como en cantidad de países, apoyaban mayoritariamente a Kerry, anunciaban cada vez más un empate técnico. Hasta el último instante, en un suspense casi patético, los media hicieron depender la esperanza del mundo de la derrota de Bush, que personificaba la impopular guerra de Irak. Y, sin embargo, nada de tangible fundaba tal esperanza, puesto que, en el tema de la guerra, los programas de Bush y de Kerry eran idénticos en el fondo. Baste, de muestra, cómo se expresaba Kerry con los mismos tonos histéricos ultrapatrioteros que su competidor:
“Para nosotros, la bandera americana es el símbolo más poderoso de lo que somos y de aquello en lo que creemos. Representa nuestra fuerza, nuestra diversidad, nuestro amor por el país. Todo lo que América hace es grande y bueno. Esa bandera no pertenece a un presidente, a una ideología, a un partido, sino que pertenece al pueblo americano” (Kerry en la convención demócrata del mes de julio).
En realidad, las diferencias más patentes se referían a temas como el aborto, la homosexualidad, el medio ambiente o la bioética, todo lo cual permitía poner el precinto de “conservador” a uno, y de “progresista” al otro. Pero no importa, lo que importa para la burguesía es dar el mayor énfasis a una consulta electoral para embaucar a los explotados. Sin embargo, los clamores mediáticos anti-Bush lo que en realidad recubrían, según los países, era unos intereses no solo diferentes sino incluso antagónicos entre las diferentes fracciones nacionales de la burguesía mundial.
Para países como Francia o Alemania, muy hostiles desde el principio a la intervención de EEUU en Irak que contrariaba claramente sus propios intereses imperialistas, tomar posición contra Bush en estas elecciones estaba en la continuidad lógica de las campañas ideológicas antiamericanas precedentes. Al denunciar al presidente norteamericano como responsable de la agravación del orden mundial, esas campañas servían para ocultar la responsabilidad de un sistema en crisis en el incremento de la barbarie guerrera y esconder la propia naturaleza imperialista de esas burguesías. El deseo que éstas expresaban de ver derrotado a Bush no era más que hipocresía, pues era él “su mejor enemigo”. En efecto, más que nadie, Bush encarna todo lo que la propaganda burguesa ha invocado como falsas razones de la invasión de Irak por Estados Unidos: sus vínculos familiares con la industria petrolera tejana, la cual iba a sacar beneficios (¡sic!) de esta guerra; sus vínculos familiares con la industria de armamento; su pertenencia, en el seno del partido republicano, al campo de los “halcones”; su “integrismo” religioso; su “incompetencia”. En otras palabras, nada mejor que un Bush de presidente para hacer de EEUU el espantajo. Por eso, a pesar de la tónica anti-Bush en sus tomas de posición, la reelección de éste ha sido una suerte para los rivales imperialistas principales de EEUU.
Por todo eso también, tras un largo período de indecisión, la burguesía estadounidense, se decidió mayoritariamente por Kerry. Si a pesar de los muchos defectos de éste, especialmente con posicionamientos contradictorios sobre la guerra de Irak, la opinión dominante en la burguesía de EEUU acabó escogiéndolo fue porque pensaba que era el mejor situado para restaurar la credibilidad de EEUU en el ruedo internacional e intentar dar una salida al atolladero iraquí. Además, Kerry era el mejor situado para convencer a la población de que aceptara nuevas incursiones militares en otros escenarios bélicos.
Por todas esas razones, Kerry recibió el apoyo de generales y almirantes retirados de alto rango, mientras que a Bush lo abandonaban altas personalidades de su propio partido, criticándole en particular su gestión de la crisis iraquí, y eso solo cinco semanas antes de la fecha de los comicios. Kerry también se benefició del apoyo de los medios, gracias especialmente a la cobertura que dieron a los debates que enfrentaron a ambos contrincantes, encontrando siempre los argumentos que permitían concluir cada vez que Kerry había ganado a su adversario. Y, en fin, los media se dedicaron a transmitir, dándoles la amplitud y el relieve necesarios, una serie de historias y negocios que comprometieran más todavía la imagen de Bush, especialmente filtraciones procedentes de miembros de la administración que revelaban los errores y daños de la administración Bush, especialmente sobre la guerra de Irak. Se divulgaron así los intentos de la administración para modificar el código de justicia militar en contra de lo dispuesto en la convención de Ginebra. Una fuente anónima de la CIA relató que había una amplia oposición en el seno de ese servicio de información contra esa “violación de los principios democráticos”. Otra “lamentable” historia fue la de la desaparición de 380 toneladas de explosivos en Irak que las tropas norteamericanas habían sido incapaces de controlar, caídas probablemente en manos de quienes las utilizan contra las fuerzas de EEUU. Solo una semana antes de las elecciones, fuentes del FBI dejaron filtrar detalles de una encuesta criminal sobre el tratamiento preferente del que se ha beneficiado la empresa Halliburton (cuyo director general antes de las elecciones de 2000 era el actual vicepresidente) para obtener jugosos contratos en Afganistán e Irak, establecidos bajo cuerda. Los media también presentaron con un enfoque positivo la acción de 19 soldados estadounidenses que desobedecieron a la misión, calificada de suicidio, de transportar carburante por Irak en camiones sin blindaje ni escolta. En lugar de tildarlos de sediciosos o de cobardes, los medios presentaron a esos soldados como valientes y dignos, pero hartos de estar mal abastecidos y peor armados, una descripción que correspondía exactamente a la situación que denunciaba Kerry en su campaña electoral desde hacía semanas.
Por eso, la derrota de Kerry, ocurrida a pesar de los apoyos de primera importancia que recibió y en contra de las aspiraciones de los sectores dominantes de la burguesía americana, es significativa de las dificultades de la clase dominante en el plano interior, las cuales son en parte reflejo del atolladero en que se encuentra metido el imperialismo americano en el mundo.
Las dificultades de la burguesía estadounidense
Como hemos dicho a menudo en nuestros textos, la crisis del liderazgo mundial estadounidense obliga a la burguesía de EEUU a tomar permanentemente la iniciativa en el terreno militar, único medio para ella de evitar que sus rivales directos tengan la veleidad de poner en entredicho su hegemonía. Pero, de rebote, como lo ilustra el barrizal iraquí, esa política no hace sino alimentar por el mundo entero la hostilidad hacia la primera potencia mundial, aislándola más todavía. Al no poder dar marcha atrás, lo cual debilitaría más todavía su autoridad mundial, la clase dominante de EEUU se encierra en contradicciones cada vez más complicadas. Además de ser un abismo financiero, Irak es el trampolín permanente sobre el que saltan todas las críticas de los principales rivales imperialistas de EEUU y una fuente de descontento creciente en la población norteamericana. Hoy se han agotado todos los beneficios ideológicos que, tanto nacional como internacionalmente, pudo sacar la clase dominante de EEUU de los atentados del 11 de septiembre (realizados con la complicidad de altas esferas del aparato de Estado norteamericano (1) para que sirvieran de pretexto a la intervención en Afganistán y en Irak). Las vacilaciones y disensiones aparecidas en el seno de la burguesía estadounidense para escoger el candidato más idóneo expresan, no, desde luego, la opción por otra línea imperialista menos agresiva, sino la dificultad para proseguir la realización de la única línea posible.
La adopción tardía de una orientación pro Kerry por parte de la burguesía de EEUU debilitó su capacidad para manipular el resultado electoral en ese sentido. Sobre todo porque existe en EEUU un ala cristiana fundamentalista, con un peso electoral importante, que es por naturaleza muy poco permeable a las campañas ideológicas contra Bush. De hecho, esos fundamentalistas encuadrados por la clerigalla local y cuya aparición había sido favorecida para servir de apoyo a los republicanos durante los años de Reagan, se caracterizan por un conservadurismo social anacrónico. Muy presentes en las regiones menos pobladas y en los estados rurales, han basado su voto en temas como el matrimonio homosexual y el aborto. Como lo hacía notar con incredulidad un comentarista de CNN en la noche electoral, a pesar de que un Estado industrial como Ohio, pero también con sectores de lo más atrasado, haya perdido 250 000 empleos, que haya una guerra tan desastrosa como la de Irak y que Kerry hubiera ganado tres debates contra Bush, el conservadurismo social de ese Estado hizo ganar las elecciones al presidente saliente.
El auge del fanatismo religioso, en Estados Unidos como en el resto del mundo, es, en el período actual, una reacción al caos y a la pérdida de esperanza en el futuro característica de la descomposición social, y plantea serias dificultades a la clase dominante pues le reduce su capacidad de control de su propio juego electoral. Es tanto más problemático para ella porque la reelección de Bush tiende a legitimar lo que hoy se practica en la dirección del ejecutivo norteamericano, una práctica que desprestigia el funcionamiento del ejecutivo y del Estado democrático, pues hay miembros del equipo presidencial, empezando por el propio vicepresidente Cheney, acusados de confundir sus intereses particulares con los del Estado. En efecto, después de haber reprochado a Cheney el haber recibido órdenes directas de Enron a principios del año 2001, se le acusa ahora de sus vínculos con Halliburton, empresa de la que fue director general y de la que dimitió para ser vicepresidente. Desde entonces, esa empresa, que fabrica equipos militares e interviene en la reconstrucción de Irak, beneficiándose de favoritismo en los pedidos relacionados con la guerra de Irak, ha seguido remunerando a Cheney. Éste, además, se puso arrogante y perentorio con sus acusadores. Desde luego no es ni mucho menos la colusión entre miembros de la administración Bush y la industria armamentística o petrolera lo que para nada explicaría la guerra de Irak, como tampoco fueron los negociantes de cañones Krupp y Schneider quienes originaron la Primera Guerra mundial. Este tipo de falsedades, generalmente difundidas por las fracciones de izquierda de la burguesía, tenía la función, durante las elecciones en EEUU, de participar en el desprestigio de la administración Bush. Aunque su impacto fue insuficiente para lograr la derrota de Bush, todo eso muestra, sin embargo, lo enérgicas que son las reacciones por parte de la burguesía o de sus fracciones principales, ante comportamientos de otras fracciones perjudiciales a los intereses del capital nacional como un todo. Esto ya quedó ilustrado, a una escala y en un contexto muy diferentes, cuando el escándalo de Watergate que le costó a Nixon el poder. Su política internacional disgustaba entonces cada día más a la burguesía, pues, al tardar en concluir cuanto antes la guerra de Vietnam, estaba retrasando al mismo tiempo el establecimiento de la nueva alianza con China contra el bloque del Este, y eso que había sido el propio Nixon quien había echado las bases de esa nueva política. Pero, sobre todo, la camarilla dirigente había utilizado las agencias estatales (FBI y CIA) para asegurase una ventaja decisiva sobre las demás facciones de la clase dominante; y, para éstas, al sentirse directamente amenazadas, eso era algo intolerable (2).
Aunque no sepamos cómo va a solucionar los problemas que tiene que encarar la burguesía estadounidense, lo que sí es seguro es que, ni más ni menos que la elección de un gobierno de derechas o de izquierdas sea donde sea, nunca será en modo alguno para aportar más paz al mundo.
Elecciones en Ucrania
Grandes maniobras imperialistas en Europa oriental
Después de la “revolución de las rosas “ en Georgia del año pasado, en donde la pretendida “voluntad popular” acabó con el régimen corrupto de Shevardnadze, que estaba bajo control de Moscú, le ha tocado ahora al gobierno ucraniano, tan corrompido y en la órbita moscovita como aquel, acabar de la misma manera ante otra “movilización popular” llamada esta vez “revolución naranja”. Aunque también este acontecimiento haya sido una vez más la ocasión para los media de embobar a la clase obrera de todos los países dejando pantalla abierta a todos los clamores democráticos del estilo: “La gente ya no tiene miedo”, “podremos hablar libremente”, “quienes se creían intocables han dejado de serlo”, lejos estamos, sin embargo, de las infames campañas sobre la muerte del comunismo que fueron marcando las diferentes etapas del desmoronamiento del estalinismo (3). Claro, no iba a ser en nombre de no se sabe qué comunismo la manera con la que los nuevos dictadores defendieron el capital nacional a la cabeza del Estado, y allí donde esos dictadores fueron sustituidos por equipos más democráticos, como en Georgia, la situación de la población no ha cambiado en nada, si no es, como por todas partes, para peor.
Por otra parte, lo que está en juego en el plano imperialista es algo tan explícitamente presente que incluso los medios lo tienen en cuenta, sobre todo porque los intereses varían de un país a otro y queda muy bien el desprestigiar a sus rivales hablando “de verdad” sobre esos intereses:
“Los derechos humanos siempre han tenido una geometría variable: se habla de ellos en Kiev o en Georgia, ¡menos en Uzbekistán o en Arabia Saudí! Esto no significa no reconocer el fraude electoral y la preocupación democrática expresada por los ucranianos. El problema de Rusia es que, precisamente, se apoya en regímenes impopulares, corruptos y autoritarios. Y así Estados Unidos lo tiene fácil con la defensa de la democracia… para ocultar sus intenciones estratégicas. Ya lo vimos en 2003 y la revolución de las rosas en Georgia. Se ha instalado allí un gobierno muy pro americano y no creo que la corrupción haya retrocedido mucho” (Gérard Chaliand, experto francés en geopolítica, en una entrevista titulada “Una estrategia estadounidense de arrinconamiento de Rusia” en el diario francés Libération del 6/12/2004).
Para mantener su dominio sobre sus países vecinos, Rusia no dispone sino de medios a la altura de su poder: apadrinar a camarillas que solo pueden imponerse mediante el fraude electoral, el crimen (intento de envenenamiento del candidato reformador Viktor Yúchenko) mientras que sus rivales, Estados Unidos el primero, que no tienen la menor repugnancia en usar esos mismos métodos, pero sí saben hacerlo con más discreción, disponen además de medios para apadrinar y apoyar a camarillas democráticas. Esta realidad, en lo que a Ucrania se refiere, no es, en el fondo, puesta en entredicho por Rusia aunque la presente con una luz más favorable para su imagen:
“Esta elección ha demostrado por otra parte la popularidad de Rusia: 40 % de los ucranianos han votado, a pesar de todo, por un oligarca condenado dos veces… cuya única verdadera cualidad era ser “el candidato ruso” (Serguei Márkov, uno de los principales consejeros rusos en comunicación que apoyaron la campaña de Victor Yanúkovich, en Libération del 8/12/2004).
Lo que se está jugando actualmente en Ucrania se integra plenamente en la dinámica que se abrió tras el hundimiento del bloque del Este. Desde el principio de 1990, se pronunciaron por la independencia los países bálticos. Mucho más grave para el imperio soviético, el 16 de julio de 1990, Ucrania, segunda república de la URSS, vinculada a Rusia desde siempre, proclamaba su soberanía. Iban a seguirle los pasos Bielorrusia, luego el conjunto de las repúblicas del Cáucaso y de Asia central. Gorbachov intentó entonces “salvar los muebles” proponiendo la adopción de un tratado de Unión que mantuviera un mínimo de unidad política entre los diferentes componentes de la URSS. El 21 de diciembre, tras el fracaso de un golpe de Estado con el que algunos querían oponerse al desmembramiento de la URSS, se formó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), con unas estructuras muy imprecisas, agrupadora de unos cuantos antiguos componentes de la URSS, la cual acabó disolviéndose 4 días después. Desde entonces, Rusia ha ido perdiendo influencia sobre los países del antiguo bloque “soviético”: en Europa central y oriental, todos los Estados antaño miembros del pacto de Varsovia se adhirieron a la OTAN, al igual que los Estados bálticos. En el Cáucaso y en Asia central, Rusia ha perdido gran parte de su influencia. Peor todavía, su propia cohesión interna está amenazada. Para evitar que se le separe una parte de su territorio a causa de las veleidades independentistas de las repúblicas caucásicas, a Moscú no le ha quedado más remedio que replicar con una guerra a ultranza en Chechenia.
Hoy, el alineamiento imperialista de Ucrania es para Moscú un problema político, económico y estratégico de la primera importancia. Ucrania es, en efecto, una potencia nuclear de 48 millones de habitantes, con más de 1600 km de frontera común con Rusia. Además,
“sin cooperación económica estrecha con Ucrania, Rusia perdería entre 2 y 3 puntos de crecimiento. Ucrania son los puertos por donde salen nuestras mercancías, los gasoductos por los que pasa nuestro gas, y muchos proyectos de alta tecnología (…) es el país en donde se halla la principal base naval rusa en el mar Negro, en Sebastopol” (Serguei Márkov, ibid).
Con la pérdida de influencia sobre tal vecino, la posición de la Rusia en la región quedará sensiblemente malparada, sobre todo porque sus rivales, como Estados Unidos, se reforzarán tanto más.
El retroceso de la influencia de Rusia ha beneficiado sobre todo a Estados Unidos, pues es ya proamericano el gobierno actual de Georgia, país en donde hay estacionadas tropas estadounidenses que refuerzan las ya presentes en Kirguizistán y Uzbekistán, al norte de Afganistán. Aunque hay otros candidatos deseosos de colocar sus peones en el tablero ucraniano y en la región, y en primer término Alemania, hoy es, sin embargo, Estados Unidos el mejor situado para llevarse la mejor tajada, gracias, en especial, a la colaboración de Polonia, uno de los mejores aliados en Europa del Este y con una influencia histórica en Ucrania. Putin no se equivocaba cuando, con ocasión de un discurso pronunciado en Nueva Delhi el 5 de diciembre, acusó a EEUU de querer “remodelar la diversidad de la civilización, siguiendo unos principios de un mundo unipolar equivalente a un cuartel” y querer imponer “una dictadura en los asuntos internacionales adornada con una bella fraseología pseudo democrática”. Tampoco le dio empacho en recordar al primer ministro iraquí en Moscú el 7 de diciembre que EEUU está en mal lugar para dar lecciones de democracia, precisando, a propósito de las próximas elecciones en Irak, que no se imaginaba “cómo podían organizarse elecciones en condiciones de ocupación total por tropas extranjeras”.
Cualquiera que, a parte de Rusia, pretenda desempeñar un papel en Ucrania está obligado a navegar con la marea “naranja” del equipo del reformador Viktor Yúchenko, equipo del que una parte es favorable a Polonia y Estados Unidos. Por esa razón, los rivales principales de EEUU a la guerra en Irak, o sea Francia y Alemania, también apoyan a los reformistas; y al mismo tiempo, los aliados de ayer, Rusia y Alemania y Francia, defienden campos opuestos en estas elecciones.
La ofensiva política de Estados Unidos en Ucrania, forma parte de la ofensiva general que EEUU debe llevar a cabo en todos los frentes, militares, políticos y diplomáticos para defender su liderazgo mundial y, en este marco, tiene objetivos bien determinados. En primer lugar, esa ofensiva se inscribe en una estrategia de acorralamiento a Europa para bloquear los intentos expansionistas de Alemania, país para el que el Este de Europa es el eje “natural” de su expansión imperialista, como lo ilustraron las dos guerras mundiales. En segundo lugar apunta específicamente a Rusia, castigándola así por su actitud durante la guerra de Irak, de oposición radical a los intereses estadounidenses, en compañía de Francia y Alemania. Es cierto que sin Rusia y su determinación, Francia y Alemania habrían sido menos temerarias en su oposición a la política norteamericana. Para que tal contrariedad no vuelva a producirse o al menos tenga menos efecto, se trata para EEUU de quitarle a Rusia (que sigue siendo sin embargo un aliado potencial en una serie de cuestiones: Putin ha apoyado, por ejemplo la candidatura de Bush) las últimas bazas que le permitían hacer incursiones y lucirse en el patio de los mayores, limitando claramente su estatuto al de potencia nuclear regional, como India por ejemplo.
Hacia una aceleración del caos en Europa oriental y Asia central
Lo que hoy se está jugando en los territorios de la antigua URSS no puede entenderse como una simple transferencia entre una potencia y otra de la influencia en un país. Sabemos hasta qué punto está Rusia decidida a resistir para conservar su dominio, aunque solo sea en la parte oriental de Ucrania. ¿Podría acaso abandonar Crimea y Sebastopol sin que ello tenga repercusiones de la primera importancia en la estabilidad política de su régimen? Ese revés de la mayor trascendencia ¿no sería acaso la señal para una traca de reivindicaciones independentistas de las repúblicas de la propia Federación Rusa? Además, ya no son solo dos bellacos los que riñen por una zona de influencia muy importante, sino tres en realidad, pues Alemania no va a quedarse quietecita a la sombra de Estados Unidos. Por otra parte, también se sabe que el incremento de la inestabilidad en los territorios de la antigua URSS habrá de despertar las apetencias imperialistas de potencias regionales (en este caso, de Irán y Turquía) que ven la ocasión de sacar tajada de la situación. No existe un guión que permita responder a esas cuestiones, pero lo que sí tienen en común todos los guiones posibles es que, desde el desmoronamiento del bloque del Este, desde que reina la tendencia de cada cual a la suya en el plano imperialista, siempre es el caos el resultado de las tensiones entre grandes potencias.
Y del mismo modo, sea cual sea el motivo ideológico invocado por la burguesía para afirmar sus pretensiones imperialistas, sólo es un pretexto, pues la única explicación de la agravación de las tensiones y la multiplicación de los conflictos es el hundimiento irremediable del capitalismo en una crisis sin fin. Por eso, la solución de los conflictos no es ni la instauración de la democracia, ni la búsqueda de la independencia nacional, ni el abandono por Estados Unidos de su voluntad hegemónica, ni ninguna reforma del capitalismo sea cual sea, sino su destrucción a escala planetaria.
LC (20-12-04)
1) Ya dimos, justo después del atentado contra las Torres Gemelas, las razones que permiten avanzar esa hipótesis. Desarrollamos, después, una argumentación para dar solidez a esa tesis (ver nuestros artículos “En Nueva York como en todas partes, el capitalismo siembra la muerte, ¿A quién beneficia el crimen?” en la Revista internacional n° 107 y “Pearl Harbor 1941, Torres Gemelas 2001: El maquiavelismo de la burguesía” en la Revista internacional n° 108). Esa tesis la confirman hoy unas publicaciones a las que es imposible sospechar de simpatía por las posiciones revolucionarias. Puede leerse al respecto el libro The New Pearl Harbor; Disturbing Questions about the Bush administration and 9/11 de David Ray Griffin.
2) Léanse nuestros artículos: “Notas sobre la historia de la política imperialista de Estados Unidos desde la Segunda Guerra mundial” en los números 113 y 114 de la Revista internacional.
3) Véase nuestro artículo “El proletariado mundial ante el hundimiento del del estalinismo “, en la Revista internacional n° 99.
“En Europa occidental, el sindicalismo revolucionario ha surgido en muchos países como resultado directo e inevitable del oportunismo, del reformismo, del cretinismo parlamentario. En nuestro país también, los primeros pasos de la “actividad parlamentaria” han fortalecido el oportunismo hasta el extremo, llevando a los mencheviques a arrastrarse ante los Cadetes (…) El sindicalismo revolucionario se desarrollará por necesidad en suelo ruso como reacción contra esa conducta vergonzante de socialdemócratas ‘famosos’” (1). Ese texto de Lenin, citado ya en el artículo anterior de esta serie, se puede muy bien aplicar a la Francia de principios del siglo XX. Para muchos militantes, asqueados por “el oportunismo, el reformismo, y el cretinismo parlamentario”, la Confederación general del trabajo (CGT) francesa fue en gran medida la organización faro del nuevo sindicalismo “revolucionario”, que “se basta a sí mismo” (según la expresión de Pierre Monatte) (2). Sin embargo, aunque el desarrollo del sindicalismo revolucionario es un fenómeno internacional en el proletariado de entonces, lo específico de la situación política y social en Francia permitió que el anarquismo desempeñara un papel muy importante en el desarrollo de la CGT. La conjunción entre una auténtica reacción proletaria contra el oportunismo de la IIª Internacional y de los viejos sindicatos y la influencia de las ideas anarquistas, típicas de la pequeña burguesía artesana, fue el origen de lo que desde entonces se llama anarco-sindicalismo.
El papel desempeñado por la CGT, ejemplo concreto de las ideas anarco-sindicalistas, quedaría más tarde eclipsado por el que tuvo la Confederación nacional de trabajadores (CNT) durante la pretendida revolución española, la cual puede ser en cierto modo considerada como verdadero prototipo de organización anarco-sindicalista (3). Eso no quita que la CGT, fundada quince años antes que la CNT española, estuviera muy influida, y hasta dominada por la corriente anarco-sindicalista durante el período anterior a 1914. Por eso, la experiencia de las luchas llevadas a cabo por la CGT durante ese período y. sobre todo, su reacción al estallido de la primera gran escabechina imperialista en 1914, son una prueba teórica y práctica para el anarco-sindicalismo. Por eso, este artículo (segundo de la serie iniciada en el anterior número de esta Revista), lo dedicamos al período que va desde la fundación de la CGT en el congreso de Limoges en 1895, hasta la catastrófica traición de 1914 cuando pudo verse a la práctica totalidad de los sindicatos de los países beligerantes hundirse en un apoyo sin fisuras al esfuerzo de guerra del Estado burgués.
¿Por qué hablamos del “anarco-sindicalismo” de la CGT? Recordemos que en el artículo introductivo de esta serie (ver la Revista internacional n° 118), distinguíamos varias diferencias importantes entre el sindicalismo revolucionario propiamente dicho y el anarco-sindicalismo:
• Sobre la cuestión del internacionalismo: las dos organizaciones dominadas por el anarco-sindicalismo (la CGT francesa y la CNT española) va a enfangarse en la defensa de la Unión Sagrada, en 1914 y 1936 respectivamente, mientras que los sindicalistas revolucionarios (las IWW (4) sobre todo), duramente reprimidos a causa de su oposición a la guerra de 1914) se mantuvieron, a pesar de sus debilidades, en un terreno de clase. Por lo que especialmente a la CGT se refiere, como veremos luego, su oposición al militarismo y a la guerra antes de 1914, se parece más al pacifismo que al internacionalismo proletario para el cual “los obreros no tienen patria”. Los anarco-sindicalistas de la CGT iban a “descubrir” en 1914 que los proletarios franceses debían, pese a todo, defender la patria de la Revolución francesa de 1789 contra el yugo del militarismo prusiano.
• En el plano de la acción política, el sindicalismo revolucionario se mantuvo abierto a la actividad de las organizaciones políticas (Socialist Party of America y Socialist Labor Party en Estados Unidos; SLP y después de la guerra de 1914-18, la Internacional comunista en Gran Bretaña).
• En el plano de la centralización, el anarco-sindicalismo tiene una visión de principio federalista: cada sindicato es independiente de los demás, mientras que el sindicalismo revolucionario es favorable a la tendencia a una mayor unidad política y organizativa de la clase.
Esa diferencia no era evidente para los protagonistas de la época: compartían hasta cierto punto, el mismo lenguaje e ideas similares. Sin embargo, en unos y en otros, las mismas palabras no significaban lo mismo ni en las ideas ni en la práctica. Encima, no había –como sí la había en el movimiento socialista- una Internacional en la que se dirimieran las diferencias y alcanzar una mayor clarificación. Se puede decir, someramente, que el movimiento hacia el sindicalismo revolucionario fue un auténtico esfuerzo en el seno del proletariado por encontrar una respuesta al oportunismo de los partidos socialistas y de los sindicatos, el anarco-sindicalismo fue la expresión de la influencia del anarquismo en el seno de ese movimiento. No es casualidad si esta influencia del anarquismo es más fuerte en los países menos desarrollados en el plano industrial, más marcados por el peso del pequeño artesanado y el campesinado: Francia y España. No es posible, en un artículo, dar detallada cuenta de la historia de aquel período complejo y tumultuoso y hay que precaverse del peligro del esquematismo. Dicho lo cual, la distinción es válida en sus grandes líneas y nuestra intención, en este artículo, es examinar si los principios del anarco-sindicalismo, tal como se expresaron en la CGT de antes de 1914, eran los más idóneos ante los acontecimientos (5).
La Comuna y la AIT
Durante el período que va desde finales del siglo xix hasta la guerra de 1914, el movimiento obrero estuvo profundamente marcado por la Comuna de París y la influencia de la Asociación internacional de los trabajadores (AIT). La experiencia de la Comuna, primer intento de toma del poder por la clase obrera, anegado en sangre por el gobierno versallesco en 1871, legó a los obreros franceses una enorme desconfianza hacia el Estado burgués. En cuanto a la AIT, la CGT se reivindica de ella explícitamente, como en este texto de Emile Pouget (6) :
“La expresión orgánica del Partido del trabajo es la Confederación general del trabajo (...), el Partido del trabajo procede, en línea recta, de la Asociación general de trabajadores, cuya prolongación histórica es aquél” (7).
Más específicamente, para Pouget, uno de los propagandistas principales de la CGT, la Confederación se reivindica de los federalistas (o sea de los aliados de Bakunin) en la AIT, así como de la consigna “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los trabajadores mismos”, en contra de los “autoritarios” aliados de Marx. A Pouget, como a todos los anarquistas desde entonces, se le pasa totalmente por alto lo irónico de esta afiliación. Esa tan famosa expresión citada no es del anarquista Bakunin, sino del primer Considerando de los Estatutos de la AIT redactado por ese horrible autoritario de Karl Marx varios años antes de que Bakunin se adhiriera a la Internacional. En cambio, este último, que era la referencia de los anarquistas de la CGT, prefería la dictadura secreta de la organización, la cual debía ser un “cuartel general de la revolución” (8):
“Puesto que rechazamos todo poder, ¿mediante qué fuerzas dirigiremos la revolución del pueblo? Una fuerza invisible –reconocida por nadie, impuesta por nadie– gracias a la cual, la dictadura colectiva de nuestra organización será tanto más poderosa cuanto más invisible y desconocida sea…” (9).
Es necesario insistir aquí sobre la diferencia entre al visión marxista de la organización y la del anarquista Bakunin: es la diferencia entre una organización abierta, una organización de la fuerza proletaria por la propia masa de los proletarios, y la visión del “pueblo” amorfo, que debe ser guiado por la mano invisible de una “dictadura secreta” de revolucionarios.
El contexto histórico
El marco en que se desarrolla el anarco-sindicalismo en Francia es un período muy particular. Los años que van desde el inicio del siglo XX hasta 1914 son un período bisagra durante el cual el capitalismo en pleno apogeo acaba enfangándose en la espantosa carnicería de la Primera Guerra mundial, que fue la señal de la entrada en la decadencia de ese sistema. Desde el incidente de Fachoda en 1898 (cuando las tropas francesas y británicas, en competencia por dominar África, se las vieron frente a frente en Sudán), hasta el de Agadir (cuando se presentó el acorazado Panther enviado por Alemania en su intento de aprovecharse de las dificultades francesas en Marruecos), y la guerra de los Balcanes en 1912 y 1913, las alarmas ante una posible guerra generalizada en Europa se hicieron cada día más insistentes y angustiantes. Cuando estalla la guerra en 1914, nadie se lleva la menor sorpresa: ni la burguesía, comprometida desde hacía años en una carrera armamentística desenfrenada, ni el movimiento obrero internacional (resoluciones de los congresos de Stuttgart y Basilea de la Segunda Internacional, y también el congreso de CGT contra la amenaza de guerra).
La guerra imperialista generalizada es la competencia capitalista llevada a su extremo más álgido. Exige la organización de todas las fuerzas de la nación para poder realizarse. La burguesía está entonces obligada a modificar su organización social: es el Estado el que toma el control de todos los recursos económicos y sociales de la nación para dirigir la lucha a muerte contra el imperialismo enemigo (nacionalizaciones de la industrias clave, reglamentación de la industria, etc.). La mano de obra debe ser organizada para hacer funcionar la industria de guerra. Los obreros deben estar dispuestos a aceptar los sacrificios consiguientes. Para ello es necesario encuadrar a la clase obrera en la defensa de la nación y mediante la Unión sagrada. Por ello, el aparato de control social se desarrolla enormemente, integrando también a las organizaciones sindicales. Este desarrollo del capitalismo de Estado, una de las características básicas de su período de decadencia, significó pues una mutación cualitativa de la sociedad capitalista.
La burguesía, claro está, no entendió en absoluto que el trastorno que se estaba produciendo abiertamente con la guerra de 1914 era un momento fatídico para su sistema. En cambio, lo que sí entendió muy bien –especialmente la burguesía francesa gracias a su experiencia de la Comuna– es que hay que doblegar y a la vez ablandar las organizaciones obreras antes de que el poder se lance a aventuras militares. Los años anteriores a 1914 conocieron así la preparación de la integración de los sindicatos en el Estado.
El período de preguerra aparece como el del auge imparable del movimiento proletario, pero es solo apariencia. El objetivo de las reformas votadas en el parlamento, presuntamente para mejorar la condición obrera, es enganchar a los obreros al carro del Estado, especialmente haciendo partícipes a los sindicatos en su gestión.
Tras la derrota de la Comuna había entre los obreros una gran desconfianza hacia todo intento de intrusión del Estado en sus asuntos. Así, el primer congreso de las cámaras sindicales habido desde 1871 (el congreso de París de 1876) rechaza una oferta de subvención gubernamental de 100 000 francos; el delegado Calvinhac declara:
«¡Oh! Aprendamos a arreglárnoslas sin ese elemento como nos las arreglamos sin la burguesía para la cual el gubernamentalismo es un ideal. Es nuestro enemigo. Sólo puede inmiscuirse en nuestros asuntos para reglamentar, y debéis estar seguros que todos los reglamentos los hará en provecho de los dirigentes. Pidamos únicamente la libertad completa y realizaremos nuestros sueños cuando estemos plenamente decididos a resolver nuestros asuntos nosotros mismos” (citado en l’Histoire des Bourses de travail de Pelloutier).
En principio, esa posición debería haber recabado el apoyo indefectible de los anarquistas, opuestos sin concesiones a toda acción “política” (o sea, según sus ideas, parlamentaria o municipal). Sin embargo, la realidad es mucho más matizada. Así, la primera de las Bolsas de Trabajo (10), en cuyo desarrollo Fernand Pelloutier (11) y los anarco-sindicalistas iban a desempeñar un papel importante y cuya Federación iba a ser un elemento constitutivo de la CGT, se funda en París en 1886 tras un informe favorable no ya de las organizaciones obreras, sino del Ayuntamiento (Informe Mesureur del 5/11/1886). Durante toda sus existencia, y hasta que las Bolsas quedaran totalmente fundidas en la CGT, la relación entre ellas y los ayuntamientos fue bastante agitado: unas veces estaban apoyadas y hasta subvencionas por el Estado en ciertos períodos, otras eran reprimidas (la Bolsa de trabajo de París fue, en 1893 por ejemplo, clausurada por el ejército). Georges Yvetot (12) (sucesor de Pelloutier a la muerte de éste) acaba incluso confesando que su sueldo de secretario de la Federación nacional de Bolsas se paga con subvenciones del Estado.
Esa actitud ambigua de los anarco-sindicalistas respecto al Estado se aprecia de manera más visible todavía en el debate en la CGT sobre qué actitud adoptar hacia la nueva ley votada por el Parlamento en 1910, sobre la “Jubilación obrera y campesina” (Retraite ouvrière et paysanne, ROP). Surgen dos tendencias: una rechaza la ROP por la oposición de principio a toda interferencia del Estado en asuntos de la clase obrera, incluso en el tema de las pensiones; la otra que intenta alcanzar una reforma inmediata arreglándoselas con el Estado. Las dificultades de la CGT para tomar posición sobre esa ley es un presagio de la desbandada de 1914. Para muchos militantes de la CGT, la traición está simbolizada no tanto en el llamamiento a defender la Francia de las tradiciones revolucionarias, sino en la participación del “revolucionario” Jouhaux (13), e incluso, a pesar de sus dudas, del internacionalista Merrheim (14), en el “Comité permanente para el estudio y la prevención del desempleo” establecido por el gobierno francés para poner remedio a la desorganización económica provocada, en un primer tiempo, por la movilización de la industria francesa para la guerra.
¿Cómo se pasó la CGT de una defensa intransigente de su independencia respecto al Estado a la participación en los intentos de ese mismo Estado burgués para arrastrar a los obreros a la guerra imperialista, aún cuando los principios del anarco-sindicalismo habían tenido una influencia tan grande en su seno?
El papel de los anarquistas en la CGT
Aunque a la CGT se la consideró como una “organización faro” de los sindicalistas revolucionarios, hay que decir que no era “sindicalista revolucionaria” ni siquiera “anarco-sindicalista” como tal. En Francia, la CGT es la única organización que reúne a varios cientos de federaciones sindicales. Entre esos sindicatos, algunos son claramente reformistas (como el sindicato del Libro dirigido por Auguste Keufer, primer tesorero de la CGT, o el sindicato de Ferroviarios), o muy influidos por los militantes revolucionarios “guesdistas” (15) del Partido obrero francés (o SFIO (16) desde la unificación de los partidos socialistas franceses en 1905). También hay otros sindicatos importantes, como el “viejo sindicato” reformista de la minería, dirigido por Emile Basly, que no está en la Confederación.
Los anarquistas no desempeñaron en realidad sino un papel reducido en el despertar del movimiento obrero en la Francia de después de la derrota de la Comuna. Para empezar existe una marcada desconfianza en la clase obrera hacia todo lo que de cerca o de lejos recuerda la política pretendidamente “utopista”, como puede comprobarse en el informe del Comité de iniciativa del congreso obrero de 1876:
“Hemos querido que el congreso sea exclusivamente obrero (…) No hay que olvidar que todos los sistemas, todas las utopías que se reprochan a los trabajadores nunca han procedido de ellos. Todos vienen de burgueses, con las mejores intenciones sin duda, pero que iban a buscar los remedios a nuestros males en ideas y elucubraciones, en lugar de tomar consejo de nuestras necesidades y de la realidad» (citado en l’Histoire des Bourses du travail).
Es sin duda ese poco radicalismo de la clase obrera lo que empuja a los anarquistas (excepto algunos como Pelloutier) a abandonar las organizaciones obreras y volcarse hacia la propaganda del «acto ejemplar»: atentados, atracos a bancos, asesinatos (cuyo ejemplo clásico es el anarquista Ravachol (17)).
Durante los veinte años que siguen al congreso de 1876, no son los anarquistas sino les socialistas, especialmente los militantes del Partido obrero francés (POF) de Jules Guesde, quienes tendrán la actuación política más importante en el movimiento obrero. Los congresos obreros de Lyón y Marsella conocen la victoria de las tesis revolucionarias del POF contra las tendencias “pro gobierno” propuestas por Barberet, y en 1886 es también el POF el que propone y da base a una Federación nacional de Sindicatos (FNS). Nuestro propósito, aquí, no es cantar alabanzas a Guesde y al POF. La rigidez de Guesde –unida a una torpe comprensión de lo que es el movimiento obrero y a un gran oportunismo– hizo que el POF quisiera limitar el papel de la FNS a apoyar las campañas parlamentarias del partido. Además, y contra la voluntad de los dirigentes del POF, hay militantes del partido que apoyan resoluciones, en los congresos de Bouscat, Calais, y Marseille (1888, 89 y 90) en las que se afirma que “la huelga general, o sea el cese total de todo trabajo, o la revolución pueden llevar a los trabajadores a su emancipación”. Está claro que el resurgimiento del movimiento obrero en Francia después de la Comuna debe más a los marxistas, con todas sus debilidades, que a los anarquistas. Otro ejemplo en el mismo sentido (sin por ello quitarle valor alguno a la porfiada labor del anarquista Fernand Pelloutier) fue la creación de la Federación nacional de Bolsas del trabajo, pues esa creación le debe mucho a los socialistas –y, entre ellos, a los dos primeros secretarios de la FNB, miembros del Comité revolucionario central animado por Edouard Vaillant (18).
Hasta 1894, y el asesinato del presidente de la República Sadi Carnot por el anarquista Caserio, los militantes anarquistas poco se habían preocupado por el sindicalismo, y mucho más por la “propaganda por los hechos”, aprobada en el Congreso internacional anarquista de Londres de 1881. El propio Pelloutier lo reconoce más o menos explícitamente en su famosa Carta a los anarquistas (19) de 1899 :
“Hasta ahora, nosotros, anarquistas, hemos realizado lo que llamaría yo la propaganda práctica (…) sin que haya habido la menor unidad de enfoques. La mayoría de nosotros han ido saltando de un método a otro, sin reflexionar previamente, sin análisis de las consecuencias, al albur de las circunstancias. Aquél que la víspera había tratado sobre arte, daba hoy una conferencia sobre acción económica y meditaba para el día siguiente sobre una campaña antimilitarista. Muy pocos, tras haberse dado sistemáticamente una regla de conducta, han sabido atenerse a ella y, mediante la continuidad en el esfuerzo, obtener en una dirección determinada el máximo de resultados sensibles y presentes. Así, a nuestra propaganda por la escritura (que es ciertamente maravillosa y de la que ninguna colectividad –si no es la cristiana en los albores de nuestra era– da un modelo semejante), no podemos oponerle sino una propaganda de acción de lo más mediocre (…)
“No propongo yo (…) ni un método nuevo ni un asentimiento unánime a ese método. Lo que únicamente creo es que, en primer lugar, para acelerar la “revolución social” y hacer que el proletariado sea capaz de sacar el mejor provecho deseable, debemos no sólo predicar a los cuatro vientos el gobierno de sí mismo por sí mismo, sino además dar prueba a la muchedumbre obrera, en el seno de sus propias instituciones, que un gobierno así es posible y también armarlo, instruyéndolo sobre la necesidad de la revolución, contra las irritantes sugestiones del capitalismo (…)
“Los sindicatos tienen desde hace algunos años una alta y muy noble ambición. Creen tener una misión social que cumplir y, en lugar de considerarse ya como simples instrumentos de resistencia a la depresión económica ya como simples “cuadros” del ejército revolucionario, pretenden además, sembrar en la sociedad capitalista el germen de unos grupos libres de productores mediante los cuales parece poder realizarse nuestra idea comunista y anarquista. ¿Debemos pues nosotros, absteniéndonos de cooperar con su tarea, correr el riesgo de que un día los desanimen las dificultades y acaben echándose en brazos de la política?”.
La misma preocupación la expresa de manera más cruda Emile Pouget en su Père peinard de 1897:
“Si existe una agrupación en la que los anarcos deben meterse es, evidentemente, la cámara sindical (…) hemos cometido el enorme error de limitarnos a los grupos afines » (20).
Esos pasajes son reveladores de las diferencias entre anarquismo y marxismo. Para los marxistas, no hay separación alguna entre la clase obrera y los comunistas. Estos forman parte del proletariado, expresan los intereses de éste como clase diferenciada de la sociedad. Como ya lo expresaba así en 1848 el Manifiesto comunista:
“Los comunistas (...) no tienen intereses separados de los intereses de todo el proletariado. No establecen principios especiales según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario. (…) Los postulados teóricos del comunismo no se fundan en modo alguno en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que transcurre ante nuestra vista”.
El comunismo (21) es indisociable de la existencia del proletariado en el capitalismo: primero porque el comunismo no se vuelve posibilidad material sino a partir del momento en que el capitalismo unificó el planeta en un solo mercado mundial; después, porque el capitalismo creó una clase revolucionaria única capaz de echar abajo el viejo orden y construir una sociedad nueva basada en el trabajo asociado a escala mundial.
Para los anarquistas, lo que cuenta son sus ideas, las cuales no tienen ningún lazo con ninguna clase en particular. Para ellos, el proletariado solo es útil si los anarquistas pueden “realizar” sus ideas mediante aquél y tener una influencia en su acción, pero si el proletariado aparece momentáneamente adormecido, entonces cualquier otra agrupación podrá servir: los campesinos, evidentemente, pero también los pequeños artesanos, los estudiantes, las “naciones oprimidas”, las mujeres, las minorías… o, sencillamente, el “pueblo” de manera general, al cual hay que estimular mediante el “acto ejemplar”.
La visión anarquista del proletariado como simple “medio” hizo que muchos anarquistas vieran el progreso del sindicalismo revolucionario con bastante desconfianza. Así, en el Congreso Internacional anarquista de Ámsterdam en 1907, Enrico Malatesta contesta a la intervención de Monatte, que teoriza el sindicalismo revolucionario, diciendo:
“El movimiento obrero para mí no es más que un medio –el mejor medio entre todos que se nos haya ofrecido (…) Los sindicalistas tienden a hacer de ese medio un fin (…) y así el sindicalismo está convirtiéndose en nueva doctrina que amenaza al anarquismo en su propia existencia (…) Ahora bien, incluso adornándose con el epíteto tan inútil de revolucionario, el sindicalismo no será nunca otra cosa que un movimiento legalista y conservador, sin otra finalidad accesible– ¡y ni siquiera! – que la mejora de las condiciones de trabajo (…) Lo repito: los anarquistas deben acudir a las uniones obreras. Primero para hacer en ellas propaganda anarquista; después, porque es el único medio para, llegado el día, tener a nuestra disposición grupos capaces de tomar en nuestras manos la dirección de la producción” (22).
El retorno de los anarquistas hacia los sindicatos obreros, y por lo tanto el desarrollo de lo que se llamará anarco-sindicalismo, corresponde, en el tiempo, al incremento de la insatisfacción en las filas obreras respecto al oportunismo parlamentario de los partidos socialistas, y la incapacidad de estos para laborar por una unificación real de las organizaciones sindicales en la lucha de clases. Y fue así cómo, en las propias filas de la FNS, hasta entonces patrocinada por el POF de Guesde, surgió el deseo de crear una verdadera organización unitaria que debía actuar independientemente del partido: la CGT fue creada en el congreso de Limoges de 1895. A lo largo de los años, la influencia anarco-sindicalista va a ir en aumento: en 1901 Victor Griffuelhes (23) llega a ser secretario de la CGT, a la vez que Emile Pouget es secretario adjunto del nuevo semanario de la CGT, la Voix du peuple (la Voz del pueblo). Los otros dos principales periódicos de la CGT serán La Vie ouvrière, lanzado por Monatte en 1909, y La Bataille syndicaliste lanzado con muchas dificultades y un éxito muy limitado por Griffuelhes en 1911. Podemos pues decir que l’anarco-sindicalismo poseía una influencia preponderante en las instancias dirigentes de la CGT.
Veamos ahora funcionando, en la teoría y en la práctica, al anarco-sindicalismo en y a través de la CGT.
¿Qué es el anarco-sindicalismo en la CGT?
Los anarco-sindicalistas en la CGT se presentan sobre todo como partidarios de la acción, considerada como lo contrario de las elucubraciones teóricas. Así Emile Pouget en le Parti du travail:
“Lo que diferencia el sindicalismo de las diferentes escuelas socialistas – y hace que sea superior– es su sobriedad doctrinal. En los sindicatos, se hace poca filosofía. Se hace algo mejor: ¡se actúa! Ahí, en el terreno neutral que es el terreno económico, los elementos que afluyen impregnados de las enseñanzas de tal o cual escuela (filosófica, política, religiosa, etc.), pierden, gracias al contacto, su rugosidad particular, para no seguir conservando más que los principios comunes a todos: la voluntad de mejora y de emancipación íntegra”.
Pierre Monatte interviene en el mismo sentido en el congreso anarquista de Ámsterdam:
“Mi anhelo no es tanto el dictaros una exposición teórica de sindicalismo revolucionario, sino la de mostrároslo en acción y, por eso, hacer que hablen los hechos. El sindicalismo revolucionario, a diferencia del socialismo y del anarquismo que le han precedido en la carrera, se ha afirmado menos con teorías que con actos y es más en la acción que en los libros donde debemos buscar” (24).
En su folleto El sindicalismo revolucionario, Victor Griffuelhes nos resume una visión de la acción sindical:
“El sindicalismo proclama el deber del obrero de actuar él mismo, luchar por sí mismo, combatir por sí mismo, únicas condiciones que podrán permitirle llevar a cabo su liberación total. De igual modo que el campesino no cosecha el grano sino gracias a su trabajo, así el proletario no disfrutará de derechos sino gracias al precio de su trabajo hecho de esfuerzos personales (…) El sindicalismo, repitámoslo, es el movimiento, la acción de la clase obrera; no es la clase obrera misma. Es decir que el productor, al organizarse con productores como él, para luchar contra un enemigo común, la patronal, al combatir por el sindicato y en el sindicato por la conquista de mejoras, está creando la acción y está formando el movimiento obrero (…)
“[Para el Partido socialista] el Sindicato es el órgano que balbucea las aspiraciones de los obreros, es el Partido el que las formula, las traduce y las defiende, pues, para el Partido, la vida económica se concentra en el Parlamento; hacia éste debe converger todo, de éste debe venir todo (…)
“Puesto que el sindicalismo es el movimiento de la clase obrera (…) o sea que las agrupaciones surgidas de ella solo pueden estar compuestas de asalariados (…) por eso mismo, esas agrupaciones excluyen a individuos que disfrutan de una situación económica diferente de la del trabajador”.
En su intervención en el congreso de Ámsterdam, Pierre Monatte considera que el sindicato hace desaparecer los desacuerdos políticos en la clase obrera:
“En el sindicato, las divergencias de opinión, a menudo tan sutiles, tan artificiales, pasan a segundo plano; y gracias a esto es posible el entendimiento. En la vida práctica, los intereses se anteponen a las ideas: ahora bien, ninguna discordia entre escuelas y sectas conseguirá que los obreros, por el mismo hecho de estar sometidos por igual a las leyes del salariado, dejen de tener intereses idénticos. Ese es el secreto del entendimiento que se ha fraguado entre ellos, ésa es la fuerza del sindicalismo y lo que le permitió, el año pasado, en el Congreso de Amiens [en 1906, ndlr], afirmar con orgullo que se bastaba a sí mismo» (25).
Hay que resaltar que, aquí, Monatte mete a los grupos anarquistas en el mismo saco que a los socialistas. ¿Qué se destaca de esas citas? Cuatro ideas que vamos a poner aquí de relieve.
El sindicato no reconoce tendencias políticas; es políticamente “neutro”. Es una idea que se encuentra una y otra vez en los textos de los anarco-sindicalistas de la CGT: los partidos políticos, vienen a decir, no representan sino “las trifulcas entre escuelas o sectas rivales”; el trabajo sindical, la asociación de los obreros en la lucha sindical, no conocen luchas de tendencias, o sea, “políticas”. Ahora bien, esa idea no tiene nada que ver con la realidad. No existe ningún automatismo en la lucha obrera, la cual, necesariamente, se construye mediante decisiones y de una acción realizada en función de esas decisiones: éstas son actos políticos. Esto es todavía más cierto para la lucha obrera que para las luchas de las demás clases revolucionarias de la historia anterior. Al ser forzosamente la revolución proletaria el acto consciente de la gran masa de la clase obrera, la toma de decisión necesita constantemente una capacidad de reflexión, de debate, de la clase obrera, tanto como su capacidad de acción: ambas son indisociables. La historia de la CGT misma es un testimonio de las luchas incesantes entre tendencias diferentes. Primero fue la lucha contra los socialistas que querían acercar la CGT a la SFIO, lo cual se terminó en derrota de ésta en el congreso de Amiens. Por otro lado, para asegurar la independencia del sindicato respecto al partido, los anarco-sindicalistas no vacilaron en aliarse con los reformistas, los cuales insistían no sólo en la independencia del sindicato respecto al partido, sino en la autonomía de cada sindicato, para así poder mantener la política reformista en el seno de las Federaciones que dominaban. Hubo después luchas entre reformistas y revolucionarios sobre la sucesión de Griffuelhes, que dimitió en 1909 y fue sustituido por el reformista Niel, sustituido éste a su vez unos meses más tarde por el candidato revolucionario Jouhaux, el mismo que cargó con una enorme responsabilidad por la traición de 1914.
La política, es el parlamento. Esta idea, aunque le debe mucho al incurable cretinismo parlamentario (recogiendo la expresión de Lenin) de los socialistas franceses, no tiene nada que ver con el marxismo. Ya en 1872, Marx y Engels habían sacado esta lección de la Comuna de París,
“... en la cual el proletariado ostentó el poder político, por primera vez, durante dos meses”: “la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina estatal ya acabada, y ponerla en movimiento para sus propios fines” (Prólogo a la edición alemana de 1872 del Manifiesto comunista).
En la Segunda internacional, el principio del siglo xx se caracterizó por una lucha política en el seno de los partidos socialistas y los sindicatos, entre, por un lado, los reformistas que querían integrar el movimiento obrero en la sociedad capitalista, y, por otro, la izquierda que defendía sus fines revolucionarios, apoyándose en las nuevas lecciones surgidas de la experiencia de las huelgas de masas en 1903 en Holanda y de 1905 en Rusia.
Debe prohibirse la presencia de no-obreros en la lucha. Esta idea la recoge también Pouget (le Parti du travail):
“esta labor de reorganización social solo podrá elaborarse y llevarse a cabo en un medio indemne de toda contaminación burguesa (…) [el Partido del Trabajo es] el único organismo que en virtud de su propia constitución, elimina de su seno todas las escorias sociales”.
Esta noción es, sencillamente, un disparate: la historia está llena de ejemplos de obreros que han traicionado a su clase (empezando por varios dirigentes anarco-sindicalistas de la CGT), así como también de otros que, aunque no fueran obreros, se mantuvieron fieles al proletariado y lo pagaron con sus vidas: el abogado Karl Liebknecht y la intelectual Rosa Luxemburg por sólo nombrar a estos dos.
Es la acción y no la “filosofía”, la esencia de la lucha. Digamos primero que los marxistas no esperaron a los anarquistas para insistir en que “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diferentes maneras, se trata ahora de transformarlo” (26). Lo que caracteriza al anarco-sindicalismo no es solo el hecho de “actuar”, sino la idea de que la acción no necesita apoyarse en la reflexión teórica; que bastaría, en cierto modo, con eliminar de las organizaciones obreras a los elementos “ajenos” para que surgiera la “acción” idónea. Esta ideología se resume en una de las consignas típicas del sindicalismo revolucionario: “la acción directa”.
¿Acción directa o huelga de masas política?
Así describe Pouget “Los métodos de acción sindical” en le Parti du travail:
“[éstos] no son la expresión de la aprobación de las mayorías que se manifiestan por el procedimiento empírico del sufragio universal, sino que se inspiran de medios gracias a los cuales, en la naturaleza, se manifiesta y se desarrolla la vida, en sus numerosas formas y aspectos. De igual modo que la vida apareció primero en un punto, una célula, de igual modo que a lo largo del tiempo siempre es una célula el elemento de fermentación, así, también en el ámbito sindicalista, el impulso lo dan las minorías conscientes que, con su ejemplo, su ánimo (y no con órdenes autoritarias) atraen hacia sí y arrastran a la acción a la masa menos ardiente» (op. cit.).
Aparece hay la vieja monserga anarquista: la actividad revolucionaria se realiza gracias al acto ejemplar de la “minoría consciente”, quedando relegada la masa de la clase obrera al estatuto de borrego. Eso queda más claro todavía en el libro de Pouget sobre la CGT :
“... si el mecanismo democrático fuera practicado por las organizaciones obreras, el “no-querer” de la mayoría inconsciente y no sindicada paralizaría toda acción. Pero la minoría no está dispuesta a abdicar de sus reivindicaciones y sus aspiraciones ante la inercia de una masa que no está todavía animada ni vivificada por el espíritu de rebelión. Por consiguiente, para la minoría consciente hay una obligación, la de la acción, sin tener en cuenta la masa reacia, si no, se verá obligada a doblegar el espinazo, lo mismo que los inconscientes” (op. cit.).
Es cierto que la clase obrera no es homogénea en su toma de conciencia: siempre hay elementos de la clase que ven más lejos que sus camaradas. Por eso es precisamente por lo que los comunistas insisten en la necesidad de organizarse, de agrupar la minoría de vanguardia en una organización política capaz de intervenir en las luchas, de participar en el desarrollo de la conciencia del conjunto de la clase de manera a poder lograr que el conjunto de la clase obrera sea capaz de actuar de modo consciente y unificado, en resumen, hacer que “la emancipación de la clase obrera” sea de verdad “la obra de los obreros mismos”. Esa capacidad de “ver más allá” no procede, sin embargo, de no se sabe qué “espíritu de rebeldía” individual que surgiría no se sabe de dónde ni cómo, sino que se inscribe en el ser mismo de la clase obrera como clase histórica e internacional, la única clase en la sociedad capitalista que está obligada a alcanzar la comprensión de la naturaleza del capitalismo y de su propia naturaleza de enterrador de la vieja sociedad. Una reflexión profunda sobre la acción obrera, para con ella sacar las lecciones de las victorias y –las más de las veces– de las derrotas, forma parte, evidentemente, de tal comprensión, pero no es su único componente: a la clase que va a emprender la revolución más radical que la humanidad haya conocido, la destrucción de la dominación de unas clases sobre otras para sustituirla por la primera sociedad mundial y sin clases, le es necesaria una conciencia de sí misma y de su misión histórica que va mucho más allá de la mera experiencia inmediata.
Esta visión, está a años luz del desprecio por la “masa reacia” de que hacía gala el anarquista Pouget:
“¿Quién podría recriminar la iniciativa desinteresada de la minoría? No van a ser los inconscientes, a quienes los militantes apenas si los consideran como ceros humanos a la izquierda de la cifra” (op. cit.).
Así pues, la “teoría” anarquista de la acción directa procede en línea recta de la visión bakuninista de las masas como fuerza elemental y, sobre todo, no consciente, que, por ello mismo, necesita ese “cuartel general secreto” para dirigir su “revuelta”.
Otros militantes insisten más bien en la acción independiente de los obreros mismos: Griffuelhes, por ejemplo, escribe que
“... el asalariado, dueño en todo momento de su acción, ejerciéndola a la hora que a él le parece mejor, intensificándola o reduciéndola según su voluntad, o bajo la influencia de sus medios y medidas, al no dejar nunca a nadie el derecho de decidir en su lugar, al guardar como un bien inestimable la posibilidad y la facultad de decir en todo momento la palabra que abre la acción y la que la cierra, se está inspirando de esa idea tan antigua y tan criticada llamada acción directa, la cual es ni más ni menos que la forma propia de actuar y de combatir del sindicalismo”.
Por otro lado, Griffuelhes compara la acción directa a una “herramienta” que el obrero debe aprender a manejar. Esta visión de la acción obrera, aunque no ostente ese altanero desprecio de un Pouget por los “ceros humanos”, poco tiene de interesante. Primero, en Griffuelhes, hay una clara tendencia individualista, al ver la acción de la clase como una simple suma de actos individuales de cada obrero. Es pues de lo más lógico que sea incapaz de comprender que existe una relación de fuerzas no ya entre los individuos, sino entre las clases sociales. La posibilidad de realizar con éxito una lucha de envergadura –y más todavía, claro está, la revolución– depende, no de un simple aprendizaje del uso de una “herramienta”, sino de una relación de fuerzas más global entre burguesía y proletariado. Lo que Griffuelhes, y el sindicalismo revolucionario en general, son totalmente incapaces de ver es que el principio del siglo xx es un período bisagra en el que el contexto histórico de la lucha obrera se está trastornando de arriba abajo. En el apogeo del capitalismo, entre 1870 y 1900, era todavía posible para los obreros alcanzar victorias duraderas gremio a gremio y hasta factoría por factoría, primero porque la expansión sin precedentes del capitalismo lo permitía, y, segundo, porque la organización de la propia clase dominante no había tomado todavía la forma del capitalismo de Estado (27). Fue en ese período, que favoreció el desarrollo cada día más importante de las organizaciones sindicales mediante las luchas reivindicativas, cuando adquirieron su experiencia los militantes de la CGT. El sindicalismo revolucionario, fuertemente influido por el anarquismo en el caso de la CGT, significa teorizar las condiciones y la experiencia de un período ya pretérito, una teoría inapropiada en el nuevo período que se está iniciando, en el cual el proletariado se va a encarar a la opción de guerra o revolución, y va a tener que batirse en un terreno que va mucho más allá que la lucha reivindicativa.
En este nuevo período de la vida del capitalismo, el de su decadencia, la realidad es diferente. Primero, no es el proletariado el que puede decidir luchar por tal o cual mejora, sino lo contrario: 99 veces de cada cien, los obreros entran en lucha para defenderse frente a un ataque (despidos, bajas de salario, cierres de fábricas, ataques contra el “salario social”). En segundo lugar, el proletariado no tiene ante sí a una materia bruta con la que se pueda trabajar o moldear con una herramienta. Muy al contrario, la clase enemiga burguesa va a tomar la iniciativa, mientras lo pueda, hacerlo todo por pelear en su propio terreno, con sus propias herramientas, que son la provocación, la violencia, las trampas, las promesas falaces y demás. La acción directa no proporciona el menor antídoto mágico que permita al proletariado inmunizarse contra esos medios. Lo que sí es indispensable, en cambio, para llevar a buen puerto la lucha de clases, es una comprensión política de todo lo que condiciona la lucha de clases: cuál es la situación del capitalismo, de la lucha de clases a nivel mundial, en qué medida los cambios del contexto en el que el proletariado desarrolla sus luchas determinan los cambios en sus medios de lucha. Desarrollar esa comprensión, que es la tarea que incumbe específicamente a la minoría revolucionaria de la clase, era tanto más necesario en un período que iba a conocer no, desde luego, un desarrollo sindical más o menos lineal, sino, al contrario, una ofensiva burguesa que no retrocederá ante nada para meter en cintura al proletariado, para corromper sus organizaciones, y arrastrar la clase hacia la guerra imperialista. Una tarea, la de aquella comprensión, que el anarco-sindicalismo de la CGT fue radicalmente incapaz de realizar.
La razón fundamental de esa incapacidad fue que, a pesar de la insistencia de los anarco-sindicalistas en la importancia de la experiencia obrera que hemos citado, la teoría de la acción directa limita esa experiencia a las lecciones inmediatas que cada obrero o grupo de obreros pueda sacar de la suya propia. Fueron así totalmente incapaces de sacar lecciones de lo que, sin lugar a dudas, fue la experiencia de lucha más importante de entonces: la revolución rusa de 1905. No es éste el lugar para desarrollar cómo trataron los marxistas aquella extraordinaria experiencia para sacar de ella el máximo de enseñanzas para la lucha obrera. Lo que sí podemos afirmar, en cambio, es que en la CGT casi ni se enteraron y cuando los anarco-sindicalistas se dieron cuenta de ella fue para comprenderla al revés. Así, en Cómo haremos la revolución, Pouget y Pataud (28) sólo hacen referencia a 1905 para hablar del papel desempeñado por… los sindicatos amarillos:
“cada vez que la burguesía (…) favoreció la eclosión de grupos obreros, con la esperanza de tenerlos por las riendas utilizándolos como instrumentos, tuvo problemas. El ejemplo más típico fue el de la formación en Rusia, bajo influencia de la policía y la dirección del cura Gapón, de sindicatos amarillos que pronto evolucionaron del conservadurismo a la lucha de clases. Fueron esos sindicatos los que, en enero de 1905, tomaron la iniciativa de la manifestación ante el Palacio de Invierno en San Petersburgo – punto de partida de la revolución que, aunque no logró echar abajo el zarismo, sí consiguió atenuar la autocracia”.
Según estas líneas, la huelga se habría lanzado ¡gracias a los sindicatos amarillos!. En realidad, la manifestación organizada por el cura Gapón acudió ante Palacio para implorar humildemente al “padrecito”, el Zar, una mejora de las condiciones de vida de la clase obrera: fue la réplica bestial de las tropas lo que hizo que brotara la sublevación espontánea en la que quien desempeñó el papel principal en su dinámica y organizó la acción obrera, no fueron los sindicatos sino un nuevo organismo, el soviet (consejo obrero) (29).
¿Hacia la huelga general?
La noción de huelga general, como ya hemos visto, no procede, como tal, de los anarco-sindicalistas, pues existe desde los albores del movimiento obrero (30) y ya había sido propuesta por la FNS guesdista antes de la creación de la CGT. En sí, la huelga general puede aparecer como una ampliación natural de una situación en la que las luchas se van desarrollando poco a poco. ¿No es de lo más lógico suponer que los obreros se van volviendo cada día más conscientes y las huelgas se van extendiendo para acabar en huelga general de toda la clase obrera? Y ésa es en efecto la visión de la CGT expresada por Griffuelhes:
“La huelga general (…) es el remate lógico de la acción constante del proletariado con anhelos de emancipación; es la multiplicación de las luchas declaradas contra la patronal. Al ser el acto final, exige un sentido muy desarrollado de la lucha y una práctica superior de la acción. Es una etapa de una evolución marcada y acelerada por sobresaltos, que (…) serán huelgas generales corporativas.
“Estas son la gimnasia necesaria, de igual modo que las grandes maniobras son la gimnasia de la guerra” (31)..
Otra consecuencia lógica del razonamiento de los sindicalistas revolucionarios es que la huelga transformada en general no podrá ser otra cosa sino el movimiento revolucionario. Griffuelhes cita la Voix du Peuple del 8 de mayo de 1904:
“la huelga general sólo puede ser la Revolución misma, pues comprendida de otra manera sería una nueva engañifa. Las huelgas generales corporativas o regionales la precederán y la prepararán” (ídem).
Es evidente que los sindicalistas revolucionarios no solo dijeron cosas falsas sobre el progreso de la lucha hacia la acción revolucionaria (32). Pero también es evidente que la perspectiva sindicalista de una progresión casi lineal de las luchas obreras hacia la toma del poder por una minoría dirigente agrupada en los sindicatos no corresponde a la realidad histórica. Y eso no es casualidad. Incluso dejando de lado que –en la realidad- los sindicatos se pasaron del lado de la burguesía apareciendo como los peores enemigos de la clase obrera en sus intentos revolucionarios (Rusia 1917 y Alemania 1919), hay una contradicción básica entre sindicatos y poder revolucionario. Los sindicatos existen en la sociedad capitalista y están inevitablemente marcados por el combate en el seno del capitalismo, la revolución, en cambio, se alza en contra de la sociedad capitalista. Los sindicatos están organizados por oficios o industrias y, en la visión anarco-sindicalista cada sindicato conserva celosamente sus prerrogativas de organizarse a su manera y para defender los intereses específicos del ramo. Hay pues una incoherencia evidente en la idea de que el sindicato permita a todos obreros reunirse independientemente de su adhesión política y, de ahí, pensar que el sindicato podría reunir al conjunto de la clase, mientras que, a la vez, los sindicatos mantienen la división de los obreros por ramo o industria.
La revolución, al contrario, no es solo cosa de las minorías más avanzadas, sino que atañe a toda la clase obrera incluidas sus fracciones hasta entonces más atrasadas en la conciencia. La revolución debe permitir a todos los obreros ver y actuar más allá de las divisiones que le impone la organización de la economía capitalista; debe dar con los medios organizativos para que todas las partes de la clase se expresen, decidan, actúen, desde las más avanzadas a las más atrasadas. El poder obrero revolucionario es pues algo muy diferente de la organización sindical. Trotski, elegido presidente del soviet de Petrogrado en 1905, así lo expresó:
“El consejo [soviet] organizaba las masas, dirigía las huelgas políticas y las manifestaciones, armaba a los obreros...
“Otras organizaciones revolucionarias, sin embargo, lo habían hecho ya antes que el consejo, lo seguían haciendo al mismo tiempo que éste y seguirían haciéndolo tras su disolución. La diferencia es que era, o al menos aspiraba a ser un órgano de poder (...)
“Si el consejo ha llevado a diferentes huelgas hasta la victoria, si ha arreglado con éxito conflictos varios entre obreros y patronos, no es, ni mucho menos, que existiera exactamente con esa finalidad, sino al contrario, allí donde había un sindicato poderoso, éste se mostró con mayor capacidad que el consejo para dirigir la lucha sindical; la intervención del consejo solo tenía peso gracias a la autoridad universal de que disponía. Y esa autoridad se debía a que cumplía sus tareas fundamentales, las tareas de la revolución, que iban mucho más allá de los límites de cada oficio o cada ciudad y asignaban al proletariado como clase un lugar en las primeras filas de combatientes”. (33)
Esas líneas fueron escritas en un tiempo en el que los sindicatos podían todavía ser considerados como órganos de la clase obrera: las lecciones que en ellas se saca de la experiencia son hoy todavía más válidas. Si observamos el movimiento más importante que la clase obrera ha conocido desde que 1968 marcó el final de la contrarrevolución, o sea la huelga de masas en Polonia en 1980, podemos constatar inmediatamente que los obreros, lejos de usar la forma del «sindicato amarillo» (los sindicatos en Polonia estaban totalmente integrados en el Estado estaliniano), adoptaron una forma muy diferente de organización, una forma anticipadora de los soviets revolucionarios: la asamblea de delegados elegidos y revocables (34).
1906 : la huelga general puesta a prueba
La teoría de la huelga general de los anarco-sindicalistas de la CGT se verá puesta a prueba cuando la Confederación decide lanzar una gran campaña por la reducción de la jornada laboral, mediante la huelga general (35). La CGT llama a los trabajadores, a partir del 1º de mayo de 1906 (36), a que impongan ellos mismos la nueva jornada abandonando el trabajo al término de las 8 horas. La adhesión a la CGT seguía siendo muy minoritaria: de un total de 13 millones de obreros potencialmente “sindicables” en 1912 (37), la CGT solo agrupa a 108 000 en 1902, cantidad que sube hasta 331 000 en 1910 (38). Será pues una verdadera prueba de la verdad para la visión anarco-sindicalista: la minoría, con su ejemplo, debía arrastrar a toda la clase obrera en un enfrentamiento general con la burguesía gracias a algo tan simple en apariencia como el cese de trabajo a la hora decidida por el obrero y no por el patrón. A partir de 1905, la CGT crea una comisión especial encargada de la propaganda, que va a multiplicar octavillas, folletos, periódicos y reuniones de propaganda (¡más de 250 reuniones sólo en París!).
Toda esa preparación se vio seriamente zarandeada por un acontecimiento inesperado: la terrible catástrofe de Courrières, el 10 de marzo de 1906, cuando más de 1200 mineros mueren a causa de una enorme explosión subterránea. La rabia se extiende muy rápidamente y el 16 de marzo hay 40 000 mineros metidos en una huelga que ni fue prevista ni deseada, ni por el “viejo sindicato” reformista de Emile Basly, ni por el “joven sindicato” revolucionario dirigido por Benoît Broutchoux (39). La situación social es explosiva: si bien vuelven al trabajo los mineros, tras una dura lucha salpicada de enfrentamientos violentos con la tropa, otros sectores, en cambio, entran en lucha – en abril 200 000 obreros están en huelga. En un ambiente de casi guerra civil, el ministro del Interior, Clemenceau, se prepara para un Primero de Mayo mezclando provocación y represión, con el arresto de Griffuelhes y de Levy, tesorero de la CGT, incluido. La huelga obtiene poco éxito en provincias, y los 250 000 huelguistas parisinos se quedan aislados y obligados a reanudar el trabajo a las dos semanas y sin haber alcanzado sus fines. Cuando se lee lo ocurrido, se da uno perfecta cuenta de que la CGT estaba muy poco preparada para llevar a cabo una huelga en la que ni el gobierno ni los obreros actúan según lo previsto. En fin de cuentas, la huelga de 1906 confirma en negativo lo que el 1905 ruso había confirmado en positivo:
“Y es que la huelga de masas ni se ‘fabrica’ artificialmente, ni se ‘decide’, o ‘propaga’, en el éter inmaterial y abstracto, sino que es un fenómeno histórico resultante, en cierto momento, de una situación social a partir de una necesidad histórica.
“El problema se resolverá, no con especulaciones abstractas sobre la posibilidad o la imposibilidad, sobre la utilidad o el peligro de la huelga de masas, sino mediante el estudio de los factores y de la situación social que la provocan en la fase actual de la lucha de clases; ese problema no se comprenderá ni se podrá discutir a partir de una apreciación subjetiva de la huelga general considerando lo que es deseable o lo que no lo es, sino a partir de un examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas, y planteándose la pregunta de si es o no es históricamente necesaria” (40).
Colmo de la ironía, en el Congreso de Amiens de junio de 1906 de una CGT que por lo visto debía permitir a los obreros aprender de sus experiencias e ignorar la política, no se discute para nada de la experiencia del mes anterior, sino que se pasa el tiempo discutiendo de la cuestión tan política de la relación entre la Confederación y la SFIO…
La CGT ante la guerra: un internacionalismo vacilante
Ya dijimos que la guerra de 1914 no fue una sorpresa para nadie: ni para la burguesía de las grandes potencias imperialistas, inmersas en una frenética carrera de armamentos, ni para las organizaciones obreras. Al igual que los partidos socialistas de la IIª Internacional en los congresos de Basilea y de Stuttgart, la CGT adoptó varias resoluciones de oposición a la guerra, especialmente en su congreso de Marsella de 1908 el cual
“... declara que es necesario, con un enfoque internacional, instruir a los trabajadores para que en caso de guerra entre potencias, los trabajadores repliquen a la declaración de guerra con una declaración de huelga general revolucionaria” (41).
Y, sin embargo, cuando comienza la guerra, la Bataille syndicaliste de Griffuelhes se reivindica de Bakunin para llamar a
“... Salvar a Francia de una esclavitud de cincuenta años (…) Haciendo patriotismo, salvaremos la libertad universal”,
y Jouhaux, secretario otrora «revolucionario» de la CGT declara en el entierro de Jaurès que
“no es el odio al pueblo alemán lo que nos animará a ir a los campos de batalla, ¡sino el odio al imperialismo alemán!” (42).
La traición de la CGT anarco-sindicalista fue pues algo tan asqueroso como la de los socialistas a los que aquella tanto había vapuleado anteriormente, pudiendo decir incluso el ex anarquista Jouhaux que Jaurès “era nuestra viva doctrina” (43).
¿Cómo llegó la CGT a semejante extremo? En realidad, y a pesar de sus llamamientos al internacionalismo, la CGT era más antimilitarista que internacionalista, es decir que ve el problema desde un enfoque de la experiencia inmediata de los obreros frente a un ejército que la burguesía francesa no vacila en usar para romper las huelgas. La problemática de la CGT es francesa, nacional, y la guerra es considerada como “una desviación ante las reclamaciones en aumento del proletariado” (44). Bajo unas apariencias revolucionarias, el antimilitarismo de la CGT es, en realidad, algo más próximo al pacifismo, como pudo verse en la declaración del Congreso de Amiens de 1906:
“Se quiere meter al pueblo en la obligación de desfilar, con el pretexto del honor nacional, de la guerra inevitable por ser defensiva (…) la clase obrera quiere la paz a toda costa” (45).
Se crea así una amalgama – típica del anarquismo por cierto– entre la clase obrera y “el pueblo”, y queriendo “la paz a toda costa”, se preparan a echarse en brazos de un gobierno que pretende buscar la paz de buena fe: es así como el pacifismo se convierte en el peor partidario de la guerra, cuando se trata de defenderse contra el militarismo adverso (46).
La lectura del libro de Pouget y Pataud (Comment nous ferons la révolution), que ya citamos, es muy instructiva al respecto, pues en él describen una revolución puramente nacional. Los dos autores anarco-sindicalistas no esperaron a Stalin para considerar la posibilidad de una construcción del “anarquismo en un solo país”: una vez realizada con éxito la revolución en Francia, todo un pasaje del libro está dedicado a la descripción del comercio exterior que sigue operando según el sistema comercial, mientras que dentro de las fronteras nacionales se produce de modo comunista. Mientras que para los marxistas, la afirmación de que “los trabajadores no tienen patria” no es un principio moral, sino la expresión del propio ser del proletariado mientras el capitalismo no haya sido derribado a escala planetaria, para los anarquistas eso no es más que un deseo piadoso. Esa visión nacional de la revolución estaba fuertemente vinculada a la historia francesa y a una tendencia de muchos anarquistas, incluso de socialistas franceses, a considerarse herederos de la revolución burguesa de 1789: no es de extrañar que Pouget y Pataud se inspiraran no en la experiencia rusa de 1905, sino sobre todo en la experiencia francesa de 1789, en los ejércitos revolucionarios de 1792, y en la lucha del “pueblo” francés contra el invasor alemán y reaccionario. En ese libro de anticipación llama la atención el contraste entre la estrategia imaginada del régimen revolucionario victorioso en Francia y la estrategia real de los bolcheviques tras la toma del poder en 1917. Para los bolcheviques, la tarea esencial es hacer la mayor propaganda en el extranjero (por ejemplo, desde los primeros días de la revolución con la emisión por radio de los tratados secretos de la diplomacia rusa), y ganar tiempo para permitir lo más posible la confraternización con las tropas alemanas en el frente. El nuevo poder sindical en Francia, en cambio, apenas si se preocupa de lo que pasa más allá de las fronteras, preparándose para repeler la invasión de los ejércitos capitalistas, no mediante la confraternización y la propaganda, sino con amenazas primero, seguidas del uso de lo que en un libro de ciencia-ficción de principios del siglo xx podía ser equivalente a las armas nucleares y bacteriológicas.
Esa falta de interés por lo que ocurre fuera del “hexágono francés” no solo era algo propio de un libro de anticipación social, sino que se puede comprobar en el poco entusiasmo de la CGT por los vínculos internacionales. La CGT se adhiere a la Secretaría internacional de sindicatos, pero apenas si se lo toma en serio: Griffuelhes, delegado en el congreso sindical de 1902 en Stuttgart, es incapaz de seguir unos debates que son en su mayoría en alemán y ni siquiera se preocupa por saber si la moción por él presentada ha sido traducida. En 1905, la CGT quiere proponer a los sindicatos alemanes que se organicen manifestaciones contra el peligro de guerra ante la crisis de Marruecos. Pero al insistir los alemanes para que toda acción se lleve a cabo de consuno con los partidos socialistas alemán y francés, lo cual va en contra de la doctrina sindicalista, la CGT abandona su iniciativa. Poco antes de la guerra hay un intento en Londres de constituir una internacional sindicalista revolucionaria, pero la CGT no envía delegado alguno.
La quiebra del anarco-sindicalismo
La ruina de la CGT, la traición a sus principios y a la clase obrera, su participación en la Unión sagrada en 1914, no fueron menos repugnantes que la traición de los sindicatos alemanes o británicos, y no vamos a describirla aquí. El anarco-sindicalismo francés, igual que el sindicalismo alemán vinculado al partido socialista o el sindicalismo inglés, el cual, por su parte, acababa de crear su propio partido (47), no supo mantenerse fiel a sus principios y combatir contra una guerra que todo el mundo estaba viendo llegar. En el seno de la CGT, sin embargo, surgió con enormes dificultades a causa de la represión, una pequeña minoría internacionalista, de la que es Pierre Monatte uno de sus miembros más preclaros. Lo que es significativo, sin embargo, es que cuando Monatte dimite del Comité confederal en diciembre de 1914 (48) para protestar contra la actitud de la CGT en la guerra, cita, entre sus razones, la negativa de la CGT a contestar al llamamiento de los partidos socialistas de los países neutrales para una conferencia de paz en Copenhague. Llama a la CGT a seguir el ejemplo de Keir Hardie (49) en Gran Bretaña y de Liebknecht en Alemania (50). O sea que Monatte no encuentra en ninguna parte, en 1914, la menor referencia sindicalista revolucionaria internacionalista en la que poder apoyarse. Se ve obligado a apoyarse sobre todo, en aquel inicio de la guerra, en los socialistas centristas.
El anarco-sindicalismo se resquebrajó por partida doble ante su primera gran prueba: el sindicato se precipitó, desmoronado, en la Unión sagrada patriotera. Por primera vez, pero no la última, serán los anarquistas antimilitaristas del día anterior quienes, al día siguiente, van a empujar a la clase obrera hacia la carnicería de las trincheras. En cuanto a la minoría internacionalista, no encuentra el menor apoyo en el movimiento anarquista o anarcosindicalista internacional. En un primer tiempo tiene que mirar hacia los socialistas centristas de los países “neutrales”; después, hará alianza con el internacionalismo revolucionario que se expresa en las izquierdas de los partidos socialistas, y que va a emerger en las conferencias de Zimmerwald y sobre todo de Kienthal, para dirigirse hacia la creación de la Internacional comunista.
Jens, 30/09/2004
Lenin, “Prefacio al folleto de Voinov (Lunacharski) sobre “La actitud del partido hacia los sindicatos” (1907), Obras.
2) Pierre Monatte: nació en 1860, iniciando su vida política como dreyfusard –defensor del capitán Dreyfus contra la acusación de traición– y socialista haciéndose después sindicalista. Él se define a sí mismo como anarquista, pero pertenece en realidad a la nueva generación de sindicalistas revolucionarios. Fundó la revista la Vie ouvrière en 1909. Internacionalista en 1914, participó en la labor de agrupamiento iniciada por la Conferencia de Zimmerwald ingresando en el Partido comunista, del cual acabó siendo excluido en 1924 durante el proceso de degeneración de la Internacional comunista, consecuencia del aislamiento y derrota de la Revolución rusa.
En un próximo artículo de esta serie trataremos la historia de la CNT.
4) Industrial Workers of the World.
5) Para la cronología, puede leerse (en francés) l’Histoire des Bourses du travail de Fernand Pelloutier (ediciones Gramma), l’Histoire de la CGT de Michel Dreyfus (ediciones Complexe), así como el encomiable trabajo de Alfred Rosmer (miembro de la CGT y muy vinculado a Monatte) le Mouvement ouvrier pendant la Première Guerre mondiale (ediciones de Avron).6)Émile Pouget. Nacido en 1860, contemporáneo de Monatte, Pouget trabaja primero en un almacén y participa en la creación del sindicato de dependientes. Próximo de los bakuninistas, es detenido en 1883 tras una manifestación y condenado a 8 años de cárcel (es liberado al cabo de tres años). Se hace periodista y funda le Père Peinard, periódico que se hace conocer por su lenguaje “popular”. Llega a ser secretario de redacción del periódico de la CGT, la Voix du peuple. Es, pues, en cierto modo, responsable del posicionamiento oficial del sindicato. Abandona la CGT por la vida personal en 1909, se vuelve patriota durante la guerra, contribuyendo mediante artículos patrioteros en la propaganda burguesa de entonces.
7) Ver la Confederation générale du Travail de Émile Pouget (reeditado por la CNT de la región parisina).
8) Programa de la Hermandad internacional de 1869.
9) Bakunin, Carta a Nechaiev, 2/06/1870 (traducido del inglés por nosotros).
10) Las Bolsas del trabajo se inspiran en buena parte de las antiguas tradiciones del “compagnonnage” (el sistema gremial en Francia de origen medieval), cuya finalidad era a la vez encontrar trabajo, instruirse y organizarse. Hay en ellas bibliotecas, salas de reunión para las organizaciones sindicales, informaciones de ofertas de trabajo y también sobre las luchas del momento de modo que los obreros no se conviertan en “esquiroles” sin saberlo. También organizan el viaticum, un sistema de ayuda a los obreros de paso en busca de trabajo. En 1902, la Federación nacional de Bolsas de trabajo (FNB) se fusiona con la CGT en el congreso de Montpellier, cuando, debido al desarrollo de la gran industria, ya está decayendo el trabajo artesano. La Bolsa, como organización separada del sindicato, pierde cada día más su función, y la doble estructura de la CGT (Bolsas y sindicatos) desaparece en 1914.
11) Fernand Pelloutier (1867-1901): procedente de una familia monárquica, Pelloutier revela desde muy joven un gran talento de periodista y espíritu crítico. En 1892, se adhiere al Partido obrero francés, creando su primera sección en la ciudad portuaria de Saint-Nazaire. Escribe, junto con Aristide Briand, un folleto titulado De la révolution par la grève générale, que plantea el triunfo de los obreros de manera no violenta, por la simple asfixia de los dirigentes. Pero pronto Pelloutier, conquistado por las ideas anarquistas y de regreso a París, se dedica plenamente a la actividad y la propaganda. Elegido secretario de la Federación nacional de Bolsas de trabajo en 1895, critica duramente “las gesticulaciones irresponsables de la secta ravacholiana” así como las discusiones “bizantinas” de los gropúsculos anarquistas. Todo el resto de su vida trabaja sin descanso, con una entrega admirable por la causa proletaria, por el desarrollo de la FNB. Muere prematuramente tras una larga y dolorosa enfermedad en 1901.
12) Georges Yvetot (1868-1942) : tipógrafo, anarquista, sucedió a Pelloutier de secretario de la FNB de 1901 a 1918. Desempeñó un papel en el movimiento antimilitarista antes de 1914, pero desapareció, ante lo cual Merrheim expresó su repulsión (carta de Merrheim a Monatte, diciembre de 1914: “Yvetot está en Étretat y no da nunca la menor noticia. Es algo repugnante, te lo aseguro. ¡Será cobarde!”).
13) Léon Jouhaux (1879-1954): nacido en París, hijo de un obrero combatiente de la Comuna (communard), Jouhaux trabaja primero en una manufactura de fósforos de Aubervilliers (región parisina), en donde se adhiere al sindicato. Vinculado al anarquismo, entra en el Comité nacional de la CGT como representante de la Bolsa de trabajo de de Angers en 1905. Considerado como “portavoz” de Griffuelhes, es el candidato de los revolucionarios en la elección del nuevo secretario de la CGT, tras su dimisión en 1909. En 1914, acepta el título de “comisario de la nación” por petición de Jules Guesde, el cual ha entrado en el gobierno. Jouhaux permanecerá a la cabeza de la CGT hasta 1947.
14) Alphonse Merrheim (1871-1925): hijo de obrero, calderero como su padre. Es “guedista”, luego “allemanista”, antes de hacerse sindicalista revolucionario. Se instala en París en 1904. Es secretario de la Federación del metal, lo que hace de él uno de los dirigentes principales de la CGT. Hostil a la Unión sagrada, no sigue los pasos de Monatte con la dimisión, estimando que debe continuar luchando por las ideas internacionalistas en el seno del comité confederal. Aunque participaría en el movimiento de Zimmerwald, acabó separándose de los revolucionarios a partir de 1916, y apoyando a Jouhaux contra los revolucionarios en 1918.
15) Jules Guesde (1845-1922) estuvo a favor de la Comuna, refugiándose en Suiza e Italia, pasando de un republicanismo radical al anarquismo y, después, al socialismo. Una vez vuelto a Francia, funda el periódico l’Egalité y entra en contacto con Marx, quien redactará los “Considerandos” (preámbulo teórico) del Partido obrero francés fundado en noviembre de 1880. Guesde se presenta en la política francesa como defensor de la “línea revolucionaria” y marxista, hasta el punto de ser el único diputado de la SFIO en el parlamento que votó en contra la ley sobre la Jubilación obrera y campesina. Su pretensión apenas está justificada como puede comprobarse en una carta que Engels escribió a Bernstein el 25 de octubre de 1881 : “Cierto es que Guesde vino aquí cuando se trató de la elaboración del proyecto de programa para el Partido obrero francés. En presencia de Lafargue y de mí mismo, Marx le fue dictando los considerandos del programa, Guesde con la pluma en la mano (…) Luego se discutió el contenido del programa: introdujimos o quitamos algunos puntos, pero en muy poco era Guesde el portavoz de Marx y eso se comprueba en que en ese programa, Guesde acabó introduciendo su insensata teoría del ‘mínimo de salario’. Como no era nuestra responsabilidad, sino la de los franceses, acabamos dejándole hacer (…) [Nosotros] tenemos la misma actitud hacia los franceses que hacia los demás movimientos nacionales. Estamos en relación constante con ellos, si es algo importante y la ocasión se presenta, pero cualquier intento de influir en la gente contra su voluntad no haría más que dañar y arruinar la vieja confianza que viene de los tiempos de la Internacional” (citado en le Mouvement ouvrier français, Tomo II, ediciones Maspero, París). Jules Guesde acabaría entrando en la Unión sagrada en 1914.
16) Sección francesa de la Internacional obrera (o sea la IIª Internacional).
17) François Koenigstein, alias Ravachol (1859-1892). Obrero tintorero, convertido en antirreligioso, después anarquista por rebeldía contra la injusticia de la sociedad. Resistiendo a su sino, decide robar. El 18 de junio de 1891, en Chambles, roba a un viejo solitario muy rico; éste se rebela y Ravachol lo mata. Llega a París tras haber hecho creer que se había suicidado. Indignado por el proceso a que se somete a los anarquistas Decamps y Dardare, decide vengarlos. Ayudado por unos compañeros, roba dinamita en una obra. El 11 de marzo de 1892, hace saltar el domicilio del juez Benoît. Será arrestado tras una conversación indiscreta en un restaurante. Recibe su condena a muerte dando “Vivas a la anarquía”. Lo guillotinaron en Montbrison el 11 de julio de 1892.
18) Médico, blanquista bajo el Imperio (de Napoleón III), exiliado en Londres después de la Comuna, durante la cual fue delegado para la Enseñanza. Formó parte del Consejo general de la Primera internacional, que abandonó después del Congreso de La Haya (1872). Fundó, a su retorno a Francia, el Comité revolucionario central, que será un componente esencial de la izquierda socialista de finales del siglo xix, sobre todo en el momento del asunto Millerand (ver el artículo anterior de esta serie). Se integró en la Unión sagrada en 1914.
19) Ver https://kropot.free.fr/Pelloutier-Lettre.htm [248]
20) Citado en la presentación de Comment nous ferons la révolution, ediciones Syllepse, París.
21) Hablamos aquí del comunismo como posibilidad materialmente realizable y no en el sentido mucho más limitado de los “sueños” de las clases oprimidas de las sociedades anteriores al capitalismo (ver nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal…”, en particular el primer artículo en la Revista internacional n°68.)
22) En Anarco-sindicalismo y sindicalismo revolucionario, ediciones Spartacus, París (subrayado nuestro)
23) Griffuelhes no procede del anarquismo, sino del Partido socialista revolucionario de Édouard Vaillant. Militó en la Alianza comunista revolucionaria y fue candidato en las elecciones municipales de mayo de 1900. Paralelamente era miembro activo del Sindicato general de zapateros del departamento del Sena (es obrero zapatero), convirtiéndose en secretario de la Unión de sindicatos del Sena en 1899 y secretario de la Federación nacional del cuero en 1900, con 26 años. Griffuelhes será secretario de la CGT hasta 1909. En 1914 aceptará, con Jouhaux, el nombramiento de “comisario de la nación”, participando así en la Unión sagrada. Las biografías contrastadas de Griffuelhes y de Monatte hacen resaltar el peligro de establecer clasificaciones demasiado esquemáticas. Aunque Griffuelhes ne procede del anarquismo, sus ideas políticas están marcadas por ese fuerte individualismo típico del pequeño artesanado, tierra de cultivo del anarquismo, acabando por encontrarse junto al anarquista Jouhaux en 1914. Monatte, en cambio, se dice anarquista pero su visión política parece a menudo estar más cerca de la de los comunistas: la Vie ouvrière, de la que es uno de los principales animadores, se da como objetivo principal la formación de los militantes y su mentalidad está muy alejada del elitismo anarquista de un Pouget. No fue, sin duda, por casualidad si, en parte por mediación de Rosmer, está cerca de Trotski y de los socialdemócratas rusos exiliados, y sigue siendo internacionalista en 1914, para acabar integrándose en la IC después de la guerra.
24) En Anarcho-syndicalisme et syndicalisme révolutionnaire, ediciones Spartacus, París.
25) Ídem.
26) Marx, Tesis sobre Feuerbach, 1845.
27) Ver nuestros artículos sobre las luchas obreras en los períodos de ascendencia y de decadencia del capitalismo en Revista internacional nos 25 y 26.
28) Émile Pataud (1869-1935) : nació en París, a los 15 años tuvo que dejar sus estudios para ir a trabajar a la fábrica. Se alista en la Marina de la que sale hecho un antimilitarista. A partir de 1902, se vuelca en la actividad sindical como empleado de la Cia. Parisina de Electricidad. El 8-9 de marzo de 1907, organiza una huelga muy mediatizada que deja a París en la oscuridad. Un intento de huelga en 1908 es desbaratado por el ejército. En 1911, Pataud participa en un mitin antisemita, tras haberse acercado a Acción francesa (grupo monárquico de extrema derecha). En 1913 es excluido de la CGT por haber agredido a los redactores de la Bataille syndicaliste. Trabajará después de contramaestre. Cuando sale la novela Comment nous ferons la révolution en 1909, sus autores forman parte de los dirigentes más conocidos de la CGT. Las ideas expresadas en ese libro dan una buena idea de cómo ve las cosas los anarco-sindicalistas.
29) Ver en esta misma Revista “Hace cien años: la revolución de 1905 en Rusia”.
30) Ya citamos, en el artículo precedente, el ejemplo de la Grand National Consolidated Union inglesa, de principios del siglo XIX.
31) L’Action syndicaliste, https://bibliolib.net/Griffuelhes-ActionSynd.htm [249]
32) Cualquier marxista estaría de acuerdo con, por ejemplo, la idea de que la huelga “es pues para nosotros imprescindible, porque golpea al adversario, estimula al obrero, lo educa, lo hace fuerte gracias a la entrega esforzada y mantenida, le enseña la práctica de la solidaridad y lo prepara para movimientos generales que engloben a toda o a parte de la clase obrera” (Griffuelhes).
33) Texto inédito en francés y castellano (disponible en marxists.org) traducido del alemán a partir de un artículo publicado en Neue Zeit en 1907. Debe saberse que el conjunto de ese texto fue recogido y argumentado por Trotski, en la conclusión de su obra 1905. El subrayado es nuestro.
34) Véanse nuestros artículos sobre las luchas en Polonia 1980 en varias Revista internacional, especialmente “Huelga de masas en Polonia 1980: se ha abierto una nueva brecha” (nº 23), “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia” (nº 24), “Un año de luchas obreras en Polonia” y “Notas sobre la huelga de masas” (nº 27).
35) Cabe señalar que Keufer, del sindicato de Impresores (“Livre”) estaba en contra del movimiento por una reivindicación que él consideraba perdida de antemano, prefiriendo limitar la reivindicación a la jornada de 9 horas.
36) No fue, claro está, un invento de los anarco-sindicalistas, pues la idea de una lucha con manifestaciones anuales a escala internacional, el Primero de Mayo, había sido lanzada por la IIª Internacional desde su creación en 1889.
37) Obreros agrícolas y pequeños campesinos incluidos.
38) Cifradas sacadas del libro de Michel Dreyfus.
39) Ni uno ni el otro pertenecen a la CGT.
40) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicato.
41) Citado en Rosmer, le Mouvement ouvrier pendant la Première Guerre mondiale.
42) Citado en Hirou, Parti socialiste ou CGT ?.
43) Cita del discurso de Jouhaux en el entierro de Jaurès. Fue en ese sepelio, ante una asistencia masiva, donde los dirigentes de la SFIO y de la CGT se declararon abiertamente partidarios de la Unión sagrada. Jaurès fue asesinado el viernes 31 de julio de 1914, unos días antes del inicio de la guerra. Esto es lo que escribió Rosmer sobre ese asesinato: “… circula el rumor de que el artículo que va a escribir [Jaurès] hoy para el número del sábado de l’Humanité será un nuevo J’accuse! [Referencia al artículo de Zola en el asunto Dreyfus] denunciador de las intrigas y las mentiras que han puesto al mundo al borde de la guerra. Ya por la noche, Jaurès quiere hacer un nuevo intento ante el Presidente del Consejo. Dirige una delegación del grupo socialista… Es recibida por el subsecretario de Estado Abel Ferry. Tras haber escuchado a Jaurès, le pregunta qué es lo que piensan hacer los socialistas ante la situación: ‘Seguir nuestra campaña contra la guerra’ contesta Jaurès. A esto, Abel Ferry replica: ‘Ni se atreva, pues lo matarán en la primera esquina!’ Dos horas más tarde, cuando acude Jaurès a su despacho de l’Humanité para escribir el temido artículo, el asesino Villain lo mata…” (op. cit.). Raoul Villain, fue juzgado en abril de 1919. Fue declarado inocente y la mujer de Jaurès tuvo que pagar los gastos del juicio.
44) Congreso de Bourges, 1904, sobre la guerra ruso-japonesa, citado por Rosmer.
45) Citado en Hirou, p. 247.
46) Se puede comprobar fácilmente que las justificaciones de la CGT para participar en la guerra contra el “militarismo alemán” son casi las mismas que las que sirvieron para alistar a los obreros en la guerra “antifascista”.
47) El Labour Party (Partido Laborista) de Gran Bretaña procedía del Labour Representation Committee creado en 1900.
48) El texto de su carta de dimisión se encuentra en una recopilación de sus artículos titulada la Lutte syndicale y también en Internet: https://increvablesanarchistes.org/articles/1914_20/monatte_demis1914.htm [250].49)Keir Hardie (1856-1915) : nacido en Escocia, aprendiz de panadero a los 8 años, minero después a los 11 años. Hardie entra en el combate sindical y dirige, en 1881, la primera huelga de los mineros del Lanarkshire. Está entre los fundadoresdel Independent Labour Party (no confundir con el Labour Party creado por los sindicatos ingleses), en 1893. Elegido en el Parlamento diputado por Merthyr Tydfil en 1900, toma posición contra la guerra en 1914, e intenta organizar una huelga nacional en contra. Enfermo, participa, sin embargo, a las manifestaciones contra la guerra. Muere en 1915. Su oposición a la guerra se basaba más en un pacifismo cristiano que en el internacionalismo revolucionario.
50) Hay, claro está, una diferencia básica entre el pacifista Hardie y Liebknecht, el cual murió combatiendo por la revolución alemana y mundial.
Hace 100 años, el proletariado entablaba en Rusia el primer movimiento revolucionario del siglo XX, conocido con el nombre de Revolución rusa de 1905. Por no haber salido victorioso como sí ocurriría 12 años más tarde con la revolución de Octubre, aquel movimiento ha caído prácticamente en el olvido. Por eso no ha sido objeto de las campañas de denigración y de calumnias como sí lo fue la Revolución rusa de 1917, especialmente tras el hundimiento del muro de Berlín, en el otoño de 1989. Si embargo, la Revolución de 1905 aportó toda una serie de lecciones, de esclarecimientos y de respuestas a las cuestiones que se planteaban al movimiento obrero en aquel entonces y sin las cuales la Revolución de 1917 no hubiera podido, sin duda, salir triunfante. Y aunque esos acontecimientos hayan ocurrido hace un siglo, 1905 está mucho más cerca de nosotros políticamente de lo que podría pensarse. Es necesario, para las generaciones de revolucionarios de hoy y de mañana volver a hacer suyas las enseñanzas fundamentales de aquella primera revolución en Rusia.
Los acontecimientos de 1905 ocurrieron en los albores de la fase de declive del capitalismo, marcados ya por ese declive, por mucho que, en aquel entonces, solo una ínfima minoría de revolucionarios fuera capaz de entrever su significado en medio de un profundo cambio que se estaba produciendo en la sociedad y en las condiciones de lucha del proletariado. Durante aquellos acontecimientos, se vio a la clase obrera desarrollar movimientos masivos, más allá de las fábricas, los sectores, las profesiones, sin reivindicación única, sin clara distinción entre lo económico y lo político como hasta entonces había sido entre la lucha sindical y la lucha parlamentaria, sin consignas precisas por parte de partidos o sindicatos. La dinámica de esos movimientos desembocó, por vez primera, en la creación por el proletariado de unos órganos, los soviets (o consejos obreros), que serán, en la Rusia de 1917 y en toda la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras la de Rusia, la forma de organización y de poder del proletariado revolucionario.
En 1905, el movimiento obrero consideraba todavía que era la revolución burguesa la que estaba al orden del día en Rusia puesto que la burguesía rusa no tenía el poder político, sino que seguía soportando el yugo feudal del zarismo. El papel dirigente asumido por la clase obrera en los acontecimientos iba a echar por los suelos ese punto de vista. La orientación reaccionaria que había comenzado a tener, con el cambio de período histórico que se estaba operando, la lucha parlamentaria y sindical, distaba mucho de esclarecerse y solo lo será mucho más tarde. Sin embargo, el papel totalmente secundario o nulo que los sindicatos y el Parlamento desempeñaron en el movimiento en Rusia, fue la primera expresión significativa de ese cambio. La capacidad de la clase obrera para tomar en sus manos su porvenir y organizarse por sí misma venía a poner en entredicho la visión de la socialdemocracia alemana y del movimiento obrero internacional sobre las tareas del partido, su función de organización y de encuadramiento de la clase obrera, y esclarecer con un nuevo enfoque las responsabilidades de la vanguardia política de la clase obrera. Muchos elementos de lo que iban a ser las posiciones decisivas del movimiento obrero en la fase de decadencia del capitalismo estaban ya presentes en 1905.
La revolución de 1905 fue objeto de numerosos escritos en el movimiento obrero de entonces. Las cuestiones planteadas fueron debatidas a fondo. Nos vamos a concentrar, en una corta serie de tres artículos, en algunas lecciones que nos parecen hoy centrales para el movimiento obrero y que siguen siendo actuales: la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y su capacidad histórica intrínseca para enfrentarse al capitalismo y dar una nueva perspectiva a la sociedad; la naturaleza de los soviets, “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado” como así lo entendió Lenin; la capacidad de la clase obrera para aprender de sus experiencias, para sacar lecciones de sus derrotas, la continuidad de su combate histórico y la maduración de las condiciones de la Revolución. Para ello, hemos de tratar muy brevemente los acontecimientos de 1905, refiriéndonos a quienes, como Trotski, Lenin, Rosa Luxemburg, fueron entonces testigos y protagonistas de ellos y fueron además capaces, en sus escritos, no sólo de sacar sus grandes lecciones políticas sino, además, hacer vivir la intensa emoción suscitada por la fuerza de la lucha durante todos aquellos meses (1).
La naturaleza revolucionaria de la clase obrera
La Revolución rusa de 1905 fue una ilustración de lo más esclarecedor de lo que el marxismo entiende por carácter fundamentalmente revolucionario de la clase obrera. La capacidad del proletariado ruso para pasar de una situación en la que está ideológicamente dominado por los valores de la sociedad a una posición en la que, por medio de un movimiento masivo de luchas, va tomando confianza en sí mismo, desarrolla su solidaridad, va descubriendo su fuerza histórica hasta crear los órganos que le permitan apropiarse de su porvenir, es un ejemplo vivo de la fuerza material que es la conciencia de clase del proletariado cuando se pone en movimiento. En los años que precedieron 1968, la burguesía occidental nos explicaba que el proletariado se había “aburguesado”, y que de él no había ya nada que esperar. Los acontecimientos del 68 en Francia y toda la oleada internacional de luchas que vinieron después, fueron un desmentido radical. Acabaron con el periodo más largo de contrarrevolución de la historia, período que se había iniciado con la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, la burguesía no ha cesado de proclamar que el comunismo está muerto y que la clase obrera ha desaparecido; Las dificultades que hoy encuentra la clase parecen darle la razón. La burguesía siempre ha tenido el mayor interés en “enterrar” a su propio enterrador histórico. Pero la clase obrera sigue ahí, pues no hay capitalismo sin clase obrera. Los acontecimientos de 1905 en Rusia nos recuerdan cómo puede pasar la clase obrera de una situación de sumisión y confusión ideológica bajo el yugo del capitalismo a una situación en la que se convierte en sujeto de la historia, portadora de todas las esperanzas, pues lleva en su propio ser, el porvenir de la humanidad.
Breve historia de los primeros pasos de la revolución
Antes de interesarnos por la dinámica de la Revolución rusa de 1905, recordaremos brevemente el contexto internacional e histórico en el que la Revolución alzó el vuelo. Las últimas décadas del siglo xix se caracterizaron por un desarrollo económico muy marcado en toda Europa. Fueron años durante los cuales el capitalismo se desarrollaba con el mayor dinamismo; los países adelantados desde el punto de vista capitalista estaban en busca de una expansión hacia las regiones atrasadas, ya fuera para encontrar mano de obra más barata, ya para abrir nuevos mercados para sus mercancías. Fue en ese contexto en el que la Rusia zarista, país con una economía todavía muy marcada por un profundo atraso, se convirtió en el lugar ideal para una importante exportación de capitales con objeto de instalar industrias de media y gran dimensión. En pocas décadas se produjo una transformación profunda de la economía, “siendo el ferrocarril el poderoso instrumento de la industrialización del país” (2). Los datos de la industrialización de Rusia, citados por Trotski, comparados con los de otros países de estructura industrial más sólida, como la Alemania y Bélgica de entonces, muestran que, aunque la cantidad de obreros era todavía relativamente baja con relación a una población muy importante (1,9 millones y, en cambio, 1,56 en Alemania y 600 000 en la pequeña Bélgica), Rusia poseía ya sin embargo una estructura industrial de tipo moderno que nada tenía que envidiar a las demás potencias del mundo. Creada a partir de nada, gracias a capitales procedentes en su mayoría del extranjero, la industria capitalista en Rusia no se construyó gracias a una dinámica interna sino a un verdadero trasplante de tecnologías y capitales procedentes del exterior. Los datos de Trotski muestran lo concentrada que estaba la mano de obra en Rusia, mucho más que en otros países, puesto que se repartía sobre todo entre grandes y medianas empresas (38,5 % en empresas de más de 1000 obreros y 49,5 % en empresas con plantillas entre 51 y 1000 obreros, mientras que en Alemania, esas cifras eran de 10 y 46 %). Son esos datos estructurales de la economía lo que explican la vitalidad revolucionaria del proletariado, aunque éste viviera en un país profundamente atrasado y en medio de una economía campesina preponderante.
Además, los acontecimientos de 1905 no surgen de la nada, sino que son el producto de una acumulación de experiencias sucesivas que agitaron a Rusia desde finales del siglo xix. Como lo dice Rosa Luxemburg,
“… esta huelga de enero en San Petersburgo fue la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que había estallado antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso, en Bakú y que mantuvo a toda Rusia pendiente de ella. Y lo ocurrido en diciembre en Bakú no fue sino el último y poderoso eco de las grandes huelgas que, entre 1903 y 1904, como terremotos periódicos, habían sacudido todo el sur de Rusia, y cuyo prólogo había sido la huelga de Batúm en el Cáucaso en marzo de 1902. En realidad, esta primera serie de huelgas, inscrita en la cadena continua de erupciones revolucionarias actuales, solo dista cinco o seis años de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo en 1896 y 1897” (3).
El 9 (22) de enero de 1905 fue el llamado “domingo sangriento”, que marcó el inicio de una serie de acontecimientos en la vieja Rusia zarista que se desarrollaron durante todo el año 1905 y que terminaron con la represión sangrienta de la insurrección de Moscú en diciembre. La actividad de la clase fue constante durante todo un año, aunque las formas de lucha no fueran siempre las mismas y no tuvieran todas la misma intensidad. Hubo tres momentos significativos durante aquel año de revolución: enero, octubre y diciembre.
Enero
En enero de 1905, son despedidos dos obreros de las factorías Putílov de Petersburgo. Se desencadena un movimiento de huelgas de solidaridad, se elabora una petición por las libertades políticas, el derecho a la educación, la jornada de 8 horas, contra los impuestos, etc. que se decide presentar al zar en una manifestación masiva. La represión de esta manifestación será el punto de partida de la hoguera revolucionaria que va a extenderse por el país durante un año. El proceso revolucionario arrancó de una manera singular:
“Miles de obreros, y de obreros no socialdemócratas, sino creyentes, súbditos leales del zar, dirigidos por el cura Gapón, acuden desde todos los rincones de la ciudad hacia en centro de la capital, hacia la plaza del Palacio de Invierno, para entregar una petición al zar. Los obreros llevan iconos y el pope Gapón, su momentáneo dirigente, había escrito al zar para asegurarle que él garantizaba su seguridad personal y rogarle que se presentara ante el pueblo” (4).
El cura Gapón había sido, en abril de 1904, el animador de una “Asamblea de obreros rusos de fábrica y oficinas de la ciudad de San Petersburgo”, autorizada por el gobierno y en connivencia con el policía Zubátov (5). Como dijo Lenin, el papel de esa organización, exactamente como hoy ocurre con otros medios, era contener y encuadrar el movimiento obrero de aquel entonces. Sin embargo, la presión en el seno del proletariado había alcanzado un punto crítico.
“Y resulta que el movimiento zubatovista se salta los límites impuestos y, aunque suscitado por la policía para su propio interés de apoyo a la autocracia y para corromper la conciencia política de los obreros, se vuelve contra la autocracia y desemboca en una explosión de lucha de clase del proletariado” (6).
Todo se trama cuando, una vez llegados al Palacio de Invierno para depositar su petición al zar, los obreros son atacados por las tropas, las cuales
“cargan sobre la muchedumbre con arma blanca; disparan también contra los obreros desarmados que suplican de rodillas que se les permita acercarse al zar. Según los propios informes de policía hubo ese día más de mil muertos y dos mil heridos. La indignación de los obreros fue indescriptible” (7).
Esa indignación profunda de los obreros de San Petersburgo hacia quien ellos llamaban “Padrecito” y que había contestado con balas a sus súplicas, ultrajando así a quienes confiaban en él, desencadenará las luchas revolucionarias de enero. La clase obrera, que empezó suplicando detrás del cura Gapón y los iconos de la iglesia, ante el “Padrecito del pueblo”, demostró una fuerza inesperada en cuanto la revolución cogió ímpetu. Se produce un cambio muy acelerado en las mentes proletarias en ese período; es la expresión típica del proceso revolucionario durante el cual, los proletarios, a pesar de sus creencias y sus miedos, descubren y toman conciencia de que su unión hace la fuerza.
“El país, de un rincón al otro, fue atravesado por una gigantesca marea de huelgas que sacudieron el cuerpo de la nación. Según un cálculo aproximado, la huelga se extendió a ciento veintidós ciudades y lugares, a varias minas del Donetz y a diez compañías ferroviarias. Las masas proletarias se vieron removidas hasta lo más profundo. El movimiento arrastraba a millones de seres. Sin plan determinado, a menudo sin formular ninguna exigencia, interrumpiéndose y volviendo a empezar, sólo guiada por el instinto de solidaridad, la huelga reinó en el país durante dos meses” (8).
El haber entrado en huelga sin una reivindicación específica, por solidaridad, porque “una masa de millones de proletarios descubre de pronto, con un agudo sentimiento de lo insoportable, lo intolerable que es su existencia social” (9) es, a la vez, una expresión y un factor activo de la maduración, en el seno del proletariado ruso de entonces, de la conciencia de ser una clase y de la necesidad de enfrentarse como tal a su enemigo de clase.
A la huelga general de enero le siguió un período de luchas constantes, que surgían y desparecían por el país entero, por reivindicaciones económicas. Este período, aunque menos espectacular, sí fue tan importante.
“Las diferentes corrientes subterráneas del proceso revolucionario se entrecruzan, se obstaculizan mutuamente, avivan las contradicciones internas… la gran tormenta de primavera y del verano siguiente y las huelgas económicas (…) desempeñan un papel insustituible.”
Aunque no hay “ninguna noticia sensacional del frente ruso”,”en realidad la revolución prosigue sin tregua día tras día, hora tras hora, con su inmensa labor subterránea que mina las profundidades del imperio entero” (Ibíd.).
Hay enfrentamientos sangrientos en Varsovia. Se levantan barricadas en Lodz. Se amotinan los marinos del acorazado Potemkin del mar Negro. Durante todo ese período se prepara el segundo tiempo fuerte de la revolución.
Octubre
“Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado reviste un carácter bastante diferente de la primera huelga de enero. La conciencia política desempeña un papel mucho más importante. Es cierto que lo que desencadenó la huelga de masas fue algo accesorio y aparentemente fortuito: se trataba del conflicto entre los ferroviarios y la administración, a propósito de las Cajas de Pensiones. En cambio, el levantamiento general del proletariado industrial que siguió se afianzaba en un pensamiento político claro. El prólogo que fue la huelga de enero se debió a la súplica al zar para obtener la libertad política; la consigna de la huelga de octubre ya era: “¡Acabemos de una vez con la comedia constitucional del zarismo!”. Y gracias al éxito inmediato de la huelga general que se tradujo en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no retrocedió por sí mismo como en enero, para volver al inicio de la lucha económica, sino que se desbordó hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recién conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa joven, discusiones públicas, represiones sangrientas para acabar con los “desórdenes”, seguidas de nuevas huelgas de masas y nuevas manifestaciones”(Ibíd.).
Un cambio cualitativo se produjo en ese mes de octubre que se plasmó en la constitución del soviet de Petersburgo y que marcará un hito en la historia del movimiento obrero internacional. Al extenderse la huelga de los tipógrafos a los ferrocarriles y telégrafos, los obreros toman le decisión en asamblea general de formar el soviet que se convertirá en centro neurálgico de la revolución:
“El Consejo de diputados obreros se formó para dar respuesta a una necesidad práctica, surgida de la situación coyuntural de entonces: se necesitaba una organización que poseyera una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que agrupara de entrada a las multitudes diseminadas y desprovistas de enlaces; en esta organización debían confluir todas las corrientes revolucionarias del interior del proletariado; debía poseer una capacidad de iniciativa y controlarse a sí misma de manera automática” (10).
Y se forman soviets, a su vez, en muchas otras ciudades.
El surgimiento de los primeros soviets pasó desapercibido para gran parte del movimiento obrero internacional. Rosa Luxemburg, quien tan magistralmente analizaría las características nuevas de la lucha del proletariado en los albores del nuevo período histórico, la huelga de masas, apoyándose precisamente en la Revolución de 1905, sigue considerando a los sindicatos como las formas de organización de la clase (11). Son los bolcheviques (y no inmediatamente) y Trotski quienes comprenden el paso adelante que para el movimiento obrero era la formación de esos órganos como órganos de la toma del poder. A esta cuestión dedicaremos un próximo artículo (12). Ahora diremos únicamente que fue precisamente porque el capitalismo estaba entrando en su fase de declive por lo que la clase obrera se ha visto desde entonces enfrentada a tarea de echarlo abajo; y así, tras 10 meses de luchas, de agitación socialista, de maduración de la conciencia, de transformación de relación de fuerzas entre las clases, la clase obrera acabó creando “naturalmente” los órganos de su poder.
“En lo esencial, los soviets eran simplemente comités de huelga, como los que se constituyen siempre durante las huelgas salvajes. En Rusia, al estallar las huelgas en las grandes fábricas y extenderse muy rápidamente a ciudades y provincias, los obreros debían mantenerse en contacto de modo permanente. Se reunían y discutían en los talleres, (...) mandaban delegados a las demás fábricas (...) Pero esas tareas, en este caso, cobraban una mucha mayor importancia y amplitud que en las huelgas corrientes. Los obreros tenían que librarse de la aplastante opresión zarista y no ignoraban que los cimientos mismos de la sociedad rusa se estaban transformando gracias a su acción. Ya no solo era cosa de salarios, sino de todos los problemas planteados en la sociedad como un todo. Tenían que descubrir por sí mismos su vía segura en diferentes ámbitos y zanjar cuestiones políticas. Cuando la huelga, al intensificarse, se propagó por el país entero, una vez que hubo parado en seco la industria y los medios de transporte y hubo paralizado a las autoridades, los soviets se encontraron ante problemas nuevos. Debían organizar la vida social, velar tanto por el mantenimiento del orden como por el buen funcionamiento de los servicios públicos indispensables, en resumen, hacer las funciones que, normalmente, son propias de los gobiernos. Lo que los soviets decidían, los obreros le ejecutaban” (13).
Diciembre
“El sueño de la Constitución ha venido seguido de un despertar brutal. Y la sorda agitación acaba desencadenando en diciembre la tercera huelga general de masas que se extiende por el Imperio entero. Esta vez, su transcurso y su final son muy diferentes comparados con los dos acontecimientos anteriores. La acción política no deja el sitio a la acción económica como ocurrió en enero, pero tampoco obtiene una victoria rápida como en octubre. La camarilla zarista no renueva sus experimentos de instaurar una libertad política verdadera, chocando la acción revolucionaria así, por primera vez, contra ese gigantesco muro inamovible: la fuerza material del absolutismo” (14).
La burguesía capitalista, amedrentada por el movimiento del proletariado cerró filas detrás del zar. El gobierno no aplicó las leyes liberales que acababa de acordar. Los dirigentes del soviet de Petersburgo son detenidos. Pero la lucha sigue en Moscú:
“La Revolución de 1905 alcanzó su cénit con la insurrección de diciembre en Moscú. Una pequeña cantidad de insurgentes, obreros organizados y armados –apenas si llegaban a 8000– resistió durante nueve días al gobierno del zar. No podía éste fiarse de la guarnición de Moscú, sino, al contrario, tuvo que mantenerla encerrada y sólo gracias a la llegada del regimiento de Semiónovski, desde Petersburgo, pudo reprimir el levantamiento.” (15)
Naturaleza proletaria de la Revolución de 1905 y dinámica de la huelga de masas
Una vez trazados los datos históricos principales, queremos ahora subrayar un último dato: la Revolución de 1905 tuvo un protagonista fundamental, el proletariado ruso, y toda la dinámica de la revolución sigue estrictamente la lógica de la clase proletaria. Aún cuando el movimiento obrero internacional esperaba una revolución burguesa en Rusia, estimando que la tarea central de la clase obrera –como así había ocurrido en las revoluciones de 1789 et 1848– era participar en el derrocamiento del Estado feudal y estimular a la instauración de las libertades burguesas, no solo es la huelga de masas de la clase obrera la que vivifica todo el año 1905, sino que además es su dinámica la que lleva a la creación de los órganos del poder obrero. Lenin mismo lo deja claro cuando recuerda que aparte de su carácter “democrático burgués” debido a su “contenido social”,
“La revolución rusa fue a la vez una revolución proletaria, no solo por ser el proletariado su fuerza dirigente, la vanguardia del movimiento, sino también porque el medio específicamente proletario de lucha, la huelga, fue el medio principal para poner en movimiento a las masas y el fenómeno más característico del desarrollo, en oleadas sucesivas, de los acontecimientos decisivos” (Ibíd.).
Pero cuando Lenin habla de huelga, no debemos imaginarnos acciones de 4, 8 o 24 horas como las que hoy proponen los sindicatos en todos los países del mundo. En realidad, en 1905, se desarrolla lo que luego habrá de llamarse huelga de masas, ese “océano de fenómenos” – como así la definió Rosa Luxemburg – o sea la extensión y la autoorganización espontáneas de la lucha del proletariado que van a ser características de los grandes momentos de lucha del siglo XX.
“En aquel entonces, el ala derecha de la IIª Internacional, mayoritaria, sorprendida por la violencia de los acontecimientos no entiende nada de lo que acaba de ocurrir delante de sus ojos, y, en cambio, sí expresa con alharacas su reprobación y repugnancia ante el desarrollo de la lucha de clase, anunciando así el proceso que la va a llevar rápidamente al campo del enemigo de clase” (16).
El ala izquierda, con los bolcheviques, Rosa Luxemburg, Pannekoek, verá en Rusia 1905 la confirmación de sus posiciones (contra el revisionismo de Bernstein (17) y el cretinismo parlamentario) pero deberá empeñarse en una labor teórica con profundidad para entender plenamente los cambios en las condiciones de vida del capitalismo – la fase del imperialismo y de la decadencia – que serán determinantes de los cambios en objetivos y medios de la lucha de clases. Pero ya Luxemburg empezó a anticipar lo que se estaba perfilando:
“La huelga de masas aparece no como un producto específicamente ruso del absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de la clase proletaria, determinada por la fase actual del desarrollo capitalista y las relaciones de clase (...) la revolución rusa actual ha estallado en un momento de la evolución histórica que ya está en la otra vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista” (18).
La huelga de masas no es un simple movimiento de las masas, una especie de revuelta popular que engloba a “todos los oprimidos” y que sería, por esencia, algo positivo como las ideologías izquierdistas y anarquistas de hoy quieren hacer creer. En 1905, Pannekoek escribía:
“Si se considera la masa en su sentido general, el conjunto del pueblo, lo que aparece es que, al neutralizarse mutuamente las ideas y las voluntades divergentes de unos y de otros, no emerge aparentemente otra cosa sino una masa sin voluntad, antojadiza, entregada al desorden, versátil, pasiva, oscilando de acá para allá según los impulsos, entre movimientos incontrolados e indeferencia apática –resumiendo, como ya sabemos, el retrato del pueblo que tanto gusta pintar a los escritores liberales (...) Ellos no conocen las clases. En el extremo opuesto, ha sido la fuerza de la doctrina socialista la que ha dado un principio de orden y un sistema de interpretación de la infinita variedad de individualidades humanas, al haber introducido el principio de la división de la sociedad en clases (...) En cuanto se identifican las diferentes clases en los movimientos de masas históricos, inmediatamente surge de la espesa niebla la imagen clara del combate entre las clases, con sus fases sucesivas de ataque, de retirada, de defensa, de victoria y de derrota” (19).
Mientras que la burguesía y, con ella, todos los oportunistas en el movimiento obrero torcían un morro asqueado ante el movimiento “incomprensible” de 1905 en Rusia, la izquierda revolucionaria iba a sacar las lecciones de la nueva situación:
“… las acciones de masas son una consecuencia natural del desarrollo del capitalismo moderno hacia el imperialismo, son cada día más la forma de combate que se impone.” “Antaño, era necesario que los levantamientos populares vencieran plenamente, pues si no lograban hacerlo lo perdían todo. Nuestras acciones de masas [las del proletariado], en cambio, no pueden fracasar, pues incluso si no alcanzamos el objetivo que nos hemos dado, esas acciones no son vanas, pues incluso las retiradas temporales contribuyen en la victoria futura” (20).
La huelga de masas no es tampoco una receta ya preparada como la “huelga general” que proponen los anarquistas (21), sino el modo de expresión de la clase obrera, una manera de agrupar sus fuerzas para desarrollar su lucha revolucionaria.
“En una palabra: la huelga de masas cuyo modelo nos ofrece la revolución rusa no es un medio ingenioso, inventado para reforzar el efecto de la lucha proletaria sino que es el movimiento mismo de las masas proletarias, la expresión de la lucha proletaria en la revolución” (22).
La huelga de masas es algo de lo que hoy no tenemos una idea directa, si no es, para quienes son menos jóvenes, gracias a lo que fue la lucha de los obreros polacos en 1980 (23). Sigamos refiriéndonos una vez más a Luxemburg, la cual proporciona un marco sólido y lúcido:
“las huelgas de masas –desde la primera gran huelga reivindicativa de los obreros textiles en San Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de diciembre de 1905– han pasado del ámbito de las reivindicaciones económicas al de las políticas, aunque ya sea difícil establecer fronteras entre aquellas y estas. Cada una de las grandes huelgas de masas dibuja en miniatura, por así decirlo, la historia general de las huelgas en Rusia, empezando por un conflicto sindical, puramente reivindicativo o, al menos, parcial, recorriendo después todos los niveles hasta el de la expresión política. (...) La huelga de masas de enero 1905 empezó por un conflicto interno de las factorías Putílov, la huelga de octubre con las reivindicaciones de los ferroviarios por su caja de pensiones, y la huelga de diciembre, en fin, con la lucha de los empleados de correos y telégrafos por el derecho de coalición. El progreso del movimiento no se debe a que desparezca el factor económico, sino, más bien, por la rapidez con la que se van recorriendo todas las etapas hasta la expresión política, y por la posición más o menos extrema del punto final alcanzado por la huelga de masas. (...) El factor económico y el político ni se distinguen completamente ni se excluyen mutuamente, (...) sino que son en un período de huelga de masas dos aspectos complementarios de la lucha de clase proletaria en Rusia” (24).
Rosa Luxemburg aborda aquí un aspecto central de la lucha revolucionaria del proletariado: la unidad inseparable de la lucha económica y de la lucha política. A la inversa de quienes, en aquel entonces, afirmaban que la lucha política significaba la cumbre, la parte noble por decirlo así, de la lucha del proletariado en sus enfrentamientos con la burguesía, Luxemburg explica claramente, al contrario, cómo la lucha económica va desarrollándose desde el terreno económico al político para después volver con una fuerza duplicada al terreno de la lucha reivindicativa. Todo esto queda muy claro cuando se leen los textos sobre la Revolución de 1905 y, en particular, lo referente a lo ocurrido en primavera y verano. Se observa cómo el proletariado, que había empezado con una manifestación política para reivindicar derechos democráticos en aquel domingo sangriento, a un nivel muy humilde, no sólo no retrocedió ante la dura represión, sino que salió de esa situación con una energía nueva y fortalecida para después ir hacia adelante por la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo. Y así, durante los meses siguientes, se multiplicaron las luchas,
“aquí se lucha por la jornada de 8 horas, allí contra el trabajo por piezas; en el otro lado, llevan a los contramaestres brutales en carros después de haberlos atado con un saco; en otra parte se lucha contra el sistema infame de las multas; y por todas partes se lucha por mejoras de salarios, aquí y allá por la supresión del trabajo a domicilio”(Ibíd.).
Este período también fue muy importante pues, como lo subraya también Rosa Luxemburg, dio al proletariado la posibilidad de interiorizar, a posteriori, todas las enseñanzas del prólogo de enero y esclarecerse las ideas para el futuro. Efectivamente,
“los obreros bruscamente electrizados por la acción política reaccionan inmediatamente en el dominio que les es más próximo: se rebelan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de revuelta que la lucha política es les hace sentir con una intensidad insospechada el peso de sus cadenas económicas”(Ibíd.).
Carácter espontáneo de la Revolución y confianza en la clase obrera
Un aspecto muy importante en el proceso revolucionario en la Rusia de 1905, fue su carácter marcadamente espontáneo. Las luchas surgen, se desarrollan y se refuerzan, haciendo surgir nuevos instrumentos de lucha como la huelga de masas y los soviets, sin que los partidos revolucionarios de entonces consigan enterarse de qué va la cosa, ni siquiera comprender enteramente, en aquel momento, las implicaciones de lo que está sucediendo. La fuerza del proletariado en el movimiento, en el terreno de sus propios intereses de clase, es asombrosa y posee en sí misma una creatividad inimaginable. Lenin mismo lo reconocería un año después al hacer balance de la Revolución de 1905:
“De la huelga y de las manifestaciones se pasa a la construcción de barricadas aisladas. De las barricadas aisladas a la construcción de barricadas en masa y a las batallas callejeras contra las tropas. Pasando por encima de la cabeza de las organizaciones, la lucha proletaria de masas fue de la huelga a la insurrección. Esa es la gran adquisición de la Revolución rusa, adquisición debida a los acontecimientos de diciembre 1905 y realizada, como las anteriores, a costa de sacrificios enormes. De la huelga política general, el movimiento se alzó a un nivel superior. Forzó a la reacción a ir hasta el final de su resistencia: y ha sido así como el movimiento ha acercado extraordinariamente el momento en que la revolución, ella también, irá hasta el final en el empleo de sus medios ofensivos. La reacción no puede ir más allá del bombardeo de las barricadas, de las casas, de la muchedumbre. La Revolución, en cambio, puede ir más allá de los grupos de combate de Moscú, tiene campo abierto y ¡qué campo en extensión y profundidad! (…) El cambio de las condiciones objetivas de la lucha que imponía la necesidad de pasar de la huelga a l’insurrección, fue percibido por el proletariado mucho antes que por sus dirigentes. La práctica, como siempre, se adelantó a la teoría” (25).
Este pasaje de Lenin es especialmente importante hoy, pues muchas dudas en los elementos politizados y, hasta cierto punto, también en las organizaciones proletarias, se arraigan en la idea de que al proletariado no logrará jamás salir de la apatía en la que a veces parece haber caído. Lo ocurrido en 1905 es el desmentido más patente de todo eso. La fuerte impresión que produce comprobar ese carácter espontáneo de la lucha de la clase se debe, a veces, a la subestimación de los procesos que se desarrollan en lo profundo de nuestra clase, de esa maduración subterránea de la conciencia de la que ya hablaba Marx, cuando la comparaba al “viejo topo”. La confianza en la clase obrera, en su capacidad para dar una respuesta política a los problemas que afectan a la sociedad, es algo de la primera importancia hoy en día. Después del desmoronamiento del muro de Berlín y la campaña de la burguesía que vino después sobre la quiebra del comunismo y su falaz identificación con el infame régimen estalinista, la clase obrera ha encontrado muchas dificultades para reconocerse como tal clase y, por consiguiente, reconocerse en un proyecto, en una perspectiva, en un ideal por el que combatir. La falta de perspectiva produce automáticamente una caída de la combatividad, un debilitamiento de la convicción de que es necesario batirse, porque no se lucha por algo sino cuando hay un objetivo que alcanzar. Por eso es por lo que hoy, la ausencia de claridad sobre la perspectiva y la falta de confianza en sí misma por parte de la clase obrera están fuertemente relacionadas. Pero sobre todo es en la práctica donde puede superarse una situación así, a través de la experiencia directa que la clase obrera realizará de sus posibilidades y de la necesidad de luchar por una perspectiva. Esto es lo que se produjo precisamente en Rusia en 1905 cuando
“en unos cuantos meses cambiaron las cosas de arriba abajo. Las pocas centenas de socialdemócratas revolucionarios fueron “de repente” miles y esos miles se volvieron dirigentes de dos o tres millones de proletarios. La lucha proletaria suscitó una gran efervescencia e incluso, en parte, un movimiento revolucionario, en lo más profundo de la masa de los cincuenta a cien millones de campesinos; el movimiento campesino tuvo repercusiones en los ejércitos, lo cual llevó a revueltas militares y oposiciones armadas entre las tropas” (26).
Y eso no solo era una necesidad para el proletariado en Rusia, sino para el proletariado mundial, incluido el más desarrollado, el proletariado alemán:
“En la Revolución, en donde la masa misma aparece en el ruedo político, la conciencia de clase se hace concreta y activa. Y es así como un año de revolución ha dado al proletariado ruso esa “educación” que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no han podido dar artificialmente al proletariado alemán. (…) Pero, a la inversa, también es cierto que en Alemania, en un período de acciones políticas enérgicas, se apoderará de las capas más amplias y profundas del proletariado un vivo instinto de clase revolucionario, deseoso de actuar; y esto se realizará tanto más rápidamente cuanto más fuerte haya sido la influencia educadora de la socialdemocracia” (27).
Podemos hoy decir, parafraseando a Rosa Luxemburg, que también es cierto que hoy, en el mundo, en un período de crisis económica profunda y ante la incapacidad patente de la burguesía para hacer frente a la quiebra de todo el sistema capitalista, un sentimiento revolucionario activo y vivo se apoderará de los sectores más maduros del proletariado mundial. Y así será sobre todo en los países de capitalismo avanzado, en los cuales la experiencia de la clase ha sido más rica y arraigada y en las que están más presentes unas fuerzas revolucionarias, eso sí, todavía débiles. Esta confianza en la clase obrera que hoy expresamos no es un acto de fe, ni procede de una especia de ceguera mística, sino que se basa precisamente en la historia de nuestra clase y en su capacidad de reanudación, a veces sorprendente, en medio de un aparente letargo. La dinámica con la que se produce la maduración de la conciencia proletaria es a veces oscura y difícil de comprender. Pero también es cierto que la clase obrera estará históricamente obligada, por el lugar que ocupa en la sociedad de clase explotada y a la vez revolucionaria, a levantarse contra la clase que la oprime, la burguesía, y en la experiencia de ese combate volverá a encontrar esa confianza en sí misma que hoy le falta:
“Antes, teníamos una masa impotente, dócil, inerte como un cadáver, frente a la fuerza dominante, la cual sí está bien organizada sí sabe lo que quiere, y manipula a la masa a su conveniencia; y resulta que esa masa se transforma en humanidad organizada, capaz de decidir su propio sino ejerciendo su voluntad consciente, capaz de hacer frente con empecinamiento al viejo poder dominante. Era pasiva y se vuelve masa activa, organismo dotado de vida propia, cimentado y estructurado par sí mismo, dotado de su propia conciencia, de sus propios órganos” (28).
Paralelamente a la confianza de la clase obrera en sí misma, aparece necesariamente otro factor crucial de la lucha del proletariado: la solidaridad en sus filas. La clase obrera es la única clase verdaderamente solidaria por su propia esencia, porque en su seno no hay intereses económicos divergentes, contrariamente a la burguesía, clase de la competencia y cuya solidaridad sólo llega hasta los límites nacionales o, también, contra su enemigo histórico, el proletariado. La competencia en el seno del proletariado le viene impuesta por el capitalismo, pero la sociedad de la que es portador es una sociedad que acabará con todas las divisiones, una verdadera comunidad humana. La solidaridad proletaria es un arma fundamental de la lucha del proletariado; fue una de las bases del impresionante cambio que se produjo en 1905 en Rusia:
“la chispa que provocó el incendio fue un conflicto corriente entre capital y trabajo: la huelga en una fábrica. Pero cabe señalar que la huelga de los 12 000 obreros de Putilov, desencadenada el lunes 3 enero, fue ante todo una huelga proclamada en nombre de la solidaridad proletaria. La causa de ella fue el despido de 4 obreros. ‘Cuando fue rechazada la petición de readmisión –escribe un camarada de Petersburgo el 7 enero– la factoría se paró de inmediato, por unanimidad total’” (29).
No es por casualidad si hoy la burguesía lo hace todo por degradar la noción de solidaridad presentándola como “humanitaria” o con los adornos de “la economía solidaria”, última moda del “nuevo movimiento” altermundialista, que lo hace todo por desviar la toma de conciencia que se está fraguando en las entrañas de la sociedad sobre el callejón sin salida que es el capitalismo para la humanidad. Si la clase obrera en su conjunto no es hoy todavía consciente de la fuerza de la solidaridad, la burguesía, en cambio, no ha olvidado las lecciones que el proletariado le ha infligido en la historia.
1905 fue un magnífico acontecimiento del movimiento obrero, surgido de las entrañas revolucionarias del proletariado, que demostró la potencia creadora de la clase revolucionaria. Hoy, a pesar de todos los golpes que la burguesía agonizante le ha asestado, el proletariado sigue conservando, intactas, sus capacidades. Les incumbe a los revolucionarios hacer que su clase pueda volver a apropiarse de las grandes experiencias de su historia pasada y preparar sin descanso el terreno teórico y político del desarrollo de la lucha y de la conciencia de clase hoy y mañana.
“En la tempestad revolucionaria, el proletario, el padre de familia prudente, preocupado por asegurar su asistencia, se transforma en “revolucionario romántico” para el que el bien supremo mismo –la vida– y menos todavía el bienestar material tienen poco valor en comparación con el ideal de la lucha. Si es pues verdad que la dirección de la huelga le corresponde al período revolucionario en el sentido de la iniciativa de su desencadenamiento y de los problemas de mantenimiento, también es cierto que en un sentido muy diferente, la dirección en las huelgas de masas le incumbe a la socialdemocracia y a sus órganos directivos. (…) La socialdemocracia está llamada, en un período revolucionario, a tomar la dirección política. La tarea más importante de “dirección” en el período de huelga de masas, consiste en dar la consigna de la lucha, orientarla, ajustar la táctica de la lucha política de manera que en cada fase, en cada instante del combate se haga realidad y se ponga en actividad la potencia total del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla” (30).
Durante el año 1905, muy a menudo los revolucionarios (llamados en aquella época socialdemócratas) fueron sorprendidos, adelantados, superados por el ímpetu del movimiento, su novedad, su imaginación creativa y no siempre supieron darle las consignas de las que habla Luxemburg, “en cada fase, en cada instante” e incluso cometieron errores importantes.
Sin embargo, la labor revolucionaria de fondo que llevaron a cabo antes y durante el movimiento, la agitación socialista, la participación activa en la lucha de su clase fueron factores indispensables en la Revolución de 1905; su capacidad, después, para sacar las lecciones de esos acontecimientos preparó el terreno de la victoria de 1917.
Ezechiele (5-12-04)
(1) No podemos, en el marco de estos artículos, restituir toda la riqueza de los acontecimientos, ni el conjunto de cuestiones que en ellos se plantearon. Aconsejamos a nuestros lectores la lectura de los documentos históricos. Dejaremos también de lado una serie de puntos como la discusión sobre las tareas burguesas (según los mencheviques), la naturaleza “democrático-burguesa” (según los bolcheviques) de la Revolución rusa o “la teoría de la Revolución permanente” (según Trotski) los cuales, todos más o menos, tendían todavía a encarar las tareas del proletariado en el marco nacional impuesto por el período ascendente del capitalismo. Tampoco podemos abordar la discusión en la socialdemocracia alemana sobre la huelga de masas, sobre todo entre Kautsky y Rosa Luxemburg
L. Trotski, 1905.
R. Luxemburg: Huelga de masas, Partido y Sindicatos, 1906.
Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905, 9 (22) enero 1917.
Zubátov era un policía que había creado, en acuerdo con el gobierno, unas asociaciones obreras cuya finalidad era mantener los conflictos dentro de un marco estrictamente económico, separándolos de esta manera de todo cuestionamiento del gobierno.
(6) Lenin: “La huelga de Petersburgo”, en Huelga económica y huelga política.
(7) Lenin: Informe sobre la Revolución de 1905.
(8) L. Trotski, 1905.
(9) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(10) L. Trotski,1905.
Ver nuestro artículo “Notas sobre la huelga de masas” en la Revista internacional n° 27, 4º trimestre 1981.
Ver también nuestro artículo “Revolución de 1905: enseñanzas fundamentales para le proletariado” en la Revista internacional n°43, 4º trimestre 1985.
(13) Anton Pannekoek, Los Consejos obreros (redactado en 1941-42).
(14) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.
Ver nuestro artículo “Las condiciones históricas de la generalización de la lucha de la clase obrera” en la Revista internacional n° 26, 3er trimestre 1981.
(17) Bernstein era, en la socialdemocracia alemana, el promotor de la idea de una transición pacífica al socialismo. Su corriente es conocida con el nombre de revisionismo. Rosa Luxemburg lo combatió como expresión que era de una peligrosa desviación oportunista que afecta al partido, en su folleto Reforma social o Revolución.
(18) R. Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(19) “Marxismo y teleología”, publicado en Neue Zeit en 1905, citado en “Acción de masas y revolución” (1912).
(20) Pannekoek, “Acción de masas y revolución”, Neue Zeit, en 1912.
(21) Los anarquistas, por lo demás, no desempeñaron papel alguno en 1905. El artículo sobre la CGT en Francia, publicado en esta misma revista, subraya que 1905 no tiene ningún eco entre los anarcosindicalistas. Como lo pone claro Rosa Luxemburg, desde el principio, en su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, “el anarquismo estuvo totalmente ausente en la Revolución rusa como tendencia política seria”. “La revolución rusa, esta misma revolución que ha sido la primera experiencia histórica de la huelga general, no sólo no rehabilita el anarquismo, sino que incluso ha significado su liquidación histórica.”
(22) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(23) Véase nuestro folleto sobre Polonia 80.
(24) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(25) Lenin, Las enseñanzas de la insurrección de Moscú, 1906.
(26) Lenin, Informe sobre la Revolución de 1905.
(27) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
(28) Pannekoek, “Acción de masas et Revolución”, Neue Zeit, en 1912.
(29) Lenin, Huelga económica y huelga política.
(30) Huelga de masas, partido y sindicatos.
La conmemoración del aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwtitz, con su cortejo de imágenes y testimonios que reviven los horrores bien reales del fascismo, es una nueva ocasión para que la burguesía oculte la responsabilidad del “otro campo”, el democrático, en las atrocidades de la segunda guerra mundial.
Aparecen documentos inéditos que ilustran una vez más los horrores sin nombre sufridos por los deportados, y la barbarie sin límite de sus verdugos y torturadores nazis. No es ninguna casualidad que esta ola de verdad y “autenticidad” se pare justo cuando implica al “campo democrático”. En efecto, los aliados que lo sabían todo sobre la realidad del holocausto no hicieron lo más mínimo para obstaculizar la ejecución de los macabros planes nazis. La responsabilidad de los revolucionarios es recordar esa realidad, tal y como hacemos nosotros al republicar extractos de nuestro artículo de la Revista Internacional nº 89 “La corresponsabilidad de los aliados y de los nazis en el Holocausto”.
Además, la barbarie de la que hizo gala el bando democrático en la Segunda Guerra mundial no tiene nada que envidiar a la del bando fascista, ni en cuanto al horror ni en cuanto al cinismo con el que perpetraron sus crímenes contra la humanidad como, por ejemplo en Dresde, Hamburgo o al lanzar el horror nuclear sobre un Japón ya vencido. Por eso afirmamos, junto a los compañeros de la Izquierda Comunista de Francia de la cual reproducimos a continuación un panfleto editado en Junio de 1945 “Buchenwald, Maideneck: macabra demagogia” publicado en L’Etincelle nº 6, que los responsables de la guerra no son los proletarios alemanes, americanos o ingleses –guerra que ellos no han querido- sino el capitalismo y la burguesía
El papel desempeñado por las SS, los nazis y su campo de la muerte industrial, fue el de exterminar en general a todos aquellos que se opusieron al régimen fascista y sobre todo a los militantes revolucionarios que siempre han estado a la vanguardia del combate contra la burguesía capitalista, sea cual sea su forma: autocrática, monárquica o “democrática”, cualquiera que sea su jefe: Hitler, Mussolini, Stalin, Leopoldo III, Jorge V, Víctor Manuel, Churchill, Roosevelt, Daladier o De Gaulle.
La burguesía internacional que, frente a la Revolución rusa de octubre de 1.917, usó todos los medios posibles e imaginables para aplastarla, que quebró la revolución alemana en 1919 mediante una represión de una bestialidad inaudita, que ahogó en sangre la insurrección proletaria de China; que financió en Italia la propaganda fascista y después, en Alemania, puso en el poder a Hitler para ser el gendarme de Europa; esa misma burguesía se gasta hoy millones para “financiar la exposición de los crímenes hitlerianos”, la filmación y la presentación al público de filmes sobre las “atrocidades alemanas”, mientras las víctimas de esas atrocidades siguen muriendo a veces sin cuidados y los supervivientes no tienen ningún medio de vida.
Esa misma burguesía es la que por un lado pagó el rearme de Alemania y, por otro, engañó al proletariado arrastrándolo a la guerra con la ideología antifascista; fue ella la de que esa manera, tras haber favorecido la llegada al poder de Hitler, se sirvió hasta el final de él para aplastar al proletariado alemán y arrastrarlo a la guerra más sangrienta, a la carnicería más abominable que imaginarse pueda.
Es esa misma burguesía la que manda representantes con coronas de flores a inclinarse hipócritamente ante las tumbas de los muertos que ella misma ha provocado, porque es incapaz de dirigir la sociedad, porque la guerra es su única forma de vida.
¡ES A ELLA A QUIEN ACUSAMOS!
Es a ella a quien acusamos, pues los millones de muertos por ella asesinados no son más que el suma y sigue de una lista interminable de mártires de la “civilización”, de la sociedad capitalista en descomposición.
Los responsables de los crímenes hitlerianos no son los alemanes, quienes, los primeros , en 1.934, pagaron con 450.000 vidas humanas la represión burguesa hitleriana y que siguieron soportando esa despiadada represión cuando, al mismo tiempo, empezó a ejercerse en el extranjero. Como tampoco los franceses, ni los ingleses, ni los americanos, ni los rusos, ni los chinos son responsables de los horrores de la guerra que ellos no han querido pero que sus burguesías respectivas les han impuesto.
En cambio, los millones de hombres, de mujeres asesinados en los campos de concentración nazis, salvajemente torturados y cuyos cuerpos se pudren por doquier, aquellos que han sido aplastados durante esta guerra en el combate, aquellos que han sido sorprendidos en medio de un bombardeo “liberador”, los millones de cadáveres mutilados, amputados, destrozados, desfigurados, pudriéndose bajo tierra o al sol, los millones de cuerpos de soldados, mujeres, ancianos, niños... todos esos millones de muertos claman venganza. No claman venganza contra el pueblo alemán, el cual sigue sufriendo, sino contra esa infame burguesía, hipócrita y sin escrúpulos, la cual no ha pagado sino que se ha aprovechado y sigue burlándose, como un cerdo cebado, de los esclavos hambrientos.
La única postura para el proletariado no es la de seguir los llamamientos demagógicos que tienden a continuar y acentuar el chovinismo a través de los comités antifascistas, sino la lucha directa de clase por la defensa de sus intereses, de su derecho a la vida, lucha de cada día, de cada instante hasta la destrucción del monstruoso régimen, del capitalismo.
LLa campaña ideológica actual que intenta asimilar las posiciones políticas de la Izquierda comunista frente a la IIª Guerra Mundial con el llamado negacionismo (negación del exterminio de los judíos por los nazis) tiene dos objetivos. Uno de éstos es manchar y desprestigiar ante la clase obrera a la única corriente política, la Izquierda comunista, que se negó a ceder a la unión sagrada ante la IIª Guerra Mundial. En efecto, la Izquierda comunista fue la única que denunció la guerra –como lo hicieron anteriormente Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo con la Iª Guerra mundial- como una guerra interimperialista de la misma naturaleza que la de 1914-18 y que demostró que la pretendida especificidad de la IIª, según la cual ésta habría sido consecuencia de la lucha entre dos sistemas, la democracia y el fascismo, no fue más que una vulgar mentira con la que alistar a los proletarios en una carnicería sin límites. El otro objetivo se inscribe en la ofensiva ideológica que pretende hacer creer a los proletarios que la democracia burguesa sería, a pesar de sus imperfecciones, el único sistema posible, y que, por lo tanto, deberán movilizarse para defenderlo. Ese es el mensaje que se les propone mediante todas esas campañas ideológicas político-mediáticas que van desde la operación “manos limpias” en Italia hasta el “caso Dutroux” en Bélgica, pasando por la matraca anti-Le Pen en Francia. En esta ofensiva, la función adjudicada a la denuncia del negacionismo es la de presentar al fascismo como el “mal absoluto”, disculpando así al capitalismo como un todo de su responsabilidad en el holocausto.
Una vez más, queremos aquí dejar bien claro que la Izquierda Comunista no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con esa caterva “negacionista” que reúne a la extrema derecha tradicional y a la “ultra-izquierda”-concepto totalmente ajeno a la Izquierda comunista-. Para nosotros no se trata ni mucho menos de negar la espantosa realidad de los campos nazis de exterminio. Ya lo decíamos en el número anterior de esta Revista: “pretender relativizar la barbarie del régimen nazi incluso para denunciar la mistificación anti-fascista significa, a fin de cuentas, relativizar la barbarie del sistema capitalista decadente, de la que ese régimen es una de las expresiones”. Por eso, la denuncia del antifascismo como instrumento del alistamiento del proletariado en la peor de las carnicerías ínter-imperialistas de la historia y como medio de disimular a quién es el verdadero responsable de todos esos horrores, o sea, al capitalismo como un todo, no ha significado nunca la menor complacencia en la denuncia del campo fascista, cuyas primeras víctimas fueron los militantes proletarios. En la esencia del internacionalismo proletario, del que la Izquierda comunista ha sido siempre una defensora intransigente –en recta continuidad con la verdadera tradición marxista y por lo tanto enfrentada a todos aquellos que la traicionaron, entre ellos los trotskistas-, ha estado siempre denunciar a todos los campos enfrentados, denunciar que todos son igualmente responsables de los horrores y del indecible sufrimiento que todas las guerras interimperialistas causan a la humanidad.
Ya hemos mostrado en números anteriores de esta Revista cómo la barbarie del “campo democrático” durante la II Guerra Mundial no tuvo nada que envidiar a la del “campo fascista”, en el horror y en el cinismo con el que fueron perpetrados horrendos crímenes contra la humanidad, como fueron por ejemplo los bombardeos de Dresde y de Hamburgo o el fuego nuclear abatido sobre el ya vencido Japón. En este artículo nos ocuparemos de demostrar la complicidad de los Aliados, que guardaron cuidadoso silencio, hasta el final de la guerra, con los genocidios que estaba perpetrando el régimen nazi, estando como estaban perfectamente al corriente de la existencia de los campos de concentración y para qué se utilizaban.
Antes de demostrar la complicidad aliada con los crímenes perpetrados por los nazis en los campos de exterminio, debe recordarse que la subida al poder del fascismo –presentado siempre, desde la derecha clásica hasta la izquierda y extrema izquierda del capital, o como un monstruoso accidente de la historia o como una aberración surgida del cerebro enfermo de un Hitler o un Mussolini- es, al contrario, la consecuencia orgánica del capitalismo en su fase de decadencia, de la derrota sufrida por el proletariado tras la ola revolucionaria que acabó con la Iª Guerra Mundial.
La posición que defiende que la clase dominante no sabía cuáles eran los verdaderos proyectos del partido nazi, o la que de cierta manera ésta se habría dejado engañar, no se aguantan de pie. El partido nazi hunde sus raíces en dos factores determinantes para la historia de los años treinta: por un lado, el aplastamiento de la revolución alemana, que abre la puerta al triunfo de la contrarrevolución a escala mundial; por otro, la derrota del imperialismo alemán tras la Iª carnicería mundial. Desde el principio el objetivo del naciente partido nazi fue, apoyándose en la sangría infligida a la clase obrera de Alemania por el Partido Social Demócrata (SPD) de Noske y Scheidemann, rematar el aplastamiento del proletariado para así reconstituir las fuerzas bélicas del imperialismo alemán. Estos objetivos eran compartidos por el conjunto de la burguesía alemana, por encima de ciertas divergencias reales tanto en lo que se refiere a los medios a emplear como en lo concerniente al momento más oportuno para usarlos. Las SA, milicias de asalto en las que se apoyó Hitler en su marcha hacia el poder, fueron las herederas directas de los cuerpos francos que habían asesinado a Rosa Luxemburg, a Karl Liebnecht y a miles de comunistas y militantes obreros. La mayoría de los dirigentes de las SA habían iniciado su carrera de carniceros en esos mismos cuerpos francos que constituían la “guardia blanca” utilizada por el SPD para ahogar en sangre la Revolución, con el apoyo de las tan democráticas potencias victoriosas; las cuales, a la vez que desarmaban al ejército alemán, ponían sumo cuidado en dejar que las milicias contrarrevolucionarias dispusiesen del suficiente armamento para llevar a cabo sus sucias labores.
El fascismo no pudo arraigarse y prosperar sino gracias a la derrota física infligida al proletariado por la izquierda de capital, única capaz de frenar primero y vencer después la ola revolucionaria que se extendió por Alemania desde 1918 hasta1919. Así de perfectamente claro lo tuvo el Estado Mayor de los ejércitos alemanes al dar carta blanca al SPD para que éste pudiera dar en enero de 1919 el golpe decisivo al movimiento revolucionario que se estaba desarrollando. Y si Hitler no fue apoyado en su intentona de golpe en München en 1925, fue porque el ascenso del fascismo era considerado prematuro todavía por los sectores más lúcidos de la clase dominante. Había que rematar primero la derrota del proletariado, utilizando hasta el final la mistificación democrática mediante la República de Weimar; la cual, aunque presidida por el Junker Hindemburg, se beneficiaba de un disfraz radical gracias a la participación regular en sus sucesivos gobiernos de ministros procedentes del llamado partido “socialista”.
Pero en cuanto la amenaza proletaria quedó definitivamente conjurada, la clase dominante, en su forma –insistamos en ello- más clásica, por medio de las joyas del capitalismo alemán, o sea los Krupps, los Thyssen, AG Farben etc., no cejará en su apoyo total al partido nazi y a su victoriosa marcha hacia el poder. Y es entonces cuando la voluntad de Hitler de reunir todas las fuerzas necesarias para la restauración de la potencia militar del imperialismo alemán se corresponden exactamente con las necesidades del capitalismo alemán. Éste, vencido y expoliado por sus rivales imperialistas tras la Iª Guerra Mundial, no puede, so pena de muerte, sino intentar reconquistar el terreno perdido metiéndose en una nueva guerra.
Lejos de ser la consecuencia de una pretendida agresividad germánica, agresividad congénita que por fin habría encontrado en el fascismo el medio de darse rienda suelta, esa voluntad no es otra que la estricta expresión de las duras leyes del imperialismo en la decadencia del sistema capitalista como un todo; leyes que, frente a un mercado mundial totalmente repartido, no dejan otra solución a las potencias imperialistas, perjudicadas en el reparto del “pastel imperialista”, que la de intentar, mediante una nueva guerra, llevarse una porción mayor. La derrota física del proletariado alemán, por un lado, y el estatuto de potencia imperialista expoliada que le tocó a Alemania tras su derrota en 1918, por otro; hicieron del fascismo, contrariamente a los países vencedores en donde la clase obrera no había sido físicamente aplastada, el medio más adecuado del capitalismo alemán para prepararse para una segunda carnicería imperialista. El fascismo, como forma brutal de un capitalismo de Estado que se estaba fortaleciendo por todas partes, incluso en los países llamados democráticos, era el instrumento de concentración y centralización de todo el capital nacional en manos del Estado frente a la crisis económica, para orientar la economía hacia la preparación de la guerra. Hitler llegó pues al poder de la manera más “democrática”, o sea con el apoyo total de la burguesía alemana. En efecto, una vez que la amenaza proletaria quedó definitivamente descartada, la clase dominante ya no tenía que preocuparse por mantener el arsenal democrático siguiendo así el mismo proceso ya instaurado en Italia.
“Si, quizás…”, nos dirán algunos, “pero ¿Acaso no hacéis abstracción de uno de los rasgos que distinguen al fascismo de las demás fracciones de la burguesía; o sea, de su antisemitismo visceral, siendo ésta la característica principal que provocó el holocausto?”. Esa es la idea que defienden en particular los trotskistas. Estos, de hecho, sólo reconocen formalmente la responsabilidad del capitalismo y de la burguesía en general en la génesis del fascismo, por lo que añaden a renglón seguido que el fascismo es, pese a todo, mucho peor que la democracia burguesa, como lo demostraría el holocausto, y que, por lo tanto, ante la ideología del genocidio no cabe la menor vacilación: hay que escoger campo, o el de la democracia o el de los aliados. Fue ese argumento, unido al de la defensa de la URSS, el que le sirvió para justificar su traición al internacionalismo proletario y su paso al campo de la burguesía durante la IIª Guerra Mundial. Es pues de lo más lógico encontrar hoy en Francia a la Liga Comunista Revolucionaria y a su líder A. Krivine, con el apoyo discreto pero real de Lutte Ouvrière, a la cabeza de la cruzada antifascista y “antinegacionista” defendiendo la visión del fascismo como ese “mal absoluto” que lo hace cualitativamente diferente a todas las demás expresiones de la barbarie capitalista, y contra el que la clase obrera debería ponerse en la vanguardia del combate y por la defensa, se podría decir, de la revitalización de la democracia.
Que la extrema derecha y el nazismo sean en esencia profundamente racistas nunca ha sido cuestionado por la Izquierda comunista. Tampoco lo ha sido la espantosa realidad de los campos de la muerte. Pero la verdadera cuestión es otra. Se trata de saber si ese racismo y la abominable designación de los judíos como chivo expiatorio de todos los males es expresión de la naturaleza particular del fascismo, producto maléfico de cerebros enfermos; o por el contrario, consecuencia siniestra del modo de producción capitalista enfrentado a la crisis histórica de su sistema, transformación monstruosa pero natural de la ideología nacionalista defendida y propagada por todas las fracciones de la burguesía. El racismo es una característica de la sociedad dividida en clases y no un atributo eterno de la naturaleza humana. Si la entrada en decadencia del capitalismo ha agudizado el racismo hasta grados nunca antes alcanzados, si el siglo XX es el siglo en el que los genocidios ya no son la excepción sino la regla, no es debido a no se sabe qué perversión de la naturaleza humana. Es el resultado del hecho de que frente a la guerra, ahora permanente, que cada Estado debe llevar a cabo en el marco de un mercado mundial sobresaturado y repartido hasta el más recóndito islote, la burguesía, para poder justificar y soportar esa guerra permanente está obligada en todos los países a reforzar el nacionalismo por todos los medios. ¡Qué ambiente más propicio, en efecto, para el incremento del racismo que aquel que tan certeramente describió Rosa Luxemburgo en el folleto en el que denuncia la Iª carnicería mundial: “(…) toda la población de una ciudad convertida en populacho, dispuesta a denunciar a cualquiera, a ultrajar a las mujeres, gritando ¡hurra!, y a llegar hasta el paroxismo del delirio propagando absurdos rumores; un clima de crimen ritual, la atmósfera de pogromo en donde el único representante de la dignidad humana era el agente de policía en una revuelta de la calle.” Y prosigue así: “Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riquezas: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella” (R. L.: “La crisis de la socialdemocracia”).
Podrían retomarse exactamente los mismos términos para describir las múltiples escenas de horror en la Alemania de los años 30: saqueos de almacenes de judíos, linchamientos, niños separados de sus padres,…O evocar también la misma atmósfera de pogromo que reinaba en Francia en 1945, cuando el diario l’Humanité de los estalinistas vomitaba en la primera página aquella ignominia de “¡Cada uno a por su boche (a los alemanes se les llamaba despectivamente así, boches!). No, el racismo no es especialidad exclusiva del fascismo, como tampoco lo es su forma antisemita. Patton, el célebre general de los “democráticos” Estados Unidos, no dudaba en declarar que “los judíos son peor que los animales” mientras el otro “gran liberador”, Stalin, organizaba sus propios pogromos contra los judíos, los gitanos, los chechenios, etc. El racismo es producto de la naturaleza básicamente nacionalista de la burguesía, sea cual sea la forma de su dominación, totalitaria o “democrática”, nacionalismo puesto al rojo vivo por la decadencia de su sistema.
Si el nazismo, con el asentimiento de la clase dominante, pudo utilizar el racismo siempre latente en la pequeña burguesía, para hacer de él y del antisemitismo la ideología del régimen, fue debido a que la única fuerza capaz de oponerse al nacionalismo, el proletariado, había sido derrotada tanto física como ideológicamente. Una vez más, por muy irracional y monstruoso que sea el antisemitismo oficial, profesado y después puesto en práctica por el régimen nazi, no se puede explicar únicamente por la locura o la perversión de los dirigentes nazis. Como lo subraya con toda justicia el folleto publicado por el Partido Comunista Internacionalista titulado “Auschwitz o la gran excusa”, el exterminio de judíos “se produjo no en un momento cualquiera sino en plena crisis y guerra imperialistas. Y dentro de esa gigantesca empresa de destrucción hay que explicarlo. El problema se encuentra, por eso mismo esclarecido; ya no hay que explicar el “nihilismo destructor” de los nazis, sino por qué la destrucción se concentró en parte contra los judíos”. Y para explicar por qué la población judía, aunque no fuera la única, fue señalada primero para la vindicta pública y después exterminada en masa por el nazismo, hay que tener en cuenta dos factores: las necesidades del esfuerzo de guerra alemán y el papel desempeñado en ese periodo siniestro por la pequeña burguesía. Esta última se vio reducida a la ruina por la violencia de la crisis económica en Alemania, cayendo progresivamente en una situación de lumpenización. Así, desesperada, en ausencia de un proletariado que pudiera desempeñar un papel de antídoto, dio rienda suelta a todos los prejuicios reaccionarios típicos de una clase sin porvenir alguno, enfangándose en el racismo y el antisemitismo propagados por las formaciones fascistas. Éstas señalaron con el dedo al judío, imagen por excelencia del apátrida “chupasangres”, como chivo expiatorio de la miseria a la que se veía reducida esa clase insegura y sin futuro y así ganársela para sus intereses.
Lo esencial de las primeras fuerzas de choque del fascismo procedía efectivamente de una pequeña burguesía en proceso de descomposición. Esa designación de los judíos como enemigos por excelencia, tendrá también la función de permitir al capitalismo alemán reunir fondos a partir de la confiscación de los bienes de éstos para el rearme de su imperialismo. Al principio tuvo que hacerlo sin llamar la atención de quienes la vencieron en la Iª Guerra Mundial. Los campos de concentración nacieron también con el mismo objetivo: abastecer con mano de obra gratuita a toda la burguesía, plenamente dedicada a la preparación de la guerra.
Mientras que desde 1945 hasta hoy la burguesía no ha cesado de exhibir, casi obscenamente, los montones de esqueletos encontrados en los campos de exterminio nazis y lo cuerpos esqueléticos de los supervivientes de aquel infierno, fue en cambio muy discreta sobre esos mismos campos durante la guerra misma; hasta el punto de que ese tema estuvo ausente de la propaganda guerrera del “campo democrático”. Eso de que los aliados sólo se habrían enterado de lo que ocurría en Dachau, Auschwitz, Treblinka, cuando la liberación de los campos en 1945, es una patraña que nos cuenta con regularidad la burguesía pero que no resiste al menor estudio histórico.
Los servicios de información ya existían entonces y eran muy activos y eficaces, como lo demuestran ciertos episodios de la guerra en los que desempeñaron un papel determinante. La existencia de los campos de la muerte no se libraba de su investigación. Esto está confirmado por una serie de trabajos de historiadores sobre la IIª Guerra Mundial. Así, el diario francés Le Monde, muy activo por otra parte en la campaña antinegacionista, escribía en su edición del 27 de septiembre de 1996: “Una matanza (la perpetrada en los campos) de la que un informe del partido socialdemócrata judío, el Bund polaco, había revelado, ya en la primavera de 1942, la amplitud y el carácter sistemático, fue oficialmente confirmada a los dirigentes norteamericanos por el famoso telegrama del 8 de agosto de 1942 emitido por G. Riegner, representante del Congreso Judío Mundial en Ginebra, basándose en informaciones dadas por un industrial alemán de Leipzig llamado Eduard Scholte. En esta época, como se sabe, una gran parte de los judíos europeos que serían más tarde aniquilados estaba todavía viva”.
Los gobiernos aliados por canales múltiples, estaban completamente al corriente de los genocidios desde 1942, y sin embargo los dirigentes del “campo democrático”, los Roosevelt, Churchill y demás, hicieron todo para que esas revelaciones, indiscutibles, no tuvieran la menor publicidad, dando consignas estrictas a la prensa de entonces para que mantuviesen la mayor reserva y discreción al respecto. De hecho no hicieron el menor esfuerzo por intentar salvar la vida de esos millones de seres condenados a muerte. Esto lo confirma ese mismo artículo citado: “(…) el americano D. Wyman demostró a mediados de los años 80 en su libro “Abandono de los judíos” (Editorial Calmann-Levy), que varios cientos de miles de vidas podrían haberse salvado sin la apatía, cuando no la obstrucción de ciertos organismos de la administración estadounidense (como el Departamento de Estado) y de los aliados en general”.
Esos extractos del burgués y tan democrático diario Le Monde no hacen sino confirmar lo que siempre ha afirmado la Izquierda comunista, especialmente el folleto de Amadeo Bordita y el PCInt “Auschwitz o la gran excusa”, el cual se ve hoy designado mediante mentiras infames, a la vindicta pública porque, según pretenden, habría sido el origen de las tesis negacionistas sobre la inexistencia de los campos de la muerte. Ese silencio de la coalición adversaria de la Alemania hitleriana demuestra lo que valen las virtuosas y ruidosas proclamaciones de indignación ante el horror del holocausto que vociferan todos esos campeones de la “defensa de los derechos humanos”.
¿Se explicaría ese silencio por el antisemitismo latente de ciertos dirigentes del campo Aliado, como así lo han afirmado historiadores israelíes después de la guerra? Es cierto que el antisemitismo no es una especialidad de los regímenes fascistas: recuérdese la declaración, citada anteriormente, del general Patton. También podría denunciarse el bien conocido antisemitismo de Stalin. Pero no es esa la verdadera explicación del silencio de los Aliados, entre cuyos dirigentes también había judíos o próximos a organizaciones judías como Roosevelt. También aquí el origen de esa notable discreción está en las leyes que rigen el sistema capitalista, sean cuales sean los ropajes, democráticos o totalitarios, con los que se viste su dominación. Como en el campo adversario, todos los recursos del campo Aliado se movilizaron al servicio de la guerra. Ninguna boca inútil, todo el mundo debe estar ocupado ya sea en el frente, ya sea en la producción de armamento. La llegada en masa de poblaciones procedentes de los campos, de niños y de ancianos que no podían ser llevados al frente o a la fábrica, de hombres y mujeres enfermos que no podían ser integrados inmediatamente en el esfuerzo de guerra habría desorganizado dicho esfuerzo. Por lo tanto se cierran las fronteras y se impide por todos los medios tal emigración. A. Eden decidió en 1943, es decir en un periodo en el que la burguesía anglosajona estaba perfectamente al corriente de la existencia de los campos, a petición de Churchill que “ningún navío de las Naciones Unidas fuera habilitado para efectuar transferencias de refugiados en Europa”. Mientras Roosevelt añadía que “transportar a tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra” (W. Churchill: “Memorias”; t. X). Estas son las sórdidas razones que llevaron a esos “antifascistas” y “demócratas” a mantener el más absoluto silencio sobre lo que ocurría en Dachau, Buchenwald y otros lugares de siniestra memoria. Las consideraciones humanitarias que pretendidamente serían las inspiradoras del campo antifascista no contaban para nada ante las exigencias del esfuerzo de guerra.
Los Aliados no se limitaron a mantener riguroso silencio durante toda la Guerra acerca de los genocidios cometidos en los campos. Fueron todavía más lejos en la abyección y en el increíble cinismo que caracterizan a la clase dominante en su conjunto. No sólo no vacilaron un instante en arrojar un diluvio de bombas sobre las ciudades alemanas, se negaron además a intentar la menor operación militar de intervención en los campos. Así, cuando a principios de 1944 podían haber bombardeado las vías férreas que conducían a Auschwitz sin mayores problemas, pues el objetivo estaba al alcance de la aviación aliada y dos personas evadidas del campo habían descrito con detalle el funcionamiento y la topografía del terreno, no hicieron lo más mínimo.
Cuando “dirigentes judíos húngaros y eslovacos suplican a los Aliados que pasen a la acción, en un momento en que ya han empezado las deportaciones de judíos de Hungría, designando incluso un objetivo: el cruce ferroviario de Kosice-Presov. Es cierto que los alemanes podían reparar las vías rápidamente. Sin embargo este argumento no sirve para la destrucción de los crematorios de Birkenau, lo cual habría desorganizado sin lugar a dudas la máquina exterminadora. No se hará nada. En definitiva, es difícil no reconocer que ni lo mínimo se intentó, pues todo quedó enterrado en la mala voluntad de los Estados Mayores y de los diplomáticos” (Le Monde, 27/09/96).
Pero, contrariamente a lo que lamenta ese diario, no fue simplemente por la “mala voluntad burocrática” por lo que “el campo demócrata” fue cómplice del holocausto. Esta complicidad fue perfectamente consciente. Los campos de deportación fueron al principio esencialmente campos de trabajo en los que la burguesía alemana podía explotar a menor coste una mano de obra esclavizada, sometida hasta el agotamiento y enteramente dedicada a las exigencias del esfuerzo de guerra. Aunque ya habían existido campos de exterminio, hasta 1942 fueron más la excepción que la regla. Pero a partir de los primeros reveses militares serios sufridos por el imperialismo alemán sobre todo frente a la apabullante apisonadora estadounidense, al no poder alimentar a la población y a las tropas alemanas, el régimen nazi decidió liquidar a la población excedentaria encerrada en los campos. Desde entonces, los hornos crematorios se extendieron por todas partes y cumplieron su siniestra labor. El innombrable horror de los dientes, las uñas y el pelo de las personas gaseadas, cuidadosamente recuperados por sus verdugos para alimentar la máquina de guerra alemana, eran los actos de un imperialismo acorralado, retrocediendo en todos los frentes, llevando hasta el final la profunda irracionalidad de la guerra imperialista, devorando su cupo de carne humana cada vez más gigantesco para defender sus intereses mortalmente amenazados por sus rivales en el saqueo imperialista. El holocausto fue perpetrado por el régimen nazi y sus esbirros sin la menor vacilación, pero poco beneficio podía sacar de él un capitalismo alemán que estaba metido, como hemos visto, en una carrera desesperada por reunir los medios necesarios para una resistencia eficaz ante el avance imparable de los Aliados. Y en ese contexto fueron intentadas varias acciones, en general directamente organizadas por las SS, para quitarse de en medio, con beneficios, a cientos de miles cuando no millones de prisioneros, vendiéndolos o intercambiándolos con los Aliados.
El episodio más conocido de esa abominable y siniestra venta fue la intentada ante Joel Brand dirigente de una organización semiclandestina de judíos húngaros. Brand, como lo ha contado A. Weissberg en su libro “La historia de J. Brand” y recogido también en el folleto “Auschwitz o la gran excusa”, fue convocado en Budapest para entrevistarse con el jefe de las SS encargado de la cuestión judía, A. Eichmann. Éste le encargó que negociara con los gobiernos angloamericanos la liberación de un millón de judíos a cambio de diez mil camiones, precisando que podían ser menos y estar dispuesto a aceptar otro tipo de mercancías. Las SS, para dar prueba de la seriedad de su oferta, declararon que estaban dispuestos a liberar a cien mil judíos en cuanto Brand obtuviera un acuerdo de principio, sin haber obtenido nada a cambio. Durante su viaje J. Brand conoció las cárceles inglesas de Oriente Medio y, tras múltiples dificultades que no tuvieron nada de casuales sino que fueron debidas a la acción de los gobiernos Aliados para evitar una entrevista oficial con semejante “aguafiestas”, pudo al fin discutir la propuesta con Lord Moyne, responsable del gobierno británico en Oriente Medio. La negativa tajante de éste a la propuesta de Eichmann no fue ni personal, pues no hacía sino aplicar las consignas del gobierno inglés, ni menos todavía un rechazo moral a un odioso chantaje.
Ninguna duda es posible cuando se lee la reseña que de esta discusión hizo Brand: “Le suplica (Brand) que al menos dé un acuerdo escrito, aunque no lo cumpla al menos se salvarán cien mil vidas. Moyne le pregunta entonces cual sería la cantidad total. Eichmann habló de un millón. ¿Cómo puede usted imaginarse semejante cosa Mr. Brand? ¿Qué haría yo con un millón de judíos? ¿Dónde los metería? ¿Quién los acogería? Si en la tierra ya no hay sitio para nosotros, lo único que nos queda es dejarnos exterminar, dijo Brand desesperado”. Como lo subraya muy justamente “Auschwitz o la gran excusa” a propósito de ese “glorioso” episodio de la IIª carnicería mundial, “desgraciadamente, si bien existía la oferta, no había en cambio demanda. ¡No sólo los judíos, incluso los mismos SS se habían dejado engañar por la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los aliados no querían para nada ese millón de judíos! Ni por diez mil camiones, ni por cinco mil, ni por nada”.
Cierta biografía reciente intenta demostrar que esa negativa se debió ante todo al veto de Stalin a ese intercambio. Esa no es sino una tentativa más por ocultar y atenuar la responsabilidad de las “grandes democracias” y su complicidad directa en el holocausto, lo que pone de relieve lo ocurrido al crédulo Brand, y eso aun cuando nadie puede poner en entredicho su veracidad. Baste con decir que durante toda la guerra ni Roosevelt ni Churchill se dejaron dictar su conducta por Stalin, y que en este punto preciso, como lo demuestran las declaraciones citadas arriba, aquellos dos estaban en la misma longitud de onda que el “padrecito de los pueblos”, pues en la dirección de la guerra aquellos no tenían nada que envidiarle en cinismo y en brutalidad a tal padrecito. El superdemócrata Roosevelt opondrá, por su parte, la misma negativa a otros intentos por parte de los nazis, especialmente cuando a finales de 1944 intentaron venderle judíos a la Organización de Judíos Americanos, transfiriendo, en prueba de su buena voluntad, unos dos mil judíos a Suiza, como lo cuenta en detalle Y. Bauer en un libro titulado “Juifs a vendre” (“Judíos en venta”; Ediciones Liana Levi).
Todo eso no se debió ni a errores ni a unos dirigentes que se habrían vuelto “insensibles” a causa de los terribles sacrificios que exigía la guerra contra la feroz dictadura fascista, explicación más corrientemente difundida por la burguesía para justificar la dureza de Churchill, por ejemplo, y otros episodios poco gloriosos de 1939-45. El antifascismo no ha expresado nunca un antagonismo real entre, de un lado, un campo que habría defendido la democracia y sus valores y de otro, un campo totalitario. No fue, desde el principio, sino una trampa tendida a los proletarios para justificar la guerra que se anunciaba ocultando su carácter clásicamente interimperialista y el objetivo de un nuevo reparto del mundo entre los grandes tiburones. Una guerra que anunció la Internacional Comunista desde la misma firma del tratado de Versalles, anuncio que el antifascismo insistió en querer borrar de la memoria obrera, con lo que acabó alistándolo finalmente en la carnicería más gigantesca de la historia. Si había que guardar silencio y cerrar cuidadosamente las fronteras a todos los que intentaban escapar del infierno nazi para “no desorganizar el esfuerzo de guerra”, después de la guerra todo iba a cambiar. La inmensa publicidad hecha repentinamente a partir de 1945 sobre los campos de la muerte iba a ser una buena oportunidad para la burguesía. Enfocar todos los proyectores sobre la realidad monstruosa de los campos de la muerte iba a permitir a los aliados ocultar los innumerables crímenes que ellos también habían cometido. La propaganda ensordecedora permitía también encadenar sólidamente al carro de la democracia a una clase obrera que podría oponer resistencia ante los sacrificios y la miseria que iba a seguir sufriendo después de la “Liberación”. Todos los partidos burgueses, desde la derecha hasta los estalinista, presentaban la “democracia” como un valor común a burgueses y obreros, valor que había que defender sin rechistar para evitar en el futuro nuevos holocaustos. Atacando a la Izquierda comunista hoy, la burguesía, fiel defensora de Goebbels, pone en práctica el célebre consejo de este dirigente hitleriano de que una mentira cuanto más gruesa mejor podría ser tragada. E intenta presentar a la Izquierda comunista como antepasada del “negacionismo”.
La clase obrera debe rechazar semejante calumnia y recordar quiénes fueron los que despreciaron el terrible sino de los deportados en los campos de la muerte, quiénes utilizaron cínicamente a aquellos pobres deportados en sus campañas sobre la superioridad intangible de la democracia burguesa, justificando así el sistema de explotación y de muerte que es el capitalismo. Hoy, frente a los esfuerzos de la clase dominante para reavivar el engaño democrático, utilizando el antifascismo, la clase obrera debe acordarse de lo que ocurrió durante los años 1930-1940, cuando se dejó engañar por ese mismo antifascismo, acabando por servir de carne de cañón en nombre de “la defensa de la democracia”.
En la primera parte de este artículo (véase Revista internacional nº 119), hemos recordado que para el marxismo y contrariamente a la visión desarrollada por Battaglia comunista (1), la decadencia del capitalismo no es una eterna repetición de sus contradicciones a una escala crecientegún automatismo o fatalismo en la sucesión de los modos de producción que permitiría pensar que el capitalismo, acosado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría por sí solo de la escena de la historia.
En la primera parte de este artículo (véase Revista internacional nº 119), hemos recordado que para el marxismo y contrariamente a la visión desarrollada por Battaglia comunista (1), la decadencia del capitalismo no es una eterna repetición de sus contradicciones a una escala crecientegún automatismo o fatalismo en la sucesión de los modos de producción que permitiría pensar que el capitalismo, acosado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría por sí solo de la escena de la historia.
Así, tras haber puesto en entredicho el concepto marxista de decadencia (fatalismo), tras haber afirmado tajantemente que no existiría definición coherente de la decadencia y que por ello este concepto no tendría el menor valor, tras haber rechazado el método marxista para volverlo a definir, vemos ahora a Battaglia rechazar las manifestaciones esenciales que lo caracterizan. En esta segunda parte de nuestro art sino que plantea la cuestión de su supervivencia como modo de producción, según los propios términos utilizados por Marx y Engels. Al rechazar el concepto de decadencia tal como fue definido por los fundadores del marxismo y asumido por las organizaciones del movimiento obrero, Battaglia da la espalda a la comprensión del materialismo histórico que nos enseña que las condiciones de superación de los modos de producción supone que éstos han entrado en una fase de “senilidad” (Marx) “en que sus relaciones de producción ya caducas son un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas” (Marx), no existe el menor “fatalismo” intrínseco en la idea de “autodestrucción”, como lo pretende Battaglia, puesto que si la decadencia de un modo de producción es la condición indispensable para “una transformación de la sociedad entera” (Marx, Manifiesto comunista), es la lucha de clases la que, en última instancia, zanja las contradicciones socioeconómicas y si no lo logra, si ocurre un bloqueo de las relaciones de fuerza entre las clases, la sociedad se hunde entonces en una fase de descomposición, en “la ruina de ambas clases en lucha”, como dice Marx al empezar el Manifiesto comunista. No existe pues ninículo, vamos a:
Cuando las discusiones en torno a la adopción de su plataforma política en su primera Conferencia nacional en 1945, el Comité central del “Partido” reconstituido encargó a uno de sus miembros –Stefanini senior, conocido militante de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1828-45)– que presentara un informe político sobre la cuestión sindical. En él, se “reafirma su concepción de que el sindicato en la fase de decadencia del capitalismo está necesariamente vinculado al Estado burgués” (actas de la Primera conferencia internacional del PCInt). Este Informe, presentado el tercer día del Congreso, estaba en contradicción con la plataforma discutida y votada el día anterior (2). Por añadidura, varios militantes apoyaron durante la discusión la posición desarrollada por Stefanini en nombre del Comité central cuando éste, al final de la discusión, llamó sin embargo al Congreso a reafirmar la posición expresada en la Plataforma (3) y consideró que se debía presentar y hacer votar una moción al terminar el Congreso que llamaba a “la reconstrucción de la CGL” y a “la conquista de los órganos dirigentes del sindicato” (ídem, “Moción del Comité central sobre la cuestión sindical”).
Además, a pesar de su reivindicación explícita de continuidad política y organizativa con la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) (4) y a pesar de la presencia de miembros de dicha Fracción en la dirección del “Partido” reconstituido, la Plataforma votada en el Congreso de fundación ni siquiera evoca lo que eran los cimientos y la coherencia política de las posiciones de la Fracción, a saber el análisis de la decadencia del capitalismo. El “Partido” nombró además un Buró internacional para coordinar los grupos surgidos de su extensión organizativa en el extranjero, grupos que por su parte –¡exigencias de la cacofonía!– siguen defendiendo en sus publicaciones... ¡el análisis de la decadencia del capitalismo (5)! Ya podemos ver que con semejantes métodos de agrupamiento ya en su fundación, una verdadera heterogeneidad programática era lo que predominaba en casi todas las cuestiones políticas abordadas. Las Actas de ese Congreso son edificantes en cuanto a la confusión política reinante (6).
Con semejantes confusiones en sus bases políticas no es de extrañar si la noción de decadencia, como el monstruo del Lochness, reaparece en tal o cual ocasión, particularmente en la Conferencia sindical del PCInt de 1947, en la que se afirma, en contradicción con la Plataforma adoptada en 1945, que
“En la fase actual de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato está llamado a convertirse en instrumento esencial de la política de conservación y, por consiguiente, a asumir unas determinadas funciones de los organismos de Estado” (7).
Ese cóctel explosivo en la misma fundación del PCInt no resistirá a la prueba del tiempo y acabará escindiéndose en dos partes en 1952, una en torno a Bordiga (Programa comunista) y la otra en torno a Damen (Battaglia comunista), la cual se reivindica de forma más explícita de las aportaciones políticas de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) (8). Fue en aquél momento cuando Bordiga desarrolló algunas consideraciones críticas sobre la decadencia (9). Sin embargo, a pesar de la reapropiación de ciertas posiciones de la Fracción, el análisis de la decadencia seguirá sin formar parte de la nueva plataforma de Battaglia tras la escisión de 1952.
Algún tiempo más tarde, en su esfuerzo de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias y de discusión con nuestra organización, Battaglia adoptará finalmente el análisis de la decadencia del capitalismo en el marco de la dinámica abierta por las Conferencias internacionales entre 1976 y 1980 (10). Battaglia publicará entonces dos largos estudios sobre la decadencia en sus publicaciones del primer semestre 1978 y de marzo de 1979 (11) así como en sus textos de contribución para las dos primeras Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista (12). También aparecerá entonces, en las posiciones básicas que caracterizan a Battaglia y que están publicadas en el reverso de sus publicaciones, un nuevo punto programático que anuncia la adopción de unos principios para analizar la decadencia:
“El aumento de los conflictos interimperialistas, las luchas comerciales, la especulación, las guerras locales generalizadas, confirman el proceso de decadencia del capitalismo. La crisis estructural del sistema lleva al capital más allá de sus límites “normales”, hacia su solución, la guerra imperialista”.
Tras el fallecimiento de Damen senior en octubre del 79, fundador del PCInt e iniciador del ciclo de conferencias, este punto sobre la decadencia desaparecerá de las posiciones de base a partir del nº 3 de Prometeo en diciembre del 79, o sea en vísperas de nuestra expulsión por Battaglia de la tercera conferencia en mayo del 80. Resulta significativo que el análisis de la decadencia del capitalismo, cuestión central en las contribuciones de Battaglia en las dos primeras Conferencias, desaparezca totalmente en sus contribuciones para la tercera, en las que aparece un análisis que anticipa su posición actual... ¡y esto en la discreción más total y sin la menor explicación ni a sus lectores ni a los demás grupos del medio político proletario! Para decirlo todo, señalemos también que Battaglia propone hoy el abandono de lo que seguía afirmando en la plataforma del BIPR del 97, o sea la existencia de una ruptura cualitativa desde la Primera Guerra mundial, entre dos períodos históricos fundamentales y distintos en la evolución del modo de producción capitalista aunque ya no lo explicara, mediante el concepto marxista de ascendencia y decadencia de un modo de producción, concepto que dejó de usar (13). Y tras haber dado tantas vueltas políticas, Battaglia tiene el descaro de quejarse afirmando que está “cansada de discutir de tan poca cosa cuando tenemos tanto que trabajar para entender lo que ocurre en el mundo” (14). ¡Cómo no va a estar cansada cuando se cambia de gafas sin parar y que ya no sabe cuáles tiene que ponerse para “entender lo que ocurre en el mundo”! Hoy podemos comprobar que Battaglia ha escogido gafas de gran aumento para corregir su miopía.
El lector ya habrá podido constatar que a falta de ser experto en marxismo como lo pretende, Battaglia tiene sobre todo talento de surfista para ir sorteando las dificultades del momento y ser el campeón del cambio de chaqueta... pero eso no se acaba ahí. El colmo acaba de ser alcanzado con sus recientes culebreos. En efecto, para quienes leen la prosa de Battaglia, resulta evidente que esta organización quiere librarse definitivamente de una noción que considera, según sus propios términos en una toma de posición de febrero del 2002 y publicada en Internationalist Communist nº 21 (15), como “un concepto tan universal como confuso (...) ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política”, que no tiene “ningún papel en el terreno de la economía política militante, del análisis profundo de los fenómenos y las dinámicas del capitalismo”, “fuera del materialismo histórico” y que, además, no aparece “nunca en los tres volúmenes que componen el Capital” (16). Pero entonces, ¿por qué demonios Battaglia siente la necesidad dos años después (Prometeo nº 8, diciembre del 2003) de lanzar un gran debate en el BIPR sobre un concepto “confuso”, que no puede “explicar los mecanismos de la crisis”, “ajeno a la crítica de la economía política”, que no aparecería más que accesoriamente en la obra de Marx y estaría ausente de su obra maestra? Enésimo cambio de chaqueta... ¿Se habrá acordado de golpe Battaglia que el primer folleto escrito por su organización hermana (la CWO) se titulaba precisamente Los fundamentos económicos de la decadencia? Esta organización hermana considera con razón que la “decadencia forma parte del análisis de Marx de los modos de producción” y estuvo en el centro de la creación de la Tercera Internacional: “Cuando la fundación de la IC en 1919, parecía en aquel entonces que se había alcanzado la época de la revolución, lo que decretó su Conferencia de fundación” (Revolutionary Perspectives, nº 32)... ¿Estaría dándose cuenta Battaglia que le resulta difícil evacuar un logro del movimiento obrero tan central como es la noción marxista de decadencia de un modo de producción?
Por lo tanto, no es de extrañar que Battaglia, en su contribución de apertura al debate, no tuviera nada que decir sobre la definición y el análisis de la decadencia de los modos de producción desarrollados por Marx y Engels, como tampoco sobre los esfuerzos de éstos por definir las circunstancias y el momento de la decadencia del capitalismo. Battaglia también finge ignorar con altanería que la posición constitutiva de la IC que consistió en analizar y afirmar que la Primera Guerra mundial fue la señal inequívoca de la apertura del período de decadencia del capitalismo. Battaglia, por mucho que se reivindique de la Izquierda italiana (1928-45), se calla, sin embargo, la boca (en todos los idiomas) sobre el hecho de que la Izquierda italiana hizo de la decadencia el marco de su plataforma política. Entonces, en vez de pronunciarse sobre el patrimonio legado por los fundadores del marxismo y profundizado por generaciones de revolucionarios, Battaglia prefiere lanzar anatemas (“fatalismo”) y sembrar la confusión sobre la definición de decadencia... para terminar anunciándonos un debate en el BIPR así como una “gran investigación” de su cosecha: “... la meta de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha agotado su ímpetu en el desarrollo de las fuerzas productivas y, si se verifica, cuándo, en qué medida y, sobre todo, por qué”. Es efectivamente más fácil, cuando se quiere abandonar un logro histórico del marxismo, escribir en una página en blanco que tener que pronunciarse sobre los textos programáticos del movimiento obrero. Ese ya era el método de los reformistas a finales del siglo xix. Por nuestra parte, esperamos los resultados de esa “investigación” con mucho interés y nos empeñaremos en cotejarlos con la teoría marxista y la realidad de la evolución histórica y actual del capitalismo, pero ya podemos observar que los argumentos utilizados desde ahora nos muestran una dirección que no augura nada bueno…
Para Battaglia como para los socialistas utópicos, la revolución no es el producto de una necesidad histórica cuyo origen está en el callejón sin salida de la decadencia del capitalismo, como nos lo mostraron Marx, Engels y Luxemburg:
“... la universalidad hacia la que tiende el capital encuentra limites inmanentes a su naturaleza, los cuales en un cierto estadio de su desarrollo, le hacen aparecer como el mayor obstáculo a esta tendencia y lo empujan a su autodeestrucción...” (Principios de una crítica a la economía política, Proyecto 1857-1858)...;
“la tarea de la ciencia económica (...) consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencia necesaria del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económico que está disolviéndose, los elementos de la futura nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males....” (F.Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).
“Para el socialismo científico, la necesidad histórica de la revolución socialista está demostrada sobre todo por la anarquía creciente del sistema capitalista que lo encierra en un callejón sin salida” (Rosa Luxemburg, citada en la primera parte de esta serie).
Para el marxismo, la “autodestrucción”, la “disgregación”, el “callejón sin salida” de la decadencia del capitalismo es una condición indispensable para la superación de ese modo de producción, pero eso no implica, ni mucho menos, su desaparición automática, debido a que
“lo que podrá derribarlo, es el martillazo de la revolución, o sea la conquista del poder político por el proletariado” (Rosa Luxemburg).
“La autodestrucción” (Marx), la “disgregación” (Engels), el “callejón sin salida” (Luxemburg) de la decadencia del capitalismo crea las condiciones de la revolución, son los cimientos sin los cuales:
“las bases del socialismo serían idealistas, pues excluirían la idea de la necesidad histórica: en ese caso, el socialismo ya no se basaría en un desarrollo material de la sociedad (...) y dejaría de ser una necesidad histórica; sería entonces todo lo que se quiera, menos el resultado del desarrollo material de la sociedad” (Rosa Luxemburg, obra citada).
Así como siglos de decadencia romana y feudal fueron necesarios para que surgieran las condiciones objetivas y subjetivas necesarias al advenimiento de un nuevo modo de producción, el callejón sin salida de la decadencia del capitalismo es para el proletariado la prueba del carácter históricamente retrógrado de ese modo de producción puesto que, a pesar de lo que piensa Battaglia,
“El socialismo no viene automáticamente y en cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera. Nacerá de la exasperación de las contradicciones internas de la economía capitalista y de la toma de conciencia de la clase obrera, que comprenderá la necesidad de abolirlas mediante la revolución social” (Rosa Luxemburg, obra citada).
El marxismo no dice que es inevitable la revolución. Tampoco niega la voluntad como factor histórico, pero demuestra que no es suficiente y que se realiza en un marco material producto de una evolución, una dinámica histórica que debe tener en cuenta para ser eficaz. La importancia que otorga el marxismo a la comprensión de las “condiciones reales”, las “condiciones objetivas” no significa negación de la conciencia y de la voluntad, sino, al contrario, es la única afirmación consecuente de esa conciencia y voluntad. Por lo tanto, si el capitalismo “se reproduce, reeditando todas sus contradicciones a un nivel superior” (Battaglia) ¿dónde están los fundamentos objetivos del socialismo? Como lo recuerda Rosa Luxemburg,
“Para Marx, la rebelión de los obreros, la lucha de clases – y es eso lo que da firmeza a su fuerza victoriosa son los reflejos ideológicos de la necesidad histórica objetiva del socialismo, la cual es también el resultado de la imposibilidad económica objetiva del capitalismo en cierta fase de su desarrollo. Es evidente que el proceso histórico debe llegar necesariamente (o puede) hasta su término, hasta el límite de la imposibilidad económica del capitalismo. La tendencia objetiva del desarrollo capitalista basta para provocar, antes incluso de haber alcanzado ese término, la exasperación de los antagonismos sociales o políticos y una situación tan insostenible que el sistema acaba desmoronándose... Pero esos conflictos sociales o políticos no son, en última instancia, sino el resultado de la imposibilidad económica del capitalismo, y se van exacerbando en la medida en que esta imposibilidad se hace sensible. Supongamos, al contrario, como los “peritos” (como Battaglia, ndlr) la posibilidad de un crecimiento ilimitado de la acumulación: el socialismo pierde entonces las bases graníticas de la necesidad histórica objetiva, y nos hundimos entonces en las tinieblas de los sistemas y escuelas premarxistas que pretendían que el socialismo procedería de la injusticia del siniestro mundo actual así como de la voluntad revolucionaria de las clases trabajadoras (...) a medida que avanza el capital, agudiza los antagonismos de clase y la anarquía económica y política internacional hasta el punto en que provocará contra su dominación la rebelión del proletariado internacional mucho antes de que la evolución económica haya llegado a sus últimas consecuencias: la dominación absoluta y exclusiva de la producción capitalista en el mundo (La acumulación del capital, tomo II, Crítica de las críticas).
No es porque la inmensa mayoría de los hombres esté explotada por lo que la necesidad histórica del socialismo está hoy a la orden del día. Ya reinaba la explotación con el esclavismo, el feudalismo y también con el capitalismo del siglo xix sin que fuese por eso posible el socialismo. Para que éste pueda convertirse en realidad, no solo es necesario que los medios para su instauración (clase obrera y medios de producción) estén suficientemente desarrollados, sino también que el sistema que debe ser superado –el sistema capitalista– haya dejado de ser un sistema indispensable para el desarrollo de las fuerzas productivas y se haya convertido en una traba cada día mayor, o sea que haya entrado en su fase de decadencia:
“La mayor conquista de la lucha de la clase proletaria durante su desarrollo fue el descubrimiento de que la realización del socialismo se apoya en las bases económicas de la sociedad capitalista. Hasta entonces el socialismo era un “ideal”, un sueño milenario de la humanidad; se ha convertido en necesidad histórica” (Rosa Luxemburg, Reforma o revolución).
El error inevitable de los utopistas estaba en su visión de la marcha de la historia. Para unos como para otros, ésta dependía de la buena voluntad de grupos de individuos: Babeuf o Blanqui esperaban la solución de la acción de unos cuantos obreros decididos; Saint-Simon, Fourier o Owen esperaban de la benevolencia de la burguesía la realización de sus proyectos. Fue la aparición del proletariado como clase autónoma durante la Revolución de 1848 lo que evidenció que el socialismo sería la obra de una clase. Confirmaba la tesis que Marx ya anunciaba en el Manifiesto: desde que la sociedad se había dividido en clases, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. La evolución de las sociedades solo puede entenderse entonces en función del marco que determina esas luchas, o sea la evolución de las relaciones sociales que unen a los hombres y los dividen en clases en la producción de sus medios de existencia: las relaciones sociales de producción. Saber si es posible el socialismo es entonces determinar si las relaciones sociales de producción se han vuelto una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, imponiendo la necesidad de la superación del capitalismo por el socialismo. Para Battaglia, en cambio, sea cual sea el contexto histórico global del período en que está el capitalismo,
“... el aspecto contradictorio de la forma capitalista, las crisis económicas que derivan de éste, el rebrote del proceso de acumulación momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de los medios de producción excedentarios, no cuestionan automáticamente su desaparición. O es el factor subjetivo el que interviene, del que la lucha de clases es el eje material e histórico y las crisis las premisas económicas determinantes, o se reproduce el sistema económico, reeditando a nivel superior todas sus contradicciones, sin crear por eso las condiciones de su propia destrucción”,
la lucha de clases conjugada con un episodio de la crisis económica bastaría para abrir la vía a una posible solución revolucionaria:
“No obstante los indudables éxitos de la burguesía en la contención y en la gestión de las contradicciones de su sistema económico, estas contradicciones no se pueden eliminar y nosotros los marxistas sabemos que ese juego no puede prolongarse eternamente. Sin embargo, su explosión final no desembocará necesariamente en una victoria revolucionaria; en la era imperialista, en efecto, la guerra global puede representar para el capitalismo una resolución temporal de sus contradicciones. Empero, antes de que esto suceda, es posible que el dominio político e ideológico de la burguesía sobre la clase obrera pueda relajarse; en otras palabras, es posible que de improviso el proletariado vuelva a ser masivamente parte activa en la lucha de clases y los revolucionarios deberán estar preparados para ese momento. Cuando la clase obrera retome la iniciativa y comience a usar su fuerza de masa contra los ataques del capital, las organizaciones políticas revolucionarias deben encontrarse, desde el punto de vista político y organizativo, en posición tal que puedan guiar y organizar la lucha contra las fuerzas de la izquierda burguesa” (Plataforma del BIPR, 1997).
Para Battaglia, no existe ninguna necesidad de determinar si las relaciones sociales de producción se han vuelto históricamente obsoletas, ninguna necesidad de un período de decadencia... puesto que el sistema “recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de los medios de producción excedentarios” y, tras cada una de sus crisis, “se reproduce el sistema económico, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”.
Eos de crisis económica combinados con conflictos de clases desde los primeros tiempos del capitalismo, sin que por ello se abran las puertas a la posibilidad objetiva de derrumbar el modo capitalista de producción. Con la concepción materialista histórica, Marx nos enseña que tres condiciones son imprescindibles: un período de crisis, de conflictos de clases y también el advenimiento de la decadencia del modo de producción (en este caso el capitalismo). Esto es lo enl que Marx haya podido decir que “toda esta mierda de economía política desemboca sin embargo en la lucha de clases”, aun cuando pasó lo esencial de su vida en hacer la crítica de la economía política, demuestra que sí consideraba que era la lucha de clases el factor decisivo, el motor de la historia, pero no por eso desdeñaba sus cimientos objetivos, el contexto económico, social y político en el que esa lucha se desarrolla. Repetirlo tras él como lo hace Battaglia es como descubrir la pólvora puesto que ni el mismo Marx ni la CCI pretenden que uno de estos factores (crisis económica o lucha de clases), aislado, bastaría para derrumbar al capitalismo. Lo que, en cambio, no entiende Battaglia es que, incluso juntos, ambos factores no bastan. En efecto, ya existieron períodtendieron los fundadores del marxismo, cuando, tras haber pensado varias veces que el capitalismo había pasado a la historia, tuvieron que revisar su diagnóstico (para una breve historia del análisis de Marx y Engels sobre las condiciones y el momento del advenimiento de la decadencia del capitalismo, remitimos al lector al nº 118 de la Revista internacional). Engels concluirá esa búsqueda en su introducción de 1895 a la obra de Marx La Lucha de clases en Francia, al decirnos:
“La historia no nos ha dado la razón, ni a nosotros ni a quienes pensaban de manera parecida. Ha demostrado claramente que la fase de desarrollo económico en el continente distaba todavía mucho de su madurez para desembocar en la eliminación de la producción capitalista; lo ha demostrado mediante la revolución económica que, desde 1848, se ha adueñado de todo el continente... (...) esto prueba una vez más lo imposible que era en 1848 conquistar la transformación social simplemente por sorpresa” (Introducción de Engels –1895- a la obra de Marx sobre las luchas de clase en Francia)”.
Pero eso no es todo, porque lo que nunca Battaglia consiguió entender, es que es necesaria una cuarta condición para que se abra un período favorable a los movimientos insurreccionales triunfantes: la apertura de un curso histórico a enfrentamientos de clase. En efecto, en los años 30, tres de las condiciones mínimas estaban presentes (crisis económica, conflictos sociales y período de decadencia), pero eso ocurría en un curso histórico hacia la guerra imperialista. Esta fue una de las aportaciones políticas más importantes de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45). En coherencia con el análisis de la Internacional comunista (IC) que definía el período abierto por la Primera Guerra mundial como “era de guerras y de revoluciones”, desarrolló esa noción de curso histórico hacia enfrentamientos de clase o hacia la guerra. La Izquierda comunista de Francia (1942-52) y más tarde la CCI la retomaron y la han desarrollado, pero no son los que la descubrieron, como lo pretende falsamente Battaglia: “La concepción esquemática de los períodos históricos, que pertenece históricamente a la corriente original de la Izquierda comunista francesa y estuvo en los orígenes de la CCI, caracteriza los períodos históricos como revolucionarios o contrarrevolucionarios según consideraciones abstractas sobre la condición de la clase obrera” (Internationalist Communist, no 21). Esta falsificación sobre los orígenes de ese concepto permite a Battaglia, además de desacreditar a nuestros antepasados políticos, seguir reivindicándose de la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (1928-45) sin pronunciarse sobre esta aportación teórica esencial de sus antepasados.
“¿Ha agotado su tiempo el capitalismo? ¿si o no?; ¿Es aún capaz de desarrollar a nivel mundial las fuerzas productivas y de hacer progresar a la humanidad?. Esta es una cuestión fundamental. Tiene una importancia decisiva para el proletariado...” (Trotski, Europa y las Américas, 1924, Ed. Anthropos).
Esta cuestión es efectivamente como dice Trotski “fundamental y decisiva para el proletariado”, puesto que el determinar si un modo de producción sigue estando en su fase ascendente o está en su fase de decadencia tiene como consecuencia nada menos que saber si sigue siendo progresista para el desarrollo de la humanidad o si ha pasado a la historia. El saber si el capitalismo sigue teniendo algo que ofrecer al mundo o si se ha vuelto caduco acarrea consecuencias radicalmente diferentes para las posiciones y la estrategia del proletariado. Trotski lo tenía perfectamente claro cuando seguía así su reflexión sobre el análisis de la Revolución rusa:
“Si se demuestra que el capitalismo es aún capaz de cumplir una misión de progreso histórico, de hacer más ricos a los pueblos, su trabajo más productivo, esto significa que nosotros, partido comunista de la URSS, nos hemos precipitado en cantar su De Profundis; en otras palabras, que hemos tomado demasiado pronto el poder para realizar el socialismo. Pues, como explicó Marx, ningún régimen social desaparece antes de haber agotado todas sus posibilidades latentes” (Ibíd.)
Deben meditar estas palabras de Trotski aquellos que abandonan la teoría de la decadencia porque, si no, acabarán concluyendo que tenían razón los mencheviques, cuando consideraban que lo que estaba a la orden del día en Rusia no era la revolución proletaria sino la revolución burguesa, que la Internacional comunista basaba sus teorías en ilusiones, que los métodos de lucha del siglo xix siguen siendo válidos, etc. Como marxista consecuente que era, Trotski responde sin vacilar:
“La guerra de 1914 no fue un fenómeno fortuito. Se produjo por el levantamiento ciego de las fuerzas de producción contra las formas capitalistas, incluida la del Estado nacional. Las fuerzas de producción creadas por el capitalismo no pueden mantenerse en el marco de las formas sociales del capitalismo” (ídem).”
Es ese el diagnóstico sobre el fin del papel históricamente progresista del capitalismo y el significado de la Primera Guerra mundial como momento crucial del paso de la ascendencia a la decadencia que entendieron todos los revolucionarios de aquel entonces, con Lenin a la cabeza:
“De liberador de naciones que fue el capitalismo en la lucha contra el régimen feudal, el capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de las naciones. Antiguo factor de progreso, el capitalismo se ha convertido en reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas hasta tal punto que la humanidad no puede más que pasar al socialismo o sufrir durante años, incluso decenas de años, la lucha armada entre “grandes” potencias para seguir manteniendo artificialmente el capitalismo con la ayuda de las colonias, los monopolios, y los privilegios y opresiones nacionales de todo tipo” (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1918, “La guerra actual es una guerra imperialista”).
En efecto, si el capitalismo “se reproduce, reeditando a nivel superior todas sus contradicciones” (Battaglia), no solo se da la espalda a los fundamentos materialistas, marxistas, de la posibilidad de una revolución tal como los acabamos de describir, sino que tampoco se puede entender por qué cientos de millones de hombres decidirán mañana jugarse la vida en una guerra civil para sustituir este sistema por otro, puesto que, como dice Engels,
“mientras un modo de producción se encuentra en la rama ascendente de su evolución, son entusiastas de él incluso aquellos que salen peor librados por el correspondiente modo de distribución. Así ocurrió con los trabajadores ingleses cuando la implantación de la gran industria. Incluso cuando el modo de producción se mantiene simplemente como el socialmente normal, reina en general satisfacción o contentamiento con la distribución, y si se producen protestas, ellas proceden del seno de la clase dominante misma (Saint-Simón, Fourier, Owen) y no encuentran eco alguno en la masa explotada” (F.Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).
Cuando entra el capitalismo en su fase de decadencia está poniendo las bases materiales y (potencialmente) subjetivas para que el proletariado posea las condiciones y las razones de pasar a la acción. En su texto, Engels dice:
“Sólo cuando el modo de producción en cuestión ha recorrido ya un buen trozo de su rama descendente, cuando se está medio sobreviviendo a sí mismo, cuando han desaparecido en gran parte las condiciones de su existencia y su sucesor está llamando a la puerta (...) la tarea de la ciencia económica (...) consiste más bien en exponer los males sociales que ahora destacan como consecuencia necesaria del modo de producción existente, pero también, al mismo tiempo como anuncios de su inminente disolución; y en descubrir, en el seno de la forma de movimiento económico que está disolviéndose, los elementos de la futura nueva organización de la producción y del intercambio, la cual elimina dichos males” (F. Engels, Anti-Duhring, parte II, Objeto y método).
Eso es lo que está olvidándose de hacer Battaglia al abandonar el concepto de decadencia: su “ciencia económica” ya no les sirve para demostrar “los males sociales”, y los primeros anuncios de “la inminente disolución” del capitalismo como nos exhortaban a hacerlo los fundadores del marxismo, sino para servirnos de tapadillo la prosa izquierdista y altermundialista sobre las capacidades del capitalismo para sobrevivir gracias a la financiarización del sistema, sobre la recomposición del proletariado, así como los tópicos sobre las “transformaciones fundamentales del capitalismo” tras la supuesta “tercera revolución industrial” basada en los microprocesadores” y demás “nuevas tecnologías”, etc.:
“La larga resistencia del capital occidental a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) ha evitado hasta ahora el hundimiento vertical que golpeó por el contrario al capitalismo de Estado del imperio soviético. Tal resistencia ha sido posible por cuatro factores fundamentales: 1) la sofisticación de los controles financieros a nivel internacional; 2) una reestructuración en profundidad del aparato productivo que ha acarreado una aumento vertiginoso de la productividad; 3) la demolición consecuente de la composición de clase precedente, con la desaparición de tareas y funciones ya superadas y, la aparición de nuevas tareas, de nuevas funciones y de nuevas figuras proletarias (...). La reestructuración del aparato productivo ha llegado al mismo tiempo que lo que nosotros llamamos la tercera revolución industrial vivida por el capitalismo (...) La tercera revolución industrial está marcada por el microprocesador” (Prometeo n° 8, “Proyecto de Tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
Además, cuando Battaglia aún defendía el concepto de decadencia, afirmaba claramente que “ambas guerras mundiales y la crisis son la prueba histórica de lo que significa en el ámbito de la lucha de clases la permanencia de un sistema económico decadente como lo es el sistema capitalista” (17), mientras que tras haberlo abandonado considera ahora que “la solución militar aparece como el principal medio para resolver los problemas de valorización de capital” o, como está dicho en la Plataforma del BIPR (1979), que “la guerra global puede ser para el capitalismo una vía momentánea para resolver sus contradicciones”.
Mientras que en su IVº Congreso, Battaglia, en sus “Tesis sobre los sindicatos hoy y la acción comunista” (18), era todavía capaz de poner de relieve esta cita de su Conferencia sindical de 1947:
“En la fase actual de decadencia de la sociedad capitalista, el sindicato está llamado a ser un instrumento esencial de la política de conservación y en consecuencia a asumir funciones precisas de organismo del Estado”,
considera ahora que el sindicato seguiría teniendo un papel de defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera mientras la curva pluridecenal de la tasa de ganancia esté en alza:
“Todo lo que las luchas sindicales han conseguido en el terreno del reformismo, es decir, en el terreno de la mediación sindical e institucional, en áreas como la sanidad, en prevención y asistencia, en la escuela, en la fase ascendente del ciclo (años 1950 y en parte 1970)”
y un papel contrarrevolucionario cuando esa curva se orienta hacia abajo
“El sindicato – desde siempre instrumento de mediación entre el capital y el trabajo en lo que respecta al precio y las condiciones de venta de la fuerza de trabajo – ha modificado, no la sustancia, sino el sentido de la mediación: ya no están representados y defendidos los intereses obreros ante el capital, al contrario, los intereses del capital se defienden y ocultan ante la clase obrera. Esto es así porque – especialmente en los periodos de crisis del ciclo de acumulación – la simple defensa de los intereses inmediatos de los obreros contra los ataques del capital pone en cuestión la estabilidad y la supervivencia de las relaciones capitalistas” (Citas extraídas de Prometeo n°8, “Proyecto de Tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
Los sindicatos tendrían entonces una función doble según la orientación de la curva de la cuota de ganancia... ¡Hay que ver los estragos que hace el materialismo vulgar!
¡Battaglia reconsidera incluso el carácter de los partidos estalinistas y socialdemócratas! Ahora los presenta como partidos ¡que han defendido los intereses inmediatos de los obreros!, puesto que
“juegan el papel de mediadores de los intereses inmediatos del proletariado en el seno de las democracias occidentales, en forma coherente con el papel clásico de la socialdemocracia”;
cuando, tras la caída del muro de Berlín,
“El fracaso del ‘socialismo real’ los ha conducido a mantener su papel de partidos nacionales pero también al abandono de la clase en tanto que objeto de mediación democrática (...) El hecho es que la clase obrera se encuentra también privada de los instrumentos de mediación política en el seno de las instituciones burguesas y, por tanto, completamente abandonada a los ataques cada vez más violentos del capital” (Prometeo n° 8, artículo citado).
El sueño se vuelve pesadilla. ¡Ahora se pone Battaglia a lloriquear sobre la desaparición de un supuesto papel de defensores de los intereses inmediatos de los obreros en las instituciones burguesas, papel que habrían asumido ¡estalinistas y socialdemócratas!
Asimismo, en lugar de comprender la instauración del sistema del seguro social a finales de la Segunda Guerra mundial como una política de capitalismo de Estado particularmente viciosa para transformar la solidaridad de la clase obrera en dependencia económica hacia el Estado, Battaglia la considera como una conquista obrera, una verdadera reforma social:
“Durante los años 50, las economías capitalistas arrancaron de nuevo (...) Ello se tradujo de forma evidente en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores (seguridad social, convenios colectivos, revisiones de salarios...). Estas concesiones fueron hechas por la burguesía, bajo la presión de la clase obrera...” (BIPR, Bilan et Perspectives, n° 4).
Y para colmo, Battaglia hasta considera que los “convenios colectivos”, acuerdos que permiten a los sindicatos desempeñar su papel policíaco en las fábricas, han de considerarse como “logros sociales ganados en reñida lucha”.
No podemos detallar aquí todas las regresiones políticas de Battaglia consecuentes de su abandono definitivo del marco conceptual de la decadencia del capitalismo para la elaboración de las posiciones de clase; ya volveremos sobre éstas en otros artículos, aquí solo se trata de ilustrar mediante unos ejemplos claros para el lector que el camino es muy corto entre ese abandono y la defensa abierta de posiciones típicamente izquierdistas, ¡pero que muy corto!. Después de todo esto, cuando Battaglia nos dé la tabarra en páginas y más páginas con aquello de que es necesario comprender las nuevas evoluciones del mundo que nosotros seríamos incapaces de comprender (19), no se da cuenta de que al abandonar el marco de análisis de la decadencia del capitalismo, está siguiendo el mismo camino que el reformismo de finales del xix: también fue en nombre de la “comprensión de las nuevas realidades de finales del siglo xix” con lo que Bernstein y Cía. justificaron su revisión del marxismo. Al dejar de lado definitivamente la teoría de la decadencia, Battaglia cree haber dado un gran paso adelante en la comprensión de “las nuevas realidades del mundo actual”, y lo que en realidad está haciendo es volver al siglo xix. Si “comprender las nuevas realidades del mundo” significa cambiar el enfoque marxista por los lentes del izquierdismo, ¡allá ellos!. En esto puede comprobarse cómo la ausencia repetida de la noción de decadencia en sus sucesivas plataformas (excepto en la declaración de principios en la época de las Conferencias internacionales de grupos de la Izquierda comunista) es la causa de todos los tumbos oportunistas que va dando Battaglia de acá para allá desde sus orígenes.
Detrás de sus pretensiones teóricas, las críticas de Battaglia Comunista al concepto de decadencia no son sino repeticiones de las ya enunciadas por Bordiga hace cincuenta años. Battaglia está así volviendo a su matriz bordiguista de origen. La crítica del pretendido “fatalismo” intrínseco a la teoría de la decadencia, ya la hizo Bordiga en la reunión de Roma de 1951:
“La afirmación corriente de que el capitalismo se encuentra en su rama descendente y no puede remontarla contiene dos errores: uno fatalista y otro gradualista”.
Y la otra crítica de Battaglia a la teoría de la decadencia según la cual el capitalismo
“recibe nuevas fuerzas gracias a la destrucción de capitales y de medios de producción excendentarios”
y así
“el sistema económico se reproduce, elevando a un nivel superior todas sus contradicciones”,
ya la había enunciado Bordiga en esa misma reunión romana de hace 50 años:
“La visión marxista puede representarse con toda una ramificación de curvas ascendentes hasta la cima...” y en su Diálogo con los muertos: “...el capitalismo crece sin cesar más allá de cualquier límite...”.
Sin embargo ésa no es la visión del marxismo ni de Marx, como ya hemos visto:
“la universalidad hacia la que tiende el capital encuentra límites inherentes a su naturaleza, los cuales en un cierto estadio de su desarrollo, le hacen aparecer como el mayor obstáculo a esta tendencia y lo empujan a su autodestrucción” (Principios de una crítica a la economía política, Proyecto 1857-1858) (20),
ni para Engels:
“El modo de producción capitalista (...) por su propia evolución, tiende hacia un punto en el que el mismo se convierte en imposibilidad” (Anti-Durhing, parte II, Objeto y método) (21).
Lo que afirma el marxismo no es que el triunfo de la revolución comunista sea algo inevitable a causa de las contradicciones mortales que llevan al capitalismo a un punto en el que él mismo se convierte en imposibilidad (Engels) y a su autodestruccción (Marx), sino que, si el proletariado no estuviera a la altura de su misión histórica, el porvenir no sería el de un capitalismo que “se reproduce, reeditando a un nivel superior sus contradicciones” y que “crece más allá de todo límite “ como lo pretenden Battaglia y Bordiga, sino que el futuro del capitalismo sería la barbarie, la barbarie de verdad: la que no ha cesado de aumentar desde 1914, desde las orgías carniceras de Verdún hasta los genocidios de Ruanda y de Camboya, pasando por el Holocausto, el Gulag e Hiroshima. Comprender qué significa la alternativa Socialismo o Barbarie, es comprender la decadencia del capitalismo.
Cuando la adulación servil sirve de línea política
En el artículo precedente así como en su primera parte (Revista internacional n°119) examinamos detalladamente por qué Battaglia Comunista, con el pretexto de “redefinir el concepto”, abandonaba la noción marxista de decadencia, meollo del análisis materialista histórico de la evolución de los modos de producción en la historia. También mostrábamos el método típicamente parásito usado por la Ficci de lisonjear para obtener los favores del BIPR. La Ficci ha vuelto a sacar el cepillo pelotillero en su boletín n°26 (“Comentarios sobre un artículo del BIPR: Hundimiento automático o revolución proletaria”). El artículo de Battaglia es saludado efusivamente “Queremos saludar y subrayar la importancia de la publicación de este artículo...” y no, desde luego, por lo que es ese artículo, o sea, la expresión de una grave deriva oportunista al desviarse del materialismo histórico en la comprensión de las condiciones políticas, sociales y económicas de la sucesión de los modos de producción. La Ficci se atreve incluso a afirmar, con el vil descaro que la caracteriza, que Battaglia en su artículo “...reconoce explícitamente la existencia de una fase ascendente y otra, decadente, en el capitalismo”. Por parte nuestra, no tomamos a los lectores por tontos de solemnidad como lo hace la Ficci, sino que les dejamos que juzguen por sí mismos sobre esa afirmación tras haber leído nuestras críticas en estos dos artículos (22).
Evidentemente, como lo exige el método parásito, la tonadillita de alabanzas a Battaglia tenía que venir acompañada del rebuzno contra la CCI: se nos acusa ahora de desarrollar una “nueva teoría sobre el desmoronamiento automático del capitalismo” (Bulletin communiste n°26, “Commentaires...”) sirviendo así de eco a la crítica de fatalismo hecha por Battaglia hacia el concepto marxista de decadencia y, de rebote, su rechazo al concepto marxista de descomposición: “No podemos terminar este rápido vuelo sobre las teorías del “desmoronamiento” sin evocar la teoría sobre la descomposición social que defiende la actual CCI (...) queremos justo atraer la atención sobre cómo esta teoría (...) se ha ido convirtiendo cada vez más en una teoría con características semejantes a las teorías del hundimiento en el pasado (...) Y es cierto, como lo señala el BIPR, que tanto la teoría del “hundimiento” como la de la “descomposición” acaban teniendo repercusiones negativas en el plano político, al generar la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo basta con sentarse a la orilla” (Bulletin communiste n°26, idem). Y la Ficci repite erre que erre que la CCI “se niega a contestar a la pregunta fundamental que nosotros planteamos: la introducción “oficial” por el XVº congreso de la CCI de una tercera vía que sustituye la alternativa histórica “guerra o revolución” ¿es o no es una revisión del marxismo?” (Bulletin communiste n°26, “La vérité se lit parfois dans les détails”). Precisemos que en su XVº congreso, en el fondo, lo único que la CCI hizo fue afirmar lo que el marxismo ha defendido siempre desde el Manifiesto comunista, o sea que “una transformación revolucionaria de la sociedad entera” (Marx) no tiene nada de ineluctable, pues, como decía él, si las clases en lucha no encuentran las fuerzas necesarias para zanjar las contradicciones socioeconómicas, la sociedad se hunde entonces en un caos que será la “ruina de las diferentes clases en lucha” (Marx). Marx con eso no defendía una fantasmagórica “tercera vía”, sino que era sencillamente consecuente con el materialismo, el cual rechaza de plano la visión fatalista según la cual les contradicciones sociales se resolverían “automáticamente” con la victoria de una de las dos clases fundamentales en lucha. En efecto, para la Ficci, nosotros nos negaríamos a “reconocer que “el atolladero histórico” sólo podría ser momentáneo” (Bulletin communiste n°26, “Commentaire...”). Efectivamente, junto con Marx, nos negamos a sólo considerar unilateralmente un “atolladero histórico momentáneo” y como aquél pensamos que un bloqueo de la relación de fuerzas entre clases puede así perdurar y desembocar en “la ruina de las diferentes clases en lucha”. A partir de ahí, y parafraseando a la Ficci, le devolvemos la pregunta: la introducción por parte de la Ficci de la idea de que “el atolladero histórico solo puede ser momentáneo” ¿es o no es una revisión del marxismo?.
En realidad, en su dinámica parásita y destructiva del medio político proletario, la Ficci no se dedica a “debatir” como así lo pretende, sino que usa cualquier cosa para hacer real su delirio de una pretendida “degeneración” de nuestra organización, poniendo así al desnudo su ignorancia de las bases elementales del materialismo histórico e, igual que en la fábula, ni se entera de que va cabalgando el engendro que denuncia en los demás sin ton ni son: el engendro del automatismo y el fatalismo en la resolución de las contradicciones históricas entre las clases.
En nuestro artículo de la Revista internacional n°118 demostramos, apoyándonos en incontables citas de toda su obra, incluidos el Manifiesto y el Capital, que el concepto de decadencia de un modo de producción tiene su verdadero origen en Marx y Engels. En su cruzada contra nuestra organización, la Ficci no vacila en ir en el sentido de los argumentos de corrillos academicistas y parásitos que consisten en decir que el concepto de decadencia tiene sus orígenes fuera de los trabajos de los fundadores del marxismo. En efecto, para la Ficci (Bulletin communiste n°24, abril 2004), la teoría de la decadencia habría nacido a finales del siglo xix “nosotros hemos presentado el origen de la noción de decadencia en torno a los debates sobre el imperialismo y la alternativa histórica de guerra o revolución, que hubo a finales del siglo xix ante las profundas transformaciones vividas entonces por el capitalismo” contribuyendo así a la misma idea defendida por Battaglia (Internationalist communist n°21) de que el concepto de decadencia es “tan universal como confuso (...) ajeno al método y al arsenal de la crítica de la economía política” que no desempeña “ningún papel en el terreno de la economía política militante, del análisis profundo de los fenómenos y de las dinámicas del capitalismo”, que está “fuera del materialismo histórico” y que, encima, no aparece “nunca en ninguno de los tres volúmenes que componen el Capital” y que Marx sólo evocaría la noción de decadencia en un único lugar en toda su obra: “Marx se limitó a dar una definición progresista del capitalismo sólo para la fase histórica durante la que eliminó el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso período de desarrollo de las fuerzas productivas inhibidas por la forma económica precedente, pero no hizo ningún avance en una definición de la decadencia, si no fue de manera puntual en la famosa Introducción a la crítica de le economía política”. Entre la adulación vil y la prostitución solo hay un paso. La Ficci, que tiene la cara de presentarse como gran defensora de la teoría de la decadencia, lo ha dado.
C. Mcl.
1)Especialmente en los dos artículos siguientes: Prometeo nº 8, serie VI (dic. de 2003) “Para una definición del concepto de decadencia” escrito por Damen jr. (disponible en italiano y francés en el sitio web del BIPR http//www.ibrp.org [209] y en inglés en Revolutionary Perspectives nº 32, serie 3, e Internationalist Communist nº 21, “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”, escrito por Stefanini jr. disponible en las páginas en francés del sitio Web del BIPR
2) “El trabajo en las organizaciones económicas sindicales de los trabajadores, con vistas a su desarrollo y reforzamiento, es una de las primeras tareas políticas del Partido. (...) El Partido aspira a la reconstrucción de una Confederación sindical unitaria (...) los comunistas proclaman de forma abierta que la función del sindicato no se completa y realiza más que cuando su dirección está en manos del partido político de clase del proletariado” (punto 12 de la Plataforma política del Partido comunista internacionalista, 1946)
3)”Tras una amplia discusión del problema sindical, la Conferencia somete a la aprobación general el punto 12 de la Plataforma política del Partido y le da mandato al Comité central para elaborar un programa sindical consecuente con esta orientación” (Actas de la Primera Conferencia nacional del PCInt).
4)“En conclusión, si no fue la emigración política, que se había encargado exclusivamente del trabajo de la Fracción de izquierdas, la que tomó la iniciativa de constitución del Partido comunista internacional en 1943, ésta se hizo sin embargo en bases que aquella defendió de 1927 hasta la guerra” (Introducción a la Plataforma política del PCInt, publicación de la Izquierda comunista internacional, 1946).
5) Léase por ejemplo el interesante estudio sobre “la acumulación decadente” en l’Internationaliste (1946), boletín mensual de la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional, o su primer folleto nombrado Entre dos mundos, publicado en diciembre del 46: “La lucha es entre dos mundos: el mundo capitalista decadente y el mundo proletario en potencia (...) Desde la crisis de 1913, el capitalismo ha entrado en su fase de decadencia”.
6) ¿Por qué tanta heterogeneidad y cacofonía política? En realidad, la fundación del Partido comunista internacionalista data de su Primera Convención en Turín en 1943 y de su Primera Conferencia nacional en 1945 con la adopción de su Plataforma política. En un reagrupamiento heteróclito de camaradas y núcleos procedentes de horizontes y posiciones diversos, que reúne desde grupos de la Italia del Norte influidos por las posiciones de la Fracción en el extranjero (1928-45) hasta antiguos militantes procedentes de la disolución prematura de ésa en 1945, pasando por grupos del Sur de Italia con Bordiga que consideraban aún posible la recuperación de los Partidos comunistas y seguían confusos sobre la naturaleza de la URSS, por elementos de la minoría expulsada de la Fracción en 1936 por su participación a las milicias republicanas durante la guerra de España y por la tendencia Vercesi que había participado en el Comité antifascista de Bruselas. Con bases organizativas y programáticas tan heterogéneas, resulta claro que se acaba escogiendo el mínimo denominador común... No puede uno esperar de semejante agrupación una claridad programática a toda prueba, particularmente sobre el tema de la decadencia.
7) Disponible en francés el sitio web de Battaglia: “Tesis sobre el sindicato hoy y la acción de los comunistas”. Semejantes contradicciones con el punto 12 de la plataforma de 1945 sobre política sindical también están presentes en el Informe presentado por la Comisión ejecutiva del “Partido” sobre “La evolución del sindicato y las tareas de la Fracción sindical comunista internacionalista” publicado por Battaglia comunista nº 6, 1948, publicado también en francés en Bilan et Perspectives nº 5, noviembre del 2003.
8) Para más detalles sobre la historia de la fundación del Partido comunista internacionalista y su escisión entre Partido comunista internacional (Programa comunista) y Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista), véase nuestro folleto sobre La Izquierda comunista de Italia, así como los artículos “Las ambigüedades sobre los “partisanos” en la constitución del PCInt en Italia del 43”, publicado en la Revista internacional nº 8, “Una caricatura de partido, el partido bordiguista”, Revista internacional nº 14, “Problemas actuales del medio revolucionario”, Revista internacional nº 32, “Contra la concepción del jefe genial”, Revista internacional nº 33, “Respuesta a Battaglia” y “Contra la concepción de la disciplina del PCInt”, Revista internacional nº 34, Sobre el Segundo Congreso del PCInt”, Revista internacional nº 90, “En los orígenes de la CCI y del BIPR”, Revista internacional nº 90, “La formación del PCInt”, Revista internacional nº 91, “Entre las sombras del bordiguismo y de sus epígonos”, Revista internacional nº 95, “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (I)”, Revista internacional nº 103, “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido (II)”, Revista internacional nº 105.
9) “La doctrina del diablo en el cuerpo”, 1951, reproducido en le Prolétaire nº 464 (en francés), “El cambio de la praxis en la teoría marxista”, Programme communiste nº 56 (revista teórica del PCInt en francés), así como en las reseñas de la reunión de Roma de 1951 publicadas en Invariance no 4.
10) Hubo tres conferencias, la primera en abril-mayo del 77, la segunda en noviembre del 78 y la tercera en mayo del 80. En ésta, Battaglia añadió un criterio suplementario de participación para así eliminar a nuestra organización, según sus propios términos. De las cinco organizaciones que participaban (BC, CWO, CCI, NCI, l’Eveil + el GCI como grupo observador), solo dos (Battaglia y la CWO) aceptaron ese criterio suplementario que no fue entonces adoptado formalmente por la Conferencia. Más allá de la cuestión formal, ese truco para evitar la confrontación marcó el fin del ciclo de clarificación política. La cuarta conferencia, a iniciativa de lo CWO y de BC, sólo reunirá a esas dos organizaciones y a una oscura organización iraní de estudiantes maoístas (el SUCM) que desaparecerá poco después. El lector puede referirse a las reseñas de esas Conferencias así como a nuestros comentarios en las Revista internacional nº 10 (Primera conferencia), 16 y 17 (Segunda conferencia), 22 (Tercera conferencia) así como a las 40 y 41 con comentarios sobre la Cuarta conferencia.
11) “Ahora que la crisis del capitalismo ha alcanzado una dimensión y profundidad que confirman su carácter estructural se plantea de nuevo la necesidad de una comprensión correcta de la fase histórica en que vivimos como fase de decadencia del sistema capitalista” (“Notas sobre la decadencia...”, Prometeo nº 1, serie IV, 1er semestre del 78); “La afirmación de la dominación del capital monopolístico confirma el principio de la decadencia de la sociedad burguesa. Una vez alcanzada su fase de monopolio, el capitalismo ya pierde toda función progresiva; esto no significa que impida el desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, sino que las condiciones del desarrollo de las fuerzas productivas dentro de las relaciones burguesas de producción solo se hace en una continua degradación de la vida de la mayoría de la humanidad hacia la barbarie”, Prometeo nº 2, serie IV, marzo del 79).
12) Citemos los textos de presentación de Battaglia cuando la primera y segunda Conferencias: “Crisis y decadencia”: “Cuando empezó esto a manifestarse, el capitalismo dejó de ser un sistema progresivo, o sea necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, y entró en una fase de decadencia caracterizado por los intentos de resolver sus propias contradicciones insolubles, dándose nuevas formas organizativas desde un punto de vista productor (...) Efectivamente, la intervención progresiva del Estado en la economía ha de ser considerada como la marca de la imposibilidad de resolver las contradicciones que van acumulándose en las relaciones de producción y es entonces la manifestación de su decadencia” (primera Conferencia); “Monopolio y decadencia”: “Es precisamente en esta fase histórica cuando el capitalismo entra en su fase de decadencia (…) Dos guerras mundiales y esta crisis son la prueba histórica de lo que significa para la lucha de clases la permanencia de un sistema económico decadente como el sistema capitalista” (Segunda conferencia).
13) “La Primera Guerra mundial, resultado de la competencia entre Estados imperialistas, marcó un giro decisivo en los desarrollos capitalistas (...). Se entró entonces en un nuevo período histórico, el del imperialismo en el que cada Estado forma parte de un sistema económico global y no puede escaparse a las leyes económicas que lo rigen en su conjunto (...). Se acabó desde hace muchos decenios la época en la que las luchas de liberación nacional podían ser un factor de progreso en el mundo capitalista (con la Primera Guerra mundial de 1914). (...) Con la fundación de la Tercera internacional fue proclamada la era de la revolución proletaria mundial y esto afirmó la victoria de los principios marxistas; a partir de entonces, la actividad de los comunistas debía dirigirse exclusivamente hacia la destrucción de la sociedad burguesa para crear las condiciones de la construcción de una sociedad nueva”.
14) En “Respuestas a las estúpidas acusaciones de una organización en vías de desintegración”, en el sitio web del BIPR.
15) Disponible en francés en Internet: https://www.geocities.com/CapitolHill/3303/ [253] francia/crises_du_cci.htm.
16) Ya hemos visto en el artículo publicado en la Revista internacional nº 118 que Battaglia había leído muy mal El Capital, en el que la noción de decadencia aparece claramente en varios momentos. Pero quizás tenemos que hacer la penosa constatación de que Battaglia haciendo ridículos aspavientos, intenta protegerse abusivamente con la autoridad de nuestros “maestros” ante los jóvenes elementos en búsqueda de posiciones de clase. En el primer artículo de esta serie, comentamos más de veinte citas repartidas en la obra de Marx y Engels, desde la Ideología alemana hasta el Capital, pasando por el Manifiesto, el Anti-Duhring, etc., y citamos amplios extractos de un estudio específico de Engels llamado “La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía”.
17) Texto de presentación de Battaglia en la IIª Conferencia de grupos de la Izquierda Comunista.
18) Disponible en: www.internazionalisti.it/BIPR [254].
19) “[La CCI]... es una organización cuyas bases metodológicas y políticas situadas fuera del materialismo histórico e incapaz de explicar la sucesión de los acontecimientos del ‘mundo moderno’...” (Internationalist Communist n°21).
20) Obra conocida sobre todo por Grundrisse.
21) Por nuestra parte, al habernos comprometido a redactar una larga serie de artículos en defensa del materialismo histórico en le análisis de la evolución de los modos de producción, la relectura de las obras de Marx y Engels nos hacen descubrir y volver a descubrir una y otra vez con el mayor placer la gran cantidad de citas de esas obras que confirman plenamente lo que en estos artículos desarrollamos. Por eso reiteramos aquí nuestra invitación a todos los censores de la teoría de la decadencia a que pongan una detrás de otra, como así lo hemos hecho nosotros, las citas de los fundadores que puedan confirmar sus conceptos tan especiales sobre el materialismo histórico.
22) En realidad la Ficci sabe de sobra que Battaglia, so pretexto de redefinir la noción, está abandonando el concepto marxista de decadencia. Su apoyo y coba al BIPR sólo le sirve para adquirir una legitimidad política ante grupos de la Izquierda comunista que no defienden o han dejado de defender la teoría de la decadencia, para así ocultar sus métodos de hampones, rateros y soplones.
¡Más de 200.000 muertos! ¡Millones de personas amenazadas por las enfermedades, el hambre, el desempleo, que, además, ya han perdido lo poco que tenían!
Manifestamos nuestro dolor por esta nueva catástrofe que golpea a la humanidad. El maremoto era un fenómeno inevitable pero la indefensión de las víctimas, la falta de medidas de prevención, el estado lamentable de las viviendas etc., todo eso era evitable. También es evitable el abandono en el que han quedado la inmensa mayoría de las víctimas que, pasados los primeros días donde los medios de “comunicación” se volcaban con imágenes de explotación morbosa, ahora se han quedado solos, sin medios, en una situación de miseria mucho peor que antes.
¡Una catástrofe natural se ha convertido en una terrible catástrofe social que se une a la larga y terrible lista de matanzas por las guerras y otras catástrofes que no tienen nada de naturales sino que son sociales, es decir, causadas por las relaciones sociales de producción capitalista!.
Por eso decimos que el capitalismo es culpable de la catástrofe social como es igualmente culpable de desviar los recursos técnicos y científicos que ha desarrollado la humanidad hacia la guerra, la especulación y el negocio, cuando podrían dedicarse al desarrollo y bienestar de todos los seres humanos.
Este trágico acontecimiento no puede dejarnos indiferentes, tenemos que expresar nuestra solidaridad con las víctimas haciéndonos eco del impulso de solidaridad que ha manifestado mucha gente en todo el mundo.
Ahora bien ¿qué solidaridad? ¿la de los Estados que han utilizado hipócritamente la “ayuda humanitaria” como medio de enviar tropas y ocupar posiciones imperialistas en esa zona estratégica del mundo? ¿la de las ONG que no hacen más que poner remiendos que no resuelven nada y solo buscan su propio prestigio?
La auténtica solidaridad es desarrollar la lucha contra este sistema social, el capitalismo, basado en la explotación del hombre por el hombre, en el sacrificio de la vida para las leyes ciegas del mercado, en la división del mundo en Estados que utilizan a sus poblaciones respectivas como carne de cañón para repartirse el mundo, que han convertido el planeta en un campo de batalla causando sufrimientos cada vez mayores.
El desarrollo de esta solidaridad debe apoyarse en la comprensión de qué está pasando:
¿Cómo es posible que un fenómeno natural, el tsunami, se haya podido transformar en una gigantesca catástrofe social?
Ante el formidable desarrollo de la tecnología ¿podemos creernos realmente que era imposible prever la llegada del maremoto? ¿Podemos creer en la “fatalidad”? ¿Podemos aceptar que no había nada o muy poco que hacer para proteger a las poblaciones?
¿Quién es el verdadero responsable del desastre? ¿Tal o cual gobierno? ¿Tal o cual Estado? ¿Tal o cual empresa? ¿O es el sistema capitalista en su totalidad?
¿Cómo podemos evitar la repetición de catástrofes de este tipo?
Al mismo tiempo que en Asia ocurría el maremoto, en Argentina tenía lugar otra catástrofe que ha golpeado sobre todo a hijos de proletarios: la matanza de la discoteca, provocada directamente por la sed de beneficio de los capitalistas y la corrupción y la complicidad de los políticos. Es un sujeto que también se puede abordar en la discusión.
Para responder a estas y otras cuestiones que los asistentes deseen plantear, la Corriente Comunista Internacional organiza Reuniones Públicas en numerosos países. En Argentina:
Buenos Aires: sábado 19 de febrero 2005 19 horas Salón KUMON calle Rioja 117
El año 2005 es rico en aniversarios macabros. La burguesía acaba de celebrar uno de ellos, la liberación de los campos de concentración nazis en enero de 1945, con un fasto que ha superado el de las ceremonias del cincuentenario. No es de extrañar, desde luego, pues la exhibición de los crímenes monstruosos del adversario que salió derrotado de la Segunda Guerra mundial es el medio más seguro para absolver a los Aliados de sus propios crímenes contra la humanidad, cometidos durante la guerra misma y desde entonces, y presentar los valores democráticos como garantías de la civilización frente a la barbarie. Por razones similares, podemos suponer que el aniversario de la capitulación de Alemania de mayo de 1945 tenga también un especial boato. La Segunda Guerra mundial, de igual modo que la primera, fue una guerra imperialista, que enfrentó a bandidos imperialistas y la hecatombe que provocó (50 millones de muertos) confirmó de una manera tan dramática la quiebra del capitalismo. Y si hoy la burguesía está obligada a dar semejante amplitud a las conmemoraciones de la Segunda Guerra mundial, es precisamente porque las patrañas con las que se ha envuelto aquella barbarie tienen tendencia a gastarse. Empiezan ahora a evocarse evidencias negadas u ocultadas durante largo tiempo, como el hecho de que los Aliados conocían a la perfección la existencia de los campos de exterminio y que no hicieron nada para ponerlos fuera de uso, lo cual plantea la cuestión de la corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto. Les incumbe a los revolucionarios, que fueron los primeros en erguirse para denunciar la barbarie de ambos bandos, proseguir un combate contra unas mentiras de la burguesía cuyo objetivo es mantener ocultos los crímenes de los Aliados o minimizar su realidad. Les incumbe también dejar patente la inconsistencia de todos los intentos de la burguesía por “excusar” los actos de barbarie del bando “democrático”
¿Por qué tanto ruido sobre la liberación de los campos de concentración?
La conmemoración del 60º aniversario del desembarco aliado de junio de 1944 tuvo ya una amplitud que superó la del cincuentenario (1). Consciente de que el recuerdo de ese acontecimiento debe mantenerse permanentemente fresco en el cerebro de los vivos, la burguesía no escatimó medios para reavivar la imagen de todos aquellos jóvenes reclutas que, imaginándose que combatían por “la libertad de sus semejantes”, fueron aplastados por decenas de miles en las playas del desembarco. Para la burguesía, es de la mayor importancia que se mantenga en las conciencias de las nuevas generaciones, la mitología que permitió alistar a sus mayores que pensaban que combatir el fascismo en el campo democrático (2) era defender la dignidad humana y la civilización contra la barbarie. Por eso no le basta a la clase dominante con haber utilizado como carne de cañón a la clase obrera inglesa, americana, alemana (3), rusa o francesa, sino que es ahora a las generaciones actuales de proletarios a las que aquélla dirige en primer lugar su infecta propaganda. En efecto, aunque hoy no esté todavía dispuesta a sacrificarse por los intereses de económicos e imperialistas de la burguesía, la clase obrera sigue siendo permeable al embuste de que no sería el capitalismo la causa de la barbarie en el mundo, sino ciertos poderes totalitarios, enemigos jurados de la democracia. La tesis del carácter “único” del genocidio judío (y por lo tanto en nada comparable a otro genocidio) desempeña un papel central en la persistencia actual de la mistificación democrática. En efecto, fue gracias a su victoria sobre el régimen totalitario exterminador del pueblo judío si el campo aliado y su ideología democrática, lograron imponer la patraña de que ellos eran las garantías contra la suprema barbarie.
Justo después de la Segunda Guerra mundial, incluso en las dos décadas siguientes, denunciar en el mismo plano la barbarie de los Aliados y la de los nazis sólo lo hacían unas pequeñas minorías, limitadas prácticamente al medio revolucionario internacionalista (4). Esto iba a ir cambiando paulatinamente con la puesta en entredicho, consecuencia del resurgir internacional del proletariado en 1968, de toda una serie de mistificaciones y mentiras forjadas y alimentadas durante casi medio siglo de contrarrevolución (y en primer lugar, la mentira del carácter socialista de los países del Este). Y tanto más por cuanto la serie continua de conflictos bélicos desde la Segunda Guerra mundial, en la que los grandes países democráticos aparecían como los pioneros de la barbarie (Estados Unidos en Vietnam, Francia en Argelia…) (5), abrieron el camino a la reflexión crítica. El incremento de la barbarie y del caos desde los años 90 aparece, a pesar del despliegue de la mentira democrática alimentada por el desmoronamiento del estalinismo, como el remate del siglo más sanguinario de la historia (6). Desde hace 15 años, grandes potencias, a menudo “democráticas”, han acumulado unas responsabilidades evidentes en el desencadenamiento de los conflictos: Estados Unidos y tras ellos la coalición anti Sadam en la primera guerra en Irak que hizo 500 000 muertos; las grandes potencias occidentales en Yugoslavia (en dos ocasiones) con sus “limpiezas étnicas” y entre éstas la del enclave de Srebrenica en 1993, cometido por Serbia, sí, pero con el apadrinamiento de Francia y Gran Bretaña; el genocidio de Ruanda coordinado por Francia y que hizo un millón de víctimas (7); la guerra en Chechenia con su limpieza étnica también realizada por Rusia; y la última intervención, tan actual y tan brutal, de Estados Unidos y Gran Bretaña en Irak. En algunos de esos conflictos se asiste incluso a la repetición del guión de la Segunda Guerra mundial, designando un dictador para que cargue con todas las responsabilidades de las hostilidades y de las matanzas: Sadam Husein en Irak, Milosevic en Yugoslavia. Poco importa si, antes, el dictador había sido un tipo respetable para esas democracias que mantenían con él unas cordiales relaciones antes de darle un mejor uso como cabeza de turco.
En esas condiciones, no es de extrañar que la píldora del carácter “único” del genocidio judío sea cada vez más difícil de tragar para quienes no hayan sufrido una matraca ideológica embrutecedora durante una vida entera. Concebir el Holocausto como una ignominia especialmente abominable en medio de un océano de barbarie, y no como algo particular, supone que se posee un sentido crítico que no ha sucumbido frente a las campañas de culpabilización y de intimidación más asquerosas de la burguesía con las que pretende hacer pasar por “indiferentistas”, por “negacionistas” (que ponen en entredicho la realidad del Holocausto), por antisemitas o neonazis a quienes rechazan y condenan tanto al campo de los Aliados como al de los fascistas. Por esta razón las nuevas generaciones son más capaces de librarse de las mentiras que han emponzoñado las conciencias de sus mayores, como dan testimonio algunos comentarios de profesores de secundaria que dan las clases sobre la Shoah :
“Es difícil hacer que admitan [los alumnos] que es un genocidio diferente de los demás” (le Monde del 26 de enero, “La actitud refractaria de algunos alumnos obliga a los profesores a revisar sus clases sobre la Shoah”).
Por eso, para entorpecer el camino de una toma de conciencia sobre la naturaleza real de la segunda carnicería mundial y la democracia, la burguesía que hacer jugar a fondo la emoción que inevitablemente provoca el recuerdo y la descripción del sufrimiento de millones de desaparecidos en los campos de concentración, desviando la responsabilidad real de esos horrores y los de toda la guerra hacia un dictador, un régimen, un país, para así excusar a un sistema, el capitalismo. Y para hacer que esa puesta en escena sea lo más eficaz posible, había que seguir ocultando y deformando la realidad de los crímenes de las grandes democracias durante la Segunda Guerra mundial.
Tras el terror y la barbarie de los Aliados y del nazismo, la misma razón de Estado
La experiencia de dos guerras mundiales muestra que tuvieron características comunes que explican el grado alcanzado en la barbarie y del que son responsables todos los campos presentes:
• El armamento incorpora el grado más elevado de la tecnología, y, como el conjunto del esfuerzo de guerra, canaliza todos los recursos y fuerzas de la sociedad. Los progresos de la tecnología que hubo entre la Primera y la Segunda Guerra mundial, sobre todo en la aviación, hicieron que los enfrentamientos bélicos no se limitaran ya, esencialmente, a campos de batalla en los que se enfrentan los ejércitos enemigos, sino que es toda la sociedad la que acaba siendo teatro de operaciones;
• Un grillete de hierro comprime la sociedad entera para que se pliegue ante todas las exigencias extremas del militarismo y de la producción de guerra. La manera con la que eso se llevó a cabo en Alemania es un modelo llevado al extremo. En efecto, a medida que se incrementan las dificultades militares, las necesidades de mano de obra se van a intensificar cada vez más. Para satisfacerlas, a lo largo del año 1942, los campos de concentración se convierten en un inmenso almacén de material humano barato, renovable indefinidamente y explotable sin límites. Así, la tercera parte como mínimo de los obreros empleados por las grandes compañías como Krupp, Heinkel, Messerschmitt o IG Farben eran deportados (8).
• Se usan todos los medios, hasta los más extremos, para imponerse militarmente: gases asfixiantes durante la Primera Guerra mundial, unos gases que hasta su primer uso se consideraban como el arma absoluta que no se usaría nunca; la bomba atómica, el arma absoluta, contra Japón en 1945. Menos conocidos, pero más mortíferos todavía, fueron los bombardeos de Segunda Guerra mundial de ciudades y poblaciones civiles con el objetivo de aterrorizarlas y diezmarlas. Inaugurados por Alemania sobre las ciudades de Londres, Coventry y Rótterdam, fueron sistematizados y perfeccionados por el Reino Unido, cuyos bombarderos desencadenarían verdaderos huracanes de fuego en el corazón de las ciudades alcanzando unas temperaturas de más de mil grados en medio de unas espantosas hogueras.
“Los crímenes alemanes o soviéticos no pueden hacer olvidar que los propios Aliados fueron habitados por el espíritu del mal, poniéndose por delante de Alemania en ciertos dominios, especialmente en el de los bombardeos de terror. Al decidir el 25 de agosto de 1940 lanzar las primeras incursiones sobre Berlín, en réplica a un ataque accidental sobre Londres, Churchill tomó la aplastante responsabilidad de una terrible regresión moral. Durante casi cinco años, el Premier británico, los comandantes del Bomber Command, Harris, en particular, se ceban en las ciudades alemanas. (…)
“El colmo del horror se alcanzó el 11 de septiembre de 1944 en Darmstadt. Durante un ataque magistralmente agrupado, todo el centro histórico desapareció en medio de un océano de llamas. En 51 minutos, la ciudad recibió un tonelaje de bombas superior al de toda la aglomeración londinense durante toda la guerra. Murieron 14 000 personas. En cuanto a las factorías situadas en la periferia y que sólo representaban el 0,5% del potencial económico del Reich, apenas si fueron tocadas” (Una guerra total 1939-1945, estrategias, medios, controversia, Ph. Masson) (9).
Los bombardeos ingleses sobre las ciudades alemanas causarían la muerte de cerca de 1 millón de personas.
El descalabro alemán y japonés del año 1945 no llevó, ni mucho menos, a una moderación de la ofensiva sobre esos países que permitiera reducir costes financieros, sino que, al contrario, tuvo el efecto de redoblar la intensidad y la brutalidad de los ataques aéreos. La razón estriba en que lo que desde entonces estaba en juego ya no era la victoria sobre esos países, algo ya adquirido. Se trataba, en realidad de evitar que, frente a los sufrimientos de la guerra, apareciesen fracciones de la clase obrera en Alemania que se rebelaran contra el capitalismo, como había ocurrido al final de la Primera Guerra mundial (10). Los ataques aéreos ingleses servían para proseguir el aniquilamiento de los obreros que no habían perecido en el frente militar, hundiendo al proletariado en la impotencia y el terror.
A esa consideración se le añade otra. Estaba claro para los anglo-norteamericanos que el futuro reparto del mundo iba a enfrentar a los principales países vencedores de la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos por un lado (y junto a este país, un Reino Unido exangüe) y, por el otro lado, la Unión Soviética, capaz entonces de reforzarse considerablemente merced a las conquistas y la ocupación militar que le permitirían vencer a Alemania. Es la conciencia de esa amenaza lo que expresa Churchill sin el menor equívoco:
“la Rusia soviética se había vuelto un enemigo mortal para el mundo libre, [de manera] que había que crear sin tardanza un nuevo frente para parar su marcha adelante de tal modo que ese frente estuviera lo más al Este posible de Europa” (11).
Se trata pues, para los Aliados occidentales, de marcar los límites ante las apetencias imperialistas de Stalin en Europa y Asia mediante demostraciones de fuerza disuasorias. Será ésta la otra función de los bombardeos británicos de 1945 sobre Alemania y el único objetivo del empleo del arma atómica contra Japón (12).
El carácter cada vez más limitado de los objetivos militares y económicos que acaban siendo totalmente secundarios, pone claramente de relieve, como en Dresde, los nuevos designios de los bombardeos:
“Hasta 1943, a pesar de los sufrimientos infligidos a la población, los raids podían tener todavía una justificación militar o económica al ser bombardeados los grandes puertos del norte de Alemania, el complejo del Ruhr, los centros industriales de mayor importancia o incluso la capital del Reich. Pero, a partir del otoño de 1944, ya no es lo mismo ni mucho menos. Con una técnica perfectamente rodada, el Bomber Command, que dispone de 1600 aviones y que se enfrenta a unas defensas alemanas cada día más débiles, emprende el ataque y la destrucción sistemática de ciudades medianas e incluso pequeñas aglomeraciones sin el menor interés militar o económico.
“La historia ha retenido la atroz destrucción de Dresde en febrero de 1945, con la excusa estratégica de neutralizar un nudo ferroviario importante de la retaguardia de la Wehrmacht implicada contra el Ejército rojo. En realidad, las perturbaciones ocasionadas a la circulación no irán más allá de las 48 horas. Ninguna justificación, sin embargo, para la destrucción de Ulm, de Bonn, de Wurtzbourg, de Hidelsheim, de todas esas ciudades medievales, de esas joyas artísticas pertenecientes al patrimonio de Europa. Todas esas antiguas ciudades desaparecerán en medio de tempestades de fuego en donde la temperatura alcanza 1000 a 2000 grados que provocan la muerte de decenas de miles de personas en unos sufrimientos atroces” (Ph. Masson).
Cuando la barbarie misma se convierte en el móvil principal de la barbarie
Hay otra característica común a los dos conflictos mundiales: al igual que las fuerzas productivas que la burguesía es incapaz de controlar bajo el capitalismo, las fuerzas destructivas que pone en marcha en una guerra total tienden a escapar a su control. De igual modo, los peores instintos desencadenados por la guerra se hacen autónomos, se autoestimulan, produciendo actos de barbarie gratuita, ya sin la menor relación con los objetivos militares buscados, por muy abominables que ya sean.
Los campos de concentración nazis se habían ido convirtiendo, durante la guerra, en una monstruosa máquina de matar a todos aquellos sospechosos de resistencia en Alemania o en los países ocupados o sometidos a vasallaje, al constituir los traslados de los detenidos a Alemania un medio de imponer el orden mediante el terror en las zonas ocupadas por Alemania (13). Pero el carácter cada día más expeditivo y radical de los medios empleados para deshacerse de población concentrada, de los judíos en particular, se debe menos a la necesidad de imponer el terror o el trabajo forzado. Se trata de una huida ciega en una barbarie cuyo único móvil es la barbarie misma (14). Junto a las matanzas masivas, lo torturadores y médicos nazis se dedicaban a hacer “experimentos” con prisioneros en los que, más que interés científico, lo que dominaba era el puro sadismo. A esos científicos, por otra parte, se les ofrecerá la inmunidad y una nueva identidad a cambio de su colaboración en proyectos clasificados “secreto militar” en Estados Unidos.
La marcha del imperialismo ruso, a través de Europa del Este hacia Berlín, vino acompañada de barbaridades que tienen esa misma “lógica”:
“Se aplastan columnas de refugiados bajo las cadenas de los carros de combate o son sistemáticamente ametralladas por la aviación. La población de aglomeraciones enteras es aplastada con cruel ensañamiento. Se crucifica a mujeres desnudas en las puertas de las granjas. Se decapita a niños o se les aplasta la cabeza a culatazos o se les tira vivos en la pocilga de los cerdos. Todos aquellos que no han podido huir o no han podido ser evacuados por la Marina en los puertos del Báltico son sencillamente exterminados. Se puede calcular el número de víctimas entre 3 o 3,5 millones (…)
“Sin alcanzar ese grado, esa locura asesina se extiende a todas las minorías alemanas de Sureste europeo, en Yugoslavia, en Rumania y en Checoslovaquia, a miles de Sudetes. La población alemana de Praga, instalada en la ciudad desde la Edad Media es machacada con un sadismo inaudito. Después de haber sido violadas, se les corta a las mujeres el tendón de Aquiles, condenadas a morir desangradas en el suelo con unos sufrimientos atroces. Se ametralla a los niños a la salida de las escuelas, los tiran a la calle desde los pisos más altos de los edificios o los ahogan en estanques y fuentes. A muchos pobres desgraciados los emparedan vivos en los sótanos. En total, más de 30 000 victimas..
“De la violencia tampoco se escapan las jóvenes auxiliares de transmisiones de la Luftwaffe tiradas vivas en medas de heno a las que se prende fuego. Durante semanas el Vltava (Moldava) arrastra miles de cadáveres, familias enteras a veces, clavados en almadías. Ante el estupor de algunos testigos, toda una parte de la población checa hace alarde de una bestialidad propia de edades remotas.
“Esas matanzas se deben, en realidad, a una voluntad política, a una eliminación intencionada, favoreciendo el despertar de las pulsiones más bestiales. En Yalta, ante la inquietud de Churchill de ver surgir nuevas minorías dentro de las futuras fronteras de la URSS o de Polonia, Stalin no se retuvo para declarar con tono burlón que no debían de quedar muchos alemanes en esas regiones...” (Ph. Masson).
De la “limpieza étnica” de las provincias alemanas del Este no solo fue responsable el ejército de Stalin, sino que se realizó gracias a la ayuda de los ejércitos británico y estadounidense. Aunque ya entonces se estaban diseñando las líneas del futuro antagonismo entre la URSS y Estados Unidos, estos dos países junto con Gran Bretaña cooperaron sin reservas en la tarea de eliminar todo peligro proletario, mediante la eliminación masiva de la población (15). Además, todos ellos tienen interés en que el yugo de la futura ocupación de Alemania pueda ejercerse sobre una población inerte por lo mucho que ha sufrido y que contenga la menor cantidad posible de refugiados. Este objetivo, que ya por sí solo encarna la barbarie, será la base de partida de una escalada de una bestialidad incontrolada al servicio del asesinato de masas.
Los refugiados que escapan a los tanques de Stalin, son aplastados por unos bombardeos ingleses y americanos en los que se da rienda suelta a medios abrumadores para realizar el exterminio puro y simple. Los crueles bombardeos sobre Alemania, fueran éstos ingleses, ordenados por Churchill en persona, o norteamericanos, tienen el objetivo de matar al mayor número de personas y con la mayor atrocidad posible:
“... esta voluntad masiva de destrucción sistemática que acaba a veces pareciéndose a un genocidio, prosigue hasta abril de 1945, a pesar de las objeciones en aumento del Air Marshall Portal, comandante en jefe de la RAF, el cual desearía orientar los bombardeos hacia la industria o los transportes. Como buen político, el propio Churchill acaba inquietándose tras las indignadas reacciones de la prensa de los países neutrales e incluso de una parte de la opinión británica” (Ph. Masson).
En el frente alemán, el objetivo del raid norteamericano del 12 de marzo de 1945 sobre la ciudad portuaria de Swinemünde en Pomerania que provocará más de 20 000 victimas, son los refugiados que huyen ante el avance de las tropas de Stalin, amontonados en la ciudad o ya a bordo de navíos:
“La playa estaba bordeada de una amplia cintura de parques en los que se había concentrado la masa de los refugiados. El 8º ejército lo sabía perfectamente y fue por eso por lo que había cargado sus aviones con gran cantidad de “rompedores de árboles”, bombas con detonadores que explotaban en cuanto entraban en contacto con las ramas.
“Un testigo cuenta haber visto a refugiados en el parque “que se tiraban al suelo exponiendo así todo su cuerpo a la acción de los “rompedores de árboles”. Los marcadores habían dibujado exactamente los límites del parque con luces trazadoras, de modo que la lluvia de bombas caía en una zona muy estrecha de tal manera que no había ninguna posibilidad de poder escapar (…)
“Entre los grandes barcos mercantes que se hundieron (los Jasmund, Hilde, Ravensburg, Heiligenhafen, Tolina, Cordillera)- fue el Andros el que sufrió las mayores pérdidas. Había zarpado el 5 de marzo en Pillau, en la costa de Samland, con dos mil pasajeros en dirección a Dinamarca” (El incendio, Alemania bajo las bombas, 1940-45 de Jörg Friedrich).
“A esos ataques masivos se añaden, durante el mismo período, las incursiones repetidas de la aviación táctica, bimotores y cazabombarderos. Esos raids [tanto de Estados Unidos como de Gran Bretaña] apuntan a los trenes, las carreteras, a pueblos, alquerías aisladas, incluso a campesinos en sus tierras. Los alemanes ya solo trabajan la tierra al alba o al anochecer. Los ametrallamientos se producen a la salida de las escuelas y hay que ir a recoger a los niños para protegerse contra los combates aéreos. Durante el bombardeo de Dresde, los cazas aliados atacan las ambulancias y los camiones de bomberos que acudían hacia la ciudad desde las ciudades vecinas” (Ph. Masson).
En el frente de guerra extremo oriental, el imperialismo estadounidense actúa con la misma bestialidad:
“Volvamos al verano de 1945. Setenta de las mayores ciudades de Japón ya han sido destruidas por el fuego como consecuencia de los bombardeos con napalm. En Tokio, un millón de civiles está sin techo y han muerto 100 000 personas. Han sido, retomando la expresión del general de división Curtis Lemay, responsable de esas operaciones de bombardeo por el fuego, “asados, hervidos y cocidos hasta la muerte”. El hijo del presidente Franklin Roosevelt, que era también su confidente, había declarado que los bombardeos debían continuar “hasta que hayamos destruido más o menos la mitad de la población civil japonesa”. El 18 de julio, el emperador del Japón telegrafía al presidente Harry S. Truman, que había sucedido a Roosevelt, para pedirle la paz una vez más. Su mensaje es ignorado. (…) Unos días después del bombardeo de Hiroshima, el vicealmirante Arthur Radford se jacta: ‘Japón acabará siendo una nación sin ciudades, un pueblo de nómadas’” (“De Hiroshima a las Torres Gemelas”, le Monde diplomatique, septiembre de 2002).
Confusión ideológica y mentiras para tapar los cínicos crímenes de la burguesía
Hay otra característica del comportamiento de la burguesía, especialmente presente en las guerras, sobre todo cuando son guerras totales: los crímenes que ella decide que no se borren de la historia (del mismo modo que los historiadores estalinistas empezaron a hacerlo en los años 1930), los trastoca en lo contrario, en actos de valentía, actos virtuosos que habrían permitido salvar más vidas humanas que las que se suprimieron con esos actos.
Les bombardeos británicos en Alemania
Tras la victoria de los Aliados, desaparece de la realidad histórica toda una parte de la Segunda Guerra mundial (16):
“los bombardeos de terror cayeron en el casi absoluto olvido, al igual que las matanzas perpetradas por el Ejército rojo o los repugnantes ajustes de cuentas en Europa del Este” (Ph. Masson).
Esos acontecimientos no son, claro está, conmemorados en las ceremonias de los aniversarios “macabros”, son totalmente desterrados de ellas. Solo quedan algunos testimonios de la historia, demasiado arraigados para ser arrancados abiertamente, y que son “tratados mediáticamente” para volverlos inofensivos. Así ocurre, en particular, con el bombardeo de Dresde :
“… la más “admirable” incursión de terror de toda la guerra [...] fue obra de los Aliados victoriosos. Un récord absoluto fue alcanzado el 13 y 14 de febrero de 1945: 253 000 muertos, refugiados, civiles, prisioneros de guerra, deportados del trabajo. Ningún objetivo militar” (Jacques de Launay, “Introducción” a la edición francesa de 1987 del libro La destrucción de Dresde (17).
Queda bien, en los media que comentan las ceremonias del 60º aniversario del bombardeo de Dresde, considerar la cantidad de 35 000 víctimas y cuando se evoca la de 250 000 es para atribuir inmediatamente tal estimación, para unos a la propaganda nazi y, para otros, a la propaganda estalinista. Esta última “interpretación” es, por cierto, poco coherente con la preocupación principal de las autoridades de Alemania oriental de esos años, para las cuales
“había que evitar a toda costa que se extendiera la información cierta de que la ciudad había sido invadida por cientos de miles de refugiados que huían del Ejército rojo” (Jacques de Launay).
En efecto, en el momento de los bombardeos, la ciudad contaba alrededor de un millón de habitantes, entre los cuales 400 000 refugiados. Habida cuenta de cómo quedó la ciudad de aniquilada, es difícil imaginarse cómo solo pereció ¡el 3,5 % de la población (18)!
Por encima de la campaña de banalización por la burguesía del horror de Dresde, mediante la minimización de la cantidad de víctimas, hay otra para hacer aparecer la indignación legítima que ese acto de barbarie como algo típico de neonazis. Toda la publicidad que se ha hecho en torno a las manifestaciones que en Alemania agruparon a unos energúmenos, degenerados nostálgicos del Tercer Reich, para conmemorar el acontecimiento sirve, claro está, para evitar una crítica que ponga en entredicho los Aliados por miedo a ser confundido con los nazis.
El bombardeo atómico de Japón
Al contrario de los bombardeos ingleses en Alemania para los que se hizo todo por ocultar su amplitud, el empleo del arma atómica por primera y única vez en la historia, por parte de la primera democracia del mundo, fue un acontecimiento que nunca ha sido ocultado o minimizado. Al contrario, se hizo todo para que todo el mundo se enterara y que el poder destructivo de esta nueva arma apareciera claramente. Se tomaron todas las disposiciones necesarias para ello, incluso antes del bombardeo del 6 de agosto de 1945:
“Fueron designadas cuatro ciudades [para ser bombardeadas]: Hiroshima (gran puerto y ciudad industrial con bases militares), Kokura (arsenal principal), Nigata (puerto, siderurgia y refinerías), et Kyoto (industrias) (…) A partir de ese momento, ninguna de esas ciudades recibió bombas: había que evitar a toda costa que fueran tocadas de tal manera que la potencia destructiva de la Bomba atómica fuera indiscutible.”
(Artículo “Bomba lanzada sobre Hiroshima” en “https://www.momes [255]. net/dictionnaire/h/hiroshima.html”). En cuanto al lanzamiento de la segunda bomba sobre Nagasaki (19), corresponde a la voluntad de Estados Unidos de dejar patente que podía, cuantas veces quisiera, usar la explosión nuclear (aunque no era así, pues las bombas siguientes no estaban todavía listas).
Según la justificación ideológica de esa masacre de japoneses, era ése el único medio que permitiera obtener la capitulación de Japón salvando la vida de un millón de soldados norteamericanos. Es ésa una enorme mentira más propagada hoy: Japón estaba desangrado y EE.UU. (gracias a haber interceptado y descifrado las comunicaciones de la diplomacia y del estado mayor nipón) sabía perfectamente que estaba dispuesto a capitular. Pero también sabía que, del lado japonés, había una restricción a la capitulación, o sea, la negativa a destituir al emperador Hiro Hito. Con una justificación así para evitar que Japón aceptara la capitulación total, EE.UU. la usó redactando los ultimátum de tal modo que indujeran la idea de que exigían la destitución del emperador. Hay que subrayar, además, que la administración estadounidense no amenazó nunca explícitamente a Japón con hacerle sufrir el fuego nuclear tras el primer ensayo nuclear acertado en Alamogordo, para así no dar la menor ocasión de que Japón aceptara las condiciones norteamericanas. Tras haber lanzado dos bombas atómicas con la demostración de la superioridad de esta nueva arma sobre todas las armas convencional, los Estados Unidos habían conseguido sus fines, Japón capituló… y el emperador siguió en su sitio. La inutilidad absoluta del uso de la bomba atómica contra Japón para forzarlo a capitular se ha visto confirmada desde entonces en declaraciones de militares, algunos de ellos de alto rango, horrorizados, incluso ellos mismos, por un cinismo y una barbarie semejantes (20).
La corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto
“Al silencio europeo se añade el de los Aliados. Perfectamente al corriente a partir de 1942, ni los británicos, ni los estadounidenses se conmueven por el siniestro destino de los judíos, negándose a integrar la lucha contra el genocidio en sus objetivos de guerra. La prensa señala traslados y matanzas, pero esas informaciones son relegadas a las páginas interiores. El fenómeno es particularmente claro en Estados Unidos en donde reina un antisemitismo virulento desde 1919” (Una guerra total…).
Cuando la liberación de los campos, los Aliados fingen la sorpresa ante su existencia y las exterminaciones masivas que ellos han ayudado a cometer. Hasta ahora únicamente denunciada por algún que otro historiador honrado y las minorías revolucionarias, esa superchería empieza, desde hace unos diez años, a ser puesta en tela de juicio por parte de personalidades oficiales o en algunos medios conocidos. Benyamin Netanyahu, Primer ministro israelí, por ejemplo, declara el 23 de abril de 1998, en Auschwitz, con ocasión de la “Marcha de los Vivos”:
“No era difícil pararlo todo, bastaba con bombardear los raíles. Ellos [los Aliados] estaban al corriente. No bombardearon porque, en aquel entones, los judíos no tenían Estado, ni fuerza militar y política para protegerse”;
la revista francesa Science et vie Junior escribe también:
“En la primavera de 1944, los Aliados fotografían Auschwitz-Birkenau en detalle y bombardean en cuatro ocasiones las fábricas cercanas. Nunca se lanzó bomba alguna contra las cámaras de gas, las vías férreas o los hornos crematorios del campo de exterminio. Winston Churchill y Franklin Roosevelt estaban ya informados de lo que pasaba en los campos desde 1942 por el representante del Congreso Judío Mundial de Ginebra y, más tarde por resistentes polacos. Resistentes judíos pidieron que se bombardearan las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz. No lo hicieron o, en el caso de Churchill, sus órdenes no fueron ejecutadas” (n° 38, octubre 1999; sobre la Segunda Guerra mundial).
El procedimiento es tan viejo como el mundo: se acusa a unos mandaos para evitar que se acuse al mando. Las respuestas dadas a esa situación, incluidas las más honradas, dejan intacta la respetabilidad del campo aliado:
“¿Por qué, si la aviación aliada bombardeó una fábrica de caucho a 4 km de allí? La respuesta es terrible: los militares tenían otras prioridades. Para ellos lo esencial era ganar la guerra lo antes posible y nada debía retrasar ese objetivo prioritario” (Ibid.).
Todo para evitar que se plantee la verdadera cuestión sobre la corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto (21), cuando, en realidad, rechazaron todas las propuestas alemanas de cambiar a los judíos por camiones, e incluso por nada y que se negaron en absoluto a salvar la vida a una población que consideraban un engorro y de la que no querían saber nada.
La burguesía: una clase de gángsteres
¿Cómo explicar que unos secretos tan bien guardados se saquen hoy a plaza pública? En el artículo citado antes que contiene el discurso de Netanyahu del 23 de abril de 1998 en Auschwitz, aparece un principio de respuesta:
“Evidentemente, la presión ejercida sobre Benyamin Netanyahu en vísperas de su salida para Polonia, por los países europeos y sobre todo por Estados Unidos, en relación con las negociaciones con Yasir Arafat, explica que haya recurrido a la temática de las víctimas de la Shoah” (“El debate historiográfico en Israel en torno a la Shoah: el caso del leadership judío” de Raya Cohen, Universidad de Tel-Aviv).
Fue efectivamente para relajar la presión ejercida sobre Israel por Estados Unidos en las negociaciones con los palestinos si Netanyahu tiró una piedra en el charco para salpicar la reputación del Tío Sam. Al mostrar explícitamente su voluntad de una mayor independencia respecto a EE.UU. y poder así jugar su propio juego, lo que Israel hace es meterse en la misma dinámica que la de todos los antiguos vasallos de Estados Unidos en el seno del bloque del Oeste desde que desapareció éste a principios de los años 90. Otros países como Francia o Alemania han llevado más lejos esa dinámica, poniendo abiertamente en entredicho el liderazgo estadounidense. Esa es la razón por la cual, para así alimentar un antiamericanismo que no han cesado de fortalecer a medida que se incrementaban los antagonismos con la primera potencia mundial, los nuevos rivales (y antiguos Aliados) de EE.UU., podrían ser hoy más favorables a que se planteara en plaza pública, la pregunta de saber “¿por qué los Aliados, que sabían que se estaba produciendo el Holocausto no bombardearon los campos?” Es de suponer que Estados Unidos, junto con Gran Bretaña, tengan que afrontar en el futuro unas críticas más explícitas sobre su corresponsabilidad en el Holocausto (22).
Existen, en particular en Alemania, intentos de romper el consenso ideológico favorable al vencedor que ha prevalecido desde 1945, paralelamente a su deseo de quitarse de encima el estatuto de enano militar resultante de la derrota. Desde su reunificación a principios de los años 90, Alemania se ha dado los medios de asumir, en el plano internacional, responsabilidades militares en las operaciones de “mantenimiento de la paz”, en la antigua Yugoslavia en especial y, más recientemente, en Afganistán. Esta política de Alemania, país que tiende a afirmarse como principal retador del liderazgo de Estados Unidos (aunque esté todavía muy lejos de poderlo asumir), corresponde a la voluntad de Alemania de desempeñar de nuevo un papel de primer plano en el tablero imperialista mundial. Entre las condiciones requeridas para desempeñar ese papel, Alemania debe poner fin a la vergüenza de su pasado nazi, algo que tiene pegado a su piel como una lapa, “rehabilitarse” demostrando que durante la Segunda Guerra mundial, la barbarie estaba en ambos bandos, lo cual no parece muy difícil en vista de las pruebas que atestiguan esa realidad. Quienes, muy a propósito, están llevando a cabo esa ofensiva ideológica de Alemania son personalidades que afirman que su combate está subordinado al de la defensa de la democracia, sin, por lo tanto, olvidarse de denunciar los crímenes nazis. Como lo relata un artículo titulado “El libro de Jörg Friedrich Der Brand ha reabierto la polémica sobre los bombardeos estratégicos” publicado en un número especial de Der Spiegel de 2003, esta ofensiva ideológica produjo un agrio intercambio mediático entre Alemania y Gran Bretaña. Der Spiegel escribía:
“Nada más publicarse en el Bild-Zeitung unos extractos de ese estudio exhaustivo sobre la guerra de las bombas llevada a cabo por los Aliados contra Alemania en los años 1940-45 y ya unos periodistas británicos se echaron encima del historiador berlinés acabando por hacerle la misma pregunta: “¿Cómo ha llegado usted a pintar a Winston Churchill como criminal de guerra?”. Friedrich ha explicado sin descanso que en su libro se abstuvo de dar una opinión sobre Churchill. ‘Además no puede considerársele como criminal de guerra en el sentido jurídico de la palabra, dice Friedrich, porque los vencedores, incluso cuando cometieron crímenes de guerra, no fueron inculpados’”.
Der Spiegel sigue:
“No es de extrañar que el Daily Telegraph conservador haya hecho sonar las alarmas y estigmatizado el libro de Friedrich ‘como un ataque nunca antes visto contra la manera de conducir la guerra por parte de los Aliados’. En el Daily Mail el historiador Corelli Barnett se enfurece de que su colega alemán se haya unido a la ‘caterva de peligrosos revisionistas’, intentando establecer ‘una equivalencia moral entre el apoyo de Churchill a los bombardeos “alfombra” y el crimen indecible’ de los Nazis, ‘un absurdo infame y peligroso’” (…)
“Churchill – verdadero hombre de guerra – también era un político ambivalente. Fue ese carismático Primer ministro quien exigió ataques ‘de aniquilamiento’ contra las ciudades alemanas. Pero, luego, cuando vio las películas de la ciudades en llamas, preguntó: ‘¿Somos animales? ¿No habremos ido demasiado lejos?’
“Al mismo tiempo, y nadie más que él (al igual que Hitler y Stalin) tomó por su cuenta y riesgo todas las decisiones militares importantes y como mínimo dio su aprobación a la escalada constante en la guerra de los bombardeos.”
En el mismo sentido, Alemania está desarrollando una ofensiva diplomática para, en un primer tiempo, obtener reparación moral por el perjuicio que sufrió con la pérdida de su influencia histórica en una serie de países de Europa del Este, tras su derrota en la Segunda Guerra mundial. En efecto,
“... unos 15 millones de alemanes tuvieron que huir del Este de Europa tras la derrota. Nazis o no, colaboradores o resistentes, fueron expulsados de unas regiones en las que, en bastantes casos, estaban establecidos desde hacía siglos: les Sudetes en Bohemia y Moravia, en Silesia, Prusia Oriental y Pomerania” (“La ‘nueva Alemania’ rompe sus viejos tabúes”, le Temps –periódico suizo– del 14 de junio de 2002).
En efecto, con la tapadera de laborar con fines humanitarios, Alemania ha tomado la iniciativa de crear una
“red europea contra los desplazamientos de poblaciones” motivada por la “la idea de que el desplazamiento de las poblaciones alemanas fue una “injusticia” basada en razones étnicas justificada por los Acuerdos de Potsdam” (Informationen zur Deutschen Außenpolitik del 2 de febrero de 2005; https://www.germanforeignpolicy.com [256]) (23).
En un discurso de apoyo a esa “red”, pronunciado en noviembre de 2004 ante una comisión del Consejo de Europa, Markus Meckel, diputado del SPD especializado en temas internacionales, declaraba:
“Claro está, fueron dictadores como Hitler, Stalin y, recientemente, Milosevic quienes ordenaron esos desplazamientos de población, pero demócratas como Churchill y Roosevelt, aceptaron esa homogeneización étnica como un medio de estabilización política”.
La publicación citada (Informationen zur …) resume la continuación del discurso:
“Meckel insiste en la provocación añadiendo que hoy todo el mundo estaría de acuerdo en calificar de vulneración del derecho el traslado de poblaciones alemanas. ‘La comunidad internacional condena hoy’, explica, el comportamiento de los vencedores de la guerra de los cuales no parece pensarse que actuaran de manera diferente a la de la dictadura racista del nacional-socialismo.”
No cabía claro está esperar de parte de ninguna fracción de la burguesía que, al poner en evidencia los crímenes cometidos por otras, no sea su motivación sino la de defender sus propios intereses imperialistas. La propaganda burguesa que utiliza hoy la revelación de los crímenes de los Aliados durante la Segunda Guerra mundial debe ser combatida con la misma determinación que la aliada y democrática que utilizó los crímenes del nazismo para fabricarse una virginidad. Todas las lágrimas que echan sobre las víctimas de la Segunda Guerra mundial, sea cual sea la facción de la burguesía, no son más que repugnante hipocresía.
La lección más importante que sacar de esos seis años de carnicería mundial es que los dos campos enfrentados y los países que agrupaban, sea cual sea la ideología con la que se cubrían, estalinista, demócrata o nazi, eran todos ellos el legítimo engendro de la bestia inmunda que es el capitalismo decadente.
La única denuncia de la barbarie que pueda servir los intereses de la humanidad es la que va a la raíz de esa barbarie y la utiliza como una herramienta de denuncia del capitalismo como un todo para acabar con él antes de que él acabe con la humanidad entera bajo sus ruinas.
LC-S (16 de abril de2005)
1 Leer nuestro artículo “Desembarco de junio de 1944 : Matanzas y manipulaciones capitalistas” en la Revista internacional n° 118.
2 Leer nuestro artículo sobre las conmemoraciones de 1944: “50 años de mentiras imperialistas” en la Revista internacional n° 78.
3 Se trata esencialmente de la Izquierda comunista que denunció esa guerra como guerra imperialista igual que la primera, defendiendo que frente a ella, la única actitud consecuente de los revolucionarios era el internacionalismo más intransigente, negándose a apoyar ni a uno ni al otro de los dos campos. No fue ésa la actitud del trotskismo, el cual, al apoyar el imperialismo ruso y el campo democrático, firmó su paso al campo de la burguesía. Esto explica porqué algunas sucursales del trotskismo (Ras l’front en Francia) especializadas en el antifascismo radical, cultivan un odio cerril a toda actividad y posición que denuncie la explotación ideológica por parte de los Aliados de los campos de la muerte, como, especialmente, contra la posición expresada en el folleto publicado por el Partido comunista internacional, Auschwitz o la gran excusa.
4 Se trata esencialmente de la Izquierda comunista que denunció esa guerra como guerra imperialista igual que la primera, defendiendo que frente a ella, la única actitud consecuente de los revolucionarios era el internacionalismo más intransigente, negándose a apoyar ni a uno ni al otro de los dos campos. No fue ésa la actitud del trotskismo, el cual, al apoyar el imperialismo ruso y el campo democrático, firmó su paso al campo de la burguesía. Esto explica porqué algunas sucursales del trotskismo (Ras l’front en Francia) especializadas en el antifascismo radical, cultivan un odio cerril a toda actividad y posición que denuncie la explotación ideológica por parte de los Aliados de los campos de la muerte, como, especialmente, contra la posición expresada en el folleto publicado por el Partido comunista internacional, Auschwitz o la gran excusa.
5 Léase nuestro artículo “Las matanzas y los crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66.
6 Leer nuestro artículo “Año 2000, termina el siglo más bárbaro de la historia” en la Revista internacional n° 101.
7 Léase el libro La France au Rwanda, l’inavouable (“Francia en Ruanda, lo inconfesable”) de Patrick de Saint-Exupéry en el que se detallan todos los elementos que demuestran cómo la Francia de Mitterrand armó, entrenó, apoyó y protegió a los torturadores de los tustsis, en defensa de sus intereses imperialistas en África.
8 Esos métodos expeditivos de organizar la producción forzosa habían sido inaugurados en parte durante el primer conflicto mundial, en otro ámbito, el de la disciplina en los ejércitos, cuando en Francia, las tropas eran llevadas al combate con una hilera de metralletas detrás manejadas por gendarmes cuyas órdenes eran disparar sobre quienes se negaran a avanzar hacia las líneas enemigas.
9 A Philippe Masson no se le puede sospechar desde luego de simpatías revolucionarias, pues fué el jefe de la sección histórica del Servicio histórico de la Marina francesa y enseñó en la Escuela superior de Guerra naval.
10 Desde finales de 1943, estallan huelgas obreras Alemania y tienden a incrementarse las deserciones en el ejército alemán. En Italia, a finales de 1942 y sobre todo en 1943, estallan huelgas en muchos lugares de los principales centros industriales del Norte.
11 Memorias, Tomo 12, mayo de 1945.
12 Leer nuestro artículo “50 años después: Hiroshima, Nagasaki o las mentiras de la burguesía” en la Revista internacional n° 83.
13 Una instrucción del general Keitel, del 12 de diciembre de 1941, conocida por el nombre de “Noche y Niebla”, explica: “un efecto de intimidación duradera solo podrá obtenerse mediante condenas a muerte o con medidas tales que dejen a la familia (del culpable) y a la población en la incertidumbre sobre la suerte del detenido”.
14 Aunque no se basaran en una política tan sistemática de eliminación, los malos tratos infligidos a la población alemana deportada (desde los países del Este), y a los prisioneros de guerra (encerrados en Estados Unidos y Canadá), al igual que el hambre que se apoderó de la Alemania ocupada se plasmaron en la muerte de 9 a 13 millones de personas entre 1945 y 1949. Para más informaciones, léase nuestro artículo “En 1948, el puente aéreo de Berlín oculta los crímenes del imperialismo aliado” en la Revista internacional n° 95.
15 Esa cooperación implicó también, en ciertas circunstancias, al ejército alemán, al cual le incumbió la tarea de aniquilar a la población de Varsovia que, tras una promesa de ayuda de los Aliados, se había levantado contra la ocupación alemana. Mientras los SS masacraban la población, las tropas de Stalin estaban estacionadas en la otra orilla del Vístula en espera de que los alemanes remataran la labor, a la vez que, claro está, la ayuda prometida por los ingleses no aparecía por ninguna parte.
16 “En 1948, una encuesta aliada revelará que, desde 1944, el mando había decidido cometer ‘una atrocidad a tal escala que aterrorizara a los alemanes y los llevara a cesar los combates’. El mismo argumento servirá seis meses más tarde en Hiroshima y Nagasaki. La encuesta concluyó que la acción era ‘política y no militar’ y no vacilará en calificar los bombardeos de Dresde y Hamburgo ‘de actos terroristas a gran escala’. Nunca se pedieron cuentas a ningún responsable político o militar” (de la página Web del 13 de febrero de 2004 de la Red Voltaire: El “terrorismo aéreo” sobre Dresde mató a 135 000 civiles).
17 Al autor de ese libro, David Irving, se le acusa de haber adoptado recientemente las tesis negacionistas. Aunque semejante evolución, si es real, pone en entredicho la objetividad de su libro La destrucción de Dresde (edición francesa de 1987), hay que decir que su método, que hasta ahora nunca ha sido criticado, no está en absoluto marcado por el negacionismo. El prefacio de esa edición escrito por el general de aviación, Sir Robert Saundby, que, desde luego, no debe tener nada de un furibundo pronazi ni de negacionista, dice entre otras cosas: “Este libro narra honradamente y sin pasión la historia de un caso especialmente trágico de la última guerra, la historia de la crueldad de hombre hacia el hombre. Hagamos votos para que los horrores de Dresde et de Tokio, de Hiroshima y de Hamburgo, puedan convencer a la raza humana entera de lo fútil, bestial e inútil que es la guerra moderna”. Además, hay en la edición inglesa de 1995 de ese libro (titulado Apocalypse 1945) que es una actualización, el pasaje siguiente: “¿hay un paralelismo entre Dresde y Auschwitz? A mi parecer el uno y el otro nos enseñan que el verdadero crimen de la guerra como de la paz no es el genocidio –que supone implícitamente que la posteridad acordará sus simpatías y condolencias a una raza particular– sino el “inocenticidio”. No fue porque sus víctimas eran judíos por lo que Auschwitz fue un crimen, sino porque eran inocentes” (subrayado nuestro). Señalemos, en fin, para disipar eventuales dudas sobre el carácter excesivo del autor, que la edición francesa de 1963, que calcula las víctimas en torno a 135 000, cita los cálculos hechos por las autoridades norteamericanas, unas 200 000 victimas o más.
18 “Una primera oleada de bombarderos pasa sobre la ciudad el 13 de febrero por la noche, a eso de las 21 h 30. Suelta 460 000 bombas de fragmentación, que caen en espiral y explotan reventando las paredes, los pisos y los techos de las viviendas. (…) Una segunda oleada de bombarderos, a las tres de la madrugada, lanza durante 20 minutos 280 000 bombas incendiarias de fósforo y 11 000 bombas y minas. (…) Los incendios se propagan con tanta más facilidad que los edificios han sido previamente reventados. La tercera ola llaga el 14 de febrero a las 11 h 30. Durante 30 minutos, suelta a su vez bombas incendiarias y bombas explosivas. En total, en quince horas, cayeron sobre Dresde 7000 toneladas de bombas incendiarias que destruyeron más de la mitad de las viviendas y la cuarta parte de las zonas industriales. La mayor parte de la ciudad quedó hecha cenizas (…) Muchas víctimas desaparecen en humo bajo los efectos de una temperatura a menudo superior a los 1000 °C” (del artículo “14 de febrero de 1945: Dresde reducida a cenizas” consultable en el sitio Internet: https://www.herodote.net/histoire02141.htm [257]).
A esos datos hay que añadir el “detalle” siguiente del que da cuenta el artículo “Los 13 y 14 de febrero, 7000 toneladas de bombas” en el diario francés le Monde del 13/02/2005 que da una explicación a la cantidad tan elevada de víctimas “La primera ola de bombardeos ocurrió a eso de las 22 h. Las sirenas habían sonado unos 20 minutos antes, de modo que los habitantes de Dresde tuvieron tiempo de meterse en los sótanos de las casas, pues los refugios eran insuficientes. La segunda ola llegó a la 1 h 16 de la noche. Al haber quedado destruidas en los primeros bombardeos, las sirenas de alarma ya no funcionaban. Para huir del calor espantoso producido por los incendios –hasta 1000 °C–, la población se esparció por los parques y las orillas del Elba. Y fue allí donde la alcanzaron las bombas.”
19 Si Nagasaki, ciudad no prevista en el programa, recibió la segunda bomba atómica, fue debido a la meteorología desfavorable en las ciudades seleccionadas. El bombardero con la bomba embarcada no podía volver a la base pues la carga nuclear estaba armada.
20 Almirante Leahy, jefe de Estado mayor de los presidentes Roosevelt y Truman: “Los japoneses ya estaban vencidos y dispuestos a rendirse. (...) El uso en Hiroshima y Nagasaki de esta arma bestial no nos ayudó a ganar la guerra. (...) Por ser el primer país en usar la bomba atómica, adoptamos la regla ética de los bárbaros” (Memorias escritas en 1995). General Eisenhower: “En aquel momento preciso [agosto de 1945], Japón estaba buscando un medio para capitular guardando un mínimo de apariencias. (...) No era necesario golpear con este horrible instrumento” (Memorias).
21 Leer el artículo “La corresponsabilidad de los Aliados en el Holocausto” de nuestro folleto Fascismo y democracia: dos expresiones de la dictadura del capital (en francés).
22 Ya se están preparando, por cierto, de la única manera coherente posible, publicando los archivos que muestran que la existencia de los campos era conocida. Así, “en enero de 2004, el departamento de archivos de reconocimiento aéreo de la universidad de Keele (Gran Bretaña) publicaba por primera vez fotos aéreas que mostraban el campo de Auschwitz-Birkenau en actividad. Tomadas por los aviones de la Royal Air Force en el verano de 1944, esas impresionantes fotografías en las que se ve el humo de los hornos a cielo abierto y la organización de los campos de exterminio, habrán esperado sesenta años antes de hacerse públicas” (le Monde 9/01/05 ; “Auschwitz: la prueba olvidada”). Se ha entablado un debate con falsas respuestas del estilo: “no era el campo de Auschwitz lo que los aviones querían fotografiar entonces, sino un enorme complejo petroquímico alemán. Por la urgencia, los agentes encargados de analizar las fotos no se habrían dado cuenta de que los campos de Auschwitz y de Birkenau, cercanos a la factoría de petróleo sintético, pertenecían al mismo conjunto” (Ibid.)
23 Francia, inquieta por la voluntad imperialista de su socio alemán, se ha opuesto al proyecto.
La última recesión de 2000-2001 ha puesto en muy mal lugar a todas las elucubraciones teóricas a propósito de la pretendida “tercera revolución industrial” basada en el microprocesador y las nuevas tecnologías de la información, del mismo modo el hundimiento de la bolsa ha reducido a la nada todas las divagaciones sobre el advenimiento de un “capitalismo patrimonial” que suplantaría el salariado por el accionariado participativo (¡)... enésima versión del gastado mito de un “capitalismo popular” donde cada obrero se transformaría en “pequeño propietario” por la posesión de algunas acciones de “su” empresa.
Desde entonces, Estados Unidos ha logrado contener la amplitud de la recesión mientras que Europa se enfanga en una coyuntura sombría. Se nos explica machaconamente que los resortes de la recuperación americana residirían en la gran importancia en EEUU de esa famosa “nueva economía” y en una mayor desregulación y flexibilidad del mercado de trabajo. Y, al contrario, el letargo de la recuperación europea se explicaría por el retraso crónico en esos dos campos en el viejo continente. Para remediarlo, la política de la Unión Europea se fijó como objetivo la llamada “estrategia de Lisboa” para instaurar, de aquí a 2010, “la economía del conocimiento más competitiva y más dinámica del mundo”. Así podemos leer en las “directivas para el empleo”, definidas por la Comisión Europea, y a las que hace referencia la nueva constitución, que los estados deben reformar “las condiciones demasiado restrictivas de la legislación en materia de empleo que afectan la dinámica del mercado de trabajo” y promover la “diversidad de modalidades en términos de contratos de trabajo, sobre todo en materia de tiempos de trabajo”. Rápidamente, la burguesía trata de pasar página y presentarnos la última recesión y el hundimiento de la bolsa como un contratiempo en el camino del crecimiento y de la competitividad. Y nos vuelve a prometer un porvenir mejor... mediante algunos sacrificios suplementarios que los trabajadores deberán consentir para disfrutar del paraíso en la tierra. Más allá de las prescripciones para tratar de aumentar la austeridad, la realidad está muy alejada de esos discursos como lo demuestra este artículo apoyándose en las estadísticas oficiales de la burguesía analizadas en un marco marxista. La última parte de este artículo está dedicada a la refutación del método de análisis de la crisis desarrollado por otra organización revolucionaria, Battaglia Communista.
La última recesión no ha sido ni mucho menos algo accidental. Es la sexta que ha sufrido la economía capitalista desde finales de los años sesenta (gráfico nº1).
Las recesiones de 1967, 1970-1971, 1974-1975, 1980-1982, 1991-1993 y 2001-02 tuvieron una tendencia a ser cada vez más largas y profundas y esto en un contexto de declive constante de la tasa de crecimiento medio de la economía mundial, década tras década. No son simples contratiempos en el camino del desarrollo de “la economía más competitiva y dinámica del mundo” sino que representan otras tantas etapas del lento pero inexorable descenso a los infiernos que llevan al modo de producción capitalista a la quiebra. En efecto, a pesar de todos los discursos triunfantes sobre la “nueva economía”, la liberación de los mercados, la ampliación de Europa, la revolución tecnológica, la mundialización, así como los infundios mediáticos recurrentes a propósito de las hazañas de los pretendidos países emergentes, de la apertura de los mercados de los países del Este, del desarrollo del sudeste asiático y de China... la tasa de crecimiento del Producto interior bruto mundial por habitante no ha hecho más que decrecer década tras década [1].
Ciertamente, al mirar algunos indicadores como el paro, la tasa de crecimiento, la cuota de ganancia o el comercio internacional, la crisis actual está lejos del hundimiento conocido por la economía capitalista mundial en los años 1930, y su ritmo es mucho más lento. Desde entonces, y particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, las economías de todos los países pasaron progresivamente bajo un control directo e indirecto muy importante y muy omnipresente de los estados. A esto se unió la instauración de un control económico en cada bloque imperialista (mediante la puesta en marcha de organismos como el FMI por el bloque occidental y el COMECON por el bloque del Este) [2]. Con la desaparición de los bloques, dichas instituciones internacionales desaparecieron o perdieron su influencia en el plano político sin por ello dejar, para algunas de ellas, de desempeñar cierto papel en el plano económico. Esta “organización” de la producción capitalista ha permitido durante las últimas décadas dominar mucho mejor que durante los años treinta las contradicciones del sistema, y ello explica la actual lentitud de la crisis. Pero paliar los efectos de las contradicciones no quiere decir resolverlas.
La evolución económica actual no es un yoyó donde los ciclos de bajada y alza serían indispensables para su desarrollo sino que está inscrita en una tendencia global al declive, ciertamente lenta y progresiva a causa de la intervención reguladora del Estado y de las instituciones internacionales, pero no menos irreversible.
Ése es el caso de la recuperación estadounidense tan alabada y mostrada como ejemplo: Estados Unidos ha tratado de limitar la amplitud de su recesión, pero al precio de nuevos desequilibrios que no harán más que profundizar la próxima recesión y cuyos efectos serán todavía más dramáticos para la clase obrera y todos los explotados de la Tierra. No ir más allá de constatar la existencia de recuperaciones económicas después de cada recesión sería puro empirismo que no nos haría avanzar ni una pulgada para comprender por qué la tasa de crecimiento de la economía mundial no ha hecho más que bajar desde finales de los años 60. La evolución de la situación económica después de esta época, que refleja las contradicciones fundamentales del capitalismo, consiste en una sucesión de recesiones y de recuperaciones, siendo estas últimas cada vez más frágiles en sus fundamentos. En efecto, sobre la recuperación que se está desarrollando en Estados Unidos después de la recesión de los años 2000-2001, comprobamos que está esencialmente basada en tres factores de lo más aleatorio: 1) el crecimiento rápido e importante del déficit presupuestario; 2) una recuperación del consumo que se apoya en un endeudamiento creciente, la anulación del ahorro nacional y la financiación exterior; 3) una espectacular bajada de los tipos de interés que anuncia una inestabilidad creciente de los mercados financieros internacionales.
1) Una profundización récord del déficit presupuestario
Desde finales de los años 60, se ha comprobado claramente (gráfico nº 2) que las recesiones de 1967, 1970, 1974-75 y 1980-82 son cada vez más profundas (línea discontinua: tasa de crecimiento del PIB de EEUU), mientras que las de 1991 y 2001aparecen con menor amplitud y separadas por fases más largas de recuperación (1983-1990 y 1992-1999).¿Tendríamos los primeros efectos del advenimiento de esta nueva economía que algunos se deleitan en señalar? ¿Asistiríamos a un cambio de tendencia que ha comenzado en la economía más avanzada del mundo y que debería generalizarse a todos los países copiando las recetas americanas? Es esto lo que tenemos que examinar.
Constatar la existencia de recuperaciones, aunque de menor amplitud, nos hace avanzar poco, si no examinamos los resortes subyacentes. Para hacerlo tenemos que comparar la evolución del déficit público del Estado norteamericano (línea plena en el gráfico 2) con la del crecimiento y constatar igualmente que no solamente cada fase de recuperación está precedida por un déficit público importante, sino que éste último tiene cada vez mayor amplitud y duración. Desde entonces, tanto las fases más largas de recuperación a lo largo de los años 1980 y 1990 como la atenuación relativa de las recesiones se explican ante todo por la amplitud del déficit público y su mantenimiento a un alto nivel. La recuperación después de la recesión de 2000-2001 no se sale de esta regla. Sin un déficit público de la amplitud y la rapidez del aumento que ha alcanzado récords históricos, el “crecimiento” americano rozaría la deflación. La bajada de impuestos (esencialmente para las rentas altas), combinada con los gastos militares, ha ocasionado al presupuesto un déficit que alcanza el 3,5 %, y eso que había obtenido un excedente de 2,4 % en 2000. Además, las prioridades definidas para 2005, contrariamente a las promesas de la campaña presidencial, se deberían traducir en una agravación de ese déficit, teniendo en cuenta el aumento en los gastos en armamento y en seguridad y las sustanciales bajadas de impuestos para los más ricos [3]. Algunas medidas para contener este déficit se traducirán en todavía más austeridad para los explotados ya que está previsto bajar los gastos destinados a los más pobres [4].
Por todo esto tenemos que acabar con el mito de un cambio de tendencia que habría comenzado en Estados Unidos. Las tasas de crecimiento por década, después de la caída que comenzó a finales de los años 1960, se mantuvieron estables alrededor del 3%, es decir a un nivel inferior a las de las décadas precedentes. Y no serán las dos centésimas de porcentaje (¡) de más del período 1990-1999 comparado con 1980-1989 lo que podría dar validez a un cambio de tendencia (gráfico 3).
Vemos entonces claramente que la idea del comienzo de una nueva fase de crecimiento inaugurado por los Estados Unidos no es más que un mito de la propaganda de la burguesía. Ese mito queda ya desmentido por los resultados obtenidos por Europa, y eso que en los años 1980 ésta había alcanzado a la primera economía del mundo [5]. La mejoría de la economía de EEUU no viene, por consiguiente, de su mayor eficacia en la llamada “nueva economía”, sino que es el resultado de un muy clásico endeudamiento colosal de todos los actores económicos que, por añadidura, son financiados esencialmente por los capitales procedentes del resto del mundo. El crecimiento del déficit público y de otros parámetros es la base de la recuperación de la economía americana que vamos ahora a analizar.
2) Una recuperación del consumo por el endeudamiento
Una de las razones de la diferencia de crecimiento más elevado en Estados Unidos reside en el apoyo al consumo de las familias favorecido por las medidas siguientes:
– la espectacular bajada de impuestos que ha permitido mantener el consumo de los ricos, al costa de una degradación suplementaria del presupuesto federal;
– el descenso del tipo de interés que ha pasado del 6,5% de principios de 2001 al 1% en 2004 y de la tasa de ahorro (gráfico 4), que ha tenido como efecto propulsar el endeudamiento de las familias a niveles sin precedentes (gráfico 5) y originar el comienzo de la burbuja especulativa en el mercado inmobiliario (gráfico 6).
Tal dinamismo en el consumo de las familias origina tres problemas: un endeudamiento creciente de éstas con la amenaza de un crac inmobiliario; un déficit comercial creciente frente al resto del mundo: 5,7 % del PIB de USA en 2004 (o sea más de 1 % del PIB mundial) contra 4,8% en 2003, y un reparto de la renta cada vez más desigual [6].
Como lo muestra el gráfico 4, las familias ahorraban el 8 ó 9 % de su renta, impuestos deducidos, a principios de los años 1980. Después, esa tasa empezó una caída regular hasta alrededor del 2 %. Ese consumo está en la base del déficit exterior creciente de Estados Unidos. Este país importa cada vez más bienes y servicios del resto del mundo en relación con lo que vende al extranjero. Proseguir con esta frenética trayectoria, en la que es el resto del mundo el que da cada vez más créditos a Estados Unidos, es posible porque los extranjeros que reciben los dólares gracias al exceso de importaciones de EE.UU. en relación con sus exportaciones, los invierten en los mercados financieros norteamericanos en lugar de exigir su conversión en otras divisas. Este mecanismo ha hinchado la deuda bruta de Estados Unidos frente al resto del mundo pasando de 20 % de su PIB en 1980 a 90 % en 2003, batiendo así un récord establecido hace ciento diez años [7] Una deuda así frente al resto del mundo debilita las ganancias del capital americano, pues éste debe financiar los intereses de aquélla. La única cuestión es saber cuánto tiempo podrá soportarlo la economía norteamericana.
Además, ese endeudamiento de las familias de EEUU se inscribe en una tendencia al incremento del endeudamiento total de la economía norteamericana que toma proporciones gigantescas ya que se eleva a más del 300 % del PIB en 2002 (gráfico 7), en realidad 360 % si se añade la deuda federal bruta. Esto significa concretamente que para devolver esta deuda habría que trabajar más de tres años gratuitamente. Esto concreta muy bien lo que dijimos anteriormente, es decir que argumentar diciendo que las recesiones son menos profundas y las fases de recuperación más largas desde comienzos de los años 1980, para así probar que habría una nueva tendencia al crecimiento basado en una “tercera revolución industrial”, no tiene ningún sentido porque tales afirmaciones no se basan en un crecimiento “sano”, sino cada vez más artificial.
3) Una disminución de los tipos de interés permite una devaluación competitiva del dólar
En fin, el tercer factor de la recuperación americana reside en la bajada progresiva de los tipos de interés del 6,5 % a comienzos de 2001 al 1 % a mediados de 2004, permitiendo así sostener el mercado interior y llevar una política de deflación competitiva del dólar en el mercado internacional.
Estos bajos tipos de interés han estimulado el endeudamiento (sobre todo el crédito hipotecario que está muy barato) y permiten que el consumo y el mercado de la vivienda mantengan la actividad económica y los gastos a pesar del retroceso del empleo durante la recesión. Así, la parte del consumo de las familias norteamericanas en el Producto interior bruto que oscilaba alrededor del 62 % entre los años 1950 y 1980, aumentó regularmente desde entonces hasta superar el 70 % a comienzos del siglo xxi.
Por otra parte, la respuesta al déficit comercial de EEUU es la considerable bajada del dólar (40 % más o menos) en relación con las divisas no alineadas con la moneda dominante, principalmente el Euro (y en parte el Yen). Así el crecimiento de la economía de EEUU se realiza sobre los hombros del resto del mundo y a crédito porque es financiado por las entradas de capitales procedentes del extranjero, permitido todo ello por la posición hegemónica de Estados Unidos. En efecto, cualquier otro país que se encontrase en la misma situación, estaría obligado a tener unos tipos de interés suficientemente elevados para atraer capitales.
Hemos visto que la recuperación después de la recesión de 2001 es todavía más frágil que todas las precedentes. Se inserta en efecto en una sucesión de recesiones que cristalizan la tendencia al declive constante de las tasas de crecimiento, década tras década, desde finales de los años 1960. Para comprender esta tendencia al declive de las tasas de crecimiento, y en particular su carácter irreversible, tenemos que volver sobre los factores que la explican.
Con el agotamiento de la dinámica impulsada al finalizar la Segunda Guerra mundial, cuando las economías europeas y japonesa reconstruidas inundan el mundo con productos sobrantes (en relación con los mercados solventes), se produce un freno en el crecimiento de la productividad del trabajo desde mediados de los años 1960 para Estados Unidos y al comienzo de los años 1970 para Europa (gráfico 8).
Como los incrementos de productividad son el principal factor endógeno que permite contrarrestar la tendencia decreciente de la cuota o tasa de ganancia, el cese de esos incrementos presionan a la baja sobre la cuota de ganancia y también sobre las demás variables fundamentales de la economía capitalista que son sobre todo la tasa de acumulación [8] y el crecimiento económico [9]. El gráfico 9 nos muestra claramente esta caída de la cuota de ganancia desde mediados de los años 60 para Estados Unidos y a comienzos de los años 1970 en Europa hasta 1981-82.
Como ilustra claramente ese gráfico, la baja de la cuota de ganancia se invirtió a comienzos de los años 1980 para orientarse después resueltamente al alza. La cuestión fundamental entonces es determinar la causa de este cambio de tendencia, porque la cuota de ganancia es una variable sintética que está determinada por numerosos parámetros que se pueden resumir en los tres siguientes: la tasa de plusvalía, la composición orgánica de capital y la productividad del trabajo <!--[if [10]. Resumiendo y yendo a lo esencial, el capitalismo puede escapar a la tendencia decreciente de su cuota de ganancia ya sea “por arriba”, por la vía de un crecimiento de la productividad del trabajo, ya sea “por abajo”, por la vía de la austeridad ejercida sobre los asalariados. Y se observa claramente, gracias a los datos presentados en este artículo, que la subida de la cuota de ganancia no se debe a nuevos incrementos de la productividad que engendren una baja en la extensión de la composición orgánica del capital debido a una “tercera revolución industrial basada en el microprocesador” (la famosa nueva economía), sino que se debe a la austeridad salarial (directa o indirecta) y al incremento del desempleo (gráficos 10, 11 y 12).
A partir de ahí, lo que es fundamental percibir en la situación actual es que a pesar de una rentabilidad recuperada desde hace un cuarto de siglo en las empresas (gráfico 9), ni la acumulación (gráfico 12), ni la productividad (gráfico 8), ni el crecimiento (gráfico 1) han respondido: todas estas variables fundamentales han quedado debilitadas. Por lo tanto, normalmente, en los períodos históricos durante los cuales la cuota de ganancia aumenta, la tasa de acumulación y también la productividad y el crecimiento igualmente tiran al alza. Hay que plantearse, pues, la pregunta fundamental siguiente: ¿por qué, a pesar de una cuota de ganancia restaurada y orientada al alza, la acumulación de capital y el crecimiento económico no la siguen?
Esta respuesta fue dada por Marx en todos sus trabajos de crítica de la economía política y más particularmente en El Capital cuando anunció su tesis central postulando la independencia entre la producción y el mercado: “En efecto, el mercado y la producción son dos factores independientes, la extensión de uno no corresponde forzosamente al incremento del otro” (Marx, Economía II) [11]; “Las condiciones de explotación inmediata y las de su realización no son idénticas. No se diferencian solamente por el tiempo y el lugar, teóricamente tampoco están unidas” (Marx, El Capital, libro IIIº, tomo 1) [12]. Esto significa que la producción no crea su propio mercado (al contrario, una saturación del mercado tendrá necesariamente un impacto en la producción que entonces será limitada voluntariamente por los capitalistas para tratar de evitar la ruina total). En otras palabras, la razón fundamental por la que el capitalismo se encuentra en una situación en la que la rentabilidad de sus empresas ha sido restablecida pero sin que la productividad, la inversión, la tasa de acumulación e incluso el crecimiento le sigan, hay que buscarla en la insuficiencia de los mercados solventes.
Es también esa insuficiencia de los mercados solventes lo que está en la base de la llamada tendencia a la “financiarización de la economía”. En efecto, si las ganancias abundantes ya no son reinvertidas, no es por una falta de rentabilidad del capital invertido (según la lógica de quienes explican la crisis por el único mecanismo de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) sino por una falta de mercados suficientes. Esto se encuentra bien ilustrado por el gráfico 12 que muestra que a pesar del aumento de ganancias (la tasa de margen mide la relación entre ganancia y valor añadido) consecutivo al aumento de la austeridad, la tasa de inversión continúa declinando (y también correlativamente el crecimiento económico) explicando además el aumento de la tasa de desempleo y de ganancia no reinvertida que es entonces distribuida en rentas financieras [13]. En Estados Unidos, las rentas financieras (intereses y dividendos, sin tener en cuenta las ganancias del capital) representaban, una media del 10 % de la renta total de las familias entre 1952 y 1979 pero aumentaron progresivamente entre 1980 y 2003 para llegar al 17 %.
El capitalismo no puede controlar los efectos de sus contradicciones que lo empujan al día de su desenlace. No las puede resolver, y las hace más explosivas. La crisis actual, pone en evidencia, día tras día, la impotencia de la organización y de las políticas económicas puestas en marcha desde los años 1930 y de la Segunda Guerra mundial, que anuncia una mucho mayor gravedad del nivel a que han llegado las contradicciones del sistema que en todas las crisis anteriores.
Hemos visto, hasta aquí, que los discursos y las explicaciones de la burguesía no sólo no valen un céntimo sino que no son sino puras mistificaciones para enmascarar el fracaso histórico de su sistema. Desgraciadamente, ciertos grupos políticos revolucionarios asumen –voluntariamente o no– esas concepciones; unas veces las oficiales y en otros casos las de los izquierdistas o las de los altermundialistas. Nos limitaremos aquí a tratar los análisis producidos por Battaglia communista (BC) [14].
De entrada queremos advertir que todo lo que hemos venido exponiendo en este artículo desmiente el fundamento del “análisis” de la crisis presentado por esa organización, en lo que se refiere tanto a la idea de una “tercera revolución industrial”, idea que incluso parece retomada de los manuales de propaganda de la burguesía, como a sus análisis acerca de la “financiarización parasitaria” del capitalismo y de la “recomposición de la clase obrera” –sacados de los opúsculos izquierdistas y altermundialistas [15]. En efecto, Battaglia communista cree firmemente que el capitalismo está en plena “tercera revolución industrial marcada por el microprocesador” y que se encuentra en una “reestructuración de su aparato productivo” y en una “consiguiente disolución de su precedente composición de la clase [obrera]” lo que le permitiría “una amplia capacidad de resistencia a la crisis del ciclo de acumulación” [16]. Todas esas zarandajas nos obligan a hacer ciertas acotaciones:
1) De entrada, si el capitalismo estuviese realmente en plena “revolución industrial”, como pretende Battaglia communista, deberíamos al menos – y eso por definición- presenciar un rebrote de la productividad del trabajo. Y eso es, desde luego, lo que BC se imagina, puesto que afirma, sin cortarse en absoluto y sin verificación empírica, que “la profunda reestructuración del aparato productivo ha traído consigo un aumento vertiginoso de la productividad”, análisis en el que se reafirma en el último número de su revista teórica diciendo: “… una revolución industrial, procesos de producción que siempre tienen como consecuencia el aumento de la productividad del trabajo…” [17]. Ahora bien, nosotros hemos mostrado que la realidad en materia de productividad es inversa al farol que se tira la propaganda burguesa y que recoge Battaglia communista. Esta organización parece no haberse dado cuenta de que hace más de treinta y cinco años que el crecimiento de la productividad del trabajo baja en picado, estancándose incluso; a pesar de que hayamos visto fluctuaciones de bajo nivel durante los años 1980 (gráfico 8) [18].
2) Hemos visto también que, para esta organización “la tercera revolución basada en el microprocesador” es tan potente que ha “generado vertiginosos incrementos de las ganancias por productividad” permitiendo así “disminuir el incremento de la composición orgánica del capital”. Pues bien, cualquiera que examine, aunque sea por encima, la realidad de la dinámica de las cuotas de ganancia constatará que la recesión de los años 2000-2001 en Estados Unidos estuvo precedida –desde 1997– por un giro coyuntural a la baja (gráfico 9) [19], especialmente porque esta “nueva economía” se tradujo en una fuerte sobrecarga de capitales; es decir, en un incremento de la composición orgánica y no en una disminución como afirma Battaglia [20]. Sin duda, las nuevas tecnologías han permitido ciertos incrementos en la productividad [21] pero no han sido suficientes para compensar el coste de las inversiones, ni han supuesto una baja apreciable de su precio relativo; lo que ha pesado finalmente en la composición orgánica del capital y –desde 1997– ha invertido a la baja la cuota de ganancia en los Estados Unidos. Este punto es importante puesto que en él se pone fin a las ilusiones acerca de la capacidad del capitalismo para librarse de sus leyes fundamentales. Las nuevas tecnologías no son el instrumento mágico que permitirá acumular capital gratuitamente.
3) Además, si la productividad del trabajo conociese realmente un “incremento vertiginoso” entonces (para quien sabe leer a Marx) la cuota de ganancia se orientaría al alza. Eso viene a ser lo que Battaglia communista nos sugiere, evitando no obstante decirlo explícitamente, cuando afirma que “… a diferencia de las revoluciones industriales que la han precedido (…) la basada en el microprocesador (…) ha reducido también el coste de las innovaciones, en realidad el coste del capital constante, con lo que disminuye a la vez el incremento de la composición orgánica del capital” [22]. Como se puede constatar, BC en su argumentación no deduce como resultado un aumento de la cuota de ganancia. Ha olvidado que “si la productividad se incrementa más rápidamente que la composición del capital entonces la cuota de ganancia no baja; al contrario, va a aumentar”; como escribió su organización hermana, la CWO, hace ya cierto tiempo (Revolutionary Perspectives nº 16, antigua serie, “Guerras y acumulación”). Battaglia Communista prefiere púdicamente hablar de “disminución del incremento de la composición orgánica” consecutivo “al crecimiento vertiginoso de la productividad que sigue a la revolución industrial basada en el microprocesador” antes que de crecimiento de la cuota de ganancia. ¿Por qué hace tales contorsiones con el lenguaje? ¿Por qué enmascara ciertas realidades económicas a los ojos de sus lectores? Simplemente, porque reconocer tal implicación a partir de su particular observación –sea ésta acertada o equivocada– de la evolución de la productividad del trabajo, pondría en un aprieto su sempiterno dogma de que el único origen de la crisis es la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. En efecto, esta organización no desaprovecha jamás una ocasión para reafirmar su inoxidable credo en el que se mantiene que la cuota de ganancia ¡se orienta siempre a la baja! Hasta tal punto está preocupada por “comprender el mundo”, al margen de los esquemas pretendidamente abstractos de la CCI, que Battaglia communista parece no haberse dado cuenta de que, desde hace más de un cuarto de siglo, ¡la cuota de ganancia está resueltamente orientada al alza! y no a la baja (gráfico nº 9), como BC sigue afirmando. Esta ceguera, de unos 28 años, tiene una única explicación: que no se puede continuar hablándole al proletariado de crisis del capitalismo sin cuestionar el dogma de que sólo la tendencia decreciente de la cuota de ganancia explicaría las crisis, cuando en realidad dicha cuata está en alza desde principios de los años 1980.
4) El que el capitalismo sobreviva no quiere decir que vaya adelante, por medio de una “revolución industrial” o con “nuevos prodigiosos superávits de productividad”, como pretende Battaglia communista; sino que va hacia atrás, a base de reducciones drásticas de la masa salarial, de empujar al mundo a la miseria y a la vez limitando, con esas medidas, buena parte de sus propios mercados. Cualquiera que analice atentamente los resortes que empujan al alza las cuotas de ganancia, desde hace más de un cuarto de siglo, constatará que ese empuje no se debe tanto “al crecimiento vertiginoso de las ganancias por la productividad” ni a “la disminución del incremento de la composición orgánica”, sino a un ataque sin precedentes a la capacidad adquisitiva de la clase obrera, a una austeridad desbocada, como podemos ver en las gráficos 10 y 12.
La configuración actual del capitalismo es pues un desmentido formal a todos aquellos que hacen del mecanismo de la “tendencia decreciente de la cuota de ganancia” la explicación única de la crisis económica. ¿Cómo se va a entender la crisis cuando hace más de veinticinco años que la cuota de ganancia está orientada al alza? Si la crisis perdura todavía, pese a la recuperación de la rentabilidad por las empresas, es porque éstas han dejado de ampliar su producción como lo hacían antes, a causa de la restricción y, por lo tanto, la insuficiencia de mercados solventes. Lo cual se puede apreciar en las anémicas inversiones y en el débil crecimiento. Esto, Battaglia communista es incapaz de entenderlo pues este grupo no sólo no ha asimilado nunca la tesis fundamental de Marx de la independencia entre la producción y el mercado (ver lo dicho antes), sino que además la ha cambiado por una idea absurda de que es únicamente la simple dinámica –al alza o a la baja– de la cuota de ganancia lo que determina el desarrollo o la contracción de los mercados [23].
Tras tantos patinazos, que revelan una incomprensión de nociones más que elementales del marxismo, no nos queda más remedio que reiterarle a Battaglia communista nuestro mejor consejo: empápense de pe a pa de los conceptos económicos marxistas antes de jugar a profesores y excomulgadores contra la CCI. Propia de una virgen asustada, la reciente decisión de esta organización de no respondernos, se toma en el momento oportuno parapetando tras ella su evidente incapacidad para hacer una crítica política de nuestra argumentación [24].
Battaglia insiste en que, para contrariar los “esquemas abstractos” de la CCI que se situarían “fuera del materialismo histórico”, ha “… estudiado la gestión de la crisis en Occidente, tanto en sus aspectos financieros como en el aspecto de la reestructuración engendrada por la ola de la revolución del microprocesador” [25]. No obstante, nosotros hemos visto que “el estudio” de Battaglia no es sino una descolorida copia de las teorías izquierdistas y altermundialistas sobre el “parasitismo de la renta financiera” [26]. Copia que es además totalmente incoherente y contradictoria, consecuencia lógica del deficiente dominio de los conceptos económicos marxistas que pretende manipular. Conceptos que, o bien no los entiende o los transforma a su antojo. Es el caso de la tesis de Marx sobre la independencia entre la producción y el mercado la cual, por el arte de birlibirloque de la dialéctica battagliana, se transforma en ley de la estricta dependencia entre “…el ciclo económico y el proceso de valorización que vuelve “solvente” o “insolvente” el mercado” (op. citada). De las contribuciones críticas que pretenden restablecer la visión marxista, frente a las pretendidas visiones idealistas de la CCI, se espera algo mejor que una colección de necedades.
Sobre las principales cuestiones del análisis económico, Battaglia communista cae sistemáticamente en la trampa de la simple apariencia de los hechos en sí mismos, en lugar de buscar y comprender su esencia partiendo del método marxista de análisis. Hemos podido constatar que Battaglia communista da por ciertos los discursos de la burguesía sobre la existencia de una tercera revolución industrial basándose simplemente en la apariencia empírica de algunas novedades tecnológicas en el sector de la microelectrónica y de la información, por muy espectaculares que sean [27]. y que deduce de ellos, de manera puramente especulativa, unas “ganancias vertiginosas por productividad” y una “reducción del coste del capital constante, reduciéndose así el incremento de la composición orgánica”. Por el contrario un riguroso análisis marxista de los fundamentos que rigen la dinámica de la economía capitalista (el mercado, las cuotas de ganancia, las tasas de plusvalía, la composición orgánica del capital, la productividad del trabajo, etc.) nos ha permitido entender no solamente que detrás de todos esos discursos no hay nada y que son, en esencia, una exageración mediática, sino que además la realidad va totalmente a la inversa del discurso que sostiene la burguesía y que como un eco lo repite Battaglia communista.
Comprender la crisis no es un ejercicio académico sino esencialmente militante. Como nos enseña Engels “la tarea de la ciencia económica (…) es, sobre todo, exponer con claridad las anomalías sociales que tienen lugar ante nuestros ojos, como consecuencias necesarias del modo de producción existente; pero también y a la vez, como señales de su eminente disolución y, en descubrir, en el seno de esa forma de movimiento económico que se disgrega, los elementos de la futura, de la nueva organización de la producción y del intercambio que eliminará dichos males”. Eso puede hacerse con tanta más claridad “solamente cuando, el modo de producción en cuestión ha recorrido ya un buen trozo de su rama descendente, cuando se está medio sobreviviendo a sí mismo, cuando han desaparecido en gran parte las condiciones de su existencia y su sucesor está ya llamando a la puerta...” [28]. Tal es el sentido y el alcance del trabajo de los revolucionarios en el campo del análisis económico. Éste permite deducir no sólo el contexto en que se produce la evolución de la relación de fuerzas entre las clases, sino además algunas de sus grandes resoluciones, ya que desde que el capitalismo entra en su fase de decadencia, están puestas las bases materiales y las (potencialmente) subjetivas para que el proletariado encuentre las circunstancias y las razones para acometer la insurrección. Eso es lo que la CCI se esfuerza en mostrar a través de todos sus análisis, mientras que Battaglia communista, al haber abandonado el concepto de decadencia [29] y aferrarse a una visión academicista y monocausal de la crisis, comienza a olvidarse de hacerlo. Su “ciencia económica” no le sirve a BC para mostrar las “anomalías sociales” ni las “señales de la inminente disolución” del capitalismo, como nos exhortaban a hacerlo los fundadores del marxismo, sino para arropar la prosa izquierdista y altermundialista acerca de las “capacidades de supervivencia del capitalismo”, con el manto de la “financiarización del sistema”, de la “recomposición del proletariado”, del gastado tópico de las “transformaciones fundamentales del capitalismo”, seguida de la pretendida “tercera revolución industrial basada en el microprocesador” y las nuevas tecnologías, etc.
Hoy, Battaglia communista está completamente desorientada y no sabe muy bien qué defender ante la clase obrera: ¿El modo de producción capitalista está, sí o no, en decadencia [30]? ¿Es el modo de producción o la formación social capitalista lo que está en decadencia ([31])? ¿Está el capitalismo “en crisis desde hace casi más de treinta años” [32]? O por el contrario ¿Está en una “tercera revolución industrial caracterizada por el microprocesador” generadora de “un aumento vertiginoso de la productividad” [33]? ¿Está la cuota de ganancia orientada al alza, como lo atestiguan todos los datos estadísticos? O, como repite BC, ¿sigue como siempre a la baja –baja que habría llegado a un punto tal que el capitalismo deberá multiplicar las guerras por el mundo para evitar su quiebra [34]?. ¿Se encuentra el capitalismo en un callejón sin salida? O más bien, ¿dispone de una “amplia capacidad de resistencia” por la vía de una “tercera revolución industrial” [35], de una “solución” a su crisis por el camino de la guerra? “La solución guerrera se muestra como el principal medio para resolver los problemas de valorización del capital” contesta el BIPR a esta pregunta en su plataforma. Estas son unas de las preguntas fundamentales para orientarse en la situación presente y sobre las que BCplanea y a las cuales es incapaz de aportar una respuesta clara al proletariado.
C.C.
[1] No tenemos sitio aquí para tratar el caso de China y de India con los que tanta tabarra nos dan. Los trataremos en el próximo número de esta Revista.
[2] Instituciones existentes al nivel de bloque, esos organismos eran ante todo la expresión de una relación de fuerzas basada en la potencia económica pero sobre todo militar a favor de los países que encabezaban esos bloques, o sea Estados Unidos y la URSS.
[3] 70% de las reducciones fiscales favorecen a las rentas más elevadas (20%).
[4] Van a reducir los bonos alimenticios distribuidos a las familias de ingresos bajos, privando a 300,000 persona de esa ayuda: el presupuesto de ayuda social para los niños se ha bloqueado por cinco años y han reducido el presupuesto de cobertura médica para los más desfavorecidos.
[5] En 1950, el conjunto de las economías de Alemania, de Francia y de Japón representaba el 45% de la de EEUU. En los años 70 alcanzaban el 80% para bajar al 70% en el año 2000.
[6] En vísperas de la Segunda Guerra mundial, el 1 % más pudiente de las familias de EE.UU. recibía en torno al 26 % de la renta total del país. En unos cuantos años, al final de las hostilidades, ese porcentaje bajó a 8 % en el que se mantuvo hasta principios de los 80 y entonces subió para volver a estar en los niveles de aquella época (Piketty T, Saez E., 2003, “Income Inequality in the United States, 1913-1998”, The Quaterly Journal of Economics, vol. CXVIII, nº 1, pp. 139).
[7] La deuda neta, que tiene en cuenta las rentas obtenidas de los activos de EE.UU. en el resto del mundo, lo ilustra muy bien, pues de haber sido negativa hasta 1985 (o sea que las rentas de los activos de EE.UU. en el resto del mundo eran superiores a las rentas obtenidas por los activos extranjeros en EE.UU.) se ha vuelto positiva, alcanzando el 40 % del PIB en 2003 (o sea que las rentas obtenidas por los activos extranjeros en EE.UU. se han vuelto muy superiores a los activos estadounidenses en el extranjero).
[8] La tasa de acumulación del capital es la inversión de capital fijo comparado con las reservas de éste.
[9] Ver también nuestro artículo “La crisis económica certifica la quiebra de las relaciones de producción capitalista” en la Revista internacional nº 115.
[10] Esos tres parámetros pueden descomponerse y están determinados por la evolución de la duración del trabajo, del salario real, del grado de mecanización de la producción, del valor de los medios de producción y de consumo y de la productividad del capital.
[11] Marx, Theories of Surplus Value, Section 13, https://www.marxists.org/archive/marx/works/1863/theories-surplus-value/ch17.htm [258]
[12] Marx, Capital, Vol. 3, Ch. 15 ‘Exposition of the Internal Contradictions of the Law’, Section 1: General, https://www.marxists.org/archive/marx/works/1894-c3/ch15.htm [259]
[13] Así pues, la realidad se ha encargado de desmentir mil veces el teorema –repetido hoy, a pesar de todo, hasta la náusea – del canciller socialdemócrata alemán Helmut Schmidt: “Las ganancias de hoy son las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana”. Ganancias sí hay, pero de inversiones y empleos nada…
[14] En otra ocasión –en el marco de nuestros artículos de seguimiento de la crisis–, trataremos de otros análisis que tienen lugar en el pequeño medio academicista y parásito. También lo haremos en nuestra serie sobre “La teoría de la decadencia en el centro del materialismo histórico”.
[15] “Los ganancias sacadas de la especulación son de tal importancia que no sólo son atractivas para las empresas clásicas sino también para muchas otras, entre ellas, las aseguradoras o los fondos de pensiones, de los cuales Enron es un formidable ejemplo (…) La especulación representa para la burguesía el medio complementario, por no decir el principal, de apropiarse la plusvalía (…) Una regla se impone, fijar en el 15 % el objetivo mínimo de rentabilidad para los capitales invertidos en las empresas (…) La acumulación de los ganancias financieras y especulativas alimenta un proceso de eliminación de industrias que acarrea paro y miseria en todo el planeta” (BIPR en Bilan et Perspectives nº 4, p.6-7).
[16] “La larga resistencia que el capital occidental ha opuesto a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) le ha evitado hasta ahora el hundimiento en picado que sí ha castigado al capitalismo de Estado del imperio soviético. Cuatro factores fundamentales han hecho posible tal resistencia: (1) la sofisticación de los controles financieros a nivel internacional; (2) una reestructuración profunda del aparato productivo que ha hecho posible un aumento vertiginoso de la productividad (…); (3) la consecuente disolución de su precedente composición de clase, con la desaparición de tareas y de roles ya caducos y la aparición de nuevas tareas, de nuevas funciones y de nuevas figuras proletarias (…) La reestructuración del aparato productivo ha llegado al mismo tiempo que lo que nosotros podemos definir como la tercera revolución industrial vivida por el capitalismo. (…) La tercera revolución industrial está marcada por el microprocesador…” (Prometeo nº 8, deciembre 2003: “Proyecto de tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
[17] Prometeo nº 10, diciembre 2004: “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”.
[18] La progresión algo más rápida de la productividad en los Estados Unidos durante la segunda mitad de los años 1990 (que permitió un incremento acelerado de los índices de acumulación que ha ayudado a sostener la economía americana) no desmiente para nada su permanente declinar desde finales de los años 1960 (gráfico 8). Volveremos a tratar de esto, más extensamente, en próximos artículos. Señalemos, no obstante, que este fenómeno es básico en la casi inexistencia de creación de empleo, contrariamente a lo sucedido en precedentes reactivaciones; que esta reactivación de la productividad es ligera, que la duda persiste en lo que se refiere a la permanencia en el tiempo de esas ganancias debidas a la productividad y que la esperanza de su difusión a otras economías dominantes está casi excluido. Es más, si en los Estados Unidos un ordenador se cuenta como capital, en Europa, en cambio, se le considera como bien de consumo intermedio. Por eso, las estadísticas estadounidenses tienen la tendencia a sobrestimar el PIB (y en consecuencia la productividad) en relación a las estadísticas europeas ya que incluyen la depreciación del capital. Cuando se corrige ese detalle y el efecto de la ampliación de la jornada de trabajo, se constata que las diferencias en las ganancias por productividad se reducen fuertemente entre Europa (1,4 %) y los Estados Unidos (1,8 %) para el periodo 1996-2001, ganancias que están siempre muy lejos del 5 % (Europa) y 6 % (USA) en los años 1950 a 1960.
[19] Este giro es coyuntural, hay que tener presente que las tasas de ganancia empiezan a recuperar su orientación al alza a mediados de 2001 y han vuelto a su nivel de 1997 a finales de 2003. Esta recuperación se ha logrado por medio de una gestión muy afinada del empleo –se ha hablado de “recuperación sin empleo”– e igualmente por los medios clásicos de restablecimiento de las tasas de plusvalía, tales como la ampliación de la jornada de trabajo o el bloqueo de los salarios facilitado por el débil dinamismo del mercado de trabajo. El receso que sufrieron las tasas de acumulación como consecuencia de la recesión, ha permitido igualmente aligerar el peso de la composición orgánica del capital sobre la rentabilidad.
[20] Para un análisis, en un lenguaje al menos algo serio, de este proceso leer el artículo de P. Artus “Karl Marx is back” publicado en Flash nº 2002-04 (disponible en Internet) y su libro La nouvelle économie en la colección Repères-La Découverte nº 303, del que reproducimos un pasaje al final de este artículo.
[21] Precisemos “que ha sido mostrado por numerosos estudios que, sin las prácticas de flexibilidad, la introducción de la “nueva economía” no mejoraría la eficacia de las empresas” (P Artus, op. citada).
[22] Prometeo nº10, diciembre 2004, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”.
[23] “[Para la CCI ] esta contradicción, producción de la plusvalía y su realización, aparece como una sobreproducción de mercancías y, por tanto, como causa de la saturación del mercado; la cual a su vez se opone al proceso de acumulación, lo que pone al sistema en su conjunto en la imposibilidad de compensar la caída de la cuota de ganancia. En realidad [para Battaglia] el proceso es inverso. (…) Es el ciclo económico y el proceso de valorización los que hacen “solvente” o “insolvente” el mercado. Por tanto, son las leyes contradictorias que regulan el proceso de acumulación, las que pueden llegar a explicar la “crisis del mercado” (Texto de presentación de Battaglia communista en la primera conferencia de grupos de la Izquierda comunista).
[24] “… hemos declarado que ya no estamos interesados en cualquier debate/confrontación con la CCI (…) Si continúan siendo ésas, y lo son, las bases teóricas de la CCI, las razones por las que hemos decidido no perder más tiempo, papel y tinta para discutir con ellos deben quedar claras” (Prometeo nº10, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”) y “Estamos fatigados de discutir de nada cuando tenemos que trabajar para tratar de comprender lo que pasa en el mundo” (Página Web del BIPR [260]), “Respuesta a las acusaciones estúpidas de una organización en vías de degeneración”).
[25] Prometeo nº 10, diciembre 2004, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión.”
[26] Lean igualmente nuestro artículo en Revista internacional nº 115, 4º trimestre 2003, “La crisis: señal de la quiebra…”
[27] Para más detalles sobre este farol llamado revolución industrial, lean nuestro artículo sobre la crisis en la Revista internacional nº 115 del que citamos aquí un pasaje: “La “revolución tecnológica” sólo existe en los discursos de las campañas burguesas y en la imaginación de quienes se las tragan. Esa constatación empírica de la reducción de la productividad (del progreso técnico y de la organización del trabajo) sin interrupción desde los años 60, contradice la imagen mediática, aunque esté bien incrustada en las mentes, de un cambio tecnológico creciente, de una nueva revolución industrial de la que hoy estarían preñados la informática, las telecomunicaciones, Internet y los multimedia. ¿Cómo explicar la fuerza de esa patraña que pone la realidad patas arriba en nuestras mentes?
“Antes que nada, hay que recordar que los progresos de productividad tras la Segunda Guerra mundial fueron mucho más espectaculares que los que nos presentan actualmente como “nueva economía”. (…) Desde los sesenta, la productividad no ha hecho sino disminuir. (…) Además, se cultiva permanentemente esta confusión: la de una relación directa entre la aparición de nuevos bienes de consumo y los progresos de la productividad. El flujo de innovaciones, la multiplicación de novedades por extraordinarias que sean como bienes de consumo (DVD, GSM, Internet, etc.), no pueden tapar lo que está ocurriendo con la productividad. Progreso de la productividad significa capacidad para ahorrar en los recursos requeridos para la producción de un bien o de un servicio. La expresión “progreso técnico” debe siempre entenderse en el sentido de progreso de las técnicas de producción y/o de organización, desde el estricto enfoque de la capacidad para ahorrar en los recursos usados en la fabricación de un bien o en la prestación de un servicio. Por impresionantes que sean, los progresos de lo digital (o numérico) no se plasman en progresos significativos de la productividad en el seno del proceso de producción. Ahí radica todo el bluff de la ‘nueva economía’”.
[28] F. Engels, El Anti-Dühring (Sección II. I, Objeto y método)
[29] Leer nuestra serie de artículos “La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico” iniciada en la Revista internacional nº 118.
[30] Ésa es la razón por la que Battaglia communista ha anunciado en el nº 8 de su revista teórica un gran estudio sobre la cuestión de la decadencia: “... el objetivo de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha agotado su desarrollo de las fuerzas productivas y, si eso es cierto, en qué medida y sobre todo por qué” (Prometeo nº 8, serie VI, diciembre 2003, “Por una definición del concepto de decadencia”).
[31] “Estamos pues, ciertamente confrontados a una forma tal de aumento de la barbarie de la formación social, de sus relaciones sociales, políticas y civiles y, verdaderamente –a partir de los años 90–, a un retroceso en la relación capital/trabajo (con el retorno, al modo del más puro estilo manchesteriano, de la búsqueda de plusvalía absoluta, además de la de plusvalía relativa) pero esta “decadencia” no concierne al modo de producción capitalista sino más bien a su formación social en el ciclo actual de acumulación capitalista, en crisis desde hace algo de más 30 años” (Prometeo nº 10, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”). Nosotros volveremos en un próximo número de Revista internacional a tratar sobre esta elucubración teórica de Battaglia communista consistente en pretender que ¡únicamente la “formación social capitalista” está en decadencia y no el modo de producción capitalista! Señalemos, no obstante, que en la cita de Engels reproducida arriba, lo mismo que en todos los escritos de Marx y Engels (cf. nuestro artículo en la Revista internacional nº 118) ellos hablan siempre y claramente de decadencia del modo de producción capitalista y no de decadencia de la formación social capitalista.
[32] “… el ciclo actual de acumulación capitalista ¡en crisis desde algo más de 30 años!” (Prometeo nº10, diciembre 2004, “Decadencia, descomposición, productos de la confusión”).
[33] Prometeo nº 8, diciembre2003, “Proyecto de tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”.
[34] “Según la crítica marxista de la economía política, existe una relación muy estrecha entre la crisis del ciclo de acumulación de capital y la guerra, debida al hecho de que en un cierto momento de todo ciclo de acumulación, a causa de la tendencia decreciente de la cuota media de ganancia, se determina una verdadera sobre-acumulación de capital cuya destrucción, por medio de la guerra, se hace necesaria para reemprender un nuevo ciclo de acumulación” (Traducción nuestra, Prometeo nº 8, diciembre 2003 “La guerra que falta”).
[35] “La larga resistencia del capital occidental a la crisis del ciclo de acumulación (o a la actualización de la tendencia decreciente de las cuota de ganancia) ha evitado hasta ahora el desplome…” (“Prometeo nº 8, diciembre 2003, “Proyecto de tesis del BIPR sobre la clase obrera en el periodo actual y sus perspectivas”).
Sobre el camelo de la nueva revolución industrial
Para permitirle al lector juzgar mejor si existe realmente “una tercera revolución tecnológica basada en el microprocesador”, como pretende Battaglia communista, reproducimos aquí algunos pasajes significativos del libro de P. Arthus (obra citada en nota) sobre la nueva economía, en el que se utilizan ampliamente herramientas del análisis marxista: “La nueva economía ha acelerado el crecimiento desde 1992 hasta 2000 en relación con la parte de capital utilizado que ella misma ha exigido, pero sin aumentar la productividad global de los factores (el progreso técnico global). En ese sentido, la nueva economía difiere claramente de otros descubrimientos tecnológicos del pasado, como la electricidad. (…) Paradójicamente, podría uno incluso preguntarse si la nueva economía existe realmente. Estamos efectivamente ante una “agitación” (…) No se trata de negarlo, sino de preguntarse si estamos en presencia de un verdadero ciclo tecnológico. Es decir, de una aceleración duradera del progreso técnico y del crecimiento incluso después de que el esfuerzo inversor haya cesado. (…) El sector de la nueva economía (telecomunicaciones, Internet, fabricación de ordenadores y soportes informáticos...) representa el 8 % del total de la economía americana; pero aunque su crecimiento es rápido no llega a incentivar el crecimiento del conjunto de Estados Unidos en más de un 0,3 % anual. En el resto de la economía (el 92 %), el crecimiento de la productividad global de los factores (es decir, el crecimiento de la productividad que es posible para un capital y un trabajo dados –el progreso técnico puro) no se ha acelerado mucho en los años 1990. Se observa, es cierto, un enorme esfuerzo de inversión de las empresas por incorporar las nuevas tecnologías a su capital productivo, y es esencialmente ese esfuerzo de inversión el que provoca el suplemento de crecimiento tanto desde el lado de la demanda (la inversión aumenta rápidamente), como desde el de la oferta (el stock de capital productivo aumenta en más de un 6 % anual en volumen). Insisto, esta situación no es sostenible a largo plazo. (…) Para que haya realmente ciclo tecnológico será necesario que en un momento dado la acumulación de capital produzca una aceleración del crecimiento de la productividad global de los factores y por tanto, que pueda haber crecimiento más rápido, espontáneamente, sin que el capital productivo continúe incrementándose más rápidamente que el PIB (*). Algunos sugieren que la nueva economía no existe, que Internet no es una innovación tecnológica a la altura de los grandes inventos del pasado (la electricidad, el automóvil, el teléfono, el motor de vapor,…). Una de las razones podría ser que las nuevas tecnologías de la información al sustituir a las antiguas tecnologías las reemplazan pero no son verdaderamente el producto radicalmente nuevo que provoca un suplemento neto de demanda y de oferta; otra es que los costes de instalación, de funcionamiento, de gestión de estas nuevas tecnologías son importantes, superiores a lo que aportan. (…) Las incertidumbres que, con motivo de la nueva economía, están evocadas aquí han sido evidentemente reforzadas por la recesión y la crisis financiera del periodo 2001-2002. Se ha demostrado claramente que hubo un exceso de inversión a finales de los años 90, que la rentabilidad de las empresas no ha mejorado sustancialmente porque hayan invertido en nuevas tecnologías…” (p. 4-8).
(*) Exactamente en eso está la diferencia entre una verdadera revolución industrial y el epifenómeno actual de la nueva economía. Si Battaglia communista fuese capaz de leer a Marx lo habría entendido hace tiempo.
En el primer artículo de esta serie publicado en la Revista internacional nº 118, vimos cómo y por qué, para Marx y Engels, la teoría de la decadencia estaba en el centro mismo del materialismo histórico en el análisis de la evolución de los modos de producción. La volvemos a encontrar con la misma importancia en el centro de los textos programáticos de las organizaciones de la clase obrera. Además, algunas de ellas no solo reafirmarán este fundamento del marxismo sino que también desarrollarán su análisis e implicaciones políticas. Siguiendo este doble punto de vista, pasaremos aquí revista a las principales expresiones políticas del movimiento obrero, empezando, en esta primera parte, por el movimiento obrero de la época de Marx, la Segunda internacional, las Izquierdas marxistas que se desgajaron de ella así como también la Internacional comunista en sus orígenes. En la segunda parte que publicaremos más tarde, examinaremos más en especial la corriente de los grupos de la Izquierda comunista, base de nuestra propia filiación política y organizativa.
El movimiento obrero en tiempos de Marx
Marx y Engels siempre expresaron claramente que la perspectiva de la revolución comunista dependía de la evolución material, histórica y global del capitalismo. O sea que la concepción según la cual un modo de producción no puede expirar antes de que las relaciones de producción que contiene no se hayan convertido en trabas al desarrollo de las fuerzas productivas fue la base de toda la actividad política de Marx y Engels y de la elaboración del programa político proletario.
A pesar de que Marx y Engels, en dos ocasiones, creyeron haber detectado el advenimiento de la decadencia del capitalismo (1), corrigieron sin embargo rápidamente su apreciación y reconocieron que el capitalismo seguía siendo un sistema progresivo. Su visión, esbozada ya en El Manifiesto comunista y profundizada en todos sus escritos de aquella época, según la cual el proletariado que alcanzase el poder en aquel entonces tendría como principal tarea la de desarrollar el capitalismo de la forma más progresista posible, y no la de destruirlo pura y simplemente, expresaba ese análisis. Por ello la práctica de los marxistas en la Primera internacional se basaba con razón en el análisis de que, mientras siguiera el capitalismo desempeñando un papel progresista, el movimiento obrero debía apoyar a aquellos movimientos burgueses que preparaban el terreno histórico del socialismo:
“Ya hemos visto anteriormente que el primer paso de la revolución obrera lo constituye la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado utilizará su hegemonía política para despojar paulatinamente a la burguesía de todo su capital (...) [Los comunistas] luchan, pues, por alcanzar los fines e intereses inmediatos de la clase obrera pero en el movimiento actual representan al mismo tiempo el futuro del movimiento. En Francia los comunistas se adhieren al Partido socialista democrático contra la burguesía conservadora y radical, sin por ello abandonar el derecho de mantener una posición crítica frente a las frases y a las ilusiones provenientes de la tradición revolucionaria. Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que establece la revolución agraria como condición de la liberación nacional, el mismo que suscitó la insurrección de Cracovia en 1846. En Alemania, en la medida en que la burguesía actúa revolucionariamente, el Partido comunista actúa conjuntamente con la burguesía contra la monarquía absoluta, la propiedad feudal de la tierra y la pequeña burguesía. Por último, los comunistas trabajan en todas partes en pro de la vinculación y el entendimiento de los partidos democráticos de todos los países” (Manifiesto comunista) (2).
De forma paralela, era necesario que los obreros siguieran luchando por reformas mientras las posibilitaba el desarrollo del capitalismo, y en esa lucha, “los comunistas luchan por los intereses y fines inmediatos de la clase obrera”, tal como lo decía el Manifiesto. Estas posiciones materialistas iban en contra de los llamamientos a-históricos de los anarquistas por una abolición inmediata del capitalismo y su oposición total a cualquier reforma (3).
La Segunda Internacional, heredera de Marx y Engels
La IIª Internacional explicitó aun más esa adaptación de la política del movimiento obrero al período, al adoptar un programa mínimo de reformas inmediatas (reconocimiento de los sindicatos, disminución de la jornada de trabajo, etc.) así como un programa máximo, el socialismo, cuya práctica estaría a la orden del día cuando ocurriera la inevitable crisis histórica del capitalismo. Aparece muy claramente en el Programa de Erfurt que concretó la victoria del marxismo en la socialdemocracia:
“La propiedad privada de los medios de producción ha cambiado... se ha convertido, por la fuerza motriz del progreso, en la causa de la degradación y la ruina social... Su caída es segura, la única cuestión a la que hay que responder es: ¿el sistema de la propiedad privada de los medios de producción arrastrará a la sociedad en su caída al abismo o la sociedad se quitará ese fardo desembarazándose de él? (...) Las fuerzas productivas que se han generado en la sociedad capitalista se han vuelto irreconciliables con el sistema mismo que las hizo surgir quedando aprisionadas. La tentativa de mantener ese sistema de propiedad hace imposible cualquier nuevo desarrollo social y condena a la sociedad al estancamiento y la decadencia (...) El sistema social capitalista ha llegado al final de su carrera, su disolución es desde ahora una cuestión de tiempo. Es un destino implacable, las fuerzas económicas empujan al naufragio la producción capitalista, la construcción de un nuevo orden social que sustituya al que actualmente existe no es simplemente algo deseable, se ha convertido en algo inevitable (...) Tal y como están las cosas actualmente, la civilización no puede durar, debemos avanzar hacia el socialismo o caeremos en la barbarie. (...) La historia de la humanidad no está determinada por las ideas sino por el desarrollo económico que progresa irresistiblemente obedeciendo a leyes subyacentes precisas y no a cualquier deseo o fantasía” (Traducción nuestra de extractos del Programa de Erfurt releído, corregido y apoyado por Engels) (4).
Pero para la mayoría de los principales líderes oficiales de la Segunda internacional, el programa mínimo se transformará cada día más en el único verdadero programa de la socialdemocracia: “El objetivo, sea cual sea, no es nada. El movimiento lo es todo”, según decía Bernstein. El socialismo y la revolución proletaria acabaron siendo peroratas repetidas como sermones en las manifestaciones del Primero de mayo mientras la energía del movimiento oficial se concentraba cada día más en la obtención por parte de la socialdemocracia, costara lo que costara, de un lugar en el sistema capitalista. Inevitablemente, el ala oportunista de la socialdemocracia empezó a negar la necesidad de la destrucción del capitalismo para defender la posibilidad de una transformación gradual del capitalismo en socialismo.
La Izquierda marxista en la Segunda internacional
En respuesta al desarrollo del oportunismo en la Segunda internacional se desarrollaron fracciones de izquierda en varios países. Serán éstas las que posteriormente permitirán que se funden partidos comunistas tras la traición al internacionalismo proletario por parte de la socialdemocracia cuando estalle la Primera Guerra mundial. Las fracciones de izquierda defenderán claramente la bandera del marxismo al asumir la herencia de la Segunda internacional, desarrollándola ante los nuevos retos planteados por el nuevo período del capitalismo iniciado de manera patente por el estallido de la guerra, el período de su decadencia.
Estas corrientes aparecieron cuando el sistema capitalista estaba viviendo la última fase de su ascenso, cuando la expansión imperialista hacía vislumbrar la perspectiva de enfrentamientos entre las grandes potencias del capitalismo mundial y cuando se iba radicalizando cada día más la lucha de clases (desarrollo de huelgas generales políticas y sobre todo de huelgas de masas en varios países). Contra el oportunismo de Bernstein y Cía., la izquierda de la socialdemocracia –los bolcheviques, el grupo de Tribunistas holandeses, Rosa Luxemburg y otros revolucionarios– defenderán el análisis marxista con todas sus implicaciones: entender la dinámica del fin de la fase ascendente del capitalismo y lo ineluctable de su quiebra (5), las causas de las derivas oportunistas (6) y la reafirmación de la necesidad de la destrucción violenta y definitiva del capitalismo (7). Desgraciadamente, ese trabajo teórico por parte de las fracciones de izquierda no se realizó a escala internacional; se hará en orden disperso y con niveles de análisis y de comprensión diferentes ante los formidables trastornos sociales de principios del siglo xx, caracterizados por el estallido de la Primera Guerra mundial y el desarrollo de movimientos insurreccionales a escala internacional. No tenemos aquí la pretensión de hacer una presentación ni un análisis detallado de todas aquellas contribuciones de las fracciones de izquierda sobre estos temas; nos limitaremos a algunas tomas de posición de lo que serán las dos columnas vertebrales de la nueva internacional –el Partido bolchevique y el Partido comunista alemán–, a través de sus dos más eminentes representantes, Lenin y Rosa Luxemburg.
Si Lenin no utiliza los vocablos de “ascendencia” y de “decadencia” sino términos y expresiones como “la época del capitalismo progresista”, “antiguo factor de progreso”, “la época de la burguesía progresista” cuando trata del período ascendente del capitalismo y de “la época de la burguesía reaccionaria”, “el capitalismo se ha vuelto reaccionario”, “un capitalismo agonizante”, “la época del capitalismo en que ha alcanzado su madurez” para caracterizar el período decadente del capitalismo, utiliza sin embargo esos conceptos y sus implicaciones esenciales para analizar correctamente el carácter de la Primera Guerra mundial. En contra de los socialtraidores que pretendían apoyarse en los análisis de Marx durante la fase ascendente del capitalismo para preconizar un apoyo condicional a ciertas fracciones burguesas y a sus luchas de liberación nacional, Lenin identificará en la Primera Guerra mundial la expresión de un sistema que ha agotado su misión histórica, poniéndose así al orden del día la necesidad de su superación mediante una revolución a escala mundial. Por eso define la guerra imperialista como totalmente reaccionaria a la que había que oponer el internacionalismo proletario y la revolución:
“De liberador de las naciones que fue el capitalismo en su lucha contra el régimen feudal, el capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de las naciones. El capitalismo, antiguo factor de progreso, se ha tornado reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas hasta tal punto que a la humanidad no le queda más que pasar al socialismo o sufrir durante años, incluso decenas de años, la lucha armada de las “grandes” potencias por mantener artificialmente el capitalismo con ayuda de las colonias, monopolios, privilegios y opresiones nacionales de todo tipo (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1918; “La guerra actual es una guerra imperialista”);
“La época del imperialismo capitalista es la época de un capitalismo que ya ha alcanzado y ha sobrepasado su periodo de madurez, que se adentra en su ruina, maduro para dejar su sitio al socialismo. El periodo de 1789 a 1871 ha sido la época del capitalismo progresista: su tarea era derrocar el feudalismo, el absolutismo, la liberación del yugo extranjero...” (El oportunismo y la bancarrota de la IIa Internacional”, enero de 1916); “De todo lo dicho anteriormente sobre el imperialismo resalta que debemos caracterizarlo como capitalismo de transición, o más exactamente como un capitalismo agonizante. (...) la putrefacción y el parasitismo caracterizan el estadio histórico supremo del capitalismo, es decir, el imperialismo. (...) El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto se confirmó a escala mundial después de 1917” (“El imperialismo fase superior de capitalismo, Lenin”, Obras escogidas, Tomo I, editorial Progreso).
Las posiciones tomadas frente a la guerra y la revolución siempre han sido líneas claras de demarcación en el movimiento obrero. La capacidad de Lenin para definir la dinámica histórica del capitalismo y captar el final de “la época del capitalismo progresista” y que “el capitalismo se ha vuelto reaccionario” no solo le permitieron caracterizar claramente la Primera Guerra mundial sino también el carácter y la dimensión de la revolución en Rusia. En efecto, cuando estaba madurando la situación revolucionaria en Rusia, la comprensión que tenían los bolcheviques de las tareas impuestas por el nuevo período les permitió luchar contra las concepciones mecanicistas y nacionalistas de los mencheviques. Cuando éstos intentaron minimizar la importancia de la oleada revolucionaria con el pretexto de que “Rusia no estaba bastante desarrollada para el socialismo”, los bolcheviques afirmaron que el carácter mundial de la guerra imperialista mostraba que el capitalismo mundial había alcanzado el nivel de maduración necesario para la revolución socialista. Luchaban entonces por la toma de poder por la clase obrera, considerándola como un preludio de la revolución proletaria mundial.
Entre las más claras expresiones de esta defensa del marxismo está el folleto Reforma o revolución escrito por Rosa Luxemburg en 1899, que aun reconociendo que el capitalismo seguía en expansión gracias a “bruscos sobresaltos expansionistas” (o sea el imperialismo), insistía en que seguía corriendo inevitablemente hacia su “crisis de senilidad” y esto conduciría a la necesidad inmediata de la toma del poder revolucionaria por el proletariado. Con mucha perspicacia política, Rosa Luxemburg fue además capaz de percibir las nuevas exigencias planteadas por el cambio de período histórico a la lucha y a las posiciones políticas del proletariado, especialmente en la cuestión sindical, la táctica parlamentaria, la cuestión nacional y los nuevos métodos de lucha mediante la huelga de masas (8):
Sobre los sindicatos:
“Cuando el desarrollo de la industria haya alcanzado su punto máximo y empiece, por tanto el “declive” capitalista en el mercado mundial, cuando tienda a bajar la cuesta, la lucha sindical será entonces doblemente difícil (...) Los sindicatos se ven obligados, por la necesidad, a limitarse simplemente a defender lo ya conseguido, y ello a fuerza de luchar en condiciones cada vez más desventajosas. Así es el curso de los acontecimientos, cuya contrapartida debe ser el desarrollo de una lucha de clases política y social” (Rosa Luxemburg, Reforma o Revolución).
Sobre el parlamentarismo:
“¡Asamblea Nacional o todo el poder a los Consejos de obreros y soldados, abandono del socialismo o lucha de clases determinada y armada contra la burguesía: ese es el dilema!. ¡Alcanzar el socialismo por la vía parlamentaria, por la simple decisión de la mayoría, eso es un proyecto idílico! (...) El parlamentarismo, es cierto, fue un terreno de la lucha de clase del proletariado mientras duró la vida tranquila de la sociedad burguesa. Y fue una tribuna desde la cual pudimos reunir a las masas en torno a la bandera del socialismo y educar para la lucha. Pero hoy estamos en el corazón mismo de la revolución proletaria y se trata, desde ahora, de abatir el árbol de la explotación capitalista. El parlamentarismo burgués, como la dominación de clase burguesa que fue su razón de ser más eminente, ha perdido su legitimidad. Desde el presente, la lucha de clases irrumpe a cara descubierta, el capital y el trabajo no tienen nada que decirse, no le queda más camino que empuñar firmemente su lanza y zanjar el desenlace de esa lucha a muerte” (Rosa Luxemburgo, “¿Asamblea bacional o Consejos obreros?”, Obras escogidas).
Sobre la cuestión nacional:
“La guerra mundial no sirve ni para la defensa nacional, ni para la de los intereses económicos o políticos de las masas populares sean cuales sean, es producto únicamente de las rivalidades imperialistas entre las clases capitalistas de diferentes países por la supremacía mundial y por el monopolio de la explotación y opresión de regiones que aún no están sometidas al Capital. En la época de este imperialismo desenfrenado ya no puede haber guerra nacional. Los intereses nacionales son solo una mistificación destinada a que las masas populares laboriosas se pongan al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo” (La crisis de la Social Democracia, 1915).
La decadencia en la médula del análisis de la Internacional comunista
Alentada por los movimientos revolucionarios que acabaron con la Primera Guerra mundial, la constitución de la Tercera internacional (Internacional comunista, o IC) se apoyó en el análisis del final del papel históricamente progresista de la burguesía, que las izquierdas marxistas de la Segunda internacional habían hecho. Ante la tarea de entender el giro que puso en evidencia el estallido de la Primera Guerra mundial y de los movimientos insurreccionales a escala internacional, tanto la IC como los grupos que la formaron harán de la “decadencia” –a un nivel u otro– la clave de la comprensión del nuevo período que acababa de abrirse. Así es como en la plataforma de la nueva internacional se precisaba que:
“Ha nacido una nueva época. Época de desintegración del capitalismo, de su desmoronamiento interno. Época de la revolución comunista del proletariado” (Primer Congreso),
y en este marco de análisis se basarán, más o menos, todas sus tomas de posición (9), como por ejemplo en las Tesis sobre el parlamentarismo adoptadas en el Segundo congreso:
“El comunismo debe tener como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencias del imperialismo hacia su propia negación y su propia destrucción)” (idem) (10).
Ese marco de análisis aún será más evidente en el Informe sobre la situación internacional escrito por Trotski y adoptado por el IIIer Congreso de la IC:
“Las oscilaciones cíclicas, decimos en nuestro Informe al 3º Congreso de la IC acompañan el desarrollo del capitalismo en su juventud, su madurez y su decadencia como el tic-tac del corazón acompaña al hombre incluso hasta su agonía” (Trotski, La marea sube, 1922)...
“Ayer vimos en detalle cómo el camarada Trotski, y todos los aquí presentes estaremos, creo, de acuerdo con él, estableció la relación entre, de un lado, las pequeñas crisis y los pequeños periodos de desarrollo cíclicos y momentáneos y, de otro lado, el problema del desarrollo y el declive del capitalismo en cuanto a los grandes periodos históricos. Estaremos todos de acuerdo en que la gran curva que antes iba hacia arriba hoy va irremisiblemente hacia abajo, y que dentro del esta gran curva, tanto cuando asciende como cuando desciende como hoy, se producen oscilaciones” (Authier D., Dauvé G., Ni parlamento ni sindicatos, ¡Consejos obreros!).
En fin, la “Resolución sobre la táctica de la IC” de su IVº Congreso, explicita aún más y reafirma el análisis de la decadencia del capitalismo:
“II.- El periodo de decadencia del capitalismo. Luego de haber analizado la situación económica mundial, el IIIer Congreso pudo comprobar con absoluta precisión que el capitalismo, después de haber realizado su misión de desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreductible con las necesidades no solamente de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más elementales de la existencia humana. Esta contradicción fundamental se reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esta guerra que conmovió, del modo más profundo, el régimen de la producción y de la circulación. El capitalismo, que de este modo sobrevivió a sí mismo, entró en una fase donde la acción destructora de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado en medio de las cadenas de la esclavitud capitalistas. (...) Actualmente el capitalismo está viviendo su agonía. (Los cuatro primeros Congreso de la Internacional comunista)”.
El análisis del significado político de la Primera Guerra mundial
El estallido de la guerra imperialista en 1914 señala un giro decisivo tanto en la historia del capitalismo como en la del movimiento obrero. El problema de la “crisis de senilidad” del sistema dejó de ser un debate teórico entre diversas fracciones del movimiento obrero. La comprensión de que la guerra abría un nuevo período para el capitalismo, como sistema histórico, exigía un cambio en la práctica política cuyos fundamentos se convirtieron en frontera de clase: por un lado los oportunistas que desvelaron claramente su rostro de agentes del capitalismo “aplazando” la revolución con su llamada a la “defensa nacional” en una guerra imperialista y, por el otro, la izquierda revolucionaria –los bolcheviques en torno a Lenin, el grupo Die Internationale, los Radicales de izquierda de Bremen, los Tribunistas holandeses, etc.– que se reunieron en Zimmerwald y Kienthal para afirmar que la guerra marcaba la apertura de la época “de las guerras y de las revoluciones” y que la única alternativa a la barbarie capitalista era la insurrección revolucionaria del proletariado contra la guerra imperialista. Entre todos los revolucionarios que asistieron a esas conferencias, los más claros sobre la cuestión de la guerra fueron los bolcheviques. Esa clarividencia emana directamente de la compresión de que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia puesto que “la época de la burguesía progresista” había dejado el lugar a “la época de la burguesía reaccionaria”, como lo confirma sin ambigüedades Lenin:
“Los socialdemócratas rusos (Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870; los socialchovinistas alemanes (tipo Lensch, David y compañía ) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad, para los socialistas alemanes, de defender la patria en caso de una guerra contra Francia y Rusia unidas... Todas estas referencias deforman de modo indignante las concepciones de Marx y de Engels complaciendo a la burguesía y a los oportunistas... Invocar hoy en día la actitud que tuvo Marx respecto a la época progresiva de la burguesía y olvidar las palabras de Marx: “Los obreros no tienen patria”, palabras que se relacionan directamente con la época de la burguesía reaccionaria cuyo tiempo ha pasado, con la época de la revolución socialista, es deformar cínicamente el pensamiento de Marx y suplantar el punto de vista socialista por el punto de vista de la burguesía” (Lenin 1915, Obras completas, Tomo 27).
Ese análisis político del significado histórico del estallido de la Primera Guerra mundial determinó la posición del conjunto del movimiento revolucionario, de las fracciones de izquierda en la Segunda internacional (11) hasta los grupos de la Izquierda comunista, pasando por la IIIª internacional. Es lo que ya predijo Engels a finales del siglo XIX:
“Friedrich Engels dijo un día: «La sociedad burguesa está situada ante un dilema: o pasa al socialismo o cae en la barbarie». Pero ¿qué significa, pues, una caída en la barbarie en el grado de civilización que conocemos en la Europa de hoy? Hasta ahora hemos leído estas palabras sin reflexionar y las hemos repetido sin presentir la terrible gravedad. Echemos una mirada en torno nuestro en este momento y comprenderemos lo que significa una caída de la sociedad burguesa en la barbarie. El triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente, si el período de las guerras mundiales que comienza ahora se prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Friedrich Engels predijo una generación antes que la nuestra, hace cuarenta años. Estamos situados hoy ante esta elección: o bien triunfo del imperialismo y decadencia de toda civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o. bien, victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y: contra su método de acción: la guerra. Éste es un dilema de la historia del mundo, un o bien, o bien, todavía indeciso, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado con conciencia de clase. El proletariado debe lanzar resueltamente en la balanza la espada de su combate revolucionario. El porvenir de la civilización y de la humanidad depende de ello” (Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia, I).
Esto mismo lo habían comprendido bien, con determinación, todas las fuerzas revolucionarias que participaron en la creación de la Internacional comunista. Así, sus estatutos recuerdan claramente que:
“La IIIa Internacional se constituyó al final de la carnicería de 1914-18, durante la cual la burguesía sacrificó 20 millones de vidas en diferentes países. ¡Acordémonos de la guerra imperialista. Esta es la primera palabra que la Internacional comunista dirige a cada trabajador, sea cual sea su origen o la lengua en la que hable. ¡Recordemos que por la existencia del régimen capitalista, un puñado de imperialistas ha podido, durante 4 largos años, obligar a los trabajadores a ir a mutuo degüello! ¡Recordemos que la guerra burguesa sumió a Europa y el mundo entero en el hambre y la indigencia! ¡Recordemos que sin derrocamiento del capitalismo, será no solo posible, sino inevitable que se repitan esas criminales guerras! (…) La Internacional comunista considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para liberar a la humanidad de los horrores del capitalismo” (Cuatro primeros congresos de la IC).
Sí, más que nunca hemos de “recordar” el análisis de nuestros predecesores y debemos reafirmarlo con tanta más fuerza que las camarillas parásitas intentan tacharlo de “humanismo y moralismo burgués”, minimizando la guerra imperialista y los genocidios. So pretexto de criticar la teoría de la decadencia, dirigen un ataque en regla contra las adquisiciones fundamentales del movimiento obrero:
“Por ejemplo para demostrarnos que el modo de producción capitalista está en decadencia, Sander afirma que su característica es el genocidio y que más de las tres cuartas partes de los muertos en guerra de los últimos 500 últimos años se produjeron en el siglo xx. Ese tipo de argumentos también forma parte del pensamiento milenarista. Para los testigos de Jehová, la Primera Guerra mundial significaría un giro en la historia a causa de su gravedad y su intensidad. Según ésos, la cantidad de muertos durante la Primera Guerra mundial habría sido “... siete veces mayor que todas las 901 principales guerras anteriores durante los 2400 años antes de 1914 (…)” según la polemista Ruth Leger Sivard, en un libro editado en 1996, el siglo xx habría hecho unos 110 millones de muertos en 250 guerras. Si extrapolamos ese resultado se alcanzan los 120 millones de muertos, 6 veces más que en el siglo xix. Equiparada esta cantidad con la población media, la relación relativa cae a 2. (...) Incluso así, la consecuencia de las guerras sigue siendo inferior a las de las moscas y los mosquitos. (...) No se hará avanzar el materialismo y menos todavía la comprensión de la historia del modo de producción capitalista adoptando conceptos propios del derecho burgués moderno (como el de genocidio), confeccionados por la ideología democrática y de derechos humanos sobre los escombros de la Segunda Guerra mundial” (Robin Goodfelow, Camarada, un esfuerzo más para dejar de ser un revolucionario).
Comparar los estragos de las guerras imperialistas con algo que es “menos importante que los efectos de moscas y mosquitos” es realmente escupirles a la cara tanto a los millones de proletarios que fueron asesinados en los campos de batalla como a los miles de revolucionarios que sacrificaron su vida intentando bloquear el brazo armado de la burguesía y estimular las luchas revolucionarias. Es un escandaloso insulto a todos aquellos revolucionarios que lucharon con todas sus fuerzas denunciando las guerras imperialistas. Comparar los análisis dejados por Marx, Engels y todos nuestros ilustres predecesores de la Internacional comunista y de la Izquierda comunista con los de los Testigos de Jehová y con el moralismo burgués es una sórdida indecencia. Ante semejantes “pensamientos”, nos sumamos a Rosa Luxemburg cuando decía que ¡la indignación del proletariado es una fuerza revolucionaria!
Según esos parásitos, toda la Tercera internacional, Lenin, Trotski, Bordiga, etc., se habrían extraviado en un lamentable malentendido, creyendo ingenuamente que la Primera Guerra mundial era “el mayor de los crímenes” (Plataforma de la IC, ibid.), cuando, según esos parásitos, fue algo “menos importante que los efectos de moscas y mosquitos”. Todos aquellos revolucionarios que pensaron que la guerra imperialista es la mayor catástrofe para el proletariado y el movimiento obrero en su conjunto, “La catástrofe de la guerra imperialista ha barrido de arriba abajo todas las conquistas de las batallas sindicales y parlamentarias” (Manifiesto de la IC)”, habrían cometido, por lo tanto, la peor de las equivocaciones: la de haber teorizado que la Primera Guerra mundial abría el período de decadencia del capitalismo:
“El periodo de decadencia del capitalismo (...) el capitalismo, tras haber cumplido su misión de desarrollar las fuerzas productivas cayó en una total contradicción con las necesidades no solo de la evolución histórica actual sino también con las condiciones de la existencia humana más elemental. Esa contradicción fundamental se plasmó sobre todo en la última guerra imperialista y esta guerra la ha agravado más todavía” (op. cit.).
Ese desprecio presuntuoso de esos parásitos hacia lo adquirido por el movimiento obrero, que escribieron con su sangre nuestros hermanos de clase, no se puede comparar sino con el desprecio que tiene la burguesía hacia la miseria de los obreros o con el cinismo desencarnado de las cifras brutas utilizadas por ésta para cantar los méritos del capitalismo. Parafraseando la celebre fórmula de Marx cuando trata sobre Proudhon y la miseria, esos parásitos no ven en las cifras más que cifras y ni sospechan su significado social y político revolucionario (12). Todos los revolucionarios de aquel entonces, sí que entendieron perfectamente el carácter cualitativamente diferente, todo el significado social y político de aquel “aplastamiento masivo de las mejores tropas del proletariado internacional”:
“Pero el desencadenamiento actual de la fiera imperialista en los campos europeos produce además otro resultado que deja al “mundo civilizado” por completo indiferente [y a esos parásitos actuales, añadimos nosotros]: la desaparición masiva del proletariado europeo. Jamás una guerra había exterminado en tales proporciones capas enteras de la población (...) Y es la población obrera de las ciudades y de los campos quien constituye las nueve décimas partes de esos millones de víctimas (...) son las mejores fuerzas, las más inteligentes, las mejor adiestradas del socialismo internacional (...) El fruto de decenas de años de sacrificios y esfuerzos de varias generaciones es aniquilado en algunas semanas; las mejores tropas del proletariado internacional son diezmadas (...) Aquí el capitalismo descubre su propia descarnada calavera; aquí confiesa que su derecho a la existencia ha caducado, que la continuación de su dominación ya no es compatible con el progreso de la humanidad” (Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia, 1915) (13).
C. Mcl
1Para mas detalles, léase el primer artículo de esta serie en la Revista internacional nº 118.
2Desgraciadamente, lo que Marx expresó con razón en aquel entonces ha sido utilizado como confusión reaccionaria durante el período de decadencia por parte de todos aquellos que invocaban aquellas medidas preconizadas en el Manifiesto comunista como si pudieran adaptarse a la época actual.
3Estas posiciones de los anarquistas, aparentemente ultrarrevolucionarias, no eran sino el deseo de la pequeña burguesía de acabar con el Estado y el trabajo asalariado, no avanzando hacia su superación histórica sino volviendo hacia un mundo de productores independientes.
4El primer artículo de esta serie ya demostró claramente, apoyándose en numerosas citas sacadas del conjunto de su obra, que el concepto de decadencia así como la palabra misma “decadencia” tienen su origen en Marx y Engels y son la médula misma del materialismo histórico para comprender la sucesión de los modos de producción. Esto invalida claramente las aserciones estrambóticas de la revista academista Aufheben que pretendían que “la teoría del declive del capitalismo apareció por primera vez en la Segunda internacional” (serie de artículos titulada “Sobre la decadencia, teoría del declive o declive de la teoría”, publicada en los nos 2, 3 y 4 de Aufheben). Y al reconocer que la teoría de la decadencia está en el centro mismo del programa marxista de la Segunda internacional, nuestra serie desmiente rotundamente la extravagante serie de partidas de nacimiento inventadas por una retahíla de grupos parásitos: para la Ficci, por ejemplo, la decadencia aparecería a finales del siglo XIX, “Hemos presentado el origen de la noción de decadencia en torno a los debates sobre el imperialismo y la alternativa histórica de guerra o revolución que se desarrollaron a finales del siglo XIX ante las profundas transformaciones entonces vividas por el capitalismo” (Bulletin communiste no 24, abril del 2004), mientras que para la RIMC aparece tras la Primera Guerra mundial: “El objetivo de este trabajo es el de hacer una crítica global y definitiva del concepto de “decadencia” que está envenenando la teoría comunista como una de las mayores desviaciones nacidas en la primera posguerra, que ha impedido todo trabajo científico de restauración de la teoría comunista debido a su carácter profundamente ideológico” (Revista internacional del movimiento comunista, “Dialéctica de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción en la teoría comunista”). Para Perspective internationaliste, sería Trotski el inventor del concepto: “El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la Tercera internacional en la que fue sobre todo Trotski quien lo desarrolló” (“Hacia una nueva teoría de la decadencia del capitalismo”). Lo único que tienen en común esas camarillas es su crítica a nuestra organización y en particular a nuestra teoría de la decadencia, sin saber realmente ninguna de ellas de qué está hablando.
5Véase por ejemplo Lenin en el Imperialismo, fase suprema del capitalismo, o Rosa Luxemburg en la Acumulación del capital.
6Véase también Rosa Luxemburg en Reforma o revolución y más tarde Lenin en la Revolución proletaria y el renegado Kautski.
7Véase Lenin en el Estado y la revolución y Rosa Luxemburg, ¿Qué quiere la Liga Spartacus?
8Léase Huelga de masas, partido y sindicatos.
9Ilustraremos más ampliamente esta idea en la segunda parte de este artículo.
10Esta cita está sacada de la intervención de Alexander Schwab, delegado del KAPD, en el IIIer Congreso de la Internacional comunista, en la discusión acerca del informe de Trotski sobre la situación económica mundial, “Tesis sobre la situación mundial y las tareas de la Internacional comunista”. Esa cita restituye correctamente el sentido y el contenido, y sobre todo el marco conceptual de ese informe y de la discusión en la IC en torno a la noción de “auge” y de “declive” del capitalismo a escala de los “grandes períodos históricos”.
11“Una cosa es cierta, y es que la guerra mundial ha significado un giro para el mundo. Es una locura insensata imaginarse que solo nos quedaría esperar a que acabe la guerra, como la liebre que está esperando debajo de una mata a que se termine la tormenta y reanudar alegremente su quehacer diario. La guerra mundial ha cambiado las condiciones de nuestra lucha, nos ha cambiado a nosotros mismos de manera radical” (Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia).
12Incluso en las cifras, nuestros censores se ven obligados a reconocer, después pensárselo mucho, que la “relación relativa” de la cantidad de muertos en la decadencia es el doble del de la ascendencia..., sin que eso les plantee mayores problemas.
13Si hemos considerado necesario denunciar esos insultos, no solo es para estigmatizarlos y defender las lecciones teóricas de generaciones enteras de proletarios y revolucionarios, sino también para denunciar firmemente esa charca de parásitos que propaga, cultiva y deja desarrollarse ese tipo de canalladas. Es ése uno de los múltiples ejemplos, una de las numerosas pruebas de su carácter totalmente parásito: su papel es destruir los logros políticos de la Izquierda comunista, es hacer de parásitos del medio político proletario e intentar desprestigiarlo, sobre todo a la CCI.
“... Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI” (ibid.).
Que sepamos nosotros, el BIPR sigue sin hacerse esa pregunta (en todo caso nunca apareció públicamente en su prensa).
Uno de los objetivos de éste artículo es intentar aportar elementos de respuesta a esa pregunta, que puedan ser útiles tanto a esa organización como a quienes se acercan a la Izquierda comunista y que podrían impresionarse ante la afirmación del BIPR al presentarse a sí mismo como “la única organización heredera de la Izquierda comunista de Italia”. Más generalmente, este artículo va a procurar entender por qué esa organización ha sufrido una serie de fracasos en su política de agrupamiento a escala mundial de las fuerzas revolucionarias.
En el precedente artículo de esta serie (“El Núcleo comunista internacional, un esfuerzo de toma de conciencia en Argentina”, Revista internacional no 120), recordamos la trayectoria de un núcleo de elementos revolucionarios en Argentina, agrupados en el Núcleo comunista internacional (NCI).
Poníamos de manifiesto los problemas conocidos por ese pequeño grupo, el hecho, en particular, de que uno de sus componentes, el ciudadano B, se aprovechaba de su dominio de la informática (en particular el de Internet) para aislar a sus demás compañeros, monopolizar el correo con los grupos del medio político proletario, imponerles sus decisiones y eso cuando, escondiendo deliberadamente sus manejos, no se dedicaba a desarrollar una política a espaldas de los demás, puesto que cuestionaba del día a la mañana las orientaciones seguidas hasta entonces. Más precisamente, tras haber afirmado hasta el verano de 2004 su voluntad de integrarse rápidamente en la CCI (1) con la que afirmaba compartir totalmente las posiciones programáticas y los análisis, al mismo tiempo que rechazaba las posiciones del BIPR y condenaba el comportamiento de hampones y chivatos de la autodenominada “Fracción interna de la CCI” (Ficci), don B. se cambió repentinamente de chaqueta.
Estando todavía presente en Argentina una delegación de la CCI que llevaba a cabo una serie de discusiones con el NCI, el ciudadano B entró en contacto con la Ficci y el BIPR para anunciarles su intención de desarrollar un trabajo con ambos, cambiando de nombre (Círculo de comunistas internacionalistas), todo ello a escondidas tanto de nuestra delegación como de los demás miembros del NCI. De hecho,
“... fue cuando comprendió que con la CCI no iba a poder seguir con sus maniobras de aventurero de salón, que, de repente, lo arrebató una pasión por la FICCI y el BIPR, y por las posiciones de éste. Semejante conversión, más repentina que la de san Pablo en el camino de Damasco, por lo visto no levantó la menor desconfianza en el BIPR que se puso a su inmediata disposición para servir de altavoz a ese señor. Un día deberá el BIPR preguntarse por qué, en varias ocasiones, elementos que han dado la prueba de su incapacidad para integrarse en la Izquierda comunista, se han girado hacia el BIPR tras el fracaso de su “acercamiento” a la CCI” (ibid.).
Que sepamos nosotros, el BIPR sigue sin hacerse esa pregunta (en todo caso nunca apareció públicamente en su prensa).
Uno de los objetivos de éste artículo es intentar aportar elementos de respuesta a esa pregunta, que puedan ser útiles tanto a esa organización como a quienes se acercan a la Izquierda comunista y que podrían impresionarse ante la afirmación del BIPR al presentarse a sí mismo como “la única organización heredera de la Izquierda comunista de Italia”. Más generalmente, este artículo va a procurar entender por qué esa organización ha sufrido una serie de fracasos en su política de agrupamiento a escala mundial de las fuerzas revolucionarias.
La actitud del señor B., que de golpe se descubre una profunda convergencia tanto con las posiciones del BIPR como con las acusaciones totalmente calumniadoras de la Ficci contra la CCI, no es, en realidad, sino la caricatura de una actitud qua ya hemos conocido a menudo en gente que, tras haber empezado a discutir con nuestra organización se dieron cuenta que se habían equivocado, sea por que no estaban realmente de acuerdo con nuestras posiciones o porque las exigencias del militantismo en la CCI les parecían demasiado apremiantes, o también por que constataron que nuestra organización no les permitiría llevar a cabo su política personal. A menudo tales elementos dirigieron entonces sus miradas hacia el BIPR, en cuyo seno ellos consideraban que sus ambiciones podrían quedar más satisfechas. Ya hemos evocado varias veces este tipo de proceso en nuestras publicaciones. Dicho esto, merece le pena volver sobre ello para poner en evidencia que no se trata de un fenómeno fortuito y excepcional, sino repetitivo que debería plantearles problemas a los militantes del BIPR.
En vísperas del nacimiento del BIPR
Ya en la prehistoria del BIPR (e incluso en la de la CCI) puede verse una primera manifestación de lo que luego se irá repitiendo a menudo. Estamos en los años 1973-74. Tras un llamamiento del grupo norteamericano Internationalism en 1972 (grupo que posteriormente será la sección de la CCI en EE.UU.) a formar una red de correspondencia internacional, se organizaron una serie de encuentros entre varios grupos que se reivindicaban de la Izquierda comunista. Los participantes más regulares en estos encuentros fueron Révolution internationale en Francia y tres grupos de Gran Bretaña, World Revolution, Revolutionary Perspective y Worker’s Voice (nombre de sus respectivas publicaciones). WR y RP procedían de escisiones del grupo Solidarity, más bien anarco-consejista. En cuanto a WV, era un pequeño grupo de obreros de Liverpool que acababa de romper con el trotskismo. Tras esas discusiones, los tres grupos británicos llegaron a posiciones cercanas a las de RI e Internationalism (en torno a cuales se formará la CCI al año siguiente). Sin embargo, el proceso de unificación de aquellos tres grupos fracasó. Por un lado, los elementos de WV decidieron romper con WR por que tenían la sensación de haber sido engañados. WR había conservado posiciones semi-consejistas sobre la Revolución de 1917 en Rusia: consideraba que sí era una revolución proletaria, pero que el Partido bolchevique era un partido burgués, posición que lograron hacer compartir a compañeros de WV. Y cuando WR, en los encuentros de enero del 74, rebatió esos últimos vestigios de consejismo adhiriéndose a la posición de RI, aquellos compañeros se sintieron “traicionados” desarrollando una gran hostilidad hacia WR (a quien acusaban de haber “capitulado” ante RI), lo que les hizo publicar una “aclaración” en noviembre del 74 en la que tachaban de “contrarrevolucionarios” (2) a los grupos que formarían poco después la CCI. Por otro lado, RP pidió su integración en la CCI como “tendencia”, con plataforma propia (pues existían todavía desacuerdos entre ese grupo y la CCI). Contestamos entonces a esa solicitud que nuestro enfoque no era integrar “tendencias” en sí, cada una con su propia plataforma, aunque consideramos que pueden existir desacuerdos en una organización sobre aspectos secundarios de sus documentos programáticos. Aunque de esta forma no cerramos las puertas a la discusión con RP, este grupo empezó a alejarse de la CCI. Intentó entonces hacer surgir un agrupamiento internacional “alternativo” a la CCI con WV, el grupo francés “Pour une intervention communiste” (PIC) y el “Revolutionary Workers’ Group” (RWG) de Chicago. Este “bloque sin principios” (como diría Lenin) duró poco. Y no podía ser de otra manera, debido a que lo único que unía a esos grupos no era otra cosa sino la hostilidad creciente hacia la CCI. El agrupamiento acabó realizándose en Gran Bretaña en septiembre del 75 entre RP y WV que formaron el “Communist Workers’ Organisation” (CWO). Esta unificación tuvo que pagarla RP: sus militantes tuvieron que aceptar la posición de WV que consideraba que la CCI era “contrarrevolucionaria”. Es una posición que conservaron durante bastante tiempo, hasta que se separaron un año después los antiguos miembros de WV, acusando a los de RP de... ¡su intolerancia hacia los demás grupos! (3). Este “análisis” de la CWO que consideraba a la CCI como “contrarrevolucionaria” se basaba en “argumentos decisivos”:
“– la CCI defiende a Rusia capitalista de Estado tras 1921 así como a los bolcheviques;
“– mantiene que una camarilla capitalista de Estado como la Oposición de izquierdas trotskista era un grupo proletario” (Revolutionary Perspectives nº 4”).
Pasará mucho tiempo antes de que la CWO renuncie a considerar la CCI como “contrarrevolucionaria”; fue cuando empezó a tratar con el Partito communista internazionalista (Battaglia communista). Si hubiese mantenido los criterios qua hasta entonces tenía, ¡también hubiese tenido que considerar a BC como “contrarrevolucionaria”!
El punto de partida de la trayectoria de la CWO, como vemos, está marcado por el hecho de que la CCI no había aceptado la solicitud de integración de RP con su propia plataforma en su seno. Esta trayectoria desembocó finalmente en la fundación del BIPR en 1984: por fin la CWO podía participar en un agrupamiento internacional tras sus precedentes fracasos.
Los sinsabores con el SUCM
El proceso por el que se constituye el BIPR está marcado por ese tipo de mecanismos en los que unos “decepcionados” de la CCI se orientan hacia el BIPR. No volveremos aquí sobre el tema de las tres conferencias de los grupos de la Izquierda comunista entre 1977 y 1980, tras el llamamiento de BC en abril del 76 (4). Nuestra prensa ya ha insistido frecuentemente en la forma totalmente irresponsable, guiada por sus mezquinos intereses de capilla, con la que BC y la CWO dinamitaron deliberadamente aquel esfuerzo haciendo votar, de prisa y corriendo, a finales de la IIIª Conferencia, un criterio suplementario sobre el papel y la función del partido, cuya razón de ser era única y exclusivamente excluir a la CCI de las futuras conferencias (5). En cambio, merece la pena evocar la “conferencia” de 1984, que quería dar la ilusión de que era la continuidad de las que se desarrollaron entre 77 y 80. Esta “conferencia” agrupó, además de BC y la CWO, el “Supporters of the Unity of Communist Militants” (SUCM), grupo de estudiantes iraníes asentados principalmente en Gran Bretaña, bien conocido por la CCI que había empezado con él una discusión antes de darse cuenta de que, a pesar de afirmar su acuerdo con la Izquierda comunista, no era sino un grupúsculo izquierdista de tendencia maoísta. El SUCM se dirigió entonces hacia la CWO, que no hizo caso de las advertencias con respecto a ese grupo de nuestros compañeros de la sección de la CCI en Gran Bretaña. Y gracias a ese “recluta” de primer orden, la CWO y BC evitaron el mano a mano durante aquella gloriosa “conferencia de los grupos de la Izquierda comunista” que pretendía plantear ¡por fin!, ahora que ya no estaba la CCI para contaminarla con su consejismo, los verdaderos problemas de la construcción del partido mundial de la revolución (6). Efectivamente, todas las demás “fuerzas” que la pareja CWO-BC había “seleccionado” (formula utilizada frecuentemente por BC) “seriamente” y “con claridad” desertaron, sea porque no pudieron acudir, como ocurrió con el grupo austriaco Kommunistische Politik o porque ya habían desaparecido en el momento de la “conferencia”, como así fue con los dos grupos norteamericanos Marxist Worker y Wildcat; sorprendentemente, éste grupo entraba perfectamente en los “criterios” decretados por BC y la CWO, a pesar de su… consejismo (7).
Hay que decir que el flirteo con el SUCM no duró mucho tiempo, no gracias a la lucidez de los compañeros de BC y de la CWO, sino porque ese grupo izquierdista, al no poder enmascarar eternamente su verdadero carácter, acabó integrando el Partido comunista de Irán, partido estalinista oficial sin tapujos. En cuanto a las conferencias de los grupos de la Izquierda comunista, BC y la CWO ya no convocaron más; prefirieron evitarse el ridículo de otro fracaso (8).
Dos trayectorias individuales
Ese tipo de atracción que ejerce el BIPR sobre los elementos “decepcionados” por la CCI también se manifestó en aquel entonces con el elemento al que llamaremos L que llegó a ser el único representante del BIPR en Francia. Había sido trotskista y se acercó a la CCI a principios de los 80, presentando incluso su candidatura. Proseguimos con él, evidentemente, discusiones muy serias pero le pedimos paciencia antes de incorporarse a la organización, porque, a pesar de que afirmara estar totalmente de acuerdo con nuestras posiciones, seguía teniendo huellas importantes de su pasado izquierdista en sus planteamientos, en particular un inmediatismo muy marcado. Paciencia tenía poca: en cuanto consideró que las discusiones tomaban demasiado tiempo, las interrumpió unilateralmente para orientarse hacia los grupos que iban a formar el BIPR. Sus posiciones de geometría variable evolucionaron del día a la mañana y descubrió que estaba de acuerdo con el BIPR, el cual, por su parte, no le exigía tanta paciencia para integrarlo. La prueba de que sus convicciones no eran muy sólidas fue el hecho de que se salió luego del BIPR para navegar entre grupos del ámbito de la Izquierda comunista, y, entre ellos, los de la corriente “bordiguista”, antes de volver... al BIPR a mediados de los 90. Ya entonces habíamos advertido a los compañeros del BIPR de lo poco de fiar que era, políticamente, ese elemento. El BIPR no nos hizo caso y lo reintegró. Como era de esperar, L no siguió mucho tiempo en el BIPR: a principios de los 2000, “descubrió” que las posiciones a las que ya se había adherido dos veces no acababan de convencerlo y vino a varias de nuestras reuniones públicas para poner por los suelos a esa organización: decidimos entonces que era necesario rechazar las calumnias que vertía y defender al BIPR.
La serie de flirteos con el BIPR por parte los frustrados de la CCI no se limita a los ejemplos que acabamos de dar.
Otro elemento que también venía del izquierdismo, al que llamaremos E, tuvo una trayectoria parecida. El proceso de integración en la CCI fue más allá que el de L, puesto que lo integramos en nuestras filas tras muchas discusiones. Una cosa, sin embargo, es decir que se está de acuerdo con unas posiciones políticas y otra integrarse en una organización comunista. A pesar de haberle explicado en diferentes ocasiones lo que significaba ser militante de una organización comunista e incluso si hubiera estado de acuerdo con nuestro enfoque, la experiencia práctica del militantismo supone en particular un esfuerzo constante de lucha contra el individualismo. Esas dificultades le hicieron rápidamente darse cuenta que no lograba incorporarse y empezó entonces a desarrollar una actitud hostil hacia nuestra organización. Acabó dimitiendo sin manifestar el menor desacuerdo con nuestra plataforma (a pesar de nuestra insistencia para llevar a cabo una discusión sobre sus “reproches”). Ello no le impidió, al poco tiempo, descubrirse profundos acuerdos con el BIPR, hasta el punto de publicar en la prensa de esa organización un artículo de polémica contra la CCI.
Pero volviendo a los grupos que adoptaron ese tipo de comportamiento, la lista no se limita a los ejemplos que acabamos de dar. También hay que evocar al “Communist Bulletin Group” (CBG) en Gran Bretaña, al “Kamunist Kranti” en India, a “Comunismo” en México, a “Los Angeles Worker’sVoice” y a “Notes internationalistes” en Canadá.
Los amores sin futuro entre el CBG y la CWO
Ya hemos publicado varios artículos en nuestra prensa sobre el CBG (9). No volveremos sobre el análisis que hicimos de este grupito parásito integrado por antiguos miembros de la CCI que salieron de nuestra organización en 1981 robándole dinero y material y cuya única razón de existir era la de intentar echar basura sobre nuestra organización. A finales del 83, este grupo contestó positivamente a un “Llamamiento a los grupos proletarios” adoptado por el Vº Congreso de la CCI “para realizar una cooperación consciente entre todas las organizaciones” (10); decían “Queremos expresar nuestra solidaridad con el enfoque y las preocupaciones expresadas en el Llamamiento”, sin hacer la menor crítica al comportamiento de chorizos que habían tenido. Les contestamos:
“Hasta que no se haya entendido el problema fundamental de la defensa de las organizaciones políticas del proletariado, contestaremos categóricamente “no” a la carta del CBG. Se equivocaron de Llamamiento”.
Frustrados probablemente de que la CCI rechazara su carta y sufriendo sin duda de aislamiento, el CBG se volvió hacia la CWO, componente británico del BIPR. Una reunión se hizo en diciembre del 92 en Edimburgo, tras una “colaboración práctica entre miembros de la CWO y del CBG”.
“Muchas incomprensiones fueron aclaradas por ambas partes. Se decidió entonces formalizar más la cooperación práctica. Se redactó un acuerdo que la CWO como tal tendrá que ratificar en enero (a continuación se publicará un informe completo) y que contiene los siguientes puntos...”.
Sigue una lista de los diferentes acuerdos de colaboración, y en particular “ambos grupos han de discutir sobre el proyecto de “plataforma popular” preparado por un camarada de la CWO como herramienta de intervención” (Workers’ Voice, no 64).
Nunca más oímos hablar de esa colaboración entre el CBG y la CWO. Nunca pudimos leer tampoco nada explicando las razones por las que aquella colaboración se volvió agua de borrajas.
Los desengaños del BIPR en India
El BIPR tuvo otro desengaño desdichado con “frustrados de la CCI” en sus relaciones con el grupo que publicaba en India Kamunist Kranti. Éste procedía de un grupo de elementos con quien había discutido la CCI durante los años 80. Algunos de ellos se acercaron a nuestras posiciones hasta hacerse simpatizantes muy cercanos y uno se integró en nuestra organización. Sin embargo, otro, al que llamaremos S, que había desempeñado un papel importante en las primeras discusiones con la CCI, no prosiguió en este sentido. Por temor probablemente a que una integración en la CCI le hiciera perder su individualidad, formó su propio grupo, publicando Kamunist Kranti.
El BIPR, por su lado, había conocido varios sinsabores en India. A pesar de considerar que las condiciones en los países de la periferia “posibilitan la existencia de organizaciones de masas” (Communist Review no 3), lo que supone que las condiciones son más favorables que en los países centrales del capitalismo para formar desde ahora grupos comunistas, el BIPR sufría, sin embargo, de que sus tesis no se concretaran en la formación de grupos que se incorporaran a su plataforma. Este sufrimiento era tanto más cruel porque la CCI, a pesar de sus análisis “eurocentristas”, tenía una sección en uno de esos países de la periferia, Venezuela. El flirteo malogrado con el SUCM agravaba su amargura. Por lo tanto, en cuanto pudo tener discusiones con el grupo “Lal Pataka” en India, pensó entrever el final de su amargura. Por desgracia, a pesar de sus ostentosas simpatías hacia las posiciones de la Izquierda comunista, ese grupo, como el SUCM, no había roto totalmente con sus orígenes maoístas. Ante las advertencias de la CCI sobre a ese grupo (que finalmente se redujo a un elemento), el BIPR contestó:
“Algunos espíritus cínicos [se trata de la CCI] podrán considerar que hemos integrado demasiado deprisa a este camarada en el BIPR”.
Durante algún tiempo, “Lal Pataka” fue presentado como el componente del BIPR en India pero, en 1991, desapareció su nombre de la prensa del BIPR para dejar paso al de “Kamunist Kranti”. El BIPR contaba mucho con este “decepcionado de la CCI”:
“Esperamos que podrán establecerse fecundas relaciones en el porvenir entre el Buró internacional y ‘Kamunis Kranti’”.
Una vez más esas ilusiones quedaron frustradas, pues dos años más tarde podía leerse en la Communist Review no 11 que
“Es una tragedia que a pesar de la existencia de elementos prometedores aun no exista un núcleo fuerte de comunistas indios”.
“Kamunist Kranti” había desaparecido efectivamente. Claro que sigue existiendo un pequeño núcleo comunista en India, que publica Communist Internationalist, pero forma parte de la CCI y el BIPR “se olvida”, claro, de nombrarlo.
Decepciones mexicanas
En el mismo período en que varios elementos en India se acercaban a las posiciones de la Izquierda comunista, la CCI entabló unas discusiones con un grupo de México, el Colectivo comunista Alptraum (CCA), que publicó Comunismo en 1986 (11). Al poco tiempo se formó el Grupo proletario internacional (GPI) que empezó a publicar Revolución mundial a principios del 87 y con quien también se entablaron discusiones (12). El CCA empezó entonces a distanciarse de la CCI: por un lado desarrollando un enfoque cada vez más academicista en sus posiciones políticas, y, por otro, acercándose al BIPR. Es evidente que este grupo vivió mal las relaciones que se establecían entre la CCI y el GPI.
Al conocer el punto de vista de la CCI que insiste en la necesidad de que los grupos de la Izquierda comunista en un país establezcan estrechos vínculos, el CCA pensó probablemente que su “individualidad” estaba amenazada – al ser numéricamente diez veces más débil que el GPI– de desaparición con el acercamiento de éste. Las relaciones entre el BIPR y CCA se mantuvieron algún tiempo, pero éste ya había desaparecido cuando el GPI se integró en la CCI como sección en México de la Corriente comunista internacional.
Un “sueño americano” atormentado
Con la aventura del “Los Angeles Workers’Voice” (LAWV) casi llegamos al cabo de esta lista. Este grupo se formó con elementos que provenían del maoísmo (tendencia proalbanesa). Discutimos con ellos bastante tiempo y constatamos su incapacidad para superar las confusiones que heredaban de su pertenencia pasada a una organización burguesa. Entonces, cuando ese grupo se acercó al BIPR a mediados de los 90, le avisamos sobre las confusiones de LAWV. El BIPR se lo tomó muy mal, considerando que no queríamos que desarrollaran una presencia política en el continente norteamericano. Durante varios años, el LAWV fue un grupo simpatizante del BIPR en EE.UU., y en abril del 2000 participó, en Montreal (Canadá), en una Conferencia destinada a reforzar la presencia política del BIPR en Norteamérica. Al poco tiempo, la gente de Los Ángeles empezó a plantear desacuerdos sobre varias cuestiones, acercándose cada vez más a una visión anarquizante (rechazo a la centralización, calificación del Partido bolchevique como partido burgués, etc.) y sobre todo profiriendo calumnias miserables contra el BIPR y en particular contra otro simpatizante norteamericano de esta organización, AS, que vivía en otro Estado. Nuestra prensa en EEUU denunció entonces los comportamientos del LAWV y afirmó su solidaridad hacia los militantes calumniados (13). No consideramos entonces necesario recordar las advertencias que habíamos hecho al BIPR a principios de su idilio con el LAWV.
El otro componente norteamericano de la Conferencia de abril del 2000, “Notes internationalistes” (NI), que hoy en día sigue siendo un “grupo simpatizante” del BIPR, también forma parte de los “decepcionados por la CCI”. La discusión entre la CCI y los camaradas de Montreal empezó a finales de los 90. Se trataba de un núcleo cuyo elemento más formado políticamente, al que llamaremos W, tenía mucha experiencia del sindicalismo y del izquierdismo. Las discusiones siempre fueron muy fraternales, en particular cuando unos militantes de la CCI los visitaron en Montreal, y teníamos la ilusión de que fueran tan sinceras por su parte como lo eran por la nuestra. Siempre fuimos muy claros con ellos diciendo, entre otras cosas, que considerábamos que el largo período de militantismo de W en una organización izquierdista era un obstáculo para la plena comprensión de las posiciones y del enfoque de la Izquierda comunista. Por esta razón, pedimos al camarada W que redactara un balance de su trayectoria política, pero éste tuvo visiblemente dificultades para redactar ese documento, puesto que nunca nos lo mandó a pesar de su compromiso en hacerlo.
Mientras proseguían las discusiones con “Notes internationalistes” y que nunca nos informaron de un eventual acercamiento suyo a las posiciones del BIPR, llegó a nuestro conocimiento una declaración por la cual NI se convertía en grupo simpatizante del BIPR en Canadá. Hemos de confesar que fue la CCI quien había animado a los camaradas de Montreal a conocer las posiciones del BIPR y a tomar contacto con él. Nuestra política nunca ha sido la de “guardar para nosotros nuestros contactos”. Al contrario, pensamos que los militantes que se acercan a las posiciones de la CCI deben conocer a fondo las posiciones de los demás grupos de la Izquierda comunista, para que se adhieran a nuestra organización con pleno conocimiento (14). El que gente que se acerca a la Izquierda comunista esté de acuerdo con las posiciones del BIPR no nos plantea el menor problema en sí. Lo que sí nos sorprendió fue que este acercamiento se hiciera “en secreto”, por decirlo así. Resulta evidente que el BIPR no tenía las mismas exigencias que la CCI en lo que se refiere a la ruptura de W con su pasado izquierdista. Y seguimos convencidos que ésta es una de las razones por las que W se fue hacia el BIPR sin informarnos de la evolución de sus posiciones.
Es asombrosa la repetición del fenómeno de que elementos “decepcionados de la CCI” se vuelvan después hacia el BIPR. Podría considerarse, quizás, que sería un proceso normal: tras haber comprendido que las posiciones de la CCI eran erróneas, esas personas irían hacia la exactitud y la claridad de las del BIPR. Quizás sea esto lo que los militantes de esta organización hayan pensado cada vez. El problema es que entre todos los grupos que han tenido ese recorrido, el único que sigue perteneciendo a las filas de la Izquierda comunista es precisamente el que hemos evocado en último lugar, o sea “Notes Internationalistes”. Todos los demás grupos o han desparecido o han acabado en las filas de organizaciones cien por cien burguesas como el SUCM. El BIPR debería preguntarse por qué. Sería también interesante que hiciera ante la clase obrera un balance de esas experiencias. Las reflexiones siguientes podrán ayudar a sus militantes a sacar un balance.
Es evidente que esos grupos que, es de suponer, no encontraron lo que buscaban en la CCI, no estaban, en realidad, dispuestos a llegar a la mayor claridad, puesto que acabaron por abandonar el militantismo comunista. Los hechos han demostrado que su alejamiento de la CCI, como lo hemos comprobado cada vez, se debía sobre todo a un alejamiento de la claridad programática y de los métodos de la Izquierda comunista y también al rechazo de las exigencias del militantismo en nuestra corriente. En realidad su flirteo efímero con el BIPR no fue sino una etapa en el abandono del combate en las filas proletarias. Se plantea entonces la pregunta: ¿por qué el BIPR atrae tanto a quienes se han ido por ese camino?
A esa pregunta hay una respuesta fundamental: porque el BIPR defiende un método oportunista en materia de agrupamiento de los revolucionarios.
Es el oportunismo del BIPR lo que permite a quienes se niegan a realizar una ruptura completa con su pasado, encontrar un “refugio” momentáneo cerca de esa organización, haciendo creer o creyéndose que mantienen su compromiso con la Izquierda comunista. El BIPR, sobre todo a partir de la IIIª Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, no ha cesado de insistir en la necesidad de una “selección rigurosa” en el medio proletario. En realidad, tal exigencia solo va dirigida a la CCI, la cual ya no es “una fuerza válida en la perspectiva del futuro partido mundial del proletariado” y que ya “no puede ser considerada por nosotros [BIPR] como un interlocutor válido para definir une forma de unidad de acción” (respuesta a nuestro llamamiento del 11 de febrero de 2003 dirigido a los grupos de la Izquierda comunista para una intervención común ante la guerra y publicada en la Revista internacional no 113). Par consiguiente, es del todo imposible para el BIPR establecer la menor cooperación con la CCI, ni siquiera para una declaración común del campo internacionalista frente a la guerra imperialista (15). Sin embargo, este gran rigor no parece ejercerse en otras direcciones, especialmente hacia grupos que no tienen nada que ver con la Izquierda comunista, y eso cuando no son grupos izquierdistas. Como lo escribíamos en la Revista internacional n° 103:
“Para darse plena cuenta del oportunismo del BIPR, basta ver las razones de su rechazo al llamamiento sobre la guerra que nosotros le propusimos. Es muy instructivo leer un artículo aparecido en Battaglia communista de noviembre de 1995, titulado: “Equívocos sobre la guerra en los Balcanes”. En este artículo, Battaglia refiere que ha recibido de la OCI (Organizzazione comunista internazionalista) una carta de invitación a una Asamblea nacional contra la guerra que debía tener lugar en Milán. Battaglia consideró que “el contenido de la carta es interesante y mucho mejor que las posiciones que la OCI había adoptado sobre la guerra del Golfo, de ‘apoyo al pueblo iraquí atacado por el imperialismo’ y muy polémica al acusarnos de ‘indiferentismo’.” El artículo de Battaglia communista proseguía: “Falta la referencia a la crisis del ciclo de acumulación (…) y el análisis esencial de sus consecuencias sobre la Federación Yugoslava. (…) Pero eso no parece que sea un impedimento para una posible iniciativa en común de quienes se oponen a la guerra desde un terreno de clase”. Hace tan solo cuatro años, como puede observarse, en una situación menos grave que la que hemos vivido con la guerra de Kosovo, BC habría estado dispuesto a tomar una iniciativa común con un grupo ya entonces claramente contrarrevolucionario para así satisfacer sus operaciones activistas a la vez que tiene la cara de decir no a la CCI… con el pretexto de que nuestras posiciones están demasiado alejadas. A eso es a lo que se llama oportunismo.”
Esa selectividad tan unidireccional del BIPR pudo manifestarse una vez más durante el año 2003 cuando rechazó la propuesta de la CCI de hacer una toma de posición ante la guerra en Irak. Como lo escribíamos en la Revista internacional no 116:
“Al observar la actitud puntillosa del BIPR con respecto al examen de sus divergencias con la CCI, hubiésemos esperado una actitud parecida por parte de esta organización con respecto a los demás grupos. Y no es así.
“Aquí nos referimos a su actitud con su grupo simpatizante y representante político en Norteamérica, el “Internationalist Worker’s Group” (IWG) que publica Internationalist Notes. Este grupo ha intervenido junto con anarquistas y ha tenido una reunión publica común con Red and Black Notes, con consejistas y con la “Ontario Coalition Against Poverty” (OCP), especie de grupo típicamente izquierdista y activista” (“El medio político proletario frente a la guerra – Sectarismo
en el propio campo internacionalista”).
Como se ve, el oportunismo del BIPR se manifiesta en su negativa a tomar una posición clara respecto a grupos muy alejados de la Izquierda comunista, que han realizado una ruptura incompleta con el izquierdismo (o sea con el campo burgués). Esa actitud ya había sido la suya respecto al SUCM o a Lal Pataka. Con esa actitud, es de lo más normal que quienes no llegan a hacer un claro balance de sus experiencias en el izquierdismo se encuentren más a gusto en el BIPR que en la CCI.
Además, con lo ocurrido con el grupo de Canadá, parece que estemos ante otra variante del oportunismo del BIPR: cada uno de sus componentes es “libre de llevar a cabo su propia política”. Lo que no es ni imaginable para los grupos europeos es de lo más normal para un grupo norteamericano (pues no hemos leído la menor crítica en las columnas de Battaglia communista o de Revolutionary Perspective sobre la actitud de los camaradas de Canadá). A eso se le llama federalismo, un federalismo que el BIPR rechaza en su programa, pero que adopta en la práctica. Es un federalismo vergonzante que obliga a algunos elementos que encontraban demasiado exigente el centralismo de la CCI a mirar hacia el BIPR.
Lo que ocurre es que ese reclutamiento del BIPR de gente que conserva restos de su paso por el izquierdismo, o que no soporta la centralización y desea hacer su propia política en su rincón, es el mejor medio para socavar las bases de una organización que pueda existir a escala internacional.
Otro aspecto del oportunismo del BIPR es lo indulgente que es con gente hostil a nuestra organización. Como ya hemos visto al principio de este artículo, una de las bases de la formación de la CWO en Gran Bretaña no solo fue la voluntad de guardar su propia “individualidad” (RP pidió ser integrada en la CCI como “tendencia” con su propia plataforma) sino la oposición a la CCI (considerada durante un tiempo como “contrarrevolucionaria”). Más precisamente, la actitud de la gente de Workers’ Voice en el seno de la CWO, consistía, como queda dicho antes, en “utilizar a RP como escudo contra la CCI” se ha vuelto a encontrar en otra gente y otros grupos cuya motivación principal era la hostilidad hacia la CCI. Así era con el elemento L quien, fuera cual fuera el grupo al que perteneciera (y han sido cantidad), se hacía notar siempre como el más histérico contra nuestra organización. También el individuo mencionado antes empezó a expresar una violenta hostilidad hacia la CCI antes de unirse a las posiciones del BIPR. Esto es tan cierto que, por lo que sabemos, lo único que el BIPR ha publicado de él ha sido una violenta embestida contra la CCI.
¿Y qué decir del CBG, con quien la CWO tuvo un flirteo sin futuro, que ha alcanzado cotas de denigración (incluidos cotilleos de lo más repugnante) contra la CCI sin parangón?
Y ha sido precisamente en los últimos tiempos cuando esas aperturas hacia la BIPR basadas en el odio hacia la CCI han alcanzado sus formas más extremas. Valgan dos ilustraciones: los guiños hechos al BIPR por la pretendida “Fracción interna de la CCI” (FICCI) y por el ciudadano B, fundador, caudillo y único miembro del “Círculo de comunistas internacionalistas” de Argentina.
No vamos a repetir todos los detalles del comportamiento de la FICCI que pone de relieve su odio obsesivo por nuestra organización (16). Vamos a resumir algunas de sus hazañas:
– calumnias asquerosas contra la CCI y algunos de sus militantes sugiriendo, tras haber hecho circular rumores por la organización, que uno de ellos trabajaría para la policía y que otro estaría aplicando una política como la de Stalin consistente en “eliminar” a “los miembros fundadores de la organización”;
– robo de dinero y de material político de la CCI (especialmente un fichero de direcciones de los suscriptores de la publicación de la CCI en Francia);
– chivatazos que podían dar a los órganos de represión del Estado burgués la posibilidad de vigilar la conferencia de nuestra sección en México de diciembre de 2002 y descubrir la verdadera identidad de uno de nuestros militantes (al que la FICCI señala como “jefe de la CCI”). El ciudadano B, por su parte, se ilustró con la redacción de varios comunicados rastreros que ponían en entredicho “la metodología nauseabunda de la CCI”, comparada con los métodos del estalinismo, en medio de una sarta de groseras mentiras.
Si ese siniestro personajillo pudo presumir con tanta arrogancia fue porque, durante todo un período, se puso a lisonjear al BIPR, redactando textos con posiciones cercanas a éste (especialmente sobre el papel del proletariado en los países de la periferia). En pago, el BIPR le otorgó una especie de crédito. No sólo le tradujo y publicó en su sitio Web las tomas de posición y los “análisis” de ese individuo, no sólo saludó la formación del “Círculo” como “un paso adelante importante y seguro realizado hoy en Argentina hacia la agregación de fuerzas para el partido internacional del proletariado” (“Incluso en Argentina algo se mueve”, Battaglia communista, octubre de 2004), publicando además en tres lenguas en su sitio Web un comunicado de 12/09/2004 que es un basurero de calumnias contre nuestra organización.
Los amores del BIPR con ese aventurero exótico empezaron a hacer aguas cuando pusimos en evidencia de manera indiscutible que sus acusaciones contra la CCI eran todo mentira y su círculo una siniestra engañifa (17). Entonces, con gran discreción, el BIPR empezó a quitar de Internet los textos más comprometedores de ese personajillo, sin por ello condenar sus métodos incluso después de haber mandado nosotros una carta abierta a sus militantes (carta del 7 de diciembre de 2004 publicada en nuestro sitio Web) pidiéndoles una toma de posición. La única reacción que hayamos tenido de esta organización es un comunicado en su sitio Web “Última respuesta a las acusaciones de la CCI” en el que afirman que el BIPR es:
“... objeto de ataques violentos y vulgares por parte de la CCI, que está enfurecida porque es ella la que está surcada por una profunda e irreversible crisis interna” y “a partir de hoy no contestaremos en modo alguno a sus vulgares ataques”.
Los amoríos con el “Círculo”, por su parte, son hoy, por la fuerza, hojas muertas. Desde que la CCI le quitó la careta al ciudadano B., el sitio Internet de éste, que se había agitado febrilmente durante un mes, es hoy un desierto total.
Con la FICCI, el BIPR manifestó la misma condescendencia. En lugar de recoger con prudencia las acusaciones de esa gente contra la CCI, el BIPR prefirió darles fianza encontrándose con aquélla en varias ocasiones. La CCI, tras el primer encuentro entre la FICCI y el BIPR, en primavera de 2002, pidió tener un encuentro con éste para darle su propia versión de los hechos. Pero el BIPR lo rehusó diciendo que no quería inmiscuirse entre los dos protagonistas. Pura mentira, pues la propia reseña hecha por la FICCI de las discusiones con el BIPR (y nunca desmentidas por éste) muestra su aceptación de las acusaciones a la CCI. Pero eso solo fue un entremés en el menú de los comportamientos incalificables del BIPR. Acabaría yendo mucho más lejos. Primero cerrando púdicamente los ojos ante el comportamiento de soplones de los de la FICCI, comportamiento perfectamente comprobable consultando su sitio Web: así, el BIPR no tenía ni siquiera la excusa de que le faltaban pruebas sobre la verdad de lo que afirmaba la CCI. No se iba a quedar ahí el BIPR: después justificó, pura y simplemente, el robo de material político de la CCI por miembros de la FICCI. El BIPR convocó a una reunión pública en Paris el 2 de octubre de 2004, mandando una invitación a los suscriptores de Révolution internationale cuyas direcciones habían sido robadas por un miembro de la FICCI (18). En resumen, de igual modo que intentó atraer a su orbita al “Círculo” de Argentina publicando en su sitio Web los delirios del ciudadano B., no vaciló en conchabarse con un pandilla de soplones voluntarios y además ladronzuelos con la esperanza de ampliar su presencia política en Francia y establecer una antena en México (no oculta que espera poder recuperar en sus filas a los de la FICCI).
Contrariamente al “Círculo”, la FICCI sigue ahí, publicando regularmente unos boletines en gran parte dedicados a la calumnia contra CCI. El BIPR, por su parte afirma que “los lazos con la FICCI existen y persisten”. Quizás logre integrar a los de la FICCI y eso que estos no han cesado de afirmar, contra toda evidencia, de que serían los “verdaderos continuadores de la auténtica CCI”. Y entonces, el BIPR habrá llegado al final de sus métodos oportunistas, unos métodos que ya hoy están desprestigiando la memoria de la Izquierda comunista de la que sigue reivindicándose. E incluso si el BIPR logra integrar a los de la FICCI, no debería ponerse demasiado contento: su propia historia debería enseñarle que para los residuos que se encuentra en los basureros de la CCI, no hay reciclaje que valga.
Mentiras, complicidad de chivatazo, calumnias y robo, traición a los principios de honradez y de rigor que son el honor de la Izquierda comunista de Italia: ahí lleva el oportunismo. Y lo más triste para el BIPR, es que eso no le aporta casi nada en la práctica. Y es porque no ha comprendido que con un método oportunista (o sea, que favorece el “éxito inmediato” a costa de la perspectiva a largo plazo, incluso pisoteando los principios) se construye sobre arena. En el único ámbito en el que el BIPR ha dado pruebas de eficacia es en los abortos. Tras casi medio siglo de existencia, la corriente que representa sigue siendo una pequeña secta con menos fuerzas políticas que en sus orígenes.
En un próximo artículo trataremos sobre cuáles son los fundamentos del método oportunista del BIPR que lo han llevado a las lamentables contorsiones de las hemos sido testigos últimamente.
Fabienne
1Una precipitación que no compartían los demás compañeros que no se consideraban todavía preparados para dar ese paso.
2Véase el nº 13 de Worker’s Voice, al que contestamos en la Revista internacional nº 2, así como en un artículo de World Revolution nº 3, “Sectarism illimited”.
3Al constituirse CWO, lo calificamos de “agrupamiento incompleto” (véase World Revolution nº 5). Los hechos confirmaron este análisis muy rápidamente: en las actas de una reunión de CWO que analiza la salida de los elementos de Liverpool, se puede leer “Se ha demostrado que el antiguo RP no aceptó la política de fusión más que para utilizar a RP como escudo contra la CCI”, citado en “La CWO, pasado, presente, futuro”, redactado por los elementos que se escindieron de la CWO en noviembre del 77 para integrarse en la CCI, publicado en la Revista internacional nº 12).
4Aquí es necesaria una precisión: es frecuente que en la prensa del BIPR y otros se dé la impresión de que el mérito de estas conferencias le corresponde únicamente a BC, puesto que la primera de las tres que se celebraron (tras el llamamiento de 1976), fue en Milán en mayo del 77. Ya contestamos a eso en una carta mandada a BC el 9 de junio de 1980: “Si consideramos lo puramente formal, entonces sí, fue el llamamiento de BC en 1976 el punto de partida. ¿Habrá que recordar, compañeros, que ya en agosto del 68 la delegación de tres de nuestros compañeros que fueron a visitaros a Milán hizo la propuesta de convocar una conferencia? En aquel entonces, nuestra organización no era sino embrionaria (...). En tales condiciones nos resultaba difícil llamar a una conferencia de los grupos que nacieron o se desarrollaron en mayo del 68. Pensamos entonces que tal iniciativa debía proceder de un grupo más importante, organizado y conocido, con una prensa más regular y frecuente, como era el vuestro. Por eso os sugerimos esas conferencias, insistiendo en su importancia en un momento en que la clase obrera empezaba a sacudir el yugo terrible de la contrarrevolución. Sin embargo, considerando que no había nada nuevo bajo el sol, que mayo del 68 no había sido más que una revuelta estudiantil, rechazasteis esa propuesta. Al año siguiente, cuando el movimiento de huelgas empezó a desarrollarse en Italia durante el verano (...) hicimos la misma propuesta y nos disteis la misma respuesta. (...) Cuando ya el movimiento se desarrollaba en toda Europa, hicimos otra vez la misma propuesta en la época de vuestro congreso de 1971. Y otra vez vuestra respuesta fue la misma. Finalmente, al no ver venir nada, en noviembre del 72, por mediación de nuestros compañeros de Internationalism (que posteriormente formarán la sección en EE.UU. de la CCI) lanzamos la iniciativa de una “correspondencia internacional” basada en la importancia de una discusión entre revolucionarios que la reanudación de la lucha de clases exigía. Esta propuesta fue hecha a unos veinte grupos, entre los cuales el vuestro, escogidos en base a unos cuantos criterios muy parecidos a los de las recientes conferencias, para celebrar una conferencia internacional. Respondisteis negativamente, repitiendo los mismos argumentos que ya utilizasteis contra las precedentes propuestas. (...) ¿Se ha de suponer que para esta organización (el PCInt), no hay buena iniciativa que no sea la suya? (...) Nuestra organización siempre ha estimulado la idea de conferencias internacionales de los grupos comunistas. Y podemos decir que la iniciativa del 76 del Partito communista internazionalista no fue en nada una primicia, sino más bien un despertar tardío y una respuesta con ocho años de retraso a nuestra primera propuesta de 1968, o con cuatro respecto a la de 1972. (...) todo aquello no nos ha impedido contestar afirmativamente a esa iniciativa. Y para terminar con este tema, podemos decir además que si la iniciativa de Battaglia no se fue al garete se debe a nuestra adhesión a ella, puesto que con vosotros fuimos la única organización efectivamente presente en la conferencia de Milán de 1977” (carta publicada en las actas en francés de la IIIa Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, editadas por la CCI).
5BC. realizó su hazañita gracias a unas maniobras dignas de las prácticas del parlamentarismo burgués:
– antes de la Conferencia, no dijo ni palabra sobre la necesidad de poner en el orden del día si había que adoptar un nuevo criterio sobre la cuestión del partido;
– solo tras largas transacciones en los pasillos con la CWO logró convencerla para que apoyase su propuesta (en lugar de presentar públicamente unos argumentos que había reservado para la CWO);
– cuando le preguntamos a BC, unos meses antes, en una reunión del Comité encargado de preparar la Conferencia, si tenía la intención de apartar a la CCI de las futuras conferencias, contestó muy rotundamente que no, que eran partidarios de que siguieran con todos sus participantes, incluida la CCI.
Por otro lado, la votación –dos votos a favor del nuevo criterio, uno en contra (el de la CCI) y dos negativas de voto– se realizó cuando ya se había marchado el otro grupo que, junto a la CCI, estaba en contra de la adopción de semejante criterio.
6“Existen ahora los fundamentos del principio de un proceso de clarificación sobre las verdaderas tareas del partido... A pesar de que haya menos participantes que en la IIª o en la IIIª Conferencia, empezamos con bases más claras y serias” (Actas de la “Conferencia”).
7Esto demuestra que no era la posición de la CCI sobre el papel del partido lo que planteaba problemas a BC y a la CWO, sino el hecho de que la CCI actuaba a favor de una discusión seria y rigurosa, y eso no lo querían esas dos organizaciones.
8Las actas de la IVª Conferencia son bastante surrealistas: por un lado se publicaron ¡dos años después este acontecimiento histórico!, y por otro, ponen de manifiesto que la mayoría de las fuerzas serias “seleccionadas” por BC y la CWO desaparecieron antes de que se hiciera la Conferencia o poco después. Pero tambien nos enteramos de que el Comité técnico (BC-CWO) fue incapaz de publicar el menor boletín preparatorio, cosa tanto más molesta que la conferencia se hizo en inglés cuando los textos de referencia de BC no existían más que en italiano, y el grupo que organizó la conferencia era incapaz de traducir la mitad de las intervenciones.
9Vease en particular “Respuesta a las respuestas”, Revista internacional no 36.
10Vease Revista internacional no 35.
11Vease Revista internacional no 44, “Saludo a Comunismo no 1”.
12Vease “Desarrollo de la vida política y de las luchas obreras en México”, Revista internacional no 50.
13Vease “Defense of the revolutionary milieu”, Internationalism no 122 (verano del 2002).
14Por ello es que los animamos a asistir a las reuniones públicas de esos grupos, y en particular del BIPR, como lo hemos hecho cuando la reunión pública en París del 2 de octubre del 2004. Se ha de notar que el BIPR no apreció la presencia “masiva” de nuestros simpatizantes, como se puede leer en la toma de posición que hizo sobre esta reunión pública.
15Sobre ese tema, ver en especial nuestro artículo “El Medio político proletario ante la guerra: la plaga del sectarismo en el campo internacionalista” en la Revista internacional n° 116.
16Ver al respecto nuestros artículos “El combate por la defensa de nuestros principios organizativos “ y “XVº congreso de la CCI: reforzar la organización frente a los retos del período” en los nos 110 y 114 de la Revista internacional.
17Ver en nuestro sitio Web las diferentes tomas de posición de la CCI respecto al “Círculo”: “Una extraña aparición”; “Una nueva extraña aparición”; “¿Impostura o realidad?” y también en nuestra prensa territorial: “‘Círculo de comunistas internacionalistas (Argentina): un impostor al descubierto”.
18Ver el artículo de respuesta al BIPR: “¡El robo y la calumnia no son métodos de la clase obrera!” en nuestro sitio Web.
Si tuviéramos que caracterizar con un vicio a cada época de la historia humana, el del capitalismo sería, sin lugar a dudas, el de la hipocresía de la clase dominante. El gran conquistador mongol, Gengis Khan, mandaba que se hicieran pirámides de calaveras tras haber conquistado una ciudad rebelde, pero nunca pretendió con ello que estaba haciendo el bien de los habitantes. Ha habido que esperar a la democracia burguesa y capitalista para oír declarar que la guerra era “humanitaria” y que había que bombardear a las poblaciones civiles para aportar… la paz y la prosperidad a esas mismas poblaciones.
Tsunami: el bluf de la ayuda humanitaria
El maremoto de diciembre de 2004 anegaba las costas del océano Índico cuando estábamos sacando el número precedente de esta Revista. Y al no haber podido incluir una toma de posición cobre un acontecimiento tan significativo de nuestros tiempos, lo hacemos ahora y aquí en este número (1). Ya en 1902, hace poco más de 100 años, la gran revolucionaria Rosa Luxemburg denunció la hipocresía de las grandes potencias que llegaron con su “ayuda humanitaria” para aliviar a la población damnificada por la erupción del volcán de la isla de Martinica, unas grandes potencias que nunca han vacilado en aplastar a cualquier población para extender su dominio por el ancho mundo (2). Cuando se ve hoy la reacción de las grandes potencias ante la catástrofe ocurrida en Asia meridional a finales de 2004, hay que constatar que las cosas no han cambiado si no es para peor.
Hoy sabemos que la cantidad de muertos causados directamente por el maremoto ha sido superior a las 300 000 personas, por lo general entre las más pobres, por no mencionar a los cientos de miles sin techo. Una hecatombe de tales proporciones no era, ni mucho menos, una “fatalidad”. Es evidente que no vamos a acusar al capitalismo de haber originado el terremoto que ocasionó el gigantesco maremoto. Lo que sí se le puede achacar es, en cambio, la incuria total, la criminal irresponsabilidad de los gobiernos de esa región del mundo y la de sus compinches occidentales que han desembocado en esta enorme catástrofe humana (3).
Todos sabían que esa región del globo está muy expuesta a los temblores de tierra:
“Los expertos locales, sabían, sin embargo, que se estaba fraguando un drama. En diciembre, en una reunión de físicos en Yakarta, unos sismólogos indonesios evocaron el tema ante un experto francés. Eran perfectamente conscientes del peligro de los tsunamis pues en la región hay terremotos constantemente” (del diario francés Libération, 31/12/04).
Y no solo lo sabían sino que además, el ex director del Centro internacional de información sobre los tsunamis de Hawai, George Pararas-Carayannis, había avisado sobre un sismo de gran intensidad que se había producido 2 días antes de la catástrofe del 26 de diciembre.
“El océano Índico dispone de infraestructuras de base para medir los terremotos y para las comunicaciones. Nadie tenía por qué hacerse el sorprendido, puesto que un terremoto de magnitud 8,1 se había producido el 24 de diciembre. Eso debería haber alertado a las autoridades. Pero lo que falta es ante todo voluntad política por parte de los países afectados y una coordinación internacional a la medida de lo que se está construyendo en el Pacífico” (Libération, 28/12/04).
Nadie tenía por qué hacerse el sorprendido, y, sin embargo, ocurrió lo peor, a pesar de poseer cantidad de informaciones sobre la catástrofe que se estaba preparando y gracias a ellas haber podido actuar y evitar semejante matanza.
No es negligencia, no. Es un comportamiento criminal que pone de relieve el insondable desprecio que la clase dominante tiene por la población y el proletariado, principales víctimas de la política burguesa de los gobiernos locales.
De hecho hoy ya ha sido reconocido de forma oficial que si no se dio la alerta fue por temor a que…afectara al sector turístico. O sea, por defender unos sórdidos intereses económicos y financieros, fueron sacrificadas decenas de miles de seres humanos.
Esa irresponsabilidad de los gobiernos es una nueva ilustración del modo de vida de la clase de tiburones que gestiona la actividad productiva de la sociedad. Los Estados burgueses están dispuestos a sacrificar las vidas humanas que sean necesarias con tal de preservar la explotación y las ganancias capitalistas.
El profundo cinismo de la clase capitalista, el desastre que para la humanidad significa la pervivencia de ese sistema de explotación y de muerte, es todavía más evidente si comparamos el coste de un sistema de detección de tsunamis y las gigantescas cantidades gastadas en armamento, y eso solo para los países limítrofes del océano Índico y en “vías de desarrollo”: la cantidad de los 20-30 millones de dólares que se estiman necesarios para instalar un sistema de balizas de alarma en la región es la misma que la de la compra de uno solo de los 16 aviones Hawk-309 comprados al Reino Unido por Indonesia en los años 90. Si se observan los presupuestos destinados a los ejércitos indios (19 mil millones de dólares), indonesios (1,3 mil millones de dólares) esrilanqueses (540 millones de dólares – Sri Lanka es el más pequeño y el más pobre de los tres países), parece como una evidencia la realidad de un sistema económico que gasta sin freno para sembrar la muerte, y que, en cambio, es de lo más tacaño cuando se trata de proteger la vida de las poblaciones.
Ha habido nuevas víctimas recientemente tras el nuevo seísmo que ha golpeado la región de la isla indonesia de Nias. La elevada cantidad de muertos y heridos se debe a los materiales de construcción de las viviendas hechas de bloques de hormigón mucho menos resistentes a los temblores de tierra que la madera con la que se hacían tradicionalmente las casas de la región. Lo que pasa es que el hormigón sale barato y, en cambio, la madera es cara, pues la exportación de esta materia hacia los países desarrollados es una fuente muy importante de ingresos para capitalistas, mafiosos y militares indonesios. Con este nuevo desastre el retorno de la prensa occidental a la zona, con objeto de mostrarnos la labor “tan buena” que hacen las ONG allí presentes, también nos revela cuál ha sido el resultado concreto de las grandes declaraciones de solidaridad gubernamental que siguieron al maremoto de diciembre de 2004.
Primero, en cuanto a las donaciones prometidas por los gobiernos occidentales, la comparación entre los gastos en armamento y el dinero destinado a operaciones de socorro es todavía más chirriante que para los países limítrofes del océano Índico: Estados Unidos, que al principio se comprometió a entregar 35 millones de dólares de ayuda (“es lo nos gastamos en Irak cada mañana antes del desayuno” como dijo el senador norteamericano Patrick Leahy), tiene previsto un presupuesto militar para 2005-2006 de 500 000 millones de dólares, y eso sin contar los gastos de las guerras en Afganistán e Irak. E incluso sobre ese lamentable nivel de ayuda, ya dijimos que la burguesía occidental hace muchas promesas, pero racanea a la hora de la verdad:
“recordemos que esa “comunidad internacional” de bandidos capitalistas prometió 115 millones de dólares tras el seísmo que sacudió Irán en diciembre de 2003 y Teherán solo ha recibido hasta hoy 17 millones. Lo mismo ocurrió en Liberia: prometieron 1000 millones de $ y sólo se recogieron 70” (4).
El Asian Development Bank anuncia hoy que faltan 4000 millones de $ del dinero prometido y según la BBC,
“El ministro de Exteriores esrilanqués, Lakshman Kadirgamar, ha dicho que su país todavía no había recibido nada de lo prometido por los gobiernos”.
En Banda Aceh, sigue sin haber agua potable para la población. Paradójicamente los refugiados en sus improvisados campamentos son los únicos que pueden beneficiarse de los esfuerzos muy insuficientes de las ONG. En Sri Lanka, los refugiados de la región de Trincomalee (por poner un ejemplo) siguen viviendo en tiendas, sufren de varicela y diarreas; 65% de la flota pesquera, de la que depende gran parte de la población de la isla, quedó destruida por el tsunami y sin la menor sustitución.
La prensa, como siempre a las órdenes, nos explica, por activa y por pasiva, que las dificultades de una operación de socorro de gran envergadura son inevitables. Es muy instructivo comparar esas “dificultades” para socorrer a unas poblaciones desamparadas (algo que no aporta el menor beneficio al capital), con la capacidad logística impresionante desplegada por los ejércitos norteamericanos en la operación Desert Storm: recuérdese que la preparación para el asalto a Irak duró seis meses. Durante ese tiempo, según un artículo publicado por el Army Magazine (5),
”El 22º Support Command recibió más de 12 447 vehículos oruga, 102 697 vehículos de ruedas, 3.700 millones de litros de carburante y 24 toneladas de correo durante ese corto período. Entre las innovaciones en relación con las guerras anteriores, pudo verse el uso de navíos de carga rápida, de transportes de contenedores ultramodernos, un sistema eficaz de carburante estándar y una gestión automática de la información”.
O sea que cada vez que nos vengan con la monserga de las “dificultades logísticas” de las operaciones humanitarias, recordemos lo que el capitalismo es capaz de hacer cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.
Además, ni siquiera esas miserables cantidades y recursos se han enviado allá gratis, pues la burguesía no se gasta un duro sin contrapartida. Si los Estados occidentales han mandado allá helicópteros, portaviones y vehículos anfibios, es porque cuentan con sacar provecho para su influencia imperialista en la zona. Así lo dijo sin tapujos Condoleezza Rice ante el senado de EEUU cuando fue confirmada como Secretaria de Estado (6):
“Estoy de acuerdo para decir que el tsunami ha sido una magnífica ocasión para mostrar la compasión no sólo del gobierno sino también del pueblo norteamericano, y pienso que nos ha proporcionado muchas ventajas” (7).
De igual modo, la decisión del gobierno indio de rechazar toda ayuda occidental se debió a su deseo de “jugar en el patio de los mayores” y afirmarse como potencia imperialista regional.
La democracia para ocultar la barbarie
Si solo nos dedicáramos a hacer constar esas obscenas diferencias entre lo que gasta la burguesía para sembrar la muerte y las condiciones de vida cada día más miserables de la inmensa mayoría de la población mundial, no iríamos mucho más allá que todas esas buenas conciencias defensoras de la democracia, las ONG de todo tipo.
Pero ya las propias grandes potencias son también ardientes defensoras de la democracia, y sus informaciones televisivas no se privan de darnos todo tipo de razones para tener esperanzas en un mundo mejor, gracias a la irresistible extensión de la democracia. Tras las elecciones en Afganistán, la población ha votado por vez primera en Irak, y Bush jr. ha podido saludar “el admirable valor de esas gentes que desafiaron las amenazas de muerte para ir a las urnas y decir “no” al terrorismo”. En Ucrania, la “revolución naranja” siguió el ejemplo de Georgia, sustituyendo un gobierno corrupto y prorruso por el “heroico” Yúshenko. En Líbano, la juventud movilizada exige que se haga la verdad sobre el asesinato del opositor Rafik Hariri, y que las tropas sirias salgan del país. En Palestina, las elecciones han dado un mandato claro a Mahmud Abbas para que ponga fin al terrorismo y concluya una paz con Israel. En fin, en Kirguizistán una “revolución de los tulipanes” ha barrido al ya ex presidente Akaiev. Estaríamos por lo visto ante una verdadera marea democrática de “poder del pueblo”, portador, al fin, del “nuevo orden mundial” que nos prometieron tras la caída del muro de Berlín en 1989.
Pero basta con rascar un poco para darse cuenta de que tales perspectivas no son nada halagüeñas.
En Irak primero, las elecciones lo único que han hecho es dejar patente hasta qué punto sigue la lucha por el poder entre las diferentes fracciones de la burguesía iraquí, con sus agrias negociaciones entre shiíes y kurdos por el reparto de poder y el grado de autonomía acordado a la zona kurda del país. Aunque momentáneamente han llegado a un acuerdo sobre algunas poltronas gubernamentales, solo ha sido porque han dejado para más tarde el espinoso problema de Kirkuk, rica localidad petrolera del norte de Irak, objeto de todos los deseos de suníes y kurdos y que sigue siendo escenario de enfrentamientos ultraviolentos. Cabe preguntarse hasta qué punto se han tomado en serio los dirigentes kurdos las elecciones iraquíes, cuando, el mismo día, organizaron un “sondeo” según el cual 95% de los kurdos desean un Kurdistán independiente.
“La autodeterminación es el derecho natural de nuestro pueblo y éste tiene derecho a expresar sus deseos”, dijo el dirigente kurdo y “cuando llegue el momento ese deseo se hará realidad” (8).
La situación de los kurdos está preñada de amenazas para la estabilidad de la región, pues cualquier intento por su parte de afirmar su independencia sería percibido como un peligro inmediato por dos potencias limítrofes en las que viven minorías kurdas importantes: Turquía e Irán.
Las elecciones iraquíes han sido un golpe mediático favorable a Estados Unidos, que ha debilitado considerablemente las resistencias de las potencias rivales, Francia especialmente, en la región. En cambio, el gobierno de Bush no está muy encantado por la perspectiva de un Estado iraquí dominado por los shiíes, aliados de Irán, y por lo tanto, indirectamente, de Siria y de sus secuaces en Líbano, el partido Hizbolá. En este contexto debe comprenderse el asesinato de Rafik Hariri, poderoso dirigente y hombre de negocios de Líbano.
Toda la prensa occidental –americana y francesa, sobre todo– ha señalado a Siria. Sin embargo, todos los comentaristas están de acuerdo en decir que, primero, Hariri no tenía nada de un opositor (fue Primer ministro bajo la tutela siria durante 10 años), y, segundo, que el país que menos se aprovecha del crimen es precisamente Siria, obligada ahora a anunciar la retirada total de sus tropas para el 30 de abril (9). Los que, en cambio, sí sacan tajada de la situación son, por un lado, Israel que ve debilitarse la influencia de Hizbolá y, por otro, Estados Unidos, que han echado mano de la situación para meter en cintura al régimen sirio. ¿Quiere eso decir que la “revolución democrática” que ha provocado esa retirada habría conquistado una nueva zona de paz y de prosperidad? Ni mucho menos cuando se comprueba que los “oponentes” de hoy (el dirigente druso Walid Jumblat, por ejemplo) no son ni más ni menos que señores de la guerra de ayer, actores del conflicto que llenó de sangre el país entre 1975 y 1990; ya ha habido varios ataques con bomba en algunas regiones cristianas de Líbano, mientras que Hizbolá (con sus 20 000 hombres armados) organiza manifestaciones masivas.
También, la dimisión forzada del presidente kirguiz, Akaiev, lo único que anuncia será más miseria e inestabilidad. Este país, entre los más pobres de Asia central, que alberga ya bases militares rusa y norteamericana, está siendo cada día más objeto de las apetencias de China. Es, además, uno de los principales lugares de paso para la droga. En tales condiciones, la reciente solución “democrática” no es más que una etapa en los ajustes de cuentas entre grandes potencias mediante intermediarios.
Dos veces en el siglo xx, las rivalidades imperialistas ensangrentaron el planeta en las espantosas carnicerías de las dos guerras mundiales, por no hablar de las guerras incesantes que desde 1945 enfrentaron a los dos grandes bloques imperialistas que salieron victoriosos de la Segunda Guerra mundial hasta la caída del bloque ruso en 1989. Tras cada matanza, la clase dominante nos ha jurado que esta vez iba a ser la última: la guerra de 1914-18 era “la última de las últimas”, la de 1939-45 iba a abrir un nuevo período de reconstrucción y de libertad garantizadas por las Naciones Unidas, el final de la Guerra fría, en 1989 iba a iniciar un “nuevo orden mundial” de paz y de prosperidad. En caso de que la clase obrera se hiciera preguntas hoy sobre las ventajas de ese “nuevo orden” (de guerra y de miseria), en los años 2004 y 2005 han visto y van a seguir viendo, las fastuosas celebraciones de los triunfos de la democracia (del Desembarco en Normandía en junio de 1944), así como las conmemoraciones de los horrores del nazismo (ceremonias sobre la liberación de los campos de concentración). Se puede suponer que la burguesía democrática e hipócrita hará menos ruido sobre los 20 millones de muertos en los gulags rusos cuando la URSS era su aliada contra Hitler, y sobre los 340 000 muertos de Hiroshima y Nagasaki cuando la mayor democracia del mundo utilizó, la única vez en la historia, el arma monstruosa, la bomba atómica contra un país ya derrotado (10).
Ni que decir tiene la poca confianza que nos inspira esa clase burguesa para aportarnos la paz y la prosperidad que nos promete. Al contrario:
“Enlodada, deshonrada, embarrada en sangre, ávida de riqueza: así se presenta la sociedad burguesa, así es ella. No es cuando, tan pulida y honrada, presume de cultura y de filosofía, de moral y de orden, de paz y derecho, sino cuando se parece a una alimaña salvaje, cuando se agita en el aquelarre de la anarquía, cuando echa su aliento apestoso sobre la civilización y la humanidad, entonces sí que aparece en toda su desnudez, tal como de verdad es” (11).
Contra ese aquelarre macabro, solo el proletariado puede hacer surgir una verdadera oposición capaz de poner fin a la guerra porque solo él acabará con el capitalismo promotor de la guerra.
Solo la clase obrera podrá ofrecer una solución
Al final de la guerra del Vietnam, el ejército de Estados Unidos había perdido su capacidad de combate. Los soldados –reclutas la mayoría de ellos– se negaban a menudo a ir al frente, matando incluso a los oficiales que se propasaban en su empeño. Aquella desmoralización no se debió a una derrota militar, sino a que, contrariamente a 1939-45, la burguesía norteamericana no había logrado hacer que la clase obrera se adhiriera a sus proyectos imperialistas.
Antes de lanzar la invasión de Irak, los matachines del Pentágono estaban convencidos de que el “síndrome del Vietnam” estaba superado. Y, sin embargo, sigue habiendo un rechazo por parte de los obreros en uniforme para entregar sus vidas por las aventuras militares de su burguesía: desde el inicio de la guerra en Irak, unos 5500 soldados han desertado, a la vez que faltan unos 5000 hombres al plan de alistamiento del ejército de reserva (que proporciona la mitad de las tropas): ese total de 10 500 hombres es casi 8 % de la fuerza presente Irak de 135 000 hombres.
Como tal, esa resistencia pasiva no es una perspectiva con futuro. Pero el viejo topo de la conciencia obrera sigue abriéndose camino y el lento despertar de la resistencia del proletariado a la degradación de sus condiciones de vida es portador no sólo de resistencia, sino de demolición de este viejo mundo en putrefacción, acabando de una vez por todas con las guerras, la miseria y la hipocresía que son su consecuencia.
Jens, 9 de abril de 2005
1Ver la declaración de la CCI publicada en nuestro web: (https://fr.internationalism.org/ri/353_Tsunami [261])
2Disponible en inglés en el sitio https://www. marxists.org/archive/luxemburg/1902/05/15.htm [262]
3Hasta la erupción del Monte Pelado en Martinica, los “peritos” gubernamentales aseguraban que el volcán no era ningún peligro para la población.
5Revista oficial de la Asociación del ejército americano. Ver https://www.ausa.org/www/armymag.nsf/ [263]
6O sea ministra de Relaciones exteriores.
7Agencia France Presse, 18/01/2005, ver: https://www.commondreams.org/headlines05/0118-08.htm [264]
8Citado en Al Yazira: https://english.aljazeera.net/NR/exeres/350DA932-63C9-4666-9014-2209F872... [265]
9Hasta hoy, la única conclusión clara de la investigación de Naciones Unidas es que el asesinato exigía la obligada participación de alguno de los servicios secretos que actúan en la zona, o sea, los israelíes, los franceses, los sirios o los estadounidenses. Tampoco se puede excluir la simple tesis de la incompetencia de los servicios secretos sirios.
10No es una ironía de la historia, sino que está en la naturaleza misma del capitalismo, el que el nuevo Estado, que utiliza sin cesar el horror que provoca el holocausto, sea, a su vez, él también abiertamente racista (Israel se basa en el pueblo y la religión judías) y esté preparando, mediante el “muro de seguridad”, la creación de un nuevo y gigantesco campo de concentración en Gaza. Como muy bien lo expresa Arnon Soffer, uno de los ideólogos de la política de Sharon: “Cuando 2,5 millones de personas viven encerradas en Gaza, eso acaba siendo una catástrofe humanitaria. Esa gente acabará volviéndose más bestial que lo que ahora es gracias a la ayuda de un fundamentalismo islamista desquiciado. La presión en la frontera va a volverse espantosa. Habrá una guerra terrible. Por eso, si queremos seguir en vida, deberemos matar, matar y matar más. Todos los días, cada día” (citado en Counterpunch: https://www.counterpunch.org/makdisi01262005.html [266]).
11Rosa Luxemburg, Folleto de Junius.
Hace 25 años, en mayo de 1980, el ciclo de las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista, que había arrancado a iniciativa del Partido comunista internacionalista (PCInt, Battaglia communista) unos años atrás, se terminó en el desorden y la confusión después de una moción sobre el partido propuesta por Battaglia comunista y la Comunist Workers Organisation. Esta moción tenía la clara intención de excluir a la CCI a causa de su posición supuestamente “espontaneista” sobre la cuestión de la organización.
Esas conferencias habían sido saludadas por la CCI por el avance positivo que eran para salir de la dispersión y los malentendidos entre los grupos, lo cual constituía una plaga para el medio proletario internacional. Las conferencias representan aún una experiencia válida de la cual la nueva generación de revolucionarios que hoy aparece puede sacar muchas lecciones y es importante para esta nueva generación apropiarse de los debates que han tenido lugar en las conferencias y alrededor de ellas. Sin embargo, no podemos ignorar los efectos negativos que se ocasionaron por la manera en la cual fueron interrumpidas. Un rápido vistazo al triste estado actual del medio político proletario muestra que todavía soportamos las consecuencias de ese fracaso para crear un marco organizado para un debate fraternal y una clarificación política entre los grupos de tradición de la Izquierda comunista.
Después del coqueteo del BIPR con los parásitos de la “Fracción Interna” de la CCI y con el aventurero que se esconde detrás del “Círculo de Comunistas internacionalistas” en Argentina, las relaciones entre esta organización y la CCI nunca habían sido tan malas. Los grupos de la tradición bordiguista o bien han permanecido autosatisfechos en la torre de marfil del aislamiento sectario en la cual se pusieron al abrigo de las conferencias de finales de los años 70 o –como en el caso de le Proletaire–, se han manifestado no menos propensos que el BIPR para tragarse las adulaciones de la FICCI. En todos los casos, los bordiguistas aún no se han recuperado de la crisis traumática que los golpeó en 1981 y de la cual sólo han sacado muy pocas lecciones en lo que toca a sus debilidades más importantes. Los últimos herederos de la izquierda alemana/holandesa, al mismo tiempo, han perdido ahora toda sustancia. Todo ello en el momento en el cual la nueva generación de elementos en búsqueda voltea hacia el movimiento comunista organizado para encontrar una guía y responder a sus aspiraciones, en un momento en el cual los retos de la historia nunca habían sido tan agudos.
Cuando Battaglia tomó la decisión de sabotear la participación de la CCI a las conferencias, afirmaba que había “asumido la responsabilidad que se debe suponerse en una fuerza revolucionaria seria” (Respuesta al Llamamiento que la CCI dirigió al medio proletario de 1983). Volviendo sobre la historia de esas conferencias queremos mostrar, entre otras cosas, la real responsabilidad de esa corriente en la desorganización de la Izquierda comunista.
No tratamos de hacer un informe exhaustivo de las discusiones en las conferencias y lo que de ellas se desprendió. Los lectores pueden remitirse a varias publicaciones que contienen los textos y las actas de esas conferencias, si bien son un tanto escasos ahora, de modo que ayuda para crear archivos en línea de esas publicaciones es bienvenida. Nuestro objetivo es resumir los principales temas que se abordaron en las reuniones y, sobre todo, examinar las razones centrales del fracaso de esas reuniones.
La salida de un largo periodo de dispersión: el contexto de las conferencias internacionales
La dispersión de las fuerzas de la izquierda comunista no era un fenómeno nuevo en 1976. La Izquierda comunista tiene sus orígenes en las Fracciones de izquierda de la Segunda internacional que entablaron el combate contra el oportunismo a partir de finales del siglo xix. Tambien ese combate se llevó a cabo de forma dispersa.
Así, cuando Lenin emprendió la lucha contra el oportunismo menchevique en el partido ruso, la primera reacción de Rosa Luxemburg fue la de ponerse del lado de los mencheviques. Cuando Luxemburg empezó a percibir la profundidad real de la capitulación de Kautsky, Lenin tardó en darse cuenta cuenta que ella tenía razón. Todo esto se debía a que los partidos de la Segunda Internacional estaban formados sobre una base nacional y realizaban casi toda su actividad a nivel nacional; la Internacional era más una federación de partidos nacionales que un partido mundial único. Aunque la Internacional comunista se comprometió en superar esas particularidades nacionales, siguieron teniendo éstas un peso muy importante. No hay ninguna duda de que las fracciones comunistas de izquierda que comenzaron a reaccionar contra la degeneración de la IC a principios de los años 20 estaban también afectadas por ese peso; la izquierda, de nuevo, respondía de manera muy dispersa al desarrollo del oportunismo en la Internacional proletaria. La expresión más peligrosa y la más perjudicial de esta separación fue la zanja que casi inmediatamente dividió a la izquierda alemana de la izquierda italiana a partir de los años 20. Bordiga tendió a identificar el acento puesto por la Izquierda alemana en los consejos obreros con “el consejismo de fábrica” de Gramsci; y la Izquierda alemana no alcanzó realmente a ver en la izquierda italiana “leninista” un aliado posible contra la degeneración de la IC.
La contrarrevolución que golpeó con toda su rudeza a fines de los años 20 dispersó aún más las fuerzas de la izquierda, aún y cuando la Fracción italiana en el exilo trabajó con ahínco para combatir esa tendencia, tratando de establecer los fundamentos para una discusión y una cooperación internacionales sobre una base de principios. Así, la Fracción italiana abrió sus columnas a los debates con los internacionalistas holandeses, con los grupos disidentes de la oposición de izquierda y otros más. Esta apertura de espíritu que mostraba Bilan era –entre otros tantos avances programáticos más generales realizados por la Fracción en el exilio– una de las primeras víctimas en la formación oportunista del Partido comunista internacionalista en Italia al término de la guerra. Sucumbiendo ante una buena dosis de estrechez de espíritu nacional, la mayoría de la fracción italiana saludó las luchas obreras en Italia en 1943, sin tomar distancia para considerarlas en el contexto histórico global, y se precipitó para disolver la Fracción y proclamar la fundación de un nuevo partido (¡solamente en Italia!). Ese agrupamiento precipitado de varias fuerzas muy heterogéneas no cimentó la unidad de la Izquierda italiana sino que provocó nuevas divisiones. Primero, en 1945, con la Fracción en Francia cuya mayoría se opuso a la disolución de la Fracción italiana y criticó las bases oportunistas del nuevo partido. La Fracción francesa fue expulsada sumariamente de la organización internacional del PCI (La Izquierda comunista internacional) y formó la Izquierda comunista de Francia. En 1952 el mismo PCI sufrió una gran separación entre las dos alas principales del partido –los “damenistas” alrededor de Battaglia comunista y los “bordiguistas” en torno a Programa comunista, desarrollando este último en particular una justificación teórica del sectarismo más rígido, considerándose como el único partido proletario en todo el planeta (lo que no ha impedido otras rupturas y la coexistencia de varios “solos y únicos” Partidos comunista internacional en los años 70). Ese sectarismo es seguramente un tributo pagado a la contrarrevolución. Por un lado, era la expresión de una tentativa para mantener los principios en un ambiente hostil construyendo un muro de fórmulas incambiables sobre posiciones adquiridas a un enorme precio. Y por otro, expresaba la tendencia creciente a que los revolucionarios se quedaran aislados de su clase y a existir en un mundo de pequeños grupos, lo cual reforzaba el espíritu de círculo y un divorcio, análogo al de las sectas, con las necesidades reales del movimiento.
Empero, después de los áridos años 50 que representaron el nadir del medio revolucionario internacional, el clima social comenzó a cambiar. El proletariado volvió a la escena de la historia con las huelgas de mayo del 68, un movimiento que tuvo una dimensión política profunda ya que planteaba la cuestión de una nueva sociedad dando nacimiento a una plétora de grupos a los que su búsqueda de coherencia revolucionaria los conducía de manera natural hacia una reapropiación de las tradiciones de la Izquierda comunista. Entre los primeros en reconocer la nueva situación estaban los camaradas de la antigua ICF que ya habían retomado una actividad política con algunos jóvenes elementos que habían conocido en Venezuela y que formaron el grupo Internacionalismo en 1964. Después de los acontecimientos de mayo del 68, los camaradas de Internacionalismo se fueron a Europa para intervenir en el nuevo medio proletario que ese movimiento masivo había hecho nacer. Esos camaradas animaron, en particular, a los viejos grupos de la Izquierda italiana, los cuales tenían la ventaja de contar con una prensa y una forma organizativa estructurada, para actuar en tanto que centro del debate y de contacto entre los nuevos elementos en búsqueda, organizando una conferencia internacional. Recibieron una respuesta glacial, ya que las dos alas de la Izquierda italiana sólo veían en mayo 68 (al igual que en el otoño rampante italiano) una llamarada de agitación estudiantil. Después de varias tentativas frustradas para convencer a los grupos italianos de asumir su papel (ver la carta de la CCI a Battaglia en el folleto Tercera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, mayo 1980, Actas) los camaradas de Internacionalismo y del grupo Révolution internationale nuevamente formado en Francia, concentraron sus esfuerzos en el agrupamiento de los elementos nuevos producidos por el regreso del movimiento de la clase. En 1968, dos grupos en Francia –Cuadernos del comunismo de consejos y el grupo Comunistas de consejos de Clermont-Ferrand– se reunieron con el grupo Révolution internationale haciendo surgir Révolution internationale “nueva serie” que formaba entonces una tendencia internacional junto con Internacionalismo e Internationalism en los Estados Unidos. En 1972, Internationalism propuso una red internacional de correspondencia. Una vez más, los grupos italianos se pusieron al margen de este proceso aunque éste daba ya resultados positivos, en particular, una serie de conferencias en 1973-74, que reunía a la vez a RI y a algunos de los nuevos grupos de Inglaterra, entre ellos, World Revolution el cual se sumaría a la tendencia internacional que daría lugar a la CCI en 1975 (compuesta entonces por seis grupos: RI, Internationalism, WR, Internacionalismo, más Acción proletaria en España y Rivoluzione internazionale en Italia).
Primera Conferencia, Milán 1977
El ciclo de conferencias internacionales de la izquierda comunista se abrió en 1976 cuando Battaglia salió finalmente de su aislamiento en Italia y envió una propuesta de reunión internacional a un cierto número de grupos en el mundo.
La lista de los grupos era la siguiente:
– Francia: Révolution internationale, Pour une intervention communiste, Union ouvrière, Combat communiste;
– Inglaterra: Communist workers organisation, World revolution;
– España: Fomento obrero revolucionario;
– USA: Revolutionary workers group;
– Japón: Japan revolutionary communist league, Revolutionary marxist fraction (Kahuamura-Ha);
– Suecia: Forbundent arbetarmakt (Workers power league);
– Portugal: Combate.
La introducción al folleto Textos y actas de la Conferencia internacional organizada por el Partido comunista internacionalista (Battaglia comunista)”, apuntaba que
“muy rápidamente, una selección “natural” se efectuó por la disolución de Union ouvrière y de RWG y por la interrupción de relaciones con Combat communiste cuyas posiciones políticas son probadamente incompatibles con los temas de la Conferencia…Por otro lado, las relaciones con el grupo portugués han sido interrumpidas después de un encuentro entre sus representantes y un enviado del PCInt a Lisboa, reencuentro en el curso del cual se constató el alejamiento de ese grupo en relación a los fundamentos del movimiento comunista. La organización japonesa no ha dado, en cambio, ninguna respuesta. Se puede suponer que no han recibido “El Llamado” del PCInt”.
El grupo sueco manifestó su interés pero no pudo participar.
Era un paso adelante importante que daba Battaglia, un reconocimiento de la importancia fundamental, no sólo de la necesidad de los ‘lazos internacionales’ (lo que cualquier grupo izquierdista puede reivindicar) sino del deber internacionalista de superar las divisiones en el movimiento revolucionario mundial y trabajar para su centralización y, en definitiva, su agrupamiento. La CCI saludó calurosamente la iniciativa de Battaglia como un golpe serio asestado al sectarismo y a la dispersión; además, su decisión para participar en la iniciativa tuvo un efecto saludable sobre su propia vida política ya que no estábamos enteramente inmunizados contra la funesta tendencia a considerarse el “solo y único” grupo revolucionario. Después de los cuestionamientos que habían sido planteados por la CCI sobre el carácter proletario de los grupos provenientes de la izquierda italiana, siguió una discusión sobre los criterios para juzgar la naturaleza de clase de las organizaciones políticas lo cual dio lugar después a una resolución sobre los grupos políticos proletarios adoptada en el congreso internacional de la CCI en 1976.
Había sin embargo numerosas debilidades importantes en la propuesta de Battaglia y en la conferencia que ésta suscitó en Milán en abril-mayo de 1977.
De entrada, la propuesta de Battaglia carecía de criterios claros de participación. En su origen, la razón dada para el llamado a la Conferencia era sobre qué significaba –con la distancia, está plenamente confirmado– el fenómeno en curso de la adopción del “Eurocomunismo” por algunos de los principales Partidos comunistas de Europa. Las implicaciones de una discusión sobre eso que Battaglia llamaba la “socialdemocratización” de los PC no eran claras, más importante aún, la propuesta no alcanzaba a definir las posiciones de clase esenciales que garantizarían que toda reunión internacional era una concentración de grupos proletarios y que excluiría el ala de izquierda del capital. La ambigüedad sobre esta cuestión no era nada nuevo para Battaglia que, en el pasado, había hecho llamados a una reunión internacional con los trotskistas de Lutte ouvrière. En esta ocasión la lista de invitados también incluía a izquierdistas radicales tales como el grupo japonés y Combate comunista. La CCI insistió pues para que la Conferencia adoptara un mínimo de principios fundamentales que excluyera a los izquierdistas pero también a aquéllos que, aún defendiendo algunas posiciones de clase, se oponían a la idea de un partido de clase. La meta de la conferencia era pues encarar el cómo hacer parte de un proceso a largo plazo que condujera a la formación de un nuevo partido mundial.
Al mismo tiempo, las conferencias se alzaban directamente contra un sectarismo que ya estaba dominando el movimiento. Para comenzar, Battaglia parecía haber decidido que ella sería el único representante de la Izquierda italiana y por lo tanto no había invitado a ningún grupo bordiguista a la Conferencia. Esta actitud se reflejaba también en el hecho de que el llamado no estaba dirigido a la CCI como tal (que ya tenía una sección en Italia) sino solamente a algunas secciones territoriales de la CCI. Después, vimos la súbita decisión del grupo “Por una intervención comunista” de no participar, mientras que al principio estaba de acuerdo. En una carta fechada el 25/04/77 escribió que esa reunión no sería otra cosa que un “diálogo de sordos”. En tercer lugar, en la misma reunión, hubo una pequeña manifestación de aquello que más tarde sería un problema fundamental: el fracaso de la Conferencia para adoptar posiciones comunes. Al término de la reunión, la CCI propuso un corto documento que resumía los acuerdos y desacuerdos que habían surgido de la discusión. Era demasiado para Battaglia. Aún cuando este grupo se había dado objetivos grandiosos para la Conferencia –“las grandes líneas de una plataforma de principios fundamentales, de manera que nos permita empezar a trabajar en común; un buró internacional de coordinación” (Tercera circular del PCInt, febrero de 1977)– mucho antes de que se establecieran las premisas para un tal paso, se desanimó con solo pensar en firmar con la CCI una propuesta tan modesta como un resumen de acuerdos y desacuerdos.
De hecho, los únicos grupos capaces de participar a la reunión de Milán eran Battaglia y la CCI. La Communist Workers Organisation estaba de acuerdo en acudir –lo que era un gran avance ya que había llegado hasta la ruptura de toda relación con la CCI, tratándola de “contrarrevolucionaria” debido a su análisis de la degeneración de la Revolución rusa– pero no pudo asistir por razones prácticas. Ídem para el grupo en torno a Munis en España y en Francia, el FOR. Sin embargo esta discusión había abordado muchos de los puntos y fijó toda una serie de cuestiones cruciales, resumidas en la propuesta de toma de posición común de la CCI que señalaba cuáles habían sido éstas:
– un acuerdo sobre el hecho de que la sociedad capitalista estaba en una época de decadencia, si bien el análisis de las causas de ésta eran diferentes: la CCI defendía la tesis de Rosa Luxemburg según la cual la contradicción fundamental que ha producido la caída del capitalismo en la decadencia es el problema de la realización de la plusvalía, mientras que para Battaglia, esto era secundario en relación al problema de la baja de la tasa de ganancia;
– un acuerdo sobre la apertura de una nueva fase de crisis económica aguda;
– un desacuerdo sobre la significación del movimiento de clase de finales de los años 60 y principios de los 70, para la CCI representaban el signo del fin de la contrarrevolución mientras que, para Battaglia, era aún la contrarrevolución la que dominaba;
– un acuerdo sobre el papel contrarrevolucionario de los PC y de los PS, si bien la CCI criticó la definición de esas organizaciones como oportunistas o reformistas dada por Battaglia, ya que tales adjetivos sólo pueden aplicarse a organizaciones proletarias afectadas por la ideología burguesa;
– un acuerdo sobre el hecho que los sindicatos eran organizaciones de la burguesía, pero un desacuerdo sobre cómo intervenir en ellos. Battaglia hablaba aún de un trabajo en los sindicatos, que se podía incluso hacerse elegir en los “comités de fábrica” del sindicalismo de base. Al mismo tiempo, Battaglia hablaba de formar sus propios “grupos de fábrica”, a los cuales llamaba “grupos comunistas de fábrica” o “comités comunistas sindicales”;
– esta cuestión de los grupos de fábrica fue un punto no menos importante de discusión, Battaglia los veía como una correa de transmisión entre el partido y la clase y la CCI argumentaba sobre el hecho de que tales correas de transmisión no podían existir en la decadencia ya que en tal etapa no podía haber órganos de masas permanentes para remplazar a los sindicatos;
– esta cuestión estaba ligada a grandes desacuerdos sobre la cuestión del partido y de la conciencia de clase, Battaglia defiende la tesis de Lenin según la cual la conciencia debe ser aportada a los obreros “desde el exterior”, por el partido. Esta cuestión sería retomada en la siguiente conferencia.
Estas cuestiones han seguido siendo puntos de desacuerdo entre la CCI y Battaglia (y el BIPR) desde las conferencias (con un giro importante efectuado por el BIPR hacia el abandono de la noción misma de decadencia –ver los artículos recientes de la Revista internacional). Sin embargo, esto no representaba de ninguna manera un diálogo de sordos. Battaglia realmente evolucionó sobre la cuestión sindical, al menos hasta retirar el término “sindical” de sus grupos de fábrica. De la misma manera, entre algunas de las respuestas de la CCI a Battaglia sobre la conciencia de clase durante la reunión de Milán revelaban un “antileninsimo” visceral que la CCI tuvo que combatir en sus propias filas en los años que siguieron, en particular, en el debate con lo que se llamaría “la Fracción externa de la CCI” después de 1984. En resumen, era una discusión que podía conducir a clarificaciones de ambos lados y que tenía un gran interés para el medio político en su conjunto. La Conferencia sacaba, en efecto, un balance positivo de su trabajo en la medida en que hubo un acuerdo para continuar ese proceso.
Segunda Conferencia: Paris, noviembre de 1978
Esa conclusión se concretó en el hecho que la Segunda conferencia iba a marcar un paso adelante respecto a la primera. Estuvo mejor organizada, con criterios políticos de participación claros y logró juntar a más organizaciones que la primera. Muchos documentos de discusión fueron publicados así como las actas (ver volumen I y II del folleto Segunda conferencia de los grupos de la Izquierda comunista… aún disponible en francés).
Esta vez la Conferencia se abrió con muchos participantes: Battaglia, la CCI, la CWO, el Nucleo comunista internazionalista (Italia), Fur Kommunismen (Suecia) y FOR. Otros tres grupos que se declararon favorables a esta conferencia no pudieron estar presentes: Arbetarmakt, Il Leninista de Italia y la Organización comunista revolucionaria de Argelia.
Los temas de la reunión, de entrada, daban continuidad a la discusión de la Primera conferencia –la crisis y los fundamentos económicos de la decadencia capitalista, el papel del partido. Hubo también una discusión sobre el problema de las luchas de liberación nacional que era un escollo para la mayor parte de los grupos de tradición bordiguista. Esos debates representaron una importante contribución en un proceso más general de clarificación. Primeramente, permitieron a varios de los grupos que participaban en la conferencia ver que había muchas cosas en común para comprometerse en un proceso de agrupamiento, lo que no ponía en tela de juicio el marco general de las conferencias. Era el caso para la CCI y el grupo sueco Fur Kommunismen. En segundo lugar, esos debates aportaron un punto de referencia inestimable para el medio en su conjunto –incluyendo a los elementos que no pertenecían a un grupo en particular pero que buscaban una coherencia revolucionaria.
Sin embargo, esta vez, el problema del sectarismo iba a aparecer de manera mucho más aguda.
Los grupos bordiguistas fueron invitados a la Segunda conferencia pero su respuesta fue una expresión clásica de su rechazo a comprometerse en el movimiento real, de una actitud profundamente sectaria. El partido llamado PCI “de Florencia” (que se separó del principal grupo bordiguista Programma en 1972 y publica Il Partito comunista) respondió que no quería tener nada que ver con ningún “misionero de la unificación”. Pero, como lo subrayó nuestra respuesta en “La Segunda conferencia internacional”, Revista internacional no 16, la unificación no era ciertamente la cuestión inmediata:
“la hora no ha sonado todavía para la unificación en un solo partido de diferentes grupos comunistas que existen actualmente”.
Ese mismo artículo se dirigía también a la respuesta de Programma:
“un poco diferente –en cuanto al fondo de la argumentación– es el artículo de Programma, respuesta del segundo PCI. Lo que le distingue esencialmente es su tosquedad. El título del artículo “La lucha entre fottenti y fottuti” (literalmente entre el que da y el que le dan) muestra ya la “altura” donde se pone el PCI Programma, altura realmente poco accesible para los demás. ¿Habría que creer que Programma está a tal punto impregnado por costumbres estalinistas que no pueden concebir la confrontación de posiciones entre revolucionarios mas que en términos de ‘violadores’ y ‘violados’? Para Programma, ninguna discusión es posible entre grupos que se reclaman y se sitúan en el terreno del comunismo, especialmente imposible entre esos grupos. Se puede en rigor, marchar con los troskistas y otros maoístas en un comité fantasma de soldados, o aún más, firmar con estos mismos y con otros izquierdistas volantes comunes por la ‘defensa de obreros emigrados’, pero jamás encarar la discusión con otros grupos comunistas, menos aún entre los numerosos partidos bordiguistas. Aquí no puede reinar sino una relación de fuerza, si no se les puede destruir entonces ¡ignorar hasta su existencia! Violación o impotencia, tal es la única alternativa en la cual Programma quisiera encerrar el movimiento comunista y las relaciones entre los grupos. No teniendo otra visión, la ve por todos lados y la atribuye a voluntad a los otros. Una Conferencia internacional de los grupos comunistas no puede, a sus ojos, ser otra cosa ni tener otro objetivo que el de pervertir a algunos elementos del otro grupo. Y si Programma no ha venido, no es ciertamente porque le falten deseos de ‘violar’ sino porque teme ser impotente… Para Programma sólo se puede discutir consigo mismo. Por temor a ser impotente en una confrontación de posiciones con otros grupos comunistas, Programma se refugia en el ‘placer solitario’. Esta es la virilidad de una secta y el único medio de satisfacción.”
El PCI también había puesto por delante otra excusa: la CCI es “antipartido”. Otros más rechazarían la participación porque estaban contra el partido –Spartacusbund (Holanda) y el PIC que, como lo subraya el artículo, preferían mucho más la compañía del ala izquierda de los socialdemócratas que la de los “bordiguistas-leninistas”. Y en fin:
“A la Conferencia aún le faltaba por presenciar el espectáculo del comportamiento del grupo FOR. Este grupo, después de haber dado su plena adhesión a la Primera conferencia de Milán y su acuerdo para la realización de la Segunda contribuyendo con textos para la discusión, se retracta en la apertura de ésta con el pretexto de no estar de acuerdo con el primer punto del orden del día, a saber, sobre la evolución de la crisis y sus perspectivas. El FOR desarrolla la tesis de que el capitalismo no está en crisis económica. La crisis actual no sería sino una crisis coyuntural como las que el capitalismo ha conocido y superado a lo largo de su historia. La crisis no abre pues ninguna perspectiva nueva, mucho menos una reanudación de las luchas del proletariado, todo lo contrario. El FOR, en cambio, profesa una tesis de ‘crisis de civilización’ totalmente independiente de la situación económica. Se encuentran en esta tesis los resabios del modernismo, herencia del situacionismo. No abriremos aquí un debate para demostrar que a los marxistas les parece absurdo hablar de decadencia y de hundimiento de una sociedad histórica, basándose únicamente en manifestaciones superestructurales y culturales sin referirse a su estructura económica, afirmando incluso que esta estructura –fundamento de toda sociedad– no conoce sino un reforzamiento y su más completo desarrollo. Es esta una actitud que se aproxima más a las divagaciones de un Marcuse que al pensamiento de Marx. Así, el FOR funda su actividad revolucionaria no sobre un determinismo económico objetivo sino sobre un voluntarismo subjetivo lo cual es atributo de todos los grupos contestatarios. Pero debemos preguntarnos algo: ¿son esas aberraciones la razón fundamental que ha dictado al FOR el retirase de la Conferencia? Ciertamente no. En su rechazo a participar a la Conferencia y, al retirarse del debate, se manifiesta ante todo su espíritu de capilla, de cada uno para sí, espíritu que impregna aún fuertemente a los grupos que se reclaman de del comunismo de izquierda” (1).
En resumidas cuentas, era muy evidente que el sectarismo era un problema en sí mismo. Sin embargo, la Conferencia rechazó el apoyar la propuesta de la CCI de hacer una toma de posición en común rechazando ese tipo de actitudes (si bien el Núcleo estaba a favor de tal propuesta). Las razones dadas eran que la actitud de los grupos no era el problema –el problema era las divergencias políticas. Esto era cierto para grupos como Spartacusbund y el PIC que, al rechazar el partido de clase, mostraban claramente que no podían aceptar los criterios. Pero lo que era falso es la idea según la cual la actividad política sólo reside en la defensa o el rechazo de posiciones políticas. La actitud, la trayectoria, el comportamiento y la práctica organizativa de los grupos políticos y de sus militantes tienen una gran importancia y la actitud sectaria cae justamente en esa categoría.
Hemos recibido la misma respuesta del BIPR en reacción a una de las crisis en la CCI. Según el BIPR, la tentativa de comprender las crisis internas hablando de problemas como el espíritu de círculo, el comportamiento clánico o el parasitismo es sólo una forma de evitar las cuestiones “políticas”, y más aún, una camuflaje deliberado. Con esa óptica, los problemas organizativos de la CCI se podrían explicar por nuestra visión errónea de la situación internacional o del periodo histórico; el impacto cotidiano de las costumbres y de la ideología burguesa en el seno de las organizaciones proletarias no tendría el más mínimo interés. Pero la prueba más clara de que el BIPR es deliberadamente ciego en esta materia ha sido aportada por su conducta lamentable en los últimos ataques contra la CCI perpetrados por los parásitos de la FICCI y del aventurero que se esconde detrás del “Círculo” en Argentina. Incapaz de ver la motivación real de esos grupos, que no tiene nada que ver con la clarificación de diferencias políticas, el BIPR se volvió directamente cómplice de su actividad destructiva (2). Las cuestiones de comportamiento no son falsas cuestiones para la vida política proletaria. Al contrario, son una cuestión de principio, ligada a una necesidad vital para toda forma de organización de la clase obrera: el reconocimiento de un interés común opuesto a los intereses de la burguesía. En pocas palabras, la necesidad de la solidaridad –y ninguna organización proletaria puede ignorar esta cuestión elemental sin tener que pagar un alto precio. Esto se aplica también al problema del sectarismo, que es también un medio para debilitar los lazos de solidaridad que deben unir a las organizaciones de la clase obrera. Al haberse negado a condenar el sectarismo en la Segunda conferencia, socavaron las bases mismas que las habían suscitado –la necesidad urgente de ir más allá del espíritu de cada uno para sí y trabajar por la unidad real del movimiento revolucionario. Al haber rechazado toda toma de posición en común, las Conferencias caían también en la trampa del sectarismo.
Según la definición de Marx: “la secta ve su razón de ser y su pundonor no en lo que tiene en común con el movimiento de la clase, sino en la característica que la distingue del movimiento” (Marx a Schwetzer, Correspondencia). Es una definición exacta del comportamiento de varios de los grupos que participaron en las Conferencias internacionales.
Tercera conferencia, Paris, mayo de 1980
Aún cuando permanecimos optimistas sobre el trabajo de la Segunda conferencia porque había marcado un avance significativo respecto a la Primera, los signos de peligro seguían ahí. Y se convertían en una alerta en la Tercera conferencia.
Los grupos que asistieron fueron: la CCI, Battaglia, la CWO, l’Eveil internationaliste, los Nuclei leninisti internazionalisti (salidos de un reagrupamiento entre Nuclei y Il Leninista) la Organización comunista revolucionaria de Argelia (que sin embargo no estuvo presente físicamente) y el Groupe communiste internationaliste que asistía como “observador” (3).
Las principales cuestiones en el orden del día eran de nuevo la crisis, sus perspectivas y las tareas de los revolucionarios en la actualidad. El balance sacado por la CCI de esta conferencia, “Algunas observaciones generales sobre las contribuciones para la Tercera conferencia internacional…”, publicado en el folleto la Tercera conferencia, hacía sobresalir una serie de puntos de acuerdo importantes que estaban en la base de la Conferencia:
– el capitalismo hace frente a una crisis que se profundiza y que conduce al sistema a una tercera guerra mundial;
– esta guerra será imperialista y los revolucionarios deberán denunciar ambos campos;
– los comunistas deben tener como meta el contribuir a la acción revolucionaria de su clase, única alternativa a una marcha hacia la guerra;
– la clase obrera debe liberarse de la influencia de partidos y sindicatos “obreros”, y ahí, la actividad de los revolucionarios sigue siendo vital.
Al mismo tiempo, el texto notaba que había enormes desacuerdos sobre el curso histórico, con Battaglia en particular, quien sostenía que podía haber simultáneamente un curso a la guerra y un curso a la revolución y que no era tarea de los revolucionarios decidir cuál de ellos iba a prevalecer. La CCI, por su lado, basándose en el método de la Fracción italiana en los años 30, insistía en el hecho que un curso a la guerra sólo podría establecerse sobre la base de un debilitamiento y de una derrota de la clase obrera y que, en el mismo sentido, una clase que iba a una confrontación revolucionaria con el capitalismo no podía estar encuadrada en una marcha hacia la guerra. Agregaba que era vital para los revolucionarios tener una posición tan clara como fuera posible sobre la tendencia dominante, ya que la forma y el contenido de su actividad deben ser adaptadas a las conclusiones que de ello se saquen.
La cuestión de los grupos de fábrica volvió a representar un escollo para los grupos. Presentado por Battaglia como una manera para desarrollar una influencia real y concreta en la clase, para la CCI esta concepción tenía como base una nostalgia por las épocas de las organizaciones permanentes y a gran escala tales como los sindicatos. La idea de que los pequeños grupos revolucionarios de hoy podían crear tal red de influencia, como las “correas de transmisión entre el partido y la clase”, revelaba cierta megalomanía sobre las posibilidades reales de la actividad revolucionaria en este periodo. Al mismo tiempo, sin embargo, la separación entre esta actitud y una comprensión del movimiento real podía tener como consecuencia una seria subestimación del trabajo auténtico que podían hacer los revolucionarios, una incapacidad para comprender la necesidad de intervenir en las formas reales de organización que habían empezado a aparecer en las luchas del 78-80: no solamente las asambleas generales y los comités de huelga (que harían su aparición más espectacular en Polonia pero que ya se habían antes manifestado en la huelga de los estibadores de Rótterdam), sino también los grupos y los círculos formados por las minorías combativas durante las huelgas o después de ellas. Sobre esta cuestión, la visión de la CCI era cercana a la desarrollada por los NLI en sus críticas al esquema “grupo de fábrica” de Battaglia.
Sin embargo, toda posibilidad de desarrollar la discusión sobre esta cuestión u otras se redujo a nada por la victoria definitiva del sectarismo sobre las conferencias.
En primer lugar, se rechazó la propuesta de la CCI de hacer una declaración común frente a la amenaza de guerra que era entonces, ciertamente, una cuestión central después de la invasión de Afganistán por Rusia:
“La CCI pide que la conferencia tome posición sobre esta cuestión y propone una resolución, a discutir y enmendar si fuera necesario, para afirmar en conjunto la posición de los revolucionarios frente a la guerra. El PCInt la rechazó y, después le siguieron la CWO y l’Eveil internationaliste. La Conferencia enmudece. Tomando en cuenta los criterios de participación a la conferencia, todos los grupos presentes compartían inevitablemente la misma posición de fondo sobre la actitud que debe asumir el proletariado en caso de un conflicto mundial o frente a su amenaza. “¡Pero cuidado!” nos dicen los grupos partidarios del silencio, “¡es que nosotros no firmamos con cualquiera! ¡No somos oportunistas!” Nosotros les respondemos: oportunismo es traicionar los principios en la primera oportunidad. Lo que proponemos no es traicionar un principio sino afirmarlo con el máximo de nuestras fuerzas. El principio internacionalista es uno de los más altos y de los más importantes para la lucha proletaria. Cualesquiera que sean las divergencias que separan a los grupos internacionalistas, pocas organizaciones políticas en el mundo lo defienden de manera consecuente. La conferencia debe hablar sobre la guerra y debe hacerlo lo más fuerte posible.
“El contenido de ese brillante razonamiento “no oportunista” es el siguiente: ya que las organizaciones revolucionarias no lograron ponerse de acuerdo sobre todas las cuestiones, no deben entonces hablar de aquellas cosas en las cuales están de acuerdo desde hace mucho tiempo. La especificidad de cada grupo prima por principio sobre lo que hay de común en todos. Eso es el sectarismo. El silencio de tres Conferencias es la demostración más nítida de la impotencia a que conduce el sectarismo” (Revista internacional no 22, “El sectarismo, una herencia de la contrarrevolución que debe ser superada”).
Ese problema no ha desaparecido: se ha manifestado en 1999 y en 2003 en las respuestas a las propuestas más recientes de la CCI para hacer una declaración común contra la guerra en los Balcanes y en Irak.
En segundo lugar, el debate sobre el partido se interrumpió súbitamente al término de la reunión por la propuesta de Battaglia y de la CWO de establecer un nuevo criterio, formulado de tal manera para eliminar a la CCI a causa de su posición que rechaza la idea de que el debe toma el poder en la revolución. Ese nuevo criterio era:
“el partido proletario, un organismo que es indispensable para la dirección política del movimiento de la clase revolucionaria y del poder revolucionario mismo”.
Esto significaba poner fin a un debate incluso antes de que éste haya comenzado. Según Battaglia, era marca de un proceso de selección que eliminaba orgánicamente a los “espontaneistas” de las filas de la Conferencia, dejando sólo a los que estaban seriamente interesados en la construcción del partido revolucionario. De hecho, todos los grupos que asistían a la Conferencia estaban, por definición, comprometidos en la construcción del partido en tanto que perspectiva de largo plazo. Únicamente la discusión –enlazada con la práctica real de los revolucionarios– podía resolver los desacuerdos más importantes sobre la estructura y función del partido.
En realidad, el criterio de Battaglia y la CWO muestra que esos grupos no habían llegado ellos mismos a una posición clara sobre el papel del partido. En el momento de la Conferencia, elaborando frecuentemente grandes frases sobre el partido, “capitán” de la clase, Battaglia, insistiendo sobre la necesidad para el partido de permanecer diferenciado del Estado, rechazaba normalmente la visión bordiguista más “franca” que se sitúa como abogado de la dictadura del partido. En la Segunda conferencia, la CWO había elegido polemizar principalmente contra los criterios que hacía la CCI de los errores “substitucionistas” de los bolcheviques y declaraba categóricamente que el partido toma el poder, aunque “a través” de los soviets. Así, esos dos grupos difícilmente podían declarar “terminado” el debate. Pero la razón por la cual Battaglia –que comenzó las Conferencias sin ningún criterio y se volvía ahora fanática de los criterios especialmente “selectivos”– puso por delante ese criterio no era de ninguna manera una voluntad de clarificación, sino un impulso sectario para deshacerse de la CCI, vista como un rival que tenía que ser excluido, y así presentarse como el único polo internacional de agrupamiento. De hecho, esto se convertiría cada vez más en la práctica y la teoría del BIPR en los años 80 y 90, hasta el punto mismo de abandonar el concepto de campo proletario y de declarar ser la única fuerza que trabaja por el partido mundial.
Es importante comprender, además, que la otra cara del sectarismo es siempre el oportunismo y el trapicheo con los principios. Eso es lo que demostró el método con el cual ese nuevo criterio se puso en marcha –después de las negociaciones en los pasillos con la CWO y sacado de la manga sólo cuando el otro grupo que realmente se habría opuesto, el NCI, había ya dejado la Conferencia (esta maniobra es conocida con el nombre de “filibustería” en los parlamentos burgueses y evidentemente no debe haber sitio para ella en una reunión de grupos comunistas). Contra tales métodos, la carta de la CCI escrita a Battaglia después de la conferencia (publicada en la Tercera conferencia) mostraba lo que tendría que haber sido una actitud responsable:
“Si, efectivamente, ustedes pensaban que era el momento para introducir un criterio suplementario, mucho más selectivo, para la convocatoria de futuras conferencias, la única actitud seria, responsable y compatible con la preocupación de la claridad y de discusión fraterna que debe animar a los grupos revolucionarios, habría sido la de pedir explícitamente que esta cuestión sea puesta en el orden del día de la conferencia y que se hayan preparado textos sobre ella. Pero, en ningún momento en el curso de la preparación de la Tercera conferencia, han planteado ustedes explícitamente tal cuestión. Solo después de las transacciones secretas con la CWO, al término de la Conferencia, ustedes lanzaron su bombita.
“¿Cómo comprender su doble cara y la disimulación deliberada de sus reales intenciones? Por nuestra parte, nos es difícil no ver otra cosa que la voluntad de esquivar el debate de fondo, única cosa que hubiera permitido que la eventual introducción de un criterio suplementario sobre la función del partido hubiera tenido un sentido. Es por ello por lo que para poder llevar a cabo ese debate de fondo, aunque consideramos que una ‘selección’ sobre este punto sería muy prematura incluso después de tal discusión, hemos propuesto poner en el orden del día de la próxima conferencia la cuestión del partido, su naturaleza, su función y la relación partido-clase a partir de un texto histórico sobre la cuestión en le movimiento obrero y la verificación histórica de esas concepciones (proyecto de resolución presentado por la CCI). Es esta discusión la que ustedes han querido evitar (¿tanto les molesta?) y ello quedó claramente de manifiesto al término de la Conferencia cuando rechazaron explicar lo que ustedes entendían, en su propuesta de criterio, por la formulación de ‘el partido proletario, organismo indispensable en la dirección política del movimiento de clase revolucionario y del poder revolucionario mismo’. Para todos los participantes era claro que la única voluntad no era la de clarificar el debate sino ‘deshacerse’ en las conferencias de aquellos elementos que ustedes califican de ‘espontaneistas’ y principalmente de la CCI.
“Por otro lado, esta manera insolente de actuar que expresa el más grande desprecio con respecto al conjunto de grupos participantes, de los que estaban presentes físicamente, pero igualmente y sobre todo, de aquéllos que por razones materiales no pudieron venir y, más allá de esos grupos, del conjunto del medio revolucionario para el cual las conferencias eran un punto de referencia, tal manera de actuar parece indicar que Battaglia comunista consideraría las Conferencias como algo suyo, que puede hacer y deshacer a su antojo, según su humor del momento. ¡No camaradas! Las Conferencias no son propiedad de Battaglia, ni siquiera del conjunto de los grupos organizadores. Las Conferencias pertenecen al proletariado porque constituyen un momento en el difícil y tortuoso camino de su toma de conciencia y de su marcha hacia la revolución. Y ningún grupo puede atribuirse sobre ellas un derecho de vida o muerte a través de una simple actitud poco pensada o de un rechazo temeroso de debatir a fondo los problemas que enfrenta la clase obrera”.
El oportunismo que se manifestó en la actitud de Battaglia y de la CWO se confirmó plenamente en la Cuarta Conferencia realizada en Londres en 1982. No solamente fue un fiasco desde el punto de vista de la organización, con mucho menos participantes que las conferencias precedentes, sin publicación de textos ni de actas, sin seguimiento, sino que representó también una alteración peligrosa de los principios, ya que el único nuevo grupo presente era el grupo “Por la unidad de los militantes comunistas” (Scum, en siglas inglesas)” –un grupo estalinista radical en relación directa con el nacionalismo kurdo, lo que es ahora el Partido comunista de trabajadores de Irán (conocido también bajo el nombre de “Hejmatistes”). Ese “rigor” sectario hacia la CCI y el medio proletario iba de la mano con una actitud muy complaciente con respecto a la contrarrevolución. El BIPR iba a reproducir de manera repetida esta actitud oportunista escandalosa para el agrupamiento, como lo pusimos en evidencia en el artículo: “Una polémica con el BIPR: una política oportunista de agrupamiento que no lleva mas que a abortos” (Revista internacional no 121).
Los años de la verdad para los revolucionarios
Los años 70 han sido años de crecimiento para el movimiento revolucionario que recogía todavía los frutos del primer asalto de las luchas obreras a finales de los 60. Pero desde principios de los 80, el ambiente político era considerablemente sombrío. La invasión por Rusia de Afganistán, la respuesta agresiva de Estados Unidos, marcaban de manera clara una exacerbación de los conflictos interimperialistas en los cuales empezaba a tomar terriblemente forma la amenaza de una guerra mundial. La burguesía hablaba cada vez menos de un futuro brillante que nos reservaría y comenzaba a hablar cada vez más el lenguaje del realismo, cuyo símbolo claro era el estilo de la “Dama de hierro” en Gran Bretaña.
Al principio de esa década, la CCI decía que los años de ilusión habían terminado y que comenzaban los años de la verdad. Confrontados al profundizamiento dramático de la crisis y a la aceleración de los preparativos de guerra, nosotros defendíamos el hecho de que la clase obrera iba a ser obligada a llevar sus luchas a un nivel más elevado y que el decenio siguiente iba a ser decisivo en lo que concernía a la determinación del destino final del capitalismo. El proletariado, bajo el apremio de la brutal necesidad, puso en efecto a un nivel mucho más elevado los retos de la lucha de clases. En Polonia, en agosto de 1980, presenciamos el regreso de la huelga de masas clásica que demostraba la capacidad de la clase obrera para organizarse a escala de un país entero. Aunque ese movimiento quedó aislado y finalmente aplastado por la represión brutal, la ola de luchas que comenzó en Bélgica en 1983 mostraba que los obreros de los países clave en Europa occidental estaban listos para responder a los nuevos ataques contra sus condiciones de vida impuestos por la crisis. Los revolucionarios tenían numerosas e importantes ocasiones para intervenir en el movimiento y, sin embargo, no era un periodo “fácil” para el militantismo comunista. La gravedad de la situación demandaba demasiado para aquéllos que no estaban listos para un compromiso de largo plazo por la causa del comunismo que necesariamente exigía, o bien se quedarían en el movimiento con toda clase de ilusiones pequeño burguesas heredadas de los días felices de los años 60. Al mismo tiempo, a pesar de la importancia de las luchas obreras de esa época, esas luchan no lograron izarse a un nivel suficiente de politización. Las luchas de los mineros ingleses, de los trabajadores de la educación en Italia, de los ferroviarios en Francia, la huelga general en Dinamarca…Todos esos movimientos y muchos otros expresaron claramente la desconfianza abierta de una clase que no estaba derrotada y que continuaba siendo un obstáculo para la marcha de la burguesía hacia la guerra mundial, pero esos movimientos no plantearon la perspectiva de una nueva sociedad, no ponían claramente por delante la identidad de la clase obrera como fuerza revolucionaria del porvenir. No producirían, en consecuencia, una nueva generación de grupos proletarios y de militantes.
El resultado global de esa relación de fuerzas entre las clases iba a constituir eso que llamamos la fase de descomposición del capitalismo, en la cual, ninguna de las dos clases históricas es capaz de plantear claramente la alternativa guerra o revolución. Para el medio revolucionario, los “años de la verdad” iban a revelar sin piedad toda su debilidad. El PCI (Programma) sufre una crisis devastadora a principios de los años 80, resultado de una carencia vital en su armamento programático –principalmente, sobre la cuestión de las luchas de liberación nacional que condujo a la penetración en sus filas de elementos abiertamente nacionalistas e izquierdistas. La crisis de la CCI en 1981 (que culminaba con la separación causada por la tendencia “Chenier”) era en gran medida el precio que tuvo que pagar por su debilidad para asimilar las cuestiones organizativas, mientras que la ruptura con la “Fracción externa de la CCI” mostraba que la Corriente tenía aún cuentas por saldar con los restos del consejismo de sus primeros años. El 1985, el BIPR se formaba sobre la base de un matrimonio entre Battaglia y la CWO. La CCI caracterizó esto como un “bluff oportunista”; el fracaso del BIPR, como consecuencia, para construir una organización internacional realmente centralizada, probaba que esa definición era más que justa.
Estos problemas no se habrían manifestado ciertamente si las Conferencias no hubiesen sido saboteadas a principios de esa década. Pero la ausencia de conferencias significaba que, una vez más, el medio proletario tenía que enfrentarlos de manera dispersa. Es casi un símbolo que las conferencias fracasaran en la víspera misma de la huelga de masas en Polonia, subrayando la dificultad del medio internacional para ser capaz de hablar con una sola voz, no solamente sobre la cuestión de la guerra sino también sobre una expresión tan abierta y estimulante como la alternativa proletaria.
De la misma manera, las dificultades a las cuales hace frente el medio político proletario hoy en día, no son del todo el producto del fracaso de las conferencias internacionales: tal como acabamos de verlo, las dificultades tienen raíces mucho más profundas y mucho más extendidas. Pero no hay ninguna duda de que la ausencia de un marco organizado de debate político y de cooperación ha contribuido a acentuarlas.
No obstante, dada la aparición de una nueva generación de grupos y de elementos proletarios, la necesidad de un marco organizado se presentará ciertamente en el futuro. Una de las primeras iniciativas del NCI en Argentina había sido la de hacer una propuesta en ese sentido, pero sólo tuvo el vacío como respuesta de casi todos los grupos del medio proletario. Propuestas como esas serán sin embargo realizadas en el futuro, aún si la mayoría de grupos “establecidos” son cada vez manos capaces de hacer una contribución, aunque sólo sea un poco positiva, al desarrollo del movimiento. Cuando esas propuestas empiecen a dar sus frutos, deberán seguramente reapropiarse de las lecciones de las conferencias de 1976-80.
En su carta a Battaglia en su folleto “la Tercera conferencia”, la CCI despejaba las lecciones más importantes:
“– Importancia de esas conferencias para el medio revolucionario y para el conjunto de la clase,
“– necesidad de tener criterios,
“– necesidad de pronunciarse,
“– rechazo a toda precipitación,
“– necesidad de la discusión más profunda sobre las cuestiones cruciales enfrentadas por el proletariado”.
Si estas lecciones son asimiladas por la nueva generación, entonces el primer ciclo de conferencias no habrá fracasado completamente en su tarea.
Amos
Apéndice: notas breves
sobre los grupos mencionados
Algunos de los grupos mencionados en este artículo desaparecieron poco después.
Spartacusbond
Este grupo era uno de los últimos representantes que quedaban de la Izquierda holandesa, pero en los años 70, era ya sólo una sombra del comunismo de consejos de 1930 y de Spartacus Bond de la posguerra que reconocía la necesidad de un partido proletario.
Forbundet Arbetarmkt
Un grupo sueco que representaba una curiosa mezcla de consejismo e izquierdismo. Definía a la URSS como “el modo burocrático de Estado de producción” y apoyaba las luchas de liberación nacional y el trabajo en los sindicatos. Sin embargo, había divergencias considerables en su seno y algunos miembros lo abandonaron a finales de los 70 para sumarse a la CCI.
Pour une Intervention communiste
Salido de la CCI en Francia en 1973, diciendo que la CCI no intervenía demasiado (para el PIC, esto quería decir el producir sin fin cantidades de volantes). El grupo evolucionó rápidamente hacia las posiciones semiconsejistas y acabo disolviéndose.
Nuclei comunista internazionalista
Este grupo salió del PCI (Programa) en Italia a finales de los 70 y tenía al principio una actitud mucho más abierta frente a la tradición de Bilan y del medio proletario existente, una actitud que puede verse en muchas de sus intervenciones en las conferencias. En la época de la Tercera conferencia, se agrupó con Il Leninista para formar los Nuclei leninisti internazionalisti. Poco después, constituirá la Organizzazione comunista internazionalista que acabaría cayendo en el izquierdismo. La debilidad inicial del NCI sobre la cuestión nacional había encontrado el terreno para echar raíces ya que la OCI intervino para apoyar abiertamente a Serbia en la guerra en 1999 y a Irak en las dos guerras del Golfo.
Fomento obrero revolucionario
Corriente fundada por Grandizo Munis en los años 50. Munis había roto con el trotskismo sobre la cuestión de la defensa de la URSS y había evolucionado hacia posiciones de la Izquierda comunista. Las confusiones del grupo sobre la crisis y la muerte de Munis, que era muy carismático, dieron un golpe mortal a esa corriente que desaparecería en los años 90.
L’Eveil internationaliste (el Despertar internacionalista)
Este grupo apareció en Francia a finales de los años 70 después de una ruptura con el maoísmo. En la Tercera Conferencia, pretendió dar lecciones a los demás grupos sobre sus insuficiencias en materia de teoría y de intervención y desapareció sin dejar huellas poco tiempo después.
Organización comunista revolucionaria de Argelia
Conocida alguna vez con el nombre de TIL, nombre de su periódico, Travailleurs immigrés en lutte. Apoyaba las conferencias pero afirmaba que no podía participar físicamente por razones de seguridad. Esto formaba parte de un problema mucho más amplio –evitar la confrontación con el medio revolucionario. No logró sobrevivir mucho tiempo durante los años 80.
1 Es interesante notar que el FOR parece haberse anotado una victoria póstuma en esa conferencia. Hay toda una similitud impactante entre su idea que la sociedad capitalista es decadente, pero no la economía capitalista, y el nuevo descubrimiento del BIPR de una distinción entre el modo capitalista de producción (no decadente) y la formación social capitalista (decadente). Ver en particular el texto de Battaglia: “Decadencia y descomposición, productos de la confusión” y nuestra respuesta en nuestro sitio Web en francés.
2 Ver en particular: “Carta abierta a los militantes del BIPR” en nuestro sitio Web.
3 La actitud del GCI en la Conferencia mostraba, como lo habíamos observado en la Revista internacional no 22, que no tenía un lugar en una reunión de revolucionarios. Aún cuando la CCI no había desarrollado todavía su comprensión del fenómeno del parasitismo político en la época de las conferencias, el GCI mostraba ya todas las características distintivas: fue a la conferencia sólo para denunciarla como una “mistificación”, insistía en el hecho de que estaba presente en tanto que observador y que se le debía permitir hablar sobre todas las cuestiones, y en un momento dado, provocó casi una pelea a puñetazos. En resumen, es un grupo que existe para sabotear el movimiento proletario. En la conferencia hizo grandes declaraciones a favor del “derrotismo revolucionario” y del “internacionalismo de acción y no sólo de palabra”. El valor de esas frases puede medirse en la sarta de apologías a las bandas nacionalistas en Perú y en El Salvador que hace el GCI en su sitio, y de su visión actual según la cual hay un núcleo proletario para la “Resistencia” en Irak.
Durante varias semanas, el proletariado de Europa ha soportado el frenesí mediático de las consultas electorales. Con su cinismo de costumbre, la burguesía, que controla todos los medios de información, ha sacado provecho de la situación para relegar a un segundo plano los horrores de la barbarie de su sistema. Así, las informaciones sobre Irak, país que se ha ido sumiendo en una ferocidad sin nombre cada día más exterminadora, sobre la hambruna que amenaza a la tercera parte de la población nigerina y tantas y tantas otras situaciones dramáticas del planeta, han cedido el sitio a una exhibición de varias puestas en escena del circo electoral.
Referendos sobre la Constitución europea, organizados por las clases dominantes francesa y holandesa, elecciones legislativas en Gran Bretaña, elecciones en Renania, región más poblada de Alemania, cada vez todas las fuerzas burguesas (partidos de izquierda, de derecha, extrema derecha, izquierdistas, sindicatos) se ponen frenéticas a dirigir la orquesta de la murga electoral.
Dramatizando lo que está en juego en el referéndum europeo (el porvenir de Europa exigiría el “voto popular”), llamando a votar a favor o en contra de la política de austeridad del gobierno de Schröder o a favor o en contra el gobierno de Blair que “ha mentido” sobre los objetivos de la guerra en Irak, la clase dominante, invariablemente, ofrece a los proletarios un desahogo al profundo malestar social.
Gracias a sus patrañeras campañas electorales la clase dominante puede evitar que se acuse al capitalismo, ocultando la quiebra de su modo de producción. Ante un angustiante porvenir, el miedo al desempleo, al hastío de una interminable austeridad y de la precariedad, preocupaciones hoy centrales en los medios obreros, la burguesía usa y abusa de sus citas electorales para destruir la reflexión de los obreros sobre esos problemas, explotando sus ilusiones, todavía muy fuertes en el proletariado, hacia la democracia y el juego electoral.
Negarse a participar en el circo electoral no es algo evidente para el proletariado, pues la mistificación electoral está estrechamente vinculada al corazón mismo de la ideología de la clase dominante, la democracia. Toda la vida social en el capitalismo está organizada por la burguesía en torno al mito del Estado “democrático” (1). Este mito se basa en la mentira de que todos los ciudadanos son “iguales” y “libres” de “escoger”, mediante el voto, a los representantes políticos que desean y el parlamento es presentado como el reflejo de la “voluntad popular” (2). Esta estafa ideológica es difícil de desmontar por la clase obrera, por el hecho de que la mistificación electoral se apoya en parte en algunas verdades que permiten destruir la reflexión sobre si es útil el voto o no lo es. La burguesía se apoya en la historia del movimiento obrero, recordando las luchas heroicas del proletariado por conquistar el derecho de voto, para así desarrollar aquélla su propaganda. Para ello, no vacila en mentir y falsificar los acontecimientos. Los partidos de izquierda y los sindicatos, por ejemplo, no paran de recordar los combates de la clase obrera del pasado por la obtención del sufragio universal. Los trotskistas, aunque relativicen a veces la importancia de las elecciones para el proletariado, no pierden una ocasión de participar en ellas reivindicándose de las posiciones de la IIIª Internacional sobre la “táctica” del “parlamentarismo revolucionario” o la utilización de las elecciones para, pretendidamente, hacer oír la voz de los intereses obreros y defender la política de una izquierda que se pretende “anticapitalista”. En cuanto a los anarquistas, unos participan y otros llaman a la abstención. Ante toda esa confusión ideológica, sobre todo la que pretende apoyarse en la experiencia y en las tradiciones de la clase obrera, es necesario volver a las verdaderas posiciones defendidas por el movimiento obrero y sus organizaciones revolucionarias sobre la cuestión electoral. Y no solo por sí mismas, sino en función de los diferentes períodos de la evolución del capitalismo y de las necesidades de la lucha revolucionaria del proletariado.
La cuestión de las elecciones en el siglo XIX en la fase ascendente del capitalismo
El xix fue el siglo del pleno desarrollo del capitalismo durante el cual la burguesía utiliza el sufragio universal y el Parlamento para luchar contra la nobleza y demás fracciones retrógradas. Como lo subraya Rosa Luxemburg, en 1904, en su texto Socialdemocracia y parlamentarismo:
“El parlamentarismo, lejos de ser un producto absoluto del desarrollo democrático, del progreso de la humanidad y demás lindezas de ese estilo, es, al contrario, una forma histórica determinada de la dominación de clase de la burguesía, es el reverso de esa dominación, de su lucha contra el feudalismo. El parlamentarismo burgués será una forma viva mientras dure el conflicto entre la burguesía y el feudalismo”.
Con el desarrollo del modo de producción capitalista, la burguesía suprimió la servidumbre, extendiendo el salariado para las necesidades de su economía. El Parlamento es el ruedo en el que los diferentes partidos, representantes de los diferentes grupos que existen en la burguesía, se enfrentan para decidir la composición y las orientaciones del gobierno que asume el ejecutivo. El Parlamento es el centro de la vida de la burguesía, pero en ese sistema democrático parlamentario, solo los notables son electores. Los proletarios no tienen derecho a la palabra, ni derecho a organizarse. Con la impulsión de la Iª y después de la IIª Internacional, los obreros van a entablar luchas sociales de gran alcance, sacrificando a menudo sus vidas, por obtener mejoras en sus condiciones de vida (reducción de la jornada laboral, de 14 o 12 horas a 10, prohibición del trabajo infantil y de los trabajos duros para las mujeres). Al ser entonces todavía el capitalismo un sistema en plena expansión, su derrocamiento por la revolución proletaria no estaba al orden del día. Por eso la lucha reivindicativa en el terreno económico mediante los sindicatos y la lucha de sus partidos políticos en el parlamentario permitieron al proletariado arrancar reformas ventajosas en el seno del sistema.
“Esa participación le permitía, a la vez, presionar a favor de esas reformas y utilizar las campañas electorales como medio de propaganda y de agitación en torno al programa proletario y emplear el Parlamento como tribuna para denunciar la ignominia de la política burguesa. Por eso la lucha por el sufragio universal fue durante todo el siglo xix en muchos países una de las ocasiones más importantes de movilización del proletariado” (3).
Fueron estas posiciones defendidas por Marx et Engels a lo largo del período ascendente del capitalismo las que explican su apoyo a la participación del proletariado en las elecciones.
La corriente anarquista, en cambio, se opuso a esa política basada en una visión histórica y un concepto materialista de la historia. El anarquismo se desarrolló en la segunda mitad del siglo xix como expresión de la resistencia de las capas pequeño burguesas (artesanos, comerciantes, pequeños campesinos) al proceso de proletarización que les privaba de su “independencia” social del pasado. La visión de los anarquistas de la “rebelión” contra el capitalismo era puramente idealista y abstracta. No es pues casualidad si una gran parte de los anarquistas, entre ellos Bakunin, figura legendaria de esa corriente, no veía al proletariado como clase revolucionaria, tendiendo a sustituirlo por la noción burguesa de “pueblo”, que engloba a todos cuantos sufren, sea cual sea el lugar que ocupan en las relaciones de producción, sea cual sea su capacidad para organizarse, para ser conscientes de sí mismos como fuerza social. En esta lógica, para el anarquismo, la revolución es posible en cualquier momento y, por lo tanto, toda lucha por reformas es, básicamente, una obstáculo en la perspectiva revolucionaria. Para el marxismo, ese radicalismo de fachada es un ilusorio espejismo de corta duración, pues expresa
“... la incapacidad de los anarquistas para comprender que la revolución proletaria, la lucha directa por el comunismo no estaba al orden del día porque el sistema capitalista no había agotado todavía su misión histórica, y que para el proletariado era todavía necesaria su consolidación como clase, para arrancarle a la burguesía todas las reformas a su alcance para así fortalecerse para la lucha revolucionaria del futuro. En un período en que el Parlamento era un verdadero espacio de lucha entre fracciones de la burguesía, el proletariado tenía los medios de entrar en él sin tener que subordinarse a la clase dominante; esta estrategia se volvió imposible con la entrada del capitalismo en su fase decadente, totalitaria” (4).
La cuestión de las elecciones en el siglo xx, en la fase de decadencia del capitalismo
Con la entrada en el siglo xx, el capitalismo terminó su conquista del mundo y, al chocar con los límites de su expansión geográfica, se encontró también con los límites objetivos de los mercados y de las salidas a su producción. Las relaciones de producción capitalistas se transforman en trabas para el desarrollo de las fuerza productivas. El capitalismo, como un todo, entra entonces en un período de crisis y de guerras a escala mundial (5).
Semejante trastorno, sin precedentes en la vida del capitalismo, va a provocar una modificación profunda en la vida política de la burguesía, en el funcionamiento de su aparato de Estado y en las condiciones y medios de lucha del proletariado. El papel del Estado se vuelve preponderante, pues solo él puede asegurar “el orden”, mantener la cohesión de una sociedad capitalista desgarrada por sus contradicciones. Es cada más evidente que los partidos burgueses acaban siendo instrumentos del Estado encargados de hacer aceptar la política de éste. Así, las exigencias de la Primera Guerra mundial y el interés nacional prohíben el debate democrático en el Parlamento, imponiendo una disciplina absoluta a todas las fracciones de la burguesía nacional. Y, después, esa situación se mantendrá y se reforzará. El poder político tenderá a desplazarse del legislativo al ejecutivo, y el Parlamento burgués acabará siendo una cáscara vacía sin prácticamente ningún poder decisorio. Fue esta realidad la que va a definir claramente la Internacional comunista en 1920, con ocasión de su IIº Congreso:
“La actitud de la IIIª Internacional hacia el parlamentarismo no viene determinada por una nueva doctrina, sino por el cambio de función del propio Parlamento. En la época anterior, el Parlamento como instrumento del capitalismo en vías de desarrollo, trabajó, en cierta manera, por el progreso histórico. En cambio, en las condiciones actuales, en esta época de barbarie imperialista, el Parlamento se ha convertido en instrumento de la mentira, de la engañifa, de la violencia y a la vez en una exasperante jaula de cotorras... Hoy, el Parlamento no podrá ser en ningún caso, para los comunistas, el teatro de una lucha por reformas y la mejora del vivir de la clase obrera, como así fue en el pasado. El centro de gravedad de la vida política se ha desplazado fuera del Parlamento, y eso de una manera definitiva” (6).
Desde entonces, imposible para la burguesía otorgar, sea cual sea el ámbito, económico o político, reformas reales y duraderas en las condiciones de vida de la clase obrera. Lo que la burguesía impone al proletariado es lo contrario: cada día más sacrificios, más miseria, explotación y barbarie. Los revolucionarios son entonces unánimes en reconocer que el capitalismo había alcanzado sus límites históricos y había entrado en su período de declive, de decadencia como quedó patente con el estallido de la Primera Guerra mundial. La alternativa ha sido desde entonces: socialismo o barbarie. La era de reformas quedaba definitivamente cerrada y los obreros ya nada podrían conquistar en el terreno electoral.
Va a desarrollarse, sin embargo, un debate central durante los años 1920 en la Internacional comunista sobre la posibilidad, defendida por Lenin y el partido bolchevique, de utilizar la táctica del “parlamentarismo revolucionario”. Ante la cantidad de problemas que planteaba la entrada del capitalismo en su período de decadencia, el pasado seguía pesando en la clase obrera y sus organizaciones.
La guerra imperialista, la revolución proletaria en Rusia y después el reflujo de la oleada de luchas proletarias a nivel mundial a partir de 1920, llevaron a Lenin y sus camaradas a creer que podría destruirse el Parlamento desde dentro, y utilizar la tribuna parlamentaria de manera revolucionaria, como lo había hecho Karl Liebknecht en el Parlamento alemán para denunciar la participación en la Primera Guerra mundial. De hecho, esa “táctica” errónea va a llevar a la IIIª Internacional hacia compromisos cada vez mayores con la clase dominante. Además, el aislamiento de la revolución rusa, la imposibilidad de su extensión hacia el resto de Europa tras el aplastamiento de la revolución en Alemania, van a llevar a los bolcheviques y a la Internacional, y, al cabo, a todos los partidos comunistas, hacia un oportunismo desenfrenado. Y será este oportunismo el que acabará arrastrándolos hasta poner en entredicho las posiciones revolucionarias del Primero y el 2º congresos de la Internacional comunista para acabar hundiéndose en la degeneración en los congresos posteriores, hasta la traición y el ascenso del estalinismo, punta de lanza de la contrarrevolución triunfante (7).
Fue contra esa degeneración, contra ese abandono de los principios proletarios contra lo que se rebelaron las fracciones más a la izquierda en los partidos comunistas. La Izquierda italiana, para empezar, con Bordiga a su cabeza, el cual, ya antes de 1918, preconizaba el rechazo de la acción electoral. Conocida primero como “Fracción comunista abstencionista”, se constituyó formalmente tras el congreso de Bolonia de octubre de 1919. En una carta enviada de Nápoles a Moscú, la Fracción afirmaba que un verdadero partido que se adhería a la Internacional comunista, sólo podría crearse con bases antiparlamentaristas (8). Las izquierdas alemana y holandesa desarrollarán a su vez la crítica del parlamentarismo, sistematizándola. Antón Pannekoek denuncia claramente la posibilidad de utilizar el Parlamento para los revolucionarios, pues semejante táctica solo podría llevarlos a hacer compromisos y concesiones a la ideología dominante. Sólo servía para inyectar una falsa vitalidad a esas instituciones moribundas, para incrementar la pasividad de los trabajadores cuando lo que necesita la revolución, para echar abajo al capitalismo e instaurar la sociedad comunista es la participación activa y consciente del proletariado entero.
En los años 1930, la Izquierda italiana, en su revista Bilan, mostrará de manera concreta cómo fueron desviadas las luchas de los proletarios españoles y franceses hacia el terreno electoral. Bilan afirmaba con razón que fue la “táctica” de los frentes populares en 1936 lo que permitió alistar al proletariado como carne de cañón en la IIª Guerra imperialista. Al terminar aquel espantoso holocausto, la Izquierda comunista de Francia publica la revista Internationalisme (de la que la CCI procede), y denunciará con claridad la “táctica” del parlamentarismo revolucionario:
“La política del parlamentarismo revolucionario fue de una gran ayuda en el proceso de corrupción de los partidos de la IIIª Internacional y las fracciones parlamentarias sirvieron de fortaleza al oportunismo, tanto en los partidos de la IIIª como, antaño, en los de la IIª Internacional. La verdad es que el proletariado no puede utilizar para su lucha emancipadora “el medio de lucha política” propio de la burguesía y destinado a someterlo… El parlamentarismo revolucionario como actividad real no existió nunca por la sencilla razón de que la acción revolucionaria del proletariado, cuando esa situación se presenta ante él, exige la movilización de clase en un plano fuera del capitalismo, y no la toma de posiciones en el interior de la sociedad capitalista” (9).
Desde entonces, el antiparlamentarismo, la no participación en las elecciones, es una frontera de clase entre organizaciones proletarias y organizaciones burguesas. En esas condiciones, desde hace más de 80 años, las elecciones han sido utilizadas, a escala mundial, por todos los gobiernos, sea cual sea su color político, para desviar el descontento obrero hacia un terreno estéril y prestigiar el mito de la “democracia”. No es además casualidad si, hoy, contrariamente al siglo xix, los Estados “democráticos” llevan a cabo una lucha sin cuartel contra el abstencionismo y la desafección hacia los partidos, pues la participación de los obreros en las elecciones es esencial para perpetuar las ilusiones democráticas. Eso es precisamente lo que, de manera flagrante, han ilustrado las recientes elecciones en Europa. En ese plano, éstas han sido un “ejemplo paradigmático”.
Las elecciones no son sino una mistificación y la “Europa social” una patraña
En contra de la propaganda indigesta que nos ha presentado la victoria del “No” a la Constitución europea, tanto en Francia como en Holanda, como una “victoria del pueblo”, dando a entender que serían las urnas las que gobiernan, hay que afirmar una vez más que las elecciones son una mascarada. Cierto que puede haber divergencias en el seno de las diferentes fracciones que componen el Estado burgués sobre cómo defender mejor los intereses del capital nacional, pero, básicamente, la burguesía organiza y controla el circo electoral para que el resultado sea conforme a sus necesidades de clase dominante. Por eso y para eso, el Estado capitalista organiza, planifica, manipula y utiliza unos medios de comunicación a sus órdenes. Puede haber, sin embargo, “accidentes”, como ocurre a menudo en Francia (hoy con la victoria del No en el referéndum, en 2002 con el partido de extrema derecha Frente Nacional en segunda posición en las elecciones presidenciales, en 1997 con la victoria de la izquierda en las legislativas anticipadas o, en 1981, con la de Mitterrand en las presidenciales), pero no tienen evidentemente nada que ver con no se sabe qué puesta en entredicho, por mínima que sea, del orden capitalista. Esa dificultad de la burguesía francesa para que las urnas digan lo que de ellas espera, revela una debilidad histórica y un arcaísmo de su aparato político (10), que no existen en países como Alemania o Gran Bretaña (11).
Esa debilidad no significa ni mucho menos que el proletariado pueda sacar provecho de ella para imponer otra orientación a la política de la burguesía. En efecto (y es algo que cada proletario podrá comprobar de su propia experiencia participativa en la mascarada electoral), desde finales de los años 1920 hasta hoy, sea cual sea el resultado de las elecciones, salga la derecha o la izquierda victoriosa de las urnas, es, al fin y al cabo, la misma política antiobrera la que se acaba aplicando.
Dicho de otra manera, el Estado “democrático” se las arregla siempre para defender los intereses de la clase dominante y del capital nacional, independientemente de las consultas electorales organizadas con cadencias aceleradas (12).
La focalización orquestada por la burguesía europea en torno al referéndum sobre la Constitución logró captar la atención de los obreros y persuadirles de que la construcción de Europa estaba en juego para su propio porvenir y el de sus hijos. ¡Vaya cuento! Nada más falso. Lo que se jugaba a través de la adopción de la nueva Constitución, era, para la clase dominante de los Estados fundadores de Europa, en el contexto de la ampliación a 25 países miembros, la capacidad para ejercer en el seno de las instituciones europeas una influencia equivalente a la que poseían antes del ingreso de los nuevos Estados miembros, pues el peso relativo de cada uno de ellos ha ido disminuyendo.
La clase obrera no tiene por qué tomar partido en las luchas de influencia entre fracciones de la burguesía. En realidad, esa Constitución europea lo único que hacía era asentar una política ya implantada hoy, una política ajena, de todas maneras, a los intereses de la clase obrera. La clase obrera seguirá estando tan explotada con el “No” como con el “Sí”.
La clase obrera debe rechazar tanto la ilusión de poder utilizar el Parlamento nacional en su lucha contra la explotación capitalista como la de creer que podría hacerlo en el Parlamento europeo (13).
En ese concierto de hipocresía y falsedad, la palma se la llevan, por un lado, las fuerzas de izquierda que se agruparon para decir No a la Constitución y que pretenden que se podría construir “otra Europa”, más “social” y, por otro, a los populistas de todo pelaje que explotan los miedos, la desesperanza, la incertidumbre sobre el porvenir que hay en la población y en buena parte de la clase obrera. Como en Francia y en Alemania, por ejemplo, en Holanda se ha agravado del desempleo (cuya tasa ha pasado de 2 % en 2003 a 8 % hoy) y se han incrementado los ataques contra la protección social.
Ha sido precisamente contra esos ataques si ha habido en ese país un principio de movilización social importante. El retorno del proletariado al escenario social (14) significa que en su seno se está abriendo camino una reflexión profunda sobre el porqué del desempleo masivo, sobre unos ataques que se repiten sin cesar, sobre el desmantelamiento del sistema de pensiones y de protección social. La política antiobrera de burguesía y la necesaria réplica proletaria contra ella, acabarán por provocar una toma de conciencia creciente en la clase obrera sobre la quiebra histórica del capitalismo. Es precisamente para sabotear ese principio de toma de conciencia si los vendedores de una Europa más “social” se agitan por doquier, pidiendo al Estado capitalista que arbitre el conflicto entre clases sociales antagónicas, exhortando a los obreros a movilizarse contra el liberalismo con el único objetivo de que se sometan más fácilmente a la mentira del Estado “social”, nueva mercancía adulterada tan vendida en fiestas, foros y salones del altermundialismo (15). El objetivo de toda esa propaganda ideológica es recuperar el descontento social para llevarlo hacia el terreno burgués de las urnas. Así, el referéndum en Francia ha sido presentado como un medio de rechazar una política, de expresar el hastío, hasta el punto de que parecía un desahogo para el descontento social que se ha ido acumulando desde hace años y años. Por eso, las fuerzas de izquierda “anticapitalistas” han gritado victoria, convocando ya a los obreros a mantenerse alerta para los próximos comicios electorales en los que “se tratará de transformar, una vez más en las urnas, la victoria del No en el referéndum”. Y esa misma política de desvío del descontento social se ha practicado en Alemania. Aquí a los obreros se les ha ofrecido para expresar su descontento social la posibilidad de sancionar a la coalición de Schröder en las recientes elecciones regionales de Renania.
En la fase decadente de los modos de producción anteriores al capitalismo, una táctica deliberada, perfecta y conscientemente asumida por las clases dominantes, consistía en proporcionar ocasiones a los explotados para que se desahogaran en fiestas de carnaval u otros festejos, en los que todo estaba permitido, o acudiendo a ruedos para contemplar combates hasta la muerte o justas deportivas.
Con la misma finalidad, la burguesía ha normalizado el embrutecimiento mediante competiciones deportivas bien reglamentadas y utiliza el circo electoral para que se desahogue la cólera obrera. No solo ya hunde la burguesía al proletariado en la pauperización total, sino que además lo humilla regalándole “juegos y circo electoral”. ¡El proletariado no debe participar en la fabricación de sus propias cadenas, sino que debe romperlas!
¡Contra el fortalecimiento del Estado capitalista, los obreros deben replicar con su voluntad de destruirlo!
Hoy como ayer, al proletariado no le queda otra alternativa. O se deja arrastrar al terreno electoral, al terreno de los Estados burgueses que organizan su explotación y su opresión, terreno en el que estará obligatoriamente desmembrado y sin fuerzas para resistir a los ataques del capitalismo en crisis. O, al contrario, desarrolla sus luchas colectivas de manera solidaria y unida, para defender sus condiciones de vida. Sólo de esta manera podrá volver a encontrarse con lo que siempre ha sido su fuerza como clase revolucionaria: su unidad y su capacidad para luchar fuera y contra todas las instituciones burguesas (Parlamento y elecciones) para echar abajo el capitalismo. Solo de esa manera podrá edificar, en el futuro, una nueva sociedad librada de la explotación, de la miseria y de las guerras.
La alternativa que hoy se plantea es la misma que la que despejaron las izquierdas marxistas en los años 1920: electoralismo y mistificación de la clase obrera o desarrollo de su conciencia de clase y extensión de las luchas hacia la revolución.
D.
(26/06/2005)
1 Léase nuestro artículo “La mentira del Estado democrático”, Revista Internacional n° 76.
2 Como contribución a la defensa de la democracia burguesa, citemos le Monde diplomatique, voz cantante del movimiento altermundialista, cuyo radicalismo ha acabado pariendo una nueva consigna “revolucionaria”: “Otra Europa es posible” escribe exultante su editorial del mes de junio, titulado “Esperanzas” (por la victoria del No en el referéndum y la movilización de la población). Según ese mensual, esa victoria “ya por sí sola ha sido un inesperado éxito para la democracia” lo que le permite afirmar que “El pueblo ha efectuado su gran retorno…”.
3 Plataforma de la CCI.
4 Leer nuestro artículo “Anarquismo o comunismo” en la Revista internacional n°79.
5 Léase nuestro folleto la Decadencia del capitalismo.
6 Ver La cuestión parlamentaria en la Internacional comunista, Ediciones “Programa comunista” del P.C.I. (Partido comunista internacional).
7 Ver nuestro folleto (en francés) El terror estalinista: un crimen del capitalismo, no del comunismo.
8 Fue de hecho el apoyo implícito de la IC, en el IIº Congreso mundial, a la tendencia intransigente de Bordiga lo que iba a sacar a la Fracción comunista abstencionista de su aislamiento minoritario en el partido. Léase al respecto nuestro libro la Izquierda comunista de Italia.
9 Internationalisme n°36, julio de 1948, reproducido en Revista Internacional n°36.
10 Las debilidades congénitas de la derecha en Francia tienen sus raíces en la historia misma del capitalismo francés, marcado por el peso de la pequeña y mediana empresa, del sector agrícola y del comercio. Ese arcaísmo siempre ha estado presente como una tara, en el aparato político, el cual nunca ha logrado hacer surgir un gran partido de derechas vinculado a la gran industria y las finanzas, como lo está el partido conservador en Gran Bretaña o el partido cristianodemócrata en Alemania. Al contrario, tras la IIª Guerra mundial irrumpe el “gaullismo” (De Gaulle) que va a marcar en profundidad la vida de la burguesía francesa y cuya última escoria es la UMP, partido gobernante en Francia. Para más explicaciones sobre el referéndum en Francia puede leerse la publicación de la CCI en ese país, Révolution internationale n° 357.
11 La reelección de Blair se ha hecho con la anuencia de toda la clase política, incluidos los sindicatos. Ese “socialdemócrata” ha salido reelegido porque ha sido capaz de practicar, tanto en el plano económico como en el imperialista, la política deseada al más alto nivel por el Estado británico. La controversia en torno a las “mentiras” de Blair sobre las armas de destrucción masiva en Irak permitió movilizar al electorado popular dándole la ilusión de que era posible protestar mediante las urnas, lo cual obligaría al jefe laborista a contar con la opinión de su pueblo. De hecho, como se vio cuando se desataron las hostilidades en Irak y hasta hoy, la “democracia” capitalista es perfectamente capaz de absorber la oposición pacifista a la guerra manteniendo el compromiso militar que estima necesario para preservar sus intereses. Para Alemania también, la derrota de Schröder en las elecciones regionales de Renania (1/3 de la población alemana) y la victoria de la CDU corresponden a las necesidades del capital alemán. Esa derrota ha provocado la convocatoria de elecciones anticipadas en otoño, lo que permitirá al nuevo gobierno, gracias a la legitimidad que le dará la “voluntad popular”, proseguir con la política de “reformas”, pues, para el capital alemán, es necesario que prosigan. Si, como es muy probable hoy por hoy, gana la CDU, el SPD podrá hacerse una cura de oposición, pues la coalición rojiverde en el gobierno desde 1998 está muy desprestigiada ante la clase obrera a causa del desempleo masivo (más de 5 millones de personas) y de las medidas de austeridad draconianas resultantes del “Agenda 2010”.
12 Nuestros camaradas de Internationalisme denunciaban con mucha clarividencia en mayo de 1946 en su periódico l’Etincelle (la Chispa), el referéndum en Francia por la Constitución de la IVª Republica : “Para desviar la atención de las masas hambrientas de las causas de sus miserias, el capitalismo monta la escena de la comedia electoral y las divierte con refrendos. Para engañar los retortijones de estómagos vacíos les dan papeletas de voto para que tenga algo que digerir. En lugar de pan, les tiran la “Constitución” para que mordisqueen”.
13 Leer nuestro artículo “La ampliación de la Unión Europea”, Revista internacional n° 112.
14 Leer nuestra “Resolución sobre la situación internacional del XVIº congreso de la CCI” en esta misma Revista.
15 Léase nuestro artículo “Altermundialismo, un trampa ideológica contra el proletariado”, Revista internacional n° 116.
La CCI celebró su decimosexto congreso la primavera pasada. “El Congreso internacional es el órgano soberano de la CCI”, como se dice en nuestros estatutos (1). Por eso y como siempre después de ese tipo de ocasiones, es responsabilidad nuestra dar cuenta de ellas ante la clase obrera y extraer sus principales orientaciones.
En el artículo publicado tras nuestro congreso precedente, escribíamos:“El XVº congreso tenía para nuestra organización una importancia particular, por dos razones esenciales.
“Por una parte, desde el congreso anterior, en la primavera del 2001, hemos asistido a una agravación muy importante de la situación internacional, en el plano de la crisis económica, y sobre todo en el plano de los conflictos imperialistas. Precisamente este congreso se ha desarrollado mientras ocurría la guerra de Irak, y era responsabilidad de nuestra organización precisar sus análisis, para poder intervenir de la forma más apropiada posible frente a esta situación.
“Por otra parte, este congreso se desarrolló tras haber atravesado la CCI la crisis más peligrosa de su historia. A pesar de que esta crisis se había superado, nuestra organización tenía que sacar el máximo de enseñanzas de las dificultades que había encontrado, sobre sus orígenes y los medios para enfrentarlas” (Revista internacional no 114, “XVo Congreso de la CCI; reforzar la organización frente a los retos del período”).
Los trabajos de este XVIo congreso han tenido un tono muy diferente: han puesto en el centro de sus preocupaciones el examen de la reanudación de los combates de la clase obrera y las responsabilidades que esa reanudación acarrea para nuestra organización, especialmente frente a la aparición de una nueva generación que se está girando hacia una perspectiva política revolucionaria.
La barbarie militarista sigue evidentemente incrementándose en un mundo capitalista enfrentado a una crisis económica insuperable. En el Congreso se presentaron, se discutieron y se adoptaron informes específicos sobre los conflictos imperialistas. Lo esencial de esos informes se recogió en la Resolución sobre la situación internacional que publicamos en esta Revista.
Como se recuerda en esa resolución, la CCI define el período histórico actual como la fase postrera de la decadencia del capitalismo, la fase de descomposición de la sociedad burguesa, la de su putrefacción de raíz. Como ya lo hemos dicho en múltiples ocasiones, la descomposición se debe a que, frente al hundimiento histórico irremediable de la economía capitalista, ninguna de las dos clases antagónicas de la sociedad, la burguesía y el proletariado, logra imponer su respuesta propia: la guerra mundial aquélla y la revolución comunista éste. Esas condiciones históricas determinan las características fundamentales de la vida de la sociedad burguesa actual. Con ese análisis de la descomposición es cómo se puede comprender la permanencia y la agravación de toda una serie de calamidades que abruman hoy a la humanidad, y en primer lugar la barbarie bélica, pero también fenómenos como la destrucción ineluctable del medio ambiente o las terribles consecuencias de las “catástrofes naturales” como la provocada por el tsunami el invierno pasado. Esas condiciones históricas de la descomposición son un enorme peso en los hombros del proletariado y también de sus organizaciones revolucionarias. Son una de las causas más importantes de las dificultades que ha encontrado nuestra clase y nuestra organización desde principios de los años 90, como así lo hemos escrito en artículos anteriores:
“Los diferentes factores que son la fuerza del proletariado chocan directamente con las diferentes facetas de la descomposición ideológica :
“– la acción colectiva, la solidaridad, encuentran frente a ellas la atomización, el “sálvese quién pueda”, el “arreglárselas por su cuenta” ;
“– la necesidad de organización choca contra la descomposición social, la dislocación de las relaciones en que se basa cualquier vida en sociedad ;
“– la confianza en el porvenir y en sus propias fuerzas se ve minada constantemente por la desesperanza general que invade la sociedad, el nihilismo, el “no future” ;
“– la conciencia, la clarividencia, la coherencia y unidad de pensamiento, el gusto por la teoría, deben abrirse un difícil camino en medio de la huida hacia quimeras, drogas, sectas, misticismos, rechazo de la reflexión y destrucción del pensamiento que están definiendo a nuestra época” (“La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, Revista internacional no 107).
Especialmente, la crisis de la CCI que mencionábamos antes solo podría comprenderse gracias a un análisis de la descomposición que permite sobre todo explicar cómo es posible que unos militantes con muchos años en nuestra organización, los que formaron la pretendida Fracción interna de la CCI (FICCI), se pusieran a portarse como unos fanáticos histéricos en busca de chivos expiatorios, como unos hampones y, al cabo, como soplones (2).
La reanudación de los combates de clase
El XVo congreso verificó entonces que la CCI había superado su crisis de 2001, sobre todo porque comprendió por qué había sido una expresión en nuestro seno de los efectos de la descomposición. También constató las dificultades que seguía teniendo la clase obrera en sus luchas contra los ataques capitalistas, y en especial, su falta de confianza en sí misma.
Sin embargo, desde ese congreso celebrado en la primavera de 2003, como lo señalaba la reunión plenaria del órgano central de la CCI del otoño de ese año:
“Las movilizaciones a gran escala en la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de clases desde 1989. Son el primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el período más largo de reflujo desde 1968” (Revista internacional n° 119).
Un giro así en la lucha de clases no fue una sorpresa para la CCI pues ya su XVº lo anunciaba en perspectiva. En el artículo de presentación de dicho Congreso escribimos lo siguiente:
“La CCI ya ha puesto en evidencia, muchas veces, que la descomposición de la sociedad capitalista ejerce un peso negativo en la conciencia del proletariado. Igualmente, desde el otoño de 1989, la CCI subrayó que el hundimiento de los regímenes estalinistas iba a provocar “dificultades crecientes para el proletariado” (título de un artículo de la Revista internacional nº 60). Desde entonces, la lucha de clases ha confirmado con creces esa previsión.
“Frente a esta situación, el congreso ha reafirmado que la clase conserva todas sus potencialidades para llegar a asumir sus responsabilidades históricas. Es verdad que aún está hoy en una situación de retroceso importante de su conciencia, tras las campañas burguesas que asimilan marxismo y comunismo a estalinismo, y establecen una continuidad entre Lenin y Stalin. También, la situación actual se caracteriza por la notable pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas, y en su capacidad para entablar incluso luchas defensivas contra los ataques de sus explotadores, que puede conducirle a perder de vista su identidad de clase. Y hay que destacar que esa tendencia a la pérdida de confianza en la clase se expresa incluso en las organizaciones revolucionarias, particularmente en forma de arrebatos súbitos de euforia frente a movimientos como el de finales de 2001 en Argentina (presentado como un formidable empuje del proletariado, cuando estaba empapado de interclasismo). Pero una visión materialista, histórica, a largo plazo, nos enseña, parafraseando a Marx, “que no se trata de considerar lo que tal o cual proletario, o incluso el conjunto del proletariado, toma hoy por la verdad, sino de considerar lo que es el proletariado, y lo que históricamente se verá conducido a hacer conforme a su ser” (la Sagrada familia). Esa visión nos muestra particularmente que, frente a los golpes más y más fuertes de la crisis del capitalismo, que se traducen por ataques cada vez más feroces, la clase reacciona, y reaccionará necesariamente desarrollando su combate” (“15º congreso de la CCI”, Revista internacional no 114).
Lo que permitió que nuestra organización no cayera en el escepticismo, la desmoralización incluso, ha sido el método marxista, cuando, durante una década, el proletariado mundial quedó dañado en su combatividad y en su conciencia del contragolpe provocado por el desmoronamiento de los regímenes a los que todos los sectores de la clase burguesa presentaban como regímenes “socialistas” u “obreros”. Ese mismo método, que exige estar siempre alerta ante las nuevas situaciones, nos permitió afirmar que quedaba cerrado el largo período de retroceso de la clase obrera, tras su derrota ideológica de 1989. Esto lo hemos plasmado en nuestra resolución sobre la situación internacional adoptada por el reciente XVIº congreso:
“Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el "fin de la lucha de clases". Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad ("le Grand soir") de los que tuvieron lugar por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado porque:
“- implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);
“- manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;
“- Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;
“- la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania” (Resolución publicada en esta misma Revista).
Esa evolución de las luchas del proletariado nos ha permitido comprender plenamente las campañas sobre el llamado “altermundialismo”, promovidas por amplios sectores de la burguesía desde principios del siglo xxi, campañas que se han concretado en particular en la celebración de “foros sociales” mundiales y europeos altamente mediatizados. La clase capitalista era consciente de que el retroceso que logró imponer a su enemigo mortal gracias a las campañas sobre la “muerte del comunismo”, el “fin de la lucha de clases”, “la desaparición de la clase obrera” incluso, no iba a ser algo definitivo y era necesario promover otros temas para tomar la delantera ante el inevitable despertar de las luchas y de la conciencia proletarias.
Esas campañas burguesas no solo van dirigidas a las grandes masas obreras. Su objetivo es también alistar y desviar hacia un atolladero a los elementos más politizados que miran hacia la perspectiva de otra sociedad librada de las calamidades que el capitalismo engendra. Y así la Resolución adoptada por el XVIo congreso deja constancia de que las diferentes expresiones del viraje en la relación de fuerzas entre las clases
“... se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada "generación de 1968" en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989”.
La responsabilidad de la CCI ante el resurgir de nuevas fuerzas revolucionarias
Otra preocupación esencial del XVIo congreso ha sido la de poner a nuestra organización a la altura de sus responsabilidades ante el surgimiento de esos nuevos elementos que se están orientando hacia las posiciones de clase de la Izquierda comunista. Así aparece claramente en la Resolución de actividades adoptada por el Congreso:
“El combate para ganarse a la nueva generación para las posiciones de clase y el militantismo es hoy central en todas nuestras actividades. Esto no sólo en la intervención, sino en toda nuestra reflexión política, nuestras discusiones y preocupaciones militantes. (…)
“La labor actual de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias es antes que nada la del fortalecimiento político, geográfico y numérico de la CCI. Sigue el crecimiento de las secciones, incapaces durante años algunas de ellas de integrar a nuevos miembros, la concreción de una verdadera sección en India, la preparación de las bases para una sección en Argentina. Todo ello es central en nuestras perspectivas”
Esa labor de agrupamiento de las nuevas fuerzas militantes exige en particular que se las defienda contra todos los intentos de destruirlas o llevarlas hacia atolladeros. Y esta defensa solo podrá realizarse si la propia CCI sabe defenderse contra los ataques de que es objeto. El congreso anterior ya constató que nuestra organización fue capaz de repeler los ataques inicuos de la FICCI, impidiéndole que lograra el objetivo abiertamente declarado de ésta, o sea, la destrucción de la CCI, o, al menos, la mayor cantidad de secciones posible. En octubre de 2004, la FICCI montó una nueva ofensiva contra nuestra organización apoyándose en una serie de posiciones calumniosas de un “Círculo de comunistas internacionalistas” basado en Argentina y que se presentaba como el continuador del “Núcleo comunista internacional” (NCI) con el que la CCI había desarrollado discusiones y contactos desde finales de 2003. Lamentablemente, el BIPR hizo su contribución en esta maniobra vergonzosa publicando, en varias lenguas y dejándola durante varios meses en su página Web, una declaración de lo más mentiroso e histérico contra nuestra organización. Actuamos con rapidez publicando una serie de documentos en nuestra página Web para rechazar ese ataque de modo que nuestros agresores acabaron dando la callada por respuesta. Al “Círculo” se le cayó la careta, apareciendo como lo que es, una ficción inventada por el ciudadano B., un aventurerillo del hemisferio austral, de poca monta pero con un morro descomunal y una pretensión sin límites: su página Web, que no había parado un instante con una actividad frenética durante las tres primeras semanas de octubre de 2004, desde el 23 de ese mes es un desierto. La FICCI, tras haberse creído (o hacer creer) durante varios meses la realidad de ese “Círculo”, ahora ya no dice nada sobre el tema. El BIPR, por su parte, ha quitado de su página Web el comunicado de B., pero sin más explicaciones y negándose a publicar el aviso del verdadero NCI sobre las actuaciones de B.
Porque el combate contra esa ofensiva de la “triple alianza” entre el aventurerismo (B.), el parasitismo (FICCI) y el oportunismo (BIPR) ha sido también un combate por la defensa del NCI, que representa un esfuerzo de un pequeño núcleo de camaradas para desarrollar una compresión de posiciones de la Izquierda comunista en relación con la CCI (3).
“La defensa del NCI frente a los ataques conjuntos del “Círculo”, de la “Ficci” y del BIPR muestra el camino a toda la CCI para desarrollar la organización. Esta defensa se basa en:
“- una profunda confianza en la nueva generación, confianza basada en una visión histórica, a largo plazo; (...)
“- ser capaces de trasmitir, con convicción y entusiasmo, nuestras posiciones y nuestra visión del militantismo, de desarrollar la solidaridad proletaria como herramienta básica para la unificación de las fuerzas de clase; (...)
“- acoger a la nueva generación, ni con escepticismo ni “miedo al éxito”, sino con los brazos abiertos, construyendo sobre lo que es positivo en ella para así poder superar sus debilidades;
“- concretar las lecciones aprendidas en la organización, para, con determinación y tras una reflexión de fondo, proteger a los elementos en búsqueda de los peligros del espíritu de círculo, del clanismo, de los gurús y del aventurerismo;
“- usar al máximo todos los medios a nuestra disposición, en acuerdo con las necesidades de la situación, como partes de una estrategia global, desde la correspondencia a las visitas, pasando por Internet, nuestra prensa y nuestras reuniones públicas; combinar la rapidez de nuestras reacciones y el trabajo a largo plazo, un trabajo decidido incluso ante derrotas inmediatas” (Resolución de actividades)
Ante esa labor hacia las personas en búsqueda, la CCI debe poner en práctica una política decidida de intervención. Pero también debe poner el mayor cuidado tanto en la pertinencia de los argumentos en las discusiones como a la cuestión del comportamiento político:
“Siguiendo ese esfuerzo, debemos procurar:
“- establecer o aumentar el impacto de la CCI en todos los países en los que tenemos secciones, pero también en zonas como Rusia o Latinoamérica, estimulando debates (reuniones, foros en Internet), polémicas, correspondencias, revista de prensa, favoreciendo la formación de círculos de discusión y promoviendo su trabajo;
“- atraer a las gentes proletarias hacia nosotros, gracias a la profundidad de nuestros argumentos, pero también a nuestra capacidad para hacernos respetar. La determinación de la CCI en la defensa de los principios, nuestra capacidad para reaccionar contra las maniobras destinadas a sabotear el agrupamiento, eso es lo que hará que ganemos la confianza de las expresiones proletarias, y amedrentar o inhibir a los elementos destructores
“- promover los métodos proletarios de clarificación, de agrupamiento y de comportamiento; (…)
“- intensificar nuestra ofensiva contra el parasitismo, no solo contra la “Ficci”, sino también contra grupos que tienen un impacto internacional como el GCI.”
Por otro lado, el surgimiento de nuevas fuerzas comunistas debe ser un poderoso aguijón que estimule la reflexión y las energías, no solo de los militantes sino también de elementos que fueron afectados por el retroceso de la clase obrera a partir de 1989:
“Los efectos de los acontecimientos históricos contemporáneos en las capas más politizadas de la clase son muy profundos. Estos hechos ya han empezado a despertar la conciencia de una nueva generación para la que el atolladero del capitalismo es una realidad en la que han nacido los elementos de esas nuevas generaciones, pero carecen de formación política o de experiencia de clase. Van a despertar a quienes, en los años 1980 o 90, bajo los primeros efectos de la descomposición, permanecían escépticos sobre una posible política proletaria. Los efectos del actual desarrollo histórico van a hacer volver a la política a una parte de la generación de 1968, que fue entonces desviada y emponzoñada por el izquierdismo. De hecho ya han comenzado a reactivarse antiguos militantes, no sólo de la CCI, sino también de otras organizaciones proletarias. Cada una de las expresiones de esa fermentación representa un valiosísimo potencial para la recuperación de la identidad de clase, de la experiencia de lucha, y de la perspectiva histórica del proletariado. Pero esos potenciales sólo llegarán a materializarse si son agrupados por una organización que representa la conciencia histórica, un método marxista y una experiencia organizativa que, actualmente, sólo la CCI puede ofrecer. Esto hace que el desarrollo continuo y a largo plazo de las capacidades teóricas, la comprensión militante y la centralización de la organización, resulten cruciales para la perspectiva histórica.”
El congreso ha señalado, en efecto, la enorme importancia del trabajo teórico en la situación actual:
“La organización no puede cumplir sus responsabilidades ni hacia las minorías revolucionarias ni hacia la clase en su conjunto, si no es capaz de comprender el proceso de preparación del partido en el contexto más amplio de la evolución general de la lucha de clases. La capacidad de la CCI para analizar los cambios en la relación de fuerzas entre las clases, y para intervenir en las luchas y en la reflexión política que se da en el seno de la clase obrera, tiene una gran importancia a largo plazo en la evolución de la lucha de clases. Pero incluso ahora, es decir a corto plazo, resulta crucial para conquistar nuestro papel dirigente frente a la nueva generación politizada. El que la CCI haya sido capaz de reconocer con rapidez el final cercano del largo retroceso de la combatividad, y sobre todo de la conciencia del proletariado, que se produjo después de 1989, es una primera prueba de la necesaria renovación teórico-política. En estos dos últimos años, hemos comenzado también a adaptar nuestra intervención a las condiciones actuales, a la realidad de la reflexión subterránea, a lo enorme de lo que está en juego, al nivel político tan bajo en la clase y a las grandes dificultades en las luchas inmediatas. La organización debe continuar esta reflexión teórica, sacando un máximo de lecciones concretas de su intervención, abandonando los esquemas del pasado.”
Al mismo tiempo, esa reflexión debe hacerse de carne y hueso, concretándose eficazmente en nuestra propaganda, y para ello, es necesario que la organización dé el mayor apoyo al principal medio de difusión de sus posiciones, o sea, la prensa:
“La evolución de la situación mundial plantea exigencias nuevas y mayores en la calidad de nuestra prensa y su distribución. Por Internet, la organización se ha abierto a una dimensión cuantitativa y cualitativamente nueva de su intervención por vía de prensa. Durante el reciente combate contra la alianza entre el oportunismo y el parasitismo, y gracias a ese medio, la CCI ha podido desarrollar, por vez primera desde la época en que existía una prensa revolucionaria diaria, una intervención en la que fue decisiva la capacidad de replicar inmediatamente. De igual modo, la rapidez con la que la organización ha sido capaz de publicar en su página Web en alemán sus panfletos y análisis sobre las luchas de los obreros de Mercedes y Opel, nos muestra el camino que seguir. El uso creciente de nuestra prensa para organizar y sintetizar debates, para hacer propuestas y lanzar iniciativas hacia las personas en búsqueda, subraya su importancia cada vez mayor como instrumento privilegiado para el agrupamiento, el desarrollo político y numérico de la organización.”
En fin, el congreso ha dedicado una muy particular atención a la cuestión que figura al final de la plataforma de nuestra organización:
“Las relaciones que se establecen entre las diferentes partes y militantes de la organización llevan necesariamente los estigmas de la sociedad capitalista y no pueden, pues, constituir un islote de relaciones comunistas dentro de ella. Sin embargo no pueden estar en contradicción flagrante con los objetivos perseguidos por los revolucionarios, por lo que se apoyan necesariamente en una solidaridad y confianza mutuas, que son signos de pertenencia de la organización a la clase portadora del comunismo”.
Por eso, la Resolución de actividades pone de relieve que:
“La fraternidad, la solidaridad y el sentido de la comunidad forman parte de los instrumentos más importantes en la construcción de la organización, de la capacidad para ganar a nuevos militantes y conservar la convicción militante”.
Esta exigencia, como todas a las que debe hacer frente una organización marxista, requiere una reflexión teórica:
“En la medida que las cuestiones de organización y de comportamiento están hoy en el centro de los debates tanto en el interior como en el exterior de la organización, un eje central de nuestro trabajo teórico en los dos próximos años será la discusión de los diferentes textos de orientación (…), especialmente el texto sobre la ética. Estas cuestiones nos llevan a las raíces de las recientes crisis de la organización, van a las bases fundamentales de nuestro compromiso militante, y son cuestiones centrales para la revolución en esta época de la descomposición. Estas cuestiones están llamadas a desempeñar un papel crucial en la renovación de la convicción militante y en la renovación del gusto por la teoría y por el método marxista que aborda cada cuestión desde un planteamiento histórico y teórico”.
Publicamos en los números 111 y 112 de la Revista internacional le esencial de un texto de orientación adoptado por nuestra organización sobre “La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado” que dio lugar a una profunda discusión en la CCI. Hoy, sobre todo tras unos comportamientos de miembros de la “FICCI” en ruptura total con las bases de la moral proletaria, hemos decidido profundizar esa cuestión en torno a un nuevo texto de orientación que trata de la ética del proletariado, texto cuya versión final publicaremos más tarde. Con esta perspectiva, el XIVº congreso, como así ocurre en la mayoría de los congresos de la CCI, dedicó gran parte de su orden del día a un tema teórico general y haciendo balance de las discusiones llevadas ya a cabo sobre la ética.
Perspectivas enardecedoras
Los congresos de la CCI son siempre momentos de entusiasmo para el conjunto de sus miembros. No podía ser de otra forma cuando militantes venidos de tres continentes y de trece países, animados por las mismas convicciones, se encuentran para discutir juntos las perspectivas del movimiento histórico del proletariado. Pero el XVIo congreso resultó aún más estimulante que la mayoría de los que le precedieron.
Durante casi la mitad de sus treinta años de vida, la CCI ha existido (en el próximo número de la Revista publicaremos un artículo sobre su historia) mientras el proletariado sufría un retroceso de su conciencia, una asfixia de sus luchas y un agotamiento de nuevas fuerzas militantes. Durante más de una década una de las consignas centrales de nuestra organización fue “resistir”. Ha sido una prueba difícil y algunos de los “viejos” militantes no han podido aguantarla (sobre todo los que constituyeron la FICCI y los que abandonaron el combate en los momentos de crisis que hemos conocido en este período).
Actualmente que la perspectiva empieza a aclararse, podemos decir que la CCI, como un todo, ha superado esta prueba. Incluso ha salido fortalecida de ella. Un fortalecimiento político, como pueden juzgar los lectores de nuestra prensa (de quienes recibimos un número creciente de cartas de apoyo). Pero también un fortalecimiento numérico ya que, en el momento actual, las nuevas adhesiones son más numerosas que las dimisiones que conocimos en la crisis de 2001. Y lo que es más destacable, es que un número significativo de estas adhesiones es de gente joven, que no ha sufrido ni ha tenido que superar las deformaciones debidas a la militancia en organizaciones izquierdistas. Elementos jóvenes cuyo dinamismo y entusiasmo sustituyen y superan con creces las cansadas y gastadas “fuerzas militantes” que nos han abandonado.
El entusiasmo de los militantes que participaron en el Congreso ha tenido su mejor expresión en los camaradas que hicieron el discurso de apertura y el de las conclusiones. Fueron dos compañeros de la nueva generación, que ni siquiera eran miembros de ella en el congreso anterior. La decisión de confiarles esa tarea no se debió a no se sabe qué demagogia “projuvenil”: todos los delegados saludaron la calidad y la profundidad de sus intervenciones.
El entusiasmo que se ha vivido durante el XVIo congreso ha sido lúcido. No tiene nada que ver con la euforia ilusoria que se vivió en otros congresos de nuestra organización (euforia que a menudo fue propia de quienes después nos han dejado). La CCI, después de 30 años de existencia, ha aprendido (4), a veces dolorosamente, que el camino que conduce a la revolución no es ninguna autopista, que es sinuoso, y está sembrado de trampas que la clase dominante tiende a su enemigo mortal, la clase obrera, para desviarla de su objetivo histórico.
Los miembros de nuestra organización saben bien actualmente que la militancia no es fácil; que hace falta no solamente una sólida convicción, sino además abnegación, tenacidad y paciencia.
Si embargo, hacen suya la frase de Marx en una carta a J. P. Becker:
“He podido comprobar siempre que los caracteres verdaderamente bien forjados, en cuanto se han metido en la vía revolucionaria, sacan constantemente nuevas fuerzas de la derrota, y se vuelven cada día más resueltos a medida que el fluir del río de la historia los lleva más lejos”.
La conciencia de la dificultad de nuestra tarea no es para desanimarnos. Al contrario, es un factor suplementario de nuestro entusiasmo
Actualmente, el número de participantes en nuestras reuniones públicas ha aumentado sensiblemente, y nos llegan cada vez más correos de Grecia, Rusia, Moldavia, Portugal, Brasil, Argentina, Argelia, Senegal, Irán, Corea, para solicitar directamente su candidatura a nuestra organización, para proponer y desarrollar discusiones o simplemente pedir las publicaciones, pero siempre con una perspectiva militante. Todas esas personas nos permiten confiar en el desarrollo de la presencia de posiciones comunistas en los países donde la CCI no tiene todavía sección, incluso la creación de nuevas secciones en esos países. Saludamos a estos camaradas que vienen hacia las posiciones comunistas y hacia nuestra organización. Nosotros les decimos:
“Habéis hecho una buena elección, la única elección posible si tenéis la perspectiva de integraros en el combate por la revolución proletaria. Pero no habéis elegido lo más fácil: no vais a ver éxitos rápidos, habréis de tener paciencia y tenacidad y no desmoralizaros cuando los resultados no estén a la altura de vuestras esperanzas. Pero no estaréis solos: los militantes actuales de la CCI estarán a vuestro lado y son conscientes de la responsabilidad que el paso que habéis dado representa para ellos. Su voluntad, tal y como se expresa en el XVIo congreso, es la de estar a la altura de esa responsabilidad”.
Corriente comunista internacional
1 No es ni mucho menos una “originalidad de la CCI”, sino una tradición del movimiento obrero. Pero hay que decir que esa tradición ha sido abandonada por la corriente “bordiguista” (en nombre del rechazo del “democratismo”) y que no está muy viva en el Partito comunista internazionalista (Battaglia comunista) componente principal del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) el cual, en sesenta años de existencia solo ha celebrado siete congresos.
2 Sobre la crisis de la CCI y las maniobras de la FICCI, puede leerse “Amenazas de muerte contra militantes de la CCI”, “Reuniones públicas de la CCI prohibidas a los soplones”, “Los métodos policíacos de la FICCI” (en nuestra prensa territorial e Internet, especialmente, en los nos 354, 338 y 330 de Révolution internationale) así como “Conferencia extraordinaria de la CCI : el combate por la defensa de los principios organizativos”, Revista internacional n° 110. El artículo de presentación del XVº congreso publicado en la Revista internacional n° 114 trata también más ampliamente sobre este tema: “Pero para estar a la altura de sus responsabilidades, es preciso también que las organizaciones revolucionarias den la talla para enfrentarse, no sólo a los ataques directos que trata de asestarles la clase dominante, sino también a la penetración en su seno del veneno ideológico que ésta difunde en el conjunto de la sociedad. En particular es su deber combatir los efectos más deletéreos de la descomposición que, de la misma forma que afectan la conciencia del conjunto del proletariado, pesan igualmente en el cerebro de sus militantes, destruyendo su convicción y su voluntad de obrar por la causa revolucionaria. La CCI ha tenido que enfrentarse en el último periodo precisamente a ese ataque de la ideología burguesa favorecido por la descomposición. La voluntad de defender la capacidad de la organización para asumir sus responsabilidades ha estado en el centro de las discusiones del congreso sobre las actividades de la CCI”.
3 Ver al respecto nuestro artículo “El Núcleo comunista internacional: una expresión del esfuerzo de toma de conciencia del proletariado en Argentina”, Revista internacional n° 120.
4 En realidad, habría que decir “ha vuelto a aprender”, puesto que de eso eran muy conscientes las organizaciones comunistas del pasado y, particularmente, la Fracción italiana de la Izquierda comunista de la que se reivindica la CCI.
1. En 1916, en el capítulo introductorio del Folleto de Junius, Rosa Luxemburg explicaba el significado histórico de la Primera Guerra mundial:
“Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie”. Pero ¿qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual de la civilización europea? Hasta ahora leíamos estas palabras sin reflexionar y las repetíamos sin darnos cuenta de su terrible gravedad. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. El triunfo del imperialismo conduce a la liquidación de la civilización; de manera esporádica durante una de las guerras modernas, pero definitivamente si el período de guerras mundiales que ahora se inicia se mantiene imparable hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Federico Engels pronosticó, una generación antes que nosotros, hace cuarenta años. Hoy nos encontramos ante esa alternativa: o triunfo del imperialismo y con ello decadencia de toda civilización lo que, como en la antigua Roma, conlleva la despoblación, la desolación, la degeneración, en definitiva un enorme cementerio; o victoria del socialismo, es decir de la lucha consciente del proletariado contra el imperialismo y contra su método de actuación: la guerra. Ese es el dilema en que se encuentra la historia de la humanidad, una disyuntiva que aún debe resolverse según actúe el proletariado consciente. El proletariado debe inclinar decisivamente la balanza mediante su combate revolucionario. De ello depende el porvenir de la civilización y de la humanidad.»
La guerra en el capitalismo decadente
2. Casi noventa años más tarde el laboratorio de la historia ha demostrado sobradamente la claridad y la precisión del diagnóstico efectuado por Rosa Luxemburg, esto es, que el conflicto que estalló en 1914 inauguró un “periodo de guerras ilimitadas” que conducirían, si no encontraban respuesta, a la destrucción de la civilización.
Sólo veinte años después de que la rebelión del proletariado pusiera fin a la Primera Guerra mundial pero no lograra acabar con el capitalismo, estallaba la Segunda Guerra mundial imperialista que superó con creces la profundidad y la extensión de la barbarie alcanzada durante la primera. Esta nueva carnicería se caracterizó no sólo por el exterminio masivo y sistemático de seres humanos en los campos de batalla; sino, ante todo y sobre todo, por el genocidio de pueblos enteros, por la masacre de millones de civiles en los campos de la muerte de Auschwitz o Treblinka o machacados por los bombardeos que arrasaron ciudades enteras desde Coventry, Hamburgo y Dresde, hasta Hiroshima y Nagasaki.
Por si mismo, el período 1914-1945 ya habría bastado para confirmar que el sistema capitalista se había adentrado, de manera irreversible, en una etapa de decadencia; que se había convertido ya en un obstáculo fundamental para las necesidades de la humanidad.
3. Los 60 años transcurridos desde 1945 no han puesto en absoluto en entredicho esa conclusión, por mucho que la propaganda burguesa se empeñe en proclamar lo contrario, como sí el capitalismo pudiera vivir su declive histórico durante una década, y salir milagrosamente de él en la década siguiente. Antes incluso de que acabase la segunda carnicería imperialista, dos nuevos bloques imperialistas empezaron ya a actuar para hacerse con el control del planeta. Tanto es así que los Estados Unidos llegaron incluso a retrasar la finalización de la guerra contra Japón, no para ahorrar víctimas entre sus propias tropas sino para poder hacer una espectacular demostración de su terrorífico poderío militar borrando del mapa Hiroshima y Nagasaki. El destinatario de tal exhibición no era desde luego un Japón ya derrotado sino el nuevo rival ruso. Pero es que, pocos años más tarde, los dos nuevos bloques imperialistas se habían dotado ya de suficiente armamento no ya para destruir la civilización, sino para acabar con cualquier signo de vida en el planeta. Durante los cincuenta años siguientes a 1945 la humanidad ha vivido acogotada por el Equilibrio del Terror (cuyas siglas en inglés: MAD – Mutual Assured Destruction – también pueden traducirse por “el loco”). En las regiones subdesarrolladas de la Tierra millones de personas sufrieron terribles hambrunas, mientras la maquinaria de guerra de las grandes potencias imperialistas acaparaba todos los recursos del trabajo humano y de las innovaciones científicas que exigía su insaciable apetito. Además otros tantos millones de seres humanos murieron en las llamadas “guerras de liberación nacional” que eran en realidad la expresión de las sangrientas rivalidades entre las grandes superpotencias en Corea, Vietnam, el subcontinente indio, África y Oriente Medio.
4. El discurso de la burguesía dice que fue ese Equilibrio del Terror lo que “salvó” al mundo de un tercer, y probablemente definitivo, holocausto imperialista. Por ello debíamos estarle agradecidos a la bomba. Pero si una tercera Guerra mundial no acabó por estallar se debió en realidad a que:
– en un primer momento, los dos nuevos bloques imperialistas que se habían formado necesitaban organizarse y condicionar con nuevos lemas ideológicos a la población para poder movilizarla contra un nuevo enemigo. Por otro lado, el boom de la reconstrucción (financiada por el plan Marshall) de las economías destruidas durante la Segunda Guerra mundial, permitió un cierto sosiego de las tensiones imperialistas.
– posteriormente, a finales de los años 60, cuando ya el “boom” económico de a reconstrucción tocaba a su fin, el capitalismo no tenía ya enfrente a un proletariado derrotado como durante la crisis de los años 30, sino a una nueva generación de trabajadores dispuestos a defender sus intereses de clase frente a las exigencias de sus explotadores. En el capitalismo decadente, la guerra mundial requiere la movilización activa y completa del proletariado. Por ello, las oleadas internacionales de huelgas obreras que comenzaron con la huelga general en Francia en mayo de 1968, pusieron en evidencia que, durante los años 1970 y 80, que no existían las condiciones de esa movilización para la guerra.
5. El desenlace definitivo de la larga rivalidad que sostuvieron el bloque ruso y el norteamericano no fue pues una guerra mundial, sino el hundimiento del bloque ruso. Incapaz de competir económicamente con la potencia americana muchísimo más avanzada, así como de reformar sus rígidas instituciones políticas; cercada militarmente por su rival, y – como pusieron de manifiesto las huelgas de masas en Polonia en 1980 – incapaz también de alistar al proletariado para la guerra, el bloque imperialista ruso hizo implosión en 1989. Este triunfo de Occidente fue rápidamente presentado como el signo anunciador de un nuevo período de paz mundial y prosperidad. Pero igualmente sin tardanza estallaron nuevos conflictos imperialistas que tomaron una nueva forma pues ya no existía la conocida unidad del bloque occidental sino que entre los antaño aliados surgían ahora feroces rivalidades imperialistas, y la Alemania recién reunificada planteaba su candidatura para ser la principal potencia mundial capaz de rivalizar con los Estados Unidos. No obstante, en esta nueva etapa de los conflictos imperialistas es menos posible aún que antes el estallido de una guerra mundial, ya que:
– la formación de nuevos bloques se ve retrasada por la por las divisiones internas entre las potencias que, lógicamente, deberían formar un nuevo bloque rival frente a los Estados Unidos, en especial, las potencias europeas más importantes: Alemania, Francia y Gran Bretaña.. La Gran Bretaña no ha abandonado su tradicional política de impedir que otra potencia mayor domine Europa, mientras sigue teniendo muy buenas razones históricas para limitar en lo posible su eventual subordinación a Alemania. Tras la ruptura de la vieja disciplina debida a la existencia de dos bloques imperialistas antagónicos, lo que prevalece en las relaciones internacionales es “el cada uno a la suya”.
– la aplastante superioridad militar de los Estados Unidos, sobre todo si se les compara con Alemania, hace imposible cualquier enfrentamiento directo contra EE.UU. por parte de sus rivales.
– el proletariado no está derrotado. Es verdad que el período abierto con el hundimiento del bloque del Este ha sumido al proletariado en una importante desorientación (sobre todo por el impacto de las campañas ideológicas a propósito de la “muerte del comunismo” y el “fin de la lucha de clases”), pero la clase obrera de las principales potencias capitalistas aún no está predispuesta para dejarse sacrificar en una nueva carnicería mundial.
Por todo ello, los principales conflictos militares del período post-1989 han tomado en la mayoría de las ocasiones la forma de “guerras indirectas”, caracterizadas por que en ellas la potencia mundial dominante ha intentado contrarrestar al creciente desafío a su autoridad, mediante espectaculares demostraciones de fuerza contra potencias de cuarta categoría. Tales han sido los casos de la primera Guerra del Golfo en 1991, del bombardeo de Serbia en 1999, o de las “guerras contra el terrorismo” en Afganistán e Irak tras el atentado contra las Torres gemelas en 2001. En estas guerras se ha ido viendo cada vez más claro cuál es la estrategia global y precisa que persiguen los Estados Unidos: conseguir un completo dominio de Oriente Medio y Asia Central para así cercar militarmente a sus principales rivales (Europa y Rusia), cerrándoles las salidas, y tener en su mano poder cortarles el acceso a las fuentes de energía.
Tras 1989, el mundo ha visto también el estallido de multitud de conflictos regionales y locales – a veces subordinados a la estrategia de EE.UU. y a veces, en cambio, contrariándola – que han extendido la muerte y la destrucción sobre continentes enteros. Tales conflictos han ocasionado millones de muertos, de mutilados y de desplazados, en países africanos como Congo, Sudán, Somalia, Liberia, Sierra Leona y, ahora, amenazan con sumergir a países de Oriente Medio y Asia Central en una situación de guerra civil permanente. En ese proceso asistimos también al alza del fenómeno del terrorismo, que frecuentemente es producto de la acción de fracciones de la burguesía no controladas por ningún estado en particular, y que constituye un elemento suplementario de inestabilidad, llevando además estos mortíferos conflictos al corazón mismo del mundo capitalista (11 de Septiembre, atentados de Madrid…).
6. Aunque la guerra mundial no sea hoy una amenaza tangible para la humanidad como si lo ha sido durante la mayor parte del siglo xx, no por ello la alternativa socialismo o barbarie ha perdido urgencia. En cierta forma es aún más urgente, pues la guerra mundial exigiría una movilización activa del proletariado, mientras que hoy la clase obrera hace frente al peligro de verse progresiva e insidiosamente empantanada en la barbarie:
– la proliferación de guerras locales y regionales podría devastar regiones enteras del planeta haciendo con ello imposible que el proletariado de esas regiones pueda contribuir a la guerra de clases. Eso atañe muy claramente a las muy peligrosas rivalidades que enfrentan a las dos grandes potencias militares del subcontinente indio (India y Pakistán). Y no le van a la zaga la espiral de aventuras militares llevadas a cabo por Estados Unidos. Por mucho que estos pretendan crear un nuevo orden mundial bajo sus auspicios, lo cierto es que el resultado de tales aventuras ha sido no sólo agravar el caos y los antagonismos ya existentes, sino incluso acentuar y agravar la propia crisis histórica del liderazgo norteamericano. La situación actual en Irak así lo confirma con rotundidad. Y sin aspirar siquiera a la reconstrucción de Irak, los Estados Unidos se ven empujados a lanzar nuevas amenazas contra Siria e Irán. Las recientes iniciativas de la diplomacia norteamericana para establecer un diálogo con las potencias europeas sobre la situación de Siria, de Irán o del mismo Irak, no debe hacernos pensar que se rebaja el nivel de tales amenazas. Lo que demuestra la crisis que hoy se vive en Líbano es que los Estados Unidos no tienen tiempo que perder en su afán por lograr un completo dominio de Oriente Medio, objetivo éste que ha de conducir a una fuerte exacerbación de las tensiones imperialistas en general, ya que ninguna de las principales potencias imperialistas puede permitirse dejarles el terreno libre en esta región de una importancia estratégica vital. Esta perspectiva también se dibuja en las intervenciones norteamericanas cada vez más descaradas contra la influencia rusa en países de la antigua URSS (Georgia, Ucrania, Kirguizistán), así como en los importantes desacuerdos que han surgido respecto a la venta de armas a China. En un momento en que precisamente China está afirmando cada vez más sus ambiciones imperialistas, amenazando militarmente a Taiwán y azuzando las tensiones con Japón; resulta que Francia y Alemania se ponen a la vanguardia del movimiento para levantar el embargo de venta de armas a China, decretado tras la matanza de la plaza Tian’anmen en 1989.
– si hay una filosofía que marca el período actual esa es la del “cada uno a la suya”, pero ésta no afecta únicamente a las rivalidades imperialistas, sino también al funcionamiento vital mismo de la sociedad. La aceleración de la atomización social y de todos los venenos ideológicos que de ello se derivan (la gangsterización, la huida hacia el suicidio, la irracionalidad y la desesperación) plantea el riesgo de hacer definitivamente imposible que la clase obrera recupere su identidad de clase y, con ello, la única perspectiva posible de un mundo diferente basado, no en la desintegración social, sino en una verdadera comunidad y en la solidaridad.
– la pervivencia del modo de producción capitalista ya caduco añade al peligro de la guerra imperialista, una nueva amenaza a la posibilidad de construir una nueva sociedad humana. Nos referimos al imparable deterioro del medio ambiente del planeta. Por mucho que varias conferencias científicas hayan alertado sobre ese riesgo, lo cierto es que la burguesía es incapaz de poner en marcha las medidas mínimas para reducir, por ejemplo, el efecto invernadero. El “tsunami” que asoló el sudeste asiático ha demostrado cómo la burguesía es incapaz de mover un solo dedo para proteger a la especie humana de la potencia devastadora e incontrolada de la naturaleza. Y hay que pensar que los efectos del calentamiento global de la Tierra serán aún mucho más devastadores y extensos. Además, el hecho de que las consecuencias más catastróficas de este deterioro puedan parecer aún muy lejanas, hace extremadamente difícil que el proletariado pueda ver en él hoy un motivo de lucha contra el sistema capitalista.
7. Por todas estas razones, los marxistas tienen razón no sólo cuando concluyen que la alternativa socialismo o barbarie sigue teniendo hoy la misma vigencia que en 1916, sino también al afirmar que el avance de la barbarie puede arruinar las bases futuras del socialismo. La historia les confirma no únicamente que el capitalismo es desde hace mucho tiempo una formación social históricamente superada, sino también que esa decadencia que se inició nítidamente con la Primera Guerra mundial, se ha adentrado ya en su fase terminal: la fase de descomposición. Pero no se trata de la descomposición de un organismo ya muerto sino de un pudrimiento en vida, de una gangrena creciente del capitalismo, que se aferra a una prolongada y dolorosa agonía cuyas convulsiones mortales amenazan con arrastrar con él a la muerte al conjunto del género humano.
La crisis
8. La clase capitalista no tiene futuro alguno que ofrecer a la humanidad. Ha sido ya condenada por la historia. Precisamente por ello debe recurrir a todos los medios a su alcance para tratar de ocultar o de negar tal veredicto, para tratar de desprestigiar las previsiones realizadas por el marxismo de que el capitalismo como, por otra parte, todos los anteriores modos de producción está abocado a entrar en una etapa de decadencia y a desaparecer. La clase capitalista se esfuerza pues en segregar a modo de anticuerpos ideológicos con objeto de refutar esta conclusión fundamental del método del materialismo histórico:
– ya antes incluso de la definitiva entrada del capitalismo en su etapa de decadencia, el ala revisionista de la socialdemocracia empezó a poner en duda la visión “catastrofista” de Marx, y a postular, en cambio, que el capitalismo podría continuar existiendo indefinidamente, de lo que deducía que el socialismo no podría alcanzarse a través de la violencia revolucionaria, sino a través de un proceso de cambios pacíficos y democráticos;
– en los años 20, las destacadas tasas de crecimiento industrial en los Estados Unidos llevaron a un “genio” como Calvin Coolidge a proclamar el triunfo del capitalismo, y eso en vísperas nada más y nada menos que del gran “crac” de 1929;
– durante el período de reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, afamados burgueses como Macmillan les refregaban a los obreros eso del “nunca habéis estado mejor”, mientras los sociólogos elucubraban teorías sobre la “sociedad de consumo”, el “aburguesamiento de los trabajadores”, e incluso los más radicales como Marcuse se afanaban en buscar “nuevas vanguardias” con las que sustituir a los apáticos proletarios;
– tras 1989 hemos asistido a una verdadera crisis de sobreproducción de nuevas teorías, esforzándose todas ellas en explicar que la situación presente no se parecía en nada a lo anterior, y hasta qué punto las teorías de Marx habían quedado anticuadas: la del “final de la historia”, la de la “muerte del comunismo”, la de la “desaparición de la clase obrera”, la globalización, la revolución de los microprocesadores, la economía Internet, la aparición en Oriente de nuevos gigantes económicos cuyos más modernos exponentes serían India o China, etc., etc. Estas teorías resultaban tan persuasivas que acabaron deslumbrando a una nueva generación que se planteaba preguntas sobre el futuro que el capitalismo podría deparar al mundo. Y hay que decir que no sólo a ellos sino que también, y esto es aún más preocupante, tales teorías fueron retomadas, recubiertas con un envoltorio marxista, incluso por elementos de la Izquierda comunista.
En resumidas cuentas que el marxismo ha debido llevar siempre una batalla contra quienes, al menor signo de vida del capitalismo, se han apresurado a proclamar que este tenía ante sí un brillante porvenir. Ante cada florecimiento de este tipo de “teorías” el marxismo ha sabido no capitular ante las apariencias más inmediatas sino mantener una visión histórica y a largo plazo. Las grandes sacudidas de la historia han terminado dándole siempre la razón en esa batalla:
– el “optimismo” plácido de los revisionistas se vino abajo con los acontecimientos verdaderamente catastróficos de 1914-1918, y la respuesta revolucionaria del proletariado que éstos provocaron;
– Calvin Coolidge y sus cofrades quedaron reducidos al silencio por la crisis económica más profunda de la historia del capitalismo que desembocó en el desastre absoluto de la Segunda Guerra mundial imperialista;
– la reaparición de las crisis a finales de los años 1960 “tapó” las bocas de quienes pocos años antes decían que ésta era prácticamente una reliquia del pasado. De igual modo la reanudación de las luchas obreras en respuesta a esta crisis tampoco les permitió mantener mucho más tiempo la patraña de que la clase obrera estaba aburguesada.
El mismo fin ha corrido la proliferación de teorías sobre “el nuevo capitalismo”, “la sociedad post-industrial”, etc. Gran parte de la base sobre la que se sustentaban ha quedado ya desenmascarada por el imparable avance de la crisis. Así las esperanzas que se depositaron en las economías de los Tigres o de los Dragones asiáticos quedaron defraudadas por el repentino batacazo de estos países en 1997; en cuanto a la revolución de las “empresas.com”, Internet, etc. se reveló, más pronto que tarde, como un auténtico fiasco. Otro tanto cabe decir de las “nuevas industrias” en los sectores de informática, comunicaciones, que se han mostrado tan vulnerables a la recesión como la “vieja industria” siderúrgica o los astilleros. Y aunque en multitud de ocasiones le hayan dado por muerta, lo cierto es que la clase obrera sigue levantando la cabeza como vimos por ejemplo en los movimientos en Austria y Francia en 2003, o en las luchas en España, Gran Bretaña y Alemania en 2004.
9. No obstante no podemos caer en el error de subestimar la capacidad mistificadora de tales ideologías en el momento actual, ya que, como todas las mistificaciones, se apoya en toda una serie de “medias verdades”, como que:
– a causa de la crisis de sobreproducción y de las implacables leyes de la competencia el capitalismo ha creado, en las últimas décadas, y en los principales centros de sus sistema, gigantescos desiertos industriales y ha arrojado a millones de trabajadores al desempleo permanente o a un empleo improductivo y mal pagado en el sector “servicios”. Por esas mismas causas una gran cantidad de empleos industriales han sido deslocalizados hacia regiones del “Tercer Mundo” donde se pagan salarios más bajos. Muchos de los sectores tradicionales de la clase obrera se han visto diezmados en ese proceso lo que, sin duda, ha agravado las dificultades del proletariado;
– el desarrollo de nuevas tecnologías ha permitido aumentar tanto la tasa de explotación, como también la velocidad de circulación a escala mundial de capitales y mercancías;
– el retroceso padecido por la lucha de clase en las dos últimas décadas hace difícil que la nueva generación de trabajadores pueda concebir al proletariado como único sujeto capaz de protagonizar el cambio social;
– la clase capitalista ha demostrado una importante capacidad para gestionar la crisis del sistema manipulando, e incluso trampeando, sus propias leyes de funcionamiento.
Podríamos hablar de otros ejemplos, pero ninguno podría servir de base para poner en entredicho la senilidad fundamental del sistema capitalista.
10. La decadencia del capitalismo, en contra de lo que pronosticaron algunos elementos de la Izquierda comunista alemana en los años 1920, nunca ha podido interpretarse como un derrumbe repentino del sistema. Tampoco como el bloqueo absoluto del desarrollo de las fuerzas productivas que erróneamente planteó Trotski en los años 30. Como ya subrayó Marx, la burguesía se hace inteligente en tiempos de crisis y es capaz de aprender de sus propios errores. Durante la década de 1920 fue la última ocasión en que la burguesía creyó realmente poder retornar al liberalismo, al “laissez-faire” del siglo xix. Esto se explica porque la Primera Guerra mundial, aunque resultado en última instancia de las contradicciones económicas del sistema, estalló sin embargo antes de que esas contradicciones pudieran manifestarse en términos “puramente” económicos. La crisis de 1929 fue pues la primera crisis económica mundial del período de la decadencia. Tras esa experiencia la burguesía reconoció la necesidad de un cambio fundamental. Pese a las pretensiones ideológicas contrarias, ninguna fracción de la burguesía pondrá jamás en entredicho la necesidad de que el Estado ejerza su control sobre la economía en general; la necesidad de abandonar la idea de “equilibrio contable” y apostar por el déficit y por todo tipo de manipulaciones ; la necesidad de contar con un enorme sector de armamento en el centro de la actividad económica. Esa misma razón lleva al capitalismo a emplear todos los medios a su alcance para evitar la autarquía que dominó la economía en los años 30. Y aunque se acentúe la tentación de la guerra comercial y de liquidar los organismos internacionales heredados del período de los bloques imperialistas, lo cierto es que una gran parte de estos han sobrevivido debido a que las principales potencias capitalistas entienden la necesidad de poner ciertos límites a la desenfrenada concurrencia económica entre los distintos capitales nacionales.
El capitalismo se mantiene pues en vida gracias a la intervención consciente de la burguesía que ya no puede permitirse verse sometida a la “invisible mano del mercado”. Pero también es verdad, por otra parte, que las soluciones adoptadas se convierten en sí mismas en mayores problemas:
– el recurso al endeudamiento acumula en realidad enormes problemas para el futuro;
– la desmesurada hinchazón del aparato estatal y del sector armamentístico genera tremendas tensiones inflacionistas.
Para enfrentar estos problemas, desde los años 1970, se han puesto en práctica diferentes políticas económicas, unas veces de tipo “keynesiano” y otras “neo-liberales”, pero como ninguna de ellas podía atacar las verdaderas causas de la crisis, tampoco han servido para superarla. Sí es, en cambio, muy significativo el empeño que ha puesto la burguesía para seguir proporcionándole el aire que le falta a la economía y frenar así, mediante un gigantesco endeudamiento, su tendencia a la quiebra. En este aspecto, y durante los años 90, fue la economía norteamericana la que marcó la pauta a seguir, y hoy cuando el “crecimiento” artificial de ésta empieza a desfallecer, le toca a la burguesía china convertirse en el nuevo “el Dorado”. Es verdad que en comparación con la ineptitud de la URSS y de los estados estalinistas de la Europa del Este para adaptarse políticamente a la necesidad de “reformas económicas”, la burocracia china (mascarón de proa del actual “boom”) sí ha conseguido asombrosamente la hazaña de mantenerse con vida. Algunas de las críticas que se hacen a la noción de decadencia del capitalismo presentan precisamente esto como la demostración de que el sistema capitalista tiene aún capacidad de desarrollarse y de lograr un crecimiento real.
La verdad es que el actual “boom” chino no pone en entredicho el declive general de la economía capitalista mundial, puesto que a diferencia de lo que sucedía en el período ascendente del capitalismo:
– el actual crecimiento industrial de China no forma parte de un proceso global de expansión. Todo lo contrario ya que tiene como corolario directo la desindustrialización y el estancamiento de las economías más avanzadas, que deslocalizan hacia China en busca de menores costes laborales;
– el proletariado chino no tiene ante sí la perspectiva de una mejora significativa de sus condiciones de vida, sino que es previsible que sufra cada vez más ataques contra sus condiciones de vida y trabajo, y una acrecentada pauperización de enormes masas de trabajadores y campesinos fuera de las principales zonas de crecimiento;
– ese crecimiento frenético no contribuirá a una expansión global del mercado internacional, sino a profundizar la crisis mundial de sobreproducción pues dado que la capacidad de consumo de las masas chinas es sumamente restringida, la mayor parte de los producido allí se dirige hacia la exportación a los países capitalistas más desarrollados;
– la irracionalidad fundamental del “despegue” chino aparece en toda su magnitud cuando se ven los brutales niveles de contaminación que engendra, lo que evidencia claramente cómo la presión imperativa que sufre cada capital nacional para explotar a mansalva sus recursos naturales para poder ser competitivo en el mercado mundial conduce a una terrible degradación del medio ambiente planetario;
– a imagen y semejanza del sistema capitalista en su conjunto, la totalidad del crecimiento de China está basado en una montaña de deudas que jamás podrá compensar con una verdadera expansión en el mercado mundial.
Hasta la propia burguesía reconoce la fragilidad de este tipo de “boom”, y no esconde la alarma que le inspira la “burbuja” de la economía china. Y no porque le disgusten los niveles bestiales de explotación sobre los que está fundamentada, ni mucho menos, ya que son precisamente estos lo que hace atractivo invertir en China, sino por la excesiva dependencia del conjunto de la economía mundial respecto al mercado chino, y por tanto por las catastróficas consecuencia de un hundimiento de esta economía no sólo para China (que reviviría una situación de violenta anarquía como la de los años 1930), sino para toda la economía mundial.
11. El crecimiento económico actual del capitalismo lejos de desmentir la realidad de la decadencia, la confirma plenamente, puesto que no tiene nada que ver con los ciclos de crecimiento del siglo xix, basados en una verdadera expansión en los sectores periféricos de la producción, en la conquista de los mercados extra-capitalistas. Es cierto que el capitalismo entró en su fase de decadencia bastante antes de que tales mercados se agotasen, como también que el capitalismo ha tratado de utilizar de la mejor forma posible lo que ha ido quedando de estas áreas económicas, como salida para su producción. Ahí están los ejemplos del crecimiento de Rusia durante los años 1930, o la integración de lo que quedaba en el sector agrario durante la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial. Pero la tendencia dominante en el capitalismo decadente es, desde luego, el recurso a un mercado artificial basado en el endeudamiento.
Hoy no puede negarse que el frenético “consumo” de las dos últimas décadas se ha basado completamente en un endeudamiento de los hogares, que alcanza ya proporciones escalofriantes: billones de libras esterlinas en el caso de Gran Bretaña; el 25 % del Producto interior bruto en EE.UU., etc. No es de extrañar, ya que los gobiernos no sólo fomentan este descomunal endeudamiento de las familias, sino que ellos mismos practican esa misma política a una escala aún mayor.
12. Por otra parte, el crecimiento económico capitalista actual es un ejemplo de lo que Marx llamaba “el crecimiento del declive” (Grundisse), ya que es uno de los factores más importantes de la destrucción del medio ambiente. Los incontrolables niveles de contaminación en China, la enorme aportación de Estados Unidos al aumento de los gases que provocan el “efecto invernadero”, la explotación sin freno de lo que queda de masas forestales…, cuanto presuntamente más “crece” el capitalismo, tanto más se pone de manifiesto que no puede solucionar la crisis de la ecología, que sólo podrá resolverse verdaderamente planteando unas nuevas bases para la producción, es decir con “un plan para la vida de la especie humana” (Bordiga) en armonía con su entorno natural.
13. Con “boom” o con “recesión”, lo cierto es que la realidad que subyace sigue siendo la misma: el capitalismo es incapaz de regenerarse espontáneamente. Los ciclos naturales de acumulación han pasado a la historia. En la primera etapa de la decadencia, entre 1914 y 1968, el ciclo crisis-guerra-reconstrucción reemplazó al ya obsoleto ciclo de expansión y recesión. Pero en 1945, la Izquierda comunista francesa ya demostró tener razón al afirmar que tras la ruina de la guerra mundial no habría una marcha automática hacia la reconstrucción. Lo bien cierto es que si la burguesía norteamericana se dedicó a relanzar las economías europeas y japonesa mediante el Plan Marshall, fue sobre todo debido a la necesidad de anexionar estos países en su área de influencia imperialista, impidiéndoles así la tentación de caer en brazos del bloque rival. Así pues el “boom” económico más importante del siglo xx fue en realidad el resultado de la pugna interimperialista.
14. En su etapa de decadencia, las contradicciones económicas del capitalismo le empujan a la guerra, pero ésta no resuelve tales contradicciones, sino que más bien las agudiza. En todo caso hoy no cabe ya hablar de un ciclo crisis-guerra-reconstrucción y sí, en cambio, de cómo la crisis actual, dada la incapacidad del capitalismo para darle salida a través de una Guerra mundial, constituye el factor primordial de la descomposición del sistema, es decir de su marcha hacia la autodestrucción.
15. Muchas de las críticas que se hacen a la afirmación de que el capitalismo es hoy un sistema decadente, parten de que este análisis supondría una visión fatalista, ya que tanto un hundimiento automático del sistema como su destrucción espontánea por parte del proletariado, haría innecesaria la intervención de un partido revolucionario. Por supuesto que la burguesía ha demostrado ya sobradamente que no va a permitir que su economía se hunda sin más. Sin embargo, abandonado a su propia suerte, el capitalismo sí se encamina a una devastación completa a través de guerras y otros tantos desastres. En ese sentido puede afirmarse que está “condenado” a desaparecer. No existe, en cambio, certeza alguna de que la respuesta del proletariado esté a la altura de ese reto. No hay “fatalidad” alguna predestinada en el libro de la historia. Como Rosa Luxemburg escribió en el capítulo introductorio del Folleto de Junius:
“El socialismo es el primer movimiento popular en la historia que se impone como objetivo y que tiene como mandato histórico dar a la acción social de los hombres un sentido consciente, introducir en la historia un pensamiento metódico y, consecuentemente una voluntad libre. He aquí por que Federico Engels decía que la victoria definitiva del proletariado socialista supone un salto para la humanidad del reino animal al reino de la libertad. Pero este “salto” se inscribe igualmente en las leyes inalterables de la historia, sucediendo a los miles de escalones precedentes de una evolución lenta y tortuosa. Pero jamás se logrará si, del conjunto de premisas materiales acumuladas por la evolución, no surge la chispa de la voluntad consciente de la gran masa popular. La victoria del socialismo no caerá del cielo como una bendición del destino. Sólo se ganará a través de una larga serie de enfrentamientos entre las viejas y las nuevas fuerzas, y en el transcurso de esos enfrentamientos el proletariado internacional realizará su aprendizaje bajo la dirección de la socialdemocracia, intentará tener en sus manos su propio destino y adueñarse del timón de la vida de la sociedad, para dejar de ser el juguete pasivo de la historia e intentar convertirse en su guía consciente.”
El comunismo es pues la primera sociedad en la que la humanidad tendrá el dominio consciente de su capacidad productiva. Y dado que en la lucha proletaria los objetivos y los medios no pueden estar en contradicción, el movimiento hacia el comunismo ha de ser “el movimiento consciente de la inmensa mayoría” (Manifiesto comunista), es decir que la profundización y la extensión de la conciencia de clase representan la medida indispensable del progreso hacia la revolución y la superación definitiva del capitalismo. Ese proceso es, necesariamente, difícil, desigual y heterogéneo porque emana de una clase explotada que carece de todo poder económico en la vieja sociedad, y que se ve sometida constantemente a la dominación y a las manipulaciones ideológicas de la clase dominante. Carece por tanto de cualquier tipo de garantía a priori. Todo lo contrario, pues es perfectamente posible que el proletariado, ante la inmensidad sin precedentes de su tarea histórica, no logre estar a la altura de su responsabilidad histórica, con las terribles consecuencias que eso supondría para la humanidad.
La lucha de clases
16. El nivel más alto hasta ahora alcanzado por la conciencia de clase ha sido la insurrección de Octubre de 1917. Aunque la historiografía burguesa así como sus pálidos reflejos anarquistas y otras ideologías de la misma ralea, han tratado de negarlo diciendo que Octubre de 1917 fue en realidad un golpe de Estado perpetrado por unos bolcheviques ávidos de poder, lo cierto es que Octubre significó que el proletariado se daba cuenta de que la humanidad no tenía más alternativa que hacer la revolución en todos los países. Pero esta comprensión no arraigó con la necesaria profundidad ni se extendió lo suficiente en el conjunto de la clase obrera. Por ello fracasó la oleada revolucionaria, ya que el resto de los trabajadores del mundo, y sobre todo los de Europa, fueron incapaces de desarrollar una comprensión política global que les habría permitido responder conforme a lo que requería el nuevo período de guerras y revoluciones abierto en 1914. Este fracaso trajo como consecuencia, a partir de finales de los años 20, el advenimiento del retroceso más largo y más profundo que el proletariado haya conocido jamás. Este retroceso no se plasmó tanto en la combatividad de los trabajadores –de hecho durante las décadas de 1930 y 1940 aparecieron puntualmente explosiones de combatividad de clase–, sino sobre todo en lo tocante a la conciencia, ya que, políticamente, la clase obrera se adhirió activamente a los programas antifascistas de la burguesía, como fue el caso en España en 1936-39 y en Francia en 1936, o a los de defensa de la democracia y de la “patria” estalinista durante la Segunda Guerra mundial. Este profundo retroceso en su conciencia también pudo apreciarse en la práctica desaparición de las minorías revolucionarias en los años 1950.
17. Pero de nuevo el resurgimiento histórico de las luchas en 1968 volvió a plantear la perspectiva, a largo plazo, de la revolución proletaria, aunque esto no fue algo explícito y consciente más que para una minoría de la clase que originó un renacimiento del movimiento revolucionario a escala internacional. Las oleadas de luchas obreras entre 1968 y 1989 mostraron avances importantes en el terreno de la conciencia, pero tendían a situarse en el terreno de las luchas inmediatas sobre aspectos tales como la extensión y la organización de las luchas, etc. Su punto más débil fue, sin duda, la falta de profundización política, lo que frecuentemente se reflejaba en un rechazo a la política, consecuencia sobre todo de la contrarrevolución estalinista. Pero es que, en el terreno político, la burguesía demostró una sobrada capacidad para maniobrar y confundir a los trabajadores. En un primer momento a través de las ilusiones en el “cambio” encarnado por la llegada al poder de los gobiernos de izquierda en los años 70. Posteriormente, en los años 1980, jugando la baza de que esos mismos partidos de izquierda sabotearan desde dentro las propias luchas. Si bien puede decirse que esas oleadas de luchas consiguieron impedir la marcha a una nueva guerra mundial, también es verdad que su incapacidad para lograr una dimensión histórica y política ha supuesto la entrada de la sociedad en la fase de su descomposición.
El acontecimiento histórico con el que se inaugura esta nueva etapa, o sea el hundimiento del bloque del Este, constituyó tanto una consecuencia como un factor agravante de la propia descomposición. Las convulsiones que se vivieron a finales de los años 1980 fueron por un lado consecuencia de las dificultades políticas del proletariado pero también – puesto que dieron lugar a una incesante matraca propagandística sobre la muerte del comunismo y de la lucha de clases– han sido claves para ocasionar el severo retroceso experimentado por la conciencia en la clase, hasta el extremo de hacer que los trabajadores pierdan de vista su fundamental identidad de clase. Eso ha permitido que la burguesía pueda pues alardear de haber vencido a la clase obrera, sin que ésta, hasta el momento presente, haya sido capaz de evidenciar la fuerza suficiente con la que desmentir esta afirmación.
18. Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el “fin de la lucha de clases”. Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad de los ocurridos por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado por que:
– implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);
– manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;
– Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;
– la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania;
– se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989.
19. Contradiciendo la percepción característica del empirismo que no ve más allá del aspecto superficial y que permanece ciega ante las tendencias subyacentes más profundas, lo cierto es que la maduración subterránea de la conciencia no quedó eliminada por el retroceso general de la conciencia en la clase tras 1989. Una de las características de ese proceso subterráneo es que, en sus inicios, se manifiesta sólo a través de una minoría, pero la ampliación de esa minoría expresa el avance y el desarrollo de un fenómeno más amplio en el seno de la clase obrera. Después de 1989 ya apareció una pequeña minoría de elementos politizados que se planteaban cuestiones respecto a las campañas de la burguesía sobre la “muerte del comunismo”. Esta pequeña minoría se ha visto hoy reforzada por una nueva generación que manifiesta abiertamente su inquietud ante la orientación global que va tomando la sociedad burguesa. El significado de este hecho es, en un plano más general, que el proletariado no está derrotado y que sigue estando vigente el curso histórico hacia masivos enfrentamientos de clase que se abrió en 1968. Pero, más concretamente, el “giro” del que antes hablábamos, conjugado con el surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de buscar clarificarse; evidencia que hoy la clase obrera se encuentra en los primeros momentos de un nuevo intento de asalto contra el capitalismo, tras el fracaso de la tentativa de 1968-89.
En el día a día, la clase obrera debe hacer frente a la tarea, aparentemente elemental, de reafirmar su identidad de clase. Pero no olvidemos que, tras esta cuestión, lo que se juega es la perspectiva de una imbricación mucho más estrecha entre la lucha inmediata y la lucha política. Lo que se plantean las luchas en el período de la descomposición puede parecer quizás más “abstracto”, cuando en realidad se trata de cuestiones más globales como son la necesidad de la solidaridad de clase frente a la atomización que reina en el ambiente, el desmantelamiento del Estado del bienestar, la omnipresencia de la guerra, la amenaza que se cierne sobre el medio ambiente del planeta. En definitiva la cuestión del porvenir que puede depararnos esta sociedad y, por tanto, la de una sociedad diferente.
20. En ese proceso de politización hay dos aspectos que hasta ahora han tendido más a inhibir la lucha de clase, pero que están llamados a jugar un papel cada vez más estimulante de los movimientos del futuro. Nos referimos al desempleo masivo y a la cuestión de la guerra.
En las luchas de los años 80, cuando ya el desempleo masivo se hacía cada vez más evidente, ni la lucha de los trabajadores en activo contra los despidos, ni la resistencia de los parados en la calle, alcanzaron niveles significativos. No vimos, desde luego un movimiento de los parados comparable al de los años 1930 en Estados Unidos aún cuando entonces la clase obrera vivía un período de profunda derrota. Durante las recesiones de los 80, los desempleados se vieron confrontados a una terrible atomización, sobre todo la joven generación de proletarios que carecía por completo de experiencia en el trabajo y en el combate colectivos. Pero es que cuando los trabajadores en activo llevaron a cabo grandes luchas contra los despidos (como en el caso de los mineros en Gran Bretaña), el fracaso de tales movilizaciones fue además utilizado por la clase dominante para acentuar los sentimientos de pasividad y de desesperanza. Aún hace poco hemos visto este tipo de reacciones, por ejemplo ante la quiebra de la empresa automovilística Rover en Gran Bretaña, donde la única “alternativa” que se presentaba a los trabajadores era la elección de los nuevos patrones que debían hacerse cargo de la empresa. Sin embargo, teniendo en cuenta la reducción del margen de maniobra de la burguesía, y su creciente dificultad para dar subsidios a los parados, la cuestión del desempleo está destinada a convertirse en un potente factor subversivo, favoreciendo la solidaridad de activos y parados, e impulsando en el conjunto de la clase obrera una reflexión más profunda y más activa sobre la quiebra del sistema.
Otro tanto puede decirse en lo concerniente a la guerra. A comienzos de los años 1990, las primeras guerras de la etapa de la descomposición capitalista (la guerra del Golfo, las guerras balcánicas) tendieron sobre todo a reforzar los sentimientos de impotencia inspirados por las campañas sobre el hundimiento del bloque del Este, en un momento en que las coartadas de la “intervención humanitaria” en África o en los Balcanes gozaban aún de una cierta credibilidad. Pero después de 2001, y la “guerra contra el terrorismo”, la naturaleza engañosa e hipócrita de las justificaciones de la burguesía para la guerra se han hecho, en cambio, cada vez más evidentes, por mucho que el despliegue de enormes movilizaciones pacifistas haya contribuido en gran medida a diluir el cuestionamiento político que tales guerras habían suscitado. Las guerras de hoy tienen además un impacto cada vez más directo sobre la clase obrera, aunque éste se limite especialmente a los países que se ven directamente implicados en tales conflictos. En Estados Unidos, por ejemplo, esto puede apreciarse en que cada vez son más las familias que cuentan entre sus miembros, a proletarios de uniforme muertos o heridos; pero, sobre todo, en el coste económico exorbitante de las aventuras militares que crece proporcionalmente a la disminución del salario social. Y puesto que las tendencias militaristas del capitalismo tienden a desarrollarse en una espiral en continuo aumento, que cada vez escapa más al control de la propia clase dominante, puede deducirse que los problemas de la guerra y su relación con la crisis van a conducir también a una reflexión, mucho más profunda y más amplia, sobre lo que está en juego hoy en la historia.
21. Paradójicamente, sin embargo, la inmensidad de estas cuestiones es una de las principales causas de que la reanudación de las luchas a la que hoy asistimos, parezca mucho más limitada y menos espectacular, en comparación con los movimientos que marcaron la reaparición del proletariado a finales de los años 1960. Frente a problemas tan vastos como son la crisis económica mundial, la destrucción del medio ambiente o la espiral del militarismo, las luchas defensivas cotidianas pueden parecer ineficaces e impotentes. Hasta cierto punto este sentimiento refleja una verdadera comprensión de que no existe solución posible a las contradicciones que acosan al capitalismo. También hemos de ver que, mientras en los años 1970 la burguesía disponía aún de un arsenal de mistificaciones que supuestamente iban a mejorar nuestra existencia, los esfuerzos que la burguesía hace hoy por convencernos de que vivimos en una época de crecimiento y de prosperidad nunca antes vista, recuerdan más bien el empeño del hombre agonizante que se niega a admitir la cercanía de su defunción. Si la decadencia del capitalismo es la época de las revoluciones sociales es, precisamente, porque las luchas de los explotados no pueden conducirles ya a mejora alguna de sus condiciones de vida. Que las luchas pasen del nivel defensivo al ofensivo será desde luego una tarea muy difícil, pero la clase obrera no tendrá más opción que franquear este paso tan sumamente arduo, que la intimida. Como todos los saltos cualitativos habrá de estar precedido por multitud de pequeños pasos, desde huelgas por el pan, hasta la formación de pequeños grupos de discusión en el mundo entero.
22. Ante la perspectiva de la politización de la lucha, las organizaciones revolucionarias tienen un papel único e irremplazable. Sin embargo, la conjunción de los efectos cada vez mayores de la descomposición, con debilidades teóricas y organizativas que vienen de lejos y el oportunismo en la mayoría de las organizaciones políticas proletarias, hacen ver la incapacidad de la mayor parte de esos grupos para poder responder a las exigencias de la historia. El exponente más claro de esto es la dinámica negativa en la que, desde hace algún tiempo, se ve atrapado el BIPR (Buró internacional por el partido revolucionario); no sólo por su total incapacidad para comprender la nueva fase de la descomposición, conjugada además con su abandono de un concepto teórico clave como es el de la decadencia del capitalismo; sino, y esto es aún más desastroso, por su desprecio de los más elementales principios de solidaridad y de comportamiento proletarios, que pone de manifiesto con sus flirteos con el parasitismo y el aventurerismo. Esta regresión resulta más grave si se tiene en cuenta que hoy existen las premisas de la construcción del partido comunista mundial. Al mismo tiempo, el hecho de que los grupos del medio político proletario se descalifiquen ellos mismos en el proceso que lleva a la formación del partido de clase acentúa aún más el papel crucial que la CCI debe ocupar en ese proceso. Cada vez se ve más claro que el futuro partido no será el resultado de una suma “democrática” de los diferentes grupos del medio, sino que la CCI constituye ya el esqueleto del futuro partido. Pero para que el partido tome cuerpo la CCI debe demostrar que está a la altura de la tarea que el desarrollo de la lucha de clases y la emergencia de la nueva generación de elementos en búsqueda le impone.
La revolución de 1905 se produjo cuando el capitalismo empezaba a entrar en su período de declive. La clase obrera se vio entonces ante la necesidad no de luchar por reformas en el seno del capitalismo sino de llevar a cabo una lucha contra el capitalismo para derribarlo, una lucha, pues, en la que más que concesiones en el plano económico, lo central era la cuestión del poder.
El proletariado respondió ante este reto creando las armas de su combate político: la huelga de masas y los soviets.
En la primera parte de este artículo (Revista internacional n°120), veíamos cómo se desarrolló la revolución a partir de una petición al Zar en enero de 1905 hasta llegar a poner en entredicho abiertamente el poder político de la clase dominante. Mostrábamos que se trató de una revolución proletaria que confirmó la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y que fue a la vez una expresión y un catalizador en el desarrollo de la toma de conciencia de la clase revolucionaria. Demostramos que la huelga de masas de 1905 no tuvo nada que ver con la visión confusa que de ella tenía la corriente anarcosindicalista que se estaba desarrollando en aquella misma época (ver los artículos en los nos 119 y 120 de la Revista internacional), una visión que consideraba la huelga de masas como un medio de transformación económica inmediata del capitalismo.
Rosa Luxemburg dejó claro que la huelga de masas unía la lucha económica de la clase obrera a la política y, de este modo, marcaba un desarrollo cualitativo en la lucha de clases, aunque en aquel entonces era imposible comprender plenamente las consecuencias del cambio histórico en el modo de producción capitalista:
“En Rusia, la población laboriosa y a la cabeza de ésta, el proletariado, llevan adelante la lucha revolucionaria sirviéndose de la huelga de masas como del arma más eficaz para conquistar precisamente esos mismos derechos y condiciones políticas cuya necesidad e importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera fueron demostradas por Marx y Engels, quienes las defendieron con todas sus fuerzas en el seno de la internacional, oponiéndose al anarquismo. De este modo, la dialéctica de la historia, la roca sobre la cual reposa toda la doctrina del socialismo marxista, tuvo por resultado que el anarquismo ligado indisolublemente a la idea de la huelga de masas haya entrado en contradicción con la práctica de la propia huelga de masas. Y esta última a su vez, combatida en otra época como contraria a la acción política del proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de los derechos políticos” (1).
Los soviets fueron también la expresión de un cambio cualitativo importante en el modo de organización de la clase obrera. De igual modo que la huelga de masas, los soviets no fueron un fenómeno específicamente ruso. Trotski, como Rosa Luxemburg, puso de relieve ese cambio cualitativo, aunque tampoco él, como Luxemburg, no dispusiera de los medios para captar plenamente lo que significaban:
“El soviet organizaba a las masas obreras, dirigía huelgas y manifestaciones, armaba los obreros y protegía a la población contra los pogromos. Sin embargo, hubo otras organizaciones revolucionarias que hicieron lo mismo antes, al mismo tiempo y después de él, y nunca tuvieron la misma importancia. El secreto de esta importancia radica en que esta asamblea surgió orgánicamente del proletariado durante la lucha directa, determinada en cierto modo por los acontecimientos, que libró al mundo obrero “por la conquista del poder”. Si los proletarios, por su parte, y la prensa reaccionaria por la suya dieron al soviet el título de “gobierno proletario” fue porque, de hecho, esta organización no era otra cosa que el embrión de un gobierno revolucionario. El soviet detentaba el poder en la medida en que la potencia revolucionaria de los barrios obreros se lo garantizaba; luchaba directamente por la conquista del poder, en la medida que éste permanecía aún en manos de una monarquía militar y policiaca.
“Antes de la aparición del soviet encontramos entre los obreros de la industria numerosas organizaciones revolucionarias, dirigidas sobre todo por la socialdemocracia. Pero eran formaciones “dentro del proletariado”, y su fin inmediato era luchar “por adquirir influencia sobre las masas”. El soviet, por el contrario, se transformó inmediatamente en “la organización misma del proletariado”; su fin era luchar por “la conquista del poder revolucionario”.
“Al ser el punto de concentración de todas las fuerzas revolucionarias del país, el soviet no se disolvía en la democracia revolucionaria; era y continuaba siendo la expresión organizada de la voluntad de clase del proletariado” (2).
El significado verdadero a la vez de la huelga de masas y de los soviets sólo podían percibirse a la luz de un contexto histórico correcto, comprendiendo cómo y por qué los cambios de las condiciones objetivas del capitalismo determinaban las tareas y los medios de acción tanto de la burguesía como del proletariado.
En la última década del siglo xix, el capitalismo entró en un período de cambio histórico. El dinamismo que le había permitido extenderse a través del planeta seguía vivo gracias a la promoción económica de países como Japón y Rusia, pero ya habían empezado a aparecer en diferentes partes del mundo crecientes tensiones y desequilibrios en la sociedad.
El mecanismo de alternancia regular entre crisis y bonanza económica analizado por Marx a medidos del siglo xix, había empezado a alterarse con crisis más largas y profundas (3). Tras bastantes años de paz relativa, al final del siglo xix y principio del xx aparecieron tensiones crecientes entre los imperialismos rivales, pues la lucha por los mercados y las materias primas sólo empezaba a poder llevarse a cabo expulsando una potencia a la otra. Esto quedó ilustrado con los “empujones por África” (“Scramble for Africa”) cuando, en el plazo de 20 años, un continente entero se encontró repartido entre potencias coloniales y sometido a la explotación más brutal que se haya visto jamás. Los “empujones por África” llevaron a choques diplomáticos frecuentes y a enfrentamientos militares, como los incidentes de Fachoda en 1898, tras los cuales el imperialismo inglés obligó a su rival francés a cederle el Alto Nilo.
Durante ese mismo período, la clase obrera se había lanzado a una serie de huelgas cada vez más intensa y extensa. En Alemania, por ejemplo, la cantidad de huelgas pasó de 483 en 1896 a 1468 en 1900, volviendo a caer a 1144 y 1190 en 1903 y 1904 respectivamente (4). En Rusia en 1898 y en Bélgica en 1902, se desarrollaron huelgas de masas, signos anticipadores de las de 1905. El desarrollo del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo fue, en parte, una consecuencia de esa creciente combatividad. El desarrollo de estas formas de lucha se debía al oportunismo cada vez mayor de muchos sectores del movimiento obrero, como lo hemos expuesto en la serie de artículos que hemos empezado a escribir sobre ese tema (5).
Así, para cada una de las dos clases principales, el período era el de un inmenso cambio en el cual los nuevos planteamientos exigían nuevas respuestas cualitativamente diferentes. Para la burguesía, era el final de un período de expansión colonial y el principio de un período de rivalidades imperialistas cada vez más agudas que iba a llevar a la guerra mundial en 1914. Para la clase obrera, ese cambio significaba el fin de una época en la que las reformas podían ser conquistadas en un marco legal o semilegal establecido por la clase dominante, y el principio de otra época en la que sus intereses no podían defenderse si no era cuestionando el Estado burgués. Esta situación acabaría desembocando en última instancia en la lucha por el poder en 1917 y la oleada revolucionaria que le siguió. 1905 fue el “ensayo general” de ese enfrentamiento con lecciones válidas para aquella época pero válidas siempre hoy para quienes quieren verlas.
Rusia no era una excepción en esa tendencia general, pero las características del desarrollo de la sociedad rusa debían llevar al proletariado a enfrentarse, más rápida y profundamente, a algunas consecuencias del nuevo período que se iniciaba.
Aunque más lejos consideraremos los aspectos peculiares de Rusia, es necesario primero dejar claro que la causa subyacente de la revolución eran las condiciones que afectaban a la clase obrera como un todo, como así lo subrayó Rosa Luxemburg:
“De igual modo hay mucha exageración en la idea que nos hacíamos de la miseria del Imperio zarista antes de la revolución. La categoría de obrero que es actualmente la más activa y ardiente, tanto en la lucha económica como en la política, la de los trabajadores de la gran industria de las grandes ciudades, tenía un nivel de vida apenas inferior al de las categorías correspondientes del proletariado alemán; en cierto número de oficios encontramos salarios iguales e incluso superiores a los existentes en Alemania. Del mismo modo, en lo que respecta a la duración del trabajo, la diferencia entre las grandes empresas industriales de los dos países es insignificante. La idea de un pretendido ilotismo material y cultural de la clase obrera rusa no reposa sobre nada sólido. Si se reflexiona un poco es refutada por el hecho mismo de la revolución y el papel eminente que en ella desempeñó el proletariado. Los obreros de la gran industria de San Petesburgo, de Varsovia, de Moscú y de Odesa que encabezaban el combate, están mucha más próximos del tipo occidental en el plano cultural e intelectual de lo que se imaginan los que consideran al parlamentarismo burgués y a la práctica sindical regular como la única e indispensable escuela del proletariado. El desarrollo industrial moderno de Rusia y la influencia de quince años de socialdemocracia dirigiendo y animando la lucha económica han logrado, incluso en ausencia de garantía exteriores del orden legal burgués, un trabajo civilizador importante” (6).
Es cierto que el desarrollo del capitalismo en Rusia se basaba en una explotación feroz de los obreros, con unas jornadas de trabajo largas y unas condiciones que recordaban las del siglo anterior en Inglaterra, pero las luchas obreras se desarrollaron rápidamente a finales del xix y principios del xx.
Ese desarrollo podía observarse en particular, en las factorías Putilov de San Petersburgo, donde se fabricaban armas y navíos. Las factorías empleaban a miles de obreros y en ellas podía producirse a una escala capaz de hacer la competencia a sus rivales más desarrolladas del extranjero.
Los obreros de esas factorías crearon una tradición de combatividad. Fueron un elemento central en las luchas revolucionarias del proletariado ruso tanto en 1905 como en 1917. Las factorías Putilov sobresalían por su tamaño, pero era ya una ilustración de la tendencia general en Rusia al desarrollo de grandes fábricas.
Entre 1863 et 1891, la cantidad de fábricas en la Rusia europea pasó de 11 810 a 16 770, o sea 42 % de aumento, y el número de obreros de 357 800 a 738 100, o sea 106 % de incremento (7). En regiones como la de San Petersburgo, disminuía el número de fábricas, mientras que el de obreros se incrementaba, lo cual indica una tendencia mayor todavía a la concentración de la producción y, por lo tanto, del proletariado (8).
La situación de los ferroviarios en Rusia confirma el argumento de Rosa Luxemburg sobre la situación de los sectores más avanzados de la clase obrera rusa. En lo material, hubo adquisiciones significativas: entre 1885 y 1895, los salarios reales en los ferrocarriles se incrementaron en 18% de media, aunque esta media oculta grandes disparidades entre diferentes puestos de trabajo y regiones del país.
En el plano de la cultura proletaria, una tradición de lucha remontaba a los años 1840-1850, cuando los siervos fueron movilizados para construir los ferrocarriles. Pero fue en el último cuarto de siglo cuando los ferroviarios llegaron a ser la fracción central del proletariado urbano con una experiencia significativa de la lucha: entre 1875 y 1884, hubo 29 “incidentes” y en la década siguiente, 33.
Cuando, después de 1895, empezaron a degradarse las condiciones de trabajo, los ferroviarios reaccionaron:
“... entre 1895 y 1904 el número de huelgas ferroviarias fue tres veces superior al de los dos decenios precedentes juntos... Las huelgas de finales de los años 1890 eran más determinadas y menos defensivas... Tras 1900, los trabajadores respondieron al inicio de la crisis económica con una resistencia y una combatividad crecientes y los metalúrgicos de los ferrocarriles actuaban con frecuencia de manera concertada con los obreros de la industria privada; los agitadores políticos, la mayoría socialdemocratas, tenían una influencia significativa” (9).
En la revolución de 1905, los ferroviarios iban a desempeñar un papel de primer plano, poniendo su habilidad y experiencia al servicio de toda la clase obrera, impulsando la extensión de la lucha y el paso de la huelga a la insurrección. No fue una lucha de pordioseros que el hambre lleva a amotinarse ni una lucha de campesinos vestidos de obreros, sino la de una parte vital y dotada de una elevada conciencia de clase del proletariado internacional. Fue en esas condiciones, en ese contexto común a la clase obrera internacional, en el que tuvieron un fuerte impacto los aspectos particulares de la situación en Rusia, la guerra con Japón en el extremo oriente y la represión política en el interior.
La guerra entre Rusia y Japón de 1904-1905 fue una consecuencia de las rivalidades imperialistas entre esas dos nuevas potencias capitalistas de finales del siglo xix. El enfrentamiento se fue perfilando en los años 1890 en torno a la cuestión de sus influencias respectivas en China y Corea. A principios de la década de 1890 se iniciaron las obras del Transiberiano, línea que debía permitir a Rusia penetrar en Manchuria, a la vez que Japón desarrollaba intereses económicos en Corea. Las tensiones se fueron incrementando durante esa década pues Rusia obligó a Japón a retirarse de una serie de posiciones que tenía en el continente; y llegaron a su punto álgido cuando Rusia empezó a desarrollar sus propios intereses en Corea.
Japón propuso que se pusieran de acuerdo los dos para respetar cada cual la esfera de influencia del otro. Al no responder Rusia, Japón lanzó un ataque sorpresa sobre Port Arthur en enero de 1904.
La enorme disparidad entre las fuerzas militares de ambos protagonistas hacía prever el resultado de la guerra como algo ya resuelto de antemano. Al principio, su declaración fue saludada en Rusia por una explosión de fervor patriótico y la denuncia de esos “insolentes mongoles” en manifestaciones estudiantiles de apoyo a la guerra.
No hubo victoria rápida ni mucho menos. El Transiberiano no estaba terminado de modo que las tropas no podían ser trasladadas rápidamente al frente; el ejército ruso tuvo que retroceder; en mayo, la guarnición quedó aislada y la flota rusa mandada para relevarla fue destruida; y el 20 diciembre, tras un asedio de 156 días, caía Port Arthur.
En lo que a medios militares se refiere, no había precedentes para aquella guerra. Se enviaron millones de soldados al frente, en Rusia fueron llamados 1 200 000 reservistas; la industria se puso al servicio de la guerra, lo que desembocó en penurias y una agravación de la crisis económica. En la batalla de Mukdon en marzo de 1904, combatieron 600 000 hombres durante dos semanas, dejando 160 000 muertos.
Fue hasta entonces la mayor batalla de la historia y un signo anunciador de lo que iba a ser 1914. La caída de Port Arthur significó para Rusia la pérdida de su flota del pacífico y la humillación de la autocracia. Lenin extrajo de esos acontecimientos grandes lecciones:
“Pero aún es mayor la importancia que la catástrofe militar sufrida por la autocracia reviste como síntoma del derrumbe de todo nuestro sistema político. Los tiempos en que las guerras eran libradas por mercenarios o por representantes de una casta semiaislada del pueblo, han pasado para no volver (...) La guerras las libran ahora los pueblos, y esto hace que hoy se destaque con claridad una de las grandes cualidades de la guerra, a saber: la que pone de manifiesto de modo tangible, ante los ojos de decenas de miles de personas, la discordia existente en el pueblo y el gobierno, que hasta hoy sólo era evidente para una pequeña minoría consciente. La crítica que todos los rusos progresistas, la socialdemocracia y el proletariado de Rusia formulaban contra la autocracia se ve confirmada ahora por la critica de las armas japonesas, hasta el punto de que la imposibilidad de seguir viviendo bajo la autocracia la sienten ahora, cada vez más, inclusive quienes no saben lo que la autocracia significa, inclusive quienes, aún sabiéndolo, desearían con toda su alma mantener en pie el régimen autocrático. La incompatibilidad de la autocracia con los intereses de todo el desarrollo social, con los intereses de todo el pueblo (excepto un puñado de funcionarios y mangantes) se puso de manifiesto el día en que el pueblo se vio obligado a pagar con su sangre las cuentas del Gobierno autocrático. Su estúpida y criminal aventura colonialista ha metido a la autocracia en un callejón sin salida, del cual el pueblo podrá salir sólo por si mismo, y sólo derrocando al zarismo” (10).
En Polonia, el impacto económico de la guerra fue especialmente devastador: entre 25 y 30 % de los obreros de Varsovia fueron despedidos, para otros los salarios se redujeron hasta la mitad. En mayo de 1904, hubo enfrentamientos entre obreros y policía ayudada ésta por los cosacos. La guerra empezaba a provocar una oposición cada vez más fuerte. Durante el “domingo sangriento”, cuando las tropas empezaron a aplastar a los obreros que habían ido a presentarle una súplica al Zar,
“No en vano los obreros de Petesburgo gritaban a los oficiales –según informan todos los corresponsales extranjeros– que tenían más éxito en su lucha contra el pueblo ruso que contra los japoneses” (11).
Después, se rebelaron sectores del ejército contra la situación que se les imponía, poniéndose del lado de los obreros:
“La moral de los soldados se ha debilitado mucho con la derrota en Oriente y la incapacidad notoria de sus dirigentes. Después el descontento creció ante la resistencia del Gobierno a mantener su promesa de una rápida desmovilización. El resultado fueron motines en muchos regimientos y, en ciertos momentos, batallas campales. Los informes de tales desordenes veían de los sitios más recónditos como Grodno y Samara, Rostov y Kursk, desde Rembertow hasta Varsovia, de Riga a Letonia y Viborg en Finlandia, de Vladivostok a Irkutsk.
En otoño el movimiento revolucionario en la marina se había hecho más fuerte y, como consecuencia, se produjo un motín en Octubre en la base naval de Cronstadt, en el Báltico; motín que con el que se acabó empleando la fuerza.
Aún le siguió otro motín en la flota del Mar Negro, en Sebastopol, que estuvo en cierto momento a punto de controlar toda la ciudad” (12).
En su llamamiento a la clase obrera de mayo de 1905, los bolcheviques plantearon la cuestión de la guerra y de la revolución como un único problema:
“¡Camaradas! En Rusia nos encontramos ahora en vísperas de grandes acontecimientos. Nos lanzamos al furioso combate contra el Gobierno autocrático zarista y tenemos que llevar esta lucha hasta su victorioso desenlace. ¡Véase a qué extremos de desventura ha arrastrado a todo el pueblo ruso este Gobierno de verdugos y tiranos, de cortesanos venales y lacayos del capital! El Gobierno zarista ha arrojado al pueblo ruso a la insensata guerra contra el Japón. Cientos de miles de jóvenes vidas humanas le han sido arrebatadas al pueblo, para sacrificarlas en Extremo Oriente. No hay palabras para expresar todas las calamidades que esta guerra trae consigo. ¿Y por qué se combate? ¡Por la posesión de Manchuria, territorio que nuestro rapaz Gobierno zarista arrebató a China! Se derrama la sangre rusa y se arruina nuestro país en la disputa por un territorio ajeno. Cada vez es más dura la vida del obrero y del campesino, cada vez les aprietan más el dogal al cuello los capitalistas y los funcionarios, y mientras tanto el Gobierno zarista envía al pueblo a expoliar tierras ajenas. Los incapaces generales zaristas y los funcionarios venales han causado la pérdida de la flota rusa, dilapidado cientos de miles de millones del patrimonio del pueblo, sacrificado ejércitos enteros, pero la guerra sigue e inmola nuevas vidas. El pueblo se hunde en la ruina, la industria y el comercio se paralizan, el hambre y el cólera son inminentes, pero el Gobierno autocrático zarista, en su loca ceguera, sigue impertérrito su camino, dispuesto a que Rusia perezca con tal de que se salve el puñado de verdugos y tiranos. Y por si la guerra contra Japón no bastara, desencadenan ahora otra: la guerra contra todo el pueblo ruso” (13).
La guerra también servía para desviar el movimiento creciente contra la política opresiva de la autocracia. Se mencionaban estas palabras de Plehve, ministro del Interior, en diciembre de 1903: “para impedir la revolución necesitamos una pequeña guerra victoriosa” (14).
El poder de la autocracia se había fortalecido tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881 por miembros de Voluntad del pueblo, un grupo que había decidido usar el terrorismo contra la autocracia (15).
Se tomaron nuevas “medidas de excepción” para poner fuera de la ley toda acción política, pero fueron en realidad la norma: ““Es cierto que ... entre la promulgación del Estatuto del 14 de Agosto de 1881 y la caída de la dinastía en Marzo de 1917, no hay un solo instante en que las “medidas de excepción” no hayan estado en vigor en alguna parte del país o en su mayor parte” (16).
El “nivel reforzado” de esas medidas permitía a los gobernadores de las regiones concernidas encerrar a las personas durante tres meses sin juicio, prohibir toda conversación privada o pública, clausurar fábricas y almacenes, deportar a individuos. Le “nivel extraordinario” era, en realidad, la ley marcial impuesta en una región, con detenciones arbitrarias, encarcelamientos y multas. El uso de soldados contra las huelgas y las manifestaciones era de lo más corriente y muchos obreros fueron matados en las luchas. La cantidad de obreros encarcelados o en presidios se incrementaba por toda Rusia, al igual que la de exilados hacia los confines extremos del país.
Durante aquel período se incrementó regularmente la proporción de obreros acusados de crímenes contra el Estado. En 1884-90, la cuarta parte de los acusados eran trabajadores manuales; en 1901-1903, eran ya las tres quintas partes. Esto refleja el cambio habido en el movimiento revolucionario, entre un movimiento dominado por los intelectuales a otro compuesto de obreros, como la decía un carcelero con este comentario:
“¿Por qué acuden cada vez más campesinos politizados? Antes eran caballeros, estudiantes y jovencitas, pero ahora son obreros campesinos como nosotros” (17).
Junto a esas formas “légales” de opresión, el Estado ruso empleó otros medios. Por un lado, alentaba el antisemitismo, cerrando los ojos ante los pogromos y las matanzas a la vez que aseguraba una protección del grupo que ejecutaba la labor, la Unión del pueblo ruso, más conocida por los Cien negros, abiertamente apoyada por el Zar. Se denunciaba a los revolucionarios como parte de un complot dirigido por los judíos para tomar el poder. Esta estrategia iba a ser utilizada contra los revolucionarios de 1905 y para castigar a los obreros y los campesinos.
Por un lado, el Estado intentaba apaciguar a la clase obrera creando una serie de “sindicatos policíacos” dirigidos por el coronel Zubatov. La labor de esos sindicatos consistía en atajar el ardor revolucionario de la clase obrera manteniéndolo dentro de las reivindicaciones económicas inmediatas, pero los obreros de Rusia empujaron esos límites al máximo y después, en 1905, acabaron saltándoselos. Lenin estimaba que la situación política en Rusia “... “incita” vivamente a los obreros que están llevando a cabo la lucha económica a ocuparse de cuestiones políticas” (18), y defendía que la clase obrera podía utilizar esos sindicatos si los revolucionarios sabían poner en evidencia las trampas que tendía la clase dominante.
“En ese sentido podemos y debemos decir a los Zubátov y a los Ozerov: ¡Trabajen ustedes, señores, trabajen!. Por cuanto tienden ustedes una celada a los obreros... nosotros ya nos encargaremos de desenmascararles. Por cuanto dan ustedes un paso efectivo hacia delante –aunque sea en forma del más “tímido zigzag” pero un paso hacia delante– les diremos: ¡Sigan, sigan!. Un paso efectivo hacia delante no puede ser sino una aplicación efectiva, aunque minúscula, del campo de acción de los obreros. Y toda ampliación semejante ha de beneficiarnos y precipitará la aparición de asociaciones legales en las que no sean los provocadores quienes pesquen a los socialistas, sino los socialistas quienes pesquen adeptos” (19).
De hecho, cuando estalló la revolución, primero en 1905 y luego en 1917, no fueron los sindicatos los que salieron reforzados sino que se creó una nueva organización adaptada a la tarea que ante sí tenía el proletariado: los soviets.
Si bien los factores expuestos arriba permiten explicar por qué los acontecimientos de 1905 ocurrieron en Rusia, no por ello son solo significativos del contexto ruso. ¿Qué es lo significativo en 1905? ¿Qué lo define?
Un aspecto llamativo de 1905 fue el desarrollo de la lucha armada en diciembre. Trotski hizo una vehemente reseña de la batalla que hubo en Moscú cuando la clase obrera de la región levantó barricadas para defenderse contra las tropas zaristas mientras la Organización combatiente socialdemócrata estaba llevando a cabo una guerrilla por las calles y las casas:
“El siguiente relato dará una idea de lo que fueron los combate. Avanzaba una compañía de georgianos (20), que contaban con los hombres más intrépidos. Se componía su destacamento de veinticuatro tiradores, avanzando en perfecto orden, de dos en dos. Advertidos por la multitud de que dieciséis dragones, al mando de un oficial venían a su encuentro, la compañía se desplegó empuñando los máuseres y, en cuanto apreció la patrulla, ejecutó unos disparos simultáneos. El oficial cayó herido y los caballos, situados en primera línea, también heridos, se encabritaron. Se apoderó de la tropa una confusión tal, que los soldados fueron incapaces de disparar. Así, la compañía obrera no había hecho más de 100 disparos, mientras los dragones se daban a una fuga desordenada, dejando tras sí algunos heridos y muertos. “Marchaos ahora –decían apresuradamente los espectadores– la artillería estará aquí en un instante”. En efecto no tardó en aparecer y, con sus primeras descargas, comenzaron a caer personas, heridas o muertas, en medio de esa multitud desarmada que no se había imaginado que podría servir de blanco al ejército. Pero los georgianos se preparaban entretanto y volvieron a disparar contra las tropas. La compañía obrera era casi invulnerable, protegida por la simpatía general” (21).
No es sin embargo la lucha armada, por muy valiente que fuera, lo que define 1905. La lucha armada fue evidentemente una expresión de la lucha entre les clases por el poder, pero marcó la fase última, pues surge cuando el proletariado está enfrentado a los contraataques eficaces de la clase dominante. Los obreros, primero, intentaron ganarse a las tropas, pero los enfrentamientos se multiplicaron cada día más, volviéndose más y más sangrientos. La lucha armada fue un intento por defender unas zonas bajo control de la clase obrera y no una tentativa de extender la revolución. Doce años más tarde, cuando los trabajadores volvieron a enfrentarse a los soldados, su éxito fue haberse ganado a partes importantes de los ejércitos y de la marina, lo cual fue una garantía de supervivencia y de avance de la revolución.
Además, los enfrentamientos armados entre la clase obrera y la burguesía tenían ya una larga historia. Los primeros años del movimiento obrero en Inglaterra estuvieron marcados por choques violentos. Por ejemplo, en 1800 y 1801, hubo una oleada de motines contra el hambre, algunos de los cuales parecían haber sido planificados de antemano con documentos impresos llamando a los obreros a reunirse. Un año más tarde hubo informes diciendo que los obreros se estaban entrenando en el manejo de las picas y que había asociaciones secretas que conspiraban por la revolución. Durante la década siguiente, el movimiento “luddiste”, que a sí mismo se nombraba “Ejército de los enderezadores”, se desarrolló como reacción contra el empobrecimiento de miles de tejedores.
Unos años más tarde, los “Chartistas de la Fuerza física”, prepararon planes de insurrección. Las jornadas de junio de 1848 y sobre todo la Comuna de Paris en 1871 vieron cómo estallaba a la luz del día el violento enfrentamiento entre las clases. En Estados Unidos, la explotación feroz que había acompañado la acelerada industrialización del país provocó una violenta oposición, como fue el caso de los Molly Maquires que se habían especializado en el asesinato de patronos y transformaban las huelgas en conflictos armados (22). Lo que caracterizó 1905, no fue el enfrentamiento armado, sino la organización del proletariado con unas bases de clase para alcanzar sus objetivos generales. De ahí un nuevo tipo de organización, los soviets, con nuevos objetivos, y que, necesariamente, debían suplantar a los sindicatos.
En uno de los primeros estudios y más importantes sobre los soviets, Oskar Anweiler afirma que:
“... Será más conforme a la realidad histórica mantener que éstos últimos (los soviets de 1905), al igual que los soviets de 1917, se desarrollaron durante largo tiempo sin deberle nada al partido bolchevique ni a si ideología y que, de entrada, no buscaban para nada conquistar el poder del Estado” (23).
Es una buena evaluación de la primera etapa de los soviets, pero deja de ser verdad para las siguientes cuando se da a entender que la clase obrera se habría contentado con seguir al cura Gapone y seguir rogando al “Padrecito” (el Zar). Entre enero y diciembre de 1905, algo cambió. Comprender qué cambió y cómo es la clave para entender 1905.
En el primer artículo de esta serie, subrayamos el carácter espontáneo de la revolución. Las huelgas de enero, octubre y diciembre, parecían haber surgido de no sé sabe dónde, haber prendido con la lumbre de unos acontecimientos en apariencia insignificantes como lo fue el despido de dos obreros de una fábrica. Las acciones desbordaron incluso a los sindicatos más radicales:
“El 30 de Septiembre, comenzó la agitación en los talleres de las líneas Kursk y Kazán. Estas dos vías estaban preparadas para abrir la campaña del primero de Octubre. El sindicato las retuvo. Fundándose en la experiencia de las huelgas de empalmes de febrero, abril y junio, preparaba la huelga general de los ferrocarriles para el momento de convocatoria de la Duma; en aquel momento, se oponía a toda acción separada. Pero la fermentación no se apaciguaba. El 20 de septiembre se había inaugurado en Petersburgo la Conferencia oficial de los representantes ferroviarios, en relación a las cajas de retiro. La Conferencia tomó sobre sí la ampliación de sus poderes y, con el aplauso de todos los ferroviarios, se transformó en un congreso independiente, sindical y político. De todas partes llegaron felicitaciones al congreso. La agitación crecía. La idea de una huelga general inmediata en los ferrocarriles comenzaba a abrirse paso en el radio de Moscú” (24).
Los soviets se desarrollaron con unas bases que iban más allá de la vocación del sindicato. El primer organismo que puede considerarse como soviet aparece en Ivanovo-Voznesensk en la Rusia central. El 12 de mayo estalla una huelga en una fábrica de la ciudad que era conocida como el Manchester ruso y, en unos cuantos días, se cerraron todas las fábricas y más de 32 000 obreros se pusieron en huelga. Tras una sugestión de un inspector de la fábrica, fueron elegidos delegados para representar a los obreros en las discusiones. La Asamblea de delegados, compuesta por unos 120 obreros, se reunió con regularidad durante las semanas siguientes. Su objetivo era conducir la huelga, impedir acciones y negociaciones separadas, asegurar el orden y organizar las acciones obreras y que el trabajo solo cesara tras una orden suya. El soviet emitió una gran cantidad de reivindicaciones, a la vez económicas y políticas, incluida la jornada de 8 horas, un salario mínimo más elevado, que se pagaran los días de baja por enfermedad o maternidad, libertad de reunión y de palabra. Creó después una milicia obrera para proteger a la clase de los ataques de los Cien Negros, impedir los enfrentamientos entre los huelguistas y los que todavía seguían trabajando, mantener el contacto con los obreros de las zonas más alejadas.
Las autoridades cedieron ante la fuerza organizada de la clase obrera pero empezaron a reaccionar hacia finales de mes prohibiendo la milicia. Una asamblea masiva a principios de junio fue atacada por los Cosacos, que mataron a varios obreros y detuvieron a otros. La situación se fue degradando más al final del mes: hubo motines y otros enfrenamientos con los Cosacos. Se lanzó una nueva huelga en julio, implicando a 10 000 obreros, pero fue derrotada al cabo de tres meses con la única conquista aparente de la reducción de la jornada de trabajo.
En ese primer esfuerzo podía ya percibirse la naturaleza fundamental de los soviets: unificación de los intereses económicos y políticos de la clase obrera, y al unir a los trabajadores con una base de clase más que corporativa, el soviet tendió a ser cada día más político, lo cual, irremediablemente, llevaba a un enfrentamiento entre el poder establecido de la burguesía y el poder emergente del proletariado. El que la cuestión de la milicia obrera fuera central en la vida del soviet de Ivanovo-Voznesensk no se debió a la amenaza militar inmediata que esa milicia presentaba, sino a que planteaba la cuestión del poder de clase.
Esa tendencia a crear poderes opuestos al oficial por todas partes está presente en todo el relato de Trotski sobre 1905. Eso es lo que se planteó explícitamente en 1917 con la situación de doble poder:
“Si el Estado es la organización de una supremacía de clase y la revolución la sustitución de la clase dominante, el paso del poder de unas manos a otras ha de crear necesariamente antagonismos en la situación del Estado, principalmente bajo la forma de una dualidad de poderes. La relación de fuerzas entre las clases no es un dato matemático que puede calcularse de antemano. Mientras que el viejo régimen ha perdido su equilibrio, una nueva relación de fuerzas sólo puede establecer como resultado de su verificación recíproca en la lucha. Y eso es la revolución” (25).
La situación de doble poder no se alcanzó en 1905, pero la cuestión se planteódesde el principio:
“El soviet, desde el momento en que fue instituido hasta el de su pérdida, permaneció bajo la poderosa presión del elemento revolucionario, el cual, sin perderse en consideraciones vanas, desbordó el trabajo de la inteligencia política.
“Cada uno de los niveles de la representación obrera estaba predeterminado, “la táctica” a seguir se imponía de manera evidente. No había que examinar los métodos de lucha, apenas se contaba con el tiempo de formularlos...” (26).
Esa es la cualidad esencial del soviet y eso es lo que lo distingue de los sindicatos. Los sindicatos son un arma de lucha del proletariado en el capitalismo, los soviets son un arma en su lucha contra el capitalismo, por su derrocamiento. En un principio no se oponen, por el hecho de que ambos surgen de las condiciones objetivas de la lucha de clase de su época y están en continuidad puesto que ambos luchan por los intereses de la clase obrera; pero acaban oponiéndose cuando la forma sindical sigue existiendo después de que su contenido de clase –su papel en la organización de la clase y en el desarrollo de su conciencia– se haya transferido a los soviets. En 1905, esa oposición no apareció todavía; los soviets y los sindicatos podían coexistir y, en cierto modo, reforzarse mutuamente, pero, implícitamente, esa oposición estaba inscrita en la manera con la que los soviets pasaban por encima de los sindicatos.
Les huelgas de masas que se desarrollaron en octubre de 1905 desembocaron en la creación de otros muchos soviets, con el de San Petersburgo a la cabeza. En total se han identificado entre 40 y 50 soviets así como también algunos soviets de soldados y de campesinos. Anweiler insiste en sus variopintos orígenes:
“Su nacimiento se produjo o bien de forma mediatizada, en el marco de organizaciones de viejo tipo –comités de huelga o asambleas de diputados, por ejemplo– o bien de forma inmediata, por iniciativa de las organizaciones locales del partido socialdemocrata, que en este caso tenían una influencia decisiva en el soviet. La linde entre el comité de huelga puro y simple y el consejo de diputados obreros realmente digno de ese nombre con frecuencia era difusa, y sólo en los principales centros de la revolución y de la clase trabajadora como (dejando aparte San Petesburgo) Moscú, Odessa, Novorossiisk y la cuenca del Donetz, los consejos tuvieron una forma organizativa netamente diferente” (27).
Por su novedad, seguían el flujo y el reflujo de la marea revolucionaria:
“La fuerza del soviet residía en el animo revolucionario, la voluntad de combate de las masas, frente a la debilidad del régimen imperial. En esos “días de la libertad”, las masas obreras, exaltadas, respondían con entusiasmo a los llamamiento del órgano que ellos mismos habían elegido; cuando se relaja la tensión y la indolencia y la decepción se abren paso, los soviets pierden su influencia y su autoridad” (28).
Los soviets y la huelga de masas surgieron a partir de las condiciones de existencia objetivas de la clase obrera exactamente como los sindicatos lo habían hecho antes que ellos:
“Los consejos de diputados obreros se formaron respondiendo a una necesidad práctica, suscitada por la coyuntura de entonces: había que tener una organización que gozara de una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que reagrupara de golpe a las masas diseminadas e inconexas; esta organización debía ser una punto donde confluir todas las corrientes revolucionarias dentro del proletariado; debía tener iniciativa y capacidad para controlarse ella misma de forma automática; y lo esencial, en fin, poder crearla en veinticuatro horas” (29).
Por eso es por lo que en el siglo xx, después de 1905, la forma del soviet, como tendencia o como realidad, volvió a aparecer en ciertos momentos cuando la clase obrera estaba en la ofensiva:
“El movimiento en Polonia, por su carácter masivo, por su rapidez, por su extensión por encima de las categorías y regiones, no solo confirma la necesidad sino también la posibilidad de una generalización y autoorganización de la lucha” (30).
“El habitual empleo masivo y sistemático de la mentira por parte de las autoridades, al igual que el control totalitario ejercido por el Estado sobre todos y cada uno de los aspectos de la vida social, empuja a los obreros polacos a llevar la autoognaización de la clase mucho más lejos de lo que habíamos visto hasta ahora” (31).
North, 14/06/05
La continuación de este artículo aparecerá en el próximo número de la Revista internacional y podrá consultarse próximamente en nuestra página Web. Tratará, en particular de las cuestiones siguientes:
– Es el soviet de los diputados obreros de San Petersburgo el punto culminante de la revolución de 1905; es la más patente ilustración de lo que es esa arma de la lucha revolucionaria que el soviet es: una expresión de la lucha misma, para desarrollarla al máximo y masivamente, agrupando al conjunto de la clase.
– La práctica revolucionaria de la clase obrera clarificó la cuestión sindical mucho antes de que lo comprendiera teóricamente. Cuando se creaban sindicatos en 1905, tendían a desbordar el marco de su función pues eran arrastrados por la marea revolucionaria. Después de 1905, declinaron rápidamente y en 1917, fue en los soviets donde la clase obrera se organizó para entablar el combate contra el capital.
– La tesis según la cual la revolución de 1905 se debió al atraso de Rusia es un error que sigue hoy teniendo algún peso. En contra de semejante idea, tanto Lenin como Trotski dejaron claro que el capitalismo se había desarrollado en Rusia a un alto nivel).
1 Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
2 Trotski, 1905 - Resultados y perspectivas, capitulo “Conclusiones”.
3 Ver nuestro folleto la Decadencia del capitalismo.
4 The International Working class Movement, Progress Publishers, Moscow 1976.
5 Revista internacional no 118: “Historia del movimiento obrero. ¿Qué distingue al movimiento sindicalista revolucionario?”; Revista internacional n° 120: “Historia del movimiento obrero. El anarco-sindicalismo frente al cambio de época: la CGT francesa hasta 1914”.
6 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partidos y sindicatos.
7 Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia.
8 Lenin, Idem.
9 Henry Reichamn, Railways and revolution, Russia, 1905. University of California Press, 1987.
10 Lenin, “La caída de Port Arthur”, Obras completas.
11 Lenin, “Jornadas revolucionarias”, Obras completas.
12 David Floyd, Rusia en revuelta.
13 Lenin, “El Primero de Mayo”, Obras completas.
14 Un trabajo más reciente relativiza esa visión, diciendo que es evidente que “probablemente eso indica que… Plevhe no parecía poner objeciones a que Rusia entrara en guerra contra Japón, con la idea de que un conflicto bélico desviaría a las masas de las preocupaciones políticas” (Ascher, The revolución of 1905).
15 El hermano de Lenin formaba parte de un grupo que se inspiraba de la Voluntad del pueblo. Fue ahorcado en 1887 tras un intento de asesinato del zar Alejandro III.
16 Edward Crankshaw, The shadow of the Winter Palace.
17 Teodor Shanin, 1905-07. Revolution as a moment of truth.
18 Lenin, Que hacer.
19 Idem.
20 Era el nombre que se daba a las unidades combatientes individuales. Trotski las nombra colectivamente como los druzhinniki.
21 Trotski, 1905.
22 Ver Dynamite, de Louis Adamic, Rebel Press, 1984.
23 Los Consejos obreros.
24 Trotski, 1905.
25 Trotski, Historia de la Revolución rusa.
26 Trotski, 1905.
27 Los Consejos obreros.
28 Idem.
29 Trotski, op.cit.
30 Revista internacional no 23: “Huelgas de masas en Polonia 1980: el proletariado abre una nueva brecha”.
31 Revista internacional no 24: “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia”.
En 1867, en el prefacio de la primera edición de su famosa obra, El Capital, Carlos Marx observaba que las condiciones económicas de Inglaterra, primer país industrializado, eran un modelo para el desarrollo del capitalismo en los demás países. Fue así Gran Bretaña el “país referencia” de las relaciones de producción capitalistas. A partir de entonces, el sistema capitalista ascendente iba a dominar el mundo. Cien años más tarde, en 1967, la situación en Gran Bretaña volvía a ser simbólicamente significativa y profética con la devaluación de la libra esterlina: esta vez, lo que simbolizaba era el declive del mundo capitalista y su creciente quiebra. Los acontecimientos del verano de 2005 en Londres han mostrado una vez más que Gran Bretaña ha vuelto a ser una especie de jalón indicador para el capitalismo mundial. El verano londinense ha sido precursor en dos planos: el de las tensiones imperialistas, o sea el conflicto mortífero entre los Estados nacionales en el ruedo mundial y el de la lucha de clases internacional, o sea el conflicto entre las dos clases principales de la sociedad: la burguesía y el proletariado.
Los atentados terroristas del 7 de julio en Londres fueron reivindicados por Al Qaeda, como represalias contra la participación de tropas británicas en la ocupación de Irak. Ese martes por la mañana, las explosiones ocurrieron en una hora punta de los transportes públicos, recordando brutalmente a la clase obrera que es ella la que paga por el capitalismo, no solo por el trabajo de forzado y la pobreza que éste le impone, sino también con su sangre. Las 4 bombas del metro londinense y la del autobús mataron en medio del espanto a 52 ([1]) obreros, jóvenes en su mayoría, dejando además lisiados y traumatizados a cientos. Y los atentados han tenido un impacto mucho mayor. Su siniestro mensaje para millones de obreros es que desde ahora se pregunten, al ir o al volver del trabajo, si su próximo trayecto o el de sus allegados no será el último. En palabras es difícil expresar mayor compasión que la expresada por el gobierno de Tony Blair, o el alcalde de Londres, Ken Livingstone (representante del ala izquierda del Partido laborista), la prensa o la patronal. Sin embargo, tras las consignas de “no cederemos a los terroristas” y “Londres se mantiene unida”, la burguesía hacía saber que las actividades debían seguir como si no hubiera pasado nada. Los obreros debían correr el riesgo de nuevas explosiones en la red de transportes si querían seguir “disfrutando de su tradicional modo de vida”.
Esos atentados han sido el ataque más mortífero contra civiles en Londres desde la Segunda Guerra mundial. La comparación con la carnicería imperialista de 1939-45 se justifica plenamente. Los atentados de Londres, después de los del 11 septiembre en Nueva York y los de marzo de 2004 en Madrid, muestran que el imperialismo “vuelve a casa”, a las principales metrópolis del mundo.
Tampoco hubo que esperar 60 años para que volvieran a Londres ataques militares contra sus habitantes. La ciudad fue también el blanco de las bombas de los “Provisionals” del IRA (Ejército republicano irlandés) ([2]) durante casi dos décadas desde 1972. La población ya pudo probar lo que es el terror imperialista. Pero las atrocidades del 7 de julio de 2005 no son únicamente una repetición de esas experiencias; son una amenaza creciente, representativa de la fase actual, mucho más mortífera, de la guerra imperialista.
Naturalmente, los atentados terroristas del IRA fueron un anticipación de la barbarie de los ataques de Al Qaeda. Más en general, aquellos ataques eran ya la expresión de la tendencia a que el terrorismo contra la población civil fuera cada vez más un método predilecto de la guerra imperialista en la segunda mitad del siglo xx.
Sin embargo, durante la mayor parte del período durante el que se produjeron los atentados del IRA el mundo estaba dividido en dos bloques imperialistas bajo control de Estados Unidos y de la URSS. Esos bloques regulaban más o menos los conflictos imperialistas secundarios, aislados entre Estados en su propio campo, como el de Gran Bretaña en Irlanda en el bloque de Estados Unidos, país que no podía tolerar ni permitir que tal conflicto cobrase una amplitud que pudiera debilitar el frente militar principal contra la URSS y sus satélites. De hecho, la amplitud de las campañas del IRA para desalojar a Gran Bretaña de Irlanda del Norte dependía, y sigue dependiendo todavía en gran parte, del total de la ayuda financiera de Estados Unidos al IRA. Los ataques terroristas del IRA en Londres eran algo relativamente excepcional, en aquel entonces, en las metrópolis de los países avanzados. Los escenarios principales de la guerra imperialista en donde se enfrentaban los bloques por naciones interpuestas, estaban, efectivamente, en la periferia del sistema: Vietnam, Afganistán, Oriente Medio. Aunque entre las víctimas del IRA hubo civiles indefensos, los objetivos de sus bombas (fuera de Irlanda del Norte) correspondían, en general, a una lógica imperialista más clásica. Eran áreas militares como Chelsea Barracks en 1981, o Hyde Park en 1982 ([3]) las escogidas, o, también, símbolos del poder económico como Bishopsgate en la City de Londres ([4]), o Canary Wharf en 1996 ([5]). En cambio, los atentados de Al Qaeda contra unos transportes públicos abarrotados, son síntoma de una situación imperialista más peligrosa y más típica de las nuevas tendencias internacionales resultantes de una situación en la que ya no hay bloques imperialistas que impongan una especie de pretendido orden al militarismo capitalista. “Cada cual para sí” es ahora el lema principal del imperialismo, afirmada, para empezar, de la manera más violenta y cruel por parte de Estados Unidos en su afán de mantener su hegemonía en el mundo. La estrategia unilateral de Washington, llevada a cabo en diferentes ocasiones, especialmente con la invasión y la ocupación de Irak, no hace más que exacerbar el caos. El incremento de la influencia global de Al Qaeda y demás señores imperialistas de la guerra en Oriente Medio es el producto de esta refriega imperialista general que las principales potencias imperialistas, cada una contra las demás, son incapaces de impedir.
Las grandes potencias, incluida Gran Bretaña, han contribuido activamente en la propagación de la amenaza terrorista, la han utilizado y han intentado utilizarla en provecho propio.
El imperialismo británico estaba decidido a que no se le dejara al margen de la invasión estadounidense de Irak. Estaba así dispuesto a proteger sus propios intereses en la región y conservar su grado de potencia militar de cierto prestigio. Al construir pieza a pieza un pretexto para unirse a la “coalición” estadounidense gracias al famoso dossier sobre unas imaginarias armas de destrucción masiva, el imperialismo británico ha desempeñado plenamente su papel en el naufragio de Irak en un océano caótico de sangre. El Estado británico ha contribuido en fomentar la campaña terrorista de Al Qaeda contra el imperialismo occidental. Verdad es que esta campaña terrorista empezó antes de la invasión de Irak, pero fueron las grandes potencias las que, por así decirlo, participaron en su procreación. En efecto, Gran Bretaña, al igual que Estados Unidos, participó, durante los años 1980, en el entrenamiento y armamento de la guerrilla de Bin Laden en su combate contra la ocupación de Afganistán por la URSS.
Tras el 7 de julio, los principales “aliados” de Gran Bretaña (sus rivales, en realidad) no han perdido la ocasión de hacer notar que a la capital británica se la tildaba de “Londonistán” –o sea, refugio de toda clase de grupos islamistas radicales vinculados a organizaciones terroristas de Oriente Medio. El Estado británico ha permitido la presencia en su suelo de una serie de individuos a los que incluso protegió, con la esperanza de que le sirvieran para sus propios intereses en Oriente Medio, en detrimento de las demás grandes potencias “aliadas”. Por ejemplo, Gran Bretaña se ha negado durante diez años a ceder a las demandas del Estado francés de extradición de Rachid Ramda, acusado de implicación en los atentados del metro parisino. Devolviéndole la pelota, la dirección central de los servicios secretos franceses (según el International Herald Tribune, 09/08/05) nunca comunicó a sus colegas británicos el informe de sus servicios, escrito en junio, en el que se preveía que unos simpatizantes paquistaníes de Al Qaeda estaban preparando un atentado con bombas en Gran Bretaña.
La política imperialista de Gran Bretaña –que observa los mismos “principios” que sus rivales: “hacedlo a los demás antes de que ellos os lo hagan”– ha dado su contribución para que ocurran ataques terroristas en su propio suelo.
En el período actual, el terrorismo ya no es la excepción en la guerra entre Estados o protoEstados, sino que se ha vuelto el método privilegiado. El desarrollo del terrorismo corresponde en parte a la ausencia de alianzas estables entre potencias imperialistas y es típico de un período en el que cada potencia procura socavar y sabotear el poder de sus rivales.
En ese contexto, no debemos subestimar el papel creciente de las operaciones secretas y de guerra psicológica llevadas a cabo por las principales potencias imperialistas sobre su propia población para así desprestigiar a sus rivales y encontrar un pretexto a sus iniciativas bélicas. Salvo imprevistos nunca habrá confirmación oficial, claro está, pero hay fuertes sospechas de que el atentado de las Torres Gemelas, o el del edificio de pisos de Moscú, que abrieron el camino a aventuras bélicas fundamentales a Estados Unidos y a Rusia respectivamente, hayan sido obra de los servicios secretos de esos Estados. En ese aspecto, tampoco es inocente el imperialismo británico ni mucho menos. Su incorporación abierta o camuflada en ambos bandos del conflicto terrorista en Irlanda del Norte es bien conocida, de igual modo que la presencia de varios de sus agentes en las filas del “Real IRA”, la organización terrorista responsable del atentado de Omagh ([6]). Más recientemente, en septiembre de 2005, dos miembros de SAS (Fuerzas especiales británicas) eran detenidos en Basora por la policía iraquí cuando, según algunos periodistas, estaban de misión para realizar un atentado terrorista ([7]). Esos ejecutantes subterráneos fueron después liberados mediante un asalto del ejército británico contra la cárcel en que estaban detenidos. En base a acontecimientos así, es legítimo pensar que el imperialismo británico está también él implicado en la carnicería terrorista cotidiana en Irak: probablemente para permitirle justificar su presencia “estabilizadora” como fuerza de ocupación. Fue el propio imperialismo británico, antigua potencia colonial, el primero que puso a punto el principio subyacente de “divide y reinarás” que hoy, en Irak, está detrás de las tácticas de terror.
La tendencia creciente a usar el terrorismo en los conflictos imperialistas lleva la marca del período final del declive del capitalismo, el período de descomposición social en el que la ausencia de perspectivas a largo plazo domina la sociedad en todos los planos.
Significativo de esa situación es que los atentados del 7 de julio hayan sido obra de unos kamikazes nacidos y educados Gran Bretaña. Así, los países del corazón del capitalismo son tan capaces como los de la periferia del sistema de engendrar entre los jóvenes esta especie de irracionalismo que lleva a la autodestrucción más violenta y más infame. Es demasiado pronto para saber si el Estado británico está, él también, implicado en los atentados.
El horror de la sinrazón de la guerra imperialista ha vuelto pues al corazón del capitalismo donde viven los sectores más concentrados de la clase obrera. Ya no está reservado a los países del Tercer Mundo, sino que golpea cada vez más frecuentemente las metrópolis industriales: Nueva York, Washington, Madrid, Londres. Los blancos ya no son expresamente económicos o militares: son escogidos para matar a la mayor cantidad de civiles.
La antigua Yugoslavia ya fue, en los años 90, una expresión de esa tendencia al retorno de la guerra imperialista a los países centrales del capitalismo. Hoy, después de España, le ha tocado a Gran Bretaña.
Sin embargo, los londinenses no sólo tuvieron que enfrentarse a la amenaza mortal de los atentados terroristas en julio de 2005. El 22 de julio, un joven electricista brasileño, Jean Charles de Menezes, fue ejecutado cuando acudía a su trabajo de 8 balazos disparados por la policía en la estación del metro Stockwell. La policía pretende que lo había tomado por un kamikaze. Gran Bretaña, conocida por la imagen de integridad de Scotland Yard y de su simpático “bobby” local que ayuda a las ancianitas a cruzar la calle, siempre ha querido hacer creer que su policía está al servicio de la comunidad democrática, que sus policías son los protectores de los derechos de los ciudadanos y los garantizadores de la paz. Lo que ha aparecido claramente en esta ocasión, es que la policía británica no es fundamentalmente diferente de la de cualquier dictadura tercermundista que utiliza sin tapujos sus “escuadrones de la muerte” para las necesidades del Estado. Según el discurso oficial de la policía británica, la ejecución de Jean Charles fue un trágico error. Sin embargo, a partir del 7 de julio, los destacamentos armados de la policía metropolitana recibieron la orden de “tirar a matar” a cualquier persona sospechosa de ser un kamikaze. Incluso después del asesinato de Jean Charles, se ha defendido y mantenido esa política con energía. Habida cuenta de que es casi imposible identificar o arrestar a un kamikaze antes de que dispare el detonador, esa orden daba efectivamente a la policía toda latitud para disparar contra cualquiera, sin prácticamente previo aviso. Como mínimo, la política instaurada al más alto grado, permitía semejantes “errores trágicos”, considerados inevitables efectos secundarios del reforzamiento del Estado.
Se puede suponer, pues, que ese asesinato no tiene nada de accidental, sobre todo si se considera que la función del Estado y de sus órganos de represión no es la que ellos pretenden, o sea, la de protectores al servicio de la población que a veces están obligados a escoger ante difíciles alternativas entre la defensa del ciudadano y la protección de sus derechos. En realidad, la tarea fundamental del Estado es otra: defender el orden existente en interés de la clase dominante. Eso quiere decir, ante todo, que el Estado debe preservar y hacer alarde de su monopolio de la fuerza armada. Eso es especialmente cierto en tiempos de guerra, cuando le es necesario y vital mostrar su fuerza y ejercer represalias. En respuesta a ataques terroristas como los del 7 de julio, la primera prioridad del Estado no es proteger a la población –tarea que, de todas maneras, no puede ser realizada si no es en favor de un puñado de altos funcionarios– sino hacer alarde de su poder. Reafirmar la superioridad de la fuerza del Estado es, pues, una necesidad para mantener la sumisión de su propia población e inspirar el respeto de las potencias extranjeras. En esas condiciones, la detención de los verdaderos criminales es algo secundario o no tiene nada que ver con el objetivo principal.
Es útil, aquí, otra comparación con la campaña de atentados del IRA. En reacción a los atentados contra los pubs de Birmingham y Guildford ([8]), la policía británica detuvo a 10 irlandeses sospechosos, les arrancó falsas confesiones, amañó testimonios contra ellos, condenándolos la justicia a largas penas de cárcel. Sólo sería 15 años más tarde cuando el gobierno reconoció que había habido un “trágico error judicial”. ¿No se trataba, en realidad, de represalias contra una población “extranjera” y “enemiga”?
El 22 de julio de 2005 reveló la realidad de lo que se oculta detrás de la fachada democrática y humanitaria del Estado, tan sofisticadamente construida en Gran Bretaña. El papel esencial del Estado, como aparato de coerción que es, no es el de actuar para o por la mayoría de la población, sino contra ella.
Eso se ha confirmado con toda una serie de medidas “antiterroristas” propuestas tras los atentados por el gobierno de Blair para reforzar el control del Estado sobre la población en general, medidas que no podrán, en ningún caso, hacer cesar el terrorismo islamista. Medidas como la introducción del documento de identidad, la instauración, por un tiempo indeterminado, de la política de “tirar a matar”, las órdenes de control de los desplazamientos de los ciudadanos, la política de escuchas telefónicas y de vigilancia de Internet que va ser oficialmente reconocida, la detención de sospechosos sin acusación durante tres meses, la instauración de tribunales especiales con testigos y declaraciones a puerta cerrada y sin jurado.
Y es así como, durante el verano, el Estado, como ya lo hizo en otras ocasiones, utiliza el pretexto de los ataques terroristas para reforzar su aparato represivo y prepararse así a usarlo contra un enemigo mucho más peligroso: el proletariado que está resurgiendo.
El 21 de julio, tras los atentados fallidos de Londres que marcaron esa jornada, solo las líneas “Victoria” y “Metropolitan” del metro fueron cerradas oficialmente (el 7 de julio, se había cerrado toda la red). Pero también se cerraron ese día las líneas “Bakerloo” y “Northern” a causa de unas acciones obreras. Los maquinistas del metro se negaron a conducir los trenes por falta de garantías de seguridad. Lo que expresa esta acción, incluso puntualmente, es la perspectiva de solución a largo plazo de una situación intolerable, o sea, que los obreros se ocupen ellos mismos de su propia situación. Los sindicatos reaccionaron ante esa chispa de independencia de clase con tanta rapidez como los servicios de urgencia ante los atentados. Bajo su dirección, los conductores tuvieron que volver al trabajo esperando a que concluyeran las negociaciones entre sindicatos y dirección. Los sindicatos aseguraron que apoyarían a todo conductor que se negara a conducir, lo cual significa, en su lenguaje, que lo dejarían abandonado a su suerte.
Durante las primeras semanas de agosto, la resistencia de la clase obrera iba a tener un impacto mucho mayor con la huelga salvaje ocurrida en el aeropuerto de Londres Heathrow. Esta huelga fue iniciada por los empleados de la compañía Gate Gourmet que abastece en comidas los vuelos de la British Airways. Y suscitó la inmediata solidaridad de los mozos de equipaje de British Airways, unos 1000 trabajadores en total. Los vuelos de British Airways se quedaron en tierra durante varios días y las imágenes de pasajeros dejados a su suerte y de los piquetes masivos de huelga se difundieron por el mundo.
Los medios de comunicación británicos, furibundos, denunciaron la insolencia de unos obreros que habían tenido la osadía de reanudar con la táctica “anacrónica” de las huelgas de solidaridad. Se ve que los obreros todavía no se han enterado de que hubo expertos, juristas y demás especialistas en relaciones industriales al servicio del poder que decidieron que las acciones de solidaridad pertenecían a la prehistoria y, por si no había quedado claro, las habían declarado ilegales ([9]). La prensa intentó denigrar el valor ejemplar de los obreros, hablando hasta la saciedad de las consecuencias nefastas para los pasajeros de su acción.
La prensa adoptó después un tono más conciliador, pero sin dejar de ser hostil a la causa obrera. Declararon que la huelga se debía a la táctica brutal de los propietarios norteamericanos de Gate Gourmet que habían anunciado a los obreros, por megafonía, los despidos masivos. La huelga sería pues “un error”, una consecuencia inútil de una gestión empresarial incompetente, una excepción en el manejo normal y civilizado de las relaciones industriales, entre sindicatos y dirección, método que hace inútiles las acciones de solidaridad. En realidad, la causa primera de la huelga no es la arrogancia de un pequeño patrón. La táctica brutal de Gate Gourmet no es nada excepcional. Tesco, por ejemplo, la cadena de supermercados mayor y más rentable de Gran Bretaña, anunció recientemente, sin más, que entraba en vigor la supresión del pago de los días de baja por enfermedad de sus empleados. Los despidos masivos no son tampoco el resultado de la falta de implicación de los sindicatos. Al contrario, según el International Herald Tribune (19/08/2005), la portavoz de British Airways, Sophie Greenyer, “ha dicho que la compañía logró en el pasado reducir empleos y costes gracias a la cooperación de los sindicatos. BA ha suprimido 13 000 empleos en los últimos tres años y reducido sus costes en 850 millones de libras esterlinas. “Hemos sido capaces de trabajar de manera razonable con los sindicatos “y lograr así hacer esos ahorros”, como ha dicho ella.”
Es la determinación de BA en reducir constantemente los costes operacionales lo que lleva a la empresa a reducir cada día más los salarios y empeorar las condiciones de vida de los obreros de Gate Gourmet. A su vez, Gate Gourmet se ha dedicado a lanzar provocaciones para poder sustituir la mano de obra actual por empleados de Europa del Este, en unas condiciones y con unos salarios peores todavía.
La reducción de costes que realiza BA sin cesar es de lo más corriente en los transportes aéreos y en muchos otros sectores. Muy al contrario, la intensificación de la competencia en unos mercados cada vez más saturados es la respuesta normal del capitalismo ante la agravación de la crisis económica.
La huelga de Heathrow no ha sido algo efímero, sino un ejemplo de lucha obrera, de unos trabajadores obligados a defenderse contra unos ataques feroces e incesantes de la burguesía como un todo. La voluntad de lucha de los obreros no ha sido el único aspecto significativo de la huelga. Las acciones ilegales de solidaridad de los demás trabajadores del aeropuerto son de una importancia mayor todavía. En efecto, esos empleados corrían el riesgo de perder sus propios medios de vida al ampliar así la lucha. Esa expresión de solidaridad de clase –por breve y embrionaria que haya sido– ha sido aire fresco en la atmósfera sofocante de sumisión nacional que la burguesía ha creado tras los ataques terroristas. Recuerda que lo que predomina hoy en la población londinense no es el “espíritu del Blitz” de 1940, cuando soportaba pasivamente los bombardeos nocturnos de la Luftwaffe en interés del esfuerzo de guerra imperialista.
Al contrario, la huelga de Heathrow ha sido la continuidad de toda una serie de luchas por el mundo entero desde 2003, como lo han sido también la acción de los trabajadores de Opel en Alemania y la acción solidaria de los obreros de Honda en India ([10]).
La clase obrera internacional está volviendo a surgir, lentamente, casi imperceptiblemente a veces, después de un largo período de desorientación tras el derrumbamiento del bloque del Este en 1989. Está ahora avanzando con dificultades hacia una perspectiva de clase cada vez más evidente.
Las dificultades para desarrollar esa perspectiva pudieron comprobarse con el rápido sabotaje realizado por los sindicatos contra la acción de solidaridad en Heathrow. El Transport and General Workers Union acabó rápidamente con la huelga de los mozos de equipaje; los obreros despedidos de Gate Gourmet se quedaron entonces esperando el destino que les reservaban las negociaciones prolongadas entre sindicatos y patronal.
Sin embargo, la manifestación en Gran Bretaña de ese resurgir difícil de la lucha de clases es muy significativa. La clase obrera británica, después de haber alcanzado altas cotas en sus luchas con la huelga masiva del sector público en 1979 y la huelga de la minería de 1984/85, sufrió enormemente de la derrota de esta última, derrota el gobierno de Thatcher explotó al máximo, ilegalizando, en particular, las huelgas de solidaridad. Por eso, la reaparición de esas huelgas en Gran Bretaña es del mejor augurio.
Gran Bretaña no solo fue el primer país capitalista; también el testigo del nacimiento de las primeras expresiones de la clase obrera mundial y de sus primera organizaciones políticas, los Chartistas; allí tuvo su sede el Consejo general de la Asociación internacional de trabajadores (AIT). Gran Bretaña ya no es el eje de la economía mundial, pero sigue desempeñando un papel clave en el mundo industrializado. El aeropuerto de Heathrow es el mayor del mundo. La clase obrera británica sigue teniendo un peso significativo en la lucha de la clase mundial.
Durante este último verano, fue en Gran Bretaña donde lo que está en juego en la situación mundial apareció a las claras: por un lado, la tendencia del capitalismo a hundirse en la barbarie y el caos, en un desconcierto general en el que se van destruyendo todos los valores sociales; por otro lado, la huelga del aeropuerto de Londres ha vuelto a poner a las claras, durante un breve momento, que existen principios sociales totalmente diferentes basados en la solidaridad ilimitada de los productores, los principios del comunismo.
Como
[1]) No están incluidos los 4 kamikazes que se hicieron reventar.
[2]) Los “Provisionals” del IRA se llamaban así para distinguirse de la llamada “Official IRA” de tintes “socializantes”, de la que fueron una escisión; el “Official IRA” no desempeñó un papel significativo en la guerra civil que convulsionó Irlanda del Norte a partir de los años 1970.
[3]) Chelsea Barracks es un cuartel en pleno centro de Londres, donde se alojaba entonces el regimiento de los Irish Guards. El atentado de Hyde Park iba dirigido contra una exhibición de la guardia real.
[4]) La City de Londres es, en realidad, el distrito financiero, un área de un km2 en pleno Central London, el cual es a su vez una zona del Gran Londres. Canary Wharf es un rascacielos emblemático del nuevo barrio de negocios construido en el área de los antiguos muelles (docks) londinenses.
[5]) Cabe señalar que uno de los atentados más asesinos del IRA (el del centro comercial de Arndale, en pleno centro de Manchester, en 1996) correspondía más bien a una época en la que el IRA servía de instrumento a la burguesía estadounidense en su campaña de intimidación contra las veleidades británicas de acción imperialista independiente, y forma más bien parte de la nueva época de caos que hizo surgir Al Qaeda.
[6]) El “Real IRA” era una escisión del IRA que reivindicaba la prosecución del combate contra los británicos. Fue el responsable del atentado en la ciudad de Omagh (Irlanda del Norte) que mató a 29 civiles el 15 de agosto de1998.
[7]) Ver la página web prisonplanet.com: www.prisonplanet.com/articles/september2005/270905plantingbombs.htm [268].
[8]) El IRA justificó esos atentados, en 1974, porque esos pubs estaban sobre todo frecuentados por militares.
[9]) Las huelgas de solidaridad son efectivamente ilegales en Gran Bretaña tras una ley adoptada por el gobierno de Thatcher en los años 1980 que el gobierno laborista de Blair ha mantenido.
[10]) Leer al respecto, en nuestra página web, el artículo publicado por la sección de la CCI en India: "India - World's largest democracy Shows its ugly face [269]".
La catástrofe que ha golpeado el sur de Estados Unidos y sobre todo la ciudad de Nueva Orleáns no ha sido, contrariamente a lo machacan los medios de la burguesía, consecuencia de la irresponsabilidad del presidente Bush y de su administración. Esta propaganda antiamericana, tan difundida en esta ocasión por los medios europeos para desprestigiar la potencia estadounidense oculta, en realidad, a la vista de los proletarios, al verdadero responsable de las consecuencias dramáticas del huracán Katrina a su paso por esa región del mundo. Los trastornos climáticos, provocados en parte por el efecto invernadero, son la consecuencia de una economía capitalista cuya única razón de ser es la ganancia. Esos desajustes hacen que las “catástrofes naturales” sean más numerosas y mucho más devastadoras que en el pasado. Y además, la ausencia de auxilios, de equipos especiales y médicos, son también la expresión inmediata de la quiebra del capitalismo.
Un revelador de la quiebra del capitalismo
Todo el mundo ha visto las imágenes de la catástrofe. Cuerpos hinchados flotando en las fétidas aguas de la inundación en Nueva Orleáns. Un anciano sentado en una silla de camping, acurrucado, sufriendo sed, calor, hambre, mientras otros supervivientes languidecían a su alrededor. Madres atrapadas con sus hijos pequeños sin nada que comer o beber durante tres días. Caos en los propios centros de refugiados adonde las autoridades habían dicho a las víctimas que fueran para ponerse a salvo. Esta tragedia de la que a duras penas se encuentran precedentes, no se ha producido en ningún rincón del tercer mundo azotado por la miseria, sino en el corazón de la primera potencia capitalista e imperialista mundial.
Cuando el tsunami afectó al continente asiático en diciembre, la burguesía de los países desarrollados echó la culpa de la catástrofe a la incompetencia política de los países pobres por negarse a tomar en cuenta las señales de alarma. Esta vez no sirve la misma excusa.
Hoy el contraste no es entre países ricos y pobres, sino entre gente rica y pobre. Cuando se ordenó evacuar Nueva Orleáns y el resto de la costa del Golfo, imperó el sálvese quien pueda para cada cual o cada familia. Quienes tenían coche y pudieron conseguir gasolina (su precio se elevó siguiendo también la norma moral capitalista de aprovechar las oportunidades de “negocio”), se dirigieron al norte y al oeste para resguardarse, buscando refugio en hoteles, moteles y en casa de familiares y amigos. Pero la mayoría de los pobres, los ancianos, los enfermos, quedaron a merced del huracán, incapaces de escapar. En Nueva Orleáns, las autoridades locales abrieron el Superdome y el Centro de convenciones como refugios frente a la tormenta, pero no suministraron ningún tipo de servicio, ni agua, ni alimentos, ni asistencia. Cuando miles de personas, la mayoría de raza negra, ocuparon estas instalaciones, fueron abandonados a su suerte. Para los ricos que se quedaron en Nueva Orleáns, la situación fue totalmente distinta. Los turistas y los VIP’s que se alojaban en hoteles de cinco estrellas adyacentes al Superdome, nadaban en la abundancia y estaban protegidos por agentes de policía armados, que mantenían a la “chusma” del Superdome a raya. En vez de organizar la distribución de agua y alimentos guardados en los depósitos y almacenes de la ciudad, la policía se cruzó de brazos y la gente empezó a asaltarlos para distribuir productos de primera necesidad.
Indudablemente que elementos lumpen se aprovecharon de la situación y comenzaron a robar aparatos electrónicos, dinero y armas, pero los “saqueos”, desde luego, empezaron como tentativa de sobrevivir a unas condiciones más que inhumanas. Mientras tanto, en cambio, agentes de policía con armas de fuego protegían a los empleados enviados por un hotel de lujo a una farmacia de la vecindad a buscar agua, medicamentos y alimentos para el confort de sus distinguidos huéspedes. Un oficial de policía explicaba que esto no eran saqueos, sino “incautación” de mercancías por la policía, que está autorizada para eso en caso de emergencia. La diferencia entre “saqueos” e “incautaciones” es la diferencia entre ser pobre o rico.
La culpa es del sistema. La incapacidad del capitalismo para responder a esta crisis siquiera con una mínima apariencia de solidaridad humana, demuestra que la clase capitalista no merece seguir gobernando, que su modo de producción se hunde en un proceso de descomposición social, de pudrimiento de raíz, que sólo ofrece a la humanidad un futuro de muerte y destrucción.
El caos que ha consumido países enteros uno tras otro en África y en Asia estos años atrás es una muestra del futuro que el capitalismo reserva incluso a los países industrializados, y hoy Nueva Orleáns proporciona un fugaz anticipo de ese futuro desolador. Como siempre, la burguesía se ha dado prisa en plantear todo tipo de coartadas para excusar sus crímenes y sus fracasos.
En su última serie de excusas, hemos soportado un coro de lloriqueos diciendo que han hecho todo lo que han podido; que estamos ante un desastre natural, y no provocado por el hombre, que nadie podía haberse esperado el peor desastre natural de la historia de la nación, que nadie podía prever que los diques fueran a romperse. Las críticas a la administración, tanto en EEUU como en el extranjero, culpan a la incompetencia del régimen de Bush de haber convertido un desastre natural en una calamidad social.
Ninguna de esas cacatúas burguesas da en el clavo. Lo que buscan es desviar la atención de la realidad de que el responsable es el sistema capitalista. «Hacemos todo lo que podemos» se está convirtiendo en el latiguillo más repetido de la propaganda burguesa. Hacen «todo lo que pueden» para terminar la guerra de Irak, para mejorar la economía, para mejorar la educación, para acabar con la criminalidad, para mejorar la seguridad de la lanzadera espacial, para terminar con las drogas, etc., «No se puede hacer más»; tendríamos que tener claro que el gobierno nunca puede tomar decisiones políticas, nunca tiene la posibilidad de intentar otras medidas alternativas ¡Pamplinas! En realidad siguen la política que han decidido conscientemente y que claramente tiene consecuencias desastrosas para la sociedad. Respecto a si se trata de una catástrofe natural, o producto de la intervención humana, está claro que el huracán Katrina ha sido producto de la naturaleza, pero la escala alcanzada por el desastre natural y social podía haberse evitado. Se mire como se mire, ha sido el capitalismo, y el Estado que lo representa, quien ha permitido la catástrofe.
La nocividad creciente de los desastres naturales que hoy vivimos en todo el mundo es consecuencia de políticas económicas y ambientales temerarias del capitalismo en busca de incesantes beneficios, ya sea por “ahorrarse” la tecnología disponible para alertar de la posibilidad de tsunamis y poder avisar a tiempo a la población amenazada, o por arrasar los bosques en los países del tercer mundo, lo que exacerba el potencial devastador de las inundaciones provocadas por las mareas, o por la polución irresponsable de la atmósfera, con la emisión de gases que provocan el efecto invernadero y empeoran el calentamiento global, contribuyendo al cambio climático.
En ese sentido hay probadas evidencias de que el calentamiento global produce incrementos en la temperatura de los océanos y con ello al desarrollo de depresiones tropicales, tormentas y huracanes que hemos visto los últimos años. Cuando Katrina llegó a Florida, era solo un huracán de fuerza 1, pero planeó una semana sobre las aguas del golfo de México, a casi 32 ºC y se elevó a la categoría de fuerza 5, con vientos de 280 Km/hora antes de alcanzar la costa del Golfo. Los izquierdistas ya han empezado a citar los vínculos de Bush y a la industria energética y su oposición al protocolo de Kyoto, como responsables del desastre del Katrina, pero esta crítica acepta las premisas del debate de la clase capitalista, como si llevar a la práctica los acuerdos de Kyoto pudiera realmente invertir los efectos del calentamiento global, o como si la burguesía de los países que están a favor de dichos protocolos estuviera de verdad interesadas en someter la producción capitalista a la preservación de la ecología. Peor aún, olvida que fue la administración Clinton la primera que, llenándose eso sí la boca de declaraciones en defensa del medio ambiente, rechazó los acuerdos de Kyoto. Rechazar el problema del calentamiento global es la posición de la burguesía norteamericana y no solo de la administración Bush.
Además Nueva Orleáns, que tiene casi 600 000 habitantes (muchos más contando los suburbios), es una ciudad cuya mayor parte está construida bajo el nivel del mar, lo que la hace vulnerable a las inundaciones cuando se desborda el río Mississipi, o el lago Pontchartrain, o sube la marea del golfo de México. Desde 1927, el cuerpo de ingenieros del ejército USA desarrolló y puso a punto un sistema de diques para prevenir las inundaciones anuales del río Mississipi, lo que permitió a la industria y la agricultura florecer junto al río haciendo que creciera la ciudad de Nueva Orleáns; pero con ello impedían también que las aguas fluviales llevaran el sedimento y el barro que normalmente contienen los pantanos y los marjales del delta del Mississipi río abajo, hasta el golfo de México. Debido a eso, las zonas pantanosas que proporcionaban una protección natural a Nueva Orleáns, como una esponja, frente a la crecida de la marea, quedaron peligrosamente erosionadas, y la ciudad fue más vulnerable a las inundaciones marítimas. Esto no fue algo “natural” sino producto de la acción humana.
Tampoco fue la fuerza de la naturaleza lo que mermó los efectivos de la guardia nacional de Luisiana. Un gran contingente de ésta había sido movilizado para la guerra de Irak, dejando sólo 250 Guardias nacionales disponibles para apoyar los esfuerzos de rescate de los departamentos de policía y bomberos los tres primeros días tras la rotura de los diques. Un porcentaje aún mayor de la guardia de Mississipi había sido desplegado igualmente en Irak.
El argumento de que este desastre no podía preverse es igualmente absurdo. Durante casi 100 años, los científicos, los ingenieros y los políticos, han discutido cómo abordar la vulnerabilidad de Nueva Orleáns ante los huracanes y las inundaciones. A mediados de la década de 1990, diferentes grupos de científicos e ingenieros presentaron distintos proyectos, lo que finalmente llevó en 1998 (durante la administración Clinton) a una propuesta llamada Coast 2050. Este plan proponía reforzar y rediseñar los diques construyendo un sistema de compuertas, y excavar nuevos canales que aportaran agua con sedimentos fluviales para restaurar el tampón que suponen las zonas pantanosas del delta. El coste de este proyecto era de 14 mil millones de dólares que tendrían que invertirse en un periodo de 10 años. Washington, sin embargo, no lo aprobó (bajo el mandato de Clinton, no de Bush).
El año pasado, el ejército pidió 105 millones de dólares para programas contra huracanes e inundaciones en Nueva Orleáns, pero el gobierno sólo aprobó 42 millones. Al mismo tiempo, el Congreso aprobaba 231 millones de dólares para la construcción de un puente en una pequeña isla deshabitada de Alaska. Otra refutación de la excusa de que «nadie podía haberlo previsto» es que la víspera de la llegada del huracán, el director de la FEMA (Administración Federal para las emergencias) Michel D. Brown, alardeaba en entrevistas en televisión, de que había dado órdenes para la puesta en marcha de un plan de emergencia en caso de que se produjese el peor de los escenarios en Nueva Orleáns, tomando en cuenta lo que ocurrió con el tsunami en el Sudeste Asiático, y de que la FEMA confiaba en que podría hacerse cargo de cualquier eventualidad.
Informes de Nueva Orleáns indican que este plan de la FEMA incluía la decisión… de rechazar camiones con donaciones de agua embotellada y de cerca de 3700 litros de diesel transportados en los guardacostas, así como el corte de las líneas de comunicación de emergencia que usan las autoridades de la policía local en los suburbios de Nueva Orleáns. Brown tuvo incluso la cara dura de excusar la inoperancia en el rescate de las 25 000 personas del Centro de Convenciones diciendo que las autoridades federales no fueron conscientes de que esas personas estaban allí hasta bien entrada la semana; a pesar de que los informativos habían informado de la situación por televisión desde hacía 3 ó La prensa intentó 4 días.
Y por mucho que el vociferante alcalde Ray Nagin, un demócrata, haya cubierto de vituperios la pasividad de las autoridades federales, fue su administración local la que no hizo absolutamente ningún esfuerzo por garantizar la evacuación de los pobres y los ancianos, ni tomó ninguna responsabilidad en la distribución de agua y comida, ni proporcionó suministros de primera necesidad, ni garantizó la seguridad en los centros de evacuación, abandonando la ciudad al caos y la violencia.
Sólo la clase obrera puede ofrecer una alternativa
El sufrimiento en la costa del Golfo ha conmovido a millones de trabajadores, que al mismo tiempo se sienten furiosos por la falta de sensibilidad de la respuesta oficial al desastre. Especialmente en las filas de la clase obrera hay un sentimiento de auténtica solidaridad humana hacia las víctimas de esta calamidad. Mientras que la burguesía parcela su compasión, dependiendo de criterios económicos o de raza, entre ricos y pobres, blancos o negros, para la mayoría de trabajadores americanos no existen tales distinciones. Aunque la burguesía emplea a menudo la carta del racismo para dividir y oponer a los obreros negros y blancos, y a pesar de que varios líderes del movimiento “negro” están poniéndose al servicio del capitalismo de esa forma, insistiendo en que la crisis de Nueva Orleáns es en realidad un problema de racismo, el sufrimiento de los pobres en Nueva Orleáns repugna a toda la clase obrera. La administración Bush es indudablemente un equipo de gobierno incompetente para una clase capitalista, propenso a la ineptitud, a los gestos vacuos, y con una capacidad de respuesta lenta frente a la crisis actual, que añadirá leña al fuego de su creciente impopularidad. Pero la administración de Bush no es una aberración, sino más bien un reflejo de la cruda realidad de que EEUU es una superpotencia en declive que gobierna un “orden mundial” que se hunde en el caos.
La guerra, el hambre y los desastres ecológicos son el futuro que nos reserva el capitalismo. Si hay alguna esperanza para el futuro de la humanidad, es que la clase obrera desarrolle la conciencia y la comprensión de la verdadera naturaleza de la sociedad de clases, y asuma su responsabilidad histórica de acabar con este anacronismo, de destruir el sistema capitalista y reemplazarlo por una sociedad revolucionaria, controlada por la clase obrera, en la que la auténtica solidaridad humana, y la satisfacción de las necesidades humanas sean el principio rector.
Internationalism
sección de la CCI en Estados Unidos (4 Septiembre 2005)
Con este artículo emprendemos el tercer volumen de nuestra serie sobre el comunismo iniciada hace ya casi 15 años. El segundo volumen de la serie se terminaba (en la Revista internacional nº 111) abordando el agotamiento de la oleada revolucionaria internacional que había hecho temblar al capitalismo mundial hasta sus cimientos y más particularmente, con una descripción audaz de la cultura del comunismo del futuro, bosquejada por Trotski en sus trabajos de 1924, Literatura y revolución.
La clarificación de sus metas generales constituye un elemento constante en la lucha del movimiento proletario. En el curso de esta serie hemos tratado de aportar nuestro grano de arena en esta lucha, no solamente al contar de nuevo su historia –lo cual es ya muy importante si se tiene en cuenta la terrible distorsión a la cual la ideología dominante somete la historia real del proletariado– sino también tratando de explorar nuevos dominios que desde hace mucho tiempo estaban descuidados, para desarrollar así una comprensión más profunda del conjunto del proyecto comunista. En los próximos artículos continuaremos pues, según la línea cronológica que la serie ha seguido hasta ahora, estudiando en particular las contribuciones sobre el problema del periodo de transición que hicieron las fracciones comunistas de izquierda durante el periodo de la contrarrevolución que siguió a esta derrota histórica de la clase obrera. Sin embargo, antes de arrancar y meternos en esos temas sobre las nuevas elaboraciones teóricas en el movimiento obrero (los problemas del comunismo y del periodo de transición a la luz de la primera experiencia de la toma del poder por el proletariado revolucionario), pensamos que es útil y necesario clarificar las metas y el método de la serie. Por una parte, regresando una vez más al principio: a la vez al inicio de la serie y a los inicios del marxismo mismo. Por otra parte, resumiendo los principales argumentos desarrollados en los dos primeros volúmenes de la serie que referían los aportes y la clarificación sobre el contenido del comunismo legados por la experiencia histórica del proletariado. Ello nos aportará un sólido punto de partida para examinar las cuestiones que los revolucionarios de los años 30 y 40 plantearon y proseguir así sobre el problema de la revolución proletaria en nuestra época.
En este número de la Revista examinaremos en detalle un texto fundamental del joven Marx: la carta a Arnold Ruge ([1]) en septiembre de 1843, un texto frecuentemente citado pero rara vez analizado en profundidad. Hay bastantes razones para volver a analizar la carta a Ruge. Para Marx y el marxismo no se trata simplemente de luchar por una nueva forma económica que sustituiría al capitalismo cuando éste hubiera alcanzado sus límites históricos. No se trata tampoco de militar por la simple emancipación de la clase obrera. Como lo dijo Engels más tarde, se trata, para el conjunto de la especie humana, de “pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad”, de liberar la totalidad de las potencialidades que el hombre contiene en sí mismo y que se encuentran aún contenidas, atadas e incluso oprimidas desde la prehistoria, debido, primero, al débil desarrollo de las fuerzas productivas y de la civilización y, después, a la existencia de la sociedad de clases. La carta a Ruge nos abre una vía en esta problemática, insistiendo en el hecho de que estamos en los inicios de un despertar de la especie humana. Podemos ir aún más lejos: tal como Marx los defendió en los Manuscritos económicos y filosóficos, más conocidos como Manuscritos de 1844, la resurrección del hombre es al mismo tiempo la resurrección de la naturaleza; si el hombre se hace consciente de sí mismo a través del proletariado, entonces la naturaleza se hace consciente de sí misma a través del hombre. Es seguro que éstas son cuestiones que nos llevan a comprender cuáles son las aspiraciones más profundas del ser humano.
Las grandes líneas de sus respuestas no son la invención de un brillante pensador individual, Marx, sino la síntesis teórica de las posibilidades reales presentes en la historia. La carta a Ruge ilustra muy bien el proceso de evolución de Marx desde el medio filosófico al movimiento comunista. Ya hemos tratado esta cuestión en el segundo artículo de la serie (“Cómo el proletariado se ganó a Marx al comunismo” en la Revista internacional nº 69) en el cual mostrábamos que la trayectoria política de Marx es por sí misma una ilustración de la posición adoptada en el Manifiesto comunista: la visión de los comunistas no es la invención de ideólogos individuales sino la expresión teórica de un movimiento vivo, el movimiento proletario. Hemos mostrado en particular cómo la implicación de Marx en las asociaciones obreras de Paris en 1844 tuvo un papel decisivo para hacerle partícipe de un movimiento comunista que le había precedido y que había nacido independientemente de él. El estudio de la carta a Ruge y de otros trabajos de Marx antes de su llegada a Paris, muestra claramente que no se trata de una “conversión” repentina sino de la culminación de un proceso que ya se estaba realizando. Pero eso no cambia en nada la tesis de base. Marx no era un filósofo solitario que elaboraba recetas para el futuro en la tranquilidad de su cocina o de su biblioteca. Él evolucionó hacia el comunismo bajo la atracción de una clase revolucionaria que supo hacer suyos los indudables talentos de Marx como pensador en la lucha por un mundo nuevo. Y la carta a Ruge, como lo veremos, constituye ya el inicio de una expresión clara de esta realidad biográfica a través de una actitud teórica coherente sobre la cuestión de la conciencia.
En septiembre de 1843, Marx pasó un periodo de “vacaciones” durante varios meses en Kreuznach, en parte debido a la agobiante censura prusiana que le había privado de la responsabilidad de publicar Die Renische Zuitung (la Gaceta renana). El periódico había sido clausurado después de haberse publicado unos artículos “subversivos”, entre ellos uno de Marx sobre los sufrimientos de los viñadores de la región del Mosela. Marx utilizó la libertad que se le había concedido para reflexionar y escribir. Atravesaba un periodo crucial en su evolución, el de la transición entre un enfoque democrático radical y una posición explícitamente comunista que un año más tarde declararía en Paris.
Se ha escrito mucho sobre el “joven Marx”, en particular sobre sus trabajos de los años 1843-1844. Algunos de los documentos más importantes de ese periodo no se conocieron hasta después de su muerte: principalmente los Manuscritos de 1844, que escribió en Paris, no fueron publicados hasta 1932. Por eso, muchos de los primeros trabajos de Marx no fueron conocidos por los propios marxistas durante un largo periodo del movimiento obrero –incluido todo el periodo de la Segunda Internacional y de la formación de la Tercera. Algunas de las exploraciones más audaces contenidas en los Manuscritos de 1844 –elementos claves sobre el concepto de alienación así como el contenido de la experiencia humana en una sociedad que ha superado la alienación– no pudieron integrarse en la evolución del pensamiento marxista durante todo ese periodo.
Lo anterior ha dado lugar a una serie de interpretaciones ideológicas de diferentes niveles que se mueven generalmente entre dos polos. Un polo está personificado en el portavoz de la forma más senil del intelectualismo estalinista –Louis Althusser, para quien los primeros escritos de Marx pueden quedar relegados a la categoría de humanismo sentimental y de la inconsciencia juvenil, y habría sido por “cordura” si más tarde los dejó de lado un Marx científico que ponía el acento en la importancia central de las leyes objetivas de la economía. Lo cual, si se logra pasar de la sublime jerigonza de la teoría althusseriana a su aplicación mucho más comprensible en el mundo de la política, significa dirigirse no hacia el fin de la alineación, sino hacia el programa mucho más realizable del capitalismo de Estado de la burocracia estalinista. El otro polo es la imagen en el espejo del anterior, la imagen de un Marx estalinista pragmático: es la ideología que engloba a toda una congregación de católicos, de existencialistas y otros filósofos que, también ellos, ven una continuidad entre los últimos trabajos de Marx y los planes quinquenales de la URSS, pero que nos cuchichean que existe otro Marx, un Marx joven, romántico e idealista, un Marx que ofrece una alternativa al empobrecimiento espiritual que ha sufrido el Occidente materialista. Entre esos dos polos existen toda clase de teóricos –algunos de ellos cercanos a la Escuela de Francfort ([2]) y a los trabajos de Lucio Colleti ([3]), otros parcialmente influidos por algunos aspectos del comunismo de izquierda (por ejemplo la publicación Aufheben en Gran Bretaña), que, valiéndose de que la Segunda Internacional se apoyaba más en Engels en vez de hacerlo en los primeros escritos filosóficos de Marx, se han dedicado a cavar una fosa infranqueable, no ya entre el joven y el viejo Marx, sino entre Marx y Engels o entre Marx y la Segunda y Tercera Internacionales. En ambos casos, se traiciona malintencionadamente el pensamiento de Marx mediante una distorsión mecanicista y positivista.
Esas posturas, ciertamente, salpican sus recetas con algunas verdades. Es cierto que el periodo de la Segunda Internacional, en particular, vio al movimiento obrero hacerse cada vez más vulnerable a la penetración de la ideología dominante, tanto en el plano de la teoría en general (en filosofía, sobre el problema del progreso histórico, sobre los orígenes de la conciencia de clase) como en el de la práctica política (la cuestión parlamentaria, sobre el programa mínimo y el programa máximo, etc.). Es posible también que la ignorancia de los primeros escritos de Marx acentuara esa vulnerabilidad, en ocasiones sobre problemas de lo más básico. Engels, entre otros, jamás negó que Marx era el más profundo pensador de ambos y, en algunas partes, el trabajo teórico de Engels podría haber sido sin duda más profundo si hubiera asimilado plenamente algunas cuestiones que Marx planteó con insistencia en sus primeros trabajos. Pero de lo que carecen todas esas posturas que establecen oposiciones, es del sentido de la continuidad en el pensamiento de Marx y de la continuidad de la corriente revolucionaria que, con todas sus debilidades y deficiencias, se apropió del método marxista para hacer avanzar la causa del comunismo.
En precedentes artículos de esta serie, combatimos la idea de la existencia de una fosa infranqueable entre la Segunda Internacional y el marxismo auténtico, antes o después (ver en la Revista internacional nº 84, “La socialdemocracia hace avanzar la causa del comunismo”), también respondimos a las tentativas de oponer a Marx y a Engels en el plano filosófico (ver “La transformación de las relaciones sociales” en la Revista internacional nº 85 que rechaza la idea avanzada por Schmidt –y Colleti– según la cual el concepto de dialéctica de la naturaleza no existiría en Marx). Y al igual que Bordiga, insistimos en la continuidad que existe fundamentalmente entre el Marx de 1844 con los Manuscritos de 1844 y el Marx autor de el Capital, el cual no abandonó su punto de vista inicial sino que trató de darle un fundamento sólido y una base más científica, ante todo desarrollando la teoría del materialismo histórico y un estudio más profundo de la economía política del capitalismo (ver la Revista internacional nº 75, “El capital y los principios del comunismo”).
Una ojeada a los trabajos de Marx en su fase inmediatamente “precomunista” de 1843 confirma plenamente esa manera de abordar el problema. Durante el periodo anterior, Marx estuvo cada vez más confrontado a las ideas comunistas. Por ejemplo, cuando todavía publicaba la Gaceta Renana, había asistido, en las oficinas del periódico de Colonia, a las reuniones de un círculo de discusión animado por Moses Hess ([4]) quien se declaraba ya a favor del comunismo. Marx jamás se comprometió en una causa a la ligera. Del mismo modo que había reflexionado durante largo tiempo antes de hacerse discípulo de Hegel, también se negó a adoptar las teorías del comunismo de manera superficial y pensaba que muchas de las formas existentes de comunismo eran burdas y poco desarrolladas –presentándose como abstracciones dogmáticas, como lo escribe en su carta de septiembre de 1843 a Ruge. En una carta anterior a Ruge (noviembre de 1842), escribía que: “…consideraba inadmisible y hasta inmoral el contrabando de dogmas comunistas y socialistas, es decir, de una nueva manera de ver el mundo, en las críticas teatrales corrientes, etc., y que exigía, si se trataba el tema, un estudio totalmente distinto y más a fondo del comunismo.”
Pero un examen rápido de los textos que escribió durante este periodo muestra que ya había comenzado su evolución hacia el comunismo. Si se toma el texto principal que escribió durante su estancia en Kreuznach, la Critica de la filosofía del derecho de Hegel, un texto largo e incompleto, difícil de leer, éste muestra que Marx lucha con la crítica de Hegel que hace Feuerbach. Marx estaba particularmente influido por la crítica pertinente avanzada por Feuerbach a las especulaciones idealistas de Hegel y que ponían en evidencia que es la existencia la que produce la conciencia y no a la inversa. Este método alimenta la crítica del Estado, considerado por Hegel como la encarnación de la Idea y no como el reflejo de las realidades más terrenales de la vida humana. Las premisas de una crítica fundamental del Estado como tal, ya estaban establecidas. En la Crítica de 1843, Marx consideraba ya al Estado – e incluso al Estado moderno con sus diputados- como una expresión de la alienación de la sociedad humana. Y aunque Marx contaba en esa época con la llegada del sufragio universal y de una república democrática, ya desde el principio miraba más allá del ideal de un régimen político liberal; en efecto, en las formulaciones aun híbridas de la Crítica, Marx defiende la idea de que el sufragio universal o más bien la democracia radical anuncian la superación del Estado y de la sociedad civil (es decir, de la burguesía).
“En el Estado político abstracto, la reforma del derecho de voto es una disolución del Estado, pero también la disolución de la sociedad civil.”
De forma embrionaria se perfila ya el objetivo que ha animado al movimiento marxista en toda su historia: el decaimiento del Estado. En el texto la Cuestión judía, también redactada a fines de 1843, Marx mira más allá de la lucha por la abolición de las trabas feudales – se trata, en este caso, de restricciones de los derechos civiles de los judíos cuya abolición era considerada por Marx como un paso adelante, contrariamente a los sofismas de Bruno Bauer. Marx muestra los límites inherentes a la propia noción de derechos civiles que no significan otra cosa que los derechos del ciudadano atomizado en una sociedad de individuos en competencia. Para Marx, la emancipación política - en otras palabras los objetivos que se da la revolución burguesa que estaba todavía por realizarse en una Alemania atrasada– no debía ser confundida con una emancipación social auténtica que permitiría a la humanidad librarse de la dominación de poderes políticos ajenos así como de la tiranía del intercambio. Esto implicaba la superación de la separación entre el individuo y la comunidad. No utiliza el término comunismo, pero las implicaciones de su punto de vista ya son evidentes (ver “Marx y la cuestión judía” en Revista internacional n° 114).
Para terminar, los pasos que da Marx en la Introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, un texto más corto pero mucho más centrado (redactado a fines de 1843 o a principios de 1844), son enormes – y sería necesario un artículo dedicado exclusivamente a este texto para hacerle justicia. Para hacer un resumen lo más breve posible, esos escritos se componen de dos partes: al principio Marx desarrolla su famosa crítica de la religión que va más allá de las críticas racionalistas de la burguesía ilustrada y demuestra que el poder de la religión proviene de la existencia de un orden social que debe negar las necesidades humanas; además, por primera vez identifica al proletariado como el sujeto de la revolución social: “… una clase con cadenas radicales, una clase de la sociedad burguesa que no sea una clase de la sociedad burguesa, una clase que sea la disolución de todas las clases, … una esfera… que no pueda emanciparse, sin emancipar a las demás esferas de la sociedad y que, por consiguiente, no pueda emanciparse sin emanciparlas a todas, es decir, en una palabra, a la parte entera del hombre, y no pueda por tanto reconquistarse a sí misma sin el renacer completo del hombre”.
La emancipación del proletariado es indisociable de la emancipación de toda la humanidad: la clase obrera no se libera solamente de la explotación; no se establece eternamente como clase dominante; actúa como portadora y expresión de todos los oprimidos, de la misma manera, no se contenta con liberarse y liberar a la humanidad del capitalismo, sino que debe permitir a la humanidad superar la pesadilla que sobre ella hacen pesar todas las formas de explotación y de opresión que han existido anteriormente.
Es necesario señalar que esos dos últimos textos, así como la serie de Cartas a Ruge fueron publicadas en una única edición de los Deutsche-Französische Jahrbücher (los Anales franco-alemanes) en febrero de 1844. Este periódico era el fruto de la colaboración de Marx con Ruge, Engels y otros ([5]). Marx había puesto muchas esperanzas en esta empresa con la que esperaba poder sustituir los Deutsche Jahrbücher (Anales alemanes) prohibidos de Ruge y que permitiría desarrollar lazos estrechos entre los revolucionarios franceses y alemanes. A fin de cuentas, ningún colaborador francés respondió a sus esperanzas y todas las contribuciones vendrían de los alemanes. Es muy interesante notar que en agosto-septiembre de 1843, Marx había redactado un corto proyecto de programa para la orientación de esta publicación: “Los artículos de nuestros Anales serán escritos por alemanes o franceses y tratarán:
“1) De los hombres y los sistemas que han adquirido influencia, útil o peligrosa, y cuestiones políticas de actualidad sobre las constituciones, la economía política o las instituciones públicas y morales.
“2) Publicaremos una revista de prensa que, por ciertos aspectos, será una crítica feroz de la servidumbre y la bajeza que muestran ciertas publicaciones, y que llamará la atención sobre los esfuerzos válidos manifestados por otros en nombre de la humanidad y la libertad.
“3) Incluiremos una revista de literatura y de publicaciones del viejo régimen en Alemania que está en declive y se destruye a sí mismo y, para terminar, una revista de libros de dos naciones que marcan el inicio y la continuación de la nueva era en la que entramos.”
De este documento podemos señalar dos aspectos. El primero, es que ya en esta época la preocupación de Marx era militante; redactar un proyecto de programa para una publicación, aunque breve y general, es considerar esta publicación como la expresión de una acción organizada. Esta dimensión de la vida de Marx –el compromiso con una causa y la necesidad de construir una organización de revolucionarios– es una huella fundamental de la influencia del proletariado sobre Marx “el hombre y el combatiente “ – para utilizar el título de la biografía de Marx escrita por Nikolaievski en 1936.
El segundo aspecto, es que cuando Marx habla de una “nueva era”, hay que tener en cuenta que, mientras que en Alemania y en una gran parte de Europa, nueva era significaba derrumbe del feudalismo y victoria de la burguesía democrática, el compromiso de Marx y Engels hacia el comunismo implicaba, desde el principio, una fuerte tendencia a conjugar revolución burguesa y revolución proletaria y que pensaban que ésta vendría rápidamente tras aquélla. Esto queda claro porque Marx ve al proletariado como el sujeto del cambio revolucionario incluso en una Alemania atrasada y más claro todavía en el método del Manifiesto comunista y la teoría de la revolución permanente elaborada en la estela de los levantamientos de 1848. Si se aplica esta visión a los trabajos de Marx en 1843 y 1844, se debe deducir que cuando preveía una “nueva era”, Marx no se refería tanto a una lucha puramente transitoria hacia una república burguesa, sino a la lucha que debía proseguir por una sociedad realmente humana librada del egoísmo y de la explotación capitalistas. Lo que animó a Marx durante toda su vida, fue, ante todo, ese sentido de la posibilidad de tal sociedad. Él habría de reconocer más tarde, con más lucidez, que la lucha inmediata por tal mundo no estaba aún a la orden del día de la historia; que la humanidad debía aún pasar por el calvario del capitalismo para que las bases materiales de la nueva sociedad quedaran establecidas, pero él jamás se desvió de su inspiración inicial.
No tiene sentido por tanto establecer una distinción entre el joven Marx y el viejo Marx. Los textos de 1843-44 son etapas decisivas hacia una visión comunista plenamente desarrollada del mundo, incluso antes de que él mismo se hubiera definido consciente o explícitamente como comunista. Además, la rapidez de la evolución de Marx durante este periodo es sorprendente. Después de haber escrito los textos que se han mencionado, se mudó a Paris. Durante el otoño de 1844, manifiestamente influido por su implicación directa en las asociaciones obreras comunistas de esa ciudad, Marx redactó los Manuscritos económicos y filosóficos (Manuscritos de 1844) en los cuales toma partido por el comunismo; a finales de agosto, se encuentra con Engels, cuya contribución es fundamental para comprender mucho más directamente del funcionamiento del sistema capitalista. Su colaboración tuvo un efecto dinamizador sobre el trabajo de Marx y, en 1845, con las Tesis sobre Feuerbach y la ideología Alemana, era ya capaz de presentar la esencia de la teoría materialista de la historia. Y como el marxismo, contrariamente a lo que sus detractores pretenden, no es un sistema cerrado, ese proceso en evolución y autodesarrollo continuó hasta el fin de la vida de Marx. (Ver por ejemplo el artículo de esta serie sobre “el Marx de la madurez” en la Revista internacional n° 81 en el que se refiere cómo Marx se puso a aprender ruso para así poder tratar la cuestión rusa a la que él dio unas respuestas que algunos de sus “discípulos” más rígidos eran incapaces de comprender). A la luz de lo que acabamos de decir, es necesario leer la carta de septiembre de 1843 que reproducimos completamente al final de este escrito. No es casualidad si toda la serie de cartas se publicó en los Deutsche-Französische Jahrbücher; en aquel entonces ya eran consideradas como una contribución a la elaboración de un nuevo programa o, al menos, de un nuevo método político; la última carta es la más “programática” de todas. En las cartas, se pueden seguir los pasos de Marx cuando decide dejar Alemania donde sus perspectivas son cada vez más precarias a la vez por desacuerdos familiares y a causa de las presiones por parte de las autoridades. En la carta de septiembre, Marx confiesa que le es cada vez más difícil respirar en Alemania y piensa irse a Francia – el país de las revoluciones, en donde el pensamiento socialista y comunista se desarrollaba profusamente en todas direcciones. Ruge, antiguo editor de los Deutsche Jahrbücher prohibidos, era voluntario para participar en la creación de los Anales franco-alemanes – aunque sus enfoques acabarían siendo divergentes cuando Marx adoptó un punto de vista explícitamente comunista. Anteriormente Ruge había expresado a Marx sus sentimientos de desánimo tras su experiencia con la censura alemana y a causa de la atmósfera filistea que prevalecía en Alemania. También la penúltima carta de Marx a Ruge (escrita en Colonia en mayo de 1843) está dedicada en parte al estado de ánimo de Ruge y nos da una buena idea del optimismo de Marx en aquella época:
“Debemos por nuestra parte poner al viejo mundo en plena luz y trabajar positivamente en la formación del nuevo. Cuanto más tiempo nos dejen los acontecimientos propios de la humanidad pensante para reflexionar y los propios de la humanidad doliente el tiempo para reunirnos, más acabado será el producto que aparecerá en el mundo y que nuestra época lleva actualmente en su seno”.
Cuando Marx escribió la carta de septiembre, se le subió la moral a Ruge. Marx esboza con entusiasmo la actitud política que debe subtender la empresa que se proponen. Para comenzar, insiste en evitar las actitudes dogmáticas. Hay que recordar que era la época dorada del socialismo utópico cuyas diversas variantes se basaban, casi todas, en especulaciones abstractas acerca de la forma de alcanzar una nueva sociedad más igualitaria, y tenían poca, por no decir ninguna, relación con las luchas que se desarrollaban en el ancho mundo. En el mejor de los casos, los utopistas manifestaban un desdén altivo por las reivindicaciones de la oposición democrática al feudalismo, y por las reivindicaciones económicas inmediatas de la clase obrera naciente; y para alcanzar el nuevo orden social prácticamente no tenían más proyecto que el de mendigar a los ricos filántropos burgueses. Es por lo que Marx rechaza la mayor parte de esos tipos de socialismo que le son contemporáneos y los considera como formas dogmáticas que encaran el mundo con esquemas preestablecidos y que consideran indignas de su atención las luchas políticas prácticas. Al mismo tiempo, Marx muestra claramente que conoce las diferentes tendencias del movimiento comunista y que considera algunas de ellas –menciona a Proudhon y Fourier ([6])– dignas de atención. Pero la clave de su visión descansa en la convicción de que un mundo nuevo no puede venir del cielo sino que será el resultado de las luchas que se desarrollan en el mundo. De ahí el famoso pasaje: “Nada nos impide pues, enlazar nuestra crítica a la crítica de la política, a la toma de partido en política, es decir, a las luchas reales, e identificarla con ellas. No compareceremos pues ante el mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡he aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! Desarrollaremos ante el mundo, a base de los principios del mundo, nuevos principios. No le diremos: desiste de tus luchas, que son una cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarte la verdadera consigna de la lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilarse, aunque no quiera.”
En el fondo, como señalaba Lukacs en su texto de 1920 “La conciencia de clase”, es ya un análisis materialista: no se trata de aportar la conciencia a cualquier cosa inconsciente –la esencia del idealismo- sino de hacer consciente un proceso que evoluciona ya en esa dirección, un proceso conducido por una necesidad material que contiene también la necesidad de hacerse consciente de sí mismo.
Es verdad que Marx habla en gran parte de la lucha por la emancipación política –por el remate de la revolución burguesa, ante todo en Alemania. Esto queda confirmado por su insistencia sobre la crítica de la religión, sobre la necesidad de intervenir en las cuestiones políticas del momento como, por ejemplo, la diferencia entre el sistema de los grandes propietarios y el del gobierno de representantes, como la idea según la cual es posible que estas actividades críticas “interesen prácticamente a un gran partido”– es decir influyan en la burguesía liberal. Pero no olvidemos que Marx estaba a punto de considerar al proletariado como el agente del cambio social, conclusión que debía de ser aplicada cuanto antes a la Alemania feudal y a los países más desarrollados desde un punto de vista capitalista. Por eso, el método también puede aplicarse –y de hecho con mayor razón todavía– a la lucha proletaria por sus reivindicaciones inmediatas, ya sean económicas o políticas. Esto fue de hecho una profunda anticipación de la lucha contra la visión sectaria del socialismo que Bakunin habría de encarnar más tarde; se puede también establecer una relación con la formulación de la Ideología alemana que define al comunismo como “el movimiento real que suprime el estado de cosas existentes”, que sitúa la conciencia revolucionaria en la existencia de una clase revolucionaria y que define explícitamente la conciencia revolucionaria como una emanación histórica del proletariado explotado. La continuidad con las Tesis sobre Feuerbach –donde se dice que los educadores deben también ser educados– es también evidente. El conjunto de estos trabajos es una advertencia anticipada a todos los que más tarde habían de considerarse como los “salvadores” del proletariado, a todos aquellos que ven la conciencia socialista aportada a los humildes obreros de abajo desde un ensalzado lugar en lo alto.
Los párrafos finales resumen el método de Marx sobre la intervención pública, pero también nos llevan hacia una reflexión más profunda: “Nuestro lema deberá ser, por tanto: la reforma de la conciencia, no por medio de dogmas, sino por el análisis de la conciencia mística, oscura, bajo su forma religiosa o política. Y entonces se verá que el mundo posee en sueños desde hace mucho tiempo aquello de lo que solo le falta tener conciencia para poseerlo realmente. Se verá que no se trata de una ruptura de pensamiento entre el presente y el pasado, sino de la realización del pensamiento del pasado. Se verá, en fin, que la humanidad no emprende una tarea nueva, sino que sólo realiza su tarea antigua en forma consciente. Podemos resumir en una palabra la función de la revista: toma de conciencia por parte del tiempo presente, de sus luchas y de sus anhelos. Es esta una tarea para el mundo y para nosotros, que solo puede ser realizada por fuerzas unidas. Sólo se trata de una confesión. Para hacerse perdonar los pecados, a la humanidad le basta con explicarlos tal y como son.”
En la gran novela de George Eliot, sobre la vida social inglesa de mediados del siglo xix, Middlemarch, hay un personaje que se llama Casaubon, erudito y polvoriento, hombre de iglesia independiente que dedica su vida a escribir un trabajo monumental que pretende ser definitivo titulado la Clave de todas las mitologías. Este trabajo jamás será acabado y expresa simbólicamente el divorcio entre la vida humana real y las pasiones. Pero podemos considerar también esta historia como la de la erudición burguesa en general. En su fase de ascendencia, la burguesía favoreció el interés por las cuestiones universales y la búsqueda de respuestas universales, pero en su fase de decadencia, ha ido abandonando cada vez más esas investigaciones, pues la llevarían a la insoportable conclusión de que, como clase, está destinada a desaparecer. El reto de Casaubon es una anticipación del atolladero intelectual del pensamiento burgués. Marx, al contrario, en unas cuantas afirmaciones, nos ofrece los inicios de un método que da verdaderamente la clave de todas las mitologías; pues del mismo modo que Marx escribe en su carta de septiembre que la religión es el resumen de los combates teóricos de la humanidad, nosotros podemos decir que la mitología es el resumen de la vida psíquica de la humanidad desde sus orígenes, de sus límites como de sus anhelos y el estudio de los mitos puede esclarecernos sobre las necesidades que los hicieron surgir.
David McLellan, el mejor biógrafo de Marx desde Mehring, comenta que “la noción de salvación mediante una “reforma de la conciencia” era evidentemente muy idealista. Pero era muy típico de la filosofía alemana de la época (Karl Marx, Su vida y pensamiento, 1973). Pero es esa una forma muy estática de considerar esa expresión de Marx. Si se toma en cuenta el hecho de que Marx veía ya esa “reforma de la conciencia” como producto de luchas reales, si se recuerda que Marx comenzaba ya a ver al proletariado como el portador de esta conciencia “reformada”, es evidente que Marx ya estaba evolucionando más allá de los dogmas de la filosofía alemana de la época. Como lo mostrará Lukacs más tarde en sus artículos de Historia y conciencia de clase, el proletariado, primera clase a la vez explotada y revolucionaria, no tiene necesidad de mistificaciones ideológicas. Así pues, su conciencia de clase es, por vez primera, una conciencia clara y lúcida que marca una ruptura fundamental con todas las formas de ideología ([7]). La noción de una conciencia clara, inteligible en sí misma, está íntimamente relacionada con el movimiento de Marx hacia el proletariado. Y fue ese mismo movimiento el que permitió a Marx y a Engels elaborar la teoría materialista de la historia que reconocía que el comunismo ya no era un “bello ideal”, puesto que el capitalismo había creado las premisas materiales de una sociedad de abundancia. Las bases de esta comprensión habrían de ser desarrolladas sólo dos años más tarde en la Ideología alemana.
Se podría también reprochar a las expresiones utilizadas por Marx en la carta de septiembre de seguir siendo prisioneras de un marco humanista, de una visión de la humanidad “por encima de todas las clases”. Pero como lo hemos demostrado, Marx tendía ya hacia el movimiento proletario, y parece claro que los restos de humanismo no eran un obstáculo para la adopción de un punto de vista de clase. Además, no solo es legítimo sino también necesario hablar de la humanidad, de la especie como una realidad y no como una abstracción si queremos comprender la verdadera dimensión del proyecto comunista. Pues aun siendo la clase comunista por excelencia, el proletariado no comienza, sin embargo, “una nueva tarea”. Los Manuscritos de 1844, como se ha visto, plantean claramente que el comunismo se basa en toda la riqueza del pasado de la humanidad; de igual forma, en ellos se defiende que: “el movimiento entero de la historia es pues, por un lao, el acto de procreación real de este comunismo –el acta de nacimiento de su existencia empírica- y, por otra parte, es para su conciencia pensante, el movimiento comprendido y conocido de su devenir.”
El comunismo es por tanto la obra de la historia y el comunismo del proletariado constituye la clarificación y la síntesis de todas las luchas pasadas contra la miseria y la explotación. Es por lo que Marx, entre otros, designó a Espartaco como la figura histórica que él admiraba más. Si se mira todavía más lejos, el comunismo del futuro volverá a encontrar, a un nivel infinitamente superior, la unidad en que vivió la humanidad la mayor parte de su existencia histórica, la unidad que prevalecía en las comunidades tribales primitivas, antes de la aparición de las divisiones de clase y la explotación del hombre por el hombre. El proletariado se considera como defensor de todo lo que es humano. A la vez que denuncia ferozmente la inhumanidad de la explotación, no predica una actitud de odio hacia sus explotadores individuales, ni considera con desprecio y superioridad a las demás clases y capas sociales oprimidas, del pasado y del presente. La visión según la cual el comunismo significaría supresión de toda cultura porque, hasta hoy, la cultura habría pertenecido a los explotadores, fue vigorosamente combatida como comunismo “vulgar” que es, en los Manuscritos de 1844. Esta tradición negativa siempre ha sido un azote para el movimiento obrero, por ejemplo en algunas formas de anarquismo que se deleita en saquear y destrozar los símbolos culturales del pasado; y la decadencia del capitalismo, en particular cuando se combina con la contrarrevolución estalinista, ha engendrado caricaturas más siniestras todavía como las campañas maoístas contra “la banda de los cuatro” durante la supuesta “revolución cultural”. Pero actitudes simplistas y destructivas hacia la cultura del pasado se manifestaron también durante los días heroicos de la revolución rusa, cuando órganos de represión como la Checa hicieron alarde en ocasiones de una actitud dura y vengativa hacia los “no proletarios”, casi considerados como congénitamente inferiores a los “puros” proletarios. El reconocimiento marxista del papel histórico de la clase obrera no tiene nada en común con este tipo de “obrerismo”, con la adoración del proletariado en todas las circunstancias, ni con el filisteísmo que rechaza toda la cultura del viejo mundo (ver particularmente el artículo de esta serie sobre “Trotski y la cultura proletaria” en la Revista internacional no109). El comunismo del futuro integrará todo lo mejor en las tentativas culturales y morales de la especie humana.
Amos
Me alegra que se haya decidido usted, y que, apartando la vista del pasado, dirija sus pensamientos hacia el futuro, hacia una nueva empresa. Está usted pues en París, vieja escuela superior de la filosofía y en la capital del nuevo mundo. Lo que es necesario se abre paso. No dudo, pues, que se vencerán todos los obstáculos cuya importancia no desconozco.
Llévese o no a cabo la empresa, estaré en París para fines de mes, pues el aire de aquí le hace a uno siervo y no veo en Alemania ni el menor margen para una actividad libre.
En Alemania, todo es violentamente reprimido, ha estallado una verdadera anarquía del espíritu, el régimen de la estupidez misma, y Zurich obedece las órdenes que llegan de Berlín; está, pues, cada vez más clara la necesidad de buscar un nuevo centro de reunión para las cabezas realmente pensantes e independientes. Estoy convencido de que nuestro plan vendría a resolver una necesidad real, y las necesidades reales no pueden quedar insatisfechas. No dudo pues de la empresa propuesta, siempre y cuando la cosa se tome en serio.
Aún casi mayores que los obstáculos externos parecen ser las dificultades internas. Pues si no media duda alguna en cuanto a “de dónde venimos”, reina, en cambio, gran confusión acerca de “hacia dónde vamos”. No solo se ha producido una anarquía general entre los reformadores, sino que cada cual se ve obligado a confesar que no tiene una idea exacta de lo que se trata de conseguir. Sin embargo, volvemos a encontrarnos con que la ventaja de la nueva tendencia consiste precisamente en que no tratamos de anticipar dogmáticamente el mundo, sino que queremos encontrar el mundo nuevo por medio de la crítica del viejo. Hasta ahora, los filósofos habían dejado la solución de todos los enigmas quieta en los cajones de su mesa, y el estúpido del mundo exotérico ([8]) no tenía más que abrir la boca para que le cayeran en ella los pichones asados de la Ciencia absoluta. La filosofía se ha secularizado, y la prueba más palmaria de ello la tenemos en que la misma conciencia filosófica se ha lanzado, no solo exteriormente, sino también interiormente, al tormento de la lucha. Si no es incumbencia nuestra la construcción del futuro y el dejar las cosas arregladas y dispuestas para todos los tiempos, es tanto más seguro lo que al presente tenemos que llevar a cabo; me refiero a la crítica implacable de todo lo existente; implacable tanto en el sentido de que la crítica no debe asustarse de sus resultados como en el de que no debe rehuir el conflicto con los poderes dominantes.
No soy, por tanto, partidario de que plantemos una bandera dogmática. Al contrario, debemos ayudar a los dogmáticos a ver claro en sus propias tesis. Así, por ejemplo, el comunismo es una abstracción dogmática, y, al decir esto, no me refiero a cualquier comunismo imaginario y posible, sino al comunismo realmente existente, tal como lo profesan Cabet, Dézamy, Weitlng ([9]), etc. Este comunismo no es más que una manifestación particular del principio humanista, contaminada por su antítesis, la propiedad privada. Abolición de la propiedad privada y comunismo no son, por tanto, en modo alguno, términos idénticos, y no es casual, sino que responde a una necesidad, que el comunismo haya visto surgir frente a él otras doctrinas socialistas, como las de Fourier, Proudhon, etc., ya que él mismo es solamente una realización especial y unilateral del principio socialista.
Y el principio socialista en su totalidad no es, a su vez, más que una de las caras que presenta la realidad de la verdadera esencia humana. Tenemos que preocuparnos también, en la misma medida, de la otra cara, de la existencia teórica del hombre y hacer recaer nuestra crítica, por tanto, sobre la religión, la ciencia, etc. Queremos, además, influir en las gentes de nuestro tiempo, y concretamente, en nuestros contemporáneos alemanes. Y cabe preguntarse cómo vamos a hacerlo. Dos hechos son innegables. Por un lado la religión y por otro la política son temas de interés centrales de la Alemania de hoy, hay que tomarlos como punto de partida tal y como son y no oponerles un sistema ya terminado, como, por ejemplo, el de Viaje a Icaria.
La razón siempre ha existido, aunque no siempre bajo su forma razonable. Por tanto, el crítico puede vincularse a cualquier forma de la conciencia teórica y práctica, para desarrollar, partiendo de las propias formas de la realidad existente, la realidad verdadera como lo que Deber-ser y su finalidad última. Por lo que se refiere a la vida real, vemos que precisamente el Estado político, aún cuando no se halle todavía imbuido conscientemente de los postulados socialistas, contiene en todas sus formas modernas los postulados de la razón. Y no se detiene ahí. Presupone por todas partes la razón ya realizada, pero, de igual modo, cae por todas partes en la contradicción entre su determinación ideal y sus premisas reales.
Partiendo de este conflicto del Estado político consigo mismo cabe, pues, desarrollar por todas partes la verdad social. Así como la religión es el resumen de las luchas teóricas de la humanidad, el Estado político lo es de sus luchas prácticas. El Estado político expresa, por tanto, dentro de su forma sub specie rei publicae [en forma política] todas las luchas, necesidades y verdades sociales. No es pues ofensivo ni insultante para la altura de los principios el convertir en tema de la crítica el problema político más específico –digamos, por ejemplo, la diferencia entre el sistema estamental y el sistema representativo–. En efecto, este problema expresa, aunque bajo forma política, la diferencia que existe entre el poder del Hombre y el poder de la propiedad privada. Por tanto, el crítico no sólo puede, sino que debe entrar en estas cuestiones políticas (que, en opinión de los socialistas crasos, son indignas). Al demostrar las ventajas del sistema representativo sobre el estamental, la crítica interesa prácticamente a un gran partido. Y al elevar el sistema representativo de su forma política a la forma general y hacer valer la verdadera significación sobre la cual descansa, obliga al mismo tiempo a ese partido a ir más allá de sí mismo, pues su victoria es a la vez su pérdida.
Nada nos impide, pues, enlazar nuestra crítica a la crítica de la política, a la toma de partido en política, es decir, a las luchas reales, e identificarla con ellas. No compareceremos, pues, ante el mundo en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡he aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! Desarrollaremos ante el mundo, a base de los principios del mundo, nuevos principios. No le diremos: desiste de tus luchas, que son una cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarte la verdadera consigna de la lucha. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilar, aunque no lo quiera.
La reforma de la conciencia solo consiste en hacer que el mundo cobre conciencia de sí mismo, en despertarlo de la ensoñación que de sí mismo tiene, de explicarle sus propias acciones. Y la finalidad por nosotros perseguida no puede ser, lo mismo que la crítica de la religión por Feuerbach, otra que presentar las cuestiones políticas y religiosas bajo una forma humana consciente de sí misma.
Nuestro lema deberá ser, por tanto: la reforma de la conciencia, no por medio de dogmas, sino por el análisis de la conciencia mística, oscura, bajo su forma religiosa o política. Y entonces se verá que el mundo posee en sueños desde hace mucho tiempo aquello de lo que solo le falta tener conciencia para poseerlo realmente. Se verá que no se trata de una ruptura de pensamiento entre el presente y el pasado, sino de la realización del pensamiento del pasado. Se verá, en fin, que la humanidad no emprende una tarea nueva, sino que sólo realiza su tarea antigua en forma consciente. Podemos resumir en una palabra la función de la revista: toma de conciencia por parte del tiempo presente, de sus luchas y de sus anhelos. Es esta una tarea para el mundo y para nosotros, que solo puede ser realizada por fuerzas unidas. Sólo se trata de una confesión. Para hacerse perdonar los pecados, a la humanidad le basta con explicarlos tal y como son. Karl Marx
[1]) Arnold Ruge (1802-1880): joven hegeliano de izquierda, colabora con Marx en los Anales franco-alemanes, después rompe con él. Acabó siendo bismarkiano en 1866.
[2]) La Escuela de Francfort se fundó en 1923. Su primer objetivo era estudiar los fenómenos sociales. Más que instituto de investigación social, se convirtió, después de la guerra, en la expresión de una corriente de pensamiento de intelectuales (Marcuse, Adorno, Horkheimer, Pollok, Grossmann, etc.) que se reivindicaban de un pensamiento “marxiano”.
[3]) Lucio Colleti (1924-2001). Filósofo italiano que estableció una filiación de Marx con Kant (y no con Hegel). Autor de varios escritos, entre ellos el Marxismo y Hegel y una Introducción a los primeros escritos de Marx. Miembro del PC de Italia, se acercó a la socialdemocracia para terminar su carrera política como diputado del gobierno de Berlusconi.
[4]) Moses Hess (1812-1875). Joven hegeliano cofundador y colaborador de la Reinische Zeitung. Fundador del “verdadero socialismo” en los años de 1840.
[5]) En la mayoría de los textos mencionados, los Deutsche-Franzsische Jahrbücher contenían también la carta de Marx al editor de la Allgemeine Zeitung (Augsburg), dos artículos de Engels: “Esbozo de una Crítica de la economía política” y una revista de prensa de Thomas Carlyle “Pasado y Presente”. Marx había escrito en octubre de 1843 a Feuerbach con la esperanza de que él participara en la revista, pero aparentemente Feuerbach no estaba dispuesto a pasar del terreno de la teoría al de la acción política.
[6]) Pierre Joseph Proudhon (1809.1865): economista francés. Marx hace una crítica a sus doctrinas económicas en su Miseria de la filosofía. Charles Fourier (1772-1837): socialista utópico francés que ejerció una considerable influencia en el desarrollo de las ideas socialistas.
[7]) O sea de los no iniciados, en oposición al esoterismo de los filósofos.
[8]) O sea de los no iniciados, en oposición al esoterismo de los filósofos.
[9]) Wilhem Weitling (1808-1971), obrero sastre, líder en sus inicios del movimiento obrero alemán que propugnaba el comunismo igualitario. Théodore Dézamy (1803-1850) fue uno de los primeros teóricos del comunismo. Etienne Baet (1788-1856), comunista utópico francés, autor de Viaje a Icaria.
Aquí publicamos la continuación del artículo aparecido en el número anterior de nuestra Revista internacional. En la primera parte resaltamos que el cambio de periodo histórico en la vida del capitalismo, el paso de su ascendencia a su decadencia, es el escenario sobre el que se desarrollan los sucesos de 1905 en Rusia. En esa primera parte también insistimos en las condiciones favorables para la radicalización de las luchas que existían en Rusia: una clase obrera moderna y concentrada, con un alto nivel de conciencia frente a unos ataques capitalistas agravados por las consecuencias desastrosas de la guerra ruso-japonesa. La clase obrera, para defender sus condiciones de existencia, tiene que enfrentar directamente al Estado, y se organiza en soviet para asumir esta nueva fase histórica de su lucha. La segunda parte de este artículo analiza, más en detalle, cómo se formaron los soviets, su relación con el movimiento global de la clase obrera, así como su relación con los sindicatos. De hecho, los sindicatos ya no eran una forma de organización que necesitaba la clase obrera en ese nuevo periodo de la vida del capitalismo que se abría, y sólo podían jugar un papel positivo al estar empujados por la dinámica del movimiento, tras la estela de los soviets y bajo su autoridad.
Las tendencias manifestadas en Ivanovo-Vosnesensk culminaron en el Soviet de diputados obreros de San Petersburgo.
El Soviet era el resultado del desarrollo de las luchas obreras de San Petersburgo. Contrariamente a Ivanovo-Vosnesensk, no había surgido de una lucha particular sino a iniciativa de los mencheviques que convocaron su primera reunión. Está tan enraizado en las luchas obreras que es una expresión más del movimiento en su conjunto que de una parte de él. De hecho supone un avance. Es un formalismo superficial pensar que sería menos auténticamente proletario, o en cierta forma una creación de la Socialdemocracia. En realidad los revolucionarios fueron arrastrados por la oleada de acontecimientos y por el desarrollo espontáneo de la lucha a un ritmo que no habían previsto.
El Soviet desde su aparición explicita su carácter político: “Se decide llamar inmediatamente al proletariado de la capital a la huelga general política y a elegir delegados”.
El llamamiento de su primera reunión dice: “la clase obrera tiene que recurrir a la última medida de la que dispone el movimiento obrero mundial y que le da su fuerza: la huelga general” (…) “En breve se van a producir en Rusia acontecimientos decisivos que determinarán la suerte de la clase obrera durante años, debemos ir por delante de los hechos con todas nuestras fuerzas disponibles, unificados bajo la égida de nuestro Soviet” ([1]).
La segunda reunión del Soviet planteará reivindicaciones frente a la clase dominante: “Una diputación especial se encargará de formular ante la Duma municipal las siguientes reivindicaciones: 1) adoptar medidas inmediatas para garantizar el aprovisionamiento de las masas obreras; 2) disponer de locales para las reuniones; 3) suspender toda atribución de provisiones, locales, fondos, a la policía, a la gendarmería, etc; 4º) asignar las sumas necesarias para armar al proletariado de Petersburgo que lucha por la libertad” ([2]).
El Soviet, rápidamente, se convierte en el centro de coordinación de las luchas y dirige la huelga de masas, los sindicatos y los comités de huelga específicos se ponen a sus órdenes y adoptan sus decisiones. El Manifiesto constitucional que firma el Zar, y que se publica el 18 de octubre, puede parecer un documento no muy radical, pero en el contexto político de la época expresa la relación de fuerzas entre las clases durante la revolución y tiene un significado histórico. Como señala Trostski: “El 17 de octubre, el gobierno del Zar cubierto por la sangre y las maldiciones de los siglos, había capitulado ante la sublevación de las masas obreras en huelga. Ningún intento de restauración podría borrar de la historia este acontecimiento. Sobre la corona sagrada del absolutismo, la bota del proletariado había aplicado su marca imborrable” ([3]).
Los siguientes dos meses y medio fueron testigos del conflicto entre el proletariado revolucionario, dirigido por el Soviet que aquél había hecho nacer, y la burguesía. El 21 de octubre, el Soviet, ante el decaimiento de la huelga decide ponerle fin y organiza la vuelta al trabajo de todos los obreros a la misma hora, demostrando con ello su fuerza. La manifestación planificada para finales de octubre, a favor de la amnistía de los detenidos por el Estado, se desconvocó ante los preparativos de la clase dominante para provocar incidentes. Con acciones como esa se trataba de tomar la iniciativa ante los inevitables enfrentamientos de clase que se avecinaban: “Esta era, precisamente, en su dirección general, la política del Soviet: miraba bien de frente y marchaba hacia un conflicto. Sin embargo no se sentía autorizado a acelerar su llegada. Mejor sería más tarde” ([4]).
A finales de octubre la ola de pogromos en la que se movilizan las Centurias negras aliadas al lumpen y criminales, deja entre 3500 y 4000 muertos, y 10 000 heridos. En San Petersburgo mismo, la burguesía prepara la confrontación final a través de ataques puntuales y batallas aisladas. La respuesta de la clase obrera es reforzar su milicia, tomar las armas e instaurar patrullas, lo que obliga al gobierno a enviar soldados a la ciudad.
En noviembre se desarrolla una nueva huelga, en parte como respuesta a la ley marcial instaurada en Polonia y la creación de un tribunal militar para juzgar a los soldados y marinos que se habían rebelado en Cronstadt. El Soviet, de nuevo ante la realidad de que el movimiento pierde impulso tras haber obtenido algunas concesiones, decide acabar la huelga y los obreros vuelven al trabajo como un cuerpo disciplinado. El éxito de la huelga era haber movilizado a nuevos sectores de la clase obrera y haber conectado con los soldados y los marinos: “De un solo golpe, removió las masas del ejército y, en el curso de los días que siguieron, ocasionó una serie de mítines en los cuarteles de la guarnición de Petersburgo. En el comité ejecutivo, e incluso en las sesiones del Soviet, se vio aparecer no solo a soldados aislados, sino a delegados de la tropa que pronunciaron discursos y solicitaron ser apoyados; el vínculo revolucionario se afirmó entre ellos, las proclamas revolucionarias se difundieron con profusión en ese medio” ([5]).
Aunque la tentativa de consolidar lo ganado en la jornada de 8 horas no podía mantenerse y lo adquirido se perdió una vez que la campaña fue desconvocada, su impacto sobre la conciencia de la clase obrera permanece: “Al defender el Soviet la moción que debía terminar la lucha, el portavoz del comité ejecutivo resumía de la manera siguiente los resultados de la campaña: Si no hemos conquistado la jornada de 8 horas para las masas, al menos hemos conquistado a las masas para la jornada de 8 horas. En adelante, en el corazón de todo obrero petersburgués resonará el mismo grito de batalla: ¡Las ocho horas y un fusil!” ([6]).
Las huelgas continúan, surgen nuevos movimientos espontáneos, especialmente por parte de los ferroviarios y empleados de telégrafos, pero la contrarrevolución gana fuerza progresivamente. El 26 de noviembre detienen a Georgi Nosar, presidente del Soviet. El Soviet sabe que es inevitable el enfrentamiento y adopta una resolución en la que deja claro que sigue preparado la insurrección armada. Obreros, campesinos y soldados afluyen al Soviet, apoyan su llamamiento a las armas y comienzan los preparativos. Pero el 6 de diciembre sitian el Soviet y detienen a sus miembros. El Soviet de Moscú va más lejos y llama a la huelga general e intenta transformarla en insurrección armada. Pero la reacción ya ha movilizado masivamente sus fuerzas y la tentativa de insurrección se convierte en un combate de retaguardia, en una acción defensiva. A mediados de diciembre se consuma su derrota. La represión que le sigue deja 14 mil muertos en los combates, 20 mil heridos y 70 mil prisioneros o exiliados.
La propia burguesía se interroga sobre lo sucedido en 1905. Como no puede entender el carácter revolucionario de la clase obrera, la confrontación armada y la derrota del proletariado le parecen una locura: “El Soviet de Petrogrado espoleado por el éxito sucumbe a la hibris ([7]), sucumbe a un orgullo desmesurado… En vez de consolidar lo ganado se vuelve cada vez más osado y combativo. Muchos de sus dirigentes hacen el razonamiento siguiente: ¿No sería mejor hacer una autocrítica, obtener más concesiones para la clase obrera, que forzar el paso hacia una revolución socialista?. Prefieren ignorar que el éxito de la huelga general se debía a que había logrado unificar a todos los grupos sociales; no podían entender que el Soviet al concentrar su fuego contra la autocracia atraía la simpatía de las clases medias” ([8]).
La importancia de 1905 para los revolucionarios no está en las adquisiciones intermedias, fueran las que fueran, sino en sus lecciones para el desarrollo de la revolución respecto al papel del proletariado y de la organización de revolucionarios, especialmente sobre los medios que puede usar el proletariado para llevar su lucha a delante: los soviets.
Y estas lecciones se pudieron sacar gracias al “orgullo desmesurado” y a la “osadía” del proletariado, cualidades inestimables para poder acabar con el capitalismo.
Los bolcheviques dudan frente a la constitución de los soviets. En San Petersburgo la organización bolchevique de la ciudad, que participa en su formación, adopta una resolución para que el Soviet acepte el programa socialdemócrata. En Saratov se oponen hasta finales de noviembre a que se constituya un soviet; por el contrario en Moscú, tras algún retraso, participan activamente en el Soviet. Lenin viendo las potencialidades de los soviets criticó –en una carta escrita a principios de noviembre y no publicada en Pravda– a los que, en el partido, se oponían, y defendió la idea de que: “hay que llegar absolutamente a esta solución: tanto el soviet de diputados obreros como el partido”, argumentando: “me parece inútil exigir al soviet de diputados obreros que adopte el programa socialdemócrata o que se adhiera al Partido obrero socialdemócrata de Rusia” ([9]).
Después explica que el soviet ha surgido de la lucha, que es un producto del conjunto del proletariado y que su papel es agrupar al proletariado y a las fuerzas revolucionarias; y que cuando quiere agrupar a campesinos y elementos de la intelectualidad burguesa dentro de los soviets introduce una confusión significativa: “… a mi modo de ver, el soviet de diputados obreros, como centro político dirigente revolucionario, no es una organización demasiado amplia, sino, al contrario, demasiado estrecha. El soviet debe proclamarse gobierno revolucionario provisional, o bien constituirlo, incorporando para ello a nuevos diputados, no solo de los obreros, sino, primero, de los marinos y soldados, que en todas partes se sienten ya atraídos por la libertad; segundo, del campesinado revolucionario, y tercero, de la intelectualidad burguesa revolucionaria. No nos asusta esa composición tan amplia y abigarrada, sino que la deseamos, pues sin la unidad del proletariado y el campesinado, sin el acercamiento militante de los socialdemócratas y demócratas revolucionarios es imposible el éxito total de la gran Revolución rusa”.
La posición de Lenin en el momento de la revolución es justa, aunque luego no siempre fue clara debido a que, en gran medida relacionaba los soviets con la revolución burguesa, y los consideraba como base de un gobierno revolucionario provisional. Sin embargo reconocía uno de los aspectos clave de los soviets: ser una forma surgida de la propia lucha, de la huelga de masas, que agrupa a la clase, un arma de la lucha revolucionaria o insurreccional que avanza y retrocede con ella: “Los soviet de diputados son órganos de la lucha directa de las masas. Surgieron como órganos de la lucha huelguística. Por el peso de las circunstancias se convirtieron muy pronto en órganos de la lucha general revolucionaria contra el gobierno. Y, en virtud del desarrollo de los acontecimientos y del paso de la huelga a la insurrección se convirtieron inconteniblemente en órganos de la insurrección. Es un hecho absolutamente indiscutible que ese es el papel desempeñado en diciembre por toda una serie de “soviets” y “comités”. Y todos los acontecimientos han demostrado de la manera más palmaria y concluyente que la fuerza y la importancia de dichos órganos en el momento de la acción combativa depende totalmente del vigor y del éxito de la insurrección” ([10]).
En 1917 esta comprensión permitió que Lenin reconociera el papel central que desempeñaban los soviets.
Una de las principales lecciones de 1905 es sobre la función de los sindicatos. Ya hemos mencionado este punto fundamental: el nacimiento de los soviets pone en evidencia que la historia ha superado la forma sindical, pero conviene considerar esta cuestión con más detalle.
El Estado ruso prohibió durante años las asociaciones obreras, al contrario de lo que sucedía en los países capitalistas más avanzados donde los sindicatos se habían ganado el derecho a existir y reagrupaban a miles, cuando no a millones, de obreros. La situación particular que se daba en Rusia no impedía que los obreros lucharan, sino que hacía que esos movimientos tendieran a ser espontáneos y, especialmente, que las luchas generaran directamente organizaciones que tomaban la forma de comités de huelga y que desaparecían al terminar la huelga. Lo único legalmente permitido era organizar la recogida de fondos de apoyo a la huelga.
En 1905 Serguei Zubatov funda en Moscú una asociación de ayuda mutua de los trabajadores de la industria mecánica, su ejemplo cunde en otras ciudades en las que se crean organizaciones similares. El objetivo de estos sindicatos (montados y creados por la policía zarista) era separar las reivindicaciones económicas de las políticas, y permitir la satisfacción de las primeras para impedir que surgieran las segundas. Aunque tampoco se satisfacen las primeras, de un lado porque el Estado no quiere hacer la más mínima concesión (que permitiría a los sindicatos ganar un mínimo de credibilidad), y de otro porque la clase obrera y los revolucionarios los utilizan para sus propios fines: “Los zubatovistas de Moscú encontraron audiencia en los talleres ferroviarios de la línea Moscú-Kursk pero, contrariamente a los planes de esos “socialistas de la policía”, los contactos que se establecían en las cantinas y en las librerías zubatovistas también reforzaban la organización de grupos socialdemócratas” ([11]).
La amplia huelga de masas de 1902-1903, extendida por todo el sur del país con la participación de unos 225 mil trabajadores, barrió a los sindicatos zubatovistas.
Para sustituirlos, el Estado permitió la creación de starostes ([12]), o decanos de fábrica, que negocian con la dirección. Ese tipo de delegación había surgido en el pasado ante la falta de otra forma de organización, pero con la nueva ley hecha para evitar la aparición de delegados que representaran realmente los intereses de los obreros, esos individuos solo pueden elegirse con el permiso de sus patronos de los que dependen completamente. No disfrutaban de ninguna inmunidad y podían ser despedidos por sus patronos o ser directamente apartados de sus puestos por los gobernantes de la región dependientes del Estado.
Cuando estalla la revolución los sindicatos aún eran ilegales. Sin embargo se habían formado muchos sindicatos durante la primera oleada de luchas. En San Petersburgo a finales de septiembre había 16 sindicatos, en Moscú 24, así como en otras partes del país. A finales de año pasaron a 57 en San Petersburgo, 67 en Moscú. Los intelectuales y las profesiones liberales también formaban sindicatos (abogados, personal sanitario, ingenieros, técnicos…), 14 de esos sindicatos formaron la Unión de sindicatos.
¿Qué relación había entre sindicatos y soviet? Sencillamente, los soviets dirigían la lucha, y los sindicatos se radicalizaban bajo su dirección: “A medida que se desarrollaba la huelga de octubre, el soviet se convertía naturalmente en el centro que atraía la atención general de los hombres políticos. Su importancia crecía literalmente de hora en hora. El proletariado industrial había sido el primero en cerrar filas en torno a él. La unión de los sindicatos que se había adherido a la huelga a partir del 14 de octubre, tuvo casi inmediatamente que reconocer el protectorado del soviet. Numerosos comités de huelga –los de los ingenieros, abogados funcionarios del gobierno– regulaban sus actos por las decisiones del soviet. Sometiendo a las organizaciones independientes, el soviet unificó en torno suyo a toda la revolución” ([13]).
El ejemplo del sindicato de ferroviarios es instructivo ya que muestra a la vez lo máximo a lo que pueden llegar los sindicatos en ese periodo revolucionario, y sus límites.
Como ya hemos dicho, los ferroviarios antes de 1905 tenían fama de combativos y, los revolucionarios, incluidos los bolcheviques tenían gran influencia en ellos. A finales de enero se producen oleadas de huelgas ferroviarias, primero en Polonia, luego en San Petersburgo, después en Bielorrusia, Ucrania y en las líneas con destino a Moscú. Las autoridades empiezan por hacer alguna concesión e inmediatamente tratan de imponer la ley marcial, pero ninguna de esas dos tácticas hace que los obreros se dobleguen. En abril se funda el Sindicato de empleados y obreros de ferrocarril de todas las Rusias. Al principio ese sindicato parece dominado por los técnicos y oficinistas, mientras los obreros guardan distancia respecto a él; pero eso cambia a lo largo del año. En julio se produce una nueva ola de luchas que arranca de la base y que inmediatamente adopta una forma más política. Como ya hemos recordado, en septiembre la Conferencia sobre las jubilaciones se transforma en “Primer Congreso de delegados de empleados de ferrocarril de todas las Rusias”. Esta marea de combatividad en alza comienza a sobrepasar los límites del sindicato y se desencadenan huelgas espontáneas en septiembre, lo que fuerza a los sindicatos a reaccionar, como señala un delegado al Congreso sobre las jubilaciones: “Los empleados hicieron la huelga espontáneamente, ven inevitable una huelga en el ferrocarril Moscú-Kazan, el sindicato ve necesario apoyar a huelga en las demás vías que conectan Moscú” ([14]).
Esas huelgas se convierten en la chispa que enciende la huelga de masas de octubre: “El 9 de octubre igualmente, en una sesión extraordinaria del Congreso de delegados ferroviarios en Petersburgo, se formula y expide inmediatamente por telégrafo a todas las líneas el lema de la huelga de los ferrocarriles: la jornada de 8 horas, las libertades cívicas, la amnistía, la Asamblea constituyente.
“La huelga extiende ahora una mano dominadora por toda la extensión del país. Se deshace de todas sus vacilaciones. A medida que el número de huelguistas aumenta, su seguridad se hace mayor. Por encima de las necesidades económicas de las profesiones, se elevan las reivindicaciones revolucionarias de la clase. Despegándose de los marcos corporativos y locales, comienza a sentir que la revolución es ella misma, y esto le confiere una audacia inesperada.
“Corre sobre los raíles y, con un gesto autoritario, cierra el camino tras de sí. Advierte de su paso por el hilo telegráfico del ferrocarril: “¡La huelga! ¡Haced la huelga!” exclama en todas las direcciones” ([15]).
Los obreros de base pasan al primer plano, inundan los sindicatos con su pasión revolucionaria: “Entre el 9 y el 18 de octubre no emana ninguna nota del Buró central en la que se dé la más mínima instrucción a los sindicatos locales, y las memorias de sus líderes son especialmente silenciosas en lo que concierne los sucesos de aquellos días. De hecho, la aparición de una organización de obreros de base, promovida por el huelga, tendía a reforzar la influencia tanto de los grupos dirigentes locales como de los partidos revolucionarios a expensas del Buró central que sólo tenia de independiente su nombre, especialmente cuando la huelga implicaba a nuevas categorías de obreros” ([16]).
Incluso la policía zarista reconocía que… “… durante la huelga, los huelguistas formaban comités en cada una de las líneas férreas para asegurar su organización y su dirección” ([17]).
Una de las características de esta huelga fue la aparición de “delegados de tren” cuya misión era extender la huelga y mantener las comunicaciones entre los centros en lucha.
Entre octubre y diciembre se formaron gran cantidad de nuevos sindicatos, como muestra un informe del Gobierno, que se comprometen inmediatamente en la lucha política: “Al principio los sindicatos se forman para regular las relaciones económicas de los empleados pero, enseguida, influenciados por la propaganda contra el Estado, toman un giro más político y empiezan a luchar por derrocar el Estado y el orden social existentes” ([18]).
Esta es muy probablemente una descripción fiel de la actitud de los obreros ferroviarios que, participando en la huelga y en la insurrección armada de diciembre en Moscú estaban en le primer plano de la escena de la revolución.
Los sindicatos de ferroviarios declinan rápidamente tras la revolución. En su Tercer Congreso, diciembre de 1906, su actividad descendió notablemente respecto al año anterior a pesar de que el número de obreros representados se había duplicado. En febrero de 1907 los socialdemócratas se retiran del sindicato y éste se hunde en 1908.
En el siglo xix, la clase obrera en Gran Bretaña se batió para crear sindicatos. Al principio agrupaban solo a los obreros más cualificados, hubo que esperar a las grandes luchas de la segunda mitad de ese siglo para que los obreros no cualificados superaran su dispersión y su debilidad, y formaran sus propios sindicatos. En la Rusia de 1905 son también los obreros más cualificados los que crean primero los sindicatos pero, al contrario de lo ocurrido en Inglaterra, la falta de participación de los no cualificados, de los obreros de base, no expresaba una falta de combatividad y de conciencia de clase sino un nivel más alto de estas. La ausencia de sindicatos no impidió el desarrollo de la conciencia de clase y de la combatividad que continuó progresando en 1905 creando las condiciones favorables para la huelga de masas y la aparición de los soviets. Se dio la forma sindical, pero su contenido tendía a inscribirse en la nueva forma de lucha. En la ebullición revolucionaria los obreros creaban nuevas formas de lucha pero también inyectaban ese nuevo contenido a las viejas formas, arrastrándolas en el torbellino revolucionario. La actividad revolucionaria de la clase obrera clarificó en la práctica la situación mucho antes de que se comprendiese a nivel teórico: en 1917 cuando la clase obrera parte al asalto contra el capital lo hace con los soviets.
La Revolución de 1917 confirmará que el soviet es la única forma de organización que se adapta a las necesidades de la lucha de la clase obrera en “la era de las guerras y de las revoluciones” (términos con los que la Internacional comunista caracteriza el periodo que abre la Primera Guerra mundial en la vida del capitalismo).
La huelga de masas de 1905 y su tentativa de insurrección muestran que los consejos obreros eran capaces de tomar a su cargo todas las funciones esenciales asumidas hasta ese momento por los sindicatos, es decir ser un lugar donde el proletariado se unifica y desarrolla su conciencia de clase, especialmente bajo la influencia de la intervención de los revolucionarios ([19]). Pero, mientras que durante todo el periodo precedente, en que la clase obrera estaba aún constituyéndose, los sindicatos normalmente debían su existencia a la intervención de los revolucionarios que organizaban a su clase; en cambio las masas obreras toman a cargo espontáneamente la creación del soviet, lo que se corresponde con la propia evolución de la clase obrera, a su madurez, a su nivel más alto de conciencia, y a las nuevas condiciones de se lucha. En efecto, mientras que la acción sindical se hacía en estrecha colaboración con los partidos parlamentarios de masas en torno a la lucha sistemática y progresiva por reformas, el consejo obrero corresponde a una necesidad de la lucha al tiempo económica y política, frontal contra el poder del Estado que es ya incapaz de satisfacer las reivindicaciones obreras. Es decir, el sindicato ya no sirve para llevar a delante una lucha capaz de agrupar y unir en la acción a fracciones crecientes y diversas de la clase obrera y ser el crisol de un desarrollo general de la conciencia.
Los sucesos de 1905 muestras por sí mismos que la practica sindical, instrumento por cuya constitución los obreros se batieron durante décadas, estaba perdiendo toda utilidad para la clase obrera. Si las circunstancias de 1905 dieron a los sindicatos la oportunidad de hacer todavía un papel positivo a favor de los obreros, esto sólo fue posible gracias a la propia existencia de los consejos obreros de los que los sindicatos se convirtieron en meros apéndices. En los años siguientes la sanción de la historia fue mucho más cruel para esas herramientas ya inadaptadas para la lucha obrera. En efecto en la primera carnicería mundial, la burguesía de los principales países beligerantes se adueñará de los sindicatos, poniéndolos al servicio del estado burgués, para con ellos atar a la clase obrera al esfuerzo de guerra.
La Revolución de 1905 es rica en lecciones de una importancia capital hoy en día para comprender el periodo histórico, para saber cuáles son las tareas y las formas de la lucha revolucionaria. La lucha de 1905 muestra los elementos esenciales de la lucha del proletariado en el periodo de decadencia del capitalismo. El desarrollo de la crisis del capitalismo platea a la lucha el objetivo de derrocar revolucionariamente al capitalismo, al tiempo que las consecuencias de la crisis, la guerra, la pobreza y una explotación aguda, imponen a toda lucha real darse una forma política. En tal situación nacieron los soviets. No fueron una especificidad rusa, sino que con diferentes ritmos y formas se dieron en los principales países capitalistas. En próximos artículos de esta serie veremos qué lecciones ha sido capaz de sacar el movimiento obrero.
North, 14/06/05
[1]) Trotski, 1905, Resultados y perspectivas, “La formación del Soviet de diputados obreros”.
[2]) Ídem.
[3]) Ídem, Capitulo 10, “El ministerio de Witte”.
[4]) Ídem, Capitulo 11, “Los primeros días de la «libertad»”.
[5]) Ídem, Capitulo 15: “La huelga de noviembre”
[6]) Ídem, Capitulo 16: “¡Las ocho horas y un fusil!”.
[7]) Ndlr: Hibris era en la Grecia antigua la personificación de la insolencia, de la trasgresión de las normas generalmente admitidas, y al castigo que reciben los hombres por ello, de querer parecerse a los dioses o pretender igualarse a ellos.
[8]) Abraham Ascher: La Revolución de 1905, Cap. X: “Días de libertad” (en inglés, traducido por nosotros).
[9]) Lenin: Obras completas,“Nuestras tareas y el Soviet de diputados obreros”.
[10]) Ídem, “La disolución de la Duma y las tareas del proletariado”.
[11]) Henry Reichman, Railwaymen and Revolution, Russia 1905 (Ferroviarios y revolución: 1905”, traducido del inglés por nosotros).
[12]) Ese término, en su origen, se refiere a un veterano nombrado por los campesinos para hacer de policía en el pueblo, mediar en las disputas y tener en cuenta todos los intereses. Todos se sometían siempre a las decisiones del staroste.
[13]) Trotski, 1905, Resultados y perspectivas, Capitulo 8: “La formación del Soviet de diputados obreros”.
[14]) Henry Reichman: Ferroviarios y revolución: 1905, Capitulo 7 (en inglés, traducido por nosotros).
[15]) Trotski, 1905, Resultados y perspectivas, Capitulo 7: “La huelga de octubre”.
[18]) Ídem, Capitulo 8.
[19]) La actitud de los revolucionarios se distingue de la de los reformistas en que frente a cualquier lucha local siempre ponían por delante los intereses comunes a todo el proletariado como clase histórica y mundial revolucionaria y no la perspectiva de un “capitalismo social”.
En el primer artículo de esta serie publicado en el nº 118 de esta Revista, pusimos en evidencia cómo la teoría de la decadencia, en Marx y Engels, está en la médula del materialismo histórico en el análisis de la evolución de los modos de producción. De igual modo la encontramos en el centro de los textos programáticos de las organizaciones de la clase obrera. En el segundo artículo, publicado en el nº 121 de la Revista internacional, hemos visto cómo las organizaciones obreras, tanto en los tiempos de Marx como en la Segunda Internacional, en sus Izquierdas marxistas así como en la Tercera Internacional, la Internacional comunista (IC), hicieron de este análisis el eje central de su comprensión de la evolución del capitalismo para ser capaces determinar las prioridades del momento. Marx y Engels, efectivamente, siempre dijeron claramente que la perspectiva de la revolución comunista dependía de la evolución material, histórica y global del capitalismo. La Internacional comunista, en particular, hará de este análisis el eje central de comprensión del nuevo período abierto con el estallido de la Primera Guerra mundial. Todas las corrientes políticas que la constituirán reconocerán el sello de la entrada del capitalismo en su período de decadencia en el primer conflicto mundial. Seguimos aquí evocando históricamente las principales expresiones políticas particulares de la IC sobre las cuestiones sindical, parlamentaria y nacional, para las cuales la entrada del sistema en su fase de declive tuvo consecuencias muy importantes.
El Primer congreso de la IC se celebró del 2 al 6 de marzo 1919, en plena culminación de la efervescencia revolucionaria internacional que se estaba desarrollando sobre todo en las principales concentraciones obreras de Europa. El joven poder soviético en Rusia apenas existía desde hacía dos años y medio. Un amplio movimiento insurreccional había estallado en septiembre del 18 en Bulgaria. Alemania estaba en plena agitación social, se habían formado consejos obreros en todo el país y una sublevación revolucionaria acababa de ocurrir en Berlín entre noviembre del 18 y febrero del 19. Llegó incluso a formarse una República socialista de consejos obreros en Baviera, que desgraciadamente sólo viviría entre noviembre del 1918 y abril de 1919. Una revolución socialista triunfadora estalló en Hungría inmediatamente después del congreso y resistir seis meses, de marzo a agosto del 19, a los asaltos de las fuerzas contrarrevolucionarias. Importantes movimientos sociales, consecuencia de las atrocidades de la guerra y de las dificultades de la posguerra, agitaban a todos los países europeos.
Al mismo tiempo, a causa de la traición de la socialdemocracia al haber tomado abiertamente partido por la burguesía al estallar la guerra en 1914, las fuerzas revolucionarias estaban en plena reorganización. Empezaban a desprenderse nuevas formaciones mediante un difícil proceso de decantación, con el objetivo de salvar los principios proletarios y las mayores fuerzas posibles de los antiguos partidos obreros. Las Conferencias de Zimmerwald (septiembre de 1915) y de Kienthal (abril del 16), que agruparon a todos los opositores a la guerra imperialista, contribuyeron ampliamente en esa decantación, permitiendo echar los primeros cimientos para la fundación de una nueva Internacional.
En el precedente artículo vimos cómo, tras el estallido de la Primera Guerra mundial, esa nueva Internacional hizo de la entrada del capitalismo en un nuevo período histórico su marco de comprensión de las tareas del momento. Examinaremos ahora cómo aparecerá ese marco, tanto explícita como implícitamente, en la elaboración de sus posiciones programáticas; hemos de poner también en evidencia que la rapidez del movimiento, en las difíciles condiciones de aquellos tiempos, no permitió a los revolucionarios sacar todas las implicaciones políticas de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia en lo referente al contenido y las formas de lucha de la clase obrera.
En el Primer congreso de la Tercera internacional en marzo del 19, las primeras cuestiones a las que han de confrontarse las nuevas organizaciones comunistas atañen a la forma, contenido y perspectivas del movimiento revolucionario que se está desarrollando en toda Europa. La tarea del momento ya no es la de conquistas progresivas en el marco de un sistema capitalista ascendente: es la de la conquista del poder contra un modo de producción que ha sellado su quiebra histórica con el estallido de la Primera Guerra mundial ([1]). La forma de la lucha del proletariado debe entonces evolucionar para corresponderse con ese nuevo contexto histórico y con el nuevo objetivo.
La organización en sindicatos –esencialmente órganos de defensa de los intereses económicos del proletariado, que agrupaban minorías de la clase obrera– era la apropiada para los objetivos del movimiento obrero durante la fase ascendente del capitalismo, paro ya no correspondía a la perspectiva de conquista del poder. Por ello la clase obrera, en las huelgas de masas en Rusia de 1905 ([2]), hizo surgir los soviets (consejos obreros), órganos que agrupan al conjunto de los obreros en lucha, siendo su contenido a la vez político y económico ([3]) y cuyo objetivo fundamental es la preparación de la toma de poder:
« Lo fundamental es encontrar la vía practica que brindará al proletariado el medio para tomar el poder. Esa vía es el sistema de los soviets conjugado con la dictadura del proletariado. ¡Dictadura del proletariado!. Hasta hace poco estas palabras eran para las masas una expresión rebuscada y difícil, pero hoy, por la difusión que ha alcanzado en el mundo entero el sistema de los soviets, esa formulación ha sido traducida a todos los idiomas contemporáneos. Gracias al poder soviético que hoy gobierna en Rusia, gracias a los grupos espartaquistas de Alemania y a otros organismos similares de otros países (…)” (“Discurso de apertura del Primer Congreso de la IC” pronunciado por Lenin, citado en Los cuatro primeros congresos de la IC –primera parte).
Basándose en la experiencia de la Revolución rusa y en la aparición masiva de los consejos obreros en todos los movimientos insurreccionales en Europa, la IC en su Primer congreso era muy consciente de que el marco de las luchas consecuentes de la clase obrera ya no eran las organizaciones sindicales sino estos nuevos órganos unitarios: los soviets:
“En efecto, la victoria no podrá ser considerada como segura mientras no sean organizados no solo los trabajadores de la ciudad sino también los proletarios rurales, y organizados no como antes en los sindicatos y cooperativas sino en los soviets” (“Discurso de Lenin sobre las Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado en el Primer Congreso de la IC”, Idem).
Es por supuesto la principal lección que se despeja de ese Primer congreso constitutivo de la IC, que se da como “tarea más esencial” la “propagación del sistema de los soviets”, según las propias palabras de Lenin:
«Sin embargo, creo que tras casi dos años de revolución no debemos plantear el problema de ese modo sino adoptar resoluciones concretas dado que la propagación del sistema de los soviets es para nosotros, y particularmente para la mayoría de los países de Europa occidental, la más esencial de las tareas (…) Deseo hacer una propuesta concreta tendente a la adopción de una resolución en la cual deben ser señalados particularmente tres puntos: 1. Una de las tareas más importantes para los camaradas de los países de Europa occidental consiste en explicar a las masas el significado, la importancia y la necesidad del sistema de los soviets (…) 3. Debemos decir que la conquista de la mayoría comunista en los soviets es la principal tarea en todos los países donde el poder soviético aún no triunfó” (idem).
El primer congreso de la IC también pone en evidencia que la clase obrera no solo hace surgir nuevos órganos de lucha –los consejos obreros– adaptados a los nuevos objetivos y contenido de su lucha en el período de decadencia del capitalismo, sino que éstos han de enfrentarse a los sindicatos que se han pasado al campo de la burguesía. Lo atestiguan los informes presentados por los delegados de varios países. Albert, delegado por Alemania, dice en su Informe:
«Es importante constatar que esos consejos de fábricas ponen entre la espada y la pared a los viejos sindicatos, incluso tan potentes como los alemanes, que habían prohibido a los obreros hacer huelga, que estaban contra cualquier movimiento declarado por parte de los obreros, y que habían apuñalado por la espalda a la clase obrera. Esos sindicatos están totalmente fuera de juego tras el golpe del 9 de noviembre. Todas la reivindicaciones salariales se han lanzado sin los sindicatos, e incluso contra ellos, porque ellos no han defendido ninguna reivindicación salarial » (citado en el Primer Congreso de la Internacional comunista).
El informe de Platten sobre Suiza va en el mismo sentido:
« El movimiento sindical en Suiza sufre del mismo mal que en Alemania (...) Los obreros suizos comprenden muy bien que solo podrán mejorar su situación material si vulneran los estatutos de sus sindicatos y parten en lucha, no bajo la dirección de la vieja Confederación sino bajo una dirección elegida por ellos. Se organizó un Congreso obrero en el que se formó un consejo obrero... (...) Congreso obrero que se realizó pese a la resistencia de la dirección sindical » (Idem).
Esa realidad del enfrentamiento, a menudo violento, entre movimiento obrero organizado en consejos y sindicatos transformados en último baluarte para salvar al capitalismo, es una experiencia que aparece en los informes de todos los delegados, a uno u otro nivel ([4]).
Este papel contrarrevolucionario de los sindicatos es un descubrimiento para el Partido bolchevique y Zinoviev, en su Informe sobre Rusia, dice:
«El desarrollo histórico de nuestros sindicatos ha sido diferente al de Alemania. En 1904 y 1905 desempeñaron un gran papel revolucionario y, hasta ahora, han luchado a nuestro lado por el socialismo (...) La inmensa mayoría de sus miembros comparten los puntos de vista de nuestro partido y todo lo que votan es a nuestro favor» (Primer Congreso de la IC).
El propio Bujarin, como corredactor de la Plataforma que será votada, declara:
«Camaradas, mi labor consiste en analizar la plataforma que se presenta (...) Si la hubiéramos escrito para los rusos trataríamos del papel de los sindicatos en el proceso de transformación revolucionaria. Pero tras la experiencia de los comunistas alemanes, eso es imposible, ya que los camaradas nos dicen que los sindicatos en Alemania son lo opuesto a los nuestros. En nuestro caso, los sindicatos desempeñan un papel positivo dentro del proceso de trabajo. El poder soviético se apoya, precisamente, en ellos; en Alemania ocurre todo lo contrario » (Primer Congreso de la IC).
Eso no es una sorpresa cuando se sabe que los sindicatos no aparecen realmente en Rusia más que en 1905, en el período de efervescencia revolucionaria en el que son arrastrados por el movimiento, a menudo bajo la dependencia de los soviets. Cuando se hunde el movimiento tras el fracaso de la revolución, los sindicatos también tienen tendencia a desaparecer, pues, contrariamente a lo que ocurría en los países occidentales, el absolutismo del Estado ruso no les permitía integrarse en su seno. En la mayor parte de los países occidentales desarrollados, como Alemania, Gran Bretaña y Francia, los sindicatos tenían tendencia a implicarse cada día más en la gestión de la sociedad a través de su participación en organismos varios y lo que hoy se llama “comisiones paritarias”. La explosión de la guerra confiere a esa tendencia su carácter decisivo, poniendo a los sindicatos en la obligación de escoger explícitamente su campo; y todos lo harán en los países citados traicionando a la clase obrera, incluido el sindicato anarcosindicalista CGT en Francia ([5]). En Rusia, sin embargo, con el desarrollo de la lucha de clases en reacción a las privaciones y al horror de la Primera Guerra mundial, la existencia de los sindicatos se reactiva. En el mejor de los casos, su papel es el de auxiliar de los soviets, como en 1905. Es preciso señalar, sin embargo, que a pesar de las condiciones desfavorables para su integración en el Estado, ciertos sindicatos como el de los ferroviarios ya eran muy reaccionarios en el periodo revolucionario de 1917.
Con el reflujo de la oleada revolucionaria y el aislamiento de Rusia, esas diferencias en la herencia de la experiencia obrera pesarán sobre la capacidad de la Internacional para sacar y hacer homogéneas todas las lecciones de las experiencias del proletariado a escala internacional. La fuerza del movimiento revolucionario, todavía aun muy importante cuando el Primer congreso, así como la convergencia de las experiencias sobre la cuestión sindical a la que se refieren todos los delegados de los países capitalistas más desarrollados, hacen que esta cuestión siga abierta. Así es como el camarada Albert, en nombre de la Mesa y como ponente de la Plataforma de la IC, concluirá sobre la cuestión sindical:
“Ahora abordo una cuestión capital que no se trata en la Plataforma, es decir la del movimiento sindical. Esta cuestión la hemos trabajado ampliamente. Hemos escuchado a delegados de diferentes países hablar del movimiento sindical y debemos constatar que no podemos adoptar hoy una posición internacional sobre esto en la Plataforma porque la situación del proletariado varía considerablemente de un país a otro. (...) Las circunstancias son muy diferentes según los países, de forma que nos parece imposible dar unas líneas directrices internacionales claras a los obreros. Ya que ello no es posible y no podemos zanjar la cuestión, debemos dejar que sean las diversas organizaciones nacionales las que definan su posición» (Primer Congreso de la IC)”.
Así contestará Albert, delegado del Partido comunista de Alemania, a la idea emitida por Reinstein, antiguo miembro del Socialist Labor Party americano y considerado como el delegado de Estados Unidos ([6]), de “revolucionalizar” a los sindicatos:
“Estoy tentado de decir que hay que «revolucionarizar», cambiar a los dirigentes amarillos por dirigentes revolucionarios. Pero, en realidad, no es fácil pues todos las formas de organización de los sindicatos se adaptan al viejo aparato del Estado, y porque el sistema de los Consejos no se puede construir sobre la base de los sindicatos de ramo » (Idem).”
El final de la guerra, una cierta euforia de la “victoria” en los países vencedores y la capacidad de la burguesía, apoyada ahora por la ayuda indefectible de los partidos socialdemócratas y por los sindicatos, para mezclar la represión feroz de los movimientos sociales con concesiones importantes en lo económico y lo político a la clase obrera –tales como el sufragio universal y la jornada de ocho horas– le permitirán estabilizar poco a poco, según qué país, la situación socioeconómica. Esta situación favorecerá el declive progresivo de la intensidad de la oleada revolucionaria que precisamente había surgido contra las atrocidades de la guerra y de sus consecuencias. Ese agotamiento del impulso revolucionario y el frenazo a la degradación de la situación económica pesarán mucho sobre la capacidad del movimiento revolucionario para sacar todas las lecciones de las experiencias de lucha a escala internacional y unificar su comprensión de todas las implicaciones del cambio de período histórico sobre la forma y el contenido de la lucha del proletariado. El aislamiento de la Revolución rusa favorecerá que la IC esté dominada por las posiciones del Partido bolchevique, un partido al que la presión terrible de los acontecimientos obligará a hacer cada vez más concesiones para intentar ganar tiempo y romper el bloqueo que ahogaba a Rusia. Tres hechos significativos de esa involución se materializarán entre el Primer y el Segundo congreso de la IC (julio de 1920). Por un lado, la IC formará en 1920, antes de su Segundo congreso, una Internacional sindical roja que se presentará como contrincante de la Internacional de los sindicatos “amarillos” de Ámsterdam (ligados a los partidos traidores socialdemócratas). Por otro lado, la Comisión ejecutiva de la IS disolverá, en abril de 1920, su Buró para Europa occidental de Ámsterdam, que polarizaba las posiciones radicales de los partidos comunistas en Europa del Oeste, en oposición con ciertas orientaciones defendidas por dicha Comisión, en particular sobre las cuestiones sindical y parlamentaria. Y, para terminar, Lenin escribe, en abril-mayo de 1920, uno de sus peores libros, La enfermedad infantil del comunismo, en el que hace una critica errónea de los que él llamó en aquel entonces “izquierdistas”; estos agrupaban en realidad todas las expresiones de izquierda y expresaban las experiencias de los bastiones más concentrados y avanzados del proletariado europeo ([7]). En lugar de proseguir la discusión, la confrontación y la unificación de las diferentes experiencias internacionales de las luchas del proletariado, ese cambio de perspectiva y de posición abría las puertas a un temeroso repliegue hacia las viejas posiciones socialdemócratas radicales ([8]).
A pesar de los acontecimientos cada día más desfavorables, la IC muestra, en sus «Tesis sobre la cuestión sindical» adoptada en su Segundo congreso, que sigue siendo capaz de clarificaciones teóricas puesto que adquirió la convicción, gracias a la confrontación de las experiencias de lucha en el conjunto de los países y a la convergencia de las lecciones sobre el papel contrarrevolucionario de los sindicatos, y a pesar de la experiencia contraria en Rusia, que los sindicatos se habían pasado a la burguesía durante la Primera Guerra mundial:
“Las mismas razones que, con raras excepciones, habían hecho de la democracia socialista no un arma de la lucha revolucionaria del proletariado por la liquidación del capitalismo, sino una organización que encabezaba el esfuerzo del proletariado según los intereses de la burguesía, hicieron que, durante la guerra, los sindicatos se presentaran con frecuencia como elementos del aparato militar de la burguesía. Ayudaron a ésta a explotar a la clase obrera con la mayor intensidad y a llevar a cabo la guerra del modo más enérgico, en nombre de los intereses del capitalismo” (“El movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas”, Segundo Congreso de la IC, Idem)”.
También los bolcheviques estaban convencidos, a pesar de su experiencia en Rusia, de que los sindicatos desempeñaban ya un papel esencialmente negativo y eran un poderoso freno al desarrollo de la lucha de clases, el estar, como la socialdemocracia, contaminados por el virus del reformismo.
No obstante, debido al cambio de tendencia en la oleada revolucionaria, a la estabilización socioeconómica del capitalismo y al aislamiento de la Revolución rusa, la presión tremenda de los acontecimientos conducirá a la IC, bajo la influencia de los bolcheviques, a quedarse con las antiguas posiciones socialdemócratas radicales en vez de seguir la indispensable profundización política para así comprender los cambios habidos en la dinámica, el contenido y la forma de la lucha de clases en la fase de decadencia del capitalismo. No es extraño entonces que se produjeran unos evidentes retrocesos también en las tesis programáticas que se votaron en el Segundo congreso de la IC, a pesar de la oposición de muchas organizaciones comunistas que representaban las fracciones más avanzadas del proletariado de Europa del Oeste. Y fue así, sin la más mínima argumentación y en total contradicción con la orientación general del Primer congreso y de la realidad concreta de las luchas, cómo defenderán los bolcheviques la idea según la cual:
“… Los sindicatos, que durante la guerra se habían convertido en los órganos del sometimiento de las masas obreras a los intereses de la burguesía, representan ahora los órganos de la destrucción del capitalismo” (Ídem)”.
Esta afirmación, por supuesto, fue inmediata y enérgicamente matizada ([9]), pero abrió la puerta a todos los subterfugios tácticos de “reconquista” de los sindicatos, de “ponerlos entre la espada y la pared” o desarrollar la táctica del frente único, so pretexto de que los comunistas seguían siendo muy minoritarios, que la situación era más desfavorable cada día, que había que “ir a las masas”, etc.
La evolución rápidamente descrita aquí se refiere a la cuestión sindical pero será idéntica, salvo algunos detalles, para las demás posiciones políticas desarrolladas por la IC. Tras haber realizado importantes clarificaciones y avances teóricos, ésta irá retrocediendo a medida que iba retrocediendo la oleada revolucionaria a nivel internacional. No se trata para nosotros de erigirnos en jueces de la historia y poner buenas o malas notas a unos y a otros, lo único que queremos es entender un proceso en el que cada factor cuenta, con sus fuerzas y debilidades. Ante el aislamiento creciente y sometido a la presión del retroceso de los movimientos sociales, cada componente de la IC tendrá tendencia a adoptar una actitud y unas posiciones determinadas por la experiencia específica de la clase obrera de cada país. La influencia predominante de los bolcheviques en la IC dejará progresivamente de ser un factor dinámico en el momento de su formación para acabar siendo un freno para la clarificación, cristalizando las posiciones de la IC a partir únicamente de la experiencia de la Revolución rusa ([10]).
Así como para la cuestión sindical, la posición referente a la política parlamentaria sufrirá una evolución semejante, pasando de una tendencia a la clarificación, expresada incluso en las «Tesis sobre el parlamentarismo» adoptadas por el Segundo congreso de la IC, a una tendencia a la fijación en posiciones de repliegue a partir de esas mismas Tesis ([11]). Pero, todavía más que sobre la cuestión sindical, y eso es lo que más nos interesa en este articulo, la cuestión parlamentaria será claramente analizada como algo propio de la evolución del capitalismo de su fase ascendente a su fase decadente. Se puede leer lo siguiente en las Tesis del Segundo Congreso:
« El comunismo debe tomar como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencia del imperialismo a su propia negación y a su propia destrucción, agudización continua de la guerra civil, etc.) (...) La actitud de la IIIª Internacional con respecto al parlamentarismo no está determinada por una nueva doctrina sino por la modificación del papel del propio parlamentarismo. En la época precedente, el parlamentarismo, instrumento del capitalismo en vías de desarrollo, trabajó, en cierto sentido, por el progreso histórico. En las condiciones actuales, caracterizadas por el desencadenamiento del imperialismo, el parlamento se ha convertido en un instrumento de la mentira, del fraude, de la violencia, de la destrucción, de los actos de bandolerismo. Obras del imperialismo, las reformas parlamentarias, desprovistas del espíritu de continuidad y de estabilidad y concebidas sin un plan de conjunto, perdieron toda importancia práctica para las masas trabajadoras.(…) Para los comunistas, el parlamento no puede ser actualmente, en ningún caso, el teatro de una lucha por reformas y por el mejoramiento de la situación de la clase obrera, como sucedió en ciertos momentos de la época anterior. El centro de gravedad de la vida política actual está definitivamente fuera del marco del parlamento. (…) Es indispensable considerar siempre el carácter relativamente secundario de este problema (del “parlamentarismo revolucionario”). Al estar el centro de gravedad en la lucha extraparlamentaria por el poder político, es evidente que el problema general de la dictadura del proletariado y de la lucha de las masas por esa dictadura no puede compararse con el problema particular de la utilización del parlamentarismo” (“El partido comunista y el parlamentarismo”, Segundo Congreso de la IC, Ídem, subrayado nuestro).
Desgraciadamente, esas Tesis no serán consecuentes con sus propios presupuestos teóricos puesto que, a pesar de la nitidez de esas afirmaciones, la IC no sacará de ellas todas las consecuencias, pues acaba exhortando a todos los Partidos comunistas a que hagan una labor de propaganda “revolucionaria” desde la tribuna del Parlamento y durante las elecciones.
El Manifiesto votado en el Primer congreso de la IC era muy clarividente sobre la cuestión nacional, al enunciar que en el nuevo periodo abierto por la Primera Guerra mundial:
« El Estado nacional, tras haber dado un impulso vigoroso al desarrollo capitalista, se ha vuelto demasiado estrecho para la expansión de las fuerzas productivas” (“Manifiesto de la Internacional comunista a los proletarios de todo el mundo”, Idem).
Y, por consiguiente, deduce:
“Este fenómeno ha hecho más difícil la situación de los pequeños Estados situados en medio de las grandes potencias europeas y mundiales” (Idem)…
En esto, los pequeños Estados también estaban obligados a desarrollar sus propias políticas imperialistas:
“… “Esos pequeños estados surgidos en diferentes épocas como fragmentación de los grandes, como la calderilla destinada a pagar diversos tributos, como tampones estratégicos, poseen sus dinastías, sus castas dirigentes, sus pretensiones imperialistas, sus maquinaciones diplomáticas (…) Al mismo tiempo el número de pequeños estados creció: de la monarquía austrohúngara, del imperio de los zares se desprendieron nuevos estados que apenas nacidos luchaban entre sí por problemas de fronteras” (Idem)...
Habida cuenta de estas debilidades en un contexto demasiado estrecho para la expansión de las fuerzas productivas, de la independencia nacional se dice que es “ilusoria” y no deja más posibilidades a esas pequeñas naciones que la de hacerles el juego a las grandes potencias vendiéndose a la que más paga en el concierto interimperialista mundial:
“Su independencia ilusoria estaba basada, antes de la guerra, del mismo modo como estaba basado el equilibrio europeo, en el antagonismo de los dos grandes campos imperialistas. La guerra ha destruido ese equilibrio. Al dar primeramente una inmensa ventaja a Alemania, la guerra obligó a los pequeños estados a buscar su salvación en la magnanimidad del militarismo alemán. Al ser vencida Alemania, la burguesía de los pequeños estados, de acuerdo con sus “socialistas” patriotas, se giró para saludar al imperialismo triunfante de los aliados, y en los hipócritas artículos del programa de Wilson se dedicó a buscar las garantías del mantenimiento de su independencia (…) Mientras tanto, los imperialistas aliados preparan acuerdos de pequeñas potencias, viejas y nuevas, para encadenarlas entre sí mediante un odio mutuo y un debilitamiento general” (Ídem)”.
Esa clarividencia será desgraciadamente abandonada ya en el Segundo congreso con la adopción de las «Tesis sobre la cuestión nacional y colonial» puesto que todas las naciones, por pequeñas que sean, ya no serán consideradas como coaccionadas a llevar una política imperialista e involucrase en el juego de las grandes potencias. Las naciones del planeta serán subdivididas en dos grupos,
«la neta y precisa división entre naciones oprimidas, dependientes, protectorados, y opresoras y explotadoras » (Idem).
lo cual implica que:
« Todo partido perteneciente a la IIIº Internacional tiene el deber de (...) apoyar, no con palabras sino con hechos, todo movimiento de emancipación en las colonias (...) Los adherentes al partido que rechacen las condiciones y las tesis establecidas por la Internacional comunista deben ser excluidos del partido” (“Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional comunista”, Idem).
Además, contrariamente a lo que se enunciaba con razón en el Manifiesto del Primer congreso, al Estado nacional ya no se le considera como “demasiado estrecho para la expansión de las fuerzas productivas” puesto que:
“… la dominación extranjera traba el libre desarrollo de las fuerzas económicas. Por eso su destrucción es el primer paso de la revolución en las colonias” (ídem).
Aquí de nuevo, podemos constatar hasta qué punto el abandono de todo lo que implica en profundidad, el análisis de la entrada en decadencia del sistema capitalista, acabará llevando poco a poco a la IC hacia la pendiente resbaladiza del oportunismo.
No pretendemos que la IC tuviera una perfecta comprensión de la decadencia del modo de producción capitalista. Como veremos en un próximo articulo, de lo que la IC y sus componentes eran plenamente conscientes, a un grado más o menos elevado, es que había nacido una nueva época, que el capitalismo había pasado a la historia, que la tarea del momento ya no era la conquista de reformas sino la conquista del poder, que la clase dominante, la burguesía, se había vuelto reaccionaria, al menos en los países centrales. Fue precisamente una de las principales debilidades de la IC el no haber sacado todas las lecciones del nuevo periodo abierto por la Primera Guerra mundial sobre la forma y el contenido de la lucha proletaria. Más allá de las fuerzas e insuficiencias de la IC y de sus principales componentes, esta debilidad se debía ante todo a las dificultades generales que tenía que encarar el movimiento obrero en su conjunto:
– la profunda división de las fuerzas revolucionarias tras la traición de la socialdemocracia y la necesidad de recomponerse en las condiciones difíciles de la guerra y de la inmediata posguerra;
– la separación entre países vencedores y países vencidos no eran las condiciones propicias para la generalización del movimiento revolucionario;
– la rápida involución de los movimientos de luchas por la capacidad, de la burguesía, diferente según los países, de estabilizar la situación económica y social inmediatamente después de la guerra.
Esta debilidad iba necesariamente a incrementarse y les incumbirá a las fracciones de izquierda que saldrán de la IC seguir el trabajo que no pudo cumplir ésta.
C. Mcl
[1]) “La IIª Internacional ha hecho un trabajo útil organizando a las masas proletarias durante el « periodo pacífico » del peor esclavismo capitalista durante el último tercio del siglo xix y principios del xx. La tarea de la IIIª Internacional es la de preparar al proletariado para la lucha revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la guerra civil contra la burguesía en todos los países, hacia la toma del poder público y la victoria del socialismo » (Lenin, noviembre 1914, citado por M. Rakosi en su “Introducción a los textos de los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista”).
[2]) Léase, en esta misma Revista internacional y en los nos 120 y 122, nuestra serie sobre la Revolución de 1905 en Rusia y la aparición de los soviets.
[3]) “En la época en que el capitalismo cae en ruinas, la lucha económica del proletariado se transforma en lucha política mucho más rápidamente que en la época de desarrollo pacifico del régimen capitalista. Todo conflicto económico importante puede plantear ante los obreros el problema de la Revolución » (« El movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas », Segundo Congreso de la IC) “La lucha de los obreros por el aumento de los salarios, aún en el caso de tener éxito, no implica el mejoramiento esperado de las condiciones de existencia, pues el aumento de los precios de los productos invalida inevitablemente ese éxito. La enérgica lucha de los obreros por aumentos de salarios en los países cuya situación es evidentemente sin salida, imposibilita los progresos de la producción capitalista debido al carácter impetuoso y apasionado de esta lucha y su tendencia a la generalización. El mejoramiento de la condición de los obreros sólo podrá alcanzarse cuando el propio proletariado se apodere de la producción» (Plataforma de la IC adoptada en el Primer Congreso).
[4]) Así, le Informe de Feinberg por Inglaterra señala que: “Los sindicatos renuncian a las conquistas arrancadas durante largos años de lucha, y la dirección de las trade-unions hace la unión sagrada con la burguesía. Pero la vida, la agravación de la explotación, la elevación del coste de la vida fuerzan a los obreros a volverse contra los capitalistas que utilizan la unión sagrada para sus objetivos de explotación. Se ven obligados a pedir aumentos de salarios y a apoyar esas reivindicaciones mediante huelgas. La dirección de los sindicatos y los antiguos líderes del movimiento habían prometido al gobierno sujetar a los obreros. Pero esos aumentos se producirían aunque de forma “no oficial” (Idem) Igualmente, por lo que respecta a los Estados Unidos, el Informe de Reinstein señala: “Pero, hay que destacar aquí que la clase capitalista norteamericana ha sido bastante pragmática y artera al dotarse de un pararrayos práctico y eficaz gracias al desarrollo de una gran organización sindical antisocialista bajo la dirección de Gompers. (...) Gompers es, más que nada, un Zubatov americano (Zubatov fue quien organizó los “sindicatos amarillos » por cuenta de la policía zarista). Siempre ha sido, y es, un decidido adversario de la concepción y de los objetivos socialistas, pero representa a una gran organización obrera, la Federación norteamericana del trabajo, fundada sobre los sueños de armonía entre el capital y el trabajo, que vela para que la potencia de la clase obrera se paralice y se ponga en orden de combate para mayor gloria del capitalismo americano » (Idem). El delegado por Finlandia, Kuusinen, irá en el mismo sentido en la discusión sobre la Plataforma de la IC : “Hay que hacer una puntualización al párrafo « Democracia y dictadura » sobre la cuestión de los sindicatos revolucionarios y las cooperativas. En Finlandia no existen ni sindicatos revolucionarios ni cooperativas revolucionarias y dudamos que pudieran existir. La forma de esos sindicatos y de tales organizaciones es tal en nuestro caso que estamos convencidos de que el nuevo régimen social tras la revolución será más sólido sin esos sindicatos que con ellos» (Ídem).
[5]) Esa es también la razón por la que la CNT española todavía no se pasara al campo burgués en 1914. Al no haber participado España en la Primera Guerra mundial, la CNT no se vio acorralada entre la espada y la pared, obligada a escoger su campo como ocurrió con los sindicatos de otros países.
[6]) Léanse las paginas del libro Los Cuatro primeros congresos de la IC sobre el tema. Este mismo delegado propondrá una enmienda en ese sentido a la Plataforma de la IC, que rechazará el Congreso.
[7]) Así Lenin llegará a escribir: “De ahí la necesidad, la necesidad absoluta para la vanguardia del proletariado, para su parte consciente, para el Partido comunista, de andarse con rodeos, de llegar a acuerdos, compromisos con los diversos grupos proletarios, los diversos partidos obreros y pequeños empresarios (...)”.
[8]) “El segundo objetivo de actualidad y que consiste en saber llevar a las masas a esta nueva posición (la dictadura del proletariado) capaz de asegurar la victoria de la vanguardia en la revolución, ese objetivo actual no podrá ser alcanzado sin la liquidación del doctrinarismo de izquierda, sin el rechazo decisivo y la eliminación total de sus errores“ (Lenin, en La enfermedad infantil del comunismo).
[9]) Las tesis continúan: «Pero la vieja forma burocrática profesional y las antiguas formas de la organización sindical entorpecen cualquier transformación del carácter de los sindicatos».
[10]) «El Segundo Congreso de la IIIª Internacional considera no adecuadas las concepciones sobre las relaciones del partido con la clase obrera y con las masas respecto a la participación facultativa de los Partidos comunistas en la acción parlamentaria y en la acción en los sindicatos reaccionarios, que han sido ampliamente refutadas en las resoluciones especiales del presente Congreso, tras haber sido defendidas, sobre todo, por el “Partido comunista obrero alemán” (KAPD, nota del redactor), por unos cuantos del “Partido comunista suizo”, por el órgano del buró vienés de la IC para Europa Oriental, Kommunismus, por algún camarada holandés, por ciertas organizaciones comunistas de Inglaterra, por la Federación Obrera Socialista, etc, así como por las IWW de Estados Unidos y por los Shop Stewards Commitees de Inglaterra, etc.” (Los cuatro primeros congresos de la IC).
[11]) Al haberlo hecho detalladamente para la cuestión sindical, no podemos aquí, en el marco de este articulo sobre la decadencia, repetirlo sobre la cuestión parlamentaria. Remitimos el lector a nuestra selección de artículos Movilización electoral, desmovilización de la clase obrera, que recoge dos artículos sobre el tema, publicados respectivamente en Révolution internationale no 2, febrero de 1973, “Las barricadas de la burguesía” y en el nº 10, julio de 1974, “Las elecciones contra la clase obrera.
El decimosexto congreso de la CCI ha coincidido con sus treinta años de vida. Igual que cuando los diez y los veinte años de la CCI, queremos en este artículo, sacar un balance de la experiencia de nuestra organización durante ese período pasado. No es ni mucho menos una expresión de narcisismo: las organizaciones comunistas no existen por y para sí mismas; son instrumentos de la clase obrera y a ésta pertenece la experiencia de aquéllas. Y por eso, este artículo es como una entrega de mandato que la clase obrera ha confiado a nuestra organización durante los treinta años de su existencia. Y como en toda entrega de mandato, hay que evaluar si nuestra organización ha sido capaz de hacer frente a las responsabilidades que le incumbían cuando se formó. Por eso empezamos examinando cuáles eran las responsabilidades de los revolucionarios hace treinta años ante lo que estaba en juego en la situación de entonces y cómo han evolucionado desde entonces al irse modificando la situación.
La situación en la que se formó la CCI, y que determinó las responsabilidades que tuvo que asumir en sus primeros años, era la del fin de la profunda contrarrevolución que se había abatido sobre el proletariado mundial tras el fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23. La extraordinaria huelga de masas de mayo de 1968 en Francia, el “mayo rampante” del otoño del 69 en Italia, las huelgas del Báltico en Polonia en el invierno de 1970-71, y muchos otros movimientos, revelaron que el proletariado había levantado la pesada losa que cargaba sobre él durante cuatro décadas. Esta reanudación histórica del proletariado no solo se expresó en el resurgir de las luchas obreras, y en la capacidad de éstas para deshacerse de la argolla en que estaban encerradas por los partidos de izquierda y sobre todo por los sindicatos durante décadas (así ocurrió en particular cuando las huelgas “salvajes” del “otoño caliente” italiano de 1969). Uno de los signos más patentes de que la clase obrera se había librado por fin de la contrarrevolución fue la aparición de toda una serie de personas y de grupos en búsqueda de las verdaderas posiciones revolucionarias del proletariado, poniendo en entredicho el monopolio que los partidos estalinistas ejercían, junto con sus apéndices izquierdistas (trotskistas o maoístas), sobre la idea misma de revolución comunista. La CCI fue, también ella, el resultado de ese proceso, puesto que se formó mediante el agrupamiento de una serie de grupos surgidos en Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y España y que se acercaron a las posiciones defendidas desde 1964, por el grupo Internacionalismo en Venezuela, grupo impulsado por un antiguo militante de la Izquierda comunista, MC, que estaba en ese país desde 1952.
Durante todo un tiempo, la actividad y las preocupaciones esenciales de la CCI estuvieron determinadas por estas tres responsabilidades fundamentales:
– apropiarse plenamente de las posiciones, análisis y enseñanzas de las organizaciones comunistas del pasado, pues la contrarrevolución las había llevado a la esclerosis o a su desaparición;
– intervenir en la oleada internacional de luchas obreras iniciada en mayo de 1968 en Francia;
– proseguir el agrupamiento de las nuevas fuerzas comunistas, del que la formación de la CCI había sido una primera etapa.
Con el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas de Europa en 1989 se instauró una nueva situación para la clase obrera la cual recibió en plena cara el latigazo de todas las campañas sobre el “triunfo de la democracia”, “la muerte del comunismo”, la “desaparición de la lucha de clases”, incluso de la propia clase obrera. Esa situación provocó un profundo retroceso en la clase obrera tanto en su combatividad como en su conciencia.
Y así, los treinta años de vida de la CCI se dividen en dos períodos de una duración equivalente, cada uno de ellos de unos quince años y de perfiles muy diferentes. En el primer período había que acompañar los pasos progresivos de la clase obrera en el desarrollo de sus combates y de su conciencia, interviniendo activamente en sus luchas. En cambio, una de las preocupaciones centrales de nuestra organización durante el segundo período ha sido la de resistir a contracorriente ante el profundo desconcierto de la clase obrera mundial. Fue una prueba para la CCI como para todas las organizaciones comunistas, pues no son impermeables al ambiente general en el que se mueve el conjunto de su clase: la desmoralización y la falta de confianza en sí misma que afectaban a ésta tenían una repercusión inevitable en las propias filas de nuestra organización. Y ese peligro era tanto más importante porque la generación que fundó la CCI había llegado a la política a partir de 1968 y principios de los años 70 por los surcos de unas luchas obreras de gran amplitud que podían hacer pensar que la revolución comunista estaba ya llamando a las puertas de la historia.
Hacer pues el balance de estos treinta años de vida de la CCI es examinar cómo fue nuestra organización capaz de hacer frente a esos dos períodos de la vida de la sociedad y del combate de la clase obrera. Se trata de ver cómo, ante las pruebas que tuvo que arrostrar, superó las debilidades inherentes a las circunstancias históricas presentes en su constitución y, de ese modo, comprender los factores de fuerza que le permiten sacar un balance positivo de estos treinta años de existencia.
En efecto, antes de ir más lejos, debemos hacer constar que el balance que la CCI puede sacar de sus treinta años de vida es positivo con creces. Cierto es que el tamaño de nuestra organización y, sobre todo, su impacto es muy modestos. Así lo escribíamos en el artículo publicado con ocasión de los 20 años de la CCI :
“Cuando comparamos a la CCI con las organizaciones que han marcado la historia del movimiento obrero, especialmente las Internacionales, puede embargarnos una cierta sensación de vértigo: mientras que millones o decenas de millones de obreros pertenecían, o estaban influenciados por estas organizaciones, la CCI es conocida en el mundo por una ínfima minoría de la clase obrera”[1]
Esta situación sigue siendo básicamente la misma hoy y se explica, como lo hemos puesto de relieve en nuestros artículos, por las circunstancias inéditas en medio de las cuales la clase obrera ha reanudado su camino hacia la revolución:
– ritmo lento del hundimiento económico del capitalismo, cuyas primeras manifestaciones a finales de los años 60 sirvieron de detonador para el resurgir histórico del proletariado;
– amplitud y profundidad de la contrarrevolución que se cernió sobre la clase obrera a partir de finales de los años 1920 y que separó a las nuevas generaciones de proletarios y de revolucionarios de la experiencia de las generaciones que habían realizado los grandes combates de principios de siglo xx y, en particular, de la oleada revolucionaria de 1917-23;
– enorme desconfianza de los obreros hacia toda organización política proletaria, al rechazar la dominación de los sindicatos y de los partidos pretendidamente “obreros”, “socialistas” o “comunistas”;
– incremento del peso de la falta de confianza en sí y de la desmoralización consecuente al desmoronamiento de los pretendidos “regímenes comunistas”.
Dicho lo cual, hay que poner de relieve el camino recorrido: mientras que en 1968 nuestra tendencia política sólo contaba con un pequeño núcleo en Venezuela y se formaba en Francia, en una sola ciudad del Sur, un pequeño grupo capaz únicamente de publicar dos o tres veces por año una revista a multicopista, nuestra organización es hoy una referencia para quienes se acercan a las posiciones revolucionarias:
– con publicaciones territoriales en 12 países, redactadas en 7 lenguas (inglés, español, alemán, francés, italiano, holandés y sueco);
– más de cien folletos y otros documentos publicados en esas lenguas y, además, en ruso, portugués, bengalí, hindi, farsi y coreano;
– más de 420 números de nuestra publicación teórica, la Revista internacional, publicada regularmente cada tres meses en inglés, español y francés y, con menor regularidad, en alemán, italiano, holandés y sueco.
Desde su formación, CCI ha realizado, en término medio, una publicación cada 5 días y ese ritmo es actualmente de una publicación cada 4 días. Hay que añadir el sitio Internet, con páginas en 13 lenguas. Esas páginas recogen los artículos de la prensa territorial, de la Revista internacional, los folletos y los volantes o panfletos impresos en papel, pero se publican en internationalism.org textos específicos, ICConline, lo cual nos permite dar a conocer lo antes posible nuestros posicionamientos ante acontecimientos sobresalientes de la actualidad.
Junto a esa actividad de publicación, hay que señalar también la cantidad de reuniones públicas o permanencias realizadas en 15 países por nuestra organización desde que ésta se creó, que permiten a nuestros simpatizantes venir a discutir sobre nuestras posiciones y análisis. Sin olvidar nuestras propias intervenciones orales, las ventas de prensa y reparto de volantes, en las reuniones públicas claro está, los foros o reuniones de otras organizaciones, en las manifestaciones, a las puertas de las empresas, en mercados, estaciones y, evidentemente, en las luchas de nuestra clase.
Digámoslo una vez más, todo eso es muy poco comparado, por ejemplo, con lo que podía ser la actividad de las secciones de Internacional comunista a principios de los años 20, en una época en que las posiciones revolucionarias se expresaban en periódicos diarios. Pero, como ya dijimos, solo puede compararse lo comparable y la verdadera medida del “éxito” de la CCI puede ser la diferencia que la separa de las demás organizaciones de la Izquierda comunista, unas organizaciones ya constituidas en 1968 cuando nuestra propia corriente estaba todavía en pañales.
Había en aquellos años unas cuantas organizaciones que se reivindicaban de la Izquierda comunista. Por un lado, estaban los grupos que se reivindicaban de la tradición de la Izquierda holandesa, o sea el “consejismo”, representado sobre todo por Spartacusbond y Daad en Gedachte, en Francia por el Groupe de liaison pour l’action des travailleurs (GLAT) e Informations et correspondances ouvrières (ICO), en Gran Bretaña por Solidarity, que se reivindicaba más especialmente del francés Socialisme ou barbarie, grupo desparecido en 1964 y surgido de una escisión habida en la IVª Internacional trotskista al término de la Segunda Guerra mundial.
Fuera de la corriente consejista, había también en Francia otro grupo salido de Socialisme ou Barbarie, Pouvoir ouvrier y, también, un pequeño núcleo en torno a Grandizo Munis (antiguo dirigente de la sección española de la IVª Internacional), Fomento obrero revolucionario, en francés Ferment ouvrier revolutionnaire (FOR, que publicaba Alarma/Alarme).
La otra corriente de la Izquierda comunista presente en 1968 era la que se vinculaba a la Izquierda italiana con dos ramas debidas a la escisión de 1952 en el Partito comunista Internazionalista de Italia fundado en 1945 al final de la guerra. Estaba, por un lado, el Partido comunista internacional “bordiguista” con su publicación Programma comunista en Italia y le Prolétaire y Programme comunista en Francia y, por otro, la corriente mayoritaria en el momento de la escisión, que publicaba Battaglia comunista y Prometeo.
Durante cierto tiempo, algunos de esos grupos se granjearon un éxito incontestable en lo que a “audiencia” se refiere. Así fue con grupos “consejistas” como ICO, hacia el que convergieron toda una serie de gente incitada a la política por Mayo del 68, grupo que fue capaz, en 1969 y 1970, de organizar varios encuentros a nivel regional, nacional e incluso internacional (Bruselas 1969) con la asistencia de importantes cantidades de elementos y grupos (el nuestro entre ellos). Pero ICO desapareció a principios de los años 70. Este medio volvió a aparecer a partir de 1975 con un boletín trimestral (Échanges) en el que participaban gentes de varios países pero solo en lengua francesa. En cuanto a los demás grupos de la corriente “consejista”, o dejaron de existir, como el GLAT en los años 70, Solidarity en 1988 o Spartacusbond, el cual no sobrevivió a la muerte de su principal animador, Stan Poppe en 1991, o dejaron de publicarse como Daad en Gedachte a finales de los 90.
También desaparecieron otros grupos mencionados arriba, Pouvoir ouvrier en los años 70 y FOR en los 90.
En cuanto a los grupos que se vinculan a la Izquierda Italiana, tampoco puede afirmarse que su destino haya sido de lo más brillante.
La esfera “bordiguista” conoció, tras la muerte de Bordiga en 1970, varias escisiones, entre las cuales la que desembocó en la formación de un nuevo “Partido comunista internacional” que publica il Partito comunista. Pero sería la tendencia mayoritaria que publica il Programma comunista, la que conoció a finales de los años 70 un desarrollo importante en varios países, lo que hizo de ella, durante algún tiempo, la principal organización internacional que se reivindicaba de la Izquierda comunista. Esta progresión, sin embargo, se debió en gran parte a una deriva izquierdista y tercermundista de la organización. Al cabo, una verdadera explosión golpeó al Partido comunista internacional 1982. La organización internacional se desmoronó cual castillo de naipes, tirando cado uno por su lado en plena desbandada. La sección francesa desapareció durante algunos años, mientras que en Italia, con grandes dificultades, algunos elementos fieles al bordiguismo “ortodoxo” volvieron a empezar al cabo de algún tiempo a manifestarse con dos publicaciones, Il Programma comunista e il Comunista. Hoy, la corriente bordiguista, aunque conserva cierta capacidad editorial en Italia con tres periódicos más o menos mensuales, está poco presente en el plano internacional. A la tendencia que publica il Comunista sólo en Francia le queda un representante con el trimestral le Prolétaire. La que publica Programma comunista en italiano publica Internationalist Papers en inglés cada uno o dos años y Cahiers internationalistes en francés con menor frecuencia todavía. La tendencia que publica en italiano Il Partito comunista (un “mensual” que aparece 7 veces al año) y Comunismo (cada 6 meses) saca también una o dos veces por año la Izquierda comunista y Communist Left, en español e inglés.
En cuanto a la corriente mayoritaria salida de la escisión de 1952 y que, además de las publicaciones, ha conservado el nombre de Partito comunista internazionalista (PCInt), ya hemos relatado en nuestro artículo “Una política oportunista de agrupamiento que no lleva más que a “abortos”[2]” las desventuras en sus intentos por ampliar su audiencia internacional. En 1984, el PCInt se agrupó con la Communist Workers’ Organización (que publica Revolutionnary Perspective) para formar el Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR). Casi 15 años más tarde, esta organización logró por fin extenderse más allá de sus dos componentes iniciales, integrando, a finales de los años 90 y principios de los años 2000, a varios pequeños núcleos, entre los cuales, el más activo es el que publica Notes internationalistes – Internationalist Notes en Canadá con una frecuencia trimestral, mientras que Bilan et perspectives, en Francia, aparece menos de una vez por año y el Círculo de América Latina (un grupo “simpatizante” del BIPR) no tiene publicación regular, limitándose esencialmente a publicar tomas de posición y traducciones en español en la página Internet del BIPR. Aunque se formó hace más de 20 años (y que además el Partito comunista internazionalista existe desde hace más de 60), el BIPR que, de todos los grupos vinculados al PCInt de 1945, es el de mayor extensión internacional[3], es hoy una organización mucho menos desarrollada que lo estaba la CCI cuando se formó.
Más en general, la CCI sola realiza cada año más publicaciones regulares (una publicación cada 5 días) que todas las demás organizaciones juntas. Ninguna de esas organizaciones dispone hoy por hoy de una publicación regular en lengua alemana, lo cual, evidentemente, es una debilidad, debido a la importancia del proletariado de Alemania en la historia del movimiento obrero internacional y en el porvenir de éste.
No se trata de ponerse en plan de competencia comercial si hemos hecho aquí esta comparación entre la extensión de nuestra organización y la de los demás grupos que se reivindican de la Izquierda comunista. Contrariamente a los que pretenden algunos de esos grupos, la CCI nunca ha intentado desarrollarse a costa de ellos, todo lo contrario. Cuando discutimos con contactos, siempre les animamos a que conozcan a esos otros grupos y sus publicaciones[4]. Y siempre hemos invitado a las demás organizaciones de la Izquierda comunista a que intervengan en nuestras reuniones públicas y presenten en ellas su prensa (proponiéndoles incluso alojar a sus militantes en las ciudades o países en donde no están presentes)[5]; también, en caso de acuerdo, hemos depositado en librerías publicaciones de esos grupos. Nuestra política no ha sido nunca la de ir “de pesca” para enganchar a militantes de otras organizaciones que tuvieran divergencias con las posiciones o la política de ellas. Siempre les animamos a quedarse en ellas para llevar a cabo en su seno un debate de clarificación[6].
Porque, contrariamente a los demás grupos citados aquí, los cuales se consideran todos como el único en poder impulsar la formación del futuro partido de la revolución comunista, nosotros pensamos que existe un campo de la Izquierda comunista que defiende posiciones en el seno de la clase obrera y que ésta sacará tantos más beneficios cuanto más se desarrolle ese campo en su conjunto. Claro que criticamos las posiciones y análisis que nos parecen erróneos en esas organizaciones cuando nos parece útil. Pero nuestras polémicas forman parte del debate necesario en el proletariado, pues, como Marx y Engels, nosotros pensamos que, además de su experiencia, solo la discusión y la confrontación de las posiciones le permitirá avanzar en su toma de conciencia[7].
El objetivo esencial de esa comparación del balance de la CCI con el de las demás organizaciones de la Izquierda comunista es, en realidad, poner de relieve lo débil que es todavía el impacto de las posiciones revolucionarias en el seno de la clase, debido a las condiciones históricas y a los obstáculos que la clase encuentra en el camino de su toma de conciencia. Nos permite comprender que el débil impacto que tiene todavía hoy la CCI no debe ser considerado como un fracaso de su política o de sus orientaciones. Muy al contrario: teniendo en cuenta las circunstancias históricas actuales, lo que hemos logrado realizar desde hace treinta años debe considerarse como muy positivo y subraya la validez de las orientaciones que nos hemos dado a lo largo de este período. Por consiguiente debemos examinar más precisamente cómo nos han permitido esas orientaciones enfrentar positivamente las diferentes situaciones que se han ido sucediendo desde la fundación de la organización. Y en primer lugar, debemos recordar (pues ya lo dijimos en los artículos publicados con ocasión del Xº y el XXº aniversario de la CCI) cuáles han sido los principios fundamentales en los que nos hemos basado[8].
Lo primero que hay que decir con fuerza es que esos principios no son, ni mucho menos, un invento de la CCI. Ha sido la experiencia del conjunto del movimiento obrero lo que ha ido elaborando progresivamente esos principios. Por eso no es en absoluto por formalismo si en las “posiciones de base” que aparecen en la contraportada de todas nuestras publicaciones está escrito:
“Las posiciones de las organizaciones revolucionarias y su actividad son el fruto de las experiencias pasadas de la clase obrera y de las lecciones que dichas organizaciones han ido acumulando de esas experiencias a lo largo de la historia.
“La CCI se reivindica de los aportes sucesivos de la Liga de los comunistas de Marx y Engels (1847-52), de las tres Internacionales (la Asociación internacional de los trabajadores, 1864-72, la Internacional socialista, 1884-1914, la Internacional comunista, 1919-28), de las Fracciones de izquierda que se fueron separando en los años 1920-30 de la Tercera internacional (la Internacional comunista) en su proceso de degeneración, y más particularmente de las Izquierdas alemana, holandesa e italiana”.
Nos reivindicamos de los aportes sucesivos de las diferentes fracciones de izquierda de la IC, pero, en lo referente a la construcción de la organización nos vinculamos con las concepciones de la Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia, especialmente con las expuestas en la revista Bilan en los años 30. Fue la gran clarividencia alcanzada por esta organización lo que fue decisivo en su capacidad no sólo para sobrevivir, sino también para impulsar el pensamiento comunista de manera sobresaliente.
En el marco de este artículo, no podemos desarrollar las posiciones de la Fracción italiana (FI) en toda su riqueza. Nos limitaremos a lo esencial.
Lo primero que nos vincula a la FI es la cuestión del curso histórico: ante la crisis mortal de la economía capitalista cada una de las clases fundamentales de la sociedad, burguesía y proletariado, da su propia respuesta: la guerra imperialista aquélla y la revolución el proletariado. La salida que se impondrá finalmente depende de la relación de fuerzas entre las clases. Si la burguesía pudo desencadenar la Primera Guerra mundial fue porque el proletariado había sido derrotado previamente por su enemigo, sobre todo gracias a la victoria del oportunismo en el seno de los principales partidos de la Segunda Internacional. La guerra imperialista misma, sin embargo, al barrer con toda su bestialidad todas las ilusiones sobre la capacidad del capitalismo para proporcionar la paz y la prosperidad a la sociedad y mejorar las condiciones de vida de la clase obrera, provocó el despertar de ésta. El proletariado se alzó contra la guerra a partir de 1917 en Rusia y en 1918 en Alemania para después lanzarse a los combates por el derrocamiento del capitalismo. El fracaso de la revolución en Alemania, o sea en el país más decisivo, abrió la puerta a la victoria de une contrarrevolución que extendió su dominación al mundo entero, especialmente a Europa, con la victoria del estalinismo en Rusia, del fascismo en Alemania y de la ideología “antifascista” en los países “democráticos”. Uno de los méritos de la Fracción, durante los años 30, fue haber comprendido que, a causa de la derrota profunda de la clase obrera, la crisis aguda del capitalismo que había empezado en 1929, no podía sino desembocar en una nueva guerra mundial. Con esta base de análisis del período, o sea que el curso histórico no era hacia la revolución sino hacia la guerra mundial, la Fracción pudo comprender la naturaleza de los acontecimientos en España 36 y no caer así en el error fatal de los trotskistas que veían en ellos los inicios de la revolución proletaria cuando en realidad eran la preparación de la segunda carnicería imperialista.
La capacidad de la Fracción para identificar la verdadera situación de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado se completaba con la claridad con la que concebía el papel de las organizaciones comunistas en cada uno de los períodos de la historia. Basándose en la experiencia de las diferentes Fracciones de izquierda habidas en la historia del movimiento obrero, en particular la Fracción bolchevique dentro del Partido obrero socialdemócrata de Rusia (POSDR), y también la actividad de Marx y Engels desde 1847, la Fracción, con su publicación Bilan, estableció la diferencia entre la forma Partido y la forma Fracción de la organización comunista. El partido es el órgano que se da la clase en períodos de lucha intensa cuando las posiciones defendidas por los revolucionarios tienen un impacto real en el discurrir de la lucha. Cuando la relación de fuerzas se hace desfavorable al proletariado, el partido o desparece como tal o tiende a degenerar en un derrotero oportunista que lo arrastra a la traición al servicio de la clase enemiga. La defensa de las posiciones revolucionarias le incumbe entonces a un organismo de dimensiones e impacto más restringidos, la Fracción. El papel de ésta es luchar para enderezar el partido y que sea capaz de desempeñar su papel cuando la clase vuelva a la lucha o, en caso de que esa tarea resulte imposible, servir de puente programático y organizativo hacia el futuro partido, el cual solo se podrá formar a condición:
– de que la Fracción haya sacado todas las lecciones de la experiencia pasada, en particular de las derrotas;
– que la relación de fuerzas entre las clases vuelva a ser otra vez favorable al proletariado.
Otra de las enseñanzas transmitidas por la Izquierda Italiana y que se deduce de lo dicho antes, es el rechazo del inmediatismo, o sea de la actitud que pierde de vista el largo plazo que es lo propio de la lucha del proletariado y de la intervención de las organizaciones revolucionarias en esa lucha. Lenin decía que la paciencia debía ser una de las cualidades principales de los bolcheviques. Reanudaba así el combate de Marx y de Engels contra la plaga del inmediatismo[9], la cual, a causa de la penetración permanente en la clase obrera de la ideología de la pequeña burguesía, o sea una capa social sin el menor porvenir, una amenaza constante para el movimiento de la clase obrera.
Una consecuencia de esa lucha contra el inmediatismo en la que se ilustró la Fracción fue el rigor en la labor de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias. Contrariamente a la corriente trotskista, que privilegiaba los agrupamientos apresurados basados entre otras cosas en acuerdos entre “personalidades”, la Fracción anteponía la necesidad de una discusión profunda de los principios programáticos antes de unirse con otras corrientes.
Pero ese rigor en los principios no excluía ni mucho menos la voluntad de discusión con otros grupos. Cuando se es firme en las convicciones no se teme la confrontación con otras corrientes. Y, al contrario, el sectarismo, al considerarse “único en el mundo” y rechazar todo contacto con otros grupos proletarios, es, en general, la marca de una falta de convicción en la validez de sus propias posiciones. Fue precisamente porque se basaba con firmeza en lo adquirido por el movimiento obrero por lo que la Fracción dio pruebas de audacia al pasar por el tamiz de la crítica las experiencias pasadas hasta llegar si hacía falta a poner en entredicho algunas posiciones consideradas como una especie de dogma por otras corrientes[10]. Y así, mientras que la corriente de la Izquierda germano-holandesa, ante la degeneración de la revolución en Rusia y el papel contrarrevolucionario desde entonces desempeñado por el partido bolchevique, tiraba todo a la basura cuando concluía que la naturaleza de la revolución de Octubre y de ese partido era burguesa, la Fracción, en cambio, siempre dejó muy clara la naturaleza proletaria de aquélla y de éste. De este modo también combatía la postura del “consejismo” hacia la que había resbalado la Izquierda holandesa, afirmando el papel indispensable del partido para la victoria de la revolución comunista. Y contra el trotskismo, que se reivindicaba íntegramente de los cuatro primeros congresos de Internacional comunista, la Fracción, siguiendo al Partido comunista de Italia de principios de los años 20, rechazó las posiciones erróneas de esos congresos, especialmente la política de “frente único”. Pero fue todavía más lejos, poniendo en entredicho la posición de Lenin y del Segundo Congreso sobre el apoyo a las luchas de liberación nacional uniéndose en eso a la postura defendida por Rosa Luxemburg.
Sobre el conjunto de esas enseñanzas, recogidas y sistematizadas por la Izquierda comunista de Francia (1945-52), se basó la CCI cuando se formó. Y es eso lo que le ha permitido enfrentarse victoriosamente a las pruebas que iba a encarar, a causa, en particular, de las debilidades que pesaban sobre el proletariado y sus minorías revolucionarias en el momento de la reanudación histórica de 1968.
Lo primero que había que comprender ante ese resurgir de la clase era la cuestión del curso histórico. Esta cuestión no la entienden bien los demás grupos que se reivindican de la Izquierda Italiana. Al haber formado el Partido en 1945, cuando la clase estaba sumida en la contrarrevolución y sin que después hicieran la crítica de esa constitución prematura, esos grupos (que seguían llamándose “partido”) han sido incapaces de diferenciar la contrarrevolución y la salida de la contrarrevolución. En el movimiento de mayo de 1968, como en el otoño caliente italiano de 1969, no veían nada de fundamental para la clase obrera, atribuyendo esos acontecimientos a la agitación estudiantil. Al contrario, conscientes del cambio en la relación de fuerzas entre las clases, nuestros camaradas de Internacionalismo (especialmente MC, antiguo militante de la Fracción y de la ICF) comprendieron la necesidad de entablar una labor de discusión y agrupamiento con los grupos que el cambio del curso histórico estaba haciendo surgir. En varias ocasiones, esos compañeros pidieron al PCInt que hiciera un llamamiento para iniciar discusiones y convocara una conferencia Internacional en la medida en que esta organización tenía una importancia sin comparación posible con la de nuestro pequeño núcleo de Venezuela. Cada vez, el PCInt rechazaba la propuesta argumentando que no había nada nuevo bajo el sol. Finalmente pudo organizarse un primer ciclo de conferencias a partir de 1973 tras el llamamiento lanzado por Internationalism, el grupo de Estados Undios que se había acercado a las posiciones de Internacionalismo y de Revolución Internacional, fundada ésta en Francia en 1968. Fue en gran parte gracias a estas conferencias, que permitieron una seria decantación entre toda una serie de grupos y gentes llegados a la política tras mayo de 68, si se pudo constituir la Corriente comunista internacional en enero de 1975. Es evidente que la actitud de búsqueda sistemática de la discusión con elementos, quizás confusos pero con voluntad revolucionaria, como había sido la actitud de la Fracción, fue un factor determinante en la realización de esa primera etapa.
Pero junto a todo el entusiasmo que expresaban los jóvenes que formaron la CCI o que se unieron a ellos en los primeros años, había una serie de debilidades muy importantes:
– el impacto del movimiento estudiantil, impregnado de ideas pequeño burguesas, el individualismo y el inmediatismo entre otras cosas, (“¡la revolución ya!” era uno de los lemas estudiantiles de 1968);
– la desconfianza hacia toda forma de organización de los revolucionarios que intervenga en la clase a causa del papel contrarrevolucionario desempeñado por los partidos estalinistas; en resumen: el peso del consejismo.
Esas debilidades no solo afectaban a quienes se agruparon en la CCI. Eran, en realidad, mucho más importantes entre los grupos y elementos que se quedaron fuera de nuestra organización que en gran parte se había formado en el combate contra ellos. Esas debilidades explican el éxito efímero que conoció la corriente consejista después de 1968. Y solo efímero podía ser, pues cuando se teoriza su propia inutilidad para el combate de clase, difícilmente se podrá sobrevivir. Permiten también explicar el éxito y después la desbandada de Programma comunista: después de no haber entendido nada del significado y la importancia de lo ocurrido en 1968, esa corriente atrapada por un repentino vértigo ante el desarrollo internacional de las luchas obreras, abandona la prudencia y el rigor organizativo que la habían caracterizado durante largos años. Su sectarismo congénito y su “monolitismo” reivindicado se habían trastocado en “apertura” a todos los vientos (salvo, eso sí, a nuestra organización a la que seguía considerando como “pequeño burguesa”), abriéndose especialmente hacia toda una serie de elementos apenas salidos del izquierdismo, y de manera incompleta, y en especial del tercermundismo. El cataclismo que vivió Programma comunista en 1982 fue la consecuencia lógica del olvido de las enseñanzas principales de la Izquierda italiana de la que, sin embargo, no ha cesado de reivindicarse.
En la CCI, a pesar de la voluntad de no integrar precipitadamente a nuevos militantes, esas debilidades no tardaron en aparecer. Y fue así como en 1981 nuestra organización vivió una crisis muy importante que, por ejemplo, se llevó por delante a la mitad de su sección en Gran Bretaña. El carburante principal de aquella crisis fue el inmediatismo que llevó a toda una serie de militantes, especialmente en los países que en aquel entonces acababan de vivir las luchas obreras más masivas de su historia (con 29 millones de jornadas de huelga, la Gran Bretaña de 1979 se coloca en segunda posición detrás de la Francia de 1968 en lo que a estadísticas de la combatividad obrera se refiere), a sobrestimar las potencialidades de la lucha de clases y considerar como proletarios a órganos del sindicalismo de base que la burguesía hizo surgir frente al desbordamiento de las estructuras sindicales oficiales. Al mismo tiempo, el individualismo que seguía pesando fuertemente llevó a un rechazo del carácter unitario de la organización: cada sección local, incluso cada individuo, podía librarse de la disciplina de la organización cuando le parecía que las orientaciones de ésta no eran correctas. Es en particular el peligro que combate el “Informe sobre la función de la organización revolucionaria” (Revista internacional n° 29) adoptado en la Conferencia extraordinaria celebrada en enero de 1982 para volver a enderezar a la CCI.
También la tarea del “Informe sobre la estructura y el funcionamiento de la organización de los revolucionarios” (Revista internacional n° 33) fue combatir el individualismo defendiendo una organización centralizada y disciplinada (a la vez que se insistía en la necesidad de llevar a cabo los debates de la manera más abierta y profunda en la organización).
El combate victorioso contra el inmediatismo y el individualismo, aunque permitió salvar a la organización en 1981, no por ello eliminó las amenazas que sobre ella pesaban: el peso del consejismo especialmente, o sea de la subestimación del papel de la organización comunista, que se cristalizó en 1984 en la formación de una “tendencia” que alzó su estandarte contra la “caza de brujas”, cuando entablamos el combate contra los vestigios del consejismo en nuestras filas. Esta “tendencia” acabó dejando la CCI en su VIº Congreso, a finales de 1985, para formar la Fracción externa de la CCI (FECCI) que se proponía defender la “verdadera plataforma” de nuestra organización contra su pretendida “degeneración estalinista” (fue la misma acusación que la que habían hecho los elementos que habían dejado la CCI en 1981)[11].
Esos diferentes combates permitieron a nuestra organización asumir globalmente su responsabilidad ante las luchas de la clase obrera que se desarrollaron en ese período, como la huelga de los mineros de 1984 en Gran Bretaña, la huelga general de 1985 en Dinamarca, la gran huelga del sector público de 1986 en Bélgica, la huelga de los ferroviarios y de los hospitalarios en 1986 y 1988 en Francia, la huelga en la enseñanza en la Italia de 1987[12].
Esta intervención en las luchas obreras de los años 1980 no hizo olvidar a nuestra organización una de las preocupaciones centrales de la Fracción italiana: sacar las lecciones de las derrotas pasadas. Y así, tras haber seguido y analizado con la mayor atención las luchas obreras de 1980 en Polonia[13], la CCI, para comprender mejor la derrota, se dedicó a estudiar las características específicas de los regímenes estalinistas de Europa del Este[14]. Fue ese análisis en particular el que permitió a nuestra organización, unos dos meses antes de la caída del muro de Berlín, prever el desmoronamiento del bloque del Este y de la URSS, mientras que muchos otros grupos estaban todavía analizando lo que estaba ocurriendo en la URSS y su bloque (la “perestroïka” y la “glasnost”, la subida al poder de Solidarnosc en Polonia durante el verano de 1989), como una política de fortalecimiento de ese bloque[15].
De igual modo, la capacidad para encarar las derrotas de la clase, que la Fracción poseía en alto grado y que, después de ella, fue también una cualidad de la Izquierda comunista de Francia, nos permitió a nosotros, ya antes de los acontecimientos del otoño de 1989, prever que iban a provocar un profundo retroceso en la conciencia del proletariado:
Incluso en su muerte, el estalinismo está haciéndole un último servicio a la dominación capitalista: al descomponerse, su cadáver sigue emponzoñando la atmósfera que respira el proletariado... Es de suponer, pues, que asistamos a un retroceso momentáneo de la conciencia del proletariado... (...) Habida cuenta de la importancia histórica de los hechos que lo determinan, ese retroceso actual del proletariado, aunque no ponga en entredicho el curso histórico, o sea la perspectiva general hacia enfrentamientos de clase, sí aparece como mucho más profundo que el que vino tras la derrota de 1981 en Polonia” (“Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del bloque del Este”, Revista internacional n 60)”[16].
Sin embargo, ese análisis no era unánimemente compartido en el campo de la Izquierda comunista. Muchos pensaban que la desaparición vergonzante del estalinismo, por haber sido la punta de lanza de la contrarrevolución, iba a abrir el camino al desarrollo de la conciencia y la combatividad del proletariado. Era la época también en la que al BIPR no se le ocurrió mejor cosa que escribir lo siguiente sobre el golpe de Estado que derrocó a Ceaucescu a finales del 1989:
“Rumania es el primer país en las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una real y auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrocamiento del gobierno (…) en Rumania, todas las condiciones objetivas y casi todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una real y auténtica revolución social” (Battaglia comunista de enero de 1990, “Ceaucescu ha muerto, pero el capitalismo sigue viviendo”).
En fin, si nuestra organización comprendió las dificultades que iba a acarrear en el combate de la clase obrera el desmoronamiento del bloque del Este y del estalinismo, fue porque antes había sido capaz de identificar la nueva fase en la que había entrado la decadencia del capitalismo, la fase de la descomposición:
“Hasta hoy, los combates de clase que desde hace 20 años, se han desarrollado en todos los continentes, han sido capaces de impedir que el capitalismo decadente dé su propia respuesta al callejón sin salida de su economía: el desencadenamiento de la forma terminal de su barbarie, una nueva guerra mundial. Pero no por eso la clase obrera es todavía capaz de afirmar, mediante luchas revolucionarias, su propia perspectiva, ni siquiera de presentar al resto de la sociedad ese futuro que lleva en sí. Es precisamente esa situación de momentáneo compás de espera, en el que, por ahora, ni la alternativa burguesa ni la proletaria pueden afirmarse lo que origina ese fenómeno de pudrimiento de raíz de la sociedad capitalista, que explica el grado extremo que hoy ha alcanzado la barbarie típica de la decadencia del sistema. Y ese pudrimiento se va a incrementar con la agravación inexorable de la crisis económica” (“La descomposición del capitalismo”, Revista internacional n° 57).
“En realidad, el hundimiento actual del bloque del Este es una de las expresiones de la descomposición general de la sociedad capitalista, cuyo origen se encuentra…en la incapacidad para la burguesía de dar su propia respuesta, la guerra generalizada, a la crisis abierta de la economía mundial” (“La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”[17]).
Y también fue inspirándonos en el método de la Fracción italiana, para la que el «conocimiento no puede soportar ninguna prohibición ni ningún ostracismo», si la CCI pudo llevar a cabo esa reflexión. Si la CCI pudo elaborar ese análisis fue porque, a imagen de la Fracción, la preocupación de la CCI es combatir la «rutina», la pereza del pensamiento, la idea de que «no habría nada nuevo bajo el sol» o que «las posiciones del proletariado son invariables desde 1848» (come lo pretenden los bordiguistas). Nuestra organización pudo prever el desmoronamiento del bloque del Este y la consiguiente desaparición del bloque occidental, como también previó el retroceso importante que iba a sufrir la clase obrera a partir de 1989, porque hizo suya esa voluntad de estar en permanente vigilancia ante los hechos históricos, a riesgo de poner en entredicho unas cuantas certezas confortables y bien establecidas. Ese método de la Fracción del que se reivindica la CCI no nos pertenece por muy capaces que hayamos sido de ponerlo en práctica. Es, en realidad, el método de Marx y de Engels, los cuales nunca vacilaron en poner en entredicho las posiciones que antes había adoptado en cuanto la realidad lo exigía. Era el método de Rosa Luxemburg, la cual tuvo la audacia, ante el congreso de la Internacional socialista de 1896, de llamar al abandono de una de las posiciones más emblemáticas del movimiento obrero, el apoyo a la independencia de Polonia y, más en general, a las luchas de liberación nacional. Era el método del que se reivindicaba Lenin cuando, ante el estupor y la oposición de los mencheviques y de los «viejos bolcheviques», anuncia que hay que volver a escribir el programa del Partido adoptado en 1903, precisando que «gris es el árbol de la teoría, verde es el árbol de la vida».
Esta voluntad de vigilancia de la CCI ante todo nuevo acontecimiento no solo se aplica al ámbito de la situación internacional. También inspira la vida interna de nuestra organización. Tampoco en esto hemos inventado nada. Este método lo hemos aprendido de la Fracción, la cual se inspiraba a su vez del ejemplo de los bolcheviques, y, antes, del de Marx y Engels, especialmente en la AIT. El período siguiente al desmoronamiento del bloque del Este, que hasta hoy viene a ser, como ya dijimos, cerca de la mitad de la vida de la CCI, ha sido una nueva prueba para nuestra organización que tuvo, como en los años 80, que encarar nuevas crisis. A partir de 1993, hubo que entablar combate contra «el espíritu de círculo», tal como lo definió Lenin con motivo del combate llevado a cabo en y después del Congreso de 1903, un espíritu de círculo procedente de los orígenes mismos de la CCI a partir de pequeños grupos en los que las afinidades se mezclaban con la convicción política. De perpetuarse ese espíritu de círculo, y con la presión creciente de la descomposición, se aumentaba la tendencia a favorecer los comportamientos de «clan» dentro de la CCI, amenazando así su unidad, incluso su supervivencia. Y de igual modo que las personas más marcadas por ese ánimo, incluidos muchos miembros fundadores del partido como Plejánov, Axelrod, Zasulich, Potrésov y Mártov, se opusieron y alejaron de los bolcheviques para formar la Fracción menchevique tras y a causa de ese congreso, cierto número de «miembros eminentes» de la CCI (como los podría haber llamado Lenin) no soportaron ese combate y se fueron de la organización en esa época (1995-96). Sin embargo, la lucha contra el espíritu de círculo y de clan no se llevó hasta sus últimas consecuencias y de manera letal volvieron a la carga en 2000-2001. Los mismos ingredientes que los de la crisis de 1993 estuvieron presentes en la de 2001, paro hay que añadir el desgaste de la convicción comunista en algunos militantes, desgaste agravado por el retroceso prolongado de la clase obrera y el peso acentuado de la descomposición. Sólo eso puede explicar por qué hubo algunos miembros veteranos de la CCI que o abandonaron toda preocupación política o se transformaron en chantajistas, hampones y hasta soplones por libre[18]. Cuando poco antes de morir en 1990 nuestro compañero MC subrayaba la importancia del retroceso que iba a sufrir la clase obrera, decía que era entonces cuando se iba a ver a los verdaderos militantes, o sea a aquellos que no pierden sus convicciones en tiempos difíciles. Quienes, en 2001, dimitieron y formaron la FICCI, fueron una prueba de esa alteración en las convicciones. Una vez más, la CCI ha llevado a cabo un combate por la defensa de la organización con la misma determinación con la que estaba animada las veces anteriores. Esa determinación se la debemos al ejemplo de la Fracción italiana. En lo más profundo de la contrarrevolución, la Fracción se dio el lema de «no traicionar». Por su parte, las CCI, puesto que retroceso de la clase no significaba retorno de la contrarrevolución, adoptó la consigna de «resistir». Algunos fueron hasta traicionar, pero el conjunto de la organización ha resistido e incluso se ha reforzado, gracias, en particular, a la voluntad de plantear con la mayor profundidad teórica posible las cuestiones de organización, como lo hicieron en sus épocas, Marx, Lenin y la Fracción. Los dos textos ya publicados en nuestra Revista, «La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI» (n° 109) y «La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado» (nos 111 y 112), son un testimonio de esa constancia teórica ante las cuestiones de organización.
De igual modo, la CCI ha dado una respuesta firme a quienes pretendían que las numerosas crisis vividas por nuestra organización serían la prueba de su fracaso:
« Además, si parece que la CCI tiene una vida agitada, con repetidas crisis, es porque lucha contra la penetración del oportunismo. Y como ha defendido sin concesiones sus estatutos y el espíritu proletario que expresan, ha suscitado la rabia de una minoría ganada por un oportunismo desenfrenado, es decir, dispuesta a un abandono total de los principios en materia de organización. En esto la CCI continúa el combate del movimiento obrero, de Lenin y el partido bolchevique en particular, cuyos detractores estigmatizaban las crisis repetidas del partido y los múltiples combates en el plano organizativo. En esa misma época, la vida del partido socialdemócrata alemán era mucho menos agitada, pero la calma oportunista que la caracterizaba (alterada únicamente por los “aguafiestas” de izquierda, como Rosa Luxemburg) anunciaba su traición de 1914. Las crisis del partido bolchevique construían la fuerza que permitió la revolución de 1917” (“XVº Congreso de la CCI: fortalecer la organización ante los retos del período”, Revista internacional n° 114).
La capacidad de la CCI para hacer frente a sus responsabilidades a lo largo de estos treinta años de vida, se la debemos en gran parte a los aportes de la Fracción italiana de la Izquierda comunista. El secreto del balance positivo que sacamos de nuestra actividad durante todo ese período está en nuestra fidelidad a las enseñanzas de la Fracción y, más generalmente, al método y al espíritu del marxismo de los que se ha apropiado plenamente[19].
La Fracción se encontró desarmada ante el estallido de la IIª Guerra mundial. Ello se debió a que su mayoría, siguiendo a Vercesi, había abandonado los principios que habían sido su fuerza anteriormente, sobre todo ante la guerra de España. Y fue, al contrario, basándose en esos principios si el pequeño núcleo marsellés pudo reconstituir la Fracción durante la guerra, prosiguiendo un trabajo político y de reflexión ejemplar. Pero a su vez, la Fracción «mantenida» abandonó sus principios fundamentales al final de la guerra, decidiendo mayoritariamente disolverse y unirse individualmente al Partito Comunista Internazionalista que se había formado en 1945. Le incumbió entonces a la Izquierda comunista de Francia hacer suyas las adquisiciones fundamentales de Fracción, proseguir su elaboración para preparar así el marco político que iba a permitir a la CCI constituirse, existir y progresar. Por eso, para nosotros, evocar estos treinta años de nuestra organización debía entenderse como un homenaje a la extraordinaria labor llevada a cabo por un grupo de militantes exiliados que mantuvieron viva la llama del pensamiento comunista en el período más sombrío de la historia. Una labor que, aunque tan desconocida hoy y muy ignorada por quienes, sin embargo, se reivindican de la Izquierda Italiana, aparecerá cada vez más determinante para la victoria final del proletariado.
Gracias a las enseñanzas que nos legó la Fracción y la ICF, transmitidas y elaboradas sin tregua por nuestro camarada MC hasta su muerte, la CCI está hoy preparada para acoger en sus filas a una nueva generación de revolucionarios que se está acercando a nuestra organización a la que van a reforzar en número y en entusiasmo gracias a la tendencia a la reanudación de los combates de clase desde 2003. Nuestro último congreso internacional lo hacía constar: asistimos hoy a un aumento sensible de nuestros contactos y nuevas adhesiones.
“Y lo que es más destacable, es que un número significativo de estas adhesiones es de gente joven, que no ha sufrido ni ha tenido que superar las deformaciones debidas a la militancia en organizaciones izquierdistas. Elementos jóvenes cuyo dinamismo y entusiasmo sustituyen y superan con creces las cansadas y gastadas “fuerzas militantes” que nos han abandonado” (“XVIº Congreso de la CCI – Prepararse para los combates de clase y el surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias”, Revista internacional n° 122[20]).
Treinta años es para la especie humana el tiempo medio de una generación. Son quienes podrían ser los hijos (y a veces lo son) de los militantes que fundaron la CCI los que hoy se acercan a nosotros o ya se nos han unido.
Lo que decíamos en el Informe sobre la situación internacional presentado en el VIIIº congreso de la CCI se está concretando:
“Era necesario que las generaciones marcadas por la contrarrevolución de los años 30 a 60 fueran dejando el sitio a las que no la vivieron, para que el proletariado mundial encontrara las fuerzas para superarla. De manera similar (aunque haya que relativizar la comparación insistiendo en que entre la generación del 68 y las anteriores hubo ruptura histórica, mientras que entre las generaciones siguientes hay continuidad), la generación que hará la revolución no podrá ser la que cumplió la tarea histórica esencial de haber abierto al proletariado mundial una nueva perspectiva tras la más honda contrarrevolución de su historia.”
Y lo que es válido para la clase obrera también lo es para su minoría revolucionaria. La mayoría de los “viejos”, sin embargo, ahí siguen, por mucho que el pelo se les haya vuelto canoso (¡y eso cuando les queda!). La generación que fundó la CCI en 1975 está lista para transmitir a los “jóvenes” las enseñanzas que ella recibió de sus mayores, y, además, las que ha ido adquiriendo a lo largo de estos treinta años, de modo que la CCI sea cada día más capaz de aportar su contribución a la formación del futuro partido de la revolución comunista.
Fabiana
[1] Construcción de la organización revolucionaria - Los 20 años de la CCI | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [8]
[2] Polémica con el BIPR: una política oportunista de agrupamiento que no lleva mas que a "abortos" | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [272]
[3] Es, en particular, la única de esas organizaciones que publica en lengua inglesa a un nivel importante (unos diez números por año).
[4] Vale la pena señalar que los camaradas de Montreal que publican Notes internationalistes tomaron contacto primero con la CCI y nosotros les animamos a entrar en contacto con el BIPR. Y hacia esta organización acabaron yéndose esos camaradas. También, en un encuentro con nosotros, un camarada de la CWO, rama británica del BIPR, nos dijo muy claramente que los únicos contactos de esa organización en Gran Bretaña eran los que la CCI había animado a que entraran en contacto con las demás organizaciones de la Izquierda comunista
[5] Ver la carta que dirigimos a los grupos de la Izquierda comunista el 24 de marzo de 2003 publicada en el artículo “Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra” en la Revista internacional n°113 ¿Es posible una acción común de la Izquierda Comunista contra la guerra? | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [273]
[6] Esto escribíamos en la Revista internacional n° 33 (“Informe sobre la estructura y el funcionamiento de las organizaciones revolucionarias” Estructura y funcionamiento de la organización revolucionaria | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [274]): “En el medio político proletario siempre hemos defendido esa postura [si la organización va por mal camino, la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta no es la de salvarse cada uno en su rincón, sino la de llevar a cabo una lucha en el seno de la organización para ayudar a volver a “ponerla en sus raíles”]. Así ocurrió, en particular, cuando hubo la escisión de la sección de Aberdeen de la “Communist Worker’s Organización” y cuando la escisión del Nucleo comunista internazionalista de Programme communiste. Criticamos entonces el carácter precipitado de unas escisiones basadas en divergencias aparentemente no fundamentales y para cuyo esclarecimiento no se dio ocasión mediante un profundo debate interno. En general, la CCI está en contra de “escisiones” sin principios, basadas en divergencias secundarias (incluso cuando, como así ocurrió con lo de Aberdeen, los militantes concernidos presentan después su candidatura a la CCI).”
[7] “Para la victoria definitiva de las propuestas enunciadas en el Manifiesto, Marx confiaba únicamente en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía ser el resultado de la acción y de la discusión comunes” (Engels, prefacio a la edición alemana de 1890 del Manifiesto comunista que recoge casi palabra por palabra lo que se dice en el prefacio de la edición inglesa de 1888)
[8] 10 años de la CCI: Balance y perspectivas, algunas enseñanzas | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [275] y Construcción de la organización revolucionaria - Los 20 años de la CCI | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [8]
[9] Marx y Engels tuvieron que vérselas, en el seno de la Liga des comunistas en 1850, contra la tendencia Willich-Schapper la cual, a pesar de la derrota sufrida por la revolución de 1848, querían “la revolución ya”: «Nosotros les decimos a los obreros: “Habéis atravesado quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y de luchas entre los pueblos, no sólo por cambiar las condiciones existentes, sino por cambiaros a vosotros mismos y haceros aptos para la dirección política”. Vosotros, al contrario, decís: “Debemos alcanzar el poder inmediatamente o, si no, solo nos queda irnos a dormir”» (intervención de Marx en la reunión del Consejo general de la Liga del 15/09/1850).
[10] “Los dirigentes para los nuevos partidos del proletariado solo podrán surgir mediante el conocimiento profundo de la cause de las derrotas. Y ese conocimiento no podrá soportar ni prohibiciones ni ostracismos” (Bilan n° 1, noviembre de 1933).
[11] Ver ¿Para qué sirve la «fracción externa de la CCI”? - De la irresponsabilidad política al vacío teórico | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [276]
[12] Nuestro artículo dedicado a los 20 años de la CCI da cuenta más en detalle de nuestra intervención en las luchas obreras de aquel período.
[13]Ver “Huelgas de masas en Polonia 1980 : se ha abierto una nueva brecha”, “La dimensión internacional de las luchas obreras en Polonia”, “A la luz de los acontecimientos en Polonia, el papel de los revolucionarios”, “Perspectivas de la lucha de clases internacional: una brecha abierta en Polonia”, “Un año de luchas obreras en Polonia”, “Notas sobre la huelga de masas”, “Tras la represión en Polonia” en las Revista internacional nos 23, 24, 26, 27 y 29: Huelga de masas en Polonia: se ha abierto una nueva brecha | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [277] , Un año de luchas obreras en Polonia | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [278]
[14] “Europa del Este: Crisis económica y armas de la burguesía contra el proletariado”, Revista internacional n° 34.
[15] Ver al respecto en la Revista internacional n° 60 las “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del Este” Tesis sobre la crisis económica y política en los países del Este | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [279] , así como lo que hemos escrito en el artículo “Los 20 años de la CCI” en la Revista internacional n° 80.
[16] “Tesis sobre la crisis económica y política en la URSS y en los países del bloque del Este”, Revista internacional n° 60.
[17]TESIS SOBRE LA DESCOMPOSICION: La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [63]
[18] Sobre la crisis de la CCI de 2001 y el comportamiento de la pretendida “Fracción interna de la CCI” (FICCI), ver, entre otros textos, “XVº Congreso de la CCI : reforzar la organización frente a los retos del período”, Revista internacional n°114. 15 Congreso CCI: reforzar la organización frente a los retos del periodo | Corriente Comunista Internacional (internationalism.org) [280]
[19] Y la causa del balance mucho menos positivo que puedan sacar de su propia actividad las demás organizaciones que se reivindican de la Izquierda Italiana se debe a que su reivindicación de esa herencia es sobre todo platónica.
Si se escucha el discurso dominante, desde hace algunos años, una serie de grandes revueltas populares estarían poniendo en peligro el capitalismo, especialmente en los países llamados por la burguesía “países emergentes”.
En Sudamérica, por ejemplo, las mases populares de Argentina se habrían lanzado en los últimos años a un movimiento contra el sistema. El movimiento de los Piqueteros, comidas de beneficencia, empresas autogestionadas, se han montado cooperativas de apoyo para «organizar» a esas masas en revuelta.
En China, las cifras oficiales para 2004 indican 74 000 incidentes y revueltas sociales que han provocado muchos muertos, asesinados por la policía (el último incidente, en el pueblo de Dongzhu de la provincia costera de Guangdong, cerca de Hong Kong, provocó 20 muertos en la población civil) y la instauración de la ley marcial. Desde 1989, las autoridades chinas han hecho grandes inversiones para equipar a la policía y entrenarla para aplastar ese tipo de revueltas. Y los disturbios, tradicionales ya con ocasión de las cumbres de la OMC, a través del planeta y que han vuelto a estallar en la reciente Cumbre de Hongkong, son la imagen de un mundo en rebelión.
A esa lista hay que añadir un país central del sistema capitalista, Francia. En el otoño de 2005, durante varias semanas, los barrios periféricos de Paris y de otras grandes ciudades francesas fueron saqueados por el movimiento social más violento desde 1968. Ardieron, entre otras cosas, 8000 coches, se impusieron cientos de penas de cárcel y el Estado francés recurrió a unas leyes draconianas cuyo último uso había sido en 1955 contra el movimiento de independencia de Argelia.
Todos esos movimientos sociales, con causas y objetivos de lo más variopinto, han tenido una amplia publicidad, a menudo en primera plana de los periódicos del mundo entero. Ya es hora de que ls marxistas revolucionarios denuncien esas quimeras de revolución, oponiéndoles el auténtico movimiento de transformación social, el cual, en cambio, no recibe tanta atención por parte de los medios de comunicación: la lucha de clases del proletariado internacional.
Las causas y la naturaleza de las revueltas sociales
La causa general de esos movimientos sociales no es ningún secreto. El capitalismo mundial vive desde hace años, una crisis económica insoluble que se expresa a todos los niveles de la sociedad y afecta a todos los sectores de la población no explotadora: pobreza en aumento, desempleo de larga duración debidos a los planes de austeridad de los Estados capitalistas en los países avanzados, una siniestra miseria que acompaña el hundimiento de economías enteras en Latinoamérica, la ruina total de pequeños campesinos y granjeros por todo el Tercer mundo, la discriminación étnica, consecuencia de una política deliberada de la clase dominante para dividir y asegurar su dominio sobre las poblaciones, el terror impuesto en los países ocupados por los ejércitos imperialistas.
Sin embargo, por mucho que las revueltas sociales tengan en común la causa fundamental que es la opresión capitalista, eso no significa que puedan ser una respuesta común, ni siquiera una respuesta a secas. Todo lo contrario.
A pesar de la gran variedad de revueltas habidas hoy, ninguna de ellas representa, ni embrionariamente siquiera, la menor alternativa, ni económica, ni política ni social, a la sociedad capitalista cuyos síntomas de declive suscitan todas esas protestas y revueltas. Eso ha quedado muy claro en los recientes disturbios ocurridos en Francia. La cólera de los insurrectos se volvió contra sí mismos y no contra la causa de su miseria.
“De manera cotidiana son sometidos, sin ningún tipo de miramiento y con brutal grosería, a controles de identidad y cacheos indiscriminados y, en ese sentido, es totalmente lógico que sientan a la policía como sus perseguidores sistemáticos. Pero la realidad es que las principales víctimas de esta violencia son las propias familias o los allegados de los jóvenes que la protagonizan: los hermanos o hermanas que no podrán ir a sus escuelas habituales, parientes que han perdido sus vehículos que en caso de ser pagados por los seguros, lo serán a precios de saldo o la obligación imperiosa de realizar sus compras lejos de sus domicilios ya que las tiendas han sido pasto de las llamas» (Toma de posición de la CCI: «Ante la desesperación, sólo la lucha de clases puede ofrecer un porvenir», 8 noviembre 2005).
Pero incluso las revueltas que expresan la desesperanza de manera menos elemental, que dirigen su violencia contra los guardianes del régimen que les oprime y que incluso consiguen, como en China, hacer retroceder momentáneamente a la policía, no ofrecen perspectivas más allá de la protesta inmediata que expresan. Por muy espectacular que sea a menudo la violencia de esos disturbios sociales, esas revueltas están inevitablemente mal preparadas y coordinadas, incapaces de hacer frente a las fuerzas bien armadas y organizadas del Estado capitalista.
En el caso de los Piqueteros de Argentina o de lo Zapatistas de México, las revueltas sociales están directamente encuadradas por ciertas fracciones de la burguesía que procuran movilizar a la población detrás de sus propias «soluciones» a la crisis económica y que quieren hacerse un sitio en el seno del aparato de Estado.
No es pues de extrañar si la burguesía saca cierta satisfacción de la impotencia de las revueltas sociales, y eso que éstas lo que demuestran es la incapacidad del sistema para ofrecer la menor esperanza de sanar las llagas purulentas que afligen a la población mundial. Las revueltas sociales no son una amenaza para el sistema, no tienen ni reivindicaciones ni perspectivas con las que poner seriamente en entredicho el estatus quo. Nunca van más allá del marco nacional y quedan, en general, dispersas y aisladas. Y aunque la burguesía esté preocupada por la generalización de la inestabilidad social, al tener cada vez menos margen de maniobra en lo económico, piensa que puede apoyarse en la represión para ahogar y neutralizar los daños de la revuelta social. En Francia, por ejemplo, los disturbios de las periferias urbanas son reflejo de los machetazos en los presupuestos sociales que se dieron en el período precedente. Ha habido fuertes reducciones en los gastos para renovar las viviendas y la creación de empleos temporales. El número de profesores y de trabajadores sociales ha disminuido así como las subvenciones a las organizaciones benévolas. Los disturbios no han forzado a la burguesía a tomar medidas serias ni a poner en entredicho su política de austeridad; lo que sí le han permitido es dar más fuerza a la réplica de “la ley y el orden”. La conocida advertencia del ministro francés del Interior, Sarkozy, de que iba a “limpiar los barrios con mangueras a presión” para eliminar a quienes fomentan los disturbios ha sido el emblema de esa réplica. La burguesía francesa ha sabido utilizar los disturbios para justificar el reforzamiento de su aparato represivo y prepararse para la amenaza futura que constituye la lucha de la clase obrera.
En Argentina, la revueltas sociales del 19 y 20 de diciembre de 2001 se hicieron famosas por el pillaje masivo de los supermercados y el asalto a los edificios gubernamentales y financieros. Sin embargo, el movimiento popular organizado en torno a esas revueltas no ha frenado en nada el declive vertiginoso del nivel de vida de las masas oprimidas del país: la cantidad de personas que viven bajo el “umbral oficial de pobreza” ha pasado de 24 % en 1999 a 40 % hoy. Al contrario, es la organización de esas masas pauperizadas en un movimiento popular vinculado al Estado capitalista lo que permite a la burguesía hablar hoy de una “primavera argentina” y rembolsar en su plazo la deuda al FMI.
Numerosas capas sociales son víctimas del declive del sistema capitalista y reaccionan violentamente al terror y la miseria que provoca. Pero esas violentas protestas no ponen nunca en cuestión el modo de producción capitalista, no hacen sino reaccionar contra sus consecuencias.
A medida que el capitalismo se va hundiendo en su fase final de descomposición social, la ausencia total de perspectiva económica, política y social en el seno del sistema parece contaminar todos los pensamientos y todas las acciones que alimentan la desesperación violenta de las revueltas sociales.
La autonomía del proletariado
A primera vista, puede parecer irrealista proclamar que el verdadero movimiento por el cambio social es la “trasnochada” lucha de la clase obrera que está apenas volviendo hoy a encontrar el camino de la combatividad y de la solidaridad, tras la gran desorientación que sufrió tras el hundimiento del bloque de Este en 1989. Pero la lucha proletaria, a diferencia de las revueltas sociales no solo existe en el presente, sino que tiene una historia y se proyecta en el porvenir.
La clase obrera que hoy lucha, es la misma cuyo movimiento revolucionario sacudió el mundo entro entre 1917 y 1923, movimiento durante el cual tomó el poder político en Rusia en 1917, puso fin a la Iª Guerra Mundial, fundó la Internacional comunista y estuvo cerca de la victoria en otros países de Europa.
A finales de los años 1960 y en los 70, el proletariado mundial volvió a aparecer en la historia después de medio siglo de contrarrevolución.
La oleada de huelgas masivas iniciada por los obreros en Francia en 1968 para defender sus condiciones de vida, irrumpió en todos los demás países centrales del capitalismo. La burguesía tuvo que adaptar su estrategia política para encarar la amenaza poniendo a sus partidos de izquierda en el gobierno. En algunos países, ese movimiento fue casi una insurrección, como en Córdoba (Argentina), en 1969. En Polonia, en 1980, alcanzó su momento álgido. La clase obrera superó sus divisiones locales, se unió mediante asambleas y comités de huelga. Solo sería después de un año de sabotaje del nuevo sindicato Solidarnosc cuando la burguesía polaca, debidamente aconsejada por los gobiernos occidentales, pudo declarar la ley marcial y acabar aplastando el movimiento. Pero las luchas de clase internacionales prosiguieron, en Gran Bretaña en particular donde los mineros estuvieron en huelga durante más de un año en 1984-85.
A pesar de los reveses sufridos por la clase obrera, no ha sido derrotada de manera decisiva durante los 35 últimos años como así lo había sido en los años 1920 y 1930. El camino de la clase obrera sigue abierto para que pueda ella expresar su naturaleza y sus características revolucionarias.
La clase obrera es revolucionaria, en el sentido auténtico de la palabra, pues sus intereses corresponden a un modo de producción social totalmente nuevo. Su interés objetivo es reorientar la producción sin explotación de su trabajo y para la satisfacción de las necesidades de la humanidad en una sociedad comunista. Y tiene en sus manos –aunque no legalmente en su posesión– los medios de producción de masas que permitirán el advenimiento de esa sociedad. La interdependencia, completada ya, de esos medios de producción a escala mundial significa que la clase obrera es una clase verdaderamente internacional, sin ningún interés en conflicto o competencia, mientras que todas las demás capas y clases de la sociedad, por mucho que algunas sufran bajo el capitalismo, están sumidas en una división insuperable.
Aunque estén todavía aisladas y divididas por los sindicatos, aunque sean menos espectaculares que las revueltas sociales, la luchas defensivas de la clase obrera para intentar proteger el bajo nivel de vida que hoy le queda, llevan en sí, contrariamente a esas revueltas, los gérmenes de un asalto ofensivo contra el sistema capitalista como así lo han demostrado, por ejemplo, las luchas de solidaridad en el aeropuerto de Londres de julio de 2005, o también la oleada de huelgas obreras en Argentina durante el verano de 2005 y la reciente huelga en los transportes de Nueva York.
Por las razones mencionadas, la clase obrera ha sido capaz, desde hace 150 años, de desarrollar una alternativa política revolucionaria contra el imperio del capital. La alternativa socialista pone obligatoriamente en conflicto a la clase obrera con la legalidad capitalista de explotación, defendida por una cantidad descomunal de fuerzas armadas y represivas. Por eso, la violencia de la clase obrera, a diferencia de las actos desesperados de otras capas oprimidas es una violencia engendradora de historia, una violencia que hará realidad el parto doloroso de una nueva sociedad.
Para los medios de comunicación, las revueltas sociales son la atracción principal. Las luchas de la clase obrera, de nuevo emergentes, aparecen muy en segundo plano, y, en el mejor de los casos, como un apoyo logístico a aquellas revueltas.
En ese contexto, es vital que los revolucionarios defiendan el papel fundamental del proletariado y la necesidad de su autonomía, no sólo contra las fuerzas de la burguesía que pretenden ser sus defensores, como los partidos de izquierda y los sindicatos, sino también ante las revueltas desesperadas de capas y agrupamientos incoherentes de oprimidos por el capitalismo.
La burguesía, cuyos representantes más inteligentes son muy conscientes de la amenaza subyacente que el proletariado representa, está por lo tanto muy interesada en hacer la publicidad de las revueltas sociales y minimizar o ignorar si puede, los movimientos o acciones auténticas del proletariado.
La burguesía identifica el caos violento de las revueltas sociales con todas las demás manifestaciones de la descomposición de la sociedad. Espera así desprestigiar toda resistencia a su dominación, incluida especialmente la lucha de clase del proletariado.
La burguesía presenta las revueltas sociales como la principal expresión de la oposición a la sociedad capitalista. Espera así persuadir a los miembros de la clase obrera, a los jóvenes en especial, que esas acciones condenadas al fracaso son la única forma de lucha posible. La burguesía deja que se muestren los límites evidentes y los fracasos indudables de esas revueltas. Intenta así desmoralizar, apagar y dispersar la amenaza que representa la unidad proletaria, una unidad que requiere en particular la solidaridad entre la joven generación de la clase con las generaciones anteriores.
Esta táctica respecto a la clase obrera ha tenido cierto éxito, sobre todo entre los jóvenes y los desempleados de larga duración así como en algunas minorías étnicas en el seno el proletariado. Bastantes elementos de esos sectores se han integrado en las revueltas ocurridas en Francia. En Argentina, el movimiento de los Piqueteros ha logrado «organizar» a los desempleados detrás del Estado y a desviar algunas acciones de la reciente ola de huelgas, en 2005, hacia ese movimiento y otros atolladeros semejantes.
El ala izquierda de la burguesía y sus fuerzas de extrema izquierda en particular desempeñan un papel muy especial en la desmovilización de la clase obrera hacia ese tipo de atolladeros, utilizándola como masa de maniobra para impulsar campañas que proponen otra gestión del régimen capitalista.
Por desgracia, algunas fuerzas de la Izquierda comunista, aun siendo capaces de ver los “límites” de las revueltas sociales, son, en cambio, incapaces de resistir a la tentación de ver en ellas “algo” positivo. El Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR), por ejemplo, fue ya seducido por los movimientos interclasistas de Argentina en diciembre 2001 y de Bolivia poco después, considerándolos como expresiones, reales o potenciales, de la clase obrera. En su toma de posición sobre los disturbios en Francia, el BIPR, a pesar de la crítica que hace de su inconsecuencia, ve la posibilidad de transformarlos en luchas de clase auténticas gracias al partido revolucionario. Y es más o menos lo mismo que encontramos en otros grupos que se reivindican de la Izquierda italiana, llamándose todos ellos “Partido comunista internacional”.
Evidentemente, puede uno ponerse a soñar despierto sobre la existencia de un partido de clase y los milagros que podría realizar, algo así como el viejo refrán ruso: “puesto que no hay vodka, hablemos de la vodka”. Pues resulta que si no existe hoy el partido revolucionario es precisamente porque la clase obrera deberá todavía desarrollar su independencia y su autonomía políticas respecto a las demás fuerzas sociales de la sociedad capitalista. Las condiciones que permitirán a la clase obrera dotarse de su partido revolucionario no se crearán gracias a unas explosiones sociales desesperadas, sino basándose en ese desarrollo de la identidad de clase del proletariado, sobre todo mediante la intensificación y la extensión de sus combates y también gracias a la intervención de las organizaciones revolucionarias en ellos. Cuando estemos en esa situación histórica, será entonces posible para el proletariado, con su partido político, llevar tras sí a todo el descontento de todas las demás capas oprimidas de la sociedad, pero únicamente basándose en el reconocimiento del papel central y dirigente de la clase obrera.
La tarea actual de los revolucionarios es insistir en la necesidad de que se cree la autonomía política del proletariado, y no ayudar a la burguesía a enturbiar esa necesidad con delirios de grandeza sobre el papel del partido revolucionario.
Como
(20/12/2005)
Hace un siglo en Chicago, el 27 de junio de 1905, en una sala abarrotada, Big Bill Haywood, dirigente de la combativa Western Miners Federation (WMF, Federación de Mineros del Oeste), pronunciaba el discurso de apertura de lo que el mismo calificaba como “el congreso continental de la clase obrera”. Se trataba de una asamblea llamada a cumplir el objetivo de crear una nueva organización revolucionaria de la clase obrera en Estados Unidos: Industrial Workers of the World (IWW, Obreros industriales del mundo) y cuyos miembros eran llamados frecuentemente los Wobblies ([1]). Haywood declaraba solemnemente a los 203 delegados presentes:
“Estamos aquí para agrupar a los trabajadores de este país en el seno de un movimiento de la clase obrera cuyo objetivo será la emancipación de la clase obrera de la esclavitud capitalista …La meta de esta organización debe ser la de permitir a la clase obrera tomar el control del poder económico, de los medios para su existencia y del aparato de producción y distribución, sin preocuparse por los patrones capitalistas… esta organización estará formada, basada y fundada sobre la lucha de clases, sin compromisos, sin claudicación y tendrá como única meta la de conducir a los trabajadores de este país a tomar posesión del pleno valor del producto de su trabajo” (Proceedings of the First IWW Convention) ([2]).
Así quedó marcado el inicio de la gran experiencia sindicalista revolucionaria en Estados Unidos, tema de la tercera parte de nuestra serie de artículos sobre el anarco-sindicalismo y el sindicalismo revolucionario ([3]). Durante los 16 años, de 1905-1921, en que tuvo una significativa existencia con la que la burguesía tuvo que vérselas, IWW se convirtió en la organización más temible y vilipendiada por su enemigo de clase. Durante ese periodo conoció una rápida evolución, tanto en el plano de los principios teóricos y de la claridad política como a nivel de su contribución en la lucha de clases.
Pero antes de entrar en materia sobre las lecciones que podemos sacar de su experiencia, vale la pena subrayar que, en el contexto histórico actual, el simple hecho de recordar esta experiencia reviste una importancia particular. En efecto, actualmente existe una especie de “Santa Alianza” que va desde Al Qaeda a la extrema izquierda del capital, pasando por los altermundistas y los gobiernos imperialistas rivales de la burguesía norteamericana, que tiene todo el interés por presentar –de manera más o menos sutil– al “imperialismo yanqui” (o el “Gran Satanás”) como el enemigo número uno de los pueblos y de los proletarios del mundo entero. Según la propaganda antiamericana de esta “Santa Alianza”, el “pueblo” americano sería cristiano, creyente, cruzado y aprovecharía sin reflexionar los frutos de la política imperialista americana. En los mismos Estados Unidos se presenta a la clase obrera como parte de las “clases medias”. La experiencia de IWW, la valentía ejemplar de sus militantes frente a una clase dominante que no se tienta el corazón para echar mano de la mayor y más vil violencia o hipocresía, esa experiencia de IWW está pues ahí para recordarnos que los obreros de Estados Unidos son decididamente hermanos de clase de los obreros del mundo entero, que su interés y sus luchas son los mismos y que el internacionalismo no es vana palabra para el proletariado, sino más bien la piedra angular de su existencia.
La aparición de IWW en Estados Unidos fue, en parte, una respuesta a las mismas tendencias generales que habían suscitado el sindicalismo revolucionario en Europa occidental: “el oportunismo, el reformismo y el cretinismo parlamentario” ([4]). La concreción en Estados Unidos de esa tendencia general internacional lleva el sello de algunas especificidades norteamericanas: La existencia de la Frontera ([5]); la emigración a gran escala de obreros que venían de Europa, a fines de los años de 1880 y a principios del 1900; la llegada al mercado laboral de una gran número de esclavos liberados después de la Guerra de Secesión (1861-65); la ruda oposición entre el sindicalismo por oficio y el sindicalismo de industria; y el debate sobre la política a adoptar frente a esos sindicatos de oficios: meterse en ellos para “socavarlos desde dentro” o crear un nuevo sindicato.
Esos dos factores, fuertemente entrelazados, tuvieron consecuencias significativas en el desarrollo del movimiento obrero en Estados Unidos.
La Frontera sirvió como válvula de seguridad ante la revuelta que rugía en los Estados industriales y fuertemente poblados del Noreste y del Medio Este.
Una cantidad importante de obreros, tanto nativos como emigrados, abrumados por la explotación en las fábricas, prefirieron huir de los centros industriales y migrar hacia el Oeste en busca de una independencia y de una “vida mejor” como granjeros, o con delirantes proyectos de enriquecerse rápidamente convirtiéndose en mineros. La existencia de esa válvula de seguridad tuvo un impacto sobre la capacidad del movimiento obrero para desarrollar su experiencia. Aunque el fenómeno de La Frontera dejó de existir a partir de los años 1890, el fenómeno de emigración hacia el Oeste perduró al menos hasta los albores del siglo xx ([6]).
Durante mucho tiempo, el movimiento obrero en Estados Unidos estuvo muy preocupado por las divisiones entre quienes habían nacido en el país, los obreros anglófonos (aunque ya fueran éstos la segunda generación de emigrantes) y los obreros inmigrados recién llegados, los cuales no hablaban y leían poco o nada en inglés. En su correspondencia con Sorge en 1893, Engels lo ponía en guardia contra el uso cínico que hacía la burguesía de las divisiones en el seno del proletariado y que retrasaban el desarrollo del movimiento obrero en Estados Unidos ([7]). En efecto, la burguesía utiliza hábilmente todos los prejuicios raciales, étnicos, nacionales y lingüísticos para dividir a los obreros entre sí y contrarrestar así el desarrollo de una clase obrera capaz de concebirse a sí misma como una clase unida. Estas divisiones fueron un serio obstáculo para la clase obrera en Estados Unidos ya que separaba a los obreros nacidos en América de la gran experiencia adquirida en Europa por los obreros recién inmigrados. Esas divisiones acarrearon, para los obreros americanos más conscientes, dificultades para mantenerse al nivel de los avances teóricos del movimiento obrero internacional, los hacía dependientes de la mala calidad de las traducciones de los escritos de Marx y Engels, lo cual reflejaba también las debilidades teóricas de los propios traductores.
Así pues, con un armamento teórico en retraso, el movimiento obrero de Estados Unidos se vio entorpecido en su capacidad para hacer frente al oportunismo y a las corrientes reformistas.
Las debilidades teóricas de Daniel DeLeon, líder del Socialist Labor Party (SLP, Partido socialista obrero) lo ilustran ampliamente. DeLeon defendía una variante de la “ley de bronce de los salarios” de Lassalle ([8]) y, debido a ese enfoque, subestimaba completamente la importancia de las luchas inmediatas del proletariado. Creía ingenuamente que la revolución se haría mediante la papeleta de voto, rechazaba el principio de la dictadura del proletariado pero dirigía el SLP de manera autoritaria y sectaria ([9]).
Por su parte, Eugene Debs, “eterno” candidato del Socialist Party of America (SPA, partido socialista rival del SLP ([10])) a la presidencia de los Estados Unidos, poseía grandes dotes como orador pero tenía serias limitaciones teóricas y organizativas. Estos dos hombres participaron en el congreso de fundación de IWW, pero el hecho es que ni ellos, ni sus respectivos partidos políticos fueron capaces de contribuir a la clarificación política en el seno de IWW, ello debido en gran parte y como consecuencia de las débiles tradiciones teóricas en el movimiento obrero norteamericano.
Otra consecuencia de la tradición de la Frontera es el peso de la violencia en la sociedad norteamericana. En sus inicios, las ciudades fronterizas del Oeste no contaban ni con un aparato de Estado formal ni con ninguna institución para mantener la ley y el orden. Ello ha contribuido al desarrollo de una “cultura de los fusiles y de la violencia” que persiste hasta nuestros días con su proliferación de armas de fuego y con niveles de violencia en la sociedad americana que sobrepasan, de lejos, los de cualquier otra gran nación industrializada ([11]). En este contexto, era casi inevitable que la lucha de clases en Estados Unidos, a finales del siglo xix y principios del xx, tomara una forma extremadamente violenta. La burguesía americana no vaciló un solo instante en utilizar la represión en esas confrontaciones con el proletariado, ya sea por medio del ejército, de milicias de los Estados, los infames Pinkerton (empleados de una agencia de detectives donde se alquilaba a los sicarios rompe huelgas, ndt) o por medio de la contratación de servicios de bandidos para aplastar las numerosas huelgas obreras, llegando incluso hasta masacrar a los huelguistas y sus familias. Los obreros, por su lado, no vacilaban tampoco en responder para defenderse. Esta situación desenmascaraba fácilmente la crueldad y la hipocresía de la dictadura de la democracia burguesa y mostraba claramente la futilidad de toda tentativa de querer cambiar fundamentalmente este estado de cosas por medio de una papeleta electoral. Sin embargo, esa misma situación extendía el escepticismo entre los obreros más concientes frente a la eficacia de la acción política que, en general, era concebida como la participación en las campañas electorales. Esta confusión era particularmente alimentada por el SLP de DeLeon y su fetichismo del voto que perpetuaba la falsa idea según la cual acción política y electoralismo serían, por definición, equivalentes. La incapacidad de los wobblies para comprender que la revolución es fundamentalmente un acto político que pasa por el enfrentamiento con el Estado capitalista y su destrucción, y por la conquista del poder por la clase obrera, iba tener graves consecuencias.
La organización llamada Knights of Labor (los “Caballeros del Trabajo”) que contaba con un millón de miembros en 1886, fue la primera organización nacional significativa de trabajadores en Estados Unidos. Los Caballeros consideraban que los obreros debían concebirse primero como asalariados, antes de considerarse irlandeses, italianos, judíos, católicos o protestantes. Sin embargo, eran lo propio de aquella época; es decir, un sindicato nacional que organizaba a los obreros en el marco de la corporación:
“organizar a los carpinteros como carpinteros, a los albañiles como albañiles y así con los demás tipos de trabajadores; enseñarles a todos a anteponer sus intereses de obreros cualificados a los intereses de los demás obreros” ([12]).
Los acontecimientos violentos que tuvieron lugar debido a la lucha por la jornada de 8 horas y que condujeron a la masacre de Haymarket ([13]) en 1886, significaron un serio golpe a los Caballeros que declinaron a partir de 1888. Los sindicatos de oficio se reagruparon entonces en la American Federation of Labor (AFL, Federación Americana del Trabajo, fundada en 1886) que consideraba al capitalismo y al sistema asalariado como inevitable y tenía por objetivo obtener de éstos las mayores ventajas posibles para los trabajadores cualificados que representaba. Bajo la dirección de Samuel Gompers, la AFL se presentaba como defensora sin reservas del sistema americano y una alternativa responsable para el radicalismo obrero. Al hacer esto, la AFL rechazaba toda responsabilidad ante la situación de millones de obreros norteamericanos, poco o no cualificados, que eran salvajemente explotados en las nuevas industrias manufactureras o mineras de alta concentración obrera.
En ese contexto, el conflicto entre el sindicalismo de oficio y el sindicalismo de industria, desde entonces considerado como un conflicto entre el sindicalismo del business (mundo de los negocios) o de colaboración de clase y un sindicalismo “industrial”, de lucha de clase, se transformó en la principal controversia en el seno del movimiento obrero a finales del siglo xix y a principios del xx ([14]).
Más allá de las especificidades históricas de los países “anglosajones” (en particular la combinación de un movimiento sindical fuerte con una tradición política socialista y marxista débil), ese debate expresaba, ante todo, los profundos cambios que se producían en el propio capitalismo: de un lado, el desarrollo de una industria a gran escala concretado en la aparición del “Taylorismo” ([15]), y del otro, el hecho que el periodo ascendente del capitalismo llegaba a su fin, imponiendo nuevos objetivos históricos y nuevos métodos a la lucha de la clase.
Los primeros sindicatos, o “trade-unions”, estaban basados (como lo indica el término inglés) en gremios o corporaciones particulares de la industria y dedicaban la mayor parte de su actividad a la defensa de los intereses de sus miembros, no solamente como obreros de forma general, sino como obreros cualificados. Esta defensa podía llegar hasta la imposición de barreras a la contratación de los obreros que no hubieran terminado el aprendizaje requerido para ejercer cierto oficio, o aún más, por ejemplo, la limitación de la contratación a los miembros de ciertos sindicatos a los cuales estaban reservados ciertos empleos. En su forma tradicional, la organización sindical tendía a la vez a crear divisiones entre los obreros de diferentes oficios y a excluir completamente a la enorme masa de trabajadores no cualificados que llegaban a las nuevas industrias de producción masiva que se desarrollaban a finales del siglo xix y principios del xx. Además, el hecho de que esos trabajadores no cualificados fueran frecuentemente inmigrantes que venían del campo o de otros países, los aislaba de los cualificados, por cuestiones de idioma o prejuicios raciales (que no se limitaban, ni mucho menos, al prejuicio sobre el color de la piel).
Otro factor importante de la situación era que, a principios del siglo xx, con el final del periodo ascendente del capitalismo, comenzaban a plantearse nuevas exigencias en la lucha de clases. Como lo hemos visto en los artículos sobre la Revolución rusa de 1905 (Revista internacional nos 120, 122, 123), la lucha de clases estaba llegando al punto en que las luchas por la defensa o mejora de los salarios y las condiciones de vida implicaban cada vez más poner en entredicho el propio orden capitalista. La cuestión que se presentaba de forma cada vez más aguda no era la de obtener reformas en el capitalismo, sino la de plantear la cuestión del poder: debía o no dejar el poder político del Estado en las manos de los capitalistas o, por el contrario, la clase obrera debía destruir el Estado capitalista y tomar el poder para construir una nueva sociedad comunista (o socialista como lo habría dicho IWW).
En esos dos planos, la concepción cerrada de un sindicalismo de oficio, corporativo, propuesto por la AFL era no solamente inadaptado, sino francamente reaccionario.
Dos soluciones se presentaron en los debates a lo largo de la historia del movimiento sindicalista-revolucionario ([16]): la primera preconizaba el método del dual unionism (“sindicalismo doble”), que quería decir concretamente crear un nuevo movimiento para rivalizar con los viejos sindicatos. Era una estrategia de alto riesgo puesto que abría la puerta a la acusación de dividir el movimiento obrero y sólo podía ser realmente eficaz si atraía a suficientes adherentes, como lo había demostrado muy claramente en negativo, a finales de los años 1890, el fracaso de las tentativas de DeLeon para crear un “sindicato de la industria”. La otra estrategia, llamada “boring from within” (“socavar desde el interior”), es decir, tomar los sindicatos existentes, no podía tener éxito más que si los sindicalistas-revolucionarios tomaban el control, y esto los ponía algunas veces a merced de los métodos sin principios de sus adversarios “tradicionalistas”, como Gompers de la AFL.
En fin de cuentas, la Revolución rusa de 1905 y más aún la de 1917 hicieron caducos esos debates, creando una nueva forma de organización, el soviet, adaptada a las nuevas condiciones históricas de la lucha proletaria, lo que nunca podría suceder ni con los sindicatos de oficio ni con los “sindicatos de industria” de IWW.
Entre los defensores del sindicalismo “industrial”, hubo evoluciones notables. Así por ejemplo, decepcionado por las repetidas traiciones y la actividad de rompehuelgas de los sindicatos de oficio en la industria de ferrocarriles, de lo que él fue testigo durante los 17 años de su carrera en el sindicato de obreros calificados del ferrocarril, Eugene Debs fundó en 1893, la American Railroad Union (ARU, sindicato americano de ferrocarriles); que era una organización industrial, abierta a todos los obreros del ferrocarril, sin distinción de oficio o de cualificación. El sindicato crece rápidamente, atrayendo no solamente a obreros no cualificados sino también a obreros cualificados que comprendían la necesidad de la mayor solidaridad en la lucha contra los patrones. En 1894, la ARU se encuentra comprometida prematuramente en una huelga en Pullman, lo que conduce al aniquilamiento del sindicato y a una pena de seis meses de prisión para Debs. Esta experiencia fue un momento importante en la evolución política de Debs que, en prisión, se adhirió al socialismo y se puso en la vanguardia de la crítica al sindicalismo al estilo de Gompers.
A finales de los años 1890, el SLP (Partido socialista obrero), dirigido por Daniel DeLeon, abandonó la política de “boring from within” consistente en utilizar a los sindicatos de la AFL para la conquista de puestos dirigentes, optando por la política de “dual unionism” creando un nuevo sindicato llamado Socialist Trades and Labor Alliance (“Alianza socialista de los oficios y del trabajo”), como la organización socialista del trabajo rival de la AFL. Para pertenecer a ella, había una condición: ser miembro del partido. Esta tentativa organizativa tuvo un éxito limitado.
La fundación de IWW, en 1905, reanima la acusación hecha por Samuel Gompers contra el “dual unionism” y su propaganda contra IWW provoca una gran controversia. Los anarcosindicalistas franceses que habían triunfado al tomar el poder de la CGT gracias a la victoriosa estrategia de “boring from within”, esencialmente por su influencia en los sindicatos de oficio, criticaban el abandono de la AFL por IWW. William Z. Foster, un miembro de IWW influido por los anarcosindicalistas franceses, con ocasión de una estancia en Francia, abogó con fervor por la disolución de IWW y de su reintegración en las AFL y terminó abandonando a los Wobblies ([17]).
Los dirigentes de IWW rechazaban la acusación de “dual unionism” –o sea de haber creado un sindicato opositor, como lo muestra la insistencia hecha por Haywood sobre la misión de IWW de organizar a los no organizados, a los obreros industriales no cualificados, ignorados por los sindicatos de oficio de la AFL. IWW no buscaba atraer a los miembros de los sindicatos de la AFL ni tampoco hacerles competencia buscando el apoyo de sectores particulares de la clase obrera. Sin embargo, es innegable que IWW era, en los hechos, rival de Gompers y de la AFL.
Las tentativas que realizaron los obreros de las minas de Colorado, Montana e Idaho en los años 1880 y 1890, para organizarse con una base industrial –tentativas que dieron nacimiento a la Western Federation of Miners (WFM, Federación occidental de mineros) – pueden ser consideradas como el impulso más importante que se hizo por el desarrollo de un sindicalismo industrial, en particular a causa del impacto directo que tuvieron en la fundación de IWW.
Exasperada por lo que se había transformado en una verdadera lucha de clases abierta contra las compañías mineras y las autoridades del Estado (los dos contendientes frecuentemente estaban armados), la WFM se radicaliza cada vez más. En 1898, la WFM patrocina la formación de la Western Labor Union (WLU, Sindicato occidental del trabajo), según la política de “dual union”. Era una alternativa regional a la AFL, pero jamás adquirió existencia independiente fuera de la influencia de su patrocinador. Aún cuando las reivindicaciones inmediatas planteadas por la WFM con frecuencia eran las mismas que las de la AFL (típicas del “pork chop unionism”) ([18]), en 1902 el objetivo que perseguía la WFM era el socialismo.
En su discurso de despedida en el congreso de la WFM en 1902, por ejemplo, el presidente saliente Ed Boyce ponía en guardia contra el hecho de que el sindicalismo puro y duro no bastaría para defender los intereses de los obreros. Defendía que, a fin de cuentas, la respuesta era
“... la abolición del salario, que es el sistema más destructor de los derechos del hombre y de la libertad que cualquier otro sistema de esclavitud creado hasta el presente” ([19]).
En 1902, la AFL presiona a la WFM para que desmantele el Western Labor Union y que se una a la AFL, pero la WFM respondió transformando la organización regional en el American Labor Union (ALU, Sindicato norteamericano del Trabajo), para competir con la AFL a nivel nacional y referirse más abiertamente al socialismo. La ALU comenzó entonces a tomar posiciones que a partir de entonces iban a servir de pautas a IWW: la primacía de la acción económica (lo que IWW iba a nombrar más tarde “la acción directa”) sobre la acción política y el modelo sindicalista-revolucionario para la organización de la sociedad revolucionaria. El periódico de la ALU tomaba posición de la siguiente forma:
“La organización económica del proletariado es el corazón y el alma del movimiento socialista (…) El objetivo del sindicalismo industrial es organizar a la clase obrera aproximadamente en los mismos sectores de producción y de distribución que se presentarían en una comunidad basada en la cooperación, de tal forma que si los obreros perdieran sus derechos, siempre conservarían una organización económica comprometida conscientemente para tomar en sus manos los instrumentos de la industria y las fuentes de riqueza para administrarlas en su provecho” ([20]).
La convención de la WFM de 1904 da el mandato a su comisión ejecutiva de tratar de crear una organización nueva para unir a toda la clase obrera. Después de las reuniones secretas, durante el verano y el otoño, en las que participaron representantes de diversas organizaciones –no exactamente las mismas cada vez–, se envió una carta a treinta personas, sindicalistas de la industria, miembros del SPA y del SLP y también a miembros de los sindicatos de la AFL, invitándolas
“... a reunirnos en Chicago, el lunes 2 de enero, en una conferencia secreta para discutir los métodos y los medios para unificar a los trabajadores de Estados Unidos con principios revolucionarios correctos (…) de manera que se asegure la integridad [de la organización] en tanto que protector real de los intereses de los obreros” ([21]).
Asistieron veintidós personas a la reunión de enero. Varios, como Debs, no pudieron acudir pero enviaron su caluroso apoyo. Solamente dos invitados, ambos miembros influyentes del SPA, se negaron a participar porque preferían trabajar en la AFL. La reunión de enero se concluyó con una llamada al congreso de fundación de los IWW.
Como organización sindicalista revolucionaria, IWW tomó una orientación que divergía fuertemente del anarcosindicalismo de la CGT francesa, a la cual ya hemos dedicado un artículo: “El anarco-sindicalismo ante un cambio de época: la CGT hasta 1914” (Revista internacional, no 120). A pesar del punto de vista sindicalista de los fundadores de IWW, para quienes la sociedad socialista debería organizarse según los mismos principios que los sindicatos industriales, había grandes diferencias entre IWW y el anarcosindicalismo tal como éste era en Europa. Estas diferencias se expresaban en particular a propósito de cuestiones vitales como el internacionalismo, la acción política y la centralización.
El internacionalismo
Durante el periodo que precedió al desencadenamiento de la Primera Guerra mundial, la oposición a la guerra de los anarcosindicalistas de la CGT francesa se parecía más al pacifismo que al internacionalismo. Y desde principios de la guerra en 1914, la CGT abandonó completamente su perspectiva antiguerra para dar su apoyo al Estado capitalista francés, participando en la movilización del proletariado en la guerra imperialista, franqueando así la frontera de clase y pasarse a la burguesía. En el sentido opuesto a esa traición de los principios de clase, los sindicalistas revolucionarios de IWW, antes de la entrada de EEUU en el conflicto, tenían una posición contra la guerra parecida a la de la socialdemocracia antes de la entrada en guerra de los principales beligerantes europeos. Así, por ejemplo, la convención de IWW adoptada en 1916 declaraba:
“Condenamos todas las guerras, y para impedirlas, estamos por la propaganda antimilitarista en tiempos de paz, también para promover la solidaridad de clase entre los trabajadores del mundo entero y, en tiempos de guerra, por la huelga general en todas las industrias. Extendemos nuestro apoyo tanto material como moral a todos los trabajadores que sufren a manos de la clase capitalista por el hecho de su adhesión a estos principios y llamamos a todos los obreros a unírsenos, para que cese el reino de los explotadores y que esta tierra sea hermosa gracias al establecimiento de una democracia industrial” (Actas de la convención de 1916).
Contrariamente a los anarcosindicalistas franceses y cualesquiera que fueran las ambigüedades de las acciones de IWW, jamás apoyó la guerra cuando EEUU participó en la masacre imperialista mundial, sufriendo así una violenta represión por parte del Estado- de lo cual hablaremos con más detalle en nuestro próximo artículo.
Si IWW y la CGT adoptaron ante la guerra un posicionamiento diferente sobre la defensa de los intereses del proletariado, no sólo se debió a unas circunstancias históricas diferentes, reales por lo demás, puesto que EEUU no tuvo que hacer frente a una invasión extranjera de su territorio y no entraría en guerra hasta 1917. Fue una actitud profundamente diferente lo que explica por una parte la capitulación de la CGT y, por otra, el internacionalismo de IWW ante la guerra. Como hemos visto en el artículo anteriormente citado sobre la CGT, ésta permaneció anclada en una visión “nacional” de la revolución que debía mucho a la experiencia de la Revolución francesa de 1789. Por su parte, Industrials Workers of the World jamás perdió de vista la naturaleza internacional de la lucha de clases y tomó muy en serio la referencia internacional contenida en el nombre que se dieron (obreros industriales del mundo). Desde el principio, la ambición de IWW fue unir a todo el proletariado mundial en una organización única, de lucha de clases; así, secciones afiliadas al “Gran sindicato” (One Big Union), se crearon en lugares alejados como México, Perú, Australia y Gran Bretaña. En EEUU, IWW fue pionero en combatir la brecha que existía entre obreros anglófonos, nacidos en EEUU, e inmigrantes. Acogían a obreros negros en la organización en las mismas condiciones que los blancos, en una época en que la segregación y discriminación racial hacía estragos en toda la sociedad y cuando la AFL rechazaba la admisión a los negros.
La acción política
Mientras que el anarcosindicalismo rechazaba la acción política, el sindicalismo revolucionario, como el encarnado por IWW, acogió la actividad y la participación de las organizaciones políticas en su congreso de fundación, incluidos al SPA y el SLP. De hecho, quienes participaron en el congreso de 1905 se consideraban socialistas, adherentes a una perspectiva marxista, y no anarquistas. A excepción de Lucy Parsons, viuda de Albert Parsons, mártir de Haymarket ([22]), que asistió en tanto que invitada de honor, los anarquistas o los sindicalistas no tuvieron ningún papel significativo en el congreso de fundación. Al final del congreso de fundación se podía constatar que “todos los dirigentes de los IWW eran miembros de un partido socialista” ([23]).
Uno de los momentos más emotivos del congreso de fundación fue el apretón de manos entre Daniel DeLeon, líder del SLP y Eugene Debs del SPA. A pesar de años de amargas disensiones y gracias al trabajo del sindicalismo revolucionario, estos dos gigantes políticos del movimiento socialista enterraron públicamente el hacha de guerra en interés de la unidad proletaria. Aunque luego IWW tomara distancias con los partidos socialistas y Debs y DeLeón salieran de la organización en 1908, siguió abierto a los militantes socialistas y, más tarde, lo fueron también a los del Partido comunista. Así, en 1911, Big Bill Haywood era a la vez miembro elegido de la comisión ejecutiva del SPA y uno de los dirigentes de IWW. Además, fue la fracción de derecha del Partido socialista, no la comisión de IWW, la que consideró inaceptable que Haywood asumiera su papel dirigente simultáneamente en las dos organizaciones. Después de que IWW retirara formalmente toda mención de acción política de su preámbulo revolucionario, la mayor parte de sus miembros votaron por candidatos socialistas, y las victorias electorales de los socialistas en lugares como Butte, en Montana, se atribuían en general a la presencia importante de electores Wobbly.
Los dirigentes de IWW rechazaron categóricamente toda adhesión a las teorías del sindicalismo revolucionario, considerándolas pertenecientes a doctrinas europeas y ajenas:
“... en enero de 1913, por ejemplo, un partidario Wobbly decía que el sindicalismo revolucionario era el término más comúnmente utilizado por los enemigos (de IWW). Los Wobblies mismos no tenían calificativos amistosos para los dirigentes sindicalistas europeos. Para ellos, Ferdinand Pelloutier era “el anarquista”, Georges Sorel, “el apologista monárquico de la violencia”, Herbert Lagardelle era un “antidemócrata” y el italiano Arturo Labriola, “conservador en política y revolucionario en los sindicatos” ([24]).
Sin embargo, a pesar de las insistencias de IWW sobre el hecho que ellos eran “sindicalistas de la industria” o “industrialistas” (según la terminología adoptada en EEUU) y no sindicalistas, es del todo justo caracterizar a esa organización como sindicalista revolucionaria, puesto que, para IWW, el “Gran sindicato” debía ser la fuerza organizativa del proletariado en el seno del capitalismo, el agente de la revolución proletaria y la forma organizativa de la sociedad socialista que la revolución debía crear.
De hecho, la actitud de IWW hacia la acción política era ambivalente. Aunque muchos Wobblies eran militantes del SPA o del SLP como hemos visto, IWW mantenía una desconfianza muy justificada hacia las disputas de facciones entre organizaciones políticas: el organizador (“General Organiser”) de IWW de 1908 a 1915, Vincent St John, decía claramente que se oponía a toda relación de IWW con un partido político y “combatía por salvar a IWW contra Daniel DeLeon por un lado y contra los “fantasiosos anarquistas” por el otro” ([25]).
Además, en la mayoría de los casos, las actividades de IWW eran más cercanas a las de una organización política que a las de un sindicato. En particular, la actitud de IWW hacia “la acción directa” reflejaba una concepción que iba más allá de las fronteras del sindicalismo tradicional según la cual la acción de las organizaciones debía limitarse a los lugares de trabajo para los sindicatos y a las urnas electorales para los partidos políticos. La “acción directa” significaba que la lucha podía ganar la calle y que el Estado era un enemigo que había que afrontar por las mismas razones que a los patrones. Uno de los ejemplos más claros son las batallas emprendidas por IWW de 1909 a 1913, por la libertad de palabra en el marco de sus campañas para organizar a los obreros, principalmente en las ciudades del Oeste; estas últimas habían adoptado leyes locales para prohibir los “soap box orators” (nombre dado a los “oradores sobre cajas de jabón”, según la expresión popular, porque los militantes obreros tenían por costumbre tomar la palabra en la calle subiéndose en esas cajas). IWW logró movilizar a todos los militantes disponibles para acudir en masa a esas ciudades, y en ellas transgredir la nueva ley, haciendo discursos en las calles de tal manera que las prisiones quedaron literalmente atascadas. Esta desobediencia civil recibió el apoyo de muchos obreros, de socialistas y de sindicatos como la AFL, y de elementos liberales de la burguesía. Aunque la idea de la “acción directa” debía servir más tarde de argumento a favor de la táctica sindical de “sabotaje” –sobre lo cual trataremos en el siguiente artículo- es claro que este modo de acción era un compromiso en la acción política, fuera de los parámetros tradicionales del sindicalismo revolucionario.
La centralización
Contrariamente a la concepción hostil a la centralización del anarcosindicalismo donde los principios federalistas promovían una confederación de sindicatos autónomos e independientes, IWW funcionaba según una orientación centralizada. La constitución de IWW en 1905 confería una “autonomía industrial” a sus sindicatos de industria, estableciendo claramente como principio que esos mismos sindicatos de industria estaban bajo el control de la Comisión ejecutiva general (General Executive Board, GEB), el órgano central de IWW:
“Las subdivisiones internacionales y nacionales de los sindicatos industriales tendrán una autonomía completa en lo que concierne a sus asuntos internos respectivos, a condición de que la Comisión ejecutiva general tenga el poder de controlarlas en lo que concierne los intereses sociales del conjunto” (Constitución y estatutos de IWW (1905), artículo 1º) ([26]).
Esta posición fue aceptada sin reservas en 1905. Solo la GEB podía autorizar a IWW a hacer huelga. El hincapié puesto en la centralización se basaba en “el reconocimiento de la centralización del capital y de la industria americanas” ([27]). A diferencia de los anarcosindicalistas que, según su perspectiva federalista, descentralizada, animaban a los sindicatos autónomos a lanzar frecuentemente huelgas, IWW prefería menos cantidad de huelgas, las cuales debían ser lo más rigurosamente planificadas, basadas en un análisis menos inmediatista de la relación de fuerzas entre las clases y de la fuerza de los trabajadores. Una comisión ejecutiva tenía una visión más global de la lucha y de la situación que los obreros aislados que reaccionaban espontáneamente ante los ataques a nivel local, y por tanto de tomar la decisión de la huelga.
Igualmente más tarde, después de que IWW llegara a rechazar la acción política y adoptara una perspectiva más abiertamente sindicalista revolucionaria, los partidarios de la centralización continuaron siendo mayoría sobre los que preconizaban una descentralización de la organización. Este debate opuso a la “fracción del Oeste” contra la “fracción del Este” en la GEB. Los adversarios de la centralización eran más fuertes en el Oeste y tenían como base a los obreros eventuales de la industria –leñadores, mineros y obreros agrícolas–, que eran en muchos casos solteros nacidos en Estados Unidos. En el Este, IWW ocupaba posiciones de fuerza en las industrias manufactureras y los puertos, donde los obreros muchas veces eran casados, tenían familias y se beneficiaban de condiciones de vida más estables. Y tras la huelga de Lawrence (Massachussets) en 1912, los obreros adherentes a los IWW en la mayoría de los casos eran inmigrantes. Los del Este estaban a favor de la centralización para guardar un control estrecho sobre lo que se hacía en nombre de la organización y para permitir a IWW tener una mayor estabilidad de adherentes, particularmente aportando a sus adherentes un apoyo durante y fuera de las luchas obreras –esencialmente el mismo tipo de ayuda que proporcionaban los sindicatos de la AFL. Los del Oeste se inclinaban por una mayor autonomía de los grupos locales de obreros y de elementos para así llevar a cabo acciones que ellos consideraban como un medio de elevar la moral y suscitar el entusiasmo de los militantes. Aunque era originario del Oeste, Haywood pertenecía a la fracción del Este y estaba a favor de la centralización para así construir una organización estable y permanente.
Ya hemos puesto en evidencia las diferencias entre el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo y subrayado que
“... el sindicalismo revolucionario representa un verdadero esfuerzo en el seno del proletariado, buscando encontrar una respuesta al oportunismo de los partidos socialistas y sindicatos (mientras que) el anarcosindicalismo representa la influencia del anarquismo en el seno de ese movimiento” (Revista internacional nº 120).
Sin embargo, ello no quiere decir que el sindicalismo revolucionario de IWW no sufriera de grandes debilidades. El objetivo del próximo artículo será examinar si los principios del sindicalismo revolucionario, como los que IWW expresó en el periodo 1905-21, se adaptaban a la lucha cuando tuvo que encarar concretamente la cuestión de la guerra y de la revolución, en aquel periodo crucial de enfrentamiento internacional entre la clase obrera y sus explotadores. Criticar las posiciones de IWW, que haremos en el próximo artículo, no significa en absoluto rechazar o negar el valor, el heroísmo, la combatividad y la entrega de los militantes de IWW quienes, en el mejor de los casos, lo que ganaron fue la prisión, cuando no perdieron la vida. Mucho menos hay que minimizar la importancia de las huelgas organizadas por IWW que unieron a los obreros inmigrantes y los obreros nacidos en América, los obreros blancos y los obreros negros en la lucha de clases. El próximo artículo verá mucho más de cerca qué hay tras la mitología novelesca Wobbly que ciega aún a militantes bien intencionados sobre las debilidades de esta organización y su herencia.
J. Grevin
[1]) Según la historia oficial de IWW, “el origen de la expresión ‘wobbly’ es incierto. La leyenda atribuye su procedencia a problemas de idioma de un dueño de un restaurante chino con el cual se habían hecho algunos acuerdos durante una huelga para alimentar a los miembros que pasaban por esa ciudad. Cuando el dueño del restaurante quería preguntar si ‘eran de IWW’, se dice que decía ‘All loo eye wobble wobble?’. La misma explicación, en Vancouver esta vez, es dada por Mortimer Downing en una carta citada en Nation nº 5, sept. 1923, concerniente al origen del término en 1911” (ver https://www.iww.org/culture/myths/wobbly.shtml [285]).
[2]) Citado por Howard Zinn en Una historia popular de los Estados Unidos.
[3]) Ver la Revista internacional números 118 y 120.
[4]) Prefacio de Lenin a un folleto de Voinov (Lunarcharski) sobre la actitud del partido ante los sindicatos (1907).
[5]) En la sociedad norteamericana la expresión “la Frontera” (The Frontier) tiene un sentido específico que se refiere a su historia. A todo lo largo del siglo xix uno de los aspectos más importantes del desarrollo de Estados Unidos fue la extensión del capitalismo industrial hacia el oeste, lo cual se tradujo en el asentamiento en esa región de poblaciones esencialmente compuestas de personas de origen europeo o africano –a expensas, evidentemente de las tribus indias autóctonas de esas regiones. La esperanza que representaba la Frontera ha marcado fuertemente la mentalidad y la ideología de Estados Unidos.
[6]) Por ejemplo, Vincent St John, uno de los más importantes dirigentes de IWW, quien había trabajado como minero antes de dedicarse al trabajo de organización, cada vez más decepcionado por la actividad de IWW terminó por dimitir del sindicato en 1914. Partió hacia el desierto de Nuevo México para buscar fortuna como minero. Evidentemente, jamás se hizo rico y aunque había dejado la organización mucho antes de que Estados Unidos entrara en guerra, cuando la burguesía se dedicó a perseguir, en 1917, a los dirigentes de IWW acusándolos de obstaculizar el esfuerzo de guerra, detuvo al pobre St John en el desierto.
[7]) Federico Engels “¿Por qué no hay un gran partido socialista en Estados Unidos? Engels a Sorge el 2 de diciembre de 1893”, en Marx and Engels, Basics writings on politics and philosophe, ed. Lewis Feuer, 1959. En esta carta Engels respondía a una pregunta de Fiedrich Adolf Sorge sobre la ausencia de un partido socialista significativo en Estados Unidos, explicando que “la situación en los Estados Unidos comporta dificultades muy importantes y particulares que obstaculizan el desarrollo regular de un partido obrero”. Entre esas dificultades una de las más importantes era “la inmigración que divide a los obreros en dos grupos: los nativos y los extranjeros, éstos últimos están divididos a su vez entre sí en 1) irlandeses, 2)alemanes, 3) y en muchos pequeños grupos donde a veces sólo comprenden sus propias lenguas: checos, polacos, italianos, escandinavos, etc. Y finalmente los negros. Construir un solo partido arrancando de esta base requiere de poderosas motivaciones que raramente se encuentran. Frecuentemente se presentan empujes vigorosos, pero a la burguesía le basta con esperar pasivamente a que las diferentes partes de la clase obrera se dispersen de nuevo” (traducido por nosotros).
[8]) El desarrollo del capitalismo industrial a principios del siglo xix, vino acompañado de una baja continua de salarios que hundió a la clase obrera en un estado peor que la esclavitud. La idea de que esta situación no puede ser superada a causa de la competencia entre capitalistas, afecta incluso a los pensadores socialistas. Algunos de estos llaman a los obreros a abandonar las luchas contra sus explotadores: Proudhon, por ejemplo, se pronuncia contra las huelgas obreras. Lassalle recoge esa misma idea diciendo que los salarios no podrán subir nunca a causa de las propias leyes del capitalismo: a eso lo llama “ley de bronce de los salarios”. Marx, por su parte, combatió siempre semejante idea, sobre todo en Miseria de la filosofía, escrito en 1847 contra las teorías de Proudhon y más tarde en Salario, precio y ganancia (1865): “el capitalista procura siempre bajar los salarios hasta su mínimo fisiológico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo fisiológico, mientras que el obrero ejerce siempre un presión en sentido contrario. Todo ello se resume en una relación de fuerzas entre combatientes”. Por eso es por lo que Marx saluda las huelgas obreras, no solo como lucha contra los “abusos sin tregua del capital”, sino, y sobre todo, como preparativos para el derrocamiento del capitalismo: “Si la clase obrera cejara en su conflicto cotidiano contra el capital, sin la menor duda se privaría ella misma de la posibilidad de emprender tal o cual movimiento de mayor envergadura” (cap. “La lucha entre el capital y el trabajo y sus resultados”)
[9]) Hemos analizado estas debilidades en varios artículos de la prensa de la CCI de Estados Unidos. Ver “The heritage of DeLeonism” (La herencia del DeLeonismo) en Internationalism nos 114, 115,117 y 118.
[10]) El SPA era un partido socialista de masas en Estados Unidos que se hizo dominante a principios del siglo xx, se fundó a partir del agrupamiento de varias tendencias, incluyendo a militantes que habían roto con el SLP DeLeonista. Eugene Debs es la personalidad más conocida, fue hecho prisionero a causa de su oposición a la Primera Guerra mundial y fue candidato a la presidencia por el SPA mientras estaba en prisión, y aún así obtuvo un millón de votos.
[11]) En el 2002, 192 millones de armas de fuego de posesión individual fueron registradas en Estados Unidos. Las armas de fuego mataron a más de 29 700 estadounidenses en 2002 –más que la cantidad de soldados americanos muertos en el año más sangriento de la guerra de Vietnam. Los balazos son la segunda causa de mortalidad (después de los accidentes de automóvil) entre norteamericanos de menos de 20 años y la causa principal de mortalidad entre hombres afroamericanos de entre 15 y 24 años. El organismo Physicians for Social Responsability estima que la violencia armada cuesta 100 000 millones de $ a Estados Unidos por año. En 1999 las tasas por homicidios por arma de fuego era de 4,8 por cada 100 mil habitantes. Comparativamente, las mismas estadísticas arrojaban que en Canadá era de 0,54, en Suiza de 0,5, en Gran Bretaña de 0,12 y en Japón de 0,04.
[12]) Dubofsky, Melvyn, We Shall Be All: A History of the Industrial Workers of the World (Una Historia de Trabajadores Industriales del Mundo), Urbana and Chicago, University of Illinois Press, 2a edición, 1988.
[13]) El suceso de Haymarket surgió como consecuencia de un ataque con bombas – supuestamente obra de un anarquista desconocido – contra una multitud que se había reunido durante un mitin que se celebraba en la plaza Haymarket en Chicago el 4 de mayo de 1886 en apoyo a la jornada de 8 horas.
[14]) La traducción de ciertos términos usuales en Estados Unidos y en Gran Bretaña en esa época plantea problemas. Así, el término “unionist” puede designar indiferentemente “trade unionist” o “industrial unionist”, el primero corresponde a los sindicatos de oficio o corporación (en el cual los miembros, en esa época frecuentemente debían pasar por un aprendizaje específico antes de poder entrar en la corporación), el segundo se relaciona con el “sindicato industrial” al que podía adherirse cualquier obrero, cualificado o no, que trabajaba en la misma industria. El término inglés “syndicalist”, en cambio, designa un militante sindicalista-revolucionario. Un “industrial unionist” podía ser igualmente un “sindicalista”, pero no forzosamente. [NDT]
[15]) Frederick Winslow Taylor desarrolló una serie de principios en su monografía de 1911, The principles of scientific management (“Los principios de la gestión científica”), que esencialmente buscaban aumentar la productividad de la fuerza de trabajo reduciendo la producción industrial a una serie de tareas fáciles de aprender, que no exigían ninguna calificación de los obreros y que permitían, más fácilmente, imponerles un trabajo más intenso.
[16]) El debate también era importante en Inglaterra, como lo veremos cuando analicemos la historia del sindicalismo revolucionario en el movimiento de los shop-stewards.
[17]) Foster acabaría siendo un líder estalinista del Partido comunista norteamericano tras la derrota de la Revolución rusa.
[18]) En español “sindicalismo de chuleta de cerdo”, término peyorativo usado en esa época para designar al sindicalismo reformista.
[19]) Actas del Congreso de la WFM de 1902, citado por Dubofsky.
[20]) ALU Journal, 7 de enero de 1904, p. 2, citado por Dubofsky.
[21]) Versión oficial de la Conferencia y del Manifiesto de IWW, por Clarence Smith, Proceedings of the First Convention of the Industrial Workers of the World, New York , New York, 1905.
[22]) Albert Parsons estaba entre los militantes arrestados tras el atentado de Haymarket (ver nota más arriba) y fue condenado y ejecutado en base a pruebas falsificadas.
[23]) Dubofsky, Obra cit.
[24]) Conlin, Joseph Robert, Bread and Roses Too: Studies of the Wobblies. Westport, CT: Greenwood, 1969. Cita extraída de Williams E. Walling, “Sindicalismo industrial o revolucionario”, New Review no 1 (11 de enero,1913, p. 46). Y de Walling “Industrialismo contra sindicalismo”, Internationalist Socialist Review (agosto de 1913).
[25]) James Canon, Los IWW, y citado en Dubosky.
[26]) Disponible en el sitio “Jim Crutchfield de IWW (https://www.workerseducation.org/crutch/constitution/constitutions.html [286]).
[27]) Conlin, Bread and Roses Too.
En la Revista internacional no 123, anunciamos el comienzo del tercer volumen de la serie sobre el comunismo. Nos interesamos por las obras del joven Marx de 1843 para ir examinando el método que fue la base de la elaboración del programa comunista. En este tercer volumen tenemos la intención de retomar la cronología en donde la dejamos a finales del segundo, cuando se abrió el periodo de contrarrevolución tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23.
(Resumen del primer volumen)
En la Revista internacional no 123, anunciamos el comienzo del tercer volumen de la serie sobre el comunismo. Nos interesamos por las obras del joven Marx de 1843 para ir examinando el método que fue la base de la elaboración del programa comunista. En este tercer volumen tenemos la intención de retomar la cronología en donde la dejamos a finales del segundo, cuando se abrió el periodo de contrarrevolución tras la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23. Considerando que esta serie empezó hace casi quince años, pensamos que es necesario recordar el contenido de los dos primeros volúmenes: dedicaremos a eso este artículo y el próximo. Confiamos en que ese resumen animará a los lectores a volver a los primeros artículos que pronto publicaremos en forma de libro y en nuestro sitio Internet. Hasta ahora hemos tenido muy pocas respuestas escritas a esos artículos por parte del campo proletario; no obstante los consideramos como una fuente de estudio y de reflexión para todos aquellos que quieren esclarecer de verdad el sentido y el contenido reales de la revolución comunista.
El primer volumen –exceptuando el primer artículo que examinaba las ideas comunistas anteriores a la emergencia del capitalismo y concluía con las formas más primitivas del comunismo proletario– se concentra esencialmente en la evolución del programa comunista a lo largo del periodo ascendente del capitalismo, cuando la revolución comunista todavía no estaba al orden del día de la historia. El propio titulo del volumen es ya de por sí una respuesta polémica al tan gastado argumento que afirma que aun admitiendo que los regímenes estalinistas no corresponden a lo que Marx y otros pensaban que era el comunismo, éste sigue siendo un bello ideal teórico pero no podrá existir en la práctica. Por su parte, la visión marxista defiende que el comunismo no es un bello ideal, en el sentido de que sería un invento de mentes con las mejores intenciones o de algún pensador genial. El comunismo es una teoría, o más bien es un movimiento que incluye una dimensión teórica; pero la teoría comunista proviene de la práctica real de una fuerza social revolucionaria. En el centro de esa teoría está la idea de que el comunismo como forma de vida social se convierte en necesidad cuando el capitalismo deja de funcionar, cuando éste se opone cada día más a las necesidades humanas. Pero mucho antes de que se llegue a esa situación, el proletariado y sus minorías políticas no solo esbozarán los fines históricos de su movimiento, sino también desarrollarán y habrán de elaborar el programa comunista a la luz de la experiencia adquirida en las luchas prácticas de la clase obrera.
Una ojeada al sumario de esta revista, publicada en el primer trimestre de 1992, nos recuerda el contexto histórico en el que la serie salió a la luz. El articulo editorial está dedicado a la explosión de la URSS y a las matanzas en Yugoslavia; otro se titulaba “Notas sobre el imperialismo y la descomposición: hacia el mayor caos de la historia”. En resumen, la CCI había entendido que con el hundimiento del bloque del Este se estaba abriendo una nueva fase definitiva en la vida (o en la muerte) del capitalismo decadente, su fase de descomposición, que trae consigo nuevas pruebas y peligros desconocidos para la clase obrera y sus minorías revolucionarias. Simultáneamente, la caída espectacular de los regimenes estalinistas permitió a la clase dominante desencadenar una propaganda masiva para entorpecer y desmoralizar a una clase obrera que la había estado hostigando con sus luchas durante dos decenios. Basándose en unas premisas totalmente erróneas de que el estalinismo sería igual al comunismo, se nos echaba en cara con arrogancia que estábamos asistiendo a la muerte del comunismo, a la bancarrota definitiva del marxismo, a la desaparición de la clase obrera y hasta al fin de la historia… En un primer momento, se concibió entonces esta serie sobre el comunismo como respuesta a esa campaña perniciosa, para mostrar principalmente la diferencia fundamental entre el estalinismo y la visión auténtica del comunismo defendida por el movimiento obrero a lo largo de su historia. Habíamos previsto una corta serie de cinco o seis artículos. Pero ya desde el primero de ellos sentimos la obligación de profundizar más, por dos razones. La primera es que desde sus orígenes, el movimiento marxista revolucionario siempre se ha dado como tarea la clarificación de los fines del comunismo; esa tarea sigue siendo hoy importante y no depende de un acontecimiento histórico inmediato, por importante que sea la apertura de un nuevo periodo como así pasó con el hundimiento del bloque del Este. La segunda es que la historia del comunismo, de por sí, no solo es la del marxismo, no solo la del movimiento obrero, sino una historia de la humanidad.
En el artículo de la Revista internacional no 123, dedicamos una atención particular a una expresión que se puede leer en la carta de 1843 de Marx a Ruge: “… el mundo posee en sueños desde hace mucho tiempo aquello de lo que solo le falta tener conciencia para poseerlo realmente”. El primer artículo del no 68 de la Revista intentaba pues resumir los sueños comunistas de la humanidad. Fue la sociedad antigua la que por vez primera hizo una elaboración teórica de esos ideales; pero tuvimos que remontarnos más en el tiempo, al estar basadas, en cierto modo, esas primeras especulaciones en el recuerdo del comunismo verdadero – aunque limitado – de la sociedad tribal primitiva. El descubrimiento de que los seres humanos vivieron durante centenas de miles de años en una sociedad sin clases y sin Estado será un instrumento potente en manos del movimiento obrero para hacer contrapeso a todas aquellas proclamaciones que cantaban que el amor de la propiedad privada y la importancia de la jerarquía eran parte intrínseca de la naturaleza humana. Y, al mismo tiempo, el enfoque de los primeros pensadores comunistas, también contenía un poderoso factor mítico, vuelto hacia el pasado, como un lamento por una comunidad perdida que nunca volvería. Fue así, por ejemplo, con el “comunismo de posesión” de los primeros cristianos o de la rebelión de los esclavos dirigida por Espartaco, inspirada por la búsqueda de una edad de oro perdida. También fue en gran parte el caso de las prédicas de John Ball durante la revuelta campesina de 1381 en Inglaterra, a pesar de que en aquellos tiempos ya era evidente de que el único remedio contra la injusticia social era la propiedad común de la tierra y de los instrumentos de producción.
Las ideas comunistas que surgieron cuando nació el capitalismo muestran ser más capaces de volcarse hacia el porvenir y emanciparse progresivamente de esa obsesión de un pasado mítico. Desde el movimiento anabaptista conducido por Tomas Müntzer en el siglo XVI en Alemania, pasando por Winstanley y los Niveladores durante la guerra civil en Inglaterra hasta Babeuf y la Conspiración de los Iguales en la Revolución francesa, hay una evolución: partiendo de una visión religiosa apocalíptica del comunismo, va avanzando la idea central de la capacidad de la humanidad para liberarse de un orden social de explotación. A su vez, ello reflejaba el avance histórico posibilitado por el capitalismo, en particular el desarrollo de una visión científica del hombre y la emergencia lenta del proletariado como clase especifica en el nuevo orden social. El punto culminante de ese desarrollo se alcanzó con la aparición de los socialistas de la utopía como Owen, Saint-Simon y Fourier que hicieron cantidad de críticas muy penetrantes de los horrores del capitalismo industrial y supieron discernir las posibilidades que se abrirían después del capitalismo, sin lograr sin embargo ver cuál era la verdadera fuerza social capaz de aportar una sociedad más humana: el proletariado moderno.
Así, y contrariamente a la interpretación común, el comunismo no es un movimiento “inventado” por Marx. Como lo ha demostrado el primer artículo, el comunismo es anterior al proletariado y el comunismo proletario es anterior a Marx. Pero así como el comunismo del proletariado fue un paso cualitativo con respecto a todas las formas de comunismo que lo precedieron, el comunismo “científico” elaborado por Marx y todos los que tras él retomaron su método fue un paso cualitativo con respecto a las esperanzas y especulaciones de los utopistas.
El artículo refiere la evolución de Marx hacia el comunismo partiendo de una crítica a la filosofía de Hegel y a la democracia radical. Como lo demostramos en el artículo precedente (Revista internacional no 123), esa evolución fue muy rápida pero sin caer en manera alguna en la superficialidad. Marx insistía en la necesidad de examinar en detalle todas las corrientes comunistas que empezaban a surgir en Alemania y Francia, en particular en París en donde vivió Marx en 1844 y en donde entró en contacto con grupos de obreros comunistas. Esos grupos arrastraban necesariamente una serie de confusiones, de ideologías heredadas de las revoluciones del pasado. Pero junto a los primeros signos embrionarios de una lucha de clases más general de los obreros, esas primeras manifestaciones de un profundo movimiento histórico fueron suficientes para convencerle de que el proletariado era la verdadera fuerza social no solo capaz de inaugurar una sociedad comunista sino también que su propia naturaleza le obligaba históricamente a ello. Así el proletariado se ganó a Marx y éste a su vez le dio las armas teóricas que había adquirido de la burguesía.
Desde el principio (en particular en la Ideología alemana en donde lucha contra la filosofía idealista y la visión de la conciencia exterior a la cruda realidad material), Marx insiste en que la conciencia comunista emana del proletariado y que la vanguardia comunista no es sino un producto de ese proceso, que no es su demiurgo, por mucho que haya surgido precisamente para ser un factor activo de ese proceso. Ya es una refutación de la tesis defendida 50 años después por Kautsky que afirma que es la intelligentzia socialista la que inyecta la conciencia comunista “desde el exterior” a la clase obrera.
Tras haber cumplido ese cambio fundamental al adoptar el punto de vista del proletariado, Marx empezó elaborando una visión del proyecto gigantesco de emancipación de la humanidad que un movimiento proletario revolucionario estaba transformando, de sueños inaccesibles que eran hasta entonces, en meta social realizable. Los Manuscritos económicos y filosóficos (también llamados Manuscritos de 1844) contienen ciertas visiones de las más audaces de Marx sobre el carácter de la actividad humana en una sociedad realmente libre. A menudo fueron considerados como “premarxistas”, al seguir centrados en conceptos esencialmente filosóficos tales como la alienación, término clave del sistema filosófico de Hegel. Y es verdad que el concepto de alienación, o sea la visión del hombre ajeno a sus propios poderes, existe más o menos no solo en Hegel sino en toda la historia, hasta en las primeras expresiones de los mitos. También es verdad que Marx iba a realizar avances fundamentales de su pensamiento en las décadas siguientes. Sin embargo, hay una continuidad esencial entre los escritos del Marx “joven” y los del Marx “maduro”, el que produjo grandes obras “científicas” como el Capital. Cuando Marx analiza la alienación en los Manuscritos de 1844, ya la hace bajar del cielo de la mitología y de la filosofía hasta la tierra de la vida social real del hombre y de su actividad productora; también la inspirada descripción que hace de la humanidad comunista tiene sus raíces en las capacidades humanas reales. Obras posteriores como Grundrisse tienen el mismo punto de partida.
En los Manuscritos de 1844, Marx esboza el marco para describir esa humanidad liberada, analizando en profundidad los problemas que encara la especie: su alineación en la sociedad capitalista.
Marx identifica cuatro factores de alineación, enraizados en los procesos fundamentales del trabajo:
la alineación del hombre respecto a su propio producto, transformándose sus creaciones en potencias que lo van dominando; la máquina, fabricada por el obrero que la hace funcionar, encadena el obrero a su ritmo infernal; la riqueza social creada por el obrero, transformada en capital, se transforma en potencia impersonal que tiraniza el conjunto de la vida social;
la alienación con respecto a su propia actividad productora, por la que el trabajo pierde toda apariencia de placer creativo y se vuelve un suplicio par el obrero;
la alienación con respecto a los demás hombres: el trabajo alienado se funda en la explotación de una clase por otra, y esa división fundamental acarrea otras muchas, en particular bajo el reino de la producción universal de mercancías en la que la sociedad tiende a hundirse en una guerra de todos contra todos;
la alienación del hombre respecto a su propia naturaleza humana, que es la de un ser social y creativo y que ha sido vaciada de su contenido a un nivel sin precedentes por las relaciones burguesas de producción.
Pero el análisis marxista de la alineación no mira hacia el pasado, hacia la nostalgia de formas menos explícitas de alineación como tampoco es un pretexto para desesperarse. La clase explotadora también está alienada; pero, en cambio, en el proletariado la alineación se convierte en base subjetiva del ataque revolucionario contra la sociedad capitalista.
En sus primeros escritos, tras haber analizado la enfermedad, Marx también muestra a qué podría parecerse la especie con buena salud. En contra de toda idea de “igualitarismo” por abajo, Marx muestra que el comunismo es un paso inmenso hacia adelante para la especie humana, al permitir resolver conflictos que la habrán atormentado no solo en la sociedad burguesa, sino a lo largo de su historia: es “la solución al enigma de la historia”. En el comunismo, el hombre no será rebajado, sino que se elevará hasta los límites posibles de su naturaleza. Marx subraya varias dimensiones de la actividad social humana en cuanto sean suprimidas las cadenas del capital:
si la división del trabajo, y más todavía la producción bajo el imperio del dinero y del capital, dividen la humanidad en una infinidad de unidades en competencia, el comunismo restaura la naturaleza social del hombre, de modo que hace placentero el trabajo, en gran parte porque entiende que trabaja para los demás;
la división del trabajo es superada, además, en cada individuo. Los productores ya no estarán agobiados por una forma única de actividad, sea manual o intelectual; el productor será un individuo completo cuyo trabajo combina actividades mentales y físicas, artísticas e intelectuales;
liberado de la necesidad y del azote del trabajo forzado se abre el camino para una experiencia nueva del mundo, “la emancipación de todos los sentidos”; el individuo ya no se considera como atomizado y en contradicción con la naturaleza, sino que hace la experiencia de una conciencia nueva de su unidad con ella.
En sus primeros escritos, Marx expresa ya la idea de que las relaciones de producción determinan esencialmente la actividad humana; sin embargo, todavía no la ha elaborado en una presentación coherente y dinámica de la evolución histórica. La desarrollará rápidamente en su obra la Ideología alemana, en la que empieza estableciendo el método que se conocerá más tarde con el nombre de materialismo histórico. Pronunciarse a favor del comunismo y de la revolución proletaria no era un mero acto teórico, también implicaba necesariamente un compromiso político militante. Eso es reflejo de la propia índole del proletariado, clase sin propiedad que, al no poder, como hizo la burguesía en su tiempo, ganar una posición de fuerza económica en el seno de la vieja sociedad, no puede afirmarse más que en oposición a ella. Por consiguiente, una transformación comunista ha de estar precedida por una revolución política, por la toma del poder por la clase obrera. Y para prepararse para ello, el proletariado ha de crear su propio partido político.
Mucha gente dice hoy compartir las ideas de Marx pero, al haber estado traumatizados por la experiencia del estalinismo, no ven la necesidad de actuar de forma organizada y colectiva. Esa actitud es ajena al marxismo y al ser del proletariado. El proletariado es una clase colectiva y no le queda otro remedio para hacer avanzar su causa que formar asociaciones colectivas; y es inconcebible que a las partes más avanzadas de la clase, los comunistas, esa necesidad no les incumba.
Marx fue desde el principio un militante de la clase obrera. Su objetivo era participar en la formación de una organización comunista. De ahí la intervención en 1847 de Marx y Engels en el grupo que se llamará la Liga de los comunistas y que publicará el Manifiesto comunista, en vísperas de una oleada de sublevamientos revolucionarios en los que el proletariado iba a aparecer por primera vez en la escena de la historia como fuerza política distinta.
El Manifiesto empieza subrayando la nueva teoría de la historia, recordando rápidamente el auge y la caída de las diferentes formas de explotación de clase que precedieron la emergencia del capitalismo moderno. El texto no anda con rodeos para reconocer el papel revolucionario de la burguesía en la extensión global del modo de producción capitalista; identificando al mismo tiempo las contradicciones del sistema, en particular su tendencia inherente a la crisis de sobreproducción, mostrando que el capitalismo, a imagen de Roma o del feudalismo, tampoco es eterno y será remplazado por una forma superior de vida social.
El Manifiesto afirma esa posibilidad poniendo en evidencia una segunda contradicción fundamental del sistema, la contradicción de clase entre burguesía y clase obrera. El desarrollo histórico divide la sociedad capitalista en dos campos en conflicto cuya lucha llevará: o a la fundación de una sociedad superior o a “la ruina mutua de ambas clases en presencia”.
Son en realidad indicaciones para el futuro del capitalismo: ese futuro es la época en que el capitalismo ya no servirá para el progreso de la humanidad, sino que se habrá transformado en traba para el desarrollo de las fuerzas productivas. El Manifiesto, en ese punto, no es coherente. Reconoce la posibilidad de progreso bajo el régimen burgués, en particular la destrucción de los vestigios del feudalismo. Sugiere sin embargo en ciertas formulaciones que el sistema ya está yendo hacia su declive y que se ha vuelto inminente la revolución proletaria. Sin embargo, el Manifiesto es una auténtica obra “profética”: unos meses después de su publicación, el proletariado demostraba con su práctica que él era la nueva fuerza revolucionaria de la sociedad burguesa. Era un testimonio de la solidez del método histórico encarnado por el Manifiesto.
El Manifiesto es la primera expresión explícita de un nuevo programa político y señala las etapas que tendrá que franquear el proletariado para inaugurar la nueva sociedad:
la conquista del poder político: la lucha de clases se describe como una guerra civil más o menos velada y el Manifiesto considera la revolución como el derrocamiento violento de la burguesía. En esa etapa, la idea es que el proletariado tendrá que conquistar el aparato estatal utilizando la violencia de clase; y también está presente la idea de la conquista pacifica del poder “ganando la batalla por la democracia”. Este planteamiento será totalmente revisado a la luz de la experiencia posterior;
la conquista del poder por el proletariado ha de hacerse a nivel internacional. Es en ese texto donde Marx y Engels lanzan el inmortal grito “Los obreros no tienen patria” e insisten en el que “la acción unida de los países civilizados como mínimo es una de las primeras condiciones para la emancipación del proletariado”;
a largo plazo, el objetivo es sustituir un sistema dividido en clases por una “asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos”. Esa sociedad ya no necesitará Estado y superará la división embrutecedora del trabajo y entre la ciudad y el campo.
El Manifiesto no se imagina que el advenimiento de tal sociedad pueda realizarse en una noche, sino que necesitará un período de transición más o menos largo. Muchas de las medidas inmediatas preconizadas en el Manifiesto que significarían “una violación despótica del derecho de propiedad” –como la nacionalización de los bancos y el impuesto progresivo sobre la renta – son, como puede comprobarse en nuestros tiempos, perfectamente compatibles con el capitalismo y en particular con el capitalismo en su período de declive caracterizado por la dominación totalitaria del Estado. También en eso la experiencia revolucionaria de la clase obrera aportó cantidad de aclaraciones sobre el contenido económico de la revolución. Pero el Manifiesto tiene totalmente razón al afirmar el principio general de que el proletariado no puede ir adelante, hacia el comunismo, si no es centralizando las fuerzas productivas que controla.
La experiencia concreta de la Revolución de 1848 esclareció las cosas. Al haber previsto la inminencia de una gran sublevación social, el Manifiesto ya había previsto su carácter híbrido, a medio camino entre la gran revolución francesa de 1789 y la futura revolución comunista, como también proponía una serie de medidas tácticas para apoyar la lucha de la burguesía y de la pequeña burguesía contra el feudalismo, preparando también el terreno de la revolución proletaria que, según Marx y Engels, sucedería rápidamente siguiendo los pasos de la victoria de la burguesía.
La realidad no confirmó esa perspectiva. El surgimiento del proletariado en las calles de París –simultánea al brote del primer partido verdaderamente obrero en Inglaterra, los Chartistas– aterrorizó a la burguesía. Tomó conciencia de que esa fuerza ascendente no podría ser controlada fácilmente tras haberse desencadenado en la lucha contra los poderes feudales. De modo que se vio obligada a establecer compromisos con el antiguo régimen, en particular en Alemania. Por su parte, el proletariado no estaba lo bastante maduro políticamente como para asumir la dirección de la sociedad: las aspiraciones comunistas de los obreros parisinos eran más implícitas que explícitas. Y en muchos países, el proletariado estaba todavía constituyéndose a partir de la disolución de las antiguas formas de explotación.
Los acontecimientos de 1848 fueron el bautismo de fuego de la Liga de los comunistas recientemente formada. Intentando poner en práctica la táctica preconizada por el Manifiesto, la Liga se opuso al revolucionarismo fácil de los que consideraban que la dictadura del proletariado era una posibilidad inmediata y a quienes soñaban con liberar militarmente Alemania por la fuerza de las bayonetas francesas. Al contrario, la Liga intentó practicar la alianza táctica con la democracia radical alemana. Incluso fue demasiado lejos en ese sentido disolviéndose la Liga en las Uniones de Demócratas creadas por los partidos radicales burgueses y pequeño burgueses.
Ilustrados por sus errores y la reflexión suscitados por la represión brutal de los obreros parisinos y por la traición de la burguesía alemana respecto a su propia revolución, la Liga de los comunistas sacó lecciones vitales, en particular en el texto redactado por Marx para la Liga, las Luchas de clases en Francia:
la necesidad de la autonomía del proletariado. Era de esperar que la burguesía traicionara y había que preverlo. Esta acabaría inevitablemente aliándose con la reacción o, en el caso en que saliera victoriosa, se volvería contra los obreros. Era pues vital que los obreros conservaran sus propias organizaciones en el transcurso de revoluciones burguesas. Eso era válido tanto para la vanguardia política comunista como para las organizaciones mas generales de la clase (los círculos y ateneos obreros, los diferentes “comités”, etc.);
esos órganos debían armarse y estar dispuestos a formar un nuevo gobierno obrero. Además, Marx empezó entonces a entrever que ese nuevo poder no podría nacer sino destruyendo el aparato estatal existente, lección que la Comuna de París confirmaría plenamente en 1871.
La perspectiva seguía siendo la de “la revolución permanente”, una transición inmediata de la revolución burguesa a revolución proletaria. De hecho, esas lecciones son más propias de la época de la revolución proletaria, como lo demostrarán los acontecimientos de Rusia en 1917. En la misma Liga de los comunistas, hubo rudos debates sobre las perspectivas para la clase obrera después de las derrotas de 1848. Una tendencia inmediatista, encabezada por Willich y Schapper, pensaba que la derrota no tenía consecuencias y que la Liga debía prepararse para nuevas aventuras revolucionarias. La tendencia encabezada por Marx examinó en profundidad los acontecimientos y sus consecuencias; no solo entendió que la revolución no podía surgir directamente de las cenizas de la derrota, sino que no estaba todavía maduro el capitalismo para que la revolución proletaria pudiera realizarse; ésta no podría surgir más que a partir de una nueva crisis capitalista. Por ello, la tarea de los revolucionarios era preservar las lecciones del pasado y llevar a cabo un estudio serio del sistema capitalista para entender su verdadero destino histórico. Esas divergencias llevaron a la disolución de la Liga de los comunistas y, en el caso de Marx, a un período de trabajo teórico profundo que culminó con su obra maestra, el Capital.
1) “La historia como telón de fondo” (Revista internacional no 75)
La clave para entender el futuro del capitalismo está en la esfera de la economía política. En pleno auge de la fase revolucionaria de la burguesía, sus economistas políticos, Adam Smith en especial, hicieron importantes contribuciones para comprender la naturaleza de la sociedad capitalista y desarrollaron en particular la teoría del valor-trabajo, prácticamente abandonada hoy (en esta fase de decadencia del capitalismo), por los burgueses “expertos” en economía. Pero los propios prejuicios de clase impidieron a los mejores economistas burgueses sacar las conclusiones de aquellas primeras investigaciones. Sólo adoptando el punto de vista del proletariado es posible entender los verdaderos mecanismos internos del capital, puesto que únicamente esa clase es capaz de sacar lúcidamente unas conclusiones muy desagradables para la burguesía y sus apólogos: no solo el capitalismo es una sociedad basada en la explotación de clase, sino que es además la última forma de explotación de clase en la historia de la humanidad al haber creado la posibilidad y la necesidad de su superación por una sociedad comunista sin clases.
En su análisis del carácter y del destino del capital, Marx no se limitó a la época capitalista. Al contrario, hizo resaltar que no se puede entender el capitalismo más que poniendo como telón de fondo la historia de la humanidad. Por eso el Capital y su “borrador”, las Grundrisse, vuelven a tratar sobre las preocupaciones antropológicas y filosóficas que habían inspirado los Manuscritos de 1844, enriquecidos por un método histórico más elaborado:
la afirmación de la existencia de una naturaleza humana: el hombre no es una página blanca que renace con cada nueva formación económica; al contrario, el hombre desarrolla su naturaleza gracias a su propia actividad en la historia;
la afirmación del concepto de alineación, considerado también en su desarrollo histórico: el trabajo asalariado capitalista encarna la forma más avanzada de la alineación del trabajo y, al mismo tiempo, es la premisa de su emancipación. Eso implica el rechazo de una visión puramente lineal de la historia como progreso absoluto a favor del método dialéctico que concibe la evolución del avance histórico en un proceso contradictorio que contiene fases de regresión y de declive.
En ese marco, la dinámica de la historia muestra una disolución creciente de los lazos sociales originales del hombre, mediante la generalización de las relaciones mercantiles: el comunismo primitivo y el capitalismo están en los extremos antitéticos del proceso histórico, preparando el terreno para la síntesis comunista. El movimiento de la historia es el del auge y del declive de diferentes formaciones sociales antagónicas. El concepto de ascendencia y de decadencia de los modos de producción sucesivos es inseparable del materialismo histórico; y contrariamente a ciertas burdas incomprensiones, la decadencia de un sistema social no implica para nada el colapso total del crecimiento.
b) “El derribo del fetichismo de la mercancía” (Revista internacional no 76)
El Capital, a pesar de su profundidad y complejidad, es esencialmente una obra polémica. Es una denuncia apasionada contra los apólogos “científicos” del capitalismo y, en ese sentido, “el mísil más peligroso nunca antes lanzado a la cabeza de los burgueses” ([1]) utilizando la expresión de Marx.
El punto de partida de el Capital es elucidar la mistificación de la mercancía. El capitalismo es un sistema de producción universal de mercancías: todo está en venta. El reino de la mercancía enmascara la realidad del modo de funcionamiento del sistema. Era pues necesario revelar su verdadero secreto, la plusvalía, para así demostrar que toda la producción capitalista sin excepción está basada en la explotación de la fuerza de trabajo humano y que es esa plusvalía el verdadero origen de la injusticia y la barbarie en la vida bajo el capitalismo.
Al mismo tiempo, aprehender el secreto de la plusvalía, es demostrar que el capitalismo está marcado por profundas contradicciones que lo llevarán inevitablemente a su declive y a su caída final. Esas contradicciones arraigan en la naturaleza misma del trabajo asalariado:
– la crisis de sobreproducción: la mayoría de la población bajo el capitalismo está compuesta, por la naturaleza misma de la plusvalía, de sobreproductores y de subconsumidores. El capitalismo es incapaz de realizar todo el valor que produce en el circuito cerrado de sus relaciones de producción;
– la tendencia decreciente de la cuota o tasa de ganancia: solo la fuerza de trabajo del hombre puede crear un nuevo valor; sin embargo, la permanente competencia obliga constantemente al capitalismo a reducir la cantidad de trabajo vivo en relación con el trabajo muerto de las máquinas.
Durante el período ascendente, en el que vivió Marx, el capitalismo pudo diferir sus contradicciones internas extendiéndose sin cesar por las extensas regiones precapitalistas que le rodeaban. En el Capital, Marx comprende ya la realidad de ese proceso y de sus límites, pero el estudio de ese problema quedará sin terminar, no solo a causa de los limitaciones personales que tenía que encarar Marx, sino también porque sólo la evolución real del capitalismo podía dilucidar el proceso real por el que el sistema capitalista entraría en su fase de declive. La comprensión de la fase del imperialismo, de la decadencia capitalista, iba a ser desarrollada por los sucesores de Marx, Rosa Luxemburg en particular.
Las contradicciones del capitalismo indican también cuál es su solución: el comunismo. Una sociedad hundida en el caos por el imperio de las relaciones mercantiles sólo puede superarse con una sociedad que suprima el trabajo asalariado y la producción para el intercambio, una sociedad de “productores libremente asociados” en la que las relaciones entre seres humanos dejan de ser oscuras para hacerse simples y claras. Por eso, el Capital es también una descripción del comunismo; en gran parte en negativo, pero también de una manera más directa y positiva poniendo de relieve cómo funcionaría una sociedad de productores libremente asociados. Y además, el Capital y las Grundrisse vuelven otra vez a la inspirada perspectiva de los Manuscritos de 1844, procurando escribir qué es el reino de la libertad, y darnos una idea de qué es la libre actividad creadora del hombre, esencial de la producción comunista.
En 1864, se termina el período de reflujo de la lucha de la clase obrera. Los obreros de Europa y de América se han organizado en sindicatos en defensa de sus intereses económicos; usan más y más el arma de la huelga; y también se movilizan en el terreno político para apoyar causas progresistas como la guerra contra la esclavitud en América del Norte. Esa efervescencia de la clase engendró la Asociación internacional de los trabajadores (AIT); la fracción de Marx participó activamente en su formación. Marx y Engels reconocieron en la Internacional una auténtica expresión de la clase obrera, aunque estuviera formada por todo tipo de corrientes, algunas muy confusas. La fracción marxista en la Internacional se vio así involucrada en múltiples debates críticos con esas corrientes, en particular sobre:
– el principio de auto emancipación de la clase obrera (contra los reformistas burgueses bienpensantes que querían liberar la clase desde arriba), y el principio de la autonomía de la clase (contra los nacionalistas burgueses como Mazzini);
– la defensa de la lucha política y de la organización centralizada contra la posición antipolítica y los prejuicios federalistas de los anarquistas.
El debate sobre la necesidad de que el proletariado reconociera la dimensión política de su lucha, concretada en gran parte, en aquella época, en la discusión sobre si era necesario o no hacer campaña en el ámbito político burgués, el parlamento y las elecciones, relacionado todo ello con la noción de período histórico de la revolución: para los marxistas, la lucha por reformas estaba todavía al orden del día, porque el sistema capitalista no había entrado todavía en su “era de revoluciones sociales”. Pero en 1871, el movimiento real de la clase dio un paso adelante histórico: la primera toma del poder político por la clase obrera, la Comuna de París. A la vez que comprendía el carácter “prematuro” de esa insurrección, Marx supo ver en ella el signo anunciador fundamental del futuro, aportando un nuevo enfoque sobre el problema de las relaciones entre proletariado y Estado burgués. Mientras que en el Manifiesto comunista, la perspectiva era tomar el control del Estado existente, la Comuna de París demostró que esa parte del programa se había vuelto caduca y que el proletariado no podría alcanzar el poder si no fuera destruyendo violentamente el Estado capitalista. La Comuna no fue, ni mucho menos, una invalidación, sino todo lo contrario, fue su patente confirmación. La clarificación no ocurrió como venida de no se sabe dónde. En realidad, la crítica marxista del Estado remonta a los escritos de Marx de 1843 ; el Manifiesto concibe el comunismo como una sociedad sin Estado; y entre las lecciones sacadas por la Liga de los Comunistas de la experiencia de 1848, se insiste ya en la necesidad de una organización proletaria autónoma e incluso en la idea de que hay que destruir el aparato burocrático. Todo eso, después de la Comuna, podrá incorporarse en una síntesis superior.
El combate heroico de los Communards mostró claramente que la revolución de los obreros significaba:
la disolución de los ejércitos permanentes, sustituidos por el armamento de los proletarios;
la sustitución de una burocracia privilegiada por funcionarios públicos pagados al mismo nivel que los salarios obreros;
la sustitución de las instituciones de tipo parlamentario por órganos que reúnan las funciones ejecutiva y legislativa y, lo más importante, el principio de la elección y revocabilidad de todos los puestos de responsabilidad en el nuevo poder.
Ese nuevo poder proporciona el marco organizado para:
– atraer a las demás clases no explotadoras detrás del proletariado;
– iniciar la transformación económica y social que muestra la vía hacia el comunismo, aunque nada hubiera podido realizarse en aquella época y en un contexto limitado geográficamente.
La Comuna fue pues ya un “semiestado” históricamente destinado a abrir la vía hacia una sociedad sin clases. Pero incluso entonces, Marx y Engels fueron capaces de percibir lo “negativo” del Estado-Comuna: Marx demostró que lo que la Comuna podía proporcionar era únicamente el marco organizado para el movimiento de emancipación social del proletariado, pero que ella misma no era ese movimiento; Engels insistió en que ese Estado era un “mal necesario”. La experiencia posterior –la Revolución rusa de 1917-27– iba a demostrar la profundidad de esa idea y revelar hasta qué punto es algo vital que el proletariado forje sus propios órganos de clase autónomos para controlar el Estado - órganos como los consejos obreros que eran inconcebibles para los proletarios semiartesanos del Paris de 1871.
Para terminar, la Comuna fue la indicación de que el período de guerras nacionales en Europa se había terminado: frente al espectro de la revolución proletaria, la burguesía de Francia y la de Prusia unieron sus fuerzas para aplastar a su enemigo principal. Para el proletariado de Europa, la defensa nacional se había convertido en máscara para ocultar la defensa de unos intereses de clase totalmente hostiles a los suyos.
Tras el aplastamiento brutal de la Comuna, el movimiento obrero se encontró en un nuevo período de retroceso. La Internacional no iba a sobrevivir durante mucho tiempo. Para la corriente marxista, sería un período de combate político intenso contra unas fuerzas que, aún actuando en el seno del movimiento, eran más o menos la expresión de la influencia y de la perspectiva de otras clases. Fue un combate, por un lado, contra las influencias burguesas más explícitas del reformismo y del “socialismo de Estado” y, por otro, contra las ideologías pequeño burguesas y de desclasados del anarquismo.
La identificación entre capitalismo de Estado y socialismo ha sido la base de la mayor mentira del siglo XX, con la forma estalinismo = comunismo. Una de las razones por las cuales la mentira ha tenido tanto peso es porque recoge lo que antes fueron confusiones naturales en el movimiento obrero. Durante el período ascendente, cuando el capitalismo aparecía en gran parte con la forma de capitalistas privados, podía fácilmente pensarse que la centralización del capital por el Estado era un golpe contra el capital (como ya lo vimos en El Manifiesto, por ejemplo). Pero ya las propias bases de la teoría marxista contenían la crítica de esa idea cuando demostraban que el capital no es un vínculo legal sino una relación social, de modo que poca diferencia hay entre una plusvalía extraída por un individuo o por un capitalista colectivo. Además, a finales del siglo xix, cuando ya el Estado empezaba a intervenir con cada vez mayor fuerza en la economía, Engels hizo explícita esa crítica implícita.
En el período siguiente a la disolución de la Internacional, el centro del desarrollo del movimiento obrero se desplazó a Alemania. Las condiciones políticas atrasadas imperantes en ese país se reflejaban también en el atraso de la corriente en torno a Lassalle que se caracterizaba por una adoración del Estado, y del Estado semifeudal de Bismarck además. Ni siquiera la fracción marxista, dirigida por Bebel y Liebknecht, estaba totalmente desprovista de esos prejuicios. El compromiso entre ambos grupos dio origen al Partido obrero socialdemócrata alemán. El programa del nuevo partido, en 1875, fue objeto de una severa crítica de Marx en su Crítica del Programa de Gotha que resume el método marxista sobre la cuestión de la revolución y del comunismo en aquel momento. Así, contra la tendencia del Programa de Gotha a confundir reformas inmediatas con el objetivo a largo plazo del comunismo, Marx advertía al partido alemán contra la idea de dejar en manos del Estado de los explotadores la protección de los explotados y hasta la conducción de la sociedad hacia el socialismo:
– Contra la tendencia a hacer de la socialdemocracia un partido de todas las clases favorables a las reformas democráticas, los marxistas –para quienes “socialdemocracia” era una denominación totalmente inadecuada– insistían en el carácter de clase del partido y en su posición irremediablemente hostil a la sociedad burguesa.
– Contra las ideas substitucionistas que consideraban al partido como una élite burguesa educada que debía aportar la salvación a los obreros ignorantes, los marxistas defendían que la gente de otras clases solo podría unirse al movimiento proletario si rechazaba sus prejuicios burgueses.
– Contra las ilusiones sobre la noción de un «Estado del pueblo» que podría llegar poco a poco, con reformas, al socialismo, los marxistas insistían en que el comunismo implica transformación radical de la sociedad y que solo podría instaurarse tras un período de dictadura del proletariado, cuyo objetivo es la desaparición total de toda forma de Estado. El principio de la dictadura del proletariado quedó plenamente confirmado en los hechos con la Comuna de París.
– Contra el llamamiento del Programa de Gotha a una “justa distribución” del producto social, Marx insistía en que la clave de todo movimiento hacia el comunismo es la abolición del intercambio y de la ley del valor.
Mientras que el Programa de Gotha confunde socialismo con propiedad de Estado, Marx habla de un movimiento que recorre unas etapas desde las más bajas hasta las más elevadas del comunismo. Durante la primera etapa, la sociedad está todavía marcada por la penuria y las huellas de la vieja sociedad. Las relaciones sociales capitalistas deben ser combatidas con medidas que impidan que vuelva la tendencia a acumular plusvalía. Marx veía el sistema de bonos de trabajo como un primer paso hacia la abolición del sistema de salario, un sistema de bonos marcado todavía por el “derecho burgués”.
El combate contra las influencias abiertamente burguesas del “socialismo de Estado” iba emparejado con la lucha por superar los vestigios ideológicos de la pequeña burguesía, encarnados en el anarquismo. No era un combate nuevo: en una obra como Miseria de la Filosofía, el marxismo ya se había pronunciado contra las nostalgias proudhonianas y su sociedad de productores independientes regida por el «intercambio igualitario». En los años 1860, el anarquismo parecía haber evolucionado, ya que la corriente de Bakunin se denominaba colectivista e incluso comunista. En realidad, la esencia del bakuninismo era tan ajena al proletariado como la ideología proudhoniana. El bakuninismo tenía además la desventaja de no poder ser ya considerado como una expresión de la inmadurez del movimiento obrero, sino que de entrada se presentó en contra del avance fundamental que la visión marxista significó.
El conflicto entre marxismo y bakuninismo, entre posición proletaria y posición pequeño burguesa, se entabló en varios niveles:
– la cuestión de la organización: Bakunin entró en la vida de la Internacional presentándose como defensor de la libertad y de la autonomía local contra las tendencias centralizadoras que se expresaban en el Consejo general de la Internacional. La centralización expresa la necesidad de unidad del proletariado, mientras que los bakuninistas querían reducir la función del Consejo general a ser un simple receptáculo, impidiendo a la Internacional que hablara con una sola voz contra el enemigo de clase; esta orientación habría acabado obligatoriamente en desorganización del movimiento proletario. Los discursos de los bakuninistas sobre la libertad y la autonomía eran, además, pura hipocresía, pues su objetivo oculto era infiltrar la Internacional mediante una cofradía secreta que sí que era de lo más “autoritario”, basada en el modelo masónico y con el “Ciudadano B.” - Bakunin – a su cabeza. La lucha por principios organizativos proletarios, basados en la transparencia y unas responsabilidades claramente definidas, contra las intrigas típicamente pequeño burguesas del clan bakuninista, fue la cuestión central del Congreso de la Internacional de 1872.
– El método histórico: mientras que la corriente marxista defendía el método del materialismo histórico, concibiendo la orientación de la actividad del movimiento obrero en función de las condiciones objetivas históricas en las que se mueve, Bakunin rechazaba ese método, prefiriendo las peroratas sobre ideas eternas de justicia y libertad, pretendiendo que la revolución era posible en todo momento.
– El sujeto de la revolución: mientras que los marxistas reconocían que la única clase destinada a hacer la revolución comunista, el proletariado moderno, estaba todavía constituyéndose, poco les importaba eso a los bakuninistas para quienes la revolución era como una gigantesca conflagración que podía ser llevada a cabo por campesinos, rebeldes semiproletarios o bandoleros tanto como por la clase obrera.
– La naturaleza política de la lucha de clases: Puesto que, para los marxistas, la revolución comunista no estaba todavía al orden del día de la historia, la clase obrera debía consolidarse como fuerza política en el seno de la sociedad burguesa, lo cual significaba organizarse en los sindicatos y demás organismos de defensa similares e intervenir en el ruedo político burgués para defender sus intereses en el marco de la legalidad. Los bakuninistas, por su parte, rechazaban por principio toda actividad parlamentaria y –respecto a esta última al menos– rechazaban toda lucha que no tuviera el objetivo de la abolición del capitalismo; además, para ellos, el derrocamiento del capitalismo no exigía la conquista del poder político por los obreros, sino la “disolución” inmediata de toda forma de Estado. Contra esta visión, los marxistas sacaron las verdaderas lecciones de la Comuna: la revolución de la clase obrera implica, al contrario, la toma del poder político, pero ese nuevo poder es de un nuevo tipo también, es un poder en el que el proletariado en su conjunto, y no una élite privilegiada, toma directamente en sus manos la gestión de la vida económica y política. En la práctica, las frases ultrarrevolucionarias de los anarquistas no eran sino un ligero barniz para encubrir una práctica oportunista a remolque de la burguesía, del estilo de lo que harían en España al participar en instancias locales que en modo alguno estaban fuera del Estado capitalista.
– La cuestión de la sociedad futura: la verdadera naturaleza del anarquismo como reflejo de la visión conservadora de una capa pequeño burguesa arruinada por la concentración del capital, era más evidente todavía en la idea que se hacía de la sociedad futura. Esto era tan cierto para los “colectivistas” bakuninistas como lo había sido para Proudhon: el texto de Guillaume, en particular, la Construcción de un nuevo orden social propone que las diferentes asociaciones de productores y las comunas que nacerán después de la revolución, tendrían que estar vinculadas entre sí mediante los buenos oficios de un “Banco de intercambio” que organizaría la compraventa en nombre de la sociedad. Los marxistas, al contrario, insistían en que una sociedad verdaderamente “colectivista”, los productores no intercambiarían sus productos, porque ya son ellos el producto y la “propiedad” de la sociedad entera. La perpetuación de las relaciones mercantiles es necesariamente el reflejo de la existencia de la propiedad privada y serviría de base para el resurgir de una nueva forma de capitalismo.
Durante los últimos años de su vida, Marx dedicó buena parte de su energía intelectual al estudio de las sociedades arcaicas. La publicación de La sociedad arcaica de Morgan y las cuestiones que le planteaba el movimiento obrero ruso sobre las perspectivas para la revolución en Rusia, le llevaron a emprender un estudio intensivo que nos ha quedado en la forma de unas “Notas Etnográficas” muy incompletas, pero que siguen siendo de la mayor importancia. Esos estudios también nutrieron el gran trabajo antropológico de Engels, el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.
El trabajo de Morgan sobre los indios de Norteamérica fue, para Marx y para Engels, una confirmación deslumbrante de sus tesis sobre el comunismo primitivo: en contra de la idea burguesa convencional según la cual la propiedad privada, la jerarquía social y la desigualdad entre los sexos serían inherentes a la naturaleza humana, el estudio de Morgan revelaba que cuanto más primitiva era una sociedad, más comunitaria era la propiedad, más colectivo era el proceso de toma de decisión y más de mutuo respeto era la base de las relaciones entre hombres y mujeres. Ese estudio fue un apoyo muy sólido para los argumentos comunistas contra las mitologías amañadas por la burguesía. Al mismo tiempo, el tema principal de las investigaciones de Morgan –les iroqueses– ya era una sociedad en transición entre las formas más antiguas de “estado salvaje” y el estado civilizado o la sociedad de clases; en las formas estructuradas de herencia en el clan o en el sistema de la Gens aparecían los gérmenes de la propiedad privada, base de la aparición de las clases, del Estado y de la “derrota histórica del sexo femenino”.
El método de Marx respecto a la sociedad primitiva se basaba en su método materialista que consideraba que la evolución histórica de las sociedades estaba, en última instancia, determinado por los cambios habidos en su infraestructura económica. Estos cambios acabarían provocando el fin de la comunidad primitiva y abriendo la vía a nuevas formas sociales más desarrolladas. Pero su concepto de progreso histórico era radicalmente opuesto al superficial evolucionismo burgués, el cual veía una ascensión puramente lineal, que iba de la oscuridad a la luz, un ascenso que habría culminado en el resplandor deslumbrante de la civilización burguesa. La visión de Marx era profundamente dialéctica: no rechaza, ni mucho menos, el comunismo primitivo como si fuera algo semihumano, sino que, al contrario, las «Notas» expresan el mayor respeto por las cualidades de la comunidad tribal: su capacidad para autogobernarse, el poder imaginativo de sus creaciones artísticas, su igualitarismo sexual. Los límites inherentes a la sociedad primitiva –las restricciones impuestas a los individuos, la división de la humanidad en unidades tribales y demás– fueron necesariamente superados por el progreso histórico. Pero lo positivo de esas sociedades se fue perdiendo a los largo de la historia y deberá ser restaurado a un nivel superior en el futuro comunista.
Engels compartía el mismo enfoque dialéctico de la historia – contrariamente a algunos que quieren establecer barreras entre Marx y Engels, acusando a éste de ser un vulgar “evolucionista” – y eso queda claramente demostrado en su libro, el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.
El problema de las sociedades primitivas y precapitalistas no era una simple cuestión sobre el pasado. Los años 1870 y 1880 fueron un período durante el cual el capitalismo, tras haber realizado las tareas de la revolución burguesa en la vieja Europa, estaba alcanzando su fase imperialista en la que se iba a repartir las restantes regiones del mundo. El movimiento proletario debía por lo tanto adoptar una postura clara sobre la cuestión colonial, tanto más porque había en sus filas algunas corrientes que preconizaban la idea de un “colonialismo socialista”, una forma precoz de chovinismo cuyo peligro iba a desvelarse plenamente en 1914.
No era aceptable ni mucho menos que los revolucionarios apoyaran la misión progresista del imperialismo. Pero como muchos espacios del planeta estaban todavía dominados por formas precapitalistas de producción, era necesario elaborar una perspectiva comunista para esas áreas. Esto se concretó en Rusia: los fundadores del movimiento comunista en Rusia escribieron a Marx preguntándole cómo consideraba él la comunidad arcaica, el Mir agrario que seguía vigente en la Rusia zarista. ¿Podría servir de base esa estructura para el desarrollo del comunismo en Rusia? Y –contrariamente a lo que se esperaban algunos de sus adeptos “marxistas” en Rusia, más bien reservados sobre la respuesta de Marx– éste concluyó que “la revolución burguesa” no era una etapa obligada en Rusia y que la comuna agraria podría servir de base a una transformación comunista. Pero ponía una condición previa: eso sólo podría ocurrir si la revolución rusa contra el zarismo era la señal de una revolución proletaria en occidente.
Todo ese episodio muestra que el método de Marx no era en absoluto obtuso o dogmático: al contrario, rechazaba los esquemas de desarrollo histórico groseros que algunos marxistas deducían de sus premisas, y siempre revisaba y volvía revisar sus conclusiones. Además, también ahí quedó demostrada la valía profética de su método : aunque el desarrollo del capitalismo en Rusia acabaría socavando el Mir en su propia esencia, el rechazo por parte de Marx de una teoría de la revolución por etapas en Rusia iba a tener continuidad en la teoría de la revolución permanente de Trotski y en las “Tesis de Abril” de Lenin, quienes reconocieron, siguiendo a Marx, que la única esperanza para todo levantamiento revolucionario en Rusia era enlazarse inmediatamente con la revolución proletaria en Europa occidental.
La aparición de partidos «social demócratas» en Europa fue una importante expresión del resurgir del proletariado tras la aplastante derrota de la Comuna. A pesar de su disgusto por la denominación de “social democracia”, Marx y Engels apoyaron con entusiasmo la formación de esos partidos, que representaban un avance respecto a la Internacional en dos aspectos: primero, encarnaban una distinción más clara entre los órganos unitarios y generales de la clase (en aquel período, sobre todo los sindicatos) y la organización política que agrupa a los elementos más avanzados de la clase. Segundo, se formaron basadas en el marxismo.
No cabe duda de que había, desde sus orígenes, unas debilidades significativas en las bases programáticas de esos partidos. Incluso sus direcciones marxistas estaban a menudo marcadas por el peso de toda clase de vestigios; y al ir cobrando influencia, esos partidos empezaron a convertirse en polo de atracción para todo tipo de reformistas burgueses claramente hostiles al marxismo. El período de expansión capitalista de finales del xix creó las condiciones para el desarrollo de un oportunismo cada día más flagrante en el seno de esos partidos, proceso de degeneración interna que culminaría con la gran traición de 1914.
Esto llevó a muchas corrientes con pretensiones políticas radicales, que se proclamaban comunistas pero profundamente influidas por el anarquismo, a negar en bloque toda la experiencia socialdemócrata, y denunciarla como si no fuera otra cosa sino la expresión de una adaptación a la sociedad burguesa. Eso es ignorar por completo la continuidad real del movimiento proletario y cómo desarrolla éste la comprensión de sus fines históricos. Todos los mejores elementos del movimiento comunista del siglo xx – de Lenin a Luxemburg, de Bordiga a Pannekoek – pasaron por la escuela de la socialdemocracia y sin ésta nunca habrían existido como tales. No es casualidad si el método a-histórico que lleva a condenar globalmente a la socialdemocracia acaba a menudo arrojando a Engels, e incluso al marxismo, a los basureros de la historia, descubriendo así sus raíces anarquistas.
Contra quienes quieren separar a Engels de Marx, presentándolo como un vulgar reformista, la polémica de Engels – en Anti-Dühring en especial – contra las influencias burguesas reales en el seno de la socialdemocracia es sin lugar a dudas una defensa fundamental de los principios comunistas:
– la afirmación de las contradicciones insolubles del capitalismo, originadas por el carácter mismo de la producción y de la realización de la plusvalía;
– la crítica de la intervención del Estado y de la propiedad del Estado que no son una solución a esas contradicciones, sino la última defensa del capitalismo contra ellas;
– el rechazo del “socialismo de Estado” y la insistencia en que el socialismo/comunismo exige el agotamiento de toda forma de Estado;
– la definición del comunismo como una asociación de productores liberada del trabajo asalariado y de la producción de mercancías;
– la reafirmación de las metas más altas del comunismo que son la superación de la alienación y el verdadero comienzo de la historia de la humanidad.
Tampoco era Engels una figura aislada en los partidos socialdemócratas. Un breve estudio de los trabajos de August Bebel y de William Morris lo confirman: defendían que había que derrocar el capitalismo porque sus contradicciones llevarían a catástrofes cada vez mayores para la humanidad; negaban la identidad entre propiedad de Estado y socialismo ; insistían en la necesidad para la clase obrera revolucionaria de establecer una nueva forma de poder según el modelo de la Comuna de Paris ; afirmaban que el socialismo implica la abolición del mercado y del dinero; comprendían que el socialismo no puede construirse en un solo país, sino que requiere la acción unificada del proletariado mundial; hicieron la crítica internacionalista del colonialismo capitalista, refutando el chovinismo nacional, sobre todo en el contexto de las crecientes rivalidades entre las grandes potencias imperialistas. Todas esas posiciones no eran ajenas a los partidos socialdemócratas, sino que eran la expresión de su núcleo intensamente revolucionario.
Sólo después de haber dejado en evidencia la mentira sobre la naturaleza capitalista de la socialdemocracia de antes de 1914 podemos abordar seriamente el estudio de las fuerzas y los límites de la manera con la que los revolucionarios de aquel entonces consideraron la transformación de la vida social y la eliminación de los problemas más acuciantes para la humanidad.
Una de las grandes cuestiones para el pensamiento comunista en el siglo XIX era “la cuestión de la mujer”. Ya desde los Manuscritos de 1844, Marx sostuvo que las relaciones entre los hombres y las mujeres en cualquier sociedad eran una clave para entender si tal o cual sociedad estaba lejos o cerca de hacer realidad la naturaleza profunda de la humanidad. Los trabajos de Engels en el Origen de la familia y de Bebel en la Mujer y el socialismo analizan el desarrollo histórico de la opresión de la mujer, que rebasó una etapa fundamental con la abolición de la comunidad primitiva y la aparición de la propiedad privada y que ha quedado sin solución bajo las formas más avanzadas de la civilización capitalista. Ese método histórico es, por definición, una crítica de la ideología feminista, la cual tiende a atribuir la opresión des las mujeres a un factor innato, biológico en el macho humano y, por lo tanto, como un atributo eterno de la condición humana. El feminismo revela su planteamiento conservador, incluso cuando se oculta detrás de una crítica, pretendidamente radical, de una visión del socialismo como si éste sólo propugnara una transformación “puramente económica”. El comunismo no es en modo alguno una transformación “puramente económica”, sino que, de igual modo que empieza por el derrocamiento político del Estado burgués, su meta última es la transformación en profundidad de las relaciones sociales, lo cual implica eliminar las fuerzas económicas subyacentes en el conflicto entre hombres y mujeres, eliminar lo que ha transformado la sexualidad en mercancía.
Del mismo modo que los feministas acusan sin razón al marxismo de “no ir lo bastante lejos”, los ecologistas, retomando la mentira marxismo = estalinismo, afirman que el marxismo sólo es una ideología “produccionista” como las demás, y que, como las demás, es responsable de la destrucción del entorno natural en el siglo xx. También se hizo una misma acusación del mismo estilo, en un plano más filosófico, contra la socialdemocracia del siglo xix, cuyo método se identificaba a menudo como un materialismo puramente mecánico, como una “ciencia” no crítica que consideraba al hombre fuera de la naturaleza y trataría a la naturaleza como algo propio del capitalismo: como algo muerto que comprar, vender o explotar. En esto también se pone a Engels en el banquillo de los acusados. Sin embargo, por cierto que sea que esas tendencias mecanicistas existieron en el seno de los partidos socialdemócratas e incluso prevalecieron cuando se empezó a acelerar el proceso de degeneración, sus mejores representantes siempre defendieron un planteamiento muy diferente. En esto también hay total continuidad entre Marx y Engels, en el reconocimiento de que humanidad forma parte de la naturaleza y que el comunismo conducirá a una verdadera reconciliación entre la persona humana y la naturaleza después de miles de años de alienación.
Esa visión no se limitaba a un porvenir inconcebible y lejano; en los trabajos de Marx, Engels, Bebel, Morris y otros, se encuentra un programa concreto que el proletariado deberá poner en práctica cuando alcance el poder. Ese programa se resume en la expresión: “abolición de la separación entre la ciudad y el campo”. El estalinismo en el poder interpretó esa frase a su manera, justificando el envenenamiento del campo y la construcción de enormes cuarteles para alojar a los obreros. Pero para los auténticos marxistas del siglo xix, esa no significaba ni mucho menos urbanización frenética del planeta, sino eliminación de las ciudades superpobladas y reparto armonioso de la humanidad por el mundo. Ese proyecto sigue siendo más válido todavía en el mundo de hoy con sus gigantescas megalópolis y la contaminación del entorno que padecemos.
Como artista que se adhirió con toda su pasión al movimiento socialista, William Morris tenía el mejor enfoque para escribir sobre la transformación del trabajo en una sociedad comunista, pues comprendía perfectamente tanto la condición desmoralizante del trabajo en el capitalismo y las posibilidades de un cambio radical sustituyendo el trabajo asalariado por una actividad verdaderamente creadora. En su novela visionaria News from Nowhere (Noticias de ningún sitio), dice claramente que “la felicidad sin un trabajo cotidiano feliz es imposible”. Esto está en perfecto acuerdo con el concepto marxista del lugar central del trabajo en la vida del hombre: el hombre se hizo a sí mismo gracias al trabajo, pero se hizo en unas condiciones que generan su autoalienación. Por eso, la superación de alienación no podrá realizarse sin transformación fundamental del trabajo.
El comunismo, contrariamente a algunos que hablan en su nombre, no está en contra del trabajo, no es “anti-trabajo”. Incluso bajo el capitalismo, la ideología del “negación del trabajo” no es más que la expresión de una rebelión puramente individual de clases o capas marginales. Una de las primeras medidas del poder proletario será la de instaurar la obligación universal de trabajar. En las primeras fases del proceso revolucionario, eso implicará inevitablemente cierta imposición, pues será imposible abolir la penuria sin una transición más o menos larga, período que exigirá sin duda sacrificios materiales considerables, sobre todo en la fase inicial de la guerra civil contra la vieja clase dominante. Sin embargo, los progresos hacia el comunismo lo serán a medida que el trabajo vaya dejando de ser una forma de sacrificio y se vaya transformando en un verdadero placer. En su ensayo Trabajo útil y trabajo inútil, Morris identifica los tres aspectos principales del “trabajo útil”:
– Ese trabajo se respalda en “la expectativa de descanso”: la reducción de la jornada laboral deberá ser una medida inmediata de la revolución victoriosa; si no, será imposible para la mayoría de la clase obrera desempeñar un papel activo en el proceso revolucionario. El capitalismo ha creado ya las condiciones para la aplicación de esa medida al haber desarrollado una tecnología que podrá, una vez liberada de la búsqueda de la ganancia, ser utilizada para reducir masivamente la cantidad de tareas repetitivas e ingratas que el proceso del trabajo entraña. Al mismo tiempo, las cantidades enormes de trabajo humano despilfarradas en la producción capitalista –con el desempleo masivo o trabajo sin ningún fin utilitario (burocracia, producción militar, etc.)– podrán reorganizarse en la producción y servicios útiles, lo cual permitirá reducir la jornada de trabajo de todos. Ya hicieron estas observaciones gente como Engels, Bebel y Morris y hoy son todavía más válidas en este período de decadencia del capitalismo.
– Deberá existir “la expectativa del producto”, o sea que los trabajadores se interesarán por lo producido ya sea porque es esencial, ya por su hermosura. Ya en tiempos de Morris, el capitalismo poseía una gran capacidad para hacer productos inútiles y de mala calidad, pero la producción masiva, en el capitalismo decadente, de objetos horribles sin el menor interés, ha ido sin duda más allá que sus peores pesadillas.
– Deberá existir “la expectativa de placer en el trabajo mismo”. Morris y Bebel insistieron en que el trabajo deberá hacerse en condiciones agradables. Bajo el capitalismo, la fábrica es un modelo del infierno en la tierra; la producción comunista mantendrá el carácter asociado del trabajo en fábrica, pero con un entorno material muy diferente. De igual modo, la división capitalista del trabajo –que condena a tantos proletarios a faenas repetitivas y embrutecedoras día tras día– deberá ser superada, de modo que cada productor pueda disfrutar de un equilibrio entre trabajo intelectual y trabajo físico, pueda dedicarse a tareas variadas y, al irlas cumpliendo, desplegar una variedad de cualidades. Además, el trabajo del futuro se liberará del ritmo frenético que exige la búsqueda de ganancia y se adaptará a las necesidades humanas y a los deseos de las personas. Fourier, con su característico poder imaginativo, veía el trabajo en sus “falansterios” basado en la “atracción apasionada”, anticipando el acercamiento entre trabajo diario y juego. Marx, que admiraba a Fourier, afirmaba que el trabajo realmente creativo era un también un “asunto de lo más serio”, o, como dice en Grundrisse, “Un hombre puede volver a ser niño sin ser pueril”. Y sigue: “¿Es, sin embargo, insensible a la ingenuidad del niño, y no debe esforzarse por reproducir, a un nivel más elevado, la verdad de aquél?” ([2]). La actividad comunista habrá de superar la antigua contradicción entre el trabajo y el juego. Esos bosquejos del porvenir no eran utopías, pues el marxismo ya había demostrado que el capitalismo creó las condiciones materiales para que el trabajo diario se transforme por completo de esa manera e identificó la fuerza social que se vería obligada a emprender esa transformación, precisamente porque ella es la última víctima en la historia de la alienación del trabajo.
La dictadura del proletariado ha sido un concepto básico del marxismo desde su origen. Los artículos anteriores han mostrado que nunca fue una idea estática sino que ha ido evolucionando y se ha hecho más concreta a la luz de la lucha proletaria. De igual modo, la defensa de la dictadura del proletariado contra las diferentes formas de oportunismo ha sido un factor constante en el desarrollo del marxismo. Así, basando sus argumentos en la experiencia de la Comuna de Paris, Marx hizo una crítica sin concesiones a la noción lassaliana de un “Estado del pueblo” propuesto en el Programa de Gotha del nuevo Partido obrero socialdemócrata de Alemania.
Al mismo tiempo, puesto que la perspectiva del poder proletario está en constante pugna contra la ideología dominante, eso implica luchar también contra el impacto de esa ideología, incluidas las fracciones más lúcidas del movimiento obrero. Incluso después de la experiencia de la Comuna de Paris por ejemplo, el propio Marx hizo un discurso en 1872 en el Congreso de la Internacional en La Haya en el que sugería que al menos en ciertos países, el proletariado podría alcanzar el poder por la vía pacífica mediante el aparato democrático del Estado existente.
En los años 1880, Bismarck puso fuera de la ley al partido alemán, el más importante del movimiento internacional; eso ayudó a este partido a preservar su integridad política. Pero a pesar de que persistieran concesiones a la democracia burguesa, lo que prevalecía era que la revolución proletaria requería necesariamente el derrocamiento de la burguesía por la fuerza. No se había olvidado la lección básica de La Comuna (el aparato de Estado existente no puede ser conquistado, sino que debe ser destruido de arriba abajo).
Si embargo, durante la década siguiente, la legalización del partido, la llegada de intelectuales pequeño burgueses y, sobre todo, la expansión espectacular del capitalismo y la consecuente obtención de reformas importantes para la clase obrera proporcionaron el terreno favorable al reformismo en el seno de del partido, un reformismo cada vez más evidente. La tendencia “socialista de Estado” en torno a Vollmar y las teorías revisionistas de Bernstein, en particular, procuraban convencer al movimiento socialista para que abandonara sus posiciones en favor de una revolución violenta, y se declarara abiertamente como partido democrático reformista.
En un partido proletario, la penetración abierta de influencias burguesas como las mencionadas encuentra inevitablemente una fuerte resistencia por parte de quienes representan la médula proletaria de la organización. En el partido alemán, las tendencias oportunistas fueron combatidas de la manera más notoria por Rosa Luxemburg en su folleto ¿Reforma social o revolución?, pero el desarrollo de las fracciones de izquierda fue un fenómeno internacional.
Además, las luchas llevadas a cabo por Luxemburg, Lenin y otros parecía que iban a salir ganadoras. Los revisionistas fueron reprobados no solo por «Rosa la roja» sino también por “el papa” del marxismo, Karl Kautsky.
No obstante, las victorias de la izquierda se revelaron más frágiles de lo que parecían. La ideología democratista se había infiltrado en el conjunto del movimiento y ni el propio Engels se libró. En su introducción de 1895 al libro de Marx Las luchas de clases en Francia, Engels subrayaba con razón que recurrir a las barricadas y a los combates callejeros ya no era suficiente para echar abajo al régimen del capital, y que el proletariado debía construir una relación de fuerzas de masas en su favor antes de entablar el combate por el poder. Este texto fue deformado por la dirección del partido alemán para que diera la impresión de que Engels estaba en contra de toda forma de violencia proletaria. Pero como lo demostró Rosa Luxemburg, los oportunistas pudieron hacer esa labor porque efectivamente había debilidades en los argumentos de Engels: la construcción de la fuerza política proletaria se identificaba más o menos con el crecimiento gradual de los partidos socialdemócratas y de su influencia en el ruedo parlamentario.
Esa orientación del gradualismo parlamentario fue teorizada sobre todo por Kautsky, que se había opuesto a los elementos abiertamente revisionistas, pero defendía una posición de “centro” conservador que valoraba más que el partido apareciera unido que su claridad programática. En obras como La revolución social Kautsky identificaba la toma del poder por el proletariado a la conquista de la mayoría parlamentaria, aunque decía también claramente que en tal situación, la clase obrera debería prepararse para reprimir la resistencia de la contrarrevolución. Esta estrategia iba emparejada con una actitud “realista” en lo económico que perdía de vista el verdadero contenido del programa socialista –la abolición del salariado y de la producción mercantil– y veía el socialismo como una regulación de la vida económica por parte del Estado.
El artículo del próximo número de esta Revista resumirá el IIº volumen de la serie, que cubre el período que va de 1905 al final de la gran oleada revolucionaria internacional. Empezará mostrando cómo la cuestión de la forma y el contenido de la revolución se fue esclareciendo gracias a un rudo debate sobre las nuevas formas que empezaban a emerger en la lucha de clases, en un tiempo en que el capitalismo se estaba acercando al punto álgido entre su fase ascendente y su decadencia.
CDW
[1]) Marx a Johann Becker, 17 de abril de 1867 (en esta carta, en alemán, aparece “missile” en inglés).
[2]) Marx, Grundrisse – 1. Capítulo sobre el dinero
Una triste mascarada que ridiculiza la tradición de la Izquierda comunista
En el número 122 de nuestra Revista internacional hemos publicado un artículo sobre el ciclo de conferencias de los grupos de la Izquierda comunista realizado durante los años 1977 a 1980. Hemos vuelto a resaltar el avance que supusieron en su día esos encuentros pero también hemos deplorado que hubiesen saboteados deliberadamente justo por dos de los principales grupos participantes, el Partito comunista internacionalista (PCInt – Battaglia comunista) y la Communist Workers Organisation (CWO) ambos principales secciones hoy del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR).
La iniciativa de aquel ciclo de conferencias le corresponde al PCInt quien ya hizo un llamamiento en 1967 a favor de esta clase de ciclos y convocó el primero de estos en Milán en 1977. Pero de hecho, si la convocatoria de estas conferencias no acabó en un sonoro fracaso se debió a que contrariamente a aquellos grupos, quienes a pesar de haber anunciado su participación decidieron finalmente no acudir, la CCI se dio los medios para garantizar la asistencia de una importante delegación. La convocatoria de las dos conferencias siguientes no fue ya resultado del exclusivo impulso del PCInt sino del de un “Comité técnico” en cuyos trabajos la CCI se implicó muy a fondo organizándolas en París, sede geográfica de la sección más importante de nuestra organización. La seriedad de este esfuerzo tiene que ver con la importante cantidad de grupos participantes en las conferencias y con el hecho de que se publicasen con tiempo suficiente los boletines preparatorios de los encuentros. Al colar, deprisa y corriendo y casi al final de los debates, un criterio suplementario de “selección” para las conferencias que pudiese haber en el futuro, una iniciativa cuyo objetivo era eliminar explícitamente de ellas a nuestra organización, el PCInt con la complicidad de la CWO (finalmente convencida tras largas conversaciones paralelas en los pasillos) asumía la responsabilidad de demoler todo el trabajo realizado y en el cual él mismo había participado. En efecto, la IVª Conferencia, que finalmente tuvo lugar en septiembre de 1982, confirmaba el carácter catastrófico de la actitud que adoptó el PCInt y la CWO al final de la 3ª convocatoria de esta serie.
Todo esto quedará evidenciado en este artículo, basado esencialmente en las actas –en inglés– de aquella IVª Conferencia que fueron publicadas en formato folleto en 1984 (dos años después de su celebración) ([1]) por el BIPR (constituido a finales de 1983).
En la Presentación de la Conferencia, organizada en Londres por la CWO, ésta se refiere a las tres conferencias precedentes y hace particular referencia a la tercera:
“Seis grupos han participado en la IIIª Conferencia cuyo orden del día incluía la crisis económica, las perspectivas para la lucha de clases y el papel y las tareas del partido. Los debates de esa conferencia confirmaron unos acuerdos ya evidenciados previamente, pero se llegó a un estancamiento cuando se discutió la cuestión del papel y las tareas del partido. Con objeto de que las futuras conferencias pudieran ir más lejos de la simple reiteración sobre la necesidad del partido y con los mismos argumentos acerca de su papel, el PCInt propuso un criterio suplementario de participación en ellas en el que se estipula que el partido debe desempeñar un papel dirigente en la lucha de la clase. Esto hizo aparecer una clara división entre los grupos que comprenden que el partido tiene, hoy mismo, ya tareas que llevar a cabo y por tanto que asumir un papel dirigente en la lucha de la clase; y los que rechazan la idea de que el partido debe estar hoy organizado ya en la clase con el fin de estar en posición de ejercer un papel dirigente en la revolución de mañana. Únicamente la CWO apoyó la resolución del PCInt. Y la IIIª Conferencia se dispersó en desorden.
“Hoy, aunque debido a aquello hay menos grupos presentes aquí que en la última conferencia, podemos decir que existen ahora las bases para comenzar un proceso de clarificación sobre las tareas reales del partido. En este sentido la disolución de la última conferencia no fue una separación totalmente negativa. Como escribe la CWO en Revolutionary Perspectives, nº 18 en su descripción de la IIIª Conferencia: “Sea lo que sea lo que se decida en el futuro, el resultado de la IIIª Conferencia significa que el trabajo internacional entre los comunistas va a llevarse a cabo con bases diferentes a las del pasado.” (…) Hoy, aunque tenemos un número inferior de participantes que en las IIª y IIIª conferencias, partimos de bases más claras y más serias. Esperamos que esta conferencia demuestre esa seriedad a través de una clara voluntad de debatir y de discutir sobre el objetivo de cómo influir con nuestras posiciones y no sobre el de montar polémicas estériles o el de utilizar las conferencias como pasarela publicitaria para el propio grupo.”
Las actas de esa conferencia permiten hacerse una clarísima idea de la “enorme seriedad” que la distinguió de las precedentes.
La organización de la Conferencia
En primer lugar conviene examinar los aspectos “técnicos” (que tienen evidentemente un significado y una incidencia política) de preparación y de desarrollo de la conferencia.
Contrariamente a las conferencias precedentes no se dispuso de boletines preparatorios. Los documentos que se expusieron previamente a discusión eran en lo esencial textos ya publicados en la prensa de los grupos participantes. Respecto a este asunto hay que hacer una mención especial a los documentos que fueron propuestos por el PCInt: era una lista impresionante de textos, unos cuantos cientos de páginas (incluso un libro) sobre las cuestiones del orden del día (puede verse esa lista en la circular del PCInt del 25 de agosto de 1982, p. 39) y todo ello ¡en italiano!, una lengua bellísima, sin duda, y en la que se han escrito documentos muy importantes en la historia del movimiento obrero (los estudios de A. Labriola sobre marxismo, y sobre todo los textos fundamentales de la Izquierda comunista italiana entre 1920 y la Segunda Guerra mundial). Desafortunadamente el italiano no es una lengua internacional y podemos imaginarnos la perplejidad de los demás grupos participantes ante tal montón de documentos de los que no podían entender el contenido.
Hay que reconocer no obstante que en la misma circular, el PCInt se muestra preocupado por este problema del idioma:
“estamos traduciendo al inglés otro documento en relación con los puntos del orden del día que será enviado lo antes posible”.
Desgraciadamente en una carta del 15 de septiembre a uno de los grupos solicitantes puede leerse:
“Por razones técnicas el texto prometido no estará disponible hasta la misma conferencia” (p. 40).
Somos conscientes de las dificultades a las que se enfrentan en el terreno de las traducciones, como en el de muchos otros, los grupos de la Izquierda comunista y que son consecuencia de sus débiles fuerzas. No deseamos criticar esta fragilidad del PCInt en sí misma. Pero lo que revela su incapacidad para producir –“por razones técnicas”– con tiempo suficiente un documento comprensible para los demás componentes de la conferencia es la poca importancia que atribuye a ese problema. Si verdaderamente hubiese dado a ese tipo de actividad la seriedad que le dio la CCI en las anteriores conferencias, se habría movilizado mucho más para superar los “problemas técnicos”, recurriendo incluso a un traductor profesional.
La propia conferencia tuvo que vérselas con ese mismo problema de traducción. Tal y como podemos verlo en el informe sobre ella:
“El carácter relativamente breve de las intervenciones del PCInt es debido en gran parte a las limitaciones para las traducciones del italiano al inglés por parte del grupo que se ha encargado de acoger la conferencia”.
De esta manera muchas de las explicaciones y argumentos expuestos por el PCInt se han perdido. Lo que es verdaderamente una lástima. La CWO se excusó de su flojo conocimiento de la lengua italiana. Pero nos da la impresión que esta excusa se refiere al PCInt pues si éste se hubiese tomado en serio la conferencia habría enviado en su delegación a un camarada capaz de expresarse en inglés. Para una organización que aspira a ser un “partido”, debe ser posible encontrar en sus filas al menos un camarada con esa capacidad. A los camaradas de la CWO podrá parecerles que mientras la CCI estuvo presente en las conferencias, ésta no paraba de “repetir siempre los mismos argumentos sobre el partido”. Podrán incluso dar a entender que nosotros queríamos utilizar las conferencias de tribuna para nuestra política de camarilla. En todo caso, lo que sí debería reconocer es que las capacidades de organización del tándem que formaron con el PCInt son, con mucho, inferiores a las de la CCI. No es algo que se deba únicamente al número de militantes. La que sobre todo importa es comprender qué importancia se da a las tareas de los revolucionarios en la situación actual y de la seriedad con que se aborda su cumplimiento. La CWO y el PCInt consideran que el partido (y los grupos que lo preparan en el momento actual, es decir, ellos mismos) tienen como “tareas” las “de la organización” de las luchas de la clase. No es esa la posición de la CCI ([2]). Sin embargo, a pesar de nuestras dificultades, procuramos organizar lo mejor posible las actividades que nos corresponde cumplir. No parece ser el caso ni de la CWO ni el del PCInt quienes seguramente considerarán que si dedican hoy demasiada energía y atención a las tareas de organización estarán fatigados mañana cuando se trate de “organizar” a la clase para la revolución.
Los grupos participantes
En el folleto que hace el balance de la IVª Conferencia nos enteramos de qué grupos han sido invitados inicialmente (circular del 28 de junio de 1982). Son los siguientes:
Partito comunista internacionalista (Battaglia comunista), Italia;
Communist Workers Organisation, Gran Bretaña, Francia;
L’Éveil internationaliste, Francia;
Unity of Communist Militants, Irán;
Wildcat, Estados Unidos;
Kompol, Austria;
Marxist Worker, Estados Unidos;
Estos tres últimos grupos asistían con el estatuto de “observador”.
En la apertura no había más que tres grupos. Vamos a ver qué había ocurrido con el resto.
“En el momento en que se inicia la conferencia, Marxist Worker y Wildcat habían dejado aparentemente de existir” (p. 38).
Podemos hacernos un juicio de la perspicacia de la CWO y del PCInt, que formaban el “Comité técnico” encargado de preparar la conferencia: Preocupados como lo estaban por la “selección” de organizaciones “verdaderamente capaces de plantear correctamente la cuestión del partido y de atribuirle el papel dirigente en la revolución de mañana” se decidieron por invitar a grupos que prefirieron irse de vacaciones mientras esperaban al futuro partido (probablemente para tener más fuerzas con las que estar en condiciones de poder desempeñar la “función dirigente” llegado el momento). Podríamos decir que la conferencia se escapó de una buena: si Wildcat hubiese resucitado y hubiese aparecido por allí habría contaminado sin duda la Conferencia con su “consejismo” comparado con el cual, el consejismo con que el PCInt acusa a la CCI son menudencias. Un consejismo que era, desde luego, conocido, pero que aparentemente satisfacía los criterios que sirvieron, por otro lado, para excluir a la CCI.
Por lo que se refiere al resto de los grupos que no vinieron, dejamos de nuevo la palabra a la CWO:
“Sobre la base de los sucesos ocurridos, parece apropiado establecer hoy el significado de la última conferencia. Lo que la ausencia de los dos grupos que estuvieron inicialmente de acuerdo con participar parece manifestar es su alejamiento del marco de las conferencias. Kompol no ha vuelto a comunicarse con nosotros y l’Éveil communiste se ha embarcado en una trayectoria modernista que le lleva igualmente fuera del marco del marxismo” (Preámbulo).
Una vez más nos quedamos sorprendidos del olfato político, a toda prueba, de los grupos anfitriones.
Veamos ahora al SUCM (Estudiantes seguidores del UCM de Irán) único grupo presente en la conferencia a parte de los dos grupos convocantes.
He aquí lo que el folleto dice a propósito de él:
“El SUCM ha dejado de existir. Sus miembros se han integrado en una organización más amplia (la Organisation of the supporters of the Communist Party of Iran Abroad –OSCPIA) ([3]) que integra a los antiguos miembros del SUCM y a los del grupo kurdo Komala. A pesar de su adhesión inicial a los criterios de participación en las conferencias; a pesar de su voluntad de discutir y de mantener relaciones con las organizaciones pertenecientes a la tradición de la Izquierda comunista europea, el SUCM ha quedado atrapado en su posición de grupo de apoyo a un grupo iraní más amplio, grupo que se constituyó en 1983 como Partido comunista de Irán. Dejando de lado toda polémica, parece que este dato tiene una importancia objetiva, confirmada, por ejemplo, en la trayectoria que siguen los camaradas del SUCM en lo referente a la cuestión de la república democrática revolucionaria y a sus implicaciones. En el momento de la IVa Conferencia, el SUCM aceptaba claramente la idea de que las verdaderas guerras de liberación nacional son imposibles en la era del imperialismo, en el sentido de que no puede haber una auténtica guerra de liberación nacional al margen de la revolución de los obreros por el establecimiento de la dictadura proletaria. Posteriormente, sin embargo, el SUCM se ha reafirmado cada vez con mayor insistencia en la tesis de que las luchas comunistas emergen de las luchas nacionales. De hecho, su posición teórica se ha ido diluyendo para acomodarse con las posiciones del PC de Irán, posiciones que son muy peligrosas –como los artículos en la prensa de la CWO y del PCInt lo han demostrado. Así, en lugar de intensificar el proceso de clarificación, en vez de empujar a la organización iraní hacia posiciones más claras y firmemente enraizadas en suelo revolucionario, la OSCPIA intenta reconciliar con el Comunismo de izquierdas las deformaciones del programa comunista puestas de manifiesto por el SUCM y el PC de Irán. Es inevitable que haya habido deformaciones, de uno u otro tipo, en un área dónde no hay contacto con la tradición de la Izquierda comunista o con su legado de elaboración teórica y de lucha política. No obstante, no es tarea de los comunistas ni ocultar esas deformaciones ni aceptarlas ni adaptarse a ellas sino contribuir a superarlas. Desde este punto de vista la OSCPIA ha dejado pasar una oportunidad importante. Dado el estado actual de las divergencias, no es posible definir al PC de Irán como una fuerza que pueda reclamar el derecho a entrar de nuevo en el campo político delimitado por las conferencias de la Izquierda comunista.”
Si nos creyésemos las explicaciones dadas en ese pasaje, el SUCM, después de la conferencia, y ya en la estela del PC de Irán, habría evolucionado hacia posiciones que no le permitirían ya “reclamar el derecho a entrar en el campo político delimitado por las conferencias de la Izquierda comunista”. En suma, estas dos organizaciones se encuentran en el mismo caso que la CCI es decir, como ellas no podrá ya “reclamar tal derecho” ([4]).
En realidad, el PC de Irán no solo es que esté “fuera del campo político delimitado por las conferencias” sino que está además fuera del campo de la clase obrera. Es una organización burguesa de tendencia estalino-maoísta. Es fascinante la sutileza diplomática (¡¿para evitar “la polémica”!?) con que el BIPR habla de esa organización. Al BIPR no le gusta llamarle gato al gato. Prefiere decir que el animal evocado no es ni un perro ni un hámster, aunque sea igualmente un animal de compañía. Esta manera de proceder es bien conocida en el movimiento obrero y tiene un nombre: oportunismo. O se reconoce así o las palabras han dejado de tener sentido. Es cierto que no es agradable pensar que los elementos con quienes se ha tenido pocos meses antes una conferencia, en la perspectiva del futuro partido mundial de la revolución, hayan acabado siendo declarados defensores del orden capitalista. Es aun más difícil admitirlo públicamente. Entonces se opta por decir que estos elementos, a los que se les continúa llamando “camaradas”: “han dejado pasar una importante oportunidad”, se “han quedado atrapados”, su “posición teórica se ha ido diluyendo por su conformidad con las posiciones del PC de Irán”, posiciones a las que se califica de “muy peligrosas” para no decir que son burguesas.
Lo que el BIPR no ve o no quiere ver o simplemente se niega a reconocer públicamente es que la evolución del SUCM para acabar transformándose en un órgano de defensa del orden capitalista (rebautizado “fuerza que no puede reclamar el derecho a entrar en el campo político delimitado por las conferencias de la Izquierda comunista”), no es tal evolución, ni mucho menos. En el momento mismo de la conferencia el SUCM era ya una organización burguesa de tendencia maoísta. Esto es lo que muestran, a quien quiera abrir los ojos, sus intervenciones durante la conferencia.
Las intervenciones del SUCM
Reproducimos aquí algunas de sus intervenciones:
“En sus condiciones normales de funcionamiento, no de crisis, el capital, en el mercado interior de los países metropolitanos, tolera las reivindicaciones del movimiento sindical y es únicamente cuando la crisis se profundiza cuando recurre al aplastamiento decisivo del movimiento sindical” (p. 6).
Esta afirmación es, como mínimo, sorprendente en boca de un grupo que supuestamente pertenece a la Izquierda comunista. En realidad, en los países avanzados no es el movimiento sindical el que es aplastado por las fuerzas del orden cuando la crisis se agrava, sino las luchas obreras, con la complicidad del movimiento sindical. Hasta los trotskistas son capaces de reconocer eso. No así el SUCM que identifica sin problemas movimiento sindical y lucha de clase. Así, sobre la cuestión del papel de los sindicatos (que no es una cuestión secundaria sino de las más fundamentales), el SUCM se sitúa a la derecha del trotskismo para incorporarse a la posición de los estalinistas o de los socialdemócratas. Pues sí, sí, con un grupo así se proponían cooperar la CWO y el PCInt en pro de la formación del partido mundial.
Hasta aquí sólo un aperitivo. Sigamos leyendo:
“Hoy el proletariado en Irán está en vísperas de formar su partido comunista y éste, con la fuerza masiva que tiene tras su programa, deberá llegar a ser un factor independiente y determinante de los cambios actuales en Irán. El indiscutible liderazgo de Komala ([5]) en la lucha de amplios sectores de obreros y de explotados en el Kurdistán, influencia que el marxismo revolucionario ha adquirido entre los obreros avanzados de Irán; la existencia de amplias redes de núcleos obreros que distribuyen las publicaciones teóricas y obreras del marxismo revolucionario (…) a pesar de las condiciones de terror y de represión existentes (...); la pérdida de ilusiones en el populismo, el movimiento hacia el marxismo revolucionario (…), todo eso es expresión del importante papel que el proletariado socialista de Irán desempeñará en los próximos acontecimientos. Desde el punto de vista del proletariado mundial lo significativo de esta cuestión está en el hecho de que ahora, después de más de cincuenta años, la bandera roja del comunismo está a punto de convertirse en la bandera de la lucha de los obreros de un país dominado. El que esta bandera se haya izado en alguna parte del mundo es una llamada al proletariado mundial para acabar con la dispersión en sus filas, para unirse como clase contra la burguesía mundial y ajustarle las cuentas”
Frente a tal declaración caben tres hipótesis:
– o estamos tratando con elementos sinceros pero totalmente iluminados y sin ningún sentido de la realidad;
– o estamos frente a un farol de gran envergadura destinado a impresionar al público pero que no está basado en ninguna realidad;
– o, efectivamente, el PC de Irán y Komala tienen la influencia que nos describen y, si es así, podemos decir que una corriente política con tal influencia no puede ser más que burguesa, en las condiciones históricas de 1982.
Si la primera hipótesis es la verdadera lo primero que hay que sugerirles, antes de empezara discutir, es que se curen.
Si estamos ante una fanfarronada, la discusión con individuos que son capaces de mentir hasta tal punto no tienen ningún interés, incluso si creen que se pueden defender de esa manera las posiciones comunistas. Como dice Marx “la verdad es revolucionaria” y si la mentira es un arma preferente de la propaganda burguesa, jamás deberá formar parte del arsenal del proletariado y de su vanguardia comunista.
Queda la tercera hipótesis: el SUCM no es un grupo proletario sino izquierdista es decir, burgués. Es esta naturaleza burguesa la que aparece con claridad en las discusiones de la conferencia sobre la cuestión de la “revolución democrática” y sobre el programa del partido. En efecto, de entre las muchas intervenciones, que pretenden estar afianzadas teóricamente, apoyadas en citas de autores marxistas, incluso de Marx, de Lenin, nos sirvieron la siguiente:
“La crisis mundial del imperialismo crea el embrión de la emergencia de condiciones revolucionarias. No obstante, este embrión, precisamente a causa de las diferentes condiciones existentes en los países dominados y en las metrópolis, está más desarrollado en los países dominados. Las primeras chispas de la revolución socialista del proletariado mundial contra el capital y el capitalismo en su estadio más avanzado, prenden el fuego de la revolución democrática dentro de los países dominados. Revolución que, desde ese punto de vista, es una parte inseparable de la revolución socialista mundial aunque, debido a su aislamiento, a lo limitado de las fuerzas de los obreros y de los explotados en los países dominados, a la ausencia de condiciones objetivas en el seno del proletariado de estos países por un lado y por otro lado a la presencia de amplias masas de explotados que no son proletarios revolucionarios, tome inevitablemente la forma y se desarrolle primeramente en el seno de una revolución democrática. La presente revolución en Irán es esa clase de revolución.” (p. 7)
(…)
“La presente revolución es una revolución democrática cuya tarea es eliminar los obstáculos al libre desarrollo de la lucha de clase del proletariado por el socialismo.
“El contenido de la victoria de esta revolución es el establecimiento de un sistema político democrático bajo la dirección del proletariado lo que, desde el punto de vista económico, equivale a la negación práctica de la dominación del imperialismo.” (p. 8)
Veamos en otra cita como el SUCM denuncia en esos términos la política del gobierno de Jomeini, con ocasión de la guerra entre Irak e Irán que estalló en septiembre de 1980, un año después de la instauración de la “República islámica”:
“El ataque contra las victorias democráticas de la insurrección [la sublevación de comienzo de 1979 que destronó al Sha y permitió la toma del poder por Jomeini] y la represión contra el ejercicio de la autoridad democrática del pueblo para decidir y conducir sus propios asuntos.” (p. 10)
En fin, el SUCM hace una distinción entre programa mínimo (que sería el de la “República democrática “) y el programa máximo, el socialismo (p. 8). Tal distinción fue empleada por la socialdemocracia en tiempos de la IIª Internacional, cuando el capitalismo era aun un sistema social en ascenso y cuando la revolución proletaria aun no estaba al orden del día; pero fue rechazada por los revolucionarios para el periodo que se abría con la primera guerra mundial, incluidos Trotski y sus epígonos.
Las intervenciones de la CWO y del PCInt
Evidentemente, frente a las concepciones burguesas del SUCM, la CWO y el PCInt defienden las posiciones de la Izquierda comunista.
Acerca de la cuestión sindical el PCInt es muy claro en su intervención:
“Ningún sindicato puede hacer otra cosa que permanecer en el campo burgués (…) En la época imperialista los comunistas no pueden, en ninguna circunstancia, soñar con la posibilidad de enderezar los sindicatos o reconstruir otros nuevos (…) Los sindicatos conducen a la clase obrera a la derrota en la medida en que la mistifican con la idea de defender sus intereses por medio del sindicalismo. Es necesario destruir los sindicatos.” (p. 12)
Estas son posiciones políticas que la CCI podría firmar con las dos manos. Lo único que se echa de menos es que el PCInt, que enuncia esas posiciones en una presentación sobre las luchas en Polonia de 1980, no dice explícitamente que son totalmente opuestas a las expuestas por el SUCM poco antes, sobre el mismo tema.
¿Es acaso porque ha faltado vigilancia frente a las declaraciones del SUCM? ¿Es un problema de idioma? El caso es que la CWO comprende el inglés. ¿O es una “táctica” para no se enfade el SUCM?
En cualquier caso, sobre la cuestión de la “revolución democrática”, de la “república democrática” y del “programa mínimo”, lo único que deben hacer el PCInt y la CWO es rechazar de plano aquellas nociones que no tienen nada que ver con el patrimonio programático de la Izquierda comunista:
“La opresión y la miseria de las masas no pueden por sí mismas conducir a la revolución. Ésta no puede ocurrir más que cuando son dirigidas por el proletariado de estas regiones en alianza con el proletariado mundial. (…) Decir que Marx las apoyó [las reivindicaciones democráticas] en el pasado y que además las hemos de apoyar hoy, en una época diferente es, como Lenin dijo sobre otra cuestión, citar las palabras de Marx contra el espíritu de Marx. Hoy vivimos en la época del declive del capitalismo y esto quiere decir que el proletariado no tiene NADA QUE GANAR, ni que apoyar a tal o cual capital nacional ni a tal o cual reivindicación reformista. (…)
Es un disparate sugerir que podemos escribir un programa que proporcione las bases objetivas materiales para la lucha por el socialismo. O bien las bases objetivas existen o bien no existen. Como dijo el PC de Italia en sus tesis de 1922: “Nosotros no podemos crear las bases objetivas por decreto.” (…) Sólo la lucha por el socialismo puede destruir el imperialismo y de ninguna manera las oportunidades estructurales que nos ofrezca la democracia o las reivindicaciones minimalistas.” (p. 16)
Pensamos que el papel del partido comunista en los países dominantes y en los países dominados es el mismo. No incluimos en el programa comunista reivindicaciones mínimas del siglo xix. (…) Nosotros queremos hacer una revolución comunista y no lo lograremos sino poniendo por delante el programa comunista en el que jamás incluiremos reivindicaciones que puedan ser recuperadas por la burguesía.” (p. 18)
Podríamos multiplicar las citas en las que la CWO y el PCInt defienden las posiciones de la Izquierda comunista, incluso las citas del SUCM que evidencian que esta organización no tiene nada que ver con esa corriente. Desde luego, eso nos obligaría a reproducir casi un tercio del folleto ([6]).
Para quien sabe leer y conoce las posiciones del maoísmo en los años 70-80 está claro que el SUCM, que se dedica en muchas de sus intervenciones a criticar las concepciones maoístas oficiales, es de hecho una variante “de izquierdas” y “crítica” de esa corriente burguesa.
Hay partes en las que la propia CWO constata las similitudes entre las posiciones del SUCM y las del maoísmo:
“Nuestra verdadera objeción concierne sin embargo la teoría de la aristocracia obrera. Pensamos que son los últimos gérmenes del populismo del SUCM y su origen está en el maoísmo.” (p. 18)
“El pasaje sobre el campesinado [en el “Programa” de la Unidad de los Combatientes comunistas” sometido a la conferencia] es el último vestigio del populismo en el SUCM. (…) La teoría del campesinado es una reminiscencia del maoísmo, algo que nosotros rechazamos totalmente.” (p. 22)
No obstante, estas anotaciones suenan tímidas y “diplomáticas”. Hay una cuestión que la CWO y el PCInt debían haber planteado claramente al SUCM: se refiere al significado del párrafo siguiente, que figura en uno de los textos presentados por el SUCM a la conferencia: el “Programa del partido comunista” y que, adoptado por el SUCM y Komala, fue publicado en mayo de 1982 (cinco meses antes de la conferencia):
“El dominio del revisionismo en el partido comunista de Rusia ha llevado al desastre y al retroceso de la clase obrera mundial en uno de sus principales bastiones.”
Por revisionismo este programa entendía la revisión “Jrushchevista” ([7]) del “Marxismo-leninismo”. Esta es exactamente la visión defendida por el maoísmo y habría sido interesante que el SUCM precisara si antes de Jrushchof el partido comunista ruso de Stalin era todavía un partido de la clase obrera. Desgraciadamente esta pregunta fundamental no fue planteada ni por el PCInt ni por la CWO. ¿Habría que pensar que estas dos organizaciones no habían leído ese documento, ciertamente esencial puesto que expresa el programa del SUCM? Se debe rechazar tal interpretación ya que estaría en total desacuerdo con la “seriedad” insistentemente reivindicada por la CWO en su discurso de apertura. Es más, muchas intervenciones del PCInt y de la CWO citan de forma precisa pasajes de este documento. Queda otra interpretación: esas dos organizaciones no plantearon la pregunta porque tenían miedo de la respuesta. En efecto ¿Cómo habrían podido, si no, continuar una conferencia con una organización que consideraba como “revolucionario” y “comunista” a Stalin, el jefe supremo de la contrarrevolución desencadenada contra el proletariado en los años treinta, el asesino de los mejores combatientes de la Revolución de octubre, el gerente responsable de la masacre de decenas de millones de obreros y de campesinos rusos?
Evidentemente hacer esa pregunta no habría sido muy “diplomático” y se habría corrido el riesgo de provocar el fracaso inmediato de la conferencia, que habría quedado reducida a un cara a cara entre el PCInt y la CWO, es decir solos los dos grupos que habían adoptado en la 3ª conferencia el criterio suplementario destinado a eliminar a la CCI, con el fin de darle un nuevo impulso a las conferencias.
Estas dos organizaciones prefirieron suscribir el total acuerdo que existía entre su visión del papel del partido y la defendida por el SUCM en su presentación sobre esta cuestión y que afirma que:
“... el partido organiza todos los aspectos de la lucha de clases del proletariado contra la burguesía y dirige a la clase obrera hacia la realización de la revolución social” (p. 25).
Que el partido del PCInt y de la CWO tuviera un programa opuesto totalmente al SUCM (Revolución comunista o revolución democrática), que uno y otro “organizaran” y “dirigieran” las luchas en direcciones contrarias, tiene una importancia aparentemente secundaria para la CWO y para el PCInt. Lo esencial era que al SUCM no le colgaba ninguna etiqueta “consejista” como es el caso de la CCI.
Epílogo
La conferencia concluye con un listado de los puntos de acuerdo y de desacuerdo hecha por la presidencia ([8]). La lista de convergencias es netamente más larga. Dentro de las “áreas de desacuerdo”, está señalada únicamente la cuestión de la “Revolución democrática” sobre la que se dice:
“Son necesarias otras discusiones y clarificaciones con el SUCM:
“a) La revolución democrática debe ser definida en la próxima conferencia.
“b) Proponemos [la presidencia] que lo mejor es que se elabore un texto en el que se critique la visión del SUCM sobre la revolución democrática y que nosotros tengamos una discusión más extensa sobre las bases económicas del imperialismo” (p. 37).
De las visiones totalmente opuestas del papel de los sindicatos que se expresaron en el transcurso de la conferencia no hay ni una palabra, probablemente porque el SUCM aprobó totalmente la presentación sobre las luchas de Polonia, en la cual el PCInt había abordado esta cuestión en los términos que hemos visto anteriormente (cuando en realidad debería estar en desacuerdo con él sobre este asunto).
Al final el SUCM y el PCInt se expresaban así:
El SUCM:
“hace un año que hemos contactado con el PCInt y con la CWO. Les agradecemos su ayuda y apreciamos el contacto con los dos grupos. Hemos intentado trasmitir las críticas al UCM en Irán. Estamos de acuerdo con las conclusiones.”
El PCInt:
“estamos de acuerdo con las conclusiones. Estamos igualmente contentos de volver a ver a los camaradas que han venido de Irán. Ciertamente las discusiones con ellos deben continuar desarrollándose con el objetivo de encontrar una solución política a las divergencias sobre las cuales esta conferencia se ha focalizado.”
De esta manera, contrariamente a la IIIª que se “dispersó en el desorden” como recordó la CWO en el discurso de apertura, la “IVª Conferencia” concluyó con la voluntad de todos los participantes de proseguir la discusión. Ya se sabe lo que ocurrió después.
De hecho tuvo que transcurrir algún tiempo para que la CWO y el PCInt abrieran (¡un poco!) los ojos y vieran la verdadera naturaleza de sus interlocutores y eso sólo ocurrió en el momento en que éstos se quitaron la careta. Veamos: bastantes meses después de la “4ª conferencia”, la CWO, en su conferencia territorial, tomó violentamente partido contra la CCI que se había permitido, como es habitual en ella, llamar gato a un gato y grupo burgués, a un grupo burgués:
“Las intervenciones del SUCM han consistido principalmente en adular a la CWO: su única objeción concreta ha sido sugerir sutilmente a la CWO que dé un apoyo “crítico” y “condicionado” a los movimientos nacionales. Esta sugerencia quedó sin respuesta por parte de la CWO quien, en compensación, descargó su cólera contra la CCI cuando intentó plantear la cuestión de fondo de la presencia del SUCM; entonces la CWO corrió a taparle la boca al camarada de la CCI antes de que pudiese decir más de diez palabras” (World Revolution nº 60, mayo 1983: “When will you draw the line, CWO?”)
Con esta misma actitud nos hemos vuelto a encontrar en una reunión pública de la CCI en Leeds:
“Las intervenciones más vehementes de la CWO eran principalmente para apoyar al SUCM contra las “alegaciones no fundadas” de la CCI sobre la naturaleza de clase del UCM y de Komala y para saludar seguidamente la demagogia de SUCM como la contribución más clara a la reunión. Vociferar contra los comunistas porque ponen en guardia al movimiento revolucionario contra la invasión de la ideología burguesa fue el paso siguiente de la actitud sectaria de la CWO hacia la CCI” (Ibíd.)
Esa actitud, de grupos que emplean sus dardos más acerados contra las tendencias que ponen en guardia a los revolucionarios del peligro que para ellos comportan las organizaciones burguesas y que asumen de hecho la defensa de éstas, no es nada nuevo en el movimiento obrero. Es la actitud de la dirección centrista de la Internacional comunista cuando preconizaba el “Frente único” con los partidos socialistas, una actitud que la Izquierda comunista ha denunciado siempre como se merece.
Por todo eso la conferencia que se hizo en septiembre de 1982 en Londres no merece en absoluto el título de “IVª Conferencia de grupos de la Izquierda comunista”: Por un lado, porque se hizo con la presencia de un grupo que no aportaba nada al proletariado y menos a la izquierda comunista, el SUCM. Y por otra parte porque en esa conferencia estaban totalmente ausentes el espíritu y el modo de hacer político que caracterizan a la Izquierda comunista y que son producto de una búsqueda escrupulosa de la claridad, de la intransigencia contra todas las manifestación de penetraciones burguesas en el seno del proletariado y del combate contra el oportunismo ([9]).
No parece ser esa la opinión del BIPR quien, concluyendo sobre la presentación del folleto, afirma:
“Sin embargo, la validez o inutilidad de la 4ª conferencia internacional no gira alrededor de la participación del SUCM (la cual como para todos los demás grupos, depende de su aceptación de los criterios desarrollados de la Iª a la IIIª).
“La IVª Conferencia ha confirmado el desarrollo de una tendencia política clara en el medio político internacional, un tendencia que reconoce que la tarea de los revolucionarios hoy es desarrollar una presencia organizada en el seno de la lucha de clases y trabajar concretamente por la formación del partido mundial. Si el partido mundial se limita a ser una organización propagandista es decir, si no es un partido organizado en la clase obrera, entendida como un todo, no estará en posición de llevar la lucha de clase de mañana a su conclusión victoriosa.
“La formación del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) en diciembre de 1983, es la manifestación concreta de esta tendencia y es en sí la prueba de la validez de la IVª Conferencia. La homogeneidad política alcanzada por el PCInt y la CWO (y confirmada sobre la marcha durante los debates con el SUCM) ha permitido a los dos grupos dar pasos prácticos hacia la formación del futuro partido. La correspondencia internacional de los dos grupos (y de otros miembros del Buró) es ahora responsabilidad del Buró. El Buró es algo más que un asunto PCInt-CWO, es un medio para las organizaciones y los elementos emergentes en el mundo entero con el que clarificar sus posiciones, tomando parte en un debate internacional y en el trabajo del propio Buró. De hecho es el punto de referencia internacional que el PCInt preveía en 1977 y que se puede desarrollar a partir de las conferencias. Integrando y desarrollando su trabajo en el seno de ese marco político claramente definido el Buró estará en su momento dispuesto a convocar una Vª Conferencia que será un paso más hacia la formación del partido internacional.”
No ha habido una Vª Conferencia; tras el fiasco y el ridículo de la IVª (que los miembros del BIPR no pueden disimular por mucho que procuren ocultarlo hacia fuera) han preferido ahorrarse los esfuerzos. Además, diciendo ahora lo mismo que los bordiguistas, el BIPR se considera ahora la única organización en el mundo capaz de contribuir eficazmente a la formación del futuro partido de la revolución mundial ([10]). No podemos hacer otra cosa que dejarles con sus sueños megalómanos y con su triste incapacidad para representar la continuidad de lo mejor que la Izquierda comunista ha aportado al movimiento histórico de la clase obrera.
Fabienne
[1]) 4ª International Conference of Groups of the Communist Left -Proceedings, Texts, Correspondence (4ª Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista – normas (estatutos y procedimientos), textos, correspondencia).
[2]) Lo que no quiere decir de ninguna manera que nosotros subestimemos el papel del partido en la preparación y realización de la revolución proletaria. Es indispensable para el desarrollo de la conciencia en la clase y para dar una orientación política a sus combates incluida la cuestión de su autoorganización. Eso no quiere decir que el partido “organice” los combates de la clase o la toma del poder, tarea que corresponde a la organización específica del conjunto del proletariado, los consejos obreros.
[3]) SCUM: Organización de los Seguidores del Partido comunista de Irán en el extranjero.
[4]) Queremos ser muy claros con los lectores: a la CCI nunca se la ha ocurrido “exigir” tal “derecho”. Desde el momento (cuando la 3ª conferencia) en que el PCInt y la CWO afirmaron explícitamente que querían continuar las conferencias sin la presencia de la CCI, a ésta jamás se le ha ocurrido “forzar la mano” a esas organizaciones (como lo podíamos haber hecho, por ejemplo, si nos hubiésemos abstenido en el momento de la votación del criterio suplementario, pues l’Éveil internationaliste, que se abstuvo, fue invitado a la 4ª). Eso no nos ha impedido posteriormente (como la Revista internacional lo ha hecho patente repetidas veces) hacerles a esos grupos propuestas de trabajo en común cada vez que lo hemos considerado necesario, particularmente tomas de posición frente a los enfrentamientos imperialistas, las cuales han sido casi siempre rechazadas.
[5]) Komala es una organización guerrillera ligada al Partido democrático kurdo.
[6]) Animamos a los lectores a que lo lean (está en inglés y pueden pedirlo al BIPR) y a que lo conozcan íntegramente.
[7]) Nikita Jrushchof dirigió la URSS después de la muerte de Stalin (1953) hasta 1964.
[8]) Hay que resaltar que el PCInt aceptó en la “IVª Conferencia” lo que obstinadamente había rechazado en las conferencias precedentes: la existencia de una toma de posición que resumíera los puntos de acuerdo y los de desacuerdo. El motivo de su rechazo era que no quería adoptar ningún documento en común con los otros grupos debido a las divergencias existentes entre ellos. Estamos obligados a pensar que para el PCInt las divergencias existentes entre los grupos de la Izquierda comunista son más importantes que las que separan a los grupos comunistas de los grupos burgueses.
[9]) En ese sentido, tiene razón cuando dice en la apertura de la conferencia que “El resultado de la 3ª conferencia significa que el trabajo internacional entre los comunistas va a llevarse a cabo sobre bases distintas a las del pasado”. Desde luego que bien diferentes, aunque en lo concerniente al PCInt no en el buen sentido.
[10]) Para ser totalmente precisos, el rechazo por el BIPR de cualquier discusión o de cualquier trabajo en común con la CCI debido a “las importantísimas divergencias” no se aplica con el mismo rigor respecto a otros grupos. En muchos artículos de nuestra Revista hemos señalado su mayor apertura hacia grupos claramente consejistas, como Red and Black Notes de Canadá o a grupos que no pertenecen a la Izquierda comunista, ni siquiera al campo proletario, como es el caso de la OCI de Italia (véase al respecto el artículo “La visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del partido” de la Revista internacional nº 103 y 105). Esta apertura se aplica incluso a elementos que se presentan como los exclusivos defensores de las “verdaderas posiciones de la CCI” y que han constituido la “Fracción interna de la CCI” (FICCI), un pequeño grupúsculo parasitario que se distingue por comportamientos incalificables tales como el robo de material de nuestra organización, el chantaje, la delación e incluso la amenaza de muerte a uno de nuestros militantes. En su Bulletin communiste nº 33, la FICCI informa de las discusiones que mantiene con el BIPR y que presenta de esta manera:
“reanudando el hilo de esta discusión, la fracción y el BIPR resucitan el ciclo de Conferencias de los grupos de la Izquierda comunista que se hicieron en los años 1970 y 1980. La preocupación, el objetivo son los mismos. Y si las conferencias llegaron en parte a un estancamiento, es necesario reiniciar hoy la obra y llevarla a un nivel superior, sacando lecciones del pasado (…) despejando los malentendidos, los bloqueos ligados a cuestiones terminológicas a incomprensiones mutuas. Haciéndolo así estamos totalmente convencidos que recogemos la antorcha que la CCI ha abandonado encerrándose en un sectarismo cada vez más delirante.”
La FICCI no precisa por qué las conferencias se suspendieron mientras sus miembros estaban aun en la CCI y compartían nuestra condena de su sabotaje por el PCInt y por la CWO. Es una mentira más que poner en la lista de la FICCI. ¡Hay tantas!
Dicho esto, está claro que el BIPR parece dispuesto a discutir con elementos que afirman defender posiciones (las de la CCI) que justamente motivaron que el BIPR, desde hace ya mucho tiempo, se negara a discutir con la CCI. Ciertamente, la FICCI presenta grandes ventajas respecto a la CCI:
se pasa el tiempo denigrando a nuestra organización:
con ella no se corre el riesgo de que se “haga sombra al BIPR”, más que nada por su ridícula importancia;
no encuentra palabras lo suficientemente elogiosas para adular permanentemente a esa organización calificada como exclusivo polo de reagrupamiento internacional para el futuro partido revolucionario.
Es más, constatamos que la más servil lisonja parece ser un excelente “argumento” para convencer al BIPR a aceptar la discusión. A la vista está que si esas maneras le fueron eficaces en 1982 con un grupo burgués como el SUCM, aun hoy le son igualmente útiles con una pandilla de tramposos.
Dicho esto no parece que el BIPR se fíe mucho de las discusiones que mantiene con la FICCI pues estas no han aparecido en sus órganos de prensa hasta ahora; es más, el link –enlace– hacia la página Web de la FICCI ha desaparecido, hace ya tiempo, del espacio Internet del BIPR).
Desde 1989, el proletariado mundial ha pasado por una larga etapa de retroceso de su conciencia y de su combatividad. La caída de los regímenes pretendidamente “comunistas” y la campaña de la burguesía sobre la “imposibilidad” de una alternativa al capitalismo, le afectaron profundamente en su capacidad para concebirse como clase capaz de desempeñar un papel histórico, el de destruir el capitalismo y edificar una nueva sociedad. Esto hizo que las viejas cantinelas de los Marcuse, la Escuela de Frankfurt, etc., proclamando la desaparición del proletariado y su sustitución por nuevos “sujetos revolucionarios”, recobraran un nuevo predicamento en compañeros que se plantean cómo luchar contra este mundo de barbarie y miseria. Sin embargo, bajo los efectos de la agravación acelerada de las contradicciones del capitalismo, y particularmente en el ámbito de su crisis económica, ese estado de cosas empieza a ser superado. El proletariado internacional recupera su combatividad ([1]) y va desarrollando su conciencia, como lo atestigua la emergencia de minorías que no se plantean simplemente “¿quién es el sujeto revolucionario?” sino “¿Cuáles son los objetivos y los medios que debe darse el proletariado para asumir su naturaleza revolucionaria?” ([2])
Frente a esas cuestiones, la intervención del Grupo Comunista Internacionalista (GCI) siembra una gran confusión. Por un lado, se reivindica del “revolucionarismo más extremo” (condena del parlamentarismo y del nacionalismo, denuncia de la izquierda y extrema izquierda del capital, ataque a la propiedad privada etc.), pero, por la otra parte, apoya “críticamente”, como lo hace la extrema izquierda del Capital, algunas de las posiciones más reaccionarias de la burguesía y ataca furiosamente las posiciones de clase del proletariado y a sus verdaderas organizaciones comunistas. Así, la trayectoria del GCI durante los últimos 25 años se reduce a un apoyo, apenas disimulado, a causas abiertamente burguesas so pretexto de que tras ellas se ocultarían “movimientos proletarios de masas”. Este artículo se da por objetivo denunciar semejante impostura.
Nacido de una escisión de la CCI en 1979, el GCI no cesado desde entonces de aportar su apoyo a toda clase de causas burguesas:
- A principios de los años 80 toma partido de forma solapada por el Bloque popular revolucionario de El Salvador en la guerra que sacudió el país en aquella década (que enfrentaba el imperialismo USA al ruso con peones interpuestos). El GCI denunciaba la “dirección” del BPR como “burguesa” pero consideraba que “detrás de ella” se ocultaba un “movimiento de masas revolucionario” que debía ser apoyado ([3]).
- A partir de mediados de los años 80, en la guerra entre fracciones de la burguesía que opuso a Sendero Luminoso (4) contra las fracciones dominantes de la burguesía peruana, el GCI también tomó partido de manera indirecta por el bando senderista. Ahora la excusa era el “apoyo a los presos proletarios víctimas del terrorismo del Estado burgués” ([4]).
• a finales de los 80 y principios de los 90, frente a la lucha del movimiento nacionalista de la Cabilia argelina (1988) o la que se desarrolló en el Kurdistán iraquí (1991), el GCI empleó para apoyarlos pretextos más sofisticados: habló de la creación “por las masas” de “consejos obreros” cuando, como se ve obligado a reconocer en el caso de Cabilia, esos “consejos obreros” eran en realidad organismos interclasistas de aldeas o barrios constituidos por jefes tribales o líderes de partidos nacionalistas u opositores, ¡llamados en muchos casos “Comités de tribu”! ([5]).
En conflictos imperialistas recientes, el GCI ha seguido la misma tónica. Aparte de su decidida toma de partido por la “insurgencia iraquí” (sobre la que volveremos al final del artículo), merece destacarse cómo, en el conflicto entre Israel y Palestina, se ha arrojado sobre expresiones de ideología pacifista dentro de sectores de izquierda de la burguesía israelí, para presentarlos, desde luego de forma “crítica”, ¡nada menos que como “un primer paso” hacia el “derrotismo revolucionario”! Así, cita el pasaje siguiente de la carta de un objetor, quien, aunque se haya arriesgado al expresar su rebeldía contra la guerra, no se sale sin embargo de un terreno nacionalista:
«El ejército de ustedes, que se llama a sí mismo Israeli Defende Force (Fuerza de Defensa de Israel), no es más que el brazo armado del movimiento de las colonias. Este ejército no existe para defender la seguridad de los ciudadanos de Israel, sólo existe para garantizar la prosecución del robo de la tierra palestina. Como judío, los crímenes que comete esta milicia contra el pueblo palestino me repugnan. Mi deber, como judío y como ser humano es el de rechazar categóricamente todo tipo de participación en ese ejército. Como hijo de un pueblo víctima de pogromos y de destrucciones me niego a jugar cualquier papel en vuestra política insensata. Como ser humano, es mi deber negarme a participar en toda institución que comete crímenes contra la humanidad» (Carta citada en “¡No somos israelíes, ni palestinos, ni judíos, ni musulmanes... somos el proletariado!” en Communisme nº 54, abril 2003).
En efecto –más allá de las intenciones de su autor–, esta carta podría haber sido firmada por fracciones del Capital israelí quienes, percibiendo el descontento creciente en los obreros y en la población ante una guerra inacabable, emiten una crítica pública contra la manera de conducirla. La carta invoca “la defensa de la seguridad de los ciudadanos de Israel” que es una forma sofisticada de hablar de la seguridad del Capital israelí. No plantea el interés de los trabajadores o de las masas explotadas sino el interés de la nación israelí. Es decir, pone todos los ingredientes –defensa de la nación y del interés nacional– que sirven de base a la guerra imperialista.
Así pues, lo que “aporta” el GCI se resume en un cóctel de posiciones “radicales” y planteamientos típicos del tercermundismo y el izquierdismo burgués ¿Cómo concilia el GCI el agua con el fuego? Pues planteando el siguiente chantaje: ¿cómo vamos a despreciar un movimiento proletario porque su dirección sea burguesa? ¿Es que acaso, la revolución rusa de 1905 no se inició con una manifestación encabezada por el cura Gapón?
Este “argumento” se basa en un sofisma que, como veremos, es la arena movediza en la que se levanta todo el edificio “teórico” del GCI. Un sofisma es una afirmación falsa que se deduce de premisas correctas. Una ilustración sería el siguiente ejemplo célebre: “Sócrates es mortal, todos los hombres son mortales, luego todos los hombres son Sócrates”. Se trata de una deducción absurda que se ha sacado de afirmaciones correctas, jugando con silogismos.
1905 fue un genuino movimiento proletario con grandes masas en la calle que, al principio, la policía zarista intentó manipular. ¡Pero eso no quiere decir que todo movimiento con “grandes debilidades” y “con dirección burguesa” sea proletario! ¡Y ahí está el burdo sofisma de los señores del GCI! Son innumerables los “movimientos de masas” que han sido organizados por fracciones burguesas en su propio beneficio. Estos movimientos han llevado a violentos enfrentamientos, han conducido a espectaculares cambios de gobierno, tildados con frecuencia de “revoluciones”. Pero nada de eso hace de ellos movimientos proletarios comparables a la revolución de 1905 ([6]).
Un ejemplo del método de la amalgama que practica el GCI lo tenemos con su análisis de los acontecimientos de Bolivia 2003. Allí había masas en la calle, asaltos a bancos o instituciones burguesas, cortes de carretera, saqueos de supermercados, linchamientos, caídas de presidentes…, tenemos pues todos los ingredientes para que el GCI hable de “modelo de afirmación proletaria”, llevándole a exclamar:
“Hace mucho tiempo que no se proclamaba abiertamente que hay que destruir el poder burgués, el parlamento burgués con toda su democracia representativa (incluida la famosa Constituyente) y construir el poder proletario para realizar la revolución social” (“Algunas líneas de fuerza en la lucha del proletariado en Bolivia” en Communisme nº 56, octubre 2004).
Cualquiera que analice con un mínimo de seriedad los acontecimientos bolivianos no encontrará nada que se le parezca a una “destrucción del poder burgués” ni a una “construcción del poder proletario”. El movimiento fue dominado de cabo a rabo por reivindicaciones burguesas (nacionalización de los hidrocarburos, asamblea constituyente, reconocimiento de la nacionalidad aimara etc.) y sus objetivos generales gravitaron en torno a temas tan “revolucionarios” como “acabar con el modelo neo-liberal”, “poner otra forma de gobierno”, “luchar contra el imperialismo yanqui” ([7]).
El GCI tiene que reconocerlo pero inmediatamente saca de la chistera el “argumento irrebatible”: ¡eso formaría parte de las “debilidades” del movimiento! Siguiendo esa lógica “irrefutable”, una lucha por reivindicaciones burguesas de principio a fin sufre la maravillosa mutación de convertirse en “poder proletario para realizar la revolución social”. Esta versión “ultrarradical” de los viejos cuentos de hadas, sirve al GCI para operar una deformación grotesca de la lucha proletaria.
Toda sociedad en crisis y descomposición, como es el caso del capitalismo actual, sufre convulsiones crecientes que van desde rebeliones, enfrentamientos callejeros, asaltos, desórdenes, violaciones repetidas de las más elementales normas de convivencia… Pero ese caos manifiesto no es equivalente a una revolución social. Una revolución social –y más aún en el caso del proletariado, clase explotada y revolucionaria a la vez- altera efectivamente el orden establecido, lo pone patas arriba, pero lo hace de manera consciente, organizada, con una perspectiva de transformación social.
“Cuando los campeones del oportunismo en Alemania, oyen hablar de revolución piensan inmediatamente en la sangre vertida, en batallas callejeras, en la pólvora y en el plomo (…) Pero la revolución es otra cosa, es algo más que un simple baño de sangre. A diferencia de la policía que entiende por revolución simplemente la batalla callejera y la pelea, es decir, el desorden, el socialismo científico ve en la revolución antes que nada como una transformación interna profunda de las relaciones de clase” (Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos).
Es cierto que la revolución proletaria es violenta y pasa por combates encarnizados, pero se trata de medios conscientemente controlados por las masas proletarias y coherentes con el fin revolucionario al que aspiran. El GCI, en uno de sus habituales ejercicios de sofística, aísla y abstrae del fenómeno vivo que es una revolución, el elemento “desorden”, “alteración del orden público” y de ahí deduce con lógica imparable que toda convulsión que altere la sociedad burguesa es “revolucionaria”.
El activismo ciego de las “masas en revuelta” sirve al GCI para colar de contrabando la tesis según la cual estarían rechazando el electoralismo y estarían a punto de superar las ilusiones democráticas. Así, nos enseña que el eslogan “¡Que se vayan todos!”, tan agitado en Argentina por la pequeña burguesía en las convulsiones del 2001, ¡va más lejos que Rusia 1917!:
“la consigna ‘que se vayan todos’ es una consigna que va más allá de la democracia; es mucho más claro que las consignas que podemos encontrar en movimientos insurrecciónales netamente más potentes, incluido Octubre 1917 en Rusia donde el pan y la paz representaban las consignas centrales» (“A propósito de las luchas obreras en Argentina”, Communisme nº 56, octubre 2004).
Los señores del GCI falsean escandalosamente los hechos históricos: las “consignas centrales” de Octubre eran “Todo el poder a los Soviets”, es decir, planteaban la cuestión que permite la crítica de la democracia con los actos al derribar el Estado burgués e imponer sobre sus ruinas la dictadura del proletariado. En cambio, el “¡Que se vayan todos!” encierra el sueño utópico de la “regeneración democrática” mediante la “participación popular directa” sin “políticos profesionales”. Que en Argentina no se produjo ninguna “ruptura” con la democracia sino una mayor atadura a sus cadenas lo prueba un hecho que recoge el propio GCI: “En las elecciones, el voto mayoritario es el llamado «voto bronca», es decir, nulo, impugnado. Grupos de proletarios imprimen un boleto electoral, a modo de panfleto, con la leyenda «Ningún partido. No voto a nadie. Voto impugnado” (“A propósito de las luchas obreras en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003) Esto lo presenta ¡como una ruptura con el electoralismo!, cuando significa su apuntalamiento, pues estas acciones refuerzan la participación en el circo electoral al animar a votar aunque no se confíe en los “políticos actuales”. Expresa desconfianza en ellos pero confianza en la participación electoral.
Otra manifestación de cómo el GCI cuela por la puerta trasera del activismo lo que solemnemente rechaza por la puerta grande, nos la da su apoyo a los “escraches” en Argentina, que son acciones de protesta frente a domicilios de militares implicados en los bárbaros crímenes de la guerra sucia (1976-83). Estas acciones, impulsadas por el “ultrademócrata” Kirschner, constituyen actualmente una maniobra del Estado argentino para encubrir un ataque cada vez más desalmado a las condiciones de vida del proletariado y de la inmensa mayoría de la población. Algunos milicos argentinos son utilizados como chivo expiatorio donde descargar las iras de las masas descontentas. Lejos de debilitar al proletariado en su conciencia, para el GCI “A través de esta condena social, el proletariado desarrolla su fuerza, movilizando un gran número de personas (barrios, vecinos, amigos)”. Tras estas pomposas palabras, hay en realidad la típica movilización antirrepresiva de colectivos ciudadanos (vecinos, amigos, barrios) destinada a dar una fachada democrática al Estado ([8]).
Lo que el GCI postula como métodos de combate del proletariado consiste en un planteamiento sindicalista y –por qué no decirlo?– socialdemócrata que sólo se diferencia del izquierdismo clásico en su radicalismo verbal, en su exaltación de la violencia y en que a todo se le pone la etiqueta de “proletario”.
En unas tesis sobre la autonomía proletaria y sus límites (Communisme nº 54, abril 2003), en referencia a los acontecimientos de Argentina 2001, el GCI nos expone lo que podría ser la quintaesencia de la organización combatiente de los trabajadores y de sus métodos de lucha:
“En el curso de este proceso de afirmación como clase, el proletariado se dota de estructuras masivas de asociación como las asambleas barriales. Éstas son a su vez precedidas, posibilitadas y potenciadas por estructuras con una mayor permanencia y organización como los piqueteros que vimos aquí u otras estructuras que desde hace años luchan contra la impunidad de los torturadores y asesinos del Estado argentino (madres, hijos...), así como por asociaciones de trabajadores en lucha (fábricas ocupadas) o el movimiento de jubilados. Esa correlación entre los diferentes tipos de estructuras, la relativa permanencia en el tiempo de algunas de ellas y las formas de acción directa que adoptaron hicieron posible esa afirmación de la autonomía del proletariado en Argentina y están constituyendo un ejemplo que tiende a extenderse por América y el mundo: el piquete, el escrache, el saqueo organizado, la olla «popular»...
Así pues ¡las Asambleas barriales que en las revueltas de 2001 en Argentina eran en su inmensa mayoría expresiones de la pequeña burguesía desesperada se transforman en “estructuras masivas de asociación obrera”! ([9])
Sin embargo, lo que mejor expresa la visión del GCI sobre el “asociacionismo obrero” es su tesis de que esta “autoorganización del proletariado” sería “precedida, posibilitada y potenciada” por “estructuras permanentes” como piqueteros, asociaciones de fábricas ocupadas ¡y hasta las Madres de la Plaza de Mayo!
Una vez más, tal planteamiento se alinea con el que proponen la izquierda y la extrema izquierda del Capital: si queréis luchar tenéis que tener una organización masiva previa que os encuadre por sectores (organismos sindicales, cooperativos, antirrepresivos, de jubilados, de barrio etc.). ¿Y qué lecciones sacan los elementos sinceramente proletarios de su paso por estas estructuras? Pues sencillamente que no sirven de palancas de organización, concienciación y fuerza de la clase obrera sino que actúan como herramientas del Estado burgués para desorganizar, atomizar, desmovilizar y encerrar en un terreno burgués a los obreros que caen en sus redes. No son medios de fuerza del proletariado contra el Estado burgués sino armas que tiene éste contra el proletariado.
Esto es así porque en el capitalismo decadente no puede existir una organización de masas permanente que se proponga únicamente limitar tal o cual aspecto de la explotación y la opresión capitalistas. Semejante tipo de organización es irremediablemente absorbido por el Estado burgués y por ello mismo se integra necesariamente en sus mecanismos democráticos de control totalitario de la sociedad y especialmente de la clase obrera. En el capitalismo decadente, la existencia de organizaciones unitarias de defensa económica y política de la clase obrera está condicionada por la movilización masiva de los obreros.
En Argentina asistimos a una proliferación de organizaciones “de base”: movimiento piquetero, organización de empresas autogestionadas, redes de trueque llamadas de “economía solidaria”, sindicatos autoconvocados, comedores populares… Estos organismos han nacido generalmente al calor de respuestas obreras o de la población contra una explotación y una miseria cada vez más exasperantes y, estas respuestas se han hecho al margen y muchas veces en contra de los sindicatos e instituciones oficiales. Sin embargo, la tentativa de hacerlas permanentes ha llevado inevitablemente a su absorción por el Estado burgués gracias a la intervención rápida de organismos asistenciales (tales como ONG’s de la iglesia católica o procedentes del propio peronismo) y sobre todo de un enjambre de organizaciones izquierdistas (principalmente trotskistas).
El exponente más claro de la función antiobrera de estos organismos es el movimiento piquetero. En 1996-97 se produjeron en diferentes regiones argentinas cortes de carretera protagonizados por desocupados que luchaban por obtener un medio de vida. Estas primeras acciones expresaban una lucha proletaria genuina. Sin embargo, no pudieron extenderse, dada la situación de retroceso de la clase obrera a nivel mundial, tanto en el plano de su conciencia como de su combatividad. Poco a poco fueron concebidas como actos de presión, resultando cada vez más incapaces de establecer una relación de fuerzas favorable contra el Estado capitalista. Los desocupados fueron progresivamente “organizados” por sindicalistas radicales, por grupos de extrema izquierda (principalmente trotskistas) dando lugar al “movimiento piquetero” que degeneró en un auténtico movimiento asistencial (el Estado repartía bolsas de comida a las múltiples organizaciones piqueteras a cambio de su control sobre los obreros)
Pero contra esta conclusión sacada por gente de la propia Argentina ([10]), el GCI contribuye con todas sus fuerzas al mito antiproletario del movimiento piquetero presentándolo –¡nada menos!– que como expresión del renacimiento del proletariado en Argentina:
“La afirmación proletaria en Argentina no habría sido posible sin el desarrollo del movimiento piquetero, puntal del asociacionismo proletario durante el último lustro (…) Los piquetes en Argentina, la paralización de caminos, carreteras y autopistas y su extensión a otros países, mostraban al mundo que el proletariado como sujeto histórico volvía a afirmarse y que el transporte es el talón de Aquiles del capital en la fase actual” ([11]) (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).
Y cuando la realidad le pone difícil continuar sosteniendo sus análisis, el GCI se escabulle de nuevo invocando una “debilidad” del movimiento piquetero, su “institucionalización”, para evitar hablar de su integración pura y simple en el Estado burgués. Así, refiriéndose a un congreso de organizaciones piqueteras celebrado el año 2000 concede que:
“... sin embargo este congreso, donde se estructura un plan de lucha que implica una escalada en los cortes de carretera durante un mes, se afirma como una tentativa de control por tendencias que buscan la institucionalización política del movimiento piquetero: CTA (Central de trabajadores argentinos) –a la cual está adherida la importante Federación de tierra y vivienda–, la CCC (Corriente clasista y combativa) y el Polo obrero-Partido obrero. Mezcla de diferentes ideologías politicistas e izquierdistas (populismo radical, trotskismo, maoísmo), esta tendencia busca en su práctica la oficialización del movimiento piquetero como interlocutor válido, con representantes permanentes y formulación de reivindicaciones claras y atendibles estatalmente («libertad a los luchadores sociales presos, planes “Trabajar” y fin de las políticas de ajuste neoliberales»), lo que los lleva a aceptar un conjunto de condiciones que desnaturalizan la fuerza del movimiento piquetero y tienden a su liquidación” (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).
Sin embargo, para el GCI, esto no significa la pérdida del carácter “proletario” del movimiento como lo testimoniaría el hecho de que:
“... fuertes masas de piqueteros desconocen totalmente tales directivas, continúan con sus métodos de lucha y rompen con la legalidad que aquellos quieren imponer: el uso de capuchas (elemento que el movimiento fue afirmando como elemental en la seguridad y defensa), los cortes totales de carreteras y hasta la toma de agencias bancarias, de sedes administrativas del gobierno, se seguirán desarrollando” (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).
En definitiva, el GCI sigue los mismos esquemas del izquierdismo burgués: éste también habla de “institucionalización” de las organizaciones de masas para añadir a continuación la existencia de una “base” que se contrapondría a la dirección y tomaría iniciativas de “lucha”. ¿Qué tipo de lucha? Pues “llevar capucha” o el radicalismo estéril de “cortes totales”, cosas que los propios sindicalistas saben emplear cuando necesitan evitar cualquier desbordamiento.
El objetivo del proletariado consistiría en «la reapropiación generalizada de medios de vida y el ataque a la burguesía y su Estado». Esta “reapropiación generalizada” se concreta en que:
«... a partir del día 18 de diciembre del 2001, por todos los rincones de Argentina, el proletariado realiza cientos de asaltos y recuperaciones en supermercados, camiones de reparto, comercios, bancos, fábricas... Reparto de mercancías expropiadas entre los proletarios y comidas «populares» surtidas con el producto de las recuperaciones».
El programa “comunista” del GCI se resume en que:
«... los proletarios expropian directamente la propiedad burguesa para satisfacer inmediatamente sus necesidades» (“A propósito de las luchas actuales en Argentina”, Communisme nº 54, abril 2003).
La frasecita, como en general el radicalismo verbal y chillón del GCI, puede impresionar a algún burgués idiota. Puede impresionar también a elementos rebeldes pero ignorantes. Sin embargo, si la analizamos seriamente resulta de lo más reaccionaria. El proletariado no se plantea el reparto “directo” de los bienes y riquezas existentes por la sencilla razón de que –como demostró Marx frente a las teorías de Proudhon– la raíz de la explotación capitalista no está en el modo en que se reparte lo producido, sino en las relaciones sociales a través de las cuales se organiza la producción ([12]).
Llamar a un saqueo “expropiación directa de la propiedad burguesa” no deja de ser un eufemismo envuelto en palabrería “marxista”. En un saqueo, la propiedad no es atacada sino que simplemente cambia de manos. El GCI no hace con esto sino situarse en continuidad directa con la doctrina de Bakunin que consideraba a los bandoleros como los “revolucionarios más consecuentes”. Que unos expropien a otros no forma parte de ninguna dinámica “revolucionaria” sino que es una reproducción de la propia lógica de la sociedad burguesa: la burguesía expropió a los campesinos y a los artesanos para transformarlos en proletarios, los burgueses se expropian entre ellos en la competencia feroz que les caracteriza. El robo de bienes de consumo forma parte, bajo diversas maneras, del juego de las relaciones capitalistas de producción (los ladrones que se apropian de lo ajeno, el comerciante que estafa a mayor o menor escala; el pequeño o gran capitalista que defrauda a los consumidores o a sus propios rivales etc.). Si tratamos de imaginar una sociedad donde la consigna sea «expropiaos los unos a los otros» sólo tenemos que mirar al capitalismo:
«Los matices entre especulación comercial, de la bolsa, pseudo-negocios de ocasión, adulteración de alimentos, chantaje, peculado, robo, escalamientos y rapiñas se confunden tanto entre sí que desaparecen los límites que separaban a la honorable burguesía de la delincuencia. Con el abandono de las barreras y de los soportes convencionales de la moral y del derecho, la sociedad burguesa, cuya ley íntima de existencia es la más profunda inmoralidad, la explotación del hombre por el hombre, recae directa y desenfrenadamente en la pura y simple delincuencia» (Rosa Luxemburg, La Revolución rusa).
“Atacar la propiedad” resulta ser una fórmula tan ruidosa como vacía. En el mejor de los casos va a los efectos sin rozar siquiera las causas. En su polémica con Proudhon, Marx rebate esos radicalismos grandilocuentes
«La propiedad constituye la última categoría en el sistema del señor Proudhon. En el mundo real, por el contrario, la división del trabajo y todas las demás categorías del señor Proudhon son las relaciones sociales que su conjunto forman lo que actualmente se llama propiedad; fuera de esas relaciones, la propiedad burguesa no es sino una ilusión metafísica y jurídica» ([13]).
¿Cómo debe ser la futura sociedad según la doctrina del GCI? Muy doctamente nos dice que
“... el objetivo invariante de la revolución proletaria es trabajar lo menos posible y vivir lo mejor posible, objetivo que, a fin de cuentas, es exactamente el mismo que aquel por el que luchaba el esclavo cuando se oponía al esclavismo hace 500 o 3000 años. La revolución proletaria no es otra cosa que la generalización histórica de la lucha por los intereses materiales de todas las clases explotadas de la antigüedad” (“Poder y Revolución”, Communisme nº 56, octubre 2004).
Típica del ideal de rebelión de la pequeña burguesía estudiantil, la audaz parrafada del GCI a favor de la “reducción del tiempo de trabajo” no es capaz de ir más allá de una visión que reduce el trabajo a la actividad alienante tal como es en las sociedades de clase y particularmente bajo el capitalismo. Semejante visión está a cien leguas de comprender que, en una sociedad liberada de la explotación, el trabajo dejará de ser un factor de embrutecimiento para convertirse en un factor de desarrollo del ser humano.
Proclamar que el “objetivo invariante” (sic) de la “revolución proletaria” es “trabajar lo menos posible y vivir lo mejor posible” es reducir el programa del proletariado a una perogrullada ridícula. Salvo algún que otro ejecutivo “drogado por el trabajo” todo el mundo tiene ese “objetivo invariante” empezando por Mister Bush, quien, pese a ser presidente de EEUU, echa todos los días la siesta, se va de descanso el fin de semana, haraganea todo lo que puede, cumpliendo rigurosamente el principio “revolucionario” del GCI.
El objetivo es tan “invariante” que, efectivamente, puede ser elevado a aspiración universal de todo el género humano, habido y por haber, y desde luego con tan democrático principio se puede igualar en un mismo plano a esclavos, siervos, proletarios… Semejante igualación significa negar todo lo que caracteriza a la sociedad comunista, la cual es el producto específico del ser y el porvenir histórico que encierra el proletariado. El proletariado es el heredero de todas las clases explotadas que le han precedido a lo largo de la historia, sin embargo, eso no quiere decir que tenga la misma naturaleza, ni los mismos objetivos, ni la misma perspectiva histórica, que aquellas. Esta verdad elemental del materialismo histórico es echada al cubo de la basura por el GCI reemplazada con sus sofismas baratos.
En los Principios del comunismo, Engels recuerda que
“... las clases trabajadoras han vivido en distintas condiciones, según las diferentes fases de desarrollo de la sociedad y han ocupado posiciones distintas respecto a las clases poseedoras y dominantes”,
mostrando en primer lugar las diferencias entre el esclavo y el proletariado moderno y particularmente que:
“El esclavo es considerado como una cosa y no como miembro de la sociedad civil. El proletario es reconocido como persona, como miembro de la sociedad civil. Por consiguiente, el esclavo puede tener la existencia mejor que el proletario, pero este último pertenece a una etapa superior de desarrollo de la sociedad y se encuentra a un nivel más alto que el esclavo”.
¿Cuál es el objetivo del esclavo?
“Este –responde Engels– se libera cuando de todas las relaciones de la propiedad privada se suprime una de ellas –la esclavitud–, gracias a lo cual se convierte en proletario. En cambio, el proletario solo puede liberarse suprimiendo toda la propiedad privada en general”.
La liberación del esclavo no consiste en abolir la explotación sino en pasar a otra forma superior de explotación: el trabajador “libre” sometido al trabajo asalariado capitalista, como sucedió por ejemplo en Estados Unidos tras la guerra de secesión.
Igualmente, examina las diferencias entre el siervo y el proletario:
“El siervo se libera ya refugiándose en la ciudad y haciéndose artesano, ya dando a su amo dinero en lugar de trabajo o productos, transformándose en libre arrendatario, ya expulsando al señor feudal y haciéndose él mismo propietario. Dicho en breves palabras, se libera entrando de una manera o de otra en la clase poseedora y en la esfera de la competencia. El proletario se libera suprimiendo la competencia, la propiedad privada y todas las diferencias de clase”.
Esas diferencias son las que hacen del proletariado la clase revolucionaria de la presente sociedad y las que constituyen los fundamentos materiales de su lucha histórica. El GCI quiere borrarlo todo eso de un plumazo para ofrecer a quienes quieran escucharle una “revolución” de pacotilla que no es ni más ni menos que una imagen más del desorden y la anarquía que cada vez más provoca la evolución del capitalismo.
Ya hemos puesto en evidencia que toda la doctrina del GCI se basa en la burda manipulación de sofismas. Su apoyo descarado al bando de la insurgencia en la criminal y caótica guerra imperialista que sacude Irak se basa en dos de ellos.
La lucha de clases es el motor de la historia. El antagonismo fundamental del capitalismo es la lucha de clase entre proletariado y burguesía. Pero ¿debemos deducir de ahí el dogma estúpido según el cual todo conflicto pertenece al antagonismo burguesía-proletariado? El GCI no tiene reparos en afirmarlo, para él,
“... la guerra se ha hecho cada vez más abiertamente una guerra civil, una guerra social directamente contra el enemigo de clase: el proletario (Communisme nº 56: “Haití: el proletariado enfrenta a la burguesía mundial”, octubre 2004).
Así
“... Este terror se concreta en la lucha contra la agitación social, en ocupaciones militares permanentes (Irak, Afganistán, la antigua Yugoslavia, Chechenia, la mayoría de países africanos…), en la guerra contra la subversión, en las prisiones y centros de detención, las torturas (…) Cada vez se hace más difícil hacer pasar esas operaciones internacionales de policía contra el proletariado por guerras entre gobiernos” (Communisme nº 56: “Y el Águila III no pasó”).
¡Mayor radicalismo es imposible de imaginar! ¿Pero adónde lleva ese inflado radicalismo? Pues a meter en el mismo saco de la “lucha de clases” las guerras imperialistas, las agitaciones sociales de cualquier tipo … Eso es concretamente un llamamiento a apoyar tanto a los combatientes islámicos, (que actualmente son los principales destinatarios de centros de tortura como Guantánamo) pues serían las víctimas visibles de la guerra social “contra el proletario”, como a los bandos no uniformados que operan en Irak so pretexto de que se opondrían a “las operaciones internacionales de policía contra el proletariado”.
Según el GCI, todas las fracciones de la burguesía mundial han cerrado filas tras Estados Unidos para efectuar una operación de policía contra el proletariado en Irak. El GCI nos informa que en Oriente Medio existiría una lucha de clases tan peligrosa que obligaría al gendarme mundial a intervenir. Los pobres ciegos que no ven esa “luminosa realidad” son fulminados por el GCI pues ello significaría obviar la cuestión:
“¿Pero dónde está el proletariado en medio de todo ese revoltijo? ¿Qué es lo que hace? ¿Cuáles son las alternativas que enfrenta en su intento por hacerse autónomo y destruir a todas las fuerzas burguesas? Sobre esto deberían discutir hoy los escasos núcleos proletarios que, en el ambiente nauseabundo de paz social que nos oprime, intentan mantener en alto la bandera de la revolución social. Pero la mayoría de ellos quedan atrapados en la problemática si tal o cual la contradicción ínter burguesa es o no fundamental” (“Algunas consideraciones sobre los acontecimientos que sacuden actualmente Irak” en Communisme nº 55, febrero 2004).
A partir de ahí, el GCI llega a la conclusión de que el capital posee un gobierno mundial único, negando lo que siempre ha defendido el marxismo, la división del capital en Estados nacionales que se pelean a muerte en la arena internacional:
“a través del mundo, un número creciente de territorios se encuentra así directamente administrados por las instancias mundiales de los capitalistas reunidos en esas cuevas de ladrones y asesinos que son la ONU, el FMI y el Banco Mundial (…) Regularmente, el Estado mundial del capital toma contornos cada vez más perceptibles en la imposición terrorista de su orden” (Communisme nº 56: “Haití: el proletariado enfrenta a la burguesía mundial”, octubre 2004).
El ultrarradical GCI nos sirve con esto una vieja teoría de Kautsky, que Lenin combatió enérgicamente, según la cual el capital se unificaría en un superimperialismo. Esta teoría es la que defiende regularmente la izquierda y extrema izquierda del capital que para mejor atar a los obreros a “su” Estado nacional hablan de un capital “unificado mundialmente” en instancias “apátridas” como la ONU, el FMI, el Banco mundial, las multinacionales etc. El GCI va en el mismo sentido que ellos sugiriendo (aunque sin decirlo abiertamente, lo cual es mucho peor) que el enemigo principal es el imperialismo americano, el súperimperialismo que federaría tras él lo esencial del capitalismo mundial. Todo esto es coherente con su papel de sargento reclutador para la guerra imperialista en Irak (¡aunque, eso sí, desde la distancia, instalado en su butaca!) que el GCI asume con el apoyo que da al movimiento burgués de la insurgencia iraquí con la excusa de hacerla pasar por proletaria:
“todo el aparato, los servicios, los órganos, los representantes del Estado mundial, que se encuentran en el lugar, son sistemáticamente elegidos como objetivo. Lejos de ser actos ciegos, esta resistencia armada tiene una lógica si hacemos el esfuerzo de salir de estereotipos y de la falsa propaganda ideológica que los burgueses nos proponen como única explicación de lo que pasa en Irak. Detrás de los objetivos, así como en la guerrilla cotidiana dirigida contra las fuerzas de ocupación, se pueden percibir designados los contornos de un proletariado que intenta luchar, organizarse, contra todas las fracciones burguesas que han decidido imponer el orden y la seguridad capitalista en la región, aún si todavía es extremamente difícil juzgar el grado de autonomía de nuestra clase en relación con las fuerzas burguesas que intentan encuadrar la rabia de nuestra clase contra todo aquello que representa al Estado mundial. Los actos de sabotajes, atentados, manifestaciones, ocupaciones, huelgas... no son hechos de islamistas o de nacionalistas panárabes. Dicha interpretación es demasiado simplista y va en el sentido del discurso dominante que quiere encerrar nuestra comprensión en una lucha entre «el bien y el mal», entre «los buenos y los malos», un poco como en una película de cowboys, eliminando una vez más la contradicción mortal del capitalismo: el proletariado” (Communisme nº 55 “Algunas consideraciones sobre los acontecimientos que sacuden actualmente Irak, febrero 2004).
La escisión de la CCI de la que procede el GCI tiene por origen una serie de divergencias dentro de la sección de la CCI en Bélgica que surgieron en 1978-79 sobre la explicación de la crisis económica, el papel del partido y sus relaciones con la clase, la naturaleza del terrorismo, el peso de las luchas del proletariado en los países de la periferia del capitalismo… Rápidamente los elementos en desacuerdo, aunque cada uno tenía una posición diferente, se reagruparon en una Tendencia y enseguida abandonaron la organización dando nacimiento al GCI sin establecer claramente los desacuerdos que fundaban la escisión. Así, el GCI no se constituyó sobre un conjunto de posiciones políticas coherentes alternativas a las de la CCI, sino sobre una amalgama de divergencias insuficientemente elaboradas y, sobre todo, en base a sentimientos negativos de ambiciones personales frustradas y de rencor ([14]). La consecuencia fue que los líderes del grupo pronto se enfrentaron entre ellos produciéndose dos nuevas escisiones ([15]), quedándose al frente del GCI el elemento con más inclinaciones izquierdistas que, desde entonces, no ha cesado de apoyar todo tipo de causas burguesas.
Un grupo como el GCI no es típicamente izquierdista, como pueden serlo los maoístas o los trotskistas, pues, al contrario de ellos, no tiene un programa que defienda abiertamente el Estado burgués. De hecho, los denuncia de forma muy radical. Sin embargo, como hemos puesto en evidencia a lo largo de este artículo, detrás de su radicalismo frente a las instituciones y fuerzas de la burguesía, sus análisis y consignas tienen como consecuencia esencial, no tanto la de armar política y teóricamente a los elementos que intentan plantear en términos y perspectivas políticas el rechazo legítimo que les inspira el mundo actual, sino más bien canalizarlos hacia los callejones sin salida del izquierdismo y el anarquismo ([16]).
Sin embargo, la contribución del GCI no se limita a este aspecto que es ya de por sí importante. La virulencia de sus ataques no soslaya a los auténticos revolucionarios y particularmente a nuestra organización. Empleando siempre el mismo método del sofisma que hemos puesto en evidencia, y sin ninguna argumentación seria, nos obsequia con epítetos como “socialdemócratas”, “pacifistas”, “kautkystas”, “auxiliares de la policía” etc. ([17]). En este sentido no hace más que aportar su pequeña contribución al esfuerzo general de la burguesía por desprestigiar todo combate que se inscriba auténticamente en una perspectiva revolucionaria. Y recordemos además aquí, sin volver a desarrollar el asunto, que el GCI ha llevado su radicalismo al servicio de una causa que no tiene, ni mucho menos, nada que ver con la emancipación del proletariado: ha llegado a incitar al asesinato de militantes de la sección de la CCI en México ([18]). Este llamamiento del GCI ha sido retomado con otra forma y dirigido esta vez contra los militantes de la CCI en España, por un grupo próximo al GCI (ARDE) ([19]).
Así pues, aunque el programa del GCI no forme parte del aparato político de la burguesía, eso no significa que pertenezca al campo proletario, dado que su vocación es la de atacarlo y destruirlo. En ese sentido, es un representante de lo que la CCI caracteriza como parasitismo político. Para terminar este artículo reproducimos unos extractos de un texto sobre dicho asunto que hemos publicado y que juzgamos perfectamente adaptados a la situación que hemos examinado:
“la noción de parasitismo político no es en manera alguna una invención de la CCI. Fue la AIT la primera que lo identificó y combatió, al verse enfrentada a esta amenaza contra el movimiento proletario. Fue ella, empezando por Marx y Engels, quien caracterizó ya a los parásitos como esos elementos politizados que, pretendiendo adherirse al programa y a las organizaciones del proletariado, concentran sus esfuerzos no sobre el combate, no tanto contra la clase dominante sino contra las organizaciones de la clase revolucionaria. La esencia de su actividad consiste en denigrar y maniobrar contra el campo comunista aunque pretendan pertenecer a él y servirlo” (Punto 9 de las “Tesis sobre el parasitismo” publicadas en la Revista internacional nº 94).
C.Mir 6-11-05
[1]) Ver Revista internacional nº 119 “Resolución sobre la lucha de clases”.
[2]) Un análisis de esta maduración de minorías en el proletariado internacional y de nuestra actividad ante ellas se puede ver en el balance del 16º Congreso de la CCI aparecido en la Revista internacional nº 122.
[3]) Ver Communisme nº 12, febrero 1981, el artículo “Lucha de clases en El Salvador”. El esquema argumental apenas se diferencia del que utiliza el trotskismo. Este también justifica su apoyo a luchas burguesas hablando de “movimientos revolucionarios de masas” ocultos tras la “fachada” de las “direcciones burguesas”.
[4]) Guerrilla peruana de inspiración maoísta que intentó hacer caer las ciudades mediante su cerco desde el campo donde eran reclutados los efectivos de la guerrilla. En realidad, era la población, y particularmente la de las zonas campesinas, la que pagaba los platos rotos de un régimen de terror impuesto por los dos campos burgueses, el que estaba instalado en el poder y Sendero Luminoso.
[5]) Cita de una fuente periodística tomada por el propio GCI: “La referencia a los lazos de sangre constitutivos del Arch permite agrupar las aldeas pertenecientes al mismo linaje, pero dispersas en diferentes municipios y distritos”. El programa acordado por una Coordinadora de los Arch de Cabilia (2000 delegados) es nacionalista y democrático aunque adobado con alguna reivindicación con gancho entre los trabajadores: “Reclaman, en desorden, la retirada inmediata de la gendarmería, la toma a cargo por el Estado de las víctimas generadas por la represión, la anulación de los juicios contra los manifestantes, la consagración del tamazight como lengua nacional y oficial, ventajas de libertad y justicia, la adopción de un plan de urgencia para Cabilia y el pago de una indemnización por desocupación a todos los parados» (Esta cita procede de Communisme nº 52, “Proletarios de todos los países la lucha de clases en Argelia es de todos”).
[6]) Ver la serie de artículos sobre este movimiento de nuestra clase iniciada en la Revista internacional nº 120.
[7]) Como acaba de ilustrarlo la victoria electoral del nuevo presidente Evo Morales que viene a engrosar las filas de la “Izquierda latina” (Castro, Lula, Chávez). Estos presidentes de izquierdas en América Latina quienes, además de proseguir los ataques contra la clase obrera, como lo haría cualquier gobierno de derecha, son capaces de venderle ilusiones.
[8]) Esto se ve corroborado por la afirmación del GCI en su artículo sobre la “autonomía proletaria en Argentina” según la cual las organizaciones de las Madres de Mayo ¡habrían contribuido a la autoorganización del proletariado!
[9]) Ver nuestro artículo en Revista internacional nº 109 sobre la revuelta social de 2001 en Argentina.
[10]) Ver el artículo de denuncia del movimiento piquetero realizado por un grupo argentino, el NCI, y que hemos publicado en Revista internacional 119.
[11]) Por otra parte, afirmar que el “transporte es el talón de Aquiles del capital actual” no deja de ser una ingeniosa constatación sociológica que oculta el deseo del GCI de encerrar al proletariado en una visión sindicalista de su lucha. En el periodo ascendente del capitalismo (siglo xix), la fuerza del proletariado, organizado en sindicatos, estaba en la capacidad para paralizar una parte de la producción capitalista. Sin embargo, no son esas las condiciones que prevalecen en el capitalismo decadente, caracterizado por la fuerte solidaridad, detrás del Estado, de todos los capitalistas contra el proletariado. La presión económica sobre un capitalista particular o, incluso, sobre un conjunto de ellos, no puede tener más que un impacto muy limitado. Por eso, ese tipo de lucha tomado de los métodos sindicales del siglo xix, hoy forma parte del juego de la clase capitalista. Pero eso no significa que los obreros hayan perdido la capacidad de constituir una fuerza contra el capital. Con métodos de lucha diferentes, ellos lo siguen consiguiendo como lo demuestra toda la historia del siglo xx: uniéndose mediante el desarrollo de una firme solidaridad entre todas las capas del proletariado, rompiendo las divisiones de sector, empresa, región, raza o nación, organizándose como clase autónoma en la sociedad, defendiendo sus propias reivindicaciones contra la explotación capitalista y asumiendo conscientemente el enfrentamiento con el Estado capitalista. Solamente de esa forma el proletariado desarrolla verdaderamente su fuerza y puede oponer una relación de fuerzas favorable contra el Estado.
[12]) La consigna de los proletarios de Roma, que popularizó el cristianismo, era el reparto de las riquezas. Pero ellos podían plantearse así la cuestión porque no desempeñaban ningún papel en la producción, que recaía enteramente en el trabajo de los esclavos: «Los proletarios romanos no vivían del trabajo, sino de las limosnas que les daba el gobierno. Por eso la demanda de los cristianos de propiedad colectiva no se refería a los medios de producción, sino a los medios de consumo. No pedían que la tierra, los talleres y las herramientas e instrumentos de trabajo fueran propiedad colectiva, sino que se dividiera todo entre ellos, casas, ropas, alimentos y otros productos necesarios para la vida. Las comunidades cristianas se cuidaban bien de no investigar el origen de esas riquezas. El trabajo de producción recaía siempre en los esclavos» (Rosa Luxemburgo, Socialism and the churches, tomado de Archivo de autores marxistas de Internet y traducido por nosotros).
[13]) Marx, Miseria de la filosofía.
[14]) Así, la razón primordial de esta escisión no se sitúa en las divergencias evocadas, que por otra parte eran reales, sino en la manera totalmente irresponsable con las que fueron asumidas. En efecto, las divergencias son normales en el seno de la organización revolucionaria y su debate riguroso y paciente es una fuente de clarificación y reforzamiento. Sin embargo, los principales protagonistas adoptaron una serie de actitudes y comportamientos antiorganizativos (ambiciones personales, contestación a los órganos centrales, difamación de camaradas, resentimientos…) que eran en parte el resultado de concepciones izquierdistas insuficientemente superadas, trabando de esta forma la discusión. Para más información sobre este episodio ver en la Revista internacional nº 109 el “Texto sobre el funcionamiento de la organización en la CCI”.
[15]) Que dieron lugar a dos grupos: Mouvement communiste y Fraction communiste internationaliste, este último ha tenido una existencia efímera.
[16]) La CCI ha criticado la interpretación anarquista que hace el GCI del materialismo histórico en los números 48, 49 y 50 de la Revista internacional dentro de la serie “Comprender la decadencia del capitalismo”.
[17]) Ver especialmente el artículo del GCI “Una vez más, la CCI al lado de los policías contra los revolucionarios” en Communisme nº 26 febrero 1988 así como nuestra respuesta “los delirios paranoicos del anarco-bordiguismo punk” en Révolution internationale nº 168 mayo 1988.
[18]) Ver a este propósito, nuestra toma de posición “los parásitos del GCI llaman al asesinato de nuestros militantes en México”, publicada en toda la prensa territorial de la CCI, concretamente en Acción proletaria de noviembre 1996, y en Revolución mundial. El llamamiento en cuestión se encuentra en el artículo del GCI “El eterno pacifismo euroracista de la socialdemocracia (la CCI en su versión mexicana)” en Communisme nº 43, mayo 1996.
[19]) Ver sobre ello nuestro artículo publicado en toda la prensa territorial de la CCI “¡Solidaridad con nuestros militantes amenazados!” concretamente en Acción proletaria nº 181.
La movilización de las jóvenes generaciones de proletarios en Francia contra el CPE en las facultades, los institutos de enseñanza media, en las manifestaciones y la solidaridad de todas las generaciones hacia esa lucha confirman la apertura de un nuevo período de enfrentamientos entre las clases. Un control auténtico de la lucha por parte de las asambleas generales, la combatividad y además la reflexión y la madurez que se han manifestado en ellas, sobre todo su capacidad para desmontar una buena cantidad de las trampas que le tendido la burguesía al movimiento, todo eso es el síntoma del brote de una dinámica profunda en el desarrollo de la lucha de clases. Esta dinámica tendrá un impacto en las luchas proletarias del futuro [1] [288]. La lucha contra el CPE en Francia no es, sin embargo, ni un fenómeno aislado ni “francés”, y tampoco es la única expresión del auge y de la maduración internacional de la lucha de clases. En ese proceso, tienden a afirmarse varias características nuevas de las luchas obreras. Estas se irán confirmando y ampliando cada día más en el futuro.
Estamos todavía lejos de ver surgir por todas partes luchas masivas, pero ya estamos asistiendo a demostraciones importantes de un cambio en el estado de ánimo de la clase obrera, a una reflexión más profunda, sobre todo en las generaciones jóvenes que no tuvieron que soportar las campañas sobre la muerte del “comunismo” tras el hundimiento del bloque del Este hace 16 años. En nuestra “Resolución sobre la situación internacional”, adoptada en el XVIº Congreso de la CCI y publicada en la Revista internacional nº 122 (3er trimestre de 2005), decíamos que desde 2003 estamos asistiendo a un “giro”, un “viraje” de la lucha de clases que se plasma, entre otras cosas, en la tendencia a la politización en la clase obrera. Poníamos de relieve que esas luchas tenían las características siguientes:
“– implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003); (…)
– la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, (…)
– vienen acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos claramente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989.
(…) El significado de este hecho es, en un plano más general, que el proletariado no está derrotado y que sigue estando vigente el curso histórico hacia masivos enfrentamientos de clase que se abrió en 1968. Pero, más concretamente, el “giro” del que antes hablábamos, conjugado con el surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de clarificarse; evidencia que hoy la clase obrera se encuentra en los primeros momentos de un nuevo intento de asalto contra el capitalismo, tras el fracaso de la tentativa de 1968-89.”
Cada uno de esos puntos puede hoy verificarse plenamente, no solo con las luchas contra el CPE en Francia, sino con otros ejemplos de respuestas a ataques de la burguesía.
La simultaneidad de las luchas obreras
Al mismo tiempo que las luchas contra el CPE, en dos de los países centrales más importantes, vecinos de Francia, los sindicatos se han visto obligados a tomar la delantera al descontento social creciente, organizando huelgas y manifestaciones sectoriales que han cobrado gran amplitud:
• En Gran Bretaña, la huelga del 8 de marzo convocada por los sindicatos y seguida por 1,5 millón de funcionarios territoriales para protestar contra una reforma de las jubilaciones que prevé que se trabaje hasta los 65 años para cobrar una pensión plena, en lugar de los 60 hoy. Esta huelga ha sido una de las más fuertes y más masivas desde hace muchos años. Para atajar la movilización, la burguesía ha montado una ruidosa propaganda en los medios, presentando a esos trabajadores como unos “privilegiados” en comparación con los del sector privado. Los sindicatos también lo han hecho todo para aislar a esa categoría de trabajadores, funcionarios del Estado que, por algún tiempo, siguen “disfrutando” de un estatuto en el que figura la edad de 60 años para jubilarse. La cólera obrera en Gran Bretaña ha sido tanto más fuerte porque, en estos últimos años, 80 000 trabajadores han ido perdiendo sus pensiones a causa de la quiebra de varios fondos de pensión. En realidad todos los obreros están recibiendo los ataques incesantes del gobierno laborista de Tony Blair.
• En Alemania, se amplía la jornada de trabajo en los servicios públicos a 40 horas, sin subida de sueldos (contra las 38,5 horas anteriormente) como consecuencia de la supresiones masivas de empleos en la función pública en los últimos años. En el marco de los ataques previstos en la “agenda 2010”, iniciada por el canciller socialdemócrata Schröder y su plan Hartz, a esa ampliación se le añade la reducción de más del 50 % de las pagas extras de vacaciones y de Navidad estipuladas para los funcionarios, todo lo cual provocó la primera huelga en el sector público desde hace diez años. La huelga dura ya desde hace 2 meses y medio en Bade-Wurtemberg. El Estado patrón ha tomado esas medidas a la vez que montaba una amplia campaña ideológica en los medios contra sus funcionarios, desde los basureros hasta el sector hospitalario, con requisiciones, amenazas de sustitución, tildándolos de “holgazanes” por negarse a trabajar 18 minutos más por día. A la vez que a los funcionarios públicos se les tilda de privilegiados que disfrutan de la seguridad del empleo, los sindicatos DBB y Ver.di hacen su contribución en la huelga dividiendo a los obreros entre sí, presentando cada ataque como un problema particular y aislando su lucha de la de los trabajadores del sector privado. Por eso, bajo la presión de un descontento social en aumento, el sindicato IG Metall lanzó una huelga el 28 de marzo que siguieron 80 000 metalúrgicos (de 3,4 millones de asalariados de ese ramo) de 333 empresas para exigir aumentos de sueldo en un sector en donde están bloqueados desde hace años, un sector muy golpeado por la supresión de empleos y el cierre de factorías. El ministro de trabajo socialdemócrata (de un gobierno de coalición entre la derecha y la izquierda), prudente, retiró un proyecto similar al CPE tras la movilización en Francia del 28 de marzo, (en el momento en que se estaban realizando las grandes manifestaciones contra el CPE). El proyecto alemán preveía que para todos los nuevos contratos, en todos los sectores de actividad, el período de “ensayo” pasara de 6 meses a dos años.
Las oleadas de efervescencia social también han afectado a Estados Unidos. En varias ciudades se han organizado grandes concentraciones contra el proyecto de ley presentado ante el Senado después de que la aprobación de la Cámara de representantes en diciembre de 2005, un proyecto de ley que criminaliza y endurece la represión no solo contra los trabajadores clandestinos y en situación irregular, originarios de Latinoamérica en especial, sino incluso contra las personas que les ayuden o les den cobijo. Además, se van a multiplicar los controles y bajar de 6 a 3 años, renovable una sola vez, la vigencia de los documentos de residencia que se entregan a los trabajadores inmigrantes. Y la administración US vuelve a hablar del proyecto de ampliación del muro ya existente en varios sitios (entre Tijuana y las afueras de San Diego, en especial) a los 3200 kilómetros de la frontera con México. En Los Ángeles se movilizaron entre medio millón y un millón de personas el 27 de marzo; eran más de 100 000 en Chicago el 10 de marzo; hubo concentraciones similares en muchas otras ciudades, Houston, Phoenix, Denver, Filadelfia.
Aunque no sean tan espectaculares, en el mundo se desarrollan otras luchas con una de las características esenciales del desarrollo actual de las luchas obreras a escala internacional en las que está germinando el porvenir. Se trata de la solidaridad obrera, por encima de los sectores, de las generaciones, de las nacionalidades.
La solidaridad obrera avanza
Contra esas recientes expresiones de solidaridad obrera los medios de comunicación han corrido un tupido velo.
En el Reino Unido ha habido otras luchas significativas: en Irlanda del Norte, un país de donde solo llegaban noticias de la guerra civil entre católicos y protestantes desde hace décadas, 800 empleados de correos se pusieron en huelga en febrero. La huelga, de dos semanas y media de duración, fue contra las multas y la presión de la dirección para aumentar los ritmos y las cargas de trabajo. El origen de la movilización fue impedir que se impusieran medidas disciplinarias contra compañeros de trabajo en dos oficinas de correos, una “protestante” y “católica” la otra. Y ahí el sindicato de comunicaciones mostró su verdadera cara oponiéndose a la huelga. En Belfast, uno de sus portavoces llegó incluso a declarar: “Nosotros rechazamos la huelga y pedimos a los trabajadores que vuelvan al trabajo, pues la huelga es ilegal”. Pero los obreros siguieron luchando, sin preocuparse por saber si su lucha era legal o ilegal. Así han demostrado que no necesitan a los sindicatos para organizarse.
En una manifestación común, los obreros traspasaron la “frontera” entre barrios católicos y protestantes, desfilaron juntos por las calles de la ciudad, yendo primero por una gran avenida del barrio protestante y volviendo por otra del barrio católico. Ya hubo luchas en los años anteriores, sobre todo en el sector de la salud, que mostraron una verdadera solidaridad entre obreros de creencias diferentes, pero era la primera vez que la solidaridad se exteriorizaba abiertamente entre obreros “católicos” y “protestantes” en el centro mismo de una provincia arruinada y desgarrada desde hace tantos años por una guerra civil sanguinaria.
Después, los sindicatos, ayudados por los izquierdistas, cambiaron de chaqueta pretendiendo que aportaban su “solidaridad”, organizando piquetes de huelga ante cada oficina de correos. Eso les permitió encerrar a los trabajadores en sus centros, aislarlos a unos de otros y acabar saboteando la lucha.
A pesar de ese sabotaje, la unidad explícita y práctica entre obreros católicos y protestantes en las calles de Belfast durante esta huelga hizo revivir los recuerdos de las grandes manifestaciones de 1932, cuando los proletarios, divididos entre los dos campos, se unieron para luchar contra la reducción de los subsidios por desempleo. Pero era entonces un período de derrota de la clase obrera que no posibilitaba que esas acciones ejemplares reforzaran la lucha de clases. Hoy, en cambio, existe un mayor potencial para que, en el futuro, la clase obrera haga fracasar las políticas de división de la clase dominante que le permiten reinar mejor y preservar su orden capitalista. La gran aportación de esa lucha ha sido la experiencia de una unidad de clase practicada fuera de los sindicatos. Su alcance ha ido más allá de la situación de quienes han sido sus principales protagonistas, los empleados de Correos. Ha sido un ejemplo valiosísimo que habrá que seguir y que deberá hacerse conocer al máximo.
Ese ejemplo no es hoy algo aislado. En Cottam, cerca de Lincoln, en la parte oriental de Inglaterra, a finales de febrero, unos 50 obreros hicieron huelga para apoyar a unos trabajadores inmigrados húngaros cuyos sueldos eran la mitad de los de sus compañeros ingleses. Los contratos de estos trabajadores eran de lo más precario, podían ser despedidos del día a la mañana o transferidos en todo momento a otras obras en cualquier otro lugar de Europa. También aquí, los sindicatos se opusieron a la huelga a causa de su “ilegalidad” pues, tanto en el caso de los obreros ingleses como en el de los húngaros, “no se había decidido mediante una votación democrática”. También los medios de comunicación se pusieron a denigrar la huelga, destacando un periodicucho local que refería las declaraciones del típico intelectual al servicio de la burguesía que decía que llamar a los obreros ingleses y a los húngaros a juntarse en los piquetes de huelga era dar una imagen “indecorosa”, una “adulteración del sentido del honor de la clase obrera británica”.
Para la clase obrera, reconocer que todos los obreros defienden los mismos intereses, sea cual sea su nacionalidad o las condiciones de trabajo y de retribución, es un paso importante para entablar la lucha como clase unida.
En el Jura suizo, en Reconvilier, después de una primera huelga en noviembre de 2004, 300 metalúrgicos de Swissmetal se pusieron en huelga durante un mes, a finales de enero y febrero, en solidaridad con 27 de sus compañeros despedidos. Esta lucha arrancó fuera de los sindicatos. Pero éstos acabaron organizando la negociación con la patronal imponiendo el siguiente chantaje: o aceptar los despidos o no cobrar las jornadas de huelga, “sacrificar” o los empleos o los salarios. Seguir la lógica del capitalismo era, según la expresión de una obrera de Reconvilier, como “escoger entre la peste y el cólera”. Y ya está programada otra tanda de despidos que afecta a 120 obreros. Pero lo que sí ha logrado plantear claramente la huelga es la cuestión de la capacidad de los huelguistas para oponerse al chantaje y a la lógica del capital. Otro obrero sacaba la lección siguiente del fracaso de la huelga: “Ha sido un error haber dejado el control de las negociaciones en otras manos que las nuestras”.
En India, hace menos de un año, en julio de 2005, se desarrolló la lucha de miles de obreros de Honda en Gurgaon, un suburbio de la capital, Delhi. Tras habérseles unido una masa de obreros llegados de factorías vecinas de otra ciudad industrial y apoyados por la población, los obreros tuvieron que afrontar una represión policial de lo más brutal y detenciones múltiples entre los huelguistas. El 1 de febrero último se pusieron en huelga 23 000 obreros en un movimiento que afectó a 123 aeropuertos de India. Esta huelga ha sido una respuesta a un ataque masivo de la dirección que proyectaba eliminar progresivamente el 40 % de las plantillas, sobre todo a los trabajadores mayores que se verían así en situación difícil para volver a encontrar trabajo. En Delhi y Bombay, el tráfico aéreo estuvo paralizado durante 4 días, y hubo también paros en Calcuta. La huelga fue declarada ilegal por las autoridades, las cuales enviaron policía suplementaria y fuerzas paramilitares a varias ciudades, a Bombay en particular, para aporrear a los obreros y hacerles volver al trabajo en aplicación de una ley que permite reprimir “acciones ilegales contra la seguridad de la aviación civil”. Al mismo tiempo, sindicatos e izquierdistas, como buenos socios de la coalición gubernamental, negociaban con ésta desde el 3 de febrero. Después unos y otros llamaron a los obreros a dialogar con el Primer ministro, empujándolos así a volver al trabajo a cambio de una vana promesa de reexaminar el plan de despidos en los aeropuertos. De este modo acabaron dividiéndolos entre partidarios de la rendición y partidarios de proseguir la huelga.
La combatividad obrera se expresó también en las factorías de Toyota cerca de Bangalore. Los obreros estuvieron en huelga durante 15 días a partir del 4 de enero contra el aumento de los ritmos de trabajo y la multiplicación de accidentes y multas a mansalva, unas multas por “rendimiento insuficiente” sistemáticamente deducidas de los salarios. Aquí también, los obreros pasaron inmediatamente por encima de de los sindicatos que habían declarado la huelga ilegal. La represión fue feroz: 1500 huelguistas de 2300 fueron detenidos por “alterar la paz social”. Esa huelga se granjeó el apoyo activo de otros obreros de Bangalore. Esto obligó a los sindicatos y a las organizaciones izquierdistas a montar un “comité de coordinación” en otras empresas de la ciudad para apoyar la huelga y contra la represión de los obreros de Toyota. Ese comité sirvió sobre todo para contener y sabotear el impulso espontáneo de solidaridad obrera. También a mediados de febrero, acudieron a Bombay obreros de otras empresas para manifestar su apoyo a 910 obreros de Hindusthan Lever en lucha contra los despidos.
Unas luchas internacionales en plena maduración, portadoras de futuro
Esas luchas confirman plenamente la maduración, la politización en la lucha de clases que empezó a perfilarse con el “giro” de las luchas de 2003 contra la “reforma” de la jubilación en Francia y Austria. La clase obrera ha manifestado desde entonces la solidaridad proletaria que nosotros hemos puesto de relieve con regularidad en nuestra prensa, en contra del silencio total de los medios sobre esas luchas. Las reacciones de solidaridad se produjeron, entre otros lugares, en la huelga en Mercedes-Daimler-Chrysler (Alemania) de julio de 2004, durante la cual los obreros de Bremen fueron a la huelga y se manifestaron junto a sus compañeros de Sindelfingen-Stuttgart, víctimas del chantaje al desempleo a cambio del sacrificio de sus “ventajas”, y eso aún cuando la dirección de la empresa se proponía transferir 6000 empleos desde Stuttgart a la factoría de Bremen.
Lo mismo ocurrió con los mozos de equipaje y otros empleados de British Airways en el aeropuerto de Heathrow que, en agosto de 2005, en los días siguientes a los atentados de Londres, en plena campaña antiterrorista de la burguesía, hicieron una huelga espontánea para apoyar a los 670 obreros, de origen pakistaní en su mayoría, de la empresa de catering Gate Gourmet, amenazados de despidos.
Otros ejemplos: la huelga de 18 000 mecánicos de Boeing durante tres semanas en septiembre de 2005 que rechazaron el nuevo convenio propuesto por al dirección de rebajar las pensiones y reducir los reembolsos en gastos médicos. En ese conflicto, los obreros se opusieron a las diferencias entre “jóvenes y viejos” y entre las diferentes factorías. Más explícitamente solidaria fue la huelga en el metro de Nueva York en diciembre de 2005, en vísperas de Navidad, contra un ataque sobre las jubilaciones dirigido abiertamente contra quienes serán contratados en el futuro. Los obreros mostraron su capacidad para rebelarse contra ese tipo de maniobras de división. A pesar de la presión enorme contra los huelguistas, la huelga fue ampliamente seguida, pues la mayoría de los proletarios tenía plena conciencia de que luchar por el porvenir de sus hijos, para las generaciones venideras, forma parte íntegra de su combate. Esa huelga ha sido además un mentís radical a la propaganda de la burguesía (basada en la realidad de que esa fracción del proletariado mundial tiene más dificultades que otras para llevar cabo luchas significativas) de que el proletariado norteamericano no existiría o estaría “integrado”.
En diciembre pasado, en la SEAT de Barcelona, en España, los obreros se pusieron en huelga espontáneamente, en contra de los sindicatos que habían firmado a sus espaldas el “pacto de la vergüenza” que permitía el despido de más de 600.
En Argentina, durante el verano de 2005, la mayor oleada de huelgas desde hace 15 años afectó a hospitales, otros servicios de salud, empresas de productos alimenticios, empleados del metro de Buenos Aires, trabajadores municipales de varias provincias, maestros. En varias ocasiones hubo obreros de otras empresas que se unieron a las manifestaciones en apoyo a los huelguistas. Así ocurrió en Caleta Olivia, donde trabajadores petroleros, judiciales, docentes, desempleados, se unieron a una manifestación de sus compañeros municipales. En Neuquén, los trabajadores sanitarios se unieron a la manifestación de los maestros en huelga. En un hospital pediátrico, los obreros en lucha exigieron el mismo aumento para todas las categorías profesionales. Los obreros se enfrentaron a una represión feroz y a unas campañas de denigración de sus luchas en los medios de comunicación.
Se está desarrollando un sentimiento de solidaridad frente a unos ataques masivos y frontales causado por la aceleración de la crisis económica y el atolladero en el que está inmerso el capitalismo. Un sentimiento que salta las barreras que por todas partes impone cada burguesía nacional: el gremio, la fábrica, la empresa, el sector, la nacionalidad. Y al mismo tiempo, la clase obrera se ve espoleada a tomar en sus propias manos las riendas de sus luchas, a afirmarse, a confiar en sus propias fuerzas. Y acaba así topándose con las maniobras de la burguesía y el sabotaje de los sindicatos para aislar y encerrar a los obreros. Es un largo y difícil proceso de maduración en cuyo seno la presencia de las jóvenes generaciones obreras que no han sufrido el impacto ideológico del retroceso de las luchas de clase que hubo después de 1989, es un importante fermento dinamizador. Es por eso por lo que las luchas actuales, aún con sus límites y sus debilidades, están ya preparando el terreno a otras luchas futuras, llevan en sí el desarrollo de la lucha de clases.
La quiebra del capitalismo y la agravación de la crisis son las aliadas del proletariado
Oficialmente, dicen que la economía mundial anda bien. En Estados Unidos, la tasa de desempleo sería la más baja desde hace 10 años, y, desde hace un año, estaría disminuyendo en Europa; España, dicen, hace alarde de un dinamismo económico sin precedentes. Y, sin embargo, no ha habido el menor respiro en los ataques contra la clase obrera. Muy al contrario. 60 000 metalúrgicos de la región de Detroit son despedidos (entre General Motors, amenazada de quiebra, y Ford). Los planes de despidos se suceden en las fábricas de Seat en Barcelona y de Fiat en Italia.
Por todas partes el Estado patrón, supremo representante de la defensa de los intereses del capital nacional, está en primera línea en los ataques, intensificando la precariedad de los empleos (CNE, CPE en Francia) y la flexibilidad del trabajo, atacando las pensiones, limitando el acceso a los cuidados médicos (Gran Bretaña, Alemania). El sector educativo y el de la salud están por casi todas partes en crisis. La burguesía estadounidense declara que no es bastante competitiva a causa del peso de las pensiones de jubilación sobre las empresas, pensiones, además, que se pagan con fondos sometidos a las fluctuaciones y las quiebras bursátiles.
El desmantelamiento sistemático del Estado “del bienestar” (jubilaciones, Seguridad Social, ataques contra los desempleados en sus condiciones y sus subsidios, multiplicación de los despidos en todos los países y sectores, generalización de la precariedad y la flexibilidad) no solo quiere decir más miseria y más precariedad para todos los proletarios en todos los países, sino, además, incapacidad cada mayor del sistema para integrar a las futuras generaciones obreras en la producción.
Por todas partes se presentan esos ataques en nombre de no se sabe qué “reforma”, de una adaptación estructural de la globalización de la economía. Una de las características más importantes de esos ataques es que la precariedad se generaliza a todas las generaciones, a los proletarios mayores como a los jóvenes, a quienes “quieren ingresar en la vida activa” como a los prejubilados o ya jubilados. La burguesía no está todavía por todas partes en una situación de crisis patente, pero el conjunto de ataques y de medidas que toma el capital contra la clase obrera es la prueba del atolladero histórico en que se encuentra, una ausencia total de perspectivas para las nuevas generaciones. Los países que se nos airea como modelos económicos en Europa, España, Dinamarca o Gran Bretaña son a menudo los que, detrás de la “buena salud” aparente de su economía, se han ilustrado por ataques antiobreros importantes y han conocido una agravación importante de la miseria. La fachada ideológica de esos países no resiste a la prueba de la realidad: baste un solo ejemplo, el de Gran Bretaña. Esta es la descripción que se hace en un artículo del semanario francés Marianne (edición del 1 de abril):
“el milagro blairiano, es esto también: un niño de cada tres vive bajo el umbral de pobreza. Un niño de cinco come menos de tres veces por día (Tony Blair prometió en un discurso pronunciado en Toynbee Hall en 1999 que la “pobreza de los niños sería erradicada en una generación”. ¿Cuántos años son una generación para el Primer ministro?) Unos 100 000 de esos niños duermen en una cocina o en un cuarto de baño por falta de sitio y por razones evidentes: ¡hay que remontar hasta el año 1925 para ver a un gobierno británico construir menos viviendas sociales que el New Labour-2bis! Diez millones de adultos no tienen medios ni para ahorrar, ni asegurar sus escasos bienes. Seis millones no tienen con qué vestirse convenientemente en invierno. Dos millones de hogares no tienen una calefacción adecuada, la mayoría jubilados: se calcula que más de 25 000 de estos murieron a causa del frío en 2004.”
¡Buen revelador de la quiebra de un sistema económico que ya no solo es incapaz de dar un empleo a sus jóvenes, sino que además condena a los niños a morir de hambre, de frío o de miseria!
Las revueltas en las barriadas francesas en noviembre último son un revelador ejemplar de ese atolladero. Si se observa la situación de conjunto como si fuera una fotografía, como una panorámica instantánea, el mundo actual sería desesperante. No hay más que desempleo, miseria, guerra, barbarie, caos, terrorismo, polución, inseguridad, desidia administrativa ante las catástrofes, ante la peste aviar y demás plagas. Tras los golpes asestados a los “viejos” y a los futuros jubilados, ahora les toca a los “jóvenes” y futuros desempleados. El capitalismo muestra abiertamente su verdadero rostro, el de un sistema decadente sin futuro que ofrecer a las nuevas generaciones. Un sistema corroído por una crisis económica insoluble. Un sistema que, desde el final de la Segunda Guerra mundial, ha despilfarrado cantidades descomunales en la producción de armas cada vez más sofisticadas y mortíferas. Un sistema que desde la guerra del Golfo de 1991 ha seguido matando y mutilando por el planeta entero, a pesar de todas las promesas sobre la “era de paz y de prosperidad” que iba a llegar tras el desmoronamiento del bloque del Este. Es el mismo sistema en quiebra, es la misma clase capitalista sin futuro la que, en los países del “Norte”, echa en la miseria y el desempleo a millones de seres humanos, y en Irak, Oriente Medio y África siembra la muerte. Pero la esperanza existe. Las jóvenes generaciones de proletarios en Francia lo acaban de demostrar. Al rechazar el nuevo ataque, el CPE, al pedir el apoyo y la participación no solo de sus padres sino de los demás asalariados, han hecho patente la toma de conciencia de que todas las generaciones están afectadas y que CPE no era sino una etapa más en los ataques de la burguesía que concernía ya a toda la clase obrera.
La burguesía ya no solo se dedicó a imponer durante semanas un silencio mediático sobre lo que pasaba en Francia, sino que los medios del mundo entero a las órdenes de la clase dominante se dedicaron a deformar los acontecimientos, presentando la situación como si el país estuviera a sangre y fuego, y como si el movimiento anti-CPE fuera una repetición de las revueltas de octubre-noviembre de 2005, focalizando las imágenes en enfrentamientos con la policía en la calle o en las “hazañas” de los reventadores en las manifestaciones. Detrás de esas amalgamas, empezando por la de asociar las violencias ciegas y desesperadas que inflamaron las barriadas en otoño, con la lucha de clases de los hijos de la clase obrera y de los trabajadores que se les unieron cuyos métodos y dinámica son diametralmente opuestos, está la voluntad deliberada de la clase dominante de desprestigiar la lucha impidiendo así que la clase obrera de otros países tome conciencia de la necesidad y la posibilidad de luchar por otras perspectivas.
Ese propósito de la burguesía se entiende perfectamente. Aunque por sus prejuicios de clase es incapaz de poseer una conciencia clara de las perspectivas del movimiento proletario, sí puede adivinar confusamente la importancia y la profundidad del combate que acaba de ocurrir en Francia. Importancia no solo para la clase obrera de ese país, sino, sobre todo, como etapa de la reanudación mundial de la lucha de clases. Profundidad, porque expresa, más allá de las reivindicaciones concretas con las que se organizó la movilización de la juventud estudiantil, el rechazo cada vez mayor por parte de las generaciones más jóvenes al futuro que les “ofrece” un sistema capitalista en las últimas y cuyos ataques contra los explotados provocarán cada vez más enfrentamientos masivos, y sobre todo más conscientes y solidarios.
Wim (15-04-06
[ [289]) Ver las “Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia” en esta misma Revista.
Estas tesis fueron adoptadas por la CCI cuando todavía se estaba desarrollando el movimiento de los estudiantes. Antes, en particular, de la gran manifestación del 4 de abril, que el gobierno esperaba que fuera menos potente que la anterior (del 28 de marzo), y a la que superó con creces. Incluso participaron en ella todavía más trabajadores del sector privado. En su discurso del 31 de marzo, el presidente Chirac intentó hacer una maniobra ridícula: anunció la promulgación de la ley de “Igualdad de oportunidades”, y a la vez pedía que el artículo 8º de dicha ley (el que instituía el Contrato de primer empleo, CPE, motivo principal de la cólera estudiantil) no se aplicara. Lo que provocó esa lamentable pirueta fue reforzar la movilización en lugar de debilitarla.
Además, el peligro de que se desencadenaran huelgas espontáneas en el sector directamente productivo, como había ocurrido en mayo de 1968, era cada vez más amenazador. El gobierno tuvo que rendirse a la evidencia de que sus maniobras de tres al cuarto no conseguían acabar con el movimiento, lo que acabó llevándolo, no sin antes hacer algunas contorsiones suplementarias, a retirar el CPE el 10 de abril. Estas Tesis contemplaron incluso la posibilidad de que el gobierno no retrocediera. El epílogo de la crisis con ese retroceso del gobierno, ha confirmado y reforzado, de todas maneras, la idea central de las Tesis: la importancia y la profundidad de la movilización de las jóvenes generaciones de la clase obrera en estas semanas de la primavera de 2006.
Ahora que el gobierno ha retrocedido sobre el CPE, que era la reivindicación principal de la movilización, ésta ha perdido toda su dinámica. ¿Significa esto que las cosas van a “volver a ser como antes” como lo desearía, claro está, la burguesía sea cual sea su tendencia?. Ni mucho menos. Como se dice en las Tesis: “esta clase [la burguesía] no podrá suprimir toda la experiencia acumulada durante semanas por miles de futuros trabajadores, su iniciación a la política y su toma de conciencia. Es ése un verdadero tesoro para las luchas futuras del proletariado, un elemento de la mayor importancia en la capacidad de esas luchas para continuar su camino hacia la revolución comunista”.
Es de lo más importante que los actores de ese gran combate hagan fructificar ese tesoro sacando todas las lecciones de su experiencia, que identifiquen claramente cuáles han sido las verdaderas fuerzas, pero también las debilidades de su lucha. Y sobre todo que despejen la perspectiva que se presenta a la sociedad, una perspectiva inscrita ya en la lucha que han llevado a cabo: contra los ataques cada vez más violentos que un capitalismo en crisis mortal va a aplicar inevitablemente contra la clase explotada, la única réplica posible que a ésta le queda es intensificar su combate de resistencia, preparándose así para el derrocamiento del sistema. Esta reflexión, como la lucha que se termina, debe ser llevada a cabo de manera colectiva, en debates, nuevas asambleas, círculos de discusión abiertos, como lo han sido las asambleas generales, a todos aquellos que quieran asociarse a esa reflexión, especialmente las organizaciones políticas que apoyan el combate de la clase obrera .
Esa reflexión colectiva solo podrá realizarse si se mantiene entre los actores de la lucha, la fraternidad, la unidad y la solidaridad que se han manifestado durante ella. Por eso, ahora que la gran mayoría de quienes han participado en la lucha se han dado cuenta de se ha terminado con la forma precedente, el momento ya no es para llevar a cabo combates de retaguardia, bloqueos ultraminoritarios y desesperados que están, de todas todas, condenados a la derrota y que podrían provocar divisiones y tensiones entre quienes, durante semanas, han llevado a cabo un combate de clase ejemplar.
18 de abril de 2006
El carácter proletario del movimiento
1. La movilización actual de los estudiantes en Francia aparece ya ahora como uno de los episodios más importantes de la lucha de clases en ese país desde hace 15 años, un acontecimiento como mínimo comparable a las luchas del otoño de 1995 sobre la cuestión de la reforma de la Seguridad social y en la función pública de la primavera de 2003 sobre la cuestión de las pensiones de jubilación. Este afirmación podrá parecer paradójica si se considera que no son hoy asalariados los que están movilizados en primera fila (si se exceptúa su participación en algunas jornadas de acción y manifestaciones: 7 de febrero, 18 y 28 de marzo), sino de un sector de la sociedad que todavía no ha entrado en el mundo del trabajo, la juventud escolar. Y sin embargo, eso no pone para nada en entredicho el carácter profundamente proletario del movimiento.
Por las razones siguientes:
• Durante las últimas décadas, la evolución de la economía capitalista ha ido requiriendo de manera creciente una mano de obra más formada y cualificada. Así, una buena proporción de estudiantes universitarios (incluidas las Escuelas universitarias de tecnología encargadas de dar una formación relativamente corta a futuros “técnicos”, en realidad obreros cualificados) va a engrosar, al final de sus estudios, las filas de la clase obrera (una clase obrera que no se limita ni mucho menos a los obreros industriales con mono de trabajo, según la estampa tradicional, sino que también incluye a los empleados, a los puestos intermedios de las empresas o de la función pública, a las enfermeras, a la gran mayoría del personal docente-maestros, profesores de secundaria, etc.) ;
• Paralelamente a ese fenómeno, el origen social de los estudiantes ha conocido una evolución significativa, con un importante incremento de estudiantes de origen obrero (según los criterios antes mencionados) lo que implica que haya una proporción muy alta (más o menos la mitad) de estudiantes obligados a trabajar para seguir sus estudios o adquirir un mínimo de autonomía;
• La reivindicación principal sobre la que se ha construido la movilización es la anulación de un ataque económico (la instauración del Contrato de primer empleo, CPE) que concierne a toda la clase obrera, incluidos los jóvenes asalariados, y no sólo a los futuros trabajadores hoy estudiantes, pues la existencia en la empresa de una mano de obra con la espada de Damocles de un despido sin motivo encima de la cabeza, es algo que también está obligatoriamente sobre la cabeza de los demás trabajadores.
La naturaleza proletaria del movimiento se ha confirmado desde su inicio porque la mayoría de las Asambleas generales retiraron de su lista de reivindicaciones aquellas que tenían un carácter exclusivamente “estudiantil” (como la exigencia de retirada del LMD – sistema europeo de diplomas impuesto en Francia recientemente que pone en desventaja a una parte de los estudiantes). Esta decisión responde a la voluntad afirmada desde el principio por la gran mayoría de los estudiantes, no solo de buscar la solidaridad de la clase obrera (el término que suele emplearse en las AG es el de “asalariados”), sino también de impulsarla a la lucha.
Las Asambleas generales (AG), pulmón del movimiento
2. El carácter profundamente proletario del movimiento ha quedado también ilustrado en las formas que se ha dado, especialmente las asambleas generales soberanas en las que se expresa una vida real que no tiene nada que ver con las caricaturas de “asambleas generales” que suelen convocar los sindicatos en las empresas. En ese aspecto, hay, evidentemente, gran heterogeneidad entre unas y otras universidades. Algunas AG eran muy parecidas a las asambleas sindicales, mientras que otras son el foco de una vida y reflexión intensas, expresando un alto nivel de implicación y de madurez de los participantes. Más allá, sin embargo, de esa heterogeneidad, es de lo más notable que muchas asambleas han logrado superar los escollos de los primeros días durante los cuales no paraban de dar vueltas y vueltas sobre cuestiones como “hay que votar sobre si hay que votar sobre tal o cual cuestión” (por ejemplo, la presencia o no presencia en la AG de personas ajenas a la Universidad, o que éstas puedan tomar la palabra), lo que acarreaba la partida de bastantes estudiantes y que las decisiones últimas las tomaran miembros de los sindicatos estudiantiles o de organizaciones políticas. Durante las dos primeras semanas del movimiento, la tendencia dominante en las asambleas fue la presencia cada vez mayor de estudiantes, la participación cada vez más amplia en las intervenciones, y una reducción proporcional de las intervenciones de miembros de sindicatos o de organizaciones políticas. La apropiación creciente por las asambleas de su propia vida se plasmó concretamente en el hecho de que la presencia de sindicatos y organizaciones en la tribuna encargada de organizar los debates ha ido reduciéndose en beneficio de quienes no tenían afiliación o ni siquiera experiencia particular antes del movimiento. Y en las asambleas mejor organizadas, hemos visto la renovación cotidiana de los equipos (de 3 miembros en general) encargados de organizar y animar la vida de la asamblea, mientras que las asambleas menos dinámicas y menos organizadas estaban más bien “dirigidas” todos los días por el mismo equipo, a menudo más pletórico que en aquéllas. Es importante volver a afirmar que la tendencia de las asambleas ha sido la de sustituir esta manera de funcionar por aquélla. Uno de los aspectos importantes en esa evolución es la participación de delegaciones estudiantiles de una universidad en las AG de otras, lo que, además de acrecentar el sentimiento de fuerza y de solidaridad entre las diferentes AG, ha permitido a las retrasadas inspirarse de los avances de las más punteras [1] [290]. Esa es también una de las características importantes de la dinámica de las asambleas obreras en los movimientos de clase cuando alcanzan un nivel importante de conciencia y organización.
3. Una de las expresiones más importantes del carácter proletario de las asambleas habidas durante estos días en las universidades es que, muy rápidamente, su apertura hacia el exterior no se ha limitado a los estudiantes de otras universidades, sino que se ha ampliado igualmente a la participación de personas que no son estudiantes. De entrada, las AG llamaron al personal de las universidades (docente, técnico o administrativo) a que vinieran a participar en ellas, a unirse a la lucha también. Pero fueron más lejos. Trabajadores o jubilados, padres o abuelos de alumnos universitarios o de secundaria en lucha, han recibido en general una calurosa y atenta acogida por las asambleas al ir sus intervenciones en el sentido del reforzamiento y de la extensión del movimiento, sobre todo hacia los asalariados.
La apertura de las asambleas a personas no pertenecientes a la empresa o al sector implicado directamente no solo como observadores, sino como participantes activos, es un componente de la mayor importancia en el movimiento de la clase obrera. Es evidente que cuando una decisión tomada necesita una votación, puede ser necesario instaurar modalidades que permitan que sean únicamente las personas pertenecientes a la unidad productiva o geográfica en la que se basa la asamblea, las que participen en la decisión, y eso para evitar el mangoneo de la asamblea por parte de los profesionales de la política burguesa o mercenarios a su servicio. Uno de los medios usados en ese sentido por muchas asambleas estudiantiles es contar no las manos sino las tarjetas de estudiante alzadas (diferentes en cada universidad).
Esa cuestión de las asambleas abiertas es crucial para la lucha de la clase obrera. En la medida en que, en tiempo “normal”, o sea fuera de los períodos de lucha intensa, quienes tienen mayor audiencia en las filas obreras son aquellos que pertenecen a organizaciones de la clase capitalista (sindicatos o partidos políticos de “izquierda”) el cierre de las asambleas es un medio excelente para que estas organizaciones conserven el control sobre los trabajadores, al servicio, claro está, de los intereses de la burguesía. Las asambleas abiertas, que permiten a los elementos más avanzados de la clase, y especialmente a las organizaciones revolucionarias, contribuir en la toma de conciencia de los trabajadores en lucha, siempre ha sido, en la historia de los combates de la clase obrera, una línea fronteriza entre las corrientes que defienden una orientación proletaria y quienes defienden el orden capitalista. Los ejemplos son muchos. Entre los más significativos se puede mencionar el del Congreso de los Consejos obreros celebrado en diciembre de 1918 en Berlín. El levantamiento de los soldados y de los obreros contra la guerra a principios de noviembre llevó a la burguesía alemana no solo a poner fin a la guerra, sino también a deponer al Káiser y dejar el poder en manos del Partido socialdemócrata. A causa de la inmadurez de la conciencia en la clase obrera y de las modalidades de designación de los delegados, ese Congreso estuvo dominado por los socialdemócratas que prohibieron la participación tanto a los representantes de los soviets revolucionarios de Rusia como a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, las dos figuras más preclaras del movimiento revolucionario con el pretexto de que no eran obreros. Aquel Congreso decidió en fin de cuentas, entregar todo su poder en manos del gobierno dirigido por la socialdemocracia, un gobierno que iba a asesinar a Rosa Luxemburg et Karl Liebknecht un mes más tarde. Otro ejemplo significativo fue lo ocurrido en la Asociación internacional de trabajadores (AIT – Primera Internacional), en su Congreso de 1866, cuando algunos dirigentes franceses, como un tal Tolain, obrero cincelador en bronce, intentaron imponer que “solo los obreros pudieran votar en el congreso”, disposición dirigida sobre todo contra Karl Marx y sus camaradas más cercanos. Cuando la Comuna de París de 1871, Marx fue uno de los defensores más ardientes de ella, mientras que Tolain estaba en Versalles en las filas de quienes organizaron el aplastamiento de la Comuna que ocasionó 30 000 muertos en las filas obreras.
En el movimiento actual, es significativo que las mayores resistencias a la apertura de las asambleas sean las de los miembros notorios del sindicato estudiantil UNEF (dirigido por el Partido socialista) y que las asambleas sean tanto más abiertas cuanto menor va siendo la influencia de la UNEF en su seno.
Contrariamente a 1995 y 2003, el movimiento ha sorprendido a la burguesía
4. Una de las características más importantes del episodio actual de la lucha de clases en Francia, es que ha sorprendido a casi todos los sectores de la burguesía y de su aparato político (partidos de derechas, de izquierdas y organizaciones sindicales). Ese es uno de los factores que permite comprender tanto la vitalidad y la profundidad del movimiento como la situación muy delicada en la que está inmersa la clase dominante en Francia hoy por hoy. Tenemos, pues, que hacer una distinción muy clara entre el movimiento actual y las luchas masivas del otoño de 1995 y de la primavera de 2003.
La movilización de los trabajadores en 1995 contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social había sido orquestado en realidad gracias a un reparto de tareas muy hábil entre el gobierno y los sindicatos. El gobierno, con toda la arrogancia del Primer ministro de entonces, Alain Juppé, asoció los ataques contra la Seguridad social (que concernían a todos los asalariados del sector público y del privado) con ataques específicos contra el régimen de pensiones de los trabajadores de los ferrocarriles franceses (SNCF) y de otras empresas públicas de transportes. Los trabajadores de esas empresas se convirtieron así en punta de lanza de la movilización. Pocos días antes de Navidad, cuando ya las huelgas llevaban semanas, el gobierno retrocedió en el tema de los regímenes especiales de pensiones lo que condujo, tras la llamada de los sindicatos, a la reanudación del trabajo en esos sectores. Esta vuelta al trabajo de los sectores más punteros acarreó evidentemente el fin del movimiento en los demás sectores. La mayoría de los sindicatos (excepto la CFDT), se mostró muy “combativa” llamando a extender el movimiento y a realizar asambleas generales frecuentes. A pesar de su amplitud, la movilización de los trabajadores no terminó en victoria, sino más que nada en un fracaso, pues la reivindicación principal, la retirada del “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social no se realizó. Sin embargo, gracias al retroceso del gobierno en lo de las pensiones especiales, los sindicatos pudieron disfrazar esa derrota en “victoria”, lo que les permitió dar lustre a una imagen bastante deslucida tras sus sabotajes de las luchas obreras durante los años 80.
La movilización de 2003 en la función pública se produjo tras la decisión de prolongar el tiempo mínimo de trabajo antes de disfrutar de una pensión íntegra. Esta medida golpeaba a todos los funcionarios, pero los más combativos fueron los maestros, profesores y personal no docente de los establecimientos escolares, los cuales, además del ataque contra la jubilación, sufrían un ataque suplementario so pretexto de “descentralización”. El personal docente no era el destinatario de esta medida, pero se sintió concernido por un ataque que iba contra colegas de trabajo y por la movilización de éstos. Además, la decisión de subir a 40 años, e incluso más, la cantidad mínima de años de trabajo en unos sectores de la clase obrera que, debido a los años de formación, no empiezan a trabajar hasta la edad de 23-25 años, significaba que iban a tener que seguir trabajando en condiciones cada vez más penosas y agotadoras hasta bien pasada la edad legal de la jubilación, los 60 años. El Primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, aunque de talante diferente al de Juppé en 1995, transmitió un mensaje del mismo estilo al declarar que “No es la calle la que gobierna”. Al final, a pesar de la combatividad de los trabajadores de la enseñanza y su perseverancia (algunos hicieron 6 semanas de huelga), pese a unas manifestaciones entre las más masivas desde mayo del 68, el movimiento no logró hacer retroceder a un gobierno que decidió, cuando la movilización empezaba a decaer, anular algunas medidas específicas que afectaban al personal no docente de los centros de enseñanza para así destruir la unidad que se había ido construyendo entre las diferentes categorías profesionales y, por lo tanto, la dinámica de movilización. La inevitable vuelta al trabajo del personal de los centros escolares significó el fin de un movimiento que, como en 1995 no había logrado impedir el ataque principal del gobierno: el ataque contra la jubilación. Pero mientras que el episodio de 1995 pudo ser presentado como una “victoria” por los sindicatos, lo que les permitió reforzar su dominio sobre los trabajadores, el de 2003 se vivió sobre todo como un fracaso (especialmente entre el personal docente donde algunos perdieron hasta 6 semanas de sueldo), lo cual socavó sensiblemente la confianza de los trabajadores en esas organizaciones.
La debilidad política de la derecha francesa
5. Los ataques de la burguesía contra la clase obrera en 1995 y 2003 pueden resumirse así:
– los dos resultan de la necesidad ineludible para el capitalismo, ante la crisis mundial de su economía y el insondable aumento de los déficits públicos, de proseguir el desmontaje de los mecanismos del llamado Estado del bienestar instaurado tras la Segunda Guerra mundial y, en particular, la Seguridad social y el sistema de jubilaciones;
– los dos ataques fueron cuidadosamente planificados por los diferentes organismos al servicio del capitalismo, en primer término por el gobierno de la derecha y las organizaciones sindicales, para asestar una derrota a la clase obrera; una derrota en lo económico, pero también en el plano político e ideológico;
– para ambos ataques se echó mano del método que consiste en acumular las agresiones en un sector particular, propulsándolo así a la vanguardia de la movilización, para “echarse atrás” después en algunos ataques específicos a un sector y desarmar así al movimiento entero;
– la dimensión política del ataque de la burguesía, aunque con métodos similares, no fue, sin embargo, la misma en los dos casos, pues en 1995, había que presentar el resultado de la movilización como una “victoria” de la que debían beneficiarse los sindicatos, mientras que en 2003, la evidencia de la derrota fue un factor de desmoralización y también de desprestigio de los sindicatos.
En la movilización actual hay una serie de evidencias:
– el CPE no era en absoluto una medida indispensable para la economía francesa. Esto lo demuestra el hecho de que buena parte de la patronal y de los diputados de derecha no eran favorables, incluso la mayoría de los miembros del gobierno, en particular los dos ministros directamente concernidos, el del Empleo y el de la “Cohesión social”;
– al hecho de que la medida no era indispensable desde un enfoque capitalista se le ha añadido la ausencia casi completa de preparación para imponerla; mientras que los ataques de 1995 y de 2003 se habían preparado de antemano en “discusiones” con los sindicatos (en ambos, incluso uno de los grandes sindicatos, la CFDT, de tonalidad socialdemócrata, apoyó los planes gubernamentales), el CPE forma parte de una serie de medidas agrupadas en una ley bautizada “Igualdad de oportunidades” propuesta ante el Parlamento precipitadamente y sin la menor discusión previa con los sindicatos. Uno de los aspectos más insoportables de la ley es que pretende nada menos que luchar contra la precariedad, cuando en realidad la institucionaliza para los jóvenes de menos de 26 años. Además es presentada como algo “muy benéfico” para los jóvenes de las barriadas “difíciles” que se amotinaron en el otoño de 2005, cuando, en realidad, contiene una serie de ataques contra esos jóvenes como el de hacer trabajar a los adolescentes a partir de los 14 años, con la excusa del aprendizaje, y el trabajo nocturno para los mayores de 15.
6. El carácter provocador del método gubernamental se ha revelado también en el intento de hacer pasar la ley “al estilo húsar” (por la vía rápida y sin miramientos), usando dispositivos constitucionales que permiten su adopción sin votación en el Parlamento, durante las vacaciones escolares de universitarios y alumnos de secundaria. Pero el “burdo refinamiento” del gobierno y de su jefe, Villepin, se volvió contra ellos. Esa grosera maniobra no sólo no sirvió para tomarle la delantera a una posible movilización. Lo que en realidad logró fue aumentar más todavía la ira estudiantil y radicalizar su movilización.
En 1995, el carácter provocador de las declaraciones del Primer ministro Juppé fue también un factor de radicalización del movimiento de huelga. Pero en aquel entonces, esa actitud se correspondía plenamente con los objetivos de la burguesía que había anticipado la reacción de los trabajadores. En un contexto en el que la clase obrera estaba sufriendo el peso de las campañas ideológicas resultantes del hundimiento del los regímenes pretendidamente “socialistas” (lo cual limitaba las potencialidades de su lucha), la burguesía había urdido una maniobra para dar nuevo lustre a los sindicatos. Hoy, en cambio, el Primer ministro ha conseguido polarizar contra su política la cólera de la juventud escolarizada y de la mayor parte de la clase obrera, de manera involuntaria. Durante el verano de 2005, Villepin logró que pasara sin más dificultades el CNE (Contrato de nuevo empleo) que permite a las empresas de menos de 20 asalariados despedir al trabajador durante dos años (tras su contrato), sea cual sea su edad y sin dar motivo alguno. A principios del invierno, Villepin estimó que sería lo mismo con el CPE, que extiende a todas las empresas, públicas o privadas, las mismas normas que el CNE, pero para los menores de 26 años. Lo ocurrido después le ha demostrado el error grosero de apreciación que hizo, pues todos los medios y todas las fuerzas de la burguesía lo reconocen, el gobierno se ha metido en una situación de gran fragilidad. En realidad no es ya solo el gobierno el que está en situación engorrosa; son todos los partidos burgueses (de derechas como de izquierdas) al igual que todos los sindicatos, que recriminan a Villepin su “método”. Incluso éste ha reconocido en parte sus errores diciendo que “lamentaba” el método empleado.
Es indiscutible que ha habido torpezas políticas por parte del gobierno, especialmente de su jefe. A éste la mayoría de las organizaciones de izquierda o sindicales lo presenta como un “autista” [2] [291], un personaje “altanero” incapaz de comprender las verdaderas aspiraciones del “pueblo”. Sus “amigos” de derechas (sobre todo, claro está, los partidarios de Nicolas Sarkozy, su gran rival para las próximas elecciones presidenciales) insisten en que como no ha sido nunca elegido (contrariamente a Sarkozy que ha sido diputado y alcalde de una ciudad importante [3] [292] durante años), le cuesta trabar lazos con la base “popular”. De paso dejan caer que su gusto por la poesía y las letras revela que se trata de una especie de “diletante”, de aficionadillo a la política. Sin embargo, el reproche más unánime que le hacen (incluida la patronal) es no haber precedido su proposición de ley por una consulta de los “agentes sociales” o “cuerpos intermedios”, según la terminología de los sociólogos televisivos, o sea los sindicatos. La mayor virulencia en ese reproche es la del sindicato más “moderado”, la CFDT, la cual, en 1995 y 2003, había apoyado los ataques gubernamentales.
Puede pues afirmarse que, en las circunstancias actuales, la derecha francesa se ha empeñado en revalidar su título de “derecha más tonta del mundo”. Y sin llegar a tanto, lo que sí puede afirmarse es que, en cierto modo, la burguesía francesa, en general, ha manifestado una vez más sus carencias en el control del juego político. Y lo ha vuelto a pagar como ya ocurrió en varios “accidentes” electorales como el de 1981 o 2002. En 1981, a causa de las divisiones de la derecha, la izquierda llegó al poder a contrapelo de la orientación que se había marcado al burguesía de otros grandes países avanzados frente a la situación social (en especial en Gran Bretaña, Alemania, Italia o Estados Unidos). En 2002, la izquierda (también a causa de sus divisiones) estuvo ausente en la segunda vuelta de la elección presidencial que se dirimió entre Le Pen, jefe de la extrema derecha, y Chirac, cuya reelección quedó lastrada por todos los votos de izquierda que votaron por él por aquello del “mal menor”. En efecto, al haber salido elegido con los votos de la izquierda, Chirac tenía las manos más atadas que si hubiera ganado frente al jefe de la izquierda, Lionel Jospin. Esa falta de legitimidad de Chirac es uno de los ingredientes que explican la debilidad del gobierno derechista frente a la clase obrera y sus dificultades para atacarla.
También es verdad que esa debilidad política de la derecha (y del aparato político de la burguesía francesa en general) no le impidió llevar a cabo con éxito, en 2003, un ataque masivo contra la clase obrera sobre el tema de las pensiones. Como tampoco permite explicar la amplitud de la lucha actual, sobre todo esa enorme movilización de cientos de miles de jóvenes futuros trabajadores, esa dinámica del movimiento, esas formas de lucha realmente proletarias.
Una expresión de la reanudación de las luchas y del desarrollo de la conciencia de la clase obrera
7. En 1968 también, la movilización de los estudiantes, y, después, la portentosa huelga obrera (9 millones de huelguistas durante varias semanas: más de 150 millones de jornadas de huelga) fue en parte resultado de los errores cometidos por el régimen de De Gaulle en pleno ocaso. La actitud provocadora de las autoridades para con los estudiantes (entrada de la policía en la Sorbona el 3 de mayo por primera vez desde hacía siglos, detención y encarcelamiento de estudiantes que intentaron oponerse a la evacuación forzada) fue un factor de movilización masiva de los estudiantes durante la semana del 3 al 10 de mayo. Tras la represión feroz de la noche del 10 al 11 de mayo y la emoción provocada en toda la opinión, el gobierno decidió echarse atrás en dos reivindicaciones estudiantiles: reapertura de la Sorbona y liberación de los estudiantes detenidos la semana anterior. Ese retroceso del gobierno y el enorme éxito de la manifestación convocada por los sindicatos el 13 de mayo [4] [293] llevaron a una serie de paros espontáneos en grandes factorías como la de Renault en Cléon y Sud-Aviation en Nantes. Uno de los estímulos de esas huelgas, sobre todo entre los obreros jóvenes, era que si la determinación de los estudiantes (que, sin embargo, no tienen ningún peso en la economía) habían conseguido hacer retroceder al gobierno, también se vería obligado a echarse atrás ante la determinación de los obreros, los cuales sí que disponen de un medio de presión mucho más poderoso, la huelga. El ejemplo de los obreros de Nantes y de Cléon se extendió como un reguero de pólvora sorprendiendo a los sindicatos. Temiendo éstos ser desbordados por completo, se vieron forzados a “coger el tren en marcha” algunos días después, llamando a una huelga que llegaría a contar 9 millones de obreros, paralizándose la economía del país durante varias semanas. Ya entonces había que ser miope para no ver que un movimiento de tal envergadura no podía deberse únicamente a causas coyunturales o “nacionales”. Correspondía necesariamente a un cambio importante a escala internacional en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado en beneficio de éste [5] [294]. Y esto se iba a confirmar un año más tarde con el «Cordobazo» del 29 de mayo de 1969 en Argentina [6] [295], el otoño caliente italiano de 1969 (también nombrado “Mayo rampante”), más tarde con las grandes huelgas del Báltico del “invierno polaco” de 1970-71 y muchos otros movimientos menos espectaculares pero que todos confirmaban que Mayo de 1968 no había sido una nube de verano, sino que plasmaba la reanudación histórica del proletariado mundial tras cuatro décadas de contrarrevolución.
8. El movimiento actual en Francia tampoco puede explicarse por los “errores” del gobierno de Villepin o los particularismos nacionales. Es, en realidad, una confirmación patente de lo que la CCI ha afirmado desde 2003: la tendencia a la reanudación de las luchas de la clase obrera internacional y al desarrollo de su conciencia:
“Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968” (Revista internacional n° 117, “Informe sobre la lucha de clases”, 2º trimestre de 2004).
“Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el “fin de la lucha de clases”. Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad de los ocurridos por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado por que:
– implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);
– manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;
– Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;
– la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania;
– se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989” (Revista internacional no 122 “Resolución sobre la situación internacional del XVIo Congreso de la CCI”, 2005).
Esas características que poníamos de relieve en nuestro XVIo Congreso se han concretado plenamente en el movimiento actual de los estudiantes de Francia.
El vínculo entre generaciones de combatientes se estableció espontáneamente en las asambleas de estudiantes: no sólo se autorizaba a tomar la palabra en las AG a los trabajadores mayores (incluidos jubilados) sino que además se les animaba a hacerlo, y sus intervenciones sobre sus experiencias de lucha eran recibidas por las jóvenes generaciones con atención y entusiasmo [7] [296].
En cuanto a la preocupación por el porvenir (y no solo por la situación inmediata) es la médula misma de una movilización que involucra a jóvenes que no antes de varios años (más de cinco para muchos de secundaria) podrían vérselas con un CPE. Esta preocupación por el porvenir ya apareció en 2003 sobre el la cuestión de las pensiones: en las manifestaciones de 2003 había muchos jóvenes lo cual es ya una indicación de la solidaridad entre generaciones de la clase obrera. En el movimiento actual, la movilización contra la precariedad, y por lo tanto contra el desempleo, plantea implícitamente y para una cantidad creciente de estudiantes y jóvenes trabajadores, la cuestión del porvenir que el capitalismo reserva a la sociedad; preocupación también compartida por muchos trabajadores mayores que se preguntan: “¿Qué sociedad dejamos a nuestros hijos?”
La cuestión de la solidaridad (entre generaciones pero también entre los diferentes sectores de la clase obrera) ha sido una de las cuestiones clave del movimiento:
– solidaridad de los estudiantes entre ellos, voluntad de los más en vanguardia, de los más organizados, de ir a apoyar a sus camaradas en situación difícil (sensibilización y movilización de los estudiantes más reticentes, organización y gestión de las AG, etc.);
– llamadas a los trabajadores asalariados insistiendo en que el ataque gubernamental va dirigido contra todos los sectores de la clase obrera;
– sentimiento de solidaridad entre los trabajadores, aunque esa conciencia no haya podido desembocar en una extensión de la lucha si se exceptúa la participación en las jornadas de acción y las manifestaciones;
– conciencia en muchos estudiantes que no son ellos los más amenazados por la precariedad (que afecta más masivamente a los jóvenes no diplomados), pero que su lucha interesa más todavía más a los jóvenes más desfavorecidos sobre todo aquellos que viven en las “barriadas” que “ardieron” en el pasado otoño.
Las generaciones jóvenes recogen la antorcha de la lucha
9. Una de las características primordiales del movimiento actual es que lo conducen las jóvenes generaciones. Y eso no es, ni mucho menos, por casualidad. Desde hace algunos años, nosotros hemos puesto de relieve el proceso de reflexión existente en las nuevas generaciones, una reflexión quizás no espectacular, pero profunda, que se expresa principalmente en el despertar a una política comunista de muchos más jóvenes que antes (unos cuantos forman ya parte de nuestra organización). Era para nosotros “la parte visible del iceberg” de un proceso de toma de conciencia que está atañiendo a amplios sectores de nuevas generaciones proletarias que, tarde o temprano, emprenderían combates de envergadura:
“La nueva generación de “elementos en búsqueda”, la minoría que se acerca a las posiciones de clase, tendrá un papel de una importancia sin precedentes en los futuros combates de clase, unos combates que estarán ante sus implicaciones políticas can más rapidez y profundidad que las luchas de 1968-1989. Esos elementos, que expresan ya un desarrollo lento pero significativo de la conciencia en profundidad, ayudarán a la extensión masiva de la conciencia en toda la clase” (Revista internacional no 113, “Resolución sobre la situación internacional del XVo Congreso de la CCI”).
El movimiento actual de los estudiantes en Francia es la emergencia de ese proceso subterráneo iniciado ya hace algunos años. Es el signo de que el impacto de las campañas ideológicas fomentadas desde 1989 sobre “el fin del comunismo”, “la desaparición de la lucha de clases” (y hasta de la clase obrera) ha perdido casi toda su eficacia.
Tras la reanudación histórica del proletariado mundial a partir de 1968, nosotros hacíamos constar que:
“El proletariado actual es diferente al de entreguerras. Por un lado, de la misma manera que los pilares de la ideología burguesa, las mistificaciones que en el pasado aplastaron la conciencia proletaria han ido agotándose progresivamente; el nacionalismo, las ilusiones democráticas, el antifascismo que fueron utilizados hasta la saciedad durante medio siglo, ya no tienen el impacto del pasado. Por otro lado, las nuevas generaciones obreras no han soportado unas derrotas como las de las precedentes. Los proletarios que hoy enfrentan la crisis no tienen la experiencia de sus mayores, pero tampoco están hundidos en la desmoralización.
La formidable reacción, que desde 1968-69 ha opuesto la clase obrera a las primeras manifestaciones de la crisis significa que la burguesía no está en condiciones para imponer la única salida que es capaz de dar a la crisis, es decir, un nuevo holocausto mundial. Previamente tendría que poder vencer a la clase obrera; la perspectiva actual no es pues la de guerra imperialista sino la de la guerra de clases generalizada” (Manifiesto de la CCI, adoptado en su Primer congreso en enero de 1976).
En nuestro VIIIº Congreso, trece años después, el “Informe sobre la situación internacional” completó ese análisis de esta manera:
“Se necesitaba que las generaciones marcadas por la contrarrevolución de los años 30 a los 60 dejaran el sitio a las que no la vivieron, para que el proletariado mundial recobrara las fuerzas para superarla. De igual modo, la generación que hará la revolución no podrá ser la que ha cumplido la tarea histórica esencial de haber abierto al proletariado mundial una nueva perspectiva tras la contrarrevolución más profunda de su historia, aunque hay moderar esa comparación, pues entre la generación del 68 y las anteriores hubo ruptura histórica, mientras que entre las generaciones siguientes ha habido continuidad”.
Unos meses más tarde, el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y el importante retroceso que ese acontecimiento provocó en la clase obrera iban a ser la concreción de nuestra previsión. En realidad, salvando las distancias, ocurre con la reanudación actual de los combates de clase como con la reanudación histórica de 1968 tras 40 años de contrarrevolución: las generaciones que sufrieron la derrota y sobre todo la terrible presión de las mistificaciones burguesas no podían ser las inspiradoras de un nuevo lance en el enfrentamiento entre las clases. Hoy es una generación que estaba todavía en la escuela primaria cuando se montaron las campañas tras el desmoronamiento del bloque del Este, una generación que no fue directamente afectada por ellas y es la primera que recoge la antorcha de la lucha.
La conciencia, mucho más profunda que en 1968, de pertenecer a la clase obrera
10. La comparación entre la movilización estudiantil de hoy en Francia y los acontecimientos de mayo del 68 permite despejar una serie de características importantes del movimiento actual. La mayoría de los estudiantes en lucha lo dice claramente: “nuestra lucha es diferente a la de Mayo del 68”. Cierto, pero hay que comprender por qué.
La primera diferencia, y es fundamental, estriba en que el movimiento de Mayo del 68 fue justo al principio de la crisis abierta de la economía capitalista mundial, mientras que hoy ya dura desde hace cuatro décadas (con una fuerte agravación a partir de 1974). A partir de 1967 hubo en varios países, en Alemania y Francia en particular, un incremento del número de desempleados, y fue esa una de las razones de la inquietud que empezaba a apuntar entre los estudiantes y del descontento que llevó a la clase obrera a entrar en lucha. Lo que pasa es que el número de desempleados en Francia es hoy 10 veces mayor que el de mayo de 1968 y este desempleo masivo (en torno al 10 % de la población activa en cifras oficiales) dura ya desde hace décadas. De ahí vienen una serie de diferencias.
Incluso si los primeros embates de la crisis fueron uno de los factores que provocó la cólera estudiantil en 1968, no fue ni mucho menos como hoy. En aquel tiempo, no había grandes amenazas de desempleo o de precariedad al término de los estudios. La inquietud principal de la juventud estudiantil de entonces era no poder ya acceder al mismo estatuto social que habían alcanzado las generaciones precedentes de diplomados universitarios. De hecho, la generación de 1968 era la primera en vérselas de golpe con el fenómeno de la “proletarización de los ejecutivos” abundantemente estudiado por los sociólogos de entonces. Ese fenómeno se había iniciado años antes de que la crisis abierta se manifestara, tras el incremento notable de alumnos universitarios. Este crecimiento se debía a las necesidades de la economía pero también al empeño y la posibilidad de la generación de sus padres, que había sufrido, con la Segunda Guerra mundial, un período de enormes privaciones, de dar a sus hijos la posibilidad de una situación económica y social mejor que la de ellos. La “masificación” universitaria ya había provocado desde hacía algunos años un malestar creciente producto de la persistencia en la Universidad de estructuras y métodos heredados de la época en que solo una élite podía llegar a ella, el autoritarismo en particular. Otro factor del malestar del mundo universitario, que empezó a surgir a partir de 1964 en Estados Unidos, fue la guerra de Vietnam que echaba por los suelos el mito “civilizador” de las grandes democracias occidentales y que favorecía la atracción en amplios sectores de la juventud universitaria por los temas tercermundistas, guevaristas o maoístas. Estos temas se nutrían de teorías de “pensadores” pseudo revolucionarios como Herbert Marcuse, que denunciaban “la integración de la clase obrera” y la emergencia de nuevas fuerzas “revolucionarias” como las “minorías oprimidas” (negros, mujeres, etc.), los campesinos del Tercer mundo y… los estudiantes incluso. Muchos estudiantes de aquella época se consideraban “revolucionarios” de igual modo que así consideraban a personajes como Che Guevara, Ho Chi Min o Mao. Y uno de los factores de la situación de entonces era la separación muy importante entre la nueva generación y la de sus padres a la que se le hacían muchas críticas. Entre otras, se reprochaba a esta generación, que había trabajado duramente para salir de la situación de miseria, de hambre incluso, causada por la Segunda Guerra mundial, de solo preocuparse por los bienes materiales. De ahí el éxito de las fantasías sobre “la sociedad de consumo” y consignas como “¡No trabajéis nunca!”. Hija de una generación que había recibido de lleno los golpes de la contrarrevolución, la juventud de los años 60 le reprochaba su conformismo y sumisión a las exigencias del capitalismo. Y recíprocamente, muchos padres no comprendían y les costaba aceptar que sus hijos trataran con desprecio los sacrificios que habían aceptado para darles una situación económica mejor que la de ellos.
11. El mundo de hoy es muy diferente al de 1968 y la situación de la juventud universitaria actual poco tiene que ver con la los “sixties”:
– No solo es ya que la depreciación de su futuro estatuto inquiete a la mayoría de los universitarios de hoy. Proletarios ya lo son, pues más de la mitad trabaja para pagarse sus estudios y no se hacen muchas ilusiones sobre las magníficas situaciones sociales que les esperan cuando los acaben. Sobre todo saben que su diploma les dará el “derecho” a integrar la condición proletaria en una de sus formas más dramáticas, el desempleo y la precariedad, el envío de cientos de currículum vitae sin respuesta y las filas de espera en las agencias de empleo. Y cuando al fin llegan a un empleo más estable, después de un largo período de “galeras” salpicado de cursillos no remunerados y contratos basura, será, en muchos casos, en puestos de trabajo que poco tienen que ver con su formación y sus aspiraciones.
– Por eso, la solidaridad que ahora sienten los estudiantes hacia los trabajadores nace en primer lugar de la conciencia que la mayoría de ellos tiene de que pertenecen al mismo mundo, al de los explotados, en lucha contra el mismo enemigo, los explotadores. Muy lejos estamos del “acercamiento a la clase obrera” de los estudiantes, actitud esencialmente pequeño burguesa y condescendiente, mezcla de fascinación hacia ese ser mítico, en mono de trabajo, héroe de lecturas mal digeridas de los clásicos del marxismo y eso cuando no eran de autores que nada tienen que ver con el marxismo, como los estalinistas o criptoestalinistas. La moda que tanto éxito tuvo después de 1968 de los “establecidos”, aquellos intelectuales que optaron por ir a trabajar en las fábricas por aquello de “contactar con la clase obrera”, difícilmente volverá.
– Por eso tampoco tienen el menor éxito entre los estudiantes en lucha los temas como ese de la “sociedad de consumo”, aunque haya todavía algún que otro retrasado anarquizante que los agite. En cuanto a la consigna de “¡No trabajéis nunca!” ya no aparecería hoy como un proyecto “radical” ni mucho menos, sino como una amenaza terrible y angustiosa.
12. Por eso es por lo que, paradójicamente, los temas “radicales” o “revolucionarios” están poco presentes en las discusiones y preocupaciones de los estudiantes de hoy. Mientras que los del 68 transformaron, en muchos sitios, las facultades en foros permanentes en donde se debatía sobre la revolución, los consejos obreros, etc., la mayoría de las discusiones de hoy en las universidades son sobre temas mucho más “prosaicos” como el CPE y sus implicaciones, la precariedad, los medios de lucha (bloqueos, asambleas generales, coordinadoras, manifestaciones, etc.). Sin embargo, la polarización en torno a la anulación del CPE, algo aparentemente menos “radical” que las ambiciones estudiantiles de 1968, no significa ni mucho menos que el actual sea un movimiento menos profundo que el de hace 38 años. Muy al contrario. Las preocupaciones “revolucionarias” de los estudiantes de 1968 (una minoría, en realidad, que era “la vanguardia del movimiento”) eran sinceras pero estaban muy marcadas por el tercermundismo (guevarismo o maoísmo) o el antifascismo. En el mejor de los casos, si así puede decirse, eran de tipo anarquista (siguiendo los pasos a Cohn-Bendit) o situacionistas. Tenían una visión romántica, pequeño burguesa, de la revolución y eso cuando no eran sino apéndices “radicales” de estalinismo. Pero fueran cuales fueran las corrientes que afirmaban ideas “revolucionarias”, de naturaleza pequeño burguesa o burguesa, ninguna de ellas tenía la menor idea del movimiento de la clase obrera hacia la revolución, y menos todavía de qué significaban las huelgas obreras masivas, primera expresión de que el período de contrarrevolución había llegado a su fin [8] [297]. Las preocupaciones “revolucionarias” de hoy no están todavía presentes de manera significativa en el movimiento. Pero su naturaleza de clase incontestable y el terreno de la movilización (el rechazo de un futuro de sumisión a las exigencias y condiciones de la explotación capitalista –desempleo, precariedad, arbitrariedad patronal, etc.), llevan en sí una dinámica que, obligatoriamente, provocará en muchos de los participantes en los combates de hoy, una toma de conciencia de la necesidad de derribar el capitalismo. Y esa toma de conciencia no se basará ni mucho menos en quimeras como las preponderantes en 1968 y que permitieron el “reciclaje” de los líderes del movimiento en el aparato político oficial de la burguesía (los ministros Bernard Kouchner y Joshka Fischer, el senador Henri Weber, el portavoz de los Verdes en el Parlamento europeo Daniel Cohn-Bendit, el patrón de prensa Serge July, etc.) y eso cuando no han acabado en el trágico atolladero del terrorismo (“Brigadas rojas” en Italia, “Fracción ejército rojo” en Alemania, “Acción directa” en Francia). Muy al contrario. La toma de conciencia se desarrollará mediante la comprensión de las condiciones fundamentales que hacen posible y necesaria la revolución proletaria: la crisis económica insalvable del capitalismo mundial, el atolladero histórico en que está metido el sistema, la necesidad de concebir las luchas proletarias de resistencia contra los ataques crecientes de la burguesía como otros tantos preparativos del derrocamiento final del capitalismo. En 1968, la rapidez de le eclosión de las preocupaciones “revolucionarias” fue en gran parte un indicio de su superficialidad y falta de consistencia teórico-política propia de su naturaleza básicamente pequeño burguesa. El proceso de radicalización de las luchas obreras, aunque en ciertos momentos vive aceleraciones sorprendentes, es mucho más largo, precisamente porque es incomparablemente más profundo. Como decía Marx, “ser radical es ir a la raíz de las cosas”, y es un proceso que exige necesariamente mucho más tiempo y se basa en acumular experiencias en las luchas.
La capacidad para evitar la trampa de la escalada de la violencia ciega provocada por la burguesía
13. La profundidad del movimiento de los estudiantes no se plasma en la “radicalidad” de sus objetivos ni en las discusiones. La profundidad se debe a las cuestiones fundamentales que platea implícitamente la reivindicación de la anulación del CPE: el futuro de precariedad y desempleo que el capitalismo en crisis prepara para las jóvenes generaciones, signo de su quiebra histórica. Más todavía, esa profundidad se expresa en los métodos y la organización de la lucha como hemos dicho en los puntos 2 y 3 de este texto: las asambleas generales vivas, abiertas, disciplinadas, que expresan una preocupación por reflexionar y apoderarse colectivamente de la dirección del movimiento, el nombramiento de las comisiones, comités de huelga, delegaciones responsables ante las AG, la voluntad de extender la lucha hacia todos los sectores de la clase obrera. En la Guerra civil en Francia, Marx indicó que el carácter verdaderamente proletario de la Comuna de París no se plasmó tanto en las medidas económicas adoptadas (supresión del trabajo nocturno de los niños, moratoria en los alquileres) sino en los medios y el modo de organizarse que la Comuna se dio. Ese análisis de Marx puede aplicarse perfectamente a la situación actual. Lo más importante en las luchas que lleva a cabo la clase en su terreno no estriba tanto en los objetivos contingentes que pueda proponerse en un momento dado y que quedarán superados en las etapas posteriores del movimiento, sino en su capacidad para controlar plenamente esas luchas y, por lo tanto, en los métodos con que se dota para ejercer ese control. Son esos métodos y medios de lucha la mejor garantía de la dinámica y de la capacidad de la clase para avanzar hacia el futuro. Es ésa una de las insistencias de Rosa Luxemburg en su libro Huelga de masas, partido y sindicatos, cuando saca las lecciones de la revolución de 1905 en Rusia. En realidad, aunque el movimiento actual esté lejos del de 1905, desde el punto de vista de lo que está en juego políticamente, hay que subrayar que los medios que se ha dado son, aunque embrionarios, los de la huelga de masas tal como se expresó, por ejemplo, en Polonia en agosto de 1980.
14. La profundidad del movimiento de los estudiantes se expresa también en su capacidad para no caer en la trampa de la violencia que la burguesía le ha tendido en varias ocasiones, incluido el uso de “reventadores”: ocupación policíaca de la Sorbona, ratonera al final de la manifestación del 16 de marzo, cargas policiales al final de la del 18 de marzo, violencias de los “reventadores” contra los manifestantes el 23 de marzo. Aunque una pequeña minoría de estudiantes, sobre todo los influidos por ideologías anarquizantes, se dejaron llevar a enfrentamientos con la policía, la gran mayoría lo hizo todo por evitar que se pudriera el movimiento en enfrentamientos repetitivos con las fuerzas represivas. En esto, el movimiento actual de los estudiantes ha dado pruebas de una mucho mayor madurez que el de 1968. La violencia –enfrentamientos con los CRS [9] [298] y barricadas– fue, entre el 3 y el 10 de mayo, uno de los componentes del movimiento que, tras la represión en la noche del 10 al 11 y los rodeos del gobierno, abrió las puertas a la inmensa huelga de la clase obrera. Pero, después, las barricadas y las violencias se convirtieron en un factor para la recuperación de la situación por las diferentes fuerzas de la burguesía, el gobierno y los sindicatos, socavando la simpatía granjeada en un primer tiempo por los estudiantes entre la población y, en especial, entre la clase obrera.
Para los partidos de izquierda y los sindicatos, les fue fácil poner en el mismo plano a quienes hablaban de necesidad de la revolución y quienes prendían fuego a los coches y no cejaban en su empeño de entrar “en contacto” con los CRS. Tanto más fácil porque efectivamente eran muchas veces los mismos. Para los estudiantes que se creían “revolucionarios”, el movimiento de Mayo del 68 era ya la Revolución, y las barricadas que se levantaban día tras día se presentaban como herederas de las de 1848 y de la Comuna. Hoy, incluso cuando se plantea la cuestión de las perspectivas generales del movimiento, y por lo tanto, la necesidad de la revolución, los estudiantes son muy conscientes de que no son los enfrentamientos con las fuerzas de policía lo que da fuerza al movimiento. De hecho, aunque quede mucho trecho antes de plantearse la revolución, y por lo tanto de reflexionar sobre el problema de la violencia de clase del proletariado en su lucha por echar abajo el capitalismo, el movimiento ha encarado implícitamente ese problema y ha sabido darle una respuesta en el sentido de la lucha y del ser mismo del proletariado. Este está enfrentado desde el principio a la violencia extrema de la clase explotadora, a la represión cuando intenta defender sus intereses, a la guerra imperialista y a la violencia cotidiana de la explotación. Contrariamente a las clases explotadoras, la clase portadora del comunismo no lleva en sí la violencia, y aunque no podrá evitar utilizarla, nunca se identificará con ella. La violencia que deberá usar para echar abajo el capitalismo y que deberá usar con determinación, es necesariamente una violencia consciente y organizada y deberá por lo tanto estar precedida por todo un desarrollo de su conciencia y de su organización a través de las diferentes luchas contra la explotación. La movilización actual de los estudiantes, especialmente por ser capaces de organizarse y abordar de manera reflexiva los problemas que se le plantean, incluida la violencia, está, por eso mismo, más cerca de la revolución, del derrocamiento violento del orden burgués, que pudieron estarlo las barricadas de Mayo del 68.
15. Es precisamente la cuestión de la violencia un factor esencial que revela la diferencia fundamental entre las revueltas de la periferia de las grandes ciudades del otoño de 2005 y el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006.
En los dos movimientos hay, evidentemente, una causa común: la crisis insalvable del modo de producción capitalista, el futuro de desempleo y precariedad que ofrece a los hijos de la clase obrera. Sin embargo, las revueltas de las barriadas, al expresar sobre todo una desesperanza total ante la situación, en ningún caso pueden ser consideradas como una forma, ni siquiera aproximada, de la lucha de clases. Más concretamente, los componentes esenciales de los movimientos del proletariado, la solidaridad, la organización, el control colectivo y consciente de la lucha, estaban totalmente ausentes de esas revueltas. Ninguna solidaridad de los jóvenes desesperados hacia los dueños de los coches a los que prendían fuego y que eran los de sus vecinos, ellos también proletarios víctimas del desempleo y de la precariedad. Muy poca conciencia la de los amotinados, a menudo muy jóvenes, con una violencia destructora ciega, que a veces parecía un juego.
En cuanto a la forma de organización y de acción colectivas, era la típica de las bandas de barriada dirigidas por un jefezuelo (cuya autoridad se debía, a menudo, a que era el más violento de la pandilla), y que andaban en competencia mutua para ganar el concurso de quema de coches. En realidad, el modo de actuar de los jóvenes rebeldes de octubre-noviembre de 2005 no solo hace de ellos presas fáciles para todo tipo de manipulaciones policíacas, sino que nos dan una idea de hasta qué punto los efectos de la descomposición de la sociedad capitalista podrían ser un obstáculo para el desarrollo de la lucha y de la conciencia proletarias.
La persuasión ante los jóvenes de las barriadas
16. Durante el movimiento actual, repetidas veces, las pandillas de “golfos” se han aprovechado de las manifestaciones para ir al centro de las ciudades y dedicarse a su deporte favorito: “quebrar policías y escaparates”, para mayor regodeo de los medios foráneos que ya a finales de 2005 se habían hecho notar con sus espectaculares imágenes en primera plana de periódicos y televisiones. Es evidente que las imágenes de violencia que durante cierto tiempo han sido las únicas que se hacía ver a los proletarios de fuera de Francia han sido un medio excelente para reforzar el silencio mediático sobre lo que realmente estaba ocurriendo, privando así a la clase obrera del mundo de elementos que podrían servir en su toma de conciencia. Pero las violencias de las pandillas no solo se han explotado respecto a los proletarios de otros países. En Francia misma, al principio, se utilizaron para intentar hacer pasar la lucha de los estudiantes como una especie de nueva versión de las violencias del otoño pasado. De nada sirvió: nadie se creyó semejante fábula y por eso el ministro del Interior, Sarkozy, tuvo que cambiar inmediatamente de tono declarando que él sabía distinguir claramente entre los estudiantes y los “gamberros”.
Las violencias fueron entonces usadas para intentar disuadir a la mayor cantidad de trabajadores, incluidos los alumnos universitarios y de secundaria, de participar en las manifestaciones, en la del 18 de marzo más precisamente. La participación excepcional fue la prueba de que no funcionó tal maniobra. Y el 23 de marzo los “reventadores” la emprendieron con los manifestantes para robarles o, simplemente, para golpearlos sin razón, con la autorización y el beneplácito de la policía. Esos desmanes desmoralizaron a muchos estudiantes:
“Cuando son los CRS los que nos aporrean nos da más energía todavía, pero cuando son los chavales de las barriadas, por quienes también nos peleamos, es un palo a las ganas de luchar”.
Sin embargo, una vez más, los estudiantes dieron prueba de su madurez y de su conciencia. En lugar de intentar organizar acciones violentas contra los jóvenes “reventadores” (como así lo hicieron los servicios de orden sindicales, los cuales, en la manifestación del 28 de marzo, los fueron empujando a porrazos hacia las fuerzas de policía), los estudiantes decidieron en varios sitios nombrar delegaciones para ir a discutir con los jóvenes de los barrios pobres para explicarles que la lucha de los estudiantes de universidad y de secundaria también se hacía por esos jóvenes hundidos en la desesperación del desempleo masivo y de la exclusión. De manera intuitiva, sin conocer las experiencias del movimiento obrero, la mayoría de los estudiantes ha llevado a la práctica una de las enseñanzas fundamentales extraídas de esas experiencias: ninguna violencia en el seno de la clase obrera. Frente a sectores del proletariado que pudieran dejarse arrastrar a acciones contrarias a sus intereses generales, la persuasión y la llamada a la conciencia de clase son el medio esencial de acción hacia esos sectores, eso en caso de que no sean meros apéndices del Estado burgués (como los comandos de rompehuelgas).
Una experiencia insustituible para la politización de las nuevas generaciones
17. Una de las razones de la gran madurez del movimiento actual, sobre todo respecto a la violencia, estriba en la fuerte participación de las alumnas de universidad y de secundaria en este movimiento. Es cierto que a esas edades las muchachas suelen ser más maduras que sus compañeros masculinos. Además, sobre el tema de la violencia, está claro que las mujeres no suelen dejarse arrastrar con tanta facilidad a ese terreno como los hombres. En 1968, las estudiantes también participaron en el movimiento, pero cuando la barricada se convirtió en su símbolo, el papel que se les dejó fue a menudo el de valedoras de los “héroes” con casco encaramados en un montón de adoquines, de enfermeras de los heridos y de recaderas de bocadillos para poder recuperarse entre dos cargas de CRS. Nada de eso en el movimiento actual. En los “bloqueos” a las puertas de las universidades, las estudiantes son numerosas y su actitud es significativa del sentido que el movimiento ha querido dar a esos piquetes: nada de “palo” a quienes quieren ir a clase, sino explicaciones, argumentos, persuasión. En las asambleas generales y las diferentes comisiones, aunque las estudiantes suelen levantar menos la voz y suelen estar menos comprometidas en organizaciones políticas que los chicos, son elementos de primer orden en la organización, la disciplina y la eficacia de asambleas y comisiones y en la capacidad de la reflexión colectiva.
La historia de las luchas del proletariado ha evidenciado que la profundidad de un movimiento podía medirse en parte por la proporción de obreras implicadas en él. En “tiempos normales” las mujeres proletarias, al soportar una opresión todavía más agobiante que los proletarios hombres suelen estar menos implicadas que ellos en los conflictos sociales.
Cuando los conflictos alcanzan una gran profundidad, las capas más oprimidas del proletariado, las obreras en particular, se lanzan al combate y a la reflexión de clase. La importantísima gran participación de alumnas de universidad y de secundaria en el movimiento actual, el papel de primer plano que en él desempeñan, es una indicación suplementaria no solo de su naturaleza auténticamente proletaria, sino también de su profundidad.
18. Como hemos dicho, el movimiento actual de los estudiantes en Francia es una expresión de gran importancia de la renovada vitalidad del proletariado mundial desde hace tres años, una nueva vitalidad y una capacidad creciente de toma de conciencia. La burguesía hará todo lo posible por limitar al máximo el impacto de este movimiento para el porvenir. Si tiene los medios, se negará a ceder en las reivindicaciones principales para así seguir alimentando en la clase obrera en Francia el sentimiento de impotencia que logró imponer en 2003. En todo caso, hará todo lo que pueda por que la clase obrera no saque las valiosas lecciones de este movimiento, induciendo al pudrimiento de la lucha como factor de desmoralización o de recuperación por los sindicatos y los partidos de izquierda. Pero sean cuales sean las maniobras de la burguesía, ésta no podrá suprimir toda la experiencia acumulada durante semanas por miles de futuros trabajadores, su iniciación a la política y su toma de conciencia. Es ése un verdadero tesoro para las luchas futuras del proletariado, un elemento de la mayor importancia en la capacidad de esas luchas para continuar su camino hacia la revolución comunista. Les incumbe a los revolucionarios participar plenamente tanto en la acumulación de la experiencia actual como en su utilización en los combates futuros.
3 de abril de 2006
[1] [299]) Para que la lucha cobrara la mayor fuerza y unidad posibles, surgió entre los estudiantes la necesidad de constituir una “coordinadora nacional” de delegados de las diferentes asambleas. Eso modo de hacer es, por sí mismo, totalmente correcto. Sin embargo, al ser una buena parte de los delegados miembros de organizaciones políticas burguesas (como la Liga comunista revolucionaria, trotskista) con presencia en el medio estudiantil, las reuniones semanales de la coordinadora han sido a menudo la escena de maniobras politiqueras de esas organizaciones, que han intentado, sin éxito hasta ahora, formar un “Buró de la coordinadora” que acabaría siendo instrumento de su política. Como lo hemos dicho ya a menudo en nuestra prensa (sobre las huelgas en Italia en 1987 y la de los hospitales en Francia en 1988, entre otras) la centralización, que es una necesidad en una lucha de gran amplitud, solo puede contribuir al desarrollo del movimiento si éste ha alcanzado un nivel muy elevado de apropiación y de vigilancia por la base, en las asambleas generales. Hay que subrayar también que una organización como la LCR intentó dotar al movimiento estudiantil de un “portavoz” ante los medios. El que no haya aparecido ningún “líder” mediático del movimiento no significa debilidad, sino, al contrario, la firmeza del movimiento.
[2] [300]) Se ha oído incluso en la televisión a un “especialista” en psicología del político declarar que Villepin pertenece a la categoría de los “tozudos narcisistas” .
[3] [301]) Hay que precisar que el municipio en cuestión es Neuilly-sur-Seine, ejemplo emblemático de las ciudades de población burguesa. Sin lugar a dudas no ha sido con sus electores con quienes Sarkozy habrá aprendido a “hablar al pueblo”.
[4] [302]) Fecha simbólica, pues era el décimo aniversario del golpe de Estado del 13 de mayo de 1958 que desembocó en la vuelta al poder de De Gaulle. Una de las consignas oídas en la manifestación era “¡Diez años, ya basta!”
[5] [303]) En enero de de 1968, nuestra publicación Internacionalismo en Venezuela (era en aquel entonces la única de nuestra corriente) anunciaba así la apertura de un nuevo período de enfrentamientos de clase a escala internacional: “No somos profetas ni pretendemos adivinar cuándo y de qué manera se van a desarrollar los acontecimientos futuros. Pero de lo que sí estamos seguros y conscientes, en lo que se refiere al proceso en el que está hoy metido el capitalismo, es que no es posible pararlo con reformas, devaluaciones, ni ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas, sino que lleva directamente a la crisis. Y estamos también seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de la clase, que estamos hoy viviendo, va a llevar a la clase obrera a una lucha sin cuartel y directa por la destrucción del Estado burgués.”
[6] [304]) Ese día, tras una serie de movilizaciones en las ciudades obreras contra los ataques económicos violentos y la represión de la junta militar, los obreros de Córdoba desbordaron las fuerzas de policía y del ejército (equipados con tanques) haciéndose dueños de la ciudad (segunda del país). El gobierno solo conseguiría “restablecer el orden” al día siguiente mediante el envío masivo del ejército.
[7] [305]) Queda lejos la actitud de los estudiantes de 1968 que consideraban a sus mayores “viejos tontos”, a la vez que éstos los trataban a veces de “jóvenes imbéciles”).
[8] [306]) Hay que señalar que la ceguera sobre el significado verdadero de Mayo del 68 no afectaba solo a las corrientes de extracción estaliniana o trotskista, para quienes, claro está, nunca hubo contrarrevolución sino progresión de la “revolución” con la aparición, después de la Segunda Guerra mundial, de toda una serie de Estados “socialistas” u “obreros deformados” y con las “luchas de independencia nacional” iniciadas en ese período prolongándose durante décadas. Tampoco la mayoría de las corrientes y elementos vinculados a la Izquierda comunista, especialmente la Izquierda italiana, entendió casi nada de lo ocurrido en 1968 pues, todavía hoy, tanto los bordiguistas como Battaglia comunista opinan que todavía no hemos salido de la contrarrevolución.
[9] [307]) Policía antidisturbios.
En los primeros artículos de esta serie se hizo hincapié en por qué la forma y el contenido de la revolución de 1905 fueron algo totalmente nuevo que correspondía a las características del nuevo período de la vida del capitalismo, el de su decadencia. En esos artículos afirmábamos que los sindicatos fueron suplantados por una forma de organización más adaptada a los objetivos y el carácter de la lucha entablada por la clase obrera en aquel entonces, los soviets. Demostramos que era errónea la idea de que el surgimiento de los soviets se debiera al supuesto atraso de Rusia, poniendo, al contrario, de relieve que ese surgimiento correspondía al alto nivel de conciencia alcanzado por la clase obrera. De hecho, ante las nuevas tareas que se le plantean a la clase obrera, los sindicatos dejan de ser una herramienta de defensa de sus intereses para convertirse en obstáculo para el propio desarrollo de la lucha de clases. Aunque el movimiento de 1905 en Rusia, y después otra vez en 1917, hizo surgir sindicatos donde antes no había, eso se debió al ardor revolucionario de la clase obrera que procuraba usar todos los medios para hacer avanzar su lucha, pero también a una falta de experiencia respecto a los sindicatos. En realidad, la lucha la realizaron los soviets y eso fue lo que les dio su naturaleza revolucionaria; lo único que los sindicatos hicieron fue seguir la corriente.
El surgimiento de los soviets es inseparable de la huelga de masas, que apareció como el único medio de lucha contra el capitalismo cuando ya no son posibles las reformas parciales o los paliativos. Al igual que los soviets, la huelga de masas surge de las necesidades de la clase en su conjunto, al ser capaz de arrastrar a las masas obreras y ser un crisol para el desarrollo de su conciencia. En su desarrollo mismo, se topó con los sindicatos y con una parte del movimiento obrero, para el cual la huelga de masas era como desenterrar el espectro del anarquismo. Fue al ala izquierda del movimiento obrero, con Rosa Luxemburg y luego Anton Pannekoek a su cabeza, a la que le incumbió la tarea de defender la huelga de masas, no como simple táctica propugnada por las direcciones sindicales, sino como fuerza primordial, revolucionaria y constantemente renovada, surgida de las entrañas de la clase obrera, capaz de unificar su combatividad y su conciencia a un nivel superior.
Lo propio de 1905, lo que concentra todo lo demás, es que la lucha por reformas es sustituida desde entonces por la lucha por la revolución.
Hemos mostrado que esos cambios no eran algo específico de Rusia, sino que concernían a toda la clase obrera mundial, puesto que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia. La clase obrera, que se había erigido como clase internacional capaz de combatir por sus propios intereses estaba desde entonces ante la lucha por el derrocamiento del capitalismo y la transformación de las relaciones de producción y ya no por la mejoras en su seno. En todas partes, la Primera Guerra mundial estuvo precedida por una escalada y una intensificación de las huelgas que empezaron a cuestionar las viejas formas de organización y los antiguos objetivos de lucha, y algunas de esas luchas acabaron en conflictos abiertos con el Estado. En resumen, después de 1905, la lucha de clases se convirtió plenamente en lucha por el comunismo.
El significado real de 1905 fue, por lo tanto, el de mostrar el futuro, abrir la vía a todas las luchas que entablará después la clase obrera en el capitalismo decadente. O sea, todas las luchas del siglo pasado, las de hoy y las de mañana.
El papel desempeñado en la preparación del futuro se verificó muy claramente en 1917, cuando los soviets se afirmaron como primer instrumento de la revolución. El poder soviético se irguió contra el poder burgués del Gobierno provisional, como Trotski lo escribe en su Historia de la Revolución rusa:
“¿Cuál era la constitución real del país, una vez instaurado el nuevo poder?
“La reacción monárquica se escondió por los rincones. Cuando aparecieron las primeras aguas del diluvio, los propietarios de todas las clases y tendencias se agruparon bajo la bandera del partido kadete, el cual se lanzó inmediatamente a la palestra como el único partido no socialista, y al propio tiempo, de extrema derecha.
“ (…) Las masas se derramaban en los soviets como si entrasen por la puerta triunfal de la revolución. Todo lo que quedaba fuera de las fronteras del Soviet diríase que quedaba al margen de la revolución y que pertenecía a otro mundo.
“Por los soviets sentíanse atraídos los elementos más activos que había en las masas, y sabido es que en los períodos revolucionarios la actividad es lo que triunfa; por eso, al crecer de día en día la actividad de las masas, el fundamento de sustentación de los soviets se ensanchaba constantemente. Era la única base real sobre la que se cimentaba la revolución.” [1]
Los soviets son la única forma de organización de la clase obrera apropiada a los fines y los medios de la lucha por el comunismo. Sin embargo, esto quedó poco claro en aquel entonces, en particular para los revolucionarios en Rusia. La cuestión sólo se esclarecería con la discusión sobre la cuestión de los sindicatos en el Primer congreso de la Tercera internacional, como lo desarrollamos en el artículo “Las tomas de posición políticas de la IIIa Internacional” [2]. Durante la discusión, los delegados de varios países europeos denunciaron firmemente el papel contrarrevolucionario desempeñado por los sindicatos. Y en el sentido contrario, en su presentación del Informe sobre Rusia, Zinoviev argumentaba:
“La segunda forma de organización obrera en Rusia son los sindicatos. Se han desarrollado de forma diferente que en Alemania: desempeñaron un papel revolucionario muy importante durante los años 1904-1905 y hoy están con nosotros en la lucha por el socialismo (…) Una mayoría importante de los miembros de los sindicatos apoyan las posiciones de nuestro partido, y todas las decisiones de los sindicatos se toman basándose en esas posiciones”.
Eso no prueba de ninguna manera que los sindicatos en Rusia tuvieran virtudes que les faltaban en otros países, sino sencillamente que debido a ciertas especificidades del país y a que “siguieron los pasos de los soviets”, como concluye el texto citado, revelaron menos que en otras partes su papel de instrumentos del Estado capitalista contra la clase obrera durante la fase revolucionaria.
La revolución de 1917 se hizo posible gracias a la de 1905, pero no desembocó en una revolución comunista mundial. Habría sido necesario para ello que la revolución lograra extenderse y ser vencedora fuera de Rusia. La inmadurez de la conciencia del proletariado en aquel entonces no lo permitió. Sin embargo, desde entonces, muchas de las lecciones de la oleada revolucionaria fueron sacadas por los grupos aislados de revolucionarios que sobrevivieron a la represión de la oleada revolucionaria de 1917-23 y a la contrarrevolución, y que intentaron reconstruir el movimiento revolucionario. Ese es el papel que ha desempeñado la Izquierda comunista. Esas lecciones también han sido confirmadas por la experiencia de la clase obrera tanto en su lucha cotidiana como en sus tentativas más importantes, como en Polonia a principios de los años 1980. La elaboración de esas enseñanzas empezó inmediatamente tras 1905, y ésa es la labor que hoy intentamos proseguir.
En esta última parte dedicada a 1905, vamos a examinar cómo comprendió el movimiento revolucionario los acontecimientos, el análisis que hizo y el método empleado. Este aspecto es importante pues todo cambio de situación histórica exige una adaptación de los medios que permita entenderla.
Lo notable del debate y de la lucha teórica emprendidos tras 1905 está en su carácter colectivo e internacional, a pesar de que todos los protagonistas no fueran conscientes de ello. Mientras que Marx fue capaz, tras la Comuna de París en 1871, de resumir en nombre del Consejo general de la Asociación internacional de los trabajadores (AIT, Primera internacional) su significado histórico en un folleto, no fue posible, debido a la complejidad de las cuestiones que se planteaban, hacer lo mismo para los acontecimientos de 1905.
Los revolucionarios de aquel entonces se enfrentaban en particular a un cambio sin precedentes de período histórico, cambio que ponía en tela de juicio muchas hipótesis y logros del movimiento obrero, así como el papel de los sindicatos y la forma de la lucha de clases. La principal contribución de la izquierda del movimiento obrero no solo fue haber aceptado el reto, sino haber manifestado además mucha lucidez sobre varias cuestiones gracias a la utilización notable del método marxista, dejando a la posteridad una brillante herencia teórica. Ese resultado compensa ampliamente las inevitables debilidades y fallos del esfuerzo teórico. Esperar más, esperar la perfección, no solo sería ingenuo sino que además demostraría una incapacidad para entender el carácter real del marxismo y de la propia lucha de la clase obrera. Sería como esperar que la clase obrera fuera victoriosa en cada huelga, que fuera capaz de comprender, siempre, cada maniobra del enemigo y, finalmente, que fuera capaz de hacer la revolución en cuanto están presentes las condiciones objetivas para ello.
El aspecto a veces fragmentado de las contribuciones y del debate no es en sí mismo una debilidad sino la consecuencia inevitable del desarrollo en caliente de una lucha teórica que era, a su vez, la otra cara de la lucha “práctica”. Se podría formular diciendo que la otra cara de la huelga de masas es la “lucha teórica de masas”. Es evidente que ésta no implica a tanta gente como aquella, pero expresa el mismo espíritu colectivo y exige las mismas cualidades de solidaridad, de modestia y de dedicación. Por encima de todo, exige un compromiso activo, como lo dejaron claro hace casi sesenta años nuestros compañeros de Internationalisme:
“Contra la idea de que los militantes no pueden actuar más que basándose en certezas (…) insistimos en el que no hay ninguna certeza sino un proceso continuo de superación de verdades anteriores. Solo la actividad basada en los desarrollos más recientes, en fundamentos continuamente enriquecidos, es realmente revolucionaria. Por el contrario, una actividad basada en las verdades de ayer, que ya han perdido su actualidad, resulta estéril, nociva y reaccionaria. Se podría intentar nutrir a los militantes de verdades y certezas absolutas, pero solo las verdades relativas, que contienen una antítesis de duda, pueden llevar a una síntesis revolucionaria” [3].
Eso es lo que separó la izquierda del movimiento obrero (Lenin, Luxemburg, Pannekoek, etc.) del centro representado por Kautsky y de la derecha abiertamente revisionista conducida por Bernstein. El abismo entre el centro y la izquierda ya era evidente en el debate en torno a la huelga de masas, en el que Kautsky demostró su incapacidad para ver los cambios subyacentes en la lucha de clases que analizaba Rosa Luxemburg. Al ser incapaz de superar la visión del pasado, Kautsky no entendió en absoluto la argumentación de Luxemburg y, en una segunda fase de la discusión, hasta intentó impedir su publicación [4].
Se pueden identificar ciertas características centrales de los documentos y debates provocados por 1905:
Todo ello expresa la realidad de un período de transformaciones, con sus rupturas y sus intentos para comprenderlas y dominarlas así como de desorientación para muchos elementos. Algunos rechazaban el pasado por completo, otros se agarraban a lo que conocían e intentaban ignorar los cambios, y otros también reconocían los cambios e intentaban adaptarse a ellos con la voluntad de conservar lo que seguía siendo válido del pasado. Todas esas respuestas determinaban, en el movimiento obrero, las divisiones que se estaban desarrollando entre la derecha, el centro y la izquierda. Además, los debates enfrentaban esencialmente esas tendencias más bien que a individuos. La izquierda fue la que intentó realmente entender la nueva situación, mientras que la derecha rechazaba las conclusiones y el método del marxismo y el centro iba abandonando el método a favor de una ortodoxia estéril y conservadora, ilustrada perfectamente por Kautsky.
La contribución fundamental de la izquierda fue reconocer que algo había cambiado; vio que la sociedad entraba en un periodo nuevo e intentó entenderlo. En eso la izquierda defendió el método marxista y por lo tanto la verdadera herencia de Marx. Las obras de Lenin, Luxemburg y Trotski evidencian claramente que sus autores estaban impulsados por las condiciones objetivas, desarrollando cada uno de ellos análisis esenciales:
El esfuerzo teórico en la clase obrera no se limita ni mucho menos a esas tres figuras del movimiento obrero: hubo tendencias de izquierda que surgieron allí donde existían expresiones políticas organizadas del movimiento obrero. Lenin, con el Imperialismo, fase suprema del capitalismo y Luxemburg con la Acumulación del capital intentaron expresar lo que había cambiado en la estructura del capitalismo como un todo, pero eso ya va más lejos que el tema de este articulo.
La herencia de 1905 es patrimonio común de toda la izquierda del movimiento obrero y vamos a examinar los esfuerzos realizados por ésta para entender sucesivamente las cuestiones vitales de las metas, de la forma y de los medios de las luchas obreras en el nuevo periodo abierto.
Aunque no hubiera sido objeto de ninguna declaración explícita, el reconocimiento de que la revolución proletaria ya no se viera como algo lejano, que dejara de ser una aspiración general, sino que se hiciera realidad tangible era algo compartido por toda la izquierda. Desde un punto de vista formal, Lenin, Trotski y Luxemburg defendían que el objetivo de la próxima revolución era la revolución burguesa. Pero su análisis del carácter de esa revolución burguesa y del papel que la clase obrera tendría que desempeñar en ella contradice implícitamente esa perspectiva. Todos ellos subrayan, de diversas formas y niveles, que el proletariado será la principal fuerza en acción en esa revolución. Y por eso es por lo que los tres están unidos de hecho contra todos aquellos que no hacen sino repetir los antiguos esquemas ya caducos.
En 1906, Trotski publica Resultados y perspectivas, en el que expone la idea de la revolución permanente, o “revolución ininterrumpida”, como entonces se decía. Explica también las condiciones requeridas para la revolución y sugiere que ya están prácticamente cumplidas. La primera condición concierne el nivel de desarrollo de los medios de producción. Explica que ya se ha alcanzado:
“La primera condición previa objetiva del socialismo está dada desde hace mucho. Desde que la división del trabajo social condujo a la división del trabajo en la manufactura y, especialmente, desde que ésta ha sido reemplazada por la producción mecánica de las fábricas” [5].
También sugiere que:
“ya desde hace 100 o 200 años, las suficientes condiciones previas técnicas para la producción colectivista”
Añade sin embargo que:
“Pero las ventajas técnicas del socialismo, por sí solas, no son suficientes para realizarlo. (...) Porque en aquella época no había ninguna fuerza social dispuesta ni capaz de realizar ninguno de los dos proyectos [de Bwellers y Fourier]”.
Esto nos conduce a la segunda premisa, « socioeconómica », o sea el desarrollo del proletariado. Aquí Trotski se pregunta:
“Hasta dónde necesita llegar la fuerza numérica absoluta y relativa del proletariado? ¿Debernos contar con la mitad, con los dos tercios o con los nueve décimos de la población?”
Pero rechaza inmediatamente semejante visión “automática” para afirmar que:
“La importancia del proletariado se deriva principalmente de su papel en la gran producción”.
Para Trotski, el papel que desempeña el proletariado es más cualitativo que cuantitativo. Eso trae consigo dos implicaciones importantes. Primero, no es necesario que el proletariado sea mayoritario en la población para instaurar el socialismo. Segundo, el nivel de la industria y la concentración del proletariado en Rusia daba a éste un peso relativo más importante que en Gran Bretaña o Alemania, países en que representaba, sin embargo, una proporción idéntica de la población. Tras haber examinado el papel del proletariado en otros países importantes, Trotski concluye:
“De todo ello podemos sacar la conclusión de que la evolución económica –el crecimiento de la industria, el crecimiento de las grandes empresas, el crecimiento de las ciudades, el crecimiento del proletariado en general y del proletariado industrial en particular– ha preparado ya la escena no sólo para la lucha del proletariado por el poder político sino también para su conquista.”.
La tercera premisa es la “dictadura del proletariado”, que suele en Trotski corresponder esencialmente al desarrollo de la conciencia de clase:
“Por encima de todo esto, es necesario que esta clase sea consciente de su interés objetivo. Es menester que comprenda que para ella no hay otra salida que el socialismo; es necesario que se una en un ejército suficientemente fuerte como para conquistar en lucha abierta el poder político.”
No se pronuncia explícitamente sobre el tema de saber si la condición está cumplida, pero rechaza la idea de “muchos ideólogos socialistas” según la cual:
“El proletariado y «la humanidad» en general necesitarían ante todo perder su vieja naturaleza egoísta; en la vida social deberían predominar los impulsos del altruismo, etc.”.
Y concluye:
“El socialismo no se propone la tarea de desarrollar una psicología socialista como condición previa del socialismo, sino la de crear condiciones de vida socialistas como condición previa de una psicología socialista.”.
Ese reconocimiento de la relación dinámica entre revolución y conciencia es una de las manifestaciones más importantes de su clarividencia sobre el desarrollo de la revolución. Al examinar la situación particular de Rusia, Trotski sugiere que 1905 plantea directamente la cuestión de la revolución:
“...el proletariado ruso mostró una fuerza que tampoco los socialdemócratas rusos, ni siquiera en su tendencia más optimista, se habían esperado en una medida tan extraordinaria. El transcurso de la revolución rusa estaba decidido en sus rasgos esenciales. Lo que fue o pareció hace dos o tres años una posibilidad ha llegado a ser probabilidad y todo denota que esta probabilidad está dispuesta a convertirse en necesidad” [6].
Pero antes, en Resultados y perspectivas, Trotski afirma que el desarrollo histórico implica que ya no es la burguesía sino el proletariado quien tiene que desempeñar desde entonces el papel revolucionario: la revolución de 1905 y la creación del Soviet de Petrogrado fueron la confirmación de ese cambio. Eso implicaba que las revoluciones burguesas tal como se las había conocido hasta entonces ya no eran posibles. En particular, Trotski rechaza la idea de que el proletariado conduciría la revolución para luego dejarla en manos de la burguesía:
“Imaginarse que la socialdemocracia puede entrar en un gobierno provisional, dirigirlo durante un periodo de reformas democrático-revolucionarias que también incluya sus reivindicaciones más radicales –apoyándose en el proletariado organizado– y que luego, después de haber cumplido con su programa democrático se mude del edificio que ella ha construido, dejando libre el camino a los partidos burgueses, entrando en la oposición e iniciando una época de política parlamentaria; imaginarse esto significaría comprometer la idea de un gobierno obrero. No porque fuera inadmisible “por principio” –tal actitud carece de sentido– sino porque sería completamente irreal, porque sería un utopismo de la peor especie, una clase de utopismo filisteo-revolucionario…” [7].
Si el proletariado tiene la mayoría en un gobierno, su tarea ya no es realizar un programa mínimo de reformas sino el programa máximo de revolución social. No se trata de una cuestión de opción, sino de dinámica de la situación. Trotski lo ilustra con el ejemplo de la jornada de ocho horas:
“Tomemos la reivindicación de la jornada laboral de ocho horas. Como es sabido, no se contradice en lo más mínimo con las condiciones capitalistas de producción y entra, por tanto, en el programa mínimo de la socialdemocracia. Pero imaginémonos el cuadro de su realización real durante un periodo revolucionario en el que todas las pasiones sociales están en tensión. La nueva ley chocaría, sin duda, con la resistencia organizada y obstinada de los capitalistas, por ejemplo en forma de lock-out y cierre de fábricas y empresas.”
Un gobierno burgués enfrentado a semejante situación daría marcha atrás y reprimiría a los obreros, pero…
“para el gobierno obrero sólo hay una respuesta a un lock-out en masa: la expropiación de las fábricas, y –por lo menos en el caso de las más grandes– la organización de la producción sobre una base estatal o comunal”.
En resumen, para Trotski,
“...la revolución rusa creará las condiciones bajo las cuales el poder puede pasar a manos del proletariado (y, en el caso de una victoria de la revolución, así tiene que ser) antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de desplegar completamente su genio político” [8].
Lenin, como Trotski, sitúa la revolución en el contexto del desarrollo internacional de las condiciones objetivas:
“... no debemos temer (…) la victoria completa de la socialdemocracia en la revolución democrática, esto es, la dictadura revolucionario-democrática del proletariado y de los campesinos, pues una victoria tal nos dará la posibilidad de levantar a Europa; y el proletariado socialista europeo, sacudiéndose el yugo de la burguesía, nos ayudará, a su vez, a realizar la revolución socialista. (…). Vperoyd [9] indicaba al proletariado revolucionario de Rusia una misión activa: triunfar en la lucha por la democracia y aprovecharse de esta victoria para trasladar la revolución a Europa.” [10].
Esa es una cita de la larga polémica que opuso a bolcheviques y mencheviques sobre la Revolución de 1905 que ambos consideraban sin embargo de carácter democrático-burgués. Unos (los autores de la resolución del congreso al que se hace referencia en la cita de arriba) llaman al proletariado a que tome la dirección del movimiento, cuando los otros (los que causaron la resolución de la Conferencia [11]) tienden a dejar la iniciativa a la burguesía:
“La resolución de la Conferencia habla de la liquidación del antiguo régimen en el proceso de una lucha recíproca de los elementos de la sociedad. La resolución del Congreso dice que nosotros, Partido del proletariado, debemos efectuar esta liquidación, que sólo la instauración de la república democrática constituye la liquidación verdadera, que esta república debemos conquistarla, que lucharemos por ella y por la libertad completa no sólo contra la autocracia, sino también contra la burguesía cuando ésta intente (y lo hará sin falta) arrebatarnos nuestras conquistas. La resolución del Congreso llama a la lucha a una clase determinada, por un objetivo inmediato, definido de un modo preciso. La resolución de la Conferencia razona sobre la lucha recíproca de las distintas fuerzas. Una resolución expresa la psicología de la lucha activa, otra la de la contemplación pasiva” [12].
Lenin insistió infatigablemente en la necesidad para el proletariado de asumir el papel dirigente, en contra de la visión menchevique a la que calificaba de derecha en el partido:
“El ala derecha de nuestro partido no cree en la victoria completa de la revolución actual, democrático-burguesa en Rusia; teme esa victoria; no propone con insistencia y seguridad la consigna de esa victoria ante el pueblo. Está constantemente engañada por la idea, básicamente errónea, una idea que es marxismo vulgar, de que únicamente la burguesía puede, independientemente del resto, “hacer” la revolución burguesa, o que sólo la burguesía debería encabezar la revolución burguesa. El papel del proletariado como vanguardia en la lucha por la victoria completa y decisiva de la revolución burguesa no está claro para los socialdemócratas de derecha” [13].
“Las condiciones actuales en Rusia a los socialdemócratas les imponen unas tareas cuya amplitud que ningún otro partido socialdemócrata conoce en Europa occidental. Estamos mucho más lejos que nuestros camaradas occidentales de la socialista; nosotros estamos ante una revolución campesina democrático-burguesa en la que el proletariado desempeñará el papel dirigente [14].
Esas citas ponen en evidencia el carácter dinámico de la posición bolchevique: aun no reconociendo la existencia de condiciones para una revolución proletaria, fue sin embargo capaz de entender el papel central desempeñado por el proletariado y expresarlo claramente en términos de lucha por el poder. Aunque Lenin afirme claramente que 1905 no era sino una revolución burguesa [15], el análisis que desarrolla del papel particular que debe asumir el proletariado es una base que permitirá la evolución de su posición en abril del 17 y su llamamiento a la revolución proletaria:
“La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado” [16].
La cuestión de la táctica inmediata, que tanto lugar ocupa en los escritos de Lenin y que pueden tener la apariencia de cambios de posición (como, por ejemplo, sobre las elecciones en la Duma) resulta de la preocupación constante de relacionar la comprensión general de la situación con la actividad real de la clase obrera y de su organización revolucionaria en lugar de encerrarse en esquemas intemporales.
Luxemburg también reconoce que 1905 plantea la cuestión de la revolución proletaria, afirmando también que la tarea histórica es la de la revolución burguesa. Eso es evidente en su análisis de la huelga de masas como expresión de la revolución:
“La huelga de masas es sencillamente la forma que toma la lucha revolucionaria (...) la huelga de masas, cuyo modelo nos lo ofrece la revolución rusa, no es un medio ingenioso para potenciar los efectos de la lucha proletaria, sino que es el movimiento mismo de la masa proletaria, la expresión misma de la fuerza de la lucha proletaria durante la revolución” [17].
También subraya el papel central desempeñado por el proletariado:
“... el 22 de enero, por primera vez, el proletariado ruso aparece como clase en la escena política; por primera vez, la única fuerza con capacidad histórica para echar al zarismo al basurero e izar el estandarte de la civilización, en Rusia y por todas partes, ha aparecido activa en escena (...) el poder y el futuro del movimiento revolucionario se basa entera y exclusivamente en el proletariado ruso consciente” [18].
Luxemburg es la más explícita en cuanto al cambio de periodo histórico cuando compara las revoluciones francesa, alemana y rusa:
“la revolución rusa actual estalla en un momento de la evolución histórica que se sitúa ya en la otra vertiente de la montaña, del otro lado del cumbre de la sociedad capitalista; la revolución burguesa ya no puede quedar ahogada por la oposición entre la burguesía y el proletariado; al contrario, se extiende durante un largo período de conflictos sociales violentos que hacen aparecer los viejos ajustes de cuentas con el absolutismo como algo insignificante comparados con los nuevos que la revolución exige. La revolución de hoy está plasmando, en el caso especial de la Rusia absolutista, los resultados del desarrollo capitalista internacional; aparece menos como heredera de las viejas revoluciones burguesas que como la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias. El país más atrasado, precisamente por su imperdonable retraso en realizar su revolución burguesa, muestra al proletariado de Alemania y de los demás países capitalistas más avanzados, cuáles son las vía y los métodos de la lucha de clases del futuro” [19].
Más lejos parece incluso afirmar que la tarea que le espera al proletariado alemán es la revolución proletaria:
“Por eso, un período de luchas políticas abiertas no tendría, en Alemania, otro objetivo histórico que la dictadura del proletariado” [20].
La contribución más importante de Luxemburg a la discusión en torno a 1905 fue su obra Huelga de masas, partido y sindicatos, escrita en agosto de 1906 [21], en donde analiza la naturaleza y las características de la huelga. Tras haber examinado la posición marxista tradicional sobre la huelga de masas, tras una crítica de la posición anarquista y de la revisionista, examinando el desarrollo real de la huelga en Rusia, Luxemburg esboza los aspectos principales de la huelga de masas.
Primero, y contrariamente a la idea de los anarquistas y de muchos miembros del Partido socialdemócrata alemán, Rosa mostró que la huelga de masas no es “un acto único”, sino “un término que designa la totalidad de un período de la lucha de clases que se extiende durante varios años, a veces, décadas” [22]. Establece así una diferencia entre huelgas políticas de masas “de demostración” y huelgas de huelga de lucha”. Aquéllas son una táctica utilizada por el partido y exigen “un nivel muy elevado de disciplina de partido, una dirección política y una ideología política conscientes, y, según los esquemas, sería la forma más elevada y madura de la huelga de masas” [23], pero, en realidad, forman parte de los inicios del movimiento y acaban siendo cada vez menos importantes “a medida que se desarrollan las luchas revolucionarias” [24]. Abren el camino a la fuerza más elemental de la huelga de masas de lucha.
Segundo, esa forma de huelga de masas supera la separación artificial entre las luchas económicas y las políticas
“Cada nuevo ímpetu y cada victoria nueva de la lucha política dan un poderoso impulso a la lucha económica ampliando sus posibilidades de acción exterior y dando a los obreros un nuevo ánimo para mejorar su situación incrementándose así su combatividad. Cada oleada de acción política deja tras sí un limo fértil del que surgen inmediatamente mil nuevos brotes, las reivindicaciones económicas. Y, a la inversa, la guerra económica incesante que los obreros libran al capital mantiene despierta la energía combativa incluso en tiempos de calma política; es, en cierto modo, una reserva permanente de energía de la que la lucha política extrae siempre renovadas fuerzas...” [25].
La unidad de las luchas económicas y las políticas “es precisamente la huelga de masas” [26].
Tercero, “la huelga de masas es inseparable de la revolución”. Luxemburg, sin embargo, rechaza un esquema muy extendido en el movimiento obrero, según el cual, la huelga de masas sólo puede desembocar en un enfrentamiento sangriento con el Estado que acabaría inevitablemente en un inmenso baño de sangre, al poseer ése el monopolio de las armas. Era el argumento utilizado por los detractores de la huelga de masas que la presentaban como gesticulaciones inútiles. Al contrario, mientras que la revolución rusa implicaba, sin lugar a dudas, enfrentamientos con el Estado, la huelga de masas surge de las condiciones objetivas de la lucha de clases; surge del movimiento de unas masas en acción cada vez más numerosas. En resumen, “no es la huelga de masas la que engendra la revolución, sino la revolución la que engendra la huelga de masas” [27].
Cuarto, lo que el punto anterior implica es que las verdaderas huelgas de masas no pueden ser decretadas o planificadas de antemano. Esto lleva a Rosa Luxemburg a subrayar el factor espontaneidad, a la vez que impugna la idea de que ese factor se debiera a un pretendido atraso de Rusia:
“Aunque el proletariado, con la socialdemocracia a su cabeza, desempeña allí un papel dirigente, la revolución no es una maniobra del proletariado, sino una batalla que se está desarrollando mientras a su alrededor se resquebrajan todos los fundamentos sociales, se desmoronan y se desplazan sin cesar. Si el factor espontáneo desempeña un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso esté “por educar”, sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela” [28].
Pero esto no llevó a Rosa a negar la importancia de la organización:
“La resolución y la decisión de la clase obrera desempeñan también un papel y hay que precisar que la iniciativa y la dirección de las operaciones incumben naturalmente a la parte más clarividente y mejor organizada del proletariado” [29].
El análisis de Luxemburg es muy diferente al de los anarquistas y de los marxistas ortodoxos porque se sitúa en un contexto diferente, el de la revolución. Ya en las primeras páginas de Huelga de masas, partido y sindicatos, afirma claramente que sus conclusiones, aparentemente tan contradictorias con las de los propios Marx y Engels, son la consecuencia de la aplicación del método de éstos a la nueva situación:
“... son los mismos razonamientos, los mismos métodos que inspiraron la táctica de Marx y de Engels y que son la base todavía hoy de la práctica de la socialdemocracia alemana, y que, en la revolución rusa, han engendrado nuevos factores y nuevas condiciones de la lucha de clases”.
En resumen, Luxemburg presenta un análisis de la dinámica revolucionaria, con la clase obrera a su cabeza, que surge de unas condiciones objetivas en pleno cambio. Esto la lleva a subrayar, con razón, la espontaneidad de la huelga de masas, pero también a reconocer que esa espontaneidad es, en realidad, el fruto de la experiencia de la clase obrera. Esto la alejaba de Kautsky y sus afines, quienes, aunque se les consideraba entonces como favorables a la huelga de masas, seguían estando prisioneros de la visión ortodoxa, incapaces de comprender los cambios habidos en la situación que se concretaron en la revolución rusa de 1905.
El debate sobre la huelga de masas tuvo una segunda fase en 1910 [30] y acabó en separación final entre Luxemburg y Kautsky. En ese debate, Pannekoek tuvo un papel importante, no solo defendiendo posturas cercanas a las de Luxemburg sino desarrollándolas. Empieza por vincular explícitamente la huelga de masas a las lecciones de 1905 : “El proletariado ruso... ha enseñado al pueblo alemán el uso de un arma nueva, la huelga general”; “La revolución rusa ha creado las condiciones de un movimiento revolucionario en Alemania” [31]. Comparte con Luxemburg la noción de la naturaleza de la huelga de masas; la considera como un proceso y critica la concepción de Kautsky de un “acontecimiento que ocurre una vez por todas”. Pannekoek afirma que la huelga de masas está en continuidad con la lucha cotidiana, establece un vínculo entre la forma de la acción del momento, a pequeña escala, y las luchas que llevarán a la conquista del poder.
Pone en relación la acción de masas y el desarrollo del capitalismo:
“... bajo la influencia de las formas modernas del capitalismo, se han desarrollado nuevas formas de acción en el movimiento obrero, o sea, la acción de masas. (…) en la medida que el potencial práctico de la acción de masas se desarrollaba, empezó a plantear nuevos problemas; la cuestión de la revolución social, hasta ahora una meta última, distante e inalcanzable, se convertía ahora en un problema vivo para el proletariado militante” [32].
Prosigue defendiendo los aspectos dinámicos de la huelga de masas :
“... que lo que cuenta en el desarrollo de estas acciones, en las que los intereses y pasiones más profundos de las masas salen a la superficie, no es el número de miembros de la organización ni la ideología tradicional, sino en una magnitud siempre creciente el carácter de clase real de las masas” [33].
Y concluye diciendo que la diferencia fundamental entre esa posición y la de Kautsky concierne la cuestión de la revolución, demostrando así adónde acabará llevando a Kautsky su centrismo:
“Es acerca de la naturaleza de esta revolución en lo que nuestras visiones divergen. Por lo que respecta a Kautsky, ésta es un acontecimiento del futuro, un apocalipsis político, y todo lo que tenemos que hacer entretanto es prepararnos para la confrontación final juntando nuestras fuerzas y agrupando e instruyendo a nuestras tropas. En nuestra visión, la revolución es un proceso cuyas primeras fases estamos experimentando ahora, pues es sólo mediante la lucha por el poder mismo cómo las masas pueden agruparse, instruirse y constituirse en una organización capaz de tomar el poder. Estas concepciones diferentes conducen a evaluaciones completamente diferentes de la práctica actual; y está claro que el rechazo de los revisionistas a cualquier acción revolucionaria y el aplazamiento de Kautsky de la misma a un futuro indedeterminado se enlazan para unirles en muchos de los problemas actuales sobre los cuales ambos se nos oponen» [34].
Trotski describe perfectamente los soviets en su libro 1905, como ya vimos en las partes precedentes de esta serie. Al final de su libro, en un pasaje que ya hemos citado en esta serie, resume la importancia del soviet durante la revolución:
“Antes de la aparición del soviet encontramos entre los obreros de la industria numerosas organizaciones revolucionarias, dirigidas sobre todo por la socialdemocracia. Pero eran formaciones «dentro del proletariado», y su fin inmediato era luchar «por adquirir influencia sobre las masas». El soviet, por el contrario, se transformó inmediatamente en “la organización misma del proletariado”; su fin era luchar por «la conquista del poder revolucionario»”.
“Al ser el punto de concentración de todas las fuerzas revolucionarias del país, el soviet no se disolvía en la democracia revolucionaria; era y continuaba siendo la expresión organizada de la voluntad de clase del proletariado. En su lucha por el poder, aplicaba métodos que procedían, naturalmente, del carácter del proletariado considerado como clase: estos métodos se refieren al papel del proletariado en la producción, a la importancia de sus efectivos y a su homogeneidad social. Más aún, al combatir por el poder, a la cabeza de todas las fuerzas revolucionarias, el soviet no dejaba ni un instante de guiar la acción espontánea de la clase obrera; no solamente contribuía a la organización de los sindicatos sino que intervenía incluso en los conflictos particulares entre obreros y patronos. Y, precisamente porque el soviet, en tanto que representación democrática del proletariado en la época revolucionaria, se mantenía en la encrucijada de todos sus intereses de clase, sufrió desde el principio la influencia todopoderosa de la socialdemocracia. Este partido tuvo entonces la posibilidad de utilizar las inmensas ventajas que le daba su iniciación al marxismo; este partido, por ser capaz de orientar su pensamiento político en el «caos» existente, no tuvo que esforzarse en absoluto para transformar al soviet, que no pertenecía formalmente a ningún partido, en aparato organizador de su influencia.
“El principal método de lucha aplicado por el soviet fue la huelga general política. La eficacia revolucionaria de este tipo de huelga reside en que, aparte de su influencia sobre el capital, desorganiza el poder del gobierno. Cuanto mayor es la «anarquía» que lleva consigo, más cercana está la victoria. Tiene que darse, sin embargo, una condición indispensable: que la anarquía que se produzca no sea conseguida por métodos anárquicos. La clase que, al suspender momentáneamente todo trabajo, paraliza el aparato de la producción y, al mismo tiempo, el aparato centralizado del poder, aislando una a una las diversas regiones del país y creando un ambiente de incertidumbre general, tiene que estar suficientemente organizada para no ser la primera víctima de la anarquía que ella misma ha suscitado. En la medida en que la huelga destruye la actividad del gobierno, la organización misma de la huelga se ve empujada a asumir las funciones del gobierno. Las condiciones de la huelga general, en tanto que método proletario de lucha, eran las mismas condiciones que dieron al Soviet de diputados obreros su importancia ilimitada”.
Tras la derrota de la revolución, siguió estudiando el papel que debería desempeñar el soviet en el futuro:
“La Rusia urbana era una base demasiado estrecha para la lucha. El sóviet ha intentado extender la lucha a escala nacional, pero ha sido sobre todo una institución de San Petersburgo... No cabe ninguna duda de que en el próximo surgimiento revolucionario, los consejos obreros se formarán por todo el país. Un soviet panrruso de obreros, organizado por un Congreso nacional… asegurará la dirección... Le historia no se repite. El nuevo soviet no deberá volver a hacer la experiencia de estos cincuenta días. Pero de estos cincuenta días, sí será capaz de sacar todo su programa de acción..: cooperación revolucionaria con el ejército, el campesinado, y las capas plebeyas de las clases medias; abolición del absolutismo; destrucción de la máquina militar del absolutismo; desmantelamiento parcial y transformación parcial del ejército; abolición de la policía y del aparato burocrático; jornada de ocho horas; armamento del pueblo, de los obreros en especial; transformación de los soviets en órganos de gobierno revolucionario y urbano; formación de soviets campesinos para que se encarguen de la revolución agraria inmediata; elecciones a la asamblea constituyente... Es más fácil formular un plan así que de realizarlo. Pero si el destino de la revolución es salir victoriosa, sólo el proletariado podrá llevarlo a cabo. Y alcanzará unas metas revolucionarias como nunca antes ha conocido el mundo” [35].
En Resultados y perspectivas, Trotski pone en evidencia que los soviets fueron una creación de la clase obrera que correspondía al periodo revolucionario:
“no se trata aquí de organizaciones de conspiradores minuciosamente preparadas, que en un momento de exaltación se hacen con el poder sobre la masa del proletariado. No, aquí se trata de órganos creados metódicamente por esta misma masa para la coordinación de su lucha revolucionaria. Y estos soviets, elegidos por las masas y responsables ante ellas, estas organizaciones incondicionalmente democráticas, practican una política de clase enormemente decisiva en el sentido del socialismo revolucionario” [36].
Ya evocamos en la Revista internacional no 123 la actitud de Lenin con respecto a los soviets en 1905, citando una carta inédita en la que refutaba la oposición de ciertos bolcheviques a los soviets, en la que defendía “a la vez al soviet de diputados obreros tanto como al Partido” [37], mientras rechazaba el argumento de que el soviet debía alinearse con un partido. Tras la revolución, Lenin siempre defendió el papel de los soviets en la organización y la unificación de la clase.
Antes del congreso unificador de 1906 [38], escribió un proyecto de resolución sobre los soviets de diputados obreros a los que reconocía como una característica de la lucha revolucionaria más que como algo específico de 1905:
“Los soviets de diputados obreros surgen espontáneamente durante las huelgas políticas de masas (...) esos soviets son un embrión de la autoridad revolucionaria ” [39].
La resolución sigue sobre la actitud de los bolcheviques con respecto a los soviets y concluye que los revolucionarios deben tener un papel activo en ellos e incitar a la clase obrera y a los campesinos, soldados y marineros a participar en ellos, insistiendo sin embargo en el que la extensión de las actividades y de la influencia del soviet se hundiría si no la apoyaba un ejército…
“… y que, en consecuencia, una de las tareas principales de esas instituciones en cada situación revolucionaria ha de ser el armamento del pueblo y reforzar las instituciones militares del proletariado” [40].
En otros textos, Lenin defiende el papel de los soviets como órganos de la lucha revolucionaria general, mientras subraya que no bastan para organizar la insurrección armada. En 1917, Lenin ve que los acontecimientos han ido mucho más allá de la revolución burguesa, van hacia la revolución proletaria, y que los soviets ocupan el lugar central de ese movimiento:
“No una república parlamentaria –volver a ella desde los Soviets de diputados obreros sería dar un paso atrás– sino una república de los Soviets de diputados obreros, braceros y campesinos en todo el país, de abajo arriba” [41].
Analiza entonces el carácter de doble poder existente en Rusia en aquel entonces con términos muy similares, por cierto, a los de Trotski:
“Ese doble poder se hace evidente en la existencia de dos gobiernos: uno, el principal, el real, el gobierno de hecho de la burguesía, el «gobierno provisional» de Lvov y compañía, que tiene en sus manos todos los órganos de poder; el otro es un gobierno suplementario y paralelo, un gobierno «de control» con la forma del soviet de diputados de obreros y soldados de Petrogrado, que no posee ningún órgano de poder de Estado, pero que se basa directamente en el apoyo de una clara e indiscutible mayoría del pueblo, en los obreros en armas y los soldados” [42].
Las cuestiones planteadas por la revolución de 1905 marcaron toda la práctica revolucionaria y las discusiones que la siguieron. En ese sentido, podemos concluir que 1905 no fue una mera repetición general de 1917, como se dice a menudo, sino el primer acto de un drama cuyo desenlace sigue todavía hoy abierto. Las cuestiones de práctica y de teoría discutidas a principios del siglo xx, que hemos evocado a lo largo de esta serie, no han cesado de profundizarse desde entonces. Lo que sí es constante en esa labor es que ha sido y sigue siendo la izquierda del movimiento obrero la encargada de realizarla. Durante la oleada revolucionaria, muchos otros se unieron a Lenin, Luxemburg y Pannekoek. Tras la derrota, sus filas fueron dramáticamente diezmadas a medida que triunfaba la contrarrevolución en general y más particularmente el estalinismo. El estalinismo fue la negación de todo lo que 1905 contenía de vital y de proletario: en nombre del Estado “obrero” se disolvieron los soviets en beneficio de una burocracia centralizada y fue pervertida la noción de revolución proletaria para ser trasformada en arma ideológica de la política exterior del Estado estalinista.
Pero hubo minorías que resistieron a la contrarrevolución en el mundo entero. Las más determinadas y rigurosas fueron aquellas organizaciones a las que definimos como pertenecientes a la Izquierda comunista, a la que la CCI ha dedicado numerosos estudios [43]. Las cuestiones del fin, del método y de las formas de la revolución fueron el meollo del trabajo de esas minorías y gracias a sus esfuerzos y a su dedicación muchas de las lecciones de 1905 han sido profundizadas y clarificadas.
Sobre el tema central de la revolución proletaria, el mayor paso hacia adelante fue el de reconocer que las condiciones materiales para la revolución comunista mundial estaban ya presentes desde principios del siglo xx. Eso es lo que defendió el Primer congreso de la Tercera internacional y que más tarde desarrolló la Izquierda comunista italiana, con la elaboración de la teoría de la decadencia del capitalismo. Quedó desde entonces claro que se había acabado la era de las revoluciones burguesas. De hecho, la discusión sobre el papel del proletariado en Rusia no era la expresión del retraso de la revolución burguesa en ese país, sino un indicador de la entrada del mundo en un nuevo período cuya perspectiva era y sigue siendo la revolución comunista mundial. Esa clarificación es el único marco de análisis capaz de hacer comprender las demás cuestiones.
Reconocer el papel irreemplazable de la huelga de masas, es reafirmar la posición marxista fundamental según la cual es el proletariado quien hace la revolución comunista en su lucha de clases contra la burguesía. La vía parlamentaria jamás ha sido un medio para cambiar la sociedad, como tampoco el comunismo puede ser el resultado de una acumulación de reformas arrancadas mediante luchas parciales. La acción de masas enfrenta a una clase contra la otra, y es además el medio por el cual el proletariado desarrolla su conciencia y su experiencia práctica. Como lo constataron Luxemburg y Pannekoek, fue la acción de masas lo que aceleró la educación de los obreros y su entrenamiento para la lucha. Es un movimiento heterogéneo que surge de la clase obrera y en el que desempeñan un papel dinámico las minorías revolucionarias. Su realidad confirma la posición marxista fundamental sobre la interacción mutua entre conciencia y acción.
La discusión sobre al papel de los soviets o consejos obreros permitió una clarificación de las relaciones entre la organización revolucionaria y los consejos, y sobre toda la cuestión del periodo de transición del capitalismo al comunismo.
North, 2/2/06
[1]) Volumen I, capítulo X, “El nuevo poder “.
[2]) Revista internacional no 123.
[3]) “El concepto de jefe genial”, reproducido en Revista internacional no 33.
[4]) Véase Teoría y práctica, de Rosa Luxemburg.
[5]) Trotski, Resultados y perspectivas, 1906.
[6]) Ídem.
[7]) Ídem.
[8]) Ídem.
[9]) Vperoyd fue creada después de que los mencheviques tomaran el control de Iskra tras el Segundo congreso del Partido obrero socialdemócrata de Rusia en 1903.
[10]) Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia.
[11]) En abril de 1905, los bolcheviques llamaron al Tercer Congreso del POSDR. Los mencheviques se negaron a participar y organizaron su propia Conferencia.
[12]) Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia.
[13]) Lenin, Informe sobre el Congreso de unificación del POSDR, abril 1906.
[14]) Lenin, La victoria electoral socialdemócrata en Tiflis.
[15]) “El grado de desarrollo económico de Rusia (condición objetiva) y el grado de conciencia y de organización de las grandes masas del proletariado (condición subjetiva, indisolublemente ligada a la objetiva) hacen imposible la liberación completa inmediata de la clase obrera. Sólo la gente más ignorante puede desconocer el carácter burgués de la revolución democrática que se está desarrollando…”, Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia.
[16]) Lenin, Tesis de Abril.
[17]) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partidos y sindicatos.
[18]) Ídem.
[19]) Ídem.
[20]) Ídem.
[21]) Rosa Luxemburg escribió este libro en Finlandia tras su salida de la cárcel en Polonia, en donde había participado en el movimiento revolucionario. Es importante decir que pasó entonces mucho tiempo en compañía de la vanguardia bolchevique, Lenin incluido.
[22]) Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos.
[23]) Ídem.
[24]) Ídem.
[25]) Ídem.
[26]) Ídem.
[27]) Ídem.
[28]) Ídem.
[29]) Ídem.
[30]) Para más información, ver nuestro libro la Izquierda comunista germano-holandesa (en francés e inglés).
[31]) “Prussia in Revolt”, International Socialist Review, Vol X, No.11, May 1910.
[32]) “Teoría marxista y táctica revolucionaria”, Die Neue Zeit, XXXI, nº 1, 1912.
[33]) Ídem.
[34]) Ídem.
[35]) Extracto de una contribución a “la Historia del soviet”, citado por I. Deutscher en el Profeta armado, “La revolución permanente”.
[36]) Trotski, Resultados y perspectivas, escrito en la cárcel, 1906.
[37]) Lenin, Nuestras tareas y el Sóviet de diputados obreros.
[38]) El Congreso de unificación del POSDR que reunió a bolcheviques y mencheviques en abril de 1906 fue una de las consecuencias de la dinámica de la revolución.
[39]) Lenin, “Una plataforma táctica para la unidad del Congreso”.
[40]) Ídem. No hubo discusiones sobre los soviets en aquel congreso que fue dominado por los mencheviques.
[41]) Lenin, Tesis de Abril, “Las tareas del proletariado en la revolución presente”.
[42]) Ídem.
[43]) Véanse los libros la Izquierda comunista de Italia 1926-45, la Izquierda comunista germano-holandesa, The Russian Communist Left y The British Communist Left.
En el número anterior de esta Revista internacional publicamos un resumen del primer volumen de nuestra serie de artículos sobre el comunismo, cuyo objetivo era el examen del desarrollo del programa comunista durante el período ascendente del capitalismo y de los trabajos de Marx y Engels en particular. El segundo volumen de la serie estaba centrado en las precisiones aportadas a ese programa por las experiencias prácticas y las reflexiones teóricas del movimiento proletario durante la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista en 1917 y durante los años siguientes. Presentamos el resumen de ese segundo volumen en dos partes: la primera, la de este número, trata de la fase heroica de la oleada revolucionaria, en el momento en que la perspectiva de una revolución mundial era perfectamente posible y real y en la que el programa comunista aparecía como algo muy concreto. La segunda parte se centrará en la fase de reflujo de la oleada revolucionaria y sobre los esfuerzos realizados por las minorías revolucionarias para comprender el avance inexorable de la contrarrevolución.
En el número anterior de esta Revista internacional publicamos un resumen del primer volumen de nuestra serie de artículos [1] sobre el comunismo, cuyo objetivo era el examen del desarrollo del programa comunista durante el período ascendente del capitalismo y de los trabajos de Marx y Engels en particular. El segundo volumen de la serie estaba centrado en las precisiones aportadas a ese programa por las experiencias prácticas y las reflexiones teóricas del movimiento proletario durante la oleada revolucionaria que sacudió el mundo capitalista en 1917 y durante los años siguientes. Presentamos el resumen de ese segundo volumen en dos partes: la primera, la de este número, trata de la fase heroica de la oleada revolucionaria, en el momento en que la perspectiva de una revolución mundial era perfectamente posible y real y en la que el programa comunista aparecía como algo muy concreto. La segunda parte se centrará en la fase de reflujo de la oleada revolucionaria y sobre los esfuerzos realizados por las minorías revolucionarias para comprender el avance inexorable de la contrarrevolución.
El objetivo del segundo volumen de la serie de artículos sobre el comunismo es mostrar cómo el programa comunista se fue desarrollando a través de la experiencia directa de la revolución proletaria. El contexto es la nueva época de guerra y de revolución que quedó inaugurada definitivamente con la Primera Guerra imperialista mundial y, en particular, con el desarrollo y la posterior extinción de la primera oleada revolucionaria de la clase obrera internacional, entre 1917 y finales de 1920. Por eso hemos modificado el título de la serie que abre este segundo volumen, para dejar claro que el comunismo ha dejado de ser una perspectiva que ha de esperar a que el capitalismo haya concluido su misión progresista, y que las nuevas condiciones de la decadencia del capitalismo, periodo en el que éste no solo se ha convertido en un obstáculo para el progreso sino que se muestra como una verdadera amenaza para la supervivencia de la propia sociedad, han puesto al comunismo “al orden del día de la historia”. Iniciamos sin embargo el volumen en 1905, un momento de transición en el curso del cual se perfilan ya las nuevas condiciones antes de ser definitivas, un periodo de ambigüedad que se refleja frecuentemente en lo impreciso de las propuestas y perspectivas trazadas por los mismos revolucionarios. La repentina explosión de la huelga de masas y las sucesivas sublevaciones que tuvieron lugar en Rusia en 1905 vinieron a clarificar una discusión que había comenzado ya en las filas del movimiento marxista y que concierne a una cuestión totalmente adaptada a las necesidades de esta serie: ¿cómo tomará el proletariado el poder cuando suene el momento de la revolución proletaria? Ese es el verdadero contenido del debate sobre la huelga de masas que animó particularmente el Partido socialdemócrata alemán
Este debate implicaba sustancialmente a tres protagonistas: Por una parte a la izquierda revolucionaria, agrupada en torno a figuras del calado como Rosa Luxemburg y Anton Pannekoek, que combatía tanto a las posiciones abiertamente revisionistas de Eduard Bernstein y de aquellos que querían explícitamente abandonar toda referencia a la destrucción revolucionaria del capitalismo, como a la burocracia sindical, la cual no deseaba reconocer otra lucha obrera que la que no fuese rígidamente controlada por los sindicatos y que quería que cualquier movimiento de huelga general quedase estrechamente limitado a sus reivindicaciones y a los límites temporales por ellos impuestos. Por otra parte al centro “ortodoxo” del Partido, el cual, aunque oficialmente apoyaba la idea de la huelga de masas, la consideraba, al mismo tiempo, como una táctica limitada, subordinada a una estrategia fundamentalmente parlamentaria. La izquierda, al contrario, consideraba la huelga de masas como el indicador de que el capitalismo había llegado al punto máximo de su curso ascendente y por tanto como una señal precursora de la revolución. Pese a que todas las fuerzas conservadoras en el seno del Partido lo habían rechazado generalmente como “anarquista”, el análisis que desarrollaron Luxemburg y Pannekoek no era un nuevo envoltorio de la vieja abstracción anarquista de la huelga general, sino que se esforzaba en resaltar las verdaderas características del movimiento de masas en el nuevo periodo. A saber:
– su tendencia a estallar espontáneamente, a surgir “desde abajo”, incluso a partir de cuestiones parciales y transitorias. Esta espontaneidad no estaba en contradicción con la organización. Al contrario, en el nuevo periodo la organización de la lucha es realizada por la lucha misma, que la impulsa a un nivel superior al que la hizo surgir.
– su tendencia a extenderse a capas cada vez más amplias de la clase, esencialmente sobre una base geográfica. Una tendencia fundamentada en la búsqueda de la solidaridad de clase.
– la interacción de las dimensiones económica y política hasta alcanzar la etapa de la insurrección armada.
– la importancia del partido en ese proceso no quedaba reducida sino acentuada. No fue su tarea la organización técnica de la lucha sino que su papel fundamental de dirección política apareció, precisamente entonces y a causa de ella, en primer plano.
Si Luxemburg desarrolló esas características generales de la huelga de masas, la comprensión de las nuevas formas de organización de la lucha –los soviets– fue en gran parte elaborada por los revolucionarios en Rusia. Lev Trotski y Vladimir Ilich –Lenin– entendieron rápidamente el significado real de los soviets como instrumentos de organización de la huelga de masas, como forma flexible que permite a las masas debatir, decidir y desarrollar su conciencia de clase, como órganos de la insurrección y del poder político proletarios. Contra los “súper-leninistas” del Partido, cuya primera reacción fue llamar a los soviets a disolverse en el Partido, Lenin afirma que el partido, en tanto que organización de la vanguardia revolucionaria, y el soviet, en tanto que organización de la unificación de la clase en su conjunto, no son rivales si no perfectamente complementarios. Lenin revela así que la concepción bolchevique del partido expresa una verdadera ruptura con la vieja noción socialdemócrata del partido de masas y es un producto orgánico de la nueva época de luchas revolucionarias.
Los acontecimientos de 1905 dieron lugar a un vivo debate en torno a la perspectiva de la revolución en Rusia. Este debate implicó también a tres protagonistas:
– los Mencheviques que defienden que Rusia debe pasar por la fase de la revolución burguesa y que la principal tarea del movimiento obrero es la de apoyar a la burguesía liberal en su lucha contra la autocracia zarista. El contenido contrarrevolucionario de esta teoría se desveló plenamente en 1917.
– Lenin y los bolcheviques, sabiendo que la burguesía liberal rusa era demasiado débil para luchar contra el zarismo, dicen que las tareas de la revolución burguesa debían ser asumidas por la “dictadura democrática” puesta en marcha por un levantamiento popular en el que la clase obrera tendría el papel dirigente.
– Trotski, basándose en la noción que había desarrollado Marx en 1848 –“la revolución permanente”– razona primero y por encima de todo desde un punto de vista internacional y defiende que la revolución rusa impulsará necesariamente a la clase obrera al poder y que el movimiento podrá rápidamente evolucionar hacia una fase socialista si se liga a la revolución en Europa occidental. Esta manera de ver las cosas constituía un vínculo importante entre lo escrito por Marx, a finales de su vida, sobre Rusia, y la experiencia concreta de la revolución de 1917 en ese país. En gran medida esta posición fue retomada por Lenin quien, en 1917, abandona la noción de “dictadura democrática” y se opone de nuevo a los Bolcheviques “ortodoxos”.
Durante este tiempo, en el Partido socialdemócrata alemán la derrota de la insurrección de 1905 había reforzado los argumentos de Kautsky y de los que defendían que la huelga de masas debía únicamente ser contemplada como una táctica defensiva y que la mejor estrategia para la clase obrera era la “guerra de desgaste”, gradual, esencialmente legalista, en la que el parlamento y las elecciones constituían los instrumentos fundamentales para que el proletariado accediera al poder. La respuesta de la izquierda está incorporada en el trabajo de Pannekoek. Éste demuestra que el proletariado ha desarrollado nuevos órganos de lucha que corresponden a una nueva época de la vida del capital. Contra la idea de “guerra de desgaste” Pannekoek reafirma la posición marxista según la cual la revolución no tiene como objetivo tomar el Estado sino destruirlo y reemplazarlo por nuevos órganos de poder político.
Según la filosofía empirista burguesa el marxismo no es más que una seudo-ciencia cuyas hipótesis no se pueden probar. De hecho, en la decisión del marxismo de utilizar el método científico no entra la idea de someter sus hipótesis a las verificaciones realizadas entre los muros de cualquier laboratorio sino únicamente a las del gran laboratorio de la historia social. Los sucesos terribles de 1914 fueron una demostración patente de la perspectiva que ya había sido advertida en el Manifiesto comunista de 1848 –donde se anuncia la perspectiva general, socialismo o barbarie– y de la predicción asombrosamente precisa de Federico Engels, publicada en 1887, de una guerra devastadora en Europa. Igualmente, las convulsiones revolucionarias de 1917-19 confirmaron el segundo término de la alternativa: la capacidad de la clase obrera para ofrecer una alternativa a la barbarie del capitalismo en decadencia.
Esos movimientos plantearon el problema de la dictadura del proletariado de forma eminentemente práctica. Sin embargo, para el movimiento obrero no hay una separación rígida entre teoría y práctica. El Estado y la Revolución de Lenin, redactado durante el periodo dramático de febrero a octubre de 1917 en Rusia, obedece a la necesidad para el proletariado de elaborar una clara comprensión teórica de su movimiento práctico. Lo cual era tanto más necesario cuanto que el predominio del oportunismo en los partidos de la Segunda Internacional había hecho añicos el concepto de dictadura del proletariado teorizando una especie de vía gradual, parlamentaria para el proletariado en su camino hacia el poder. Contra estas distorsiones reformistas, aunque también contra las falsas respuestas dadas por el anarquismo, Lenin emprendió la recuperación de las enseñanzas fundamentales del marxismo sobre el problema del Estado y del periodo de transición al comunismo.
La primera tarea de Lenin fue pues la de demoler la noción de Estado como un instrumento neutro que puede ser utilizado, bien o mal, según la voluntad de los que lo dirigen. Era una necesidad elemental reafirmar la concepción marxista según la cual el Estado no puede ser más que un instrumento de opresión de una clase por otra realidad ocultada no solamente por los argumentos bien afirmados de Kautsky y otros apologistas sino, dentro de la misma Rusia, por los Mencheviques y sus aliados, quienes hablaban con grandes frases de la “democracia revolucionaria”, que sirvió de taparrabos al Gobierno provisional capitalista colocado en el poder tras la sublevación de febrero.
Órgano adaptado a la dominación de clase de la burguesía, el aparato de Estado burgués existente no puede ser “transformado” en interés del proletariado. Lenin rememora el desarrollo de la idea marxista del Estado desde el Manifiesto comunista hasta ese momento y muestra cómo las experiencias sucesivas de la lucha del proletariado –las revoluciones de 1848 y sobre todo la Comuna de París de 1871– dejaron claro lo necesario que es para la clase obrera la destrucción del Estado existente y su sustitución por un nuevo tipo de poder político. Este nuevo poder debe basarse en una serie de medidas esenciales que permitan a la clase obrera mantener su autoridad política sobre todas las instituciones del periodo de transición: la disolución del ejército profesional, el armamento general de los obreros, la elección y revocabilidad de todos los funcionarios públicos –quienes recibirán una remuneración equivalente al salario medio de los obreros–, la fusión de todas las funciones ejecutivas y legislativas en un único cuerpo.
Esos fueron los principios del nuevo poder obrero que Lenin defendió contra el régimen burgués del Gobierno provisional. La necesidad de pasar a la acción en septiembre-octubre de 1917 impidió a Lenin desarrollar por qué soviets eran una forma de dictadura del proletariado superior a la Comuna de París. Pero el Estado y la Revolución tiene el inmenso mérito de enterrar ciertas ambigüedades contenidas en los escritos de Marx y Engels en las que estos se preguntaban si la clase obrera podría llegar al poder de manera pacífica en los países más democráticos, como Gran Bretaña, Holanda o los Estados Unidos. Lenin estableció claramente que en las condiciones de la nueva época imperialista, en la que, en todas partes, el Estado militarizado había puesto todo bajo el manto de su arbitrario poder, no podía haber ninguna excepción. Tanto en los países “democráticos” como en los países más autoritarios, el programa proletario es el mismo: la destrucción del aparato de Estado existente y la formación de un “Estado-comuna”.
Contra el anarquismo, el Estado y la Revolución señala que el Estado, como tal, no puede ser abolido en una noche. Después de derrocar el Estado burgués, las clases continúan existiendo y con ellas la realidad de la penuria material. Estas condiciones objetivas hacen necesario el semi-Estado del periodo de transición. No obstante, Lenin aclara que el objetivo del proletariado no es reforzar continuamente el Estado sino asegurar la disminución gradual de su papel en la vida social, hasta su completa desaparición. Eso requiere la participación constante de las mases obreras en la vida política y su control vigilante sobre todas las funciones estatales. Al mismo tiempo, eso requiere una transformación económica en una dirección comunista. Respecto a esto Lenin asume las indicaciones contenidas en la Crítica de Marx al Programa de Gotha que defiende un sistema de bonos de trabajo, como alternativa temporal a la forma salarial.
Lenin escribió el Estado y la Revolución en vísperas de una experiencia revolucionaria gigantesca. Era pues imposible para él hacer algo más que plantear los parámetros generales de los problemas del periodo de transición. Este libro contiene inevitables lagunas e insuficiencias que serán extraordinariamente clarificadas durante el transcurso de los años de victorias y de derrotas que siguieron. Veamos:
– su descripción de las medidas económicas que llevan al comunismo contiene serias confusiones sobre la posibilidad de que el proletariado pueda adueñarse pura y simplemente del aparato económico del capital, una vez que éste haya tomado una forma estatalizada –“capitalismo de Estado”–. Esta falta de comprensión de los peligros que representa el capitalismo de Estado se amplifica con la falsa idea según la cual el “socialismo” sería un modo de producción intermedio entre el capitalismo y el comunismo. Al mismo tiempo falta una insistencia sobre el hecho de que la transición al comunismo no puede emprenderse verdaderamente más que a escala internacional.
– el libro habla muy poco de las relaciones entre el Partido y el nuevo aparato de Estado y deja la puerta abierta a confusiones de tipo parlamentario sobre el partido que toma el poder y se identifica con el Estado.
– hay una tendencia a subestimar las competencias del aparato de Estado y reducirlas a “los obreros en armas”, en lugar de asumir plenamente la visión del Estado desarrollada por Engels según la cual el Estado emana de la sociedad de clases y –aunque continúa siendo un órgano de represión por excelencia– tiene la tarea de mantener la cohesión de la sociedad, tarea que resalta su naturaleza conservadora; lo que vale también para el semi-Estado del periodo de transición. Es más, la experiencia rusa permitía ir más lejos en la argumentación de Engels y poner de relieve el peligro, que comportaba el nuevo Estado, de acabar convertido en la clave de la burocratización y, finalmente, de la contrarrevolución burguesa.
A pesar de todo el Estado y la Revolución muestra mucha perspicacia sobre los aspectos negativos del Estado. Reconociendo que el Estado debe gestionar una situación de penuria material y por tanto mantener el derecho burgués en la distribución de la riqueza social, Lenin se refiere también al nuevo Estado como a “un Estado burgués sin burguesía”, fórmula provocadora que, aunque falta de precisión, expresa acertadamente la percepción de peligros potenciales propios del Estado de transición.
El estallido de la revolución en Alemania en 1918 confirma la perspectiva que había guiado a los Bolcheviques hacia la insurrección de octubre: la de la revolución mundial. Dadas las tradiciones históricas de la clase obrera alemana y el lugar de Alemania en el corazón del capitalismo mundial, la revolución alemana era la piedra de toque del conjunto del proceso revolucionario mundial. Contribuyó en poner fin a la guerra y fue la esperanza para el poder proletario asediado en Rusia. De igual manera, su derrota definitiva en los años que siguieron decidió la suerte de la revolución en Rusia que sucumbió a una terrible contrarrevolución interna y, cuando la victoria de la revolución habría podido abrir la puerta a una etapa nueva y superior de la sociedad humana, su fracaso desembocó en un siglo de una tal barbarie que la humanidad jamás había conocido nada igual hasta entonces.
En diciembre de 1918 –un mes después de la sublevación de noviembre y un mes antes de la derrota trágica de la sublevación de Berlín, en el curso de la cual fueron segadas las vidas de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht– el Partido comunista de Alemania (KPD) tenía su Congreso fundacional. El Programa del nuevo partido (conocido por el título con el que se publicó por primera vez en Die Rote Fahne: “¿Qué quiere la Liga espartaquista?”) fue presentado por la propia Rosa Luxemburg situándolo en su contexto histórico. Aunque estaba inspirado en el Manifiesto comunista de 1848 el nuevo programa debía asentarse sobre bases muy diferentes. Así se hizo ya con el programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana, introduciendo la distinción entre programa mínimo y programa máximo, adaptándose al periodo en el que la revolución proletaria no estaba inmediatamente a la orden del día. La guerra mundial metió a la humanidad en una nueva época de su historia –la época del declive del capitalismo, la época de la revolución proletaria- y el nuevo programa debía contener la lucha directa por la dictadura del proletariado y la construcción del socialismo. Esto requirió una ruptura no únicamente con el programa formal de la socialdemocracia sino además con las ilusiones reformistas que habían infectado profundamente al Partido entre finales del siglo xix y el primer decenio del xx –ilusiones en una conquista gradual, parlamentaria, del poder que había afectado incluso a revolucionarios tan lúcidos como el propio Engels.
Defender que la revolución está a la orden del día de la historia no implica que el proletariado sea capaz de llevarla a cabo inmediatamente. De hecho los acontecimientos de la revolución de noviembre habían mostrado en particular que la clase obrera alemana tenía aun mucho camino que recorrer para librarse del peso muerto del pasado, peso del que la influencia desmesurada de los traidores socialdemócratas en el seno de los consejos obreros era la expresión. Luxemburg insistía en el hecho de que la clase obrera tenía necesidad de educarse a sí misma a través de un proceso de luchas económicas y políticas, defensivas y ofensivas que le aportarían la confianza y la conciencia que necesitaba para hacerse totalmente cargo de la sociedad. Una de las grandes tragedias de la revolución alemana fue que la burguesía lograse provocar al proletariado tras una insurrección prematura que paralizó el desarrollo de ese proceso, privándolo además de sus líderes políticos más clarividentes.
El documento del KPD comienza afirmando sus objetivos y fines generales. Afirma con fuerza la necesidad de suprimir violentamente el poder burgués, rechazando la idea de que la violencia proletaria sea una nueva forma de terror. El socialismo, señala, significa tal salto cualitativo en la evolución de la sociedad humana que es imposible implantarlo por una serie de decretos venidos desde arriba. No puede ser sino el producto de la acción creativa y productiva de millones de proletarios.
Este documento es también un verdadero programa, en el sentido de que instaura una serie de medidas prácticas dirigidas a establecer la dominación de la clase obrera y a dar los primeros pasos hacia la socialización de la producción. Veamos:
– desarme de la policía y de los oficiales del ejército, embargo por los consejos obreros de todas las armas y municiones y formación de una milicia obrera.
– disolución de la estructura de mando del ejército y generalización de los consejos de soldados.
– establecimiento de un congreso central de consejos de obreros y de soldados de todo el país y disolución simultánea de las antiguas asambleas municipales y parlamentarias.
– reducción, a seis horas, de la jornada de trabajo.
– confiscación de todos los medios necesarios para nutrir, vestir y alojar a la población.
– expropiación de tierras, bancos, minas y grandes empresas industriales y comerciales.
– establecimiento de consejos de empresas para asumir las tareas esenciales de administración de fábricas y de otros lugares de trabajo.
La mayoría de las medidas preconizadas por el programa del KPD son todavía hoy válidas aunque, al haber sido un documento producido al inicio de una inmensa experiencia revolucionaria, no era bastante claro en todos sus puntos. Habla de nacionalización de la economía como de una etapa hacia el socialismo y no se podía suponer entonces hasta qué punto el capital podía adaptarse fácilmente a esa fórmula. Aunque rechazaba cualquier forma de golpe de Estado mantenía la idea de que el partido debe presentarse como candidato al poder político. Es muy incompleto respecto a las tareas internacionales de la revolución. Son debilidades que podían haber sido superadas si la revolución alemana no hubiese sido asesinada antes de nacer.
La plataforma de la Internacional comunista (IC) fue establecida en su Primer congreso en marzo de 1919, apenas unos meses después del trágico desenlace de la insurrección de Berlín. Pero la oleada revolucionaria internacional estaba aun en su punto álgido: en el mismo momento en que la IC celebraba su Congreso llegaba la noticia de la proclamación de una República de los soviets en Hungría. La claridad de las posiciones políticas adoptadas por el Primer congreso refleja ese movimiento ascendente de la clase, de la misma manera que su evolución oportunista ulterior reflejará la fase descendente del movimiento.
Bujarin abrió la discusión del Congreso sobre el proyecto de plataforma y sus observaciones fueron fortalecidas por los considerables avances teóricos que hicieron los revolucionarios durante ese periodo. Bujarin insistía sobre el hecho de que el punto de partida de la plataforma era el reconocimiento de la bancarrota del sistema capitalista a escala global. Desde su inicio la IC entendió que la “mundialización” del capital era ya una realidad consumada y por tanto un factor fundamental de su declive y de su derrumbe. El discurso de Bujarin pone también de relieve una característica del Primer congreso: su apertura a los nuevos desarrollos aportados por la entrada en una nueva época inaugurada por la guerra. Reconoce pues que por lo menos en Alemania los sindicatos existentes habían dejado de desempeñar cualquier papel positivo y que por lo tanto debían ser sustituidos por nuevos órganos de la clase producidos por el movimiento de masas, en particular los comités de fábricas. Esto contrasta, de hecho, con los congresos posteriores, en los que la participación en los sindicatos oficiales acabó siendo obligatoria para todos los partidos de la Internacional. Lo que es sin embargo coherente con la visión que hay en la plataforma acerca del capitalismo de Estado según la cual, algo que por otra parte desarrolla Bujarin, la integración de los sindicatos en el sistema capitalista es precisamente una función del capitalismo de Estado.
La propia plataforma hace un breve estudio del nuevo periodo y de las tareas del proletariado. No persigue ofrecer un programa detallado de medidas para la revolución proletaria. Repetida y claramente afirma que con la guerra mundial “una nueva época ha nacido. La época de la decadencia del capitalismo de su desintegración interna, la época de la revolución comunista proletaria”. Insistiendo sobre el hecho de que la toma del poder por el proletariado es la única alternativa a la barbarie capitalista, apela a la destrucción revolucionaria de todas las instituciones del Estado burgués (parlamento, policía, tribunales, etc.) y a su reemplazo por los órganos del poder proletario fundamentados en los consejos obreros armados. También denuncia la vacuidad de la democracia burguesa y proclama que el sistema de consejos es el único que permite a las masas ejercer una verdadera autoridad. Traza las grandes líneas para la expropiación de la burguesía y la socialización de la producción. Estas incluyen la socialización inmediata de los principales centros industriales y agrícolas capitalistas, la integración gradual de los pequeños productores independientes al sector socializado, medidas radicales encaminadas a sustituir el mercado por la distribución equitativa de los productos,...
Refiriéndose a la lucha por la victoria, la plataforma insiste en la necesidad de una ruptura política completa con el ala derecha de la socialdemocracia –“despreciables lacayos del capital y verdugos de la revolución comunista”– y con el centro kautskysta. Esta posición –diametralmente opuesta a la política de Frente único que la IC adoptó apenas dos años más tarde– no tenía nada de sectaria, puesto que se correspondía con el llamamiento a la unidad de todas las auténticas fuerzas proletarias, incluidos los componentes del movimiento anarcosindicalista. Contra el frente unido de la contrarrevolución capitalista, que se había llevado ya las vidas de R. Luxemburg y K. Liebknecht, la plataforma llamaba al desarrollo de luchas masivas en todos los países, llevadas hasta la confrontación directa con el Estado burgués.
La existencia de varios programas, de diferentes partidos nacionales, adosados a la plataforma de la IC testifica la persistencia de cierto federalismo, incluso en esta nueva internacional que se esfuerza por superar la autonomía nacional que contribuyó al fracaso de la vieja.
El programa del Partido ruso, establecido en su IX Congreso –1919–, tiene un interés particular: mientras que el programa del KPD era el producto de un partido confrontado a la tarea de dirigir a la clase obrera hacia un revolución inminente, el nuevo programa del Partido bolchevique era una toma de posición sobre los objetivos y los métodos del primer poder soviético, de la dictadura real del proletariado. Iba acompañado, a un nivel más concreto, de una serie de decretos que expresaban la política de la República soviética sobre toda clase de cuestiones concretas incluso si, como admitía Trotski, muchos de estos decretos tenían más de naturaleza propagandística que de carácter político inmediatamente realizable.
Como la plataforma de la IC, el programa se inicia certificando el comienzo de un nuevo periodo de decadencia del capitalismo y la necesidad de la revolución proletaria mundial y continúa insistiendo en la necesidad de una ruptura completa con los partidos socialdemócratas oficiales.
Seguidamente, el programa se estructura de acuerdo a los siguientes elementos:
• Política general: la superioridad del sistema de soviets sobre el democrático burgués está demostrada por su capacidad para llevar a la inmensa mayoría de los explotados y los oprimidos a dirigir el Estado. El programa resalta que los soviets obreros, organizándose en los lugares de trabajo, con preferencia a los lugares de residencia, muestran ser una expresión directa del proletariado como clase; que la necesidad para el proletariado de dirigir el proceso revolucionario se refleja en la superrepresentación de los soviets de las ciudades en relación con los del campo. No aparece en él ninguna teorización en torno a la idea de que el partido ejercería el poder a través de los soviets. De hecho, la preocupación dominante en el programa, redactado durante los rigores de la guerra civil, es encontrar los medios de contrarrestar las presiones crecientes de la burocracia en el seno del nuevo aparato de Estado, atribuyendo tareas de gestión estatal a cada vez mayor número de obreros. En las terribles condiciones con las que estaba enfrentado el proletariado ruso, estas medidas resultaban inadecuadas y conseguían transformar a obreros combativos en burócratas de Estado en lugar de imponer la voluntad de la clase obrera combativa sobre la burocracia. Esta parte del programa revela una conciencia precoz de los peligros que provienen del aparato estatal.
• El problema de las nacionalidades: aunque el punto de partida es correcto –la necesidad de superar las divisiones nacionales en el seno del proletariado y de las masas oprimidas y de desarrollar una lucha común contra el capital– el programa presenta aquí uno de sus aspectos más débiles, adoptando la noción de autodeterminación nacional. En el mejor de los casos esta consigna no podía significar más que la autodeterminación para la burguesía y, en la época del imperialismo desenfrenado, no podía sino llevar a los nacionalistas a ver cómo su antiguo jefe imperialista era suplantado por otro. Rosa Luxemburg y otros explicaron los efectos desastrosos de esta política y de qué manera todas las naciones que habían recibido de los bolcheviques su “independencia” acabaron sirviendo de cabeza de puente a la intervención imperialista contra el poder soviético.
• Las cuestiones militares: el programa, tras haber reconocido la necesidad del Ejército rojo para defender el nuevo régimen soviético en una situación de guerra civil, propone una serie de medidas cuyo objetivo era asegurar que el nuevo ejército se mantuviera como un verdadero instrumento del proletariado: debía estar compuesto de proletarios y de semi-proletarios; sus métodos de entrenamiento debían corresponder a los principios socialistas; los comisarios políticos, elegidos entre los mejores comunistas, debían trabajar con el personal militar y asegurar que los antiguos expertos militares zaristas trabajasen plenamente en interés del régimen soviético; al mismo tiempo cada vez más oficiales debían proceder de las filas de los obreros conscientes. Pero la práctica de elegir a los oficiales, que había sido una reivindicación de los primeros soviets de soldados, no fue considerada como un principio y hubo un debate en el IXo Congreso, animado por el grupo Centralismo democrático, sobre la necesidad de mantener los principios de la Comuna incluso en el ejército y de oponerse a la tendencia en el ejército de volver a los viejos métodos y a la vieja organización jerárquica. Otra debilidad, puede que más importante, fue que la formación del Ejército rojo estuvo acompañada de la disolución de los Guardias rojos, privando así a los consejos obreros de su fuerza armada específica a favor de un órgano de tipo estatal y por lo tanto menos reactivo a las necesidades de la lucha de clases.
• La justicia proletaria: los tribunales burgueses fueron sustituidos por tribunales populares en los que los jueces eran elegidos en el seno de la clase obrera. La pena de muerte debía ser abolida y el sistema penal limpiado de toda actitud de revancha. Sin embargo en las condiciones de violencia de la guerra civil, la pena de muerte fue rápidamente restaurada y los tribunales revolucionarios, puestos en funcionamiento para tratar situaciones de urgencia, cometieron frecuentemente abusos; sin hablar de la Comisión especializada en la lucha contra la contrarrevolución –la Checa– que escapaba cada vez más al control de los soviets.
• La educación: a causa del gran retraso de Rusia, muchas de las reformas educativas acometidas por el estado soviético se limitaron a una recuperación de las prácticas educativas más avanzadas que estaban ya funcionado en las democracias burguesas (como la educación libre y mixta para todos los niños hasta los diecisiete años). Al mismo tiempo, el objetivo previsto a largo plazo era transformar la escuela a fin de que dejase de ser para siempre un órgano de adoctrinamiento burgués y se convirtiera en instrumento de la transformación comunista de la sociedad. Eso exigía la superación de los métodos coercitivos y jerárquicos, la eliminación de la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual y de, manera general, la educación de las nuevas generaciones en un mundo en el que el estudio y el trabajo fuesen un placer y no un infortunio.
• La religión: a la vez que se insistía en la necesidad de que el poder soviético llevase a cabo una propaganda inteligente y sensible encaminada a combatir los arcaicos prejuicios religiosos de las masas, hubo un total rechazo de cualquier intento de suprimir por la fuerza la religión, pues un método así el único efecto que tendría, necesariamente, sería el de reforzar la influencia de la religión, como lo demostró la experiencia del estalinismo.
• Los asuntos económicos: aun reconociendo que el comunismo no podía ser realizado más que a escala mundial, el programa contenía las líneas generales de una política económica del proletariado en aquellas áreas que estaban bajo su control: expropiación de la vieja clase dominante; centralización de las fuerzas productivas bajo el control de los soviets; utilización, basándose en los principios de solidaridad de clase, de toda la fuerza de trabajo disponible; integración gradual de los productores independientes en la producción colectiva… El programa reconocía también la necesidad para la clase obrera de ejercer la gestión colectiva del proceso productivo, pero no ve a los consejos ni a los comités de fábrica (que ni siquiera están mencionados en el programa) como los instrumentos de esa gestión sino a los sindicatos, órganos que por su naturaleza tienden a arrancar el control colectivo de la producción de las manos de los obreros y ponerlo en manos del Estado. Más decisivas aun fueron las condiciones de la guerra que empujaron a la dispersión, e incluso al desclasamiento, a las masas proletarias de las ciudades, haciendo cada vez más difícil para la clase obrera no sólo el control de las fábricas sino el del propio Estado.
En el ámbito de la agricultura el programa reconoce que la producción agrícola no podía ser colectivizada en una noche y que su integración en el sector socializado debía pasar por un proceso más o menos largo. El poder soviético debía, mientras tanto, animar la lucha de clases en el campo y aportar su apoyo a los campesinos pobres y a los semi-proletarios agrícolas.
• La distribución: El poder soviético se asignó la tarea grandiosa de reemplazar el comercio por una distribución de los bienes basada en la satisfacción de las necesidades, coordinándola a través de una red de comunas de consumidores. De hecho, si durante la guerra civil, el viejo sistema monetario, medio hundido, pudo ser reemplazado por un sistema de confiscaciones y de racionamiento, fue a consecuencia, directamente, de la penuria y de la necesidad y no porque se hubiesen establecido nuevas relaciones sociales comunistas, aunque lo ocurrido se haya teorizado como tal. Únicamente la abundancia permite el verdadero comunismo y tal estadio no puede lograrse dentro de un poder proletario aislado.
• Las finanzas: La visión optimista del Comunismo de guerra se reflejó también en otras áreas, en particular a través de la idea de que integrando simplemente los bancos existentes en un solo Banco estatal se daría un paso adelante hacia la desaparición de los bancos como tales bancos. El sistema monetario reapareció rápidamente en Rusia, únicamente había sido dejado de lado durante el periodo de Comunismo de guerra. La forma dinero y los medios de ahorro persistirán mientras no se superen las relaciones de cambio mediante la creación de una comunidad humana unificada.
• La vivienda y la sanidad pública: El poder proletario puso en marcha muchas iniciativas para encarar la falta de viviendas y la superpoblación, en concreto expropiando a la burguesía. Sin embargo sus amplias miras de construir un nuevo entorno urbano fueron bloqueadas por las ásperas condiciones de del periodo post-insurreccional. Lo mismo ocurrió con muchos otros decretos del poder soviético: la reducción de la jornada de trabajo, los subsidios para enfermos y desempleados, la mejora radical de la situación sanitaria… También en estas áreas el objetivo inmediato era alcanzar el nivel logrado ya por los países más desarrollados. En todas estas áreas, el nuevo poder no pudo generalmente aportar verdaderas mejoras debido a la enorme sangría de recursos que eran dedicados al esfuerzo de guerra.
Bujarin que redacta el programa del Partido ruso, escribe también un estudio teórico sobre los problemas del periodo de transición y aunque no faltan en él buen número de errores, este documento no solo es una seria contribución a la teoría marxista sino que además el examen de sus debilidades aclara también los problemas que intenta plantear.
Bujarin estuvo en la vanguardia del Partido bolchevique durante la guerra imperialista. Su libro el imperialismo y la economía mundial, estaba emparentado con las investigaciones de Rosa Luxemburg acerca de las condiciones económicas del nuevo periodo de declive del capitalismo –la Acumulación de capital. El libro de Bujarin fue uno de los primeros en mostrar que el cnuevo periodo había inaugurado una nueva etapa de la organización del capital –la etapa del capitalismo de Estado que él relacionaba en primer lugar a la lucha militar general entre Estados imperialistas. En su artículo “Hacia una teoría del Estado imperialista”, Bujarin adopta una posición muy avanzada sobre la cuestión nacional (desarrollando también ahí una visión similar a la de Rosa Luxemburg sobre la imposibilidad de la liberación nacional en la época imperialista) y sobre la cuestión del Estado, llegando más rápidamente que Lenin a la posición que éste defiende en el Estado y la Revolución, la necesidad de destruir el aparato de Estado burgués.
Estas concepciones son desarrolladas por Bujarin en su libro la Economía del periodo de transición, redactado en 1920. En él, Bujarin reitera la visión marxista del final inevitablemente violento y catastrófico de la clase capitalista y de la necesidad de la revolución proletaria como la única base para construir un modo de producción nuevo y superior. Al mismo tiempo va más lejos en el descubrimiento de las características de esta nueva fase de la decadencia capitalista. Prevé la tendencia creciente del capitalismo senil a dilapidar y destruir las fuerzas de producción acumuladas, encarnada sobre todo en la economía de guerra, pese al “crecimiento” cuantitativo que ésta haya podido ocasionar. Muestra igualmente cómo, en el capitalismo de Estado, los antiguos partidos y los sindicatos obreros son “nacionalizados” es decir, integrados en el aparato de Estado capitalista monstruosamente hipertrofiado.
En sus grandes líneas, la articulación entre la alternativa comunista y ese sistema mundial en declive está perfectamente clara: una revolución mundial fundamentada en la autoactividad de la clase obrera en sus órganos de lucha, los soviets; una revolución que tiene como objetivo unir a la humanidad en una comunidad mundial que sustituya las leyes ciegas de la producción de mercancías por la regulación consciente de la vida social. Pero los medios y los objetivos de la revolución proletaria deben concretarse y esa concreción no puede ser más que el resultado de la experiencia viva y de la reflexión sobre esa experiencia. Y en eso es en lo que el libro muestra sus flaquezas. Aunque Bujarin formó parte de la tendencia comunista de izquierda en el Partido bolchevique en 1918, fue sobre todo por lo de la cuestión de Brest-Litovsk. A diferencia de otros comunistas de izquierda, como Osinski, él no fue capaz de desarrollar una visión crítica frente a los primeros signos de burocratización del Estado soviético. Al contrario, su libro sirvió de alguna manera de apología del statu quo durante el proceso de guerra civil, puesto que constituyó, sobre todo, una justificación teórica de las medidas de comunismo de guerra como si fueran la expresión de un auténtico proceso de transformación comunista.
Así pues, para Bujarin la desaparición virtual del dinero y de los salarios durante la guerra civil –resultado directo del hundimiento de la economía capitalista– quería decir que la explotación estaba ya superada y que una forma de comunismo había sido alcanzada. Incluso, la horrible necesidad impuesta al bastión proletario en Rusia –una guerra de frentes dirigida por el Ejército rojo– se convierte en su libro no solamente en una “norma” del periodo de luchas revolucionarias sino también en modelo de extensión de la revolución que se presenta ahora como una batalla épica entre los Estados proletario y capitalistas. Sobre esta cuestión el Bujarin “de izquierda” está muy a la derecha de Lenin, quien no olvida jamás que la extensión de la revolución es ante todo una tarea política y no militar.
Una de las ironías del libro de Bujarin es que, a pesar de haber identificado el capitalismo de Estado en tanto que forma universal de la organización capitalista en la época de declive del sistema, el autor muestra una obstinada ceguera ente el peligro del capitalismo de Estado después de la revolución proletaria. Y se pueden concluir de su lectura cosas como que bajo “el Estado proletario”, en el sistema de “nacionalizaciones proletarias”, es imposible la explotación. Que incluso, puesto que el nuevo Estado es la expresión orgánica de los intereses históricos del proletariado, sería mucho más eficaz si se fusionan todos los órganos de clase de los obreros en el aparato de Estado, restaurando incluso las prácticas más jerárquicas en la gestión de la vida económica y social. No tiene conciencia ninguna del hecho de que el Estado de transición, en tanto que expresión de la necesidad de mantener cohesionada una formación social dispar y transitoria, puede desempeñar un papel conservador, llegando incluso a desgajarse de los intereses del proletariado.
En el periodo que siguió a 1921 la trayectoria de Bujarin en el partido pasó rápidamente de la izquierda a la derecha. Pero de hecho, había una continuidad en esa evolución: una tendencia a acomodarse con el statu quo. Como la economía del periodo de transición constituía ya un intento de presentar el régimen riguroso del Comunismo de guerra como el objetivo final de de los esfuerzos del proletariado, no tuvo que dar un gran salto para proclamar, pocos años después, que la Nueva política económica (NEP) que abrió las puertas a las leyes del mercado (que, en realidad, sólo habían quedado “arrinconadas” durante el periodo precedente) sería ya la antecámara del socialismo. Bujarin, incluso más que Stalin, fue el teórico del “socialismo en un solo país” y esta idea está ya presente en la proclamación absurda según la cual el bastión ruso aislado desde 1918-20, donde el proletariado fue diezmado por la guerra civil y progresivamente sometido al engorde del nuevo Leviatán burocrático, era ya la nueva sociedad comunista.
El aislamiento de la Revolución rusa llegó a tener un impacto tan negativo sobre las posiciones políticas de la nueva Internacional comunista, que comenzó a perder la claridad que había demostrado en su Primer congreso y en particular frente a los partidos socialdemócratas. Denunciados con anterioridad como partidos de la burguesía, la IC comienza a formular la táctica del “frente único” con ellos, en parte porque buscaba ampliar el apoyo al devastado bastión ruso. El ascenso del oportunismo en la IC fue vigorosamente combatido por las corrientes de izquierda en algunos países, en particular en Alemania y en Italia.
Una de las primeras manifestaciones del ascenso del oportunismo en la IC fue el folleto de Lenin la Enfermedad infantil del comunismo. Este texto sirvió después de base a numerosas distorsiones a propósito de la izquierda comunista, en particular de la izquierda alemana y el KAPD –escisión del KPD en 1920. El KAPD fue acusado de ceder a una política “sectaria” que quería reemplazar los verdaderos sindicatos obreros por “uniones revolucionarias” artificiosas. Acusado sobre todo de caer en el anarquismo, debido a su punto de vista sobre cuestiones tan vitales como el parlamento y el papel del partido.
Es cierto que el KAPD –producto de una ruptura prematura y trágica con el partido alemán– no fue nunca una organización homogénea. Constaba de un cierto número de elementos verdaderamente influenciados por el anarquismo, influencia que, con el reflujo de la revolución, dio nacimiento a las ideas consejistas que se desarrollaron ampliamente en el movimiento comunista alemán. Sin embargo, un breve examen de su programa muestra que el KAPD, en su mejor momento, alcanzó un alto grado de claridad marxista:
– contrariamente al anarquismo, el programa se sitúa en las circunstancias históricas objetivas del capitalismo mundial: el nuevo periodo de decadencia del capitalismo abierto por la guerra mundial, que plantea la alternativa socialismo o barbarie.
– contrariamente al anarquismo el programa expresa sin reservas su solidaridad con la revolución rusa y afirma la necesidad de su extensión mundial. Alemania es específicamente identificada como la portadora de un papel central a desempeñar en esa perspectiva.
– la oposición del KAPD al parlamentarismo y a los sindicatos no está basada en no se sabe qué moralismo válido para todos los tiempos, ni en una obsesión acerca de las formas de organización, sino en la comprensión de las nuevas condiciones impuestas por la llegada de una nueva época de revolución proletaria en la que el parlamento y los sindicatos no podían, desde entonces, sino servir a la clase enemiga.
– lo mismo hay que decir de la defensa por el KAPD de las organizaciones de fábrica y de los consejos obreros. No se trataba de formas artificiosas con las que soñaban un puñado de revolucionarios sino expresiones organizativas concretas del movimiento real de la clase en el nuevo periodo. Incluso si no podía existir una claridad completa sobre las organizaciones de fábrica (a las que el KAPD consideró siempre como una especie de forma permanente, precursoras de los consejos, basadas en un programa político mínimo) no eran para nada artificiales sino que agrupaban a algunos de los obreros más combativos en Alemania.
– lejos de estar contra el partido, el programa (que iba acompañado de tesis sobre el papel del partido en la revolución) afirma claramente el papel indispensable del partido en tanto que núcleo de la intransigencia y de la claridad comunistas en el movimiento general de la clase.
– el programa defiende igualmente, sin dudar, la concepción marxista de la dictadura del proletariado.
Entre las medidas prácticas que propone el programa del KAPD –en continuidad directa con el del KPD– está en particular el llamamiento a disolver todos los cuerpos parlamentarios y municipales y a sustituirlos por un sistema centralizado de consejos obreros. El programa de 1920 es, sobre todo, más claro en lo referente a las tareas internacionales de la revolución. Llama, por ejemplo, a la fusión inmediata con otras repúblicas soviéticas. Va incluso más lejos sobre el problema del contenido económico de la revolución al insistir en la necesidad de dar pasos para orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades (incluso si es discutible la afirmación del programa según la cual la formación de “un bloque económico socialista” con Rusia sería obligatoriamente un paso positivo hacia el comunismo).
Para acabar: el programa plantea algunas “nuevas” cuestiones, no tratadas por el programa de 1918, por ejemplo: cómo aborda el proletariado la cuestión del arte, la ciencia, la educación, la juventud…, que muestran que el KAPD, lejos de ser una corriente puramente “obrerista” estaba interesada por todas las cuestiones planteadas por la transformación comunista de la vida social.
CDW
[1]) Revista internacional nos 68 a 88.
En la primera parte de este artículo (publicada en la Revista internacional nº 124), examinamos el contexto histórico en el que se fundó IWW, a comienzos del siglo xx, momento crítico de cambio del capitalismo de su fase ascendente a la de su decadencia. Sobre la base de la teoría de “el unionismo industrial”, Industrial Workers of de World (IWW, Trabajadores industriales del mundo) trataba de buscar una respuesta a los problemas planteados por la incapacidad creciente del “cretinismo parlamentario” y del sindicato reformista de Samuel Gomper (la American Federation of Labour, AFL) para hacer frente a los problemas planteados por el capitalismo y la lucha de clases. Contrariamente a los anarquistas y a los anarcosindicalistas que tenían una visión federalista, los fundadores de IWW trataron de construir una organización de lucha de clases unida y centralizada que debía ser al mismo tiempo capaz de reunir a todo el proletariado para la toma del poder y ofrecer un marco para ejercer el poder proletario después de la revolución.
En este artículo examinaremos si la teoría y la práctica de IWW le permitieron conseguir sus objetivos y hacer frente al mayor reto al que jamás estuvo confrontado el movimiento obrero mundial: el desencadenamiento del primer gran conflicto imperialista mundial de la historia, en 1914.
El preámbulo adoptado por la Convención de fundación de IWW tomó claramente partido por la destrucción revolucionaria del capitalismo.
“La clase obrera y la clase de los patronos no tienen nada en común. No podrá haber paz mientras millones de trabajadores conozcan el hambre y la necesidad, mientras una minoría, que forma la clase de los patronos, posea todas las buenas cosas de la vida... Entre estas dos clases, la lucha debe proseguir hasta que los obreros del mundo se organicen como clase, se apropien de la tierra y del aparato de producción y acaben con el trabajo asalariado... Es la misión histórica de la clase obrera de abolir el capitalismo”.
Sin embargo la organización de IWW no fue clara sobre la naturaleza de esta revolución ni sobre los medios para conseguirla, en particular sobre la naturaleza económica y política de la revolución. Además, aunque IWW había aceptado y también saludado la participación de organizaciones y de militantes políticos en sus filas y que sus miembros apoyaran a los candidatos socialistas en las elecciones, ellos mantenían desde sus orígenes grandes confusiones sobre la naturaleza de la acción política del proletariado.
En 1905, los miembros del Partido socialista (SPA, Socialist Party of America) [1] presentes en la Convención de la fundación suponían que IWW apoyaría al Partido. Por otra parte, sus rivales DeLeonistas esperaban que IWW se aliara con el SLP (Socialist Labor Party). Estas ingenuas esperanzas manifestaban una seria subestimación del escepticismo que entonces prevalecía en la Convención de fundación frente a la política. A pesar de sus simpatías marxistas, los fundadores de IWW pensaban, por lo general, que los obreros debían subordinar la lucha política a la lucha económica. Por ejemplo, antes de la Convención, la Western Federation of Miners (Federación occidental de mineros) escribía:
“La experiencia nos ha enseñado que la organización económica y la organización política deben estar distanciadas y separadas... Según nosotros es necesario unir a los obreros en el ámbito económico antes que unirlos sobre el terreno político” [2].
A pesar de los puntos de vista muy divergentes sobre la política, en interés de la unidad, la Convención formuló en términos muy complicados una concesión a los socialistas de los dos partidos aceptando insertar, en el preámbulo de la constitución de IWW, un párrafo político que se presentó de esta manera:
“Entre las dos clases, la lucha debe proseguir hasta que todos los trabajadores se reúnan tanto en el terreno político como en el industrial, y se apropien de lo que producen con su trabajo, mediante una organización económica de la clase obrera, sin afiliación a partido político alguno”.
Para la mayor parte de los delegados, esta concesión referente a la política era incomprensible. Un delegado se quejaba:
“Yo no puedo permitirme, cada vez que me encuentre con alguien, tener junto a mí a DeLeon para poder explicar a esa persona lo que quiere decir tal o cual párrafo” [3].
La oposición a la política provenía de una incomprensión teórica de la lucha de clases, de la revolución proletaria y de las tareas políticas del proletariado. Para IWW, la “política” tenía un sentido muy estrecho; significaba parlamentarismo y participación en las elecciones burguesas. Desde este punto de vista, la acción política –es decir la participación en las elecciones– no tenía más que un valor de propaganda y demostraba la inutilidad del electoralismo como lo demuestra esta toma de posición:
“El único valor de la actividad política para la clase obrera, es desde el punto de vista de la agitación y de la educación. Su mérito educativo consiste únicamente en probar a los obreros su total ineficacia para vencer el poder de la clase dominante y por lo tanto forzar a los obreros a apoyar la organización de su clase en las industrias del mundo”.
“Es imposible pertenecer al Estado capitalista y utilizar el aparato del Estado en interés de los obreros. Todo lo que se puede hacer, es intentarlo hasta que nos culpen de todo –y así ocurrirá – sacando así una lección para los obreros sobre el carácter de clase del Estado” [4].
Tales tomas de posición estaban muy extendidas. Aun cuando los “antipolíticos” detestaban a DeLeon, no sin ironía, compartían con él a menudo muchas concepciones teóricas como:
– la primacía de la lucha económica sobre la política.
– la identificación entre política y urnas electorales.
– el rechazo de la dictadura del proletariado.
– la incomprensión de que, en las condiciones del capitalismo históricamente progresista, fuera verdaderamente posible participar en el parlamento y arrancar reformas a la burguesía.
– la incapacidad de hacer la diferencia entre las reformas ganadas por la lucha de clases (como la jornada de trabajo de 8 horas, la limitación del trabajo de los niños, etc.) y la doctrina contrarrevolucionaria del reformismo que defendía que se podía llegar al socialismo de forma pacífica por la vía electoral.
En su rebelión contra “la política”, puesto que era imposible utilizar el Estado capitalista para las necesidades revolucionarias de la clase obrera, los wobblies [5] mostraban que no comprendían la naturaleza de la revolución proletaria y revelaban su ignorancia de una lección fundamental sacada por Marx de la experiencia de la Comuna de París: el reconocimiento de que el proletariado debe destruir el Estado capitalista. ¿Es que hay algo más político que destruir el Estado capitalista, que adueñarse de los medios de producción? La revolución proletaria será el acto político y social más audaz y más completo de toda la historia de la sociedad humana – una revolución durante la cual las masas explotadas y oprimidas se levantarán para destruir el Estado de la clase explotadora e imponer su propia dictadura revolucionaria de clase sobre la sociedad para así realizar la transición al comunismo. A partir del punto de vista justo según el cual los obreros no pueden apoyarse en el Estado burgués y utilizarlo al servicio del programa revolucionario, “los antipolíticos” llegaban a la conclusión falsa según la cual la revolución proletaria era un acto económico y no político. Al igual que los anarquistas, IWW deducía que se podía ignorar la política, no solamente el parlamento, sino el propio poder del Estado burgués. IWW defendía este punto de vista a pesar de su propia actividad como la de las luchas por la libertad de expresión que mantenía no sólo en los lugares de trabajo, sino en la calle y como acto de enfrentamiento político con el Estado [6]. Y a pesar de los duros enfrentamientos con la burguesía, durante los cuales ésta ni siquiera respetaba sus propias leyes, IWW no comprendió en absoluto que se estaba abriendo un período durante el cual el parlamento y las leyes burguesas no eran sino máscaras para el ejercicio del poder más despiadado contra la amenaza proletaria. Esto debería tener consecuencias catastróficas, como veremos, y fue una tragedia de dimensión histórica que en aquel nuevo período, tantos militantes valientes y leales fueran lanzados a la lucha sin tener asimilados esos aspectos fundamentales de la perspectiva marxista.
El entendimiento político evocado más arriba (la concesión a los socialistas de los dos partidos) plasmado en el preámbulo de 1905 no fue suficiente para mantener la unidad de la organización. En la Convención de 1908 la perspectiva antipolítica triunfó. DeLeon no pudo participar en la Convención por cuestiones de mandato, él y sus partidarios rompieron para formar, en Detroit, su propio IWW subordinado al SLP; esta organización tampoco logró sobrevivir a la Socialist Trade and Labor Aliance. Debs y otros miembros del SPA no renovaron su adhesión y se retiraron de la organización. Igualmente el WFM, que había tenido un papel vital en la fundación de IWW, se retira de la organización. En 1911 es al mismo tiempo miembro dirigente de IWW y miembro del Secretariado del Partido socialista, hasta que abandona este último a favor de IWW, ya que los socialistas consideraban imposible esa doble pertenencia a causa de la posición de IWW sobre el sabotaje y su oposición a la acción política.
Para IWW la unión industrial era una forma organizativa que lo englobaba todo. La unión no era solo una organización unitaria que sirve a la vez para defender los intereses de la clase obrera y para encarnar la forma de dominación proletaria después de la revolución, era también una organización de militantes revolucionarios y de agitadores. Tras su constitución en 1908, IWW pensaba que:
“el ejército de productores debe organizarse no solo para la lucha cotidiana contra los capitalistas, sino igualmente para dirigir la producción después del derrocamiento del capitalismo. Organizándonos sobre una base industrial estamos en vías de crear una nueva sociedad en el interior de la antigua”.
Como hemos mostrado anteriormente en esta serie de artículos, ésa es una visión sindicalista que ve la posibilidad de:
“formar la estructura de la nueva sociedad en el interior mismo de la antigua (…) que proviene de una profunda incomprensión del antagonismo que existe entre la última de las sociedades de explotación – el capitalismo– y la nueva sociedad sin clases que se trata de instaurar. Es un error grave, que conduce a subestimar la profundidad de la transformación social necesaria para operar la transformación entre esas dos formas sociales y, conduce también, a subestimar la resistencia de la clase dominante a la toma del poder por la clase obrera” [7].
Además, la idea según la cual la misma organización podría ser simultáneamente una organización revolucionaria de obreros y agitadores conscientes de la clase y una organización abierta a todos los obreros en la lucha de clases dentro del capitalismo, revela una doble confusión característica del sindicalismo revolucionario. La primera de estas confusiones consiste en la incapacidad para distinguir los dos tipos de organización que fueron segregados históricamente por la clase obrera: las organizaciones revolucionarias y las organizaciones unitarias. IWW no llegó a comprender que una organización revolucionaria, que agrupa a los militantes sobre la base de un acuerdo compartido y de un compromiso con los principios y el programa revolucionario es, por esencia, una organización política, es de hecho un partido de clase aunque no tome ese nombre. Tal organización, por definición, sólo puede agrupar a un minoría de la clase obrera, a sus miembros más conscientes políticamente y más entregados. Como lo señaló el Manifiesto comunista de 1848:
“Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo. Teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su visión clara de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que debe abocar el movimiento proletario”.
La incapacidad de IWW para hacer esta distinción lo condenó a una existencia inestable. La admisión en la organización estaba tan abierta como las puertas de un molino, por las que salieron tan rápido como entraron quizá hasta un millón de obreros entre 1905 y 1917. Se creaban nuevas secciones sindicales que desaparecían rápidamente, sin dejar la menor huella, una vez que terminaba la lucha que las había hecho nacer.
La tensión que resulta de esa idea contradictoria, querer ser una organización revolucionaria y una organización de masas abierta a todos los obreros, iba a contribuir, al cabo, al fracaso histórico de IWW durante la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial. La visión que IWW tenía de su tarea, como sindicato de masas que agrupaba a los obreros, lo condujo a preocuparse cada vez más de la construcción de una organización sindical en detrimento de los principios revolucionarios.
La segunda confusión viene de que IWW no comprendió que la batalla librada por las uniones industriales contra el sindicalismo de oficio y los sindicatos colaboracionistas, pese a estar inspirada en la defensa de los intereses de su clase, era un anacronismo. A principios del siglo xx estaba cambiando el periodo histórico. La creación del mercado mundial y la tendencia a su saturación hacían que el capitalismo entrara en su fase de decadencia acabando con la época en que era posible la lucha por reformas duraderas. En esas nuevas condiciones, la forma sindical de organización, ya sea de oficios o industrial, ya no se ajusta a las necesidades de la lucha de clase y está condenada a ser absorbida por el Estado capitalista y convertirse en un órgano de control de la clase obrera. La experiencia de la huelga de masas en Rusia, en 1905, y la creación, por los obreros de ese país, de los soviets o consejos obreros es un momento clave para todo el proletariado mundial. Las lecciones de ello y su impacto en la lucha de clases son el centro de los trabajos teóricos de Rosa Luxemburg, León Trostski, Antón Pennekoek y otros en el ala izquierda de la Segunda Internacional.
Los consejos obreros, contrariamente a la teoría del sindicalismo revolucionario, ocuparon el lugar de los sindicatos como organización unitaria de la clase obrera. Este nuevo tipo de organización unía a los obreros de todas las industrias, de una zona territorial dada, para el enfrentamiento revolucionario contra la clase dominante, y eran la forma “históricamente encontrada” que tomaría la dictadura del proletariado (empleando la expresión acuñada por Lenin). También es importante, como la experiencia de 1905 lo demostró, que las organizaciones unitarias de masas de la clase obrera en lucha no pueden mantenerse como organizaciones permanentes en el seno del capitalismo, cuando la movilización obrera refluye. Aunque la Convención de fundación de IWW expresó su solidaridad con las luchas obreras del proletariado en la Rusia de 1905, desgraciadamente no fueron capaces de hacer un trabajo de elaboración teórica a partir de la experiencia rusa y nunca pudieron reconocer el cambio de periodo histórico, ni el significado de los consejos obreros, y siguieron cantando las bondades del “unionismo industrial [como] el único camino hacia la libertad” [8].
Fue especialmente perjudicial que IWW fuera incapaz de sacar las lecciones de la experiencia real concreta, ni siquiera de darse cuenta de los avances teóricos que el ala izquierda de la Socialdemocracia (que más tarde se convertiría en el armazón sobre el que se construyó la Internacional comunista), pero, en realidad, su trabajo teórico era, en general, muy flojo. En sus periódicos de propaganda, al abordar las cuestiones teóricas, se limitaban a repetir los puntos fundamentales del marxismo relativos a la plusvalía, al conflicto entre proletariado y burguesía, sin tomar en cuenta las elaboraciones posteriores de la teoría marxista realizadas por el ala izquierda de la Socialdemocracia. IWW no aportó gran cosa, o nada, en el plano histórico a la teoría del marxismo, ni siquiera a la teoría del unionismo. Melvyn Dubosky, como historiador, señala que IWW…
“… no aporta ninguna idea realmente original, ninguna explicación radical de cambio social, ninguna teoría fundamental de la revolución” [9].
Su crítica del capitalismo jamás va más allá de un odio visceral hacia la explotación y la opresión del sistema y como no se plantea nunca examinar los matices y lo intrincado del desarrollo del capitalismo, no comprende el significado ni las consecuencias del cambio de las condiciones en las que la clase obrera desarrolla sus luchas.
La única excepción, desastrosa por lo demás, a esa ignorancia de IWW de la necesidad de elaboración teórica, es su esfuerzo por explicar más profundamente su concepto de “acción directa” lo que les lleva a una ingenua defensa teórica del “sabotaje” como arma de la lucha de clases, lo que los hace vulnerables a las acusaciones de terrorismo y abre la puerta a la represión. IWW excluye, en su defensa del sabotaje, atentar contra la vida humana pero confunde toda una serie de tácticas (como la huelgas de celo o la divulgación de “obscuros secretos” de la fábrica, las acciones puramente individuales similares a las del anarquismo pequeño burgués de la “propaganda por los hechos”) con los métodos de lucha masiva de la clase obrera. IWW apoyó, por ejemplo, que en un teatro de Chicago alguien...
“... esparciera por el suelo productos tóxicos durante una representación y se largara rápidamente en silencio” [10].
Ciertos oradores soap box [11] de IWW defendían demagógicamente el uso de dinamita y bombas. Al ser difícil reconciliar la glorificación del sabotaje de individuos o pequeños grupos de obreros y el compromiso con la lucha de masas, IWW resuelve la contradicción declarando que tal contradicción no existe:
“los actos individuales de sabotaje realizados con el fin de que la clase obrera saque provecho de ellos no pueden, de modo alguno, emplearse contra la solidaridad. Al contrario son un factor de unidad. El saboteador solo se compromete a sí mismo y si toma tales riesgos es por su vigoroso espíritu de clase”.
Las guerras y las revoluciones son momentos históricos cruciales para las organizaciones que se reivindican del proletariado, son una prueba para su auténtica naturaleza del clase. El estallido de la Primera Guerra mundial, en agosto de 1914, reveló la traición de los principales partidos socialdemócratas europeos: tomaron partido por sus respectivas burguesías, apoyaron la guerra imperialista dando la espalda a los principios del internacionalismo proletario y de la oposición a la guerra imperialista; ayudaron a movilizar al proletariado en la carnicería y traspasaron la frontera de clase que los separaba de la burguesía.
IWW, por su parte, despreciaba el patriotismo. En sus propias palabras:
“entre todas las ideas idiotas y perversas que los obreros aceptan de esa clase que vive de su miseria, el patriotismo es la peor”.
Los wobblies formalmente defendían el internacionalismo proletario y se oponían a la guerra. En 1914, poco después de que la guerra estallase en Europa, la Convención de IWW adopta una resolución en la que se establece que:
“… el movimiento industrial barrerá todas las fronteras y establecerá relaciones internacionales entre todos los hombres comprometidos en la industria… Como miembros que somos del ejercito industrial nos negamos a batirnos por otro objetivo que no sea el logro de la libertad industrial”.
En 1916 la Xª Convención anual adoptó una resolución por la que la organización se comprometía con un programa que defendía…
“la propaganda antimilitarista en tiempos de paz, la defensa de la solidaridad entre los obreros del mundo entero y, en tiempos de guerra, la huelga general de todas las industrias” [12].
Pero en abril de 1917 cuando el imperialismo americano entró en guerra junto a los Aliados, IWW falla lamentablemente y se olvida en la práctica de su internacionalismo y antimilitarismo. La organización cae en una actitud centrista y oscilante caracterizada por la prudencia y la inactividad. IWW, contrariamente a AFL, no respaldó jamás la guerra ni participó en movilizar al proletariado para la carnicería. Pero tampoco hicieron una oposición activa a la guerra.
Jamás adoptó una resolución que denunciara la guerra, a diferencia de los socialistas. Es más, los folletos contra la guerra, como The Deadly Parallel, se retiraron de la circulación. Los oradores soapbox de IWW pararon su agitación contra la guerra. Haywood, defendiendo el mismo punto de vista que el Buró ejecutivo general, considera la guerra como una desviación de la lucha de clases y que lo más importante es construir la unión; temía que una oposición activa a la guerra desencadenase una represión contra IWW [13].
Ben Williams, editor de Solidarity, atacó violentamente lo que llamaba acciones antiguerra “sin sentido”.
“En caso de guerra, escribía Williams, queremos que la One Big Union salga más fortalecida del conflicto, con más control sobre la industria que antes. ¿Por qué deberíamos sacrificar los intereses de la clase obrera en aras de algunos desfiles y manifestaciones antiguerra impotentes?. Continuemos nuestra tarea de organizar a la clase obrera para que pueda adueñarse de las fábricas, en guerra o no, y detener cualquier agresión capitalista futura que lleve a la guerra o a cualquier otra forma de barbarie” [14].
He ahí el fruto de la acumulación de confusiones: IWW no entiende el significado de la guerra mundial, ni que ésta marcaba la apertura de una nueva era de guerras y de revoluciones, ni el cambio que suponía para las condiciones de la lucha de clases. Tampoco entendía que su tarea era la de una organización revolucionaria (de hecho la de un partido) y en su lugar se centró en su papel de sindicato de masas y la perspectiva de su crecimiento, como si no pasara nada.
A pesar de las promesas de la resolución de 1916 de…
“… extender su seguro de apoyo moral y material a todos los obreros que sufren a manos de la clase capitalista por sus principios [contra la guerra]”,
IWW dejó a sus militantes solos, que decidieran individualmente si se sometían al reclutamiento y a la guerra imperialista o resistían, sin recibir apoyo alguno de la organización. Muchos dirigentes de IWW se oponían, con razón, a las manifestaciones interclasistas contra la guerra y defendían que IWW no tenía la influencia suficiente en el proletariado para organizar una huelga general contra la guerra con éxito. Pero tampoco buscaban los medios de oponerse a la guerra imperialista desde el terreno de la clase obrera. Haywood en una de sus cartas a Frank Little, uno de los dirigentes de la fracción antiguerra del Buró general ejecutivo, le aconseja:
“Mantén la cabeza fría; no hables. Muchos ven las cosas como tú, pero la guerra mundial tiene poca importancia comparada con la gran guerra de clases… Me siento incapaz de definir los pasos que hay que dar contra la guerra” [15].
Este consejo, que representa el punto de vista de la mayoría del Buró, supone una completa subestimación del significado del periodo que abre la guerra mundial y deja al ala izquierda de IWW completamente desarmada frente a la represión estatal que se avecina.
James Slovick, secretario del sindicato de transportes marítimos de IWW escribe a Haywood en febrero de 1917, antes de que Estados Unidos entrase en guerra, aconsejando preparar en el futuro una huelga general contra la guerra, incluso si esto llevaba a la destrucción de la organización. Slovick presentía, con razón, que la burguesía iba a utilizar la guerra como excusa para atacar despiadadamente a IWW, llevase ésta o no una acción contra la guerra. Defendía que una huelga general contra la guerra tendría una importancia histórica y demostraría que IWW era la única organización obrera del mundo capaz de luchar por terminar con la carnicería, y por eso requirió la convocatoria de una convención extraordinaria de IWW para decidir sobre esa cuestión. Haywood se negó a hacerlo:
“Evidentemente es imposible para esta tarea… que lances acciones por tu iniciativa individual. Sin embargo añadiré tu carta a un expediente que trataremos más adelante”.
Frente a los preparativos de la burguesía para su entrada en guerra, de implicación en la masacre imperialista generalizada, la exigencia de convocar urgentemente una convención del Congreso continental de la clase obrera para discutir una respuesta proletaria acorde con la situación… ¡se deja para un dossier que se tratará más adelante!. ¿Y quién lo va a tratar? ¡Ni más ni menos que el muy combativo Big Hill Haywood!. Todo ello porque ¡oponerse a la guerra imperialista podría perturbar la construcción de la unión!
Frank Little, por su parte, considera la guerra imperialista como el mayor crimen cometido por el capitalismo contra la clase obrera mundial y quiere hacer campaña contra el reclutamiento. Dice:
“IWW se opone a todas las guerras y debe hacer todo lo que pueda para impedir que los obreros empuñen las armas”.
Little responde a aquellos que dicen que la represión del Estado se abatirá contra quien se oponga a la conscripción, invocando el peligro de que el resultado de esa oposición será la condena de IWW, que “Mas vale morir combatiendo que abandonar” [16]. La voz de Little fue rápidamente silenciada, se dejó de escuchar en el debate interno en IWW, porque lo asesinaron unos sicarios de la empresa durante la huelga minera de Montana, en el verano de 1917. Su punto de vista, a pesar de tener el mérito de defender resueltamente el internacionalismo proletario, pecaba de una gran ingenuidad política al aceptar la represión como una fatalidad.
IWW en vez de atacar la guerra y preparar a sus militantes y sus dirigentes para una actividad clandestina, centraron todos sus esfuerzos en construir la unión, organizando huelgas en las industrias que consideraban vulnerables a la presión de la lucha. Para ellos era más importante que el gobierno les atacase por luchar por mejores salarios, o algo similar, que por luchar contra la guerra. Lo irónico de la historia es que una vez que Estados Unidos entró en el conflicto, el blanco de la represión fue IWW, que conscientemente había decidido no luchar activamente contra la guerra, y no los partidos socialistas que sí lo habían hecho. Mientras que a los socialistas, como Eugene Debs, que habían alzado abiertamente su voz contra el reclutamiento se les detenía y encarcelaba como individuos, a IWW se le acusó como organización de conspiración y sabotaje contra el esfuerzo de guerra. La guerra, en ese sentido, ofreció a la burguesía la excusa para reprimir a IWW por sus actividades pasadas, por su lenguaje radical y el miedo que había inspirado. Se podría decir que la burguesía estadounidense era más consciente que los propios dirigentes de IWW, del peligro que representaba su organización. El 28 de septiembre de 1917 se acusó a 165 dirigentes de IWW por obstrucción a la conscripción y al esfuerzo de guerra, de conspiración y sabotaje, así como de interferir en la buena marcha de la economía y la sociedad. El gobierno estaba hasta tal punto decidido a decapitar a IWW que incluso acusó a personas muertas y a algunos que ya habían abandonado la organización mucho antes de que Estados Unidos entrara en la guerra. Así, entre los wobblies acusados, encontramos, por ejemplo, a:
– Frank Little asesinado en agosto de 1917;
– Gurley Flynn y Joseph Ettor excluidos de la organización en 1916, mucho antes de que Estados Unidos participara en la guerra;
– Vincent St John que había dimitido de la organización, abandonó la política y participó en la prospección del desierto de Nuevo México en 1914.
Los abogados de los wobblies durante el proceso defendieron que los acusados no habían tratado de entorpecer el esfuerzo de guerra. Sostuvieron que sólo 3 de los 521 conflictos laborales habidos durante el periodo de guerra los había organizado IWW, el resto eran obra de la AFL. Haywood en su testimonio renegó de la postura defendida por Frank Little, afirmando que se había retirado de la circulación la literatura contra la guerra, como el Deadly Parallel o el folleto sobre el sabotaje, desde el momento en que Estados Unidos entró en la guerra.
En menos de media hora de deliberación los wobblies, pese a su inocencia respecto a las acusaciones que se les imputaba, fueron declarados culpables y la mayoría de los dirigentes que centralizaban IWW enviados, encadenados de pies y manos, a Leavernworth. Así la organización empezó a declinar y a caer bajo el control de los anarcosindicalistas anticentralización, a pesar de su compromiso en las huelgas generales de Winnipeg, en Canadá, y de Seattle o en las importantes luchas de Butte (Montana) o Toledo (Ohio).
La imagen romántica del wobbly, revolucionario aguerrido, incansable trotamundos, viajando clandestinamente en trenes de mercancías, errando de ciudad en ciudad, para hacer propaganda de la One Big Union –un caballero andante proletario con una armadura deslumbrante– aun persiste en la cultura americana. Este modelo de revolucionario, individuo ejemplar que tanto seduce a los anarquistas, carece de interés para el proletariado. La lucha de clases no avanza gracias a individuos heroicos aislados, sino por el esfuerzo colectivo de la clase obrera, una clase explotada y revolucionaria al mismo tiempo, cuya fuerza no reside en individuos brillantes sino en la capacidad de las masas obreras para desarrollar la conciencia, para debatir y todos juntos llevar a cabo una acción común.
Pese a su más que justificada oposición al oportunismo y al cretinismo parlamentario, las inadecuaciones teóricas de IWW características del sindicalismo revolucionario, lo incapacitaron para comprender las tareas políticas del proletariado. IWW vivió en una época muy especial de la historia de la lucha de clases. En un periodo en que el capitalismo, una vez alcanzado su apogeo, se muda en traba al desarrollo de las fuerzas productivas, convirtiéndose en un sistema decadente. El capitalismo deja de ser un sistema históricamente progresivo y las condiciones para su destrucción revolucionaria, y su sustitución por un nuevo modo de producción controlado por la clase obrera mundial, ya estaban maduras. En aquel periodo el proletariado mundial descubre, con la experiencia de 1905 en Rusia, la huelga de masas como la forma de conducir la lucha, y los soviets o consejos obreros como medio de ejercer su dictadura revolucionaria de clase para acometer la transformación de la sociedad. Es un periodo en que el capitalismo decadente ponía a la humanidad ante el dilema histórico de guerra o revolución, no como algo abstracto sino como algo inmediato y práctico. Los acontecimientos y las luchas dieron un impulso formidable al esfuerzo teórico llevado a cabo por el ala izquierda de la socialdemocracia para comprender las fuerzas en conflicto, sacar rápidamente las enseñanzas de la experiencia de la lucha de clases y perfilar las líneas del camino a seguir para ir más lejos. En medio de aquel torbellino de acontecimientos históricos y de elaboración teórica, la visión que tenía IWW sobre la clase obrera y la revolución era prisionera de los estrechos límites del debate sobre los sindicatos de oficio y el unionismo industrial, debates característicos del periodo ascendente del capitalismo que ya no tenían nada que ver con las tareas que tiene que abordar el proletariado en el capitalismo decadente.
El tan aireado internacionalismo de IWW se disuelve como un azucarcillo en la vacilación y el centrismo ante la Primera Guerra imperialista mundial, que pone de relieve la auténtica naturaleza de la clase de quienes se reivindican de la defensa de los principios revolucionarios y del internacionalismo proletario. Como hemos puesto en evidencia, la mayoría de los dirigentes, Haywood incluido, no ven la guerra imperialista mundial y la resistencia a esa carnicería como un momento decisivo de la lucha de clases sino como algo que se interfiere en el trabajo “real” de construir la unión. Resulta irónico que, a pesar de las vacilaciones de IWW en luchar contra la guerra, la clase dominante estadounidense eligiera esa oportunidad para utilizar la retórica revolucionaria del pasado de IWW contra él y lanzar un ataque sin precedentes para decapitarlo para luego convertirlo en un mito de la cultura anarcosindicalista.
La experiencia concreta demuestra que toda organización que se aferra a concepciones teóricas que la historia ha dejado atrás, está condenada a desaparecer o a sobrevivir vegetando como una secta incapaz de comprender la lucha de clases, y mucho menos influir en ella. Hoy día, una secta anarquista sigue llamándose IWW, celebró el año pasado su centenario, pero es totalmente incapaz de contribuir para nada en la lucha revolucionaria. Los mejores militantes de IWW o se perdieron a causa de la represión del Estado al final de la Primera Guerra Mundial o ingresaron, tras ella, en los nuevos partidos comunistas. La Revolución rusa ejerció una potente atracción en los miembros no anarquistas de IWW “atrayendo a militantes como moscas” [17]. Conocidos wobblies evolucionaron hacia el Partido comunista que acababa de ser fundado, como Harrison George, George Mink, Elizabeth Gurley Flynn, John Reed, Harold Harvey, George Hardy, Charles Asleigh, Ray Brown et Earl Browder, alguno de los cuales pronto se volverían estalinistas. Big Hill Haywood también evolucionó hacia el comunismo, aunque siguió en IWW hasta que se exilió en 1922 en Rusia.
“Big Hill Haywood dijo a Ralph Chaplin ‘la Revolución rusa es el mayor acontecimiento de nuestra vida. Representa todo lo que hemos soñado y todo por lo que nos hemos peleado en nuestra vida. Es la obra de la libertad y de la democracia industrial’”.
Sin embargo, a Haywood le desilusionó la revolución rusa, en gran parte porque la revolución no tomó la forma unionista. Pero en un comentario hecho a Max Eastman, Haywood resume de forma sucinta el fracaso del sindicalismo revolucionario de IWW del que, en gran parte, había sido el arquitecto:
“IWW ha intentado coger el mundo entero en sus manos pero una parte del mundo ha ido más lejos que él” [18].
Es cierto que los sindicalistas revolucionarios actuaban de buena fe y estaban realmente entregados a la causa de la clase obrera, pero su respuesta al oportunismo, al reformismo y al cretinismo parlamentario erró totalmente su objetivo. Su unionismo industrial y su sindicalismo revolucionario ya no se correspondían con el periodo histórico. El mundo “había ido más lejos que ellos” y los había dejado atrás.
Su incapacidad para comprender qué quiere decir política para la clase obrera, y para cumplir un papel como organización que era, o sea, fundamentalmente, el de un partido político, llevó a IWW a fracasar ante la guerra imperialista. Su total incapacidad para comprender lo que la guerra significaba en el desarrollo histórico del capitalismo condujo a sus dirigentes a confiar en la democracia burguesa y en una “ley justa” durante el Gran proceso contra IWW. El resultado, por no haberlo entendido y no haber preparado la clandestinidad para continuar la lucha, fue literalmente la destrucción de IWW, sus finanzas casi arrasadas por completo, sus dirigentes encarcelados o exiliados. Por eso fueron incapaces de desempeñar su papel para que el proletariado norteamericano pusiera todo su peso en la balanza en apoyo de la Revolución rusa.
J.Grevin
[1]) Para mas detalles sobre esta y otras organizaciones, así como sobre las personalidades citadas en este artículo, ver la primera parte publicada en la Revista internacional nº 124.
[2]) Miners Magazine, VI (23 febrero 1905), citado en Dubosky.Melvyn, We shall be all : a history of the Industrial Workers of the World, Urbana and Chicago, II, University of Illinois Press, 2nd edition, 1988, p. 83.
[3]) Dubosky, p. 83-85.
[4]) The IWW and the political parties, de Vincent St John, fecha desconocida, transcrito por J.D. Crutchfield. (véase www/workerseducation.org/crutch/pamphlets/political.html).
[5]) “Wobblies” es el término popular para designar a los militantes de IWW. Ver la nota nº 6 de la primera parte de este artículo (Revista internacional nº 124).
[6]) Ver el artículo anterior en la Revista internacional nº 124.
[7]) Revista internacional no 118, “Historia del movimiento obrero: lo que distingue al movimiento sindicalista revolucionario”.
[8]) Joseph Ettor, Industrial Unionism: The Road to freedom, 1913.
[9]) Dubosky, p. 147.
[10]) Walker C. Smith, Sabotage: Its History, Philosophy and Function, 1913.
[11]) Ibid. Los “soap box orators” era el nombre dado a los “oradores sobre cajas de jabón”, según la expresión popular, porque los militantes obreros tenían por costumbre tomar la palabra en la calle subiéndose en esas cajas.
[12]) Proceedings of the Tenth Annual Convention of the IWW (Actas de la Xª Convención anual de IWW) Chicago, 1916.
[13]) Patrick Renshaw, The Wobblies, Garden City: Doublday, 1967, citando notas, actas y otros documentos de IWW en el Tribunal de apelación de Estados Unidos, 7º distrito, octubre 1917.
[14]) Solidarity, febrero de 1917, citado por Dubosky.
[15]) “Haywood a Little”, 6 de mayo de 1917, citado por Renshaw.
[16]) Renshaw citando declaraciones e interrogatorio de Haywood en US versus William D. Haywood.
[17]) James P. Cannon, The IWW: The Great Infatuation, NY, Pioneer Press, 1955.
[18]) Colin, Bread and Roses too, citando a Ralph Chaplin, Wobbly: the Rough and Tumble Story of an American Radical, Chicago, University of Chicago, 1948
Durante el período reciente, los hechos más señalados de la actualidad mundial han ilustrado lo que hoy está históricamente en juego para la humanidad. Por un lado, el sistema capitalista que domina el mundo ha dado pruebas suplementarias del siniestro y criminal atolladero al que condena a la sociedad entera. Por otro lado, asistimos a la confirmación del desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado, única fuerza en la sociedad capaz de darle un futuro.
La alternativa proletaria no es todavía perceptible para el conjunto de la clase obrera, ni siquiera para los sectores que han entrado en lucha recientemente. En una sociedad en la que “las ideas dominantes son las de la clase dominante” (Marx), solo unas pequeñas minorías comunistas pueden, por ahora, ser conscientes de lo que de verdad está en juego en la situación actual de la sociedad humana. Es por eso por lo que incumbe a los revolucionarios hacer resaltar esos retos, denunciando, en particular, todos los intentos de la clase dominante por ocultarlos.
Lejos queda el tiempo en que el dirigente principal del mundo, el presidente de EEUU, George Bush padre, anunciaba, con el fin de la “guerra fría” y después de la guerra del Golfo de 1991, la apertura de un “período de paz y prosperidad”. Cada día que ha pasado lo único que nos ha traído es una nueva atrocidad guerrera. África sigue siendo el ruedo de conflictos sangrientos y de gran mortandad, no solo a causa de las armas sino también por epidemias y las hambrunas que provocan. Cuando parece que una guerra se termina en un lado, vuelve a empezar en otro con más brutalidad todavía, como hemos podido ver últimamente en Somalia donde los “tribunales islámicos” han llevado a cabo una ofensiva contra los “señores de la guerra” (Alianza por las restauración de la paz y contra el terrorismo – ARPCT) aliados de Estados Unidos. La intervención de este país a principios de los años 90 se remató con un punzante revés en 1993 y lo único para lo que sirvió fue para desestabilizar todavía más la situación, e incluso si hoy los “tribunales islámicos” parecen dispuestos a colaborar con la potencia estadounidense, está claro que en Somalia, como en muchos otros países el retorno de la paz será de corta duración. Y la voluntad de la Administración norteamericana de hacer de “la lucha contra el terrorismo uno de los pilares de la política de Estados Unidos para el Cuerno de África” (declaración de la subsecretaria de Estado para asuntos africanos, el 29 de junio) no será, desde luego, la garantía de una posible estabilización futura de la situación en el Cuerno de África.
Una buena proporción de las guerras de hoy se justifican precisamente, si no son su origen, por esa pretendida “lucha contra el terrorismo”. Es el caso de dos de los conflictos más importantes que hoy afectan a Oriente Medio: la guerra en Irak y la guerra entre Israel y las camarillas armadas de Palestina.
En Irak, ya son decenas de miles los muertos con que la población ha pagado el “fin de la guerra” proclamado el Primero de mayo de 2003 por Georges W. Bush desde el portaviones Abraham Lincoln. Y ya son más de 2500 los jóvenes soldados americanos muertos en Irak desde que su gobierno les ha encargado de “asegurar la paz”. Todos los días sin excepción, las calles de Bagdad y otras ciudades iraquíes son el escenario de matanzas a mansalva. Y esa violencia no va dirigida especialmente contra las tropas de ocupación, sino sobre todo contra la gente de a pie para la cual el haber alcanzado la “democracia” es sinónimo de un terror permanente y de una miseria que no tienen nada que envidiar a las sufridas bajo Sadam Husein. La invasión de Irak se hizo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, en nombre de la lucha contra dos amenazas:
– la del terrorismo de Al Qaeda, a quien pretendidamente habría estado vinculado el régimen de Sadam Husein;
– la de las “armas de destrucción masiva” de que dispondría el dictador iraquí.
En lo que a armas de “destrucción masiva” se refiere, ha quedado establecido que las únicas actualmente en Irak son las que allí han llevado las fuerzas de la “coalición” dirigida por Estados Unidos. En cuanto a la lucha contra el terrorismo, nueva cruzada oficial de la primera potencia mundial, puede comprobarse su ineficacia total, peor todavía, la presencia de tropas de EEUU son, sin lugar a dudas, el mejor acicate para suscitar vocaciones de kamikaze entre jóvenes completamente desesperados y fanatizados por los sermones islamistas. Y eso no es solo verdad en ese país, sino por todas las partes del mundo, incluidos los países más desarrollados: nadie puede desmentir que, un año justo después de los atentados del Metro de Londres, la existencia y desarrollo, en el seno de las metrópolis del capitalismo, de grupos terroristas que se reivindican de la “guerra santa” ([1]).
El otro gran conflicto de Oriente Próximo, el conflicto palestino, no cesa de hundirse más y más en el pozo sin fondo de la guerra, desmintiendo todas las esperanzas de “paz” que celebraron los sectores dominantes de la burguesía mundial tras los acuerdos de Oslo en 1992. Por un lado, un aparato de Estado fantasma, la Autoridad palestina, que expone sus divisiones abiertamente y en la calle con ajustes de cuentas cotidianos entre las diferentes camarillas armadas (sobre todo las de Hamás y de Al Fatah), que por eso es incapaz de hacer reinar el orden frente a los pequeños grupos que han decidido proseguir las acciones terroristas, mostrando así su incapacidad de ofrecer la menor perspectiva a una población abrumada por la miseria, el desempleo y el terror. Por el otro lado, un Estado armado hasta los dientes, Israel, cuya política consiste esencialmente, como puede hoy comprobarse, en desplegar y dar rienda suelta a su poderío militar frente a las acciones terroristas, una potencia militar cuyas víctimas no son tanto los grupos que originan esas acciones, sino la población civil, lo cual no hace sino alimentar nuevas vocaciones para la yihad, o “guerra santa”, y más voluntarios para los atentados kamikaze. De hecho, el estado de Israel practica a su pequeña escala una política parecida a la de su gran hermano americano, una política que no sólo es incapaz de restablecer la paz, sino que echa más leña al fuego ([2]). Desde que se desmoronaron el bloque del Este y la URSS, a finales de los años 80, derrumbe cuya inevitable consecuencia fue la desaparición del bloque occidental, Estados Unidos se otorgó el papel de supergendarme del mundo, encargado de hacer reinar “el orden y la paz”. Era el objetivo declarado por George Bush senior, en su guerra contra Irak de 1991 y que nosotros analizábamos así en vísperas de dicha guerra:
“Lo que hoy demuestra la guerra del Golfo es que, frente a la tendencia al caos generalizado propia de la fase de descomposición, y a la que el hundimiento del bloque del Este ha dado un considerable acelerón, no le queda otra salida al capitalismo, en su intento por mantener en su sitio a las diferentes partes de un cuerpo con tendencia a desmembrarse, que la de imponer la mano de hierro de la fuerza de las armas. Y los medios mismos que está utilizando para contener un caos cada vez más sangriento son un factor de agravación considerable de la barbarie guerrera en la que se ha hundido el capitalismo”.
“En el nuevo período histórico en que hemos entrado, y los acontecimientos del Golfo lo vienen a confirmar, el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada quien va a jugar por su cuenta y para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos, el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario en el que el gendarme americano intentará hacer reinar un mínimo de orden con el empleo cada vez más masivo y brutal de su potencial militar”.
Sin embargo, hay mucha distancia entre los discursos de los dirigentes de este mundo (por muy sinceros que a veces parezcan) y la realidad de un sistema que se niega obstinadamente a doblegarse a su voluntad:
“En el período actual, en el cual, mucho más que en las décadas pasadas, la barbarie guerrera (mal que les pese a los señores Bush, Mitterrand y compañía y sus profecías sobre el “nuevo orden de paz”) será un dato permanente y omnipresente de la situación mundial, que implicará de manera creciente a los países desarrollados” (“Militarismo y descomposición”, Revista internacional n° 64, 1er trimestre de 1991)
Desde hace 15 años, la situación mundial no hace más que confirmar de manera trágica aquella previsión de los revolucionarios. Los enfrentamientos bélicos no han cesado de agobiar a la población de muchas partes del mundo, la inestabilidad y las tensiones en las relaciones entre los países no han conocido ni un respiro y hoy tienden a agravarse más todavía, especialmente con las ambiciones de Estados como Irán y Corea del Norte que quieren seguir el camino de otros países de la región, como India y Pakistán, y dotarse del arma atómica, equipándose de misiles capaces de lanzar esas armas contra un enemigo lejano. El lanzamiento de varios misiles “Taepodong” el 4 de julio por Corea del Norte, y la impotencia de la llamada “comunidad internacional” para reaccionar ante lo que aparece como una auténtica provocación, subrayan la inestabilidad creciente en la situación mundial. Corea del Norte no es, claro está, una amenaza real para la potencia de EE.UU, por mucho que sus misiles pudieran alcanzar las costas de Alaska. Pero sus provocaciones dan una idea de la incapacidad del gendarme norteamericano, empantanado en el barrizal iraquí, para hacer reinar su “orden”.
Los planes militares de Corea del Norte aparecen como un absurdo total, consecuencia para algunos de la “enfermedad mental” de su jefe supremo, Kim Jong-il, que condena a la población a la hambruna y dilapida los escasos recursos del país en programas militares absurdos y, en fin de cuentas, suicidas. En realidad, la política llevada por Corea del Norte no es sino la caricatura de la realizada por todos los Estados del mundo, empezando por el más poderoso de ellos, el Estado norteamericano cuya aventura iraquí también ha sido atribuida a la estupidez de George W. Bush junior, ese otro “hijo de su padre” como Kim Jong-il. En realidad, por muy locos, paranoicos o megalómanos que sean algunos dirigentes (cierto en el caso de Hitler, de Bokassa “emperador” de África Central, y tantos otros, no parece, sin embargo, que ese sea el caso de George W., aunque tampoco sea una lumbrera), la política “de locura” que tienen que llevar a cabo no es sino la expresión de las convulsiones de un sistema que sí que se ha vuelto “loco”, debido a las propias convulsiones que sacuden sus bases económicas.
Éste es el mundo, el futuro que nos ofrece la burguesía: inseguridad, guerra, hambres y, de guinda, la promesa de una degradación irreversible del medio ambiente cuyas consecuencias empiezan ya a manifestarse con unos desajustes climáticos cuyas consecuencias futuras serán sin duda mucho más catastróficas que las de hoy (tempestades, huracanes, inundaciones mortíferas, etc.). Y una de las cosas más indignantes es que todos los sectores de la clase dominante tienen la cara de presentarnos las atropellos y los crímenes de los que son responsables como si fueran acciones inspiradas por la voluntad de llevar a la práctica unos grandes principios humanos: la prosperidad, la libertad, la seguridad, la solidaridad, la lucha contra la opresión…
En nombre de la “prosperidad y del bienestar” la economía capitalista, cuyo único motor es la búsqueda de beneficios, hunde a miles de millones de seres humanos en la miseria, el desempleo y el desaliento, a la vez que va destruyendo sistemáticamente el entorno. En nombre de la “libertad” y de la “seguridad” realiza sus operaciones militares tanto la potencia estadounidense como las demás. En nombre de la “solidaridad entre naciones civilizadas” o de la “solidaridad nacional” ante la amenaza terrorista o de otro tipo, se van tejiendo los taparrabos ideológicos de esas operaciones. En nombre de la lucha de los oprimidos contra el “Satán americano” y sus cómplices, las pandillas terroristas realizan sus acciones contra civiles perfectamente inocentes de preferencia.
No será la clase dominante ni sus clónicos terroristas de quienes se podrá esperar que defiendan esos valores, sino de la clase explotada por definición, el proletariado.
En medio de la cruenta barbarie que caracteriza el mundo actual, la única esperanza para la humanidad es la reanudación de los combates de la clase obrera a escala mundial habidos sobre todo desde hace un año. La crisis económica se extiende a nivel mundial, no evita ningún país, ninguna región del mundo; por eso, la lucha del proletariado contra el capitalismo tiende también a desarrollarse a escala universal, llevando en sus entrañas la perspectiva futura de la destrucción del capitalismo. El carácter simultáneo de los combates de clase de estos últimos meses tanto en los estados más industrializados como el los países del “Tercer mundo” son significativos de la reanudación actual de la lucha de clases: tras las huelgas que paralizaron el aeropuerto de Heathrow en Londres y los transportes de Nueva York en 2005, fueron los trabajadores de Seat en Barcelona, luego los estudiantes en Francia que llevaron a cabo una lucha masiva en la primavera pasada. Los metalúrgicos de Vigo, en España, les siguieron los pasos. Al mismo tiempo, en los Emiratos Árabes Unidos, en Dubai, una oleada de luchas estalló entre los obreros inmigrados que trabajan en la construcción. Ante la represión, los trabajadores del aeropuerto de Dubai se pusieron espontáneamente en huelga de solidaridad con los trabajadores de la construcción. En Bengladesh, han sido cerca de dos millones de obreros textiles de la región de Dhaka que iniciaron una serie de huelgas salvajes masivas a finales de mayo y principios de junio para protestar contra unos sueldos miserables y las condiciones de vida insoportables que les impone el capitalismo ([3]). Por todas partes, tanto en los países más desarrollados como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y, anteriormente, Alemania o Suecia, o en los menos desarrollados como Bengladesh, la clase obrera está levantando la cabeza, desarrollando sus luchas. La enorme combatividad que ha caracterizado las recientes luchas revela que, por todas partes, la clase explotada se niega hoy a someterse a lo inaceptable y a la lógica inhumana de la explotación capitalista.
Frente a esa práctica propia de todas las camarillas burguesas de “cada uno a la suya” y de “guerra de todos contra todos” que invade el mundo, la clase obrera empieza a oponer su propia perspectiva: la de la unidad y la solidaridad contra los ataques incesantes del capitalismo. Es la solidaridad la que ha marcado todas las luchas obreras desde hace un año y eso es un avance considerable en al conciencia de clase del proletariado. Ante el atolladero del capitalismo, al desempleo, los despidos y el “no future” que este sistema ofrece a los obreros y, en especial, a las nuevas generaciones, la clase explotada está tomando conciencia de que su única fuerza está en su capacidad para oponer un frente masivo para afrontar el Moloch capitalista.
Son dos mundos los que se enfrentan: el mundo de la burguesía y el mundo obrero. Aquélla, tras haber encarnado frente al feudalismo, el progreso de la humanidad, se ha vuelto hoy la defensora de toda la barbarie, la bestialidad, la desesperación que abruman a la especie humana. En cambio, aunque no tenga plena conciencia de ello todavía, la clase obrera representa el futuro, un futuro definitivamente librado de la miseria y de la guerra. Un futuro en el que uno de los principios más valiosos de la especie humana, la solidaridad, volverá a ser la regla universal. Una solidaridad que las luchas obreras recientes han demostrado que no estaba enterrada definitivamente en una sociedad a la deriva, sino que lleva en sí el futuro de la lucha.
Fabienne (8/07/2006)
[1]) Eso no excluye, ni mucho menos, que los gobiernos de los países “democráticos” se dediquen, en algunas circunstancias, a desarrollar o favorecer la actividad de ese tipo de grupos para así justificar sus operaciones bélicas o el reforzamiento de la represión. El ejemplo más evidente de esa política es la llevada a cabo por el Estado norteamericano antes y después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 que solo los ilusos pueden creer que no fueron deliberadamente previstos, alentados e incluso organizados en parte por los órganos especializados de dicha Administración (leer al respecto: “Pearl Harbor 1941, “Torres Gemelas” 2001: El maquiavelismo de la burguesía” en la Revista internacional n° 108).
[2]) Esos son los temores que se están expresando ya en algunos sectores de la burguesía israelí frente a la ofensiva del ejército en la franja de Gaza justificada por la búsqueda de un soldado israelí capturado por un grupo terrorista.
[3]) Ver nuestro artículo “Dubai, Bangla Desh: la clase obrera se rebela contra la explotación capitalista” en Acción proletaria nº 190, julio-septiembre de 2006 (ver sitio Internet para otros idiomas).
Hace 70 años, en mayo de 1936, estallaba en Francia una inmensa oleada de huelgas obreras espontáneas contra la agravación de la explotación provocada por la crisis económica y el desarrollo de la economía de guerra. En julio de ese mismo año, en España, frente al alzamiento militar de Franco, la clase obrera se puso inmediatamente en huelga general, tomando las armas para replicar al ataque. Muchos revolucionarios, incluidos los más conocidos como Trotski, creyeron percibir en aquellos acontecimientos el inicio de una nueva oleada revolucionaria internacional. En realidad, debido a un análisis superficial de las fuerzas en presencia, acabaron equivocándose a causa de la adhesión entusiasta y la “radicalidad” de algunos discursos. Basándose en un análisis lúcido de la relación de fuerzas internacional, la Izquierda comunista de Italia (en su revista Bilan) comprendió que los frentes populares no eran, ni mucho menos, la expresión de un desarrollo revolucionario, sino todo lo contrario: expresaban el encierro cada vez mayor del la clase obrera en la ideología nacionalista, democrática y el abandono de la lucha de clases contra las consecuencias de la crisis histórica del capitalismo: «El Frente popular es al fin y al cabo el proceso real de disolución de la conciencia de clase de los proletarios, el arma destinada a mantener, en todas las circunstancias de su vida social y política, a los obreros en el terreno de la sociedad burguesa” (Bilan n° 31, mayo-junio de 1936). Rápidamente, tanto en Francia como en España, el aparato político de la izquierda “socialista” y “comunista” sabrá ponerse en cabeza de los movimientos y, tras encerrar a los obreros en la falsa alternativa fascismo/antifascismo, logrará sabotearlos desde dentro, orientarlos hacia la defensa del Estado democrático y, finalmente, alistar a la clase obrera para la segunda carnicería interimperialista mundial.
Hoy, en un contexto de lenta reanudación de la lucha de clases y de brote de nuevas generaciones en búsqueda de alternativas radicales frente a la quiebra cada día más patente del capitalismo, los círculos altermundistas, como ATTAC, denuncian el liberalismo salvaje y la “dictadura del mercado”, que quita el poder político de manos del Estado y, por lo tanto, de los ciudadanos y llama a “la defensa de la democracia contra las imposiciones financieras”. Ese “otro mundo” propuesto por los altermundistas recuerda políticas que se aplicaron durante los años 1930 o 1950 a 70, cuando el Estado ocupaba un lugar mucho más importante como actor económico directo que, según ellos, hoy habría perdido. Es evidente que, según ese enfoque, la política de los gobiernos de Frente Popular, con sus programas de control por el Estado de la economía, de “unidad contra los capitalistas y la amenaza fascista”, mediante la puesta en marcha de una “revolución social”, debe ser utilizada para demostrar la afirmación de que “otro mundo”, otra política es posible en el seno del capitalismo.
Por eso es más que nunca indispensable evocar, con ocasión de este 70 aniversario, el contexto de 1936:
– para recordar las lecciones trágicas de aquellas experiencias, en especial la trampa fatal que para la clase obrera constituye el abandonar el terreno de la defensa intransigente sus intereses específicos para someterse a las necesidades de la lucha de un campo burgués contra otro;
– para denunciar esa patraña propalada por la “izquierda” de que habría sido durante esos acontecimientos la encarnación de los intereses de la clase obrera, y demostrar que, al contrario, fue su enterrador.
Los años 1930 – marcados por la derrota de la oleada revolucionaria de los años 1917-23 y el triunfo de la contrarrevolución – se diferencian radicalmente del período histórico actual que se distingue por al progreso de las luchas y el lento desarrollo de la conciencia. Sin embargo, las nuevas generaciones de proletarios que intentan deshacerse de las ideologías contrarrevolucionarias, siguen teniendo que enfrentarse a esa misma “izquierda”, a sus trampas y sus manipulaciones ideológicas, por mucho que se haya puesto los vestidos nuevos del altermundismo. Y no podrán quitársela de encima si no se adueñan de las lecciones, tan duramente pagadas, de la experiencia pasada del proletariado.
Los frentes populares pretendían “unificar las fuerzas populares frente a la arrogancia de los capitalistas y el ascenso del fascismo”, pero ¿lograron de verdad instaurar una dinámica de reforzamiento de la lucha contra la explotación capitalista? ¿Fueron una etapa en el camino de la revolución? Para contestar, el planteamiento marxista no puede basarse únicamente en el radicalismo de los discursos y la violencia de los choques sociales que sacudieron a varios países de Europa occidental en aquel entonces, sino en un análisis de la relación de fuerzas entre las clases a escala internacional y de toda una época histórica. ¿En qué contexto general de fuerza y debilidad del proletariado y de su enemiga mortal, la burguesía, surgen los acontecimientos de 1936?
Producto de la derrota histórica del proletariado
Tras la pujante oleada revolucionaria que obligó a la burguesía a poner fin a la guerra, que llevó a la clase obrera a tomar el poder en Rusia, a hacer temblar el poder burgués en Alemania y al conjunto de la Europa central, el proletariado iba a sufrir toda una serie de derrotas sangrientas durante los años 1920. El aplastamiento del proletariado en Alemania en 1919 y luego en 1923 por lo socialdemócratas del SPD y sus “perros sangrientos”, dejó el camino despejado a la llegada de Hitler al poder. El trágico aislamiento de la revolución en Rusia fue la sentencia de muerte de la Internacional comunista, dejando cancha libre al triunfo de la contrarrevolución estalinista que aniquiló toda la vieja guardia de los bolcheviques y las fuerzas vivas del proletariado. Y, al fin, en 1927 fueron despiadadamente ahogados en China los últimos sobresaltos proletarios. El curso de la historia se había invertido. La burguesía había obtenido victorias decisivas sobre el proletariado internacional y el curso hacia la revolución mundial dejó el sitio a una marcha inexorable hacia la guerra mundial, lo cual acarreó el peor de los retornos de la barbarie capitalista.
Aquellas derrotas aplastantes de los batallones de vanguardia del proletariado mundial no excluyeron, sin embargo, sobresaltos de combatividad de la clase, a menudo importantes, especialmente en los países donde no había sufrido un aplastamiento físico o ideológico directo en los enfrentamientos revolucionarios del período 1917-1927. Por ejemplo, en lo más álgido de la crisis económica de los años 1930, en julio de 1932, estalla en Bélgica una huelga salvaje en las minas que alcanzó inmediatamente una dimensión insurreccional. A partir de un movimiento contra las reducciones de salario en las minas de la comarca del Borinage, el despido de los huelguistas provocó una extensión de la lucha por toda la comarca y enfrentamientos violentos con la gendarmería. En España, ya entre 1931 y 1934, la clase obrera española se lanza a cantidad de movimientos de lucha que serán reprimidos sin piedad. En octubre de 1934, todas las comarcas mineras de Asturias y el cinturón industrial de Oviedo y de Gijón inician una insurrección suicida que será aplastada por el gobierno republicano y su ejército al mando del general Franco y que terminará en una represión brutal. En fin, en Francia, aunque la clase obrera está profundamente agotada por la política “izquierdista” del PC (cuya propaganda pretende, hasta 1934, que la revolución seguía siendo algo inminente y que había que instalar “soviets por todas partes”), sigue dando prueba de cierta combatividad. Durante el verano de 1935, ante unos decretos-ley que imponen importantes reducciones salariales a los trabajadores del Estado, se producen grandes manifestaciones y enfrentamientos violentos con la policía en los arsenales de Tolón, Tarbes, Lorient y Brest. En esta ciudad, después de que un obrero fuera mortalmente golpeado a culatazos por los militares, los trabajadores exasperados desencadenan violentas manifestaciones y revueltas entre el 5 y el 10 de agosto de 1935, con 3 muertos y cientos de heridos y muchos obreros encarcelados ([1]).
Esas manifestaciones de una persistente combatividad, a menudo marcadas por la cólera, la desesperanza y el desconcierto político, fueron, en realidad, “sobresaltos desesperados” que en absoluto desmentían una situación internacional de derrota y disgregación de las fuerzas obreras, como lo recuerda la revista Bilan respecto a España:
“Si el criterio internacionalista quiere decir algo, hay que afirmar que, bajo el signo de una contrarrevolución en auge a escala mundial, la orientación de España, entre 1931 y 1936, lo único que podía seguir era una dirección paralela [al curso contrarrevolucionario de los acontecimientos, ndlt] y no una inversión hacia un desarrollo revolucionario. La revolución no puede alcanzar su pleno desarrollo si no es como resultado de una situación revolucionaria a escala internacional” (Bilan n° 35, enero de 1937).
Sin embargo, para encuadrar a los obreros de los países en que no habían sufrido el aplastamiento de los movimientos revolucionarios, las burguesías nacionales tuvieron que usar una mistificación particular. Allí donde el proletariado había sido aplastado tras un enfrentamiento directo entre las clases, el alistamiento belicista tras el fascismo o el nazismo, o, en el caso del estalinismo, tras la ideología específica de la “defensa de la patria socialista”, un alistamiento obtenido sobre todo mediante el terror, aparecía con formas particulares del desarrollo de la contrarrevolución. A esos regímenes políticos particulares, va a corresponder, en los países que siguieron siendo “democráticos”, el mismo alistamiento guerrero llevado a cabo tras los estandartes del antifascismo. Para lograrlo, las burguesías francesa y española (y también otras como la belga, por ejemplo) usaron la llegada de la izquierda al gobierno para movilizar a la clase obrera tras el antifascismo en defensa del Estado “democrático” e instaurar la economía de guerra.
El posicionamiento de la izquierda respecto a los combates proletarios mencionados muestra ya de manera muy explícita que las posiciones propias del Frente Popular no se desarrollan para reforzar la dinámica de las luchas obreras. Esto es patente también en Bélgica. Cuando las huelgas insurreccionales de 1932 en ese país, el Partido Obrero Belga y su comisión sindical se negaron a apoyar el movimiento, lo cual va a orientar la cólera de los trabajadores también contra la socialdemocracia: la Casa del Pueblo de Charleroi será tomada por asalto por los insurrectos a la vez que los obreros rompen y queman sus carnés de miembros del POB y de sus sindicatos. Para canalizar la rabia y la desesperanza obreras, el POB propondrá desde finales de 1933 el famoso “Plan del Trabajo”, alternativa “popular” a la crisis del capitalismo.
España es también un testimonio muy ilustrador de lo que el proletariado puede esperar de un gobierno “republicano” y de “izquierdas”. Desde los primeros meses de su existencia, la República española demostrará que en lo que a aplastamiento de obreros se refiere, poco tiene que envidiar a los regímenes fascistas: muchas luchas de los años 1930 serán aplastadas por gobiernos republicanos en los que también está, hasta 1933, el PSOE. La insurrección suicida de Asturias de octubre de 1934, estimulada por un discurso “revolucionario” de un PSOE en la oposición en ese momento, quedará totalmente aislada gracias a ese mismo PSOE y su sindicato, la UGT, que impidieron toda extensión del movimiento. Desde ese momento, Bilan plantea en términos muy claros qué significan los regímenes democráticos de “izquierda”:
“En efecto, desde su fundación en abril de 1931 y hasta diciembre de ese año, el “paso a la izquierda” de la República Española, la formación del gobierno Azaña-Largo Caballero-Lerroux, su amputación del ala derecha representada por Lerroux, no significa ni mucho menos que hayan sido condiciones favorables para el avance de las posiciones de clase del proletariado o para la formación de organismos capaces de dirigir su lucha revolucionaria. No se trata aquí, claro está, de ver qué ha hecho o ha dejado de hacer el gobierno republicano y radical-socialista por la… revolución comunista, sino que se trata de saber si sí o no, esa conversión a la izquierda o a la extrema izquierda del capitalismo, ese unánime concierto que iba de los socialistas hasta los sindicalistas en defensa de la República, ¿ha creado las condiciones para el desarrollo de las conquistas obreras y de la marcha revolucionaria del proletariado? ¿O no será que esa conversión a la izquierda ha sido dictada por la necesidad, para el capitalismo, de emborrachar a unos obreros empapados de una profunda voluntad revolucionaria para que no se orienten hacia la lucha revolucionaria?” (Bilan n° 12, noviembre de 1934).
Y es muy significativo que, en Francia, los enfrentamientos violentos de Brest y Tolón del verano de 1935 estallaran precisamente cuando se forma el Frente Popular. Se desarrollaron espontáneamente, en contra de las consignas de los líderes políticos y sindicales de la “izquierda”, y éstos no vacilarán en tratar a los rebeldes de “provocadores”, recriminándoles que alteraban “el orden republicano”:
“ni el Frente popular, ni los comunistas, que están en primera fila, rompen escaparates, saquean cafés, ni desgarran banderas tricolores” (editorial de l’Humanité, diario del PC francés, 07/08/35).
Desde el principio, pues, como ponía de relieve Bilan respecto a España desde 1933, las políticas de los Frentes populares no se sitúan en absoluto en una dinámica de reforzamiento de los combates proletarios, sino que se desarrollan en contra de ellos, y eso cuando no se enfrentan a los movimientos obreros en un terreno de clase para ahogar aquellos últimos sobresaltos de resistencia contra la “disolución total del proletariado en el capitalismo” (Bilan nº 22, agosto-septiembre de 1935) :
“En Francia, el Frente popular, fiel a la tradición de los traidores, sin la menor duda ha de llamar a asesinar a quienes no se dobleguen ante el “desarme de los franceses” y quienes, como en Brest y Tolón, desencadenen huelgas reivindicativas, batallas de clase contra el capitalismo y fuera del control de los pilares del Frente popular” (Bilan n° 26, diciembre-enero de 1936).
El antifascismo ata a los trabajadores al carro de la defensa del Estado burgués
¿No unieron, sin embargo, los Frentes populares “a las fuerzas populares frente al auge del fascismo”? Ante la llegada al poder de Hitler en Alemania, a principios de 1933, la izquierda va a explotar el empuje de las fracciones de extrema derecha o fascistoides en los diferentes países “democráticos” para plantear la necesidad de la defensa de la democracia mediante un amplio frente antifascista.
Esa estrategia será puesta a punto desde principios de 1934 por primera vez en Francia y su punto de partida es una enorme manipulación. El pretexto lo dio la violenta manifestación de protesta y descontento del 6 de febrero de 1934 contra los efectos de la crisis y de la corrupción de los gobiernos de la IIIª República, manifestación en la que se mezclaban grupos de extrema derecha (Croix de Feu, Camelots du Roi) pero también militantes del PC. Pero unos días más tarde se asiste a un brusco cambio de rumbo por parte del PC, debido al cambio de estrategia de Stalin y de la Komintern. Estos preconizaban ahora sustituir la táctica de “clase contra clase” por una política de acercamiento a los partidos socialistas. El 6 de febrero fue desde entonces presentado como una “ofensiva fascista” y una “intentona de golpe de Estado” en Francia.
La revuelta del 6 de febrero de 1934 va a permitir a la izquierda sacar a relucir un posible peligro fascista en Francia y así lanzar una amplia campaña de movilización de los trabajadores en nombre del antifascismo por la defensa de la “democracia”. La huelga general lanzada conjuntamente por el PCF y la SFIO ([2]) el 12 de febrero sirvió para encumbrar al antifascismo mediante la consigna: “¡Unidad! ¡Unidad contra el fascismo!” El PCF asimila rápidamente la nueva orientación; el único punto al orden del día de la conferencia nacional de Ivry de junio de 1934 es “La organización del Frente único de lucha antifascista” ([3]), lo que conduce rápidamente a la firma de un pacto de unidad de acción entre el PC y la SFIO el 27 de julio de 1934.
Una vez identificado el fascismo como “enemigo principal”, el antifascismo va a ser desde entonces el tema que permitirá agrupar a todas las fuerzas de la burguesía “amantes de libertad” tras las banderas del Frente popular y, por lo tanto, atar los intereses del proletariado a los del capital nacional formando esa “alianza de la clase obrera con los trabajadores de las clases medias” para evitar a Francia “la vergüenza y las desgracias de la dictadura fascista”, como declara Thorez. En continuidad con eso, el PCF desarrolla el tema de las “200 familias y sus mercenarios que saquean a Francia y hacen rebajas con el interés nacional”. Todo el mundo, excepto esos “capitalistas” sufre la crisis y es solidario de modo que se disuelve a la clase obrera y sus intereses de clase en el pueblo y la nación contra “un manojo de parásitos”: “Unión de la Francia que sufre, que trabaja y acabará deshaciéndose de los parásitos que la carcomen” (Comité central del PCF, 02/11/1934)
Por otro lado, el fascismo es denunciado, de manera histérica y cotidiana, como el único promotor de guerras. El Frente popular moviliza así a la clase obrera en la defensa de la patria contra el invasor fascista, identificando al pueblo alemán con el nazismo. Las consignas del PCF exhortan a “comprar francés” y glorifican la reconciliación nacional (“Nosotros, comunistas, que hemos reconciliado la bandera tricolor de nuestros padres con la bandera roja de nuestras esperanzas” (M. Thorez, Radio París, 17/04/1936). La izquierda ata así a los proletarios al carro del Estado mediante el nacionalismo más ultra, el patrioterismo más cerril y la xenofobia.
Aquellas campañas intensivas alcanzan su apoteosis en la celebración unitaria del 14 de julio de 1935 bajo la consigna de la defensa “de las libertades democráticas conquistadas por el pueblo de Francia”. El llamamiento del comité de organización hace el juramento siguiente:
“Juramos permanecer unidos para defender la democracia (…), para poner nuestras libertades lejos del alcance del fascismo”.
Las manifestaciones se concluyen con la constitución pública del Frente popular el 14 de julio de 1935, haciendo cantar “la Marsellesa” a los obreros bajo los retratos paralelos de Marx y de Robespierre, haciéndoles gritar “¡Viva la República Francesa de los Soviets!” Así, gracias al desarrollo de la campaña electoral por el “Frente popular de la paz y del trabajo”, los partidos de “izquierda” desvían los combates del terreno de clase al electoral de la democracia burguesa, anegan al proletariado en la masa informe del “pueblo de Francia” y lo alistan para la defensa de los intereses nacionales.
“Fue ésa una consecuencia de las nuevas posiciones del 14 de julio, lógico término de la política llamada antifascista. La República ya no era el capitalismo, sino el régimen de la libertad, de la democracia, que son, como ya se sabe, la plataforma misma del antisfascismo. Los obreros juraban solemnemente defender esa República contra los facciosos del interior y del exterior, a la vez que Stalin les recomendaba dar su acuerdo al armamento del imperialismo francés en nombre de la defensa de la U.R.S.S.” (Bilan n° 22, agosto-septiembre de 1935).
Y se aplica en otros países esa misma estrategia de movilización de la clase obrera en el terreno electoral de defensa de la democracia, integrándola en las capas “populares”, movilizándola por los intereses nacionales. En Bélgica, la movilización de los trabajadores tras la campaña sobre el “Plan de Trabajo” es orquestada con medios de propaganda psicológica que nada tienen que envidiar a la propaganda nazi o estalinista y que dará lugar a la entrada del POB en el gobierno, en 1935. La matraca antifascista, llevada sobre todo a cabo por la izquierda del POB, tiene su punto álgido en 1937 en el duelo singular en Bruselas entre Degrelle, jefe del partido fascista Rex, y el primer ministro Van Zeeland, que tiene el apoyo de todas las fuerzas “democráticas”, incluido el Partido comunista belga (PCB). El mismo año, Spaak, uno de los dirigentes del ala izquierda del POB, subraya el “carácter nacional” del programa socialista belga, proponiendo que el partido se transforme en partido popular, puesto que defiende el interés común y no el de una sola clase.
Va a ser, sin embargo, en España donde el ejemplo francés servirá más claramente de inspiración a la política de la izquierda. Después de las matanzas de Asturias, el PSOE va también a hacer del antifascismo el eje de su propaganda, “el frente unido de todos los demócratas”, llamando a un programa de Frente Popular frente al peligro fascista. En enero de 1935, firmará con el sindicato UGT, los partidos republicanos, el PCE, una alianza de “Frente popular”, con el apoyo crítico de la CNT ([4]) y del POUM ([5]). Ese “Frente popular” pretende abiertamente sustituir la lucha obrera por la papeleta de voto, por una lucha en el terreno de la burguesía contra la fracción “fascista” de ésta en beneficio de su ala “antifascista” y “democrática”. Se entierra el combate contra el capitalismo en aras de un ilusorio “programa de reformas” del sistema que iba a realizar la “revolución democrática”. Engañando al proletariado gracias a ese frente antifascista y democrático, la izquierda moviliza en el terreno electoral y obtiene un triunfo en febrero de 1936:
“En 1936, después de aquella experiencia concluyente [la coalición republicano-socialista de 1931-33, ndlr] sobre la función de la democracia como instrumento de maniobra para mantener el régimen capitalista, han logrado una vez más, como en 1931-1933, arrastrar al proletariado español a alinearse no con un programa de clase sino de defensa de la “república”, del “socialismo” y del “progreso” contra las fuerzas de la monarquía, el clerical-fascismo y la reacción. Esto demuestra el gran desconcierto de los obreros de ese país, en donde, sin embargo, tantas pruebas de combatividad y de espíritu de sacrificio han dado los proletarios” (Bilan n° 28, febrero-marzo de 1936).
En la realidad de los hechos, la política antifascista de la izquierda y la formación de “frentes populares”, va a lograr atomizar a los trabajadores, diluirlos en la población, movilizarlos por una adaptación democrática del capitalismo, a la vez que se les inculca el veneno chovinista y nacionalista. Bilan no se equivoca cuando comenta la constitución oficial en Francia del Frente popular el 14 de julio de 1935 :
“Bajo el signo de imponentes manifestaciones de masas se está disolviendo el proletariado francés en el régimen capitalista. A pesar de los miles y miles de obreros desfilando por las calles de París, se puede afirmar que en Francia, ni más ni menos que en Alemania, no subsiste ya una clase proletaria que luche por sus propios objetivos. Y en esto, el 14 julio ha sido un momento decisivo en el proceso de disgregación del proletariado y en la reconstrucción de la sacrosanta unidad de la nación capitalista. (…) Así pues, los obreros han tolerado la bandera tricolor, han cantado La Marsellesa e incluso han aplaudido a los Daladier, Cot y demás ministros capitalistas, los cuales, junto con Blum, Cachin ([6]), han jurado solemnemente que “darán pan a los trabajadores, trabajo a los jóvenes y paz al mundo” o sea, dicho con otras palabras: plomo, cuarteles y guerra imperialista para todos” (Bilan n° 21, julio-agosto de 1935).
¿Pero al menos no habrá limitado la izquierda, mediante sus programas de mayor control del Estado de la economía, las angustias de la libre competencia del capital “monopolístico”, protegiendo así las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera? Es importante volver a situar las medidas propuestas por la izquierda en el marco general de la situación del capitalismo.
A principios de los años 1930, la anarquía de la producción capitalista es total. La crisis mundial ha tirado a la calle millones de proletarios. Para la burguesía triunfante, la crisis económica ligada a la decadencia del sistema capitalista, que se manifiesta por todas partes a través de una gran depresión en los años 30 (crac bursátil de 1929, tasas de inflación récord, caída de la producción industrial y del crecimiento, aceleración vertiginosa del desempleo), la llevaba imperiosamente a la guerra por un nuevo reparto de un mercado mundial sobresaturado. “Exportar o morir” era la consigna de cada burguesía nacional, claramente expresada por los dirigentes nazis.
Marcha hacia la guerra y desarrollo de la economía de guerra
Después de la Primera Guerra mundial, Alemania, tras el Tratado de Versalles, se vio privada de sus ya escasas colonias y lastrada con enormes deudas de guerra. Se encuentra encerrada en el centro de Europa y ya desde entonces se va a plantear el problema que va a determinar la política entera de todos los países de Europa durante las décadas siguientes. Con la reconstrucción de su economía, Alemania se verá ante la necesidad imperiosa de dar salidas a sus mercancías y su expansión solo podrá realizarse dentro del marco europeo. Los acontecimientos se aceleran con la llegada de Hitler al poder en 1933. Las necesidades económicas que empujan a Alemania hacia la guerra van a tener en la ideología nazi su plasmación política: puesta en entredicho del Tratado de Versalles, exigencia de un “espacio vital” que solo puede ser Europa.
Todo eso va a precipitar a algunas fracciones de la burguesía francesa en la convicción de que la guerra no podrá evitarse y que la Rusia soviética será, en ese caso, un buen aliado para hacer fracasar las intenciones del pangermanismo. Tanto más porque a un nivel internacional las cosas se clarifican: en el mismo período en que Alemania abandona la Sociedad de Naciones, la URSS ingresa en ella. La URSS, en un primer tiempo, había jugado la baza alemana para luchar contra el bloqueo continental que le imponían las democracias occidentales. Pero cuando se reforzaron los lazos entre Alemania y Estados Unidos, cuando este país invierte en aquél y, mediante el plan Dawes ([7]), reflotan la economía alemana apoyando la reconstrucción económica del “bastión” de occidente contra el comunismo, la Rusia estalinista va a reorientar toda su política exterior para intentar romper esa alianza. En efecto, hasta muy tarde, fracciones importantes de la burguesía de los países occidentales creen que es posible evitar la guerra con Alemania haciendo algunas concesiones y sobre todo orientando la necesaria expansión de Alemania hacia el Este. Munich, en 1938, será la expresión de esa incomprensión de la situación y de la guerra que se avecina.
El viaje que el ministro de Asuntos exteriores, Laval, hace a Moscú en mayo de 1935 va a subrayar espectacularmente esa instalación de los peones del imperialismo en el tablero europeo con el acercamiento franco-ruso: la firma por Stalin de un tratado de cooperación implica su reconocimiento implícito de la política de defensa francesa y un aliento al PCF para que vote los créditos militares. Unos meses más tarde, en agosto de 1935, el VIIº Congreso del PC de la Unión Soviética (PCUS) va a sacar en el plano político las consecuencias de la posibilidad para Rusia de una alianza con los países occidentales para hacer frente al imperialismo alemán. Dimitrov designa al nuevo enemigo que hay que combatir: el fascismo. Los socialistas, a quienes se insultaba violentamente la víspera, se convierten en una (entre otras) fuerza democrática con la que hay que aliarse para vencer al enemigo fascista. Los partidos estalinistas en los demás países, van a seguir los pasos de su hermano mayor, el PCUS, mediante un golpe de timón de 180°, haciendo de ellos los mejores defensores de los intereses imperialistas de la pretendida “patria de socialismo”.
En resumen, en todos los países industriales, la necesidad se impone de desarrollar poderosamente la economía de guerra, no solo la producción masiva de armamento, sino toda la infraestructura necesaria para esa producción. Todas las grandes potencias, “democráticas” como “fascistas”, desarrollan de manera similar, bajo el control del Estado, una política de “grandes obras” y una industria bélica enteramente orientadas hacia la preparación de una nueva carnicería mundial. La industria se organiza en torno a esa necesidad; se imponen nuevos sistemas de trabajo, de los que el “taylorismo” será uno de los vástagos que más futuro tendría.
La izquierda y las medidas de control estatal
Una de las características centrales de las políticas económicas de la “izquierda” es precisamente el reforzamiento de las medidas de intervención del Estado para sostener la economía en crisis y de control estatal sobre diversos sectores de la economía. Justificaba ese tipo de medidas propias...
“de “la economía dirigida”, del socialismo de Estado, [porque] hacen madurar las condiciones que permitirán a los “socialistas” conquistar “pacífica” y progresivamente los engranajes esenciales del Estado” (Bilan n° 3, enero de 1934).
Esas medidas son propugnadas de manera general por toda la socialdemocracia en Europa. Y son retomadas en los programas económicos del Frente popular en Francia, conocidos con el nombre de “plan Jouhaux”. En España, el programa del Frente popular se apoyaba en una amplia política de créditos agrarios y en un gran plan de obras públicas para absorber el desempleo, y también en leyes “obreras” como la de fijar un salario mínimo. ¿Qué significaron de verdad esos programas? Analicemos el ejemplo de uno de sus grandes modelos, el “New Deal”, instaurado en Estados Unidos tras la crisis de 1929 por los demócratas bajo la presidencia de Roosevelt, y también una de las concreciones teóricas más acabadas de ese “socialismo de Estado”, el “Plan de Trabajo” del socialista belga Henri De Man.
El “New Deal”, instaurado en Estados Unidos a partir de 1932 era un plan de de reconstrucción económica y de “paz social”. La intervención del gobierno pretendía restablecer el equilibrio del sistema bancario y relanzar el sistema financiero, realizar grandes obras (embalses, programas públicos) e iniciar algunos programas sociales (instauración de un sistema de pensiones, de seguro de desempleo, etc.). Se creó una nueva agencia federal, la National Recovery Administration (NRA), cuya misión era estabilizar los precios y los salarios mediante la cooperación de empresas y sindicatos. Ésta creó la Public Works Administration (PWA), que debía realizar la política de grandes obras públicas.
¿Estaría abriendo el gobierno de Roosevelt – aunque fuera sin saberlo – la vía a la conquista de los engranajes esenciales del Estado por el partido de los trabajadores? Para Bilan, la verdad es lo contrario:
“La intensidad de la crisis económica que allí se sufre combinada con el desempleo y la miseria de millones de personas, acumulan las amenazas de temibles conflictos sociales que el capitalismo americano debe disipar o ahogar por todos los medios a su disposición” (Bilan n° 3, enero de 1934).
Las medidas de “Paz social” no lo son, ni mucho menos, a favor de los trabajadores, sino, al contrario, son ataques directos contra la autonomía de clase del proletariado.
“Roosevelt se ha dado como objetivo, no el de dirigir a la clase obrera hacia una oposición de clase, sino hacia su disolución en el seno mismo del régimen capitalista bajo control del Estado capitalista. Así los conflictos sociales ya no podrían surgir de la lucha real – y de clase – entre los obreros y la patronal, se limitarían a una oposición de la clase obrera y de la N.R.A., organismo del Estado capitalista. Los obreros deberían así renunciar a toda iniciativa de lucha y confiar su destino a su propio enemigo” (Id.).
¿Se encuentran objetivos similares en el “Plan de Trabajo” de Henri De Man? Este arquitecto principal de esos programas de control estatal y gran inspirador de la mayoría de las medidas tomadas tanto por los Frentes populares como por los regímenes fascistas (Mussolini era uno de sus grandes admiradores) era director del Instituto de dirigentes del POB, vicepresidente desde 1933 y gran estrella del partido. Para De Man, que había estudiado profundamente el desarrollo industrial y social de Estados Unidos y Alemania, hay que apartar los “viejos dogmas”. Para él, la base de la lucha de clases es el sentimiento de inferioridad social de los trabajadores. Así que, mejor que orientar el socialismo para saciar las necesidades materiales de una clase (los trabajadores), hay que orientarla hacia valores universales como la justicia, el respeto de la personalidad humana y la preocupación por el “interés general”. Quedarían así resueltas las contradicciones inevitables e irreconciliables entre clase obrera y capitalistas. Por otra parte, al igual que la revolución, hay que rechazar también el “viejo reformismo” que, en tiempos de crisis, es inoperante: de nada sirve reivindicar una parte más grande de un pastel que se va reduciendo cada día más, sino que hay que fabricar un pastel más grande. Es el objetivo de lo que De Man llama la “revolución constructiva”. Con este enfoque, desarrolla para el llamado congreso de “Navidad” de 1933 del POB su “Plan del Trabajo” que prevé “reformas de estructura” del capitalismo:
– la nacionalización de los bancos, que siguen existiendo pero que venden parte de sus acciones a una institución de crédito del Estado y se someterán a las orientaciones del Plan económico;
– esa misma institución de crédito del Estado comprará parte de sus acciones a los grandes monopolios en algunos sectores industriales de base (la energía, por ejemplo) de modo que éstos se convertirán en empresas mixtas, propiedades conjuntas de capitalistas y Estado;
– junto a esas empresas “asociadas”, sigue existiendo un sector capitalista libre, estimulado y sostenido por el Estado;
– los sindicatos estarán directamente implicados en esa economía mixta de concertación mediante el “control obrero”, orientación que De Man propaga a partir de las experiencias en las grandes empresas norteamericanas.
¿Son esas “reformas de estructura”, propuestas por De Man, favorables al combate de la clase obrera? Para Bilan, De Man quiere...
“... demostrar que la lucha obrera debe limitarse naturalmente a objetivos nacionales en su forma y en su contenido, que socialización significa nacionalización progresiva de la economía capitalista, o economía mixta. Con el pretexto de la “acción inmediata”, De Man llega a predicar la integración nacional de los obreros en la “nación una e indivisible” que (…) se ofrece como refugio supremo de los obreros aplastados por la reacción capitalista”.
En conclusión,
“El objetivo de las reformas de estructura de H. De Man es, por lo tanto, trasladar la verdadera lucha de los trabajadores a un espacio irreal (y ésa es su única función), un espacio en el que está excluida toda lucha por la defensa de los intereses inmediatos y, por lo tanto, de los históricos del proletariado , y eso en nombre de una reforma de estructura que, tanto en su concepto como en sus medios, solo puede servir a la burguesía para reforzar su Estado de clase, reduciendo la clase obrera a la impotencia” (Bilan n° 4, febrero de 1934).
Pero Bilan va más lejos, poniendo la instauración del “Plan del Trabajo” en relación con el papel que la izquierda desempeña en el periodo histórico.
“La subida al poder del fascismo en Alemania clausura un período decisivo de la lucha obrera (…). La socialdemocracia, que fue un elemento decisivo en esas derrotas, es también un elemento de la reconstitución orgánica del capitalismo (…), la socialdemocracia emplea un nuevo lenguaje para seguir haciendo su función, rechaza un internacionalismo verbal que ya no es necesario, para pasar sin rodeos a la preparación ideológica de los proletarios por la defensa de “su nación”. (…) Ahí es donde encontramos la fuente verdadera del plan De Man. Ese es el intento concreto de sancionar, mediante una movilización adecuada, la derrota sufrida por el internacionalismo revolucionario y la preparación ideológica para incorporar al proletariado a la lucha del capitalismo por la guerra. Por eso es por lo que el nacional-socialismo de De Man tiene la misma función que el nacional-socialismo de los fascistas” (Bilan n° 4, febrero de 1934)
El análisis del New Deal como el del Plan De Man pone de relieve que esas medidas no van ni mucho menos, hacia el reforzamiento del combate proletario contra el capitalismo, sino, al contrario, lo que procuran es reducir la clase obrera a la impotencia, sometiéndola a las necesidades de la defensa de la nación. En este aspecto, como lo hace notar Bilan, el plan De Man no se diferencia en nada del programa de control por el Estado de los regímenes fascista y nazi; como tampoco de los planes quinquenales del estalinismo que se aplicaron en Rusia desde 1928 y que, por otra parte, habían inspirado en su origen a los demócratas de EE.UU.
Si se generalizó ese tipo de medidas fue porque correspondían a las necesidades del capitalismo decadente. En aquel período, en efecto, la tendencia general hacia el capitalismo de Estado es una de las características dominantes de la vida social.
“En este periodo, cada capital nacional se encuentra privado de toda base para un desarrollo potente, y condenado a una concurrencia imperialista aguda. Obligado a enfrentar económica y militarmente a sus rivales en el exterior, en el interior debe hacer frente a la exacerbación creciente de las contradicciones sociales. La única fuerza de la sociedad que es capaz de cumplir esas tareas es el Estado. Efectivamente, sólo el Estado puede:
– encargarse de la economía nacional de forma global y centralizada, para atenuar la competencia interna que la debilita; a fin de reforzar su capacidad para hacer frente, como un todo, a la competencia en el mercado mundial.
– construir el aparato militar necesario para defender sus intereses ante el endurecimiento de los antagonismos internacionales.
– en fin, gracias entre otras cosas a las fuerzas de represión y a una burocracia cada vez más monstruosa, puede afirmar la cohesión interna de la sociedad amenazada de dislocación por la creciente descomposición de sus fundamentos económicos” (Plataforma de la CCI).
En realidad todos esos programas cuya pretensión era alcanzar una nueva organización de la producción nacional bajo control del Estado, estaban totalmente orientados hacia la guerra económica y la preparación de una nueva carnicería mundial (economía de guerra), y correspondían perfectamente a las necesidades de supervivencia de los Estados burgueses en el capitalismo en el período de decadencia.
Las huelgas masivas de mayo-junio de 1936 en Francia y las medidas sociales tomadas por el gobierno del Frente popular en ese país, al igual que la «revolución española» iniciada en julio de 1936 ¿no son acaso un desmentido de esos análisis pesimistas?, ¿no confirmarán en la práctica la justeza del modo de hacer de los frentes “antifascistas” o “populares”?, ¿no serán, al fin y al cabo, la expresión concreta de esa “revolución social” en marcha? Examinemos cada uno de los movimientos aquí evocados.
Mayo-junio de 1936 en Francia: los trabajadores se movilizan tras el Estado democrático
La gran oleada que seguirá, a partir de mediados de mayo, la subida al poder del gobierno del Frente Popular tras la victoria electoral del 5 de mayo de 1936, va a confirmar todos los límites del movimiento obrero, marcado por el fracaso de la oleada revolucionaria y aplastado por la pesada losa de la contrarrevolución.
Lo “adquirido” en 1936
El 7 de mayo se desencadena una oleada de huelgas, en el sector aeronáutico primero, y, luego, en la metalurgia y el automóvil, con ocupaciones espontáneas de fábricas. Esas luchas son testimonio sobre todo, a pesar de toda su combatividad, de lo débil que era la capacidad de los obreros para llevar a cabo un combate en su terreno de clase. En efecto, desde los primeros días, la izquierda conseguirá disfrazar de “victoria obrera” el desvío al terreno del nacionalismo y del interés nacional, de la combatividad obrera subsistente. Si bien es cierto que por primera vez se asistió en Francia a ocupaciones de fábricas, es también la primera vez que se ve a los obreros cantar a a vez la Internacional y la Marsellesa, desfilar tras los pliegues de la bandera roja mezclados con la tricolor. El aparato de encuadramiento, el PC y los sindicatos, es dueño de la situación, consigue encerrar a los obreros, que se dejan adormecer al son de la acordeón mientras les ajustan las cuentas en las alturas de unas negociaciones que van a desembocar en los Acuerdos de Matignon. Si unidad hay, no es desde luego la de la clase obrera, sino la del encuadramiento de la clase obrera por parte de la burguesía. Cuando algunos recalcitrantes no parecen entender que tras los acuerdos hay que volver al trabajo, l’Humanité ([8]) se encarga de explicarles que “hay que saber terminar una huelga... hay que saber incluso aceptar un compromiso” (M. Thorez, discurso del 11 de junio de 1936), “no hay que asustar a nuestros amigos radicales”.
Durante el juicio de Riom, que organizó el régimen de Vichy en 1942 ([9]) contra los responsables de la “decadencia moral de Francia”, Blum mismo recuerda por qué las ocupaciones de fábrica iban precisamente en el sentido de la movilización nacional buscada:
“los obreros estaban allí como guardianes, vigilantes, y también, en cierto modo, como copropietarios. Y desde el punto de vista especial que nos interesa, el de constatar una comunidad de derechos y deberes hacia el patrimonio nacional, ¿no es acaso eso lo que lleva a asegurar y preparar la defensa común de ese patrimonio, la defensa unánime? (…). Es de esta manera cómo, poco a poco, se va creando para los obreros una copropiedad de la patria, cómo se les enseña a defender la patria”.
La izquierda obtuvo lo que buscaba: llevó la combatividad al terreno estéril del nacionalismo, del interés nacional.
“La burguesía está obligada a recurrir al Frente popular para canalizar en provecho propio la explosión inevitable de la lucha de clases y solo puede hacerlo si el Frente popular aparece como una emanación de la clase obrera y no como la fuerza capitalista que ha disuelto al proletariado para movilizarlo para la guerra” (Bilan n° 32, junio-julio 1936).
Para acabar con toda resistencia obrera, los estalinistas van a liarse a porrazos con “quienes no saben terminar una huelga” y “se dejan arrastrar a acciones inconsideradas” (Thorez, 8 de junio de 1936) y el gobierno del Frente popular, en 1937, va a mandar a Clichy a sus guardias antidisturbios a ametrallar a los obreros. Con el aporreo o el ametrallamiento de las últimas minorías de obreros recalcitrantes, la burguesía acababa de ganar su partida de arrastrar al conjunto del proletariado francés hacia la defensa de la nación.
El programa del Frente popular no contenía nada de fundamental que pudiera inquietar a la burguesía. El presidente del Partido radical, E. Daladier, ya desde el 16 de mayo le daba toda clase de seguridad:
“El programa del Frente popular no contiene ningún artículo que pudiera perjudicar los intereses legítimos de cualquier ciudadano, inquietar el ahorro, menoscabar a ninguna fuerza sana del trabajo francés. Muchos de quienes lo han combatido con la mayor pasión, sin duda no lo han leído nunca” (l’Oeuvre, 16/05/1936).
Sin embargo, para poder difundir la ideología antifascista y ser creíble en su papel de defensor de de la patria y del Estado capitalista, la izquierda tenía que dar algunas migajas. Los acuerdos de Matignon y lo pseudo adquirido en 1936 fueron elementos determinantes para poder presentar la llegada de la izquierda al poder como “una gran victoria obrera”, para arrastrar a los proletarios a dar confianza al Frente popular haciéndoles adherir a la defensa del Estado burgués incluso en sus iniciativas bélicas.
Aquel famoso acuerdo de Matignon, concluido el 7 de junio de 1936, celebrado por la CGT como una “victoria sobre la miseria”, que todavía en nuestros días quieren presentar como modelo de “reforma social”, fue en realidad la zanahoria presentada a los obreros. Y en realidad, ¿qué era es Acuerdo?
Con apariencia de “concesiones” a la clase obrera, como aumentos de sueldo, las “40 horas”, las “vacaciones pagadas”, la burguesía aseguraba ante todo la organización de la producción bajo la dirección del Estado “imparcial” como así lo hace notar el líder de la CGT, Leon Jouhaux:
“el principio de una nueva era… la era de las relaciones directas entre las dos grandes fuerzas económicas organizadas del país (…) Las decisiones se han tomado en la mayor independencia, bajo la égida del gobierno, cumpliendo éste, si era necesario, la función de árbitro correspondiente a su papel de representante del interés general” (discurso radiado, 8 de junio de 1936).
Además, hacía pasar medidas esenciales para condicionar a los trabajadores y que aceptaran una intensificación sin precedentes de los ritmos de producción, con la introducción de nuevos métodos de organización del trabajo para multiplicar los rendimientos horarios y hacer funcionar al máximo la industria armamentística en su caso. Es la generalización del taylorismo, del trabajo en cadena y de la dictadura del cronómetro en las fábricas.
Fue el propio Leon Blum quien quitará la careta “social” a las leyes de 1936 durante el juicio antes mencionado, organizado para hacer aparecer al Frente popular y las 40 horas como responsables de la abrumadora derrota de 1940 tras la invasión de los ejércitos nazis:
“El rendimiento horario, ¿de qué depende? (…) depende de la buena coordinación y de la buena adaptación de los movimientos del obrero con su máquina; depende también de la condición moral y física del obrero.
“Hay toda una escuela en Estados Unidos, la escuela Taylor, la escuela de los ingenieros Bedeau, a quienes se les ve pasearse durante las inspecciones, que han llevado muy lejos el estudio de los métodos de organización material que llevan al máximo rendimiento horario de la máquina, lo cual es precisamente su objetivo. Pero también existe la escuela Gilbreth que ha estudiado e investigado los datos más favorables en las condiciones físicas del obrero para poder sacar ese rendimiento. El dato fundamental es que debe limitarse el cansancio del obrero…
“¿No creen ustedes que nuestra legislación social era capaz de mejorar esa condición moral y física del obrero?: jornada más corta, ocio, vacaciones pagadas, sentimiento de dignidad, de igualdad conquistada, todo eso era y debía ser uno de los elementos que pueden llevar al máximo el rendimiento horario que el obrero puede sacar a la máquina”.
Eso son el cómo y el porqué de las medidas “sociales” del gobierno de Frente popular, paso obligado para adaptar y reajustar a los proletarios a los nuevos métodos infernales de producción cuyo objetivo era el rearme rápido de la nación antes de que llegaran las primeras declaraciones de guerra oficiales. Hay que apuntar, además, que las famosas vacaciones pagadas, bajo una u otra forma, fueron acordadas en la misma época en la mayoría de los países desarrollados que se dirigían hacia la guerra, imponiendo así a sus obreros los mismos ritmos productivos.
Así, en junio de 1936, inspirándose en los movimientos de Francia, estalla en Bélgica una huelga de estibadores. Tras haber intentado atajarla, los sindicatos reconocen el movimiento orientándolo hacia reivindicaciones similares a las del Frente popular en Francia: subida de salarios, semana de “40 horas” y una semana de vacaciones pagadas. El 15 de junio, el movimiento se generaliza hacia el Borinage y las regiones de Lieja y Limburgo: 350 000 obreros están en huelga en todo el país. El resultado final será la rectificación del sistema de concertación social con la constitución de una Conferencia nacional del trabajo en la que patronal y sindicatos se ponen de acuerdo sobre un plan nacional para optimizar el nivel competitivo de la industria belga.
Una vez obtenido el final de las huelgas y la instauración de un rendimiento horario máximo de explotación de la fuerza de trabajo, al gobierno de Frente popular ya solo le quedaba… recuperar el terreno concedido. Unos meses más tarde, la inflación va a recortar los aumentos de sueldo (incremento del 54 % de los precios de los productos alimenticios entre 1936 y 1938), el propio Blum se olvidará de la promesa de las 40 horas un año después y serán definitivamente enterradas cuando el gobierno radical de Daladier en 1938 lance la máquina económica a pleno gas para la guerra, suprimiendo los incentivos por las 250 primeras horas de trabajo extras, anulando los dispositivos de los convenios colectivos que prohibían el trabajo a destajo y aplicando sanciones por toda negativa a hacer horas extras por la defensa nacional:
“(…) Cuando se trataba de fábricas que trabajaban para la defensa nacional, las derogaciones a la ley de las 40 h siempre fueron acordadas. Además, en 1938, obtuve de las organizaciones obreras una especie de concordato mediante el cual se aumentaba hasta las 45 h la jornada de trabajo en las empresas que trabajaban, directa o indirectamente, para la defensa nacional” (Blum en el juicio de Riom).
Y, en fin, las vacaciones pagadas serán devoradas de un mordisco, pues, a propuesta de la patronal y con el apoyo del gobierno de Blum y el acuerdo sindical, las fiestas de Navidad y de Primero de Año serán recuperables. Una medida que se aplicará después a todas las fiestas legales, o sea 80 horas de trabajo suplementarias, lo equivalente a las dos semanas de vacaciones pagadas.
En cuanto al reconocimiento de los delegados sindicales y de los convenios colectivos, eso no es ni más ni menos que reforzar el control de los sindicatos sobre los obreros gracias a una mayor implantación en las fábricas. ¿Para qué? Léon Jouhaux, socialista y dirigente sindical, nos los explica muy bien de esta manera:
“… las organizaciones obreras [o sea los sindicatos, ndlr] quieren la paz social. Primero para no poner trabas al gobierno del Frente popular y, además, para no frenar el rearme”.
De hecho, cuando la burguesía prepara la guerra, el Estado se ve obligado a controlar a toda la sociedad para orientar todas las energías hacia la macabra perspectiva. Y en las fábricas es evidente que son los sindicatos los mejor situados para que el Estado pueda desarrollar su presencia policíaca.
Si hubo victoria fue, en verdad, la victoria siniestra del capital que estaba preparando la única solución para resolver la crisis: la guerra imperialista.
La preparación para la guerra
Desde el origen del Frente popular en Francia, tras el eslogan de “Paz, pan, libertad” y más allá del antifascismo y el pacifismo, la defensa de los intereses imperialistas de la burguesía francesa se mezclará con las ilusiones democráticas. En ese marco, el Frente popular utiliza con habilidad la preparación a la guerra que se está llevando a cabo a nivel internacional, como “peligro fascista a la puerta de casa”, armando, por ejemplo, mucho ruido en torno a la agresión italiana en Etiopía. Más claro todavía, la SFIO y el PC hacen un reparto de tareas respecto a la guerra civil española: mientras que la SFIO rechaza la intervención en España en nombre del “pacifismo”, el PC defiende la intervención en nombre de la “lucha antifascista”.
Si hay pues una tarea por la que el capital francés debe estar agradecido al gobierno del Frente popular, es la de haber preparado la guerra. De tres maneras:
– primero, la izquierda pudo utilizar a la masa obrera en huelgas como medio de presión sobre las fuerzas más retrógradas de la burguesía, imponiendo las medidas necesarias para la salvaguarda del capital nacional frente a la crisis haciendo además que todo eso pasara como una victoria de la clase obrera;
– luego, el Frente popular lanzó un programa de rearme basado en la nacionalización de las industrias de guerra. Blum, en el juicio de Riom declarará lo siguiente sobre ese programa:
“Presenté un gran proyecto fiscal… con el objetivo de que todas las fuerzas de la nación se concentraran en el rearme, un rearme intensivo que será la condición misma, el factor mismo de un despegue industrial y económico definitivo. Se desmarca resueltamente de la economía liberal, y se sitúa plenamente en la economía de guerra”.
La izquierda es, en efecto, consciente de la guerra que se avecina; es ella la que empuja hacia un entendimiento franco-ruso, la que denuncia violentamente las tendencias “muniquesas” en la burguesía francesa. Las “soluciones” que propone a la crisis no son diferentes de las de la Alemania fascista, de los Estados Unidos del New Deal o de la Rusia estalinista: desarrollo del sector improductivo de las industrias de armamento. Sea cual sea la máscara tras la que se oculta el capital, las medidas económicas son las mismas. Así lo pone de relieve Bilan :
“No es casualidad si esas grandes huelgas se desencadenan en la industria metalúrgica empezando por las factorías aeronáuticas […] pues se trata de sectores que están hoy trabajando a pleno rendimiento, debido a la política de rearme seguida en todos los países. Los obreros que lo viven en sus carnes han tenido que entablar su movimiento para reducir los ritmos embrutecedores de la cadena (…)”
– en fin, y sobre todo, el Frente popular ha llevado a la clase obrera al peor terreno para ella, el de su derrota y su aplastamiento: el terreno del nacionalismo. Mediante la histeria patriotera que la izquierda jalea con el antifascismo, arrastra al proletariado a defender una fracción de la burguesía contra otra: la demócrata contra la fascista, un Estado contra otro: Francia contra Alemania. El P.C.F, declara:
“Ha llegado la hora de realizar efectivamente el armamento general del pueblo, realizar las reformas profundas que aseguren una potencia multiplicada por diez de los medios militares y técnicos del país. El ejército del pueblo, el ejército de los obreros y de campesinos bien encuadrados, bien instruidos y mandados por oficiales fieles a la República”.
En nombre de ese “ideal” los “comunistas” van a honrar a Juana de Arco “gran liberadora de Francia”, en nombre de ese “ideal” el PC llama a hacer un Frente Francés y recupera la consigna que fue la de la extrema derecha unos años antes: “¡Francia para los franceses!” Fue con el pretexto de defender las libertades democráticas amenazadas por el fascismo con el que se llevó a los proletarios a aceptar los sacrificios necesarios por la salud del capital francés para, finalmente, aceptar el sacrifico de sus vidas en la carnicería de la Segunda Guerra mundial.
En esa tarea de verdugo, el Frente popular va a encontrar aliados eficaces entre sus críticos de izquierda: el Partido socialista obrero y campesino (PSOP) de Marceau Pivert, trotskistas o anarquistas. Estos van a desempeñar el papel de ojeadores para acorralar a los elementos más combativos de la clase y llevarlos al redil de modo que siempre se presentan como “más radicales”, de hecho más “radicales” en la manipulación de las patrañas contra la clase obrera. Las Juventudes Socialistas del departamento del Sena, donde hay trotskistas como Craipeau y Roux dedicados al “entrismo”, son los primeros en preconizar y organizar milicias antifascistas, los amigos de Pivert, agrupados en el PSOP, serán los más virulentos en la crítica de la “cobardía” de Munich. Todos son unánimes en la defensa de la República Española junto a los antifascistas y todos participarán más tarde en la matanza interimperialista en el seno de la resistencia. Todos dieron su óbolo por la defensa del capital nacional, ¡todos son merecedores de la patria!
Julio de 1936 en España: el proletariado enviado al matadero de la guerra “civil”
Con la formación del Frente popular y su victoria en las elecciones de febrero de 1936, la burguesía había inoculado en la clase el veneno de la “revolución democrática” consiguiendo así atar a la clase obrera a la defensa del Estado “democrático” burgués. De hecho, cuando una nueva oleada de huelgas estalla tras las elecciones, es frenada y saboteada por la izquierda y los anarquistas porque “hacen el juego de la patronal y de la derecha”. Todo se va a concretar trágicamente con el golpe militar del 18 de julio de 1936. Contra el golpe de Estado, los obreros replican inmediatamente con huelgas, ocupaciones de cuarteles y desarme de los soldados y eso contra las directivas del gobierno que no hizo más que llamar a la calma. Allí donde se respetan los llamamientos del gobierno (“El gobierno manda, el Frente popular obedece”), los militares toman el control en medio de un baño de sangre.
“La lucha armada en el frente imperialista es la tumba del proletariado” (Bilan n° 34)
Sin embargo, la ilusión de la “revolución española” se reforzará gracias a una falsa “desaparición” del Estado capitalista republicano y la no existencia de la burguesía, ocultándose todos tras la careta de un pseudo “gobierno obrero” y de organismos “más a la izquierda” como el “comité central de milicias antifascistas” o el “consejo central de la economía”, que mantienen la ilusión de un doble poder. En nombre de ese “cambio revolucionario”, tan fácilmente conquistado, la burguesía obtiene la Unión sagrada de los obreros en torno a un solo y único objetivo: derrotar a la otra fracción de la burguesía, a Franco. Ahora bien,
“la alternativa no es Azaña o Franco, sino entre burguesía y proletariado; por muy derrotado que salga uno de los dos adversarios, eso no impedirá que el que saldrá realmente derrotado será el proletariado, el cual pagará los gastos de la victoria de Azaña o la de Franco” (Bilan n° 33, julio-agosto de 1936).
Muy rápidamente, el gobierno republicano del Frente popular, con la ayuda de la CNT y del POUM, desvía la reacción obrera contra el golpe de estado hacia la lucha antifascista, desplegando toda una serie de maniobras para desplazar el combate social, económico y político contra el conjunto de las fuerzas de la burguesía hacia el enfrentamiento militar en las trincheras únicamente contra Franco, y solo se entregan armas a los obreros para mandarlos a la carnicería de los frentes militares de la “guerra civil”, totalmente fuera de su terreno de clase.
“Podría suponerse que el armamento de los obreros poseería virtudes políticas congénitas y que una vez materialmente armados, los obreros podrían quitarse de encima a los jefes militares para pasar a formas superiores de su lucha. Nada de eso. Los obreros que el Frente popular ha logrado incorporar para la burguesía, pues bajo la dirección y por la victoria de una fracción de la burguesía combaten, se prohíben precisamente por eso la posibilidad de evolucionar hacia posiciones de clase” (Bilan n° 33, julio-agosto de 1936).
Además esa guerra de “civil” no tiene nada. Se convierte rápidamente, tras el compromiso de Francia y Rusia con los republicanos y de Italia y Alemania con los franquistas, en puro conflicto imperialista, preludio de al segunda carnicería imperialista mundial.
“En lugar de fronteras de clase, las únicas que habrían podido amedrentar a los regimientos de Franco, volver a dar confianza a los campesinos aterrorizados por las derechas, han surgido otras fronteras, específicamente capitalistas éstas, y se ha realizado la Unión Sagrada para la matanza imperialista, región por región, ciudad contra ciudad en España y, por extensión, Estados contra Estados en los dos bloques democrático y fascista. Que no haya guerra mundial no significa que la movilización del proletariado español e internacional no esté hoy realizada para el mutuo degüello bajo las banderas imperialistas de los adversarios fascista y antifascista” (Bilan n° 34, agosto-septiembre de 1936).
La guerra de España engendró otro mito, desarrolló otra mentira. A la vez que a la guerra de clases del proletariado contra el capitalismo le sustituía la guerra entre “Democracia” y “Fascismo”, el Frente popular desfiguraba el contenido mismo de la revolución: el objetivo primordial ya no era la destrucción del Estado burgués y la toma del poder político por el proletariado, sino las pretendidas medidas de socialización y la gestión obrera de las fábricas. Son sobre todo los anarquistas y algunas tendencias que se reivindican del consejismo las que más exaltan ese mito, proclamando incluso que, en aquella España republicana, antifascista y estalinista, la conquista de posiciones socialistas había llegado más lejos que lo alcanzado en la Revolución de Octubre en Rusia.
Sin desarrollar más esta cuestión aquí, hay que subrayar, sin embargo, que esas medidas, aunque hubiesen sido más radicales que lo que en realidad fueron, no habrían cambiado para nada el carácter fundamentalmente contrarrevolucionario de lo ocurrido en España. Para la burguesía como para el proletariado, el problema central de la revolución no puede ser otra cosa que la destrucción, para éste, o la conservación, para aquélla, del Estado capitalista. El capitalismo no solo puede acomodarse momentáneamente de medidas de autogestión o de pretendidas socializaciones (cooperativas…) de las tierras en espera de poner orden a la primera ocasión, sino que incluso puede suscitarlas para engañar y desviar las energías proletarias hacia conquistas ilusorias, desviando así al proletariado del objetivo central la Revolución: la destrucción del poder del capitalismo, de su Estado.
La exaltación de las pretendidas medidas sociales como el no va mas de la revolución no son más que palabras radicales que desorientan al proletariado de su lucha revolucionaria contra el Estado, disfrazando así su movilización de carne de cañón al servicio de la burguesía. Tras haber dejado su terreno de clase, el proletariado no solo va a ser alistado en las milicias antifascistas de anarquistas y poumistas y enviado al matadero del frente, sino, además, soportará una ruda explotación y siempre más sacrificios en nombre de la producción por la guerra “de liberación”, de la economía de guerra antifascista: reducción de salarios, inflación, racionamiento, militarización del trabajo, jornadas de trabajo más largas. Y cuando el proletariado desesperado, se subleve en Barcelona en mayo de 1937, el gobierno central del Frente popular, con el apoyo de los anarquistas, y la Generalitat catalana reprimirán abiertamente a la clase obrera de esa ciudad, mientras que los franquistas interrumpen las hostilidades para permitir a los verdugos de izquierda aplastar el levantamiento obrero.
La izquierda celebra este año el 70º aniversario del Frente popular. Desde los socialdemócratas a los izquierdistas, todos están de acuerdo, incluidas algunas fracciones de la derecha de la burguesía, para ver en la subida al poder gubernamental de la izquierda en 1936 en Francia y en España (y también, de manera menos trascendental, sin duda, en otros países como Bélgica y Suecia) una gran victoria de la clase obrera y un signo de su combatividad y de su fuerza en los años 30. Frente a esas manipulaciones ideológicas, lo revolucionarios de hoy, como sus predecesores de la revista Bilan, deben afirmar el carácter mistificador de los Frentes populares y de las “revoluciones sociales” que éstos, pretendidamente, habrían iniciado. La llegada al poder de la izquierda en aquella época era la expresión, al contrario, de la profundidad de la derrota del proletariado mundial y permitió un encuadramiento directo de la clase obrera en Francia y en España para la guerra imperialista que estaba preparando toda la burguesía, reclutando masivamente tras las patrañas de la ideología antifascista.
“ (…) Y yo pensaba sobre todo que era un inmenso resultado y un inmenso servicio el haber devuelto las masas y la élite obrera al amor y al sentimiento del deber hacia la patria” (declaraciones de Blum en el juicio de Riom).
“1936” marca para la clase obrera el período más negro de la contrarrevolución, cuando las peores derrotas de la clase obrera le eran presentadas como victorias; cuando, frente a un proletariado que seguía sufriendo las consecuencias del aplastamiento de la oleada revolucionaria que había empezado en 1917, la burguesía pudo imponer casi sin resistencia su “solución” a la crisis: la guerra.
Jos
[1]) Leer B. Kermoal, “Colère ouvrière à la veille du Front populaire”, le Monde diplomatique, junio de 2006.
[2]) O sea “Sección francesa de la Internacional obrera”, nombre histórico del Partido socialista francés (referencia a la IIª Internacional que traicionó en 1914 al proletariado).
[3]) Las citas que se refieren al Frente popular francés están casi todas sacadas del libro de L.Bodin y J. Touchard, Front populaire, 1936, París, Armand Colin, 1985.
[4]) Confederación nacional del trabajo, central anarcosindicalista.
[5]) Partido obrero de unificación marxista, pequeño partido concentrado en Cataluña, representante de la extrema izquierda “radical” de la Socialdemocracia. Formaba parte del “Buró de Londres” que agrupaba internacionalmente a las corrientes socialistas de izquierda (SAPD alemán, PSOP francés, Independent Labour Party británico, etc.).
[6]) Edouard Daladier, dirigente del Partido radical, ministro en muchas ocasiones desee 1924 (en especial de las Colonias y de la Guerra), jefe del gobierno en 1933, 1934 y 1938 y como tal firmó el 30 de septiembre de 1938 los acuerdos de Munich. Pierre Cot empezó su carrera política como radical y la terminó como compañero de viaje del PCF. Fue nombrado ministro del Aire en 1933 por Daladier. Leon Blum, jefe histórico de la SFIO tras la escisión del Congreso de Tours de 1920 que vio nacer el Partido comunista. Marcel Cachin: figura mítica del PCF, director de l’Humanité de 1918 a 1958. Su hoja de servicios es elocuente: es un intransigente belicista durante la 1ª Guerra mundial y por eso el gobierno francés lo envía a Italia para entregar a Mussolini (socialista por aquel entonces) dinero para fundar Il Popolo d’Italia, destinado a la propaganda para que Italia entrara en la guerra. En 1917, tras la revolución de Febrero, es enviado a Rusia para convencer al Gobierno provisional que prosiga la guerra. En 1918 se enorgullece por haber llorado cuando la bandera francesa volvió a ondear en Estrasburgo tras la victoria de Francia sobre Alemania. En 1920 ingresa en el PCF en el que forma parte de la derecha del partido junto a Frossard. Toda su vida estuvo marcada por el arribismo y el servilismo lo cual le permitió adaptarse con talento a los innumerables virajes de PCF.
[7]) Plan adoptado siguiendo la propuesta del banquero americano Charles Dawes, por la Conferencia de Londres de agosto de 1924 que agrupa a los vencedores de la guerra y a Alemania. Ese plan alivia a este país de las “reparaciones de guerra” que debía pagar a sus vencedores (sobre todo a Francia) lo que le permitió relanzar su economía y favorecer las inversiones estadounidenses.
[8]) L’Humanité era y es el diario del llamado Partido comunista francés (PCF).
[9]) Tras la derrota de Francia en 1940, el régimen nazi ocupó la Francia del norte, mientras que el Sur, aunque bajo control alemán, con la capital en la ciudad de Vichy, estaba gobernado por el régimen del mariscal Pétain.
Una de las consecuencias dramáticas de la contrarrevolución que ahogó en sangre la revolución de octubre de 1917, fue el aislamiento completo en que quedó el puñado de revolucionarios en la URSS que sobrevivieron a los gulag ([1]) y a las redadas de la GPU y del KGB ([2]) (que también lograron incluso enterrar las contribuciones de la Izquierda comunista rusa). Cuando se hundió la URSS se empezó a levantar la pesada losa impuesta por la burguesía estalinista. Era pues importante que los revolucionarios de occidente y en los países de la extinta URSS intentaran volver a estrechar lazos para intercambiar sus experiencias e ideas, de manera que los revolucionarios de esos países puedan volver a encontrar el lugar que les corresponde en el medio político proletario internacional. Por eso es por lo que la CCI participa desde 1996 en las conferencias organizadas en Moscú (y en Kiev en 2005) por el grupo Praxis, y ha establecido un trabajo regular de correspondencia con varios grupos y contactos en Rusia y Ucrania. Ya hemos publicado varios artículos sobre esta correspondencia en nuestra página web en ruso. Acabamos también de sacar en ruso la última de las publicaciones impresas de la CCI (Internacionalismo, en ruso, ver imagen) para facilitar los intercambios de ideas especialmente con los compañeros que no tienen acceso a Internet.
Sabemos que es un trabajo que requiere mucha paciencia por parte de unos y otros. Los problemas de lengua y de traducción son ya una gran escollo; las ideas de la Izquierda comunista, de la que la CCI tiene su herencia, son poco conocidas en Rusia; además, las nociones desarrolladas por los camaradas que viven en territorios de la extinta URSS están a menudo marcadas por la experiencia específica de esos países y son poco conocidas por los lectores de países de occidente. Los dos artículos que publicamos aquí son el fruto de un trabajo de largo alcance: el primero, extracto de una correspondencia con un camarada de Voronezh (ciudad situada en el Don al sur de Moscú), contiene nuestra respuesta sobre la cuestión de la autogestión.
Querido compañero,
Hemos recibido tu última carta y volvemos a saludar tus contribuciones sobre la ley del valor y la autogestión. Forman parte de la inevitable discusión entre comunistas para definir con el mayor rigor el programa de la revolución proletaria. Así abordas tú los problemas:
• “En vuestro libro la Decadencia del capitalismo, decís que bajo el socialismo se liquidará la producción mercantil. Pero es imposible liquidar la producción mercantil son abolir la ley del valor. Según la teoría de Marx, bajo el socialismo, los productos del trabajo se intercambiarán según la cantidad de tiempo de trabajo necesario (según el trabajo), o sea en conformidad con la ley del valor.”
• “En vuestro folleto Plataforma y Manifiestos, el punto 11 se titula: “La autogestión, autoexplotación del proletariado”. ¿Qué quiere decir autoexplotación? La explotación, es la apropiación de los productos del trabajo de otro. Si he entendido bien, la autoexplotación es la apropiación de los productos del trabajo propio. O sea que Robinson Crusoe se autoexplotaba cuando consumía los productos de su propio trabajo. Robinson Crusoe se explotaba a sí mismo.”
Vamos a procurar contestar a esas dos cuestiones, mostrando que están relacionadas la una con la otra.
En tu carta del 26 de diciembre de 2004, citas un pasaje de la Crítica del programa de Gotha de Marx:
“La sociedad le entrega un bono [al productor individual] consignando que ha cumplido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que cumplió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra distinta. Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes” ([3]).
La idea esencial defendida por Marx ahí es que después de la revolución, cuando ya el proletariado tiene el poder, es todavía necesario durante todo un período alinear los “salarios” de los obreros con el tiempo de trabajo y, por lo tanto, calcular el tiempo de trabajo contenido en los productos para llagar a un “valor de cambio” de los productos que puede expresarse en “bonos de trabajo”. La producción mercantil, la ley del valor, y, por lo tanto, el mercado, todavía subsisten, y por lo tanto estamos en acuerdo con Marx. Comprendemos, pues, tu sorpresa cuando en nuestro libro la Decadencia del capitalismo, has leído que en el socialismo la producción mercantil habría desaparecido. Se trata en realidad de un malentendido en los términos. En efecto, en nuestra prensa, siempre usamos la palabra socialismo como sinónimo de comunismo, como objetivo final del proletariado: una sociedad sin clases y sin Estado en donde los productos del trabajo ya no serán mercancías y se habrá eliminado la ley del valor. Desde la época en que escribió Miseria de la filosofía (1847), Marx era muy claro al respecto, en el comunismo ya no habrá intercambio, no habrá mercancías:
“En una sociedad venidera, en la que habrá dejado de existir el antagonismo de clases, en la que ya no habrá clases, el uso ya no estará determinado por el mínimo de tiempo de producción, sino que el tiempo de producción que se dedicará a los diferentes objetos estará determinado por su nivel de utilidad social” ([4]).
En esa fase, se habrá abolido el valor de cambio. La comunidad humana reunificada, mediante órganos administrativos encargados de la planificación centralizada de la producción, decidirá qué cantidad de trabajo deberá dedicarse a la producción de tal o cual producto. Pero ya no necesitará el “rodeo” del intercambio como así ocurre bajo el capitalismo, puesto que lo que importa es el grado de utilidad social de los productos. Estaremos entonces en una sociedad de abundancia en la que no solo se satisfarán las necesidades más elementales del ser humano, sino que incluso esas necesidades mismas conocerán un desarrollo fantástico. En tal sociedad, el trabajo mismo habrá cambiado totalmente de naturaleza: al haber reducido al mínimo el tiempo dedicado a la creación de las necesidades de la subsistencia, el trabajo será por primera vez una actividad verdaderamente libre. La distribución, como la producción, cambiarán también de naturaleza. Poco importará entonces el tiempo dedicado por el individuo a la producción social, pues solo dominará un principio: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!”
La identificación y la defensa de ese objetivo final de la lucha proletaria – una sociedad sin clases, sin Estado ni fronteras nacionales, sin mercancías, atraviesan toda la obra de Marx, de Engels y de los revolucionarios de las generaciones posteriores. Es importante recordarlo, pues ese objetivo determina profundamente el movimiento que lleva hacia él, de igual modo que los medios necesarios que hay que poner en marcha.
Tras la experiencia de la Revolución rusa, y luego de la contrarrevolución estalinista, creemos que es necesario para la claridad política hablar de un “período de transición del capitalismo al socialismo” más que de “socialismo” o de “fase inferior del comunismo”. Es evidente que no se trata de una simple cuestión de palabras. En efecto, la dictadura del proletariado no puede concebirse como una sociedad estable, ni como un modo de producción específico. Es una sociedad en plena evolución, tensa toda ella hacia el objetivo final, hecha de cambios sociales y políticos en los que las antiguas relaciones de producción son combatidas para acabar decayendo mientras aparecen y se van reforzando las nuevas. En la Crítica del programa de Gotha, justo antes del pasaje citado, Marx precisa bien:
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario [subrayado nuestro], de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede…” ([5]).
Unas páginas más lejos, afirma claramente:
“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera a la segunda. A ese período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.”
Nuestra carta anterior permitió, al menos eso nos parece, borrar un malentendido y tu respuesta expresaba un acuerdo de fondo:
“Como entiendo yo el marxismo, ese período de transición se llama socialismo. No hablo de comunismo de mercado, sino de socialismo de mercado. (...) Con el aumento de las fuerzas productivas, la distribución en función del trabajo se transforma en distribución según las necesidades, el socialismo se transforma paso a paso en comunismo, acabando por desaparecer el mercado”.
En tu carta del 26 de diciembre de 2004, subrayabas que sólo existen tres formas de distribución de productos basadas en el tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en esos productos:
– mediante el dinero (A), en cuyo caso el intercambio de mercancías (M) se efectúa bajo la forma M-A-M;
– mediante un bono de trabajo (B) del que hablaba: M-B-M;
– directamente en forma de trueque: M-M.
Y hacías notar que en los tres casos, estábamos ante un intercambio de mercancías y, por lo tanto, ante la existencia de un mercado, es decir, de una sociedad que utiliza un equivalente general, la moneda, para expresar el tiempo de trabajo, incluso cuando la moneda no es necesaria, en el caso arcaico del trueque, para determinar la equivalencia. Tal como dices:
“El dinero y los bonos es casi lo mismo, porque miden lo mismo: el tiempo de trabajo. La diferencia entre ellos es la misma que entre una regla graduada en centímetros y otra en pulgadas.”
Estamos de acuerdo contigo para decir que es a esa situación económica a la que se enfrentará el proletariado después de la toma del poder. Ignorarlo sería una regresión respecto al marxismo. Tanto más porque la guerra civil entre proletariado y burguesía a escala mundial habrá acarreado muchas destrucciones que se plasmarán en un retroceso de la producción. Sin cesar, los comunistas deberán combatir las ilusiones de una extinción rápida y sin problemas de la ley del valor. La necesidad para el proletariado de llevar hasta el final la supresión del intercambio, creando las condiciones del decaimiento del Estado hará del período de transición una época de trastornos revolucionarios como nunca antes haya conocido otra la humanidad.
A pesar de esas precisiones, es evidente que subsiste un desacuerdo. Escribes, por ejemplo, en la misma carta:
“bajo el socialismo, los productos del trabajo serán intercambiados según la cantidad de trabajo socialmente necesario. Y allí donde los productos del trabajo se intercambiarán según la cantidad de trabajo, el mercado y la producción mercantil seguirán existiendo. Por consiguiente, para abolir la producción mercantil hay que abolir la distribución basada en la cantidad de trabajo. Por lo tanto, si queréis abolir la producción mercantil, tendréis que abolir el socialismo. Si os consideráis como marxistas, debéis reconocer que el socialismo, en su esencia, está basado en el mercado. Y si no, ¡id con los anarquistas!”
Según lo visto, suponemos que nombras “socialismo” al período de transición del capitalismo al comunismo. Este período es, por esencia, inestable: o el proletariado sale victorioso y la “economía de transición” se transforma hacia el comunismo, o sea hacia la abolición de la economía mercantil; o el proletariado pierde terreno, las leyes del mercado se reafirman y existe entonces el peligro de que se abra la vía de la contrarrevolución.
En la misma carta también, escribes que se encuentra esa ignorancia en los anarquistas. Y, en efecto, para ellos la emancipación de la humanidad se deberá únicamente al esfuerzo de voluntad, y. por lo tanto, el comunismo podría haber nacido en cualquier época histórica. Y así rechazan todo conocimiento científico del desarrollo social y son por eso incapaces de comprender qué papel pueden desempeñar la lucha de clases y la voluntad humana. En su “Prefacio” a el Capital, Marx contestaba, sin mencionarlos, a los anarquistas, los cuales niegan que sea inevitable un período de transición:
“Incluso en el caso en que una sociedad haya llegado a descubrir la pista de la ley natural que preside su movimiento – y la finalidad de esta obra es descubrir la ley económica que mueve la sociedad moderna – no puede saltar ni suprimir por decreto sus fases naturales del desarrollo. Pero puede acortar y hacer menos doloroso el parto” ([6]).
Según Marx y Engels, la necesidad de la dictadura proletariado, es decir de un período de transición entre los dos modos de producción “estables” que son el capitalismo y el comunismo, se basa en dos fundamentos:
– la imposibilidad de un florecimiento del comunismo en el seno mismo del capitalismo (contrariamente a éste que nació en el seno del feudalismo);
– en el hecho de que el extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas realizado por el capitalismo es todavía insuficiente para permitir la plena satisfacción de las necesidades humanas que caracteriza al comunismo.
Eso, evidentemente, los anarquistas son totalmente incapaces de entenderlo, pero, además, su “visión del comunismo” no va más allá que el estrecho horizonte burgués. Puede comprobarse ya en la obra de Proudhon. Para éste, la economía política es la ciencia suprema y se empeña en sacar a toda costa, en cada categoría económica capitalista, lo bueno y lo malo. Lo bueno del intercambio es que pone frente a frente dos valores iguales. Lo bueno de la competencia es la emulación. Y encontrará, inevitablemente, un lado bueno a la propiedad privada:
“Pero es evidente que aunque la desigualdad es uno de los atributos de la propiedad, tampoco es toda la propiedad; pues lo que hace placentera la propiedad, como decía ya no sé qué filósofo, es la facultad de disfrutar a voluntad no sólo del valor de su bien sino su naturaleza específica, de explotarlo a su gusto, de fortificarse en él, de hacer uno uso de él según se lo sugieren el interés, la pasión o el capricho” ([7]).
Se nos anunciaba el reino de la libertad, y acabamos ganando los sueños obtusos y mezquinos del pequeño productor. Para los anarquistas, la sociedad ideal no es más que un capitalismo idealizado del que serán dueños el intercambio y la ley del valor, o sea las condiciones de la explotación del hombre por el hombre. Y, al contrario, el marxismo se presenta como una crítica radical del capitalismo que defiende la perspectiva de una verdadera emancipación del proletariado y, por ello mismo, de la humanidad entera. Marx y Engels siempre combatieron el comunismo tosco que limitaría la revolución a la esfera de la distribución y que sencillamente acabaría en reparto de la miseria. Contra ese burdo “comunismo” proclamaban el florecimiento de las fuerzas productivas liberadas de las cadenas del capitalismo. No sólo requerían la satisfacción de las necesidades elementales del ser humano, sino también su realización, la superación de la separación entre individuo y comunidad, el desarrollo de todas las facultades del individuo actualmente atenazadas por la división del trabajo:
“En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!” ([8]).
Ahí, el marxismo no cae en la verborrea del radicalismo pequeño burgués y de la utopía; sabe que el único medio para salir del capitalismo, es la eliminación del salariado y del intercambio que resumen todas las contradicciones del capitalismo, que son la causa básica de las guerras, de las crisis y de la miseria que arruinan la sociedad. La política económica instaurada por la dictadura del proletariado está totalmente orientada hacia ese objetivo. Según esta idea, no existe una transmutación espontánea, sino una destrucción de las relaciones sociales capitalistas.
Esa cita nos permite subrayar la gran confusión con la que los anarquistas pretenden superar la separación del obrero de los productos de su trabajo. En las mentes anarquistas, al hacerse dueños de la fábrica en la que trabajan, los obreros se hacen obligatoriamente dueños del producto de su trabajo. Por fin lo dominan, obteniendo incluso el disfrute completo. Resultado: la propiedad se ha vuelto eterna y sagrada. Estaríamos entonces en presencia de un régimen federalista heredado de los modos de producción precapitalistas. Lassalle usa el mismo método. Este aprendió de Marx que la explotación se plasma en extracción de plusvalía. Exijamos entonces para el obrero el producto íntegro del trabajo y el problema está arreglado…. Y así, como dice Engels en el Anti-Dühring :
“Se sustrae a la sociedad la función progresiva más importante que tiene, la acumulación, que va a parar a las manos y al arbitrio de los individuos”.
Después de los trabajos de Marx, resulta difícil aceptar esas confusiones sobre el trabajo, la fuerza de trabajo y el producto del trabajo. Los disparates teóricos comunes de Lassalle y de los anarquistas son la base de las ideas autogestionarias. Con la autogestión, ya no se orienta a la sociedad hacia la abolición del intercambio, hacia el comunismo, sino que se multiplican los obstáculos en el camino. Así concluye Marx, también en la Crítica del programa de Gotha, su acerada diatriba contra esas ideas:
“Me he extendido sobre el “fruto íntegro del trabajo”, de una parte, y de otra, sobre “el derecho igual” y “el reparto equitativo”, para demostrar en qué grave falta se incurre, de un lado, cuando se quiere volver a imponer a nuestro Partido como dogmas ideas que, si en otro tiempo tuvieron un sentido, hoy ya no son más que tópicos en desuso, y, de otro, cuando se tergiversa la concepción realista – que tanto esfuerzo ha costado inculcar al Partido, pero que hoy está ya enraizada – con patrañas ideológicas, jurídicas y de otro género, tan en boga entre los demócratas y los socialistas franceses.”
Desde ese punto de vista, a nosotros nos parece que tú te paras a medio camino en tu razonamiento. Estás de acuerdo con nosotros cuando dices que durante ese período no habrá explotación de la clase obrera, puesto que es el proletariado el que ejerce el poder, a causa del proceso de colectivización de los medios de producción, porque el sobretrabajo ya no adquiere la forma de una plusvalía destinada a la acumulación del capital sino destinada (una vez deducida la reserva destinada a los miembros improductivos de la sociedad) a la satisfacción creciente de las necesidades sociales. Dices muy justamente: “La diferencia entre el socialismo [periodo de transición] y el capitalismo consiste en que, bajo el socialismo, la mano de obra no existe como mercancía” (carta del 23 de enero de 2005). Pero afirmas en tu carta siguiente: “La ley del valor seguirá vigente completa y no parcialmente.” Esto lo refuerza tu expresión: “socialismo de mercado”. Tú ves la necesidad de atacar el salariado, pero no la de atacar el intercambio mercantil. Y, sin embargo, ambos están estrechamente enlazados.
La ley del valor descubierta por Marx no solo consiste en elucidar el origen del valor de las mercancías, sino que resuelve el enigma de la reproducción ampliada del capital. El proletario recibe de la venta de su fuerza de trabajo un salario que corresponde al valor real de ese trabajo y, sin embargo, proporciona un valor muy superior en el proceso de producción. La explotación que permite que pueda extraerse así la plusvalía del trabajo del proletario existía ya en la producción mercantil a partir de la cual nació y se desarrolló el capitalismo. No es pues posible suprimir la explotación del proletariado sin combatir el intercambio mercantil. Eso es lo que nos explica claramente Engels en el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado:
“En cuanto los productores dejaron de consumir directamente ellos mismos sus productos, deshaciéndose de ellos por medio del cambio, dejaron de ser dueños de los mismos. Ignoraban ya qué iba a ser de ellos, y surgió la posibilidad de que el producto llegara a emplearse contra el productor para explotarlo y oprimirlo. Por eso, ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos” ([9]).
Si la ley del valor sigue “vigente por completo”, como lo afirmas tú, el proletariado seguirá siendo entonces una clase explotada. Para que cese la explotación durante el período de transición, no basta con haber expropiado a la burguesía. También deben dejar de existir como capital los medios de producción. El principio capitalista del trabajo muerto, del trabajo acumulado, que somete el trabajo vivo para la producción de plusvalía, hay que sustituirlo por el principio del trabajo vivo que controla en trabajo acumulado para una producción destinada a satisfacer las necesidades de los miembros de la sociedad. La dictadura del proletariado deberá combatir el productivismo absurdo y catastrófico del capitalismo. Como decía la Izquierda comunista de Francia,
“La parte del sobretrabajo que el proletariado tendrá que deducir será, sin duda, al principio tan grande como bajo el capitalismo. El principio económico socialista no podría diferenciarse, en su importancia inmediata, de la relación entre el trabajo pagado y el no pagado. Solo la tendencia de la curva, la tendencia al acercamiento de esa relación podrá servir de indicación sobre la evolución de la economía y ser el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción” ([10]).
El segundo tema en discusión es el tratado en el punto 11 de nuestra plataforma: “La autogestión, autoexplotación del proletariado». Aquí tú afirmas un neto desacuerdo con nuestra posición. Te parece inconcebible que los obreros se exploten a sí mismos: “No lo entiendo en absoluto”, escribes, “¿cómo es posible explotarse?, sería como robarse a uno mismo.” Desde las grandes luchas obreras de finales de los años 60, la mayoría de nuestras secciones se las ha visto con la cuestión de la autogestión que realizarían los obreros de “su” empresa en el seno de la sociedad capitalista. Pudieron comprobar en la práctica que tras la careta autogestionaria se oculta la trampa del aislamiento tendida por los sindicatos. Los ejemplos son muy numerosos: la empresa que fabricaba los relojes Lip en Francia en 1973, Quaregnon y Salik en Bélgica en 1978-79, Triumph en Inglaterra en la misma época y recientemente, la mina de Tower Colliery en Gales. Cada vez el guión era el mismo: la amenaza de quiebra provoca la lucha en los obreros, los sindicatos organizan el aislamiento de la lucha y acaban obteniendo la derrota usando como señuelo la compra de la fábrica por los obreros y los cuadros, entregando a veces eso sí, varios meses de sueldo o la prima por despido para aumentar el capital de la empresa. En 1979, la fábrica Lip, tras haberse convertido en cooperativa obrera, se vio obligada a cerrar bajo la presión de la competencia. En la última Asamblea general, un obrero expresó su rabia y desesperación ante unos delegados sindicales que habían llegado a ser, de hecho, los verdaderos patrones de la empresa: “¡Sois unos rastreros! Hoy sois vosotros quienes nos echáis a la calle… Nos habéis mentido!” ([11]) Hacer aceptar los sacrificios que impone la crisis económica, obliga a ahogar las luchas obreras de resistencia. Para eso sirve la consigna de la autogestión.
Esa postura de principio está en pleno acuerdo con el marxismo. Hay que decir que no somos los primeros en usar la noción de autoexplotación de los obreros. Rosa Luxemburg escribía lo siguiente en 1898:
“Pero en la economía capitalista la distribución domina la producción y, debido a la competencia, la completa dominación del proceso de producción por los intereses del capital --es decir, la explotación más despiadada-- se convierte en una condición imprescindible para la supervivencia de una empresa.
Esto se manifiesta en la necesidad, a causa de las exigencias del mercado, de intensificar todo lo posible los ritmos de trabajo, alargar o acortar la jornada laboral, necesitar más mano de obra o ponerla en la calle..., en una palabra, practicar todos los métodos ya conocidos que hacen competitiva a una empresa capitalista. Y al desempeñar el papel de empresario, los trabajadores de la cooperativa se ven en la contradicción de tener que regirse con toda la severidad propia de una empresa incluso contra sí mismos, contradicción que acaba hundiendo la cooperativa de producción, que o bien se convierte en una empresa capitalista normal o bien, si los intereses de los obreros predominan, se disuelve” ([12]).
Cuando unos obreros hacen consigo mismos el papel de empresarios capitalistas, a eso es a los que nosotros llamamos autoexplotación. Tu defensa de la autogestión se apoya en la experiencia de las cooperativas obreras del siglo xix y, en particular, citas la “Resolución sobre el trabajo cooperativo”, adoptada en el primer Congreso de la AIT. Marx y Engels, en efecto, alentaron en varias ocasiones el movimiento cooperativo, sobre todo de cooperativas de producción, no tanto por sus resultados prácticos, sino porque fortalecían la idea de que los proletarios podrían muy bien pasar de los capitalistas. Por eso fue por lo que insistieron en los límites, en los riesgos constantes de que cayeran más o menos directamente bajo el control de la burguesía. Su preocupación era evitar que las cooperativas desviaran a los obreros de la perspectiva revolucionaria, de la necesidad de la toma del poder sobre el conjunto de la sociedad. Esa resolución estipula:
“a) Reconocemos el movimiento cooperativo como una de las fuerzas transformadoras de la sociedad actual, basada en el antagonismo de las clases. Su gran mérito es mostrar en la práctica que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, despótico y pauperizador, puede ser sustituido por el sistema republicano de la asociación de productores libres e iguales.
b) Pero el sistema cooperativo se limita a unas formas minúsculas surgidas de unos esfuerzos individuales de los esclavos asalariados y es impotente para transformar por sí mismo la sociedad capitalista. Para convertir la producción social en un sistema de trabajo cooperativo amplio y armonioso, son indispensables los cambios generales. Estos cambios no se obtendrán nunca sin el empleo de las fuerzas organizadas de la sociedad. O sea, el poder de Estado, arrancado de las manos de los capitalistas y de los grandes propietarios, debe ser manejado por los productores mismos” ([13]).
Tú citas, por cierto, la primera parte de ese pasaje, pero no la segunda, y eso que es ésta la que de verdad pone las cosas en su sitio y refleja con mucha más fidelidad el pensamiento de Marx. Sabemos que en la Iª Internacional, Marx tenía que componérselas con toda una serie de esuelas socialistas confusas a las que esperaba hacer progresar. A medida que iba tomando conciencia de sí mismo, el movimiento obrero acabaría quitándose de encima las “recetas doctrinarias” y en ello Marx contribuyó activamente. Las asociaciones cooperativas pertenecían a esos “doctrinarios” que pretendían, con sus propuestas, soslayar la lucha de clases, la protección de los obreros, la lucha sindical e incluso la demolición de la sociedad capitalista. Para Marx, era indispensable que la clase obrera se alzara hasta la comprensión teórica de lo que debía realizar en la práctica. Por eso, la expresión: “un amplio y armonioso sistema de trabajo cooperativo” designa para él, sin lugar a dudas, la sociedad comunista y no una federación de cooperativas obreras.
La primera parte de esa resolución significa para ti que la lucha por reformas no es contradictoria con el derrocamiento revolucionario del capitalismo, que le es complementaria. Pero esa complementariedad solo era posible en la época del capitalismo progresista, época durante la cual la burguesía podía todavía desempeñar un papel revolucionario respecto a los vestigios del feudalismo. Entonces, los obreros debían participar en las luchas parlamentarias y sindicales por el reconocimiento de los derechos democráticos, para imponer grandes reformas sociales y acelerar la aparición de las condiciones de la revolución comunista. Hoy, en cambio, vivimos en la época de la decadencia del capitalismo. Con el estallido de la Primera Guerra mundial, con la aparición de un nuevo período del capitalismo, el imperialismo, las reformas se han hecho imposibles. Sin ese método histórico propio del marxismo, se acaba olvidando la advertencia de Lenin en la Revolución proletaria y el renegado Kautsky:
“Uno de los métodos más arteros del oportunismo consiste en repetir una posición que fue válida en el pasado.”
Afirmas que, según Marx, “el socialismo nace en el seno de la sociedad burguesa vieja y moribunda” Si leemos el Manifiesto comunista, por ejemplo, no encontramos en ningún sitio semejante idea. Marx y Engels explican en él que la burguesía desarrolló nuevas relaciones de producción progresivamente en el seno del feudalismo y que su revolución política vino a coronar el dominio económico antes adquirido. Y muestran que el proceso es inverso para el proletariado:
“Todas las clases anteriores que conquistaban la hegemonía, trataban de asegurarse su posición existencial ya conquistada sometiendo a toda la sociedad a su modo de apropiación. Los proletarios sólo pueden conquistar las fuerzas productivas sociales aboliendo su propio modo de apropiación en vigencia hasta el presente, aboliendo con ello todo el modo de apropiación vigente hasta la fecha. Los proletarios no tienen nada propio que consolidar; sólo tienen que destruir todo cuanto hasta el presente, ha asegurado y garantizado la propiedad privada” (Manifiesto comunista, “Burgueses y proletarios”).
La revolución política del proletariado es la condición indispensable para que surjan nuevas relaciones de producción. Lo que nace en el seno de la sociedad burguesa son las condiciones del socialismo, y no el socialismo mismo.
Para apoyar tu argumentación, desarrollas la idea de que:
“Decadencia significa estancamiento económico, incremento de la delincuencia, de la miseria y del desempleo, un poder de Estado débil e inestable (un buen ejemplo fueron los imperios militares en la antigua Roma que solo se mantenían durante algunos meses), una lucha de clases tensa. Y lo principal que no habéis mencionado en vuestro libro la Decadencia del capitalismo, es la aparición de nuevas relaciones de clase en el seno de la antigua sociedad moribunda. En el Imperio romano eran los colonos, los esclavos en las explotaciones agrícolas, o sea siervos en su esencia. En el período de destrucción de la sociedad burguesa, son las empresas autogestionadas, más precisamente las cooperativas.”
Es cierto que en el capitalismo decadente, la sociedad burguesa está marcada por una gran inestabilidad. La burguesía tiene que encarar un debilitamiento económico sin precedentes, la crisis de sobreproducción causa enormes estragos a causa de la insuficiencia de mercados solventes a escala internacional, las rivalidades imperialistas se agudizan acabando en guerra mundial. Y, precisamente, la burguesía responde a esa situación fortaleciendo el Estado como así fue en la decadencia del Imperio romano y con la monarquía absoluta en la del feudalismo. Agravación de la competencia, necesidad de una sobreexplotación del proletariado, aparición de un desempleo masivo, un estado totalitario que extiende sus tentáculos por toda la sociedad civil (y no un “Estado débil e inestable”): esas son precisamente las razones que hacen imposible que sobrevivan las cooperativas obreras.
Estamos plenamente de acuerdo contigo cuando dices que fueron “los comunistas de Izquierda los que tenían razón sobre la cuestión [del capitalismo de Estado] y no Lenin.” Comprendieron intuitivamente que el capitalismo se estaba reforzando en Rusia incluso sin burguesía privada y que el poder de la clase obrera estaba en peligro. En efecto, a causa del aislamiento de la revolución, los Consejos obreros acabaron perdiendo el poder en beneficio de un Estado con el que acabó identificándose por completo el partido bolchevique. Pero no por ello estamos de acuerdo con los remedios propuestos por la Oposición obrera de Alejandra Kolontai. Exigir que la gestión de las empresas y el intercambio de productos pasen bajo control de los obreros de cada fábrica lo único que podría hacer era agravar el problema, hacerlo más complicado todavía. No sólo los obreros habrían obtenido un poder simbólico, sino que además habrían perdido su unidad de clase que tan magníficamente había realizado con el surgimiento de los Consejos obreros y la influencia de un auténtico partido de vanguardia en su seno, el partido bolchevique.
Tú crees, al contrario, que:
“Es mucho más fácil y cómodo para los obreros controlar la producción a nivel de las empresas. (...) después de Octubre del 17, la economía se gestionó de manera centralizada. Finalmente, el socialismo se degradó en capitalismo de Estado, a pesar de la voluntad de los bolcheviques. (...) Así pues, bajo el socialismo, los Consejos obreros no tendrán la función de gestionar la economía, no planificarán la producción ni repartirán los productos. Si se les da esas funciones a los Consejos obreros, el socialismo evolucionará inevitablemente hacia el capitalismo de Estado.”
Nosotros, en cambio, estamos convencidos que la centralización es fundamental para el poder obrero. Si al socialismo le quitas la centralización, lo único que se obtendrá son unas comunidades autónomas anarquistas y la consiguiente regresión de las fuerzas productivas. Lo que ocurrió en Rusia fue que una fuerza centralizada, el Estado, suplantó a otra fuerza centralizada, los Consejos obreros. ¿De dónde vino, por consiguiente, la burocracia primero y la nueva burguesía estalinista después? Su origen es el Estado y no los Consejos obreros, los cuales sufrieron un proceso de decaimiento. No fue la centralización la causa de la degeneración de la revolución rusa. Si los Consejos obreros se debilitaron hasta desaparecer, si los propios bolcheviques acabaron siendo absorbidos por el Estado, se debe todo eso al aislamiento de revolución. Las ametralladoras que siegan al proletariado alemán alcanzan, de rebote, a un proletariado ruso que, muy rápidamente, será un gigante herido, debilitado, exangüe. Nueva confirmación, trágica y gran lección de la revolución rusa: ¡el socialismo es imposible en un solo país!
Para concluir, volvamos a tu idea de la autogestión de las empresas bajo el capitalismo ([14]). En esas cooperativas, los obreros deciden colectivamente el reparto de la ganancia. El salariado ya no existe, «los obreros reciben el valor de uso y no el valor de cambio de su fuerza de trabajo.» Nos parece, primero, que hay ahí una confusión entre «valor de cambio» y «valor de uso»: éste expresa la utilidad de lo producido, el uso que de ello puede hacerse. Y lo específico y fundamental del proceso de producción realizado por el proletariado moderno, comparado con otras épocas de la historia, es precisamente que los valores de uso que produce sólo la sociedad entera puede apropiárselos: contrariamente a los zapatos (por poner un ejemplo) producidos por el zapatero, los cientos de millones de microchips electrónicos producidos por los obreros de Intel o AMD no tienen ningún valor de uso “en sí”; su valor de uso sólo existe como componente de otras máquinas producidas por otros obreros en otras fábricas y que a su vez entran en la cadena de producción de otras fábricas... Y eso es cierto incluso para los “zapateros” contemporáneos: los obreros de Jinjiang en China producen 700 millones de pares por año: ¡trabajo cuesta imaginarse que podrían calzarlos todos! También cuesta imaginarse que tal o cual factoría autogestionada pague a sus obreros con máquinas cosechadoras, indivisibles por definición y otra pagara con bolígrafos.
Pero bueno, admitamos que, como dices tú, los obreros reciben lo equivalente tanto del capital variable como de la plusvalía producida. No podrán sin embargo consumir íntegramente los beneficios de la empresa, sino sólo una parte relativamente pequeña, pues el resto debe transformarse en nuevos medios de producción. En efecto, las leyes de la competencia (puesto que, evidentemente, seguimos estando en un contexto de competencia) son como son, de modo que toda empresa debe crecer y aumentar su productividad si no quiere perecer. Se acumula, por lo tanto, una parte de la ganancia y se transforma de nuevo en capital. Y obligatoriamente será una parte casi tan importante como la de una fábrica no autogestionada, si no, la empresa autogestionada no crecerá tan rápidamente como las demás y acabará también por decaer. Como mínimo, los precios de coste de la fábrica autogestionada deberán ser tan bajos como los del resto de la economía capitalista, pues si no, no encontrará compradores para sus productos. Lo cual quiere decir que inevitablemente los obreros de las fábricas autogestionadas deberán alinear sus sueldos y ritmos de trabajo con los empleados en empresas capitalistas: en una palabra, deberán autoexplotarse.
Es más, nos encontramos en las mismas condiciones de explotación que en cualquier otra empresa, puesto que la fuerza de trabajo sigue sometida, alienada, al trabajo muerto, al trabajo acumulado, al capital. Podrán recuperar, a lo más, esa fracción de la ganancia que en la empresa capitalista tradicional, sirve para el consumo personal del patrón o los dividendos de los accionistas. Los obreros, tan contentos por haber obtenido un suplemento de sueldo, pronto perderán sus ilusiones. Los jefes que habían elegido con la mayor confianza puesta en ellos, deberán pronto aprender a convencerlos de que devuelvan ese suplemento e incluso acepten reducciones de sueldo.
“Pero ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado [ni la transformación en empresas autogestionadas, podríamos añadir] suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas”, dice Engels en Anti-Dühring. La transformación del estatuto jurídico de las empresas no cambia para nada su naturaleza capitalista, porque el capital no es una forma de propiedad, sino que es una relación social. Únicamente la revolución política del proletariado, al imponer una nueva orientación a la producción social, puede eliminar el capital. Pero no podrá realizar su destino yendo hacia atrás, hacia etapas anteriores a la socialización internacional alcanzada bajo el capitalismo. Muy al contrario, deberá dar término a esa socialización, rompiendo los marcos nacionales, de la empresa y la división del trabajo. La consigna del Manifiesto comunista tomará entonces todo su sentido: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
En espera de volver a leerte, recibe nuestros saludos fraternos y comunistas.
C.C.I., 22 de noviembre de 2005
[1]) GULAG son las siglas en ruso de la administración de los campos de concentración que el régimen estalinista había sembrado por toda la geografía de la URSS y, por extensión, los campos mismos.
[2]) Policía política y servicios de Seguridad del Estado en la extinta URSS.
[3]) Crítica al programa de Gotha. Glosas marginales en www.marx.org [308].
[4]) Karl Marx, Miseria de la filosofía. C. 1º: “Un descubrimiento científico”; 2ª parte: “El valor constituido o el valor sintético”
[5]) Karl Marx, Obra citada.
[6]) K. Marx, Prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de el Capital (1867). www.marxists.org/espa [309]ñol
[7]) Pierre-Joseph Proudhon, citado por Claude Harmel, Histoire de l’anarchie, Ed. Champ Libre, París, 1984. (trad. nuestra).
[8]) Marx, Crítica del Programa de Gotha. I.
[9]) Cap. V, “Génesis del Estado ateniense”. Biblioteca virtual Espartaco.
[10]) “L’expérience russe”, Internationalisme n° 10, mayo de 1946, reproducido en la Revista internacional n° 61, II-1990.
[11]) Révolution internationale n° 67, publicación de la CCI en Francia (11/1979).
[12]) Rosa Luxemburg, Reforma o revolución, 2ª parte, cap. 2: “Sindicatos, cooperativas y democracia política”.
[13]) Marx, Resoluciones del primer Congreso de la A.I.T. (reunido en Ginebra en septiembre de 1866), en Œuvres, Économie I, Éditions Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, París. Traducido del francés por nosotros.
[14]) Así dice tu carta:
“La autogestión (en el sentido pleno del término), es cuando los obreros gestionan ellos mismos su empresa, repartiéndose incluso las ganancias. De hecho, la empresa se ha vuelto propiedad de los obreros.”
“Para mí, las empresas cooperativas tienen las características siguientes:
1) ausencia total de salariado,
2) elección de todos los responsables,
3) distribución de las ganancias por el colectivo de los trabajadores de la empresa.”
“En las empresas en las que no existe salariado, o sea, cuando los obreros reciben el valor de uso [el capital variable + la plusvalía] y no el valor de cambio de su fuerza de trabajo [le capital variable], la producción es diez veces más eficaz.”
“Los obreros fabrican productos, los venden en el mercado. Con lo que han ganado, pueden comprar lo equivalente de la misma cantidad de trabajo a otros obreros. Hay así una distribución realizada sobre la base de la cantidad de trabajo. Después, una parte del valor va a la renovación de los medios de producción, mientras que la otra va al consumo individual de los obreros.”
La “revolución naranja” de 2004 en Ucrania fue un acontecimiento muy mediatizado en Occidente. Poseía todos los ingredientes de una novela de política-ficción: por un lado una mafia estaliniana corrompidísima, probablemente culpable del asesinato de un periodista al que se le achacaba una encuesta demasiado profunda sobre los “negocios” de esa mafia, y por el otro Víctor Yúshchenko, el heroico defensor de la democracia de rostro devastado por el veneno de un atentado fallido del KGB y apoyado por la hermosa Yulia Timoshenko, figura emblemática de la juventud y de la esperanza en el porvenir.
Una de las mayores cualidades de este articulo, muy documentado, está en que muestra las partes escondidas de la “revolución naranja” y, por ello, desmitifica las ilusiones sobre la democratización en los países de la antigua URSS. Desde 2004, los acontecimientos han confirmado ampliamente el análisis expuesto por este artículo: esencialmente, la democratización en Ucrania fue el disfraz de las luchas por el poder entre los principales clanes de la burguesía nacional. Timoshenko, Primera ministra del nuevo gobierno de Yúshchenko, fue destituida por éste al cabo de apenas nueve meses. Las elecciones de 2006 (en las que se vio al Partido de las Regiones de Yanukóvich, candidato presidencial frustrado y heredero de Kushma, hacerse con el mayor bloque parlamentario) fueron seguidas por una serie de negociaciones entre todos los partidos. Entonces se vio a Y. Timoshenko (que no había logrado recuperar su puesto de Primera ministra a pesar de un intento de acuerdo con el partido Nuestra Ucrania de Yúshchenko) unirse con los “socialistas”, con los “comunistas” y... con el Partido de las Regiones para acabar nombrando para ese cargo a su antiguo enemigo, Yanukóvich. Las alianzas son tan inestables y basadas en luchas de camarillas que la situación puede haber cambiado del todo cuando se publique este artículo.
Hacemos nuestra la denuncia de la democracia hecha por el autor del artículo. En particular, queremos subrayar la justeza de la idea que dice que “cuando los obreros se unen a un movimiento burgués bajo consignas democráticas, ello implica que se niegan a luchar por sus intereses específicos de clase”. Hay sin embargo varios puntos con los que hemos considerado necesario señalar desacuerdos o que consideramos imprecisos. Para no perturbar el hilo de la argumentación, esos puntos están señalados con letras (a, b…) y referenciados en unas “Notas de la redacción” al final del artículo.
CCI, 7 de julio de 2006.
Estamos asistiendo en varios países del mundo a una tendencia creciente a la restricción de los derechos y de las libertades de los ciudadanos, a un retroceso de la democracia burguesa. Por otro lado van surgiendo periódicamente en la vida pública movimientos que reclaman el restablecimiento de la democracia. Sus consignas son a veces confusas e inconsecuentes, pero casi siempre son totalmente huecas. Sin embargo, como lo ha demostrado la experiencia de la “revolución naranja” en Ucrania, pueden arrastrar a millones de seres. Es tan grande el poder de atracción de la democracia y tan masivos son los movimientos que fomenta que mucha gente de izquierdas, radicales o moderados, se precipitan para alistarse en el campo de los “revolucionarios demócratas”. Se les llena el alma de la noble aspiración de escapar de la cárcel del autoritarismo para entrar en el reino de la libertad. Pero si en el pasado la victoria del orden capitalista para establecer una democracia burguesa era compatible con la actividad revolucionaria, hoy en día, en la sociedad capitalista desarrollada, la lucha por la democracia ya no tiene nada que ver con la lucha revolucionaria. El marxista que no lo entiende cae en una situación trágica cuando no tragicómica. Puede escapar de la cárcel del autoritarismo, pero apenas lo ha hecho se cierra brutalmente la trampa de la democracia y ya no le es posible escaparse. Ahora voy a intentar desarrollar esta toma de posición.
Un desarrollo desigual, la anarquía de la producción y una multitud de intereses de la clase dominante son característicos de la sociedad capitalista. Esto es un axioma para cualquier observador que no tenga prejuicios. Este es pues nuestro punto de partida. La experiencia muestra que en la sociedad capitalista, la configuración de los diversos grupos de intereses en la clase dominante se modifica en lapsos relativamente cortos. En la práctica, hoy ya no es como ayer y mañana será bastante diferente de hoy. En la medida en que el equilibrio de intereses de la burguesía cambia de forma dinámica, resulta necesario que el sistema político de la sociedad capitalista sea capaz de adaptarse a tiempo a esas transformaciones. O sea que no sólo ha de ser flexible sino que ha de poder tomar también las formas más variadas. De esto resulta que cuanto menos flexibles sean las formas políticas de la sociedad burguesa menos serán capaces de responder a esas modificaciones de las relaciones de fuerza y menos podrán perdurar.
La dictadura es probablemente una de las formas menos flexibles del sistema político burgués, uno de los menos adaptados para reaccionar rápidamente a una modificación de las relaciones de fuerza en la misma burguesía. En realidad, no la crea la burguesía más que para perpetuar un equilibrio adquirido cuando triunfa. Sin embargo, resulta imposible eliminar una característica de la sociedad burguesa como la de los cambios de intereses en la misma clase dominante. Por ello y por regla general las dictaduras son históricamente de poca duración. Concretamente, se pueden contar con los dedos de una mano los regímenes burgueses de dictadura que han durado más de un cuarto de siglo. Y siempre por regla general, semejante longevidad no se ve más que en países atrasados. Un ejemplo de ello es Corea del Norte, en donde la familia Kim ejerce su dictadura desde hace sesenta años. Los regímenes democráticos burgueses pueden en cambio sobrevivir durante siglos. El secreto de su estabilidad está en su flexibilidad. La democracia burguesa permite reflejar fácil y eficazmente las modificaciones de los grupos de intereses de la burguesía en el sistema político. En ese sentido, es la máscara política ideal para la dominación del capital [a].
Pero lo que aquí nos interesa no son las ventajas que saca el capitalismo de la democracia burguesa, sino los procesos que se han desarrollado en condiciones dominadas por regímenes no democráticos, autoritarios o francamente dictatoriales. Claro está que existen razones objetivas para el establecimiento de un modo particular de gobierno, o sea que ciertos equilibrios de intereses en la burguesía conducen a su aparición. Pero ese equilibrio no es el mismo hoy que ayer. Y si las causas que han permitido que se establezca un régimen autoritario desaparecen, significa que el régimen mismo ha de desaparecer.
Pero como ya lo hemos dicho, los regímenes dictatoriales o autoritarios no se adaptan a las situaciones de la sociedad, exigen, por contrario, que las situaciones se adapten a ellos. Y ante la perspectiva de desaparecer prefieren agarrarse a mentiras y engaños para intentar prolongar su existencia a pesar del estado de la sociedad civil. Semejante situación no puede satisfacer a las capas de la burguesía cuyos intereses no se expresan en el régimen en el poder. Intentan actuar como oposición, acusan el régimen de ser antidemocrático e intentan acabar con ese poder. Al ser alternativas a la dictadura, proponen la democracia porque ésta les permite cambiar el reparto de poder en los órganos del poder estatal en función del nuevo equilibrio de intereses, lo que no permite la dictadura o un modo de dominación autoritario. Cualquier oposición burguesa en ese tipo de sistema despliega entonces con orgullo la bandera de la democracia. Para nosotros es secundario que siga fiel a los principios de la democracia tras su triunfo, porque si no lo sigue siendo, la bandera democrática será entonces alzada por otra fracción de la burguesía, quizás una fracción del grupo en el poder, y así volverá a empezar la lucha por la democracia.
Mucho más importantes son los métodos que utiliza la oposición burguesa en la lucha por sus ideales políticos propios. Dependen en gran parte de las características del régimen contra el que lucha. Un régimen autoritario cuanto más ignore con obstinación las reivindicaciones de la opinión pública burguesa, cuanto más se agarre al poder y utilice la violencia para evitar el hundimiento ante una nueva relación de fuerzas entre diversos intereses, más fuerte será la resistencia que ha de combatir la oposición burguesa y más radicales los medios empleados por sus políticos. Recordaremos que la oposición al actual dictador de Turkmenistán, Niyázov, ha originado una emigración política secreta o que Mijail Saakashvili (Presidente de Georgia ([1]) y Yúshchenko (Presidente de Ucrania) llamaron “revolución”, sin la menor vergüenza, a los acontecimientos que los auparon al poder.
Así es cómo el radicalismo más o menos grande de los métodos de lucha por la democracia depende de las condiciones del régimen autoritario y de la dictadura. Cuanto mayor es la orgía arbitraria que se permite una dictadura cuando lucha para sobrevivir, tantas más posibilidades existen de que las figuras mas respetables de las oposiciones burguesas declaren que son revolucionarias.
Cuanto más extremista e inflexible se ponga un régimen autoritario ante los cambios necesarios, más la oposición burguesa ha de concentrar sus fuerzas para derribarlo. Para reunir esas fuerzas, debe tener el apoyo de las masas trabajadoras y de la pequeña burguesía. Cuando lo logra, aumenta ampliamente sus capacidades de triunfar sobre su enemigo. Obreros, campesinos y comerciantes se unen así con la oposición con unas bases burguesas desde el principio, puesto que la única finalidad estratégica que propone dicha oposición son unos cambios a favor de las élites burguesas. En consecuencia, cuando los obreros se unen a un movimiento burgués bajo consignas democráticas, ello implica que se niegan a luchar por sus intereses específicos de clase. Y los marxistas que hoy abandonan los fines estratégicos de la lucha de clases a favor de los intereses de un movimiento de oposición no hacen sino salir del terreno independiente de clase poniéndose a la cola de la burguesía. Al desarrollar la propaganda a favor de la democracia, no hacen sino ayudar a una fracción de la burguesía a derribar a otra, sin más.
Por mucho que esa lucha sea de gran amplitud, por mucho que en ella se impliquen las masas trabajadoras, por muy radicales que sean sus métodos, por muy tenaz que sea la resistencia contra el adversario e incluso por muy capaz que sea de organizar una rebelión armada, todo eso no hace de ella una lucha revolucionaria. Lo más que hace es dar la ilusión de una revolución, debido a las similitudes con las formas y métodos de lucha de las experiencias realmente revolucionarias. Pero que se parezca exteriormente no significa que tenga una misma esencia. Así como una ballena puede parecerse a un pez cuando en realidad es un mamífero, así la lucha a favor de la democracia en la sociedad capitalista desarrollada podría parecer una revolución pero no lo es. La revolución es un cambio cualitativo en el desarrollo de la sociedad, una transición de una forma a otra, y su elemento principal es un cambio en las relaciones de propiedad [b]. ¿Qué cambios en las relaciones de propiedad ha realizado la “revolución naranja” por ejemplo? ¿Qué cambio ha habido en Ucrania en 2004?
Dicho eso, se sabe también que el término “revolución” se utiliza igualmente para calificar acontecimientos que no ponen en tela de juicio a las relaciones de propiedad, como por ejemplo en Francia en 1830, 1848 o 1870. Esos acontecimientos se caracterizaban por cambios efectivos progresivos: cada vez tomaba el poder la fracción de la burguesía menos lastrada que las demás por restos feudales. Esos acontecimientos, últimos actos de la Gran Revolución francesa de 1789, desembarazaron a la sociedad de relaciones feudales de propiedad y en ese sentido sí que se puede hablar de ellos como de revoluciones. Cuando la sociedad capitalista llega a su madurez, cualquier cambio en las fracciones dominantes, sean cuales sean sus métodos, no son, ni mucho menos, el cambio de una fracción burguesa, cargada de residuos feudales, a otra más progresista. El cambio se hace entre semejantes, entre una fracción burguesa y otra equivalente. No se puede hablar ya de fracciones más progresistas. En la sociedad capitalista puede haber luchas democráticas contra la dictadura o luchas a favor de la dictadura contra la democracia pero el único cambio revolucionario es el que conduce a su destrucción y a la creación de un nuevo orden, superior, el comunismo.
Los marxistas que intentan aliarse a grupos de oposición burgueses están condenados a liquidarse a sí mismos. Al entrar en lucha al lado de un grupo burgués y al abandonar entonces su posición independiente, también abandonan, voluntariamente, la actividad comunista revolucionaria que es hoy la única posible. Sean cuales sean sus intenciones subjetivas, ya no luchan a favor del comunismo. Esta es la trampa en la que caen al defender la democracia. Piensan que derribando la dictadura se acercarán a una nueva forma social, cuando en realidad destruyen totalmente su fuerza propia y su capacidad de luchar por su causa. Sus reivindicaciones propias se disuelven en el movimiento de oposición democrática: su diferencia de esencia también.
Esa es la teoría. De ella se desprenden conclusiones prácticas muy importantes. Los marxistas que viven en países bajo régimen autoritario han de prepararse para derribarlo. El primer signo anunciador de ese futuro derribo será la aparición de oposiciones burguesas con consignas generalmente democráticas. Luego, cuanto más estúpidos sean quienes ocupan el aparato estatal más se parecerá su derrocamiento a una revolución. Pero es necesario entender claramente que una oposición burguesa, sea cual sea su lucha por la victoria, no puede ser revolucionaria y no traerá con ella cambios fundamentales. Sean cuales sean las circunstancias, los marxistas no han de seguir a la oposición burguesa, incluso si a nivel táctico su lucha y la nuestra contra el gobierno burgués puedan coincidir temporalmente. Al contrario, es necesario denunciar tanto el régimen autoritario como las ilusiones democráticas que provoca. Solo así se puede utilizar la ruina de un régimen autoritario para reforzar nuestras propias posiciones en la lucha por el comunismo. ¿Por qué? Porque en el sistema político por el que luchamos no habrá sitio para la burguesía, sea democrática o autoritaria.
Ucrania no ha conocido desde 1993 una crisis política tan aguda como la de la “revolución naranja”. Aquel año estuvo marcado por la huelga general en el Donbass y la región industrial de Pridneprovie. Basado en una coincidencia entre sus intereses propios y los de los “patrones rojos”, la clase obrera luchó contra las políticas de depredador del Estado ucraniano. La huelga provocó la dimisión de Leonid Kuchma (entonces ministro) y una crisis en la cabeza del Estado burgués. Como consecuencia de esto hubo elecciones parlamentarias y presidenciales anticipadas. Pero la clase obrera no había alcanzado su objetivo principal, o sea acabar con la crisis económica y el robo.
La crisis de noviembre-diciembre del 2004 es muy diferente de la de agosto-septiembre del 1993. Mientras que en ésta el proletariado había luchado como fuerza política independiente, en 2003 no apareció como tal [c]. Por ello un análisis social de clase de los acontecimientos ha de basarse en el conocimiento del equilibrio existente entre las fuerzas del poder burgués. Es precisamente una ruptura en sus filas la que ha provocado la “revolución naranja”.
Hasta el verano del 2004, el régimen Kuchma logró mantener oculto lo que ocurría en Ucrania; por eso las primeras etapas de la separación entre el ala “blanquiazul” y el ala “naranja” pasaron desapercibidas para la mayoría de la gente. El propio autor de estas líneas, que vive en la región “blanquiazul”, lo más que notó fue una atmósfera de estabilidad asfixiante. Mientras tanto, en Ucrania occidental, en Kiev y ciertas regiones del centro, el movimiento “naranja” había empezado a surgir. Pero la ruptura en la clase dominante había precedido ese proceso.
La famosa crisis del invierno 2000-2001 (el “asunto Gongadze” ([2])) favoreció el surgimiento de una oposición anti-Kuchma. Tras muchas dudas y fluctuaciones, Víktor Yúshchenko se unió a la oposición. En abril 2001, Kuchma lo había dimitido de sus funciones de Primer ministro. La oposición había amenazado a Kuchma de acusarlo y éste temió que Yúshchenko se transformara en adversario, puesto que según la Constitución, es el Primer ministro quien cumple con las funciones de Presidente si éste es acusado. Lo que temía Kuchma se verificó. El ex primer ministro Yúshchenko encabezó una oposición de derechas y afirmó sus ambiciones presidenciales. Gracias a las elecciones parlamentarias de 2002 en las que se dieron fraudes masivos en particular en la región de Donetsk (cuyo gobernador era Yanukóvich), Kuchma logró obtener una mayoría estable para apoyar su presidencia. Los opositores de todo tipo desaparecieron gradualmente del escenario político; el control de los medios fue reforzado, etc. Lenta pero firmemente, Ucrania se “putinizaba”. Sin embargo, entre bastidores, las cosas no eran tan sencillas. Y Kushma tenía que pensar en su sucesor a la Presidencia.
Los antiguos pensaban que el mundo se apoyaba en tres ballenas. A pesar de no ser “el mundo”, Leonid Kuchma también tenia tres pilares, tres clanes oligárquicos o, para ser mas precisos, tres grupos industrial-financieros. Eran los clanes de Kiev, del Donetsk y del Dniepropetrosk. Éste mantuvo durante mucho tiempo una posición dominante, lo que no es de extrañar puesto que era el clan originario del antiguo presidente. Gracias a Leonid Kuchma restableció la posición dominante que tenía en tiempos de Bréznev. El jefe indiscutible del clan del Donetsk es Rinat Ahmetov, y el clan de Kiev está dirigido por los hermanos Surkis y Medvedchuk.
En los años 1990 el clan de Dniepropetrovsk tenía el papel dirigente en la política ucraniana, pero la situación cambió con la segunda presidencia de Kuchma. El desarrollo industrial iniciado en Ucrania reforzó las posiciones del clan de Donetsk. Se tienen pocos detalles sobre las luchas internas entre clanes en aquellas condiciones de cambio de equilibrio, pero se conoce el resultado final. En el otoño del 2002, el clan de Donetsk hizo ascender como heredero de Kuchma a un jefe de la administración estatal del oblast (región) de Donetsk, de nombre Víctor Yanukóvich. Durante el verano del 2003, se confirmó que esa elección era definitiva.
Para el clan de Donetsk empezó un proceso de reforzamiento, lo que se llama en ciencias económicas un efecto de multiplicación. El reforzamiento relativo con respecto a los demás clanes le permitió ganarse el puesto de Primer ministro, lo que a su vez favoreció un reforzamiento económico de Donetsk y también entonces la perspectiva de las presidenciales, con la posibilidad de dominar definitivamente a sus rivales. Utilizando la posibilidad que Yanukóvich significaba, los hombres de Donetsk fueron los actores de una gran expansión económica. A principios de los 90, expertos independientes ya notaron que ello disgustaba al clan del Dniepropetrovsk y también potencialmente a los hombres de negocio de Járkov. Sin embargo, a principios de 2004, la burguesía de Járkov seguía en buenos términos con el jerarca de Donetsk y el yerno del Presidente, Pinchuk (o sea el clan del Dniepropetrovsk), junto con Ahmétov privatizaron el gran complejo industrial de Krivorozhsteel. Las fricciones internas en la alianza dominante de los clanes y sus apéndices regionales no desaparecieron más que en el otoño de 2004.
La amenaza de la unidad de la fracción dominante de la burguesía vino de fuera. La burguesía ucraniana demostraba su incapacidad para superar la ruptura provocada por el asunto Gongadze, a pesar de los esfuerzos del partido autoritario. Las causas siguen siendo oscuras. En cualquier caso, el autor de este texto lo único que puede decir es que no posee suficientes informaciones sobre el tema. Sin embargo, a pesar del aislamiento gradual de la oposición, habían representantes del “partido autoritario” que seguían uniéndose a sus filas. En 2001-2002, el “partido” perdió gente de negocios y políticos tan importantes como Petr Poroshenko (que dimitió del Partido socialdemócrata de Ucrania (unificado)), Yury Yejanurov (que salió del Partido democrático del pueblo), Roman Bezsmertny (que abandonó directamente a Kuchma, pues era diputado presidencial en el Parlamento). El partido de Yúshchenko se benefició del apoyo del alcalde de Kiev, Alexander Omelshenko. A principios de 2004, Alexander Zinshenko, miembro importante del SPSDU(u) también se pasó a la oposición. Se peleó con sus colegas de partido y con el clan de Kiev, tomando partido por Yúshchenko. En septiembre de 2004 fue gastándose la mayoría presidencial en el parlamento, debido al éxito evidente de la campaña electoral de Yúshchenko. Varios diputados abandonaron la fracción del “centro” y el presidente ya solo poseía una mayoría relativa. La propaganda activa de Yúshchenko se iba desarrollando y en la futura región “naranja”, una organización, “Pora” (“¡Ahora ya!”) empezó a desarrollar sus actividades. Tuvo poco eco en el Sur. Mientras que en Ucrania occidental y en Kiev, las autoridades locales apoyaban claramente la campaña electoral de Yúshchenko, el aparato estatal seguía apoyando a Yanukóvich en el Centro, el Sur y el Este. Y a pesar de que ya durante el verano de 2004 era evidente que en las regiones centrales, la población estaba resueltamente opuesta a los dirigentes, no por eso se preocuparon los diputados que habrían podido temer por sus escaños.
Hemos de decir que el silencio de los “media” tuvo su importancia durante el verano de 2004. La región “blanquiazul” no conocía gran cosa del estado de ánimo dominante en la región “naranja”. Es una razón más para que los marxistas consideren que un partido bien organizado es necesario. En unas condiciones en que la clase dominante impide que circulen las informaciones que la molestan, sólo un partido fuertemente estructurado puede crear un canal para organizar la recogida y la difusión alternativas de las informaciones sobre lo que está ocurriendo en el país.
Sin embargo, también era particular la ruptura en la clase dominante. Antes de la “revolución naranja”, Pinchuk, Kushma y Putin – en momentos diferentes e independientemente unos de otros – habían tomado posición tanto a favor de Yúshchenko como de Yanukóvich, pues eran representantes de la misma orientación. Kushma hasta expresó arrepentimiento con respecto a la escisión. Pero a pesar de la escisión, entre sus representantes había como un especie de gentlemen’s agreement. A pesar de que cada uno de los partidos cubría con toneladas de basura y de material comprometedor a los demás, un tema permanecía tabú. La verdadera historia de la mentira sin precedentes con la que se engañó a la población ucraniana durante el primer decenio de la independencia es realmente un pozo sin fondo de informaciones que hubieran podido perjudicar a los adversarios, pero ni Yúshchenko ni Yanukóvich las utilizaron. El que tanto uno como otro hayan participado en esos sucios negocios probablemente fue más importante que su hostilidad mutua. Pero una cosa queda clara: les elecciones no debían cambiar el régimen sino modificar su composición.
La única diferencia significativa entre ambos partidos se refiere a la política exterior. Yanukóvich tenía la intención de proseguir la orientación de Kuchma en 2001-2004, que consistía en oscilar entre Unión Europea y Rusia con una tendencia fuerte hacia ésta. Yúshchenko tenía fama de ser pro-norteamericano cuando en realidad se inclinaba más hacia la Unión Europea y a alejarse de Rusia. La política del gobierno desde su triunfo lo confirma totalmente. Pero ¿quién tenía razón?
En enero del 2005, el periódico Uriadovy Courier publicó las primeras estadísticas sobre el desarrollo del comercio exterior de Ucrania en 2004. Nos llevan a concluir que la victoria de Yúshchenko no fue accidental. Entre enero y noviembre de 2004, las exportaciones aumentaron el 42,7 % para alcanzar unos 29 482,7 millones de dólares cuando las importaciones aumentaban en un 28,2 % con 26 070,3 millones de dólares. La balanza positiva del comercio paso de 324,3 millones de dólares a 3412,4 millones de dólares. Es una suma fantástica. Semejante ingreso del comercio exterior permitiría rembolsar la deuda exterior en apenas cuatro años. Pero el aspecto más interesante es que la parte rusa no alcanza más que 18 % de las exportaciones ucranianas y la parte norteamericana un 4,9 %. La Unión Europea se ha impuesto como el principal socio comercial de Ucrania (29,4) cuando la parte de la CEI es 26,2 %. El desarrollo industrial de Ucrania, al depender de la orientación de la economía hacia la exportación, el aumento de las ganancias de la burguesía ucraniana y hasta la del clan del Donetsk depende del éxito del desarrollo del comercio con la Unión Europea. Pero ya sabemos que la Unión Europea impide el acceso a sus mercados a los hombres de negocios de Estados hostiles. Por eso la burguesía ucraniana tenía sus razones para apoyar a Yúshchenko.
La coyuntura económica extranjera podía reforzar la posición del grupo de Yúshchenko en su lucha contra Kuchma-Yanukóvich, pero no podía hacer surgir los acontecimientos conocidos bajo el nombre de “revolución naranja”. Un factor interno era necesario para sublevar a las masas. Ese factor fue el descontento acumulado durante años en la sociedad. Pero tampoco eso era suficiente. No cabe duda de que el mismo descontento existe en Rusia, sin que por ello dé lugar a una “revolución naranja”. Por eso hemos de concluir que el factor decisivo que sirvió de derivativo al descontento fue la propia escisión en la clase dominante. La oposición decidió explotar el descontento de los explotados, orientarla en su beneficio y transformarla en ariete para destruir las posiciones del grupo dominante. Esa fue la esencia de la “revolución naranja”.
El movimiento naranja utilizó los valores oficiales del régimen de Kushma: el nacionalismo, la democracia, el mercado y la pretendida “opción europea”. Aquí no hay nada nuevo. Esos elementos son la base del mesianismo plasmado en la consigna “Yúshchenko, salvador de la nación” que ya ha abierto el camino a un culto de la personalidad. Esa es la única diferencia del movimiento naranja con la ideología que había lavado los cerebros de la población ucraniana desde hacía catorce años. En esas circunstancias, para ser un opositor naranja y tomar partido por Yúshchenko bastaba con creer que Kushma era un hipócrita que no cumplía con sus promesas.
Las ilusiones tan entusiastas en la propaganda de Yúshchenko no eran ni mucho menos compartidas por todos los grupos sociales. Los obreros del Sur y del Este estaban bastante satisfechos de los éxitos económicos de los últimos años y escépticos con respecto a las promesas de Yúshchenko de salvar Ucrania. Una cuestión seria es: ¿por que no tuvo la misma actitud el proletariado de Kiev? A pesar de que también considera que se beneficia del desarrollo industrial, ha apoyado a la fracción naranja. Otro elemento es que si ha tenido poco eco el nacionalismo ucraniano de Yúshchenko entre las poblaciones del Sur y del Este, es por que están compuestas esencialmente de rusos y ucranianos rusificados. Si se exceptúan los jóvenes cuya conciencia se ha formado en las condiciones de la propaganda nacionalista, Yúshchenko no tuvo apoyos en esas regiones, y ese apoyo entre la juventud era mas débil que en el Centro o en el Oeste.
En fin de cuentas, gran parte del “movimiento naranja” proviene de las capas pequeño-burguesas de la Ucrania central y occidental. Son campesinos, semiproletarios, comerciantes y estudiantes. Muchos proletarios de esas regiones apoyaron sin embargo a la fracción naranja. Ello merece que examinemos su carácter social. Excepto Liv, Lvov y otras ciudades más pequeñas, el proletariado de Ucrania del Centro y del Este está concentrado en pequeñas ciudades dispersas entre las aldeas. Según el censo de 1989, cuando el nivel de urbanización en Ucrania alcanzó su cota más alta, el 33,1 % de la población vivía en el campo. De las 16 regiones que apoyaron a la fracción naranja (excepto Kiev), solo en tres de ellas esa proporción era inferior al 41 %. En otras cinco oscilaba entre 43 y 47 % y en ocho sobrepasaban el 50 %, algunas de forma notable (oblast de Tarnopol: 52 %; oblast de Zakarpate, 58,9 %). La situación empeoró en los años 90: la industria estaba destruida, el nivel cultural de la población había retrocedido, los obreros debían recurrir a su huerta para sobrevivir y muchos empezaron a volver a trabajar la tierra, a restaurar sus vínculos sociales con las aldeas en las que tenían familia. La influencia del ambiente pequeño burgués rural aumentó muchísimo. Finalmente, los últimos años de auge industrial en las regiones agrarias se reflejan claramente en el plano electoral: la burguesía y la población de los grandes centros industriales se benefició de ese auge, pero no la zona naranja. El resultado es que el potencial de descontento se ha mantenido en esas regiones y que el grupo de Yúshchenko supo explotarlo para la lucha por sus intereses de facción, utilizando para sus fines a un proletariado muy infectado por una conciencia pequeño burguesa.
Yúshchenko y su hermana de armas Timoshenko (que hizo un poco el papel de Pasionaria ([3]) en la “revolución naranja”) probablemente nunca habrán oído hablar de los razonamientos de ciertos marxistas caídos en el menchevismo en busca de un nuevo tipo revolucionario. Los dirigentes naranja han sacado directamente lecciones de la experiencia de los bolcheviques [d]. En la noche del 22 de noviembre (recuento de votos de la segunda vuelta de las elecciones), no solo llamaron a sus simpatizantes a bajar a la calle en Kiev. Antes los habían unido y preparado, habían edificado la base organizativa apropiada y tenían preparada una estructura política. Las manifestaciones “espontáneas” en los parques de la ciudad habían sido preparadas de antemano por una propaganda y una minuciosa organización de las masas. Como muchos lo han dicho en Kiev, las tiendas de campaña aparecieron en la plaza de la Independencia antes de la segunda vuelta de las elecciones y los simpatizantes ya habían ido explicando desde la primavera quién era culpable y qué había que hacer. Es evidente además que aunque no sea ese el factor principal, las autoridades de la ciudad les facilitaron la tarea. Al llegar la hora decisiva, los descontentos del resultado ya sabían adónde había que ir y con quién reunirse. Estuvieron entonces esperando con “Pora” delante de la sede de Yúshchenko, y de las de los partidos Nuestra Ucrania y Batkivshchina (la Patria). La protesta social (poco importa lo que se esconde detrás) fue canalizada en luchas para “salvar la nación”. ¿Podrían decirnos los partidarios de los nuevos tipos de revolución cómo es posible neutralizar tales trampas de la burguesía y liberar aunque sea parte de la población de su dominio sin oponerle la misma arma, un partido organizado y preparado?
Es necesario también volver sobre unos puntos que han ocasionado ciertas dudas. Primero, ¿hubo fraude cuando las elecciones presidenciales? ¡Claro que sí! ¡De ambos lados! Se ha hablado menos de las maniobras de los simpatizantes de Yúshchenko porque éste no controlaba el aparato estatal como Yanukóvich y por eso sus posibilidades eran más limitadas. Es posible que sin fraude, ambos Víctor habrían obtenido los mismos votos en la segunda que la primera vuelta.
Otros afirman que el movimiento naranja era artificial, que la gente que lo apoyaba lo hacia por dinero, etc. En realidad no fue así, ni mucho menos. Empecemos por los aspectos negativos. Es sabido que a los que trabajaban para Yúshchenko se les pagaba, antes y durante las elecciones. Los partidos burgueses siempre lo hacen abiertamente. También se sabe que los activistas de Pora son pagados. Los individuos que fueron perseguidos por haber bloqueado el gabinete ministerial durante los acontecimientos “naranja” contestaron a los investigadores con respuestas aprendidas de memoria, lo que demuestra que no actuaban por convicciones. También se sabe que a muchas personas se les pagó el viaje a Kiev (aunque esta información se limite a la región “blanquiazul”). También es un hecho sabido que hubo “huelgas” de empresarios de un lado como del otro.
El periódico ruso Mirovaia Revolutsi (Revolución mundial) ya ha dado elementos sobre el carácter de ese fenómeno de las “huelgas patronales” en la CEI, aunque en su artículo se sugiere que esa facilidad no la necesite la burguesía ucraniana en un futuro cercano. Sin embargo, la realidad ha llevado a ese periódico a volver a tratar el tema. Los directores de empresas en el Donbass y en la región de Pridneprovie fueron los primeros en tomar la iniciativa de apoyar a Yanukóvich. Tras la segunda vuelta, hicieron una serie de huelgas cortas contra Yúshchenko: al sonar la sirena de la empresa, los obreros dejaban el trabajo y debían asistir a un mitin y rápidamente cada cual volvía a su puesto de trabajo a producir plusvalía. No son muy conocidas ni están analizadas las maniobras de los directores de fábrica “naranja”, pero es posible confirmar que la mayoría de oleadas de huelga en Ucrania occidental tras la segunda vuelta de las elecciones eran artificiales, viniendo la iniciativa desde arriba y no de abajo. En la región de Vinytsya, por ejemplo, Petr Poroshenko cerró todas sus fábricas y propuso llevar a la gente a los mítines de Kiev. Sin embargo, no se ha oído hablar de representantes de grupos de trabajadores o de comités de huelga relacionados con la “revolución naranja” ([4]).
Por otro lado, multitud de testimonios muestran que la mayoría de simpatizantes naranja ocuparon por convicción las plazas de la ciudad. Los mítines en Kiev reunieron a varios centenares de miles de personas. Se puede imaginar su importancia si se sabe que la plaza de la Independencia y las calles adyacentes no podían contener a todos los que querían estar presentes. La marea naranja iba hasta la plaza Sofía en donde está el monumento dedicado a Bogdan Jmelnitski. Los que conocen Kiev no necesitan más explicación para imaginarse lo que ello representa. Los simpatizantes naranja no temían el frío glacial que castigaba la capital a finales de noviembre. Ni la nieve, ni una temperatura de –10° C los dispersaron. La población de Kiev ayudó activamente a los visitantes, dándoles comida y habitación. Durante los primeros días de la “revolución”, el estado mayor de Yúshchenko no había logrado todavía reunir provisiones para los participantes a los mítines, pero fue el apoyo de los habitantes de la capital lo que contribuyó ampliamente en el éxito de las manifestaciones. En ciertos casos, alumnos y estudiantes hicieron novillos para participar en las acciones reivindicativas a pesar de los esfuerzos de los profesores por impedirlo. En las universidades de Lvov y Kiev, y en otras grandes escuelas se suspendieron las clases, no porque así lo hubieran decidido las administraciones de las universidades favorables a Yúshchenko, sino porque los estudiantes abandonaban las aulas para ir a manifestarse. El dinero no es suficiente para organizar todo eso.
También ha de mencionarse el fuerte nivel de disciplina de los simpatizantes naranja. Un servicio de orden para proteger los mítines se organizó casi inmediatamente en Kiev. Según testimonios dignos de confianza, éste se hizo en un primer tiempo espontáneamente. Después, claro está, se encargaron de ese trabajo los patrones naranja. A pesar del frío, los participantes a los mítines no bebían alcohol. Alcohólicos y drogados se localizaban rápidamente y se les echaba de las manifestaciones. El movimiento logró de esta forma evitar las provocaciones, las peleas y los desórdenes espontáneos. Todos esos hechos desmienten las tesis filisteas tan repetidas, del estilo de: ¿cómo es posible hacer una revolución con semejante pueblo? Si esas gentes fueron capaces de demostrar tales cualidades en la lucha por objetivos burgueses, ¡qué disciplina y organización sabrán demostrar cuando luchen por sus intereses de clase! Desgraciadamente hemos de reconocer que en las circunstancias actuales, centenares de miles de personas en Ucrania dedicaron sin reservas su tiempo, su energía, su salud en una lucha de una parte de la burguesía contra otra, para que el Primer ministro apartado por Kuchma triunfara sobre el que ocupaba el puesto.
Desde ese punto de vista, hemos de reconocer que desde el período de la Perestroika, jamás la burguesía había dominando tanto como hoy al proletariado [f]. No vimos ni el menor intento de nadie por defender una posición de clase independiente, salvo algunos grupos marxistas microscópicos. Todo eso se parece al año 1987, cuando la gente estaba unida al partido y hasta dispuesta a morir por él. La burguesía ha logrado restaurar su hegemonía sobre el proletariado con la victoria de Yúshchenko, pero lo ha hecho de tal forma que esa hegemonía no puede durar. Pronto empezará a deshacerse, aunque tengamos que analizar más precisamente el cómo y el porqué. También quisiera añadir que en las circunstancias actuales, es tal el liderazgo de Yúshchenko que puede ignorar totalmente los intereses del proletariado. El “poder honrado” de Yúshchenko no tardará en demostrar una arbitrariedad sin igual con respecto a los explotados. Basta con decir que los planes para que el Primero de mayo deje de ser fiesta ya están en marcha ([5]). Es un primer paso simbólico. ¡Todo un programa en un solo gesto!
Terminaremos con un análisis de los conflictos internos de la clase burguesa. La oleada naranja ha destrozado inmediatamente todas las estructuras en las que se apoyaba Yanukóvich. Los consejos regionales y municipales de varias regiones de Ucrania occidental y central declararon que reconocían a Yúshchenko de presidente, así como un municipio de Kiev. Litvin, presidente del Soviet supremo, empezó cautelosamente a apoyar a Yúshchenko y los representantes del alto mando del ejército declararon que no se opondrían al pueblo. En cuanto al presidente Kuchma, sorprendió a todos los observadores al retirarse por sí mismo. Se temió durante los primeros días de la “revolución naranja” que se utilizara la fuerza para dispersar los mítines. Leonid Kuchma no lo intentó. Es uno de los enigmas de la “revolución naranja”. Las contradicciones entre los hombres del Donetsk y los de Dniepropetrovsk debilitaron probablemente la posición de Kuchma. Como hemos dicho, éste sintió probablemente el incremento de la influencia de aquéllos. En todo caso, el clan Kuchma se negó a apoyar a Yanukóvich. Tres hechos importantes lo demuestran: la inacción de Kuchma, que el poderoso hombre de negocios Sergei Tigibko, que dirigía en aquel entonces tanto el Banco nacional de Ucrania como la campaña electoral de Yanukóvich, presentara su dimisión y abandonara a su suerte el estado mayor de su patrón, y que se produjera un levantamiento en Dniepropetrovsk cuando quedó claro que la “revolución naranja” no podía ya derrumbarse. En gobernador V. Yatsuba, protegido de Yanukóvich, dimitió porque los diputados del consejo regional eligieron a Shvest, predecesor de Yatsuba, como nuevo presidente. El gobernador se negó naturalmente a trabajar con su enemigo. Sin embargo, prudentemente, Kushma no confirmó esa dimisión.
También hubo una lucha encarnizada en la región de Járkov. Los círculos de negocios de la ciudad vieron la posibilidad de emanciparse de la tutela de los hombres de Donetsk y apoyaron el movimiento naranja. El consejo municipal de Járkov era favorable a Yúshchenko. El “salvador de la Nación” vino en persona para tratar con los hombres de negocios locales. Pero, por su lado, las autoridades locales luchaban a favor de Yanukóvich. Járkov, a pesar de la actividad naranja, siguió siendo blanquiazul.
Así es como la oleada naranja provocó una división en la clase dominante, socavando la posición de Yanukóvich. Muchos entre sus simpatizantes cambiaron de campo y se pasaron al de Yúshchenko. El control del aparato estatal empezaba a írsele a aquél de las manos. Podemos en esto observar la ventaja de Yúshchenko sobre su rival. Beneficiaba del apoyo de un movimiento popular masivo que Yanukóvich no tenía. La inacción de Kuchma permitió que la “revolución naranja” empezara a triunfar. Su éxito se debe en gran parte a la parálisis de la autoridad del Estado central. Sin embargo, a finales de la primera semana, los blanquiazules lanzaron una contraofensiva encabezada por una convención de representantes de los gobiernos locales en la ciudad de Severodonetsk. Esa convención exigía la transformación de Ucrania en federación y amenazaba con una secesión de las regiones blanquiazules. Al mismo tiempo empezaba la sesión del tribunal constitucional de Ucrania que decidió que los resultados del voto no eran válidos, decidiendo que se celebraran otras elecciones. La decisión del tribunal fue otro éxito de los naranja. La lucha luego se limitó a batallas por ganar posiciones, pero quedó claro que los blanquiazules estaban perdiendo. Sin embargo tuvieron algún éxito organizando un movimiento masivo de apoyo a Yanukóvich, pero mucho más débil que el movimiento naranja.
Globalmente, la “revolución naranja” se acabó con una victoria parcial del grupo Yúshchenko. Se concluyeron acuerdos entre él y Kuchma. Hubo que esperar a febrero de 2005, para que el consejo de ministros propusiera la reducción de los privilegios de Kuchma, y el edicto con las garantías a Kuchma contra toda diligencia contra él (como el que había promulgado V. Putin a favor de B. Yeltsin) y empezaran las maniobras gubernamentales para nacionalizar la fábrica de Krivorozhsteel, en Pinchuk ([6]). Es muy posible que Kushma no ganara gran cosa y que fuera Yúshchenko quien más se benefició del compromiso. Los detalles de las negociaciones se desconocen. Las fuerzas de la camarilla Kuchma-Yanukóvich decidieron garantizar su seguridad y llevar a cabo reformas constitucionales para ello. Estas reformas fueron la base para el arreglo entre la burguesía naranja y la blanquiazul. A nivel general, es muy interesante el destino de la reforma institucional. Al principio fue concebida para reforzar el poder presidencial y adaptar el sistema político ucraniano a las normas europeas. Luego, a finales del 2003, la mayoría presidencial decidió que era necesario cambiar de dirección disminuyendo el poder del Presidente. Probablemente había inquietudes de que el poder cayera en manos del popular Yúshchenko, y temor de dar demasiado poder a un protegido de los hombres del Donetsk, que iba a suceder sin la menor duda a Kushma. La oposición, encabezada por Yúshchenko y Timoshenko, apoyó el nuevo proyecto al principio para pronunciarse contra él a continuación. El voto sobre las enmiendas fracasó lamentablemente en enero del 2004. Solo faltaron cinco votos para que fuera aprobado. Pero había la posibilidad para que pudiera ser votado durante la sesión de otoño del Soviet supremo. Durante la “revolución naranja”, los que seguían en la mayoría presidencial utilizaron esa oportunidad. Declararon ser favorables a la reforma constitucional como condición esencial a la satisfacción de una serie de exigencias políticas de la “revolución naranja” ([7]). También estuvo de acuerdo la fracción Yúshchenko ([8]). Solo votó en contra la fracción de Timoshenko. Timoshenko puede lamentarse de ello hoy. Tras haber llegado a ser Primera ministra podía haberse beneficiado de todas las ventajas de la reforma. Desde enero del 2006, se ha limitado el poder del Presidente y el personaje central es el Primer ministro, designado por la mayoría parlamentaria ante la que es responsable. No importa que no haya actualmente mayoría en el Soviet supremo. Cuando éste votó a favor de Timoshenko para Primera ministra, 357 diputados de los 425 presentes votaron a su favor. Nunca desde 1989 había habido tanta “aprobación”. La burguesía ucraniana celebró así su total hegemonía sobre el proletariado.
En definitiva, una lección importante de la “revolución naranja” puede sacarse sobre el funcionamiento del Tribunal constitucional de Ucrania. Ya se sabe que las víctimas apelaron dos veces, exactamente por las mismas razones. En noviembre del 2004, Yúshchenko lo hizo contra la falsificación de los resultados de la segunda vuelta, y Yanukóvich hizo lo mismo para los resultados de la tercera vuelta en enero de 2005. No solo fueron diferentes los resultados, sino también la sentencia. En el primer caso, el Tribunal obró de buena fe y, en cuanto al fondo, contestó positivamente a las reclamaciones del demandante. En el segundo, la reunión acabó siendo una farsa y ni siquiera se planteó responder positivamente a la denuncia. Los adeptos de Yanukóvich dicen que el Tribunal estaba vendido a los naranja, pero es absurdo. En realidad, todo lo determina la relación de fuerzas. Centenares de miles de individuos apoyaban a Yúshchenko, dispuestos a recurrir a medidas extremas para apoderarse del poder por la violencia y no estaban concentrados en la periferia, sino en la misma capital. Yanukóvich no tenía la capacidad de movilizar a fuerzas tan importantes. El movimiento blanquiazul tenía entonces muchas menos fuerzas que el naranja y además no tenía apoyos en la capital. No ha de sorprender, pues, que perdieran. De ello se deriva:
1. que la concentración del poder de un movimiento social (independientemente de su carácter) en la capital es un factor importante de victoria;
2. que son las masas las que deciden cómo se concluye una lucha en los momentos de conflictos sociales importantes;
3. que el derecho del poder siempre es más fuerte que el poder de la ley, y que las reivindicaciones públicas masivas son capaces de triunfar sobre cualquier ley.
Esas conclusiones no contienen nada nuevo y confirman la validez de las tácticas revolucionarias elaboradas en tiempos de las grandes revoluciones europeas. También es necesario recordar que la similitud de los métodos no significa obligatoriamente que sean de igual naturaleza. La “revolución naranja” no era revolucionaria en nada. Todas sus vueltas y revueltas no pueden explicarse por motivos de “lucha de clases” sino por motivos de “luchas de clanes”. El pueblo, que tuvo un papel determinante en la victoria de Yúshchenko, nunca se vio reconocido como el actor social principal y se sometió voluntariamente al “salvador de la nación”. Confío en que este artículo lo haya mostrado debidamente y también en que los jefes naranja destruirán, de forma más o menos persuasiva, las ilusiones de los lectores que sigan siendo escépticos sobre esta toma de posición ([9]).
Yuri Shakin
[a] Estamos totalmente de acuerdo con esa caracterización. Queremos insistir en que es la capacidad de mistificar a la clase obrera de esa forma particularmente eficaz de la dictadura del capital, lo que determina por qué la burguesía en general no tiene otra posibilidad que la de recurrir a la democracia frente a las fracciones más importantes del proletariado mundial, cuando éstas no han sufrido una derrota física o política profundas, como las que sufrió el proletariado, en los años 30, en países como Alemania o Italia.
[b] Estamos totalmente de acuerdo con la profunda deferencia de carácter entre la revolución proletaria y las “ilusiones de revolución” que corresponden a formas que suelen adoptar las luchas entre fracciones de la burguesía. Queremos insistir, no obstante, sobre la superficialidad de esa semejanza de la que trata el texto entre revolución proletaria y movilización del pueblo en la calle por parte de la burguesía para sus propios fines. A nuestro parecer, en este plano, no existe similitud en las forma de la lucha y menos aún en sus métodos. Basta leer las páginas escritas por Trotski sobre las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia para convencerse de ello. Esas páginas ponen de relieve la espontaneidad de las masas obreras, su actividad creadora y su capacidad para autoorganizarse.
[c] Aquí hay sin duda una dificultad en la elección de los términos. Decir que el proletariado ha surgido como “fuerza política independiente” implica una capacidad de éste para actuar por sus propios intereses en el terreno político frente al poder estatal. Esto supone, por su parte, un nivel muy alto de conciencia, una de cuyas expresiones es la formación de su propio partido de clase. Está claro que esa situación no existe en Ucrania (como en ningún otro sitio) en 1993 y que resultaría más correcto decir que el proletariado luchaba en aquel entonces en su propio terreno de clase, o sea por intereses económicos propios, contrariamente a 2004.
[d] Es innegable que fue la capacidad del Partido bolchevique para hacer fracasar las trampas de la burguesía, y en particular la provocación de julio de 1917 para hacer estallar una insurrección prematura, lo que permitió la Revolución de octubre, como también lo fue su contribución esencial a la constitución del Comité militar revolucionario que permitió la victoria de la insurrección. Pero afirmar, como hace sin más el texto, que, gracias a sus cualidades políticas, el Partido bolchevique habría podido ser una fuente de inspiración para los dirigentes naranja tiende a limitarlo a un papel de estado mayor de la clase obrera. Esa visión del Partido bolchevique (ignoramos si la comparte el autor) es la del estalinismo y del trotskismo en degeneración. Para nosotros, no corresponde a la realidad de los lazos entre la clase obrera y su partido de clase. En particular porque pone en segundo plano el elemento fundamental, o sea la lucha política de ese partido por el desarrollo de la conciencia del proletariado.
[e] Aunque puede ser verdad puntualmente en la situación ucraniana, hay que precisar que la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado no está determinada fundamentalmente por lo nacional, en cada país, sino internacionalmente. La relación de fuerzas actualmente desfavorable a los obreros de Ucrania podrá verse cambiada en el porvenir por el desarrollo de luchas obreras en otros países.
[f] Nos parece que la generalización es abusiva y que por ello puede crear confusiones. Como lo ha demostrado la historia, la burguesía es capaz de poner a las masas en movimiento de forma prematura con respecto a su nivel general de preparación, para infligirle una derrota militar decisiva como así fue con la insurrección en Berlín en enero de 1919.
[1]) En 2004, le pretendida revolución llamada “de las rosas” echó abajo al presidente Shevardnadze en Georgia.
[2]) En noviembre del 2000, el cadáver del periodista de la oposición Georgui Gonzadze, desaparecido en septiembre, apareció mutilado y decapitado. Se sospecha al presidente Kuchma de estar implicado en el asesinato.
[3]) Para los lectores occidentales es necesario precisar que contrariamente a Dolores Ibárruri, Yulia Timoshenko es multimillonaria y se la sospecha de haber construido su fortuna en gran parte gracias a gas robado procedente de Rusia y de su venta ilegal.
[4]) Hoy solo se sabe de tres huelgas a favor de Yúshchenko durante la “revolución naranja”. Se produjeron en Kiev y en las regiones de Lvov y Volin.
[5]) A pesar de que esos planes se han abandonado, la tendencia general demuestra que el poder es cada día más arbitrario.
[6]) Se nacionalizó para ser inmediatamente vendida con beneficios.
[7]) Dimisión del fiscal general y del presidente de la Comisión central electoral, revisión de los resultados oficiales de las elecciones, etc. Los Naranja lo obtuvieron al dar su acuerdo a la reforma constitucional.
[8]) Sus votos eran suficientes para que se aceptaran las enmiendas.
[9]) Las pasadas elecciones parlamentarias muestran que mi conclusión era muy optimista. Las ilusiones en el campo naranja están desapareciendo pero mueren tan lentamente como nacieron.
En la primera parte de este resumen del segundo volumen (ver Revista internacional nº 125) analizamos cómo el programa comunista se enriqueció con el enorme avance realizado por la clase obrera en el levantamiento revolucionario provocado por la Primera Guerra mundial. En esta segunda entrega veremos el combate que libraron los revolucionarios para comprender el retroceso y la posterior derrota de esta oleada revolucionaria, y cómo ese combate también nos legó lecciones de importancia inestimable para las futuras revoluciones.
Si como señaló Rosa Luxemburg, la revolución rusa fue “la primera experiencia de dictadura del proletariado en la historia mundial” (la Revolución rusa), se debe deducir que cualquier revolución futura deberá tener en cuenta esta primera experiencia y las lecciones que de ella se sacaron. El movimiento obrero no tiene el más mínimo interés en rehuir la realidad de los hechos. Por ello el esfuerzo por entender esas lecciones deberá abarcar el conjunto del movimiento revolucionario desde sus inicios, aunque asimilar completamente el legado dejado por la revolución fuera el resultado de años de experiencias penosas y de reflexiones no menos costosas.
El folleto de Rosa Luxemburg, la Revolución rusa, fue escrito en la cárcel en 1918, y constituye un auténtico ejemplo de cómo hacer la crítica de los errores de la revolución, puesto que lo primero que hace es manifestar su completa solidaridad con el poder de los soviets y el Partido bolchevique y subrayar que las dificultades a la que estos se enfrentan provienen, ante todo, del aislamiento del bastión revolucionario ruso. Concluye así que sólo la intervención del proletariado mundial – y especialmente del proletariado alemán – al ejecutar la sentencia histórica del capitalismo y acabar con él, permitiría superar esas dificultades.
A partir de ahí, Rosa Luxemburg plantea tres críticas a los bolcheviques:
• Sobre la cuestión agraria. Aunque Rosa reconocía que la consigna de los bolcheviques (“la tierra para los campesinos”) estaba plenamente justificada desde un punto de vista táctico para granjearse las masas campesinas para la revolución, veía también que actuando así los bolcheviques estaban creándose un problema añadido al establecer formalmente la parcelación de la propiedad agraria. Rosa tenía razón al afirmar que ese proceso conduciría a la formación de una capa conservadora de campesinos propietarios, pero la verdad es que tampoco la colectivización de la tierra hubiera supuesto, por sí misma, garantía alguna de avance al socialismo, si la revolución seguía estando aislada.
• Sobre la cuestión nacional. Las críticas de Luxemburg a la consigna de la “autodeterminación de las naciones” (críticas que también surgían desde las filas bolcheviques, como fue el caso de Piatakov), quedaron completamente confirmadas por los acontecimientos. Efectivamente la “autodeterminación nacional” sólo podía significar la “autodeterminación” para la burguesía. Y, por ello, en la época ya del imperialismo y de las revoluciones proletarias, los países (o sea las burguesías) a los que el poder soviético concedió la “independencia”, quedaron en realidad subordinados a las grandes potencias imperialistas en su combate, precisamente, contra la revolución rusa. Es verdad que el proletariado no podía ignorar los sentimientos nacionales de los obreros de las “naciones oprimidas”, pero para ganarlos para la causa de la revolución había que apelar a sus intereses comunes de clase, y no a sus ilusiones nacionalistas.
• Sobre la “democracia” y la “dictadura”. La posición de Rosa, en este aspecto, era muy contradictoria. Por un lado juzgaba que la supresión de la Asamblea constituyente por los bolcheviques había tenido un efecto negativo sobre la revolución. Aquí Luxemburg parece mostrar una extraña nostalgia por las formas ya superadas de la democracia burguesa. Sin embargo pocos meses más tarde, en la redacción del programa de la Liga espartaquista, se reivindica la sustitución de las caducas asambleas parlamentarias por los congresos de consejos obreros. Esto demuestra que, sobre esta cuestión, Rosa evolucionó muy rápidamente. En cualquier caso, sí están plenamente justificadas sus críticas a la tendencia de los bolcheviques a suprimir la libertad de expresión en el seno del movimiento obrero, pues las medidas que estos tomaron contra otros partidos y agrupamientos obreros, así como la transformación de los soviets en meras oficinas de registro del Partido-Estado bolchevique, tuvieron un efecto sumamente negativo para la supervivencia y la integridad de la dictadura del proletariado.
Pero también en la misma Rusia, y también desde 1918, empezaron a surgir reacciones contra el progresivo descarrilamiento del partido. El principal foco de esa respuesta (al menos en lo referente a la corriente revolucionaria marxista) fue la tendencia de la Izquierda comunista que existía dentro del propio Partido bolchevique. A esta tendencia se la conoce, especialmente, por su oposición al tratado de paz de Brest-Litovsk del que temía que significara la pérdida no sólo de importantes territorios, sino, sobre todo, de los principios mismos de la revolución. En lo relativo a los principios hemos de decir que no hay comparación posible entre este tratado y el que, cuatro años después, se firmó en Rapallo. Mientras que el primero se expuso abiertamente sin ocultar sus gravosas consecuencias, el segundo se pactó en secreto y significó, de hecho, una alianza entre el imperialismo alemán y el Estado soviético. También es verdad que la posición defendida por Bujarin y otros comunistas de izquierda en favor de una “guerra revolucionaria” se basaba, como más tarde demostró Bilan, en una grave confusión: la creencia en la posibilidad de extender la revolución mediante acciones militares de una u otra índole, cuando, en realidad, la única forma de ganar para su causa al resto de trabajadores del mundo era a través de medios esencialmente políticos (como la formación de la Internacional comunista en 1919).
Sin embargo, los primeros debates entre Lenin y las Izquierdas sobre la cuestión del capitalismo de Estado fueron de los más provechosos de la revolución. Si Lenin defendió la aceptación de los términos de la paz impuestos por Alemania en Brest-Litovsk, lo hacía persuadido de que el poder de los soviets necesitaba “un espacio vital” que hiciese posible reconstruir un mínimo de vida social y económica.
Los desacuerdos se centraban en dos cuestiones:
– los métodos empleados para conseguir tal objetivo. Mientras que Lenin, muy preocupado por desarrollar la productividad y la eficacia (para poder contrarrestar el enorme atraso de Rusia), postulaba medidas radicales como la aplicación del taylorismo y el restablecimiento de la dirección unipersonal en las fábricas, la Izquierda insistía en que tales medidas hacían peligrar que el proletariado pudiera asumir su propia educación y su propia actividad. También hubo encendidos debates sobre hasta qué punto eran aplicables al Ejército Rojo los principios de la Comuna.
– el peligro del capitalismo de Estado. Para Lenin, considerando el estado de fragmentación casi medieval en que se encontraba la economía rusa, el capitalismo de Estado suponía un paso adelante. En esto era coherente con su análisis de que las medidas de capitalismo de Estado que los países más adelantados habían adoptado durante la guerra, constituían, en cierto modo, una preparación para la transformación socialista. En cambio, las Izquierdas, veían en el capitalismo de Estado una amenaza inminente contra el poder de los soviets, y alertaban del riesgo que suponía que el partido se enredase en los mecanismos de control del Estado burocrático y que, finalmente, se situara en oposición a los intereses del proletariado.
Es verdad que esas críticas de las Izquierdas al capitalismo de Estado, aún muy embrionarias, no estaban exentas de confusiones, como por ejemplo creer que la principal amenaza provenía de la pequeña burguesía y no ver que la propia burocracia estatal podía desempeñar, por sí misma, el papel de una nueva burguesía. Mantenían, igualmente, ilusiones en las posibilidades de una auténtica transformación socialista dentro de las fronteras de Rusia.
Pero Lenin se equivocaba al no ver que el capitalismo de Estado era la antítesis del comunismo. Las advertencias lanzadas por la Izquierda contra los riesgos del desarrollo del capitalismo de Estado en Rusia resultaron ser verdaderamente premonitorias.
A pesar de las importantes diferencias que existían en el seno del Partido bolchevique a propósito de la dirección tomada por la revolución, y más aún sobre la orientación que tomaba el Estado soviético, la amenaza inminente de la contrarrevolución hizo que esos desacuerdos quedaran, de alguna manera, contenidos. Lo mismo cabe decir de las tensiones que se vivían en la sociedad rusa en general. Trabajadores y campesinos sufrieron espantosas condiciones de vida durante la guerra civil, pero la prioridad de la lucha contra los Blancos relegó a un segundo plano los conflictos de aquéllos contra el recién creado aparato de Estado. Pero tras la victoria en la guerra civil se destaparon abiertamente. Además, el aislamiento de la revolución, que se acentúo aún más tras una serie de derrotas cruciales del proletariado en Europa, puso más en evidencia esos conflictos y los convirtió en la contradicción central del régimen de transición.
El Partido bolchevique abordó estos problemas de fondo a los que se enfrentaba la revolución, a través del debate sobre la cuestión sindical que ocupó un lugar preeminente en las sesiones del Xº Congreso del partido (marzo de 1921). En ese debate se confrontaron, esencialmente, tres posiciones distintas, si bien hay que decir que dentro de ellas se manifestaban también diferencias y matices.
• La posición de Trotski. Al haber llevado al Ejército rojo a la victoria sobre los blancos (a menudo de manera inesperada), Trotski había acabado por convertirse en un ferviente partidario de los métodos militares y de aplicarlos a todos los ámbitos de la vida social, y sobre todo a la esfera laboral. Trotski pensaba que no podía existir conflicto de intereses entre la clase obrera y las necesidades de dicho Estado, ya que quien aplicaba tales mecanismos era un Estado “obrero”. Llegó incluso a teorizar la hipótesis de un supuesto carácter históricamente progresista del trabajo forzado. En ese contexto, Trotski defendió que los sindicatos debían actuar, pura y simplemente, como órganos de la disciplina del trabajo en nombre del Estado obrero. Al mismo tiempo, comenzó a desarrollar una justificación teórica explícita de la noción de la dictadura del partido comunista y del terror rojo.
• La posición de la Oposición obrera reunida en torno a Kollontai, Shliapnikov y otros. Para Kollontai el Estado soviético tenía más bien un carácter heterogéneo y era sumamente vulnerable a la influencia de fuerzas no proletarias tales como el campesinado o la burocracia. Lo que ellos propugnaban era que los órganos específicos de la clase obrera, que para la Oposición obrera eran los sindicatos, se encargaran de la actividad creativa de reconstrucción de la economía rusa. Postulaban que a través de los sindicatos industriales, la clase obrera sí podía mantener el control de la producción y emprender un decisivo avance hacia el socialismo. Aunque esta corriente representó una sincera reacción proletaria contra la creciente burocratización del Estado de los soviets, también era víctima de importantes confusiones como, por ejemplo, su alegato a favor de los sindicatos industriales como mejor forma de expresión de los intereses de la clase obrera. Esta idea suponía una regresión respecto a la comprensión de que los verdaderos instrumentos obreros para hacerse cargo no sólo de la vida económica sino también de la política, eran los consejos obreros aparecidos en la nueva época revolucionaria. Igualmente las ilusiones de la Oposición obrera sobre la posibilidad de construir las nuevas relaciones comunistas en Rusia, ponía de manifiesto una profunda subestimación de los estragos de un aislamiento de la revolución que en ese momento, 1921, era ya prácticamente completo.
• La posición de Lenin que se opuso firmemente a los excesos de Trotski en ese debate, y criticó el sofisma de que ya que el Estado era un Estado “obrero” no podían existir divergencias de intereses inmediatas entre éste y la clase obrera. De hecho Lenin afirmó, en un momento dado, que el Estado de los soviets era en realidad un Estado «obrero y campesino», pero que, en cualquier caso, se trataba de un Estado profundamente marcado por deformaciones burocráticas y que por tanto en una situación así, la clase obrera debía defender sus intereses materiales incluso, llegado el caso, contra el propio Estado. Por tanto, los sindicatos no podían quedar relegados a meros instrumentos de la disciplina del trabajo, sino que debían actuar como órganos de autodefensa de los trabajadores. Lenin rechazó igualmente la posición de la Oposición obrera al considerarla una concesión al anarcosindicalismo.
Con la ventaja que hoy nos da la distancia de los acontecimientos, podemos señalar que en las premisas mismas de ese debate se manifestaban muchas debilidades. En primer lugar, el hecho de que los sindicatos aparezcan como los órganos más apropiados para imponer la disciplina del trabajo no es una casualidad, sino que obedece a una trayectoria dictada por las nuevas condiciones del capitalismo decadente. No podían ser los sindicatos, sino los organismos creados por la clase obrera en respuesta a esas nuevas condiciones – es decir los comités de fábrica, los Consejos obreros – los que habían de encargarse de la defensa de la autonomía obrera. Por otra parte todas las posiciones que se confrontaron en ese debate compartían, en mayor o menor medida, la idea de que la dictadura del proletariado debía ser ejercida por el partido comunista.
Este debate representaba, eso sí, un intento de comprensión en una situación marcada por una gran confusión, de los problemas que surgían cuando el poder de un Estado creado por la revolución empieza a escapársele de las manos al proletariado y se vuelve en realidad contra los intereses de éste. Este problema adquirió dimensiones dramáticas cuando, tras una serie de huelgas en Petrogrado, estalló el levantamiento de Cronstadt en el mismo momento en que se celebraba el Xº Congreso.
La dirección bolchevique denunció, en un primer momento, que este levantamiento era una nueva conspiración de los guardias blancos. Más tarde insistió más bien en su carácter pequeño burgués, pero siempre justificó el aplastamiento de dicha revuelta señalando que si triunfaba abriría las puertas, tanto geográfica como políticamente, a la irrupción de la contrarrevolución. No obstante, y sobre todo Lenin, se vio obligado a reconocer que dicha revuelta era un aviso de que los métodos de trabajo forzoso instaurados en la etapa del comunismo de guerra no podían seguir manteniéndose, y que, por el contrario, la situación exigía una especie de “normalización” de relaciones sociales capitalistas. Pero en ningún momento se puso en cuestión que sólo la dominación exclusiva por parte del Partido bolchevique podía garantizar la defensa del poder del proletariado en Rusia. Esta posición era compartida por muchos comunistas de izquierda. Por ejemplo los miembros de los grupos de oposición presentes en el Xº Congreso fueron los primeros en presentarse voluntarios para participar en el asalto a la guarnición de Cronstadt. Ni siquiera el KAPD en Alemania apoyó a los rebeldes. Incluso Víctor Serge defendió, con mucho dolor de corazón, que el aplastamiento de la revuelta era un mal menor comparado con la caída de los bolcheviques y el sometimiento a una nueva tiranía de los blancos.
Sí hubo, sin embargo, muchas voces que desde el campo revolucionario se elevaron contra la represión de Cronstadt. Los anarquistas, que ya habían criticado acertadamente los excesos de la Checa y la supresión de organizaciones de la clase obrera, se opusieron, evidentemente, a ello. Pero el anarquismo pocas lecciones puede sacar de esta importante experiencia puesto que, según ellos, la respuesta de los bolcheviques a la revuelta estaba inscrita, desde sus orígenes, en la naturaleza misma de todo partido marxista.
Hay que decir que en Cronstadt mismo muchos bolcheviques participaron en la revuelta invocando los ideales iniciales de Octubre de 1917: por el poder de los soviets y por la revolución mundial. El comunista de izquierdas Miasnikov se negó a sumarse a los que participaron en el asalto contra la guarnición de Cronstadt pues preveía los catastróficos resultados que supondría el aplastamiento de una rebelión obrera por parte de un Estado “obrero”. Es verdad que, entonces, se trataba sólo de una intuición y que habría que esperar a los años 1930, cuando el trabajo de la Izquierda comunista italiana permitió sacar más claramente las lecciones, reconociendo el carácter proletario de la revuelta de Cronstadt y rechazando, por una cuestión de principios, el empleo de la violencia entre proletarios. La Izquierda italiana comprendió también que la clase obrera debe seguir conservando los medios para defenderse frente al Estado de transición, dado que éste, por su propia naturaleza, es proclive a ser el punto de concentración de las fuerzas de la contrarrevolución. Vio también que el partido comunista no podía implicarse en el aparato de Estado sino que debía mantenerse independiente de él. Con este análisis que anteponía los principios a las contingencias inmediatas pudo afirmar que más hubiera valido perder Cronstadt que mantenerse en el poder y socavar los objetivos fundamentales de la revolución.
En 1921 el partido se enfrentó a un dilema histórico: o conservar el poder y convertirse en un agente de la contrarrevolución, o bien abandonarlo para militar en las filas de la clase obrera. Lo que sucedía es que la fusión entre el partido y el Estado estaba ya tan avanzada que difícilmente el conjunto del partido podía plantearse esta segunda opción. Había llegado pues el momento del desarrollo del trabajo de las fracciones de izquierda para contrarrestar, actuando tanto dentro como fuera del partido, contra su pendiente degenerativa. El hecho de que el Xº Congreso del partido prohibiera las fracciones hizo que éstas se vieran cada vez más obligadas a trabajar fuera del partido y, en definitiva, contra él.
Las concesiones al campesinado – que Lenin veía como una necesidad inexorable que el levantamiento de Cronstadt había sacado a la luz – quedaron recogidas en la Nueva política económica (NEP). A esta NEP se la consideró como un retroceso momentáneo que permitiría al poder soviético devastado por la guerra, poder reconstruir una economía arrasada, y poder así seguir manteniéndose como bastión de la revolución mundial. Pero, en la práctica, el esfuerzo por superar el aislamiento del Estado soviético condujo a concesiones cada vez mayores sobre los principios de la revolución. No nos referimos con ello al comercio con potencias capitalistas, que en sí mismo no supone ningún atentado a esos principios, pero sí al establecimiento de alianzas militares secretas como la establecida con Alemania en el tratado de Rapallo. Estas alianzas militares tenían su corolario en alianzas políticas “contra natura” con fuerzas como la socialdemocracia a la que, pocos años antes, se denunciaba como ala izquierda de la burguesía. Esa fue la política del “Frente único” adoptada por el IIIº Congreso de la Internacional comunista.
En la propia Rusia, Lenin que en 1918 afirmaba que el capitalismo de Estado suponía un paso adelante para un país tan atrasado, siguió afirmando, en 1922, que ese capitalismo de Estado podría ser útil para el proletariado, siempre y cuando estuviera regido por un “Estado proletario”, lo que cada vez más equivalía a decir por el partido del proletariado. Y, sin embargo, el propio Lenin tuvo que admitir que en vez de dirigir ellos el Estado heredado de la revolución, lo que sucedía era más bien lo contrario: era el Estado el que los conducía cada día más a ellos y no precisamente hacia donde querían ir, sino hacia la restauración de una burguesía.
Lenin se dio pronto cuenta de que el propio partido comunista se encontraba profundamente afectado por ese proceso de involución, aunque atribuía el origen del problema a los estratos inferiores de burócratas sin preparación que habían empezado a afluir al partido. Pero ya en los últimos años de su vida, empezó a tomar dolorosamente conciencia de que esa podredumbre alcanzaba los niveles más altos del partido. Trotski tenía razón cuando afirmó que el último combate de Lenin fue contra Stalin y contra el creciente estalinismo. Pero, atrapado en el engranaje infernal del Estado, Lenin se vio incapaz de hacer propuestas que no fueran puras medidas administrativas con las que tratar de contener el avance de la marea burocrática. De haber vivido algunos años más, probablemente, habría acentuado más aún esa oposición, pero lo cierto es que la lucha contra una contrarrevolución ascendente debía pasar ya a otras manos.
En 1923 estalló la primera crisis económica de la NEP que supuso reducciones de los salarios y supresiones de empleo que motivaron una oleada de huelgas espontáneas. Esto provocó, en el seno del partido, debates y conflictos que dieron lugar a nuevos agrupamientos de la oposición. La primera expresión abierta de éstos fue la “Plataforma de los 46” en la que se encontraban elementos cercanos a Trotski (este ya muy desplazado del poder por el triunvirato: Stalin, Kamenev y Zinoviev), así como miembros del grupo Centralismo democrático. Esta Plataforma criticaba que se considerara a la NEP como si fuera la mejor vía hacia el socialismo, y exigía, en cambio, que la prioridad fuera una mayor planificación centralizada. Alertaba también, y esto era lo más importante, de la asfixia progresiva de la vida interna del partido.
Esa Plataforma, sin embargo, quiso mantener las distancias con los grupos de oposición más radicales. De éstos el más importante era el Grupo Obrero de Miasnikov, que tenía cierta presencia en los movimientos huelguísticos que hubo en los centros industriales. Aunque fue etiquetado como una reacción comprensible pero “pesimista” ante el progreso de la burocratización, el Manifiesto del Grupo Obrero fue, de hecho, una expresión de la seriedad y el rigor de la Izquierda Comunista rusa, pues:
– situaba claramente el origen de las dificultades que afrontaba el régimen de los soviets en el aislamiento de éste, y en el fracaso en la extensión de la revolución.
– realizaba una crítica muy lúcida de la política oportunista del Frente Único, reafirmándose en el análisis original sobre los partidos socialdemócratas como partidos del capitalismo;
– alertaba sobre el riesgo de aparición de una nueva oligarquía capitalista, y llamaba a la revitalización de los soviets y comités de fábrica;
– al mismo tiempo se mostraba sumamente prudente a la hora de caracterizar el régimen de los soviets y el Partido bolchevique. A diferencia de lo que planteaba por ejemplo el grupo de Bogdanov (“Verdad obrera”), el Grupo obrero no pensaba en absoluto que la revolución o el Partido bolchevique hubieran sido burgueses desde sus orígenes. Se concebía a sí mismo como una fracción de izquierda que trabajaba tanto dentro como fuera del partido por la regeneración de éste.
Los comunistas de izquierda fueron pues la vanguardia teórica de la lucha contra la contrarrevolución en Rusia. El hecho de que Trotski se pasara, en 1923, abiertamente a la oposición, tuvo gran importancia para ellos habida cuenta de su inmenso prestigio como líder de la insurrección de Octubre. Pero si se comparan las posiciones intransigentes del Grupo Obrero y la oposición de Trotski frente al estalinismo, comprobaremos que la de éste estuvo muy marcada por una actitud centrista y vacilante:
– Trotski se negó en varias ocasiones a llevar a cabo un combate abierto contra el estalinismo, como se puso de manifiesto especialmente en sus reticencias a utilizar el famoso “Testamento” de Lenin en el que se advertía sobre quién era Stalin y que había de desplazarlo de la dirección del partido;
– tendía a recluirse en el mutismo y a no participar en muchos debates que tenían lugar en el seno del órgano central del Partido bolchevique.
Estos errores son, en parte, atribuibles a rasgos de personalidad. Trotski no era un redomado conspirador como Stalin, ni tenía la desmesurada ansia de poder de éste. Sin embargo, hay motivaciones políticas más trascendentales que explican por qué Trotski no pudo llevar hasta el final sus críticas al estalinismo y llegar así a las mismas conclusiones a las que llegó la Izquierda comunista:
– en primer lugar, Trotski jamás entendió que Stalin y su fracción no eran una tendencia centrista equivocada dentro del campo proletario, sino la punta de lanza de la contrarrevolución burguesa.
– en segundo lugar, la propia trayectoria personal de Trotski, figura central del régimen de los soviets, y por eso mismo le costaba distanciarse del proceso de degeneración. Trotski, y otros militantes de la oposición, estaban imbuidos de un “patriotismo de partido” que les impedía aceptar plenamente que el partido se equivocaba.
En 1927 Trotski aceptó ya la idea de un posible riesgo de restauración de la burguesía en Rusia mediante una especie de contrarrevolución rampante sin necesidad de que el régimen bolchevique se alterara formalmente. Y, aún así, subestimó enormemente la magnitud que había ya alcanzado esa contrarrevolución, ya que:
– le era muy difícil darse cuenta y entender que él mismo había contribuido, y mucho, en ese proceso de degeneración, a través de políticas como las de la militarización del trabajo o la represión de Cronstadt;
– aunque comprendiera que el problema con el que se encaraba la URSS era resultado de su aislamiento y del retroceso de la revolución mundial, Trotski no calibraba el alcance de la derrota que había sufrido la clase obrera y no supo reconocer que la URSS empezaba a integrarse en el sistema imperialista mundial;
– estaba convencido que el “Thermidor” vendría del triunfo de las fuerzas que impulsaban la vuelta a la propiedad privada (los llamados “hombres de la NEP”, los “kulaks”, el ala derecha encabezada entonces por Bujarin…). Definía al estalinismo como una especie de centrismo y no como la punta de lanza de la contrarrevolución capitalista de Estado.
Las teorías económicas de la Oposición de izquierdas organizada en torno a Trotski, constituían además un obstáculo importante para la comprensión de que el mismísimo “Estado soviético” se estaba convirtiendo en el agente directo de la contrarrevolución sin necesidad de que retornaran las formas clásicas de la propiedad “privada”. Hasta el significado de la declaración de Stalin proclamando el socialismo en un solo país, les pasó desapercibida hasta pasado un tiempo, y ni aún entonces comprendieron en profundidad lo que verdaderamente significaba. En efecto Stalin, envalentonado por la muerte de Lenin y por el innegable estancamiento de la revolución mundial, proclamó tal aberración que suponía una clara ruptura con el internacionalismo y, en cambio, un compromiso para hacer de Rusia una potencia imperialista. Tal declaración se situaba en las antípodas de la posición de los bolcheviques en 1917 que veían que sólo el triunfo de la revolución mundial podía llevar al socialismo. Pero cuanto más implicados estaban los bolcheviques en la gestión del Estado y la economía rusas, más desarrollaban teorías sobre los avances hacia el socialismo que supuestamente podrían efectuarse incluso en las condiciones de un país aislado y retrasado. El debate sobre la NEP, por ejemplo, se planteó en gran medida en esos términos. Y si el ala derecha del partido defendía que podía alcanzarse el socialismo a través de las leyes del mercado, la izquierda postulaba, en cambio, la planificación y el desarrollo de la industria pesada.
Preobrazhensky, que era el principal teórico en materia económica de la izquierda opositora, preconizaba la superación de la ley del valor capitalista mediante el monopolio sobre el comercio exterior y la acumulación sobre el sector estatalizado, lo que llegó incluso a bautizar como “acumulación socialista primitiva”.
Esta teoría de la acumulación socialista primitiva identificaba erróneamente el crecimiento de la industria con los intereses de la clase obrera y el socialismo. Lo cierto es que el crecimiento industrial en Rusia sólo podía hacerse acentuando la explotación de la clase obrera. En definitiva que esa “acumulación socialista primitiva” era, pura y simplemente, acumulación de capital. Por ello, más tarde, la Izquierda comunista italiana, por ejemplo, puso en guardia contra cualquier creencia de que el crecimiento industrial, o el desarrollo de una industria estatalizada, supusieran medidas de avance hacia el socialismo.
De hecho quien tomó la iniciativa en la lucha contra la teoría del socialismo en un solo país fue, una vez roto el triunvirato gobernante, el propio sector “zinovievista”. Esto supuso la formación, en 1926, de la Oposición unificada que, en un primer momento, incluía también a los Centralistas democráticos. Aunque se hubieran manifestado formalmente de acuerdo con la prohibición de las fracciones, lo cierto es que esta nueva Oposición se vio cada vez más obligada a desarrollar sus críticas al régimen en las organizaciones de base del partido e incluso directamente entre los trabajadores. Por ello tuvo que enfrentarse a amenazas, insultos y difamaciones de todo tipo, a la represión y la expulsión. A pesar de todo ello, muchas veces no comprendían bien la naturaleza de lo que estaban combatiendo. Por ello Stalin se aprovechó del deseo de estos opositores de reconciliarse con el partido para obligarles a retirarse de cualquier actividad catalogada como “fraccional”. Los “zinovievistas” y algunos seguidores de Trotski claudicaron inmediatamente. De hecho, cuando Stalin anunció, en 1928, su famoso “giro a la izquierda”, consistente en una industrialización a marchas forzadas, muchos trotskistas, incluido el propio Preobrazhensky, creyeron que finalmente Stalin había hecho suyas sus propuestas.
Al mismo tiempo sin embargo, algunos elementos de la Oposición se veían influidos por los comunistas de izquierda, que eran mucho más conscientes de la realidad de la contrarrevolución. Los Centralistas democráticos, por ejemplo, a pesar de que aún se hacían ilusiones sobre la posibilidad de una reforma radical del régimen de los soviets, sí tenían más claro que industria estatalizada no equivalía a socialismo, que la fusión del partido y el Estado conducía a la liquidación del partido y que la política exterior del régimen soviético estaba cada vez más en contra de los intereses internacionales de la clase obrera. Tras las expulsiones masivas de los miembros de la Oposición en 1927, los comunistas de izquierda comprendieron que ni el régimen ni el partido podían ser ya reformados. Los elementos que permanecían en el grupo de Miasnikov desempeñaron un papel clave en ese proceso de radicalización. En lo sucesivo los intensos debates sobre la naturaleza del régimen iban a desarrollarse en las mazmorras de Stalin.
Habida cuenta de la magnitud de la derrota en Rusia, el centro de gravedad de los esfuerzos por comprender la naturaleza del régimen estalinista se desplazó a Europa occidental. Y puesto que los partidos comunistas estaban “bolchevizados” – es decir convertidos en instrumentos al servicio de la política exterior rusa –, los grupos de oposición que surgían en ellos se veían rápidamente abocados a la escisión o a la expulsión.
En Alemania esos grupos alcanzaron, en ocasiones, miles de miembros, pero en seguida ese número se vio reducido. El KAPD, que aún seguía existiendo, desplegó una intensa actividad hacia estos agrupamientos. Uno de los más conocidos fue el grupo en torno a Karl Korsch. La correspondencia mantenida entre éste y Bordiga, en 1926, nos sirve para darnos una idea de los inmensos problemas a los que debían hacer frente los revolucionarios en esa época.
Una de las características de la Izquierda alemana – y uno de los factores que contribuyeron a su debilidad organizativa – era su tendencia a precipitarse en sacar conclusiones sobre la naturaleza del nuevo sistema existente en Rusia. Aún llegando a entender que se trataba de un régimen capitalista, se mostraron muchas veces incapaces de responder a la cuestión clave: ¿cómo es posible que un poder proletario haya podido transformarse en su contrario? Muy frecuentemente la única respuesta que alcanzaban a dar era decir que ese régimen nunca había tenido un carácter proletario, que la revolución de Octubre no había sido más que una revolución burguesa, y que los bolcheviques no eran otra cosa que un partido de la “intelligentsia”. La respuesta que les ofreció Bordiga era característica del método más paciente y tenaz de la Izquierda italiana. Bordiga, que se oponía a la construcción precipitada de nuevas organizaciones sin una base programática seria, preconizaba, en cambio, la necesidad de un amplio y profundo debate sobre una situación que planteaba muchísimas y muy nuevas cuestiones, y que este debate fuera la única base posible de un agrupamiento revolucionario consecuente. Al mismo tiempo Bordiga se negaba a claudicar sobre la naturaleza proletaria de la revolución de Octubre, e insistía en que la cuestión que debía abordar el movimiento revolucionario era comprender cómo un poder proletario aislado en un solo país podía sufrir un proceso de degeneración interna.
Tras el triunfo del nazismo en Alemania, el centro de estas discusiones se desplazó nuevamente, esta vez hacia Francia, donde algunos de estos grupos de oposición se reunieron en una Conferencia en París en 1933, con objeto de discutir la naturaleza del régimen ruso. A esa Conferencia asistieron algunos representantes “oficiales” de Trotski, pero la mayoría de grupos participantes se situaban a la izquierda de éste, y entre estos estaba la Izquierda italiana en el exilio. En esta Conferencia se plantearon numerosas teorías sobre la naturaleza del régimen ruso, muchas de ellas sumamente contradictorias. Para algunos se trataba de un sistema de clase de nuevo tipo al que no debía dársele apoyo. Otros planteaban que era efectivamente un sistema de clases de nuevo tipo pero que sí había que respaldar. Hubo también quien defendió que se trataba de un régimen proletario pero que no había que apoyar… Todo esto pone de manifiesto las inmensas dificultades que tenían los revolucionarios para comprender verdaderamente el significado y la perspectiva hacia la que podía evolucionar la situación en la Unión Soviética. También puede verse, sin embargo, que la posición de los trotskistas “ortodoxos” – según la cual la URSS seguía siendo, a pesar de su degeneración, un Estado obrero, al que había que defender contra el imperialismo – era combatida desde diferentes ángulos.
Estas presiones de la Izquierda fueron en gran parte la causa de que Trotski escribiera, en 1936, su famoso análisis de la revolución rusa: la Revolución traicionada.
Este libro es la demostración palpable de que, a pesar de sus deslices oportunistas, Trotski seguía siendo todavía un marxista. Así, por ejemplo, fustiga de forma elocuente las patrañas de Stalin que presentaba a la URSS como un paraíso de los trabajadores. Igualmente, y basándose en la toma de posición de Lenin de que el Estado de transición era “un Estado burgués, pero sin la burguesía”, expone desde puntos de vista completamente válidos, la naturaleza de ese Estado, y los riesgos que representa para el proletariado. Trotski concluía también que el viejo Partido bolchevique había muerto y que no había posibilidad de reformar la burocracia, sino que debía ser derrocada por la fuerza. Sin embargo este libro es fundamentalmente incoherente, pues rebate la visión de que la URSS sea una forma de capitalismo de Estado, aferrándose a la tesis de que la existencia de formas de propiedad nacionalizadas probaría el carácter proletario del Estado. Y aunque llegue a admitir, teóricamente, que en el período de declive del capitalismo se manifiesta una tendencia al capitalismo de Estado, rechaza sin embargo la idea de que la burocracia estalinista pudiera ser una nueva clase dirigente justificándolo con que carece de títulos de propiedad o acciones, y en que no puede transmitir propiedad alguna a sus herederos. Es decir que en vez de ver la esencia del capital como una relación social impersonal, Trotski lo reduce a una forma jurídica.
La idea misma de que la URSS podía ser aún un Estado obrero pone de manifiesto las profundas incomprensiones de Trotski sobre la naturaleza de la revolución proletaria, por cuanto admitía que la clase obrera, como tal, estaba completamente excluida del poder político. La revolución proletaria es en efecto la primera en la historia que es obra de una clase sin propiedad alguna, de una clase que no posee su propia forma de economía y que no puede alcanzar su emancipación más que utilizando el poder político como palanca para someter las leyes “naturales” de la economía al control consciente por el hombre.
Lo más grave, sin embargo, es que esa caracterización por parte de Trotski de la URSS como un Estado “obrero”, obligaba a sus seguidores a convertirse en apologistas del estalinismo en todo el mundo. Por ejemplo, Trotski señalaba que el rápido crecimiento industrial de Rusia bajo Stalin, demostraba la superioridad del socialismo sobre el capitalismo, cuando en realidad tal industrialización se hacía gracias una explotación feroz de la clase obrera, y suponía un aspecto esencial del desarrollo de una economía de guerra en preparación de un nuevo reparto imperialista del planeta. Otro ejemplo de lo que decimos fue el acérrimo apoyo de los trotskistas a la política exterior rusa y su defensa incondicional de la URSS contra los ataques imperialistas, cuando ya el propio Estado ruso se estaba convirtiendo en protagonista activo del escenario imperialista mundial. Estos análisis contienen los gérmenes de lo que, durante la Segunda Guerra Mundial, supondrá la traición definitiva de esta corriente al internacionalismo proletario.
En el mencionado libro de Trotski se deja entrever que la cuestión de la naturaleza de la URSS aún no había quedado definitivamente zanjada, y que, por consiguiente, habría que esperar que acontecimientos históricos decisivos, como la guerra mundial, pudieran hacerlo. En sus últimos escritos, consciente quizás de la inconsistencia de su teoría del “Estado obrero” pero manteniéndose aún reticente a aceptar la naturaleza capitalista de Estado de la URSS, Trotski comenzó a especular con la idea de que si se confirmase que el estalinismo era una nueva forma de la sociedad de clases, ni capitalista ni socialista, eso significaría que el marxismo quedaría completamente desacreditado. Trotski murió asesinado antes de que pudiera pronunciarse sobre si el “enigma ruso” había sido finalmente elucidado por la guerra. De sus camaradas más antiguos, solo aquellos (nos referimos a Stinas en Grecia, Munis en España, y su propia mujer, Natalia) que descubrieron las aportaciones de la Izquierda comunista y caracterizaron a la URSS como capitalismo de Estado, fueron capaces de mantenerse leales al internacionalismo proletario, tanto durante la Segunda Guerra mundial, como después.
La Izquierda comunista tuvo sus expresiones más avanzadas en las fracciones del proletariado mundial en los países que, además de Rusia, habían desafiado con mayor fuerza al capitalismo durante la gran oleada revolucionaria mundial de 1917-23; es decir el proletariado alemán y el italiano. Por ello las Izquierdas comunistas de Alemania y de Italia, fueron la vanguardia teórica de la Izquierda comunista en general, fuera de Rusia.
La Izquierda alemana fue, muchas veces, la que más lejos llegó en la comprensión de la naturaleza del régimen surgido de las cenizas de la derrota en Rusia. No sólo comprendió que el sistema estalinista era una forma de capitalismo de Estado, sino que fue también capaz de vislumbrar que el capitalismo de Estado era una tendencia universal del capitalismo en crisis. Y sin embargo, también muy frecuentemente, estos análisis se acompañaban de una tendencia a renegar de la revolución de Octubre y a ver el bolchevismo como la punta de lanza de la contrarrevolución. Esta visión se acompañó de una tendencia precipitada a abandonar la idea misma de un partido proletario y a subestimar el papel de la organización revolucionaria.
La Izquierda italiana, en cambio, se tomó más tiempo para llegar a una comprensión clara de la naturaleza de la URSS, pero su actitud, más paciente y más rigurosa, se apoyaba en premisas fundamentales:
– reafirmar su convicción de que Octubre había sido una revolución proletaria.
– puesto que el capitalismo mundial era un sistema en declive, la revolución burguesa ya no estaba a la orden del día en ninguna parte del mundo.
– y, sobre todo, defensa intransigente del principio del internacionalismo proletario, lo que significaba un rechazo tajante de la noción de socialismo en un solo país.
Pero, a pesar de la firmeza de estas premisas, la visión que la Izquierda italiana tenía en los años 30 sobre la naturaleza de la URSS era todavía muy contradictoria. Aparentemente coincidía con Trotski en que el mantenimiento de formas nacionalizadas de propiedad permitía hablar de Estado proletario. Por otra parte definía la burocracia estalinista más como una casta parasitaria que como una clase explotadora en el pleno sentido del término.
Sin embargo, el acendrado internacionalismo de la Izquierda italiana la distinguía netamente de los trotskistas cuya posición de defensa del Estado obrero degenerado acabó haciéndoles caer en la trampa de la preparación de la guerra imperialista. La publicación teórica de la Izquierda italiana (Bilan) comenzó a editarse en 1933. Los acontecimientos que se fueron sucediendo en los años siguientes (el ascenso de Hitler al poder, el apoyo al rearme francés, la adhesión de la URSS a la Sociedad de naciones, la guerra de España), la convencieron de que, aún cuando la URSS siguiera teniendo un Estado proletario, desempeñaba, sin embargo, un papel contrarrevolucionario a escala mundial. Y por consiguiente, el interés internacional de la clase obrera exigía que los revolucionarios rechazaran cualquier solidaridad con dicho Estado.
Este análisis de Bilan guardaba una estrecha relación con su reconocimiento de que la clase obrera había sufrido una derrota histórica y que el mundo se encaminaba hacia una nueva guerra imperialista. Bilan predijo, con una impresionante clarividencia, que la URSS acabaría inevitablemente alineándose con uno de los campos que se estaban formando para preparar la masacre. Rechazó pues el análisis de Trotski que suponía que, ya que la URSS era fundamentalmente hostil al capital mundial, las potencias imperialistas mundiales se verían forzadas a aliarse contra ella.
Por el contrario, Bilan, demostró que a pesar de la supervivencia de formas de propiedad “colectivizadas”, la clase obrera sufría en Rusia un nivel despiadado de explotación, y que la industrialización acelerada bautizada como “construcción del socialismo” no edificaba en realidad más que una economía de guerra que permitiría a la URSS defender sus intereses en el nuevo orden imperialista. La Izquierda italiana rechazaba totalmente las alabanzas que Trotski dedicaba a la industrialización de la URSS.
Bilan tomó también conciencia de la existencia de una tendencia creciente al capitalismo de Estado en los países occidentales, ya fuera con la forma del fascismo o con la del “New Deal” democrático. Sin embargo, Bilan vacilaba aún en llevar este análisis hasta el final, es decir reconocer que la burocracia estalinista era de hecho una burguesía de Estado. Se inclinaba más por presentarla como «agente del capital mundial» que como una nueva representación de la clase capitalista.
No obstante los argumentos en pro del “Estado proletario” quedaban cada vez más en entredicho con la evolución de los acontecimientos en la escena mundial. Por ello una minoría de camaradas de esa Fracción de la Izquierda comunista, empezó a poner en tela de juicio toda esa teoría. No es casualidad que fueran dichos camaradas quienes estuvieran mejor armados para resistir ante el desconcierto que en la Fracción provocó, en un primer momento, el estallido de la guerra. Desconcierto éste que se había puesto de manifiesto por ejemplo con la teoría revisionista de la “economía de guerra”. Esta teoría que presuponía que la guerra mundial finalmente no estallaría, había llevado a la Fracción a un verdadero atolladero.
Siempre se pensó que el estallido de la guerra resolvería, en uno u otro sentido, la cuestión rusa. Los militantes más claros de la Izquierda italiana pensaban que la participación de la URSS en una guerra imperialista de rapiña constituía la prueba definitiva. Quienes primero plantearon una argumentación más coherente para definir a la URSS como imperialista y capitalista fueron los militantes que hacían el trabajo de Bilan de la Fracción en Francia de la Izquierda comunista y, tras la guerra, la Izquierda comunista de Francia. Esta corriente integró los mejores análisis de la Izquierda alemana, sin por ello caer en la descalificación consejista de Octubre, pudiendo así demostrar por qué el capitalismo de Estado era la forma esencial que adoptaba el sistema en su etapa de declive. Respecto a Rusia abandonaron los últimos residuos de una visión “jurídica” del capitalismo, y reafirmaron la visión marxista que define al capitalismo como una relación social que puede ser administrada tanto por un Estado centralizado, como por un conglomerado de capitalistas privados. Esta corriente dedujo pues las conclusiones para abordar, desde un punto de vista proletario, los problemas del período de transición: el progreso hacia el comunismo no puede medirse por el crecimiento del sector estatalizado – en realidad éste contiene los mayores peligros de una vuelta al capitalismo – sino por la tendencia al dominio del trabajo vivo sobre el trabajo muerto, por la sustitución de la producción de plusvalía por una producción orientada a la satisfacción de las necesidades humanas.
Frente a la postura cada vez más superficial del pensamiento burgués sobre la cultura que tiende a reducirla a las expresiones más inmediatas de grupos nacionales o étnicos, o incluso al estatuto de una moda social pasajera, el marxismo sitúa el problema en un contexto más amplio y más profundo: el de las características fundamentales de la humanidad, en lo que ésta tiene de específico respecto al resto de la naturaleza, y también en el contexto de los diferentes modos de producción que se han ido sucediendo a lo largo de la historia de la humanidad.
La revolución proletaria en Rusia, tan sumamente rica en lecciones sobre los objetivos políticos y económicos de la clase obrera, se vio igualmente acompañada de una explosión, breve pero muy intensa, de creatividad en los ámbitos artísticos y culturales: pintura, escultura, arquitectura, literatura y música; y también en la organización práctica de la vida cotidiana según principios más comunitarios, en el campo de las ciencias humanas como la psicología, etc. Al mismo tiempo se planteó la cuestión general de la transición de la humanidad de una cultura burguesa a una cultura superior, comunista.
Una de las cuestiones centrales de esos debates entre los revolucionarios era saber si esta transición daría lugar al desarrollo de una cultura específicamente proletaria. Algunos razonaban que dado que las culturas anteriores estuvieron íntimamente ligadas a la visión del mundo de la clase dominante, el proletariado, una vez convertido en nueva clase dominante, construiría su propia cultura en oposición a la de la vieja clase explotadora. Este era, desde luego, el punto de vista del movimiento llamado Proletkult que se desarrolló muy ampliamente durante los primeros años de la revolución.
En una resolución que sometió al Congreso del Proletkult de 1920, el propio Lenin parecía inclinarse por esta idea de una cultura específicamente proletaria. Pero, al mismo tiempo, criticaba algunos aspectos de ese movimiento: por ejemplo su obrerismo filisteo que le conducía a una glorificación de la clase obrera tal y como ésta era, y no como debía llegar a ser, así como el rechazo iconoclasta que Proletkult hacía de todas las adquisiciones culturales de anteriores etapas de la humanidad. Lenin rechazaba también la tendencia de Proletkult a concebirse a sí mismo como un partido diferente, con su propia organización y su propio programa. La resolución propuesta por Lenin abogaba por que la orientación de la actividad cultural en el régimen de los soviets estuviera directamente bajo la égida del Estado. Pero el interés principal de Lenin por la cuestión cultural se situaba más bien en otros aspectos. Para él la cuestión de la cultura no se centraba tanto en dilucidar si podía o no existir una nueva cultura proletaria en la Rusia soviética, sino en cómo superar el inmenso atraso cultural de las masas rusas, aún muy influenciadas por costumbres medievales y supersticiones. La preocupación de Lenin era, sobre todo, que esa debilidad del desarrollo cultural de las masas, era un caldo de cultivo para la plaga de la burocracia en el Estado de los soviets. La elevación del nivel cultural de las masas era, para Lenin, un medio de combatir esa plaga y, por tanto, de aumentar la capacidad de las masas de conservar el poder político.
Por su parte, Trotsky, sí desarrolló una crítica mucho más detallada del movimiento Proletkult. En su análisis de éste – expuesto en un capítulo de su libro Literatura y revolución – señalaba que la propia expresión “cultura proletaria” era inapropiada. La burguesía como clase explotadora que durante todo un período pudo desarrollar su poder económico en las entrañas del viejo sistema feudal, también pudo, por ello, desarrollar su propia cultura específica. No es ésa, en cambio, la situación del proletariado: como clase explotada que es, carece de las bases materiales necesarias para desarrollar su propia cultura en el seno de la sociedad capitalista. Y si bien es cierto que el proletariado está llamado a convertirse en la clase dominante durante el período de transición al comunismo, no hay que olvidar que se trata de una dictadura política transitoria cuyo objetivo no es la preservación indefinida del proletariado sino la disolución de éste en la nueva comunidad humana.
Literatura y revolución fue escrito en 1924, y supuso, de hecho, un elemento del combate contra el ascenso del estalinismo. Aunque en los primeros años de la revolución, el alegato de Proletkult en pro de la iniciativa autónoma del proletariado había hecho de este movimiento un lugar de reunión del ala izquierda que se oponía al desarrollo de la burocracia soviética, con el paso de los años, sus herederos tendieron más bien a identificarse con la ideología del socialismo en un solo país, pues tal ideología les parecía coherente con la idea de que una cultura “nueva” se estaba desarrollando en la Unión Soviética. En sus escritos sobre la cultura, Trotski denunció la vacuidad de tales afirmaciones y se opuso tajantemente a la transformación del arte en propaganda de Estado, tomando en cambio posición a favor de una política “anarquista” en el terreno cultural, que no podía ser dictada ni por el Estado ni por el partido.
La visión de Trotski sobre la cultura comunista del futuro aparece en el último capítulo de Literatura y revolución. En éste, Trotski empieza reiterando su oposición al término “cultura proletaria” como definición de la relación entre el arte y la clase obrera en el período de transición al comunismo. Trotski distingue además entre arte revolucionario y arte socialista. El primero se distinguiría esencialmente por su oposición a la sociedad existente, y Trotski incluso cree que estará marcado por un «espíritu de odio social». Se llega incluso a preguntar qué “escuela” artística sería la más apropiada para un período revolucionario y emplea el término de “realismo” para definirla. Eso no significa ni mucho menos para Trotski la subordinación sumisa del arte a la propaganda del Estado, tal y como defendía la escuela estalinista del “realismo socialista”. Tampoco quiere decir con ello que deban rechazarse las aportaciones de formas de arte no directamente vinculadas con el movimiento revolucionario, o caracterizadas incluso por una huída desesperada de la realidad.
Para Trotski, el arte socialista estará impregnado de las emociones más intensas y más positivas que florezcan en una sociedad basada en la solidaridad. Rechaza, igualmente, la idea de que en una sociedad en la que se hayan abolido la división en clases y los factores que dan lugar a la opresión y la angustia, el arte se convertiría en algo estéril. Para Trotski será todo lo contrario: el arte tenderá a impregnar todos los aspectos de la vida cotidiana de una energía creativa y armoniosa. Dado que los seres humanos en una sociedad comunista seguirán teniendo que afrontar las cuestiones fundamentales de la vida humana (el amor y la muerte por encima de todas ellas), la dimensión trágica del arte seguirá teniendo sentido. Trotski se sitúa aquí en completo acuerdo con la postura que Marx defendió en los Grundrisse cuando explicó las razones por las que el arte de etapas anteriores de la humanidad sigue emocionándonos ahora. Esto es así, decía Marx, porque el arte no puede ser reducido a los aspectos políticos de la vida del hombre, ni siquiera a las relaciones sociales de un momento particular de la historia, sino que está directamente vinculado a las necesidades esenciales y las aspiraciones de nuestra propia naturaleza humana.
El arte del futuro no será tampoco un arte monolítico. Todo lo contrario. Trotski prevé, incluso, la formación de “partidos” que tomen posición a favor o en contra de las diferentes propuestas, o dicho en otros términos, que se generará un debate continuo y vivo entre los productores libremente asociados.
En esa sociedad futura, el arte estará integrado en la producción de bienes de consumo, en la construcción de las ciudades, en la concepción del paisaje. Dejará de ser el coto exclusivo de una minoría de especialistas y se convertirá en parte íntegra de lo que Bordiga llamó “un plan de vida para la especie humana”, expresando la capacidad del hombre para construir un mundo que estará, como decía Marx, “en armonía con las leyes de la belleza”.
El hombre del futuro modelará el paisaje en torno suyo, pero no para restaurar una visión idílica de la vida rural ya perdida. Ese futuro comunista se basará en los descubrimientos más avanzados de la ciencia y la tecnología. La ciudad más que el pueblo será la unidad central del futuro. Pero Trotski no contradice la visión marxista de la necesidad de establecer una nueva armonía entre la ciudad y el campo, y postula la desaparición de esas monstruosas y superpobladas “megapolis” que, en la decadencia del capitalismo, se han convertido en una realidad cada vez más inhumana y destructiva. Es evidente que para Trotski el tigre y la selva virgen, por poner un ejemplo, deberán ser protegidos y respetados por las generaciones futuras.
Finalmente Trotski se atreve incluso a describir cómo serían los habitantes humanos de ese futuro comunista aún lejano. Será una humanidad liberada del dominio de las ciegas fuerzas naturales y sociales. Una humanidad que ya no estará dominada por el miedo a la muerte y que, por ello, será capaz de expresar libremente sus instintos de vida. Los hombres y las mujeres de ese futuro se desplazarán con gracia y precisión, según las leyes de la belleza, “al trabajar, al caminar y al jugar”. El nivel medio de esos hombres “se elevará a la altura de un Aristóteles, de un Goethe, o de un Marx”. Puede irse incluso más lejos y aseverar que, al comprender y dominar las profundidades del inconsciente, la humanidad no sólo llegará a ser plenamente humana, sino que, en cierto sentido, evolucionará hacia una nueva especie:
“el hombre tendrá como objetivo el dominio de sus sentimientos, la elevación de sus instintos hasta el nivel de su conciencia haciéndolos evidentes, la ampliación del radio de acción de su voluntad hasta los rincones más recónditos. Con ello se elevará a un nuevo plano creando un tipo biológico-social superior, o si lo preferís así, el superhombre, el hombre más allá del hombre”.
Estamos pues ante una de las más serias tentativas realizada por un comunista revolucionario de describir su visión sobre el destino que puede alcanzar la humanidad. Esta visión está sólidamente basada en las potencialidades reales de la humanidad, así como en la revolución proletaria mundial como condición indispensable para ello. No puede por tanto desdeñarse como si se tratara de una regresión hacia el socialismo utópico. En realidad lo que hace es asentar las proyecciones más inspiradas de los utopistas en un terreno mucho más sólido: el terreno del comunismo como ámbito de ilimitadas posibilidades.
CDW
La posición de los revolucionarios ante la guerra que arruina permanentemente Oriente Medio o el conflicto que recientemente acaba de ensangrentar Líbano e Israel no puede dejar lugar a la ambigüedad. Por eso apoyamos plenamente las pocas voces internacionalistas y revolucionarias que se hacen oír en esas regiones, como la del grupo “Enternasyonalist Komunist Sol” de Turquía. En su toma de posición sobre la situación en Líbano y Palestina que hemos publicado en varios órganos de nuestra prensa territorial y en nuestra página WEB, ese grupo rechaza con firmeza cualquier tipo de apoyo a las camarillas y facciones burguesas rivales que se están enfrentando y cuyas víctimas directas son millones de proletarios, sean de origen palestino, judío, chií, suní, kurdo, druso y demás. Con razón ese grupo afirma que “el imperialismo es la política natural de cualquier Estado nacional o cualquier organización que funciona como un Estado nacional”. También denuncia que “en Turquía como en el resto del mundo, la mayor parte de los izquierdistas han apoyado totalmente a la OLP o a Hamás. En la última guerra, se han expresado como un solo hombre para decir que “todos somos Hizbolá”. Siguiendo esa lógica que dice que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, han apoyado plenamente a esa organización violenta que precipita a la clase obrera en una guerra nacionalista desastrosa. El apoyo de los izquierdistas al nacionalismo nos indica por qué no tienen nada que decir diferente de los que afirma el MPH [Partido de la acción nacionalista, o “Lobos grises” fascistas] (…) La guerra entre Hizbolá e Israel y la guerra en Palestina son guerras interimperialistas y todos los campos en liza utilizan el nacionalismo para alistar a la clase obrera de su región. Cuanto más sean aspirados los obreros hacia el nacionalismo más perderán su capacidad para actuar como clase. Por ello ni Israel, ni Hizbolá, ni la OLP ni Hamás han de ser apoyados, sean cuales fuesen las circunstancias”. Esto demuestra que la perspectiva proletaria vive y sigue afirmándose, no solo a causa el desarrollo de las luchas de la clase obrera en el mundo entero, Europa, Estados Unidos, América Latina, India o Bangladés, sino también porque están apareciendo en varios países grupos y elementos politizados que intentan defender las posiciones internacionalistas que son el signo distintivo de la política proletaria.
La guerra en Líbano del verano pasado es una etapa más en la ruina de Oriente Medio y el hundimiento del planeta en un caos cada día más incontrolable, una guerra en la que contribuyen todas las potencias imperialistas de la pretendida “comunidad internacional”, desde las mayores hasta las más pequeñas. Siete mil bombardeos aéreos en el territorio libanés sin contar los innumerables tiros de misiles en el norte de Israel, más de 1200 muertos en Líbano e Israel (entre ellos más de 300 niños de menos de 12 años), más de 1500 heridos, un millón de civiles que huían de las bombas y las zonas de combate. Los más pobres ni pudieron huir, escondiéndose como podían, con el miedo en las entrañas… Barrios y pueblos destrozados y en ruinas, hospitales abarrotados, ese es el terrible balance de un mes de guerra en Líbano y en Israel tras la ofensiva de Tsahal, el ejército israelí, para reducir la influencia creciente de Hizbolá, en respuesta a varios ataques sangrientos de las milicias islamistas más allá de la frontera israelí-libanesa. Las destrucciones rondan los 6 mil millones de euros, y eso sin los costes militares de la guerra misma.
El Estado israelí ha librado una verdadera política de tierra quemada con una violencia, un salvajismo y una saña increíbles contra las poblaciones civiles de los pueblos del Líbano meridional, expulsadas sin miramientos de sus casas, reducidas a morirse de hambre, sin agua potable, expuestas a las peores epidemias y calamidades. También son 90 puentes y un número incalculable de vías de comunicación sistemáticamente cortadas (carreteras, autopistas…), tres centrales eléctricas y miles de viviendas destruidas, una contaminación sin límites y bombardeos incesantes. El gobierno israelí y su ejército no han cesado de proclamar su voluntad de “no castigar a los civiles”, declarando que matanzas como la de Caná han sido “accidentes lamentables” (del estilo de los famosos “daños colaterales” de las guerras del Golfo y de los Balcanes). Y sin embargo, han sido las poblaciones civiles las que han sufrido la gran mayoría de víctimas, ¡90 % de los muertos!
En cuanto a Hizbolá, a pesar de sus posibilidades más limitadas y por consiguiente menos espectaculares, ha tenido exactamente la misma política mortífera y sanguinaria de bombardeos a mansalva, atacando con sus misiles las poblaciones civiles del norte de Israel (dicho sea de paso, ¡75 % de los muertos lo han sido entre las poblaciones árabes que pretenden defender!).
El atolladero de la situación en Oriente Medio ya se había concretado en la subida al poder de Hamás en los territorios palestinos (que la intransigencia del gobierno israelí ayudó a realizar al “haber radicalizado” a una mayoría de la población palestina) y en la grieta abierta entre fracciones de la burguesía palestina, principalmente entre Al Fatah y Hamás, que impide en adelante cualquier solución negociada. Ante ese callejón sin salida, la reacción de Israel ha sido la que parece tener más éxito hoy en todos los Estados: la huida ciega. Para reafirmar su autoridad, Israel ha querido acabar con la influencia creciente en el Sur de Líbano de un Hizbolá ayudado, financiado y armado por el régimen iraní. El pretexto invocado por Israel para desencadenar la guerra fue liberar a dos soldados israelíes prisioneros del Hizbolá: cuatro meses tras su secuestro, siguen detenidos por las milicias chiíes. El otro motivo invocado era el de “neutralizar” y desarmar a Hizbolá cuyos ataques e incursiones en Israel desde el Sur de Líbano eran una amenaza permanente para la seguridad del Estado hebreo.
En fin de cuentas, la operación bélica aparece como un revés doloroso que pone un punto final al mito de la invencibilidad, de la invulnerabilidad del ejército israelí. Civiles como militares en el propio seno de la burguesía israelí se responsabilizan mutuamente de la desastrosa preparación de la guerra. Inversamente, Hizbolá sale fortalecido del conflicto y ha ganado una legitimidad en las poblaciones árabes por su lucha de resistencia. En su origen, Hizbolá, como Hamás, no era sino una de las tantas milicias islámicas que se crearon contra el Estado de Israel. Nació cuando la ofensiva israelí en el Sur Líbano en 1982. Gracias a su componente chií, pudo crecer gracias al apoyo financiero abundante del régimen de los ayatolás y los mulás iraníes. Siria también lo utilizó aportándole una ayuda logística importante, utilizándolo como base de retaguardia cuando estuvo obligada en 2005 a retirarse de Líbano. Esa banda de sicarios sanguinarios también ha sabido establecer pacientemente una poderosa red de reclutadores con la tapadera de la ayuda médica, sanitaria y social alimentada por los importantes fondos sacados del maná petrolero del Estado iraní. Esos fondos también le permiten financiar las reparaciones de las casas destruidas por las bombas y los misiles y así alistar a la población civil en sus filas. Los reportajes han mostrado que en ese “ejército de la sombra” también hay muchos críos entre 10 y 15 años que sirven de carne de cañón en esos sangrientos ajustes de cuentas.
Siria e Irán forman momentáneamente el bloque más homogéneo en torno a Hamás o a Hizbolá. Irán, en particular, afirma claramente sus ambiciones de ser la principal potencia imperialista de la región. El arma atómica le garantizaría efectivamente ese papel. Esa es precisamente una de las mayores inquietudes de la potencia norteamericana, pues la “Republica islámica” cultiva una hostilidad permanente hacia EE.UU. desde su fundación en 1979.
Ha sido pues con la bendición de EE.UU. si Israel lanzó su ofensiva contra Líbano. Hundidos hasta las orejas en el cenagal de la guerra en Irak y en Afganistán, tras el fracaso de su “plan de paz” para arreglar la cuestión palestina, Estados Unidos no puede sino constatar el evidente fracaso de su estrategia para instaurar una “Pax americana” en Oriente Próximo y Medio. La presencia norteamericana en Irak se ha plasmado en estos tres últimos años en un caos sangriento, una verdadera y espantosa guerra civil entre facciones rivales, atentados cotidianos que golpean ciegamente a la población a la cadencia infernal de 80 a 100 muertos diarios.
En ese contexto, ni hablar para Estados Unidos de intervenir directamente cuando su objetivo en la región es la de meter en cintura a los estados a los que acusa de “terroristas” y encarnación del “eje del mal”, Siria e Irán, que apoyan directamente a Hizbolá. La ofensiva israelí, que debía ser una advertencia a esos estados, muestra la total convergencia de intereses entre la Casa Blanca y la burguesía israelí. El fracaso de Israel también significa por consiguiente un paso atrás suplementario de Estados Unidos y la continuación en el debilitamiento del liderazgo norteamericano.
El colmo del cinismo y de la hipocresía lo alcanzó la ONU, organismo que no dejó, durante toda la guerra en Líbano, de proclamar su “voluntad de paz” sin dejar de hacer alarde de… su “impotencia” ([1]). Es una mentira asquerosa. Esa “cueva de ladrones” (según los términos empleados por Lenin para hablar de la Sociedad de las naciones, precursora de la ONU) es el cenagal en el que retozan los cocodrilos mas voraces del planeta. Los cinco miembros permanentes del Consejo de seguridad son los estados más depredadores de la Tierra:
– Estados Unidos cuya hegemonía se basa en los ejércitos más poderosos del mundo y cuyos crímenes bélicos desde la proclamación en 1990 de una “era de paz y de prosperidad” por Bush padre (las dos guerras del Golfo, la intervención en los Balcanes, la ocupación de Irak, la guerra en Afganistán…) son evidentes.
– Rusia, responsable de las peores atrocidades durante las dos guerras de Chechenia, tiene mal digerida la implosión de la URSS, masculla sus ganas de revancha, ostenta hoy nuevas pretensiones imperialistas aprovechándose del debilitamiento de EE.UU. Por ello apoya hoy a Irán y más discretamente a Hizbolá.
– China, aprovechándose de su creciente influencia económica, sueña con lograr nuevas zonas de influencia fuera de Asia del Sureste. Ya está echando miradas cariñosas a Irán, socio económico privilegiado que le dispensa petróleo a precio muy ventajoso. Cada una por su lado, esas dos potencias no han parado de intentar sabotear las resoluciones de la ONU en las que participaban.
– Gran Bretaña hasta ahora ha acompañado las principales expediciones de castigo norteamericanas, defendiendo sus intereses propios. Pretende reconquistar de esta forma la zona de influencia que tuvo con su protectorado en esa región (en particular Irán e Irak).
– La burguesía francesa tiene nostalgia de la época en la que se repartía con Gran Bretaña las zonas de influencia en Oriente Medio. Por ello se ha incorporado al plan norteamericano sobre Líbano en torno a la famosa resolución 1201 de la ONU, urdiendo incluso el plan de despliegue de la FINUL. Por ello también ha aceptado aumentar su compromiso militar en el Sur de Líbano, pasando de 400 a 2000 soldados en su participación en la FINUL.
Otras potencias también han entrado en liza, como Italia que asumirá el mando supremo de las fuerzas de la FINUL en Líbano tras febrero del 2007, proporcionando para ello el mayor contingente de fuerzas a la ONU. Pocos meses después de haber retirado las tropas italianas de Irak, tras haber criticado duramente la incorporación del gobierno de Berlusconi en ese conflicto, Prodi hace lo mismo en Líbano, confirmando las ambiciones de Italia de tener su asiento en la mesa de los grandes, a riesgo de salir desplumada. Todas las potencias están implicadas en la guerra.
Oriente Medio es hoy un concentrado del carácter irracional de la guerra, en donde cada imperialismo se hunde cada día más para defender sus intereses propios a costa de más y más conflictos, cada día más amplios y mortíferos, unos conflictos que implican cada vez a más estados.
La extensión de las zonas de enfrentamientos bélicos en el mundo es una manifestación del carácter ineluctable de la barbarie guerrera del capitalismo. Guerra y militarismo son sin lugar a dudas el modo de vida permanente del capitalismo decadente en plena descomposición. Es una de las características esenciales de bloqueo trágico de un sistema que no tiene nada que ofrecer a la humanidad sino miseria y muerte.
El gendarme responsable de preservar el “orden mundial” es hoy en día un poderoso factor de aceleración del caos. ¿Cómo se explica que el primer ejército del mundo, dotado de los medios tecnológicos más modernos, de los servicios de información más potentes, de armas tan sofisticadas que son capaces de apuntar y hacer blanco a miles de kilómetros de distancia, esté metido en semejante cenagal? ¿Cómo se explica que Estados Unidos, país mas poderoso del mundo, tenga a su cabeza a un medio tonto rodeado de una banda de activistas tan poco conformes a la imagen tradicional de una “gran democracia” burguesa responsable? Bush Junior, descrito por el escritor Norman Mailer como “el peor presidente de la historia de EE.UU.: ignorante, arrogante y totalmente estúpido” se ha rodeado de un equipo de “cabezas pensantes” particularmente perturbadas que le dictan su política, desde el vicepresidente Dick Cheney al secretario de Defensa Donald Rumsfeld, pasando por su gurú-mánager, Kart Rove, y por el “teórico” Paul Wolfowitz. Desde principios de los 90, éste fue el portavoz mas consecuente de una “doctrina” qua anunciaba claramente que “la misión política y militar esencial de Norteamérica una vez terminada la guerra fría, será hacerlo todo para que ninguna superpotencia rival pueda emerger en Europa del Oeste, Asia o cualquier otro territorio de lo que fue la Unión Soviética”. Esa “doctrina” se dio a conocer en marzo del 92, cuando la burguesía norteamericana todavía tenía ilusiones sobre el éxito de su estrategia, tras el hundimiento de la URSS y la reunificación de Alemania. Fue con ese objetivo con el que esa gente declaraba hace unos años que para movilizar a la nación, imponer los valores democráticos de Estados Unidos e impedir las rivalidades imperialistas, “seria necesario un nuevo Pearl Harbor”. Recordemos aquí que el ataque de las fuerzas navales norteamericanas por parte de Japón en diciembre del 41, que costó unos 4500 muertos o heridos a Estados Unidos, favoreció la entrada en guerra de este país junto a los Aliados, invirtiendo la posición de la opinión publica hasta aquel entonces muy reticente. Las más altas autoridades norteamericanas estaban enteradas de ese ataque, dejando sencillamente que se realizara. Desde que Cheney y compañía llegaron al poder gracias a la victoria de Bush junior en el 2000, han realizado lo que habían previsto: los atentados del 11 de septiembre fueron el nuevo “Pearl Harbor”: en nombre de la nueva cruzada contra el terrorismo justificaron la invasión de Afganistán y de Irak, así como los nuevos programas militares, especialmente costosos, sin olvidar el reforzamiento sin precedentes del control policial sobre la población. El que Estados Unidos se haya dado semejantes dirigentes que juegan con el destino del planeta como aprendices de brujo, obedece a la misma lógica del capitalismo decadente en crisis que en otros tiempos llevó al poder a un Hitler en Alemania. No es tal o cual individuo en la cumbre del Estado el que hace evolucionar el capitalismo en tal o cual sentido, sino que, al contrario, es el sistema en total decadencia el que permite llegar al poder a tal o cual individuo representativo de esa evolución y capaz de llevarla a la práctica. Es una expresión clara del atolladero histórico en el que el capitalismo está metiendo a la humanidad.
El balance de esa política es abrumador: 3000 soldados muertos desde que empezó la guerra en Irak hace tres años (más de 2800 norteamericanos), 655 000 iraquíes han fallecido entre marzo del 2003 y julio del 2006, y ya es sabido que los atentados mortíferos entre fracciones chiíes y suníes no cesan de intensificarse. Hay 160 000 soldados de ocupación bajo mando norteamericano presentes hoy en suelo iraquí, incapaces de “asegurar el mantenimiento del orden” en un país al borde de la guerra civil y de la fragmentación. En el Sur, las milicias chiíes intentan imponer su ley multiplicando las demostraciones de fuerza, en el Norte los activistas suníes reivindican con orgullo sus vínculos con Al Qaeda y acaban de autoproclamar una “república islámica” mientras que en el centro, en la región de Bagdad, la población está expuesta a bandas de saqueadores, a atentados con coches bomba y cualquier patrulla aislada de las tropas norteamericanas se expone a caer en una emboscada.
Las guerras en Irak y Afganistán tragan además cantidades colosales de dinero, que ahondan siempre más el déficit presupuestario y precipitan a EE.UU. en un endeudamiento descomunal. La situación en Afganistán también es catastrófica. El interminable rastreo para dar con Al Qaeda y, también aquí, la presencia de un ejército de ocupación favorecen a los talibanes que fueron expulsados del poder en 2002 pero que hoy, rearmados por Irán y mas discretamente por China, multiplican las emboscadas y los atentados. Los “demonios terroristas”, Bin Laden o el régimen de los talibanes, son ambos, además, engendros creados por Estados Unidos para acorralar a la URSS en la época de los bloques imperialistas, cuando la invasión de Afganistán por las tropas rusas. El primero es un ex espía reclutado por la CIA en 1979; tras haber servido en Estambul de intermediario financiero en un tráfico de armas de Arabia Saudita y EE.UU. hacia la guerrilla de Afganistán, evolucionó “naturalmente”, en cuanto empezó la intervención rusa, para servir de intermediario a los norteamericanos en el reparto de la financiación entre la resistencia afgana. Los talibanes, por su parte, fueron armados y financiados por Estados Unidos y se hicieron con el poder con la bendición del Tío Sam.
También es patente que la gran cruzada contra el terrorismo, lejos de erradicarlo, lo único que ha conseguido es centuplicar las acciones terroristas y los atentados kamikaze cuyo único objetivo es hacer cuantas más víctimas, mejor. La Casa Blanca hoy es impotente ante las burlas más humillantes que le hace el Estado iraní. Esta impotencia da alas a potencias de cuarto o quinto orden como Corea del Norte que se ha permitido el lujo de proceder el 8 de octubre a una prueba atómica que la sitúa en octava posición de los países poseedores del arma atómica. Ese enorme reto pone en peligro a toda Asia del Sureste, fortaleciendo a su vez las aspiraciones de nuevos pretendientes al arma nuclear. Justifica la remilitarización y el rearme rápido de Japón, así como su orientación hacia la producción de armas nucleares para hacer frente a su vecino inmediato. Es un peligro importante que ilustra el “efecto dominó” de la huida ciega en el militarismo y en la tendencia a tirar “cada uno por su cuenta”.
También se ha de evocar la situación de caos espantoso en Oriente Medio, en particular en la Franja de Gaza. Tras la victoria electoral de Hamás a finales de enero fue suspendida la ayuda internacional directa y el gobierno israelí organizó el bloqueo de las transferencias de fondos por ingresos fiscales y aduaneros a la Autoridad Palestina. Ya van siete meses que 165 000 funcionarios no cobran su sueldo, pero su rabia, como la de toda una población de la que un 70 % vive por debajo del umbral de pobreza, con un nivel de desempleo de 44 %, es fácilmente recuperada en enfrentamientos callejeros que oponen de nuevo regularmente desde el 10 de octubre las milicias de Hamás y las de Al Fatah. Los intentos de gobierno de unión nacional abortan uno tras otro. Mientras se iba retirando del Sur de Líbano, Tsahal ha vuelto a cercar las zonas fronterizas con Egipto junto a la Franja de Gaza y a bombardear con misiles el pueblo de Rafá, so pretexto de acorralar a los activistas de Hamás. Los controles de quienes siguen teniendo trabajo son permanentes. La población vive en un clima de terror y de permanente inseguridad. Desde el 25 de junio han sido contabilizados 300 muertos en esa zona.
El descalabro de la política norteamericana es patente. Por eso asistimos a un amplio cuestionamiento de la administración Bush hasta en su propio campo, el de los republicanos. Las ceremonias del quinto aniversario del 11 de septiembre fueron la ocasión de un verdadero chaparrón de críticas contra Bush, retransmitidas por los medios norteamericanos. Hace cinco años, a la CCI se la acusaba de tener una visión maquiavélica de la historia cuando demostraba la hipótesis de que la Casa Blanca había dejado que se perpetraran los atentados con conocimiento de causa para justificar las aventuras militares en preparación [2]. Hoy, es un numero incalculable de libros, documentales, artículos en Internet que no solo cuestionan la versión oficial del 11 de septiembre, sino que gran parte de ellos avanzan teorías mucho mas fuertes, denunciando un complot y una manipulación de la camarilla de Bush. Según los sondeos más recientes, más de una tercera parte de los norteamericanos y casi la mitad de la población neoyorquina piensan que hubo manipulación de los atentados, que el 11 de septiembre fue un inside job (una labor interna).
Y el 60 % de la población norteamericana piensa que la guerra en Irak es una “mal asunto”; la mayor parte de ella ya no cree en la tesis de la posesión de armas nucleares ni en los lazos entre Sadam y Al Qaeda, considerando que no fue sino un pretexto para justificar la intervención en Irak. Media docena de libros recientes (entre ellos el del famoso periodista Bob Woodward que en tiempos de Nixon denunció el escándalo del Watergate) acusan sin ambages, denunciando esa “mentira” de Estado, exigiendo que se retiren las tropas de Irak. Ello no significa que la política militarista de EE.UU. se autoinmole voluntariamente, sino que el gobierno está forzado a tenerlo en cuenta y exponer sus propias contradicciones para intentar adaptarse.
La pretendida última pifia de Bush, admitiendo el paralelo con la guerra de Vietnam, la hizo al mismo tiempo que el propio James Baker organizaba las “filtraciones” de unas entrevistas que le hicieron. El plan del antiguo jefe del Estado mayor de la era Reagan, que también fue secretario de Estado en la época de Bush Senior, preconiza la apertura del dialogo con Siria e Irán, y sobre todo una retirada parcial de las tropas en Irak. Ese intento de retirada limitada pone de relieve el nivel de debilitamiento de la burguesía norteamericana para la cual la simple retirada de Irak sería la mayor humillación de su historia, algo que no puede permitirse. El paralelo con Vietnam es, a decir verdad, una subestimación engañosa. En aquel entonces, la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam permitió a EE.UU. reorientar su estrategia de alianzas, llevándose a China a su propio campo contra la URSS. La retirada de hoy de las tropas norteamericanas de Irak sería pura y rotundamente una capitulación sin contrapartida, que provocaría un desprestigio total de la potencia norteamericana. Ocasionaría la fragmentación de un país, provocando un aumento considerable del caos en toda la región. Esas contradicciones son la expresión patente de la crisis y del debilitamiento del liderazgo estadounidense, y del avance del desorden creciente en las relaciones internacionales. Y un cambio de mayoría en las elecciones “intermedias” de noviembre para el próximo congreso o la elección posible de un presidente demócrata dentro de dos años no tendrá otro resultado que seguir las mismas huellas de las aventuras bélicas por el mismo camino que lleva al atolladero. El clan de exaltados que gobierna en Washington ya ha dado la prueba de un nivel de incompetencia pocas veces alcanzado por una administración norteamericana. Pero sean los que sean los equipos que tomen el relevo, hay un dato fundamental que no podrán cambiar: ante un sistema capitalista que se está hundiendo en su crisis mortal, la clase dominante no es capaz de responder sino es siguiendo la senda de la barbarie guerrera. Y la primera burguesía mundial lo hará todo por mantener su rango en ese plano.
En Estados Unidos, el peso de la patriotería alimentada tras el 11 de septiembre ha desaparecido en gran parte a causa de la experiencia del doble fracaso de la lucha antiterrorista y del hundimiento en el barrizal de la guerra en Irak. Las campañas de reclutamiento del ejército tienen enormes dificultades para encontrar candidatos dispuestos a jugarse la vida en Irak y la desmoralización está alcanzando a la tropa. A pesar de los riesgos, hay miles de deserciones. Ya se cuentan más de mil desertores en Canadá.
Esta situación no solo refleja el callejón sin salida de la burguesía sino que anuncia otra alternativa. El peso más y más insoportable de la guerra y de la barbarie en la sociedad es una dimensión indispensable de la toma de conciencia por parte de los proletarios de la quiebra irremediable del sistema capitalista. La única respuesta que la clase obrera pueda oponer a la guerra imperialista, la única solidaridad que pueda manifestar a sus hermanos de clase expuestos a las peores masacres, es la de movilizarse en su terreno de clase contra sus explotadores. Es la de luchar y desarrollar sus combates en el terreno social contra sus propias burguesías nacionales. La clase obrera ya empezó a concretarlo durante la huelga de solidaridad de los empleados del aeropuerto de Heathrow en agosto del 2005, en plena campaña antiterrorista, con los obreros pakistaníes despedidos por la empresa Gate Gourmet. También lo ha hecho en la movilización de los futuros proletarios contra el CPE en Francia y de los metalúrgicos en Vigo en España. En Estados Unidos, también lo hicieron los 18 000 mecánicos de Boeing en septiembre de 2005, que se opusieron a la disminución de las pensiones de jubilación y también a la discriminación de los regímenes entre obreros jóvenes y veteranos. Los obreros del Metro y de transportes públicos en la huelga en Nueva York en vísperas de Navidad de 2005, contra un ataque a las jubilaciones que explícitamente sólo iba a afectar a los futuros empleados, afirmaron su toma de conciencia de que luchar por el porvenir de sus hijos forma parte del propio combate. Esas luchas siguen siendo muy débiles todavía y el camino que conduce a los enfrentamientos decisivos entre proletariado y burguesía será largo y difícil, pero son la manifestación de una reanudación de los combates de clase a escala internacional. Son el único rayo de esperanza de un porvenir diferente, de una alternativa para la humanidad frente a la barbarie capitalista.
W (21 octubre)
[1]) Ese cinismo y esa hipocresía se revelaron en el terreno mismo, durante un episodio de los últimos días de guerra: un convoy compuesto por una parte de la población de un pueblo libanés, con muchas mujeres y niños que intentaban huir de la zona de combates, tuvo una avería y fue ametrallado por el ejército israelí. Los miembros del convoy buscaron entonces la protección en un campo cercano a un puesto de la ONU. Se les contestó que era imposible protegerlos, que la ONU no tenia mandato para ello. La mayoría (58 personas) de entre ellos murieron bajo la metralla del ejército israelí ante la mirada pasiva de la FINUL (según un testimonio de una familia superviviente).
[2]) Léase nuestro artículo « Pearl Harbor 1941, las “Twin Towers” 2001 », el maquiavelismo de la burguesía, Revista internacional no 108.
En la noche del 23 al 24 de octubre de 1956, los obreros de Budapest, seguidos inmediatamente por los de Hungría entera, exasperados por las condiciones de explotación infernales y el terror impuesto por el régimen estalinista instaurado desde 1948, se rebelaron en una insurrección armada que se propagó por todo el país. En 24 horas, la huelga llegó a las principales ciudades industriales y la clase obrera, organizada en consejos, fue tomando el control del levantamiento. Aquella revuelta, auténtica, del proletariado húngaro contra el orden capitalista al modo estaliniano (pesada losa sobre los obreros de los países del Este de Europa) fue una realidad que la burguesía, desde hace ahora 50 años, no ha cesado de ocultar o, más a menudo, de adulterarla. La versión expurgada y falsificada minimiza el lugar y las acciones del proletariado al máximo posible. Y cuando se trata de hablar del papel central de los consejos obreros, ni que decir tiene que se les menciona por lo bajo y con boca pequeña, como algo anecdótico o perdidos en un montón de comités, consejos nacionales o municipales a cada cual más nacionalista, y eso cuando no acaban siendo sencillamente dejados en el olvido.
Ya en 1956, las mentiras más rastreras circulaban tanto al Este como en el Oeste. Según el Kremlin, y sus voceros occidentales, los PC de Europa, los acontecimientos de Hungría no eran sino una “insurrección fascista” manipulada por los “imperialistas de occidente”. Para los estalinistas de entonces, además de la necesidad de encontrar un pretexto para aplastar al proletariado húngaro con los tanques rusos, había que mantener ante los obreros del Oeste, la ilusión sobre el carácter “socialista” del bloque soviético y evitar a toda costa que reconocieran en el levantamiento de sus hermanos húngaros la expresión de una lucha proletaria.
La insurrección húngara unos la disfrazaron de “obra de bandas fascistas a sueldo de Estados Unidos” mientras que para los otros, la burguesía del bloque occidental, era una lucha por “el triunfo de la democracia”, “de la libertad” y de la “independencia nacional”. Esas dos mentiras se completan para ocultar a la clase obrera su propia historia, pero será la versión del combate patriótico en el que se mezclan todas las clases en el “ardor popular” por la “victoria de la democracia” la que acabará siendo el eje único de la propaganda burguesa, apoyada después en la exposición de los crímenes del estalinismo sobre todo después del desmoronamiento del bloque del Este.
Y es así como, al conmemorar cada diez años el aplastamiento de aquella lucha, la burguesía prosigue su maniobra montada ya durante los acontecimientos mismos, con la única finalidad de que la clase obrera no comprenda que la insurrección húngara fue una expresión de su naturaleza revolucionaria, de su capacidad para enfrentarse al Estado, organizándose para ello en consejos obreros. Este carácter revolucionario es tanto más manifiesto porque se expresa en 1956, en el peor de los momentos imaginables, el de la contrarrevolución, cuando a escala mundial el proletariado está con las fuerzas más bajas, hecho trizas por la Segunda Guerra mundial, amordazado por los sindicatos y sus compinches de la policía política. Y esa es la razón por la cual, en aquel contexto tan difícil, la revuelta de 1956 no podía de ninguna manera transformarse en tentativa consciente por parte del proletariado para apoderarse del poder político y construir una nueva sociedad.
Como suele ocurrir, la realidad es muy diferente de lo que presenta la burguesía. La insurrección húngara es, ante todo, una respuesta proletaria a la feroz sobreexplotación que se había impuesto en los países caídos bajo la dominación imperialista de la URSS tras la Segunda Guerra mundial.
Los tormentos de la guerra y los mazazos del régimen fascista del almirante Horthy [1] primero, los del gobierno de transición después (1944-1948). De remate, los obreros húngaros conocerán bajo las botas estalinistas una nueva forma de bajada a los infiernos.
Al final de la guerra, en los territorios llamados “liberados” de la ocupación nazi en Europa del Este, el “liberador” soviético tiene la intención de arraigarse y prolongar su imperio hasta las puertas de Austria. El ejército rojo (y siguiéndole los pasos la policía política rusa, el NKVD) domina entonces un espacio que se extiende desde el Báltico a los Balcanes. En toda la región, los saqueos, las violaciones y las deportaciones de masas hacia campos de trabajos forzados forman parte del menú sanguinolento de la ocupación soviética, primicias de lo que pronto será la instalación definitiva de los regímenes estalinistas. En Hungría, a partir de 1948, la hegemonía del llamado Partido “comunista” sobre el aparato político es total, la estalinización del país aparece como un hecho patente. Matyas Rakosi [2], del que se dice que era el mejor alumno de Stalin, rodeado de una pandilla de asesinos y torturadores (el siniestro Gerö [3], por ejemplo), es la personificación misma de todo el edificio estalinista en Hungría cuyos pilares principales son (según la receta bien sabida): terror político y explotación sin límites de la clase obrera.
La Unión Soviética, vencedora y ocupante del Este de Europa, exige de los países vencidos y ocupados, en especial de los que habían colaborado con las potencias del Eje, como así había sido con Hungría, el pago de abrumadoras reparaciones. De hecho, no es más que un pretexto para acaparar los sistemas de producción de los países recién satelizados y hacerlos funcionar a pleno régimen en beneficio de los intereses económicos e imperialistas de la URSS. Se instala un auténtico sistema de vampirización en 1945-1946: se desmontan, por ejemplo, algunas fábricas y se transfieren, con los obreros incluidos, a tierras rusas.
Del mismo estilo es la instauración del COMECON, el mercado de “intercambio privilegiado” de 1949 en donde lo “privilegiado” va en sentido único. El Estado ruso puede dar salida a su producción vendiendo a precios más elevados que los del mercado mundial, y, en cambio, recaba productos en los satélites a precio de saldo.
Es pues toda la economía húngara la que se doblega ante la voluntad y los planes productivos de la dirección central rusa, lo que queda perfectamente ilustrado en el año 1953 con el estallido de la guerra de Corea, viéndose Hungría obligada por la URSS a transformar la gran mayoría de sus factorías en fábricas de armas. Hungría se convertirá, además, a partir de entonces en el abastecedor principal de armas de la Unión Soviética.
Para satisfacer las apetencias económicas y los imperativos militares rusos, la política de industrialización húngara va a realizarse a marchas forzadas. Los planes quinquenales, especialmente el de 1950, aseguran un salto de la producción y de la productividad sin precedentes. Pero como los milagros no caen del cielo, detrás de los engranajes de esa industrialización galopante lo que hay, y no es una novedad, es la explotación despiadada de la clase obrera. La menor partícula de su energía será aspirada para realizar el plan de 1950-1954 cuya prioridad es la industria pesada vinculada a la producción de armamento. Ésta se multiplicará por 5 al término del plan.
Todo sirve para sacar lo máximo al proletariado húngaro. Para ello se instaura y se sistematiza el salario a destajo, acompañado de cuotas productivas periódicamente revisadas al alza. El PC rumano decía al respecto, con todo el cinismo de que es capaz el estalinismo, que “el trabajo a destajo es un sistema revolucionario que elimina la inercia… todo el mundo tiene la capacidad de trabajar más duramente…”, en realidad el sistema “elimina” sobre todo a quienes niegan la “capacidad” de morir en el tajo por un salario de miseria.
Un poco igual que Sísifo condenado en los infiernos a empujar y empujar un peñasco monte arriba, los sísifos húngaros estaban condenados a unos ritmos de trabajo infernales e ininterrumpidos.
En la mayoría de las fábricas, a finales de cada mes, la dirección comprobaba que, fatalmente, había peligrosos retrasos respecto a las previsiones inhumanas del plan. Se hacían sonar entonces las alarmas para el “gran zafarrancho”, una explosión de los ritmos semejante a la “sturmovchina” [4] que debían soportar regularmente los obreros rusos. Y ya no solo había “sturmovchina” a finales de cada mes, sino cada vez más, al final de la semana. En el momento del “gran zafarrancho”, las horas extras caían como chaparrones, igual, claro está, que los accidentes laborales. Se llevaba a hombre y a máquina hasta los límites extremos.
Para colmo, solía ocurrir que los obreros tuvieran la grata sorpresa, al llegar a la fábrica, de enterarse de su propia “carta de compromiso” firmada y enviada en su nombre por… el sindicato. Agotados ya al máximo, se encontraban con “el compromiso solemne” de aumentar la producción una vez más, en honor de tal o cual aniversario o festejo. En realidad, todo servía para lanzar ese tipo de jornadas de trabajo “voluntario”… y, ni que decir tiene, gratuito. Entre marzo de 1950 a febrero de 1951, hubo hasta 11 jornadas de ese tipo: día de la “liberación”, Primero de mayo, semana de Corea, cumpleaños de Rakosi y demás pretextos propicios al alborozo y… las horas extras no pagadas.
Durante el Primer plan quinquenal, aún cuando la producción se había duplicado y la productividad se había incrementado 63 %, el nivel de vida de los obreros se hundía inexorablemente. En 5 años, de 1949 a 1954, el salario neto se redujo un 20 % y durante el año 1956, solo 15 % de las familias vivían por encima del mínimo vital ¡definido por los propios especialistas del régimen!
La era del stajanovismo no llegó a Hungría gracias al voluntariado o el amor a la “patria socialista”. Es evidente que la clase dominante la impuso con toda la persuasión del terror, las amenazas de represalias violentas y las fuertes multas en caso de no cumplir unas normas de producción que no cesaban de aumentar.
El terror estalinista tendrá su pleno sentido en el seno de las fábricas. El 9 de enero de 1950, por ejemplo, el gobierno adopta un decreto por el que se prohíbe a los obreros dejar su lugar de trabajo sin permiso. La disciplina era estricta y las “infracciones” castigadas con fuertes multas.
Ese terror cotidiano implicaba necesariamente una infraestructura policíaca omnipresente. Policía y sindicatos tenían que estar por todas partes hasta el punto de que en algunos sitios la situación acababa en lo burlesco. La factoría MOFEM de Magyarovar cuyos efectivos habían triplicado entre 1950 y 1956, tuvo que contratar, para mantener el control represivo de sus obreros, no ya tres veces sino diez veces más personal de vigilancia: permanentes del sindicato, del partido y de la policía interior de la fábrica.
Los estatutos dados a los sindicatos por el régimen en 1950 no son, en eso, nada equívocos:
“…organizar y difundir la emulación socialista de los trabajadores, combatir por una mejor organización del trabajo, por el reforzamiento de la disciplina… y el incremento de la productividad”.
Las multas y las vejaciones no eran, por desgracia, las únicas sanciones contra los “recalcitrantes”.
El 6 de diciembre de 1948, el ministro de industria, Istvan Kossa, de visita en la ciudad de Debrecen se puso a despotricar contra
“… los trabajadores [que] han adoptado una actitud terrorista hacia los directores de las industrias nacionalizadas …”
o sea, aquellos que no se doblegaban “de buena gana” a las normas stajanovistas o sencillamente no lograban alcanzar las inverosímiles cuotas de producción exigidas. Y así, los obreros que parecían poco “enamorados” de su trabajo eran regularmente denunciados como “agentes del capitalismo occidental”, “fascistas” o “estafadores”.
Kossa añadió en aquel discurso que si no cambiaban de “actitud”, un período de trabajos forzados podría ayudarles. Y eso no eran amenazas verbales: un ejemplo entre otros muchos fue el de un obrero de la factoría de vagones de Györ acusado de “estafa al salario” y condenado por ello a una pena de cárcel en un campo de presos. El testimonio de Sandor Kopacsi, director de prisiones en 1949 y jefe de la policía de Budapest en 1956, es también muy aleccionador:
“Según los datos, pude comprobar que los campos estaban llenos de obreros, de labriegos más bien pobres; algunas personas pertenecían a clases hostiles al régimen. La tarea [del director] era sencilla: había que prolongar, generalmente 6 meses, el tiempo de reclusión de los detenidos. […] Seis meses de reclusión o seis de prórroga que se practicaban en las estepas de Siberia… Lo cual no quita que una reclusión era una reclusión y con el sistema de prolongaciones de “seis meses en seis meses”, los condenados no volvían a la vida civil no mucho antes que quienes “saboreaban” entre quince y veinticinco años en el extremo norte siberiano.”
En 1955, la cantidad de detenidos se dispara y, curiosamente, ocurre que la mayoría de ellos son obreros tipo “recalcitrante”.
Bajo el régimen de Rakosi desaparecerán miles de personas sin dejar rastro… estaban en realidad detenidas y encarceladas. Se decía entonces que un mal profundo golpeaba a Hungría: “la enfermedad del timbre”. Esa metáfora quería decir que cuando alguien llamaba al timbre por la mañana en una casa, no se podía saber nunca si era el cartero o un agente de la policía política (Államvédelmi Hatóság, AVH).
A pesar del terror, de la presencia del Ejército rojo y las torturas de la AVH, la rabia en el proletariado era cada día más palpable y eso ya desde 1948. El resentimiento de los obreros no estaba lejos de estallar en la calle. Sentían cómo se iba albergando en ellos la necesidad irrenunciable de quitarse de encima a todo el aparato jerarquizado de la burocracia soviética, desde quienes estaban en la cima y tomaban las decisiones clave sobre el nivel y las normas de producción hasta los contramaestres y demás sicarios que con el cronómetro en la mano les presionaban para que transformaran los planes en productos acabados.
Los obreros, exasperados, estaban destrozados. Las condiciones de explotación habían superado lo intolerable, la insurrección estaba incubándose.
Lo que había instaurado la URSS en Hungría era, claro está, lo mismo que lo que en los demás países estalinizados del bloque del Este. Por eso también el descontento de los obreros era en ellos algo tan patente como en Hungría. Ya a principios del mes de junio del año 1953, los obreros checoslovacos, en Pilsen, se habían enfrentado al aparato de Estado estalinista pues se negaban a seguir siendo pagados según el ya demasiado conocido salario a destajo. Quince días más tarde, el 17 de junio de 1953, fue en Berlín Este donde una huelga general, organizada por los obreros de la construcción, estalla tras el alza generalizada de las normas productivas, 10 %, y una pérdida de salario de un 30 %. Los obreros desfilaron por la Stalin Allee al grito de “Abajo la tiranía de las normas”, “somos trabajadores, no esclavos”. Surgieron espontáneamente comités de huelga para animar a la extensión de la lucha y caminaron hacia el sector occidental de la ciudad para llamar a los obreros de Berlín Oeste a unirse a ellos. El famoso muro no había sido construido todavía, de modo que los aliados occidentales decidieron cerrar a toda prisa el sector occidental. Fueron los tanques rusos estacionados en la RDA (Alemania del Este) los que acabaron con la huelga. Ahí se vio bien cómo, al Este y al Oeste, la burguesía conjugaba sus fuerzas, en un entendimiento sin fisuras, para encarar la acción proletaria. Al mismo tiempo hubo otras manifestaciones y levantamientos obreros en 7 ciudades polacas. Se instauró la ley marcial en Varsovia, Cracovia, en Silesia y también aquí tuvieron que intervenir los tanques rusos para aplastar la agitación obrera. La clase obrera de Hungría no se quedó atrás. Estallaron huelgas, primero en el gran barrio obrero, el centro de producción siderúrgico de Csepel en Budapest, para después irse extendiendo hacia otras ciudades industriales como Ozd y Diösgyör.
Soplaban vientos de revuelta contra el estalinismo por tierras del Este. Y acabó siendo vendaval y punto álgido con la insurrección húngara de octubre 1956.
Ni que decir tiene que el clima de agitación que atraviesa Hungría inquieta sobremanera al Kremlin. Para intentar aflojar la presión de esa caldera en ebullición, Moscú había decidido separar temporalmente del poder a quien personificaba el terror del régimen, Matyas Rakosi, dimitiéndolo en junio de 1953 de su puesto de Primer ministro. Vuelve al poder en 1955, y lo vuelven a dimitir en julio de 1956. Pero eso no sirve de nada, pues la tensión acumulada es demasiado importante y las condiciones de vida siguen igual; la caldera está para explotar.
En un ambiente insurreccional, propicio al derrocamiento del régimen dominante, las fracciones nacionalistas de la burguesía húngara comprenden rápidamente que tienen una baza que jugar para librarse del vasallaje a Moscú, o, al menos, soltar un poco el collar y alargar la correa. La sovietización a marchas forzadas del Estado húngaro, la toma del poder total por parte de los hombres del Kremlin apoyados por los tanques del ejército rojo, una industria íntegramente puesta al servicio de los intereses económicos e imperialistas de la URSS… era demasiado para una gran parte de la burguesía nacional que esperaba su hora para expulsar al ocupante. Las aspiraciones de independencia nacional están presentes, incluso en algunos estalinistas húngaros, los llamados “comunistas nacionales”, que hacen votos por una “vía húngara al socialismo” al igual que muchos intelectuales. Harán de Imre Nagy [5] su adalid, “héroe” de la insurrección de octubre. Tampoco pudo llevarse a cabo la sovietización de los ejércitos sin las concesiones al nacionalismo por parte de los antiguos oficiales. La alianza con la URSS, no correspondía para ellos con las exigencias del interés nacional, orientado tradicionalmente hacia el Oeste. Con el levantamiento de octubre, el ejército ve también la posibilidad de librarse de las ataduras estalinistas. De ahí que participara en parte en los combates callejeros. Ese arrebato de resistencia patriótica se encarnará en el general Pal Maleter y las tropas del cuartel Kilian de Budapest. Esas fracciones de la burguesía y de la pequeña burguesía emponzoñan la atmósfera de la revuelta obrera con su propaganda nacionalista. No es pues de extrañar que hasta hoy la clase dominante procure hacer de Nagy y Maleter los personajes míticos de los acontecimientos de 1956. Rememorando únicamente esos “íconos” burgueses, da crédito a la mentira de una “revolución de liberación democrática y nacional”.
Y es así cómo, desde la destitución de Rakosi en julio, la presión de elementos pequeño burgueses, de intelectuales nacionalistas de la Unión de escritores y los estudiantes del Círculo Petofi mantienen un clima de agitación. Éstos últimos organizarán el 23 de octubre una manifestación pacífica en Budapest a la que acuden muchos obreros. Una vez llegados a la estatua del general Bem, se lee una resolución de la Unión de Escritores, en la que se expresan las pretendidas aspiraciones independentistas del “pueblo húngaro”.
Eso es para la burguesía la quintaesencia de la insurrección húngara… una concentración de estudiantes e intelectuales que luchan por la liberación de la nación del yugo moscovita. De ese modo, desde hace 50 años, la clase dominante echa un tupido velo sobre el actor principal del levantamiento, la clase obrera y su motivación, que, muy lejos de la resistencia nacional y el amor por la patria, intentaba ante todo resistir a las terribles condiciones de vida que le imponían.
Los obreros de Budapest, al salir de las fábricas, se unen masivamente a la manifestación. Aún cuando la manifestación se ha terminado oficialmente, los obreros no se dispersan, sino al contrario. Antes que quedarse con las ganas, convergen todos hacia la plaza del Parlamento y la estatua de Stalin que empiezan a destruir a mazazos y con soplete. Después la marea humana se dirige hacia la Casa de la Radio para protestar contra la alocución del Primer ministro Gerö que acusaba a los manifestantes de no ser otra cosa sino “una cuadrilla de aventureros nacionalistas cuyas intenciones son quebrar el poder de la clase obrera”. Fue entonces cuando la policía política (AVH) dispara contra la muchedumbre y la protesta se torna en insurrección armada. Los intelectuales nacionalistas, iniciadores de la manifestación, se vieron hasta tal punto superados por el cariz de los acontecimientos que, según reconoció el propio secretario del Círculo Petofi, Balazs Nagy, ellos “más que impulsar el movimiento lo frenaban”.
En 24 horas, la huelga general, con la fuerza de 4 millones de obreros, se extiende por toda Hungría. En los grandes centros industriales surgen consejos obreros espontáneamente; y así es como la clase obrera se organiza y se apodera del control de la insurrección.
Los proletarios son, sin la menor duda, la espina dorsal del movimiento. Eso se demuestra por una combatividad y una determinación a toda prueba. Se arman, levantan barricadas por todas partes, luchan por todas la esquinas de la capital, con gran desventaja, contra la AVH y los tanques rusos. Sin embargo, la AVH es rápidamente desbordada por los acontecimientos y el gobierno recién instalado, constituido en la urgencia y dirigido por un “progresista”, Imre Nagy, pide, sin la menor vacilación, la intervención de los tanques soviéticos para proteger el régimen de la cólera obrera. Ese dirigente no cesará desde entonces de llamar a que se restaure el orden y “los insurgentes se sometan”. Más tarde, ese campeón de la democracia afirmará que la intervención de las fuerzas soviéticas “ha sido necesaria en interés de la disciplina socialista”.
Lo tanques entran en Budapest el 24 de octubre hacia las 2 de la madrugada. Es en las barriadas obreras del extrarradio donde se enfrentan con las primeras barricadas. La factoría de Csepel con sus miles de metalúrgicos va a realizar una de las resistencias más empecinadas: fusiles viejos y cócteles Molotov contra divisiones blindadas rusas.
Nagy, el candidato legítimo de todas las aspiraciones nacionalistas, es incapaz de restablecer la calma. Nunca obtendrá la confianza y el desarme de los obreros, porque, contrariamente a los intelectuales y a una parte del ejército húngaro, los trabajadores, aunque hubieran podido estar contaminados por la propaganda y los cantos patrióticos del entorno, no luchaban por “la liberación nacional”, sino, y sobre todo, se rebelaron contra el terror y la explotación.
El 4 de noviembre, en el mismo momento en que Moscú sustituye a Nagy por Janos Kadar, 6000 tanques soviéticos se lanzan sobre la capital en una segunda carga para acabar de una vez con el levantamiento. Y todo el peso de ese asalto se hizo sobre las barriadas obreras: Csepel la roja, Ujpest, Kobanya, Dunapentele. A pesar de un enemigo 100 veces superior en hombres y material bélico, los obreros siguen luchando y resistiendo como indómitos leones.
“En Csepel, los obreros se han decidido a luchar. El 7 de noviembre hay una salva de artillería apoyada por un bombardeo aéreo. Al día siguiente, un emisario soviético va a pedir a los obreros que se rindan. Se niegan a ello y sigue el combate. Al día siguiente, otro oficial lanza un último aviso: o entregan las armas o será una lucha sin cuartel. Una vez más, los insurgentes se niegan a someterse. Las salvas de artillería son más y más intensas. Las fuerzas soviéticas emplean morteros lanzacohetes que causan enormes destrozos en fábricas e inmuebles vecinos. Gastadas las municiones, los obreros cesan el combate” (Budapest, la insurrección, François Fejtö).
Solo el hambre y la falta de munición parecen poder acabar con los combates y la resistencia obrera.
Los barrios obreros acabaron totalmente arrasados y se estima que hubo varias decenas de miles de muertos. Y sin embargo, a pesar de las matanzas, la huelga se prolongó durante algunas semanas. Incluso una vez terminada ésta, siguió habiendo actos de resistencia esporádica hasta enero de 1957.
La valentía, la revuelta contra la miseria, el hastío por las condiciones de explotación y el terror estalinista son factores de primer orden para explicar la resistencia tenaz de los obreros húngaros. Pero hay que añadir otro factor importantísimo: el que aquella revuelta se organizara mediante consejos obreros.
En Budapest, como en las regiones, la insurrección se plasmó de inmediato en la constitución de consejos. Por primera vez desde hacía casi 40 años, los obreros de Hungría en su lucha contra la burocracia estalinista encontraron espontáneamente las formas de la organización y el poder proletarios, que sus antecesores habían hecho surgir por primera vez en Rusia durante la Revolución de 1905 y durante la oleada revolucionaria iniciada en Petrogrado en 1917 y que llegó hasta Budapest en 1919 con su breve República de los consejos. Desde el 25 de octubre de 1956, las ciudades de Dunapentele, Szolnok (gran nudo ferroviario del país), Pécs (en las minas del Sureste), Debrecen, Szeged, Miscolk, Györ, son dirigidas por consejos obreros que organizan el armamento de los insurgentes, el abastecimiento y plantean reivindicaciones económicas y políticas.
Fue con ese medio con el que se condujo la huelga con dominio y maestría en los principales centros industriales de Hungría. Sectores tan básicos para la movilidad de los proletarios como los transportes, tan vitales como los hospitales y la energía eléctrica siguieron funcionando en muchos casos por orden de los consejos. Y lo mismo ocurrió con la insurrección: los consejos formaban y controlaban las milicias obreras, repartían las armas (bajo control de los obreros de los arsenales), y exigían la disolución de algunos organismos del régimen.
Muy pronto, el 25 de octubre, el consejo de Miscolk lanza un llamamiento a los consejos obreros de todas las ciudades para “coordinar sus esfuerzos y crear un solo y único movimiento”; pero su concreción será mucho más lenta y caótica. Después del 4 noviembre, se esboza un intento para coordinar en el distrito la actividad de los consejos de Csepel. En los distritos XIII y XIV se constituye un primer consejo obrero de distrito. Más tarde, el 3 de noviembre, el consejo de Ujpest impulsa la creación de un gran consejo para toda la capital y así nace el Consejo central del Gran Budapest. Primer paso, tardío, hacia una autoridad unificada de la clase obrera.
Pero para los obreros húngaros, el papel político de los consejos, a pesar de ser algo central en esos órganos destinados a la toma del poder, sólo era como una especie de remedio momentáneo, una función que la situación imponía en espera de algo “mejor”, en espera de que los “especialistas”, los “peritos en la cosa política” se recobraran y agarraran las riendas del poder:
“Nadie sugiere que los consejos obreros mismos podrían ser la representación política de los obreros. Sí, sin duda, el consejo obrero debería realizar ciertas funciones políticas, pues se oponía a un régimen y los obreros no poseían ninguna otra representación, pero en la mente de los trabajadores era algo visto como provisional” (Testimonio de Ferenc Töke, vicepresidente del Consejo central del Gran Budapest).
Nos topamos aquí con uno de los límites más importantes del levantamiento: el débil nivel de conciencia del proletariado húngaro, el cual, sin perspectiva revolucionaria y el apoyo de los obreros de los demás países, no podía hacer milagros. Los acontecimientos de Hungría se desarrollaban, en efecto, a contracorriente, en un periodo siniestro, el de la contrarrevolución que tanto pesaba en los ánimos de la clase obrera tanto del Este como del Oeste.
Cierto es que los obreros fueron el motor de la insurrección contra el gobierno apoyado por los tanques rusos. Pero, aunque aquel movimiento tuvo su sentido proletario en la resistencia tenaz y rebelde a la explotación, sería erróneo identificar la gran combatividad de los obreros húngaros como una manifestación patente de conciencia revolucionaria. La insurrección obrera 1956 marca inevitablemente un retroceso del nivel de conciencia de los proletarios en comparación con el alcanzado durante la oleada revolucionaria de 1917-1923. Mientras que los consejos obreros al final de la Primera guerra mundial, aparecen como los órganos políticos de la clase obrera, expresión de su dictadura de clase, los consejos de 1956 no ponen en ningún momento en entredicho al Estado. Aunque el consejo obrero de Miscolk proclama el 29 de octubre “la supresión de la AVH” (identificada más fácilmente con el terror del régimen), añade inmediatamente que “el gobierno solo deberá apoyarse en dos fuerzas armadas: el ejército nacional y la policía ordinaria.” El Estado capitalista no solo no es amenazado en su existencia, sino que incluso sus dos líneas de defensa armada son preservadas.
Los consejos de 1919, en el sentido opuesto, que comprendían claramente cuál era el objetivo histórico de su lucha, plantearon de entrada la necesidad de disolver el ejército. En aquel entonces, las factorías de Csepel, a la vez que creaban sus consejos, se daban la consigna de:
“– echar abajo a la burguesía y sus instituciones;
– viva la dictadura del proletariado;
– movilización por la defensa de las adquisiciones revolucionarias mediante el armamento del pueblo”.
En 1956, los consejos llegarán incluso a enterrarse a sí mismos definiéndose como simples órganos de gestión económica de las fábricas:
“Nuestra intención no era pretender tener un papel político. En general, nos parecía que del mismo modo que se necesitan especialistas para dirigir la economía, también la dirección política debe ser asumida por expertos” (Ferenc Töke).
A veces, incluso, se identifican con una especie de comité de empresa:
“La fábrica pertenece a los obreros, éstos pagan al Estado el impuesto calculado en función de unos dividendos establecidos según los beneficios …el consejo obrero zanja en caso de conflicto, de los contratos y de despidos” (resolución del consejo del Gran Budapest).
En aquel período sombrío de los años 1950, el proletariado internacional está exangüe. Los llamamientos de los consejos de Budapest a los “trabajadores del resto del mundo” a “huelgas de solidaridad” quedan en papel mojado. Y, al igual que sus hermanos de clase de otros países, los obreros húngaros, a pesar de su bravura, poseen una conciencia de clase muy debilitada. Les consejos surgen, en ese contexto, de una manera instintiva, pero su vocación, que es la toma del poder, está inevitablemente ausente. “Forma sin contenido”, los consejos de 1956 solo pueden entenderse como consejos “inacabados” o, en el mejor de los casos, como esbozos de consejos.
A partir de ahí, les es mucho más fácil a los servidores del Estado y a los intelectuales encerrar a los obreros en la prisión de las ideas nacionalistas y a los tanques rusos aplastarlos.
Quizás, para muchos obreros, los consejos no eran órganos políticos. En cambio para Kadar, para el alto mando ruso y las grandes democracias occidentales, sí que eran, siguiendo su experiencia, órganos plenamente políticos. En efecto, a pesar de todas las debilidades de la clase obrera debidas al período, el aplastamiento del proletariado húngaro estuvo a la altura del pánico que a la burguesía inspira cualquier expresión de la lucha proletaria.
Desde el principio, cuando Nagy habla de desarmar a la clase obrera, piensa, claro está, en las carabinas, pero, sobre todo, en los consejos. Y cuando Janos Kadar vuelve al poder en noviembre, expresa exactamente la misma preocupación: los consejos deben “ser puestos bajo control y habrá que purgarlos de los demagogos que nada tienen que hacer en ellos”.
De modo que en cuanto aparecen los consejos, los sindicatos a sueldo del régimen van a dedicarse a la labor que tan bien conocen: el sabotaje. Cuando el Consejo nacional de sindicatos (CNS) “propone a los obreros y empleados que empiecen… a elegir consejos obreros en los talleres, las fábricas, las minas y en todos los lugares de trabajo…” es solo para acapararlos, reforzar su tendencia a limitarse a tareas económicas, impedir que se planteen la cuestión de la toma del poder e integrarlos en el aparato de Estado:
“El consejo de obreros será responsable de su gestión ante todos los trabajadores, y ante el Estado… [los consejos] tienen, en lo inmediato, la tarea esencial de asegurar la reanudación del trabajo, restablecer y garantizar el orden y la disciplina” (Declaración del presídium del CNS, le 27 octubre).
Por suerte, los sindicatos, con sus jefes nombrados bajo el reinado de Rakosi, poco crédito tienen ante los obreros, como lo prueba esta rectificación hecha por el consejo del Gran Budapest el 27 de noviembre:
“Los sindicatos intentan actualmente presentar a los consejos obreros como si éstos se hubieran formado gracias a la lucha de los sindicatos. Ni que decir tiene que eso es una afirmación sin el menor fundamento. Solo los obreros han luchado por la creación de los consejos obreros y la lucha de los consejos ha sido incluso en muchos casos entorpecida por los sindicatos que han evitado, sobre todo, ayudarles”.
El 6 de diciembre, empiezan las detenciones de miembros de los consejos: es el preludio de otras más masivas y brutales. Varias fábricas son rodeadas por las tropas rusas y de la AVH. En la isla de Csepel cientos de obreros reúnen las pocas fuerzas que les quedan, librando una última batalla para impedir que la policía entre en las fábricas y proceda a detenciones. El 15 de diciembre se aplica la pena de muerte por huelga por tribunales de excepción autorizados a ejecutar in situ a los obreros considerados “culpables”. Guirnaldas de ahorcados decoran los puentes del Danubio.
El 26 de diciembre, Gyorgy Marosan, socialdemócrata y ministro de Kadar, declara que, si fuera necesario, el gobierno liquidaría a 10 000 personas para así demostrar que es él quien gobierna y no los consejos.
Detrás de la represión kadarista, lo que aparece claramente es la ferocidad del Kremlin en su voluntad de aplastar a la clase obrera. Para Moscú se trata evidentemente de poner firmes a sus satélites y que olviden sus veleidades independentistas pero se trata ante todo de cortar de raíz todo árbol que recuerde la amenaza proletaria y su símbolo, el consejo de obreros. Fue por eso por lo que los Tito, Mao y toda la caterva de estalinistas de todo pelaje del mundo aportaron un apoyo incondicional a la línea del Kremlin.
El bloque de las grandes democracias, por su parte, dará su consentimiento a la represión. El embajador de Estados Unidos en Moscú, Charles Bohlen, cuenta en sus memorias que el 29 de octubre de 1956, el secretario de Estado John Foster Dulles le encargó que transmitiera un mensaje urgente a los dirigentes soviéticos Jruschev, Bulganin y demás de que EEUU no consideraba a Hungría o a cualquier otro satélite como aliado militar posible. Era una manera clara de decir: “Señores, son ustedes dueños en su casa, les incumbe limpiarla”.
Contrariamente a todas las mentiras que la burguesía no ha cesado de verter sobre la insurrección de 1956 en Hungría, hubo, sin lugar a dudas, un combate obrero contra la explotación capitalista. El período no era el idóneo para los combates de clase. La clase obrera no vivía en una perspectiva de oleada revolucionaria internacional como la de 1917-1923 que había hecho florecer la efímera República húngara de Consejos en marzo de 1919. Por eso era imposible que los obreros húngaros plantearan claramente la necesidad de destruir el capitalismo y tomar el poder, lo cual explica su incomprensión sobre la naturaleza política y subversiva de los consejos que ellos mismos hicieron surgir durante la lucha. Y sin embargo, lo que se estaba reafirmando clara y valerosamente en la revuelta de los obreros húngaros y su organización en consejos era la naturaleza revolucionaria del proletariado; la reafirmación del papel histórico del proletariado tal como lo formuló Tibor Szamuelly [6] en 1919: “Nuestro objetivo y nuestra tarea es el aniquilamiento del capitalismo”.
Jude, 28 de julio
[1]) Antiguo jefe militar de Hungría y dictador (regente vitalicio) entre 1920 y 1944.
[2]) Secretario general del Partido comunista de Hungría (KPU) y Primer ministro de Hungría a partir de 1952.
[3]) Dirigente del NKVD en España, Enrö Gerö organiza en julio de 1937 el rapto y asesinato de Erwin Wolf, cercano colaborador de Trotski. Vuelve a Hungría en 1945 para proseguir su faena de carnicero estalinista, como secretario general del Partido comunista húngaro.
[4]) Palabra rusa que significa forzar las cadencias al límite extremo.
[5]) El 13 de junio de 1953, en el marco de la desestalinización, sustituye a Mátyás Rákosi como ministro presidente. Cuando preconiza la idea de un “socialismo nacional y humano”, vuelve a reanudarse la lucha por el poder en el seno del Partido siendo el grupo estalinista de su predecesor Rákosi quien acabe ganando. Imre Nagy fue destituido el 14 de abril de 1955 por la dirección del Partido comunista húngaro y unos meses más tarde fue excluido de él.
[6]) Figura señera del movimiento obrero húngaro, Tibor Szamuelly fue el ardiente defensor de la creación de un Partido comunista unitario, que agrupara a marxistas y anarquistas, que acabará surgiendo en noviembre de 1918 con el programa de la dictadura del proletariado. Las fuerzas contrarrevolucionarias ejecutarán en agosto de 1919 a este defensor intransigente de la revolución húngara.
Nuestra organización se ha propuesto escribir una serie de artículos sobre el concepto marxista de decadencia de un modo de producción y más especialmente sobre la decadencia del modo de producción capitalista. Esta serie se imponía para afirmar y desarrollar una vez más lo que es el corazón del análisis marxista de la evolución de las sociedades humanas en el que se fundamenta la necesidad del comunismo. En efecto, solo ese análisis puede ofrecer un marco que integre en un todo coherente el conjunto de fenómenos que atraviesan la vida del capitalismo desde que estalló la Primera Guerra mundial. Esta serie se ha hecho además necesaria a causa de las tergiversaciones y las críticas a ese marco de análisis, y eso cuando no es su abandono puro y simple, por parte de diferentes grupos y elementos revolucionarios.
Esta serie se inició en el número 118 de esta Revista con un primer artículo para ilustrar el lugar central de la teoría de la decadencia en la obra de los fundadores del marxismo. La necesaria clarificación hace que sea para nosotros prioritaria la confrontación con posiciones divergentes en el seno del medio revolucionario y, por eso, intercalamos en esta serie dos artículos polémicos (Revista internacional n° 119 y 120), para replicar ante el abandono apenas encubierto de ese concepto fundamental del marxismo por parte del BIPR [1]. Y hemos proseguido nuestra serie examinando también el lugar central que ocupa ese concepto en las organizaciones del movimiento obrero desde los tiempos de Marx hasta la IIIª Internacional (Revista internacional n° 121) y también en las posiciones políticas de ésta en sus dos primeros congresos (Revista internacional n° 123). Antes de tratar en un próximo número la discusión sobre la decadencia del capitalismo habida en el Tercer congreso de la Internacional comunista, vamos a intercalar de nuevo aquí una polémica con el BIPR sobre un artículo (“El papel económico de la guerra en la fase de decadencia del capitalismo”) escrito por la CWO y aparecido en el nº 37 de su publicación Revolutionary Perspectives (noviembre de 2005).
En ese artículo, CWO intenta demostrar que existiría una racionalidad económica a la guerra porque la prosperidad que viene después estaría
“...basada en el crecimiento de la cuota de ganancia procurado por los efectos económicos de la guerra” y, por lo tanto, “las guerras mundiales se han convertido en algo esencial para la supervivencia del capitalismo desde principios del siglo xx, habiendo así sustituido a las crisis decenales del siglo xix”.
Para demostrarlo, CWO basa su análisis de la crisis del capitalismo únicamente en la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia que Marx hizo descubrir. En el mismo artículo también, CWO nos acusa de abandonar el método materialista, mencionando nuestro rechazo a otorgar una racionalidad económica a las guerras habidas en la decadencia del capitalismo así como nuestra pretendida ausencia de método en que se basaría nuestro análisis de la fase actual de descomposición del capitalismo.
En nuestra respuesta nos proponemos abordar sucesivamente los cinco temas siguientes:
1) Mostraremos por qué el BIPR sólo comprende muy parcialmente el análisis de Marx sobre la dinámica y las contradicciones del modo de producción capitalista. Ya hemos criticado largo y tendido ese método heredado [2] de Paul Mattick (1904-81) [3], método que hace que CWO sea incapaz de comprender correctamente las raíces de la decadencia del capitalismo, de sus crisis y más especialmente sus múltiples guerras, expresiones más patentes de la quiebra del sistema. Nos proponemos aquí profundizar esta cuestión para despejar la divergencia de fondo entre el análisis de la CWO y el de Marx y exponer con más amplitud éste último.
2) Mostraremos que no existe relación de causalidad mecánica entre la crisis económica y la guerra misma, aunque ésta es, en última instancia, la expresión de la quiebra del modo de producción capitalista y de la agravación de sus contradicciones económicas. Veremos por qué la prosperidad habida tras la segunda guerra mundial no se debe a las destrucciones ocurridas durante dicha guerra. Explicaremos por qué es arbitrario identificar las guerras de la decadencia del capitalismo a las crisis decenales del siglo xix y, en fin, mostraremos por qué la mecánica económica real de la guerra no tiene nada que ver con las elucubraciones especulativas de CWO.
3) Examinaremos por qué esa teoría de la función económica de las guerras en la supervivencia del capitalismo –como así la presenta CWO– no tiene ninguna tradición en el movimiento obrero: en realidad, tiene sus raíces en los análisis economistas del consejista Paul Mattick en su libro Marx y Keynes (1969). Aunque una parte de la Izquierda italiana tampoco está exenta de ambigüedades sobre este tema, nunca analizó el papel de la guerra como lo hace CWO, o sea que las destrucciones de la guerra serían como un auténtico baño de juventud que permitiría que las cuotas de ganancia se regeneraran… [4].
4) Rebatiremos teórica y empíricamente toda idea de racionalidad de la guerra en período de decadencia del capitalismo. A este respecto, está claro que desde principios de los años 1980, reanudamos con la tradición del movimiento obrero que, como hemos de ver, siempre negó que la guerra tuviera la menor función económica en la decadencia del capitalismo.
5) En fin, mostraremos que el método de análisis en que se basa la idea de la necesidad económica de la guerra para la supervivencia del capitalismo pertenece a un materialismo vulgar que evacua totalmente la lucha de clases en la compresión de la evolución social. Esa adulteración del materialismo histórico impide que CWO comprenda siquiera el origen de la fase de descomposición de un modo de producción tal como lo desarrolló Marx.
En conclusión, aparecerá claramente que, aunque la guerra interimperialista ha ocupado un lugar central en el seno del movimiento obrero, no solo ha sido por su papel económico en la supervivencia del capitalismo como lo afirma el BIPR sino porque la Primera guerra mundial fue la marca patente del inicio de la fase de decadencia del modo de producción capitalista ; porque lanzó un reto al movimiento obrero que ocasionó la fractura más importante en su seno sobre la cuestión del internacionalismo proletario; porque, a causa de las desgracias que ocasionó, fue el maremoto que provocó la primera oleada revolucionaria a escala mundial (1917‑23) ; porque, en el caso de la Segunda Guerra mundial, puso políticamente a prueba a todos los grupos comunistas que rechazaron el estalinismo; porque las guerras imperialistas son una destrucción monstruosa de todo el patrimonio acumulado por la humanidad (sus fuerzas productivas, sus riquezas históricas y culturales, etc.) y, en especial, su componente principal: la clase obrera y sus vanguardias.
En resumen, si la guerra es una cuestión importante en el seno del movimiento obrero no ha sido, ni esencialmente ni en primer lugar, por una razón económica, sino ante todo por razones políticas, sociales e imperialistas.
Inspirándose en las teorías desarrolladas por el consejista Paul Mattick, la Communist Workers Organisation [5] defiende una visión de causa única y muy parcial de la dinámica del capitalismo, basándose únicamente en la Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (en otras traducciones de el Capital: “Ley de la baja tendencial de la tasa de beneficio”, ndlr) que Marx demostró en el Capital. Esta ley sería la base tanto de las crisis económicas como de la irrupción de la decadencia o de las múltiples guerras que asolan el mundo. Siguiendo a Marx, nosotros consideramos también que esta ley desempeña un papel esencial en la dinámica del capitalismo, pero, como también él lo señaló, interviene únicamente en uno de “los dos actos del proceso de producción capitalista”. Porque Marx siempre dejó claro que para cerrar el ciclo de acumulación, los capitalistas no sólo deben producir con ganancias suficientes –“primer acto del proceso de producción capitalista” (y es en esa fase en la que la tendencia decreciente de la cuota de ganancia tiene toda su importancia)– sino también vender la totalidad de la mercancía producida. Esta venta es lo que Marx llama “segundo acto del proceso de producción capitalista”. Es fundamental, pues, vender en el mercado, es la condición indispensable para poder realizar, en forma de plusvalía para ser reinvertida, la totalidad del trabajo cristalizado en la mercancía durante la producción. Marx no sólo subrayó constantemente la necesidad imperiosa de esos dos actos, puesto que, decía, si uno de ellos no se realiza, estaría en peligro todo el cierre del ciclo de acumulación, sino que nos propuso la clave de las relaciones entre ambos. Marx, en efecto, siempre insistió en que, aunque estrechamente vinculados, el acto de producción es “independiente” del acto de venta. Precisará incluso que esos dos actos “no son idénticos”, que no están “teóricamente ligados”. O sea, Marx nos enseñó que la producción no crea automáticamente su propio mercado contrariamente a las sandeces emitidas por los economistas burgueses, e incluso, dirá también,
“la extensión de la producción no corresponde necesariamente al crecimiento de los mercados”.
¿Por qué? Sencillamente porque la producción y el mercado están determinados de manera diferente: le extracción del sobretrabajo (acto primero: la producción) “solo tiene el único límite de la fuerza productiva de la sociedad” (Marx) mientras que la realización de ese sobretrabajo en el mercado (segundo acto: la venta) tiene como único límite “la capacidad de consumo de la sociedad”; ahora bien,
“esa capacidad de consumo está determinada por relaciones de distribución antagónicas, ese consumo de la gran masa de la sociedad se reduce a lo mínimo” (Marx).
Se necesita, insiste Marx, por consiguiente, que “el mercado crezca sin cesar”. Precisará incluso que “esa contradicción interna”, resultante del proceso inmediato de producción, “busca una solución en la extensión del campo exterior de la producción”.
En efecto, cuando Marx resume en la conclusión de su capítulo sobre la Ley de tendencia decreciente de la cuota de ganancia lo que considera que es su comprensión global del movimiento y las contradicciones del proceso de producción capitalista, habla sin la menor duda, de una obra que se desarrolla en dos actos [6]. El primer acto es el movimiento “de adquisición de la plusvalía” que, “a medida que se desarrolla el proceso de producción, se plasma en baja de la cuota de ganancia e incremento de la masa de plusvalía” mientras que el segundo acto corresponde a la necesidad para “la masa total de mercancías de ser vendida”. Y subraya que:
“Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado, su explotación no se realiza como tal para el capitalista”.
Marx precisa incluso las relaciones existentes entre esos dos actos que son la producción y la venta diciendo que teóricamente “las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas”.
Muy diferente es la idea de la CWO-BIPR que reduce el proceso capitalista de producción únicamente al “primer acto de adquisición de plusvalía” que “a medida que se desarrolla el proceso de producción, se traduce por la baja de la cuota de ganancia y el crecimiento de la masa de plusvalía”. Esto explica que en ninguna parte de su artículo, la CWO evoque la necesidad del segundo acto del proceso de producción, o sea la necesidad para “la masa total de mercancías de ser vendidas”. Sencillamente porque el BIPR, siguiendo los pasos a Paul Mattick, pretende que la producción engendra por sí misma su propio mercado [7]. Para el BIPR, ese segundo acto, el de la venta, no plantea problemas, si no es debido a la insuficiencia de plusvalía acumulable resultante de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. La crisis de sobreproducción estaría únicamente determinada por las dificultades encontradas en el acto primero de la producción. Y sin embargo, hemos visto que, para Marx, está muy claro que esos dos actos de la producción y de la venta no están teóricamente vinculados, son independientes uno del otro: “En efecto, el mercado y la producción, al ser factores independientes, la extensión de uno no corresponde necesariamente al del otro” (Marx, Gründrisse). Esto significa que la producción no crea automáticamente su propio mercado o, dicho de otra manera, el mercado no está básicamente determinado por las condiciones de la producción sino por
“la capacidad de consumo de la sociedad. Pero ésta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos” (Marx, el Capital, ver nota 2).
La posición de CWO-BIPR tiene ya más de siglo y medio, pues fue la postura defendida por economistas burgueses como Ricardo, Mill y Say a los que ya Marx contestó claramente y en varias ocasiones:
“Los economistas que, como Ricardo, consideran que la producción se identifica directamente con la autovaloración del capital, y desdeñan por lo tanto los límites del consumo o de la circulación, pues, para ellos, la producción crea automáticamente una equivalencia entre consumo y circulación, no planteándose problema alguno entre oferta y demanda; sólo se interesan pues por el desarrollo de las fuerzas productivas (...) [Para] Mill (remedado por el insulso Say) la oferta y la demanda serían idénticas, tendrían por tanto que concordar. La oferta sería pues una demanda medida por su propia cantidad. Gran confusión aquí...» (Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política – Gründrisse).
¿Cuál es la base de la respuesta de Marx a esa “gran confusión” de le economía burguesa, gran confusión que reina también en CWO-BIPR?
Primero, Marx está plenamente de acuerdo con esos economistas para constatar que:
“La producción misma, en efecto crea una demanda, al emplear nuevos obreros en el mismo ramo industrial y al crear nuevos ramos en los que los nuevos capitalistas emplean a su vez nuevos obreros y al mismo tiempo, correlativamente, se transforman en mercado para los viejos ramos productivos...”
pero, añade inmediatamente en esa misma cita, admitiendo en esto lo que decía Malthus:
“...la demanda creada por el propio trabajador productivo nunca puede ser una demanda adecuada, puesto que no abarca la magnitud total de lo que produce. Si lo hiciera no habría beneficio alguno y por lo tanto, ningún motivo para emplearlo. La existencia misma de un beneficio sobre una mercancía cualquiera presupone una demanda exterior a la del trabajo que la produjo...” (ídem).
En el fondo, lo único que hace Marx aquí es expresar lo enunciado de otra manera y citado arriba, o sea el límite de “la capacidad de consumo de la sociedad” que se explica porque esa
“capacidad de consumo [está determinada por] las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo”.
¿Y cómo explica Marx entonces esos límites de “la capacidad de consumo [a causa] de las condiciones antagónicas de distribución”? Como todos los modos anteriores de producción basados en la explotación, el capitalismo se articula en torno a un conflicto entre clases antagónicas en el que se dirime la apropiación del sobretrabajo. Por consiguiente, la tendencia inmanente del capitalismo consiste, para la clase dominante, en restringir constantemente el consumo de los productores para poder apropiarse de un máximo de plusvalía:
“Cada capitalista sabe, respecto de sus obreros, que no se les [contra]pone como productor frente a los consumidores y desea reducir al máximo el consumo de ellos, es decir, su capacidad de cambio, su salario” (ídem).
Esta tendencia inmanente y permanente del capitalismo de intentar siempre restringir el poder de consumo de los explotados no es más que la ilustración de la contradicción “social-privada” o sea, la contradicción entre la dimensión cada vez más social de la producción y su apropiación siempre privada. En efecto, desde el punto de vista del interés privado de cada capitalista tomado individualmente, el salario aparece como un coste que hay que reducir al máximo igual que los demás costes de producción, mientras que, desde el punto de vista social del funcionamiento del capitalismo como un todo, la masa salarial aparece como un mercado en el que cada capitalista vierte su producción. A partir de ahí, Marx prosigue su explicación en la misma cita (lo subrayado es suyo):
“[Cada capitalista] desea, naturalmente, que los obreros de los demás capitalistas consuman la mayor cantidad posible de sus propias mercancías. (...) la ilusión –correcta para el capitalista individual a diferencia de todos los demás-, de que a excepción de sus obreros, todo el resto de la clase obrera se le contrapone como consumidores y sujetos del intercambio, no como obreros sino como dispensadores de dinero, [esa ilusión] surge precisamente de que se olvida, como dice Malthus : «La existencia misma de un beneficio sobre una mercancía cualquiera presupone una demanda exterior a la del trabajador que la produjo” y, por tanto que “la demanda del propio trabajador no podrá nunca ser suficiente”. Esta demanda puesta por la producción misma impele, por una parte, a ésta a transgredir la proporción en la que tendría que producir con respecto a los obreros, tiene que sobrepasarla; por otra parte, desaparece o se contrae la demanda exterior a la demanda del propio trabajador, con lo cual aparece el derrumbamiento” (ídem).
Es pues la continuidad de los intereses privados de cada capitalista –espoleado por el reto de clase en torno a la apropiación del máximo de sobretrabajo – lo que incita a cada uno de ellos a mermar el salario de sus propios obreros para apropiarse del máximo de plusvalía, pero al hacer esto, esa tendencia inmanente del sistema a comprimir los salarios engendra la base social de los límites del capitalismo pues su resultado es restringir “la capacidad de consumo de la sociedad”. Esa contradicción “social-privada” que explica que el “consumo de la gran masa de la sociedad se reduce a un mínimo” es lo que Marx llama
“las relaciones de distribución antagónicas”: “base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos”.
Y esto no significa otra cosa que lo enunciado por Marx en la cita de el Capital que hemos reproducido en la nota 2: “Pero cuanto más se desarrolla la capacidad productiva, más choca con la angosta sobre la que descansan las condiciones del consumo”.
Tras haber examinado cuál es la divergencia esencial entre el análisis de Marx y el de la CWO y haber visto cómo Marx ya contestó a ésta hace más de un siglo, tenemos ahora que examinar cómo analizó realmente la dinámica y las contradicciones del modo de producción capitalista.
Cada modo de producción que ha recorrido la historia de la humanidad –tales como los modos asiático, antiguo, feudal y capitalista– se caracteriza por una relación social de producción que le es específica: tributo, esclavitud, servidumbre, salariado. Es esa relación social de producción lo que determina el vínculo que une a los poseedores de los medios de producción a los trabajadores en una relación conflictiva entre clases cuyo objeto es la apropiación del sobretrabajo. Son esas relaciones sociales la médula de la dinámica y de las contradicciones de cada uno de esos modos de producción [8]. En el capitalismo, la relación específica que vincula los medios de producción a los trabajadores es el salariado:
“Por consiguiente, el capital presupone el trabajo asalariado, y éste, el capital. Ambos se condicionan y se engendran recíprocamente” (Marx, Trabajo asalariado y capital).
Esa relación social de producción que, a la vez, imprime la dinámica del capitalismo, pues es el lugar de extracción de la plusvalía (es el acto primero del proceso capitalista de producción), y, al mismo tiempo, contiene sus contradicciones insuperables, puesto que lo que se juega en torno a la apropiación de esa plusvalía tiende a restringir la capacidad de consumo de la sociedad (es el segundo acto del proceso capitalista de producción, la venta):
“La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad” (Marx, el Capital, vol. III).
Son las dificultades que surgen a la vez de las contradicciones dentro y entre esos dos actos del proceso capitalista de producción las que engendran “una epidemia social, que, en cualquier otra época, habría parecido absurda: le epidemia de la sobreproducción” (Marx-Engels, el Manifiesto comunista, 1848), por eso Marx repetirá constantemente que “es en las crisis del mercado mundial cuando estallan las contradicciones y los antagonismos de la producción burguesa” (Marx, Gründrisse, trad. de la edición francesa).
El salariado es una relación dinámica porque, para sobrevivir, el sistema, aguijoneado por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y por la competencia, debe constantemente llevar hasta el límite la explotación salarial, ampliar el campo de aplicación de la ley del valor, acumular constantemente y ampliar sus mercados solventes:
“Es evidente que con el desarrollo de la producción capitalista, con la baja, por lo tanto, del precio de las mercancías, éstas se incrementan en cantidad; y hay entonces que vender más; y es necesaria, por consiguiente, una extensión constante del mercado, necesidad del modo de producción capitalista. (...) Todas las contradicciones de la producción burguesa estallan conjuntamente en las crisis generales del mercado mundial, y de manera aislada, dispersa, en las crisis particulares (en su contenido y extensión). La sobreproducción es una consecuencia particular de la ley de la producción general del capital: producir en proporción con las fuerzas productivas (es decir según la posibilidad de explotar, con una masa de capital determinada, la máxima masa de trabajo) sin tener en cuenta los límites reales del mercado ni las necesidades solventes; realizar esa ley mediante la extensión incesante de la reproducción y de la acumulación, o sea mediante la retransformación constante de la renta en capital, mientras que, por otra parte, la masa de productores es limitada y debe, sobre la base de la producción capitalista, permanecer limitada a la cantidad media de las necesidades” (Marx, Gründrisse).
Dentro de esa dinámica, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, ocupa un lugar central, pues es ella la que empuja a cada capitalista a compensar la baja de la ganancia en cada una de sus mercancías gracias a la producción en masa para así restablecer e incluso incrementar su cantidad total de ganancia. Cada capitalista se encuentra así ante la necesidad de vender en el mercado una cantidad cada vez mayor de mercancías:
“El fenómeno derivado de la naturaleza misma de la producción capitalista y que consiste en que a medida que aumenta la productividad del trabajo disminuye el precio de cada mercancía o de una cantidad dada de mercancías y aumenta el número de mercancías producidas, reduciéndose la cuota de ganancia calculada sobre la suma total de mercancías y aumentando en cambio la masa de ganancia correspondiente a la suma total de mercancías, sólo indica disminución de la masa de ganancia por cada mercancía, (…). En realidad, la baja de los precios de las mercancías y el aumento de la masa de ganancia sobre la masa incrementada de las mercancías más baratas no es más que una manera distinta de expresar la ley de la cuota decreciente de ganancia a la par que la masa de la ganancia aumenta.” (Marx, el Capital, vol. III).
Pero el salariado es también una relación contradictoria, porque si bien la producción tiene un carácter cada vez más social y ampliado al mundo entero, el sobreproducto sigue siendo apropiado de un modo privado. Apoyándose en esa contradicción “social-privada”, Marx demuestra que, en un marco en que “el consumo no se incrementa al ritmo del incremento de la productividad del trabajo”, el capitalismo engendra...
“... una sobreproducción originada por el hecho de que la masa del pueblo no puede nunca consumir más que la cantidad media de los bienes de primera necesidad, que su consumo no aumenta pues al ritmo del aumento de la productividad del trabajo. (...) Ricardo no comprende que la mercancía debe transformarse necesariamente en dinero. La demanda de los obreros no será nunca suficiente, puesto que la ganancia proviene precisamente de que la demanda de los obreros es inferior al valor de su producto y la ganancia es tanto mayor cuanto menor es relativamente dicha demanda. La demanda de los capitalistas entre ellos tampoco podría ser suficiente” (Marx, el Capital, traducido de la edición francesa del volumen IV, “Teorías sobre la plusvalía”).
“Decir que los capitalistas lo único que deben hacer es intercambiar y consumir sus mercancías entre ellos, es olvidar todo el carácter de la producción capitalista, olvidar que se trata de valorizar el capital y no de consumirlo” (Marx, el Capital).
En la fase ascendente del capitalismo, en un marco en el que, como lo dice Marx, las beneficios en productividad, aunque espectaculares para la época, eran todavía moderados y en el que la apropiación privada confisca lo esencial de ellos, ya que “el consumo (de la masa del pueblo) no aumenta al ritmo del aumento de la productividad del trabajo”, la generalización del salariado, en aquel contexto de “base estrecha en la que se basan las relaciones de consumo”, restringe inevitablemente las salidas mercantiles a causa de las necesidades relativamente descomunales de la acumulación ampliada del capital, obligando así al sistema a tener que encontrar compradores no sólo en sus seno, sino, cada vez más, fuera de la esfera capital-trabajo:
“...cuanto más se desarrolla la producción capitalista, tanto más obligada se ve a producir a una escala que no tiene nada que ver con la demanda inmediata, sino que depende de una extensión constante del mercado mundial (...). La simple relación entre trabajador asalariado y capitalista implica: 1. Que la mayor parte de los productores (los obreros) no sean consumidores (no compradores) de una gran porción de su producto, los medios y la materia de trabajo; 2. Que la mayor parte de los productores, de los obreros, no puedan consumir un equivalente para su producto, mientras siguen produciendo ese equivalente, mientras producen la plusvalía, el sobreproducto. Deben ser constantemente sobreproductores, producir más allá de sus propias necesidades para poder ser consumidores o compradores (...). La condición de la superproducción es la ley general de producción del capital: producir a la medida de las fuerzas productivas, o sea según la posibilidad que se tiene de explotar la mayor masa posible de trabajo con una masa dada de capital, sin tener en cuenta los límites existentes del mercado o de las necesidades solventes” (Marx, Teorías sobre la plusvalía, traducido por nosotros de la edición francesa).
En ese contexto, Marx demostró claramente lo ineluctables que eran las crisis de superproducción a causa de la restricción relativa de la demanda final debida, por un lado, al avance ciego pero necesario de la producción que se impone a cada capitalista para incrementar la masa de plusvalía que compense la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, y, por otra parte, el obstáculo que se alza periódicamente ante el capital: estalla la crisis a causa del estrechamiento relativo del mercado necesario para dar salida a dicha producción, mucho antes de que se manifieste la insuficiencia de la plusvalía engendrada por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia:
“Durante la reproducción y la acumulación, hay constantemente pequeñas mejoras que acaban modificando toda la escala de la producción: hay un creciente desarrollo de las fuerzas productivas. Decir que esa producción creciente necesita un mercado cada vez más amplio y que se desarrolla más rápidamente que dicho mercado, es expresar, en su forma real y ya no abstracta, el fenómeno que hay que explicar. El mercado crece menos rápidamente que la producción; o, dicho de otro modo, en el ciclo de su reproducción –un ciclo en el que no solo hay reproducción simple, sino ampliada–, el capital describe no un círculo, sino una espiral: llega un momento en que el mercado parece demasiado estrecho para la producción. Es lo que ocurre al final del ciclo. Pero eso no significa otra cosa que, sencillamente, el mercado está supersaturado. La superproducción es patente. Si el mercado se hubiera ampliado a la par que el crecimiento de la producción, no habría ni atascamiento del mercado ni sobreproducción. Sin embargo, si se admite que el mercado debe extenderse con la producción, suele admitirse igualmente la posibilidad de una sobreproducción. Desde el punto de vista geográfico, el mercado es limitado: el mercado interior es restringido con relación a un mercado interior y exterior, el cual lo es con relación al mercado mundial, el cual, ‑aunque susceptible de extensión - es también limitado en el tiempo. Si se admite que el mercado debe extenderse para evitar la sobreproducción, se admite la posibilidad de la sobreproducción. En efecto, al ser el mercado y la producción factores independientes, la extensión de uno no corresponde necesariamente al crecimiento del otro. Puede ocurrir que los límites del mercado no se extiendan tan rápidamente como lo exige la producción o que los nuevos mercados se saturen rápidamente, hasta el punto de que el mercado ampliado se convierte en otra barrera como lo había sido antes el mercado estrecho” (traducido del francés, Marx, Gründrisse, la Pléiade, Économie II) [9].
Aunque primordial para explicar el desarrollo de las crisis recurrentes de sobreproducción que atraviesan toda la vida del capitalismo, la dimensión contradictoria del salariado que tiende constantemente a reducir el mercado solvente en comparación con las necesidades cada vez mayores de la acumulación del capital no es evidentemente el único factor analizado por Marx que participa en el origen de las crisis. Otras contradicciones y factores se conjugan para alimentarlas. Así ocurre con el desequilibrio en el ritmo de acumulación entre los grandes sectores de la producción (el de bienes de consumo y el de bienes de producción), de la velocidad diferente de rotación de los capitales en los diferentes ramos de la producción, de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, etc. Marx explica todo eso ampliamente, pero no es posible exponer sus argumentos aquí, en el marco de este artículo. Hay que señalar, sin embargo, que entre todos esos factores que participan en el estallido de las crisis de superproducción, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia ocupa efectivamente un lugar central –Marx hizo de esa ley la clave para comprender los ciclos decenales de los dos primeros tercios del siglo xix [10]: en efecto, cuando se invierte la dinámica al alza de la cuota de ganancia y ésta disminuye, engendra inevitablemente una espiral depresiva que frena la acumulación y, luego, los pedidos mutuos entre ramas de la producción, provocando entonces despidos de asalariados y compresión de la masa salarial, etc. Todos esos fenómenos se van conjugando para acabar provocando una generalización de malas ventas de las mercancías.
Así pues, la crisis de superproducción aparece a la vez como una crisis de rentabilidad del capital (baja de la cuota de ganancia) y de reparto (insuficiencia de mercados solventes). Ese doble carácter de la crisis se debe a que cada capitalista procura individualmente reducir los salarios hasta donde pueda (sin preocuparse para nada de los mercados en un plano general) y, a la vez, procura aumentar al máximo su productividad frente a la competencia (lo que, al cabo, pesará en la cuota de ganancia: crisis de valorización). El carácter privado y conflictivo del capitalismo le prohibe a medio y largo plazo toda regulación con la que gestionar las tendencias contradictorias que lo atraviesan: la superinversión (superacumulación) y la insuficiencia relativa de salidas mercantiles retornan periódicamente entorpeciendo la acumulación del capital y disminuyendo su tasa de crecimiento.
Marx puso, sin embargo, muy de relieve que esa tendencia decreciente de la cuota o tasa de ganancia no es, en absoluto, el resultado de un esquema repetitivo, que se pueda definir matemáticamente, e intemporal. Debe analizarse y comprenderse en lo que tiene de específico cada vez que se manifiesta, pues, a causa de los tres factores básicos que la determinan (salarios, productividad del trabajo y productividad del capital), existen varios escenarios posibles, sobre todo cuando las combinaciones de esos tres factores pueden, a su vez, conjugarse con contratendencias que varían mucho a lo largo del tiempo: disposición de un amplio mercado interno, colonialismo, inversiones en países o sectores de composición orgánica del capital más reducida [11], incremento de la feminización del trabajo, requerimiento de mano de obra inmigrada, etc.
O sea que se puede decir que para funcionar correctamente, el capitalismo debe producir con ganancia y vender las mercancías así producidas. Según Marx, esas dos exigencias, en las condiciones del capitalismo real, son eminentemente contradictorias. No pueden llegar a ser compatibles a medio y largo plazo, porque la competencia, la apropiación privada y lo que está en juego en torno a la apropiación del sobretrabajo prohíben socialmente al capitalismo regular durablemente esas contradicciones. Es pues la relación social de producción fundamental del capitalismo –el salariado– lo que se pone en entredicho.
¿Por qué nos ha parecido necesario precisar todo esto que podría aparecer como algo “técnico y complejo” a alguien que no esté acostumbrado a manejar conceptos económicos y las relaciones entre ellos? Pues porque eso nos permite precisar las divergencias fundamentales entre lo que decía Marx y lo que dice CWO, a la vez que nos precavemos contra posibles polémicas sin sentido.
Sí, siguiendo a Marx, nosotros entendemos perfectamente que la dinámica provocada por la tendencia decreciente de la cuota de ganancia favorece el origen de las crisis de sobreproducción pero en lo que CWO diverge totalmente de Marx :
1) es cuando CWO deja totalmente de lado esa dimensión contradictoria del salariado –y eso que Marx no cesó de insistir en ella–, base primera y principal de las crisis de sobreproducción pues tiende a restringir permanentemente el poder de consumo de los asalariados y por lo tanto de los mercados solventes tan necesarios para concluir plenamente una producción de mercancías que crece sin cesar,
2) cuando CWO, en el lugar de esa contradicción social central en la relación salarial, hace de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia el mecanismo único de las crisis de superproducción e incluso el principio y el fin de todas las contradicciones del capitalismo, incluidas su decadencia y todas las guerras imperialistas,
3) y, en fin, cuando hace depender estrictamente la dimensión del mercado solvente de la dinámica hacia la extensión o la contracción de la producción, la cual dependería también de la evolución de la cuota de ganancia, cuando, en realidad, según los propios términos de Marx, los dos actos del proceso de producción (la producción y la venta) “no son idénticos”, son “independientes”, “no vinculados teóricamente”. La mejor prueba, si falta hiciera, sobre la que nos explicaremos ampliamente en la continuación de este artículo, del carácter profundamente erróneo de esa visión de CWO, es que hace ya más de un cuarto de siglo que la cuota o tasa de ganancia está claramente orientada al alza y que ha alcanzado cuotas predominantes durante los “treinta años gloriosos” ... mientras que las tasas de crecimiento de la productividad, de la inversión, de la acumulación y, por lo tanto, del crecimiento, siguen orientadas a la baja o se estancan [12]! Puede comprenderse esta paradoja únicamente cuando se ha entendido que la crisis es consecuencia de la insuficiencia relativa de mercados solventes a causa de la contracción masiva de la masa salarial, contracción que explica, por otra parte, por qué se han recuperado las cuotas de ganancia.
¿Cómo supera el capitalismo su tendencia inherente a restringir los mercados solventes? ¿Cómo puede resolver esta contradicción “interna” de su modo de funcionamiento? La respuesta de Marx es muy clara e idéntica en toda su obra:
“Por consiguiente, el mercado debe crecer sin cesar (...) Esta contradicción interna busca una solución en la extensión del campo exterior de la producción» (el Capital);
“Esa demanda creada por la producción... tiende a superar con creces su demanda (la de los asalariados), mientras que, por otra parte, la demanda de las clases no obreras desaparece o se reduce fuertemente, ‑ es así como se prepara el hundimiento”(Gründrisse).
Esta comprensión de Marx fue la que retomaría Rosa Luxemburg en su obra La Acumulación del Capital. En cierto modo, la insigne revolucionaria habrá de prolongar lo desarrollado por Marx al escribir el capítulo sobre el mercado mundial, uno de los que Marx no pudo terminar [13]. La obra de Rosa está toda ella atravesada por la idea maestra de Marx según la cual...
“... esa demanda creada por la producción... tiende a superar con creces la de los asalariados, mientras que, por otra parte, la demanda de las clases no obreras desaparece o se reduce fuertemente, ‑ es así cómo se prepara el hundimiento”.
Y precisará esa idea planteando que, puesto que la totalidad de la plusvalía del capital social global necesita, para realizarse, una ampliación constante de sus mercados tanto internos como externos, el capitalismo depende de sus conquistas continuas de mercados solventes tanto a nivel nacional como internacional :
“De este modo, el capital va preparando su bancarrota por dos caminos. De una parte, al expansionarse a costa de todas las formas no capitalistas de producción, camina hacia el momento en que toda la humanidad se compondrá exclusivamente de capitalistas y de proletarios asalariados, haciéndose imposible, por tanto, toda nueva expansión, y como consecuencia de ello toda acumulación. De otra parte, en la medida en que esta tendencia se impone, el capitalismo va agudizando los antagonismos de clase y la anarquía económica y política internacional en tales términos que, mucho antes de que se llegue a las últimas consecuencias del desarrollo económico, es decir, mucho antes de que se imponga en el mundo el régimen absoluto y uniforme de la producción capitalista, sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional, que acabará necesariamente con el régimen capitalista. (...) El imperialismo actual (...) es el último capítulo de su proceso histórico [del capital] de expansión: es el período de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra” (la Acumulación del capital, “Apéndice: una anticrítica”) [14].
Rosa pondrá en su contexto y concretará esa idea en la realidad viva del recorrido histórico del capitalismo y en estos tres ámbitos:
a) Describirá magistralmente la progresión concreta del capitalismo en su tendencia permanente a “la extensión del campo exterior de la producción”, explicando el nacimiento y el desarrollo del capitalismo en el interior de la economía mercantil surgida de las ruinas del feudalismo, hasta su dominación sobre el conjunto del mercado mundial.
b) Luxemburg comprenderá las contradicciones propias de la época imperialista, ese...
“... fenómeno de carácter internacional que Marx no conoció: el desarrollo imperialista de los últimos veinticinco años. (…) este desarrollo inauguraba, como es sabido, un nuevo período de efervescencia en los Estados europeos: su expansión, su carrera a ver quién llega antes, hacia los países y zonas del mundo no-capitalistas. Ya antes de los años 80 asistíamos a un nuevo empuje particularmente violento hacia las conquistas coloniales” (la Crisis de la socialdemocracia, –folleto de Junius–, III,).
c) Y precisará más profundamente la razón y el momento de la entrada en decadencia del sistema capitalista, pues, además de analizar el vínculo histórico entre las relaciones sociales de producción capitalistas y el imperialismo, demostrando que el sistema no puede vivir sin extenderse, sin ser, por esencia, imperialista, lo que Rosa Luxemburg precisa más todavía es el momento y la manera en que el sistema capitalista entra en su fase de decadencia.
Una vez más, sobre este último punto, lo único que hace Rosa Luxemburg es retomar y desarrollar una idea muchas veces repetida por Marx desde el Manifiesto comunista según la cual “la constitución del mercado mundial, al menos en sus grandes rasgos” y “una producción condicionada por el mercado mundial” rubricarán el final de la fase ascendente del capitalismo:
“La verdadera misión de la sociedad burguesa, es crear el mercado mundial, al menos en sus grandes rasgos así como una producción condicionada por el mercado mundial” (Carta de Marx a Engels del 8 de octubre de 1858).
Siguiendo la intuición de Marx sobre el momento de la entrada en decadencia del capitalismo, y casi en los mismos términos, Rosa Luxemburg deducirá la dinámica y el momento:
“... Las crisis tales como las hemos conocido hasta hoy (tienen) también ellas, en cierto modo, el carácter de crisis juveniles. No hemos alcanzado todavía el grado de elaboración y de agotamiento del mercado mundial que podría provocar el asalto fatal y periódico de las fuerzas productivas contra las barreras de los mercados, asalto que constituiría el tipo mismo de la crisis senil del capitalismo... Una vez elaborado el mercado mundial y constituido en sus grandes rasgos y tal que ya no puede seguir creciendo mediante bruscas pulsiones expansionistas; la productividad del trabajo continuará incrementándose de manera irresistible; empezará entonces, a mayor o menor plazo, el asalto de las fuerzas productivas contra las barreras que encauzan los intercambios, asalto cuya repetición misma será cada día más duro y avasallador” (Reforma social o Revolución, primera edición en lengua alemana, citada por F. Sternberg, en El Conflicto del siglo).
Desde entonces, el agotamiento relativo – o sea en relación con las necesidades de la acumulación ‑ de esos mercados deberá precipitar el sistema en su fase de decadencia. A esa cuestión, Rosa responderá cuando aparezcan los signos siniestramente anunciadores de la guerra 14-18, estimando que el conflicto interimperialista mundial abre la época en la que el capitalismo se convierte en traba permanente para el desarrollo de las fuerzas productivas:
“La necesidad del socialismo está plenamente justificada desde el momento en que la otra, la dominación burguesa de clase, deja de ser portadora de progreso histórico y se convierte en un freno y un peligro para la evolución ulterior de la sociedad. Es precisamente lo que la guerra actual ha revelado acerca del orden capitalista” (Luxemburg, la Crisis de la socialdemocracia).
Así pues la entrada en decadencia del sistema se caracterizó no por la desaparición de los mercados extracapitalistas (o sea de “la demanda de las clases no obreras” – Marx), sino por su insuficiencia respecto a las necesidades de la acumulación ampliada alcanzada por el capitalismo. O sea, la masa de plusvalía realizada en los mercados extracapitalistas se ha hecho insuficiente para recuperar la fracción necesaria de la parte de plusvalía producida por el capitalismo y destinada a ser reinvertida. Una fracción del capital total ya no encuentra posibilidad de salida en el mercado mundial, poniendo de relieve una sobreproducción que, tras haber sido episódica en período ascendente, tenderá a convertirse en obstáculo permanente al que se verá enfrentado el capitalismo a todo lo largo de su decadencia. Esta idea de Rosa Luxemburg, además, ya había sido explícitamente desarrollada por Engels cuando, en febrero de 1886 escribía a Florence Kelley-Wischnewtsky que:
“si hay tres países (digamos Inglaterra, Estados Unidos y Alemania) que se enfrentan comparativamente en situación de igualdad por la posesión del mercado mundial, eso no podría dar otro resultado que una superproducción crónica, al ser uno solo de ellos capaz de abastecer toda la cantidad pedida”.
La acumulación ampliada se encuentra entonces frenada pero no por ello ha desaparecido. La historia económica del capitalismo desde 1914 es la historia del desarrollo de los paliativos contra ese estrangulamiento y la historia de la ineficacia de esos paliativos quedó patente, entre otros hechos, en la gran crisis de los años 30, en la IIª Guerra mundial y en los treinta cinco últimos años de crisis.
La identidad entre los análisis de Marx y de Rosa Luxemburg sobre las contradicciones del capitalismo hace totalmente absurdas las acusaciones sin base alguna – propaladas por el estalinismo y el izquierdismo y desgraciadamente retomadas también por el BIPR – para oponer el uno a la otra y pretender erróneamente que: 1) la explicación de Marx sobre las crisis se basaría en la tendencia decreciente de la cuota de ganancia mientras que la de Rosa Luxemburg se basaría en la saturación de los mercados; 2) que Marx identificaría las contradicciones del capitalismo en el seno de la producción mientras que Rosa los situaría en la realización, o también que, 3) para Marx la contradicción sería “interna” del capitalismo (la producción) mientras que para Rosa sería “externa” (los mercados), etc. Todo eso no tiene sentido alguno cuando se comprende que son las propias leyes internas y contradictorias del capitalismo las que, en su desarrollo, tienden a restringir la demanda social final y engendran las crisis recurrentes de sobreproducción. Marx y Rosa no dijeron otra cosa.
Estimulado por la necesidad de acaparar el máximo de sobretrabajo, el capitalismo somete al mundo a la dictadura del salariado. Y al hacerlo, instaura la contradicción más descomunal: restringe relativamente el poder de consumo de la sociedad respecto a una producción de mercancías que se incrementa sin cesar, engendrando un fenómeno desconocido hasta hoy en la historia de la humanidad, las crisis de sobreproducción:
“Es en las crisis del mercado mundial en donde estallan las contradicciones y los antagonismos de la producción burguesa” (Marx).
Marx vincula fundamentalmente las crisis de sobreproducción a los frenos que esa relación salarial impone al crecimiento del consumo final de la sociedad y más específicamente de los trabajadores asalariados. Más precisamente, Marx sitúa esa contradicción entre, por un lado, la tendencia a “un desarrollo absoluto de las fuerzas productivas” y por lo tanto, a un crecimiento sin límites de la producción social en valor y en volumen y, por otro lado, el límite del crecimiento del consumo final de la sociedad. Esa es la contradicción que Marx define, en el llamado libro IVº de el Capital, “Teorías sobre la plusvalía”, como contradicción producción-consumo final [15] :
“Todas las contradicciones de la producción burguesa estallan colectivamente en las crisis generales del mercado mundial; en las crisis particulares, aparecen, en cambio, dispersas, aisladas, parciales. La condición especial de la superproducción es la ley general de producción del capital: producir a la medida de las fuerzas productivas (o sea según la posibilidad que se tenga de explotar la mayor masa posible de trabajo con una masa determinada de capital) sin tener en cuenta los límites existentes de los mercados o de las necesidades solventes...” (trad. del francés por nosotros).
En este artículo hemos visto que, aunque la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia participa plenamente en el origen de las crisis de sobreproducción, no es ni mucho menos la causa única y ni siquiera la causa principal. En la continuación de este artículo, veremos que esa ley tampoco es capaz de explicar las grandes etapas que han marcado la evolución del sistema capitalista, ni su entrada en decadencia, ni su tendencia a engendrar guerras cada vez más extensas y mortíferas que ponen en peligro la existencia misma de la sociedad humana.
Engels que conocía perfectamente los análisis económicos de Marx – sobre todo porque trabajó durante años sobre los manuscritos de los Libros II y III de El Capital- no se equivocaba cuando en el prefacio de la edición inglesa del Libro I (1886), al insistir en el atolladero histórico del capitalismo, no se refiere a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia sino a la contradicción señalada constantemente por Marx entre “un desarrollo absoluto de las fuerzas productivas” y “el límite del crecimiento del consumo final de la sociedad”:
“Y al paso que la capacidad productiva crece en progresión geométrica, la expansión de los mercados sólo se desarrolla, en el mejor de los casos, en progresión aritmética. Cierto es que parece haberse cerrado el ciclo decenal de estancamiento, prosperidad, superproducción y crisis, que venía repitiéndose constantemente desde 1825 hasta 1867, pero sólo para hundirnos en el pantano desesperante de una depresión permanente y crónica” (“Prólogo de Engels a la edición inglesa”, 1886, el Capital, Libro I).
Y ese “pantano desesperante de una depresión permanente y crónica” al que se refiere Engels no es sino el anuncio premonitorio de la entrada en decadencia del capitalismo. Entrada que se caracteriza por una “superproducción crónica”, como lo dirá Engels el mismo año en una carta a F.K. Wischnewtsky ya citada. Podemos ahora comprender por qué son sin lugar a dudas, los análisis de Rosa Luxemburg los que se sitúan en plena continuidad con los de Marx y Engels, llevándolos más lejos, y no los del BIPR.
C. Mcl
[1]) La CWO es, con Battaglia comunista (BC), uno de los dos cofundadores del BIPR (Buró internacional para el partido revolucionario). Como defienden ambas el mismo análisis de la guerra, nuestro artículo criticará indistintamente a una o a la otra de esas dos organizaciones.
[2]) Para hacerse una idea de esas divergencias, invitamos al lector a ver los artículos siguientes de nuestra Revista internacional: n° 12, “Algunas respuestas de la CCI a la CWO – Sobre las teorías de las crisis; n° 13, “Marxismo y teorías de las crisis”; n° 16, “Teorías económicas”; n° 19, “Sobre el imperialismo”; n° 22, “Las teorías de las crisis”; n° 82, “el concepto del BIPR de la decadencia y la cuestión de a guerra”; n° 83, “La naturaleza de la guerra imperialista: respuesta al BIPR”; n° 84, “Las teorías de la crisis histórica del capitalismo: respuesta al BIPR”; n° 121, “La bajada a los infiernos”.
[3]) Militante de las Juventudes espartaquistas ya a los 14 años, fue elegido delegado por el Consejo obrero de las factorías Siemens de Berlín durante el período revolucionario. En 1920, deja el partido comunista (KPD), integrándose en el KAPD (Partido comunista obrero de Alemania). En 1926 emigra a Estados Unidos junto con otros camaradas. Participa en IWW (Industrial Workers of the World; ver al respecto, el artículo de nuestra Revista international n° 124) para entrar después en un pequeño partido de orientación comunista de consejos que publicará Living Marxism (1938-41) y New Essays (1942-43) de los que era redactor. Publicó varias obras, traducidas algunas de ellas en diferentes lenguas.
[4]) “La devaluación del capital durante la guerra así como sus destrucciones puras y simples crearon una configuración para le capital subsistente en el que la masa de ganancia disponible está a la disposición de un capital constante muy inferior. A partir de entonces, se incrementa el aprovechamiento del capital subsistente (...) Se estima que durante la Primera Guerra mundial 35 % de la riqueza acumulada por la humanidad fue destruida o dilapidada en unos cuantos años. (...) Fue sobre la base de esa devaluación de capital y de desvalorización de la fuerza de trabajo cómo se restableció la cuota de ganancia y fue apoyándose en ese restablecimiento cómo se llegó hasta 1929. (...) La composición orgánica del capital estadounidense se redujo 35 % durante la guerra y solo a principios de los 60 volvería al nivel de 1940. Esto se obtuvo en gran parte gracias a la desvalorización del capital constante. (...) Fue ese aumento de la cuota de ganancia en el período de posguerra lo que permitió arrancar una nueva fase de acumulación. (...) La reanudación general se basa en el aumento de la cuota de ganancia causada por los efectos económicos de la guerra. De ello deducimos que las guerras mundiales se han hecho indispensables para la supervivencia del capitalismo desde principios del siglo xx...”.
[5]) Ver el artículo publicado en Revolutionary Perspectives nº 37, publicación de la CWO en Gran Bretaña.
[6]) “La plusvalía se produce tan pronto como la cantidad de trabajo sobrante que puede exprimirse se materializa en mercancías. Pero con esta producción de plusvalía finaliza solamente el primer acto del proceso capitalista de producción, que es un proceso de producción directo. El capital ha absorbido una cantidad mayor o menor de trabajo no retribuido. Con el desarrollo del proceso que se traduce en la baja de la cuota de ganancia, la masa de la plusvalía así producida se incrementa en proporciones enormes. Ahora empieza el segundo acto del proceso. La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa plusvalía, necesita ser vendida. Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado, su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización, o solamente va unida a la realización parcial de la plusvalía estrujada, pudiendo incluso llevar aparejada la pérdida de su capital en todo o en parte. Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero ésta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos. Se halla limitada, además, por el impulso de acumulación, por la tendencia a acrecentar el capital y a producir plusvalía en una escala ampliada. Es ésta una ley de la producción capitalista, ley que obedece a las constantes revoluciones operadas en los propios métodos de producción, la depreciación constante del capital existente que suponen la lucha general de la concurrencia y la necesidad de perfeccionar la producción y extender su escala, simplemente como medio de conservación y so pena de perecer. El mercado tiene, por tanto, que extenderse constantemente, de modo que sus conexiones y las condiciones que lo regulan van adquiriendo cada vez más la forma de una ley natural independiente de la voluntad de los productores, cada vez más incontrolable. La contradicción interna tiende a compensarse mediante la expansión del campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la capacidad productiva, más choca con la angosta base sobre la que descansan las condiciones del consumo”. (Marx, el Capital, Vol. III, cap. XV). En otras traducciones de el Capital, se usan términos como “plusvalor” para “plusvalía” o “sobretrabajo” para “trabajo sobrante” (NDLR).
[7]) “[Para la CCI] esa contradicción, producción de la plusvalía y su realización, aparece como una sobreproducción de mercancías y por lo tanto como causa de una saturación del mercado, que a su vez se opone al proceso de acumulación, lo cual pone al sistema en su conjunto en la situación de imposibilidad de contrarrestar la caída de la cuota de ganancia. En realidad [para Battaglia], el proceso es inverso. (...) Es el ciclo económico y el proceso de valorización lo que hacen que el mercado sea “solvente” o “insolvente”. Es a partir de las leyes contradictorias que regentan el proceso de acumulación cómo puede explicarse la “crisis” del mercado” (Texto de presentación de Battaglia comunista en la primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista).
[8]) “En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir los hombres contraen determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es cómo se relacionan con la naturaleza y cómo se efectúa la producción. (…) Las relaciones de producción forman en conjunto lo que se llaman las relaciones sociales, la sociedad, y concretamente, una sociedad con un determinado grado de desarrollo histórico, una sociedad de carácter peculiar y distintivo. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa, son otros tantos conjuntos de relaciones de producción, cada uno de los cuales representa, a la vez, un grado especial de desarrollo en la historia de la humanidad” (Marx, Trabajo asalariado y capital, 1849).
[9]) En su artículo, CWO nos da una cita de Marx que podría dar a entender que el análisis de la crisis de éste se basaría únicamente en la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia: “Estas contradicciones tienen como resultado estallidos, crisis, en los que la anulación momentánea de todo trabajo y la destrucción de gran parte del capital, lo hacen volver violentamente al punto en el cual será capaz de emplear plenamente sus fuerzas productivas sin suicidarse por ello. Con todo, esas catástrofes regularmente recurrentes tienen como resultado su repetición a mayor escala, y, por último la ruina violenta del capital” (Grundisse, ed. Siglo XIX, vol II). Si CWO se hubiera fijado en ese pasaje más ampliamente, habría podido comprobar que, unas líneas antes, Marx habla de la necesidad del “desarrollo extremo del mercado” pues, explica, “Esa disminución de la tasa de beneficio [cuota de ganancia] equivale a lo siguiente: 1°) a la fuerza productiva ya producida y a la base material que constituye aquélla para la nueva producción...; 2°) a la reducción de aquélla parte del capital ya producido que se intercambia por trabajo inmediato...; 3°) a la dimensión del capital en general, también a la parte del mismo que no es capital fijo. O sea, gran número de operaciones de cambio, amplitud del mercado y universalidad del trabajo simultáneo; medios de comunicación, etc. ; disponibilidad del necesario fondo de consumo para efectuar este proceso descomunal (ídem). De eso, “un tráfico inmensamente desarrollado, de la amplitud del mercado” CWO no habla nunca y Marx lo hace todo el tiempo.
[10]) “A medida que el valor y la duración del capital fijo empleado se desarrollan con el modo de producción capitalista, la vida de la industria y del capital industrial se desarrolla en cada empresa particular y se prolonga durante un período de, digamos, diez años de media. (…) … ese ciclo de rotaciones que se encadenan y se prolongan durante una serie de años, durante los cuales el capital es prisionero de su elemento fijo, sienta las bases materiales de las crisis periódicas” (Marx, el Capital, T. II); “Vemos así que en el período de desarrollo de la industria inglesa (1815 a 1870) marcada por ciclos decenales, lo máximo de la última prosperidad antes de la crisis reaparece siempre como mínimo de la prosperidad que le sigue, para después subir a un nuevo máximo mucho más alto” (Marx, el Capital); “Pero sólo a partir del momento en que la industria mecánica ha arraigado tan profundamente que influye de un modo predominante sobre toda la producción nacional; en que, gracias a ella, el comercio interior comienza a tomar delantera sobre el comercio exterior; en que el mercado mundial se anexiona sucesivamente extensas zonas en el nuevo mundo, en Asia y en Australia; y en que, por último, las naciones industriales lanzadas a la palestra son ya lo suficientemente numerosas; solamente a partir de entonces comienzan a presentarse aquellos ciclos constantemente repetidos cuyas fases sucesivas abarcan años enteros y que desembocan siempre en una crisis general, final de un ciclo y punto de arranque de otro nuevo. Hasta ahora, la duración periódica de estos ciclos venía siendo de diez u once años, pero no hay razón alguna para considerar esta cifra como una magnitud constante. Por el contrario, con arreglo a las leyes de la producción capitalista, tal y como acabamos de desarrollarlas, debe inferirse que se trata de una magnitud variable y que el período de los ciclos irá acortándose gradualmente” (párrafo intercalado por Marx en la edición francesa, París, 1873, Ver el Capital, FCE, vol. I) .
[11]) Como en las actividades de sector terciario o en los nuevos ramos industriales.
[12]) Para un desarrollo más amplio de esta argumentación, tanto en lo teórico como en lo estadístico, el lector puede leer nuestro artículo sobre la crisis del número 121 de esta Revista internacional.
[13]) “El sistema de la economía burguesa se presenta a mi parecer con el orden siguiente: capital, propiedad de bienes raíces, trabajo asalariado; Estado, comercio exterior, mercado mundial. (...) Tengo ante mí el conjunto de materiales en forma de monografías escritas en períodos muy alejados unos de otros, no para ser impresas, sino para mi propia edificación personal. Dependerá de las circunstancias si las acabo poniendo en forma coherente siguiendo el plan que acabo de indicar” (Marx, Prólogo a la Crítica de le economía política, trad. del francés, La Pléiade, Economie I). Por desgracia, las circunstancias serían diferentes y nunca habrían de dejar a Marx la oportunidad de terminar su plan inicial.
[14]) Lo desarrollado por Rosa no es sino lo que Marx explicó siempre en todos sus trabajos económicos, y eso desde el principio. Por ejemplo, en Trabajo asalariado y capital (1847) había escrito lo siguiente: “Estas [las crisis] se hacen más frecuentes y más violentas, ya por el solo hecho de que. a medida que crece la masa de producción y, por tanto, la necesidad de mercados más extensos, el mercado mundial va reduciéndose más y más, y quedan cada vez menos mercados nuevos que explotar, pues cada crisis anterior somete al comercio mundial un mercado no conquistado todavía o que el comercio sólo explotaba superficialmente”.
[15]) Marx escribió un párrafo entero sobre esa cuestión en su Libro IV sobre “Las teorías sobre la plusvalía”. El título de ese párrafo no puede ser más explícito: “Contradicción entre el desarrollo irresistible de las fuerzas productivas y el límite del consumo, base de la sobreproducción”.
¿Por qué hoy un texto sobre ética? Desde hace más de dos años, la CCI está llevando un debate interno sobre la cuestión de la moral y de la ética proletaria partiendo de un texto de orientación del que publicamos a continuación amplios extractos. Si hemos considerado necesario abrir ese debate teórico, es esencialmente porque nuestra organización se enfrentó, cuando su crisis de 2001, a comportamientos particularmente destructores o totalmente ajenos a la clase portadora del comunismo. Semejantes comportamientos se concretaron en métodos propios de truhanes por parte de algunos elementos que iban a dar a luz a la pretendida Fracción interna de la CCI (FICCI) ([1]): robo, chantaje, mentiras, campañas de calumnia, chivatazos, acoso moral y amenazas de muerte contra compañeros. Partiendo entonces de un problema concreto muy grave que también es una amenaza para el conjunto del medio político proletario, hemos tomado conciencia de la necesidad de armar la organización sobre una cuestión que siempre ha preocupado al movimiento obrero desde sus orígenes, la de la moral proletaria. Hemos insistido siempre, en particular en los estatutos, en que la cuestión del comportamiento de los militantes es una cuestión política de pleno derecho. Pero hasta ahora, la CCI nunca había profundizado este tema hasta enlazarlo con el de la moral y de la ética del proletariado. Para entender los orígenes, los fines y las características de la ética en la clase obrera, la CCI ha debido examinar la evolución de la moral en la historia de la humanidad, reapropiándose los logros del marxismo que se han basado en los avances de la civilización humana, en particular en el terreno de la ciencia y de la filosofía. Este texto de orientación no pretende ser una elaboración teórica acabada, sino lanzar unas pistas de reflexión para permitir al conjunto de la organización profundizar varias cuestiones fundamentales (así como la de los orígenes y del carácter de la moral en la historia de la humanidad, la diferencia entre moral burguesa y proletaria, la degeneración de las costumbres y de la ética en el periodo de descomposición del capitalismo, etc.). En la medida en que no está aun acabado el debate interno, no publicamos aquí más que los extractos del texto de orientación que nos han parecido ser más accesibles a un lector poco entendido. Al ser un texto interno cuyas ideas son muy condensadas y hacen referencia a conceptos teóricos bastante complejos somos conscientes de que ciertos pasajes pueden ser difíciles para el lector. Sin embargo, en la medida en que ciertos aspectos de nuestro debate han llegado a su madurez, hemos considerado útil hacerlos conocer al exterior para que la reflexión iniciada por la CCI pueda proseguir en el conjunto de la clase obrera y del medio proletario.
Desde el principio, la cuestión del comportamiento político de los militantes, y por lo tanto de la moral proletaria, tuvo un papel central en la vida de la CCI. Nuestra visión sobre este tema tiene su concreción viva en nuestros estatutos (adoptados en 1982) ([2]). Hemos insistido siempre en que los estatutos no son una serie de reglas para definir qué es lo que está o no está admitido, sino una orientación para nuestras actitudes y nuestra conducta, incluyendo un conjunto coherente de valores morales (en particular en lo que a relaciones entre militantes y entre éstos y la organización se refiere). Por eso es por lo que se requiere un profundo acuerdo con estos valores a cualquiera que quiera ser miembro de nuestra organización. Los estatutos forman parte de nuestra plataforma, no se limitan a regular quién puede hacerse miembro de la CCI, y en qué condiciones. También condicionan el marco y el espíritu de la vida militante de la organización y de cada uno de sus miembros.
El significado que la CCI siempre ha dado a estos principios de conducta es ilustrado por el hecho de que nunca dejó de defender estos principios, incluso a riesgo de crisis organizativas. De este modo, la CCI se mantiene consciente e inquebrantablemente en la tradición de la lucha de Marx y Engels en la Primera Internacional, de los bolcheviques y de la Fracción italiana del Izquierda comunista. Y así ha sido capaz de vencer una serie de crisis y mantener los principios fundamentales de un comportamiento de clase.
Sin embargo, los conceptos de moral y de ética proletarias se defendían en la CCI más bien implícita que explícitamente; la CCI los puso en práctica de forma empírica más que desde un punto de vista teórico. Ante las enormes reservas que la nueva generación de revolucionarios surgida a finales de los años 1960 tenía hacia toda idea de moral, considerándola generalmente como algo reaccionario, la actitud desarrollada por la organización fue la de dar más importancia a adoptar las actitudes y comportamientos de la clase obrera más que a desarrollar un debate muy general cuando tal debate distaba mucho de su madurez para acometerlo con éxito.
Las cuestiones sobre la moral no fueron las únicas áreas donde la CCI procedió de esta manera. En los primeros días de la organización había reservas similares hacia la necesidad de la centralización, la indispensable intervención de los revolucionarios y el papel principal de la organización en el desarrollo de la conciencia de clase, la necesidad de luchar contra el democratismo o el reconocimiento de la actualidad del combate contra el oportunismo y el centrismo.
Efectivamente, en los grandes debates y las crisis se demostró que la organización fue siempre capaz, no solamente de elevar su nivel teórico, sino de clarificar los problemas sobre los que al principio había habido poca claridad. Y en concreto, respecto a las dudas organizativas, la CCI nunca dejó de responder al reto con una profundización y extensión de su conocimiento teórico sobre los problemas planteados.
La CCI ya ha analizado sus crisis recientes así como el peligro subyacente de la pérdida de las adquisiciones proletarias, una manifestación más, pero no menos importante, de la entrada del capitalismo en una nueva fase final, la de su descomposición. Así pues, la clarificación de este asunto crucial es una necesidad del periodo histórico que concierne a la clase obrera como un todo.
“La moral es el resultado del desarrollo histórico, es el producto de la evolución. Tiene sus orígenes en los instintos sociales de la especie humana, en la necesidad material de la vida social. Teniendo en cuenta que los ideales de la socialdemocracia van dirigidos hacia un orden superior de la vida social, esos ideales deben necesariamente ser ideales morales” ([3]).
Debido a la incapacidad de las dos clases más importantes de la sociedad, la burguesía y el proletariado, para imponer su solución, el capitalismo ha entrado en su fase final, la de descomposición, caracterizada por la disolución gradual, no sólo de los valores sociales sino también de la sociedad misma.
Hoy, frente a la tendencia de “cada uno para sí” de la descomposición capitalista, y la corrosión de todo valor moral, será imposible para las organizaciones revolucionarias –y más en general para la emergencia de nuevas generaciones de militantes– derrocar el capitalismo sin esclarecerse sobre esos asuntos morales y éticos. En el desarrollo consciente de la lucha de los revolucionarios, la lucha teórica específica por reasimilar el trabajo del movimiento marxista sobre estas cuestiones ha llegado a convertirse en un tema de vida o muerte para la sociedad humana. Esta lucha es indispensable, no solamente para la resistencia proletaria a la descomposición y al amoralismo ambiente, sino para la reconquista proletaria de la confianza en sí mismo para el futuro de la humanidad por medio de su propio proyecto histórico.
La forma particular que la contrarrevolución tomó en la URSS –la del estalinismo presentando como continuador y no como sepulturero de la Revolución de Octubre de 1917– minó la confianza en el proletariado y su alternativa comunista. A pesar del fin del período de la contrarrevolución en 1968, el hundimiento de los regímenes estalinistas en 1989 –que marcó la entrada en la fase histórica de la descomposición– ha debilitado la confianza de proletariado en sí mismo como protagonista de la liberación de toda la humanidad.
El debilitamiento de la confianza de la clase obrera en sí misma, de su identidad de clase y de su perspectiva revolucionaria, debido a las campañas de la burguesía sobre el pretendido “fracaso del comunismo”, han modificado las condiciones en las que hoy se plantea la cuestión de la ética. Los reveses de la clase obrera (en especial el retroceso debido a las consecuencias del hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas) han dañado su confianza, no solamente en una perspectiva comunista, sino en la sociedad como un todo.
Para los obreros conscientes, durante la fase ascendente del capitalismo (y más todavía durante la primera oleada revolucionaria de 1917-23), la aseveración de que básicamente la humanidad sería “mala” para “explicar” los problemas de la sociedad contemporánea, no provocaba sino desprecio y desdén. Y, al contrario, la ideología de que la sociedad sería incapaz de mejorar y desarrollar formas superiores de solidaridad humana, hoy se ha convertido en un factor de la situación histórica. En la actualidad, las profundas dudas arraigadas sobre las cualidades morales de nuestra especie no afligen solamente a las clases dirigentes o las clases intermedias, sino amenazan al proletariado mismo, incluyendo a sus minorías revolucionarias. Esa falta de confianza en la posibilidad de un enfoque más colectivo y responsable para la comunidad humana no es solamente el resultado de la propaganda de la clase dominante. La evolución histórica misma ha desembocado en esta crisis de confianza en el futuro de humanidad.
Estamos viviendo en un período caracterizado por:
La opinión popular parece estar confirmando la sentencia de Thomas Hobbes (1588-1679) de que el hombre sería, por naturaleza, un lobo para el hombre. El hombre es visto básicamente como destructor, predador, egoísta, irremediablemente irracional, y con un comportamiento social más bajo que muchas especies animales. Para el ecologismo pequeño burgués, por ejemplo, el desarrollo cultural es visto como un “error” o un “callejón sin salida”. La humanidad misma es vista como un cáncer creciente en la historia, sobre la cual la naturaleza va a –cuando no debe– recuperar sus “derechos”.
Por supuesto, el capitalismo en descomposición no ha hecho surgir ese tipo de ideas, pero sí las ha acentuado y afianzado.
En los siglos precedentes, la generalización de la producción de mercancías bajo el capitalismo fue disolviendo progresivamente las relaciones de solidaridad en la base de la sociedad, hasta el punto de que muchas de sus reminiscencias podrían desaparecer de la memoria colectiva.
La fase de declive de las formaciones sociales desde el comunismo primitivo se ha caracterizado por la disolución de los valores morales establecidos por la sociedad, y, mientras una opción histórica no haya empezado a afirmarse todavía, por una pérdida de la confianza en el futuro.
Pero la barbarie y la cruel deshumanización de la decadencia capitalista no tienen precedentes en la historia de la especie humana. No es fácil, después de Auschwitz e Hiroshima, y ante los genocidios y la destrucción permanente y general, mantener la confianza en la posibilidad de un progreso moral.
El capitalismo ha destrozado lo que existía previamente, el equilibrio rudimentario entre hombre y el resto de la naturaleza, minando también a largo plazo las bases de la sociedad humana.
A esas características de la evolución histórica del capitalismo, debemos añadir la acumulación de los efectos de un fenómeno más general del progreso de la humanidad en el contexto de las sociedades de clase: el retraso de la evolución moral y social respecto a la evolución tecnológica.
“Las ciencias naturales son consideradas como el campo en el que el pensamiento humano, en una serie continua de triunfos, ha desarrollado con mayor pujanza formas conceptuales de la lógica... Al contrario, en el otro extremo permanece el gran campo de las acciones y relaciones humanas en las que el uso de herramientas no tiene un papel inmediato y solo actúa a largo plazo como fenómenos muy desconocidos e invisibles. Aquí el pensamiento y la acción están determinados principalmente por la pasión y las impulsiones, por la arbitrariedad y la imprevisión, por la tradición y la creencia; aquí ninguna lógica metódica resulta de la seguridad del conocimiento (...) El contraste que aparece aquí, con la perfección por un lado y la imperfección del otro, quiere decir que el hombre controla los fuerzas de la naturaleza, y lo logrará cada vez más, pero que no controla las fuerzas de la voluntad y la pasión que le son inherentes. Donde sí ha permanecido quieto, quizás echándose incluso atrás, es en la falta manifiesta del control sobre su propia «naturaleza» (Tilney). Esta es, evidentemente, la razón por la que la sociedad va todavía tan lejos por detrás de la ciencia. Potencialmente el hombre posee el dominio sobre la naturaleza. Pero no posee todavía el dominio sobre su propia naturaleza.” ([4])
Después de 1968, la dinámica de las luchas obreras fue un poderoso contrapeso al escepticismo creciente en el seno de la sociedad capitalista. Pero, al mismo tiempo, la falta de la asimilación en profundidad del marxismo llevó a una idea común, dentro de la nueva generación de revolucionarios, de que no hay lugar para las cuestiones morales o de ética en la teoría socialista. Esa actitud fue ante todo producto de la ruptura en la continuidad orgánica causada por la contrarrevolución que siguió a la ola revolucionaria de 1917-23. Hasta entonces, los valores éticos del movimiento obrero pasaban de una generación a la siguiente. La asimilación de estos valores fue favorecida por el hecho de que formaban parte de una vida colectiva, organizada y, por lo tanto, práctica. La contrarrevolución borró en gran parte el conocimiento de esas adquisiciones, como había borrado casi por completo a las propias minorías revolucionarias que las expresaban.
Esa perversión de la ética del proletariado dio la impresión de que la moral, por su naturaleza propia, sería algo intrínsecamente reaccionario, propio de las clases dominantes y explotadoras. Y por supuesto es verdad que, durante toda la historia de la sociedad de clases, la moral dominante siempre ha sido la moral de la clase dominante. Eso es tan cierto que moral y Estado, pero también moral y religión, se han hecho casi sinónimos en la opinión popular. Los sentimientos morales de la sociedad siempre han sido utilizados por los explotadores, por el Estado y la religión para santificar y perpetuar la situación existente y que las clases explotadas se sometan a la opresión. El “moralismo” mediante el cual las clases dominantes han procurado siempre romper la resistencia de las clases de laboriosas, mediante la instilación de una conciencia culpable, es uno de los grandes azotes de humanidad. Es también una de las armas más sutiles y eficaces para asegurar la dominación de clase sobre la sociedad entera.
El marxismo siempre ha combatido la moral de las clases dominantes, como también ha combatido el moralismo tosco y filisteo de la pequeña burguesía. Contra la hipocresía de los virtuosos apologistas del capitalismo, el marxismo ha insistido siempre en que la crítica de la economía política debe estar basada en los conocimientos científicos, no en juicios éticos.
No obstante todo esto, la perversión de la moral del proletariado en manos del estalinismo no es razón para abandonar el concepto de moral proletaria, del mismo modo que el proletariado no debe rechazar el concepto de comunismo so pretexto de que fue recuperado y pervertido por la contrarrevolución en la URSS. El marxismo ha mostrado que la historia moral de humanidad, no es sólo la historia de la moral de la clase dominante. Ha demostrado que las clases explotadas tienen valores éticos propios, y que estos valores han tenido un papel revolucionario en el progreso de humanidad. Ha probado que la moral no es idéntica a la función de la explotación, al Estado o la religión, y que el futuro -si hay un futuro- pertenece a una moral más allá de la explotación, del Estado y de la religión.
“Las personas llegarán gradualmente a acostumbrarse a la observancia de reglas elementales de vida juntas -reglas sabidas por siglos y repetidas durante miles de años en todos los códigos de conducta- para su observancia sin la fuerza, sin la coacción, sin la subordinación, sin esos aparatos especiales para la coacción que llama Estado.» ([5])
El marxismo ha revelado que el proletariado es la única clase de la historia capaz, al liberarse de la alienación, de desarrollar su conciencia, su unidad y su solidaridad, liberar la moral, y por lo tanto la humanidad, del azote de la “mala conciencia” basada en el sentimiento de culpa y la sed de venganza y de castigo.
Además, al desterrar el moralismo pequeño burgués de la crítica de la economía política, el marxismo ha sido capaz de demostrar científicamente el papel de los factores morales en la lucha proletaria de clases. Puso al descubierto, por ejemplo, que la determinación del valor de la fuerza de trabajo –a diferencia de cualquier otra mercancía– contiene una dimensión moral: valor, determinación, solidaridad y dignidad de los trabajadores.
La resistencia al concepto de moral proletaria también expresa el peso de la ideología de la pequeña burguesía muy marcada por el democratismo. Esa resistencia es expresión de la aversión del pequeño burgués hacia los principios del comportamiento, los cuales, como todo principio, son otras tantas trabas a su “libertad” individual. La infiltración en el seno del movimiento obrero contemporáneo de esa ideología de una clase sin porvenir histórico es una debilidad que ha reforzado la inmadurez de la generación surgida del movimiento de Mayo del 68.
La moral es una guía indispensable del comportamiento en el ámbito de la cultura humana. Permite identificar los principios y las reglas que regulan la convivencia de los miembros de la sociedad. La solidaridad, la sensibilidad, la generosidad, el apoyo a los necesitados, la honradez, la simpatía y la cortesía, la modestia, la solidaridad entre generaciones, son tesoros que pertenecen a la herencia moral de la humanidad. Son cualidades, sin las cuales la vida en sociedad llegaría a ser imposible. Por eso los seres humanos han reconocido su valor, de igual modo que la indiferencia hacia los demás, la brutalidad, la codicia, la envidia, la arrogancia y la vanidad, la indignidad y la mentira siempre han provocado la desaprobación y la indignación.
Como tal, la moral cumple la función de favorecer las pulsiones sociales en contraste con los impulsos antisociales de la humanidad, en interés del mantenimiento de la comunidad. Canaliza la energía psíquica en el interés de todos. La manera en la que esta energía es canalizada varía de acuerdo con el modo de producción, el tejido social, etc.
Dentro de cada sociedad se han establecido normas de comportamiento y de evaluación, en base a la experiencia viva y en correspondencia con un modo de vida determinado. Este proceso es parte de lo que Marx llama en el Capital la emancipación relativa de la arbitrariedad y del simple azar, mediante el establecimiento del orden.
La moral tiene un carácter imperativo. Es una apropiación del mundo social a través de los juicios sobre el “bien” y el “mal”, sobre qué es y qué no es aceptable. Esta forma de acercarse a la realidad usa mecanismos psíquicos específicos, como la buena conciencia y el sentimiento de responsabilidad. Estos mecanismos influyen en la toma decisiones y en el comportamiento general, y, a menudo, los determinan. Las exigencias de la moral contienen una toma de conciencia sobre qué es la sociedad -una conciencia que ha sido absorbida e integrada a nivel emocional. De la misma manera que todos los medios de apropiación y transformación de la realidad, la moral tiene un carácter colectivo. A través de la imaginación, la intuición, y la evaluación, permite que el sujeto entre en el mundo mental y emotivo de otros seres humanos. Es, por lo tanto, fuente de la solidaridad humana, y medio de enriquecimiento y desarrollo espiritual mutuo. No puede desarrollarse sin la interacción social, sin transmisión de lo adquirido y de la experiencia entre los miembros de la sociedad, entre la sociedad y el individuo, y de una generación a otra.
Algo característico de la moral es que se apropia de la realidad mediante la escala de medición de lo que debería ser. Su enfoque es teleológico y no causal. La colisión entre lo que lo es, y lo que debe ser, es característica de la actividad moral, haciéndolo un factor activo y vital.
El marxismo nunca ha negado la necesidad o la importancia de la contribución de los factores no teóricos y no científicos en el progreso de la especie humana. Al contrario, siempre ha comprendido su carácter indispensable, e incluso su relativa independencia. Por eso ha sido capaz de examinar la interconexión entre ellos en la historia, y reconocer su esencia complementaria.
En las sociedades primitivas, pero también en la sociedad de clases, la moral se desarrolla de una manera espontánea. Mucho antes del desarrollo de la capacidad de codificar valores morales, o reflexionar sobre ellos, existieron los modos del comportamiento y su evaluación. En cada sociedad, cada clase o grupo social (incluso cada profesión, como Engels apuntó) y cada individuo posee su propio código de comportamiento moral. Como Hegel hizo notar, una serie de actos de un sujeto es el sujeto mismo. La moral es mucho más que la suma de reglas y costumbres de conducta. Es una parte esencial de la coloración que toman de las relaciones humanas en una sociedad determinada.
Es reflejo y a la vez factor activo de cómo se percibe el hombre a sí mismo, y de cómo logra comprender a los demás, penetrar en el universo mental del otro. La moral se basa en la empatía que está inscrita en el campo emocional propio de la especie humana. Es precisamente por eso por lo que Marx afirmaba: “Nada de lo que es humano me es ajeno”.
Las evaluaciones morales son necesarias no sólo en respuesta a los problemas cotidianos sino también como parte de una actividad planificada y conscientemente dirigida hacia un objetivo. No sólo controlan o guían decisiones singulares, sino la orientación de toda una vida o toda una época histórica.
Aunque lo intuitivo, lo instintivo y el inconsciente son los aspectos esenciales del mundo moral, con el progreso de humanidad el papel de la conciencia también se va haciendo más importante en esa esfera. Las cuestiones morales afectan muy profundamente la existencia humana. Una orientación moral es el producto de las necesidades sociales, pero también de la manera del pensar de una sociedad o grupo en particular. Exige una evaluación del valor de la vida humana, la relación del individuo con la sociedad, una definición de nuestro propio lugar en el mundo, de nuestras responsabilidades hacia el conjunto de la comunidad. Pero aquí, la evaluación ocurre, no tanto de una manera contemplativa, sino en la forma de comportamientos sociales. La orientación ética aporta su contribución específica –práctica, evaluadora, imperativa– para darle un sentido a la vida humana.
Aunque el desarrollo del universo sea un proceso que existe más allá e independientemente de cualquier meta o “significado” objetivo, la humanidad es, sin embargo, esa parte de la naturaleza que se propone objetivos y lucha por su realización.
En el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels demuestra que la moral hunde sus raíces en las relaciones sociales, económicas y en los intereses de clase. Pero también muestra su papel regulador, no sólo en la reproducción de las estructuras sociales existentes sino también en el surgimiento de las nuevas relaciones sociales. La moral o puede dificultar o puede acelerar el progreso histórico. La moral refleja frecuentemente, antes que filosofía o la ciencia, los cambios ocultos bajo la superficie de la sociedad.
El carácter de clase de una moral en particular no debe impedirnos ver el hecho de que cada sistema moral contiene elementos humanos generales, que contribuyen a la preservación de la sociedad en una etapa particular de su desarrollo. Como Engels apunta en Anti-Dühring, la moral proletaria contiene muchos más elementos de valor humano general, porque representa el futuro contra la moral de la burguesía. Engels insiste, con razón, en la existencia del progreso moral en la historia. A través de los esfuerzos, de generación a generación, por dominar mejor la existencia humana, y a través de las luchas de las clases, el acopio de experiencia moral de la sociedad se ha ido incrementando. Aunque el desarrollo ético del hombre es todo menos lineal, el progreso en esta esfera puede ser medido en la necesidad y la posibilidad de solucionar problemas humanos cada vez más complejos. Esto revela el potencial de enriquecimiento del mundo interior y social de la persona, que es, como Trotski señaló, uno de los criterios más importantes del progreso.
Otra característica fundamental de la esfera moral es que a la vez que expresa las necesidades de la sociedad como un todo, su existencia es inseparable de la vida personal, íntima del individuo, del mundo interior de su conciencia y su personalidad. Cualquier enfoque que subestime el factor subjetivo, se queda necesariamente en lo abstracto y pasivo. Es la identificación íntima y profunda del ser humano con valores morales, lo que, entre otras cosas, lo distingue del animal y lo que le da la fuerza de transformar la sociedad. Aquí, lo que llega a ser socialmente necesario, se vuelve voz interior de la conciencia, que permite vincular las emociones humanas con la dinámica del progreso social. La maduración moral del ser humano lo arma contra los prejuicios y el fanatismo, incrementando sus posibilidades de reaccionar consciente y creativamente ante los conflictos morales.
Es también necesario subrayar que, aunque la moral encuentra una base biológica en los instintos sociales, su evolución es inseparable de la participación en la cultura humana. El alejamiento de la especie humana del reino animal no depende únicamente del desarrollo del pensamiento, sino también de la educación y la mejora progresiva de lo emocional. Tolstoi tenía razón cuando subrayaba el papel del arte, en el sentido más amplio, al lado de la ciencia, en el progreso humano.
“Así como merced a nuestra facultad de expresar los pensamientos por palabras, cada hombre puede saber lo que ocurrió antes a la humanidad en el dominio del pensamiento…, así también, merced a nuestra facultad de poder trasmitir nuestros sentimientos a los demás por medio del arte, todos los sentimientos experimentados junto a nosotros pueden sernos asequibles, así como los sentimientos experimentados cien años antes de nosotros. Si no tuviéramos la capacidad de conocer los pensamientos concebidos por los hombres que nos precedieron y de trasmitir a otros nuestros propios pensamientos, seríamos como animales salvajes o como Gaspar Hauser, el huérfano de Nuremberg, que, criado en la soledad, tenía a los diez y seis años la inteligencia de un niño. Si no tuviéramos la capacidad de conmovernos con los sentimientos ajenos por medio del arte, seríamos casi más salvajes aún, estaríamos separados uno de otro, nos mostraríamos hostiles a nuestros semejantes.” ([6])
La ética es la comprensión teórica de la moral, con el objetivo de comprender mejor su papel, y de mejorar y sistematizar su contenido y su campo de acción. Aunque es una disciplina teórica, su objetivo siempre ha sido práctico. Una ética que no contribuye a mejorar el comportamiento en la vida real, es, por definición, inútil. La ética apareció y se ha desarrollado como una especie de ciencia filosófica, no solamente por razones históricas, sino porque la moral no es un objeto preciso, sino una relación que abarca toda la vida humana y la conciencia. Desde la filosofía griega clásica hasta Spinoza y Kant, la ética siempre fue considerada como un reto esencial que las mentes más preclaras de la humanidad han encarado.
A pesar de la multitud de enfoques y respuestas diferentes, un objetivo común que caracteriza la ética, sobre todo desde Sócrates, es responder a la pregunta: ¿cómo lograr construir la felicidad universal para la especie humana como un todo? La ética ha sido siempre un arma de lucha, en particular de la lucha de clases. La confrontación con la enfermedad y la muerte, con los conflictos de intereses, o con el sufrimiento moral, ha sido a menudo un poderoso estímulo para el estudio de la ética. Pero mientras que la moral, por rudimentarias que sean sus manifestaciones, es una condición antiquísima de la sociedad humana (ya existente en las primeras sociedades primitivas), la ética es un fenómeno mucho más reciente, surgida con la sociedad dividida en clases. La necesidad de orientar conscientemente la conducta y la vida de cada cual es el producto del carácter cada vez más complicada de la vida social. En la sociedad primitiva, la solidaridad entre sus miembros y el sentido de su actividad estaban directamente impuestos por la mayor de las penurias. La libertad de elección individual no existía todavía. Fue en el contexto de la contradicción creciente entre vida pública y vida privada, entre necesidades individuales y necesidades de la sociedad, cuando empezó a surgir una reflexión teórica sobre el comportamiento y sus principios. Esta reflexión es inseparable de la aparición de una actitud crítica hacia la sociedad, y la voluntad de cambiarla de una manera consciente y reflexiva. Por lo tanto, si la ruptura de la sociedad primitiva en clases es la condición previa para tal actitud, su surgimiento –como el de la filosofía en general– es estimulado en particular por el desarrollo de la producción de mercancías, como así fue en la Grecia antigua. No sólo la aparición sino también la evolución de la ética depende esencialmente del progreso material, en particular de la base económica de la sociedad.
Con la sociedad de clases, las exigencias morales y las costumbres cambian necesariamente, ya que cada formación social hace surgir una moral que corresponde a sus necesidades. Cuando las morales establecidas por las clases dominantes entran en contradicción con el desarrollo histórico, se convierten en fuente del peor de los sufrimientos, incrementándose el recurso a la violencia física y psíquica para imponerse, acabando en desorientación general, hipocresía latente, pero también en autoflagelación. Tales fases de declive de las sociedades plantean un reto muy especial a la ética, y ésta va a procurar formular los nuevos principios que solamente en una fase posterior las masas harán suyos y servirán de orientación.
Pero el desarrollo de la ética dista mucho de ser un reflejo pasivo y mecánico de las bases económicas de la sociedad. Posee una dinámica interna propia, como ya lo ilustró la evolución del primer materialismo, el de los materialistas griegos, cuyas contribuciones a la ética pertenecen todavía a la inestimable herencia teórica de la humanidad. Esta dinámica interna de la ética aparece en la continuada preocupación central: la aspiración a la felicidad para el conjunto de la humanidad. Ya Heráclito había planteado lo central de la ética: la relación entre individuo y sociedad, entre lo que las personas individuales realmente hacen y lo que deben hacer en el interés general. Pero esta filosofía “natural” era incapaz de dar una explicación materialista de los orígenes de la moral, y en particular de la conciencia. Además, su énfasis unilateral sobre la causalidad, en perjuicio del aspecto “teleológico” de la existencia humana (la actividad pensada hacia un objetivo consciente), le impidió dar respuestas satisfactorias a algunos de los problemas más profundos de la ética entre los más importantes para el porvenir de la especie humana (tales como la relación del hombre con su propia finitud, su propia muerte y la de sus semejantes, en particular ante la guerra y demás conflictos mortíferos).
Por eso fue por lo que no sólo la evolución social objetiva sino también la falta de soluciones a los problemas morales planteados, prepararon el terreno para el idealismo filosófico. Este apareció al mismo tiempo que una nueva creencia religiosa, el monoteísmo, basado en la credo de un único Dios, salvador de la humanidad y único capaz de abrir las puertas a la felicidad universal en el paraíso celestial. La aparición de la moral idealista ya no se basaba en la explicación de la naturaleza, sino en la exploración de la vida espiritual. Ese enfoque no consiguió liberarse totalmente del pensamiento animista y mágico de las sociedades primitivas y culminó en la visión según la cual la esencia humana estaría escindida en dos partes, una espiritual (moral) y la otra material (corporal). El hombre sería en cierto sentido mitad ángel y mitad animal.
Hasta el materialismo revolucionario de la burguesía ascendente de Europa occidental, no pudo ponerse en entredicho el idealismo ético. El nuevo materialismo afirma entonces que los impulsos naturales del hombre contenían el germen de todo lo que es bueno, haciendo responsables del mal al viejo orden social. Las armas teóricas de la revolución burguesa tuvieron sus raíces en esa escuela del pensamiento, pero también el socialismo utópico encontró sus armas teóricas en esa escuela (Fourier en el materialismo francés, Owen y el sistema “utilitarista” de Bentham).
Pero este materialismo de la burguesía era incapaz de explicar el origen de la moral. Las morales no pueden explicarse “naturalmente”, porque la naturaleza humana ya incluye la moral. Esa teoría revolucionaria tampoco podía explicar su propio origen. Si el hombre, al nacer, solo es una página en blanco, una tabla rasa, tal como lo afirma ese materialismo burgués, y si está únicamente determinado por su inclusión en el orden social existente, ¿de dónde vienen las ideas revolucionarias, y cuál es el origen de la indignación moral, precondiciones indispensables para una sociedad nueva y mejor? El hecho de que el materialismo burgués combatiera el pesimismo del idealismo (que niega la posibilidad del progreso moral en el mundo real del hombre), fue su gran contribución. Pero a pesar de su aparentemente ilimitado optimismo, ese materialismo demasiado mecánico y metafísico dio unas bases muy poco sólidas para construir una confianza verdadera en la humanidad. En definitiva, en la visión del mundo que se concretó en la filosofía de las Luces, era el hombre “ilustrado” el que debía aparecer como única fuente de la perfección ética de la especie humana.
El hecho de que el materialismo burgués no lograra explicar los orígenes de la moral contribuyó a que Kant acabara cayendo en el idealismo moral cuando quiso explicar el fenómeno de la buena conciencia. Al declarar que la “ley moral dentro de nosotros” es algo “en sí mismo”, existente a priori, fuera del tiempo y el espacio, Kant declaraba que no podemos conocer realmente los orígenes de la moral.
Y efectivamente, a pesar de todas esas contribuciones inestimables que se han ido sucediendo en la historia de la humanidad, formando, por así decirlo, piezas sueltas de un puzzle todavía por resolver, solo el proletariado será capaz, gracias a la teoría marxista, de dar una respuesta satisfactoria y coherente a ese interrogante sobre los orígenes de la moral.
Para el marxismo, el origen de la moral está ligado a la naturaleza social y colectiva de la especie humana. La moral es el producto, no solamente de unos instintos sociales profundos, sino de la dependencia de la especie del trabajo colectivo, asociado y planificado y del aparato productivo cada día más complejo que dicho trabajo exige. La base, el corazón de la moral es la conciencia de la necesidad de la solidaridad en respuesta a la fragilidad biológica del ser humano. Esta solidaridad (que los descubrimientos científicos recientes, en especial en antropología y paleontología han puesto más todavía en evidencia) es el denominador común de todo lo positivo y duradero que se ha producido en el transcurso de la historia de la moral. Como tal, la solidaridad es a la vez la escala del progreso moral y la expresión de la continuidad de esa historia, a pesar de todas las rupturas y retrocesos.
Esta historia se caracteriza por la conciencia de que las oportunidades de supervivencia son tanto más grandes cuanto más unificada esté la sociedad (o la clase social), cuanto más estable sea su cohesión y mayor sea la armonía entre sus partes. Pero el desarrollo de la moral no sólo es una cuestión de supervivencia para la especie. Condiciona la aparición de formas cada vez más acabadas y complejas de las colectividades humanas, condición previa, a su vez, del desarrollo de las potencialidades de la sociedad y de sus miembros. Solo mediante la relación con los demás el ser humano puede descubrir su propia humanidad. La búsqueda práctica del interés colectivo es el medio de la elevación moral de los miembros de la sociedad. La vida más fértil es la que más aferrada está en la sociedad.
La razón por la que solamente el proletariado puede responder a la cuestión del origen y la esencia de la moral, estriba en la perspectiva de una comunidad mundial unificada, una sociedad comunista, clave para comprender la historia de la moral. El proletariado es la primera clase en historia que tiene intereses particulares que defender y que está unificada gracias a una verdadera socialización de la producción, base material de un nivel cualitativamente superior de la solidaridad humana.
La ética materialista del marxismo, gracias a su capacidad para integrar los descubrimientos científicos (en especial los de Darwin, a quien Marx dedicó el Capital) permite, pues, comprender que el hombre, como producto de la evolución que es, no es una tabla rasa al nacer, sino que trae consigo “al mundo” una serie de necesidades sociales procedentes de sus orígenes animales (la necesidad de ternura y de afecto, por ejemplo, sin los cuales el recién nacido no podría desarrollarse, y ni siquiera sobrevivir).
Pero el progreso de la ciencia ha revelado que el hombre es también un luchador nato. Eso le permitió salir a la conquista del mundo, dominar las fuerzas de la naturaleza, transformándola al ir desarrollando su vida social por el planeta entero. La historia muestra así que el hombre no suele resignarse ante las dificultades. La lucha de la humanidad se basa necesariamente en una serie de instintos que heredó del reino animal: la autoconservación, la reproducción sexual, los instintos de protección de sus crías, etc. En el marco de la sociedad, esos instintos de preservación de la especie no pudieron desarrollarse sino compartiendo las emociones con sus semejantes. Aunque esas cualidades son el producto de la socialización, también es cierto que son esas cualidades las que, a su vez, hacen posible la vida en sociedad. La historia de la humanidad también ha mostrado que el hombre puede y debe movilizar un potencial de agresividad sin el cual no habría podido defenderse en un entorno hostil.
Pero las bases de la combatividad de la especie humana son mucho más profundas y están, por encima de todo, vinculadas a la cultura. La humanidad es la única parte de la naturaleza que, mediante el proceso del trabajo, se transforma constantemente a sí misma. Eso significa que a lo largo del proceso de humanización, de transformación del “mono en hombre”, la conciencia se convirtió en principal instrumento de la lucha de la humanidad por sobrevivir. Cada vez que el hombre ha alcanzado un objetivo, modifica su entorno y se da nuevos objetivos más elevados. Lo cual, a su vez, ha necesitado un nuevo desarrollo de su naturaleza de ser social.
El método científico del marxismo desveló los orígenes biológicos “naturales” de la moral y del progreso social. Al haber descubierto las leyes de la marcha de la historia humana y haber superado el enfoque metafísico, el marxismo ha resuelto problemas a los que el antiguo materialismo burgués era incapaz de contestar. Y al hacerlo demostró la relatividad, pero también la validez relativa, de los diferentes sistemas morales de la historia. Reveló su dependencia del desarrollo de las fuerzas productivas y, a partir de un período histórico determinado, de la lucha de clases. Y a partir de ahí puso las bases teóricas para la superación de lo que ha sido una de las peores calamidades de la humanidad hasta nuestros días: la tiranía fanática, dogmática de todo sistema moral.
Al haber demostrado que la historia tiene un sentido y forma un todo coherente, el marxismo ha superado la falsa alternativa entre el pesimismo moral del idealismo y el optimismo obtuso del materialismo burgués. Al haber demostrado la existencia de un progreso moral en la historia de la humanidad, ha ampliado las bases de la confianza del proletariado en el futuro.
A pesar de la noble sencillez de los principios comunitarios de la sociedad primitiva, sus virtudes estaban vinculadas a la realización ciega de ritos y supersticiones que no podían discutirse y que nunca fueron el resultado de una opción consciente. Solo con la aparición de una sociedad de clases (en Europa, en el apogeo de la sociedad esclavista) los seres humanos pudieron adquirir un valor moral independiente de los vínculos de sangre. Esta adquisición fue el producto de la cultura, de la rebelión de los esclavos y de otras capas oprimidas. Es importante observar que las luchas de las clases explotadas, por mucho que éstas no tuvieran perspectiva revolucionaria alguna, enriquecieron el patrimonio moral de la humanidad, mediante el cultivo de la mentalidad de rebelión y de indignación, de la conquista del respeto por el trabajo humano, de defensa de la dignidad de cada ser humano. La riqueza moral de la sociedad nunca es el simple resultado del conjunto de lo económico, lo social y lo cultural del momento. Es el producto de una acumulación histórica. Del mismo modo que la experiencia y el sufrimiento de una vida larga y difícil ayudan a hacer madurar a quienes no han salido quebrantados por ella, el infierno de la sociedad de clases contribuye al desarrollo de la nobleza moral de la humanidad, a condición de que esa sociedad pueda ser derribada.
Hay que añadir que el materialismo histórico disolvió la antigua oposición, que frenaba los progresos de la ética, entre instinto y conciencia, entre causas y objetivos. Las leyes objetivas del desarrollo histórico son también manifestaciones de la actividad humana. Si aparecen como algo exterior es porque los objetivos que se fijan los hombres dependen de las circunstancias que el pasado ha legado al presente. Considerada de manera dinámica, en el movimiento del pasado hacia el futuro, la humanidad es a la vez el resultado y la causa del cambio. Así, la moral y la ética son a la vez producto y factores activos de la historia.
Al haber descubierto la verdadera naturaleza de la moral, el marxismo ha sido capaz, por ello mismo, de influir en su devenir, preparándola como un arma de lucha de clase del proletariado.
La moral proletaria se desarrolla combatiendo los valores dominantes, sin quedarse al margen de ellos. El núcleo de la moral de la sociedad burguesa está contenido en la generalización de la producción de mercancías. Esto determina su carácter esencialmente democrático, que ha desempeñado un papel valiosamente progresista en la disolución de la sociedad feudal, pero que, con el declive del sistema capitalista, ha ido descubriendo cada día más su aspecto irracional.
El capitalismo ha sometido al conjunto de la sociedad, incluida la propia fuerza de trabajo, a la cuantificación del valor de cambio. El valor del ser humano y de su actividad productora ya no está en su calidad humana concreta ni en su contribución particular a la colectividad. Ya solo se mide de manera cuantitativa en comparación con los demás y en relación con una media abstracta que se impone a la sociedad como una fuerza independiente y ciega. Al introducir la competencia entre las personas, al obligarlas a compararse constantemente unas con otras, el capitalismo socava la solidaridad humana en la que se basa la sociedad. Al hacer abstracción de las cualidades reales de los seres humanos, incluidas sus cualidades morales, socava las bases mismas de la moral. Al sustituir la pregunta: “¿Qué contribución puedo yo aportar a la comunidad?” por “¿Cuál es mi propio valor en el seno de la comunidad?” (riqueza, poder, prestigio), pone en entredicho la posibilidad misma de que exista la comunidad humana.
La tendencia de la sociedad burguesa es socavar las adquisiciones morales de la humanidad que se han ido acumulando a lo largo de miles de años, desde la simple tradición de la hospitalidad y de respeto a los demás en la vida cotidiana hasta el reflejo elemental de dar asistencia a quienes lo necesitan.
Con la entrada del capitalismo en su fase terminal, la de la descomposición, esa tendencia inherente al capitalismo acaba imponiéndose. Lo irracional de esa tendencia, incompatible a largo plazo con la preservación de la sociedad, se revela en la necesidad para la propia burguesía, en interés de su sistema, de recurrir a investigadores que busquen y desarrollen estrategias contra, por ejemplo, el acoso moral, a pedagogos encargados de enseñar a los escolares cómo gestionar los conflictos. E igualmente, la cualidad cada vez más escasa de ser capaz de trabajar en equipo, es considerada como la cualificación más buscada en los contratos de muchas empresas hoy.
Lo propio del capitalismo, es la explotación basada en la “libertad” y la “igualdad” jurídica de los explotados. De ahí el carácter básicamente hipócrita de la moral burguesa. Además, esa peculiaridad modifica el papel que la violencia desempeña en el seno de la sociedad.
Contrariamente a lo que proclaman quienes hacen la apología del capitalismo, este sistema no sólo utiliza tanto como los demás modos de producción la fuerza bruta, sino mucho más todavía. Sin embargo, como el proceso de explotación mismo se basa ahora en las relaciones económicas y no en la coacción física, el capitalismo ha realizado un salto cualitativo en el uso de la fuerza indirecta, moral, psíquica. La calumnia, la destrucción de la personalidad, la búsqueda de chivos expiatorios, el aislamiento social, la aniquilación sistemática de la dignidad humana y de la confianza en sí, todo eso se ha hecho instrumento cotidiano de control social. Peor todavía, esa violencia se ha hecho la manifestación de la libertad democrática, el ideal moral de la sociedad burguesa. Cuanto más recurre la burguesía a esa violencia indirecta y a la dominación de su moral contra el proletariado, tanto más refuerza su dictadura.
La lucha proletaria por el comunismo es, con mucho, hasta ahora, la cumbre de la moral de la humanidad. Eso significa que la clase obrera ha heredado el cúmulo de los frutos de la civilización, los ha desarrollado a un nivel cualitativamente superior, salvándolos así de la liquidación por la descomposición capitalista. Uno de los objetivos principales de la revolución comunista es la victoria de los instintos sociales sobre las pulsiones antisociales. Como lo explicaba Engels en Anti-Dühring, una moral realmente humana, más allá de las contradicciones de clase, solo será posible en una sociedad en la que esas mismas contradicciones, pero también el recuerdo de ellas, hayan desaparecido en la práctica de la vida cotidiana.
El proletariado integra en su movimiento antiguas reglas de la comunidad así como también las expresiones más recientes y complejas de la cultura moral. Se trata tanto de reglas elementales como la prohibición del robo o del asesinato, que no solo son reglas de oro de la solidaridad y la mutua confianza para el movimiento obrero, sino una barrera contra una influencia moral que le es ajena, la de la burguesía y del lumpemproletariado.
El movimiento obrero se nutre también del desarrollo de la vida social, de la preocupación por la vida de los demás, de la protección de los niños, de los ancianos, de los más débiles que se encuentran en la indigencia. Aunque el amor de la humanidad no sea una prerrogativa del proletariado, como afirmaba Lenin, su apropiación por la clase obrera comporta necesariamente un elemento crítico con el que superar la inexperiencia, la mentalidad obtusa y el provincialismo de las capas y clases explotadas no proletarias.
El surgimiento de la clase obrera como portadora de progreso moral es una ilustración perfecta de la naturaleza dialéctica del desarrollo social. Al haber separado radicalmente a los productores de los medios de producción y haberlos sometido completamente a las leyes del mercado, el capitalismo creó por primera vez a una clase social desposeída de su propia humanidad. La génesis de la clase obrera moderna es pues la historia de la disolución de la antigua comunidad social y de sus adquisiciones. Esa dislocación de la comunidad humana originaria originó el desarraigo, el vagabundeo y la criminalización de millones de hombres, mujeres y niños. Expulsados fuera de la esfera de la sociedad, estaban condenados a un proceso sin precedentes de embrutecimiento y degradación moral. En los albores del capitalismo, los barrios obreros en las regiones industrializadas eran campo abonado para la ignorancia, el crimen, la prostitución, el alcoholismo, la indiferencia y la desesperanza.
En su estudio sobre la clase obrera en Inglaterra, Engels ya se dio cuenta de que los proletarios con conciencia de clase eran el sector de la sociedad más noble, más humano y el más susceptible de ser respetado. Más tarde, al hacer el balance de la Comuna de París, Marx puso de relieve el heroísmo, el espíritu de sacrificio y la pasión por aquella tarea de gigantes del París luchador, trabajador, pensante, en el lado opuesto al París parásito, escéptico y egoísta de la burguesía.
Esa transformación del proletariado, de la pérdida a la conquista de su propia humanidad, es la expresión de su naturaleza específica de clase a la vez explotada y revolucionaria. El capitalismo hizo nacer la primera clase de la historia que sólo mediante el desarrollo de la solidaridad puede afirmar su humanidad y expresar su identidad y sus intereses de clase. Como nunca antes, la solidaridad se convirtió en el arma de la lucha de clases y el medio específico con el que la apropiación, la defensa y el mayor desarrollo de la cultura humana serán posibles. Como lo declaró Marx en 1872;
“¡Ciudadanos! Recordemos el principio fundamental de la Internacional: la solidaridad. Solo cuando hayamos afianzado ese principio vital en bases seguras entre los trabajadores de todos los países, seremos capaces de realizar el objetivo final que nos hemos fijado. La transformación debe basarse en la solidaridad, eso es lo que nos enseña la Comuna de Paris.” ([7])
La solidaridad en el proletariado es el producto de la lucha de clases. Sin el combate permanente entre los propietarios de fábricas y los trabajadores, Marx nos dice que:
“la clase obrera de Gran Bretaña y de Europa entera sería una masa humilde, oprimida, débil de carácter, agotada y cuya emancipación gracias a su propia fuerza sería totalmente imposible como lo fue la de los esclavos de la antigua Grecia y Roma” ([8]).
Y Marx añade:
“para apreciar en su justo valor las huelgas y las coaliciones, no podemos permitirnos la decepción a causa de la apariencia insignificante de los resultados económicos, sino, por encima de todo, guardar en el ánimo las consecuencias morales y políticas”.
Esta solidaridad va emparejada con la indignación moral de los trabajadores ante la degradación de sus condiciones de vida. Esta indignación es una condición previa, no solo de su combate y de la defensa de su dignidad, sino también de la eclosión de su conciencia. Tras haber definido el trabajo en la fábrica como un medio de embrutecimiento del obrero, Engels concluye diciendo que si “los obreros no solamente han salvado su inteligencia, sino que además la han desarrollado y agudizado más que los demás” ([9]) ha sido gracias a la indignación ante su destino y ante la inmoralidad y la codicia de la burguesía.
La liberación del proletariado de la armadura paternalista del feudalismo le permitió desarrollar la dimensión global, política de esos “resultados morales” y, por lo tanto, tomarse a pecho su responsabilidad hacia la sociedad entera. En el libro sobre la clase obrera en Inglaterra, Engels recuerda cómo, en Francia la política y la economía en Gran Bretaña, liberaron a los trabajadores de su “apatía respecto a los intereses generales de la humanidad”, una apatía que hacía de ellos unos “muertos espirituales”.
Para la clase obrera, su solidaridad no es un instrumento entre otros más que usar cuando la necesidad lo exige. Es la esencia misma de la lucha y de la existencia cotidiana de la clase obrera. Y por eso, la organización y la centralización de sus combates son la expresión de esa solidaridad.
La elevación moral del movimiento obrero es algo inseparable de sus objetivos históricos. En sus estudios sobre los socialistas utópicos, Marx reconoció la influencia ética de las ideas comunistas con las cuales “se forja nuestra conciencia”. En su libro el Socialismo y las iglesias”, Rosa Luxemburg recordaba igualmente que las tasas de criminalidad habían bajado en los barrios industriales de Varsovia a partir del momento en que los obreros se hicieron socialistas.
La expresión más elevada, y con mucho, de la solidaridad humana, del progreso ético de la sociedad hasta nuestros días es el internacionalismo proletario. Este principio es el medio indispensable de la liberación de la clase obrera, el que pone las bases de la futura comunidad humana. El carácter medular de ese principio y el que la clase obrera sea la única en poder defenderlo, subraya toda la importancia de la autonomía moral del proletariado respecto a las demás clases y capas de la sociedad. Es indispensable para los obreros conscientes liberarse a sí mismos de la manera de pensar y de los sentimientos de la población en general, para poder así oponer su propia moral a la de la clase dominante.
La solidaridad no es únicamente un medio indispensable para realizar el objetivo comunista, sino que es la propia esencia de ese objetivo.
Las revoluciones siempre engendraron una renovación moral de la sociedad. Y no pueden surgir y salir victoriosas si ya antes las masas no se han apropiado de los nuevos valores y de las nuevas ideas que estimulen su espíritu combativo, su ánimo y su determinación. La superioridad de los valores morales del proletariado es uno de los medios principales para que pueda arrastrar tras él a las demás capas no explotadoras. Aunque es imposible desarrollar completamente una moral comunista en el interior de la sociedad de clases, los principios de la clase obrera establecidos por el marxismo ya anuncian el futuro y sirven para ir despejándole el camino. A través del propio combate, la clase obrera ajusta cada vez más su comportamiento y sus valores a sus propias necesidades y objetivos, adquiriendo así una nueva dignidad humana.
El proletariado no necesita ilusiones morales y no soporta la hipocresía. Su interés es limpiar la moral de todas las quimeras y los prejuicios. Al ser la primera clase en la sociedad con una comprensión científica de ésta, el proletariado es el único que puede plantear la otra preocupación de la moral, que es la verdad de las cosas. No es casualidad si el diario del partido bolchevique se llamó precisamente Pravda (“la Verdad”).
Como con la solidaridad, esa honradez cobra un sentido nuevo y más profundo. Frente al capitalismo, el cual no puede existir sin mentiras y engaños, que disfraza la realidad social haciendo que las relaciones entre las personas aparezcan como relaciones entre objetos, el objetivo del proletariado hace aparecer la verdad como el medio indispensable de su propia liberación. Por eso el marxismo nunca ha intentado minimizar la importancia de los obstáculos en el camino de la victoria, ni se ha negado a reconocer las derrotas. La prueba más dura de la honradez es la verdad para consigo mismo. Y lo que es válido para las clases lo es también para los individuos. Claro está que esa búsqueda por comprender su propia realidad puede ser dolorosa y no debe comprenderse como algo absoluto, pero la ideología y la automistificación están en contradicción completa con los intereses de la clase obrera.
De hecho, al poner la búsqueda de la verdad en el centro de sus preocupaciones, el marxismo es el heredero de lo mejor que ha producido la humanidad en ética científica. Para el proletariado, la lucha por la claridad es el valor más importante. La actitud que consiste en evitar y sabotear los debates, la clarificación, es un insulto a ese valor, pues esos métodos dejan las puertas abiertas a la penetración de ideologías y comportamientos ajenos al proletariado.
Por otra parte, el combate por el comunismo plantea al proletariado nuevos problemas que lo sitúan ante unas nuevas dimensiones de la acción ética. Por ejemplo, la lucha por al toma del poder plantea directamente el problema de las relaciones entre los intereses del proletariado y los de la humanidad en su conjunto, intereses que, en esta etapa de la historia, se corresponden mutuamente, pero no por ello son idénticos. Ante la alternativa socialismo o barbarie, la clase obrera debe asumir conscientemente sus responsabilidades hacia la humanidad como un todo. En septiembre-octubre de 1917, cuando las condiciones de la insurrección estaban maduras y ante el peligro de que fracasara la extensión de la revolución y eso acabara en terribles sufrimientos para el proletariado mundial, Lenin defendió que había que “arriesgarse”, pues lo que estaba en juego era la civilización misma. Y de igual modo, la política de transformación económica tras la toma del poder pondrá a la clase obrera ante la necesidad de desarrollar de manera consciente unas relaciones nuevas entre los hombres y el resto de la naturaleza, pues esas relaciones no podrán seguir siendo las de un “vencedor en tierra conquistada” (Engels, Anti-Dühring)
CCI
[1]) Para tener un idea de los comportamientos de los elementos de la Ficci, véase particularmente los artículos “Amenazas de muerte contra militantes de la CCI”, “Las reuniones publicas de la CCI prohibida a los chivatos”, “Los métodos policíacos de la FICCI” (en francés en Révolution internationale nos 354, 338 y 330), así como los de la Revista internacional nº 110: “Conferencia extraordinaria de la CCI: la lucha por la defensa de los principios organizativos”, y 122: “16º Congreso de la CCI: prepararse para los combates de clase y el surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias”.
[2]) Esta visión se desarrolla particularmente en el texto “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, Revista internacional no 109).
[3]) Josef Dietzgen, The Religion of Social Democracy – Sermons, 1870, capítulo V.
[4]) Pannekoek. Antropogénesis: un estudio del origen de hombre, 1953.
[5]) Lenin, el Estado y la Revolución, 1917.
[6]) Tolstoi: ¿Qué es Arte? (1897). En una contribución en Neue Zeit, sobre este ensayo, Rosa Luxemburg declaró que, al formular tales opiniones, Tolstoi era mucho más socialista y materialista histórico que la mayor parte de lo que se había publicado en la prensa del partido.
[7]) Marx : “Discurso” en el Congreso de la Haya de la Asociación internacional de los trabajadores, 1872.
[8]) Marx: “La política rusa hacia Inglaterra”, el Movimiento obrero en Inglaterra, 1853.
[9]) Engels, la Situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845. Capítulo: “Las diferentes ramas industriales. Los obreros fabriles propiamente dichos”.
Después de haber publicado un resumen de los dos primeros volúmenes de esta serie, retomamos ahora el hilo cronológico. En el volumen IIº abordamos ya la etapa de la contrarrevolución y, especialmente, los esfuerzos realizados por los revolucionarios para tratar de comprender la naturaleza de clase en la Rusia de los años 1920 y 1930. Ya hemos defendido (ver “El enigma ruso y la Izquierda comunista italiana” en la Revista internacional nº 106, así como nuestro libro la Izquierda comunista de Italia) por qué fue la Fracción italiana de la Izquierda comunista, agrupada en torno a la publicación Bilan (Balance), quien mejor entendió las tareas que debía cumplir la minoría revolucionaria en un período de derrota del proletariado; y quien, por ello, desarrolló el método más fructífero para poder comprender las razones del fracaso de la revolución. En este artículo nos concentraremos en analizar cómo, en el período de la más negra contrarrevolución, los revolucionarios se plantearon estudiar los problemas del período de transición del capitalismo al comunismo. Y para ello debemos partir, una vez más, del trabajo de la Fracción italiana.
Bilan empezó a publicarse en 1933, año en el que la Izquierda italiana en el exilio vio la constatación del triunfo de la contrarrevolución y la apertura de un curso hacia una Segunda Guerra imperialista mundial. En efecto, Hitler alcanzó ese mismo año el poder en Alemania con la complicidad del Estado democrático, y mientras la Internacional Comunista evidenciaba una total incapacidad para defender los intereses de clase del proletariado. El año 1934 volvió a confirmar el diagnóstico de Bilan sobre el momento histórico: el aplastamiento del proletariado de Viena, la adhesión del PC francés a la política de rearme de Francia, y la aceptación de la URSS por parte de la Sociedad de Naciones, aquella “cueva de ladrones” como la había bautizado Lenin.
En aquel siniestro ambiente Bilan empezó a dedicarse a lo que consideró una de sus principales tareas en tales circunstancias: comprender cómo, en menos de dos décadas, el Estado soviético había pasado de ser instrumento de la revolución mundial a bastión central de la contrarrevolución. Al mismo tiempo Bilan lanzaba en el movimiento obrero el debate sobre las lecciones de aquella experiencia para que pudieran ser aprovechadas en la futura revolución. La Fracción italiana abordó esa tarea con el método que siempre caracterizó su trabajo teórico, basado en una gran prudencia y el mayor rigor. Las principales cuestiones abordadas se recogieron en una serie de artículos escritos por Vercesi ([1]) bajo el título de Partido-Estado-Internacional (PEI). Esta serie, compuesta por una docena de artículos publicados a lo largo de tres años, no tenía por vocación analizar los hechos inmediatos para tratar de darles una respuesta rápida, sino situar las diferentes cuestiones en el contexto histórico más amplio posible, e integrar en los análisis las contribuciones más importantes y más clarificadoras del movimiento obrero del pasado. Así, por ejemplo, los primeros artículos se dedicaron a examinar la doctrina marxista clásica sobre la naturaleza de las clases sociales y sus instrumentos políticos, la emergencia del Estado en etapas anteriores de la historia de la humanidad; y la relación entre la Internacional y los partidos que la componían. Igualmente para poder comprender la evolución del Estado soviético, la serie emprendió un estudio de las características del Estado democrático y del Estado fascista.
Otro aspecto característico del método con que Bilan encaró la clarificación de estos problemas, fue su insistencia en la necesidad de que estos se debatieran en el movimiento obrero. Bilan no aspiraba a dar respuestas acabadas a todas estas cuestiones, sino que veía las contribuciones de otras corrientes políticas situadas en un terreno proletario, como un factor vital del proceso de clarificación. No es de extrañar pues que el párrafo final de la serie PEI, expresase, con la modestia y la seriedad que caracterizaba a Bilan, esa aspiración:
«Hemos llegado al punto final de nuestro esfuerzo con el convencimiento de no haber podido abarcar toda la amplitud del problema al que nos enfrentamos. Nos atrevemos, a afirmar, sin embargo, que existe una firme coherencia entre las distintas cuestiones teóricas y políticas que hemos tratado en los diferentes capítulos. Quizás esta coherencia pueda suponer una condición favorable para el establecimiento de una polémica internacional que, tomando por base nuestro estudio u otro estudio proveniente de otras corrientes comunistas, pueda finalmente desembocar en un intercambio de puntos de vista, en una discusión rigurosa, una tentativa de elaboración del programa de la dictadura del proletariado de mañana. Y que esta tentativa, aún sin estar a la altura de los inmensos sacrificios efectuados por el proletariado de todos los países, todavía insuficiente en proporción a las enormes tareas que el futuro deparará a la clase obrera; represente, al menos, un paso en esa dirección, un paso necesario. Si no franqueamos ese paso seremos mañana responsables de la incapacidad para proporcionar una teoría revolucionaria a los obreros que vuelvan a tomar las armas para derrotar al enemigo» (Bilan n° 26).
Esta actitud – en las antípodas de la que hoy muestran la mayoría de los descendientes directos de la Izquierda italiana que se creen “los únicos del mundo” – se plasmó entonces en un intercambio público de opiniones entre la Izquierda italiana y la Izquierda holandesa. Este intercambio fue posible en gran parte gracias a la intermediación de A. Hennaut, militante del grupo belga “Ligue des Communistes Internationalistes”, que escribió (en Bilan nº 19, 20, 21 y 22) un resumen de la principal contribución de la Izquierda holandesa a la cuestión de la transformación comunista de la sociedad. Nos referimos a Principios de la producción y distribución comunistas, escrita por Jan Appel y Henk Canne-Meier. Aunque volveremos sobre este aspecto de la discusión en un próximo artículo, sí queremos destacar que Hennaut no se limitó a enviar este resumen, sino que redactó también una crítica de la serie (sobre todo en lo referente al Estado soviético), que fue publicada en Bilan nos 33 y 34, y a la que Vercesi respondió en Bilan no 35. Además, otro militante del grupo belga, Mitchell, escribió otra serie de artículos titulada “Problemas del período de transición”, publicada en Bilan nº 28, 31, 35, 37 y 38, dedicada, en gran parte, a polemizar con los puntos de vista de los que Bilan llamaba “los Internacionalistas holandeses”.
Tenemos la intención de publicar pronto esos artículos de Mitchell (lo que supondrá además su primera traducción al español y otras lenguas). Sin embargo, por el momento, carecemos de las fuerzas necesarias para publicar completa la serie escrita por Vercesi o las contribuciones de Hennaut. Por ello creemos que merece la pena que, al menos, expongamos los principales argumentos de la serie Partido-Estado-Internacional sobre las lecciones de la experiencia rusa, lo que haremos en este artículo. En una próxima entrega analizaremos la crítica que hizo Hennaut y la respuesta a éste por parte de Vercesi.
Para Bilan la cuestión fundamental consistía en explicar cómo un órgano que había surgido de una verdadera revolución proletaria, que había sido forjado para defender esta revolución y por tanto para servir de instrumento de la clase obrera mundial, había acabado por convertirse en punta de lanza de la contrarrevolución, tanto en Rusia donde el Estado “soviético” gestionaba una feroz explotación del proletariado mediante una hipertrofiada maquinaria burocrática, como a escala internacional puesto que ese mismo Estado saboteaba activamente los intereses internacionales de la clase obrera anteponiendo los intereses nacionales de Rusia. En China, por ejemplo, se vio cómo el Estado ruso, mediante el dominio que ejercía sobre la Comintern, impulsó al PC Chino a entregar a los obreros insurrectos de Shangai a los verdugos del Kuomintang. Lo mismo podría decirse de lo que sucedía en el seno mismo de los partidos comunistas. En ellos la GPU había conseguido silenciar o expulsar a todo aquel que hiciese la más mínima crítica a la línea de Moscú y, sobre todo, a quienes se mantenían fieles a los principios internacionalistas de Octubre 1917.
Para abordar este problema, Bilan procuró eludir dos errores simétricos en los que, en cambio, sí incurrieron organizaciones pertenecientes al proletariado. Uno de esos errores era el característico de los trotskistas que por querer mantenerse fieles a la tradición de Octubre se oponían a cuestionar lo más mínimo la defensa de la URSS, a pesar del papel contrarrevolucionario que ésta ya estaba jugando a nivel mundial. El otro error era el que cometía la Izquierda germano-holandesa que si bien alcanzaba a caracterizar la URSS como un Estado burgués –lo que desde luego era cierto en los años 30– tendía, sin embargo, a invalidar el carácter proletario de la revolución de Octubre.
Para Bilan era sumamente importante definir Octubre 1917 como una revolución proletaria. Esta cuestión, como subrayaba frecuentemente, sólo podía verse desde un punto de vista global e histórico y no tratando de ver si tal o cual país estaba o no “maduro” para la revolución socialista. La verdadera cuestión era discernir si el capitalismo, como sistema mundial, ya había entrado o no en una etapa de conflicto fundamental e irreversible con las fuerzas productivas que él mismo había puesto en movimiento; es decir, si el capitalismo había o no alcanzado su fase de decadencia. Fue la serie de artículos escrita por Mitchell la que planteó este problema con especial claridad, pero las bases para abordarlo se encuentran en PEI, y sobre todo en los artículos aparecidos en Bilan nº 19 y 21, en los que Vercesi desmontó la tesis estalinista sobre la posibilidad del socialismo en Rusia que se basaba en la “ley del desarrollo desigual”, y que venía a decir que Rusia sí podía acceder por sí sola al socialismo, gracias precisamente a que ya disponía de una economía campesina semi-autárquica. Pero también rechazó Vercesi los argumentos esgrimidos por las Izquierdas comunistas holandesa y alemana, que sonaban a reminiscencias de los viejos postulados mencheviques aunque desde luego con una intención completamente distinta, que defendían que Rusia estaba demasiado retrasada para poder alcanzar la socialización de la economía; que Rusia, como decía Hennaut en su artículo “Naturaleza y evolución de la revolución rusa”, simplemente, no estaba suficientemente desarrollada para el socialismo. Lo que llevaba, en los términos en los que el propio Hennaut lo exponía a decir que «la revolución bolchevique ha sido realizada por el proletariado, pero no ha sido una revolución proletaria» (Bilan n° 34).
Para Bilan, en cambio, el “desarrollo desigual” no es más que un aspecto de la forma en que el capitalismo ha evolucionado. Pero de ahí no puede deducirse que ningún país pueda considerarse, aisladamente, maduro para el socialismo, puesto que el socialismo sólo puede construirse a escala mundial, y sólo cuando el capitalismo ha alcanzado, también a nivel mundial, un cierto grado de madurez.
Bilan insistió en otros artículos escritos en esa misma época en que si se analiza el capitalismo como una unidad global es evidente que el sistema no puede ser considerado como progresivo en ciertas regiones del globo y decadente en otras. El capitalismo supuso un avance para la humanidad en una determinada etapa de su desarrollo pero, superada esta etapa, se convierte en un sistema obsoleto a escala universal. La Primera Guerra mundial y la revolución de Octubre suponían la confirmación práctica de este paso. Por ello Bilan se opuso a las luchas de liberación nacional o a las revoluciones “burguesas” en las regiones subdesarrolladas del planeta. Bilan vio en los acontecimientos de China en 1927 la confirmación definitiva de que la burguesía era ya, en todo el mundo, una fuerza contrarrevolucionaria.
Desde ese mismo razonamiento Bilan defendía que, contrariamente a lo que indicaban las tesis de la Izquierda germano-holandesa, la revolución de Octubre no podía haber tenido un carácter burgués o doble (burgués y proletario), sino que únicamente podía ser vista como el punto de partida de la revolución proletaria mundial.
Aclarado este punto, el problema por resolver era el siguiente: ¿cómo y por qué el Estado soviético, nacido como instrumento de una verdadera revolución del proletariado, había escapado a su control y se había vuelto contra él? Para responder a este problema, la Izquierda italiana tuvo que implicarse en una enorme clarificación sobre la naturaleza y la función del Estado en el período de transición. Y para ello la serie PEI abordó un estudio de la historia y de las aportaciones de Engels recordando que, desde un punto de vista marxista, el Estado es una “calamidad” heredada de la sociedad de clases. A lo largo de toda la serie se explica pues cómo el Estado, incluso el Estado “proletario” que surge tras el derrocamiento de la burguesía, lleva en sí el peligro de convertirse en punto de concentración de las fuerzas conservadoras e incluso contrarrevolucionarias.
«Desde un punto de vista teórico, el nuevo instrumento en manos del proletariado tras su victoria revolucionaria, el Estado proletario, se diferencia profundamente de los organismos obreros de resistencia (el sindicato, las cooperativas y mutualidades) y de su organismo político (el partido de clase). Pero esta diferenciación se opera no porque el Estado disponga de factores orgánicos superiores a las demás instituciones, sino, al contrario, porque el Estado, aunque aparente contener mayor potencia material, tiene, a nivel político, menos posibilidades de actuación y es mil veces más vulnerable al enemigo que el resto de organismos obreros. En efecto, el Estado debe su mayor potencia material a factores objetivos perfectamente concordantes con los intereses de las clases explotadoras, pero que no tienen relación alguna con la función revolucionaria del proletariado. Éste habrá de recurrir provisionalmente a la dictadura y apoyarse en ella para acentuar el proceso de desaparición del Estado, mediante una expansión de la producción que permitirá extirpar las bases mismas de la existencia de clases» (Bilan n° 18).
Y más adelante señala:
«Si hasta el sindicato está amenazado desde sus orígenes por el riesgo de convertirse en instrumento de corrientes oportunistas, eso es mucho más cierto en el caso del Estado, cuya naturaleza misma es la de frenar las aspiraciones de las masas trabajadoras para permitir la salvaguardia de un régimen de explotación de clase o, tras la victoria del proletariado, para alumbrar estratificaciones sociales siempre opuestas a misión liberadora de la clase obrera. (…) Si consideramos, como hacía Engels, que el Estado es una tara heredada por el proletariado, deberemos entonces mantener frente a él una desconfianza casi instintiva» (Bilan n° 26).
Esta es, sin duda, una de las contribuciones más importantes de Bilan a la teoría marxista y constituye un avance respecto al texto que, hasta ese momento, figuraba como la mejor síntesis y elaboración de la teoría marxista sobre este tema. Nos referimos al libro El Estado y la revolución, escrito por Lenin en el fragor de la revolución de 1917 [2]. Este texto resultó indispensable para reafirmar la teoría marxista sobre el Estado contra de las distorsiones socialdemócratas de esa teoría que habían conseguido dominar el movimiento obrero a principios del siglo XX. Este libro recordó al proletariado que Marx y Engels se pronunciaron por la destrucción del Estado burgués y no por su conquista, y su sustitución por una nueva forma de Estado: el “Estado-Comuna”. Pero Bilan contaba además con la experiencia de la derrota de la Revolución rusa que había puesto de manifiesto cómo incluso ese Estado-Comuna comportaba riesgos fundamentales que el proletariado no podía ignorar. El principal de estos, contra los que alertaba Bilan, era el peligro de una fusión de los órganos propios de la clase obrera –sea el partido o los organismos unitarios que agrupan a todo el proletariado–, con el aparato estatal.
En el artículo final de la serie PEI, Vercesi señala que ni los escritos de Marx y Engels, ni en los de Lenin a propósito del Estado post-revolucionario, nada se dice sobre la relación entre el partido y ese Estado. La clase obrera se lanzó pues a la revolución sin haber podido clarificar esa cuestión a falta de una experiencia previa:
«Dictadura del Estado: así es como se planteó el problema de la dictadura del proletariado tras la victoria de la revolución rusa. Es indiscutible que lo más destacado de la experiencia rusa, tomada en su globalidad, es la dictadura del Estado obrero. El problema de la función del partido quedó profundamente distorsionada por la profunda ligazón de éste con el Estado, lo que llevó a una progresiva inversión de los papeles, de manera que el partido se fue convirtiendo en un engranaje más del Estado, proporcionándole éste los mecanismos represivos que hicieron posible el triunfo del centrismo ([3]).
“La confusión entre ambos conceptos, partido y Estado, es contraproducente puesto que no existe posibilidad alguna de conciliación entre ambos órganos, ya que existe una oposición irreconciliable entre la naturaleza, la función y los objetivos del Estado, y los del partido. El calificativo de proletario no cambia en absoluto la naturaleza del Estado, que sigue siendo un órgano de coacción económica y política, mientras que el papel que, por excelencia, corresponde al partido es el de alcanzar, no por la coacción sino por la educación política, la emancipación de los trabajadores» (Bilan n° 26).
Como afirma a continuación este artículo, es indudable que la clase obrera no toma el poder en condiciones ideales, sino cuando gran parte de la clase obrera está aún influenciada por la ideología dominante, por lo que tras el derrocamiento político de la clase dominante resulta más necesario que nunca el papel del partido. Son esas mismas condiciones las que engendran igualmente un aparato de estado, pero mientras «los obreros siguen teniendo un interés primordial que es la existencia y el desarrollo de un partido de clase», el Estado sigue siendo un instrumento «inadecuado para la prosecución y el logro de sus objetivos históricos».
Otro aspecto de esta contradicción esencial entre partido y Estado es que mientras el Estado de un bastión proletario tiende a identificarse con los intereses nacionales de la economía existente, el partido se encuentra orgánicamente ligado a las necesidades internacionales de la clase obrera. Es verdad que la serie PEI, como indica su propio título, distinguía entre la Internacional y los partidos nacionales que la componían, pero también es cierto que para la Izquierda italiana, desde Bordiga, la concepción del partido era la de un partido mundial unificado desde sus inicios. Para contrarrestar la tendencia del Estado nacional a imponer sus propios intereses al partido local –tendencia ésta que había llevado a una muy rápida degeneración de la IC, convirtiéndola en instrumento del Estado ruso– la Izquierda italiana propugnaba que fuera la Internacional, y no el partido nacional presente en el país en que el proletariado había tomado el poder, quien controlara al Estado.
Este planteamiento, indiscutiblemente motivado por un acérrimo internacionalismo, significaba, sin embargo, un profundo error, resultado de una de las principales debilidades que arrastraba Bilan. En efecto, aunque la Fracción alertaba contra la identificación del partido y el Estado, y rechazaba que dictadura del proletariado y Estado de transición fueran lo mismo, lo cierto es que seguía defendiendo la concepción de “dictadura del partido comunista”, aunque la definición de ésta fuera sumamente confusa:
«Dictadura del partido del proletariado significa para nosotros que tras la fundación del Estado, el proletariado necesita levantar un bastión (complementario del que erija en el ámbito económico) para llevar a cabo la movilización ideológica y política en pro de la nueva sociedad proletaria» (Bilan n° 25); la «dictadura del partido comunista sólo puede significar afirmación de un esfuerzo, de una tentativa histórica, por parte del partido de la clase obrera» (Bilan n° 26).
La noción de dictadura del partido se basaba en parte en una crítica completamente justa del concepto de democracia, y que trataremos con mayor detenimiento en próximos artículos. Continuando lo que ya en 1922 expresó Bordiga en El principio democrático, Bilan vio claramente que la revolución no podía representar un proceso formalmente democrático sino que, muy frecuentemente, la iniciativa de una minoría sería lo que impulsase a la mayoría al combate contra el Estado capitalista. También es verdad, y así lo señaló Vercesi en la serie PEI (ver Bilan n° 26), que la clase obrera emprende la revolución, no en condiciones ideales sino tal cual es en ese momento. Y eso supone que las masas deberán aprender, a partir de su propia experiencia, cómo desarrollar una verdadera participación en el ejercicio del poder.
Las discusiones en Bilan sobre esta cuestión estaban muy lejos de alcanzar la claridad. Por un lado criticaban, con toda razón, a Rosa Luxemburg por su oposición a que los bolcheviques llamaran a disolver la Asamblea constituyente. Por otro lado Vercesi concluye también que la utilización del principio de elecciones es, por definición, una expresión de parlamentarismo burgués. Pero esto equivale a ignorar la diferencia que existe entre el principio burgués de representación y el método propio de los soviets de delegados elegidos y revocables, que es completamente distinto no sólo en su forma sino por su propio contenido. Para Bilan el partido debería, pues,
«proclamar su candidatura para representar al conjunto de la clase obrera en el complicado curso de su evolución para poder alcanzar – bajo la dirección de la Internacional – el objetivo último de la revolución mundial» (Bilan n° 26).
Pero esta concepción se oponía frontalmente a la idea, que el propio Bilan expresaba, de que el partido debía evitar por todos los medios verse atrapado en el aparato estatal, y que, en ningún caso, el partido debería imponerse a la clase obrera ni emplear la violencia contra los trabajadores:
«La dictadura del partido no puede derivar, siguiendo una lógica esquemática, en imposición al proletariado de soluciones dictadas por el partido, y desde luego en absoluto en que el partido pueda utilizar los órganos represivos del Estado para acallar cualquier voz discordante» (Ibíd.).
También resulta sumamente contradictorio que Bilan defendiera la existencia de un único partido, cuando por otro lado abogaba enérgicamente por la libertad de acción de las fracciones en el seno del partido, lo que necesariamente implica la posibilidad de que más de un grupo, llámese o no partido, actuara en el proletariado durante la revolución.
Lo cierto es que Bilan mismo era consciente de lo contradictorio de sus posiciones, lo que atribuía al propio carácter contradictorio de un período de transición:
«la noción misma de período de transición impide alcanzar concepciones totalmente acabadas (...) debemos admitir que las contradicciones existentes en la base misma de la experiencia que hará el proletariado, tienen su reflejo en la constitución del Estado obrero» (Bilan n° 26).
Lo cual no es falso en sí mismo. Es verdad que gran parte de los problemas del período de transición siguen siendo cuestiones abiertas aún no zanjadas por la historia del movimiento obrero. Pero no cabe decir lo mismo sobre la dictadura del partido. La revolución rusa demostró que tal dictadura conducía inevitablemente al partido a actuaciones contra las que alertaba precisamente Bilan –la utilización del aparato de Estado contra el proletariado y la fusión del partido en el aparato de Estado–, prácticas éstas nocivas no sólo para los órganos unitarios de la clase, sino para el propio partido. Resulta, sin embargo, innegable que la reflexión desarrollada por Bilan constituye, a pesar de sus muchas limitaciones, un avance respecto a la posición que defendían los bolcheviques y la IC, pues estos, a partir de 1920, tendían a defender abiertamente que la fusión del partido con el aparato del “Estado obrero” no planteaba problema alguno (y ello a pesar de numerosas y reveladoras advertencias de Lenin y otros revolucionarios). El fundamento de la argumentación de Bilan era que las necesidades del Estado eran antagónicas con las del partido. Sobre esta base se asentaron clarificaciones ulteriores, como las de la Izquierda comunista belga que, ya en 1938, señaló que el partido no debía considerarse como «un organismo acabado, inmutable e intocable, no tiene un mandato imperativo de la clase ni tampoco un derecho permanente a expresar los intereses finales de la clase» (Communisme n° 18). Y sobre todo las de la Izquierda comunista francesa que, tras la Segunda Guerra mundial, fue capaz de realizar una verdadera síntesis entre el método de la Izquierda italiana y las aportaciones más clarificadoras de las Izquierdas holandesa y alemana. La Izquierda francesa consiguió así enterrar definitivamente el concepto de un partido que reina “en nombre” del proletariado. La idea de que debía ser el partido quien ejerciera el poder era una reliquia del período de los parlamentos burgueses, pero carecía ya de sentido en la época de un sistema soviético basado en delegados revocables.
En cualquier caso, Bilan sí afirma explícitamente en PEI que ni la vigilancia ni la claridad programática del partido son suficientes y que la clase sigue necesitando sus organismos unitarios para defenderse, a sí misma, de la influencia conservadora del aparato estatal. En cierta forma, Bilan se situaba así en continuidad con la crítica que hizo Lenin a la posición de Trotski en el Xº Congreso del partido ruso en 1921: el proletariado debía mantener sus sindicatos independientes en defensa de sus intereses económicos inmediatos, incluso contra las exigencias del Estado de transición. Es cierto que Bilan (sobre todo una minoría en torno a Stefanini) empezaba ya a criticar la absorción de los sindicatos por el capitalismo, pero aún seguía viéndolos como organismos obreros, y creía que la revolución podría revitalizarlos ([4]).
El análisis de otros organismos generados por la evolución de la situación en Rusia no pudo ir más allá de un estudio superficial. Así, por ejemplo, identificaron los comités de fábrica como la expresión de desviaciones anarcosindicalistas que éstos mostraron en los primeros momentos de su evolución. Aún así, en PEI, se propugna que deben actuar como órganos de la lucha de clases y no de la gestión económica.
La debilidad más importante, no obstante, de PEI es, sin duda, su incapacidad para comprender todas las implicaciones de la afirmación de Lenin, de que los soviets eran la forma al fin encontrada de la dictadura del proletariado. En efecto en Bilan nº 26, p 878, se recoge que:
«respecto a los soviets no dudamos en afirmar que, por las consideraciones que ya hemos expuesto sobre el mecanismo democrático, tienen una enorme importancia en la primera fase de la revolución, la de la guerra civil para abatir el régimen capitalista; pero perderán después gran parte de su importancia primitiva, pues el proletariado no podrá encontrar en ellos órganos capaces de acompañarle ni en su tarea de hacer triunfar la revolución mundial (esta tarea corresponde al partido y a la Internacional proletaria), ni en la defensa de sus intereses inmediatos (lo que sólo se puede realizar a través de los sindicatos cuya naturaleza no puede ser tergiversada haciéndoles eslabones del Estado). En la segunda fase de la revolución, los soviets podrán representar, en todo caso, un elemento de control de la acción del partido, interesado, desde luego, en contar con la supervisión activa del conjunto de las masas reagrupadas en estas instituciones».
Pese a estas confusiones, insistimos en que el punto de partida que proporcionó Bilan era sumamente claro, y constituyó la base sobre la que se asentaron los ulteriores avances teóricos de la Izquierda comunista. Ese principio es: la clase obrera no puede abandonar sus organismos independientes bajo el pretexto de la existencia de un Estado etiquetado como “proletario”. En caso de conflicto entre ambos, el deber de los comunistas es permanecer junto a la clase obrera.
De ahí la posición radical adoptada por Bilan sobre la cuestión del levantamiento de Cronstadt, en completo desacuerdo con Trotski que siguió defendiendo, hasta los años 30, su papel en el aplastamiento de esta revuelta. En efecto Bilan señala que:
«Tanto el conflicto de Ucrania con Majno como el levantamiento de Cronstadt, aunque se saldaran con una victoria de los bolcheviques, distan mucho de ser los mejores momentos de la política soviética. En ambos casos pueden verse ya las primeras expresiones del predominio del ejército sobre las masas, una característica de lo que Marx calificó (en la Guerra civil en Francia), como Estado “parásito”. Creer que basta con definir los objetivos políticos de un grupo opositor para justificar la política que se emprende contra él (‘sois anarquistas y os aplastamos en nombre del comunismo’) sólo es algo válido si el partido lo hace todo por comprender las razones de unos movimientos que habrían podido estar orientados, mediante maniobras que el enemigo no habría dudado en utilizar, hacia soluciones contrarrevolucionarias. Una vez comprendidas las motivaciones sociales que movilizan a capas de obreros y campesinos, es necesario dar una respuesta a ese problema de forma que permita al proletariado penetrar hasta lo más profundo del aparato de Estado. Las primeras victorias de los bolcheviques (Majno, Cronstadt) sobre grupos que actuaban en el seno del proletariado se obtuvieron en detrimento de la esencia proletaria de la organización estatal. Asediados por mil peligros, los bolcheviques creían posible aplastar esos movimientos y considerarlo como victorias proletarias, puesto que estos estaban dirigidos por anarquistas o que podrían ser utilizados por la burguesía en su combate contra el Estado proletario. Sin pretender afirmar tajantemente aquí que habría que haber actuado de otra forma, pues carecemos de muchos elementos, sí queremos subrayar que esos acontecimientos ponen ya de manifiesto una tendencia que posteriormente se confirmará abiertamente más adelante: la disociación entre las masas y un Estado cada vez más aprisionado por leyes que le alejan de su función revolucionaria».
En un texto escrito posteriormente Vercesi sí irá más lejos en su argumentación señalando que:
«hubiera sido mejor perder Cronstadt antes que conservarla desde un punto de vista geográfico, pues esta victoria no podía tener más que un resultado: el de modificar las bases mismas, la sustancia de la acción emprendida por el proletariado» («La question de l’État», publicado en Octobre, 1938).
En otras palabras esto equivale a reconocer ya abiertamente que el aplastamiento de Cronstadt fue un error desastroso.
Visto desde nuestros días puede parecer incomprensible que Bilan siguiera considerando, en 1934-36, a la URSS como un Estado proletario. Ya en nuestro artículo de la Revista internacional nº 106, explicamos que esto se debía, en parte, a la enorme prudencia y rigor con el que Bilan insistía en tratar este problema. Para comprender las razones de la derrota de la revolución era absolutamente necesario no tirar al bebé con el agua sucia, como sí hizo la Izquierda germano-holandesa (así como el grupo Réveil communiste – Despertar comunista – nacido como parte de la Izquierda italiana).
Pero hay que buscar las causas de ese error también en confusiones teóricas. En los análisis más inmediatos Bilan estaba aún atrapado por el análisis equivocado de Trotski que seguía pensando que el Estado de la URSS conservaba su carácter proletario puesto que no se había restablecido la propiedad privada de los medios de producción y que, por tanto, la burocracia no podía ser considerada una clase. Lo que separaba, sin embargo, a Bilan de los trotskistas eran dos puntos. En primer lugar Bilan afirmaba que los trabajadores de la URSS seguían estando sometidos a una explotación capitalista, aunque veía al Estado soviético degenerado como un instrumento del capital mundial más que como el órgano de una nueva clase capitalista rusa. En segundo lugar, Bilan juzgaba que ese Estado hacía un papel contrarrevolucionario en el escenario mundial, participando activamente en el tablero imperialista global, por lo que concluía que seguir apostando por la “defensa de la URSS” sólo podía desembocar en un abandono del internacionalismo proletario.
Pero junto a esas confusiones teóricas, hay también errores cuya raíz es más bien de tipo histórico. Si vemos los primeros artículos de la serie PEI, estos contienen una visión del Estado como órgano de una clase, o más bien que el Estado habría nacido como producto segregado orgánicamente por una clase dominante. Pero esta idea da la espalda a la visión que dio Engels: el Estado fue, en sus orígenes, la emanación espontánea de una situación de división en clases, para convertirse, posteriormente, en el Estado de la clase económicamente dominante. La destrucción del Estado burgués por la revolución de Octubre recrea, hasta cierto punto, las condiciones de las primeras etapas del Estado en la historia: el Estado surgía espontáneamente, una vez más, como resultado de las contradicciones de clase que existían en la sociedad. Lo que sucedía ahora es que no existía una nueva clase económicamente dominante con la que el Estado habría podido identificarse. Al contrario, el nuevo Estado soviético debía ser utilizado por una clase explotada con unos intereses históricos antagónicos a tal Estado. Por ello es un error describir el Estado del período de transición, aun cuando funcione correctamente, como un Estado de naturaleza proletaria. La dificultad de Bilan para comprender esta cuestión le llevó a seguir defendiendo la noción de Estado proletario, aunque toda la lógica de su argumentación le llevaba a defender, por el contrario, que los órganos verdaderamente proletarios no podían identificarse con el Estado de transición, y que existía una diferencia cualitativa entre las relaciones del proletariado con el Estado, y las de la clase obrera con el partido o con los organismos unitarios.
Otra fuente suplementaria de este error sobre el Estado proletario, era la idea de Bilan sobre “una economía proletaria”. Ya hemos visto que Bilan insistía una y otra vez en que:
«debe descartarse cualquier posibilidad de victoria socialista si no se produce un triunfo de la revolución en el resto de países» (Bilan n° 25),
pero a continuación señala que:
«habrá que hablar más modestamente no de una economía socialista sino simplemente de una economía proletaria».
Pero por las mismas razones que es erróneo el concepto de Estado proletario, resulta equivocado hablar de “economía proletaria”. Como clase explotada que es, el proletariado no puede tener una economía propia. Ya hemos visto como ese error hizo que Bilan se diera cuenta con muchas dificultades de la aparición del capitalismo de Estado en la URSS y romper así con la posición de Trotski que creía que la eliminación de los capitalistas privados otorgaría un carácter proletario al Estado que los había expropiado.
No obstante en PEI, Bilan sí hace una neta distinción entre propiedad estatal y socialismo, advirtiendo además que la socialización de la economía no representaría garantía alguna contra la degeneración de la revolución:
«En cuanto al ámbito económico hemos expuesto ampliamente, retomando el Capital, que la socialización de los medios de producción no es en sí una condición suficiente para salvaguardar la victoria conquistada por el proletariado. Hemos explicado también la necesidad de revisar la tesis central del IVº Congreso de la Internacional que, partiendo de considerar “socialistas” las empresas estatales y “no socialistas” a las demás, concluía que la condición de la victoria del socialismo se encuentra en la progresiva ampliación del “sector socialista” y la eliminación de las formaciones económicas del “sector privado”. La experiencia rusa nos demuestra, en cambio, que una socialización que monopolice toda la economía soviética no ha llevado en absoluto a una extensión de la conciencia de clase del proletariado ruso y de su papel, sino a la conclusión de un proceso de degeneración que ha llevado al Estado soviético a integrarse en el mundo capitalista» (Bilan n° 26).
Como ya mostramos en el mencionado artículo de la Revista Internacional nº 106, tanto este análisis como otros avances teóricos sobre la evolución del capitalismo en el resto del mundo (por ejemplo el Plan De Man llevado a cabo por el Estado belga), aproximaba a Bilan a una comprensión de la noción del capitalismo de Estado. En ese mismo sentido podemos ver el artículo de PEI dedicado al estudio del Estado fascista, y en el que se afirma que en el período del capitalismo decadente hay una tendencia general del Estado a absorber toda expresión de la clase obrera. Son esas aportaciones de Bilan las que, más adelante, permitirán a sus herederos en el seno de la Izquierda Comunista comprender el capitalismo de Estado como una tendencia universal en la decadencia capitalista, y comprender por tanto que la forma que esa tendencia había adoptado en la URSS, aún con sus especificidades, no difería en lo esencial de las expresiones que se desarrollaban en otros países.
La visión de Bilan sobre el conflicto entre las exigencias del Estado y las necesidades internacionales del proletariado, se concretó también en cómo analizó las relaciones entre un bastión proletario aislado y el mundo capitalista exterior. Tampoco aquí se dejó arrastrar por utopismos. Bilan compartía, por ejemplo, la posición defendida por Lenin ante el tratado de Brest Litovsk y criticó en cambio la idea de Bujarin de extender la revolución mediante la “guerra revolucionaria”. La experiencia vivida con la ofensiva del Ejército rojo sobre Polonia en 1920, llevó a Bilan a rechazar que la victoria militar del Estado proletario sobre un Estado capitalista pudiera interpretarse como un verdadero avance de la revolución mundial. Por otra parte, y a diferencia de lo que postulaba la Izquierda alemana, Bilan no negaba, por principio, tener que recurrir, temporalmente, a políticas económicas como la NEP, siempre y cuando estuvieran guiadas por principios generales proletarios. Se aceptaba, por ejemplo, la posibilidad y la probabilidad de establecer relaciones comerciales entre el poder proletario y el mundo capitalista. Pero no pueden verse igual esas concesiones inevitables y la traición –urdida generalmente en secreto– a esos principios que se dio, por ejemplo, con el tratado de Rapallo que acabó dando el resultado de que se emplearan armas rusas en el aplastamiento de la revolución en Alemania:
«La solución que ofrecieron los bolcheviques en Brest-Litovsk no suponía una alteración del carácter interno del Estado soviético respecto a sus relaciones con el capitalismo y el proletariado mundial. En 1921, cuando se introdujo la NEP, y en 1922, con el tratado de Rapallo, sí se operó una profunda modificación en la posición ocupada por el Estado proletario en el terreno de la lucha de clases internacional. Entre 1918 y 1921 se desencadenó la oleada revolucionaria mundial, pero ésta fue contenida inmediatamente. En esas condiciones, el Estado proletario se encontró de nuevo en una posición de enorme dificultad que le llevó a una situación en que –imposibilitado de verse respaldado por sus apoyos naturales, es decir los movimientos revolucionarios de los demás países– o bien aceptaba luchar en condiciones que le eran muy desfavorables, o bien rehuía el combate y por consiguiente se veía obligado a aceptar compromisos que lo llevarían, gradual e inevitablemente, por un camino que primero alteraría y después destruiría la función proletaria que le correspondía, abocando finalmente a la situación actual en la que el Estado proletario se ha convertido en un eslabón más del aparato de dominación del capitalismo mundial» (Bilan n° 18).
En este terreno Bilan se mostró sumamente crítico respecto a algunas formulaciones de Lenin que habían contribuido a esa involución, sobre todo las referentes a “alianzas” temporales y tácticas entre el poder proletario y ciertos imperialismos, para frenar a otras potencias imperialistas:
« las orientaciones expuestas por Lenin en las que consideraba la posibilidad de que el Estado ruso negociara con bandidos imperialistas, e incluso aceptase el apoyo de una constelación imperialista para defender las fronteras del Estado soviético de la amenaza procedente de otro grupo imperialista, tales directivas generales ponen de manifiesto, según nuestro punto de vista, las dificultades gigantescas de los bolcheviques para establecer cuál debía ser la política del Estado ruso, carentes como estaban de experiencias previas que pudieran armarles para guiar la lucha contra el capitalismo y por el triunfo de la revolución mundial» (Bilan, n° 18).
Ya hemos visto que Bilan se negaba a tener que establecer si cada país estaba o no maduro para el comunismo, pues tal pregunta sólo podía plantearse a escala mundial. Rechazaba pues cualquier idea de superación de las relaciones de producción capitalista en un solo país, tesis ésta que, en cambio, sí interesó a la Izquierda germano-holandesa:
«El error que cometen los comunistas de la Izquierda alemana, y con ellos el camarada Hennaut, es el de embarcarse en una dirección completamente estéril, pues el punto de partida del marxismo es que las bases de una economía comunista sólo pueden plantearse en un terreno mundial, y nunca pueden realizarse en el interior de las fronteras de un Estado proletario. Éste sí podrá intervenir en el terreno económico para cambiar el proceso de producción, pero nunca para asentar definitivamente ese proceso sobre bases comunistas, pues las condiciones para hacer posible tal economía sólo pueden establecerse sobre una base internacional (…). No nos encaminaremos hacia la consecución de ese objetivo haciendo creer a los trabajadores que, tras su victoria sobre la burguesía, podrán dirigir y gestionar la economía en un solo país. Hasta la victoria de la revolución mundial tales condiciones no existen. Y para marchar en la dirección que haga posible la maduración de esas condiciones, lo primero es reconocer que, en el interior de un solo país, es imposible obtener resultados definitivos» (Bilan n° 21).
Pero Bilan no eludía, sin embargo, preocuparse por qué medidas debían adoptarse en un bastión proletario aislado. Para analizarlas partía, como en la cuestión del Estado, de las necesidades concretas de la clase obrera. Si los comunistas debían permanecer junto a su clase, el programa económico que debían defender había de anteponer los intereses de los trabajadores al llamado interés “general” (es decir el interés nacional), defendido por el Estado. Por ello Bilan rechazó enérgicamente todas las apologías del crecimiento de la economía soviética, ensalzado tanto por los estalinistas como por los trotskistas.
Para Bilan, la existencia de una economía “socializada” no significaba que no hubiera producción de plusvalía, es decir explotación capitalista, aunque, como veíamos antes, Bilan veía más la burocracia estatal rusa como servidor del “capital mundial” y no como la representante, bajo otra nueva forma, de una clase dominante específica en Rusia.
Contra el sacrificio de las condiciones de vida obreras en aras al desarrollo de la industria pesada y de una economía dirigida hacia la guerra, Bilan reivindicó, en cambio, invertir la lógica de la acumulación y concentrarse en la producción de bienes de consumo. Abordaremos más en profundidad este problema cuando analicemos el texto de Mitchell que se concentró sobre todo en las cuestiones económicas del período de transición. Sí insistiremos, no obstante, en que lo peor que pueden hacer los comunistas en una revolución es confundir la situación inmediata con el objetivo ideal, un error que muchos cometieron, por ejemplo, en el período del “comunismo de guerra”. La explotación y la ley del valor no pueden ser abolidas de la noche a la mañana. Pensar lo contrario puede equivaler a darle un nuevo disfraz al capitalismo. Dicho esto, no podemos pensar que no haya que tomar medidas concretas, sino que estas deben dar prioridad a la satisfacción de las necesidades inmediatas de los trabajadores. Por ello cobra aún más fuerza la idea de que los obreros deben seguir luchando por sus intereses económicos inmediatos, incluso contra los del Estado. El progreso no se medirá por la intensidad de los sacrificios, como en la Rusia estajanovista, sino en la mejora real de las condiciones de vida obreras, no sólo disponiendo de una mayor cantidad de bienes de consumo, sino igualmente de más tiempo para descansar y también para participar en la vida política.
Veamos como planteaba Vercesi esa cuestión:
«El proletariado, tras haber logrado la victoria contra la burguesía, no puede instituir de un plumazo la sociedad comunista; y – como no podría ser de otra forma – seguirá existiendo la ley del valor; pero sí hay una condición esencial que deberá cumplir para orientar su Estado, no para incorporarlo al resto del mundo capitalista, sino en la dirección opuesta, es decir hacia la victoria del proletariado mundial. A la fórmula que representa la clave de la economía burguesa, la que determina la tasa de plusvalía ( pl/v), es decir la relación entre el total del trabajo no pagado y el trabajo pagado, el proletariado no está en condiciones de oponerle – debido a la insuficiencia de la expansión productiva – esa otra fórmula que ya no pone límites a la satisfacción de las necesidades de la clase productora, y mediante la cual, por tanto, desaparece la plusvalía y la expresión misma de la remuneración del trabajo.
“La burguesía establece su Biblia en la necesidad de un continuo crecimiento de la plusvalía para convertirla en capital “en interés de todas las clases” (¡sic!), el proletariado, en cambio, debe actuar disminuyendo constantemente la parte no pagada del trabajo, aunque eso suponga un freno significativo del ritmo de acumulación respecto al de la economía capitalista.
“En Rusia, la regla que evidentemente se ha instituido es la de proceder a una intensa acumulación para poder defender mejor un Estado, que siempre nos han dicho que se veía amenazado por la intervención de Estados capitalistas. Nos decían que había que armar ese Estado con una poderosa industria pesada para ponerlo en las condiciones requeridas para servir a la revolución mundial. El trabajo gratuito recibió pues una consagración revolucionaria. Por otro lado, en la estructura misma de la economía rusa, el incremento de las posiciones socialistas frente a las del sector privado acabó acarreando una intensificación cada día mayor de la acumulación. Pero, como demostró Marx, la acumulación depende únicamente de la tasa de explotación de la clase obrera, por lo que podemos decir que sólo gracias al trabajo no pagado se ha podido construir la potencia económica, política y militar de la Rusia actual. Esos gigantescos resultados – puesto que se han mantenido los mismos mecanismos de acumulación – sólo han podido obtenerse, por lo tanto, gracias a una conversión gradual del Estado ruso, que ha vuelto a la senda de los demás países capitalistas, una senda que conduce inevitablemente al abismo de la guerra. Para que la clase obrera pueda conservar el Estado proletario, deberá subordinar la tasa de acumulación no a la tasa del salario, sino a lo que Marx llamaba la “fuerza productiva de la sociedad”, convirtiéndola en mejoras directas de la clase obrera, en aumentos inmediatos de los salarios. La gestión proletaria se reconoce pues en la disminución de la plusvalía absoluta, y en la conversión casi íntegra de la plusvalía relativa en salarios retribuidos a los trabajadores» (Bilan, n° 21).
Es verdad que podrían discutirse alguno de los conceptos empleados por Vercesi –por ejemplo ¿es apropiado seguir hablando de “salarios”, aunque reconozcamos que las raíces fundamentales del sistema salarial no pueden desaparecer inmediatamente? Volveremos sobre ello en artículos posteriores. Lo esencial, sin embargo, de la contribución de la Izquierda italiana, fue atenerse al principio que le permitió resistir, en un terreno proletario, a la marejada contrarrevolucionaria de los años 1930 y 1940. Y ese principio es partir, para analizar cada situación, de las necesidades de la clase obrera internacional, aunque eso les llevara a cuestionar las “grandes victorias” que el estalinismo y la democracia reivindicaban para el proletariado. La verdad es que las victoria de “la construcción del socialismo” en los años 30, lo mismo que los triunfos de la democracia sobre el fascismo en la década siguiente, supusieron en realidad la peor derrota para los trabajadores.
CDW
[1]) Vercesi era el seudónimo de Ottorino Perrone, uno de los miembros fundadores de la Fracción y, sin duda, uno de sus teóricos más importantes. Una reseña biográfica de este militante aparece en nuestro libro La Izquierda Comunista de Italia.
[2]) Ver “El Estado y la revolución (Lenin): una brillante confirmación del marxismo”, en Revista internacional nº 91.
[3]) En aquella época, la Izquierda italiana empleaba el término “centrismo” para referirse al estalinismo.
[4]) La posición defendida en la serie PEI muestra la claridad alcanzada, pero también las confusiones aún persistentes, por Bilan en ese momento: «Lo que sucedió durante la guerra, y hoy se repite en cuanto a los sindicatos, puede verse también en el Estado soviético. El sindicato, a pesar de su naturaleza proletaria, tenía ante sí una disyuntiva: emprender una política de clase que le hubiera puesto en constante y progresiva oposición al Estado capitalista, o bien apelar a los trabajadores a que esperaran una mejora de su situación de una conquista gradual (mediante reformas) de “puntos de apoyo” en el seno del Estado capitalista. El paso de los sindicatos, en 1914, al otro lado de la barricada, demuestra que la política reformista conduce justamente al objetivo contrario al que preconizaban: el Estado era el que ganaba progresivamente a los sindicatos hasta hacer de ellos un instrumento para el desencadenamiento de la guerra imperialista. Lo mismo cabe decir del Estado obrero frente al sistema capitalista mundial. De nuevo nos encontramos ante esta encrucijada: por un lado llevar a cabo una política, tanto en su territorio como en el exterior, en función de la Internacional comunista, basada en posiciones cada vez más avanzadas en la lucha encaminada al derrocamiento del capitalismo internacional; por otro lado, llevar la política opuesta, es decir llamar al proletariado ruso y de los demás países, a apoyar la progresiva penetración del Estado ruso en el seno del sistema capitalista mundial, lo que llevará inevitablemente a que el Estado obrero sume su suerte a la del capitalismo, cuando la situación alcance su desenlace: la guerra imperialista» (Bilan n° 7).
Ese razonamiento es plenamente válido: los órganos del proletariado que durante la guerra se sumaron a las campañas de la burguesía, pasaron “al otro lado de la barricada”. Pero entonces dejan de tener un carácter proletario y se integran en el Estado capitalista. Esa fue la conclusión que acertadamente sacaron Stefanini y otros.
De Oriente Medio a África
La situación dramática en Oriente Medio, en el caos más total, revela el cinismo y la profunda duplicidad de la burguesía de todos los países. Cada una de ellas pretende aportar paz y justicia o democracia a poblaciones que padecen año tras año su lote diario de horrores y masacres. Sin embargo, todos esos discursos solo sirven para ocultar la defensa de sórdidos intereses imperialistas en competencia y para justificar unas intervenciones que son el factor preponderante de la agravación de los conflictos y de la acumulación de la barbarie guerrera del capitalismo. Semejantes cinismo e hipocresía acaban de verse confirmados recientemente por la ejecución precipitada de Sadam Husein, que ilustra, en otro plano, los sangrientos ajustes de cuentas entre fracciones rivales de la burguesía.
El juicio y la ejecución de Sadam Husein han sido saludados espontáneamente por Bush como “victoria de la democracia”. Esta declaración contiene una parte de verdad: con frecuencia, la burguesía comete sus crímenes y sus ajustes de cuentas en nombre de la democracia y de su defensa presentándola como su ideal. Ya hemos dedicado un articulo de esta Revista a demostrarlo (léase la Revista internacional no 66, 3er trimestre de 1991, “Las masacres y los crímenes de las grandes democracias”). Con un cinismo sin límite, Bush ha tenido también la cara de declarar, cuando se anunció el 5 de noviembre del 2006 el veredicto de muerte de Sadam Husein y mientras estaba en campaña electoral en Nebraska, que la sentencia podía entenderse como una “justificación de los sacrificios sufridos por las fuerzas norteamericanas” desde marzo de 2003 en Irak. Así que para Bush, el pellejo de un asesino vale más que 3000 jóvenes norteamericanos muertos en Irak (o sea más que el número de víctimas de la destrucción de las Torres Gemelas), la mayoría de ellos en la flor de la edad. Y se ve que para Bush la vida de cientos de miles de iraquíes muertos desde que empezó la intervención norteamericana no cuenta para nada. Más de 600 000 muertos iraquíes, unos muertos que el gobierno del país ha decidido dejar de contar para no “quebrantar la moral” de la población.
A Estados Unidos le interesaba que la ejecución de Sadam Husein se hiciera antes de los juicios a otros mandamases del antiguo régimen de Irak. En nada deseaban que muchos episodios muy comprometedores pudiesen ser evocados. Hicieron lo necesario para que no se recuerde el apoyo total de Estados Unidos y de las grandes potencias occidentales a la política de Sadam Husein entre 1979 y 1990, empezando por la guerra entre Irán e Irak (1980-1988).
Uno de los múltiples cargos contra Sadam Husein en uno de los juicios era la matanza con armas químicas de 5000 Kurdos en Halabya en 1988. Esa masacre ocurrió a finales de la guerra entre Irán e Irak, que costó mas de 1 200 000 muertos y el doble de heridos e inválidos. En aquel entonces EE.UU y la mayor parte de las potencias occidentales apoyaban y armaban a Sadam Husein. Esa ciudad había sido tomada en un primer tiempo por los iraníes y reconquistada después por Irak. Sadam decidió una operación de represalias contra la población kurda. Esa masacre fue la más espectacular de una campaña de exterminio más amplia llamada Al Anfal (“botín de guerra”) que hizo unas 180 000 víctimas entre los Kurdos iraquíes en 1987-88.
Cuando Sadam Husein empezó esa guerra atacando a Irán, lo hizo con el apoyo total de todas las potencias occidentales. Frente a la república islamista chií instalada en 1979 en Irán en donde el ayatolá Jomeini se permitía el lujo de desafiar a la potencia norteamericana calificándola de “Gran Satán”, ante la incapacidad del entonces Presidente demócrata Carter para acabar con aquél, Sadam Husein asumió el papel de gendarme de la región por cuenta de EE.UU. y del campo occidental declarando la guerra a Irán y haciéndola durar 8 años para debilitarlo. La contraofensiva de Irán le habría dado la victoria a ese país si Irak no se hubiera beneficiado del apoyo militar norteamericano directo. En 1987, bajo la dirección de EE.UU., el bloque occidental movilizó una formidable armada en el golfo Pérsico, con 250 buques de guerra procedentes de la mayoría de los grandes países occidentales, con 35 000 hombres y equipados con los aviones de guerra más sofisticados en aquel entonces. Presentada como una “fuerza de interposición humanitaria”, esa armada destruyó en particular una plataforma petrolera y varios de los buques más perfeccionados de la flota iraní. Gracias a ese apoyo, Sadam Husein pudo firmar una paz que restablecía ni más ni menos las mismas fronteras que cuando había estallado el conflicto.
Sadam Husein ya había llegado al poder con el apoyo de la CIA, haciendo asesinar a sus rivales chiíes y kurdos pero también a los demás jefes suníes del partido Baaz, acusándolos de fomentar conjuras contra él. Sus compinches de los grandes países lo cortejaron y honraron durante años como “gran hombre de Estado” (fue “gran amigo” de Francia y en particular de Chirac y Chevènement). El haberse distinguido a lo largo de su vida política por ejecuciones sanguinarias y expeditivas de todo tipo (ahorcamientos, decapitaciones, torturas a sus oponentes, gaseo con armas químicas, fosas llenas de cadáveres chiíes o kurdos) nunca molestó en manera alguna a los “grandes demócratas” hasta que éstos “descubrieron”, en vísperas de la guerra del Golfo de 1991, que no era más que un tirano sanguinario ([1]), al que desde entonces ya no se le llamó de otra manera que “Carnicero de Bagdad”, apodo que nunca se le había dado antes, cuando precisamente era el ejecutante de la política occidental. También se ha de recordar que Sadam Husein cayó en la trampa cuando se creyó que tenía el apoyo de Washington para invadir Kuwait en verano de 1990, dando a EE.UU. el pretexto para iniciar la operación militar más descomunal desde la Segunda Guerra mundial. Estados Unidos pudo así organizar la primera guerra del Golfo, en enero del 91, designando a Sadam Husein como enemigo público numero uno. La operación bautizada “Tempestad del desierto”, que quiso la propaganda presentar como una guerra “limpia” como si fuera un videojuego, costó la vida a unos 500 000 hombres en 42 días, con unos 106 000 ataques aéreos que lanzaron 100 000 toneladas de bombas y una experimentación de toda la gama de las armas más mortíferas (Napalm, bombas de fragmentación, de depresión…). Su objetivo esencial era hacer una demostración de la aplastante supremacía militar norteamericana en el mundo y forzar a sus antiguos aliados del bloque occidental, que mientras tanto se habían vuelto sus rivales imperialistas potenciales más peligrosos, a participar en la guerra junto con EEUU. Se trataba así de poner freno a la tendencia de esas potencias a quitarse de encima la tutela norteamericana tras la disolución del bloque occidental y de las alianzas que lo mantenían.
Con ese mismo maquiavelismo, Estados Unidos y sus aliados urdieron otra maquinación. Tras haber animado a los kurdos del Norte y a los chiíes del Sur a sublevarse contra el régimen de Sadam Husein, dejaron durante un tiempo intactas las tropas de elite del dictador para que éste pudiera aplastar esas rebeliones; y al no tener el menor interés en que la unidad del país fuera cuestionada, dejaron a la población kurda una vez más a la merced de terribles masacres.
Muchos medios europeos que suelen bailar al ritmo que les marca la clase dominante e incluso individuos como el muy pronorteamericano Sarkozy en Francia, pueden hoy denunciar hipócritamente “la mala opción”, “el error”, “la torpeza” de la ejecución prematura del dictador. La burguesía de los países europeos, como la norteamericana, tiene interés en que no se recuerde la parte que les incumbe en todos aquellos crímenes, ni siquiera a través el prisma deformante de un “juicio”. Cierto es que las circunstancias de la ejecución son las de una exacerbación de odio entre comunidades: se aplicó cuando apenas había empezado Aid al Adha, la fiesta del sacrificio, segunda fiesta en importancia del Islam, lo cual podía satisfacer a la parte mas fanatizada de la comunidad chií que profesa un odio mortal a la comunidad suní a la que pertenecía Sadam, pero que iba a soliviantar la indignación de los suníes y disgustar a la mayor parte de la población de religión musulmana. Además, ahora, algunos podrán presentar a Sadam Husein como un mártir a las generaciones que no conocieron su tiranía.
Pero ninguna burguesía, al compartir el mismo interés que la administración de Bush, tenía otra solución que la ejecución precipitada que permitiera ocultar y hacer olvidar su propia responsabilidad y su complicidad en las atrocidades que por otro lado siguen fomentando hoy. El paroxismo de barbarie y de hipocresía alcanzadas en Oriente Medio son un concentrado revelador del estado del mundo, símbolo del callejón sin salida total del sistema capitalista que se puede observar en el mundo entero ([2]).
Los recientes acontecimientos del conflicto entre Israel y las diversas fracciones palestinas, así como la intensificación de los enfrentamientos entre éstas, están alcanzando cimas en lo absurdo. Es sorprendente ver cómo las diversas burguesías implicadas, arrastradas por la dinámica de la situación y la fuerza de las contradicciones, se ven obligadas a tomar decisiones totalmente contradictorias e irracionales incluso desde el punto de vista de sus intereses estratégicos a corto plazo.
Cuando Ehud Olmert tiende la mano al presidente de la Autoridad palestina Mahmud Abás, con alguna que otra concesión a los palestinos sobre todo suprimiendo algunos controles o prometiendo desbloquear 100 millones de dólares en nombre de la “ayuda humanitaria”, los medios de comunicación se ponen a hablar inmediatamente de reanudación del proceso de paz en Oriente Medio y Mahmud Abás se apresura a valorar el gesto ante su rival Hamás, pues esas seudo concesiones serían la prueba de la validez de su política de cooperación con Israel que permitiría obtener ciertas “ventajas”.
Y es ese mismo Ehud Olmert el que sabotea esas pretendidas ventajas que compartía con el presidente de la Autoridad palestina cuando al día siguiente se ve obligado, bajo la presión de las fracciones ultraconservadoras de su gobierno, a reanudar la política de implantaciones de colonias israelíes en los territorios ocupados y acelerar la destrucción de las viviendas palestinas en Jerusalén.
Los acuerdos entre Al Fatah e Israel hicieron que este país autorizara a Egipto la entrega de armas a Al Fatah para favorecer su lucha contra Hamás. Pero la enésima cumbre de Sharm el Shej entre Israel y Egipto fue totalmente interferida por una operación militar del ejército israelí en Ramala, en Cisjordania, y por la reanudación de los ataques aéreos en la Franja de Gaza en repuesta a esporádicos disparos de misiles. Así es como los mensajes de apaciguamiento o las proclamaciones de voluntad de reanudar el dialogo son de lo más confuso y las intenciones de Israel totalmente contradictorias.
Otra paradoja es precisamente cuando se reúnen Olmert y Abás, justo antes de la cumbre entre Israel y Egipto, cuando Israel se proclama potencia nuclear y amenaza directamente con utilizar la bomba atómica. Aunque esa amenaza esté dirigida esencialmente contra Irán, que también aspira a ser potencia nuclear, también sirve indirectamente para todos sus vecinos. ¿Cómo entablar discusiones con un interlocutor tan peligroso y belicoso?
Además, esa declaración no puede sino animar a Irán a proseguir por esa vía y legitimar sus ambiciones de ser escudo y gendarme de la región, con esa misma lógica de poseer una “fuerza de disuasión” como las demás grandes potencias.
El Estado israelí no es el único en tal situación. Todo ocurre como si cada protagonista fuera incapaz de tomar una orientación en defensa de sus intereses.
Por su parte, Abás ha corrido el riesgo de retar a las milicias de Hamás, haciendo estallar el conflicto con el anuncio, en Gaza, de convocar elecciones anticipadas, lo cual no podía ser sino una provocación para un Hamás “democráticamente elegido”. Sin embargo, ese reto, cuya consecuencia han sido unos combates callejeros sangrientos, era el único medio para la Autoridad Palestina de acabar tanto con el bloqueo israelí como con el embargo de la ayuda internacional desde la subida al poder de Hamás. Ese bloqueo ya es catastrófico para una población imposibilitada de ir a trabajar fuera de unos territorios cercados por la policía y el ejército israelí, pero que además ha provocado la huelga de 170 000 funcionarios palestinos cuyos sueldos ya no se pagan desde hace meses ni en la Franja de Gaza ni en Cisjordania (en particular en sectores tan vitales como educación y salud). La cólera de los funcionarios, que ha afectado incluso a la policía y el ejército, es explotada tanto por Hamás como por Al Fatah para reclutar en sus respectivas milicias, según a quien unos u otros hagan responsable de la situación, mientras sigue habiendo niños entre 10 y 15 años alistados masivamente para servir de carne de cañón en las matanzas.
Por su lado, Hamás intenta explotar esa situación de caos para intentar negociar directamente con Israel un intercambio de prisioneros entre el cabo israelí raptado en enero del 2006 y los activistas de Hamás.
El caos sangriento surgido hace más de un año de cohabitación explosiva entre el gobierno elegido de Hamás y el presidente de la Autoridad Palestina sigue siendo la única perspectiva. En esa dinámica que solo puede debilitar considerablemente a ambos campos, no puede hacer ilusión la tregua decidida a finales de año entre las milicias de Al Fatah y las de Hamás. No cesan de producirse enfrentamientos mortales: atentados con coches bomba, peleas callejeras, raptos a repetición siembran el terror y la muerte entre una población de la Franja de Gaza hundida ya en la miseria más negra. Y para colmo los ataques israelíes en Cisjordania o las despiadadas intervenciones de la policía israelí en sus controles son otros tantos “errores” suplementarios: se mata regularmente a niños, a colegiales en múltiples ajustes de cuentas. El proletariado israelí ya sangrado por el esfuerzo de guerra se encuentra también expuesto a las operaciones de represalias de Hamás o de Hizbolá.
Y, al mismo tiempo, la situación es tan insegura en el sur de Líbano donde están desplegadas las fuerzas de la ONU. Desde el asesinato del líder cristiano Pierre Gemayel en noviembre del 2006 reina la inestabilidad. Mientras que Hizbolá y las milicias chiíes (o las cristianas del general Aun aliadas provisionalmente a Siria) se libraban a una demostración de fuerza sitiando durante varios días el palacio presidencial en Beirut, grupos armados suníes amenazaban el parlamento libanés y su presidente chií Nabil Berri. La tensión entre fracciones rivales está en su punto álgido. Y, por otra parte, nadie puede tomarse en serio la misión de la ONU que consiste en desarmar a Hizbolá.
En Afganistán, el despliegue de 32 000 soldados de las fuerzas internacionales de la OTAN y de 8500 soldados norteamericanos sigue siendo tan ineficaz. Los combates contra Al Qaeda y los talibanes con un centenar de ataques en el sur del país son irremediablemente palos al agua. El balance para 2006 de esa guerrilla alcanza los 4000 muertos. Pakistán, aliado supuesto de Estados Unidos, no para al mismo tiempo de servir de base de refugio a los talibanes y a Al Qaeda. Cada Estado, cada fracción se ven empujados hacia adelante en la aventura bélica a pesar de los reveses sufridos.
El atolladero más significativo es el de la primera potencia del mundo. La política de la burguesía norteamericana es la que más trabada está por esas contradicciones. El informe Baker, antiguo consejero de Bush padre, informe encargado por el gobierno federal, reconoce el fracaso de la guerra en Irak y preconiza un cambio de orientación, proponiendo tanto una apertura diplomática hacia Siria e Irán como la retirada escalonada de los 144 000 soldados norteamericanos empantanados en Irak, y resulta que el Bush Jr., obligado a modificar su gobierno, sustituyendo, en particular, a Rumsfeld por Robert Gates en la Secretaría de Estado de Defensa, se contenta con cambiar a unos cuantos de sus hombres haciéndolos responsables del descalabro de la guerra en Irak (el ejemplo más reciente es el del despido de dos de los principales jefes de estado mayor de las fuerzas de ocupación en Irak, que se han opuesto, porque no lo consideraban eficaz, al despliegue de nuevas fuerzas americanas en Irak). Y a Bush jr. no se le ocurre mejor cosa que reforzar las fuerzas norteamericanas en Irak con otros 21 500 soldados que serán enviados al frente iraquí con la misión de “controlar la seguridad” de Bagdad, y eso cuando ya se está movilizando a los reservistas. El que haya una nueva mayoría demócrata en el Congreso y el Senado estadounidenses no cambia nada en la situación: cualquier paso atrás u oposición al desbloqueo de nuevos créditos militares para la guerra en Irak sería entendido como una declaración de debilidad de EE.UU., de la nación norteamericana, y el campo demócrata no está dispuesto a asumir esa responsabilidad. Toda la burguesía norteamericana, como cada camarilla burguesa o cada Estado, está cada día más atascada en un engranaje guerrero en el que cada decisión, cada movimiento les hace acelerar la huida ciega e irracional para defender sus intereses imperialistas frente a sus rivales.
Hace muchos años que cotidianamente se producen atrocidades guerreras en el continente africano. Tras décadas de masacres en Zaire y Ruanda, tras los enfrentamientos de clanes en Costa de Marfil instigados por las rivalidades entre las grandes potencias, hoy otras nuevas regiones han entrado en la siniestra zarabanda de sangre y fuego.
En Sudán, la “rebelión” contra el gobierno pro islamista de Jartum se ha dividido en múltiples fracciones que se combaten mutuamente, instrumentalizadas por tal o cual gran potencia en un juego de alianzas cada día más precario. En tres años, ha habido en la región de Darfur, en el oeste de Sudán, 400 000 muertos y más de un millón y medio de refugiados, han sido destruidos cientos de aldeas y pueblos, cuyas poblaciones viven hoy hacinadas en campos inmensos en pleno desierto, donde el futuro es morirse de hambre, de sed, de epidemias o de los peores atropellos por parte de las diferentes bandas armadas, incluidas las fuerzas gubernamentales sudanesas. El éxodo de los rebeldes ha llevado el conflicto más allá de Darfur, a Chad y República Centroafricana. Esto ha hecho que Francia se implique militarmente cada día más en la región para así preservar los últimos “cotos de caza” que le quedan en África, participando activamente, entre otras cosas, en los combates desde el aire a partir del territorio chadiano.
Desde el derrocamiento del antiguo dictador presidente Siad Barre en 1990, acompañando en su caída a su protectora, la URSS, Somalia es un país sometido al caos, minado por una guerra continua entre innumerables clanes, que no son sino gangs mafiosos y bandas armadas de saqueadores, matones a sueldo de quien ofrezca más, que hacen reinar el terror, siembran la miseria y la angustia por todo el territorio. Las potencias occidentales que se lanzaron a echar mano del país entre 1992 y 1995 tuvieron que irse no por haber sido “vencidas”, sino por el grado tan avanzado de caos y descomposición que allí reina; el propio desembarco holliwoodiano de los marines estadounidenses acabó en lamentable descalabro en 1994, dejando el sitio a un desorden sin fronteras. Las matanzas entre esas sanguinarias camarillas rivales han hecho 500 000 muertos desde 1991.
La Unión de tribunales islámicos, que era una de esas bandas pintada con el barniz de la Sharia y del Islam “radical”, acabó apoderándose de la capital, Mogadiscio, con algunos miles de hombres armados, en mayo de 2006. El gobierno de transición refugiado en Baidoa llamó entonces a su poderoso vecino, Etiopía, en su ayuda ([3]). El ejército etíope, con el apoyo directo de Estados Unidos, bombardeó la capital e hizo huir en unas cuantas horas a las tropas islamistas, yendo gran parte de ellas al Sur del país. Mogadiscio es un montón de ruinas en el que vive una población harapienta que sobrevive como puede. Se ha instalado un nuevo gobierno provisional apuntalado por el ejército etíope, pero sin la menor autoridad política como lo demuestra el fracaso de su exigencia de que la población entregue las armas. Tras la victoria relámpago de Etiopía, la tregua será sin duda provisional y precaria, pues los “rebeldes” islamistas están rearmándose a través de la frontera permeable del Sur con Kenya. Y podrán obtener otros apoyos, en Sudán, en Eritrea –enemigo tradicional de Etiopía– o en Yemen. Esta situación incierta preocupa necesariamente a Estados Unidos, pues el Cuerno de África, con la base de Yibuti y el puente que ofrece Somalia hacia Asia y Oriente Medio, es una zona entre las más estratégicas del mundo. Esto incitó a EEUU a intervenir directamente el 8 de enero bombardeando el Sur del país donde se han refugiado los “rebeldes” de los que la Casa Blanca afirma que están directamente manipulados y vinculados a Al Qaeda.
Estados Unidos, Francia o cualquier otra gran potencia, cada una por su lado, no lograrán nunca hacer un papel estabilizador ni ser un freno al desencadenamiento de la barbarie guerrera, sea cual sea el gobierno instalado, donde sea, en África o en cualquier otra parte del mundo. Muy al contrario, sus intereses imperialistas empujan a esas potencias a generalizar cada vez más las masacres.
El hundimiento de una parte cada vez más amplia de la humanidad en tal caos y tal barbarie, los peores de toda la historia, es el único porvenir que el capitalismo nos promete. La guerra imperialista moviliza hoy toda la riqueza de la ciencia, de la tecnología, del trabajo humano, no para proporcionar el bienestar a la humanidad, sino, al contrario, para destruir sus riquezas, amontonar ruinas y cadáveres. La guerra imperialista dilapida un patrimonio edificado siglo tras siglo de historia, amenazando en última instancia con sumergir y destruir a la humanidad entera. La guerra imperialista es una de las expresiones de la aberración sin límites de este sistema.
Más que nunca la única esperanza posible es el derrocamiento del capitalismo, la instauración de relaciones sociales liberadas de las contradicciones que atenazan la sociedad, por la única clase portadora de un porvenir para la humanidad, la clase obrera.
Wim (10 enero)
[1]) En cambio, otro tirano de la región, el sirio Hafez el Asad, eterno rival de Sadam, sí siguió siendo hasta en la tumba un “gran hombre de Estado”, por su adhesión al campo occidental, a pesar de tener una carrera tan sanguinaria como la de Sadam y haber utilizado métodos equivalentes.
[2]) Incluso algunos plumíferos de la burguesía son capaces de constatar la náusea provocada por la acumulación insoportable de barbarie en el mundo actual: “La barbarie que castiga a la barbarie para engendrar más barbarie. Una video circula por la red, ultima contribución en el festival de imágenes de lo inmundo, desde las decapitaciones orquestadas por Zarkaui hasta el amontonamiento de carnes humilladas en Abú Graib por los GI (…) A los terribles servicios secretos del ex tirano sucedieron los escuadrones de la muerte del ministro del Interior dominados por las brigadas Al Badr proiraníes. (…) Que se reivindiquen del terror binladista, de la lucha antinorteamericana o sean partidarios del poder (chií), los asesinos que raptan civiles iraquíes comparten una misma tendencia a actuar sometidos a la ley de las pulsiones individuales. Sobre los escombros de Irak planean buitres de toda calaña, de todos los clanes. La mentira es la norma, la policía rapta y roba, el hombre de Dios decapita y destripa, el chií aplica al suní lo que él ha sufrido” (Marianne, semanario francés, 6 de enero). Pero esos plumíferos no son capaces de ir más allá de la “explicación” de esa barbarie por las “pulsiones individuales”, y ya puestos a ello, por la “naturaleza humana”. No pueden entender ni por lo tanto reconocer que esa barbarie es un producto eminentemente histórico, una consecuencia del sistema capitalista decadente, y que existe históricamente una clase social capaz de acabar con ella: el proletariado.
[3]) Etiopía, también antiguo bastión de la URSS, se ha convertido, tras la huida de de Mengistu en 1991, en fortaleza de Estados Unidos en la región llamada « Cuerno de África ».
Como continuación de la serie sobre el sindicalismo revolucionario que venimos publicando desde la Revista internacional nº 118, iniciamos ahora un estudio de la experiencia de la CNT española. Actualmente, una nueva generación de obreros se va comprometiendo progresivamente en la lucha de clase contra el capitalismo. En el combate muchas preguntas se plantean. Una de las más recurrentes es la cuestión sindical. Si bien los grandes sindicatos provocan una desconfianza notoria, la idea de un “sindicalismo revolucionario” despierta una cierta atracción pues supondría, al menos en teoría, “organizarse fuera de los redes del Estado tratando de unificar la lucha inmediata y la lucha revolucionaria”. El estudio de las experiencias de la CGT francesa y de la IWW norteamericana ha mostrado que esa idea es tan imposible como utópica, pero el caso de la CNT, como vamos a ver a continuación, es todavía más elocuente.
Desde principios del siglo xx, la historia ha ido mostrando, a fuerza de experiencias repetidas, que Sindicalismo y Revolución son dos términos antitéticos que no pueden ir unidos.
Hoy, CNT y anarquismo son dos términos que se presentan como unidos e inseparables. El anarquismo, que estuvo ausente en los grandes movimientos obreros del siglo xix y xx ([1]), presenta a la CNT como la prueba de que puede crear alrededor de su ideología particular una gran organización de masas con un papel decisivo en las luchas obreras que tuvieron lugar en España desde 1919 hasta 1936. Sin embargo, no fue el anarquismo quien creó la CNT, los hechos históricos prueban, al contrario, que ésta se dio en sus inicios una orientación sindicalista revolucionario. Aunque, evidentemente, eso no significa que el anarquismo no estuviera presente en su fundación y no imprimiera su marca en su evolución ([2]).
Como ya hemos expuesto en otros artículos de esta serie –no vamos a repetirlo aquí– el sindicalismo revolucionario es una tentativa de respuesta a las nuevas condiciones que planteaban al movimiento obrero el fin del apogeo del capitalismo y la progresiva entrada en su periodo histórico de decadencia –manifestado claramente por la gigantesca hecatombe de la Primera Guerra mundial. Frente a esa realidad, sectores crecientes de la clase obrera constataban el oportunismo galopante de los partidos socialistas –corroídos por el cretinismo parlamentario y el reformismo– y la burocratización y el conservadurismo de los sindicatos. Aparecieron dos respuestas: por un lado, una tendencia revolucionaria dentro de los Partidos socialistas (la izquierda constituida por grupos cuyos militantes más destacados fueron Lenin, Rosa Luxemburgo, Pannekoek, etc.); la otra fue la del sindicalismo revolucionario.
En España se dan igualmente esas condiciones históricas generales, aunque deformadas por el atraso y las particulares contradicciones del capitalismo español. Dos de estas tuvieron un peso importante que contagió negativamente al proletariado de la época.
La primera era la ausencia evidente de unificación y centralización económica real de los diferentes territorios peninsulares que llevaban a la dispersión localista y regionalista, dando lugar a una proliferación de sublevaciones municipales cuya máxima expresión fue la insurrección republicana cantonalista de 1873. El anarquismo estaba predispuesto por su postura federalista a convertirse en el portavoz de estas condiciones históricas arcaicas: la autonomía de cada municipio o territorio que se declara soberano y que solo acepta la unión frágil y aleatoria del “pacto de solidaridad”. Como señala Peirats ([3]) en su libro La CNT en la revolución española, “Este programa [el de la Alianza de Bakunin] encajaba muy bien en el temperamento de los españoles desheredados. La versión federal introducida por los bakuninistas llovía sobre mojado puesto que avivaba reminiscencias de fueros locales, cartas pueblas y municipios medievales libres” ([4]).
Ante el atraso y las explosivas diferencias de desarrollo económico de las regiones, el Estado burgués, aunque formalmente constitucional, se había apoyado en la fuerza bruta del ejército para cohesionar la sociedad, provocando periódicas represiones dirigidas fundamentalmente contra el proletariado y, en menor medida, contra las capas medias urbanas. No sólo obreros y campesinos, sino también amplias capas de la pequeña burguesía se sentían completamente excluidos de un Estado teóricamente liberal pero violentamente represivo, autoritario y caciquil, lo que desprestigiaba totalmente la política y el sistema parlamentario. Esto provocaba un apoliticismo visceral expresado por el anarquismo pero muy extendido en el medio obrero. Estas condiciones generales marcaron, por un lado, la debilidad de la tradición marxista en España; por otro lado, la influencia considerable del anarquismo.
El grupo en torno a Pablo Iglesias ([5]) permaneció fiel a la corriente marxista en la AIT y formó en 1881 el Partido Socialista; sin embargo esta organización siempre adoleció de una debilidad política extrema, hasta el punto que Munis ([6]) decía que muchos de sus dirigentes nunca habían leído ninguna obra de Marx “Las obras más fundamentales e importantes del pensamiento teórico no habían sido traducidas. Y las pocas publicadas (Manifiesto comunista, AntiDhüring, Miseria de la filosofía, Socialismo utópico y científico) eran más leídas por los intelectuales burgueses que por los socialistas. Los escritos o discursos de Pablo Iglesias, como los de sus herederos, Besteiro, Fernando de los Ríos, Araquistáin, Prieto y Caballero, ignoran completamente el marxismo, cuando no lo contradicen deliberadamente” (Jalones de derrota, promesas de victoria) y por eso mismo, muy pronto tomó una deriva oportunista que lo convertiría en uno de los partidos más derechistas de toda la Internacional.
Por lo que concierne a la tendencia anarquista habría que dedicar un estudio detallado para comprender sus diferentes corrientes y las múltiples posiciones que adoptó, del mismo modo, sería necesario distinguir entre una mayoría de militantes generosamente entregados a la causa del proletariado y los que se hacían pasar por sus dirigentes que, salvo honrosas excepciones, contradecían a cada paso los “principios” que solemne y ruidosamente propagaban. Baste recordar la ignominiosa actuación de los secuaces directos de Bakunin en España cuando la insurrección cantonalista de 1873 que tan brillantemente denuncia Engels en su folleto Los bakuninistas en acción:
“esos mismos hombres que se dan el título de revolucionarios, autónomos, anárquicos, etc., se han lanzado en esta ocasión a hacer política; pero la peor de las políticas, la política burguesa; no han trabajado para dar el Poder político a la clase proletaria, idea que ellos miran con horror, sino para ayudar a que conquistase el Gobierno una fracción de la burguesía, fracción compuesta de aventureros, postulantes y ambiciosos, que se denominan republicanos intransigentes” ([7]).
Tras este episodio, en medio del reflujo internacional de las luchas que siguió a la derrota de la Comuna de París, la burguesía en España desencadenaría una represión brutal que se prolongaría largo tiempo. En estas condiciones de terror estatal y confusión ideológica, la corriente anarquista sólo tenía dos certidumbres inamovibles: el federalismo y el apoliticismo. Más allá de ellas, se debatió constantemente entre el dilema: ¿llevar una acción pública para crear una organización de masas? O, ¿conducir una lucha minoritaria y clandestina basada en el lema anarquista de “la propaganda por el hecho”? Esto la sumió en la parálisis más completa. En Andalucía, esta oscilación pendular tomaba unas veces la forma de “huelga general” consistente en sublevaciones locales aisladas que eran fácilmente aplastadas por la guardia civil y a las que seguía una represión inmisericorde; mientras que otras veces, adoptaba la forma de “acciones ejemplares” (quemas de cosechas, asaltos a cortijos etc.) que eran aprovechadas por los gobiernos de turno para desencadenar nuevas oleadas represivas ([8]).
La CNT nació en Barcelona, principal concentración industrial de España, a partir de las condiciones históricas predominantes a escala mundial en la primera década del siglo xx. Como hemos visto en otros textos ([9]), la lucha obrera tendía a orientarse hacia la huelga de masas revolucionaria, de la que la Revolución rusa de 1905 constituye la manifestación más avanzada
En España igualmente, el cambio de periodo histórico se manifestó en las nuevas formas que tendieron a tomar las respuestas obreras. Dos episodios, que vamos a relatar aquí brevemente, expresan esta tendencia: la huelga de 1902 en Barcelona y la Semana trágica de 1909 también en Barcelona.
La primera partió de una huelga del sector metalúrgico en diciembre de 1901 reclamando la jornada de 8 horas. Ante la represión y la cerrazón patronal recabaron en las calles la solidaridad del proletariado barcelonés. Esta estalló de manera masiva y espontánea desde finales de enero de 1902 sin mediar la más mínima convocatoria de organizaciones sindicales o políticas. Durante varias jornadas tuvieron lugar reuniones masivas con la participación de obreros de todos los sectores. Sin embargo, dada la ausencia de eco en el resto del país, la huelga se irá debilitando progresivamente. A esta situación contribuyeron, por una parte, el sabotaje abierto por parte del Partido Socialista que llegó incluso a bloquear los fondos de solidaridad recogidos por las Trade Unions británicas y, por otra parte, la pasividad de las sociedades de tendencia anarquista ([10]). Por otra parte, la Federación de trabajadores de la región española, nuevamente reconstituida sobre la base de una orientación “apolítica” ([11]) no quiso participar dando como argumento que “los obreros de la industria metalúrgica de Barcelona no habían pertenecido jamás a ningún grupo político o social y no tenían ninguna mentalidad para asociarse” ([12]).
Esta experiencia sacudió profundamente las organizaciones obreras constituidas puesto que no había seguido los “esquemas” tradicionales de lucha: ni la huelga general concebida por los anarquistas ni las acciones de presión en un marco sectorial y estrictamente económico según la visión de los socialistas.
La Semana trágica de 1909 estalló como respuesta popular masiva contra el embarque de tropas para Marruecos ([13]), en ella vuelven a expresarse con fuerza la solidaridad activa de clase, la extensión de las luchas y la toma de la calle mediante manifestaciones callejeras, todo ello a partir de la iniciativa directa de los obreros sin ningún tipo de convocatoria o planificación previa. Se unen la lucha económica y la lucha política. Por un lado, la solidaridad de todos los sectores obreros con la huelga del textil, principal industria catalana; de otro lado, el rechazo a la guerra imperialista personificado en la movilización contra el embarque de soldados para la guerra de Marruecos. Bajo la influencia disolvente del republicanismo burgués –encabezado por el famoso demagogo Lerroux ([14])– el movimiento degenera en actos violentos estériles cuya expresión más espectacular es la quema de iglesias y conventos. Todo esto es aprovechado por el Gobierno para desencadenar otra de sus brutales oleadas de represión que adquirió formas especialmente bárbaras y sádicas.
En este medio ambiente nacerá Solidaridad obrera en 1907 (que 3 años más tarde se convertirá en la CNT). Solidaridad obrera unifica cinco tendencias existentes en el medio obrero:
– el sindicalismo “puro”, apolítico y corporativo, aunque fuertemente radicalizado;
– los socialistas catalanes, que actuaban por libre, al margen de las rígidas directrices y el esquematismo del centro madrileño;
– los sindicalistas revolucionarios, una tendencia incipiente, salida de las rangos de los sindicatos socialistas pero igualmente influida por el anarquismo ([15]).
– los anarquistas que eran, en Cataluña, partidarios de la acción sindical;
– y, finalmente, los adherentes al partido demagogo republicano de Lerroux de quien antes hemos hablado.
En esos años circulan ampliamente las tesis del sindicalismo revolucionario francés. Anselmo Lorenzo, destacado anarquista español, había traducido en 1904 la obra de Emile Pouget el Sindicato, José Prat tradujo y divulgó otras obras como la del citado Pouget, Pelloutier o Pataud ([16]). El propio Prat en su obra la Burguesía y el Proletariado (1908) condensa la esencia del sindicalismo revolucionario afirmando que éste...
“no acepta nada del orden actual; lo padece esperando tener la fuerza sindical para derribarlo. Con huelgas cada vez más generalizadas revoluciona progresivamente la clase obrera y la encamina hacia la huelga general. Sin perjuicio de arrancar a la burguesía patronal todas aquellas mejoras inmediatas que sean positivas, su objeto es la transformación completa de la sociedad actual en sociedad socialista, prescindiendo en su acción del agente político: revolucionarismo económico–social”.
Solidaridad obrera tenía previsto celebrar su Congreso en 1909 a finales de septiembre en Barcelona; sin embargo, debido a los sucesos de la Semana trágica y la represión que siguió, el congreso no pudo celebrarse, y en su lugar se produciría más tarde, en 1910 el primer Congreso de la CNT.
La organización que se ha presentado como modelo del anarcosindicalismo surgió sin embargo en base a posiciones del sindicalismo revolucionario:
“no aparece en ningún lugar la más mínima referencia al tema anarquista, ni como meta, ni como base de actuación, ni como principios, etc. Ni en el Congreso, a lo largo de sus discusiones, ni en sus acuerdos, o en los posteriores manifiestos de la Confederación hay la más mínima alusión al tema anárquico, que pudiera hacer pensar en un predominio de esta corriente política, o al menos, de su imposición en la nueva Confederación. Esta aparece como un organismo totalmente neutral, si es que por esto puede entenderse la práctica exclusiva del sindicalismo revolucionario; apolítico, en el sentido de que no participa en el juego político o proceso de gobierno de la sociedad, pero político en el sentido de que se propone sustituir al sistema actual de gobierno social por otro sistema diferente, basado en la propia organización sindical” (A. Bar, La CNT en los años rojos) ([17]).
Ahora bien, sería erróneo creer que no estaba influida por las posiciones anarquistas. El peso de éstas era evidente en los tres pilares del sindicalismo revolucionario que hemos analizado en anteriores artículos de la serie al valorar la experiencia de la CGT francesa y de los IWW norteamericanos: el apoliticismo, la acción directa y la centralización.
El apoliticismo
Como hemos visto en los artículos precedentes de esta serie, el sindicalismo revolucionario pretende sobre todo “bastarse a sí mismo”: el sindicato debe ofrecer a la clase obrera su organización unitaria de lucha, el medio de organización de la sociedad futura e igualmente el marco para la reflexión teórica, aunque la importancia de esta última es ampliamente subestimada. Las organizaciones políticas eran a menudo consideradas como inútiles más que nocivas. En Francia, esta corriente desarrolló al menos trabajos teóricos y reflexiones, a través de los que, por ejemplo, llegaron sus posiciones a España. Pero aquí, al contrario, el sindicalismo revolucionario tenía una vocación eminentemente “práctica”; no produjo apenas ningún trabajo teórico y se puede decir que sus documentos más importantes son las resoluciones de sus congresos, en los que el nivel de las discusiones era realmente limitado.
“El sindicalismo revolucionario español fue fiel a uno de los principios básicos del sindicalismo: ser un modo de acción, una práctica, y no una mera teoría; por lo que, al contrario de lo que ocurrió en Francia, es muy difícil encontrar trabajos teóricos del sindicalismo revolucionario español... Las manifestaciones más claras de sindicalismo revolucionario son precisamente los documentos de las organizaciones, los manifiestos y acuerdos, tanto de Solidaridad Obrera como de CNT. Ellos son los que demuestran la existencia de un sindicalismo revolucionario español y que no todo el sindicalismo español fue anarquista, fue anarcosindicalismo” (A. Bar, obra citada).
Llama la atención que el congreso no dedicara ninguna sesión a la situación internacional, ni al problema de la guerra. Aún más significativo que no se discutiera absolutamente nada de los recientes acontecimientos de la Semana Trágica que encerraban una multitud de problemas candentes (la guerra, la solidaridad directa en la lucha, el papel nefasto del republicanismo lerrouxista) ([18]). Ahí podemos ver la despreocupación por un análisis de las condiciones de la lucha de clases y del periodo histórico, la dificultad para la reflexión teórica y consecuentemente para sacar lecciones de las experiencias de luchas. En su lugar, toda una sesión se consagró a un debate embrollado e inacabable sobre cómo debía interpretarse la fórmula “La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores” que se tradujo en la proclamación de que sólo los trabajadores manuales podían llevar esa lucha y que los trabajadores intelectuales debían ser apartados y aceptados únicamente como “colaboradores”.
La acción directa
Este punto era el que la mayoría de obreros consideraban que diferenciaba la práctica de la UGT socialista y la nueva organización, la CNT. De hecho podría decirse que está en la base misma de la constitución de la CNT como sindicato a escala nacional (no sólo en Cataluña como al principio):
“La iniciativa de convertir Solidaridad Obrera en Confederación española partió, no de esta misma Confederación, sino de muchas entidades fuera de Cataluña, que ávidas de solidarizarse con las sociedades que hoy no se hallan dentro de la Unión General de Trabajadores en cambio ven con simpatía los medios de la lucha directa» (José Negre, citado por A. Bar, op. cit.).
Numerosas agrupaciones obreras de otras regiones españolas estaban hartas del reformismo cretino, la rigidez burocrática y el “quietismo” –como reconocían muchos socialistas críticos– de la UGT. Por eso acogieron con entusiasmo la nueva central obrera que preconizaba la lucha directa de masas y una perspectiva revolucionaria aunque fuera ésta bastante indefinida. Sin embargo, conviene aclarar un malentendido: no es lo mismo acción directa que huelga de masas. Las luchas que estallan sin convocatoria previa como producto de una maduración subterránea, las asambleas generales donde los obreros piensan y deciden juntos, las acciones callejeras masivas, la organización directa de los obreros mismos sin esperar directrices de los dirigentes, los rasgos que van a caracterizar la lucha obrera en el periodo histórico de la decadencia del capitalismo no tienen nada que ver con la acción directa. Esta consiste en grupos espontáneos de afinidad que realizan acciones minoritarias de “expropiación” o de “propaganda por el hecho”. Los métodos de la huelga de masas emanan de la acción colectiva e independiente de los obreros; mientras que los métodos de la acción directa dependen de la “voluntad soberana” de pequeños grupos de individuos. Esta amalgama entre “acción directa” y los nuevos métodos de lucha desarrollados por la clase en Rusia 1905 o en las experiencias de Barcelona (1902 y 1909) que acabamos de mencionar, produjo una enorme confusión que arrastraría la CNT a lo largo de su historia.
Esta confusión se reflejó en un debate estéril entre adversarios y partidarios de la “huelga general”. Los miembros del PSOE se oponían a la huelga general viendo en ella el planteamiento abstracto y voluntarista del anarquismo consistente en arrojarse sobre tal o cual lucha para “transformarla arbitrariamente en revolución”. De la misma forma que sus correligionarios de otros partidos socialistas europeos, no alcanzaban a comprender que el cambio de condiciones históricas hacía que la Revolución dejara de ser un lejano ideal para convertirse en el eje alrededor del cual deben reunirse todos los esfuerzos de lucha y conciencia de la clase ([19]). Al rechazar la visión anarquista de la revolución “sublime, grande y majestuosa”, ignoraban y rechazaban también los cambios concretos en la situación histórica.
Frente a ellos, los sindicalistas revolucionarios englobaban en el odre viejo y completamente tributario del sindicalismo de la huelga general, su voluntad sincera de tomar la lucha a cargo, de desarrollar asambleas y luchas masivas. Las tesis de la “acción directa” y de la “huelga general”, tan radicales aparentemente, debía limitarse al terreno económico y aparecía así como un economicismo sindical más o menos radicalizado; no expresaba la profundidad de la lucha, sino sus limitaciones:
“La Confederación y las secciones que la integran lucharán siempre en el más puro terreno económico, o sea en el de la acción directa” (Estatutos).
La centralización
Una gran parte de la discusión se dedicó a la cuestión organizativa; ¿cómo debía estar estructurado orgánicamente un sindicato a nivel nacional?
El rechazo de la centralización y el federalismo más extremo hicieron que en este punto triunfaran las posiciones anarquistas. La CNT adoptará en su primera etapa (hasta el cambio que significó el congreso de 1919) una organización completamente anacrónica basada en la yuxtaposición de sociedades de oficios por un lado y federaciones locales de otro.
Mientras los soviet de 1905 en Rusia mostraban la unidad de la clase obrera como una fuerza social revolucionaria, que se organizaba de manera centralizada confluyendo en el soviet de Petersburgo, por encima de sectores y categorías, y abierto a la intervención de las organizaciones políticas revolucionarias, la CNT aprobaba proposiciones que iban desgraciadamente en sentido contrario.
Por un lado, influidos por el federalismo en respuesta a la miseria extrema y a la brutalidad odiosa del régimen capitalista, los grupos locales se lanzaban a insurrecciones periódicas que desembocaban en la proclamación del comunismo libertario en un municipio, a lo cual el poder burgués respondía con una salvaje represión. Esto se produjo con frecuencia en Andalucía en los 5 años que precedieron al estallido de la Primera Guerra mundial. Pero igualmente se daba en regiones de agricultura avanzada como en Valencia. Un ejemplo: en 1912, en Cullera, rica población agro-industrial, estalla un movimiento de jornaleros que toma el Ayuntamiento y proclama el “comunismo libertario” en la localidad. Totalmente aislados, los obreros sufrieron una salvaje represión de las fuerzas combinadas del ejército y la guardia civil.
Por otro lado, las agrupaciones obreras caían en el corporativismo ([20]). El método de este último es calcar la organización obrera sobre la base de las múltiples y complicadas subdivisiones de la organización capitalista de la producción lo cual propaga en los obreros una mentalidad estrecha de “zapatero a tus zapatos”. Para el corporativismo, la unidad no consiste en la reunión de todos los trabajadores, cualquiera que sea la categoría o la empresa a la que pertenezcan, en único colectivo, sino el establecimiento de un “pacto de solidaridad y defensa mutua” entre partes independientes y soberanas de la clase obrera. Esto queda consagrado por el Reglamento adoptado por el Congreso que admite incluso la existencia de dos sociedades del mismo oficio en una misma localidad.
El Congreso de 1910 se vio atravesado por un tema muy significativo. El mismo día de su comienzo, los obreros de Sabadell (localidad industrial próxima a Barcelona) estaban en huelga generalizada en solidaridad con sus compañeros de Seydoux golpeados por varios despidos disciplinarios. Los huelguistas enviaron delegados al Congreso pidiendo que se declarara la huelga general en solidaridad. El Congreso mostró un entusiasmo muy grande y una fuerte corriente de solidaridad. Sin embargo, adoptó una resolución basada en las más rancias concepciones sindicalistas cada vez más sobrepasadas por el viento fresco de la lucha obrera de masas:
“Proponemos al Congreso acuerde como medida de solidaridad a los huelguistas sabadellenses que todos los delegados presentes lleven al ánimo de sus respectivas entidades el deber ineludible que tienen de cumplir los acuerdos de las asambleas de delegados de Solidaridad obrera de Barcelona, de auxiliar materialmente a los huelguistas”.
Este acuerdo confuso y vacilante, supuso una ducha helada para los obreros sabadellenses que acabaron volviendo al trabajo completamente derrotados.
Este episodio simboliza la contradicción en la que se iba a mover la CNT en el periodo siguiente. De un lado, latía en su seno una vida obrera impetuosa deseosa de dar respuesta a la situación cada vez más explosiva en la que tendía a hundirse el capitalismo. Pero de otra parte, el método de respuesta, el sindicalismo revolucionario, se iría mostrando cada vez más inadecuado y contraproducente, cada vez más como un obstáculo y no como un estímulo.
Todo esto lo veremos en el próximo artículo donde analizaremos la acción de la CNT en el tormentoso periodo de 1914-1923: la CNT ante la guerra y la revolución.
RR y CMir 15 de junio de 2006
[1]) Su influencia fue muy limitada en la Comuna de París mientras que en 1905 y 1917 su presencia fue insignificante
[2]) El prólogo a un libro con las Actas del Congreso de Constitución de la CNT (Editorial Anagrama 1976), reconoce que la CNT “no era ni anarco-colectivista ni anarco-comunista ni siquiera plenamente sindicalista revolucionaria sino apolítica y federal”.
[3]) Entre los historiadores anarquistas es uno de los más conocidos y destacados por su rigor. La obra citada es considerada como uno de los puntos de referencia en le medio anarquista español.
[4]) Unas páginas más adelante, Peirats desarrolla la idea siguiente: «como contrapartida al espíritu unitario, reflejo este de una geografía unitaria –la de la meseta– los bordes peninsulares, con sus sistemas de montañas, sus vegas y sus valles, forman un círculo de compartimientos a los que corresponden variedades infinitas de tipos, lenguas y tradiciones. Cada zona o recodo de este quebrado paisaje representa una entidad soberana, celosa de sus instituciones, orgullosa de su libertad. He aquí la cuna del federalismo ibérico. Esta configuración geográfica fue siempre un semillero de autonomías lindantes, a veces, con el separatismo, réplica éste del absolutismo (…) Entre el separatismo y el absolutismo se yergue el federalismo. Se basa éste en la libre y voluntaria vinculación de todas las autonomías, desde la del individuo hasta la de las regiones naturales o afines, pasando por el municipio libre. La calurosa acogida que tuvieron en España ciertas influencias ideológicas procedentes del exterior, lejos de desmentir, afirman la existencia –apenas mitigada por siglos de extorsión- de un federalismo autóctono (…) Los emisarios bakuninistas sembraron su federalismo, el libertario, entre la clase obrera española» (ob. cit. página 18). La clase obrera, por su trabajo asociado a escala internacional, representa la unificación consciente –y por tanto libremente asumida- de toda la humanidad. Esto se opone radicalmente al federalismo que es una ideología que refleja la dispersión, la fragmentación, ligadas, por un lado, a la pequeña burguesía y, de otro lado, a formas de producción arcaicas que precedieron al capitalismo.
[5]) Pablo Iglesias (1850-1925) fundador y dirigente del PSOE hasta su muerte
[6]) Revolucionario español (1911-1989) procedente de la Oposición de izquierdas de Trotski. Rompió con dicha Oposición por la capitulación de ésta ante la Segunda Guerra mundial, defendiendo las posiciones de clase. Fundador del grupo FOR: Fomento obrero revolucionario. Ver en Revista internacional nº 58 nuestro artículo “En memoria de Munis, militante de la clase obrera”.
[7]) Ver archivo de autores marxistas: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873-bakun.htm [318].
[8]) En 1882-1883, el Estado desencadenó una feroz represión contra los jornaleros y los anarquistas, justificándola con la lucha contra una sociedad que organizaba atentados: la Mano negra. Nunca se ha probado que existiera tal sociedad.
[9]) Ver a partir de la Revista internacional nº 120 nuestra serie sobre 1905.
[10]) El historiador de tendencia abiertamente anarquista, Francisco Olaya Morales, en su libro Historia del movimiento obrero español (1900-1936) aporta el testimonio siguiente: «a finales de diciembre, el Comité de huelga contactó algunas sociedades de tendencia anarquista, pero éstas se negaron a unirse al comité invocando que éste había transgredido las reglas de la acción directa» (sic).
[11]) Volveremos ulteriormente sobre esta experiencia.
[12]) Ver el libro de Olaya citado en la nota 10.
[13]) El capital español, en defensa de sus propios intereses imperialistas –buscarse una serie de territorios coloniales aprovechando los desperdicios que no querían las grandes potencias- se había comprometido en una costosa guerra en Marruecos que requería un continuo envío de tropas que sangraba a obreros y campesinos: muchos jóvenes sabían que el destino marroquí iba a suponer su muerte o el verse inválidos para toda la vida, junto con las penurias de la vida cuartelaria.
[14]) Individuo turbio y aventurero (1864-1949), fundador del Partido radical, que tuvo un gran peso en la política española hasta los años 30.
[15]) A diferencia de la experiencia francesa (ver los artículos de esta serie en los números 118 y 120 de la Revista internacional) o de la experiencia de los IWW de Estados Unidos (ver los números 124 y 125), en España no hay obras ni siquiera artículos a través de los cuales se exprese una tendencia sindicalista revolucionaria diferenciada. Ésta se formará a partir de unas sociedades de oficios que habían roto con la UGT (sindicato socialista) y también por anarquistas más abiertos a las diferentes tendencias del movimiento obrero, como José Prat del que hablaremos a continuación.
[16]) Teóricos del sindicalismo revolucionario francés. Ver el artículo antes citado en la Revista internacional nº 120.
[17]) El historiador de tendencia anarquista, Francisco Olaya Morales, en su libro antes citado, cuando se refiere al periodo de fundación de la CNT deja claro (páginas 277 y siguientes) que los socialistas participaron en la fundación y en la primera etapa de la CNT. Cita a José Prat, autor anarquista aunque independiente, del que antes hemos hablado, que mostró una posición abierta y favorable a dicha participación
[18]) Sólo hubo una mención muy de pasada al problema doloroso de los numerosos presos.
[19]) Es el problema que captará por aquellos años Rosa Luxemburgo al examinar la gigantesca huelga de masas de 1905: “La guerra económica incesante que los obreros libran contra el capital mantiene despierta la energía combativa incluso en las horas de tranquilidad política; de alguna manera constituye una reserva permanente de energía de la que la lucha política extrae siempre fuerzas frescas. Al mismo tiempo, el trabajo infatigable de corrosión reivindicativa desencadena aquí o allá conflictos agudos a partir de lo cual estallan bruscamente las batallas políticas. La lucha económica presenta una continuidad, es el hilo que vincula los diferentes núcleos políticos; la lucha política es una fecundación periódica que prepara el terreno a las luchas económicas. La causa y el efecto se suceden y alternan sin cesar y de este modo el factor económico y el factor político, lejos de distinguirse completamente o incluso de excluirse recíprocamente como lo pretende el esquema pedante, constituyen en un periodo de huelga de masas dos aspectos complementarios de las luchas de clases proletarias en Rusia” (Huelga de masas, partido y sindicatos).
[20]) Podemos citar un ejemplo del peso de este corporativismo: en 1915, el comité de Reus (pequeña aglomeración industrial de Cataluña) –dominado en este caso por los socialistas– firmó un acuerdo con la Patronal a espaldas de las obreras en huelga lo que llevó a una derrota de estas. Las peticiones que las obreras hicieron al Comité de hacer campaña por una huelga general de solidaridad cayeron en saco roto. El Comité, dominado por hombres, manifestó un desprecio hacia las reivindicaciones de las mujeres e hizo prevalecer los intereses del sector –la metalurgia– del cual era mayoritariamente emanación, en detrimento del interés fundamental de la clase obrera en su conjunto constituido por la necesaria solidaridad con las camaradas obreras en lucha.
Respuesta a la Communist Workers’ Organisation
sobre la guerra en la fase de decadencia del capitalismo (II)
En la primera parte de este artículo, veíamos que contrariamente a lo que suele afirmarse, el mecanismo de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia no es el meollo para analizar las contradicciones del económicas del sistema capitalista que Marx analizó, sino el freno que la relación salarial impone al crecimiento de la demanda final de la sociedad: “La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límites que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad” ([1]). Esa es la consecuencia de la sumisión del mundo a la dictadura del salariado que permite a la burguesía apropiarse de un máximo de sobretrabajo. Pero entonces, nos dice Marx, ese frenesí de producción de mercancías engendrado por la explotación de los trabajadores genera un amontonamiento de productos que aumenta más rápidamente que la demanda solvente global en el conjunto de la sociedad: “Al estudiar el proceso de producción vemos que toda la tendencia, todo el esfuerzo de la producción capitalista consiste en acaparar lo más posible del sobretrabajo... en definitiva para la producción a gran escala, es decir para la producción de masas. Lo esencial de la producción capitalista implica, por tanto, una producción que no tiene en cuenta los límites del mercado” ([2]). Esa contradicción provoca periódicamente un fenómeno desconocido hasta entones en toda la historia de la humanidad: las crisis de sobreproducción: “Una epidemia social que, en cualquier otra época, parecería absurda: la epidemia de la sobreproducción” ([3]); “La capacidad inmensa e intermitente de expansión del sistema de fábrica, unida a su dependencia del mercado universal origina necesariamente una producción convulsa seguida de un congestión de los mercados cuya contracción lleva a la parálisis. La vida de la industria se transforma así en una serie de períodos de actividad media, de prosperidad, de sobreproducción, de crisis y de estancamiento” ([4]).
Más precisamente, Marx sitúa esa contradicción entre la tendencia a un desarrollo desenfrenado de las fuerzas productivas y los límites del crecimiento del consumo final de la sociedad a causa del empobrecimiento relativo de los trabajadores asalariados:
“Cada capitalista sabe que sus obreros no le hacen frente en la producción como consumidores, y se afana por restringir todo lo posible su consumo, es decir su capacidad de cambio, su salario” ([5]).
Ahora bien, prosigue Marx:
“La capacidad de consumo de una sociedad no viene determinada ni por la fuerza productiva absoluta, ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo sobre la base de relaciones de distribución antagónicas ([6]), que reducen el consumo de las grandes masas de la sociedad a un mínimo susceptible de variar únicamente dentro de unos límites cada vez más estrechos” ([7]). La sobreproducción tiene como condición esencial la ley general de la producción de capital: producir en la medida de las fuerzas productivas (es decir según la posibilidad de explotar la mayor cantidad posible de trabajo con una cantidad dada de capital) sin tener en cuenta los limites existentes a nivel de los mercados o de las necesidades solventes...” ([8]).
La médula del análisis marxista de las contradicciones económicas del capitalismo se basa en que éste debe incrementar sin cesar su producción, mientras que, en cambio, el consumo no puede, a causa de la estructura clasista del capitalismo, seguir un ritmo equivalente.
En la primera parte de nuestro artículo, vimos también que la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, por su propio mecanismo interno, podía participar perfectamente en la aparición de crisis de sobreproducción:
“El límite del modo de producción se manifiesta en los siguientes hechos: 1º El desarrollo de la productividad del trabajo engendra, con la caída de la cuota de ganancia, una ley que, llegado cierto punto, se vuelve brutalmente contra ese desarrollo y ha de ser constantemente superada mediante las crisis. El límite del modo de producción se manifiesta en los siguientes hechos: 1º El desarrollo de la productividad del trabajo engendra, con la caída de la cuota de ganancia, una ley que, llegado cierto punto, se vuelve brutalmente contra ese desarrollo y ha de ser constantemente superada mediante las crisis” ([9]).
Sin embargo, en Marx no es ni la causa exclusiva, ni siquiera la causa principal de las contradicciones del capitalismo. Por otra parte, en el prefacio de la edición inglesa (1886) del Libro I de el Capital, Engels resume la idea de Marx: y no es a la tendencia decreciente de la cuota de ganancia a lo que se refiere, sino a esa contradicción subrayada constantemente por Marx entre: “un desarrollo absoluto de las fuerzas productoras” y...
“... el límite del crecimiento del consumo final de la sociedad”: “Y al paso que la capacidad productiva crece en progresión geométrica, la expansión de los mercados crece en progresión aritmética. Cierto es que parece haberse cerrado el ciclo decenal de estancamiento, prosperidad, sobreproducción y crisis que venía repitiéndose desde1825 hasta 1867, pero solo para hundirnos en el pantano desesperante de una depresión permanente y crónica” ([10]).
Así, como acabamos de dejar claro para cualquiera que aborde esta cuestión leal y seriamente, CWO defiende, sobre las causas fundamentales de las crisis económicas del capitalismo y de la decadencia de este modo de producción un análisis diferente del que en su tiempo defendieron Marx y Engels. No solo tiene perfecto derecho, sino que incluso es su responsabilidad decirlo si así lo considera necesario, pues, por tan valiosas y profundas que fueran las inmensas contribuciones que Marx aportó a la teoría del proletariado, tampoco era infalible y sus escritos nunca deberán ser considerados como textos sagrados, lo cual sería una actitud religiosa totalmente ajena al marxismo, como a todo método científico por otra parte. Los escritos de Marx deben también someterse a la crítica del método marxista. Ese fue el método que adoptó Rosa Luxemburgo en la Acumulación del capital (1913) cuando desvela las contradicciones que hay en el Libro II de el Capital precisamente respecto a los esquemas de la reproducción ampliada. Pero cuando se pone en tela de juicio una parte de lo escrito por Marx, la honradez política y científica requiere asumirlo explícitamente y con la mayor claridad. Y eso fue lo que hizo Rosa Luxemburgo en su libro, lo cual le granjeó el enojo general de parte de los “marxistas ortodoxos”, escandalizados de que alguien criticara abiertamente algo escrito por Marx. Eso no es desde luego lo que hace la CWO cuando no sólo se aparta del análisis de Marx, pretendiendo serle fiel y acusando encima a la CCI de hacer unos análisis que se apartan del materialismo, y, por lo tanto, del marxismo. En lo que a nosotros se refiere, si retomamos los análisis de Marx sobre este tema, es porque los consideramos justos y capaces de explicar la realidad de la vida del capitalismo.
Y, por consiguiente, tras haber tratado esta cuestión en el plano teórico en la primera parte de este artículo, vamos a demostrar aquí por qué la realidad empírica invalida totalmente la teoría de quienes dicen que la evolución de la cuota de ganancia es el principio y el fin de la explicación de las crisis, de las guerras y de la decadencia. Para ello, seguiremos apoyándonos en la crítica del análisis de Paul Mattick, un análisis que hace suyo el BIPR, según el cual, en vísperas de la Primera Guerra mundial, la crisis económica habría alcanzado tales proporciones que ya no podía resolverse con los medios clásicos de la desvalorización del capital fijo (quiebras) como así ocurría en las crisis del siglo xix, sino que desde entonces la única solución era las destrucciones físicas de la guerra:
En las condiciones del siglo xix, una crisis que afecta más o menos a todas la unidades de capital a nivel internacional logra, sin excesiva dificultad, reabsorber la sobreacumulación. Pero con el cambio de siglo se alcanza el punto a partir del cual las crisis y la concurrencia no puede destruir el capital en la proporción suficiente... el ciclo económico... se transforma en ciclo de guerras mundiales... la guerra reanima y amplifica la actividad económica. (...). Y todo... a causa… de la destrucción de capital” (Paul Mattick, citado en el artículo de Revolutionary Perspectives nº 38) ([11]).
Ese es el análisis económico de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia que hace el BIPR. Con esa base, el BIPR nos acusa de idealismo porque nosotros no propondríamos un análisis claramente económico como fundamento de cada fenómeno de la sociedad y de la decadencia del capitalismo en particular:
“Para la concepción materialista de la historia el proceso social como un todo está determinado por el proceso económico. Las contradicciones de la vida material determinan la vida ideológica. La CCI afirma, con total superficialidad, que se acaba un periodo entero de la historia y uno nuevo se abre. Tan gran cambio no puede producirse sin cambios fundamentales en la infraestructura capitalista. En todo caso, la CCI debe sustentar tales afirmaciones en un análisis que hunda sus raíces en la esfera de la producción o reconocer que son meras conjeturas” (Revolutionary Perspectives nº 37).
De esto vamos a discutir ahora.
Creyendo practicar el buen método marxista, el BIPR ha ido a buscar en el consejista Paul Mattick las “bases materiales” para la apertura del período de decadencia del capitalismo. Por desgracia para el BIPR, si el método marxista –el materialismo histórico y dialéctico– se resumiera a dar una explicación económica a todos los fenómenos que ocurren en el capitalismo, entonces, como nos lo enseñó Engels,“Aplicar la teoría a cualquier periodo histórico es más fácil, a fe mía, que resolver una simple ecuación de primer grado” ([12]). De lo que aquí se olvida el BIPR es sencillamente que el marxismo no es solo un método de análisis materialista, sino también histórico y dialéctico. ¿Y qué nos enseña la historia sobre la entrada en decadencia en el plano económico de un modo de producción?
La historia nos enseña que ningún período de decadencia se ha iniciado por una crisis económica. Esto no es ninguna sorpresa, pues es evidente que el apogeo de un modo de producción se confunde con su período de mayor prosperidad. De modo que las primeras expresiones de su entrada en decadencia serán muy tenues en el plano económico. Se manifestarán ante todo en otros ámbitos y otros planos. Por ejemplo, antes de hundirse en crisis a repetición en lo material, la decadencia romana se concretó primero en el cese de su expansión geográfica durante el siglo IIº d.c; en las primeras grandes derrotas militares en los fronteras del Imperio romano durante el siglo IIIº así como en el estallido de revueltas de esclavos que se producían simultáneamente por primera vez en múltiples colonias. De igual modo, antes de hundirse en la crisis económica, en las hambrunas y los horrores de las epidemias de peste o la guerra de los Cien Años desde principios del siglo xiv, ya se había ido produciendo el cese de las roturaciones de tierras en los límites extremos de los feudos a partir de las últimas décadas del siglo xiii, primeros signos de la decadencia del modo de producción feudal. En esos dos ejemplos, las crisis económicas, consecuencia de una paralización en las infraestructuras, no se desarrollarían sino una vez iniciada la decadencia. El paso de la ascendencia a la decadencia de un modo de producción puede compararse a la inversión de la marea: en su punto álgido, el mar aparece en el auge de su poderío y los signos de retroceso son imperceptibles. Aunque las contradicciones en los fundamentos económicos ya están socavando en profundidad las entrañas de la sociedad, son las manifestaciones en el ámbito superestructural las que aparecen primero.
Y lo mismo es para el capitalismo. Antes de manifestarse en el plano económico y cuantitativo, la decadencia apareció primero como fenómeno cualitativo que se tradujo en lo social, lo político y lo ideológico en la agudización de los conflictos en el seno de la clase dominante que desembocaron en el primer conflicto mundial, en el control de la economía por el Estado para las necesidades de la guerra, en la traición de la Socialdemocracia y el paso de los sindicatos al campo del capital, en la irrupción del proletariado capaz ya de echar abajo la dominación de la burguesía y la instauración de las primeras medidas de control social por parte de la clase obrera.
Es muy lógico y en total coherencia con el materialismo histórico que le entrada en decadencia del capitalismo no se manifieste, primero, como una crisis económica. Lo que ocurre en esos momentos no expresa todavía plenamente todas las características de su fase de decadencia, sino una agudización de la dinámica propia de la ascendencia en un contexto que se está modificando totalmente. Solo más tarde, cuando los bloqueos en las infraestructuras hayan hecho su labor, las crisis económicas van a desplegarse con toda su plenitud. La causa de la decadencia y de la Primera Guerra mundial no han de buscarse en una inexistente baja de la cuota de ganancia o una crisis económica en 1913 (cf. infra) sino en un conjunto de causas políticas, interimperialistas y hegemónicas como las explicábamos en nuestra Revista internacional n°67 ([13]). El movimiento revolucionario reconoció explícitamente que durante la llamada Belle époque (o sea antes de la Primera Guerra mundial) el capitalismo había vivido una gran prosperidad: la Internacional comunista (1919-28) afirmó, en su Tercer congreso, en su “Informe sobre la situación mundial”, redactado por Trotski que:
“Las dos decenas de años que precedieron a la guerra fueron una época de auge especialmente vigoroso del capitalismo”.
La comprobación teórica y empírica sacada de la evolución de los modos de producción del pasado queda plenamente confirmada con el capitalismo. Ya sea al examinar la tasa de crecimiento u otros parámetros económicos o la cuota de ganancia, nada confirma la teoría de Mattick y del BIPR de que la entrada del capitalismo en su fase de decadencia y el estallido de la Primera Guerra mundial serían la consecuencia de una crisis económica debida a una baja de la cuota o tasa de ganancia que requiriera una desvalorización masiva de capital mediante las destrucciones bélicas.
En efecto, la tasa de crecimiento del Producto nacional bruto por habitante en volumen (o sea una vez deducida la inflación) no hizo más que crecer durante toda la fase ascendente del capitalismo para acabar culminando en vísperas de 1914. Todos los datos que publicamos aquí muestran que el último período en vísperas de la Primera Guerra mundial, fue el más próspero de toda la historia del capitalismo hasta entonces. Esta constatación es la misma sean cuales sean los indicadores que se usen:
Producto mundial bruto por habitante
Croissance du Produit Mondial Brut |
|
1800-1830 |
0,1 |
1830-1870 |
0,4 |
1870-1880 |
0,5 |
1880-1890 |
0,8 |
1890-1900 |
1,2 |
1900-1913 |
1,5 |
Source : Bairoch Paul, Mythes et paradoxes de l'histoire économique, 1994, éditions la découverte, p.21. |
Fuente: Mythes et paradoxes de l’histoire économique.
Producción industrial y comercio mundiales
|
Production industrielle mondiale |
Commerce mondial |
1786-1820 |
2,48 |
0,88 |
1820-1840 |
2,92 |
2,81 |
1840-1870 |
3,28 |
5,07 |
1870-1894 |
3,27 |
3,10 |
1894-1913 |
4,65 |
3,74 |
Source : W.W. Rostow, The world economy, history and prospect, 1978, University of Texas Press. |
Fuente: The world economy, history and prospect.
Y es lo mismo si se observa la evolución de la cuota de ganancia, que es la variable que tienen en cuenta quienes dicen que es clave para comprender todas las contradicciones económicas del capitalismo. Los gráficos para Estados Unidos y Francia reproducidos más lejos nos muestran también que nada confirma la teoría defendida por Mattick y el BIPR. En Francia, ni el nivel ni la evolución de la cuota de ganancia pueden explicar el estallido de la Primera Guerra mundial: esa cuota estaba en alza desde 1896 e incluso en alza muy fuerte a partir de 1910… Y la evolución de la cuota de ganancia tampoco sirve para explicar la entrada en la guerra 14-18 de Estados Unidos, pues, tras haber oscilado en torno al 15 % desde 1890, había iniciado un ciclo alcista a partir de 1914 hasta alcanzar 16 % en el momento de entrar en el conflicto en marzo de 1917. Ni el nivel, ni la evolución de la cuota de ganancia en vísperas de la Primera Guerra mundial pueden explicar el estallido del conflicto y la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia.
Sí es indudable, en cambio, que los primeros síntomas perceptibles que marcaron el giro entre la fase ascendente y la decadente del capitalismo empezaron a manifestarse entonces. Pero no en la evolución del nivel de la cuota de ganancia, como dicen erróneamente Mattick y el BIPR, sino en la insuficiencia de una demanda final al haber empezado a surgir las premisas de la saturación relativa de los mercados solventes, relativa respecto a las necesidades de acumulación a escala mundial como así lo habían previsto Marx, Engels y Rosa Luxemburgo (véase la primera parte). Es también lo que dejó claro ese mismo informe de la IIIª Internacional; así seguía la cita anterior:
“En un mercado mundial encorsetado por los trusts, sus cárteles y sus consorcios, los que rigen los destinos del mundo se dan cuenta de que el desarrollo de la producción choca con los límites de la capacidad de compra del mercado capitalista mundial”.
En Estados Unidos, tras un crecimiento durante 20 años (1890-1910) durante los cuales el índice de la actividad industrial se multiplicó por 2,5, ese índice empezó a estancarse entre 1910 y 1914 y no volverá a arrancar hasta 1915 gracias a las exportaciones de material bélico destinado a la Europa en guerra. No solo pierde dinamismo la economía norteamericana en vísperas de 1914; Europa también conoce ciertas dificultades coyunturales ante una demanda mundial que se contrae, intentando cada más difícilmente abrirse a los mercados exteriores:
“Pero, bajo la influencia de la crisis que se desarrolla en Europa, el año siguiente [1912] de nuevo se produce un cambio de coyuntura [en Estados Unidos] (...) Alemania vive un periodo de acelerada expansión. La producción industrial supera, en 1913, en un 32 % el nivel de 1908 (...) El mercado interior es incapaz de absorber tamaña producción, la industria busca salidas exteriores, las exportaciones crecen un 60 % mientras que las importaciones lo hacen en un 41 % (...) la caída comienza a principios de 1913 (...) El paro aumenta en 1914. La depresión fue ligera y de corta duración; en la primavera de 1914 se da una recuperación temporal. La crisis, que había comenzado en Alemania, se propaga al Reino Unido. En agosto de 1913 los efectos de la crisis alemana se dejan sentir en Francia (...) En Estado Unidos la producción solo se desarrolla a partir de comienzos de 1915 por la influencia de las demandas de guerra...” (Les crises économiques, PUF n° 1295, 1993).
Esas dificultades coyunturales que se incrementaron antes de 1914 fueron otros tantos signos precursores de lo que será la dificultad económica permanente del capitalismo en decadencia: la insuficiencia estructural de mercados solventes. Sin embargo, hay que constatar que la Primera Guerra mundial estalló en un clima general de prosperidad y no de crisis, o sea, en continuidad con la Belle époque:
“Los últimos años anteriores a la guerra, así como todo el periodo de 1900-1910, fueron especialmente buenos en las tres grandes potencias que participarían en la guerra (Francia, Alemania, y Reino Unido). Los años 1909 a 1913 son, desde el punto de vista del crecimiento económico, los cuatro mejores años de su historia. Dejando aparte una ligera desaceleración del crecimiento en Francia, 1913 fue uno de los mejores años del siglo, con una tasa anual del 4’5 % en Alemania, del 3’4% en Inglaterra y, solamente, del 0’6 % en Francia. Los malos resultados franceses se explican por la baja del volumen de su producción agrícola del 3’1 %” ([14]).
La guerra estalla, pues, antes del inicio de una verdadera crisis económica, algo así como si aquélla hubiera anticipado a ésta. Y así por cierto lo apunta también el informe de la IC en la continuación de la cita anterior:
“... los dueños del destino del mundo tratan de salir de esta situación a través de la violencia; la sangrienta crisis de la guerra mundial debía reemplazar a un largo periodo amenazante de depresión económica...”
Por eso fue por lo que los revolucionarios de entones, de Lenin a Rosa Luxemburgo pasando por Trotski y Pannekoek, aunque señalaran el factor económico entre las causas del estallido de la Primera Guerra mundial, no lo evocan como crisis económica o baja de la cuota de ganancia sino como agudización de las tendencias imperialistas anteriores: la continuación de la carrera al saqueo imperialista para echar mano de los últimos restos territoriales no capitalistas del planeta ([15]) o el reparto, que ya no la conquista, de nuevos mercados ([16]).
Junto a esas constataciones “económicas”, todos aquellos ilustres revolucionarios desarrollaron ampliamente una serie de otros factores como los hegemónicos, políticos, sociales e interimperialistas. Por ejemplo, Lenin va a insistir en la dimensión hegemónica del imperialismo y sus consecuencias en la fase de decadencia del capitalismo:
“(...) primero, acabado el reparto del mundo, un nuevo reparto obliga a echar mano a cualquier territorio; segundo, la esencia misma del imperialismo es la rivalidad de varias grandes potencia que buscan la hegemonía, es decir conquistar territorios no tanto por ellos mismos como para debilitar a su enemigo y erosionar su hegemonía (Bélgica es útil para Alemania como punto de apoyo contra Inglaterra; Inglaterra necesita a Bagdad como punto de apoyo contra Alemania, etc.)” (Obras, tomo 22).
Esta característica nueva del imperialismo planteada por Lenin es básica en la comprensión, pues significa que “la conquista de territorios” durante los conflictos interimperialistas en la fase de decadencia tendrá cada vez menos racionalidad económica, tomando una dimensión estratégica preponderante “(Bélgica es útil para Alemania como punto de apoyo contra Inglaterra; Inglaterra necesita a Bagdad como punto de apoyo contra Alemania, etc.)” ([17]).
Y aunque puedan efectivamente percibirse ya los primeros índices de las dificultades económicas en vísperas de 1914, éstos eran, por un lado, muy tenues, de una gravedad parecida a las crisis coyunturales precedentes y sin comparación alguna con la larga crisis que se iniciaría 1929 o con la profundidad de las crisis actuales y, por otro lado, no indicaban una baja de la cuota de ganancia, sino una saturación de los mercados, lo cual será lo característico de la decadencia del capitalismo en el plano económico, como así lo predijo magistralmente Rosa Luxemburgo:
“Cuanto más numerosos son los países que desarrollan su propia industria capitalista más aumenta la necesidad de extensión y las capacidades de extensión de la producción, de un lado, y aumenta menos la capacidad para realizar esa producción respecto al aumento de la primera. Si comparamos los saltos con los que progresó la industria inglesa en los años 1860 y 1870, cuando Inglaterra aún dominaba el mercado mundial, con su crecimiento en los últimos decenios, cuando Alemania y Estados Unidos le han hecho retroceder considerablemente en el mercado mundial, vemos que su crecimiento ha sido mucho más lento que antes. La suerte de la industria inglesa está ligada a la de la industria alemana, a la de la industria norteamericana y, en definitiva, a la industria del mundo. A medida que se desarrolla, la producción capitalista se acerca inexorablemente al momento en que solo podrá crecer cada vez más lenta y dificultosamente” ([18]).
Para concluir nuestro corto examen empírico, la Primera Guerra mundial no estalla, ni mucho menos, ni tras una caída de la cuota de ganancia, ni como consecuencia de una crisis económica como así lo creen, equivocándose, Mattick y el BIPR. Queda ahora por examinar lo que completa la tesis del BIPR, o sea verificar empíricamente si las destrucciones de guerra fueron la base de una “prosperidad” reencontrada en tiempos de paz, gracias a un restablecimiento de la cuota de ganancia debido a las destrucciones bélicas.
“Vale –nos respondería sin duda el BIPR–: el estallido de la guerra no puede explicarse ni por la baja de la cuota de ganancia ni por la crisis económica que habría forzado al capitalismo a desvalorizar masivamente su capital, pero eso no quita que hubo sin lugar a dudas una desvalorización durante la guerra misma a causa de las destrucciones masivas que sirvió de base a la reanudación del crecimiento económico y de la cuota de ganancia tras el conflicto”:
“La cuota de ganancia se restablece sobre la base de esa devaluación del capital y desvalorización de la fuerza de trabajo, así, apoyándose en ellas, es como se restableció en 1929” (Revolutionary Perspectives nº 37).
¿Qué ocurrió en realidad? ¿Hubo esa “devaluación del capital” y “desvalorización de la fuerza de trabajo” durante la guerra que permitieron la “recuperación hasta 1929”, un restablecimiento que la subida de la cuota de ganancia habría permitido como consecuencia de las destrucciones de la guerra? Es muy fácil impugnar empíricamente esa idea de que la Primera Guerra mundial habría tenido una racionalidad económica, pues “35 % de bienes acumulados por la humanidad y destruidos durante la Primera Guerra mundial” (RP n° 37), lejos de “poner las bases para periodos de acumulación reproducida del capital” (RP, n° 37), lo que, al contrario, generaron fue el estancamiento del comercio mundial durante todo el período de entrambas guerras y también los peores resultados económicos de toda la historia del capitalismo ([19]).
Si observamos mas en detalle el crecimiento del PIB por habitante durante ese periodo turbio de entre las dos guerras tomando como punto de referencia el comienzo del periodo de decadencia del capitalismo (1913), el final de la Primera Guerra mundial (1919), el año del estallido de la gran crisis de los años 30 (1929) así como la situación en vísperas de la Segunda Guerra mundial, podemos constatar estas evoluciones:
Crecimiento del PIB por habitante
Fuente: la Economía mundial 1820-1992, OCDE.
El crecimiento muy débil del conjunto del periodo (mas o menos +/– 1 % solamente por año de promedio) muestran que las destrucciones de la guerra no demostraron ser ese estimulante a la actividad económica del que nos hablan Mattick y el BIPR. Ese esquema también muestra que las situaciones fueron muy contrastadas y que no son necesariamente los países más implicados en la guerra los que salen mejor de apuros durante el cortísimo período de reconstrucción y de reanudación entre 1919 y 1929. La guerra no fue un buen negocio ni para Inglaterra, que no supera mas que en 4 puntos su nivel de 1913, ni para Alemania con apenas 13 puntos. Para Alemania, el fuerte crecimiento durante los años 1929-39 se debe sobre todo a los gastos por rearme masivo realizados en los años 1930, pues el índice de su producción industrial, que era de 100 en 1913, solo alcanzó la cota de 102 en 1929, y mientras que los gastos militares en el PNB, que solo habían sido el 0,9 % durante los años 1929-32, empiezan a incrementarse brutalmente en 1933 hasta 3,3 %, siguiendo su progresión continua hasta alcanzar ¡el 28 % en 1938 ([20])!.
Concluyendo, nada, ni teórica ni histórica ni menos todavía empíricamente, corrobora la idea de Mattick retomada por el BIPR de que la guerra poseería virtudes regeneradoras para la economía: “la guerra tiene como efecto reanimar y amplificar la actividad económica” (RP n° 37). Sí, hay una verdad en lo que dice el BIPR, la verdad que proclamaron todos los revolucionarios desde 1914: la guerra fue una catástrofe incomparable en toda la historia de la humanidad. Una catástrofe no sólo en lo económico (más de la tercera parte de la riqueza del mundo fue dilapidada), sino también en lo social (explotación feroz de una fuerza de trabajo reducida a la miseria más extrema), en lo político ( con la traición de las grandes organizaciones que con tanto esfuerzo había construido el proletariado durante más de medio siglo de combates: los partidos socialistas y los sindicatos) y humano (10 millones de soldados muertos –a los que habría que añadir las muertes de civiles–, 20 millones de soldados heridos y 20 millones de muertos más a causa de la epidemia de gripe “española”, cuya enorme mortandad fue consecuencia de los desastres de la guerra). De modo que si, en el plano económico, nada confirma la menor racionalidad económica a la guerra, el BIPR debería pensárselo dos veces antes de ponerse condescendiente sobre nuestra posición de que las guerras en la fase de decadencia del capitalismo se han vuelto irracionales:
“En vez de ver que la guerra tiene una función económica para la supervivencia del capitalismo, ciertos grupos de la Izquierda comunista, especialmente la Corriente comunista internacional (CCI), defienden que las guerras no tienen ninguna función para el capitalismo. Así, caracterizan las guerras como “irracionales” sin ninguna función en la acumulación de capital, ni a corto ni a medio plazo” (Revolutionary Perspectives nº 37).
Antes de precipitarse a catalogarnos de idealistas, el BIPR haría mejor en quitarse las lentes materialistas vulgares y volver a adoptar un análisis un poco más histórico y dialéctico, pues el examen minucioso de lo que el BIPR llama “el proceso económico”, “la vida material’, “la infraestructura capitalista”, “la esfera de la producción”, nos enseña que ni hubo crisis, ni caída de la cuota de ganancia antes de la Primera Guerra mundial, ni reanudación milagrosa en tiempos de paz basada en las destrucciones bélicas. Le invitamos pues a verificar seriamente lo que afirma, antes de dogmatizar como una verdad lo que no son sino sus deseos y no la realidad, y antes de acusar a los demás de idealismo cuando es él quien es incapaz de proporcionarnos un “análisis materialista” que nos sirva para comprender esa realidad con un mínimo de coherencia y no en contradicción total con ella.
La teoría de Mattick y del BIPR no se verifica para nada en lo que a la Primera Guerra mundial se refiere, ¿pero no serviría para entender otros períodos o la invalidación de esa teoría es generalizable? Eso es lo que ahora nos proponemos examinar. Para tratar ese problema, nos vamos a apoyar en dos curvas que plasman la evolución de la cuota de ganancia a muy largo plazo en Estados Unidos y en Francia. Habríamos deseado evidentemente presentar la de Alemania, pero, a pesar de nuestras investigaciones, sólo hemos podido disponer de su evolución para después de 1945 y de algún que otro año anterior. Pero la falta de homogeneidad en el cálculo en esas diferentes fechas hace que sea delicado el análisis de esa evolución. Sin embargo, por lo que sabemos nosotros, podemos considerar que la curva de Francia es característica de la evolución en el continente europeo ([21]).
La cuota de ganancia en Estados Unidos
Fuente: G. Duménil y D. Lévy, Economie marxiste du capitalisme, La Découverte, colección Repères n°349.
La cuota de ganancia en Francia
Fuente: M. Husson, L’inadéquation des besoins à l’offre comme obstacle à l’expansion, 1999.
El nivel y/o la evolución de la cuota de ganancia ¿puede explicar las guerras?
Como hemos mostrado en el gráfico de arriba, la evolución de la cuota de ganancia en Francia muestra claramente que no puede explicar el estallido de la Primera Guerra mundial, pues esa cuota (o tasa) crecía desde 1896 e incluso muy fuertemente ¡a partir de 1910! Puede comprobarse, además, que es lo mismo para la Segunda Guerra mundial, puesto que en vísperas de su estallido, el nivel de cuota de ganancia de la economía francesa era muy alto (¡el doble del período de gran prosperidad económica que va de 1896 a la primera gran guerra!) y, tras una baja, durante los años 1920, se mantuvo estable a lo largo de los años treinta.
Es más, si la guerra debiera explicarse por el nivel y/o la tendencia a la baja de la cuota de ganancia, no se entiende entonces por qué no estalló la tercera guerra mundial en la segunda mitad de los años 1970 puesto que esa tendencia va claramente a la baja a partir de 1965, pasando su nivel por debajo del de 1914 y 1940, límites que pretendidamente habrían desencadenado ambas guerras mundiales según el BIPR…
En lo que a Estados Unidos se refiere, tampoco es la evolución de su cuota de ganancia lo que explicaría la entrada de ese país en la Primera Guerra mundial, ya que su tendencia es volver al alza unos cuantos años antes de su entrada en el conflicto. Y lo mismo ocurre con el segundo conflicto mundial, pues la cuota de ganancia estadounidense asciende vigorosamente durante los diez años que precedieron la entrada en guerra de EE.UU., volviendo a encontrar en 1940 su nivel de antes de la crisis, alcanzando un nivel todavía más alto en el momento de entrar en guerra (principios de 1942).
Concluyendo, contrariamente a la teoría de Mattick y del BIPR, ya sea en el antiguo o el nuevo continente, ni el nivel, ni la evolución de la cuota de ganancia pueden explicar el estallido de las dos guerras mundiales. No sólo se comprueba que las tasas de ganancia no se orientaban a la baja, sino que, incluso, la mayoría de las veces estaban en alza desde hacía varios años. Como mínimo esos elementos deberían poner en solfa la teoría de la racionalidad económica de la guerra que defiende el BIPR, pues ¿qué racionalidad tendría desencadenar una guerra para el capitalismo y dedicarse a la destrucción masiva de su capital fijo en un momento en que su cuota de ganancia sube hacia las alturas? ¿Cómo puede entenderse semejante cosa?
El nivel y/o la evolución de la cuota de ganancia ¿puede explicar la prosperidad de la posguerra?
La dinámica de subida de la cuota de ganancia en EEUU precede con mucho la Segunda Guerra mundial hasta tal punto que en 1940, o sea antes de que estalle la guerra y antes de la entrada de EEUU en ella, este país vuelve a recuperar su nivel medio de antes de la crisis de 1929, nivel medio que también será el de los “Treinta gloriosos” ([22]). En el momento de su entrada en guerra ese nivel era todavía más alto. O sea que ni el restablecimiento de la cuota de ganancia, ni la prosperidad económica de la posguerra pueden explicarse por las destrucciones de la guerra. Y es lo mismo para la primera gran guerra, ya que la dinámica de reanudación de la cuota de ganancia en EEUU precede a su incorporación en la Primera Guerra mundial y no hubo una mejora apreciable de esa cuota después de la guerra. Una vez más, ni el nivel, ni la tendencia de la cuota de ganancia después de la Primera Guerra mundial pueden explicarse por la incorporación estadounidense en ella.
Para Francia, su cuota de ganancia no mejora sensiblemente después de la Primera Guerra mundial, ya que tras un alza mínima de 1% entre 1920-23, esa cuota cae un 2 % durante los años 20 para acabar estabilizándose durante los años 30. Solo el nivel netamente superior de la cuota de ganancia después de la Segunda Guerra mundial en relación con la situación de preguerra podría hacer creer en ese caso –y solo en ese caso– en la validez de la hipótesis del BIPR, si eso hubiera concernido a un tiempo más largo que los 4 años que duró el alza. Pero habremos de ver, en la continuación de este artículo, que la prosperidad de la posguerra no se debe en absoluto a las destrucciones y demás consecuencias económicas de la guerra.
En resumen, hay que constatar que el retorno de la rentabilidad de los capitales es muy anterior a los conflictos militares y a las destrucciones de guerra. La guerra y sus desastres tienen poco que ver con la subida de la cuota de ganancia. Las destrucciones de guerra que supuestamente regenerarían una cuota de ganancia que, a su vez, permitirían una prosperidad tras las guerras es una idea tan sin sentido como el resto de la teoría del BIPR !
El nivel y/o la evolución de la cuota de ganancia ¿pueden explicar las crisis?
¿Pueden el nivel o la evolución de la cuota de ganancia explicar la quiebra de 1929 y la crisis de los años 30? Contrariamente a lo que propone el BIPR, nunca podrá ser el nivel alcanzado por la cuota de ganancia en Estados Unidos lo que podrá explicar la explosión de ese crac, puesto que alcanza en 1929 un valor netamente superior a las dos décadas precedentes de crecimiento económico. Cierto es que la orientación de esa cuota de ganancia es a la baja justo antes de la crisis de 1929 –tanto en EEUU como en Francia– pero esa baja es limitada en intensidad y en el tiempo. Por ejemplo, en Francia, la caída de la cuota de ganancia entre 1973-80 es mucho más fuerte que cuando la crisis del 29 sin por ello acarrear consecuencias de la misma amplitud (la deflación brutal generadora de un retroceso muy importante de la producción). Puede hacerse la misma constatación en EEUU, aunque sea para un período más largo, pues aquí la caída de la cuota de ganancia entre finales de los años 60 y principios de los 80 es apenas más débil que durante la crisis de 1929 sin tampoco acarrear las mismas consecuencias espectaculares. En ambos países, la diferencia entre la crisis actual y la de 1929 se debe a las medidas de capitalismo de Estado para mantener artificialmente una demanda solvente, lo cual deja patente la importancia de esa demanda solvente como variable determinante para explicar las crisis.
Hay que hacer constar, sin embargo, que la cuota de ganancia cae efectivamente de manera drástica entre 1929 y 1932 en Estados Unidos (muy débilmente en Francia, sin embargo). Esto es válido también para la crisis que vuelve a surgir a finales de los años 1960: la orientación de la cuota de ganancia es claramente a la baja entre 1960 y 1980 en los Estados Unidos y entre 1965 y 1980 en Francia. No cabe duda de que eso demuestra que hay una crisis de la ganancia del capital. Lo único que podemos decir aquí y ahora, en el marco de esta discusión, es que la cuota de ganancia, aunque haya sido un factor agravante en el mecanismo de esas dos crisis económicas (1929 y la de finales de los años 1960) no es sin embargo el único factor que cuenta, pues la saturación de los mercados y las medidas de capitalismo de Estado han desempeñado en ellas un papel determinante. La explicación basada en la cuota de ganancia no va ni mucho menos hasta el fondo de la cuestión de la crisis y de su evolución, pues puede constatarse que la cuota de ganancia sube fuertemente a partir de 1932 en Estados Unidos aún cuando la crisis sigue perdurando, como también vuelve a ascender tan fuertemente desde principios de los años 1980 en los países de la OCDE aun cuando el estado de la crisis sigue agravándose. De modo que aunque la cuota de ganancia haya podido ser un factor agravante de ambas crisis, eso no quita que con ese criterio sea imposible explicar el desarrollo y la permanencia en el tiempo de esas crisis más allá de la restauración de dicha cuota.
La evolución de la crisis actual muestra con evidencia por qué la teoría de las crisis basada únicamente en la evolución de la cuota de ganancia es totalmente insatisfactoria ([23]). El BIPR afirma que el ciclo de acumulación se bloquea o se estanca cuando la cuota de ganancia desciende a un límite demasiado bajo que ya no podrá volver a arrancar de verdad sin unas destrucciones bélicas que permitan devaluar y renovar el capital fijo:
“la ley de la tendencia a la baja de la cuota de ganancia significa que en cierto umbral del ciclo de acumulación se detiene o se estanca. Cuando esta ocurre, lo único que puede relanzar la acumulación es la desvalorización masiva de los capitales existentes. En el siglo xx su resultado fue las dos guerras mundiales. Hoy tenemos además una treintena de años de estancamiento y un sistema atrapado en una maraña de acumulación masiva de deudas tanto privadas como públicas” ([24]).
Pero entonces:
a) ¿Cómo puede el BIPR explicar que la crisis perdure y se agrave aun cuando la cuota de ganancia se orienta con fuerza al alza desde principios de los años 80, volviendo incluso a encontrar su nivel de los “Treinta gloriosos” desde hace ya largo tiempo? (ver gráficos adjuntos)
b) ¿Cómo puede explicar de verdad que con un nivel de ganancia parecido al de los años 60, no hayan vuelto a arrancar ni la productividad, ni el crecimiento, ni la acumulación como así lo prevé su teoría? ([25])
c) ¿Cómo puede explicar de verdad que la cuota de ganancia haya vuelto a recobrar sus colores, aún cuando, según el BIPR, “lo único que puede relanzar la acumulación es la desvalorización masiva de los capitales existentes”? Pues habida cuenta de que la tercera guerra mundial no ha ocurrido, ¿adónde irá el BIPR a buscar esa “desvalorización masiva de capitales” para explicar la subida de la cuota de ganancia?
El BIPR ha intentado contestar a esta última pregunta: ¿cómo explicar la espectacular alza actual de la cuota de ganancia sin una devaluación masiva debida a las destrucciones masivas de una guerra?
Para contestar a esta pregunta, el BIPR avanza dos argumentos. El primero consiste en retomar los argumentos con los que nosotros le replicábamos en nuestro artículo polémico del n° 121 de esta Revista, de que la cuota de ganancia no solo aumenta tras una devaluación masiva de capital fijo, sino que también puede incrementarse tras un crecimiento de la cuota de plusvalía (o grado de explotación) ([26]). Y es éste exactamente el caso desde que ha caído sobre la clase obrera la austeridad más contundente (bloqueo y baja de salarios, incremento de cadencias y tiempos de trabajo, etc.) lo que permite explicar la subida de la cuota de ganancia. El segundo argumento del BIPR consiste en sustituir las destrucciones/devaluaciones de una guerra que no ha ocurrido por las macanas de la propaganda burguesa sobre la pretendida nueva revolución tecnológica. Esta habría tenido el mismo efecto: disminuir el precio del capital fijo gracias a las ganancias de productividad debidas a la nueva revolución tecnológica. Esto es doblemente falso, pues las ganancias en productividad se han estancado en un nivel muy bajo en el conjunto de los países desarrollados, demostrándose así que la pretendida “nueva revolución tecnológica” con la que constantemente nos da la tabarra el BIPR no es otra cosa que propaganda sacada de los medios burgueses ([27]).
Con esos dos argumentos (alza de la cuota de plusvalía consecuencia de la austeridad y disminución del valor del capital fijo gracias a la nueva revolución tecnológica), el BIPR, en plan triunfador, se cree que ha logrado explicar la subida de la cuota de ganancia. Si eso les da contento…, pero el problema permanece e incluso se tira piedras a su propio tejado agravando sus propias contradicciones:
a) El BIPR reconoce ahora la subida de la cuota de ganancia ([28]), ¿cómo puede entonces explicar que un nuevo ciclo de acumulación no haya arrancado ya que están presentes todas las condiciones? “Por eso, en la fórmula de la cuota de ganancia, el numerador (la plusvalía) aumenta y el denominador (la composición orgánica) disminuye, y por lo tanto, la cuota de ganancia aumenta. Basado en ese crecimiento de la cuota de ganancia puede iniciarse un nuevo ciclo de acumulación”. La continuación de la crisis se vuelve un misterio incomprensible.
b) Siguiendo en esto las teorías tan personales de Paul Mattick, hemos visto que, según el BIPR, cuando sube la cuota de ganancia en base a una disminución de la composición orgánica del capital y de un alza de la cuota de plusvalía, la crisis se reabsorbe ([29]). ¿Cómo puede entonces explicarnos el BIPR que la crisis siga agravándose a la vez que la cuota de ganancia no ha hecho más que aumentar desde principios de los años 1980?
c) La argumentación del BIPR era que en decadencia,
“En torno al cambio de siglo entre el xix y el xx se alcanzó el punto a partir del cual las crisis y la competencia no llegan a destruir el capital en proporción suficiente para transformar la estructura del capital total hacia una rentabilidad incrementada. El ciclo económico hace tiempo que se había transformado en un “ciclo” de guerras mundiales”.
No hay otro remedio que constatar que con las nuevas explicaciones que nos da el BIPR, el capitalismo ha sido patentemente capaz de reactivar su cuota de ganancia sin recurrir a desvalorizaciones masivas de capital fijo en una guerra. Así fue con Estados Unidos desde 1932, o sea diez años antes de la entrada de ese país en guerra (ver gráfico).
d) Si el capitalismo está en plena nueva revolución tecnológica que le permite disminuir fuertemente el coste del capital fijo sin pasar por las destrucciones bélicas y, al mismo tiempo, logra aumentar claramente su cuota de plusvalía, ¿qué diferencia hay entre el capitalismo de hoy y el de la fase ascendente? ¿Cómo puede el BIPR seguir defendiendo el carácter senil del capitalismo, puesto que éste habría sido capaz de incrementar su cuota de ganancia sin tener que recurrir a destrucciones masivas de guerra, única posibilidad de reanudar su ciclo de acumulación en decadencia según aquél?
e) Y, en fin, si el capitalismo conoce una nueva revolución tecnológica y el BIPR reconoce que la cuota de ganancia se ha incrementado sensiblemente, ¿por qué sigue cantando la misma canción de que el capitalismo está en crisis porque la cuota de ganancia es “muy baja”?:
“La crisis de comienzos de los años 70 es consecuencia de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Esto no significa que los capitalistas cesen de obtener beneficios, lo que significa es que el beneficio medio es muy bajo...”
¡A ver quién entiende! Es desde luego muy difícil quitarse de encima un dogma y ponerse en entredicho cuando ese dogma ha sido una de las bases del BIPR desde su fundación.
Todas esas contradicciones y cuestiones insolubles invalidan sencillamente la tesis de Mattick y del BIPR que defienden que solo el nivel y/o la variación de la cuota de ganancia es capaz de explicar la crisis y su evolución. Para nosotros, en cambio, todos esos misterios no son evidentemente comprensibles si no se integra la tesis central enunciada por Marx, o sea, la ‘restricción de la capacidad de consumo de la sociedad’, es decir: la saturación de los mercados solventes (ver la primera parte de este artículo).
Para nosotros la respuesta es de lo más claro: la cuota de ganancia no ha podido volver a subir más que gracias al alza de la cuota de plusvalía consecuencia de los ataques incesantes contra la clase obrera y no de un aligeramiento de la composición orgánica basado en una fantasmal “nueva revolución tecnológica”. Es esa insuficiencia de mercados solventes lo que explica que hoy, a pesar de una cuota de ganancia restablecida, le acumulación, la productividad y el crecimiento no vuelven a arrancar:
“En ultima instancia la razón ultima de todas las crisis reales, siempre es la pobreza y el consumo restringido de las masas, frente a la tendencia de la economía capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuvieran más límite que el poder de consumo absoluto de la sociedad”.
Esta respuesta es muy sencilla y clara, pero incomprensible para el BIPR.
La incapacidad para comprender e integrar la globalidad de los análisis de Marx quedándose en el dogma de la causa única de las crisis (la baja de la cuota de ganancia) es uno de los obstáculos principales para que el BIPR salga del atolladero. Eso es lo que examinaremos en el apartado siguiente, yendo a la raíz de las divergencias entre el análisis de Marx sobre las crisis y la copia desvaída y sin relieve que el BIPR nos sirve.
C. Mcl
[1]) Marx, el Capital, Libro III, “Capital dinero y capital efectivo”, p. 455, FCE. Este análisis elaborado por Marx no tiene evidentemente nada que ver con la teoría subconsumista de las crisis que Marx denuncia además en otros pasajes: “…se puede decir que la clase obrera recibe una parte demasiado pequeña de lo que ella misma produce y que esto se puede solucionar dándole una parte mayor de lo que produce, mediante salarios más altos. Basta recordar que cada vez más las crisis vienen precedidas, precisamente, de un periodo de alza generalizada de los salarios en el cual la clase obrera obtiene, efectivamente, una proporción mayo de la fracción del producto anual destinado al consumo. Desde el punto de vista de los caballeros del “simple”(¡!) sentido común...” (el Capital). Hay que ser muy ingenuo, como dice Marx, para creer que la crisis económica podría resolverse gracias a un aumento de la parte salarial, cuando en realidad ese aumento sólo podría hacerse en detrimento de la parte de las ganancias y por lo tanto de la inversión productiva.
[2]) Marx, Teorías sobre las plusvalías, Editions sociales [traducido por nosotros de la edición francesa].
[3]) Marx, el Manifiesto.
[4]) Marx, Teorías sobre las plusvalías, Editions sociales [traducido por nosotros de la edición francesa].
[5]) Marx, Gründrisse, capítulo de el Capital, édition 10/18 [trad. por nosotros de la edición francesa].
[6]) Marx habla aquí del salariado, que es el núcleo central de esa “relación de distribución antagónica”. Es la lucha de clases la que regula el reparto entre la tendencia de los capitalistas a acaparar un máximo de sobretrabajo y la resistencia a esa apropiación por parte de los trabajadores. Es ese forcejeo lo que explica la pendiente natural del capitalismo a restringir al máximo la parte de los salarios en beneficio de la parte de las ganancias, o, dicho de otra manera, a aumentar la cuota de plusvalía: plusvalía/salarios, también llamada cuota o tasa de explotación: “La tendencia general de la producción capitalista no es aumentar sino disminuir el nivel medio de los salarios” (Marx, Salario, precio y ganancia).
[7]) Marx, El Capital, Libro III°, tomo 1 : “La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia”.
[8]) Marx, el Capital, Editions sociales, Teorías sobre la plusvalía [traducido del francés por nosotros].
[9]) Marx expresa esa idea en muchos otros pasajes de toda su obra. He aquí otro ejemplo: “Sobreproducción de capital no equivale a sobreproducción de medios de producción... una disminución del grado de explotación por debajo de cierto nivel produce perturbaciones y parones en el proceso de producción capitalista, crisis y destrucción de capital” (el Capital).
[10]) Prólogo de Engels a la edición inglesa (1886) de el Capital, edición en español del FCE.
[11]) “En las condiciones del siglo xix, una crisis afecta en mayor o menor medida a todas las unidades de capital a nivel mundial y llega, sin dificultad, a absorber la sobreacumulación. Pero en el cambio de siglo se alcanza un punto a partir del cual las crisis y la concurrencia no logran destruir el capital en proporción suficiente para transformar la estructura del capital total hacia una rentabilidad importante. El ciclo económico, como instrumento de acumulación, hace tiempo que se había agotado; es más, se había transformado en un “ciclo” de guerras mundiales. Aunque podemos dar a esta situación una explicación política, es sobre todo una consecuencia del proceso de acumulación capitalista (...) El relanzamiento de la acumulación de capital, que sigue a una crisis “estrictamente económica”, va acompañado de un aumento general de la producción. Del mismo modo que la guerra reanima y amplifica la actividad económica. Tanto en un caso como en otro, en un momento dado el capital sale adelante más concentrado y centralizado que antes. Y todo ello, a pesar y a causa de la destrucción de capital” (Paul Mattick, Marx y Keynes).
[12]) “Para la concepción materialista de la historia, en la historia el factor determinante es, en primera instancia, la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo lo hemos afirmado de entrada. Si después alguien (el BIPR, ndlr) le da la vuelta a esta afirmación para hacerle decir que el factor económico es el único determínate, la transforma en una frase vacía, absurda y abstracta. La situación económica es la base, que los diferentes elementos de la superestructura –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados- , las Constituciones establecidas una vez que las clases victoriosas ganaron su batalla, etc., las formas jurídicas, incluso el reflejo de todas esas luchas reales en la mente de los participantes, teorías políticas, jurídicas, filosóficas, concepciones religiosas, y su posterior desarrollo en sistemas dogmáticos, que a su vez ejercen su acción sobre el curso de las luchas y, que en muchos casos, determinan la forma preponderante de la lucha. Entre estos factores hay una acción-reacción que hace que los movimientos económicos acaben, necesariamente, encontrando su camino en la maraña del azar (...). Si no, aplicar la teoría a cualquier periodo histórico sería, a fe mía, más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado (...) En parte recae sobre mi mismo y sobre Marx la responsabilidad de que, a veces, los jóvenes (el BIPR, ndlr) den a la vertiente económica más peso del que tiene. Respecto a nuestros adversarios, hay que destacar el principio esencial negado por ellos, y no siempre tenemos el tiempo, el lugar o la ocasión para poner en su lugar todos los demás factores que participan en la acción reciproca. (...) Pero, desgraciadamente, con demasiada frecuencia hay quien (el BIPR, ndlr) cree haber comprendido todo de una nueva teoría y que la pueden manejar sin ninguna dificultad una vez comprendidos sus principios esenciales, lo cual no es necesariamente cierto” (Engels, Carta del 21 de septiembre de 1890 a J. Block).
[13]) Ese análisis fue claramente enunciado por nuestra organización desde los trabajos de nuestro IXº Congreso en 1991: “Si está claro que la guerra imperialista deriva, en ultima instancia, de la exacerbación de las rivalidades económicas entre las naciones, que a su vez son resultado de la agravación de la crisis del modo de producción capitalista, no se puede establecer una relación mecánica entre las diversas manifestaciones del capitalismo decadente. Esto ya es cierto para la Primera guerra mundial que no se desencadena como consecuencia directa de la crisis. En 1913 está claro que se produce una cierta agravación de la situación económica, pero no mayor que las acaecidas en 1990-1903 o en 1907. De hecho, la causa fundamental que desencadenó la guerra mundial, en 1914 fue:
a) el fin del reparto del mundo entre las grandes potencias capitalistas, así la crisis de Fachoda (cuando las dos mayores potencias coloniales –Inglaterra y Francia- se encuentran cara a cara tras haber conquistado lo esencial de África), en 1898, es una especie de mojón que marca el final del periodo ascendente del capitalismo;
b) la culminación de los preparativos militares y diplomáticos que permitieron la constitución de las alianzas entre los bandos destinados enfrentarse;
c) la desmovilización del proletariado europeo de su terreno de clase frente a la amenaza de la guerra mundial (al contrario que en el Congreso de Basilea en 1912) y su alistamiento bajo la bandera burguesa propiciado, en primer lugar, por la traición (probada y verificada) de la mayoría de los jefes de la Socialdemocracia. Estos son los principales factores que determinan y prueban que el capitalismo ha entrado en su decadencia, llega a su atolladero histórico, al momento de desencadenar la guerra”.
[14]) Bairoch Paul, Mythes et paradoxes de l’histoire économique, 1994, éditions la Découverte.
[15]) “El imperialismo actual no sigue el esquema de Bauer de preludio a la expansión capitalista sino que es la ultima etapa de su proceso histórico de expansión: el periodo de una competencia mundial extrema y generalizada de los Estados capitalistas sobre los últimos restos de territorios no capitalistas del globo. En esta fase final, la catástrofe económica y política constituye un elemento vital, es el modo normal de existencia del capital...” (Rosa Luxemburgo, la Acumulación de capital); “... este joven imperialismo (Alemania) pleno de fuerza... aparece en la escena mundial con un apetito monstruoso mientras que el mundo, por así decirlo, está ya repartido, y muy rápidamente se convierte en el factor imprevisible de la convulsión general” (Rosa Luxemburgo, Folleto de Junius).
[16]) “Inglaterra, gracias a sus colonias aumentó “su” red de ferroviaria en 100 000 kilómetros, es decir cuatro veces más que Alemania. Es de dominio público que el desarrollo de las fuerzas productivas, especialmente de la producción de hulla y hierro, fue incomparablemente más rápido en este periodo en Alemania que en Inglaterra, y éste lo fue mucho mayor que en Francia o Rusia. Alemania producía en 1892 4,9 millones de toneladas de fundición frente a las 6,8 de Inglaterra; en 1912 ya alcanzaba los 17,9 frente a 9 millones, es decir ¡le sacaba un ventaja formidable a Inglaterra!. Cabe preguntarse si, bajo el capitalismo, ¿había otra forma además de la guerra para remediar la desproporción en entre el desarrollo de las fuerzas productivas, de un lado, y el reparto de las colonias y “zonas de influencia” del capital financiero? (...) 5) objetivo del reparto territorial del globo entre las potencias capitalistas más fuertes. El imperialismo es el capitalismo cuando ha llegado a un estadio de su desarrollo en el cual ...el reparto de todos los territorios del globo entre las potencias capitalistas más fuertes se ha culminado” (Lenin, el Imperialismo, fase superior del capitalismo).
[17]) Esto recuerda la polémica que hemos tenido con el BIPR respecto a las múltiples guerras en Oriente Medio. El BIPR defiende la tesis de la racionalidad económica, para Estados Unidos, de esos conflictos en su voluntad de preservar su renta petrolera, mientras que nosotros le oponemos la tesis de Lenin, mostrando que ‘la conquista del territorio iraquí no se debe tanto a lo que vale por sí misma, sino a la voluntad de debilitar a Europa y socavar su hegemonía’. El hecho hoy patente de que ese conflicto es un abismo sin fondo para EEUU, que nunca olerán la menor renta petrolera al ser totalmente incapaces de controlar el territorio y que lo que desearían es salir del atolladero, muestra la gran exactitud del análisis de Lenin.
[18]) Introducción a la economía política.
[19]) Para el comercio exterior mundial: 0,12 % entre 1913-1938 o sea 25 veces menos que entre 1870-1893 (3,10 %) y 30 veces menos que entre 1893-1913 (3,74 %) (W.W. Rostow, 1978, The World Economy History and Prospect, University of Texas Press).
El crecimiento mundial del PNB por habitante solo fue del 0,91 % durante los años 1913-50 contra 1,30 % entre 1870 y 1913 (43 % más), 2,93 % entre 1950 y 1973 –o sea tres veces más– y 1,33 % entre 1973 y 1998 –o sea 43 % más a pesar de este largo período de crisis (Maddison Angus, la Economía mundial, 2001, OCDE).
[20]) También fue así para Japón donde el porcentaje solo era 1,6 % en 1933 y acabó alcanzado 9,8 % en 1938. En cambio, no fue así para EEUU, donde el porcentaje solo era todavía 1,3 % en 1938 (datos sacados de Paul Bairoch, Victoires et déboires III, Folio).
[21]) No sería de recibo de parte del BIPR replicar que su teoría no se aplica más que a Alemania, o sea al país que declaró la guerra, pues, por un lado, le incumbiría al BIPR aportarnos la prueba y, por otro, entraría en contradicción toda su argumentación que se refiere a las raíces mundiales del estallido de la guerra de 1914-18 y de la entrada en decadencia del capitalismo (además, el BIPR habla indistintamente de Europa o de Estados Unidos en su artículo). Nunca se sitúa su argumentación –y es lógico– en el plano únicamente nacional. Además, aún suponiendo que la cuota de ganancia en Alemania hubiera evolucionado a la baja en vísperas de la Primera Guerra mundial y al alza después, el problema seguiría siendo el mismo, pues ¿cómo demostrar la entrada del capitalismo en su fase de decadencia a nivel mundial cuando la baja de la cuota de ganancia sólo se verificara en un único país?
[22]) Treinta gloriosos: esta expresión de origen francés designa los años (1945-1973 aprox.) en aquellos países que, durante unos treinta años, experimentaron una expansión económica.
[23]) Para una explicación sobre la cuota de ganancia y su tendencia a la baja, léase el anexo al final del artículo.
[25]) Ver el gráfico adjunto para Francia y también el publicado en la Revista no 121 sobre los países del G8. Ambos gráficos muestran una evolución similar, o sea una separación patente entre una cuota de ganancia en alza y una baja en todas las demás variables económicas.
[26]) “La crisis por sí misma, sin embargo, tiene como resultado el restablecimiento de las buenas proporciones entre las partes del capital permitiendo así que vuelva a arrancar la acumulación. Y lo realiza esencialmente por dos medios: la devaluación del capital fijo y el crecimiento de la cuota de plusvalía”.
[27]) Podemos constatar ese mantenimiento de la productividad a un bajo nivel en el gráfico sobre Francia publicado arriba y también en el gráfico para los países del G8 (los ocho países más importantes económicamente en el mundo) publicado en la Revista internacional n° 121. En realidad solo EEUU se ha beneficiado de una ligera subida en productividad, pero explicar esa subida coyuntural iría más allá de lo que nos hemos propuesto en este artículo.
[28]) Es un reconocimiento muy parcial, en realidad, con la boca chica... cuando es evidente que la cuota de ganancia está aumentando fuerte y continuamente desde principios de los años 80 y que ha alcanzado ya los niveles de la de los años 1960.
[29]) “Para la teoría marxiana, un aumento adecuado de la masa de plusvalía basta para transformar el estancamiento en expansión” (Paul Mattick, Marx y Keynes) o aún más: “Pero, tanto para el mundo en general como para cada país tomado separadamente, la causa de la sobreproducción so es sino el grado insuficiente de explotación. De ahí que una explotación exacerbada permita reabsorberla, a condición – evidentemente - de que ese crecimiento sea lo suficientemente fuerte como para relanzar el capital y, por tanto, la demanda del mercado” (Idem). ... Desgraciadamente para Mattick, la configuración del capitalismo desde 1980 (pero también entre 1932 y la Segunda Guerra mundial) es un desmentido total a sus teorías, ya que, a pesar de un fuerte crecimiento de la explotación, no hubo relanzamiento de la expansión del capital ni de demanda del mercado.
Debate interno en la CCI
En el número anterior de nuestra Revista comenzamos a publicar amplios extractos de un texto de orientación sometido a la discusión en nuestra organización, que trata sobre Marxismo y Ética. Entre esos extractos encontramos: “Hemos insistido siempre en que los estatutos no son una serie de reglas para definir qué es lo que está o no está admitido, sino una orientación para nuestras actitudes y nuestra conducta, incluyendo un conjunto coherente de valores morales (en particular en lo que a relaciones entre militantes y entre éstos y la organización se refiere). Por eso es por lo que se requiere un profundo acuerdo con estos valores a cualquiera que quiera ser miembro de nuestra organización. Los estatutos forman parte de nuestra plataforma, no se limitan a regular quién puede hacerse miembro de la CCI, y en qué condiciones. También condicionan el marco y el espíritu de la vida militante de la organización y de cada uno de sus miembros.
El significado que la CCI siempre ha dado a estos principios de conducta es ilustrado por el hecho de que nunca dejó de defender estos principios, incluso a riesgo de crisis organizativas. De este modo, la CCI se mantiene consciente e inquebrantablemente en la tradición de la lucha de Marx y Engels en la Primera Internacional, de los bolcheviques y de la Fracción italiana del Izquierda comunista. Y así ha sido capaz de vencer una serie de crisis y mantener los principios fundamentales de un comportamiento de clase.
Sin embargo, los conceptos de moral y de ética proletarias se defendían en la CCI más bien implícita que explícitamente; la CCI los puso en práctica de forma empírica más que desde un punto de vista teórico. Ante las enormes reservas que la nueva generación de revolucionarios surgida a finales de los años 1960 tenía hacia toda idea de moral, considerándola generalmente como algo reaccionario, la actitud desarrollada por la organización fue la de dar más importancia a adoptar las actitudes y comportamientos de la clase obrera más que a desarrollar un debate muy general cuando tal debate distaba mucho de su madurez para acometerlo con éxito.
Las cuestiones sobre la moral no fueron las únicas áreas donde la CCI procedió de esa manera. En los primeros días de la organización había reservas similares hacia la necesidad de la centralización, la indispensable intervención de los revolucionarios y el papel principal de la organización en el desarrollo de la conciencia de clase, la necesidad de luchar contra el democratismo o el reconocimiento de la actualidad del combate contra el oportunismo y el centrismo”.
En la primera parte de los extractos publicados se trataban los siguientes temas:
– el problema de la descomposición y de la pérdida de confianza en el proletariado y en la humanidad;
– las causas de la existencia de prejuicios entre los revolucionarios hacia el concepto de moral proletaria tras 1968;
– la naturaleza de la moral;
– la ética, es decir la teoría de la moral, anterior al marxismo;
– el marxismo y los orígenes de la moral;
– la lucha del proletariado contra la moral burguesa;
– la moral del proletariado.
En este numero continuamos publicando extractos relativos a los combates emprendidos por el marxismo contra diversas formas y manifestaciones de la moral burguesa, así como sobre el combate que el proletariado deberá llevar a cabo necesariamente contra los efectos de la descomposición de la sociedad capitalista recuperando ese elemento esencial de su combate y su perspectiva histórica que es la solidaridad.
A finales del siglo xix, la corriente en torno a Bernstein dentro de la IIª Internacional afirmaba que como el marxismo se reivindica de un enfoque científico, excluye, por lo tanto, el papel de la ética en la lucha de clases. Su corriente consideraba que postura científica y postura ética se excluyen mutuamente y preconizaba renunciar a la postura científica en favor de la ética. Proponía “completar” el marxismo con le ética de Kant. Tras su voluntad de condenar moralmente la codicia de los individuos capitalistas se abría paso la determinación del reformismo burgués por echar tierra sobre aquello que es fundamentalmente inconciliable entre capitalismo y comunismo.
La postura científica del marxismo, lejos de excluir la ética, introduce por primera vez una dimensión realmente científica al conocimiento social y, por tanto, a la moral. Completa el rompecabezas de la historia al comprender que la relación social esencial es la que existe entre la fuerza de trabajo (el trabajo vivo) y los medios de producción (el trabajo muerto). El capitalismo había preparado el camino para ese descubrimiento de la misma forma que prepara el camino hacia el comunismo al haber despersonalizado el mecanismo de la explotación.
En realidad la pretensión del retroceder a la ética de Kant significa una regresión teórica incluso respecto al materialismo burgués que sí que había comprendido cuáles eran los orígenes sociales “del bien y del mal”. Desde entonces cada avance en el saber social ha confirmado y enriquecido esa comprensión. Esto se aplica al progreso no solo de las ciencias como en el caso del psicoanálisis sino también del arte. Como escribió Rosa Luxemburgo:
«Como a Hamlet, que en el crimen de su madre encuentra la ruptura de todo vínculo humano y la dislocación de su mundo, lo mismo le ocurre a Dostoievski cuando comprende que un ser humano puede asesinar a otro. Ya no encuentra sosiego, siente el peso del horror que lo oprime, como nos oprime a todos. Tiene que disecar el alma del asesino, buscar el origen de su miseria, de sus penas, hasta lo más recóndito de su corazón. Sufre todas sus torturas y queda enceguecido cuando llega a la terrible comprensión de que el asesino es el miembro más desgraciado de la sociedad. (…) Las novelas de Dostoievski atacan con furia la sociedad burguesa, a cuya cara grita: ‘El verdadero asesino, el asesino del alma humana, eres tú!”» ([1]).
Es ese también el punto de vista defendido por la joven dictadura del proletariado en Rusia. Exige a los tribunales “que se liberen por completo de todo espíritu de revancha. No pueden vengarse de la gente simplemente porque han tenido que vivir en una sociedad burguesa” ([2]).
Lo que hace de la ética marxista la más alta expresión del progreso de la moral hasta nuestros días es, precisamente, esa capacidad de comprender que todos nosotros somos víctimas de las circunstancias. Este planteamiento, contrariamente a lo que dicen los burgueses, no deroga ni la moral ni la responsabilidad individual, cosa que sí hace el individualismo pequeño burgués. Esa visión significa un paso de gigante al cimentar la moral en la comprensión más que en la falta, pues el sentimiento de culpa limita el progreso moral al separar la propia personalidad de cada uno de la del resto de seres humanos. Esa visión de la moral sustituye el odio hacia las personas, esa fuente primigenia de pulsión antisocial, por la indignación y la rebeldía ante las relaciones y los comportamientos sociales.
La nostalgia reformista hacia Kant expresa la erosión de la voluntad de combate. La visión idealista de la moral, que niega su papel en la transformación de las relaciones sociales, es una concesión emocional al orden social imperante. Si bien la paz interior y la armonía con el mundo social y natural que nos rodea, son los ideales más elevados que ha tratado de alcanzar siempre la humanidad, solo se pueden lograr mediante una lucha constante. La primera condición para la felicidad humana es saber que se hace todo lo necesario por servir a una buena causa.
Kant comprendió, mucho mejor que los teóricos utilitaristas como Bentham ([3]), la naturaleza contradictoria de la moral burguesa. Y, en especial, que el individualismo desmedido, incluso en su forma positiva de búsqueda de la felicidad personal, puede llevar a la disolución de la sociedad. El hecho de que en el capitalismo, en la lucha por la concurrencia, solo pueda haber vencedores, hace inevitable la división entre a lo que uno aspira y el deber. La insistencia de Kant sobre la preeminencia del deber se corresponde con la idea de que el valor más alto de la sociedad burguesa no es el individuo sino el Estado, especialmente la nación.
Para la moral burguesa el patriotismo es un valor más alto que la querencia por la humanidad. De hecho, detrás de la ausencia de indignación por parte del movimiento obrero hacia el reformismo, ya se traslucía una erosión del internacionalismo proletario.
Para Kant tiene más valor ético un acto moral fruto del sentido del deber que un acto realizado con entusiasmo, pasión y placer. En Kant el valor ético está ligado a la renuncia, a la idealización del sacrificio de sí en aras de la ideología nacionalista y estatal. El proletariado rechaza frontalmente esa cultura inhumana del sacrificio que la burguesía ha heredado de la religión. Si bien la alegría del combate conlleva necesariamente estar dispuesto a sufrir, el movimiento obrero no ha hecho nunca de ese mal necesario una cuestión moral en sí. Es más, incluso antes del marxismo, las mejores contribuciones sobre la ética siempre enfatizaron las consecuencias patológicas e inmorales de tal visión. Al revés de lo que propugna la ética burguesa, el sacrificio de uno mismo no hace bueno un objetivo que no lo es.
Franz Mehring dice con razón que incluso Schopenhauer, que basa su ética en la compasión más que en el deber, representa un paso decisivo respecto a Kant ([4]).
La moral burguesa, incapaz de siquiera imaginar que es posible superar la contradicción entre individuo y sociedad, entre egoísmo y altruismo, toma partido por uno contra el otro o trata de buscar un compromiso entre los dos. Es incapaz de comprender que el individuo tiene una naturaleza social. Contra las morales idealistas, el marxismo defiende el idealismo moral como una actividad que da placer, y como una de las armas más poderosas de una clase en progreso contra una clase en descomposición.
Otro atractivo de la ética kantiana para el oportunismo es que su rigor moral, su formula del “imperativo categórico” conlleva la promesa de una especie de código que permite resolver automáticamente todos los conflictos morales. Para Kant, la certeza de que se tiene razón es característica de la actividad moral (...). Lo que revela, una vez más, la voluntad de evitar el combate.
Se niega el carácter dialéctico de la moral en el que virtud y vicio, en la vida concreta, no se pueden distinguir fácilmente. Como señala Josef Dietzgen, la razón no puede determinar previamente el curso de la acción, pues cada individuo y cada situación son únicos y sin precedentes. Hay que estudiar los complejos problemas morales con el objetivo de comprenderlos y resolverlos de forma creativa. Esto exige, a veces, una investigación particular e incluso la creación de un órgano específico, tal y como lo ha comprendido el movimiento obrero desde hace mucho tiempo ([5]). Los conflictos morales, inevitablemente, forman parte de la vida no solo en una sociedad de clases. Por ejemplo, diversos principios éticos pueden estar mutuamente en conflicto (...) o los diferentes niveles de socialización del hombre (sus responsabilidades hacia la clase obrera, hacia la familia, el equilibrio de la personalidad, etc.). Eso requiere estar dispuestos a vivir momentáneamente con incertidumbres para poder hacer un verdadero análisis evitando la tentación de acallar su propia conciencia; requiere la capacidad para poner en tela de juicio los propios perjuicios; y requiere sobre todo un método colectivo y riguroso de clarificación.
Kautsky, en el combate contra el neo-kantismo, muestra cómo la contribución de Darwin sobre los orígenes de la conciencia en las pulsiones biológicas, animales en su origen, quebraron el predominio de las morales idealistas. Esa fuerza invisible, esa voz apenas audible, que opera en lo más recóndito de la personalidad, ha sido siempre una cuestión crucial en las controversias éticas. La ética idealista tenía razón al insistir en que la explicación de la mala conciencia no puede ser el miedo ante la opinión de los demás o a la sanción de la mayoría. Al contrario, esa conciencia puede llevar a que nos opongamos a la opinión pública o a la represión, o a arrepentirnos de nuestras acciones a pesar de que sean las apropiadas para todo el mundo.
“La ley moral solo es un impulso animal. De ahí proviene su naturaleza mística, esta voz interna que no está relacionada con ningún estimulo exterior, ningún interés visible, ese demonio o Dios, que de Sócrates y Platón hasta Kant, los teóricos de la moral han escuchado, aquellos que han negado que la moral se derive del ego o del placer. Un impulso realmente misterioso, aunque no menos misterioso que el amor sexual, el amor materno, el instinto de supervivencia... Que la ley moral sea un instinto universal, comparable al de supervivencia o al de reproducción, explica su fuerza, su insistencia, y que lo obedezcamos sin pararnos a pensar” ([6]).
La ciencia ha confirmado posteriormente esas conclusiones, por ejemplo Freud, el cual insiste en que los animales más evolucionados, los más sociales, poseen un dispositivo psíquico de base como lo posee el hombre, y pueden sufrir neurosis similares. Freud no solo hizo más profunda nuestra compresión de esas cuestiones. El método del psicoanálisis no es solo investigar sino que también es una terapéutica. Comparte con el marxismo la preocupación por el desarrollo progresivo del dispositivo moral del hombre.
Freud distingue entre las pulsiones (el “Ello”), el “Yo” que permite conocer el entorno y asegurarnos la existencia (una especie de principio de realidad) y el “Superyó” (o “Superego”) que incluye la buena conciencia y permite la pertenencia a una comunidad. Pese a que Freud afirma, en las polémicas, que la “buena conciencia” no es más que “miedo social”, toda su concepción de cómo los niños hacen suya la moral de la sociedad pone de manifiesto claramente que ese proceso depende de la fuerza de sus lazos afectivos y emocionales con sus padres, y de que éstos sean aceptados como ejemplo a seguir ([7]). (…)
Así Freud examina la interrelación entre los factores conscientes e inconscientes de la propia buena conciencia. El “Superyó” desarrolla la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Por su parte, el “Yo” puede y debe reflexionar sobre las reflexiones del “Superyó”. Mediante esa “doble reflexión” mientras se realiza una acción ésta se convierte en un acto consciente, propio de uno mismo. Eso está en concordancia con la visión marxista para la cual el dispositivo moral del hombre se basa en impulsos sociales, que incluye componentes inconscientes, semiconscientes y conscientes; y que con el desarrollo de la humanidad el elemento consciente va tomando la primacía, hasta que con el proletariado revolucionario, la ética, basada en un método científico se convierte cada vez más en la guía del comportamiento moral; que en la propia buena conciencia, el progreso moral es inseparable del desarrollo de la conciencia en detrimento de los sentimientos de culpa ([8]). El hombre puede asumir cada vez más sus responsabilidades, no solo en lo que concierne a su propia buena conciencia, sino a causa de lo que está contenido en sus propios valores morales y sus convicciones.
El materialismo burgués, a pesar de sus debilidades, en especial en su forma utilitarista (la moral es la expresión de intereses reales y objetivos) significó un gran paso adelante en la teoría ética. Preparó el camino para la comprensión histórica de la evolución moral. Al haber revelado lo relativo y transitorio de todos los sistemas morales, dio un gran golpe a la visión religiosa e idealista de un código, eternamente invariable, que Dios habría establecido.
Como hemos visto, la clase obrera, desde sus primeros tiempos, ya fue sacando sus propias conclusiones socialistas de ese método. Aunque los primeros teóricos socialistas, como Robert Owen o William Thompson fueran mucho más lejos que la filosofía de Jeremy Bentham –que aquellos tomaron como punto de partida–, la influencia del método utilitarista siguió siendo importante en el movimiento obrero, incluso después de haber surgido el marxismo. Los primeros socialistas revolucionaron la teoría de Bentham, aplicando sus postulados de base a las clases sociales más que a los individuos, preparando así el camino a la comprensión del carácter social y de clase de la historia de la moral. Reconocer que los propietarios de esclavos no tenían el mismo registro de valores que los mercaderes o los nómadas del desierto, ni el de los pastores de montaña era algo que ya había sido confirmado por la antropología durante la expansión colonial. El marxismo sacó provecho de esa labor preparatoria, como también de los estudios de Morgan y Maurer que esclarecieron la “genealogía de las morales” ([9]). Sin embargo, a pesar de los progresos que eso representó, el utilitarismo, incluso en su forma proletaria, dejaba toda una serie de preguntas sin respuesta.
Primero, si la moral no es otra cosa que la codificación de intereses materiales, acaba siendo ella misma superflua y desapareciendo como factor social. El materialista radical inglés, Mandeville, ya había planteado con esa base que la moral no es más que la hipocresía que sirve para ocultar los intereses fundamentales de las clases dominantes. Más tarde, Nietzsche sacaría unas conclusiones algo diferentes de las mismas premisas: la moral es el medio de la muchedumbre, que es débil, para impedir la dominación de la élite, y, por lo tanto, la liberación de ésta exige el reconocimiento de que para ella todo está permitido. Pero como lo subrayó Mehring, la pretendida abolición de la moral en Nietzsche, en Más allá del bien y del mal, no es otra cosa sino el establecimiento de una nueva moral, la del capitalismo reaccionario y de su odio al proletariado socialista, una moral liberada de las trabas de la decencia pequeño burguesa y de la respetabilidad de la gran burguesía ([10]). En particular, la identidad entre interés y moral implica, como ya lo habían afirmado los jesuitas, que el fin justifica los medios ([11]).
Segundo, al haber supuesto que las clases sociales representan a “individuos colectivos” que sencillamente siguen sus propios intereses, la historia aparece como una disputa sin ningún sentido, lo cual es quizás importante para las clases concernidas pero no para la sociedad como un todo. Eso era una regresión respecto a Hegel, el cual ya había comprendido (aunque fuera de forma mistificada) no sólo la relatividad de toda moral, sino también de la edificación de nuevos sistemas éticos transgresores de la moral establecida. Hegel declaraba en ese sentido:
“Puede uno imaginarse que dice algo grande cuando afirma: el hombre es bueno por naturaleza. Pero se olvida que dice algo más grande todavía si dice: el hombre es malo por naturaleza” ([12]).
Tercero, el método utilitario lleva a un racionalismo estéril que elimina las emociones sociales de la vida moral.
Las consecuencias negativas de los restos utilitaristas burgueses se hicieron visibles cuando el movimiento obrero, con la Iª Internacional, empezó a superar la fase de las sectas. La investigación sobre la conjura de la Alianza contra la Internacional –especialmente los comentarios de Marx y Engels sobre el “catecismo revolucionario” de Bakunin– reveló “la introducción de la anarquía en la moral” mediante un “jesuitismo” que “lleva la inmoralidad de la burguesía hasta sus últimas consecuencias”. El informe redactado por mandato del Congreso de La Haya en 1872 subraya los elementos siguientes de la visión de Bakunin: el revolucionario no tiene interés personal, ni asuntos ni sentimientos personales o deseos que le sean propios; ha roto no solo con el orden burgués, sino con la moral y las costumbres del mundo civilizado entero; considera virtud todo aquello que favorece el triunfo de la revolución y vicio todo lo que la frene; está siempre dispuesto a sacrificarlo todo, incluida su propia voluntad y su personalidad; elimina todo sentimiento de amistad, amor o gratitud; ante la necesidad, no vacila en eliminar a cualquier ser humano; no conoce otra escala de valores que la de la utilidad.
Profundamente indignados ante semejante método, Marx y Engels declararon que ésa era la moral de los bajos fondos, la del lumpemproletariado. Tan grotesca como infame, más autoritaria que el comunismo más primitivo, Bakunin hace de la revolución “una serie de asesinatos individuales y, después, de masas” o “la única regla de conducta es la moral jesuita exagerada” ([13]).
Como sabemos, el movimiento obrero en su conjunto no ha asimilado en profundidad las lecciones de la lucha contra el bakuninismo. En su Materialismo histórico, Bujarin presenta las normas de la ética como simples reglas y reglamentos. La táctica sustituye la moral. Todavía más confusa es la actitud de Lukacs ante la revolución. Después de haber presentado al proletariado como la realización del idealismo moral de Kant y Fichte, Lukacs cae en el utilitarismo. En ¿Qué significa una acción revolucionaria? (1919), declara:
“la regla del todo prevalece sobre la parte, lo cual implica un sacrificio sin concesiones de sí mismo... Sólo puede ser revolucionario quien está dispuesto a hacerlo todo por llevar a buen término esos intereses”.
Pero el reforzamiento de la moral utilitarista después de 1917 en la URSS fue sobre todo la expresión de las necesidades del Estado transitorio. En Moral y normas de clase, Preobrazhenski presenta la organización revolucionaria como una especie de orden monástica moderna. Quiere incluso someter las relaciones sexuales al principio de selección eugenésica en un mundo en el que la distinción entre individuo y sociedad ha sido abolida y en el que las emociones están subordinadas a los resultados de las ciencias naturales. Ni siquiera Trotski sale indemne de esa influencia, pues en la Moral de ellos y la nuestra en una inconfesada defensa de la represión de Cronstadt, defiende a fondo la fórmula de que “el fin justifica los medios”.
Es cierto que toda clase social tiende a identificar el “bien” y la “virtud” con sus propios intereses. Pero interés y moral no son idénticos. La influencia de clase sobre los valores sociales es muy compleja, puesto que integra la posición de una clase determinada en el proceso de producción y en la lucha de clases, sus tradiciones, sus objetivos y sus aspiraciones para el futuro, su parte en la cultura y, además, la manera con la que todo eso se expresa en los modos de vivir, las emociones, las intuiciones, las aspiraciones.
En oposición a la confusión utilitarista entre interés y moral, (o “deber” como lo formula aquí), Dietzgen distingue ambas cosas.
“El interés representa más bien la felicidad concreta, presente, tangible; el deber, al contrario, es la felicidad general, ampliada, concebida también para el porvenir. (...). El deber se preocupa también del corazón, de las necesidades de la sociedad, del porvenir, de la salvación del alma, en resumen, de la totalidad de nuestros intereses, y nos enseña a renunciar a lo superfluo para obtener y conservar lo necesario” ([14]).
En reacción a las afirmaciones idealistas de la invariabilidad de la moral, el utilitarismo social cae en el otro extremo e insiste tan unilateralmente sobre su naturaleza transitoria que pierde de vista la existencia de valores comunes que dan cohesión a la sociedad, y la existencia de progresos éticos. La continuidad del sentimiento de comunidad no es, ni mucho menos, una ficción metafísica.
Ese “relativismo exagerado” ve las clases y su combate, pero no ve “el proceso social global, la interconexión de los diferentes episodios y, por ello mismo, no consigue distinguir las diferentes etapas del desarrollo moral que forman parte de un proceso que vincula esos episodios unos a otros. No posee criterios generales con los que evaluar las diferentes normas, no es capaz de ir más allá de las apariencias inmediatas y temporales. No reúne las diferentes apariencias en una unidad mediante el pensamiento dialéctico” ([15]).
En cuanto a las relaciones entre el fin y los medios, la fórmula correcta del problema no es desde luego que el fin justifica los medios, sino que el fin influye en los medios y que los medios influyen en el fin. Los dos términos de la contradicción se determinan mutuamente, siendo uno condición del otro. Además, el fin y los medios no son sino lazos en la cadena de la historia, de modo que cada fin es a su vez un medio para alcanzar fines más elevados. Por eso es por lo que el rigor metodológico y ético debe aplicarse a todo el proceso, refiriéndose al pasado y al futuro, y no solo a lo inmediato. Los medios que no sirven a un fin determinado, lo único que hacen es deformarlo y alejarse de él. El proletariado, por ejemplo, no podrá vencer a la burguesía utilizando las armas de ésta. La moral del proletariado se orienta a la vez según la realidad social y según las emociones sociales. Por eso rechaza a la vez la exclusión dogmática de la violencia pero también el concepto de indiferencia moral hacia los medios empleados.
En paralelo con esa falsa comprensión de los lazos entre fin y medios, Preobrazhenski considera también que el destino de las partes, el del individuo en particular, no es importante y puede sacrificarse sin más en interés del todo. Y no había sido ésa, ni mucho menos, la actitud de Marx, quien consideraba prematura la Comuna de Paris, pero se unió a ella por solidaridad; ni la de Eugène Léviné y del joven KPD que entraron en el gobierno de la República de Consejos de Baviera cuando ya estaba fracasando y a cuya proclamación se habían opuesto, para organizar su defensa y minimizar así el número de víctimas proletarias. En cambio, el criterio unilateral del utilitarismo abre, en realidad, las puertas a una solidaridad de clase muy condicional.
Como lo subrayó Rosa Luxemburgo en su polémica contra Bernstein, la contradicción principal en el meollo del movimiento proletario es que su combate cotidiano se lleva a cabo en el seno del capitalismo mientras que sus fines están fuera, son una ruptura fundamental con ese sistema. De ello resulta que es necesario el uso de la violencia y de la astucia contra el enemigo de clase, y es difícil evitar que se expresen el odio de clase y las agresiones antisociales. Pero el proletariado no es moralmente indiferente antes esas manifestaciones. Incluso cuando emplea la violencia, nunca deberá olvidar, como lo dijo Pannekoek, que su objetivo es esclarecer las mentes y no destruirlas. Y la conclusión que sacó Bilan de la experiencia rusa: el proletariado debe evitar en lo posible el uso de la violencia contra las capas no explotadoras y excluirla por principio en el seno mismo de la clase obrera. Incluso en el contexto de la guerra civil contra el enemigo de clase, el proletariado debe estar convencido de la necesidad de actuar contra la aparición de sentimientos antisociales como la venganza, la crueldad, la voluntad de destruir pues acaban embruteciendo y debilitando la conciencia. Semejantes sentimientos son el signo de la penetración de la influencia de una clase ajena. No fue por casualidad si tras la revolución de Octubre, Lenin consideraba que, justo detrás de la extensión de la revolución, la prioridad debía ser la elevación del nivel cultural de las masas. Recordemos también que fue, primero, porque constató la crueldad y la indiferencia moral de Stalin, si Lenin fue capaz de identificar el peligro que representaba.
Los medios empleados por el proletariado deben, lo más posible, corresponderse a la vez con el objetivo y con las emociones sociales que son las propias de su naturaleza de clase. No es por nada si en nombre de esas emociones, el programa del 14 diciembre 1918 del KPD, aún defendiendo clara y resueltamente la necesidad de la violencia de clase, rechazó el uso del terror:
“La revolución proletaria no necesita para nada el terror para realizar sus objetivos. Odia y aborrece el asesinato. No necesita recurrir a esos medios de lucha porque no combate a individuos, sino a instituciones, porque no se lanza a la palestra con ilusiones ingenuas que, una vez decepcionadas, llevarían a una venganza ciega” ([16]).
En oposición a eso, la eliminación del aspecto emocional de la moral siguiendo el método del utilitarismo materialista y mecanicista es típicamente burgués. En ese método, el uso de las mentiras, del engaño, es moralmente superior si sirve para cumplir un objetivo determinado. Por eso, las mentiras que hicieron circular los bolcheviques para justificar la represión de Cronstadt, no sólo socavaron la confianza de la clase en el partido, sino que también socavaron la convicción de los propios bolcheviques. La visión de que “el fin justifica los medios”, niega en la práctica la superioridad ética de la revolución proletaria sobre la burguesa. Y se olvida de que cuanto más se corresponde la preocupación de una clase con el bienestar de la humanidad mejor podrá sacar de esa preocupación su fuerza moral.
En oposición con el mundo de los negocios, en el que la consigna es que solo cuenta el éxito, sean cuales sean los medios empleados, eso no puede aplicarse a la clase obrera. El proletariado es la primera clase revolucionaria cuya victoria final llega precedida y preparada por una serie de derrotas. Las lecciones inestimables, pero también el ejemplo moral de los grandes revolucionarios y de las grandes luchas obreras son las condiciones para una victoria futura.
En el período histórico actual, la importancia de la cuestión de la ética es mayor que nunca. La tendencia característica a la disolución de los vínculos sociales y de todo pensamiento coherente, tiene, obligatoriamente, unos efectos muy negativos en la moral. Además, la desorientación ética en el seno la sociedad es también un componente central del problema en el que se arraiga la descomposición del tejido social. La descomposición social, que se debe al bloqueo histórico que se ha producido entre burguesía y proletariado, entre la respuesta de aquélla (la guerra mundial) y la de éste (la revolución mundial), está directamente vinculada a la esfera de la ética social. La salida de la contrarrevolución, a finales de los años 70, gracias a una nueva generación del proletariado que no había sido derrotada, expresó nada menos que el desprestigio histórico del nacionalismo, sobre todo en los países en los que viven los sectores más fuertes del proletariado mundial. Pero, por otra parte, las luchas obreras masivas habidas desde el 68 no han venido acompañadas, por ahora, de un desarrollo correspondiente con la dimensión teórica y política del combate proletario, especialmente la ausencia de una afirmación explícita y consciente del principio del internacionalismo proletario. Por consiguiente, ninguna de las dos clase principales de la sociedad contemporánea ha sido capaz, por ahora, de hacer progresar el propio ideal de clase que cada una de ellas tiene sobre la comunidad social.
En general, la moral dominante es la de la clase dominante. Por eso mismo precisamente, toda moral dominante, para que pueda servir los intereses de la clase dominante, debe contener a la vez elementos de interés moral general para así asegurar la cohesión de la sociedad. Uno de esos elementos es dar una perspectiva o un ideal de comunidad social. Ese ideal es un factor indispensable para refrenar las pulsiones antisociales.
Como hemos visto, el nacionalismo es el ideal específico de la sociedad burguesa. Esto corresponde al hecho de que el Estado nacional es la unidad más desarrollada que pueda realizar el capitalismo. Cuando el capitalismo entra en su fase de decadencia, el Estado-Nación deja de ser, definitivamente, el instrumento del progreso en la historia, convirtiéndose de hecho en el instrumento principal de la barbarie social. Y ya antes de que eso se produjera, el enterrador del capitalismo, o sea la clase obrera –precisamente porque es portadora de un ideal más alto, el ideal internacionalista – fue capaz de dejar patente el carácter embaucador de la comunidad nacional. Aunque al iniciarse la Primera Guerra mundial en 1914, los trabajadores se olvidaron de esa lección, esa guerra iba a poner al desnudo la realidad de la tendencia principal, no sólo de la moral burguesa, sino de la moral de todas las clases explotadoras. Esta consiste en movilizar los ímpetus más heroicos, los más altruistas de las clases trabajadoras al servicio de la más obtusa y más sórdida de las causas.
A pesar de su carácter embaucador y cada vez más bárbaro, la nación es el único ideal que la burguesía puede enarbolar para dar cohesión a la sociedad. Solo él corresponde a la realidad contemporánea de la estructura estatal de la burguesía. Por eso es por lo que los demás ideales sociales que han ido apareciendo en los últimos años –la familia, el medio ambiente local, la religión, la comunidad cultural o étnica, el estilo de vida en grupo o en banda– son realmente expresiones de la disolución de la vida social, de la putrefacción de la sociedad de clases. Y eso también es verdad para todas las respuestas morales que intentan abarcar la sociedad en su conjunto, pero basándose en el interclasismo: el humanitarismo, el ecologismo, el altermundismo. Con el postulado de que la mejora del individuo es la base de la renovación de la sociedad, esas respuestas son expresiones democraticistas de la misma fragmentación individualista en la base de la sociedad. Ni que decir tiene que esas ideologías sirven admirablemente la clase dominante en su guerra por bloquear el desarrollo de una alternativa de clase, proletaria, internacionalista, al capitalismo.
En el seno de la sociedad en descomposición, podemos identificar algunos rasgos con implicaciones directas en los valores sociales.
Primero, la falta de perspectivas hace que los comportamientos humanos tiendan a quedarse en el presente o volverse hacia el pasado. Como ya dijimos, una parte central de lo racional de la moral es la defensa de los intereses a largo plazo contra el peso de lo inmediato. La ausencia de una perspectiva a largo plazo favorece la pérdida de solidaridad entre individuos y grupos de la sociedad contemporánea, pero también entre las generaciones. De ahí la tendencia a que se desarrolle una mentalidad pogromista, o sea la del odio destructor hacia un chivo expiatorio considerado como responsable de la desaparición de un pasado mejor, idealizado. En el escenario político mundial, puede observarse la tendencia al desarrollo del antisemitismo, del antioccidentalismo o del anti-islamismo…, la multiplicación de las “limpiezas étnicas”, el ascenso del populismo político contra los inmigrantes y de una mentalidad de gueto entre los emigrantes mismos. Y esa mentalidad tiende a impregnar la vida social en su conjunto, como lo ilustra el desarrollo del mobbing (acoso psicológico en el medio laboral).
Por otro lado, el desarrollo del miedo social que tiende a paralizar a la vez los instintos sociales y la reflexión coherente, los principios de base de la solidaridad humana y sobre todo, hoy, de clase. Ese miedo es el resultado de la atomización social que produce en cada individuo el sentimiento de estar solo con sus problemas. Esta soledad produce a su vez una manera particular de ver el resto de la sociedad, haciendo que la reacción de los demás seres humanos aparezca más imprevisible, lo que hace que se les considere como amenazantes y hostiles. Ese miedo –que alimenta todas las corrientes irracionales del pensamiento vueltas hacia el pasado y la nada– debe distinguirse del miedo debido a una inseguridad social creciente, provocada por la crisis económica, pues este sentimiento de inseguridad material puede convertirse en poderoso estimulante de la solidaridad de clase frente a la crisis económica.
Y, en fin, la falta de perspectiva y la desintegración de los vínculos sociales hacen que para muchos seres humanos la vida aparezca como algo sin sentido. Esta atmósfera de nihilismo es insoportable para la humanidad, porque está en contradicción con la esencia consciente y social del género humano. Produce una serie de fenómenos muy relacionados entre sí, el más importante de los cuales es el desarrollo de una nueva religiosidad y una obsesión por la muerte.
En las sociedades fundadas principalmente en la economía natural, la religión era ante todo la expresión del atraso, de la ignorancia, del miedo ante las fuerzas de la naturaleza. En el capitalismo, la religión se nutre sobre todo de alineación social, del miedo a unas fuerzas sociales que se han vuelto inexplicables e incontrolables. En la época de la descomposición del capitalismo, es ante todo el nihilismo ambiente el que alimenta la necesidad de religión. Mientras que la religión tradicional, por muy reaccionario que fuera su papel, formaba parte de la visión de un mundo comunitario y la religión modernizada de la burguesía era una adaptación de esa visión tradicional del mundo a la perspectiva de la sociedad capitalista, el misticismo de la descomposición capitalista se nutre de ese nihilismo. Ya sea con la forma de una pura atomización de unas mentes esotéricas en busca del tan manido “encontrarse a uno mismo” fuera de todo contexto social, o con la forma totalmente cerrada y obtusa de las sectas y del fundamentalismo religioso, cuya oferta consiste en borrar la personalidad u eliminar la responsabilidad individual, esa tendencia, que pretende dar una respuesta al nihilismo, no es, en realidad, sino su expresión llevada al extremo.
Es, además, esa falta de perspectiva y esa dislocación de los vínculos sociales lo que hace que la realidad biológica de la muerte parezca quitarle todo sentido a la vida individual. Lo malsano que de ello resulta (y del que se nutre en gran parte el misticismo de hoy) encuentra su expresión, por un lado, en el miedo obsesivo y desmesurado a la muerte y, por otro, en el deseo patológico de morir. Aquélla expresión se concreta, por ejemplo, en la mentalidad “hedonista” de la “fun society” (cuya divisa podría ser: “comamos, bebamos y disfrutemos, que mañana moriremos”); y ésta en cultos como el satanismo, las sectas “fin del mundo” y en el culto creciente de la violencia, de la destrucción y del martirio (como ocurre con los kamikazes).
El marxismo, teoría revolucionaria del proletariado, siempre se caracterizó por su profundo apego al mundo y su afirmación apasionada del valor de la vida humana. Al mismo tiempo, el marxismo, gracias a su enfoque dialéctico, ha podido comprender que la vida y la muerte, el ser y la nada forman parte de una unidad indivisible. No ignora la muerte ni subestima tampoco su papel en la vida. El género humano forma parte de la naturaleza y como tal, el crecimiento, la plenitud, pero también la enfermedad, el declive y la muerte son tan partícipes de su existir como la puesta de sol o la caída de las hojas en otoño. Pero además el hombre es un producto no sólo de la naturaleza, sino también de la sociedad. Heredero de lo adquirido por la cultura humana, portador de su porvenir, el proletariado revolucionario se vincula a las fuentes sociales de una fuerza real, arraigada en la claridad del pensamiento y la fraternidad, en la paciencia y el humor, el gozo y la afección, la seguridad verdadera de una confianza bien construida.
Para la clase obrera, la ética no es algo abstracto, separado de su combate. La solidaridad, base de su moral de clase, es a la vez la condición primera de su verdadera capacidad para afirmarse como clase en lucha.
Hoy, el proletariado está ante la tarea de reconquistar su identidad de clase, una identidad que ha sufrido un enorme retroceso después de 1989. Esa tarea es inseparable de la lucha por reapropiarse sus tradiciones de solidaridad.
La solidaridad no es solo un componente central de la lucha cotidiana de la clase obrera, sino que además lleva en sí en germen la sociedad futura. Los dos aspectos, solidaridad y lucha, se enlazan con el presente y con el futuro y se influyen mutuamente. El despliegue, la extensión de la solidaridad de clase en las luchas obreras es un aspecto esencial de la dinámica actual de la lucha de la clase, del arranque de un camino hacia una nueva perspectiva revolucionaria. Esta perspectiva, a su vez, cuando haya quedado despejada, será un poderoso factor de reforzamiento de la solidaridad en las luchas inmediatas del proletariado.
Esta perspectiva es pues decisiva ante los problemas que le plantean a la clase obrera la decadencia y la descomposición del capitalismo. Así ocurre, por ejemplo, con la cuestión de la inmigración. En el capitalismo ascendente, la posición del movimiento obrero, especialmente las fracciones de izquierda, era defender las fronteras abiertas y el movimiento libre del trabajo. Eso formaba parte del programa mínimo de la clase obrera. Hoy, escoger entre fronteras abiertas o cerradas es una falsa alternativa, pues la única manera de resolver esa cuestión es la abolición de todas las fronteras. En las condiciones de la descomposición, el tema de la inmigración tiende a socavar la solidaridad de clase, amenazando incluso con contaminar a los obreros con la mentalidad pogromista. Ante esta situación, la perspectiva de una comunidad mundial, basada en la solidaridad, es el factor más eficaz de la defensa del principio del internacionalismo proletario.
Si la clase obrera, a través de un largo período de desarrollo de sus luchas y de reflexión política, logra reconquistar su identidad de clase, y por lo tanto es capaz de reconocer hasta qué punto el capitalismo de nuestros días destruye las emociones sociales, socava los vínculos y los modos de comportamiento entre las personas, entonces esa comprensión podrá ser a su vez un factor que empujará al proletariado a formular de manera consciente sus propios valores de clase. La indignación de la clase obrera ante los comportamientos provocados por el capitalismo en descomposición, y la conciencia de que únicamente la lucha proletaria podrá ofrecer una alternativa, son esenciales para que el proletariado pueda afirmar su perspectiva revolucionaria.
La organización revolucionaria tiene un papel indispensable que desempeñar en ese proceso, no sólo mediante la propaganda por los principios de clase, sino también, y por encima de todo, dando ella misma un ejemplo vivo de su aplicación y defensa.
Por otra parte, la defensa de la moral proletaria es un instrumento indispensable en la lucha contra el oportunismo y, por lo tanto, en la defensa del programa de la clase obrera. Con más firmeza que nunca, los revolucionarios deben situarse en la tradición del marxismo llevando a cabo un combate intransigente contra todo comportamiento procedente de una clase ajena.
“El bolchevismo ha creado el tipo del verdadero revolucionario que, fijándose objetivos históricos incompatibles con la sociedad contemporánea, subordina la condición de su existencia individual, sus ideas y sus juicios morales a aquellos. Las distancias indispensables con respecto a la ideología burguesa eran mantenidas en el partido a través de una vigilancia intransigente cuyo inspirador era Lenin. No dejaba de trabajar con el escalpelo cortando los lazos que el ambiente pequeñoburgués creaba entre el partido y la opinión pública oficial. Al mismo tiempo Lenin enseñaba al partido a formar su propia opinión pública, apoyándose en el pensamiento y en los sentimientos de la clase ascendente. Así, a través de la selección y la educación, en una lucha continua, el partido bolchevique creó su medio no solamente político, sino también moral, independientemente de la opinión pública burguesa e irreductiblemente opuesto a ésta. Fue solamente esto lo que permitió a los bolcheviques superar las vacilaciones en sus propias filas y manifestar la viril resolución sin la cual la victoria de Octubre hubiera sido imposible.” ([17]).
[1]) Luxemburgo: el Alma de la literatura rusa (Introducción a Korolenko), 1919.
[2]) Bujarin y Preobrazhenski: el ABC del comunismo – Comentarios al programa del 8e Congreso del Partido, 1919. Capitulo IX. La justicia proletaria. § 74 : Les métodos penales proletarios.
[3]) Jeremy Benthan (1748-1832) filosofo, jurista y reformador británico. Era amigo de Adams Smith y de Jean Baptiste Say, dos de los economistas más importantes de la burguesía en la época en que era una clase revolucionaria. Influyó en filósofos “clásicos” de esa clase como John Stuart Mill, John Austin, Herbert Spencer, Henry Sidwick o James Mill. Apoyó la Revolución francesa de 1789, haciéndole propuestas sobre el instauración del derecho, el sistema judicial, penitenciario, la organización política del Estado, y la política hacia las colonias (Emancipate your Colonies). La joven República francesa lo hizo ciudadano honorífico el 23 de agosto de 1792. Su influencia aparece en el Código civil (llamado también “Código Napoleón”), que sigue hoy rigiendo el derecho privado francés. El pensamiento de Bentham parte de del principio siguiente: los individuos solo conciben sus intereses en relación con el placer o el sufrimiento. Lo que buscan es “maximizar” su felicidad, expresada ésta en lo que excede de placer respecto al sufrimiento. Se trata para cada individuo de hacer un cálculo hedonista. Cada acción acarrea efectos positivos y efectos negativos, para un tiempo más o menos largo y con diferentes grados de intensidad; se trata pues para el individuo de realizar las acciones que le producen más felicidad o placer. Bentham llamó Utilitarismo a esa doctrina en 1781, proponiendo un método: “Cálculo de la felicidad y del sufrimiento” con el que quería determinar científicamente –o sea con reglas precisas la cantidad de goce y de sufrimiento generado por nuestras acciones. Esos criterios eran siete:
– duración: un goce largo y duradero es más útil que uno pasajero;
– intensidad: un placer intenso es más útil que uno menos intenso;
– certidumbre: un placer es más útil si uno está seguro de que se realizará;
– proximidad: un goce inmediato es más útil que otro que se realice a largo plazo;
– extensión: un goce vivido entre varios es más útil que el vivido por uno solo;
– fecundidad: un placer que acarrea otros es más útil que un placer único;
– pureza: un goce que no acarrea sufrimiento posterior es más útil que otro que sí puede acarrearlo.
Teóricamente, la acción más moral será la que reúna el mayor número de criterios.
[4]) Mehring : “Retorno a Schopenhauer”, Neue Zeit, 1908/09.
[5]) La mayoría de las organizaciones políticas del proletariado se dotaron, junto a los órganos de centralización encargados de tratar los “asuntos cotidianos”, de instancias tales como “comisiones de control” o “de conflictos” compuestas de militantes experimentados y poseedores de la mayor confianza entre sus camaradas, encargados específicamente de temas delicados, sensibles, que exigen discreción tanto dentro como fuera de la organización.
[6]) Kautsky, “La ética del darwinismo” (Los instintos sociales) en Ética y materialismo histórico.
[7]) Eso quedó confirmado con las observaciones de Anna Freud: los niños huérfanos salidos de los campos de concentración, que establecían entre ellos una especie de solidaridad rudimentaria, con bases igualitarias, no aceptaban, en cambio, las referencias morales y culturales de la sociedad en su conjunto, excepto cuando estaban agrupados en más pequeñas unidades “familiares”, dirigidas cada una por una persona adulta respetada, hacia la cual los niños podían desarrollar afecto y admiración.
[8]) El libro de Kautsky sobre Ética fue el primer estudio marxista global sobre este tema y su contribución principal a la teoría socialista. Sobreestima, sin embargo, la importancia de la contribución de Darwin. Y por consiguiente subestima los factores específicamente humanos de la cultura y de la conciencia, de modo que acaba resultando una visión estática según la cual las diferentes formas sociales favorecen o desfavorecen más o menos unas pulsiones sociales que serían básicamente invariables.
[9]) Ver por ejemplo Paul Lafargue, “Búsqueda sobre el origen de la idea del bien y de lo justo”, 1885, reproducido en Neue Zeit, 1899-1900.
[10]) Mehring, Sobre la filosofía del capitalismo, 1891. Añadiremos que Nietzsche es el teórico del comportamiento del aventurero desclasado.
[11]) La vanguardia de la Contrarreforma contra el protestantismo, el jesuitismo, se caracterizó por la adopción de los métodos de la burguesía para defender una iglesia feudal. Por eso es por lo que, muy pronto, el jesuitismo fue la base de la moral capitalista, mucho antes de que la clase burguesa en su conjunto (que desempeñaba todavía un papel revolucionario) revelara los aspectos más innobles de su dominación de clase. Ver, entre otras cosas, Mehring, Historia de Alemania desde principios de la Edad Media, 1910. Parte 1. Cap. 6 : “Jesuitismo, Calvinismo, Luteranismo.”
[12]) Una apostilla de paso. La respuesta más apropiada a una pregunta que se hace desde los tiempos más remotos, la de saber si el ser humano es bueno o malo, podría ser probablemente dada parafraseando lo que Marx y Engels escribían en la Sagrada familia sobre la novela de Eugène Sue, los Misterios de París, en el capítulo dedicado a “Flor de María”: la humanidad no es ni buena ni mala, es humana.
[13]) Una conjura contra la Internacional. Informe sobre las actividades de Bakunin. 1874. Cap. VIII “La Alianza en Rusia (el Catecismo revolucionario. El llamamiento de Bakunin a los oficiales del ejército ruso)”
[14]) Dietzgen, la Esencia del trabajo intelectual humano, 1869.
[15]) Henriette Roland Holst, Comunismo y moral, 1925. Capítulo V. “El sentido de la vida y las tareas del proletariado”. A pesar de algunas debilidades, ese libro contiene una crítica excelente de la moral utilitarista.
[16]) ¿Qué quiere la Liga Espartaco? En este como en otros escritos de Rosa Luxemburgo, encontramos la comprensión profunda de la psicología de clase del proletariado.
[17]) Trotski, Historia de la Revolución rusa, 1930. Fin del capítulo: “Lenin llama a la insurrección”.
En el artículo anterior de esta serie (Revista internacional n°127 : “Los años 1930 el debate sobre el período de transición”), emprendíamos el estudio de las lecciones sacadas por la Izquierda comunista de Italia de la primera oleada revolucionaria internacional, y de la revolución rusa en particular, y los esfuerzos que llevó a cabo para comprender cómo esas lecciones habían de aplicarse en el porvenir a las transformación revolucionaria. Poníamos de relieve el método característico de la Fracción italiana para cumplir esa tarea:
Hemos mostrado cómo se concretó ese método en una serie de artículos escritos por Vercesi con el título: “Partido, Estado, Internacional”. En este número de la Revista, iniciamos la publicación de otra serie de artículos fundamentales sobre el mismo tema: los problemas del período de transición, escritos por Mitchell el cual, cuando empezó a escribir esta serie, era miembro del grupo belga, la Liga de Comunistas internacionalistas (LCI), contribuyendo después en la fundación de la fracción belga de la Izquierda comunista. Esta iba a separarse de la LCI sobre la cuestión de la Guerra de España para acabar formando, junto con la fracción italiana, la Izquierda comunista internacional. Por lo que sabemos, es la primera vez desde los años 30 que esta serie de artículos se publica y traduce a otras lenguas.
En la introducción de este artículo, Mitchell dice claramente que “está de acuerdo con todo el marco y el espíritu de Bilan”, que rechaza toda aproximación especulativa a los problemas del periodo de transición afirmando que “el marxismo es un método experimental y no un juego de adivinanzas y conjeturas”, pues basa sus conclusiones y previsiones en acontecimientos históricos reales y en la experiencia auténtica del movimiento proletario. Prosigue planteando los ejes principales de la serie que se propone escribir:
Los artículos siguieron, más o menos, esas grandes líneas, aunque, debido a la complejidad de los problemas económicos del período de transición, acabaron siendo cinco los artículos de la serie publicados en Bilan los años siguientes. El debate, en especial, con la corriente internacionalista holandesa se siguió con gran atención, sobre todo el método que adoptó esa corriente sobre la transformación económica, método explicado en la obra: Principios fundamentales de la producción y de la distribución comunista de Jan Appel y Henrik Canne-Meyer. Estos trabajos los resumió A. Hennaut, militante de la LCI, en Bilan.
En el primer artículo que publicamos aquí, Mitchell se interesa por las condiciones históricas de la revolución proletaria. Se centra en las cuestiones y debates cruciales siguientes:
Con esta base resueltamente internacionalista emprende Mitchell la polémica contra los errores teóricos más importantes de aquella época de los años 30. Para empezar y ante todo, rechaza la doctrina estalinista del “socialismo en un solo país” y su pretendida base teórica: “la ley del desarrollo desigual”. Esta ley pretendía explicar por qué las diferentes partes del sistema capitalista mundial evolucionan a ritmos diferentes alcanzando niveles diferentes de desarrollo tecnológico y social. Recordemos que Stalin había hecho un uso selectivo y abusivo de un pasaje de un artículo de Lenin de agosto de 1915, “Sobre la consigna de Estados Unidos de Europa” para justificar su argumentación:
“La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De ello se deduce que la victoria del socialismo es posible al principio en un pequeño número de países capitalistas o incluso en un solo país capitalista aislado. El proletariado victorioso de ese país, tras haber expropiado a los capitalistas y haber organizado en ese país la producción socialista, se alzará contra el resto del mundo capitalista atrayendo hacia él a las clases oprimidas de los demás países, animándolas a levantarse contra los capitalistas, empleando incluso si falta hiciera, la fuerza militar contra las clases de los explotadores y sus Estados.»
Stalin recogió una frase de Lenin (“la victoria del socialismo es posible al principio en un pequeño número de países capitalistas o incluso en un solo país capitalista aislado”) para sacar una conclusión sin la menor base según la cual Lenin, con esa expresión, se referiría esencialmente a la realización de un modo de producción totalmente socialista dentro de unas fronteras nacionales y no, como así era, a la victoria política de la clase obrera como primer paso de la revolución mundial.
En su texto la Tercera Internacional después de Lenin (crítica del proyecto de programa que iba a ser adoptado en el Vº Congreso de la IC en 1928 y que, sobre todo, no era otra cosa sino el aviso del suicidio de la Internacional al hacerla adherirse a la ideología del socialismo en un solo país), Trotski muestra con energía por qué esa nueva teoría no tiene nada que ver, ni con la expresión “victoria del socialismo” utilizada por Lenin, ni con el concepto de éste sobre el desarrollo desigual. Trotski insiste en particular en que el desarrollo del capitalismo es siempre, a la vez “desigual” y “combinado”, de tal modo que todas las partes del sistema capitalista mundial, aunque estén claramente en etapas diferentes en su desarrollo material, funcionan como un conjunto mutuamente determinado. Y concluía que una evolución autárquica hacia el socialismo era totalmente imposible.
Mitchell reconoció que Trotski y sus seguidores fueron entre los primeros en oponerse a la teoría del socialismo en un solo país. Pero al mismo tiempo, les reprocha que acepten el “desarrollo desigual” como una “ley incondicional”, haciendo así concesiones a la posibilidad de avances nacionales hacia el socialismo. En la Tercera Internacional después de Lenin, Trotski va tan lejos que incluso acaba defendiendo la idea de que esta ley ha regido toda la historia de la humanidad. En realidad, es más exacto defender que el desarrollo desigual es una consecuencia particular de las relaciones sociales que rigen los diferentes modos de producción: en el capitalismo, es el resultado de las leyes de la acumulación, las cuales hacen que la producción de riquezas en un lado engendre la pobreza en el otro. Las disparidades entre diferentes regiones geográficas son patentes en la época del imperialismo. Podría así argumentarse que la aceptación de la “ley” del desarrollo desigual por los trotskistas los llevó a hacer concesiones a la noción de Estados obreros aislados, capaces de hacer avances significativos en la vía al socialismo dentro de un marco nacional. Una buena parte de los artículos de Mitchell, en esta serie, va dirigida contra la tendencia de los trotskistas a perder el menor sentido crítico ante el crecimiento frenético de la producción industrial en la URSS durante los años 1930.
Mitchell también critica las tesis mencheviques y kautskystas, recogidas por internacionalistas auténticos como Hennaut y los comunistas de consejos holandeses, los cuales veían el origen de los fracasos de la revolución rusa en el atraso de las condiciones materiales en la propia Rusia. En contra de esa idea de que existirían países particulares que están “maduros” para el socialismo y otros que no lo están, Mitchell insiste una y otra vez en que el problema sólo puede plantearse en un marco internacional:
“Hemos subrayado, al principio de este estudio, que el capitalismo, aunque haya desarrollado poderosamente las capacidades productivas de la sociedad, no ha reunido, por eso mismo, todas las fuerzas materiales que permiten la organización inmediata del socialismo. (…) Como lo dice Marx solo existen las condiciones materiales para resolver el problema “o al menos están a punto de hacerlo”. Esa concepción restrictiva se aplica con más razón todavía a cada uno de los componentes nacionales de la economía mundial. Todos ellos están históricamente maduros para el socialismo, pero ninguno de ellos lo está hasta el punto de reunir todas las condiciones materiales necesarias para la edificación del socialismo íntegro, sea cual sea el desarrollo que hayan alcanzado”
Al ir publicando la serie de artículos de Mitchell, tendremos ocasión de poner de relieve algunas debilidades e incoherencias de su contribución, algunas poco importantes, otras mucho más, pero los pasajes como el citado confirman que cuando se trata de cuestiones fundamentales, nosotros, CCI, como Mitchell, seguimos trabajando “en total acuerdo con el marco y el espíritu de Bilan”.
CDW
Bilan nº 28 (febrero-marzo de 1936)
Del título de este estudio podría deducirse que vamos a dedicarnos a hacer investigaciones sobre las brumas del futuro e incluso que vamos a bosquejar soluciones a las múltiples y complejas tareas que se le impondrán al proletariado cuando sea la clase dirigente. El marco y el espíritu de Bilan no autorizan semejantes propósitos. Dejamos a los demás, a los “técnicos” y a los fabricantes de recetas, o a los “ortodoxos” del marxismo el gusto de dedicarse a pergeñar anticipaciones, a pasearse por los senderos de los utopismos o lucir ante los proletarios fórmulas vacuas sin sustancia de clase...
Para nosotros no se trata en absoluto de construir esquemas, panaceas que servirían de una vez por todas y que mecánicamente se adaptarían a todas las situaciones históricas. El marxismo es un método experimental y no un juego de adivinanzas y de pronósticos. Hunde sus raíces en una realidad histórica moviente y contradictoria: se nutre de las experiencias pasadas, se equivoca y se corrige en el presente para enriquecerse en el ardor de las experiencias futuras.
Haciendo la síntesis de los acontecimientos históricos, el marxismo, liberándose del revoltijo idealista, despeja el significado del Estado, forja la teoría de la dictadura del proletariado y afirma la necesidad del Estado proletario transitorio. Aunque consiga definir su contenido de clase, sólo podrá limitarse a dar un bosquejo de sus formas sociales. Le es todavía imposible asentar los principios de gestión del Estado proletario en bases sólidas y tampoco logra trazar con precisión la línea de separación entre Partido y Estado. Y por eso, esa inmadurez en los principios iba a pesar inevitablemente en la existencia y evolución del Estado soviético.
Les incumbe a los marxistas, náufragos del desastre del movimiento obrero, forjar el arma teórica que hará que el Estado proletario futuro sea el instrumento de la Revolución mundial y no la presa del capitalismo mundial.
Esta contribución a esa investigación teórica tratará sucesivamente: a) de las condiciones históricas en las que surge la revolución proletaria; b) de la necesidad del Estado transitorio; c) de las categorías económicas y sociales que necesariamente sobreviven en la fase transitoria; d) y, en fin, de unos cuantos factores para una gestión proletaria del Estado transitorio.
Se ha vuelto un axioma decir que la sociedad capitalista, desbordada por las fuerzas productivas que ya no consigue utilizar íntegramente, sumergida bajo una montaña de mercancías a las que ya no logra dar salida, se ha convertido en un anacronismo histórico. De ahí a concluir que su desaparición debe inaugurar el reino de la abundancia, parece haber solo un paso.
En realidad, la acumulación capitalista ha llegado al máximo de su progresión y el modo capitalista de producción ya no es más que un freno a la evolución histórica.
Eso no significa ni mucho menos, que el capitalismo sea como una fruta madura que el proletariado podría recoger sin mayor esfuerzo, para que reine la felicidad. Lo que eso significa es que ya existen las condiciones materiales para poner las bases (y únicamente las bases) del socialismo que llevan a la sociedad comunista.
Marx dice que “en el momento en que aparece la civilización, la producción comienza a basarse en el antagonismo de órdenes, de estados y, en fin, en el antagonismo entre el trabajo acumulado y el trabajo inmediato. Sin antagonismo no hay progreso. Esa es la ley que la civilización ha seguido hasta nuestros días. Hasta hoy, las fuerzas productivas se han desarrollado gracias a ese ‘régimen de de antagonismo de clases’” (Miseria de la Filosofía), Engels, en el Anti-Dühring, constata que le existencia de una sociedad dividida en clases es “la consecuencia necesaria del débil desarrollo de la producción en el pasado”, deduciendo de ello que:
“aunque la división en clases posee cierta legitimidad histórica, solo la tiene por un tiempo determinado, en unas condiciones sociales determinadas. Se basaba en la insuficiencia de la producción y será barrida por el pleno desarrollo de las fuerzas productivas modernas”.
Es evidente que el desarrollo último del capitalismo no será un “pleno desarrollo de las fuerzas productivas” en el sentido de que serían capaces de hacer frente a todas las necesidades humanas, sino a una situación en la que la supervivencia de los antagonismos de clase no solo obstaculiza todo el desarrollo de la sociedad, sino que la lleva a la regresión.
Ese es el pensamiento de Engels cuando dice que la abolición de las clases “supone una evolución de la producción que ha alcanzado un nivel en el que la apropiación por una determinada clase de la sociedad de los medios de producción y de los productos (y por lo tanto de la soberanía política, del monopolio de la educación y de la dirección intelectual), se habrá vuelto algo no solo inútil, sino una traba para la evolución económica, política e intelectual”. Y cuando añade que la sociedad capitalista ha llegado a ese punto y que “existe la posibilidad de asegurar a todos los miembros de la sociedad, mediante la producción social, una existencia no sólo suficiente y cada días más plena en lo material, sino que les garantice además el desarrollo totalmente libre de sus facultades físicas e intelectuales”, no cabe duda de que lo que Engels plantea es únicamente la posibilidad de ir hacia una plena satisfacción de las necesidades y no los medios materiales para lograrlo inmediatamente. Engels precisa además que:
“la liberación de los medios de producción es la única condición previa para un desarrollo ininterrumpido y acelerado de las fuerzas productivas y, por lo tanto, de un crecimiento prácticamente ilimitado de la producción misma”.
Por consiguiente, el período de transición (que deberá tener una configuración mundial y no particular de un Estado), es una fase política y económica que, inevitablemente, tendrá todavía una deficiencia productiva en relación con las necesidades individuales, incluso teniendo en cuenta el fantástico nivel ya alcanzado en la productividad del trabajo. La supresión de la relaciones capitalistas de producción y de su expresión antagónica da la posibilidad inmediata de abastecer las necesidades esenciales de las personas (haciendo abstracción de las necesidades de la lucha de clases que podrían hacer caer temporalmente la producción).
Para ir más lejos se necesitará un desarrollo incesante de las fuerzas productivas. En cuanto a la plasmación concreta de la fórmula “a cada cual según sus necesidades”, se realizará al cabo de un largo proceso, que avanzará no en línea recta sino con meandros, vaivenes producidos por contradicciones y conflictos, superponiéndose al proceso de la lucha mundial de clases.
La misión histórica del proletariado consiste, como decía Engels, en hacer que la humanidad dé el salto “del reino de la necesidad al reino de la libertad”; pero el proletariado no podrá realizarla sin un análisis de las condiciones históricas en que se sitúa ese acto de liberación que le hagan descubrir su naturaleza y sus límites, para que ese conocimiento impregne así toda su actividad política y económica. Así, el proletariado no puede oponer abstractamente capitalismo y socialismo, como si se tratara de dos épocas sin dependencia mutua, como si el socialismo no fuera la prolongación histórica del capitalismo, inevitablemente cargado de las escorias de éste, como si lo que la Revolución proletaria portara en sus costados fuera algo limpio y diáfano.
No puede decirse que fue por indiferencia o negligencia si nuestros maestros no trataron en detalle los problemas del periodo de transición. Marx y Engels estaban en las antípodas de los utopistas, eran la negación misma de éstos. No andaban construyendo en lo abstracto, imaginando lo que sólo podía resolverse mediante la ciencia.
Todavía en 1918, Rosa Luxemburgo, la cual sin embargo tanto aportó a la teoría marxista, tuvo que limitarse a la constatación (la Revolución rusa) de que:
“la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico no es, ni mucho menos, una suma de prescripciones bien preparadas que no habría más que aplicar. La realización práctica del socialismo se esboza en las brumas del futuro. ... El socialismo requiere como condición previa una serie de medidas violentas contra la propiedad, etc. Lo negativo, la destrucción, puede decretarse; lo positivo, la construcción, no”.
Marx ya había indicado en su prólogo a el Capital que:
“Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve –y la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna–, jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar y mitigar los dolores del parto” (“Prólogo a la 1ª edición” de el Capital).
Una política de gestión proletaria deberá pues dedicarse esencialmente a dirigir y mantener las tendencias con las que debe impulsar la evolución económica, a la vez que las experiencias históricas (y la Revolución rusa, por muy limitada que sea, es la más importante de ellas) serán la reserva en la que el proletariado encontrará las formas sociales que se adapten a esa política. Esta sólo tendrá un contenido socialista si la dirección económica tiene una orientación diametralmente opuesta a la del capitalismo, o sea si se dirige hacia un alza progresiva y constante de las condiciones de vida de las masas y no hacia su degradación.
Si se quiere apreciar la Revolución, no como un hecho aislado, sino como fruto del contexto histórico, hay que referirse a la ley fundamental de la Historia que no es otra que la ley general de la evolución dialéctica cuyo motor central es la lucha de clases, al ser ésta la sustancia viva de los acontecimientos históricos.
El marxismo nos enseña que la causa de las revoluciones no debe buscarse en la filosofía sino en la economía de una sociedad determinada. Son los cambios graduales en el modo de producción y de intercambio, con el acicate de la lucha de clases, los que acaban desembocando inevitablemente en la “catástrofe” revolucionaria que rasga el envoltorio de las relaciones sociales y de producción existentes.
En ese sentido, el siglo xx ha sido, para la sociedad capitalista lo que fueron para la feudal los siglos xviii y xix, o sea una era de convulsiones revolucionarias que agitaron a la sociedad entera.
En la era de la decadencia burguesa, las revoluciones proletarias son, pues, el producto de una madurez histórica de toda la sociedad, los eslabones de una cadena de acontecimientos, que pueden, como la historia nos lo ha mostrado desde 1914, perfectamente alternar con derrotas del proletariado y con guerras.
La victoria de un proletariado determinado, aún siendo el resultado inmediato de circunstancias particulares, no es, en definitiva, sino la de una parte de un todo: la revolución mundial. Veremos que, por esa razón fundamental, no se trata de asignar a la revolución un curso autónomo que se justificaría por la originalidad de su medio geográfico y social.
Nos enfrentamos aquí a un problema. Fue el problema central de las controversias teóricas des las que el centrismo ruso ([1]) (y la Internacional comunista con él) sacó su tesis del “socialismo en un solo país”. El problema consiste en saber qué quiere decir el “desarrollo desigual” que puede comprobarse a lo largo de la evolución histórica.
Marx observa que en la vida económica se produce un fenómeno análogo al que ocurre en algunas ramas de la biología. En cuanto la vida supera un período determinado de desarrollo y pasa de una fase a otra, empieza a obedecer a otras leyes por mucho que siga dependiendo de las leyes fundamentales que rigen todas las manifestaciones vitales.
Lo mismo acontece con cada período histórico, que posee sus propias leyes, aunque toda la historia esté regida por la ley de la evolución dialéctica. Por ejemplo, Marx niega que la ley de la población sea la misma en todo tiempo y todo lugar. Cada grado de desarrollo tiene su ley particular de la población y Marx lo demuestra rebatiendo la teoría de Malthus.
En el Capital, en donde Marx desmonta la mecánica del sistema capitalista, no se detiene en los múltiples aspectos desiguales de la expansión del capital, pues para él,
“Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias que actúan y se imponen con férrea necesidad. Los países industrialmente más desarrollados no hacen más que poner delante de los países menos progresivos el espejo de su propio porvenir” (“Prólogo…”).
En esta reflexión de Marx aparece claramente que lo que debe considerarse como fundamental no es lo desigual en la evolución de los diferentes países que forman la sociedad capitalista –aspecto que solo sería la expresión de una pseudo ley de la necesidad histórica del desarrollo desigual– sino las leyes propias de la producción capitalista que rigen el conjunto de la sociedad, subordinadas ellas también a la ley general de la evolución materialista y dialéctica.
El medio geográfico explica por qué la evolución histórica y las leyes específicas de una sociedad se manifiestan en formas de desarrollo variadas y desiguales, pero no da ninguna explicación del proceso histórico mismo. Dicho de otro modo, el medio geográfico no es el factor activo de la historia.
Marx dice que aunque un clima moderado favorece la producción capitalista, eso es solo una posibilidad, pero que solo puede ser válida en unas condiciones históricas independientes de las condiciones geográficas. Dice en particular:
“Mas, de aquí no se sigue, ni mucho menos, por deducción a la inversa, que el suelo más fructífero sea el más adecuado para que en él se desarrolle el régimen capitalista de producción. Este régimen presupone el dominio del hombre sobre la naturaleza (…). La cuna del capitalismo no es el clima tropical, con su vegetación exuberante, sino la zona templada. La base natural de la división humana del trabajo, que mediante los cambios de las condiciones naturales en que vive, sirve al hombre de acicate de sus propias necesidades, capacidades, medios y modos de trabajo, no es la fertilidad absoluta del suelo, sino su diferenciación, la variedad de sus productos naturales” (el Capital, Libro I, “Plusvalía absoluta y relativa”).
El medio geográfico no puede ser el elemento primordial en función del cual los países se habrían desarrollado siguiendo las leyes propias de su entorno originario, y no siguiendo las leyes generales surgidas de unas condiciones dadas y que cubren todo un período. Pues, si no, habría que concluir que la evolución de cada país ha seguido un curso autónomo, independiente del entorno histórico.
Pero para que se realice la historia ha sido necesaria la intervención del hombre, una intervención siempre dependiente de unas relaciones sociales antagónicas (excepto en lo que se refiere al comunismo primitivo), variables según la época histórica y con luchas de clases con rasgos propios: lucha entre esclavo y amo, entre siervo y señor, entre burgués y señor feudal, entre proletario y burgués.
Eso no significa que, en lo que se refiere a los períodos precapitalistas, los diferentes tipos de sociedad que se van sucediendo: asiático, esclavista, feudal, se fueran sucediendo rigurosamente y sus leyes específicas sirvieran universalmente. Esto era imposible, pues esas formaciones sociales estaban todas ellas basadas en modos de producción poco progresivos por naturaleza.
Ninguna de esas sociedades pudo ir más allá de unos límites en un ámbito determinado, una cuenca como la mediterránea en la antigüedad esclavista, mientras que en el otro extremo del mundo vivían sociedades regidas por relaciones sociales y de producción, más o menos evolucionadas, bajo la acción de factores múltiples, entre los cuales el geográfico no era el esencial.
Pero con el advenimiento del capitalismo, el curso de la evolución pudo ampliarse. Aunque fue el resultado de una sucesión histórica con unas diferencias considerables de desarrollo, en poco tiempo, el capitalismo acabó controlando y dominando esas diferencias.
Dominado por la ley de la acumulación de plusvalía, el capitalismo apareció en el escenario histórico como el modo de producción más poderoso y progresivo, y el sistema económico más expansivo. Aunque se caracterizara por la tendencia a universalizar su modo de producción, aunque favoreciera la nivelación, no destruyó, ni mucho menos, todas las formas sociales anteriores. Las incorporó, sacando de ellas las fuerzas para ir irresistiblemente hacia adelante.
Ya hemos dado nuestro parecer (ver “Crisis y ciclos”) sobre la perspectiva que pretendidamente habría esbozado Marx de un advenimiento de una sociedad capitalista pura y equilibrada; no vamos pues volver sobre el tema, pues los hechos han desmentido con creces no esa pretendida predicción de Marx, sino las hipótesis de quienes la utilizaban para reforzar la ideología burguesa. Sabemos que el capitalismo entró en su fase de descomposición antes de haber podido terminar su misión histórica, porque sus contradicciones se desarrollaron mucho más rápidamente que su expansión. El capitalismo no por eso ha dejado de ser el primer sistema de producción que ha engendrado una economía mundial que se caracteriza no por una homogeneidad y un equilibrio inconciliable con su naturaleza, sino por una estrecha interdependencia de sus partes, soportando todas ellas, en última instancia, la ley del capital y el yugo de la burguesía imperialista.
El desarrollo de la sociedad capitalista bajo el acicate de la competencia, ha producido esta compleja y notable organización mundial de la división del trabajo que puede y debe ser perfeccionada, saneada (ésa será una tarea del proletariado), pero que no deberá ser destruida. No es, ni mucho menos, abolida por el nacionalismo económico, un fenómeno que aparece, en la crisis general del capitalismo, como la expresión reaccionaria de la contradicción entre el carácter universal de la economía capitalista y su división en Estados nacionales antagónicos. Al contrario, esa competencia se afirma con más vigor todavía en medio del ambiente sofocante creado por la existencia de lo que podríamos llamar economías con mentalidad de asediadas. ¿No estamos hoy acaso asistiendo, con el pretexto de un proteccionismo casi hermético, a un enorme florecimiento de industrias construidas a costa de unos ingentes gastos no previstos, que se integran en las diferentes economías de guerra y que pesan enormemente en la existencia de las masas? Son organismos parásitos, inviables económicamente y que una sociedad socialista expulsará de su seno.
Sin esa base mundial de la división del trabajo, una sociedad socialista es evidentemente impensable.
La interdependencia y la mutua subordinación de las diferentes esferas productivas (hoy limitadas en el marco de las naciones burguesas) son una necesidad histórica y el capitalismo les ha dado su pleno significado, tanto desde el punto de vista político como del económico. El que la estructura social capitalista, que ha alcanzado su escala mundial, sea desarticulada por mil fuerzas contradictorias no le impide seguir existiendo. Se integra en un reparto de las fuerzas productivas y riquezas naturales (explotadas) que es precisamente el trabajo de toda la evolución histórica. No depende en absoluto de la voluntad del capitalismo imperialista el rechazar la estrecha solidaridad de todas las regiones del globo, encerrándose en cada marco nacional. Si hoy intenta esa desquiciada empresa es porque está acorralado por las contradicciones de su sistema, y lo hace a costa de una destrucción de riquezas en las que se ha materializado la plusvalía arrancada a múltiples generaciones de proletarios, arrastrando a una destrucción gigantesca de fuerza de trabajo en la abismo de la guerra imperialista.
Tampoco el proletariado internacional debe desconocer la ley de la evolución histórica. Un proletariado que haya hecho la revolución deberá hacer pagar al “socialismo en un solo país” el abandono de la lucha mundial de clases y, por consiguiente, de su propia derrota.
Que la evolución desigual pueda ser considerada como la ley histórica cuya consecuencia sería la necesidad de desarrollos nacionales autónomos no es, según lo que hemos dicho, sino la negación misma del concepto de sociedad mundial.
Como ya hemos dicho, la desigualdad en la evolución económica y política no es ni mucho menos una “ley absoluta del capitalismo” (como así dice el programa del VIº Congreso de la Internacional comunista); no es sino una serie de diferencias que se manifiestan bajo unas leyes específicas del sistema burgués de producción.
En su fase de expansión, el capitalismo, en un proceso contradictorio y sinuoso, tendió hacia la nivelación de las desigualdades de crecimiento, mientras que en su fase de retroceso, lo que hace es incrementar las diferencias que han permanecido por las necesidades de su evolución: el capital de las metrópolis agotaba la subsistencia de los países atrasados, destruyendo las bases de su desarrollo.
Ante esta constatación de una evolución retrógrada y parásita, la Internacional Comunista dedujo que “las desigualdades aumentan, acentuándose más todavía en esta época del imperialismo” y de ahí sacó su tesis del “socialismo nacional” que creía haber reforzado practicando la confusión entre “socialismo” nacional y “revolución” nacional. Todo esto lo justificó basándose en la imposibilidad histórica de una revolución proletaria mundial como acto simultáneo por todas partes.
Para dar fuerza a sus argumentos, la IC sacó a relucir algunos escritos de Lenin, en especial su artículo de 1915 con la consigna de “Estados Unidos mundiales” (A contracorriente) en donde Lenin consideraba que “la desigualdad en el progreso económico y político es ley ineluctable del capitalismo; de ahí se deduce que una victoria del socialismo es posible, en unos cuantos Estados capitalistas para empezar e incluso en uno solo”.
Trotski dejó mal paradas esas falsificaciones en la Internacional comunista después de Lenin y no vamos pues aquí a detenernos a refutarlas nuevamente.
Pero eso no quita que Trotski, valiéndose de Marx y de Lenin, pensara poder utilizar la “ley” del desarrollo desigual –erigida pues igualmente como ley absoluta del capitalismo– para explicar, por una lado, que era inevitable la revolución en su forma nacional y, en cambio, por otro lado, que la revolución iba a estallar, en primer lugar, en los países atrasados:
“de la evolución desigual y a saltos del Capitalismo se deriva el carácter desigual y a saltos de la revolución socialista, a la vez que la interdependencia mutua de cada país que ha alcanzado niveles muy elevados se deriva la imposibilidad no sólo política sino también económica de construir el socialismo en un solo país” (la IC después de Lenin);
y también que
“por lo tanto, la posibilidad que Rusia, históricamente atrasada, pudiera conocer una revolución proletaria antes que la avanzada Inglaterra, se basaba perfectamente en la ley del desarrollo desigual”. (la Revolución permanente).
Para empezar, Marx, al reconocer la necesidad de las revoluciones nacionales, nunca la justificó con la desigualdad de la evolución. Para él no cabe duda de que esa necesidad se debe a la división de la sociedad en naciones capitalistas, lo cual no es sino el corolario de su división en clases.
El Manifiesto comunista dice que:
“Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía”.
Y más tarde, Marx, en su Crítica al programa de Gotha, precisará
“Naturalmente, la clase obrera, para poder luchar, tiene que organizarse como clase en su propio país, ya que éste es la palestra inmediata de su lucha. En este sentido, su lucha de clases es nacional, no por su contenido, sino, como dice el Manifiesto comunista, «por su forma»”.
Esa lucha nacional, cuando estalla en revolución proletaria significa que han madurado históricamente los antagonismos económicos y sociales de la sociedad capitalista en su conjunto, significando que la dictadura del proletariado es un punto de partida y no de llegada. Y esa revolución proletaria en un marco nacional, que es un aspecto de la lucha mundial de clases, debe mantenerse integrada en esta lucha si no quiere perecer. En el sentido de esa continuidad del proceso revolucionario se puede hablar de revolución “permanente”.
Trotski rechaza totalmente la teoría del “socialismo en uno solo país” considerándola reaccionaria. Sin embargo, basándose en la “ley” del desarrollo desigual acaba deformando lo que significan las revoluciones proletarias. Esa “ley” la incorporará incluso a su teoría de la Revolución permanente que, según él, comprende dos tesis fundamentales: una basada en una idea “justa” de la evolución desigual y la otra en una comprensión exacta de la economía mundial.
Limitándose a esta época del imperialismo: si las diferentes expresiones de desigualdad no se debieran a las leyes propias del capitalismo modificadas en su actividad por la crisis general de descomposición, y se debieran a una ley histórica de la desigualdad necesaria, no se comprendería por qué la única consecuencia de esa ley sería la aparición de revoluciones nacionales en los países atrasados que no se extienden para favorecer el desarrollo de economías autónomas, y hasta el “socialismo nacional”.
Al dar preponderancia al medio geográfico (pues eso es lo que en realidad significa la transformación en ley de la evolución desigual) y no al factor histórico, el único válido, o sea la lucha de clases, se deja la puerta abierta a todas las justificaciones del “socialismo” económico y político basado en no se sabe qué posibilidad material de desarrollo independiente, una puerta que ha acabado franqueando el centrismo en lo que a Rusia se refiere.
Trotski podrá acusar en vano a Stalin de “transformar en fetiche la ley de desarrollo desigual, declarándola suficiente para servir de cimientos al socialismo nacional”, pero, en realidad, con las mismas premisas teóricas, acabaría lógicamente desembocando en las mismas conclusiones si no se detuviera arbitrariamente en el camino.
Para definir la Revolución rusa, Trotski dirá que “fue la más grandiosa de todas las manifestaciones de la desigualdad de la evolución histórica; la teoría de la revolución permanente que pronosticó el cataclismo de Octubre estaba, por eso mismo, basada en esa ley”.
El retraso en el desarrollo de Rusia, podrá invocarse, en cierto modo, para explicar el salto de la revolución por encima de la fase burguesa, aunque la realidad esencial fuera que la revolución surgió en un periodo en el que precisamente aparece la incapacidad de la burguesía nacional para llevar a cabo sus objetivos históricos. Y ese retraso cobra todo su significado en el plano político porque a la incapacidad histórica de la burguesía rusa se le añade su debilidad orgánica, mantenida ésta todavía más por la situación imperialista. En la sacudida de la guerra imperialista, Rusia iba a aparecer necesariamente como el punto de ruptura del frente capitalista. La revolución mundial se inició precisamente allí donde había un campo favorable para el proletariado y para la construcción de su partido de clase.
Quisiéramos, para acabar esta primera parte, examinar la tesis de los “países maduros” y los “no maduros” para el socialismo, tesis apreciada por los “evolucionistas” y que ha dejado algunas huellas en el pensamiento de los comunistas opositores, cuando éstos procuran definir el carácter de la revolución rusa o buscan los orígenes de la degeneración de ésta.
En su “Prefacio” a la Crítica a la economía política, Marx propuso lo principal de su reflexión sobre el significado de una evolución social que ha llegado a su madurez, afirmando que:
“una sociedad no desaparece nunca antes de haber desarrollado todas las fuerza productivas que es capaz de contener; y nunca la sustituyen unas relaciones de producción nuevas y superiores antes de que las condiciones materiales de existencia para esas relaciones se hayan incubado en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad solo se plantea los problemas que puede resolver, pues, observando más atentamente, siempre aparecerá que el problema mismo solo se presenta cuando las condiciones materiales para resolverlo existen ya o, al menos, les falta poco para ello”.
O sea que las condiciones de madurez solo pueden aplicarse al conjunto de la sociedad regida por un sistema de producción predominante. Además, la noción de madurez tiene un valor relativo y no absoluto. Una sociedad está “madura” porque su estructura social y su marco jurídico se han vuelto demasiado estrechos en relación con las fuerzas materiales que ha desarrollado.
Hemos subrayado, al principio de este estudio, que el capitalismo, aunque haya desarrollado poderosamente las capacidades productivas de la sociedad, no ha reunido, por eso mismo, todas las fuerzas materiales que permiten la organización inmediata del socialismo. Como lo dice Marx, solo existen las condiciones materiales para resolver el problema o al menos están próximas a su surgimiento.
Esa concepción restrictiva se aplica con más razón todavía a cada uno de los componentes nacionales de la economía mundial. Todos ellos están históricamente maduros para el socialismo, pero ninguno de ellos lo está hasta el punto de reunir todas las condiciones materiales necesarias para la edificación del socialismo íntegro, sea cual sea el desarrollo que hayan alcanzado.
Ninguna nación posee por sí sola todos los elementos de una sociedad socialista. El nacionalsocialismo se opone irreductiblemente al internacionalismo, a la división universal del trabajo y al antagonismo mundial entre la burguesía y el proletariado.
Es una pura abstracción concebir una sociedad socialista como una yuxtaposición de economías socialistas completas. La distribución mundial de las fuerzas productivas (que no es algo artificial) excluye la posibilidad de realizar íntegramente el socialismo tanto a las naciones “superiores” como a las regiones “inferiores”. El peso específico de cada una de ellas en la economía mundial mide su grado de dependencia recíproca y no la amplitud de su independencia. Gran Bretaña, uno de los territorios más avanzados del capitalismo, en donde éste aparece en su estado más puro, no es viable considerado aisladamente. Los hechos muestran hoy que las fuerzas productivas nacionales, con que estén privadas de solo una parte del mercado mundial, declinan. Así ocurre con la industria algodonera y la carbonífera en Inglaterra. En Estados Unidos, la industria automovilística, limitada al mercado interior, tan amplio sin embargo, acabaría retrocediendo. Una Alemania proletaria aislada, asistiría impotente a la contracción de su aparato industrial, incluso teniendo en cuenta una amplia expansión del consumo.
Es pues algo abstracto el plantearse la cuestión de países “maduros” o “no maduros” para el socialismo. El criterio de madurez debe ser rechazado tanto para los países con desarrollo superior como para los países atrasados.
Es con la visión de una maduración histórica de los antagonismos sociales resultantes del conflicto agudo entre fuerzas materiales y relaciones de producción, con la que debe abordarse el problema. Limitar los factores de tal problema a los factores materiales, es ponerse en la postura de ciertos teóricos de la IIª Internacional, como Kautsky y otros socialistas alemanes, que consideraban que Rusia, como economía atrasada que era en la que el sector agrícola (muy débil técnicamente) ocupaba un lugar preponderante, no estaba madura para una revolución proletaria, sino solo para una revolución burguesa, idea que convergía con la de los mencheviques rusos. Otto Bauer dedujo de “la inmadurez” económica de Rusia, que el Estado proletario iba a degenerar obligatoriamente.
Rosa Luxemburgo (la Revolución rusa) hacía el comentario de que, según el principio de los socialdemócratas, la Revolución rusa debería haberse parado con la caída del zarismo:
“Si ha ido más allá, si se ha dado la misión de realizar la dictadura del proletariado, se debería, según esa doctrina, a un simple error del ala radical del movimiento obrero ruso, los bolcheviques, y todos los problemas que la revolución ha sufrido en el curso siguiente, todas las dificultades de que ha sido víctima, serían el resultado de ese error fatal”.
Saber si Rusia estaba madura o no para la revolución proletaria no iba a resolverse en función de las relaciones de clase trastornadas por la situación internacional. La condición esencial era la existencia de un proletariado concentrado, aunque en ínfima proporción respecto a la inmensa masa de campesinos, y cuya conciencia se expresaba en un partido de clase fuerte por su ideología y su experiencia revolucionaria. Con Rosa Luxemburgo, nosotros afirmamos que “el proletariado ruso no podía ser considerado sino como vanguardia del proletariado mundial, vanguardia cuyos movimientos expresaban el grado de madurez de los antagonismos sociales a escala internacional. Es el desarrollo de Alemania, de Inglaterra y de Francia lo que se expresa en San Petersburgo. Es ese desarrollo lo que debía decidir el destino de la revolución rusa. Esta solo podría alcanzar su objetivo si era el prólogo de la revolución del proletariado europeo”.
Algunos camaradas de la Oposición comunista han basado su apreciación de la revolución rusa en el criterio de la “inmadurez” económica.
El camarada Hennaut, en su estudio sobre las Clases en la Rusia de los Sóviets defiende esa posición.
Retomando las reflexiones de Engels, comentadas ya por nosotros al principio de este artículo, Hennaut las interpreta como si tuvieran un sentido particular que pudiera aplicarse a un país determinado y no referidas a toda la Sociedad que ha llegado a un término histórico de su evolución.
Engels estaría así en contradicción evidente con lo que Marx había dicho en el prefacio de su Crítica. Y eso no es así, como puede deducirse de nuestros comentarios.
Según Hennaut, para justificar una revolución proletaria, lo que debe prevalecer es el factor económico y no el político. Dice lo siguiente:
“aplicadas a la época contemporánea de la historia humana, esas constataciones (de Engels, ndlr) no pueden significar otra cosa sino que la toma del poder por el proletariado, el mantenimiento y el uso de ese poder con fines socialistas, no puede concebirse sino allí donde el capitalismo ya ha despejado previamente el camino del socialismo, o sea, allí donde ha hecho surgir un proletariado industrial numeroso que abarca a la mayoría, o al menos a una fuerte minoría de la población, allí donde ha creado una industria desarrollada, capaz de dar impulso al desarrollo posterior de la economía entera”.
Más lejos subraya que:
“fueron, en última instancia, las capacidades económicas y culturales del país las que determinarían el posterior destino de la revolución rusa cuando se comprobó que los proletariados de fuera de Rusia no estaban listos para hacer su revolución. El atraso de la sociedad rusa iba entonces a hacer aparecer todos sus aspectos “negativos”.
Pero quizás el camarada Hennaut no se haya dado cuenta de que cuando uno se basa en las condiciones materiales para dar o no dar “legitimidad” a una revolución proletaria, eso acaba llevando, se quiera o no, a meter el dedo en los engranajes del “socialismo nacional”.
Repetimos que la condición básica para que viva la revolución proletaria es la continuidad su vínculo en función del cual debe definirse la política interior y exterior del Estado proletario. La revolución, aunque tenga que comenzar en un terreno nacional, no podrá nunca mantenerse indefinidamente por muy grandes que sean las riquezas y el tamaño de ese ámbito nacional; por eso es por lo que debe ampliarse a otras revoluciones nacionales hasta desembocar en la revolución mundial, so pena de asfixia o de degeneración, por eso es por lo que nosotros consideramos un error basarlo todo en premisas materiales.
En última instancia, el “salto” de la Revolución rusa por encima de las etapas intermedias debe explicarse basándose en esas mismas consideraciones. La Revolución de Octubre demostró que en esta época del imperialismo decadente, el proletariado no puede pararse en la fase burguesa de la evolución, sino superarla sustituyendo a una burguesía incapaz de realizar su programa histórico. Par alcanzar ese objetivo, los bolcheviques no tenían que evaluar ni mucho menos el capital material, las fuerzas productivas disponibles, sino evaluar la relación de fuerzas entre las clases.
Una vez más, el “salto” no estaba condicionado por factores económicos, sino políticos y no podía cobrar todo su significado, desde el punto de vista del desarrollo material, sino gracias a la transformación de la revolución en revolución proletaria mundial. La “inmadurez” de los países atrasados, que exigía ese “salto” como también lo exigía la “madurez” de los países “avanzados” se habría encontrado así incorporada al mismo proceso de la evolución mundial de la lucha de clases.
Lenin hizo la justa crítica de los reproches dirigidos a los bolcheviques por haber tomado el poder:
“sería un error inexcusable decir que, puesto que ha habido desequilibrio reconocido entre nuestras fuerzas económicas y nuestra fuerza política, no había que tomar el poder. Hay que ser obtuso para razonar de esa manera, pues hay que saber que tal equilibrio no existirá nunca, ni en la evolución social como tampoco en la evolución natural y solo tras una serie de experiencias (las cuales, una por una y separadamente, serían incompletas y sufrirían cierto desequilibrio) el socialismo triunfante podrá realizarse mediante la colaboración revolucionaria de los proletarios de todos los países”.
Un proletariado, por muy “pobre” que sea, no tiene que ponerse a “esperar” la acción de proletariados más “ricos” para hacer su propia revolución. Cierto que las dificultades serán mayores que las que podría encontrar un proletariado más “favorecido”, ¡pero la historia no da a escoger!
La naturaleza de la época histórica hace que se haya acabado el tiempo de las revoluciones burguesas dirigidas por la burguesía. La supervivencia del capitalismo se ha convertido en un freno para el progreso y, por consiguiente, en un obstáculo para que pudiera aparecer en algún sitio una revolución burguesa, pues estaría privada de la apertura de un mercado mundial saturado de mercancías. Además, la burguesía ya no podrá contar con el apoyo de las masas obreras como así ocurrió en 1789, pero ya no volvió a ocurrir en 1848, en 1871 y en 1905, en Rusia.
La Revolución de Octubre fue la ilustración patente de una de esas aparentes paradojas de la historia, dando el ejemplo de un proletariado que finaliza una efímera revolución burguesa, pero obligado a poner por delante sus propios objetivos para no volver a caer bajo la dictadura del imperialismo.
La burguesía rusa estuvo desde sus orígenes debilitada por la hegemonía del capital occidental sobre la economía del país. Ese capital, en compensación por el apoyo al zarismo, se adjudicó una parte importante de la renta nacional, entorpeciendo así el desarrollo de las posiciones económicas de la burguesía.
1905 fue como una especie de intento de revolución burguesa en la que la burguesía estaba ausente. Un proletariado fuertemente concentrado había podido ya formarse como fuerza revolucionaria independiente, obligando a la burguesía, incapaz políticamente, a seguir en el camino del imperialismo autocrático y feudal, pero lo que empezó como revolución burguesa de 1905 no pudo acabar en victoria proletaria porque, aunque surgida a causa de los trastornos provocados por la guerra ruso-japonesa, no correspondía a la maduración de los antagonismos sociales a escala internacional y además porque el zarismo pudo obtener los apoyos financieros y materiales de toda la burguesía europea.
Como lo hizo notar Rosa Luxemburgo:
“La revolución de 1905-1907 solo encontró un eco muy débil en Europa, por eso solo quedó como un prólogo. Su continuación y su fin estaban vinculados a la evolución europea.”
La revolución de 1917 iba a estallar en unas condiciones históricas más evolucionadas.
En la Revolución proletaria y el renegado Kautsky, Lenin definió sus fases sucesivas. Lo mejor que podemos hacer es citarlas:
“Al principio, del brazo de «todos» los campesinos contra la monarquía, contra los terratenientes, contra el medievalismo (y en este sentido, la revolución sigue siendo burguesa, democrático-burguesa). Después, del brazo de los campesinos pobres, del brazo del semiproletariado, del brazo de todos los explotados contra el capitalismo, incluyendo los ricachos del campo, los kulaks, los especuladores, y en este sentido, la revolución se convierte en socialista. Querer levantar una muralla china artificial entre ambas revoluciones, separar la una de la otra por algo que no sea el grado de preparación del proletariado y el grado de su unión con los campesinos pobres, es la mayor tergiversación del marxismo, es adocenarlo, reemplazarlo por el liberalismo. Sería hacer pasar de contrabando, mediante citas seudocientíficas sobre el carácter progresivo de la burguesía en comparación con el medievalismo, una defensa reaccionaria de la burguesía frente al proletariado socialista”
La dictadura del proletariado fue el instrumento que permitió, por un lado, llevar hasta su término la revolución burguesa y, por otro, superarla. Eso es lo que explica la consigna de los bolcheviques: “la tierra para los campesinos” contra la cual estuvo Rosa Luxemburgo, erróneamente a nuestro parecer.
Con Lenin, nosotros decimos que:
“los bolcheviques distinguieron rigurosamente la revolución democrática burguesa y la revolución proletaria; y al llevar aquélla hasta el final abrieron las puertas a ésta. Esa es la única política revolucionaria, la única política marxista.”
(continuará)
Mitchell
[1]) « Centrismo », así designaba Bilan al estalinismo.
Caos imperialista, desastre ecológico
Hace más de un siglo, Friedrich Engels predijo que, dejada a su aire, la sociedad capitalista arrastraría a la humanidad a la barbarie. Y así es: durante los últimos cien años, la guerra imperialista no ha cesado de aportar su serie de hechos cada vez más graves y abominables, desgraciada ilustración de aquella previsión. Hoy, el mundo capitalista ha abierto una nueva vía al desastre que se avecina, por así decirlo, a rematar la ya bestial de la guerra imperialista: la de una catástrofe ecológica “man-made” – o sea “fabricada por el hombre” – que en el espacio de unas cuantas generaciones, podría transformar la Tierra en un planeta tan inhóspito para la vida humana como Marte. Por muy conscientes que sean los defensores del orden capitalista de semejante perspectiva, nada en absoluto podrán contra ella, por la sencilla razón de que es la propia perpetuación contra natura de su modo de producción agonizante lo que provoca tanto la guerra imperialista como la catástrofe ecológica.
El sangriento descalabro en que ha desembocado la invasión de Irak por la “coalición” dirigida por Estados Unidos en 2003, ha sido una señal fatídica en el desarrollo de la guerra imperialista hacia la destrucción misma de la sociedad. Cuatro años después de la invasión, muy lejos de ser “liberado”, Irak se ha transformado en lo que púdicamente los periodistas burgueses llaman “una sociedad bloqueada” en donde la población, tras haber sufrido las matanzas de la Guerra del Golfo de 1991, tras haber quedado, después, exangüe durante una década de sanciones económicas ([1]), está día tras día sometida a los atentados suicidas, a los pogromos de todo tipo de “insurgentes”, a los asesinatos de los escuadrones de la muerte del ministerio del Interior o la eliminación arbitraria por parte de las fuerzas de ocupación. La situación en Irak no es sino el epicentro de un proceso de desintegración y de caos militarizados que se extiende por Palestina, Somalia, Sudan, Líbano hasta Afganistán que amenaza constantemente con tragarse a nuevas regiones del planeta entre las que no hay que excluir, ni mucho menos, a las metrópolis capitalistas centrales, como lo han demostrado los atentados terroristas de Nueva York, Madrid y Londres durante esta primera década del nuevo siglo. Lejos de construir un nuevo orden mundial en Oriente Medio, el poder militar norteamericano no ha hecho más que propagar un caos militar sin límites.
En cierto modo no hay nada nuevo en lo que a matanzas militares masivas se refiere. La Primera Guerra mundial de 1914-18 fue ya un paso de gigante en el “porvenir” de barbarie. Al mutuo degüello de millones de jóvenes obreros enviados a las trincheras por sus amos imperialistas respectivos le sucedió una pandemia, la llamada “gripe española”, que se llevó por delante a varios millones más, a la vez que las naciones industriales europeas más poderosas del capitalismo se encontraban económicamente por los suelos. Tras el fracaso de la revolución de Octubre de 1917 y las revoluciones obreras que aquélla inspiró por el resto del mundo durante los años 1920, quedó libre el camino para otro episodio de guerra total todavía más catastrófico, la Segunda Guerra mundial de 1939-45. Fue entonces la población civil el objetivo principal de una matanza de masas sistemática realizada por las fuerzas aéreas. Fue entonces cuando se realizó el genocidio de varios millones de seres humanos perpetrado en el corazón mismo de la civilización europea.
Llegó después la “Guerra fría” entre 1947 y 1989, que produjo una cantidad de masacres tan destructoras como aquéllas, en Corea, en Vietnam, en Camboya y por toda África, y, además, el antagonismo entre EEUU y la URSS conllevaba la amenaza permanente de un holocausto nuclear total.
Lo que es nuevo en la guerra imperialista de hoy no es el nivel absoluto de destrucción, pues los conflictos recientes, aún realizándose con una potencia de fuego incomparablemente más mortífera que antes (al menos en lo que concierne a EEUU) no han llevado todavía al abismo a las concentraciones de población del corazón del capitalismo, como sí había ocurrido durante las dos guerras mundiales. Lo diferente es que el aniquilamiento de toda sociedad humana que provocaría tal guerra, aparece hoy mucho más claramente. En 1918, Rosa Luxemburgo comparaba la barbarie de la Primera Guerra mundial a la decadencia de la Roma antigua y los sombríos años que la siguieron. Hoy ni siquiera esa comparación parece la adecuada para expresar el horror sin fin que la barbarie capitalista nos reserva. A pesar de la brutalidad y el caos destructor de las dos guerras mundiales del siglo pasado, siempre les quedaba una perspectiva – por muy ilusoria que fuera en fin de cuentas – de reconstruir un orden social en interés de las potencias imperialistas dominantes. Los focos de tensión de la época contemporánea, al contrario, no “ofrecen” a los protagonistas en guerra más perspectiva que la de caer todavía más bajo en una fragmentación social a todos los niveles, en una descomposición del orden social, en un caos sin fin.
La mayor parte de la burguesía estadounidense se ha visto obligada a reconocer que su estrategia imperialista de imponer unilateralmente su hegemonía mundial, ya sea en lo diplomático como en lo militar o ideológico, se ha ido al garete. El Informe del Grupo de Estudios sobre Irak (Irak Study Group), presentado en el Congreso norteamericano no ha ocultado esa evidencia. En lugar de fortalecer el prestigio del imperialismo americano, la ocupación de Irak ha acabado debilitándolo a casi todos los niveles. Pero ¿qué alternativa a la política de Bush proponen las críticas más severas en el seno de la clase dominante de EEUU? La retirada es imposible sin debilitar todavía más la hegemonía norteamericana e incrementar el caos. La división de Irak en base a los grupos étnicos tendría los mismos resultados. Algunos incluso proponen volver a la política de “contención” como durante la Guerra fría. Pero es evidente que no puede volverse al orden mundial de dos bloques imperialistas. Por eso, el descalabro en Irak es mucho peor que el de Vietnam pues, contrariamente a esta guerra, es ahora al mundo entero al que Estados Unidos intenta contener y no sólo al que era, en aquel entonces, su bloque rival, la URSS.
Por eso, a pesar de las agrias críticas del ISG y del control del Congreso americano por el partido demócrata, el presidente Bush ha sido autorizado a aumentar en al menos 20 000 soldados enviados a Irak, lanzándose además a una nueva política de amenazas militares y diplomáticas hacia Irán. Sean cuales sean las estrategias alternativas que esté estudiando la clase dominante de EEUU, se verá, tarde o temprano, obligada a dar una nueva prueba sangrienta de su estatuto de superpotencia con unas consecuencias todavía más abominables para las poblaciones del mundo. Y eso incrementará más todavía la extensión de la barbarie.
Eso no es el resultado ni de la incompetencia ni de la arrogancia de la administración republicana de Bush y de los neoconservadores como así no paran de repetirnos las burguesías de las demás potencias imperialistas. Dejar las cosas en manos de Naciones Unidas o abogar por la “cooperación multilateral” no es una opción más, como lo pregonan esas burguesías y los pacifistas de todo tipo. Desde 1989, Washington lo comprendió perfectamente: la ONU se había vuelto una tribuna para atajar los proyectos norteamericanos, un lugar donde sus rivales menos poderosos podían retrasar, diluir y hasta imponer un veto a la política de EEUU para impedir que se debilitaran sus propias posiciones. Al presentar a EEUU como único responsable de la guerra y el caos, Francia, Alemania y los demás, lo que hacen resaltar es la parte que plenamente les incumbe en la lógica destructora actual del imperialismo: una lógica en la cada cual juega para sí y debe oponerse a todos los demás.
No es de extrañar que las manifestaciones regulares sobre el tema de “Stop the War” – “¡Alto a la guerra!” – en las grandes ciudades de las potencias más importantes den en general un ruidoso apoyo a los pequeños hampones imperialistas de Oriente Medio, como los insurgentes de Irak o Hizbolá de Líbano que luchan contra Estados Unidos. Lo que eso revela es que el imperialismo es un proceso que ninguna nación puede evitar. Eso significa que la guerra no solo es la consecuencia de la agresión de las potencias mayores.
Otros siguen proclamando, contra las evidencias, que la aventura americana en Irak es una “guerra por el petróleo”, ocultando así por completo el peligro que significan los objetivos geoestratégicos fundamentales de la potencia estadounidense. Es ésa una gran subestimación de la gravedad de la situación actual. En realidad, el callejón sin salida en que está metido en imperialismo americano en Irak no es sino la expresión del atolladero general en que está metida la sociedad capitalista. George Bush padre anunció que con la desaparición del bloque ruso se abría una nueva era de paz y estabilidad, un “nuevo orden mundial”. Rápidamente, sobre todo con la primera guerra del Golfo y luego con el feroz conflicto en Yugoslavia, en el corazón de Europa, la realidad se encargaría de desmentir aquella previsión. Los años 90 no fueron los del orden mundial, sino los de un caos bélico creciente. Ironías de la historia, será el George Bush hijo el actor de primer plano en el nuevo paso decisivo de un caos irreversible.
A la vez que el capitalismo en descomposición estimula su carrera imperialista hacia una barbarie cada vez más evidente, también ha acelerado el asalto contra la biosfera con tal ferocidad que un holocausto climático creado artificialmente podría también aniquilar la civilización y la vida humanas. Según el consenso al que han llegado los científicos en temas ecológicos del planeta, en el informe de febrero de 2007 del Grupo intergubernamental de expertos en evolución del clima (GIEC), queda claro que la teoría según la cual el calentamiento del planeta, debido a la acumulación de elevadas tasas de dióxido de carbono en la atmósfera, se debería a la combustión a gran escala de energías fósiles, ya no es una simple hipótesis, sino considerada como “muy probable”. El dióxido de carbono de la atmósfera retiene el calor del sol reflejado por la superficie de la Tierra, irradiándolo por el aire ambiente y provocando así el “efecto invernadero”. Ese proceso se inició hacia 1750, al principio de la revolución industrial capitalista y, desde entonces, el incremento de las emisiones de dióxido de carbono y el calentamiento del planeta no han cesado de aumentar. Desde 1950, ese doble incremento se aceleró en paralelo con la subida de la curva de crecimiento, y se han alcanzado nuevos récords de temperatura planetarios prácticamente cada año durante la última década. Las consecuencias de ese calentamiento del planeta ya han empezado a aparecer a una escala alarmante: un cambio en el clima que provoca a la vez sequías a repetición e inundaciones a gran escala, oleadas de calor mortales en Europa del Norte y unas condiciones climáticas extremas muy destructivas que, a su vez, son ya responsables del incremento de hambrunas y enfermedades en el Tercer mundo y de la ruina de ciudades enteras como Nueva Orleáns tras el paso del huracán Katrina.
No se trata, desde luego, de ponerse ahora a denunciar el capitalismo por haber empezado a quemar energías fósiles o actuar contra el medio ambiente con consecuencias imprevistas o peligrosas. En realidad, esto ocurre desde los albores de la civilización humana:
“Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto celo en las laderas septentrionales, no tenía idea de que con ello destruían las raíces de la industria lechera en su región; y mucho menos podían prever que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año sin agua sus fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el período de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie. Los que difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían que con este tubérculo farináceo difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente” (Friedrich Engels, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre).
El capitalismo es sin embargo responsable del enorme acelerón de ese proceso de deterioro del entorno. No a causa de la industrialización en sí, sino como resultado de su búsqueda de la máxima ganancia y, por lo tanto, de la indiferencia ante las necesidades ecológicas y humanas si no coinciden con el objetivo de acumular riquezas. Además, el modo de producción capitalista tiene otras características que acentúan la destrucción desenfrenada del entorno. La competencia intrínseca entre capitalistas, sobre todo entre cada Estado nacional, impide, en última instancia cuando menos, que pueda establecerse la menor verdadera cooperación a escala mundial. Y, relacionado con esa característica, la tendencia del capitalismo a la sobreproducción en su búsqueda insaciable de ganancia.
En el capitalismo decadente, en su período de crisis permanente, la tendencia a la sobreproducción se ha vuelto crónica. Esto se ha plasmado muy claramente desde la Segunda Guerra mundial cuando la expansión de las economías capitalistas se produjo artificialmente, en parte mediante la política de financiación de los déficits, gracias a una extensión gigantesca de todo tipo de endeudamientos en la economía. Esto no llevó a satisfacer las necesidades de las masas obreras que siguieron empantanadas en la pobreza, pero sí a un despilfarro enorme: desde los montones de mercancías sin vender hasta el dumping de millones de toneladas de alimentos, o la producción de una ingente cantidad de productos, desde los automóviles hasta los ordenadores, que se desechan rápidamente, o la gigantesca masa de productos idénticos producidos por diferentes contrincantes en competencia por el mismo mercado.
Además, a la vez que los ritmos de los cambios y de la sofisticación tecnológica aumenta en la decadencia, las innovaciones resultantes, contrariamente a la situación del período de ascendencia del capitalismo, tienden a ser estimulados sobre todo por el sector militar. Al mismo tiempo, en lo que a infraestructuras se refiere (construcción, sistemas sanitarios, producción de energía, sistemas de transporte…), asistimos a muy pocos desarrollos revolucionarios comparándolos con los que caracterizaron el surgimiento de la economía capitalista. En el período de descomposición capitalista, fase final de la decadencia, se produce una aceleración de la tendencia opuesta, un intento de reducir los costes de mantenimiento, incluso de viejas infraestructuras, en busca de ganancias inmediatas. Puede observarse la caricatura de ese proceso en la expansión actual de la producción en China e India, en donde todo tipo de infraestructura industrial brilla por su casi total ausencia. En lugar de proporcionar un nuevo ímpetu a la vida del capitalismo, esa expansión da lugar a niveles de contaminación estremecedores: destrucción de los sistemas fluviales, capas de smog que cubren comarcas enteras, etc.
Este largo proceso de declive, de descomposición, del modo de producción capitalista permite explicar por qué se han incrementado de manera tan dramática las emisiones de dióxido de carbono y el calentamiento del planeta durante las últimas décadas. También permite explicar por qué, ante semejante evolución económica y climática del capitalismo, ese sistema y sus “ejecutivos” serán incapaces de corregir los efectos catastróficos del calentamiento climático.
Esos dos escenarios apocalípticos que pueden destruir la propia civilización humana son en cierto modo reconocidos y hechos públicos por los portavoces y los medias de los dirigentes de todas las naciones capitalistas. El hecho de que recomienden cantidad de soluciones para evitar ese término irremediable no quiere decir que alguno de esos dirigentes y sus acólitos propongan una alternativa realista ante la atroz perspectiva que hemos esbozado. Al contrario, ante el desastre ecológico como ante la barbarie imperialista que genera, el capitalismo es tan impotente en uno como en otro caso.
Los gobiernos del mundo han financiado generosamente, a través de la ONU, las investigaciones del Grupo intergubernamental de expertos sobre la evolución del clima (GIEC) desde 1990, y los medias han divulgado ampliamente sus recientes conclusiones, las más angustiosas.
Los principales partidos políticos de la burguesía de todos los países, por su parte, se han vestido con toda clase de matices del color verde. Pero cuando se mira de cerca, la política ecológica de esos partidos, por muy radical que parezca, oculta deliberadamente la gravedad del problema, pues la única solución posible para solucionarlo pondría el peligro el sistema mismo que tanto alaban. El denominador común de todas esas campañas “verdes” es impedir que se desarrolle una conciencia revolucionaria en una población horrorizada, con razón, por el calentamiento climático. El mensaje ecológico permanente de los gobiernos es que “salvar el planeta es la responsabilidad de cada cual” cuando, en realidad, la gran mayoría está privada de todo poder económico y político, del mínimo control de la producción y del consumo, de todo lo que se produce y cómo se produce. Y la burguesía, que sí tiene ese poder de decisión, tiene menos que nunca la intención de satisfacer las necesidades ecológicas y humanas en detrimento de sus ganancias.
Al Gore, que por poco casi llega a ser presidente de Estados Unidos en 2000, se ha puesto en cabeza de una campaña internacional contra las emisiones de carbono con su película Una verdad inconveniente, obteniendo un Óscar en Hollywood por la manera dinámica con la que trata el peligro de la subida de las temperaturas del planeta, del deshielo en los polos, de la subida de los mares y de todos los estragos resultantes. Pero la película es también una plataforma electoral para el propio Al Gore. No es el único político veterano en tomar conciencia de que al miedo justificado de la población hacia una crisis ecológica puede sacársele tajada en la carrera por el poder propia del juego democrático de los grandes países capitalistas. En Francia, todos los candidatos à la presidencia han firmado el “Pacto ecológico” del periodista Nicolás Hulot. En Gran Bretaña, los principales partidos políticos rivalizan por ver cuál es el más “verde” de todos. El informe Stern pedido por Gordon Brown del Nuevo partido laborista en el poder, se ha plasmado en unas cuantas iniciativas gubernamentales para reducir las emisiones de carbono. David Cameron, jefe de la oposición conservadora, va en bici al Parlamento, aunque, eso sí, los de su entorno llegan detrás en Mercedes.
Basta con examinar los resultados de las políticas precedentes de los gobiernos para reducir las emisiones de carbono para darse cuenta de la incapacidad de los Estados para alcanzar un mínimo de eficacia. En lugar de estabilizar las emisiones de gas de efecto invernadero en el año 2000 a los niveles de 1990, a lo que se habían muy modestamente comprometido los firmantes del protocolo de Kyoto en 1997, hubo un aumento de 10,1% de esas emisiones en los principales países industrializados a finales del siglo pasado, previéndose que la contaminación habrá aumentado… ¡un 25,3 % en 2010! (Deutsche Umwelthilfe)
Basta con constatar la negligencia total de los Estados capitalistas hacia las calamidades que se han abatido sobre el mundo a causa del cambio climático, para juzgar la sinceridad de las interminables peroratas con las mejores intenciones.
Los hay que, tras reconocer que la ganancia es un poderoso factor para no limitar eficazmente la contaminación, creen que puede resolverse el problema sustituyendo las políticas liberales por soluciones puestas en práctica por los Estados. Pero está claro, sobre todo a escala internacional, que los Estados capitalistas, por mucho que se organizaran dentro de sus fronteras, son incapaces de cooperar entre ellos sobre este tema, pues cada uno, por su lado, debería hacer sacrificios. El capitalismo es competencia y hoy más que nunca lo que en él manda es “cada uno por su cuenta”.
El mundo capitalista es incapaz de unirse en torno a un proyecto común tan masivo y costoso como lo sería una transformación completa de la industria y de los transportes para lograr una reducción drástica en la producción de energía que desecha carbono. La principal preocupación de todas las naciones capitalistas es, al contrario, hacerlo todo por utilizar ese problema para promover las propias ambiciones sórdidas de cada uno. Como en el plano imperialista y militar, el capitalismo está, en el ecológico, atravesado por sus divisiones nacionales insuperables y nunca podrá, por lo tanto, responder significativamente a las necesidades más urgentes de la humanidad.
Sería un gran error adoptar una actitud de resignación y pensar que la sociedad humana acabará destruyéndose a causa de esas fuertes tendencias hacia la barbarie que son el imperialismo y la destrucción ecológica. Frente a la inutilidad arrogante de todos esos “parches” que el capitalismo propone para establecer la paz y la armonía con la naturaleza, el fatalismo es una actitud tan errónea como la de creerse ingenuamente esas cataplasmas cosméticas.
Al mismo tiempo que lo sacrifica todo por la ganancia y la competencia, el capitalismo también ha producido, a su pesar, los factores de la superación de su modo de explotación. Ha producido los medios tecnológicos y culturales para, potencialmente, crear un sistema de producción mundial, unificado y planificado, en armonía con las necesidades de la humanidad y de la naturaleza. Ha generado una clase, el proletariado, que no necesita prejuicios nacionales o competitivos, y cuyo máximo interés es desarrollar la solidaridad internacional. La clase obrera no tiene ningún interés, ni ansias por la ganancia. Dicho de otro modo, el capitalismo ha puesto las bases para construir un sistema superior de la sociedad por medio de su superación por el socialismo. El capitalismo ha desarrollado los medios para destruir la sociedad humana, pero también ha creado su propio enterrador, la clase obrera, que podrá preservar la sociedad humana, haciéndole dar un paso decisivo hacia su pleno florecer.
El capitalismo ha permitido la creación de una cultura científica capaz de identificar y medir gases invisibles como el dióxido de carbono tanto en la atmósfera actual como en la de hace 10 000 años. Los científicos saben identificar los isótopos de dióxido de carbono específicos producidos por la combustión de energías fósiles. La comunidad científica ha sido capaz de probar y comprobar la hipótesis del “efecto invernadero”. Y sin embargo, queda muy lejos el tiempo en que el capitalismo, como sistema social, era capaz de usar los métodos científicos y sus resultados en interés del progreso de la humanidad. La mayoría de las investigaciones y descubrimientos científicos de hoy se dedican a la destrucción, al desarrollo de métodos cada vez más sofisticados de muerte masiva. Solo un nuevo sistema social, una sociedad comunista, podrá poner la ciencia al servicio de la humanidad.
A pesar de los cien últimos años de declive y putrefacción del capitalismo y las derrotas sufridas por la clase obrera, las bases necesarias para crear una nueva sociedad siguen intactas. De esto es prueba el resurgir del proletariado mundial desde 1968. El desarrollo de su lucha de clase contra la presión constante sobre el nivel de vida de los proletarios durante las décadas siguientes, impidió la “solución” bárbara prometida por la Guerra fría, la del enfrentamiento total entre bloques imperialistas. Sin embargo, desde 1989 y la desaparición de los bloques, la posición defensiva de la clase obrera no ha permitido impedir la sucesión de guerras locales que amenazan con intensificarse fuera de todo control y de implicar a más y más zonas del planeta. En esta época de descomposición capitalista, el tiempo no pasa a favor del proletariado y menos lo tiene a favor ahora, porque a la ecuación histórica ha venido a añadirse el factor de una catástrofe ecológica inminente.
Pero no por eso podemos afirmar que el declive y la descomposición del capitalismo hayan alcanzado “el límite sin retorno”, un límite en el que no podría ya echarse abajo la barbarie capitalista.
Desde 2003, la clase obrera empezó a reanudar su lucha con renovado vigor, después de que el hundimiento del bloque del Este pusiera momentáneamente un término a su resurgir desde 1968.
En las condiciones actuales de desarrollo de la confianza de la clase, los peligros crecientes que representan la guerra imperialista y la catástrofe ecológica, en lugar de crear sentimientos de impotencia y fatalismo, pueden llevar a una mayor reflexión política y mayor conciencia de lo que nos estamos jugando en el mundo, una conciencia de la necesidad de un derrocamiento revolucionario de la sociedad capitalista. Es de la mayor responsabilidad de los revolucionarios participar activamente en esa toma de conciencia.
Como
3/04/2007
[1]) La mortalidad infantil en Irak pasó de 40 por 1000 en 1990 a 102 por 1000 en 2005, The Times, 26 marzo 2007.
Carta de un lector
Las reivindicaciones nacionales y democráticas, ayer y hoy
Hemos mantenido recientemente con un lector de Quebec una correspondencia que, una vez más, nos ha llevado a presentar nuestra visión de las luchas de “liberación nacional”, tratada ya a menudo en nuestras publicaciones, y también la cuestión mas general de las “reivindicaciones democráticas”, que hasta ahora no había sido tratada específicamente en nuestra prensa. Hemos considerado útil publicar largos extractos de esa correspondencia porque los argumentos que presentamos a nuestro lector contienen una dimensión general y responden a unos interrogantes presentes en la clase obrera debido en particular a la influencia que ejercen sobre ella los partidos de izquierda y de extrema izquierda.
En una de sus primeras cartas, nuestro lector nos preguntaba lo que la CCI pensaba de la cuestión nacional quebequense. Esta fue nuestra primera respuesta: “En cuanto a la cuestión nacional quebequense, no es en nada diferente a la que plantea cualquier movimiento de independencia nacional desde hace más de un siglo, y significa un reforzamiento de las ilusiones nacionalistas en el proletariado, conllevando un debilitamiento de sus luchas. Consideramos que cualquier organización en Quebec que apoye la reivindicación de la “Bella provincia” participa, sea o no consciente de ello, en el debilitamiento del proletariado quebequense, canadiense y norteamericano.”
Los peligros del nacionalismo quebequense
Precisamos nuestra posición sobre esa cuestión en una segunda carta:
“Sobre la cuestión especifica de Quebec y de la actitud que tomar frente al movimiento independentista, escribes en tu carta del 1ro de enero:
“En lo que a Quebec se refiere, entiendo vuestra oposición a la independencia de la provincia y al nacionalismo quebequense, pero yo tampoco creo que el nacionalismo canadiense sea más “progresista”, ni mucho menos. Creo que hemos de oponernos resueltamente a todas las campañas de defensa del Estado canadiense y de mantenimiento de la unidad nacional de Canadá. Canadá es un Estado imperialista y opresor que ha de ser destruido de arriba abajo. No quiero decir que se haya de apoyar la independencia de Quebec y de los pueblos autóctonos, pero sí hay que rechazar cualquier apoyo al chovinismo canadiense-inglés dominante en el Estado canadiense”.
Queda claro que los comunistas no apoyan ni el chovinismo canadiense-inglés, ni cualquier otro chovinismo. Sin embargo hablas de “chovinismo canadiense-inglés” y de “nacionalismo quebequense”. ¿Por qué haces esa diferencia? ¿Crees que el nacionalismo quebequense es menos nocivo para el proletariado que el nacionalismo canadiense-inglés? Nosotros no lo creemos. Para ilustrar lo que afirmamos, supongamos una situación hipotética, sin llegar a ser absurda, de un potente movimiento de la clase obrera en Quebec que no alcanzara en un primer tiempo a las provincias anglófonas. Está claro que la burguesía canadiense (la quebequense incluida) haría todo lo que pudiera para que no se extendiera el movimiento a esas provincias y uno de los medios más eficaces sería que los obreros de Quebec mezclaran sus reivindicaciones de clase con otras específicamente independentistas o autonomistas. Así el nacionalismo quebequense puede ser un poderoso veneno contra el proletariado quebequense y canadiense, probablemente más peligroso que el nacionalismo canadiense-inglés, pues resulta muy improbable que un movimiento de clase de los obreros anglófonos tenga su inspiración en la condena de la independencia de Quebec...
En una situación que puede considerarse como parecida a la de Quebec en el Estado canadiense, Lenin escribió, hablando de la cuestión de la independencia de Polonia ([1]):
“La situación es sin lugar a dudas muy confusa, pero hay una salida que permitiría a todos los participantes seguir siendo internacionalistas: los socialdemócratas rusos y alemanes exigen la “libertad de separación” incondicional de Polonia, y los socialdemócratas polacos se dedican a realizar la unidad de la lucha proletaria en los países grandes o pequeños sin lanzar la consigna de independencia de Polonia” (“Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, 1916).
Si se quiere seguir siendo fiel a la posición de Lenin, los comunistas deberían defender la independencia de Quebec en las provincias anglófonas y negarse a hacerlo en Quebec mismo. (…)
Nosotros no compartimos la posición de Lenin: pensamos que hemos de decir lo mismo a todos los obreros, sea cual sea su nacionalidad o su lengua. Es lo que hacemos por ejemplo en Bélgica, país en el que nuestra publicación Internationalisme difunde exactamente los mismos artículos en francés y en flamenco. Dicho lo cual, hemos de reconocer que aun errónea, la posición de Lenin estaba inspirada por un internacionalismo inquebrantable que no puede existir en Quebec sin denunciar rotundamente el nacionalismo y las reivindicaciones independentistas.
La respuesta de nuestro lector fue más bien cortante:
“Creo que tenéis una visión profundamente errónea de la relación entre el nacionalismo quebequense y el chovinismo canadiense-inglés. Éste es dominante en el Estado canadiense y alimenta el racismo antiquebequense y antifrancófono. La existencia de ese chovinismo y su arraigo en la clase obrera anglo-canadiense impide cualquier unidad de la clase obrera pan-canadiense. Fomenta el desarrollo de tendencias nacionalistas en los trabajadores quebequenses. Uno de sus aspectos es el rechazo del bilingüismo, siendo sin embargo éste más un mito que una realidad en Canadá. La mayor parte de los francófonos se ven obligados a hablar inglés y la mayoría de los anglófonos no saben o se niegan a hablar francés.
“Contrariamente a lo que afirmáis, el movimiento obrero en el Canadá inglés se basa en la defensa de la unidad canadiense y la defensa de la “integridad” del Estado canadiense en detrimento de los quebequenses y de las naciones nativas [naciones indias, ndlr]. Nunca habrá unidad de la clase obrera en Canadá mientras se mantenga la opresión de las minorías nacionales y el racismo anglo-nacionalista” (…).
“Una cosa es rechazar el nacionalismo quebequense y considerar que la independencia de Quebec es un callejón sin salida y una trampa para la clase obrera, pero de ahí a pretender que es más “peligroso” que el chovinismo anglófono, que se parece al unionismo protestante de Irlanda del Norte, ¡hay un gran diferencia!
“El gobierno canadiense hace todo lo que puede por guardar a Quebec a la fuerza en la Confederación, yendo hasta amenazar con no reconocer el resultado positivo en el referéndum de 1995 e incluso desmembrar un eventual Quebec independiente según unas fronteras étnicas, lo que se ha dado en llamar el reparto de Quebec. Después llegó la ley sobre la Claridad del referéndum, según la cual el gobierno se arrogaría el derecho de decidir las reglas de un próximo referéndum sobre la soberanía, sobre la pregunta planteada en el referéndum y el umbral de mayoría necesario para proclamar la independencia de Quebec.
“No vengáis ahora diciéndome que el chovinismo anglo-canadiense es menos nocivo para la unidad de la clase obrera. Os invito fuertemente a que os enteréis y documentéis sobre la cuestión nacional quebequense.”
Así contestábamos nosotros a esa carta:
“Parece ser que, lo que te hace reaccionar vivamente es que escribamos que en algunos aspectos, el nacionalismo quebequense pueda ser “mas peligroso que el nacionalismo canadiense-inglés”. No discutimos los hechos que mencionas para criticar nuestra posición, en particular que:
“el chovinismo canadiense-inglés es dominante en el Estado canadiense y alimenta el racismo anti-quebequense y anti-francófono, fomenta el desarrollo de tendencias nacionalistas en los trabajadores quebequenses”.
También estamos dispuestos a admitir que el chovinismo anglófono “se parece al unionismo protestante de Irlanda del Norte”.
Vamos a contestar precisamente a partir de este argumento. Nos parece que haces una falsa interpretación de nuestro análisis. Cuando decimos que el nacionalismo quebequense puede revelarse más peligroso que el anglófono para la clase obrera, eso no significa para nada que se pueda considerar a éste como un “mal menor” o que sea menos odioso que aquél. En la medida en que la población francófona sufre por parte del Estado canadiense una forma de opresión nacional, las reivindicaciones independentistas pueden presentarse como una especie de lucha contra la opresión. Y la lucha de clase del proletariado también es una lucha contra la opresión. Ahí está precisamente el peligro.
Cuando los obreros anglófonos entran en lucha, en particular contra los ataques llevados a cabo por el gobierno federal contra la clase obrera, es muy poco probable que su lucha pueda reivindicarse del mantenimiento de la opresión nacional sobre los obreros francófonos, puesto que éstos también son victimas de la política del gobierno. Por mucho que haya obreros anglófonos que no sientan la menor simpatía hacia los francófonos, seria muy sorprendente que los tomen de chivos expiatorios en sus enfrentamientos contra la burguesía. La historia nos demuestra que cuando entran en lucha los obreros (hablamos de lucha auténtica y no de las “acciones” que suelen organizar los sindicatos cuya función es precisamente sabotear y desviar la combatividad obrera), existe en ellos una fuerte tendencia a expresar una forma de solidaridad con los demás trabajadores con quienes comparten un enemigo común. Repetimos que no conocemos en detalle la situación en Canadá, pero sí otras muchas experiencias de ese tipo en Europa. Por ejemplo, a pesar de todas las propagandas nacionalistas de que son víctimas los obreros flamencos y francófonos en Bélgica, a pesar de que tanto los partidos políticos como los sindicatos están organizados con un criterio comunitario, hemos constatado que cuando surgen luchas importantes en ese país los obreros no se preocupan de su origen lingüístico y geográfico, sintiendo la satisfacción profunda de luchar codo a codo, mientras que en “tiempos normales” la burguesía lo hace todo por que se opongan mutuamente. Otro ejemplo ha sido el de hace apenas un año con lo ocurrido en Irlanda del Norte, país en donde el nacionalismo ha sido un enorme lastre. Los empleados de Correos católicos y protestantes de Belfast hicieron huelga en febrero de 2006, manifestándose codo a codo por los barrios católicos y protestantes contra su enemigo común ([2]).
Escribes: “Nunca habrá unidad de la clase obrera en Canadá mientras se mantenga la opresión de las minorías nacionales y el racismo anglo-nacionalista”.
Pareces decir, por consiguiente, que el rechazo por parte de los obreros anglófonos de su propio chovinismo es algo así como una condición para que puedan existir luchas unitarias contra la burguesía canadiense. En realidad, la experiencia histórica desmiente ese esquema: es precisamente durante los combates de clase, y no como condición previa, cuando los obreros superan todo tipo de mistificaciones incluidas las nacionalistas que la burguesía utiliza para mantener su control sobre la sociedad.
En fin de cuentas, si decimos que el nacionalismo quebequense puede ser más peligroso que el nacionalismo anglófono, es precisamente porque existe una forma de opresión nacional de los obreros francófonos. Cuando éstos se lanzan a la lucha contra el Estado federal, corren el riesgo de ser más receptivos a los discursos que presentan la lucha de clases y la lucha contra la opresión nacional como complementarias.
Y lo mismo ocurre con la cuestión de democracia y fascismo. Son dos formas de dominación de clase de la burguesía, dos formas de la dictadura de esa clase. El fascismo se distingue por su mayor brutalidad al ejercer esa dictadura, sin embargo los comunistas no han de escoger el “mal menor” entre ambas formas. La historia de la Revolución rusa y alemana entre 1917 y 1923 nos enseña que el mayor peligro para la clase obrera no está en los partidos abiertamente reaccionarios o “liberticidas”, sino en los “socialdemócratas, los que más gozan de la confianza de los obreros.
Un último ejemplo sobre el peligro del nacionalismo de las naciones oprimidas: Polonia. La independencia de Polonia contra la opresión zarista era una de las reivindicaciones centrales de las Primera y Segunda internacionales. Sin embargo, a finales del siglo xix, Rosa Luxemburg y sus compañeros polacos cuestionaron esa reivindicación señalando, en particular, que la reivindicación por los socialistas de la independencia de Polonia podía debilitar al proletariado de ese país. En 1905, el proletariado polaco estuvo en la vanguardia de la revolución contra el zarismo. En cambio en 1917 y después, no aprovechó ese impulso. Al contrario: uno de los medios mas eficaces que utilizó la burguesía anglo-francesa para paralizar y deshacer al proletariado polaco fue haber otorgado la independencia a Polonia. Los obreros fueron entonces arrastrados por un torbellino nacionalista que les hizo dar la espalda a la revolución que se estaba desarrollando del otro lado de la frontera oriental, y muchos de ellos hasta se alistaron en las tropas que lucharon contra esa revolución.
¿Qué nacionalismo apareció como más peligroso? ¿El odioso chovinismo “gran ruso”, denunciado por Lenin, ese chovinismo que menospreciaba a los polacos y a cualquier otra nacionalidad que no fuera la suya, pero que fue superado con creces por los obreros rusos en la revolución? ¿o el nacionalismo de los obreros de la nación oprimida por excelencia, o sea Polonia?
La respuesta es evidente. Pero hay que añadir que el que los obreros polacos fueran mayoritariamente detrás de los cantos de sirena nacionalista tras 1917 tuvo consecuencias trágicas. El no haber participado en la revolución, su hostilidad incluso, impidió la unión geográfica entre la revolución rusa y la alemana. Si hubiese ocurrido esa confluencia, es probable que la revolución mundial habría podido triunfar, evitando así a la humanidad el siglo de barbarie que ha conocido y que sigue perpetuándose hoy.”
Tras esta respuesta, nos contestó nuestro lector:
“En lo que concierne la cuestión nacional, puedo entender que estéis opuestos a las reivindicaciones nacionalistas, pero no creo que eso deba llevaros a cerrar los ojos ante la opresión nacional. Durante los 60 y 70, por ejemplo, una de las reivindicaciones principales de los trabajadores quebequenses era la de poder trabajar en francés, puesto que muchas empresas y comercios, en particular en la región de Montreal, solo funcionaban en inglés. Se han hecho importantes progresos en ese plano, pero sigue habiendo mucho por hacer. Pienso que es indispensable apoyar ese tipo de reivindicaciones democráticas. No hemos de decir a los obreros: “esperad el socialismo para arreglar eso”, por mucho que el capitalismo sea incapaz de acabar con la opresión nacional. (…)
“… No creo que ese tipo de reivindicaciones [democráticas], a pesar de no ser revolucionarias, pueda perjudicar la unidad del proletariado. ¡Muy al contrario! El derecho de trabajar utilizando su idioma, aunque no acabe con la explotación, es un derecho indispensable de todos los trabajadores. Durante los 60, los trabajadores quebequenses no podían ni dirigirse en francés a los capataces en varias empresas de Montreal. Ciertos restaurantes del oeste de Montreal tenían el menú monolingüe en inglés y los comercios importantes no funcionaban más que en ese idioma.
“Como ya he dicho, la situación ha mejorado desde entonces pero sigue habiendo progresos que hacer, en particular en las pequeñas empresas de menos de 50 empleados. A nivel pancanadiense, el bilingüismo sigue sin ser una realidad a pesar de los discursos oficiales.
“En lo que se refiere a la cuestión nacional quebequense, me preguntáis por qué utilizo el término “chovinismo” para el nacionalismo canadiense-inglés y no hago lo mismo para el nacionalismo quebequense. Generalmente, las organizaciones de izquierdas utilizan ese término para designar al nacionalismo canadiense-inglés, por ser éste el dominante en el Estado canadiense. Lo que no significa que el nacionalismo quebequense sea más “progresista” que el canadiense-inglés (…).
“El movimiento obrero canadiense-inglés ya levantó la bandera de la unidad canadiense cuando la huelga general de 1972 en Quebec. El NPD (Nuevo partido democrático) y el CTC (Congreso del trabajo de Canadá) ¡denunciaron la huelga por “separatista” y “perjudicial para la unidad canadiense”! A mi parecer, una posición internacionalista ha de oponerse resueltamente y sin transacciones a ambos campos burgueses y ambos nacionalismos (canadiense-inglés y quebequense). Aunque hoy en día pocas sean las posibilidades de que se realice un movimiento de clase en el Canadá inglés en defensa de la opresión de los quebequenses, el chovinismo anglófono sigue estando muy presente en Canadá y perjudicando la unidad de la clase obrera. La defensa del Estado canadiense y de su supuesta “unidad” es, como mínimo, tan reaccionaria como la propuesta de independencia para Quebec.”
Hemos hecho una larga respuesta sobre esa cuestión de las reivindicaciones contra la opresión lingüística a las diferentes cartas del compañero:
“Estimado compañero:
Con esta carta proseguimos el debate que llevamos contigo sobre la cuestión nacional, en especial la cuestión quebequense.
En primer lugar hay que destacar que estamos completamente de acuerdo contigo en lo que respecta a:
“... está claro que la oposición al movimiento independentista de Quebec no tiene nada que ver con la defensa del Estado imperialista canadiense y que rechaza completamente el nacionalismo canadiense. Ni el federalismo canadiense ni el independentismo quebequense merecen el más mínimo apoyo”.
Y también:
“…hay que oponer resueltamente una posición internacionalista y sin compromiso frente a esos dos campos burgueses y frente a esos dos nacionalismos (anglocanadiense y quebequense)”.
Efectivamente, el internacionalismo, hoy, significa que no se puede apoyar a ningún Estado nacional. Es importante precisar que es hoy, pues no siempre ha sido así. De hecho, en el siglo xix era posible que los internacionalistas apoyasen no solo ciertas luchas de independencia nacional (el ejemplo más clásico es la lucha por la independencia de Polonia) sino también ciertos Estados nacionales. Por ello, Marx y Engels, tomaron partido por un campo u otro en las diversas guerras que afectaron a Europa a mitad del siglo xix en la medida en que consideraban que la victoria o derrota de tal o cual nación favorecía el avance de la burguesía contra la reacción feudal (cuyo mejor ejemplo y símbolo era el zarismo). Así, Marx en nombre del Consejo general de la AIT envió en diciembre de 1864 la enhorabuena al presidente Lincoln por su reelección y en apoyo a su política contra la tentativa de secesión de los estados del Sur (en este caso, Marx y Engels se opusieron enérgicamente a una reivindicación de ¡independencia nacional!).
En fin, llegamos al meollo de la cuestión de las “reivindicaciones democráticas” cuando planteas:
“en los años 60 y 70 una de las principales reivindicaciones de los trabajadores de Quebec era el derecho a trabajar en francés... Para mí es indispensable apoyar este tipo de reivindicaciones democráticas. No se puede decir a los trabajadores ‘esperad al socialismo para arreglar esto’ aunque el capitalismo es incapaz, por su propia naturaleza, de acabar con la opresión nacional”… “No creo que reivindicaciones de este tipo, que por supuesto no tienen nada de revolucionario, puedan perjudicar la unidad del proletariado”.
Las reivindicaciones democráticas en el siglo xix
Para poder abordar correctamente el caso específico de las reivindicaciones “lingüísticas” (y especialmente el ostracismo de las autoridades canadienses hacia los francófonos) es preciso abordar nuevamente la cuestión más general de las “reivindicaciones democráticas”.
La propia expresión es significativa:
– reivindicación: exigencia (incluso por medios violentos) que se formula a una autoridad capaz de satisfacerla de buen grado o por la fuerza; lo que significa que la capacidad de decisión no está en manos de quien la formula, pese a que pueda, evidentemente, forzar la mano de los que detentan ese poder mediante una relación de fuerzas favorable (ejemplo: una movilización masiva de los trabajadores puede hacer retroceder medidas antiobreras de ataque a los salarios o forzar un aumento de sueldo, lo que no quiere decir que el patrón pierda su poder de decisión en la empresa).
– democracia: etimológicamente “el poder del pueblo”; la “democracia” se inventa en Atenas (de forma limitada ya que estaba vedada a los esclavos, los forasteros – los “metecos” – y las mujeres) pero fue la burguesía quien le dio “carta de naturaleza” por decirlo así.
Así, el ascenso de la burguesía en la sociedad va acompañado por un desarrollo de diferentes atributos de la “democracia”. No es ninguna casualidad, corresponde a la necesidad de la clase burguesa de abolir los privilegios políticos, económicos y sociales de la nobleza. Para la nobleza y especialmente para su representante supremo, el Rey, el poder es de origen divino. Y, en principio, solo tienen que rendir cuentas al Todopoderoso incluso si en Francia, por ejemplo, los “estados generales” que representaban a la nobleza, al clero y al “tercer estado” se reunieron 21 veces entre 1302 y 1789 para dar su opinión sobre asuntos financieros o de modo de gobierno. Y, precisamente en la última reunión de los “estados generales”, bajo la presión de las revueltas de ciudadanos y campesinos, y ante la quiebra financiera de la monarquía, se inicia el proceso de la Revolución francesa (abolición de los privilegios de la nobleza y de clero, y limitación de los poderes del Rey). Desde entonces, la burguesía francesa, como ya había hecho la burguesía inglesa siglo y medio antes, asienta su poder político que, dicho sea de paso, aún no es muy “democrático” (baste recordar el poder autocrático de Napoleón Iº, heredero de la Revolución de 1789).
El sufragio universal
La burguesía, que considera que la nobleza no tiene que llevar la voz cantante, concibe la democracia como algo exclusivo para ella. Aunque su lema sea “Libertad, Igualdad, Fraternidad” y proclame a los cuatro vientos que “Los hombres nacen libres y con los mismos derechos” (Declaración de derechos humanos), y pese a que la Constitución de 1793 instituyó el sufragio universal, en realidad no se hizo efectivo en Francia hasta el 2 de Marzo de 1848 tras la Revolución de Febrero. Y fue mucho más tarde cuando se instituyó en otros países “avanzados”: Alemania en 1871; Holanda en 1896; Austria en 1906; Suecia en 1909; Italia en 1912; Bélgica en 1919; y en 1918… la tan “democrática” Inglaterra. Para la mayor parte de los países europeos, la base de la democracia burguesa fue, durante el siglo xix, el sufragio restringido, pues solo votaban quienes pagaban cierto nivel de impuestos (en ciertos casos, incluso, un nivel alto de impuestos daba derecho a varios votos), de modo que los obreros y otros pobres –es decir, la inmensa mayoría de la población- quedaba excluida del proceso electoral. Por eso una de las principales reivindicaciones del movimiento obrero en aquel tiempo fue el sufragio universal. En Inglaterra el primer movimiento de masas de la clase obrera mundial, el Cartismo, se constituyó en torno a la cuestión del sufragio universal. Si la burguesía se opuso al sufragio universal fue por temor a que los obreros usasen su voto para cuestionar su poder en el Estado. Ese miedo lo sentían con más fuerza los sectores más arcaicos, los más vinculados a la aristocracia (que en ciertos países había renunciado a sus privilegios económicos como la exención fiscal, por ejemplo, pero a cambio de conservar un peso importante dentro del Estado, especialmente en el aparato militar y el cuerpo diplomático). De ahí que, en esa época, la clase obrera se aliara con ciertos sectores de la burguesía, como ocurrió con la revolución de 1848 en París, a la que apoyaron los obreros, los artesanos, la burguesía “liberal” (como el poeta Lamartine) o, incluso, los monárquicos “legitimistas” (que consideraban usurpador al rey Luís Felipe). Pero hay que decir que enseguida saldría a la luz el conflicto entre burguesía y proletariado en las “Jornadas de Junio” de 1848 cuando la sublevación de los obreros contra el cierre de los Talleres nacionales se salda con 1500 obreros muertos y 15 000 deportados a Argelia. Es entonces cuando ciertos sectores de la burguesía, los más dinámicos, comprenden que el sufragio universal puede beneficiarles frente a los sectores arcaicos que tratan de obstaculizar el progreso económico. Por otra parte, en el período siguiente, la burguesía francesa instaura un sistema político que combina las formas autocráticas (Napoleón III) y el sufragio universal, todo ello gracias al peso del campesinado reaccionario. La asamblea elegida por sufragio universal y dominada por los “rurales” (votados por los campesinos) desata la represión contra la Comuna de Paris en 1871 y da plenos poderes a Thiers para masacrar a 30 000 obreros durante la “semana sangrienta” de finales de mayo.
Esas dos décadas de sufragio universal en Francia son la prueba de cómo la clase dominante se acomoda perfectamente a esa forma de organizar sus instituciones. Sin embargo, Marx, Engels, y el conjunto del movimiento obrero (excepto los anarquistas) en los años siguientes, aunque alertan contra el “cretinismo parlamentario” y sacan las lecciones de la Comuna destacando la necesidad de destruir el Estado burgués, siguen considerando que el sufragio universal es una de las principales reivindicaciones de la lucha del proletariado.
En aquella época esa reivindicación democrática, pese a los peligros que acarreaba, está totalmente justificada:
– permite que los partidos obreros presenten sus propios candidatos y así se diferencien de los partidos burgueses incluso en el terreno de las instituciones burguesas;
– utiliza las campañas electorales para hacer propaganda de las ideas socialistas;
– eventualmente utiliza el Parlamento (discursos, propuestas de Ley) como tribuna para esa misma propaganda;
– apoya a los partidos burgueses progresistas contra los partidos reaccionarios para favorecer las condiciones políticas que desarrollen el capitalismo moderno.
La libertad de prensa y de asociación
Ligada a la reivindicación del sufragio universal, piedra angular de la democracia burguesa, la clase obrera reivindica también otros derechos como la libertad de prensa y la libertad de asociación. Esas son reivindicaciones que la clase obrera lleva adelante al igual que los sectores progresistas de la burguesía. Por ejemplo, uno de los primeros textos políticos de Marx trata sobre la censura de la monarquía prusiana. Marx, como responsable de la Gaceta renana (1842-43) que aún era de inspiración burguesa radical, pero también como responsable de la Nueva gaceta renana de inspiración comunista, no cesó de vilipendiar la censura de las autoridades: es eso una especie de resumen del hecho de que en aquella época había cierta convergencia sobre las reivindicaciones democráticas entre el movimiento obrero y la burguesía que, por entonces, aún era una clase revolucionaria interesada en deshacerse de los vestigios del orden feudal.
Por lo que respecta a la libertad de asociación, vemos el mismo tipo de convergencia entre los intereses del proletariado y los de la burguesía progresista. La libre asociación, lo mismo que la libertad de prensa, son, por lo demás, condiciones fundamentales para el funcionamiento de la democracia burguesa, que se basa en el sufragio universal, ya que los partidos políticos son un elemento esencial de dicho mecanismo. Pero dicho esto, lo que se aplicaba al derecho de asociación en el plano político, no se aplicaba en absoluto en el plano de la organización de los obreros por la defensa de sus intereses económicos. Incluso la burguesía más revolucionaria, la que hizo la revolución francesa de 1789, pese a sus principios de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” se opuso tajantemente a ese derecho. Así, la Ley Orgánica de 14 de junio 1791 prohibía la coalición de trabajadores tachándola de “atentado contra la libertad y la Declaración de derechos humanos”, habrá que esperar hasta la revolución de 1848 para que se modifique esa ley (y con toda una serie de precauciones, ya que la nueva redacción aún estigmatiza los “atentados contra el libre ejercicio de la industria y la libertad de trabajar”). En 1884 es cuando se constituyen libremente los sindicatos. Y por lo que concierne a la “Patria de la libertad”, Gran Bretaña, hay que esperar hasta junio 1871 para que se reconozca legalmente a las “Trade Unions” (cuyos dirigentes, dicho sea de paso, especialmente los que pertenecían al Consejo general de la AIT, tomaron posición contra la Comuna de Paris).
Las reivindicaciones nacionales
Las reivindicaciones nacionales, muy importantes a partir de mediados del siglo xix (y que son básicas en la revolución de 1848 por toda Europa) forman parte íntegra de las “reivindicaciones democráticas” en la medida en que hay una convergencia entre los antiguos imperios (el ruso y el austriaco) y el poder de la aristocracia. Una de las razones fundamentales por las que el movimiento obrero apoya ciertas reivindicaciones es porque debilita a esos imperios y, por tanto a la reacción feudal, y despeja el camino para que se constituyan Estados viables. Además, en aquella época, el apoyo a ciertas reivindicaciones nacionales era, para la clase obrera, una cuestión de primer orden. Para ilustrarlo baste recordar que la AIT se constituyó en 1864, en Londres, por obreros ingleses y franceses durante un encuentro para apoyar la independencia de Polonia. Pero ese apoyo del movimiento obrero no se aplica a cualquier reivindicación nacional. Por ejemplo, Marx y Engels condenaron las reivindicaciones nacionales de los pequeños pueblos eslavos (serbios, croatas, eslovenos, checos, moravos, eslovacos...): no podían desembocar en la formación de Estados nacionales viables, se oponían al progreso el capitalismo moderno, favorecían el juego del Imperio ruso y entorpecían el desarrollo de la burguesía alemana (a este respecto ver el articulo de Engels de 1849 “El paneslavismo democrático”).
Las reivindicaciones democráticas en el siglo xx
La actitud de apoyo del movimiento obrero a las reivindicaciones democráticas está ligada, esencialmente, a una situación histórica en la que el capitalismo era aun un sistema progresivo. En esa situación, ciertos sectores de la burguesía aún podían actuar de forma “revolucionaria” o “progresista”. Pero la situación cambia radicalmente a principios del siglo xx, especialmente con la Primera Guerra mundial. Desde entonces todos los sectores de la burguesía se vuelven igualmente reaccionarios ya que el capitalismo ha culminado su tarea histórica fundamental de someter el planeta entero a sus leyes económicas y llevar a un grado de desarrollo sin precedentes las fuerzas productivas de la sociedad (empezando por la principal de ellas: la clase obrera). Ese sistema ha dejado de ser una condición necesaria para el progreso de la humanidad y se ha transformado en un obstáculo. Como dice la Internacional Comunista en 1919, hemos entrado en “la era de las guerras y de las revoluciones”. Si con este enfoque pasamos revista a las principales reivindicaciones democráticas antes mencionadas, que estaban en el centro de las luchas obreras durante el siglo xix, podemos ver por qué han dejado de ser un terreno para la lucha del proletariado.
El sufragio universal
El sufragio universal (que, además, no estaba en vigor en la totalidad de los países desarrollados, como hemos visto) se convierte en uno de los instrumentos principales que emplea la burguesía para preservar su dominación. Podemos tomar dos ejemplos que se refieren a los dos países en los que fue más lejos la revolución: Rusia y Alemania.
En Rusia, después de que los soviets tomaran el poder en Octubre de 1917, se organizaron elecciones por sufragio universal para elegir una Asamblea constituyente (los bolcheviques lo habían reivindicado antes de Octubre a fin de desenmascarar al Gobierno provisional y a los partidos burgueses que se oponían a la elección de una Constituyente). Esas elecciones dieron la mayoría a los partidos que habían formado con aquel Gobierno provisional, especialmente a los socialrrevolucionarios, el último parapeto del orden burgués. Esta Constituyente despierta grandes esperanzas en las filas de la burguesía rusa e internacional que la ven como un medio para privar a la clase obrera de su victoria y recuperar el poder. Es por eso por lo que el poder soviético la disuelve en la primera reunión de esa asamblea.
Un año más tarde, en Alemania, la guerra, como antes había ocurrido en Rusia, alumbra la revolución. A principios de noviembre se forman por todo el país consejos de obreros y soldados pero que están dominados (como ocurrió al principio de la revolución rusa) por los socialdemócratas mayoritarios, que habían formado parte de la Unión Nacional en la guerra imperialista. Esos consejos devuelven el poder a un “Consejo de Comisarios del pueblo” en manos del Partido Socialdemócrata (SPD), pero en el que también participan los “independientes” del USPD que sirven para avalar al SPD, auténtico “patrón”. Acto seguido, el SPD llama a elegir una asamblea constituyente (prevista para el 15 de febrero de 1919).
“Quien quiera pan, ha de querer la paz. Quien quiera la paz, debe querer la Constituyente, la representación libremente elegida del conjunto del pueblo alemán. Quien se opone a la Constituyente se anda con dilaciones, os quita la paz, la libertad y el pan, os roba los frutos inmediatos de la victoria de la revolución: es un contrarrevolucionario”. [Así, se tacha de “contrarrevolucionarios” a los Espartaquistas. Los estalinistas no han inventado nada cuando utilizan el mismo calificativo contra aquellos que, años más tarde, se mantendrán fieles a la revolución].
“La socialización se verificará, deberá verificarse (...) por la voluntad del pueblo trabajador que, fundamentalmente, quiere abolir esta economía animada por las ansias de los particulares a la ganancia. Pero esto será mil veces más fácil de lograr si lo decreta la Constituyente que si lo ordena la dictadura de no se sabe qué comité revolucionario (...)” (Panfleto del SPD, ver la serie de artículos sobre la Revolución alemana en Revista internacional rint82).
Es evidentemente un medio para desarmar a la clase obrera y arrastrarla a un terreno que no es el suyo, un medio de vaciar de todo contenido útil los consejos obreros (a los que presentan como una institución provisional solo hasta la próxima Constituyente) e impedir que evolucionen al estilo de los soviets en Rusia en cuyo seno los revolucionarios fueron conquistando progresivamente la mayoría.
Los dirigentes socialistas, al mismo tiempo que hacen grandes proclamas “democráticas” para adormecer a la clase obrera planifican con el estado mayor del Ejercito una “limpieza de bolcheviques”, es decir, una sangrienta represión de los obreros insurgentes y la liquidación de los revolucionarios. Eso es justamente lo que hacen tras lanzar una provocación que empuje a los obreros de Berlín a una insurrección prematura. Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht (tachados de “contrarrevolucionarios” por haber denunciado la Asamblea constituyente) son asesinados el 15 de enero al mismo tiempo que centenares de obreros. Las elecciones anticipadas a la Asamblea constituyente tienen lugar el 19 de enero… contra la clase obrera.
La libertad de prensa
Por lo que respecta a la libertad de prensa, fue conquistada progresivamente en la mayor parte de los países de Europa por los periódicos obreros a finales del siglo xix. En Alemania, por ejemplo, las leyes antisocialistas que impedían la publicación de la prensa socialdemócrata (que se editaba en Suiza) se abolieron en 1890. Sin embargo, si bien en vísperas de la Primera Guerra mundial el movimiento obrero pudo expresarse casi con entera libertad en los países más desarrollados, al día siguiente de la declaración de guerra quedó inmediatamente abolida. La única posición que podía difundirse libremente en la prensa era el apoyo a la Unión sagrada y al esfuerzo de guerra. Los revolucionarios publican y difunden su prensa de forma clandestina en los países que participan en la guerra, como la Rusia zarista. Hasta tal punto que Rusia, tras la revolución de Febrero de 1917, se convierte en el país “más libre del mundo”. La súbita abolición de la libertad de la prensa para el movimiento obrero, la erradicación de un día para otro de lo adquirido mediante décadas de luchas, no la realizan sectores arcaicos de la clase dominante sino la burguesía más “avanzada”. Esto demuestra que se está entrando en un nuevo periodo en el cual ya no puede haber ningún interés común entre el proletariado y ningún sector burgués sea cual sea. Ese atentado a la libertad de expresión de las organizaciones obreras no es resultado de una mayor fuerza de la burguesía sino, todo lo contrario, pone de manifiesto se gran debilidad; una debilidad producto de que el dominio de la burguesía sobre la sociedad ya no corresponde a las necesidades históricas de ésta, sino que es la antítesis definitiva a esas necesidades.
Evidentemente, tras la Primera Guerra mundial, la libertad de prensa quedó restablecida para las organizaciones obreras en los países más avanzados. Pero esa libertad de prensa ya no se restablece como resultado de combates de la clase obrera coincidentes con los sectores más dinámicos de la burguesía, como así era en el siglo xix, sino todo lo contrario, es resultado de que la burguesía ha logrado frenar al proletariado durante la oleada revolucionaria de los años 1917-23 y obtener una relación de fuerzas favorable a ella. Uno de los factores más importantes de esa fuerza la burguesía está en su capacidad para tomar el control de las antiguas organizaciones de la clase obrera, los partidos socialistas y los sindicatos. Esas organizaciones siguen presentándose, evidentemente, como defensores de la clase obrera y emplean un lenguaje “anticapitalista” lo que obliga a la clase dominante a “organizar” la libertad de prensa de forma que posibilite el “debate democrático”. No hay que olvidar que al día siguiente a la Revolución rusa, la burguesía estableció un cordón sanitario en torno a ella en nombre de la “democracia”, acusándola de “liberticida”. Y vemos que rápidamente los sectores más modernos de la burguesía y no solo los más arcaicos, ponen entre paréntesis ese amor por las “libertades democráticas”. Eso es lo que ocurre con el ascenso del fascismo a principios de los años 20 en Italia y a principios de los 30 en Alemania. En efecto, contrariamente a lo que piensa la Internacional comunista, a la que la Izquierda comunista italiana critica acertadamente, el fascismo no es, ni mucho menos, una especie de “reacción feudal” (aunque ciertos aristócratas amantes del “orden” lo apoyasen). Al contrario, se trata de una orientación política apoyada por los sectores más modernos de la burguesía que veían en él un medio para impulsar la política imperialista de su país. Y eso se confirmó claramente en el caso de Alemania donde Hitler, antes incluso de su ascenso al poder, recibió el apoyo masivo de los sectores dominantes y más modernos de la industria, especialmente la siderurgia (Krupp, Thyssen) y la química (BASF).
La libertad de asociación
La “libertad de asociación” está evidentemente muy relacionada con la “libertad de prensa” y el sufragio universal. En la mayoría de los países avanzados se reconoce a las organizaciones de la clase obrera. Pero hay que insistir, una vez más, en que esa “libertad” es la contrapartida de la integración en el aparato del Estado de los antiguos partidos obreros ([3]). Es más, después de la Primera Guerra mundial, tras la demostración de la eficacia de esos partidos contra la clase obrera, la burguesía les otorgó cada vez más confianza hasta el punto de confiarles el poder en varios países de Europa a través del marco político de los “Frentes populares” durante los años 30. La burguesía no solo se apoya en los partidos socialistas sino también en los partidos “comunistas” que, a su vez, acabaron traicionando al proletariado. Estos fueron la punta de lanza de la contrarrevolución, especialmente en España, distinguidos especialistas en asesinatos de los obreros más combativos. En otros muchos países de Europa cumplieron la misión de “agentes de reclutamiento” para la Segunda Guerra mundial a través de la “Resistencia”, especialmente en Francia e Italia. Durante ese periodo, la defensa de las ideas internacionalistas y revolucionarias fue especialmente difícil. Así, en gran parte de los países del mundo, a Trotski se le prohibió el asilo político (para él, como dice en su autobiografía, el mundo se convierte en “un planeta sin visado”), al tiempo que se le somete junto a sus camaradas a una persecución y vigilancia policiales permanentes. Aun serán mayores las dificultades para los revolucionarios al acabar la Segunda Guerra mundial; aquellos que siguen fieles a los principios del internacionalismo proletario serán tachados por los estalinistas, en primer lugar, de “colaboracionistas” y perseguidos, incluso algunos de ellos asesinados (como en Italia).
Por lo que respecta a la libertad de asociación, hay que hacer una mención especial a los sindicatos. También se beneficiaron de un trato especial de la burguesía tras la Primera Guerra mundial. Así en los años 30 sabotean las luchas obreras y, sobre todo, canalizan el descontento obrero hacia los partidos burgueses más decididos en la preparación de la guerra imperialista (apoyan a Roosevelt en los Estados Unidos; en Europa proveen de carne de cañón a los “Frentes populares” en nombre del “antifascismo”). Pero no solo son los sectores “democráticos” los que apoyan a los sindicatos, también el fascismo echa mano de ellos, pues comprende que los necesita para encuadrar “en la base” a la clase obrera. Evidentemente en los regímenes fascistas, como en los estalinistas, queda mucho más patente el papel de órganos del Estado y auxiliares de la policía que cumplen los sindicatos que en los regímenes democráticos. Aunque también en estos, finalizada la Segunda Guerra mundial, los sindicatos aparecen como los campeones de la defensa de la economía nacional y hacen a la perfección de policías dentro de las fábricas incitado a los obreros a aceptar sacrificios en nombre de la reconstrucción.
El “derecho” a participar en las elecciones por el que combatieron los trabajadores en el siglo xix se transformó en el siglo xx en “deber electoral” orquestado a machamartillo por los grandes aparatos mediáticos de la burguesía (eso cuando el voto no es, pura y simplemente, obligatorio, como en Bélgica). Lo mismo pasa con el “derecho” a sindicarse por el que pelearon los obreros en ese mismo periodo y que se transformó en la “obligación” de estar sindicado (en ciertos sectores para poder encontrar trabajo hay que estar sindicado) tanto para lanzar una huelga como para plantear reivindicaciones.
Las reivindicaciones nacionales
Una de los mayores logros de la burguesía durante el siglo xx, y que se afirma claramente desde la Primera Guerra mundial, ha sido el haber conseguido volver contra la clase obrera lo que fueron “logros” democráticos que ésta había obtenido, en el siglo anterior, mediante porfiadas luchas, vertiendo a veces en ellas su sangre.
Esto es especialmente cierto para esa especial “reivindicación democrática” que se llama autodeterminación nacional o defensa de las minorías nacionales oprimidas. Antes hemos visto que esta reivindicación, en sí, no ha tenido nunca nada de proletario, aunque la clase obrera y su vanguardia podía y debía apoyarla (evidentemente de forma selectiva). Las reivindicaciones “nacionales”, al contrario de los sindicatos, no han adquirido su carácter burgués con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, pues ya eran burguesas desde sus orígenes. Pero desde el momento en que la burguesía deja de ser una clase revolucionaria o incluso progresista, estás reivindicaciones adquieren un carácter totalmente reaccionario y contrarrevolucionario, y son un autentico veneno para el proletariado.
No faltan ejemplos de ello. Precisamente uno de los principales temas invocados por las burguesías europeas para justificar la guerra imperialista ha sido, precisamente, la defensa de las nacionalidades oprimidas. Y como las guerras oponen a imperios que, necesariamente, oprimen a diversos pueblos, los “argumentos” de ese tipo no faltan: Alsacia y Lorena bajo el yugo del imperio alemán contra los deseos de la población; los eslavos del Sur dominados por el Imperio austriaco; los pueblos balcánicos oprimidos por el Imperio otomano; los del Báltico y Finlandia (sin contar los montones de nacionalidades diversas en el Cáucaso o en Asia central) encerrados en la “cárcel de pueblos” (como se llamaba al imperio zarista), etc. A esta lista de pueblos oprimidos por los principales protagonistas de la guerra mundial hay que añadir, evidentemente, la multitud de poblaciones colonizadas en África, Asia y Oceanía.
En nuestra correspondencia anterior ya vimos de qué manera la independencia de Polonia fue un arma de guerra decisiva contra la revolución mundial que siguió a la Primera Guerra mundial. Podemos añadir que la consigna del “derecho de los pueblos a la autodeterminación” tuvo en esa época su más ferviente defensor en el Presidente norteamericano Woodrow Wilson. Si la burguesía que acababa de apoderarse del liderazgo mundial manifestaba tal preocupación por los pueblos oprimidos, no era, desde luego, por “humanismo” precisamente (fueran cuales fueran los sentimientos personales de Wilson) sino, sencillamente, por interés. Tampoco es tan difícil de entender: la mayor parte del mundo estaba aún bajo el dominio colonial de las potencias europeas que habían ganado la guerra (o de las que se habían mantenido al margen como España, Portugal u Holanda) y su descolonización abría la puerta al imperialismo americano, especialmente desprovisto de colonias, para controlarlas (con medios menos aparentes que la simple administración colonial).
Una ultima puntualización sobre este tema: mientras que la emancipación nacional del siglo xix vino acompañada por conquistas democráticas contra el hegemonía feudal, las naciones europeas que obtuvieron su “independencia” tras la Primera Guerra mundial, en la mayor parte de los casos, serán dirigidas por dictaduras de tipo fascista. Es el caso de Polonia (con el régimen de Pilsudski) pero también de los tres países bálticos y de Hungría.
La Segunda Guerra mundial, ya desde sus preparativos, también utiliza las reivindicaciones nacionales. Por ejemplo, el régimen nazi se hace con una parte de Checoslovaquia en 1938 invocando los “derechos” de la minoría alemana de los Sudetes (acuerdos de Munich). Del mismo modo, esta vez en nombre de la independencia de Croacia, el ejército nazi invade en 1941 Yugoslavia con el apoyo de Hungría para ir en ayuda de los “derechos nacionales” de la minoría húngara de Voivodina.
En fin, lo que ocurre en el mundo tras la Primera Guerra mundial confirma totalmente el análisis que hizo Rosa Luxemburg a finales del siglo xix: la reivindicación de la independencia nacional dejó de tener el papel progresista que, en ciertas ocasiones, había tenido antes. Y no solo pasa a ser una reivindicación especialmente nefasta para la clase obrera sino que, además, sirve con eficacia a los objetivos imperialistas de los diversos Estados, al mismo tiempo que con frecuencia es agitada como la bandera por excelencia de las camarillas más reaccionarias y xenófobas de la clase dominante.
“Derechos democráticos” y lucha del proletariado hoy
En la situación actual está claro que el proletariado debe defenderse de todos los ataques que sufre bajo el capitalismo y que no es el papel de los revolucionarios el decir a los obreros: “dejad vuestra luchas, no sirven para nada; pensad solo en la revolución”. Tampoco las luchas obreras pueden limitarse solo al plano de los intereses económicos. Por ejemplo, la movilización por defender a los trabajadores víctimas de la represión o de las discriminaciones racistas o xenófobas forma parte íntegra de la solidaridad de clase, que debe estar en el centro del combate proletario.
Dicho esto, ¿hemos de concluir que la clase obrera puede hoy seguir apoyando “reivindicaciones democráticas”?
Ya sabemos en qué se han convertido los “derechos democráticos” conquistados por las luchas de la clase obrera durante el siglo xix:
• el sufragio universal es uno de los mayores medios para enmascarar la dictadura del capital con el cuento de la “soberanía del pueblo”; es un instrumento para canalizar y esterilizar el descontento y las esperanzas de la clase obrera.
• La “libertad de prensa” se acomoda perfectamente del control totalitario de la información gracias a los grandes medios sometidos al poder, encargados de hacer pasar las verdades oficiales. En “democracia” pueden existir diferentes medios, pero todos convergen hacia la idea de que no hay otro sistema posible que el capitalismo, sea cual sea su variante. Y cuando es necesario, la “libertad de prensa” sabe hacerse discreta en nombre de las obligaciones de guerra (como así fue durante las guerras del Golfo en 1991 y 2003).
• la “libertad de asociación” (al igual que la libertad de prensa) sólo es tolerada, incluso en las grandes democracias, mientras no atente contra el poder burgués o sus objetivos imperialistas. Los ejemplos no faltan de violaciones descaradas a esa libertad. Para no mencionar más que al campeón mundial de la “democracia” y de “la patria de los derechos humanos”, Estados Unidos, recordemos los ejemplos de las persecuciones de quienes se sospechaba que eran de izquierdas en la época del maccarthismo o en Francia cuando se disolvieron los grupos de extrema izquierda (con la detención de sus dirigentes) tras la gran huelga de mayo del 68 (sin olvidar las persecuciones y el asesinato de opositores a la guerra de Argelia durante los años 50). Desde sus orígenes en 1975, a pesar de su dimensión muy limitada y su débil influencia, a nuestra organización también le ha tocado lo suyo: perquisiciones, vigilancia, intimidación de militantes…
• En cuanto al “derecho sindical”, ya sabemos que es el medio más eficaz de que dispone el Estado capitalista para controlar “en la base” a los explotados y sabotear sus luchas. Merece la pena sobre este tema recordar lo que ocurrió en Polonia en 1980-81. En agosto de 1980, sin organización sindical, ya que los sindicatos oficiales estaban totalmente desprestigiados, los obreros organizados en asambleas generales y comités de huelga fueron capaces de impedir la represión del Estado estalinista (una represión que dicho Estado sí pudo desencadenar en 1970 y 1976), logrando hacer que diera marcha atrás. Su reivindicación principal ([4]), la constitución de un sindicato “independiente”, abrió paso a la formación de Solidarnosc. En los meses siguientes, los dirigentes de este sindicato, esos mismos dirigentes que hacía poco estaban perseguidos o encarcelados, se movilizaron para atajar el movimiento de huelgas en todo el país, y lo lograron tan bien que poco a poco se desmovilizó la clase obrera. Y una vez terminada esa faena, pudo entonces dar rienda suelta a su represión el Estado estalinista, instaurando el estado de sitio el 13 de diciembre de 1981. La represión fue particularmente brutal (decenas de muertos y 10 000 detenciones), quedando aislados los centros de resistencia de los obreros. En agosto de 1980, el gobierno nunca habría podido llevar a cabo semejante represión sin provocar un incendio social generalizado: 15 meses de sucio trabajo de Solidarnosc lo permitieron…
En realidad, los “derechos democráticos”, y más generalmente los “derechos humanos”, se han convertido en el tema más importante de las campañas políticas de la mayor parte de los sectores de la burguesía. En su nombre el bloque occidental hizo la Guerra fría durante más de cuarenta años contra el bloque ruso. Y en nombre de la defensa de los “derechos democráticos” contra “la barbarie del terrorismo y el fundamentalismo musulmán” o contra “la dictadura de Sadam Husein”, el gobierno norteamericano se ha lanzado a sus guerras devastadoras en Oriente Medio. Hay muchos más ejemplos, solo recordaremos que la defensa de la “democracia”, antes de servir de bandera al imperialismo norteamericano y a sus aliados después de 1947, ya sirvió de banderín de enganche para el alistamiento y la movilización de los obreros para que sirvieran de carne de cañón en la mayor matanza de la historia, la Segunda Guerra mundial. Señalemos de paso que el régimen estalinista, que nada tenía que envidiar a los regímenes fascistas en materia de terror policiaco y matanzas (incluso los precedió en ese terreno), no provocó objeciones por parte de los gobiernos occidentales, “cruzados de la democracia”, mientras fue su aliado contra Alemania.
Para los partidos de izquierdas, partidos burgueses que más impacto tienen en la clase obrera, la reivindicación de los “derechos democráticos” es, en regla general, un medio para ahogar las reivindicaciones de clase de los proletarios e impedir que se desarrolle el proceso de reforzamiento de su identidad de clase. Ocurre con las “reivindicaciones democráticas” lo mismo que con el pacifismo: asistimos regularmente a movilizaciones contra la guerra de todo tipo de sectores políticos, desde la extrema izquierda hasta ciertos elementos de derechas y patrioteros, que consideran que tal o cual guerra no es conforme a “los intereses de la patria” (esto es frecuente hoy en Francia en donde hasta las derechas están contra la política norteamericana). Tras la consigna “¡No a la guerra!”, los intereses de clase de los obreros están perdidos en una marea de buena conciencia pacifista y democrática (y eso cuando no es patrioterismo: en las manifestaciones contra la guerra en Oriente Medio, no era sorprendente ver a musulmanes barbudos en traje tradicional y mujeres con velo).
Desde la Primera Guerra mundial, la posición de los revolucionarios ante el pacifismo siempre ha sido luchar con determinación contra las ilusiones pequeño-burguesas que trasmiten. Los revolucionarios siempre han estado en primera fila para denunciar las guerras, pero esta denuncia nunca se ha basado en consideraciones puramente morales. Han evidenciado que es el capitalismo como un todo el responsable de las guerras, que proseguirán mientras exista ese sistema y que la única fuerza de la sociedad capaz de luchar realmente contra la guerra es la clase obrera, que tiene la obligación, para ello, de preservar su independencia de clase ante todos los discursos pacifistas, humanistas y democráticos.
Las reivindicaciones “democráticas” sobre el derecho a utilizar la lengua materna
Ante todo, hemos de recordar que el movimiento obrero nunca consideró como “progresista” o “democrática” la persistencia de idiomas autóctonos, y por lo tanto tampoco apoyó las reivindicaciones a favor de su mantenimiento. Una de las características de la burguesía revolucionaria fue la de unificar naciones viables, lo que exigió la superación de los particularismos provinciales y locales ligados al periodo feudal. Imponer un idioma nacional fue, en varios casos, uno de los instrumentos de esa unificación (así como por ejemplo la unificación de los sistemas de pesos y medidas). Esa unificación del idioma se realizó casi siempre por la fuerza, la represión, cuando no derramando sangre: son los métodos clásicos con los que el capitalismo ha ido dominando el mundo. A lo largo de su vida, Marx y Engels denunciaron los métodos bárbaros con los que el capitalismo estableció su hegemonía por el planeta entero, ya fuera durante la acumulación primitiva (véase las paginas admirables de la ultima sección del libro I de el Capital que trata de la acumulación primitiva) ([5]) o durante las conquistas coloniales. Pero también explicaron que al crear el mercado mundial, la burguesía no era sino el agente inconsciente del progreso histórico porque liberaba las fuerzas productivas de la sociedad, generalizando el trabajo asociado con el asalariado, o sea preparando las condiciones materiales de la victoria del socialismo ([6]).
Muchísimo más que todos los demás sistemas juntos, el capitalismo ha destruido civilizaciones y culturas, y, por lo tanto, idiomas. De nada sirve lamentarlo o querer volver hacia atrás: es un hecho histórico realizado e irreversible. Es imposible dar marcha atrás a la rueda de la historia. Sería como querer volver al artesanado o a la servidumbre medieval ([7]).
Esa irresistible marcha del capitalismo ha seleccionado unas cuantas lenguas dominantes, y no basándose para ello en no se sabe qué superioridad lingüística, sino sencillamente en la superioridad económica y militar de los pueblos y Estados que las utilizaban.
Algunas de esas lenguas nacionales se han vuelto idiomas internacionales hablados por habitantes de varios países. Son pocos: esencialmente el inglés, el castellano, el francés ([8]) y el alemán. Éste, a pesar de expresar una gran riqueza y rigor, que ha sido el soporte de obras fundamentales de la cultura mundial (las obras filosóficas de Kant, Fichte, Hegel, las obras de Freud, la teoría de la relatividad de Einstein y… las obras de Marx) sólo se usa en Europa y sus horas de gloria parecen pertenecer al pasado.
De hecho, como lenguas verdaderamente internacionales utilizadas por más de cien millones de locutores y en varios continentes, no queda más que el castellano y, naturalmente, el inglés. Ésta es hoy la verdadera lengua internacional, consecuencia inevitable de que las dos naciones que han dominado sucesivamente el capitalismo son Inglaterra y Estados Unidos. Hoy en día, quien no domina el inglés está limitado tanto para viajar por el mundo como por Internet, así como para hacer estudios científicos serios, en particular en asignaturas punteras como la informática. Y ése no es evidentemente el caso del francés, que fue sin embargo, en el pasado, la lengua internacional de las cortes europeas y de la diplomacia, lo cual, al fin y al cabo, interesaba a poca gente.
Para volver a una observación que haces en uno de tus mensajes, el bilingüismo jamás se convertirá en realidad en Canadá a pesar de ser promovido por el Estado federal canadiense. Tenemos un ejemplo edificante en Bélgica, país históricamente dominado por la burguesía francófona. En Amberes o en Gante, los obreros flamencos estaban en relación con patrones que hablaban francés. Eso provocó, entre otras cosas, que muchos de ellos tenían el sentimiento que negarse a hablar francés era una forma de resistencia al patrón y a la burguesía. Sin embargo, a pesar de no haber existido nunca plenamente en ambas comunidades, el bilingüismo era más corriente entre los flamencos que entre los valones francófonos. Pero desde hace algunas décadas, la cuna de la gran industria belga, Valonia, ha ido perdiendo terreno económicamente con respecto a Flandes. Entonces, uno de los temas de los nacionalistas flamencos actuales es que Valonia, con su nivel de desempleo más elevado y su industria anticuada, se ha vuelto un lastre para Flandes, de modo que se ponen a dar la tabarra a los obreros flamencos diciéndoles que trabajan y pagan impuestos para las necesidades de los obreros valones: ése es uno de los temas del partido de extrema derecha independentista Vlaams Belang.
El que los obreros flamencos puedan hoy dialogar con sus patrones en flamenco no cambia evidentemente nada en su condición de explotados. Dicho eso, la población de Flandes cada día es más bilingüe, pero la lengua que va desarrollándose no es el francés, lo que permitiría más comunicación con las poblaciones francófonas del país, sino el inglés. Y lo mismo ocurre, además, con las poblaciones francófonas. Y el que tanto el Rey como el Jefe del gobierno se expresen en sus discursos equitativamente en francés y en flamenco no cambia nada en la situación.
Otro ejemplo es el del catalán. Históricamente, Cataluña es la principal región industrial de España y en muchos aspectos la mas avanzada, tanto a nivel de las condiciones de vida como en la cultura y de la educación. Desde el siglo xix, la clase obrera de Cataluña ha sido el sector más combativo y consciente del proletariado español. La cuestión de las reivindicaciones lingüísticas en esa región se ha planteado desde hace mucho tiempo, ya que la lengua oficial de todas las regiones de España es el castellano, cuando la lengua usual, la que se habla en familia, con sus amigos y en la calle, es el catalán. Esta cuestión se planteó al movimiento obrero. Entre los anarcosindicalistas que dominaron el movimiento en Cataluña durante mucho tiempo, fue un factor de divergencias puesto que en nombre del “federalismo” tan querido por los anarquistas, muchos preconizaban le preeminencia del catalán en la prensa obrera, mientras que otros, con razón, argumentaban que si el patrón era catalán, muchos obreros eran forasteros y no hablaban sino el castellano (que también hablaban los obreros catalanes). El empleo del catalán era entonces un medio excelente para dividir a los obreros.
Durante el franquismo, periodo en que el catalán estuvo prohibido tanto en la prensa como en la escuela o en las administraciones, su uso pasó por ser una forma de resistencia contra la dictadura para gran parte de la población de Cataluña. Muy lejos de debilitar la lengua catalana, la política de Franco logró fundamentalmente todo lo contrario, hasta tal punto que hasta los emigrantes procedentes de otras regiones de España aprendían catalán tanto para ser aceptados ([9]) como para participar en esa “resistencia”.
Con el final del franquismo y la instauración de la “democracia” en España, el movimiento autonomista pudo florecer. Las regiones, y más particularmente Cataluña, recuperaron las prerrogativas perdidas. Una de ellas fue la de hacer del catalán la lengua oficial de la región, o sea que las administraciones ya no pueden funcionar mas que en catalán y que esa lengua se enseña de forma exclusiva en la enseñanza primaria y secundaria, en cuyos programas al castellano se le considera lengua “extranjera”.
En las universidades de Cataluña, cada vez se dan más clases en catalán, lo que evidentemente pone en desventaja a los estudiantes procedentes de otras regiones o del extranjero (que cuando se matriculan en sus países en “español”, idioma internacional, no se les ocurre aprender una lengua regional). El resultado es que a pesar de que la enseñanza de las universidades catalanas tenga buena fama, y particularmente la de Barcelona, lo que atraía a los mejores estudiantes españoles, europeos y suramericanos, ahora tienen tendencia a escoger universidades en las que no corren el riesgo de tropezarse con un idioma que no conocen. La apertura a Europa y al mundo de la que se enorgullecía Cataluña no puede sino sufrir de la hegemonía creciente del catalán, con el riesgo de que en la competencia ancestral existente entre Barcelona y Madrid, tome ventaja esta ciudad y esta vez ya no gracias a la centralización forzada como en tiempos del franquismo, sino, al contrario, gracias a las “conquistas democráticas” de Cataluña. Dicho lo cual, si a la burguesía y a la pequeña burguesía catalanas les gusta que los tiros les salgan por la culata, allá ellas, pero eso ni les va ni les viene a los revolucionarios internacionalistas. En cambio, sí que tendrá consecuencias graves la escolarización en catalán. Las nuevas generaciones de proletarios en Cataluña tendrán más dificultades que antes para comunicar con sus hermanos de clase del resto del país y, a cambio de un mejor dominio de la gramática catalana, perderán la agilidad que sus padres tenían en el dominio del castellano, al fin y al cabo lengua internacional.
Para volver a las vejaciones lingüísticas que existían en Quebec y que señalas en tus mensajes (y que se parecen a lo que existía en Flandes en detrimento de los obreros flamencos), son típicos de los comportamientos de todas las burguesías y son un medio suplementario de afirmar su fuerza con respecto a los obreros a quienes se trata de hacer entender “quién manda”. También es un instrumento para dividir a los obreros entre los que hablan el idioma del patrón (a quienes se les da entender que comparten algo con él y son privilegiados) y los que no lo entienden o mal. Y por fin es un medio para canalizar el descontento de los obreros contra la explotación hacia un terreno que no es el de la clase obrera y que no puede sino socavar la unidad de clase. Aunque no todos los burgueses son lo bastante listos para ser tan maquiavélicos, todos saben que las situaciones en que los obreros no solo han de sufrir la explotación clásica, sino además vejaciones suplementarias, permite instalar una válvula de seguridad cuando la presión social se hace muy fuerte. Por muy estúpidos que sean, por muy cegados por el chovinismo que estén, saben dónde están sus verdaderos intereses. Antes de ceder sobre problemas esenciales tanto para los obreros como para las ganancias capitalistas, como pueden ser los sueldos o las condiciones de trabajo, prefieren “ceder” sobre lo que no les cuesta nada, como la cuestión lingüística. En esto serán ayudados por las fuerzas políticas, especialmente las de izquierda o extrema izquierda, que han inscrito en su programa las reivindicaciones lingüísticas, y que presentan como “victoria” la obtención de ese tipo de reivindicaciones por mucho que las demás no queden satisfechas (sobre todo cuando si a esas reivindicaciones se las considera como “principales”, como lo señalas en tu mensaje del 18 de febrero). En realidad, si las situaciones de vejaciones lingüísticas hacia los obreros han ido retrocediendo en Quebec en estos últimos decenios, no es únicamente a causa de las políticas de los partidos nacionalistas: también es consecuencia de las luchas obreras que se han desarrollado por el mundo, incluida Canadá, a partir de finales de los años 60.
¿Cuál ha de ser el discurso de los revolucionarios ante semejante situación? Pues el de decir la verdad a los obreros, decirles lo que acabamos de exponer. Han de animar las luchas obreras por la defensa de sus condiciones de vida y por eso no podrán darse por contentos con hablar de la revolución que acabará con todas las formas de opresión. Pero su papel es también advertir a los obreros contra las trampas que les amenazan, las maniobras cuyo objetivo es socavar la solidaridad del conjunto de la clase obrera, sin temer criticar las reivindicaciones que no van en ese sentido ([10]), pues, si no, no desempeñan su papel de revolucionarios: “por una parte… en las diferentes luchas nacionales de los proletarios [los comunistas] destacan y hacer valer los intereses comunes de todo el proletariado, independientes de la nacionalidad; y por la otra, por el hecho de que, en las diversas fases de desarrollo que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre el interés del movimiento general” (Marx y Engels, Manifiesto comunista).
En espera de tus comentarios sobre esta carta, recibe, estimado compañero, nuestros saludos comunistas
Por la CCI
[1]) Con una importante diferencia sin embargo: la opresión que el régimen zarista hacía sufrir a las diferentes nacionalidades del Imperio ruso no es en nada comparable con la actitud del gobierno de Ottawa respecto a las nacionalidades de Canadá.
[2]) Véase nuestro artículo:
https://an.internationalism.org/wr292/solidarity.htm [322]. (inglés)
https://fr.internationalism.org/ri367/greves.htm [323]. (francés)...
[3]) En uno de tus mensajes escribes que: “El movimiento obrero canadiense-inglés ya izó la bandera de la unidad canadiense cuando la huelga general de 1972 en Quebec. En efecto, el NPD (Nuevo Partido democrático) y el CTC (Congreso del Trabajo de Canadá) denunciaron esa huelga,¡tildándola de “separatista” y “dañina para la unidad canadiense”!”. En realidad, no fue el “movimiento obrero canadiense-ingles” el que adoptó esa actitud, sino los partidos burgueses con leguaje obrerista y los sindicatos al servicio del capital.
[4]) De hecho, al principio esa reivindicación no figuraba en primer lugar, sino que se ponía detrás de las reivindicaciones económicas y antirrepresivas. Fueron los “expertos” políticos del movimiento, procedentes del ámbito democrático (Kuron, Modzelewski, Michnik, Geremek…), quienes insistieron para ponerla en cabeza.
[5]) “Este régimen supone la diseminación de la tierra y de los demás medios de producción. Excluye la concentración de éstos, y excluye también la cooperación, la división del trabajo dentro de los mismos procesos de producción, la conquista y regulación social de la naturaleza, el libre desarrollo de las fuerzas sociales productivas. Sólo es compatible con los estrechos límites elementales, primitivos, de la producción y la sociedad. Querer eternizarlo equivaldría, como acertadamente dice Pecqueur, a “decretar la mediocridad general”. Al llegar a un cierto grado de progreso, él mismo alumbra los medios materiales para su destrucción. A partir de este momento, en el seno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten cohibidas por él. Hácese necesario destruirlo, y es destruido. Su destrucción, la transformación de los medios de producción individuales y desperdigados en medios sociales y concentrados de producción, y, por tanto, de la propiedad raquítica de muchos en propiedad gigantesca de pocos, o lo que es lo mismo, la expropiación que priva a la gran masa del pueblo de la tierra y de los medios de vida e instrumentos de trabajo, esta espantosa y difícil expropiación de la masa del pueblo, forma la prehistoria del capital. Abarca toda una serie de métodos violentos, entre los cuales sólo hemos pasado revista aquí, como métodos de acumulación originaria del capital…”, “Tendencia histórica de la acumulación capitalista”, p. 647, el Capital, I, FCE).
“A la par que se implantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, la industria algodonera servía de acicate para convertir el régimen más o menos patriarcal de esclavitud de los Estados Unidos, en un sistema comercial de explotación. En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase en el nuevo mundo.
“Tantœ molis erat ! para dar rienda suelta a las “leyes naturales y eternas” del régimen de producción capitalista, para consumar el proceso de divorcio entre los obreros y las condiciones de trabajo, para transformar en uno de los polos , los medios sociales de producción y de vida en capital, y en el polo contrario la masa del pueblo en obreros asalariados , en “pobres trabajadores” y libres, este producto artificial de la historia moderna.
“Si el dinero, según Augier, ”nace con manchas naturales de sangre en un carrillo”, el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza.” ( “Génesis del capitalista industrial”, el Capital, I, p. 646, FCE).
[6]) “Sin embargo, por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cómo se desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar cómo cada uno de sus miembros va perdiendo a la vez sus viejas formas de civilización y sus medios hereditarios de subsistencia, no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base para el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos, convirtiéndolo en un instrumento sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. (…) Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución. En tal caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectáculo de un viejo mundo que se derrumba, desde el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe:
“¿Quién lamenta los estragos
“Si los frutos son placeres?
“¿No aplastó miles de seres
“Tamerlán en su reinado?”
(Marx, “La dominación británica en la India », New York Times, 25 de junio 1853)
[7]) Fue el sueño de cantidad de elementos rebeldes tras los acontecimientos del Mayo de 1968 en Francia. Para escapar al capitalismo y a la alineación que provoca, se fueron a fundar comunidades en pueblos abandonados por los habitantes, viviendo del tejido y de la cría de cabras. Las consecuencias fueron catastróficas: obligados por las leyes del mercado a vender su trabajo a bajo precio, vivieron en una miseria profunda que provocó rápidamente conflictos entre “socios”, reavivando la caza a los “gandules que quieren vivir del trabajo de los demás”, provocando la reaparición de jefezuelos preocupados por la “salud económica del negocio”, acabando los más astutos por integrándose en los circuitos comerciales del capitalismo.
[8]) Se ha de notar que el francés se impuso reduciendo a dialectos folklóricos otras lenguas como el bretón, el picardo, el occitano, el provenzal, el catalán, el vasco…
[9]) Se ha de notar aquí que bajo el franquismo, cuando uno se perdía por Barcelona no era recomendable preguntar por su camino en castellano. Paradójicamente, había personas que entendían mucho mejor el castellano cuando se les hablaba con un fuerte acento francés o inglés que cuando se les hablaba sin acento.
[10]) Los revolucionarios no deben vacilar en retomar la idea fundamental de Marx: la opresión y la barbarie de las que es responsable el capitalismo, y que hemos de denunciar, no sólo tienen aspectos negativos: crean las condiciones para la emancipación futura de la clase obrera y las de sus éxitos en las luchas actuales. Los obreros quebequenses que se ven obligados aprender inglés o progresar en la práctica de ese idioma para poder encontrar trabajo o para ir de compras también han de sacarle provecho: eso facilitará su comunicación con sus hermanos de clase anglófonos en Canadá y también con los del vecino estadounidense. No se trata para los revolucionarios de disculpar los comportamientos xenófobos y repulsivos de los burgueses anglófonos, sino de explicar a los obreros francófonos que tienen la posibilidad de volver contra la burguesía las armas que ésta utiliza contra ellos. Nacida en la Polonia dominada por Rusia, la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo se vio obligada de aprender el ruso. Nunca se quejó por ello, al contrario. Fue para ella una facilidad para comunicar con sus compañeros de Rusia (por ejemplo con Lenin con quien tuvo largas discusiones tras la Revolución de 1905, lo que les permitió conocerse mejor, entenderse y estimarse). También le permitió conocer y apreciar la literatura rusa, traducir ciertas obras al alemán para hacerlas conocer a los lectores de esta lengua.
Discusiones con el medio internacionalista
Informe de la Conferencia de Corea de Octubre de 2006
En Junio de 2006 la CCI recibió una invitación de la Socialist Political Alliance (SPA), un grupo de Corea del Sur, que se identifica a sí mismo en la tradición de la Izquierda comunista, para participar en una «Conferencia Internacional de marxistas revolucionarios» que iba a celebrarse en las ciudades de Seúl y Ulsa en el mes de octubre de ese mismo año. Llevábamos en contacto con SPA cerca de un año y a pesar de las inevitables dificultades del lenguaje, habíamos podido iniciar discusiones, en particular sobre las cuestiones de la decadencia del capitalismo y las perspectivas para el desarrollo de las organizaciones comunistas en el periodo actual.
El espíritu con el que se convocó esta Conferencia destaca con fuerza en la declaración introductoria de SPA: «Conocemos muy bien las distintas conferencias o reuniones de marxistas que se celebran regularmente en varios lugares del mundo. Pero también sabemos muy bien que estas conferencias se centran en discusiones abstractas sobre teoría académica y en la solidaridad ritual entre quienes pretenden estar a la “izquierda” del capitalismo. Más allá de esto, reconocemos profundamente la visión de que es necesaria una verdadera revolución proletaria contra la barbarie y la guerra en la fase de decadencia del capitalismo.
Aunque los trabajadores coreanos expresan sus dificultades en cuestiones básicas y las fuerzas políticas revolucionarias en Corea estén en la confusión sobre la perspectiva de la futura sociedad comunista, tenemos que llevar a cabo la solidaridad del proletariado mundial más allá de la fábrica, el territorio y la nación, reflexionando hasta el fondo sobre las terribles derrotas que ha causado en el pasado movimiento revolucionario el abandono de los principios del internacionalismo.»
Basta una mínima consideración de la historia de Extremo Oriente para revelar la inmensa importancia de esta iniciativa. Como dijimos en nuestro saludo a la conferencia:
“En 1927, la masacre de los obreros de Shangai fue el episodio final de una lucha revolucionaria que había sacudido el mundo durante diez años desde la revolución rusa de 1917. Los años siguientes, la clase obrera mundial y el resto de la humanidad sufrieron el horror de la más terrible contrarrevolución de la historia. En Oriente, La población trabajadora tuvo que sufrir las premisas de la IIª Guerra mundial, con la invasión japonesa de Manchuria, y después la guerra misma, que culminó con la destrucción de Hiroshima y Nagasaki; después la guerra civil en China, la guerra de Corea, la terrible hambruna en China durante el llamado “Gran salto adelante” de Mao Zedong; la guerra de Vietnam…
“Todos estos terribles acontecimientos, que conmocionaron al mundo, azotaron un proletariado que, en Oriente, era aún joven e inexperto y había tenido muy poco contacto con el desarrollo de la teoría comunista en Occidente. Hasta donde sabemos, ninguna expresión de la izquierda comunista pudo sobrevivir, o siquiera surgir, entre los trabajadores de Oriente.
“Consecuentemente, el hecho de que hoy una organización que explícitamente se identifica con la Izquierda Comunista convoque una conferencia de comunistas internacionalistas en Oriente, es un acontecimiento de importancia histórica para la clase obrera, que contiene la promesa, quizás por primera vez en la historia, de construir una verdadera unidad entre los trabajadores de Oriente y Occidente. No se trata de un hecho aislado; al contrario, es parte de un lento proceso de toma de conciencia a escala mundial del proletariado y sus minorías políticas”.
La delegación de la CCI asistió a la Conferencia con intención, no sólo de ayudar lo mejor que pudiéramos al surgimiento de una voz internacionalista, de Izquierda comunista, en Extremo Oriente, sino también para aprender: ¿Cuáles son las cuestiones más importantes para los trabajadores y los revolucionarios en Corea? ¿Cómo se plantean allí los problemas que afectan a todos los trabajadores? ¿Qué lecciones puede mostrar la experiencia de los obreros en Corea a los trabajadores de Extremo Oriente en particular y de todo el mundo en general? Y ¿Qué lecciones puede sacar el proletariado de Corea de la experiencia de sus hermanos de clase en el resto del mundo?
La Conferencia tenía inicialmente previsto discutir los siguientes temas: la decadencia del capitalismo, la situación de la clase obrera, y la estrategia que los revolucionarios tienen que adoptar en la situación actual. Sin embargo, en los días que precedieron la Conferencia, la importancia política a largo plazo de sus objetivos se vio ensombrecida por la brusca agudización de las tensiones imperialistas en la región causada por la explosión de la primera bomba nuclear de Corea del Norte y las maniobras que se desencadenaron a continuación por parte de las diferentes potencias presentes en la región (Estados Unidos, China, Japón, Rusia, Corea del Sur). En una reunión previa a la Conferencia, la delegación de la CCI y el grupo de Seúl del SPA, acordaron que era sumamente importante que los internacionalistas tomasen posición públicamente sobre esta situación, y decidieron presentar conjuntamente a la Conferencia una declaración internacionalista contra la amenaza de guerra. Como veremos, la discusión provocada por esta propuesta de declaración formó parte importante de los debates durante la Conferencia.
En este informe nos proponemos considerar algunos de los principales temas de los debates de la Conferencia, con la esperanza no sólo de dar una mayor expresión a la propia discusión, sino también de contribuir a la reflexión de los camaradas en Corea ofreciendo una perspectiva internacional de las cuestiones que hoy tienen que encarar.
El contexto histórico
Antes de decir nada sobre la Conferencia, es preciso situar brevemente la situación en Corea en su contexto histórico. En los siglos que precedieron la expansión del capitalismo en Extremo Oriente, Corea sufrió tanto como se benefició a causa de su posición geográfica de pequeño país atrapado entre dos grandes potencias históricas: China y Japón. Por una parte sirvió de puente y de catalizador cultural para ambos países: no cabe duda, por ejemplo, de que el arte de la cerámica en China y especialmente en Japón, está en deuda en gran parte con los alfareros de Corea que desarrollaron la técnica actualmente perdida de un tipo de vidriado de la porcelana ([1]). Por otra parte, el país sufrió frecuentes y brutales invasiones de sus dos poderosos vecinos y la mayor parte de su historia reciente, la ideología dominante ha estado dictada por una casta de eruditos confucianos que trabajaban en chino y se resistieron al influjo de las nuevas ideas que acompañaron la llegada de las potencias europeas a la región. Durante el siglo xix, la cada vez más cruda rivalidad entre China, Japón y Rusia – que fue la potencia colonial más tardía que extendía hasta las fronteras de China y el Océano Pacífico – llevó a una intensa puja por la influencia en Corea. Pero la influencia que buscaban estas potencias era esencialmente estratégica: desde el punto de vista de sacarle partido a las inversiones, las posibilidades que ofrecían China y Japón eran mucho mayores que las de Corea, sobre todo si se tiene en cuenta la inestabilidad causada por las luchas (que resultaban ruinosas para todos los bandos implicados) entre diferentes facciones de las clases gobernantes en Corea, que estaban divididas, tanto respecto a la consideración de los beneficios de la «modernización», como a sus esfuerzos por usar la influencia de los vecinos imperialistas de Corea para reforzar su propia posición en el poder. A principios del siglo xx se produjo una intensificación de las tentativas de Rusia de establecer una base naval en Corea, lo que a su vez Japón sólo podía ver como una amenaza mortal a su independencia: esta rivalidad llevaría al estallido de la guerra ruso-japonesa en 1905, durante la cual los japoneses aniquilaron la flota rusa. En 1910 los japoneses invadieron Corea y establecieron un régimen colonial que duraría hasta la derrota de Japón en 1945.
El desarrollo industrial previo a la invasión japonesa fue por tanto, extremadamente frágil, y la industrialización que siguió se orientó a las necesidades de la economía de guerra japonesa: en 1945 había dos millones de trabajadores industriales en Corea, ampliamente concentrados en el norte. El sur del país permaneció esencialmente rural y sufrió la pobreza más severa. Y como si la población obrera de Corea no hubiera sufrido bastante por la dominación colonial, la industrialización forzada, y la guerra ([2]), ahora se encontraba en la zona fronteriza del nuevo conflicto imperialista que iba a dominar el mundo hasta 1989: la división del planeta entre los dos grandes bloques imperialistas de EEUU y la URSS. La decisión de la URSS de apoyar la insurrección desencadenada por el «Partido coreano de los trabajadores» (estalinista), fue en efecto una tentativa de sondear las nuevas fronteras de la dominación imperial de EEUU, igual que hizo en Grecia después de 1945. El resultado fue también el mismo, aunque a escala mucho más destructiva: una despiadada guerra entre Corea del Norte y del Sur, en la que las autoridades coreanas de ambos bandos – por mucho que estuvieran combatiendo para defender sus propios intereses burgueses – no eran mas que peones de una lucha más vasta entre las potencias imperialistas por la dominación mundial. La guerra duró tres años (1950-53), durante los cuales toda la península fue devastada de un extremo a otro por los sucesivos avances y retiradas de los ejércitos contendientes, y terminó dividida permanentemente en dos países distintos: Corea del Norte y Corea del Sur. Estados Unidos ha mantenido hasta ahora una presencia militar en Corea del Sur, con cerca de 30 000 soldados emplazados en el país.
Incluso antes de que acabara la guerra, EEUU ya había llegado a la conclusión de que por sí sola, la ocupación militar no estabilizaría la región ([3]) y decidió realizar lo que equivalía a un Plan Marshall para el Sudeste asiático y Extremo Oriente,
«A sabiendas de que es la miseria económica y social lo que sirve de argumento a las fracciones nacionalistas prosoviéticas para llegar al poder en algunos países de Asia, Estados Unidos va a transformar esas zonas, situadas en las fronteras inmediatas de China (Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Japón) en avanzadillas de la “prosperidad occidental”. La prioridad estadounidense será la de establecer un cordón sanitario contra el avance del bloque soviético en Asia» ([4]).
Esta política tuvo implicaciones importantes para Corea del Sur:
«Desprovista de materias primas y con la mayoría del aparato industrial situado en el Norte, ese país estaba desangrado al terminar la guerra: la caída de la producción llegó al 44 % y la del empleo al 59 %, los capitales, los medios de producción intermedios, las competencias técnicas y las capacidades de gestión eran casi inexistentes (…) Entre 1945 y 1978, Corea del Sur recibió unos 13 mil millones de dólares, o sea 600 por habitante, y Taiwán 5,6 mil millones, 425 per cápita. Entre 1953 y 1960, la ayuda extranjera contribuye en torno al 90 % en la formación de capital fijo de Corea del Sur. La ayuda proporcionada por EEUU alcanzó el 14 % del PNB en 1957 (…) Pero los Estados Unidos no se limitaron a suministrar ayuda y apoyo militar; de hecho se hicieron cargo en los diferentes países de toda la dirección del Estado y de la economía. En ausencia de verdaderas burguesías nacionales, el único cuerpo social que pudiera dirigir la modernización que quería EEUU, era el ejército. Se instauró así un capitalismo de Estado muy eficaz en cada uno de esos países. El crecimiento económico será impulsado por un sistema que vinculará estrechamente el sector público al privado, mediante una centralización casi militar, pero con la sanción del mercado. Contrariamente a la variante de Europa Oriental de capitalismo de Estado (el estalinismo) que engendrará auténticas caricaturas de aberración burocrática, aquellos países aliaron centralización y poder estatal con sanción de la ley del valor. Se instauraron múltiples políticas intervencionistas: formación de conglomerados industriales, votación de leyes de protección del mercado interno, control comercial en las fronteras, instauración de una planificación unas veces imperativa, otras incitativa, gestión estatal de atribución de créditos, orientación de capitales y recursos de los diferentes países hacia los sectores prometedores, otorgamiento de licencias exclusivas, monopolios de gestión, etc. En Corea del Sur, por ejemplo, fue gracias a los vínculos con los chaebols (equivalentes a los zaibatsus japoneses), grandes conglomerados industriales a menudo fundados por iniciativa o con la ayuda del Estado ([5]), cómo los poderes públicos surcoreanos orientaron el desarrollo económico».
La clase obrera de Corea del Sur se vio así ante una política de explotación feroz e industrialización forzada llevada a cabo por una inestable sucesión de regímenes militares medio democráticos medio autoritarios, que mantuvieron su poder a través de la supresión brutal de las revueltas y huelgas obreras, de las que merece la pena mencionar el alzamiento de Kwangju a principios de la década de 1980 ([6]). Después de los acontecimientos de Kwangju, la clase dirigente coreana intentó estabilizar la situación bajo la presidencia del general Chun Doo-hwan (anterior jefe de la CIA coreana) dando un barniz democrático a lo que seguía siendo esencialmente un régimen militar autoritario. El intento fracasó miserablemente: en el año 1986 se produjeron concentraciones masivas de protesta en Seúl, Inch’on, Kwangju, Taegu y Pusan, y en 1987 «estallaron más de 3300 conflictos industriales que implicaban reivindicaciones obreras de aumentos salariales, mejor trato y mejores condiciones de trabajo, que forzaron al gobierno a hacer concesiones para atender algunas de estas demandas» ([7]). La incapacidad del régimen corrupto del general Chun para imponer por la fuerza la paz social llevó a un cambio de dirección. El régimen de Chun adoptó el “programa de democratización” propuesto por el general Roh Tae-woo, líder del gubernamental Partido Democrático de la Justicia, que ganó las elecciones presidenciales de diciembre 1987. Las elecciones presidenciales de 1992 llevaron al poder a un conocido y perenne líder de la oposición democrática, Kim Yung Sam, y se completó la transición democrática en Corea. O como nos dijeron los camaradas del SPA, la burguesía coreana se las apañó al menos para erigir una convincente fachada democrática que ocultase la continuación en el poder de una alianza entre los militares, los chaebols y el aparato de seguridad.
Consecuencias del contexto histórico
Respecto a la experiencia reciente de sus minorías políticas, este contexto histórico tiene paralelismos en otros países de la periferia, en Asia y también en Latinoamérica ([8]); y ha tenido importantes consecuencias para la emergencia de un movimiento internacionalista en Corea.
Desde el punto de vista de lo que podríamos llamar “memoria colectiva” de la clase, hay claramente una diferencia importante entre la experiencia política y organizativa acumulada por la clase obrera en Europa, que ya en 1848 empezó a afirmarse como una fuerza social independiente (la fracción “fuerza física” del movimiento Cartista en Gran Bretaña), y la de la clase obrera en Corea. Si recordamos que durante las oleadas de la lucha de clases en Europa en la década de 1980 se produjo un lento desarrollo de un descontento hacia los sindicatos y una tendencia a que los trabajadores tomaran sus luchas en sus propias manos, es particularmente sorprendente que el movimiento en Corea durante el mismo periodo estuviera marcado por una tendencia a mezclar las luchas obreras por sus propias reivindicaciones de clase con las reivindicaciones del “movimiento democrático” por la reorganización del aparato de Estado burgués. Como resultado, la oposición fundamental entre los intereses de la clase obrera y los intereses de las fracciones democráticas de la burguesía no resultaban inmediatamente obvios para los militantes que iniciaron la actividad política en ese periodo.
Tampoco conviene subestimar las dificultades creadas por la barrera del lenguaje. La “memoria colectiva” de la clase obrera es más fuerte cuando toma una forma teórica escrita. Mientras las minorías políticas que surgieron en Europa durante la década de 1970 tuvieron acceso a los escritos, en versión original o traducidos, de la Izquierda de la Socialdemocracia (Lenin, Luxemburgo), y los de la Izquierda de la Tercera internacional y la Izquierda comunista que emergió de ella (Bordiga, Pannekoek, Gorter, el grupo Bilan y la Izquierda Comunista de Francia), en Corea la obra de Pannekoek (los Consejos obreros) y de Luxemburgo (la Acumulación del capital) acaba de aparecer gracias a los esfuerzos conjuntos del Grupo de Seúl por los Consejos obreros (SGWC) y el SPA, al que está estrechamente asociado el SGWC ([9]).
Más específico de la situación coreana ha sido el efecto de la división entre el Norte y el Sur impuesto por los conflictos imperialistas entre los bloques ruso y USA, la presencia militar norteamericana en Corea del Sur y su apoyo a la sucesión de regímenes militares que finalizó en 1988. Combinado con la inexperiencia general de la clase obrera en Corea y la ausencia de una voz claramente internacionalista en su seno, más la confusión entre el movimiento obrero y la oposición democrática burguesa que hemos descrito antes, esto ha llevado a una contaminación general de la sociedad con un omnipresente nacionalismo coreano, muchas veces disfrazado de “antiimperialismo”, según el cual únicamente Estados Unidos y sus aliados aparecen como fuerzas imperialistas. La oposición a los regímenes militares y realmente al capitalismo, tendía a identificarse con la oposición a Estados Unidos.
Finalmente, un rasgo importante de los debates en el medio político coreano es la cuestión sindical. Particularmente para la generación actual de activistas, la experiencia sindical se basa en las luchas de la década de 1980 y principios de la de 1990, cuando los sindicatos eran en gran parte clandestinos, aún no estaban burocratizados y ciertamente estaban tanto animados como dirigidos por militantes profundamente dedicados (incluyendo a camaradas que hoy participan en el SPA y el SGWC). Debido a las condiciones de clandestinidad y represión, no pudo clarificarse entre los militantes de entonces que el programa sindical no sólo no es revolucionario, sino que no sirve ni siquiera para defender los intereses obreros. Durante la década de 1980, los sindicatos estuvieron estrechamente vinculados a la oposición democrática al régimen militar, cuya ambición no era derrocar el capitalismo sino al contrario, derrocar el régimen militar para hacerse con el aparato de Estado tal como era. En cambio, lo que sí dejó clara la “democratización” de la sociedad coreana desde 1990, es esa integración de los sindicatos en el aparato de Estado, causando una considerable desorientación en los militantes ante esa nueva situación: como planteó un camarada, “los sindicatos han resultado ser los mejores defensores del Estado democrático”. Como resultado, hay una sensación general de “desilusión” respecto a los sindicatos y una búsqueda de algún otro método de actividad militante en el seno de la clase obrera. Una y otra vez, en las intervenciones en la Conferencia y en las discusiones informales, pudimos sentir lo urgente que es la necesidad de que los camaradas coreanos tengan acceso a la reflexión sobre la naturaleza de los sindicatos en la decadencia del capitalismo que ha formado una parte tan importante de la reflexión en el movimiento obrero europeo desde la Revolución rusa, y especialmente desde el fracaso de la revolución en Alemania.
El nuevo milenio ha sido pues testigo del desarrollo de un esfuerzo real de muchos militantes coreanos de poner en cuestión las bases de su actividad previa que, como hemos visto, había estado fuertemente influida por la ideología del estalinismo y de la democracia burguesa. En un esfuerzo por preservar cierto grado de unidad y proveer un espacio para la discusión entre los implicados en este proceso, algunos grupos e individuos han tomado la iniciativa de crear una “Red de marxistas revolucionarios” ([10]) más o menos formal. Romper con el pasado es inevitablemente difícil y ha llevado a un amplio grado de heterogeneidad entre los diferentes grupos de la Red. Las condiciones históricas que hemos descrito brevemente antes, significan que la diferenciación entre los principios del internacionalismo proletario y el punto de vista esencialmente nacionalista que caracteriza el estalinismo y el trotskismo acaba de comenzar en estos últimos años, partiendo de la experiencia práctica de la década de 1990, y en gran parte gracias a los esfuerzos del SPA para introducir las ideas y las posiciones de la Izquierda comunista en esa Red.
En este contexto, hay dos aspectos de la introducción que hizo el SPA a la Conferencia que son absolutamente fundamentales desde nuestro punto de vista:
– Primero, la declaración explícita de que es necesario que los revolucionarios en Corea sitúen la experiencia de la clase obrera en Corea en el marco histórico y teórico de la clase obrera internacional:
«El propósito de la Conferencia internacional es ampliar el horizonte de reconocimiento teórico y práctico con la perspectiva de la revolución mundial. Esperamos que los marxistas revolucionarios luchen juntos por la solidaridad y la unidad y cumplan la tarea histórica de cristalizar la revolución mundial con el proletariado mundial en esta importante conferencia».
– Segundo, que esto sólo puede hacerse partiendo de los principios de base de la Izquierda comunista:
«La Conferencia internacional de los marxistas revolucionarios en Corea es el valioso terreno de reunión y de discusión entre los comunistas de izquierda del mundo y los marxistas revolucionarios de Corea y la primera manifestación para exponer las posiciones políticas [de los comunistas de izquierda] en el medio revolucionario».
Los debates en la Conferencia
No podemos entrar aquí en un informe exhaustivo sobre la totalidad de los debates que tuvieron lugar en la Conferencia. Pensamos que es preferible, en cambio, que nos concentremos en los que, a nuestro juicio, fueron más importantes. Creemos que así también podemos contribuir mejor para que prosigan estas discusiones que empezaron a plantearse en la Conferencia, pero que deben continuar no sólo entre los propios compañeros de Corea como, más en general, en el movimiento internacionalista en todo el mundo.
Sobre la decadencia del capitalismo
Este fue el tema elegido para empezar los debates. Antes de entrar a analizar el debate propiamente dicho, queremos saludar la preocupación que latía detrás de esta decisión de SPA, y que no es otra que la necesidad de establecer un firme marco teórico para poder posteriormente desarrollar otros debates como los que abordaríamos sobre la situación de la lucha de clases y sobre la estrategia revolucionaria. También queremos saludar el esfuerzo que realizaron los compañeros de SPA para presentar una síntesis de los diferentes puntos de vista que sobre esta cuestión existen en el seno de la Izquierda comunista. Teniendo en cuenta la complejidad de este tema – que ha ocupado discusiones en el movimiento obrero desde principios del siglo xx en las que han participado algunos de sus principales teóricos –, esa iniciativa ha sido de lo más audaz.
Mirándolo hoy retrospectivamente podemos decir que quizás ese esfuerzo resultó excesivamente atrevido. Resultó sumamente impactante ver cómo la gente sintonizaba (si puede decirse así) con el concepto mismo de decadencia del capitalismo. Pero ha de reconocerse que las cuestiones que se plantearon tanto en las sesiones formales de debates, como en las muy numerosas discusiones informales fuera de ellas, mostraron que la mayoría de los participantes en estos debates carecían de los fundamentos teóricos necesarios para abordar esta cuestión en profundidad ([11]).
No queremos que esto se tome en absoluto como una crítica ya que entendemos que gran parte de los textos básicos sobre esta cuestión no están traducidos al coreano, lo que refleja – como decíamos antes – la inexperiencia objetiva del movimiento obrero coreano. Esperamos sin embargo que, por lo menos, estas discusiones, así como los textos introductivos que se presentaron (sobre todo los de SPA y la CCI), puedan permitir a los camaradas empezar a situarse en este debate y, sobre todo, comprender que esta cuestión teórica no es un tema de un mundo completamente ajeno a las preocupaciones concretas de las luchas, sino un factor determinante de la situación que hoy vivimos ([12]).
Vale la pena sin embargo reseñar una pregunta planteada por un joven estudiante que, en muy pocas palabras, resumió la contradicción que entre apariencia y realidad se da hoy en el capitalismo:
«Mucha gente percibimos la decadencia, pero nosotros que estamos estudiando estamos sometidos a la ideología burguesa, y se nos inculca que hoy disfrutamos de una sociedad opulenta. ¿Cómo podemos explicar la decadencia en términos más concretos?».
Es verdad que la propaganda burguesa insiste, al menos en los países industrializados, en que vivimos en un mundo de “exuberante consumismo”, y la apariencia de las calles de Seúl – en las que abundan los comercios repletos de las últimas novedades electrónicas –, parece dar verosimilitud a esta idea. Pero al mismo tiempo está muy claro que los jóvenes coreanos hacen frente a los mismos problemas que los jóvenes trabajadores de cualquier otra parte del mundo: desempleo, contratos precarios de trabajo, una gran dificultad para encontrar trabajo, alto coste de la vivienda, etc. Es responsabilidad de los comunistas explicar con claridad a la joven generación de proletarios la relación que existe entre, por un lado, el desempleo masivo que sufren sobre todo ellos, y por otro, el generalizado y permanente estado de guerra, que es otro de los rasgos esenciales de la decadencia del capitalismo. Así tratamos de argumentar en la breve intervención con la que respondimos a este compañero.
Sobre la lucha de clases
Uno de los temas de discusión más importantes no ya sólo en la Conferencia, sino en el movimiento en Corea en general, es desde luego la cuestión de la lucha de clase y sus métodos. Por lo que se nos refirió, tanto en las discusiones en la Conferencia como las que sobre este terma mantuvimos informalmente también fuera de sus sesiones, parece ser que la cuestión sindical suscita importantes cuestiones entre los militantes que participaron en las luchas ocurridas en Corea a finales de los años 80. En ciertos aspectos, la situación actual en Corea es análoga a la que se vivió en Polonia tras la creación del sindicato “Solidarnosc” (Solidaridad), y supone por tanto una nueva demostración de la profunda validez de los principios de la Izquierda Comunista: en la etapa decadente del capitalismo ya no es posible la creación de organizaciones de masas permanentes de la clase obrera. Incluso los organismos creados al calor de la lucha, tal y como sucedió en Corea, acaban por convertirse en un apéndice del Estado, un instrumento para el fortalecimiento no de la lucha de los trabajadores y sí del control del Estado sobre las luchas obreras.
Y esto ¿por qué? La razón fundamental es que en la decadencia del capitalismo, la clase obrera no puede obtener ya conquistas duraderas. Y puesto que – como antes veíamos – los sindicatos están vinculados a diferentes facciones de la burguesía nacional, se ven necesariamente abocados, por ello, a adoptar un punto de vista nacionalista e incluso a menudo, reducido a la defensa de los intereses de tal o cual sector o empresa, pero nunca un punto de vista internacionalista común a todos los trabajadores. Eso es lo que les lleva a defender la lógica capitalista de someter a los trabajadores a lo que “el país puede permitirse”, o a “lo que necesita la economía nacional”. En Corea oímos, por ejemplo, en muy repetidas ocasiones cómo se reprochaba a los sindicatos el pedir a los obreros que limitaran sus reivindicaciones a lo que los patrones podían pagar en lugar de basarlas en las necesidades de los propios trabajadores ([13]).
Frente a esta inevitable traición de los sindicatos y su integración en el aparato democrático del Estado, los compañeros de Corea buscaban una solución en las ideas de la Izquierda comunista. Por ello, la noción de “consejos obreros” suscitaba tanto interés. El problema es que hay una tendencia general a ver los consejos obreros no como los órganos de poder del proletariado en una situación revolucionaria, sino más bien como un nuevo tipo de sindicato capaz de existir permanentemente en el capitalismo. De hecho nos encontramos con esta idea ya teorizada históricamente en una presentación sobre “La estrategia del movimiento de los consejos en la situación actual de Corea del Sur, y cómo llevarla a cabo”, hecha por la “Agrupación de militantes por el partido revolucionario de los trabajadores”. Hemos de decir que esta presentación le daba por completo la vuelta a la realidad histórica al afirmar que los consejos obreros que aparecieron en la revolución en Alemania en 1919, fueron creados por los sindicatos, cuando la verdad es completamente distinta ([14]). Pero a nuestro juicio no se trata únicamente de un problema de inexactitud histórica – que podría resolverse con un debate sobre los hechos históricos –, sino que nace más bien de lo difícil que resulta asumir que, al margen del momento revolucionario, sea imposible que los trabajadores estén permanentemente en lucha. Los militantes atrapados en esa lógica – independientemente de su sincero deseo de trabajar en pro de la lucha de clases, e incluso al margen de la justeza de las posiciones políticas proletarias que defiendan –, corren el riesgo de caer en el inmediatismo, dedicándose a desplegar incesantemente una actividad “práctica” que apenas se corresponde con las posibilidades concretas que verdaderamente ofrece la situación histórica tal como es.
Esa forma de ver las cosas no es la propia del proletariado. Como señaló uno de los delegados de la CCI que intervino en los debates: «Si los obreros no luchan, es imposible ponerles una pistola en el pecho y ordenarles: “Tenéis que luchar”». Tampoco pueden los revolucionarios luchar “en sustitución” de la clase obrera. Los revolucionarios no pueden provocar el estallido de la lucha de clases pues ésta no es un principio sino un hecho histórico. Lo que sí pueden hacer es contribuir al desarrollo de la conciencia de la clase obrera de su identidad de clase, de la posición que ocupa en la sociedad como una clase con intereses propios, y sobre todo de sus objetivos revolucionarios que van más allá de la lucha inmediata, de la situación inmediata de los trabajadores en la fábrica, en la oficina, o en la cola del desempleo. Esta es una de las claves para entender el carácter aparentemente “espontáneo” de levantamientos como el que tuvo lugar en Rusia en 1905. Y es que aunque los revolucionarios desempeñaron un papel poco relevante en el desencadenamiento inmediato de los acontecimientos, lo cierto es que el terreno había sido preparado durante años por el trabajo de la Socialdemocracia (los revolucionarios de aquella época) que resultó decisivo para el desarrollo en las filas de los trabajadores de la conciencia de ser una clase ([15]). Podemos decir, resumiendo escuetamente, que cuando no hay luchas obreras abiertas, la tarea esencial de los revolucionarios consiste en la propaganda y el desarrollo de las ideas que harán más fuertes las luchas venideras.
Las presentaciones que sobre este tema hicieron tanto Loren Goldner como el delegado de Perspectiva Internacionalista, suscitaron otra cuestión que pensamos que no debe quedar sin respuesta. Nos referimos a la idea de que la “recomposición” de la clase obrera – basada supuestamente en la desaparición de las grandes mega-factorías características de finales del siglo xix y comienzos del xx, reemplazadas por un proceso de producción más extenso geográficamente; y por otro lado en condiciones de trabajo cada vez más precarias sobre todo para los trabajadores más jóvenes – desempleo, “contratos-basura” por meses o semanas, contratos a tiempo parcial… – habrían conducido a la aparición de “nuevas formas de lucha”. Los ejemplos más notables de tales “nuevos métodos de lucha” habría que buscarlos tanto en las acciones de los “piquetes” (presuntamente descubiertos por el movimiento de los piqueteros en Argentina 2001), como en las revueltas de los suburbios franceses en 2005. Excede de las pretensiones de este artículo contestar al entusiasmo de estos camaradas por las revueltas de Francia o por el movimiento piquetero, aunque creemos que es profundamente erróneo ([16]). Sí creemos necesario, en cambio, concentrarnos en el error político que se encuentra en la base de estas posiciones. Este error reside en pensar que la conciencia revolucionaria de los trabajadores depende en efecto de su experiencia inmediata y cotidiana en el lugar de trabajo.
Para empezar aclaremos que ni la precariedad, ni los métodos de lucha como los piquetes, representan auténticas novedades ([17]). Lo cierto, sin embargo es que esas supuestas “nuevas formas de lucha” que nos presentan como ejemplos a imitar, son más bien resultado de la impotencia de los trabajadores en un momento dado. El ejemplo más claro lo tenemos en las revueltas de los jóvenes de los suburbios franceses en 2005. La realidad histórica (en el período de la decadencia del capitalismo) demuestra, en cambio, que allí donde la lucha de los trabajadores consigue alcanzar cierta independencia, tiende a organizarse no a través de los sindicatos, sino a través de asambleas masivas y delegados elegidos y revocables, es decir una forma de organización que se deriva y, al mismo tiempo, prefigura los soviets. En la historia más reciente tenemos el ejemplo de las luchas de Polonia en 1980, o la formación de los Cobas (comités de base) durante las huelgas masivas, también en los 80, de los maestros en Italia (nótese que en absoluto se trataba de un sector de la industria “tradicional”). Más cerca aún de nuestros días tenemos las luchas en Vigo (España) en 2006 ([18]). Aquí quienes empezaron la huelga eran trabajadores precarios del sector metalúrgico empleados en pequeñas empresas. Y puesto que no existía esa gran industria que pudiera servir de foco central de la lucha, los obreros decidieron reunirse diariamente en una asamblea general masiva que tenía lugar no en los centros de trabajo sino en una de las principales plazas de la ciudad. Este tipo de asambleas generales rememoraban las que los obreros de esa ciudad pusieron ya en práctica en las luchas ocurridas en 1972.
Las preguntas a las que hemos de responder son por lo tanto: ¿Por qué a finales del siglo xix el desarrollo de una gran mano de obra precaria condujo a la formación del primer sindicato de masas de obreros no cualificados, mientras que en el siglo xxi esto ya no sucede así? ¿Por qué los obreros rusos de 1905 “inventaron” los consejos obreros – soviets – que Lenin calificó como «la forma al fin descubierta de la dictadura del proletariado»? ¿Por qué las asambleas masivas se han convertido en la forma habitual de organización de la lucha, cuando los trabajadores consiguen desarrollar su autonomía y su fuerza?
En nuestra opinión, y tal como lo defendimos en la Conferencia, no hay que buscar la respuesta en comparaciones de tipo sociológico, sino en una comprensión mucho más profunda del las implicaciones del cambio de período histórico que tuvo lugar a principios del siglo xx, en lo que la Tercera Internacional calificó como la entrada en «la era de las guerras y las revoluciones».
Es más, la visión sociológica defendida por PI y Loren Goldner, lleva en realidad a subestimar las capacidades teóricas y políticas del proletariado, puesto que prácticamente equivale a ver a los trabajadores como seres incapaces de pensar más allá de lo que sucede día tras día en su puesto de trabajo, como si su cerebro se desconectara en cuanto salen de la fábrica, como sí no fueran capaces de preocuparse por el futuro de sus hijos (los problemas que viven en la escuela, en su educación, en las implicaciones de la descomposición social, etc.), o por la solidaridad con los ancianos y los enfermos, y con las generaciones que vendrán (por ejemplo los recortes en los servicios sanitarios o en las pensiones), como si los trabajadores fueran incapaces de darse cuenta y cuestionar la degradación del medio ambiente, o la inacabable barbarie guerrera, y en cambio sólo pudieran comprender el mundo a partir de su experiencia directa de la explotación capitalista en su propio lugar de trabajo.
El proletariado necesita esta comprensión política e histórica del mundo no solo para las luchas inmediatas. Si consigue erradicar el capitalismo de la faz de la tierra necesitará reemplazarlo por una sociedad completamente nueva y totalmente diferente a todas las que han existido anteriormente en la historia de la humanidad. Y para ello necesita alcanzar la más completa comprensión de la historia del hombre, reclamar como herencia de la humanidad los logros más avanzados en arte, en ciencia, y en filosofía. Esto es lo que explica precisamente el sentido que tiene la existencia de las organizaciones políticas del proletariado como instrumentos a través de los cuales la clase obrera reflexiona, más en general, sobre su condición y sobre la perspectiva que se abre ante ellos ([19]).
La Declaración contra la amenaza de la guerra
Ya hemos publicado el texto de esta Declaración en nuestra página Web, y en nuestra prensa escrita por lo que no la repetiremos aquí ([20]). Las discusiones sobre su contenido se polarizaron en torno a la propuesta hecha por un miembro del Ulsan Labour Education Comittee (Comité para la educación del trabajo de Ulsan) para que en la Declaración se atribuyese a los Estados Unidos una mayor responsabilidad en el incremento de la tensión que se vive en aquella zona, y presentar a Corea del Norte como una simple “víctima” de la política de contención norteamericana. Esta propuesta, que fue apoyada por las tendencias más trotskistas de la Conferencia, pone de manifiesto a nuestro juicio las dificultades que aún tienen muchos compañeros en Corea, para romper con la ideología antiimperialista (que para ellos equivale a antiamericanismo) de los años 80, y con un cierto apego a la defensa de Corea del Norte – y por tanto del nacionalismo coreano –, aunque nosotros no dudamos de la sinceridad de su rechazo del estalinismo.
Tanto la CCI como varios compañeros de SPA argumentamos exhaustivamente contra esta tentativa de cambiar un punto capital de la declaración, y así lo defendimos tanto en Seúl como en Ulsan, afirmando que si en un conflicto imperialista se induce a pensar que hay un país “más culpable” que otro, se está cayendo en la misma idea con la que la socialdemocracia justificó su traición al internacionalismo proletario en 1914, llamando, al contrario, a la defensa de su “patria”. Así a los obreros alemanes se les decía que debían combatir al principal peligro que se suponía era el “atrasado y bárbaro régimen zarista”. A los trabajadores franceses, en cambio se les llamaba a que dieran su vida en la lucha contra el “militarismo prusiano”, a los obreros británicos se les movilizó en apoyo de la “valiente y pequeña Bélgica”, etc. Para nosotros, el período de decadencia del capitalismo ha confirmado la validez del análisis de Rosa Luxemburg que señala que el imperialismo no es un rasgo específico de tal o cual país, sino una característica esencial del capitalismo, y, por tanto, en esta época, todos los Estados son imperialistas. La única diferencia entre el gigante norteamericano y el pigmeo norcoreano es la talla de sus apetitos imperialistas y sus capacidades para satisfacerlos.
Durante las discusiones se suscitaron dos objeciones más que pensamos que vale la pena reseñar. Una fue una propuesta de un compañero del grupo Solidarity for Worker’s Liberation (“Solidaridad por la liberación de los Trabajadores”) que sugirió que se incluyera un punto denunciando cómo el gobierno de Corea del Sur trataba de aprovecharse de la situación para acentuar las medidas represivas. Esta propuesta sumamente justificada que se realizó durante los debates en Seúl se incluyó en la versión definitiva que se debatió después en Ulsan y que ha sido la que ha resultado finalmente publicada.
La segunda objeción vino de otro compañero esta vez integrante del grupo Sahoejueo Nodongja ([21]), que pensaba que hoy por hoy la amenaza de guerra no es tan flagrante y que por tanto si denunciábamos ahora la guerra podíamos hacerle el juego al alarmismo que la burguesía misma estaba fomentando para su provecho. Aún reconociendo que, en el fondo, la preocupación de este compañero es plenamente justa, pensamos que hubiera sido erróneo aceptarla, pues aunque no sea viable su materialización inmediata, lo cierto es que la amenaza de guerra es bien cierta y planea sobre toda la región de Extremo Oriente, y al mismo tiempo es bien patente el incremento de las tensiones entre los principales actores de este escenario imperialista (China, Taiwán, Japón, EEUU, Rusia). En esta situación creemos de la mayor importancia que los internacionalistas seamos capaces de denunciar la responsabilidad de todos los bandos imperialistas. Actuando así, seguimos los pasos de Lenin, Luxemburg y la Izquierda de la IIª Internacional que luchó para sacar adelante la resolución internacionalista contra la guerra del Congreso de Stuttgart de 1907. Una responsabilidad primordial de las organizaciones revolucionarias es tomar posición en el seno del proletariado frente a los acontecimientos más cruciales de los conflictos imperialistas y de la lucha de clases ([22]).
Para concluir con este punto queremos saludar el sincero respaldo internacionalista a la Declaración, que expresaron tanto el delegado de PI así como la de otros compañeros que asistieron a la Conferencia a título individual.
Balance…
En la reunión final que precedió la partida de las delegaciones, tanto la CCI como SPA estuvimos de acuerdo en una valoración general de la Conferencia, destacando sobre todo los siguientes aspectos:
a) El hecho de que esta Conferencia haya podido tener lugar es, ya de por sí, un acontecimiento de importancia histórica, pues representa la primera ocasión en que las posiciones de la Izquierda comunista han sido defendidas y empiezan a arraigarse en un país altamente industrializado de Extremo Oriente.
b) El grupo SPA considera que las discusiones que se han desarrollado durante la Conferencia han sido muy importantes para mostrar, en la práctica, las diferencias fundamentales existentes entre la Izquierda comunista y el trotskismo. Por ello, la Conferencia ha contribuido a impulsar la determinación de SPA para llevar a cabo su propia comprensión de los principios de la Izquierda comunista, y permitir así que ésta pueda ser más ampliamente conocida en el movimiento obrero coreano.
La Declaración conjunta sobre los ensayos nucleares en Corea del Norte representa una demostración concreta de las posiciones internacionalistas de la Izquierda comunista, y en particular de SPA y la CCI. El debate sobre la Declaración pone de manifiesto el problema de la persistencia de tendencias nacionalistas en el movimiento obrero en Corea, plasmándose en la existencia de divergencias que demuestran que este problema no ha podido ser superado todavía, por lo que SPA se compromete a trabajar para poder hacerlo en el futuro.
Una de las discusiones más importantes para futuros debates será la cuestión sindical. Será por tanto necesario que los compañeros de Corea analicen la historia de los sindicatos allí, sobre todo a partir de 1980, a la luz de la experiencia histórica del proletariado mundial, tal y como se sintetiza en las posiciones defendidas por la Izquierda comunista.
… y perspectivas
A pesar de su gran importancia, somos muy conscientes de que esta Conferencia ha sido solo un paso en el desarrollo de la presencia de la Izquierda comunista en Extremo Oriente y de un trabajo común entre revolucionarios de Oriente y Occidente. Pero dicho esto, consideramos que el hecho de que la Conferencia haya podido celebrarse, y por los debates que en ella hubo, es ya una confirmación de dos puntos en los que la CCI ha insistido siempre, y que serán fundamentales para la construcción del futuro partido comunista mundial de la clase obrera.
El primer punto son las bases políticas en las que podrá construirse tal organización. Sobre los diferentes problemas que se abordaron en la Conferencia – ya sea la cuestión sindical o la parlamentaria, la cuestión del nacionalismo o de las luchas de liberación nacional – el desarrollo de un nuevo movimiento internacionalista sólo puede ser acometido partiendo del trabajo preliminar legado por los pequeños grupos de la Izquierda comunista que existieron entre los años 1920 y 1950 (especialmente por Bilan, el KAPD, el GIK, la GCF), y en los que encuentra sus orígenes la CCI ([23]).
En segundo lugar, la Conferencia en Corea, y el explícito llamamiento de SPA a «llevar a cabo la solidaridad del proletariado mundial», es una confirmación más de que el movimiento internacionalista no se desarrollará sobre la base de una federación de partidos nacionales previamente existentes sino en un plano directamente internacional ([24]). Esto representa un avance respecto a la situación en la que se creó la Tercera Internacional en medio de la revolución y a partir de las Fracciones de izquierda que emergían en los partidos nacionales de la IIª Internacional. También en esto se refleja la naturaleza actual de la clase obrera, una clase que, mucho más que nunca antes en la historia, esta unida en un proceso de producción a escala mundial, en una sociedad capitalista globalizada cuyas contradicciones sólo pueden ser superadas aboliendo este sistema de todo el planeta, reemplazándolo por una comunidad humana mundial.
John Donne / Heinrich Schille
[1]) Deberíamos mencionar también la invención en el siglo xv del alfabeto Han-geul, quizás el primer intento de crear una notación basada en el estudio científico del lenguaje en su forma hablada.
[2]) Incluyendo la prostitución forzada de miles de mujeres coreanas en los burdeles militares del ejército japonés, y la demolición de la vieja economía agraria, puesto que los cultivos coreanos se hacían cada vez más en función de las necesidades de alimentación de Japón.
[3]) «Estados Unidos está interesado en la creación de una barrera militar entre las áreas comunista y no comunista. Para que esa barrera sea efectiva, las áreas tras ella han de ser estables (…) Estados Unidos tiene que determinar las causas particulares de descontento e inteligente y audazmente ayudar a despejarlas. Nuestra experiencia en China ha mostrado que no sirve de nada contemporizar con las causas de descontento; que una política que aspira a una estabilización duradera está condenada al fracaso cuando el deseo general parece ser el cambio permanente» (Melvin Conant Jnr: “JCRR: an object lesson”), en Far Eastern Survey, 2 mayo 1951.
[4]) «Se agotan los “dragones” asiáticos», en Revista internacional nº 89, 2º trimestre de 1997.
[5]) “La primera y más importante fuente de financiación fue la adquisición por los chaebols de los bienes embargados netamente infravalorados. Después de la guerra representaban el 30% del patrimonio surcoreano antiguamente en manos japonesas. Inicialmente bajo tutela de la administración estadounidense de bienes embargados, fueron distribuidos por esa administración misma y por el gobierno después” (Idem).
[6]) No nos proponemos tratar en este artículo de la situación de la clase obrera en Corea del Norte, que ha tenido que sufrir todos los horrores de un régimen estalinista ultra militarista.
[7]) Andrew Nahm , Una historia del pueblo coreano.
[8]) Filipinas y Brasil, por ejemplo.
[9]) Algunos camaradas del SGWC participaron en la Conferencia a título individual.
[10]) Además del SPA, los siguientes grupos coreanos que pertenecen a esta red tomaron a cargo presentaciones para la Conferencia: Solidarity for worker’s Liberation, Ulsan Labour education Comité, Militant’s Group for Revolutionary worker’s Party. También hizo una presentación sobre la Lucha de clases a título individual, Loren Goldner.
[11]) Esto se pudo ver sobre todo en la discusión en Seúl que se hizo abierta al público en el que predominaban estudiantes muy jóvenes con muy escasa o nula experiencia política.
[12]) No podemos abordar aquí la obsesión del grupo Perspectiva internacionalista sobre la “dominación formal y la dominación real del capital”. Ya hemos tratado con suficiente detenimiento esta cuestión en la Revista Internacional nº 60 publicada en 1990, cuando este grupo aún se autodenominaba “Fracción externa de la CCI”, ver en inglés: https://en.internationalism.org/ir/060_decadence_part08.html [324]. Merece la pena, sin embargo, recordar el fiasco en el que acabó la tentativa por parte de PI de probar la superioridad de su nuevo “enfoque” teórico, cuando tres años después de la caída del muro de Berlín, PI aún insistía en que los acontecimientos de Europa del Este significaban en realidad ¡un fortalecimiento de la posición de la URSS!.
[13]) Inevitablemente este informe es muy esquemático y por tanto abierto a ser corregido y precisado. Debemos lamentar únicamente que la presentación que hizo el compañero de la ULEC (Ulsan Labour Education Committe) sobre la historia del movimiento obrero en Corea, fuese tan larga que resultase imposible traducirla al inglés por lo que no hemos podido tener conocimiento de ella. Esperamos que los compañeros puedan finalmente preparar y traducir una versión más corta de este texto que reseñe los aspectos más importantes.
[14]) De hecho durante la revolución en Alemania, los sindicatos fueron los peores enemigos de los soviets. Para una reseña de estos hechos ver los artículos publicados en Revista internacional nº 80-82.
[15]) Ver los artículos que hemos dedicado recientemente a la revolución de 1905 en Revista internacional nos 120, 122, 123 y 125. rint/2005/120_1905.html y sucesivos.
[16]) Respecto a este tema puede consultarse por ejemplo “Revuelta en la periferia de las ciudades francesas: ante la desesperación sólo la lucha obrera puede ofrecer un porvenir” (ap/2005/185_revoltes.html), así como “La mistificación de los ‘piqueteros’ de Argentina” (rint/2004/119_piquetes.html [325]), publicada en la Revista internacional nº 119.
Hemos de decir también que emperrarse en hablar de “desaparición de las grandes concentraciones obreras industriales” puede resultar algo surrealista en Ulsan, donde sólo en una factoría de Hyundai ¡trabajan 20 mil obreros!.
[17]) La idea de que ha sido el “trabajo precario” lo que ha llevado al descubrimiento de los “piquetes” como “nueva forma de lucha” no tiene ninguna base histórica. Este tipo de piquetes (es decir delegaciones de trabajadores en lucha que recorren otros centros de trabajo para que los obreros de estos se sumen al combate) tienen ya una larga tradición. Ciñéndonos únicamente a las experiencias en Gran Bretaña podemos decir que estos piquetes se hicieron ya famosos durante dos importantes luchas de los años 70: la de los mineros de 1972 y 1974 en la que los mineros enviaron piquetes a las centrales eléctricas, o la de los trabajadores de la construcción de 1972, en la que se organizaron delegaciones que extendieron la huelga en otros “tajos”. Tampoco puede decirse que sea una novedad histórica la existencia de mano de obra precaria. Podemos citar el ejemplo de la creación en 1889 por parte del sindicalista revolucionario Tom Mann de la llamada “General Labourers’ Union” basada esencialmente en grandes masas de trabajadores no cualificados con empleos precarios sobre todo en los puertos. Hay que decir que tanto Engels como una hija de Marx (Eleonor) se implicaron a fondo en impulsar ese sindicato.
[18]) Ver en Acción proletaria nº 189. “Huelga del metal en Vigo: los métodos proletarios de lucha” ccionline/2006/vigo.htm [326].
[19]) Los comunistas “no establecen principios especiales según los cuales pretendan moldear el movimiento proletario. Los comunistas solo se diferencian de los demás partidos proletarios por la circunstancia de que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios destacan y hacen valer los intereses comunes de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, por el hecho de que, en las diferentes fases de desarrollo que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento general. Por consiguiente, los comunistas son, prácticamente, la parte más decidida de los partidos obreros de todos los países, la que siempre impulsa hacia adelante; teóricamente llevan al resto del proletariado la ventaja de su comprensión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario” (el Manifiesto comunista).
[20]) Puede consultarse en "Declaración internacionalista contra la amenaza de guerra en Corea [327]".
[21]) “Obrero socialista”. A pesar de este nombre, ese grupo no tiene nada que ver con el “Socialist Workers’ Party” británico. Queremos disculparnos por anticipación ante este compañero por si no hubiéramos interpretado adecuadamente su razonamiento, debido, quizás, a la barrera del lenguaje.
[22]) El hecho de que en esta Conferencia los internacionalistas hicieran oír su voz frente a la amenaza que la guerra representa, es, a nuestro parecer, un verdadero paso adelante en comparación con las Conferencias de la Izquierda comunista de los años 1970 en las que los demás participantes – y especialmente Battaglia comunista y la CWO – se negaron a redactar una toma de posición conjunta contra la invasión de Afganistán por parte de la URSS.
[23]) Según PI tendríamos que ir “más allá de la Izquierda comunista”. Desde luego nadie, y menos aún los grupos que hemos mencionado, puede pretender haber dicho la última palabra sobre estas u otras cuestiones. La historia avanza hacia delante y si volvemos atrás es para comprenderla mejor. Pero es imposible construir un edificio sin poner buenos cimientos, y desde nuestro punto de vista los únicos cimientos sobre los que puede edificarse son los que establecieron nuestros predecesores de la Izquierda comunista. La lógica de la posición de PI es despreciar la historia de la que procedemos y declarar por tanto que “conmigo empieza la historia”. Pero por mucho que a PI le disguste, lo cierto es que este pensamiento es una simple variante de la posición bordiguista que afirma que sólo el “partido” (o en el caso del BIPR, “el Buró”) es la única fuente de sabiduría, y que no tiene nada que aprender de nadie más.
[24]) Esta cuestión del desarrollo de la futura organización internacional fue objeto de polémica entre la CCI y el BIPR en los años 1980, cuando el BIPR postulaba que una organización internacional solo podría ser construida sobre la base de organizaciones políticas independientes preexistentes en distintos países. Hoy la práctica real del movimiento internacionalista echa por tierra esa teoría, y supone una confirmación más de la bancarrota teórica y práctica del BIPR.
En este numero de la Revista internacional, reproducimos el segundo artículo de Bilan n° 31 (mayo-junio de 1936) de la serie “Los problemas del período de transición”, escrita, en francés, por Mitchell. Tras haber expuesto en el primer artículo de esta serie (publicado en la Revista internacional n° 128), las condiciones históricas generales de la revolución proletaria, Mitchell expone la evolución de la teoría marxista sobre el Estado, en estrecha relación con los momentos más importantes de la lucha de la clase obrera contra el capitalismo – 1848, la Comuna de Paris y la Revolución rusa. Siguiendo los pasos de El Estado y la Revolución (1917) de Lenin, Mitchell muestra cómo se fue clarificado progresivamente en el proletariado la cuestión de sus relaciones con el Estado durante esas experiencias fundamentales: desde la idea general de que el Estado, instrumento de opresión de una clase por otra, tenía que desaparecer necesariamente en la sociedad comunista, hasta las etapas más concretas de comprender cómo iba a llegar el proletariado a esa meta, destruyendo el orden burgués y construyendo en su lugar una nueva forma de Estado destinado a extinguirse y un período de transición más o menos largo. Los estudios de Mitchell pudieron ir más allá de la comprensión que alcanzó Lenin en su libro, al haber podido tener en cuenta las lecciones clave de la Revolución de Octubre y las terribles dificultades que tuvo que encarar a causa de su aislamiento internacional: ante todo, la necesidad de evitar toda identificación entre proletariado, sus órganos de clase propios (que Mitchell enumera: soviets, partido y sindicatos) y el conjunto del aparato del Estado de transición que es, por definición, una plaga heredada de la vieja sociedad, inevitablemente más vulnerable al peligro de corrupción y de degeneración. En esto, el partido bolchevique se había equivocado por completo al haber identificado, primero, la dictadura del proletariado con el Estado de transición, y por haberse ido identificando cada vez más a sí mismo con dicho Estado.
Producto de un proceso intenso de reflexión y de clarificación, el texto de Mitchell contiene, sin embargo, algunas debilidades de la Izquierda comunista italiana y belga de los años 1930, pero también contiene lo que hace su fuerza: así, aunque argumenta que el partido no debía fundirse en el Estado, el texto sigue sosteniendo que la tarea del partido es ejercer la dictadura del proletariado; o, también, aunque empieza planteando claramente que la colectivización de los medios de producción no es algo idéntico al socialismo, acaba defendiendo que la economía de la URSS, al estar colectivizada, no era en aquel entonces un Estado capitalista, aún reconociendo, claro está, que el proletariado ruso estaba sometido a la explotación capitalista. Ya hemos examinado ampliamente esas contradicciones en artículos anteriores (“El enigma ruso y la Izquierda comunista de Italia, 1933-1946” en Revista internacional nº 106 y “Los años 1930 – el debate sobre el período de transición”, en Revista internacional nº 127), pero esas debilidades no reducen la claridad del conjunto de este texto que sigue siendo una contribución de primer orden a la teoría marxista del Estado.
En nuestra introducción creemos haber despejado la idea esencial de que no existe ni puede existir sincronía alguna entre la madurez histórica de la Revolución proletaria y su madurez tanto material como cultural. Vivimos en la era de las revoluciones proletarias porque el progreso social no puede continuar si no desaparece el antagonismo de clase, que hasta ahora había sido la base de ese progreso en un tiempo que debe considerarse como la prehistoria del género humano.
Sin embargo, la apropiación colectiva de las riquezas creadas por la sociedad burguesa solo suprime la contradicción entre la forma social de las fuerzas productivas y su apropiación privada. No es más que el requisito indispensable para el desarrollo posterior de la sociedad. No acarrea de por sí ningún tipo de progreso social. No comporta por sí misma ninguna solución constructiva del socialismo, como tampoco puede alcanzar de entrada la desaparición de todas las desigualdades sociales.
La colectivización de los medios de producción e intercambio, que es un punto de partida, no es el socialismo, sino su requisito fundamental. Solo es una solución jurídica a las contradicciones sociales y, por sí misma no compensa, ni mucho menos, las carencias materiales y espirituales que el proletariado hereda del capitalismo. La Historia “sorprende” al proletariado, al obligarlo a llevar a cabo su misión en una falta de preparación que ni el idealismo más firme ni el mayor dinamismo revolucionarios podrán transformarse de entrada para hacerlo plenamente capaz de resolver todos los problemas, tan complejos y temibles, que irán surgiendo.
Tanto antes como después de la conquista del poder, el proletariado debe compensar la inmadurez histórica de su conciencia apoyándose en su partido, que sigue siendo su guía y educador en el período de transición entre el capitalismo y el comunismo. De igual modo, el proletariado sólo recurriendo al Estado podrá compensar la insuficiencia temporal de las fuerzas productivas legada por el capitalismo, órgano de coacción, “azote que el proletariado hereda en su lucha por alcanzar su dominación de clase pero cuyos peores efectos deberá atenuar lo más posible, como lo hizo la Comuna, hasta el día en que una generación educada en una sociedad de hombres libres e iguales pueda quitarse de encima todo el fárrago gubernamental” (Engels).
La necesidad de “tolerar” el Estado durante la fase transitoria que se extiende entre capitalismo y comunismo, se debe al carácter específico de ese período definido por Marx en su Crítica al programa de Gotha:
«Estamos ante una sociedad comunista no como se habría desarrollado con sus propias bases, sino tal como acaba de surgir, al contrario, de la sociedad capitalista; es, por consiguiente, una sociedad que, en todas sus relaciones: económica, moral, intelectual, lleva todavía los estigmas de la antigua sociedad de la que ha salido”.
Examinaremos cuáles son esos estigmas cuando analicemos las categorías económicas y sociales que la economía proletaria hereda del capitalismo, pero que están abocadas a “extinguirse” al mismo tiempo que el Estado proletario.
Evidentemente, sería vano ocultarse el peligro mortal que es para la revolución proletaria, la supervivencia de esa servidumbre que es el Estado, incluso obrero. Pero partir de la existencia en sí de ese Estado para concluir que la degeneración de la Revolución era inevitable, equivaldría a dejar de lado la dialéctica histórica y renunciar a la propia Revolución.
Por otro lado, subordinar el estallido de la Revolución a la capacidad plena de las masas para ejercer el poder, sería poner patas arriba los elementos del problema histórico tal como se plantea, negar, en resumen, la necesidad del Estado transitorio así como la del partido. Ese postulado adopta, en definitiva, el mismo postulado que basa la Revolución en la “madurez” de las condiciones materiales que hemos examinado en la primera parte de este estudio.
Hemos de volver más tarde a tratar el tema de la capacidad de gestión por parte de las masas proletarias.
Si el proletariado victorioso se ve obligado, por las condiciones históricas, a tener que soportar un Estado durante un período más o menos prolongado, debe saber qué Estado será ese.
El método marxista permite, por un lado, descubrir el significado del Estado en las sociedades divididas en clases, definir su naturaleza y, por otro lado, mediante un análisis de las experiencias revolucionarias vividas a lo largo del último siglo por el proletariado, determinar el comportamiento de éste hacia el Estado burgués.
Marx y sobre todo Engels limpiarán la noción de Estado de su ganga idealista. Al poner al descubierto la verdadera naturaleza del Estado, descubrieron que no era sino un instrumento de sometimiento en manos de la clase dominante en una sociedad determinada, que sólo servía para proteger los privilegios económicos y políticos de esa clase e imponer, por la coacción y la violencia, las reglas jurídicas correspondientes al modo de propiedad y de producción en que se basaban esos privilegios; y que, en fin, el Estado no es sino la expresión de la dominación de una minoría sobre la mayoría de la población. El armazón del Estado es a la vez la concreción de la escisión en clases de la sociedad, su fuerza armada y sus órganos de coerción. Estos se situaron por encima de la masa del pueblo, se opusieron a ella, imposibilitando que la clase oprimida mantuviera su propia organización “espontánea” de defensa armada. La clase dominante no podía tolerar la coexistencia de sus propios instrumentos represivos con una fuerza armada del pueblo.
Sólo algunos ejemplos sacados de la Historia de la sociedad burguesa: en Francia, la revolución de febrero de 1848 armó a los obreros “los cuales se constituyeron como fuerza en el Estado” (Engels); la única preocupación de la burguesía era cómo desarmarlos; los provocó liquidando los talleres nacionales y acabó aplastándolos durante el levantamiento de junio. En Francia también, después de septiembre de 1870, se formó, para la defensa del país, una guardia nacional, compuesta en su gran mayoría de obreros: “El antagonismo entre el gobierno, en el que prácticamente solo había burgueses, y el proletariado en armas, estalló inmediatamente… Armar París era armar la Revolución. Para Thiers, la dominación de las clases poseedoras estaría amenazada mientras los obreros parisinos siguieran armados. Desarmarlos fue su principal preocupación” (Engels).
Y por eso ocurrió lo del 18 de marzo y la Comuna.
Pero una vez desvelado el “secreto” del Estado burgués (ya fuera monárquico o republicano, autoritario o democrático), el proletariado debía definir su propia política hacia él. El método experimental del marxismo le proporcionó los medios.
En la época del Manifiesto comunista (1847), Marx dejó bien clara la necesidad para el proletariado de conquistar el poder político, de organizarse como clase dominante, pero sin poder precisar si se trataba para el proletariado de fundar su propio Estado. Marx ya previó la desaparición de todo tipo de Estado con la abolición de las clases, pero no pudo ir más allá de una formulación general, abstracta todavía. La experiencia francesa 1848-1851 proporcionó a Marx la sustancia histórica que iba a reforzar en él la idea de la destrucción del Estado burgués, sin permitirle sin embargo delimitar los contornos del Estado proletario que debía sustituirlo. El proletariado aparece como la primera clase revolucionaria en la historia a la que incumbe la necesidad de aniquilar la máquina burocrática y policíaca, cada día más centralizada, utilizada hasta entonces por todas las clases explotadoras para aplastar a las masas explotadas. En su 18 de Brumario, Marx subrayó que “todas las revoluciones políticas no han hecho otra cosa que perfeccionar esa máquina en lugar de destruirla.” El poder centralizado del Estado, con sus órganos represivos, tiene su origen en la monarquía absoluta; la burguesía naciente lo usó para luchar contra el feudalismo. Lo que hizo la Revolución francesa fue desembarazarlo de las últimas trabas feudales y el Primer Imperio finalizó el Estado moderno. La sociedad burguesa desarrollada transformó el poder central en una máquina de opresión del proletariado. ¿Por qué nunca fue destruido el Estado por ninguna de las clases revolucionarias, sino que fue conquistado? Marx dio la explicación fundamental en el Manifiesto: “los medios de producción y de cambio, en cuyas bases se formó la burguesía, se crearon dentro de la sociedad feudal”. La burguesía, sobre posiciones económicas conquistadas gradualmente, no necesitó destruir una organización política en la que había conseguido instalarse. No tuvo que suprimir ni la burocracia, ni la policía, ni las fuerzas armadas, sino que sometió esos instrumentos de opresión a sus propios fines, pues la revolución política lo único que hizo fue sustituir jurídicamente una forma de explotación por otra forma de explotación.
En cambio, el proletariado es una clase que expresa los intereses de la Humanidad y no unos intereses particulares que pudieran integrarse en un Estado basado en la explotación: “Los proletarios no tienen nada propio que consolidar; solo tienen que destruir todo cuanto, hasta el presente, ha asegurado y garantizado la propiedad privada” (el Manifiesto). La Comuna de Paris fue la primera respuesta histórica, tan imperfecta todavía, a la pregunta de saber en qué podría diferenciarse el Estado proletario del Estado burgués: la dominación de la mayoría sobre la minoría desposeída de sus privilegios hacía inútil el mantenimiento de una máquina burocrática y militar al servicio de intereses particulares, en cuyo lugar el proletariado imponía no solo su propio armamento – para quebrantar toda resistencia burguesa – sino una forma política que le permitiera acceder progresivamente a la gestión social. Por eso es por lo que “la Comuna ya no era un Estado en el sentido propio de la palabra” (Engels). Lenin subrayó “La Comuna consiguió – obra gigantesca – sustituir ciertas instituciones por otras basadas en principios radicalmente diferentes”.
Pero no por eso deja el Estado proletario de conservar el carácter fundamental de cualquier Estado: sigue siendo un órgano de coerción que, aunque asegure la dominación de la mayoría sobre la minoría, es incapaz de suprimir ni siquiera temporalmente el derecho burgués; es, según la expresión de Lenin “un Estado burgués sin burguesía” que, so pena de volverse contra el proletariado, debía ser mantenerse bajo el control directo de éste y de su partido.
La teoría de la dictadura del proletariado, esbozada en el Manifiesto, pero que extrajo de la Comuna de 1871 sus primeros materiales históricos — superpuso a la noción de destrucción del Estado burgués, la idea de la extinción del Estado proletario. Esa idea de la desaparición de todo Estado se encuentra ya en Marx de forma embrionaria, en su Miseria de la Filosofía; pero fue sobre todo Engels quien la desarrolló en el Origen de la propiedad y el Anti-Dühring y, después, sería brillantemente comentada por Lenin en el Estado y la Revolución. En cuanto a la distinción fundamental entre destrucción del Estado burgués y extinción del Estado proletario, ya la hizo con suficiente fuerza Lenin para no necesitar insistir en ella aquí, sobre todo porque lo que hemos dicho antes no deja lugar a ningún equívoco al respecto.
Lo que debe retener nuestra atención es que el postulado de la extinción del Estado proletario tendrá que ser la clave del contenido de las revoluciones proletarias. Ya hemos dicho que éstas surgen en un medio histórico que obliga al proletariado victorioso a soportar todavía un Estado, aunque ya no pueda ser “sino un Estado que se extingue, o sea constituido de tal modo que empieza ya, de inmediato, a extinguirse y no pueda sino irse extinguiendo” (Lenin).
El gran mérito del marxismo fue haber demostrado irrefutablemente que el Estado no fue nunca un agente autónomo de la historia, sino que es el producto de la sociedad dividida en clases – la clase precede al Estado – y que desaparecerá cuando desaparezcan las clases. Tras la disolución del comunismo primitivo, el Estado ha seguido existiendo bajo una forma más o menos evolucionada porque se ha ido superponiendo necesariamente a una forma de explotación del hombre por el hombre. Pero tendrá necesariamente que morir al cabo de una evolución histórica que hará que toda opresión, toda coacción acaben siendo superfluas, que habrá eliminado el “derecho burgués” y, según la expresión de Saint-Simon “la política acabará siendo absorbida totalmente en la economía”.
La ciencia marxista, no obstante, no había podido elaborar la solución al problema de saber cómo y con qué proceso iba a desaparecer el Estado, problema condicionado a su vez por el de la relación entre el proletariado y “su” Estado.
La Comuna – esbozo de la dictadura del proletariado –, fue una experiencia formidable que no evitó ni la derrota ni la confusión, porque, por un lado, surgió en un período de inmadurez histórica y, por otro, le faltó la dirección teórica, el partido. Por eso sólo aportó algunos de los primeros elementos de las relaciones entre Estado y Proletariado.
Marx, en 1875, en su Crítica al programa de Gotha tuvo que limitarse a la pregunta: “¿A qué transformación se someterá el Estado en una sociedad comunista?” (Marx habla aquí del período de transición, ndlr) “¿Qué funciones sociales se mantendrán que sean análogas a las funciones actuales del Estado? Esta cuestión sólo podrá resolverla la ciencia y no será adjuntando de mil modos y maneras la palabra Pueblo a la palabra Estado como se hará avanzar el problema”.
En la Comuna, Marx vio sobre todo una forma de liberación, mientras que las antiguas formas eran sobre todo represivas; “... la forma política, por fin encontrada en la que es posible realizar la emancipación del trabajo” (la Guerra civil). Pero sólo pudo plantear las bases del problema capital: la iniciación y la educación de las masas, las cuales habrían de quitarse de encima progresivamente el dominio del Estado para hacer coincidir al fin la muerte de éste con la realización de la sociedad sin clases. La Comuna ya puso algunos jalones en ese camino. Mostró que aunque no pudiera el proletariado suprimir de entrada el sistema de delegaciones de poder, “tenía que tomar sus precauciones contra sus propios subordinados y sus propios funcionarios, declarándolos amovibles a todos sin excepción y en todo momento” (Engels). Y para Marx, “nada podía ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal (para la designación de mandatarios, ndlr) por un sistema de nombramientos jerárquicos.”
La elaboración teórica tuvo que limitarse a eso. Y cuarenta años más tarde, Lenin tampoco habrá avanzado mucho en ese ámbito. En el Estado y la Revolución, Lenin se limitará a fórmulas banales y sumarias, se limitará a subrayar la necesidad de “transformar las funciones del Estado en funciones de control y de registro tan sencillas que estén al alcance de la gran mayoría de la población y poco a poco de la población entera”. Sólo podrá limitarse, como Engels, a enunciar a qué corresponderá la desaparición del Estado, es decir a la era de la libertad verdadera al mismo tiempo que la del fin de la democracia, la cual habrá perdido todo significado social. Sobre el proceso con el que se eliminarán todas las servidumbres que hayan quedado como escombros del capitalismo, Lenin constatará que “queda abierta la cuestión del momento y de las formas concretas de esa muerte del Estado, pues no poseemos ningún dato que pueda ayudarnos a zanjarla.”
Quedaba así por resolver el problema de la gestión de una economía y de un Estado proletarios que se llevara a cabo en función de la revolución internacional. El proletariado ruso estaba desprovisto de elementos para solucionar políticamente ese problema en el momento en que se lanzó en Octubre de 1917 a la experiencia histórica más extraordinaria. Los bolcheviques sintieron inevitablemente cómo pesaba sobre ellos el peso aplastante de esa carencia histórica durante las tentativas para delimitar las relaciones entre Estado y Proletariado.
Con la distancia con la que hoy podemos observar la experiencia rusa, aparece que probablemente si los bolcheviques y la Internacional hubieran podido tener una visión clara de esa tarea capital, el reflujo revolucionario en Occidente, por considerable que hubiera sido ese impedimento para el desarrollo de la Revolución de octubre, no habría alterado su carácter internacionalista, no habría provocado su ruptura con el proletariado mundial al haberla llevado al atolladero del “socialismo en un solo país”.
El Estado soviético, en medio de unas terribles dificultades contingentes, no fue considerado esencialmente por los bolcheviques como un “azote que el proletariado hereda… cuyos peores efectos deberá atenuar lo más posible”, sino como un organismo que podía identificarse totalmente con la dictadura proletaria, o sea el Partido.
Eso acabó alterando la base de la dictadura del proletariado, que no era ya el Partido, sino el Estado, el cual, tras el cambio en la relación de fuerzas que llegaría después, acabaría evolucionando no hacia su extinción, sino hacia el reforzamiento de su poder de coerción y represivo. Tras haber sido instrumento de la Revolución mundial, el Estado proletario acabaría siendo inevitablemente un arma de la contrarrevolución mundial.
Marx, Engels y sobre todo Lenin insistieron en muchas ocasiones en la necesidad de oponer al Estado proletario su antídoto proletario, capaz de impedir la degeneración. Sin embargo, la Revolución rusa, lejos de asegurar el mantenimiento y la vitalidad de las organizaciones de clase del proletariado, las esterilizó incorporándolas al aparato estatal, devorándoles su propia sustancia.
Incluso en el pensamiento de Lenin, la noción de “dictadura del Estado” acabó siendo predominante. A finales de 1918, por ejemplo, en su polémica con Kautsky (la Revolución proletaria…) no fue capaz de disociar dos nociones opuestas: Estado y dictadura del proletariado. Replicó victoriosamente a Kautsky en la definición de la dictadura del proletariado, de su significado fundamental de clase (“todo el poder a los soviets”); pero la necesidad de destruir el Estado burgués y derrotar la clase dominante, la vinculó a la transformación de las organizaciones proletarias en organizaciones estatales. Es cierto que esa afirmación no era nada absoluta, pues se refería a la fase de la guerra civil y de derrocamiento de la dominación burguesa y que Lenin se refería a los soviets que sustituían, como instrumento de opresión sobre la burguesía, al aparato de Estado de ésta.
La dificultad enorme de una orientación justa en las relaciones entre el Estado y el proletariado, que Lenin no pudo solventar, venía precisamente de esa doble necesidad contradictoria de mantener un Estado, órgano de coacción económica y política bajo el control del proletariado (y por lo tanto de su partido), mientras que, por otro lado, había que asegurarse la participación cada vez más amplia de las masas en la gestión y la administración de la sociedad proletaria, y eso cuando precisamente esa participación no podía realizarse transitoriamente sino en el seno de organismos estatales, corruptibles por naturaleza.
La experiencia de la Revolución rusa muestra al proletariado lo difícil y compleja que es la tarea de construir un clima social en el que pueda florecer la actividad y la cultura de las masas.
La controversia sobre la Dictadura y la Democracia se concentró precisamente en ese problema cuya solución debía ser la clave de las revoluciones proletarias. Hay que subrayar al respecto que las consideraciones opuestas de Lenin y Luxemburg sobre la “democracia proletaria”, procedían de la misma preocupación común: crear las condiciones de una expansión constante de las capacidades de las masas. Para Lenin, no obstante, el concepto de democracia, incluso proletaria, implicaba opresión inevitable de una clase sobre otra, ya fuera la de la dominación burguesa sobre el proletariado o la dictadura del proletariado sobre la burguesía. Y la “democracia” desaparecería, como ya dijimos, en el momento en que se realizara plenamente con la extinción de las clases y del Estado, o sea en el momento en el que el concepto de libertad cobrara su significado pleno.
A la idea de Lenin de una democracia “discriminatoria”, Rosa Luxemburg (la Revolución rusa) oponía la de la “democracia sin límites” que para ella era la condición necesaria de una “participación sin trabas de las masas populares” en la dictadura del proletariado. Esta solo podría ejercerse mediante el ejercicio total de las libertades “democráticas”: libertad ilimitada de prensa, libertad política entera, parlamentarismo (aunque, después, en el programa de Spartacus, el futuro parlamentarismo estará subordinado al de la Revolución).
La preocupación principal de Rosa Luxemburg, la de que la máquina estatal no entorpeciera el florecimiento de la vida política del proletariado y su participación activa en las tareas de la dictadura, le impidió percibir el papel fundamental que le incumbe al Partido, pues ella llegó hasta oponer Dictadura de clase y Dictadura de partido. Su gran mérito fue, sin embargo, el de haber opuesto, como ya lo había hecho Marx para la Comuna, el contenido social de la dominación burguesa al de la dominación proletaria: “la dominación de clase de la burguesía no necesitaba una instrucción y una educación políticas de toda la masa del pueblo o, al menos, no más allá de unos límites muy estrechos, mientras que para la dictadura proletaria, la educación política es algo vital, es el aire sin el cual no podría vivir”.
En el programa de Spartacus, Rosa volvió a integrar ese problema capital de la educación de las masas (cuya solución incumbía al partido) afirmando que : “la historia no nos hace tan fácil la tarea como lo fue para las revoluciones burguesas; no basta con echar abajo el poder oficial en el centro y sustituirlo por unos cuantos cientos de hombres nuevos. Tenemos que trabajar de abajo hacia arriba”.
La impotencia de los bolcheviques para mantener el Estado al servicio de la revolución
Impelido por el proceso contradictorio de la Revolución rusa, Lenin insistió constantemente en la necesidad de oponer un “correctivo” proletario y de los órganos de control obrero a la tendencia del Estado transitorio a dejarse corromper.
En su Informe al Congreso de los soviets de abril de 1918 en las Tareas inmediatas del poder soviético, insistía en la necesidad de vigilar constantemente la evolución de los soviets y del poder soviético:
“existe la tendencia pequeñoburguesa a convertir a los miembros de los Soviets en “parlamentarios” o, de otro lado, en burócratas. Hay que luchar contra esto, haciendo participar prácticamente a todos los miembros de los Soviets en la gobernación del país”.
Con ese fin, Lenin proponía el objetivo...
“de hacer participar a toda la población pobre en la gobernación del país, (…) Nuestro objetivo es lograr que cada trabajador, después de “cumplir la tarea” de ocho horas de trabajo productivo, desempeñe de modo gratuito las funciones estatales. El paso a este sistema es particularmente difícil, pero sólo en él reside la garantía de la consolidación definitiva del socialismo. Como es natural, la novedad y las dificultades del cambio suscitan abundancia de pasos dados a tientas, por decirlo así, originan multitud de errores y cavilaciones, sin los cuales no puede haber ningún movimiento rápido de avance. La originalidad de la situación actual consiste, desde el punto de vista de muchos que desean considerarse socialistas, en que la gente se ha acostumbrado a oponer en forma abstracta el capitalismo al socialismo, intercalando entre uno y otro, con aire grave, la palabra ‘salto’”.
Si en el mismo Informe, Lenin se vio en la obligación de legitimar los poderes dictatoriales individuales, era la expresión no solo de una muy sombría situación contingente causante del “comunismo de guerra”, sino también del contraste ya mencionado entre, por un lado, un régimen necesario de coacción aplicado por la máquina estatal, y, por otro, para salvaguardar la dictadura proletaria, la necesidad de reducir ese régimen mediante la actividad creciente de las masas.
«Cuanto mayor sea, decía Lenin, la decisión con que debamos defender hoy la necesidad de un Poder firme e implacable, de la dictadura unipersonal para determinados procesos de trabajo, en determinados momentos del ejercicio de funciones puramente ejecutivas, tanto más variadas habrán de ser las formas y los métodos de control desde abajo, a fin de paralizar toda sombra de posible deformación del Poder soviético, a fin de arrancar repetida e infatigablemente la mala hierba burocrática”.
Pero tres años de guerra civil y la necesidad vital de una recuperación económica impidieron a los bolcheviques buscar una línea política clara sobre las relaciones entre órganos estatales y proletariado. No es que no hubieran intuido el peligro mortal que amenazaba el curso de la Revolución. El programa del VIIIº Congreso del Partido ruso de marzo de 1919 hablaba del peligro de renacimiento parcial de la burocracia que estaba ocurriendo en el seno del régimen soviético, y eso mucho antes de que todo el antiguo aparato burocrático zarista hubiera sido destruido de arriba abajo por los Soviets. El IXº Congreso de diciembre de 1920 volvió a tratar una vez más de la cuestión burocrática. Y en el Xº congreso, el de la NEP, Lenin discutió largamente sobre el tema para acabar en esta conclusión: que las raíces económicas de la burocracia soviética no tenían bases militares y jurídicas como en el aparato burgués, sino que tenía sus bases en el sector de los servicios; que la burocracia volvió a brotar sobre todo en el período de “comunismo de guerra”, plasmando así lo “negativo” de ese período, siendo en cierto modo la consecuencia que había que pagar por la necesidad de una centralización dictatorial que otorgaba el control al burócrata. Tras un año de Nueva Economía Política (NEP), Lenin, en el XIº Congreso [del PC (b) de Rusia, 1922], subrayó con fuerza la contradicción histórica que se plasmaba en la obligación para el proletariado de tomar el poder utilizándolo en medio de una falta de preparación ideológica y cultural: “tenemos suficiente poder político, absolutamente suficiente; a nuestra disposición tenemos también suficientes medios económicos, pero es insuficiente la capacitación de esa vanguardia de la clase obrera que está llamada a administrar directamente, a determinar, a deslindar los límites, a subordinar y no ser subordinada. Para esto solo hace falta capacitación, cosa que no tenemos. Esta es una situación sin precedentes en la historia…”.
A propósito del capitalismo de Estado que no hubo más remedio que aceptar, Lenin exhortaba al partido: “Sed capaces vosotros, comunistas, vosotros, obreros, parte consciente del proletariado que os habéis encargado de dirigir el Estado, sed capaces de hacer que Estado que tenéis en vuestras manos actúe a voluntad vuestra... el Estado se encuentra en nuestras manos, pero ¿ha actuado en la nueva política económica durante este año a nuestra voluntad? No. (…) ¿Y cómo ha actuado? Se escapa el automóvil de entre las manos; al parecer, hay sentada en él una persona, que lo guía, pero el automóvil no marcha hacia donde lo guían, sino donde lo conduce alguien, algo clandestino, o algo que está fuera de la ley, o que Dios sabe de dónde habrá salido, o tal vez unos especuladores, tal vez unos capitalistas privados o tal vez unos y otros; pero el automóvil no marcha justamente como se lo imagina el que va sentado al volante, y muy a menudo marcha de manera completamente distinta”.
Lenin, al plantear la tarea de “construir el comunismo con manos no comunistas”, no hacía sino retomar uno de los elementos del problema central que debía resolver la Revolución proletaria. Al afirmar que el partido debía dirigir por el camino marcado por él la economía que gestionaban “otros”, lo que hacía era oponer la función del partido a la función, divergente, del aparato estatal.
Salvar la Revolución rusa y mantenerla en los raíles de la revolución mundial no era algo condicionado por la ausencia de la mala hierba burocrática – tumor que acompaña inevitablemente el período transitorio – sino por la presencia vigilante de organismos proletarios en los que pudiera ejercerse la actividad educadora del Partido, a la vez que conservaba, a través de la Internacional, la visión de sus tareas internacionalistas. Este problema capital no pudieron resolverlo los bolcheviques a causa de una serie de circunstancias históricas y porque no disponían todavía del capital experimental y teórico indispensable. La aplastante presión de los acontecimientos contingentes les hizo perder de vista la importancia que podía tener la conservación de Soviets y Sindicatos como organizaciones existentes junto al Estado, controlándolo pero sin incorporarse en él.
La experiencia rusa no pudo demostrar en qué medida los Soviets habrían podido ser, según la expresión de Lenin “la organización de los trabajadores y de las masas explotadas, a quienes los soviets darían la posibilidad de organizar y gobernar el Estado por sí mismos”; en qué medida habrían podido concentrar “el legislativo, el ejecutivo y lo judicial”, si el centrismo ([1]) no los hubiera castrado de su potencia revolucionaria.
Haya sido como haya sido su destino, los Soviets aparecieron como la forma en Rusia de la dictadura del proletariado, pero no como algo específico, pues adquirieron un valor internacional. Lo adquirido, desde un punto de vista experimental, es que, en la fase de destrucción de la sociedad zarista, los Soviets fueron el armazón de la organización armada con la que los obreros rusos sustituyeron la maquinaria burocrática y militar y la autocracia y que después dirigirían contra la reacción de las clases expropiadas.
En cuanto a los sindicatos, su función quedó alterada en el proceso mismo de degeneración de todo el aparato de la dictadura proletaria. En la Enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo (1920), Lenin ponía de relieve toda la importancia de los sindicatos mediante los cuales “el partido está ligado de manera estrecha a la clase y a las masas y a través del cual se ejerce, bajo la dirección del partido, la dictadura de clase”. Al igual que antes de la conquista del poder :
“el partido debe consagrarse más, y de un modo nuevo y no sólo por los procedimientos antiguos, a educar a los sindicatos, a dirigirlos, sin olvidar a la vez que éstos son y serán durante mucho tiempo una necesaria “escuela de comunismo”, una escuela preparatoria de los proletarios para la realización de su dictadura, la asociación indispensable de los obreros para el paso gradual de la dirección de toda la economía del país a manos de la clase obrera (y no de unas u otras profesiones), primero, y a manos de todos los trabajadores, después”.
La cuestión del papel de los sindicatos tomó una amplitud a finales de 1920. Trotski, basándose en la experiencia que había realizado en el ámbito de los transportes, consideraba que los sindicatos debían ser organismos de Estado encargados de mantener la disciplina del trabajo y asegurar la organización de la producción, llegando incluso a proponer su supresión, pretendiendo que en un Estado obrero, eran una repetición de los órganos del Estado…!
La discusión volvió a saltar en el Xº Congreso del Partido, en marzo de 1921, bajo la presión de los acontecimientos (Cronstadt). La idea de Trotski chocó tanto con la Oposición obrera, dirigida por Shliápnikov y Kolontai, que proponía que se confiara a los sindicatos la gestión y la dirección de la producción, como con la de Lenin, quien consideraba la estatalización de los sindicatos como algo prematuro, estimando que “al no ser obrero el Estado, sino obrero y campesino con numerosas deformaciones burocráticas”, los sindicatos tenían que defender los intereses obreros contra dicho Estado. Pero en la tesis defendida por Lenin se recalcaba que el desacuerdo con la tesis de Trotski no era por cuestiones de principio, sino que se debía a consideraciones circunstanciales.
El que Trotski saliera derrotado en ese Congreso, no significó, ni mucho menos, que la confusión se hubiera disipado sobre el el papel que los sindicatos debían desempeñar en la dictadura proletaria. En efecto, las tesis del IIIer Congreso de la Internacional comunista (IC) reproducían esa confusión diciendo, por un lado, que:
“antes, durante y después de la conquista del poder, los sindicatos siguen siendo una organización más amplia, más masiva, más general que el partido y, con relación a éste, desempeñan, en cierto modo, la misma función que la circunferencia respecto al centro”,
y también que :
“los comunistas y los simpatizantes deben formar dentro de los sindicatos agrupaciones comunistas enteramente subordinadas al partido comunista en su conjunto”.
Y además:
“tras la conquista y el afianzamiento del poder proletario, la acción de los sindicatos se desplaza sobre todo hacia el ámbito de la organización económica, dedicando casi todas sus fuerzas a construir el edificio económico sobre bases socialistas, convirtiéndose así en una verdadera escuela práctica de comunismo”.
Se sabe que, después, lo que pasó fue que los sindicatos no solo perdieron todo control sobre la dirección de las empresas, sino que se convirtieron en organismos encargados de incrementar la producción y no de defender los intereses de los obreros. En “compensación”, el reclutamiento administrativo de la industria se hizo entre los dirigentes sindicales. El derecho de huelga se mantuvo “en teoría”, pero, en los hechos, las huelgas se enfrentaban a la oposición de direcciones sindicales.
El criterio firme que sirve de punto de apoyo para los marxistas para afirmar que el Estado soviético es un Estado degenerado, que ha perdido toda función proletaria, que se ha pasado al servicio del capitalismo mundial, se basa en esa verificación histórica de que la evolución del Estado ruso, de 1917 a 1936, no ha tendido, ni mucho menos, hacia su extinción, sino todo lo contrario, se fue orientando hacia su reforzamiento. Todo ello ha conducido, inevitablemente, a hacer de ese Estado un instrumento de opresión y de explotación de los obreros rusos. Asistimos a un fenómeno totalmente nuevo en la historia, resultado de una situación histórica sin precedentes: la existencia en el seno de la sociedad capitalista de un Estado proletario basado en la colectivización de los medios de producción, pero en el que se desarrolló un sistema social basado en una explotación desmedida de la fuerza de trabajo, sin que esa explotación pueda vincularse al predominio de una clase poseedora de los derechos jurídicos sobre la producción en la que ejercería su capacidad de decisión. Esa “paradoja” social no puede explicarse diciendo que existe una burocracia erigida en clase dominante (son dos nociones que se excluyen mutuamente desde el punto de vista del materialismo histórico); pero sí debe ser la expresión de una política que entregó el Estado ruso en manos de la ley que rige la evolución del capitalismo mundial que desemboca en la guerra imperialista. En el capítulo dedicado a la gestión de la economía proletaria, hemos de volver sobre el aspecto concreto de esa característica esencial de la degeneración del Estado soviético, según la cual el proletariado ruso es la víctima no sólo de una clase explotadora nacional, sino de la clase capitalista mundial; tal situación económica y política contiene evidentemente todas las primicias capaces de provocar mañana, en medio de la tormenta de la guerra imperialista, la restauración del capitalismo en Rusia, si le proletariado ruso no logra, con la ayuda del proletariado internacional, barrer todas las fuerzas que lo habrán precipitado al borde de la masacre.
Recordando lo que hemos dicho sobre las condiciones y el contexto histórico en los que nació el Estado proletario, es evidente que su extinción no puede concebirse como algo autónomo limitado al marco nacional, sino solo como expresión del desarrollo de la Revolución mundial.
El Estado soviético no podía extinguirse desde el momento en que el partido y la Internacional habían dejado de considerar la Revolución rusa como etapa o eslabón de la revolución mundial, otorgándole al contrario la tarea de construir el llamado “socialismo en un solo país”. Eso explica por qué el peso específico de los órganos estatales y la explotación de los obreros rusos se incrementaron con el desarrollo de la industrialización y de las fuerzas económicas, por qué la “liquidación de las clases” determinó no el debilitamiento del Estado, sino su fortalecimiento, expresándose en el restablecimiento de las tres fuerzas que forman el armazón del Estado burgués: la burocracia, la policía y el ejército permanente.
Esos hechos sociales no demuestran, ni mucho menos, que la teoría marxista sea falsa, una teoría que basa la revolución proletaria en la colectivización de las fuerzas productivas y la necesidad del Estado transitorio y de la dictadura del proletariado. Esos hechos son el fruto amargo de una situación histórica que impidió a los bolcheviques y a la Internacional someter el Estado a una política internacionalista y que, al contrario, hizo de ellos servidores del Estado contra el proletariado, metiéndolos en el camino del socialismo nacional. Los bolcheviques no consiguieron, en medio de las enormes dificultades que los acorralaban, formular una política que los hubiese protegido contra la confusión que se estableció entre el aparato estatal de represión, (que solo habría debido dirigirse contra las clases destituidas) y las organizaciones de clase del proletariado que habrían debido ejercer su control sobre la gestión administrativa de la economía. La desaparición de esos organismos obligó al Estado proletario, a causa de la realización del programa nacional, a dirigir sus organismos represivos tanto contra el proletariado como contra la burguesía para así asegurar el funcionamiento del aparato económico. El Estado, “calamidad inevitable” se volvió contra los obreros, a pesar de que nada justifica, por muy necesario que sea el “principio de autoridad” durante el período transitorio, el uso de la coacción burocrática.
El problema estribaba precisamente en no ensanchar más todavía el desfase entre la falta de preparación política y cultural del proletariado mismo y la obligación que el curso histórico le imponía de tener que gestionar un Estado. La solución debía tender, al contrario, a resolver esa contradicción.
Con Rosa Luxemburg nosotros afirmamos que en Rusia podía plantearse la cuestión de la forma de existencia del Estado proletario y la edificación del socialismo, pero no podía resolverse. Les incumbe a las fracciones marxistas extraer de la Revolución rusa las lecciones esenciales que permitirán al proletariado, en la oleada de las nuevas revoluciones, resolver los problemas de la revolución mundial y la instauración del comunismo.
(Continuará)
[1]) En la época en que se escribió este artículo (1936), la Izquierda italiana empleaba el término “centrismo” para designar lo que ya era la contrarrevolución, o sea el estalinismo (ndt).
Los primeros 14 años del siglo xx marcan el apogeo del capitalismo (la llamada “Belle Epoque”). La economía prosperaba sin cesar, los inventos y los descubrimientos científicos se encadenaban uno tras otro, una atmósfera de optimismo invadía la sociedad. El movimiento obrero se contagió de este ambiente acentuándose en su seno las tendencias reformistas y las ilusiones de llegar pacíficamente al socialismo a través de sucesivas conquistas ([1]).
Por todo ello, el estallido de la Primera Guerra mundial significó para los contemporáneos una brutal sacudida, una tremenda descarga eléctrica. Las dulces esperanzas de un progreso ininterrumpido se transformaron de repente en una terrible pesadilla. Una guerra de una brutalidad y una extensión inauditas llevaba a todas partes sus efectos devastadores: los hombres caían como moscas en el frente de batalla, los racionamientos, el estado de sitio, el trabajo militarizado, se implantaban en la retaguardia. El optimismo desbordante se transformó en un pesimismo paralizante.
Las organizaciones proletarias se vieron sometidas a una prueba brutal. Los acontecimientos se precipitaron a una velocidad de vértigo. En 1913 – pese a los densos nubarrones de las tensiones imperialistas – todo parecía de color de rosa. En 1914, estallaba la guerra. En 1915 empiezan las primeras respuestas proletarias contra la guerra. En 1917 se produce la Revolución en Rusia. Desde el punto de vista histórico, se trataba de lapsos de tiempo extremadamente cortos. La conciencia proletaria, que no tiene respuestas preparadas como recetas ante todas las situaciones sino que se basa en una reflexión y un debate en profundidad, se enfrentó a un enorme desafío. La prueba de la guerra y de la revolución – los dos acontecimientos decisivos de la vida contemporánea – se planteó en apenas tres años.
Ya hemos puesto de manifiesto en el primer artículo sobre la historia de la CNT ([2]) el atraso del capitalismo español y las convulsas contradicciones que lo atenazaban. España se declaró neutral ante la guerra y algunos sectores del capital nacional (sobre todo en Cataluña) hicieron suculentos negocios vendiendo a los dos bandos todo tipo de productos. Sin embargo, la guerra mundial golpeó duramente a las capas trabajadoras especialmente a través de una fuerte inflación. Al mismo tiempo, el elemental sentimiento de solidaridad ante los sufrimientos que afectaban a sus hermanos de los demás países, provocó una fuerte inquietud. Todo esto interpeló a las organizaciones obreras.
Sin embargo, las dos grandes organizaciones obreras que entonces existían – PSOE y CNT – reaccionaron de forma muy diferente. La mayoría del PSOE precipitó su integración definitiva en el Estado capitalista. En cambio, la mayoría de la CNT se orientó hacia una posición internacionalista y revolucionaria.
El Partido socialista (PSOE) profundizó su degeneración que estaba ya en curso en el periodo anterior ([3]): tomó partido claramente por el bando de la Entente (el eje franco-británico) e hizo del interés nacional su divisa ([4]). Con indignante cinismo, la memoria del Xº Congreso (octubre 1915) declaraba:
«Respecto a la guerra europea, desde el primer momento seguimos el criterio de Iglesias y de las circulares del comité nacional: las naciones aliadas defienden los principios democráticos contra el atropello bárbaro del imperialismo alemán, y por tanto, sin desconocer el origen capitalista de la guerra y el germen de imperialismo y militarismo que en todas las naciones existía, propugnamos la defensa de los países aliados».
Sólo una exigua minoría, bastante confusa y tímida, opuso un criterio internacionalista. Verdes Montenegro emitió un voto particular recordando que:
«la causa de la guerra es el régimen capitalista dominante y no el militarismo ni el arbitrio de las potestades coronadas o no coronadas de los diversos países», exigiendo que el Congreso «se dirija a los partidos socialistas de todos los pueblos en lucha requiriéndoles a que cumplan sus deberes con la Internacional».
Cuando estalla la guerra mundial, la CNT está legalmente disuelta. No obstante, sociedades obreras de Barcelona que mantienen su tradición, publican en mayo de 1914 un Manifiesto contra el militarismo. Anselmo Lorenzo, militante obrero superviviente de la Primera Internacional e impulsor de la CNT, denuncia en un artículo póstumo ([5]) la traición de la socialdemocracia alemana, de la CGT francesa y de las Trade Unions inglesas por «haber depuesto sus ideales a manera de sacrificio ante los altares de sus patrias respectivas, negando la internacionalidad esencial del problema social» ([6]). Frente a la guerra entiende que la solución no es «una hegemonía firmada por vencedores y vencidos», sino el renacimiento de la Internacional:
«poseídos de racional optimismo, los asalariados que conservan la tradición de la Asociación Internacional de los Trabajadores, con su histórico e intangible programa, se presentan como los salvadores de la sociedad humana».
En noviembre de 1914, un manifiesto firmado por grupos anarquistas, sindicatos y sociedades obreras de toda España, incide en las mismas ideas: denuncia de la guerra, denuncia de ambos bandos contendientes, necesidad de una paz sin vencedores ni vencidos que «sólo podrá ser garantizada por la revolución social» y para llegar ahí, llamamiento a la constitución urgente de una Internacional ([7]).
La inquietud y la reflexión ante el problema de la guerra, lleva al Ateneo Sindicalista de El Ferrol ([8]) (Galicia) a hacer en febrero de 1915 un llamamiento «a todas las organizaciones obreras del mundo para celebrar un congreso internacional» contra la guerra. Los organizadores no lograron darse los medios para alcanzar este propósito, las autoridades españolas prohibieron inmediatamente el Congreso y tomaron disposiciones para detener a todos los delegados extranjeros. Además, el PSOE lanzó una feroz campaña contra esta iniciativa. Sin embargo, el Congreso logró reunirse, pese a todo, el 29 de abril de 1915 con asistencia de delegados anarquistas-sindicalistas procedentes de Portugal, Francia y Brasil ([9]).
Se logró celebrar una segunda sesión. La discusión sobre las causas y la naturaleza de la guerra fue muy pobre: se carga la culpa a “todos los pueblos” ([10]) y se menciona genéricamente la maldad del régimen capitalista. Todo se centra en ¿qué hacer? En ese terreno se propone «como medio para concluir la guerra europea la aprobación de la huelga general revolucionaria».
Ni se intentan comprender las causas de la guerra desde un punto de vista histórico y mundial, tampoco hay un esfuerzo para entender la situación del proletariado mundial y los medios que tiene para luchar contra la guerra. Todo se fía al voluntarismo activista de la convocatoria de la “huelga general revolucionaria”. Pese a ello, el Congreso llegó a conclusiones más concretas. Se organizó una enérgica campaña contra la guerra que se expresó en múltiples mítines, demostraciones y manifiestos; se hizo una llamamiento a la constitución de una Internacional obrera «a fin de organizar a todos los que luchan contra el Capital y el Estado»; y, sobre todo, se tomó el acuerdo de reconstituir la CNT que, efectivamente, se reorganizó en Cataluña a partir de un núcleo de jóvenes asistentes al Congreso de Ferrol que decidieron retomar la publicación de “la Soli” (Solidaridad obrera, el órgano tradicional de la confederación). En el verano de 1915 la CNT cuenta ya 15 000 militantes que desde entonces crecerán de manera espectacular.
Es muy significativo que la fuerza propulsora de la reconstitución sea la lucha contra la guerra. Esa será la actividad central de la CNT hasta el estallido de la Revolución Rusa. Desde esta perspectiva sus militantes participaron con entusiasmo en las luchas reivindicativas del proletariado que empezaron a crecer a partir del invierno de 1915-16.
La CNT manifiesta una clara voluntad de discusión y una gran apertura a las posiciones de las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal que son saludadas con entusiasmo. Se discute y colabora con los grupos socialistas minoritarios que en España se oponen a la guerra. Hay un gran esfuerzo de reflexión para comprender las causas de la guerra y los medios de lucha contra ella. Frente a la visión idealista de “todos los pueblos son culpables” que se expresaba en Ferrol, los editoriales de La Soli son mucho más claros: inciden en la culpabilidad del capitalismo y de sus gobiernos, apoyan las posiciones de la Izquierda de Zimmerwald (Lenin) y señalan que:
«las clases capitalistas aliadas desean que la paz sea debida a un triunfo militar; nosotros y los trabajadores todos que sea impuesto el fin de la guerra por la sublevación del proletariado de los países en guerra» (“Sobre la paz dos criterios”, Solidaridad obrera junio 1917).
Es importante la polémica que dentro de la CNT se lleva contra las posiciones favorables a la participación en la guerra del sector del anarquismo encabezado por Kropotkin y Malato (autores del famoso “Manifiesto de los 16” donde se preconiza el apoyo al bando de la Entente) y que encuentra una minoría que los apoya dentro de la propia CNT. La Soli y Tierra y Libertad se pronuncian claramente contra el “Manifiesto de los 16” y rebaten sistemáticamente sus posiciones. La CNT rompe con la CGT francesa, cuya posición califica de «una orientación torcida, que no ha respondido a los principios internacionalistas».
La Revolución de febrero 1917, aunque se consideraba de naturaleza burguesa, fue saludada con alegría: «Los revolucionarios rusos no han abandonado los intereses del proletariado que representaban en manos de los capitalistas, como hicieron los socialistas y sindicalistas de los países aliados», se destacó la importancia del «Soviet, es decir, el Consejo de obreros y soldados » para oponer su poder al poder de la burguesía, representada en el Gobierno provisional, de tal manera que ésta «ha tenido que claudicar, reconocerle personalidad propia, aceptar su participación directa y efectiva… La verdadera fuerza radica en el proletariado» ([11]).
Se identifican los Soviet con los sindicatos revolucionarios:
«Los Soviet representan hoy en Rusia, lo que en España las federaciones obreras, aunque su composición es más heterogénea que éstas, puesto que no son organismos de clase aunque la mayoría de sus componentes sean obreros y en los que tienen una influencia preponderante los llamados maximalistas, anarquistas, pacifistas que siguen a Lenin y a Máximo Gorki» (Buenacasa en la Soli, noviembre 1917).
Esta identificación tuvo, como veremos en un próximo artículo, consecuencias negativas; sin embargo, lo más importante es que se veía a los soviets como la expresión de la fuerza revolucionaria que estaba tomando el proletariado internacional. El Vº Congreso Nacional de Agricultores ([12]) celebrado en mayo de 1917 determinaba claramente la perspectiva:
«el capitalismo y el Estado político se precipitan hacia su ruina; la guerra actual, provocando movimientos revolucionarios como el de Rusia y otros que indefectiblemente han de sucederle, acelera su caída».
La Revolución de Octubre provocó un enorme entusiasmo. Se la vio como un triunfo genuino del proletariado. Tierra y Libertad afirmó en la publicación del 7 de noviembre de 1917 que «las ideas anarquistas han triunfado» y en la del 21 de noviembre que el régimen bolchevique estaba «guiado por el espíritu anarquista del maximalismo». La recepción en esas fechas del libro de Lenin El Estado y la Revolución, provocó un estudio muy atento sacando la conclusión de que dicho folleto «establecía un puente integrador entre el marxismo y el anarquismo». La Soli añade en un editorial que:
«Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega»
Buenacasa, un destacado militante anarquista de la época, recuerda en su obra el Movimiento obrero español 1886-1926 (editado en Barcelona, 1928) «¿Quién en España – siendo anarquista – desdeñó el motejarse a sí mismo de bolchevique?». Con motivo del balance de un año de la revolución, La Soli publica en portada nada menos que un artículo de Lenin, cuyo título es “Un año de dictadura proletaria: 1917-1918. La obra social y económica de los Soviet rusos”; acompañado de una nota de La Soli en la que se defiende la dictadura del proletariado, señalando la importancia de la labor transformadora «que en todos los órdenes de la vida han realizado los trabajadores rusos, en un año tan sólo que ellos son los dueños del poder», e igualmente se califica de héroes a los bolcheviques:
«Idealistas sinceros, pero hombres prácticos y realistas a la vez, lo menos que podemos desear es que en España se produzca una transformación tan profunda por lo menos como en Rusia, y para ello es necesario que los trabajadores españoles, manuales e intelectuales, sigan el ejemplo de aquellos héroes bolchevistas » (Soli, 24 noviembre de 1918),
añadiendo en un artículo de opinión que:
«Bolchevismo representa el fin de la superstición, del dogma, de la esclavitud, de la tiranía, del crimen, (…) Bolchevismo, es la nueva vida que anhelamos, es paz, armonía, justicia, equidad, es la vida que deseamos y que impondremos en el mundo» (J. Viadiu, “¡Bolcheviki!¡Bolcheviki!, en Soli 16 dic. 1918).
Tierra y Libertad, en diciembre de 1917, llegó a publicar que una revolución, debido a la necesidad que tiene de llevar una confrontación violenta, exigía “dirigentes y autoridad”
Desde el comienzo de la revolución, CNT identificó una oleada revolucionaria de naturaleza internacional y tomó partido a favor de la formación de una Internacional que dirigiera la revolución mundial:
«Fracasada por la traición de una gran parte de sus representantes más significados, la Primera y la Segunda Internacional, debe formarse la Tercera, a base de potentes organizaciones exclusivamente de clase, para dar fin, por la revolución, al sistema capitalista y su fiel sostenedor, el Estado» (Soli, Octubre 1918).
y en un Manifiesto:
«La Internacional obrera, y nadie más, ha de ser la que diga la última palabra y la que dará orden y fijará fecha para continuar en todo el frente y contra el capitalismo universal la guerra social, triunfante ya en Rusia y extendida a los imperios centrales. También a España le tocará el turno. Fatalmente para el capitalismo»
Del mismo modo, la CNT siguió con sumo interés los acontecimientos revolucionarios en Alemania: denunciaba la dirección socialdemócrata como «oportunistas, centristas y socialistas nacionalistas», al mismo tiempo que saludaba la “ideología maximalista” de Spartakus como «una proyección de la que triunfaba en Rusia y cuyo ejemplo, como el de Rusia, era algo que había que imitar en España». El Manifiesto de la CNT se refería igualmente a la revolución en Alemania: «Miremos a Rusia, miremos a Alemania. Imitemos a aquellos campeones de la Revolución proletaria».
Es importante recoger los debates muy intensos del Congreso de la CNT de 1919 que discutió por separado dos dictámenes, uno sobre la revolución rusa, y otro sobre la participación en la IC.
El primer dictamen afirma:
«Que encarnando la Revolución rusa, en principio, el ideal del sindicalismo revolucionario. Que abolió los privilegios de clase y casta dando el poder al proletariado, a fin de que por sí mismo procurase la felicidad y bienestar a que tiene indiscutible derecho, implantando la dictadura proletaria transitoria a fin de asegurar la conquista de la revolución; (…) [El Congreso debería declarar a la CNT unida a ella] incondicionalmente, apoyándola por cuantos medios morales y materiales estén a su alcance» ([13]) (citado en A. Bar, pag. 526).
Uno de los miembros de la ponencia sobre la revolución rusa fue muy tajante:
«La revolución rusa encarna el ideal del sindicalismo revolucionario, que es dar el poder, todos los elementos de la producción y la socialización de la riqueza al proletariado; estoy de acuerdo en absoluto con el hecho revolucionario ruso; los hechos tienen más importancia que las palabras. Una vez que el proletariado se haga dueño del poder, se realizará cuanto él acuerde en sus diferentes sindicatos y asambleas».
Otra intervención:
«Me propongo demostrar que la revolución rusa, adoptando desde el momento que se hizo la segunda revolución de octubre una reforma completa de su programa socialista, está de acuerdo con el ideal que encarna la CNT española».
De hecho, como dice Bar,
«En contra de la Revolución rusa no hubo ni una sola manifestación (…) La gran mayoría de las intervenciones se manifestaron claramente favorables a la Revolución rusa, resaltando la identidad existente entre los principios y los ideales cenetistas y los encarnados por aquella revolución; la propia ponencia se había manifestado así».
Sin embargo, no había la misma unanimidad sobre la adhesión a la IC. La misma ponencia sobre este dictamen propugnaba una Internacional sindicalista y consideraba que la IC «aún adoptando los métodos de lucha revolucionarios, los fines que persigue son fundamentalmente opuestos al ideal antiautoritario y descentralizador en la vida de los pueblos que proclama la CNT». Básicamente se manifestaron 3 tendencias:
• Una, sindicalista “pura”, que veía la IC como un organismo político y aunque no la veía con hostilidad, prefería organizar una “Internacional sindicalista revolucionaria”. Seguí – militante que tuvo un peso muy destacado en la CNT de la época – sin oponerse a la entrada lo veía más bien como un “medio táctico”:
«somos partidarios de entrar en la Tercera Internacional porque esto va a avalar nuestra conducta en el llamamiento que la CNT de España va a hacer a las organizaciones sindicales del mundo para constituir la verdadera, la única, la genuina Internacional de los trabajadores» (Seguí, citado en A. Bar, pag 531).
• Una segunda tendencia, decidida partidaria de ingreso plenamente en la IC defendida por Arlandís, Buenacasa y Carbó que la que consideraban como el producto y la emanación de la Revolución rusa ([14]);
• Una tercera, más anarquista, que era partidaria de colaborar fraternalmente pero que consideraba que la IC no compartía los principios anarquistas.
La moción aprobada finalmente por el Congreso decía:
«El Comité Nacional, como resumen de las ideas expuestas por los diferentes compañeros que han hecho uso de la palabra en la sesión del día 17 con referencia al tema de la revolución rusa, propone lo siguiente:
“Primero. Que la Confederación nacional del trabajo se declare firme defensora de los principios que informan a la Primera Internacional, sostenidos por Bakunin.
“Segundo. Declara que se adhiere, y provisionalmente, a la Tercera Internacional, por el carácter revolucionario que la preside, mientras se organiza y celebra el Congreso internacional en España, que ha de sentar las bases porque [por las que] ha de regirse la verdadera Internacional de los trabajadores.
“El Comité confederal. Madrid 17 de diciembre de 1919» ([15]).
Esta rápida panorámica sobre la actitud de la CNT frente a la Primera Guerra mundial y la primera oleada revolucionaria mundial, demuestra de forma notable la profunda diferencia entre la CGT francesa, anarcosindicalista, y la CNT española de la época: mientras que la CGT cae en la traición sosteniendo el esfuerzo de guerra de la burguesía, la CNT trabaja para la lucha internacionalista contra la guerra y se declara parte integrante de la revolución rusa.
En parte, esta diferencia es resultado de la situación específica de España. El país no está directamente implicado en la guerra y la CNT no se ve obligada directamente a la necesidad de tomar posición frente a una invasión, por ejemplo; igualmente, la tradición nacional en España es evidentemente mucho menos fuerte que en Francia, donde incluso los revolucionarios tienen tendencia a ser obnubilados por las tradiciones de la Gran Revolución francesa. Podríamos comparar la situación española con la de Italia que no se vio implicada en la guerra desde 1914 y donde el Partido socialista se mantuvo mayoritariamente sobre las posiciones de clase.
Además, y contrariamente a la CGT francesa, la CNT no es un sindicato bien establecido en la legalidad que arriesgaría perder sus fondos y su aparato a causa de las medidas de excepción tomadas en tiempo de guerra. Se puede hacer aquí un paralelo con los bolcheviques en Rusia, igualmente aguerridos por años de clandestinidad y represión.
El internacionalismo sin compromiso de la CNT es la demostración evidente de su naturaleza proletaria en aquella época. Igualmente, frente a la revolución en Rusia y en Alemania, lo que la distingue es la capacidad para aprender del proceso revolucionario y de la práctica de la propia clase obrera, hasta un punto que puede extrañar actualmente. Así, la CNT toma posición claramente por la revolución sin tratar de imponer los esquemas del sindicalismo revolucionario (la Revolución rusa, «encarna, en principio, el ideal del sindicalismo revolucionario»); la CNT reconoce la necesidad de la dictadura del proletariado y se coloca firme y explícitamente al lado de los bolcheviques. A partir de esta posición no hay ninguna duda en que ha colaborado lealmente y discutido con un espíritu abierto con las organizaciones internacionalistas dejando de lado toda consideración sectaria. Los militantes de la CNT no han examinado la Revolución rusa a través del prisma del desprecio hacia “lo político” o “lo autoritario” sino que han sabido apreciar en ella el combate colectivo del proletariado. Han expresado su actitud con un espíritu crítico sin renunciar desde luego a sus propias convicciones. El comportamiento proletario de la CNT en el periodo 1914-19 constituye sin ningún lugar a dudas una de las mejores aportaciones que han emanado de la clase obrera en España.
No obstante, podemos distinguir ciertas debilidades específicas del movimiento anarcosindicalista que pesarán sobre el desarrollo ulterior de la CNT y sobre su compromiso con la Revolución rusa. Hay que señalar que la CNT en 1914 se encuentra esencialmente en la misma situación que Monatte, del ala internacionalista de la CGT francesa ([16]). Ni los anarcosindicalistas ni los sindicalistas revolucionarios han conseguido construir una Internacional en cuyo seno pudiera surgir una Izquierda revolucionaria comparable a la Izquierda de la socialdemocracia en torno a Lenin y a Rosa Luxemburg. La referencia a la AIT es una referencia a un periodo histórico ya superado que no entronca verdaderamente con la nueva situación. En 1919, la única Internacional que existe es la nueva Internacional comunista. El debate dentro de la CNT sobre la adhesión a la IC y, particularmente, la tendencia que domina en ella a preferir una Internacional sindical que en 1919 no existía (una Internacional sindical “Roja” iba a ser creada en 1921 en una tentativa de competir con los sindicatos que habían apoyado la guerra), son indicativos del peligro del rechazo doctrinario por parte de los anarquistas de todo lo que huela a “política”.
La CNT del periodo 1914-19 respondió claramente a partir de un terreno internacionalista y de apertura a la Internacional comunista (bajo el impulso activo, como acabamos de ver, de notables militantes anarquistas). Frente a la barbarie de la guerra mundial que revelaba la amenaza en la cual el capitalismo hunde a la humanidad, frente al comienzo de respuesta proletaria con la Revolución rusa, la CNT supo estar con el proletariado, con la humanidad oprimida, con la lucha por la transformación revolucionaria del mundo.
La actitud de la CNT cambió radicalmente a partir de la mitad de los años 20, donde se observa un neto repliegue hacia el sindicalismo, el apoliticismo, el rechazo de la acción política y una actitud fuertemente sectaria frente al marxismo revolucionario. Peor todavía, cuando llegan los años 30, la CNT ya no es la organización resueltamente internacionalista y proletaria de 1914, sino que se convirtió en la organización que iba a participar en el gobierno de Cataluña y de la República española y, por todo esto, a participar en la masacre de los obreros, especialmente cuando los acontecimientos de 1937.
Cómo y por qué se produjo ese cambio será el objeto de los próximos artículos de esta serie.
RR y CMir,
30 de marzo de 2007
[1]) La resistencia frente a esta marea se expresó, por un lado, en el ala revolucionaria de la socialdemocracia y de forma más parcial en el sindicalismo revolucionario e igualmente en sectores del anarquismo.
[2]) Revista internacional nº 128.
[3]) No es objeto de este artículo analizar la evolución del PSOE. Sin embargo este partido que –como ya pusimos de manifiesto en el primer artículo de esta serie- era uno de los más derechistas de la 2ª Internacional sufría una fuerte deriva oportunista que lo precipitaba en los brazos del capital. La conjunción republicano-socialista de 1910, una alianza electoral claudicante que proporcionó un escaño parlamentario a su líder, Pablo Iglesias, fue uno de los momentos clave en ese proceso.
[4]) Para Fabra Ribas, un miembro del PSOE crítico con la dirección, pero claramente belicista, se lamentaba de que el capital español no participara en la guerra: «Si la fuerza militar y naval de España tuviera un valor efectivo, sí pudiese contribuir con su ayuda a la derrota del kaiserismo, y si el ejército y la marina españoles fueran instituciones verdaderamente nacionales, seríamos fervientes partidarios de la intervención armada junto a los aliados» (de su libro El Socialismo y el conflicto europeo, Valencia, sin fecha de publicación, aproximadamente finales de 1914).
[5]) Murió el 30 de noviembre de 1914.
[6]) Aparecido en el Almanaque anual de Tierra y Libertad, enero 1915. Tierra y Libertad era una revista anarquista próxima a los medios de la CNT.
[7]) Es notable la convergencia de estas ideas con las que defendieron Lenin, Rosa Luxemburgo y otros militantes internacionalistas desde el principio mismo de la guerra.
[8]) Ferrol es una ciudad industrial, basada en los astilleros y los arsenales navales, con un viejo y combativo proletariado.
[9]) Estos solo pudieron asistir a la primera sesión pues fueron detenidos por las autoridades españolas y expulsados inmediatamente.
[10]) «Cesen las críticas de que si los socialistas alemanes tienen la culpa, que si los franceses, que si Malato o Kropotkin fueron traidores a la Internacional. Beligerantes y neutrales tenemos nuestra parte de culpabilidad en el conflicto por haber traicionado los principios de la Internacional» (texto de convocatoria del Congreso publicado en Tierra y Libertad, marzo 1915).
[11]) Citado en A. Bar, La CNT en los años rojos, pag. 438. Este libro, que ya citamos en el primer artículo de la serie sobre la historia de la CNT, está bastante documentado.
[12]) En estrecha relación con la CNT.
[13]) Libro de Bar, antes citado, página 526.
[14]) La delegación del sindicato metalúrgico de Valencia declaró: «Existe afinidad clara y concreta de la Tercera Internacional con la revolución rusa [y apoyando la CNT a ésta] ¿Cómo nosotros podemos estar separados de esta Tercera Internacional?»
[15]) Cabe añadir que cuando en el verano de 1920, Kropotkin envió un “Mensaje a los trabajadores de los países de Europa occidental”, oponiéndose a la revolución rusa y a los bolcheviques, Buenacasa (destacado militante anarquista del cual hemos hablado antes), que entonces era el editor de Solidaridad Obrera en Bilbao, y uno de los portavoces autorizados de la CNT, denunció este “mensaje” y tomó partido por la revolución rusa, los bolcheviques y la dictadura del proletariado.
[16]) Ver nuestro artículo de la Revista internacional nº 120.
Por todas partes, frente a los ataques capitalistas...
Prosigue la reanudación de la lucha internacional de la clase obrera. ¡Cuántas veces, a lo largo de su larga historia, patronos y gobernantes no habrán repetido a la clase obrera que ya no existe, que sus luchas por defender sus condiciones de vida eran algo anacrónico y que su objetivo final, echar abajo el capitalismo y construir el socialismo, se había convertido en algo trasnochado, vestigio del pasado. El hundimiento de la URSS y del bloque imperialista del Este, ese viejo mensaje sobre la no existencia del proletariado dio un nuevo impulso que permitió mantener la desorientación en las filas obreras durante una década. Hoy se está disipando esa cortina de humo ideológica. De nuevo, podemos volver a ver y reconocer las luchas proletarias.
En realidad, desde 2003, las cosas han ido cambiando. En la Revista internacional n° 119, del cuarto trimestre de 2004, la CCI publicó una resolución sobre la lucha de clases en la que dábamos cuenta de un giro en las perspectivas de la lucha proletaria con las luchas significativas que hubo en Francia y Austria en reacción a los ataques contra las pensiones. Tres años más tarde, ese análisis parece confirmarse más y más. Pero antes de dar los ejemplos más recientes de esa perspectiva, examinemos una de las condiciones de primera importancia para el desarrollo de la lucha de clases.
Una de las explicaciones de 2003 ante la renacimiento de la lucha de la clase era que se debía a la renovada brutalidad de los sacrificios impuestos a una clase obrera que pretendían inexistente.
“Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo xxi, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques” (Revista internacional nº 119, 2004).
En 2007, la aceleración y la extensión de los ataques contra el nivel de vida de la clase obrera no han cesado ni mucho menos. De ello, la experiencia británica, entre los países capitalistas avanzados, es un buen ejemplo muy significativo; pero muestra también hasta qué punto el “envoltorio” ideológico que adorna esos ataques está perdiendo su poder embaucador ante quienes deben soportarlos.
La era del gobierno del “New Labour”, el Neolaborismo, del primer ministro Tony Blair, aparecido en 1997 en un momento en que el optimismo ambiente sobre el capitalismo estaba en lo más alto, acaba de terminarse. En aquel entonces, siguiendo la euforia de los años 90 tras el desmoronamiento del bloque del Este, el “New Labour” anunció que había roto con las tradiciones del “viejo” Laborismo; ya no hablaba de “socialismo”, sino de “tercera vía”; no hablaba ya de clase obrera, sino de pueblo, y ya no de división en la sociedad, sino de participación. Se gastaron cantidades ingentes de dinero en el lanzamiento de ese mensaje populista. Había que democratizar la burocracia estatal. A Escocia y Gales se les gratificó con parlamentos regionales. A Londres se le otorgó una alcaldía. Y, sobre todo, la cantidad de todo tipo de recortes en el nivel de vida de la clase obrera, especialmente en el sector público, se presentó como “reformas” exigidas por la “modernización”. Incluso a las víctimas de esas reformas se les otorgaba la palabra para que opinaran sobre cómo ponerlas en marcha.
Ese nuevo envoltorio para unas medidas de austeridad de lo más tradicional, sólo podía dar el pego en la medida en que la crisis económica podía más o menos disimularse. Hoy las contradicciones aparecen descarnadas. La era de Blair, en lugar de realizar una mayor igualdad, lo que ha hecho es, al contrario, aumentar la riqueza de un polo de la sociedad y la pobreza en el otro. Y eso no sólo afecta a los sectores más desheredados de la clase obrera como los jóvenes, los desempleados y los jubilados, reducidos a una pobreza insoportable, sino también a sectores con mejores sueldos, que ejercen un trabajo cualificado y pueden acceder a créditos. Según los contables de Ernst & Young, estos sectores han perdido 17% de poder adquisitivo en los cuatro últimos años, debido sobre todo al incremento de los gastos domésticos (alimentación, servicios, alojamiento, etc.).
Y más allá de las razones puramente económicas, otros factores han empujado a la clase obrera a una reflexión más profunda sobre su identidad de clase y sus propios objetivos. La política extranjera británica no puede ya seguir pretendiendo reivindicarse de no se sabe qué valores “éticos” que proclamaba el “New Labour” en 1997: les aventuras en Afganistán e Irak han demostrado que esa política se basa en sórdidos intereses típicamente imperialistas, que intentaron ocultar con mentiras hoy patentes. Al coste de las “hazañas” bélicas que hoy debe soportar el proletariado, se ha añadido un nueva carga: es sobre el proletariado sobre el que pesan más duramente los efectos de la degradación ecológica del planeta.
La semana del 25 al 29 de junio pasado, durante la cual Gordon Brown sucedió a Tony Blair como primer ministro, fue un resumen significativo de la nueva situación: la guerra en Irak causó nuevas víctimas en la fuerzas británicas y 25 000 viviendas resultaron dañadas por las inundaciones tras unas lluvias sin precedentes en Gran Bretaña; y los empleados de correos iniciaron, por primera vez desde más de una década, una serie de huelgas nacionales contra la baja de los salarios reales y las amenazas de reducción de efectivos. Esos síntomas de las contradicciones de la sociedad de clases sólo han quedado parcialmente ocultados por una campaña de unidad nacional y de defensa del Estado capitalista que éste lanzó tras una ofensiva terrorista bastante “chapucera”.
Gordon Brown marcó la pauta del período venidero: menos “cuento”, más “trabajar duro” y más “cumplimiento del deber”.
En los demás países capitalistas principales también, aunque no sea siguiendo el “modelo” británico, sigue aumentando la factura que la burguesía presenta a la clase obrera para que le pague su crisis económica.
En Francia, el mandato del nuevo presidente Sarkozy es claro: medidas de austeridad. Hay que hacer sacrificios para rellenar el agujero de dos mil millones de euros en el presupuesto de la seguridad social. Se implanta una estrategia, a la que se ha llamado no se sabe si seria o cínicamente “flexiseguridad”, cuya finalidad es dar facilidades para aumentar las horas de trabajo, limitar los salarios y despedir al personal. Y están previstos nuevos ataques sobre el servicio público.
En Estados Unidos, país con las mejores tasas de ganancia oficiales de los países capitalistas avanzados, había, en 2005, 37 millones de personas malviviendo bajo el umbral de pobreza, o sea 5 millones más que en 2001 y eso que entonces la economía estaba oficialmente en recesión ([1]).
El boom inmobiliario, alimentado por las facilidades de acceso al crédito, ha permitido hasta ahora ocultar la pauperización creciente de la clase obrera de EEUU. Pero, al haber aumentado los tipos de interés, los créditos no se reembolsan y los embargos de viviendas se multiplican. Se ha parado el boom del ladrillo, el mercado hipotecario de garantías mínimas se hunde al mismo tiempo que se hunden las ilusiones de muchos obreros de tener seguridad y prosperidad.
El salario de los obreros norteamericanos ha bajado 4 % entre 2001 y 2006 ([2]). Los sindicatos otorgan, sin tapujos, su fianza a esa situación. La United Auto Workers Union, por ejemplo, (sindicato de obreros del automóvil) ha aceptado recientemente una reducción de casi 50 % del sueldo horario y una dura rebaja de los subsidios por despido para 17 000 obreros de la factoría Delphi de Detroit que fabrica recambios de automóvil ([3]). (A principios de año se anunció el cierre de la factoría de esa misma empresa, Delphi, en Puerto Real –Cádiz, España–. Resultado: 4000 obreros a la calle)
En el sector automovilístico también, en Estados Unidos, General Motors prevé 30 000 despidos y Ford 10 000: En Alemania, Volkswagen prevé 10 000 nuevos despidos y en Francia, en PSA, 5000.
El sindicato Ver.di en Alemania ha negociado hace poco una rebaja de 6 % de los salarios y un aumento del tiempo de trabajo de 4 horas para los empleados de Deutche Telecom. Ese sindicato ha afirmado con el mayor descaro haber llegado a un acuerdo… ¡muy valioso!.
BN Amro, primer banco de Holanda, y el británico Barclays anunciaron su fusión el 23 de abril, una fusión que va a acarrear la supresión de 12 800 empleos, mientras que otros 10 800 serán subcontratados. Airbus, fabricante de aviones, ya ha anunciado la supresión de 10 000 empleos y la empresa de telecomunicaciones Alcatel-Lucent otros tantos.
Si la lucha de clases lo es a escala internacional es porque los obreros están enfrentados básicamente a las mismas condiciones en todo el planeta. Las mismas tendencias en los países desarrollados que acabamos de describir someramente se plasman con diferentes formas entre los trabajadores de los países capitalistas periféricos. En estos, la imposición de una austeridad en constante aumento es todavía más brutal y criminal.
La expansión de la economía china no es, ni mucho menos, un nuevo ímpetu del sistema capitalista; depende, en gran parte, del desamparo en que está la clase obrera china, en unas condiciones de vida en constante deterioro, muy por debajo del nivel de su propia reproducción y supervivencia como clase obrera. Un ejemplo abrumador ha sido el escándalo reciente sobre los métodos de “reclutamiento” en nada menos que 8000 fábricas de ladrillos y pequeñas minas de carbón en las provincias de Shanxi y de Henan. Esas manufacturas dependían del rapto de críos a quienes se les imponía un trabajo de esclavos en unas condiciones infernales. Su única salvación era que sus padres los encontraran. Es cierto que el Estado chino acaba de promulgar unas leyes laborales para impedir esos “abusos” del sistema, protegiendo mejor a los trabajadores emigrantes. Es, sin embargo, muy probable que esas leyes no se apliquen nunca como ocurrió con las precedentes, pues de lo único que esas prácticas infames dependen es de la lógica del mercado mundial. Las compañías estadounidenses ejercen una presión contra esas nuevas leyes laborales, incluso a pesar del mínimo alcance que van a tener. Las multinacionales...
“dicen que esas normas harían aumentar considerablemente los costes laborales, al reducir la flexibilidad. Algunos hombres de negocios extranjeros han advertido que no les quedaría otro remedio que transferir sus actividades fuera de China si no se cambiaban esas disposiciones” ([4]).
La situación es básicamente la misma para la clase obrera de los países periféricos que no se han abierto, como China, a los capitales extranjeros. En Irán, por ejemplo, la consigna económica del presidente Ahmadinejad es “autosuficiencia”. Lo cual no ha impedido que Irán haya sufrido la peor crisis económica desde los años 1970, con una caída drástica del nivel de vida de la clase obrera, enfrentada hoy a un 30 % de desempleo y 18 % de inflación. A pesar del aumento de los ingresos gracias a la subida del precio del petróleo, han tenido que racionarlo, pues de su exportación depende la posibilidad de importar productos petroleros refinados así como la mitad de las necesidades alimenticias.
La lucha de clases es mundial
El incremento y la ampliación de los ataques contra la clase obrera por el mundo entero es una de las razones principales por las que la lucha de clases se ha desarrollado en estos últimos años. No podemos hacer aquí la lista de todas las luchas obreras que ha habido por el ancho mundo desde 2003. Ya hemos escrito sobre muchas de ellas en anteriores números de esta Revista internacional. Vamos aquí a hablar de las recientes.
Primero hay que decir que no podemos hacer un repaso completo. La lucha internacional de nuestra clase no es algo que la sociedad burguesa reconozca “oficialmente” de modo que sus medios de comunicación la consideren como fuerza histórica y distinta que haya que comprender y analizar y sobre la cual haya que llamar la atención. Muy al contrario, muchas luchas son desconocidas o completamente desvirtuadas. Por ejemplo, la importante lucha de los estudiantes en Francia contra el CPE de la primavera de 2006 fue, primero, ignorada por la prensa internacional, para luego acabar siendo presentada como una continuación de los incidentes de violencia ciega que habían sucedido en las barriadas francesas en el otoño de 2005. Lo que la prensa procuró enterrar son las valiosísimas lecciones sobre la solidaridad obrera y la autoorganización que ese movimiento ha aportado.
Es significativo que la Organización Internacional del Trabajo, fundada y subvencionada por Naciones Unidas, no se interese en absoluto por los acontecimientos relacionados con la lucha internacional de clase. En lugar de eso, lo que pretende es aliviar la situación, horrible cierto es, de millones de víctimas de la rapacidad del sistema capitalista defendiendo más o menos unos derechos humanos individuales… en el marco legal del mismo sistema que provoca esas situaciones.
En cierto modo, sin embargo, la ocultación oficial a la que se somete a la clase obrera, expresa, por la contraria, su potencial de lucha y su capacidad de derribar el capitalismo.
Durante el año pasado, más o menos desde que se terminó el movimiento masivo de los estudiantes franceses tras la anulación del proyecto de CPE (Contrato de primer trabajo) por el gobierno francés, la lucha de la clase en los países capitalistas principales ha intentado replicar a la presión en aumento constante sobre los salarios y las condiciones de trabajo. Ha sido a veces mediante acciones esporádicas en muchos países y en diferentes actividades y también amenazas de huelga.
En Gran Bretaña, en junio de 2006, los obreros de la fábrica de automóviles Vauxhall pararon espontáneamente. En abril de ese año, 113 000 funcionarios de Irlanda del Norte hicieron un día de huelga. En España, el 18 de abril, una manifestación reunió a 40 000 personas, obreros procedentes de todas las empresas de la Bahía de Cádiz, que expresaban su solidaridad en la lucha de sus hermanos de clase despedidos por Delphi. El Primero de mayo, un movimiento más amplio todavía movilizó a obreros llegados de otras provincias de Andalucía. Un movimiento tal de solidaridad fue, en realidad, el resultado de la búsqueda activa de apoyo iniciada por los obreros de Delphi, de sus familias y, muy especialmente, de las mujeres, organizadas para ello en un colectivo cuyo objetivo era recabar la más amplia solidaridad posible.
Y en la misma época hubo paros de trabajo en las factorías de Airbus de varios países europeos para protestar contra el plan de austeridad de la empresa. Han sido a menudo jóvenes obreros, una nueva generación de proletarios, los que participaron más activamente en esas luchas, en Nantes y Saint-Nazaire en Francia, en donde se expresó ante todo una voluntad profunda de desarrollar la solidaridad con los obreros de la producción de Toulouse, que habían cesado el trabajo.
En Alemania hubo durante 6 semanas toda una serie de huelgas de los empleados de Telekom contra las reducciones de que hablamos más arriba. En el momento de escribir este artículo, los ferroviarios alemanes están luchando por los salarios. Ha habido muchas huelgas salvajes: mencionemos, en particular, la de los obreros aeroportuarios italianos.
Pero ha sido en los países “periféricos” donde hemos asistido, en el período reciente, a la continuación de una extraordinaria serie de luchas obreras explosivas y extensas, a pesar del riesgo de una represión brutal y sangrienta.
En Chile, la huelga de los mineros del cobre. En Perú, en primavera, huelga ilimitada a escala nacional de los mineros de carbón, la primera desde hace 20 años. En Argentina, en mayo y junio: asambleas generales de los empleados del metro de Buenos Aires y lucha organizada contra el acuerdo sobre los salarios amañado por su propio sindicato. En mayo del año pasado, en Brasil, los obreros de las factorías Volkswagen llevaron a cabo acciones en Sao Paulo. El 30 de marzo de este año, ante la peligrosidad del tráfico aéreo en Brasil y la amenaza de que encarcelaran a 16 de los suyos, 120 controladores aéreos se negaron a trabajar, paralizando así 49 de los 67 aeropuertos del país. Esta acción es tanto más notoria porque se trata de un sector sometido en gran parte a una disciplina militar. Los obreros resistieron a las fuertes presiones del Estado, a las amenazas, a las calumnias proferidas incluso por ese “amigo de los obreros” que pretende ser el presidente Lula. Desde hace varias semanas, un movimiento de huelgas que afecta a la metalurgia, al sector público y a las universidades es el movimiento de clase más importante desde 1986 en ese país.
En Oriente Medio, cada día más devastado por la guerra imperialista, la clase obrera ha logrado, sin embargo, levantar la cabeza. Ha habido huelgas en el sector público en otoño último en Palestina e Israel sobre un tema similar: sueldos impagados y pensiones. Y una oleada de huelgas ha afectado a numerosos sectores en Egipto a principios de año: en las industrias cementeras, las avícolas, las minas, autobuses y ferrocarriles, sector de la salud, y sobre todo en el textil. Los obreros se lanzaron a una serie de huelgas ilegales contra la reducción drástica de los salarios reales y de las primas. Se lanzaron consignas entre los obreros textiles que expresaban claramente la conciencia de pertenecer a una misma clase, de combatir a un mismo enemigo y también la necesaria solidaridad de clase contra las divisiones entre empresas y las que los sindicatos cultivan constantemente (Ver: “Egipto, el germen de la huelga de masas”, Acción proletaria n° 195, mayo 2007 y, en francés, Révolution internationale n° 380, junio de 2007 “Grèves en Egypte : la solidarité de classe, fer de lance de la lutte”). En Irán, según el diario de negocios Wall Street Journal,
“ha habido una serie de huelgas en Teherán y en al menos 20 grandes ciudades desde el otoño pasado. El año pasado una gran huelga de transportes paralizó Teherán, ciudad de 15 millones de habitantes, durante varios días. Hoy están en huelga decenas de miles de obreros de industrias tan diversas como refinerías de gas, papeleras, imprentas de prensa, automóvil y minas de cobre” ([5]).
En las manifestaciones del Primero de mayo, los obreros iraníes se manifestaron en varias ciudades lanzando consignas como “¡No a la esclavitud asalariada!, ¡Sí a la libertad y a la dignidad!”.
En África occidental, en Guinea, un movimiento de huelgas contra los salarios de hambre y la inflación en los productos alimenticios, se propagó por todo el país en enero y febrero, alarmando no sólo al régimen de Lansana Conté sino a la burguesía de toda la región. La represión feroz del movimiento causó 100 muertos.
Perspectivas
No se trata aquí de hablar de una revolución inminente; además esas manifestaciones de la lucha de clases que se están produciendo por todas las partes del mundo no expresan, ni mucho menos, que entre los obreros haya una conciencia de que sus luchas forman parte de una dinámica internacional. Son luchas básicamente defensivas y comparadas a las que hubo entre mayo del 68 en Francia y 1981 en Polonia y más tarde incluso, las de hoy aparecen mucho menos señaladas y más limitadas. El largo período de desempleo, la descomposición creciente frenan todavía fuertemente el desarrollo de la combatividad y la conciencia obreras. Sin embargo, esos acontecimientos tienen un significado mundial. Indican que por todas partes está aumentando la desconfianza de los obreros hacia las políticas catastróficas de la clase dominante en la economía, la política y lo militar.
En comparación con las décadas precedentes, lo que está en juego en la situación mundial es mucho más grave, mucho más acentuados los ataques, mucho mayores los peligros de la situación mundial. El heroísmo de los obreros que así están hoy retando a los poderes de la clase dominante y de su Estado, es mucho más impresionante, aunque sea más silencioso. La situación actual exige hoy de los obreros ir más allá de lo económico y corporativista. Por ejemplo, por todas partes, los ataques contra las pensiones de jubilación ponen de relieve lo comunes que son los intereses de las diferentes generaciones de obreros, viejos y jóvenes. La necesidad de buscar la solidaridad ha sido una característica llamativa en muchas de las luchas obreras actuales.
La perspectiva a largo plazo de la politización de las luchas obreras se expresa en el surgimiento de pequeñas minorías, pero significativas a más largo plazo, pues intentan comprender y unirse a las tradiciones políticas internacionalistas de la clase obrera; el eco creciente de la propaganda de la Izquierda comunista es también un testimonio de ese proceso de politización.
La huelga general de los obreros franceses en mayo de 1968 puso fin al largo período de contrarrevolución que había seguido al fracaso de la revolución mundial en los años 1920. A aquella le siguieron varias oleadas de luchas proletarias internacionales que se acabaron con la caída del muro de Berlín en 1989. Hoy se vuelve a perfilar en el horizonte un nuevo asalto contra el sistema capitalista.
Como,
5/07/2007
XVIIo Congreso de la CCI
El XVIIº congreso internacional de la CCI fue a finales de mayo. Las organizaciones revolucionarias no existen para sí mismas, sino que son expresiones del proletariado y, a la vez, factores activos en la vida de éste. Por eso deben rendir cuentas al conjunto de su clase de los trabajos de ese momento privilegiado que es la reunión de su instancia fundamental: el congreso. Esa es la finalidad de este artículo.
Todos los congresos de la CCI son evidentemente momentos muy importantes en la vida de nuestra organización, son jalones que marcan su desarrollo. Sin embargo, importa ante todo señalar que el congreso que tuvimos en la primavera pasada es que ha sido todavía más importante que los anteriores, pues ha sido una etapa de la mayor importancia en una vida, la de la CCI, de más de treinta años ([1]).
La mejor ilustración de lo dicho ha sido la presencia en nuestro Congreso de delegaciones de tres grupos del campo proletario internacional: Opop de Brasil ([2]), SPA ([3]) de Corea del Sur y EKS ([4]) de Turquía. También invitamos al Congreso a otro grupo, Internasyonalismo de Filipinas, pero le fue imposible estar presente, a pesar del empeño que pusieron por mandar una delegación. Pero, eso sí, ese grupo transmitió al congreso de la CCI un saludo a sus trabajos y unos posicionamientos sobre los informes principales que les habíamos presentado.
La presencia de varios grupos del medio proletario en un congreso de la CCI no es una novedad. En el pasado, al iniciarse la andadura de nuestra organización, la CCI ya acogió a delegaciones de otros grupos. En su conferencia constitutiva de enero de 1975, por ejemplo, estuvieron presentes Revolutionary Worker’s Group de Estados Unidos, Pour une intervention communiste de Francia y Revolutionary Perspectives de Gran Bretaña. En el IIº Congreso (1977) había una delegación del Partito comunista internazionalista (Battaglia comunista). Al IIIº (1979) acudieron delegaciones de la Communist Workers’ Organisation (Gran Bretaña), del Nucleo comunista internazionalista y de Il Leninista (Italia) y de un camarada escandinavo no organizado. Por desgracia, esa práctica no pudo continuar por razones independientes de nuestra voluntad: desaparición de algunos grupos, evolución de otros hacia posturas izquierdistas (el NCI, por ejemplo), planteamientos sectarios de grupos como CWO y Battaglia comunista, los cuales se hicieron responsables del sabotaje de las Conferencias Internacionales de los grupos de la Izquierda comunista que se organizaron a finales de los años 70 ([5]). Hacía ya casi 25 años que la CCI no había podido acoger a otros grupos proletarios en uno de sus congresos, de modo que la participación de cuatro grupos en nuestro XVIIº Congreso ([6]) ha sido ya de por sí un acontecimiento de primera importancia.
Esa importancia va más allá del hecho de haber podido reanudar con una práctica de la CCI en sus inicios. Lo más importante es qué significa la existencia y la actitud de esos grupos. Éstas se inscriben en una situación histórica que ya identificamos en el congreso anterior:
“La preocupación central de los trabajos del Congreso ha sido la reanudación de los combates de la clase obrera y las responsabilidades que esa reanudación implica para nuestra organización, especialmente ante el crecimiento de una nueva generación de elementos que están inclinándose hacia una perspectiva política revolucionaria” (“Balance del XVIº Congreso de la CCI: prepararse para la lucha de clases y la emergencia de nuevas fuerzas comunistas”, Acción proletaria nº 183 y Revolución mundial nº 88).
En efecto, cuando se produjo el desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas en 1989,
“... las ensordecedoras campañas de la burguesía sobre la «quiebra del comunismo» y la «victoria definitiva del capitalismo liberal y democrático, sobre el «fin de la lucha de clases» y casi de la propia clase obrera, provocaron un retroceso importante del proletariado, tanto en su conciencia como en su combatividad. Ese retroceso era profundo y ha durado más de diez años. Ha marcado a toda una generación de trabajadores engendrando en ellos desorientación e incluso desmoralización. (…) Solo a partir de 2003, sobre todo a través de las grandes movilizaciones frente a los ataques a las jubilaciones en Francia y en Austria, el proletariado empezó verdaderamente a salir del retroceso que le venía afectando desde 1989. Posteriormente, esta tendencia a la recuperación de la lucha de clases y al desarrollo de la conciencia en su seno no ha sido desmentida. Los combates obreros han afectado a la mayoría de los países centrales, incluso los más importantes, tales como Estados Unidos (Boeing y los transportes de Nueva York en 2005), Alemania (Daimler y Opel en 2004, médicos hospitalarios en 2006, Deutsche Telekom en la primavera de 2007), Gran Bretaña (aeropuerto de Londres en agosto 2005, trabajadores del sector publico en la primavera de 2006), Francia (movimiento de estudiantes universitarios y de enseñanza media contra el CPE en la primavera de 2006), pero también en toda una serie de países de la periferia como Dubai (obreros de la construcción en la primavera de 2006), Bangla Desh (obreros del textil, primavera de 2006) y Egipto (obreros del textil y transportes, primavera de 2007)”.
“[...] Hoy, al igual que en 1968 [cuando la reanudación histórica de los combates de clase acabó con las cuatro décadas de contrarrevolución], el resurgir de los combates de la clase se ve acompañado por un movimiento de reflexión en profundidad y los nuevos elementos que surgen de esta reflexión y se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista son como la parte emergente de un iceberg” ( (“Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XVIIº congreso y publicada en esta misma Revista)).
De ahí que la presencia en el Congreso de varios grupos del medio proletario, la actitud abierta a la discusión por parte de esos grupos (al otro extremo de la actitud sectaria de “viejos” grupos de la Izquierda comunista) no tiene nada de casual, sino que es parte activa de la nueva etapa en el desarrollo del combate de la clase obrera mundial contra el capitalismo.
Los trabajos del Congreso confirmaron esa tendencia, entre otras cosas, con los testimonios de las diferentes secciones desde Bélgica a India, en los países “centrales” como en los de la “periferia”: una tendencia tanto a la reanudación de las luchas obreras como al desarrollo de la reflexión entre personas que empiezan a orientarse hacia las posiciones de la Izquierda comunista. También se ilustra esa tendencia en la integración de nuevos militantes en la organización, incluso en países en los que hacía muchos años que se producía integración alguna, y también en la constitución de un núcleo de la CCI en Brasil (ver artículo en esta Revista).
Debido a las circunstancias particulares en que se desarrolló el Congreso, fue el tema de las luchas obreras el primer punto del orden del día y el segundo se dedicó al análisis de las nuevas fuerzas revolucionarias que hoy están naciendo y desarrollándose. No podemos, en el marco de este artículo, dar detallada cuenta de las discusiones: la resolución sobre la situación internacional (publicada en esta misma Revista internacional) es una síntesis de ellas. Hay que subrayar fundamentalmente las características nuevas del desarrollo actual de los combates de clase. Se subrayó, en especial, la gravedad de la crisis del capitalismo, la violencia de los ataques que hoy están cayendo sobre la clase obrera y lo que está dramáticamente en juego en la situación mundial: hundimiento en la barbarie bélica y amenazas crecientes que el sistema hace pesar sobre el medio ambiente del planeta, factores todos ellos de politización de las luchas obreras. Es una situación muy diferente a la dominante tras la reanudación histórica de los combates de clase en 1968. Entonces, el margen de maniobra de que disponía el capitalismo le permitía mantener la ilusión de que “mañana será mejor que hoy”. Ahora, pocos se creen semejante ilusión: las nuevas generaciones de proletarios, al igual que las más viejas, son conscientes de que “mañana será peor que hoy”. Por eso, aunque esa perspectiva pudiera ser un factor desmoralizante y desmovilizador de los trabajadores, las luchas que éstos están realizando y que necesariamente seguirán realizando contra los golpes que reciben, van a llevarlos de manera creciente a tomar conciencia de que esas luchas son una preparación para enfrentamientos mucho más amplios contra un sistema moribundo. Ya ahora, las luchas a las que asistimos desde 2003...
“... incorporan, y cada vez mas, la cuestión de la solidaridad, una cuestión de primer orden pues es el “contraveneno” por excelencia del “cada uno a la suya” propio de la descomposición social y porque ocupa, sobre todo, un lugar central en la capacidad del proletariado mundial para no solo desarrollar sus combates actuales sino también para derribar el capitalismo” (Ídem).
Aunque el Congreso se ha preocupado sobre todo de la cuestión de la lucha de clases, también los demás aspectos de la situación internacional fueron tema de discusión. Se dedicó una parte importante de los trabajos a la crisis económica del capitalismo fijándose en particular en el crecimiento actual de algunos países “emergentes”, como India o China, que parece contradecir los análisis hechos por nuestra organización, y los marxistas en general, sobre la quiebra definitiva del modo de producción capitalista. En realidad, tras un informe detallado y una intensa discusión, el congreso concluyó:
“Las tasas de crecimiento excepcionales que ahora están alcanzando países como India, y sobre todo China, no son en modo alguno una prueba de un “nuevo impulso” de la economía mundial, aunque hayan contribuido en buena medida a su elevado crecimiento en el periodo reciente. (…) lejos de representar un “nuevo impulso” de la economía capitalista, el “milagro chino” y el de otras economías del Tercer mundo, no es más que un nuevo aspecto de la decadencia del capitalismo. (...) igual que el “milagro” que representaban las tasas de crecimiento de dos cifras de los “tigres” y “dragones” asiáticos tuvo un doloroso final en 1997, el “milagro” chino actual, a pesar de que sus orígenes son diferentes y de disponer de mejores cartas, tendrá que enfrentarse tarde o temprano a la dura realidad del estancamiento histórico del modo de producción capitalista” (Ídem).
Y, en fin, el impacto que ha provocado en la burguesía el callejón sin salida en que está metido el modo de producción capitalista y la descomposición de la sociedad que esa situación engendra, dio lugar a dos discusiones: una sobre las consecuencias de esa situación en cada país, y, la otra, sobre la evolución de los antagonismos imperialistas entre estados. Sobre este punto, el Congreso puso de relieve, sobre todo tras la aventura iraquí, el insondable fracaso de la política de la primera burguesía del mundo, la estadounidense, y el hecho de que ese fracaso lo que revela es el atolladero en que está metido todo el capitalismo:
“De hecho la llegada del equipo Cheney/Rumsfeld, y compañía a las riendas del Estado no es el simple resultado de un monumental “error de casting” de parte de esa clase [la burguesía]. Esto ha agravado considerablemente la situación de Estados Unidos en el plano imperialista, pero ya era la expresión del callejón sin salida en el que se encontraba un país enfrentado a la pérdida creciente de su liderazgo, y más, en general, al desarrollo de la tendencia de “cada uno a la suya” en las relaciones internacionales, característico de la fase de descomposición” (Ídem).
En un plano más general, el Congreso subrayó que:
“El caos militar que se desarrolla en el mundo, que sumerge amplias regiones en un verdadero infierno y en la desolación, sobre todo en Oriente Medio, pero también y especialmente en África, no es la única manifestación del atolladero histórico en que se encuentra el capitalismo, ni representa, a largo plazo, la amenaza más severa para la especie humana. Hoy está claro que la pervivencia del sistema capitalista tal y como funciona hasta hoy, comporta la perspectiva de destrucción del medio ambiente que había permitido el desarrollo de la humanidad” (Idem).
El Congreso concluyó esta parte de la discusión afirmando que:
“La alternativa anunciada por Engels a finales del siglo xix: “socialismo o barbarie”, se ha convertido a lo largo del siglo xx en una siniestra realidad. Lo que el siglo xxi nos ofrece como perspectiva es simplemente socialismo o destrucción de la humanidad. Este es el verdadero reto al que se enfrenta la única fuerza social capaz de destruir el capitalismo, la clase obrera mundial” (Idem).
Esa perspectiva pone tanto más de relieve la importancia decisiva de las luchas actuales de la clase obrera mundial, unas luchas que el Congreso examinó muy especialmente. También subraya el papel fundamental de las organizaciones revolucionarias, y especialmente de la CCI, para intervenir en esas luchas y en ellas se desarrolle la conciencia de lo que está en juego en el mundo actual.
El Congreso ha sacado un balance muy positivo de las intervenciones de nuestra organización en las luchas de la clase ante las cuestiones cruciales que se le plantean a ésta. Subrayó en particular la capacidad de la CCI para movilizarse internacionalmente (artículos en la prensa, en Internet, reuniones públicas, etc.) para dar a conocer las enseñanzas de uno de los principales episodios de la lucha de clases en este período: el de la juventud estudiantil contra el CPE en la primavera de 2006 en Francia. Nuestro sitio Internet conoció durante ese periodo un aumento espectacular de visitas, prueba de que los revolucionarios no solo tienen la responsabilidad sino también la posibilidad de oponerse a la ocultación sistemática de la prensa burguesa cuando se trata de luchas proletarias.
El Congreso también hizo un balance positivo de nuestra política hacia grupos e individuos cuya perspectiva es la defensa o el acercamiento a las posiciones de la Izquierda comunista. Durante ese periodo y como hemos dicho al empezar este artículo, la CCI vio acercarse a ella, tras una serie de intensas discusiones (pues es así como trabaja nuestra organización, que no tiene por costumbre “reclutar” a toda costa, contrariamente a lo que ocurre en las organizaciones izquierdistas), un número significativo de nuevos militantes. La CCI también se ha implicado en varios foros Internet, en inglés sobre todo, al ser éste el idioma más importante a escala internacional, en los que pueden expresarse posiciones de clase, lo que ha permitido a muchos elementos conocer mejor tanto nuestras posiciones como nuestra concepción de la discusión, lo que ha permitido superar los recelos alimentados por la multitud de capillas parásitas cuya vocación no es contribuir al desarrollo de la conciencia de la clase obrera sino a sembrar la sospecha sobre las organizaciones cuya tarea es precisamente esa contribución. El aspecto mas positivo de esa política ha sido, sin lugar a dudas, la capacidad de nuestra organización para establecer o reforzar lazos con otros grupos que se sitúan en el terreno revolucionario, cuya ilustración es la participación de cuatro entre ellos en el XVIIe Congreso. Ha sido un esfuerzo muy importante por parte de la CCI, particularmente al haber mandado delegaciones a numerosos países (para empezar, claro, a Brasil, Corea, Turquía y Filipinas, pero no sólo a éstos).
Las crecientes responsabilidades que le incumben a la CCI, tanto desde el punto de vista de la intervención en las luchas obreras como en la discusión con los grupos y personas que se sitúan en un terreno de clase implican un reforzamiento de su tejido organizativo. Éste quedó seriamente afectado a principios de los 2000 por una crisis que estalló tras su XIVo Congreso y que provocó un año después una Conferencia extraordinaria, así como una reflexión profunda en su XVo Congreso, en 2003 ([7]). Como lo constató ese Congreso y confirmó el siguiente, la CCI ha superado las fragilidades que originaron aquella crisis. Uno de los factores más importantes en la capacidad de la CCI para superar sus dificultades organizativas está en saber examinarlas atenta y profundamente. Para conseguirlo, la CCI se ha dotado desde 2001 de una comisión especial, distinta de su órgano central y como éste nombrada por el congreso, encargada específicamente de realizar esa labor. Esa comisión también ha entregado su mandato constatando que aunque son importantes los progresos realizados por nuestra organización, persisten, sin embargo, en varias secciones, secuelas y “cicatrices” de las dificultades pasadas. Eso prueba que la confección de un tejido organizativo sólido nunca está acabada, exigiendo un esfuerzo permanente por la organización como un todo y los militantes. Por ello el Congreso decidió, basándose en esa necesidad y partiendo del papel fundamental desempeñado por la comisión durante los años pasados, darle un carácter permanente inscribiendo su existencia en los estatutos de la CCI. Ese tipo de comisión no es una “invención” de nuestra organización, sino que forma parte de la tradición de las organizaciones políticas de la clase obrera: el Partido socialdemócrata alemán, que fue la referencia de la IIa Internacional, también tenía una “Comisión de control” con el mismo tipo de atributos.
Dicho eso, uno de los factores más importantes que ha permitido a nuestra organización no sólo superar su crisis, sino salir reforzada de ella ha sido su capacidad para dedicarse a una reflexión profunda, con toda la dimensión histórica y política, sobre el origen y las manifestaciones de sus debilidades organizativas, reflexión que se basó en varios textos de orientación de los que nuestra Revista ya ha publicado extractos significativos ([8]). El Congreso ha proseguido en esa dirección al dedicar, nada más iniciarse, parte de sus trabajos a discutir un texto de orientación sobre la cultura del debate que ya circulaba desde hacía meses en la organización y que pronto publicaremos en la Revista internacional. Esa cuestión no solo concierne la vida interna de la organización. La intervención de los revolucionarios exige que sean capaces de producir los análisis más pertinentes y profundos y que puedan defenderlos eficazmente en la clase para contribuir en el desarrollo de su conciencia. Ello supone que sean capaces no sólo de discutir lo mejor posible esos análisis sino también de aprender a presentarlos al conjunto de la clase y ante los elementos en búsqueda, con la preocupación de saber cuáles son sus inquietudes y sus cuestionamientos. En la medida en que la CCI se ve confrontada, tanto en sus propias filas como en el conjunto de la clase, a la emergencia de una nueva generación de militantes que se inscriben en la lucha para derribar el capitalismo, debe realizar todos los esfuerzos necesarios para apropiarse plenamente y comunicar a esa generación uno de los factores más valiosos de la experiencia del movimiento obrero, indisociable del método critico del marxismo: la cultura del debate.
Tanto la presentación como la discusión dejaron patente que en todas las escisiones vividas en la historia de la CCI, la tendencia al monolitismo había tenido un papel fundamental. En cuanto aparecían divergencias también surgían tendencias a decir que ya no se podía seguir trabajando juntos, que la CCI se había vuelto una organización burguesa o estaba en a punto de serlo, etc., cuando en realidad la mayor parte de esas divergencias podían coexistir perfectamente en el marco de una organización no monolítica. Y eso que la CCI, sin embargo, había aprendido de la Fracción italiana de la Izquierda comunista que cuando había divergencias, incluso en los principios fundamentales, la mayor clarificación colectiva era necesaria antes de cualquier separación organizativa. En ese sentido, las escisiones fueron en su mayoría manifestaciones extremas de debilidad sobre la cultura del debate cuando no de una visión monolítica. Esos problemas, sin embargo, no desaparecieron con la dimisión de militantes, porque también eran la expresión de una dificultad más general de la CCI sobre esta cuestión, pues había confusiones en nuestras filas que podrían arrastrarnos hacia el monolitismo, que tienden a aniquilar el debate en lugar de desarrollarlo. Y esas confusiones siguen existiendo. Tampoco hay que exagerar la envergadura de esos problemas: son confusiones y desaciertos que aparecen puntualmente. Pero la historia ha demostrado, la historia de la CCI y la historia del movimiento obrero, que pequeños desaciertos y pequeñas confusiones pueden ir creciendo si no entendemos las raíces de los problemas.
Existen corrientes en la historia de la Izquierda comunista que defendieron y teorizaron el monolitismo. La corriente bordiguista es una de sus caricaturas. La CCI, por su parte, es la heredera de la tradición de la Fracción italiana y de la Izquierda comunista de Francia que fueron los adversarios mas determinados del monolitismo y que practicaron con tesón la cultura del debate. La CCI se fundó sobre esa comprensión que se ratificó en sus estatutos. Por eso queda claro que aunque, sobre esta cuestión, perduren problemas en la práctica, ningún militante de la CCI puede pronunciarse en contra de la compresión teórica y práctica de la cultura del debate. Dicho lo cual, es necesario señalar la persistencia de debilidades. La primera de entre ellas es una tendencia a plantear cada discusión en términos de conflicto entre marxismo y oportunismo, entre bolchevismo y menchevismo o de lucha entre proletariado y burguesía. Semejante enfoque sólo tendría sentido si concibiéramos el programa comunista como algo invariable (la “invariabilidad” bordiguista). Y, en esto, el bordiguismo es, por lo menos, consecuente: la invariabilidad y el monolitismo de los que se reivindica son inseparables. Pero si aceptamos que el marxismo no es un dogma, que la verdad es relativa, que no está petrificada sino que es un proceso del que nunca dejaremos de aprender porque la realidad cambia permanentemente, entonces resulta evidente que la necesidad de profundizar, y también las confusiones y los errores, son etapas normales, necesarias, para alcanzar la conciencia de clase. Lo decisivo está en el impulso colectivo, en la voluntad y la participación activa hacia la clarificación.
Ha de notarse que esta tendencia a ver la presencia del oportunismo, o sea la tendencia hacia posiciones burguesas, en cualquier debate, puede acabar llevando a trivializar el peligro real del oportunismo al poner todas las discusiones al mismo nivel. La experiencia nos demuestra que fue precisamente en las escasas discusiones en que los principios fundamentales se pusieron en tela de juicio cuando hubo las mayores dificultades para descubrir tal oportunismo: cuando todo es oportunismo, en fin de cuentas nada lo es.
Otra de las consecuencias de ver oportunismo e ideología burguesa por cada esquina y en cualquier debate, es la inhibición en el debate. Los militantes “ya no tienen derecho” a tener confusiones, a expresarlas o a equivocarse porque inmediatamente se les considerará –y ellos mismos se considerarían– como traidores potenciales. En ciertos debates se enfrentan efectivamente posiciones burguesas y posiciones proletarias y son expresión de crisis y de peligro de degeneración. Pero si se ponen todos los debates en ese plano, se acaba considerando que todos son expresiones de una crisis.
Otro problema que existe, en la práctica más que de forma teorizada, es el que consiste en optar por métodos para convencer a los demás lo más rápidamente posible de la posición correcta. Es una actitud que acaba en impaciencia, en voluntad de monopolizar la discusión, en, por decirlo así, querer “aplastar al adversario”. Esa actitud reduce la capacidad de escuchar lo que dicen los demás. En una sociedad marcada por el individualismo y la competencia, verdad es que resulta difícil aprender a escuchar. Y el no saber escuchar acaba en aislamiento respecto al resto del mundo, lo que es totalmente opuesto a una actitud revolucionaria. En ese sentido, es necesario entender que lo más importante de un debate es que exista, que se desarrolle, que se abra a la participación más amplia y que pueda emerger una verdadera clarificación. En fin de cuentas, la vida colectiva del proletariado, cuando puede desarrollarla, lleva a la clarificación. La voluntad de clarificación es una de las características del proletariado como clase: ése es su interés de clase. Exige la verdad y no la falsificación. Por eso insistía tanto Rosa Luxemburgo en que la primera tarea de los revolucionarios era decir lo que es. Las actitudes de confusión no son ni la norma ni son dominantes en la CCI, pero existen y pueden ser peligrosas si no son superadas. Se ha de aprender en particular a desdramatizar los debates. La mayoría de las discusiones en la organización, y de las que tenemos fuera de ella, no son enfrentamientos entre posiciones burguesas y proletarias. Son discusiones en las que profundizamos colectivamente, basándonos en posiciones compartidas y un objetivo común, para salir de la confusión hacia la claridad.
De hecho, la capacidad para desarrollar una verdadera cultura del debate en las organizaciones revolucionarias es un signo de la primera importancia de su pertenencia a la clase obrera, de su capacidad para seguir vivas e involucradas en las necesidades de su lucha. Ese método no es algo propio de las organizaciones comunistas, sino que pertenece al proletariado como un todo: también es mediante la discusión, especialmente en las asambleas generales, la manera con la que el conjunto de la clase obrera se capacita para sacar las lecciones de sus experiencias y avanzar en el desarrollo de su conciencia de clase. El sectarismo y el rechazo del debate que caracterizan hoy desgraciadamente a muchas organizaciones del campo proletario no son ninguna prueba, ni mucho menos, de su “intransigencia” ante la ideología burguesa o la confusión. Expresan al contrario su miedo a defender sus propias posiciones y, en última instancia, son la prueba de su falta de convicción en la validez de tales posiciones.
Esa cultura del debate vivificó todos los trabajos del Congreso. Fue saludada como tal por las delegaciones de los grupos invitados que también comunicaron su experiencia y sus propias reflexiones. Uno de los compañeros de la delegación venida de Corea habló de su...
“fuerte impresión ante el espíritu fraterno en los debates, las relaciones de camaradería a las que su experiencia precedente no le había acostumbrado y que envidiaba”.
Otro compañero de la misma delegación nos habló de su convicción de que...
“la discusión sobre la cultura del debate será fructífera para el desarrollo de su propia actividad y que era importante que la CCI, así como su propio grupo, no se consideren como «únicos en el mundo»”.
La delegación de Opop, por su parte, expresó “con la mayor fraternidad un saludo al Congreso” y su “satisfacción de participar a un acontecimiento de tal importancia”. Para la delegación,
“… este Congreso no es un acontecimiento importante solo para la CCI, sino también para la clase obrera como un todo. Aprendemos mucho con la CCI. Hemos aprendido mucho estos tres años pasados en los contactos y los debates que hemos mantenido en Brasil. Ya participamos en el Congreso anterior [el de la sección en Francia en 2006] y hemos podido constatar la seriedad con la que la CCI profundiza los debates, su voluntad de estar abierta a la discusión, de no temerla y de confrontarse a posiciones diferentes a las suyas. Su método es, al contrario, suscitar el debate y queremos agradecer a la CCI habernos hecho conocer esa manera de trabajar. Saludamos igualmente la forma cómo considera la CCI la cuestión de las nuevas generaciones, actuales y futuras. Aprendemos de esa herencia a la que se refiere la CCI, transmitida por el movimiento obrero desde su nacimiento”.
La delegación también manifestó su convicción de que “la CCI también había aprendido en su relación con Opop”, en particular cuando la delegación de la CCI en Brasil participó con Opop en una intervención en una asamblea obrera dominada por los sindicatos.
Por su parte, el delegado de EKS también puso en evidencia la importancia del debate para el desarrollo de las posiciones revolucionarias en la clase, en particular para las nuevas generaciones:
“Para empezar, me gustaría subrayar la importancia de los debates para las nuevas generaciones. Hay gente joven en nuestro grupo y nos hemos politizado gracias al debate. Hemos aprendido mucho del debate, en particular el que tenemos con jóvenes con quienes estamos en contacto... Creo que para la generación joven, el debate será un aspecto muy importante del desarrollo político. Hemos conocido a un compañero mayor que nosotros que vive en un barrio muy pobre de Estambul. Nos ha contado que en su barrio los obreros siempre querían discutir, pero que los izquierdistas que trabajan políticamente en los barrios obreros siempre intentan liquidar el debate para pasar a “lo práctico”, como se puede esperar de ellos. Creo que la cultura del debate de la que se habla aquí ahora, y que he experimentado en este congreso, es la negación del método izquierdista de la discusión vista como competición. Quisiera hacer unos comentarios sobre los debates entre grupos internacionalistas. Primero, pienso, claro está, que tendrían que ser constructivos y fraternales en la medida de lo posible y que siempre hemos de pensar que los debates son el esfuerzo colectivo para lograr una clarificación política entre revolucionarios. No pueden ser una competición o algo que suscite la hostilidad o la rivalidad. Esto sería la negación total del esfuerzo colectivo para llegar a nuevas conclusiones, para acercarse a la verdad. También es importante que el debate entre grupos internacionalistas sea lo más regular posible porque eso ayuda mucho en la clarificación de los que se comprometen internacionalmente. También creo que es necesario que el debate siga abierto a todos los elementos proletarios interesados. También considero que es significativo que los debates sean públicos. Los debates no pertenecen únicamente a los que se comprometen directamente en ellos. El debate por sí mismo, el objeto de la discusión, son una ayuda real para alguien que, sencillamente, puede leer. Recuerdo, por ejemplo, que hasta hace poco tiempo, yo tenía mucho miedo a debatir, pero me encantaba leer. Leer los debates, las conclusiones, ayuda mucho y entonces es importante que los debates sean públicos para que todos los que están interesados puedan leerlos. Es una forma eficaz de desarrollarse teórica y políticamente.”
Las calurosas intervenciones de las delegaciones de los grupos invitados no tenían nada que ver con halagos hacia CCI. Los compañeros de Corea hicieron varias críticas a los trabajos del Congreso, lamentando en particular que no se insistiera más sobre la experiencia de nuestra intervención en el movimiento contra el CPE en Francia, o que el análisis de la situación económica en China no incluya más elementos de la situación social y las luchas de la clase obrera. Los delegados de la CCI tomaron buena nota de esas críticas que permitirán a nuestra organización tener más en cuenta las preocupaciones y las expectativas de otros grupos del campo proletario y, también, estimular nuestro esfuerzo para profundizar los análisis de una cuestión tan importante como la de China. Resulta evidente, además, que los elementos y análisis que aportarán los demás grupos sobre esas cuestiones, en particular los grupos de Extremo Oriente, tendrán un valor inapreciable para nuestro propio trabajo.
Ya durante el Congreso las intervenciones de las delegaciones aportaron mucho a nuestra comprensión de la situación mundial, y en particular, claro está, cuando aportaban elementos concretos sobre la situación en sus países. No podemos, en el marco de este articulo, reproducir íntegramente las intervenciones de las delegaciones, aunque habrá aspectos de ellas que aparecerán en artículos de nuestra prensa. Nos limitaremos aquí a señalar los rasgos mas destacados. En lo que concierne la lucha de clases, el delegado de EKS insistió en que tras la derrota de las luchas masivas del 89 se estaban hoy reanudando las luchas obreras, una oleada de huelgas con ocupaciones de fábricas ante una situación económica dramática para los trabajadores. Ante esta situación, los sindicatos no se limitan a sabotear las luchas como siempre lo han hecho, sino que intentan además propagar el nacionalismo entre la clase obrera alimentando campañas sobre el tema de la “Turquía eterna”. La delegación de Opop, por su parte, puso de relieve que debido a los vínculos existentes entre sindicatos y gobierno actual (el Presidente Lula fue el principal dirigente sindical del país), hay hoy una tendencia a luchar fuera del marco sindical oficial, una “rebelión de la base” como se autodenominó el movimiento del sector bancario en 2003. Los nuevos ataques económicos que está preparando el gobierno Lula van a animar a la clase obrera a luchar, por mucho que los sindicatos adopten una actitud mucho más “crítica” hacia Lula.
Otra contribución importante de las delegaciones de Opop y de EKS en el Congreso hizo referencia a la política imperialista de Turquía y Brasil. Opop aportó elementos que permiten entender mejor la postura de Brasil, país que por un lado muestra ser un aliado fiel a la política norteamericana de “gendarme del mundo” (en particular con su presencia militar en Timor y Haití, país en que asume el mando de las fuerzas extranjeras) y, por otro, intenta desplegar su propia diplomacia, con acuerdos bilaterales en particular con Rusia (a quien compra aviones), India y China (cuyos productos industriales compiten con la producción brasileña). Por otra parte, Brasil desarrolla una política de potencia imperialista regional, intentando imponer sus condiciones a países como Bolivia o Paraguay. En cuanto al compañero de EKS, hizo una intervención muy interesante sobre ciertos aspectos de la vida política de la burguesía turca (en particular sobre lo que está en juego en el conflicto entre sector “islamista” y sector “laico”) y de sus ambiciones imperialistas. Aunque no reproduzcamos aquí esa intervención, queremos subrayar la idea esencial recogida en su conclusión: el peligro de que, en una región vecina a una de las zonas en donde se desencadenan con más violencia los conflictos imperialistas, particularmente en Irak, la burguesía turca entre en una espiral militar dramática, haciendo pagar a la clase obrera aun más el precio de las contradicciones del capitalismo.
Las intervenciones de las delegaciones de los grupos invitados fueron, junto con las de las delegaciones de las secciones de la CCI, un aporte de primera importancia a los trabajos del Congreso y a la reflexión sobre todas las cuestiones, permitiéndole “sintetizar la situación mundial”, como lo señaló la delegación de SPA de Corea. De hecho, como decíamos al principio de este artículo, una de las claves de la importancia de este Congreso fue la participación de los grupos invitados: fue uno de los factores más importantes de su éxito y del entusiasmo compartido por todas las delegaciones en el momento de su clausura.
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Con pocos días de intervalo se han celebrado dos reuniones internacionales: la Cumbre del G8 y el Congreso de la CCI. Ni que decir tiene que hay, evidentemente, diferencias en la amplitud y el impacto inmediatos de ambas reuniones, pero vale la pena poner de relieve el contraste entre ellas, tanto desde el punto de vista de las circunstancias como del de los fines y del tipo de funcionamiento. Por un lado, había una reunión protegida por alambradas, por un despliegue policiaco sin precedentes y por la represión, una reunión en la que las declaraciones sobre la “sinceridad de las discusiones”, sobre “la paz” y el “porvenir de la humanidad” no eran sino siniestras cortinas de humo para esconder los antagonismos entre Estados capitalistas, para preparar nuevas guerras y preservar un sistema que no ofrece ningún porvenir a la humanidad. Por otro lado hubo una reunión de revolucionarios de 15 países en lucha contra todas las pantallas de humo, contra todas las falsedades, capaz de de llevar a cabo debates realmente fraternos con un profundo ánimo internacionalista, para contribuir a la única perspectiva que pueda salvar a la humanidad, la lucha internacional y unida de la clase obrera para echar abajo el capitalismo e instaurar una sociedad comunista.
Sabemos lo largo y difícil que es el camino que nos llevará hasta esa sociedad, pero la CCI está convencida de que su XVIIo Congreso es una etapa muy importante en ese camino.
CCI
[1]) Cf. nuestro artículo “Treinta años de la CCI: apropiarse del pasado para construir el futuro” en Revista internacional no 123.
[2]) Opop : Oposição operária (Oposición obrera). Es un grupo implantado en varias ciudades brasileñas que se formó a principios de los años 90, con elementos, entre otros, en ruptura con la CUT (sindicato brasileño) y el Partido de los trabajadores de Lula (presidente actual de Brasil) para adherirse a las posiciones del proletariado, especialmente sobre la cuestión esencial del internacionalismo, pero también sobre la cuestión sindical (denuncia de esos órganos como instrumentos de la clase burguesa) y la parlamentaria (denuncia de la mascarada “democrática”). Es un grupo activo en las luchas obreras (en el sector bancario en particular) con el que la CCI mantiene discusiones fraternas desde hace varios años y con el que ha organizado varias reuniones públicas en Brasil (léase al respecto, entre otros artículo, “Cuatro intervenciones públicas de la CCI en Brasil: un fortalecimiento de las posiciones proletarias” en ccionline/2006). Una delegación de Opop estuvo ya presente en el XVIIº Congreso de nuestra sección en Francia de la primavera de 2006 (cf. el artículo “17e Congrès de RI : l’organisation révolutionnaire à l’épreuve de la lutte de classe” en Revolution internationale no 370).
[3]) SPA: siglas del nombre en inglés de la Socialist Political Alliance (Alianza política socialista). Es un grupo que se ha propuesto la tarea de dar a conocer en Corea las posiciones de la Izquierda comunista, sobre todo traduciendo algunos de sus textos de base y organizar, en ese país, discusiones sobre esas posiciones entre grupos y elementos. La SPA organizó en octubre de 2006 una conferencia internacional a la que la CCI, que llevaba discutiendo con ella desde hacía un año, mandó una delegación (cf. nuestro artículo “Informe sobre la Conferencia de Corea de octubre de 2006” en la Revista internacional no 129). Cabe señalar que los participantes en esta conferencia, que se verificó justo cuando los ensayos nucleares de Corea del Norte, adoptaron una “Declaración internacionalista contra la amenaza de guerra en Corea [327]”.
[4]) EKS: Enternasyonalist Komünist Sol (Izquierda comunista internacionalista): grupo formado recientemente en Turquía, resueltamente asentado en las posiciones de la Izquierda comunista. Hemos publicado en francés algunas tomas de posición de IKS en nuestra página WEB (https://fr.internationalism.org/isme327/turquie [328])
[5]) Eso no impidió a la CCI invitar al Buró internacional por el partido revolucionario (BIPR) a su XIIIº Congreso, en 1999. Nosotros pensábamos que la gravedad de lo que se estaba jugando en plena Europa (era cuando los bombardeos de Serbia por los ejércitos de la OTAN) merecía que, como mínimo, los grupos revolucionarios dejaran de lado sus divergencias para encontrarse en un mismo lugar para así examinar juntos todo lo que implica el conflicto y, en su caso, hacer una declaración común. El BIPR, lamentablemente, rechazó la invitación.
[6]) Internasyonalismo estaba políticamente presente, aunque no pudiera haberlo estado físicamente.
[7]) Véanse sobre el tema nuestros artículos “Conferencia extraordinaria de la CCI: el combate por la defensa de los principios organizativos” y “XVo Congreso de la CCI: reforzar la organización ante los retos del periodo”, en los nos 110 y 114 de la Revista internacional.
[8]) Véase « La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado », así como “Marxismo y ética”, en los nos 111, 112, 127 y 128 de la Revista internacional.
XVIIº Congreso internacional
1. Uno de los elementos más importantes que determinan la vida actual de la sociedad capitalista es su entrada en la fase de descomposición. La CCI, ya desde finales de los años 80, ha planteado cuáles son las causas y las características de esta fase de descomposición de la sociedad, poniendo especialmente de manifiesto que:
a) la fase de descomposición del capitalismo forma parte, íntegramente, del período de decadencia de ese sistema que se inició con la Primera Guerra mundial (tal y como la gran mayoría de los revolucionarios señalaron en aquel mismo momento). Por ello mantiene las principales características de la fase de decadencia del capitalismo, a las que añade características nuevas e inéditas en la vida de la sociedad;
b) representa la fase última de la decadencia, en la que no solamente se acumulan los rasgos más catastróficos de sus etapas precedentes, sino que asistimos a un verdadero pudrimiento de raíz del conjunto del edificio social;
c) todos los aspectos de la sociedad humana se ven prácticamente afectados por la descomposición y, sobre todo, los que son decisivos para su supervivencia misma: los conflictos imperialistas y la lucha de clases. Por tanto, con el telón de fondo de la fase descomposición y sus características fundamentales, hemos de examinar el momento actual de la situación internacional en sus principales aspectos: la crisis económica del sistema capitalista, los conflictos en el seno de la clase dominante, especialmente en el ruedo imperialista, y, en fin, la lucha entre las dos clases fundamentales de la sociedad, la burguesía y el proletariado.
2. Por paradójico que pueda parecer, la situación económica del capitalismo es el aspecto de esta sociedad que resulta menos afectado por la descomposición. Ello es así, principalmente, porque justamente la situación económica es la que determina, en última instancia, los demás aspectos de la vida de este sistema incluidos los que se refieren a la descomposición. Como sucedió en los modos de producción que le precedieron, el modo de producción capitalista, que conoció un periodo ascendente hasta finales del siglo xix, también entró en su periodo de decadencia a principios del siglo xx. El origen de esta decadencia, como sucedió para otros sistemas económicos, es la creciente inadecuación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Concretamente, en el caso del capitalismo cuyo desarrollo está condicionado por la conquista de los mercados extracapitalistas, la Primera Guerra mundial fue la primera manifestación significativa de su decadencia. En efecto, con el fin de la conquista colonial y económica del mundo por las metrópolis capitalistas, éstas se vieron obligadas a enfrentarse entre sí para disputarse sus respectivos mercados. El capitalismo entró desde entonces en un nuevo período de su historia, período que la Internacional comunista, en 1919, calificó como el de las guerras y las revoluciones. El fracaso de la oleada revolucionaria que surgió de la guerra mundial abrió igualmente la puerta a convulsiones cada vez más fuertes de la sociedad capitalista: la gran depresión de los años 30 y su consecuencia, la Segunda Guerra mundial mucho más mortífera y bárbara que la Primera. El período que le sucedió, y que algunos “expertos” de la burguesía calificaron de “Treinta años gloriosos” permitió al capitalismo ofrecer la ilusión de que había conseguido superar sus contradicciones mortales, ilusión compartida incluso por corrientes que se reivindicaban de la revolución comunista. Este periodo de “prosperidad”, resultante tanto de factores circunstanciales como de las medidas paliativas contra los efectos de la crisis económica, dio de nuevo paso a la crisis abierta del modo de producción capitalista que estalló a finales de los años 60 y que se agravó fuertemente a partir de mediados de los 70. Esta crisis abierta del capitalismo desembocó nuevamente en la alternativa anunciada por la Internacional comunista: guerra mundial o desarrollo de las luchas obreras con vistas a la destrucción del capitalismo. La guerra mundial, al contrario de lo que pensaron algunos grupos de la Izquierda comunista, no es ninguna “solución” a la crisis del capitalismo ni le permite “regenerarse” o renovarse con un crecimiento dinámico. Es el callejón sin salida en que se encuentra el sistema capitalista, la agudización de tensiones entre sectores nacionales del capitalismo, lo lleva a una inexorable huida hacia delante en el plano militar cuyo desenlace final es la guerra mundial. Efectivamente, como consecuencia de la agravación de las convulsiones económicas del capitalismo, las tensiones imperialistas conocieron a partir de los años 1970 una evidente agravación. Tales tensiones no pudieron sin embargo desembocar en una guerra mundial dado el surgimiento histórico de la clase obrera, a partir de 1968, en reacción a los primeros efectos de la crisis. Pero al mismo tiempo y aunque la clase obrera fuese capaz de contrarrestar la única perspectiva que puede ofrecer la burguesía (si es que puede hablarse de “perspectiva”), el proletariado por más que desarrollase una combatividad como no se había visto durante décadas, no fue capaz, sin embargo, de proponer su propia perspectiva, la revolución comunista. Esta situación en la que ninguna de las clases determinantes de la sociedad puede imponerle su perspectiva, en la que la clase dominante se ve reducida a “gestionar” el día a día, golpe a golpe, del hundimiento de su economía en una crisis insuperable, es lo que origina la entrada del capitalismo en su fase de descomposición.
3. Unas de las principales manifestaciones de esta ausencia de perspectiva histórica es el desarrollo de la tendencia de “cada uno a la suya” que afecta a todos los niveles de la sociedad, desde los individuos hasta los Estados. Sin embargo, no puede considerarse que en el plano de la vida económica del capitalismo haya aparecido un cambio significativo en este ámbito con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición. En efecto, esa tendencia de “cada uno para sí”, la “competencia de todos contra todos” es una característica congénita del modo de producción capitalista. Estas características han tenido que ser temperadas, en el período de decadencia, mediante una intervención masiva del Estado en la economía que ya se puso en marcha durante la Primera Guerra mundial, y que se vio reactivada durante los años 30 especialmente con las políticas fascistas o keynesianas. Esta intervención del Estado se vio completada tras la Segunda Guerra mundial por la instauración de organismos internacionales como el FMI, el Banco mundial, la OCDE y posteriormente la Comunidad económica europea (antecesor de la actual Unión europea), con objeto de impedir que las contradicciones económicas condujesen a una desbandada general como sucedió tras el “jueves negro” de 1929. Hoy, a pesar de todos los discursos sobre “el triunfo del liberalismo”, sobre el “libre ejercicio de las leyes del mercado”, los Estados no han renunciado ni a la intervención en las economías de sus países respectivos, ni a la utilización de las estructuras encargadas de regular, en cierta forma, las relaciones entre ellos o crear otras nuevas como la Organización mundial del comercio. Ahora bien, ni tales políticas ni esos organismos, aunque hayan logrado atenuar significativamente el ritmo de hundimiento del capitalismo en la crisis, han permitido acabar con ésta, por muchos discursos que hagan para congratularse de los niveles “históricos” de crecimiento de la economía mundial y los extraordinarios índices alcanzados por los dos gigantes asiáticos: India y, sobre todo, China.
4. Las bases sobre las que asientan las tasas de crecimiento del PIB mundial de los últimos años y que hoy provocan la euforia de los burgueses y de sus lacayos intelectuales no tienen, en lo esencial, nada de novedosas. Se trata de las mismas bases que permitieron impedir que la saturación de los mercados que originó la crisis abierta a finales de los años 60 provocase la asfixia completa de la economía mundial, unas bases que se resumen en un creciente endeudamiento. En el momento actual, la principal “locomotora” del crecimiento mundial reside en los enormes déficits de la economía estadounidense, tanto a nivel presupuestario como de su balanza comercial. Se trata pues de una verdadera huida hacia adelante, que lejos de posibilitar una solución definitiva a las contradicciones del capitalismo, no hace sino anunciar un futuro aun más doloroso y estancamientos brutales del crecimiento económico como los que hemos visto desde hace ya más de 30 años. Hoy mismo, por otra parte, asistimos ya a una acumulación de las amenazas que se ciernen sobre el sector inmobiliario en Estados Unidos que ha representado uno de los motores de la economía norteamericana, y que conllevan el riesgo de catastróficas quiebras bancarias, causando angustia e incertidumbre en los ámbitos económicos. A eso viene a añadirse la perspectiva de otras quiebras de los llamados hedge funds (fondos de inversión especulativos), tras la quiebra de Amaranth sucedida en octubre de 2006. La amenaza tiene, si cabe, mayor calado pues esos organismos cuya razón de ser es la obtención de altos beneficios a corto plazo, especulando con la evolución de los tipos de cambio o el curso de las materias primas no son, ni mucho menos, francotiradores al margen del sistema financiero internacional. Son en realidad las instituciones financieras más “serias” las que colocan una parte de sus recursos en esos hedge funds. Además, las cantidades invertidas en esos organismos son considerables hasta el punto de igualar el PIB anual de un país como Francia, sirviendo de “palanca” a movimientos de capitales mucho más considerables (700 billones de dólares en 2002, o sea 20 veces más que el valor de las transacciones de bienes y servicios, o sea productos “reales”). Y no serán las peroratas de los “altermundistas” y demás denunciadores de la “financiarización” de la economía las que van a cambiar nada. Esas corrientes políticas desearían un capitalismo “limpio”, “equitativo” que dejara de lado la especulación. En realidad ésta no se debe ni mucho menos a un “mal capitalismo” que “se olvidaría” de su responsabilidad de invertir en sectores realmente productivos. Como Marx lo dejó claro desde el siglo xix, la especulación es resultado de que, en la perspectiva de una ausencia de salidas suficientes para las inversiones productivas, los poseedores de capitales prefieren rentabilizarlos a corto plazo en una gigantesca lotería, una lotería que está transformando hoy el capitalismo en un casino planetario. Pretender que el capitalismo renuncie a la especulación en el periodo actual es tan realista como pretender que los tigres se hagan vegetarianos.
5. Las tasas de crecimiento excepcionales que ahora están alcanzando países como India, y sobre todo China, no son en modo alguno una prueba de un “nuevo impulso” de la economía mundial, aunque hayan contribuido en buena medida a su elevado crecimiento en el periodo reciente. Con lo que nos encontramos otra vez como base de ese crecimiento es, paradójicamente, la crisis del capitalismo. En efecto, la dinámica esencial de ese crecimiento procede de dos factores: las exportaciones y las inversiones de capital procedentes de los países más desarrollados. Si las redes comerciales de éstos distribuyen cada vez más bienes fabricados en China en lugar de los productos fabricados en los “viejos” países industriales, es porque pueden venderlos a precios mucho más bajos, lo que acaba siendo una necesidad absoluta en el momento de una saturación creciente de los mercados y, por lo tanto, de una competencia comercial cada vez más agudizada, al tiempo que este proceso permite reducir el precio de la fuerza de trabajo de los asalariados de los países capitalistas más desarrollados. A esta misma lógica obedece el fenómeno de las “deslocalizaciones”, que es la transferencia de actividades industriales de las grandes empresas hacia países del Tercer mundo, en donde la mano de obra es muchísimo más barata que en los países más desarrollados. Hay que resaltar además que si la economía china se beneficia de esas deslocalizaciones en su territorio, también tiende a practicarlas a su vez en dirección de países en donde los salarios aun son más bajos, de África especialmente.
6. De hecho, el trasfondo del “crecimiento de dos dígitos” de China, especialmente de su industria, es el de una explotación desenfrenada de la clase obrera, la cual conoce frecuentemente condiciones de vida que recuerdan las de la clase obrera inglesa de la primera mitad del siglo xix, denunciadas por Engels en su señalada obra de 1844. Por sí sola, esa situación no es un signo de la quiebra del capitalismo, puesto que este sistema se lanzó a la conquista del mundo gracias a una explotación del proletariado igual de despiadada. Hay, sin embargo, unas diferencias fundamentales entre el crecimiento y la condición obrera en los principales países capitalistas del siglo xix y los de la China actual:
– en aquéllos el aumento de los efectivos de la clase obrera industrial en tal o cual país no se correspondía con una reducción similar en otros países: los sectores industriales se desarrollaron de forma paralela en países como Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos. Al mismo tiempo, particularmente gracias a sus luchas de resistencia, las condiciones de vida del proletariado mejoraron progresivamente a lo largo de la segunda mitad del siglo xix;
– en el caso de la China actual, el crecimiento de la industria (como en otros países del Tercer mundo) se está haciendo en detrimento de numerosos sectores industriales de los países del viejo capitalismo, que desaparecen progresivamente; al mismo tiempo, las deslocalizaciones son los instrumentos de un ataque en regla contra la clase obrera de esos países, ataque que comenzó antes de que éstas se convirtieran en una practica corriente, pero que permite intensificarlo aun más en términos de desempleo, deterioro de la calificación, precariedad y empeoramiento de nivel de vida.
– así, lejos de representar un “nuevo impulso” de la economía capitalista, el “milagro chino” y el de otras economías del Tercer mundo, no es más que un nuevo aspecto de la decadencia del capitalismo. Además, la extrema dependencia de la economía china de sus exportaciones es un verdadero factor de fragilidad frente a la contracción de la demanda de sus clientes actuales, contracción que por otro lado no puede dejar de producirse, particularmente cuando la economía norteamericana se vea obligada a poner orden en el endeudamiento abismal que le permite actualmente hacer de “locomotora” de la demanda mundial. Así, igual que el “milagro” que representaban las tasas de crecimiento de dos cifras de los “tigres” y “dragones” asiáticos tuvo un doloroso final en 1997, el “milagro” chino actual, a pesar de que sus orígenes son diferentes y de disponer de mejores cartas, tendrá que enfrentarse tarde o temprano a la dura realidad del estancamiento histórico del modo de producción capitalista.
7. La vida económica de la sociedad burguesa, no puede sortear, en ningún país, las leyes de la decadencia capitalista, por una razón evidente, puesto que la decadencia se manifiesta en primer lugar en ese plano. Sin embargo, por esa misma razón, las manifestaciones principales de la descomposición no afectan de momento a la esfera económica. No puede decirse lo mismo de la esfera política de la sociedad capitalista, especialmente respecto a los antagonismos entre sectores de la clase dominante y particularmente en lo que a conflictos imperialistas se refiere. De hecho, la primera gran manifestación de la entrada del capitalismo en su fase de descomposición, concierne precisamente el terreno de los conflictos imperialistas: el hundimiento del bloque imperialista ruso a finales de los 80, que provocó la inmediata desaparición del bloque occidental. Donde primero se expresa hoy la tendencia de “cada uno para sí”, característica principal de la fase de descomposición, es en el plano de las relaciones políticas, diplomáticas y militares. El sistema de bloques llevaba en sí el peligro de una tercera guerra mundial, que se habría desencadenado si el proletariado mundial no hubiese sido capaz de impedirlo desde finales de los 60; sin embargo representaba cierta “organización” de las tensiones imperialistas, particularmente por la disciplina impuesta por las respectivas potencias dominantes en cada uno de los dos campos. La situación abierta desde 1989 es totalmente diferente. Cierto es que el espectro de la guerra mundial ha dejado de amenazar el planeta, pero al mismo tiempo hemos asistido a un desencadenamiento de antagonismos imperialistas y de guerras locales en las que están implicadas directamente las grandes potencias, empezando por la primera y principal: Estados Unidos. A este país, que desde hace años se ha dado el papel de “gendarme mundial”, le correspondía proseguir y reforzar ese papel ante el nuevo “desorden mundial” surgido al final de la guerra fría. En realidad, si EEUU se ha encargado de ese papel, no es, ni mucho menos, para contribuir a la estabilidad del planeta sino, sobre todo, para intentar restablecer su liderazgo mundial, puesto constantemente en entredicho, sobre todo por parte de sus antiguos aliados, debido a que ya desapareció la argamasa que aglutinaba cada uno de los bloques imperialistas, o sea, la amenaza del bloque adverso. Tras la desaparición total de la “amenaza soviética”, el único medio que le queda a la potencia estadounidense para imponer su disciplina es hacer alarde de lo que constituye su fuerza principal: la enorme superioridad de su potencia militar. Y al hacer así, la política imperialista de Estados Unidos se ha convertido en uno de los principales factores de inestabilidad del mundo. Desde el principio de los años 90 abundan los ejemplos de ello: la primera guerra del Golfo, en 1991, pretendía estrechar los lazos, que ya empezaban a desaparecer, entre los antiguos aliados del bloque occidental (y no para “hacer respetar el derecho internacional”, “mancillado” por la anexión iraquí de Kuwait, como se pretextó). Poco después estallaba en mil pedazos, en Yugoslavia, la unidad de los antiguos aliados del bloque occidental: Alemania encendía el polvorín animando a Eslovenia y Croacia a declararse independientes, mientras Francia y Gran Bretaña nos ofrecían un remake de “la Entente cordial” de principios del siglo xx, al apoyar los intereses imperialistas de Serbia, a la vez que Estados Unidos ejercía de padrino de los musulmanes de Bosnia.
8. El fracaso de la burguesía norteamericana para imponer de forma duradera su autoridad a lo largo de los años 90, incluso después de sus diferentes operaciones militares, la ha llevado a buscar un nuevo “enemigo” del “mundo libre” y de la “democracia”, que le permitiera arrastrar tras ella a las principales potencias mundiales, sobre todo aquellas que habían sido sus aliados: el terrorismo islámico. Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que cada vez más parece claro (incluso para más de un tercio de la población norteamericana y la mitad de los habitantes de Nueva York) que fueron consentidos, cuando no preparados, por el aparato de Estado norteamericano, habían de servir de punto de partida de esta nueva cruzada. Cinco años después, el fracaso de esta política es patente. Los atentados del 11 de septiembre permitieron a Estados Unidos implicar a países como Francia o Alemania en su intervención en Afganistán. En cambio, EEUU no ha conseguido implicarlos en su aventura iraquí de 2003, impulsando, al contrario, una alianza de circunstancias entre esos dos países y Rusia contra esa intervención. Y después otros “aliados” de EEUU, comprometidos en un primer tiempo en la “coalición” que ha intervenido en Irak, como España o Italia, han abandonado el navío. Al final, la burguesía americana no ha logrado ninguno de los objetivos que se había fijado oficial u oficiosamente: la eliminación de las “armas de destrucción masiva” en Irak, el establecimiento de una “democracia” pacífica en ese país, la estabilización y una vuelta a la paz del conjunto de la región bajo la égida americana, el retroceso del terrorismo, la adhesión de la población estadounidense a las intervenciones militares de su gobierno.
La cuestión de las “armas de destrucción masiva” se ha saldado rápidamente: quedó inmediatamente claro que las únicas que había en Irak eran las que había aportado la “coalición”, lo que evidentemente puso en evidencia las mentiras de la administración Bush para “vender” su proyecto de invasión de ese país.
En cuanto al retroceso del terrorismo, se puede constatar que la invasión de Irak no sólo no lo atajado en absoluto, sino que, al contrario, ha sido un potente factor de su desarrollo, tanto en Irak como en otras partes del mundo, incluidas las metrópolis capitalistas, como se ha visto en Madrid en marzo de 2004 y en Londres en julio de 2005.
Así, el establecimiento de una “democracia” pacifica en Irak se ha saldado por la implantación de un gobierno fantasma incapaz de mantener el menor control del país sin el apoyo masivo de las tropas estadounidenses, “control” que se limita a unas cuantas áreas de seguridad, dejando en el resto del país el campo libre a las masacres entre las comunidades chií y suní, así como a los atentados terroristas que han causado decenas de miles de víctimas tras la caída de Sadam Husein.
La estabilización y la paz en Oriente Medio nunca han estado tan lejanas: en el conflicto cincuentenario entre Israel y Palestina, hemos visto cómo, en estos últimos años, se producía una agravación continua de la situación, con los enfrentamientos interpalestinos entre Al Fatah y Hamás, al igual que con el considerable descrédito del gobierno israelí, lo que supone una agravación aun más dramática de la situación. La pérdida de autoridad del gigante norteamericano en la región, tras su amargo fracaso en Irak, no es evidentemente ajeno al hundimiento y la quiebra del “proceso de paz” del que es principal valedor.
Esta pérdida de autoridad es también responsable en parte, de las dificultades crecientes que experimentan las fuerzas de la OTAN en Afganistán, y de la pérdida de control del gobierno de Karzai sobre el país en beneficio de los talibanes.
Por otra parte, la chulería creciente que demuestra Irán a propósito de los preparativos para la obtención del arma atómica es una consecuencia directa del hundimiento de Estados Unidos en Irak, que les impide cualquier otra intervención militar.
Finalmente la voluntad de la burguesía americana de superar definitivamente el síndrome de Vietnam, es decir, las reticencias de la población norteamericana al envío de soldados a los campos de batalla, ha conseguido el resultado contrario al que buscaba. Si en un primer momento, la emoción que provocaron los atentados del 11 de septiembre permitió un reforzamiento masivo, en el seno de esta población, de los sentimientos nacionalistas, de la voluntad de una “unión nacional” y de la determinación de implicarse en la “guerra contra el terrorismo”, lo que con el paso de los años se ha ido intensificando ha sido, al contrario, el rechazo de la guerra y del envío de soldados americanos a los campos de batalla.
Hoy en Irak, la burguesía de EEUU se encuentra en un auténtico callejón sin salida. Por un lado, y tanto desde el punto de vista estrictamente militar como desde el económico y político, carece de los medios para comprometer en Irak los efectivos que podrían eventualmente permitirle el “restablecimiento del orden”. Por otra parte, no puede permitirse retirarse pura y simplemente de Irak sin que aparezca todavía más claramente la quiebra total de su política y, además, se abran las puertas a una dislocación de Irak y a una desestabilización aun más considerable de toda la región.
9. Así pues, el balance del mandato de Bush hijo es, desde luego, uno de los más calamitosos de la historia de los Estados Unidos. La subida, en 2001, de los llamados “neocons” (neoconservadores) a la cabeza del Estado norteamericano, fue una verdadera catástrofe para la burguesía estadounidense. La pregunta que cabe hacerse es la siguiente ¿Cómo es posible que la primera burguesía del mundo haya llamado a ese hatajo de aventureros irresponsables e incompetentes a dirigir la defensa de sus intereses? ¿Cuál es la causa de esa ceguera de la clase dominante del principal país capitalista? De hecho la llegada del equipo Cheney, Rumsfeld, y compañía a las riendas del Estado no es el simple resultado de un monumental “error de casting” de parte de esa clase. Esto ha agravado considerablemente la situación de Estados Unidos en el plano imperialista, pero ya era la expresión del callejón sin salida en el que se encontraba un país enfrentado a la pérdida creciente de su liderazgo, y más, en general, al desarrollo de la tendencia de “cada uno a la suya” en las relaciones internacionales, característico de la fase de descomposición.
La mejor prueba de ello es desde luego el hecho de que la burguesía más hábil e inteligente del mundo, la burguesía británica, se haya dejado arrastrar al callejón sin salida de la aventura iraquí. Otro ejemplo de esta propensión a elegir opciones imperialistas desastrosas por parte de las burguesías más “eficaces”, las que hasta ahora habían conseguido manejar con maestría su potencia militar, nos lo proporciona, a menor escala, la catastrófica aventura de Israel en Líbano durante el verano de 2006, una ofensiva que contaba con el beneplácito de los “estrategas” de Washington, y que, tratando de debilitar a Hizbolá, lo único que ha conseguido, en realidad, es reforzarlo.
10. El caos militar que se desarrolla en el mundo, que sumerge amplias regiones en un verdadero infierno y en la desolación, sobre todo en Oriente Medio, pero también y especialmente en África, no es la única manifestación del atolladero histórico en que se encuentra el capitalismo, ni representa, a largo plazo, la amenaza más severa para la especie humana. Hoy está claro que la pervivencia del sistema capitalista tal y como funciona hasta hoy, comporta la perspectiva de destrucción del medio ambiente que había permitido el desarrollo de la humanidad. La prosecución, al ritmo actual, de la emisión de gases de efecto invernadero con el consiguiente calentamiento del planeta, anuncia el desencadenamiento de catástrofes climáticas sin precedentes (canículas, huracanes, desertificación, inundaciones...) con su séquito de calamidades espantosas para los seres humanos (hambrunas, desplazamiento de centenares de millones de seres humanos a las regiones más a salvo...). Frente a los primeros efectos visibles de esta degradación medioambiental, los gobiernos y los sectores dirigentes de la burguesía, no pueden esconder a la población la gravedad de la situación y el futuro catastrófico que se avecina. Ahora las burguesías más poderosas y la casi totalidad de los partidos políticos burgueses se pintan de verde y prometen tomar las medidas necesarias para evitarle a la humanidad esa catástrofe anunciada. Pero al problema de la destrucción del medio ambiente le sucede como al de la guerra: que todos los sectores de la burguesía se declaran en contra, aunque esta clase, desde que el capitalismo entrara en la decadencia, es incapaz de garantizar la paz. Y es que no se trata en absoluto de una cuestión de buena o mala voluntad (aunque entre los sectores que más alientan a la guerra, se pueden encontrar los intereses más sórdidos). Hasta los dirigentes burgueses más “pacifistas” son incapaces de escapar a una lógica objetiva que da al traste con sus veleidades “humanistas”, o la “razón”. De igual modo, la “buena voluntad” que exhiben cada vez más los dirigentes de la burguesía con respecto a la protección del medio ambiente, aun cuando en muchos casos sólo se trata de un mero argumento electoral, nada podrá hacer contra las obligaciones que impone la economía capitalista. Enfrentarse eficazmente al problema de la emisión de gases de efecto invernadero supone transformaciones considerables en sectores de la producción industrial, de la producción de energía, de los transportes y de la vivienda, y por tanto, inversiones masivas y prioritarias en todos esos sectores. Igualmente eso supone poner en entredicho intereses económicos considerables, tanto a nivel de grandes empresas como a nivel de los Estados. Concretamente si un Estado asumiera por su cuenta las disposiciones necesarias para aportar una solución eficaz a la resolución del problema, se vería inmediata y catastróficamente penalizado desde el punto de vista de la competencia en el mercado mundial. A los Estados, con las medidas que tienen que tomar para enfrentarse al calentamiento global, les pasa lo mismo que a los burgueses con los aumentos de los salarios obreros; que todos ellos están a favor de tales medidas… pero en las empresas del vecino. Mientras sobreviva el modo de producción capitalista, la humanidad esta condenada a sufrir cada vez más calamidades de todo tipo que este sistema agonizante no puede evitar imponerle, calamidades que amenazan su existencia misma.
Así pues, como puso en evidencia la CCI hace más de 15 años, el capitalismo en descomposición supone o lleva en sí amenazas considerables para la supervivencia de la especie humana. La alternativa anunciada por Engels a finales del siglo xix: “socialismo o barbarie”, se ha convertido a lo largo del siglo xx en una siniestra realidad. Lo que el siglo xxi nos ofrece como perspectiva es, simplemente, socialismo o destrucción de la humanidad. Este es el verdadero reto al que se enfrenta la única fuerza social capaz de destruir el capitalismo, la clase obrera mundial.
11. A ese reto se enfrenta el proletariado, como hemos visto, desde hace varias décadas, puesto que su resurgir histórico, a partir de 1968, que puso fin a la más profunda contrarrevolución de su historia, es lo que impidió que el capitalismo impusiera su propia respuesta a la crisis abierta de su economía, la guerra mundial. Durante dos décadas, las luchas obreras se sucedieron, con altibajos, con avances y retrocesos, permitiendo a los trabajadores adquirir toda una experiencia de la lucha y, sobre todo, la experiencia del papel de sabotaje de los sindicatos. Al mismo tiempo, la clase obrera ha estado sometida crecientemente al peso de la descomposición, lo que explica especialmente que el rechazo al sindicalismo clásico se vea a menudo acompañado de un repliegue hacia el corporativismo, que pone de manifiesto el peso de la tendencia “cada uno a la suya” en el seno mismo de las luchas. Fue la descomposición del capitalismo lo que asestó un golpe decisivo a aquella primera serie de combates proletarios, sobre todo con su manifestación más espectacular hasta hoy: el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas ocurrido en 1989. Las ensordecedoras campañas de la burguesía sobre la “quiebra del comunismo” y la “victoria definitiva del capitalismo liberal y democrático”, sobre el “fin de la lucha de clases” y casi de la propia clase obrera, provocaron un retroceso importante del proletariado, tanto en su conciencia como en su combatividad. Ese retroceso era profundo y duró más de diez años. Ha marcado a toda una generación de trabajadores engendrando en ellos desconcierto e incluso desmoralización. Ese desconcierto no sólo lo provocaron los acontecimientos a los que asistimos a finales de los años 80, sino también los que, como consecuencia de ellos, vimos después, como la primera guerra del Golfo en 1991 y la guerra en la ex Yugoslavia. Estos acontecimientos suponían un tajante desmentido a las declaraciones del presidente George Bush padre que anunciaba que el final de la guerra fría traería la apertura de una “nueva era de paz y prosperidad”, pero en un contexto general de desorientación de la clase, esto no pudo ser aprovechado por el proletariado para recuperar el camino de su toma de conciencia, sino que esos acontecimientos acabaron haciendo albergar un profundo sentimiento de impotencia en las filas obreras, debilitando aun más su confianza en sí misma y su combatividad.
A lo largo de los años 90, la clase obrera no renunció totalmente al combate. La sucesión de ataques capitalistas la obligó a emprender luchas de resistencia, pero tales luchas no tenían ni la amplitud ni la conciencia, ni la capacidad de enfrentarse a los sindicatos, de las que habíamos visto en el periodo precedente. Sólo a partir de 2003, sobre todo con las grandes movilizaciones frente a los ataques a las jubilaciones en Francia y en Austria, el proletariado empezó verdaderamente a salir del retroceso que venía sufriendo desde 1989. Posteriormente, esta tendencia a la recuperación de la lucha de clases y al desarrollo de la conciencia en su seno no ha sido desmentida. Los combates obreros han afectado a la mayoría de los países centrales, incluso los más importantes, tales como Estados Unidos (Boeing y los transportes de Nueva York en 2005), Alemania (Daimler y Opel en 2004, médicos hospitalarios en 2006, Deutsche Telekom en la primavera de 2007), Gran Bretaña (aeropuerto de Londres en agosto 2005, trabajadores del sector publico en la primavera de 2006), Francia (movimiento de estudiantes universitarios y de enseñanza media contra el CPE en la primavera de 2006), pero también en toda una serie de países de la periferia como Dubai (obreros de la construcción en la primavera de 2006), Bangladesh (obreros textiles en la primavera de 2006) y Egipto (obreros textiles y de transportes en la primavera de 2007).
12. Engels escribió que la clase obrera desarrolla su combate en tres planos: el económico, el político y el teórico. Comparando las diferencias en estos tres planos entre la oleada de luchas que comenzó en 1968 y la que arrancó en 2003 podremos trazar las perspectivas de ésta.
La oleada de luchas que comenzó en 1968 tuvo una importancia política considerable, pues significó, en particular, el final del periodo de la contrarrevolución. También suscitó una reflexión teórica de primer orden, puesto que permitió una reaparición significativa de la corriente de la Izquierda comunista, cuya expresión más importante fue la formación de la CCI. Las luchas de Mayo del 68 en Francia, las del “otoño caliente” italiano de 1969, hicieron quizás pensar que, dadas las preocupaciones políticas que en ellas se expresaban, asistiríamos a una politización significativa de la clase obrera internacional al calor de las luchas que se iban a desarrollar. Pero tal potencialidad no pudo realizarse. La identidad de clase que se desarrolló en el seno del proletariado en el transcurso de las luchas, tenía más que ver con la de una categoría económica que con la de una verdadera fuerza política en el seno de la sociedad. Y, en particular, el hecho de que esas mismas luchas fueran lo que impidió a la burguesía encaminarse hacia una tercera guerra mundial pasó completamente desapercibido (incluso, todo sea dicho, para la gran mayoría de los grupos revolucionarios). Del mismo modo, el surgimiento de la huelga de masas en Polonia en agosto de 1980, aunque fue entonces el momento culminante desde el final de la oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra mundial, en lo que a capacidad organizativa del proletariado se refiere, manifestó, sin embargo, una debilidad política considerable y la “politización” que expresó fue más bien la adhesión a las cantilenas democráticas burguesas e incluso al nacionalismo. Y esto fue así debido a toda una serie de razones analizadas ya por la CCI, y entre las que destacan:
– el ritmo lento de la crisis económica que, al contrario de la guerra imperialista de la que surgió la primera oleada revolucionaria, no permitió que quedara completamente al descubierto la quiebra del sistema, lo que favoreció la conservación de ilusiones sobre la capacidad de este sistema de asegurar condiciones de vida decentes a los trabajadores.
– la desconfianza hacia las organizaciones políticas revolucionarias, resultante de la experiencia traumática que supuso el estalinismo (lo que entre los proletarios de los países del bloque ruso se concretó en unas ilusiones muy arraigadas sobre las “magnificencias” de la democracia burguesa tradicional).
– el peso de la ruptura orgánica entre las organizaciones revolucionarias del pasado y las actuales que aisló a éstas de su clase.
13. La situación en la que se desarrolla hoy la nueva oleada de combates de la clase es muy diferente:
– más de cuatro décadas de crisis abierta y de ataques a las condiciones de vida de la clase obrera, y sobre todo el aumento del desempleo y de la precariedad, han barrido las ilusiones de que “las cosas ya se arreglarán mañana”. Tanto los trabajadores más veteranos como las nuevas generaciones obreras, son cada vez más conscientes de que “en el futuro las cosas solo pueden ir a peor”.
– en un plano más general, la persistencia de conflictos guerreros que toman formas cada vez más sanguinarias, al igual que la amenaza de la destrucción del medio ambiente ya muy sensible hoy, están engendrando un sentimiento, sordo y confuso todavía, de la necesidad de una transformación radical de la sociedad: el surgimiento de movimientos altermundistas con su eslogan “otro mundo es posible” es, en realidad, una especie de antídoto segregado por la sociedad burguesa para tratar de desorientar la fuerza de ese sentimiento.
– el traumatismo que supuso el estalinismo y las campañas desatadas tras su caída hace casi dos décadas se va alejando con el tiempo: las nuevas generaciones de proletarios que se incorporan hoy al trabajo y, eventualmente a la lucha de clases, estaban en plena infancia cuando arreció lo más intenso de la campaña sobre la “muerte del comunismo”.
Estas condiciones determinan toda una serie de diferencias entre la oleada actual de luchas y la que acabó en 1989.
Y aunque las luchas de hoy responden a ataques económicos incluso, en muchos casos, más graves y generalizados que los que desencadenaron los estallidos masivos y espectaculares de la primera oleada, las luchas de hoy no han alcanzado, hasta el momento y al menos hablando de los países centrales del capitalismo, aquel mismo carácter masivo. Esto se explica por dos razones esenciales:
– el resurgir histórico del proletariado a finales de los años 60 sorprendió a la burguesía, lo que desde luego no sucede hoy, pues ésta ha tomado muchas medidas para anticiparse a los movimientos de la clase y limitar su extensión, como queda demostrado, entre otras cosas, con la ocultación sistemática de dichos movimientos en los medios de comunicación.
– el arma de la huelga es hoy más difícil de emplear, habida cuenta, sobre todo, del peso del desempleo como elemento de chantaje contra los trabajadores, y también porque estos mismos son cada vez más conscientes de que el margen de maniobra que tiene la burguesía para satisfacer sus reivindicaciones es cada vez menor.
Sin embargo esto último no es únicamente un factor que intimide a los trabajadores a lanzarse a luchas masivas, sino que conlleva también la toma de conciencia en profundidad sobre la quiebra definitiva del capitalismo, lo que es la condición de una toma de conciencia de la necesidad de acabar con este sistema. En cierto modo, y aunque se manifieste aun de forma muy confusa, la envergadura de los retos a los que se enfrentan los combates de clase – nada menos que la revolución comunista – es lo que explica las vacilaciones de la clase obrera a emprender esos combates.
Por ello, y aun cuando las luchas económicas de la clase sean hoy menos masivas que las de la primera oleada, contienen, sin embargo, al menos implícitamente, una dimensión política mucho más importante. Esta dimensión política ya ha tenido su plasmación explícita como se demuestra en el hecho de que en las luchas se incorporan, y cada vez mas, temas como la solidaridad, una cuestión de primer orden pues es el “contraveneno” por excelencia de la tendencia de “cada uno a la suya” propio de la descomposición social y porque ocupa, sobre todo, un lugar central en la capacidad del proletariado mundial para no sólo desarrollar sus combates actuales sino también para derribar el capitalismo:
– los trabajadores de la fabrica de la Daimler en Bremen entran espontáneamente en huelga contra el chantaje que la dirección de la empresa quiere hacerles a sus compañeros en Stuttgart.
– la huelga del personal de tierra del aeropuerto de Londres contra los despidos de una compañía de catering, y eso que dicha huelga era ilegal.
– la huelga de los empleados de los transportes de Nueva York en solidaridad con los trabajadores más jóvenes a los que la patronal quiere imponer condiciones más desfavorables.
14. Esta cuestión de la solidaridad ha sido central en el movimiento contra el CPE ocurrido en Francia en la primavera de 2006, y que afectó sobre todo a la juventud escolarizada (tanto universitarios como de institutos) y que se situó plenamente en un terreno de clase:
– solidaridad activa de los estudiantes universitarios más decididos que acudieron en apoyo de sus compañeros de otras universidades.
– solidaridad con los hijos de obreros de las barriadas cuya revuelta a la desesperada el otoño del año anterior había evidenciado las terribles condiciones que sufren día tras día, y la ausencia total de perspectiva que les ofrece el capital.
– solidaridad entre generaciones, entre quienes están a punto de convertirse en desempleados o trabajadores precarios y los que ya son asalariados, entre quienes se inician en los combates de clase y los que ya tienen experiencia acumulada.
15. Este movimiento ha sido igualmente ejemplar en lo referente a la capacidad de la clase obrera para mantener la organización de la lucha en sus propias manos mediante las asambleas y los comités de huelga responsables ante ellas (capacidad que hemos visto manifestarse igualmente en la lucha de los obreros metalúrgicos de Vigo en España en la primavera de 2006, en la que los trabajadores de distintas empresas se juntaban en asambleas diarias en la calle). Esto hay que atribuirlo al hecho de que los sindicatos son muy débiles en el medio estudiantil, por lo que no han podido hacer su papel de saboteadores de las luchas que han desempeñado y seguirán desempeñando hasta la revolución. Un ejemplo de esa función antiobrera que ejercen los sindicatos, es el hecho de que las luchas masivas que hemos visto hasta ahora, se han dado sobre todo en los países del Tercer mundo en donde los sindicatos son más débiles (como es el caso de Bangla Desh) o bien pueden ser plenamente identificados como órganos del Estado (como es el caso de Egipto).
16. El movimiento contra el CPE, que se produjo en el mismo país en que tuvo lugar el primero y más espectacular combate del resurgir histórico –la huelga generalizada de Mayo 68– nos proporciona igualmente otras lecciones respecto a las diferencias entre la oleada actual de luchas y la precedente:
– en 1968, el movimiento de los estudiantes y el de los trabajadores se sucedieron en el tiempo, y si bien existió entre ellos simpatía mutua, expresaban sin embargo realidades muy diferentes, respecto a la entrada del capitalismo en su crisis abierta: por parte de los estudiantes se trataba de la rebelión de la pequeña burguesía intelectual contra la perspectiva de una degradación de su estatus en la sociedad; por parte de los trabajadores una lucha económica contra los primeros signos de la degradación de sus condiciones de existencia. En 2006, el movimiento de los estudiantes representa en realidad un movimiento de la clase obrera. Esto pone también de manifiesto que la modificación del tipo de actividad asalariada que se ha producido en los países más desarrollados (aumento del peso del sector terciario a expensas del sector industrial) no pone en cuestión, sin embargo, la capacidad del proletariado de estos países para emprender combates de clase.
– en el movimiento de 1968, es verdad que se discutía de la cuestión de la revolución todos los días, pero eso sucedía sobre todo entre los estudiantes y la idea de revolución que prevalecía en la mayoría de estos, tenia que ver en realidad con algunas variantes de la ideología burguesa como el castrismo en Cuba, el maoísmo en China, etc. En el movimiento de 2006, la cuestión de la revolución estaba mucho menos presente, pero en cambio existe una clara conciencia de que solo la movilización y la unidad de clase de los asalariados pueden echar atrás los ataques de la burguesía.
17. Esta última cuestión nos lleva al tercer aspecto de la lucha proletaria evocado por Engels: la lucha teórica, el desarrollo de una reflexión en el seno de la clase sobre las perspectivas generales de su combate, y el surgimiento de elementos y organizaciones, productos y factores activos de ese esfuerzo. Hoy, al igual que en 1968, el resurgir de los combates de la clase se ve acompañado de un movimiento de reflexión en profundidad, del que la aparición de nuevos elementos que se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista, constituye como la punta emergente de un iceberg. En este sentido existen diferencias notables entre el proceso actual de reflexión y el que se desarrolló en 1968. La reflexión que empezó entonces respondía al surgimiento de luchas masivas y espectaculares, mientras que hoy ese movimiento de reflexión no ha esperado, para arrancar, a que las movilizaciones obreras alcancen esa misma amplitud. Esta es una de las consecuencias de la diferencia, respecto a la de finales de los años 60, de las condiciones a las que debe enfrentarse hoy el proletariado.
Una de las características de la oleada de luchas que empezó en 1968 es que, debido a su propia envergadura, era una demostración de la posibilidad de la revolución proletaria, posibilidad que se había desvanecido de las mentes obreras por la magnitud de la contrarrevolución, pero también por las ilusiones generadas por la “prosperidad” que conoció el capitalismo tras la Segunda Guerra mundial. Hoy el principal alimento del proceso de reflexión no es tanto la posibilidad de la revolución, sino más bien, vistas las catastróficas perspectivas que nos ofrece el capitalismo, su necesidad. Por tanto este proceso es menos rápido y menos inmediatamente visible que en los años 70, pero es más profundo y no se verá afectado por los momentos de repliegue de las luchas obreras.
De hecho, el entusiasmo por la idea de la revolución, que floreció en Mayo del 68 y los años siguientes, por las bases mismas que lo condicionaron, favoreció que los grupos izquierdistas pudieran reclutar a la inmensa mayoría de gente que se adhería a esa idea. Solo una pequeña minoría de personas, los que estaban menos marcados por la ideología pequeño burguesa radical y el inmediatismo que emanaba del movimiento estudiantil, consiguió acercarse a las posiciones de la Izquierda comunista, y convertirse en militantes de las organizaciones de dicha Izquierda. Las dificultades que, necesariamente, encontró el movimiento de la clase obrera, tras las sucesivas contraofensivas de la clase dominante, y en un contexto en que aun pesaba la ilusión en las posibilidades de un restablecimiento de la situación por parte del capitalismo, favorecieron un nuevo auge de la ideología reformista, de la que los grupos izquierdistas situados a la izquierda del cada vez más desprestigiado estalinismo oficial, se convirtieron en sus promotores más “radicales”. Hoy, y sobre todo tras el hundimiento histórico del estalinismo, las corrientes izquierdistas tienden cada vez más a ocupar el lugar que aquél deja vacante. Esta “oficialización” de esas corrientes en el juego político burgués tiende a provocar una reacción entre sus militantes más sinceros que las abandonan en búsqueda de auténticas posiciones de clase. Precisamente por eso, el esfuerzo de reflexión en el seno de la clase obrera se manifiesta en la emergencia no sólo de elementos muy jóvenes que, de primeras, se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista, sino también de elementos más veteranos que tienen tras sí una experiencia en organizaciones burguesas de extrema izquierda. Esto es, en sí, un fenómeno muy positivo que comporta la posibilidad de que las energías revolucionarias que necesariamente surgirán a medida que la clase obrera desarrolle sus luchas, no podrán ser captadas y esterilizadas con la misma facilidad con que lo fueron en los años 1970, y se unirán en mayor numero a las posiciones y las organizaciones de la Izquierda comunista.
La responsabilidad de las organizaciones revolucionarias, y de la CCI en particular, es participar plenamente en la reflexión que ya se está desarrollando en el seno de la clase obrera, no solo interviniendo activamente en las luchas que están ya desarrollándose, sino también estimulando la posición de los grupos y elementos que se plantean sumarse a su combate.
CCI
En los dos números anteriores de la Revista internacional publicamos los primeros artículos de Mitchell sobre los problemas del período de transición. Estos artículos pertenecen a una serie publicada en los años 30 en Bilan, revista teórica de la Izquierda comunista de Italia. Esos dos primeros artículos establecían el marco teórico del advenimiento de la revolución proletaria (el capitalismo “maduro” a nivel mundial y no en un país o región en particular). En ellos se examinaban las lecciones principales que deben extraerse del aislamiento y la degeneración de la revolución en Rusia, en especial sobre las relaciones entre proletariado y Estado de transición. Los dos artículos siguientes (el aquí publicado y otro más tarde) siguen con esa misma cuestión examinando el problema del contenido económico de la revolución proletaria.
El artículo publicado aquí abajo, que apareció en Bilan nº 34 (agosto-septiembre de 1934) se presenta como una polémica con otra corriente internacionalista de aquel entonces, el GIK de Holanda, cuyo documento Principios fundamentales de la producción y la distribución comunistas se publicó en los años 30. Bilan publicó en francés un resumen hecho por Hennaut, del grupo belga de la Liga de los comunistas internacionalistas. Publicar ese resumen y lanzar una discusión con la tendencia “comunismo de consejos” representada por el GIK pertenecía a la mentalidad, al espíritu de Bilan, el del comprometerse, por principio, en el debate entre revolucionarios. El artículo hace una serie de críticas al método adoptado por el GIK sobre el período de transición, pero nunca pierde de vista que se trataba de un debate en el seno del campo proletario.
Más tarde publicaremos nosotros, CCI, un artículo para tomar posición sobre ese debate. Lo que por ahora queremos subrayar, como ya lo hemos hecho muchas veces antes, es que, aunque no estemos siempre de acuerdo con todos los términos o conclusiones de Bilan, sí compartimos plenamente el fondo de su método: la necesidad de referirnos a las contribuciones de nuestros predecesores en el movimiento revolucionario, el esfuerzo constante de reexaminarlas a la luz de la lucha de clases, sobre todo de la experiencia gigantesca que la Revolución rusa aportó, y el rechazo de toda solución fácil y simplista a los problemas sin precedentes que la transformación comunista de la sociedad planteará. En este artículo, en particular, aparece una clara demarcación con el falso radicalismo que se imagina que la ley del valor y, más en general, toda herencia de la sociedad burguesa podrían abolirse por decreto, del día a la mañana, tras la toma del poder por la clase obrera.
De igual modo, el proletariado, tras haber hecho dar a la sociedad un “salto” gracias a la revolución política, deberá someterse a la ley natural de la evolución, a la vez que lo hará todo por acelerar el ritmo de la transformación social. Las formas sociales intermedias, “híbridas”, que surgen en la fase que va del capitalismo al comunismo, el proletariado deberá dirigirlas hacia su decaimiento si quiere realizar sus designios históricos, pero no podrá suprimirlas por decreto. La supresión de la propiedad privada –por muy radical que sea– no suprime ipso facto la ideología capitalista ni el derecho burgués: “la tradición de todas las generaciones muertas es como una pesadilla en el cerebro de los vivos” (K. Marx).
Vamos a tratar ampliamente, en esta parte de nuestro trabajo, sobre algunas categorías económicas (valor-trabajo, moneda, salario), que la economía proletaria hereda del capitalismo, y eso sin ventaja alguna. Esto es importante, pues algunos han intentado (aquí nos referimos sobre todo a los Internacionalistas holandeses, cuyos argumentos analizaremos) hacer de esas categorías agentes de la descomposición de la Revolución rusa, cuando, en realidad, las razones de la degeneración de ésta no son económicas sino políticas.
Y para empezar, ¿qué es una categoría económica?
Marx contesta:
“las categorías económicas no son sino las expresiones teóricas, las abstracciones de las relaciones sociales de producción... Los mismos hombres que establecen las relaciones sociales en conformidad con su productividad material, también producen los principios, las ideas, las categorías en conformidad con sus relaciones sociales. Esas ideas, esas categorías son tan poco eternas como lo son las relaciones de las que son expresión. Son productos históricos y transitorios.” (Miseria de la Filosofía)
Podría uno deducir de esa definición que un nuevo modo de producción (o el afianzamiento de sus bases) trae consigo automáticamente las relaciones sociales y las categorías correspondientes: así, la apropiación colectiva de las fuerzas productivas eliminaría de entrada las relaciones capitalistas y las categorías que las plasman, lo que desde el punto de vista social significaría: desaparición inmediata de las clases. Ya lo precisó claramente Marx: en el seno de la sociedad...
“... hay un movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción en las relaciones sociales, de formación de las ideas”,
o sea, que hay una interpenetración de dos procesos sociales, uno de decaimiento de las relaciones y categorías pertenecientes al sistema de producción en declive, y el otro de progresión de las relaciones y categorías que el nuevo sistema va engendrando: el movimiento dialéctico impreso en la evolución de las sociedades es eterno, tomando, eso sí, otras formas en una sociedad comunista plenamente alcanzada.
Y ese movimiento será, con mayor razón, más tormentoso y potente en un período de transición entre dos tipos de sociedad.
Y así, algunas categorías económicas, que habrán sobrevivido a la “catástrofe” revolucionaria, no desaparecerán sino cuando desparezcan las relaciones de clase que las habían engendrado, es decir cuando desaparezcan las clases mismas, cuando se abra la fase comunista de la sociedad proletaria. En la fase transitoria, la vitalidad de esas categorías de la antigua sociedad se mantendrá en relación inversa con el aumento del peso específico de los sectores “socializados” en el seno de la economía proletaria. Pero para que decaigan las antiguas categorías lo más importante será el ritmo con se vaya desarrollando la Revolución a escala mundial.
La categoría fundamental es el valor trabajo, parque es la base de todas las demás categorías capitalistas.
No disponemos de mucha literatura marxista sobre el devenir de las categorías económicas del período transitorio; tenemos algún que otro elemento disperso en el pensamiento de Engels en su Anti-Duhring y de Marx en El Capital; Marx también nos ha dejado su Crítica al programa de Gotha, en la cual cada palabra que se refiere al tema que nos ocupa, cobra, por esa misma escasez, una gran importancia cuyo verdadero sentido solo puede restituirse refiriéndose a la teoría del valor misma.
El valor posee esa extraña característica que, aunque se origine en la actividad de una fuerza física, el trabajo, no tiene por sí mismo ninguna realidad material. Antes de analizar la sustancia del valor, Marx, en el “Prólogo a la primera edición” de el Capital, antes citado, nos advierte de esa particularidad:
“La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Y sin embargo, el espíritu del hombre se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en ese terreno, es la capacidad de abstracción”.
Y ya en el análisis sobre el valor en el capítulo 1º de El Capital, Marx añade:
“Cabalmente al revés de lo que ocurre con la materialidad de las mercancías corpóreas, visibles y tangibles, en su valor objetivado no entra ni un átomo de materia natural. Ya podemos tomar una mercancía y darle todas las vueltas que queramos: como valor, nos encontraremos con que es siempre inaprehensible. Recordemos, sin embargo, que las mercancías sólo se materializan como valores en cuanto son expresión de la misma unidad social: trabajo humano, que, por tanto, su materialidad como valores es puramente social…” (el Capital, “Mercancía y dinero”).
Además, por lo que se refiere a la sustancia del valor, o sea, al trabajo humano, para Marx, el valor de un producto expresa siempre cierta cantidad de trabajo simple, cuando afirma su realidad social. La reducción del trabajo complejo a trabajo simple es un hecho que se realiza constantemente:
“El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple... Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple” (ídem).
Falta por saber, sin embargo, cómo se realiza esa reducción. Pero Marx, hombre de ciencia, se limita a contestarnos:
“las diversas proporciones en que diversas clases de trabajos se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre” (ídem).
Es un fenómeno que Marx constata pero que no puede explicar porque sus conocimientos de entonces sobre el valor no se lo permiten. Lo único que sabemos es que, en la producción de mercancías, el mercado es el crisol en el que se funden todos los trabajos individuales, todas las cualidades de trabajo, en donde se cristaliza el trabajo medio reducido a trabajo simple:
“la sociedad no valora la torpeza fortuita de un individuo; no reconoce como trabajo humano general sino el trabajo realizado con una habilidad media y normal... sólo cuando es socialmente necesario el trabajo individual contiene trabajo humano general” (F. Engels, La revolución de la ciencia de E. Düring, “Anti- Düring”).
En todas las fases históricas del desarrollo social, el hombre ha tenido que conocer con mayor o menor precisión la cantidad de trabajo necesario en la creación de las fuerzas productivas y de los objetos de consumo. Hasta ahora, esta evaluación se ha hecho siempre de forma empírica y anárquica; con la producción capitalista, y sometida a la presión de la contradicción fundamental del sistema, la forma anárquica ha alcanzado sus límites extremos, pero importa señalar, una vez más, que la medida del tiempo de trabajo social no se establece directamente de una manera absoluta, matemática; es una medida relativa, en relación con el mercado, con ayuda de la moneda: la cantidad de trabajo social que contiene un objeto no se expresa realmente en horas de trabajo, sino en otra mercancía cualquiera que, en el mercado aparece empíricamente como si poseyera una misma cantidad de trabajo social: en cualquier caso, la cantidad de horas de trabajo social y simple que la producción de un objeto exige como término medio es algo que permanece desconocido. Engels hace notar que “La economía de la producción mercantil no es, en modo alguno, la única ciencia que tiene que contar con factores conocidos sólo relativamente”. Y establece un paralelo con las ciencias naturales que utilizan, en física, el cálculo molecular y en química, el cálculo atómico:
“Del mismo modo que la producción mercantil y su economía tienen una expresión relativa de los “quanta” de trabajo, para ellas desconocidos, que se encuentran en las diversas mercancías, al comparar esas mercancías según sus relativos contenidos en trabajo, así también la química se procura una expresión relativa de la magnitud de los pesos atómicos, por ella desconocidos, comparando los diversos elementos según sus pesos atómicos, es decir, expresando el peso atómico de uno por un múltiplo o una fracción de otro (azufre, oxígeno, hidrógeno). Y del mismo modo que la producción mercantil ha hecho del oro la mercancía absoluta, el equivalente general de las demás mercancías, la medida de todos los valores, así también la química hace del hidrógeno la mercancía dineraria química, al poner su peso atómico = 1, reducir los pesos atómicos de todos los demás elementos al del hidrógeno y expresarlos en múltiplos del peso atómico de éste” (ídem).
Nos referimos ahora a la característica esencial del periodo de transición. En este período todavía existe una deficiencia económica que exige un desarrollo mayor de la productividad del trabajo. Se deducirá sin dificultad que el cálculo del trabajo consumado seguirá imponiéndose, no solo en función de un reparto racional del trabajo social, necesario en todas las sociedades, sino sobre todo por la necesidad de un regulador de las actividades y de las relaciones sociales.
La pregunta central es, pues, la siguiente: ¿de qué manera se medirá el tiempo de trabajo? ¿Seguirá existiendo la forma “valor”?
La respuesta es tanto más difícil porque nuestros maestros no desarrollaron plenamente su pensamiento sobre este tema, apareciendo incluso a veces contradictorio.En AntiDuhring, Engels empieza afirmando que:
“En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los utiliza en socialización inmediata para la producción, el trabajo de cada cual, por distinto que sea su específico carácter útil, se hace desde el primer momento y directamente trabajo social. Entonces no es necesario determinar mediante un rodeo la cantidad de trabajo social incorporada a un producto: la experiencia cotidiana muestra directamente cuánto trabajo social es necesario por término medio. La sociedad puede calcular sencillamente cuántas horas de trabajo están incorporadas a una máquina de vapor, a un hectolitro de trigo de la última cosecha, a cien metros cuadrados de paño de determinada calidad. Por eso no se le puede ocurrir expresar en una medida sólo relativa, vacilante e insuficiente antes inevitable como mal menor –en un tercer producto, en definitiva– los “quanta” de trabajo incorporados a los productos, “quanta” que ahora conoce de modo directo y absoluto, y puede expresar en su medida natural, adecuada y directa, que es el tiempo”.
Y añade Engels, para dar más fuerza a su afirmación sobre las posibilidades de calcular de una manera directa y absoluta, que:
“Tampoco se le ocurriría a la química expresar relativamente los pesos atómicos por el rodeo del peso atómico del hidrógeno si pudiera expresarlos de un modo absoluto con su medida adecuada, esto es, en peso real, en billonésimas o cuadrillonésimas de gramo. En el supuesto dicho, la sociedad no atribuirá valor alguno a los productos.”
Pero precisamente el problema es saber si el acto político que es la colectivización aporta al proletariado –incluso si esa medida es radical– el conocimiento de una nueva ley, absoluta, de cálculo de tiempo de trabajo, que sustituiría de entrada a la ley del valor. Ningún elemento positivo acreditaría esa hipótesis, pues sigue sin explicación el fenómeno de reducción del trabajo compuesto en trabajo simple (que es la verdadera unidad de medida). Por eso, la elaboración de un modo de cálculo científico del tiempo de trabajo que debería de tener necesariamente en cuenta esa reducción, es imposible. Incluso puede ocurrir que el día en que pueda aparecer una ley así, ésta será inútil, es decir, el día en que la producción pueda satisfacer todas las necesidades y, por consiguiente, la sociedad no tenga por qué molestarse en calcular el trabajo, pues la “administración de las cosas” sólo exigirá un simple registro. Y ocurrirá entonces en el ámbito económico un proceso paralelo y análogo al que se desarrollará en la vida política en la cual la democracia resultará superflua en el momento en que se haya realizado plenamente.
Engels, en una nota complementaria al texto citado, acepta implícitamente el valor cuando dice:
“la evaluación de lo útil y de la cantidad de trabajo en los productos será todo lo que podrá quedar, en una sociedad comunista, del concepto de valor de la economía política”.
Este correctivo de Engels podemos completarlo con lo que dice Marx en el Capital:
“tras la supresión del modo de producción capitalista, la determinación del valor, si se mantiene la producción social, seguirá estando en primer plano, pues, más que nunca antes, habrá que regular el tiempo de trabajo así como el reparto del trabajo social entre los diferentes grupos de producción, y tener su contabilidad.”
La conclusión que, por lo tanto, se saca del conocimiento de la realidad que va apareciendo ante un proletariado que tomará la sucesión del capitalismo, es que la ley del valor sigue subsistiendo en el período transitorio, aunque deberá modificarse profundamente para así hacerla desaparecer progresivamente.
¿Cómo y con qué formas actuará esa ley? Debemos partir, una vez más, de lo que hoy existe en la economía burguesa, en la que la realidad del valor que se materializa en las mercancías sólo se manifiesta en los intercambios. Sabemos que esa realidad del valor es puramente social, que sólo se expresa en las relaciones de las mercancías entre sí y únicamente en esas relaciones. Es en el cambio donde los productos del trabajo expresan, como valores, una existencia social, con una forma idéntica por muy distinta que sea su existencia material como valores de uso. Una mercancía expresa su valor por el hecho de que puede intercambiarse por otra mercancía, aparecer como valor de cambio. Solo de esta manera expresa su valor. Sin embargo, aunque el valor se expresa en la relación de cambio, no es el cambio lo que engendra el valor. Este existe independientemente del cambio.
En la fase transitoria solo podrá tratarse del valor de cambio y no de un valor absoluto “natural”, idea que Engels criticó con sarcasmo en su polémica con Dühring.
“Querer suprimir la forma de producción capitalista por el procedimiento de restablecer el «verdadero valor» es, por tanto, lo mismo que querer suprimir el catolicismo por el procedimiento de restablecer al «verdadero» Papa; es querer fundar una sociedad en la que los productores dominen por fin a sus productos, mediante la realización consecuente de una categoría económica que es la más acabada expresión del sometimiento de los productores al producto”.
El cambio basado en el valor, en la economía proletaria, es algo inevitable durante un período más o menos largo, pero eso no quita que haya que ir restringiéndolo hasta que desaparezca, en la medida en que el poder proletario logre esclavizar no los productores a la producción como en el capitalismo, sino, al contrario, la producción a las necesidades sociales. Evidentemente, “ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos” (Engels, “La Génesis del Estado ateniense”, Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm [329]).
Pero los intercambios no pueden suprimirse únicamente por voluntad de las personas, sino solo tras y a lo largo de un proceso dialéctico. Así veía Marx las cosas cuando escribió en su Crítica al programa de Gotha lo siguiente:
“En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de esos productos, como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente”.
Esta evolución, Marx la sitúa ya evidentemente en “una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base” y no en “una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (ídem).
La apropiación colectiva, a una mayor o menor escala, permite transformar las relaciones económicas a un grado correspondiente al peso específico que el sector colectivo haya alcanzado en la economía en relación con el del sector capitalista, pero la forma burguesa de esas relaciones se mantiene, pues el proletariado no conoce otras formas con que sustituirlas y porque, además, no puede hacer abstracción de la economía mundial que sigue funcionando con bases capitalistas.
Respecto al impuesto alimenticio instaurado por la Nueva economía política (NEP), Lenin decía que era, “una de las formas de nuestro paso de una especie original de comunismo, el ‘comunismo militar’, que la guerra, la ruina y la extrema miseria hicieron necesario, al intercambio de productos que será el régimen normal del socialismo. Ese cambio, a su vez, no es sino una de las formas del paso del socialismo (con sus particularidades debidas al predominio del pequeño campesino en nuestra población) al comunismo”.
Y Trotski, en su Informe sobre la NEP, en el IVº Congreso de la Internacional Comunista (IC) hacía notar que, en la fase transitoria, las relaciones económicas debían regularizarse mediante el mercado y la moneda.
A esa respecto, la práctica de Revolución rusa ha confirmado la teoría: la supervivencia del valor y del mercado lo que traducen no es otra cosa que la imposibilidad del Estado proletario para coordinar inmediatamente todos los elementos de la producción y de la vida social y suprimir el “derecho burgués”. La evolución de la economía sólo podría orientarse hacia el socialismo si la dictadura proletaria hubiera extendido cada vez más su control sobre el mercado hasta someterlo totalmente al plan socialista, o sea, hasta abolirlo. O dicho de otra manera, si la ley del valor, en lugar de desarrollarse como lo hizo yendo de la producción mercantil simple a la producción capitalista, hubiera seguido el proceso inverso de regresión y extinción que va de la economía “mixta” al comunismo integral.
No vamos a extendernos sobre la categoría dinero o moneda, pues solo es una forma desarrollada del valor. Si admitimos la existencia del valor, debemos admitir la del dinero, el cual perdería (en una economía orientada hacia el socialismo), sin embargo, su carácter de “riqueza abstracta”, su poder de equivalente general capaz de apropiarse de cualquier riqueza. El proletariado aniquila ese poder burgués de la moneda mediante, por un lado, la colectivización de las riquezas fundamentales y de la tierra, que se hacen inalienables y, por otro lado, por su política de clase: racionamiento, precios, etc. El dinero pierde también, efectiva aunque no formalmente, su función de medida de los valores a causa de la alteración progresiva de la ley del valor; en realidad, sólo conserva su función de instrumento de circulación y de pago.
Los internacionalistas holandeses, en su ensayo sobre el desarrollo del comunismo ([1]) se han inspirado más del pensamiento idealista que del materialismo histórico. Así, su análisis de la fase transitoria (que no delimitan con la nitidez necesaria de la fase comunista) procede de una apreciación antidialéctica del contenido social de ese período.
Es verdad que los camaradas holandeses parten de una premisa justa cuando hacen la distinción, marxista, entre el período de transición y el comunismo pleno. Para ellos también sólo en la primera fase es válido medir el tiempo de trabajo ([2]). Pero donde sí abandonan la tierra firme de la realidad histórica es cuando, contra esa realidad, proponen una solución contable y abstracta de cálculo del tiempo de trabajo. En realidad, no contestan como marxistas a la pregunta fundamental: ¿Cómo, con qué mecanismos sociales se determinan los gastos de producción sobre la base del tiempo de trabajo durante el período de transición? Escamotean la respuesta mediante demostraciones aritméticas bastante simplistas. Dirán, claro, que la unidad de medida de la cantidad de trabajo que necesita la producción de un objeto es “la hora de trabajo social medio”. Pero con eso no arreglan nada. Lo único que hacen es constatar lo que constituye el fundamento de la ley del valor, trasponiendo la fórmula marxista “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Sin embargo proponen una solución: “cada empresa calcula cuánto tiempo de trabajo está incorporado en su producción…” (página 56), pero sin indicar con qué procedimiento matemático el trabajo individual de cada productor se convierte en trabajo social, el trabajo cualificado o complejo en trabajo simple, que, como hemos visto, es la medida común del trabajo humano. Marx describe mediante qué proceso social y económico se reduce a esa medida todo el trabajo humano en la producción mercantil y capitalista; para los camaradas holandeses, la Revolución y la colectivización de los medios de producción parecen ser suficientes para que prevalezca una ley “contable” salida de no se sabe dónde y cuyo funcionamiento nadie nos explica. Para ellos, esa sustitución es, sin embargo, explicable: puesto que la Revolución deroga la relación social privada de producción, también deroga, al mismo tiempo, el cambio, que es una función de la propiedad privada (página 52).
“En el sentido marxista, la supresión del mercado no es otra cosa sino el resultado de las nuevas relaciones de derecho” (página 109).
Están sin embargo de acuerdo con que “la supresión del mercado debe entenderse en que aparentemente sobrevive el mercado en el comunismo, pero se modifica completamente el contenido social de la circulación de mercancías y productos, una circulación basada en el tiempo de trabajo, expresión de la nueva relación social” (página 110). Pero, precisamente, si el mercado sobrevive (aunque se modifiquen el fondo y la forma de los intercambios) es porque solo puede funcionar basado en el valor. Eso no lo perciben los internacionalistas holandeses, “subyugados” como están por su fórmula “tiempo de trabajo”, la cual, sustancialmente, no es otra cosa sino el valor mismo. Para ellos, además, no se excluye que en el “comunismo” se siga hablando de “valor”, pero evitan decir lo que eso implica desde el punto de vista del mecanismo de las relaciones sociales, resultante del mantenimiento del tiempo de trabajo. Salen del paso concluyendo que, puesto que el contenido del valor se modificará, habrá que sustituir la palabra “valor” por la expresión “tiempo de producción”, lo cual no modificará para nada la realidad económica. También dicen que no habrá intercambio de productos, sino paso de productos (páginas 53 y 54). Y también que:
“en lugar de la función del dinero, tendremos el registro de movimiento de los productos, la contabilidad social, basado, en la hora de trabajo social media” (p. 55).
Hemos de ver cómo el desconocimiento de la realidad histórica lleva a los internacionalistas holandeses a otras conclusiones erróneas, cuando examinan el problema de la remuneración del trabajo.
(continuará).
[1]) “Los fundamentos de la producción y de la distribución comunista”, artículo del que Bilan ha publicado un resumen del camarada Hennaut (nº 19, 20, 22).
[2]) A este respecto, hemos de señalar que en el resumen del camarada Hennaut se metió un lapsus. Dice: “Y contrariamente a lo que algunos se imaginan, esa contabilidad se aplica no sólo a la sociedad comunista que ha alcanzado un nivel de desarrollo muy elevado, sino que se aplica a toda sociedad comunista – o sea desde el momento en que los trabajadores hayan expropiado a los capitalistas – sea cual sea el nivel que haya alcanzado” (Bilan).
En el artículo 2º de esta serie señalamos cómo la CNT había dado lo mejor de sí misma en el periodo de 1914-1919 marcado por las pruebas decisivas de la guerra y la revolución. Pero, al mismo tiempo, habíamos insistido en que esa evolución no había permitido superar la contradicción que tiene desde la raíz el sindicalismo revolucionario al pretender conciliar dos términos que son antitéticos: sindicalismo y revolución.
En 1914, la gran mayoría de los sindicatos se habían puesto del lado del capital y habían participado activamente en la movilización de los obreros para la terrible carnicería que significó la Primera Guerra mundial. Esta traición fue ratificada cuando ante los movimientos revolucionarios del proletariado que estallaron a partir de 1917, los sindicatos volvieron a ponerse del lado del capital. Eso fue especialmente claro en Alemania donde, junto con el partido socialdemócrata, sostuvieron el Estado capitalista frente a la insurrección obrera en 1918-23.
La CNT fue junto a las IWW ([1]) una de las escasas organizaciones sindicales que en esa época se mantuvo fiel al proletariado. Sin embargo, en el periodo que vamos a tratar se vio claramente cómo su componente sindical tendía a dominar la acción de la organización y a acabar con la tendencia revolucionaria que existía en su seno.
Los sindicatos no son organismos creados para la lucha revolucionaria. Al contrario,
«luchan en el terreno del orden político burgués, del Estado de derecho liberal. Para poder desarrollarse, necesitan un derecho de coalición sin obstáculos, una igualdad de derechos aplicada estrictamente y nada más. Su ideal político, en tanto que sindicatos, no es el orden socialista, sino la libertad y la igualdad del Estado burgués» (Pannehoek, Las divergencias tácticas en el movimiento obrero, 1909, subrayado en el original).
Como hemos mostrado en esta serie ([2]), el sindicalismo revolucionario intenta escapar a esta contradicción asignándose una doble tarea: por una parte, la específicamente sindical de intentar mejorar dentro del capitalismo las condiciones de vida obrera; por otro lado, la de luchar por la revolución social. La entrada del capitalismo en su etapa de decadencia planteaba claramente que los sindicatos son incompatibles con la segunda tarea y sólo pueden sobrevivir aspirando a un puesto dentro del Estado burgués en unas condiciones de “libertad e igualdad” lo que les lleva igualmente a anular y hacer imposible su primera tarea. Esta realidad empezó a mostrarse con toda nitidez dentro de la CNT con el episodio de la huelga general de agosto de 1917.
La situación en España era de un enorme descontento social dadas las condiciones infames de explotación de los obreros, la brutal represión, a lo que se añadía una inflación galopante que devoraba los ya de por sí bajos salarios. En el terreno político el viejo régimen de la Restauración ([3]) entraba en una crisis terminal: la formación de “juntas” en el ejército, la actitud rebelde de los más significativos representantes de la burguesía catalana etc., provocaban convulsiones crecientes.
El PSOE –que en su gran mayoría había sostenido una postura aliadófila ([4])– creyó ver en esta situación la “oportunidad” de realizar la “revolución democrática burguesa” en unas condiciones históricas donde esto ya no era posible. Intentó utilizar el enorme descontento obrero como palanca para derribar el régimen de la Restauración y tejió una doble alianza: por el lado de la burguesía se comprometió con los republicanos, los reformistas del régimen y la burguesía catalanista. Por el lado proletario logró comprometer a la CNT.
El 27 de marzo de 1917, la UGT (en nombre del PSOE) llevó a cabo una reunión con la CNT (representada por Seguí, Pestaña y Lacort) en la que se acordó un manifiesto que, con fórmulas ambiguas y equívocas, proponía una “reforma” del Estado burgués de contenido muy moderado. El tenor del documento nos lo da este pasaje claramente nacionalista y que propone una defensa a ultranza del Estado burgués:
«los más llamados al sostenimiento de las cargas públicas siguen sustrayéndose al cumplimiento de su deber de ciudadanía: los beneficiados con los negocios de guerra, ni emplean sus ganancias en el fomento de la riqueza nacional, ni se avienen a entregar parte de sus beneficios al Estado» ([5]).
El manifiesto propone preparar la huelga general... «con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales de sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras». Es decir: se piden unas “reformas” del régimen burgués para tener “unos mínimos decorosos” (¡es lo que garantiza en términos generales el capitalismo en su funcionamiento “normal”!) y, como cosa “revolucionaria”, “permitir las actividades emancipadoras”.
Pese a las numerosas críticas que recibieron, los dirigentes confederales siguieron adelante en el apoyo al “movimiento”. Largo Caballero y otros dirigentes de la UGT se desplazaron a Barcelona para convencer a los militantes de la CNT más recalcitrantes. Sus dudas fueron vencidas con el espejismo de la “acción”. A pesar de que la “huelga general” se planteaba por objetivos claramente burgueses, se creía a pies juntillas (según el esquema del sindicalismo revolucionario) en que el solo hecho de producirse desencadenaría una “dinámica revolucionaria” ([6]).
En una situación social cada vez más agitada, con frecuentes huelgas, y con el estímulo de las noticias que llegaban de Rusia, estalló una huelga de ferroviarios y tranviarios en Valencia el 20 de julio que pronto se extendió a toda la provincia con la solidaridad masiva de todos los trabajadores. La patronal cedió el 24 de julio pero puso una condición provocadora: el despido de 36 huelguistas. El sindicato de ferroviarios de UGT anunció para el 10 de agosto la huelga general del sector en caso de que se produjera tal despido. El Gobierno, sabedor de los preparativos de huelga general nacional, forzó una postura intransigente de la compañía ferroviaria, con el fin de provocar prematuramente un movimiento que no estaba maduro.
A partir del 10 de agosto se declaró la huelga general ferroviaria y para el 13 se convocó –mediante un comité formado por miembros de la directiva del PSOE y de la UGT– la huelga general nacional. El manifiesto de convocatoria era vergonzoso: tras implicar a la CNT –«ha llegado el momento de poner en práctica, sin vacilación alguna, los propósitos anunciados por representantes de la UGT y la CNT, en el manifiesto suscrito en marzo último»– terminaba con la siguiente proclamación:
«Ciudadanos: no somos instrumentos de desorden, como en su impudicia nos llaman con frecuencia los gobernantes que padecemos. Aceptamos una misión de sacrificio por el bien de todos, por la salvación del pueblo español, y solicitamos vuestro concurso. ¡Viva España!» ([7]).
La huelga fue seguida de forma desigual en los diferentes sectores y regiones pero lo que se vio enseguida fue una notoria desorganización y el hecho de que los políticos burgueses que la habían alentado pusieron pies en polvorosa –se exiliaron a Francia – o la desautorizaron rotundamente como fue el caso del político catalanista Cambó (hablaremos posteriormente de este personaje). El gobierno sacó al ejército por todas partes, declaró el estado de sitio y dejó que la soldadesca protagonizara sus desmanes habituales ([8]). La represión fue salvaje: detenciones en masa, juicios sumarísimos… Unos 2000 militantes cenetistas fueron a la cárcel.
La “huelga general” de agosto supuso una sangría para los obreros que causó la desmoralización y el reflujo de partes de la clase que ya no volverían a levantar cabeza durante más de una década. Vemos aquí los resultados de uno de los planteamientos clásicos del sindicalismo revolucionario –la huelga general–. La mayoría de militantes cenetistas desconfiaba de los objetivos burgueses de la convocatoria pero soñaba con que la “huelga general” sería la ocasión para “desencadenar la revolución”. Suponían –según el esquema abstracto y arbitrario– que provocaría una especie de “gimnasia revolucionaria” que levantaría a las masas.
La realidad desmintió brutalmente tales especulaciones. Los obreros españoles estaban fuertemente movilizados desde el invierno de 1915 tanto en el plano de las luchas como en el plano de la toma de conciencia (como ya vimos en el artículo 2º de la serie, la Revolución en Rusia había despertado un gran entusiasmo). El plan de huelga general frenó fuertemente esa dinámica: el famoso manifiesto conjunto UGT-CNT de marzo 1917 había colocado a los obreros en una posición de expectativa, de ilusionarse con los burgueses “reformistas” y los militares “revolucionarios” de las Juntas, de confiar en los buenos oficios de los dirigentes socialistas y ugetistas.
En 1919, la oleada revolucionaria mundial que había comenzado en Rusia, Alemania, Austria, Hungría etc. estaba en su punto álgido. La Revolución rusa había despertado un enorme entusiasmo que lanzó igualmente al combate al proletariado en España. Sin embargo éste se manifestó de forma dispersa. Las movilizaciones fueron muy fuertes en Cataluña pero apenas tuvieron eco en el resto de España ([9]). Su punto culminante lo constituyó la huelga de La Canadiense ([10]) que comenzó como una tentativa inspirada por la CNT para imponer su presencia a la patronal catalana; la empresa fue escogida deliberadamente por el impacto que podía tener en el tejido industrial en Barcelona. En enero de 1919, frente a la decisión de la patronal de disminuir los salarios de ciertas categorías de trabajadores, algunos de estos se dirigen a la empresa a protestar, y 8 son despedidos. La huelga comienza, en Febrero, y en 44 días, frente a la intransigencia de la patronal, animada por las autoridades ([11]), la huelga se generaliza a toda la ciudad de Barcelona y toma una magnitud que nunca antes se había visto en España (una auténtica huelga de masas tal y como la reconoció Rosa Luxemburgo en el movimiento ruso de 1905: en pocos días los obreros de todas las empresas y centros laborales de la gran urbe catalana se unen a la lucha sin convocatoria previa, pero de forma totalmente unánime como si una voluntad común los hubiera dominado a todos). Cuando las empresas intentaron publicar un comunicado amenazando a los obreros, el sindicato de impresores impuso la “censura roja” impidiendo su publicación.
Pese a la militarización, pese a que cerca de 3000 fueron encarcelados en el castillo de Montjuich, pese a que se declaró el estado de guerra, los trabajadores perseveraron en su lucha. Los locales de la CNT estaban clausurados pero los obreros se organizaron por sí mismos en Asambleas espontáneas como reconoce el sindicalista Pestaña:
«¿Cómo puede llevarse a cabo una huelga de esta clase si los Sindicatos estaban clausurados y los individuos que los componen se encontraban perseguidos?(…) nosotros, entendiendo que la verdadera soberanía reside en el pueblo, no tuvimos más que un poder consultivo; el Poder ejecutivo radicaba en la asamblea de todos los delegados de los Sindicatos de Barcelona, que se reunió a pesar del Estado de guerra y la persecución diaria, y cada día se tomaban acuerdos para el siguiente, y cada día se ordenaba qué fracciones o qué trabajos debían paralizarse al día siguiente» (Conferencia de Pestaña en Madrid, octubre de 1919 sobre la huelga de La Canadiense, tomado de: Trayectoria sindicalista, A. Pestaña, ed. Giner, Madrid, 1974, pag. 383).
Los líderes de la CNT catalana –todos ellos de tendencia sindicalista- quisieron terminar la huelga cuando el gobierno central, dirigido por Romanones ([12]), dio un viraje de 180 grados y envió a su secretario personal a negociar un acuerdo que concedía las principales reivindicaciones. Muchos obreros desconfiaban de este acuerdo y, en particular, veían que no había garantías de que se liberara a los numerosos compañeros encarcelados. Confusamente, aunque estimulados por las noticias de Rusia y otros países, querían proseguir en una perspectiva de ofensiva revolucionaria. El 19 de marzo en el Teatro del Bosque, la asamblea rechaza el acuerdo y los líderes sindicales convocan una reunión para el día siguiente en la plaza de toros de Las Arenas, a la que acuden 25000 trabajadores. Seguí (líder indiscutible de la tendencia sindicalista de la CNT, conocido como el mejor orador político del momento) después de una hora hablando plantea la disyuntiva de aceptar el acuerdo, o ir a Montjuich a liberar a los presos, desencadenando la revolución. Semejante planteamiento “maximalista” desorienta completamente a los obreros que aceptan la vuelta a trabajo.
Los temores de muchos obreros se vieron confirmados. Las autoridades se niegan a liberar a los presos y la indignación es muy grande, el 24 de marzo, se desencadena una nueva huelga general muy masiva que paraliza de nuevo toda Barcelona, desbordando la política oficial del sindicato. Sin embargo, la mayoría de los obreros están confusos. No hay una perspectiva revolucionaria clara. No se mueve el resto del proletariado español. En esas condiciones, pese a la combatividad y el heroísmo de los obreros de Barcelona, que llevaban meses sin cobrar, lo que mantiene la huelga es el activismo y la presión de los grupos de acción de la CNT, en los que confluyen viejos militantes y jóvenes radicales.
Los obreros acaban volviendo al trabajo muy desmoralizados, lo que es aprovechado por la patronal para imponer un lock out generalizado que lleva a las familias obreras al borde del hambre. La tendencia sindicalista no preconiza ninguna respuesta. Una proposición de Buenacasa (militante anarquista radical) de ocupar las fábricas es rechazada.
La huelga de La Canadiense –momento cumbre de la repercusión de la oleada revolucionaria mundial en España- permite extraer 3 lecciones:
1ª La lucha queda encerrada en Barcelona y toma la forma de un conflicto “industrial”. Aquí se ve claramente el peso del sindicalismo que impide a la lucha extenderse a escala territorial y tomar una dimensión política y social que plantee claramente el enfrentamiento con el Estado burgués ([13]). El sindicato es un órgano corporativo que no expresa una alternativa ante la sociedad sino únicamente una propuesta dentro del cuadro económico del capitalismo. Pese a que había una tendencia real a la politización, en la huelga de La Canadiense, no logró expresarse realmente y no fue percibida jamás por la sociedad española como una lucha de clases que planteara otra perspectiva a la sociedad.
2ª Las asambleas y los Consejos Obreros son órganos unitarios de la clase mientras que el sindicato es un órgano que no puede superar la división sectorial –la cual a su vez es la unidad básica de la producción capitalista-. En la lucha de La Canadiense había tentativas de asambleas directas de los obreros que se superponían a las estructuras sectoriales del sindicato pero éstas, en última instancia, tenían el poder de decisión y debilitaban y dispersaban a aquéllas ([14]).
Los Consejos obreros se levantan como un poder social que desafía más o menos conscientemente al Estado capitalista. Como tal poder es percibido por toda la sociedad y particularmente por las clases sociales no explotadoras que tienden a dirigirse a él para dirimir sus asuntos. En cambio, la organización sindical es vista –por muy poderosa que aparezca– como un órgano corporativo limitado a los “asuntos de la producción”. En última instancia, los demás trabajadores y las clases oprimidas los perciben como algo extraño y particular pero no como algo que afecte directa e inapelablemente a sus asuntos. Esto fue muy patente en la huelga de La Canadiense que no logró integrar en un movimiento unitario la fuerte agitación social del campo andaluz que entonces estaba en su punto álgido (el famoso Trienio bolchevique, 1917-20). Pese a que ambos movimientos se inspiraban en la Revolución rusa y a la simpatía real que existía entre sus protagonistas caminaron completamente en paralelo sin la más mínima tentativa de unificación ([15]).
La tercera lección es la labor de sabotaje que realizó la tendencia sindicalista en el interior de la CNT y que copaba en la práctica su dirección (Seguí y Pestaña ([16]) eran sus principales representantes). En el momento más álgido de la lucha aceptó y logró imponer a la CNT la constitución de una Comisión mixta con la Patronal encargada de cerrar de forma “equitativa” los conflictos laborales. En la práctica se convirtió en un bombero volante que se dedicaba a aislar y desmovilizar los focos de lucha. Frente al contacto y la acción directa colectiva de los obreros, la Comisión mixta representaba la parálisis y el aislamiento de cada foco de lucha. Gómez Casas en su libro Historia del anarcosindicalismo español (2006) reconoce que:
«los obreros manifestaron su repulsa por la Comisión, que se disolvió. Había cundido el divorcio entre representantes obreros y representados y se produjo cierta desmoralización con quebranto de la unidad obrera» (página 152).
Pese a las buenas intenciones ([17]), la tendencia sindicalista dominaba cada vez más la CNT y era un factor de burocratización:
«Parece evidente que, en vísperas de la represión de 1919, estaba en proceso de formación algo similar a una burocracia sindicalista, a pesar de los obstáculos que significaban las actitudes y tradiciones cenetistas al proceso de burocratización, y especialmente porque no había agentes sindicales a sueldo en los sindicatos ni en los comités (…) Esta evolución desde la espontaneidad y el amateurismo anarquista a la burocracia sindical y al profesionalismo fue, en condiciones normales, la vía casi inevitable de las organizaciones obreras de masas –incluyendo las que arraigaban en el medio catalán– y la CGT francesa ya la había recorrido al norte de los Pirineos» (Meaker, The Revolutionnary Left in Spain, 1974, página169).
Buenacasa constata que:
«El sindicalismo, guiado ahora por hombres que han tirado por la borda los principios anarquistas, que se hacen llamar señores y dones [señoras], [que] despachan consultas y firman acuerdos en las oficinas del gobierno y en los ministerios, que viajan en automóviles y… en coche-cama… está evolucionando rápidamente a la forma europea y norteamericana, que permite a sus líderes convertirse en personajes oficiales» (citado por Meaker, pag. 188).
La tendencia sindicalista utilizaba el apoliticismo de la ideología anarquista y del sindicalismo revolucionario para encubrir un apoyo, apenas disimulado, a la política burguesa. Se declaraba “apolítico” frente a la Revolución rusa, frente a la lucha por la revolución mundial, en definitiva, frente a toda tentativa de política proletaria internacionalista. Sin embargo, ya vimos cómo, en agosto 1917, no desdeñó apoyar una tentativa política nacional. De la misma forma, apoyó sin disimulos la “liberación nacional” de Cataluña. En una famosa conferencia en Madrid a finales de 1919, Seguí afirmó:
«Nosotros, los trabajadores, como que con una Cataluña independiente, no perderíamos nada, sino que por el contrario ganaríamos mucho, la independencia de Cataluña no nos da miedo (…) Una Cataluña liberada del Estado español os aseguro, amigos madrileños, que sería una Cataluña amiga de todos los pueblos de la península hispánica» ([18]).
En el Congreso de Zaragoza 1922, la tendencia sindicalista propugnó la famosa Resolución “política”. Esta daba pie a la participación de la CNT en la política española (es decir, a su integración dentro de la política burguesa) y así lo interpretó alborozada la prensa burguesa ([19]). La redacción se hizo, no obstante, de forma muy retorcida para no contrariar a una mayoría que se resistía a pasar por el aro. Dos pasajes de la Resolución son especialmente significativos.
En el primero se afirma retóricamente que la CNT es «un organismo netamente revolucionario que rechaza, franca y expresamente, la acción parlamentaria y de colaboración con los partidos políticos».
Pero esto no es sino el agua fresca con la cual se quiere hacer tragar la píldora amarga de la necesidad de participar en el Estado capitalista, en el marco del capital nacional, lo cual se formula de una manera verdaderamente rebuscada... «su misión [la de la CNT] es la de conquistar sus derechos de revisión y fiscalización de todos los valores de solución de la vida nacional, y a tal fin su deber es la de ejercer una acción determinante por medio de la coacción derivada de las manifestaciones de fuerza y de dispositivos de la CNT» ([20])
Palabrejas como “valores de solución de la vida nacional” no son sino fórmulas alambicadas para colar a los combativos militantes cenetistas de entonces los pasos necesarios para integrarse en el Estado capitalista.
El segundo pasaje es aún más concluyente: aclara que la intervención política que reivindica la CNT es la de «elevar a planos superiores el nivel de la conciencia colectiva: educar a los individuos en el conocimiento de sus derechos; luchar contra el poder político; reclamar que sea reparada una injusticia; velar porque se guarde respeto a las libertades conquistadas y pedir una amnistía» (op.cit. página 499).
¡No se puede ser más claro en la voluntad de aceptar el marco del Estado democrático con todo su abanico de “derechos”, “libertades”, “justicia”, etc.!
Contra la tendencia sindicalista se levantó una fuerte resistencia que fue animada fundamentalmente por 2 sectores: los militantes anarquistas y los partidarios de ingresar en la Internacional comunista.
Sin negar el mérito de ambas tendencias, hay que señalar su desunión ya que no fueron capaces ni de discutir mutuamente ni de colaborar contra la tendencia sindicalista. Por otro lado, ambas sufrían una fuerte debilidad teórica. La tendencia pro-bolchevique que constituyó unos Comités sindicalistas revolucionarios (CSR) –similares a los que Monatte y otros impulsaron dentro de la CGT francesa en 1917– no iba más allá de reclamar una vuelta a la CNT de preguerra sin intentar comprender las nuevas condiciones marcadas por el declive del capitalismo y la irrupción revolucionaria del proletariado. Por su parte, la tendencia anarquista lo fiaba todo a la acción, por lo que reaccionaba muy bien en momentos de lucha o ante posturas demasiado evidentes de la tendencia sindicalista pero no era capaz de llevar un debate ni una estrategia metódica de lucha.
Sin embargo, el factor decisivo de su debilidad era su adscripción incondicional al sindicalismo, defendían a ultranza que los sindicatos seguían siendo herramientas válidas para el proletariado.
La tendencia pro-bolchevique sufrió la degeneración de la IC que en el segundo congreso adoptó las “Tesis sobre los sindicatos” y en el tercer congreso preconizó el trabajo en los sindicatos reaccionarios. Al mismo tiempo fundó la Internacional sindical roja y propuso a la CNT integrarse en ella. Estos planteamientos no hacían otra cosa que reforzar a la tendencia sindicalista dentro de la CNT a la vez que espantaban a la tendencia anarquista que se refugiaba más y más en la acción “directa”.
La tendencia sindicalista argüía con razón que en cuestión de práctica y coherencia sindical ellos eran mucho más competentes que la ISR y los CSR puesto que estos proponían reivindicaciones y métodos de lucha totalmente irrealistas –en una coyuntura de reflujo creciente. Además, les reprochaban su “politización” para lo que criticaban la falsa politización que preconizaba la IC en degeneración: Frente único, Gobierno obrero, Frente sindical etc.
La poca discusión que había giraba sobre temas que llevaban por si mismos a la confusión: politización basada en el frentismo versus apoliticismo anarquista; ingreso en la ISR o formación de una “internacional” del sindicalismo revolucionario ([21]). Eran dos cuestiones que daban totalmente la espalda a la realidad sufrida en la época: en el convulso periodo de 1914-22 se había mostrado que los sindicatos habían ejercido el triple papel de sargentos reclutadores para la guerra (1914-18), verdugos de la revolución y saboteadores de la lucha obrera. La Izquierda comunista en Alemania había desarrollado una intensa reflexión sobre el papel de los sindicatos que llevó a decir a Bergmann ([22]) en el Tercer Congreso de la Internacional comunista que «la burguesía gobierna combinando la espada y la mentira. El ejército es la espada del Estado mientras que los sindicatos son los órganos de la mentira». Sin embargo, nada de esto repercutió en la CNT cuyas tendencias más consecuentes seguían prisioneras del planteamiento sindical.
Con el reflujo del movimiento huelguístico de La Canadiense (desde finales de 1919), la burguesía española con su fracción catalana al frente desarrolló un ataque despiadado contra los militantes de la CNT. Se organizaron bandas de pistoleros pagadas por la patronal y coordinadas por el Capitán General y el Gobernador militar de la región que perseguían a los sindicalistas y los asesinaban en el más puro estilo mafioso. Se llegó a alcanzar la cifra de 30 muertos diarios. Paralelamente, las detenciones se multiplicaban y policía y Guardia Civil restablecieron la práctica bárbara de la “cuerda de presos”: los sindicalistas detenidos eran conducidos a pie a centros de detención ubicados a cientos de kilómetros. Muchos morían en el camino víctimas del agotamiento, las palizas inflingidas o eran simplemente tiroteados. Apareció la práctica igualmente terrible de la “ley de fugas” que la burguesía española iba a hacer tristemente famosa: se soltaba al preso en la calle de noche o en un camino perdido y se le acribillaba sin piedad por haberse “evadido”.
Los organizadores de esa barbarie fueron los propios burgueses catalanes, “modernos” y “democráticos” que siempre habían reprochado a sus colegas aristócratas castellanos su brutalidad y su ausencia de “maneras”. Pero la burguesía catalana había visto la amenaza del proletariado y quería tomar una cumplida venganza. Por eso, su principal prohombre de entonces –Cambó, del cual hemos hablado antes– fue quien más impulsó la plaga de los pistoleros. El gobernador militar –Martínez Anido, vinculado a la rancia aristocracia castellana– y los burgueses catalanes “progresistas” se reconciliaban definitivamente en la persecución de los militantes proletarios. Era un símbolo de la nueva situación: ya no existían fracciones progresistas y fracciones reaccionarias dentro del espectro burgués, todas coincidían en la defensa reaccionaria de un orden social caduco y aniquilador.
Las matanzas duraron hasta 1923 con el golpe del general Primo de Rivera que instauró la dictadura con el apoyo sin disimulo del PSOE-UGT. Atrapada en una espiral terrible, en medio de una fuerte desmovilización de las masas obreras, la CNT respondió a los pistoleros con la organización de cuerpos de autodefensa que devolvían golpe por golpe y que lograron asesinar a políticos, cardenales y patronos señalados. Sin embargo, esta dinámica degeneró rápidamente en una cadena de muertos sin fin que aceleraron el cansancio y la desmoralización de los trabajadores. Por otro lado, colocada en un terreno donde era inevitablemente la más débil, la CNT sufrió una hemorragia interminable de militantes, asesinados, encarcelados, inválidos, huidos… Pero eran muchos más los que se retiraban, completamente desmoralizados y perplejos. En la última época, además, los cuerpos de autodefensa cenetistas se vieron infiltrados muy a su pesar por toda clase de elementos turbios y gangsteriles que no tenían más actividad que el asesinato y que no hacían sino desprestigiar a la CNT y aislarla políticamente.
En 1923 la CNT de nuevo ha sido aniquilada por una represión ignominiosa. Pero su segunda desaparición ya no tiene las mismas características que la primera:
– Entonces, en 1911-15, el sindicalismo todavía podía cumplir –aunque cada vez más atenuado- un papel favorable a la lucha obrera; ahora, en 1923, el sindicalismo ha perdido de forma prácticamente definitiva toda capacidad de contribuir a la lucha obrera.
– Entonces, la desaparición de la organización no llevó a una desaparición de la reflexión y la búsqueda de posiciones (lo que permitió la reconstitución de 1915 basada en la lucha contra la guerra imperialista y en la simpatía por la revolución mundial). Ahora, la desaparición da paso al fortalecimiento de 2 tendencias: la sindicalista y la anarquista que nada pueden aportar a la lucha y la conciencia proletaria.
– Entonces no desapareció el espíritu unitario y abierto, conviviendo anarquistas, sindicalistas revolucionarios, socialistas etc. Ahora, todas las tendencias marxistas o se han autoexcluido o han sido eliminadas, solo queda la combinación de dos tendencias fuertemente sectarias y encerradas en un apoliticismo extremo: la sindicalista y la anarquista.
Como veremos, en un próximo artículo, la nueva reconstitución de la CNT a fines de la década de los 20 se hará sobre unas bases totalmente diferentes a las de su nacimiento (1910) o su primera reconstitución (1915).
RR y C.Mir 19-6-07
[1] Ver los artículos de la Revista internacional nos 124 y 125 dentro de esta misma serie.
[2]) Ver en particular el primer artículo de la serie en Revista internacional nº 118.
[3]) Régimen de la Restauración (1874-1923): sistema de monarquía “liberal” que se dio la burguesía española basado en un turno de partidos dinásticos que excluía no solo a los obreros y campesinos sino a capas significativas de la pequeña burguesía e incluso de la propia burguesía.
[4]) Ver artículo 2o de esta serie en Revista internacional nº 129
[5]) Las citas del mencionado manifiesto están tomadas del libro Historia del movimiento obrero en España (tomo II página 100) de Tuñón de Lara.
[6]) Como lo cuenta Victor Serge (militante belga de origen ruso de orientación anarquista, que sin embargo colaboró con los bolcheviques) que en esos momentos estaba en Barcelona, «El Comité nacional de la CNT no se planteaba ninguna cuestión fundamental. Entraba en la batalla sin conocer la perspectiva ni evaluar las consecuencias de su acción».
[7]) Libro antes citado página 107.
[8]) Antes hemos hablado de las Juntas de militares que supuestamente eran muy “críticas”· con el régimen (aunque en realidad, contrariamente al papel progresista que, como señala Marx en sus escritos sobre España del New York Daily Tribune, desempeñó el ejército en la primera mitad del siglo xix, estas “juntas” sólo pedían… ”¡más salchichón!”). El PSOE alentó entre las masas obreras la ilusión de que los militares “revolucionarios” se pondrían de su parte. En Sabadell, un gran centro industrial de Cataluña, el regimiento de Vergara conducido por el líder de las Juntas –el Coronel Márquez– desencadenó una salvaje represión causando 32 muertos (según cifras oficiales).
[9]) «Pero si la burguesía llegaba, a través del ejército, a recomponer las partes desperdigadas de su economía y a mantener una centralización de las regiones más opuestas desde el punto de vista de su desarrollo, el proletariado por el contrario, bajo el impulso de las contradicciones de clase tendía a localizarse en sectores en los que dichas contradicciones se expresaban violentamente. El proletariado de Cataluña fue arrojado a la arena social, no en función de una modificación del conjunto social de la economía española, sino en función del desarrollo de Cataluña. El mismo fenómeno se desarrolló en otras regiones, incluidas las regiones agrarias» (Bilan nº 36, noviembre 1936, “La lección de los acontecimientos en España”)
[10]) Ebro Power and Irrigation, una empresa británico-canadiense popularmente conocida como La Canadiense. Suministraba electricidad a las empresas y las viviendas de Barcelona.
[11]) En un primer momento la empresa estaba dispuesta a negociar y fue el gobernador civil González Rothwos quien presionó para que no fuera así y envió a la policía a la fábrica
[12]) Conde de Romanones (1863-1950), político del partido liberal, varias veces Primer ministro.
[13]) Es la diferencia entre lo que Rosa Luxemburgo llamó la “huelga de masas” a partir de la experiencia de la Revolución Rusa de 1905 y los métodos sindicales de lucha. Ver la serie sobre 1905 en Revista internacional números 120 a 122.
[14]) Por otra parte, es importante darse cuenta que, incluso con la mejor voluntad –como era el caso entonces– el sindicato tiende a secuestrar y anular la iniciativa y la capacidad de pensamiento y decisión de los obreros. La primera fase de la huelga había sido terminada como hemos visto antes no por una Asamblea General donde todos pueden aportar sus contribuciones y decidir colectivamente, sino por un mitin en la Plaza de Toros donde los grandes líderes hablan sin límites, manejan emocionalmente a las masas y les colocan en tesituras donde no pueden decidir conscientemente sino dejarse llevar por los consejos del líder de turno.
[15]) Se ha achacado esa dispersión al carácter fundamentalmente campesino del movimiento andaluz en contraposición al carácter obrero de la lucha en Barcelona. A este respecto es importante ver las diferencias con Rusia: aquí la agitación campesina toma una forma generalizada y se une consciente y fielmente a la lucha proletaria (a pesar de llevar su propio ritmo y presentar sus propias reivindicaciones algunas de ellas contradictorias con la lucha revolucionaria); los campesinos están fuertemente politizados (muchos de ellos son soldados movilizados para el frente) y tienden a formar Consejos campesinos solidarios con los Soviet; los bolcheviques tienen una presencia minoritaria pero importante en el campo. Muy diferente es la situación en España: la agitación campesina queda localizada en Andalucía y no va más allá de una suma de combates locales; los campesinos y jornaleros no se plantean cuestiones sobre el poder y la situación general, se concentran sobre la reforma agraria; los lazos con la CNT son más de simpatía y de relaciones familiares pero no hay una influencia política de esta última, cosa a lo cual tampoco aspira.
[16]) El primero (1890-1923), ya hemos hablado antes, fue el líder indiscutible de la CNT, entre 1917-23. Era partidario de la unión con la UGT a lo que le llevaba no tanto su “moderación” sino su posición sindicalista a ultranza. Fue asesinado por las bandas del Sindicato Libre (hablaremos después). Pestaña (1886-1937) acabó escindiéndose de la CNT en 1932 para fundar un “Partido sindicalista” inspirado en el laborismo británico.
[17]) Debemos reseñar que esta tendencia sintió en un principio una simpatía sincera por la revolución rusa (Seguí por ejemplo votó en el famoso Congreso de La Comedia, diciembre 1919, por la integración en la 3ª Internacional). Fueron, por un lado, la progresiva decepción ante la degeneración que sufría la Revolución en Rusia –y también la IC– y, sobre todo, la necesidad de asumir hasta las últimas consecuencias el planteamiento sindical, lo que hizo que esta tendencia acabara rechazando totalmente la Revolución rusa izando la bandera del apoliticismo
[18]) Del libro antes citado de Juan Gómez Casas.
[19]) Esta Resolución anuncia claramente la política de la CNT a partir de 1930: apoyo tácito al cambio político a favor de la República española, abstención selectiva, apoyo al Frente popular en 1936, etc.
[20]) Cita tomada del libro de Olaya, Historia del movimiento obrero en España, tomo II, página 496.
[21]) En 1922 se celebraría la conferencia de Berlín que resucitaría la AIT y pretendió dar una coherencia anarquista al sindicalismo revolucionario. Abordaremos esto en un próximo artículo.
[22]) Representante del KAPD en el Tercer Congreso de la IC (1921)
Crisis financiera
El verano de 2007 ha confirmado el hundimiento del capitalismo en catástrofes cada día más frecuentes: el barrizal imperialista ilustrado por un baño permanente de sangre de civiles en Irak; los estragos causados por el cambio climático provocado por la búsqueda desenfrenada de beneficios; y un nuevo desplome en la crisis económica con la promesa de un mayor empobrecimiento de la población mundial. A la inversa, la clase obrera, la única fuerza capaz de salvar la sociedad humana, está cada vez más insatisfecha con este sistema capitalista en putrefacción. Es, sin embargo, sobre la crisis económica sobre lo que vamos a tratar aquí, debido a los acontecimientos dramáticos que comenzaron en el sector inmobiliario en Estados Unidos y que han zarandeado las finanzas internacionales y el sistema económico del mundo entero.
Estalla la burbuja
La crisis se desató con el desplome de los precios inmobiliarios en Estados Unidos y el freno de la actividad en el sector de la construcción y la incapacidad de muchos deudores, sin medios para hacer frente al alza de los tipos de interés, para reembolsar los créditos, famosos ahora con el nombre de subprime o hipotecas de alto riesgo. A partir de ese epicentro, las ondas de choque se fueron ampliando por todo el sistema financiero mundial. En agosto se desmoronaron o tuvieron que ser socorridos cantidad de fondos de inversión y bancos comerciales cuyos haberes se componían de miles de millones de dólares de esos créditos. Se hundieron dos hedge funds (fondos de inversión de alto riesgo o especulativos) del banco norteamericano Bear Sterns, costando a los inversores mil millones de dólares. El banco alemán ADF fue salvado in extremis y el francés BNP Paribas se vio fuertemente zarandeado. Han bajado considerablemente las acciones de organismos de crédito inmobiliario y otros bancos, lo cual desembocó en una caída vertiginosa de todas las principales plazas bursátiles del planeta, aniquilándose así miles de millones de dólares de "trabajo acumulado". Para atajar la pérdida de confianza y la reticencia de los bancos a otorgar préstamos, los bancos centrales (la Reserva Federal estadounidense, FED, y el Banco europeo, BE) intervinieron, inyectando miles de millones para préstamos menos caros. Ese dinero no se ha destinado, claro está, a los cientos de miles de personas que han perdido sus casas en la quiebra de las subprimes, ni a los miles de obreros desempleados a causa de la crisis de la construcción, sino a los propios mercados de crédito. De este modo, las instituciones financieras que dilapidaron cantidades enormes de activos, han sido recompensadas con más liquidez para seguir haciendo sus divertidas apuestas. Pero eso no ha puesto fin a la crisis, ni mucho menos. En Gran Bretaña, iba a acabar en farsa.
En septiembre, el Banco de Inglaterra criticó a los demás bancos centrales por haber avalado a los inversores peligrosos e imprudentes que desencadenaron la crisis, recomendando una política más severa que castigue a los malos agentes e impida que reaparezcan los mismos problemas de especulación. Pero al día siguiente, el presidente del Banco, Mervyn King, dio media vuelta al timón. El banco debía auxiliar al quinto abastecedor de créditos inmobiliarios del Reino Unido, el Northern Rock. La "estrategia de empresa" de este banco era pedir préstamos en el mercado crediticio para luego él, a su vez, prestar dinero a compradores de viviendas con un tipo de interés superior. Y cuando los mercados crediticios empezaron a desmoronarse, al Northern Rock le ocurrió lo mismo.
Después de que se anunciara el auxilio a ese banco se formaron colas interminables delante de sus agencias; los ahorradores venían a llevarse su dinero: en tres días se sacaron 2 mil millones de libras esterlinas. Era la primera desbandada de ese estilo que se producía en un banco inglés desde hacía 140 años (1866). Para prevenir los riesgos de contagio, el gobierno volvió a intervenir, garantizando el 100 % de sus haberes a los clientes del Northern Rock y a los ahorradores de otros bancos amenazados ([1]). Finalmente, "la vieja dama de Threadneedle Street" (el Banco de Inglaterra) se vio obligada, como todos los demás bancos centrales que acababa de criticar, a inyectar enormes cantidades de dinero en un sistema bancario resquebrajado. Resultado: el crédito de la propia dirección del centro financiero de Londres - que hoy representa la cuarta parte de la economía británica - estaba por los suelos.
El acto siguiente del drama que prosigue cuando esto escribimos, trata del efecto de la crisis financiera en la economía en general. El primer descenso, desde hace cinco años, del tipo de interés de la FED para hacer más disponibles los créditos no ha sido, por ahora, muy exitoso que digamos. No ha acabado con el continuo desmoronamiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos ni tampoco con el de los otros 40 países en los que se ha ido hinchando la misma burbuja especulativa. Tampoco ha impedido el aumento de restricciones en los créditos con sus efectos inevitables en las inversiones y los gastos de las familias en general. Lo que sí ha acarreado, en cambio, ha sido la caída acelerada del dólar (que ha llegado a su nivel más bajo respecto a las demás divisas desde que el presidente Nixon lo devaluara en 1971), la subida récord del euro y de las materias primas como el petróleo y el oro.
Son signos anunciadores tanto de la caída del crecimiento de la economía mundial, incluso de una posible recesión abierta, y de un aumento de la inflación para los tiempos venideros.
En una palabra, se acabó el período de crecimiento económico de los últimos seis años basado en el crédito hipotecario y el consumo y la gigantesca deuda externa y presupuestaria de EEUU.
Esos son los datos de la situación económica actual. La pregunta que cabe hacerse es: la recesión que se perfila y que todos consideran probable, ¿se integra en los altibajos inevitables de una economía capitalista básicamente sana, o es la señal de un proceso de desintegración, de avería interna del propio capitalismo asaltado por convulsiones cada vez más violentas?
Para contestar a esa pregunta, es necesario, primero, examinar la idea de que el desarrollo de la especulación y la crisis del crédito de ella resultante serían, en cierto modo, una aberración o una especie de extravío fuera del funcionamiento sano del sistema, que podrían, pues, corregirse mediante el control del Estado o una mejor regulación. O dicho de otra manera, ¿no se deberá la crisis actual a unos financieros que tienen a la economía de rehén?
El papel del crédito en el capitalismo
El desarrollo del sistema bancario, de la Bolsa y demás mecanismos de crédito forma parte íntegra del desarrollo del capitalismo desde el siglo xviii. Fueron necesarios para reunir y centralizar el capital financiero y permitir los niveles de inversión necesarios para una expansión industrial tan vasta que ningún capitalista individual, por muy rico que fuera, podía encarar. La idea del empresario industrial que se ganaría su capital ahorrando y arriesgando su propio dinero es pura ficción. La burguesía debe poder acceder a las cantidades de capital ya concentradas en los mercados crediticios. En las plazas financieras, no son sus propias fortunas personales lo que los representantes de la clase burguesa ponen en juego, sino la riqueza social en forma monetaria.
El crédito, enormes cantidades de crédito, ha desempeñado un papel importantísimo en la aceleración del gigantesco crecimiento de las fuerzas productivas -comparado con épocas anteriores- y en la formación del mercado mundial.
Por otra parte, a causa de las tendencias inherentes a la producción capitalista, el crédito también ha sido un poderoso factor de aceleración de la sobreproducción, de la supervaloración de la capacidad de los mercados para absorber los productos, concentrando así unas burbujas especulativas cuyas consecuencias son las crisis y el agotamiento del crédito. Al mismo tiempo que favorecían esas catástrofes sociales, las Bolsas y el sistema bancario han alentado todos los vicios como la codicia y la duplicidad, típicos de una clase explotadora que vive del trabajo ajeno; vicios que hoy vemos prosperar con la forma de "delito de iniciados" y pagos ficticios, "primas" de escándalo equivalentes a fortunas enormes, o los llamados "paracaídas dorados", fraudes en la contabilidad o robos notorios, etc.
La especulación, los créditos de alto riesgo, las estafas, las quiebras bursátiles resultantes de todo ello y la desaparición de cantidades enormes de plusvalía son, pues, una característica intrínseca de la anarquía de la producción capitalista.
En última instancia, la especulación es una consecuencia y no una causa de las crisis capitalistas. Si hoy la actividad especulativa de las finanzas parece dominar la economía entera, es porque desde hace unos 40 años la sobreproducción ha ido hundiéndose en una crisis continua en la que los mercados mundiales están saturados de productos, siendo cada día menos lucrativa la inversión en la producción; al capital financiero no le queda otro recurso que invertir en lo que ha acabado siendo una "economía de casino" ([2]).
Un capitalismo sin excesos financieros no es posible; estos forman parte intrínseca de la tendencia del capitalismo a producir como si el mercado no tuviera límites, de ahí la incapacidad incluso de un Alan Greenspan, antiguo presidente de la FED, para saber si "el mercado está sobrevalorado".
El reciente hundimiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos y en otros países es una ilustración de la verdadera relación que hay entre la sobreproducción y la presión del crédito.
El sector inmobiliario ilustra el anacronismo
de la producción capitalista
Las características de la crisis del mercado inmobiliario recuerdan las descripciones de las crisis capitalistas de Karl Marx en el Manifiesto comunista: "En esas crisis se desata una epidemia social que en cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción (...) la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio"
No es a causa de una penuria de viviendas por lo que hay miles y miles de personas sin techo; paradójicamente, hay demasiadas, hay una verdadera sobreabundancia de casas vacías. La industria de la construcción ha trabajado sin descanso en los últimos cinco años. Y a la vez, en cambio, el poder adquisitivo de los obreros norteamericanos ha disminuido, pues lo que buscaba el capitalismo US era aumentar sus beneficios. Entre las nuevas viviendas en el mercado y quienes las necesitaban se fue abriendo un foso infranqueable. De ahí el invento de las hipotecas de alto riesgo -los créditos subprimes- para seducir a los nuevos compradores con escasos recursos. La cuadradura del círculo. Al final, el mercado ha acabado por hundirse. Y ahora que cada vez más propietarios de viviendas son expulsados y sus bienes embargados a causa de unos reembolsos hipotecarios aplastantes, el mercado inmobiliario estará cada día más saturado: en Estados Unidos se supone que habrá unos 3 millones de personas que perderán su vivienda por imposibilidad de reembolso de sus préstamos subprime. Cabe suponer que esa aceleración de la indigencia ocurra en otros países en los que ha estallado o está por estallar la burbuja inmobiliaria. De ese modo, el desarrollo de la actividad constructora y de los créditos hipotecarios durante la última década no va a reducir ni mucho menos el número de los sin techo, sino, al contrario, ha alejado de la gran masa de población la posibilidad de disfrutar de un alojamiento decente y ha puesto a los propietarios de viviendas en una situación precaria ([3]).
Evidentemente, lo que preocupa a los dirigentes del sistema capitalista - sus ejecutivos de hedge funds, sus ministros de Finanzas, sus banqueros de los bancos centrales, etc. - en la crisis actual, no son las tragedias humanas provocadas por el desastre de las subprimes, y las pequeñas aspiraciones a una vida mejor (salvo si crecieran esas aspiraciones y acabaran poniendo en entredicho la inhumanidad de este modo de producción), sino la imposibilidad de los consumidores de pagar los elevados precios de las viviendas y las hipotecas usureras.
El descalabro de las subprimes ilustra, pues, la crisis del capitalismo, su tendencia crónica, en su carrera por las ganancias, a la sobreproducción con relación a una demanda solvente, su incapacidad, a pesar de los recursos materiales, tecnológicos y humanos fenomenales a su disposición para satisfacer las necesidades humanas más elementales ([4]).
Sin embargo, por muy absurdo, despilfarrador y anacrónico que aparezca el capitalismo a la luz de la crisis reciente, la burguesía siempre intenta calmarse tanto a sí misma como al resto de la población: al menos, las cosas no irán peor que en 1929, afirma.
La situación actual:
el mismo problema que en 1929
El crac de Wall Street en 1929 y la Gran depresión siguen obsesionando a la burguesía como lo demuestra el tratamiento que los medios han dado a los acontecimientos recientes. Editoriales, artículos de fondo, analogías históricas con las que procuran convencernos de que la crisis financiera actual no desembocará en una catástrofe semejante, que 1929 fue algo único que acabó en desastre a causa de decisiones erróneas.
Los "peritos" de la burguesía nos construyen la ilusión de que la crisis financiera actual sería como una especie de repetición de las quiebras financieras del siglo xix, limitadas en el tiempo y el espacio. En realidad, la situación actual tiene más que ver con 1929 que con aquel período de ascendencia del capitalismo, pues comparte muchas características con las crisis económicas y financieras catastróficas de sus decadencia, período abierto con la Iª Guerra mundial, de desintegración del modo de producción capitalista, une período de guerras et de revoluciones.
Les crisis económicas de la ascendencia capitalista y la actividad especulativa que a menudo las acompañó y precedió eran los latidos del corazón de un sistema sano que abrían el camino a una nueva expansión capitalista por continentes enteros, a unos avances tecnológicos de primera importancia, a la conquista de mercados coloniales, a la transformación de los artesanos y campesinos en ejércitos de trabajadores asalariados...
La quiebra de la Bolsa de Nueva York en 1929, que anunció la crisis más importante del capitalismo en declive, dejó en la sombra a todas las crisis especulativas del siglo xix. Durante "los años locos" de 1920, el valor de las acciones de la Bolsa neoyorquina, la más importante del mundo, se habían multiplicado por cinco. El capitalismo mundial no había superado la catástrofe de la Primera Guerra mundial y en el país que se había convertido en el más rico del mundo, la burguesía buscaba salidas en la especulación bursátil.
Pero el "jueves negro", 24 de octubre de 1929, fue el desplome total. Las ventas convulsivas prosiguieron el "martes negro" de la semana siguiente. Y la Bolsa siguió hundiéndose hasta 1932; entonces, los títulos habían perdido 89 % de lo que su valor máximo de 1929. Habían bajado a unos niveles nunca vistos desde el siglo xix. El nivel máximo del valor de las acciones de 1929 ¡no sería alcanzado hasta 1954!
Durante ese tiempo, el sistema bancario de EEUU que había prestado dinero para comprar títulos se desmoronó a su vez. Aquel desastre anunció la Gran Depresión de los años 1930, la crisis más profunda que jamás haya conocido el capitalismo. El PIB de EEUU se dividió por dos. Se echaron al desempleo a 13 millones de obreros con casi ningún auxilio. Un tercio de la población quedó sumida en la mayor pobreza. Los efectos se repercutieron por todo el planeta.
Y no hubo rebote económico como ocurría tras las crisis del siglo xix. La producción sólo se reanudó cuando la orientaron hacia la producción de armamento con vistas a preparar un nuevo reparto del mercado mundial en la riada de sangre imperialista de la Segunda Guerra mundial; en otras palabras, cuando los desempleados fueron transformados en carne de cañón.
La depresión de los años 1930 parece haber sido el resultado de 1929. En realidad, lo que hizo el crac de Wall Street fue precipitar la crisis, una crisis de sobreproducción crónica del capitalismo en su fase de decadencia: ahí radica la identidad entre la crisis de los 30 y la de hoy, iniciada a finales de los años 60.
La burguesía de los años 1950 y 1960 proclamó con suficiencia que había resuelto el problema de las crisis, reduciéndolas a una curiosidad histórica gracias a paliativos como la intervención del Estado en la economía en el plano nacional e internacional, mediante la financiación de los déficits y la imposición progresiva. La crisis mundial de sobreproducción, para desesperación de la clase dominante, volvió a aparecer a finales de los años 60.
Desde hace 40 años, la crisis ha ido dando tumbos de una depresión a otra, de una recesión abierta a otra más grave, de una quimérica mina de oro a otra. La crisis, desde los años 1968, no ha tenido la forma abrupta del crac de 1929.
En 1929, los expertos financieros de la burguesía tomaron medidas que no lograron contener la crisis financiera. Esas medidas no eran erróneas, pero los métodos que habían funcionado en las quiebras precedentes del sistema, como la de 1907 y el pánico que habían engendrado, ya no eran suficientes en el nuevo período. El Estado se negó a intervenir. Los tipos de interés aumentaron, se dejó que disminuyeran las reservas monetarias, que aumentaran las restricciones de créditos y que se desmoronara la confianza en el sistema bancario y crediticio. Las leyes arancelarias Smoot-Hawley, en EEUU, impusieron barreras a las importaciones, lo cual provocó la baja del comercio mundial, empeorando así la depresión.
En los últimos 40 años, la burguesía ha aprendido a usar los mecanismos estatales reduciendo los tipos de interés, inyectando liquidez en el sistema bancario para encarar las crisis financieras. Ha sido capaz de "acompañar" la crisis, pero a costa de una sobrecarga del sistema capitalista de una montaña de deudas. El declive ha sido mucho más gradual que en los años 1930; sin embargo, los paliativos acaban gastándose y el sistema financiero es cada día más frágil. El aumento fenomenal de la deuda en la economía mundial durante la última década se revela en el crecimiento descomunal, en los mercados crediticios, de los hedge funds hoy ya tan famosos. Se estima que el capital de esos fondos ha subido de 491 mil millones de dólares en 2000 a 1 billón 745 mil millones en 2007 ([5]). Las transacciones financieras complicadas de esos fondos, secretas y no reguladas la mayoría de ellas, utilizan la deuda como una seguridad negociable en busca de ganancias a corto plazo. Se considera que los hedge funds han extendido las malas deudas por todo el sistema financiero, acelerando rápidamente la crisis financiera actual.
Le keynesianismo, sistema de financiación del déficit por el Estado para así mantener el pleno empleo, fue desapareciendo con la inflación galopante de los años 1970 y las recesiones de 1975 y 1981. La "reaganomics" y el "thatcherismo" ([6]), medios para restaurar las ganancias mediante la reducción del salario social, la reducción de impuestos, dejando que quebraran las empresas no rentables, provocando un desempleo masivo, se extinguieron con el crac bursátil de 1987, el escándalo de las Savings and Loans (Cajas de ahorros para la vivienda social) y la recesión de de 1991. A los "dragones" asiáticos se les apagaron las llamaradas en 1997, con deudas enormes. La revolución Internet, la "nueva economía", quedó al desnudo sin ningún ingreso aparente y el boom de sus acciones se desinfló en 1999. Después le llegó el turno al boom inmobiliario y del crédito en los últimos cinco años, y el uso de la gigantesca deuda externa de Estados Unidos para fomentar una demanda para la economía mundial y la expansión "milagrosa" de la economía china. Y ahora todo eso también se está poniendo en entredicho.
No puede predecirse cómo va a ser el declive que va a seguir la economía mundial, pero lo que sí es inevitable son las convulsiones crecientes y una austeridad cada día peor.
El capitalismo ha preparado
las condiciones del socialismo
En el volumen III de el Capital, Marx argumenta que el sistema del crédito desarrollado por el capitalismo reveló de manera embrionaria un nuevo modo de producción en el seno del antiguo. Al ampliar y socializar la riqueza, al quitársela de las manos a los miembros individuales de la burguesía, el capitalismo fue abriendo el camino para una sociedad en la que la producción podría centralizarse y ser controlada por los productores mismos y en el que la propiedad burguesa podría abolirse como anacronismo histórico:
"por consiguiente, el crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y la instauración del mercado mundial, bases de la nueva forma de producción, que es misión histórica del régimen de producción capitalista implantar hasta cierto nivel. El crédito acelera al mismo tiempo las explosiones violentas de esta contradicción, que son las crisis, y con ellas los elementos para la disolución del régimen de producción vigente." ([7])
Ya hace ahora casi un siglo que las condiciones están maduras para que sean eliminados el reino de la burguesía y la explotación capitalista. Sin una respuesta radical del proletariado que lo lleve hacia el derrocamiento del capitalismo a escala mundial, las contradicciones de este sistema moribundo, la crisis económica en particular, se irán agravando más y más. El crédito sigue desempeñando un papel en la evolución de esas contradicciones, pero ya no lo es para la conquista del mercado mundial (ya hace mucho tiempo que el capitalismo y sus relaciones de producción dominan el mundo). Lo que, en cambio, sí ha permitido al capitalismo ese endeudamiento masivo de todos los Estados, es haber evitado caídas brutales de la actividad económica, pero no a cualquier precio. Y tras haber ocultado durante décadas el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y unas relaciones de producción capitalistas ya caducas, el abuso masivo y general del crédito, ("expresiones violentas de esa contradicción"), va a seguir con sobredosis masivas que acabarán destruyendo el cuerpo social. Esos sobresaltos, sin embargo, no significarán, ni mucho menos, que vaya a destruirse por sí sola la sociedad de clases, pero sí serán un incentivo para que el proletariado se ponga en movimiento.
Ahora bien, los revolucionarios siempre han puesto de relieve que es la crisis la que va a acelerar el proceso, ya iniciado, de toma de conciencia del atolladero que es el mundo actual. La crisis hará lanzarse a la lucha, cada vez más masivamente, a cantidad de sectores de la clase obrera lo que le permitirá a ésta multiplicar sus experiencias. Lo que está en juego en las experiencias futuras es la capacidad de la clase obrera para defenderse y afirmarse frente a las fuerzas de la burguesía, para tomar confianza en sus propias fuerzas y adquirir progresivamente la conciencia de que solo ella es la fuerza capaz de derribar el capitalismo.
Como, 29/10/2007
[1]) Según la revista de negocios británica The Economist, esa garantía era, en realidad, un bluf.
[2]) "Y no serán las peroratas de los "altermundistas" y demás denunciadores de la "financiarización" de la economía las que van a cambiar nada. Esas corrientes políticas desearían un capitalismo "limpio", "equitativo" que dejara de lado la especulación. En realidad ésta no se debe ni mucho menos a un "mal capitalismo" que "se olvidaría" de su responsabilidad de invertir en sectores realmente productivos. Como Marx lo dejó claro desde el siglo xix, la especulación es resultado de que, en la perspectiva de una ausencia de salidas suficientes para las inversiones productivas, los poseedores de capitales prefieren rentabilizarlos a corto plazo en una gigantesca lotería, una lotería que está transformando hoy el capitalismo en un casino planetario. Pretender que el capitalismo renuncie a la especulación en el periodo actual es tan realista como pretender que los tigres se hagan vegetarianos" (Resolución sobre la situación internacional adoptada por el XVIIe congreso de la CCI - Ver la Revista internacional n° 130).
[3]) Benjamin Bernanke, presidente de la FED, habla de los atrasos en el pago de las hipotecas y alquileres como actos de "delincuencia", algo así como un pecado contra Mammon, el demonio de la riqueza. Y por lo tanto, se ha castigado a los "criminales"... ¡con tipos de interés todavía más elevados!
[4]) No podemos tratar aquí la situación de los sin techo en el mundo. Según la Comisión de la ONU para los Derechos humanos, mil millones de personas carecen de un alojamiento adecuado, y 100 millones carecen de alojamiento sin más.
[5]) www.mcclatchydc.com [330]
[6]) "Reaganomics", neologismo inglés para nombrar la política económica durante la presidencia de Reagan en EEUU en los años 80. Thatcher fue la primera ministra británica en esos mismos años.
[7]) El Capital, libro III, c. XXVII "El papel del crédito en la producción capitalista". FCE, México.
Hace 90 años ocurrió uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad. Mientras la Primera Guerra mundial todavía estaba devastando la mayor parte de los países avanzados, segando a generaciones enteras y hundiendo siglos de progreso de la civilización, el proletariado en Rusia reanimó con valentía las esperanzas de decenas de millones de seres humanos aplastados por la explotación y la barbarie bélica.
La matanza imperialista era testimonio de que, tras haber sido la condición del desarrollo de la civilización contra el sistema feudal, el capitalismo había pasado a la historia, no solo porque se había convertido en el obstáculo principal para cualquier desarrollo ulterior de la civilización, sino también porque era una amenaza para ésta. La Revolución de Octubre de 1917 demostró que el proletariado es efectivamente la clase capaz de derrocar la dominación capitalista y apoderarse de la dirección del planeta para conducirlo hacia una sociedad liberada de la explotación y de la guerra.
Cada sector de la clase dominante y de su aparato político va a celebrar ese aniversario según sus matices propios. Unos no lo recordarán para nada, lo ignorarán, prefiriendo hablar de cualquier tema espectacular como el drama de la pequeña Maddie McCann, la Copa del mundo de rugby o el porvenir de la monarquía en España. Otros lo evocarán, únicamente para repetir una vez más lo que nos han machacado hasta la náusea tras el hundimiento de la URSS y de su bloque, o sea que el estalinismo fue el hijo legítimo de la revolución, que cualquier intento por parte de los explotados de librarse de sus cadenas no puede engendrar sino terror y asesinatos en masa. Los demás, por fin, elogiarán la insurrección obrera del 17, a Lenin y a los bolcheviques que la encabezaron, para concluir que hoy en día la revolución ya no es necesaria o ya no es posible.
Los revolucionarios tienen la responsabilidad de luchar contra las mentiras que los defensores del orden capitalista derraman incansablemente para desviar a la clase obrera de su perspectiva revolucionaria. Eso es lo que hacemos nosotros en los artículos que publicamos a continuación. El primero tiene como objetivo esencial mostrar que la revolución no es un deseo piadoso, sino que es necesaria, posible y realizable. El segundo denuncia una de las mayores mentiras de la historia: la idea según la cual la sociedad existente en URSS sería una sociedad "socialista" puesto que abolió la propiedad individual de los medios de producción, mentira que compartieron de forma interesada tanto los sectores clásicos de la burguesía democrática como los estalinistas, y también los trotskistas, corriente política que se presenta como "revolucionaria", "comunista" y "antiestalinista".
Ese segundo artículo fue publicado por primera vez en 1946 en la revista Internationalisme por el grupo de la Izquierda comunista de Francia, precursor de la CCI, y lo volvimos a publicar en la Revista internacional no 61, en 1990. Es un artículo un poco difícil, lo que justificó la redacción de una presentación ([1]) que también publicamos. Añadimos también unas cuantas notas al artículo de 1946 en la medida en que hace referencia a hechos o a organizaciones que no podrán recordar muy bien las nuevas generaciones que hoy, sesenta años después, se interesan por la reflexión comunista. La CCI ha dedicado evidentemente varios artículos más a un acontecimiento tan importante como la Revolución de 1917, y esperamos que los artículos que aquí publicamos sean una incitación para leerlos ([2]).
En las discusiones, hay jóvenes que nos dicen a menudo: "Es verdad que todo va muy mal, que cada vez hay más miseria y guerras, que nuestras condiciones de vida empeoran, que está amenazado el porvenir del planeta. Se ha de hacer algo, ¿pero qué? ¿Una revolución? Eso es imposible, es utópico". Esa es la gran diferencia entre mayo del 68 y hoy. En 1968, la idea de revolución estaba presente por todas partes y eso que la crisis solo empezaba a golpear. La quiebra del capitalismo es algo evidente, pero existe hoy un gran escepticismo en cuanto a la posibilidad de cambiar el mundo. Los conceptos de comunismo, de lucha de clases, suenan como un sueño de otros tiempos. Parece que estaría ya pasado de moda hablar de clase obrera y de burguesía.
Existe sin embargo en la historia una respuesta a esas dudas. Por su actuación, el proletariado ha dado la prueba hace noventa años de que se puede cambiar el mundo. La Revolución de Octubre en Rusia, la mayor acción de las masas explotadas hasta ahora, mostró que la revolución no solo es necesaria sino que ¡es posible!
Las mentiras que la clase dominante vuelca sobre ese acontecimiento no cesan. Obras como El Fin de una ilusión o el Libro negro del comunismo no hacen más que retomar por su cuenta una propaganda ya existente en aquellos tiempos: la revolución habría sido un mero golpe de los bolcheviques, Lenin un agente del imperialismo alemán, etc. Los burgueses consideran que las revoluciones obreras no son más que actos de locura colectiva, caos horrorosos que acaban espantosamente ([3]). La ideología burguesa no puede aceptar que los explotados puedan actuar por cuenta propia. La acción colectiva, solidaria y consciente de la mayoría trabajadora es una noción que para el pensamiento burgués es una utopía antinatural.
Sin embargo, mal que les pese a nuestros explotadores, la realidad muestra que en 1917, la clase obrera supo levantarse colectiva y conscientemente contra este sistema inhumano. Demostró que los obreros no son bestias de carga que solo valen para obedecer y trabajar. Muy al contrario, los acontecimientos revolucionarios revelaron las capacidades gigantescas y a menudo insospechadas del proletariado, liberando un río de energías creadoras y una prodigiosa dinámica de cambios colectivos de las conciencias. Así resume John Reed la efervescencia e intensidad de la vida de los proletarios durante el año 1917:
"Toda Rusia aprendía a leer y efectivamente leía libros de economía, de política, de historia, leía porque la gente quería saber (...) La sed de instrucción tanto tiempo frenada abrióse paso al mismo tiempo que la revolución con fuerza espontánea. En los primeros seis meses de la Revolución tan sólo del Instituto Smolny se enviaban a todos los confines del país toneladas, camiones y trenes de publicaciones. (...) Luego la palabra. Conferencias, controversias, discursos en los teatros, circos, escuelas, clubs, cuarteles, salas de los Soviets. Mítines en las trincheras del frente, en las plazuelas aldeanas, en los patios de las fábricas. ¡Qué asombroso espectáculo ofrece la fábrica Putilov cuando de sus muros salen en compacto torrente 40 000 obreros para oír a los socialdemócratas, eseristas, anarquistas, o quien sea, hable de lo que hable y por mucho tiempo que hable! Surgían discusiones y mítines espontáneos en los trenes, en los tranvías, en todas partes (...) Las tentativas de limitar el tiempo de los oradores fracasaban estrepitosamente en todos los mítines y cada cual tenía la plena posibilidad de expresar todos sus sentimientos e ideas" ([4]).
La "democracia" burguesa habla mucho de la "libertad de expresión", mientras la experiencia nos confirma que todo en ella es manipulación, teatro y lavado de cerebro. La auténtica libertad de expresión es la que conquistan las masas obreras en su acción revolucionaria:
"En cada fábrica, en cada taller, en cada compañía, en cada café, en cada cantón, incluso en la aldea desierta, el pensamiento revolucionario realizaba una labor callada y molecular. Por doquier surgían intérpretes de los acontecimientos, obreros a los cuales podía preguntarse la verdad de lo sucedido y de quienes podía esperarse las consignas necesarias (...) Estos elementos de experiencia, de crítica, de iniciativa, de abnegación, iban impregnando a las masas y constituían la mecánica interna, inaccesible a la mirada superficial, y sin embargo decisiva, del movimiento revolucionario como proceso consciente" ([5]).
Esa capacidad de la clase obrera a entrar colectiva y conscientemente en lucha no es un milagro repentino: es fruto de muchas luchas y de una larga reflexión subterránea. Marx y Engels hicieron la comparación entre la clase obrera y un topo que excava lentamente su camino para surgir de repente más lejos. En la insurrección de Octubre del 17 está el sello de las experiencias de la Comuna de París de 1871 y de la Revolución de 1905, de las batallas políticas de la Liga de los comunistas, de la Primera y de la Segunda internacionales, de la Izquierda de Zimmerwald, de los espartaquistas en Alemania y del Partido bolchevique en Rusia. La Revolución rusa es evidentemente una respuesta a la guerra, al hambre y a la barbarie del zarismo moribundo, pero también es una respuesta consciente, guiada por una continuidad histórica y mundial del movimiento obrero. Concretamente, los obreros rusos habían vivido antes de la insurrección victoriosa las grandes luchas de 1898, la Revolución de 1905 y las batallas de 1912-14.
"Era necesario contar no con una masa como otra cualquiera, sino con la masas de los obreros petersburgueses y de los obreros rusos en general, que había pasado por la experiencia de la revolución de 1905, por la insurrección de Moscú del mes de diciembre del mismo año, y era necesario que en el seno de esa masa hubiera obreros que hubiesen reflexionado sobre la experiencia de 1905, que se asimilaran la perspectiva de la revolución, que meditaran docenas de veces acerca de la cuestión del ejército" ([6]).
Así Octubre de 1917 fue la cumbre de un proceso largo de toma de conciencia de las masas obreras que se concretó, en vísperas de la insurrección, en una atmósfera profundamente fraterna entre los obreros. Ese ambiente es perceptible, casi palpable, en esas líneas de Trotski:
"Las masas sentían la necesidad de hallarse juntas; cada cual quería someter a prueba sus juicios a través de los demás, y todos observaban, atenta e intensamente, cómo una misma idea giraba en su conciencia, con sus distintos rasgos y matices. (...) Aquellos meses de febril vida política habían educado a centenares y miles de trabajadores que estaban acostumbrados a observar la política desde abajo y no desde arriba... La masa ya no toleraba en sus filas a los vacilantes, a los neutrales; afanábase por atraer, por persuadir, por conquistar a todo el mundo. Fábricas y regimientos mandaban delegados al frente. Las trincheras se ponían en relación con los obreros y campesinos del frente interior inmediato. En las ciudades del frente se celebraban innumerables mítines y conferencias en que soldados y marinos coordinaban su acción con obreros y campesinos" ([7]).
Gracias a esa efervescencia de los debates, los obreros pudieron ganarse efectivamente soldados y campesinos. La Revolución del 17 corresponde al ser mismo de la clase obrera, clase explotada a la vez que revolucionaria que no puede emanciparse si no es capaz de actuar de forma colectiva y consciente. La lucha colectiva del proletariado es la única esperanza de liberación para todas las masas explotadas. La política burguesa siempre aprovecha a una minoría de la sociedad. Al contrario, la política del proletariado no busca un beneficio particular sino el del conjunto de la humanidad.
"El proletariado ya no puede emanciparse de la clase que le explota y oprime sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación" ([8]).
Esa efervescencia de discusión, esa sed de acción y de reflexión colectivas se materializaron muy concretamente en los soviets (o consejos obreros), permitiendo a los obreros organizarse y luchar como clase unida y solidaria.
La jornada del 22 de octubre convocada por el Soviet de Petrogrado selló definitivamente la insurrección: se organizaron mítines y asambleas en todos los barrios, en todas las fábricas y se tomó masivamente una decisión: "¡Abajo Kerenski!", "¡Todo el poder para los soviets!". Fue un acto grandioso en el que obreros, empleados, soldados, muchos cosacos, mujeres, niños, sellaron abiertamente su compromiso con la insurrección.
"La insurrección fue determinada, por decirlo así, para una fecha fija: el 25 de octubre. Y no fue fijada en una sesión secreta, sino abierta y públicamente, y la revolución triunfante se hizo precisamente el 25 de octubre (6 de noviembre), como había sido establecido de antemano. La historia universal conoce un gran número de revueltas y revoluciones: pero buscaríamos en ella otra insurrección de una clase oprimida que hubiera sido fijada anticipada y públicamente para una fecha señalada, y que hubiera sido realizada victoriosamente en el día indicado de antemano. En este sentido y en varios otros, la Revolución de Octubre es única e incomparable" ([9]).
El proletariado se dio los medios de tener la fuerza necesaria -armamento general de los obreros, formación del Comité militar revolucionario, insurrección- para que el Congreso de los soviets pudiera tomar efectivamente el poder.
En toda Rusia, mucho más allá que Petrogrado, una infinidad de soviets locales llamaban a la toma del poder o lo tomaban efectivamente, confirmando el triunfo de la insurrección. El Partido bolchevique sabía perfectamente que la revolución no era cosa ni del partido únicamente ni únicamente de los obreros de Petrogrado, sino del proletariado entero. Los acontecimientos fueron la prueba de que Lenin y Trotski habían tenido razón al considerar que los soviets, desde que surgieron espontáneamente durante las huelgas de masas de 1905, eran "la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado". En 1917, esa organización unitaria del conjunto de la clase en lucha desempeñó, a través de la generalización de asambleas soberanas y su centralización por delegados elegidos y revocables en cualquier momento, un papel político esencial y determinante en la toma de poder, cuando los sindicatos no tuvieron ninguno.
Al lado de los soviets hubo otra forma de organización que desempeñó un papel fundamental cuando no vital para el triunfo de la insurrección: el Partido bolchevique. Los soviets permitieron a toda la clase obrera luchar colectivamente, y el partido -que organizaba por su parte la fracción más consciente y determinada- tuvo la responsabilidad de participar activamente en la lucha favoreciendo el desarrollo más amplio y profundo de la conciencia y orientando de forma decisiva por sus consignas la actividad de la clase. Las masas son las que toman el poder, los soviets son los que lo organizan, pero el partido de clase sigue siendo un arma indispensable de la lucha. En julio del 17, fue el partido el que evitó una derrota a la clase ([10]). También fue él quien encaminó a la clase hacia la toma de poder en octubre. Sin embargo, la Revolución de Octubre demuestra concretamente que el partido ni puede ni debe sustituir a los soviets: por indispensable que sea la dirección política que asume, tanto durante la lucha por el poder como durante la dictadura del proletariado, su tarea no es, sin embargo, la toma del poder. El poder no ha de ser asumido por una minoría -por consciente que sea-, sino por el conjunto de la clase obrera a través del único organismo que la representa como un todo: los soviets. La Revolución rusa fue sobre este aspecto una experiencia dolorosa puesto que el partido fue ahogando poco a poco la vida y la efervescencia de los consejos obreros. Ni Lenin ni los demás bolcheviques, como tampoco los espartaquistas en Alemania, eran muy claros sobre esta cuestión en 1917, y tampoco podían serlo. No se ha de olvidar que Octubre de 1917 fue la primera experiencia para la clase obrera de una insurrección triunfante a nivel de un país entero.
"La Revolución rusa no es sino un destacamento del ejército socialista mundial, y el triunfo de la revolución que hemos realizado depende de la acción de ese ejército. Esto es algo que ninguno de nosotros olvida. (...) El proletariado ruso tiene conciencia de su aislamiento revolucionario, y sabe que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental: la intervención unida de los obreros del mundo entero" (Lenin, 23 de julio de 1918).
Quedaba claro para los bolcheviques que la Revolución rusa no era sino el primer acto de la revolución internacional. La insurrección de Octubre del 17 fue la avanzadilla de una oleada revolucionaria mundial, con un proletariado que llevó a cabo unas luchas formidables que casi echan abajo el capitalismo. En 1917, logró acabar con el poder burgués en Rusia. Entre 1918 y 1923, lo asaltó varias veces en el principal país europeo, Alemania. Esa oleada revolucionaria mundial tuvo repercusiones en el mundo entero. Allí en donde existía una clase obrera desarrollada, los obreros se levantaban y luchaban contra los explotadores, de Italia a Canadá, de Hungría hasta China.
Este impulso y esta unidad de la clase obrera a escala internacional no fueron una casualidad. Ese sentimiento común de pertenecer, por todas partes, a la misma clase y a la misma lucha corresponde al ser del proletariado. Sea cual sea el país, la clase obrera sufre el mismo yugo de la explotación, y enfrente tiene a la misma clase dominante y el mismo sistema de explotación. Esta clase de explotados forma una cadena que atraviesa los continentes, cada victoria y cada derrota de uno de sus eslabones afecta inevitablemente a los demás. Por ello la teoría comunista desde sus orígenes, puso en primera línea de sus principios el internacionalismo proletario y la solidaridad de todos los obreros del mundo. "Proletarios del mundo entero, ¡uníos!", fue la consigna del Manifiesto comunista redactado por Marx y Engels. Ese mismo Manifiesto afirma claramente que "los proletarios no tienen patria". La revolución del proletariado, única capaz de acabar con la explotación del hombre por el hombre, no puede realizarse sino a escala internacional. Esa es la realidad que se expresó fuertemente desde 1847:
"la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados (...) Ejercerá igualmente una influencia considerable en los demás países del mundo, modificará de raíz y acelerará extraordinariamente su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal" ([11]).
La dimensión internacional de la oleada revolucionaria de los años 1917-23 pone de manifiesto que el internacionalismo proletario no es un bello y gran principio abstracto, sino, al contrario, una realidad tangible. Frente al nacionalismo sanguinario de la burguesía revolcándose en la barbarie de la Primera Guerra mundial, la clase obrera fue capaz de oponer su lucha y su solidaridad internacional. "No hay socialismo fuera de la solidaridad internacional del proletariado", ese fue el mensaje fuerte y claro de las octavillas que se repartían en las fabricas en Alemania ([12]). La victoria de la insurrección de Octubre del 17, que contenía la amenaza de la extensión de la revolución a Alemania, obligó a la burguesía a acabar con ese ignominioso río de sangre que fue la Primera Guerra mundial, acallando los antagonismos imperialistas que la habían desgarrado durante cuatro años para oponer un frente unido y atajar la oleada revolucionaria.
La oleada revolucionaria del siglo pasado fue el punto culminante alcanzado por la humanidad hasta hoy. Contra el nacionalismo y la guerra, contra la explotación y la miseria del mundo capitalista, el proletariado supo ofrecer otra perspectiva, su perspectiva: la del internacionalismo y de la solidaridad entre todas las capas oprimidas. La Revolución de Octubre del 17 demostró la fuerza de la clase obrera. Por primera vez, una clase explotada tuvo la valentía y la capacidad de arrancar el poder de manos de los explotadores e inaugurar la revolución proletaria mundial. Aunque fue pronto derrotada, en Berlín, Budapest y Turín, y aunque el proletariado ruso pagase terriblemente esa derrota -los horrores de la contrarrevolución estalinista, una Segunda Guerra mundial y la barbarie que no ha cesado desde entonces-, la burguesía sigue sin ser capaz de borrar completamente de la memoria obrera el recuerdo exaltador y las lecciones de Octubre. La monstruosidad de las falsificaciones de la burguesía sobre ese acontecimiento es paralela al terror que éste le provocó. La memoria de Octubre sigue recordando al proletariado que el destino de la humanidad está en sus manos y que es capaz de cumplir esa gigantesca tarea. ¡La revolución internacional sigue siendo como nunca el porvenir!
Pascale
[1]) La presentación de ese segundo artículo la firmó MC, compañero que falleció a finales de ese mismo año. Fue el último artículo que firmó para nuestra Revista, y expresa el vigor de pensamiento que conservó hasta la muerte. El que el compañero, que fue el principal animador de la Izquierda comunista de Francia (GCF), haya vivido directamente la Revolución de 1917 en su ciudad natal de Kishinev, le da un valor particular a ese documento, cuando se conmemoran los 90 años de esa revolución (sobre MC, véase nuestro articulo "Marc", en los nos 65 y 66 de la Revista internacional).
[2]) Se trata esencialmente de nuestro folleto Octubre del 17, inicio de la revolución mundial y de los artículos publicados en la Revista internacional (nos 12, 13, 51, 89, 90 y 91).
[3]) Anastasia, película de dibujos animados de Don Bloth y Gary Goldman, que presenta la Revolución rusa como un golpe de Rasputín que habría hechizado al pueblo ruso, es una caricatura grosera, ¡pero muy reveladora!
[4]) J. Reed, Diez días que estremecieron al mundo.
[5]) Trotski, Historia de la Revolución rusa.
[6]) Trotski, op. cit.
[7]) Trotski, op. cit.
[8]) Engels, "Prólogo" de 1883 al Manifiesto comunista.
[9]) Trotski, La Revolución de noviembre, 1919.
[10]) Léase nuestro articulo "Las Jornadas de julio: el papel indispensable del partido" en el sitio Web internationalism.org.
[11]) Engels, Principios del comunismo.
[12]) Fórmula de Rosa Luxemburg en la Crisis de la socialdemocracia, citada en muchas hojas espartaquistas.
El artículo que aquí traducimos fue publicado originalmente por el grupo de la Izquierda comunista de Francia (GCF) en el número 10 de la revista lnternationalisme (mayo 1946). Internationalisme se sitúa políticamente como continuación de Bilan y Octobre, publicaciones de la Izquierda comunista internacional antes del estallido de la Primera Guerra mundial. Pero Internationalisme no es una simple continuación, sino un enriquecimiento y desarrollo respecto a Bilan.
La cuestión rusa va a estar en el centro de los debates y las preocupaciones del medio político proletario desde principios de los años 30, y estos debates se irán intensificando durante la guerra y los primeros años de la posguerra. En líneas generales, pueden despejarse cuatro análisis divergentes de estos debates.
1) Aquellos que niegan cualquier carácter proletario a la Revolución de Octubre de 1917 y al Partido bolchevique, y para los que la Revolución rusa no fue más que una revolución burguesa. Los principales defensores de este análisis fueron los grupos partidarios del movimiento consejista, en particular Pannekoek y la Izquierda holandesa.
2) En el extremo opuesto encontramos a la Oposición de izquierda de Trotski, para la que, a pesar de toda la política contrarrevolucionaria del estalinismo, Rusia guarda las conquistas fundamentales de la revolución proletaria de Octubre: expropiación de la burguesía, paso a la planificación estatal de la economía, monopolio del comercio exterior; y consecuentemente, el régimen en Rusia sigue siendo un Estado-obrero, eso sí, en degeneración, y como tal debe ser defendido cada vez que entre en conflicto armado con otras potencias; y el deber del proletariado ruso y mundial es defenderlo incondicionalmente.
3) Una tercera posición "anti-defensista" estaba basada en un análisis del régimen en Rusia según el cual este régimen y su Estado no eran "ni capitalista, ni obrero", sino un "régimen colectivista burocrático". Este análisis pretendía ser un complemento a la alternativa marxista (barbarie capitalista o revolución proletaria por una sociedad socialista), añadiendo una tercera vía, la de una nueva sociedad - no prevista por el marxismo -, la sociedad burocrática anticapitalista ([1]). Esta nueva corriente encontrará sus adeptos en las filas del trotskismo antes y durante la guerra, y, en 1948, romperá con el trotskismo para alumbrar el grupo Socialismo o barbarie bajo la "honorable" dirección de Chaulieu-Castoriadis ([2]).
4) La Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional combatirá enérgicamente esta teoría aberrante de una "tercera alternativa", que pretendía aportar una "corrección", una "innovación" al marxismo. Pero al no llegar a hacer un análisis propio adecuado de la realidad de la evolución del capitalismo decadente, preferirá -en espera de ese análisis- atenerse a la tierra firme de la fórmula clásica: capitalismo = propiedad privada, limitación de la propiedad privada = marcha hacia el socialismo, que se traducía por lo que respecta al régimen ruso en esta otra fórmula: persistencia del Estado obrero degenerado con una política contrarrevolucionaria y no defensa de Rusia en caso de guerra.
Esta fórmula contradictoria, híbrida y que abre la puerta a toda clase de confusiones peligrosas, ya había suscitado críticas en el seno de la Fracción italiana en vísperas de la guerra, pero estas críticas se vieron suplantadas por una cuestión mucho más urgente, a saber: la perspectiva del estallido de una guerra imperialista generalizada, que la dirección de la Fracción (tendencia Vercesi) negaba ([3]).
La discusión sobre la naturaleza de clase de la Rusia estalinista fue reanudada, durante la guerra, por la Fracción italiana reconstituida en el sur de Francia en 1940 (reconstitución que se hizo sin la tendencia Vercesi que negaba toda posibilidad de existencia y de vida de una organización revolucionaria en nombre de la teoría de la desaparición social del proletariado durante esa guerra). Esta discusión rechazó rápida y categóricamente todas las ambigüedades y los sofismas contenidos en la posición sobre el Estado obrero degenerado defendida por la Fracción antes de la guerra, y enunció el análisis del Estado estalinista como capitalismo de Estado ([4]).
Pero fue sobre todo la GCF la que, a partir de 1945, en su revista Internationalisme, profundizó y amplió la noción de capitalismo de Estado en Rusia, integrándola en una visión global de una tendencia general del capitalismo en su período de decadencia.
El artículo que aquí publicamos, forma parte de los numerosos textos de Internationalisme dedicados al problema del capitalismo de Estado.
El artículo dista mucho de zanjar la cuestión por sí solo, pero al publicarlo queremos mostrar, además de su interés innegable, la continuidad y el desarrollo del pensamiento y de la teoría en el movimiento de la Izquierda comunista internacional, del que nos reivindicamos.
Internationalisme terminó definitivamente con el "misterio" del Estado estalinista en Rusia, al poner en evidencia la tendencia histórica general hacia el capitalismo de Estado, de la que el estalinismo formaba parte.
Igualmente puso en evidencia las especificidades del capitalismo de Estado ruso que, lejos de expresar "una transición de la dominación formal a la dominación real del capitalismo", como estúpidamente pretenden nuestros disidentes de la FECCI ([5]), tiene sus raíces en el hecho de haber surgido del triunfo de la contrarrevolución estalinista después de que la Revolución de Octubre hubiera aniquilado a la antigua clase burguesa.
Pero Internationalisme no tuvo tiempo de llevar más lejos su análisis del capitalismo de Estado, y particularmente sobre los límites objetivos de esa tendencia. Incluso si Internationalisme pudo escribir: "La tendencia económica hacia el capitalismo de Estado, aún no pudiéndose consumar en una socialización y una colectivización en la sociedad capitalista, es sin embargo una tendencia bien real..." (Internationalisme, n° 9), eso no significa que llevara el análisis hasta las razones, hasta los límites que impiden que "se pueda consumar". A la CCI le ha tocado abordar esta cuestión en el marco trazado por Internationalisme.
Nos corresponde demostrar que el capitalismo de Estado, lejos de resolver las contradicciones insuperables del período de decadencia, no hace sino añadir nuevas contradicciones, nuevos factores que agravan finalmente la situación del capitalismo mundial. Uno de estos factores es la creación de una masa cada vez más pletórica de capas improductivas y parasitarias, una irresponsabilización creciente de los agentes del Estado que, paradójicamente, son los encargados de dirigir, orientar y gestionar la economía.
El hundimiento reciente del bloque estalinista, la multiplicación de los escándalos de corrupción que reinan en todos los aparatos de Estado del mundo entero, aportan la confirmación del parasitismo de toda la clase dominante. Es absolutamente necesario proseguir ese trabajo de investigación y de puesta en evidencia de la tendencia al parasitismo, a la irresponsabilidad de todos los altos funcionarios, tendencia acelerada con el régimen de capitalismo de Estado.
M. C.
No puede ya quedar ninguna duda: la primera experiencia de revolución proletaria, tanto por sus adquisiciones positivas, pero más todavía por las enseñanzas negativas que comporta, está en la base de todo el movimiento obrero moderno. En tanto no se haga el balance de esta experiencia y sus enseñanzas salgan a la luz y se asimilen, la vanguardia revolucionaria y el proletariado estarán condenados a marcar el paso sin avanzar.
Incluso suponiendo lo imposible, es decir que el proletariado se haga con el poder, por un juego de circunstancias milagrosamente favorables, no podría mantenerlo en esas condiciones. En un lapso muy corto perdería el control de los acontecimientos y la revolución no tardaría en encarrilarse en las vías de vuelta al capitalismo.
Los revolucionarios no pueden contentarse simplemente con tomar posición respecto a la Rusia de hoy. El problema de la defensa o la no-defensa de Rusia ya hace tiempo que ha dejado de ser un debate en el campo de la vanguardia.
La guerra imperialista de 1939-45 en la que Rusia ha demostrado ser, a la vista de todo el mundo, una potencia imperialista, la más rapaz, la mas sanguinaria, ha transformado definitivamente a los defensores de Rusia, cualesquiera que sean las formas como se presenten, en agencias y prolongaciones políticas del Estado imperialista ruso entre el proletariado; del mismo modo que la guerra imperialista de 1914-18 reveló la integración definitiva de los partidos socialistas en los Estados capitalistas nacionales.
No se trata de volver sobre esa cuestión en este estudio. Ni tampoco sobre la naturaleza del Estado ruso, que la tendencia oportunista en el seno de la Izquierda comunista internacional aún intenta representar como "una naturaleza proletaria con función contrarrevolucionaria", como un "Estado obrero degenerado". Creemos haber terminado con este sofisma sutil de una pretendida oposición que existiría entre la naturaleza proletaria y la función contrarrevolucionaria del Estado ruso, y que, en lugar de aportar el menor análisis y explicación sobre la evolución de Rusia, lleva directamente al refuerzo del estalinismo, del Estado capitalista ruso y del capitalismo internacional. Podemos constatar además que después de nuestro estudio y polémica contra esa concepción, en el nº 6 del Boletín internacional de la Fracción italiana en junio de 1944, los defensores de esa teoría no han osado volver a la carga abiertamente. La Izquierda comunista de Bélgica ha hecho saber oficialmente que rechaza esa concepción. El PCInt de Italia parece que aún no ha tomado posición. Aunque no encontramos una defensa abierta metódica de esa concepción errónea, tampoco encontramos un rechazo explícito. Lo que explica que en las publicaciones del PCInt de Italia encontremos constantemente los términos de "Estado obrero degenerado" cuando se trata del Estado capitalista ruso.
Es evidente que no se trata de una simple cuestión de terminología, sino de la subsistencia de un falso análisis de la sociedad rusa, de una falta de precisión teórica que encontramos igualmente en otras cuestiones políticas y programáticas.
El objeto de nuestro estudio se dirige exclusivamente a sacar lo que nos parece que son las enseñanzas fundamentales de la experiencia rusa. No es una historia de los acontecimientos que se desarrollaron en Rusia lo que nos proponemos hacer, cualquiera que sea su importancia. Un trabajo semejante exige un esfuerzo que está más allá de nuestra capacidad. Lo que queremos es intentar un ensayo sobre esa parte de la experiencia rusa que, más allá del marco de una situación histórica contingente, muestra una enseñanza válida para todos los países y el conjunto de la revolución social por venir. Con ello queremos participar y aportar nuestra contribución al estudio de cuestiones fundamentales cuya solución no puede venir sino del esfuerzo de todos los grupos revolucionarios a través de una discusión internacional.
El concepto marxista según el cual la propiedad privada de los medios de producción es el fundamento de la producción capitalista, y por tanto, de la sociedad capitalista, parecía contener la otra formula: la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción equivaldría a la desaparición de la sociedad capitalista También encontramos en toda la literatura marxista la fórmula de la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción como sinónimo de socialismo. Ahora bien, el desarrollo del capitalismo, o más exactamente el capitalismo en su fase decadente, nos presenta una tendencia más o menos acentuada, pero igualmente generalizada en todos los sectores, hacia la limitación de la propiedad privada de los medios de producción, hacia su nacionalización.
Pero las nacionalizaciones no son el socialismo, y no nos detendremos aquí para demostrarlo. Lo que nos interesa es la tendencia misma y su significado desde el punto de vista de clase.
Si concebimos que la propiedad privada de los medios de producción es la base fundamental de la sociedad capitalista, toda constatación de una tendencia hacia la limitación de esa propiedad nos conduce a una contradicción insuperable, a saber: el capitalismo atenta contra su propia condición, se dedica él mismo a sabotear su propia base.
Sería vano jugar con las palabras y especular sobre las contradicciones inherentes al régimen capitalista. Cuando hablamos por ejemplo de la contradicción mortal del capitalismo, a saber: que éste, para desarrollar su producción, necesita conquistar nuevos mercados, pero que a medida que adquiere esos nuevos mercados y los incorpora a su sistema de producción, está destruyendo el mercado sin el cual no puede vivir, señalamos una contradicción real, que surge del desarrollo objetivo de la producción capitalista, independiente de su voluntad e insoluble para el capitalismo. Es lo mismo cuando citamos la guerra imperialista y la economía de guerra, en la que el capitalismo, por sus contradicciones internas, produce su autodestrucción.
Y así para todas las contradicciones objetivas en las que evoluciona el régimen capitalista.
Pero es diferente respecto a la propiedad privada de los medios de producción, pues en ello no vemos qué fuerzas obligarían al capitalismo a implicarse, deliberada y conscientemente, en la formación de una estructura que representaría un atentado contra su naturaleza, contra su esencia misma.
En otros términos, al declarar la propiedad privada de los medios de producción como naturaleza del capitalismo, se está proclamando al mismo tiempo que fuera de esa propiedad privada el capitalismo no puede subsistir, y de este modo lo que se está afirmando es que toda modificación para limitar esa propiedad privada, significaría limitar el capitalismo, modificándolo en un sentido no capitalista, opuesto al capitalismo, anticapitalista. Una vez más, no se trata del tamaño de esta limitación; no se trata de refugiarse en cálculos cuantitativos o que quieran demostrar que de lo que se trata es únicamente de una pequeña limitación sin importancia; eso seria esquivar la cuestión. Y encima sería falso, puesto que bastaría citar la amplitud de la tendencia a la limitación en los países totalitarios y en Rusia, en donde afecta a todos los medios de producción, para convencerse. De lo que se trata, no es del tamaño, sino de la naturaleza misma de la tendencia.
Si la tendencia a la liquidación de la propiedad privada significase realmente una tendencia anticapitalista, llegaríamos a la sorprendente conclusión de que, ya que tal tendencia se opera bajo la dirección del Estado, el propio Estado capitalista acabaría siendo agente de su propia destrucción.
A esta teoría del Estado capitalista-anticapitalista se apuntan todos los protagonistas "socialistas" de las nacionalizaciones, del dirigismo económico, y todos los hacedores de "planes", que sin ser agentes conscientes del reforzamiento del capitalismo, sí son, sin embargo, reformadores al servicio del capital.
Los trotskistas, cuyas seseras también carecen de raciocinio, están evidentemente a favor de esta limitación de la propiedad privada, pues todo aquello que se opone a la naturaleza capitalista, debe ser forzosamente de carácter proletario. Son quizás un poco escépticos, pero consideran criminal descartar cualquier posibilidad. Las nacionalizaciones son, para ellos, en todo caso, un debilitamiento de la propiedad privada capitalista. Aunque no las califiquen -como hacen estalinistas y socialistas- de "islotes de socialismo" en régimen capitalista, están sin embargo convencidos de que son "progresistas". Tan astutos como ellos son, cuentan con que sea el Estado capitalista quien se encargue de lo que le correspondería hacer al proletariado tras la revolución. "Mira, algo ya hecho y que nos evitamos hacer", se dicen, frotándose las manos, satisfechos de haber timado al Estado capitalista.
Pero "¡eso es reformismo!" clama el comunista de izquierda, tipo Vercesi. Y en plan "marxista", el comunista de izquierda estilo Vercesi, se pone no a explicar el fenómeno, sino a negarlo simple y llanamente, demostrando, por ejemplo, que las nacionalizaciones ni existen, ni pueden existir, y que no son más que una invención, una mentira demagógica de los reformistas.
Pero, ¿a qué viene esta indignación, a primera vista, sorprendente? ¿por qué esa obstinación en la negación? Pues porque su punto de partida es común con los reformistas, dado que en él reside toda su teoría del carácter proletario de la sociedad rusa. Y puesto que comparten el mismo criterio para apreciar la naturaleza de clase de la economía, el reconocimiento de tal tendencia en los países capitalistas les lleva al reconocimiento de una transformación evolutiva del capitalismo al socialismo.
No por que se atengan a la fórmula "marxista" sobre la propiedad privada, sino por que, precisamente, se encuentran aprisionados por esa fórmula, o más exactamente, por su caricatura extrema. Es decir, que la idea de que la ausencia de propiedad privada de los medios de producción es el criterio que determina la naturaleza proletaria del Estado ruso, no les deja más salida que negar la tendencia y la posibilidad de la limitación de la propiedad privada de los medios de producción en el régimen capitalista. En vez de observar el desarrollo objetivo y real del capitalismo y su tendencia hacia el capitalismo de Estado, y rectificar su posición sobre la naturaleza del Estado ruso, prefieren aferrarse a la fórmula y salvar su teoría de la naturaleza proletaria de Rusia, desdeñando la realidad. Y dado que la contradicción entre la fórmula y la realidad es insuperable, se niega llanamente ésta, y la jugada está hecha.
Una tercera tendencia intentará encontrar la solución, negando el marxismo. Esta doctrina -dicen- era justa cuando se aplicaba a la sociedad capitalista, pero lo que Marx no había previsto, y por lo que el marxismo está ya "superado", es que ha surgido una nueva clase que se apodera gradual y, en parte, pacíficamente (!) del poder político y económico de la sociedad, a expensas del capitalismo y del proletariado. Esta nueva (?) clase sería, para unos la burocracia, para otros la tecnocracia, incluso para otros la "sinarquía".
Abandonemos todas estas elucubraciones y volvamos a lo que nos interesa. Resulta innegable que existe una tendencia a la limitación de la propiedad privada de los medios de producción, y que esta tendencia se acentúa día tras día, y en todos los países. Tal tendencia se concreta en la formación general de un capitalismo estatal, gerente de las principales ramas de la producción y de la vida económica del país. El capitalismo de Estado, no es patrimonio de una fracción de la burguesía, ni de una escuela ideológica en particular. Lo vemos instaurarse tanto en la América democrática como en la Alemania hitleriana; en la Inglaterra "laborista", como en la Rusia "soviética".
No nos podemos permitir, en el marco de este estudio, el exponer a fondo el análisis del capitalismo de Estado, de las condiciones y causas históricas que determinan esta forma. Señalaremos, simplemente, que el capitalismo de Estado es la forma que corresponde a la fase decadente del capitalismo, al igual que el capitalismo monopolista corresponde a su fase de desarrollo pleno. Otro rasgo que nos parece característico del capitalismo de Estado es su desarrollo más acentuado en relación directa con los efectos de la crisis económica permanente en los diferentes países capitalistas desarrollados. Pero el capitalismo de Estado no implica, en absoluto, la negación del capitalismo, y aún menos la transformación gradual de éste en el socialismo, como pretenden los reformistas de las distintas escuelas.
El miedo a caer en el reformismo, por reconocer la tendencia al capitalismo de Estado, se fundamenta en una incomprensión sobre la naturaleza del capitalismo. Este no está determinado por la posesión privada de los medios de producción - lo que en realidad no es más que una forma, propia de un período dado del capitalismo, el del capitalismo liberal - sino por la separación existente entre los medios de producción y el productor.
El capitalismo representa la separación entre el trabajo ya realizado, acumulado en manos de una clase, y el trabajo vivo de otra clase explotada y dominada por la primera. En realidad, poco importa cómo reparte la clase poseedora la porción que corresponde a cada uno de sus miembros. En el régimen capitalista, ese reparto se modifica continuamente por medio de la lucha económica o la violencia militar. Por importante que sea el estudio de dicho reparto, desde el punto de vista de la economía política, no es eso lo que ahora nos interesa aquí.
Cualesquiera que sean las modificaciones que se operan en la clase capitalista en las relaciones entre las distintas capas de la burguesía, desde el punto de vista del sistema social, de las relaciones entre las clases, la relación de la clase poseedora con la clase productora sigue siendo capitalista.
Que la plusvalía extraída a los obreros durante el proceso de producción se reparta de un modo u otro, que sea más o menos grande la parte correspondiente al capital financiero, comercial, industrial..., no influye ni modifica la naturaleza misma de la plusvalía. Para que exista producción capitalista, es completamente indiferente que haya propiedad privada o colectiva de los medios de producción. Lo que determina el carácter capitalista de la producción es la existencia de capital, es decir, de trabajo acumulado en manos de unos, que impone el traspaso del trabajo vivo de otros para la producción de plusvalía. La transferencia de capital de manos privadas individuales a manos del Estado no es una modificación, no es un cambio del capitalismo al no-capitalismo, sino estrictamente una concentración de capital para asegurar más racionalmente, con mayor perfección, la explotación de la fuerza de trabajo.
Lo que está en juego, no es pues el concepto marxista, sino, exclusivamente, su comprensión obtusa, su interpretación estrecha y formal. Lo que otorga carácter capitalista a la producción no es la propiedad privada de los medios de producción. La propiedad privada y la de los medios de producción existían igualmente tanto en la sociedad esclavista como en la feudal. Lo que hace que la producción sea una producción capitalista es la separación de los medios de producción de los productores, su transformación en medios de adquisición y dominio del trabajo vivo con objeto de hacerle producir un excedente, la plusvalía. Es decir, la transformación de los medios de producción, los cuales, al perder su carácter de simple instrumento en el proceso de producción, se transforman y existen como capital.
La forma bajo la cual existe el capital - privada o concentrada (trust, monopolio o estatal) - no determina tampoco su existencia, al igual que la amplitud o las formas que pueda tomar la plusvalía (beneficios, rentas de bienes raíces...) tampoco determinan la de ésta. Las formas no son sino la manifestación de la existencia de lo sustancial, y no hacen más que expresarlo de diversas maneras.
En la época del capitalismo liberal, el capital tomó esencialmente la forma del capitalismo privado individual. Por eso, los marxistas podían servirse, sin demasiadas pegas, de la fórmula que representaba fundamentalmente la forma para presentar y explicar su contenido.
Para la propaganda ante las masas, esta fórmula tenía además la ventaja de traducir una idea algo abstracta, en una imagen concreta, viva, más fácilmente comprensible. "Propiedad privada de los medios de producción = capitalismo" y "ataque a la propiedad privada = socialismo" resultaron ser fórmulas impactantes, pero sólo parcialmente justas. El inconveniente surge cuando la forma tiende a modificarse. La costumbre de representar el contenido mediante la forma, puesto que en un momento dado se correspondieron plenamente, deja paso a una identificación que ya no es tal, y que conduce al error de sustituir el contenido por la forma. Este error es plenamente identificable en la Revolución rusa.
El socialismo exige un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas que sólo es concebible a través de una gran concentración y centralización de las fuerzas de producción.
Esta concentración se realiza por la desposesión al capital privado de los medios de producción. Pero tal desposesión, al igual que la concentración a escala nacional o incluso internacional de las fuerzas productivas, no es más que una condición - tras el triunfo de la revolución proletaria - de la evolución hacia el socialismo. Pero no representa en absoluto, todavía, el socialismo.
La más amplia expropiación, puede, como mucho, hacer desaparecer a los capitalistas como individuos, que se benefician de la plusvalía, pero no hace desaparecer la producción de plusvalía, es decir el capitalismo.
Esta afirmación puede parecer a primera vista, una paradoja, pero un atento examen de la experiencia rusa nos revelará su certeza. Para que exista socialismo, o incluso simplemente tendencia al socialismo, no basta con que haya expropiación. Es necesario, además, que los medios de producción dejen de existir como capital. En otros términos, es necesario acabar con el principio capitalista de la producción.
El principio capitalista de preponderancia del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo, con vistas a la producción de plusvalía, debe ser sustituido por el principio del trabajo vivo dominante sobre el trabajo acumulado, con el objeto de producir objetos de consumo que satisfagan las necesidades de los miembros de la sociedad.
El socialismo reside en este principio y solo en él.
El error de la Revolución rusa y del Partido bolchevique fue el de insistir en la condición (la expropiación) que en sí misma no es todavía socialismo, ni siquiera el factor determinante de la orientación en un sentido socialista de la economía, y haber descuidado y relegado a un segundo plano el principio mismo de una economía socialista.
Nada más instructivo en ese sentido que la lectura de los numerosos discursos y textos de Lenin en favor de la necesidad de un desarrollo creciente de la industria y la producción en la Rusia soviética. Lenin empleó habitualmente, y casi sin la debida distinción, los términos capitalismo de Estado y socialismo de Estado. Fórmulas como las de "cooperativas más electricidad: eso es el socialismo" y otras por el estilo revelan la confusión y las vacilaciones de los dirigentes de la Revolución de Octubre del 17, en este terreno.
Resulta significativo que Lenin se preocupara tanto por el sector privado y la pequeña propiedad agraria, sectores que, según él, podían tener un mayor peso en la amenaza de una evolución de la economía rusa hacia el capitalismo, y desdeñase, en cambio, el peligro mucho más patente y decisivo que representaba la industria estatalizada.
La historia ha desmentido totalmente el análisis de Lenin sobre esta cuestión. La liquidación de la pequeña propiedad campesina podía significar en Rusia, no el reforzamiento de un sector socialista, sino más bien de un sector estatalizado, en provecho de un apuntalamiento del capitalismo de Estado.
Es cierto que las dificultades que tuvo que encarar la Revolución rusa, tanto por el aislamiento como por el estado atrasado de su economía, estarán muy atenuadas en una revolución a escala internacional. Sólo a esta escala es posible un desarrollo socialista de la sociedad y de cada país. Pero no es menos cierto que, incluso a escala internacional, el problema fundamental no reside en la expropiación sino en el principio mismo de la producción.
No sólo en los países atrasados, también en aquellos en los que el capitalismo ha alcanzado un mayor desarrollo, subsistirá, durante cierto tiempo y en determinados sectores de la producción, la propiedad privada, la cual sólo podrá ser reabsorbida tras un proceso lento y gradual.
Sin embargo, el riesgo de una vuelta al capitalismo no provendrá de este sector, pues la sociedad en evolución hacia el socialismo no puede retroceder hacia un capitalismo en su forma más primitiva y que él mismo ha superado.
La temible amenaza de una vuelta al capitalismo procederá esencialmente del sector estatalizado. Y tanto más por cuanto el capitalismo encuentra en ese sector su forma más impersonal, o por así decirlo etérea. La estatificación puede servir para camuflar por largo tiempo un proceso opuesto al socialismo.
El proletariado no superará este peligro más que en la medida en que rechace la identificación entre expropiación y socialismo, que sepa distinguir entre la estatificación, incluso con adjetivo "socialista", y el principio socialista de la economía.
La experiencia rusa nos enseña y nos recuerda que no son los capitalistas los que hacen el capitalismo. Más bien al contrario el capitalismo engendra a los capitalistas. Los capitalistas no pueden existir sin capitalismo. Pero la afirmación recíproca no es cierta.
El principio capitalista de la producción puede existir tras la desaparición jurídica, incluso efectiva de los capitalistas beneficiarios de la plusvalía. En tal caso, la plusvalía, al igual que bajo el capitalismo privado, será invertida de nuevo en el proceso de producción con miras a la extracción de una masa todavía mayor de plusvalía.
A corto plazo, la existencia de plusvalía engendrará a los hombres que formen la clase destinada a apropiarse del usufructo de esa plusvalía. La función crea el órgano. Ya sean los parásitos, la burócratas o los técnicos, ya sea que la plusvalía se reparta de manera directa o indirecta por medio del Estado mediante salarios elevados o dividendos proporcionales a las acciones y préstamos de Estado (como ocurre en Rusia), todo ello no cambia para nada el hecho fundamental de que nos hallamos ante una nueva clase capitalista.
El punto central de la producción capitalista se encuentra en la diferencia existente entre el valor de la fuerza de trabajo - determinado por el tiempo de trabajo necesario - y la fuerza de trabajo que reproduce más que su propio valor. Ello se expresa en la diferencia entre el tiempo de trabajo que el obrero necesita para reproducir su propia subsistencia y que le es remunerado, y el tiempo de trabajo que hace de más y que no le es pagado, constituyendo la plusvalía de la que se adueña el capitalismo. La distinción de la producción capitalista respecto a la socialista reside, pues, en la relación entre el tiempo de trabajo remunerado y el no remunerado.
Toda sociedad necesita un fondo de reserva económico para poder asegurar la continuidad de la producción y de la producción ampliada. Este fondo está formado por el trabajo sobrante indispensable. Por otra parte, es necesaria una cantidad de trabajo sobrante para subvenir a las necesidades de los miembros improductivos de la población. La sociedad capitalista, antes de desaparecer, tenderá a destruir la masa enorme de trabajo acumulado sobre la base de la explotación feroz del proletariado.
Tras la revolución, el proletariado victorioso se encontrará ante ruinas, y ante una situación económica catastrófica legada por la sociedad capitalista. Habrá pues que reconstruir el fondo de reserva económico.
Es decir que la parte de trabajo sobrante que deberá añadir el proletariado será quizás, al principio, tan grande como bajo el capitalismo. El principio económico socialista no se distinguirá en ese momento por la dimensión inmediata de la relación entre trabajo remunerado y el no remunerado. Sólo la tendencia, la creciente aproximación de ambos trabajos, servirá de indicador de la evolución de la economía, y constituirá el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción.
El proletariado y su partido de clase tendrán entonces que ser muy vigilantes. Las mejores conquistas industriales (incluso aquellas en las que los obreros obtienen más en términos absolutos, aunque sean menores relativamente) podrían significar el regreso al principio capitalista de la producción.
Todas las sutiles demostraciones de la inexistencia del capitalismo, desposeído a través de las nacionalizaciones de los medios de producción, no deberán ocultar esa realidad.
Sin dejarse llevar por ese sofisma, interesado en la perpetuación de la explotación del obrero, el proletariado y su partido deberán implicarse inmediatamente en una lucha implacable para frenar esa orientación de retorno a la economía capitalista, imponiendo por todos los medios su política económica hacia el socialismo.
En conclusión y para ilustrar y resumir nuestra posición, citaremos el siguiente pasaje de Marx:
"La gran diferencia entre los principios capitalista y socialista de la producción es siguiente: ¿Se encuentran los obreros ante los medios de producción como capital, sin poder disponer de ellos más que para aumentar el sobreproducto y la plusvalía en provecho de sus explotadores, o bien, en lugar de estar ocupados por esos medios de producción, los emplean para producir riqueza en su propio beneficio".
Internationalisme, 1946
[1]) Entre los primeros defensores de esta teoría cabe citar a Albert Treint, quien en 1932 había publicado dos fascículos titulados l'Enigme russe (el Enigma ruso). Con esa posición había roto con el grupo conocido por el nombre de Grupo de Bagnolet. Albert Treint, antiguo secretario general del PCF, antiguo dirigente del grupo de Oposición de izquierda l'Unité léniniste (la Unidad leninista), en 1927, y del Redressement communiste (Reconstrucción comunista) de 1928 a 1931, tras haber roto con aquel grupo, había « evolucionado », como tantos otros, adhiriéndose al Partido socialista en 1935 y a la Resistencia durante la guerra. Y en 1945, se le encuentra no sólo integrado en el ejército sino incluso al mando de un batallón de ocupación en Alemania con la graduación de comandante...
[2]) Hay que señalar que los consejistas de la Izquierda holandesa, y para empezar el mismísimo Pannekoek, compartirán las grandes líneas de ese brillante análisis de una tercera alternativa (véase la correspondencia Chaulieu-Pannekoek en Socialisme ou barbarie).
[3]) Vercesi fue hasta la Segunda Guerra mundial el representante más destacado de la Fracción de izquierdas del Partido comunista de Italia, creado en 1927 en Pantin (barrio suburbano de París) que se denominó Fracción italiana de la Izquierda comunista en 1935. Su contribución en el desarrollo teórico y político de la Fracción fue considerable, como lo atestiguan numerosos textos suyos publicados en Bilan, revista de la Fracción. Sin embargo, empezó a desarrollar a partir de 1938 una teoría sobre la "economía de guerra como solución a la crisis del capitalismo", cuya consecuencia era la negación de la amenaza de guerra mundial. La Fracción estuvo desorientada y paralizada políticamente cuando de hecho estalló la guerra, y Vercesi teorizó entonces la necesidad de su disolución debido a "la inexistencia del proletariado durante la guerra". Eso no impidió que varios miembros de la sección, entre ellos nuestro compañero MC, la reconstituyeran en el Sur de Francia. En cuanto a Vercesi, se manifestó en Bruselas a finales de la guerra animando un Comité de coalición antifascista, que publicaba la revista L'Italia di domani (La Italia del mañana), cuyo nombre ya es todo un programa, y de la que fue el principal redactor hasta que se adhirió al Partito comunista internacionalista que se había constituido en 1943 en el Norte de Italia en torno a Onorato Damen. Ese grupo volvió a fundarse en 1945 con la llegada de otros elementos y grupos (los elementos del Sur en torno a Bordiga, los que rompieron con la Fracción italiana en 1938 sobre la Guerra de España, etc.) y hoy sigue existiendo como rama italiana del Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR). El PCInt publica Battaglia comunista y la revista Prometeo, y su homologo británico, la Communist Worker's Organisation, publica Revolutionary Perspectives.
[4]) En 1945, con la constitución ad-hoc del Partido comunista internacional en Italia, la disolución precipitada de la Fracción, la llegada de Bordiga con sus teorías sobre la "invariación" del marxismo, la "revolución doble", el "apoyo a las liberaciones nacionales", las distinciones de "áreas geográfica", la proclamación del "enemigo número 1, el imperialismo USA", etc., significan una patente regresión de ese nuevo partido sobre la naturaleza de clase del régimen estalinista, y una negación de la noción de decadencia y de su expresión política, el capitalismo de Estado.
[5]) Fracción externa de la CCI (Fecci) : se trata de una escisión en 1985 de nuestra organización que consideró que la CCI estaba en vías de "traicionar" su plataforma y que se dio como objetivo ser su "verdadero defensor". Ese grupo, que publica Perspective internationaliste, ha seguido una trayectoria hacia el consejismo abandonando progresivamente sus referencias a la Plataforma de la CCI hasta cuestionar particularmente uno de sus ejes esenciales, el análisis de la decadencia del capitalismo.
La cultura del debate: un arma de la lucha de la clase
La "cultura del debate" no es una novedad, ni para el movimiento obrero, ni para la CCI. Sin embargo, la evolución histórica obliga a nuestra organización - desde el cambio de siglo - a volver a esa cuestión y examinarla con mayor atención. Dos evoluciones principales nos han obligado a hacerlo: la primera es la aparición de una nueva generación de revolucionarios y, la segunda, la crisis interna que atravesamos a principios de este nuevo siglo.
La nueva generación y el diálogo político
Ha sido, ante todo, el contacto con una nueva generación de revolucionarios lo que ha obligado a la CCI a desarrollar y cultivar más conscientemente su apertura hacia el exterior y su capacidad de diálogo político.
Cada generación es un eslabón en la historia de la humanidad. Cada una de ellas se enfrenta a tres tareas fundamentales: recoger la herencia colectiva de la precedente, enriquecer esa herencia sobre la base de su propia experiencia, trasmitirla a la generación siguiente para que esta vaya más lejos que la anterior.
No son nada fáciles de llevar acabo esas tareas, son un difícil reto. Y esto es igualmente válido para el movimiento obrero. La vieja generación debe hacer entrega de su experiencia, pero también lleva en sí las heridas y los traumatismos de sus luchas; ha conocido derrotas, decepciones, ha tenido que encarar y tomar conciencia de que una vida no es a menudo suficiente para construir adquisiciones duraderas de la lucha colectiva ([1]). Esto requiere el ímpetu y la energía de la generación siguiente, pero también a ésta se le plantean los nuevos problemas y su capacidad para ver el mundo con nuevos ojos.
Pero incluso si las generaciones se necesitan mutuamente, su capacidad para forjar la unidad necesaria entre sí no es algo dado automáticamente. Cuanto más se ha ido alejando la sociedad de una economía tradicional natural, cuanto más constante y rápidamente ha ido "revolucionando" el capitalismo las fuerzas productivas y la sociedad entera, tanto más difiere la experiencia de una generación y la de la siguiente. El capitalismo, sistema de la competencia por excelencia, también solivianta a una contra la otra a las generaciones en la lucha de todos contra todos.
En ese marco, nuestra organización se empezó a preparar para la tarea de forjar ese vínculo intergeneracional. Pero lo que dio a la cultura del debate un significado especial para nosotros más que esa preparación fue el encuentro con la nueva generación en la vida real. Nos encontramos ante una generación que da a esta cuestión mucha más importancia que la que le dio la generación de "1968". El primer indicio de importancia de ese cambio, a nivel de la clase obrera en su conjunto, nos lo dio el movimiento masivo de estudiantes en Francia contra la "precarización" del empleo en la primavera de 2006. Era de notar la insistencia, especialmente en las asambleas generales, en que el debate fuera lo más libre y amplio posible, al contrario del movimiento estudiantil de finales de los años 1960, marcado a menudo por la incapacidad de llevar a cabo un diálogo político. La diferencia procede ante todo de que el medio estudiantil está hoy mucho más proletarizado que el de hace 40 años. El debate intenso, a una escala más amplia, siempre fue una marca importante de los movimientos proletarios de masas y fue también característico de las asambleas obreras de la Francia de 1968 o de la Italia de 1969. Pero lo nuevo de 2006 era la mentalidad abierta de la juventud en lucha, hacia las generaciones mayores y su avidez por aprender de la experiencia de éstas. Esta actitud es muy diferente de la del movimiento estudiantil de finales de los años 60, especialmente en Alemania (quizás la expresión más caricaturesca de la mentalidad de entonces), donde uno de los esloganes era: "¡Los mayores de 30 años a los campos de concentración!" Esa idea se concretaba en la práctica con el abucheo mutuo, la interrupción violenta de las reuniones "rivales", etc. La ruptura de la continuidad entre las generaciones de la clase obrera es una de las raíces del problema, pues las relaciones entre generaciones son el terreno privilegiado, desde siempre, para forjar la actitud para el diálogo. Los militantes de 1968 consideraban a la generación de sus padres o como una generación que "se había vendido" al capitalismo, o (en Alemania o Italia, por ejemplo) como una generación de fascistas y criminales de guerra. Para los obreros que habían soportado la horrible explotación de la fase que siguió a 1945 con la esperanza de que sus hijos vivieran mejor que ellos, era una decepción amarga oír cómo sus hijos los acusaban de "parásitos" que vivían de la explotación del Tercer Mundo. Pero también es verdad que la generación de los padres de aquella época había perdido, o no había logrado adquirir, la aptitud para el diálogo. Aquella generación fue brutalmente mortificada y traumatizada por la Segunda Guerra mundial y la Guerra fría, por la contrarrevolución fascista, estalinista y socialdemócrata.
Al contrario, 2006 en Francia ha anunciado algo nuevo y muy fecundo ([2]). Pero ya unos años antes, esa preocupación de la nueva generación venía anunciada por minorías revolucionarias de la clase obrera. Esas minorías, en cuanto aparecieron en el ruedo de la vida política, ya llegaron armadas con sus propias críticas al sectarismo y al rechazo del debate. Entre las primeras exigencias que esas minorías expresaron estaba la necesidad de debatir, no como un lujo sino como requisito ineludible, la necesidad de que quienes participan tomen en serio a los demás, y aprendan a escuchar; la necesidad, también, de que en la discusión las armas sean los argumentos y no la fuerza bruta, ni apelar a la moral o a la autoridad de los "teóricos". Respecto al medio proletario internacionalista, aquellos camaradas han criticado, en general y con toda la razón, la ausencia de debate fraterno entre los grupos existentes, lo cual les ha chocado enormemente. De entrada rechazaron el concepto del que el marxismo sería un dogma que la nueva generación debería adoptar sin espíritu crítico ([3]).
A nosotros, por nuestra parte, nos sorprendió la reacción de la nueva generación hacia la CCI. Los nuevos camaradas que acudían a nuestras reuniones públicas, los contactos del mundo entero que iniciaron una correspondencia con nosotros, los diferentes grupos y círculos políticos con los que hemos discutido, nos han dicho repetidamente, que habían comprobado la naturaleza proletaria de la CCI tanto en nuestro comportamiento, especialmente en nuestro modo de llevar las discusiones, como en nuestras posiciones programáticas.
¿Cuál es el origen de esa preocupación en la nueva generación? A nuestro parecer, es el resultado de la crisis histórica del capitalismo, hoy mucho más grave y más profunda que en 1968. Esta situación exige la crítica más radical posible del capitalismo, la necesidad de ir a la raíz más profunda de los problemas. Uno de los efectos más corrosivos del individualismo burgués es la manera con la que destruye la capacidad de discutir y, especialmente, de escucharse y aprender unos de otros. Al diálogo se le sustituye el "parloteo", donde el que gana es el que más vocifera (como en las campañas electorales burguesas). La cultura del debate es el medio principal de desarrollar, gracias al lenguaje humano, la conciencia, arma principal del combate de la única clase portadora de un porvenir para la humanidad. Para el proletariado es el único medio de superar su aislamiento y su impaciencia y de encaminarse hacia la unificación de sus luchas.
Otra preocupación actual estriba en la voluntad de superar la pesadilla del estalinismo. En efecto, muchos militantes que hoy están en busca de posiciones internacionalistas proceden de un medio influido por el izquierdismo o directamente procedente de sus filas; presentar caricaturas de la ideología y del comportamiento burgués decadentes como si fueran "socialismo" es el objetivo del izquierdismo. Esos militantes han tenido una educación política que les ha hecho creer que intercambiar argumentos es "liberalismo burgués" y que "un buen comunista" es alguien que "cierra el pico" y hace acallar su conciencia y sus emociones. Los camaradas que están hoy decididos a rechazar los efectos de ese producto moribundo de la contrarrevolución comprenden cada día mejor que, para ello, no solo hay que rechazar las posiciones de ese producto sino también su mentalidad. Y así contribuirán a restablecer una tradición del movimiento obrero que podía haber acabado por desaparecer a causa de la ruptura orgánica provocada por la contrarrevolución ([4]).
Crisis organizativas y tendencias al monolitismo
La segunda razón esencial que llevó a la CCI a replantearse la cuestión de la cultura del debate fue nuestra propia crisis interna, a principios de este siglo, caracterizada por el comportamiento más ignominioso nunca antes visto en nuestras filas. Por vez primera desde su fundación, la CCI tuvo que excluir no a uno sino a varios de sus miembros ([5]). Al principio de esa crisis interna, aparecieron dificultades en nuestra sección en Francia, expresándose divergencias de opinión sobre nuestros principios organizativos de centralización. No hay razón para que divergencias como esas, por sí mismas, causen una crisis organizativa. Y no era ésa la razón. Lo que provocó la crisis fue la negativa a debatir y, sobre todo, las maniobras para aislar y calumniar - o sea atacar personalmente - a los militantes con quienes no se estaba de acuerdo.
Tras esa crisis, nuestra organización se comprometió a ir al fondo de las cosas, a las raíces más profundas de la historia de sus crisis y escisiones. Ya hemos publicado contribuciones sobre algunos aspectos ([6]). Una de las conclusiones a la que hemos llegado es que cierta tendencia al monolitismo había desempeñado un papel de primera importancia en todas las escisiones que hemos vivido. En cuanto aparecían divergencias ya había algunos militantes que afirmaban que les era imposible trabajar con los demás, que la CCI se había vuelto una organización estaliniana, o que estaba ya degenerando. Esas crisis surgían, pues, ante unas divergencias que, en su mayoría, podían existir perfectamente en el seno de una organización no monolítica y, en todo caso, debían ser discutidas y clarificadas antes de que una escisión fuera necesaria.
La repetición de procedimientos monolíticos es sorprendente en una organización que se basa específicamente en las tradiciones de la Fracción italiana, la cual siempre defendió que, fueran cuales fueran las divergencias sobre los principios fundamentales, la clarificación más profunda y colectiva debía preceder cualquier separación organizativa.
La CCI es la única corriente de la Izquierda comunista de hoy que se sitúa específicamente en la tradición organizativa de la Fracción italiana (Bilan) y de la Izquierda comunista de Francia (GCF). Contrariamente a los grupos procedentes del Partido comunista internacionalista fundado en Italia a finales de la Segunda Guerra mundial, la Fracción italiana reconoció el carácter profundamente proletario de las demás corrientes internacionales de la Izquierda comunista que surgieron contra la contrarrevolución estalinista, especialmente las Izquierdas alemana y holandesa. Nunca rechazó a esas corrientes como "anarco-espontaneistas" o "sindicalistas revolucionarios", sino que aprendió de ellas todo lo que pudo. De hecho, la crítica principal que la Fracción italiana hizo contra lo que acabaría siendo la corriente "consejista", era el sectarismo expresado en el rechazo de ésta a las contribuciones de la IIª Internacional y del bolchevismo ([7]). Y fue así cómo la Fracción italiana mantuvo, en plena contrarrevolución, la comprensión marxista según la cual la conciencia de clase se desarrolla colectivamente y ningún partido, ni ninguna tradición pueden proclamar la posesión de su monopolio. De ello se deduce que la conciencia no puede desarrollarse sin un debate fraterno, público e internacional ([8]).
Esa comprensión esencial, aún formando parte de la herencia principal de la CCI, no es, sin embargo, fácil de llevar a la práctica. La cultura del debate sólo puede desarrollarse a contracorriente de la sociedad burguesa. Como la tendencia espontánea en el capitalismo no es, ni mucho menos, el esclarecimiento de las ideas, sino la violencia, la manipulación y la lucha por obtener una mayoría (cuyo mejor ejemplo es el circo electoral de la democracia burguesa), la infiltración de esa ideología en las organizaciones proletarias siempre lleva gérmenes de crisis y de degeneración. La historia del Partido bolchevique lo ilustra perfectamente. Mientras el partido fue la punta de lanza de la revolución, los debates más vivos y dinámicos eran una de sus fuerzas principales. En cambio, la prohibición de verdaderas fracciones (tras el aplastamiento de Cronstadt en 1921) fue señal y factor activo de su degeneración. De igual modo, la práctica de una "coexistencia pacífica" (o sea de ausencia total de debate) entre las posiciones conflictivas que ya había sido una característica en el proceso de fundación del Partido comunista internacionalista, o la teoría de Bordiga y sus adeptos sobre las virtudes del monolitismo sólo pueden entenderse en el contexto de derrota histórica del proletariado a mediados del siglo xx.
Si las organizaciones revolucionarias quieren cumplir su papel fundamental de desarrollo y la extensión de la conciencia de clase, la cultura de la discusión colectiva, internacional, fraterna y pública es absolutamente esencial. Es cierto que eso requiere un elevado nivel de madurez política (y, más en general, de madurez humana). La historia de la CCI ilustra el hecho de que esa madurez no se adquiere en un día, sino que es el producto del desarrollo histórico. La nueva generación de hoy tiene un papel esencial que desempeñar en ese proceso que está madurando.
La cultura del debate en la historia
La capacidad de debatir es una característica esencial del movimiento obrero. Pero no la ha inventado él. En ese ámbito, como en tantos otros tan fundamentales, la lucha por el socialismo ha sido capaz de asimilar lo mejor de lo adquirido por la humanidad, y adaptarlo a sus propias necesidades. Y así, esa lucha transformó esas cualidades llevándolas a un nivel superior.
Fundamentalmente, la cultura del debate es una expresión del carácter social de la humanidad. Es la emanación del uso específicamente humano del lenguaje. El uso del lenguaje como medio de intercambiar informaciones es algo que la humanidad comparte con muchos animales. Lo que la distingue del resto de la naturaleza en ese plano, es su capacidad de cultivar e intercambiar una argumentación (vinculado al desarrollo de la lógica y de la ciencia) y alcanzar el conocimiento de los demás, desarrollándose la empatía, vinculada, entre otras cosas, al desarrollo del arte.
Por consiguiente, esa cualidad no es nueva, ni mucho menos. Es anterior a la sociedad de clases y, sin duda, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de la especie humana. Engels, por ejemplo, menciona el papel de las asambleas generales entre los griegos en la época de Homero, en las tribus germánicas o los iroqueses de Norteamérica, haciendo un elogio especial a la cultura del debate de éstos ([9]). Por desgracia, a pesar de los trabajos de Morgan en esa época y de sus colegas del siglo xix y de sus sucesores, no poseemos datos suficientes sobre los primeros pasos, quizás los más decisivos, en ese ámbito.
Lo que sí sabemos, en cambio, es que la filosofía y los inicios del pensamiento científico empezaron a prosperar allí donde la mitología y el realismo ingenuo - dúo antiguo a la vez contradictorio e inseparable - fueron puestos en entredicho. Esos dos modos de comprensión son prisioneros de la incapacidad de comprender más profundamente la experiencia inmediata. Los pensamientos que los primeros hombres formaron basándose en su experiencia práctica eran necesariamente religiosos.
"Desde los tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido todavía en la mayor ignorancia acerca de la estructura de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo, sino de un alma especial, que moraba en ese cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior. Si el alma se separaba del cuerpo al morir éste y sobrevivía, no había razón para asignarle a ella una muerte propia; así surgió la idea de la inmortalidad del alma, idea que en aquella fase de desarrollo no se concebía, ni mucho menos, como un consuelo, sino como una fatalidad ineluctable, y no pocas veces, cual entre los griegos, como un infortunio verdadero" ([10]).
Fue en el marco de un realismo ingenuo en el que se dieron los primeros pasos de un desarrollo lentísimo de la cultura y de las fuerzas productivas. Por su parte, la tarea del pensamiento mágico, aun conteniendo cierto grado de sabiduría psicológica, era dar un sentido a lo inexplicable y, por lo tanto, encauzar los miedos. Ambos fueron unas contribuciones importantes en el avance del género humano. La idea según la cual el realismo ingenuo tendría una afinidad particular con la filosofía materialista, o que ésta se habría desarrollado directamente a partir de aquél, es una idea sin base alguna.
"Los extremos se tocan, reza un viejo dicho de la sabiduría popular, impregnado de dialéctica. Difícilmente nos equivocaremos, pues, si buscamos el grado más alto de la quimera, la credulidad y la superstición, no precisamente en la tendencia de las ciencias naturales que, como la filosofía alemana de la naturaleza, trata de encuadrar a la fuerza el mundo objetivo en los marcos de su pensamiento subjetivo, sino, por el contrario, en la tendencia opuesta, que, haciendo hincapié en la simple experiencia, trata al pensamiento con soberano desprecio y llega realmente más allá que ninguna otra en la ausencia de pensamiento. Es ésa la escuela que reina en Inglaterra" ([11]).
La religión, come dice Engels, nació no sólo de una visión mágica del mundo, sino también a partir del realismo ingenuo. Sus primeras generalizaciones sobre el mundo, a menudo audaces, tienen necesariamente un carácter que le da autoridad.
Las primeras comunidades agrarias, por ejemplo, comprendieron rápidamente que dependían de la lluvia, pero no podían comprender, ni mucho menos, las condiciones que la originaban. La invención de un dios de la lluvia fue un acto creador para tranquilizarse, dándose la impresión de que es posible, mediante ofrendas o rezos, influir en el curso de la naturaleza. Homo sapiens es la especie que aseguró su supervivencia mediante el desarrollo de la conciencia. Y se enfrenta a un problema sin precedentes: la parálisis que provoca, a menudo, el miedo a lo desconocido. Las explicaciones de lo desconocido no deben permitir la menor duda. De esa necesidad, y como expresión más desarrollada, aparecieron las religiones reveladas. La base emocional de esa visión del mundo es la creencia y no el conocimiento.
El realismo ingenuo no es sino la otra cara de la misma moneda, una especie de "división elemental del trabajo" mental. Todo lo que no puede explicarse en un sentido práctico inmediato, entra necesariamente en el ámbito de lo mágico. Además, la comprensión práctica está también basada en una visión religiosa, la visión animista en su origen. En esta visión, el mundo entero se hace fetiche. Incluso las técnicas que los seres humanos pueden, conscientemente, producir y reproducir, parecen realizarse gracias a la ayuda de fuerzas personalizadas que existen independientemente de nuestra voluntad.
Es evidente que en un mundo así había una posibilidad muy limitada para el debate en el sentido moderno de la palabra. Hace unos 2500 años, una nueva cualidad empezó a afirmarse con más fuerza, poniendo inmediata y directamente en entredicho el dúo religión y "buen sentido común". Se desarrolló a partir del antiguo modo de pensar tradicional, en el sentido de que éste se convirtió en su contrario. Así, el primer modo de pensamiento dialéctico que precedió a la sociedad de clases (que en China, por ejemplo, se plasmó en la idea de la polaridad entre el yin y el yang, el principio masculino y el principio femenino) se transformó en pensamiento crítico, basado en los componentes esenciales de la ciencia, de la filosofía y del materialismo. Pero todo esto era inconcebible sin que apareciera lo que nosotros hemos llamado cultura del debate. La palabra griega dialéctica significa, de hecho, diálogo o debate.
¿Qué fue lo que permitió esas nuevas prácticas y costumbres? De manera general, fue la extensión del ámbito de las relaciones sociales y del conocimiento. En un nivel más global fue la naturaleza cada vez más compleja del mundo social. Como le gustaba repetir a Engels, el sentido común es un muchacho fuerte y vigoroso mientras esté en su casa entre cuatro paredes, pero conoce cantidad de aprietos en cuanto sale por el ancho mundo. Y aparecieron los límites de la religión en su capacidad para apaciguar el miedo. En realidad, no había eliminado el miedo, lo único que había hecho era sacarlo al exterior. Mediante el mecanismo religioso, la humanidad intentó encarar un terror que, sin ella, la habría aplastado en una época en que no disponía de otros medios de autodefensa. Pero de ese modo, la humanidad transformó también su propio miedo en una fuerza suplementaria que la dominaba.
"Explicar" lo que es todavía inexplicable significa renunciar a una investigación verdadera. Es de ahí de donde surge el conflicto entre religión y ciencia o, como decía Spinoza, entre la sumisión y la investigación. Al principio, los filósofos griegos se opusieron a la religión. Tales de Mileto, primer filósofo conocido, rompió ya con la visión mística del mundo. Anaximandro, que le sucedió, pedía que se explicara la naturaleza a partir de ella misma.
Y el pensamiento griego fue también una declaración de guerra contra el realismo ingenuo. Heráclito explicó que la esencia de las cosas no la llevan escrita encima. "A la naturaleza le gusta ocultarse", decía éste, o, como lo diría Marx, "toda ciencia estaría de más, si la forma de manifestarse las cosas y la esencia de éstas coincidiesen directamente." ([12]).
El nuevo método ponía en entredicho tanto a la creencia como también a los prejuicios y la tradición que son el credo de la vida cotidiana (en alemán, por ejemplo, las dos palabras están relacionadas: Glaube = creencia y Aberglaube = superstición). Se les oponía la teoría y la dialéctica.
"Por mucho desdén que se sienta por todo lo que sea pensamiento teórico, no es posible, sin recurrir a él, relacionar entre sí dos hechos naturales o penetrar en la relación que entre ellos existe" ([13]).
El desarrollo de las relaciones sociales era, evidentemente, el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas. Aparecieron pues, al mismo tiempo que el problema - la inadecuación de los modos de pensar existentes -, los medios para resolverlo. Ante todo se desarrolló la confianza en uno mismo, en la potencia del espíritu humano. La ciencia sólo puede desarrollarse cuando posee la capacidad y la voluntad de aceptar la existencia de la duda y de la incertidumbre. Contrariamente a la autoridad de la religión y de la tradición, la verdad de la ciencia no es absoluta sino relativa. Y así surgen no solo la posibilidad, sino también la necesidad de intercambiar opiniones.
Está claro que reivindicar la autoridad del conocimiento solo podía plantearse si las fuerzas productivas (en el sentido cultural más amplio) habían alcanzado cierto grado de desarrollo. No podía ni siquiera imaginarse sin un desarrollo correspondiente de las artes, de la educación, de la literatura, de la observación de la naturaleza, del lenguaje. Y esto va paralelo con la aparición, en cierta fase de la historia, de una sociedad de clases cuya capa dirigente se ha liberado de la producción material. Pero esos desarrollos no hicieron surgir automáticamente un método nuevo e independiente. Ni los Egipcios, ni los Babilonios, a pesar de los progresos científicos que aportaron, ni los Fenicios, los primeros en desarrollar un alfabeto moderno, fueron tan lejos como los Griegos por ese camino.
En Grecia fue el desarrollo de la esclavitud lo que permitió la emergencia de una clase de ciudadanos libres al lado de los sacerdotes. Eso puso las bases materiales que socavaron la religión (podemos entender así mejor la expresión de Engels en el Anti-Dühring: sin la esclavitud de la antigüedad, no habría socialismo moderno). En India, por la misma época, el desarrollo de la filosofía, del materialismo (llamado Lokayata) y el estudio de la naturaleza coinciden con la formación y el desarrollo de una aristocracia guerrera que se oponía a la teocracia brahmán, y que se basaba, en parte, en la esclavitud agrícola. Como en Grecia, donde la lucha de Heráclito contra la religión, contra la inmortalidad y contra la condena de los placeres carnales estaba dirigida a la vez contra los prejuicios de los tiranos y contra los de las clases oprimidas, los nuevos procedimientos en India eran practicados por una aristocracia. El budismo y el jainismo, surgidos en la misma época, estaban mucho más extendidos entre la población laboriosa, pero se mantenían en un marco religioso, con su idea sobre la reencarnación del alma típica de la sociedad de castas a la que querían oponerse (y que se encuentra también en Egipto).
En China, en cambio, donde había un desarrollo de la ciencia y una especie de materialismo rudimentario (por ejemplo en la Lógica de Mo Ti), ese desarrollo fue limitado porque no existía una casta dirigente sacerdotal contra la cual podría haberse organizado la revuelta. El país estaba dirigido por una burocracia militar formada gracias a la lucha contra los bárbaros que lo rodeaban ([14]).
En Grecia existía un factor suplementario y, en muchos aspectos, decisivo que también desempeñó un papel importante en India: un desarrollo más avanzado de la producción de mercancías. La filosofía griega no se inició en la propia Grecia, sino en las colonias portuarias de Asia menor. Producir mercancías implica intercambio no sólo de bienes, sino también de la experiencia que contienen en su producción. Esa producción acelera la historia, favoreciendo una expresión superior del pensamiento dialéctico. Permite un grado de individualización sin el cual el intercambio de ideas a un nivel tan elevado es imposible. Y empieza a acabar con el aislamiento en el que hasta entonces se movía la evolución social. La unidad económica fundamental de todas las sociedades agrícolas basadas en la economía natural era la aldea o, en el mejor de los casos, la región autárquica. Pero las primeras sociedades de explotación basadas en una cooperación más amplia, a menudo para desarrollar la irrigación, siempre eran básicamente agrícolas. En cambio, el comercio y la navegación abrieron la sociedad griega al mundo. Reprodujo, pero a un nivel superior, la actitud de conquista y descubrimiento del mundo de la comunidades nómadas. La historia muestra que, en cierta fase de su desarrollo, la aparición del debate público fue un fenómeno indispensable para un desarrollo internacional (incluso aunque estuviera concentrado en una región) y, en ese sentido, tenía un carácter "internacionalista". Diógenes y los Cínicos estaban en contra de la distinción entre helenos y bárbaros y se declaraban ciudadanos del mundo. A Demócrito le hicieron un juicio acusándolo de haber dilapidado una herencia con la que se había pagado viajes educativos por Egipto, Babilonia, Persia e India. Se defendió leyendo extractos de sus escritos, fruto de sus viajes; se le declaró inocente.
El debate nació respondiendo a una necesidad material. En Grecia se fue desarrollando con la comparación entre las diferentes fuentes del conocimiento. Se comparan diferentes modos de pensar, diferentes modos de investigar y sus resultados, los métodos de producción, las costumbres y las tradiciones. Se descubre que se contradicen, se confirman a se completan. Se combaten o se completan o ambas cosas. A través de la comparación, las verdades absolutas se vuelven relativas.
Esos debates son públicos. Se verifican en puertos, plazas de mercado (los foros), escuelas, academias. Y, por escrito, llenan las bibliotecas y se extienden por todo el mundo conocido.
Sócrates - el filósofo que pasó su tiempo debatiendo en las plazas - encarna la esencia de esa evolución. Su preocupación principal - cómo alcanzar un verdadero conocimiento de la moral - es ya un ataque contra la religión y los prejuicios que suponen que la respuesta para todo ya existe. Sócrates declaró que el conocimiento era la condición principal para una ética correcta y la ignorancia su peor enemigo. Es, pues, el desarrollo de la conciencia, y no el castigo, lo que permite el progreso moral, pues la mayoría de los humanos no puede ir, durante mucho tiempo y de manera deliberada, en contra de la voz de su propia conciencia.
Pero Sócrates fue más allá, poniendo las bases teóricas de toda ciencia y toda clarificación colectiva: el reconocimiento de que el punto de partida del conocimiento es la toma de conciencia, o sea la necesidad de dejar de lado los prejuicios. Eso abre el camino de lo esencial: la búsqueda, la investigación. Se oponía vigorosamente a las conclusiones precipitadas, a las opiniones no críticas y satisfechas de sí mismas; a la arrogancia y la presunción. Creía en "la modestia del no conocimiento" y en la pasión que brota del verdadero conocimiento, basado en una visión y una convicción profundas. Es el punto de partida del "diálogo socrático". La verdad es el resultado de una búsqueda colectiva que consiste en el diálogo entre todos los alumnos en el que cada uno es a la vez maestro y alumno. El filósofo no es un profeta que anuncia revelaciones, sino alguien que está, junto con otros, en busca de la verdad. Esto aporta un nuevo concepto de los dirigentes: el dirigente es el más determinado en hacer avanzar la clarificación sin perder nunca de vista el objetivo final. El paralelo con la definición del papel de los comunistas en la lucha de clases que se hace en el Manifiesto comunista, es sorprendente.
Sócrates era un experto para estimular y dirigir las discusiones. Hizo evolucionar el debate público hasta niveles del arte o de la ciencia. Su alumno, Platón, desarrolló el diálogo hasta unas cotas que raramente se han alcanzado desde entonces.
En la "Introducción" a la Dialéctica de la naturaleza, Engels habla de tres grandes períodos en la historia del estudio de la naturaleza hasta hoy: las "geniales intuiciones" de los antiguos griegos y "los descubrimientos extraordinariamente importantes, pero esporádicos" de los árabes como precursores del tercer período, "la ciencia moderna" cuyos primeros pasos se realizaron en el Renacimiento. Llama la atención la sorprendente capacidad, en "la época cultural árabe-musulmana", para absorber y hacer una síntesis de diferentes culturas antiguas y su apertura a la discusión. August Bebel cita a un testigo presencial de la cultura del debate público en Bagdad:
"Imaginaos simplemente que en la primera reunión no sólo había representantes de todas las sectas musulmanas existentes, ortodoxas y heterodoxas, sino también adoradores del fuego (Parsi); materialistas, ateos; judíos y cristianos, en una palabra toda clase de infieles. Cada secta tenía su portavoz que debía representarla. Cuando uno de los dirigentes de partido entraba en la sala, todo el mundo se levantaba respetuosamente de su asiento y nadie se habría sentado antes de que ocupara su sitio. Cuando la sala estuvo casi llena, uno de los infieles dijo: ‘Todo el mundo conoce las reglas. Los musulmanes no tienen derecho a combatirnos con pruebas sacadas de sus libros sagrados o con discursos basados en los de su profeta, puesto que nosotros no creemos en vuestros libros ni en vuestro profeta. Aquí solo puede uno usar argumentos basados en la razón humana'. Estas palabras fueron acogidas con regocijo general" ([15]).
Bebel añade:
"La diferencia entre la cultura árabe y la cristiana era la siguiente: los árabes recogieron durante sus conquistas todas las obras que podían servirles para sus estudios e instruirlos sobre los pueblos y países que habían conquistado. Los cristianos, al ir extendiendo su doctrina, destruían todos esos monumentos de la cultura como productos del diablo u horrores paganos."
Y concluye:
"La época árabe-musulmana fue el eslabón que une la cultura greco-romana y la cultura antigua en general a la cultura europea que floreció desde el Renacimiento. Sin aquélla, ésta no habría alcanzado sus cimas actuales. El cristianismo era hostil a todo ese desarrollo cultural."
Una de las razones del fanatismo y del sectarismo ciego del cristianismo ya fue identificado por Heinrich Heine y más tarde confirmado por el movimiento obrero: cuantos más sacrificios y renuncias exige una cultura tanto más intolerable es la propia idea de que esos principios puedan un día ser puestos en entredicho.
Y sobre el Renacimiento y la Reforma, a los que Engels califica de "la más grandiosa transformación progresiva que la humanidad había vivido hasta entonces", también subraya no sólo su papel en el desarrollo del pensamiento, sino también en el de las emociones, de la personalidad, del potencial humano y de la combatividad. Era una época que:
"... requería titanes y supo engendrarlos; titanes, por su vigor mental, sus pasiones y su carácter, por la universalidad de sus intereses y conocimientos y por su erudición. (...) Y es que los héroes de aquel tiempo no vivían aún esclavizados por la división del trabajo, cuyas consecuencias apreciamos tantas veces en el raquitismo y la unilateralidad de sus sucesores. Pero lo que sobre todo los distingue es el hecho de que casi todos ellos vivían y se afanaban en medio del torbellino del movimiento de su tiempo, entregados a la lucha práctica, tomando partido y peleando con los demás, quiénes con la palabra y la pluma, quiénes con la espada en la mano, quiénes empuñando la una y la otra" (Engels, ídem, "Introducción").
El debate y el movimiento obrero
Si observamos las tres épocas "heroicas" del pensamiento humano que desembocaron, según Engels, en el desarrollo de la ciencia moderna, se nota hasta qué punto fueron limitadas en el tiempo y el espacio. Primero, comienzan muy tarde en relación con la historia de la humanidad como un todo. Incluso contando con los espacios chino e indio, esas fases estaban limitadas geográficamente. Tampoco duraron mucho (el Renacimiento en Italia y la Reforma en Alemania sólo unas cuantas décadas). Y eran muy exiguas las fracciones de las clases explotadoras (ya, de por sí, muy minoritarias) que participaron de manera activa en ese desarrollo.
Y dos cosas parecen sorprendentes. Primero, sencillamente, el propio hecho de que hayan podido existir esos momentos de debate público y de la ciencia, y que su impacto haya sido tan importante y duradero, a pesar de todas las rupturas y los obstáculos. Segundo, hasta qué punto ha sido capaz el proletariado (a pesar de la ruptura en la continuidad orgánica de su movimiento a mediados del siglo xx, a pesar de que no puedan existir organizaciones de masas en el capitalismo decadente) de mantener e incluso a veces ampliar considerablemente el debate organizado. El movimiento obrero ha mantenido viva esa tradición, a pesar de las interrupciones, durante casi dos siglos. Y en ciertos momentos, como en los movimientos revolucionarios en Francia, en Alemania o en Rusia, ese proceso abarcó a millones de personas. Aquí, la cantidad se vuelve calidad.
Esa calidad no es, sin embargo, únicamente el resultado de que el proletariado, en los países industrializados al menos, sea la mayoría de la población. Ya hemos visto cómo la ciencia moderna y la teoría, tras los memorables debates durante el Renacimiento, fueron deteriorándose, entorpecidos en su desarrollo por la división burguesa del trabajo. El centro de este problema es la separación entre la ciencia y los productores, una distancia impensable en otras épocas como la árabe o la del Renacimiento.
"(Este proceso de disociación) se remata en la gran industria, donde la ciencia es separada del trabajo como potencia independiente de producción y aherrojada al servicio del capital" ([16]).
La conclusión de ese proceso, la describe Marx en el borrador de su respuesta a Vera Zasulich:
"[el sistema capitalista] en lucha tanto contra las masas trabajadoras como contra la ciencia y contra las mismas fuerzas productivas que engendra".
El capitalismo es el primer sistema económico que no puede existir sin aplicar sistemáticamente la ciencia a la producción. Debe limitar le educación del proletariado para mantener su dominación de clase. Y debe desarrollar la educación del proletariado para conservar su posición económica. Hoy la burguesía es cada vez más una clase sin cultura, atrasada, mientras que la ciencia y la cultura están en manos o de proletarios o de representantes remunerados de la burguesía cuya situación económica y social se parece cada día más a la de la clase obrera.
"La abolición de las clases sociales (...) supone pues, un grado elevado de desarrollo de la producción en donde la apropiación de los medios de producción y a causa de la dominación política, del monopolio de la cultura y de la dirección intelectual por una clase social particular que se ha convertido no solo en algo superfluo sino, además, desde el punto de vista económico, político e intelectual, en un obstáculo para el desarrollo. Ese punto ya ha sido alcanzado" ([17]).
El proletariado es el heredero de las tradiciones científicas de la humanidad. Más aún que en el pasado, toda futura lucha revolucionaria proletaria aportará necesariamente un florecimiento sin precedentes del debate público y los inicios de un movimiento hacia la restauración de la unidad entre ciencia y trabajo, la realización de una comprensión global más a la altura de las exigencias de la época contemporánea.
La capacidad del proletariado para alcanzar nuevas cimas la ha demostrado ya con el desarrollo del marxismo, primer método científico sobre la sociedad humana y la historia. Solo el proletariado ha sido capaz de asimilar las adquisiciones más elevadas del pensamiento filosófico burgués: la filosofía de Hegel. Las dos formas de dialéctica conocidas en la Antigüedad eran la dialéctica de la transformación (Heráclito) y la dialéctica de la interacción (Platón, Aristóteles). Sólo Hegel logró combinar esas dos formas y crear las bases para una dialéctica verdaderamente histórica.
Hegel aportó una nueva dimensión al concepto de debate atacando, como nunca antes se había hecho, la oposición rígida entre lo verdadero y lo falso. En la "Introducción" a la Fenomenología del espíritu demostró que las fases diferentes y opuestas de un desarrollo (como la historia y la filosofía) forman una unidad orgánica, de igual modo que la flor y el fruto. Hegel explica que la incapacidad para entender esa unidad se debe a la tendencia a concentrase en la contradicción, perdiendo de vista el desarrollo. Al poner de pie la dialéctica, el marxismo ha sido capaz de absorber lo más progresivo de Hegel, la comprensión de los procedimientos que llevan hacia el futuro.
El proletariado es la primera clase a la vez explotada y revolucionaria. Contrariamente a las clases revolucionarias precedentes, clases explotadoras, su búsqueda de la verdad no está limitada por ningún interés que preservar como clase. Contrariamente a las clases explotadas anteriores, que no podían sobrevivir sino consolándose con ilusiones (religiosas en particular), su interés de clase es la pérdida de ilusiones. Como tal, el proletariado es la primera clase cuya tendencia natural, en cuanto se pone a reflexionar, y se organiza y lucha en su terreno, es una tendencia hacia la clarificación.
Los bordiguistas se olvidaron de esa característica propia y exclusiva del proletariado cuando se inventaron el concepto de "invariabilidad". Su punto de partida es correcto: la necesidad de permanecer leal a los principios de base del marxismo frente a la ideología burguesa. Pero la conclusión que dice que es necesario limitar y hasta abolir el debate para así mantener las posiciones de clase, es le un producto de la contrarrevolución. La burguesía sí que ha comprendido mucho mejor que para atraer al proletariado al terreno del capital, ante todo lo que debe hacer es suprimir o ahogar sus debates. Primero lo intentó mediante la represión violenta, después ha desarrollado también otras armas mucho más eficaces como la "democracia" parlamentaria y el sabotaje organizado por la izquierda del capital. El oportunismo también lo ha comprendido desde hace mucho tiempo. Como su característica esencial es la incoherencia, debe ocultarse, huir del debate abierto. La lucha contra el oportunismo y la necesidad de una cultura del debate, no sólo no son contradictorias sino que son mutuamente indispensables.
Esa cultura no excluye, ni mucho menos, la confrontación apasionada de posturas políticas divergentes. Pero eso no significa que el debate político deba concebirse como un duelo necesariamente traumático, con vencedores y vencidos, que lleve a rupturas y escisiones. El ejemplo más edificante del "arte" o de la "ciencia" del debate en la historia es el del Partido bolchevique entre febrero y octubre de 1917. Incluso en un contexto de intromisión masiva de una ideología ajena, las discusiones eran apasionadas pero totalmente fraternas y fuente de inspiración para todos los participantes. Por encima de todo, esas discusiones hicieron posible lo que Trotski llamó "el rearme" político del partido, el reajuste de su política a las necesidades cambiantes del proceso revolucionario, que es una de las condiciones de la victoria.
El "diálogo bolchevique" necesita comprender que todos debates no tienen el mismo significado. La polémica de Marx contra Proudhon era una "demolición" en regla, pues su tarea era tirar al basurero de la historia una visión que se había convertido en una traba para el desarrollo de la conciencia del movimiento obrero. En cambio, el joven Marx, a la vez que entablaba una lucha formidable contra Hegel y contra el socialismo utópico, nunca perdió su inmenso respeto a Hegel, Fourier, Saint Simon u Owen a quienes hizo entrar así para siempre en nuestra herencia común. Engels escribiría más tarde que sin Hegel, no habría existido el marxismo y, sin los utopistas no habría habido socialismo científico tal como hoy lo conocemos.
Las crisis más graves del movimiento obrero, incluidas las de la CCI, en su gran mayoría no las provocaron las divergencias como tales, por muy importantes que fueran, sino el sabotaje patente del debate y del proceso de esclarecimiento. El oportunismo usa todos los medios para llegar a ese sabotaje. No sólo puede minimizar divergencias importantes, sino también exagerar las secundarias o inventarse divergencias donde no las hay. Usa además los ataques personales, cuando no la denigración o la calumnia.
El peso muerto que hace pesar en el movimiento obrero el "buen sentido común" cotidiano por un lado, y, por otro, el respeto sin crítica, casi religioso de ciertas costumbres y tradiciones, se relaciona con lo que Lenin llamaba "espíritu de círculo". Tenía perfectamente razón en su combate contra la sumisión del proceso de construcción de la organización y de su vida política a la "espontaneidad" del buen sentido común y sus consecuencias: "Pero - preguntará el lector - ¿por qué el movimiento espontáneo, el movimiento por la línea de menor resistencia, conduce precisamente a la supremacía de la ideología burguesa? Por la sencilla razón de que la ideología burguesa es mucho más antigua por su origen que la ideología socialista, porque su elaboración es más completa y porque posee medios de difusión incomparablemente más poderosos" ([18]).
Lo característico de la mentalidad de círculo es la personalización del debate, la actitud que consiste no en centrarse en los argumentos políticos, en "qué se dice", sino en "quién lo dice". Ni que decir tiene que esa personalización excesiva es un gran obstáculo para una discusión colectiva fructífera.
En el "diálogo socrático" ya se había comprendido que el desarrollo del debate no es sólo cosa del pensamiento; es también una cuestión ética. Hoy, la búsqueda de la clarificación sirve los intereses del proletariado y su sabotaje los daña. En esto, la clase obrera deberá inspirarse de la frase de Lessing, alemán del siglo de las luces, quien afirmaba que si había algo que amaba más que la verdad era la búsqueda de la verdad.
La lucha contra el sectarismo y contra la impaciencia
Lo ejemplos más patentes de la cultura del debate como elemento esencial de los movimientos proletarios de masas no los da la Revolución rusa ([19]). El partido de clase estaba en la vanguardia de la dinámica. Las discusiones en el seno del partido en Rusia en 1917, eran sobre cuestiones como la naturaleza de clase de la revolución, si había que apoyar o no la continuación de la guerra imperialista, y cuándo y cómo tomar el poder. Y sin embargo, a lo largo de todo ese período, se mantuvo la unidad del partido, a pesar de las crisis políticas durante las cuales estaban en juego el destino de la revolución mundial y, con éste, el de la humanidad.
Sin embargo, la historia de la lucha de clase proletaria, la del movimiento obrero organizado en especial, nos enseña que no siempre se alcanzaron esos niveles de cultura del debate. Ya hemos mencionado la intrusión reiterada de métodos monolíticos en la CCI. No es sorprendente que eso haya producido a menudo escisiones en la organización. Con los métodos monolíticos, las divergencias no pueden resolverse mediante el debate y desembocan necesariamente en ruptura y separación. Y el problema no se resuelve, sin embargo, con la escisión de los militantes en quienes esos métodos se personalizaron hasta la caricatura. La posibilidad de que esos métodos no proletarios vuelvan a surgir indica la existencia de debilidades más extendidas sobre esta cuestión en la organización misma. Son a menudo pequeñas confusiones e ideas erróneas apenas perceptibles en la vida y la discusión cotidiana, pero que pueden abrir el camino a dificultades mayores en ciertas circunstancias. Una de ellas consiste en la tendencia a plantear cualquier debate en términos de confrontación entre marxismo et oportunismo, de lucha polémica contra la ideología burguesa. Una de las consecuencias de este modo de hacer es la de inhibirse del debate, dando la impresión a los camaradas que ya no tienen derecho a equivocarse ni a expresar sus confusiones o desacuerdos.
Otra consecuencia es la "banalización" del oportunismo. Si lo vemos por todas partes (y gritamos a cada paso: "¡el lobo!", en cuanto aparece la menor divergencia), probablemente no lo reconoceremos cuando aparezca de verdad. Otro problema es la impaciencia en el debate cuyo resultado es no escuchar los argumentos de los demás y una tendencia a querer monopolizar la discusión, a aplastar al "adversario", a convencer a los demás "a toda costa" ([20]).
Lo que tienen en común todos esos procedimientos es el peso de la impaciencia pequeñoburguesa, la falta de confianza en la práctica viva de la clarificación colectiva en el proletariado. Expresan una dificultad para aceptar que la discusión y la clarificación son un proceso. Y como todos los procesos fundamentales de la vida social, ése tiene un ritmo interno y su propia ley de desarrollo. Éste corresponde al movimiento que va de la confusión hacia el esclarecimiento, contiene errores y orientaciones falsas y también su corrección. Esas evoluciones requieren tiempo para ser profundas de verdad. Podrán acelerarse, pero nunca cortocircuitarse. Cuanto más amplia sea la participación en ese proceso, cuando más alentada sea la participación del conjunto de la clase, tanto más fructífero será.
En su polémica contra Bernstein ([21]), Rosa Luxemburg subrayaba la contradicción esencial de la lucha de clases: movimiento en el seno del capitalismo, pero que tiende hacia un objetivo situado fuera del capitalismo. De esa naturaleza contradictoria vienen los dos principales peligros que amenazan el movimiento. El primero es el oportunismo, o sea la apertura a la influencia nefasta de la clase enemiga. La consigna de ese desvío en el camino de la lucha de clases es: "el movimiento lo es todo, la meta no es nada". El segundo peligro principal es el sectarismo, o sea la falta de apertura hacia la influencia de la vida de su propia clase, el proletariado. La consigna de ese desvío es: "la meta lo es todo, el movimiento no es nada".
Tras la terrible contrarrevolución resultante de la derrota de la revolución mundial en el período posterior a la Primera Guerra mundial, se fue desarrollando en el seno de lo que quedaba del movimiento revolucionario la idea falsa y funesta de que era posible combatir el oportunismo con el sectarismo. Esta visión, que acabó llevando a la esterilización y la fosilización, era incapaz de comprender que el oportunismo y el sectarismo son las dos caras de la misma moneda, pues ambos separan el movimiento y la meta. Sin la participación plena de las minorías revolucionarias en la vida real y en el movimiento de su clase, el objetivo del comunismo no podrá alcanzarse.
[1]) Incluso jóvenes revolucionarios tan maduros y clarividentes teóricamente como Marx y Engels pensaban - en la época de las convulsiones sociales de 1848 - que el comunismo estaba, más o menos tarde, al orden del día. Una suposición que tuvieron que revisar y abandonar rápidamente.
[2]) Léase las "Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de primavera de 2006" en Francia, Revista internacional no 125.
[3]) En el campo proletario, la idea del dogma ha sido teorizada por la corriente llamada "bordiguista".
[4]) Las biografías y memorias de los revolucionarios del pasado están repletas de ejemplos de su capacidad para discutir y, especialmente, escuchar. En esto, Lenin era conocido, pero no era el único. Un solo ejemplo: los recuerdos de Fritz Sternberg en sus Conversaciones con Trotski (redactadas en 1963). "En sus conversaciones conmigo, Trotski era de lo más educado. No me interrumpía prácticamente nunca, sólo para pedirme alguna explicación o desarrollar una palabra o un concepto la mayoría de las veces".
[5]) Léanse al respecto los artículos de los números 110 y 114 de la Revista internacional, "Conferencia extraordinaria de la CCI: el combate por la defensa de los principios organizativos" y "XVº Congreso de la CCI : Reforzar la organización ante los retos del período".
[6]) Véase "La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado" y "Marxismo y ética" en la Revista internacional n° 111, 112, 127 y 128.
[7]) Véanse nuestros libros sobre la Izquierda comunista de Italia y la Izquierda comunista de Holanda.
[8]) La Izquierda comunista de de Francia mantendría esa posición tras la disolución de la Fracción italiana. Ver, por ejemplo, la crítica del concepto del "jefe genial" reproducido en la Revista internacional n° 33 y de la noción de disciplina que considera a los militantes de la organización como simples ejecutantes que no tienen por qué discutir sobre las orientaciones política de la organización, en la Revista internacional n° 34.
[9]) Engels, el Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.
[10]) Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, cap. II.
[11]) Engels, Dialéctica de la naturaleza, "Los naturalistas en el mundo de los espíritus".
[12]) El Capital, III, 48: "La fórmula trinitaria", III. FCE, 1946, México.
[13]) Engels, Dialéctica de la naturaleza, fin del capítulo: "Los naturalistas en el mundo los espíritus"
[14]) Sobre estos temas del Asia de los años 500 antes de JC, véanse las conferencias de August Thalheimer en la Universidad Sun Yat Sen en Moscú, 1927 : "Einführung in den dialektischen Materiailismus" (Introducción al materialismo dialéctico).
[15]) August Bebel, Die Mohamedanisch-Arabische Kulturepoche (1889), cap. VI, "El desarrollo científico, la poesía". Traducido del alemán por nosotros.
[16]) El Capital, Libro I, 4ª., cap. 14: "División del trabajo y manufactura", 5 "Carácter capitalista de la manufactura".
[17]) Anti-Dühring, 3ª parte: "El socialismo", "Nociones teóricas".
[18]) ¿Qué hacer?, II "La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia", "b) culto de la espontaneidad. Rabochaya Mysl".
[19]) Ver, por ejemplo, el libro de Trotski: Historia de la revolución rusa o el de John Reed: Diez días que estremecieron el mundo.
[20]) Ver al respecto el informe sobre los trabajos del "XVIIº Congreso de la CCI. Un fortalecimiento internacional del campo proletario" en la Revista internacional n° 130.
[21]) Rosa Luxemburg, Reforma social o revolución.
Con este artículo de Bilan n° 35, publicación teórica de los comunistas de izquierda italianos, proseguimos la reedición de la serie de estudios sobre el período de transición redactados por Mitchell. El artículo anterior (publicado en la Revista internacional n° 130) abría la discusión sobre las tareas económicas de la dictadura del proletariado, en respuesta a los esfuerzos de los comunistas de izquierda holandeses del GIK, y ponía de relieve los “principios fundamentales de la producción y la distribución comunistas” a la luz de la experiencia en Rusia. El debate entre esas dos corrientes de la Izquierda comunista, que ha quedado en gran medida enterrado por la historia, a causa, sobre todo, de la contrarrevolución, debe ser sacado del olvido ahora que una nueva generación busca respuestas para una alternativa real al sistema capitalista.
Habremos de volver más en profundidad sobre las cuestiones planteadas en ese debate. El artículo aquí publicado se centra, especialmente, en el problema del reparto del producto social durante la transición hacia una sociedad totalmente comunista, período durante el cual no es todavía posible aplicar el principio universal de “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades”. Como ya dijimos en la introducción al artículo precedente, no compartimos todas las posiciones de Mitchell (y de Bilan) sobre esta cuestión, por ejemplo la que dice que la URSS habría eliminado, en cierto modo, el capitalismo mediante la abolición de la propiedad formal de los medios de producción; de igual modo, también merece sin duda una discusión saber si la principal medida económica defendida por Marx, el GIK y la Izquierda italiana – el sistema de bonos de trabajo – sería la mejor base para el desarrollo de relaciones sociales comunistas tras la destrucción del capitalismo de Estado. Este artículo posee, sin embargo, muchas de las mejores cualidades de la Izquierda italiana:
Muchas parrafadas se han echado ya sobre el “producto del trabajo social” y su reparto “íntegro” y “equitativo”, fórmulas confusas de las que tan fácilmente echa mano la demagogia. Pero el problema capital del destino del producto social, o sea de la suma de las actividades del trabajo, se concentra en dos preguntas fundamentales: ¿cómo se reparte el producto total? Y ¿cómo se reparte la fracción de ese producto que entra inmediatamente en el consumo individual? |
Bien sabemos que no hay respuesta única válida para todas las sociedades y que los modos de reparto dependen de los modos de producción. Pero también sabemos que hay algunas reglas fundamentales que debe respetar toda organización social que quiera pervivir: las sociedades, como las personas que la componen, están sometidas a las leyes de la conservación, la cual presupone la reproducción, no la simple, sino la ampliada. Es una evidencia que hay que recordar.
Por otro lado, en cuanto la economía rompe su marco natural, doméstico, y se generaliza en economía mercantil, adquiere entonces un carácter social que, en el sistema capitalista, tomó un significado exorbitante a causa del conflicto que la opone irreductiblemente al carácter privado de la apropiación de las riquezas.
Con la producción “socializada” del capitalismo, ya no estamos ante productos individuales aislados, sino ante productos sociales, o sea, productos que no sólo corresponden al uso inmediato de los productores, sino que, además, son los productos comunes de sus actividades:
“el hilo, las telas, los objetos de metal que salen de la fábrica son, a partir de ahí, el producto común de numerosos obreros entre cuyas manos deben pasar sucesivamente antes de estar acabados. Ningún individuo puede afirmar: soy yo quien ha hecho eso; éste es mi producto” (Engels, Anti-Duhring).
En otras palabras, la producción social es la síntesis de los actividades individuales y no su yuxtaposición; de ahí la consecuencia de que:
“en la sociedad, la relación entre productor y producto, una vez terminado éste, es puramente exterior, y el retorno del producto al individuo depende de las relaciones de éste con otros individuos. No se apodera de él inmediatamente. Su objetivo, cuando produce en sociedad, no es apropiarse inmediatamente del producto. Entre productor y producto está la distribución, la cual, por medio de sus leyes sociales, determina su parte de los productos y se sitúa pues entre la producción y el consumo” (K. Marx : Introducción a la crítica..., subrayado nuestro, ndlr – Mitchell).
Eso sigue siendo así en la sociedad socialista; y cuando decimos que los productores deberán restablecer el dominio sobre la producción que les ha arrebatado el capitalismo, no pretendemos trastornar el curso natural de la vida social, sino el de las relaciones de producción y de reparto.
En su Crítica al Programa de Gotha, Marx, denunciando el utopismo reaccionario de las ideas de Lassalle sobre el “producto del trabajo”, plantea así la cuestión:
“¿qué es el “producto del trabajo”?”. “¿Es el objeto creado por el trabajo o su valor? Y en este segundo caso, el valor total del producto o sólo la fracción de valor que el trabajo ha venido a añadir al valor de los medios de producción utilizados” (subrayado nuestro).
Marx dice que la producción social – en la que ya no predomina el productor individual sino el productor social – el concepto de “producto del trabajo” difiere esencialmente del que considera el producto del trabajo independiente: si observamos primero la expresión “producto del trabajo” en el sentido de objeto creado por el trabajo, el producto del trabajo de la comunidad es entonces la “totalidad del producto social”; producto social del que hay que descontar los elementos necesarios para la reproducción ampliada, los del fondo de reserva, los absorbidos por los gastos improductivos y las necesidades colectivas, lo que transforma el “producto íntegro del trabajo” en un “producto parcial”, o sea, “la fracción de los objetos de consumo que se reparte individualmente entre los productores de la colectividad”.
En resumen, ese “producto parcial” no solo no contiene la parte materializada del trabajo antiguo proporcionado en los ciclos productivos anteriores y absorbido por la sustitución de los medios de producción consumidos, sino que tampoco representa la totalidad del trabajo nuevo añadido al capital social, puesto que hay que operar las reducciones de las que acabamos de hablar; eso significa que el “producto parcial” es equivalente a la renta neta de la sociedad o la fracción de la renta bruta que debería reintegrar el consumo individual del productor, pero que la sociedad burguesa no reparte íntegramente.
Esa es la respuesta a la primera pregunta: “¿cómo se reparte el producto total?”. Se deduce simplemente esta conclusión: el trabajo sobrante, o sea la fracción del trabajo vivo o nuevo requerido por el conjunto de las necesidades colectivas, no podría ser abolido por ningún sistema social. Sin embargo deberá de dejar de ser el obstáculo que es bajo el capitalismo en el desarrollo del individuo, para ser la condición de su pleno desarrollo en la sociedad comunista.
“El trabajo excedente no fue inventado por el capital. Donde quiera que una parte de la sociedad posee el monopolio de los medios de producción nos encontramos con el fenómeno de que el trabajador, libre o esclavizado, tiene que añadir al tiempo de trabajo necesario para poder vivir una cantidad de tiempo suplementario, durante el cual trabaja para producir los medios de vida destinados al propietario de los medios de producción…”(El Capital).
Lo que determina la cuota de trabajo sobrante capitalista son las necesidades de producción de plusvalía, que es el motor de la producción social; el domino del valor de cambio sobre el valor de uso hace depender las necesidades de la reproducción ampliada y del consumo a las de la acumulación de capital; el desarrollo de la productividad del trabajo incita a aumentar la cuota y la masa de trabajo sobrante.
En cambio, el trabajo sobrante socialista debe limitarse a lo mínimo correspondiente tanto a las necesidades de la economía proletaria como a las necesidades de la lucha de clases que siguen existiendo nacional e internacionalmente. En realidad, la fijación de la tasa de acumulación y la de los gastos administrativos e improductivos (absorbidos por la burocracia) será una de las preocupaciones centrales del proletariado; pero este aspecto del problema lo examinaremos en otro capítulo.
Hay que responder ahora a la segunda pregunta planteada: “¿Cómo se reparte a su vez el producto parcial?”, o sea la fracción del producto total que cae inmediatamente en el consumo individual, o sea en las rentas salariales, puesto que la forma capitalista de remuneración del trabajo se mantendrá durante el período transitorio.
Empecemos diciendo que hay una idea a la que han dado fácilmente crédito algunos revolucionarios, según la cual una apropiación colectiva, para ser verdadera, debe implicar ipso facto la desaparición de los salarios y la instauración de una remuneración igual para todos; a esta propuesta se le añade la conclusión de que la desigualdad de los salarios presupone explotación de la fuerza de trabajo.
Esa idea, que encontramos al examinar los argumentos de los internacionalistas holandeses, viene, por un lado (insistamos en ello una vez más), de la negación del movimiento contradictorio del materialismo histórico, y, por otro, de la confusión creada entre dos categorías diferentes: fuerza de trabajo y trabajo; entre el valor de la fuerza de trabajo, o sea la cantidad de trabajo exigida para la reproducción de esa fuerza, y la cantidad total de trabajo que esa misma fuerza proporciona en un tiempo dado.
Es exacto decir que al contenido político de la dictadura del proletariado debe corresponderle un nuevo contenido social de la retribución del trabajo que ya no podrá seguir siendo únicamente lo equivalente de los productos estrictamente necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo. O sea, lo que constituye la base de la explotación capitalista: la oposición entre el valor de uso y el valor de cambio de esa mercancía particular que se llama “fuerza de trabajo”, desaparece con la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y por consiguiente desaparece también el uso privado de la fuerza de trabajo. Evidentemente, el nuevo uso de la esa fuerza y de la masa de trabajo sobrante resultante de ella, podrían ser desviadas de sus objetivos proletarios (como lo demuestra la experiencia soviética), pudiendo así surgir un modo de explotación de tipo particular que, hablando propiamente, no es capitalismo. Pero ésta es otra historia sobre la que habremos de volver. Por ahora, vamos a detenernos en esta propuesta: el hecho de que el móvil fundamental en la economía proletaria ya no sea la producción de plusvalía y de capital ampliados sin cesar, sino la producción ilimitada de valores de uso, no significa que las condiciones estén maduras para una nivelación de los “salarios” que se traduzca en una igualdad en el consumo. Además, ni esa igualdad se instaura al principio del período de transición ni tampoco se realiza en la fase comunista como expresión de la fórmula inversa “a cada uno según sus necesidades”. En realidad, la igualdad formal no podrá existir nunca: lo que el comunismo realiza es, finalmente, la igualdad real en la desigualdad natural.
Queda sin embargo por explicar por qué se mantiene la diferencia de salarios en la fase transitoria a pesar de que el salario, aún conservado su envoltorio burgués, haya perdido su contenido contrario. Inmediatamente se plantea la pregunta: ¿Qué normas jurídicas prevalecen en ese período?
Marx, en su Crítica al programa de Gotha, nos da la respuesta: “el derecho nunca estará a un nivel más elevado que el estado económico y el grado de civilización social que le corresponde”.
Una vez que ha constatado que el modo de reparto de los objetos de consumo no es sino el reflejo del modo de reparto de los medios de producción y del modo de producción mismo, ya solo se trata para Marx de un esquema que se va realizando progresivamente. El capitalismo no instauró de entrada sus relaciones de distribución; lo hizo por etapas, sobre las ruinas acumuladas del sistema feudal. El proletariado tampoco podrá ajustar inmediatamente la distribución según las normas socialistas, sino que lo hará en virtud de un derecho que no es otro que el de “una sociedad que en todas sus relaciones: económica, moral, intelectual, lleva todavía los estigmas de la antigua sociedad de cuyas entrañas ha salido”. Pero hay además otra diferencia capital entre las condiciones de desarrollo del capitalismo y las del socialismo. La burguesía, al ir conquistando sus posiciones económicas en el seno de la sociedad feudal, iba construyendo al mismo tiempo las bases de la futura superestructura jurídica de su sistema de producción. Y su revolución política consagra lo adquirido en el plano económico y jurídico. El proletariado no se beneficia de ninguna evolución semejante, no puede apoyarse en ningún privilegio económico, ni en el menor embrión concreto de “derecho socialista”, pues, para un marxista, es inconcebible considerar como tal derecho las “conquistas sociales” del reformismo. Por lo tanto, el proletariado deberá aplicar temporalmente el derecho burgués, restringido, cierto es, al mecanismo de la distribución. Así lo entiende Marx cuando en su Crítica del programa de Gotha habla de derecho igual y también Lenin en el Estado y la revolución cuando constata con claro y convincente realismo que: “De aquí un fenómeno tan interesante como la subsistencia del «estrecho horizonte del derecho burgués» bajo el comunismo, en su primera fase. El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas. De donde se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués, sin burguesía!”.
Marx, también en su Crítica… analizó cómo y por qué principios se aplica el derecho igual burgués: “El derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo” ([1]).
Y la remuneración del trabajo se realiza del modo siguiente: “Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad – después de hechas las obligadas deducciones – exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo” (subrayado nuestro).
Por ejemplo, la jornada social de trabajo representa la suma de horas de trabajo; el tiempo de trabajo individual de cada productor es la porción que ha proporcionado de la jornada social de trabajo, la parte que ha tomado. Y recibe de la sociedad un bono en el que consta que ha dado tal cantidad de trabajo (descontando el trabajo efectuado para el fondo colectivo) y, con ese bono, retira de los almacenes sociales una cantidad de objetos de consumo que correspondan al valor de su trabajo ([2]). La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta con otra forma.
Es el mismo principio que el que regula el intercambio de mercancías en caso de que sea un intercambio de valores equivalentes. El fondo y la forma difieren porque al ser diferentes las condiciones, nadie puede dar otra cosa sino es su trabajo y, por otro lado, nada puede pertenecer al individuo sino son los objetos de consumo individual. Pero para el reparto de esos objetos entre productores considerados individualmente, el principio que rige es el mismo que en el intercambio de mercancías equivalentes: una misma cantidad de trabajo con una forma se intercambia por una misma cantidad de trabajo con otra forma.
Cuando Marx habla del principio análogo al que rige el intercambio de mercancías y de cantidad individual de trabajo, habla sin lugar a dudas del trabajo simple, sustancia del valor, lo cual significa que todos los trabajos individuales deberán ajustarse a una medida común para que puedan ser comparados, evaluados y, por lo tanto, remunerados en aplicación del “derecho que es proporcional al trabajo realizado”. Ya hemos dicho que no existe todavía ningún método científico de medida del trabajo simple, de modo que la ley del valor subsiste en esa función, aunque sólo actúe ya dentro de los límites que imponen las nuevas condiciones políticas y económicas. Marx ya se encargó de eliminar las dudas que podrían subsistir a ese respecto cuando analizaba la medida del trabajo:
“Pero unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo (sub. nuestro), más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un trabajador como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes individuales (subrayado nuestro), y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les coloque bajo un mismo punto de vista y se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso dado, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual. Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado" (Crítica del programa de Gotha).
De este análisis se deduce una evidencia: por un lado, que la existencia del derecho igual burgués está indisolublemente vinculada a la del valor; por otro lado, que el modo de reparto sigue conteniendo una doble desigualdad: una que es expresión de la diversidad de las “aptitudes individuales”, de las “capacidades productivas”, de los “privilegios naturales”; y la otra que, en igualdad de trabajo, surge de las diferencias de condición social (familia, etc.): “En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el antagonismo entre el trabajo intelectual y el trabajo manual (sb. nuestro); cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!” (ídem).
“Consiguientemente, la primera fase del comunismo no puede proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero no será posible ya la explotación del hombre por el hombre, (...) Marx muestra el curso de desarrollo de la sociedad comunista, que en sus comienzos se verá obligada a destruir solamente aquella «injusticia» que consiste en que los medios de producción sean usurpados por individuos aislados, pero que no estará en condiciones de destruir de golpe también la otra injusticia, consistente en la distribución de los artículos de consumo «según el trabajo» (y no según las necesidades)”. (Lenin, el Estado y la revolución)
El intercambio de cantidades iguales de trabajo, aunque de hecho se plasme en una desigualdad en el reparto, no implica ni mucho menos explotación, siempre y cuando el fondo y la forma del intercambio se hayan modificado y sigan manteniéndose las condiciones políticas que determinaron el cambio, es decir que se mantenga realmente la dictadura del proletariado. Sería pues absurdo invocar la tesis marxista para justificar una forma cualquiera de explotación resultante, en realidad, de la degeneración de esa dictadura. En cambio, debe ser categóricamente rechazada la tesis que tiende a demostrar que la diferencia entre salarios, que la división entre trabajo cualificado y sin cualificación, entre trabajo simple y trabajo compuesto, serían signos indiscutibles de degeneración del Estado proletario y de la existencia de una clase explotadora, y debe ser rechazada porque, por un lado implica que la degeneración es inevitable y, por otro, porque no ayuda en nada para explicar la evolución de la Revolución rusa.
Ya hemos dado a entender que los Internacionalistas holandeses, en sus análisis sobre los problemas del período de transición, se han inspirado más de sus deseos que de la realidad histórica. Su esquema abstracto, del que excluyen, como gente perfectamente consecuente con sus principios, la ley del valor, el mercado, la moneda, debería, por lógica también, preconizar un reparto “ideal” de los productos. Para ellos, “... la revolución proletaria colectiviza los medios de producción, abriendo así el camino a la vida comunista, las leyes dinámicas del consumo individual deben conjugarse necesariamente, porque están indisolublemente vinculadas a las leyes de la producción, operándose ese vínculo «por sí mismo» mediante el paso a la producción comunista” (pág. 72 de su obra ya citada, Ensayo sobre el desarrollo de la sociedad comunista).
Los camaradas holandeses consideran pues que la nueva relación de producción, mediante la colectivización, determina automáticamente un nuevo derecho sobre los productos.
“Ese derecho se expresaría en las condiciones iguales para el consumo individual. Al igual que la hora de trabajo individual es la medida del trabajo individual, también es al mismo tiempo la medida del consumo individual. El consumo está así regulado socialmente, moviéndose en una línea justa. El paso a la revolución social no es sino la aplicación de la medida de la hora-trabajo social media en toda vida económica. Sirve de medida a la producción y también al derecho de los productores al producto social” (pág. 25).
Repitámoslo, esa afirmación solo podrá ser positiva si se le da su significado concreto, o sea si se reconoce que, en la práctica, solo podrá tratarse del valor cuando se habla de tiempo de trabajo y de medida del trabajo. Y eso es lo que no han hecho los camaradas holandeses, lo cual los ha llevado al error en su análisis sobre la Revolución rusa y, sobre todo, a limitar considerablemente el campo de sus investigaciones sobre las causas profundas de la evolución reaccionaria de la URSS. La explicación de dicha evolución no van a buscarla en las entrañas de la lucha nacional e internacional de clases (ese método de hacer abstracción de los problemas políticos es una de las características negativas de su estudio), sino en los mecanismos económicos cuando proponen: “cuando los rusos acabaron incluso restableciendo la producción sobre la base del valor, lo que proclamaron fue no solo la expropiación de los trabajadores de los medios de producción, sino que ya no habría ninguna relación directa entre el crecimiento de la masa de productos y la parte correspondiente a los obreros en esa masa” (pág. 19).
Mantener el valor equivaldría para ellos a proseguir la explotación de la fuerza de trabajo, mientras que nosotros creemos haber demostrado, basándonos en la tesis marxista, que el valor puede subsistir sin su contenido antagónico, es decir sin que haya retribución del valor de la fuerza de trabajo.
Pero, además de eso, los internacionalistas holandeses deforman el significado de las palabras de Marx sobre el reparto de los productos. En la afirmación de que el obrero recibe, en el reparto, según la cantidad de trabajo realizado, no descubren más que un aspecto de la doble desigualdad que hemos subrayado y es el resultante de la situación social del obrero (pág. 81); pero no se detienen a considerar el otro aspecto: los trabajadores, en un mismo tiempo de trabajo, proporcionan cantidades diferentes de trabajo simple (trabajo simple que es la medida común del valor) dando como resultado un reparto desigual. Prefieren quedarse en su reivindicación: supresión de las desigualdades salariales, que queda suspendida en el aire pues a la supresión del salariado capitalista no le corresponde inmediatamente la desaparición de las diferencias en la retribución del trabajo.
El camarada Hennaut da una solución parecida al problema del reparto en el período de transición, solución que saca también de una interpretación errónea, por ser incompleta, de las críticas de Marx al Programa de Gotha. En Bilan, página 747, dice: “la desigualdad que deja subsistir la primera fase del socialismo no resulta de la remuneración desigual aplicada a los diferentes tipos de trabajo: el trabajo simple del peón o el trabajo compuesto del ingeniero con todas las escalas intermedias entre esos dos extremos. No, todos los tipos de trabajo valen igual, sólo deben medirse su «duración» y su «intensidad»; pero la desigualdad se debe a que se aplica a hombres con capacidades y necesidades diferentes, unas tareas y unos recursos uniformes”.
Y Hennaut pone patas arriba el pensamiento de Marx cuando le hace descubrir la desigualdad en que “la parte sobre el beneficio social se mantenía igual – en base a una prestación igual, claro está, para cada individuo, mientras que sus necesidades y el esfuerzo realizado para alcanzar una misma prestación eran diferentes” mientras que, como ya hemos dicho, Marx ve la desigualdad en que los individuos reciben partes desiguales, porque proporcionan cantidades desiguales de trabajo y es en eso en lo que se basa la aplicación del derecho igual burgués.
Una política de igualación de salarios no puede aplicarse durante el período de transición, no solo porque sería inaplicable, sino porque desembocaría inevitablemente en un hundimiento de la productividad del trabajo.
Si durante el “comunismo de guerra”, los bolcheviques aplicaron el sistema de la ración igual, independientemente de la cualificación y del rendimiento del trabajo, no era porque se basaba en un método económico capaz de asegurar el desarrollo sistemático de la economía, sino que se debía al régimen de un pueblo asediado que ponía en tensión todas sus energías hacia la guerra civil.
Partiendo de la consideración general de que las variaciones y diferencias en la cualificación del trabajo (y su retribución) están en relación inversa con el nivel técnico de producción, se entiende por qué, en la URSS, después de la N.E.P., les grandes variaciones de salarios entre obreros cualificados y no cualificados ([3]) se debían a la importancia cada vez mayor que tomaba la cualificación individual del obrero en comparación con los países capitalistas altamente desarrollados. En estos, después de una revolución, las categorías en el trabajo podrían reducirse mucho más que en la actual URSS, en virtud de una ley según la cual el desarrollo de la productividad del trabajo tiende a nivelar las cualificaciones. Pero los marxistas no pueden olvidarse de que “la esclavizante subordinación de los individuos a la división del trabajo”, y, junto con ella, el “derecho burgués”, solo desaparecerán gracias al empuje irresistible de una técnica prodigiosa puesta al servicio de los productores.
(continuará)
Mitchell
[1]) Nos ha parecido útil reproducir el texto íntegro de la Crítica del Programa de Gotha que se refiere al reparto, pues consideramos que cada palabra tiene una gran importancia.
[2]) Marx entiende aquí por valor del trabajo, la cantidad de trabajo social realizado por el productor, pues resulta evidente que, puesto que el trabajo crea el valor, que es su sustancia, no tiene en sí mismo valor, pues, como lo hacía notar Engels, se trataría entonces de un valor del valor, una especie de redundancia.
[3]) No hablamos aquí evidentemente del “stajanovismo” y demás, que no son sino productos monstruosos del centrismo.
En el tercer articulo de la serie mostramos cómo el sindicalismo había debilitado las tendencias revolucionarias existentes en la CNT (tanto las de orientación marxista -partidarios de integrarse en la Tercera Internacional- como las de orientación anarquista). En 1923, la CNT, debilitada por la desmoralización de los obreros tras la derrota de las luchas de 1919-20 y por la brutal represión organizada a través del pistolerismo a sueldo de la patronal y coordinado por las autoridades militares y gubernativas ([1]), es de nuevo ilegalizada por la dictadura de Primo de Rivera que cierra sistemáticamente sus locales y mete en la cárcel a los sucesivos Comités dirigentes que se van formando.
En condiciones de constante persecución de sus militantes, la CNT va a mantener una cierta actividad. Sin embargo, como poníamos de manifiesto al final del tercer artículo de esta serie, esa actividad va a tener un sentido muy diferente del que tuvo entre 1911-1915. Mientras entonces se volcó en el apoyo a las iniciativas de lucha que pudieran surgir y en una reflexión general sobre los problemas que golpeaban a la clase obrera y a la humanidad (especialmente sobre la cuestión de la guerra imperialista ([2])), ahora se va a centrar casi monográficamente en el apoyo a todo tipo de conspiraciones de políticos burgueses de oposición a la dictadura y tendrá un papel decisivo en el advenimiento de la República española en 1931, una fachada de "libertades" y "derechos", una "República de los trabajadores" (cómo a sí misma se presentaba) que masacrará de forma despiadada las luchas obreras.
La dictadura del General Primo de Rivera obedecía a múltiples causas. En primer lugar, al agotamiento del viejo régimen de la Restauración que había dominado el Estado español desde 1876 ([3]): un sistema de alternancia entre dos partidos (conservador y liberal) que representaban a la parte dominante de la burguesía española pero que era incapaz de integrar a fracciones importantes de la propia burguesía (especialmente las regionalistas), marginaba a la pequeña burguesía (tradicionalmente republicana y anticlerical) y el único lenguaje que tenía frente a obreros y campesinos era el de una bárbara represión.
En segundo lugar, con la posguerra, el capital español había visto evaporarse los fáciles beneficios obtenidos con la venta masiva de toda clase de productos a los dos bandos amparado en la famosa "neutralidad". La crisis había vuelto con toda su virulencia y golpeaba con el desempleo, la inflación y la miseria más extrema.
En tercer lugar, la burguesía española se hallaba empantanada en la guerra colonial de Marruecos que la llevaba de desastre en desastre (el más famoso fue la matanza de soldados españoles a manos de las guerrillas marroquíes en Annual 1921). Se hacía necesario reforzar al ejército español, debilitado por las luchas intestinas, por la incapacidad del personal político para dirigirlo y por una burocracia faraónica (llegó a haber 1 general por cada 2 sargentos y por cada 5 soldados).
Sin embargo, sin negar la importancia de esos 3 factores, la causa fundamental está en la nueva situación mundial. La primera gran guerra marca la entrada del capitalismo en su época de decadencia que está dominada por 3 factores: las crisis tienden a convertirse en más o menos crónicas; la dinámica guerrera se impone con fuerza a todos los Estados, grandes o pequeños; la oleada revolucionaria de 1917-23 muestra la amenaza del proletariado. Ante esta situación, cada capital nacional necesita fortificarse alrededor del Estado -baluarte fundamental de su defensa- desarrollando la tendencia general al capitalismo de Estado. En un primer momento, esta tendencia fue llevada a cabo mediante regímenes de fuerza que suprimen las garantías constitucionales y colocan a la cabeza del Estado a generales o a hombres políticos erigidos en caudillos carismáticos ([4]). Así tenemos al Duce italiano Mussolini, al general Horthy en Hungría que alcanza el poder tras la derrota de la tentativa de revolución proletaria (1919) o al general Pilduski en Polonia etc.
La dictadura de Primo de Rivera fue muy bien acogida por la burguesía española, especialmente por la catalana ([5]) y sobre todo fue apoyada de forma casi incondicional por el PSOE cuyo sindicato, la UGT, se convirtió en el sindicato del régimen. El líder de este último - Largo Caballero -, dirigente también del PSOE, fue nombrado consejero de Estado del dictador.
Para garantizarse el monopolio sindical, la UGT fue muy beligerante en la persecución de la CNT y muchos de sus cuadros actuaron como chivatos que delataban a obreros cenetistas o simplemente combativos.
Frente a esta situación, la reacción que prevaleció en la CNT, especialmente impulsada por sus dos dirigentes más representativos, Joan Peiró ([6]) y Ángel Pestaña, fue buscar el contacto con toda clase de dirigentes de partidos burgueses de oposición para organizar "movimientos revolucionarios" contra la dictadura.
En su Historia del anarcosindicalismo español, Gómez Casas ([7]), autor abiertamente anarquista ([8]), lo reconoce sin tapujos:
"La CNT mantuvo contacto con las fuerzas de oposición a la dictadura. A comienzos de 1924, Peiró, secretario del Comité nacional de la CNT, que a la sazón se hallaba en Zaragoza, entró en relación en París con el coronel Maciá, representante de la oposición catalanista y cabeza del movimiento revolucionario que se fraguaba" (página 177).
En 1924-1926, se concretaron una serie de intentos de incursión desde la frontera francesa, tentativas de pronunciamientos militares en combinación con la CNT que llamaría a la huelga general, así como en 1926 el rocambolesco intento de secuestro del monarca español en París a cargo de anarquistas radicales (Durruti, Ascaso y Jover). En estos episodios, la CNT ponía los militantes, es decir, la carne de cañón. El resultado era siempre el mismo: la dictadura desencadenaba una sañuda represión contra elementos cenetistas condenándolos a muerte, enviándolos a presidio o torturándolos bestialmente.
En 1928 y 1930 se produjeron otras intentonas siempre contando con la colaboración activa de la CNT. Destacaron la famosa "sanjuanada" ([9]) y la bufonada llamada el complot de Sánchez Guerra, político monárquico liberal que se había conchabado con el capitán general de Valencia que le traicionó en el último momento. Esta última, Gómez Casas la caracteriza así:
"El pleno clandestino de julio 1928 autorizó a una inteligencia con los políticos y militares que se oponían a la dictadura. Por esta razón la CNT tampoco en esta ocasión fue ajena a la conspiración de Sánchez Guerra. La proclama valenciana de este político se manifestó contra la monarquía absoluta y la dictadura, por la soberanía nacional y la dignificación y unión del ejército y la marina. Se comprometía también a mantener enérgicamente el orden público" (página 181).
¿Cómo es posible que la CNT apoyara la soberanía nacional, la unión del ejército y la marina y el mantenimiento enérgico del orden público?
Joan Peiró, principal impulsor de esta política lo justifica de la siguiente manera:
"si hoy se pudiese hablar libremente y en un congreso regular, se modificaría todo lo modificable - algo han modificado las conferencias y plenos confederales - pero quedarían en pie, intangibles, los dos principios básicos de la CNT: la acción directa y el antiparlamentarismo. En caso contrario, la CNT no tendría razón de ser" (serie de artículos titulada "Deslinde de campos", publicada en Acción social obrera, 1929).
Pero, ¿en qué consisten la "acción directa" y el "antiparlamentarismo"? El sentido que le dan los dirigentes cenetistas de la época no tienen nada que ver con el sentido que pudieron tener en un primer momento para el sindicalismo revolucionario ([10]).
En una nota, Peirats ([11]) entiende por acción directa que:
"los conflictos había que resolverlos por el contacto directo entre las partes afectadas (con los patronos los de orden laboral y con las autoridades los de orden público" (página 52, op. cit.).
Esta concepción no se parece en nada a la primitiva visión de la CNT que la entendía como lucha directa de masas fuera de los cauces impuestos por la burguesía. Ahora se habla de que los sindicatos negocien directamente con los patronos los conflictos "laborales" y ¡los de orden público con las autoridades! En definitiva, la nueva "acción directa" consiste en la visión liberal-corporativa de un entendimiento directo entre patronos y sindicatos. ¡Ningún político burgués podría estar en desacuerdo con tal interpretación!
Respecto al "antiparlamentarismo" en una intervención en el Congreso de junio 1931 (sobre el que luego volveremos), Peiró lo aclara al explicar las conversaciones con el coronel Maciá:
"[éste] nos pidió las condiciones que impondría la Confederación para secundar aquel movimiento revolucionario cuyo fin era implantar la República federal. Contestación de los representantes de la Confederación: «A nosotros nos interesa poco qué pueda implantarse después de la revolución que se realice. Lo que nos interesa es la libertad de todos nuestros presos, sin excepción alguna, y que las libertades colectivas e individuales queden totalmente garantizadas»".
No se trata de la denuncia del parlamento como máscara mistificadora del Estado (idea correcta - aunque insuficiente - del primitivo sindicalismo revolucionario) sino de una neutralidad sindical, de un dejar hacer a los políticos para que configuren el Estado que deseen siempre que garanticen la libertad de acción sindical.
Esta "adaptación" de conceptos tan queridos por el sindicalismo revolucionario y por el anarquismo, sirve para hacer colar una política de integración en el Estado burgués. Esto no es el fruto de una maquinación malévola de dirigentes "reformistas" sino una necesidad imposible de soslayar para el sindicalismo. Este tiene que adaptarse al Estado capitalista y para ello "lo único que le interesa" son las libertades jurídicas e institucionales necesarias para realizar su labor de control de los trabajadores y de sumisión de sus reivindicaciones a las necesidades del capital nacional, como vamos a ver a continuación.
Las repercusiones de la depresión del 29 golpearon violentamente al capital español provocando despidos, carestía de la vida y extendiendo el hambre entre los jornaleros del campo. Nuevas generaciones obreras se incorporaban al trabajo y, al mismo tiempo, las más viejas empezaban a recuperarse de los efectos de las derrotas de 1919-20. En 1930, las huelgas tomaron tal magnitud que el dictador tuvo que exiliarse y dejar el poder al general Berenguer que inició inmediatamente conversaciones con los políticos de oposición y acabó legalizando a la CNT el 30 de abril de 1930 cuyo órgano - Solidaridad obrera - reapareció en julio de 1930 ([12]). Pese a estos arreglos, la marea huelguística continuó creciendo. No sólo el régimen, sino la propia monarquía se veían totalmente desbordados, los viejos políticos "liberales-monárquicos" se declaraban "opositores" tirando a la basura la corona real sustituyéndola por el gorro frigio republicano. En abril de 1931 unas elecciones municipales dieron una mayoría aplastante a las fuerzas de oposición a las que se había unido el PSOE que desde 1929 empezó a cambiar de chaqueta abandonando como ratas el barco de una dictadura agonizante. El monarca tuvo que abdicar y exiliarse a París. La República era proclamada en medio de enormes ilusiones populares ([13]).
El gobierno provisional republicano agrupaba en Unión nacional al PSOE, los republicanos y muchos ex-monárquicos conducidos por Alcalá Zamora, terrateniente andaluz coronado como Presidente de la República.
Esta coalición trató las luchas obreras con la salvaje represión de siempre. Como señala Peirats:
"... los burgueses de la República no quieren ahora conflictos que pueden asustar a la burguesía. Tampoco hay que asustar a las derechas a las que se ha asegurado que salvo el trastrueque de los símbolos reales, todo seguirá como antes. Y si no se pueden suprimir las huelgas y el hambre por decreto, y aquellas se multiplican, otra ley - la de la Defensa de la República - y otra - la de Vagos y Maleantes -, y otra, la del ‘disparo sin previo aviso' meterán en cintura a los ‘alborotadores" (página 52 op. cit.).
Respecto a la CNT, la burguesía española continuó la tradicional política de marginación y represión. En ello influyó el interés descarado del PSOE que - continuando la política seguida con la dictadura - quería mantener el monopolio sindical de la UGT. En mayo de 1931, el ministro de trabajo, el socialista Largo Caballero, promulgaba una Ley de jurados mixtos - una prolongación de los Comités paritarios instaurados por la dictadura ([14]) - que significaba la exclusión de la CNT obligada a pasar por el aro burocrático estatal antes de poder convocar una huelga. Esto, como dice Peirats, era "una flecha apuntada al corazón de la CNT y a sus tácticas de acción directa" pues, como decía Peiró, la "razón de ser" de la CNT era la vía liberal de negociación directa entre patronos y sindicatos ([15]). Con ello, la CNT era colocada en la tesitura de aceptar el nuevo marco legal o verse, una vez más, marginada ([16]), como lamenta Gómez Casas:
"[los cenetistas] representaban un gran caudal de energía, generosidad y capacidad creadora, que la sociedad no supo comprender. Los poderes públicos y las instituciones burguesas prefirieron reprimirlos a respetarlos, destruir sus sindicatos y provocar, por consiguiente, reacciones destructoras y una mentalidad favorable a la réplica terrorista y al talión ([17]), en lugar permitir el desarrollo natural de sus entidades, facilitándoles cauces" (op. cit., página 164, la nota es nuestra).
La burguesía española era muy "desagradecida". En 1930-31, mientras las huelgas se multiplicaban por todo el país, la actividad principal de la CNT recién legalizada no fue la de impulsarlas y desarrollar en lo posible su fuerza potencial - al contrario de lo que había hecho en periodos anteriores - sino la de contribuir al objetivo político burgués de sustituir el régimen dictatorial por la nueva fachada de la República. La CNT, continuando la labor durante la dictadura, puso la carne de cañón y cargó con todo el trabajo de movilización callejera mientras que la inmensa mayoría de políticos burgueses se habían subido al carro en el último momento y ahora eran los "hombres de la situación". Francisco Olaya ([18]) proporciona testimonios elocuentes que muestran que esa fue la orientación prioritaria de la CNT.
En las páginas 622 y 623 del Tomo II de su libro cita mítines en Barcelona y Valencia organizados por la CNT donde intervenían como oradores políticos republicanos -lo cual les proporcionaba un indiscutible aval ante las masas. Del mismo modo, cita el caso de La Coruña donde aquella convocó una huelga general para quebrar las últimas resistencias de los partidarios de la monarquía (página 623) ([19]).
En noviembre 1930 una huelga masiva que se extendía por toda Barcelona en solidaridad con los trabajadores del transporte a quienes la represión de una manifestación había causado 5 muertos fue detenida por la propia CNT puesto que:
"... al endurecerse la huelga, el Comité revolucionario ([20]) que tenía prevista la sublevación para el día 18, envió a Rafael Sánchez Guerra a la capital catalana para pedir a la CNT que no entorpeciera el movimiento subversivo y los delegados de los sindicatos, reunidos en Gavá, decidieron la vuelta al trabajo" (página 628, la nota aclaratoria es nuestra).
Esta acción marcaba un precedente: era la primera vez que la CNT saboteaba una huelga en aras de facilitar un movimiento político burgués de oposición.
En las elecciones municipales de abril 1931 que precipitarían la llegada de la República, los líderes cenetistas propiciaron discretamente la afluencia a las urnas de sus miembros como reconoce Olaya:
"se votaba por primera vez desde hacía 8 años, como si se tratara de un derecho conquistado y se hizo masivamente, hasta por los militantes de la CNT, influenciados por su aversión a la monarquía y sensibilizados por la crítica situación de miles de presos sociales" (página 646).
Solidaridad obrera en un artículo que hacía balance de las elecciones señalaba que "se ha votado por la amnistía y por la República contra los numerosos atropellos e injusticias que está cometiendo la Monarquía" (página 648). ¡Otro precedente que se marcaba y que se concretaría de manera mucho más abierta en las famosas elecciones de febrero de 1936!
Olaya reconoce claramente cómo la CNT fue puesta al servicio de la llegada del régimen burgués de la República:
"Con su actuación durante el periodo crítico del 13 al 16 de abril de 1931, los militantes de la CNT fueron los artífices de la proclamación de la República, sin contar con que sus votos, en detrimento de sus principios, fueron decisivos. Sin embargo, en el manifiesto publicado por su Comité el 14 de abril en Barcelona, se dejaba constancia de que «No somos entusiastas de una república burguesa, pero no consentiremos una nueva dictadura»" (página 660).
Y recurre - ¡cómo no! - a la eterna justificación que emplean las fuerzas de izquierda y extrema izquierda - tan denostadas por el anarquismo: "sus comités optaban por la política del mal menor, conscientes de que no estaban en situación de reivindicar sus postulados maximalistas" (ídem).
El argumento del mal menor es una trampa. Se dice no renunciar a los objetivos últimos, pero, en la práctica se apoyan supuestos "objetivos mínimos" que no son reivindicaciones mínimas del proletariado sino que constituyen el programa y las necesidades de la burguesía. El "mal menor" es la forma demagógica de hacer pasar el programa concreto de la burguesía en una situación política determinada, manteniendo la ilusión de que se lucha por un "futuro revolucionario".
En este Congreso extraordinario, la CNT hizo un esfuerzo enorme por hacerse un hueco dentro del sistema capitalista. Es cierto que se manifestaron muchas críticas y que los debates fueron tormentosos, pero los trabajos del Congreso apuntaron sistemáticamente en el sentido de la integración dentro de las estructuras de la producción capitalista y dentro de los cauces institucionales del Estado burgués.
Un mes antes, en un editorial del 14 de mayo de 1931, Solidaridad obrera había marcado la pauta. Rechazando la sucia amalgama en la que pretendían meterla los socialistas en el poder que hablaba de una "concordia" entre monárquicos- fascistas de un lado y extremistas anarco-cenetistas de otro , protestaba diciendo que no se puede "situar en un mismo plano de discordia la maniobra reaccionaria de los monárquicos, aristócratas y religiosos, y la protesta viril de un pueblo liberal y honrado que tanto hoy como ayer ha hecho más que todos los republicanos oficiales por el derrumbamiento de la monarquía y el sostenimiento de las libertades conquistadas" (página 664 op. cit.). El plano pues en el que se situaba el órgano más relevante de la CNT no era ni los objetivos máximos ni las reivindicaciones obreras sino el del "pueblo liberal", el de ser el "más extremista" en la defensa de la República.
Por eso, el Congreso avaló la política de pactos con los conspiradores burgueses como Gómez Casas reconoce de forma eufemística:
"el informe del Comité nacional se discutió con enorme fervor, dado que la actividad del organismo representativo, sobre todo en lo que a la pasada acción conspirativa se refiere, había marcado cierta diferencia con la ortodoxia a la que la militancia confederal estaba acostumbrada" (op. cit., página 196).
¡Verdaderamente es muy "suave" hablar de "cierta diferencia con la ortodoxia" cuando lo que aquello significaba era un cambio radical respecto a la conducta de la CNT en 1910-23!
Ante las Cortes constituyentes ([21]) la ponencia inicial decía:
"Las Cortes constituyentes son el producto de un hecho revolucionario, hecho que directa o indirectamente tuvo nuestra intervención. Al intervenir en estos hechos es que pensamos que más allá de la Confederación hay un pueblo también sojuzgado, pueblo al que hay que liberar, ya que nuestros postulados, amplios, justos, humanos, caminan hacia un país donde no sea posible que viva un solo hombre esclavo" (Gómez Casas, op. cit., página 202).
Ante esta retórica que muy bien podría firmar el más moderado de los demócratas burgueses se produjeron "vivísimas discusiones, que en algunos momentos se hicieron violentas" (Gómez Casas) por lo que se le acabó incluyendo la siguiente enmienda:
"Seguimos en guerra abierta contra el Estado. Nuestra misión, sagrada y elevada misión, es educar al pueblo para que comprenda la necesidad de sumarse a nosotros con plena conciencia y establecer nuestra total emancipación por medio de la revolución social. Fuera de este principio, que forma parte de nuestro propio ser, no sentimos temor en reconocer que tenemos el deber ineludible de señalar al pueblo un plan de reivindicaciones mínimas que ha de exigir creando su propia fuerza revolucionaria" (página 203).
Si analizamos seriamente esta enmienda vemos que en realidad es más de lo mismo. La retórica moderada de la ponencia es radicalizada retóricamente con la invocación a "los principios" para, en nombre del "plan de reivindicaciones mínimas", es decir, la política cotidiana del sindicato, concretar -como dice Gómez Casas- que "el anarcosindicalismo, aún sin pretenderlo, había acordado un margen de confianza a la tímida e incipiente República" (página 203). Un margen de confianza a una República que ponía en la práctica los objetivos de monárquico liberal Sánchez Guerra antes citado: la soberanía nacional, la dignificación y unión del ejército y la marina, y, sobre todo, mantener enérgicamente el orden público. ¡Este "mantenimiento del orden público" significó entre abril y diciembre de 1931 el asesinato de más de 500 obreros o jornaleros!
Este compromiso de la CNT con la República era muy grave, sin embargo, es importante comprender que la manera en que el Congreso definió su "programa máximo" (su sagrada y elevada misión) mostraba que la "nueva sociedad" a la que aspiraba el sindicato era en realidad ¡la vieja sociedad capitalista! Así, la ponencia sobre las Federaciones nacionales de industria del sindicato definía su papel de la siguiente manera:
"Habiéndose previamente realizado el hecho violento de la revolución social, en la reorganización de la máquina económico - industrial - agrícola, es decir, de todas las fuentes de la riqueza social, la Federación nacional de industria será el órgano adecuado para coordinar la producción de la industria respectiva y para equilibrar ésta a las necesidades del consumo nacional y del cambio con el extranjero" (página 200).
El "hecho violento de la Revolución social" lleva según la ponencia a una sociedad nacional, a una suerte de "socialismo en un solo país" -como el estalinismo- pues se plantean las cosas en términos de nación: consumo nacional e intercambio con el extranjero. Además, "equilibrar" la producción para que abarque el consumo nacional más la exportación no es una tarea "revolucionaria" sino que constituye la tarea corriente de gestión de la economía burguesa. No es de extrañar que uno de los delegados - Julio Roig - protestara vehementemente contra esta ponencia calificándola de ¡"marxista"! ([22]):
"Son razones de tipo marxista, son razones de consonancia con el desenvolvimiento de la economía burguesa en el presente momento histórico, según el grado de desenvolvimiento y desarrollo de dicha economía" (página 200).
El delegado ponía el dedo en la llaga al preguntar: "¿Es posible que fuésemos a claudicar sencillamente por el hecho de que la economía burguesa se desarrolla de esta forma?" (página 201). Lo que el delegado no podía comprender es que el sindicato necesita esa claudicación ante la economía burguesa pues su razón de ser en la decadencia del capitalismo es funcionar como engranaje del Estado y de la economía nacional.
Gómez Casas dice que la ponencia sobre las federaciones de industria "debe servir de reflexión a quienes solo ven en el anarcosindicalismo su destructivismo revolucionario" (página 200). Ser "constructivos" es pues alinearse dentro de las estructuras de la economía burguesa como el propio Gómez Casas lo señala retóricamente al sacar balance de los trabajos del Congreso sobre el papel "presente y futuro" de las Federaciones de Industria:
"El acuerdo de las Federaciones de Industria demostró, ante todo, la necesidad presentida por el anarcosindicalismo en aquella hora, de reafirmar sus vertientes constructivas, sin abandono de las finalidades revolucionarias clásicas" (página 201).
El periodo que acabamos de analizar muestra un viraje fundamental en la historia de la CNT. Ha sido el principal proveedor de carne de cañón en la batalla interburguesa por la República; ha adulterado las nociones de acción directa y antiparlamentarismo; ha aceptado el "mal menor" del régimen de "libertades" de la República; ha convertido el "programa mínimo" en el programa de la burguesía, pero, al mismo tiempo, su programa máximo no es más que la versión radical de las necesidades de la economía nacional burguesa.
Estas modificaciones tan evidentes constituían una enorme piedra muy difícil de tragar para la militancia tanto veterana - que había vivido los años donde pese a sus dificultades y contradicciones importantes la CNT había existido como un organismo obrero - como joven que afluye a la CNT espoleada por una situación insostenible y por la profunda decepción que pronto va a provocar la República en las masas obreras.
Por ello las resistencias, la oposición, van a ser constantes. Las convulsiones dentro de la CNT van a ser muy fuertes: los más "moderados", partidarios de dejar a un lado lo que llaman los "maximalismos anarquistas" y asumirse como un sindicato puro y duro se escindirán temporalmente en los sindicatos de oposición (reintegrados en 1936), mientras que Ángel Pestaña, partidario de un "laborismo a la española", se escindirá definitivamente fundando un efímero Partido sindicalista.
Sin embargo, la situación es muy diferente a la de 1915-19 donde - como vimos en el segundo artículo de esta serie - la orientación de la mayoría de militantes era hacia la apertura a una conciencia revolucionaria. Ahora, las resistencias, la oposición, sufren una profunda desorientación y no son capaces de dar lugar a una verdadera alternativa.
Varias razones explican esta diferencia. En primer lugar, con la profundización de la decadencia del capitalismo y más concretamente con el desarrollo de la tendencia general al capitalismo de Estado, los sindicatos han perdido definitivamente cualquier margen para acoger los esfuerzos y las iniciativas de los obreros. Solo pueden existir como organismos al servicio del capital destinados a encuadrar y castrar las energías obreras. Esta realidad se impone como una fuerza ciega e implacable a los militantes de un sindicato como la CNT pese a la buena voluntad y los deseos indudables de actuar en sentido contrario.
En segundo lugar, los años 30 son tiempos de triunfo de la contrarrevolución cuyas puntas de lanza son, por un lado, el estalinismo y, por el otro extremo, el nazismo. A diferencia de 1915-19, la combatividad y la reflexión obrera no tienen la brújula de fuerzas revolucionarias como los bolcheviques, los espartaquistas, la izquierda de la socialdemocracia, con quienes convergen muchos anarquistas y sindicalistas revolucionarios. Al contrario, lo que predomina es la destrucción de la reflexión proletaria en el engranaje infernal del fascismo-antifascismo que prepara la marcha hacia la guerra imperialista. Las huelgas son canalizadas hacia la unión nacional y el antifascismo como se verá en 1936 tanto en España como en Francia.
En tercer lugar, mientras que en 1910-23, la CNT es todavía un organismo abierto donde colaboran y discuten diferentes tendencias proletarias, ahora está monopolizado ideológicamente por el anarquismo, el cual, en su variante anarcosindicalista, tiene como pilar el envolver un sindicalismo puro y duro dentro del cascarón de un radicalismo grandilocuente y un activismo desaforado que no favorecen una reflexión y una iniciativa proletarias.
En cuarto lugar, la dominación del anarquismo con su concepción "peliculera" (en palabras de Pestaña) de la revolución se va a ver favorecida por la continuación, por parte de la República, de la vieja política de la burguesía española de marginación y persecución de la CNT. Esta se va a ver rodeada de una aureola, por una parte de "víctima" y por otro lado de "héroe radical e intransigente" que, en el contexto antes citado de enorme desorientación ideológica del proletariado, le va a permitir integrar en sus filas los mejores elementos del proletariado español.
En 1931-36, en el contexto de enormes convulsiones del capital español, la CNT - pese a las brutales persecuciones - va a ser una gigantesca organización de masas que reúne la mayoría de las fuerzas vivas del proletariado español. Como veremos en el próximo artículo de la serie este "inmenso poder" será puesto al servicio de la derrota del proletariado, de su encuadramiento en la guerra criminal en la que se van a embarcar las fracciones burguesas en 1936-39.
RR-C.Mir, 1-9-07
[1]) Véase el tercer articulo de esta serie en la Revista internacional nº 130, párrafo sobre "la derrota del movimiento y la segunda desaparición de la CNT".
[2]) Ver en la Revista internacional nº 129 el segundo artículo de esta serie.
[3]) Ver en la Revista internacional nº 128 el primer artículo de esta serie.
[4]) El establecimiento de regímenes de fuerza basados en un partido único tomó forma principalmente en los países más débiles o más sometidos a contradicciones insolubles - como fue el caso de la Alemania nazi. En cambio, en los países más fuertes se desarrolló de manera más gradual, respetando, más o menos, las formas democráticas.
[5]) Primo de Rivera era un conspicuo representante del señorito andaluz - terratenientes brutales y arrogantes que llevaban una vida ociosa de lujo oriental - pero al mismo tiempo tenía muy buenas relaciones con los hombres de negocios catalanes, dinámicos, laboriosos y progresistas, etc., reputados como los "antípodas" de los señoritos andaluces.
[6]) Joan Peiró fue militante de la CNT desde su fundación aunque empezó a ocupar cargos orgánicos a partir de 1919. En 1936 fue ministro de Industria de la República. Fue fusilado por las autoridades franquistas en 1942.
[7]) La referencia y los datos editoriales del libro están en el segundo y tercer artículos de esta serie.
[8]) Fue Secretario general de la CNT en los años 70.
[9]) Conspiración de militares con el apoyo de la CNT que debería tener lugar en la noche de San Juan (24 de junio) pero que fracasó porque varios de los militares se retractaron en el último momento.
[10]) Ver sobre ello el primer artículo de la serie general sobre el sindicalismo revolucionario en la Revista internacional nº 118.
[11]) Autor del libro La CNT en la Revolución española, ya citado en el primer artículo de esta serie.
[12]) Gómez Casas en su libro antes citado relata que el General Berenguer envió al director general de Seguridad - Mola, que se convertiría en 1936 en uno de los más inflexibles militares golpistas - a conferenciar con un delegado de la CNT concretamente Pestaña. Gómez Casas señala que en esta conversación "confirmó Pestaña el carácter radicalmente apolítico de la CNT y su absoluta desvinculación con cualquier partido. No obstante, la organización vería con mayores simpatías ‘aquel régimen que más cerca se coloque de su ideal" (página 185). Son palabras ambiguas que muestran la voluntad de integrarse en el Estado capitalista.
[13]) Para un estudio de este periodo ver nuestro libro: 1936, Franco y la República masacran a los trabajadores..
[14]) Los cuales habían sido copiados literalmente de los organismos de arbitraje obligatorio instaurados por el régimen de Mussolini.
[15]) La ideología liberal postula esa "acción directa" de las "fuerzas sociales" sin "interferencia del Estado". En realidad todo esto es una pura superchería: tanto las organizaciones patronales como las organizaciones sindicales son fuerzas estatales que trabajan - y no puede ser de otra manera - en el marco económico y jurídico delimitado estrictamente por el Estado.
[16]) En Estados Unidos - ver la Revista internacional nº 125 - la burguesía siguió una política parecida de marginación y represión respecto a los IWW. Sin embargo, estos organismos sindicalistas revolucionarios nunca alcanzaron el grado de influencia que la CNT tuvo sobre el proletariado español.
[17]) Según la mentalidad burguesa solo existen dos alternativas: o integrarse en los cauces democráticos del Estado burgués o lanzarse a la vía "radical" del terrorismo y, como dice Gómez Casas, la ley de Talión. En realidad, la alternativa de la clase obrera es la de su lucha autónoma internacional en su propio terreno de clase, la cual va contra las dos alternativas anteriores propias del universo alienado burgués.
[18]) Autor anarquista mucho más partidista y menos ponderado que Gómez Casas. Las citas que vamos a exponer a continuación proceden de su libro Historia del movimiento obrero español que ya hemos citado en anteriores artículos de la serie. Remitimos a ellos para las referencias editoriales.
[19]) La misma política siguió en Madrid y en otros lugares ante reuniones o mítines de los círculos monárquicos cada vez más aislados.
[20]) Organismo de oposición republicana en la que colaboraron en determinados momentos algunos líderes de la CNT como Peiró, firmante del Manifiesto de inteligencia republicana.
[21]) Parlamento de la República que iba a adoptar la nueva Constitución que proclamó a España "República de los trabajadores".
[22]) El delegado razonaba según la versión del marxismo que han dado estalinistas y socialdemócratas para quienes equivale a estatización económica y social.
Desde hace 5 años, el desarrollo de la lucha de clases se ha venido confirmando a escala internacional. La clase obrera, frente a unos ataques simultáneos y cada día más duros por todas las partes del mundo, está reaccionando y expresando su combatividad, afirmando su solidaridad de clase tanto en los países más desarrollados como en los que lo están mucho menos.
Así, en los últimos meses del año 2007, ha habido cantidad de países que han sido escenario de luchas obreras.
Egipto
Una vez más, en medio de una fuerte oleada de huelgas, los 27 000 obreras y obreros de una fábrica de Al Mahallah, a unos 100 kilómetros de El Cairo, que ya había sido el corazón de la oleada de luchas de diciembre de 2006 y de la primavera de 2007, volvieron al combate a partir del 23 septiembre. Las promesas del gobierno de entregar a cada uno lo equivalente de 150 días de salario, que puso fin a la huelga, no se cumplieron. Un huelguista, detenido durante algún tiempo por la policía, declaraba: "Nos prometieron 150 días de prima, lo único que queremos es que se respeten nuestros derechos; estamos decididos a ir hasta el final". Los obreros de la empresa redactaron entonces una lista de reivindicaciones: 150 libras egipcias de prima (menos de 20 euros, cuando los salarios mensuales varían entre 200 y 250 libras); desconfianza hacia el comité sindical y el director de la empresa; inclusión de las primas en el sueldo base, o sea, un ingreso no vinculado a la producción; aumento de los subsidios para alimentos; subsidio suplementario de alojamiento; salario mínimo ajustado al alza de precios; medios de transporte para los obreros que viven lejos de la factoría; mejora de los servicios médicos.
Los obreros de otras fábricas textiles, los de Kafr al Dawar, por ejemplo, que ya en diciembre de 2006 habían declarado: "Estamos en el mismo barco que vosotros y nos embarcamos para el mismo viaje", volvieron a manifestar su solidaridad desde finales de septiembre, entrando ellos también en huelga. En otros sectores, como el de los harineros de El Cairo, los obreros decidieron hacer una sentada, transmitiendo un mensaje de solidaridad en apoyo a las reivindicaciones de los obreros textiles. En otros lugares, como en las fábricas de Tanta Linseed and Oil, los obreros siguieron el ejemplo de Al Mahallah exponiendo públicamente unas serie de reivindicaciones similares. Esas luchas han expresado un rechazo firme a los sindicatos oficiales, considerados como fieles perros guardianes del gobierno y la patronal: "El representante del sindicato oficial, controlado por el Estado, que fue a pedir a los obreros que cesaran la huelga, acabó en el hospital, apedreado por los obreros soliviantados. ‘El sindicato está a las órdenes del poder, queremos elegir a nuestros verdaderos representantes' explican los obreros" (citado por el diario francés Libération, 1/10/07).
El gobierno se ha visto obligado a proponer a los obreros el pago de 120 días de primas y a prometer sanciones contra la dirección. Pero los proletarios mostraron que ya no se fiaban de promesas y, cobrando poco a poco confianza en su fuerza colectiva, manifestaron una determinación intacta para luchar hasta que sus reivindicaciones fueran realmente satisfechas.
Dubai
Con mayor fuerza que en la primavera de 2006, en octubre de 2007, 4000 obreros, casi todos inmigrados de origen indio, pakistaní, bengalí o chino, trabajadores en la construcción de rascacielos gigantescos y de palacios superlujosos, tratados peor que el ganado, con sueldos de unos cien euros por mes, viviendo amontonados en chabolas, se lanzaron a la calle para expresar su revuelta contra unas condiciones de sobreexplotación inhumanas, desafiando la "legalidad", la represión, la pérdida del sueldo, del empleo y la expulsión vitalicia. Cuatrocientos mil obreros de la construcción se lanzaron durante dos días a la movilización.
Argelia
Para hacer frente al descontento creciente, los sindicatos autónomos de la función pública han convocado una huelga nacional de funcionarios, especialmente de los profesores, para el 12 y 15 enero de 2008, contra el desgaste del poder adquisitivo y el nuevo estatuto en la enseñanza que cuestiona la escala de salarios. Pero esa huelga también ha implicado y movilizado a los demás funcionarios y del sector de la salud. La ciudad de Tizi Uzu quedó totalmente paralizada y la huelga del personal docente ha sido muy seguida en Orán, Constantina, Annaba, Bechar, Adrar y Saida.
Venezuela
Los obreros petroleros, tras haberse opuesto a finales de mayo de 2007 a los despidos de una empresa estatal, se volvieron a movilizar en septiembre para exigir alzas salariales cuando se renovaron los convenios colectivos del sector. A la vez, en mayo, el movimiento de protesta de los estudiantes contra el régimen exigiendo una mejora de la situación de la población y de los trabajadores más pobres. Para ello, los estudiantes organizaron asambleas generales abiertas a todos, eligiéndose comités de huelga. Cada vez, el gobierno de Chávez, "el apóstol de la revolución bolivariana", dio la misma respuesta: la represión, que se ha saldado con muertos y cientos de heridos.
Perú
En abril, una huelga ilimitada, surgida de una empresa china, se propagó después por todo el país en las minas de carbón, por primera vez desde hace 20 años. En Chimbote, la empresa SiderPerú quedó totalmente paralizada, a pesar de las maniobras de sabotaje de la huelga y de los intentos de aislamiento por parte de los sindicatos. Las mujeres de los mineros se manifestaron con ellos, así como una gran parte de la población de la ciudad, incluidos campesinos y desempleados. Cerca de Lima, los mineros de Casapalca secuestraron a los ingenieros de la mina que los amenazaban con despedirlos si abandonaban su puesto de trabajo. Estudiantes de Lima y parte de la población acudieron a aportar alimentos y apoyo a los huelguistas. En junio, se movilizó una gran parte de los 325 000 docentes ampliamente movilizados con, también, el apoyo de una buena parte de la población, a pesar de un reparto de trabajo, también aquí, entre los sindicatos para que la lucha se apagara. El gobierno reaccionó cada vez con detenciones, amenazas de despidos, poniendo "precarios" para sustituir a los mineros huelguistas, organizando amplias campañas mediáticas de denigración contra los profesores.
Turquía
Veintiséis mil obreros de Türk Telekom se lanzaron a una huelga masiva de 44 días a finales del año pasado contra la pérdida de garantía de salario y empleo, tras la privatización y la transferencia de 10 000 de entre ellos a empresas subcontratadas. Ha sido la huelga más importante de la historia turca después de la huelga de los mineros de 1991. En plena campaña de movilización bélica antikurda, algunos "agitadores" fueron detenidos y acusados de sabotaje, y hasta de alta traición al interés nacional, amenazados con despidos y sanciones. Acabaron siendo readmitidos, negociándose aumentos de sueldo de 10 %.
Grecia
La huelga general del 12 de diciembre de 2007, contra un proyecto de reforma de los "planes especiales" de pensiones (la edad de jubilación ya se ha pospuesto a los 65 años para los hombres y 60 para las mujeres en el plan general) que conciernen a 700 000 trabajadores (32 % de la población activa) reunió a empleados del sector privado y de los funcionarios: banca, tribunales, administraciones, correos, electricidad, teléfono, hospitales así como transportes públicos (metros, tranvías, puertos, aeropuertos). Hubo más de 100 000 manifestantes en Atenas, Salónica y otras grandes ciudades del país.
Finlandia
En este país, donde la burguesía ha llevado muy lejos el desmantelamiento de la protección social, más de 70 000 asalariados de la salud (la mayoría enfermeras) se pusieron en huelga en octubre reclamando subidas de sueldos (que varían entre 400 y 600 euros mensuales) de al menos 24 %, pues el bajo nivel de salarios obliga a muchos trabajadores a irse a Suecia. Doce mil ochocientas enfermeras amenazaron con dimitir colectivamente si las negociaciones entre el gobierno, que no propone más que una revalorización del 12 % en dos años y medio, y el sindicato Tehy no concluyen. Hay servicios hospitalarios enteros amenazados de cierre.
Bulgaria
Tras una huelga simbólica el día de la vuelta a clase, los profesores se pusieron en huelga ilimitada, a finales de septiembre, exigiendo aumentos de sueldo: 100 % para los profesores de la secundaria (cobran una media de 174 euros por mes...) y un aumento del 5 % del presupuesto de la educación nacional. La promesa del gobierno de revisar los salarios en 2008 puso un fin provisional a la huelga.
Hungría
Tras una huelga en protesta contra el cierre de líneas ferroviarias declaradas no rentables y contra la reforma de las jubilaciones y del sistema de salud impuesta por el gobierno, los ferroviarios lograron arrastrar tras ellos, el 17 de diciembre, a 32 000 asalariados descontentos de diferentes sectores (profesores, personal sanitario, chóferes de autobús, empleados del aeropuerto de Budapest...). Pero en esta movilización interprofesional, los sindicatos ahogaron la lucha de los ferroviarios en cuanto el Parlamento acabó de votar la reforma, llamándolos a la vuelta al trabajo para el día siguiente.
Rusia
Plantando cara a la represión (toda huelga de más de 24 horas es ilegal), a pesar de la condena sistemática de los huelguistas por los tribunales, del recurso sistemático a la violencia policíaca y el uso de bandas de matones contra los obreros combativos, por primera vez en diez años, una oleada de huelgas inundó el país en la última primavera, desde Siberia oriental hasta el Cáucaso. La huelga afectó a muchos sectores: obras de la construcción en Chechenia, una fábrica del sector maderero en Nóvgorod, un hospital en la región de Chitá, el servicio de mantenimiento de las viviendas en Saratov, restaurantes "fast-food" en Irkutsk, la fábrica de la General Motors en Togliattigrad y una importante fábrica metalúrgica en Carelia. Y el movimiento culminó en noviembre con la huelga de tres días de los de los estibadores de Tuapse en el mar Negro, después los de 3 empresas del puerto de San Petersburgo del 13 al 17, mientras los empleados de correos cesaban el trabajo el 26 de octubre, así como los del sector de la energía. Los maquinistas de ferrocarriles amenazaron con entrar en huelga por primera vez desde 1988. Pero fue la huelga de los obreros de la factoría Ford de Vsevoloshsk, en la región de San Petersburgo, a partir del 20 noviembre lo que contribuyó a romper el silencio total sobre esta oleada de huelgas, provocada sobre todo por la subida imparable de la inflación y el alza entre 50 y 70% de los productos alimenticios de base. Ante esa situación, la Federación de Sindicatos independientes de Rusia, abiertamente sometida al gobierno y hostil a todo tipo de huelga, resulta incapaz de encuadrar las luchas obreras. En cambio, con la ayuda de la burguesía occidental, las direcciones de las grandes multinacionales procuran explotar al máximo las ilusiones sobre un sindicalismo "libre" y "de lucha" favoreciendo la emergencia y el desarrollo de nuevas estructuras sindicales como el Sindicato interregional de los Trabajadores del automóvil, fundado a instigación del Comité sindical de Ford y que agrupa a sindicatos independientes de varias grandes empresas como AvtoVAZ-General Motors en Togliattigrad y Renault-Autoframos en Moscú. Han sido esos nuevos "sindicatos independientes" los que, encerrando y aislando totalmente a los obreros en "su" fábrica, limitando las expresiones de solidaridad de otros sectores al envío de mensajes de simpatía y apoyo financiero, precipitaron a los obreros en la más amarga derrota. Al cabo de un mes de huelga, agotados, tuvieron que reanudar el trabajo sin haber obtenido nada, doblegándose a las condiciones de la dirección: una vaga promesa de negociación tras el cese de la huelga.
Italia
El 23 de noviembre, los sindicatos de base (Confederación unitaria de base-CUB, Cobas, y otros "sindicatos de lucha" intercategorías) lanzaron una jornada de huelga general seguida por 2 millones de asalariados contra el acuerdo firmado el 23 de julio último entre el gobierno de centro izquierda y las 3 grandes centrales sindicales (CGIL/CISL/UIL) que legaliza la creciente precariedad del trabajo, la reducción drástica de las pensiones y de la protección social en gastos de salud. 25 manifestaciones organizadas en todo el país ese día reunieron a 400 000 personas, en Roma y Milán sobre todo. Todos los sectores estuvieron afectados, especialmente los transportes (ferrocarriles, aeropuertos bloqueados), la metalurgia (90 % de huelguistas de Fiat en Pomigliano), y los hospitales. La huelga fue especialmente seguida por jóvenes con empleos precarios (son más de 6 millones) y por no sindicados. La cólera debida a la baja del poder adquisitivo fue también un factor importante en la amplitud de la movilización.
Gran Bretaña
En Correos, en Liverpool y en el sector sur de Londres especialmente, los empleados iniciaron espontáneamente, por vez primera desde hace más de diez años, una serie de huelgas contra la baja de los salarios reales y las nuevas amenazas de reducción de plantilla, y, a la vez, el sindicato de obreros de la comunicación (CWU) aislaba a los obreros, mediante unos piquetes de huelga que los encerraba, en realidad, en cada sector. Y, al mismo tiempo, ese sindicato firmaba un acuerdo con la dirección que establece una mayor flexibilidad en el empleo y los salarios.
Alemania
La huelga "intermitente" de ferroviarios por subidas de sueldo habrá durado 10 meses bajo la batuta del sindicato del personal móvil GDL. Los sindicatos han desempeñado un papel de primer orden para dividir a los obreros con un reparto de tareas entre sindicatos partidarios de la legalidad y los más radicales dispuestos a transgredirla. Una gran campaña fue organizada por los medios denunciando el carácter "egoísta" de la huelga, cuando en realidad, la huelga obtuvo la simpatía de otros obreros "usuarios", cada vez más numerosos en identificarse, ellos también, como víctimas de las mismas "injusticias sociales". Ahora que la cantidad de empleados de los ferrocarriles ha quedado reducida a la mitad en 20 años, que las condiciones de trabajo se han degradado y los salarios están bloqueados desde hace 15 años, el sector es uno donde peor se paga (con una media de menos de 1500 euros por mes). Bajo la presión de los ferroviarios, los tribunales legalizaron una nueva huelga de 3 días en noviembre, justo a la vez que se desarrollaba en Francia una huelga ferroviaria que, por cierto, ha sido muy popular en Alemania. La huelga acabó en enero con aumentos de sueldo de 11% (lejos del 31% reivindicados y ya en parte recortados por la inflación) y, para dejar escapar un poco de presión de la olla social, se ha reducido la duración semanal del trabajo para los 20 000 maquinistas, pasando de 41 a 40 horas, pero sólo a partir de... febrero de 2009.
Más recientemente, el constructor finlandés de teléfonos móviles Nokia anunció el cierre, a finales de 2008, de su factoría de Bochum que emplea a 2300 obreros. Esto implicará, debido a las repercusiones en las empresas subcontratadas, la pérdida de 4000 empleos en esa ciudad. Al día siguiente, 16 de enero, los obreros se negaron a acudir a sus puestos de trabajo y hubo obreros de la factoría vecina de Opel, otros de Mercedes, siderúrgicos de la empresa Hoechst de Dortmund, metalúrgicos de Herne, mineros de la región que afluyeron a las puertas de la fábrica Nokia para dar su pleno apoyo solidario a sus compañeros. El proletariado alemán, en el corazón de Europa, al sistematizar sus experiencias recientes de combatividad y solidaridad, tiende a volver a ser un faro en el desarrollo de la lucha de clases a nivel internacional. Ya en 2004, los obreros de la factoría Daimler-Benz de Bremen se pusieron espontáneamente en huelga, en solidaridad con los obreros de Stuttgart de la misma empresa amenazados por los despidos, rechazando así el chantaje de la dirección consistente en hacer competir entre sí a diferentes lugares de producción. Y a su vez, unos meses más tarde, otros obreros del automóvil, ya entonces precisamente los de Opel de Bochum, lanzaron una huelga espontánea ante una presión semejante de la dirección. Por eso, hoy, para desviar esta nueva expresión de solidaridad y esta amplia movilización intersectorial, la burguesía alemana se ha puesto inmediatamente a focalizar la atención sobre este enésimo ejemplo de deslocalizacion (la fábrica de Nokia va a ser transferida a Cluj, en Rumania), dando bombo y platillo a una gran campaña mediática (en un amplio frente común que une a gobierno, electos locales y regionales, Iglesia y sindicatos) acusando al constructor finlandés de haber traicionado al gobierno, tras haberse aprovechado de las subvenciones que debían permitir el mantenimiento de la actividad en Bochum.
Y así, a la lucha contra los despidos y las reducciones de plantilla se le van añadiendo otras reivindicaciones por subidas de salario y contra la pérdida de poder adquisitivo, además ahora que toda la clase obrera del país está cada vez más expuesta a los ataques incesantes de la burguesía (edad de jubilación pospuesta a los 67 años, planes de despidos, recortes en todas las prestaciones sociales de la Agenda 2010...). En 2007, Alemania tuvo, además, la mayor cantidad de jornadas de huelga acumuladas (el 70 % por las huelgas de primavera contra la "externalización" de 50 000 empleos en las telecomunicaciones) desde 1993, al poco de la reunificación de Alemania.
Francia
Pero fue sobre todo la huelga de ferroviarios y chóferes de transporte público de Francia, en octubre-noviembre, lo que ha revelado las nuevas potencialidades para el porvenir, un año y medio después de la lucha de la primavera de 2006, animada ésta sobre todo por la juventud estudiantil que obligó al gobierno a retirar un proyecto (el CPE) con el que iba a incrementarse la precariedad de los jóvenes trabajadores. Ya en octubre, la huelga de 5 días de azafatas y camareros de Air France contra el deterioro de sus condiciones de trabajo había demostrado la combatividad y un descontento social en ascenso.
Los ferroviarios no se quedaron agarrados a su "régimen especial de jubilación", exigiendo el retorno a los 37,5 años de cuotas para todos. Entre los jóvenes obreros de la Compañía nacional de ferrocarriles (SNCF), en especial, se fue consolidando la voluntad de extensión de la lucha en ruptura con el peso del corporativismo de los ferroviarios y de los "rodantes" que había predominado en las huelgas de 1986/87 y de 1995, mostrando así un elevado sentimiento de solidaridad en el seno del conjunto de la clase obrera.
El movimiento estudiantil, por su parte, contra la Ley de Reforma de las Universidades (o ley Pécresse), cuyo objetivo es crear universidades de élite de la burguesía, echando a la mayoría de los estudiantes hacia "facultades basurero" y el trabajo precario, ha seguido situándose en continuidad con el movimiento antiCPE de la primavera de 2006. Su plataforma reivindicativa mencionaba no sólo la retirada de la Ley Pécresse sino de todos los ataques del gobierno. Se tejieron verdaderos lazos de solidaridad entre estudiantes y ferroviarios o conductores, que se plasmaron, por mucho que quedaran limitados a ciertos lugares y a los momentos más álgidos de la lucha, en que hubo encuentros mutuos en asambleas y acciones comunes o comidas compartidas.
Por todas partes las luchas topan y se enfrentan a la labor de sabotaje y de división de los sindicatos, los cuales, obligados a ponerse en la primera fila de los ataques antiobreros, dejan cada día más al descubierto su papel y su verdadera función al servicio del Estado burgués. En la lucha de los ferroviarios y conductores de Francia en octubre-noviembre de 2007, las componendas entre sindicato y gobierno para hacer tragar los ataques ha sido algo patente. En ese reparto cada sindicato tuvo su papel en la división y el aislamiento de las luchas ([1]).
Estados Unidos
El sindicato UAW saboteó la huelga de General Motors en septiembre, después la de Chrysler en octubre, negociando con la dirección de esas empresas la transferencia de la gestión de la "protección medico-social" al sindicato a cambio del "mantenimiento" de los empleos en la empresa y de la congelación salarial durante 4 años. Ha sido una estafa total, pues el mantenimiento de la cantidad de empleos prevé la sustitución por eventuales sometidos a contratos más precarios, con salarios más bajos y obligados, además, a afiliarse al sindicato. Y así, la acción sindical ha permitido un resultado inverso al obtenido por la lucha ejemplar de los obreros de los transportes de Nueva York que, en diciembre de 2005, habían rechazado que se instaurara, para sus hijos y las generaciones futuras, un sistema diferente de contrato y de salarios.
La burguesía se ve obligada cada vez más a instalar contrafuegos ante el desgaste y el desprestigio de los aparatos sindicales. Por eso, según los países, surgen sindicatos de base, sindicatos "más radicales", otros dizque "libres e independientes" para encuadrar las luchas, para no dejar que los obreros se apoderen de ellas y, sobre todo, bloquear y dejar que se enfangue el proceso de reflexión, de discusión y de toma de conciencia en el seno de la clase obrera.
El desarrollo de las luchas se enfrenta a una amplia operación de denigración ignominiosa por parte de la burguesía para desprestigiarlas, además de acarrear un incremento de la represión. No sólo ya se organizó una gran campaña, en Francia, para hacer impopular la huelga de los transportes, para soliviantar a los "usuarios" contra los huelguistas, dividir a la clase obrera, quebrar el ímpetu de solidaridad en su seno, impedir todo intento de ampliación de la lucha y culpabilizar a los huelguistas. Además, lo hicieron todo por criminalizar a los huelguistas. Organizaron así una campaña al final de la huelga, el 21 de noviembre, en torno a un sabotaje de las vías férreas y de un incendio de cables eléctricos para hacer que los huelguistas aparecieran como "terroristas" o "asesinos irresponsables". La misma "criminalización" se hizo contra estudiantes "bloqueadores" a los que algunos rectores de universidad calificaron de "jemeres rojos" o de "delincuentes". Por otra parte, los estudiantes fueron víctimas de una represión violenta en intervenciones policiales para "desbloquear" las universidades ocupadas. Resultaron heridos decenas de estudiantes, muchos fueron detenidos con juicios inmediatos y penas de cárcel.
Las luchas recientes confirman plenamente unas características que ya afirmamos en la Resolución sobre la situación internacional que la CCI adoptó en mayo de 2007 en su XVIIº Congreso (publicada en la Revista internacional nº 130, 3er trimestre de 2007):
Hoy el principal alimento del proceso de reflexión no es tanto la posibilidad de la revolución, sino más bien, vistas las catastróficas perspectivas que nos ofrece el capitalismo, su necesidad.". La reflexión sobre el callejón sin salida que nos "ofrece" el capitalismo es más y más un factor determinante de la maduración de la conciencia de clase.
El incremento de la lucha de clases hoy está también marcado por le desarrollo de discusiones en la clase obrera, por la necesidad de reflexión colectiva, la politización de elementos en búsqueda, una búsqueda que también se realiza mediante el surgir o la reactivación de grupos proletarios, círculos de discusión, ante acontecimientos importantes (como el estallido de conflictos imperialistas) o como consecuencia de las huelgas. Hay una tendencia por el mundo entero, a acercarse a las posiciones internacionalistas. Una ilustración significativa de ese fenómeno es el ejemplo en Turquía de los compañeros de EKS, los cuales, en su posicionamiento internacionalista en un terreno de clase, han asumido su papel de militantes defensores de las posiciones de la Izquierda comunista ante la agravación de la guerra en Irak, marcada por la intervención directa de su país en el conflicto.
Aparecen minorías revolucionarias tanto en países menos desarrollados como Perú o Filipinas como en países altamente industrializados pero que carecen, en gran parte, de una tradición de lucha de clases como en Japón, o, en menor grado, en Corea. En este contexto, la CCI asume también sus responsabilidades hacia esas personas como lo demuestran sus intervenciones en diferentes países en los que la CCI ha impulsado, organizado y participado en reuniones públicas en lugares tan diversos como Perú, Brasil, Santo Domingo, Japón o Corea del Sur.
"La responsabilidad de las organizaciones revolucionarias, y de la CCI en particular, es participar plenamente en la reflexión que ya se está desarrollando en el seno de la clase obrera, no solo interviniendo activamente en las luchas que están ya desarrollándose, sino también estimulando la posición de los grupos y elementos que se plantean sumarse a su combate.".
El eco creciente en esas minorías, que recibirán la propaganda y las posiciones de la Izquierda comunista será un factor esencial en la politización de la clase obrera para echar abajo al capitalismo.
W (19 enero)
[1]) Para más detallada información sobre las maniobras del sabotaje sindical, pueden leerse nuestros artículos de la prensa territorial "Frente a los ataques múltiples, no nos dejemos dividir" y "Lucha de los ferroviarios, movimiento de los estudiantes: gobierno y sindicatos de la mano contra la clase obrera" (en francés) publicados en Révolution internationale (publicación de la CCI en Francia) de noviembre y diciembre 2008 y disponibles en nuestra página web.
[2]) Todas estas citas están sacadas de la Resolución sobre la situación internacional del XVIIº Congreso de la CCI publicada en la Revista internacional n° 130 (III/2007).
En 1915, mientras que la realidad de la guerra en Europa iba revelando siempre más su horror espantoso, Rosa Luxemburg escribía la Crisis de la socialdemocracia, texto más conocido por el nombre Folleto de Junius debido al seudónimo - Junius - utilizado. Escribió esa obra en la cárcel y el grupo Die Internationale, formado en Alemania en cuanto estalló la guerra, lo difundió clandestinamente. Es una feroz acusación contra las posiciones adoptadas por la dirección del Partido socialdemócrata alemán (SPD). El 4 de agosto de 1914, día en el que empezaron las hostilidades, el SPD abandonó sus principios internacionalistas y se unió a la defensa de "la patria en peligro", llamando a suspender la lucha de clases y a participar en la guerra. En la medida en que el SPD había sido hasta entonces el orgullo de toda la Segunda Internacional, esa posición fue un golpe terrible a todo el movimiento socialista internacional; en vez de servir de faro a la solidaridad internacional de la clase obrera, su capitulación ante la guerra sirvió de pretexto para la traición en los demás países. El resultado fue el hundimiento ignominioso de la Internacional.
El SPD se constituyó como partido marxista en los años 1870, simbolizando la creciente influencia de la corriente del "socialismo científico" en el movimiento obrero. En 1914, el SPD conservaba en apariencia sus lazos con la letra del marxismo, aunque pisoteaba su espíritu: ¿No había puesto Marx en guardia contra el peligro del absolutismo zarista en apoyo a la reacción? ¿No se había formado la Primera Internacional con ocasión de un mitin de apoyo a la independencia de Polonia del yugo zarista? ¿No expresó Engels la idea de que los socialistas alemanes tendrían que adoptar una posición "revolucionaria defensiva" en caso de una agresión franco-rusa contra Alemania, aunque advirtiendo contra los peligros de una guerra en Europa? Por eso, ahora, el SPD llamaba a la unidad nacional contra el principal peligro al que se enfrentaba Alemania, la potencia del despotismo zarista cuya victoria, decían, echaría abajo todas las adquisiciones económicas y políticas tan difícilmente ganadas por la clase obrera durante años de luchas pacientes y tenaces. Y así se presentaban como los herederos de Marx y Engels, de su defensa decidida de todo lo progresivo de la civilización europea.
Pero como decía Lenin, el revolucionario que no vaciló en denunciar la traición vergonzosa de los "social-chovinistas":
"Quienes invocan hoy la actitud de Marx ante las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidan las palabras de Marx, de que "los obreros no tienen patria" - palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria y caduca, a la época de la revolución socialista -, tergiversan desvergonzadamente a Marx y sustituyen el punto de vista socialista por un punto de vista burgués" (el Socialismo y la guerra, Cap. I, "Los principios del socialismo y la guerra de 1914-15", 1915).
Los argumentos de Rosa Luxemburg trataban exactamente de las mismas cuestiones. La guerra actual no tenía nada que ver con las que habían sacudido Europa a mediados del siglo precedente. Éstas eran de corta duración, eran limitadas en espacio y objetivos y utilizaban esencialmente ejércitos profesionales. Ocurrieron además tras un periodo largo de paz, de una expansión económica sin precedentes y de mejora regular de las condiciones de vida de la población en el continente europeo, que empezó más o menos a partir de 1815 al término de las guerras napoleónicas. Aquellas guerras, muy lejos de arruinar a sus protagonistas, sirvieron al contrario, a menudo, para acelerar el proceso global de expansión capitalista, barriendo los obstáculos feudales que entorpecían la unificación nacional y permitiendo que nuevos Estados nacionales aparecieran como marco más adaptado al desarrollo del capitalismo (las guerras por la unidad italiana y la guerra franco-prusiana de 1870 son ejemplos típicos de ello).
Pero en adelante, esas guerras (guerras nacionales que podían todavía tener un papel progresista para el capital) pertenecían al pasado. Por su capacidad de destrucción y de muerte - diez millones de hombres murieron en los campos de batalla europeos, la mayoría agonizando en un cenagal sangriento y vano, mientras que millones de civiles también morían debido a la miseria y la hambruna impuestas por la guerra -, por la amplitud de sus consecuencias como guerra que implicó a potencias de dimensión mundial que, de hecho, se daban objetivos de conquista literalmente ilimitados y de derrota total del enemigo, por su carácter de guerra "total" que no solo alistó a millones de obreros mandándolos a la muerte en el frente, sino también a los que quedaron en la retaguardia, exigiéndoles en las industrias sudor y sacrificios infinitos, por todas esas razones fue una guerra de un tipo nuevo que desmintió rápidamente todas las previsiones de la clase dominante de que estaría terminada "para Navidad". La monstruosa matanza de la guerra fue evidentemente intensificada por los medios tecnológicos muy desarrollados de los que disponían los protagonistas y que habían sobrepasado ampliamente las tácticas y las estrategias enseñadas en las escuelas de guerra tradicionales; e incrementaron más todavía las cotas en matanzas. Pero la barbarie alcanzada por la guerra expresó algo mucho mas profundo que el nivel de desarrollo tecnológico del sistema burgués. También fue la expresión de un modo de producción que entraba en una crisis fundamental e histórica, que revelaba el carácter caduco de las relaciones sociales capitalistas y ponía a la humanidad ante la alternativa histórica: revolución socialista o hundimiento en la barbarie. De ahí ese famoso pasaje del Folleto de Junius:
"Federico Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie' ¿Qué significa "regresión a la barbarie" en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el período de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta sus últimas consecuencias. Así nos encontramos, hoy tal y como profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda la cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y de la humanidad. En esta guerra ha triunfado el imperialismo. Su espada brutal y asesina ha precipitado la balanza, con sobrecogedora brutalidad, a las profundidades del abismo de la vergüenza y la miseria. Si el proletariado aprende a partir de esta guerra y en esta guerra a esforzarse, a sacudir el yugo de las clases dominantes, a convertirse en dueño de su destino, la vergüenza y la miseria no habrán sido en vano" (Cap. "Socialismo o barbarie").
Ese cambio de época hizo caducos los argumentos de Marx a favor del apoyo a la independencia nacional (de todos modos, el mismo Marx ya lo rechazó tras la Comuna de Paris de 1871 en lo que concernía a los países europeos). Ya no se trataba de buscar causas nacionales progresistas en el conflicto, puesto que las luchas nacionales habían perdido su papel progresista al volverse simples instrumentos de la conquista imperialista y de la marcha del capitalismo hacia la catástrofe.
"El programa nacional podía desempeñar un papel histórico siempre que representara la expresión ideológica de una burguesía en ascenso, ávida de poder, hasta que ésta afirmara su dominación de clase en las grandes naciones del centro de Europa de uno u otro modo, y creara en su seno las herramientas y condiciones necesarias para su expansión. Desde entonces, el imperialismo ha enterrado por completo el viejo programa democrático burgués reemplazando el programa original de la burguesía en todas las naciones por la actividad expansionista sin miramientos hacia las relaciones nacionales. Es cierto que se ha mantenido la fase nacional, pero su verdadero contenido, su función ha degenerado en su opuesto diametral. Hoy la nación no es sino un manto que cubre los deseos imperialistas, un grito de combate para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con la que se puede convencer a las masas de que hagan de carne de cañón en las guerras imperialistas" (Cap. "Invasión y lucha de clases").
No solo cambió entonces la "táctica nacional", sino toda la situación quedó profundamente transformada por la guerra. Ya no era posible la vuelta atrás, a la época anterior en la que la socialdemocracia había luchado paciente y sistemáticamente por establecerse como fuerza organizada en la sociedad burguesa, del mismo modo que el proletariado entero:
"Una cosa es cierta, y es que la guerra mundial ha significado un giro para el mundo. Es una locura insensata imaginarse que solo nos quedaría esperar a que acabe la guerra, como la liebre que está esperando debajo de una mata a que se termine la tormenta y reanudar alegremente su quehacer diario. La guerra mundial ha cambiado las condiciones de nuestra lucha, nos ha cambiado a nosotros mismos de manera radical. No que las leyes fundamentales de la evolución del capitalismo, la lucha a muerte entre capital y trabajo, deban conocer una desviación o una mejora. Ahora ya, en plena guerra, caen las máscaras y los viejos rasgos que tan bien conocemos nos miran riendo burlonamente. Pero tras la erupción del volcán imperialista, el ritmo de la evolución recibió una tan violenta impulsión que comparados a los conflictos que van a surgir en la sociedad y a la inmensidad de las tareas que esperan al proletariado socialista de inmediato, toda la historia del movimiento obrero hasta hoy parecerá haber sido una época paradisíaca" (Cap. "Socialismo o barbarie").
Si son inmensas las tareas, es que exigen mucho más que la lucha defensiva tenaz contra la explotación; exigen una lucha revolucionaria ofensiva para acabar de una vez con la explotación, par dar "a la acción social de los hombres un sentido consciente, introducir en la historia un pensamiento metódico y, con eso, una voluntad libre" (ídem). La insistencia de Rosa Luxemburg sobre la apertura de una época radicalmente nueva de la lucha de la clase obrera iba a ser rápidamente una posición común del movimiento revolucionario internacional que se reconstituía sobre las ruinas de la socialdemocracia y que, en 1919, fundó el partido mundial de la revolución proletaria: la Internacional comunista (IC). En su Primer congreso de Moscú, la IC adoptó en su Plataforma la celebre consigna:
"Ha nacido una nueva época. Época de desmoronamiento del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado".
La IC compartía con Rosa Luxemburg la idea de que si la revolución proletaria - que estaba en aquel entonces en su cenit tras la insurrección de Octubre 1917 en Rusia y la oleada revolucionaria que barría Alemania, Hungría y otros países - no lograba derrocar al capitalismo, la humanidad se vería hundida en otra guerra, o más bien en una época de guerras incesantes que pondría en peligro el porvenir de la humanidad.
Casi cien años han pasado, sigue estando ahí el capitalismo y según la propaganda oficial sería la única forma posible de organización social. ¿Qué es del dilema enunciado por Luxemburg, "socialismo o barbarie"? Si escuchamos los discursos de la ideología dominante, se intentó el socialismo durante el siglo xx y no funcionó. Las deslumbrantes esperanzas que hizo albergar la Revolución rusa de 1917 se estrellaron contra los arrecifes del estalinismo y yacen juntas con su cadáver desde que se hundió el bloque del Este a finales de los años 1980. El socialismo no solo habría revelado ser, en el mejor de los casos, una utopía y el en peor una pesadilla, sino que la misma noción de lucha de clases, considerada por los marxistas como su base esencial, habría desaparecido en la niebla átona de una "nueva" forma de capitalismo que presuntamente viviría no de la explotación de una clase productora, sino gracias a una masa infinita de "consumidores" y de una economía más virtual que material.
Este es el cuento que nos quieren hacer tragar. De seguro que si Rosa Luxemburg pudiera volver de entre los muertos, se quedaría sorprendida de ver la civilización capitalista seguir dominando el planeta; en otra ocasión examinaremos cómo ha hecho el sistema para sobrevivir a pesar de todas las dificultades atravesadas durante el siglo pasado. Pero si nos quitamos las lentes deformantes de la ideología dominante y examinamos seriamente el curso del siglo xx, podremos constatar que se verificaron las previsiones de Luxemburg y de la mayoría de los socialistas revolucionarios de la época. Debido a la derrota de la revolución proletaria, ese siglo ya ha sido el más bárbaro de toda la historia de la humanidad y contiene la amenaza de un descenso aun más profundo en la barbarie, cuyo punto culminante sería no ya la "aniquilación" de la civilización, sino la desaparición de la vida humana en el planeta.
En 1915 no se levantaron claramente contra la guerra más que un puñado de socialistas. Trotski bromeaba diciendo que los internacionalistas que se reunieron aquel año en Zimmerwald hubiesen podido caber en un solo taxi. Pero la Conferencia de Zimmerwald, que solo agrupó a un puñado de socialistas opuestos a la guerra, fue el signo de que algo estaba cambiando en las filas de la clase obrera internacional. En 1916, el desengaño respecto a la guerra, tanto en el frente como en la retaguardia, se fue haciendo cada vez más profundo, como lo demostraron las huelgas que estallaron en Alemania y en Gran Bretaña así como las manifestaciones que saludaron la puesta en libertad de Karl Liebknecht, camarada de Rosa Luxemburg, cuyo nombre se había vuelto sinónimo de la consigna: "nuestro principal enemigo está en nuestro propio país". La revolución estalló en Rusia en febrero del 17, acabando con el reino de los zares; pero no fue en nada un 1789 ruso, una nueva revolución burguesa atrasada, sino que Febrero abrió el camino a Octubre, a la toma del poder por la clase obrera organizada en soviets, que proclamó que esa insurrección sólo era el primer golpe de la revolución mundial que acabaría no sólo con la guerra sino con el propio capitalismo.
Como lo repetían Lenin y los bolcheviques, la Revolución rusa triunfaría o caería con la revolución mundial. Su llamamiento a la sublevación tuvo un eco rápido: motines en el ejército francés en 1917, revolución en Alemania en 1918 que obligó a los gobiernos burgueses del mundo a concluir a toda prisa una paz precipitada por miedo a que la epidemia bolchevique se extendiera, República de los soviets en Baviera y en Hungría en 1919, huelgas generales en Seattle, Estados Unidos, y en Winnipeg, Canadá, necesidad para la burguesía de mandar tanques para oponerse a la agitación obrera en el valle del Clyde en Escocia el mismo año, ocupaciones de fábricas en Italia en 1920. Fue una deslumbrante confirmación del análisis de la IC: se abría un nuevo periodo de guerras y de revoluciones. Al mismo tiempo que aplastaba a la humanidad con su apisonadora de militarismo y guerra, el capitalismo también hacía necesaria la revolución proletaria.
Pero desgraciadamente, la conciencia que tenían los elementos más dinámicos y clarividentes de la clase obrera, los comunistas, no coincidía ni mucho menos con el nivel alcanzado por el conjunto de la clase. La mayor parte de ésta no entendía todavía que era imposible volver al antiguo periodo de paz y de reformas graduales. Quería que se acabara la guerra, y a pesar de haber debido imponer la paz a la burguesía, ésta supo jugar sobre la idea de que se podía volver al status quo ante bellum, la situación de preguerra, aderezándolo con unas cuantas reformas presentadas como "ventajas obreras": en Gran Bretaña, fueron los homes fit for heroes, "hogares de los héroes" que volvían de la guerra, fue el derecho de voto para las mujeres y la cláusula 4 en el programa del partido Laborista que prometía las nacionalizaciones de las fábricas mas importantes de la economía; En Alemania, en donde la revolución ya había empezado a concretarse, las promesas fueron más radicales, usándose palabras como socialización y consejos obreros; se comprometían a que abdicara el Káiser y a instaurar una República basada en el sufragio universal.
Fueron esencialmente los socialdemócratas, esos especialistas experimentados de la lucha por reformas, quienes vendieron esas ilusiones a los obreros, ilusiones que les permitieron por un lado declararse a favor de la revolución y por otro utilizar a los grupos protofascistas para asesinar a los obreros revolucionarios en Berlín y Munich, entre ellos a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht; también apoyaron la asfixia económica y la ofensiva militar contra el poder soviético en Rusia, con el pretexto falaz de que los bolcheviques habrían forzado la historia al llevar a cabo una revolución en un país atrasado en el que la clase obrera era minoritaria, "ofendiendo" así los sagrados principios de la democracia.
Por la mentira y la represión brutal, la oleada revolucionaria fue atajada en una serie de derrotas sucesivas. Cortada del oxígeno de la revolución mundial, la revolución en Rusia empezó a ahogarse y a devorarse a sí misma; ese proceso lo simboliza muy bien el desastre de Cronstadt, en donde obreros y marinos descontentos que exigían nuevas elecciones de los soviets fueron aplastados por el gobierno bolchevique. Fue Stalin el "vencedor" de ese proceso de degeneración, y su primera víctima fue el propio Partido bolchevique que se transformó final e irrevocablemente en instrumento de una nueva burguesía de Estado, tras haber sustituido toda apariencia de internacionalismo por la noción fraudulenta de "socialismo en un solo país".
El capitalismo sobrevivió entonces al terror que le infundió la oleada revolucionaria, a pesar de algunas "réplicas" como la huelga general en Gran Bretaña en 1926 y la insurrección obrera de Shangai en 1927. Proclamó su firme intención de volver a la normalidad. Durante la guerra, el principio de "pérdidas y ganancias" había quedado temporal y parcialmente suspendido al orientar casi toda la producción hacia el esfuerzo de guerra, dejando el aparato estatal controlar directamente el conjunto de los sectores de la economía. En un Informe al Tercer Congreso de la Internacional comunista, Trotski señaló de qué forma la guerra había favorecido una nueva forma de funcionar del capitalismo, esencialmente basada en la manipulación de la economía por el Estado y la creación de montones de deudas, de capital ficticio:
"Como saben, el capitalismo como sistema económico está lleno de contradicciones. Durante los años de guerra, éstas alcanzaron proporciones monstruosas. Para hallar los recursos necesarios a la guerra, el Estado ha aplicado principalmente dos medidas: la primera es emitir papel moneda, la segunda emitir obligaciones. Así es cómo una cantidad creciente de pretendidos "valores papel" (las obligaciones) entró en circulación, como medio por el que el Estado sonsacó valores materiales reales del país para destruirlos en la guerra. Cuanto mayores fueron las sumas gastadas por el Estado, o sea los valores reales destruidos, mayor ha sido la cantidad de seudoriqueza, de valores ficticios acumulados en el país. Los títulos de Estado se acumularon como montañas. Puede a primera vista parecer que un país se haya vuelto muy rico pero, en realidad, se ha socavado su fundamento económico, haciéndolo vacilar, conduciéndolo al límite del hundimiento. Las deudas de Estado han subido hasta casi un billón de marcos oro, que se añaden a los 62 % de recursos nacionales actuales de los países en guerra. Antes de la guerra, la cantidad total mundial de papel moneda y de crédito se acercaba a los 28 000 millones de marcos. Hoy está entre 220 y 280 mil millones, o sea que se ha multiplicado por diez. Y además esas cifras no tienen en cuenta a Rusia sino únicamente al mundo capitalista. Todo esto se aplica en particular, aunque no exclusivamente, a los países europeos principalmente a la Europa continental y, en particular, a la Europa central. A medida que Europa se empobrece -lo que está sucediendo hasta hoy- se cubre cada día más de capas cada vez más espesas de "valores papel", de lo que se llama capital ficticio. Esa moneda ficticia de capital papel, esas notas del tesoro, bonos de guerra, billetes, representan o el recuerdo de un capital difunto o la espera de un capital por llegar. Ya no tienen ninguna relación con un capital verdaderamente existente. Sin embargo siguen funcionando como capital y como moneda y eso da una imagen increíblemente desformada de la sociedad y de la economía mundial en su conjunto. Cuanto más se empobrece esa economía, más rica parece ser esa imagen reflejada por ese espejo del capital ficticio. Al mismo tiempo, la creación de ese capital ficticio significa, como lo veremos, que las clases se reparten de manera diferente la distribución de una renta nacional y de una riqueza que se contraen gradualmente. La renta nacional también se ha contraído pero no tanto como la riqueza nacional. La explicación es sencilla: la vela de la economía capitalista se ha prendido por los dos cabos" (2 de junio de 1921; traducido del inglés por nosotros).
Lo que esos métodos significaban claramente es que el sistema no podía existir sin trampear con sus propias leyes. Los nuevos métodos se describían como "socialismo de guerra", pero no eran sino un medio de preservar el sistema capitalista en un período en el que se hacía obsoleto y formaba un baluarte desesperado contra el socialismo, contra la ascensión de un modo de producción social superior. Como el "socialismo de guerra" no era esencialmente necesario sino para ganar la guerra, fue efectivamente desmantelado cuando se acabó. A principios de los años 20, en una Europa devastada por la guerra, empezó un difícil periodo de reconstrucción pero las economías del Viejo Mundo seguían estancadas: las tasas de crecimiento espectaculares que habían caracterizado a los principales países capitalistas de preguerra no volvían a producirse. El paro se instaló en permanencia en países como Gran Bretaña, mientras la economía alemana, sangrada por los costes de las indemnizaciones de guerra, batía todos los récords de inflación conocidos y estaba alimentada casi totalmente por el endeudamiento.
La excepción principal fueron los Estados Unidos que se desarrollaron durante la guerra desempeñando el papel de "intendente de Europa", como dice Trotski en ese mismo Informe. EE.UU. apareció entonces definitivamente como la economía más poderosa del mundo y floreció precisamente porque sus rivales fueron derribados por los costes enormes de la guerra, las alteraciones sociales de posguerra y la desaparición completa del mercado ruso. Fue para Norteamérica la época del jazz, los "años locos"; las imágenes del Ford "T", producido masivamente en las fábricas de Henry Ford, reflejaba la realidad de unas tasas de crecimiento vertiginosas. Tras haber llagado hasta el final de su expansión interna y aprovechándose del estancamiento de las viejas potencias europeas, el capital norteamericano empezó a invadir el globo con sus mercancías, desde Europa hasta los países subdesarrollados, alcanzando incluso regiones todavía precapitalistas. Tras haber sido deudor durante el siglo xix, Estados Unidos se convirtió en principal acreedor mundial. El boom no influyó demasiado en la agricultura estadounidense, en cambio, sí hubo un aumento perceptible de poder adquisitivo de la población urbana y proletaria. Todo ello parecía ser la prueba de que se podía volver al mundo del capitalismo liberal, al "dejar hacer" que había permitido la extraordinaria expansión del siglo xix. Era el triunfo de la filosofía tranquilizadora de un Calvin Coolidge, presidente de Estados Unidos en aquel entonces. Así habló al Congreso americano en diciembre de 1928:
"Ninguno de los Congresos de Estados Unidos hasta ahora reunidos para examinar el estado de la Unión había tenido ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en los actuales momentos. En lo que respecta a los asuntos internos, hay tranquilidad y satisfacción, relaciones armoniosas entre patronos y asalariados, liberadas de los conflictos sociales, y el nivel más alto de prosperidad. La paz triunfa en el plano exterior, la buena voluntad debida de la comprensión mutua, y el reconocimiento de que los problemas que parecían tan amenazadores hace poco tiempo, están desapareciendo bajo la influencia de un comportamiento claramente amistoso. La importante riqueza creada por nuestra mentalidad empresarial y nuestro trabajo, salvada por nuestro sentido de la economía, ha conocido la distribución más amplia en nuestra población y su flujo continuo ha servido para las obras caritativas y la industria del mundo entero. Lo mínimo para vivir ya no se limita a lo estrictamente necesario y y ahora ya se extiende a lo lujoso. El incremento de la producción es consumido por la creciente demanda interior y un comercio exterior en expansión. El país puede mirar el presente con satisfacción y anticipar con optimismo el futuro."
¡Palabras pertinentes si las hay! En octubre del 29, menos de un año después, fue el "crash". El crecimiento convulsivo de la economía norteamericana chocó contra los límites inherentes al mercado. Muchos de los que habían creído que el crecimiento era ilimitado, que el capitalismo era capaz de crear sus propios mercados para siempre y habían invertido sus ahorros basándose en ese mito cayeron desde muy alto.
Además no fue una crisis como las que habían marcado el siglo xix, crisis tan regulares durante la primera mitad de ese siglo que incluso fue posible hablar de "ciclo decenal". En aquel tiempo, tras un breve período de hundimiento, se encontraban nuevos mercados en el mundo y volvía a iniciarse una nueva fase de crecimiento, todavía más vigorosa; además, en el período entre 1870 a 1914, caracterizado por un empuje imperialista acelerado por la conquista de las regiones no capitalistas restantes, las crisis que golpearon los centros del sistema fueron mucho menos violentas que durante la juventud del capitalismo, a pesar de que lo que se llamó la "larga depresión", entre 1870 y 1890, que reflejó, en cierto modo, el principio del fin de la supremacía económica mundial de Gran Bretaña. Y, de todas maneras, no hay comparación posible entre los problemas comerciales del siglo xix y el hundimiento ocurrido en los años 1930. Era una situación cualitativamente diferente: algo fundamental había cambiado en las condiciones de la acumulación capitalista. La depresión era mundial: desde su centro, Estados Unidos, pasó a golpear a Alemania, que entonces era casi totalmente dependiente de EEUU, después al resto de Europa. La crisis fue igualmente devastadora para las regiones coloniales o semidependientes, obligadas en gran parte por sus grandes "propietarios" imperialistas, a producir en primer lugar para las metrópolis. La caída repentina de los precios mundiales sumió en la ruina a la mayoría de esos países.
Puede medirse la profundidad de la crisis en que la producción mundial, que había descendido en torno al 10 % con la Primera Guerra mundial, tras el crash, se desmoronó 36,2 % (esta cifra no incluye a la URSS ; cifras sacadas del libro de Sternberg, el Conflicto del siglo, 1951). En Estados Unidos, gran beneficiario de la guerra, la caída de la producción industrial alcanzó 53,8 %. Las estimaciones de las cifras del desempleo son variables; Sternberg lo estima en 40 millones de desempleados en los principales países desarrollados. La caída del comercio mundial fue también catastrófica, reduciéndose a un tercio del nivel de antes de 1929. Pero la diferencia principal entre el desmoronamiento de los años 1930 y las crisis del siglo xix es que ya no existía, a partir de entonces, ningún mecanismo "automático" de reanudación de un nuevo ciclo de crecimiento y de expansión hacia las regiones del planeta que todavía no eran capitalistas. La burguesía se dio cuenta en seguida de que ya no seguiría habiendo una "mano invisible" del mercado para que la economía siguiera funcionando en el futuro inmediato. Debía pues abandonar el liberalismo ingenuo de Coolidge y de su sucesor, Hoover, y reconocer que, a partir de entonces, el Estado debería intervenir autoritariamente en la economía para así preservar el sistema capitalista. Fue sobre todo Keynes quien teorizó esa política; comprendió que el Estado debía sostener las industrias en declive y generar un mercado artificial para compensar la incapacidad del sistema para desarrollar otras nuevas. Ése es el sentido de las "obras públicas" a gran escala emprendidas por Roosevelt con el nombre de New Deal, del apoyo que le otorgó la nueva central sindical, la CIO, para estimular la demanda de los consumidores, etc. En Francia, la nueva política tomó la forma del Frente popular. En Alemania e Italia, la forma del fascismo y en Rusia, la del estalinismo. Todas esas políticas tenían la misma causa subyacente. El capitalismo había entrado en una nueva época, la época del capitalismo de Estado.
Pero el capitalismo de Estado no existe en cada país de un modo aislado de los demás. Al contrario, está en gran parte determinado por la necesidad de centralizar y defender la economía nacional contra la competencia de las demás naciones. En los años 30, eso comprendía un aspecto económico: se consideraba que el proteccionismo era un medio de defender sus propias industrias y sus mercados contra la intrusión de industrias de otros países; pero el capitalismo de Estado contenía un aspecto militar, mucho más significativo, pues la competencia económica aceleraba la marcha hacia una nueva guerra mundial. El capitalismo de Estado es, por esencia, una economía de guerra. El fascismo, que celebraba ruidosamente los ventajas de la guerra, era la expresión más patente de esa tendencia. Bajo el régimen de Hitler, el capital alemán respondió a su situación económica catastrófica lanzándose a una carrera desenfrenada de rearme. Eso produjo el efecto "benéfico" de absorber rápidamente el desempleo, pero no era ése el objetivo verdadero de la economía de guerra. Su objetivo era prepararse para un nuevo y violento reparto de los mercados. De igual modo, el régimen estalinista en Rusia y la subordinación despiadada del nivel de vida de los proletarios al desarrollo de la industria pesada, respondía a la necesidad de hacer de Rusia una potencia militar mundial con la que había que contar y, como en la Alemania nazi y el Japón militarista (que ya había lanzado una campaña de conquista militar invadiendo Manchuria en 1931 y el resto de China en 1937), esos regímenes resistieron al desmoronamiento con "éxito" pues habían subordinado toda la producción a las necesidades de la guerra. Pero el desarrollo de la economía de guerra fue también el secreto de los programas masivos de obras públicas en los países del "New Deal" y del Frente Popular, por mucho que éstos tardaran más tiempo en adaptar las fábricas a la producción masiva de armas y material militar.
Victor Serge calificó el período de los años 1930 de "medianoche en el siglo". Al igual que la guerra de 1914-18, la crisis económica de 1929 confirmó la senilidad del modo de producción capitalista. A una escala mucho mayor que lo que se había conocido en el siglo xix, se asistía a una "epidemia que, en otro tiempo cualquiera, hubiera parecido una paradoja, [abatirse] sobre la sociedad- la epidemia de la sobreproducción" (Manifiesto comunista). Millones de personas sufrían hambre, soportando un desempleo forzoso, en las naciones más industrializadas del globo, no porque las fábricas y los campos no pudieran producir lo suficiente, sino porque producían "demasiado" para la capacidad de absorción del mercado. Era una nueva confirmación de la necesidad de la revolución socialista.
Pero el primer intento del proletariado de realizar el veredicto de la historia había sido definitivamente vencido a finales de los años 1920 y por todas partes imperaba la contrarrevolución. Y ésta alcanzó las simas más profundas y más terroríficas precisamente allí donde la revolución había llegado más alto. En Rusia, la contrarrevolución fueron los campos de trabajo y las ejecuciones masivas; poblaciones enteras deportadas, millones de campesinos deliberadamente matados de hambre; los obreros, en las fábricas, sometidos a la sobreexplotación stajanovista. En lo cultural, todas las experiencias sociales y artísticas de los primeros años de la revolución fueron suprimidas en nombre del "realismo socialista", imponiéndose el retorno a las normas burguesas más vulgares.
En Alemania e Italia el proletariado había estado más cerca de la revolución que en cualquier otro país de Europa occidental. La consecuencia de su derrota fue la instauración de un régimen policiaco brutal. El fascismo se caracterizó por una amplia burocracia de informadores, la persecución feroz de los disidentes y de las minorías sociales y étnicas, entre ellas, el caso más conocido es la eliminación de los judíos en Alemania. El régimen nazi pisoteo cientos de años de cultura, enfangándose en teorías ocultistas seudocientíficas sobre la misión civilizadora de la raza aria, quemando libros con ideas "no alemanas", exaltando las virtudes de la sangre, de la tierra y de la conquista. Trotski consideró la destrucción de la cultura en la Alemania nazi como una prueba muy elocuente de la decadencia de la cultura burguesa:
"El fascismo ha hecho accesible la política a los bajos fondos de la sociedad. En la actualidad, no sólo en los hogares campesinos, sino también en los rascacielos urbanos, viven conjuntamente los siglos veinte y diez o trece. Cien millones de personas utilizan la electricidad y todavía creen en el poder mágico de gestos y exorcismos. El papa de Roma siembra por la radio la milagrosa transformación del agua en vino. Los astros del cine van a los mediums. Los aviadores que pilotan milagrosos mecanismos creados por el genio del hombre utilizan amuletos en sus ropas. ¡Qué reservas inagotables de oscurantismo, ignorancia y barbarie! La desesperación los ha puesto en pie, el fascismo les ha dado una bandera. Todo lo que debía haberse eliminado del organismo nacional en forma de excremento cultural en el curso del desarrollo normal de la sociedad lo arroja por la boca ahora la sociedad capitalista, que vomita la barbarie no digerida. Tal es la fisiología del nacionalsocialismo" (¿Qué es el nacional-socialismo?, 1933).
Pero, precisamente porque el fascismo era una expresión concentrada del declive del capitalismo como sistema, pensar que podía combatirse sin luchar contra el capitalismo en su conjunto, como lo afirmaban toda clase de "antifascistas", era una pura mistificación. Esto quedó patente en la España de 1936: los obreros de Barcelona replicaron al primer golpe de Estado del general Franco, con sus propios métodos de lucha de clases - la huelga general, la confraternización con las tropas, el armamento de los obreros - paralizando en unos cuantos días la ofensiva fascista. Fue cuando dejaron su lucha en manos de la burguesía democrática personificada en el Frente Popular, cuando fueron vencidos y arrastrados a una lucha interimperialista que confirmó ser un ensayo general de la matanza mucho más mortífera que sucedería después. La Izquierda italiana sacó, escuetamente, la conclusión: la guerra de España fue la confirmación terrible de que el proletariado mundial había sido derrotado; y como el proletariado era el único obstáculo en el camino del capitalismo hacia la guerra, la marcha hacia una nueva guerra mundial quedaba abierto.
El cuadro de Picasso, Guernica, es célebre, con razón, por ser una representación sin parangón de los horrores de la guerra moderna. El bombardeo ciego de la población civil de la ciudad de Guernica por la aviación alemana que apoyaba al ejército de Franco, provocó una enorme conmoción pues era un fenómeno relativamente nuevo. El bombardeo aéreo de objetivos civiles fue muy limitado durante la Iª Guerra mundial y muy ineficaz. La gran mayoría de los muertos de esa guerra eran soldados en los campos de batallas. La IIª Guerra mundial mostró hasta qué punto la barbarie del capitalismo en decadencia se había incrementado, pues esta vez la mayoría de los muertos eran civiles:
"El cálculo total de vidas humanas perdidas a causa de la Segunda Guerra mundial, dejando de lado el campo al que pertenecían, es alrededor de 72 millones. La cantidad de civiles alcanza los 47 millones, incluidos los muertos por hambre y enfermedad causadas por la guerra. Las pérdidas militares ascienden a unos 25 millones, incluidos 5 millones de prisioneros de guerra" (https://en.wikipedia.org/wiki/World_War_II_casualties [331]).
La expresión más aterradora y en la que se concentra el horror fue la matanza industrial de millones de judíos y de otras minorías por el régimen nazi, fusilados por paquetes en los guetos y los bosques de Europa del Este, hambrientos y explotados en el trabajo como esclavos, hasta la muerte, gaseados por cientos de miles en los campos de Auschwitz, Bergen-Belsen o Treblinka. Pero la cantidad de muertos civiles, víctimas de los bombardeos de ciudades por las acciones bélicas de ambos bandos es la prueba de que el holocausto, el asesinato sistemático de inocentes, fue una característica general de esa guerra. Y en este aspecto, las democracias incluso sobrepasaron sin duda a las potencias fascistas, pues el manto de bombas, especialmente las incendiarias, que cubrieron las ciudades alemanas y japonesas dan, por comparación, un aspecto un poco "aficionado" al Blitz alemán sobre el Reino Unido. El punto álgido y simbólico de ese nuevo método de matanza de masas fue el bombardeo atómico de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki; pero en lo que a muertos civiles se refiere, el bombardeo "convencional" de ciudades como Tokio, Hamburgo y Dresde fue todavía más mortífero.
El uso de la bomba atómica por Estados Unidos abrió, de dos maneras, un nuevo período. Primero confirmó que el capitalismo se había vuelto un sistema de guerra permanente. Pues si bien la bomba atómica marcó el fin de las potencias del Eje, también abrió un nuevo frente de guerra. El objetivo verdadero detrás de Hiroshima no era Japón, que estaba ya por los suelos y pedía condiciones para rendirse, sino la URSS. Era un aviso para que este país moderara sus ambiciones imperialistas en Extremo Oriente y en Europa. En realidad "los jefes del Estado mayor estadounidense elaboraron un plan de bombardeo atómico de las veinte principales ciudades soviéticas en las diez semanas que siguieron al fin de la guerra" (Walker, The Cold War and the making of the Modern World, citado por Eric Hobsbawm, La edad de los extremos, p. 518 de la ed. francesa). En otras palabras, la bomba atómica no puso fin a la Segunda Guerra mundial más que para erigir los frentes de la tercera, aportando un significado nuevo y aterrador a las palabras de Rosa Luxemburg sobre las "últimas consecuencias" de un período de guerras sin trabas. La bomba atómica demostraba que a partir de entonces, el sistema capitalista poseía ya la capacidad de acabar con la vida humana en la Tierra.
Los años 1914-1945 - que Hobsbawm llama "la era de las catástrofes" - confirman claramente el diagnóstico según el cual el capitalismo se volvió un sistema social decadente - al igual que lo que le ocurrió a la Roma antigua o al feudalismo antes de aquél. Los revolucionarios que sobrevivieron a las persecuciones y a la desmoralización de los años 1930 y 1940 y que mantuvieron los principios internacionalistas contra los dos campos imperialistas antes y durante la guerra, eran poco numerosos, pero para la mayoría de ellos, era algo definitivo. Dos guerras mundiales, la amenaza inmediata de una tercera y la crisis económica mundial a una escala sin precedentes, parecían confirmarlo claramente.
En las décadas siguientes, sin embargo, empezaron a surgir dudas. Era algo seguro que la humanidad vivía ahora bajo la amenaza permanente de ser aniquilada. Durante los 40 años siguientes, aunque los dos nuevos bloques imperialistas no arrastraron a la humanidad a una nueva guerra mundial, permanecieron en situación de conflicto y de hostilidad permanente, llevando a cabo una serie de guerras, mediante terceros, en Extremo y Medio Oriente y en África; y, en varias ocasiones, especialmente durante la crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962, llevaron a la humanidad al borde del abismo. Un cálculo aproximado oficial da cuenta de 20 millones de muertos, matados durante esas guerras; otros cálculos dan cifras mucho más altas.
Esas guerras asolaron las regiones subdesarrolladas del mundo y, durante el período de posguerra, esas zonas conocieron problemas espantosos de pobreza y desnutrición. Sin embargo, en los países capitalistas principales, se produjo un boom espectacular durante algunos años que los expertos de la burguesía llamaron retrospectivamente los "Treinta Gloriosos". Las tasas de crecimiento igualaron o superaron incluso las del siglo xix, subían los salarios con regularidad, se instituyeron servicios sociales y de salud bajo la dirección "protectora" de los Estados... En 1960, en Gran Bretaña, el diputado británico Harold Macmillan dijo a la clase obrera "la vida nunca ha sido tan hermosa". Entre los sociólogos florecieron nuevas teorías sobre la transformación del capitalismo en "sociedad de consumo" en la cual la clase obrera "se había aburguesado" gracias a la incesante acumulación de televisores, lavadoras, coches y vacaciones organizadas. Para muchos, incluidos algunos en el movimiento revolucionario, ese período contradecía la idea de que el capitalismo había entrado en decadencia, demostrando su capacidad para desarrollarse de forma casi ilimitada. Los teóricos "radicales", como Marcuse, empezaron a buscar fuera de la clase obrera el sujeto del cambio revolucionario: los campesinos del Tercer mundo o los estudiantes rebeldes de los centros capitalistas.
Examinaremos en otro lugar las bases reales de ese boom de posguerra y, especialmente, qué medios adoptó el capitalismo en declive para conjurar las consecuencias inmediatas de sus contradicciones. Digamos ya que quienes declararon que el capitalismo había logrado superar sus contradicciones iban a aparecer como lo que eran, unos empiristas superficiales, cuando, a finales de los años 1960, aparecieron los primeros síntomas de una nueva crisis económica en los principales países occidentales. A partir de los 70 la enfermedad ya estaba declarada: la inflación empezó a hacer estragos en las economías principales, incitando a abandonar los métodos keynesianos de apoyo directo a la economía por parte del Estado, métodos que tan bien habían funcionado durante las décadas anteriores. Y así, los 80 fueron los años del "thatcherismo" y de la "reaganomics", o sea de las políticas propugnadas por la primera ministra británica, Margaret Thatcher, y el presidente de EEUU, Ronald Reagan, que consistían en dejar que la economía descendiera a su nivel real abandonando las industrias más débiles. Desde entonces, hemos atravesado una serie de minibooms y de recesiones, y el proyecto del thatcherismo sigue existiendo en el plano ideológico con las perspectivas del neoliberalismo y de las privatizaciones. Sin embargo, más allá de la retórica sobre el retorno a los valores económicos de la época de la reina Victoria sobre la libre empresa, el papel del Estado capitalista sigue siendo tan decisivo o más: el Estado sigue manipulando el crecimiento económico mediante toda clase de maniobras financieras, todas ellas basadas en un montón creciente de deudas, cuyo mejor ejemplo y símbolo son los Estados Unidos. El desarrollo de esta potencia se plasmó en que de deudora se transformó en acreedora y, en cambio, ahora se ahoga bajo una deuda de más de 36 billones (36+12 ceros) de dólares ([1]):
"Este amontonamiento constante de deudas, no sólo en Japón sino en todos los países desarrollados, es una auténtica bomba de relojería con un potencial de destrucción insospechado. Una estimación aproximada del endeudamiento mundial para todos los agentes económicos (Estados, empresas, familias y bancos) oscila entre 200 y 300 % del producto mundial. En concreto eso significa dos cosas: por un lado, el sistema ha adelantado el equivalente monetario del valor de entre dos y tres veces el producto mundial para paliar la crisis de sobreproducción permanente y, por otro lado, habría que trabajar dos a tres años por nada, si esa deuda tuviera que ser devuelta del día a la mañana. Si un endeudamiento masivo puede ser hoy soportado por las economías desarrolladas, está, en cambio, ahogando uno por uno a los países llamados "emergentes". Esa deuda fenomenal a nivel mundial es algo históricamente sin precedentes y es expresión a la vez de la profundidad del laberinto en que está inmerso el sistema capitalista, pero, también, de su capacidad para manipular la ley del valor para que perdure", (Revista internacional no 114, 3er trimestre de 2003).
Mientras que la burguesía nos pide que confiemos en todos esos remedios como la "economía de la información" u otras baratijas como las "revoluciones tecnológicas", la dependencia de toda la economía mundial respecto al endeudamiento implica una acumulación de fuerzas subterráneas cuya presión acabará haciendo reventar el volcán. Lo observamos regularmente: el motor del crecimiento de los "tigres" y de los "dragones" asiáticos se caló en 1997; ha sido quizás el ejemplo más significativo. Hoy, en 2007, se nos repite que las tasas de crecimiento espectaculares de India y China nos muestran el futuro. Pero, justo después, las palabras no logran ocultar el miedo a que todo esto acabe mal. El crecimiento de China, al fin y al cabo, se basa en exportaciones baratas hacia "Occidente", cuya capacidad de consumo se basa en enormes montones de deudas... ¿Y qué ocurrirá cuando haya que reembolsarlas? Tras el crecimiento sustentado por la deuda de los últimos veinte años, aparece su fragilidad en muchos de sus aspectos más claramente negativos: la desindustrialización de partes enteras de la economía occidental, la creación de una multitud de empleos improductivos y a menudo precarios, cada vez más vinculados a ámbitos parásitos de la economía; la creciente distancia entre ricos y pobres, no sólo entre los países capitalistas centrales y las regiones más pobres del mundo, sino en las economías más desarrolladas; la incapacidad evidente para absorber verdaderamente la masa de desempleados que se ha vuelto permanente y cuya amplitud se oculta con cantidad de artimañas (cursillos de formación que no van a ninguna parte, cambios constantes en los cálculos del desempleo, etc.).
En el plano económico, pues, el capitalismo no ha invertido, ni mucho menos, su curso a la catástrofe. Y lo mismo ocurre en el plano imperialista. Cuando se hundió el bloque del Este a finales de los años 1980, poniendo un fin espectacular a cuatro décadas de "Guerra fría", el presidente de EEUU, George Bush senior, pronunció su célebre frase en la que anunciaba la apertura de un nuevo orden mundial de paz y prosperidad. Pero el capitalismo decadente es guerra permanente; la forma de los conflictos imperialistas podrá cambiar, pero no desaparecer. Lo vimos en 1945, lo hemos vuelto a comprobar desde 1991. En lugar del conflicto relativamente "disciplinado" entre los dos bloques, estamos asistiendo a una guerra mucho más caótica, de todos contra todos, con una única superpotencia restante, Estados Unidos, que recurre vez más a la fuerza militar para intentar imponer su autoridad declinante. Y ha ocurrido lo contrario: cada despliegue de esa superioridad militar incontestable lo único que ha logrado es incrementar más todavía la oposición a su hegemonía. Lo vimos cuando la primera Guerra del Golfo en 1991: por mucho que entonces Estados Unidos consiguiera momentáneamente obligar a sus antiguos aliados, Alemania y Francia, a unirse a su cruzada contra Sadam Husein en Irak, los dos años siguientes demostraron claramente que la antigua disciplina del bloque occidental había desaparecido para siempre: durante las guerras que devastaron los Balcanes durante la década de los 90, Alemania primero, con su apoyo a Croacia y Eslovenia, Francia después con su apoyo a Serbia, mientras que EEUU decidía apoyar a Bosnia, se dedicaron a hacer la guerra contra esta potencia mediante terceros. Incluso el "lugarteniente" de Estados Unidos, Gran Bretaña, se situó por una vez en el campo adverso apoyando a Serbia hasta el momento en que este país ya no pudo impedir la ofensiva estadounidense y sus bombardeos. La reciente "guerra contra el terrorismo", preparada gracias a la destrucción de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, por un comando suicida muy probablemente manipulado por el Estado norteamericano (otra expresión de la barbarie del mundo actual) ha agudizado las divergencias: Francia, Alemania y Rusia formaron una coalición de opositores a la invasión de Irak por Estados Unidos. Las consecuencias de la invasión de Irak en 2003 han sido todavía más desastrosas. Lejos de consolidar el control de Oriente Medio por Estados Unidos y favorecer la Full spectrum dominance, el dominio tecnológico de EEUU con el que sueñan los neoconservadores de la administración Bush y sus secuaces, la invasión ha sumido toda la región en el caos con una inestabilidad creciente en Israel/Palestina, Líbano, Irán, Turquía, Afganistán y Pakistán. Durante ese tiempo, el equilibrio imperialista estaba ya más minado todavía por la emergencia de nuevas potencias nucleares, India y Pakistán; es posible que Irán sea pronto la siguiente y, de todas maneras, este país ha ampliado sus ambiciones imperialistas tras la caída de su gran rival, Irak. El equilibrio imperialista también está minado por la posición hostil que ha ido tomando cada vez más la Rusia de Putin hacia Occidente, por el peso creciente del imperialismo chino en los asuntos mundiales, por la proliferación de Estados que se desintegran y de "Estados gamberros" en Oriente Medio, Extremo Oriente y África, por la extensión del terrorismo islamista a escala mundial, que actúa a veces por cuenta de tal o cual potencia, pero, a menudo, como potencia imprevisible por cuenta propia ... Desde el final de la "guerra fría", el mundo no es, desde luego, menos peligroso sino mucho más.
Y si ya a lo largo de todo el siglo xx, no han hecho más que aumentar los peligros que amenazan a la especie humana, sobre todo la crisis y la guerra imperialista, ahora, en las últimas décadas, ha aparecido una tercera dimensión del desastre que el capitalismo reserva a la humanidad: la crisis ecológica. Este modo de producción, aguijoneado por una competencia cada vez más agitada en busca de la última oportunidad de encontrar un mercado, debe continuar extendiéndose por todos los rincones del planeta, saquear sus recursos a toda costa. Y este "crecimiento" frenético aparece cada día más como un cáncer para la Tierra entera. Durante las dos últimas décadas, la población ha ido tomando conciencia poco a poco de la amplitud de esa amenaza porque, aunque hoy seamos testigos de algo que no es sino el punto álgido de un proceso ya antiguo, el problema ya ha empezado a plantearse a unos niveles muy elevados. La contaminación del aire, de los ríos y los mares a causa de las emisiones de la industria y los transportes, la destrucción de las selvas tropicales y de cantidad de otros hábitats silvestres o la amenaza de extinción de innumerables especies animales han alcanzado cotas alarmantes, combinándose ahora con el problema del cambio climático que amenaza con devastar la civilización humana con una sucesión de inundaciones, sequías, hambrunas y plagas de todo tipo. El propio cambio climático puede acabar provocando una espiral de desastres como lo reconoce, entre otros, el célebre físico Stephen Hawking. En una entrevista a ABC News, en agosto de 2006, explicaba que:
"el peligro es que el calentamiento global puede autoalimentarse si es que no lo está haciendo ya. El deshielo de los polos del Ártico y del Antártico reduce la parte de energía solar que se refleja en el espacio, incrementando la temperatura más todavía. El cambio climático puede destruir la Amazonia y otras selvas tropicales, eliminando así uno de los medios principales con los que se absorbe el dióxido de carbono de la atmósfera. La subida de la temperatura de los océanos puede liberar grandes cantidades de metano aprisionados en forma de hidratos en el fondo de los mares. Esos dos fenómenos aumentarían el efecto invernadero, acentuando el calentamiento global. Es urgente darle la vuelta al calentamiento climático si todavía es posible".
Las amenazas económica, militar y ecológica no van separadas, sino que están íntimamente unidas. Es evidente, sobre todo, que las naciones capitalistas ante la ruina de su economía, frente a las catástrofes ecológicas no van a sufrir tranquilamente su propia desintegración sino que se verán forzadas a adoptar soluciones militares contra las demás naciones.
Como nunca antes se nos plantea la alternativa socialismo o barbarie. E igual que, como lo decía Rosa Luxemburg, la Iª Guerra mundial era ya la barbarie, el peligro que amenaza a la humanidad, y, para empezar, a la única fuerza que pueda salvarla, el proletariado, es que éste se vea arrastrado por la barbarie creciente que se expande por el planeta antes de que pueda actuar y aportar su propia solución.
La crisis ecológica plantea claramente el peligro: la lucha de clase proletaria apenas puede influir en ella antes de que el proletariado haya tomado el poder y esté en situación de reorganizar la producción y el consumo a escala mundial. Y cuanto más se retrase la revolución mayor será el peligro de que la destrucción del medio ambiente socave las bases materiales de la transformación comunista. Pero lo mismo ocurre con los efectos sociales que engendra la fase actual de la decadencia. En muchas ciudades existe una tendencia a que la clase obrera pierda su identidad de clase y que una generación de jóvenes proletarios sea víctima de la mentalidad de pandilla, de ideologías irracionales y de la desesperanza nihilista. Esto también conlleva el peligro de que sea demasiado tarde para que el proletariado se reconstituya como fuerza social revolucionaria.
Sin embargo, el proletariado no debe jamás olvidar su verdadero potencial. Por su parte, la burguesía siempre ha sido consciente de ese potencial. En el período que desembocó en la Iª Guerra mundial, la clase dominante esperaba con ansiedad la respuesta que daría la socialdemocracia, pues sabía muy bien que no podría obligar a los obreros a ir a la guerra sin el apoyo activo de ésa. La derrota ideológica denunciada por Rosa Luxemburg era la condición sine qua non para desencadenar la guerra; y fue la reanudación de los combates del proletariado, a partir de 1916, lo que iba a ponerle fin. A la inversa, la derrota y desmoralización tras el reflujo de la oleada revolucionaria abrieron el curso a la IIª Guerra mundial, aunque sí necesitara la burguesía un largo período de represión y de intoxicación ideológica antes de poder movilizar a la clase obrera para esa nueva carnicería. Y la burguesía, al final de esa guerra era muy consciente de la necesidad de llevar a cabo acciones preventivas para apagar el menor peligro de que se repitiera lo ocurrido en 1917 al final de la guerra. Esa "conciencia de clase" de la burguesía estuvo ante todo personificada por el Greatest Ever Briton ("el británico más grande de la historia"), Winston Churchill, que había aprendido mucho del papel que desempeñó para ahogar la amenaza bolchevique en 1917-20. Tras las huelgas masivas del Norte de Italia en 1943, fue Churchill quien formuló la política de "dejar (a los italianos) cocerse en su propia salsa", o sea retrasar la llegada de los Aliados que venían del Sur del país para, así, permitir a los nazis que aplastaran a los obreros italianos; fue Churchill también quien mejor comprendió el siniestro mensaje del terror de los bombardeos sobre Alemania en la última fase de la guerra; su objetivo era cortar de raíz cualquier posibilidad de revolución allí donde la burguesía tenia más miedo de ella.
La derrota mundial y la contrarrevolución duraron cuatro décadas. Pero no fue el final de la lucha de clases como algunos empezaron a creer. Con el retorno de la crisis a finales de los 60, volvió a aparecer una nueva generación de proletarios que luchaban por sus propias reivindicaciones: los "acontecimientos" de Mayo de 1968 en Francia que, oficialmente, se mencionan como una "revuelta estudiantil", si llevaron casi al Estado francés al borde del abismo fue porque la revuelta de las universidades vino acompañada por la mayor huelga general de la historia. En los años siguientes, Italia, Argentina, Polonia, España, Gran Bretaña y muchos otros países conocieron a su vez movimientos masivos de la clase obrera, dejando atrás muy a menudo, a los representantes oficiales del "Trabajo", sindicatos y partidos de izquierda. Las huelgas "salvajes" fueron la norma, en oposición a la movilización sindical "disciplinada", y los obreros empezaron a desarrollar nuevas formas de lucha para zafarse del control paralizante de los sindicatos: asambleas generales, comités de huelga elegidos, delegaciones masivas hacia otros lugares de trabajo. En las grandes huelgas de Polonia, en 1980, los obreros utilizaron esos medios para coordinar su lucha a nivel de todo el país.
Las luchas del período 1968-89 se terminaron a menudo en derrotas si nos referimos a las reivindicaciones exigidas. Pero lo que es seguro es que si no hubieran sucedido, la burguesía habría tenido las manos libres para imponer ataques mucho mayores contra las condiciones de vida de la clase obrera, en particular en los países avanzados del sistema. Y, sobre todo, la negativa del proletariado a pagar los efectos de la crisis capitalista significaba también que no iba a dejarse alistar sin resistencia en una nueva guerra, y eso cuando la reaparición de la crisis había agudizado las tensiones entre los dos grandes bloques imperialistas a partir de los años 70 y, sobre todo, en los 80. La guerra imperialista es un elemento implícito de la crisis económica del capitalismo, aunque no sea, ni mucho menos, una "solución" a dicha crisis, sino un hundimiento del sistema todavía más profundo. Para la guerra, la burguesía debe disponer de un proletariado sumiso e ideológicamente leal, y eso la burguesía no lo poseía. Y quizás era en el bloque del Este donde se eso se observaba más claramente: la burguesía rusa, que era la que estaba más obligada a ir hacia la solución militar a causa de su desmoronamiento económico y el asedio militar crecientes, acabó dándose cuenta de que le era imposible usar al proletariado como carne de cañón en una guerra contra Occidente, especialmente después de la huelga de masas de Polonia en 1980. Fue ese atolladero el que, en gran parte, llevó a la implosión al bloque del Este en 1989-91.
El proletariado, sin embargo, fue incapaz de proponer su propia y auténtica solución a las contradicciones del sistema: la perspectiva de una nueva sociedad. Mayo de 1968 planteó esa cuestión a un alto nivel, haciendo surgir una nueva generación de revolucionarios, pero éstos siguieron siendo una minoría ínfima. Ante la agravación de la crisis económica, la mayor parte de la luchas obreras de los años 70 y 80 se limitaron a un nivel económico defensivo y las décadas de desilusión hacia los partidos "tradicionales" de izquierda difundieron por la clase obrera una profunda desconfianza hacia "la política" fuera cual fuera.
Hubo así una especie de bloqueo en la lucha entre las clases: la burguesía no tenía ningún porvenir que ofrecer a la humanidad, y el proletariado no había vuelto a descubrir su propio futuro. Pero la crisis del sistema no se queda inmóvil y esa situación de bloqueo ha acarreado una descomposición creciente de la sociedad a todos los niveles. En el plano imperialista, esa situación llevó a la desintegración de los dos bloques y, por ello, la perspectiva de una guerra mundial ha desaparecido por un tiempo indeterminado. Pero, como ya hemos visto, el proletariado, y con él la humanidad entera, están expuestos a un nuevo peligro, una especie de barbarie rampante que en muchos aspectos es todavía más nefasta que la guerra.
La humanidad está pues en la encrucijada. Los años, las décadas que vienen pueden ser cruciales para toda su historia, pues determinarán si la sociedad humana se va a hundir en una regresión sin precedentes e incluso a extinguirse o si será capaz de dar el salto hacia una nueva forma de organización en la cual la humanidad será por fin capaz de controlar su propia fuerza social y crear un mundo en armonía con sus necesidades.
Como comunistas que somos, estamos convencidos de que no es demasiado tarde para esta alternativa, que la clase obrera, a pesar de todos los ataques económicos, políticos e ideológicos que ha sufrido en los últimos años, sigue siendo capaz de resistir, sigue siendo todavía la única fuerza que pueda impedir la caída al abismo. De hecho, desde 2003, hay un desarrollo perceptible de luchas obreras por el mundo entero; y, a la vez, estamos asistiendo al surgir de una nueva generación de grupos y personas que cuestionan las bases mismas del sistema social actual, que buscan seriamente cuáles son las posibilidades de un cambio fundamental. En otras palabras, estamos asistiendo a una verdadera maduración de la conciencia de clase.
Frente a un mundo sumido en el caos, no faltan las explicaciones falsas a la crisis actual. Florecen hoy el fundamentalismo religioso, en sus variantes cristiana o musulmana, así como todo un abanico de explicaciones ocultistas o conspiradoras de la historia, precisamente porque los signos de un final apocalíptico de la civilización mundial son difíciles de negar. Y estas regresiones hacia la mitología sólo sirven para reforzar la pasividad y la desesperanza, pues subordinan invariablemente la capacidad del hombre para tener una actividad que le sea propia, a unas leyes irrevocables de unos poderes celestiales que planean por encima de él. La expresión más característica de esos cultos son sin duda las bombas humanas islámicas, cuyas acciones son la quintaesencia de la desesperanza, o los evangelistas americanos que glorifican la guerra y la destrucción ecológica como otros tantos jalones que llevan hacia el éxtasis del futuro. Y mientras el "sentido común" burgués racional se ríe de los absurdos de esos fanáticos, aprovecha para meter en el mismo saco de sus burlas a todos aquellos que mediante el raciocinio y la reflexión científica, están cada vez más convencidos de que el sistema social actual no puede durar, no podrá durar siempre. Contra las invectivas de los clérigos de todo tipo y la negación vacua de los burgueses estúpidamente optimistas, es más que nunca vital desarrollar una comprensión coherente de lo que Rosa Luxemburg llamaba "el dilema de la historia". Como ella, nosotros estamos convencidos de que las únicas bases de esa comprensión son la teoría revolucionaria del proletariado, o sea, el marxismo y la concepción materialista de la historia.
Gerrard
[1]) Estimación del tercer trimestre de 2003 según las estadísticas publicadas por el consejo de gobernadores de la Reserva federal y otras agencias gubernamentales de EEUU. Según las mismas fuertes, la deuda era de 1,6 billones de $ en 1970. Fuente: https://solidariteetprogres.online.fr/News/Etats-Unis/breve_908.html [332]
La CCI celebró su XVIIo Congreso en 2007. Por primera vez desde 1979, en él participaron delegaciones de otros grupos internacionalistas venidos de varias partes del mundo, desde Corea a Brasil. Como lo pusimos en evidencia en el artículo que da cuenta de los trabajos de dicho Congreso ([1]), la CCI no inventaba nada cuando mandó esas invitaciones: ha repetido el modo de hacer con el que la propia CCI se constituyó, un método heredado, como veremos, de la Izquierda comunista, en particular de la Izquierda comunista de Francia (GCF). De ahí la importancia del artículo que aquí publicamos: se trata del Informe publicado en el no 23 de Internationalisme (publicación de la GCF) de una conferencia internacionalista que se celebró en mayo de 1947, 60 años exactamente antes de nuestro decimoséptimo Congreso.
La iniciativa de la Conferencia de 1947 fue de Communistenbond "Spartacus" de Holanda, grupo "comunista de consejos" que sobrevivió a la guerra de 1939-45 a pesar de la represión brutal que sufrió por su participación en movimientos obreros durante la Ocupación ([2]). La Conferencia se celebra en un momento particularmente difícil para los pocos revolucionarios que seguían fieles a los principios de internacionalismo proletario y se negaban a luchar por defender la democracia burguesa y la "patria socialista" de Stalin. En 1943, una oleada de huelgas en el Norte de Italia reanimó las esperanzas de ver la Segunda Guerra mundial acabarse como había acabado la Primera, por una sublevación obrera que se extendería de un país a otro y que sería capaz esta vez de barrer definitivamente el capitalismo y su séquito de bestialidad. Desgraciadamente, la burguesía había aprendido de la experiencia de 1917 y la Segunda Guerra mundial se acabó por el aplastamiento sistemático del proletariado antes de que pudiera sublevarse: el aplastamiento por el ejército alemán de la sublevación de Varsovia con la complicidad de su adversario soviético ([3]), el bombardeo masivo de los barrios obreros en Alemania por la aviación norteamericana y británica no son sino unos cuantos ejemplos. La GCF comprendió que la vía revolucionaria no estaba abierta en lo inmediato durante ese periodo. Contestó al Communistenbond, en una carta de preparación a la Conferencia:
"Resulta en cierta forma natural que la monstruosidad de la guerra abra los ojos y haga surgir nuevos militantes revolucionarios. Así es como se formaron en 1945, en varios lugares, grupos que a pesar de su inevitable confusión e inmadurez política presentan, sin embargo, en su orientación elementos sinceros hacia la reconstrucción del movimiento revolucionario del proletariado.
"La Segunda Guerra no se acabó como la Primera por una oleada de luchas revolucionarias de la clase. Al contrario. Tras unos débiles intentos, el proletariado ha sufrido una derrota desastrosa, abriendo en el mundo un curso general reaccionario. En estas condiciones, los pequeños grupos que surgieron en los últimos momentos de la guerra corren el riesgo de perderse o quedar desmembrados. Ese proceso ya se puede constatar en el debilitamiento de esos grupos y en la desaparición de otros, como los "Communistes révolutionnaires" en Francia" ([4]).
La GCF no se hacía la menor ilusión sobre las posibilidades abiertas por la Conferencia:
"En un periodo como el nuestro de reacción y de retroceso, no se puede tratar de formar partidos o una Internacional -como pretenden hacer los trotskistas y demás- puesto que el truco de semejantes construcciones artificiales nunca ha servido sino para nublar el cerebro de los obreros" (ídem).
Pero no por eso consideraba que la Conferencia fuese inútil; todo lo contrario, puesto que se trataba de la supervivencia misma de los grupos internacionalistas:
"Ningún grupo posee la exclusiva de la «verdad absoluta y eterna», y ningún grupo sabría resistir por sí solo y aisladamente a la terrible presión del curso actual. La existencia orgánica de grupos y su desarrollo ideológico están directamente condicionados por los lazos que sepan establecer, por el intercambio de puntos de vista, la confrontación de ideas, la discusión que sepan mantener y desarrollar a escala internacional.
"Esta tarea nos parece de primera importancia para los militantes hoy y por eso nos pronunciamos a favor y estamos decididos a obrar y apoyar cualquier esfuerzo que tienda a establecer contactos, multiplicar encuentros y correspondencias ampliadas" (ídem).
Fue importante esa conferencia por ser el primer encuentro internacional de revolucionarios tras los seis años terribles de guerra, de represión y de aislamiento. Pero, al cabo, el contexto histórico - el "periodo de reacción y de retroceso" - fue ganando terreno sobre la iniciativa de 1947. La Conferencia no abrió el camino a otras. En octubre del 47, la GCF escribió al Communistenbond para pedirle que se hiciera cargo de una nueva conferencia así como de los boletines preparatorios de la discusión, de los que solo se publicó uno; la segunda Conferencia nunca se celebró. Los grupos que participaron en la primera desaparecieron poco a poco, incluída la GCF que se redujo a unos pocos compañeros aislados que mantenían algún que otro contacto epistolar ([5]).
El contexto de hoy es muy diferente. Tras décadas de contrarrevolución, la oleada mundial de luchas que siguió a Mayo del 68 en Francia confirmó la vuelta de la clase revolucionaria al escenario de la historia. Las luchas no lograron sin embargo ponerse al nivel exigido por la gravedad de los ataques del capitalismo durante los años 80. Sufrieron luego un violento frenazo con el hundimiento del bloque del Este en 1989, y empezó entonces un periodo muy difícil de desorientación y de desaliento para el proletariado y sus minorías revolucionarias durante los 90. Las cosas se animan de nuevo con el nuevo milenio: los últimos años han conocido luchas obreras que plantean cada vez más la cuestión de la solidaridad. Paralelamente, la presencia de grupos invitados al Congreso de la CCI demuestra una evolución que se amplificará en el futuro, la del desarrollo de una reflexión verdaderamente mundial entre las minorías que se reivindican de una visión internacionalista y que intentan establecer contactos entre sí.
Sigue pues viva en la situación actual la experiencia de 1947. Como una semilla que hubiera quedado oculta en un suelo invernal, esa experiencia llevaba en sí el florecimiento potencial para los internacionalistas de hoy. En esta corta introducción, queremos poner en evidencia las principales lecciones que pensamos que deben sacarse de la Conferencia del 47 y de la participación de la GCF.
Desde 1914 y la traición de los partidos socialistas y de los sindicatos, más aun desde los años 30 cuando los partidos comunistas hicieron lo mismo y también los grupos trotskistas en 1939, existen montones de grupos y partidos que se reivindican de la clase obrera pero cuya función, en realidad, es la de apuntalar la dominación de la clase capitalista y de su Estado. En ese sentido, la GCF escribió, en 1947:
"No se trata de discusiones en general, sino de encuentros que permitan discusiones entre grupos proletarios revolucionarios. Eso implica obligatoriamente una diferenciación basada en criterios políticos ideológicos. Resulta entonces necesario precisar lo más posible esos criterios, para no hablar con vaguedades y evitar equívocos" (ídem).
La GCF identifica cuatro criterios esenciales:
1) Exclusión de la corriente trotskista por apoyar al Estado ruso y por haber participado de hecho en la guerra imperialista de 1939-45, del lado de las potencias imperialistas democráticas y estalinistas;
2) Exclusión de los anarquistas (en ese caso de la Federación anarquista francesa) por haber participado en el Frente popular y en el gobierno capitalista republicano español en 1936-38, así como en la Resistencia de 1939-45 bajo las banderas del antifascismo;
3) Exclusión de todos los demás grupos que, con cualquier pretexto, participaron en la Segunda Guerra mundial;
4) Reconocimiento de la necesidad de la "destrucción violenta del Estado capitalista" y, en ese sentido, del significado histórico de la Revolución de Octubre de 1917.
Los criterios propuestos en la carta de octubre del 47 por la GCF se resumen en dos:
1) la voluntad de obrar y luchar con vistas a la revolución del proletariado, mediante la destrucción violenta del Estado capitalista por la instauración del socialismo;
2) la condena de cualquier aceptación o participación en la Segunda Guerra mundial imperialista con todo lo que pudo conllevar de corrupción ideológica de la clase obrera, tal como las ideologías fascista y antifascista así como sus apéndices nacionales: los maquis, las liberaciones nacionales y coloniales, su aspecto político: la defensa de la URSS, de las democracias, del nacionalsocialismo europeo.
Como se puede ver, esos criterios se centran en las cuestiones de la guerra y la revolución y, a nuestro parecer, siguen siendo hoy perfectamente actuales ([6]). Lo que sí ha cambiado es el contexto histórico en el que se plantean. Para las generaciones que llegan hoy a la política, la Segunda Guerra mundial y la Revolución rusa son acontecimientos lejanos apenas estudiados en la escuela. Esas cuestiones siguen siendo críticas para el porvenir revolucionario de la clase obrera y determinantes para un compromiso profundo en la vía revolucionaria. Pero la problemática de la guerra hoy se plantea a las generaciones actuales a través de la necesaria denuncia de todas las guerras que proliferan en el planeta: Irak, conflicto árabe-israelí, Chechenia, pruebas nucleares en Corea del Norte, etc.; en lo inmediato, la cuestión de la revolución se plantea más en la denuncia de los simulacros de "revolución" tipo Chávez que con respecto a la Revolución rusa.
Tampoco existe hoy un peligro fascista contra el que alistar masivamente a la clase obrera para un conflicto imperialista, a pesar de que en ciertos países (y particularmente del ex bloque del Este), haya bandas fascistizantes más que menos manipuladas por servicios del Estado que siembran el terror entre la población y plantean un problema real para los revolucionarios. De ahí que en las circunstancias actuales, el antifascismo tampoco pueda ser uno de los principales medios de alistamiento ideológico del proletariado para la defensa del Estado democrático burgués, como así ocurrió con la guerra del 39-45, aunque esa ideología antifascista siga siendo utilizada contra el proletariado para intentar desviarlo de la defensa de sus intereses de clase.
Una discusión importante, tanto durante la preparación de la Conferencia como durante su celebración, se refirió a la actitud que adoptar con respecto al anarquismo. Para la GCF, quedaba claro que:
"el movimiento anarquista, así como los trotskistas u otras tendencias que participaron o participan en la guerra imperialista en nombre de la defensa de un país (de la URSS) o de una forma de dominación burguesa contra otra (defensa de la República o de la democracia contra el fascismo) no tiene sitio que ocupar en una conferencia de grupos revolucionarios".
Esa posición "fue apoyada por la mayoría de los participantes". La exclusión de los grupos anarquistas no se determina entonces por su referencia al anarquismo, sino por su actitud ante la guerra imperialista. Esa precisión, de la mayor importancia, se ilustra perfectamente por el hecho de que la Conferencia fue presidida por un anarquista (relatado en un "Rectificativo" al Informe publicado por Internationalisme no 24).
Hoy, la heterogeneidad de la corriente anarquista no permite que la cuestión se plantee tan sencillamente. En ella encontramos tanto a grupos que no se distinguen del trotskismo más que sobre la cuestión del "partido" pero que apoyan todas sus reivindicaciones (¡hasta el apoyo a un Estado palestino!) como también a grupos verdaderamente internacionalistas con los que es posible para los comunistas no solo discutir sino entablar una actividad común sobre una base internacionalista ([7]). No se trata entonces hoy de negarse a discutir con grupos o individuos por el hecho de que se reivindiquen del "anarquismo".
Para terminar, queremos poner de relieve tres elementos significativos:
- El primero, es la ausencia de declaraciones rimbombantes y vacuas por parte de la Conferencia, que supo ser modesta sobre su importancia y capacidades. Eso no significa que la GCF rechazara toda posibilidad de adoptar posiciones comunes. Pero tras seis años de guerra, la Conferencia no podía ser mas que una primera toma de contacto con la que, inevitablemente, "las discusiones no fueron lo suficientemente avanzadas para permitir y justificar el voto de resolución alguna". Los revolucionarios hoy han tener una visión clara de la inmensidad de sus responsabilidades, conservar una gran modestia sobre sus capacidades y medios y una comprensión clara del trabajo que les espera.
- El segundo, es la importancia dada a la discusión sobre la cuestión sindical. Aunque desde nuestro punto de vista, la cuestión sindical esté zanjada desde hace mucho tiempo, no lo estaba todavía para la GCF que, en 1947, apenas acababa de apropiarse las posiciones de las Izquierdas holandesa y alemana sobre el tema. Pero en 1947 como hoy, detrás de la cuestión sindical se plantea la cuestión mucho más amplia de "cómo luchar". Esta cuestión y la actitud que adoptar frente a los sindicatos es muy de actualidad para cantidad de obreros y de militantes del mundo entero ([8]).
- Y por fin, queremos repetir la cita que reproducíamos al empezar este articulo:
Ningún grupo posee la exclusiva de la «verdad absoluta y eterna», (...). La existencia orgánica de grupos y su desarrollo ideológico están directamente condicionados por los lazos que sepan establecer, por el intercambio de puntos de vista, la confrontación de ideas, la discusión que sepan mantener y desarrollar a escala internacional."
Este será nuestro lema para los años venideros y por ello la CCI ha dado tanta importancia a la cuestión de la cultura del debate, en particular en su XVIIº Congreso ([9]).
CCI, 6 de enero de 2008
Una Conferencia internacional de contacto entre agrupaciones revolucionarias se ha celebrado el 25 y 26 de mayo de 1947. No fue solo por razones de seguridad si ésta no fue anunciada con bombo y platillo, a la manera estalinista o socialista. Los participantes en la Conferencia tenían plena conciencia del terrible periodo de reacción que está atravesando el proletariado así como de su propio aislamiento, inevitable en un periodo de reacción social. Por eso no le dieron ese tono pomposo y espectacular al que son tan aficionadas las agrupaciones trotskistas.
Esa Conferencia no se fijó ningún objetivo concreto inmediato, imposible de realizar en la situación presente, del estilo de formar artificialmente una Internacional o lanzar proclamas incendiarias al proletariado. Su único objetivo era la de una primera toma de contacto entre grupos revolucionarios dispersos, de una confrontación de sus ideas respectivas sobre la situación actual y las perspectivas para la lucha emancipadora del proletariado.
Al tomar la iniciativa de esa Conferencia, el Communistenbond "Spartacus" de Holanda (más conocido por Comunistas de consejos) ([10]) ha roto el aislamiento nefasto en el que viven la mayoría de grupos revolucionarios, haciendo posible la clarificación de algunas cuestiones.
Estos grupos estaban representados en la Conferencia y participaron en el debate:
- Holanda: el Communistenbond "Spartacus";
- Bélgica: los grupos emparentados con "Spartacus", de Bruselas y de Gand;
- Francia: la Izquierda comunista de Francia y el grupo Le Prolétaire;
- Suiza: el grupo "Lutte de classe".
Participaron además en los debates de la Conferencia, directamente por su presencia o mediante posicionamientos escritos, algunos camaradas revolucionarios no organizados.
Señalemos también una larga carta del Partido socialista de Gran Bretaña dirigida a la Conferencia en la que explica ampliamente sus posiciones políticas particulares.
La FFGC también mandó una breve carta en la que desea a la Conferencia que haga un "buen trabajo", excusándose por no poder asistir por falta de tiempo y ocupaciones urgentes ([11]).
Éste fue el orden del día adoptado en la Conferencia:
1) La época actual.
2) Las nuevas formas de lucha del proletariado (de las antiguas a las nuevas).
3) Tareas y organización de la vanguardia revolucionaria
4) Estado - Dictadura del proletariado - Democracia obrera
5) Cuestiones concretas y conclusiones (acuerdo de solidaridad internacional, contactos, informaciones internacionales, etc.)
Ese orden de día se reveló demasiado importante para poder ser mantenido en una Primera conferencia insuficientemente preparada y limitada por el tiempo. No fueron abordados efectivamente más que los tres primeros puntos. Cada uno permitió un intercambio interesante de ideas.
Sería evidentemente presuntuoso pretender que ese intercambio de enfoques acabó en unanimidad. Los participantes en la Conferencia no tenían semejante pretensión. Sin embargo se puede afirmar que los debates, a menudo apasionados, revelaron una comunidad de ideas más importante que lo que se podía pensar.
Sobre el primer punto del orden del día, el análisis general de la época actual del capitalismo, la mayoría de las intervenciones rechazaba tanto las teorías de Burnham sobre la eventualidad de una revolución como la de la continuación de la sociedad capitalista por un desarrollo posible de la producción. La época actual fue definida como la del capitalismo decadente, de la crisis permanente, siendo el capitalismo de Estado su expresión estructural y política.
La cuestión de saber si los sindicatos y la participación en campañas electorales, como forma de organización y de acción, podían seguir siendo utilizados por el proletariado actualmente dio lugar a un debate muy animado e interesante. Es lamentable que las tendencias que siguen preconizando esas formas de la lucha de clases - sin darse cuenta de que esas formas superadas y caducas ya no pueden expresar hoy sino un contenido antiproletario -, y particularmente el PCI de Italia, no estuviesen presentes en la Conferencia para defender su posición. La Fracción belga y la Federación autónoma de Turín estaban presentes, pero su convicción en esa política, que todavía compartían hasta hace poco, es tan inestable e insegura que prefirieron no defenderla.
El debate no fue entonces sobre la posibilidad de defensa del sindicalismo y de la participación electoral como formas de lucha del proletariado, sino exclusivamente sobre las razones históricas y el porqué de la imposibilidad de utilizar ambas formas de lucha en el periodo actual. A partir de los sindicatos, el debate se fue ampliando hacia las formas de organización en general, que no es, en fin de cuentas, sino algo secundario, pero que hizo que se plantearan los objetivos que determinan esas formas: la lucha por reivindicaciones económicas corporativistas y parciales, en las condiciones actuales de decadencia del capitalismo, no pueden realizarse y menos aun servir de plataforma para la movilización de la clase.
La cuestión de los Comités o Consejos de fábrica como nueva forma de organización unitaria de los obreros alcanza todo su significado y se entiende si se vincula inseparablemente con los objetivos que hoy se plantea el proletariado, que ya no son de reformas económicas en el marco del sistema capitalista sino de transformación social contra el régimen capitalista.
El tercer punto, las tareas y la organización de la vanguardia revolucionaria, que plantean los problemas de la necesidad o no de la constitución de un partido político de la clase, del papel de ese partido en la lucha emancipadora de la clase y de las relaciones entre clase y partido, lamentablemente no pudo ser profundizado como era de desear.
La discusión, breve, no permitió a las diferentes tendencias más que exponer a grandes rasgos sus posiciones respectivas. Todos sabíamos que ahí se tocaba una cuestión decisiva tanto para un acercamiento eventual entre los diferentes grupos revolucionarios como para el porvenir y los éxitos del proletariado en su lucha por la destrucción de la sociedad capitalista y la instauración del socialismo. Esa cuestión, fundamental a nuestro parecer, apenas si fue tocada y exigirá todavía muchas discusiones para profundizar y precisar. Es importante señalar, sin embargo, que en la Conferencia, aunque han aparecido divergencias sobre la importancia del papel de una organización de militantes revolucionarios conscientes, nadie, ni tampoco los Comunistas de consejos, negó la necesidad de la existencia de ese tipo de organización, se llame o no partido, para el triunfo final del socialismo. Es un punto común importante que debe ponerse de relieve.
El tiempo faltó para que la Conferencia pudiera abordar los demás temas al orden del día. Una corta discusión se entabló al terminar la Conferencia sobre el carácter y la función del movimiento anarquista. Al reflexionar sobre los grupos a los que habría que invitar a las próximas Conferencias, pusimos de relieve el papel social-patriotero del movimiento anarquista que, a pesar de su fraseología revolucionaria, participó durante la guerra de 39-45 en la lucha partisana por la "liberación nacional y democrática" en Francia, en Italia y actualmente todavía en España, continuación lógica de su participación en el gobierno burgués "republicano y antifascista" y en la guerra imperialista en España de 36-39.
Nuestra posición, o sea que el movimiento anarquista, así como los trotskistas u otras tendencias que participaron o participan en la guerra imperialista en nombre de la defensa de un país (de la URSS) o de una forma de dominación burguesa contra otra (defensa de la República o de la democracia contra el fascismo) no tienen sitio en una conferencia de grupos revolucionarios, fue apoyada por la mayoría de los participantes. Solo el representante de le Prolétaire se hizo el abogado para que se invitara a ciertas tendencias no ortodoxas del anarquismo y del trotskismo.
Como dijimos, la Conferencia se acabó sin agotar el orden del día, sin tomar decisiones prácticas y sin votar ningún tipo de resolución. Así tenia que ser. No tanto, como decían algunos compañeros, para evitar reproducir el ceremonial religioso de todas las conferencias que consiste en la adopción final obligatoria de resoluciones que no significan nada, sino más bien, a nuestro parecer, porque las discusiones no avanzaron suficientemente para permitir y justificar el voto de cualquier tipo de resolución.
"Entonces, la Conferencia no fue sino una discusión más y sin mayor interés...", pensarán escépticos y astutos. Totalmente falso. Al contrario, consideramos que la Conferencia fue muy interesante y que su importancia seguirá haciéndose sentir en el porvenir en las relaciones entre los grupos revolucionarios. Hace 20 años que éstos viven aislados, compartimentados, en su mundo, lo que inevitablemente ha provocado en algunos de ellos una mentalidad de secta; tantos años de aislamiento también han determinado en cada grupo una forma de pensar, de razonar y de expresarse que los hace incomprensibles a los demás. Esa es una de las explicaciones de tantos malentendidos e incomprensiones entre ellos. La Conferencia tuvo la cualidad de poner en evidencia la necesidad de saber escuchar las ideas y argumentos de los demás y de someter sus propias ideas a la crítica. Es una condición esencial de lucha contra el embotamiento dogmático y por el desarrollo continuo del pensamiento revolucionario vivo.
Se ha dado el primer paso, el menos brillante pero el más difícil. Todos los participantes en la Conferencia, incluida la Fracción belga que acabó participando tras muchas vacilaciones y con mucho escepticismo, expresaron su satisfacción y se felicitaron de la atmósfera fraterna y de lo serio de las discusiones. Todos han expresado también su voluntad de participar en una nueva Conferencia más amplia y mejor preparada para proseguir el trabajo de clarificación y confrontación común.
Es un resultado positivo que permite esperar que perseverando por esa vía, militantes y grupos revolucionarios sabrán superar la fase actual de dispersión y lograrán trabajar así mas eficazmente por la emancipación de una clase cuya misión es salvar a la humanidad entera de la terrible y sangrienta destrucción hacia la que lleva el capitalismo decadente.
Marco
Notas de la redacción de la Revista internacional
1) Una "Rectificación" publicada en Internationalisme no 24 indica la presencia también de la Sección autónoma de Turín del PCI (o sea del Partito Comunista Internazionalista y no el PC de Italia, estalinista). Esa Sección escribe, entre otras cosas para corregir la impresión dada por el Informe, sobre algunas de sus posiciones, que "se declara autónoma precisamente por divergencias sobre la cuestión electoral et la cuestión clave de la unidad de las fuerzas revolucionarias."
2) La pretendida Fracción francesa de la Izquierda comunista rompió con la GCF con bases políticas bastantes confusas que mas parecían rencores y resentimientos personales que desacuerdos políticos de fondo. Véase el folleto la Izquierda comunista de Francia para más detalles.
[1]) Véase Revista internacional no 130.
[2]) Véase nuestro libro la Izquierda holandesa, en particular en penúltimo capitulo. El Communistenbond Spartacus tiene sus orígenes en el "Marx-Lenin-Luxemburg Front" que participó enérgicamente en la huelga de los trabajadores holandeses en 1941 contra la persecución de los judíos por el ocupante alemán y repartió hojas llamando a la confraternización lanzadas incluso dentro de los cuarteles alemanes durante la guerra.
[3]) Churchill dijo que había que "dejar a los Italianos cocer en su propia salsa". Stalin frenó durante varios meses el avance de los ejércitos soviéticos ante Varsovia, del otro lado de la Vístula, esperando a que se acabara la represión alemana.
[4]) Publicado en Internationalisme no 23. Las palabras en negrita lo están en el original. Los "Communistes révolutionnaires" eran un grupo cuyos orígenes remontan a los RKD, un grupo de trotskistas austríacos refugiados en Francia. Fueron los únicos delegados en oponerse a la fundación de la IVa Internacional en el Congreso de Périgny en 1938, considerándola como "aventurista".
[5]) No es éste el lugar para escribir la historia del Communistenbond Spartakus en la posguerra (véase el ultimo capitulo de nuestro libro la Izquierda holandesa). Nos limitaremos a señalar los hechos significativos: muy rápidamente tras la Conferencia de 1947, el Communistenbond adoptó una orientación mucho mas "consejista" en la línea del antiguo GIC (Groepen van internationale communisten) en el plano organizativo. En 1964, el grupo se dividió y se formaron el Spartacusbond y el grupo en torno a la revista Daad en Gedachte (Actos y pensamiento) inspirado particularmente por Cajo Brendel. El Spartacusbond se lanzó al activismo después de 1968 y acabó desapareciendo en 1980. Daad en Gedachte fue hasta el final de su lógica consejista y acabó desapareciendo en 1998 por falta de redactores.
[6]) Es el mismo enfoque que adoptamos en 1976 cuando el grupo Battaglia Comunista lanzó su llamamiento a conferencias de la Izquierda comunista sin plantear el más mínimo criterio selectivo. Les contestamos positivamente precisando: "Para que sea un éxito esa iniciativa, para que sea un verdadero paso hacia un acercamiento de los revolucionarios, es de primera importancia establecer claramente los criterios políticos fundamentales que han de servir de base y de marco, para que la discusión y la confrontación de ideas sean fructuosos y constructivos" (Revista internacional no 40, "Un bluff oportunista").
[7]) La CCI, por ejemplo, ha iniciado varias veces discusiones y hasta un trabajo común con el grupo anarcosindicalista KRAS (ligado a la AIT) en Moscú.
[8]) Véase el artículo en nuestro sitio Internet sobre las luchas en el MEZPA en Filipinas.
[9]) Véase en particular los artículos « XVIIo Congreso de la CCI : un reforzamiento internacional del campo proletario » y « La cultura del debate, un arma de la lucha de clases, en las Revista internacional nos 130 y 131.
[10]) Podemos leer en le Libertaire del 29 de mayo un artículo muy imaginativo sobre esta Conferencia. El autor, que firma AP y pasa por ser en la redacción el especialista en historia del movimiento obrero comunista, se permite realmente muchas libertades con la historia. Así, presenta esa Conferencia - a la que no asistió y de la que no sabe nada - como de Comunistas de consejos cuando éstos, que efectivamente la convocaron, solo participaban al igual que las demás tendencias. No solo AP se permite muchas libertades con la historia del pasado, sino que se considera autorizado para escribir en pasado la historia del futuro. Como aquellos periodistas que describieron de antemano y con muchos detalles el ahorcamiento de Goering, sin suponer que éste tendría el mal gusto de suicidarse en el último instante, el historiador del Libertaire anuncia la participación en la Conferencia de grupos anarquistas cuando ninguno estuvo presente. Le Libertaire había sido invitado, es verdad, pero con razón, a nuestro parecer, no vino. La participación de los anarquistas en el gobierno republicano y en la guerra imperialista en España en 1936-39, la continuada política de colaboración de clases con todas las formaciones políticas burguesas españolas en el exilio so pretexto de lucha contra el fascismo y contra Franco, la participación ideológica y física de los anarquistas en la Resistencia contra la ocupación "extranjera" hacen de ellos, en tanto que movimiento, una corriente totalmente ajena a la lucha revolucionaria del proletariado. El movimiento anarquista no tenía en realidad su sitio en esta Conferencia, y su invitación fue de todas formas un error.
[11]) Las "ocupaciones urgentes" de la FFGC denotan bien su estado de ánimo en lo que concierne sus relaciones con los demás grupos revolucionarios. ¿De qué sufre exactamente la FFGC? ¿De la falta de tiempo o de la falta de comprensión y de interés por los contactos y las discusiones entre grupos revolucionarios? A no ser que sea la falta de continuidad en su orientación política (a veces a favor y a veces en contra de la participación electoral, a favor y en contra del trabajo en los sindicatos, a favor y en contra de la participación en los comités antifascistas, etc.) lo que le impide venir a confrontar sus posiciones con otros grupos.
En el artículo anterior de esta serie (1) mostramos cómo la CNT contribuyó decisivamente a la instauración del engaño que constituyó la República Española y cómo con el Congreso de Madrid (junio 1931) los dirigentes sindicalistas de la CNT habían hecho todo lo posible para consumar la boda de este sindicato con el Estado burgués.
Si los esponsales no se produjeron en aquellos momentos fue por la conjunción de dos factores:
Quien se puso a la cabeza de esta resistencia fue el anarquismo que se reagrupó mayoritariamente en la FAI: Federación anarquista ibérica, fundada en 1927. El objeto de este artículo es hacer balance de esa tentativa de recuperación de la CNT para el proletariado.
La FAI surge de la lucha contra la creciente influencia del ala sindicalista en la CNT. Aunque se constituyó formalmente en Valencia en 1927, su primer antecedente es un Comité de Relaciones Anarquistas que convoca un congreso clandestino en abril de 1925 en Barcelona. Este Congreso se pronuncia sobre 3 asuntos: [1]
El Congreso anarquista se sitúa en el mismo terreno que los sindicalistas a los que pretende combatir: se da como objetivo "táctico" la sustitución de la dictadura por un régimen de libertades y para propugnar la alianza con las fuerzas republicanas de oposición. Olaya cita una intervención de García Oliver ([4]) en una reunión celebrada en la Bolsa de Trabajo de París donde "afirmó que el cambio de régimen era inminente en España y que a este fin deberían utilizarse todos los concursos sin distinción de ideología" (página 578).
Aunque formalmente estos planteamientos de García Oliver fueron rechazados en el Congreso celebrado en Marsella en mayo 1926, la conclusión que éste adoptó fue "romper toda relación con los partidos políticos y preparar el derrocamiento de la dictadura en colaboración con la CNT" (Olaya, página 579). Es decir, se sigue manteniendo el objetivo "táctico" de ceñirse a la "lucha contra la dictadura" aunque se proclame radicalmente que no habrá relación con los partidos políticos. De hecho, tras la constitución de la FAI, continuarán los contactos de sus miembros con partidos republicanos ([5]).
En un extenso editorial de Tierra y libertad ([6]) del 19 de abril de 1931 (una vez proclamada la República) cuyo título era "La posición del anarquismo ante la república" se saluda "el advenimiento de la república con un gesto de cordialidad", de forma explícita saluda a "los nuevos gobernantes" y les formula una serie de reivindicaciones que, como reconoce Olaya, eran "coincidentes con las promesas electorales hechas por muchos de ellos" (página 662, op. cit.). ¡No era para menos pues entre ellas figura la anulación de los títulos aristocráticos, limitar los dividendos de los accionistas de las grandes empresas, clausura de conventos de monjas, frailes y jesuitas! Es decir, se trata de un programa burgués al cien por cien que se tiene que aplicar mediante la denostada acción política.
Así pues, el anarquismo y la FAI no rompían con el planteamiento dominante en la CNT de luchar por el régimen burgués de la República sino que lo seguían a pies juntillas. Mantenían sin embargo la ilusión de poder desbordarlo impulsando la radicalización de las masas. Con esto reproducían la ambigüedad clásica del anarquismo frente a la República que ya se vio en 1873 ante la Primera República española (1873-74) ([7]).
Sin embargo, dos meses después, el 8 de junio de 1931, se celebró un Pleno peninsular anarquista donde se sancionaba a los compañeros del último Comité peninsular por haber tenido contactos con elementos políticos. También se afirmaba la necesidad de "enfocar las actividades en sentido revolucionario y anarquista, teniendo en cuenta que la democracia es el último refugio del capitalismo" ([8]).
¿Cómo explicar este bandazo radical? Dos meses antes se saludaba a las nuevas autoridades, ahora se pone en guardia contra la democracia. En realidad, son los propios fundamentos del anarquismo los que le impelen a hacer una cosa y su contraria. Estos proclaman que los individuos tienen una propensión natural a la libertad y a rechazar cualquier autoridad. Desde postulados tan abstractos y generales se puede tanto justificar el rechazo absoluto a todo Estado y a toda autoridad, lo que lleva a constatar que la democracia sería el último refugio del capitalismo, como a apoyar una autoridad "más respetuosa con las libertades individuales" y "menos autoritaria" que supuestamente estaría constituida por la República.
Además, estos "principios" llevan a la más completa personalización. Se hace dimitir a los componentes del último Comité peninsular por mantener contacto con elementos políticos. Pero no se reflexiona ni sobre qué causas les ha llevado a defender lo que ahora se rechaza, ni se trata de comprender cómo es posible que el máximo órgano, el Comité peninsular, lleve una política contraria a los principios de la organización. Se cambia de personas con la ilusoria pretensión de que "muerto el perro se acabó la rabia".
Esta personalización hace que la lucha contra el sector sindicalista no se libre mediante el debate y la clarificación sino a través de campañas contra militantes del sector rival, tentativas de ganar comités locales o regionales, medidas administrativas de expulsión etc. Para la mayoría de militantes de la CNT, la lucha contra el sector sindicalista no es vivida como una batalla por la claridad sino como una guerra entre grupos de presión donde lo que predomina son los insultos, las descalificaciones y las desautorizaciones. Las cosas llegaron a extremos de una gran violencia ("ambiente de guerra civil dentro de la CNT" lo califica Olaya, página 778). El 25 de octubre de 1932,
"... un grupo de escisionistas agredió en su trabajo a 2 militantes de la CNT, de los que se oponían a la escisión, contra los que disparó uno de ellos matando a uno e hiriendo gravemente al segundo" (Olaya, página 778).
"En el Pleno regional de Sindicatos celebrado en Sabadell, ya en periodo represivo, se manifiesta de modo clamoroso el enfrentamiento entre tendencias. Los llamados Trentistas, de inclinación reformista, empezaron a ser desplazados de todas sus responsabilidades orgánicas. Pestaña y Arín, firmantes del manifiesto de los 30, cesaron en sus cargos en el comité nacional. Los sindicatos afectos a la Federación local de Sabadell, pretextando una supuesta dictadura de la FAI sobre los destinos de la Confederación se retiraron del Congreso Regional. Los sindicatos en cuestión, con más de 20000 afiliados, fueron expulsados posteriormente por el Comité regional. Estos hechos condujeron a la escisión orgánica que originó los llamados Sindicatos de Oposición" ([9]).
La división fue grave en Cataluña y Valencia (aquí habían más miembros de los sindicatos de oposición que de la CNT oficial) y también repercutió en Huelva, Asturias y Galicia.
Aunque - como veremos a continuación - la CNT seguirá la orientación impuesta por el anarquismo, una parte importante funcionará de manera autónoma bajo el nombre de Sindicatos de oposición, hasta la unificación definitiva de 1936 (ver el próximo artículo). Los Sindicatos de oposición actuarán sobre una línea de colaboración más o menos abierta con la UGT preconizando la unidad sindical. En 1931-32, la FAI logra ganar a la CNT a su posición de orientarse hacia las tentativas revolucionarias. Este viraje de 180 grados responde realmente a una radicalización generalizada de obreros, jornaleros y campesinos, fuertemente desilusionados ante la agravación de la miseria y la brutalidad represiva de la República. Sin embargo, el viraje se hace en la mayor de las confusiones. Primero por la división y la escisión provocadas por los métodos empleados ([10]). Segundo porque ninguna reflexión seria lo inspira: se pasa del apoyo a la República a un vago "luchar por la revolución" sin responder colectivamente a preguntas básicas: ¿por cuál revolución luchar? ¿Hay condiciones internacionales e históricas para ella? ¿Por qué los dos sectores, sindicalistas y faístas, habían apoyado la llegada de la República? Nada de esto se hizo, simplemente se cambió de vía: antes se transitaba por el carril derecho del apoyo "crítico" a la República, ahora se pasaba al carril izquierdo de la "lucha insurreccional por la Revolución". Los principios eternos del anarquismo sirven para avalar tanto lo uno como lo otro.
Entramos en lo que Gómez Casas llama el "periodo insurreccional" que transcurrirá entre 1932 y 1934. Los episodios más destacados son las tentativas de huelga general de 1932, enero 1933 y diciembre 1933. En estos movimientos se expresa un gran combatividad, un anhelo enorme de salir de una situación intolerable de pobreza y opresión, pero al mismo existe la dispersión más completa, cada sector obrero se enfrenta sólo y aislado al Estado capitalista. El ejército es, una y otra vez, enviado para aplastar la lucha. La respuesta es siempre la misma: matanzas, detenciones en masa, torturas, deportaciones, penas de cárcel. Las principales víctimas son los militantes de la CNT.
A menudo se trata de respuestas que han surgido de la propia iniciativa de los trabajadores y que la propia burguesía atribuye a un "complot insurreccional perpetrado por elementos anarquistas" ([11]). Un ejemplo es lo que ocurrió con la huelga del Alto Llobregat ([12]) en enero de 1932. El 17 de enero los obreros de la industria textil de Berga se declaran en huelga por el incumplimiento de unas bases de trabajo acordadas 6 meses antes. Al día siguiente los trabajadores y mineros de la zona (Balsareny, Suria, Sallent, Figols...) se ponen en huelga en solidaridad con sus compañeros. Los trabajadores desarman a los Somatenes (milicias cívicas auxiliares de las fuerzas represivas estatales). La huelga es absoluta en toda la comarca el 22 de enero. En algunas localidades se iza la bandera de la CNT en el ayuntamiento. La guardia civil se encierra en los cuarteles por miedo a actuar. El gobierno envió refuerzos de la Guardia Civil, trasladados desde Lérida y Zaragoza, e incluso unidades del ejército, con lo que finalmente logró aplastar la lucha.
El Gobierno, para justificar su barbarie represiva, lanzó una abrumadora campaña presentando la huelga del Alto Llobregat como obra de la "CNT-FAI" ([13]) "tildando a los confederados como bandidos con carné, la represión se extiende a Cataluña, Levante y Andalucía. Centenares de presos ingresan en las sentinas de los barcos que deben conducirlos a la deportación" ([14]). Entre los detenidos figura Francisco Ascaso, uno de los líderes de la FAI. Para crear más confusión, Federica Montseny, una de las dirigentes de esta organización, en un famoso artículo atribuye el movimiento a la iniciativa de la FAI.
Se trataba de un movimiento reivindicativo y solidario, surgido de los propios obreros. Muy diferentes fueron los movimientos insurreccionales impulsados por los grupos anarquistas. Aunque estaban impulsados por sentimientos de solidaridad (especialmente con los numerosos presos, víctimas de la represión republicana) y por una neta voluntad revolucionaria, eran acciones minoritarias, muy localizadas, separadas de la dinámica de lucha obrera y que padecían una fuerte dispersión.
La acción insurreccional más significativa fue la emprendida en enero de 1933 que se extendió desde Cataluña a numerosas localidades de Valencia y Andalucía. Peirats señala que este movimiento tuvo como origen las provocaciones continuas del Gobierno autónomo de Cataluña presidido por los "radicales" de Esquerra Republicana. Estos señoritos que en sus orígenes habían coqueteado con la CNT (en los años 20) y que de manera más o menos secreta habían llegado a un acuerdo con los dirigentes sindicalistas de ésta para que apoyaran al Gobierno autónomo y, en palabras de Federica Montseny, "convirtieran a la CNT en un sindicato domesticado equivalente a lo que es la UGT en Madrid", vieron con evidente disgusto la expulsión de los Trentistas y con una furia aún mayor que sus cofrades españolistas trataron de "aplastar a la CNT, con la clausura sistemática de sus sindicatos, con la supresión de su prensa, con el régimen de prisiones gubernativas y la política terrorista de policías y escamots ([15]). Los Casals de Esquerra ([16]) se convierten en mazmorras clandestinas donde se secuestra y apalea a los trabajadores confederales" ([17]).
La improvisación y el desorden con el que este movimiento fue emprendido lo precipitó rápidamente en una derrota total que tanto el poder catalán como el central sellaron con una incalificable represión cuya culminación fue la matanza de Casas Viejas perpetrada bajo órdenes directas del propio primer ministro, Azaña, que dio la famosa consigna de "disparad a la barriga".
"El movimiento revolucionario del 8 de enero de 1933 fue organizado por los Cuadros de defensa, organismo de choque formado por los grupos de acción de la CNT y la FAI. Estos grupos, deficientemente armados, cifraban sus esperanzas en la acción de algunas tropas comprometidas y también en el contagio popular. La huelga general ferroviaria se hallaba encomendada a la Federación nacional de este ramo del transporte, minoritaria ante el Sindicato nacional ferroviario de la UGT y no llegó siquiera a iniciarse (...) Los cuarteles no abrieron sus puertas al ensalmo de los revolucionarios. El pueblo se mostró indiferente o más bien acogió el movimiento con grandes reservas" ([18]).
Peirats describe el mecanismo de tales acciones insurreccionales distinguiendo 5 fases:
"1ª A la hora prevista los conjurados penetran en los domicilios de ciudadanos de "orden" susceptibles de tenencia de armas. Se apoderan de ellas y se lanzan a la calle, instando al pueblo a la revuelta. No se producen víctimas. Los elementos desarmados quedan en libertad. La revolución social detesta las represalias y las cárceles. El pueblo, amedrentado, permanece neutral. El alcalde hace entrega de las llaves del ayuntamiento.
"2ª Con las escasas armas recogidas se inicia el asedio al cuartel de la guardia civil...
"3ª Los revolucionarios proclaman el comunismo libertario desde el ayuntamiento convertido en comuna libre. Se iza la bandera rojinegra. Los archivos de la propiedad son quemados en la plaza pública, ante los grupos de curiosos. Se hace público un bando o pregón declarando suprimidas la moneda, la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre.
"4ª Llegada de refuerzos de guardias y policías. Los sublevados resisten más o menos, según tardan en darse cuenta de que el movimiento no es general en toda España y de que se encuentran aislados en su magnífico propósito.
"5ª A la retirada en desorden hacia la montaña sigue la caza del hombre por las fuerzas represivas. Epílogo macabro de asesinatos sin distinción de sexo y edad. Detenciones en masa, seguidas de palizas y torturas en los antros policíacos".
Este testimonio es terriblemente elocuente. Las fuerzas más combativas del proletariado español fueron comprometidas en batallas absurdas condenadas al fracaso. El heroísmo y la altura moral ([19]) de los combatientes fueron malgastados por una ideología, el anarquismo, que al intentar ser aplicada conduce a lo contrario de lo que pretende: la acción consciente y colectiva de la mayoría de obreros es reemplazada por la acción irreflexiva de una minoría; la revolución social ya no es el fruto de los obreros mismos sino de una minoría que mediante un bando la decreta.
Mientras la FAI lanzaba a sus militantes a batallas descabelladas, las luchas combativas del proletariado le pasaban totalmente desapercibidas. Gerald Brenan en el Laberinto español observa que:
"Debemos notar que el motivo de casi todas las huelgas de la CNT de aquel tiempo era la solidaridad, es decir que iban a la huelga por la libertad de los presos o contra despidos injustos. Estas huelgas no estaban dirigidas por la FAI, sino que eran verdaderas manifestaciones espontáneas del sentir de los sindicatos" ([20]).
En el famoso Manifiesto de los 30, redactado por Pestaña y sus amigos, se describe esta desastrosa concepción de "la revolución" ([21]):
"la historia nos dice que las revoluciones las han hecho siempre las minorías audaces que han impulsado al pueblo contra los poderes constituidos. ¿Basta que estas minorías quieran, que se lo propongan, para que en una situación semejante la destrucción del régimen imperante y de las fuerzas defensivas que lo sostienen sea una hecho? Veamos. Estas minorías, provistas de algunos elementos agresivos en un buen día, o aprovechando una sorpresa, plantan cara a la fuerza pública, se enfrentan con ella y provocan el hecho violento que puede conducirnos a la revolución (...) Fían el triunfo de la revolución al valor de unos cuantos individuos y a la problemática intervención de las multitudes que les secundarán cuando estén en la calle. No hace falta prevenir nada, ni contar con nada, ni pensar más que en lanzarse a la calle para vencer a un mastodonte: el Estado (...) Todo se confía al azar, todo se espera de lo imprevisto, se cree en los milagros de la Santa revolución".
Miles y miles de obreros combativos se convirtieron en palabras de Peirats en "racimos de carne torturada expedida hacia los presidios de España" (página 69). Sin embargo, el salvajismo de la represión perpetrada por la conjunción republicana-socialista llevó a que las elecciones generales de noviembre 1933 fueran ganadas por las derechas.
"El movimiento obrero, que daba síntomas de reanimación, fue parado en seco y lanzado atrás por la aventura anarquista. Por el contrario, la reacción, saliendo de su prudencia medrosa, tomó decididamente la ofensiva. Los anarquistas no habían logrado arrastrar a las masas tras de sí, pero su derrota fue la derrota de las masas. El gobierno y la reacción lo comprendieron perfectamente. La reacción salió a la plaza pública y se organizó" ([22]).
Sin embargo, este cambio político estaba ligado a la evolución de la situación internacional y concretamente a la marcha hacia la Segunda Guerra mundial en la que el capital se empeñaba cada vez más inexorablemente. Para prepararla, una condición indispensable era, por un lado, el aplastamiento de los sectores del proletariado que guardaban todavía algunas reservas de combatividad y, por otra parte, el alistamiento del conjunto del proletariado mundial mediante la ideología antifascista. Ante la ofensiva fascista - en realidad del bando rival, constituido por Alemania e Italia - se proponía a los obreros cerrar filas en defensa de la Democracia - banderín de enganche del bando vertebrado por Gran Bretaña y Francia, al que se acabarían sumando tanto la URSS ([23]) como Estados Unidos.
Atar al proletariado al carro de la democracia y el antifascismo, comportaba hacerlo luchar fuera de su terreno de clase por objetivos que no eran los suyos sino que únicamente estaban al servicio de uno de los bandos imperialistas enfrentados. Con este objetivo, la socialdemocracia -secundada a partir de 1934 por el estalinismo- combinó tanto los métodos legales y pacíficos como la política "violenta" de arrastrar a los obreros a combates insurreccionales que les llevaron a sufrir derrotas amargas teniendo que soportar una bárbara represión.
Este análisis internacional explica el aparatoso viraje que realiza en España el PSOE tras su derrota en las elecciones de 1933. Largo Caballero, que había servido como consejero de Estado del dictador Primo de Rivera y que había participado como ministro de trabajo en el gobierno republicano de 1931-33 ([24]) se convertía de repente al revolucionarismo más extremo y hacía suya la política insurreccional defendida por la FAI ([25]).
Esta cínica maniobra obedecía a los mismos presupuestos que habían llevado a los socialdemócratas austriacos a embarcar a los obreros de ese país en una insurrección suicida contra el canciller profascista Dollfuss que se había saldado con una cruel derrota. Por su parte, Largo Caballero centró sus esfuerzos en conducir a la debacle a un sector particularmente combativo del proletariado español, el asturiano. El ascenso al gobierno de la parte más profascista de la derecha española de la época - comandada por Gil Robles que tenía como consigna "Todo el poder para el Jefe" - provocó la insurrección de los mineros asturianos en octubre de 1934. Los socialistas los embaucaron con la promesa de movimientos de huelga general en toda España pero se cuidaron muy mucho de paralizar cualquier respuesta en Madrid y otras zonas donde tenían influencia.
Es evidente que los obreros asturianos eran víctimas de una trampa pero la única forma de romperla era la solidaridad de sus hermanos en las demás regiones, basada en una lucha no solamente contra el nuevo gobierno fascista sino contra el Estado republicano al cual servía. Las tentativas de huelga espontáneas que surgieron en diferentes partes del país no solo fueron desconvocadas por los socialistas sino también por la FAI y la CNT:
"En realidad, la FAI y en consecuencia la CNT, han estado contra la huelga general y cuando sus militantes han participado por su propia iniciativa, ha llamado a la detención de la huelga en Barcelona y no ha hecho nada por ampliar el movimiento en aquellas regiones donde era la fuerza preponderante" ([26]).
En Cataluña, el gobierno autonómico de Esquerra republicana aprovechó la ocasión para organizar su propia "insurrección" con el objetivo de proclamar "el Estado catalán dentro de la República federal española". Para perpetrar tan exaltada "acción revolucionaria" suspendió previamente las publicaciones y sedes de la CNT e hizo detener a sus militantes más destacados, entre ellos Durruti. La "huelga" fue impuesta por la policía autonómica pistola en mano. La radio del gobierno "revolucionario" catalán no se cansó de denunciar a "los provocadores anarquistas vendidos a la reacción". En medio de esta tremenda confusión que acabará un día después con la rendición vergonzosa del Gobierno catalán ante un par de regimientos fieles a Madrid, la reacción de la CNT fue verdaderamente lamentable. En un Manifiesto dice:
"el movimiento producido esta mañana debe adquirir los caracteres de gesta popular, por la acción proletaria, sin admisión de protecciones de la fuerza pública, que debiera avergonzar a quienes la admiten y reclaman. La CNT, sometida desde hace tiempo a una represión encarnizada, no puede continuar por más tiempo en el reducido espacio que le marcan sus opresores. Reclamamos el derecho a intervenir en esta lucha y nos lo tomamos. Somos la mayor garantía de barrera al fascismo, y quienes pretenden negarnos este derecho facilitarán las maniobras fascistas y al intentar impedir nuestra actuación" ([27]).
Lo que se desprende de la cita anterior es muy claro:
Esta respuesta constituye un paso muy grave. En contra de las tradiciones de la CNT y de muchos militantes anarquistas, se deserta del terreno de la solidaridad obrera para ubicarse en el terreno del antifascismo y del apoyo "crítico" al catalanismo.
Que la CNT como sindicato aceptara ese terreno anti-obrero es perfectamente lógico. Pese a la represión y la marginación en que la sumía el Estado republicano necesitaba imperativamente un régimen de "libertades" donde poder acomodarse para jugar su papel de "interlocutor reconocido". Sin embargo, que la FAI, defensora del anarquismo que propugna la lucha "contra toda forma de Estado" y denuncia "toda alianza" con los partidos políticos, secundara e impulsara ese terreno parece ser menos explicable.
Sin embargo, si se analiza más profundamente se puede comprender esta paradoja. La FAI había hecho de la CNT, un sindicato, su terreno de "movilización de las masas" y esto le imponía servidumbres cada vez más claras. No era la lógica de los principios anarquistas la que comandaba la acción de la FAI sino que ésta se hallaba cada vez más supeditada a las "realidades" del sindicalismo presididas por la necesidad imperiosa de integrarse en el Estado.
En segundo lugar, los principios anarquistas no se conciben como expresión de las aspiraciones, las reivindicaciones generales y los intereses históricos de una clase social, el proletariado. No se ciñen pues al terreno delimitado por su lucha histórica. Al contrario, pretenden ser mucho más "libres". Su terreno es intemporal y ahistórico y se sitúa en el campo de las aspiraciones de libertad del individuo en general. La lógica que impone tal planteamiento es implacable: el interés del individuo libre puede ser tanto el rechazo de toda autoridad, de todo Estado y de toda centralización; como la aceptación táctica de un "mal menor": frente al régimen fascista de negación formal de todo derecho sería preferible un régimen democrático donde se reconocen formalmente los derechos del individuo.
En tercer lugar, Gómez Casas señala en su libro que "la mentalidad del sector radical del anarcosindicalismo entendía el proceso como gimnasia revolucionaria, mediante la cual se alcanzarían las condiciones óptimas para el logro de la revolución social" (op. cit., página 213). Esta mentalidad lleva a considerar que lo importante es tener a las masas "movilizadas" sea cual sea el objetivo. El terreno del "antifascismo" ofrece un terreno aparentemente propicio para "radicalizar a las masas" y acabar llevándolas a la "revolución social" según la propaganda que entonces hacían los socialistas "de izquierda". En realidad, los planteamientos en este terreno del "antifascismo" de Largo Caballero y la FAI eran bastante convergentes aunque las intenciones eran totalmente distintas (Largo Caballero buscaba sangrar al proletariado español con sus llamamientos "insurreccionales" mientras que la mayoría de militantes de la FAI creían sinceramente en las opciones que defendían). Largo Caballero decía en 1934 sobre la República (contradiciendo lo que afirmaba en 1931):
"La clase obrera quiere la república democrática [no] por sus virtudes intrínsecas, no como un ideal de gobierno, sino porque dentro de ese régimen la lucha de clases, sofocada bajo los regímenes despóticos, encuentra una mayor libertad de acción y movimiento para lograr sus reivindicaciones inmediatas y mediatas. Si no fuera por eso ¿para qué quieren los trabajadores la República y la democracia?" ([28]).
Por su parte, Durruti hablaba así:
"La República no nos interesa, pero la aceptamos como punto de partida de un proceso de democratización social. A condición por supuesto de que esta República garantice los principios según los cuales la libertad y la justicia social, no son palabras vacías. Si la República desdeña tomar en consideración las aspiraciones de la clase trabajadora, entonces el poco interés que despierta en los trabajadores quedará reducido a nada, porque esa institución dejará de corresponder a las esperanzas que nuestra clase puso en ella el 14 de abril" ([29]).
¿Cómo puede ser el Estado del siglo xx, con su burocracia, su ejército, su sistema de represión y manipulación totalitaria, el "punto de partida de un proceso de democratización social"? ¿Cómo puede siquiera soñarse con que sea el garante de la "libertad y la justicia social"? Es algo tan absurdo como ilusorio.
Sin embargo, tal contradicción venía de lejos. Ya cuando la sublevación del general Sanjurjo contra la República (el 10 de agosto de 1932) sofocada por la movilización de los obreros de Sevilla impulsada por la CNT, el planteamiento que ésta dio a la lucha se situó en un terreno claramente antifascista. En un manifiesto decía:
"¡Obreros! ¡campesinos! ¡soldados! Un asalto faccioso y criminal del sector más negro y reaccionario del ejército, de la casta autocrática y militar que hundiera España en el más negro de los baldones del lapso tenebroso de la dictadura (...) acaba de sorprendernos a todos, mancillando nuestra historia y nuestra conciencia, enterrando la soberanía nacional en la más aciaga de las encrucijadas" ([30]).
El proletariado tenía que parar la mano asesina del general Sanjurjo pero tal lucha solo podía ir en el sentido de sus intereses de clase y, en perspectiva, los de la humanidad entera, si se planteaba desde el combate de conjunto tanto contra el fascismo como contra su pretendido antagonista republicano. Sin embargo, en el manifiesto cenetista lo que domina es un planteamiento de ¡soberanía nacional! y de elección entre la dictadura y la república. ¡Una república que ya por aquellas fechas llevaba más de 1000 muertos en la represión de las luchas obreras y campesinas! ¡Una república que había llenado las cárceles de militantes obreros, principalmente cenetistas!
El balance es muy claro y podemos hacerlo con las palabras de nuestros antepasados de la Izquierda comunista italiana:
"Consideremos ahora la acción de la Federación anarquista ibérica (FAI) que controla hoy la CNT. Tras la caída de Azaña en 1933, la FAI reclamó una amnistía general que incluía también a los generales responsables de los pronunciamientos militares, amigos del general Sanjurjo y desautorizó a los obreros cenetistas de Sevilla que habían hecho fracasar las tentativas golpistas de este último. En octubre de 1934 tomó la misma posición frente a la insurrección obrera de Asturias so pretexto que se trataba de un enfrentamiento entre marxistas y fascistas diciendo que eso no interesaba al proletariado, el cual debería esperar para intervenir cuando unos y otros se hubieran liquidado entre ellos" ([31]).
La tentativa de la FAI de recuperar la CNT para la clase obrera fracasó rotundamente. No fue la FAI quien logró enderezar a la CNT sino que fue la CNT quien entrampó a la FAI dentro de los engranajes del Estado Capitalista como se vio finalmente en 1936 con la ocupación de poltronas ministeriales por parte de destacados faístas actuando en nombre la CNT.
"Cuando llega el momento de febrero de 1936, todas las fuerzas actuantes en el seno del proletariado se encontraban en un solo frente: la necesidad de alcanzar la victoria del Frente popular para desembarazarse del dominio de las derechas y obtener la amnistía. Desde la social-democracia al centrismo ([32]), hasta la CNT y el POUM, sin olvidar a todos los partidos de izquierda republicana, se estaba de acuerdo en orientar el estallido de las contradicciones de clase hacia la arena imperialista" ([33]).
En el próximo artículo de esta serie analizaremos la situación de 1936 y cómo se consumó definitivamente el matrimonio de la CNT con el Estado burgués.
RR, C. Mir, 10-12-07
[1]) Ver Revista internacional nº 131: "La contribución de la CNT al advenimiento de la República (1923-31)".
[2]) Autor anarquista que ha escrito el libro Historia del movimiento obrero español (en 2 tomos). Las citas que realizaremos a continuación pertenecen al segundo tomo del libro. Las referencias editoriales se encuentran en el 2º artículo de nuestra Serie.
[3]) Recordemos que Maciá era un militar nacionalista catalán.
[4]) Juan García Oliver (1901-1980). Fue uno de los fundadores de la FAI siendo uno de sus dirigentes más destacados. En 1936 (lo veremos en un próximo artículo) fue nombrado ministro de la República en el gobierno del socialista Largo Caballero.
[5]) Olaya testimonia que en 1928 "los republicanos, por su parte, entraron en relación con Arturo Parera, José Robusté, Elizalde y Hernández, de la FAI y del Comité regional catalán de la CNT" (página 599)
[6]) Periódico anarquista español aparecido en 1888 que fue suprimido en 1923 por la dictadura de Primo de Rivera. En 1930 reapareció como órgano de expresión de la FAI.
[7]) Engels, en su folleto referido a esta experiencia, los Bakuninistas en acción, señala cómo los dirigentes de la sección española de la AIT "arbitraron el lamentable expediente de hacer que la Internacional como tal se abstuviera de participar en las elecciones, mientras sus miembros votaban cada cual según su capricho. Consecuencia de esta declaración de bancarrota política fue que los obreros, como siempre ocurre en tales casos, votaran por las gentes que más consecuentemente representaron la comedia del radicalismo - los republicanos intransigentes - con lo que luego se sintieron más o menos corresponsables de los actos de sus elegidos y complicados en ellos".
[8]) Citado por Olaya, op. cit., página 668.
[9]) Gómez Casas autor anarquista de una Historia del anarcosindicalismo español, libro del cual hemos hablado en anteriores artículos de esta serie. Op. cit., página 211.
[10]) Esta tentativa de imponer una orientación "justa" mediante campañas de intimidación y maniobras burocráticas produjo situaciones tragicómicas inducidas por la necesidad de cada Comité de ser "más insurreccional" que el vecino. Olaya narra el desbarajuste que se produjo en octubre 1932 cuando el Comité Nacional "que tenía necesidad de probar que no estaba influenciado por la tendencia pestañista, cursó su circular nº 31, solicitando a los sindicatos si estaban dispuestos a ratificar o rectificar los acuerdos del pleno de agosto sobre declaración de la huelga general revolucionaria" (op. cit., página 785). A esta circular el Comité de Levante (Valencia) respondió que estaba dispuesto para la acción. Esto asustó al Comité nacional que dio marcha atrás y anuló la orden lo cual enfadó sobremanera al Comité levantino que exigió se fijara una fecha "para lanzarse a la calle". Ante ello se convocó un Pleno y finalmente, tras una serie de idas y venidas, se acordó la "huelga general" para enero 1933 (sobre la que luego hablaremos).
[11]) Las campañas machaconas de la República sobre "la amenaza de la FAI" no hacían sino alimentar el mito que algunos militantes faístas contribuían a engordar atribuyéndose el mérito de haber "organizado" tal o cual acción insurreccional. Olaya, a propósito de una descabellada convocatoria de huelga general en Sevilla (julio de 1931) que fue retirada dos días después, observa que "en realidad se trataba de una simple fanfarronada, puesto que la FAI, en ese momento, era un fantasma utilizado por la burguesía para amedrentar a las beatas de barrio" (op. cit. página 731).
[12]) Comarca industrial y minera de la provincia de Barcelona.
[13]) En realidad, si bien en la lucha los militantes cenetistas tienen un papel muy activo, la actitud orgánica de la CNT fue tibia y contradictoria: el 21 de enero "en Barcelona se reunió el Pleno de comarcales, convocado por Emilio Mira, secretario del Comité regional de la CNT, acordándose el envío de otro delegado [a la comarca] y, aunque algunos delegados eran partidarios de solidarizarse con los huelguistas, la mayoría se abstuvo por no tener mandato de sus bases orgánicas" (Olaya, op. cit., página 727). Esta decisión se reconsideró un día después pero volvió a ser anulada el 24 con la adopción de un manifiesto llamando a detener la huelga.
[14]) Peirats, página 65 de sus libro La CNT en la Revolución española, ver referencias bibliográficas en el primer artículo de nuestra serie.
[15]) Los escamots eran "grupos de acción catalanista imbuidos de bélica xenofobia hacia lo no catalán", Peirats, página 67.
[16]) Sedes de ese partido.
[17]) Peirats, op. cit. página 67.
[18]) Peirats, op. cit., página 68.
[19]) Era proverbial la honradez de muchos militantes de la FAI. Por ejemplo, Buenaventura Durruti no tenía para comer y sin embargo jamás tocó la caja de dinero que se le había encomendado.
[20]) Editorial Ruedo ibérico, 1977, Madrid, notas en pag. 444. Brenan no es un autor vinculado al movimiento obrero. Sin embargo enfoca el periodo histórico de 1931-39 con gran honradez lo que le lleva a observaciones a menudo muy acertadas.
[21]) Al denunciar, rayando la caricatura, lo absurdo del "método insurreccional" de sus antagonistas de la FAI, los redactores del Manifiesto - pertenecientes al ala sindicalista de la CNT - no pretendían aclarar las conciencias sino echar agua a su molino claudicante y reformista.
[22]) Del libro Jalones de derrota, promesas de victoria (página 120-121), escrito por Munis, revolucionario español (1911-1988) que rompió con el trotskismo en 1948 y se aproximó a las posiciones de la Izquierda comunista fundando el grupo FOR (Fomento obrero revolucionario). Ver en Revista internacional nº 58 un análisis de su contribución. En nuestra libro 1936: Franco y la República masacran al proletariado, el capítulo V está dedicado a un análisis crítico de sus posiciones sobre una pretendida "revolución española" en 1936.
[23]) Recordemos sin embargo que la URSS se alió primero en 1939-41 con Hitler mediante un pacto secreto.
[24]) Ver el artículo 4º de esta serie en Revista internacional nº 131.
[25]) Las Juventudes socialistas lo ensalzaban como el "Lenin español".
[26]) Bilan, órgano de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, en "Cuando falta el partido de clase", publicado en nuestro libro 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores. Este análisis es corroborado por este pasaje del libro Historia de la FAI, escrito por Juan Gómez Casas: "Afirma J.M. Molina que aunque la CNT y la FAI no tenían arte ni parte en la huelga (se refiere a Asturias 1934), los comités de ambos organismos se hallaban reunidos de modo permanente. En todas esas reuniones se convino nuestra inhibición, pero sin cometer uno de los errores más graves e incomprensibles de la historia de la CNT. Se refiere J.M. Molina a que ciertos organismos de la CNT habían acordado la vuelta al trabajo y Patricio Navarro, miembro del Comité regional dio por radio la consigna en ese sentido (en Barcelona; el Comité regional en pleno, con Ascaso a su cabeza, tuvo que dimitir)" (pag. 174)
[27]) Citado por Peirats, op. cit., página 102.
[28]) Citado por Bolloten, autor que simpatiza con el anarquismo, en su libro, muy interesante, titulado la Guerra civil española: revolución y contrarrevolución, página 84 tomo I edición española.
[29]) Citado por Juan Gómez Casas en su libro Historia de la FAI página 137.
[30]) Citado por Peirats, op. cit., página 67.
[31]) En nuestro libro antes citado 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores.
[32]) Bilan caracterizaba al estalinismo como "centrismo".
[33]) Bilan nº 36, octubre-noviembre 1936, en nuestro libro antes citado, pag 24.
El artículo que aquí publicamos lo fue por primera vez en Bilan nº 37 (noviembre-diciembre 1936), publicación teórica de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista. Es el cuarto de la serie "Los problemas del período de transición" redactada por un camarada belga que firmaba sus escritos "Mitchell". Los tres anteriores se han publicado en el los tres últimos números de esta Revista internacional.
El punto de partida de este artículo es la revolución proletaria en Rusia, considerada no como esquema rígido aplicable a todas las experiencias revolucionarias futuras, sino como laboratorio vivo de la guerra de clases que exige que se haga de él la crítica y el análisis que puedan proporcionar lecciones válidas para el porvenir. Como la mayoría de los mejores escritos del marxismo, se presenta como un debate polémico con otras interpretaciones de esa experiencia, a las que considera inadecuadas, peligrosas cuando no claramente contrarrevolucionarias. En esta categoría Mitchell incluye los argumentos estalinistas ("centrista", si se emplea este término bastante confuso que utilizaba todavía la Izquierda italiana de entonces) según los cuales el socialismo estaba construyéndose dentro de los límites de la URSS. El artículo no se extiende demasiado en la refutación de semejante posición pues basta con mostrar que la teoría del "socialismo en un solo país" es incompatible con el principio más básico, el internacionalismo, y que la "construcción del socialismo" en URSS requiere en la práctica la explotación más implacable del proletariado.
Las críticas del artículo a las ideas defendidas por la Oposición trotskista son mucho más extensas. Esta Oposición comparte con el estalinismo la idea de que el Estado obrero en Rusia probaría su superioridad sobre los regímenes burgueses existentes entablando una competencia económica con ellos. Mitchell pone de relieve la evidencia: el programa de industrialización rápida establecido a partir de 1928 era un plagio de las medidas políticas de la Oposición de izquierda.
Para Mitchell y la Izquierda italiana, la revolución proletaria solo puede entablar una transformación económica en un sentido comunista una vez conquistado el poder político a escala mundial. Era pues un error juzgar el éxito de la revolución en Rusia basándose en las medidas políticas emprendidas en el plano económico. En el mejor de los casos, la victoria del proletariado en un solo país podría únicamente permitir ganar algo de tiempo en el plano económico, al tener que canalizarse todas las energías hacia la extensión política de la revolución a otros países. El artículo es muy crítico sobre toda idea de que las medidas debidas al "comunismo de guerra" serían una avance real hacia el establecimiento de relaciones sociales comunistas. Para Mitchell, la desaparición aparente del dinero y la requisición del grano por la fuerza en los años 1918-20 lo único que significaron fue la presión de las necesidades del momento sobre el poder proletario en el contexto de la dura realidad de la guerra civil, acompañadas por una distorsión burocrática peligrosa del Estado soviético. Según Mitchell, habría sido más justo considerar la NEP (Nueva Economía Política) de 1921, a pesar de sus defectos, como un modelo más "normal" de un régimen económico de transición en un solo país.
Lo polémico del texto también va dirigido contra otras corrientes del movimiento revolucionario. El artículo entabla un debate con posiciones de Rosa Luxemburg quien había criticado la política agraria de los bolcheviques en 1917 ("la tierra a los campesinos"). Según Mitchell, Rosa subestimaba la necesidad política, comprendida por los bolcheviques, de fortalecer la dictadura del proletariado gracias al apoyo del pequeño campesinado, permitiéndole apoderarse de las tierras. El artículo trata también sobre la discusión con los internacionalistas holandeses del GIK que hemos comentado nosotros en el artículo anterior de esta Revista internacional. En este texto, Mitchell defiende la idea de que focalizarse exclusivamente, como lo hacen los camaradas holandeses, en el problema de la gestión de la producción por los obreros lleva a esos compañeros a concluir erróneamente que la causa principal de la degeneración de la revolución habría sido el principio del centralismo, evacuando al mismo tiempo el problema del Estado de transición, inevitable según la visión marxista mientras no hayan desaparecido las clases.
Al concluir su artículo, cuando Mitchell trata sobre el tema del "Estado proletario", muestra a la vez lo que fueron las fuerzas y las debilidades del marco analítico de la Izquierda italiana. Mitchell reitera la conclusión principal que la Izquierda italiana sacó de la experiencia rusa, y que sigue siendo, para nosotros, una de sus contribuciones más importantes a la teoría marxista: es el haber comprendido que el Estado de transición es un mal inevitable que la clase obrera deberá utilizar. Para esta tesis, el proletariado no puede, por esa misma razón, identificarse con ese Estado de transición y deberá mantener una vigilancia permanente para así asegurarse que no se vuelva contra él como así ocurrió en Rusia.
Por un lado, el artículo revela también ciertas inconsistencias dentro de las posiciones de la Izquierda italiana de aquel entonces. Su conciencia de la necesidad del partido comunista la lleva a defender la noción de "dictadura del partido", una visión contraria a la necesidad de independencia del partido y de los órganos proletarios respecto al Estado de transición. Y Mitchell insiste también en que el Estado soviético en Rusia era de naturaleza proletaria, a pesar de su orientación contrarrevolucionaria, pues había eliminado la propiedad privada de los medios de producción. En el mismo sentido, no caracteriza la burocracia en Rusia como nueva clase burguesa. Esta posición, cercana en cierto modo al análisis desarrollado por Trotski, no llevaba, sin embargo, a las mismas conclusiones políticas: contrariamente a la corriente trotskista, la Izquierda italiana ponía los intereses internacionales de la clase obrera ante cualquier otra consideración y rechazaba toda defensa de la URSS país del que había entendido que ya se había integrado plenamente en el siniestro juego del imperialismo mundial. Además, en el artículo de Mitchell pueden ya encontrarse elementos que sin duda habrían permitido a la izquierda italiana caracterizar el régimen estalinista de una manera más consistente. Así, en una parte precedente de su artículo, Mitchell pone en guardia contra el hecho de que las "colectivizaciones" o las nacionalizaciones no son en absoluto, por sí mismas, medidas socialistas, citando incluso el pasaje de Engels tan anticipador sobre lo que es el capitalismo de Estado. Se necesitaron algunos años y unos cuantos debates en profundidad para que la Izquierda italiana resolviera esas inconsistencias, gracias, en parte, a las discusiones con otras corrientes revolucionarias como la Izquierda germano-holandesa. Este artículo es, sin embargo, la mejor prueba de la profundidad y el rigor de cómo concebía la Izquierda italiana el enriquecimiento del programa comunista.
Bilan n°37 (noviembre - diciembre 1936)
La Revolución rusa de octubre de 1917, en la Historia, debe considerarse sin la menor duda como una revolución proletaria pues destruyó un Estado capitalista de arriba abajo y porque sustituyó la dominación burguesa por la primera dictadura plena del proletariado ([1]) (la Comuna de París sólo creó las primicias de dicha dictadura). Por eso debe ser analizada por los marxistas, es decir por haber sido una experiencia progresiva (a pesar de su evolución contrarrevolucionaria), como un jalón del camino que lleva a la emancipación del proletariado y, por ende, de la humanidad entera.
De la cantidad considerable de material acumulado por este acontecimiento extraordinario no pueden sacarse - en el estado actual de las investigaciones - unos ejes definitivos para dar una orientación firme a futuras revoluciones proletarias. Pero si confrontamos ciertas nociones teóricas y reflexiones marxistas con la realidad histórica podremos llegar a una primera conclusión básica: los problemas complejos que implica la construcción de la sociedad sin clases deben estar indisolublemente relacionados con un conjunto de principios basados en la universalidad de la sociedad burguesa y de sus leyes, sobre el predominio de la lucha internacional de las clases.
Por otro lado, la primera revolución proletaria no estalló, contrariamente a las perspectivas, en los países más ricos y más evolucionados material y culturalmente, en los países "maduros" para el socialismo, sino en un territorio del capitalismo atrasado, semifeudal. De ahí la segunda conclusión - aunque no sea absoluta - de que las mejores condiciones revolucionarias se reunieron allí donde, a una deficiencia material le correspondía una menor capacidad de resistencia de la clase dominante a la presión de las contradicciones sociales. En otras palabras, fueron los factores políticos los que prevalecieron sobre los factores materiales. Esta afirmación no es, ni mucho menos, contradictoria, con la tesis de Marx que define las condiciones necesarias para el advenimiento de una nueva sociedad, sino que pone de relieve el significado profundo de esas condiciones como así lo hemos afirmado en el capítulo primero de este estudio.
La tercera conclusión, corolario de la primera, es que el problema esencialmente internacional de la edificación del socialismo - preludio del comunismo - no puede resolverse en el marco de un Estado proletario, sino mediante el aniquilamiento político de la burguesía mundial, o al menos la de los centros vitales de su dominio, la de los países más adelantados.
Es indiscutible que un proletariado nacional sólo podrá abordar ciertas tareas económicas tras haber instaurado su propia dominación. Y más todavía evidentemente, sólo podrá iniciar la construcción del socialismo tras la destrucción de los Estados capitalistas más poderosos, aunque la victoria de un proletariado "pobre" pueda tener un gran alcance con tal de que se integre en el avance y el desarrollo de la revolución mundial. En otras palabras, las tareas del proletariado victorioso respecto a su propia economía, están subordinadas a las necesidades de la lucha internacional de clases.
Es característico el hecho de que, aunque todos los marxistas de verdad hayan rechazado la teoría del, la mayoría de las críticas de la Revolución rusa se han hecho ante todo sobre las modalidades de construcción del socialismo, partiendo de criterios económicos y culturales más que políticos, sin sacar a fondo las conclusiones lógicas que se derivan de la imposibilidad del socialismo nacional.
Sin embargo, el problema es capital, pues la primera experiencia práctica de la dictadura del proletariado debe contribuir precisamente en disipar las brumas que seguían envolviendo la noción de socialismo. Y como enseñanzas fundamentales, ¿acaso no planteó la Revolución rusa - en su forma más agudizada al ser una economía atrasada - la necesidad histórica para un Estado proletario, temporalmente aislado, de limitar estrictamente su programa de construcción económica?
Si se rechaza la noción del "socialismo en un solo país" eso implica afirmar que para el Estado proletario no se trata de orientar la economía hacia un desarrollo productivo que englobaría todas las actividades de fabricación, que respondería a las necesidades más variadas, de edificar, en suma, una economía íntegra que, yuxtapuesta a otras economías semejantes constituirían el socialismo mundial.
De lo que sí se trata de desarrollar al máximo y eso sólo después del triunfo de la revolución mundial, son los sectores que tienen en cada economía nacional su terreno específico y que están llamados a integrarse en el comunismo futuro (el capitalismo ya lo ha realizado, imperfectamente claro está, mediante la división internacional del trabajo). Con la perspectiva menos favorable de un freno del movimiento revolucionario (situación de Rusia en 1920-21) se trataba de adaptar el desarrollo de la economía proletaria al ritmo de la lucha de clases mundial, pero siempre en el sentido de un fortalecimiento de la dominación de clase del proletariado, punto de apoyo para un nuevo ímpetu revolucionario del proletariado internacional.
Trotski, en particular, perdió a menudo de vista esa línea fundamental, aunque también afirmó en ocasiones la necesidades de darse objetivos proletarios, no para la realización del socialismo íntegro, sino para las necesidades de una economía socialista mundial, en función del reforzamiento político de la dictadura proletaria.
En efecto, en sus análisis sobre el desarrollo de la economía soviética y partiendo de la base correcta de la dependencia de dicha economía del mercado mundial capitalista, Trotski trata muy a menudo esa cuestión como si se tratara de un pugilato en el plano económico entre el Estado proletario y el capitalismo mundial.
Si bien es cierto que el socialismo solo podrá afirmar su superioridad como sistema de producción si produce más y mejor que el capitalismo, esto no se podrá comprobar más que al final de un proceso largo en la economía mundial, tras una lucha sin cuartel entre burguesía y proletariado y no por la confrontación entre la economía proletaria y economía capitalista, pues es evidente que si se mete en una competición económica, el Estado proletario acabará inevitablemente obligado a recurrir a los métodos capitalistas de explotación del trabajo que le impedirán transformar el contenido social de la producción. Y, fundamentalmente, la superioridad del socialismo no consiste en producir "más barato" -por mucho que sea una consecuencia cierta de la expansión ilimitada de la productividad del trabajo - sino que debe plasmarse en la desaparición de la contradicción capitalista entre la producción y el consumo.
A nosotros nos parece que, sin duda, fue Trotski quien proporcionó las armas teóricas a la política del Centrismo ([2]) a partir de ideas como: "la carrera económica con el capital mundial", "la velocidad del desarrollo como factor decisivo"; la "comparación de las velocidades del desarrollo", "el criterio del nivel de la preguerra", etc., expresiones todas ellas que se parecen mucho a las consignas centristas como la de "alcanzar a los países capitalistas". Por eso es por lo que la industrialización monstruosa que ha llevado a la miseria a los obreros rusos, aunque es el producto directo de la política centrista, es también la hija "natural" de la oposición rusa "trotskista". Esta posición de Trotski es la consecuencia de las perspectivas que él trazó para la evolución capitalista, tras el retroceso de la lucha revolucionaria internacional. Y así en su análisis cobre la economía soviética tal como evolucionó después de la NEP hizo abstracción voluntariamente, como él mismo reconoció, del factor político internacional:
"hay que encontrar soluciones políticas del momento, teniendo en cuenta siempre que sea posible, todos los factores que convergen en la situación. Pero cuando se trata de la perspectiva de desarrollo para toda una época, hay que separar totalmente los factores "agudos", o sea, ante todo, el factor político" (Hacia el capitalismo o hacia el socialismo).
Un método de análisis tan arbitrario llevaba a considerar "en sí" los problemas de gestión de la economía soviética más que en función del desarrollo de la relación de fuerzas mundial entre las clases.
La cuestión planteada por Lenin después de la NEP: "¿cuál de los dos ganará al otro?" pasaba así del plano político -en el que Lenin la planteaba- al plano estrictamente económico. Se ponía el acento en la necesidad de igualar los precios del mercado mundial gracias a la disminución de los precios de coste (o sea, en la práctica, sobre todo del trabajo asalariado). Lo cual significaba que el Estado proletario no debía limitarse a soportar como un mal inevitable cierta explotación de la fuerza de trabajo, sino que además debía, gracias a su política, favorecer una explotación mayor todavía, haciendo de esa explotación un factor determinante de un proceso económico, adquiriendo así un contenido capitalista. En fin de cuentas, ¿no se planteaba acaso la cuestión dentro de un marco de socialismo nacional cuando la perspectiva que se propone es "vencer la producción capitalista en el mercado mundial con los productos de la economía socialista" (o sea de la URSS) y cuando se considera que se trata de una "lucha del socialismo (¡!) contra el capitalismo"?. Con una perspectiva así, era evidente que la burguesía mundial podía estar segura del futuro de su sistema de producción.
Vamos ahora a hacer un paréntesis para intentar establecer el verdadero significado teórico e histórico de las dos fases capitales de la Revolución rusa; el "comunismo de guerra" y la NEP. La primera fase corresponde a la tensión social extrema de la guerra civil, correspondiendo la segunda a la sustitución de la lucha armada y a una situación internacional de reflujo de la revolución mundial.
Este examen nos parece tanto más necesario que esos dos hechos sociales, independientemente de lo contingente, podrían volver a aparecer en otras revoluciones proletarias con una intensidad y un ritmo correspondientes, sin duda en una relación inversa, al grado de desarrollo capitalista de los países de que se trate. Importa pues determinar qué lugar ocupan en el período de transición.
Es evidente que el "comunismo de guerra", en su versión rusa no surgió de una gestión proletaria "normal" que realizara un programa preestablecido, sino de una necesidad política debida a un empuje irresistible de la lucha armada de clases. La teoría tuvo que dejar temporalmente el sitio a la necesidad de aplastar políticamente a la burguesía; por eso se subordinó lo económico a lo político, pero a costa de un desmoronamiento de la producción y del intercambio. Así, en realidad, la política del "comunismo de guerra" entró poco a poco en contradicción con todos los postulados teóricos desarrollados por los bolcheviques en su programa de la revolución, no porque este programa fuera erróneo, sino porque su propia moderación, fruto de la "razón económica" (control obrero, nacionalización de la banca, capitalismo de Estado) animó a la burguesía a la resistencia armada. Los obreros replicaron con expropiaciones masivas y aceleradas cuyas nacionalizaciones no hubo más remedio que declarar por decreto. Lenin no dejó de expresar su preocupación contra tal "radicalismo" económico prediciendo que de seguir así las cosas, el proletariado acabaría vencido. Y efectivamente, en la primavera de 1921, los bolcheviques tuvieron que constatar no que habían sido vencidos, pero sí que habían fallado en su intento involuntario de "alcanzar el socialismo por asalto". El "comunismo de guerra" había sido sobre todo una movilización coercitiva del aparato económico para evitar el hambre al proletariado y asegurar el abastecimiento de los combatientes. Fue sobre todo un "comunismo" de consumo que, a pesar de su forma igualitaria, no contenía ninguna sustancia socialista. Lo único que logró el método de requisar los excedentes agrícolas fue que disminuyera considerablemente la producción: la nivelación de salarios acabó hundiendo la productividad del trabajo y el centralismo autoritario y burocrático, impuesto por las circunstancias, no fue sino una deformación del centralismo racional. En cuanto a la compresión de los intercambios (a la que correspondió un florecimiento del mercado clandestino) y la práctica desaparición de la moneda (pagos en especie y gratuidad de los servicios), eran fenómenos que acompañaban, en seno de la sociedad civil, el hundimiento de toda vida económica propiamente dicha, y ni mucho menos medidas resultantes de una gestión proletaria habida cuenta de las condiciones históricas. En resumen, el proletariado ruso pagó el aplastamiento en bloque de su enemigo de clase con el empobrecimiento económico que una revolución triunfante en países altamente desarrollados habría atenuado considerablemente, y aun sin modificar profundamente el significado del "comunismo de guerra", habría ayudado a Rusia a "saltar" fases de su desarrollo.
Los marxistas nunca han negado que la guerra civil - preceda, acompañe o siga a la toma del poder por el proletariado- contribuye en bajar temporalmente el nivel económico, pues saben muy bien hasta qué punto puede bajar ese nivel durante la guerra imperialista. Y es así cómo en los países atrasados, la rápida desposesión política de una burguesía orgánicamente débil fue y será seguida de una larga lucha desorganizadora si esa burguesía conserva la posibilidad de agotar fuerzas en amplias capas sociales (en Rusia fue el inmenso campesinado, inculto y sin experiencia política quien le procuró esas fuerzas); y en los países capitalistas avanzados, donde la burguesía es política y materialmente poderosa, la victoria proletaria vendrá después (y no antes) de una fase más o menos larga de una guerra civil, violenta, encarnizada, materialmente desastrosa, mientras que la fase de "comunismo de guerra" consecutiva a la Revolución, es posible que ni ocurra.
La NEP, vista fuera de contexto y si se limita uno a compararla sin más con el "comunismo de guerra", podría parecer como un retroceso serio hacia el capitalismo, por el retorno al mercado "libre", a la pequeña producción "libre", a la moneda.
Pero ese "retroceso" es un retorno a unas bases verdaderas si nos remitimos a lo que ya hemos dicho al tratar las categorías económicas, o sea, que tenemos que caracterizar la NEP (independientemente de sus rasgos específicamente rusos) como el restablecimiento de las condiciones "normales" de la evolución de la economía transitoria y, en Rusia, como un retorno al programa inicial de los bolcheviques, aunque la NEP fuera más allá de ese programa a causa de la "apisonadora" de la guerra civil.
La NEP, quitándole lo contingente, es la forma de gestión económica a la que deberá recurrir cualquier otra revolución proletaria.
Esa es la conclusión que se impone a quienes no subordinan las posibilidades de gestión proletaria a la desaparición previa de todas las categorías y formas capitalistas (idea que procede del idealismo y no del marxismo), sino que, al contrario, deducen esa gestión de la supervivencia inevitable, pero temporal, de ciertas servidumbres burguesas.
Es cierto que en Rusia, la adopción de una política económica adaptada a las condiciones históricas de transición del capitalismo al comunismo se realizó en medio de un clima social de lo más pesado y amenazante, provocado por una situación internacional de desmoronamiento revolucionario y de un desamparo interior provocado por una hambruna indecible y el agotamiento total de las masas obreras y campesinas. Son estos rasgos históricos y particulares lo que ocultan el significado general de la NEP rusa.
Bajo la presión misma de los acontecimientos, la NEP fue la condición sine qua non del mantenimiento de la dictadura proletaria, a la que, en efecto, salvó. Era impensable la capitulación del proletariado, ningún compromiso político con la burguesía debía realizarse, sino, únicamente, un repliegue económico que facilitara la recuperación de las posiciones de partida para una evolución progresiva de la economía. En realidad, la guerra de clases, al desplazarse del terreno de la lucha armada al de la lucha económica, al tomar otras formas, menos brutales pero más insidiosas y más temibles también, no estaba abocada a relajarse, sino todo lo contrario. Lo central, para el proletariado, era llevar esa lucha hacia su propio reforzamiento y siempre vinculada a las fluctuaciones de la lucha internacional. La NEP generó agentes del enemigo capitalista, como economía de transición que era, ni más ni menos. Pero lo que era decisivo es que se mantuviera en una línea de clase firme, pues lo que será siempre decisivo es la política proletaria. Solo sobre esta base puede analizarse la evolución del Estado soviético. Hemos de volver sobre esto.
En los límites históricos asignados al programa económico de una revolución proletaria, sus puntos fundamentales pueden resumirse así: a) la colectivización de los medios de producción e intercambio ya "socializados" por el capitalismo; b) monopolio del comercio exterior por el Estado proletario, arma económica de importancia decisiva; c) plan de producción y de reparto de las fuerzas productivas, inspirándose en las características estructurales de la economía y de la función específica que deberá ejercer en la división mundial y social del trabajo, pero que deberá dedicarse a mejorar la situación material del proletariado en lo económico y lo social; d) un plan de enlace con el mercado capitalista mundial, basado en el monopolio del comercio exterior para obtener los medios de producción y los objetos de consumo insuficientes, un plan que debe subordinarse al plan fundamental de producción. Las dos directivas esenciales deberán ser: resistir a la presión y las fluctuaciones del mercado mundial e impedir la integración de la economía proletaria en ese mercado.
La realización de ese programa depende, en gran medida, del grado de desarrollo de las fuerzas productivas y del nivel cultural de las masas obreras. Y es ahí donde se dirige esencialmente el poder político del proletariado, su solidez, la relación de fuerzas entre las clases a escala nacional e internacional sin que puedan disociarse entre sí los factores materiales, culturales y políticos, estrechamente relacionados. Repetimos, sin embargo, que en lo referente a la apropiación de las riquezas sociales, por ejemplo, aunque la colectivización es una medida jurídica tan necesaria a la instauración del socialismo como lo fue la abolición de la propiedad feudal en la instauración del capitalismo, no por eso acarrea automáticamente un cambio total en el proceso de la producción. Engels ya nos puso en guardia contra la tendencia a considerar la propiedad colectiva como la panacea social, cuando mostró que en el seno de la sociedad capitalista:
"Ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas. En el caso de las sociedades por acciones, la cosa es obvia. Y el Estado moderno, por su parte, no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para sostener las condiciones generales externas del modo de producción capitalista contra ataques de los trabajadores o de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tanto más se hace capitalista total, y tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. No se supera la relación capitalista, sino que, más bien, se exacerba. Pero en el ápice se produce la mutación. La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero lleva ya en sí el medio formal, el mecanismo de la solución" (Anti Duhring "Sección tercera: Socialismo; nociones teóricas").
Y Engels añade que la solución consiste en aprehender la naturaleza y la función de las fuerzas sociales que actúan en las fuerzas productivas, para después someterlas a la voluntad de todos y transformar los medios de producción, "amos despóticos en servidores dóciles".
Esa voluntad colectiva sólo el poder político del proletariado puede evidentemente determinarla y hacer que el carácter social de la propiedad se transforme y pierda su carácter de clase.
Los efectos jurídicos de la colectivización pueden estar sensiblemente limitados por una economía atrasada, la cual hace que sea todavía más decisivo el factor político.
En Rusia existía una masa enorme de elementos capaz de engendrar une nueva acumulación capitalista y una diferenciación peligrosa de clases, lo cual solo podía ser frenado por el proletariado mediante la política de clase más enérgica, única capaz de conservar el Estado para la lucha proletaria.
Es innegable que junto con el problema agrario, el de la pequeña industria es el escollo para toda dictadura proletaria, una pesada herencia que el capitalismo transmite al proletariado y que no desaparecerá a golpe de decretos. Puede afirmarse que el problema central que se impondrá a la revolución proletaria en todos los países capitalistas (salvo quizás en Inglaterra), es la lucha más implacable contra los pequeños productores de mercancías y los pequeños campesinos, lucha tanto más ardua porque deberá excluirse totalmente la expropiación forzosa de esas capas sociales por la violencia. La expropiación de la producción privada solo es económicamente realizable con las empresas ya centralizadas y "socializadas" y no con las empresas individuales que el proletariado es todavía incapaz de gestionar a menor coste y hacer más productivas, a las que no puede por lo tanto integrar y controlar sino es mediante el mercado; es éste el medio necesario para organizar la transición del trabajo individual al trabajo colectivo. Es además imposible considerar la estructura de la economía proletaria de una manera abstracta, como una especie de yuxtaposición de tipos de producción en estado puro, basados en relaciones sociales opuestas, "socialistas", capitalistas o precapitalistas y que solo evolucionarían sometidos a la competencia. Es ésa la tesis que el centrismo tomó de Bujarin quien consideraba que todo lo que se colectivizaba se convertía ipso facto en socialista de modo que el sector pequeño burgués y campesino se integraban así en la esfera socialista. En realidad, sin embargo, cada ámbito lleva en sí más o menos el sello de su origen capitalista y no hay yuxtaposición, sino penetración mutua de elementos contradictorios que se combaten bajo el empuje de una lucha de clases que se desarrolla con mayor encono aunque con formas menos brutales que durante el período de guerra civil abierta. En esta batalla, la directiva del proletariado, apoyándose en la industria colectivizada, deberá ser la de someter a su control, hasta la desaparición total, de todas las fuerzas económicas y sociales de un capitalismo derrotado políticamente. Pero no deberá cometer el error fatal de creer que, puesto que ha nacionalizado la tierra y los medios de producción básicos, ya ha levantado una barrera infranqueable contra la actividad de los agentes burgueses. El proceso, tanto político como económico sigue su curso dialéctico y el proletariado sólo podrá orientarlo hacia la sociedad sin clases a condición de reforzarse tanto interior como exteriormente.
La cuestión agraria es sin duda uno de los elementos esenciales del problema complejo de las relaciones entre proletariado y pequeña burguesía que se plantea después de la revolución. Rosa Luxemburg afirmaba muy justamente que incluso el proletariado occidental en el poder, aún actuando en las condiciones más favorables en ese terreno, "se rompería más de un diente con esa nuez tan dura antes de haber salido de las peores entre las mil dificultades complejas de esa labor gigantesca".
No se trata para nosotros de zanjar esa cuestión, ni siquiera en sus líneas esenciales. Nos limitaremos a situar sus elementos básicos: la nacionalización íntegra del suelo y la fusión de la industria y la agricultura.
La primera medida es un acto jurídico perfectamente realizable, inmediatamente tras la toma del poder, a la vez que la colectivización de los medios de producción, mientras que la segunda solo podrá ser el resultado de un proceso del conjunto de la economía, un resultado que se integre en la organización socialista mundial. No son pues dos actos simultáneos, sino escalonados en el tiempo, el primero condiciona el segundo y ambos reunidos condicionan la socialización agraria. En sí, la nacionalización del suelo o la abolición de la propiedad privada no es una medida específicamente socialista, sino, ante todo, burguesa, pues es la que habría permitido rematar la revolución burguesa democrática.
Conjugada con el disfrute común de la tierra, es la etapa más extrema de esa revolución, aún siendo, a la vez, según la expresión de Lenin, "el fundamento más perfecto desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo, y, al mismo tiempo, es el régimen agrario más flexible para el paso al socialismo". La debilidad de las críticas de R. Luxemburg al programa agrario de los bolcheviques (La Revolución rusa) se expresa precisamente en los siguientes puntos: en primer lugar, Rosa no subrayó que "la apropiación directa de la tierra por los campesinos" aunque "no tiene nada en común con la economía socialista" (en esto estamos plenamente de acuerdo) era, sin embargo, una etapa inevitable y transitoria (sobre todo en Rusia) del capitalismo al socialismo, y aunque tuviera que considerar que "con toda seguridad la solución del problema a través de la expropiación y distribución directas e inmediatas de la tierra por los campesinos era la manera más breve y simple de lograr dos cosas distintas: romper con la gran propiedad terrateniente y ligar inmediatamente a los campesinos al gobierno revolucionario. Como medida política para fortalecer el gobierno proletario socialista, constituía un excelente movimiento táctico", que era lo fundamental en la situación. En segundo lugar, Rosa no puso de relieve que la consigna "la tierra a los campesinos", tomada por los bolcheviques del programa de los socialistas revolucionarios (SR) se aplicó suprimiendo íntegramente la propiedad privada de tierras y no, como lo afirma Rosa Luxemburg, pasando de la gran propiedad a una multitud de pequeñas propiedades campesinas individuales. No es justo decir (basta con leer los decretos sobre la nacionalización) que el reparto de tierras se extendió a las grandes explotaciones técnicamente desarrolladas, puesto que éstas, al contrario, formarían más tarde la estructura de los "sovjoses"; eran, es cierto, muy poco importantes respecto al total de la economía agraria.
Notemos de paso que R. Luxemburg al establecer su programa agrario, no mencionaba la expropiación íntegra del suelo que facilitaba las medidas posteriores, mientras que ella sólo se planteaba la nacionalización de las propiedades grandes y medianas.
En fin, en tercer lugar, R. Luxemburg se limitó a mostrar los aspectos negativos del reparto de tierras (mal inevitable), denunciando que ese reparto no podía suprimir "sino incrementar la desigualdad social y económica en el campesinado y los antagonismos de clase se agudizaron", cuando en realidad fue justamente el desarrollo de la lucha de clases en el campo lo que le permitió al poder proletario consolidarse ganándose a proletarios y semiproletarios del campo, formándose así una base social que con una firme dirección de la lucha, habría extendido cada día más la influencia del proletariado, asegurándole la victoria en los campos. R. Luxemburg subestimaba sin duda ese aspecto político del problema agrario y el papel fundamental que debía desempeñar el proletariado ahí, apoyándose en la dominación política y la posesión de la gran industria.
No hay que olvidar nunca que el proletariado ruso se encontraba ante situaciones muy complejas. Los efectos de la nacionalización quedaron muy limitados a causa de la enorme dispersión de los pequeños campesinos. No hay que olvidar que la colectivización del suelo no acarrea necesariamente la de los medios de producción necesarios para esa producción. Sólo el 8 % de ésos medios fueron colectivizados, mientras que el 92 % restante quedó en manos privadas de campesinos, cuando, en cambio, en la industria, la colectivización alcanzó el 89 % de las fuerzas productivas, 97 % si se añaden los ferrocarriles y 99 % de la industria pesada ([3]).
Aunque la maquinaria agrícola no representaba sino un poco más de la tercera parte del total de maquinaria, ya antes de la Revolución existía una base extensa para un desarrollo favorable de relaciones capitalistas, habida cuenta de la enorme masa de campesinos. Es evidente que desde el punto de vista económico, el objetivo central de la dictadura proletaria para contener y absorber ese desarrollo sólo podía realizarse gracias a una gran producción agrícola industrializada, de alta tecnicidad. Pero eso estaba subordinado a la industrialización general y, por consiguiente, a la ayuda proletaria de los países avanzados. Para no dejarse encerrar en el dilema: perecer o aportar herramientas y objetos de consumo a los pequeños campesinos, el proletariado - aún haciendo lo máximo por alcanzar un equilibrio entre producción agrícola y producción industrial - debía llevar su esfuerzo principal a la lucha de clases tanto en el campo como en la ciudad, con la perspectiva siempre de vincular la lucha al movimiento revolucionario mundial. Ganarse al campesino pobre para luchar contra el campesino capitalista y a la vez continuar el proceso de desaparición de los pequeños productores, condición para crear la producción colectiva, ésa era la tarea aparentemente contradictoria que se le imponía al proletariado en su política hacia los campos.
Para Lenin, esa alianza era la única capaz de salvaguardar la revolución proletaria hasta la insurrección de otros proletariados. Pero eso implicaba no, desde luego, la capitulación del proletariado ante el campesinado, sino acabar con la vacilación pequeño burguesa de los campesinos, oscilando entre burguesía y proletariado, por su situación económica y social y su incapacidad para llevar a cabo una política independiente, para acabar por integrarlos en el proceso del trabajo colectivo. "Hacer desaparecer" a los pequeños productores no significa ni mucho menos, aplastarlos por la violencia, sino, como decía Lenin (en 1918) "ayudarles a ir hasta el capitalismo ‘ideal', pues la igualdad en el disfrute de la tierra es el capitalismo llevado hasta su ideal desde el punto de vista del pequeño productor; y al mismo tiempo, hay que hacerles ver los aspectos defectuosos de ese sistema y la necesidad del paso a la agricultura colectiva." No es de extrañar que durante los tres años terribles de guerra civil, el método experimental no pudiera esclarecer la conciencia "socialista" de los campesinos rusos. Aunque para conservar las tierras frente a los ejércitos blancos apoyaron al proletariado, fue a costa de su empobrecimiento económico y de unas requisiciones que eran vitales para el Estado proletario.
Y la NEP, aunque restableció un terreno experimental más normal, también restableció la "libertad y el capitalismo", sobre todo a favor de los campesinos capitalistas, pagando un compensación enorme que hizo decir a Lenin que con el impuesto en especie, "los kulaks iban a crecer allí donde nunca antes habían crecido". Bajo la dirección del centrismo, incapaz de resistir a esa presión de la burguesía renaciente sobre el aparato económico, sobre los órganos estatales y el partido, y que incitaba, al contrario, a los campesinos medios a enriquecerse, rompiendo con los campesinos pobres y el proletariado, el resultado no podía ser otro que el que ahora estamos viendo. Coincidencia perfectamente lógica: 10 años después de la insurrección proletaria, el desplazamiento considerable de la relación de fuerzas a favor de los elementos burgueses correspondió a la introducción de los planes quinquenales sobre cuya realización iba a imponerse una explotación monstruosa del proletariado.
La Revolución rusa intentó resolver el problema complejo de las relaciones entre proletariado y campesinado. Fracasó, no porque, en su caso, una revolución proletaria no habría podido triunfar y que nos encontraríamos ante una revolución burguesa, como Otto Bauer, Kautsky y demás tanto afirmaron, sino porque los bolcheviques carecían de principios de gestión basados en la experiencia histórica, que les habrían asegurado la victoria económica y política.
Por haber expresado y haber hecho emerger la importancia política del problema agrario, la Revolución rusa significó, a pesar del fracaso, un aporte a la suma de adquisiciones históricas del proletariado mundial. Hay que añadir que las Tesis del IIo Congreso de la Internacional comunista (IC) sobre esta cuestión no podían mantenerse íntegras, especialmente la consigna "la tierra a los campesinos" que debe ser reexaminada para limitar su alcance.
Inspirándose en los trabajos de Marx sobre la Comuna París y comentados por Lenin, los marxistas han conseguido establecer una clara demarcación entre el centralismo que expresa la forma necesaria y progresiva de la evolución social y ese centralismo opresivo que se plasma en el Estado burgués. Apoyándose en el primero, lucharon por la destrucción del segundo. Fue basándose en esa posición materialista indestructible cómo vencieron científicamente a la ideología anarquista. Y, sin embargo, la Revolución rusa ha vuelto a plantear esa célebre controversia que parecía ya bien enterrada.
Muchas críticas han vuelto a sacar el tema de que la evolución contrarrevolucionaria de la URSS se debería sobre todo a que el centralismo económico y social no se hubiera abolido al mismo tiempo que la máquina estatal del capitalismo, sustituyéndolo por una especie de sistema de "autodeterminación de las masas obreras". Era, en fin de cuentas, exigir al proletariado ruso que diera un salto por encima del período transitorio, al igual que cuando algunos preconizaban que se suprimiera el valor, el marcado, las desigualdades salariales y demás restos burgueses. Es confundir dos nociones del centralismo, totalmente opuestas en el tiempo, y, al mismo tiempo, unirse, se quiera o no, a la oposición utópica de los anarquistas al "autoritarismo" que, aun retrocediendo por etapas, predomina durante el período de transición. Es abstracto oponer el principio de autonomía al principio de autoridad. Como lo hacía notar Engels, en 1873, son nociones relativas ligadas a la evolución histórica y al proceso de producción.
Sobre la base de una evolución que va desde el comunismo primitivo al capitalismo imperialista para "volver" al comunismo civilizado, las formas orgánicas centralizadas, los "carteles" y los "trusts" capitalistas, fueron creciendo sobre la autonomía social primitiva para dirigirse hacia "la administración de las cosas". "Administración de las cosas" es precisamente esa organización "anárquica"; seguirá manteniéndose, sin embargo, la autoridad en cierta medida, pero "quedará limitada a un marco dentro del cual las condiciones de la producción hagan inevitable esa autoridad" (Engels). Lo esencial es por lo tanto, no andar buscando quemar etapas, una utopía, ni creer que se va a cambiar la naturaleza del centralismo y el principio de autoridad porque se les haya cambiado el nombre. Los internacionalistas holandeses, por ejemplo, no han podido evitar hacer análisis basados en la anticipación utópica ni a la "comodidad" teórica que ese tipo de análisis proporciona (cf. la obra por ellos escrita y ya citada: Ensayo sobre el desarrollo de la sociedad comunista).
Su crítica al centralismo basándose en la experiencia rusa fue tanto más fácil porque se centró únicamente en la fase del "comunismo de guerra" engendrador de la dictadura burocrática sobre la economía, cuando, en realidad, sabemos muy bien que, después, la NEP favoreció, al contrario, una amplia "descentralización" económica. Los bolcheviques "habrían querido" suprimir el mercado (bien sabemos que no fue ni mucho menos el caso), poniendo en su lugar el Consejo económico superior, y, de ese modo, habrían tomado la responsabilidad de haber transformado la dictadura del proletariado en dictadura sobre el proletariado. Así pues, para los camaradas holandeses, ya que, a causa de las necesidades impuestas por la guerra civil, el proletariado ruso tuvo que imponerse un aparato económico y político centralizado y simplificado al extremo, perdiendo así el control de su dictadura, cuando, en realidad, al mismo tiempo estaba precisamente destruyendo políticamente a la clase enemiga. Sobre este aspecto político de la cuestión, para nosotros fundamental, los camaradas holandeses, lamentablemente, no se han detenido...
Por otra parte, al rechazar el análisis dialéctico saltándose el obstáculo del centralismo, lo único que hacen es llenarse la boca de palabras al considerar no el período transitorio, que es, desde el punto de vista de las soluciones prácticas, el que interesa a los marxistas, sino la fase evolucionada del comunismo. Entonces sí que es fácil hablar de una "contabilidad social general, centro económico al que afluyen todas las corrientes de la vida económica, pero que no posee la dirección de la administración ni el derecho a disponer de la producción y de la distribución, que solo puede disponer de sí misma" (¡!) (p. 100/101.)
Y añaden que "en la asociación de productores libres e iguales, el control de la vida económica no procede de personas o de organismos, sino que es el resultado de la información pública del discurrir verdadero de la vida económica. Esto significa que la producción está controlada por la reproducción" (p. 135) ; o dicho de otra manera,: "la vida económica se controla por sí misma mediante el tiempo de producción social medio" (¡!)
Con fórmulas así, las soluciones para una gestión proletaria no pueden dar ni un paso adelante, pues la cuestión candente que se le planea al proletariado no es intentar adivinar el mecanismo de la sociedad comunista, sino el camino que lleva a ella.
Los camaradas holandeses han propuesto una solución inmediata: nada de centralización ni económica ni política que sólo puede adoptar formas opresivas, sino transferencia de la gestión a las organizaciones de empresa que coordinarán la producción mediante una "ley económica general". Para ellos, abolir la explotación y, por lo tanto las clases, no parece que tenga que realizarse a través de un largo proceso histórico, que vaya registrando una participación cada día mayor de las masas en la administración social, sino en la colectivización de los medios de producción, con tal de que esa colectivización implique que los consejos de empresa tengan el derecho de disponer tanto de esos medios de producción como del producto social. Pero, además de que se trata aquí de una formulación que contiene su propia contradicción (puesto que significa oponer la colectivización íntegra -propiedad de todos y de nadie en particular- a una especie de "colectivización" restringida, dispersa entre los grupos sociales, la sociedad anónima también es una forma parcial de colectivización...), a lo único que tiende es a sustituir una solución jurídica (el derecho a disponer por parte de las empresas) a otra solución jurídica, que es la expropiación de la burguesía. Ahora bien, ya hemos visto anteriormente que esa expropiación de la burguesía no es más que la condición inicial de la transformación social (y además, la colectivización íntegra no es inmediatamente realizable), mientras que la lucha de clases continúa, como antes de la Revolución, pero con bases políticas que permiten al proletariado imprimirle un curso decisivo.
El análisis de los internacionalistas holandeses se aleja del marxismo, porque no pone en evidencia una verdad de base: el proletariado estará obligado a soportar la "plaga" del Estado hasta la desaparición de las clases, o sea hasta la abolición del capitalismo mundial. Pero subrayar esa necesidad histórica es admitir que las funciones estatales se confunden todavía temporalmente con la centralización, aunque ésta, gracias a la destrucción de la máquina opresiva del capitalismo, ya no se opone al desarrollo de la cultura y de la capacidad de gestión de las masas obreras. En lugar de buscar la solución de ese desarrollo en los límites históricos y políticos, los internacionalistas holandeses han creído encontrarla en una fórmula de la apropiación a la vez utópica y retrógrada que, además, tampoco se opone tanto como ellos lo creen al "derecho burgués". Además, si se admite que le proletariado, en su conjunto, no está nada preparado culturalmente para resolver "por sí mismo" los problemas complejos de gestión social (y ésta es una realidad que se aplica tanto al proletariado más avanzado como al más inculto) ¿qué vale entonces, concretamente, que se le "garantice" "el derecho a disponer" de las fábricas y de la producción?
Los obreros rusos tuvieron efectivamente en sus manos las fábricas, pero no pudieron gestionarlas. ¿Significa eso que no hubieran debido expropiar a los capitalistas ni tomar el poder? ¿Deberían "haber esperado" a entrar en la escuela del capitalismo occidental, a haber adquirido la cultura del obrero inglés o alemán?... Si bien es verdad que éstos son ya cien veces más capaces para encarar las tareas gigantescas de la gestión proletaria que lo era el obrero ruso en 1917, también es verdad que les es imposible forjar, en el ambiente pestilente del capitalismo y de la ideología burguesa, una conciencia social "total" que, para resolver todos los problemas planteados, ya debería ser la misma que solo podrán poseer en el comunismo culminado. Históricamente, es el partido el que concentra esa conciencia social, pero solo puede desarrollarse basándose en la experiencia; o sea que no aporta soluciones ya bien acabadas, sino que las elabora al calor de la lucha social, tanto después (sobre todo después) como antes de la revolución. Y en esta inmensa tarea no se opone ni mucho menos al proletariado, sino que se confunde con él, pues sin la colaboración activa y creciente de las masas, acabaría siendo presa de las fuerzas enemigas. "La administración por todos" es la clave de toda revolución proletaria. Pero la Historia plantea la única alternativa: o empezamos la revolución socialista "con los hombres tal como son hoy y que no podrán prescindir ni de subordinación ni de control ni de contramaestre ni de contables" (Lenin) o, si no, no habrá Revolución.
En el capítulo que trata sobre el Estado transitorio, ya hemos recordado que el Estado debe su existencia a la división de la sociedad en clases. En el comunismo primitivo, no había Estado. Y tampoco lo habrá en el comunismo superior. El Estado desaparecerá con lo que lo hizo nacer: la explotación de clase. Pero mientras exista el Estado, sea cual sea, conserva sus rasgos específicos, no puede cambiar de naturaleza, no puede dejar de ser lo que es, o sea un organismo opresivo, coercitivo, corruptivo. Lo que ha cambiado a lo largo de la historia es su función. En lugar de ser el instrumento de los amos de esclavos, lo será después de los señores feudales y más tarde de la burguesía. Será el instrumento de hecho de la conservación de los privilegios de la clase dominante, de modo que ésta no podrá estar nunca amenazada por su propio Estado, sino por nuevos privilegios que se desarrollan en el seno de la sociedad en favor de una clase ascendente. La revolución política que vendrá después será la consecuencia jurídica de una transformación de la estructura económica ya iniciada, el triunfo de una nueva forma de explotación sobre la antigua. Por eso es por lo que la clase revolucionaria, basándose en las condiciones materiales que habrá construido y consolidado en el seno de la antigua sociedad durante siglos, podrá sin temor ni recelo apoyarse en su Estado que no será sino el perfeccionamiento del anterior para organizar y desarrollar su sistema de producción. Eso es aún más verdad para la clase burguesa, primera clase en la historia que ejerce una dominación mundial y cuyo Estado concentra todo lo que una clase explotadora puede acumular en medios de opresión. No hay oposición, sino íntima colusión entre la burguesía y su Estado. Esta solidaridad no se para en las fronteras nacionales, sino que las desborda, porque depende de raíces profundas en el capitalismo internacional.
Y, al contrario, con la fundación del Estado proletario, la relación histórica entre la clase dominante y el Estado se modifica. El Estado proletario, construido sobre las ruinas del Estado burgués es el instrumento de la dominación del proletariado. Sin embargo, no se concibe como defensor de privilegios sociales cuyas bases materiales se habrían construido ya en el interior de la sociedad burguesa, sino en destructor de todo privilegio. Expresa una nueva relación de dominación (de la mayoría sobre la minoría), una nueva relación jurídica (la apropiación colectiva). En cambio, en permanecer bajo la influencia del ambiente capitalista (pues no puede haber simultaneidad en la revolución), sigue siendo representativo del "derecho burgués". Este permanece no sólo en la vida social y económica, sino en el cerebro de millones de proletarios. Es aquí donde aparece la dualidad del Estado transitorio: por un lado, como arma dirigida contra la clase expropiada, aparece en su aspecto "fuerte"; por otra parte, en tanto que organismo llamado no a consolidar un nuevo sistema de explotación sino a abolirlos a todos, deja al descubierto su aspecto "débil", pues, por naturaleza y definición, tiende a convertirse en polo de atracción de los privilegios capitalistas. Por eso es por lo que, si bien entre la burguesía y el Estado burgués no puede haber antagonismos, sí aparece uno entre proletariado y Estado transitorio.
Este problema histórico encuentra su expresión negativa en que el Estado transitorio puede muy bien ser llevado a desempeñar un papel contrarrevolucionario en la lucha internacional de clases, y a la vez conservar su aspecto proletario si las bases en las que se ha edificado no han sido modificadas. La única manera con la que el proletariado puede oponerse al desarrollo de esa contradicción latente es mediante la política de clase de su partido y la existencia vigilante de sus organizaciones de masas (sindicato, soviets, etc.) mediante las cuales ejercerá un control indispensable en la actividad estatal y defenderá sus intereses específicos. Estas organizaciones sólo podrán desaparecer cuando desaparezca la necesidad que las hizo surgir, o sea, cuando desaparezca la lucha de clases. Lo único que inspira esa idea son las enseñanzas marxistas, pues la noción de antídoto proletario en el Estado de transición fue defendida por Marx y Engels y también por Lenin, como así lo hemos afirmado anteriormente.
La presencia activa de órganos proletarios es la condición para que el Estado siga estando sometido al proletariado y no se vuelva contra los obreros. Negar el dualismo contradictorio del Estado proletario, es falsear el significado histórico del período de transición.
Algunos camaradas consideran, al contrario, que este período debe expresar la identificación de las organizaciones obreras con el Estado (Hennaut, "Naturaleza y evolución del Estado ruso", Bilan, n° 34). Los internacionalistas holandeses van incluso más lejos cuando dicen que, puesto que el "tiempo de trabajo" es la medida de la distribución del producto social y que la distribución entera queda fuera de toda "política", a los sindicatos ya no les queda ninguna función en el comunismo puesto que ya ha cesado la lucha por la mejora de las condiciones de vida (p. 115 de su obra)
El centrismo también parte de esa idea de que, puesto que el Estado soviético era un Estado obrero, cualquier reivindicación de los proletarios se convertía en acto hostil hacia "su" Estado, justificando así la sumisión total de los sindicatos y comités de fábrica al mecanismo estatal.
Si ahora, en base a lo dicho antes, decimos que el Estado soviético ha conservado un carácter proletario, aunque esté dirigido contra el proletariado, ¿se trata únicamente de un sutil distingo que no tiene nada que ver con la realidad y que nosotros mismos rechazaríamos puesto que nos negamos a defender a la URSS? ¡No! Y nosotros creemos que esa tesis debe mantenerse: en primer lugar porque es justa desde el punto de vista del materialismo histórico; segundo, porque las conclusiones sobre la evolución de la Revolución rusa que puedan sacarse de ella no están viciadas en sus premisas puesto que se niega la identificación entre el proletariado y el Estado y que no se crea ninguna confusión entre el carácter del Estado y su función.
Pero si el Estado soviético no fuera ya un Estado proletario, ¿qué sería pues? Los que niegan el carácter proletario no se empeñan mucho en demostrar que se trata de un Estado capitalista, pues se perderían en la demostración. ¿Pero lo demuestran mejor cuando hablan de un Estado burocrático y cuando descubren en la burocracia rusa una clase dominante totalmente nueva en la historia, y refiriéndose entonces a un nuevo modo de explotación y de producción?. En realidad, una explicación así da la espalda al materialismo marxista.
Aunque la burocracia ha sido un instrumento indispensable al funcionamiento de todo sistema social, no hay ninguna huella en la historia de una capa social que se haya transformado en una clase explotadora por cuenta propia. Y, sin embargo, abundan los ejemplos de burocracias poderosas, omnipotentes, en el seno de una sociedad; pero nunca se confundieron con la clase actuante en la producción, excepto casos individuales. En el Capital, Marx, al tratar de la colonización de India, muestra que la burocracia apareció entonces con la forma de la "Compañía de las Indias Orientales"; y que ésta tenía intereses económicos en la circulación de mercancías - no con la producción - a la vez que ejercía realmente el poder político, pero por cuenta del capitalismo metropolitano.
El marxismo ha dado una definición científica de la clase. Si nos atenemos a esa definición, hay que afirmar que la burocracia rusa no es una clase, menos todavía una clase dominante, habida cuenta de que no existen derechos particulares sobre la producción fuera de la propiedad privada de los medios de producción y de que, en Rusia, la colectivización subsiste en sus bases. Cierto es que la burocracia rusa consume una gran porción del trabajo social: pero así ha sido siempre con cualquier tipo de parasitismo al que no hay que confundir, sin embargo, con la explotación de clase.
No hay duda de que en Rusia, la relación social se concreta en una explotación descomunal de los obreros, pero no se debe al ejercicio de un derecho de propiedad individual o de grupo, sino a todo un proceso económico y político cuya causa ni siquiera es la burocracia, sino que ésta es una manifestación, incluso a nuestro parecer secundaria, cuando en realidad esta evolución es el resultado de la política del centrismo que se reveló incapaz de frenar el empuje de las fuerzas enemigas en el interior como en el ámbito internacional. Ahí reside la originalidad del contenido social en Rusia, debida a una situación histórica sin precedentes: la existencia de un Estado proletario en el seno de un mundo capitalista.
La explotación del proletariado aumenta en la medida en que la presión de las clases no proletarias se empezó a ejercer y se incrementó sobre el aparato estatal, después sobre el aparato del partido y, por consiguiente, sobre la política del partido.
No hay necesidad alguna de explicar esa explotación con la existencia de una clase burocrática que se beneficiaría del trabajo sobrante extirpado a los obreros. Hay que explicarlo por la influencia enemiga en las decisiones del partido, el cual, encima, se iba integrando en el mecanismo estatal en lugar de proseguir su misión política y educativa en las masas. Trotski (la IC después de Lenin) subrayó el carácter de clase del yugo que pesaba cada vez más sobre el partido: colusión que vincula a quienes pertenecen al aparato del partido; enlace entre muchos eslabones del partido, por un lado, y la burocracia del Estado, los intelectuales burgueses, la pequeña burguesía y los kulaks por otro; presión de la burguesía mundial sobre el mecanismo de las fuerzas actuantes. Por eso, las raíces de la burocracia y los gérmenes de la degeneración política deben buscarse en ese fenómeno social de interpenetración del partido y del Estado pero también en una situación internacional desfavorable y no en el "comunismo de guerra" que alzó el poder político del proletariado a su nivel más elevado, como tampoco debe buscarse en la NEP. Fue a la vez una expresión de las complicidades y el régimen normal de economía proletaria. Excepto Suvarin, quien en su Perspectiva histórica del bolchevismo, le dio la vuelta a la relación real entre el partido y el Estado considerando que fue el predominio mecánico del aparato del partido el que se ejerció en todos los engranajes del Estado. Caracterizó muy justamente la Revolución rusa como "una metamorfosis del régimen que se fue realizando poco a poco sin que sus beneficiarios se dieran cuenta, sin premeditación ni plan preconcebido, por el triple efecto de la incultura general, de la apatía de unas masas agotadas y el esfuerzo de los bolcheviques por dominar el caos" (p. 245).
Pero entonces, si los revolucionarios no quieren hundirse en el fatalismo, antítesis del marxismo, la "inmadurez" de las condiciones materiales y la "incapacidad" cultural de las masas, si no quieren sacar la conclusión de que la Revolución rusa no fue una revolución proletaria (aún cuando las condiciones históricas y objetivas existían y siguen existiendo mundialmente para la revolución proletaria, única base desde el punto de vista marxista), tendrán que fijarse obligatoriamente en el elemento central del problema por resolver: el factor político, o sea, el partido, instrumento indispensable para el proletariado considerado desde un punto de vista de las necesidades históricas. También deberán concluir que en la revolución, la única forma de autoridad posible para el partido es la forma dictatorial. Y que no se intente restringir el problema hablando de una oposición irreductible entre la dictadura del partido y el proletariado, pues entonces lo único que se hace es dar la espalda a la revolución proletaria misma. Repetimos, la dictadura del partido es una expresión inevitable del periodo transitorio, tanto en un país muy desarrollado por el capitalismo como en la más atrasada de las colonias. La tarea fundamental de los marxistas es precisamente examinar, basándose en la enorme experiencia rusa, cómo puede mantenerse dicha dictadura al servicio del proletariado, o sea cómo una revolución proletaria puede y debe integrarse en la revolución mundial.
Lamentablemente, los "fatalistas" en potencia ni siquiera han intentado abordarla. Por otro lado, si la solución no ha progresado mucho, las dificultades se deben tanto al penoso aislamiento de los débiles núcleos revolucionarios como a la gran complejidad de los elementos del problema. En realidad, el problema consiste esencialmente en el vínculo entre el partido y la lucha de clases, en función de la cual deben resolverse las cuestiones de organización y de vida interna del partido.
Los camaradas de Bilan tienen razón en haber centrado sus investigaciones en dos actividades del partido, consideradas como fundamentales para la preparación de la revolución (como lo demuestra la historia del partido bolchevique): la lucha interna de fracciones y la lucha en el interior de las organizaciones de masas. La cuestión es saber si esas formas de actividad deben desaparecer o transformarse radicalmente después de la revolución, en una situación en que la lucha de clases no disminuye ni mucho menos, sino que se desarrolla aunque sea con otras formas. Lo que es evidente es que ningún método, ninguna fórmula organizativa podrá impedir nunca que la lucha de clases repercuta dentro del partido, plasmándose en el aumento de tendencias y fracciones.
La unidad a toda costa de la oposición rusa trotskista, al igual que el "monolitismo" del centrismo contradicen la realidad histórica. Y, al contrario, el reconocimiento de las fracciones nos parece mucho más dialéctico. Pero la simple afirmación no resuelve el problema, no hace sino plantearlo o más bien replantearlo en toda su amplitud. Los camaradas de Bilan estarán sin duda de acuerdo para decir que unas cuantas frases lapidarias no son una solución. Queda por examinar a fondo cómo puede conciliarse la lucha de fracciones y la oposición de programas resultante con la necesidad de una dirección homogénea y una disciplina revolucionaria. Igualmente habrá que ver en qué medida la libertad de fracciones dentro de las organizaciones sindicales puede compaginarse con la existencia del partido único del proletariado. No es exagerado decir que el futuro de las revoluciones proletarias depende en gran parte de la respuesta que se dé.
(Continuará)
Mitchell
[1]) El escepticismo que hoy declaran algunos comunistas internacionalistas no puede, ni mucho menos, hacer tambalear nuestra convicción al respecto. El camarada Hennaut, en Bilan (n° 34) declara con aplomo que: "La revolución bolchevique la realizó el proletariado, pero no fue una revolución proletaria". Semejante afirmación es sencillamente absurda pues eso significaría que una revolución "no proletaria" habría engendrado el arma proletaria más temible que hasta ahora haya amenazado a la burguesía, o sea la Internacional comunista.
[2]) Como ya hemos dicho en los artículos precedentes, "centrismo" era la palabra que usaba la Izquierda italiana para nombrar al estalinismo en los años 30 (ndlr).
[3]) Situación en 1925.
Editorial
Época terrible para la economía mundial desde que se inició, el año pasado en EE.UU., la crisis, todavía bien presente, de las hipotecas inmobiliarias de alto riesgo. Nunca antes la situación había sido tan peligrosa desde el retorno de la crisis abierta del capitalismo a finales de los años 60, y eso que la burguesía ha intentado por todos los medios limitar sus repercusiones:
La situación actual es, pues, no sólo la repetición, pero peor, de las manifestaciones de la crisis desde finales de los años 60, sino que es además un compendio simultáneo y explosivo de todas ellas, lo cual da a la catástrofe económica una nueva índole que favorece el cuestionamiento del sistema. Otra señal de estos tiempos que los distingue de las décadas precedentes: mientras que, hasta ahora, la economía de la primera potencia mundial, Estados Unidos, había desempeñado el papel de locomotora para evitar las recesiones o salir de ellas, al único lugar al que hoy arrastra la locomotora norteamericana al resto del mundo es hacia la recesión y el precipicio.
George Bush es sin duda el tipo más optimista de Estados Unidos, quizás, incluso, sobre la situación económica, sea el único en serlo. El 28 de febrero, aún reconociendo el posible riesgo de freno económico, el presidente de EE.UU declaraba: "No creo que vayamos hacia una recesión... Creo que los elementos fundamentales de nuestra economía gozan de buena salud... que prosigue el crecimiento de una manera incluso más sólida que la de hoy. Por eso seguimos estando a favor de un dólar fuerte" ([2]).
Dos semanas después, el 14 de marzo, en una reunión con economistas en Nueva York, el presidente reiteró su optimismo, expresando su confianza en la capacidad de "rebote" de la economía de EE.UU. Era el mismo día en que la Reserva federal y el banco JP Morgan Chase tuvieron que colaborar en un plan urgente de salvamento del Bear Stearns, gran banco de negocios de Wall Street, amenazado con una retirada masiva de fondos por parte de sus clientes, guión bastante parecido, por cierto, al de la Gran Depresión de 1929. Ese mismo día ocurrieron estos hechos: el precio del barril de petróleo alcanzó el récord de 111 $, a pesar de una oferta mayor que la demanda; el gobierno anunció el aumento de 60 % de embargos de bienes inmuebles en febrero; y el dólar llegó a su nivel más bajo respecto al euro. El señor Bush podrá ver turbia la realidad, pero lo que sí está claro es que la prosperidad aparente que acompañó el boom inmobiliario y su "burbuja" en estos últimos años ha abierto las compuertas a una catástrofe económica de gran amplitud en la economía más fuerte del mundo, poniéndose así la crisis económica en el primer plano de la situación internacional.
Desde principios de 2007, cuando aparecieron los primeros síntomas de que el boom llegaba a su término, los economistas burgueses discutían sobre la posibilidad de que la economía norteamericana entrara o no en recesión. Hace apenas tres meses, a principios de 2008, había todo un abanico de previsiones económicas, desde las "pesimistas" que decían que la recesión ya había empezado en diciembre, hasta las "optimistas" que seguían esperando el milagro que hiciera evitarla. Y entre unos y otros, estaban los peritos que no se comprometen afirmando que la economía podía evolucionar en un sentido o en el contrario. Pero las cosas se han acelerado tanto en estos meses que, menos para Bush, ya no hay lugar para optimismos o "centrismos". Hoy unos y otros son unánimes en decir que se terminaron los días de bonanza. O, dicho de otro modo, la economía estadounidense está ahora en recesión o, en el mejor de los casos, muy cerca de ella.
Sin embargo, el reconocimiento por la burguesía de que el capitalismo americano tiene dificultades sirve de poco para comprender el estado real del sistema. La definición oficial que la burguesía da a una recesión es la de un crecimiento económico negativo durante dos trimestres seguidos. El National Bureau of Economic Research (Instituto nacional de investigación económica) usa otro criterio, algo más útil, que define la recesión como un declive significativo y prolongado de la actividad que afecta a toda la economía y a indicadores como los sueldos, el empleo, la venta al por menor y la producción industrial. Con esta definición, la burguesía no puede identificar la recesión si no ha empezado desde hace algún tiempo, incluso a menudo mientras no haya pasado lo peor. O sea que según ciertos cálculos, habrá que esperar todavía algunos meses antes de saber, según esos criterios, si hay recesión y cuándo ha empezado.
Y en esto, las diferentes previsiones que llenan las páginas de los periódicos son muy engañosas. En última instancia lo único para lo que sirven es para ocultar el estado catastrófico del capitalismo norteamericano que no podrá sino empeorar en los próximos meses sea cual sea la fecha oficial de la entrada de la economía en recesión.
Lo que debe subrayarse es que la crisis actual no refleja ni mucho menos que la economía estadounidense sería una economía saludable, pero que estaría pasando un mal momento en un ciclo comercial, en fin de cuentas normal, entre expansión y recesión. Lo que estamos viviendo son las convulsiones de un sistema en estado de crisis crónica, con solo algunos momentos efímeros de remisión gracias a unas medicinas tóxicas que acaban agravando la siguiente recaída.
Esa es la historia del capitalismo norteamericano - y del capitalismo como un todo - desde finales de los años 1960 y el retorno de la crisis económica abierta. Durante cuatro décadas, entre períodos de reanudación y de recesión oficialmente reconocidos, el conjunto de la economía sólo ha funcionado gracias a las políticas capitalistas de Estado monetarias y fiscales que los gobiernos han tenido que aplicar para atajar los efectos de la crisis. La situación, sin embargo, no se ha mantenido estática. Durante todos estos largos años de crisis y de intervención del Estado para gestionarla, las economías han acumulado tantas contradicciones que hoy existe una amenaza real de catástrofe económica como nunca antes se había conocido en la historia capitalista.
Tras el estallido de la burbuja Internet y tecnológica en 2000-2001, la burguesía se salió del paso creando una nueva burbuja inflada esta vez con los bienes inmuebles. A pesar de que industrias clave del sector industrial como la automoción o la aviación, por ejemplo, siguieron sufriendo quiebras, el boom inmobiliario de los cinco últimos años produjo la ilusión de una economía en expansión. Y ahora ese boom ha acabado en un crac que recorre todo el edificio capitalista y cuyas futuras repercusiones nadie puede prever por ahora.
Según los datos más recientes, la actividad relacionada con el sector inmobiliario se halla en un desbarajuste total. La construcción de nuevas viviendas ha caído un 40 % desde la cumbre alcanzada en 2006; las ventas han caído todavía más rápidamente y con ellas los precios. El precio de la vivienda ha caído un 13 % en el conjunto de EE.UU. desde el pico alcanzado en 2006 y se prevé que siga bajando hasta 15 y 20 % antes de tocar fondo. El boom inmobiliario deja una cantidad enorme de viviendas vacías por vender - unos 2,1 millones, más o menos el 2,6 % del parque inmobiliario nacional. El año pasado los embargos se limitaron sobre todo a los créditos hipotecarios llamados subprimes, otorgados a personas que disponían de pocos medios para reembolsar. En noviembre de 2007 una cuarta parte de esos créditos dejaron de reembolsarse. Las suspensiones de pagos empiezan ahora a implicar también y de manera creciente a familias cuya situación financiera era relativamente buena. En noviembre, el 6,6 % de los reembolsos de esas hipotecas o se hicieron con retraso o ocasionaron embargos. Y signo de que lo peor está por llegar, ese punto culminante de los embargos inmobiliarios ocurrió antes incluso de que se revisaran al alza los tipos de interés de los créditos hipotecarios. Con la caída de los valores inmobiliarios, para mucha gente el valor actual de su vivienda no le permite reembolsar sus deudas inmobiliarias, de modo que la venta de sus bienes no solo no les dejará beneficio alguno sino que aumentará sus deudas. Esto crea una situación en la que es más sensato dejarlo todo y declararse en quiebra.
El estallido de la burbuja inmobiliaria está causando estragos en el sector financiero. Hasta ahora la crisis inmobiliaria ha generado más de 170 mil millones de dólares de pérdidas entre las mayores entidades financieras. Se han destruido miles de millones de dólares de valores bursátiles, haciendo que se tambalee Wall Street. Entre las grandes firmas que han perdido al menos la tercera parte de su valor en 2007, cabe citar Fannie Mae, Freddie Mac, Bear Stearns, Moody's y Citigroup ([3]). MBIA, una compañía especializada en la garantía de la salud financiera de las demás compañías, perdió casi ¡las tres cuartas partes de su valor! Han quebrado varias entidades con una actividad relacionada con créditos hipotecarios que antes estaban muy bien valoradas.
Y eso solo es el principio. Al irse acelerando los embargos, durante los meses venideros, los bancos tendrán más pérdidas y habrá una repentina penuria crediticia (el credit crunch) más grave todavía y con fuerte impacto en otros sectores de la economía.
Además, la crisis financiera relacionada con las hipotecas no es más que la punta del iceberg. Las imprudencias al otorgar créditos que han predominado en el mercado inmobiliario son también la norma en el ámbito de las tarjetas de crédito o el los préstamos para comprar automóviles y aquí también aparecen los problemas. A esa "sangre" se debe la pretendida "salud" capitalista actual. Su inconfesable secreto es la perversión del mecanismo crediticio para soslayar la ausencia de mercados solventes en los que vender las mercancías. El crédito se ha convertido en el medio básico con el que mantener la economía a flote e impedir que el sistema se desmorone bajo el peso de su crisis histórica. Pero es un medio que ya ha mostrado sus límites y los riesgos que acarrea: en los años 1980 ya, la crisis financiera de las economías de América Latina aplastadas por enormes deudas que eran incapaces de reembolsar; el desplome de los tigres y dragones asiáticos en 1997 y en 1998 fue lo mismo. En realidad, la burbuja inmobiliaria misma fue una reacción al estallido de la burbuja de Internet y tecnológica, un intento para superarla.
La crisis financiera actual tiene otra dimensión: la especulación rampante que ha acompañado a la burbuja inmobiliaria. No se trata aquí de una especulación de poca monta, de menudencias. Se trata, en realidad, de una especulación a gran escala en la que se han metido todas las entidades financieras por medio de la titularización ([4]) y la venta de hipotecas en los mercados bursátiles. Los mecanismos exactos de esos procedimientos son bastante oscuros, pero lo que sí es seguro es que se parecen mucho a los viejos procedimientos de Ponzi ([5]). Sea como sea, lo que demuestra el nivel actual de especulación, es hasta qué punto la economía se ha convertido en una "economía de casino" en la que el capital no se invierte en la economía real, sino que sirve para hacer apuestas.
A la burguesía americana le complace presentarse como la campeona ideológica del liberalismo. Eso no es más que una pose ideológica, pues la economía está dominada por la omnipresente intervención del Estado. Ese es el sentido del "debate" actual en el seno de la burguesía sobre cómo gestionar el barrizal económico de hoy. En el fondo, no hay nada nuevo: aplican las mismas viejas políticas monetarias y fiscales con la esperanza de espolear la economía.
Por ahora lo que se está haciendo para atenuar la crisis actual sigue siendo la misma política de siempre: las mismas viejas recetas del dinero fácil y el crédito barato para consolidar la economía. La respuesta norteamericana al credit crunch (restricción del crédito), es... ¡más crédito!. La Reserva federal ha bajado 5 veces sus tipos de interés desde septiembre de 2007 y por lo visto va a volver a hacerlo en la reunión prevista en marzo. Reconociendo explícitamente que ese remedio no funciona, la Reserva federal ha incrementado regularmente su intervención en los mercados financieros ofreciendo dinero barato: 200 mil millones que vienen a añadirse a los miles de millones ya ofrecidos en diciembre último, a las entidades financieras faltas de liquidez.
Por su parte, la Casa Blanca y el Congreso propusieron rápidamente un plan de relanzamiento (llamado, en ingles, economic stimulus package) que, en lo esencial, reduce impuestos a las familias y deducciones a las empresas, adopta una ley para atenuar la epidemia de impagos de hipotecas y revitalizar un mercado inmobiliario exangüe. Sin embargo, a causa de la amplitud de la crisis inmobiliaria y financiera, la solución de un reflotamiento masivo del casi hundido sector inmobiliario por parte del Estado se contempla cada vez más como una posibilidad. Lo gigantesco del coste de tal operación dejaría muy atrás las sumas invertidas en 1990 por el Estado norteamericano (casi 125 mil millones de dólares) para salvar la Saving and Loans Industry (el sistema estadounidense de Cajas de ahorro).
Queda por ver hasta dónde llegarán los esfuerzos del Estado para gestionar la crisis. Lo que sí es evidente es que como nunca antes, el margen de maniobra de las políticas económicas de la burguesía es cada vez más estrecho. Después de años y años de gestión de la crisis, la burguesía norteamericana gobierna una economía muy enferma. La deuda colosal nacional y privada, el déficit presupuestario federal, la fragilidad del sistema financiero y el enorme déficit del comercio exterior, todo ello agudiza las dificultades de la clase dominante para hacer frente al desmoronamiento de su sistema. En realidad, los remedios gubernamentales tradicionales para provocar un nuevo arranque de la economía no han producido el menor resultado positivo. Lo que parecen provocar, al contrario, es la agravación de la enfermedad que quieren curar. A pesar de los esfuerzos de la Reserva federal por liberar el crédito, estabilizar el sector financiero y revitalizar el mercado inmobiliario, los créditos son caros y difíciles de obtener. Wall Street vive en una montaña rusa permanente, oscilando de arriba abajo en una tendencia dominante a la baja.
Además, la política de la Reserva federal de dinero barato contribuye en la baja del dólar que ha alcanzado en las últimas semanas nuevos récords de bajada respecto al euro y otras monedas, haciendo subir el precio de mercancías como el petróleo. El aumento de los precios de la energía, de la alimentación y otras mercancías simultáneo con la disminución grave de la actividad económica aumenta el temor de los "peritos" de que entremos en un período de "estanflación" (o sea, a la vez estancamiento e inflación) de la economía norteamericana. La inflación actual ya está restringiendo el consumo de la población que intenta vivir con unos ingresos que, en cambio, no se incrementan, obligando a la clase obrera y a otros sectores de la población a apretarse el cinturón.
El anuncio, el 7 de marzo, por el departamento de Trabajo de EE.UU., de que se habían perdido 63 000 empleos en el país durante el mes de febrero ha alarmado a la clase dominante. No precisamente porque se preocupe por el futuro de los trabajadores despedidos, sino porque esa fuerte baja confirma las peores pesadillas de los economistas sobre la agravación de la crisis. Era la segunda baja del empleo consecutiva y la tercera en el sector privado. Sin embargo, en una especie de siniestra farsa a costa de los desempleados, la tasa de desempleo global ha pasado de 4,9 a 4,8 %. ¿Cómo será eso posible?; pues lo es gracias a un malabarismo estadístico que usa la burguesía para hacer bajar la cantidad de desempleados. Para el gobierno estadounidense a uno sólo lo consideran desempleado si no tiene trabajo y está buscando activamente un empleo durante el mes anterior y está dispuesto a trabajar en el momento del sondeo. Las cifras del desempleo subestiman así, de manera más que significativa, la crisis del empleo. No tienen en cuenta a los millones de obreros americanos "desanimados" que han perdido su trabajo y la posibilidad de encontrar otro, que no han buscado un nuevo empleo durante los 30 días precedentes al sondeo, o que quieren trabajar pero les desanima una situación del empleo abrumadora o que, sencillamente, no quieren trabajar por la mitad del sueldo precedente o también, los millones de trabajadores que quisieran trabajar a tiempo completo y sólo se les ofrecen tiempos parciales. Si se incluyeran todos esos trabajadores en las estadísticas del desempleo, la tasa sería muy superior. Para minimizar más aún las cifras del desempleo, en Estados Unidos se incluye en la fuerza de trabajo del país al personal militar, gracias a otro truco estadístico de la época de Ronald Reagan (antes, el desempleo se calculaba únicamente con la fuerza de trabajo civil). Esa maniobra hizo aumentar en unos dos millones la cantidad de personas "empleadas" por el sector militar estadounidense.
El desmoronamiento económico actual acarrea un alud de despidos en todos los sectores de la economía pero hay que decir que el período del boom inmobiliario, hoy fenecido, tampoco ha sido un paraíso para la clase obrera. Los ingresos, las pensiones, la cobertura sanitaria, todo ha seguido deteriorándose mientras el mercado inmobiliario estaba en pleno auge. Eso llevó a determinados economistas burgueses a subrayar que se trataba de una reanudación "sin empleos". La realidad es que, para la clase obrera, las condiciones de vida y de trabajo no han cesado de deteriorarse desde hace cuatro décadas de crisis económica abierta, con todos los altibajos que se quiera. Con la agravación de la crisis económica hoy, la burguesía no tiene otra cosa que ofrecer a la case obrera sino más miseria todavía.
El estado actual de la crisis de la economía norteamericana hace presagiar una situación económica catastrófica a nivel mundial. La economía más importante del mundo acabará arrastrando a sus socios en su caída. No hay otra locomotora económica que pueda compensar el desplome estadounidense y mantener la economía global a flote. Las restricciones en el crédito van a socavar el comercio mundial, el hundimiento del dólar reducirá las exportaciones hacia Estados Unidos, agravando la situación económica de un país a otro y va a duplicar la violencia de los ataques contra el nivel de vida del proletariado. Si hay un rayo de luz en este sombrío panorama, es que esta situación va a acelerar el retorno del proletariado al terreno de la lucha de clases contra el capitalismo, obligándolo a defenderse contra los estragos de la crisis capitalista.
La perspectiva de aceleración y de agravación de la crisis del capitalismo lleva en sí la promesa de un desarrollo de la lucha de clases que será un paso más de los ya realizados por el proletariado desde la reanudación histórica de sus combates de clase a finales de los años 1960.
ES/JG,
14 de marzo de 2008
[1]) Cf. Artículo de nuestra Revista internacional no 131, "De la crisis de liquidez a la liquidación del capitalismo [334]".
[2]) El optimismo a destiempo parece ser algo típico de algunos presidentes de EE.UU. Richard Nixon, por ejemplo, declaró en 1969, dos años antes de la crisis que obligó a Estados Unidos a abandonar la convertibilidad del dólar y todo el sistema de Bretton Woods, "Por fin hemos logrado gestionar una economía moderna para asegurar un crecimiento continuo". Uno de sus antecesores, Calvin Coolidge, había declarado ante el Congreso el 4 de diciembre de 1928, o sea poco antes de la crisis de 1929: "Ningún Congreso de los Estados Unidos antes reunido, al observar la situación económica, pudo contemplar una situación económica más satisfactoria que la de hoy (...) [El país] puede mirar el presente con satisfacción y anticipar el futuro con optimismo".
[3]) Este artículo se escribió justo antes de que se anunciara que Bear Stearns - quinto banco comercial de Estados Unidos - se vendiera a JP Morgan Chase por 2 $ por acción, o sea que el banco perdió 98 % de su valor.
[4]) La "titularización" permite a una sociedad, empresa o persona física, ceder a un organismo los riesgos de las deudas o de otros bienes, emitiendo valores cuya valoración o rendimiento depende de esos riesgos.
[5]) Esquema de Ponzi, cadena de Ponzi, dinámica de Ponzi, o juego de Ponzi, por esos nombres se conoce un sistema que funciona como una bola de nieve, inviable a largo plazo. Para reembolsar los préstamos se piden otros mayores, eso es en parte la dinámica de Ponzi, en la que acaba siendo imposible reembolsar todos los préstamos. Ese nombre se usa también para designar la creación de una burbuja especulativa con intención de estafar. Carlo Ponzi dio su nombre al sistema tras el montaje de una operación inmobiliaria en California a principios del siglo xx.
Cuando inició su primer mandato de Presidente de los Estados Unidos en enero de1969, Richard Nixon declaró: "Hemos aprendido por fin a administrar una economía moderna de tal modo que garantice su crecimiento continuo". Con la distancia, puede uno asombrarse de ver hasta qué punto la realidad contradijo ese discurso: apenas cuatro años más tarde, al principio de su segundo mandato, los Estados Unidos conocieron su recesión más violenta desde la Segunda Guerra mundial, una recesión seguida por otras cada vez más graves. Pero, en lo que a optimismo desplazado se refiere, a Nixon le precedió un año antes otro Jefe de Estado, con mayor experiencia: el general De Gaulle, Presidente de la República francesa desde 1958 y jefe de la "Francia libre" durante la Segunda Guerra mundial. El "Gran Hombre", en su alocución de año nuevo a la nación, declaraba: "Saludo el año 1968 con serenidad". No fue necesario esperar cuatro años para que este optimismo fuera barrido; cuatro meses bastaron para que la serenidad del General diera paso al mayor desasosiego. De Gaulle tuvo que enfrentarse no sólo a una rebelión estudiantil particularmente violenta y masiva sino también, y sobre todo, a la mayor huelga de la historia del movimiento obrero internacional. Poco es decir entonces que 1968 no fue un año "sereno" para Francia: incluso fue, y sigue siéndolo, el año más agitado desde la Segunda Guerra mundial. Pero no solo Francia conoció sobresaltos importantes durante ese año, ni mucho menos. Dos autores, a los que no se puede sospechar de "francocentrismo", el inglés David Caute y el norteamericano Marco Kurlansky, dicen claramente:
"1968 fue el año más turbulento desde finales de la Segunda Guerra mundial. Hubo levantamientos en cadena que afectaron a América y Europa del Oeste, alcanzando incluso a Checoslovaquia; pusieron en entredicho el orden mundial de la posguerra" ([1]).
"No ha habido un año parecido a 1968, y es probable que nunca haya otro. En un tiempo en que las naciones y las culturas estaban todavía separadas y eran muy distintas (...) un espíritu de rebelión prendió espontáneamente por las cuatro esquinas del globo. Hubo otros años de revolución: 1848, por ejemplo, pero contrariamente a 1968, los acontecimientos se limitaron a Europa..." ([2]).
Cuarenta años después de aquel "año caliente", ahora que en muchos países presenciamos una desenfrenada marea editorial y televisiva, es incumbencia de los revolucionarios volver sobre los principales acontecimientos de 1968, no para hacer un relato detallado o exhaustivo ([3]) sino para destacar su verdadero significado. Les corresponde en particular pronunciarse sobre una idea muy extendida hoy, mencionada en la página 4 de cubierta del libro de Kurlansky:
"Sean historiadores o politólogos, los especialistas en ciencias humanas del mundo entero están de acuerdo para afirmar que hay un antes y un después de 1968".
Digamos inmediatamente que compartimos enteramente esta opinión, aunque no sea por las mismas razones que las que se alegan generalmente: la "liberación sexual", la "liberación de la mujer", el cuestionamiento del autoritarismo en las relaciones familiares, la "democratización" de algunas instituciones (como la Universidad), las nuevas formas artísticas, etc. En este sentido, este artículo se propone poner en evidencia lo que, para la CCI, constituye el verdadero cambio ocurrido en el año 1968.
En medio de toda una serie de acontecimientos importantes ya por sí solos (como, por ejemplo, la ofensiva del Têt del Vietcong en febrero que, aunque acabaría siendo vencida por el ejército norteamericano, puso de relieve que éste nunca lograría ganar la guerra del Vietnam, o la intervención de los tanques soviéticos en Checoslovaquia en agosto), lo que marcó el año 1968, como lo destacan Caute y Kurlansky, es ese "espíritu de rebeldía que prendió espontáneamente por todos los confines del mundo". Y en este cuestionamiento del orden existente, es importante distinguir dos componentes de desigual amplitud y, por eso, de desigual importancia. Por una lado, la rebelión estudiantil que afectó a casi todos los países del bloque occidental, y que incluso se propagó, en cierto modo, por algunos países del bloque del Este. Por otro, la lucha masiva de la clase obrera, que sólo afectó, aquel año, a un país, Francia.
En este primer artículo, solamente abordaremos el primer aspecto, no porque sea el más importante, ni mucho menos, sino esencialmente porque precede al segundo y que éste (o sea la lucha obrera), tiene por sí mismo un significado histórico de la primera importancia que va mucho más allá de las revueltas estudiantiles.
Fue en la primera potencia mundial donde, a partir de 1964 van a desarrollarse los movimientos más masivos y significativos de aquel período. Más concretamente, es en la Universidad de Berkeley, en el norte de California, donde el conflicto estudiantil va a tomar, por primera vez, un carácter masivo. La primera reivindicación que moviliza a los estudiantes es la del free speech movement (movimiento por la libertad de palabra), a favor de la libertad de expresión política en el recinto de la universidad. Contra el fácil acceso que tienen los reclutadores del ejército americano, los estudiantes contestatarios quieren poder hacer propaganda contra la guerra de Vietnam y contra la segregación racial (estamos en el año siguiente a la "marcha de los Derechos cívicos" del 28 de agosto de 1963 en Washington, en la que Martin Luther King pronunció su famoso discurso I have a dream). En un primer tiempo las autoridades reaccionan de manera brutalmente represiva, mandando en particular a las fuerzas policíacas contra las "sentadas" y las ocupaciones pacíficas de los locales, deteniendo a 800 estudiantes. Finalmente, las autoridades universitarias autorizan a principios de 1965 las actividades políticas en la universidad que va a convertirse entonces en uno de los principales centros del conflicto estudiantil de Estados Unidos, mientras que el lema "limpiar el desorden de Berkeley" le sirve, contra todo pronóstico, a Ronald Reagan para salir elegido gobernador de California a finales de 1965. El movimiento va a desarrollarse masivamente y radicalizarse en los años siguientes, en torno a la protesta contra la segregación racial, a favor de la defensa de los derechos de las mujeres y sobre todo contra la guerra del Vietnam. Mientras los jóvenes norteamericanos, sobre todo estudiantes, huyen en masa al extranjero para evitar ser movilizados para Vietnam, la mayoría de las Universidades del país se ven sacudidas por fuertes movimientos contra la guerra. Estallan motines en los guetos negros de las grandes ciudades (la proporción de jóvenes negros entre los soldados enviados al Vietnam es muy superior a la media nacional). Esos movimientos de protesta son violentamente reprimidos: a finales de 1967, se condena a 952 estudiantes a largos años de cárcel por haberse negado a ir al frente y tres estudiantes de Carolina del Sur son asesinados el 8 de febrero de 1968 en una manifestación por los derechos cívicos.
En 1968 los movimientos alcanzarán su mayor amplitud. En marzo, estudiantes negros de la universidad Howard de Washington ocupan los locales durante 4 días. Del 23 al 30 de abril de 1968, la Universidad de Columbia, en Nueva York, es ocupada, en protesta contra la contribución de sus departamentos en las actividades del Pentágono y en solidaridad con los habitantes del cercano gueto negro de Harlem. Uno de los factores que radicalizó el descontento fue el asesinato el 4 de abril de Martin Luther King, que provocó numerosos y violentos motines en los guetos negros del país. La ocupación de Columbia fue una de las cumbres del conflicto estudiantil en Estados Unidos, reactivando nuevos enfrentamientos. En mayo, 12 universidades entran en huelga para protestar contra el racismo y la guerra de Vietnam. California se inflama durante el verano, provocando violentos enfrentamientos entre estudiantes y policías en la Universidad de Berkeley durante dos noches, lo que va a llevar a Ronald Reagan, gobernador de California, a proclamar el estado de sitio y el toque de queda. Esta nueva oleada de enfrentamientos tendrá sus momentos más violentos entre el 22 y el 30 de agosto en Chicago, con verdaderos motines, durante la Convención del Partido demócrata.
Las revueltas de los estudiantes norteamericanos se propagan durante el mismo período a varios países
En el mismo continente americano, será en Brasil y México donde más se movilizarán los estudiantes.
En Brasil, el año 1967 está marcado por manifestaciones antigubernamentales y antiamericanas. El 28 de marzo de 1968, la policía interviene en una reunión de estudiantes, matando a uno de ellos, Luís Edson, e hiriendo gravemente a otros, de los que muere uno algunos días más tarde. El 29 de marzo, el entierro de Luis Edson provoca una manifestación importante. La Universidad de Río de Janeiro se pone en huelga general ilimitada, y el movimiento se extiende a la universidad de Sao Paulo, donde se levantan barricadas. El 30 y 31 de marzo, nuevas manifestaciones se propagan por todo el país. El 4 de abril son detenidas 600 personas en Río. A pesar de la represión y las detenciones en serie, las manifestaciones son casi cotidianas hasta en octubre.
Unos meses más tarde le tocará el turno a México. A finales de julio, la rebelión estudiantil estalla en la capital y la policía replica sacando los tanques. El jefe de la policía del Distrito Federal justifica así la represión: se trata de atajar "un movimiento subversivo" que "tiende a crear un ambiente de hostilidad hacia nuestro Gobierno y nuestro país en vísperas de los Juegos de la XIXe Olimpiada". La represión prosigue y se intensifica. El 18 de septiembre, la policía ocupa la ciudad universitaria. El 21 de septiembre son detenidas 736 personas durante nuevos enfrentamientos en la capital. El 30 de septiembre es ocupada la Universidad de Veracruz. Y el 2 de octubre el Gobierno dispara (utilizando fuerzas paramilitares sin uniforme) contra una manifestación de 10 000 estudiantes, en la plaza de las Tres Culturas de la capital. Este drama, que permanecerá en las memorias como la "matanza o masacre de Tlatelolco", se salda con unos 200 muertos, 500 heridos graves y 2000 detenciones. Así solucionó las cosas el presidente Díaz Ordaz para que los Juegos Olímpicos pudieran desarrollarse "en calma" a partir del 12 de octubre. Sin embargo, después de la tregua de los Juegos Olímpicos, los estudiantes reanudarán el movimiento durante varios meses.
El continente americano no fue el único en haber sido perturbado por la ola de revueltas
estudiantiles, sino que ésta afectó a TODOS los continentes.
En Asia, Japón fue escenario de movimientos muy espectaculares. Hubo violentas manifestaciones contra Estados Unidos y la guerra de Vietnam, organizadas principalmente por Zengakuren (Unión nacional de los Comités autónomos de los estudiantes japoneses), desde 1963 y a lo largo de los años 60. A finales de la primavera de 1968, el conflicto estudiantil se extiende masivamente por escuelas y universidades. Se lanza una consigna: "¡Transformemos el Kanda [barrio universitario de Tokio] en Barrio Latino!". En octubre, el movimiento, reforzado por los obreros, alcanza su apogeo. El 9 de octubre, en Tokio, Osaka y Kyoto, las luchas violentas entre policías y estudiantes terminan con 80 heridos y 188 detenciones. Se decreta la ley antidisturbios y 800 000 personas se echan a la calle para protestar contra esta decisión. En reacción a la intervención de la policía en la Universidad de Tokio para acabar con la ocupación, 6000 estudiantes entran en huelga el 25 de octubre. La Universidad de Tokio, el último bastión aún en manos del movimiento, cae a mediados de enero de 1969.
En África dos países se destacan, Senegal y Túnez.
En Senegal, los estudiantes denuncian la orientación derechista del poder y la influencia neocolonialista de Francia y piden la reestructuración de la universidad. El 29 de mayo de 1968, Léopold Sédar Senghor, miembro de la "Internacional socialista", reprime brutalmente con el ejército la huelga general de estudiantes y obreros. La represión causa un muerto y veinte heridos en la Universidad de Dakar. El 12 de junio, una manifestación de universitarios y alumnos de secundaria en los suburbios de Dakar se salda con una nueva víctima.
En Túnez, el movimiento comenzó en 1967. El 5 de junio, en Túnez capital, en una manifestación contra Estados Unidos y Gran Bretaña acusados de apoyar a Israel contra los países árabes, se saquea el Centro cultural americano y es atacada la embajada de Gran Bretaña. Un estudiante, Mohamed Ben Jennet, es detenido y condenado a 20 años de prisión. El 17 de noviembre, los estudiantes manifiestan contra la guerra de Vietnam. Del 15 al 19 de marzo de 68, entran en huelga y manifiestan para obtener la liberación de Ben Jennet. El movimiento es reprimido con detenciones masivas.
Pero es en Europa donde el movimiento estudiantil tendrá su evolución más importante y más espectacular.
En Gran Bretaña, la efervescencia comienza a partir de octubre de 1966 en la muy respetable London School of Economics (LSE), una de las "Mecas" del pensamiento económico burgués. Los estudiantes protestan contra el nombramiento de Presidente a un personaje conocido por sus vínculos con los regímenes racistas de Rodesia y Sudáfrica. Y durante meses seguirá habiendo movimientos de protesta en la LSE. En marzo de 1967, una sentada de cinco días contra medidas disciplinarias desemboca en la formación de una "universidad libre" siguiendo los ejemplos norteamericanos. En diciembre de 1967 se hacen varias sentadas en la Regent Street Polytechnic y en el Holborn College of Law and Commerce, con la reivindicación, en ambos casos, de una representación estudiantil en las juntas directivas. En mayo y junio de 1968 hay ocupaciones en la Universidad de Essex, en el Hornsey College of Art, Hull, Bristol y Keele seguidas por otros movimientos de protesta en Croydon, Birmingham, Liverpool, Guildford, y al Royal College of Arts. Las manifestaciones más espectaculares (que implican a numerosas personas de distintos horizontes y diversidad de opiniones) son las protestas contra la guerra de Vietnam: en marzo y octubre de 1967, en marzo y octubre de 1968 (la más masiva), que dan lugar a violentos enfrentamientos contra la policía, con centenares de heridos y detenciones delante de la embajada americana de Grosvenor Square.
En Bélgica, a partir del mes de abril de 1968, los estudiantes salen a la calle en varias ocasiones, para proclamar su oposición a la guerra del Vietnam y pedir una transformación del sistema universitario. El 22 de mayo, ocupan a la Universidad Libre de Bruselas, declarándola "abierta a la población". Abandonan los locales a finales de junio, después de la decisión del Consejo de la Universidad de estudiar algunas de sus pretensiones.
En Italia, a partir de 1967, los estudiantes multiplican las ocupaciones de universidades y muchos son los enfrentamientos con la policía. La Universidad de Roma se ocupa en febrero de 1968. La policía evacua los locales, lo que decide a los estudiantes a instalarse en la facultad de arquitectura, en Villa Borghese. Conocidos como "batalla de Valle Giulia", hay violentos choques que enfrentan a fuerzas del orden y estudiantes. Y a la vez se asiste a movimientos espontáneos de cólera y rebelión en fábricas donde el sindicalismo es débil (fábrica Marzotto en Venecia), lo que lleva a los sindicatos a convocar un día de huelga general en la industria, consigna seguida masivamente. Las elecciones de mayo acabarán con un movimiento que había empezado a decaer desde la primavera.
La España franquista conoce una oleada de huelgas obreras y de ocupaciones de universidades a partir de 1966. El movimiento toma amplitud en 1967 y continúa a lo largo de 1968. Estudiantes y obreros muestran su solidaridad, como el 27 de enero de 1967, cuando 100 000 obreros manifiestan en reacción a la represión brutal de un día de manifestación en Madrid, que llevó a los estudiantes, refugiados en la facultad de Económicas, a luchar contra la policía durante seis horas. Las autoridades reprimen a los contestatarios por todos los medios: la prensa está controlada, se detiene a los militantes de los movimientos y sindicatos clandestinos. El 28 de enero de 1968, el Gobierno instaura una "policía universitaria" en cada facultad. Eso no impide que prosiga la agitación estudiantil contra el régimen franquista y contra la guerra de Vietnam, lo que en marzo obliga las autoridades a cerrar sine díe la Universidad de Madrid.
De todos los países de Europa, es en Alemania donde el movimiento estudiantil es más fuerte.
En este país se formó una "oposición extraparlamentaria" a finales de 1966, en reacción, entre otras cosas, contra la participación de la socialdemocracia (SPD) en el Gobierno. Esa "oposición" se basaba en asambleas de estudiantes cada vez más numerosas que se celebran en las universidades, animadas con debates sobre los objetivos y los medios de la protesta. Tomando ejemplo de Estados Unidos se forman numerosos grupos universitarios de debate; se crea una "Universidad crítica" como polo de oposición a las universidades burguesas "establecidas". Se revivifica así una vieja tradición de debate, de discusiones en asambleas generales públicas. Aunque muchos estudiantes estén atraídos por las acciones espectaculares, el interés por la teoría y la historia del movimiento obrero sale a la superficie, llegando incluso a plantearse el derrocamiento del capitalismo. Muchos elementos expresan la esperanza de una nueva sociedad. A partir de ese momento, al movimiento de protesta en Alemania se le considera el más activo a escala internacional en los debates teóricos, el más profundo en las discusiones, el más político.
Junto a esa reflexión hay muchas manifestaciones. La guerra de Vietnam es obviamente su principal motivo en un país cuyo Gobierno apoya sin reservas a la potencia militar de EE.UU pero que también ha quedado muy marcado por la Segunda Guerra mundial. Los 17 y 18 de febrero se celebra en Berlín un Congreso internacional contra la guerra del Vietnam, seguido por una manifestación que agrupa aproximadamente a 12 000 participantes. Pero las manifestaciones, que comenzaron en 1965, también denunciaban el desarrollo del carácter policiaco del Estado, en particular los proyectos de ley de excepción que daban al Estado la posibilidad tanto de imponer la ley marcial en el país como de intensificar la represión. El SPD, que se había unido a la CDU en 1966 en un Gobierno de "gran coalición", se mantenía fiel a su política de 1918-19, cuando había dirigido el aplastamiento sangriento del proletariado alemán. El 2 de junio de 1967, una manifestación contra la llegada a Berlín del Shah de Irán es reprimida con la mayor brutalidad por el Estado "democrático" alemán que mantenía las mejores relaciones del mundo con aquel dictador sanguinario. Se asesina a un estudiante, Benno Ohnesorg, de un tiro en la espalda disparado por un policía en uniforme (que sería absuelto más tarde). Tras ese asesinato, las campañas repugnantes de difamación contra los movimientos de protesta se intensifican, en particular contra sus dirigentes. El periódico de gran tirada Bild Zeitung exige que "se acabe cuanto antes con el terror de los jóvenes rojos". En una manifestación pro-americana organizada por el Senado de Berlín, el 21 de febrero de 1968, los participantes declaran a Rudi Dutschke, principal portavoz del movimiento de protesta, "enemigo público no 1". Una persona que se parecía a "Rudi el rojo" es atacada por manifestantes que amenazan con matarlo. Una semana después del asesinato de Martin Luther King, esa campaña de odio alcanza su punto álgido con la tentativa de asesinato contra Dutschke, el 11 de abril, por un joven exaltado, Josef Bachmann, obviamente influido por las campañas histéricas desencadenadas por la prensa del magnate Axel Springer, dueño de Bild Zeitung ([4]). Habrá después más manifestaciones y disturbios cuyo objetivo principal será evidentemente ese siniestro individuo y su grupo de prensa. Durante varias semanas, antes de que las miradas se vuelvan hacia Francia, el movimiento estudiantil en Alemania consolida así su papel de referencia para toda una serie de movimientos que recorre la mayoría de los países de Europa.
El principal episodio de la rebelión estudiantil en Francia comienza el 22 de marzo de 1968 en la Universidad de Nanterre, en el oeste de los alrededores de París. De por sí, los hechos que se desarrollaron ese día no fueron nada excepcionales: para protestar contra la detención de un estudiante de extrema izquierda de esa universidad, de quien se sospechaba que había participado en un ataque a American Express en París durante una violenta manifestación contra la guerra del Vietnam, 300 de sus compañeros organizan un mitin en el paraninfo y 142 entre ellos deciden ocupar durante la noche la sala del Consejo de Universidad, en el edificio administrativo. No es la primera vez que los estudiantes de Nanterre manifiestan su descontento. Ya se había asistido, exactamente un año antes en esa misma universidad, a un pulso entre estudiantes y policía sobre la libre circulación en la residencia universitaria de las chicas, en la que hasta entonces no podían entrar los chicos. El 16 de marzo de 1967, una asociación de 500 residentes, el ARCUN, había declarado abolido el reglamento interno que, entre otras cosas, consideraba como menores a las estudiantes, incluso a las mayores de edad (de más de 21 años en aquel entonces). El 21 de marzo de 1967, a instancias de la administración, la policía cercó la residencia de chicas con el proyecto de detener a los 150 muchachos que allí estaban y que se habían encerrado en el último piso del edificio. Pero por la mañana del día siguiente, los propios policías fueron cercados por varios miles de estudiantes, hasta que aquéllos recibieron finalmente la orden de dejar salir sin más a los estudiantes encerrados. Pero ni este incidente ni las manifestaciones de rabia de los estudiantes, en particular contra el "plan Fouchet" de reforma de la universidad en otoño 1967, tuvieron mayores consecuencias. La cosa no fue así tras el 22 de marzo de 1968. En pocas semanas, una sucesión de acontecimientos iba a desembocar no solo en la mayor movilización estudiantil desde la guerra, sino, y sobre todo, en la mayor huelga de la historia del movimiento obrero internacional.
Antes de salir, los 142 ocupantes de la sala del Consejo deciden, para mantener y desarrollar la agitación, formar el Movimiento del 22 de marzo (M22). Es un movimiento informal, compuesto al principio por trotskistas de la Liga comunista revolucionaria (LCR) y anarquistas (entre los cuales Daniel Cohn-Bendit), a los que se unieron a finales de abril los maoístas de la Unión de las juventudes comunistas marxistas-leninistas (UJCML), y que acabará agrupando en pocas semanas a más de 1200 participantes. Las paredes de la universidad se cubren de carteles y pintadas: "Profesores, sois viejos y vuestra cultura también", "dejadnos vivir", "tomad vuestros deseos por realidades". El M22 anuncia para el 29 de marzo una jornada de "universidad crítica", a imagen de las acciones de los estudiantes alemanes. El decano decide cerrar la universidad hasta el 1ro de abril, pero la agitación vuelve a empezar con la reapertura. Ante 1000 estudiantes, Cohn-Bendit declara: "Nos negamos a ser los futuros cuadros de la explotación capitalista". La mayoría de los profesores reacciona de manera conservadora: el 22 de abril, 18 de ellos, y entre éstos gente de "izquierdas", solicitan "medidas y medios para desenmascarar y sancionar a los agitadores". El decano hace adoptar toda una serie de medidas represivas, en particular la libre circulación de la policía por las veredas del campus mientras que la prensa se desencadena contra los "rabiosos", los "grupúsculos" y los "anarquistas". Y el Partido "comunista" francés (PCF)le sigue los pasos: el 26 de abril, Pierre Juquin, miembro del Comité central, que preside un mitin en Nanterre, dice: "Los agitadores-señoritos impiden pasar sus exámenes a los hijos de trabajadores". No puede terminar su discurso y debe huir. En l'Humanité (diario del PCF) del 3 de mayo, Georges Marchais, número 2 del PCF, se desencadena a su vez: "Estos falsos revolucionarios deben ser desenmascarados enérgicamente ya que sirven objetivamente los intereses del poder gaulista y de los grandes monopolios capitalistas".
En el campus de Nanterre son cada día más frecuentes las peleas entre estudiantes de extrema izquierda y grupos fascistas de "Occident" venidos de París "para quebrar bolcheviques". Ante esta situación, el decano decide el 2 de mayo cerrar de nuevo la universidad. Los estudiantes de Nanterre deciden celebrar al día siguiente un mitin en el patio de la Sorbona para protestar contra el cierre de su universidad y contra el consejo de disciplina que amenaza a 8 miembros del M22, entre ellos Cohn-Bendit.
El mitin sólo reúne a unos 300 participantes: la mayoría de los estudiantes preparan activamente sus exámenes de final de curso. Sin embargo, el Gobierno, que quiere acabar con la agitación, decide imponerse ocupando el Barrio Latino y cercando la Sorbona por la policía que penetra en ella, lo que no había ocurrido durante siglos. Los estudiantes que ocupan la Sorbona obtienen la seguridad de que podrán salir sin ser molestados, pero, aunque las muchachas pueden irse libremente, a los chicos se les detiene en cuanto cruzan la puerta. Rápidamente, centenas de estudiantes se reúnen en la plaza de la Sorbona e insultan a los policías. Las granadas lacrimógenas comienzan a llover: la plaza se limpia, pero los estudiantes, cada vez más numerosos, empiezan entonces a acosar a los grupos de policías y sus furgones. Los enfrentamientos prosiguen por la tarde durante 4 horas: 72 policías resultan heridos y se detiene a 400 manifestantes. Los días siguientes, la policía cierra por completo los accesos de la Sorbona mientras que cuatro estudiantes son condenados a penas de cárcel. Esta política de firmeza, lejos de acallar la agitación, va, al contrario, a darle un carácter masivo. A partir del lunes 6 de mayo, los enfrentamientos con la policía alrededor de la Sorbona alternan con manifestaciones más y más masivas, convocadas por el M22, la UNEF y el SNESup (sindicato de profesores de universidad) que agrupan hasta 45 000 participantes, al grito de "la Sorbona para los estudiantes", "fuera policía del Barrio Latino" y sobre todo "libertad para nuestros compañeros". Los estudiantes se ven reforzados por un número creciente de alumnos de secundaria, profesores, obreros y parados. El 7 de mayo, las manifestaciones cruzan el Sena por sorpresa y recorren los Campos Elíseos, a unos cuantos metros del palacio presidencial. La Internacional suena bajo el Arco de Triunfo, allí donde generalmente se oye la Marsellesa o el Himno a los caídos (cantos patrióticos, ndt). Las manifestaciones también afectan a algunas ciudades de provincia.
El Gobierno quiere dar una prueba de buena voluntad abriendo de nuevo... la Universidad de Nanterre el 10 de mayo. La misma noche, decenas de miles de manifestantes van al Barrio Latino plantándose ante la policía que rodea la Sorbona. A las nueve de la noche, algunos manifestantes empiezan a montar barricadas (habrá unas sesenta). A las doce de la noche, el rector de París recibe una delegación de tres profesores y tres estudiantes (entre los cuales Cohn-Bendit) pero, aunque sí acepta la reapertura de la Sorbona, no puede prometer nada sobre la liberación de los estudiantes detenidos el 3 de mayo. A las dos de la mañana, la policía armada (CRS) asalta las barricadas tras haberlas regado a mansalva con gases lacrimógenos. Los enfrentamientos son de una violencia brutal, causando cientos de heridos por ambas partes. Cerca de 500 manifestantes son detenidos. En el Barrio Latino, muchos vecinos dan prueba de su simpatía acogiendo a manifestantes perseguidos o echando agua a la calle para protegerlos de los gases lacrimógenos y granadas ofensivas. Todos estos acontecimientos, y en particular los testimonios sobre la brutalidad de las fuerzas represivas, pueden seguirse por la radio, minuto a minuto, escuchados por miles de personas. A las 6 de la mañana, "el orden reina" en el Barrio Latino, por el que parece haber atravesado un ciclón.
El sábado 11 de mayo, la indignación es inmensa en París y en toda Francia. Se forman manifestaciones espontáneas por todas partes que no solo reúnen a estudiantes, sino también a cientos de miles de manifestantes de todos los orígenes, en particular muchos obreros jóvenes o padres de estudiantes. En las regiones francesas, muchas universidades son ocupadas; por todos los lugares, calles, plazas, se discute y se condena la actitud de las fuerzas de represión.
Ante esta situación, el Primer ministro, Georges Pompidou, anuncia por la tarde que a partir del lunes 13 de mayo, la policía se retirará del Barrio Latino, la Sorbona se abrirá de nuevo y se liberará a los estudiantes encarcelados.
El mismo día, todas las centrales sindicales, incluida la CGT (central dirigida por el PCF que no había cesado hasta entonces de denunciar a los estudiantes "izquierdistas"), incluso los sindicatos de policías, convocan una huelga y manifestaciones para el día 13 de mayo, para protestar contra la represión y la política del Gobierno.
El 13 de mayo, todas las ciudades del país conocerán las manifestaciones más importantes desde la Segunda Guerra mundial. La clase obrera está masivamente presente junto a los estudiantes. Una de las consignas que tiene más éxito es: "Diez años ¡basta ya!", que se refiere a la fecha del 13 de mayo de 1958, la del retorno al poder de De Gaulle. Al final de las manifestaciones, prácticamente todas las universidades están ocupadas, no sólo por los estudiantes sino también por muchos jóvenes obreros. Por todas partes se libera la palabra. Los debates no se limitan a cuestiones universitarias o a la represión. Comienzan a abordarse todos los problemas sociales: las condiciones de trabajo, la explotación, el futuro de la sociedad.
El 14 de mayo, los debates siguen en muchas empresas. Después de las inmensas manifestaciones del día anterior, con todo el entusiasmo y el sentimiento de fuerza que habían permitido, era difícil reanudar el trabajo como si no hubiera pasado nada. En Nantes, los obreros de Sud-Aviation, animados por los más jóvenes, lanzan una huelga espontánea y deciden ocupar la fábrica. La clase obrera comienza a tomar el relevo...
Lo que caracteriza a esos movimientos, es obviamente y sobre todo el rechazo a la guerra del Vietnam. Pero mientras que los partidos estalinistas, aliados al régimen de Hanoi y Moscú, habrían debido lógicamente ponerse en cabeza de aquéllos, al menos en los países dónde tenían una influencia significativa como así había sido durante los movimientos contra la guerra de Corea a principios de los años cincuenta, esta vez no ocurrió lo mismo ni mucho menos. Al contrario, estos partidos apenas si influyen en el movimiento e incluso, a menudo, se oponen totalmente a él ([5]). Es ésta una de las características de los movimientos estudiantiles de finales de los años 60 que revela su significado profundo.
Este significado es lo que vamos a intentar destacar ahora. Para ello, es obviamente necesario recordar cuáles fueron los principales temas de movilización de los estudiantes en aquel entonces.
Los temas de las revueltas estudiantiles de los años 60 en Estados Unidos...
Si la oposición a la guerra de Estados Unidos en Vietnam fue el tema más generalizado y dinamizador en todos los países occidentales, no es casualidad si fue en EE.UU. donde empezaron las revueltas. La juventud norteamericana se enfrentaba de manera directa e inmediata a la cuestión de la guerra, puesto que era a ella a la que mandaban a aquel frente para defender el "mundo libre". Decenas de miles de jóvenes norteamericanos pagaron con su vida la política de su Gobierno, cientos de miles volvieron de Vietnam heridos o minusválidos, otros tantos miles quedaron marcados para siempre por lo que vivieron en ese país. Además del horror que allí conocieron y que es propio a todas las guerras, muchos de ellos se preguntaban: "¿qué hacemos en Vietnam?" El discurso oficial era que habían ido a defender la "democracia", el "mundo libre" y la "civilización". Pero la realidad que habían vivido contradecía de manera patente esos discursos: el régimen que se encargaban de proteger, el de Saigón, no tenía nada de "democrático" ni de "civilizado": era un régimen militar, dictatorial y particularmente corrupto. A los soldados estadounidenses les era difícil entender que estaban defendiendo la "civilización" cuando a ellos mismos se les exigía comportarse como bárbaros, aterrorizando y matando a pobres campesinos desarmados, a mujeres, niños y ancianos incluidos. Pero no solo los soldados acababan obsesionados por los horrores de la guerra, sino también una parte creciente de la juventud norteamericana. No sólo los muchachos temían que se les alistara para la guerra y las muchachas perder a sus compañeros, sino que todos estaban informados de la barbarie, ya fuera por los "veteranos" que de allí volvían o simplemente por los canales de televisión ([6]). La estridente contradicción entre los discursos sobre la "defensa de la civilización y la democracia" que declamaba el Gobierno norteamericano y sus maniobras en Vietnam fue uno de los primeros ingredientes de una rebelión contra las autoridades y los valores tradicionales de la burguesía norteamericana ([7]). Esta rebelión alimentó, en un primer tiempo, el movimiento hippie, un movimiento pacifista y no violento que reivindicaba el Flower Power (poder de las flores) y cuyo eslogan predilecto era Make Love, not War ("Haced el amor, no la guerra"). No es probablemente una casualidad si la primera movilización estudiantil de envergadura ocurrió en la Universidad de Berkeley, en las afueras de San Francisco, Meca del movimiento hippie. Los temas y sobre todo los medios de esa movilización seguían teniendo semejanzas con este movimiento: las sentadas no violentas para reivindicar el Free Speech... Sin embargo, como más tarde en muchos otros países y en particular en Francia en 1968, la violencia de la represión que se desató en Berkeley fue un factor importante de "radicalización" del movimiento. A partir de 1967, con la fundación del Youth Internacional Party (Partido internacional de la juventud) por Abbie Hoffman y Jerry Rubin, que habían formado parte del esfera de la no violencia, el movimiento de revuelta se dio una perspectiva "revolucionaria" contra el capitalismo. Los nuevos "héroes" del movimiento ya no eran Bob Dylan o Joan Baez, sino figuras como Che Guevara (que Rubin había conocido en 1964 en La Habana). La ideología de este movimiento era de lo más confuso. Contenía ingredientes anarquistas (como el culto a la libertad, en particular la libertad sexual o del consumo de drogas) y también ingredientes estalinistas (Cuba y Albania se consideraban como ejemplos). Los medios de acción eran, en gran parte, de estilo anarquista, como la sátira y la provocación. Uno de los primeras acciones del tándem Hoffman-Rubin fue lanzar paquetes de billetes falsos en la Bolsa de Nueva York, provocando las carreras de los allí presentes para acaparárselos. Del mismo modo, en la Convención demócrata del verano 1968, presentó la candidatura del cerdo Pigasus a la Presidencia de Estados Unidos ([8]), a la vez que preparaban un enfrentamiento violento con la policía.
Para resumir las características principales de los movimientos de revuelta que agitaron Estados Unidos durante los años sesenta, podemos decir que se presentaban como una protesta global contra la guerra del Vietnam, la discriminación racial, la desigualdad entre los sexos y la moral y valores tradicionales del país. Como lo constataba la mayoría de sus protagonistas (que se consideraban hijos rebeldes de la burguesía), ese movimiento no tenía el más mínimo carácter de clase proletario. Tampoco es una casualidad si uno de sus "teóricos", el profesor de filosofía Herbert Marcuse, consideraba que la clase obrera "se había integrado" y que las fuerzas de la revolución contra el capitalismo debían buscarse en otros sectores, como los negros víctimas de la discriminación, los campesinos del Tercer mundo o los intelectuales rebeldes.
Los movimientos que agitaron el mundo estudiantil durante los años sesenta en la mayoría de los demás países occidentales presentan grandes semejanzas con el de Estados Unidos: rechazo de la intervención americana en Vietnam, rebelión contra las autoridades, en particular universitarias, contra la autoridad en general, contra la moral tradicional, en particular sexual. Es una de las razones por las que los partidos estalinistas, símbolos de autoritarismo, no tuvieron ningún eco en las revueltas, a pesar de que éstas empezaron denunciando la intervención norteamericana en Vietnam contra unos ejércitos armados, pertrechados y plenamente apoyados por el bloque soviético y que, además, se reivindicaban del "anticapitalismo".
Cierto es que la imagen de la URSS quedó en gran parte deslucida tras la represión de la insurrección húngara de 1956, y, la verdad, el retrato del viejo apparatchik Brejnev más que encantar producía pesadillas. Los rebeldes de los años sesenta preferían pegar en su habitación carteles de Ho Chi Minh (otro viejo miembro del aparato estalinista, pero más presentable y "más heroico") y más todavía el romántico rostro de Che Guevara (otro miembro de un partido estalinista pero "exótico") o de Angela Davis (también ella miembro de un partido estalinista, el de EEUU, pero que tenía la doble ventaja de ser negra y mujer, con una imagen tan atractiva como la de Che Guevara).
Esos ingredientes, el antiguerra de Vietnam y a la vez el "libertario", pudieron observarse sobre todo en Alemania. El principal portavoz del movimiento, Rudi Dutschke, venía de la República Democrática Alemana (RDA), bajo tutela soviética, donde, ya muy joven, se había opuesto a la represión de la insurrección húngara. Condenaba el estalinismo como una deformación burocrática del marxismo y consideraba que la URSS formaba parte de la cadena de regímenes autoritarios que controlaban el mundo entero. Sus referencias ideológicas eran el "joven Marx" así como la Escuela de Frankfurt (de la que formaba parte Marcuse), y también la Internacional situacionista (de la que se reivindicaba el grupo Subversive Aktion, cuya sección berlinesa fundó Dutschke en 1962) ([9]).
En los debates que se desarrollaron a partir de 1965 en las universidades alemanas, tuvo un gran éxito la búsqueda de un "verdadero marxismo antiautoritario", lo que explica que se volvieran a publicar en aquel entonces muchos textos del movimiento consejista.
Los temas y reivindicaciones del movimiento estudiantil en Francia en 1968 son básicamente los mismos. Si embargo, las referencias a la guerra del Vietnam durante el movimiento quedaron bastante ocultadas por toda una serie de consignas de inspiración situacionista o anarquista (e incluso surrealista) que cubrieron las paredes ("Las paredes tienen la palabra").
Los temas anarquistas pueden verse en particular en:
- La pasión de la destrucción es un gozo creativo (Bakunin).
- Está prohibido prohibir.
- La libertad es el crimen que contiene todos los crímenes.
- Elecciones ¡trampa para tontos!
- La insolencia es la nueva arma revolucionaria.
Y se completaban con los que llamaban a la "revolución sexual":
- ¡Amaos los unos sobre los otros!
- Desabróchate el cerebro tan a menudo como la bragueta.
- Cuanto más hago el amor, más deseo hacer la revolución. Cuanto más hago la revolución, más deseo hacer el amor.
La referencia situacionista puede verse en:
- ¡Abajo la sociedad de consumo!
- ¡Abajo la sociedad espectacular mercantil!
- Abolición de la alienación.
- ¡No trabajes nunca!
- Tomo mis deseos por realidades pues creo en la realidad de mis deseos.
- No queremos un mundo donde la certeza de no morirse de hambre se canjee por el riesgo de morir de aburrimiento.
- El aburrimiento es contrarrevolucionario.
- Vivir sin tiempos muertos y gozar sin obstáculos.
- Seamos realistas, ¡pidamos lo imposible!
Por otra parte, el tema del conflicto de generaciones (que estaba muy de moda en Estados Unidos y Alemania) se encuentra (incluso con formas bastante odiosas) en:
- Corre compañero, ¡el viejo mundo te persigue!
- Los jóvenes hacen el amor, los viejos hacen gestos obscenos.
Del mismo modo, en la Francia de mayo del 68, cubierta regularmente de barricadas, no es de extrañar leer:
- La barricada cierra la calle pero abre el camino.
- El resultado de todo pensamiento es el adoquín en tu boca, CRS.
- Bajo los adoquines, la playa.
Y, en fin, la gran confusión del pensamiento que acompaña ese período queda bien resumida en estos dos eslóganes:
- No hay pensamiento revolucionario. No hay sino actos revolucionarios
- Tengo algo que decir, pero no sé qué.
Esos eslóganes, como casi todos los que se plasmaron en los demás países, indican claramente que el movimiento estudiantil de los años sesenta no tenía el menor carácter proletario de clase, a pesar de que en varios lugares (como en Francia, evidentemente, y también en Italia, España o Senegal) hubo la voluntad de tender puentes con las luchas de la clase trabajadora. Este planteamiento contenía, sin embargo, una "condescendencia" mezclada de fascinación hacia ese ser mítico, el obrero en mono, héroe de lecturas mal digeridas de los clásicos del marxismo.
Básicamente, el movimiento de los estudiantes de los años 60 era de carácter más bien pequeño burgués, siendo unos de los aspectos más claros, además de su tinte anarquizante, la voluntad "de cambiar la vida ¡ya!", la impaciencia y el inmediatismo, o sea los precintos de garantía de una capa social, la pequeña burguesía, sin el menor futuro a escala de la historia.
El radicalismo "revolucionario" de la vanguardia del movimiento, incluido el culto de la violencia promovido por algunos de sus sectores, es también otra ilustración de su carácter pequeñoburgués ([10]). De hecho, las preocupaciones "revolucionarias" de los estudiantes de 1968 eran indiscutiblemente sinceras, a pesar de que muchos fueran tercermundistas (guevarismo o maoísmo) o antifascistas. Tenían una visión romántica de la revolución, sin la menor idea del proceso real de desarrollo del movimiento de la clase obrera que implica. En Francia, para los estudiantes que pensaban ser "revolucionarios", el movimiento de Mayo de 68 era ya la Revolución, y las barricadas que se levantaban día tras día eran las herederas de las de 1848 y de la Comuna de París de 1871.
Uno de los factores del movimiento estudiantil de los años sesenta es el llamado "conflicto de generaciones", la importante separación entre la nueva generación y la de sus padres a la que se hacían múltiples críticas. En particular, debido a que esta generación había trabajado duro para salir de una situación de miseria, cuando no de hambre, resultante de la Segunda Guerra mundial, se la acusaba de no tener más preocupación que la del bienestar material. De ahí el éxito de las fantasías sobre la "sociedad de consumo" y de eslóganes como "¡no trabajes nunca!". Hija de una generación que había sufrido de pleno la contrarrevolución, la juventud de los años sesenta le reprochaba su conformismo y su sometimiento a las exigencias del capitalismo. Recíprocamente, muchos padres no entendían o tenían dificultades para aceptar que sus hijos trataran con desprecio los sacrificios que habían hecho para poder darles una situación económica mejor que la que ellos habían tenido.
Existía sin embargo una verdadera causa económica a la rebelión estudiantil de los años sesenta. No había en aquél entonces ninguna amenaza importante de desempleo o de precariedad al final de los estudios, como ocurre hoy. La principal inquietud que afectaba entonces a la juventud estudiantil era la de no poder acceder, a partir de aquellos años, al mismo estatuto social que había podido disfrutar la generación anterior de universitarios. La generación de 1968 fue la primera en enfrentarse con cierta brutalidad al fenómeno de "proletarización de ejecutivos" muy estudiada por los sociólogos de entonces. El fenómeno había empezado unos años antes, incluso antes de que se manifestase la crisis abierta, tras un crecimiento muy sensible de la cantidad de estudiantes en las universidades (en Alemania pasó por ejemplo de 330 000 a 1,1 millón entre 1964 y 1974). Este crecimiento respondía a las necesidades de la economía pero también era fruto de la voluntad y la posibilidad para la generación de sus padres de darles a sus hijos una situación económica y social superior a la suya. Entre otras razones, esta "masificación" de la población estudiantil había contribuido al malestar creciente debido a la permanencia en la Universidad de estructuras y prácticas heredadas de unos tiempos en los que solo una élite podía acudir a ella, especialmente el autoritarismo.
Sin embargo, aunque el movimiento estudiantil que comienza en 1964 se desarrolla durante un período de "prosperidad" del capitalismo, las cosas cambian a partir de 1967, cuando la situación económica comenzó a deteriorarse, reforzando seriamente el malestar de la juventud estudiantil. Es una de las razones que permite entender por qué ese movimiento conoció su apogeo en 1968. Es lo que permite explicar por qué, en mayo del 68, el movimiento de la clase obrera tomó el relevo.
Es lo que veremos en el próximo artículo.
Fabienne
[1]) David Caute, Sixty-Eight : The Year of the Barricades, London, Hamilton, 1988.
[2]) Mark Kurlansky : 1968, The Year That Rocked the Wolrd,, New York, y, en francés, 1968, l'année qui ébranla le monde, París
[3]) Algunas de nuestras publicaciones territoriales ya han publicado textos (o van a hacerlo) sobre los acontecimientos ocurridos en los diferentes países.
[4]) Rudi Dutschke sobrevivió al atentado pero tuvo secuelas neurológicas graves en parte responsables de su muerte prematura a los 39 años, el 24/12 de 1979, tres meses antes del nacimiento de su hijo Rudi Marek. Bachmann fue condenado a 7 años de cárcel por tentativa de asesinato. Dutschke tomó contacto con su agresor por escrito para explicarle que no albergaba resentimientos personales contra él e intentar convencerlo de la justa validez del compromiso socialista. Bachmann se suicidó en la cárcel el 24 de febrero de 1970. Dutschke lamentó no haberle escrito con más frecuencia: "la lucha por la liberación acaba justo de empezar; por desgracia, Bachmann no podrá participar en ella...".
[5]) También hubo movimientos estudiantiles que afectaron a países con régimen estalinista en 1968. En Checoslovaquia el movimiento estudiantil participó en la "Primavera de Praga" impulsada por un sector del partido estalinista, de modo que no puede considerársele como un movimiento contra el régimen. Muy diferente era la situación en Polonia: la policía reprime el 8 de marzo unas manifestaciones de estudiantes contestatarios contra la prohibición de un espectáculo considerado "antisoviético". La tensión sube durante el mes de marzo, los estudiantes ocupan las universidades y multiplican las manifestaciones. Bajo el mando del ministro del Interior, el general Moczar, cabecilla de la corriente de los "partisanos" en el partido estalinista, se reprime con brutalidad a los estudiantes y, por otra parte, se expulsa a los judíos del partido por "sionismo",.
[6]) Durante la guerra de Vietnam, los medios de EE.UU. ni dependían ni estaban sometidos a las autoridades militares. Fue éste un error que no volvió a cometer el gobierno estadounidense en las guerras de Irak en 1991 y desde 2003.
[7]) Ese fenómeno no ocurrió tras la Segunda Guerra mundial: los soldados americanos habían vivido un infierno, especialmente quienes habían desembarcado en Normandía en 1944, pero sus sacrificios fueron aceptados por la mayoría de ellos y por la población gracias a la exposición por parte de las autoridades y de los medios de la barbarie del régimen nazi.
[8]) A principios del siglo xx, hubo anarquistas franceses que presentaron un burro en la elecciones legislativas.
[9]) Para una presentación sintética de las posiciones políticas del situacionismo, ver nuestro artículo "Guy Debord: la segunda muerte de la Internacional situacionista" en la Revista internacional no 80.
[10]) Hay que señalar que en la mayoría de los casos (tanto en los países de régimen "autoritario" como los más "democráticos"), las autoridades reaccionaron con la mayor brutalidad contra las manifestaciones estudiantiles, incluso cuando éstas eran inicialmente pacíficas. Por todas partes más o menos, la represión, en lugar de intimidar a los contestatarios, fue, al contrario, un factor de movilización masiva y de radicalización del movimiento. Muchos estudiantes que al principio no se consideraban "revolucionarios" ni mucho menos no vacilaban en verse como tales al cabo de unos días o semanas como consecuencia de una represión desenfrenada que dejó al descubierto el verdadero rostro de la democracia burguesa mucho mejor que todos los discursos de Rubin, Dutschke o Cohn-Bendit.
Debate interno en la CCI
Durante la primavera de 2005, la CCI abrió un debate interno sobre el análisis económico del período de elevado crecimiento que sucedió a la Segunda Guerra mundial (llamado "los Treinta gloriosos", expresión creada por economistas franceses) y que se puede considerar como una excepción en la decadencia del capitalismo desde el punto de vista de los resultados económicos, puesto que alcanza los índices de crecimiento más elevados de toda la historia del capitalismo [[1]]. Este debate se originó a causa de la evidencia, ya antigua, de una contradicción entre diferentes textos de la CCI sobre el papel desempeñado por la guerra ante el problema crucial de la insuficiencia de mercados solventes para la economía capitalista. Una primera pregunta se le planteó entonces a nuestra organización: ¿las destrucciones causadas por la guerra permiten la creación de nuevos mercados? Pero al responder negativamente a esa pregunta, aparecía inmediatamente otra: ¿qué explicación coherente, basada en otros factores que las destrucciones de la Segunda Guerra mundial, podía darse a los Treinta gloriosos? El debate sobre esas cuestiones sigue abierto y las distintas posiciones no están acabadas. Éstas alcanzan sin embargo un nivel suficiente de elaboración que ya permite su publicación fuera de nuestra organización, para así fomentar el debate, especialmente entre elementos en búsqueda que se orientan hacia las posiciones de la Izquierda comunista.
Aunque, en la realidad, la evolución de la crisis antes y desde el final de los "Treinta gloriosos" ha puesto de sobra de manifiesto que este período sólo fue una excepción en un siglo de decadencia del capitalismo, la importancia de las cuestiones discutidas no debe, sin embargo, desdeñarse. En efecto, tienen repercusiones en el meollo mismo del análisis marxista, al permitir integrar tanto el carácter históricamente limitado del sistema de producción capitalista como la entrada en decadencia de ese sistema y el carácter insoluble de su crisis actual; o sea que se refieren a una de las principales bases objetivas materiales de la perspectiva revolucionaria del proletariado.
La relectura crítica de nuestro folleto, la Decadencia del capitalismo [[2]], suscitó una reflexión en nuestra organización y dio origen a un debate contradictorio cuyos términos ya se habían planteado en el movimiento obrero - y, en particular, en la Izquierda comunista -, y que se referían a las implicaciones económicas de la guerra en la fase de decadencia del capitalismo. En efecto, la Decadencia del capitalismo desarrolla explícitamente la idea de que las destrucciones causadas por las guerras de la fase de decadencia, y en particular las guerras mundiales, pueden crear un mercado para la producción capitalista, el mercado de la reconstrucción:
"... las salidas mercantiles se han ido estrechando de forma vertiginosa. Por todo eso, el capitalismo ha tenido que recurrir a la destrucción y a la producción de medios de destrucción para intentar compensar las perdidas aceleradas en su ‘espacio vital' (Cap. ¿Qué desarrollo de las fuerzas productivas? § "El crecimiento mundial tras la Segunda Guerra mundial).
"... en la destrucción masiva para la reconstrucción, el capitalismo descubre una peligrosísima y provisional salida para sus nuevos problemas de mercados.
"Durante la Primera Guerra mundial, las destrucciones no fueron "suficientes" (...). Ya en 1929, el capitalismo mundial se encuentra de nuevo frente a otra crisis.
"Como si hubieran aprendido la lección, las destrucciones de la Segunda Guerra mundial son muchísimo mas intensas y amplias. (...) una guerra que, por vez primera, tiene como meta consciente la destrucción sistemática del potencial industrial existente. La "prosperidad" de Europa y de Japón de después de la guerra parece ya algo sistemáticamente previsto al terminar aquella (plan Marshall, etc.)" (Idem, § "El ciclo crisis-guerra-reconstrucción).
Esa idea también está presente en algunos textos de la organización (en particular en la Revista internacional) así como en nuestros antecesores de Bilan quienes, en un artículo titulado "Crisis y ciclos en la economía del capitalismo agonizante", afirmaban:
"La matanza de la guerra va entonces a ser para la producción capitalista un inmenso mercado que abría "magníficas" perspectivas. (...) Si la guerra es la gran salida de la producción capitalista, en la "paz", el militarismo (comprendido como el conjunto de actividades para preparar la guerra) realizará la plusvalía de las producciones básicas controladas por el capital financiero" (Bilan no 11, octubre-noviembre de 1934 - vuelto a publicar en la Revista internacional no 103).
Por el contrario, otros textos de la organización, publicados antes y después del folleto sobre la Decadencia del capitalismo, desarrollan un análisis opuesto sobre el papel de la guerra en el período de decadencia, acercándose en eso al "Informe adoptado en la Conferencia de julio de 1945 de la Izquierda comunista de Francia" (ICF), para quien la guerra:
"... fue el medio indispensable para el capitalismo que le abrió posibilidades de desarrollo posterior, en la época en que existían estas posibilidades y no podían abrirse sino por la violencia. Del mismo modo, el hundimiento del mundo capitalista tras haber agotado históricamente todas las posibilidades de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de este hundimiento que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo posterior para la producción, no hace sino arrojar en el abismo las fuerzas productivas y acumular a un ritmo acelerado ruinas sobre ruinas" (ibídem, subrayado por nosotros).
El "Informe sobre el Curso histórico" adoptado en el Tercer congreso de la CCI [[3]], se refiere explícitamente a este pasaje del texto de la ICF, así como también el artículo "Guerra, militarismo y bloques imperialistas en la decadencia del capitalismo", publicado en 1988 [[4]], donde se subraya: "Y lo que caracteriza a todas esas guerras, como las dos guerras mundiales, es que en ningún momento permitieron el mas mínimo progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas, al contrario de las del siglo pasado, sino que no han tenido otro resultado que la destrucción masiva, dejando totalmente exangües a los países en donde tuvieron lugar, y eso sin contar las horribles matanzas que provocaron".
Por importantes que sean estas cuestiones (y lo son, pues la respuesta que les den los revolucionarios debe estar en coherencia con su marco político general), conviene, sin embargo, precisar que no tienen el mismo carácter que otras como el papel antiobrero de los sindicatos, la participación en el juego parlamentario, etc., que delimitan directamente el campo del proletariado y el de la burguesía. O sea que aun siendo distintos, los análisis son totalmente compatibles con la plataforma del CCI.
Varias ideas de la decadencia del capitalismo fueron ya criticadas. Y la crítica actual se hace con el mismo método y el mismo marco global de análisis que la CCI ya utilizaba cuando se escribió ese folleto y que ha ido enriqueciendo desde entonces [[5]]. Recordemos los elementos constitutivos esenciales:
1. El reconocimiento de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia con el estallido de la Primera Guerra mundial a principios del siglo xx y el carácter insuperable, desde entonces, de las contradicciones que acosan al sistema. Aquí se trata de la comprensión de las manifestaciones y consecuencias políticas del cambio de período, tal como lo caracterizó el movimiento obrero en aquel entonces, en particular cuando hablaba "de la era de las guerras y revoluciones" en la que había entrado el sistema.
2. Cuando se analiza la dinámica del modo de producción capitalista en un período entero, no se trata de estudiar separadamente los distintos protagonistas capitalistas (naciones, empresas, etc.) sino la entidad constituida por el capitalismo mundial como un todo, proporcionando éste la clave para incluir lo específico de cada una de sus partes. Era también el método de Marx cuando, al estudiar la reproducción de capital, precisa: "Para dejar de lado lo que es inútil para el análisis general, es necesario considerar el mundo comercial como una única nación" (Libro I de el Capital).
3. "Contrariamente a lo que pretenden los adoradores del capital la producción capitalista no crea automáticamente y a voluntad los mercados necesarios para su crecimiento. (...) Pero al generalizar sus relaciones al conjunto del planeta y al unificar el mercado mundial, alcanza un grado crítico de saturación de esos mismos mercados que le habían permitido la formidable expansión del siglo xix. Además, la dificultad creciente que tiene el capital para encontrar los mercados donde realizar su plusvalía, acentúa la presión a la baja que ejerce sobre la cuota de ganancia el crecimiento constante de la proporción entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo que los pone en funcionamiento. Esta baja de la cuota de ganancia, en un principio tendencia, se hace cada vez más efectiva, lo cual traba poderosamente el proceso de acumulación del capital y, en consecuencia, el funcionamiento de las estructuras del sistema" (Plataforma de la CCI).
4. Fue Rosa Luxemburg, basándose en los trabajos de Marx y criticando lo que consideraba insuficiencias, la que puso en evidencia de manera central que el enriquecimiento del capitalismo, como un todo, dependía de las mercancías que producía e intercambiaba con economías precapitalistas, o sea unas economías que ya practicaban el intercambio comercial pero que aún no habían adoptado el método de producción capitalista: "En realidad, las condiciones reales que imperan en la acumulación del capital total son completamente distintas de las que actúan tratándose de un capital individual y de la reproducción simple. El problema estriba en lo siguiente: ¿cómo se conforma la reproducción social, teniendo por condición que una parte creciente de la plusvalía no se consuma por los capitalistas, sino que se destine a la ampliación de la producción? Se excluye, de antemano, que la producción social, salvo el reemplazo del capital constante, vaya a parar al consumo de los trabajadores y capitalistas, y esta circunstancia es el elemento esencial del problema. Pero con esto se excluye también que los trabajadores y capitalistas mismos puedan realizar el producto total. No pueden realizar más que el capital variable, la parte gastada del capital constante y la parte consumida de la plusvalía. Pero, de este modo, sólo se pueden asegurar las condiciones necesarias para que la producción sea renovada conforme a la antigua escala. Por el contrario, la parte de la plusvalía destinada a capitalizarse no puede ser realizada por los obreros y capitalistas mismos. Por consiguiente, la realización de la plusvalía para fines de acumulación es un problema insoluble en una sociedad qué sólo conste de obreros y capitalistas" (Rosa Luxemburg, la Acumulación del capital, capítulo "La reproducción del capital y su medio ambiente").
La CCI retoma esta posición, aunque puedan existir en nuestra organización otras posiciones que critican el análisis económico de Rosa, como lo veremos en particular con una de las posiciones del debate. También ya se combatieron esos análisis en su época, no sólo por las corrientes reformistas que consideraban que el capitalismo no estaba condenado a causar catástrofes cada vez mayores, sino también por corrientes revolucionarias, y no cualquiera, en particular la de Lenin y la de Pannekoek, que también consideraban que el capitalismo se había vuelto un modo de producción históricamente caduco, aunque sus explicaciones eran diferentes de las de Rosa Luxemburg.
5. La generalización del imperialismo se debe precisamente a la importancia que para los países desarrollados tiene el acceso a los mercados extracapitalistas: "El imperialismo es la expresión política del proceso de la acumulación del capital en su lucha para conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados" (Rosa Luxemburg, la Acumulación del capital, capítulo "Aranceles protectores y acumulación").
6. El carácter históricamente limitado de los mercados extracapitalistas es el fundamento económico de la decadencia del capitalismo. La Primera Guerra mundial es la expresión de esa contradicción. Al acabarse el reparto del mundo por las grandes potencias, a las más desfavorecidas en lo que a colonias se refiere, no les quedó más remedio, para acceder a los mercados extracapitalistas, que intentar otro reparto del mundo por la fuerza militar. La entrada del capitalismo en su fase de decadencia significa que las contradicciones que acosan al sistema son, a partir de entonces, insuperables.
7. La instauración de medidas de capitalismo de Estado es un medio que se da la burguesía en la decadencia del capitalismo para intentar, mediante una serie de paliativos, frenar el hundimiento en la crisis y limitar sus expresiones más brutales para así evitar que vuelvan a manifestarse con la forma brutal de la crisis de 1929.
8. En el período de decadencia, el crédito es un medio esencial con el que la burguesía intenta atenuar los efectos de la insuficiencia de mercados extracapitalistas. La acumulación de una deuda mundial cada vez menos controlable, la insolvencia creciente de los distintos protagonistas capitalistas y las amenazas de desestabilización profunda de la economía mundial resultantes, ilustran el callejón sin salida de ese paliativo.
9. Una manifestación típica de la decadencia del capitalismo, a nivel económico, es la subida de los gastos improductivos. Son la manifestación de que hay cada día más obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas a causa de las contradicciones insuperables del sistema: los gastos militares (armamentos, operaciones militares) para hacer frente a la agudización mundial de las tensiones imperialistas; los gastos para mantener y equipar las fuerzas de represión para hacer frente, en última instancia, a la lucha de la clase; la publicidad, arma de la guerra comercial para vender en un mercado sobresaturado, etc. Desde el punto de vista económico, esos gastos no son más que una pura pérdida para el capital.
En la CCI existe una posición que, aunque esté de acuerdo con nuestra plataforma, está en desacuerdo con varios aspectos de la contribución de Rosa Luxemburg sobre los fundamentos económicos de la crisis del capitalismo [[6]]. Esa posición considera que el origen de la crisis está en otra contradicción señalada por Marx, la baja de la cuota de ganancia [[7]]. Tras rechazar las ideas (bordiguistas y consejistas en particular) que se imaginan que el capitalismo puede generar automática y eternamente la extensión de su propio mercado a la simple condición de que la cuota de ganancia sea suficientemente elevada, esa posición subraya que la contradicción fundamental del capitalismo no está tanto dentro de los límites del mercado (o sea la forma con la que se manifiesta la crisis), sino en los límites que se imponen a la extensión de la producción.
El debate de fondo sobre esa posición es el que ya ha habido, polémicamente, con otras organizaciones (incluso si existen diferencias en las posiciones presentes) sobre la tendencia a la baja de la cuota de ganancia y la saturación de mercados [[8]]. Sin embargo, como veremos, en el debate actual existe una determinada convergencia entre esa posición y otra, llamada del "capitalismo de Estado keynesiano-fordista", que presentamos a continuación. Ambas posiciones reconocen la existencia de un mercado interno a las relaciones de producción capitalistas que fue un factor de prosperidad durante el período de los "Treinta gloriosos", y analizan el final de ese período como resultado de la contradicción que impone "la baja de la cuota de ganancia".
Las otras posiciones que se expresaron en el debate se reivindican de la coherencia desarrollada por Rosa Luxemburg, dándole un papel central en la crisis del capitalismo a la cuestión de la insuficiencia de mercados extracapitalistas.
Basándose precisamente en ese marco de análisis, parte de la organización consideró que había contradicciones en el folleto la Decadencia del capitalismo, que también se reivindica de ese marco, en la medida en que el folleto afirma que la acumulación en la que se basa la prosperidad de los "Treinta gloriosos" es la apertura de un mercado, el de la reconstrucción, que nada tiene que ver con los mercados extracapitalistas.
Frente a ese desacuerdo en nuestras filas se desarrolló una posición - presentada como "economía de guerra y capitalismo de Estado" - que, aunque siendo crítica con algunos aspectos de nuestro folleto, acusándolo en particular de falta de rigor así como de ausencia de referencia al plan Marshall para explicar la reconstrucción propiamente dicha, no es, en el fondo, sino: "una defensa de la idea de que la prosperidad del período de los años 50 y 60 estuvo determinada por la situación global de las relaciones imperialistas y la instauración de una economía de guerra permanente tras la Segunda Guerra mundial".
En esa parte de la organización que pone en entredicho el análisis de la decadencia del capitalismo del período de los "Treinta gloriosos", existen en realidad dos interpretaciones de la prosperidad de ese período.
La primera interpretación, que llamaremos "mercados extracapitalistas y endeudamiento", no hace sino retomar por cuenta propia, revalorizándolos, esos dos factores ya avanzados por la organización en diferentes etapas de su existencia [[9]]. Según esa posición, "estos dos factores bastan para explicar la prosperidad de los "Treinta gloriosos".
La segunda interpretación, que llamaremos "capitalismo de Estado keynesiano-fordista", "... procede de la misma constatación de que nuestro folleto sobre la decadencia - la de la saturación relativa de los mercados en 1914 habida cuenta de las necesidades de la acumulación alcanzadas a nivel mundial -, y desarrolla la idea de que el sistema respondió instaurando una alternativa de capitalismo de Estado basada en una triple distribución forzada (keynesianismo) de una fuerte subida de la productividad (fordismo) en beneficio de las ganancias, de las rentas del Estado y de los salarios reales".
El objetivo de este primer artículo sobre el debate acerca de los "Treinta gloriosos" es limitarse a su presentación general, como lo acabamos de hacer, y también exponer sintéticamente cada una de las tres posiciones principales que alimentan el debate, como lo hacemos a continuación [[10]]. Más tarde se publicarán algunas contribuciones contradictorias entre las distintas opiniones, las que aquí se mencionan y otras si surgieran durante el debate. Y de este modo quizás podrán también aclararse mejor las distintas posiciones.
La economía de guerra y el capitalismo de Estado
El origen de esta posición ya fue expuesto por la Izquierda comunista de Francia en 1945. Ésta consideraba que a partir de 1914, los mercados extracapitalistas que proporcionaron al capitalismo su necesario campo de expansión durante su período ascendente, habían dejado de ser capaces de cumplir ese papel: "Este período histórico es el de la decadencia del sistema capitalista. ¿Qué significa eso? La burguesía que antes de la primera guerra imperialista vivía y no podía vivir sino gracias a una expansión creciente de su producción, llegó a ese punto de su historia en el que ya no puede seguir realizando su expansión. (...) Hoy, excepto algunas regiones lejanas e inservibles, excepto algunos restos sin importancia del mundo no capitalista insuficientes para absorber la producción mundial, el capitalismo es dueño del mundo, no existen ya países extracapitalistas que podrían constituir nuevos mercados para su sistema: así su apogeo es también el punto donde comienza su decadencia" [[11]].
La historia económica desde 1914 es la de los intentos por parte de la clase burguesa, en distintos países y en distintos momentos, de superar este problema fundamental: ¿cómo seguir acumulando la plusvalía producida por la economía capitalista en un mundo ya repartido entre las grandes potencias imperialistas y cuyo mercado es incapaz de absorber el conjunto de esta plusvalía? Y debido a que las potencias imperialistas no pueden ya extenderse sino a costa de sus rivales, en cuanto se acaba una guerra es necesario preparar la siguiente. La economía de guerra se convierte en método permanente de vida de la sociedad capitalista.
"La economía de guerra no tiene como objetivo la solución de un problema económico. En su origen es el fruto de una necesidad del Estado capitalista de defenderse contra las clases desposeídas y mantener por la fuerza su explotación, por una parte, y garantizar por la fuerza sus posiciones económicas y ampliarlas a costa de los demás Estados imperialistas. (...) La producción de guerra se convierte así en eje de la producción industrial y en principal campo económico de la sociedad" (Internationalisme no 1, "Informe sobre la situación internacional", julio de 1945).
El período de la reconstrucción - los "Treinta gloriosos" - es un momento particular de esa historia. Tres características económicas del mundo en 1945 deben destacarse aquí:
• En primer lugar está la enorme preponderancia económica y militar de Estados Unidos, hecho casi sin precedentes en la historia del capitalismo. Estados Unidos por sí solo representa la mitad de la producción mundial y posee casi un 80 % de las reservas mundiales de oro. Es el único país beligerante cuyo aparato productivo salió indemne de la guerra: su PIB se duplicó entre 1940 y 1945. EEUU absorbió todo el capital acumulado del Imperio británico durante los siglos de su expansión colonial, y, además, buena parte del Imperio francés.
• En segundo lugar, hay una conciencia aguda entre las clases dominantes del mundo occidental de que es indispensable elevar el nivel de vida de la clase obrera si se quiere descartar el peligro de trastornos sociales que podrían hacer el juego de los estalinistas y, por consiguiente, del bloque imperialista ruso adverso. La economía de guerra integra, pues, un nuevo aspecto, del que nuestros antecesores de la Izquierda comunista de Francia (GCF) no tenían verdaderamente conciencia en aquel entonces: el conjunto de las prestaciones sociales (salud, desempleo, jubilaciones, etc.) que la burguesía - y sobre todo la burguesía del bloque occidental - instaura al iniciarse la reconstrucción en los años cuarenta.
• En tercer lugar, el capitalismo de Estado que había expresado, antes de la Segunda Guerra mundial, una tendencia hacia la autarquía de las distintas economías nacionales se enmarca ahora en una estructura de bloques imperialistas que determinan las relaciones económicas entre los Estados (sistema Bretton Woods para el bloque americano, COMECON para el bloque ruso).
Durante la reconstrucción, el capitalismo de Estado conoce una evolución cualitativa: la parte del Estado en la economía nacional se hace preponderante [[12]]. Incluso hoy, después de 30 años de pretendido "liberalismo", los gastos del Estado siguen representando entre un 30 y un 60 % del PIB de los países industrializados.
Esta nueva importancia del Estado representa una transformación de cantidad en calidad. El Estado no es ya solamente el "Comité ejecutivo" de la clase dominante, sino también el mayor patrón y el mercado mayor. En Estados Unidos, por ejemplo, el Pentágono se convierte en el principal patrón del país (entre tres y cuatro millones personas, incluidos civiles y militares). Como tal, desempeña un papel central en la economía y permite la explotación más a fondo de los mercados existentes.
La instauración del sistema Bretton Woods también permite la instauración de mecanismos de crédito más sofisticados y menos frágiles que en el pasado: el crédito al consumidor se desarrolla y las instituciones económicas establecidas por el bloque americano (FMI, Banco mundial, GATT) permiten evitar crisis financieras y bancarias.
La enorme preponderancia económica de Estados Unidos permitió a la burguesía norteamericana gastar sin contar para garantizar su soberanía militar contra el bloque ruso: sostuvo dos guerras sangrientas y costosas (en Corea y Vietnam); los planes de tipo Marshall y las inversiones en el extranjero financiaron la reconstrucción de las economías arruinadas en Europa y Asia (en particular, en Corea y Japón). Pero este enorme esfuerzo - determinado no por el funcionamiento "clásico" del capitalismo sino por la confrontación imperialista que caracteriza la decadencia del sistema - terminó arruinando la economía estadounidense. En 1958, su balanza de pagos es ya deficitaria y, en 1970, Estados Unidos ya sólo posee el 16 % de las reservas mundiales de oro. El sistema Bretton Woods hace aguas por todas partes, y el mundo se hunde en una crisis de la que ya no ha salido hasta ahora.
Los mercados extracapitalistas y el endeudamiento
Lejos de participar en el desarrollo de las fuerzas productivas con bases comparables a las de la ascendencia del capitalismo, el período de los "Treinta gloriosos" se caracteriza por un enorme despilfarro de plusvalía que demuestra la existencia de obstáculos para el desarrollo de las fuerzas productivas propios de la decadencia de ese sistema.
La reconstrucción consecutiva a la Primera Guerra mundial abrió una fase de prosperidad de unos pocos años durante los cuales, como antes de que estallara el conflicto, la venta a los mercados extracapitalistas siguió siendo la salida necesaria para la acumulación capitalista. En efecto, aunque el mundo estaba ya repartido entonces entre las mayores potencias industriales, aún distaba mucho, sin embargo, de estar dominado por las relaciones de producción capitalistas. Pero al ser insuficiente la capacidad de absorción de los mercados extracapitalistas para la masa de mercancías producidas por los países industrializados, la reanudación se estrelló rápidamente (la crisis de 1929) contra el escollo de la sobreproducción.
Muy diferente fue el período abierto por la reconstrucción tras la Segunda Guerra mundial, que superó los mejores indicadores económicos de la ascendencia del capitalismo. Durante más de dos décadas hubo un crecimiento constante de productividad, las subidas más importantes de la historia del capitalismo, debido en particular al perfeccionamiento del trabajo en cadena (fordismo), la automatización de la producción y su generalización por todas las partes donde era posible.
Pero no basta con producir mercancías, también es necesario venderlas en el mercado. En efecto, la venta de las mercancías producidas por el capitalismo sirve para renovar los medios de producción vetustos, así como la fuerza de trabajo (salarios de los obreros). Garantiza, pues, la reproducción simple del capital (o sea sin aumento de los medios de producción o consumo) pero también debe financiar los gastos improductivos - que van de los gastos de armamento al mantenimiento de los capitalistas, incluyendo también numerosos otros sectores sobre los que hemos de volver. A continuación, si subsiste un saldo positivo, puede destinarse a la acumulación del capital.
En las ventas efectuadas anualmente por el capitalismo, la parte que puede dedicarse a la acumulación del capital, y que así participa en su enriquecimiento real, es necesariamente limitada debido a que es el saldo que queda de todos los gastos obligatorios. Históricamente, sólo representa un porcentaje escaso de la riqueza producida anualmente [[13]] y corresponde esencialmente a las ventas realizadas en mercados extracapitalistas (interiores o externos) [[14]]. Es el único medio que permite al capitalismo desarrollarse (fuera del saqueo, legal o no, de los recursos de las economías no capitalistas), o sea de no encontrarse en la situación en que "los capitalistas se intercambian mutuamente y consumen su producción", lo que, como dice Marx, "de ningún modo permite una valoración del capital":
"Cómo explicarse que haya demanda de esas mismas mercancías de que carece la masa del pueblo, y que sea necesario buscarles salida en el extranjero, en mercados lejanos para poder pagar a los obreros del propio país el promedio de los medios de subsistencia de primera necesidad? Porque sólo dentro de esa trabazón específica, capitalista, adquiere el producto sobrante una forma en que su poseedor necesita que vuelva a convertirse para él en capital para poder ponerlo a disposición del consumo. Por último, si se afirma que los capitalistas sólo tienen que cambiar entre sí y consumir sus mercancías, se pierde de vista el carácter esencial de la producción capitalista en su conjunto y se olvida que lo fundamental para ella es la valorización del capital y no su consumo" [[15]].
Con la entrada en decadencia del capitalismo, los tendencia de los mercados extracapitalistas es a ser cada vez más insuficientes, pero no por eso desaparecen y su viabilidad también depende, como en ascendencia, de los progresos de la industria. Ahora bien, ¿qué pasa cuando los mercados extra-capitalistas son cada vez menos capaces de absorber las cantidades crecientes de mercancías producidas por el capitalismo? Aparece entonces la sobreproducción y, con ella, la destrucción de parte de la producción, salvo si el capitalismo lograra utilizar el crédito como paliativo a esa situación. Pero, cuanto más escaseen los mercados extracapitalistas menos podrá reembolsarse el crédito así utilizado como paliativo.
Así pues, el mercado solvente para el crecimiento de los "Treinta Gloriosos" se formó mediante la combinación entre la explotación de los mercados extracapitalistas aún existentes en aquel entonces y el endeudamiento a medida que aquéllos iban siendo insuficientes para absorber toda la oferta. No existe ningún otro remedio posible (excepto, repitámoslos, el saqueo de las riquezas extracapitalistas) que permita la expansión del capitalismo, en aquella época como en cualquier otra. Por lo tanto, los "Treinta gloriosos" ya han aportado su pequeña contribución a la formación de la masa actual de unas deudas que nunca serán reembolsadas y que son una verdadera espada de Damocles colgada encima de la cabeza del capitalismo.
Otra característica de los "Treinta gloriosos" es el peso de los gastos improductivos en la economía. Esos gastos son, en particular, una parte importante de los gastos del Estado que, a partir del final de los años cuarenta y en la mayoría de los países industrializados, conocen un aumento considerable. Es una consecuencia de la tendencia histórica hacia el desarrollo del capitalismo de Estado, especialmente del peso del militarismo en la economía que se mantiene a un alto nivel desde la guerra mundial, y también de las políticas keynesianas practicadas entonces y destinadas a apoyar artificialmente la demanda. Si una mercancía o un servicio son improductivos, eso significa que su valor de uso no le permite integrarse en el proceso de la producción [[16]] y participar en la reproducción simple o ampliada del capital. También es necesario considerar improductivos los gastos relativos a una demanda en el capitalismo no requerida por las necesidades de la reproducción simple o ampliada. Fue, por ejemplo, el caso durante los "Treinta gloriosos" de aumentos de salario a niveles que a veces se acercaban al crecimiento de la productividad laboral del que se "beneficiaron" algunas categorías de obreros, en algunos países, en aplicación de las mismas doctrinas keynesianas. En efecto, el pago de un salario superior al estrictamente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo acaba plasmándose, en el mismo sentido que los miserables subsidios pagados a los parados o que los gastos improductivos del Estado, en un despilfarro de capitales que no puede dedicarse a la valorización del capital global. Dicho de otra forma, el capital destinado a los gastos improductivos se esteriliza, sean éstos cuales sean.
La creación por el keynesianismo de un mercado interior capaz de dar una solución inmediata a la comercialización de una producción industrial masiva pudo dar la ilusión de un retorno duradero a la prosperidad de la fase de ascendencia del capitalismo. Pero al estar completamente desconectado de las necesidades de valorización del capital, ese mercado acabó en la esterilización de una porción significativa de capital. Su mantenimiento estaba condicionado por una conjunción de factores totalmente excepcional que no podía durar: el crecimiento constante de la productividad del trabajo que, aun financiando los gastos improductivos, era suficiente para lograr un excedente que permitía que continuara la acumulación; la existencia de mercados solventes - ya fueran extracapitalistas o resultantes del endeudamiento - permitían la realización de ese excedente.
No se repitió nunca desde entonces un crecimiento de la productividad laboral comparable al de los "Treinta gloriosos". Sin embargo, aunque ocurriese, el agotamiento total de los mercados extracapitalistas, los límites prácticamente alcanzados de la reactivación de la economía por medio de nuevos aumentos de la deuda mundial ya tan desproporcionada, sellan la imposibilidad de la repetición de un período de prosperidad semejante.
Entre los factores de la prosperidad de los "Treinta gloriosos" no está, contrariamente a lo que se afirma en nuestro folleto la Decadencia del capitalismo, el mercado de la reconstrucción. Tras la Segunda Guerra mundial, volver a construir el aparato productivo no fue en sí un mercado extracapitalista como tampoco fue creador de valor. Fue en buena parte el fruto de una transferencia de riqueza, ya acumulada en Estados Unidos, hacia los países que reconstruir, puesto que la financiación de la operación se hizo mediante el plan Marshall, esencialmente financiado por las subvenciones del Tesoro de EEUU. Ese mercado de la reconstrucción tampoco puede servir para explicar la corta fase de prosperidad que siguió a la Primera Guerra mundial. Por eso el esquema "guerra-reconstrucción-prosperidad" que, de forma empírica, ha correspondido efectivamente a la realidad del capitalismo en decadencia, no tiene, sin embargo, valor de ley económica según la cual existiría un mercado de la reconstrucción que permitiría un enriquecimiento del capitalismo.
El análisis que hacemos de las fuerzas motrices de los "Treinta gloriosos" parte de un conjunto de hechos objetivos de los que los principales son los siguientes.
El producto mundial per cápita se duplica durante la fase ascendente del capitalismo [[17]] y el índice de crecimiento industrial no dejará de aumentar, para culminar en vísperas de la Primera Guerra mundial [[18]]. Entonces, los mercados que le habían proporcionado su campo de expansión llegan a saturación habida cuenta de las necesidades alcanzadas por la acumulación a escala internacional. Empieza entonces la fase de decadencia marcada por dos guerras mundiales, la mayor crisis de sobreproducción de la historia (1929-33), y un frenazo brutal del crecimiento de las fuerzas productivas (tanto la producción industrial como el producto mundial per cápita serán casi divididos por la mitad entre 1913 y 1945: respectivamente 2,8 % y 0,9 % por año).
Eso no impedirá, ni mucho menos, al capitalismo registrar un formidable crecimiento durante los "Treinta Gloriosos": el producto mundial per cápita se triplica, mientras que la producción industrial hará más que duplicarse (respectivamente 2,9 % y 5,2 % por año). No sólo estos niveles son muy superiores a lo que fueron durante el período ascendente, sino que los salarios reales aumentarán también cuatro veces más rápidamente (se multiplicarán por cuatro mientras que apenas se habían duplicado durante un período dos veces más largo entre 1850 y 1913).
¿Cómo pudo producirse tal "milagro"?
- ni por una demanda extracapitalista residual puesto que ya era insuficiente en 1914, disminuyendo incluso a continuación [[19]] ;
- ni por el endeudamiento estatal o los déficits presupuestarios puesto que disminuyen mucho durante los "Treinta gloriosos" [[20]] ;
- ni por el crédito que sólo aumenta sensiblemente a raíz del retorno de la crisis [[21]] ;
- ni por la economía de guerra puesto que es improductiva: los países más militarizados son los menos eficientes e inversamente ;
- ni por el plan Marshall cuyo impacto es limitado en importancia y en tiempo [[22]] ;
- ni por las destrucciones de guerra puesto que las que fueron consecutivas a la primera apenas habían generado prosperidad [[23]] ;
- ni únicamente por el crecimiento de la importancia del Estado en la economía, puesto que su duplicación durante el período entre ambas guerras no había tenido tal efecto [[24]], porque en 1960 su nivel (19 %) es inferior al de 1937 (21 %), y que incluye cantidad de gastos improductivos.
El "milagro" y su explicación siguen pues intactos, tanto mas teniendo en cuenta que:
a) las economías están exangües inmediatamente después de la guerra,
b) el poder adquisitivo de todos los protagonistas económicos está por los suelos,
c) que éstos están endeudados excesivamente,
d) que la enorme potencia adquirida por Estados Unidos está basada en una economía de guerra improductiva con grandes dificultades de reconversión,
e) y que ese "milagro" se producirá ¡a pesar de la esterilización de masas crecientes de plusvalía en gastos improductivos!
En realidad, ese misterio no es tal si se combinan los análisis de Marx sobre las implicaciones de las ganancias de productividad [[25]] con las contribuciones de la Izquierda comunista sobre el desarrollo del capitalismo de Estado en decadencia. En efecto, este período se caracteriza por:
a) ganancias de productividad nunca antes vistas durante toda la historia del capitalismo, ganancias que se basan en la generalización del trabajo en cadena y sin interrupción (fordismo).
b) subidas muy importantes de los salarios reales, pleno empleo e instauración de un salario indirecto formado por diversos subsidios sociales. Por otra parte, los países donde esas subidas son más fuertes son los que obtienen mejores resultados y a la inversa.
c) un control por parte del Estado de partes enteras de la economía y una fuerte intervención por su parte en las relaciones capital-trabajo [[26]].
d) Todas esas políticas keynesianas, además, se encuadraron en algunos aspectos a nivel internacional a través de la OCDE, el GATT, el FMI, el Banco mundial, etc.
e) por fin, contrariamente a otros períodos, los "Treinta gloriosos" se caracterizaron por un crecimiento autocentrado (o sea con relativamente pocos intercambios entre los países de la OCDE y el resto del mundo), y sin deslocalizaciones a pesar de las importantes alzas de salarios reales y del pleno empleo. En efecto, la mundialización y las deslocalizaciones son fenómenos que no aparecerán hasta los años ochenta y sobre todo los noventa.
Así pues, al garantizar obligatoria y proporcionadamente la triple distribución del incremento de productividad entre la ganancia, los impuestos y los salarios, el capitalismo de Estado keynesiano-fordista va a garantizar el cierre del ciclo de acumulación entre una oferta incrementada de bienes y servicios a precios en baja (fordismo) y una demanda solvente creciente al estar vinculada a esas mismas ganancias de productividad (keynesianismo). Los mercados así asegurados, la crisis volverá a aparecer invirtiéndose la cuota de ganancia hacia la baja, a causa del agotamiento de las ganancias fordistas de productividad; la cuota de ganancia se reducirá hasta la mitad entre finales de los años 1960 y 1982 [[27]]. Esa reducción drástica de la rentabilidad del capital lleva al desmantelamiento de las políticas de posguerra en beneficio de un capitalismo de Estado desregulado desde principios de los años ochenta. Este cambio de dirección permitió un restablecimiento espectacular de la cuota de ganancia, gracias a la compresión de la parte salarial, pero la reducción de la demanda solvente que de ello se deriva ha mantenido la acumulación y el crecimiento a un bajo nivel [[28]]. Por lo tanto, en un contexto ahora ya estructural de escasos incrementos de productividad, el capitalismo se ve obligado a presionar los salarios y condiciones de trabajo para garantizar el alza de sus beneficios, pero al hacerlo limita sus mercados solventes. Esas son las raíces:
a) de las capacidades excesivas y de la superproducción endémica;
b) del endeudamiento cada vez más desenfrenado para paliar la demanda obligada;
c) de las deslocalizaciones en busca de mano de obra barata;
d) de la mundialización para vender lo máximo a la exportación;
e) de la inestabilidad financiera a repetición que se deriva de las inversiones especulativas de capitales que ya no tienen oportunidades de invertir en la ampliación del capital.
En la actualidad, la tasa de crecimiento ha vuelto a bajar al nivel del período entre guerras, y una nueva versión de los Treinta gloriosos es imposible. El capitalismo está condenado a hundirse en una barbarie creciente.
Al no haber tenido todavía la oportunidad de presentarse como tales, el origen y las implicaciones de este análisis se desarrollarán posteriormente, ya que exigen volver a estudiar algunos de nuestros análisis para alcanzar una comprensión más amplia y más coherente del funcionamiento y los límites del modo de producción capitalista [[29]].
A imagen de nuestros antecesores de Bilan o de la Izquierda comunista de Francia, no pretendemos ser los poseedores de la verdad "absoluta y eterna" [[30]] y somos totalmente conscientes de que los debates que surgen en nuestra organización se beneficiarán de las contribuciones y críticas constructivas que surjan fuera de ella. Es la razón por la cual todas las contribuciones que se nos dirijan serán bienvenidas y tenidas en cuenta en nuestra reflexión colectiva.
C.C.I.
[1]) Entre 1950 y 1973, el PIB mundial per cápita aumentó a un ritmo anual cercano al 3 % mientras que aumentó entre 1870 y 1913 al ritmo de un 1,3 % (Maddison Angus, la Economía mundial, OCDE, 2001: 284).
[2]) Recopilación de artículos de la prensa de CCI publicada en enero de 1981.
[3]) Tercer congreso del CCI, Revista internacional no 18, 3er trimestre de 1979.
[4]) Revista internacional no 52, 1er trimestre de 1988.
[5]) Sobre todo a través de la publicación en la Revista internacional de la serie "Comprender la decadencia del capitalismo" y en particular el artículo de la no 56, así como la "Presentación de la Resolución sobre la situación internacional del VIIIo congreso de la CCI" sobre el peso del endeudamiento, en la Revista internacional no 59, 4o trimestre de 1989.
[6]) El hecho de que esta posición minoritaria ya existiera desde hace tiempo en nuestra organización - los camaradas que la defienden actualmente ya la defendían al entrar en la CCI - a la vez que permite la participación en el conjunto de nuestras actividades, tanto de intervención como de elaboración político-teórica, ilustra lo justa que ha sido la decisión de la CCI de no haber hecho de su análisis sobre la relación entre saturación de mercados y reducción de la cuota de ganancia y del peso respectivo de estos dos factores, una condición de adhesión a la organización.
[7]) "Cuota de ganancia" (y no "tasa de beneficio") según la traducción de el Capital de la edición en tres volúmenes del Fondo de cultura económica, México, 1946.
[8]) Ver, el artículo "Respuesta a CWO sobre la guerra en la fase de decadencia del capitalismo" publicado en dos partes en los no 127 y 128 de la Revista internacional.
[9]) La mejor explotación de los mercados extracapitalistas está ya mencionada en la Decadencia del capitalismo. Volvemos a mencionarla e insistir en ella en el 6o artículo de la serie "Comprender la decadencia del capitalismo" publicado en la Revista internacional no 56, en el cual se propone también el factor del endeudamiento y además ya no se menciona el "mercado de la reconstrucción".
[10]) Hay matices en cada una de esas tres posiciones que se expresaron en el debate. No podemos, en este artículo, dar cuenta de ellos aquí. Podrán aparecer, en función de la evolución del debate, en las futuras contribuciones que publiquemos.
[11]) Internationalisme no 1, enero de 1945: "Tesis sobre la situación internacional".
[12]) Sólo para Estados Unidos, los gastos del Estado federal que sólo representaban un 3 % del PIB en 1930, alcanzan casi el 20 % del PIB durante los años 1950-60.
[13]) Un ejemplo: durante el período 1870-1913, la venta a los mercados extracapitalistas representó un porcentaje medio anual cercano al 2,3 % del PIB mundial (cifra calculada en función de la evolución del PIB mundial entre esas dos fechas; fuente: https://www.theworldeconomy.org/publications/worldeconomy/frenchpdf/Madd... [337]). Al ser un promedio, es obviamente inferior al de los años que registran el crecimiento más elevado como los anteriores a Primera Guerra mundial.
[14]) A este respecto, poco importa que sus ventas sean productivas o no, como las armas, para el destinatario final.
[15]) Libro III, sección 3ª: "Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia", XV: Desarrollo de las contradicciones internas de la ley, Exceso de capital y exceso de población"; pp. 254-255, el Capital, t. III, ed. FCE, 1946, México.
[16]) Para ilustrar este hecho, basta con considerar la diferencia de uso final entre, por un lado, un arma, una publicidad, un curso de formación sindical y, por otro, una herramienta, comida, clases escolares o universitarias, cuidados médicos, etc.
[17]) De 0,53 % por año entre 1820-70 al 1,3 % entre 1870-1913 (Angus Maddison, la Economía mundial, OCDE: 284).
[18])
Índice de crecimiento anual |
|
1786-1820 |
2,5 % |
1820-1840 |
2,9 % |
1840-1870 |
3,3 % |
1870-1894 |
3,3 % |
1894-1913 |
4,7 % |
W.W. Rostow, The world economy : 662 |
[19]) Muy importante en el nacimiento del capitalismo, ese poder adquisitivo interno de los países desarrollados ya sólo representaba entre 5 % y 20 % en 1914, y era marginal en 1945: entre 2 % y 12 % (Peter Flora, State, Economy and Society in Western Europa 1815-1975, A Data Handbook, Vol. II, Campus, 1987). En cuanto al acceso al Tercer mundo, queda amputado en dos tercios con la retirada del mercado mundial de China, del bloque del Este, de India y de otros países subdesarrollados. En cuanto al comercio con la tercera parte restante, ¡cae a la mitad entre 1952 y 1972! (P. Bairoch, le Tiers Monde dans l'impasse, pp. 391-392).
[20]) Datos publicados en el no 114.
[21]) Datos publicados en el no 121.
[22]) El plan Marshall tuvo un impacto muy débil en la economía norteamericana: "Después de la Segunda Guerra mundial... el porcentaje de las exportaciones americanas con relación al conjunto de la producción disminuyó en una medida nada desdeñable. El propio Plan Marshall no acarreó, en ese ámbito, cambios muy importantes" (Fritz Sternberg, el Conflicto del siglo, p. 577), el autor concluye que es por lo tanto el mercado interior el determinante en la reanudación económica.
[23]) Los datos y la argumentación se desarrollan en nuestro artículo de la Revista no 128. Volveremos sobre el tema, ya que, de acuerdo con Marx, la desvalorización y destrucción de capitales permiten efectivamente regenerar el ciclo de acumulación y abrir nuevos mercados. Sin embargo, un estudio meticuloso nos ha demostrado que, aunque ese factor haya podido tener algún papel, éste fue relativamente escaso, limitado en el tiempo y a Europa y Japón.
[24]) La parte de los gastos públicos totales en el PIB de países de la OCDE pasa del 9 % al 21 % de 1913 a 1937 (véase no 114).
[25]) En efecto, la productividad no es más que otra expresión de la ley del valor - puesto que representa lo inverso del tiempo de trabajo -, y es la base de la extracción de la plusvalía relativa tan característica de ese período.
[26]) La parte de los gastos públicos en los países de la OCDE hace más que duplicarse entre 1960 a 1980: del 19 % al 45 % (no 114).
[27]) Gráficos en los nos 115, 121 y 128.
[28]) Gráficos y datos en el no 121 así como en nuestro análisis del crecimiento en Asia del Este:
https://fr.internationalism.org/ICConline/2008/crise_economique_Asie_Sud_est.htm [338]
ICConline/2008/crise_economique_Asie_Sud_est.htm [338].
[29]) El lector podrá sin embargo encontrar muchos datos, así como cierta evolución teórica en varios artículos publicados en los nos 114, 115, 121, 127, 128, y en nuestro análisis del crecimiento en Asia del Este, disponibles todos en nuestra página Web.
[30]) "Ningún grupo posee la exclusiva de la ‘verdad absoluta y eterna'" como lo decía la Izquierda comunista de Francia. Ver a este respecto nuestro artículo "Hace 60 años: una conferencia de revolucionarios internacionalistas" en Revista internacional no 132.
Hace 90 años, la revolución proletaria culminaba trágicamente en las luchas de 1918 y 1919 en Alemania. Tras la toma heroica del poder por el proletariado en Rusia en Octubre de 1917, el corazón de la batalla por la revolución mundial se desplazó hacia Alemania. Allí se llevó la batalla decisiva, y se perdió. La burguesía mundial siempre ha querido que no quede ningún recuerdo de aquellos acontecimientos. Como no puede negar que se desarrollaron luchas, pretende que tenían como objetivo "la democracia" y "la paz" - o sea precisamente las "maravillosas" condiciones que hoy reinan en Alemania capitalista.
El objetivo de la serie que comenzamos con este artículo es poner de manifiesto que la burguesía en Alemania estuvo a dos dedos de perder el poder ante el movimiento revolucionario. A pesar de que fuesen derrotadas, tanto la revolución alemana como la revolución rusa han de ser un estímulo para nosotros hoy. Nos recuerdan que no solo es necesario sino que es posible derribar la dominación del capitalismo mundial.
Esta serie la constituirán cinco artículos. El primero se dedica a cómo el proletariado revolucionario se comprometió con sus principios internacionalistas ante la Primera Guerra mundial. El segundo tratará de las luchas revolucionarias de 1918. El tercero se dedicará al drama que se desarrolló cuando la fundación del Partido comunista a finales de 1918. El cuarto examinará la derrota de 1919. El último tratará sobre el significado histórico de los asesinatos de Rosa Luxemburg y de Karl Liebknecht, y de la herencia que estos revolucionarios nos han transmitido para hoy.
La ola revolucionaria internacional que comenzó contra la Primera Guerra mundial se produjo unos pocos años después de la mayor derrota política sufrida por el movimiento obrero: el hundimiento de la Internacional socialista en agosto de 1914. Examinar por qué la guerra pudo estallar y por qué falló la Internacional es pues un elemento esencial para entender el carácter y el curso de las revoluciones en Rusia y Alemania.
El camino hacia la guerra
La amenaza de guerra mundial se sentía desde principios del siglo xx. Las grandes potencias la preparaban febrilmente. El movimiento obrero la previó y puso en guardia contra ella. Su estallido, sin embargo, se vio retrasado por dos factores. Uno de ellos fue la preparación militar insuficiente de los principales protagonistas. Alemania, por ejemplo, estaba acabando la construcción de una marina de guerra capaz de rivalizar con Gran Bretaña, dueña de los océanos. Convirtió la isla de Helgoland en base naval de alta mar, acabó la construcción del canal entre el mar del Norte y el Báltico, etc. A finales de la primera década del siglo, estos preparativos habían llegado a su término. Esto le da tanta mayor importancia al segundo factor: el miedo a la clase obrera. Este miedo no era una hipótesis puramente especulativa del movimiento obrero. Importantes representantes de la burguesía lo expresaban explícitamente. Von Bulow, canciller de Alemania, declaró que era principalmente a causa del miedo a la Socialdemocracia si no había más remedio que posponer la guerra. Paul Rohrbach, infame propagandista de los círculos belicistas abiertamente imperialistas de Berlín, escribía: "a no ser que ocurra una catástrofe elemental, lo único que podría obligar a Alemania a mantener la paz es el hambre de los que no tienen pan". El general von Bernhardi, eminente teórico militar de aquellos tiempos, destacaba en su libro la Guerra de hoy (1913) que la guerra moderna implicaba importantes riesgos debido a que tenía que movilizar y disciplinar a millones de personas. Esta opinión no solo se basaba en consideraciones teóricas sino, sobre todo, en la experiencia práctica de la primera guerra imperialista del siglo xx entre potencias de primera importancia. Dicha guerra, la que había enfrentado a Rusia y Japón (1904-1905), engendró el movimiento revolucionario de 1905 en Rusia.
Estas consideraciones alimentaban en el movimiento obrero la esperanza de que la clase dominante no se atrevería a desencadenar la guerra. Esa esperanza permitía ocultar las divergencias en la Internacional socialista, precisamente cuando la clarificación en el proletariado requería un debate abierto. El que ningún componente del movimiento socialista internacional "quisiese" la guerra daba una impresión de fuerza y unidad. Sin embargo, el oportunismo y el reformismo no se oponían a la guerra por principio sino simplemente porque tenían miedo, si estallara, a perder su estatuto jurídico y financiero. Por su parte, el "centro marxista" en torno a Kautsky temía la guerra principalmente porque destruiría la ilusión de unidad del movimiento obrero que quería mantener a toda costa.
Lo que sí iba a favor de la capacidad de la clase obrera para impedir la guerra era sobre todo la intensidad de la lucha de clases en Rusia. Allí los obreros no habían tardado en recuperarse de la derrota del movimiento de 1905. En vísperas de la Primera Guerra mundial, una nueva oleada de huelgas de masas alcanzó un hito en el imperio de los Zares. En cierta medida, la situación de la clase obrera en aquel país se asemejaba a la de la China de hoy; era una minoría en el conjunto de la población, pero se concentraba masivamente en fábricas modernas financiadas por el capital internacional, ferozmente explotada en un país atrasado que no disponía de los mecanismos de control político del liberalismo parlamentario burgués. Existe sin embargo una diferencia importante: el proletariado ruso se había educado en las tradiciones socialistas del internacionalismo, mientras que los obreros chinos de hoy siguen sufriendo la pesadilla de la contrarrevolución nacionalista estalinista.
Todo eso hacía de Rusia una amenaza para la estabilidad capitalista.
Pero Rusia no era un ejemplo significativo de la relación de fuerzas internacional entre las clases. El corazón del capitalismo y de las tensiones imperialistas estaba en Europa occidental y central. La clave de la situación mundial no estaba en Rusia sino en Alemania. Alemania era el país que impugnaba el orden mundial de las antiguas potencias coloniales. Y también era el país cuyo proletariado era el más concentrado y fuerte, con la educación socialista más desarrollada. El papel político de la clase obrera alemana se ilustraba en que los principales sindicatos fueron allí fundados por el Partido socialista, mientras que en Gran Bretaña - la otra nación capitalista dominante en Europa - el socialismo no aparecía más que como un apéndice del movimiento sindical. En Alemania, las luchas cotidianas de los obreros se desarrollaban tradicionalmente con vistas al gran objetivo socialista final.
A finales del siglo xix, empezó sin embargo en Alemania un proceso de despolitización de los sindicatos socialistas, de "emancipación" con respecto al Partido socialista. Los sindicatos cuestionaban abiertamente la unidad entre el movimiento y el objetivo final. El teórico del partido, Eduard Bernstein, no hizo más que generalizar esa orientación con su famosa fórmula: "el movimiento lo es todo, el objetivo no es nada". Este cuestionamiento del papel dirigente de la Socialdemocracia en el movimiento obrero, de la primacía del objetivo sobre el movimiento, causó un conflicto entre el Partido socialista, el SPD, y sus propios sindicatos. Este conflicto se intensificó después de la huelga de masas de 1905 en Rusia. Y acabó con la victoria de los sindicatos sobre el partido. Sometido a la influencia del "centro" en torno a Kautsky - que quería mantener "la unidad" del movimiento obrero a toda costa - el partido decidió que la cuestión de la huelga de masas era asunto de los sindicatos [[1]]. Pero resulta que era en la huelga de masas donde estaba toda la cuestión de la revolución proletaria venidera... Y fue así como quedó políticamente desarmada la clase obrera alemana e internacional en vísperas de la Primera Guerra mundial.
Declarar el carácter no político de los sindicatos era una preparación a la integración del movimiento sindical en el Estado capitalista. Eso proporcionó a la clase dominante la organización de masas que necesitaba para alistar a los obreros para la guerra. A su vez, esa movilización para la guerra en el centro mismo del capitalismo provocó la desmoralización y la desorientación de los obreros en Rusia - para quienes Alemania era la principal referencia - y rompió el movimiento de huelgas de masas que allí estaba desarrollándose.
El proletariado ruso, que estaba realizando huelgas de masas desde 1911, tenía ya una experiencia reciente de crisis económicas, guerras y luchas revolucionarias. No era ése el caso en Europa occidental y central, en donde estalló la guerra al cabo de un largo período de desarrollo económico, en el que la clase obrera había conocido verdaderas mejoras de sus condiciones de existencia, aumentos de salarios y reducción del desempleo, pero también el desarrollo de las ilusiones reformistas; un período en el que las principales guerras se habían hecho en la periferia del capitalismo mundial. La primera gran crisis económica mundial no estallaría sino 15 años más tarde, en 1929. La fase de decadencia del capitalismo no comenzó por una crisis económica como lo esperaba, tradicionalmente, el movimiento obrero, sino por la crisis de la guerra mundial. Con la derrota y el aislamiento del ala izquierda del movimiento obrero sobre la cuestión de la huelga de masas, ya no había motivo para la burguesía de posponer la guerra imperialista. Al contrario, todo retraso podía serle fatal. ¡Esperar no podía sino significar esperar el desarrollo de la crisis económica, de la lucha de clases y de la conciencia revolucionaria de su sepulturero!
El hundimiento de la Internacional
Así pues se abrió el curso a la guerra mundial. Su estallido causó el hundimiento de la Internacional socialista. En vísperas de la guerra, la Socialdemocracia organizó manifestaciones de protesta por toda Europa. La dirección del SPD envió a Friedrich Ebert (futuro asesino de la revolución) a Zúrich en Suiza con los fondos del partido para impedir que fuesen confiscados, y a Bruno Haase, eterno vacilante, a Bruselas para organizar la resistencia internacional contra la guerra. Pero una cosa es oponerse a la guerra antes de que estalle, y otra levantarse contra ella cuando comienza. Y, entonces, los juramentos de solidaridad proletaria solemnemente pronunciados en los congresos internacionales de Stuttgart en 1907 y de Basilea en 1912 aparecieron, en gran parte, como puramente platónicos. Incluso algunos miembros del ala izquierda, que habían apoyado acciones inmediatas aparentemente radicales contra la guerra - Mussolini en Italia, Hervé en Francia -, se unieron entonces al campo del chauvinismo.
La dimensión del naufragio de la Internacional sorprendió a todos. Ya es sabido que Lenin, cuando se enteró, pensaba que las declaraciones en la prensa del partido alemán a favor de la guerra eran obra de la policía para desestabilizar el movimiento socialista en el extranjero. Incluso la burguesía parece haber sido sorprendida por la amplitud de la traición de sus principios por la Socialdemocracia. Había apostado sobre todo por los sindicatos para movilizar a los obreros y había firmado acuerdos secretos con su dirección en vísperas de la guerra. En algunos países, partes importantes de la Socialdemocracia se opusieron realmente a la guerra. Eso pone de manifiesto que la apertura política del curso a la guerra no significó que las organizaciones políticas traicionaran automáticamente. Pero la quiebra de la Socialdemocracia en los principales países beligerantes era tanto más sorprendente. En Alemania, en algunos casos, incluso los elementos opuestos a la guerra con más determinación se callaron durante un tiempo. En el Reichstag (Parlamento alemán), donde 14 miembros de la fracción parlamentaria de la socialdemocracia estaban en contra del voto de los créditos de guerra y 78 a favor, incluso Karl Liebknecht, al principio, se sometió a la disciplina tradicional de la fracción.
¿Cómo explicarlo?
Para eso, es obviamente necesario, en primer lugar, situar los acontecimientos en su contexto objetivo. Fue decisivo el cambio fundamental en las condiciones de la lucha de clases debido a la entrada en un nuevo período histórico de guerras y revoluciones. En aquel contexto se puede comprender perfectamente que el paso de los sindicatos al campo de la burguesía era históricamente inevitable. Al ser esas organizaciones la expresión de una etapa particular, inmadura, de la lucha de clase, en la que la revolución todavía no estaba al orden del día, nunca fueron por naturaleza órganos revolucionarios; con el nuevo período en el que la defensa de los intereses inmediatos de cualquier parte del proletariado implicaba desde entonces una dinámica hacia la revolución, ya no podían servir a su clase de origen y sólo podían perdurar incorporándose al campo enemigo.
Pero lo que se explica claramente para los sindicatos resulta insuficiente al examinar a los partidos socialdemócratas. Queda claro que con la Primera Guerra mundial, los partidos perdieron su antiguo centro de gravedad, o sea la movilización para las elecciones. Y también resulta claro que el cambio de condiciones hacía desaparecer los fundamentos mismos de la existencia de partidos políticos de masas de la clase obrera. Ante la guerra y también la revolución, un partido proletario debe ser capaz de ir contra la corriente, incluso contra el estado de ánimo dominante en la clase en su conjunto. Pero la tarea principal de una organización política de la clase obrera - la defensa del programa y, en particular, del internacionalismo proletario -, no cambia con el cambio de época. Al contrario, adquiere todavía más importancia. Por ello, aunque fuese una necesidad histórica que los partidos socialistas conocieran una crisis frente a la guerra mundial y que en su seno las corrientes infestadas por el reformismo y el oportunismo traicionaran, eso no basta, sin embargo, para explicar lo que Rosa Luxemburg designó como "crisis de la Socialdemocracia".
También es cierto que un cambio histórico fundamental causa necesariamente una crisis programática; las antiguas tácticas probadas desde hacía tiempo e incluso principios como la participación electoral, el apoyo a los movimientos nacionales o a las revoluciones burguesas se vuelven repentinamente caducos. Pero sobre este punto, debemos recordar que muchos revolucionarios de aquel entonces, aún no comprendiendo todavía las implicaciones programáticas y tácticas del nuevo período, fueron sin embargo capaces de mantenerse fieles al internacionalismo proletario.
Pretender entender lo que pasó basándose únicamente en las condiciones objetivas equivale a considerar que todo lo que ocurre en la historia es inevitable desde el comienzo. Semejante enfoque pone en entredicho la posibilidad de sacar lecciones de la historia, puesto que todos nosotros también somos producto de las "condiciones objetivas". Ningún verdadero marxista negará la importancia de estas condiciones objetivas, pero si examinamos la explicación que los revolucionarios de aquel entonces dieron ellos mismos de la catástrofe sufrida por el movimiento socialista en 1914, se puede ver que subrayaron sobre todo la importancia de los factores subjetivos.
Una de las principales razones de la quiebra del movimiento socialista está en su sentimiento ilusorio de invencibilidad, su convicción errónea de que la batalla estaba ganada. La Segunda Internacional basaba esta convicción en tres factores esenciales ya identificados por Marx: la concentración en un polo de la sociedad del capital y de los medios de producción y, en el otro, del proletariado desposeído; la eliminación de las capas sociales intermedias cuya existencia ocultaba la contradicción social principal; y la anarquía creciente del modo de producción capitalista, que se expresaba en particular por la crisis económica, obligando al sepulturero del capitalismo, el proletariado, a poner el propio sistema en cuestión. En sí misma, esta opinión era totalmente válida. Estas tres condiciones del socialismo son el producto de contradicciones objetivas que se desarrollan independientemente de la voluntad de las clases sociales y, a largo plazo, se imponen inevitablemente. Pero de ahí pueden sacarse, sin embargo, dos conclusiones muy problemáticas. Una es que la victoria es ineludible, y, la otra, que la victoria no puede ser inmovilizada salvo si la revolución estalla de forma prematura, al caer el movimiento obrero en provocaciones.
Estas conclusiones eran tanto más peligrosas porque eran muy justas pero también muy parciales. Es cierto que el capitalismo crea inevitablemente las condiciones materiales de la revolución y del socialismo. Y es muy real el peligro de las provocaciones por parte de la clase dominante para llevar a confrontaciones prematuras. Veremos toda la importancia trágica de esta última cuestión en la tercera y cuarta partes de esta serie.
El problema de ese esquema del porvenir socialista está en que no deja ningún espacio a los fenómenos nuevos como, por ejemplo, las guerras imperialistas entre potencias capitalistas modernas. La cuestión de la guerra mundial no entraba en ese esquema. Ya hemos visto que mucho antes de que estallara realmente, el movimiento obrero preveía la inevitabilidad de la guerra. Sin embargo, el hecho de reconocer lo inevitable de la guerra no hizo que la Socialdemocracia llegara a la conclusión de que la victoria del socialismo podía no llegar a ser una realidad. Ambas partes del análisis de la realidad siguieron separadas una de la otra de una forma que puede parecer casi esquizofrénica. Esta incoherencia, aun pudiendo resultar fatal, no es inusual. Muchas de las grandes crisis y desconciertos en la historia del movimiento obrero proceden del encerramiento en los esquemas del pasado, del retraso de la conciencia sobre la evolución de la realidad. Se puede citar por ejemplo el apoyo al Gobierno provisional y a la continuación de la guerra por el Partido bolchevique después de Febrero de 1917 en Rusia. El Partido seguía preso del esquema de la revolución burguesa legado por 1905 y que se reveló inadecuado en el nuevo contexto de la guerra mundial. Fueron necesarias las Tesis de abril de Lenin y meses de debates intensos para salir de la crisis.
Poco antes de su muerte en 1895, Friedrich Engels fue el primero en intentar sacar las conclusiones necesarias de la perspectiva de una guerra generalizada en Europa. Declaró que ésta abriría la alternativa histórica de socialismo o barbarie. Ponía abiertamente en cuestión la inevitabilidad de la victoria del socialismo. Pero ni siquiera Engels llegó a sacar inmediatamente todas las conclusiones de esta visión. No logró entender que el nacimiento en el partido alemán de la corriente opositora Die Jungen ("los Jóvenes"), a pesar de todas sus debilidades, era una expresión auténtica del justo descontento hacia las actividades del partido (principalmente orientadas hacia el parlamentarismo), de sobra insuficientes. Ante la última crisis del partido antes de su muerte, Engels pesó con toda su influencia a favor de la defensa del mantenimiento del statu quo en el partido, en nombre de la paciencia y de la necesidad de evitar las provocaciones.
Fue Rosa Luxemburg, en su polémica contra Bernstein a principios del siglo xx, la que sacó las conclusiones decisivas de la visión de Engels sobre la perspectiva de "socialismo o barbarie". Aunque la paciencia sea una de las principales virtudes del movimiento obrero y sea necesario evitar las confrontaciones prematuras, el principal peligro que se presentaba históricamente ya no era que la revolución estallara demasiado pronto sino que estallara demasiado tarde. Esta opinión le da toda su importancia a la preparación activa de la revolución, a la importancia central del factor subjetivo.
Esa condena de un fatalismo que empezaba a predominar en la Segunda Internacional, esa restauración del marxismo, iba a ser una de las líneas divisorias de toda la oposición de izquierdas revolucionaria, antes y durante la Primera Guerra mundial [[2]].
Como lo escribirá Rosa Luxemburg en su folleto la Crisis de la Socialdemocracia: "El socialismo científico nos enseñó a reconocer las leyes objetivas del desarrollo histórico. El hombre no hace la historia por propia voluntad, pero la hace de todos modos. El proletariado depende en su acción del grado alcanzado por la evolución social. Pero la evolución social no es algo aparte del proletariado; es a la vez su fuerza motriz y su causa, tanto como su producto y su efecto".
Precisamente porque descubrió las leyes objetivas de la historia, por primera vez una fuerza social, la clase del proletariado consciente, puede llevar su voluntad a la práctica de forma deliberada. No solo hace la historia, sino que puede influir conscientemente en su curso.
"El socialismo es el primer movimiento popular del mundo que se ha impuesto una meta y ha puesto en la vida social del hombre un pensamiento consciente, un plan elaborado, la libre voluntad de la humanidad. Por eso Friedrich Engels llama a la victoria final del proletariado socialista el salto de la humanidad del reino animal al reino de la libertad. Este paso también está ligado por leyes históricas inalterables a los miles de peldaños de la escalera del pasado, con su avance lento y tortuoso. Pero jamás se logrará si la chispa de la voluntad consciente de las masas no surge de las circunstancias materiales que son fruto del desarrollo anterior. El socialismo no caerá como maná del cielo. Sólo se ganará en una larga cadena de poderosas luchas en las que el proletariado, dirigido por la socialdemocracia, aprenderá a manejar el timón de la sociedad para convertirse de víctima impotente de la historia en su guía consciente".
Para el marxismo, reconocer la importancia de las leyes objetivas de la historia y de las contradicciones económicas - lo que niegan o ignoran los anarquistas - va acompañado por el reconocimiento de los elementos subjetivos [[3]]. Están íntimamente vinculados y se influyen recíprocamente. Se puede comprobar observando los factores más importantes que poco a poco fueron socavando la vida proletaria en la Internacional. Uno fue la erosión de la solidaridad en el movimiento obrero. Vino favorecida por la expansión económica que precedió 1914 y las ilusiones reformistas que aquella generó. Pero también fue resultado de la capacidad de la clase enemiga para aprender de su experiencia. Bismarck introdujo mutuas de seguro social (con las leyes antisocialistas...) para sustituir la solidaridad entre trabajadores por una dependencia individual de lo que más tarde se llamará "Estado del bienestar". Tras el fracaso del intento de Bismarck de destruir el movimiento obrero poniéndolo fuera de ley, el gobierno de la burguesía imperialista que le sucedió a finales del siglo xix invirtió su táctica. Al haber entendido que las condiciones de represión estimulaban la solidaridad obrera, el Gobierno retiró las leyes antisocialistas e invitó repetidamente a la Socialdemocracia a participar en "la vida política" (o sea en la dirección del Estado), acusándola de renunciar de forma "sectaria" a los "únicos medios prácticos" que permitieran una verdadera mejora de la vida de los obreros.
Lenin mostró el vínculo entre los niveles objetivo y subjetivo en lo que respecta a otro factor decisivo en la delicuescencia de los principales partidos socialistas. Fue la transformación de la lucha por la liberación de la humanidad en rutina diaria vacua. Identificaba tres corrientes en la socialdemocracia, presentando la segunda corriente "el llamado ‘centro', que está formado por los que oscilan entre los socialchauvinistas y los verdaderos internacionalistas", y caracterizándola así:
"El "centro" lo forman los elementos rutinarios, corroídos por la podrida legalidad, corrompidos por la atmósfera del parlamentarismo, etc. Son funcionarios acostumbrados a los puestos confortables y al trabajo "tranquilo". Considerados histórica y económicamente no representan a una capa social específica, no pueden valorarse más que como un fenómeno de transición del período, ya superado, del movimiento obrero de 1871-1914 (...) a un nuevo período, objetivamente necesario desde que estalló la Primera Guerra imperialista mundial que abrió la era de la revolución social" [[4]].
Para los marxistas de aquel entonces, la "crisis de la Socialdemocracia" no ocurría fuera de su campo de acción. Se sentían responsables personalmente. Para ellos, la quiebra del movimiento obrero era también su propia quiebra. Como lo dice Rosa Luxemburg, "tenemos las víctimas de la guerra sobre la conciencia".
Lo que es notable en la quiebra de la Internacional socialista, es que no fue fruto en primer lugar ni de una insuficiencia del programa, ni de un análisis erróneo de la situación mundial.
"El proletariado mundial no sufre de una debilidad de principios, programas o consignas, sino de falta de acción, de resistencia eficaz, de capacidad para atacar al imperialismo en el momento decisivo" [[5]].
Para Kautsky, la incapacidad de mantener el internacionalismo probaba de por sí la imposibilidad de realizarlo. De ello deducía que la Internacional era esencialmente un instrumento para tiempos de paz, que debía dejarse de lado en tiempos de guerra. Para Rosa Luxemburg como para Lenin, el desastre de agosto de 1914 venía principalmente de la erosión de la ética de la solidaridad proletaria internacional en la dirección de la Internacional.
"Entonces se produjo el horrible, el increíble 4 de agosto de 1914. ¿Debía tener lugar? Un acontecimiento de tal importancia no puede ser un simple accidente. Debe tener causas objetivas profundas, significativas. Pero quizás sus causas están en los errores de los dirigentes del proletariado, en la propia Socialdemocracia, en el hecho de que nuestra voluntad de luchar había vacilado, de que abandonamos nuestra valentía y nuestras convicciones" (ídem, subrayado por nosotros).
La quiebra de la Internacional socialista fue un acontecimiento de la mayor importancia histórica y una cruel derrota política. Pero no fue una derrota decisiva, o sea irreversible, para toda una generación. Una primera indicación fue que las capas más politizadas del proletariado siguieron fieles al internacionalismo proletario. Richard Müller, dirigente del grupo Revolutionäre Obleute, de los delegados de fábricas de la metalurgia, recordaba: "En la medida en que las grandes masas populares, ya antes de la guerra, se habían educado bajo la influencia de la prensa socialista y de los sindicatos, y que tenían opiniones precisas sobre el Estado y la sociedad, y a pesar de que no lo hubieran expresado abierta e inmediatamente, rechazaron sin rodeos la propaganda bélica y la guerra misma" [[6]].
Eso fue una diferencia brutal con la situación de los años 30 en los que, tras la victoria del estalinismo en Rusia y del fascismo en Alemania, se arrastró a los obreros más avanzados hacia el terreno político del nacionalismo y de la defensa de la patria (imperialista) "antifascista" o "socialista".
La movilización para la guerra no fue la prueba de una derrota profunda sino de un abatimiento momentáneo de las masas. Aquella movilización vino acompañada por escenas de histeria patriotera de la muchedumbre. Pero no se han de confundir con un alistamiento activo de la población, como se vio durante las guerras nacionales de la burguesía revolucionaria en Holanda o Francia. La intensa agitación pública de 1914 tiene esencialmente sus raíces en el carácter masivo de la sociedad burguesa moderna y en unos medios a disposición del Estado capitalista de propaganda y manipulación desconocidos hasta entonces. En ese sentido, la histeria de 1914 no fue algo totalmente nuevo. Ya se había visto en Alemania cuando la guerra franco-prusiana de 1870, pero adquirió una nueva índole con el cambio de carácter de la guerra moderna.
La locura de la guerra imperialista
El movimiento obrero subestimó la potencia del gigantesco terremoto político, económico y social provocado por la guerra mundial. Acontecimientos de tal magnitud y de violencia tan colosal, más allá de todo posible control de cualquier fuerza humana, pueden suscitar las emociones más extremas. Algunos antropólogos piensan que la guerra despierta un instinto de defensa "auto-conservadora", cosa que comparten los seres humanos con otras especies. Sea verdad o no, lo cierto es que la guerra moderna despierta temores muy antiguos que dormitan en nuestra memoria histórica colectiva, transmitidos de generación en generación por la cultura y las tradiciones, de forma consciente o no: el miedo a la muerte, al hambre, a la violación, al destierro, a la exclusión, la privación, la esclavitud. El que la guerra imperialista generalizada moderna no se limite a los militares profesionales sino que implique a toda la sociedad e introduzca armamentos de una potencia destructiva sin precedentes, no puede sino aumentar el terror pánico que genera. A eso se han de añadir las profundas implicaciones morales. En la guerra mundial, no es una casta particular de soldados sino millones de trabajadores alistados en el ejército los que se lanzan a mutuo degüello. El resto de la sociedad, en la retaguardia, obra con el mismo objetivo. En esta situación, la moral fundamental que hace posible que pueda subsistir cualquier sociedad humana deja de aplicarse. Como dice Rosa Luxemburg, "todos los pueblos que emprenden el asesinato organizado se transforman en una horda bestial " [[7]].
Todo eso provocó, cuando estalló la guerra, una verdadera psicosis de masas y una atmósfera de pogromo generalizado. Rosa Luxemburg cuenta cómo las poblaciones de ciudades enteras se transformaron en populacho soliviantado. Los gérmenes de toda la crueldad del siglo xx, incluidos Auschwitz e Hiroshima, ya estaban contenidos en aquella guerra.
¿Cómo habría debido reaccionar el partido de los obreros al estallar la guerra? ¿Decretando la huelga de masas? ¿Llamando a los soldados a desertar? Absurdo, responde Rosa Luxemburg. La primera tarea de los revolucionarios era la de resistir a lo que en el pasado Wilhelm Liebknecht había calificado de ciclón de pasiones humanas, refiriéndose a la guerra de 1870.
"Tales explosiones "del alma popular" son impresionantes, apabullantes, aplastantes por su furia elemental. Uno se siente impotente, como frente a una potencia dominante. Es como una fuerza superior. No tiene adversario tangible. Es como una epidemia, en la gente, en el aire, por todas partes. (...) Por eso no era nada fácil en aquella época nadar contra la corriente" [[8]].
En 1870, la Socialdemocracia supo nadar contra la corriente. Comentario de Rosa Luxemburg: "Permanecieron en sus puestos y durante cuarenta años, la Socialdemocracia vivió sobre la fuerza moral con la que se había opuesto a un mundo de enemigos" [[9]].
Y ahí Rosa alcanza el meollo, el punto crucial de su argumentación: "Lo mismo habría podido ocurrir hoy. Al principio, quizás lo único que habríamos podido hacer era salvar el honor del proletariado, y los miles de proletarios que mueren en las trincheras en la oscuridad mental, no se habrían muerto en una confusión espiritual sino con la convicción de que lo que había sido todo para ellos durante su vida, la Internacional, la Socialdemocracia liberadora, no había sido un sueño. La voz de nuestro partido habría sido el antídoto contra la intoxicación chauvinista de masas. Habría preservado al proletariado inteligente del delirio, habría frenado la capacidad del imperialismo para envenenar y embrutecer a las masas en un tiempo increíblemente corto. Y con el desarrollo de la guerra, (...) todos los elementos vivos, honestos, progresivos y humanos se habrían unido a los estandartes de la socialdemocracia" [[10]].
Conquistar ese "prestigio moral incomparable" fue la primera tarea de los revolucionarios frente a la guerra.
Para Kautsky y sus afines era imposible comprender que existiera esa preocupación por los últimos pensamientos que podían tener antes de morir los proletarios en uniforme. Para él, provocar la rabia patriotera de la muchedumbre y la represión del Estado una vez que había estallado la guerra, no era sino un gesto vano e inútil. El socialista francés Jaurès había declarado anteriormente que la Internacional representaba toda la fuerza moral del mundo. Ahora, muchos de sus antiguos dirigentes ya ni siquiera sabían que el internacionalismo no es un gesto inútil sino la prueba de la vida o de la muerte del socialismo internacional.
El vuelco en la situación y el papel de los revolucionarios
La quiebra del Partido socialista provocó una situación verdaderamente dramática. La primera consecuencia fue que permitió una perpetuación aparentemente indefinida de la guerra. La estrategia militar de la burguesía alemana era evitar la apertura de un segundo frente, lograr una victoria rápida sobre Francia, para poder luego mandar todas sus fuerzas al frente oriental para que Rusia capitulara. Su estrategia contra la clase obrera seguía el mismo principio: tomarla por sorpresa y sellar la victoria antes de que tuviera tiempo de recuperar una orientación proletaria.
A partir de septiembre de 1914 (batalla del Marne), la invasión de Francia y, con ella, el conjunto de la estrategia basada en una victoria rápida falló por completo. No solo la burguesía alemana, sino toda la burguesía mundial quedó atrapada en las redes de un dilema ante el cual no podía ni retroceder, ni abandonar. De ello resultaron matanzas sin precedentes completamente absurdas, incluso desde el punto de vista capitalista, de millones de soldados. El propio proletariado estaba cogido en la trampa sin que existiese la menor perspectiva inmediata que pudiera poner fin a la guerra por iniciativa propia. El peligro que surgió entonces fue el de la destrucción de la condición material y cultural más esencial para el socialismo, la del propio proletariado.
Los revolucionarios están vinculados a su clase como la parte lo está al todo. Las minorías de la clase nunca pueden ponerse en lugar de la propia actividad y creatividad de las masas. Pero hay momentos en la historia durante los cuales la intervención de los revolucionarios puede tener una influencia decisiva. Tales momentos se producen en el proceso hacia la revolución, cuando las masas luchan por la victoria. Resulta entonces decisivo ayudar a la clase a encontrar el buen camino, a franquear las trampas del enemigo, a evitar llegar demasiado pronto o demasiado tarde a la cita de la historia. Pero también tienen lugar en los momentos de derrota, cuando es vital sacar las buenas conclusiones. Sin embargo, debemos aquí establecer algunas distinciones. Ante una derrota aplastante, esta tarea es decisiva a largo plazo para la transmisión de las lecciones a las generaciones futuras. En el caso de la derrota de 1914, el impacto decisivo que los revolucionarios podían tener era tan inmediato como durante la propia revolución. No solo porque la derrota sufrida no era definitiva, sino también debido a que las mismas condiciones de la guerra mundial, al hacer literalmente de la lucha de clase una cuestión de vida o muerte, dio nacimiento a una aceleración extraordinaria en la politización.
Ante las privaciones de la guerra, era inevitable que la lucha de clases económica se desarrollara abiertamente y tomara inmediatamente un carácter político. Pero los revolucionarios no podían limitarse a esperar que eso ocurriese. La desorientación de la clase, como vimos, era sobre todo producto de una ausencia de dirección política. Era entonces responsabilidad de todos los que siguieron siendo revolucionarios en el movimiento obrero iniciar ellos mismos la inversión de la corriente. Incluso antes de las huelgas en el "frente interior", mucho antes de las rebeliones de los soldados en las trincheras, los revolucionarios debían mostrarse y afirmar el principio de la solidaridad proletaria internacional.
Comenzaron ese trabajo en el Parlamento, denunciando la guerra y votando contra los créditos de guerra. Fue la última vez que se utilizó esta tribuna con fines revolucionarios. Pero eso estuvo acompañado, desde el principio, por la propaganda y la agitación revolucionaria ilegal y por la participación en las primeras manifestaciones para reclamar pan. Una tarea de la mayor importancia para los revolucionarios también fue organizarse para clarificar su opinión y, sobre todo, para establecer contactos con los revolucionarios en el extranjero y preparar la fundación de una nueva Internacional. El Primero de mayo de 1916, Spartakusbund (la Liga Espartaco), núcleo del futuro Partido comunista (KPD), se sintió por primera vez lo suficientemente fuerte para salir a la calle abiertamente y en masa. Era el día en que, tradicionalmente, la clase obrera celebraba su solidaridad internacional. Spartakusbund llamó a manifestaciones en Dresde, Jena, Hanau, Braunschweig y sobre todo en Berlín. Diez mil personas se reunieron en la Postdamer Platz para escuchar a Karl Liebknecht denunciar la guerra imperialista. Una batalla callejera estalló en una inútil tentativa de impedir su detención.
Las protestas del Primero de Mayo privaron a la oposición internacionalista de su líder más conocido. Siguieron muchas mas detenciones. A Liebknecht se le acusó de irresponsabilidad e incluso de querer ponerse en primer plano. En realidad, la dirección de Spartakusbund había decidido colectivamente esa acción del Primero de Mayo. Cierto es que el marxismo critica los actos inútiles del terrorismo y del aventurerismo. Cuenta con la acción colectiva de las masas. Pero el gesto de Liebknecht fue mucho más que un acto de heroísmo individual. Personificaba las esperanzas y las aspiraciones de millones de proletarios ante la locura de la sociedad burguesa. Como lo escribirá más tarde Rosa Luxemburg:
"No olvidemos sin embargo esto. La historia del mundo no se hace sin nobleza de sentimientos, sin moral elevada, sin nobles gestos" [[11]].
Esa nobleza de sentimientos se extendió rápidamente de Spartakusbund a los metalúrgicos. El 27 de junio de 1916 en Berlín, en vísperas del juicio de Karl Liebknecht detenido por su agitación pública contra la guerra, una reunión de delegados de fábricas fue organizada tras la manifestación ilegal de protesta convocada por Spartakusbund. En la orden del día estaba la cuestión de la solidaridad con Liebknecht. En contra de Georg Ledebour, único representante presente del grupo opositor en el Partido socialista, se propuso la acción para el día siguiente. No hubo debate. Todos se levantaron y permanecieron silenciosos.
Al día siguiente, a las 9, los torneros pararon las máquinas de las grandes fábricas de armamento del capital alemán. 55 000 obreros de Löwe, AEG, Borsig, Schwarzkopf abandonaron sus herramientas y se reunieron a las puertas de las fábricas. A pesar de la censura militar, la noticia se extendió cual reguero de pólvora por todo el Imperio: ¡los obreros de las fábricas de armamento salen en solidaridad con Liebknecht! Y no solo en Berlín, sino en Braunschweig, en los astilleros de Bremen, etc. Hasta en Rusia hubo acciones de solidaridad.
La burguesía mandó al frente a miles de huelguistas. En las fábricas, los sindicatos abrieron la caza a los "líderes". Pero cada detención aumentaba la solidaridad de los obreros. Solidaridad proletaria internacional contra guerra imperialista: era el comienzo de la revolución mundial, la primera huelga de masas en la historia de Alemania.
La llama que se había encendido en la plaza Postdamer se extendió aún más rápidamente entre la juventud revolucionaria. Inspirados por el ejemplo de sus jefes políticos, antes incluso que los metalúrgicos experimentados, los jóvenes habían lanzado la primera huelga de importancia contra la guerra. En Magdeburgo y, sobre todo, en Braunschweig que era un bastión de Spartakus, las manifestaciones ilegales de protesta del Primero de Mayo se transformaron en un movimiento de huelga contra la decisión impuesta por el Gobierno de ingresar parte de los salarios de los aprendices y jóvenes obreros en una cuenta obligatoria para financiar el esfuerzo de guerra. Los adultos se agregaron con una huelga de apoyo. El 5 de mayo, las autoridades militares tuvieron que retirar esta medida para impedir la extensión del movimiento.
Después de la batalla de Skagerrak en 1916, única confrontación durante toda la guerra entre las marinas británica y alemana, un pequeño grupo de marineros revolucionarios proyectó apoderarse del acorazado Hyäne y desviarlo hacia Dinamarca para "manifestarse delante del mundo entero" contra la guerra [[12]]. A pesar de que el proyecto fue descubierto y fracasó, ya prefiguraba las primeras rebeliones abiertas que ocurrieron en la marina de guerra a principios de agosto 1917. Empezaron a causa del trato y las condiciones de vida de las tripulaciones. Pero muy rápidamente, los marinos lanzaron un ultimátum al Gobierno: o cesaba la guerra o estallaba la huelga. El Estado contestó con una ola de represión, ajusticiando a dos dirigentes revolucionarios, Albin Köbis y Max Reichpietsch.
Una ola de huelgas masivas se desarrolló en Berlín, Leipzig, Magdeburgo, Halle, Braunschweig, Hanover, Dresde y otras ciudades a partir de mediados de abril de 1917. Aunque los sindicatos y el SPD no se atrevieron a oponerse abiertamente, intentaron limitar el movimiento a cuestiones económicas; pero los obreros de Leipzig formularon una serie de reivindicaciones políticas - en particular la del cese de la guerra - que se retomaron en otras ciudades.
Los ingredientes de un profundo movimiento revolucionario existían pues a principios de 1918. La oleada de huelgas de abril de 1917 fue la primera intervención masiva de cientos de miles de obreros en todo el país para defender sus intereses materiales en un terreno de clase y oponerse directamente a la guerra imperialista. El movimiento también estaba animado por la revolución que había comenzado en Rusia en febrero de 1917 y se solidarizaba abiertamente con ésta. El internacionalismo proletario se había apoderado de los corazones de la clase obrera.
Por otra parte, con el movimiento contra la guerra, la clase obrera reinició el proceso de creación de su propia dirección revolucionaria. No solo se trataba de grupos políticos como Spartakusbund o la Izquierda de Bremen que iban a formar el KPD (Partido comunista de Alemania) a finales de 1918. También hablamos de la aparición de capas altamente politizadas y de centros de vida y de lucha de la clase, vinculados a los revolucionarios y que compartían sus posiciones. Actuaban en las concentraciones industriales, en particular de la metalurgia, concretándose en el fenómeno de los Obleute, delegados de fábrica.
"En la clase obrera industrial existía un núcleo de proletarios que no solamente rechazaba la guerra, sino que también quería impedir que estallara a toda costa; y cuando estalló, consideraron que era su deber hacerla acabar por cualquier medio. Eran pocos. Pero por eso era gente tanto más determinada y activa. Eran el contrapunto de quienes iban al frente a arriesgarse y morir por sus ideas. La lucha contra la guerra en las fábricas y oficinas no tuvo la misma notoriedad que la lucha en el frente, pero implicaba los mismos riesgos. Los que la condujeron estaban motivados por los ideales más elevados de la humanidad" [[13]].
Otro de esos centros fue la nueva generación de obreros, aprendices y jóvenes obreros que no tenían mas perspectiva que la de ir a morir en las trincheras. El centro de gravedad de esta fermentación fueron las organizaciones de la juventud socialista que, ya antes de la guerra, se habían hecho notar por su rebelión contra "la rutina" que había empezado a distinguir a la vieja generación.
En el ejército, dónde la rebelión contra la guerra fue más lenta en desarrollarse que en el frente "interior", también surgió una posición política avanzada. Como en Rusia, el centro de resistencia nació entre los marinos, quienes estaban en relación directa con los obreros y las organizaciones políticas en los puertos de amarre y cuyo trabajo y condiciones se asemejaban a los de los obreros de fábrica de donde procedían en general. Se reclutaba además a muchos marinos en la marina mercante "civil", eran hombres jóvenes que habían viajado por el mundo entero y para quienes la fraternidad internacional no era una fórmula sino un modo de vida.
Además, la aparición y la multiplicación de esas concentraciones de vida política acarrearon una intensa actividad teórica. Todos los testigos directos de aquel período dan cuenta del alto nivel teórico de los debates en las reuniones y conferencias ilegales. Aquella vida teórica quedó plasmada en el folleto de Rosa Luxemburg la Crisis de la socialdemocracia, en los escritos de Lenin contra la guerra, en los artículos de la revista de Bremen Arbeiterpolitik, y también en la masa de panfletos y declaraciones que circulaban en la más total ilegalidad y que forman parte de las producciones más profundas y más valientes de la cultura humana del siglo xx.
Había llegado el momento para que se desencadenara la tempestad revolucionaria contra uno de los bastiones más poderosos e importantes del capitalismo mundial.
La segunda parte de esta serie tratará de las luchas revolucionarias de 1918. Empezaron por huelgas masivas en enero con el primer intento de formar consejos obreros en Alemania, culminando en los acontecimientos revolucionarios del 9 de noviembre que pusieron fin a la Primera Guerra mundial.
Steinklopfer
[1]) Decisión tomada por el Congreso del Partido alemán en Mannheim, en 1906.
[2]) En sus memorias sobre el movimiento de la juventud proletaria, Willi Münzenberg, que estaba en Zúrich durante la guerra, recuerda la opinión de Lenin: "Lenin nos explicó el error de Kautsky y de su escuela teórica de marxismo falsificado que todo lo espera del desarrollo histórico de las relaciones económicas y casi nada de los factores subjetivos de aceleración de la revolución. Al contrario, Lenin destacaba el significado del individuo y de las masas en el proceso histórico. Destacaba sobre todo la tesis marxista según la cual son los hombres los que, en un marco de relaciones económicas determinadas, hacen la historia. Esta insistencia sobre el valor personal de los individuos y grupos en las luchas sociales nos produjo la mayor impresión y nos incitó a hacer los mayores esfuerzos concebibles" (Münzenberg, Die Dritte Front - "el tercer frente", traducido del alemán por nosotros).
[3]) A pesar de defender con razón, contra Bernstein, la existencia de una tendencia a la desaparición de las capas intermedias y de la tendencia a la crisis y al empobrecimiento del proletariado, la izquierda sin embargo no consiguió comprender hasta qué punto el capitalismo, en los años precedentes a la guerra, había logrado reducir temporalmente esas tendencias. Esta confusión se expresa, por ejemplo, en la teoría de Lenin sobre "la aristocracia obrera" según la cual solo había obtenido aumentos de salarios sustanciales una minoría privilegiada y no amplios sectores de la clase obrera. Eso llevó a subestimar la importancia de la base material en la que se desarrollaron las ilusiones reformistas que permitieron a la burguesía movilizar al proletariado hacia la guerra.
[4]) "Las tareas del proletariado en nuestra revolución", 28 de mayo de 1917.
[5]) "Rosa Luxemburg Speaks" ("Discursos de Rosa Luxemburg"), en The crisis of Social Democracy, Pathfinder Cerca 1970, traducido del inglés por nosotros.
[6]) Richard Müller, Vom Kaiserreich zur Republik, 1924-25 (del Imperio a la República), traducido del alemán por nosotros.
[7]) "Rosa Luxemburg Speaks", op. cit., nota 5.
[8]) Ibidem.
[9]) Ibidem.
[10]) Ibidem.
[11]) "Against Capital Punishment", noviembre de 1918, nota 5.
[12]) Dieter Nelles: Proletarische Demokratie und Internationale Bruderschaft - Das abenteuerliche Leben des Hermann Knüfken, https://www.anarchismus.at/ [340] (Dieter Nelles: "La democracia proletaria y la fraternidad internacional - La vida aventurera de Hermann Knüfken").
[13]) Richard Müller, Vom Kaiserreich zur Republik, op. cit., nota 6.
Este es el último artículo de una Serie de historia de la CNT dentro de una serie más amplia dedicada a el sindicalismo revolucionario.
La Serie sobre la CNT está compuesta por los siguientes artículos:
En el anterior artículo de esta serie ([1]) vimos cómo la FAI intentó impedir la integración definitiva de la CNT en las estructuras capitalistas. Este esfuerzo fracasó. La política insurreccional de la FAI (1932-33) con la que ésta había intentado corregir las graves desviaciones oportunistas en las que tanto la CNT como la propia FAI habían incurrido al apoyar activamente la instauración de la República en 1931 ([2]), condujo a una terrible sangría de las fuerzas del proletariado español, desperdiciadas en combates dispersos y desesperados.
Sin embargo, en 1934, se produce un viraje fundamental: el PSOE da una voltereta espectacular y, liderado por Largo Caballero, se erige - junto con su apéndice sindical, la UGT - en paladín de la "lucha revolucionaria" empujando a los obreros de Asturias a la terrible encerrona de la insurrección de octubre. Este movimiento es liquidado por el Estado republicano desencadenando una nueva orgía de muertes, torturas y deportaciones carcelarias que se suman a las salvajes represiones de los años anteriores.
Este viraje no se puede ver bajo el prisma de los acontecimientos españoles sino que se inscribe claramente en la evolución de la situación mundial. Tras el ascenso de Hitler en 1933, 1934 asiste a la extensión y la generalización de la matanza de obreros. En Austria, el capital, a través de su mano izquierda - la socialdemocracia - empuja a los obreros a una insurrección prematura y abocada a la derrota lo que permite a su mano derecha - los partidarios del nazismo - perpetrar una masacre inmisericorde.
Pero 1934 es también el año en que la URSS firma los acuerdos con Francia integrándose con todos los honores en la "alta sociedad" imperialista lo que se verá formalmente reconocido con su admisión en la Sociedad de naciones (precedente de la actual ONU). Los PC operan un cambio radical: la política "extremista" del "tercer periodo" caracterizada por una burda parodia del "clase contra clase" es reemplazada de la noche a la mañana por una política "moderada" de mano tendida a los socialistas, de formación de Frentes populares interclasistas en cuyo seno el proletariado debe someterse a las fracciones burguesas "democráticas" para conseguir el objetivo "supremo" de "cerrar el paso al fascismo".
Este ambiente internacional marca con fuerza la evolución tanto de la CNT como de la FAI, empujándolas hacia la integración plena en el Estado capitalista por la vía de la conjunción antifascista con las demás fuerzas "democráticas".
La ideología antifascista se había convertido en un vendaval que arrasaba los últimos restos de conciencia proletaria y absorbía implacablemente una organización proletaria tras otra dejando en un terrible aislamiento a las escasas que lograron mantener una posición de clase. Era la ideología que en las condiciones de la época - derrota del proletariado, desarrollo de regímenes de fuerza como una de las vías de instauración del capitalismo de Estado - mejor permitía a la burguesía "democrática" preparar la marcha hacia la guerra generalizada que acabó estallando en 1939 y que tuvo como preludio la contienda española de 1936.
No podemos aquí realizar un análisis de dicha ideología ([3]), lo que pretendemos únicamente es comprender cómo actuó sobre la CNT y sobre la FAI, arrastrándolas a la traición de 1936.
Las Alianzas obreras abrieron el camino. Estas Alianzas eran presentadas como un medio para alcanzar la unidad obrera mediante acuerdos o cárteles entre distintas organizaciones ([4]). Sin embargo, el anzuelo de la "unidad obrera" conducía a la trampa de la "unidad antifascista" donde el proletariado debía alinearse tras la defensa de la democracia burguesa para, supuestamente, "cerrar el paso" al fascismo rampante. La Alianza obrera de Madrid (1934) lo proclamaba sin rodeos:
"tiene por finalidad en primer término, la lucha contra el fascismo en todas sus manifestaciones y la preparación de la clase trabajadora para la implantación de la paz pública socialista federal en España (sic)" ([5]).
Si los sindicatos de oposición de la CNT ([6]), que pretendían conducirse como un sindicato puro y duro dejándose de "pamplinas anarquistas" como ellos mismo decían, participaron activamente en las Alianzas obreras, mano a mano con el PC estalinista, las organizaciones de la Oposición de izquierdas y, desde 1934, con UGT-PSOE, existían en cambio fuertes reticencias dentro de la CNT y la FAI, lo que expresaba un indudable instinto proletario.
Sin embargo, estas resistencias fueron cayendo progresivamente, vencidas tanto por la situación general emponzoñada por el antifascismo, como por la labor de zapa de amplios sectores de la propia CNT y también por las tentativas de seducción que venían desde el propio Partido socialista.
Fue la Regional asturiana de la CNT la que más se empeñó en la batalla para vencer tales resistencias. La insurrección de Asturias de octubre 1934 fue preparada mediante un pacto previo entre la CNT regional y UGT-PSOE ([7]). Aunque el PSOE apenas entregó armamento a los huelguistas y marginó a la CNT, la Regional asturiana perseveró tozudamente en la Alianza obrera. En el decisivo congreso de Zaragoza ([8]), el delegado de dicha Regional recordó que:
"... un compañero escribió en CNT ([9]) un artículo reconociendo la necesidad de la alianza con los socialistas para realizar el hecho revolucionario. Un mes más tarde se realiza otro pleno y se saca a relucir dicho artículo para pedir la aplicación de sanciones. Dijimos en aquella ocasión que estábamos a favor del criterio sostenido en aquel artículo. Y ratificamos nuestro punto de vista sobre la conveniencia de sacar a los socialistas del poder para obligarles a avanzar por la vía revolucionaria. Enviamos comunicaciones contra la posición anti-socialista fijada por el Comité nacional en un manifiesto" ([10]).
Por su parte, en un discurso pronunciado en Madrid, Largo Caballero ([11]) tendió cables a la CNT y la FAI: "[me dirijo] a esos núcleos de trabajadores que por error nos combaten. Su finalidad, como la nuestra, es un régimen de igualdad social. Hay quien nos acusa de alimentar la idea de que el Estado está por encima de la clase obrera. Quienes así discurren es que no han estudiado bien nuestras ideas. Nosotros queremos que desaparezca el Estado como elemento de opresión. Queremos convertirlo en una entidad meramente administrativa" (citado por Olaya, op. cit., página 866).
La seducción es, como puede verse, bastante burda. Parece que esté hablando de "desaparición del Estado" pero en realidad lo que está diciendo es que el Estado se reduzca a un "mero órgano administrativo", ilusión que nos venden los demócratas, que también nos predican que el Estado democrático no es un "elemento de opresión" sino que constituye una "administración", solamente - según sus fábulas - los Estados dictatoriales serían un "órgano de opresión".
Sin embargo, tales arrumacos que venían de un individuo tan poco "atractivo" como Largo Caballero ([12]) fueron haciendo mella en la CNT y la FAI que estaban cada vez más dispuestas a dejarse encandilar. En un Pleno sobre el fascismo, celebrado en agosto de 1934, en el dictamen acordado se empieza por una clara denuncia del PSOE y la UGT pero en la parte final se deja la puerta abierta para entenderse con ellos:
"Eso no quiere decir, desde luego, que si esos organismos [se refiere a la UGT y al PSOE] empujados por las circunstancias se ven obligados a lanzarse a una acción insurgente tengamos que presenciarlos pasivamente, nada de eso (...) queremos prever que en ese momento es cuando hay que procurar imprimir al movimiento antifascista el carácter libertario de nuestros principios" ([13]).
Uno de los principios que siempre ha defendido el anarquismo -y que comparte con el marxismo- es que todo Estado, sea democrático o dictatorial, es un órgano autoritario de opresión, sin embargo, este principio es echado al cubo de la basura al especular con la posibilidad de "imprimir" al movimiento antifascista semejante principio, ¡un movimiento cuya base misma es escoger la forma democrática del Estado, es decir, la variante más retorcida y cínica de ese órgano autoritario de opresión!
Este abandono progresivo de los principios realizado mediante la tentativa de combinar posiciones antagónicas, sembraba aceleradamente la confusión, debilitaba las convicciones y predisponía cada vez con más fuerzas para la famosa "unidad antifascista". Desde 1935, los sindicatos de oposición añadieron más agua a ese jarro de agua sucia, iniciando una campaña de aproximación a la CNT proponiendo una reunificación sobre la base de la unidad antifascista con la UGT.
La presión era cada vez más poderosa. Peirats señala que "... el drama asturiano ha ido alimentando el programa aliancista en el seno de la CNT. El aliancismo empieza a propagarse en Cataluña una de las regionales confederales más adictas al aislacionismo" ([14]).
El PSOE y Largo Caballero redoblaron los cantos de sirena, Peirats recuerda cómo: "... por primera vez en muchos años el socialismo español invoca públicamente el nombre de la CNT y la hermandad en la revolución proletaria" (ídem).
Si bien la reticencia ante cualquier alianza política fue mantenida, la postura de pactar con la UGT era cada vez más mayoritaria dentro de la CNT. Se veía como una manera de sortear el "principio del apoliticismo". De esta forma, la UGT se convirtió en el caballo de Troya que acabó enrolando a la CNT en la alianza antifascista de todas las fracciones "democráticas" del capital. Los dirigentes de la CNT y la FAI podían con ello salvar la cara pues mantenían el "principio" de rechazar todo pacto con los partidos políticos. El antifascismo se coló no tanto por la puerta grande de los acuerdos políticos - ruidosamente rechazados - sino por la puerta trasera de la unidad sindical.
Estas elecciones presentadas como "decisivas" en la lucha contra el fascismo acabaron por barrer todas las resistencias que todavía existían en la CNT y la FAI.
El día 9 de enero, el secretario del Comité regional de la CNT de Cataluña cursa una circular a los sindicatos por la que se les convoca a una Conferencia regional en el cine Meridiana, de Barcelona, el 25, "... para discutir sobre dos temas concretos: 1º ‘¿Cuál debe ser la posición de la CNT en el aspecto de la alianza con instituciones que, sin sernos afines, tengan un matiz obrerista?'; y 2º ‘¿Qué actitud concreta y definitiva debe adoptar la CNT ante el momento electoral?'" (Peirats, op cit., página 106).
Peirats informa que, en la mayoría de delegaciones, "... abundaba el criterio de que la posición antielectoral de la CNT era más bien una cuestión de táctica que de principios",
y que "La discusión reveló un estado de vacilación ideológica" (ídem.)
Las posiciones favorables al abandono del tradicional abstencionismo cenetista se hicieron cada vez más fuertes. Miguel Abós de la regional de Zaragoza declaró en un mitin que:
"... caer en la torpeza de hacer campaña abstencionista equivale a fomentar el triunfo de las derechas. Y todos sabemos por amarga experiencia en dos años de persecución lo que las derechas quieren hacer. Si el triunfo de las derechas se diera, yo os aseguro que aquella feroz represión a que sometieron a Asturias se extendería a toda España" (citado en el Congreso de Zaragoza, op. cit. sobre dicho Congreso, p. 171).
Con estas intervenciones se deformaba sistemáticamente la realidad. La barbarie represiva de la izquierda capitalista de 1931-33 era olvidada recordando únicamente la represión derechista del 34. La naturaleza represiva del Estado capitalista en su conjunto, cualquiera que fuera su fracción gobernante, era cuidadosamente velada, de una manera irracional, evitando un análisis mínimo, el monopolio de represión se atribuía exclusivamente a la rama fascista del capital.
Arrollada por el antifascismo que planteaba un análisis tan irracional y aberrante como el del propio fascismo, la CNT eligió claramente el campo de la defensa del Estado burgués apoyando el voto a favor del Frente popular cuyo programa la propia Solidaridad obrera había denunciado como un "documento de tipo profundamente conservador" que desentonaba con "el empuje revolucionario que transpira la epidermis española" ([15]). Un paso crucial lo constituyó el manifiesto publicado por el Comité nacional dos días antes de las elecciones donde podía leerse:
"Nosotros, que no defendemos la República, pero que combatiremos sin tregua al fascismo, pondremos a contribución todas las fuerzas de que disponemos para derrotar a los verdugos históricos del proletariado español (...) La acción insurreccional (de los militares -NdR) está supeditada al resultado de las elecciones. El plan teórico y preventivo lo pondrán en práctica si el triunfo electoral lo consiguen las izquierdas. Además, no dudamos en aconsejar que, allá donde se manifiesten los legionarios de la tiranía en insurrección armada, se llegue, sin vacilar, a una inteligencia con los sectores antifascistas, procurando enérgicamente que la prestación defensiva de las masas derive por derroteros de verdadera revolución social, bajo los auspicios del comunismo libertario" ([16]).
Esta declaración tuvo una enorme repercusión pues se hizo en el momento más oportuno, a sólo dos días de la cita electoral, teniendo una clara influencia en el voto de muchos obreros. Supuso el compromiso de la CNT con el enorme engaño electoral al que fue sometido el proletariado español y que permitió el triunfo del Frente popular y, significó al mismo tiempo, una adhesión prácticamente incondicional al movimiento antifascista.
Esta actitud de la CNT fue claramente compartida por la FAI pues, según relata Gómez Casas en su Historia de la FAI (p. 210):
"De acuerdo con las Actas del Pleno Nacional de la FAI, esta organización se ratificó en la actitud antiparlamentaria y antielectoral tradicionales. Pero la manera en que se llevó esta vez la campaña, muy diferente de 1933, hizo que en la práctica el abstencionismo fuera casi nulo. Refiriéndose a la coincidencia entre militantes de la CNT y de la FAI en cuanto a la necesidad de no hacer hincapié en la estrategia antielectoralista, nos dirá el propio Santillán que "la iniciativa de ese cambio circunstancial había partido del Comité peninsular de la FAI, la entidad que aún podía hacer frente a la situación desde la más rigurosa clandestinidad, y la que se disponía a realizar las más arriesgadas acciones ofensivas"".
Si en 1931, el sector sindicalista de la CNT había hecho malabarismos para apoyar la participación en las elecciones sorteando una dura oposición (entre otros sectores, de la propia FAI), ahora era toda la CNT - supuestamente liberada del sector sindicalista que se había marchado con los Sindicatos de oposición - y la FAI las que iban mucho más lejos al apoyar sin apenas remilgos al Frente Popular, cuyo nuevo gobierno trató de retrasar todo lo que pudo la amnistía de más de 30 000 presos políticos (muchos de ellos militantes de la CNT ([17])), continuó la represión de las huelgas obreras con la misma ferocidad que el anterior gobierno de derechas y boicoteó la reintegración de los obreros despedidos a sus trabajos ([18]). El gobierno que la CNT había apoyado como supuesto dique contra el avance del fascismo mantuvo a todos los generales con veleidades golpistas - entre ellos el astuto Franco, convertido después en "Gran Dictador".
La CNT y la FAI habían asestado una puñalada por la espalda al proletariado. Decíamos en el anterior artículo de esta serie que la CNT se había preparado para consumar la boda con el Estado burgués en el Congreso de Madrid de 1931 pero que tal boda se había retrasado. ¡Ahora empezaba a consumarse! Una prueba de que los dirigentes de la CNT y la FAI eran muy conscientes del paso que habían dado la dieron unas declaraciones, realizadas el 6 de marzo - menos de un mes tras la mascarada electoral de febrero -, de Buenaventura Durruti - reputado como uno de los más radicales de la CNT - a propósito de las huelgas del transporte y del ramo del agua en Barcelona que los nuevos gobernantes trataban de reprimir. En ellas les lanzaba el típico reproche cómplice que suelen hacer sindicalistas y partidos de oposición:
"Venimos a decir a los hombres de izquierda que fuimos nosotros quienes determinamos su triunfo y que somos nosotros los que mantenemos dos conflictos que deben ser solucionados inmediatamente".
Para dejarlo aún más claro, recordaba los servicios prestados a los nuevos gobernantes:
"La CNT, los anarquistas, reciente el triunfo electoral, estábamos en la calle - los hombres de la Esquerra lo saben - para impedir que los funcionarios que no quisieron aceptar el resultado de la voluntad popular se sublevaran. Mientras ellos ocupaban los ministerios y los puestos de mando, la CNT hacía acto de presencia en la calle para impedir el triunfo de un régimen que todos repudiamos" ([19]).
Estas declaraciones fueron citadas por la Delegación de Puerto de Sagunto que fue una de las pocas que en el Congreso de Zaragoza se atrevió a manifestar una reflexión crítica:
"Después de escuchar estas palabras, ¿habrá alguien que dude todavía de la conducta tortuosa, descabellada y colaboracionista, si no de toda, de gran parte de la Organización confederal? Las palabras de Durruti parecen indicar que la Organización de Cataluña habíase convertido en aquellos días, en escudero honorario de la Esquerra catalana" (ídem).
Celebrado en mayo de 1936, este congreso ha sido presentado como el triunfo de la posición revolucionaria más extrema ya que en él se adoptó un famoso dictamen sobre el comunismo libertario.
Valdría la pena en otro artículo analizar este dictamen pero nos interesa aquí ver el desarrollo del Congreso, analizar el ambiente que en él reinaba, considerar sus acuerdos y resultados. Desde ese punto de vista, el Congreso constituyó un triunfo inapelable del sindicalismo y selló la implicación de la CNT en la política burguesa a través del antifascismo (que ya hemos tratado anteriormente). Las tendencias y posiciones proletarias que todavía intentaron expresarse fueron acalladas y debilitadas de forma decisiva mediante la demagogia de unir la fraseología sobre la "revolución social" y la "implantación del comunismo libertario" al sindicalismo, el antifascismo y la unidad con la UGT.
Una de las pocas delegaciones que en el Congreso expresaron un mínimo de lucidez, la antes citada de Puerto de Sagunto, alertó - apenas secundada por alguna otra delegación - sobre que:
"la Organización, de octubre a esta parte, ha cambiado radicalmente: la savia anarquista que circulaba por sus arterias, si no ha desaparecido totalmente ha disminuido en gran cantidad. Si no se produce una saludable reacción, la CNT va a pasos agigantados hacia el más castrador y enervante reformismo. La CNT de hoy no es la misma que la de 1932 y 1933, ni en esencia ni en vitalidad revolucionaria. Los agentes morbosos de la política han causado profunda huella en su organismo. Se padece la obsesión de captar adeptos y más adeptos sin detenerse a examinar el mal que causan muchos individuos que están dentro de ella. Se tiene olvidada por completo la captación ideológica del individuo y sólo se atiende a nutrirla numéricamente, cuando lo primero es lo más esencial que lo segundo" ([20]).
La CNT de Zaragoza no tiene nada que ver con la CNT de 1932-33 (ya bastante debilitada como organismo proletario, como mostramos en el artículo anterior de la serie) pero, sobre todo, nada tiene que ver con la CNT de 1910-23 que era un organismo vivo, volcado en las luchas inmediatas y en la reflexión y el combate por una auténtica revolución proletaria. Ahora es simplemente un sindicato totalmente polarizado por el antifascismo.
En el Congreso, la delegación del sindicato ferroviario de la CNT puede decir tranquilamente sin encontrar la menor oposición que "los ferroviarios íbamos a solucionar nuestro problema igual que los demás obreros cuando piden mejoras, pero nunca el que nosotros tuviéramos como principio el ir a un movimiento revolucionario"(Actas, página 152).
Esta declaración, hecha a propósito del balance de los movimientos insurreccionales de diciembre 1933 que se habían visto privados de la posible fuerza que podría aportar la huelga ferroviaria anulada en el último momento por el sindicato, muestra lo que es el sindicalismo: que cada sector obrero se encierre en "su problema" lo que significa que queda atrapado en las estructuras de la producción capitalista rompiendo con ello toda solidaridad y unidad de clase. El eslogan sindical "que cada sector empiece arreglando sus propios problemas" constituye la forma "obrerista" de encadenar a los obreros en la solidaridad con el capital y, recíprocamente, la manera de romper en ellos toda solidaridad como clase.
En el Congreso, la delegación de Gijón denunció un caso flagrante de negativa a la más elemental solidaridad con compañeros cenetistas exiliados víctimas de la represión de la insurrección de Asturias de 1934 (ver página 132 Actas, op. cit.). Ninguna reflexión se suscitó sobre esta falta grave del Comité Nacional, impensable tan solo unos años antes. Con visible embarazo, la delegación de Fabril de Barcelona logró acallar el asunto con una proposición diplomática:
"Hay una base lo suficientemente firme para cortar este debate de forma totalmente satisfactoria. La Regional asturiana, por una parte, ha liquidado este incidente puesto que los ex-exiliados están en este congreso revestidos con su mandato. Por otra, si hay una carta cruda del Comité Nacional, primero donde se aconseja que no se les ayude, hay otra posterior donde vuelve sobre este acuerdo ([21]). Quieren los delegados que plantean esta cuestión que se les reconozca como camaradas y se les devuelva enteramente la confianza. El Congreso satisface esta demanda y queda solucionada la cuestión".
Este abandono de la solidaridad obrera más elemental se extendió a actitudes realmente increíbles como la que denunció la delegación de Sagunto:
"Protesta del apartado que se refiere a la gestión del Comité nacional acerca del Gobierno y que dice que no sería aplicada la Ley de vagos y maleantes ([22]) a la Confederación nacional del trabajo. Nosotros tenemos que pedir la derogación de la ley y no es admisible que lo que para nosotros mismos consideramos malo para otros lo consideremos bueno" (Actas p. 106).
En el Congreso se pudo oír una intervención preconizando que:
"En el aspecto huelguístico no se ha obrado con la prudencia debida para economizar energías que debían encauzarse para otras luchas. Este defecto puede corregirse al dirigirse los trabajadores a la burguesía en demanda de reivindicaciones se tuviera en cuenta a las Secciones y Comités de Relaciones de Industria para agotar el pre-estudio de la situación evitando la declaración desordenada de huelgas" (Actas, p. 196, delegación de Hospitalet).
Es decir, se reivindica lo que había sido el caballo de batalla del sector sindicalista en 1919-23: la regulación de las huelgas mediante "órganos paritarios". Se va al mismo terreno de los jurados mixtos con los cuales el gobierno republicano-socialista de 1931-33 había intentado encorsetar las huelgas y a la propia CNT.
Pero la delegación de Construcción de Madrid fue todavía más lejos:
"Ahora las circunstancias son otras, y hay necesidad de reprimir los movimientos huelguísticos y aprovechar las energías para dar el salto hacia las grandes realizaciones, por conducto de esa corriente subversiva que se ha creado" (p. 197).
Estas manifestaciones constituyen el producto típico de la mentalidad sindical que trata de controlar y dominar la lucha obrera para sabotearla desde el interior. Cuando los obreros intentan defender sus reivindicaciones, el sindicalismo se pone pesimista viendo por todos los lados "condiciones desfavorables" y se vuelve tacaño insistiendo en "no desperdiciar energías" Sin embargo, cuando se trata de una de sus convocatorias planificadas destinadas generalmente a enfriar la combatividad obrera o a llevarla a una derrota amarga, entonces se vuelve repentinamente optimista exagerando las posibilidades de éxito y reprocha a los obreros su "tacañería" en no comprometerse.
Una de las expresiones más flagrantes de esa mentalidad sindical fue el dictamen aprobado por el congreso sobre el desempleo. Hay en dicho dictamen reflexiones más o menos justas sobre las causas del paro y se insiste correctamente en que "el fin de los sufrimientos que afectan al proletariado lo encontrará éste en la revolución social" (p. 217). Sin embargo, esto queda como una frase hueca desmentida por el "programa mínimo" que se propone de "jornada de 36 horas", "abolición del trabajo a destajo", "retiro obligatorio a los 60 años para los hombres y a los 40 para las mujeres con 70 % del sueldo" (ídem.). Dejando aparte lo cicatero de las medidas propuestas el problema está en el mismo planteamiento de programas mínimos, lo que mantiene la ilusión de que dentro del capitalismo se podría operar una dinámica de mejoras regulares. El sindicalismo no puede escapar de esta ilusión pues esa es la esencia misma de su actividad: trabajar dentro de las relaciones de producción capitalistas para lograr una mejora de la condición obrera, cosa posible en el periodo ascendente del capitalismo pero imposible en su época de decadencia.
Pero hay en ese dictamen algo todavía más grave y que no provocó ninguna enmienda ni crítica en el Congreso. Se afirma tranquilamente en su preámbulo que:
"Inglaterra ha ensayado el recurso a los subsidios contra el paro significando este procedimiento un fracaso absoluto, ya que paralelamente a la miseria de las masas socorridas con indignantes subsidios,, se produce la ruina económica del país al tener que sostener parasitariamente a sus millones de sin trabajo con cantidades que, aunque no eran fabulosas por su importancia real significaban la inversión de reservas económicas del país en una obra filantrópica" ([23]).
¡El mismo congreso que dedica una parte de sus dictámenes a definir la "revolución social" y el "comunismo libertario" adopta al mismo tiempo otro cuya preocupación es la salvaguarda de la economía nacional, que califica de parasitario el cobro de subsidios de desempleo y que lamenta el desperdicio de los recursos de la nación en "obras filantrópicas"!
¿Cómo una organización que se dice "obrera" puede calificar el subsidio al parado de "¡parasitario!? ¿Es que no comprende el ABC que consiste en que el subsidio cobrado por un desempleado ha salido de las muchas horas que él mismo o sus hermanos de clase han trabajado y que no constituye por ningún lado una filantropía? Semejantes lamentos son más propios de un político de derechas o de un patrono que de un sindicalista o de un político de izquierdas que se distinguen de los anteriores únicamente en que guardan las formas y no suelen decir lo que piensan o lo expresan en todo caso de manera retorcida.
Pero no nos debe sorprender que todo un sindicato que se aprestaba retóricamente a "realizar la revolución social" adopte tales acuerdos. El sindicato no puede tener otro campo de juego que la economía nacional y su objetivo - más aún que el de sus socios adversarios, los patronos - es la defensa de sus intereses de conjunto. El sindicalismo únicamente se propone obtener mejoras dentro de las relaciones de producción capitalistas. En el periodo histórico de expansión del capitalismo esta realidad le permitía ser un instrumento de la lucha obrera en la medida en que globalmente y en medio de fuertes contradicciones la mejora de las condiciones obreras y la prosperidad de la economía podían ir paralelas. Pero en el periodo de decadencia esto ya no es posible: en una sociedad marcada por constantes crisis, por el esfuerzo de guerra y la guerra misma, la salvación de la economía nacional exige como condición insoslayable el sacrificio y el incremento más o menos permanente de la explotación de los trabajadores.
En 1931, la escisión de la tendencia sindicalista organizada en Sindicatos de oposición, hizo creer a los anarquistas que el peligro del sindicalismo había desaparecido. Muerto el perro se acabó la rabia, parecieron pensar. Pero la realidad fue muy otra: la sangre que corría por las venas de la CNT era sindicalista y la mentalidad sindical lejos de debilitarse se fue reforzando cada vez más. Los activismos del periodo insurreccional de 1932-33 constituyeron un peligroso espejismo. A partir de 1934 la realidad se fue imponiendo de manera inexorable: el sindicalismo y el antifascismo - reforzándose mutuamente - habían atrapado definitivamente a la CNT - y con ella a la FAI - en los engranajes del Estado burgués. La delegación de Oficios varios de Igualada lo reconocía con amargura: "muchos de los que nos creíamos acérrimos defensores de los postulados de la CNT llegamos a trocarnos insensiblemente, inadvertidamente, en meros auspiciadores de un régimen republicano acentuadamente burgués" (Actas p. 71).
El Congreso de Zaragoza dedicó buena parte de sus sesiones a la reunificación con los sindicatos de oposición. Se cruzaron numerosos reproches mutuos pese a que iban acompañados de intercambios más bien retóricos de "saludos" y "manos tendidas" pero el terreno en que se producía la reunificación era el del sindicalismo y el del antifascismo. Aparentemente - para engañarse y engañar - el sector anarquista acentuó las proclamas sobre la "revolución social" e hizo adoptar sin apenas discusión el famoso dictamen sobre el comunismo libertario. Pero con ello repetía la misma maniobra que tanto había criticado al sector sindicalista en 1919 y posteriormente en 1931: envolver la política sindicalista y de colaboración con el capital con el atractivo envoltorio del "rechazo de la política" y la "revolución".
Los dos sectores se reunificaban sobre el terreno del capitalismo. Por eso el delegado de la Oposición de Valencia pudo desafiar la ponencia sobre la reunificación sin encontrar apenas objeción: "No podemos aceptar el segundo apartado que nos somete al acatamiento de unos principios y tácticas que entendemos nunca hemos vulnerado" (página 110).
Son de sobra conocidos los acontecimientos espectaculares que se suceden a partir de julio 1936 donde la CNT es la gran protagonista: desconvocatoria y sabotaje del movimiento de lucha de los obreros en Barcelona y en otras partes de España en respuesta al alzamiento fascista; apoyo incondicional a la Generalitat catalana y participación, primero indirecta y después abierta en su gobierno; envío de ministros al gobierno republicano... ([24]).
Estos hechos manifiestan claramente la traición de la CNT. Pero no son una tempestad que aparece repentinamente en un cielo azul. A lo largo de esta serie nos hemos esforzado en comprender por qué se llegó a tan terrible y trágica situación de la pérdida para el proletariado de un organismo nacido de sus esfuerzos. No se trata de pronunciar el gran anatema sino de examinar con un método global e histórico el proceso y las causas que produjeron tal desenlace. La serie sobre el sindicalismo revolucionario y, dentro de ella, la serie sobre la CNT ([25]), pretende proporcionar materiales para abrir un debate que nos permita sacar lecciones con las que armarnos cara a las luchas que vienen. Ante la tragedia de la CNT no cabe –como decía el filósofo– ni reír ni llorar sino solamente comprender.
RR y C. Mir
12-3-08
[1]) Ver el quinto artículo de esta Serie en Revista internacional no 132: "El fracaso del anarquismo para impedir la integración de la CNT en el Estado burgués" (1931-34), /revista-internacional/200802/2189/historia-del-movimiento-obrero-el-fracaso-del-anarquismo-para-impe [346].
[2]) Ver el cuarto artículo de esta Serie en Revista internacional no 131: "La contribución de la CNT a la instauración de la República española", /revista-internacional/200711/2068/historia-del-movimiento-obrero-la-contribucion-de-la-cnt-a-la-inst [345].
[3]) Se pueden consultar entre los diferentes textos que hemos publicado, algunos que fueron escritos por los escasos grupos revolucionarios que en aquella época resistieron a la marea "antifascista": "El antifascismo fórmula de confusión", ver https://es.internationalism.org/ciento-uno_bilan [347]; "Orígenes económicos, políticos y sociales del fascismo", ver /revista-internacional/197704/111/origenes-economicos-politicos-y-sociales-del-fascismo [348]; "Nacionalismo y antifascismo", ver /revista-internacional/199304/1993/documento-nacionalismo-y-antifascismo [349].
[4]) Conviene precisar que la unidad obrera no puede realizarse a través de un acuerdo de organizaciones políticas o sindicales. La experiencia desde la Revolución rusa de 1905 muestra que la unidad obrera se realiza de manera directa, a través de la lucha masiva y tiene su cauce organizativo en las Asambleas generales y cuando se alcanza una situación revolucionaria en la formación de consejos obreros.
[5]) Del libro de Olaya Historia del movimiento obrero español, tomo II, página 877. Las referencias editoriales a dicho libro se encuentran en el 2º artículo de esta serie.
[6]) Escisión que duró entre 1931 y 1936 capitaneada por los elementos abiertamente sindicalistas de la CNT. Ver el artículo 5º de nuestra serie.
[7]) Este pacto fue ocultado al Comité nacional cenetista que se vio ante los hechos consumados.
[8]) Celebrado en mayo 1936. Ver más adelante.
[9]) Segundo órgano periodístico además del legendario Solidaridad obrera.
[10]) Página 163 del libro el Congreso confederal de Zaragoza, Editorial ZYX, 1978.
[11]) Durante aquellos años este personaje fue el máximo dirigente tanto del PSOE como de la UGT.
[12]) Había sido ministro de Trabajo en el gobierno republicano-socialista de 1931-33, responsable de innumerables muertes de obreros y anteriormente había sido consejero de Estado del dictador Primo de Rivera.
[13]) Olaya, op. cit., página 887.
[14]) Del libro la CNT en la revolución española, tomo I, página 106. Ver referencias bibliográficas en el primer artículo de nuestra serie.
[15]) Artículos aparecidos el 17-1-1936 y 2-4-1936.
[16]) Citado por Peirats, op. cit., página 113.
[17]) Hay que recordar que la amnistía de los presos sindicalistas fue uno de los motivos más reiteradamente aducidos por los líderes de la CNT y de la FAI para preconizar de manera vergonzante el apoyo al Frente popular.
[18]) Añadamos a todo lo anterior que la Reforma agraria, una ley tímida y cicatera, fue retrasada sine die pese a las promesas realizadas y entre febrero y julio el gobierno "popular" mantuvo prácticamente el estado de excepción y una brutal censura de prensa que afectó sobre todo a la CNT.
[19]) Citado en las Actas del Congreso de Zaragoza de la CNT, página 171.
[20]) Idem, página 171.
[21]) Esto, ateniéndose a las propias actas del Congreso resulta incierto y confuso. Durante el debate, el Comité nacional llega a afirmar «Todo cuanto dijimos fue que no podíamos aconsejar ninguna clase de solidaridad».
[22]) Esta odiosa y repugnante ley que otorgaba enormes poderes represivos al gobierno fue adoptada por la "muy democrática" República española "de los trabajadores" y fue retomada de manera prácticamente íntegra por la dictadura franquista.
[23]) Actas p. 215, op cit.
[24]) Los hemos analizado en nuestro libro 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores.
[25]) La primera comienza en la Revista internacional no 118 mientras que la segunda empieza en el no 128.
Crisis alimentaria, revueltas del hambre
En el número 132 de la Revista internacional, reseñábamos el desarrollo de las luchas obreras que estallaron simultáneamente por el mundo frente a la agravación de la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida de los proletarios. Las nuevas sacudidas de la economía mundial, la plaga inflacionista y la crisis alimentaria van a agravar más todavía la miseria de las capas más empobrecidas en los países de la periferia. Esta situación, que pone al desnudo la sima en la que se hunde el sistema capitalista, ha provocado en muchos países revueltas de hambre al mismo tiempo que se estaban desarrollando luchas obreras por aumentos de salarios, especialmente contra el alza fulgurante de los precios de los alimentos de base. Con la agravación de la crisis, las revueltas del hambre y las luchas obreras van a continuar multiplicándose de manera cada día más general y simultánea. Esas revueltas contra la miseria se deben a las mismas causas: la crisis de la sociedad capitalista, su incapacidad para ofrecer un porvenir a la humanidad, ni siquiera asegurar la simple supervivencia de una parte de ella. Pero esos dos movimientos no contienen el mismo potencial. Sólo el combate del proletariado, en su propio terreno de clase, podrá acabar con la miseria, la hambruna generalizada si es capaz de echar abajo al capitalismo creando una nueva sociedad sin hambres y sin guerras.
Lo común a todas las revueltas del hambre que han estallado desde principios de año por el mundo es la subida como un cohete de los precios de los alimentos o su espectacular penuria que han golpeado sin miramientos a una población pobre y obrera en cantidad de países. Algunos ejemplos muy significativos: el precio del maíz se ha cuadriplicado desde el verano de 2007, el del trigo se ha duplicado desde principios de este año 2008. Los precios de los alimentos se han incrementado, globalmente, 60 % en dos años en los países pobres. Signo de los tiempos que corren, los efectos devastadores del alza de 30 a 50 % de los precios alimenticios a nivel mundial no sólo ha afectado violentamente a las poblaciones de los países pobres, sino también a las de los "ricos". Por ejemplo, en Estados Unidos, primera potencia económica del planeta, 28 millones de personas no podrían sobrevivir sin la distribución de alimentos de los ayuntamientos y los Estados.
Ya hoy están muriéndose de hambre cada día 100 000 personas en el mundo, un niño de menos de dos años se muere cada 5 segundos, 842 millones de personas sufren de malnutrición crónica agravada, reducidas a un estado de invalidez. Y ya hoy, dos de los seis mil millones de seres humanos del planeta (o sea un tercio de la humanidad) están en situación de supervivencia cotidiana a causa los precios de los alimentos.
Los expertos mismos de la burguesía (FMI, FAO, ONU, G8, etc.) anuncian que esa situación no es pasajera, sino que, al contrario, se va a volver crónica y, además, va a ser cada día peor, con aumentos vertiginosos de los víveres de primera necesidad y su escasez ante las necesidades de la población planetaria. Ahora que las capacidades productivas del planeta permitirían alimentar a 12 mil millones de seres humanos, hay millones y millones de ellos que se mueren de hambre a causa precisamente de las propias leyes del capitalismo, sistema que domina el mundo entero, un sistema de producción destinado, no a satisfacer las necesidades humanas, sino a la ganancia, un sistema totalmente incapaz de responder a las necesidades de la humanidad. Y todas las explicaciones que no les queda más remedio que darnos sobre la crisis alimentaria actual van en la misma dirección: su causa es la de una producción que obedece a las leyes ciegas e irracionales del sistema:
1. La subida vertiginosa del precio del petróleo que incrementa los costes del transporte y la producción de alimentos, etc. Ese fenómeno es una aberración propia del sistema y no un factor que le sería ajeno.
2. El crecimiento significativo de la demanda alimentaria, resultante de cierto aumento del poder adquisitivo de las clases medias y de los nuevos hábitos alimenticios en los países llamados "emergentes" como India y China. Si hubiera algo de cierto en semejante explicación, es muy significativa de la realidad del "progreso económico" que, al aumentar el poder de consumo de unos cuantos condena a morir de hambre a millones de otros a causa de la penuria actual en el mercado mundial resultante.
3. La especulación desenfrenada sobre los productos agrícolas. También es un producto del sistema y su peso económico es tanto más importante porque la economía real es cada vez menos próspera. Ejemplos: al ser las existencias de cereales las más bajas desde hace 30 años, la locura especuladora de los inversores se fija ahora en la ganga alimentaria, con la esperanza de unas buenas inversiones que ya no pueden realizarse en el sector inmobiliario desde la crisis de éste; en la Bolsa de Chicago, el volumen de cambio en los contratos sobre la soja, el trigo, la carne de cerdo e incluso de ganado vivo, según el diario francés le Figaro (15 abril) se ha incrementado un 20 % durante los tres primeros meses de este año.
4. El mercado en pleno auge de los biocarburantes, aguijoneado por las subidas de precio del crudo, es también objeto de una especulación desenfrenada. Esta nueva fuente de beneficios es la causa del incremento expansivo de ese tipo de cultivos a expensas de las plantas destinadas a la alimentación humana. Muchos países productores de alimentos de primera necesidad han transformado grandes extensiones hortícolas productoras de víveres en cultivos de biocarburantes, con el pretexto de luchas contra el efecto invernadero, reduciendo así de manera drástica los productos de primera necesidad y aumentando sus precios hasta cotas dramáticas. Así ocurre con el Congo-Brazzaville que está desarrollando extensivamente la caña de azúcar con ese fin, mientras la población revienta de hambre. En Brasil, mientras que el 30% de la población sobrevive bajo el umbral de pobreza y se alimenta como puede, la política agrícola se orienta hacia una producción extrema de biocarburantes.
5. La guerra comercial y el proteccionismo, algo que también pertenece al capitalismo, en el ámbito agrícola, han hecho que los agricultores más productivos de los países industrializados exporten, a menudo gracias a las subvenciones gubernamentales, una parte importante de su producción hacia el Tercer mundo, arruinando así al campesinado de esas regiones incapaces de ese modo de subvenir a las necesidades alimentarias de la población. En África, por ejemplo, muchos agricultores locales se han visto arruinados por las exportaciones europeas de pollos o de carne de vaca. México ya no puede producir lo suficiente para alimentar su población y, ahora, ese país debe importar por valor de 10 mil millones de dólares de productos alimenticios.
6. El uso irresponsable de los recursos del planeta, aguijoneado por la ganancia inmediata, acaba llevando a su agotamiento. El uso abusivo de abonos está causando estragos en el equilibrio del suelo, hasta el punto que el Instituto internacional de Investigación sobre el Arroz prevé que su cultivo en Asia está amenazado a relativo corto plazo. La pesca a ultranza en los océanos está llevando a la escasez de muchas especies de peces.
7. Y las consecuencias del calentamiento del planeta y, entre ellas especialmente las inundaciones o las sequías, se mencionan con razón para explicar la baja de producción de ciertas superficies cultivables. Pero también son, en última instancia, las consecuencias en el medio ambiente, de una industrialización llevada a cabo por el capitalismo a expensas de las necesidades inmediatas y a largo plazo de la especie humana. Las recientes oleadas de calor en Australia, por ejemplo, han acarreado serios estragos y descensos importantes en la producción agrícola. Y lo peor está por venir, pues, según estimaciones, una subida de un grado Celsius de temperatura haría caer 10 % la producción de arroz, de trigo y de maíz. Las primeras investigaciones demuestran que el aumento de las temperaturas amenaza la supervivencia de muchas especies animales y vegetales y reduce el valor nutritivo de las plantas.
El hambre no es la única consecuencia de las aberraciones en materia de explotación de los recursos terrestres. La producción de biocarburantes, por ejemplo, conduce al agotamiento de tierras de cultivo. Además, ese "jugoso" mercado lleva a comportamientos delirantes y antinaturales: en las montañas Rocosas de Estados Unidos, donde los cultivadores ya han reorientado el 30 % de su producción de maíz hacia la fabricación de etanol, se dedican superficies enormes al maíz "energético" en tierras inadaptadas a ese cultivo, acarreando un despilfarro increíble en abonos y agua para un resultado de lo más flojo. Jean Ziegler ([1]) explica: "Para llenar un depósito de 50 litros con bioetanol, hay que quemar 232 kilos de maíz" y para producir un kilo de maíz, hacen falta ¡1000 litros de agua! Según estudios recientes, no solo es negativo el balance de la contaminación de los biocarburantes (una investigación reciente demostraría que aumentan más la polución del aire que el carburante normal), sino que sus consecuencias globales a nivel ecológico y económico son una catástrofe para la humanidad. Por otra parte, en muchas regiones del globo, el suelo está cada vez más contaminado cuando no totalmente envenenado. Así ocurre con el suelo chino, donde mueren 120 000 campesinos cada año de cánceres relacionados con la contaminación del suelo.
Todas las explicaciones que se nos dan sobre la crisis alimentaria tienen, cada una de ellas, una parte de verdad. Pero ninguna de ellas por sí misma es la explicación. Sobre los límites de su sistema, sobre todo cuando aparecen con la forma de la crisis, a la burguesía no le queda otro remedio que mentir a los explotados que son los primeros en soportar las consecuencias, para ocultar el carácter necesariamente transitorio de ese sistema como lo fue con los precedentes sistemas de explotación. En cierto modo, está obligada a mentirse a sí misma, como clase social, para no tener que reconocer que su reino está condenado por la historia. Y lo que hoy llama la atención es el contraste entre el aplomo de que alardea la burguesía y su incapacidad para reaccionar de manera mínimamente creíble y eficaz ante la crisis alimentaria.
Las diferentes explicaciones y soluciones propuestas - independientemente de lo cínicas e hipócritas que puedan ser - corresponden todas ellas a los intereses propios e inmediatos de tal o cual fracción de la clase dirigente en detrimento de las demás. Unos cuantos ejemplos: en la reciente reunión de la cumbre del G8, los principales dirigentes del mundo han invitado a los representantes de los países pobres a reaccionar ante las revueltas del hambre preconizando que se bajaran inmediatamente los aranceles sobre las importaciones agrícolas. En otras palabras, la primera idea que se les ocurrió a esos tan finos representantes de la democracia capitalista ha sido aprovechar la crisis para incrementar sus exportaciones... El lobby industrial europeo provocó un clamor de indignación al denunciar que el proteccionismo agrícola de la Unión Europea era, entre otras cosas, acusado de ser responsable de la ruina de la agricultura de subsistencia del "Tercer Mundo" ([2]). ¿Por qué?, porque al sentirse amenazado por la competencia industrial de Asia, quiere que se reduzcan las subvenciones agrícolas pagadas por la Unión Europea, que resultan ahora demasiado caras para los medios que posee la UE. Y el lobby agrícola, por su parte, ve en las revueltas del hambre la prueba de la necesidad de aumentar esas mismas subvenciones. La Unión Europea ha aprovechado la ocasión para condenar el desarrollo de la producción agrícola al servicio de la "energía renovable"... en Brasil, que es uno de sus rivales más importantes en ese sector.
El capitalismo, como ningún otro sistema antes, ha desarrollado las fuerzas productivas a un nivel que podrían permitir instaurar una sociedad en la que se satisficieran todas las necesidades humanas. Sin embargo, esas enormes fuerzas puestas así en movimiento, mientras queden encerradas en las leyes del capitalismo, no sólo no podrán ponerse al servicio de la gran mayoría de la humanidad, sino que además se vuelven contra ella.
"En los países industriales más adelantados, hemos domeñado las fuerzas naturales para ponerlas al servicio del hombre; con ello, hemos multiplicado la producción hasta el infinito, de tal modo que un niño produce hoy más que antes cien adultos. ¿Y cuál es la consecuencia de ello? Un exceso de trabajo cada vez mayor, la miseria sin cesar creciente de las masas, [...] Sólo una organización consciente de la producción social, en la que se produzca y se distribuya con arreglo a un plan, podrá elevar a los hombres, en el campo de las relaciones sociales, sobre el resto del mundo animal en la misma medida en que la producción en general lo ha hecho con arreglo a la especie humana" (Introducción a Dialéctica de la naturaleza, F. Engels).
Desde que el capitalismo entró en su fase de declive, no sólo las riquezas producidas siguen sin servir para liberar a la especie humana del reino de la necesidad, sino que incluso amenazan su propia existencia. Y es así como un nuevo peligro amenaza hoy a la humanidad: el del hambre generalizada, de la que hace poco se decía que pronto sería una pesadilla del pasado. De hecho, como lo pone de relieve el calentamiento del planeta, el conjunto de la actividad productiva - incluidos los precios alimentarios - al estar sometida a las leyes ciegas del capitalismo, lo que está en vilo es la base misma de la vida en la Tierra, sobre todo a causa del despilfarro de los recursos del planeta.
Son las masas de los más pobres entre los países del "Tercer mundo" las hoy golpeadas por el hambre. Los saqueos de almacenes han sido una reacción perfectamente legítima ante una situación insoportable, de supervivencia, para los actores de esos actos y sus familias. En esto, las revueltas del hambre, aunque provoquen destrucciones y violencias, no deben ponerse en el mismo plano y no tienen el mismo sentido que las revueltas urbanas, como las de Brixton en Gran Bretaña en 1981 y las de las barriadas francesas de 2005, o los motines raciales como los de Los Ángeles, en 1992 ([3]).
Por mucho que perturben el llamado "orden público" y provoquen daños materiales, esas revueltas sólo sirven, en fin de cuentas, a los intereses de la burguesía, la cual es perfectamente capaz de volverlas contra los propios amotinados, pero también contra el conjunto de la clase obrera. Esas manifestaciones de violencia desesperada, en las que a menudo están implicados elementos del lumpenproletariado, ofrecen siempre una oportunidad a la clase dominante para reforzar su aparato represivo y el control policial de los barrios más pobres en los que viven las familias obreras.
Ese tipo de revueltas es un producto de la descomposición del sistema capitalista. Son una expresión de la desesperación y del "no future" que engendra y que se plasma en su carácter totalmente absurdo. Así fue con las revueltas que inflamaron las barriadas en Francia en noviembre de 2005 donde no fueron ni mucho menos los barrios ricos donde viven los explotadores los que sufrieron las acciones violentas de los jóvenes sino sus propios barrios que si hicieron todavía más siniestros e inhóspitos que antes. Y que fueran además sus propias familias, sus allegados o vecinos las víctimas principales de las depredaciones revela el carácter totalmente ciego, desesperado y suicida de ese tipo de amotinamientos. Fueron los vehículos de los obreros que moran en esos barrios los incendiados y destruidas las escuelas y gimnasios a los que iban sus hermanos, hermanas o los hijos del vecino. Y fue precisamente por lo absurdo de esas revueltas por lo que la burguesía pudo utilizarlas y volverlas contra la clase obrera.
Su mediatización a ultranza permitió a la clase dominante mentalizar a muchos obreros de los barrios populares para que consideraran a los jóvenes amotinados no como víctimas del capitalismo en crisis, sino como unos gamberros descerebrados. Más allá del hecho de que esas revueltas permitieron que la policía reforzara la "caza al moreno" entre los jóvenes de origen inmigrante, no podían sino minar cualquier acción de solidaridad de la clase obrera hacia esos jóvenes excluidos de la producción, sin la menor perspectiva de futuro y sometidos constantemente a las vejaciones de los controles policiales.
Por su parte, las revueltas del hambre son primero y ante todo una expresión de la quiebra de la economía capitalista y de la irracionalidad de su producción. Esta se plasma hoy en una crisis alimentaria que golpea no solo a las capas más desfavorecidas de los países "pobres" sino también a cada vez más obreros asalariados, incluso en los países llamados "desarrollados". No es casualidad si en la gran mayoría de las luchas que hoy se están realizando por todas las partes se reivindican esencialmente aumentos de salarios. La inflación galopante, la estampida de los precios de los productos de primera necesidad conjugada con la baja de los salarios reales y las pensiones roídos por la inflación, la precariedad del empleo y las oleadas de despidos son manifestaciones de la crisis que contienen todos los ingredientes para que el hambre, la lucha por la supervivencia, empiecen a plantearse en el seno de la clase obrera. Las encuestas muestran que ya hoy en varios países de Europa, los supermercados y grande superficies adonde acuden las familias obreras a hacer sus compras tienen más dificultades para vender sus productos y están obligados a disminuir sus abastecimientos.
Y es precisamente porque la cuestión de la crisis alimentaria golpea ya a los obreros de los países "pobres" (y afectará cada día más a los de los países centrales del capitalismo), por lo que a la burguesía le va a ser difícil explotar las revueltas del hambre contra la lucha de clase del proletariado. La escasez generalizada, las hambrunas, eso es lo que el capitalismo reserva a la humanidad entera, ése es el "porvenir" que revelan las revueltas del hambre que han estallado recientemente en varios países del mundo.
Evidentemente, esas revueltas son también reacciones de desesperación de las masas más pobres de los países "pobres" y no son portadoras por sí mismas de ninguna perspectiva de derrocamiento del capitalismo. Pero, contrariamente a las revueltas urbanas o raciales, las del hambre son un concentrado de la miseria absoluta en la que el capitalismo hunde a partes cada día más extensas de la humanidad. Muestran el porvenir que le espera a la clase obrera si ese modo de producción no acabara por ser derrocado. Por eso contribuyen en la toma de conciencia de la quiebra irremediable de la economía capitalista. Y, en fin, muestran con qué cinismo y con qué brutalidad responde la clase dominante a las explosiones de cólera de quienes atacan los almacenes para no morirse de hambre: represión, gases lacrimógenos, porrazos y metralla.
Y, contrariamente a las revueltas de las barriadas, aquéllas no son un factor de división de la clase obrera. Muy al contrario, a pesar de las violencias y destrozos que pueden acarrear, las revueltas del hambre tienden espontáneamente a suscitar un sentimiento de solidaridad por parte de los obreros pues éstos también son víctimas de la crisis alimentaria y les cuesta cada día más alimentar a sus familias. Por eso las revueltas del hambre son mucho más difíciles de utilizar por la burguesía para azuzar a unos obreros contra otros o crear divisiones en los barrios populares.
Aunque en los países "pobres" se estén hoy desarrollando, simultáneamente, luchas obreras contra la miseria capitalista y las revueltas del hambre, se trata, sin embargo, de dos movimientos paralelos y de naturaleza muy diferente.
Por mucho que haya obreros que participen en las revueltas del hambre saqueando almacenes, ése no es el terreno de la lucha de clases. En ese terreno, el proletariado está anegado en medio de otras capas "populares" entre las más pobres y marginales. En ese tipo de movimientos, el proletariado no puede sino perder su autonomía de clase y abandonar sus propios métodos de lucha: huelgas, manifestaciones, asambleas generales.
Por otra parte, las revueltas del hambre son humo de pajas, motines sin futuro que en modo alguno podrán resolver el problema del hambre. Sólo son una reacción inmediata y desesperada a la miseria más abismal. En efecto, una vez que los almacenes son vaciados por los saqueos no queda nada, en todos los sentidos, mientras que las subidas de salario resultantes de las luchas obreras pueden mantenerse durante más tiempo, por mucho que, cierto es, acaben anulándose. Es evidente que frente a la hambruna que hoy está golpeando a las poblaciones de los países de la periferia del capitalismo, la clase obrera no puede permanecer indiferente; y tanto más porque, en esos países, a los obreros también les está afectando la crisis alimentaria y encuentran cada día más dificultades para alimentarse a sí mismos y a sus familias con sus miserables sueldos.
Las expresiones actuales de la quiebra del capitalismo, especialmente la estampida de los precios y la agravación de la crisis alimentaria, tienden a nivelar cada vez más las condiciones de vida de los proletariados y las de unas masas cada vez más miserables. Por eso mismo van a multiplicarse las luchas obreras en los países "pobres" al mismo tiempo que estallarán revueltas del hambre. Y aunque las revueltas del hambre carezcan de perspectivas, las luchas obreras sí que son un terreno de clase en cuyas firmes bases los obreros podrán desarrollar su fuerza y su perspectiva. El único medio para el proletariado de resistir a los ataques cada vez más violentos del capitalismo estriba en su capacidad para preservar su autonomía de clase desarrollando sus luchas y su solidaridad en su propio terreno. Es, en especial, en las asambleas generales y las manifestaciones masivas donde deben plantearse las reivindicaciones comunes a todos, integrando la solidaridad con las masas hambrientas. En esas reivindicaciones, los proletarios en lucha no solo deben exigir aumentos de sueldo y baja de los precios de los víveres de base, deben también añadir en sus plataformas reivindicativas el reparto gratuito del mínimo vital para los más desfavorecidos, los desempleados y las masas indigentes.
Desarrollando sus propios métodos de lucha y reforzando su solidaridad de clase con las masas hambrientas y oprimidas, el proletariado podrá llevar tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad.
El capitalismo no tiene la menor perspectiva que ofrecer a la humanidad, sino es la de unas guerras cada vez más bestiales, unas catástrofes cada día más trágicas, una miseria cada vez mayor para la gran mayoría de la población mundial. La única posibilidad para la sociedad de salir de la barbarie del mundo actual es el derrocamiento del sistema capitalista. Y la única fuerza capaz de echar abajo el capitalismo es la clase obrera mundial. Y como la clase obrera no ha sido hasta ahora capaz de encontrar las fuerzas suficientes para afirmar esa perspectiva, desarrollando y extendiendo masivamente sus luchas, las masas crecientes de la población mundial en los países del "Tercer mundo" se ven obligadas a lanzarse a unas revueltas del hambre desesperadas para intentar sobrevivir. La única verdadera solución a la "crisis alimentaria" es el desarrollo de las luchas del proletariado hacia la revolución comunista mundial que permitirá dar una perspectiva y una dirección a las revueltas del hambre. El proletariado solo podrá llevarse tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad afirmándose como clase revolucionaria. Desarrollando y unificando sus luchas la clase obrera podrá mostrar que es ella la única fuerza social capaz de cambiar el mundo y aportar una respuesta radical a la plaga del hambre, pero también de la guerra y de todas las manifestaciones de desesperanza propias de la descomposición de la sociedad.
El capitalismo ha reunido las condiciones de la abundancia pero mientras ese sistema no haya sido derrocado, solo podrán desembocar en una situación absurda en la que la sobreproducción de mercancías se combina con la penuria de los bienes más elementales.
El que el capitalismo sea incapaz de alimentar a partes enteras de la humanidad es un llamamiento al proletariado para que asuma su responsabilidad histórica. Sólo la revolución comunista mundial podrá poner las bases de una sociedad de abundancia en la que las hambrunas sean erradicadas definitivamente del planeta.
LE (5 de julio de 2008)
[1]) Relator especial para el derecho a la alimentación (de las poblaciones) del Consejo de derechos del hombre de la Organización de naciones unidas desde el año 2000 hasta marzo del 2008.
[2]) El término "Tercer Mundo" lo inventó un economista y demógrafo francés, Alfred Sauvy en 1952, en plena Guerra fría, para, al principio, designar a los países que no estaban vinculados directamente ni al bloque occidental ni al bloque ruso, pero ese sentido quedó pronto casi en desuso, sobre todo, claro, después de la caída del muro de Berlín. Se usa sobre todo sin embargo para designar a los países que tienen los indicadores de desarrollo económico más débiles, o sea los países más pobres del planeta, especialmente en África, Asia o Latinoamérica. Y es, claro está, en este sentido, nunca antes de mayor actualidad, en el que se usa todavía.
[3]) Sobre las revueltas raciales de Los Ángeles, ver nuestro artículo "Ante el caos y las matanzas, sólo la clase obrera puede dar una respuesta" en Revista internacional n° 70. Sobre las revueltas en las barriadas francesas del otoño de 2005, léase "Revueltas sociales: Argentina 2001, Francia 2005... Sólo la lucha proletaria es portadora de futuro" (Revista internacional n° 124) y "Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia" (Revista internacional n° 125).
Mayo del 68 y la perspectiva revolucionaria (2a parte)
Frente a todas las mentiras que se han extendido recientemente por varios países sobre Mayo del 68, es necesario que los revolucionarios restablezcan la verdad, que den las claves para que se entienda el significado y las lecciones de aquellos acontecimientos, que impidan, en particular, su entierro de primera clase bajo una montaña de flores y coronas.
Es lo que hemos empezado a hacer en nuestra Revista al publicar un artículo que analiza el primer componente de los "acontecimientos de Mayo del 68", la revuelta estudiantil, tanto a nivel internacional como más particularmente en Francia. Aquí nos dedicaremos a analizar el componente esencial de esos acontecimientos, el movimiento de la clase obrera.
En el primer artículo, así concluíamos el relato de los acontecimientos en Francia: "El 14 de mayo, los debates siguen en muchas empresas. Después de las inmensas manifestaciones del día anterior, con todo el entusiasmo y el sentimiento de fuerza que habían permitido, era difícil reanudar el trabajo como si no hubiera pasado nada. En Nantes, los obreros de Sud-Aviation, animados por los más jóvenes, lanzan una huelga espontánea y deciden ocupar la fábrica. La clase obrera comienza a tomar el relevo..."
Ese relato es lo que vamos a proseguir aquí.
La extensión de la huelga
En Nantes, son los jóvenes obreros, de la misma edad que los estudiantes, quienes lanzan el movimiento; su razonamiento es simple: "si los estudiantes, que no pueden ejercer presión con la huelga, han tenido fuerzas para hacer retroceder al Gobierno, los obreros también podrán hacerlo retroceder". Por su parte, los estudiantes de la ciudad acuden a manifestar su solidaridad con los obreros, mezclándose a sus piquetes: es la confraternización. Ahí queda claro que las campañas del PCF ([1]) y de la CGT ([2]), que denuncian a los "izquierdistas provocadores a sueldo de la patronal y del ministerio de Interior", que habrían infiltrado el medio estudiantil, tienen un impacto muy escaso.
En total, hay 3100 huelguistas el 14 de mayo.
El 15 de mayo, el movimiento alcanza la fábrica Renault de Cléon, en Normandía, así como otras dos fábricas de la región: huelga total, ocupación ilimitada, secuestro de la Dirección, bandera roja en las verjas. Al final de la jornada, hay 11 000 huelguistas.
El 16 de mayo, las demás fábricas Renault entran en el movimiento: bandera roja en Flins, Sandouville, Le Mans y Billancourt (en las afueras de París). Esa noche, sólo hay 75 000 huelguistas en total, pero la entrada en lucha de Renault-Billancourt suena como una señal: es la mayor fábrica de Francia (35 000 trabajadores) y desde hace mucho tiempo hay un refrán que dice: "Cuando Renault estornuda, Francia se resfría".
El 17 de mayo se cuentan 215 000 huelguistas: la huelga comienza a afectar a toda Francia, sobre todo en provincias. Es un movimiento completamente espontáneo; los sindicatos no hacen más que seguir la corriente. Por todas partes, son los jóvenes obreros los que van por delante. Se asiste a numerosas confraternizaciones entre estudiantes y jóvenes obreros: éstos vienen a las universidades ocupadas e invitan a los estudiantes a venir a comer a sus comedores.
No hay reivindicaciones precisas, lo que se expresa es el "hastío": en la pared de una fábrica de Normandía está escrito "¡Tiempo para vivir y con más dignidad!". Ese día, temiendo "ser desbordados por la base" y también por la CFDT ([3]) mucho más presente en las movilizaciones de los primeros días, la CGT llama a la extensión de la huelga: "subió al tren en marcha" como entonces se decía. Su comunicado sólo se conocerá al día siguiente.
El 18 de mayo, hay 1 millón de trabajadores en huelga a mediodía, incluso antes de que se conozcan las consignas de la CGT. Por la noche ya son 2 millones.
Serán 4 millones el lunes 20 de mayo y 6 millones y medio al día siguiente.
El 22 de mayo, hay 8 millones de trabajadores en huelga ilimitada. Es la mayor huelga de la historia del movimiento obrero internacional. Es mucho más masiva que las dos referencias anteriores: la "huelga general" de mayo de 1926 en Gran Bretaña (que duró una semana) y las huelgas de mayo-junio de 1936 en Francia.
Todos los sectores están afectados: industria, transportes, energía, correos y telecomunicaciones, enseñanza, administraciones (varios ministerios están completamente paralizados), medios de comunicación (la televisión nacional está en huelga, los trabajadores denuncian en particular la censura que se les impone), laboratorios de investigación, etc. Incluso las funerarias se paralizan (muy mala idea la de morir en Mayo del 68). Hasta se puede ver a los deportistas profesionales entrar en el movimiento: la bandera roja flota en el edificio de la Federación francesa de fútbol. Incluso los artistas se ponen en movimiento, interrumpiéndose el Festival de Cannes a instigación de los realizadores de cine.
Mientras tanto, las universidades ocupadas (así como otros edificios públicos, como el Teatro del Odeón en París) se convierten en lugares de debate político permanente. Muchos obreros, en particular los jóvenes pero también mayores, participan en los debates. Algunos obreros les piden a los que defienden la idea de revolución que vengan a defender sus ideas en su fábrica ocupada. Y fue así como, en Toulouse, el pequeño núcleo que más tarde fundaría la sección de la CCI en Francia fue invitado a exponer la idea de los consejos obreros en la fábrica Job (papel y cartón) ocupada. Y lo más significativo, es que esta invitación procedía de militantes... de la CGT y del PCF. Éstos tendrán que parlamentar durante una hora con permanentes de la CGT de la gran fábrica Sud-Aviation venidos a "reforzar" el piquete de huelga de Job para obtener la autorización de dejar entrar a los "izquierdistas" en la fábrica. Durante más de seis horas, obreros y revolucionarios, sentados en rodillos de cartón, discutirán de la revolución, de la historia del movimiento obrero, de los soviets así como de las traiciones... ¡del PCF y de la CGT!
Muchos debates también se hacen en la calle, en las aceras (¡el tiempo fue benevolente en toda Francia en mayo de 68!). Surgen espontáneamente, cada uno tiene algo que decir ("Hablarse y escucharse" es el lema). Por todos los sitios reina un ambiente de fiesta, excepto en los "barrios burgueses" en los que se va acumulando el miedo y el odio.
Por todas partes en Francia, en los barrios, en algunas grandes empresas o en sus alrededores surgen "Comités de acción": se discute de cómo llevar la lucha, de la perspectiva revolucionaria. Están animados en general por grupos izquierdistas o anarquistas, pero reúnen mucha más gente que los miembros de esas organizaciones. Incluso en la ORTF, la radiotelevisión de Estado, se crea un Comité de acción animado, en particular, por Michel Drucker ([4]) y en el que participa incluso el inefable Thierry Rolland ([5]).
La reacción de la burguesía
Ante tal situación, la clase dominante tiene un período de desasosiego que se plasma en iniciativas desordenadas e ineficaces.
Así es como el 22 de mayo, la Asamblea nacional, dominada por las derechas, discute (para acabar rechazándola) una moción de censura presentada por las izquierdas... ¡dos semanas antes!: las instituciones oficiales de la República francesa parecen vivir en otro mundo. Y lo mismo ocurre con el Gobierno, el cual toma ese mismo día la decisión de prohibir la vuelta a Francia de Cohn-Bendit que había ido a Alemania. Esta decisión no hace sino aumentar el descontento: el 24 de mayo se asiste a varias manifestaciones, para denunciar en particular la prohibición de residencia a Cohn-Bendit: "¡Las fronteras nos importan un carajo!", "¡Todos somos judíos alemanes!" A pesar del cordón sanitario de la CGT contra los "aventureros" y los "provocadores" (o sea los estudiantes "radicales"), muchos jóvenes obreros se unen a esas manifestaciones.
El Presidente de la República, el general De Gaulle, pronuncia un discurso esa misma tarde: propone un referéndum para que los franceses se pronuncien sobre la "participación" (una especie de asociación capital-trabajo). Resulta imposible estar tan lejos de la realidad. Este discurso es un fracaso total que revela el desasosiego del Gobierno y de la burguesía en general ([6]).
En la calle, los manifestantes escuchan el discurso en transistores, incrementándose más todavía su rabia: "¡Nos importa un rábano su discurso!". Hay enfrentamientos y barricadas durante toda la noche en París y varias ciudades de provincias. Hay escaparates rotos y coches incendiados, lo que provoca un vuelco de parte de la opinión contra los estudiantes, en adelante considerados como "rompedores". Es por otra parte probable que se hubieran mezclado miembros de las milicias gaullistas o policías de paisano entre los manifestantes para "atizar el fuego" y dar miedo a la población. Es también evidente que muchos estudiantes se imaginan "hacer la revolución" construyendo barricadas o quemando coches, símbolos de la "sociedad de consumo". Pero esos actos expresan sobre todo la rabia de los manifestantes, estudiantes y jóvenes obreros, ante las respuestas risibles y provocantes de las autoridades a la mayor huelga de la historia. Ilustración de esta cólera contra el sistema: se prende fuego al símbolo del capitalismo, la Bolsa de París.
Por último, sólo al día siguiente la burguesía comenzará tomar iniciativas eficaces: el sábado 25 de mayo, en el ministerio de Trabajo (sito en la calle de Grenelle) se abren las negociaciones entre sindicatos, patronato y Gobierno.
Inmediatamente, los patronos están dispuestos a ceder mucho más de lo que pensaban los sindicatos: queda claro que la burguesía tiene miedo. Preside el Primer ministro, Pompidou. El domingo por la mañana, se reúne a solas durante una hora con Séguy, patrón de la CGT ([7]): los dos principales responsables del mantenimiento del orden social en Francia tienen que discutir sin testigos de los medios para restablecerlo ([8]).
En el noche del 26 al 27 de mayo se celebran los "acuerdos de Grenelle":
- aumentos de salarios para todos de 7 % el 1º de junio, más 3 % el 1º de octubre;
- aumento del salario mínimo en torno a 25 %;
- reducción del "cupo moderador" del 30 % al 25 % (montante de los gastos médicos no asumidos por la Seguridad social) ;
- reconocimiento de la sección sindical en la empresa;
- se añaden una serie de promesas vagas de apertura de negociaciones, en particular sobre el tiempo de trabajo (que es aproximadamente entonces de 47 horas por semana por término medio).
Si se considera la importancia y la fuerza del movimiento, es una verdadera provocación:
- el 10 % quedará anulado por la inflación (muy importante en aquel período) ;
- nada sobre la compensación salarial por la inflación;
- nada de concreto sobre la reducción del tiempo de trabajo; se limita a indicar el objetivo de la "vuelta progresiva a las 40 horas" (ya obtenidas oficialmente... ¡en 1936!) ; con el ritmo propuesto por el Gobierno, se llegaría a ese objetivo... ¡en 2008!;
- los únicos que ganan algo significativo son los obreros más pobres (se quiere dividir a la clase obrera impulsándoles a volver al trabajo) y los sindicatos (se les remunera por su papel de saboteadores).
El lunes 27 de mayo las asambleas de trabajadores rechazan los "acuerdos de Grenelle" de manera unánime.
En Renault-Billancourt, los sindicatos organizaron un gran "show" ampliamente cubierto por la televisión y las radios: al término de las negociaciones, Séguy había dicho a los periodistas: "La reanudación no tardará" y esperaba que los obreros de Billancourt diesen el ejemplo. Sin embargo, 10 000 de ellos, reunidos desde la mañana, decidieron proseguir el movimiento antes incluso de que llegaran los dirigentes sindicales.
Benoît Frachon, dirigente "histórico" de la CGT (ya presente en las negociaciones de 1936) declara: "Los acuerdos de Grenelle van a aportar a millones de trabajadores un bienestar que no se esperaban": ¡silencio de muerte!
André Jeanson, de la CFDT, se congratula por el voto inicial a favor de la continuación de la huelga y habla de la solidaridad de los obreros con los estudiantes y los alumnos de secundaria en lucha: aplausos ruidosos.
Séguy, por fin, presenta "una reseña objetiva" de lo que "se ha adquirido en Grenelle": silbidos seguidos de un abucheo general de varios minutos. Séguy hace entonces una pirueta: "Si juzgo por lo que oigo, no os vais a dejar engañar": aplausos pero en la muchedumbre se oye: "¡Nos está tomando el pelo!".
La mejor prueba del rechazo de los "acuerdos de Grenelle": el número de huelguistas sigue aumentando el 27 de mayo hasta alcanzar 9 millones.
Este mismo día se celebra en el estadio Charléty de París una gran reunión convocada por el sindicato estudiantil UNEF, la CFDT (que ejerce una puja con la CGT) y los grupos izquierdistas. El ambiente es muy revolucionario: se trata en realidad de proporcionar un desahogo al descontento creciente hacia la CGT y al PCF. Junto a los izquierdistas, están presentes políticos socialdemócratas como Mendès-France (antiguo jefe de Gobierno en los años 50). Cohn-Bendit, con el pelo teñido de negro, hace una aparición (ya se le había visto el día anterior en la Sorbona).
El día de 28 de mayo fue el de los chanchullos de los partidos de izquierda.
Por la mañana, François Mitterrand, presidente de la Federación de la izquierda demócrata y socialista (que reúne el Partido socialista, el Partido radical y otros pequeños grupos de izquierda) celebra una conferencia de prensa: considerando que está vacante el poder, anuncia su candidatura a la Presidencia de la República. Por la tarde, Waldeck-Rochet, patrón del PCF, propone un Gobierno "con participación comunista": se trata de evitar que los socialdemócratas exploten la situación en beneficio propio. Al día siguiente, 29 de mayo, la CGT convoca a una gran manifestación que exige un "Gobierno popular". La derecha pone el grito en el cielo denunciando la "conspiración comunista".
Este mismo día se constata la "desaparición" del general de Gaulle. Hacen correr el rumor de que se retira cuando en realidad se ha ido a Alemania para cerciorarse de la fidelidad del ejército ante el general Massu, comandante de las tropas francesas de ocupación.
El 30 de mayo es un día decisivo en el control de la situación por la burguesía. De Gaulle echa un nuevo discurso: "En las circunstancias actuales, no me retiraré. (...) Disuelvo hoy mismo la Asamblea nacional...".
Al mismo tiempo se celebra en París, en los Campos Elíseos, una enorme manifestación de apoyo a De Gaulle. Procedentes de los barrios burgueses, de los suburbios ricos y también de la "Francia profunda" gracias a los camiones del ejército, el "pueblo" del miedo y de la plata, de los burgueses y de las instituciones religiosas de sus hijos, de los ejecutivos imbuidos de su "superioridad", de los pequeños comerciantes que tiemblan por sus escaparates, de los excombatientes ultrajados por los ataques a la bandera tricolor, de los "agentes secretos" conchabados con el hampa, y también de los viejos partidarios de la Argelia francesa y del OAS ([9]), de los jóvenes miembros del grupo fascistoide Occident, de los viejos nostálgicos de Vichy (que, por cierto, todos odiaban a De Gaulle); toda esa gentuza viene a clamar su odio a la clase obrera y su "amor por el orden". En la muchedumbre, al lado de excombatientes de la "Francia libre", se puede oír el grito de "¡Cohn-Bendit a Dachau!".
Pero el "Partido del orden" no se limita a los que manifiestan por los Campos Elíseos. El mismo día, la CGT convoca a negociaciones ramo por ramo "para mejorar los acuerdos de Grenelle": no es sino el medio para dividir el movimiento con el fin de liquidarlo.
La reanudación del trabajo
Por otra parte, a partir de esta fecha (es un jueves), hay trabajadores que empiezan a volver al trabajo, pero lentamente: el 6 de junio, todavía hay 6 millones de huelguistas. La reanudación del trabajo se hace en la dispersión:
- 31 de mayo: siderurgia de Lorena, industrias textiles del Norte;
- 4 de junio: arsenales, seguros;
- 5 de junio: EDF ([10]), minas de carbón;
- 6 de junio: correos, telecomunicaciones, transportes (en París, la CGT lo hace todo para que cese la huelga: en cada depósito los dirigentes sindicales se dedican a propagar la mentira de que los demás han reanudado el trabajo, para que así cese la lucha);
- 7 de junio: enseñanza primaria;
- 10 de junio: ocupación de la fábrica Renault de Flins por la policía; un alumno de secundaria de 17 años, Gilles Tautin, que allí acudió para aportar su solidaridad a los obreros, cae en el Sena perseguido por los gendarmes y se ahoga;
- 11 de junio: intervención de los CRS ([11]) en la fábrica Peugeot de Sochaux (2ª fábrica de Francia): 2 obreros son asesinados, uno de ellos a tiros.
Se asiste entonces a nuevas manifestaciones violentas en toda Francia: "¡Han matado a nuestros camaradas!" En Sochaux, ante la resistencia determinada de los obreros, los CRS evacuan la fábrica: el trabajo no se reanudará sino 10 días más tarde.
Temiendo que la indignación reactive la huelga (sigue habiendo aún 3 millones de huelguistas), los sindicatos (CGT en cabeza) y los partidos de izquierda con el PCF en primera fila llaman con insistencia a la reanudación del trabajo "para que las elecciones puedan realizarse y se remate así la victoria de la clase obrera". El diario del PCF, l'Humanité, titula: "Fuertes de su victoria, millones de trabajadores vuelven al trabajo".
Ahora encuentra su explicación el llamamiento sistemático a la huelga por parte de los sindicatos a partir del 20 de mayo: no sólo era necesario evitar ser desbordados por la "base" sino que también era necesario controlar el movimiento con el fin de poder, en el momento oportuno, provocar la reanudación de los sectores menos combativos y desmoralizar a los demás sectores.
Waldeck-Rochet, en sus discursos de campaña electoral, declara que "El Partido comunista es un partido de orden". Y "el orden" burgués se impone de nuevo poco a poco:
- 12 de junio: vuelta al trabajo en la enseñanza secundaria;
- 14 de junio: vuelta al trabajo en Air France y Marina mercante;
- 16 de junio: la policía ocupa la Sorbona;
- 17 de junio: vuelta al trabajo caótica en Renault-Billancourt;
- 18 de junio: de Gaulle hace liberar a los dirigentes de la OAS que todavía estaban en la cárcel;
- 23 de junio: 1ª vuelta de las elecciones legislativas, con una muy fuerte progresión de las derechas;
- 24 de junio: vuelta al trabajo en la fábrica Citroën-Javel, en París (Krasucki, número 2 de la CGT, interviene con insistencia en la asamblea general para llamar a que acabe la huelga);
- 26 de junio: vuelta al trabajo en Usinor Dunkerque;
- 30 de junio: 2ª vuelta de las elecciones, con una victoria histórica de la derecha.
Una de las últimas empresas que vuelven al trabajo, el 12 de julio, es la ORTF: muchos periodistas no quieren volver a vivir el sometimiento, la tutela y la censura que sufrían antes por parte del Gobierno. Después del "restablecimiento de la situación", muchos serán despedidos. El orden se ha impuesto por todas partes, incluso en las informaciones que se considera útil difundir a la población.
Así pues, la mayor huelga de la historia se terminó en derrota, contrariamente a las afirmaciones de la CGT y del PCF. Una derrota punzante, sancionada por el poderoso retorno de partidos y "autoridades" tan denigradas durante el movimiento. Pero el movimiento obrero sabe desde hace mucho tiempo que "... el resultado verdadero de sus luchas es menos el éxito inmediato que la unión creciente de los trabajadores" (Manifiesto comunista). Por ello, a pesar de su derrota inmediata, los obreros lograron en 1968 en Francia una gran victoria, no para sí mismos sino para el conjunto del proletariado mundial. Es lo que vamos a ver ahora, intentando también de poner en evidencia las causas profundas así como lo retos a nivel histórico y mundial del "hermoso mes de Mayo" francés.
En la mayoría de los muchos libros y emisiones de televisión sobre Mayo de 1968 que han ocupado los espacios informativos de muchos países en estos últimos tiempos, se destaca el carácter internacional del movimiento estudiantil que afectó a Francia. Todos están de acuerdo para constatar, como lo destacamos también en nuestro anterior artículo, que los estudiantes franceses no fueron los primeros en movilizarse masivamente; se puede decir, hasta cierto punto, que "subieron al tren en marcha" de un movimiento que empezó en las universidades norteamericanas en el otoño de 1964. A partir de Estados Unidos, ese movimiento afectó a la mayoría de los países occidentales y a partir de 1967, conoció su evolución más espectacular en Alemania, haciendo de los estudiantes de este país la "referencia" para los de los demás países europeos. Sin embargo, los mismos periodistas o "historiadores" que se complacen en destacar la amplitud internacional del conflicto estudiantil de los años 60 no dicen en general ni una palabra de las luchas de los trabajadores que se desarrollaron en el mundo durante aquel período. Obviamente, no pueden callar totalmente la inmensa huelga que es el otro aspecto, mucho más importante, de los "acontecimientos" de 1968 en Francia: les es difícil esconder la mayor huelga de la historia del movimiento obrero. Pero, si se siguen sus análisis, ese movimiento del proletariado fue una especie "de excepción francesa", una más.
Porque la verdad, del mismo modo que el movimiento estudiantil y quizá más todavía, es que el movimiento de la clase obrera en Francia fue parte íntegra de un movimiento internacional y no se puede entender realmente sin ese contexto internacional.
El contexto de la huelga obrera en Francia...
Es verdad que existió en Francia en Mayo del 68 una situación que no se ha repetido en ningún otro país, sino de manera muy marginal: un movimiento masivo de la clase obrera que se pone en marcha partiendo de la movilización estudiantil. Queda claro que la movilización estudiantil, la represión que sufrió - y que la alimentó - así como retroceso final del Gobierno tras la "noche de las barricadas" del 10-11 de mayo, desempeñaron un papel, no sólo en el inicio, sino también en la amplitud de la huelga obrera. Dicho esto, si el proletariado de Francia se comprometió en tal movimiento, no es, claro está, solamente "para hacer como los estudiantes", sino porque había un descontento profundo, generalizado, y también la fuerza política para entablar el combate.
Este hecho no es ocultado, en general, por los libros y programas de televisión que tratan de Mayo de 68: recuerdan a menudo que, a partir de 1967, los obreros ya habían realizado luchas importantes cuyas características rompían con las del período anterior. Mientras que, por ejemplo, las "huelguitas" y jornadas de acción sindicales no suscitaban gran entusiasmo, se asistió entonces a conflictos muy duros, muy determinados ante una violenta represión patronal y policial, en los que los sindicatos fueron desbordados en varias ocasiones. Desde principios del 67, se suceden enfrentamientos importantes en Burdeos (en la fábrica de aviones Dassault), en Besançon y en la región de Lyón (huelga con ocupación en Rhodia, huelga en Berliet, que acarrea el lock-out del patrón y la ocupación de la fábrica por los CRS), en las minas de Lorena, en los astilleros de Saint-Nazaire (paralizados por una huelga general el 11 de abril)...
Es en Caen, en Normandía, donde la clase obrera antes de mayo de 68 va a librar una de sus luchas más importantes. El 20 de enero de 1968, los sindicatos de la Saviem (camiones) habían lanzado una consigna de huelga de hora y media pero la base, juzgando esa acción insuficiente, se lanzó espontáneamente a la huelga el día 23. A los dos días, a las 4 de la mañana, los CRS desmantelan el piquete de huelga, permitiendo a ejecutivos y "esquiroles" entrar en la fábrica. Los huelguistas deciden ir al centro de la ciudad en donde se unen con obreros de otras fábricas que también estaban en huelga. A las 8 de la mañana, 5000 personas convergen pacíficamente hacia la plaza central: los guardias móviles ([12]) cargan, a culatazos, contra ellos. El 26 de enero, los trabajadores de todos los sectores de la ciudad (entre ellos los maestros) así como muchos estudiantes manifiestan su solidaridad: una reunión en la plaza central reúne a 7000 personas a las 6 de la tarde. Cuando acabó el mitin, los guardias móviles cargaron para evacuar la plaza pero fueron sorprendidos por la resistencia de los trabajadores. Los enfrentamientos durarán toda la noche; habrá 200 heridos y decenas de detenciones. Se condena a seis jóvenes manifestantes, todos obreros, a penas de cárcel de 15 días a tres meses. Pero lejos de hacer retroceder a la clase obrera, lo único que provoca la represión es la extensión de la lucha: el 30 de enero, hay 15 000 huelguistas en Caen. El 2 de febrero, las autoridades y la patronal han de retroceder: abandono de las penas de cárcel contra los manifestantes, aumentos de sueldo de 3 a 4 %. El trabajo se reanuda al día siguiente, pero el impulso de los jóvenes obreros hace que se reanuden los paros durante un mes en la Saviem.
Saint-Nazaire en abril de 67 y Caen en enero de 68 no son las únicas ciudades en verse afectadas por huelgas generales de toda la población obrera. También ocurre en otras ciudades de menor importancia como Redon en marzo y Honfleur en abril. Esas huelgas masivas de todos los explotados de una ciudad prefiguran lo que pasará a partir de la mitad del mes de mayo en todo el país.
Así pues, no se puede decir que la tormenta de Mayo del 68 estallara en un cielo de azul. El movimiento de los estudiantes "encendió la mecha", pero ésta estaba lista para prenderse.
Obviamente, los "especialistas", en particular los sociólogos, han intentado poner en evidencia las causas de esa "excepción" francesa. En particular la explican por el ritmo muy elevado del desarrollo industrial de Francia durante los años sesenta, que transformó a ese viejo país agrícola en potencia industrial moderna. Este hecho explica, en particular, la presencia y el papel de un gran número de jóvenes obreros en fábricas que, a menudo, se habían construido poco antes. Éstos, recién llegados frecuentemente del medio rural, no están sindicados y aguantan muy difícilmente la disciplina de cuartel de la fábrica y cobran en su mayoría salarios ridículos, incluso cuando poseen un Certificado de aptitud profesional. Esta situación permite entender por qué son los sectores más jóvenes de la clase obrera los primeros que se lanzaron a la lucha, y también por qué la mayoría de los movimientos importantes que precedieron mayo de 68 surgieron en el Oeste de Francia, una región esencialmente rural y recientemente industrializada. Sin embargo, las explicaciones de los sociólogos fallan cuando se ha de explicar por qué no son solamente los jóvenes trabajadores quienes entraron en huelga en 1968, sino la gran mayoría de la clase obrera, sin distinción de edades.
... e internacionalmente
En realidad, detrás de un movimiento de la amplitud y profundidad como el de Mayo del 68 había necesariamente causas mucho más profundas, causas que sobrepasaban, de muy lejos, el marco francés. Si el conjunto de la clase obrera de este país se lanzó a una huelga casi general, es que todos sus sectores comenzaban a estar afectados por la crisis económica que, en 1968, sólo estaba en sus inicios, una crisis que no era "francesa" sino que afectaba al capitalismo mundial. Son los efectos en Francia de la crisis económica mundial (subida del desempleo, congelación salarial, intensificación de los ritmos de producción, ataques contra la Seguridad social) lo que explica en gran parte la subida de la combatividad obrera en ese país a partir de 1967:
"En todos los países industriales, en Europa y EE.UU., el desempleo se desarrolla y las perspectivas económicas se ensombrecen. Inglaterra, a pesar de una multiplicación de medidas para salvaguardar el equilibrio, está finalmente obligada a finales de 1967 a devaluar la Libra Esterlina, acarreando devaluaciones en toda una serie de países. El Gobierno de Wilson impone un programa excepcional de austeridad: reducción masiva de los gastos públicos..., bloqueo de los salarios, reducción del consumo interno y de las importaciones, esfuerzo para aumentar las exportaciones. El 1º de enero de 1968, es Johnson [Presidente de Estados Unidos] el que da la alarma y anuncia medidas severas indispensables para salvaguardar el equilibrio económico. En marzo estalla la crisis financiera del dólar. La prensa económica, cada día más pesimista, menciona cada vez más el espectro de la crisis de 1929 (...) Mayo de 1968 aparece con todo su significado por haber sido una de las primeras y más importantes reacciones de la masa de los trabajadores contra una situación económica mundial que va deteriorándose" (Révolution internationale (antigua serie) n° 2, primavera de 1969).
En realidad, unas circunstancias particulares permitieron que fuera en Francia donde el proletariado mundial llevara a cabo su primera lucha de amplitud contra unos ataques crecientes que el capitalismo en crisis iba necesariamente a multiplicar. Pero bastante rápidamente, otros sectores nacionales de la clase obrera iban a entrar a su vez en lucha. Las mismas causas no podían sino provocar los mismos efectos.
Al otro lado del mundo, en Argentina, mayo de 1969 iba a señalarse por lo que quedó desde entonces en las memorias como "el cordobazo". El 29 de mayo, tras toda una serie de movilizaciones en las ciudades obreras contra los violentos ataques económicos y la represión de la junta militar, los obreros de Córdoba desbordaron completamente las fuerzas de policía y el ejército (a pesar de haber sacado los tanques) y se habían hecho dueños de la ciudad (la segunda del país). El Gobierno sólo pudo "restablecer el orden" al día siguiente gracias al recurso masivo de tropas.
En Italia, al mismo tiempo, comienza el movimiento de luchas obreras más importante desde la Segunda Guerra mundial. Las huelgas empiezan a multiplicarse en la Fiat de Turín, empezando por la principal fábrica de la ciudad, Fiat Mirafiori, para extenderse a continuación a las demás fábricas del grupo en Turín y los alrededores. El 3 de julio de 1969, en una jornada de acción sindical contra la subida de los alquileres, las manifestaciones de obreros, manifestándose junto a los estudiantes, convergen hacia la fábrica de Mirafiori. Frente a ésta, estallan violentas escaramuzas con la policía. Duran prácticamente toda la noche y se extienden a otros barrios de la ciudad. A partir de finales del mes de agosto, cuando los obreros vuelven de las vacaciones de verano, se reanudan las huelgas en Fiat y también en Pirelli (neumáticos) en Milán y varias otras empresas.
Sin embargo, la burguesía italiana, instruida por la experiencia de Mayo de 68, no se deja sorprender como le ocurrió a la burguesía francesa el año anterior. Necesita absolutamente impedir que el naciente y profundo descontento social desemboque en una llamarada general. Por eso su aparato sindical se va a aprovechar de que los convenios colectivos están llegando a vencimiento, en particular en la metalurgia, la química y la construcción, para desarrollar sus maniobras de dispersión de las luchas proponiendo a los obreros el objetivo de un "buen convenio" en sus sectores respectivos. Los sindicatos dan el último toque a la táctica llamada de las huelgas "articuladas": tal día los metalúrgicos hacen huelga, al siguiente los trabajadores de la química, otro día los de la construcción. Se convocan huelgas "generales" contra el aumento del coste de la vida o la subida de los alquileres, pero por provincias o incluso por ciudad. En las fábricas, los sindicatos preconizan las huelgas por turnos, taller por taller, so pretexto de causar el mayor daño posible a los patronos a menor coste para los obreros. Al mismo tiempo, los sindicatos hacen lo necesario para recuperar el control de una base que tiende a escapárseles: en muchas empresas, mientras que los obreros, descontentos de las estructuras sindicales tradicionales, eligen delegados de taller, éstos son institucionalizados en forma de "consejos de fábrica" presentados como "órganos de base" del sindicato unitario que las tres confederaciones, CGIL, CISL y UIL afirman querer construir juntas. Tras varios meses durante los cuales la combatividad trabajadora se agota en una sucesión de "días de acción" por sector y de "huelgas generales" por provincia o ciudad, los convenios colectivos de sector se firman sucesivamente entre primeros de noviembre y finales de diciembre. Y no será sino poco antes de que se firme el último convenio, el más importante al ser el del sector de vanguardia del movimiento, la metalurgia privada, cuando estalle una bomba el 12 de diciembre en un banco de Milán, matando a 16 personas. El atentado se imputa a anarquistas (uno, Giuseppe Pinelli, fallece en manos de la policía milanesa) pero más tarde se sabrá que fue perpetrado por ciertos sectores del aparato estatal. Las estructuras secretas del Estado burgués vinieron a echarles una mano a los sindicatos para sembrar la confusión en las filas de la clase obrera reforzando de paso los medios de la represión.
El proletariado de Italia no fue el único en movilizarse durante aquel otoño de 1969. A un nivel menor pero muy significativo, el de Alemania también entró en la lucha: en septiembre estallaron huelgas "salvajes" en contra de la firma por los sindicatos de convenios de "moderación salarial". Éstos eran supuestamente "realistas" ante la degradación de la situación de la economía alemana que, a pesar del "milagro" de posguerra, no se salvaba de las dificultades del capitalismo mundial que se fueron acumulando a partir de 1967 (Alemania tuvo ese mismo año su primera recesión desde la guerra).
Ese despertar del proletariado de Alemania, aún tímido, tiene un significado muy particular. Por un lado, se trata del proletariado más importante y concentrado de Europa. Pero sobre todo, este proletariado ocupó en la historia, y ocupará en el futuro, un lugar de primer plano en la clase obrera mundial. Es en Alemania donde se dirimió el futuro de la ola revolucionaria internacional que, a partir de Octubre de 1917 en Rusia, amenazó la dominación capitalista sobre el mundo. La derrota sufrida por los obreros alemanes durante sus tentativas revolucionarias entre 1918 y 1923 abrió las puertas a la más terrible contrarrevolución que haya sufrido el proletariado mundial en toda su historia. Fue allí donde la revolución había ido más lejos, en Rusia y Alemania, donde la contrarrevolución fue más profunda, brutal y cruel, adoptando la forma del estalinismo y del nazismo. La contrarrevolución duró cerca de medio siglo, teniendo su punto álgido en la Segunda Guerra mundial que, contrariamente a la primera, no permitió al proletariado levantarse sino que lo aplastó más aún, gracias en particular a las ilusiones creadas por la victoria de los campos de la "democracia" y del "socialismo".
La inmensa huelga de mayo de 1968 en Francia seguida por "el otoño caliente" italiano, demostraron que el proletariado mundial había salido del período de contrarrevolución, que contrariamente a la crisis de 1929, la que estaba desarrollándose no iba a desembocar en guerra mundial sino en un desarrollo de los combates de clase que impedirían a la clase dominante dar su inhumana respuesta a las convulsiones de su economía. Las luchas de los obreros alemanes de septiembre de 1969 lo confirmaron, así como lo confirmaron, y a escala aún más significativa, las luchas de los obreros polacos durante el invierno de 1970-71.
En diciembre de 1970, la clase obrera de Polonia reaccionó espontánea y masivamente a un alza de los precios de más de 30 %. Los obreros destruyen las sedes del partido estalinista en Gdansk, Gdynia y Elbląg. El movimiento de huelga se extiende por la costa báltica a Poznań, Katowice, Wrocław y Cracovia. El 17 de diciembre, Gomulka, Secretario general del partido estalinista en el poder, envía sus tanques a los puertos del Báltico. Mueren varios centenares de obreros. Hay batallas callejeras en Szczecin y en Gdańsk. La represión no consigue acabar con el movimiento. El 21 de diciembre, una ola de huelgas estalla en Varsovia. Gomulka es despedido. Su sucesor, Gierek, va inmediatamente a negociar personalmente con los obreros de los astilleros de Szczecin. Gierek hace algunas concesiones pero se niega a anular el aumento de los precios. El 11 de febrero estalla una huelga de masas en Łódź, fomentada por 10 000 obreros del textil. Gierek acaba por ceder: se anulan las subidas de precios.
Los regímenes estalinistas son la más pura encarnación de la contrarrevolución: en nombre del "socialismo" y de los "intereses de la clase obrera" ésta sufría uno de los peores terrores imaginables. El invierno "caliente" de los obreros polacos, así como las huelgas que estallaron al enterarse de las luchas en Polonia del otro lado de la frontera, especialmente en las regiones de Lvov (Ucrania) y Kaliningrado (Rusia del Oeste) demostraron que incluso allí donde la contrarrevolución mantenía su pesada y más terrible losa, en los regímenes "socialistas", dicha contrarrevolución retrocedía.
No se puede enumerar aquí el conjunto de las luchas obreras que, después de 1968, confirmaron esa modificación fundamental de la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado a escala mundial. No citaremos más que dos ejemplos, el de España y el de Inglaterra.
En España, a pesar de la feroz represión del régimen franquista, la combatividad obrera se expresa masivamente en 1974. La ciudad de Pamplona, en Navarra, conoce un número de días de huelga por obrero superior al de los obreros franceses de 1968. Todas las regiones industriales están afectadas (Madrid, Asturias, País Vasco) pero es en las inmensas concentraciones obreras de las cercanías de Barcelona donde las huelgas toman su mayor extensión, afectando a todas las empresas de la región con manifestaciones ejemplares de solidaridad obrera (a menudo, se lanzan huelgas en una fábrica únicamente en solidaridad con los obreros de otras fábricas).
El ejemplo del proletariado de Inglaterra también es muy significativo, pues se trata del más viejo del mundo. A lo largo de los años setenta, llevó a cabo combates masivos contra la explotación (con 29 millones de días de huelga en 1979, los obreros ingleses se pusieron en segunda posición de las estadísticas, detrás de los obreros franceses en 1968). Esta combatividad incluso obligó a la burguesía inglesa a cambiar dos veces de Primer ministro: en abril de 1976 (Callaghan sustituye a Wilson) y a principios de 1979 (el Parlamento derriba a Callaghan).
Así pues, el significado histórico fundamental de mayo de 68 no ha de buscarse ni en las "especificidades francesas", ni en la rebelión estudiantil, ni en la "revolución en los costumbres", de todo eso de lo que hoy tanto nos hablan. Está en la ruptura del proletariado mundial con la contrarrevolución y su entrada en un nuevo período histórico de enfrentamientos contra el orden capitalista. Período que también se ilustró por un nuevo desarrollo de las corrientes políticas proletarias, entre ellas la nuestra, que la contrarrevolución había eliminado prácticamente o reducido al silencio. Estos es lo que vamos a analizar ahora.
Los estragos de la contrarrevolución en las filas comunistas
A principios del siglo xx, durante y después de la Primera Guerra mundial, el proletariado libró batallas titánicas que casi lograron acabar con el capitalismo. En 1917, derrumbó el poder burgués en Rusia. Entre 1918 y 1923, en el principal país europeo, Alemania, llevó múltiples asaltos para intentar alcanzar el mismo objetivo. Esta ola revolucionaria se reflejó en todas las partes del mundo, por todas las partes donde existía una clase obrera desarrollada, desde Italia a Canadá, desde Hungría hasta China. Era la respuesta del proletariado mundial a la entrada del capitalismo en su período de decadencia cuya primera gran expresión fue la guerra mundial.
Pero la burguesía mundial consiguió contener aquel movimiento gigantesco de la clase obrera, y no se detuvo ahí, sino que desencadenó la más terrible contrarrevolución de toda la historia del movimiento obrero. La contrarrevolución tomó las formas de una barbarie inimaginable, de las que el estalinismo y el nazismo fueron los representantes más significativos, precisamente en los países donde la revolución había ido lo más lejos, en Rusia y Alemania.
En ese contexto, los partidos comunistas que habían sido la vanguardia de la ola revolucionaria se convirtieron en partidos de la contrarrevolución.
Obviamente, la traición de los partidos comunistas provocó la aparición en su seno de fracciones de izquierda que defendieron las verdaderas posiciones revolucionarias. Un proceso similar ya había ocurrido en los Partidos socialistas cuando éstos se pasaron al campo burgués en 1914 al haber apoyado la guerra imperialista. Sin embargo, mientras que los que lucharon en los Partidos socialistas contra su deriva oportunista y su traición ganaron fuerzas y una influencia creciente en la clase obrera hasta ser capaces, después de la Revolución rusa, de fundar una nueva Internacional, así no fue con las corrientes de izquierda surgidas en los partidos comunistas, debido al peso enorme y creciente de la contrarrevolución. Aunque en sus inicios agruparon a una mayoría de militantes en los partidos alemán e italiano, esas corrientes perdieron progresivamente influencia en la clase y la mayor parte de sus fuerzas militantes se dispersó en múltiples grupitos, como así ocurrió en Alemania incluso antes de que el régimen hitleriano exterminara u obligara al exilio a sus últimos militantes.
En realidad, durante los años 30, junto a la corriente animada por Trotski cada vez más carcomida por el oportunismo, los grupos que siguieron defendiendo firmemente las posiciones revolucionarias, como el Grupo de los comunistas internacionalistas (GIC) en Holanda (que se reivindicaba del "comunismo de consejos" y rechazaba la necesidad de un partido proletario) y la Fracción de Izquierda del Partido comunista de Italia (que publicaba la revista Bilan) sólo contaban con algunas decenas de militantes y no tenían ya la menor influencia sobre el curso de las luchas obreras.
Contrariamente a la Primera, la Segunda Guerra mundial no permitió la inversión de la relación de fuerzas entre proletariado y burguesía. Muy al contrario. Prevenida por la experiencia histórica y gracias al valiosísimo apoyo de los partidos estalinistas, la clase dominante estaba preparada para cortar de raíz cualquier nueva aparición del proletariado. En la euforia democrática de la "Liberación", los grupos de la Izquierda comunista estaban aún más aislados que en los años treinta. En Holanda, el Communistenbond Spartacus sigue la labor del GIC en la defensa de las posiciones "consejistas", posiciones que también serán defendidas, a partir de 1965, por Daad en Gedachte, una escisión del Bond. Ambos grupos hacen un trabajo importante de publicación, aunque estén dificultados por la posición consejista que niega el papel de una organización de vanguardia para el proletariado. Sin embargo, la mayor desventaja viene del peso ideológico de la contrarrevolución. Así es también en Italia, donde la constitución en 1945, en torno a Damen y Bordiga (dos antiguos fundadores de la Izquierda italiana en los años veinte) del Partito comunista internazionalista (que publica Battaglia comunista y Prometeo), no colma los sueños en los que habían creído sus militantes. Mientras que esta organización contaba con 3000 miembros en su fundación, se fue debilitando progresivamente, víctima de la desmoralización y las escisiones, en particular, la de 1952 animada por Bordiga que va a constituir el Partido comunista internacional (que publica Programma comunista). Una de las causas de esas escisiones también fue, en realidad, la confusión con la que se realizó la agrupación de 1945, basada en el abandono de toda una serie de lecciones elaboradas por Bilan en los años 1930.
En Francia, el grupo que se había constituido en 1945, la Izquierda comunista de Francia (GCF), en continuidad con las posiciones de Bilan (pero integrando una serie de posiciones programáticas de la Izquierda germano-holandesa) y que publicó 42 números de Internationalisme, desaparece en 1952.
En Francia también, además de algunos elementos ligados al Partido comunista internacional y que publicaban le Prolétaire, otro grupo defendió hasta principios de los años sesenta las posiciones de clase con la revista Socialisme ou Barbarie (SoB). Pero este grupo, nacido de una escisión del trotskismo inmediatamente después de la Segunda Guerra mundial, abandonó progresiva y explícitamente el marxismo, lo que le llevó a su desaparición en 1966. A finales de los años cincuenta y a principios de los años sesenta, varias escisiones de SoB, en particular ante su abandono del marxismo, favorecieron la formación de pequeños grupos que se habían ido incorporando a la esfera de influencia consejista, en particular ICO (Informations et correspondance ouvrières).
Podríamos también citar la existencia de otros grupos en otros países pero lo que caracteriza la situación de las corrientes que siguieron defendiendo posiciones comunistas durante los años cincuenta y a principios de los años sesenta es su extrema debilidad numérica, el carácter confidencial de sus publicaciones, su aislamiento internacional así como las regresiones, que favorecieron su desaparición pura y simple o el encerramiento sectario como así ocurrió, en particular, con el Partido comunista internacional que se consideraba la única organización comunista en el mundo.
El renacer de las posiciones revolucionarias
La huelga general de 1968 en Francia y los distintos movimientos masivos de la clase obrera que acabamos de citar más arriba volvieron a poner al orden del día la idea de la revolución comunista en varios países. La mentira del estalinismo, que se presentaba como "comunista" y "revolucionario", comenzó a agrietarse por todas las partes. Eso dio obviamente fuerza a las corrientes que denunciaban la URSS como "Patria del socialismo", tales como las organizaciones maoístas y trotskistas. El movimiento trotskista, por su historia de lucha contra el estalinismo, rejuveneció a partir de 1968 saliendo de la sombra de los partidos estalinistas. Sus filas se inflaron de forma a veces espectacular, en particular en países como Francia, Bélgica o Gran Bretaña. Pero esta corriente había dejado desde la Segunda Guerra mundial de pertenecer al campo proletario, debido en particular a su posición de "defensa de las conquistas obreras de la URSS", o sea de defensa del frente imperialista dominado por este país.
En realidad, las huelgas obreras que se desarrollaron a partir del final de los 60 pusieron en evidencia el papel antiobrero de los partidos estalinistas y de los sindicatos, de la función de la farsa electoral y democrática como instrumento del poder burgués, y llevaron a muchos elementos en el mundo a evolucionar hacia las corrientes políticas que, en el pasado, habían denunciado más claramente el papel de los sindicatos y del parlamentarismo, que mejor habían personificado la lucha contra el estalinismo, las corrientes de la Izquierda comunista.
Tras Mayo de 1968, los textos de Trotski tuvieron una difusión masiva, y también los de Pannekoek, Gorter ([13]) y de Rosa Luxemburg quien, una de las primeras, había avisado a sus compañeros bolcheviques, poco antes de su asesinato en enero de 1919, de algunos peligros que amenazaban la revolución en Rusia.
Aparecieron nuevos grupos que se pusieron a estudiar la experiencia de la Izquierda comunista. En realidad, fue mucho más hacia el consejismo que hacia la Izquierda italiana hacia donde se dirigieron los elementos que comprendían que el trotskismo se había vuelto una especie de ala izquierda del estalinismo. Había varias razones. Por un lado, el rechazo a los partidos estalinistas venía a menudo acompañado del rechazo incluso del concepto de partido comunista. En cierto modo, era el tributo que pagaban los nuevos elementos que se orientaban hacia la perspectiva de la revolución proletaria a la mentira estalinista de la continuidad entre bolchevismo y estalinismo, entre Lenin y Stalin. Esta idea falsa, por otro lado, era en parte alimentada por las posiciones de la corriente bordiguista, la única con extensión internacional nacida de la Izquierda italiana, que defendía la idea de la toma del poder por el partido comunista y se reivindicaba del "monolitismo" en sus filas. Por otra parte, era la consecuencia del hecho de que las corrientes que seguían reivindicándose de la Izquierda italiana no fueron capaces de entender Mayo de 1968 ni su significado histórico, no viendo más que su aspecto estudiantil.
A la vez que aparecían nuevos grupos inspirados por el consejismo, los ya existentes conocieron un éxito sin precedentes, viendo sus filas reforzarse de forma espectacular siendo además capaces de servir de polo de referencia. Así fue con ICO que, en 1969, organizó un encuentro internacional en Bruselas en el que participaron, entre otros, Cohn-Bendit, Mattick (antiguo militante de la Izquierda alemana que había emigrado a Estados Unidos donde publicó varios estudios consejistas) y Cajo Brendel, animador de Daad en Gedachte. Los éxitos del consejismo "organizado" fueron sin embargo de corto plazo. ICO, por ejemplo, pronunció su autodisolución en 1974. Los grupos holandeses dejaron de existir cuando fallecieron sus principales animadores.
En Gran Bretaña, después de un éxito parecido al de ICO, el grupo Solidarity, inspirado en las posiciones de Socialisme ou Barbarie, conoció escisión tras escisión hasta estallar en 1981 (aunque el grupo de Londres siguiera publicando su revista hasta 1992).
En Escandinavia, los grupos consejistas que se habían desarrollado tras 1968 fueron capaces de organizar una conferencia en Oslo en septiembre de 1977, pero dicha conferencia no tuvo continuación.
Finalmente, la corriente que más se desarrolló durante los setenta fue la que estaba vinculada a las posiciones de Bordiga (muerto en julio de 1970). Se benefició, en particular, de una "afluencia" de elementos procedentes de las crisis que habían sacudido a algunos grupos izquierdistas (en particular, los grupos maoístas) en aquel entonces. En 1980, el Partido comunista internacional era la organización que se reivindicaba de la Izquierda comunista más importante e influyente a escala internacional. Pero esa "apertura" de la corriente bordiguista a elementos muy quemados por el izquierdismo desembocó en su explosión en 1982, reduciéndola a una multitud de pequeñas sectas confidenciales.
Los inicios de la Corriente comunista internacional
En realidad, la manifestación más significativa a largo plazo del renacimiento de las posiciones de la Izquierda comunista fue el desarrollo de nuestra propia organización ([14]).
Nuestra corriente se formó inicialmente hace exactamente 40 años, en julio de 1968 en Toulouse (Francia), con la adopción de una primera Declaración de principios por un pequeño núcleo de elementos que habían formado un círculo de debate el año anterior en torno a un camarada, RV, que había dado sus primeros pasos políticos en el grupo Internacionalismo, en Venezuela. Internacionalismo fue fundado en 1964 por el camarada MC ([15]) que había sido el principal animador de la Izquierda comunista de Francia (1945-52) tras haber sido miembro de la Fracción italiana de la Izquierda comunista a partir de 1938; había entrado en la vida militante a partir de 1919 (con 12 años), primero en el Partido comunista de Palestina, luego en el PCF.
Durante la huelga general de mayo de 1968, los elementos del círculo de debate publicaron varios panfletos firmados "Mouvement pour l'instauration des conseils ouvriers" (Movimiento para la instauración de los consejos obreros - MICO) y emprendieron debates con otros elementos con quienes finalmente se formó el grupo que iba a publicar Révolution internationale a partir de diciembre de 1968. Este grupo había entrado en contacto y mantenido un debate con otros dos grupos que pertenecían al ámbito de influencia consejista, la Organisation conseilliste de Clermont-Ferrand y el que publicaba Cahiers du communisme de conseils, basado en Marsella.
Por último, en 1972, los tres grupos fusionaron para formar lo que iba a convertirse en la sección en Francia de la Corriente Comunista Internacional (CCI), iniciándose la publicación de Révolution internationale (nueva serie).
Révolution internationale, en continuidad de la política efectuada por Internacionalismo, la GCF y Bilan, entabló debates con varios grupos que también habían surgido después de 1968, en particular en Estados Unidos (Internationalism). En 1972, Internationalism manda una carta a unos veinte grupos que se reivindican de la Izquierda comunista, llamando a la constitución de una red de correspondencia y debate internacional. Révolution internationale contestó calurosamente a esa iniciativa, proponiendo también que se abriera la perspectiva para organizar una conferencia internacional. Los demás grupos que dieron una respuesta positiva pertenecían todos a la esfera de influencia consejista. Los grupos que se reivindicaban de la Izquierda italiana, por su parte, o se hicieron los sordos o juzgaron prematura tal iniciativa.
Esa iniciativa favoreció varios encuentros en 1973 y 1974 en Inglaterra y Francia, en los que participaron en particular para Gran Bretaña, World Revolution, Revolutionary Perspective (escisiones de Solidarity) y Workers'Voice (escisión del trotskismo).
Finalmente, ese ciclo de encuentros consiguió en enero del 75 desembocar en una conferencia en la que los grupos que compartían la misma orientación política - Internacionalismo, Révolution internationale, Internationalism, World Revolution, Rivoluzione internazionale (Italia) y Acción proletaria (España) - decidieron unificarse en la Corriente comunista internacional.
Ésta decidió proseguir esa política de contactos y debates con los demás grupos de la Izquierda comunista, lo que la llevó a participar en la conferencia de Oslo de 1977 (con Revolutionary Perspective) y a contestar positivamente a la iniciativa lanzada en 1976 por Battaglia comunista para la celebración de una Conferencia internacional de grupos de la Izquierda comunista.
Las tres conferencias que se celebraron en mayo de 1977 (Milán), noviembre de 1978 (París) y mayo de 1980 (París) sucitaron un interés creciente entre los elementos que se reivindicaban de la Izquierda comunista, pero la decisión de Battaglia comunista y de Communist Workers' Organisation (producto del reagrupamiento de Revolutionary Perspective y de Workers'Voice en Gran Bretaña) de excluir a partir de entonces a la CCI acabó con las esperanzas de tal esfuerzo ([16]). En cierto modo, el repliegue sectario (por lo menos hacia la CCI) de BC y el CWO (que se agruparon en 1984 en un Buró internacional para el Partido revolucionario - BIPR) era un indicio de que se había agotado el impulso inicial dado a la corriente de la Izquierda comunista por la aparición histórica del proletariado mundial en mayo de 1968.
Sin embargo, a pesar de las dificultades de la clase obrera durante las últimas décadas, en particular, las campañas ideológicas sobre el "muerte del comunismo" después del hundimiento de los regímenes estalinistas, la burguesía mundial no por eso ha logrado asestarle una derrota decisiva. Eso se ha plasmado en el hecho de que la corriente de la Izquierda comunista (representada principalmente por el BIPR ([17]) y sobre todo la CCI) ha mantenido sus posiciones, conociendo hoy un interés creciente entre los elementos que, con la lenta reanudación de los combates de clase desde 2003, se están acercando a una perspectiva revolucionaria.
El camino del proletariado hacia la revolución comunista es largo y difícil. Y así ha de ser, puesto que le incumbe a esa clase la inmensa obra de hacer pasar a la humanidad del "reino de la necesidad al reino de la libertad". La burguesía no deja pasar la menor ocasión de declarar que "¡murió el comunismo!", pero la impaciencia que tiene en enterrarlo es significativa del temor que sigue provocándole esa perspectiva. Cuarenta años después, nos invita "a liquidar" Mayo de 68 (Sarkozy) o "a olvidarlo" (Cohn-Bendit, convertido ahora en una autoridad "verde" del Parlamento europeo y que acaba de publicar un libro con título significativo: Forget 68) y es normal: Mayo del 68 abrió una brecha en su sistema de dominación, una brecha que no ha conseguido colmar y que irá ampliándose a medida que vaya resultando más y más evidente la quiebra histórica de este sistema.
Fabienne (6/07/2008)
[1]) Partido comunista francés.
[2]) Confederación general del trabajo. la central sindical más potente, en particular entre los obreros de la industria y los transportes así como entre los funcionarios. Estaba controlada por el PCF.
[3]) Confederación francesa democrática del trabajo. Esta central sindical, de inspiración cristiana en sus principios en los años sesenta, acabó rechazando las referencias al cristianismo y fue influenciada por el Partido socialista así como por un pequeño partido socialista de izquierda, el Partido socialista unificado, hoy desaparecido.
[4]) Animador estrella, de entonces y ahora, de emisiones de lo más "consensual".
[5]) Comentarista deportivo, también de entonces y de hoy, conocido por su chauvinismo desenfrenado.
[6]) Al día que sigue este discurso, los empleados municipales anuncian en muchos sitios que se negarán a organizar el referéndum. Del mismo modo, las autoridades no saben cómo imprimir las papeletas de voto: la Imprenta nacional está en huelga y las imprentas privadas que no están en huelga se niegan: sus dueños no quieren tener problemas suplementarios con sus obreros.
[7]) Georges Seguy también era miembro del Comité central del PCF.
[8]) Se sabrá más tarde que Chirac, secretario de Estado de Asuntos sociales, se encontró también (¡en un desván!) con Krasucki, número 2 de la CGT.
[9]) Organización del ejército secreto: grupo clandestino de militares y partidarios del mantenimiento de Francia en Argelia que se ilustró a principios de los años 60 por atentados terroristas, asesinatos e incluso una tentativa de asesinato de De Gaulle.
[10]) Empresa eléctrica nacional de Francia.
[11]) CRS: Compañías republicanas de seguridad: fuerzas de la policía nacional especializadas en la represión de las manifestaciones callejeras.
[12]) Fuerzas de la Gendarmería nacional (es decir el ejército) que tienen el mismo papel que los CRS.
[13]) Los dos principales teóricos de la Izquierda holandesa.
[14]) Para una historia más precisa de la CCI, leer nuestros artículos "Construcción de la organización revolucionaria: 20 años de la Corriente comunista internacional" (Revista internacional no 80) y "Los treinta años del CCI: apropiarse el pasado para construir el futuro" (Revista internacional no 123).
[15]) Sobre la contribución de MC al movimiento revolucionario, ver nuestro artículo "Marc" en los números 65 y 66 de la Revista internacional.
[16]) Sobre estas conferencias, ver nuestro artículo "Las conferencias internacionales de la Izquierda Comunista (1976-1980) - Lecciones de una experiencia para el medio proletario" en la Revista internacional n° 122.
[17]) El desarrollo menor del BIPR comparado al de la CCI se debe principalmente a su sectarismo así como a su política oportunista de agrupamiento (que le ha llevado a menudo a edificar sobre arena). Ver sobre este tema nuestro artículo "Una política oportunista de agrupamiento que sólo conduce a ‘fracasos'" (Revista internacional n° 121).
En la primera parte de esta serie de artículos, publicada con ocasión del aniversario de la tentativa revolucionaria en Alemania, examinamos el contexto histórico mundial en el que se desarrolló la revolución. Ese contexto era el de la Primera Guerra mundial y la incapacidad de la clase obrera y de su dirección política para prevenir su estallido. Aunque los primeros años del siglo xx estuvieron marcados por las primeras expresiones de una tendencia general a la huelga de masas, estos movimientos no fueron lo bastante fuertes, salvo en Rusia, para reducir el peso de las ilusiones reformistas. Y el movimiento obrero internacionalista organizado, por su parte, apareció teórica, organizativa y moralmente sin preparación ante una guerra mundial que, sin embargo, había previsto desde hacía años. Prisionero de esquemas del pasado según los cuales la revolución proletaria sería el resultado, más o menos ineluctable, del desarrollo económico del capitalismo, consideraba que la tarea primordial de los socialistas era evitar enfrentamientos prematuros y dejar pasivamente que las condiciones objetivas fueran madurando. Excepto su oposición revolucionaria de izquierdas, la Internacional socialista no logró comprender (o se negó a ello) la posibilidad de que el primer acto del período de declive del capitalismo fuera la guerra mundial y no la crisis económica mundial. Y, sobre todo, al ignorar las señales de la historia, la urgencia del acercamiento de la alternativa socialismo o barbarie, la Internacional subestimó por completo el factor subjetivo de la historia, en especial su propio papel y responsabilidad. El resultado fue la quiebra de la Internacional ante el estallido de la guerra y los arrebatos patrioteros de su dirección, y especialmente de los sindicatos. Las condiciones de la primera tentativa revolucionaria proletaria mundial estuvieron así determinadas por el paso relativamente brusco y repentino del capitalismo a su fase de decadencia a través de una guerra imperialista mundial pero también por una crisis catastrófica sin precedentes del movimiento obrero.
Pronto apareció claramente que no podía haber respuesta revolucionaria a la guerra sin que se restaurara la convicción de que el internacionalismo proletario no era una cuestión táctica, sino el principio más "sagrado" del socialismo, la sola y única "patria" de la clase obrera (como lo escribió Rosa Luxemburg). Ya vimos en el artículo precedente lo indispensable que fue para dar el giro hacia la revolución, la declaración pública de Karl Liebknecht contra la guerra, el Primero de Mayo de 1916 en Berlín - al igual que las conferencias socialistas internacionalistas que hubo en ese período, como las de Zimmerwald y Kienthal - y la solidaridad que aquélla suscitó. Frente a los horrores de la guerra en las trincheras y el empobrecimiento y la explotación forzada de la clase obrera en el "frente interior", que había barrido de golpe décadas de experiencias de lucha, se desarrolló, como ya vimos, la huelga de masas y empezó a haber una maduración en las capas politizadas y en los lugares centrales de la clase obrera capaces de llevar a cabo un asalto revolucionario.
Comprender las causas del fracaso del movimiento socialista ante la guerra era el objetivo del artículo anterior, como había sido la primera preocupación de los revolucionarios durante la primera fase de la guerra. El texto de Rosa Luxemburg, la Crisis de la Socialdemocracia - llamado "Folleto de Junius" - fue una de las expresiones más clarividentes de esa preocupación. En el meollo de los acontecimientos que vamos a tratar en este segundo artículo, se plantea una cuestión decisiva, consecuencia de la primera: ¿Qué fuerza social acabará con la guerra y cómo lo hará?
Richard Müller, uno de los líderes de los "delegados revolucionarios", los Obleute, de Berlín y, más tarde, uno de los principales historiadores de la revolución en Alemania, formuló así la responsabilidad de la revolución: impedir "el desmoronamiento de la cultura, la liquidación del proletariado y del movimiento socialista como tales" ([1]).
Como ocurría a menudo, fue Rosa Luxemburg la que planteó con mayor claridad la cuestión histórica del momento: "Lo que habrá después de la guerra, cuáles serán las condiciones y qué papel le espera a la clase obrera, todo eso depende enteramente de cómo habrá llegado la paz. Si ésta es el resultado del agotamiento mutuo de las potencias militares o incluso -y eso sería lo peor- de la victoria de uno de los beligerantes, en otras palabras, si llega la paz sin participación alguna del proletariado, con la calma social en el seno de los diferentes Estados, entonces semejante paz sellaría la derrota histórica mundial del socialismo por la guerra. (...) Tras la bancarrota del 4 de agosto de 1914, la segunda prueba decisiva para la misión histórica del proletariado es la siguiente: ¿será capaz de poner fin a una guerra que fue incapaz de impedir, no recibiendo la paz de las manos de la burguesía imperialista como resultado de la diplomacia de gabinetes, sino conquistándola, imponiéndola a la burguesía?" ([2]).
Rosa Luxemburg describe aquí tres guiones posibles sobre cómo podría terminarse la guerra. El primero: la ruina y el agotamiento de los beligerantes de ambos campos. Rosa reconoce de entrada la posibilidad de que el atolladero de la competencia capitalista, en su período de decadencia histórica, acabe en un proceso de putrefacción y desintegración - si el proletariado es incapaz de imponer su propia solución. Esa tendencia a la descomposición de la sociedad capitalista no debería hacerse manifiesta sino muchas décadas más tarde con la "implosión", en 1989, del bloque del Este y de los regímenes estalinistas y el declive resultante del liderazgo de la superpotencia restante, Estados Unidos. Rosa Luxemburg ya había comprendido que esa dinámica, por sí sola, no es favorable al desarrollo de una alternativa revolucionaria.
El segundo guión era que la guerra fuera hasta su límite y acabara en derrota de uno de los dos bloques opuestos. En ese caso, el resultado sería la inevitable separación en el seno del campo victorioso que produciría un nuevo alineamiento para una segunda guerra mundial más destructora todavía, contra la que la clase obrera sería todavía menos capaz de oponerse.
En ambos casos, el resultado no sería una derrota momentánea sino una derrota histórica mundial del socialismo durante una generación como mínimo, lo que, en última instancia podría suponer la desaparición misma de una alternativa proletaria a la barbarie capitalista. Los revolucionarios de entonces ya entendieron que la "Gran guerra" había abierto un proceso que podría minar la confianza de la clase obrera en su misión histórica. Como tal, "la crisis de la Socialdemocracia" era una crisis de la especie humana misma, pues, en el capitalismo, solo proletariado es portador de una sociedad alternativa.
¿Cómo ponerle fin a la guerra imperialista con medios revolucionarios? Los verdaderos socialistas del mundo entero contaban con Alemania para dar cumplida respuesta a esa pregunta. Alemania era la potencia continental principal de Europa, el líder - de hecho la única potencia importante - de uno de los dos bloques imperialistas enfrentados. Era además un país que contaba con la mayor cantidad de obreros educados, formados en el socialismo, con conciencia de clase y que, durante la guerra, fueron uniéndose de manera creciente a la causa de la solidaridad internacional.
Pero el movimiento proletario es internacional por naturaleza. Y la primera respuesta al problema planteado antes no se dio en Alemania sino en Rusia. La revolución rusa de 1917 significó un giro en la historia mundial. Y participó en el cambio de la situación en Alemania. Hasta febrero de 1917 y el inicio del levantamiento en Rusia, los obreros alemanes con conciencia de clase se propusieron la meta de desarrollar la lucha para obligar a los gobiernos a exigir la paz. Ni siquiera en el seno de la Liga Espartaquista (Spartakusbund), en el momento de su fundación en el Primero de año de 1916, nadie creía en la posibilidad de una revolución inminente. Con la experiencia rusa de abril de 1917, los círculos revolucionarios clandestinos de Alemania adoptaron el planteamiento de que la finalidad no era sólo acabar con la guerra, sino, al mismo tiempo, derribar el capitalismo. Muy pronto, la victoria de la revolución en Petrogrado y Moscú en octubre de 1917 esclareció, para esos círculos de Berlín y Hamburgo, no ya la meta sino los medios para alcanzarla: la insurrección armada organizada y realizada por los consejos obreros.
Paradójicamente, el efecto inmediato del Octubre rojo ruso en las grandes masas de Alemania iba en un sentido más bien contrario. Una especie de euforia inocente estalló ante la idea de que se acercaba la paz, basada en la hipótesis de que al gobierno alemán no le quedaría más remedio que aceptar la mano tendida desde el frente oriental por "una paz sin anexiones". Esta reacción muestra hasta qué punto la propaganda de lo que había sido el SPD, ahora partido "socialista" fautor de guerra, según el cual la guerra le habría sido impuesta a una Alemania que se negaba a hacerla, seguía teniendo influencia. El cambio de las masas populares en su actitud hacia la guerra influida por la Revolución rusa, se produciría tres meses más tarde con ocasión de las negociaciones de paz entre Rusia y Alemania en Brest-Litovsk ([3]). Esas negociaciones fueron intensamente seguidas por los obreros en toda Alemania y el imperio Austrohúngaro. Su resultado: el diktat imperialista de Alemania y la ocupación por este país de amplias comarcas de las regiones occidentales de lo que era ahora la República soviética, y la represión sin miramientos de los movimientos revolucionarios allí ocurridos, convenció a millones de obreros sobre lo justo que era el lema de Spartakusbund: el enemigo principal está en nuestro propio país, es el propio sistema. Brest-Litovsk dio lugar a una huelga de masas gigantesca que arrancó en Austria-Hungría, en Viena. Se extendió rápidamente a Alemania, paralizando la vida económica en más de veinte ciudades principales, con medio millón de obreros en huelga solo en Berlín. Las reivindicaciones eran las mismas que las de la delegación soviética en Brest: cese inmediato de la guerra, sin anexiones. Los obreros se organizaron mediante un sistema de delegados elegidos, siguiendo en general las propuestas muy concretas de una octavilla de Spartakusbund que sacaba las lecciones de Rusia.
Un testimonio referido en el diario del SPD, Vorwärts, en su número del 28 de enero de 1918, describe las calles de Berlín, desiertas aquella mañana, desdibujadas en medio de una niebla que deformaba los edificios y la ciudad entera. Y cuando las masas se echaron a las calles con una silenciosa determinación, salió el sol y se desvaneció la niebla, según refiere el periodista.
La huelga provocó un debate en la dirección revolucionaria sobre los fines inmediatos del movimiento; pero era un debate que se iba acercando cada vez más al meollo de la cuestión: ¿cómo podrá el proletariado acabar con la guerra? El centro de gravedad de la dirección era, entonces, el ala izquierda de la Socialdemocracia, un ala izquierda que tras haber sido excluida del SPD a causa de su oposición a la guerra, había formado un nuevo partido, el USPD (el SPD "independiente"). Ese partido, que agrupaba a la mayoría de los dirigentes más conocidos que se habían opuesto a la traición al internacionalismo por parte del SPD, incluidos muchos elementos indecisos y vacilantes, más bien pequeño burgueses que proletarios, también contenía una oposición revolucionaria radical, la Spartakusbund, fracción que disponía de una estructura y plataforma propias. Ya durante el verano y el otoño de 1917, Spartakusbund y otras corrientes en el seno del USPD habían convocado a manifestaciones de protesta y de profundo descontento, en las que se testimoniaba el creciente entusiasmo por la Revolución rusa. Los Obleute, "delegados revolucionarios" de fábrica se oponían a esa orientación; su influencia era especialmente grande en las fábricas de armas de Berlín. Poniendo de relieve las ilusiones de las masas sobre la "voluntad de paz" del gobierno alemán, esos círculos querían esperar a que el descontento fuera más intenso y general para que pudiera entonces expresarse en una acción de masas única y unificada. Cuando, en los primeros días de 1918, los llamamientos a la huelga de masas en toda Alemania alcanzaron Berlín, los Obleute decidieron no invitar a la Spartakusbund a las reuniones en las que se estaba organizando esa acción masiva central. Tenían miedo a lo que ellos llamaban el "activismo" y la "precipitación" de los espartaquistas - los cuales, según ellos, dominaban el grupo desde que su principal animadora y teórica, Rosa Luxemburg, había sido encarcelada - pusieran en peligro el lanzamiento de una acción unificada en toda Alemania. Cuando se enteraron de eso los espartaquistas, lanzaron su propio llamamiento a la lucha sin esperar la decisión de los Obleute.
Esa falta de confianza recíproca se incrementó entonces sobre la actitud que tomar hacia el SPD. Cuando los sindicatos descubrieron que un comité de huelga secreto se había formado sin ningún miembro del SPD, este partido exigió inmediatamente estar representado en él. El día antes de la huelga del 28 de enero, una reunión clandestina de delegados de fábrica en Berlín votó mayoritariamente en contra de la presencia de delegados del SPD. Sin embargo, los Obleute que dominaban el comité de huelga, decidieron admitir a delegados del SPD con el argumento de que los socialdemócratas ya no tenían la capacidad de impedir la huelga, pero, en cambio, su exclusión podría dar un tono de discordia y, por lo tanto, minar la unidad de acción en el futuro. Spartakusbund condenó enérgicamente esa decisión.
El debate alcanzó una alta tensión durante la huelga misma. Ante la fuerza elemental de esa acción, Spartakusbund empezó a defender la orientación de intensificar la agitación para entrar en guerra civil. El grupo pensaba que había llegado el momento de poner fin a la guerra por medios revolucionarios. Los Obleute se opusieron a eso de manera frontal, prefiriendo tomar la responsabilidad de poner fin, de manera organizada, al movimiento una vez que éste, al parecer de ellos, había alcanzado su punto culminante. Su argumento principal era que un movimiento insurreccional, aunque triunfara, se quedaría limitado a Berlín y que lo soldados no habían sido todavía ganados para la revolución.
Tras esa divergencia sobre la táctica había dos cuestiones más generales y profundas. Una de ellas es el criterio que permite juzgar si las condiciones están maduras para una insurrección revolucionaria. Volveremos más tarde en esta serie sobre ese tema.
La otra, es el papel del proletariado ruso en la revolución mundial. ¿Podía ser el derrocamiento de la dominación burguesa en Rusia un factor inmediato que desatara el levantamiento revolucionario en la Europa central y occidental o, al menos, obligar a los principales protagonistas del imperialismo a hacer cesar la guerra?
Esa misma discusión se produjo en el Partido bolchevique en Rusia en vísperas de la insurrección de Octubre de 1917, y luego con ocasión de las negociaciones de paz con el gobierno imperial alemán en Brest-Litovsk. En el partido bolchevique, los opuestos a la firma del tratado con Alemania, conducidos por Bujarin, defendían que la motivación principal del proletariado al tomar el poder en Octubre del 17 en Rusia, era la de desencadenar la revolución en Alemania y en Occidente y firmar una tratado con Alemania en ese momento significaba abandonar esa orientación. Trotski adoptó una posición intermedia para temporizar que no resolvía el problema. Quienes defendían la necesidad de firmar ese tratado, Lenin por ejemplo, no ponían en absoluto en entredicho la motivación internacionalista de la insurrección de Octubre. Lo que sí discutían era que la decisión de tomar el poder se habría basado en la idea de que la revolución se iba a extender inmediatamente a Alemania. Al contrario: quienes eran favorables a la insurrección ya habían planteado, en aquel entonces, que la extensión inmediata de la revolución no era algo seguro de modo que el proletariado ruso corría el riesgo de quedar aislado y vivir sufrimientos horribles al tomar la iniciativa de comenzar la revolución mundial. Ese riesgo, argumentaba Lenin entre otros, se justificaba porque lo que estaba en juego era el porvenir no solo del proletariado ruso, sino del proletariado mundial; y no solo del proletariado sino el futuro de toda la humanidad. La decisión debía pues tomarse con plena conciencia y de la manera más responsable. Lenin repetía esos argumentos respecto a Brest: la firma del tratado, incluso el más desfavorable, por el proletariado ruso con la burguesía alemana se justificaba moralmente para ganar tiempo pues no era nada seguro que la revolución en Alemania empezara inmediatamente.
Aislada del mundo en la cárcel, Rosa Luxemburg intervino en ese debate con tres artículos - "La responsabilidad histórica", "Hacia la catástrofe" y "La tragedia rusa", redactados respectivamente en enero, junio y septiembre de 1918 (tres de las más importantes entre las conocidas "Cartas de Espartaco", difundidas clandestinamente durante la guerra). En ellas pone claramente en evidencia que no se puede echar en cara ni al partido bolchevique, ni al proletariado ruso el haberse visto obligados a firmar un tratado con el imperialismo alemán. Esta situación era el resultado de la ausencia de revolución en otros lugares y, ante todo, en Alemania. Basándose en esa comprensión, Rosa puso de relieve la trágica paradoja siguiente: aunque la revolución rusa haya sido la cumbre más alta conquistada por la humanidad hasta hoy y, como tal, haya significado un verdadero giro en la historia, su primera consecuencia, en lo inmediato, no fue la de disminuir sino prolongar los horrores de guerra mundial. Y eso por la sencilla razón de que la revolución libró al imperialismo alemán de la obligación de hacer la guerra en dos frentes.
Trotski cree en la posibilidad de una paz inmediata bajo la presión de las masas en el Oeste, y Rosa Luxemburg escribe en 1918, "habrá que echar mucha agua en el vino espumoso de Trotski". Y sigue ella: "Primera consecuencia del armisticio en el Este: las tropas alemanas serán sencillamente transferidas del Este al Oeste. Diría más: ya lo han hecho" ([4]). En junio saca una segunda conclusión de esa dinámica: Alemania se ha convertido en el gendarme de la contrarrevolución en Europa oriental, aplastando a las fuerzas revolucionarias desde Finlandia hasta Ucrania. Paralizado por esta evolución, el proletariado "se hacía el muerto". En septiembre de 1918, explica ella que la guerra mundial amenaza con sepultar a la propia Rusia revolucionaria:
"El grillete de hierro de la guerra mundial que parecía haberse quebrado en el Este se está volviendo a apretar en torno a Rusia y el mundo entero sin la menor grieta: la "Entente" avanza en el Norte y en el Este con los checoslovacos y los japoneses -consecuencia natural e inevitable del avance de Alemania por el Oeste y el Sur. Las llamaradas de la guerra mundial ya están lamiendo el suelo ruso y se concentrarán pronto sobre la revolución rusa. En fin de cuentas, se ha revelado como algo imposible para Rusia aislarse de la guerra mundial, incluso a costa de los mayores sacrificios" ([5]).
Para Rosa Luxemburg, estaba claro que la ventaja militar inmediata conseguida por Alemania, a causa de la revolución en Rusia, iba a permitir durante algunos meses cambiar la relación de fuerzas en Alemania en favor de la burguesía. A pesar de los ánimos que la revolución rusa había inspirado en los obreros alemanes y aunque la "paz de bandolero" impuesta por el imperialismo alemán después de Brest les quitara muchas ilusiones, se necesitaría casi un año para que todo volviera a madurar y se transformara en rebelión abierta contra el imperialismo.
Todo ello se debe a lo peculiar de una revolución que surge en un contexto de guerra mundial. "La Gran Guerra" de 1914 no solo fue una espantosa carnicería a una escala nunca antes vista. También fue la organización de la más gigantesca operación económica, material y humana que la historia hubiera conocido hasta entonces. Literalmente, millones de seres humanos así como todos los recursos de la sociedad se habían transformado en mecanismos de una máquina infernal cuya dimensión misma desafiaba la imaginación más delirante. Eso provocó dos sentimientos de una gran intensidad en el proletariado: el odio a la guerra y un sentimiento de impotencia. En esas circunstancias, tuvieron que pasar sufrimientos y sacrificios desmesurados antes de que la clase obrera se reconociera que sólo ella podía poner fin a la guerra. Ese proceso llevó tiempo, se desarrolló con altibajos y fue muy heterogéneo. Dos de sus aspectos más importantes fue la toma de conciencia de que las verdaderas motivaciones del esfuerzo de guerra imperialista eran motivaciones de bandoleros criminales y que la burguesía misma no controlaba la máquina de guerra, la cual, producto del capitalismo, se había vuelto independiente de la voluntad humana. En Rusia en 1917, como en Alemania y Austria-Hungría en 1918, la comprensión de que la burguesía era incapaz de poner fin a la guerra, incluso yendo a la derrota, fue decisiva.
Lo que Brest-Litovsk y los límites de la huelga de masas en Alemania y en Austria-Hungría en enero de 1918 pusieron, ante todo, de relieve era que la revolución mundial podía comenzar en Rusia pero sólo una acción proletaria decisiva en uno de los principales países protagonistas - Alemania, Gran Bretaña o Francia - podía hacer cesar la guerra.
Aunque el proletariado alemán "se hubiera hecho el muerto", como decía Rosa Luxemburg, su conciencia de clase siguió madurando durante la primera mitad de 1918. Además, a partir del verano de 1918, los soldados empezaron por primera vez a verse infectados por el virus de la revolución. Dos factores contribuyeron en ello. En Rusia, los prisioneros alemanes que eran soldados rasos, fueron liberados con la opción de quedarse en Rusia y participar en la revolución, o regresar a Alemania. Quienes optaron por volver fueron obvia e inmediatamente mandados al frente como carne de cañón para los ejércitos alemanes. Pero esos soldados traían noticias de la revolución rusa. En Alemania misma, en represalias por su acción, miles de dirigentes de la huelga de masas de enero fueron enviados al frente adonde llevaron las noticias de la creciente revuelta de la clase obrera contra la guerra. Pero lo decisivo en el cambio de atmósfera en el ejército fue la creciente toma de conciencia de la inutilidad de la guerra y de lo inevitable que era la derrota de Alemania.
En otoño se inició algo inimaginable unos cuantos meses antes: una carrera contra reloj entre proletariado consciente y burguesía alemana, para determinar cuál de las dos clases fundamentales de la sociedad moderna pondría fin a la guerra.
Del lado de la clase dominante alemana, había primero que resolver dos importantes problemas en sus propias filas. Uno de ellos era la incapacidad total de muchos de sus representantes principales para encarar la posibilidad de la derrota, una derrota que, sin embargo, les saltaba a la vista. El otro era cómo hacer la paz sin desprestigiar el aparato de Estado de manera irreparable. Debemos, en esto, no olvidar que en Alemania, la burguesía llegó al poder y el país se unificó no gracias a una revolución desde abajo sino gracias a los militares, y, sobre todo, del ejército real prusiano. ¿Cómo poner fin a la guerra sin poner en entredicho a ese pilar, a ese símbolo de la fuerza y la unidad nacionales?
15 de septiembre de 1918: las potencias aliadas rompen el frente austrohúngaro en los Balcanes.
27 septiembre: Bulgaria, importante aliada de Berlín, capitula.
29 de septiembre: el comandante en jefe del ejército alemán, Erich Ludendorff, informa al alto mando que la guerra está perdida, que sólo es cosa de días, de horas incluso, antes de que se desmorone todo el frente.
En realidad, la descripción que hizo Ludendorff de la situación inmediata era más bien exagerada. No se sabe si le entró pánico y describió la realidad más negra todavía de lo que era para que los dirigentes del país aceptaran sus propuestas. Sea como sea, se adoptaron sus propuestas: capitulación e instauración de un gobierno parlamentario.
De ese modo, Ludendorff quería evitar una derrota total de Alemania y hacer que amainaran los vientos de la revolución. Pero también buscaba otro objetivo: quería que la capitulación fuera cosa de un gobierno civil, de modo que los militares pudieran seguir negando la derrota públicamente. Preparaba así el terreno para la Dolchstosslegende, "la leyenda de la puñalada por la espalda", según la cual el ejército alemán victorioso habría sido vencido por los traidores del interior. Pero este enemigo, el proletariado, no podía, evidentemente, ser llamado por su nombre, pues así se habría ensanchado el enorme y creciente abismo que separaba burguesía y clase obrera. Por esa razón, había que encontrar un chivo expiatorio al que echar todas las culpas por haber "engañado" a los obreros. La historia de la civilización occidental desde hace dos mil años había puesto en bandeja a la víctima más idónea para desempeñar el papel de chivo expiatorio: los judíos. Y así fue como el antisemitismo, cuya influencia había vuelto a aumentar, sobre todo en el imperio Ruso, durante los años anteriores a la guerra, volvió al centro de la política europea. El camino que lleva a Auschwitz se emprendió entonces.
1º de octubre de 1918: Ludendorff y Hindenburg proponen la paz inmediata a la "Entente". En ese mismo momento, una conferencia de grupos revolucionarios más intransigentes, la Spartakusbund y la Izquierda de Bremen, llaman a la agitación entre los soldados y a la formación de consejos obreros. En el mismo momento también, cientos de miles de desertores huyen del frente. Y, como lo escribiría más tarde el revolucionario Paul Frölich (en su biografía de Rosa Luxemburg), el cambio de actitud de las masas se leía en sus ojos.
En el campo de la burguesía, la voluntad de terminar la guerra se retrasaba por dos nuevos factores. Por un lado, ninguno de los despiadados dirigentes del Estado alemán que no habían tenido la menor vacilación en enviar a sus "súbditos" por millones de una muerte segura y absurda tenía ahora el valor de informar al Káiser Guillermo IIº que tenía que renunciar al trono. Por otra parte, el otro campo imperialista seguía buscando razones para retrasar el armisticio, pues no estaba convencido de que una revolución fuera probable en lo inmediato, ni de que pudiera significar un peligro para su propia dominación. La burguesía perdía tiempo.
Todo eso no le impidió, sin embargo, preparar la represión sangrienta de las fuerzas revolucionarias. Había escogido, en particular, las partes del ejército que, de vuelta del frente, deberían ocupar las ciudades principales. En el campo del proletariado, los revolucionarios preparaban con cada día mayor intensidad el levantamiento armado para acabar con la guerra. Los Obleute en Berlín fijaron para 4 de noviembre, después para el 11, el día de la insurrección.
Pero, mientras tanto, los acontecimientos dieron un giro que ni la burguesía ni el proletariado se esperaban y que iba a tener una influencia determinante en el curso de la revolución.
Para cumplir con las condiciones del armisticio impuestas por el campo militar adverso, el gobierno de Berlín puso fin, el 20 de octubre, a toda operación militar naval, especialmente a la guerra submarina. Una semana más tarde, declaraba el alto el fuego sin condiciones.
Ante ese "principio del fin", los oficiales de la flota de la costa norte de Alemania perdieron el juicio. O más bien les entró la "locura" de su rancia casta militar - y su defensa del "honor", sus tradiciones del duelo... - la locura de la guerra imperialista moderna hizo surgir la suya propia. A espaldas de su propio gobierno, decidieron lanzar la armada a la gran batalla naval contra la flota británica a la que habían estado esperando vanamente durante toda la guerra. Preferían morir con honor antes que capitular sin lucha. Y se creían que los marinos y la tripulación - 80 000 personas en total - estaban listos para seguirles bajo su mando ([6]).
Pero no fue así, ni mucho menos. Las tripulaciones se amotinaron contra el motín de sus jefes. O, al menos, bastantes de ellas. Durante unos momentos dramáticos, los navíos cuya tripulación había tomado el control y aquellos en donde eso no había ocurrido (todavía) se apuntaron mutuamente sus cañones. Las tripulaciones amotinadas capitularon entonces, sin duda para evitar disparar contra sus hermanos de clase.
Pero no fue todavía eso lo que desencadenó la revolución en Alemania. Lo decisivo fue que las tripulaciones arrestadas fueron llevadas presas a Kiel donde se les iba sin duda a condenar a muerte como traidores. Los marineros que no habían tenido valor para unirse a la primera rebelión en alta mar, ahora expresaban sin miedo su solidaridad con esas tripulaciones. Y, sobre todo, la clase obrera entera de Kiel salió de las fábricas, movilizándose en las calles en solidaridad, confraternizando con los marineros. El socialdemócrata Noske, enviado para aplastar sin piedad el levantamiento, llegó a Kiel el 4 de noviembre, encontrándose con la ciudad en manos de obreros, marineros y soldados armados. Además, ya habían salido de Kiel unas delegaciones masivas en todas direcciones para animar a la población a hacer la revolución, a sabiendas de que se había franqueado una línea sin posible retorno: o victoria o muerte segura. Noske quedó totalmente desconcertado tanto por la rapidez de los acontecimientos como por el hecho de que los rebeldes de Kiel lo acogieron como un héroe ([7]).
Bajo los golpes de ariete de esos acontecimientos, el poderoso aparato militar alemán acabó desmoronándose por completo. Las divisiones que volvían de Bélgica y que el gobierno pensaba utilizar para "restablecer el orden" en Colonia, desertaron. La noche del 8 de noviembre, todas las miradas convergían hacia Berlín, sede del gobierno, donde estaban concentradas las principales fuerzas armadas contrarrevolucionarias. Circulaba el rumor de que la batalla decisiva iba a verificarse al día siguiente en la capital.
Richard Müller, dirigente de los Obleute en Berlín, referiría más tarde:
"El 8 de noviembre, yo estaba en Hallisches Tor ([8]). En filas interminables avanzaban hacia el centro ciudad columnas de infantería fuertemente armadas, ametralladoras y artillería ligera. Los hombres parecían unos golfantes. Tipos de esta calaña ya habían servido, con "éxito", para aplastar a los obreros y campesinos en Rusia y Finlandia. No cabía la menor duda de que iban a ser utilizados en Berlín para ahogar en sangre la revolución" (obra citada).
Müller cuenta después que el Partido socialista (SPD) mandaba mensajes a todos sus funcionarios, pidiéndoles que se opusieran por todos los medios al estallido de la revolución. Y prosigue:
"Yo he estado a la cabeza del movimiento revolucionario desde que estalló la guerra. Nunca, incluso ante los peores contratiempos, he dudado de la victoria del proletariado. Pero ahora que se acerca la hora decisiva, me asalta un sentimiento de aprehensión, una gran inquietud por mis camaradas de clase, por el proletariado. Yo mismo, ante la grandeza del momento, me encontraba vergonzosamente pequeño y débil" (ídem).
Se dice a menudo que el proletariado alemán, modelado por valores culturales tradicionales de obediencia y sumisión que, por razones históricas, le habrían inculcado las clases dominantes de ese país durante varios siglos, era incapaz de hacer una revolución.
El 9 de noviembre de 1918 demostró lo contrario. Por la mañana de ese día, cientos de miles de manifestantes procedentes de los grandes arrabales obreros que rodean los barrios gubernamentales y de negocios por tres costados de la capital, caminaban hacia el centro de Berlín. Habían organizado los itinerarios para pasar delante de los cuarteles principales para ganarse a los soldados a su causa, y ante las cárceles principales para liberar a sus camaradas. Estaban equipados de fusiles y granadas. Y estaban dispuestos a morir por la revolución. La organización se había ido haciendo sobre la marcha, de manera espontánea.
Aquel día sólo murieron 15 personas. La revolución de noviembre de 1918 en Alemania fue tan poco cruenta como la de Octubre 1917 en Rusia. Pero nadie lo sabía de antemano ni podía suponerlo. El proletariado de Berlín mostró ese día una gran valentía y una determinación inquebrantable.
A mediodía, los dirigentes del SPD, Ebert y Scheidemann, estaban comiendo en el Reichstag, sede del Parlamento. Friedrich Ebert estaba de lo más orgulloso, pues acababan de llamarle representantes de los ricos y la nobleza para formar un gobierno que salvara el capitalismo. Al oír ruido fuera, Ebert, continuó solo su almuerzo sin hacer caso de la muchedumbre; Scheidemann, acompañado de funcionarios alarmados ante la posibilidad de que el edificio fuera tomado por asalto, salió al balcón para ver lo que estaba pasando. Lo que vio fue algo así como un millón de manifestantes en el césped entre el Reichstag y la Puerta de Brandeburgo. La muchedumbre se calló al ver a Scheidemann asomado al balcón, suponiendo que iba a echar un discurso. Obligado a improvisar, proclamó "la República alemana libre". Cuando volvió a contarle a Ebert lo que había hecho, este se puso furioso pues su intención era no sólo salvar el capitalismo sino incluso la monarquía ([9]).
Más o menos en el mismo momento, Karl Liebknecht, que se encontraba en el balcón de un palacio de esa misma monarquía, proclamaba la república socialista y llamaba a la clase obrera de todos los países a la revolución mundial. Unas horas más tarde, los Obleute revolucionarios ocupaban una de las principales salas de reunión del Reichstag. Allí se formuló el llamamiento a que se organizaran asambleas generales masivas al día siguiente para elegir a los delegados y formar consejos revolucionarios de obreros y de soldados.
La guerra había terminado, la monarquía derrocada, pero el imperio de la burguesía distaba mucho de haber terminado.
Al principio de este artículo, recordábamos los retos de la historia tal como los había expuesto Rosa Luxemburg, resumidos en esta pregunta: ¿qué clase podrá poner fin a la guerra? Recordemos los tres guiones posibles para que se terminara la guerra: por la acción del proletariado, por decisión de la burguesía o por el agotamiento mutuo entre los beligerantes. Los acontecimientos demostraron claramente que, en fin de cuentas, fue el proletariado el que desempeñó el papel principal para poner fin a "la Gran Guerra". Ese hecho ilustra la fuerza potencial que posee el proletariado revolucionario. Y explica por qué la burguesía, todavía hoy, lo hace todo para que quede en el olvido y el silencio la revolución de noviembre de 1918.
Pero no es esa toda la historia. En cierto modo, los acontecimientos de noviembre combinaron los tres guiones planteados por Rosa Luxemburg. Esos acontecimientos fueron también, en alguna medida, el resultado de la derrota militar de Alemania. A principios de noviembre del 18, ese país estaba sin lugar a dudas en vísperas de una derrota militar total. Irónicamente sólo el levantamiento proletario evitó a la burguesía alemana la fatalidad de una ocupación militar, al obligar a sus enemigos imperialistas a terminar la guerra e impedir así la extensión de la revolución. Noviembre de 1918 reveló también los elementos de la "ruina mutua" y el agotamiento, sobre todo en Alemania, pero también en Francia y Gran Bretaña. De hecho, fue la intervención de Estados Unidos al lado de los aliados occidentales a partir de 1917 lo que hizo inclinar la balanza a favor de éstos y permitió salir del callejón mortal en que se habían encerrado las potencias europeas.
Si mencionamos el papel de esos otros factores no es, ni mucho menos, para minimizar el del proletariado. Importa, sin embargo, tenerlos en cuenta pues ayudan a comprender la naturaleza de los acontecimientos. La revolución de noviembre obtuvo una victoria como una fuerza contra la cual ninguna verdadera resistencia es posible. Pero también se obtuvo porque el imperialismo alemán ya había perdido la guerra, porque su ejército estaba en plena descomposición y porque no sólo la clase obrera, sino amplios sectores de la pequeña burguesía e incluso de la burguesía querían ahora la paz.
Tras su gran triunfo, la población de Berlín eligió consejos obreros y de soldados. Estos, a su vez, nombraron, al mismo tiempo que su propia organización, lo que se consideraba como una especie de gobierno provisional socialista, formado por el SPD y el USPD, bajo la dirección de Friedrich Ebert. Ese mismo día, Ebert firmaba un acuerdo secreto con el nuevo mando militar para aplastar la revolución.
En el próximo artículo examinaremos las fuerzas de la vanguardia revolucionaria en el contexto del inicio de la guerra civil y en vísperas de acontecimientos decisivos para la revolución mundial.
Steinklopfer
[1]) Richard Müller, Vom Kaiserreich Zur Republik ("Del Imperio a la República"), primera parte de su trilogía sobre la revolución alemana.
[2]) Rosa Luxemburg, "Liebknecht", Spartakusbriefe n° 1, septiembre de 1916.
[3]) El tratado de de Brest-Litovsk se firmó el 3 de marzo de 1918 entre Alemania, sus aliados y la recién creada República de los Sóviets. Las negociaciones duraron 3 meses. Leer sobre este acontecimiento nuestro artículo "La Izquierda comunista en Rusia: 1918 - 1930 (1ª parte)" en Revista internacional n° 8.
[4]) Spartakusbriefe n° 8, enero de 1918, "Die geschichtliche Verantwortung" (La responsabilidad historica).
[5]) Spartakusbriefe n° 11, septiembre 1918, "Die russische Tragödie" ("La tragedia rusa").
[6]) Las acciones de kamikaze de la aviación japonesa durante la Segunda Guerra mundial y los atentados suicidas de los fundamentalistas islámicos tienen precursores europeos.
[7]) Ver el análisis de esos acontecimientos del historiador alemán Sebastian Haffner en 1918/19, Eine deutsche Revolución (1918/19, une revolución alemana).
[8]) "Puerta de Halle", estación del metro aéreo de Berlín, al sur del centro ciudad.
[9]) Hay anécdotas de ese estilo, procedentes del interior de la contrarrevolución, en las memorias de los dirigentes de la Socialdemocracia. Philipp Scheidemann: Memoiren eines Sozialdemokraten ("Memorias de un socialdemócrata"), 1928 - Gustav Noske : Von Kiel bis Kapp - Zur Geschichte der deutschen Revolution "De Kiel a Kapp - Sobre la historia de revolución alemana"), 1920.
En la primera parte de esta serie consideramos la sucesión de acontecimientos: guerras mundiales, revoluciones y crisis económicas globales, que han marcado la entrada del capitalismo en su época de declive al principio del siglo xx, y que han planteado al género humano la alternativa: o la implantación de un modo de producción superior, o la barbarie. Sólo una teoría que abarque el conjunto del movimiento de la historia puede servir para comprender los orígenes y las causas de la crisis que confronta la civilización humana. Pero las teorías generales de la historia ya no están en boga entre los historiadores oficiales que, a medida que evoluciona la decadencia del capitalismo, son cada vez más incapaces de ofrecer una visión global, una explicación convincente de los orígenes de la espiral de catástrofes que ha marcado este periodo. Las grandes visiones históricas se descartan frecuentemente como un asunto de los filósofos alemanes idealistas del siglo xix como Hegel, o de los exageradamente optimistas liberales ingleses que, en la misma época, desarrollaron la idea de la Historia como un continuo progreso desde la oscuridad y la tiranía hasta la maravillosa libertad que, según ellos, disfrutaban los ciudadanos del Estado constitucional moderno (lo que se ha dado en llamar teoría "Whig" de la historia).
Pero esta incapacidad para considerar el movimiento histórico globalmente es característica de una clase que ya no impulsa el progreso histórico y cuyo sistema social no puede ofrecer ningún futuro a la humanidad. La burguesía podía mirar atrás y también hacia delante, a gran escala, cuando estaba convencida de que su modo de producción representaba un avance fundamental para la humanidad en comparación con las formas sociales anteriores, y cuando podía mirar el futuro con la confianza creciente de una clase ascendente. Los horrores de la primera mitad del siglo xx asestaron un golpe mortal a esa confianza. Nombres de lugares simbólicos, como el Somme y Passchendale, donde más de un millón de soldados de reemplazo fueron sacrificados en la carnicería de la Primera Guerra mundial, o Auschwitz e Hiroshima, sinónimos del asesinato masivo de civiles por el Estado; o fechas igualmente simbólicas, como 1914, 1929 y 1939, no sólo pusieron en cuestión todos los anteriores supuestos sobre el progreso moral, sino que también sugerían de manera alarmante, que el orden presente entonces y aún hoy día de la sociedad, podría no ser tan eterno como había parecido durante un tiempo. En suma, confrontada a la perspectiva de la desaparición del modo social que le dio carta de nacimiento - sea a través del colapso en la anarquía o, lo que para la burguesía viene a ser lo mismo, a través de su destrucción por la clase obrera revolucionaria - la historiografía burguesa prefiere ponerse anteojeras, perdiéndose en el estrecho empirismo de los cortos plazos y los acontecimientos locales, o desarrollar teorías como el relativismo y el posmodernismo, que rechazan cualquier noción de desarrollo progresivo de una época a otra, así como cualquier tentativa de descubrir un patrón de desarrollo en la historia humana. Además, la promoción de una "cultura popular y de famosos" acompaña y acomoda a diario esa represión de la conciencia histórica, ligada a las necesidades desesperadas del mercado: cualquier cosa de valor tiene que ser actual y nueva, surgiendo de la nada y llevando a ninguna parte.
Dada la estrechez de mente de la mayor parte de los "expertos oficiales", no es de extrañar que muchos de los que aún persiguen la búsqueda de un patrón de desarrollo global de la historia sean seducidos por los charlatanes de la religión y el ocultismo. El nazismo fue una de las primeras manifestaciones de esa tendencia -formando su ideología de un revoltijo farragoso de teosofía ocultista, pseudodarwinismo y teoría racista conspirativa, que ofrecía una solución "cajón de sastre" a todos los problemas del mundo, desanimando con gran efectividad la necesidad de pensar en nada más. El fundamentalismo cristiano y el islamista, o las numerosas teorías conspirativas respecto a la manipulación de la historia por los servicios secretos juegan hoy el mismo papel. La razón oficial burguesa, no sólo fracasa cuando trata de ofrecer respuestas a los problemas de la esfera social, sino que de hecho renuncia ampliamente siquiera a plantearse preguntas, dejando el campo libre a la sinrazón para inventarse sus propias soluciones mitológicas.
La intelectualidad dominante es, hasta cierto punto, consciente de esto. Está dispuesta a reconocer que ha sufrido realmente una pérdida de su antigua confianza en sí misma. Más que pregonar en positivo las alabanzas del capitalismo liberal como el mejor logro del espíritu humano, ahora tiende a retratarlo como lo menos malo; defectuoso, cierto, pero ampliamente preferible a todas las formas de fanatismo que parecen alinearse en su contra. Y en el campo de los fanáticos, no sólo pone al fascismo o al terrorismo islámico, sino también al marxismo, refutado ahora definitivamente como una forma de mesianismo utópico. ¿Cuántas veces no nos habrán dicho, habitualmente pensadores de tercera fila que se dan aires de estar diciendo algo nuevo, que la visión marxista de la historia es meramente una inversión del mito judeocristiano de la historia como un desarrollo hacia la salvación? El comunismo primitivo sería el Jardín del Edén y el comunismo futuro el paraíso por venir; el proletariado sería el Pueblo elegido, o el Mesías sufriente y los comunistas los profetas. Pero también nos dicen que esas proyecciones religiosas no son en absoluto inocuas: la realidad de los "gobiernos marxistas" habría mostrado en qué acaban todos esos intentos de implantar el paraíso en la tierra, en la tiranía y los campos de trabajo; que sería un proyecto insensato tratar de moldear el género humano que es imperfecto, según su visión de la perfección.
Y en efecto, para apoyar este análisis, está lo que nos presentan como la trayectoria del marxismo en el siglo xx: ¿Quién puede negar que la GPU estalinista recuerda a la Santa Inquisición? ¿O que Lenin, Stalin, Mao y otros grandes líderes fueron convertidos en nuevos dioses? Pero esa representación está profundamente alterada y por eso es defectuosa. Se basa en la mayor mentira del siglo: que estalinismo es igual a comunismo; cuando de hecho es su negación total. Lo que el estalinismo es realmente, es una forma de la contrarrevolución capitalista, como sostienen todos los marxistas genuinamente revolucionarios, de modo que el argumento de que la teoría marxista de la historia tiene que llevar inevitablemente al Gulag, tiene que cuestionarse.
Y también podemos responder, como Engels en sus escritos sobre los comienzos del cristianismo, que no hay nada extraño en las similitudes entre las ideas del movimiento obrero moderno y las prédicas de los profetas bíblicos o los primeros cristianos, porque estas últimas también representaban los esfuerzos de las clases explotadas y oprimidas y sus esperanzas de un mundo basado en la solidaridad humana y no en la dominación de clase. Debido a las limitaciones impuestas por el sistema social en que surgieron, aquellos comunistas precoces no podían ir más allá de una visión mítica o religiosa de la sociedad sin clases. Ese ya no es el caso hoy día, puesto que la evolución histórica ha hecho de la sociedad comunista, tanto una posibilidad racional cuanto una necesidad urgente. Así que, más que ver el comunismo moderno a la luz de los viejos mitos, podemos entender los viejos mitos a la luz del comunismo moderno.
Para nosotros el marxismo, el materialismo histórico, no es otra cosa que la visión teórica de una clase que, por primera vez en la historia, es al mismo tiempo una clase explotada y revolucionaria, una clase portadora de un orden social nuevo y superior. Su esfuerzo, que es realmente una necesidad para ella, por examinar el modelo del pasado y las perspectivas para el futuro, puede verse así liberado de los prejuicios de una clase dominante, que en última instancia siempre se ve impulsada a negar y ocultar la realidad en interés de su sistema de explotación. La teoría marxista también está basada en el método científico, a diferencia de los esbozos poéticos de las clases explotadas anteriores. Puede que no sea una ciencia exacta clasificable en la misma categoría que muchas ciencias naturales, ya que no puede constreñir la humanidad y su infinitamente compleja historia, en una serie de experimentos de laboratorio reproducibles - pero entonces la teoría de la evolución también está sujeta a limitaciones similares. La cuestión es que sólo el marxismo es capaz de aplicar el método científico al estudio del orden social existente y los que le precedieron, empleando rigurosamente la mejor erudición que puede ofrecer la clase dominante y al mismo tiempo yendo más allá, planteando una síntesis superior.
En 1859, mientras estaba profundamente implicado en el trabajo que daría origen a el Capital, Marx escribió un breve texto que plantea un resumen magistral de todo su método histórico. Fue en el Prefacio a una obra llamada Contribución a la Crítica de la economía política, una obra que fue ampliamente sustituida, o al menos eclipsada, por la aparición de el Capital. Después de ofrecernos un informe resumido del desarrollo de su pensamiento desde sus primeros estudios de derecho hasta su preocupación en ese momento por la economía política, Marx llega al cogollo del asunto - los "principios-guía de mis estudios". Aquí se resume con magistral precisión y claridad la teoría marxista de la historia. Por eso tenemos la intención de examinar ese pasaje lo más de cerca posible, para establecer las bases de una verdadera comprensión de la época que vivimos.
Hemos incluido completo el pasaje más crucial de este texto como un apéndice a este artículo, pero a partir de ahora queremos tratar en detalle cada una de sus partes.
"Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir. Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa, crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana" (Carlos Marx, Contribución a la Crítica de la economía política, 1978, Madrid, pag. 43-44).
"... en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general" (Idem, pag. 42-43).
Frecuentemente el marxismo es caricaturizado por sus críticos, habitualmente burgueses o seudo radicales, como una teoría mecanicista, "objetivista", que busca reducir la complejidad del proceso histórico a una serie de leyes de bronce sobre las que los sujetos humanos no tienen ningún control y que los arrastran como apisonadora a un resultado final fatídicamente determinado. Cuando no se nos dice que es otra forma de religión, o se nos cuenta que el pensamiento marxista es un producto típico de la adoración acrítica del siglo xix por la ciencia y sus ilusiones de progreso, que buscaría aplicar las leyes predecibles y verificables del mundo natural - física, química, biología - a los modelos fundamentalmente impredecibles de la vida social. Marx es entonces estigmatizado como autor de una teoría de la evolución inevitable y lineal de un modo de producción a otro, que lleva inexorablemente de la sociedad primitiva al comunismo, pasando por el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo. Y todo el conjunto de este proceso resulta aún más predeterminado porque está supuestamente causado por un desarrollo puramente técnico de las fuerzas productivas.
Es cierto que en el seno de movimiento obrero se han producido deslices subsidiarios de esa visión. Por ejemplo, durante el periodo de la IIª Internacional, cuando había una tendencia creciente a que los partidos obreros se "institucionalizaran", había un proceso equivalente a nivel teórico, una vulnerabilidad a las concepciones dominantes del progreso y una cierta tendencia a contemplar la "ciencia" como algo en sí mismo, apartado de las relaciones de clase reales en la sociedad. La idea de Kautsky del socialismo científico como una invención de los intelectuales que después tenía que ser inyectada a la masa proletaria era una expresión de esta tendencia. Como así fue el caso también, aún más si cabe, durante el siglo xx, con gran parte de lo que había sido en algún momento marxismo y se convertía en abierta apología del orden capitalista; las visiones mecanicistas del progreso histórico eran desde ese momento oficialmente codificadas. No hay demostración más clara de esto que el manual de "marxismo-leninismo" de Stalin, Breve curso de historia del PCUS, donde la teoría de la primacía de las fuerzas productivas se plantea como la visión materialista de la historia:
"La segunda característica de la producción consiste en que sus cambios y su desarrollo arrancan siempre, como de su punto de partida, de los cambios y del desarrollo de las fuerzas productivas, y, ante todo, de los que afectan a los instrumentos de producción. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el elemento más dinámico y más revolucionario de la producción. Al principio, cambian, se desarrollan las fuerzas productivas de la sociedad, y luego, con sujeción a estos cambios y congruentemente con ellos, cambian las relaciones de producción entre los hombres, sus relaciones económicas" (https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/pcr-b/cap4.htm [350]).
Esta concepción de la primacía de las fuerzas productivas coincidía muy netamente con el proyecto fundamental del estalinismo: "desarrollar las fuerzas productivas" de la URSS a expensas del proletariado y con intención de convertir a Rusia en una gran potencia mundial. Era completamente conforme a los intereses del estalinismo presentar el apilamiento de grandes plantas industriales que tuvo lugar durante los años 30, como pasos hacia el comunismo, y tratar de impedir cualquier cuestionamiento relativo a las relaciones sociales subyacentes tras ete "desarrollo" -la feroz explotación de la clase de trabajadores asalariados, en otras palabras, la extracción de plusvalía con vistas a la acumulación de capital.
Para Marx, todo ese planteamiento se rechaza en las primeras líneas del Manifiesto comunista, que presenta la lucha de clases como la fuerza dinámica de la evolución histórica, en otras palabras, la lucha entre diferentes clases sociales ("Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales") por la apropiación del plustrabajo. También se niega igual de claramente en las primeras líneas de nuestra cita del Prefacio: "... en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad...". Son seres humanos de carne y hueso los que "entran en relaciones determinadas", los que hacen la historia, y no "fuerzas productivas", no máquinas, aunque haya necesariamente una estrecha conexión entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas que les "corresponden". Como Marx plantea en otro famoso pasaje de el 18 Brumario de Luís Bonaparte:
"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado" (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [351]).
Nótese atentamente: en condiciones que ellos no han elegido; los hombres entran en relaciones determinadas "independientes de su voluntad". Hasta ahora, al menos. En las condiciones que han predominado en todas las formas de sociedad existentes hasta hoy, las relaciones que los seres humanos han entablado entre sí no han estado claras para ellos, han aparecido más o menos nubladas por las representaciones mitológicas e ideológicas; por eso mismo, con la llegada de la sociedad de clases, las formas de riqueza que los hombres engendran a través de esas relaciones, tienden a írseles de las manos, a convertirse en una fuerza extraña superior. Según esta visión, los seres humanos no son productos pasivos de su entorno, o de las herramientas que producen para satisfacer sus necesidades, pero, al mismo tiempo, no dominan todavía sus propias fuerzas sociales ni son dueños de los productos de su propio trabajo.
"No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia... Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época del trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción" (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía Política, op. cit., pág. 43).
En suma, los hombres hacen su propia historia, pero no aún en plena conciencia de lo que están haciendo. De ahí que, al estudiar un cambio histórico, no podemos contentarnos con estudiar las ideas y creencias de una época, o con examinar las modificaciones en los sistemas de gobierno o de legislación; para captar cómo evolucionan esas ideas y sistemas, es necesario ir a los conflictos sociales fundamentales que yacen tras ellos.
Una vez más hay que decir que este planteamiento de la historia no descarta el papel activo de la conciencia, de los ideales y de las formaciones políticas y legales, su impacto real en las relaciones sociales y el desarrollo de las fuerzas productivas. Por ejemplo, la ideología de las clases esclavistas de la Antigüedad consideraba completamente despreciable el trabajo, y esta actitud jugó un papel directo impidiendo que los avances científicos considerables que llevaron a cabo los filósofos griegos repercutieran en el desarrollo práctico de la ciencia, en la invención y verdadera puesta en funcionamiento de herramientas y técnicas que hubieran aumentado la productividad del trabajo. Pero la realidad subyacente tras esta barrera era el propio modo de producción esclavista: la existencia del esclavismo como base de la creación de riqueza en la sociedad clásica era la fuente del desprecio por el trabajo de los esclavistas y el hecho de que, para ellos, aumentar el plustrabajo, pasaba necesariamente por aumentar el número de esclavos.
En escritos posteriores, Marx y Engels tuvieron que defender su planteamiento teórico, tanto de los abiertamente críticos con él, como de los seguidores equivocados, que interpretaban la posición de que "el ser social determina la conciencia social", de la forma más vulgar posible, por ejemplo pretendiendo que significaba que todos los miembros de la burguesía estarían fatalmente determinados a pensar igual debido a su posición económica en la sociedad; o de forma aún más absurda, que todos los miembros del proletariado están obligados a tener una clara conciencia de sus intereses de clase porque están sometidos a la explotación. Esas actitudes reduccionistas fueron precisamente las que llevaron a Marx a decir "Yo no soy marxista". Hay numerosas razones que hacen que, de entre la clase obrera tal cual existe en la "normalidad" del capitalismo, sólo una minoría reconoce su verdadera situación de clase: no sólo diferencias en la historia individual y la psicología, sino fundamentalmente, el papel activo que juega la ideología dominante impidiendo que los dominados puedan comprender sus propios intereses de clase -una ideología dominante cuyas connotaciones y efectos van más allá de la propaganda inmediata de la clase dominante, puesto que está profundamente arraigada en las mentes de los explotados, "La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos" (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [351]), como escribió Marx a continuación del pasaje de el 18 Brumario que hemos citado antes sobre que los hombres hacen su propia historia en condiciones que no eligen.
De hecho, la comparación de Marx entre la ideología de una época y lo que un individuo piensa de sí mismo, lejos de expresar una visión reduccionista de Marx, muestra realmente una profundidad psicológica: sería un mal psicoanalista quien no prestara ningún interés a lo que un paciente cuenta sobre sus sentimientos y convicciones, pero sería igualmente mediocre si se detuviera en la conciencia que el paciente tiene de sí mismo, ignorando la complejidad de los elementos ocultos e inconscientes de su perfil psicológico. Lo mismo vale para la historia de las ideas o la historia "política", que puede decirnos mucho sobre lo que estaba ocurriendo en una época determinada, pero que sólo nos da un reflejo distorsionado de la realidad. De ahí el rechazo de Marx ante todos los planteamientos históricos que se quedaban en la superficie aparente de los acontecimientos:
"Toda la concepción histórica, hasta ahora, ha hecho caso omiso de esta base real de la historia, o la ha considerado simplemente como algo accesorio, que nada tiene que ver con el desarrollo histórico. Esto hace que la historia debe escribirse siempre con arreglo a una pauta situada fuera de ella; la producción real de la vida se revela como algo protohistórico, mientras que la historicidad se manifiesta como algo separado de la vida usual, como algo extra y supraterrenal. De este modo, se excluye de la historia el comportamiento de los hombres hacia la naturaleza, lo que engendra la antítesis de naturaleza e historia. Por eso, esta concepción sólo acierta a ver en la historia las acciones políticas de los caudillos y del Estado, las luchas religiosas y las luchas teóricas en general, y se ve obligada a compartir, especialmente, en cada época histórica, las ilusiones de esta época. Por ejemplo, una época se imagina que se mueve por motivos puramente "políticos" o "religiosos", a pesar de que la "religión" o la "política" son simplemente las formas de sus motivos reales: pues bien, el historiador de la época de que se trata, acepta sin más tales opiniones. Lo que estos determinados hombres se "figuraron", se "imaginaron" acerca de su práctica real se convierte en la única potencia determinante y activa que dominaba y determinaba la práctica de estos hombres. Y así, cuando la forma tosca con que se presenta la división del trabajo entre los hindúes y los egipcios provoca en estos pueblos el régimen de castas propio de su Estado y de su religión, el historiador cree que el régimen de castas fue la potencia que engendró aquella tosca forma social" (la Ideología alemana, Barcelona 1970, pag. 41-42).
Volvamos ahora al pasaje del Prefacio que más claramente contribuye a comprender la presente fase histórica en la vida del capitalismo:
"Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es mas que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social" (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, op. cit., pag. 43).
Aquí Marx muestra una vez más, que el elemento activo en el proceso histórico son las relaciones que los hombres empiezan a establecer entre sí para producir las necesidades de la vida. Revisando el movimiento de una forma social a otra, se hace evidente que hay una dialéctica constante entre los periodos en que esas relaciones dan lugar a un verdadero desarrollo de las fuerzas productivas y los periodos en que esas mismas relaciones se convierten en una traba para su desarrollo ulterior. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels mostraron que las relaciones capitalistas de producción, surgiendo de la sociedad feudal decadente, actuaron como una fuerza profundamente revolucionaria, barriendo todas las formas obsoletas de la vida social y económica que se levantaron en su camino. La necesidad de competir y producir lo más barato posible, obligó a la burguesía a revolucionar constantemente las fuerzas productivas; la necesidad incesante de encontrar nuevos mercados para sus mercancías la obligó a invadir todo el globo y a crear un mundo a su imagen y semejanza.
En 1848, las relaciones sociales capitalistas eran claramente una "forma de desarrollo" y sólo se habían implantado firmemente en uno o dos países. Sin embargo, la violencia de las crisis económicas del primer cuarto del siglo XIX condujeron inicialmente a los autores del Manifiesto a concluir que el capitalismo ya se había convertido en una traba al desarrollo de las fuerzas productivas, poniendo la revolución comunista (o al menos una transición rápida de la revolución burguesa a la revolución proletaria) al orden del día.
"En las crisis comerciales se destruye regularmente gran parte no sólo de los productos engendrados, sino de las fuerzas productivas ya creadas. En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han tornado demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben; y en cuanto superan esta inhibición, ponen en desorden toda la sociedad burguesa, ponen en peligro la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas se han tornado demasiado estrechas como para abarcar la riqueza por ellas engendrada" (Marx/Engels, el Manifiesto comunista, cap. "Burgueses y proletarios", Barcelona, 1998, pp. 46-47).
Con la derrota de las revoluciones de 1848 y la enorme expansión del capitalismo mundial que se produjo en el periodo siguiente, tuvieron que revisar ese planteamiento, a pesar de que sea comprensible que estuvieran impacientes por la llegada de una era de revolución social, del día del juicio al arrogante orden del capital mundial. Pero lo importante de su planteamiento es el método básico: el reconocimiento de que un orden social no podía ser erradicado hasta que no hubiera entrado definitivamente en conflicto con el desarrollo de las fuerzas productivas, precipitando toda la sociedad en una crisis, no coyuntural ni de juventud, sino enteramente en una "era" de crisis, de convulsión, de revolución social; dicho de otra forma, en una crisis de decadencia.
En 1858 Marx volvía de nuevo sobre esta cuestión:
"La verdadera tarea de la sociedad burguesa es la creación del mercado mundial, al menos en esbozo, y la de la producción basada en ese mercado. Puesto que el mundo es redondo, la colonización de California y Australia y el desarrollo de China y Japón parecen haber completado ese proceso. Lo difícil para nosotros es esto: en el continente, la revolución es inminente y asumirá de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso" (Correspondencia de Marx a Engels, Manchester, 8 de octubre de 1858).
Lo interesante de este pasaje es precisamente la cuestión que plantea: ¿Cuáles son los criterios históricos para determinar el tránsito a una época de revolución social en el capitalismo? ¿Puede haber una revolución social mientras el capitalismo es aún un sistema globalmente en expansión? Marx se precipitó al pensar que la revolución era inminente en Europa. De hecho, en una carta a Vera Zasulich sobre el problema de Rusia, escrita en 1881, parece que modificó de nuevo su posición: "El sistema capitalista ha pasado ya la flor de la vida en Occidente, aproximándose al momento en que no será mas que un sistema social regresivo" (citado en Shanin, Late Marx and the Russian Road, RKP, pag. 103, traducido por nosotros). Así, 20 años después de 1858, el sistema estaría sólo "aproximándose" a su periodo "regresivo", incluso en los países avanzados. Esto expresa las dificultades que confrontaba Marx debido a la situación histórica en la que vivía. Como se demostró después, el capitalismo aún tenía ante sí una última fase de verdadero desarrollo global, la fase del imperialismo, que abocaría en un periodo de convulsiones a escala mundial, indicando que todo el sistema, y no sólo una parte de él, se hundía en su crisis de senilidad. Sin embargo la preocupación de Marx en estas cartas muestra hasta qué punto se tomó en serio el problema de basar una perspectiva revolucionaria en la decisión de si el capitalismo había llegado o no a esa época.
"Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir."
En este pasaje, Marx destaca aún más la importancia de basar la perspectiva de la revolución social, no únicamente en la aversión moral que inspira un sistema de explotación, sino en su incapacidad para desarrollar la productividad del trabajo y, en general, la capacidad de los seres humanos parta satisfacer sus necesidades materiales.
El argumento de que una sociedad no desaparece nunca hasta que ha llevado a cabo toda su capacidad de desarrollo se ha empleado para argumentar contra la idea de que el capitalismo haya alcanzado su periodo de decadencia: el capitalismo ha crecido claramente después de 1914, y no podríamos decir que es decadente hasta que cese completamente de crecer. Es cierto que teorías como la de Trotski en los años 30, que afirmaba que las fuerzas productivas habían dejado de crecer, han causado una gran confusión. Teniendo en cuenta que el capitalismo estaba inmerso en ese momento en la mayor depresión que ha conocido hasta ahora, esa visión parecía plausible; aparte de eso, la idea de que la decadencia está marcada por el cese del desarrollo de las fuerzas productivas, e incluso su regresión, se puede aplicar hasta cierto punto a las sociedades de clase anteriores, en las que la crisis era siempre el resultado de la subproducción, de la incapacidad absoluta para producir lo suficiente para abastecer las necesidades básicas de la sociedad (e incluso en esos sistemas, el proceso de "decadencia" no se desarrollaba nunca sin que se produjeran fases de aparente recuperación e incluso de crecimiento vigoroso). Pero el problema fundamental de esta posición es que ignora la realidad esencial del capitalismo, la necesidad de crecimiento, de acumulación, de la reproducción ampliada de valor. Como veremos, en la decadencia del sistema, esa necesidad solo puede resolverse manipulando cada vez más las mismas leyes de la producción capitalista; pero como también veremos, probablemente no se llegará nunca al punto en que la acumulación capitalista sea imposible. Como señaló Rosa Luxemburg en la Anticrítica, ese punto es "una ficción teórica, porque la acumulación de capital no es sólo un proceso económico, sino también político". Además, Marx ya había lanzado la idea de la no identidad entre fase de declive del capitalismo y cese de las fuerzas productivas:
"El desarrollo mayor de estas mismas bases (la flor en que se transforman; pero se trata siempre de esas bases, de esa planta como flor; y por tanto marchitándose después del florecimiento) es el punto en que se ha realizado totalmente, se ha desarrollado en la forma que es compatible con el mayor desarrollo de las fuerzas productivas, y por tanto también con el desarrollo más rico de los individuos. Tan pronto como se llega a este punto, el desarrollo posterior aparece como declive, y el nuevo desarrollo empieza desde nuevas bases" (Gründisse, V:"Diferencia entre el modo de producción capitalista y todos los modos anteriores"; subrayado por nosotros).
El capitalismo ha desarrollado ciertamente suficientes fuerzas productivas para que pueda surgir un modo de producción nuevo y superior. De hecho, desde el momento en que se han desarrollado las condiciones materiales para el comunismo, el sistema ha entrado en declive. Al crear una economía mundial -fundamental para el comunismo- el capitalismo también alcanzaba los límites de su desarrollo saludable. La decadencia del capitalismo no tiene que identificarse con un cese completo de la producción, sino con una serie creciente de catástrofes y convulsiones que demuestran la absoluta necesidad de su derrocamiento.
El punto principal en que insiste Marx aquí es la necesidad de un periodo de decadencia. Los hombres no hacen la revolución por puro placer, sino porque están obligados por necesidad, por los sufrimientos intolerables que acarrea la crisis de un sistema. Por eso mismo, sus ataduras con el statu quo están profundamente arraigadas en su conciencia, y sólo el creciente conflicto entre esa ideología y la realidad material que confrontan, puede llevarlos a levantarse contra el sistema dominante. Esto es cierto sobre todo para la revolución proletaria, que por primera vez requiere una transformación consciente de todos los aspectos de la vida social.
Se acusa a veces a los revolucionarios de defender la idea de "cuanto peor, mejor"; de que cuanto más sufran las masas, más probable es que sean revolucionarias. Pero no hay ninguna relación mecánica entre sufrimiento y conciencia revolucionaria. El sufrimiento contiene una dinámica hacia la reflexión y la revuelta, pero también puede demoler y dejar exhausta la capacidad de llevar a cabo esa revuelta; o incluso conducir a la adopción de formas completamente falsas de rebelión, como muestra el desarrollo actual del fundamentalismo islámico. Un periodo de decadencia es necesario para convencer a la clase obrera de que necesita construir una nueva sociedad, pero, por otra parte, una época de decadencia que se prolongue indefinidamente puede amenazar la posibilidad misma de la revolución, arrastrando al mundo a través de una espiral de desastres que sólo sirven para destruir las fuerzas productivas acumuladas y en particular la más importante de todas ellas, el proletariado. Este es realmente el peligro que plantea la fase final de la decadencia, a la que nos referimos como la descomposición, que según nuestra posición, ya ha comenzado.
Este problema de una sociedad que se pudre sobre sus propios cimientos es particularmente agudo en el capitalismo porque, a diferencia de los modos de producción anteriores, la maduración de las condiciones materiales para una nueva sociedad -el comunismo- no coincide con el desarrollo de nuevas formas económicas dentro del viejo orden social. En la decadencia del esclavismo en Roma, el desarrollo de estados feudales era a menudo obra de miembros de la antigua clase propietaria de esclavos que se habían distanciado del Estado central para evitar la aplastante carga de sus impuestos. En el periodo de la decadencia feudal, la nueva clase burguesa surgió en las ciudades -que siempre habían sido los centros comerciales del viejo sistema- y estableció los fundamentos de una nueva economía basada en la manufactura y el comercio. La emergencia de estas nuevas formas de producción era al mismo tiempo una respuesta a la crisis del viejo orden social y un factor que empujaba cada vez más hacia su disolución.
Con el declive del capitalismo, las fuerzas productivas que ha puesto en marcha entran en un conflicto creciente con las relaciones sociales en las cuales operan. Esto se expresa sobre todo en el contraste entre la enorme capacidad productiva del capitalismo y su incapacidad para absorber todas las mercancías que produce, en suma, en la crisis de sobreproducción. Pero mientras esta crisis hace cada vez más urgente la abolición de las relaciones mercantiles al tiempo que distorsiona progresivamente las leyes de estas mismas relaciones, no conduce sin embargo al surgimiento espontáneo de formas económicas comunistas. A diferencia de las clases revolucionarias anteriores, la clase obrera es una clase desposeída y explotada, y no puede construir su nuevo orden económico en el marco del modo de producción anterior. El comunismo solo puede ser resultado de una lucha cada vez más consciente contra el viejo orden, que lleve al derrocamiento político de la burguesía como precondición para la transformación comunista de la vida económica y social. Si el proletariado es incapaz de alzar su lucha a los niveles necesarios de conciencia y autoorganización, las contradicciones del capitalismo no llevarán a un nuevo orden social superior, sino a "la ruina mutua de las clases en conflicto".
Gerrard
El pasaje completo del Prefacio dice:
"El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de guía para mis estudios, puede formularse brevemente de este modo: en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; Estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia. Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es mas que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económica de la producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época de trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción. Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir. Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina pues la prehistoria de la sociedad humana."
Terminamos aquí la publicación de la serie de artículos sobre los “Problemas del período de transición”, publicados en la revista Bilan entre 1934 y 1937. Este último artículo se publicó en Bilan no 38 (diciembre de 1936/enero de 1937). En él se continua el debate teórico que la Izquierda italiana quería llevar a cabo a toda costa, pues lo consideraba como la clave para sacar las lecciones de la derrota de la Revolución rusa y preparar el terreno para el éxito de la revolución en el futuro. Como lo mencionamos en la introducción del artículo anterior de la serie, el debate fue muy amplio. El artículo que sigue se refiere a la corriente trotskista, a los internacionalistas holandeses y también a los desacuerdos entre Mitchell (miembro de la minoría de la Liga de los comunistas internacionalistas que evolucionó para formar la Fracción belga de la Izquierda comunista) y “los camaradas de Bilan” quienes, según Mitchell, no insistían lo suficiente en el problema de la transformación económica tras la toma del poder por el proletariado.
Sea cual que sea la respuesta a ese problema, el texto de Mitchell plantea una serie de cuestiones importantes sobre la política económica del proletariado; en particular, cómo superar la dominación de la producción sobre el consumo característica de las relaciones sociales capitalistas, y cómo eliminar la ley del valor tan propia de esas relaciones. No trataremos estas cuestiones aquí, pero posteriormente habrá otro artículo que intentará estudiar más profundamente las divergencias entre los Comunistas de izquierda italianos y los holandeses, puesto que este debate sigue siendo, hasta hoy, la base de partida para abordar el problema de cómo podrá la clase obrera suprimir la acumulación capitalista y crear un método de producción que responda a las verdaderas necesidades de la humanidad.
Nos quedan por examinar algunas normas de gestión económicas que condicionan, a nuestro parecer, el vínculo entre el partido y las masas, base del reforzamiento de la dictadura del proletariado.
Es una verdad para cualquier sistema de producción: no puede desarrollarse sino basándose en una reproducción ampliada, o sea en la acumulación de riquezas. Pero un tipo de sociedad se define menos por sus formas y manifestaciones exteriores que por su contenido social, por los mecanismos dominantes en la producción, o sea por las relaciones de clase. En la evolución histórica, ambos procesos, interno y externo, se mueven evidentemente en una constante contradicción. El desarrollo capitalista ha demostrado con toda evidencia que la progresión de las fuerzas productivas genera al mismo tiempo su contrario, el retroceso de las condiciones materiales del proletariado, fenómeno que se tradujo en la contradicción entre el valor de cambio y el valor de uso, entre la producción y el consumo. Ya señalamos que el sistema capitalista no fue un sistema progresista por naturaleza, sino por necesidad (aguijoneado por la acumulación y la competencia). Marx puso en evidencia ese contraste diciendo que el “aumento de la fuerza productiva sólo tiene importancia si aumenta el trabajo excedente (o sobretrabajo) de la clase obrera y no si disminuye el tiempo necesario para la producción material” (el Capital, Volumen X) .
Partiendo de la comprobación válida para todos los tipos de sociedades de que el sobretrabajo es inevitable, el problema se concentra esencialmente entonces en el método de apropiación y la destrucción del sobretrabajo, la masa de sobretrabajo y su duración, la relación de esta masa con el trabajo total, y, en fin, el ritmo de su acumulación. E inmediatamente, podemos poner de relieve otra observación de Marx, que “la verdadera riqueza de la sociedad y la posibilidad de una ampliación continua del proceso de reproducción no depende de la duración del trabajo excedente, sino de su productividad y de las condiciones más o menos ventajosas en que trabaja esa productividad” (el Capital). Añade además que la condición fundamental para la instauración del “régimen de la libertad”, es la reducción de la jornada laboral.
Estas consideraciones nos permiten percibir la tendencia que debe imprimirse a la evolución de la economía proletaria. También nos autorizan a rechazar la concepción que ve la prueba absoluta del “socialismo” en el crecimiento de las fuerzas productivas. Esa concepción no sólo fue defendida por el centrismo, sino también por Trotski: “... el liberalismo hace como si no viera los enormes progresos económicos del régimen soviético, es decir las pruebas concretas de las incalculables ventajas del socialismo. Los economistas de las clases desposeídas silencian simplemente los ritmos de desarrollo industrial sin precedentes en la historia mundial” (“Lucha de clases”, junio de 1930).
Ya lo hemos mencionado al empezar este capítulo, esa cuestión de “ritmo” siguió siendo una de las preocupaciones principales de Trotski y de su oposición por mucho que no sea, ni mucho menos, la misión del proletariado, la cual consiste en modificar el objetivo de la producción y no en acelerar su ritmo a costa de la miseria del proletariado, como ocurre bajo el capitalismo. El proletariado tiene tantas menos razones de ocuparse del “ritmo” porque, por un lado, no condiciona para nada la construcción del socialismo, puesto que éste es de carácter internacional, y porque, por otro lado, la contribución de la alta tecnología capitalista a la economía socialista mundial hará aparecer su valor nulo.
Cuando nos planteamos como tarea económica primordial la necesidad de cambiar el objetivo de la producción, es decir de orientarlo hacia las necesidades del consumo, lo decimos obviamente como un proceso y no como un resultado inmediato de la Revolución. La estructura misma de la economía transitoria, tal como la analizamos, es incapaz de generar ese automatismo económico, ya que la supervivencia del “derecho burgués” deja subsistir algunas relaciones sociales de explotación y que la fuerza de trabajo sigue conservando, en cierta medida, su carácter de mercancía. La política del partido, estimulada por la actividad reivindicativa de los obreros a través de sus organizaciones sindicales, debe precisamente tender a suprimir la contradicción entre fuerza de trabajo y trabajo, desarrollada hasta su extremo límite por el capitalismo. En otros términos, al uso capitalista de la fuerza de trabajo para la acumulación de capital debe sustituirse el uso “proletario” de esa fuerza de trabajo para necesidades puramente sociales, lo que favorecerá la consolidación política y económica del proletariado.
En la organización de la producción, el Estado proletario ha de inspirarse, ante todo, de las necesidades de las masas, desarrollar las ramas productivas que pueden satisfacerlas, en función obviamente de las condiciones específicas y materiales que prevalecen en una economía determinada.
Si el programa económico elaborado se mantiene en el marco de la construcción de la economía socialista mundial, se mantiene pues conectado a la lucha de clases internacional, el Estado proletario podrá tanto más dedicarse a su tarea de desarrollar el consumo. Por el contrario, si ese programa adquiere un carácter autónomo dedicado directa o indirectamente al “socialismo nacional”, una parte creciente del plustrabajo se dedicará a construir empresas que, en el futuro, no se justificarán en la división internacional del trabajo; por el contrario, esas empresas deberán inevitablemente producir medios defensivos para “la sociedad socialista” en construcción. Veremos que ése ha sido precisamente el destino que esperaba a la Rusia soviética.
Es cierto que cualquier mejora de la situación material de las masas proletarias depende en primer lugar de la productividad laboral, y ésta del grado técnico de las fuerzas productivas, por consiguiente de la acumulación. Esa mejora depende, en segundo lugar, del rendimiento del trabajo correspondiente a la organización y a la disciplina en el proceso del trabajo. Esos son los elementos fundamentales, tal como existen también en el sistema capitalista, pero en este sistema los resultados concretos de la acumulación se desvían de su destino humano en beneficio de la acumulación “en sí”. La productividad laboral no se plasma en objetos de consumo, sino en capital.
De nada sirve ocultar que el problema no se resuelve ni mucho menos proclamando una política tendente a ampliar el consumo. Pero es necesario comenzar por afirmarlo porque se trata de una orientación primordial, radicalmente opuesta a la que propone que la industrialización y su crecimiento acelerado deben ser primordiales, sacrificando inevitablemente una o más generaciones de proletarios (el Centrismo (<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->) lo ha declarado abiertamente). Ahora bien, un proletariado “sacrificado”, incluso por objetivos que pueden parecer corresponder a su interés histórico (la realidad en Rusia demostró que no era sin embargo el caso) no puede constituir una fuerza real para el proletariado mundial; no puede sino desviarse de ese objetivo histórico, sometido a la hipnosis de unos objetivos nacionales.
Se objetará que no puede haber ampliación del consumo sin acumulación, y acumulación sin una extracción más o menos considerable del consumo. El dilema será tanto más agudo si corresponde a un desarrollo limitado de las fuerzas productivas y a una mediocre productividad laboral. Fue en estas pésimas condiciones en las que se planteó el problema en Rusia y que una de sus manifestaciones más dramáticas fue el fenómeno de las “tijeras”.
Basándonos también en las consideraciones internacionalistas que hemos desarrollado, se debe pues afirmar (si no se quiere caer en la abstracción) que las tareas económicas del proletariado, en su dimensión histórica, son primordiales. Los camaradas de Bilan, animados por la justa preocupación de poner en evidencia el papel del Estado proletario en el terreno mundial de la lucha de clases, han restado importancia al problema, al considerar que “los ámbitos económico y militar (<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->) no podrán ser sino accesorios y de detalle en la actividad del Estado proletario, mientras que sí son esenciales para una clase explotadora” (Bilan, p. 612). Lo repetimos, el programa está determinado y limitado por la política mundial del Estado proletario, pero dicho eso, el proletariado no dejará de necesitar toda su vigilancia y toda su energía de clase para intentar encontrar la solución esencial al peliagudo problema del consumo que condicionará a pesar de todo su papel de “simple factor de la lucha del proletariado mundial”.
Los camaradas de Bilan cometen, a nuestro parecer, otro error (<!--[if !supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]-->) al no hacer la distinción entre una gestión que tiende a la construcción del “socialismo” y una gestión socialista de la economía transitoria, declarando en particular que “lejos de poder prever la posibilidad de la gestión socialista de la economía en un país determinado y la lucha de la Internacional, debemos comenzar declarando la imposibilidad de esta gestión socialista”. Pero, ¿qué puede ser una política que procura mejorar las condiciones de vida de los obreros sino una política de gestión verdaderamente socialista destinada precisamente a invertir el proceso de la producción con relación al proceso capitalista? En el período de transición, es perfectamente posible hacer surgir esa nueva dirección económica de una producción que se realiza para las necesidades, por mucho que las clases sigan presentes.
Pero sin embargo, el cambio del objetivo de la producción no depende solamente de la adopción de una política justa, sino sobre todo de la presión de las organizaciones del proletariado sobre la economía y de la adaptación del aparato productivo a sus necesidades. Además, la mejora de las condiciones de vida no cae del cielo. Depende del desarrollo de la capacidad productiva, ya sea como consecuencia del aumento de la masa de trabajo social, de un rendimiento mayor del trabajo resultante de su mejor organización, o ya sea de la mayor producción del trabajo mediante medios de producción más potentes.
Por lo que se refiere a la masa de trabajo social – si suponemos invariable el número de obreros ocupados – ya dijimos que es el resultado de la duración y la intensidad con la que se emplea la fuerza de trabajo. Ahora bien, son precisamente esos dos factores unidos a la baja del valor de la fuerza de trabajo como efecto de su mayor productividad lo que determina el grado de explotación impuesto al proletariado en el régimen capitalista.
En la fase transitoria, la fuerza de trabajo aún conserva, es verdad, su carácter de mercancía en la medida en que el salario se confunde con el valor de la fuerza-trabajo: se despoja, en cambio, este carácter en la medida en que el salario se acerca al equivalente del trabajo total proporcionado por el obrero (abstracción hecha del plustrabajo imprescindible para las necesidades sociales) .
En contra de la política capitalista, una verdadera política proletaria, para aumentar las fuerzas productivas, no puede de ninguna manera basarse en el plustrabajo que procedería de una mayor duración o de una mayor intensidad del trabajo social que, bajo su forma capitalista, constituye la plusvalía absoluta. Debe, al contrario, fijar normas de ritmo y duración de trabajo compatibles con la existencia de una verdadera dictadura del proletariado y no puede sino ir hacia una organización más racional del trabajo, hacia la eliminación del despilfarro en las actividades sociales, aunque en este ámbito las posibilidades de aumentar la masa de trabajo útil se agotarán rápidamente.
En esas condiciones, la acumulación “proletaria” ha de encontrar su fuente esencial en el trabajo disponible gracias a una técnica más elevada.
Eso significa que el aumento de la productividad del trabajo plantea la siguiente alternativa: o una misma masa de productos (o valores de uso) determina una disminución del volumen total de trabajo consumido o, si éste sigue invariable (o incluso si disminuye según la importancia de los progresos técnicos realizados) la cantidad de productos que deben distribuirse aumentará. Pero en ambos casos, una disminución del plustrabajo relativo (relativo con respecto al trabajo estrictamente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo) puede combinarse con un mayor consumo y traducirse por lo tanto perfectamente en un aumento real de los salarios y no ficticio como en el capitalismo. Es en la utilización nueva de la productividad donde se verifica la superioridad de la gestión proletaria sobre la gestión capitalista y no en la competición entre los precios de coste, pues con esta base el proletariado acabaría inevitablemente derrotado, como ya lo hemos indicado.
En efecto, es el desarrollo de la productividad laboral lo que precipita el capitalismo en su crisis de decadencia donde, de manera permanente (y ya no solamente durante sus crisis cíclicas) la masa de los valores de uso se opone a la masa de los valores de cambio. La burguesía es desbordada por la inmensidad de su producción y no puede darle salida satisfaciendo a las inmensas necesidades existentes, pues eso significaría su suicido.
En el período de transición, es cierto que la productividad laboral dista mucho todavía de corresponder a la fórmula “a cada uno según sus necesidades”, pero sin embargo la posibilidad de poder utilizarla íntegramente, con fines humanos, invierte los factores del problema social. Ya Marx dejó claro que en la producción capitalista la productividad laboral permanece por debajo de su máximo teórico. Por el contrario, después de la revolución, resulta posible reducir, y luego suprimir, el antagonismo capitalista entre el producto y su valor si la política proletaria tiende no a equiparar el salario al valor de la fuerza de trabajo – método capitalista que desvía el progreso técnico en beneficio del capital – sino a elevarlo cada vez más por encima de ese valor, sobre la base misma de la productividad desarrollada.
Es evidente que una determinada fracción del sobretrabajo relativo no puede volver directamente al obrero, debido a las necesidades mismas de la acumulación sin la cual no hay progreso técnico posible. Y una vez más se plantea el problema del ritmo y de la tasa de acumulación. Y si parece solucionarse en una cuestión de medida, lo arbitrario deberá excluirse en todos los casos, basándose en los principios mismos que delimitan las tareas económicas del proletariado, tal como los hemos definido.
Por otra parte, es evidente que la determinación de la tasa de la acumulación depende del centralismo económico y no de decisiones de los productores en sus empresas, como así opinan los internacionalistas holandeses (p. 116 de su obra citada). Por otra parte no parecen estar muy convencidos del valor práctico de tal solución, puesto que la precisan inmediatamente con la consideración de que la “tasa de acumulación no puede dejase al libre juicio de las empresas separadas y es el Congreso general de los consejos de empresas el que determinará la norma obligatoria”, fórmula que parece ser, en fin de cuentas, centralismo disfrazado.
Si nos remitimos ahora a lo que se realizó en Rusia, salta por los aires la impostura total del Centrismo que hace derivar la supresión de la explotación del proletariado de la colectivización de los medios de producción. Y aparece ese fenómeno histórico de que el proceso de la economía soviética y el de la economía capitalista, partiendo de bases diferentes, acabaron por juntarse y dirigirse ambas hacia la misma salida: la guerra imperialista. Ambas se desarrollan gracias a una extracción creciente de plusvalía que no vuelve a la clase obrera. En la URSS, el sistema de trabajo es capitalista en su sustancia, e incluso en sus aspectos sociales y las relaciones de producción. Se incita al incremento de la masa de plusvalía absoluta, obtenida por la intensificación de trabajo mediante la forma del “stajanovismo”. Las condiciones materiales de los obreros no están en nada vinculadas a las mejoras técnicas y al desarrollo de las fuerzas productivas, y en cualquier caso la participación relativa del proletariado en el patrimonio social no aumenta, sino que disminuye; fenómeno similar al que genera constantemente el sistema capitalista, incluso en sus más importantes períodos de prosperidad. Carecemos de elementos para establecer en qué medida es real el crecimiento de la parte absoluta de los obreros.
Además se practica una política de baja de los salarios que tiende a sustituir obreros no cualificados (procedentes de la inmensa reserva del campesinado) por los proletarios cualificados, los cuales son, además, los más conscientes.
A la pregunta de adónde va a parar la enorme masa de plustrabajo, se dará la respuesta fácil de que va en su mayor parte a la “clase” burocrática. Pero tal explicación es desmentida por la existencia misma de un enorme aparato productivo que sigue siendo propiedad colectiva y en relación con ese aparato, los banquetes, los automóviles y los palacetes de los burócratas no son gran cosa. Las estadísticas oficiales y demás, así como las encuestas, confirman esta desproporción enorme – y que va creciendo – entre la producción de los medios de producción (herramientas, edificios, obras públicas, etc.) y la de los bienes de consumo destinados a la “burocracia” como también a la masa trabajadora y campesina, hasta incluyendo el consumo social. Si es verdad que es la burocracia la que, como clase, dispone de la economía y de la producción y se ha apropiado el sobretrabajo, no se explica cómo éste se transforma en su mayor parte en riqueza colectiva y no en propiedad privada. Esta paradoja sólo puede explicarse si se descubre por qué esa riqueza, aún permaneciendo en la comunidad soviética, se opone a ésta a causa del destino que tiene. Indiquemos que un fenómeno similar se desarrolla hoy en la sociedad capitalista, o sea que la mayor parte de la plusvalía no pasa a los bolsillos de los capitalistas sino que se acumula en bienes que no son propiedad privada sino es desde un punto de vista puramente jurídico. La diferencia está que en la URSS, el fenómeno no toma un carácter propiamente capitalista. Las dos evoluciones también provienen de un origen diferente: en la URSS, no surge de un antagonismo económico sino político, de una escisión entre el proletariado ruso y el proletariado internacional; se desarrolla bajo la bandera de la defensa del “socialismo nacional” y de su integración en el mecanismo del capitalismo mundial. En cambio, en los países capitalistas lo que predomina es la decadencia de la economía burguesa. Pero ambas evoluciones sociales alcanzan un objetivo común: la construcción de economías de guerra (los dirigentes soviéticos alardean de haber construido la máquina de guerra más descomunal del mundo). Esta es, a nuestro entender, la respuesta “al enigma ruso”. Eso explica por qué la derrota de la Revolución de octubre no se debe a los trastornos en las relaciones de clases dentro de Rusia, sino al escenario internacional.
Examinemos cuál es la política que orientó el curso de la lucha de clases hacia la guerra imperialista más bien que hacia la revolución mundial.
Para unos camaradas, ya lo hemos dicho, la Revolución rusa no fue proletaria y su evolución reaccionaria se podía anticipar porque fue realizada por un proletariado culturalmente atrasado (aunque estuviese por su conciencia de clase en la vanguardia del proletariado mundial) que, además, tuvo que dirigir un país atrasado. Nos limitaremos a oponer tal actitud fatalista a la de Marx ante la Comuna: aunque ésta expresara una inmadurez histórica del proletariado para tomar el poder, Marx le asignó sin embargo un alcance inmenso y sacó lecciones fértiles y progresistas que inspiraron precisamente a los bolcheviques en 1917. Al actuar del mismo modo frente a la Revolución rusa, no deducimos que las futuras revoluciones serán la reproducción fotográfica de Octubre, sino decimos que Octubre, por sus características fundamentales, se repercutirá en esas revoluciones, acordándosenos solamente de lo que Lenin entendía por “valor internacional de la Revolución rusa” (en la Enfermedad infantil del comunismo). Un marxista, obviamente, “no rehace” la historia, pero la interpreta para forjar armas teóricas para el proletariado, para evitarle la repetición de errores y facilitarle el triunfo final sobre la burguesía. Buscar las condiciones que hubiesen puesto al proletariado ruso ante la posibilidad de vencer definitivamente es dar todo su valor al método marxista de investigación, porque es añadir una piedra más al edificio del materialismo histórico.
Si es cierto que el reflujo de la primera oleada revolucionaria contribuyó “a aislar” momentáneamente al proletariado ruso, creemos que no es ahí donde se ha de buscar la causa determinante de la evolución de la URSS, sino en la interpretación que se hizo de la evolución de los acontecimientos de aquel entonces y la falsa perspectiva que se derivó de ellos sobre la evolución del capitalismo en la época de guerras y revoluciones. La concepción de la “estabilización” del capitalismo generó naturalmente más tarde la teoría del “socialismo en un solo país” y, como consecuencia de ella, la política de “defensa” de la URSS.
El proletariado internacional se convirtió en instrumento del Estado proletario para su defensa contra una agresión imperialista, mientras que la revolución mundial como objetivo concreto pasaba al segundo plano. Si Bujarin sigue hablando de ésta en 1925, es porque “la revolución mundial tiene para nosotros esa importancia, porque es la única garantía contra las intervenciones, contra otra guerra”.
Se elaboró así una teoría de la “garantía contra las intervenciones” de la que se apoderó la Internacional comunista para convertirse en expresión de los intereses particulares de la URSS y no de los de la revolución mundial. La “garantía” ya no se buscó en la conexión con el proletariado internacional sino en la modificación del carácter y del contenido de las relaciones del Estado proletario con los Estados capitalistas. El proletariado mundial era así ya solo una fuerza de apoyo para la defensa del “socialismo nacional”.
Por lo que se refiere a la NEP, basándonos sobre lo que dijimos anteriormente, no creemos que fuera un terreno específico para una inevitable degeneración, a pesar de que sí favoreció un incremento importante de las veleidades capitalistas en el campesinado en especial y que, por ejemplo, bajo la bandera del centrismo, la alianza (smytchka) con los campesinos pobres en la que Lenin veía un medio para fortalecer la dictadura proletaria acabó siendo un objetivo, así como la unión con el campesinado medio y los kulaks.
Contrariamente a la opinión de los camaradas de Bilan, tampoco creemos que se pueda deducir de ciertas declaraciones de Lenin sobre la NEP, que él sería favorable a una política que desvinculara la evolución económica de Rusia del futuro de la revolución mundial.
Al contrario, para Lenin, la NEP era una política de espera, de respiro, hasta la reanudación de la lucha internacional de las clases: “cuando adoptamos una política que debe durar muchos años, no olvidamos ni un momento que la revolución internacional, la rapidez y las condiciones de su desarrollo pueden modificarlo todo”. Para él, se trataba de restablecer un determinado equilibrio económico, aunque fuera pagando a las fuerzas capitalistas (pues sin éstas, se hundiría la dictadura), pero no de “recurrir a la colaboración de las clases enemigas para la construcción de los fundamentos de la economía socialista” (Bilan, p. 724).
Así como nos parece injusto hacer de Lenin un partidario del “socialismo en un solo país” basándose en un documento apócrifo.
La Oposición rusa “trotskista”, en cambio, sí que contribuye a acreditar la opinión de que la lucha se cristalizaba entre los Estados capitalistas y el Estado soviético. En 1927, esa oposición consideraba inevitable la guerra de los imperialistas contra URSS, precisamente cuando la IC estaba sacando a los obreros de sus posiciones de clase para lanzarlos al frente de la defensa de la URSS, en el mismo momento en que la IC estaba dirigiendo el aplastamiento de la Revolución china. Sobre esta base, la Oposición se implicó en la preparación de la URSS – “bastión del socialismo” – para la guerra. Esta posición equivalía a dar una aprobación teórica a la explotación de los obreros rusos para la construcción de una economía de guerra (planes quinquenales). La oposición llegó incluso hasta agitar el mito de la unidad a “toda costa” del partido, como condición de la victoria militar de la URSS. Al mismo tiempo manejó los equívocos sobre la lucha “por la paz” (¡!) considerando que la URSS debía intentar “retrasar la guerra”, pagando incluso un rescate mientras que se debía “preparar al máximo toda la economía, el presupuesto, etc., en caso de guerra” y considerar decisiva la cuestión de la industrialización para garantizar los recursos técnicos indispensables para la defensa (Plataforma de la Oposición).
Más tarde Trotski, en su Revolución permanente, retomó esa tesis de la industrialización sobre el ritmo “más rápido” que sería, por lo visto, una garantía contra las “amenazas del exterior”, como también habría favorecido la evolución del nivel de vida de las masas. Sabemos por una parte, que la “amenaza del exterior” se realizó no por la “cruzada” contra la URSS, sino por su integración en el frente del imperialismo mundial; por otra parte, que el industrialismo no coincidió de ninguna manera con una existencia mejor del proletariado, sino con su explotación más desenfrenada, sobre la base de la preparación a la guerra imperialista.
En la próxima revolución, el proletariado vencerá, independientemente de su inmadurez cultural y de la deficiencia económica, con tal de que apueste no sobre la “construcción del socialismo”, sino sobre la expansión de la guerra civil internacional.
Mitchell
<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->) En la época en que Bilan publicó esta contribución, toda la Izquierda italiana definía todavía como “centrismo” las ideas estalinistas que dirigían la política de la IC. Será más tarde, con Internationalisme en la posguerra, cuando la corriente heredera de la Izquierda italiana defina claramente como contrarrevolucionario al estalinismo. Léase la presentación critica de estos textos publicada en la Revista internacional no 132 (NDLR).
<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->) Estamos de acuerdo con los camaradas de Bilan: la defensa del Estado proletario no se plantea en terreno militar sino a nivel político, en relación con el proletariado internacional.
<!--[if !supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]-->) Que quizás sólo sea pura formulación, pero es importante subrayarlo a pesar de todo porque corresponde a su tendencia a minimizar los problemas económicos.
La única alternativa al caos, la guerra y a la bancarrota económica
Una vez más, este verano ha estado marcado por el desencadenamiento de la barbarie bélica. Justo mientras cada nación estaba haciendo recuento de sus medallas en las Olimpiadas, los atentados terroristas no han dejado de multiplicarse en Oriente Medio, en Afganistán, en Líbano, en Argelia, en Turquía, en India. En menos de dos meses, se han encadenado 16 atentados al ritmo infernal de una danza macabra causando muertos y más muertos en poblaciones urbanas a la vez que en Afganistán e Irak, la guerra sigue recrudeciéndose.
Pero ha sido sobre todo en Georgia donde más se ha desencadenado la barbarie guerrera.
Una vez más, el Cáucaso está a sangre y fuego. Justo cuando Bush y Putin asistían a la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Pekín, supuestos símbolos de paz y reconciliación entre los pueblos, el Presidente georgiano Saakachvili, un protegido de la Casa Blanca, y la burguesía rusa mandaban a sus soldados a aplastar a las poblaciones.
Esa guerra entre Rusia y Georgia ha acarreado una verdadera purificación étnica en cada bando, produciendo varios miles de muertos sobre todo entre la población civil. Como ocurre cada vez que las poblaciones locales (sean rusa, oseta, abjasia o georgiana) son tomadas de rehenes por todas las fracciones nacionales de la clase dominante.
En ambos bandos se han visto las mismas escenas de horror y de matanzas. En toda Georgia, la cantidad de refugiados desprovistos de todo, alcanzó la cifra de 115 000 personas en una semana. Y como ocurre en todas las guerras, cada bando acusa al otro de ser responsable del estallido de las hostilidades.
Pero la responsabilidad de esta guerra y de esas matanzas no se limita a sus protagonistas más directos. Los demás Estados, hipócritas plañideras hoy sobre el destino de Georgia, también han estado involucradas en las peores atrocidades: Estados Unidos en Irak, Francia en el genocidio de Ruanda en 1994, Alemania también, país que al haber suscitado la secesión de Eslovenia y Croacia, fue una resuelta promotora de la terrible guerra de la antigua Yugoslavia en 1992.
Y si hoy EE.UU. manda buques de guerra a la zona del Cáucaso, so pretexto de ayuda "humanitaria", no será ni mucho menos por salvar vidas humanas, sino para defender sus intereses de buitre imperialista.
Lo que caracteriza sobre todo el conflicto del Cáucaso, es el incremento de las tensiones imperialistas entre grandes potencias. Los dos antiguos jefes de bloque, Rusia y Estados Unidos, se encuentran hoy de nuevo frente a frente: los destructores de la Marina US que atracaron en las costas georgianas para "abastecer" Georgia fondean ahora a poca distancia de la base naval rusa de Gudauta en Abjasia o del puerto de Poti ocupado par tanques rusos.
Este frente a frente es muy inquietante y cabe plantearse una serie de preguntas: ¿Qué objetivo tiene esta guerra?, ¿Va a desencadenar una tercera guerra mundial?
Desde el desmoronamiento del bloque del Este, la región del Cáucaso ha tenido siempre un gran valor geoestratégico para las grandes potencias. El conflicto estaba pues incubándose desde hace tiempo. El presidente georgiano, partidario incondicional de Washington, heredaba, por lo demás, un Estado llevado en andas desde su creación en 1991 por Estados Unidos como cabeza de puente del "nuevo orden mundial" que anunció el Bush senior.
Putin le tendió una trampa a Saakhachvili, el cual cayó en ella a pies juntillas, aprovechando aquél la oportunidad para restablecer su autoridad en el Cáucaso. Así contesta Rusia al asedio, efectivo ya desde 1991, a que la han sometido las fuerzas de la OTAN.
En efecto, desde el hundimiento del bloque del Este en 1989, Rusia se ha encontrado cada vez más aislada, sobre todo desde que los antiguos países de su bloque (Polonia, sobre todo) ingresaron en la OTAN. Y ese cerco se ha vuelto insoportable para Moscú desde que Ucrania y Georgia pidieron también su adhesión a la OTAN.
Además, y sobre todo, Rusia no podía aceptar el proyecto de despliegue de un escudo antimisiles que se instalará en Polonia y en la República Checa. La burguesía rusa sabe perfectamente que ese programa, pretendidamente dirigido contra Irán, está dirigido, en realidad, contra Rusia.
La ofensiva rusa contra Georgia es, de hecho, una réplica de Moscú para intentar aflojar ese cerco. Rusia, algún tiempo después de haber restablecido con grandes dificultades su autoridad en las atroces y mortíferas guerras de Chechenia, se ha aprovechado ahora de que Estados Unidos (cuyas fuerzas armadas están empantanadas en Irak y Afganistán) no está para lanzar una contraofensiva militar en el Cáucaso.
Sin embargo, a pesar de la agravación de las tensiones bélicas entre Rusia y Estados Unidos, la perspectiva de una tercera guerra mundial no está al orden del día. No existen hoy dos bloques imperialistas constituidos, ni alianzas militares estables como así era cuando las dos guerras mundiales del siglo xx y durante la guerra fría. El enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia tampoco significa que hayamos entrado en una nueva guerra fría. No hay vuelta atrás posible y la historia no se repite nunca.
Contrariamente a la dinámica de las tensiones imperialistas entre las grandes potencias durante la guerra fría, este nuevo cara a cara entre Rusia y Estados Unidos lleva la marca de la tendencia de "cada uno a la suya", a la dislocación de toda alianza, características del período de descomposición del sistema capitalista.
Así, el "alto el fuego" en Georgia sólo sirve para rubricar el triunfo de los amos del Kremlin y la superioridad de Rusia en lo militar, y una práctica capitulación humillante para Georgia en las condiciones dictadas por Moscú.
Ha sido también un nuevo y espectacular revés el sufrido por el "padrino" de Georgia, Estados Unidos. Mientras que Georgia paga un pesado tributo por su sumisión a EEUU (un contingente de 2000 hombres enviados a Irak y Afganistán), a cambio de eso, el Tío Sam sólo ha podido aportar un apoyo moral a su aliado dispensando vagas condenas puramente verbales a Rusia, sin poder mover ni un dedo.
Pero lo más significativo de este debilitamiento del liderazgo americano es que la Casa Blanca haya tenido que avalar el "plan europeo" de alto el fuego, y lo que es peor, un plan, el europeo, dictado en realidad por Moscú. Si EEUU exhibe su impotencia, Europa ilustra en este conflicto el nivel alcanzado por la tendencia de "cada cual a la suya".. Ante la parálisis estadounidense, ha entrado en acción la diplomacia europea, dirigida por el presidente francés Sarkozy, el cual, una vez más, sólo se ha representado a sí mismo son sus aires de "aquí estoy yo", sin la menor coherencia, campeón de la navegación a corta distancia.
Europa ha aparecido una vez más como una jaula de grillos con las posiciones e intereses más diametralmente opuestos. No hay la más mínima unidad en sus filas entre, por un lado, Polonia y los estados bálticos, ardientes defensores de Georgia (por haber sufrido durante medio siglo la tutela de Rusia, temerosos, por encima de todo, de que este país fortalezca sus apetitos imperialistas) y, por otro, Alemania, que es de los oponentes más hostiles a la entrada de Georgia y Ucrania en la OTAN, sobre todo para poner obstáculos a la influencia estadounidense en la región.
Pero la razón principal, fundamental, por la que las grandes potencias no pueden desencadenar una tercera guerra mundial es la relación de fuerzas entre las dos clases principales de la sociedad, la burguesía y el proletariado. Al contrario que el período precedente a las dos guerras mundiales, la clase obrera de los países principales del capitalismo, los de Europa y de América, no está dispuesta a servir de carne de cañón y sacrificar su vida por el capital.
Con el retorno de la crisis permanente del capitalismo a finales de los años 1960 y la reanudación histórica de la lucha del proletariado, se abrió un nuevo curso a los enfrentamientos de clase: en ninguno de los países determinantes del mundo capitalista, especialmente los de Europa y América del Norte, la clase dominante no puede hoy por hoy alistar masivamente a millones de proletarios tras sus banderas nacionales.
Sin embargo, aunque no estén reunidas las condiciones para que se desencadene una tercera guerra mundial, no por ello hay que subestimar la gravedad de la situación histórica actual. La guerra en Georgia incrementa los riesgos de extensión del incendio y de desestabilización a escala regional, pero además tendrá, en el futuro, consecuencias a nivel mundial en el equilibrio de las fuerzas imperialistas en el futuro. El "plan de paz" no es más que una cortina de humo. Concentra en realidad todos los ingredientes de una nueva escalada bélica, que amenaza con hacer saltar toda una cadena de focos candentes desde el Cáucaso hasta Oriente Medio.
Con el petróleo y el gas del mar Caspio o de los países de Asia Central, algunos de ellos turcóhablantes, están presentes los intereses de Turquía e Irán en esa región, pero, en realidad, es el mundo entero el interesado en el conflicto. Así, uno de los objetivos de Estados Unidos y de los países de Europa del Oeste al apoyar a una Georgia independiente de Moscú es que Rusia deje de poseer el monopolio del transporte hacia el Oeste del petróleo del Caspio, gracias al oleoducto BTC (por Bakú, en Azerbaiyán, Tiflis, capital de Georgia, y Ceyhan en Turquía). Son pues bazas estratégicas considerables las que están en juego en esa región del mundo. Y los grandes bandidos imperialistas pueden usar tanto más fácilmente carne de cañón en el Cáucaso por cuanto esta región es un ovillo multiétnico. Es fácil atizar el fuego bélico del nacionalismo en semejante entreverado territorio.
Por otro lado, el pasado dominador de Rusia sigue siendo un peso enorme y anuncia más tensiones imperialistas y más graves todavía. De ello son muestra la inquietud y la movilización de los Estados bálticos y sobre todo de Ucrania, potencia militar de otro calibre que Georgia, que dispone además de un arsenal nuclear.
O sea, aunque la perspectiva no sea la de una tercera guerra mundial, la dinámica de "cada cual a la suya" expresa la misma locura asesina del capitalismo: este sistema moribundo, podría, en su descomposición, acabar destruyendo la humanidad en medio de un caos atroz.
Ante el desencadenamiento del caos y de la barbarie militar, la alternativa histórica es hoy más que nunca: "socialismo o barbarie", "revolución comunista mundial o destrucción de la humanidad". La paz es imposible bajo el capitalismo; el capitalismo lleva en sí la guerra. Y la única perspectiva de porvenir para la humanidad es la lucha del proletariado por el derrocamiento del capitalismo.
Pero esta perspectiva sólo podrá concretarse si los proletarios se niegan a servir de carne de cañón para los intereses de sus explotadores, y si rechazan firmemente el nacionalismo.
Por todas partes la clase obrera debe hacer vivir en la práctica la vieja consigna del movimiento obrero: "Los proletarios no tienen patria. Proletarios de todos los países, ¡uníos!"
Ante las masacres de las poblaciones y el desencadenamiento de la barbarie guerrera, es evidente que el proletariado no puede quedarse indiferente. Debe expresar su solidaridad con sus hermanos de clase de los países en guerra, empezando por negarse a apoyar a un campo contra el otro. Desarrollando, después, sus luchas de manera solidaria y unida contra sus propios explotadores en todos los países. Es el único medio de luchar de verdad contra el capitalismo, de preparar el terreno para echarlo abajo y construir otra sociedad sin fronteras nacionales y sin guerras.
Esa perspectiva de derrocamiento del capitalismo no es ninguna utopía, pues por todas partes, el capitalismo ha dado la prueba de que es un sistema en quiebra.
Cuando se desmoronó el bloque del Este, el Bush padre y toda la burguesía occidental "democrática" nos prometieron que el "nuevo orden mundial" (instaurado bajo el mando de Estados Unidos) iba a abrir una era de "paz y prosperidad".
Toda la burguesía mundial desencadenó campañas sobre la pretendida" quiebra del comunismo" queriendo hacer creer a los proletarios que el único porvenir posible era el capitalismo a la manera occidental con su economía de mercado.
Hoy resulta cada día más evidente que es el capitalismo como un todo lo que está en quiebra, especialmente su primera potencia mundial que se ha convertido ahora en la locomotora, sí, pero del hundimiento de toda la economía capitalista (ver editorial en nuestra Revista internacional no 133).
Esa quiebra aparece día tras día en la degradación constante de las condiciones de vida de la clase obrera, no sólo en los países "pobres" sino también en los países más "ricos".
Poniendo ya sólo el ejemplo de Estados Unidos: el desempleo está aumentando a toda velocidad, el 6 % de la población está hoy sin empleo. Desde el inicio de la crisis de las hipotecas "basura" (las subprimes), 2 millones de trabajadores han sido expulsados de sus casas porque ya no pueden pagar sus hipotecas inmobiliarias (desde ahora, septiembre, hasta principios de 2009, habrá un millón más de familias que podrían verse en la calle).
Por no hablar de los países más pobres: el aumento de los precios de los alimentos básicos, las capas más desfavorecidas se enfrentan al espanto de la hambruna. Por eso han estallado revueltas del hambre este año en México, Bengladesh, Haití, Egipto, en Filipinas.
Ante la evidencia de los hechos, los portavoces de la burguesía no pueden ya seguir dando rodeos. En las librerías aparecen más y más libros con títulos alarmistas. Y, sobre todo, ya no pueden ocultar su inquietud en sus declaraciones los responsables de instituciones económicas o los analistas financieros:
"Estamos ante uno de los contextos económicos y de política monetaria más difíciles, nunca antes vistos" (Presidente de la Reserva federal de EEUU, o sea el Banco central US, la FED, 22 de agosto);
"Para la economía lo que se está acercando es un tsunami" (Jacques Attali, economista y político francés, en el diario le Monde del 8 de agosto);
"La coyuntura actual es la más difícil desde hace varias décadas" (HSBC, el mayor banco del mundo, citado en el diario francés Libération del 5 de agosto).
Lo que en realidad significó el desmoronamiento de los regímenes estalinistas no fue la quiebra del comunismo, sino, al contrario, su necesidad.
El hundiendo del capitalismo de Estado en la URSS fue, en realidad, la expresión más espectacular de la quiebra histórica del capitalismo mundial. Fue la primera sacudida de un sistema en su callejón sin salida. Hoy, la segunda sacudida zarandea violentamente a la primera potencia "democrática", Estados Unidos.
Estamos asistiendo, con la agravación de la crisis económica y de los conflictos bélicos, a una aceleración de la historia.
Pero esa aceleración se manifiesta también y sobre todo en el terreno de las luchas obreras, por mucho que lo que en ese terreno se desarrolla sea menos espectacular.
Con una visión fotográfica podría uno imaginarse que no pasa nada, que los obreros no se mueven. Las luchas obreras no parecen estar a la altura de la gravedad de lo que se está jugando en el mundo, y el futuro parece muy oscuro.
No hay que fiarse de las apariencias.
En la realidad, como ya hemos subrayado en diferentes ocasiones en nuestra prensa, las luchas del proletariado mundial han entrado en una nueva dinámica desde 2003 ([1]).
Ha habido luchas por todas las partes del mundo, marcadas en particular por la búsqueda de la solidaridad activa y la entrada de las generaciones jóvenes en el combate proletario (como pudo verse, en particular, en la lucha de los estudiantes de Francia contra el CPE en la primavera de 2006).
Esa dinámica muestra que la clase obrera mundial ha vuelto a encontrar el camino de su perspectiva histórica, un camino en el que las huellas quedaron momentáneamente borradas por las campañas sobre la "muerte del comunismo" tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas.
La agravación de la crisis y la degradación de las condiciones de vida de la clase obrera empujarán a los proletarios a desarrollar sus luchas, a buscar la solidaridad, a unificarlas por todas las partes del mundo. El espectro de la inflación que ha vuelto a aparecérsele al capitalismo, con una subida imparable de los precios unida a una baja de los salarios y las pensiones contribuirá a unificar las luchas obreras.
Pero hay sobre todo dos cuestiones que van a ayudar a que el proletariado tome conciencia de la quiebra del sistema y la necesidad del comunismo. La primera es la de la hambruna y la generalización de la penuria alimentaria que muestran de una manera más que palmaria que le capitalismo es un sistema incapaz de alimentar a la humanidad y que hay que pasar a otro modo de producción. La segunda cuestión fundamental es la de la absurdez de la guerra, de la demencia asesina del capitalismo que destruye cada vez más vidas humanas en unas matanzas sin fin.
Cierto es que, en lo inmediato, la guerra lo que da es miedo y las clases dominantes lo hacen todo por paralizar a la clase obrera, inoculándole un sentimiento de impotencia, haciéndole creer que la guerra es una fatalidad contra la cual nada se puede hacer. Pero, al mismo tiempo, la entrada de las grandes potencias en los conflictos bélicos (Irak y Afganistán, en particular) provocan cada vez más descontento.
Ante el naufragio de Estados Unidos en el barrizal iraquí, los sentimientos anteguerra se afianzan cada vez más en la población norteamericana. Ese sentir antibélico se ha podido observar también en la "opinión pública" y los sondeos tras el homenaje que la burguesía francesa ha rendido a los 10 soldados franceses muertos en una emboscada, el 18 de agosto en Afganistán.
Y más allá del descontento entre la población en general, hay hoy también una reflexión que se abre camino en profundidad en la clase obrera. Los signos más claros de esa reflexión es el surgimiento de un nuevo medio político proletario que se ha ido desarrollando en base a la defensa de las posiciones internacionalistas contra la guerra (especialmente en Corea, Filipinas, Turquía, Rusia o Latinoamérica) ([2]).
La guerra no es una fatalidad ante la cual la humanidad sería impotente. El capitalismo no es un sistema eterno. No sólo lleva la guerra en sus entrañas. También lleva las condiciones de su superación, los gérmenes de una nueva sociedad sin fronteras nacionales y, por lo tanto, sin guerras.
Al haber creado una clase obrera mundial, el capitalismo parió a su propio enterrador. Por ser una clase explotada, contrariamente a la burguesía, y no tener intereses antagónicos que defender, es la única fuerza de la sociedad que pueda unificar la humanidad edificando un mundo por la solidaridad y la satisfacción de las necesidades humanas.
Largo es el camino antes de que el proletariado mundial pueda poner sus combates a la altura de los retos que la gravedad de la situación actual está planteando. Pero en el contexto de la aceleración de la crisis económica mundial, la dinámica actual de las luchas obreras, al igual que la entrada de las nuevas generaciones en el combate de clase, muestran que el proletariado va por buen camino.
Lo revolucionarios internacionalistas son hoy una pequeña minoría. Y tienen el deber de construir el debate para superar sus divergencias y hacer oír su voz lo más clara posible por todas partes donde puedan hacerlo. Si son capaces de hacer una intervención clara contra la barbarie guerrera podrán entonces agruparse y contribuir para que el proletariado tome conciencia de la necesidad de lanzarse al asalto de la fortaleza capitalista.
SW (12-09-08)
[1]) Ver al respecto los artículos siguientes: "Por el mundo entero, frente a los ataques del capitalismo en crisis: ¡una misma clase obrera, la misma lucha de clases!" en la Revista internacional no 132 ; "XVIIo Congreso de la CCI: resolución sobre la situación internacional [352]" en la Revista internacional no 130.
[2]) Además de la "Resolución" del XVIIo Congreso de la CCI (ver nota precedente), puede también leerse en la Revista internacional no 130, el artículo, relativo a ese mismo congreso, "XVIIo Congreso de la CCI: un reforzamiento internacional del campo proletario" [353].
Cuando estalla la Primera Guerra mundial se reunieron un puñado de socialistas en Berlín, la noche del 4 de agosto de 1914, para entablar el combate internacionalista: eran siete en el domicilio de Rosa Luxemburg. De esa reunión, cuya evocación nos recuerda que una de las cualidades más importantes de los revolucionarios es saber ir contracorriente, no debe concluirse que el partido proletario habría desempeñado un papel secundario en los acontecimientos que sacudieron el mundo en aquella época. Es todo lo contrario, como hemos querido demostrarlo en los dos artículos precedentes de esta serie con la que conmemoramos el 90º aniversario de las luchas revolucionarias en Alemania. En el primer artículo defendíamos la tesis de que la crisis de la Socialdemocracia, especialmente la del SPD de Alemania - partido líder de la IIª Internacional - fue uno de los factores más importantes que permitió que el imperialismo alistara al proletariado en la guerra. En el segundo artículo, mostrábamos lo crucial que fue la intervención de los revolucionarios para que la clase obrera volviera a encontrar, en plena guerra, sus principios internacionalistas y lograra poner fin a la carnicería imperialista por medios revolucionarios (la revolución de noviembre de 1918). Y así pusieron los revolucionarios las bases para la fundación de un nuevo partido y de una nueva Internacional.
Subrayábamos que durante esas dos fases, la capacidad de los revolucionarios para comprender cuáles eran las prioridades del momento era la condición previa para poder desempeñar ese papel activo y positivo. Tras el desplome de la Internacional frente a la guerra, la tarea del momento era comprender las razones de ese desastre y sacar sus lecciones. En la lucha contra la guerra, la responsabilidad de los verdaderos socialistas era, ante todo, la de izar los estandartes del internacionalismo, alumbrar el camino hacia la revolución.
El levantamiento de los obreros del 9 de noviembre de 1918 precipita el fin de la guerra mundial a partir de la mañana del día siguiente. Cae la corona del Emperador alemán y, con ella, cantidad de pequeños "tronos" alemanes, a la vez que se iniciaba una nueva fase de la revolución. Aunque el levantamiento de noviembre fue realizado por los obreros, Rosa Luxemburg lo llamó la Revolución de los soldados, porque lo que predominaba era una profunda aspiración a la paz. Un deseo que les soldados, tras cuatro largos años en las trincheras, albergaban más que nadie. Fue lo que dio a aquella jornada inolvidable su color particular, su gloria, pero, también, lo que alimentó las ilusiones. Como a algunos sectores de la burguesía también les alivió el fin tan esperado de la guerra, el estado de ánimo del momento era de confraternización general. Incluso los dos protagonistas principales de la lucha social, la burguesía y el proletariado, se vieron arrastrados por los ilusiones del 9 de noviembre. La ilusión de la burguesía era que podría todavía utilizar a los soldados contra los obreros. Esta ilusión se desvaneció en unos cuantos días. Los soldados querían regresar a sus casas y no luchar contra los obreros. La ilusión del proletariado, era que los soldados estaban ya de su lado y que querían la revolución. Durante las primeras sesiones de los consejos obreros y de soldados elegidos en Berlín el 10 de noviembre, los delegados de los soldados estuvieron a punto de linchar a los revolucionarios que defendían la necesidad de proseguir la lucha de la clase y denunciaban al gobierno socialdemócrata como enemigo del pueblo.
En general, esos consejos de obreros y de soldados se caracterizaron por cierta inercia, una inercia que, curiosamente, marca el principio de las grandes insurrecciones sociales. En gran parte, los soldados eligieron a sus oficiales como delegados, y los obreros nombraron a los candidatos socialdemócratas por los que habían votado antes de la guerra. O sea, que los consejos no tenían otra cosa mejor que hacer que nombrar un gobierno dirigido por los belicistas del SPD y decidir ya su propio suicidio al pedir que se celebraran elecciones generales en un sistema parlamentario.
A pesar de lo totalmente inadaptado de esas primeras medidas, los consejos obreros eran el corazón de la revolución de noviembre. Como lo subrayó Rosa Luxemburg fue el propio surgimiento de esos órganos lo que expresó y encarnó el carácter fundamentalmente proletario de la insurrección. Pero, ahora, una nueva fase de la revolución se abría, y en ella, la cuestión ya no era la de los consejos, sino la del partido de clase. La fase de las ilusiones llegaba a su fin, llegaba el momento de la verdad, se acercaba el estallido de la guerra civil. Los consejos obreros, por su función y estructura mismas por ser órganos de las masas, son capaces de renovarse y revolucionarse de un día para otro. Ahora la pregunta clave es: la visión proletaria, revolucionaria ¿acabará imponiéndose en el seno de los consejos obreros, en la clase obrera?
Para ganar, la revolución proletaria necesita una vanguardia política centralizada y unida en la que tiene puesta su confianza la clase obrera en su conjunto. Esa era la lección más importante de la revolución de Octubre en Rusia del año anterior. Como lo había desarrollado Rosa Luxemburg en 1906 en su folleto sobre la huelga de masas, la tarea del partido no es organizar a las masas sino darles una dirección política y una confianza real en sus propias capacidades.
A finales de 1918, en Alemania, sin embargo, no existía un partido de esas características. Los socialistas que se habían opuesto a la política belicista del SPD, se encontraban sobre todo en el USPD, la antigua oposición que había sido excluida del SPD. El USPD era un agrupamiento heteróclito de decenas de miles de miembros, desde pacifistas y gente que querían reconciliarse con los belicistas, hasta verdaderos internacionalistas revolucionarios. La organización principal de éstos, Spartakusbund (la Liga Espartaco), era una fracción independiente en el seno del USPD. Otros grupos internacionalistas más pequeños, como los Comunistas internacionales de Alemania, los IKD (que venían de la oposición de izquierda de Bremen), estaban organizados fuera del USPD. Spartakusbund era muy conocida y respetada entre los obreros. Pero los dirigentes reconocidos de los movimientos de huelga contra la guerra no pertenecían a esos grupos políticos, sino a la estructura informal de los delegados de fábrica, los revolutionäre Obleute. En diciembre de 1918, la situación se vuelve dramática. Ya ha habido unas primeras escaramuzas hacia la guerra civil abierta. Pero los diferentes componentes del virtual partido de clase revolucionario -Espartaco, otros elementos de izquierda del USPD, los IKD, los Obleute seguían siendo entidades separadas y muy vacilantes.
Bajo la presión de los acontecimientos, la cuestión de la fundación del partido empezó a plantearse más concretamente. Al final acabó siendo tratada a toda prisa.
El Primer congreso nacional de Consejos de obreros y de soldados se reúne en Berlín el 16 de diciembre. 250 000 obreros radicales se manifiestan en el exterior para ejercer presión sobre los 489 delegados (entre los cuales solo había 10 representantes de Espartaco y 10 de los IKD); A Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht no se les permitió intervenir en la reunión, so pretexto de que no tenían mandato. Cuando el Congreso se concluye con la propuesta de entregar el poder en manos de un futuro sistema parlamentario, queda claro que los revolucionarios, ante semejante conclusión, tenían que dar una respuesta unida.
El 14 de diciembre de 1918, la Liga Espartaco publica una declaración programática de principios: ¿Qué quiere Espartaco? El 17 de diciembre, los IKD celebran una Conferencia nacional en Berlín que llama a la dictadura del proletariado y a la formación del partido mediante un proceso de agrupamiento. La Conferencia no logra alcanzar un acuerdo sobre si participar o no en las futuras elecciones a una Asamblea parlamentaria nacional.
Más o menos al mismo tiempo, dirigentes de izquierda del USPD, como Georg Ledebour, y delegados de fábrica como Richard Müller empiezan a plantearse la necesidad de un partido unido de los obreros.
Por las mismas fechas, se reúnen en Berlín los delegados del movimiento internacional de la juventud, y organizan una secretaría. El 18 de diciembre se celebra una Conferencia Internacional de la juventud, seguida de un mitin de masas en el barrio Neukölln de Berlín en el que intervienen Karl Liebknecht y Willi Münzenberg.
Fue en ese contexto cuando, el 29 de diciembre en Berlín, una reunión de delegados de Spartakusbund decide romper con el USPD y formar un partido separado. Tres delegados votaron contra esa decisión. La reunión convocó también una conferencia de Espartaco y de los IKD para el día siguiente, en la que participaron 127 delegados de 56 ciudades y secciones. La Conferencia pudo celebrarse en parte gracias a la mediación de Karl Radek, delegado de los bolcheviques. Muchos delegados no habían comprendido, antes de su llegada, que se les había convocado para formar un nuevo partido ([1]). No se invitó a los delegados de fábrica pues se tenía la impresión de que era todavía prematuro asociarlos a unas posiciones revolucionarias muy resueltas que defendía una mayoría de miembros y simpatizantes, a menudo muy jóvenes, de Espartaco y de los IKD. Lo que sí se esperaba, en cambio, es que los delegados de fábrica se unieran al partido una vez éste constituido ([2]).
Lo que iba a ser el Congreso de fundación del Partido comunista de Alemania (KPD) reunió a dirigentes de Bremen (incluido Karl Radek, aunque en esa reunión representara a los bolcheviques) que pensaban que la fundación del partido se había retrasado demasiado, y de Spartakusbund como Rosa Luxemburg y, sobre todo, Leo Jogisches, cuya mayor preocupación era que esa etapa era quizás prematura. Paradójicamente, ambas partes tenían buenos argumentos para justificar sus posiciones.
El Partido comunista de Rusia (bolchevique) mandó a seis delegados a la Conferencia; a dos de ellos la policía les impidió participar en ella ([3]).
Dos de las discusiones principales de lo que iba a acabar siendo el Congreso de fundación del KPD trataron sobre la cuestión de las elecciones parlamentarias y los sindicatos. Esas cuestiones ya habían sido importantes en los debates de antes de 1914, pero habían quedado postergadas durante la guerra. Y ahora volvían a ser centrales. Karl Liebknecht planteó de inmediato la cuestión parlamentaria en su ponencia de apertura sobre "La crisis del USPD". El primer Congreso nacional de Consejos obreros en Berlín ya había planteado la pregunta, que acabaría desembocando inevitablemente en una escisión del USPD: ¿Asamblea nacional o República de Consejos? Era responsabilidad de todos los revolucionarios denunciar las elecciones burguesas y el sistema parlamentario como contrarrevolucionarios, como fin y muerte de los consejos obreros. Pero la dirección del USPD se negó a oír los llamamientos de Spartakusbund y los Obleute para que se debatiera esa cuestión y se decidiera en un congreso extraordinario.
En su intervención en nombre de la delegación del Partido ruso, Karl Radek explicó que eran los acontecimientos históricos los que decidían no sólo si era necesario un congreso de fundación sino también su orden del día. Con el fin de la guerra, la lógica de la revolución en Alemania iba a ser necesariamente diferente a la de Rusia. La cuestión central ya no era la paz, sino el abastecimiento de alimentos, los precios y el desempleo.
Al poner la cuestión de la Asamblea nacional y de las "luchas económicas" al orden del día de los dos primeros días del Congreso, la dirección de Spartakusbund esperaba que se tomara una posición clara sobre los consejos obreros contra el sistema burgués parlamentario y contra la forma, superada ya, de la lucha sindical, como sólida base programática del nuevo partido. Pero los debates fueron más lejos. La mayoría de delegados se declaró contra todo tipo de participación en las elecciones burguesas, incluso como medio de agitación contra ellas, y contra el trabajo en los sindicatos. En esto, el Congreso fue uno de los momentos más importantes de la historia del movimiento obrero. Permitió formular, por primera vez en nombre de un partido revolucionario de clase, unas posiciones radicales correspondientes a la nueva época del capitalismo decadente. Esas ideas influirían fuertemente en el Manifiesto de la Internacional comunista, redactado unos meses más tarde por Trotski. Y habrían de ser las posiciones de base de la Izquierda comunista hasta nuestros días.
Las intervenciones de los delegados que defendían esas posiciones estaban marcadas, bastantes de ellas, por la impaciencia y cierta falta de argumentos; fueron criticadas por los militantes experimentados, incluida Rosa Luxemburg que no compartía las conclusiones más radicales. Pero las actas de la reunión ilustran de sobra que esas nuevas posiciones no eran cosa de unos individuos y sus debilidades, sino el resultado de un movimiento social profundo que implicaba a cientos de miles de obreros conscientes ([4]). Gelwitzki, delegado de Berlín, animó al Congreso a que, en lugar de participar en las elecciones, fueran a los cuarteles a convencer a los soldados de que "el gobierno del proletariado mundial" es la asamblea de los consejos, y, en cambio, la Asamblea nacional es el gobierno de la contrarrevolución. Eugen Leviné, delegado del Neukölln (Berlín), insiste en que la participación de los comunistas en las elecciones no haría más que reforzar las ilusiones de las masas ([5]). En el debate sobre las luchas económicas, Paul Frölich, delegado de Hamburgo, defendió que la antigua forma sindical de lucha estaba ya superada pues se basaba en una separación entre las dimensiones económica y política de la lucha de la clase obrera ([6]). Hammer, delegado de Essen, refirió que los mineros del Ruhr tiraban sus carnés sindicales. Y Rosa Luxemburg, que, por su parte, siempre había estado a favor de trabajar en los sindicatos por razones tácticas, declaró que la lucha del proletariado por su liberación implicaba luchar por la liquidación de los sindicatos.
Los debates programáticos del Congreso de fundación tuvieron una gran importancia histórica, más que nada por su proyección hacia el futuro.
Pero en el momento mismo en que se fundó el Partido, Rosa Luxemburg tenía profunda razón cuando decía que la cuestión de las elecciones parlamentarias o la de los sindicatos tenían una importancia secundaria. Por un lado, el problema del papel de esas instituciones en una época que se había convertido en la del imperialismo, de la guerra y de la revolución, era todavía demasiado nuevo para el movimiento obrero. Tanto el debate sobre el tema como la experiencia práctica eran todavía demasiado insuficientes para su plena clarificación. Por el momento, estar de acuerdo en que los órganos unitarios de masas de la clase obrera, los consejos obreros y no el parlamento o los sindicatos, eran los medios de la lucha obrera y de la dictadura del proletariado, era suficiente.
Por otro lado, esos debates tendían a que el Congreso se desviara de su tarea principal, o sea la de identificar las etapas siguientes de la clase en su camino hacia el poder. Por desgracia, el Congreso no logró esclarecer esto último. La discusión clave de esa cuestión la introdujo Rosa Luxemburg en una ponencia sobre "Nuestro programa" en la tarde del segundo día del Congreso (31 de diciembre de 1918). Rosa explora en esa presentación la naturaleza de lo que ella había nombrado "segunda fase de la revolución". La primera, decía, había sido política de entrada, pues estaba dirigida contra la guerra. Durante la revolución de noviembre, el problema de las reivindicaciones económicas específicas de los obreros se había dejado de lado. Esto explicaba a su vez el nivel relativamente bajo de conciencia de clase, un nivel que se había plasmado en el deseo de reconciliación y "reunificación" del "campo socialista". Para Rosa Luxemburg, la característica principal de la segunda fase de la revolución debía ser el retorno de las reivindicaciones económicas al primer plano.
No por eso se olvidaba ella de que la conquista del poder es ante todo un acto político. Pero ponía de relieve otra diferencia entre el proceso revolucionario en Rusia y en Alemania. En 1917, el proletariado ruso tomó el poder si haber desplegado demasiado el arma de la huelga. Pero, subrayaba Rosa Luxemburg, eso fue así porque la revolución rusa no empezó en 1917 sino en 1905. En otras palabras, el proletariado ruso ya había vivido la experiencia de la huelga de masas antes de 1917.
En el Congreso, no repitió las ideas principales desarrolladas por la izquierda de la socialdemocracia sobre la huelga de masas después de 1905. Suponía, con razón, que los delegados las recordaban perfectamente. Recordémoslas nosotros brevemente: la huelga de masas es la condición previa indispensable a la toma del poder, precisamente porque anula la separación entre lucha económica y lucha política. Y, mientras que los sindicatos, incluso en los momentos más intensos como instrumentos de los obreros, sólo organizaban a minorías de la clase, la huelga de masas, en cambio, moviliza a "la masa compacta de los ilotas" del proletariado, las masas no organizadas, desprovistas de educación política. La lucha obrera no combate únicamente la miseria material. Es una insurrección contra la propia división del trabajo realizada por sus víctimas principales, los esclavos asalariados. El secreto de la huelga de masas es, sencillamente, el combate de los proletarios para convertirse en seres humanos plenamente. Last but not least, la huelga de masas es llevada a cabo por unos consejos obreros revitalizados, que dan a la clase los medios para centralizar su lucha por el poder.
Por eso Rosa Luxemburg, en su discurso ante el Congreso, insistió en que la insurrección armada era el último y non el primer acto de la lucha por el poder. La tarea del momento, decía ella, no es derribar al gobierno, sino minarlo. La diferencia principal con la revolución burguesa, defendía, es el carácter masivo de la proletaria, la fuerza que viene "de abajo" ([7]).
Pero eso fue precisamente lo que el Congreso no comprendió. Para muchos delegados, la siguiente fase de la revolución no se caracterizaba por movimientos de huelga de masas, sino por la lucha inmediata por el poder. Otto Rühle ([8]) expresó muy claramente esa confusión al declarar que era posible tomar el poder en dos semanas. Pero no era el único; el propio Karl Liebknecht, aún admitiendo la posibilidad de un curso más largo de la revolución, no quería excluir la posibilidad de "una victoria muy rápida" en "las semanas próximas" ([9]).
Tenemos todos los elementos para creer lo que refirieron los testigos presentes según los cuales a Rosa Luxemburg, especialmente, la dejaron sorprendida y alarmada los resultados del Congreso. A Leo Jogisches le pasó lo mismo, y se dice que su primera reacción fue aconsejar a Luxemburg y Liebknecht que dejaran Berlín y fueran a hacerse olvidar durante algún tiempo ([10]). Temía que el partido y el proletariado no estuvieran yendo de cabeza a la catástrofe.
Lo que más alarmaba a Rosa Luxemburg, no era, ni mucho menos, las posiciones programáticas adoptadas, sino la ceguera de la mayoría de los delegados ante el peligro que representaba la contrarrevolución y la inmadurez general con la que se habían realizado los debates. En muchas intervenciones se tomaban los deseos por la realidad, dando la impresión de que una mayoría de la clase ya estaba detrás del nuevo partido. La ponencia de Rosa Luxemburg fue saludada con gran júbilo y se adoptó inmediatamente una moción presentada por dieciséis delegados; ella pidió que se publicara su ponencia lo antes posible como "folleto de agitación". Pero el Congreso no la discutió seriamente. Prácticamente ninguna intervención retomó la idea principal de la ponencia de Rosa: la conquista del poder no estaba todavía al orden del día. Una excepción digna de mención fue la contribución de Ernst Meyer quien habló de su reciente visita a las provincias al este del Elba. Refirió que amplios sectores de la pequeña burguesía hablaban de la necesidad de dar una lección a Berlín. Y proseguía:
"Y me chocó más todavía que ni siquiera los obreros de las ciudades habían comprendido las necesidades de la situación. Por eso debemos desarrollar, con toda nuestra capacidad, nuestra agitación no solo en el campo sino también en las ciudades pequeñas y medianas."
Meyer contestó también a la idea de Paul Frölich de animar a la creación de repúblicas locales de consejos:
"Es perfectamente típico de la contrarrevolución el propagar la idea de la posibilidad de repúblicas independientes, lo cual no es sino la expresión del deseo de dividir a Alemania en zonas de diferenciación social, de alejar a las zonas atrasadas de la influencia de las regiones socialmente progresistas" ([11]).
La intervención de Fränkel, delegado de Königsberg, fue especialmente significativa: propuso que la ponencia no fuera discutida en absoluto: "Creo que una discusión sobre el magnífico discurso de la camarada Luxemburg no haría sino debilitarlo", declaró ([12]).
A esa intervención le siguió la de Bäumer, el cual afirmó que la posición proletaria contra cualquier participación en las elecciones era tan evidente que él incluso "lamentaba amargamente" que se hubiera discutido el tema ([13]).
Le incumbió a Rosa Luxemburg concluir la discusión. En fin de cuentas no hubo conclusión. El presidente anunció: "la camarada Luxemburg, lamentablemente, no podrá hacer la conclusión, no se encuentra bien" ([14]).
Lo que más tarde Karl Radek describiría como la "inmadurez juvenil" del Congreso fundador ([15]) se caracterizaba por la impaciencia y la ingenuidad, pero también por una falta de cultura de debate. Rosa Luxemburg había mencionado ese problema el día anterior: "Tengo la impresión de que os tomáis vuestro radicalismo demasiado a la ligera. El llamamiento a "votar rápidamente" lo demuestra. No es la madurez ni la seriedad, lo que predomina en esta sala... Estamos llamados a cumplir las mayores tareas de la historia universal, y nunca seremos lo suficientemente maduros, lo suficientemente profundos cuando uno piensa en las etapas que nos esperan para alcanzar nuestras metas sin riesgos. Unas decisiones de tal importancia no deben tomarse a la ligera. Lo que aquí falta es una actitud reflexiva, una seriedad que en absoluto excluye el ímpetu revolucionario, sino que ambos deben ir emparejados" ([16]).
Los revolutionäre Obleute de Berlín mandaron una delegación al Congreso para negociar la posibilidad de adherirse al Partido. Una particularidad de esas negociaciones era que la mayoría de los siete delegados se consideraba representante de las fábricas en las que trabajaban y votaba sobre cuestiones específicas sobre la base de una especie de sistema proporcional, únicamente tras haber consultado a "su" fuerza de trabajo que parecía haberse reunido para ello. Liebknecht que llevaba las negociaciones en nombre de la Liga Espartaco, refirió al Congreso que, por ejemplo, sobre la cuestión de participar en las elecciones para la Asamblea nacional, había 26 votos a favor y 16 en contra. Liebknecht añadía: "pero en la minoría hay representantes de fábricas muy importantes en Spandau que tienen 60 000 obreros tras ellos." Däumig y Ledebour que representaban a la izquierda del USPD, y no a los Obleute, no participaron en la votación.
Otro litigio fue la demanda de los Obleute de una paridad en las comisiones para el programa y la organización nombradas por el Congreso. Esa demanda fue rechazada por el hecho de que si bien los delegados representaban a una gran parte de la clase obrera berlinesa, el KPD representaba a la clase en todo el país.
Pero la discrepancia principal que parece haber envenenado la atmósfera de unas negociaciones que habían empezado con ánimo muy constructivo, concernía la estrategia y la táctica en el período venidero, o sea la cuestión que debería haber sido central en las deliberaciones del Congreso. Richard Müller pidió que Spartakusbund abandonara lo que él llamaba su táctica golpista. Parece ahí referirse en particular a la táctica de las manifestaciones armadas cotidianas en Berlín, organizadas por Spartakusbund, en un momento en que, según Müller, la burguesía buscaba provocar un enfrentamiento prematuro con la vanguardia política en la capital. A lo que Liebknecht contestó: "diríase un portavoz del Vorwärts" ([17]) (diario contrarrevolucionario del SPD).
Según el relato que de esas negociaciones hizo Liebknecht ante el Congreso, fue entonces cuando parece haberse producido el giro negativo de aquéllas. Los Obleute que hasta entonces parecían estar satisfechos con cinco representantes en las comisiones mencionadas, empezaron a exigir 8, y así. Los delegados de fábrica amenazaron incluso con formar su propio partido.
El Congreso prosiguió adoptando una resolución de censura a "los elementos pseudoradicales del USPD en quiebra" por el fracaso de las negociaciones. Con diferentes "pretextos", esos elementos intentaban "capitalizar la influencia que tenían sobre los obreros revolucionarios" ([18]).
El artículo sobre el Congreso, aparecido en el Rote Fahne el 3 de enero de 1919 y escrito por Rosa Luxemburg, expresaba un estado de ánimo diferente. El artículo habla de inicio de negociaciones hacia la unificación con los Obleute y los delegados de las grandes fábricas de Berlín, comienzo de un proceso que: "con toda evidencia llevará irresistiblemente a un proceso de unificación de todos los elementos verdaderamente proletarios y revolucionarios en un marco organizativo único. El que los Obleute revolucionarios del gran Berlín, representantes morales de la vanguardia del proletariado berlinés, se aliarán con Spartakusbund es algo de lo que han dado prueba ambas partes por su cooperación en todas las acciones revolucionarias de la clase obrera en Berlín hasta hoy" ([19]).
¿Cómo explicar esas debilidades en el nacimiento del KPD?
Tras la derrota de la revolución en Alemania, se dieron toda una serie de explicaciones tanto en el KPD como en la Internacional comunista, que insistían en las debilidades específicas del movimiento en Alemania, sobre todo al compararlo con el de Rusia. A Spartakusbund se le acusaba de defender una teoría "espontaneista" y pretendidamente luxemburguista de la formación del partido. Ahí se encontraba el origen de todo, desde las pretendidas vacilaciones de los espartaquistas para romper con los belicistas del SPD hasta la pretendida indulgencia de Rosa Luxemburg hacia los jóvenes "radicales" del partido.
Esa supuesta "teoría espontaneísta" sobre el partido de parte de Rosa Luxemburg suele remontarse al folleto que ella escribió sobre la revolución de 1905 en Rusia - Huelga de masas, partido y sindicatos -, en la que habría presentado y llamado a la intervención de las masas contra el oportunismo y el reformismo de la Socialdemocracia, como una alternativa a la lucha política y organizativa en el partido mismo. En realidad, la tesis fundamental del movimiento marxista que considera que la progresión del partido de clase depende de una serie de factores "objetivos" y "subjetivos" de los cuales uno de los más importantes es la evolución de la lucha de la clase, es muy anterior a Rosa Luxemburg ([20]).
Además, Rosa Luxemburg propuso una lucha muy concreta en el seno del partido. La lucha para restablecer el control político del partido sobre los sindicatos socialdemócratas. Era una opinión común, entre los sindicalistas especialmente, que la forma organizativa del partido político estaba más predispuesta a capitular ante la lógica del capitalismo que los sindicatos que organizaban directamente a los obreros en lucha. Rosa Luxemburg había comprendido que lo cierto era lo contrario, pues los sindicatos reflejan la división del trabajo reinante, base principal de la sociedad de clases. Había comprendido que los sindicatos y no el SPD, eran los portadores principales de la ideología oportunista y reformista en la socialdemocracia de antes de la guerra y que, so pretexto de la consigna a favor de su "autonomía", los sindicatos, en realidad, estaban ocupando el lugar del partido político de los obreros. Es cierto que la estrategia propuesta por Rosa Luxemburg apareció insuficiente. Pero eso no significa que sea una teoría "espontaneista" o, incluso, anarcosindicalista como se ha llegado a pretender. Y la orientación de Espartaco durante la guerra de formar una oposición en el SPD primero y en USPD después, tampoco era la expresión de una subestimación del partido, sino, al contrario, de la determinación sin fisuras de luchar por el partido, de impedir que sus mejores elementos cayeran en manos de la burguesía.
En una intervención durante el IVo Congreso del KPD, en abril de 1920, Clara Zetkin dijo que en la última carta que recibió de Rosa Luxemburg, ésta le escribió que el Congreso no había tenido razón al no haber hecho de la aceptación de participar en las elecciones una condición de pertenencia al nuevo partido. No hay razón alguna para dudar de la sinceridad de Clara Zetkin en esa declaración. La capacidad de leer lo que los demás escriben, y no lo que uno desearía ver escrito es, sin duda, más escasa de lo que suele creerse. La carta de Luxemburg a Zetkin, fechada el 11 de enero de 1919, sería publicada más tarde. Esto es lo que Rosa Luxemburg escribió: "Pero, sobre todo, por lo que se refiere al tema de la no participación en las elecciones: tú le das demasiada importancia a esa decisión. Ningún "pro Rühle" estaba presente, Rühle no era un líder en la Conferencia. Nuestra "derrota" no fue más que el triunfo de un radicalismo indefectible un tanto inmaduro y pueril... Todos nosotros decidimos unánimemente no hacer de esa cuestión un asunto de más importancia, de no tomárnoslo en plan trágico. En realidad, la cuestión de la Asamblea nacional acabará directamente relegada a un segundo plano por la evolución tumultuosa y si las cosas siguen como ahora, parece muy dudoso que haya algún día elecciones a la Asamblea nacional" ([21]).
El hecho de que fueran los delegados que mostraban más impaciencia e inmadurez los que solían defender las posiciones radicales, dio la impresión de que esa inmadurez era el producto del rechazo a participar en las elecciones burguesas o en los sindicatos. Esa impresión tendría consecuencias trágicas un año más tarde cuando la dirección del KPD, en la Conferencia de Heidelberg, excluyó a la mayoría a causa de su posición sobre las elecciones y sobre los sindicatos ([22]). No era ésa la comprensión de Rosa Luxemburg. Ella sabía que no había otra alternativa a la necesidad de que los revolucionarios transmitieran su experiencia a la generación siguiente y que no se puede fundar un partido de clase sin la nueva generación.
Tras haber sido excluidos del KPD los radicales, tras haber sido excluido después el KAPD de la Internacional comunista, se empezó a teorizar la idea de que el papel de los "radicales" en el seno de la juventud del partido era la expresión del peso de elementos "desarraigados" y "desclasados". Sin duda será cierto que entre los partidarios de Spartakusbund durante la guerra y, sobre todo, en el seno de los grupos de los "soldados rojos", de los desertores, de los inválidos, etc., hubiera corrientes que no soñaban sino con destrucciones y "terror revolucionario total". Algunos de esos elementos eran muy dudosos y los Obleute tenían razón en desconfiar de ellos. Otros eran unos cabezas locas o, sencillamente, jóvenes obreros que se había politizado con la guerra y no conocían otra forma de expresión que la de pelearse con fusiles y cuya aspiración era lanzarse a una especie de "guerrillas" como la que pronto iba a dirigir Max Hoelz ([23]).
Esa interpretación fue retomada en los años 1970 por autores como Fähnders y Rector, en su obra Linksradikalismus und Literatur ([24]). Éstos intentaron ilustrar su tesis sobre el vínculo entre el comunismo de izquierda y la "lumpenización" con el ejemplo de biografías de artistas radicales que, como el joven Máximo Gorki o Jack London, habían rechazado la sociedad existente situándose fuera de ella. A propósito de uno de los miembros más influyentes del KAPD, aquéllos escriben: "Adam Scharrer era uno de los representantes más radicales de la revuelta internacional... lo que lo llevó a la posición extrema y rígida de la Izquierda comunista" ([25]).
En realidad, muchos jóvenes militantes del KPD y de la Izquierda comunista se habían politizado en el movimiento de las juventudes socialistas antes de 1914. Políticamente, no eran, ni mucho menos, los productos ni del "desarraigo" ni de la "lumpenización" causadas por la guerra. Lo que sí es verdad es que su politización giraba en torno al tema de la guerra. Contrariamente a la vieja generación de obreros socialistas que había vivido décadas de rutina política en una época de relativa estabilidad del capitalismo, la juventud socialista se había movilizado de entrada en contra del espectro de la guerra que se anunciaba, desarrollando una fuerte tradición "antimilitarista" ([26]). Y aún cuando la Izquierda marxista quedó reducida a una minoría aislada en la Socialdemocracia, su influencia, en cambio, en el seno de las organizaciones radicales de la juventud era mucho mayor ([27]).
La acusación, por otro lado, según la cual los "radicales" habrían sido unos vagabundos en su juventud, no tiene en cuenta que esos años de "vagabundeo" fueron, en aquella época, algo bastante normal en la vida de los proletarios. Era, en parte, un vestigio de la vieja tradición del tiempo de aprendizaje del maestro artesano que caracterizó a las primeras organizaciones políticas en Alemania coma la Liga de los comunistas, una tradición que era ante todo el fruto de la lucha de los obreros para que se prohibiera el trabajo de los niños en las fábricas. Muchos jóvenes obreros se marchaban a "ver mundo" antes de someterse al yugo del trabajo asalariado. Se iban andando a explorar los países de lengua alemana, o a Italia, los Balcanes e incluso Oriente Medio. Los que estaban relacionados con el movimiento obrero encontraban alojamiento barato o gratuito en las Casas sindicales de las grandes ciudades, establecían contactos sociales y políticos, apoyaban las organizaciones juveniles locales. Y fue así como, en el mundo obrero, se fueron desarrollando centros internacionales de intercambio sobre cuestiones políticas, culturales, artísticas, científicas ([28]). Otros se embarcaron, aprendieron idiomas y establecieron vínculos socialistas por todo el planeta. ¡No hace falta preguntarse por qué una juventud así se convirtió en la vanguardia del internacionalismo proletario a través de toda Europa! ([29]).
La contrarrevolución acusó a los Obleute de ser agentes pagados por gobiernos extranjeros, por la Entente, y después por el "bolchevismo mundial". Son, en general, conocidos en la historia como una especie de corriente sindicalista de base, localista, centrada en la fábrica, antipartido. En los círculos obreristas se les solía admirar como una especie de conspiradores revolucionarios cuya finalidad era sabotear la guerra imperialista. Es así como se explica la manera con la que "infiltraron" sectores y factorías clave de la industria armamentística alemana.
Examinemos los hechos. Al principio, los Obleute, era un pequeño círculo de funcionarios del partido y de militantes socialdemócratas que se granjearon la confianza de sus colegas por su oposición sin concesiones a la guerra. Estaban fuertemente arraigados en la capital, Berlín, y en la industria metalúrgica, sobre todo entre los torneros. Pertenecían a los obreros educados, los más capaces, con los salarios más altos. Pero eran conocidos por su comportamiento de apoyo y solidaridad hacia los demás, hacia los sectores más frágiles de la clase obrera como las mujeres movilizadas para sustituir a los hombres enviados al frente. Durante la guerra, hubo toda una red de obreros politizados que creció en torno a ellos. No eran, ni mucho menos, una corriente antipartido, sino que en su práctica totalidad eran antiguos socialdemócratas, ahora miembros o simpatizantes del ala izquierda del USPD, incluido Spartakusbund. Participaron apasionadamente en todos los debates políticos que se produjeron en la clandestinidad durante la guerra.
En gran parte, la forma particular que tuvo esa politización se debió a las condiciones del trabajo clandestino, que hacían que las asambleas de masas clandestinas fueran muy escasas y las discusiones abiertas imposibles. En las fábricas, los obreros protegían de la represión a sus dirigentes, a menudo con un éxito notable. El tupido sistema de espionaje de los sindicatos y del SPD solía fracasar cuando querían dar con los nombres de los "cabecillas". En caso de arresto, cada delegado había nombrado un sustituto que cubría inmediatamente su ausencia.
El "secreto" de su capacidad para "infiltrar" los sectores clave de la industria era, pues, muy sencillo. Formaban parte de los "mejores" obreros, de modo que los capitalistas se los disputaban. De este modo, los propios patronos, sin saberlo, pusieron a esos internacionalistas revolucionarios en puestos neurálgicos de la economía de guerra.
El que las tres fuerzas antes mencionadas desempeñaran un papel crucial en la formación del partido de clase no es algo específico de la situación alemana. Una de las características del bolchevismo durante la revolución en Rusia fue cómo unificó esas mismas tres fuerzas que existían en el seno de la clase obrera: el partido de antes de la guerra que representaba el programa y la experiencia organizativa; los obreros avanzados, con conciencia de clase, de las fábricas y demás lugares de trabajo, que arraigaban al partido en la clase y tuvieron un papel decisivo en la resolución de diferentes crisis en la organización; y la juventud revolucionaria politizada por la lucha contra la guerra.
Lo que llama, comparativamente, la atención en Alemania es la ausencia de la misma unidad y de la misma confianza mutua entre esos componentes esenciales. Es eso y no una no se sabe qué calidad inferior de esos elementos mismos, lo que era crucial. Los bolcheviques poseían los medios para esclarecer las confusiones de unos y otros a la vez que mantenían y reforzaban su unidad. Y no era lo mismo en Alemania.
A la vanguardia revolucionaria en Alemania le faltaba unidad y confianza en su misión.
Una de las explicaciones principales es que la revolución alemana se enfrentaba a un enemigo mucho más poderoso. La burguesía alemana era sin lugar a dudas mucho más despiadada, si cabe, que la burguesía rusa. Además la fase inaugurada por la Guerra mundial le había aportado armas nuevas y poderosas. En efecto, antes de 1914, Alemania era el país con las mayores organizaciones obreras de todo el movimiento obrero mundial. Y cuando en el nuevo período, los sindicatos y los partidos socialdemócratas de masas dejaron de servir la causa del proletariado, esos instrumentos se transformaron en obstáculos ingentes. Aquí nos topamos con la dialéctica de la historia. Lo que había sido una fuerza de la clase obrera alemana en una época se convertía ahora en una desventaja.
Se necesita valor para encararse a una fortaleza semejante. Es grande la tentación de ignorar la fuerza enemiga para darse seguridad. Pero el problema no era únicamente la fuerza de la burguesía alemana. Cuando el proletariado ruso acabó con el Estado burgués en 1917, el capitalismo mundial estaba todavía dividido por la guerra imperialista. Es algo bien conocido que los militares alemanes ayudaron de hecho a Lenin y otros dirigentes bolcheviques a volver a Rusia, pues esperaban que eso debilitara la resistencia militar de su adversario en el frente del Este
Pero, ahora, la guerra había terminado y la burguesía mundial se unía contra el proletariado. Uno de los momentos fuertes del Congreso del KPD fue la adopción de una resolución que identificaba y denunciaba la colaboración del ejército británico y el ejército alemán con los propietarios de tierras de los Estados bálticos para poder entrenar en sus posesiones a unidades paramilitares contrarrevolucionarias dirigidas contra "la revolución rusa hoy" y "la revolución alemana mañana".
En tal situación, sólo una nueva Internacional habría podido dar a los revolucionarios y a todo el proletariado de Alemania la confianza, la seguridad y el aplomo necesarios. La revolución podía todavía salir victoriosa en Rusia sin que existiera un partido de clase mundial, porque la burguesía rusa era relativamente débil y aislada, pero no en Alemania. La Internacional comunista no se había fundado todavía cuando el enfrentamiento decisivo de la revolución alemana ya había ocurrido en Berlín. Solo una organización así, que reuniera las adquisiciones teóricas y la experiencia del conjunto del proletariado, habría podido encarar la tarea de llevar a cabo una revolución mundial.
Fue el estallido de la Gran guerra lo que hizo tomar conciencia a los revolucionarios de la necesidad de una oposición de izquierda internacional verdaderamente unida y centralizada. Pero en las condiciones de la guerra, era muy difícil mantener vínculos organizativos como tampoco esclarecer las divergencias políticas que separaban cada día más a las dos principales corrientes de la izquierda de la preguerra: los bolcheviques en torno a Lenin, y la izquierda alemana y la polaca en torno a Luxemburg. La ausencia de unidad antes de la guerra hizo más difícil todavía el transformar las capacidades políticas de las corrientes de los diferentes países en una herencia común de todos y atenuar las debilidades de cada uno.
El choque del hundimiento de la Internacional socialista no fue en ningún otro sitio tan fuerte como en Alemania. Aquí, la confianza en cualidades como la formación teórica, la dirección política, la centralización o la disciplina de partido fue duramente zarandeada. Las condiciones de la guerra, la crisis del movimiento obrero no facilitaron la restauración de la confianza ([30]).
En este artículo nos hemos centrado en las debilidades que aparecieron en el momento de la formación del Partido. Es necesario para comprender la derrota de principios de 1919, tema del artículo siguiente. Sin embargo, a pesar de esas debilidades, quienes se agruparon cuando la fundación del KPD eran los mejores representantes de su clase, de todo lo noble y generoso de la humanidad, los verdaderos representantes de un porvenir mejor. Volveremos sobre esto al final de la serie.
La unificación de las fuerzas revolucionarias, la formación de una dirección del proletariado digna de ese nombre se había vuelto un problema central de la revolución. Nadie comprendió mejor ese problema que la clase social directamente amenazada por ese proceso. A partir de la revolución del 9 de noviembre, el principal objetivo de la vida política de la burguesía fue la "liquidación" de Espartaco. El KPD se fundó en medio de ese ambiente de pogromo en que se preparaban los golpes decisivos contra la revolución qua iba llegando.
Ese será el tema del próximo artículo.
Steinklopfer
[1]) El orden del día de la invitación era:
1. La crisis del USPD
2. El programa de Spartakusbund
3. La Asamblea nacional
4. La Conferencia internacional
[2]) Contrariamente a esa posición, parece ser que una de las preocupaciones de Leo Jogiches era asociar a los Obleute a la fundación del partido.
[3]) Seis militantes presentes en la Conferencia fueron asesinados por las autoridades alemanas en los meses siguientes.
[4]) Der Gründungsparteitag der KPD, Protokoll und Materalien (Congreso de fundación del KPD, actas y documentos). publicado por Hermann Weber.
[5]) Eugen Leviné fue ejecutado unos meses más tarde por haber sido dirigente de la República de los Consejos de Baviera.
[6]) Frölich, conocido representante de la izquierda de Bremen, escribiría más tarde una célebre biografía de Rosa Luxemburg.
[7]) Ver las actas en alemán, op. cit. (nota 4), p. 196 à 199
[8]) Aunque poco después rechazara toda noción de partido de clase como burguesa y desarrollara una visión más bien individual del desarrollo de la conciencia de clase, Otto Rühle se mantuvo fiel al marxismo y a la clase obrera. Ya durante el Congreso, era partidario de los Einheitorganisationen (grupos politico-économicos) que debían, según él, sustituir a la vez al partido y a los sindicatos. En el debate sobre "Las luchas económicas", Luxemburg contesta a su idea diciendo que la alternativa a los sindicatos son los consejos obreros y los órganos de masas, y no los Einheitorganisationen.
[9]) Actas en alemán, op.cit., p. 222.
[10]) Según Clara Zetkin, Jogisches, en reacción a las discusiones, quiso que el Congreso fracase, o sea que se aplaze la fundación del partido.
[11]) Actas en alemán, op. cit., p. 214
[12]) Según las actas, esa sugestión fue acogida con exclamaciones como "¡Muy justo!". Felizmente no se adoptó la moción de Fränkel.
[13]) Op. cit., p. 209. El día anterior, por la misma razón, Gelwitzki, había dicho que se sentía "avergonzado" de haber discutido esa cuestión. Y cuando Fritz Heckert, que no tenía la misma fama revolucionaria que Luxemburg y Liebknecht, intentó defender la posición del comité central sobre la participación en las elecciones, fue interrumpido por una exclamación de Jakob: "¡Quien habla aquí es el espíritu de Noske!" (Op.cit., p. 117). Noske, ministro del ejército socialdemócrata del gobierno burgués del momento entró en la historia con el mote de "perro sangriento de la contrarrevolución"...
[14]) Op. cit., p. 224
[15]) "El Congreso ha demostrado con fuerza la juventud e inexperiencia del Partido. El vínculo con las masas era muy tenue. El Congreso ha adoptado una actitud irónica hacia los Independientes de izquierda. No he tenido la impresión de tener un Partido ante mí" (Ídem, p. 47).
[16]) Ídem, p. 99-100.
[17]) Ídem, p. 271.
[18]) Ídem, p. 290.
[19]) Ídem, p. 302.
[20]) Ver los argumentos de Marx y Engels en el seno de la Liga de los Comunistas, tras la derrota de la Revolución de 1848-49.
[21]) Citado por Hermann Weber en los documentos sobre el Congreso de fundación, op.cit., p. 42, 43.
[22]) Una gran parte de los excluidos fundó el KAPD. Así, súbitamente, había dos Partidos comunistas en Alemania, ¡una trágica división de las fuerzas revolucionarias!
[23]) Max Hoelz era simpatizante del KPD y del KAPD; él y sus partidarios, armados, estuvieron activos en la "Alemania central" a principios de los años 20.
[24]) Walter Fähnders, Martin Rector, Linksradikalismus und Literatur, Untersuchungen zur Geschichte der sozialistischen Literatur in der Weimarer Republik ("Radicalismo de izquierda y literatura; estudios de historia de la literatura socialista en la república de Weimar").
[25]) P. 262. Adam Scharrer, gran figura del KAPD, siguió defendiendo la necesidad de un partido de clase revolucionario hasta el aplastamiento de las organizaciones comunistas de izquierda en 1933.
[26]) La primera aparición de un movimiento de jóvenes socialistas radicales ocurrió en Bélgica en los años 1860, cuando les jóvenes militantes hicieron agitación (con cierto éxito) ante los soldados en los cuarteles para impedir que fueran utilizados contra los obreros en huelga.
[27]) Ver la novela de Scharrer, Vaterlandslose Gesellen (que viene a significar algo así como "El granuja antipatriótico"), escrita en 1929, así como la biografía y el comentario de Arbeitskollektiv proletarisch-revolutionärer Romane, republicado por Oberbaumverlag, Berlin.
[28]) Uno de los testigos principales de ese capítulo de la historia es Willi Münzenberg, especialmente en su libro Die Dritte Front ("El tercer frente"): "Recuerdos de quince años en el movimiento proletario juvenil", publicado por primera vez en 1930.
[29]) El líder más conocido del movimiento de la juventud socialista antes de la guerra era, en Alemania, Karl Liebknecht y en Italia, Amadeo Bordiga.
[30]) El ejemplo de la maduración de la juventud socialista en Suiza gracias a las discusiones regulares con los bolcheviques durante la guerra mostró que eso era posible. "Con una gran capacidad psicológica, Lenin agrupó a los jóvenes en torno a él, participando en sus discusiones por la noche, animándolos, y criticándolos siempre con un espíritu de empatía. Ferdy Böhny lo recordaría más tarde: "la manera con la que discutía con nosotros se parecía a la del diálogo socrático"" (Babette Gross: Willi Münzenberg, Eine politische Biografie, p. 93).
"Las hambrunas aumentan en los países del tercer Mundo y pronto alcanzarán a los países que se pretendían "socialistas", a la vez que en Europa occidental y en América del Norte se destruyen depósitos de productos agrícolas, se paga a los campesinos para que cultiven menos tierras, se les penaliza si producen más de los cupos estipulados. En Latinoamérica, epidemias, como el cólera por ejemplo, matan a miles de personas, y eso que esa plaga había sido erradicada hace tiempo. Por todas las partes del mundo, las inundaciones o los terremotos siguen matando a decenas de miles de seres humanos en unas cuantas horas y eso que la sociedad es ahora perfectamente capaz de construir diques y viviendas que podrían evitar esas hecatombes. Tampoco se puede evocar la "fatalidad" o los "caprichos de la naturaleza", cuando, en Chernóbil, en 1986, la explosión de una central atómica mata a cientos (si no son miles) de personas y contamina varias provincias, cuando, en los países más desarrollados, se viven catástrofes asesinas en el mismo corazón de las grandes ciudades: 60 muertos en una estación parisina, más de 100 muertos en un incendio del metro de Londres, hace poco tiempo. Este sistema se revela además incapaz de hacer frente a la degradación del entorno, las lluvias ácidas, las contaminaciones de todo tipo y especialmente la nuclear, el efecto invernadero, la desertificación, que ponen en peligro la supervivencia misma de la especia humana" (1991, Revolución comunista o destrucción de la humanidad) (1).
El problema del medio ambiente siempre ha estado presente en la propaganda de los revolucionarios, desde la denuncia que hicieron Marx y Engels de las condiciones insoportables en el Londres de mediados del siglo xix, hasta la de Bordiga sobre los desastres medioambientales causados por la irresponsabilidad del capitalismo. Hoy esta cuestión es todavía más crucial y exige un esfuerzo creciente por parte de las organizaciones revolucionarias para mostrar hasta qué punto la alternativa histórica ante la que se encuentra la humanidad, socialismo o barbarie, opone la perspectiva del socialismo a la de la barbarie no sólo por las guerras locales o generales, sino que la barbarie incluye también la amenaza de una catástrofe ecológica y medioambiental que se perfila en el horizonte cada día más.
Con esta serie de artículos, la CCI quiere desarrollar el tema del medio ambiente abordando sucesivamente los aspectos siguientes:[1]
Este primer artículo [2] levanta acta de la situación actual, procurando poner en evidencia la globalidad de los riesgos que se ciernen sobre la humanidad, especialmente los fenómenos más destructores que existen a nivel planetario como:
En un segundo artículo, intentaremos demostrar por qué los problemas del medio ambiente no pueden achacarse a individuos, por mucho que también existan responsabilidades individuales, pues es el capitalismo y su lógica de máxima ganancia los responsables verdaderos. A este respecto, habremos de ver cómo la propia evolución de la ciencia y de la investigación científica no se hace al azar, sino que está sometida al imperativo capitalista de la ganancia máxima.
En el tercer artículo analizaremos las respuestas aportadas por los diferentes movimientos verdes, ecologistas, etc., para mostrar que por mucha buena fe y la mejor voluntad de muchos de quienes participan en ellos, no sólo son ineficaces sino que sirven para alimentar la ilusión de que existe una solución a esos problemas en el seno del capitalismo, cuando, en realidad, la única solución es la revolución comunista internacional.
Se habla cada día más de problemas medioambientales, aunque sólo sea porque en los últimos años, han aparecido en los diferentes países del mundo unos partidos en cuyos estandartes se ha inscrito la defensa del entorno. ¿Es esto algo tranquilizador? ¡Ni mucho menos! Todo el alboroto hecho al respecto no ha servido más que para enredar más las ideas. Por eso hemos decidido empezar describiendo unos fenómenos particulares que, combinados, arrastran cada día más a nuestra sociedad hacia la catástrofe medioambiental. Como habremos de ver, y contrariamente a lo que nos cuentan la televisión y revistas más o menos especializadas, la situación es mucho más grave y amenazadora que lo que quieren que nos creamos. Y no será tal o cual capitalista, insaciable e irresponsable, tal o cual mafioso o de la Camorra, los responsables, sino todo el sistema capitalista como tal.
Del efecto invernadero todo el mundo habla, pero no siempre con conocimiento de causa. En primer lugar, hay que dejar claro que el efecto invernadero es un fenómeno benéfico para la vida en la Tierra - al menos para el tipo de vida que conocemos - pues permite que reine en la superficie de nuestro planeta una temperatura media (media global, que tiene en cuenta las cuatro estaciones y las diferentes latitudes) de unos 15 °C, en lugar de - 17 °C, temperatura estimada sin efecto invernadero. Puede uno imaginarse lo que sería un mundo cuya temperatura estaría siempre bajo 0 °C, con los mares y los ríos helados... ¿A qué se debe esa diferencia de más de 32 °C?, se debe al efecto invernadero: la luz del sol atraviesa las capas más bajas de la atmósfera sin ser absorbida (el sol no calienta el aire), alimentando la energía de la Tierra. Al estar compuesta de infrarrojos, la radiación que emana de ésta (como de cualquier astro), es entonces interceptada y abundantemente absorbida por ciertos componentes del aire como el anhídrido carbónico, el vapor de agua, el metano y otros compuestos de síntesis como los clorofluorocarbonos (CFC). De ello resulta que el balance térmico de la Tierra aprovecha ese calor producido en las capas bajas de la atmósfera y que provoca un aumento de temperatura en la superficie de la tierra 32 °C. El problema no es, por lo tanto, el efecto invernadero en sí, sino que con el desarrollo de la sociedad industrial, se han ido introduciendo en la atmósfera muchas substancias "con efecto invernadero" cuya concentración aumenta sensiblemente y cuya consecuencia es, pues, hacer aumentar el efecto invernadero. Se ha demostrado, por ejemplo, gracias a estudios realizados sobre el aire encerrado en muestras de hielo polar de más 650 000 años, que la concentración actual en CO2, de 380 ppm (partes por millón o miligramos por decímetro cúbico) es la más alta de todo ese período, y quizás incluso de los 20 últimos años. Además, las temperaturas registradas durante el siglo xx han sido las más elevadas desde hace 20 000 años. El recurso desenfrenado a los combustibles fósiles como fuente de energía y la deforestación creciente de la superficie terrestre han comprometido a partir de la era industrial, el equilibrio natural del gas carbónico en la atmósfera. Este equilibrio es el producto de la liberación de CO2 en la atmósfera por un lado, mediante la combustión y la degradación de la materia orgánica y, por otro, de la fijación de ese gas carbónico de la atmósfera mediante la fotosíntesis, proceso que lo transforma en glúcido y por lo tanto en materia orgánica compleja. El desequilibrio entre liberación (combustión) y fijación (fotosíntesis) de CO2, en favor de la liberación, es la razón del incremento actual del efecto invernadero.
Como hemos dicho antes, no sólo entra en danza el gas carbónico sino también el vapor de agua y el metano. El vapor de agua es, a la vez, factor y producto del efecto invernadero puesto que, presente en la atmósfera, es tanto más abundante cuanto más elevada es la temperatura a causa del incremento de la evaporación de agua resultante. El aumento de metano en la atmósfera tiene su origen, por su parte, en toda una serie de fuentes naturales, pero también es el resultado del uso creciente de ese gas como combustible y de los múltiples escapes en los gasoductos diseminados por toda la superficie del globo. El metano, también llamado "gas de los pantanos", es un tipo de gas procedente de la fermentación de la materia orgánica en ausencia de oxígeno. La inundación de valles frondosos para presas de agua de centrales hidroeléctricas origina una producción de metano local en aumento. El problema del metano, que ahora contribuye en un tercio del incremento del efecto invernadero, va mucho más allá en gravedad que ese aumento local. Ante todo, el metano tiene una capacidad de absorción de los infrarrojos 23 veces mayor que el CO2, que ya es mucho. ¡Pero podría ser mucho más grave! Ninguna previsión actual, bastante catastróficas ya, tiene en cuenta lo que podría suceder si se libera metano a partir del enorme depósito natural de la tierra. Este está formado por bolsas de gas atrapado en torno a 0 °C y a una presión de unas cuantas atmósferas, en unas estructuras particulares de hielo (gas hidratado), siendo un litro de cristal capaz de contener unos 50 litros de gas metano. Esos yacimientos se encuentran sobre todo en el mar, a lo largo del talud continental y dentro del permafrost [suelo permanentemente congelado], en diversas zonas de Siberia, Alaska y norte de Europa. Este es el sentimiento de algunos peritos en estos temas: "Si el calentamiento global superara ciertos límites (3-4 °C) y si la temperatura de las aguas costeras y del permafrost se elevara, podría producirse una enorme emisión, en un tiempo corto (unas cuantas decenas de años), de metano liberado por los hidratos vueltos inestables, lo cual provocaría una aceleración catastrófica del efecto invernadero. (...) durante el último año, las emisiones de metano a partir del territorio sueco, al norte del círculo polar, han aumentado en 60 %, el aumento de temperatura en estos quince últimos años es limitado en término medio global, pero es mucho mayor (unos grados) en las zonas septentrionales de Eurasia y de Norteamérica (en verano, se ha abierto el mítico paso del noroeste que permite ir en barco desde el Atlántico al Pacifico)" ([3]).
Incluso sin esas "novedades", las previsiones elaboradas por organismos reconocidos a nivel internacional como la Agencia IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) de la ONU y el MIT (Massachussets Institute of Technology) de Boston, anuncian ya para este siglo un aumento de la temperatura media entre un mínimo de 0,5 °C a un máximo de 4,5 °C, en la hipótesis de que no se haga nada significativo en contra, como está ocurriendo hasta ahora. Esas previsiones, además, ni siquiera incluyen las dos nuevas potencias industriales, insaciables en energía, China e India.
"Un calentamiento suplementario de unos cuantos grados centígrados provocaría una evaporación más intensa de las aguas oceánicas, pero los análisis más sofisticados sugieren que habría una disparidad acentuada de la pluviosidad en diferentes regiones. Se extenderían las zonas áridas y se volverían todavía más áridas. Las zonas oceánicas con temperaturas de superficie superiores a 27 °C, cota crítica para la formación de ciclones, aumentarían entre 30 y 40 %. Eso engendraría episodios meteorológicos catastróficos en continuidad con inundaciones y desastres recurrentes. El deshielo de una buena parte de los glaciares antárticos y de Groenlandia, el aumento de la temperatura de los océanos, harían subir su nivel (...) con entradas de agua salada en muchas zonas costeras fértiles y la sumersión de regiones enteras (Bengladesh en parte, muchas islas oceánicas)" ([4]).
No tenemos espacio aquí para desarrollar este tema, pero vale la pena recordar, al menos, que el cambio climático, provocado por el incremento del efecto invernadero, incluso sin llegar al efecto retroactivo producido por la liberación del metano de la tierra, podría causar tantas catástrofes pues provocaría:
Un segundo tipo de problema, típico de esta fase de la sociedad capitalista, es la producción excesiva de desperdicios y la dificultad subsiguiente para tratarlos de modo adecuado. Si, recientemente, la noticia de la presencia de montones de basura por todas las calles de Nápoles y de su región (Campania) ha llenado pantallas y periódicos del mundo, eso sólo se debe a que esa región del mundo se la considera todavía, a pesar de todo, como parte de un país industrializado y, por ende, avanzado. Porque lo que es hoy una evidencia patente es que las periferias de cantidad de grandes ciudades del Tercer Mundo se han convertido desde hace tiempo en gigantescos basureros al aire libre.
Esa acumulación enorme de desperdicios es el resultado de la lógica del capitalismo. Cierto, la humanidad ha producido siempre desperdicios, pero en tiempos pasados siempre se reintegraban, se recuperaban y volvían a utilizarse. Solo actualmente, bajo el capitalismo, los desperdicios se han convertido en un problema para los mecanismos específicos de funcionamiento de esta sociedad, unos engranajes que están todos basados en un principio fundamental: todo producto de la actividad humana es considerado como una mercancía, o sea algo que destinado a la venta para realizar el máximo beneficio posible en un mercado cuya única ley es la competencia. Esto no puede tener sino una serie de consecuencias nefastas:
Se calcula que, ya solo en Italia, durante los 25 últimos años, con una población equivalente, la cantidad de basura se ha más que duplicado a causa de los embalajes.
El problema de los desperdicios es uno de los que todos los políticos creen poder resolver, pero que, en realidad, encuentra obstáculos insuperables en el capitalismo. Esos obstáculos no se deben, ni mucho menos, a una falta de tecnología, sino que, al contrario, una vez más, se deben a la lógica con la que está gestionada esta sociedad. En realidad, la gestión de los desperdicios, para hacerlos desparecer o reducir su cantidad, también está sometida a la ley de la ganancia. Incluso cuando es posible el reciclado o la reutilización de materiales, mediante la selección, todo eso requiere medios y cierta capacidad política de coordinación, que suele estar ausente en las economías más débiles. Por eso es por lo que, en los países más pobres y allí donde las actividades de las empresas declinan a causa de la crisis galopante de las últimas décadas, gestionar los desperdicios es más que un gasto suplementario.
Algunos podrán objetar: si en los países avanzados, la gestión de los desperdicios funciona, eso significa que se trata de un problema de buena voluntad, de sentido cívico y de aptitud a la gestión de la empresa. Lo que de verdad ocurre es que, como en todos los sectores de la producción, los países más fuertes dejan a los países más débiles (o en estos a las regiones más desfavorecidas económicamente) el peso de una parte de la gestión de sus desechos.
"Dos grupos de especialistas en medio ambiente estadounidenses, Basel Action Network y Silicon Valley Toxics, han publicado un informe reciente que afirma que entre 50 y 80 % de los desechos de la electrónica de los estados del oeste de Estados Unidos se cargan con contenedores en navíos que se dirigen a Asia (sobre todo India y China) donde los costes de eliminación son muchísimo menores y las leyes del medio ambiente menos severas. No se trata de un proyecto de ayuda, sino de un comercio de residuos tóxicos que los consumidores han decidido tirar. El informe de las dos asociaciones menciona, por ejemplo, el vertedero de Guiyu, adonde van a parar sobre todo pantallas e impresoras. Los obreros de Guiyu usan herramientas rudimentarias para sacar los componentes destinados a ser vendidos. Una cantidad impresionante de desechos electrónicos no es reciclada, sino sencillamente abandonada a cielo abierto en los campos, en las orillas de los ríos, en los lagos, marismas, ríos y acequias de riego. Entre quienes trabajan sin precaución alguna hay mujeres, hombres, niños" ([5]).
"En Italia (...), se estima que las ecomafias tienen un volumen de negocios de 26 mil millones de € por año, de entre los cuales 15 por el tráfico y la eliminación ilegal de desechos" ("Informe Ecomafia 2007", de la Lega Ambiente). (...) El Servicio de Aduanas ha confiscado 286 contenedores con más de 9000 toneladas (t.) de desperdicios en 2006. El tratamiento legal de un contenedor de 15 t. de residuos peligrosos cuesta unos 60 000 euros; por la misma cantidad, el mercado ilegal en Oriente sólo pide 5000. Los destinos principales de los tráficos ilegales son muchos países de Asia en vías de desarrollo; los materiales exportados son, primero, trabajados y, luego, reintroducidos en Italia u otros países occidentales, como derivados de esos mismos residuos para ser destinados, en particular, a las fábricas de material plástico.
En junio de 1992, la FAO (Food and Agricultural Organisation) anunció que los Estados en vías de desarrollo, los africanos sobre todo, se habían convertido en un "basurero" a disposición de occidente. Somalia parece ser hoy uno de los Estados africanos con mayor "riesgo", una verdadera encrucijada de intercambios y tráfico de ese tipo: en un informe reciente, la UNEP (United Nations Environment Programme) nota el aumento constante de la cantidad de capas freáticas contaminadas en Somalia, causa de enfermedades incurables en la población. El puerto de Lagos, en Nigeria, es la escala más importante del tráfico ilegal de componentes tecnológicos vetustos enviados a África" .
[...]
Como ya hemos dicho arriba, trasladar el problema de las basuras hacia las regiones desfavorecidas es algo que ocurre dentro de un mismo país. Eso es lo que ocurre en Campania, la región italiana de Nápoles, que ha ocupado las crónicas internacionales con sus montones de inmundicias bordeando las calles durante meses. Poca gente sabe, sin embargo, que Campania, como, en el plano internacional, China, India o los países de África del norte, es el basurero de todos los residuos tóxicos de industrias del norte que han transformado zonas agrícolas fértiles y placenteras, como la de Caserta, en una de las zonas más contaminadas del planeta. Por muchas denuncias y acciones de la justicia que se sucedan unas a otras, los estragos continúan sin freno. No es la Camorra, la mafia, el hampa, los que provocan esos estragos, sino la lógica misma del capitalismo. Mientras que el procedimiento oficial para eliminar correctamente un kilo de residuos tóxicos representa un gasto que puede superar los 60 céntimos de euro, ese mismo servicio cuesta unos diez céntimos cuando se usan medios ilegales. Y es así como cada año, cada gruta abandonada se transforma en vertedero. En un pueblecito de Campania, donde van a construir precisamente un incinerador, esos desechos tóxicos, mezclados con tierra para ocultarlos, sirvieron para construir el firme de un larga avenida "de tierra batida". Como lo cuenta Saviano en su libro, que se ha convertido en un fenómeno de librería en Italia: "si se juntaran los desperdicios ilegales gestionados por la Camorra se crearía una montaña de 14 600 metros de alto con una base de tres hectáreas: la montaña más grande que jamás haya existido en el mundo" ([6]).
Por otra parte, como lo veremos más detalladamente en el próximo artículo, el problema de los residuos está ante todo vinculado al tipo de producción que desarrolla la sociedad actual. Más allá de lo "desechable", el problema está en los materiales utilizados para fabricar las cosas. El recurrir a materiales sintéticos, el plástico sobre todo, prácticamente indestructibles, plantea enormes problemas para la humanidad del mañana. Y en este caso, ya no se trata de países ricos o pobres, pues el plástico no es biodegradable en ningún lugar del mundo, como lo pone de relieve este extracto de un artículo: "Se la llama Trash Vortex, la isla de los desperdicios del Océano Pacifico, de un diámetro de unos 25 000 km., uno profundidad de 30 metros, compuesta de 80 % de plástico, para lo restante, de otras basuras procedentes de todas partes. Es como si hubiera una isla inmensa en medio del Pacífico, formada de inmundicias en lugar de rocas. Estas últimas semanas, la densidad de ese material ha alcanzado tal nivel que el peso total de esta "isla" de residuos alcanza 3,5 millones de t., explica Chris Parry de la Comisión Costera Californiana de San Francisco (...) Este vertedero increíble y poco conocido se ha ido formando a partir de los años 50, como consecuencia de la existencia del Giro subtropical del Pacífico norte, una corriente oceánica lenta que se desplaza en el sentido de las agujas del reloj y en espiral, bajo el efecto de un sistema de corrientes de alta presión. (...). La mayor parte del plástico llega de los continentes, 80 % más o menos; sólo el resto procede de los barcos, de recreo, comerciales o pesqueros. En el mundo se producen unos 100 mil millones de kilos de plástico por año, del cual acaban en el mar en torno a un 10 %. El 70 % de este plástico acabará hundiéndose en el fondo de los mares, causando estragos entre los seres vivos de esos parajes. Y el resto seguirá flotando. La mayor parte de esos plásticos es poco biodegradable y acaba fragmentándose en trocitos que terminan en los estómagos de muchos animales marinos causándoles la muerte. Lo que queda acabaría descomponiéndose dentro de cientos de años, provocando estragos durante todo ese tiempo en la vida marina" ([7]).
¡Una masa de desechos con una extensión dos veces mayor que la de Estados Unidos!! ¿Y sólo ahora la habrían visto? ¡Ni mucho menos! En realidad fue descubierta en 1997 par un capitán de investigaciones oceanográficas y hoy nos enteramos que un informe de la ONU de 2006: "calculaba que un millón de aves marinas y más de 100 000 peces y mamíferos marinos mueren cada año a causa de los restos de plástico y que cada milla marina cuadrada del océano contiene al menos 46 000 fragmentos de plástico flotante" ([8]).
¿Y qué han hecho quienes tienen las riendas de la sociedad durante estos diez años? Nada, absolutamente nada. Situaciones parecidas, por menos dramáticas que sean, son también lamentables en el Mediterráneo, en cuyas aguas se tiran cada año 6,5 millones de t. de basuras, de las cuales 80 % son plástico, y en cuyos fondos se llegan a contar unos 2000 trozos de plástico por km2 ([9]).
Y sin embargo, ¡soluciones sí que hay! Cuando el plástico está fabricado con 85 % de almidón de maíz es totalmente biodegradable, por ejemplo. Y ya es hoy una realidad: hay bolsas, lápices y otros objetos fabricados con esa materia. El problema es que bajo el capitalismo, la industria difícilmente se mete por un camino si no es rentable, y como el plástico a base de almidón de maíz cuesta más caro, nadie quiere asumir unos precios más elevados con la materia biodegradable con el riesgo de verse expulsado del mercado ([10]). El problema es que los capitalistas se han acostumbrado a hacer balances económicos que excluyen sistemáticamente todo lo que no puede cifrarse, porque no pueden ni venderlo ni comprarlo, aunque se trate de la salud de la población y del medio ambiente. Cada vez que un industrial produce una materia que, al final de su recorrido acaba siendo basura, prácticamente jamás se prevén los gastos por la gestión de esos residuos y, sobre todo, lo que nunca se prevé son los estragos que implica la permanencia de esa materia en la tierra.
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Los contaminantes son substancias, naturales o sintéticas, que son tóxicas para el hombre y/o el mundo viviente. Junto a substancias naturales presentes desde siempre en nuestro planeta y usadas de diferentes modos por la tecnología industrial, y entre ellas, los metales pesados, el amianto, etc., la industria química ha producido miles de otros productos y en cantidades... industriales. La falta de conocimiento sobre la peligrosidad de toda una serie de substancias y, sobre todo, el cinismo del capitalismo, han provocado desastres inimaginables, creando una situación medioambiental que será difícil restaurar una vez que la clase dominante actual haya sido eliminada.
Uno de los episodios más catastróficos de la industria química fue, sin lugar a dudas, el de Bhopal, en India, que ocurrió entre el 2 y el 3 de diciembre de 1984 en la factoría de la Union Carbide, multinacional química americana. Una nube tóxica de 40 t. de pesticidas mató, inmediatamente y en los años siguientes, a 16 000 personas al menos, causando daños corporales irremediables a un millón más. Las encuestas sucesivas revelaron que, contrariamente a la fábrica del mismo tipo situada en Virginia, en la de Bhopal no se había efectuado ninguna medida de presión, ni había sistemas de refrigeración. La torre de refrigeración estaba temporalmente cerrada, los sistemas de seguridad no correspondían al tamaño de la factoría. Pero la verdad es que la fábrica india, con su mano de obra muy barata, significaba para los dueños norteamericanos una inversión neta con una rentabilidad excepcional, que no necesitaba más que una inversión reducida en capital fijo y variable...
Otro acontecimiento histórico fue, más tarde, el de la central nuclear de Chernóbil en 1986.
"Se ha calculado que las emisiones radioactivas del reactor 4 de Chernóbil fueron cerca de 200 veces mayores que las explosiones de Hiroshima y Nagasaki juntas. En total, hay zonas muy contaminadas en las que viven 9 millones de personas, entre Rusia, Ucrania y Bielorrusia, donde el 30 % del territorio está contaminado por el cesio 137. En esos tres países, fueron evacuadas unas 400 000 personas, y otras 270 000 viven en zonas en las que el consumo de alimentos producidos localmente está sometido a restricciones" ([11]).
Ha habido, ya se sabe, una multitud de desastres medioambientales causados por la mala gestión de las fábricas o por incidentes de todo tipo como las incontables mareas negras, entre las cuales la provocada por el petrolero Exxon Valdez el 24 de marzo de 1989, cuyo naufragio en la costa de Alaska provocó el escape de unas 30 000 t. de petróleo, o la primera Guerra del Golfo que terminó en incendio de los pozos de petróleo y en desastre ecológico causado por la dispersión del petróleo por el golfo Pérsico, el más grave de la historia hasta hoy. Más en general, se calcula, según la Academia nacional de ciencias de EE.UU, que la cantidad de hidrocarburos que se pierde en los mares cada año está en una media entre 3 y 4 millones de t., con una tendencia al aumento a pesar de las diferentes intervenciones preventivas, debidas al incremento continuo de las necesidades.
Además de la propia acción de los contaminantes que, cuando se encuentran a altas dosis en el entorno, provocan intoxicaciones agudas, hay otro mecanismo de intoxicación, más lento y discreto, el del envenenamiento crónico. De hecho, una sustancia tóxica absorbida lentamente y a pequeñas dosis, si es químicamente estable, puede acumularse en órganos y tejidos de los seres vivos, hasta alcanzar una concentración que acaba siendo letal. Es lo que en ecotoxicología se llama bioacumulación. Y también hay otro mecanismo en acción cuando una sustancia tóxica se transmite a lo largo de la cadena alimenticia (o cadena trófica), de unos estadios inferiores a otros estadios tróficos superiores, multiplicándose cada vez su concentración por dos o por tres. Para ser más claros, pongamos el ejemplo concreto de la que se produjo en 1953 en la bahía de Minamata en Japón, donde vivía una comunidad de pescadores pobres que se alimentaban sobre todo con lo que pescaban.
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A pesar de que a principios de los años 1960, el mundo científico se hizo consciente de que en materia de sustancias tóxicas, no basta con usar métodos de dilución en la naturaleza, porque, como se ha demostrado, los mecanismos biológicos son capaces de concentrar lo que el hombre diluye, la industria química siguió contaminando el planeta por todos los rincones y, esta vez, ya no sirve aquello de "no sabíamos lo que podría ocurrir". Y así ha habido un segundo Minamata mucho más recientemente en Priolo (Sicilia), en una franja de tierra envenenada en de un radio de varios kilómetros, por al menos 5 refinerías, en donde se ha probado que la Enichem (la gran empresa química italiana) vierte ilegalmente el mercurio de la fábrica de producción de cloro y sosa. Entre 1991 y 2001, nacieron unos 1000 niños con deficiencias mentales graves y deformaciones muy serias, en el corazón o en el aparato urogenital, familias enteras con tumores y muchas mujeres desmoralizadas y obligadas a abortar para evitar dar a luz a unos niños monstruosos. ¡Y eso que lo ocurrido en Minamata ya había mostrado los peligros del mercurio para la salud humana! Priolo no es un fenómeno inesperado, un error trágico, sino un acto criminal sencilla y llanamente, perpetrado por el capitalismo italiano y más todavía, por el "capitalismo de Estado" que algunos quisieran hacernos pasar como "más de izquierdas" que el capitalismo privado. Se ha descubierto, en realidad, que la dirección de Enichem se comporta como la peor de las ecomafias: para ahorrar costes en "descontaminación" (se habla de varios millones de euros ahorrados), los residuos con mercurio se mezclaban con otras aguas sucias y vertidas en el mar, o enterradas. Además, con falsos certificados, utilizaban cisternas de doble fondo para ocultar el tráfico de residuos peligrosos y todo tipo de trapicheos del mismo jaez. Cuando la justicia empezó por fin a moverse deteniendo a los dirigentes de esa compañía, la responsabilidad era tan evidente que Enichem decidió pagar 11 000 euros par familia, cifra equivalente a la que habría debido pagar si hubiera sido condenada por los tribunales.
Junto a las fuentes accidentales de contaminantes, es toda la sociedad la que, a causa de su modo de funcionamiento, produce contaminantes sin cesar, que se van acumulando en el aire, en las aguas y en el suelo y - como ya hemos dicho - en toda la biosfera, incluidos nosotros, los humanos. El uso masivo de detergentes y demás productos ha dado lugar a fenómenos de eutrofización (enriquecimiento excesivo) de los ríos, lagos y mares. En los años 90, el mar del Norte recibió entre 6000 y 11 000 t. de plomo, 22 000 a 28 000 de zinc, 4200 de cromo, 4000 de cobre, 1450 de níquel, 530 de cadmio, 1,5 millón de t. de nitrógeno combinado y unas 100 000 t. de fosfatos. Esos residuos, tan ricos en materia contaminante, son especialmente peligrosos en los mares con una extensa plataforma continental (o sea, poco profundos incluso lejos de la costa), como lo es precisamente el mar del Norte, pero también el Báltico, el Adriático, el mar Negro.... En efecto, la masa reducida de agua marina, combinada con la dificultad de mezcla entre las aguas dulces de los ríos y las marinas saladas y densas, no permite un dilución adecuada de los contaminantes.
Productos de síntesis como el famoso insecticida DDT, prohibido en los países industrializados desde hace treinta años, o también los PCB (policloruros de bifenilo), utilizados antes en la industria eléctrica, cuya producción también está prohibida al no estar en conformidad con las normas actuales, pero todos ellos de una solidez química increíble, diseminados hoy un poco por todas partes, inalterados, en las aguas, lo suelos y... en los tejidos de los seres vivos. Merced a la bioacumulación, esas materias se han concentrado peligrosamente en algunas especies animales a las que acaban matando o perturbándoles la reproducción, acarreando el declive de su población. En ese contexto debe, naturalmente, considerarse lo referido antes sobre el tráfico de residuos peligrosos que, depositados muy a menudo de manera abusiva en lugares sin la menor protección, causan daños incalculables al ecosistema y a toda la población de la región.
Para terminar esta parte - y es evidente que podríamos referir cientos y cientos de casos concretos a nivel mundial - cabe recordar que es esa contaminación difusa del suelo la responsable de un fenómeno nuevo y dramático: la aparición de regiones muertas, como la del triángulo entre Priolo, Mellili y Augusta en Sicilia (Italia), una zona donde el porcentaje de críos con malformaciones congénitas es 4 veces superior a la media nacional, o también el otro triángulo de la muerte cerca de Nápoles, entre Giuliano, Qualiano y Villaricca, zona donde la cantidad de tumores es irremediablemente superior a la media nacional.
El último ejemplo de fenómeno global que lleva al mundo a la catástrofe es el de los recursos naturales que, en parte, se están agotando y, por otro lado, están amenazados por la contaminación. Antes de entrar en detalle en ese tema, queremos subrayar que el género humano ya tuvo que encarar problemas de ese tipo, a una escala reducida y con consecuencias catastróficas. Si podemos todavía hablar aquí y ahora de este tema, es porque la región que se vio sometida a tal desastre sólo es una pequeña parte de la Tierra. Citemos aquí unos pasajes sacados de la obra de Jared Diamond, Colapso, sobre la historia de Rapa Nui, la isla de Pascua, famosa por sus gigantescas estatuas de piedra. Como se sabe, la isla fue descubierta por el explorador holandés Jacob Roggeveen en la Pascua de 1772 (de ahí el nombre) y hoy los científicos admiten que "estaba cubierta por un bosque tropical frondoso, rico en grandes árboles y árboles leñosos" abundante en aves y animales salvajes. Sin embargo, a la llegada de los colonizadores, la impresión fue muy diferente: "Roggeveen se devanaba los sesos intentando comprender cómo se habían levantado aquellas estatuas enormes. Citando una vez más su diario: "las figuras de piedra nos extrañan sobremanera, porque no logramos entender cómo este pueblo, desprovisto de madera abundante y sólida necesaria para construir cualquier tipo de instrumento mecánico, completamente privado de cuerdas resistentes, había sido capaz de erigir unas efigies de piedra de 9 metros de alto (...). Al principio, a cierta distancia, creímos que la isla de Pascua era un desierto, después vimos que sólo había arena y hierba amarillenta, heno y arbustos secos y quemados (...)" ¿Qué había ocurrido con los árboles que sin duda había allí antaño? Para esculpir, transportar y erigir las estatuas, se necesitaba mucha gente, una gente que vivía en un lugar lo suficientemente rico como para vivir holgadamente (...) La historia de la isla de Pascua es el ejemplo más evidente de deforestación nunca vista en el Pacifico, por no decir en el mundo entero: todos los árboles fueron talados y todas las especies arbóreas se extinguieron" ([12]).
[...]
"Debido a su aislamiento total, los habitantes de la isla de Pascua son un ejemplo patente de una sociedad que se autodestruye por haber explotado sus recursos de un modo excesivo. (...) El paralelo que puede hacerse entre Pascua y el mundo moderno es tan evidente que pone los pelos de punta. Gracias a la globalización, al comercio internacional, a los aviones a reacción y a Internet, todos los países del mundo comparten hoy sus recursos y se influyen y actúan mutuamente, como los doce clanes de la isla de Pascua, perdida en el Océano Pacifico, igual que la Tierra, perdida en el espacio. Cuando los indígenas se encontraron en dificultad, no pudieron ni huir ni buscar ayuda fuera de la isla, como tampoco nosotros, habitantes de la Tierra, podremos buscar auxilio en otro lugar si las cosas empeoraran. La quiebra de la isla de Pascua, según los más pesimistas, podría indicarnos cuál será el destino de la humanidad en el futuro cercano" ([13]).
Esos datos, sacados todos del estudio de Diamond, nos alertan sobre la capacidad del ecosistema Tierra que no es ilimitado y que, como se comprobó en un momento dado, a la escala reducida de la isla de Pascua, algo similar podría reproducirse en un futuro no tan lejano si la humanidad no sabe administrar sus recursos adecuadamente.
Podríamos ya hacer inmediatamente un paralelo en lo que a deforestación se refiere. Desde la comunidad primitiva hasta hoy, la deforestación se ha ido realizando a un nivel sostenido, pero, por desgracia, lo peor es que ahora se están destruyendo los últimos pulmones verdes del planeta, como la selva amazónica. Como se sabe, el mantenimiento de esas regiones verdes del globo es de grandísima importancia, no sólo para preservar especies animales y vegetales particulares, sino para asegurar un buen equilibrio entre el CO2 y el oxígeno (la vegetación se desarrolla consumiendo CO2 y produciendo glucosa y oxígeno).
Como ya hemos visto respecto a la contaminación por mercurio, la burguesía conoce perfectamente los riesgos que se corren, como lo demuestra la digna intervención de un científico del siglo xix, Rudolf Julius Emmanuel Clausius, que ya entonces se expresó muy claramente sobre el problema de la energía y de los recursos, con un siglo de antelación sobre los discursos actuales de la clase dominante sobre su pretendida voluntad de preservar el entorno: "En la economía de una Nación, solo hay una ley válida: no hay que consumir durante un período más que lo que se ha producido durante ese mismo período. Para ello, no debemos consumir más combustible que el pueda reproducirse gracias al crecimiento de los árboles" ([14]).
Si juzgamos por lo que hoy ocurre, puede decirse que se hace lo contrario de la preconizado por Clausius, o sea que vamos de cabeza hacia una situación fatal como la de la isla de Pascua.
Para encarar el problema de los recursos adecuadamente, hay que tener en cuenta otra variable, la de los cambios habidos en la población mundial: "Hasta 1600, el crecimiento de la población mundial era lentísimo: 2 a 3 % por siglo. Se necesitaron 16 siglos para pasar de unos 250 millones de habitantes a principios de la era cristiana a unos 500 millones. A partir de entonces el tiempo de duplicación de la población ha disminuido sin cesar hasta el punto de que en algunos países del mundo, se acerca al pretendido "límite biológico" a la velocidad del crecimiento de una población (3-4 % por año). Según la ONU, se superarán los 8000 millones de habitantes hacia 2025. (...) Hay que considerar las notables diferencias que hay hoy entre países adelantados, que han llegado casi al "punto cero" del crecimiento, y los países en vías de desarrollo, que hoy contribuyen en 90 % al crecimiento demográfico actual. (...) En 2025, según las previsiones de la ONU, Nigeria, por ejemplo, tendrá una población superior a la de Estados Unidos, y África triplicará en habitantes a Europa. La superpoblación, combinada con el atraso, el analfabetismo y la falta de estructuras higiénicas y de salud, es sin lugar a dudas un problema muy grave, y no sólo para África por las consecuencias inevitables que tendrá ese fenómeno a escala mundial. Aparece, de hecho, un desequilibrio entre demanda y oferta en recursos disponibles, que se debe también a la utilización de más o menos el 80 % de los recursos energéticos mundiales por los países industrializados.
La superpoblación acarrea una fuerte baja de las condiciones de vida, porque disminuye la productividad por trabajador y la disponibilidad, por cabeza, de alimentos, agua potable, servicios de salud y de medicamentos. La fuerte presión antrópica actual lleva a una degradación del entorno que, inevitablemente, repercute en los equilibrios del sistema-Tierra.
El desequilibrio ha ido incrementándose en los últimos años: la población sigue no solo creciendo sin homogeneidad, sino que además se hace cada día más densa en las zonas urbanas" ([15]).
Como puede comprobarse con esas informaciones, el crecimiento de la población agudiza el problema del agotamiento de los recursos, y más todavía porque, como lo dice ese documento, faltan recursos precisamente allí donde la explosión demográfica es más fuerte, lo cual hace prever, en el futuro, más calamidades todavía para muchas más personas.
Empecemos examinando el primer recurso natural por excelencia, el agua, un bien universalmente necesario y que hoy está muy amenazado por la acción irresponsable del capitalismo.
El agua es abundante en la superficie de la Tierra (por no hablar de los océanos, los casquetes polares y las aguas subterráneas) pero sólo una pequeña parte es potable, la que está en capas subterráneas y en algunos ríos no contaminados. El desarrollo de la actividad industrial, sin el menor respeto por el entorno, y la propagación de residuos urbanos ha contaminado partes importantes de las capas freáticas, reserva natural de las aguas potables de la colectividad. Eso ha conducido, por un lado, a la aparición en la población de cánceres y otras patologías y, por otro, a la desaparición creciente de fuentes de abastecimiento de tan preciado bien.
"A mediados del siglo xxi, según las previsiones más pesimistas, siete mil millones de personas en 60 países no tendrán bastante agua. En el mejor de los casos, "sólo" habrá dos mil millones de personas en 48 países que sufrirán de falta de agua. (...) Pero los datos más preocupantes de ese documento de la ONU son sin duda los que se refieren a las aguas contaminadas y a las malas condiciones de higiene: 2,2 millones por año. Además, el agua es el vector de muchas enfermedades, la malaria entre ella, que cada año mata a un millón de personas" ([16]).
[...]
Hay muchos otros recursos en vías de extinción y para terminar este primer artículo subrayaremos brevemente dos de ellos.
Ni que decir tiene que el primero es el petróleo. Ya se sabe que se habla de agotamiento de las reservas naturales de petróleo desde los años 1970, pero hoy, en 2008, parece que hemos llegado de verdad a un vértice de producción de petróleo, al llamado pico o cenit de Hubbert, o sea el momento en que ya habremos agotado y consumido la mitad de los recursos naturales de petróleo estimados por las diferentes prospecciones geológicas. El petróleo representa hoy en torno al 40 % de la energía de base y más o menos el 90 % de la energía usada en los transportes; sus aplicaciones son también importantes en la industria química, especialmente en la fabricación de fertilizantes para la agricultura, plásticos, pegamentos, barnices, lubricantes y detergentes. Todo eso es posible porque el petróleo ha sido una fuente de débil costo y, en apariencia, sin límites. El cambio de perspectiva participa ya en el aumento de su precio, obligando al mundo capitalista a contemplar soluciones sustitutorias más baratas. Pero, una vez más, la recomendación de Clausius de no consumir en una generación más de lo que la naturaleza es capaz de reproducir no tiene el menor eco: el mundo capitalista se ha precipitado en una carrera desenfrenada al consumo de energía, países como China e India en cabeza, quemando todo lo que haya que quemar, volviendo al carbono fósil tóxico para producir energía, generando en todo su entorno una contaminación sin precedentes.
Incluso el recurso "milagroso" del pretendido biodiésel se empieza a olvidar tras haber mostrado sus insuficiencias. Producir combustible a partir de la fermentación alcohólica de almidón de maíz o de productos vegetales oleaginosos, no sólo no permite cubrir las necesidades actuales del mercado en combustible, sino que, sobre todo, hace aumentar los precios de los alimentos, lo cual conduce a matar de hambre a más población pobre. Los únicos en sacar ventaja, una vez más, son las empresas capitalistas, como las alimenticias que se han convertido al negocio de los biocarburantes. Para los simples mortales, en cambio, eso significa la tala de millones y millones de hectáreas de selvas y zonas boscosas para los cultivos. La producción de biodiésel requiere efectivamente el uso de enromes extensiones de terreno. Para darse una idea del problema, basta con pensar que una hectárea de tierra cultivada de colza o girasol, u otros semioleaginosos, produce unos mil litros de biodiésel, o sea para que funcione un automóvil durante unos 10 000 km. Si en base a una hipótesis de que la media de consumo de los autos de un país hace recorrer 10 000 km por año, cada coche consumirá todo el biodiésel extraído de una hectárea de terreno. Lo que significa que para un país como Italia, donde circulan 34 millones de vehículos, si se extrajera todo el carburante a partir de la agricultura, se necesitaría una superficie cultivable de 34 millones de hectáreas. Si se añaden los 4 millones de camiones, con motores más potentes, el consumo sería el doble, o sea, en total, una superficie de unos 70 millones de hectáreas, una superficie de casi el doble de la península itálica, con sus montañas, ciudades, etc., incluidas.
Aunque no se hable tanto del tema, se plantea un problema parecido al de los combustibles fósiles respecto a otros recursos de tipo mineral, por ejemplo los minerales de los que se extraen los metales. Cierto es que, en este caso, el metal no lo destruye el uso, como así ocurre con el petróleo o el gas metano, pero la producción capitalista, en su incuria total, acaba dispersando en la superficie de la tierra y en los vertederos cantidades importantes de metales, lo que hace que el abastecimiento en metales acabará, tarde o temprano, agotándose también. El uso, entre otras cosas, de ciertas aleaciones y multicapas, hace todavía más ardua la eventual labor de recuperación de un metal "puro".
La amplitud del problema aparece en cálculos según los cuales, en unas cuantas décadas, los recursos siguientes se habrán agotado: uranio, platino, oro, plata, cobalto, plomo, manganeso, mercurio, molibdeno, níquel, estaño, tungsteno y zinc. Son metales totalmente indispensables para la industria moderna y su penuria será un enorme problema en el futuro próximo. Y hay otras materias que tampoco son inagotables: se ha calculado que siguen disponibles (en el sentido de que es posible extraerlas desde un punto de vista económico) 30 mil millones de toneladas de hierro, 220 millones de toneladas de cobre, 85 millones de zinc. Para darse una idea de lo significan esas cantidades, baste pensar que para llevar a los países pobres al nivel de los países adelantados, se necesitarían 30 mil millones de toneladas de hierro, 500 millones de cobre, 300 millones de zinc, o sea más de lo que el planeta Tierra podría ofrecernos.
Ante la catástrofe anunciada, cabe preguntarse si el progreso y el desarrollo deben conjugarse necesariamente con la contaminación y la alteración del ecosistema Tierra. Cabe preguntarse si esos desastres deben atribuirse a la mala educación de los seres humanos o a otra razón. Eso es lo que veremos en el próximo artículo.
Ezechiele (agosto de 2008)
[1]) Manifiesto adoptado por el IXº Congreso de la CCI en julio de 1991.
[2]) Tiene algunos cortes efectuados en la versión « larga » publicada en Internet.
[3]) G. Barone y otros, "Il metano e il futuro del clima",en Biologi Italiani, no 8 (2005).
[4]) ídem.
[5]) G. Pellegri, Terzo mondo, nueva pattumiera creata dal buonismo tecnologico, véase http:/www.caritas-ticino.ch/rivista/elenco%20rivista/riv_0203/08%20-%20Terzo%m... [354]
[6]) Roberto Saviano, Gomorra, Viaggio nell'impero economico e nel sogno di dominio della camorra, Arnoldo Montaldi, 2006.
[7]) La Reppublica on-line (diario italiano) 29/10/2007.
[8]) La Repubblica, 6/02/2008. Solo en Estados Unidos se usan más de 100 mil millones de bolsas de plástico, casi dos mil millones de toneladas de petróleo son necesarias para producirlas, se tira la mayoría tardando años en descomponerse. La producción estadounidense de los casi 10 mil millones de bolsas de plástico requiere la tala de unos 15 millones de árboles.
[9]) Ver el artículo "Mediterraneo, un mare di plastica", en La Repubblica del 19 de julio de 2007.
[10]) No hay que excluir naturalmente que encarecimiento vertiginoso del petróleo al que estamos asistiendo desde finales del año pasado lleve a discutir la posibilidad de usas esa materia prima para producir plástico sintético biodegradable, acarreando en el futuro próximo conversiones a la nueva fé ecológica de unos empresarios preocupados, sí, pero por sus propios intereses.
[11]) Ver el artículo en italiano: "Alcuni effetti collaterali dell'industria, La chimica, la diga e il nucleare". http//archivio.carta.org/rivista/settimanale/2001/018/18industria.htm
[12]) Traducido de la edición italiana: Jared Diamond, Collasso, edizione Einaudi. En español Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Madrid, 2005.
[13]) Jared Diamond, Colasso, edizione Einaudi.
[14]) R.J.E Clausius (1885), nacido en Koslin (Prusia, hoy Polonia) en 1822 y muerto en Bonn en 1888.
[15]) Associazione Italiana Insegnanti Geografia, La crescita della popolazione. https://www.aiig.it/Un%20quaderno%20per%l [355]'ambiente/offline/crescita-pop.htm.
[16]) G. Carchella, "Acqua : l'oro blu del terzo millenario", en Lettera 22, associazione indipendente di giornalisti". https://www.lettera22.it/showart.php?id=296&rubrica=9 [356].
En la primera parte de esta serie consideramos la sucesión de acontecimientos: guerras mundiales, revoluciones y crisis económicas globales, que han marcado la entrada del capitalismo en su época de declive al principio del siglo xx, y que han planteado al género humano la alternativa: o la implantación de un modo de producción superior, o la barbarie. Sólo una teoría que abarque el conjunto del movimiento de la historia puede servir para comprender los orígenes y las causas de la crisis que confronta la civilización humana. Pero las teorías generales de la historia ya no están en boga entre los historiadores oficiales que, a medida que evoluciona la decadencia del capitalismo, son cada vez más incapaces de ofrecer una visión global, una explicación convincente de los orígenes de la espiral de catástrofes que ha marcado este periodo. Las grandes visiones históricas se descartan frecuentemente como un asunto de los filósofos alemanes idealistas del siglo xix como Hegel, o de los exageradamente optimistas liberales ingleses que, en la misma época, desarrollaron la idea de la Historia como un continuo progreso desde la oscuridad y la tiranía hasta la maravillosa libertad que, según ellos, disfrutaban los ciudadanos del Estado constitucional moderno (lo que se ha dado en llamar teoría "Whig" de la historia).
Pero esta incapacidad para considerar el movimiento histórico globalmente es característica de una clase que ya no impulsa el progreso histórico y cuyo sistema social no puede ofrecer ningún futuro a la humanidad. La burguesía podía mirar atrás y también hacia delante, a gran escala, cuando estaba convencida de que su modo de producción representaba un avance fundamental para la humanidad en comparación con las formas sociales anteriores, y cuando podía mirar el futuro con la confianza creciente de una clase ascendente. Los horrores de la primera mitad del siglo xx asestaron un golpe mortal a esa confianza. Nombres de lugares simbólicos, como el Somme y Passchendale, donde más de un millón de soldados de reemplazo fueron sacrificados en la carnicería de la Primera Guerra mundial, o Auschwitz e Hiroshima, sinónimos del asesinato masivo de civiles por el Estado; o fechas igualmente simbólicas, como 1914, 1929 y 1939, no sólo pusieron en cuestión todos los anteriores supuestos sobre el progreso moral, sino que también sugerían de manera alarmante, que el orden presente entonces y aún hoy día de la sociedad, podría no ser tan eterno como había parecido durante un tiempo. En suma, confrontada a la perspectiva de la desaparición del modo social que le dio carta de nacimiento - sea a través del colapso en la anarquía o, lo que para la burguesía viene a ser lo mismo, a través de su destrucción por la clase obrera revolucionaria - la historiografía burguesa prefiere ponerse anteojeras, perdiéndose en el estrecho empirismo de los cortos plazos y los acontecimientos locales, o desarrollar teorías como el relativismo y el posmodernismo, que rechazan cualquier noción de desarrollo progresivo de una época a otra, así como cualquier tentativa de descubrir un patrón de desarrollo en la historia humana. Además, la promoción de una "cultura popular y de famosos" acompaña y acomoda a diario esa represión de la conciencia histórica, ligada a las necesidades desesperadas del mercado: cualquier cosa de valor tiene que ser actual y nueva, surgiendo de la nada y llevando a ninguna parte.
Dada la estrechez de mente de la mayor parte de los "expertos oficiales", no es de extrañar que muchos de los que aún persiguen la búsqueda de un patrón de desarrollo global de la historia sean seducidos por los charlatanes de la religión y el ocultismo. El nazismo fue una de las primeras manifestaciones de esa tendencia -formando su ideología de un revoltijo farragoso de teosofía ocultista, pseudodarwinismo y teoría racista conspirativa, que ofrecía una solución "cajón de sastre" a todos los problemas del mundo, desanimando con gran efectividad la necesidad de pensar en nada más. El fundamentalismo cristiano y el islamista, o las numerosas teorías conspirativas respecto a la manipulación de la historia por los servicios secretos juegan hoy el mismo papel. La razón oficial burguesa, no sólo fracasa cuando trata de ofrecer respuestas a los problemas de la esfera social, sino que de hecho renuncia ampliamente siquiera a plantearse preguntas, dejando el campo libre a la sinrazón para inventarse sus propias soluciones mitológicas.
La intelectualidad dominante es, hasta cierto punto, consciente de esto. Está dispuesta a reconocer que ha sufrido realmente una pérdida de su antigua confianza en sí misma. Más que pregonar en positivo las alabanzas del capitalismo liberal como el mejor logro del espíritu humano, ahora tiende a retratarlo como lo menos malo; defectuoso, cierto, pero ampliamente preferible a todas las formas de fanatismo que parecen alinearse en su contra. Y en el campo de los fanáticos, no sólo pone al fascismo o al terrorismo islámico, sino también al marxismo, refutado ahora definitivamente como una forma de mesianismo utópico. ¿Cuántas veces no nos habrán dicho, habitualmente pensadores de tercera fila que se dan aires de estar diciendo algo nuevo, que la visión marxista de la historia es meramente una inversión del mito judeocristiano de la historia como un desarrollo hacia la salvación? El comunismo primitivo sería el Jardín del Edén y el comunismo futuro el paraíso por venir; el proletariado sería el Pueblo elegido, o el Mesías sufriente y los comunistas los profetas. Pero también nos dicen que esas proyecciones religiosas no son en absoluto inocuas: la realidad de los "gobiernos marxistas" habría mostrado en qué acaban todos esos intentos de implantar el paraíso en la tierra, en la tiranía y los campos de trabajo; que sería un proyecto insensato tratar de moldear el género humano que es imperfecto, según su visión de la perfección.
Y en efecto, para apoyar este análisis, está lo que nos presentan como la trayectoria del marxismo en el siglo xx: ¿Quién puede negar que la GPU estalinista recuerda a la Santa Inquisición? ¿O que Lenin, Stalin, Mao y otros grandes líderes fueron convertidos en nuevos dioses? Pero esa representación está profundamente alterada y por eso es defectuosa. Se basa en la mayor mentira del siglo: que estalinismo es igual a comunismo; cuando de hecho es su negación total. Lo que el estalinismo es realmente, es una forma de la contrarrevolución capitalista, como sostienen todos los marxistas genuinamente revolucionarios, de modo que el argumento de que la teoría marxista de la historia tiene que llevar inevitablemente al Gulag, tiene que cuestionarse.
Y también podemos responder, como Engels en sus escritos sobre los comienzos del cristianismo, que no hay nada extraño en las similitudes entre las ideas del movimiento obrero moderno y las prédicas de los profetas bíblicos o los primeros cristianos, porque estas últimas también representaban los esfuerzos de las clases explotadas y oprimidas y sus esperanzas de un mundo basado en la solidaridad humana y no en la dominación de clase. Debido a las limitaciones impuestas por el sistema social en que surgieron, aquellos comunistas precoces no podían ir más allá de una visión mítica o religiosa de la sociedad sin clases. Ese ya no es el caso hoy día, puesto que la evolución histórica ha hecho de la sociedad comunista, tanto una posibilidad racional cuanto una necesidad urgente. Así que, más que ver el comunismo moderno a la luz de los viejos mitos, podemos entender los viejos mitos a la luz del comunismo moderno.
Para nosotros el marxismo, el materialismo histórico, no es otra cosa que la visión teórica de una clase que, por primera vez en la historia, es al mismo tiempo una clase explotada y revolucionaria, una clase portadora de un orden social nuevo y superior. Su esfuerzo, que es realmente una necesidad para ella, por examinar el modelo del pasado y las perspectivas para el futuro, puede verse así liberado de los prejuicios de una clase dominante, que en última instancia siempre se ve impulsada a negar y ocultar la realidad en interés de su sistema de explotación. La teoría marxista también está basada en el método científico, a diferencia de los esbozos poéticos de las clases explotadas anteriores. Puede que no sea una ciencia exacta clasificable en la misma categoría que muchas ciencias naturales, ya que no puede constreñir la humanidad y su infinitamente compleja historia, en una serie de experimentos de laboratorio reproducibles - pero entonces la teoría de la evolución también está sujeta a limitaciones similares. La cuestión es que sólo el marxismo es capaz de aplicar el método científico al estudio del orden social existente y los que le precedieron, empleando rigurosamente la mejor erudición que puede ofrecer la clase dominante y al mismo tiempo yendo más allá, planteando una síntesis superior.
En 1859, mientras estaba profundamente implicado en el trabajo que daría origen a el Capital, Marx escribió un breve texto que plantea un resumen magistral de todo su método histórico. Fue en el Prefacio a una obra llamada Contribución a la Crítica de la economía política, una obra que fue ampliamente sustituida, o al menos eclipsada, por la aparición de el Capital. Después de ofrecernos un informe resumido del desarrollo de su pensamiento desde sus primeros estudios de derecho hasta su preocupación en ese momento por la economía política, Marx llega al cogollo del asunto - los "principios-guía de mis estudios". Aquí se resume con magistral precisión y claridad la teoría marxista de la historia. Por eso tenemos la intención de examinar ese pasaje lo más de cerca posible, para establecer las bases de una verdadera comprensión de la época que vivimos.
Hemos incluido completo el pasaje más crucial de este texto como un apéndice a este artículo, pero a partir de ahora queremos tratar en detalle cada una de sus partes.
"Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir. Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa, crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana" (Carlos Marx, Contribución a la Crítica de la economía política, 1978, Madrid, pag. 43-44).
"... en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general" (Idem, pag. 42-43).
Frecuentemente el marxismo es caricaturizado por sus críticos, habitualmente burgueses o seudo radicales, como una teoría mecanicista, "objetivista", que busca reducir la complejidad del proceso histórico a una serie de leyes de bronce sobre las que los sujetos humanos no tienen ningún control y que los arrastran como apisonadora a un resultado final fatídicamente determinado. Cuando no se nos dice que es otra forma de religión, o se nos cuenta que el pensamiento marxista es un producto típico de la adoración acrítica del siglo xix por la ciencia y sus ilusiones de progreso, que buscaría aplicar las leyes predecibles y verificables del mundo natural - física, química, biología - a los modelos fundamentalmente impredecibles de la vida social. Marx es entonces estigmatizado como autor de una teoría de la evolución inevitable y lineal de un modo de producción a otro, que lleva inexorablemente de la sociedad primitiva al comunismo, pasando por el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo. Y todo el conjunto de este proceso resulta aún más predeterminado porque está supuestamente causado por un desarrollo puramente técnico de las fuerzas productivas.
Es cierto que en el seno de movimiento obrero se han producido deslices subsidiarios de esa visión. Por ejemplo, durante el periodo de la IIª Internacional, cuando había una tendencia creciente a que los partidos obreros se "institucionalizaran", había un proceso equivalente a nivel teórico, una vulnerabilidad a las concepciones dominantes del progreso y una cierta tendencia a contemplar la "ciencia" como algo en sí mismo, apartado de las relaciones de clase reales en la sociedad. La idea de Kautsky del socialismo científico como una invención de los intelectuales que después tenía que ser inyectada a la masa proletaria era una expresión de esta tendencia. Como así fue el caso también, aún más si cabe, durante el siglo xx, con gran parte de lo que había sido en algún momento marxismo y se convertía en abierta apología del orden capitalista; las visiones mecanicistas del progreso histórico eran desde ese momento oficialmente codificadas. No hay demostración más clara de esto que el manual de "marxismo-leninismo" de Stalin, Breve curso de historia del PCUS, donde la teoría de la primacía de las fuerzas productivas se plantea como la visión materialista de la historia: "La segunda característica de la producción consiste en que sus cambios y su desarrollo arrancan siempre, como de su punto de partida, de los cambios y del desarrollo de las fuerzas productivas, y, ante todo, de los que afectan a los instrumentos de producción. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el elemento más dinámico y más revolucionario de la producción. Al principio, cambian, se desarrollan las fuerzas productivas de la sociedad, y luego, con sujeción a estos cambios y congruentemente con ellos, cambian las relaciones de producción entre los hombres, sus relaciones económicas" (https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/pcr-b/cap4.htm [350]).
Esta concepción de la primacía de las fuerzas productivas coincidía muy netamente con el proyecto fundamental del estalinismo: "desarrollar las fuerzas productivas" de la URSS a expensas del proletariado y con intención de convertir a Rusia en una gran potencia mundial. Era completamente conforme a los intereses del estalinismo presentar el apilamiento de grandes plantas industriales que tuvo lugar durante los años 30, como pasos hacia el comunismo, y tratar de impedir cualquier cuestionamiento relativo a las relaciones sociales subyacentes tras ete "desarrollo" -la feroz explotación de la clase de trabajadores asalariados, en otras palabras, la extracción de plusvalía con vistas a la acumulación de capital.
Para Marx, todo ese planteamiento se rechaza en las primeras líneas del Manifiesto comunista, que presenta la lucha de clases como la fuerza dinámica de la evolución histórica, en otras palabras, la lucha entre diferentes clases sociales ("Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales") por la apropiación del plustrabajo. También se niega igual de claramente en las primeras líneas de nuestra cita del Prefacio: "... en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad...". Son seres humanos de carne y hueso los que "entran en relaciones determinadas", los que hacen la historia, y no "fuerzas productivas", no máquinas, aunque haya necesariamente una estrecha conexión entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas que les "corresponden". Como Marx plantea en otro famoso pasaje de el 18 Brumario de Luís Bonaparte: "Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado" (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [351]).
Nótese atentamente: en condiciones que ellos no han elegido; los hombres entran en relaciones determinadas "independientes de su voluntad". Hasta ahora, al menos. En las condiciones que han predominado en todas las formas de sociedad existentes hasta hoy, las relaciones que los seres humanos han entablado entre sí no han estado claras para ellos, han aparecido más o menos nubladas por las representaciones mitológicas e ideológicas; por eso mismo, con la llegada de la sociedad de clases, las formas de riqueza que los hombres engendran a través de esas relaciones, tienden a írseles de las manos, a convertirse en una fuerza extraña superior. Según esta visión, los seres humanos no son productos pasivos de su entorno, o de las herramientas que producen para satisfacer sus necesidades, pero, al mismo tiempo, no dominan todavía sus propias fuerzas sociales ni son dueños de los productos de su propio trabajo.
"No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia... Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época del trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción" (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía Política, op. cit., pág. 43).
En suma, los hombres hacen su propia historia, pero no aún en plena conciencia de lo que están haciendo. De ahí que, al estudiar un cambio histórico, no podemos contentarnos con estudiar las ideas y creencias de una época, o con examinar las modificaciones en los sistemas de gobierno o de legislación; para captar cómo evolucionan esas ideas y sistemas, es necesario ir a los conflictos sociales fundamentales que yacen tras ellos.
Una vez más hay que decir que este planteamiento de la historia no descarta el papel activo de la conciencia, de los ideales y de las formaciones políticas y legales, su impacto real en las relaciones sociales y el desarrollo de las fuerzas productivas. Por ejemplo, la ideología de las clases esclavistas de la Antigüedad consideraba completamente despreciable el trabajo, y esta actitud jugó un papel directo impidiendo que los avances científicos considerables que llevaron a cabo los filósofos griegos repercutieran en el desarrollo práctico de la ciencia, en la invención y verdadera puesta en funcionamiento de herramientas y técnicas que hubieran aumentado la productividad del trabajo. Pero la realidad subyacente tras esta barrera era el propio modo de producción esclavista: la existencia del esclavismo como base de la creación de riqueza en la sociedad clásica era la fuente del desprecio por el trabajo de los esclavistas y el hecho de que, para ellos, aumentar el plustrabajo, pasaba necesariamente por aumentar el número de esclavos.
En escritos posteriores, Marx y Engels tuvieron que defender su planteamiento teórico, tanto de los abiertamente críticos con él, como de los seguidores equivocados, que interpretaban la posición de que "el ser social determina la conciencia social", de la forma más vulgar posible, por ejemplo pretendiendo que significaba que todos los miembros de la burguesía estarían fatalmente determinados a pensar igual debido a su posición económica en la sociedad; o de forma aún más absurda, que todos los miembros del proletariado están obligados a tener una clara conciencia de sus intereses de clase porque están sometidos a la explotación. Esas actitudes reduccionistas fueron precisamente las que llevaron a Marx a decir "Yo no soy marxista". Hay numerosas razones que hacen que, de entre la clase obrera tal cual existe en la "normalidad" del capitalismo, sólo una minoría reconoce su verdadera situación de clase: no sólo diferencias en la historia individual y la psicología, sino fundamentalmente, el papel activo que juega la ideología dominante impidiendo que los dominados puedan comprender sus propios intereses de clase -una ideología dominante cuyas connotaciones y efectos van más allá de la propaganda inmediata de la clase dominante, puesto que está profundamente arraigada en las mentes de los explotados, "La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos" (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm#i [351]), como escribió Marx a continuación del pasaje de el 18 Brumario que hemos citado antes sobre que los hombres hacen su propia historia en condiciones que no eligen.
De hecho, la comparación de Marx entre la ideología de una época y lo que un individuo piensa de sí mismo, lejos de expresar una visión reduccionista de Marx, muestra realmente una profundidad psicológica: sería un mal psicoanalista quien no prestara ningún interés a lo que un paciente cuenta sobre sus sentimientos y convicciones, pero sería igualmente mediocre si se detuviera en la conciencia que el paciente tiene de sí mismo, ignorando la complejidad de los elementos ocultos e inconscientes de su perfil psicológico. Lo mismo vale para la historia de las ideas o la historia "política", que puede decirnos mucho sobre lo que estaba ocurriendo en una época determinada, pero que sólo nos da un reflejo distorsionado de la realidad. De ahí el rechazo de Marx ante todos los planteamientos históricos que se quedaban en la superficie aparente de los acontecimientos: "Toda la concepción histórica, hasta ahora, ha hecho caso omiso de esta base real de la historia, o la ha considerado simplemente como algo accesorio, que nada tiene que ver con el desarrollo histórico. Esto hace que la historia debe escribirse siempre con arreglo a una pauta situada fuera de ella; la producción real de la vida se revela como algo protohistórico, mientras que la historicidad se manifiesta como algo separado de la vida usual, como algo extra y supraterrenal. De este modo, se excluye de la historia el comportamiento de los hombres hacia la naturaleza, lo que engendra la antítesis de naturaleza e historia. Por eso, esta concepción sólo acierta a ver en la historia las acciones políticas de los caudillos y del Estado, las luchas religiosas y las luchas teóricas en general, y se ve obligada a compartir, especialmente, en cada época histórica, las ilusiones de esta época. Por ejemplo, una época se imagina que se mueve por motivos puramente "políticos" o "religiosos", a pesar de que la "religión" o la "política" son simplemente las formas de sus motivos reales: pues bien, el historiador de la época de que se trata, acepta sin más tales opiniones. Lo que estos determinados hombres se "figuraron", se "imaginaron" acerca de su práctica real se convierte en la única potencia determinante y activa que dominaba y determinaba la práctica de estos hombres. Y así, cuando la forma tosca con que se presenta la división del trabajo entre los hindúes y los egipcios provoca en estos pueblos el régimen de castas propio de su Estado y de su religión, el historiador cree que el régimen de castas fue la potencia que engendró aquella tosca forma social" (la Ideología alemana, Barcelona 1970, pag. 41-42).
Volvamos ahora al pasaje del Prefacio que más claramente contribuye a comprender la presente fase histórica en la vida del capitalismo: "Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es mas que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social" (Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, op. cit., pag. 43).
Aquí Marx muestra una vez más, que el elemento activo en el proceso histórico son las relaciones que los hombres empiezan a establecer entre sí para producir las necesidades de la vida. Revisando el movimiento de una forma social a otra, se hace evidente que hay una dialéctica constante entre los periodos en que esas relaciones dan lugar a un verdadero desarrollo de las fuerzas productivas y los periodos en que esas mismas relaciones se convierten en una traba para su desarrollo ulterior. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels mostraron que las relaciones capitalistas de producción, surgiendo de la sociedad feudal decadente, actuaron como una fuerza profundamente revolucionaria, barriendo todas las formas obsoletas de la vida social y económica que se levantaron en su camino. La necesidad de competir y producir lo más barato posible, obligó a la burguesía a revolucionar constantemente las fuerzas productivas; la necesidad incesante de encontrar nuevos mercados para sus mercancías la obligó a invadir todo el globo y a crear un mundo a su imagen y semejanza.
En 1848, las relaciones sociales capitalistas eran claramente una "forma de desarrollo" y sólo se habían implantado firmemente en uno o dos países. Sin embargo, la violencia de las crisis económicas del primer cuarto del siglo XIX condujeron inicialmente a los autores del Manifiesto a concluir que el capitalismo ya se había convertido en una traba al desarrollo de las fuerzas productivas, poniendo la revolución comunista (o al menos una transición rápida de la revolución burguesa a la revolución proletaria) al orden del día.
"En las crisis comerciales se destruye regularmente gran parte no sólo de los productos engendrados, sino de las fuerzas productivas ya creadas. En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han tornado demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben; y en cuanto superan esta inhibición, ponen en desorden toda la sociedad burguesa, ponen en peligro la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas se han tornado demasiado estrechas como para abarcar la riqueza por ellas engendrada" (Marx/Engels, el Manifiesto comunista, cap. "Burgueses y proletarios", Barcelona, 1998, pp. 46-47).
Con la derrota de las revoluciones de 1848 y la enorme expansión del capitalismo mundial que se produjo en el periodo siguiente, tuvieron que revisar ese planteamiento, a pesar de que sea comprensible que estuvieran impacientes por la llegada de una era de revolución social, del día del juicio al arrogante orden del capital mundial. Pero lo importante de su planteamiento es el método básico: el reconocimiento de que un orden social no podía ser erradicado hasta que no hubiera entrado definitivamente en conflicto con el desarrollo de las fuerzas productivas, precipitando toda la sociedad en una crisis, no coyuntural ni de juventud, sino enteramente en una "era" de crisis, de convulsión, de revolución social; dicho de otra forma, en una crisis de decadencia.
En 1858 Marx volvía de nuevo sobre esta cuestión: "La verdadera tarea de la sociedad burguesa es la creación del mercado mundial, al menos en esbozo, y la de la producción basada en ese mercado. Puesto que el mundo es redondo, la colonización de California y Australia y el desarrollo de China y Japón parecen haber completado ese proceso. Lo difícil para nosotros es esto: en el continente, la revolución es inminente y asumirá de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este pequeño rincón, teniendo en cuenta que en un territorio mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso" (Correspondencia de Marx a Engels, Manchester, 8 de octubre de 1858).
Lo interesante de este pasaje es precisamente la cuestión que plantea: ¿Cuáles son los criterios históricos para determinar el tránsito a una época de revolución social en el capitalismo? ¿Puede haber una revolución social mientras el capitalismo es aún un sistema globalmente en expansión? Marx se precipitó al pensar que la revolución era inminente en Europa. De hecho, en una carta a Vera Zasulich sobre el problema de Rusia, escrita en 1881, parece que modificó de nuevo su posición: "El sistema capitalista ha pasado ya la flor de la vida en Occidente, aproximándose al momento en que no será mas que un sistema social regresivo" (citado en Shanin, Late Marx and the Russian Road, RKP, pag. 103, traducido por nosotros). Así, 20 años después de 1858, el sistema estaría sólo "aproximándose" a su periodo "regresivo", incluso en los países avanzados. Esto expresa las dificultades que confrontaba Marx debido a la situación histórica en la que vivía. Como se demostró después, el capitalismo aún tenía ante sí una última fase de verdadero desarrollo global, la fase del imperialismo, que abocaría en un periodo de convulsiones a escala mundial, indicando que todo el sistema, y no sólo una parte de él, se hundía en su crisis de senilidad. Sin embargo la preocupación de Marx en estas cartas muestra hasta qué punto se tomó en serio el problema de basar una perspectiva revolucionaria en la decisión de si el capitalismo había llegado o no a esa época.
"Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando más de cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir."
En este pasaje, Marx destaca aún más la importancia de basar la perspectiva de la revolución social, no únicamente en la aversión moral que inspira un sistema de explotación, sino en su incapacidad para desarrollar la productividad del trabajo y, en general, la capacidad de los seres humanos parta satisfacer sus necesidades materiales.
El argumento de que una sociedad no desaparece nunca hasta que ha llevado a cabo toda su capacidad de desarrollo se ha empleado para argumentar contra la idea de que el capitalismo haya alcanzado su periodo de decadencia: el capitalismo ha crecido claramente después de 1914, y no podríamos decir que es decadente hasta que cese completamente de crecer. Es cierto que teorías como la de Trotski en los años 30, que afirmaba que las fuerzas productivas habían dejado de crecer, han causado una gran confusión. Teniendo en cuenta que el capitalismo estaba inmerso en ese momento en la mayor depresión que ha conocido hasta ahora, esa visión parecía plausible; aparte de eso, la idea de que la decadencia está marcada por el cese del desarrollo de las fuerzas productivas, e incluso su regresión, se puede aplicar hasta cierto punto a las sociedades de clase anteriores, en las que la crisis era siempre el resultado de la subproducción, de la incapacidad absoluta para producir lo suficiente para abastecer las necesidades básicas de la sociedad (e incluso en esos sistemas, el proceso de "decadencia" no se desarrollaba nunca sin que se produjeran fases de aparente recuperación e incluso de crecimiento vigoroso). Pero el problema fundamental de esta posición es que ignora la realidad esencial del capitalismo, la necesidad de crecimiento, de acumulación, de la reproducción ampliada de valor. Como veremos, en la decadencia del sistema, esa necesidad solo puede resolverse manipulando cada vez más las mismas leyes de la producción capitalista; pero como también veremos, probablemente no se llegará nunca al punto en que la acumulación capitalista sea imposible. Como señaló Rosa Luxemburg en la Anticrítica, ese punto es "una ficción teórica, porque la acumulación de capital no es sólo un proceso económico, sino también político". Además, Marx ya había lanzado la idea de la no identidad entre fase de declive del capitalismo y cese de las fuerzas productivas: "El desarrollo mayor de estas mismas bases (la flor en que se transforman; pero se trata siempre de esas bases, de esa planta como flor; y por tanto marchitándose después del florecimiento) es el punto en que se ha realizado totalmente, se ha desarrollado en la forma que es compatible con el mayor desarrollo de las fuerzas productivas, y por tanto también con el desarrollo más rico de los individuos. Tan pronto como se llega a este punto, el desarrollo posterior aparece como declive, y el nuevo desarrollo empieza desde nuevas bases" (Gründisse, V:"Diferencia entre el modo de producción capitalista y todos los modos anteriores"; subrayado por nosotros).
El capitalismo ha desarrollado ciertamente suficientes fuerzas productivas para que pueda surgir un modo de producción nuevo y superior. De hecho, desde el momento en que se han desarrollado las condiciones materiales para el comunismo, el sistema ha entrado en declive. Al crear una economía mundial -fundamental para el comunismo- el capitalismo también alcanzaba los límites de su desarrollo saludable. La decadencia del capitalismo no tiene que identificarse con un cese completo de la producción, sino con una serie creciente de catástrofes y convulsiones que demuestran la absoluta necesidad de su derrocamiento.
El punto principal en que insiste Marx aquí es la necesidad de un periodo de decadencia. Los hombres no hacen la revolución por puro placer, sino porque están obligados por necesidad, por los sufrimientos intolerables que acarrea la crisis de un sistema. Por eso mismo, sus ataduras con el statu quo están profundamente arraigadas en su conciencia, y sólo el creciente conflicto entre esa ideología y la realidad material que confrontan, puede llevarlos a levantarse contra el sistema dominante. Esto es cierto sobre todo para la revolución proletaria, que por primera vez requiere una transformación consciente de todos los aspectos de la vida social.
Se acusa a veces a los revolucionarios de defender la idea de "cuanto peor, mejor"; de que cuanto más sufran las masas, más probable es que sean revolucionarias. Pero no hay ninguna relación mecánica entre sufrimiento y conciencia revolucionaria. El sufrimiento contiene una dinámica hacia la reflexión y la revuelta, pero también puede demoler y dejar exhausta la capacidad de llevar a cabo esa revuelta; o incluso conducir a la adopción de formas completamente falsas de rebelión, como muestra el desarrollo actual del fundamentalismo islámico. Un periodo de decadencia es necesario para convencer a la clase obrera de que necesita construir una nueva sociedad, pero, por otra parte, una época de decadencia que se prolongue indefinidamente puede amenazar la posibilidad misma de la revolución, arrastrando al mundo a través de una espiral de desastres que sólo sirven para destruir las fuerzas productivas acumuladas y en particular la más importante de todas ellas, el proletariado. Este es realmente el peligro que plantea la fase final de la decadencia, a la que nos referimos como la descomposición, que según nuestra posición, ya ha comenzado.
Este problema de una sociedad que se pudre sobre sus propios cimientos es particularmente agudo en el capitalismo porque, a diferencia de los modos de producción anteriores, la maduración de las condiciones materiales para una nueva sociedad -el comunismo- no coincide con el desarrollo de nuevas formas económicas dentro del viejo orden social. En la decadencia del esclavismo en Roma, el desarrollo de estados feudales era a menudo obra de miembros de la antigua clase propietaria de esclavos que se habían distanciado del Estado central para evitar la aplastante carga de sus impuestos. En el periodo de la decadencia feudal, la nueva clase burguesa surgió en las ciudades -que siempre habían sido los centros comerciales del viejo sistema- y estableció los fundamentos de una nueva economía basada en la manufactura y el comercio. La emergencia de estas nuevas formas de producción era al mismo tiempo una respuesta a la crisis del viejo orden social y un factor que empujaba cada vez más hacia su disolución.
Con el declive del capitalismo, las fuerzas productivas que ha puesto en marcha entran en un conflicto creciente con las relaciones sociales en las cuales operan. Esto se expresa sobre todo en el contraste entre la enorme capacidad productiva del capitalismo y su incapacidad para absorber todas las mercancías que produce, en suma, en la crisis de sobreproducción. Pero mientras esta crisis hace cada vez más urgente la abolición de las relaciones mercantiles al tiempo que distorsiona progresivamente las leyes de estas mismas relaciones, no conduce sin embargo al surgimiento espontáneo de formas económicas comunistas. A diferencia de las clases revolucionarias anteriores, la clase obrera es una clase desposeída y explotada, y no puede construir su nuevo orden económico en el marco del modo de producción anterior. El comunismo solo puede ser resultado de una lucha cada vez más consciente contra el viejo orden, que lleve al derrocamiento político de la burguesía como precondición para la transformación comunista de la vida económica y social. Si el proletariado es incapaz de alzar su lucha a los niveles necesarios de conciencia y autoorganización, las contradicciones del capitalismo no llevarán a un nuevo orden social superior, sino a "la ruina mutua de las clases en conflicto".
Gerrard
Apéndice
El pasaje completo del Prefacio dice: "El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de guía para mis estudios, puede formularse brevemente de este modo: en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; Estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia. Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económica de la producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época de trastorno por la conciencia de sí misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción. Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir. Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno, pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina pues la prehistoria de la sociedad humana."
Terminamos aquí la publicación de la serie de artículos sobre los "Problemas del período de transición", publicados en la revista Bilan entre 1934 y 1937. Este último artículo se publicó en Bilan no 38 (diciembre de 1936/enero de 1937). En él se continua el debate teórico que la Izquierda italiana quería llevar a cabo a toda costa, pues lo consideraba como la clave para sacar las lecciones de la derrota de la Revolución rusa y preparar el terreno para el éxito de la revolución en el futuro. Como lo mencionamos en la introducción del artículo anterior de la serie, el debate fue muy amplio. El artículo que sigue se refiere a la corriente trotskista, a los internacionalistas holandeses y también a los desacuerdos entre Mitchell (miembro de la minoría de la Liga de los comunistas internacionalistas que evolucionó para formar la Fracción belga de la Izquierda comunista) y "los camaradas de Bilan" quienes, según Mitchell, no insistían lo suficiente en el problema de la transformación económica tras la toma del poder por el proletariado.
Sea cual que sea la respuesta a ese problema, el texto de Mitchell plantea una serie de cuestiones importantes sobre la política económica del proletariado; en particular, cómo superar la dominación de la producción sobre el consumo característica de las relaciones sociales capitalistas, y cómo eliminar la ley del valor tan propia de esas relaciones. No trataremos estas cuestiones aquí, pero posteriormente habrá otro artículo que intentará estudiar más profundamente las divergencias entre los Comunistas de izquierda italianos y los holandeses, puesto que este debate sigue siendo, hasta hoy, la base de partida para abordar el problema de cómo podrá la clase obrera suprimir la acumulación capitalista y crear un método de producción que responda a las verdaderas necesidades de la humanidad.
Nos quedan por examinar algunas normas de gestión económicas que condicionan, a nuestro parecer, el vínculo entre el partido y las masas, base del reforzamiento de la dictadura del proletariado.
Es una verdad para cualquier sistema de producción: no puede desarrollarse sino basándose en una reproducción ampliada, o sea en la acumulación de riquezas. Pero un tipo de sociedad se define menos por sus formas y manifestaciones exteriores que por su contenido social, por los mecanismos dominantes en la producción, o sea por las relaciones de clase. En la evolución histórica, ambos procesos, interno y externo, se mueven evidentemente en una constante contradicción. El desarrollo capitalista ha demostrado con toda evidencia que la progresión de las fuerzas productivas genera al mismo tiempo su contrario, el retroceso de las condiciones materiales del proletariado, fenómeno que se tradujo en la contradicción entre el valor de cambio y el valor de uso, entre la producción y el consumo. Ya señalamos que el sistema capitalista no fue un sistema progresista por naturaleza, sino por necesidad (aguijoneado por la acumulación y la competencia). Marx puso en evidencia ese contraste diciendo que el "aumento de la fuerza productiva sólo tiene importancia si aumenta el trabajo excedente (o sobretrabajo) de la clase obrera y no si disminuye el tiempo necesario para la producción material" (el Capital, Volumen X) .
Partiendo de la comprobación válida para todos los tipos de sociedades de que el sobretrabajo es inevitable, el problema se concentra esencialmente entonces en el método de apropiación y la destrucción del sobretrabajo, la masa de sobretrabajo y su duración, la relación de esta masa con el trabajo total, y, en fin, el ritmo de su acumulación. E inmediatamente, podemos poner de relieve otra observación de Marx, que "la verdadera riqueza de la sociedad y la posibilidad de una ampliación continua del proceso de reproducción no depende de la duración del trabajo excedente, sino de su productividad y de las condiciones más o menos ventajosas en que trabaja esa productividad" (el Capital). Añade además que la condición fundamental para la instauración del "régimen de la libertad", es la reducción de la jornada laboral.
Estas consideraciones nos permiten percibir la tendencia que debe imprimirse a la evolución de la economía proletaria. También nos autorizan a rechazar la concepción que ve la prueba absoluta del "socialismo" en el crecimiento de las fuerzas productivas. Esa concepción no sólo fue defendida por el centrismo, sino también por Trotski: "... el liberalismo hace como si no viera los enormes progresos económicos del régimen soviético, es decir las pruebas concretas de las incalculables ventajas del socialismo. Los economistas de las clases desposeídas silencian simplemente los ritmos de desarrollo industrial sin precedentes en la historia mundial" ("Lucha de clases", junio de 1930).
Ya lo hemos mencionado al empezar este capítulo, esa cuestión de "ritmo" siguió siendo una de las preocupaciones principales de Trotski y de su oposición por mucho que no sea, ni mucho menos, la misión del proletariado, la cual consiste en modificar el objetivo de la producción y no en acelerar su ritmo a costa de la miseria del proletariado, como ocurre bajo el capitalismo. El proletariado tiene tantas menos razones de ocuparse del "ritmo" porque, por un lado, no condiciona para nada la construcción del socialismo, puesto que éste es de carácter internacional, y porque, por otro lado, la contribución de la alta tecnología capitalista a la economía socialista mundial hará aparecer su valor nulo.
Cuando nos planteamos como tarea económica primordial la necesidad de cambiar el objetivo de la producción, es decir de orientarlo hacia las necesidades del consumo, lo decimos obviamente como un proceso y no como un resultado inmediato de la Revolución. La estructura misma de la economía transitoria, tal como la analizamos, es incapaz de generar ese automatismo económico, ya que la supervivencia del "derecho burgués" deja subsistir algunas relaciones sociales de explotación y que la fuerza de trabajo sigue conservando, en cierta medida, su carácter de mercancía. La política del partido, estimulada por la actividad reivindicativa de los obreros a través de sus organizaciones sindicales, debe precisamente tender a suprimir la contradicción entre fuerza de trabajo y trabajo, desarrollada hasta su extremo límite por el capitalismo. En otros términos, al uso capitalista de la fuerza de trabajo para la acumulación de capital debe sustituirse el uso "proletario" de esa fuerza de trabajo para necesidades puramente sociales, lo que favorecerá la consolidación política y económica del proletariado.
En la organización de la producción, el Estado proletario ha de inspirarse, ante todo, de las necesidades de las masas, desarrollar las ramas productivas que pueden satisfacerlas, en función obviamente de las condiciones específicas y materiales que prevalecen en una economía determinada.
Si el programa económico elaborado se mantiene en el marco de la construcción de la economía socialista mundial, se mantiene pues conectado a la lucha de clases internacional, el Estado proletario podrá tanto más dedicarse a su tarea de desarrollar el consumo. Por el contrario, si ese programa adquiere un carácter autónomo dedicado directa o indirectamente al "socialismo nacional", una parte creciente del plustrabajo se dedicará a construir empresas que, en el futuro, no se justificarán en la división internacional del trabajo; por el contrario, esas empresas deberán inevitablemente producir medios defensivos para "la sociedad socialista" en construcción. Veremos que ése ha sido precisamente el destino que esperaba a la Rusia soviética.
Es cierto que cualquier mejora de la situación material de las masas proletarias depende en primer lugar de la productividad laboral, y ésta del grado técnico de las fuerzas productivas, por consiguiente de la acumulación. Esa mejora depende, en segundo lugar, del rendimiento del trabajo correspondiente a la organización y a la disciplina en el proceso del trabajo. Esos son los elementos fundamentales, tal como existen también en el sistema capitalista, pero en este sistema los resultados concretos de la acumulación se desvían de su destino humano en beneficio de la acumulación "en sí". La productividad laboral no se plasma en objetos de consumo, sino en capital.
De nada sirve ocultar que el problema no se resuelve ni mucho menos proclamando una política tendente a ampliar el consumo. Pero es necesario comenzar por afirmarlo porque se trata de una orientación primordial, radicalmente opuesta a la que propone que la industrialización y su crecimiento acelerado deben ser primordiales, sacrificando inevitablemente una o más generaciones de proletarios (el Centrismo ([1]) lo ha declarado abiertamente). Ahora bien, un proletariado "sacrificado", incluso por objetivos que pueden parecer corresponder a su interés histórico (la realidad en Rusia demostró que no era sin embargo el caso) no puede constituir una fuerza real para el proletariado mundial; no puede sino desviarse de ese objetivo histórico, sometido a la hipnosis de unos objetivos nacionales.
Se objetará que no puede haber ampliación del consumo sin acumulación, y acumulación sin una extracción más o menos considerable del consumo. El dilema será tanto más agudo si corresponde a un desarrollo limitado de las fuerzas productivas y a una mediocre productividad laboral. Fue en estas pésimas condiciones en las que se planteó el problema en Rusia y que una de sus manifestaciones más dramáticas fue el fenómeno de las "tijeras".
Basándonos también en las consideraciones internacionalistas que hemos desarrollado, se debe pues afirmar (si no se quiere caer en la abstracción) que las tareas económicas del proletariado, en su dimensión histórica, son primordiales. Los camaradas de Bilan, animados por la justa preocupación de poner en evidencia el papel del Estado proletario en el terreno mundial de la lucha de clases, han restado importancia al problema, al considerar que "los ámbitos económico y militar ([2]) no podrán ser sino accesorios y de detalle en la actividad del Estado proletario, mientras que sí son esenciales para una clase explotadora" (Bilan, p. 612). Lo repetimos, el programa está determinado y limitado por la política mundial del Estado proletario, pero dicho eso, el proletariado no dejará de necesitar toda su vigilancia y toda su energía de clase para intentar encontrar la solución esencial al peliagudo problema del consumo que condicionará a pesar de todo su papel de "simple factor de la lucha del proletariado mundial".
Los camaradas de Bilan cometen, a nuestro parecer, otro error ([3]) al no hacer la distinción entre una gestión que tiende a la construcción del "socialismo" y una gestión socialista de la economía transitoria, declarando en particular que "lejos de poder prever la posibilidad de la gestión socialista de la economía en un país determinado y la lucha de la Internacional, debemos comenzar declarando la imposibilidad de esta gestión socialista". Pero, ¿qué puede ser una política que procura mejorar las condiciones de vida de los obreros sino una política de gestión verdaderamente socialista destinada precisamente a invertir el proceso de la producción con relación al proceso capitalista? En el período de transición, es perfectamente posible hacer surgir esa nueva dirección económica de una producción que se realiza para las necesidades, por mucho que las clases sigan presentes.
Pero sin embargo, el cambio del objetivo de la producción no depende solamente de la adopción de una política justa, sino sobre todo de la presión de las organizaciones del proletariado sobre la economía y de la adaptación del aparato productivo a sus necesidades. Además, la mejora de las condiciones de vida no cae del cielo. Depende del desarrollo de la capacidad productiva, ya sea como consecuencia del aumento de la masa de trabajo social, de un rendimiento mayor del trabajo resultante de su mejor organización, o ya sea de la mayor producción del trabajo mediante medios de producción más potentes.
Por lo que se refiere a la masa de trabajo social - si suponemos invariable el número de obreros ocupados - ya dijimos que es el resultado de la duración y la intensidad con la que se emplea la fuerza de trabajo. Ahora bien, son precisamente esos dos factores unidos a la baja del valor de la fuerza de trabajo como efecto de su mayor productividad lo que determina el grado de explotación impuesto al proletariado en el régimen capitalista.
En la fase transitoria, la fuerza de trabajo aún conserva, es verdad, su carácter de mercancía en la medida en que el salario se confunde con el valor de la fuerza-trabajo: se despoja, en cambio, este carácter en la medida en que el salario se acerca al equivalente del trabajo total proporcionado por el obrero (abstracción hecha del plustrabajo imprescindible para las necesidades sociales) .
En contra de la política capitalista, una verdadera política proletaria, para aumentar las fuerzas productivas, no puede de ninguna manera basarse en el plustrabajo que procedería de una mayor duración o de una mayor intensidad del trabajo social que, bajo su forma capitalista, constituye la plusvalía absoluta. Debe, al contrario, fijar normas de ritmo y duración de trabajo compatibles con la existencia de una verdadera dictadura del proletariado y no puede sino ir hacia una organización más racional del trabajo, hacia la eliminación del despilfarro en las actividades sociales, aunque en este ámbito las posibilidades de aumentar la masa de trabajo útil se agotarán rápidamente.
En esas condiciones, la acumulación "proletaria" ha de encontrar su fuente esencial en el trabajo disponible gracias a una técnica más elevada.
Eso significa que el aumento de la productividad del trabajo plantea la siguiente alternativa: o una misma masa de productos (o valores de uso) determina una disminución del volumen total de trabajo consumido o, si éste sigue invariable (o incluso si disminuye según la importancia de los progresos técnicos realizados) la cantidad de productos que deben distribuirse aumentará. Pero en ambos casos, una disminución del plustrabajo relativo (relativo con respecto al trabajo estrictamente necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo) puede combinarse con un mayor consumo y traducirse por lo tanto perfectamente en un aumento real de los salarios y no ficticio como en el capitalismo. Es en la utilización nueva de la productividad donde se verifica la superioridad de la gestión proletaria sobre la gestión capitalista y no en la competición entre los precios de coste, pues con esta base el proletariado acabaría inevitablemente derrotado, como ya lo hemos indicado.
En efecto, es el desarrollo de la productividad laboral lo que precipita el capitalismo en su crisis de decadencia donde, de manera permanente (y ya no solamente durante sus crisis cíclicas) la masa de los valores de uso se opone a la masa de los valores de cambio. La burguesía es desbordada por la inmensidad de su producción y no puede darle salida satisfaciendo a las inmensas necesidades existentes, pues eso significaría su suicido.
En el período de transición, es cierto que la productividad laboral dista mucho todavía de corresponder a la fórmula "a cada uno según sus necesidades", pero sin embargo la posibilidad de poder utilizarla íntegramente, con fines humanos, invierte los factores del problema social. Ya Marx dejó claro que en la producción capitalista la productividad laboral permanece por debajo de su máximo teórico. Por el contrario, después de la revolución, resulta posible reducir, y luego suprimir, el antagonismo capitalista entre el producto y su valor si la política proletaria tiende no a equiparar el salario al valor de la fuerza de trabajo - método capitalista que desvía el progreso técnico en beneficio del capital - sino a elevarlo cada vez más por encima de ese valor, sobre la base misma de la productividad desarrollada.
Es evidente que una determinada fracción del sobretrabajo relativo no puede volver directamente al obrero, debido a las necesidades mismas de la acumulación sin la cual no hay progreso técnico posible. Y una vez más se plantea el problema del ritmo y de la tasa de acumulación. Y si parece solucionarse en una cuestión de medida, lo arbitrario deberá excluirse en todos los casos, basándose en los principios mismos que delimitan las tareas económicas del proletariado, tal como los hemos definido.
Por otra parte, es evidente que la determinación de la tasa de la acumulación depende del centralismo económico y no de decisiones de los productores en sus empresas, como así opinan los internacionalistas holandeses (p. 116 de su obra citada). Por otra parte no parecen estar muy convencidos del valor práctico de tal solución, puesto que la precisan inmediatamente con la consideración de que la "tasa de acumulación no puede dejase al libre juicio de las empresas separadas y es el Congreso general de los consejos de empresas el que determinará la norma obligatoria", fórmula que parece ser, en fin de cuentas, centralismo disfrazado.
Si nos remitimos ahora a lo que se realizó en Rusia, salta por los aires la impostura total del Centrismo que hace derivar la supresión de la explotación del proletariado de la colectivización de los medios de producción. Y aparece ese fenómeno histórico de que el proceso de la economía soviética y el de la economía capitalista, partiendo de bases diferentes, acabaron por juntarse y dirigirse ambas hacia la misma salida: la guerra imperialista. Ambas se desarrollan gracias a una extracción creciente de plusvalía que no vuelve a la clase obrera. En la URSS, el sistema de trabajo es capitalista en su sustancia, e incluso en sus aspectos sociales y las relaciones de producción. Se incita al incremento de la masa de plusvalía absoluta, obtenida por la intensificación de trabajo mediante la forma del "stajanovismo". Las condiciones materiales de los obreros no están en nada vinculadas a las mejoras técnicas y al desarrollo de las fuerzas productivas, y en cualquier caso la participación relativa del proletariado en el patrimonio social no aumenta, sino que disminuye; fenómeno similar al que genera constantemente el sistema capitalista, incluso en sus más importantes períodos de prosperidad. Carecemos de elementos para establecer en qué medida es real el crecimiento de la parte absoluta de los obreros.
Además se practica una política de baja de los salarios que tiende a sustituir obreros no cualificados (procedentes de la inmensa reserva del campesinado) por los proletarios cualificados, los cuales son, además, los más conscientes.
A la pregunta de adónde va a parar la enorme masa de plustrabajo, se dará la respuesta fácil de que va en su mayor parte a la "clase" burocrática. Pero tal explicación es desmentida por la existencia misma de un enorme aparato productivo que sigue siendo propiedad colectiva y en relación con ese aparato, los banquetes, los automóviles y los palacetes de los burócratas no son gran cosa. Las estadísticas oficiales y demás, así como las encuestas, confirman esta desproporción enorme - y que va creciendo - entre la producción de los medios de producción (herramientas, edificios, obras públicas, etc.) y la de los bienes de consumo destinados a la "burocracia" como también a la masa trabajadora y campesina, hasta incluyendo el consumo social. Si es verdad que es la burocracia la que, como clase, dispone de la economía y de la producción y se ha apropiado el sobretrabajo, no se explica cómo éste se transforma en su mayor parte en riqueza colectiva y no en propiedad privada. Esta paradoja sólo puede explicarse si se descubre por qué esa riqueza, aún permaneciendo en la comunidad soviética, se opone a ésta a causa del destino que tiene. Indiquemos que un fenómeno similar se desarrolla hoy en la sociedad capitalista, o sea que la mayor parte de la plusvalía no pasa a los bolsillos de los capitalistas sino que se acumula en bienes que no son propiedad privada sino es desde un punto de vista puramente jurídico. La diferencia está que en la URSS, el fenómeno no toma un carácter propiamente capitalista. Las dos evoluciones también provienen de un origen diferente: en la URSS, no surge de un antagonismo económico sino político, de una escisión entre el proletariado ruso y el proletariado internacional; se desarrolla bajo la bandera de la defensa del "socialismo nacional" y de su integración en el mecanismo del capitalismo mundial. En cambio, en los países capitalistas lo que predomina es la decadencia de la economía burguesa. Pero ambas evoluciones sociales alcanzan un objetivo común: la construcción de economías de guerra (los dirigentes soviéticos alardean de haber construido la máquina de guerra más descomunal del mundo). Esta es, a nuestro entender, la respuesta "al enigma ruso". Eso explica por qué la derrota de la Revolución de octubre no se debe a los trastornos en las relaciones de clases dentro de Rusia, sino al escenario internacional.
Examinemos cuál es la política que orientó el curso de la lucha de clases hacia la guerra imperialista más bien que hacia la revolución mundial.
Para unos camaradas, ya lo hemos dicho, la Revolución rusa no fue proletaria y su evolución reaccionaria se podía anticipar porque fue realizada por un proletariado culturalmente atrasado (aunque estuviese por su conciencia de clase en la vanguardia del proletariado mundial) que, además, tuvo que dirigir un país atrasado. Nos limitaremos a oponer tal actitud fatalista a la de Marx ante la Comuna: aunque ésta expresara una inmadurez histórica del proletariado para tomar el poder, Marx le asignó sin embargo un alcance inmenso y sacó lecciones fértiles y progresistas que inspiraron precisamente a los bolcheviques en 1917. Al actuar del mismo modo frente a la Revolución rusa, no deducimos que las futuras revoluciones serán la reproducción fotográfica de Octubre, sino decimos que Octubre, por sus características fundamentales, se repercutirá en esas revoluciones, acordándosenos solamente de lo que Lenin entendía por "valor internacional de la Revolución rusa" (en la Enfermedad infantil del comunismo). Un marxista, obviamente, "no rehace" la historia, pero la interpreta para forjar armas teóricas para el proletariado, para evitarle la repetición de errores y facilitarle el triunfo final sobre la burguesía. Buscar las condiciones que hubiesen puesto al proletariado ruso ante la posibilidad de vencer definitivamente es dar todo su valor al método marxista de investigación, porque es añadir una piedra más al edificio del materialismo histórico.
Si es cierto que el reflujo de la primera oleada revolucionaria contribuyó "a aislar" momentáneamente al proletariado ruso, creemos que no es ahí donde se ha de buscar la causa determinante de la evolución de la URSS, sino en la interpretación que se hizo de la evolución de los acontecimientos de aquel entonces y la falsa perspectiva que se derivó de ellos sobre la evolución del capitalismo en la época de guerras y revoluciones. La concepción de la "estabilización" del capitalismo generó naturalmente más tarde la teoría del "socialismo en un solo país" y, como consecuencia de ella, la política de "defensa" de la URSS.
El proletariado internacional se convirtió en instrumento del Estado proletario para su defensa contra una agresión imperialista, mientras que la revolución mundial como objetivo concreto pasaba al segundo plano. Si Bujarin sigue hablando de ésta en 1925, es porque "la revolución mundial tiene para nosotros esa importancia, porque es la única garantía contra las intervenciones, contra otra guerra".
Se elaboró así una teoría de la "garantía contra las intervenciones" de la que se apoderó la Internacional comunista para convertirse en expresión de los intereses particulares de la URSS y no de los de la revolución mundial. La "garantía" ya no se buscó en la conexión con el proletariado internacional sino en la modificación del carácter y del contenido de las relaciones del Estado proletario con los Estados capitalistas. El proletariado mundial era así ya solo una fuerza de apoyo para la defensa del "socialismo nacional".
Por lo que se refiere a la NEP, basándonos sobre lo que dijimos anteriormente, no creemos que fuera un terreno específico para una inevitable degeneración, a pesar de que sí favoreció un incremento importante de las veleidades capitalistas en el campesinado en especial y que, por ejemplo, bajo la bandera del centrismo, la alianza (smytchka) con los campesinos pobres en la que Lenin veía un medio para fortalecer la dictadura proletaria acabó siendo un objetivo, así como la unión con el campesinado medio y los kulaks.
Contrariamente a la opinión de los camaradas de Bilan, tampoco creemos que se pueda deducir de ciertas declaraciones de Lenin sobre la NEP, que él sería favorable a una política que desvinculara la evolución económica de Rusia del futuro de la revolución mundial.
Al contrario, para Lenin, la NEP era una política de espera, de respiro, hasta la reanudación de la lucha internacional de las clases: "cuando adoptamos una política que debe durar muchos años, no olvidamos ni un momento que la revolución internacional, la rapidez y las condiciones de su desarrollo pueden modificarlo todo". Para él, se trataba de restablecer un determinado equilibrio económico, aunque fuera pagando a las fuerzas capitalistas (pues sin éstas, se hundiría la dictadura), pero no de "recurrir a la colaboración de las clases enemigas para la construcción de los fundamentos de la economía socialista" (Bilan, p. 724).
Así como nos parece injusto hacer de Lenin un partidario del "socialismo en un solo país" basándose en un documento apócrifo.
La Oposición rusa "trotskista", en cambio, sí que contribuye a acreditar la opinión de que la lucha se cristalizaba entre los Estados capitalistas y el Estado soviético. En 1927, esa oposición consideraba inevitable la guerra de los imperialistas contra URSS, precisamente cuando la IC estaba sacando a los obreros de sus posiciones de clase para lanzarlos al frente de la defensa de la URSS, en el mismo momento en que la IC estaba dirigiendo el aplastamiento de la Revolución china. Sobre esta base, la Oposición se implicó en la preparación de la URSS - "bastión del socialismo" - para la guerra. Esta posición equivalía a dar una aprobación teórica a la explotación de los obreros rusos para la construcción de una economía de guerra (planes quinquenales). La oposición llegó incluso hasta agitar el mito de la unidad a "toda costa" del partido, como condición de la victoria militar de la URSS. Al mismo tiempo manejó los equívocos sobre la lucha "por la paz" (¡!) considerando que la URSS debía intentar "retrasar la guerra", pagando incluso un rescate mientras que se debía "preparar al máximo toda la economía, el presupuesto, etc., en caso de guerra" y considerar decisiva la cuestión de la industrialización para garantizar los recursos técnicos indispensables para la defensa (Plataforma de la Oposición).
Más tarde Trotski, en su Revolución permanente, retomó esa tesis de la industrialización sobre el ritmo "más rápido" que sería, por lo visto, una garantía contra las "amenazas del exterior", como también habría favorecido la evolución del nivel de vida de las masas. Sabemos por una parte, que la "amenaza del exterior" se realizó no por la "cruzada" contra la URSS, sino por su integración en el frente del imperialismo mundial; por otra parte, que el industrialismo no coincidió de ninguna manera con una existencia mejor del proletariado, sino con su explotación más desenfrenada, sobre la base de la preparación a la guerra imperialista.
En la próxima revolución, el proletariado vencerá, independientemente de su inmadurez cultural y de la deficiencia económica, con tal de que apueste no sobre la "construcción del socialismo", sino sobre la expansión de la guerra civil internacional.
Mitchell
[1]) En la época en que Bilan publicó esta contribución, toda la Izquierda italiana definía todavía como "centrismo" las ideas estalinistas que dirigían la política de la IC. Será más tarde, con Internationalisme en la posguerra, cuando la corriente heredera de la Izquierda italiana defina claramente como contrarrevolucionario al estalinismo. Léase la presentación critica de estos textos publicada en la Revista internacional no 132 (NDLR).
[2]) Estamos de acuerdo con los camaradas de Bilan: la defensa del Estado proletario no se plantea en terreno militar sino a nivel político, en relación con el proletariado internacional.
[3]) Que quizás sólo sea pura formulación, pero es importante subrayarlo a pesar de todo porque corresponde a su tendencia a minimizar los problemas económicos.
En el número 133 de la Revista internacional, empezamos a abrir hacia el exterior de nuestra organización un debate emprendido en nuestro seno sobre la explicación del período de prosperidad de los años 1950-60, una excepción en la vida del capitalismo desde la Primera Guerra mundial. En esa Revista, planteamos los términos y el marco de ese debate, y presentamos las posiciones enfrentadas. Aquí publicamos otra contribución a esa discusión.
Esa contribución defiende la tesis que presentamos y que titulamos "El capitalismo de Estado keynesiano-fordista", que esencialmente explica la demanda solvente durante el periodo mencionado gracias a la aplicación por parte de la burguesía de mecanismos keynesianos.
En próximos números de nuestra revista publicaremos artículos con las demás tesis confrontadas así como una respuesta a esta contribución, en particular en lo que se refiere a los factores determinantes de la entrada del capitalismo en su fase de decadencia y el carácter de la acumulación capitalista.
En 1952, nuestros antepasados de la GCF (Izquierda comunista de Francia) cesaron su actividad de grupo porque "La desaparición de los mercados extracapitalistas acarrea una crisis permanente del capitalismo (...) Se verá entonces la brillante confirmación de la teoría de Rosa Luxemburg (...) En realidad, las colonias han dejado de ser un mercado extracapitalista para las metrópolis (...) Vivimos en un estado de guerra inminente...". Enunciadas en vísperas de los Treinta gloriosos, esos múltiples errores son reveladores de la necesidad de superar "la brillante "invalidación" de la teoría de Rosa Luxemburg", y de volver de nuevo a una comprensión más coherente del funcionamiento y de los límites del capitalismo. Tal es el objeto de este artículo.
1) Las dificultades de la reproducción ampliada y sus límites
La apropiación del plustrabajo se impone como una obligación para la supervivencia del capitalismo ([2]). Contrariamente a las sociedades anteriores, esta apropiación tiene una dinámica intrínseca y permanente de ampliación de la escala de producción que supera con mucho la reproducción simple. Genera una demanda social creciente por la contratación de nuevos trabajadores y la reinversión en medios de producción y de consumo suplementarios: "Los límites del consuno se amplían por la tensión del proceso de reproducción mismo; por un lado hace aumentar el gasto de la renta por los obreros y los capitalistas; por otro lado, es idéntica a la tensión del consumo productivo" (Marx, el Capital, libro III). Esta dinámica de ampliación se materializa en una sucesión de ciclos más o menos decenales en los que el aumento periódico de capital fijo acaba reduciendo regularmente la cuota de ganancia y provocando crisis ([3]). Cuando ocurren esas crisis, las quiebras y depreciaciones de capitales reconstruyen las condiciones de una reanudación, la cual amplía los mercados y el potencial productivo: "Éstas [las crisis] siempre son sólo soluciones violentas momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado (...) El estancamiento verificado en la producción habría preparado una ulterior ampliación de la misma, dentro de los límites capitalistas. Y de este modo se recorrería nuevamente el círculo vicioso. Una parte del capital desvalorizada por paralización funcional, recuperaría su antiguo valor. Por lo demás se recorrería nuevamente el mismo círculo vicioso con condiciones de producción ampliadas, con un mercado expandido y con una fuerza productiva acrecentada" (Marx, el Capital, Libro III). El gráfico siguiente ilustra perfectamente todos los elementos de este marco teórico de análisis elaborado por Marx: la decena de ciclos con subidas y bajadas de la cuota de ganancia siempre está marcada por una crisis (recesión):
Más de dos siglos de acumulación capitalista han estado ritmados por unos treinta ciclos y crisis. Marx ya había definido siete durante su vida, la IIIe Internacional dieciséis ([4]) y las izquierdas de ésta completarán ese cuadro durante el período de entreguerras ([5]). Tal es la base material y recurrente de las crisis de sobreproducción cuya génesis vamos ahora a examinar ([6]).
2) El circuito de la acumulación, una obra en dos actos: producción de beneficios y realización de las mercancías
Extraer un máximo de plustrabajo, que se cristaliza en una cantidad creciente de mercancías, es lo que Marx llama "el primer acto del proceso de producción capitalista". Esas mercancías, a continuación, deben venderse con el fin de transformar este plustrabajo material en plusvalía bajo forma monetaria para la reinversión: es "el segundo acto del proceso". Cada uno de ambos actos contiene sus propias contradicciones y límites. En efecto, aunque influyéndose mutuamente, el primer acto lo aguijonea sobre todo la cuota de ganancia, y el segundo depende de las distintas tendencias que restringen los mercados ([7]).Estos dos límites generan periódicamente una demanda final que no está a la altura de la producción: "La sobreproducción tiene especialmente por condición la ley general de producción del capital: producir a medida de las fuerzas productivas (es decir, según la posibilidad que se tiene de explotar la mayor masa posible de trabajo con una masa dada de capital) sin tener en cuenta los límites existentes del mercado o las necesidades solventes..." (Marx, Teorías sobre la plusvalía, trad. del francés, Editions sociales, volumen II: 637)
¿De dónde procede esta insuficiencia de la demanda solvente?
a) De las capacidades limitadas de consumo de la sociedad, al reducirse a causa de las relaciones antagónicas de distribución del plustrabajo (lucha de clases): "La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo limitado de las masas, ante la tendencia de la economía capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si sólo tuvieran por límite el poder de consumo absoluto de la sociedad" ([8]).
b) Límites que se derivan del proceso de acumulación que reduce el consumo cuando la cuota de ganancia se inclina hacia abajo: la insuficiencia de plusvalía extraída con relación al capital invertido produce un freno en las inversiones y la contratación de nuevas fuerzas de trabajo: " El límite del modo de producción se manifiesta en los hechos siguientes: 1) el desarrollo de la productividad laboral genera, en la reducción de la cuota de ganancia, una ley que, en un determinado momento, se vuelve brutalmente contra ese desarrollo y debe ser constantemente superada mediante crisis".
c) De la realización incompleta del producto total cuando no se respetan las proporcionalidades entre las ramas de la producción ([9]).
3) Una triple conclusión sobre la dinámica y las contradicciones internas del capitalismo
En toda su obra, Marx destacó constantemente esa doble raíz de las crisis: "La sobreproducción moderna tiene como base, por un lado el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas y por lo tanto la producción en masa por los productores encerrados en el círculo del abastecimiento necesario, y, por otro lado, la limitación por el beneficio de los capitalistas" ([10]), doble raíz cuyas determinaciones son básicamente independientes. En efecto, aunque el nivel y la reducción recurrente de la cuota de ganancia influyen sobre el reparto de la plusvalía y a la inversa, Marx insistirá, sin embargo en que estas dos raíces son básicamente "independientes", "no son idénticas", "divergen conceptualmente" ([11]). ¿Por qué? Simplemente porque la producción de ganancia y los mercados, están, en lo esencial, condicionados de manera diferente. Esta es la razón por la que Marx rechaza categóricamente toda teoría monocausal de las crisis ([12]). Es pues teóricamente erróneo hacer estrictamente derivar la evolución del cuota de ganancia de la importancia de los mercados y a la inversa. De ello se deriva que los ritmos temporales de ambas raíces son inevitablemente diferentes. La primera contradicción (la cuota de ganancia) hunde sus raíces en las necesidades de aumentar el capital constante en detrimento del capital variable, su ritmo temporal está pues esencialmente vinculado a los ciclos de movimiento del capital fijo. El ritmo temporal de la segunda contradicción, derivada de lo que está en juego en torno a la distribución del plustrabajo, está determinada por la relación de fuerzas entre las clases, cuyos períodos son más largos ([13]). Aunque ambos ritmos temporales se relacionen mutuamente (el proceso de acumulación influye sobre la relación de fuerzas entre las clases y recíprocamente), son básicamente "independientes", "no idénticos", "divergen conceptualmente", ya que la lucha de clase no está estrictamente vinculada a los ciclos decenales, ni éstos a las relaciones entre las clases.
El período que corre desde la Segunda Guerra mundial hasta hoy es un buen ejemplo que confirma el marco teórico de análisis de las crisis de sobreproducción desarrollado por Marx, así como sus tres implicaciones principales. Permite en particular invalidar todas las teorías monocausales de las crisis. Ya sea la explicación basada únicamente en la baja de la cuota de ganancia que no puede explicar por qué la acumulación y el crecimiento no logran arrancar - cuando esta cuota no hace sino subir desde hace más de un cuarto siglo -, ya sea la de la saturación de la demanda solvente, que no puede explicar ese aumento de la cuota de ganancia, puesto que los mercados están completamente agotados (lo que debería entonces lógicamente traducirse por una cuota de ganancia ¡igual a cero!). Todo esto se entiende fácilmente en los dos gráficos de evolución de la cuota o tasa de ganancia (no 1 et no 3).
El agotamiento de la prosperidad de posguerra y la degradación del clima económico durante los años 1969-82, fueron, básicamente, el resultado de un retorno bajista de la cuota de ganancia ([14]), mientras que el consumo se mantenía gracias a los mecanismos de ajuste de los salarios y de apoyo a la demanda ([15]). En efecto, las ganancias de productividad descienden desde finales de los años 60 ([16]), acarreando un descenso de la cuota de ganancia a la mitad hasta 1982 (véase gráfico n° 3). Por lo tanto, el restablecimiento de la ganancia no podía hacerse sino por un aumento de la tasa de plusvalía (compresiones salariales y aumento de la explotación). Esto implicaba una inevitable desregulación de los mecanismos-clave que había garantizado el crecimiento de la demanda final durante los Treinta gloriosos (véase infra). Este abandono empezó a principios de los 80 y se ilustra, en particular, por la disminución constante de la parte correspondiente a los salarios en el total de la riqueza producida.
Globalmente pues, durante los años 70, es la contradicción "cuota de ganancia" la que pesa sobre el funcionamiento del capitalismo, mientras que la demanda final seguía estando garantizada. Será exactamente el revés después de 1982: la cuota de ganancia se restablece espectacularmente, pero a costa de una compresión drástica de la demanda final (de los mercados): esencialmente de la masa salarial (véase gráfico n° 2), pero también de las inversiones (en menor medida) puesto que el tipo de acumulación permaneció a un nivel bajo (véase gráfico n° 3).
Por lo tanto, ahora podemos entender por qué continúa la degradación económica a pesar de una cuota de ganancia restablecida: es la compresión de la demanda final (salarios e inversiones) lo que explica que, a pesar de una espectacular rectificación de la rentabilidad de las empresas, la acumulación y el crecimiento no pudieron volver a arrancar. Esta reducción drástica de la demanda final genera una atonía de las inversiones con vistas a la ampliación, la continuación de las racionalizaciones por compras y fusiones de empresas, los capitales infructíferos que se vierten en la especulación financiera, una deslocalización en busca de mano de obra barata..., lo que deprime más todavía la demanda final.
Una demanda final cuyo restablecimiento es imposible en las condiciones actuales, ¡puesto que es de su reducción de la que depende el aumento de la cuota de ganancia! Desde 1982, en un contexto de rentabilidad reanudada de las empresas, fue, pues, el ritmo temporal de la "restricción de los mercados solventes" la que desempeña el papel principal a medio plazo para explicar el mantenimiento de una atonía de la acumulación y el crecimiento, aunque las fluctuaciones de la cuota de ganancia pueden aún desempeñar un papel importante a corto plazo en el desencadenamiento de las recesiones, como lo ilustran bien los gráficos n° 1 y n° 3:
Esta dinámica de ampliación del capitalismo implica un carácter fundamentalmente expansivo: "Por ello hay que expandir constantemente el mercado, de modo que sus vinculaciones y las condiciones que las regulan asuman cada vez más la figura de una ley natural independiente de los productores, se tornen cada vez más incontrolables. La contradicción interna trata de compensarse por expansión del campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, tanto más entra en conflicto con la estrecha base en la cual se fundan las relaciones de consumo" (Marx, el Capital, Libro III). Ahora bien, todas las dinámicas y los límites del capitalismo puestos de relieve por Marx sólo lo fueron haciendo abstracción de sus relaciones con su esfera exterior (no capitalista). Debemos pues entender ahora cuál es el lugar y la importancia de ese entorno en el desarrollo del capitalismo. En efecto, el capitalismo nació y se desarrolló en el marco de relaciones sociales feudales, luego mercantiles, relaciones en las que tenía que establecer vínculos importantes para así obtener medios materiales para su acumulación (importación de metales preciosos, saqueos, etc.), para la comercialización de sus mercancías (ventas, comercio triangular, etc.), y como fuente de mano de obra.
Una vez garantizadas sus bases tras tres siglos de acumulación primitiva (1500-1825), ese entorno le siguió proporcionando toda una serie de oportunidades a lo largo de su fase ascendente (1825-1914) como fuente de beneficios, salida para la venta de sus mercancías en sobreproducción y masa complementaria de mano de obra. Fueron todas esas razones las que explican la carrera imperialista de 1880 a 1914 ([17]). Sin embargo, la existencia de oportunidades de regulaciones externas de una parte de sus contradicciones internas no significa ni que fuesen las más eficaces para el desarrollo del capitalismo, ¡ni que éste estuviese en la imposibilidad absoluta de poseer modos de regulación internos! En efecto, fue, en primer lugar y ante todo, la extensión y la dominación del salariado con sus propias bases lo que permitió progresivamente al capitalismo dinamizar su crecimiento y, si bien es cierto que las relaciones de diferente naturaleza entre el capitalismo y su esfera extracapitalista le ofrecieron toda una serie de oportunidades, la importancia de ese entorno, y el balance global de los intercambios con él, ¡no han dejado de ser un freno a su crecimiento! ([18])
Ese formidable dinamismo de extensión interna y externa del capitalismo, sin embargo, no es eterno. Como cualquier otro modo de producción en la historia, el capitalismo también conoce una fase de obsolescencia en la que sus relaciones sociales frenan el desarrollo de sus fuerzas productivas ([19]). Es, pues, en las transformaciones y la generalización de la relación social de producción asalariada donde se ha de buscar el carácter históricamente limitado del modo de producción capitalista. Al alcanzar determinada fase, la extensión del salariado y su dominación mediante la constitución del mercado mundial señalan el apogeo del capitalismo. En vez de seguir erradicando enérgicamente las antiguas relaciones sociales y desarrollando las fuerzas productivas, el carácter ahora ya caduco de la relación asalariada, tiene tendencia a "congelar" esas relaciones sociales y a frenar estas fuerzas productivas: ahora ya es incapaz de integrar en su seno buena parte de la humanidad, genera crisis, guerras y catástrofes de amplitud creciente, y hasta amenaza con hacer desaparecer a la humanidad.
1) La obsolescencia del capitalismo
La generalización progresiva del salariado no significa, ni mucho menos, que se haya establecido por todas partes, solo significa que su dominación sobre el mundo instaura una inestabilidad creciente donde todas las contradicciones del capitalismo se expresan con plena potencia. La Primera Guerra mundial abrió esa era de grandes crisis de características mundial y salarial: a) el marco nacional se ha vuelto demasiado estrecho para contener los asaltos de las contradicciones capitalistas ; b) el mundo ya no ofrece bastantes oportunidades o amortiguadores que permitan garantizar una regulación externa a sus contradicciones internas; c) a posteriori, el fracaso de la regulación instaurada durante los Treinta gloriosos indica la incapacidad histórica del capitalismo que debe buscarse ajustes internos a largo plazo a sus propias contradicciones que estallan entonces con una violencia cada vez más brutal.
Al haberse convertido en un conflicto planetario, ya no para la conquista, sino para el reparto de las esferas de influencia, de las zonas de inversión y de los mercados, la Primera Guerra mundial marcó definitivamente la entrada del modo de producción capitalista en su fase de obsolescencia. Los dos conflictos mundiales de creciente intensidad, la mayor crisis de sobreproducción de todas las épocas (1929-1933), el freno brutal al crecimiento de las fuerzas productivas durante los Treinta lastimosos (1914-45), la incapacidad del capitalismo para integrar buena parte de la humanidad, el desarrollo del militarismo y del capitalismo de Estado por el planeta entero, el crecimiento cada vez mayor de los gastos improductivos, así como la incapacidad histórica del capitalismo para estabilizar internamente una regulación de sus propias contradicciones, todos estos fenómenos concretan esa obsolescencia histórica de la relación social de producción asalariada que ya no tiene nada que ofrecerle a la humanidad más que una perspectiva de barbarie creciente.
2) ¿Hundimiento catastrófico, o visión materialista, histórica y dialéctica de la historia?
La obsolescencia del capitalismo no implica que esté condenado al hundimiento catastrófico. En efecto, no existen límites cuantitativos predefinidos en las fuerzas productivas del capitalismo (tanto un porcentaje de cuota de ganancia como una cantidad dada de mercados extracapitalistas) que determinarían un punto alfa, precipitando el modo de producción capitalista en la nada. Los límites de los modos de producción son ante todo sociales, determinados por sus contradicciones internas - que se han vuelto obsoletas - y de su colisión con las fuerzas productivas. Por lo tanto, es el proletariado el que abolirá el capitalismo, éste no se morirá por sí solo a causa de sus límites "objetivos". En efecto, durante su fase de obsolescencia, las mismas tendencias y dinámicas del capitalismo que aparecen en los análisis de Marx siguen actuando, pero se despliegan en un contexto general profundamente cambiado. Un contexto en el que todas sus contradicciones económicas, sociales y políticas, alcanzan inevitablemente niveles cada vez más elevados, ya sea desembocando en conflictos sociales que plantean regularmente la cuestión de la revolución, o en enfrentamientos imperialistas que plantean la del futuro mismo de la humanidad. Es decir, el mundo entero entró plenamente en esa "era de las guerras y revoluciones" como lo enunciaba la Tercera internacional.
No deberían sorprender a los marxistas los fenómenos de recuperación durante la obsolescencia de un modo de producción, puesto que eso ocurrió cuando se reconstituyó el Imperio romano bajo Carlomagno, o cuando se formaron las grandes monarquías del Antiguo Régimen. Sin embargo, si uno se encuentra en un meandro no concluye que el río ¡sube del mar hacia la montaña! Lo mismo es para los Treinta gloriosos: la burguesía pudo poner momentáneamente un paréntesis de fuerte crecimiento en el curso general de su fase de obsolescencia.
En efecto, la gran depresión económica de 1929 en Estados Unidos mostró toda la violencia con la que podían expresarse las contradicciones del capitalismo en una economía dominada por el salariado. Podía haberse esperado que a esa Depresión la siguieran crisis económicas cada vez más próximas unas de otras y más violentas, pero no fue así. Y es porque la situación había evolucionado notablemente, tanto en los procesos productivos (fordismo) como en las relaciones de fuerza entre las clases (y en su propio seno). La burguesía, además, había sacado algunas lecciones. De modo que a los Treinta lastimosos y al tormento cruel de la Segunda Guerra mundial sucedieron unos treinta años de fuerte crecimiento, una cuadruplicación de los salarios reales, el pleno empleo, la instauración de un salario social y una capacidad del sistema, sino a evitar, al menos a reaccionar a las crisis cíclicas. ¿Cómo fue posible todo eso?
1) Las bases del capitalismo de Estado keynesiano-fordista
Desde entonces, en ausencia de posibles y significativas soluciones externas a sus contradicciones, el capitalismo tendría que encontrar una solución interna a su doble dificultad en ganancias y en mercados. El alto nivel de la cuota de ganancia se hará posible mediante el desarrollo de fuertes mejoras de productividad laboral generadas por la generalización del "fordismo" en el sector industrial, o sea el trabajo en cadena con tres turnos de ocho horas. Mientras que los mercados para dar salida a la enorme masa de mercancías habrían de estar garantizados por la ampliación de la producción, la intervención estatal, así como por los distintos sistemas de vinculación de los salarios reales a la productividad. Esto iba a permitir hacer aumentar la demanda en paralelo con la producción (véase gráfico n° 4). Así pues, al estabilizar la parte salarial en la totalidad de la riqueza producida, el capitalismo pudo evitar durante un tiempo "una sobreproducción que procede precisamente de que la masa del pueblo nunca puede consumir más que la cantidad media de los bienes de primera necesidad, que su consumo no aumenta por lo tanto al ritmo del aumento de la productividad del trabajo" (Marx, Teorías sobre la plusvalía, libro IV).
Fue esa comprensión la que Paul Mattick y otros revolucionarios de aquel entonces retomarán para analizar la prosperidad de posguerra: "Es innegable que los salarios reales han aumentado en la época moderna. Pero solamente en el marco de la expansión del capital, la cual supone que la relación de los salarios con las ganancias siga siendo constante en general. La productividad laboral debía entonces elevarse con una rapidez que permitiera a la vez acumular capital y mejorar el nivel de vida de los obreros" ([20]). Tal es la mecánica económica principal del capitalismo de Estado keynesiano-fordista. Esto se verifica empíricamente en el paralelismo de la evolución de los salarios y de la productividad durante ese período.
Habida cuenta de las dinámicas espontáneas del capitalismo (competencia, compresión de los salarios, etc.), tal sistema no era viable sino en el marco de un capitalismo de Estado estricto que garantizara por mutuo acuerdo el cumplimiento de una política de distribución tripartita de los beneficios de productividad entre las ganancias, los salarios y las rentas del Estado. En efecto, una sociedad en la que ya impera el salariado exige, de hecho, una dimensión social en cualquier política propuesta por la burguesía. Esto supone la instauración de múltiples controles económicos y sociales sobre la clase obrera: salario social, creación de sindicatos y mayor encuadramiento de la clase obrera, amortiguadores sociales, etc. Este desarrollo sin precedentes del capitalismo de Estado está ahí para mantener dentro de un orden las contradicciones desde ahora explosivas del sistema: predominio del ejecutivo sobre el legislativo, crecimiento significativo de la intervención del Estado en la economía (que alcanza cerca de la mitad del PNB en los países de la OCDE), control social de la clase obrera, etc.
2) Origen, contradicciones y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista
A partir de la derrota de las tropas alemanas en Stalingrado (enero de 1943), los representantes políticos patronales y sindicales exiliados en Londres discutieron intensamente sobre la reorganización de la sociedad inmediatamente después de la derrota ahora ineludible de las fuerzas del Eje. El recuerdo de las angustias de los Treinta lastimosos (1914-45), el miedo a que hubiese movimientos sociales al término de la guerra, las lecciones sacadas de la crisis del 29, la aceptación en adelante compartida de la intervención estatal, y la bipolarización de la Guerra fría, eran factores que impulsaron a todas las fracciones de la burguesía a modificar las reglas del juego y a elaborar más o menos conscientemente ese capitalismo de Estado keynesiano-fordista que se fue implantando pragmática y progresivamente en todos los países desarrollados (OCDE). El reparto de las mejoras de productividad era tanto más fácilmente aceptado por todos, a) porque se incrementaron mucho, b) porque esa redistribución garantizaba la ampliación de la demanda solvente en paralelo con la producción, c) porque aportaba la paz social, d) una paz social tanto más fácil de obtener que el proletariado salió realmente derrotado de la Segunda Guerra mundial y alistado tras los partidos y los sindicatos partidarios de la reconstrucción en el marco del sistema, e) pero que también garantizaba la rentabilidad a largo plazo de las inversiones, f) así como una cuota de ganancia estabilizada a un alto nivel.
Este sistema pudo momentáneamente garantizar la cuadratura del círculo que consiste en hacer crecer en paralelo las ganancias y los mercados, en un mundo ya plenamente dominado por la demanda salarial. El crecimiento garantizado de las ganancias, de los gastos del Estado y el aumento de los sueldos reales pudieron garantizar la demanda final tan indispensable para que quede plenamente cumplida la acumulación capitalista. El capitalismo de Estado keynesiano-fordista es la respuesta que pudo dar temporalmente el sistema a la actualidad de sus crisis de ámbito mundial y salarial tan típicas de la fase histórica de obsolescencia del capitalismo. Permitió un funcionamiento autocentrado del capitalismo, sin necesidad de deslocalizaciones a pesar de los altos salarios y del pleno empleo, deshaciéndose de colonias que ya no tenían una utilidad económica sino residual, y eliminando sus esferas extracapitalistas agrícolas internas cuya actividad deberá en adelante subvencionar más bien que sacar provecho de ella.
A partir de finales de los años 60 hasta 1982, todas las condiciones que hicieron su éxito van a deteriorarse, empezando por el declive progresivo de los incrementos de productividad que se dividirán globalmente por tres y que arrastrarán a la baja a todas las demás variables económicas. La regulación interna encontrada temporalmente por la instauración del capitalismo de Estado keynesiano-fordista no tenía ninguna base eterna.
Sin embargo, la exigencia que había requerido la instauración de ese sistema sigue existiendo: el salariado es preponderante en la población activa, el capitalismo debe pues encontrar imperativamente un medio de estabilizar la demanda final para evitar que su compresión se transforme en depresión. En efecto, dado que las inversiones de las empresas también están frenadas por la demanda, es necesario encontrar entonces otros medios de garantizar el consumo. La respuesta actual está necesariamente en la cara y cruz de la misma moneda: por un lado cada vez menos ahorro, por el otro cada vez más deudas. Estamos pues ante una formidable máquina de fabricar burbujas financieras y de abastecer la especulación. La agravación constante de los desequilibrios no es, por lo tanto, el resultado de unos errores en la dirección de la política económica, sino que forma parte íntegra del propio modelo.
3) Conclusión: ¿y mañana ?
Esta bajada a los infiernos está tanto más inscrita en la situación actual porque las condiciones para una recuperación de la productividad y el retorno a su distribución tripartita no están socialmente presentes. Nada tangible deja entrever - en las condiciones económicas, en el estado actual de la relación de fuerzas entre las clases y de la competencia interimperialista a nivel internacional -, ninguna salida posible: todo contribuye a un inexorable descenso a los infiernos. Les corresponde pues a los revolucionarios contribuir en fertilizar los combates de clase que surgirán cada vez más inevitablemente de esta profundización de las contradicciones del capitalismo.
C.Mcl
[1] El lector encontrará la versión completa de este artículo en nuestro sitio Internet.
[2] Tal es el motor de "... el impulso de acumular, de acrecentar el capital y producir plusvalor en escala ampliada. Esto es una ley para la producción capitalista, dada por las constantes revoluciones en los métodos mismos de producción, la desvalorización de capital existente, vinculada con ellas de manera constante, la lucha competitiva generalizada y la necesidad de mejorar la producción y de expandir su escala, sólo como medio de mantenerse y so pena de sucumbir" (Marx, el Capital, Libro III).
[3] "A medida que se desarrollan con el método de producción capitalista el valor y la duración del capital fijo empeñado, la vida de la industria y del capital industrial se desarrolla en cada empresa particular y se prolonga sobre un período, digamos diez años por término medio. (...) este ciclo de movimientos que se conectan y se prolongan durante una serie de años, donde está preso el capital de su elemento fijo, constituye una de las bases materiales de las crisis periódicas" (Marx, el Capital, Libro II).
[4] "La alternancia de crisis y períodos de desarrollo, con todas sus fases intermedias, forma un ciclo o un gran círculo del desarrollo industrial. Cada ciclo cubre un período de 8, 9, 10, 11 años. Si estudiamos los 138 últimos años, nos daremos cuenta que a este período le corresponden 16 ciclos. A cada ciclo le corresponden por lo tanto casi 9 años" (Trotski, "Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional comunista", IIIe congreso).
[5] "... reiniciar un ciclo para producir nueva plusvalía sigue siendo el objetivo supremo del capitalista (...) esta periodicidad casi matemática de las crisis es una de las características específicas del sistema capitalista de producción" (Mitchell, Bilan n° 10 : "Crisis y ciclos en el capitalismo agonizante").
[6] Las nuevas recesiones que puntúan la decena de ciclos se identifican en el gráfico n° 1 por los grupos de características que se extienden sobre toda su altura: 1949, 1954, 1958, 1960, 1970-71, 1974, 1980-81, 1991, 2001.
[7] "Una vez objetivada en mercancías la cantidad de plustrabajo susceptible de ser expoliada, el plusvalor está producido. Pero con esta producción del plusvalor sólo queda concluido el primer acto del proceso capitalista de producción, el proceso directo de producción. El capital ha absorbido determinada cantidad de trabajo impago. Con el desarrollo del proceso que se expresa en la baja de la tasa de ganancia, la masa del plusvalor así producido aumenta hasta proporciones monstruosas. Llega entonces el segundo acto del proceso. Debe venderse toda la masa mercantil, el producto global, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa el plusvalor. Si ello n ocurre o sólo sucede en forma parcial o a precios inferiores a los precios de producción, el obrero habrá sido explotado, ciertamente, pero su explotación no se realizará en cuanto tal para el capitalista, pudiendo estar ligada a una realización nula o sólo parcial del plusvalor expoliado o, más aun, a una pérdida parcial o total de su capital." (Marx, el Capital, Libro III).
[8] Este análisis elaborado por Marx no tiene obviamente estrictamente nada que ver con la teoría subconsumista de las crisis, que él critica por otra parte: "Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría en cuanto recibiera aquélla una fracción mayor de dicho producto, o en cuanto aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene "realiter" [realmente] una porción mayor de la parte del producto anual destinada al consumo" (Marx, el Capital, Libro II).
[9] Cada uno de estos tres factores [a)], [b)] y [c)] se ha definido de este modo en la cita siguiente de Marx: "Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. Divergen no sólo en cuanto a tiempo y lugar, sino también conceptualmente. Unas sólo están limitadas por la fuerza productiva de la sociedad, mientras que las otras sólo lo están por la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero esta capacidad no está determinada por la fuerza absoluta de producción ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo sobre la base de relaciones antagónicas de distribución, que reduce el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo solamente modificable dentro de límites más o menos estrechos. Además está limitada por el impulso de acumular, de acrecentar el capital y producir plusvalor en escala ampliada" (Marx, el Capital, Libro III).
[10] Marx, Historia de las doctrinas económicas (mas conocido bajo el título Teorías sobre la plusvalía), volumen V: 91.
[11] "En efecto, siendo factores independientes el mercado y la producción, la expansión de uno no corresponde obligatoriamente al crecimiento del otro". O también: "Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. Divergen no sólo en cuanto a tiempo y lugar, sino también conceptualmente" (Marx, el Capital, Libro III).
[12] Cualquier idea de monocausalidad de las crisis de sobreproducción es tanto más importante de rechazar porque sus orígenes son mucho más complejos y múltiples en Marx y en la realidad misma: anarquía de la producción, desproporción entre los dos grandes sectores de la economía, oposición entre "capital de préstamo" y "capital productivo", disyunción entre la compra y la venta consecutiva al atesoramiento, etc. Sin embargo, las dos raíces que Marx analizó más ampliamente, y también las más efectivas en la práctica, son, sin lugar a dudas, las que hemos mencionado: la reducción de la cuota de ganancia y las leyes de distribución del plustrabajo.
[13] Como, por ejemplo, la larga fase de aumento progresivo de los salarios reales en la segunda mitad de la fase ascendente del capitalismo (1870-1914), durante los "Treinta gloriosos" (1945-82), o sus reducciones relativas - e incluso absolutas - desde entonces (1982-2008).
[14] Por supuesto que una crisis de rentabilidad acaba inevitablemente en un estado endémico de sobreproducción, tanto de capitales como de mercancías. Sin embargo, estos fenómenos de sobreproducción eran subsecuentes y eran objeto de políticas de absorción, tanto por parte de los protagonistas públicos (cuotas de producción, reestructuraciones, etc.) como de los privados (fusiones, racionalizaciones, compras, etc.).
[15] Durante los años 70, la clase obrera sufrirá esencialmente la crisis a través de una degradación de sus condiciones de trabajo, de reestructuraciones y despidos, y en consecuencia, de un crecimiento espectacular del desempleo. Contrariamente a la crisis de 1929, ese desempleo, sin embargo, no provocará una espiral recesiva gracias al uso de los amortiguadores sociales keynesianos: subsidios de desempleo, indemnizaciones de reconversión, etc.
[16] La productividad laboral constituye en Marx la variable clave de la evolución del capitalismo, puesto que no es sino el revés de la ley del valor, es decir el tiempo medio de trabajo social para producir las mercancías. Nuestro artículo sobre la crisis en la Revista no 115 contiene un gráfico sobre la evolución de la productividad laboral entre 1961 y 2003 para el G6 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia). Muestra muy claramente la anterioridad de su reducción sobre todas las demás variables que evolucionarán como consecuencia de esa reducción, así como su mantenimiento desde entonces a un bajo nivel.
[17] Cada régimen de acumulación que va ritmando el desarrollo histórico del capitalismo genera relaciones específicas con su esfera exterior: del mercantilismo de los países de la península Ibérica, al capitalismo autocentrado durante los Treinta gloriosos, pasando por el colonialismo de la Inglaterra victoriana, no existen relaciones uniformes entre el corazón y la periferia del capitalismo como lo postula Rosa Luxemburg, sino una mezcla sucesiva de relaciones que encuentran todas ellas sus resortes específicos en esas diferentes necesidades internas de la acumulación del capital.
[18] En el siglo xix, allí donde los mercados coloniales cuentan más, TODOS los países capitalistas no coloniales registraron crecimientos claramente más rápidos que las potencias coloniales (71 % más rápido en término medio). Esta constatación es válida para toda la historia del capitalismo. En efecto, la venta al exterior del capitalismo puro permite a los capitalistas individuales realizar sus mercancías, pero frena la acumulación global del capitalismo ya que, al igual que para el armamento, corresponde a una salida de medios materiales del circuito de la acumulación.
[19] "... el sistema capitalista se convierte en obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo. Llegado a este punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con el desarrollo de la riqueza social y las fuerzas productivas que el sistema de las corporaciones, la servidumbre, la esclavitud, y necesariamente es rechazado como un obstáculo" (Marx, Grundrisse).
[20] Paul Mattick, Integración capitalista y ruptura obrera.
sumario
Proseguimos en este número de la Revista internacional la publicación de nuestro debate interno sobre cómo explicar el período de prosperidad de los años 50 y 60 del siglo xx. Recordemos que este debate se inició por las críticas que hicimos a nuestro folleto la Decadencia del capitalismo sobre el análisis que en él se hace acerca de las destrucciones habidas durante la Segunda Guerra mundial. Éstas se consideraban en efecto como la base del mercado de la reconstrucción que constituiría una salida para la producción capitalista. Une posición (llamada "la economía de guerra y el capitalismo de Estado") se expresó desde el principio "en defensa del enfoque defendido por nuestro folleto", según el cual "el dinamismo económico de que se trata se debió sobre todo a las consecuencias de la guerra: el reforzamiento extraordinario de los Estados Unidos en el plano económico e imperialista, y la economía de guerra permanente característica del capitalismo decadente". Otras dos posiciones, que entonces compartían la crítica al análisis de la reconstrucción defendido en la Decadencia del capitalismo, se oponían, sin embargo, en el análisis de los mecanismos que explican la prosperidad de los años 1950 y 60: mecanismos keynesianos para una de las posiciones (llamada "el capitalismo de Estado keynesiano-fordista"); para la otra: explotación de los últimos mercados extracapitalistas e inicio de la huida ciega por la vía del endeudamiento (llamada "mercados extracapitalistas y endeudamiento").
En la Revista internacional no 133 se publicó la presentación del debate y tres contribuciones que exponían de manera sintética las tres posiciones principales. En el no 135 de nuestra Revista, se publicó un artículo, "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista", que desarrollaba más exhaustivamente la tesis del "capitalismo de Estado keynesiano-fordista".
En este número se exponen las otras dos posiciones con los siguientes textos "Les bases de la acumulación capitalista" y "Economía de guerra y capitalismo de Estado" (en defensa respectivamente de las posiciones "Mercados extracapitalistas y endeudamiento" y "Economía de guerra y capitalismo de Estado"). Queremos, sin embargo, introducir esa exposición con unas consideraciones relativas, por un lado, a la evolución de las posiciones en presencia y, por otro, al rigor del debate.
Durante un período del debate, todos los diferentes enfoques expresados se reivindicaban del marco de análisis de la CCI ([1]). Ese marco solía incluso servir de referencia para argumentar las críticas que una posición podía hacer a otra. Ya no es así hoy y esto desde hace algún tiempo. Tal evolución es una de las posibilidades inherentes de cualquier debate: unas diferencias que aparecen mínimas al principio pueden, a medida que se discute, revelarse más profundas de lo que se pensaba, hasta poner en entredicho el marco teórico inicial de la discusión. Y eso ha ocurrido en este debate nuestro, en particular con la tesis llamada "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista". Esto puede apreciarse leyendo el artículo "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista" (Revista internacional no 135). Esta tesis asume ahora abiertamente la puesta en entredicho de diferentes posiciones de la CCI. Esos cuestionamientos deberán integrarse en el debate mismo, por eso nos limitamos aquí a dejar constancia de su existencia. Otras contribuciones posteriores tratarán sobre esos cuestionamientos. Así, para esa tesis:
- "El capitalismo genera en permanencia la demanda social que es la base del desarrollo de su propio mercado", mientras que para la CCI, "Contrariamente a lo que pretenden los adoradores del capital la producción capitalista no crea automáticamente y a voluntad los mercados necesarios para su crecimiento" (Plataforma de la CCI).
- El apogeo del capitalismo corresponde a cierto estadio de "la extensión del salariado y su dominación mediante la constitución del mercado mundial". Para la CCI, en cambio, este apogeo se alcanza cuando las principales potencias económicas se han repartido el mundo y se "alcanza un grado crítico de saturación de esos mismos mercados que le habían permitido la formidable expansión del siglo xix" (Plataforma de la CCI).
- La evolución de la cuota (o tasa) de ganancia y el tamaño de los mercados son dos cosas totalmente independientes, mientras que para la CCI, "la dificultad creciente que tiene el capital para encontrar los mercados donde realizar su plusvalía, acentúa la presión a la baja que ejerce sobre la tasa de ganancia el crecimiento constante de la proporción entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo que los pone en funcionamiento" (ídem).
Llevar el esclarecimiento sistemático y metódico de las divergencias hasta la raíz, sin temer los cuestionamientos que pudiera producir, es lo normal en un debate proletario que sirva realmente para reforzar las bases teóricas de las organizaciones que se reivindican del proletariado. Las exigencias de claridad de un debate así, imponen, por lo tanto, el mayor rigor militante y científico especialmente en las referencias a los textos del movimiento obrero, en su uso para tal o cual demostración o polémica. Y precisamente el artículo "Origen, dinámica et límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista", de la Revista no 135, plantea problemas en ese sentido.
El artículo en cuestión empieza citando Internationalisme no 46 (publicación de la Izquierda comunista de Francia): "Nuestros antepasados de la Izquierda comunista de Francia, en 1952, decidieron cesar su actividad de grupo porque: "La desaparición de los mercados extracapitalistas acarrea una crisis permanente del capitalismo (...) ya no puede ampliar su producción. Ahí se podrá ver la confirmación brillante de la teoría de Rosa Luxemburg: el estrechamiento de los mercados extracapitalistas provoca una saturación del mercado propiamente capitalista. (...) De hecho, las colonias han dejado de ser un mercado extracapitalista para las metrópolis, al haberse transformado en nuevos países capitalistas. Han perdido así su carácter de salidas mercantiles. (...) la perspectiva de guerra... está llegando a su realización. Estamos viviendo en un estado de guerra inminente...". La paradoja es que ese error de perspectiva haya sido anunciado ¡en vísperas de los Treinta gloriosos!".
De la lectura del pasaje citado surgen las dos ideas siguientes:
- En 1952 (fecha en que se escribió el artículo de Internationalisme), los mercados extracapitalistas han desaparecido, de ahí la situación de "crisis permanente del capitalismo".
- La previsión del grupo Internationalisme de lo ineluctable e inminente de la guerra se deriva de su análisis del agotamiento de los mercados extracapitalistas.
Ahora bien, ese no es el verdadero pensamiento de Internationalisme. Es una deformación de él mediante una cita (la reproducida arriba) que recoge pasajes del texto original, respectiva y sucesivamente, de las páginas 9, 11, 17 y 1 de la revista Internationalisme.
El primer pasaje citado, "La desaparición de los mercados extracapitalistas acarrea una crisis permanente del capitalismo", viene inmediatamente seguido, en Internationalisme, de la frase siguiente no citada: "Rosa Luxemburg demuestra por otra parte que el momento de apertura de esa crisis se realiza mucho antes de que esa desaparición sea absoluta".
O, en otras palabras, para Rosa Luxemburg como para Internationalisme, la situación de crisis que prevalecía cuando se escribía ese artículo no implica en absoluto el agotamiento de los mercados extracapitalistas, "pues la crisis se inicia mucho antes de esa situación". Esta primera alteración del pensamiento de Internationalisme tiene consecuencias en el debate pues alimenta la idea (defendida por la tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista") de que los mercados extracapitalistas tienen muy poca importancia en la prosperidad de los años 1950 y 60.
La segunda idea atribuida a Internationalisme, "lo ineluctable de la guerra inminente resultante del agotamiento de los mercados extracapitalistas", no es, en realidad, una idea del grupo Internationalisme como tal, sino de algunos camaradas en su seno con los que se había entablado una discusión. Esto lo demuestra el siguiente pasaje de Internationalisme, utilizado también en la cita pero con cortes importantes y significativos (amputaciones en negrita en el texto siguiente): "Para algunos de nuestros camaradas, en efecto, la perspectiva de guerra, que nunca han dejado de considerar como inminente, está llegando a su realización. Estamos viviendo en un estado de guerra inminente y la cuestión que debe analizarse no es estudiar los factores que llevan hacia la conflagración mundial -estos factores ya están presentes y funcionando-, sino, al contrario, examinar por qué la guerra mundial no ha estallado todavía a escala mundial". Esta segunda alteración del pensamiento de Internationalisme tiende a desprestigiar la postura defendida por Rosa Luxemburg e Internationalisme, puesto que la tercera guerra mundial, que debería haber sido la consecuencia de la saturación de los mercados, no ocurrió.
El objetivo de esta puntualización no es discutir sobre el análisis de Internationalisme, el cual contiene errores efectivamente, sino poner de relieve la interpretación tendenciosa que de ese análisis se ha hecho en las columnas de esta Revista internacional nuestra. Tampoco se trata de perjudicar el fondo del análisis del artículo "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista", que debe diferenciarse completamente de los argumentos litigiosos que acabamos de criticar. Una vez hechas estas aclaraciones necesarias, prosigamos serenamente la discusión sobre las divergencias en el seno de nuestra organización.
La tesis llamada de los "Mercados extracapitalistas y del endeudamiento", como su nombre indica, considera que es la venta en los mercados extracapitalistas y la venta a crédito lo que constituyó los mercados que permitieron la realización de la plusvalía necesaria a la acumulación del capitalismo durante los años 1950 y 60. Durante este período, el endeudamiento fue tomando progresivamente el relevo de los mercados extracapitalistas todavía existentes en el mundo, a medida que éstos se iban haciendo insuficientes para dar salida a las mercancías producidas.
Se plantean dos cuestiones sobre esta tesis:
- ¿Puede verificarse su validez mediante el análisis de los intercambios entre diferentes zonas económicas con niveles diferentes de integración en las relaciones de producción capitalistas? ¿Puede hacerse lo mismo con el análisis del endeudamiento en esa época? Una próxima contribución tratará este problema.
- ¿En qué se diferencia de las otras dos tesis principales en presencia? ¿En qué es compatible o no con ésas? El objeto de esta contribución es precisamente hacer un análisis crítico de la tesis llamada del "capitalismo de Estado keynesiano-fordista". Más tarde habrá otra para comentar la tesis de "La economía de guerra y el capitalismo de Estado".
Ya lo adelantamos en el texto de presentación de la tesis de los "Mercados extracapitalistas y el endeudamiento" aparecido en la Revista internacional no 133: ni el aumento del poder adquisitivo de la clase obrera, ni los pedidos del Estado - de los que una gran parte es improductiva, como lo ilustra el ejemplo de la industria de armamento - en nada pueden participar en el enriquecimiento del capital global. Dedicamos lo esencial de este artículo a este tema que, a nuestro parecer, es objeto de una importante ambigüedad en la tesis del "capitalismo de Estado keynesiano-fordista", en especial a causa de las virtudes que atribuye, para la economía capitalista, al aumento del poder adquisitivo de la clase obrera.
Para esa tesis,
"Este sistema pudo momentáneamente garantizar la cuadratura del círculo que consiste en hacer crecer en paralelo las ganancias y los mercados, en un mundo ya plenamente dominado por la demanda salarial" ([2]).
¿Qué significa hacer crecer las ganancias? Producir mercancías y venderlas, pero para satisfacer ¿qué demanda? ¿La procedente de los obreros? La frase siguiente del artículo es igual de ambigua y no nos informa mejor:
"El crecimiento garantizado de las ganancias, de los gastos del Estado y el aumento de los sueldos reales pudieron garantizar la demanda final tan indispensable para que quede plenamente cumplida la acumulación capitalista" ([3]).
Si el incremento de las ganancias está asegurado, lo está también la acumulación capitalista, y en este caso es inútil invocar el aumento de los salarios y de los gastos del Estado para explicar una acumulación "plenamente cumplida".
Esa imprecisión en la formulación de lo central del problema no nos deja otra opción que la de interpretar a riesgo de equivocarnos. ¿Quiere decirse que los gastos del Estado y el aumento de los salarios reales garantizan la demanda final, permitiendo así que crezcan las ganancias, base de la acumulación capitalista? ¿Es ésa la buena interpretación, como parece sugerirlo todo el texto? Si es así, hay realmente un problema con esta tesis, pues, a nuestro parecer, pone en entredicho las bases mismas del análisis marxista de la acumulación capitalista, como lo veremos luego. Si, en cambio, no es ésa la buena interpretación, habrá que decirnos qué demanda garantiza la realización de la ganancia gracias a la venta de las mercancías producidas.
Lo que los capitalistas acumulan es lo que queda de la plusvalía extraída de la explotación de los obreros, una vez pagados todos los gastos improductivos. Al no poder hacerse un aumento de sueldos reales sino es en detrimento de la plusvalía total, también se hace, por lo tanto, en detrimento de la parte de la plusvalía destinada a la acumulación. De hecho, un aumento de salario significa, en la práctica, devolver a los obreros una parte de la plusvalía resultante de su explotación. El problema de esa parte de la plusvalía "devuelta" a los obreros es que, al no estar destinada a la reproducción de la fuerza de trabajo (que ya está asegurada por el salario "no aumentado"), tampoco puede participar en la reproducción ampliada. En efecto, servirá para la alimentación, la vivienda o el ocio de los obreros, pero ya no podrá participar en el incremento de los medios de producción (máquinas, salarios para nuevos obreros, etc.). Por eso, aumentar los salarios por encima de lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo es pura y simplemente, desde un enfoque capitalista, un despilfarro de plusvalía que de ningún modo puede participar en el proceso de la acumulación.
Es verdad que les estadísticas de la burguesía ocultan esa realidad, pues el cálculo del PIB (Producto interior bruto) integra sin más todo lo relativo a la actividad económica improductiva, gastos militares o publicitarios, ingresos de curas o policías, consumo de la clase explotadora o aumentos de salarios a la clase obrera. Al igual que las estadísticas burguesas, la tesis del "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" confunde "incremento de la producción", o sea el incremento del PIB y "enriquecimiento del capitalismo", dos cosas que no son, ni mucho menos, equivalentes, pues el "enriquecimiento del capitalismo" significa aumento de la plusvalía realmente acumulada, excluyendo la plusvalía esterilizada en gastos improductivos. Esta diferencia no es mínima, especialmente en el período considerado que se caracteriza por el despegue de los gastos improductivos:
"La creación por el keynesianismo de un mercado interior capaz de dar una solución inmediata a la comercialización de una producción industrial masiva pudo dar la ilusión de un retorno duradero a la prosperidad de la fase de ascendencia del capitalismo. Pero al estar completamente desconectado de las necesidades de valorización del capital, ese mercado acabó en la esterilización de una porción significativa de capital" ([4]).
La idea de que el aumento de los salarios de la clase obrera podría ser, en ciertas circunstancias, un factor favorable a la acumulación capitalista es totalmente contradictoria con la posición de base del marxismo (y no sólo de éste, dicho sea de paso). Para el marxismo "el carácter esencial de la producción capitalista (...) es la valorización del capital y no su consumo" ([5]).
Sin embargo, replicarán los compañeros que defienden la tesis del capitalismo de Estado keynesiano-fordista, también esta tesis se basa en Marx. La explicación que da esa tesis sobre el éxito de las medidas de capitalismo de Estado para evitar la sobreproducción se basa en efecto en la idea de Marx de que:
"la masa de un pueblo nunca puede consumir más que la cantidad media de los bienes de primera necesidad, que su consumo no aumenta por lo tanto al ritmo del aumento de la productividad del trabajo" (Marx, Teorías sobre la plusvalía, libro IV).
Gracias a esa frase de Marx, la tesis mencionada entrevé la solución para superar una contradicción de la economía capitalista: mientras existan incrementos de productividad bastante altos que permitan que el consumo aumente al ritmo del aumento de la productividad del trabajo, el problema de la sobreproducción queda solucionado sin impedir la acumulación puesto que, por otra parte, las ganancias, también en aumento, son suficientes para asegurar la acumulación. Marx, en vida suya, no dejó nunca constancia de un aumento de salarios al ritmo de la productividad del trabajo. Pensaba incluso que eso no podía producirse. Y sin embargo, sí se produjo en ciertos momentos de la vida del capitalismo, pero eso no permite en absoluto que se deduzca que el problema fundamental de la sobreproducción, tal como Marx lo puso de relieve, se vería solucionado gracias a esos aumentos, ni siquiera momentáneamente. El marxismo no reduce esa contradicción (la sobreproducción) a una cuestión de proporción entre aumento de salarios y aumento de productividad. Una cosa es que el keynesianismo hubiera visto en ese mecanismo de reparto de la riqueza el medio para mantener momentáneamente cierto nivel de actividad económica en un contexto de fuerte aumento en la productividad del trabajo. Otra cosa, ilusoria, es que los "mercados" así creados hayan permitido efectivamente un desarrollo del capitalismo. Tenemos que examinar aquí más detenidamente cómo esa manera de "resolver" el problema de sobreproducción gracias al consumo obrero repercute en los engranajes de la economía capitalista. Es cierto que el consumo obrero y los gastos del Estado permiten dar salida a una producción creciente. Pero eso tiene una consecuencia, como hemos visto, que es la esterilización de una riqueza producida que no encuentra dónde emplearse útilmente para valorar el capital. La burguesía ya ha experimentado otros recursos del mismo estilo con los que controlar la sobreproducción: la destrucción de excedentes agrícolas, sobre todo en los años 1970 (y eso que la hambruna ya asolaba el mundo), la fijación de cupos a escala europea y también mundial de la producción de acero, petróleo, etc. Sean cuales sean los medios utilizados por la burguesía para absorber o hacer desaparecer la sobreproducción, esos medios se resumen, en fin de cuentas, en una esterilización de capital.
Paul Mattick ([6]), citado por la tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista" ([7]), constata también él, que en el período que estamos tratando, hay un aumento de salarios al ritmo del incremento de productividad:
"Es innegable que en la época moderna han aumentado los salarios reales. Pero sólo en el marco de la expansión del capital, la cual supone que la relación entre salarios y ganancias permanece generalmente constante. La productividad del trabajo debía entonces aumentar con una rapidez que permita a la vez acumular capital e incrementar el nivel de vida de los obreros" ([8]).
Es, sin embargo, una lástima que la tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista" no haya ido más lejos en su uso de la obra de Mattick. En efecto, para él como para nosotros, "toda prosperidad se basa en el incremento de la plusvalía encaminado a la ulterior expansión del capital" ([9]). En otras palabras, la plusvalía no se incrementa gracias a las ventas en mercados resultantes de los aumentos de sueldos o de los gastos improductivos del Estado:
"Todo el problema se reduce en último término al simple hecho de que lo que se consume no puede ser acumulado, de manera que el «consumo público» creciente no puede ser ningún medio para transformar en su contraria a una tasa de acumulación que haya llegado a detenerse o que sea descendente" ([10]).
Ahora bien, esta particularidad de la prosperidad de los años 1950 y 60 pasó desapercibida para la economía burguesa oficial y para la tesis del capitalismo de Estado keynesiano-fordista:
"Como los economistas no distinguen entre economía y economía capitalista, tampoco se dan cuenta de que productividad y "productivo en el sentido capitalista" son dos cosas diferentes, que tanto los gastos públicos como los privados sólo son productivos si generan plusvalía y no porque produzcan bienes materiales o amenidades" ([11]).
Esto es tan cierto que:
"la producción adicional obtenida mediante la financiación deficitaria, se presenta como demanda adicional, pero es una demanda de un tipo especial, ya que si bien resulta del incremento de la producción, de lo que se trata es de una producción total que aumenta sin que al mismo tiempo aumente correlativamente la ganancia total" ([12]).
De lo precedente se deduce que la prosperidad real de las décadas 1950 y 60 no fue tan importante como lo quiere presentar la burguesía, cuando ésta alardea de los PIB de los principales países industrializados de entonces. La constatación que hace Mattick al respecto, es perfectamente válida:
"En Estados Unidos, no obstante, persistió la necesidad de mantener estable el nivel de la producción mediante el gasto público, lo que condujo a un más amplio aunque más lento incremento del endeudamiento del Estado. Esta situación pudo justificarse también con la política imperialista de EEUU y más tarde particularmente con la guerra de Vietnam. Pero como el desempleo no descendió por debajo del cuatro por ciento de la ocupación total ni la capacidad productiva se utilizó a pleno rendimiento, es más que posible que sin el "consumo público" de los armamentos y de las matanzas de hombres, la cifra de desempleados se hubiese situado muy por encima de lo que realmente fue. Y como aproximadamente la mitad de la producción mundial corresponde a Estados Unidos, no es posible hablar, a pesar del auge del Japón y de Europa occidental, de una superación total de la crisis mundial y no se puede hablar en estos términos sobre todo si se incluye a los países subdesarrollados en el análisis. Por muy vivo que fuese el auge de la coyuntura, se limitó únicamente a algunas partes del capital mundial sin comportar un auge general del conjunto de la economía mundial" ([13]).
La tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista" subestima esa realidad.
Para nosotros, el origen real de la acumulación no está ni mucho menos en las medidas keynesianas impuestas en aquella época ([14]), sino en la realización de la plusvalía gracias a la venta en mercados extracapitalistas y en la venta a crédito. La tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista", si la hemos interpretado correctamente, comete un error teórico en ese plano que abre la vía a la idea de que es posible, para el capitalismo, sobrepasar su crisis con tal de que consiga de manera continuada aumentar la productividad del trabajo e incrementar en la misma proporción los salarios de los obreros.
La tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista" se reivindicaba, al iniciarse nuestro debate, de la continuidad con el marco teórico desarrollado por Marx y enriquecido por Rosa Luxemburg sobre las contradicciones económicas del modo de producción capitalista, pero ya no es lo mismo hoy en lo que a Rosa Luxemburg se refiere. Sin embargo, a nuestra manera de ver, tanto si esa tesis se reivindica de la teoría de Rosa Luxemburg como si la rechaza, eso no cambia para nada su incapacidad para explicar las contradicciones que socavan la sociedad capitalista durante el período llamado de los Treinta Gloriosos. En efecto, como hemos visto en las diferentes citas de Paul Mattick en las que nos hemos apoyado para criticar esa tesis, el debate con ella no tiene nada que ver con el debate más clásico, que opone la necesidad de mercados extracapitalistas para el desarrollo del capitalismo (defendida por Rosa Luxemburg) y el análisis de los defensores de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como explicación única y exclusiva de la crisis del capitalismo (defendida por Paul Mattick).
En cuanto a la otra pregunta de saber si la venta a crédito puede ser un medio duradero para una acumulación real, sí que entra plenamente en el debate entre baja de la cuota de ganancia y saturación de los mercados extracapitalistas. La respuesta a esa pregunta está en la capacidad que tenga o deje de tener el capitalismo para reembolsar sus deudas. Ahora bien, el incremento continuo de la deuda, ya desde finales de los años 1950, es un signo de que la actual crisis abierta del endeudamiento hunde sus raíces hasta e incluido el período de "prosperidad" de los años 1950 y 60. Pero esto es otro debate sobre el que habremos de volver cuando haya que comprobar, en la realidad de los hechos, la tesis de los mercados extracapitalistas y del endeudamiento.
Silvio
El objetivo principal de este artículo es desarrollar algunas de las bases para el análisis del periodo del boom económico ocurrido tras la Segunda Guerra mundial que fueron expuestas, esquemáticamente, en la Revista internacional no 133 con el título: "Capitalismo de Estado y economía de guerra" ([15]). Nos parece además de utilidad, examinar brevemente algunas de las objeciones planteadas a ese análisis por otros participantes en el debate.
Como se señalaba justamente en la introducción al debate en la Revista internacional no 133, la importancia de este debate va más lejos del análisis sobre el boom de posguerra y, puesto que toca aspectos fundamentales de la crítica marxista de la economía política, debe contribuir sobre todo a una mejor comprensión de las principales fuerzas que gobiernan la sociedad capitalista; fuerzas que determinaron a su vez tanto el extraordinario dinamismo del periodo ascendente del capitalismo, que le hicieron progresar desde el inicio de su existencia, en las ciudades-Estado de Italia y de Flandes, hasta la creación de la primera sociedad planetaria, como el carácter sumamente destructivo del periodo decadente de este sistema en el curso del cual la humanidad ha sufrido dos guerras mundiales cuya barbarie enmudecería al mismísimo Gengis Khan y que amenaza hoy día la existencia misma de nuestra especie.
¿Cuál es la base de la dinámica expansionista de la economía capitalista?
La clave del dinamismo del capitalismo está en el corazón mismo de las relaciones sociales capitalistas:
- La explotación de la clase productiva por parte de la clase dominante toma la forma de compra de la fuerza de trabajo, entendida ésta como mercancía;
- El producto del trabajo de la clase explotada debe necesariamente tomar la forma de mercancía lo que a la vez significa que la expropiación del trabajo excedente (trabajo añadido, sobretrabajo o plustrabajo) implica necesariamente la venta de estas mercancías en el mercado ([16]).
Lo explicaremos más sencillamente con un ejemplo: el señor feudal se adueñaba del excedente producido por sus siervos y lo utilizaba directamente para mantener su tren de vida; el capitalista, en cambio, extrae la plusvalía de los obreros bajo la forma de mercancías, que no siéndole útiles como tales mercancías, deben ser vendidas en el mercado a fin de ser transformadas en capital monetario. Esto le crea inevitablemente un problema al capitalista: ¿quién le va a comprar las mercancías que representan la plusvalía creada por el plus-trabajo de los obreros? Dicho muy esquemáticamente, dos respuestas se han aportado a esta pregunta en la historia del movimiento obrero:
- Según ciertas teorías el problema no existiría, puesto que el proceso de acumulación de capital y las operaciones normales de crédito permitirían a los capitalistas invertir en un nuevo ciclo de producción; ciclo que, al desarrollarse a una escala más amplia, absorbe la plusvalía producida a lo largo del ciclo precedente; con lo que el conjunto del proceso no hace sino repetirse ([17]).
- Según la mayoría de la CCI, esa explicación es inadecuada ([18]). Veamos: primero, si el capitalismo puede extenderse infinitamente, sin ningún problema, sobre sus propias bases ¿por qué la clase capitalista está obsesionada por las conquistas exteriores?, ¿por qué la burguesía no se queda tranquilamente en casa y sigue ampliando su capital sin lanzarse a la empresa, arriesgada, costosa y violenta, de extender constantemente su acceso a nuevos mercados? R. Luxemburg, en su Anticrítica, responde a estas cuestiones de la siguiente manera:
"(...) Ha de tratarse pues de clientes que obtengan sus medios adquisitivos de los frutos de un intercambio de mercancías; por tanto, de una producción de mercancías, que se desarrolle necesariamente al margen, fuera, del sistema capitalista de producción; ha de tratarse en consecuencia de productores cuyos medios de producción no tengan concepto de capital y a quienes no pueda incluirse en ninguna de las dos categorías: capitalista u obrero, aunque por unas razones o por otras ofrezcan un mercado, o se ofrezcan como mercado a las mercancías del capitalismo" ([19]).
Hasta la publicación de su último artículo en la Revista internacional no 135, parecía razonable pensar que el camarada C. Mcl compartía esa visión de la expansión del capitalismo en su fase ascendente ([20]). En su artículo titulado "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista", el camarada parece haber cambiado de opinión al respecto. Eso demuestra, como mínimo, que las ideas cambian en el curso de los debates; sin embargo, nos parece necesario detenernos un momento para examinar algunas de las nuevas ideas que nos avanza.
Hay que decir que esas ideas no están, a primera vista, muy claras. Por un lado C. Mcl nos dice, y en eso estamos de acuerdo, que el entorno extra-capitalista le "proporcionó [al capitalismo] toda una serie de oportunidades" para, entre otras cosas, vender las mercancías sobrantes ([21]). Sin embargo, por otro lado, C. Mcl nos dice que no solamente estas "oportunidades externas" no son necesarias, pues el capitalismo es perfectamente capaz de desarrollar su propia "regulación interna", sino que la expansión exterior del capitalismo frena efectivamente su desarrollo. Si comprendemos bien al camarada C. Mcl, parece que las mercancías vendidas en los mercados extracapitalistas dejan de comportarse como capital y no contribuyen a la acumulación, mientras que las mercancías vendidas en el seno del capitalismo permiten a la vez la realización de la plusvalía (por la conversión del capital en forma de mercancías en capital en forma de dinero) y funcionan igualmente como elementos de acumulación, ya sea en forma de máquinas (medios de producción, capital constante) o de bienes de consumo (medios de consumo para la clase obrera, capital variable). Para hacer válida esta idea, el camarada C. Mcl nos informa que los países capitalistas, que en el siglo xix no tenían colonias, conocieron tasas de crecimiento superiores a las de los países coloniales ([22]). Este punto de vista nos parece erróneo, tanto desde el punto de vista empírico como teórico. Expresa una visión fundamentalmente estática, en la que el mercado extracapitalista no es sino una especie de salida para el demasiado lleno mercado capitalista, cuando éste se desborda.
Los capitalistas no solamente venden en el mercado extracapitalista sino que también compran. Los navíos que transportaban mercancías baratas a los mercados de India y de China ([23]) no volvían vacíos: regresaban cargados de té, especias, algodón y otras materias primas. Hasta los años sesenta de mil ochocientos, el principal proveedor de algodón para la industria textil inglesa fue la economía esclavista de EEUU. Durante la "crisis del algodón", causada por la Guerra civil, India y Egipto se convirtieron en los nuevos proveedores.
En realidad,
"... Dentro de su proceso de circulación, en que el capital industrial funciona como dinero o como mercancía, el ciclo del capital industrial, ya sea capital-dinero o capital-mercancías, se entrecruza con la circulación de mercancías de los más diversos tipos sociales de producción, siempre y cuando que sean, al mismo tiempo, sistemas de producción de mercancías. No importa que la mercancía sea producto de un tipo de producción basado en la esclavitud o del trabajo de campesinos (chinos, ryots indios, etc.), de un régimen comunal (Indias orientales holandesas) o de la producción del estado (como ocurre en ciertas épocas primitivas de la historia de Rusia, basadas en la servidumbre), de pueblos semisalvajes dedicados a la caza, etc.; cualquiera que sea su origen, se enfrentan como mercancías y dinero al dinero y a las mercancías que representan el capital industrial y entran tanto en el ciclo de éste como en el de la plusvalía contenida en el capital-mercancías, siempre y cuando que ésta se invierta como renta; (...) El carácter del proceso de producción de que procedan es indiferente, para estos efectos; funcionan como tales mercancías en el mercado y entran como mercancías tanto en el ciclo del capital industrial como en la circulación de la plusvalía adherida a él" ([24]).
¿Qué pasa con el argumento según el cual la expansión colonial frena el desarrollo del capitalismo?
A nuestro parecer aquí se cometen dos errores:
- como ha señalado la CCI (en la serie sobre Marx y Luxemburg) en numerosas ocasiones, el problema del mercado extracapitalista se plantea a nivel global y no a nivel del capital individual ni siquiera del nacional ([25]);
- la colonización no es la única forma que adopta la expansión capitalista en los mercados extracapitalistas (mercados al margen, fuera del capitalismo).
La historia de EEUU proporciona una ilustración particularmente clara de ese punto, tanto más importante, debido al creciente papel que tuvo la economía americana a lo largo del siglo xix. En primer lugar, la inexistencia de un imperio colonial norteamericano durante el siglo xix no se debió a no se sabe qué "independencia" de la economía de EEUU respecto a un entorno extra-capitalista, sino que encontró dicho imperio en el interior mismo de las fronteras estadounidenses ([26]). Hemos mencionado ya la economía esclavista de los estados del Sur; tras la destrucción de éstos por la Guerra civil (1861-1865) el capitalismo se extendió durante los treinta años siguientes hacia el Oeste americano, siguiendo un proceso continuo que se puede describir así: masacre y limpieza étnica de la población indígena; establecimiento de una economía extracapitalista mediante la venta y concesión de nuevos territorios, anexionados por el Gobierno, a colonos y pequeños ganaderos ([27]); exterminio de esta economía extracapitalista por la deuda, el fraude y la violencia; y extensión de la economía capitalista ([28]). En 1890, el Servicio estadounidense del Censo declara la "Frontera" interna cerrada ([29]). En 1893, los EEUU conocieron una depresión severa y, durante los años 90 de ese siglo, la burguesía americana estaba cada vez más preocupada por la necesidad de extender sus fronteras nacionales ([30]). En 1898 un documento del Departamento de Estado americano explicaba:
"parece que hay un acuerdo general sobre el hecho de que vamos a encontrarnos cada año con un exceso creciente de productos manufacturados que deberemos destinar a los mercados extranjeros si queremos mantener el empleo de los obreros y los artesanos americanos. La ampliación del consumo en el extranjero de productos de nuestras fábricas y talleres se presenta como un problema serio no solamente comercial sino político" ([31]).
Le siguió una rápida expansión imperialista: Cuba (1898), Hawai (1898), Filipinas (1899) ([32]), la zona del Canal de Panamá (1903). En 1900, Albert Beveridge (uno de los principales partidarios de la política imperialista de EEUU) declaraba en el Senado:
"Las Filipinas son nuestras para siempre (...). Y tras las Filipinas están los mercados ilimitados de China (...). El Pacífico es nuestro océano (...) ¿Dónde encontrar consumidores para nuestros excedentes? La geografía nos da la respuesta: China es nuestro cliente natural" ([33]).
Los europeos hablan, con frecuencia, del frenesí imperialista de finales del siglo xix como de una "carrera hacia África", Sin embargo, en muchos informes se contempla la conquista estadounidense de Filipinas como algo de una importancia mayor, en la medida que simbolizaba el momento en que la expansión imperialista europea hacia el Este se enfrentaba a la expansión norteamericana hacia el Oeste. La primera guerra de esta nueva época imperialista la hicieron dos potencias asiáticas - Rusia y Japón - por el control de Corea y el acceso a los mercados chinos. Esta guerra fue un factor clave en la primera sublevación revolucionaria del siglo xx: la de Rusia en 1905.
¿Qué es lo que esta nueva "época de guerras y revoluciones" (como la llamó la Internacional comunista) implicaba para la organización de la economía capitalista?
De forma muy esquemática, implica la inversión de la relación entre la economía y la guerra: mientras que en el periodo ascendente del capitalismo la guerra tiene la función de expansión económica; en la decadencia, al contrario, la economía está al servicio de la guerra imperialista. La economía capitalista en la decadencia es una economía de guerra permanente ([34]). Es el problema fundamental que está en la base de todo el desarrollo de la economía capitalista desde 1914 y en particular de la economía del boom que acompañó la posguerra, desde 1945.
Antes de continuar con el examen del boom de posguerra desde ese punto de vista, es necesario volver a considerar, brevemente, algunas otras posiciones que están presentes en el debate.
1) El papel de los mercados
extracapitalistas tras 1945
Vale la pena recordar que, en su folleto la Decadencia del capitalismo, la CCI atribuía ya un papel a la destrucción continuada de mercados extra-capitalistas durante todo este periodo ([35]) y es posible que hayamos subestimado su papel en el boom de posguerra; de hecho, la destrucción de esos mercados (en el sentido clásico, descrito por Luxemburg) continúa aun hoy con las formas más dramáticas, como vemos con las decenas de miles de suicidios habidos entre los granjeros de la India, incapaces de devolver las deudas que adquirieron para comprarle semillas y abonos a Monsanto y a otros ([36]).
No es menos difícil ver cómo pudieron contribuir esos mercados, de manera decisiva, al boom de posguerra si se tiene en cuenta:
- la enorme destrucción que sufrió la pequeña economía campesina en muchos países, entre 1914 y 1945, como resultado de la guerra y de la catástrofe económica ([37]).
- el hecho de que todas las economías europeas subvencionaron masivamente la agricultura durante el periodo de posguerra: la economía campesina supuso para estas economías más que un mercado un verdadero coste.
2) El progreso de la deuda
El argumento de la deuda es mucho más sólido cuando se observan los datos. Es verdad que comparados con los niveles astronómicos alcanzados hoy, tras treinta años de crisis, el incremento de la deuda durante el boom de la posguerra podrá parecer a primera vista insignificante. Sin embargo, comparado con lo que pasaba antes, su subida fue espectacular. En Estados Unidos, sólo ya la deuda federal bruta pasó de 48 mil 200 millones de $ en 1938 a 4,839 billones de $ en 1973, o sea, diez veces más ([38]).
El crédito al consumo en Estados Unidos pasó de 4 % del PIB en 1948 a más de 12 % a principios de los años 1970.
Los préstamos inmobiliarios pasaron igualmente de 7 mil millones de $ en 1947 a 70 mil 500 millones en 1970 - o sea diez veces más a causa del nivel importante de créditos, de bajo interés y fácil acceso, acordados por el gobierno: en 1955, la Federal Housing Administration y la Veterans Administration poseían solo ellas dos el 41 % de todas las hipotecas ([39]).
3) El aumento de sueldos
Para el camarada C. Mcl, la prosperidad del boom de posguerra se debió en gran parte a que los salarios aumentaron al mismo tiempo que la productividad gracias a una política keynesiana deliberada cuyo objetivo era absorber la producción excedentaria y permitir que continuara la expansión del mercado.
Es cierto, como así lo subrayó Marx en el Capital, que los salarios pueden aumentar sin inquietar las ganancias mientras aumente también la productividad. También es cierto que la producción masiva de bienes de consumo es imposible sin el consumo masivo de la clase obrera. Y también es muy cierto que hubo una política deliberada de subida de salarios y del nivel de vida de los obreros después de la Segunda Guerra mundial para preservarse contra las revueltas sociales. Sin embargo, nada de todo eso resuelve el problema básico, identificado por Marx y Luxemburg, según el cual la clase obrera no puede absorber todo el valor de lo que produce.
Además, la hipótesis de C. Mcl se basa en dos suposiciones principales que, a nuestro parecer, no se justifican empíricamente:
- La primera es que el aumento de salarios estaba garantizado por su reajuste con la productividad; pero no hemos encontrado que esa política esté testificada como política general, salvo en casos de menor importancia como en Bélgica ([40]). Tomando dos contraejemplos, la escala móvil implantada en Italia en 1945 vinculaba los salarios a la inflación (lo cual es, evidentemente, algo muy distinto) y el "Contrato social" implantado por el gobierno laborista de Wilson en Gran Bretaña al final del boom fue una tentativa desesperada de reducir los salarios en un período de elevada inflación ajustándolos a la productividad.
- La segunda es que el capital occidental no habría buscado una mano de obra barata hasta el principio del período de "globalización" en los años 80. Eso es sencillamente falso: en Estados Unidos, la emigración del campo a las ciudades redujo la población rural de 24,4 millones en 1945 a 9,7 millones en 1970 ([41]). Y, en Europa, el mismo fenómeno fue aún más espectacular: unos 40 millones de personas emigraron del campo y de fuera de los países de Europa hacia las grandes zonas industriales ([42]).
La Segunda Guerra mundial - más todavía que la Primera - demostró la irracionalidad absoluta de la guerra imperialista en la era de la decadencia del capitalismo. Lejos de ser beneficiosa para la conquista de nuevos mercados, la guerra arruinó tanto a los países vencedores como a los vencidos. Con una única excepción: los Estados Unidos de América, único país beligerante que no sufrió ninguna destrucción en su territorio. Esta excepción fue la base del boom de posguerra tan excepcional y que, por eso mismo, no podrá repetirse.
Uno de los defectos principales de las demás posiciones en este debate es que: a) tienden a plantear el problema en términos puramente económicos, y b) sólo consideran el boom de posguerra en sí mismo, no logrando, por eso mismo, comprender que ese boom vino determinado por la situación creada por la guerra.
¿Qué situación era ésa?
Entre 1939 et 1945, se duplicó la capacidad de la economía estadounidense ([43]). Las industrias existentes (la construcción naval, por ejemplo) instauraron técnicas de producción masiva. Se crearon nuevas industrias enteras: producción en cadena de aviones, electrónica, informática (los primeros ordenadores se utilizaron para calcular las trayectorias balísticas), productos farmacéuticos (descubrimiento de la penicilina), plásticos - la lista es interminable. Y aunque la deuda gubernamental alcanzó un vértice durante la guerra, para Estados Unidos la mayor parte de ese desarrollo fue pura acumulación de capital, pues EEUU vació de su sangre a los imperios británico y francés, apoderándose de sus riquezas acumuladas a cambio de entregas de armamento.
A pesar de esa aplastante superioridad, los Estados Unidos conocieron, eso sí, algunos problemas al final de la guerra. Los resumiremos así:
- ¿Dónde encontrar mercados para la producción industrial americana que se había duplicado durante la guerra? ([44])
- ¿Cómo defender los intereses nacionales estadounidenses - que por primera vez se situaban a una escala auténticamente mundial - contra la amenaza de expansión soviética?
- ¿Cómo evitar levantamientos importantes y la amenaza potencial que representaba la clase obrera (ninguna fracción de la burguesía se había olvidado de Octubre 1917), especialmente en Europa?
Comprender cómo intentó Estados Unidos resolver esos problemas es la clave para comprender el boom de la posguerra y de su final en los años 70. Hemos de volver sobre este tema en un próximo artículo; vale la pena, sin embargo, subrayar que Rosa Luxemburg, que escribió antes del pleno desarrollo de la economía capitalista de Estado que se realizó durante la Primera y, sobre todo, la Segunda Guerra mundial, ya dio algunas indicaciones sobre las consecuencias económicas de la militarización de la economía :
"Además, en vez de un gran número de pedidos de mercancías diseminadas y separadas en el tiempo, que en buena parte serían satisfechos por la simple producción de mercancías y, por tanto, no influirían en la acumulación del capital, surge aquí un solo y voluminoso pedido del Estado. Pero la satisfacción de este pedido supone, de antemano, la existencia de una industria en gran escala y, por tanto, condiciones favorables para la producción de plusvalía y de acumulación. Por otra parte, en forma de pedidos militares del Estado, el poder de compra concentrado en una enorme cuantía de las masas consumidoras, se salva de la arbitrariedad de las oscilaciones subjetivas del consumo personal, y está dotado de una regularidad casi automática, de un crecimiento rítmico. Finalmente, la palanca de este movimiento automático y rítmico de la producción capitalista para el militarismo, se encuentra en manos del capital mismo, merced al aparato de la legislación parlamentaria y de la organización de la prensa destinada a crear la llamada opinión pública. Merced a ello, este campo específico de la acumulación del capital parece tener, al principio, una capacidad ilimitada de extensión. Mientras cualquiera otra ampliación del mercado y de la base de operación del capital depende, en gran parte, de elementos históricos, sociales, políticos, que se hallan fuera de la influencia del capital, la producción para el militarismo constituye una esfera cuya ampliación sucesiva parece hallarse ligada a la producción del capital" ([45]).
Menos de 50 después de la redacción de ese libro, alguien describía así la realidad del militarismo imperialista:
"La conjunción de un inmenso aparato militar y de una gran industria de armamento es une experiencia nueva para Estados Unidos. Cada ciudad, cada gobierno de estado, cada despacho del gobierno federal siente plenamente su influencia - económica, política e incluso espiritual (...) debemos comprender sus grandes implicaciones. Nuestro trabajo, nuestros recursos, nuestros medios de existencia, todo está implicado; la estructura misma de nuestra sociedad está implicada por esa conjunción.
"En las reuniones gubernamentales, debemos poner en guardia contra la influencia injustificada - voluntaria o no - del complejo militar-industrial. Existe y seguirá existiendo la posibilidad de un incremento desastroso de potencia incontrolada.
"(...) En ese mismo sentido, la revolución tecnológica de las últimas décadas es responsable en gran parte del cambio radical de nuestra posición militar-industrial.
"En esta revolución, la investigación se ha vuelto algo central; se ha vuelto también más oficial, más compleja y más costosa. Una parte de esa investigación, que se incrementa de modo regular, se realiza para y por el gobierno federal y bajo su dirección."
Ese "alguien" que pronunció esas palabras en 1961, no era un intelectual de izquierda, sino el presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower.
Jens, 10 de diciembre de 2008.
[1]) Ya lo pusimos de relieve en la presentación del marco del debate (Revista internacional no 133).
[2]) En "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista", Revista internacional n° 135.
[3]) ídem.
[4]) "Las causas del período de prosperidad consecutivo a la Segunda Guerra mundial (I); Los mercados extracapitalistas y el endeudamiento", Revista internacional nº 133, 2008.
[5]) Libro III, sección 3ª: "Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia", XV: Desarrollo de las contradicciones internas de la ley, Exceso de capital y exceso de población", pp. 254-255, el Capital, t. III, ed. FCE, 1946, México.
[6]) Miembro de la Izquierda comunista. Militó en el KAPD durante la revolución alemana. Emigrado a Estados Unidos en 1926, milita en IWW y escribe múltiples textos políticos y también sobre temas económicos. Citemos dos obras conocidas: Marx y Keynes - Los límites de la economía mixta, publicada en 1969, y Crisis y teoría de la crisis, en 1974. Paul Mattick hace derivar la crisis de capitalismo, fundamentalmente, de la contradicción evidenciada por Marx de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. En esto diverge de la interpretación luxemburguista de las crisis, la cual, sin negar la baja de la cuota de ganancia, insiste esencialmente en la necesidad de mercados exteriores a las relaciones de producción capitalistas para que el capitalismo pueda desarrollarse. Hay que subrayar la magistral capacidad de Mattick para resumir en Crisis y teoría de la crisis las contribuciones a la teoría de las crisis de los continuadores y epígonos de Marx, desde Rosa Luxemburg a Grossmann, pasando por Tugan Baranowsky, sin olvidar a Pannekoek. Sus desacuerdos con Rosa Luxemburg en nada le impidieron dar cuenta con plena objetividad y de modo inteligible de la obra económica de la gran revolucionaria.
[7]) Esta cita no está en la versión de este artículo publicada en nuestra página WEB. Sí está en la versión impresa de la Revista internacional n° 135.
[8]) Paul Mattick, Integración capitalista y ruptura obrera, citado en el artículo de la Revista n° 135, "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista".
[9]) Paul Mattick, Crisis y teoría de la crisis, Ediciones de bolsillo nº 499, Editorial Península.
[10]) ídem.
[11]) ídem.
[12]) ídem.
[13]) ídem.
[14]) Como lo afirma también Mattick, el keynesianismo, concebido en su origen como un medio para librarse de la crisis, no es, en el fondo, sino un factor agravante de ella: "La producción compensadora estatalmente inducida se convierte así de lo que era inicialmente, un medio para solucionar la crisis, en un medio de profundización de la crisis, ya que arrebata a una parte creciente de la producción social su carácter capitalista, es decir, la capacidad de producir capital adicional" (ídem).
[15]) Por razones de espacio, es imposible referirse a todo el período de 1945 a 1970. Nos proponemos aquí pues, introducir únicamente un análisis de los fenómenos del boom de posguerra que trataremos más en detalle más tarde.
[16]) No es casualidad si el primer capítulo de el Capital se titula "La mercancía"
[17]) Dejamos por ahora de lado la cuestión de las crisis cíclicas a través de las cuales ese proceso evoluciona históricamente.
[18]) No repetiremos aquí lo que la CCI ya ha escrito en múltiples ocasiones para defender la visión de Marx y Engels - y de Rosa Luxemburg, en especial, entre los marxistas de la generación siguiente - para quienes el problema de la inadecuación del mercado capitalista es une dificultad fundamental en el proceso de acumulación ampliada del capital.
[19]) "Apéndice. Una Anticrítica", la Acumulación del capital.
[20]) Véase el artículo escrito por dicho compañero en la Revista internacional no 127, en el cual, bajo el titulo "Marx y Rosa Luxemburg: un análisis idéntico sobre las contradicciones económicas del capitalismo", demuestra de modo muy claro y documentado la continuidad entre el análisis de Marx y el de Luxemburg.
[21]) "Ese entorno le siguió proporcionando toda una serie de oportunidades a lo largo de su fase ascendente (1825-1914) como fuente de beneficios, salida para la venta de sus mercancías en sobreproducción y masa complementaria de mano de obra."
[22]) "En el siglo XIX, allí donde los mercados coloniales cuentan más, TODOS los países capitalistas no coloniales registraron crecimientos claramente más rápidos que las potencias coloniales (71 % más rápido en término medio). Esta constatación es válida para toda la historia del capitalismo. En efecto, la venta al exterior del capitalismo puro permite a los capitalistas individuales realizar sus mercancías, pero frena la acumulación global del capitalismo ya que, al igual que para el armamento, corresponde a una salida de medios materiales del circuito de la acumulación."
[23]) Por ejemplo, el opio en el caso de China: la tan "virtuosa" burguesía británica hizo dos guerras para forzar al gobierno chino a que siguiera permitiendo a la población que se envenenara con el opio británico.
[24]) Marx, el Capital, libro II, cap. IV, p. 98. FCE, México.
[25]) Esquemáticamente, si la industria de Alemania (que no poseía colonias) acabó adelantándose a la de Gran Bretaña (que sí que tenía) y conoció una cuota de ganancia superior, es porque se aprovechó también de los mercados extracapitalistas conquistados por el imperialismo británico.
[26]) Cuando Estados Unidos, por la fuerza y a base de mentiras, despojó a México de Tejas (1836-1847) y de California (1845-47), esos nuevos estados no se integraron en un "imperio", sino en el territorio nacional de Estados Unidos.
[27]) Por ejemplo, el "Oklahoma Land Rush" (la "carrera hacia el territorio de Oklahoma") en 1889. Esa "carrera" empezó el 22 de abril de 1889 a las doce del mediodía con unas 50 000 personas en la línea de salida para adquirir una parte de los 2 millones de acres (8 000 km2) disponibles.
[28]) La historia del desarrollo capitalista de los Estados Unidos merecería una serie de artículos ya sólo ella y no tenemos aquí espacio para desarrollar este tema. Por otra parte, cabe subrayar que esos mecanismos de la expansión capitalista no se limitaron a Estados Unidos, sino que también se encuentran (como puede leerse en la Introducción a la economía política de Rosa Luxemburg) en la expansión de Rusia hacia el Este y en la incorporación en la economía capitalista de China, Egipto y Turquía - países que nunca fueron colonias.
[29]) En la sociedad norteamericana, Frontera (the Frontier) tiene un sentido específico vinculado a su historia. Fue, durante el siglo xix, uno de los aspectos más importantes del desarrollo de Estados Unidos mediante la extensión del capitalismo industrial hacia el Oeste, que se plasmó en la repoblación de esas regiones con gentes sobre todo de origen europeo o africano.
[30]) Esta preocupación se había plasmado ya en la llamada "Doctrina Monroe" adoptada en 1823 que afirmaba sin ambages que Estados Unidos consideraba a todo el continente americano, desde el Norte hasta el Sur, como su propia y exclusiva esfera de interés. La Doctrina Monroe se impuso mediante intervenciones militares estadounidenses a repetición en Latinoamérica.
[31]) Citado en Howard Zinn, History of American People, traducido por nosotros.
[32]) La conquista de Filipinas, en donde Estados Unidos empezó quitando de en medio a la potencia colonial española, para después llevar a cabo una guerra sin cuartel contra los insurrectos filipinos, es un ejemplo especialmente repulsivo de la hipocresía y la barbarie capitalistas.
[33]) Howard Zinn, ídem.
[34]) Vamos a ilustrarlo con un ejemplo: en 1805, la revolución industrial ya estaba muy avanzada en Gran Bretaña: el uso de la máquina de vapor y la producción mecanizada de textiles se habían ido desarrollando con rapidez desde los años 1770. Sin embargo, cuando aquel año los británicos destruyeron las flotas francesa y española en la batalla de Trafalgar, el navío almirante de Nelson, el HMS Victory, ya tenía cerca de 50 años (sus planos se diseñaron en 1756 y el navío fue finalmente botado en 1765). Basta con compararlo con la situación actual en la que las tecnologías más avanzadas dependen de la industria del armamento.
[35]) El folleto la Decadencia del capitalismo - muy justamente a nuestro parecer - asocia ese fenómeno al militarismo creciente de las economías del "Tercer Mundo.
[36]) Podría hablarse también de la eliminación de los pequeños comerciantes en los países desarrollados con la expansión de los supermercados y la comercialización de masas de los productos de consumo más corrientes (incluida la alimentación, evidentemente), fenómenos que empezaron claramente en los años 1950 y 1960.
[37]) El programa de colectivización forzada de Stalin en la URSS durante los años 30, las guerras entre señores y la guerra civil en China entre ambas guerras, la conversión de la economía campesina en economía de mercado en países como Rumania, Noruega o Corea para las necesidades del imperialismo alemán y japonés de ser autónomos en su abastecimiento alimenticio, los efectos de la Gran Depresión sobre los pequeños granjeros norteamericanos (Oklahoma Dust Bowl, tormentas de polvo en Oklahoma), etc.
[38]) Salvo mención contraria, las cifras y gráficos está sacados de las estadísticas gubernamentales estadounidenses disponibles en https://www.economagic.com/ [357]. Nos centramos, para este artículo, en la economía de EEUU, porque las estadísticas del gobierno están más fácilmente disponibles, pero, sobre todo, a causa del peso aplastante de la economía norteamericana en la economía mundial en ese período.
[39]) James T. Patterson, Grand expectations.
[40]) De hecho, según un estudio (cedar.barnard.columbia.edu/-econhist/papers/Hanes_sscaled4.pdf), ya habían existido acuerdos de escala móvil de salarios en algunas industrias norteamericanas y británicas desde mediados del siglo xix hasta los años 1930 y sólo se abandonarían después de la guerra.
[41]) Patterson (op. cit.). Fue "uno de los cambios más dramáticos de la historia norteamericana moderna".
[42]) "En Italia, entre 1955 y 1971, unos 9 millones de personas cambiaron de región. (...) 7 millones de italianos dejaron el país entre 1945 y 1970. En los años 1950-70, una cuarta parte de la fuerza de trabajo griega se fue a buscar trabajo al extranjero. (...) Se estima que entre 1961 y 1974, un millón y medio de obreros portugueses encontraron trabajo en el extranjero - el movimiento de población más importante de toda la historia de Portugal, dejando detrás una fuerza de trabajo de sólo 3,1 millones de personas. (...) En 1973, sólo en Alemania del oeste, había casi medio millón de italianos, 535 000 yugoslavos y 605 000 turcos" (Tony Judt, Postwar, A History of Europe since 1945).
[43]) Los Estados Unidos poseían en torno al 40 % de la producción industrial mundial; solo EEUU producía en 1945 la mitad del carbón mundial, los dos tercios del petróleo y la mitad de la electricidad. Además poseía más del 80 % de las reservas mundiales de oro.
[44]) Howard Zinn, ídem, cita a un miembro del Departamento de Estado en 1944: "Como ya saben ustedes, tenemos que prever un aumento enorme de la producción en este país después de la guerra, y el mercado interior norteamericano no podrá absorber indefinidamente toda esta producción. La necesidad de aumentar enormemente los mercados extranjeros es evidente."
[45]) "El militarismo como campo de la acumulación del capital" (subrayado nuestro), en la Acumulación del capital (escrito en 1912), Grijalbo, 1978.
En las tres partes anteriores de esta serie sobre la revolución alemana de 1918-19, mostramos cómo, después del hundimiento de la Internacional socialista ante la Primera Guerra mundial, se invirtió el curso en favor del proletariado, culminando con la revolución de noviembre de 1918. Al igual que la revolución de Octubre en Rusia el año anterior, noviembre de 1918 en Alemania fue el desenlace de un proceso de luchas y de revueltas contra la guerra imperialista. Mientras que Octubre había sido el primer golpe fuerte de la clase obrera contra la "Gran Guerra", la acción del proletariado alemán fue la que finalmente acabaría con ella.
Según los libros de historia escritos por la clase dominante, ahí se acaba el paralelo entre los movimientos en Rusia y en Alemania. El movimiento revolucionario en Alemania, según esos libros, se limita a los acontecimientos de 1918 contra la guerra. Y contrariamente a Rusia, nunca hubo en Alemania movimiento socialista de masas contra el propio sistema capitalista. Según ellos, los "extremistas" que luchaban para que estallara una revolución "bolchevique" en Alemania pagaron con su vida el hecho de no haberlo entendido. Eso es lo que hoy dicen.
Sin embargo, la clase dominante de aquel entonces no compartía la inconsistencia de los historiadores actuales sobre el carácter indestructible de la dominación capitalista. Para la clase dominante de entonces el programa era ¡la guerra civil!
La existencia de una situación de doble poder resultante de la revolución de noviembre explica esa consigna. El principal resultado de la revolución de noviembre fue haber terminado con la guerra imperialista; su principal producto fue la creación de un sistema de consejos de obreros y soldados que, como en Rusia y Austria-Hungría, se extendió por todo el país.
La burguesía alemana, en particular la socialdemocracia, sacando rápidamente conclusiones de lo que había ocurrido en Rusia, intervino inmediatamente para transformar esos órganos en cáscaras vacías. En varios casos impuso la elección de delegados en base a listas de partidos, o sea el partido socialdemócrata (el SPD) y el USPD vacilante y conciliador, excluyendo así de hecho de esos órganos a los revolucionarios. En el Primer Congreso de Consejos de obreros y soldados en Berlín, esa ala izquierda del capital impidió intervenir a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Y, sobre todo, hizo adoptar una moción declarando que todo el poder sería devuelto al futuro gobierno parlamentario.
Esos éxitos de la burguesía siguen alimentando el mito según el cual los consejos en Alemania no eran revolucionarios, contrariamente a los de Rusia. Pero con eso se olvida de que al principio de la revolución, tampoco en Rusia los consejos tenían una orientación revolucionaria, que la mayoría de los delegados elegidos no eran revolucionarios y que, allí también, se había animado a los "soviets" a que abandonaran rápidamente el poder.
Después de la revolución de noviembre, la burguesía alemana no se hacía la menor ilusión sobre el carácter supuestamente inofensivo del sistema de consejos. Éstos, sin dejar de reivindicar el poder para sí mismos, seguían permitiendo coexistir, junto a ellos, al aparato de Estado burgués. Pero, por otra parte, el sistema de consejos, por su naturaleza dinámica y flexible, por su composición, por su actitud, por su método de acción, era capaz de adaptarse a todos los cambios de dirección y radicalizarse. Los espartaquistas, que lo entendieron inmediatamente, empezaron una agitación incesante para que los delegados fueran reelegidos, lo que se habría concretado en un fuerte giro hacia la izquierda del conjunto del movimiento.
Nadie entendía mejor el peligro de esta situación de "doble poder" que la dirección militar alemana. El general Groener, designado para llevar las operaciones de respuesta, activó inmediatamente la conexión telefónica secreta 998 con el nuevo canciller, el socialdemócrata Ebert. Y al igual que el legendario senador Catón, dos mil años antes, concluía todos sus discursos con las palabras "Cartago (el enemigo mortal de Roma) debe ser destruida", Groener solo pensaba en destruir los consejos obreros y sobre todo de soldados. Aunque durante y después de la revolución de noviembre, los consejos de soldados habían sido en parte un peso muerto conservador que arrastró hacia atrás a los obreros, Groener sabía que la radicalización de la revolución invertiría esa tendencia y que los obreros comenzarían a llevarse tras ellos a los soldados. Y, sobre todo, la ambición de los consejos de soldados era imponer su mando propio, rompiendo el mando de los oficiales sobre las fuerzas armadas. Eso era, ni más ni menos, armar la revolución. Nunca una clase dominante ha aceptado voluntariamente que se cuestione su monopolio sobre las fuerzas armadas. Por eso la existencia misma del sistema de consejos ponía la guerra civil a la orden del día.
Es más, la burguesía comprendió que tras la revolución de noviembre, el tiempo ya no jugaba a su favor. La tendencia espontánea contenida en la situación era la radicalización de la clase obrera, la pérdida de sus ilusiones sobre la socialdemocracia y la "democracia", el desarrollo de la confianza en sí misma. Sin la menor vacilación, la burguesía alemana se lanzó a una política de provocación sistemática y de choques militares. Quería imponer enfrentamientos decisivos a su enemigo de clase antes de que llegara a madurar la situación revolucionaria; concretamente, "descabezar" al proletariado mediante una derrota sangrienta de los obreros en la capital, Berlín, centro político del movimiento obrero alemán, antes de que las luchas alcanzaran una fase "crítica" en las regiones.
La coexistencia entre dos clases, cada una determinada a imponer su propio poder, teniendo cada una sus propias organizaciones de dominación de clase, no puede ser sino temporal, inestable. Una situación de "doble poder" así, desemboca necesariamente en guerra civil.
Contrariamente a la situación en Rusia de 1917, la revolución alemana se enfrentaba con las fuerzas hostiles del conjunto de la burguesía mundial. La clase dominante ya no estaba dividida por la guerra imperialista en dos campos rivales. Por lo tanto, la revolución no sólo debía enfrentarse a la burguesía alemana, sino también las fuerzas de la Entente ([1]) que se habían concentrado en la orilla occidental del Rin, listas para intervenir si el Gobierno alemán perdía el control de la situación social. Estados Unidos, recién llegado, en cierta medida, a la escena política mundial, jugaba las bazas de la "democracia" y del "derecho de los pueblos a la autodeterminación", presentándose como la única garantía de paz y de prosperidad. Con ello pretendían formular una alternativa política a la Rusia revolucionaria. La burguesía francesa, por su parte, obsesionada por su sed de venganza chauvinista, ardía en deseos de penetrar más adelante en territorio alemán y, de paso, ahogar la revolución en sangre. Fue Gran Bretaña, potencia dominante de entonces, la que asumió la dirección de la alianza contrarrevolucionaria. En vez de suprimir el embargo impuesto a Alemania durante la guerra, lo mantuvo e incluso lo reforzó parcialmente. Londres estaba determinado a dejar a la población alemana morirse de hambre mientras no se instalase en el país un régimen político aprobado por el Gobierno de su Majestad.
En Alemania, el eje central de la contrarrevolución era la alianza de dos fuerzas principales: la socialdemocracia y el ejército. La socialdemocracia era el caballo de Troya del terror blanco; operaba detrás de las líneas de la clase enemiga de la burguesía, saboteando la revolución desde dentro, utilizando la autoridad que le quedaba por haber sido un antiguo partido obrero (y lo mismo con los sindicatos) para crear un máximo de confusión y desmoralización. Los militares proporcionaban las fuerzas armadas, así como la crueldad, la audacia y la capacidad estratégica que los caracteriza.
¡Ni punto de comparación entre el grupo de socialistas rusos, vacilantes y desanimados, agrupados en torno a Kerensky en 1917, y la sangre fría de los contrarrevolucionarios del SPD alemán! ¡Ni punto de comparación entre el tropel desorganizado de los oficiales rusos, y la siniestra eficacia de la élite militar prusiana! ([2])
Durante los días y las semanas que siguieron la revolución de noviembre, esa siniestra alianza se preparó a solucionar dos problemas principales. Ante la disolución de los ejércitos imperiales, debía consolidar en un núcleo duro a una nueva fuerza, un ejército blanco del terror. Extrajo su materia bruta de dos fuentes: del antiguo cuerpo de oficiales y de los chivatos profesionales, desarraigados, enloquecidos por la guerra, incapaces de reintegrarse en la vida "civil". Ellos mismos eran víctimas del imperialismo pero eran víctimas destrozadas, antiguos soldados en búsqueda de una salida a su odio ciego, y de una paga por esa faena. Fue con esos desesperados con lo que los oficiales de la aristocracia - apoyados políticamente y protegidos por el SPD - reclutaron y adiestraron lo que iban a ser los Freikorps (Cuerpos francos), los mercenarios de la contrarrevolución, el núcleo de lo que sería más tarde el movimiento nazi. Estas fuerzas armadas se completaron con una serie de redes de espías y agentes provocadores coordinados por el SPD y el estado mayor del Ejército.
El segundo problema era cómo justificar ante los obreros el uso del terror blanco. Esto lo solucionó la socialdemocracia. Durante cuatro años, había defendido la guerra imperialista en nombre de la paz. Ahora, predicaba la guerra civil para... impedir la guerra civil. ¡Nadie quiere un baño de sangre!, proclamaba - ¡excepto Spartakusbund! (Liga Espartaco); ¡la Gran Guerra hizo verter demasiada sangre obrera!, pero ¡Espartaco quiere más!
Los medios de comunicación expandieron esas infames mentiras: Espartaco asesina, saquea, recluta a soldados para la contrarrevolución y colabora con la Entente, recibe oro de los capitalistas y prepara una dictadura. ¡El SPD acusaba a Espartaco de lo que estaba haciendo él!
La primera gran caza al hombre del siglo xx en una de las naciones industriales altamente "civilizadas" de Europa Occidental fue dirigida contra Espartaco. Y mientras que capitalistas y militares de alto rango, guardando el anonimato, ofrecían enormes recompensas para la liquidación de los dirigentes de Espartaco, el SPD llamaba abiertamente en la prensa del partido al asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburg. Contrariamente a sus nuevos amigos burgueses, en esta campaña, el SPD no sólo estaba animado por su instinto de clase (burgués) y por consideraciones estratégicas, sino también por un odio tan furibundo como el de los Cuerpos francos.
La burguesía no se dejó engañar por la impresión superficial y fugitiva del momento: Espartaco parecía ser un pequeño grupo, marginal. Pero sabía que en él palpitaba el corazón del proletariado y se preparó a darle su golpe mortal.
La ofensiva contrarrevolucionaria comenzó el 6 de diciembre en Berlín: un ataque en tres direcciones. Una incursión tuvo lugar sobre el cuartel general de Rote Fahne (Bandera roja), el periódico de Spartacusbund. Otro grupo de soldados intentó detener a los jefes del órgano ejecutivo de los consejos obreros reunido en sesión. La intención de eliminar a los consejos como tales era clara. En la esquina de la calle, otro grupo de soldados llamaba servilmente a Ebert a que prohibiera el Consejo ejecutivo. Y se tendió una emboscada a una manifestación de Espartaco cerca del centro de la ciudad, en Chausseestrasse: 18 muertos, 30 heridos. El valor y la ingeniosidad del proletariado permitieron evitar un drama mayor. Mientras que los jefes del ejecutivo de los consejos conseguían discutir largamente con los soldados implicados en esa acción, un grupo de presos de guerra rusos, llegando por detrás a lo largo de la Friedrichstrasse, sorprendió y controló a mano desarmada los puestos de ametralladoras ([3]).
Al día siguiente, Karl Liebknecht escapó a un intento de secuestro y asesinato en los locales de Rote Fahne. Su sangre fría le permitió salvar la vida.
Estos actos provocaron las primeras manifestaciones gigantescas de solidaridad con Espartaco por parte del proletariado berlinés. A partir de entonces, todas las manifestaciones de Espartaco fueron armadas, acompañadas por camiones cargados con baterías de ametralladoras. También en el mismo momento, la gigantesca oleada de huelgas, que había estallado a finales de noviembre en las regiones de industria pesada de Alta Silesia y del Ruhr, se intensificó ante esas provocaciones.
El objetivo siguiente de la contrarrevolución era la Volksmarinedivision (División de la marina del pueblo) compuesta de marinos armados que habían ido desde los puertos de la costa hasta la capital para extender la revolución. Para las autoridades, su presencia era una provocación, sobre todo teniendo en cuenta que, desde entonces, la Volksmarinedivision ocupaba el Palacio de los "venerados" reyes de Prusia ([4]).
Esta vez, el SPD preparó el terreno más cuidadosamente. Esperó los resultados del Congreso nacional de los consejos que se pronunció a favor de entregar el poder al Gobierno socialdemócrata y de la convocatoria de una asamblea nacional. Una campaña mediática acusó a los marinos de latrocinios y saqueos. ¡Eran criminales, eran espartaquistas!
Por la mañana del 24 de diciembre, en vísperas de Navidad, el Gobierno dirigió un ultimátum a los 28 marinos que ocupaban el palacio y a los 80 que estaban en el Marstall (el arsenal) ([5]): rendición sin condiciones. La guarnición mal armada juró que lucharía hasta la muerte. A los diez minutos exactamente (ni siquiera dio tiempo para evacuar a mujeres y niños de los edificios), empezó el estruendo de la artillería, despertando a la ciudad.
"A pesar de toda la tenacidad de los marinos, no podía ser sino una batalla perdida puesto que estaban muy mal armados, fuera donde fuera la batalla. Pero se hizo en el centro de Berlín. Se sabe que, en las batallas, ríos, colinas y dificultades topográficas desempeñan un papel importante. En Berlín, las dificultades topográficas eran los seres humanos.
"Cuando los cañones empezaron a tronar, orgullosos y muy fuerte, los civiles salieron de su sueño y entendieron inmediatamente lo que decían los cañones" ([6]).
Contrariamente a Gran Bretaña o Francia, Alemania no era una monarquía centralizada desde hacía mucho tiempo. Contrariamente a Londres o París, Berlín no se había convertido en una metrópoli mundial desarrollada siguiendo un plan gubernamental. Como el valle del Ruhr, Berlín había crecido como un cáncer. Por eso los barrios gubernamentales acabaron estando cercados por tres lados por un "cinturón rojo" de gigantescos barrios obreros ([7]). Los obreros armados se precipitaron para defender a los marinos. Mujeres y niños de la clase obrera se interpusieron entre las ametralladoras y sus objetivos, armados con su solo valor, su humor y su capacidad de persuasión. Los soldados tiraron las armas y desarmaron a sus jefes.
Al día siguiente, la manifestación más masiva en la capital desde el 9 de noviembre tomó el centro ciudad - esta vez contra el SPD -, para defender la revolución. El mismo día, grupos de obreros ocuparon las oficinas del Vorwärts, el diario del SPD. No cabe duda de que esta acción fue el resultado espontáneo de la profunda indignación del proletariado. Durante décadas, el Vorwärts había sido el portavoz de la clase obrera - hasta que la dirección del SPD hizo que dejara de serlo durante la guerra mundial. Ahora se había vuelto el órgano más ignominioso y deshonesto de la contrarrevolución.
El SPD vio inmediatamente la posibilidad de explotar esta situación por otra provocación, comenzando por una campaña contra un supuesto "ataque contra la libertad de prensa". Pero los delegados revolucionarios, los Öbleute, fueron corriendo a la sede del Vorwärts para convencer a los que lo ocupaban de que, tácticamente, para evitar un enfrentamiento prematuro, sería prudente retirarse temporalmente (véase nota 26).
El año se terminó entonces por otra manifestación de determinación revolucionaria: el entierro de los 11 marinos asesinados en la batalla del Marstall. El mismo día, la izquierda del USPD rompió la coalición gubernamental con el SPD. Y, mientras que el Gobierno de Ebert estaba considerando la posible huida de la capital, empezaba el Congreso de fundación del KPD.
Los acontecimientos de diciembre de 1918 significaron que la revolución comenzaba a consolidarse en profundidad. La clase obrera ganó los primeros enfrentamientos de la nueva fase tanto por la audacia de sus reacciones como por la sabia prudencia de sus retiradas tácticas. El SPD, finalmente, había comenzado a revelar su carácter contrarrevolucionario ante el conjunto de la clase. Se reveló rápidamente que la estrategia burguesa de provocación era difícil de realizar e incluso peligrosa.
Entre la espada y la pared, la clase dominante sacó lecciones de aquellas primeras escaramuzas con una lucidez impresionante. Tomó conciencia de que apuntar directa y masivamente contra los símbolos y figuras con los que se identificaba la revolución - Espartaco, la dirección de los consejos obreros o la división de los marinos - podía resultar contraproducente al provocar la solidaridad del conjunto de la clase obrera. Era preferible atacar a figuras de segundo orden que solamente suscitarían el apoyo de una parte de la clase, lo que permitiría así dividir a los obreros de la capital y aislarlos del resto del país. Emil Eichhorn era una de esas figuras; pertenecía al ala izquierda del USPD. Un capricho del destino, una paradoja como las que ocurren en toda gran revolución, lo había hecho jefe de la policía de Berlín. En esta función, había comenzado a distribuir armas a las milicias trabajadoras. Era una provocación para la clase dominante. Atacar a ese hombre permitiría galvanizar las fuerzas de la contrarrevolución que seguían vacilando tras sus primeros reveses. Y, al mismo tiempo, ¡la defensa de un jefe de la policía no dejaba de ser una causa ambigua para movilizar a las fuerzas revolucionarias! Pero la contrarrevolución preparaba arteramente otra provocación rastrera, aun más ambigua y que contenía por lo menos tanto potencial para dividir a la clase obrera y hacerla vacilar. La dirección del SPD se había dado cuenta de que la breve ocupación de las oficinas del Vorwärts había chocado a los obreros socialdemócratas, cuya mayoría estaba avergonzada por el contenido de ese diario, pero su preocupación era otra: la del espectro de un conflicto militar entre obreros socialdemócratas y obreros comunistas - amenaza utilizada con creces por el SPD - que podría resultar de este tipo de acciones de ocupación. Esta inquietud pesaba tanto más - la dirección del SPD lo sabía - porque estaba motivada por una auténtica preocupación proletaria de defender la unidad de la clase.
Toda la máquina de la provocación se puso de nuevo en marcha.
Un torrente de mentiras: ¡Eichhorn es un corrupto, un criminal pagado por los rusos, está preparando un golpe contrarrevolucionario!
Un ultimátum: ¡Eichhorn debe dimitir inmediatamente o ser forzado a hacerlo!
El alarde de la fuerza bruta: Esta vez, se dispuso a 10 000 soldados en el centro de la ciudad, 80 000 más concentrados en las afueras. Ese dispositivo militar incluía las divisiones de élite muy disciplinadas del general Maercker, tropas de infantería, una "brigada de hierro" en la costa, las milicias de los barrios burgueses y los primeros Cuerpos francos. Pero también incluía la "Guardia republicana", milicia armada del SPD, e importantes destacamentos de las tropas que simpatizaban con la socialdemocracia.
La trampa estaba lista para cerrarse.
Como preveía la burguesía, el ataque contra Eichhorn no movilizó a las tropas de la capital que simpatizaban con la revolución. Tampoco movilizó a los obreros de las regiones, que ni siquiera conocían el nombre de Eichhorn ([8]) .
En la nueva situación hubo sin embargo un componente que cogió a todo el mundo por sorpresa. Fue la reacción tan masiva e intensa del proletariado de Berlín. El domingo 5 de enero, 150 000 personas respondieron al llamamiento de los Öbleute a manifestar frente a la policía en la Alexanderplatz. Al día siguiente, más de medio millón de obreros dejaron sus herramientas y máquinas y tomaron el centro de la ciudad. Estaban dispuestos a luchar y a morir. Habían entendido inmediatamente que la verdadera cuestión no era Eichhorn, sino la defensa de la revolución.
Aunque desconcertada por el vigor de la respuesta, la contrarrevolución tuvo bastante sangre fría para proseguir sus planes. Los locales del Vorwärts fueron ocupados de nuevo, como también los de otras oficinas de prensa de la ciudad. Y, esta vez, fueron los agentes provocadores de la policía quienes tomaron esa iniciativa ([9]).
El joven KPD lanzó inmediatamente una advertencia a la joven clase obrera. En un volante y en artículos de primera plana de Rote Fahne, llamaba al proletariado a elegir nuevos delegados en sus consejos y a armarse pero, también, a tomar conciencia de que aún no había llegado el momento de la insurrección armada. Tal insurrección exigía una dirección centralizada en todo el país. Sólo podrían proporcionarla unos consejos obreros en los que predominaran los revolucionarios.
Por la mañana del 5 de enero, los jefes revolucionarios se reunieron para consultarse en el cuartel general de Eichhorn. Unos 70 Öbleute estaban presentes: en líneas generales, 80 % apoyaban a la izquierda del USPD, los demás al KPD. Los miembros del Comité central de la organización berlinesa del USPD estaban presentes, así como dos miembros del Comité central del KPD: Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck.
Al empezar, los delegados de las organizaciones trabajadoras no estaban convencidos de la forma con la que había que replicar. Luego fue cambiando el ambiente, electrizado por los informes que iban llegando. Éstos se referían a las ocupaciones armadas en el barrio de la prensa y a la supuesta preparación de las diversas guarniciones para unirse a la insurrección armada. Liebknecht declaró entonces que en tales circunstancias, no solo era necesario rechazar el ataque contra Eichhorn sino también lanzar la insurrección armada.
Los testigos presenciales de aquella dramática reunión indican que la intervención de Liebknecht provocó un giro fatal. Durante toda la guerra, él había sido la brújula y la conciencia moral del proletariado alemán e incluso mundial. Ahora, en ese momento crucial de la revolución, perdía la cabeza y sus marcas. Y sobre todo dejaba el camino abierto a los Unabhängigen, los independientes, que seguían siendo la fuerza principal en aquel momento. Sin principios políticos claramente definidos, sin una perspectiva clara y a largo plazo y sin una confianza profunda en la causa del proletariado, esa corriente "independiente" estaba condenada a la vacilación constante bajo la presión de la situación inmediata y, por lo tanto, a la conciliación con la clase dominante. Y además, la otra cara de ese "centrismo" era su permanente necesidad de participar en cualquier "acción" aunque no correspondiera a las necesidades del momento, aunque sólo fuera para demostrar su propia determinación revolucionaria.
"El partido independiente no tenía programa político claro; y tampoco tenía la menor intención de derrocar al Gobierno Ebert-Scheidemann. En esta conferencia, las decisiones estaban en manos de los independientes. Y se vio claramente entonces que las figuras vacilantes que celebraban sesión en el Comité del partido de Berlín, esas figuras a las que ya en tiempo normal no les gustaba correr riesgos pero que querían sin embargo participar en todo, aparecieron como los más chillones, presentándose como los "más revolucionarios" del mundo" ([10]).
Según Richard Müller, hubo una especie de escalada entre los jefes del USPD y la delegación del KPD: "Ahora los independientes querían demostrar su valor y su seriedad, sobrepujando los objetivos propuestos por Liebknecht. ¿Liebknecht podía retenerse, frente al "ardor revolucionario" de aquellos "elementos que dudaban y vacilaban"? No era ése su carácter" (ídem).
No se escucharon las advertencias de los delegados de soldados que expresaron dudas sobre la preparación de las tropas para la lucha.
"Richard Müller se expresó de la manera más aguda contra el objetivo propuesto, la caída del Gobierno. Destacó que no existían ni las condiciones políticas ni las condiciones militares. El movimiento crecía día tras día en el país, por eso se alcanzarían muy rápidamente las condiciones políticas, militares y psicológicas. Una acción prematura y aislada en Berlín podría poner en entredicho esa evolución posterior. Con muchas dificultades logró expresar ese rechazo ante objeciones que venían de todas partes.
"Pieck, como representante del Comité central del KPD, se expresó enérgicamente contra Richard Müller y pidió, en términos muy precisos, un voto inmediato y que se entablara la lucha" ([11]).
Se sometieron a votación y se adoptaron tres decisiones principales. El llamamiento a la huelga general se adoptó por unanimidad. Las otras dos decisiones, el llamamiento a derrocar el Gobierno y proseguir la ocupación de las oficinas de prensa, fueron adoptadas por una amplia mayoría pero con seis votos en contra ([12]).
Se constituyó entonces un Comité provisional de acción revolucionaria, compuesto de 53 miembros y tres Presidentes: Liebknecht, Ledebour et Scholze.
El proletariado había caído en la trampa.
Ocurrió entonces lo que habría de ser "la semana sangrienta" de Berlín. La burguesía la llamó "la semana Espartaco", en la que, según ella, "unos héroes de la libertad y de la democracia" hicieron fracasar un "golpe comunista". El destino de la revolución mundial se jugó en gran parte entonces, del 5 al 12 de enero de 1919.
La mañana que siguió la constitución del Comité revolucionario, la huelga era casi total en la ciudad. Un número de obreros aún mayor que la víspera tomó el centro de la ciudad, muchos de entre ellos estaban armados. Pero al mediodía, todas las esperanzas de un apoyo activo de las guarniciones se habían evaporado. Incluso la división de los marinos, leyenda viva, se declaró neutral, deteniendo incluso a su propio delegado, Dorrenbach, por considerar irresponsable su participación en el llamamiento a la insurrección. Esa misma tarde, la misma Volksmarinedivision hizo salir al Comité revolucionario del Marstall dónde se había refugiado. ¡De la misma forma, se neutralizaron o incluso se ignoraron las medidas concretas para expulsar al gobierno, puesto que era evidente que ninguna fuerza armada las apoyaba! ([13])
Todo el día estuvieron las masas en las calles, esperando instrucciones de sus dirigentes. Pero éstas no llegaban. El arte de realizar con éxito las acciones de masas estriba en saber concentrar y orientar la energía hacia un objetivo que vaya más allá de la situación inicial, que haga avanzar el movimiento general, que dé a sus participantes el sentimiento de éxito y de fuerza colectivo. En la situación de entonces, no bastaba la simple repetición de la huelga y las manifestaciones masivas de los días anteriores. Un paso adelante habría sido, por ejemplo, poner cerco a los cuarteles y hacer propaganda para ganarse a los soldados para la nueva etapa de la revolución, desarmar a los oficiales y jefes, comenzar a armar más ampliamente a los obreros mismos ([14]). Pero el Comité revolucionario autoproclamado no propuso esas medidas, porque ya había lanzado una serie de acciones más radicales pero desgraciadamente irrealistas. Tras haber llamado a nada menos que la insurrección armada, unas medidas más concretas, por poco espectaculares que fueran, habrían aparecido como un revés, una espera decepcionante, un retroceso. El Comité, y el proletariado con él, estaban encerrados en un radicalismo erróneo y vacío.
La dirección del KPD se quedó espantada cuando recibió las noticias de la propuesta de insurrección. Rosa Luxemburg y Leo Jogiches en particular acusaron a Liebknecht y Pieck de haber dejado de lado no sólo las decisiones del Congreso del partido sino el propio programa del partido ([15]).
Pero no se podían deshacer esos errores y, como tales, (aún) no era el momento de ocuparse de ellos. El curso de los acontecimientos puso el partido ante un terrible dilema: ¿cómo sacar el proletariado de la trampa donde ya estaba metido?
Esta tarea era mucho más difícil que la que realizaron los bolcheviques durante los famosos "días de Julio" del 17 en Rusia, cuando el partido logró ayudar a la clase obrera a evitar la trampa de un choque militar prematuro.
La respuesta asombrosa, paradójica, que dio el partido, bajo el impulso de Rosa Luxemburg, fue la siguiente: el KPD, opositor más determinado a una revolución armada hasta ahora, debía pasar a ser su protagonista más entusiasta. Por una simple razón: tomar el poder en Berlín era el único medio de impedir la masacre sangrienta que se estaba haciendo inminente, de impedir la decapitación del proletariado alemán. Una vez solucionado ese problema, el proletariado de Berlín podría dedicarse a resistir o retroceder en buen orden hasta que la revolución estuviera madura en el país entero.
Karl Radek, emisario del partido ruso, escondido en Berlín, propuso una orientación alternativa: retirada inmediata guardando las armas pero, si fuera necesario, devolviéndolas. Pero resulta que la clase en su conjunto no tenía armas todavía. El problema era que un "golpe" comunista "no democrático" le daba al Gobierno el pretexto que necesitaba para imponer un baño de sangre. Ningún retroceso de los combatientes podía deshacer eso.
La acción que había propuesto Rosa Luxemburg se basaba en que la relación de fuerzas militar en la capital no era desfavorable al proletariado. Y, realmente, aunque el 6 de enero destruyó las esperanzas que el Comité revolucionario había puesto en "sus" tropas, resultó rápidamente claro que la contrarrevolución también había calculado mal. La Guardia republicana y las tropas que simpatizaban con el SPD se negaban ahora a utilizar la fuerza contra los obreros revolucionarios. En sus actas de los acontecimientos, el revolucionario Richard Müller y el contrarrevolucionario Gustav Noske confirmaron ambos posteriormente la exactitud del análisis de Rosa Luxemburg: desde el punto de vista militar, la relación de fuerzas a principios de la semana estaba a favor del proletariado.
Pero la cuestión decisiva no era la relación de fuerzas militar sino la relación de fuerzas política. Y ésta iba contra el proletariado por la sencilla razón de que la dirección del movimiento estaba todavía en manos de los "centristas", de los elementos vacilantes, y todavía no en las de los revolucionarios consecuentes. Según "el arte de la insurrección" marxista, la insurrección armada es la última etapa del proceso de reforzamiento de la revolución, barriendo las últimas posiciones de resistencia.
Tomando conciencia de la trampa en la que se había metido, el Comité provisional, en vez de armar al proletariado, comenzó a negociar con ese Gobierno que acababa de declarar caduco y sin siquiera saber lo que quería negociar. Ante esta actitud del Comité, el KPD obligó a Liebknecht y a Pieck a dimitir el 10 de enero. Pero el mal estaba hecho. La política de conciliación paralizó al proletariado, haciendo remontar a la superficie todas sus dudas y vacilaciones. Los obreros de toda una serie de fábricas importantes hicieron declaraciones que condenaban al SPD pero también a Liebknecht y a los espartaquistas, llamando a la reconciliación de los "partidos socialistas".
En aquel momento en que la contrarrevolución se tambaleaba acudió en su auxilio el socialdemócrata Noske. "Es necesario que alguien desempeñe el papel de perro sangriento. No me asusta esa responsabilidad", declaró. Tras pretender "negociar" para ganar tiempo, el SPD convocó abiertamente a oficiales, estudiantes y milicias burguesas para ahogar la resistencia obrera en la sangre. Con un proletariado dividido y desmoralizado, la vía estaba ahora abierta al terror blanco más salvaje. Entre las atrocidades cometidas están el bombardeo de edificios por la artillería, el asesinato de los presos e incluso de los delegados que acudían a negociar, el linchamiento de obreros y también de soldados que habían apoyado a los revolucionarios, la persecución de mujeres y niños en los barrios obreros, la profanación de los cadáveres y también la caza sistemática y el asesinato de revolucionarios como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Volveremos de nuevo sobre el carácter y el significado de ese terror en el último artículo de esta serie.
En un famoso artículo publicado en Rote Fahne el 27 de noviembre de 1918, "el Aqueronte se ha puesto en movimiento", Rosa Luxemburg anunciaba el principio de una nueva fase de la revolución: la de la huelga de masas. Eso iba a confirmarse con rapidez y una claridad meridiana. La situación material de la población no se había mejorado con el final de la guerra, al contrario. La inflación, los despidos, el desempleo masivo, el trabajo precario y la baja de los salarios reales provocaron más miseria todavía para millones de obreros, de funcionarios y también para amplias capas de las clases medias. Cada vez más, la miseria material y también la amarga decepción con respecto a los resultados de la revolución de noviembre impulsaban a las masas a defenderse. Los estómagos vacíos eran un poderoso argumento contra los supuestos beneficios de la nueva democracia burguesa. Olas de huelgas sucesivas recorrieron el país, sobre todo durante el primer trimestre de 1919. Alejados de los centros tradicionales del movimiento socialista organizado como Berlín, los puertos de mar o los sectores de ingeniería civil y alta tecnología ([16]), amplios sectores del proletariado con menos experiencia política, se implicaron en el proceso revolucionario. Incluían a aquellos a los que Rosa Luxemburg llamaba, en su folleto sobre la huelga de masas, "la masa de los ilotas". Eran sectores especialmente oprimidos de la clase obrera que no se habían beneficiado de ninguna educación socialista y que, por lo tanto, eran a menudo considerados con desprecio por los funcionarios de la socialdemocracia y los sindicatos antes de la guerra. Rosa Luxemburg predijo que desempeñarían un papel importante en la lucha futura por el socialismo.
Y ahora ahí estaban. Por ejemplo, millones de mineros, siderúrgicos, obreros de la industria textil de las regiones industriales del Bajo Rin y Westfalia ([17]). Ahí las luchas obreras defensivas se enfrentaron inmediatamente con la alianza brutal de la patronal, los guardias armados de sus fábricas, los sindicatos y los Cuerpos francos. A partir de esos primeros choques se cristalizaron dos reivindicaciones principales del movimiento de huelga, formuladas en la conferencia de los delegados de toda la región a principios de febrero en Essen: ¡todo el poder a los consejos de obreros y soldados! ¡Socialización de las fábricas y las minas! La situación se agudizó cuando los militares intentaron desarmar y desmantelar los consejos de soldados y mandaron 30 000 miembros de los Cuerpos francos a ocupar el Ruhr. El 14 de febrero, los consejos de obreros y soldados llamaron a la huelga general y a la resistencia armada. La determinación y la movilización de los obreros eran tan grandes que el ejército blanco mercenario ni siquiera hizo el menor amago de atacar. La indignación contra el SPD que apoyaba abiertamente a los militares y denunciaba la huelga fue indescriptible. El 25 de febrero, les consejos - apoyados par los delegados comunistas - decidieron acabar la huelga. Los dirigentes temían que los obreros inundasen las minas o atacasen a los obreros socialdemócratas ([18]). En realidad, los obreros mostraron un alto grado de disciplina y una amplia minoría respetó la llamada a la vuelta al trabajo - aunque no estuviesen de acuerdo con esta decisión. ¡Y fue, por desgracia, precisamente entonces cuando la huelga comenzaba en Alemania central!
Una segunda huelga de masas gigantesca estalló a finales de marzo y duró varias semanas a pesar de la represión de los Cuerpos francos.
"Todo indicó claramente que el Partido socialdemócrata y los dirigentes sindicales habían perdido su influencia sobre las masas. La potencia del movimiento revolucionario de los meses de febrero y marzo no estaba en la posesión ni en la utilización de las armas, sino en la posibilidad de retirar al Gobierno socialista burgués su fundamento económico, paralizando las áreas más importantes de producción. (...) Ni la enorme movilización militar, ni el armamento de la burguesía ni la brutalidad de la soldadesca pudieron quebrar esa fuerza, no pudieron forzar a los obreros en huelga a volver al trabajo" ([19]).
El segundo gran centro de la huelga de masas fue la región llamada Alemania central (Mitteldeutschland) ([20]). El movimiento de huelgas estalló allí a mediados de febrero, no solamente como respuesta al empobrecimiento y a la represión, sino también en solidaridad con las víctimas de la represión en Berlín y con las huelgas del Rin y del Ruhr. Como en la región precedente, el movimiento sacó sus fuerzas gracias a la dirección que se dio en los consejos de obreros y soldados en los que los socialdemócratas perdieron rápidamente su influencia.
Pero mientras que en la región del Ruhr, los obreros de la industria pesada formaban la parte fundamental de las tropas, aquí el movimiento incorporó no solo a los mineros, sino a casi todas las profesiones y ramas industriales. Por primera vez desde el principio de la revolución, los ferroviarios se unieron al movimiento. Esto tenía una importancia especial. Una de las primeras medidas del gobierno de Ebert a finales de la guerra fue aumentar sustancialmente el sueldo de los ferroviarios. La burguesía necesitaba "neutralizar" ese sector para poder transportar a sus brigadas contrarrevolucionarias por toda Alemania. Ahora, por primera vez, esta posibilidad estaba comprometida.
También significativo fue que los soldados de las guarniciones salieran a apoyar a los huelguistas. La Asamblea nacional, que había huido de los obreros de Berlín, se desplazó a Weimar para celebrar su sesión parlamentaria constitutiva. Llegó justo en medio de una lucha de clases aguda y de soldados hostiles, debiendo reunirse detrás de un batería protectora de artillería y de ametralladoras ([21]).
La ocupación selectiva de las ciudades por los Cuerpos francos provocó batallas callejeras en Halle, Merseburg y Zeitz, explosiones de unas masas "furiosas hasta la locura" como lo escribió Richard Müller. Como en el Ruhr, aquellas acciones militares no lograron romper el movimiento de huelgas.
El llamamiento de los delegados de fábricas a la huelga general para el 24 de febrero iba a revelar otro proceso muy significativo. Los delegados apoyaron ese llamamiento unánimemente, incluidos los del SPD. En otros términos, la socialdemocracia perdía el control incluso de sus propios miembros.
"Desde el principio, la huelga se extendió al máximo. Ya no era posible una mayor intensidad, sino mediante la insurrección armada algo que los huelguistas rechazaban y parecía injustificado. El único medio de hacer la huelga más eficaz estaba en manos de los obreros de Berlín ([22])".
Por ello los obreros pidieron al proletariado de Berlín que se uniera, que dirigiera en realidad, el movimiento que abarcaba el centro de Alemania, el Rin y el Ruhr.
Y los obreros de Berlín respondieron lo mejor que pudieron, a pesar de la derrota que acababan de sufrir. El centro de gravedad había pasado de la calle a las asambleas masivas. Los debates que animaban a fábricas, oficinas y cuarteles debilitaban continuamente la influencia del SPD, reduciéndose el número de sus delegados en los consejos obreros. Los intentos del partido de Noske para desarmar a los soldados y liquidar sus organizaciones no hicieron más que acelerar ese proceso. Una asamblea general de los consejos obreros en Berlín el 28 de febrero llamó a todo el proletariado a defender sus organizaciones y prepararse a la lucha. Los propios delegados del SPD hicieron fracasar el intento de impedir esta resolución por parte de ese partido.
La asamblea reeligió a su Comité de acción. El SPD perdió la mayoría. En la elección siguiente del Comité, el KPD tuvo casi tantos delegados como el SPD; en los consejos en Berlín, el curso se orientaba a favor de la revolución ([23]).
Tomando conciencia de que el proletariado no podría vencer sino dirigido por una organización unida y centralizada, comenzó la agitación de masas para la reelección de los consejos de obreros y soldados en todo el país y a favor de la celebración de un nuevo congreso nacional de los consejos. A pesar de la oposición histérica del Gobierno y del SPD a esta propuesta, los consejos de soldados empezaron a declararse a favor de esa propuesta. Plenamente conscientes de las dificultades prácticas para aplicar esos proyectos, los socialdemócratas optaron por dar largas y dejar pasar el tiempo.
Pero el movimiento en Berlín se enfrentaba a otro problema muy urgente: la llamada de apoyo por parte de los obreros de Alemania central. La asamblea general de los consejos obreros de Berlín se reunió el 3 de marzo para decidir sobre ese problema. El SPD, sabiendo que la pesadilla de la semana sangrienta de enero seguía atormentando al proletariado de la capital, estaba determinado a impedir una huelga general. Y en realidad, los obreros vacilaron en un primer tiempo. Gracias a su agitación para aportar la solidaridad a la Alemania central, los revolucionarios invirtieron poco a poco las cosas. Mandaron delegaciones de todas las fábricas principales de la ciudad a la asamblea de los consejos para informarle de que las asambleas en las factorías y tajos ya habían decidido cesar el trabajo. Resultaba claro que comunistas e independientes de izquierda tenían la mayoría de los obreros detrás de ellos.
La huelga fue casi total también en Berlín. Sólo trabajaban las fábricas designadas por los consejos obreros para hacerlo (bomberos, proveedores de agua, electricidad y gas, salud, producción alimenticia). El SPD - y su portavoz el Vorwärts - denunció inmediatamente la huelga, requiriendo a los delegados miembros del partido a que hicieran lo mismo. Y éstos se pronunciaron entonces en contra de la posición de su propio partido. Además, los impresores, que siempre habían estado fuertemente influidos por la socialdemocracia y habían sido una de las pocas profesiones que no se habían incorporado al frente huelguista, se unieron entonces a él para protestar contra la actitud del SPD. Así fue como se redujo en gran parte al silencio la campaña de odio.
Pero el traumatismo de enero resultó fatal a pesar de todas esas señales de maduración. La huelga general en Berlín llegó demasiado tarde, cuando estaba acabándose en Alemania central. Peor aun, los comunistas, traumatizados por la derrota de enero, se negaron a participar en la dirección de la huelga junto con los socialdemócratas. La unidad del frente de la huelga empezó a agotarse, se extendieron la división y la desmoralización.
Era el momento para los Cuerpos francos de invadir Berlín. Sacando las lecciones de los acontecimientos de enero, los obreros se reunieron en las fábricas y no en la calle. Pero en lugar de atacar inmediatamente a los obreros, los Cuerpos francos atacaron en primer lugar las guarniciones y los consejos de soldados, primero contra los regimientos que habían participado en la represión de los obreros en enero, o sea, contra los que gozaban de menos simpatía entre los trabajadores. Luego se volvieron contra el proletariado. Como en enero, hubo ejecuciones sumarias en las calles, fueron asesinados revolucionarios (entre ellos Leo Jogiches); los cadáveres se tiraban al río. Esta vez, el terror blanco fue todavía más salvaje que en enero y ascendió a más de 1000 muertos. El barrio obrero de Lichtenberg, al este del centro de la ciudad, fue bombardeado por la aviación.
Sobre las luchas de enero-marzo, Richard Müller escribe: "Fue el levantamiento más gigantesco del proletariado alemán, de los obreros, empleados, funcionarios e incluso de partes de las clases medias pequeño-burguesas, a una escala desconocida hasta entonces y que no será alcanzada después, sino una sola vez, durante el golpe de Kapp. Las masas populares estaban en huelga general no solo en las regiones de Alemania en las cuales nos centramos, sino en Sajonia, Bade, Baviera; por todas partes, las olas de la revolución socialista asaltaban los muros de la producción capitalista y de la propiedad. Las masas trabajadoras avanzaban a grandes pasos por el camino que continuaba la transformación política de noviembre de 1918" ([24]).
Sin embargo, "el curso tomado por los acontecimientos de enero seguía siendo un lastre que pesaba sobre el movimiento revolucionario. Su comienzo absurdo y sus consecuencias trágicas habían quebrado a los obreros de Berlín y se necesitaron semanas de trabajo obstinado para que fueran capaces de entrar de nuevo en lucha. Si el golpe de enero no se hubiese intentado, el proletariado de Berlín habría podido ayudar a tiempo a los combatientes del Rin, Westfalia y Alemania central. La revolución habría continuado y la nueva Alemania tendría un aspecto económico y político muy diferente" ([25]).
La incapacidad del proletariado mundial para impedir la Primera Guerra mundial había creado condiciones difíciles para la victoria de la revolución. En comparación con una revolución que replicara fundamentalmente a una crisis económica, una revolución contra la guerra mundial acarrea inconvenientes considerables. En primer lugar, la guerra había matado o herido a millones de obreros; muchos de ellos eran socialistas experimentados con una conciencia de clase. En segundo lugar, la burguesía puede acabar la guerra si ve que su continuación amenaza su sistema, cosa imposible con la crisis económica. Eso es lo que ocurrió en 1918. Eso creó divisiones entre los obreros de cada país, entre los que se satisfacían con el fin de las hostilidades y los que consideraban que solo el socialismo podía solucionar el problema. En tercer lugar, el proletariado internacional estaba dividido, para empezar por la propia guerra, y después entre obreros de los países "vencidos" y los de los países "vencedores". No es ninguna casualidad si una situación revolucionaria se desarrolló en los países donde la guerra estaba perdida (Rusia, Austria-Hungría, Alemania) y no en los países de la Entente (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos).
¿Pero quiere decir eso que, en aquellas circunstancias, un triunfo de la revolución proletaria era imposible desde el principio? Recordemos que éste fue uno de los principales argumentos formulados por la socialdemocracia para justificar su papel contrarrevolucionario. Pero en realidad, distaba mucho de ser así.
En primer lugar, aunque la "Gran Guerra" diezmó físicamente y debilitó psicológicamente al proletariado, eso no impidió que la clase obrera se lanzara con fuerza al asalto contra el capitalismo. La matanza que se le impuso era inmensa, pero menos que la infligida más tarde por la Segunda Guerra mundial; y no hay comparación posible con la que provocaría una tercera guerra mundial con armas termonucleares.
En segundo lugar, aunque la burguesía hubiera podido poner fin a la guerra, eso no significa que pudiera eliminar sus consecuencias materiales y políticas, o sea el agotamiento del aparato productivo, la desorganización de la economía y la sobreexplotación de la clase obrera en Europa. En los países vencidos en particular, el fin de la guerra no permitió una restauración rápida del nivel de vida de anteguerra para las masas de la población. Al contrario. Aunque la reivindicación de la "socialización de la industria" haya contenido el peligro de desviar a la clase obrera de la lucha por el poder hacia una especie de proyecto autogestionario que apoyaban anarquistas y anarcosindicalistas, la fuerza principal de esa reivindicación en 1919 en Alemania era la preocupación de la supervivencia física del proletariado. Los obreros, cada vez más convencidos de la incapacidad del capitalismo para producir los suficientes bienes alimenticios, de carbón y demás, a precios accesibles para que la población pudiera pasar el invierno, empezaron a darse cuenta de que una fuerza de trabajo insuficientemente alimentada y agotada, amenazada por epidemias e infecciones, debía hacerse cargo del problema antes de que fuera demasiado tarde.
En este sentido, las luchas que se habían desarrollado contra la guerra no se terminaron con la propia guerra. Además, el impacto de la guerra en la conciencia de clase era profundo. Con la guerra moderna había desaparecido por completo toda imagen de heroísmo.
En tercer lugar, tampoco era insuperable la brecha entre obreros de los países "vencedores" y "vencidos". En Gran Bretaña en particular, hubo fuertes movimientos de clase tanto durante como al final de la guerra. El aspecto más sorprendente de 1919, "año de la revolución" en Europa central, fue la ausencia relativa del proletariado francés. ¿Dónde estaba esta parte de la clase que, desde 1848 hasta la Comuna de París de 1871, había sido la vanguardia de la insurrección proletaria? En cierta medida, fue contaminado por el frenesí chovinista de la burguesía que prometía a "sus" obreros una nueva era de prosperidad gracias a las reparaciones que iba a imponer a Alemania. ¿No había antídoto a ese veneno nacionalista? Sí, había uno. La victoria del proletariado alemán habría sido ese antídoto.
En 1919, Alemania era la bisagra indispensable entre la revolución al Este y la adormecida conciencia de clase al Oeste. La clase obrera europea de 1919 se había educado en el socialismo. Su convicción sobre la necesidad y la posibilidad del socialismo aún no estaba socavada por la contrarrevolución estalinista. La victoria de la revolución en Alemania habría socavado las ilusiones sobre la posibilidad de un retorno a la aparente "estabilidad" del mundo de anteguerra. La reanudación por el proletariado alemán con su papel dirigente en la lucha de clase habría reforzado enormemente la confianza en el futuro del socialismo.
¿Pero era una posibilidad realista la victoria de la revolución en Alemania? La revolución de noviembre reveló la fuerza y el heroísmo de la clase, pero también sus enormes ilusiones, sus confusiones y vacilaciones. Sin embargo, había ocurrido lo mismo en febrero de 1917 en Rusia. Durante los meses que siguieron a febrero, el curso de la Revolución rusa reveló la maduración progresiva del inmenso potencial que condujo a la victoria de Octubre. En Alemania, a partir de noviembre de 1918 - a pesar del final de la guerra - se aprecia una maduración muy similar. Durante el primer trimestre de 1919, ya hemos visto el desarrollo de la huelga de masas, la entrada de toda la clase obrera en la lucha, el papel creciente de los consejos obreros y, en ellos, de los revolucionarios, los primeros esfuerzos por crear una organización y una dirección centralizada del movimiento, el descubrimiento progresivo del papel contrarrevolucionario del SPD y de los sindicatos así como los límites de la eficacia de la represión estatal.
Durante 1919, fueron aniquilados levantamientos locales y "Repúblicas de consejos" en ciudades costeras, en Baviera y en otros lugares. Estos episodios rebosan de ejemplos del heroísmo del proletariado y de lecciones amargas para el futuro. No fueron, sin embargo, decisivos para el desenlace de la revolución en Alemania. No eran los centros determinantes. Éstos eran en primer lugar la enorme concentración industrial de lo que es hoy la región Rin-Westfalia. Para la burguesía, esta región estaba poblada por una especie humana lúgubre que vivía en una especie de submundo, que nunca veía la luz del día, que vivía más allá de las fronteras de la civilización. La burguesía se horrorizó cuando vio a aquel inmenso ejército gris de ciudades tentaculares, donde nunca brillaba el sol y donde la nieve caía negra, salir de las minas y los altos hornos. Horrorizada, todavía más horrorizada cuando supo la inteligencia, el calor humano, el sentido de la disciplina y de la solidaridad de aquel ejército que no era ya la carne de cañón de las guerras imperialistas sino el protagonista de su propia guerra de clase.
Ni en 1919, ni en 1920, la brutalidad combinada de los militares y Cuerpos francos fue capaz de aplastar a aquel enemigo en su propio terreno. No fue vencido hasta que, tras haber triunfando contra el golpe de Kapp en 1920, los obreros cometieron el error de mandar su "Ejército Rojo del Ruhr" fuera de las ciudades y de las minas para librar una batalla convencional. Y después le tocó el turno a la Alemania central con su veterana clase obrera, altamente cualificada, inmersa en la tradición socialista ([26]). Antes y durante la guerra, allí se establecieron industrias muy modernas como la química, la aviación, atrayendo a decenas de miles de jóvenes obreros inexpertos pero radicales, combativos, con un gran sentido de la solidaridad. Este sector también iba a comprometerse en las luchas masivas de 1920 (Kapp) y 1921 (Acción de marzo).
Pero si el Rin, el Ruhr y Alemania central eran los pulmones, el corazón y el tubo digestivo de la revolución, Berlín era el cerebro. Tercera ciudad del mundo por su tamaño (después de Nueva York y Londres), Berlín era en aquel entonces el "Silicón Valley" de Europa. La base de su desarrollo económico residía en la ingeniosidad de la fuerza de trabajo, altamente cualificada. Ésta tenía una vieja educación socialista y estaba en el centro del proceso de formación del partido de clase.
En el primer trimestre de 1919, la toma del poder no estaba todavía al orden del día. La tarea era todavía ganar tiempo para que la revolución madurase en el conjunto de la clase, evitando así una derrota decisiva. El tiempo, en ese momento crucial, jugaba a favor del proletariado. La conciencia de clase se profundizaba. El proletariado luchaba para crear los órganos necesarios para su victoria, el partido y los consejos. Los principales batallones de la clase se incorporaban a la lucha.
Pero con la derrota de enero de 1919 en Berlín el factor tiempo cambió de campo, pasando a favor de la burguesía. La derrota de Berlín ocurrió en dos tiempos: enero y marzo-abril de 1919. Pero enero fue determinante, ya que no solo fue una derrota física sino también una derrota moral. La unificación de los sectores decisivos de la clase en la huelga de masas constituía la fuerza capaz de desbaratar la estrategia de la contrarrevolución y abrir la vía hacia la insurrección. Pero este proceso de unificación - similar al que ocurrió en Rusia a finales del verano de 1917 frente al golpe de Kornilov - dependía sobre todo de dos factores: el partido de clase y los obreros de la capital. La estrategia de la burguesía, consistente en infligir preventivamente lesiones serias a esos elementos decisivos, fue un éxito. El fracaso de la revolución en Alemania frente a sus propias "jornadas de Kornilov" fue, ante todo, el resultado de su fracaso ante la versión alemana de los "días de julio" ([27]).
La diferencia más sorprendente con Rusia es la ausencia de un partido revolucionario capaz de formular y defender una política lúcida y coherente frente a las tempestades inevitables de la revolución y las divergencias en sus filas. Como lo escribimos en el artículo anterior, la revolución pudo triunfar en Rusia sin que previamente se hubiera constituido un partido de clase mundial, pero no en Alemania.
Por eso hemos dedicado un artículo específico de esta serie al Congreso de fundación del KPD. El Congreso trató muchas cuestiones, pero no las cuestiones candentes del momento. Aunque formalmente adoptara el análisis de la situación presentado por Rosa Luxemburg, demasiados delegados subestimaban en realidad al enemigo de clase. Sin dejar de insistir constantemente en el papel de las masas, su visión de la revolución seguía estando influida por los ejemplos de las revoluciones burguesas. Para la burguesía, la toma del poder es el último acto de su ascenso al poder, preparado desde mucho tiempo antes por el auge de su poder económico. El proletariado, al no poder acumular la menor riqueza porque es una clase explotada, sin propiedad, debe preparar su victoria por otros medios. Debe acumular la conciencia, la experiencia, la organización. Debe ser activo y aprender a tomar su destino en sus propias manos ([28]).
El método de producción capitalista determina el carácter de la revolución proletaria. La revolución proletaria revela el secreto del modo de producción capitalista. Al ir pasando por las etapas de la cooperación, de la manufactura y de la industrialización, el capitalismo ha ido desarrollando las fuerzas productivas, condición necesaria para la instauración de una sociedad sin clases. Lo hace estableciendo el trabajo asociado. El "trabajador colectivo", creador de la riqueza, está sometido a las relaciones de propiedad capitalistas por la apropiación privada, competitiva y anárquica de los frutos del trabajo asociado. La revolución proletaria suprime la propiedad privada, permitiendo al nuevo modo de apropiación estar en acuerdo con el carácter asociado de la producción. Bajo el imperio del capital, el proletariado desde su origen ha creado las condiciones de su propia liberación. Pero los sepultureros de la sociedad capitalista sólo pueden cumplir su misión histórica si la propia revolución proletaria es el producto del "trabajador colectivo", de los obreros del mundo actuando, por así decirlo, como una única persona. El carácter colectivo del trabajo asalariado debe pasar a ser la asociación colectiva consciente de lucha.
Reunir a la vez en la lucha al conjunto de la clase y sus minorías revolucionarias lleva tiempo. En Rusia, eso tomó una docena de años, desde la lucha por "un nuevo tipo de partido de clase" en 1903, pasando por la huelga de masas de 1905-1906 y la víspera de la Primera Guerra mundial hasta las apasionantes jornadas de 1917. En Alemania y en el conjunto de los países occidentales, el contexto de guerra mundial y la brutal aceleración de la historia que significó, dieron poco tiempo a esa necesaria maduración. La inteligencia y la determinación de la burguesía después del Armisticio de 1918 redujeron aún más el tiempo necesario para ello.
Hemos hablado varias veces, en esta serie de artículos, del golpe a la confianza en sí misma de la clase obrera y de su vanguardia revolucionaria que causó el naufragio de la Internacional socialista ante el estallido de la guerra. ¿Qué queríamos decir?
La sociedad burguesa concibe la cuestión de la confianza en sí desde el punto de vista del individuo y sus capacidades. Esta concepción olvida que la humanidad, más que cualquier otra especie conocida, depende de la sociedad para sobrevivir y desarrollarse. Todavía es más verdad para el proletariado, el trabajo asociado, que produce y lucha no individual sino colectivamente, y que no hace surgir individuos revolucionarios sino organizaciones revolucionarias. La impotencia del obrero individual - mucho más extremo que la del capitalista o incluso del pequeño propietario individual - se trastoca en la lucha revelándose la fuerza oculta de esta clase. Su dependencia respecto al colectivo prefigura el carácter de la futura sociedad comunista en la cual la afirmación consciente de la comunidad permitirá por primera vez el pleno desarrollo de la individualidad. La confianza en sí del individuo presupone la confianza de sus partes en el todo, la confianza mutua de los miembros de la comunidad de lucha.
Dicho de otra forma, solo forjando una unidad en la lucha puede la clase obrera desarrollar el valor y la confianza necesarios para su victoria. Sus herramientas teóricas y de análisis no pueden afilarse suficientemente sino es de manera colectiva. Los errores de los delegados del KPD en el momento decisivo en Berlín eran en realidad el producto de una madurez aún insuficiente de esta fuerza colectiva del joven partido de clase en su conjunto.
Nuestra insistencia sobre el carácter colectivo de la lucha proletaria no niega en modo alguno el papel del individuo en la historia. Trotski, en su Historia de la Revolución rusa, escribió que sin Lenin, los bolcheviques en octubre de 1917 habrían comprendido quizás demasiado tarde que había llegado el momento de la insurrección. El partido casi falló "su cita de la historia". Si el KPD hubiese mandado, la noche del 5 de enero, a Rosa Luxemburg y Leo Jogishes - sus analizadores más claros - en vez de a Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck, a la reunión en el cuartel general de Emil Eichhorn, la salida histórica hubiera podido ser diferente.
No negamos la importancia de Lenin o de Rosa Luxemburg en las luchas revolucionarias de aquel entonces. Lo que rechazamos es la idea de que su papel se debería sobre todo a su inteligencia personal. Su importancia se debe sobre todo a su capacidad para ser colectivos, para concentrar y devolver como un prisma toda la luz irradiada por la clase y el partido en su conjunto. El papel trágico de Rosa Luxemburg en la revolución alemana, su influencia limitada en el partido en el momento decisivo se debió a que personificaba la experiencia viva del movimiento internacional en un momento en que el movimiento en Alemania seguía sufriendo de su aislamiento del resto del proletariado mundial.
Queremos insistir en que la historia es un proceso abierto y que la derrota de la primera ola revolucionaria no era una conclusión inevitable. No tenemos la intención de contar la historia de "lo que hubiera podido ser". No hay vuelta atrás en la historia, sino marcha hacia adelante. Con la distancia, el curso seguido por la historia siempre parece "inevitable". Pero ahí olvidamos que la determinación - o su ausencia - del proletariado, su capacidad para sacar conclusiones - o la ausencia de esta capacidad - forman parte de la ecuación. Dicho de otra forma, lo que se hace "inevitable" también depende de nosotros. Nuestros esfuerzos activos hacia un objetivo consciente son un componente activo de la ecuación de la historia.
En el próximo y último artículo de esta serie, examinaremos las inmensas consecuencias de la derrota de la revolución alemana y la validez de estos acontecimientos para hoy y mañana.
Steinklopfer
[1]) La "Triple Entente" era la coalición de Gran Bretaña, Francia y Rusia, a la que se añadieron los Estados Unidos al final de la guerra.
[2]) Esa alianza entre militares y el SPD, decisiva para el triunfo de la contrarrevolución, no hubiese sido posible sin el apoyo de la burguesía británica. Destruir la potencia de la casta militar prusiana era uno de los objetivos de guerra de Londres, pero se abandonó este objetivo para no debilitar las fuerzas de la reacción. En este sentido, no resulta exagerado decir que la alianza entre las burguesías alemana y británica fueron el pilar de la contrarrevolución internacional de aquel entonces. Volveremos sobre esta cuestión en la última parte de la serie.
[3]) Miles de presos, rusos y otros, seguían detenidos y condenados a trabajos forzados por la burguesía alemana, a pesar de que guerra se hubiera terminado. Participaron activamente en la revolución junto a sus hermanos de clase alemanes.
[4]) Este monumental edificio barroco, que sobrevivió a la Segunda Guerra mundial, fue destruido por la República democrática alemana y sustituido por el "Palacio de la República" estaliniano. Se le retiró previamente el pórtico desde el cual Karl Liebknecht había declarado la República socialista cuando la revolución de noviembre, y se integró en la fachada adyacente del "Consejo de Estado de la RDA". De este modo, el lugar desde el que Liebknecht había llamado a la revolución mundial se transformó en símbolo nacionalista del "socialismo en un solo país".
[5]) Este edificio, situado detrás del palacio, sigue en pie.
[6]) Así lo formula el autor, Alfred Döblin, en su libro Karl y Rosa, en la última parte de su novela en 4 volúmenes: Noviembre de 1918. Como simpatizante del ala izquierda del USPD, fue el testigo ocular de la revolución en Berlín. Su relato monumental fue escrito en los años treinta y está marcado por la confusión y la desesperación generada por la contrarrevolución triunfante.
[7]) Durante la reconstrucción del centro ciudad después de la caída del muro de Berlín, salieron a la luz túneles para huir realizados por los distintos Gobiernos del siglo xx que no estaban indicados en ningún mapa oficial, son monumentos al miedo de la clase dominante. No se sabe si se han construido nuevos túneles.
[8]) Hubo huelgas de simpatía y ocupaciones en varias ciudades, entre ellas Stuttgart, Hamburgo y Dusseldorf.
[9]) Esta cuestión, documentada de sobra por Richard Müller en su Historia de la revolución alemana escrita en los años veinte, es un hecho hoy aceptado por los historiadores.
[10]) Historia de la revolución alemana: la guerra civil en Alemania, Volumen III.
[11]) Müller, idem. Richard Müller era uno de los jefes más lúcidos y experimentados del movimiento. Se puede hacer un determinado paralelo entre el papel desempeñado por Müller en Alemania y el de Trotski en Rusia en 1917. Ambos fueron Presidentes del Comité de acción de los consejos obreros en una ciudad central. Ambos iban a convertirse en historiadores de la revolución en la que habían participado directamente. Es lamentable ver con qué desprecio Wilhem Pieck hizo caso omiso de las advertencias de un dirigente tan experimentado y responsable.
[12]) Los seis que se opusieron fueron Müller, Däuming, Eckert, Malzahn, Neuendorf y Rusch.
[13]) El caso de Lemmgen, un marino revolucionario, forma parte de la leyenda pero es desgraciadamente verdad. Después del fracaso de sus tentativas repetidas de confiscar el banco estatal (un funcionario apellidado Hamburguer puso en duda la validez de las firmas de esa orden), el pobre Lemmgen se desmoralizó tanto que volvió a su casa y se fue furtivamente a dormir.
[14]) Es precisamente esta propuesta de acción la que fue presentada públicamente por el KPD en su órgano de prensa el Rote Fahne.
[15]) En particular el pasaje del programa que declara que el partido asumiría el poder solamente con el apoyo de las grandes masas del proletariado.
[16]) Como Turingia, la región de Stuttgart o el valle del Rin, bastiones del viejo movimiento marxista.
[17]) En la región de los ríos Ruhr y Wupper.
[18]) El 22 de febrero, los obreros comunistas de Mülheim en el Ruhr atacaron con pistolas una reunión pública del SPD.
[19]) R. Müller, op.cit., Vol. III.
[20]) Las regiones de Sajonia, Turingia y Sajonia-Anhalt. El centro de gravedad era la ciudad de Halle y, cerca de ésta, el cinturón de industrias químicas alrededor de la fábrica gigante de Leuna.
[21]) La expresión "República de Weimar" que abarca el período de la historia alemana que va de 1919 a 1933, tiene su origen en ese episodio.
[22]) Müller, idem.
[23]) Durante los primeros días de la revolución, el USPD y Espartaco juntos sólo tenían tras ellos a una cuarta parte de todos los delegados. El SPD dominaba en masa. Los delegados miembros de los partidos a principios de 1919 se distribuían así: el 28 de febrero: 305 USPD, 271 SPD, 99 KPD, 95 demócratas; el 19 de abril: 312 USPD, 164 SPD, 103 KPD, 73 demócratas. Hay que señalar que, durante este período, el KPD no podía actuar sino en la clandestinidad y que un número considerable de delegados nombrados como miembros del USPD simpatizaban, en realidad, con los comunistas e iban rápidamente a unirse a ellos.
[24]) Müller, idem.
[25]) Müller, idem.
[26]) No es casualidad si la infancia del movimiento marxista en Alemania se asocia a los nombres de ciudades de Turingia: Eisenach, Gotha, Erfurt.
[27]) Los días de julio de 1917 son uno de los momentos más importantes no solo de la Revolución rusa sino de toda la historia del movimiento obrero. El 4 de julio, una manifestación armada de medio millón de participantes asedia la dirección del soviet de Petrogrado, llamándole a que tome el poder, pero se dispersa pacíficamente por la tarde, respondiendo a la llamada de los bolcheviques. El 5 de julio, las tropas contrarrevolucionarias reocupan la capital de Rusia, lanzan una caza a los bolcheviques y reprimen a los obreros más combativos. Sin embargo, al evitar una lucha prematura por el poder, el conjunto del proletariado va a mantener intactas sus fuerzas revolucionarias. Es lo que permitirá a la clase obrera sacar lecciones esenciales de aquellos acontecimientos, en particular la comprensión del carácter contrarrevolucionario de la democracia burguesa y de la nueva izquierda del capital: mencheviques y social-revolucionarios (eseristas) que traicionaron la causa de los trabajadores y campesinos pobres, pasándose al campo enemigo. En ningún otro momento de la Revolución rusa fue tan agudo el peligro de una derrota decisiva del proletariado y la liquidación del Partido bolchevique como durante aquellas 72 horas dramáticas. En ningún otro momento tuvo tanta importancia la confianza profunda de los batallones más avanzados del proletariado en su partido de clase, en la vanguardia comunista.
Con la derrota de julio, la burguesía cree poder terminar con esta pesadilla. Para ello, repartiéndose la faena entre el bloque "democrático" de Kerenski y el bloque abiertamente reaccionario de Kornilov, jefe de los ejércitos, organiza el golpe de Estado que reúne regimientos de Cosacos, de Caucasianos, etc., que aún parecen fieles al poder burgués e intenta lanzarlos contra los soviets. Pero la tentativa falla de manera estrepitosa. La reacción masiva de los obreros y soldados, su firme organización en el Comité de defensa de la revolución - que, bajo el control del Soviet de Petrogrado se transformaría más tarde en Comité militar revolucionario, órgano de la insurrección de Octubre - hacen que las tropas de Kornilov o permanezcan inmovilizadas y se rindan, o deserten y se unan a los obreros y los soldados, lo que ocurre en la mayoría de los casos.
[28]) Contrariamente a Luxemburg, Jogiches y Marchlewski que estaban en Polonia (en aquel entonces formaba parte del imperio ruso) durante la revolución de 1905-06, la mayoría de los fundadores del KPD no tenían experiencia directa de la huelga de masas y tenían dificultades para comprender que era algo indispensable para la victoria de la revolución.
Al final del año 2008, hubo simultáneamente en varios países de Europa movimientos masivos de la juventud estudiantil (universitarios y estudiantes de secundaria). En Grecia, en las asambleas generales masivas de estudiantes se evocó incluso un nuevo "Mayo del 68". En efecto, no sólo se movilizaron los jóvenes contra los ataques del gobierno y la represión policíaca del Estado, sino también varios sectores de la clase obrera en solidaridad con las jóvenes generaciones. La agravación de la crisis económica mundial pone cada vez más de relieve la quiebra de un sistema que no tiene ningún porvenir que ofrecer a los hijos de la clase obrera. Pero esos movimientos sociales no sólo son de la juventud. Se integran en las luchas obreras que se están desarrollando a escala mundial. La dinámica actual de la lucha de clases internacional, marcada por el ingreso de las jóvenes generaciones en el escenario social, confirma que el porvenir está en manos de la clase obrera. Frente al desempleo, a la precariedad, a la miseria y la explotación, la vieja consigna del movimiento obrero "Proletarios de todos los países, uníos" es más actual que nunca.
La explosión de cólera y la revuelta de las jóvenes generaciones proletarizadas en Grecia no son, ni mucho menos, un fenómeno aislado o particular. Hunden sus raíces en la crisis mundial del capitalismo y su enfrentamiento a la represión ha puesto al desnudo la verdadera naturaleza de la burguesía y de su terror de Estado. Siguen el mismo camino que las movilizaciones, en un terreno de clase, de las generaciones jóvenes en Francia contra el CPE (Contrato de primer Empleo) de 2006 y la LRU (Ley de Reforma de la Universidad) de 2007 en las que los estudiantes de instituto y universidad se consideraban ante todo como proletarios luchando contra sus futuras condiciones de explotación. La burguesía de los principales países europeos lo ha comprendido muy bien, reconociendo su temor a un contagio que provocaría explosiones sociales similares ante la agravación de la crisis. Por ejemplo y significativamente, la burguesía en Francia acabó retrocediendo precipitadamente y dejando "para más tarde" su reforma de la secundaria. El carácter internacional de la contestación y de la combatividad estudiantil, sobre todo en la secundaria, se está expresando con fuerza.
En Italia, dos meses de movilización estudiantil estuvieron marcados por manifestaciones masivas entre el 25 de octubre y el 14 de noviembre. Se hicieron tras el lema "No queremos pagar por la crisis", contra el decreto Gelmini y sus recortes presupuestarios en Educación Nacional y sus consecuencias: entre otras, la no renovación de los contratos de 87 000 docentes precarios y de 45 000 trabajadores ABA (personal técnico empleado por Educación Nacional) y, también, contra la reducción de fondos públicos para la Universidad[1].
Alemania, 12 de noviembre, 120 000 estudiantes de secundaria bajan a las calles de las ciudades principales del país con consignas como: "Capitalismo es crisis". Así fue en Berlín o en el asedio del parlamento regional en Hanover.
España, 13 de noviembre, miles de estudiantes se manifiestan en más de 70 ciudades contra las nuevas directivas europeas (llamadas "de Bolonia") de la reforma de la enseñanza superior que tienden a la privatización de las facultades y multiplican las prácticas en empresas.
La revuelta de las jóvenes generaciones de proletarios frente a la crisis y la deterioración de su nivel de vida se ha extendido a otros países: sólo ya en enero de 2009, Vilna (Lituania), Riga (Letonia) y Sofía (Bulgaria) han vivido amotinamientos severamente reprimidos por la policía. Senegal, diciembre de 2008: enfrentamientos violentos contra la miseria creciente de unos manifestantes que reclamaban la parte correspondiente de las minas explotadas por Arcelor Mittal; dos muertos en Kégoudou, a 700 km al sureste de Dakar. En Marruecos, 4000 estudiantes de Marraquech se habían alzado a principios de mayo de 2008 contra una intoxicación alimentaria que afectó a 22 de ellos en un comedor universitario. Represión violenta del movimiento, detenciones, penas de cárcel y torturas se han multiplicado desde entonces.
Muchos de ellos se han reconocido en el combate de los estudiantes griegos.
La amplitud de esas movilizaciones ante las mismas medidas del Estado no es de extrañar. La reforma del sistema educativo emprendida a escala europea debe servir para preparar a las jóvenes generaciones obreras a un "porvenir" obstruido y a la generalización de la precariedad y del desempleo.
La negativa y la revuelta de las nuevas generaciones de proletarios escolarizados ante ese muro del desempleo y ese océano de la precariedad que les reserva el sistema capitalista en crisis, se granjean también, por todas partes, la simpatía de los proletarios de todas las generaciones.
Los medios, que se cuadran a las órdenes de la propaganda del capital, no han cesado de intentar deformar la realidad de lo ocurrido en Grecia desde el asesinato por la policía del joven de 15 años, Alexandros Grigoropulos el 6 de diciembre último. Han presentado los enfrentamientos con la policía como cosa de un puñado de autónomos anarquistas y estudiantes de "ultraizquierda" de medios sociales acomodados, o de vándalos marginales. Y no han parado de transmitir por la tele imágenes de choques violentos con la policía, poniendo sobre todo en escena amotinamientos de muchachos enmascarados quemando coches, haciendo reventar escaparates de tiendas y bancos, cuando no escenas de saqueo de almacenes.
Es exactamente el mismo método de falsificación de la realidad que la que pudimos comprobar cuando la movilización anti-CPE de 2006 en Francia, asimilada a las revueltas de las barriadas suburbanas del año anterior. Es el mismo método al que asistimos cuando los estudiantes en lucha contra la LRU en 2007 en Francia fueron asimilados a "terroristas" y hasta ¡"jemeres rojos"!.
Aunque el foco de los disturbios era el barrio ateniense de Exarchia, es hoy difícil de hacer tragar semejante patraña: ¿cómo es posible que esos movimientos de revuelta se deban únicamente a unos vándalos o a activistas anarquistas cuando se extendieron cual reguero de pólvora a las principales ciudades del continente y hasta las islas y ciudades más turísticas como Chios, Samos, Corfú y Heraclion en Creta?
De hecho, las revueltas se extendieron hasta 42 prefecturas de Grecia, incluso a ciudades en las que nunca antes hubo manifestaciones. Se ocuparon más de 700 establecimientos de secundaria (gimnasios) y unas cien universidades.
Todas las condiciones estaban reunidas para que el hastío de una gran parte de las jóvenes generaciones obreras atenazadas por la angustia y sin porvenir alguno, estallara en Grecia, país que concentra todos los problemas del callejón sin salida que el capitalismo "abre" a las generaciones obreras jóvenes: cuando a quienes se nombra "generación 600 euros" entran en la vida activa, tienen la impresión de que se les está estafando. La mayoría de los estudiantes deben acumular dos empleos por día para sobrevivir y proseguir sus estudios: suelen ser empleos no declarados y remunerados a patadas; no se les declara una parte del salario, lo cual les recorta sus derechos sociales; se encuentran, sobre todo, privados de seguridad social; no se les pagan las horas extras y les es muy difícil dejar la casa paterna a veces hasta los 35 años por faltarles renta suficiente para pagarse un alquiler. 23 % de los desempleados en Grecia son jóvenes (la tasa de sin empleo entre los 15-24 años es oficialmente de 25,2 %). Como lo dice un artículo de prensa en Francia[2]: "Esos estudiantes no se sienten protegidos en nada ni por nadie: la policía les dispara, la educación los entrampa, el empleo los abandona, el gobierno les miente". El desempleo de los jóvenes y sus dificultades para entrar en el mundo laboral ha ido así creando un clima de inquietud, de cólera y de inseguridad general. La crisis mundial está acarreando nuevos montones de despidos. En 2009, se prevé una nueva pérdida de 100 000 empleos en Grecia, o sea 5% de paro suplementario. Y, al mismo tiempo, 40% de trabajadores ganan menos de 1100 € bruto y Grecia posee la tasa más alta de trabajadores pobres de los 27 Estados de la Unión Europea (UE): 14%.
Y, por cierto, no sólo se echaron a la calle los jóvenes, sino también profesores mal pagados y muchos otros asalariados atenazados por los mismos problemas, la misma miseria y animados por el mismo sentimiento de rebelión. La represión brutal del movimiento, cuyo episodio más dramático fue el asesinato del adolescente de 15 años, no hizo sino incrementar una solidaridad alimentada por un descontento social general. Como decía un estudiante, muchos padres de alumnos estaban también profundamente indignados y airados: "Nuestros padres han descubierto que sus hijos pueden morir así en la calle, a tiros, matados por un policía"[3] y han tomado conciencia de la putrefacción de una sociedad en la que sus hijos no tendrán, ni mucho menos, el mismo nivel de vida que ellos. Han sido testigos, en muchas manifestaciones, de las palizas brutales, de las detenciones sin miramientos, de los disparos con fuego real y brazo tendido de los policías antidisturbios (los MAT) con sus armas de servicio.
Los ocupantes de la Escuela Politécnica, centro de la protesta estudiantil, denunciaron el terror del Estado, pero se oyó esa misma cólera contra la brutalidad de la represión en todas las manifestaciones con consignas como: "Balas para los jóvenes, dinero para los bancos." Y más claro todavía, un participante en el movimiento declaró: "No tenemos trabajo, ni dinero, un Estado en bancarrota por la crisis, y todo lo que se le ocurre como respuesta es dar más armas a la policía."[4]
Esa cólera no es nueva: los estudiantes griegos ya se habían movilizado ampliamente en junio de 2006 contra la reforma de las universidades cuya privatización acarrearía la exclusión de los estudiantes venidos de los medios más modestos. La población también había expresado ya su cólera contra la desidia gubernamental durante los incendios del verano de 2007 que provocaron 67 muertos, un gobierno que no ha indemnizado todavía a las numerosas víctimas que perdieron sus bienes y viviendas. Pero fueron sobre todo los asalariados los que se movilizaron en masa contra la reforma del régimen de pensiones, a principios de 2008 con dos jornadas de huelga general en dos meses que fueron muy seguidas, con manifestaciones que reunían, cada vez, a más de un millón de personas contra la supresión de la jubilación anticipada para las profesiones más duras y la propuesta de anulación del derecho de las obreras a jubilarse a los 50 años.
Ante la cólera obrera, la huelga general del 10 de diciembre encuadrada por los sindicatos sirvió de cortafuegos con el que intentar desviar el movimiento, con el PS y el PC en cabeza, exigiendo la dimisión del gobierno actual y elecciones legislativas anticipadas. Eso no bastó para canalizar la indignación y hacer que cesara el movimiento, a pesar de todas las maniobras de izquierda y sindicatos para atajar la dinámica de extensión de la lucha y los esfuerzos de toda la burguesía y sus medios para aislar a los jóvenes de las demás generaciones y de la clase obrera en general, azuzándolos hacia enfrentamientos estériles con la policía. A lo largo de todos aquellos días y noches, los enfrentamientos fueron incesantes: las violentas cargas policiales a porrazos y lacrimógenos acabaron en detenciones y palizas a mansalva.
Las jóvenes generaciones obreras son las que más claramente expresan el sentimiento de desilusión y de repulsión hacia un aparato político corrupto hasta los tuétanos. Desde la posguerra (1945), tres familias se reparten el poder. Desde hace décadas, las dinastías Karamanlis (derecha) y Papandreu (izquierda) reinan alternativa y exclusivamente en el país a base de componendas y sus correspondientes escándalos. Los conservadores llegaron al poder en 2004 tras un período de chanchullos de todo tipo en los primeros años 2000. Mucha gente aborrece el encuadramiento de un aparato político y sindical totalmente desprestigiado: "El fetichismo del dinero se ha apoderado de la sociedad. Lo que quieren los jóvenes es un ruptura con esta sociedad sin alma ni visión"[5]. Hoy, con el desarrollo de la crisis, esta generación de proletarios no sólo ha desarrollado su conciencia de una explotación capitalista que está viviendo en carne propia, sino que expresa además su conciencia de un combate colectivo proponiendo espontáneamente unos métodos y una solidaridad de clase. En lugar de hundirse en la desesperación, esta generación hace surgir su confianza en sí misma porque está segura de llevar en sí otro porvenir, desplegando toda su energía en alzarse contra la putrefacción de la sociedad que les rodea. Y así, con orgullo, los manifestantes se reivindican de su movimiento: "Somos una imagen del futuro frente a la imagen tan sombría del pasado."
La situación recuerda, sí, Mayo del 68, pero la conciencia de lo que está en juego va mucho más lejos.
El 16 de diciembre, los estudiantes ocupan durante unos minutos la emisora de la televisión gubernamental NET y despliegan una banderola que dice: "¡Dejad de mirar la télé. Todos a la calle!" y lanzan este llamamiento: "El Estado mata. Vuestro silencio le da armas. ¡Ocupación de todos los edificios públicos!". Es atacada la sede de la policía antidisturbios de Atenas y se incendia un furgón de la policía. Esas acciones fueron inmediatamente denunciadas por el gobierno como "una intentona de echar abajo la democracia", y también condenadas por el PC griego (KKE). En Salónica, las secciones locales de los sindicatos GSEE (Confederación sindical mayoritaria) y ADEDY (Federación de funcionarios), intentaron confinar a los huelguistas en una concentración frente a la Bolsa del Trabajo. Los estudiantes de secundaria y los universitarios se mostraron entonces decididos a llevarse con ellos a los huelguistas en manifestación y lo lograron. 4000 estudiantes y trabajadores marcharon por las calles de la ciudad. Ya el 11 de diciembre, militantes de la organización estudiantil del Partido comunista (PKS) intentaron bloquear las asambleas para impedir las ocupaciones (Universidad del Panteón, Facultad de Filosofía de la Universidad de Atenas). Esos intentos fracasaron y las ocupaciones se fueron desplegando por Atenas y el resto del país. En el barrio de Agios Dimitrios, el ayuntamiento es ocupado, organizándose una asamblea general en la que participan más de 300 personas de todas las generaciones. El 17, los trabajadores ocupan el edificio sede del sindicato más importante del país, la Confederación General de Trabajadores de Grecia (GSEE) en Atenas. Se proclaman insurgentes e invitan a los proletarios a que acudan para transformar esa sede en lugar de asambleas generales, abierto a todos los asalariados, los estudiantes y los desempleados.
Y lo mismo ocurre, ocupación y asamblea general abierta a todos, en la Facultad de Economía de Atenas y en la Escuela Politécnica
Publicamos aquí la declaración de esos trabajadores en lucha, contribuyendo así en romper el "cordón sanitario" mediático que rodea las luchas con sus mentiras, presentándolas como meras revueltas animadas por unos cuantos jóvenes vándalos más o menos anarquistas que aterrorizarían a la población. Este texto muestra claramente lo contrario: la fuerza del sentimiento de solidaridad obrera que anima a ese movimiento, estableciendo vínculos entre las diferentes generaciones de proletarios.
"O decidimos nuestra historia nosotros mismos o, si no, dejaremos que se decida sin nosotros. Nosotros, trabajadores manuales, empleados, desempleados, interinos y precarios, nacidos aquí o emigrantes, no somos unos televidentes pasivos. Desde el asesinato de Alexandros Grigoropulos el sábado 6 por la noche, hemos participado en manifestaciones, choques con la policía, ocupaciones del centro ciudad y de los arrabales. En múltiples ocasiones hemos tenido que dejar el trabajo y nuestras obligaciones cotidianas para echarnos a la calle junto con alumnos, estudiantes y demás proletarios en lucha.
HEMOS DECIDIDO OCUPAR EL EDIFICIO DE LA CONFEDERACIÓN GENERAL DE TRABAJADORES DE GRECIA (GSEE):
-Para transformarla en un espacio de expresión libre y lugar de encuentro para los trabajadores.
-Para desmentir esas patrañas alentadas por los medios sobre la ausencia de obreros en los choques, sobre la cólera de estos últimos días que sólo se debería a unos 500 "encapuchados", "hooligans", y demás historias ridículas, sobre la presentación de los trabajadores por los telediarios como víctimas de esos choques, ahora que la crisis capitalista en Grecia y el mundo entero está acarreando despidos innumerables, una crisis que los medios y sus dirigentes consideran algo así como "un fenómeno natural".
-Para arrancarle la careta a la burocracia sindical en su vergonzosa labor de zapa contra la insurrección, y, en general, por su función, pues la Confederación general de Trabajadores de Grecia (GSEE), y todo su maquinaria sindical en la que se apoya desde hace tantos años, socava las luchas, negocia nuestra fuerza de trabajo por migajas, perpetúa el sistema de explotación y de esclavitud asalariada. La actitud de la GSEE el miércoles último habla por sí sola: la GSEE anuló la manifestación de los huelguistas que, sin embargo, estaba programada, reduciéndola precipitadamente a una breve concentración en la plaza Sintagma, asegurándose, eso sí, de que los participantes se dispersaran cuanto antes, por miedo a que fueran infectados por el virus de la insurrección.
-Para abrir este espacio por primera vez, como continuidad de la apertura social creada por la insurrección misma, espacio que ha sido construido gracias a nuestras cuotas, pero hasta hoy estábamos excluidos de él. Durante años hemos puesto nuestro destino en manos de salvadores de todo tipo y hemos acabado perdiendo nuestra dignidad. Como trabajadores, debemos comenzar a asumir nuestras responsabilidades y no dejar nuestras esperanzas en manos de líderes "prudentes" o representantes "competentes". Debemos empezar a hablar con nuestras propias voces, encontrarnos, discutir, decidir y actuar por nosotros mismos contra los ataques que nos asedian por todas partes. La creación de colectivos de resistencia "de base" es la única solución.
-Para proteger la idea de autoorganización y de solidaridad en los lugares de trabajo, proteger el método de los comités de lucha y de los colectivos de base, abolir las burocracias sindicales.
Durante todos estos años hemos tolerado miseria, resignación, violencia en el trabajo. Nos hemos ido acostumbrando a contar nuestros heridos, nuestros muertos en esos pretendidos "accidentes" de trabajo. Nos hemos acostumbrado a mirar para otro lado cuando emigrantes, hermanos nuestros de clase, eran asesinados. Estamos hastiados de vivir con la ansiedad de tener que asegurar nuestro salario, poder pagar nuestros impuestos y garantizarnos una jubilación que ahora nos aparece como algo inalcanzable.
¡Estamos luchando para no dejar nuestras vidas en manos de patronos y representantes sindicales, tampoco dejaremos a los insurgentes detenidos en manos del Estado y de su aparato jurídico!
¡LIBERACIÓN INMEDIATA DE LOS DETENIDOS!
¡SOBRESEIMIENTOS DE CARGOS CONTRA LOS INTERPELADOS!
¡AUTOORGANIZACION DE LOS TRABAJADORES!
¡HUELGA GENERAL!
LA ASAMBLEA GENERAL DE LOS TRABAJADORES EN LOS EDIFICIOS LIBERADOS DE LA GSEE"[6]
En la noche del 17 de diciembre, unos cincuenta peces gordos sindicales acompañados de sus fornidos escoltas intentan reocupar los locales, pero acaban huyendo ante los refuerzos estudiantiles, anarquistas en su mayoría, de la Facultad de Economía, ocupada también y transformada en lugar de reunión y discusión abiertas a todos los obreros, que acudieron en ayuda de los ocupantes pregonando a voz en grito: "¡Solidaridad!".
La asociación de inmigrantes albaneses difunde, entre otras cosas, un texto con el que proclama su solidaridad con el movimiento, titulado "¡Estos días también son los nuestros!"
Es significativo el mensaje siguiente difundido por una pequeña minoría de ocupantes: "Panagópulos, secretario general de la GSEE, ha declarado que nosotros no somos trabajadores, puesto que los trabajadores están en el trabajo. Esto, entre otras cosas, pone bien en evidencia cuál es, en realidad, la labor de Panagópulos. Su "labor" consiste en asegurarse de que los obreros estén en su lugar de trabajo, y hacer todo lo posible para asegurarse de que los trabajadores acudan al tajo.
Lo que ocurre es que desde hace unos diez días, los trabajadores no sólo están en su trabajo, sino también fuera, en las calles. Y eso es una realidad que ningún Panagópulos del mundo podrá ocultar (...) Somos gente trabajadora, pero también somos desempleados, a quienes se nos ha pagado con despidos la participación en huelgas convocadas por la GSEE, mientras que ellos, los sindicalistas, han sido recompensados con ascensos, nosotros trabajamos con esos contratos basura entre trabajillo y chapuza, trabajamos sin seguridad, de manera formal o informal, en programas de cursillos o en empleos subvencionados con los que rebajar las estadísticas del desempleo. Nosotros somos una parte del mundo y aquí estamos.
Somos trabajadores insurgentes y punto.
Cada una de nuestras hojas de paga está regada con nuestra sangre, nuestro sudor, es una hoja llena de violencia en el trabajo, de cabezas, rodillas, puños, manos y pies rotos a causa de los accidentes de trabajo.
El mundo entero es fabricado por nosotros, los trabajadores. (...)
Proletarios del edificio liberado de la GSEE"
Se multiplican los llamamientos a una huelga general de tiempo indefinido a partir del 18. Los sindicatos se ven obligados a convocar una huelga de tres horas en los servicios públicos para ese día.
En la mañana del 18, otro alumno de secundaria de 16 años que participaba en una sentada cerca de su instituto en las afueras de Atenas es herido por bala. El mismo día varias emisoras de radio y televisión son ocupadas por manifestantes, en Tripoli, Kaniá (Creta) y Salónica. El edificio de la cámara de comercio fue ocupado en Patras donde hubo nuevos choques con la policía. En Atenas la manifestación enorme allí convocada fue violentamente reprimida: por primera vez, las fuerzas antidisturbios usaron armas de nuevo tipo: gases paralizantes y granadas ensordecedoras. Una hoja dirigida contra el "terror del Estado", firmada por "muchachas en rebeldía" circula a partir de la Facultad de Economía.
El movimiento percibe confusamente sus propios límites geográficos. Por eso acoge con gran entusiasmo las expresiones de solidaridad internacional, por ejemplo en Berlín, Roma, Moscú, Montreal o Nueva York y se hace eco de esa solidaridad: "ese apoyo es importantísimo para nosotros". Los ocupantes de la Politécnica llaman a una "jornada internacional de movilización contra los asesinatos de Estado" para el 20 de diciembre. Para vencer el aislamiento del movimiento proletario en Grecia, el único camino, la única perspectiva, es el desarrollo de la solidaridad y de la lucha de clases a escala internacional que se está expresando con cada vez más claridad ante la crisis mundial.
A partir del 20 de diciembre, se producen combates de clase violentos. La tenaza se empieza a apretar especialmente en torno a la Politécnica, asediada por las fuerzas policiales que amenazan con asaltarla. El edificio ocupado del sindicato GSEE le ha sido devuelto a éste el 21/12, tras una decisión del comité de ocupación y votado en Asamblea General. El comité de ocupación de la Escuela Politécnica de Atenas publicaba el 22 de diciembre un comunicado que declaraba: "Estamos a favor de la emancipación, la dignidad humana y la libertad. De nada sirve que nos lancéis gases lacrimógenos, bastante lloramos ya nosotros solos."
Con mucha madurez, siguiendo la decisión tomada en las asamblea general en la facultad de Ciencias Económicas, los ocupantes de esa facultad utilizan el llamamiento a la manifestación del 24 contra la represión policial y en solidaridad con los presos, como un momento apropiado para evacuar el edificio en masa y en seguridad: "por haber surgido un consenso sobre la necesidad de dejar las universidades y sembrar el espíritu de revuelta en la sociedad entera." Este ejemplo será seguido en las horas siguientes por las AG de las demás universidades ocupadas, no cayendo así en la trampa del aislamiento y del enfrentamiento directo con la policía. Se evita así el baño de sangre y una represión más violenta todavía. Las A.G. denunciaron claramente como acto de provocación policial, los disparos contra un furgón de policía, reivindicados por una denominada "Acción Popular".
El comité de ocupación de la Politécnica evacuó el último baluarte de Atenas simbólicamente el 24 de diciembre a medianoche. "Sólo la asamblea general decidirá si (y cuándo) abandonaremos la universidad (...) La decisión de la ocupación de la Asamblea se decide políticamente aquí. El momento de abandonar el edificio lo deciden las personas que lo ocupan y no la policía."
Anteriormente, el comité de ocupación había publicado una declaración: "Al término de la ocupación de la Escuela Politécnica después de 18 días, mandamos nuestra solidaridad más calurosa a todas las personas que han participado en esta revuelta de diferentes maneras, no sólo en Grecia sino también en muchos países de Europa, de las Américas, en Asia y Oceanía. Por todos aquellos con los que nos hemos encontrado y con quienes seguiremos combatiendo por la liberación de los presos por esta revuelta y también para que se prolongue hasta la liberación social mundial."
En algunos barrios, los habitantes se apoderaron del sistema de sonorización instalado por el ayuntamiento para los villancicos de Navidad, y leyeron comunicados exigiendo entre otras cosas la liberación inmediata de los detenidos, el desarme de la policía, la disolución de las brigadas antidisturbios. En Volos, la emisora municipal de radio y las oficinas del diario local fueron ocupadas para que se hablara de los acontecimientos y de las reivindicaciones. En Lesbos, unos manifestantes instalaron una sonorización para transmitir mensajes. En Ptolemaida o en Ioannina, un árbol de Navidad fue decorado con fotos del alumno asesinado y de las manifestaciones junto con reivindicaciones del movimiento.
El sentimiento de solidaridad volvió a expresarse espontáneamente y con fuerza el 23 diciembre, tras la agresión a una empleada de la empresa de limpieza Oikomet, en subcontrata con la compañía del metro de Atenas (Athens Piraeus Electric Railway -ISAP-): le habían echado ácido sulfúrico en la cara cuando volvía del trabajo. Hubo manifestaciones de solidaridad y la sede del metro de Atenas fue ocupada el 27 de diciembre de 2008, mientras que, en Salónica, era a su vez ocupada la sede de la GSEE. Las dos ocupaciones desembocaron en una serie de manifestaciones, conciertos de solidaridad y acciones de "contra-desinformación" (usando, por ejemplo, el sistema de altavoces de la estación del metro para leer los comunicados).
La asamblea de Atenas declaraba en su texto:
"¡Cuando atacan a uno de nosotros, nos atacan a todos nosotros!
Ocupamos hoy las oficinas centrales de ISAP (metro de Atenas) como primera respuesta al ataque asesino con vitriolo lanzado al rostro de Konstantina Kuneva el 23 de diciembre, al volver ella del trabajo. Konstantina está en cuidados intensivos. La semana pasada se peleó contra la compañía al reivindicar la prima de Navidad para ella y sus colegas, denunciando los actos ilegales de los patronos. Antes de eso, su madre había sido despedida por la compañía. A Konstantina ya la habían trasladado lejos de su primer puesto de trabajo. Son prácticas muy corrientes en el sector de las compañías de limpieza que contratan a trabajadores precarios. (...) El dueño de Oikomet (...) es un miembro del PASOK (partido socialista griego). Emplea oficialmente a 800 trabajadores (los trabajadores afirman que es el doble, y en los tres últimos años más de 3000 han trabajado en dicha empresa). El comportamiento mafioso ilegal de los patronos es algo cotidiano. Por ejemplo, los trabajadores están obligados a firmar los contratos en blanco y los patrones escriben después unas cláusulas que aquéllos no conocerán nunca. Trabajan 6 horas y solo se les pagan 4 y media (salario bruto) para no superar las 30 horas (si no tendrían que ser inscritos en la categoría de trabajadores de alto riesgo). Los patronos los aterrorizan, los desplazan, los despiden y los amenazan con dimisiones forzadas. Constantina es una de nosotros. La lucha por la DIGNIDAD y la SOLIDARIDAD es NUESTRA lucha."
Paralelamente, la asamblea de ocupación de la GSEE de Salónica publicaba un texto del que reproducimos algunos pasajes: "estamos hoy ocupando la sede de los Sindicatos de Salónica para oponernos a una opresión que se plasma en asesinatos y terrorismo contra los trabajadores; (...) llamamos a todos los trabajadores a que se unan a esta lucha común. (...) La asamblea abierta de quienes ocupan la central sindical, que vienen de medios políticos diferentes, sindicalistas, estudiantes, inmigrados y camaradas del extranjero han adoptado esta decisión común:
- Mantener la ocupación;
- Organizar una concentración en solidaridad con K. Kuneva; (...)
- Organizar acciones de información y de toma de conciencia en los alrededores de la ciudad;
- Organizar un concierto en el Centro para recoger dinero para Konstantina."
Esa asamblea declaraba además:
"En ningún lugar de la plataforma [de los sindicatos], se mencionan las causas de la desigualdad, de la miseria, de las estructuras jerárquicas en esta sociedad. (...) Las Confederaciones Generales y las Delegaciones sindicales en Grecia son intrínsecamente partícipes del régimen en el poder; sus miembros de base y los obreros en general deben darles la espalda, y (...) optar por la creación de un polo autónomo de lucha dirigido por y para ellos (...) Si los trabajadores toman en manos sus luchas y rompen la lógica de su representación por los cómplices de la patronal, volverán a confiar en sí mismos y miles de ellos llenarán las calles en las próximas huelgas. El Estado y sus sicarios asesinan a la gente.
¡Autoorganización! ¡Luchas de autodefensa social! ¡Solidaridad con los trabajadores inmigrados y Konstantina Kuneva!"
A primeros de 2009, ha habido todavía manifestaciones por todo el país en solidaridad con los presos. 246 personas fueron arrestadas y 66 siguen todavía en prisión preventiva. En Atenas, se detuvo a 50 inmigrantes en los tres primeros días de la revuelta, con penas que iban hasta 18 meses de cárcel en juicios sin traductores. Todos ellos están amenazados de expulsión.
El 9 de enero, jóvenes y policías volvieron a enfrentarse en Atenas, tras una marcha por el centro ciudad de cerca de 3000 docentes, estudiantes y alumnos. En sus banderolas podían leerse lemas como: "El dinero para la educación y no para los banqueros", "Abajo este gobierno de asesinos y generador de pobreza". Hubo importantes fuerzas antidisturbios que realizaron sucesivas cargas para dispersar a los manifestantes y efectuaron múltiples interpelaciones.
Por todas partes como en Grecia, con la precariedad, los despidos, el desempleo, los salarios de miseria que impone la crisis mundial, lo único que el Estado capitalista puede aportar es más policía y más represión. El desarrollo internacional de la lucha y la solidaridad de clase entre obreros, empleados, estudiantes, desempleados, precarios, jubilados, de todas las generaciones, puede abrir el camino hacia una perspectiva de futuro para abolir este sistema de explotación.
W. (18 de enero)
[1]. Cf. Sobre las luchas estudiantiles en Italia, ver nuestra página Web en italiano "Noi la crisi non la paghiamo!" o "La lotta degli studenti, in Italia come in Europa, una tappa importante della lotta di classe" (https://it.internationalism.org/ [358]) o en francés: "Mobilisation massive contre la réforme de l'enseignement en Italie" (https://fr.internationalism.org [359])
[2]. Marianne, semanario francés, n° 608, 13 de diciembre : "Grèce : les leçons d'une émeute" (Grecia: lecciones de una revuelta)
[3]. Libération, diario francés 12/12/2008
[4]. Le Monde, 10/12/2008
[5]. Marianne 13 de diciembre
[6]. La mayoría de los textos reproducidos o las informaciones de la prensa local han sido traducidos en páginas WEB anarquistas: indymedia, cnt-ait.info, dndf.org, emeutes.wordpress.com (en francés) o en libcom.org (en inglés)
La burguesía ha pasado un buen susto. Entre agosto y octubre sopló un vendaval de pánico sobre la economía mundial. Lo atestiguan las declaraciones grandilocuentes de políticos y economistas: "Al borde del abismo", "Un Pearl Harbor económico", "Se nos cae encima un tsunami", "El 11 de Septiembre de las finanzas"[1]... ¡lo único que faltaba es la alusión al Titanic!
Hay que decir que los mayores bancos del planeta estaban cayendo en quiebra unos tras otros, las Bolsas se hundían, perdiendo 32 billones (32+12 ceros) de dólares desde enero de 2008, lo equivalente a dos años de producción en Estados. La Bolsa islandesa se hundió 94 % y la de Moscú a 71 % !
Al cabo, la burguesía, entre un plan de "salvamento" y otro de "relanzamiento" ha logrado evitar la parálisis total de la economía. ¿Significa eso que ya pasó lo peor? ¡Ni mucho menos! La recesión en la que acaban de meternos se anuncia como la más devastadora desde la Gran Depresión de 1929.
Los economistas lo reconocen sin rodeos: la "coyuntura" actual es "la más dura desde hace décadas" anunciaba el HSBC, el "mayor banco del mundo", el 4 de agosto[2]. "Nos enfrentamos a una de las situaciones económicas y de política monetaria más difíciles y nunca vistas" insistía el presidente de la Reserva federal norteamericana (FED), el 22 de agosto[3]. Tampoco se equivoca la prensa internacional cuando compara sin cesar el período actual con el marasmo económico de los años 1930, como la primera plana del Time anunciando "The New Hard Times" bajo una foto con obreros haciendo cola para la "free soup" (la sopa para los pobres). En efecto, tales escenas se están volviendo a repetir sin lugar a dudas: las asociaciones caritativas que reparten comida están saturadas por completo y en muchos países se forman colas de cientos obreros sin trabajo delante de las oficinas de empleo.
Y qué decir de la intervención televisada del 24 de septiembre de 2008 de George W. Bush, Presidente de EEUU: "Estamos inmersos en una crisis financiera grave (...) toda nuestra economía está en peligro. (...) Sectores clave del sistema financiero de Estados Unidos podrían desmoronarse. (...) Norteamérica podría hundirse en el pánico financiero, y entonces asistiríamos a un espectáculo desolador. Quebrarían más bancos (...) Los mercados bursátiles caerían más abajo todavía lo que reduciría el valor de vuestras pensiones. Caería el valor de vuestras casas y se multiplicarían los desahucios. (...) Se cerrarían muchas empresas y millones de americanos perderían su empleo. (...) Al cabo, nuestro país podría hundirse en una larga y dolorosa recesión".
Pues bien, ese "espectáculo desolador" de una "larga y dolorosa recesión" es lo que está ocurriendo, afectando no sólo al "pueblo americano", ¡sino a los obreros del mundo entero!
Desde la ya célebre "crisis de las subprimes" del verano de 2007, las malas noticias económicas no cesan de caer, día tras día.
La hecatombe del sector bancario sólo para el año 2008 es impresionante. Muchos bancos, o los ha comprado un competidor, o reflotados por un Banco central o sencillamente nacionalizados: Northern Rock (octavo banco inglés), Bear Stearns (quinto de Wall Street), Freddie Mac et Fannie Mae (dos organismos estadounidenses de refinanciación hipotecaria con unos activos de casi 850 mil millones de dólares), Merrill Lynch (otro de los grandes de EEUU), HBOS (segundo banco escocés), AIG (American International Group, una de las mayores aseguradoras del mundo) y Dexia (organismo financiero luxemburgués, belga y francés). Este año de crisis ha estado marcado también por quiebras espectaculares e históricas. En julio, las autoridades federales sometían a su tutela a Indymac, uno de los mayores prestamistas hipotecarios de EEUU. Era entonces el establecimiento bancario más importante de Estados Unidos en quebrar desde hace 24 años. Pero ese récord no duraría mucho. Unos días más tarde, Lehman Brothers, cuarto banco norteamericano se declara en quiebra a su vez. El total de deudas alcanza 613 mil millones de dólares. La mayor quiebra de un banco norteamericano hasta entonces era la de la Continental Illinois en 1984, en la que se perdió una cantidad dieciséis veces menor (o sea 40 mil millones de dólares). En cambio, sólo dos semanas después ese récord queda ya superado: le toca ahora a Washington Mutual (WaMu), la caja de ahorros más importante de EEUU.
Tras esa especie de infarto del corazón mismo del capitalismo, el sector bancario, es ahora la salud de todo el cuerpo la que se tambalea y declina; es ahora "la economía real" la plenamente afectada. Según el Agencia nacional de investigación económica (NBER), Estados Unidos está oficialmente en recesión desde diciembre de 2007. Nouriel Roubini, el economista más respetado hoy en Wall Street, piensa que es probable que la actividad de la economía estadounidense se contraiga en torno ¡al 5 % en 2009 y otro 5 % en 2010[4]! No podemos saber si será así, pero el solo hecho de que uno de los economistas más eminentes del planeta pueda entrever semejante guión catastrófico, da toda su relevancia a la inquietud real de la burguesía. La Organización para la cooperación y el desarrollo económicos (OCDE) prevé que toda la Unión Europea estará en recesión en 2009. Para Alemania, el Deutsche Bank prevé un retroceso del PIB que alcanzaría 4 %[5]. Para darse una idea de la amplitud de tal recesión, cabe recordar que el peor año desde la IIª Guerra mundial ha sido hasta hoy 1975, cuando el PIB alemán bajo "sólo" 0,9 %. Y ningún continente estará a salvo. Japón ya está en recesión e incluso China, esa nueva Jauja capitalista, no podrá evitar ese freno brutal. Resultado: la demanda se ha desmoronado hasta el punto de que todos los precios, incluido el petróleo, están a la baja. Resumiendo: la economía mundial anda muy mal.
La primera víctima de la crisis es evidentemente el proletariado. En Estados Unidos, la degradación de las condiciones de vida es algo espectacular. 2,8 millones de trabajadores incapaces de hacer frente a los reembolsos de sus hipotecas, están en la calle desde el verano de 2007. Según la Asociación de banqueros hipotecarios MBA, un norteamericano de cada diez con un préstamo inmobiliario está hoy potencialmente amenazado de expulsión. Y este fenómeno ya ha empezado a afectar a Europa, sobre todo a España y Gran Bretaña.
Y se multiplican los despidos. En Japón, Sony ha anunciado un plan sin precedentes de 16 000 supresiones de empleo, entre los cuales 8 000 asalariados con empleo fijo. Este grupo emblemático de la industria nipona nunca antes había despedido a empleados de plantilla. El sector de la construcción, tras la crisis inmobiliaria, está funcionando al ralentí. La construcción y obras públicas en España van a perder nada menos que ¡900 000 empleos de aquí a 2010! Y lo que pasa en los bancos es como el pimpampum de las ferias. Citigroup, uno de los mayores del mundo va a suprimir 50 000 empleos cuando ya ha destruido 23 000 desde principios de 2008. En 2008, sólo en ese sector, se suprimieron 260 000 en EEUU y Gran Bretaña. Y un empleo en las finanzas genera una media de cuatro empleos directos. El hundimiento de las instituciones financieras significa desempleo para cientos de miles de familias obreras. Otro sector muy afectado es el de la automoción. Este otoño, por todas partes, se han desmoronado las ventas de vehículos en más de 30%. Renault, primer constructor francés ha parado prácticamente su producción desde mediados de noviembre; no sale ningún coche de sus talleres y eso que ya sus cadenas de montaje funcionaban desde hace meses al 54 % de sus capacidades. Toyota va a suprimir 3000 empleos temporales de 6000 (o sea 50 %) en sus factorías de Japón. Pero es, una vez más, de Estados Unidos de donde llegan las noticias más alarmantes: las famosas Big Three de Detroit (General Motors, Ford y Chrysler) están al borde de la quiebra. El monto de 15 mil millones de dólares entregado por el Estado US no bastará para sacarlos durablemente de la marasmo[6] (las Big Three piden un mínimo de 34 mil millones). Necesariamente, va a haber reestructuraciones masivas en los meses venideros. Hay entre 2,3 y 3 millones de empleos amenazados. Y aquí, los obreros despedidos perderán junto al empleo su seguro de enfermedad y de jubilación
Ni que decir tiene que la consecuencia evidente de esa destrucción masiva de empleos es la explosión del paro. En Irlanda, "modelo económico de la última década", la cantidad de desempleados se ha más que duplicado en un año, o sea la mayor subida nunca antes registrada. España acaba el año con 3,13 millones de parados, o sea ¡un millón más que en 2007[7]. En Estados Unidos, se destruyeron 2,6 millones de empleos en 2008, lo nunca visto desde 1945[8]. El fin de año ha sido especialmente desastroso con más de 1,1 millones de puestos de trabajo perdidos entre noviembre y diciembre. A un ritmo así, podría haber 3 o 4 millones más de desempleaos de aquí al principio del verano de 2009.
Y para los "suertudos" que ven cómo sus colegas son despedidos, el porvenir va a ser "trabajar mucho para ganar mucho menos"[9]. Así, según el último informe de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) titulado Informe mundial sobre los salarios 2008/09, "Se avecinan tiempos difíciles para los mil millones y medio de asalariados en el mundo", "la crisis económica mundial desembocará en dolorosos recortes salariales".
El resultado inevitable de todos esos ataques es el incremento importante de la miseria. De Europa a Estados Unidos, todas las asociaciones caritativas han podido comprobar el aumento de al menos 10 % de la afluencia a los comedores de beneficencia. Esta ola de pauperización significa que alojarse, curarse y alimentarse va a ser cada día más difícil. También significa que para los jóvenes de hoy este mundo capitalista no le ofrece ningún porvenir.
Los mecanismos económicos que han causado la crisis actual empiezan a ser bastante conocidos. La televisión nos abruma con reportajes con los que pretenden "revelarnos" los entresijos de la crisis. Para decirlo simplemente, durante años, el consumo de las "familias norteamericanas" (o sea, las familias obreras) se mantuvo artificialmente mediante todo tipo de créditos, especialmente un crédito con un éxito fulgurante: los préstamos hipotecarios de alto riesgo o "subprimes". Bancos, instituciones financieras, fondos de pensión...todos a prestar a mansalva sin preocuparse de la capacidad real de esos obreros para rembolsar (de ahí lo de "alto riesgo") con tal de que poseyeran un bien inmobiliario (de ahí lo de "hipotecario"). En el peor de los casos, pensaban, serían compensados mediante la venta de las casas hipotecadas de los deudores que no consiguieran rembolsar sus deudas. Se produjo entonces un efecto bola de nieve: cuanto más préstamos pedían los obreros - especialmente para comprarse la vivienda- más subían los inmuebles; y cuando más subían éstos más podían pedir prestado los obreros. Y todos los especuladores del planeta se metieron en la danza: se pusieron también ellos a comprar casas para venderlas después más caras y, sobre todo, se pusieron a venderse unos a otros esas famosas subprimes mediante la llamada "titulización", o sea la transformación de esos préstamos en valores mobiliarios intercambiables en el mercado mundial como las acciones y las obligaciones. En una década, la burbuja especulativa se volvió enorme; todas las instituciones financieras del planeta realizaron operaciones de ese tipo a alturas de miles de miles de millones de dólares. Dicho de otra manera: las familias consideradas insolventes se convirtieron en gallinas de huevos de oro de la economía mundial.
Evidentemente, le economía real acabó por llamar a todo el mundo a la dura realidad. En la "vida verdadera", todos los obreros súperendeudados han conocido también la subida de los precios y la congelación salarial, los despidos, la baja de los subsidios de desempleo ... En resumen, se empobrecieron de tal modo que la mayoría fue incapaz de hacer frente a los plazos de sus hipotecas. Los capitalistas expulsaron entonces manu militari a los morosos para vender de nuevo los bienes inmobiliarios... pero las casas en venta eran tantas[10] que los precios empezaron a bajar y... ¡cataplum!... bajo el sol veraniego del verano de 2007 se derritió de repente la enorme bola de nieve. Los bancos se encontraron con cientos de miles de deudores insolventes y otras tantas viviendas que ya no valían nada. Y llegó la quiebra, el krach.
Cuando se resume así, parece algo absurdo. Prestar a personas sin medios para devolver el dinero es algo contrario al sentido común capitalista. Y, sin embargo, la economía mundial ha basado lo esencial de su crecimiento en semejante patraña. ¿Por qué? ¿Por qué una locura así? La respuesta que dan periodistas, políticos y economistas es sencilla y unánime: ¡la culpa es de los especuladores!, ¡Los culpables son esos "patronos truhanes" y su codicia! ¡La culpa la tienen esos "banqueros irresponsables"! Y hoy todos se ponen a cantar en coro las cantinelas tradicionales de la izquierda y la extrema izquierda sobre los desastres de la "desregulación" y el "neoliberalismo" (una especie de liberalismo desbocado), llamando a que vuelva el Estado..., lo cual revela, por otra parte, la verdadera naturaleza de las propuestas "anticapitalistas" de la izquierda y la extrema izquierda. Y así, Sarkozy proclama que "el capitalismo debe refundarse sobre bases éticas". Merkel insulta a los especuladores. Zapatero señala con dedo acusador a los "fundamentalistas del mercado". Y Chávez, ilustre paladín del "socialismo del siglo XXI", comenta las medidas nacionalizadoras tomadas en urgencia por Bush diciendo: "El camarada Bush está tomando algunas medidas propias del camarada Lenin" [11]. Todos vienen a decirnos que la esperanza se está ahora volviendo hacia "otro capitalismo", más humano, más moral... ¡más estatal!
¡Mentiras! Todo lo que cuentan esos políticos es falso empezando por su explicación de la recesión.
En realidad es el propio Estado el que organizó ese endeudamiento general de las familias. Para mantener artificialmente la economía, los Estados han abierto de par en par las compuestas del crédito disminuyendo los tipos de interés de los bancos centrales. Estos bancos estatales prestaban a bajo interés, a menos de 1% a veces, permitiendo así que el dinero circulara a espuertas. El endeudamiento mundial fue así el resultado de una opción deliberada de la burguesía y no de no se sabe qué "desregulación". ¿Cómo entender, si no, la declaración de Bush al día siguiente del 11 de septiembre de 2001?. Ante a la recesión que se estaba iniciando entonces, lanzó a los obreros: "Sean buenos patriotas, ¡consuman!". El Presidente norteamericano lanzaba un mensaje claro a todo el ámbito financiero: multipliquen los créditos al consumo, sino la economía nacional se hundirá[12]
En realidad hace ya décadas que el capitalismo sobrevive de esa manera, a crédito. El gráfico 1 [13], que presenta la evolución de la deuda total estadounidense (o sea, la del Estado, de las empresas y de las familias) desde 1920, habla por sí solo. Para comprender el origen de ese fenómeno e ir más allá de la explicación tan simplista como fraudulenta de la "locura" de los banqueros, de los especuladores y de los patronos, hay que desvelar "el gran secreto de la sociedad moderna": "la fabricación de plusvalía" [14], según la expresión de Marx.
El capitalismo lleva en sí, desde siempre, una especie de enfermedad congénita: produce una toxina que su organismo no consigue eliminar, la sobreproducción. Fabrica, en efecto, más mercancías de las que su mercado puede asimilar. ¿Por que? Pongamos un ejemplo puramente teórico: un obrero que trabaja en una cadena de montaje o ante un ordenador y a quien pagan a fin de mes 800 euros. En realidad no ha producido lo equivalente a 800 euros, lo que cobra, sino por el valor de 1200 euros. Ha realizado un trabajo no remunerado o, dicho de otra manera, una plusvalía. ¿Qué hace el capitalista con los 400 euros que le ha robado al obrero (a condición de que consiga vender la mercancía producida)? Una parte se la queda él, pongamos 150 euros, y los 250 restantes los reinvierte en el capital de su empresa, comprando máquinas más modernas la mayoría de las veces, etc. ¿Por qué actúa así el capitalista? Pues porque no tiene otra opción. El capitalismo es un sistema de competencia, hay que vender más barato que otro que fabrica el mismo tipo de productos. Por consiguiente, el patrón está obligado no sólo a bajar sus costes de producción, o sea los salarios[15], sino además a usar una parte cada vez mayor del trabajo extraído y no pagado para reinvertirlo en máquinas mejores y más idóneas[16] para aumentar la productividad. Y si no lo hace, no podrá modernizarse y tarde o temprano la competencia sí lo hará, venderá más barato y echará mano del mercado. El sistema capitalista está así afectado por un fenómeno contradictorio: al no retribuir a los obreros lo equivalente a lo trabajado y al obligar a los patronos a renunciar al consumo de una gran parte de la ganancia así extraída, el sistema produce más valor que el que reparte. Ni los obreros ni los capitalistas reunidos nunca podrán absorber ellos solos todas las mercancías producidas. Ese sobrante de mercancías ¿quién lo consumirá? Para ello, el sistema debe forzosamente encontrar nuevos mercados fuera del marco de la producción capitalista; eso es lo que se llama marcados extracapitalistas (en el sentido de exteriores al capitalismo, que no funcionan en una relación capitalista).
Por eso en el siglo XVIII y sobre todo en el XIX, el capitalismo se lanzó a la conquista del mundo: tenía que encontrar constantemente nuevos mercados, en Asia, en África, en las Américas, para sacar beneficios vendiendo sus mercancías sobrantes, si no su economía quedaría paralizada. Y esto ocurría regularmente cuando no conseguía realizar rápidamente nuevas conquistas. El Manifiesto comunista de 1848 hace una descripción magistral de ese tipo de crisis: "...una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio". En aquel tiempo, sin embargo, al estar el capitalismo en pleno crecimiento, y que podía precisamente conquistar nuevos territorios, cada crisis dejaba el sitio a un nuevo período de prosperidad. "La necesidad de una venta cada vez más expandida de sus productos lanza a la burguesía a través de todo el orbe. Ésta debe establecerse, instalarse y entablar vinculaciones por doquier. (...) Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada con la cual demuele todas las murallas chinas, con la cual obliga a capitular a la más obcecada xenofobia de los bárbaros. Obliga a todas las naciones a apropiarse del modo de producción de la burguesía, si es que no quieren sucumbir; las obliga a instaurar en su propio seno lo que ha dado en llamarse la civilización, es decir, a convertirse en burguesas. En una palabra, crea un mundo a su propia imagen y semejanza" (Manifiesto comunista). Pero ya entonces Marx entreveía en esas crisis periódicas algo más que un simple ciclo eterno que acabaría desembocando siempre en la prosperidad. Veía en ellas la expresión de las contradicciones profundas que socavan el capitalismo. Al "apoderarse de nuevos mercados", la burguesía "prepara crisis más generales y profundas, a la vez que reduce los medios para prevenirlas". (Ídem) y, también, en Trabajo asalariado y Capital, "ya por el solo hecho de que a medida que crece la masa de producción y, por tanto, la necesidad de mercados más extensos, el mercado mundial va reduciéndose más y más, y quedan cada vez menos mercados nuevos que explotar, pues cada crisis anterior somete al comercio mundial un mercado no conquistado todavía o que el comercio sólo explotaba superficialmente ».
A lo largo de los siglos XVIII y XIX, las potencias capitalistas principales se lanzaron a una carrera por conquistar el mundo; se repartieron progresivamente el planeta en colonias, formando verdaderos imperios. De vez en cuando echaban el ojo al mismo territorio y se encontraban frente a frente; estallaba entonces una guerra y el vencido se iba rápidamente a otro rincón del planeta a encontrar otra tierra por conquistar. Pero a principios del siglo XX, las grandes potencias se habían repartido la dominación el mundo. Ya no se trataba para ellas de echar carreras en África, Asia o las Américas, sino lanzarse a una guerra sin cuartel para defender sus zonas de influencia y echar mano a cañonazos de las de sus competidores imperialistas. Era una cuestión de supervivencia para las naciones capitalistas, necesitaban imperativamente poder mandar su sobreproducción a los mercados no capitalistas. No es casualidad si fue Alemania la que, con pocas colonias y dependiente de la buena voluntad del Imperio Británico para comerciar en sus posesiones (dependencia insoportable para una burguesía nacional), se mostró más agresiva hasta la declaración, en 1914, de la Iª Guerra mundial. Esta carnicería hizo 11 millones de muertos, causó sufrimientos horribles y provocó un traumatismo moral y psicológico a generaciones sucesivas. Aquel horror anunció la entrada en una nueva época, la era más brutal de la Historia. El capitalismo alcanzó entonces su apogeo y entró en su período de decadencia. El krach de 1929 será una confirmación patente.
Y sin embargo, tras más de cien años de lenta agonía, ese sistema sigue en pie, tambaleándose, medio enfermo, pero ahí sigue. ¿Cómo hace para sobrevivir? ¿Por qué su organismo no está totalmente paralizado por la toxina de la sobreproducción? Es aquí donde entra en juego el recurso al endeudamiento. La economía mundial ha logrado evitar un desmoronamiento espectacular usando ese recurso de manera cada vez más masiva.
Como lo demuestra el gráfico 1, desde principios del s. XX, la deuda total estadounidense pierde pie para acabar disparándose en los años 1920. Las deudas aplastan a hogares, empresas y bancos. La caída brutal de la curva del endeudamiento en los años 1930 y 1940 es engañosa. En efecto, la gran Depresión de los años 1930 es la primera gran crisis económica de la decadencia. La burguesía no estaba todavía preparada para un choque semejante. Al principio no reaccionó o lo hizo mal. Al cerrar las fronteras (proteccionismo), se acentuó la sobreproducción y la "toxina" causó estragos. Entre 1929 y 1933, la producción industrial norteamericana cayó a la mitad[17]; el desempleo golpeó a 13 millones de obreros, desplegándose las sombrías alas de una miseria sin nombre: dos millones de norteamericanos se encontraron de repente sin techo[18]. En un primer tiempo, el gobierno no acudió en auxilio del sector financiero: de los 29 000 bancos existentes en 1921, sólo quedarían 12 000 a finales del mes de marzo de 1933; y la hecatombe continuaría hasta 1939[19]. Todas esas bancarrotas son sinónimo de desaparición pura y simple de montañas de deudas[20]. En cambio, lo que no aparece en ese gráfico es el incremento de la deuda pública. Tras cuatro años de política de espera, el Estado US acabó tomando medidas: fue el New Deal de Roosevelt. ¿En qué consistía dicho plan del que tanto se habla hoy? Era una política consistente en realizar grandes obras basada en...recurrir masivamente y a un nivel desconocido al endeudamiento estatal (de 17 mil millones en 1929, la deuda pública pasó a 40 mil millones en 1939[21]).
La burguesía sacaría más tarde las lecciones de aquel naufragio. Al terminar la IIª Guerra mundial, instauró a nivel internacional unos organismos monetarios y financieros (en la conferencia de Bretton Woods) y, sobre todo, sistematizó el recurso al crédito. Así, tras haber bajado al máximo en 1953-1954 y a pesar de la corta calma de los años 1950 y 1960 [22], la deuda total estadounidense volvió a incrementarse lenta pero firmemente desde mediados de los años 1950. Y cuando volvió a aparecer la crisis en 1967, la clase dominante no esperó esta vez cuatro años para reaccionar. Recurrió inmediatamente a los créditos. Estos cuarenta últimos años pueden efectivamente resumirse en una sucesión de crisis y de incremento exponencial de la deuda mundial. En Estados Unidos hubo, oficialmente, recesiones en 1969, 1973, 1980, 1981, 1990 y 2001[23]. La solución utilizada por la burguesía de EEUU para encararlas también es observable en el gráfico: la pendiente de la deuda empieza a empinarse fuertemente a partir de 1973 y más todavía a partir de los años 1990. Y todas las clases dominantes del mundo han actuado de la misma manera. El endeudamiento no es ni mucho menos la solución mágica. El gráfico 2 [24] muestra que desde 1966, el endeudamiento es cada vez menos eficaz para engendrar el crecimiento[25]. Es un círculo vicioso: los capitalistas producen más mercancías que las que puede absorber normalmente el mercado; y después, el crédito crea un mercado artificial; los capitalistas venden, pues, sus mercancías y reinvierten así sus ganancias en la producción y... vuelta a empezar: se necesitan nuevos créditos para vender las nuevas mercancías. No solo se acumulan así las deudas, sino que, en cada nuevo ciclo, las deudas deberán ser más grandes todavía para poder mantener una tasa de crecimiento idéntico puesto que la producción se ha ampliado. Además no se inyecta en el circuito de producción una parte cada vez mayor de créditos, sino que desaparece inmediatamente tragada por el abismo de los déficits. En efecto, los hogares súper-endeudados suelen contraer un nuevo préstamo para rembolsar sus deudas anteriores. Y los Estados, las empresas y los bancos funcionan de la misma manera. En fin, durante estos últimos 20 años, al estar la "economía real" constantemente en crisis, una parte creciente del dinero creado se iba a alimentar las burbujas especulativas (la burbuja Internet, la de las Telecomunicaciones, la inmobiliaria...) [26]. Era en efecto más rentable y, al cabo, menos arriesgado especular en la Bolsa que invertir en la producción de unas mercancías que no logran venderse. Hay hoy 50 veces más de dinero circulando en las Bolsas que en la producción[27].
Y la huida ciega por el camino del endeudamiento no solo es cada vez menos eficaz, sino que sobre todo, desemboca irremediable y sistemáticamente en una crisis económica devastadora. El capital no puede andar sacando dinero del sombrero. Es el abecé de comercio: toda deuda debe reembolsarse pues, si no, se pondría al acreedor en una situación difícil que podría llevarlo a la bancarrota. Volvemos así al principio de lo que decíamos: lo único que está haciendo el capitalismo es ganar tiempo frente a su crisis histórica. ¡Peor todavía!, al ir dejando para el día siguiente los efectos de su crisis, está preparando cada vez unas convulsiones económicas más violentas todavía. ¡Eso es lo que hoy está ocurriendo con el capitalismo!
Cuando un particular se arruina, lo pierde todo y lo largan a la calle. La empresa, por su parte, cierra sus puertas. ¿Y un Estado puede hacer bancarrota? Cierto, nunca se ha visto que un Estado "eche el cerrojo". No, desde luego, ¡pero sí que algunos han caído en suspensión de pagos!
En 1982, catorce países africanos súper-endeudados se vieron obligados a declararse oficialmente en suspensión de pagos. En los años 90, hubo países de Latinoamérica y Rusia que se declararon insolventes. Más recientemente, en 2001, Argentina se vino abajo. Claro, concretamente, esos Estados siguieron existiendo, y tampoco se paró la economía nacional. Pero lo que sí se produce cada vez es una especie de seísmo económico: el valor de la moneda nacional se hunde, los acreedores (en general otros Estados) lo pierden todo o gran parte de sus inversiones y, sobre todo, el Estado reduce drásticamente sus gastos despidiendo una buena parte de sus funcionarios y dejando de pagar durante algún tiempo a los que quedan.
Hay hoy muchos países que se encuentran al borde de ese abismo: Ecuador, Islandia, Ucrania, Serbia, Estonia... ¿Y qué ocurre con las grandes potencias? El gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, declaró a finales de diciembre que su estado estaba en "situación de emergencia fiscal". El más rico de los estados norteamericanos, el "Golden State", se dispone a despedir a una buena parte de sus 235 000 funcionarios (los que se queden deberán tomar dos días de paro por mes no pagados a partir del 1º de febrero de 2009) Al presentar el nuevo presupuesto, la ex estrella de Hollywood avisó que "cada cual deberá aceptar sacrificios". Es ése un símbolo fuerte de las enormes dificultades económicas en que está inmersa la primera potencia mundial. Estamos lejos todavía de una suspensión de pagos por parte del propio Estado US, pero ese ejemplo muestra a las claras que los márgenes de maniobra financieros son hoy muy limitados para todas las grandes potencias. El endeudamiento mundial parece haber llegado a saturación: era de 60 billones de dólares (60+12 ceros) en 2007 y, desde entonces se ha hinchado con varios billones más; obligada a seguir por ese camino, la burguesía va a seguir provocando sacudidas económicas devastadoras. El FED ha bajado sus tipos de interés para el año 2009 a 0,25% ¡por primera vez desde su creación en 1913! El Estado norteamericano presta así dinero casi gratuitamente, cuando no perdiéndolo si se tiene en cuenta la inflación. Todos los economistas del planeta llaman a un "new New Deal", soñando con ver a Obama como el nuevo Roosevelt, capaz de volver a arrancar la economía, como en 1933, mediante un gigantesco plan de obras públicas financiado...a crédito[28]. La burguesía lanza regularmente planes de endeudamiento estatal equivalentes al New Deal, desde 1967, sin verdaderos resultados. El problema es que una política así de huida hacia adelante puede arrastrar al dólar hacia el abismo. Son muchos los países que hoy dudan de la capacidad de EEUU para reembolsar algún día sus empréstitos y que podrían acabar por retirar sus inversiones. Así ha sido con China, país que a finales de 2008, ha amenazado al Tío Sam, en lenguaje diplomático eso sí, con dejar de apoyar la economía estadounidense con la compra de los Bonos del Tesoro US: "Cualquier error sobre la gravedad de la crisis acarrearía dificultades tanto para los acreedores como a los deudores. El apetito aparentemente creciente del país por los bonos del Tesoro estadounidense no significa que seguirán siendo una inversión rentable a largo plazo o que el gobierno norteamericano seguirá dependiendo de los capitales extranjeros". Así, en una sola frase, el Estado chino amenaza al norteamericano con cerrar el grifo de dólares chino que alimenta la economía estadounidense desde hace años. Si China realizara su amenaza[29], el desorden monetario internacional subsiguiente sería entonces apocalíptico y los estragos sobre las condiciones de vida de la clase obrera serían enormes. Pero no sólo es China la que empieza a dudar: el miércoles 10 diciembre, por primera vez en su historia, al Estado norteamericano le costó Dios y ayuda para encontrar compradores de un empréstito de 28 mil millones de $. Y como todas las grandes potencias tienen vacías las arcas, interminables listas de deudas y una economía con mala salud, al Estado alemán le pasó el mismo revés: él también, por vez primera desde los años 20, se ha encontrado con las peores dificultades para encontrar compradores de un empréstito de 7 mil millones de euros.
El endeudamiento, claramente, ya sea de las familias, de las empresas o de los Estados, no es sino un paliativo, pero no cura al capitalismo, ni mucho menos, de la enfermedad de la sobreproducción; a lo más, permite sacar del bache momentáneamente a la economía, pero a la vez que prepara otras crisis venideras todavía más violentas. Y a pesar de todo, la burguesía va a proseguir esta política desesperada, sencillamente porque no le queda otra alternativa, como lo demuestra, un ejemplo más, la declaración de Angela Merkel el 8 de noviembre de 2008 en la Conferencia Internacional de París: "No hay otra solución para luchar contra la crisis que acumular montañas de deudas" o la última intervención del jefe economista del FMI, Olivier Blanchard : "Estamos ante una crisis de una amplitud excepcional, cuyo componente principal es el hundimiento de la demanda [...] Es imperativo relanzar [...] la demanda privada, si queremos evitar que la recesión se transforme en Gran Depresión". ¿Y cómo, pues?, pues "incrementando el gasto público".
Y si no es gracias a esos planes de relanzamiento, ¿podrá ser, sin embargo, el Estado el salvador nacionalizando una gran parte de la economía, en particular los bancos y el sector de la automoción? Pues tampoco. Primero, pese a las mentiras tradicionales de la izquierda y de la extrema izquierda, las nacionalizaciones nunca han sido una buena cosa para la clase obrera. Tras la IIª Guerra mundial, el objetivo de la oleada importante de nacionalizaciones era enderezar el aparato productivo destruido, aumentando los ritmos laborales. No olvidemos las palabras de Thorez, Secretario general del Partido Comunista francés y vicepresidente del entonces gobierno dirigido por De Gaulle, que lanzó a la cara de la clase obrera en Francia, y especialmente de los obreros de las empresas públicas: "Si hay mineros que deben morir en el tajo, sus mujeres los sustituirán.", o "¡Arremánguense y manos a la obra por la reconstrucción nacional!" o también "la huelga es el arma de los trusts". ¡Bienvenidos al maravilloso mundo de las empresas nacionalizadas! Eso no es nada nuevo. Los comunistas revolucionarios siempre han puesto en evidencia, desde la experiencia de la Comuna de París de 1871, el papel visceralmente antiproletario del Estado. "El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista colectivo ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tanto más se hace capitalista total, y tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. No se supera la relación capitalista, sino que, más bien, se exacerba." (Anti-Düring, F. Engels, 1878)
Una nueva oleada de nacionalizaciones no aportará nada bueno a la clase obrera. Y tampoco permitirá a la burguesía reanudar con un crecimiento verdadero. ¡Muy al contrario! Lo que anuncian esas nacionalizaciones son borrascas económicas todavía más violentas. En efecto, en 1929, los bancos estadounidenses en bancarrota se desmoronaron llevándose por delante los depósitos de una gran parte de la población norteamericana, hundiendo en la miseria a millones de obreros. Desde entonces, para que no se reprodujera otro desastre parecido, se separó en dos el sistema bancario: por un lado, los bancos de negocios que financian las empresas y se dedican a operaciones financieras de todo tipo, por otro, los bancos de depósito que reciben el dinero de los depositarios y sirven para inversiones relativamente seguras. Ahora bien, barridos por el vendaval de quiebras del año 2008, esos bancos de negocios ya casi ni existen. El sistema financiero de EEUU se ha recompuesto quedando como era antes del 24 de octubre de 1929... Al próximo temporal, todos los bancos "supervivientes" gracias a nacionalizaciones parciales o totales, podrían desaparecer a su vez, pero llevándose por delante esta vez los exiguos ahorros y los salarios de las familias obreras. Si la burguesía nacionaliza hoy, no es desde luego siguiendo un no se sabe qué nuevo plan de relanzamiento económico, sino para evitar la insolvencia inmediata de los mastodontes de las finanzas o de la industria. Se trata de evitar lo peor, de "salvar los muebles"[30].
La montaña de deudas acumuladas durante cuatro décadas se ha convertido en un Everest y nada puede hoy impedir que el capital resbale pendiente abajo. El estado de la economía es patentemente desastroso. Pero tampoco hay que creer que el capitalismo se va a desmoronar así, de golpe. La burguesía no puede dejar que su mundo desaparezca sin reaccionar; intentará desesperadamente, por todos los medios, prolongar la agonía de su sistema, sin preocuparse de los males con los que tortura a la humanidad. Va a continuar su alocada huida ciega hacia más y más deudas y habrá quizás en el futuro, por aquí y allá, cortos momentos de retorno del crecimiento. Lo que sí es seguro es que la crisis histórica del capitalismo acaba de cambiar de ritmo. Tras cuarenta años de lento descenso a los infiernos, el porvenir será de sobresaltos violentos, de espasmos económicos a repetición, que sacudirán no sólo ya a los países del Tercer mundo, sino también a Estados Unidos, Europa, Asia...[31]
El lema de la Internacional comunista de 1919 "¡Para que la humanidad pueda sobrevivir, el capitalismo debe perecer!" es hoy más vigente que nunca.
Mehdi (10 de enero de 2009)
[1] Respectivamente: Paul Krugman (último premio Nóbel de economía), Warren Buffet (inversor americano, apodado "oráculo de Obama" por lo muy respetada que es la opinión de ese millonario de una pequeña ciudad de Nebraska), Jacques Attali (economista y consejero de los presidentes franceses Mitterrand y Sarkozy) y Laurence Parisot (presidenta de la patronal francesa).
[2] Libération, diario francés, 4.08.08
[3] Le Monde diario francés, 22.08.08.
[4] Fuente : https://www.contreinfo.info/ [361]
[5] Les Echos, diario francés, 05.12.08
[6] Este dinero se ha sacado de las arcas del plan Paulson, que, sin embargo, ya es insuficiente para el sector bancario. La burguesía estadounidense está obligada a "desvestir a un santo para vestir a otro", lo que pone de relieve el estado lamentable de las finanzas de la primera potencia mundial.
[7] Les Echos, 08.01.09
[8] Según el Informe publicado el 9 de enero por el departamento de Trabajo de EEUU (Les Echos, 09.01.09)
[9] Uno de los eslóganes principales de la campaña del presidente francés, Nicolas Sarkozy, en 2007, era "Trabajar más para ganar más" (¡sic!).
[10] En 2007, cerca de tres millones de hogares estadounidenses están en incapacidad de pagos (en "Subprime Mortgage Foreclosures by the Numbers" - https://www.americanprogress.org/issues/2007/03/foreclosures_numbers.html [362]).
[11] Por una vez estamos de acuerdo con Chávez. Bush es efectivamente su "camarada". Aunque opuestos en la lucha sin cuartel entre sus dos naciones imperialistas respectivas, no por eso dejan de ser "camaradas" en la defensa del capitalismo y de los privilegios de su clase, la burguesía.
[12] A Alan Greenspan, ex presidente del FED y director de orquesta de esa economía a crédito, hoy lo linchan casi todos los economistas y demás doctores de la ley. ¡Corta memoria tiene toda esa recua de sabiondos!, ¡ya se han olvidado de todas las flores que le echaban cuando lo nombraban "gurú de las finanzas"!
[13] Fuente: eco.rue89.com/explicateur/2008/10/09/lendettement-peut-il-financer-leconomie-americaine.
[14] El Capital, Libro 1.
[15] o, dicho de otro modo, el capital variable.
[16] El capital fijo.
[17] A. Kaspi, Franklin Roosevelt, París, Fayard, 1988, p.20
[18] Esas cifras son tanto más importantes porque la población estadounidense de aquel entonces sólo era de 120 millones. Fuente: Lester V. Chandler, America's Greatest Depression 1929-1941, Nueva York, Harper and Row, 1970, p.24. y sig..
[19] Según Frédéric Valloire, en Valeurs Actuelles, 15.02.2008.
[20] Para ser completos, esa caída de la deuda total se explica también por un mecanismo económico complejo: la creación monetaria. En efecto, el New Deal no fue íntegramente financiado por la deuda, sino también por la simple creación monetaria. Así, el 12 mayo 1933, se autoriza al Presidente a aumentar los créditos a los bancos federales en 3 mil millones de $ y la creación de billetes sin contrapartida en oro o igualmente 3 mil millones de $. El 22 de octubre del mismo año se devalúa el dólar 50 % respecto al oro. Todo eso explica la relativa moderación de los cocientes del endeudamiento.
[21] Source : www.treasurydirect.gov/govt/reports/pd/histdebt/histdebt_histo3.htm [363].
[22] Entre 1950 y 1967, el capitalismo conoce una fase de crecimiento importante, llamado "[los] 30 [años] Gloriosos" o "Edad de oro". El objetivo de este artículo no es analizar las causas de esta especie de paréntesis en medio del marasmo económico del s. XX. Un debate se esta desarrollando hoy en la CCI para entender mejor los resortes de ese período fasto, debate que hemos empezado a publicar en nuestra prensa (leer "Debate interno en la CCI: Les causas del período de prosperidad consecutiva a la IIª Guerra mundial" [364] en Revista internacional n° 133, 2º trimestre 2008). Animamos a todos nuestros lectores a que participen en esta discusión en nuestras reuniones (permanencias, reuniones públicas) por correo [365]o e-mail [366].
[23] Fuente : https://www.nber.org/cycles.html [367].
[24] Fuente: eco.rue89.com/explicateur/2008/10/09/lendettement-peut-il-financer-leconomie-americaine.
[25] En 1966, un dólar de endeudamiento suplementario producía 0,80 dólares de producción de riqueza añadida, mientras que en 2007, ese mismo dólar sólo crea 0,20 de dólar de PIB suplementario.
[26] Los activos y el sector inmobiliario no están contabilizados en el PIB.
[27] O sea que contrariamente a lo que nos cuenta la mayoría de economistas, periodistas y demás cantamañanas, esa "locura especulativa" es el producto de la crisis y no lo contrario.
[28] Cuando ya este artículo estaba ya redactado, Obama acaba de anunciar su plan de relanzamiento tan esperado, que, según los propios economistas, es "muy decepcionante": se van a liberar 775 mil millones para, a la vez, permitir un "regalo fiscal" de 1000 dólares a los hogares americanos (la medida concierne a 95% de éstos) para incitarlos a "volver a gastar", y lanzar un programa de grandes obras en el ámbito de la energía, de las infraestructuras y de la escuela. Ese plan, promete Obama, creará tres millones de empleos "durante los años venideros".. Para la economía estadounidense, que está destruyendo actualmente más de 500 000 empleos al mes, a ese nuevo New Deal (incluso si funciona según las mejores previsiones, lo cual es poco probable) no le salen bien las cuentas.
[29] Esa amenaza revela, por sí misma, el atolladero y las contradicciones en las que está inmersa la economía mundial. En efecto, vender masivamente sus dólares sería para China como cortar la rama en la que está sentada, pues EEUU es la salida mercantil principal de sus mercancías. Por eso China sigue por ahora apoyando en gran parte la economía norteamericana. Pero, por otro lado, también se da cuenta de que la rama está medio podrida, carcomida, y tampoco desearía estar sentada en ella cuando empiece a resquebrajarse.
[30] Pero también, así, está creando un terreno más propicio para el desarrollo de las luchas. En efecto, al transformarse en su patrono oficial, los obreros tendrán todos enfrente directamente al Estado en sus luchas. En los años 80, la oleada importante de privatización de grandes empresas (bajo Thatcher en Gran Bretaña, por ejemplo) fue una dificultad suplementaria con la que desviar la lucha de clases. Los obreros, no sólo eran convocados por los sindicatos a la lucha para salvar las empresas públicas o, dicho de otra manera, a ser explotados por un patrono (el Estado) más que por otro (privado), sino que además ya se enfrentaban no al mismo patrón (el Estado), sino a una serie de patronos privados diferentes. Así, sus luchas eran a menudo dispersas y, por lo tanto, impotentes. En el futuro, al contrario, será más fértil el terreno para las luchas de los obreros unidos contra el Estado.
[31] El subsuelo económico está tan minado que es difícil saber qué bomba va a estallar en el futuro. Pero hay un nombre que se repite a menudo en las revistas de economía en la pluma de sus angustiados especialistas: los CDS, por "credit default swap", una especie de seguro mediante el cual un establecimiento financiero se protege del riesgo de morosidad en el pago de un crédito. El total del mercado de los CDS se estimaba en 60 billones (60+12 ceros) dólares en 2008. O sea, si una crisis de esos CDS según el modelo de la crisis de las subprimes sería terriblemente asoladora. Se llevaría por delante, en particular, a todos los fondos de pensión norteamericanos y, por lo tanto, las pensiones obreras.
"La primera crisis global de la humanidad" (OMC, abril de 2009) ([1]). La recesión "más profunda y sincronizada de memoria humana" (OCDE, marzo de 2009) ([2])! Según la opinión de las grandes instituciones internacionales, la crisis económica actual alcanza una gravedad sin precedentes. Para enfrentarla se movilizan desde hace meses todas las fuerzas de la burguesía. La clase dominante intenta frenar a toda costa la caída de la economía mundial en los infiernos. El G20 es sin duda alguna el símbolo más fuerte de esa reacción internacional ([3]).
A principios de abril, todas las esperanzas capitalistas estaban puestas en Londres, ciudad en la que se celebraba la cumbre salvadora que debía "reactivar la economía y moralizar el capitalismo". Y si nos creemos las declaraciones de los distintos dirigentes del planeta, ese G20 fue un verdadero éxito. "Fue el día en que se unió el mundo para combatir la recesión" lanzó el Primer ministro británico, Gordon Brown. "Va más allá de lo que podíamos imaginar", se emocionó el Presidente francés Nicolas Sarkozy. "Se trata de un compromiso histórico para una crisis excepcional", consideró por su parte la canciller alemana Angela Merkel. Y para Barack Obama, esta cumbre ha sido un "cambio de rumbo".
Obviamente, la verdad es muy otra.
Estos meses pasados, la crisis económica ha reavivado las tensiones internacionales. En un primer momento apareció la tentación del proteccionismo. Cada Estado procura ante todo salvar parte de su economía subvencionándola y concediéndole privilegios nacionales contra la competencia extranjera. Un ejemplo ha sido el plan de apoyo al sector de la automoción decidido en Francia o España, plan agriamente criticado al principio por sus "amigos" europeos. Después vino la tendencia a realizar planes de reactivación cada uno por su lado, especialmente para el rescate del sector financiero. Y los Estados Unidos, epicentro del seísmo financiero, al haber sido golpeados de lleno por la borrasca económica, tienen numerosos competidores que intentan aprovecharse de la situación para debilitar aún más su liderazgo económico. Tal es el sentido de las llamadas al "multilateralismo" por parte de Francia, Alemania, China, los países sudamericanos...
Este G20 de Londres se anunciaba por lo tanto tenso y, entre bastidores, los debates fueron sin duda agitados. Pero las apariencias quedaron a salvo, se evitó la catástrofe para la burguesía de un G20 caótico. La burguesía no ha olvidado hasta qué punto la ausencia de coordinación internacional y la tendencia desenfrenada a tirar cada uno por su lado contribuyeron en el desastre de 1929. El capitalismo se enfrentó entonces a la primera gran crisis de su período de decadencia ([4]), la clase dominante todavía no sabía hacerle frente. Inicialmente, los estados no reaccionaron. De 1929 a 1933, no se tomó casi ninguna medida mientras los bancos quebraban uno tras otro. El comercio mundial se hundió literalmente. En 1933 se esbozó una primera reacción: fue el primer New Deal ([5]) de Roosevelt. Este plan de reactivación consistía en una política de grandes obras y de endeudamiento estatal, pero también una ley proteccionista, el "Buy American Act" ("comprar americano") ([6]). Todos los países se lanzan entonces a la carrera al proteccionismo. El comercio mundial, sin embargo ya en mal estado, sufrió un choque suplementario. Con sus medidas, las burguesías acabaron empeorando la crisis mundial en los años treinta.
Las burguesías hoy quieren evitar todas ellas que se repita este círculo vicioso crisis-proteccionismo-crisis... Tienen conciencia de que deben hacerlo todo para no repetir los errores del pasado. Era imperativamente necesario que este G20 hiciera alarde de unidad de las grandes potencias contra la crisis, en particular para apoyar el sistema financiero internacional. El FMI dedicó incluso un punto específico de su "Documento de trabajo" preparatorio al G20 para poner en guardia contra ese peligro de que cada cual vaya por su cuenta ([7]). Se trata del apartado 13 titulado "El espectro del proteccionismo comercial y financiero es una preocupación creciente": "A pesar de los compromisos asumidos por los países del G20 [el de noviembre de 2008] de no recurrir a medidas proteccionistas, se han producido inquietantes descontroles. Las fronteras son poco claras entre la intervención pública destinada a contener el impacto de la crisis financiera en los sectores en dificultad y las subvenciones inadecuadas para las industrias cuya viabilidad a largo plazo es discutible. Algunas políticas de apoyo a las finanzas también conducen a los bancos a orientar el crédito hacia su país. Al mismo tiempo, hay riesgos crecientes de que algunos países emergentes enfrentados a presiones exteriores sobre sus cuentas intenten imponer controles de capitales." Y el FMI no fue el único en lanzar tales advertencias: "Temo [que un] retorno generalizado al proteccionismo sea probable, los países deficitarios, como Estados Unidos, podrían ver en ese proteccionismo el medio de reforzar la demanda de la producción interna y el nivel de empleo. [...] Se trata de un momento decisivo. Se ha de escoger entre volverse hacia el exterior o replegarse hacia soluciones internas. Esta segunda opción se intentó en los años treinta. Esta vez, debemos intentar la primera" (Martin Wolf, ante la Comisión de Asuntos exteriores del Senado de Estados Unidos, 25 de marzo de 2009) ([8]).
El G20 oyó el mensaje: los dirigentes del mundo supieron presentar una apariencia de unidad y escribir en su comunicado final: "No repetiremos los errores del pasado", que fue seguido por "¡Uf!" de alivio en el mundo entero. Como lo escribe el diario económico francés les Echos del 3 de abril, "la primera conclusión que se impone con respecto al G20 que se celebró ayer en la capital británica, es que no falló, y ya es mucho. Después de las tensiones de estas últimas semanas, las veinte grandes economías del planeta han hecho alarde de su unidad" frente a la crisis.
Concretamente, los países se comprometieron a no establecer barreras, incluso sobre los flujos financieros, encargando a la OMC que compruebe escrupulosamente que se respeta ese compromiso. Por otra parte, 250 mil millones de dólares serán puestos a disposición de agencias de apoyo a la exportación o agencias de inversión con el fin de ayudar a la reanudación del comercio internacional. Pero, sobre todo, el incremento de las tensiones no agrió una cumbre que podía haber acabado en reyerta. Se salvaron las apariencias. Ése fue el único éxito del G20. Pero un éxito sin duda temporal pues el aguijón de la crisis va a seguir espoleando irremediablemente la desunión internacional.
Desde el verano 2007, y la famosa crisis de las "subprimes", los planes de reactivación se suceden a un ritmo desenfrenado. Los primeros anuncios de inyecciones masivas de miles de millones de dólares, hicieron momentáneamente soplar un viento de optimismo. Pero al seguir empeorándose inexorablemente la crisis, cada nuevo plan provoca hoy más escepticismo. Paul Jorion, sociólogo especializado en economía (y uno de los primeros en haber anunciado la catástrofe económica), ironiza con esa repetición de fracasos: "Hemos pasado insensiblemente de las pequeñas ayudas de 2007, calculadas en miles de millones de euros o dólares, a las grandes de principios de 2008, y a las enormes de finales del año que ahora se calculan en cientos de miles de millones. Y 2009, es el año de las ayudas "enormes" ("Kolossal", dice el autor), con importes calculados ahora en "trillones" de euros o dólares. ¡Y a pesar de la ambición siempre más faraónica, sigue sin verse la menor luz al final del túnel!" ([9]).
¿Y qué propone el G20? ¡Una nueva escalada igualmente ineficaz! 5 billones ([10]) de dólares van a inyectarse en la economía mundial de aquí a finales de 2010 ([11]). La burguesía no tiene ninguna otra "solución" y revela así su impotencia ([12]). La prensa internacional no se equivoca: "La crisis dista mucho de acabarse y habría que ser un redomado ingenuo para creer que las decisiones del G20 van a cambiarlo todo" (la Libre Belgique), "Han fracasado en un momento en que la economía mundial está haciendo implosión" (New York Times), "La reactivación dejó de piedra a la cumbre del G20" (Los Angeles Times).
Las estimaciones de la OCDE para 2009, generalmente tan optimistas, no dejan la menor duda sobre lo que le espera a la humanidad en los próximos meses, con G20 o sin él. Según aquélla, ¡Estados Unidos tendrá una recesión de 4 %, la Zona euro de 4,1 % y Japón de 6,6! Por su parte, el Banco mundial afirmó, el lunes 30 de marzo, que en 2009 habría una contracción del 1,7 % del PIB mundial, lo que constituiría el retroceso más fuerte nunca antes registrado de la producción mundial". La situación va pues a empeorarse en los próximos meses, cuando ya la crisis actual es peor que la de 1929. Los economistas Barry Eichengreen y Kevin O'Rourke han calculado que la baja de la producción industrial mundial es desde hace nueve meses tan violenta como en 1929, que la caída de los valores bursátiles es dos veces más rápida, así como el retroceso del comercio mundial ([13]).
Todas estas cifras contienen una realidad muy concreta y dramática para millones de obreros en el mundo. En Estados Unidos, primera potencia mundial, desaparecieron unos 663 000 empleos durante el mes de marzo, con un total que alcanza ya 5,1 millones de empleos destruidos en 2 años. Todos los países están hoy brutalmente golpeados por la crisis. En España, por ejemplo, el desempleo acabara sobrepasando ¡el 17 % en 2009!
Pero esta política no es simplemente ineficaz hoy, sino que, además, está preparando crisis aún más violentas en el futuro. En efecto, todos esos miles de millones se están fabricando mediante el recurso masivo al endeudamiento, de modo que estas deudas tendrán que ser reembolsadas un día (no tan lejano). Incluso los burgueses lo dicen: "Queda claro que la consecuencia de esta crisis es que habrá que pagar la factura: habrá pérdidas de riqueza, pérdidas de patrimonio, pérdidas de rentas, pérdidas de empleos... no es pensable, sería demagogia, decir que nadie va a pagar total o parcialmente esa factura" (Henri Guaino, consejero especial del Presidente de la República en Francia, el pasado 3 de abril) ([14]). Con la acumulación de deudas el capitalismo está sencillamente hipotecando el futuro económico.
¿Y qué decir de todos esos periodistas que se congratularon por la importancia recobrada del FMI? El G20 ha triplicado los medios financieros de esa institución, elevándolos a 750 000 millones de dólares con, además, la autorización de emisión de Derechos Especiales de Giro (DEG) ([15]) de 250 000 millones de dólares. Se entiende así por qué su Presidente, Dominique Strauss-Kahn, ha declarado que se trataba del "mayor plan de reactivación coordinado nunca antes decidido" en la historia. Misión se le dio "de ayudar a los mas débiles", en particular a unos países del Este al borde de la quiebra. Pero el FMI es una extraña tabla de salvación. La fama - justificada - de esta organización es la de imponer una austeridad draconiana en contrapartida a su "ayuda". Reestructuraciones, despidos, desempleo, supresión de subsidios de todo tipo, baja de pensiones... ése es "el efecto FMI". Esta organización acudió, por ejemplo, a salvar Argentina en los años noventa hasta... ¡el hundimiento de esta economía en 2001!
No sólo este G20 no ha hecho despejar el cielo capitalista, pero sí ha dejado entrever, en cambio, un porvenir con más nubarrones todavía.
Habida cuenta de la incapacidad patente de ese G20 de proponer verdaderas soluciones para el futuro, le resultaba difícil a la burguesía prometer una vuelta rápida al crecimiento y a un futuro radiante. Y está ahora produciéndose en las filas obreras una profunda aversión hacia el capitalismo y también una reflexión creciente sobre el futuro, de modo que la clase dominante se ha apresurado a responder, a su manera, a ese cuestionamiento. A bombo y platillo, el G20 ha prometido un capitalismo nuevo, mejor controlado, más moral, más ecológico...
La maniobra es tan grosera que cae en el ridículo. A modo de moralización del capitalismo, el G20 miró con gesto enfurruñado hacia algunos "paraísos fiscales", amenazando con posibles sanciones, en las que iba a pensar con urgencia de aquí a finales del año (¡sic!), para los países que no hagan un esfuerzo de "transparencia". Se señalaron con el dedo cuatro territorios inscritos en la famosa "lista negra": Costa Rica, Malasia, Filipinas y Uruguay. Se echó el sermón y se clasificó a otras naciones en "lista gris". En esa están, por ejemplo, Austria, Bélgica, Chile, Luxemburgo, Singapur y Suiza.
O sea, ¡que los principales "paraísos fiscales" están ausentes! Las islas Caimanes y su hedge funds, los territorios dependientes de la corona británica (Guernsey, Jersey, Isla de Man), la City de Londres, estados federados de EEUU como Delaware, Nevada o Wyoming... todos ellos son oficialmente más blancos que la nieve más blanca (y están pues en la lista blanca). ¿Cómo interpretar esta clasificación de los paraísos fiscales por el G20?, ¿como una estupidez o una payasada?.
Colmo de la hipocresía, a los pocos días de la Cumbre de Londres, la OCDE - responsable de esta clasificación - anunció la salida de los cuatro países de la lista negra, ¡a cambio de promesas de transparencia!
No hay nada de asombroso en toda esta historia. ¿Cómo podrían "moralizar" lo que sea esos grandes responsables capitalistas, verdaderos gángsteres desalmados? ([16]) ¿Y cómo un sistema basado en la explotación y la búsqueda de la ganancia por la ganancia podría ser "más moral"? Nadie se esperaba seriamente por otra parte ver surgir de este G20 un "capitalismo más humano". Eso no existe y los dirigentes políticos lo invocan como cuando los padres hablan de Papá Noel a sus hijos. Este tiempo de crisis revela al contrario, aún más crudamente, el rostro inhumano de este sistema. Hace casi 130 años, Paul Lafargue escribía "La moral capitalista (...) anatematiza la carne del trabajador; su ideal es reducir al productor al mínimo de las necesidades, suprimir sus placeres y sus pasiones y condenarlo al papel de máquina que produce trabajo sin tregua ni piedad" (el Derecho a la pereza) y podríamos añadir que la única "tregua" que le es posible es el del desempleo y la miseria. Cuando la crisis económica golpea, se despide a los trabajadores, echándolos a la calle como trastos inútiles. El capitalismo sigue siendo y siempre será un sistema de explotación brutal y cruel.
Pero la tosquedad de la maniobra es en sí misma reveladora. Demuestra que de verdad no tienen ya nada que proponer, que el capitalismo no aportará ya nada bueno a la humanidad, solo miseria y sufrimiento. Y es tan ilusorio imaginarse un capitalismo "ecológico" o "moral" como cuando se soñaba con que los alquimistas transformaran el plomo en oro.
Si este G20 demuestra algo, es que otro mundo capitalista no es posible. Probablemente la crisis conocerá altibajos, con momentos específicos de vuelta al crecimiento. Pero, básicamente, el capitalismo va a seguir hundiéndose económicamente, sembrando miseria y generando guerras.
No hay nada que esperar de este sistema. La burguesía, con sus cumbres internacionales y sus planes de reactivación, no forma parte de la solución sino del problema. Sólo la clase obrera puede cambiar el mundo, pero necesita para eso volver a recuperar su confianza en la sociedad que sólo ella puede alumbrar: ¡el comunismo!
Mehdi (16 de abril 2009)
[1]) Declaración de Pascal Lamy, Director general de la Organización mundial del comercio (https://www.lesechos.fr/info/inter/4850338-electrochoc.htm [369]).
[2]) Informe intermedio de la Organización de cooperación y desarrollo económicos (https://www.oecd.org/dataoecd/18/1/42443150.pdf [370]).
[3]) El G20 está compuesto por los miembros del G8 (Alemania, Francia, Estados-Unidos, Japón, Canadá, Italia, Reino Unido, Rusia) a los cuales se han añadido Sudáfrica, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Turquía, y la Unión Europea (y últimamente, gracias a Sarkozy, han añadido una silla plegable para España). Una primera cumbre se celebró en noviembre de 2008, en plena tormenta financiera.
[4]) Léase nuestra serie de artículos "Entender la decadencia del capitalismo" (https://es.internationalism.org/series/201 [371]).
[5]) Hay un mito muy propagado hoy, según el cual el New Deal de 1933 habría permitido a la economía mundial salir del marasmo económico. Y, conclusión lógica, habría que llamar hoy a un "New" "New Deal". En realidad, la economía norteamericana, entre 1933 y 1938, seguiría inactiva; fue el segundo New Deal, el de 1938, el que permitió reactivar la máquina. Ahora bien, este segundo New Deal no fue sino el inicio de la economía de guerra (que preparó la Segunda Guerra mundial). ¡Se entiende por qué no se habla mucho de éste!
[6]) Esta ley imponía la compra de bienes fabricados en Estados Unidos cuando se trataba de compras directas del Gobierno estadounidense.
[7]) Fuente: https://contreinfo.info/prnart.php3?id_article=2612 [372].
[8]) Martin Wolf es un periodista económico británico. Es redactor asociado y comentarista económico en el Financial Times.
[9]) L'ère des "Kolossal" coup de pouce, publicado el 7 de abril.
[10]) Recordemos que un billón es, en español, un millón de millones (1+12 ceros). En otras lenguas puede significar mil millones (1+9), lo que en francés se llama "un milliard".
[11]) En realidad, para 4 billones de dólares, se trata de los planes de reactivación ya anunciados estos últimos meses.
[12]) En Japón, un nuevo plan de reactivación de 15,4 billones de yenes (116 000 millones de euros) acaba de decidirse. ¡Es el cuarto programa de reactivación elaborado por Tokio en un año!
[13]) Fuente: www.voxeu.org [373].
[14]) Sobre el papel del endeudamiento en el capitalismo y sus crisis, leer el artículo de nuestra Revista anterior "La crisis económica más grave de la historia del capitalismo".
[15]) Los DEG son una "canasta" monetaria de dólares, euros, yenes y libras esterlinas.
Fue China el país que más insistió para que se emitan esos DEG. En estas últimas semanas, China ha multiplicado las declaraciones oficiales llamando a la creación de una moneda internacional que pueda sustituir al dólar. Y numerosos economistas del mundo han repercutido ese llamamiento, advirtiendo sobre la caída inexorable de la moneda norteamericana y las sacudidas económicas que va a provocar.
Es cierto que el debilitamiento del dólar, a medida que la economía de EEUU se hunde en la recesión, es un verdadero peligro para la economía mundial. Al ser referencia internacional, es uno de los pilares de la estabilidad capitalista desde la posguerra. Sin embargo, la aparición de una nueva moneda de referencia (tanto el euro, el yen, la libra esterlina como los DEG del FMI) es completamente ilusoria. Ninguna potencia podrá sustituir a Estados Unidos, ninguna va a desempeñar su papel de estabilizador económico internacional. El debilitamiento de la economía norteamericana y su moneda significa por lo tanto mayor desorden monetario todavía.
[16]) Lenin calificaba la Sociedad de Naciones, otra institución internacional, de "guarida de bandoleros".
El año 2009 ha sido proclamado "Año Darwin" en el mundo entero, tanto por parte de las instituciones científicas como por las editoriales y los medios. En efecto, se celebra el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin (12 de febrero de 1809) y los 150 años de la publicación de su primera obra fundamental, el Origen de las especies, publicada el 24 de noviembre de 1859. Actualmente, nos encontramos pues ante una multitud de conferencias, libros, estudios y emisiones de televisión que tratan sobre Darwin y su teoría que, si bien permiten de vez en cuando hacerse una idea más precisa de él, lo que más bien consiguen es rodearlo de una niebla espesa en la que resulta difícil orientarse.
Eso es debido en parte a que muchos de los autores, conferenciantes y periodistas, que se pretenden "especialistas de Darwin", ni lo conocían hace un año y que el Año Darwin, para ellos como para sus jefes, no es sino una buena ocasión de aumentar su notoriedad o sus rentas gracias a una rápida lectura de unos cuantos artículos de Wikipedia.
Pero hay otra razón para este fenómeno de confusionismo sobre las ideas de Darwin. Es que en cuanto fueron expuestas en el Origen de las especies, al asestarle un golpe brutal a los dogmas religiosos del tiempo, esas concepciones se convirtieron en un tema de primer orden a nivel ideológico y político, y eso porque fueron inmediatamente instrumentalizadas por varios ideólogos de la burguesía. Y lo que ya estaba en juego entonces sigue hoy presente, en las varias interpretaciones y falsificaciones de las que la teoría de Darwin sigue siendo objeto. Con el fin de permitir a nuestros lectores aclararse un poco, publicamos en dos partes el folleto de Anton Pannekoek, Darwinismo y marxismo, escrito en 1909 con motivo del centenario del nacimiento de Darwin y que sigue esencialmente de actualidad.
El marxismo siempre se ha interesado por la evolución de las ciencias, que forman parte íntegra del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad y, también, porque considera que la perspectiva del comunismo no puede basarse simplemente en una exigencia moral de justicia, como así fue para cantidad de "socialistas utópicos" del pasado, sino también sobre un conocimiento científico de la sociedad humana y de la naturaleza de la que forma parte. Por eso, mucho antes de la publicación del folleto de Pannekoek, el mismo Marx había dedicado, en junio de 1873, un ejemplar de su obra principal, el Capital, a Charles Darwin. En efecto, Marx y Engels habían reconocido en su teoría de la evolución en el ámbito del estudio de los organismos vivos, un planteamiento similar al del materialismo histórico, como lo atestiguan estos dos extractos de su correspondencia:
"Darwin, a quien acabo de leer, es magnífico. (...) nunca ha habido hasta ahora un intento de demostrar la evolución histórica en la naturaleza de manera tan espléndida, al menos con tanto éxito" (Engels a Marx, 11 de diciembre de 1859).
"En este libro se encuentra el fundamento histórico-natural de nuestra concepción" (Marx a Engels, 19 de diciembre 1860) ([1]).
El texto de Pannekoek, redactado con mucha sencillez, nos proporciona un excelente resumen de la teoría de la evolución de las especies. Pero Pannekoek no solo era un hombre de ciencia erudito (fue un conocido astrónomo). Era ante todo un marxista y un militante del movimiento obrero. Por ello su folleto Darwinismo y marxismo se esfuerza en criticar cualquier intento de aplicar esquemática y mecánicamente la teoría de Darwin de la selección natural a la especie humana. Pannekoek hace resaltar claramente las analogías entre marxismo y darwinismo y da cuenta de la utilización, por parte de los sectores más progresistas de la burguesía, de la teoría de la selección natural contra los vestigios reaccionarios del feudalismo. Pero también critica la explotación fraudulenta por la burguesía de la teoría de Darwin contra el marxismo, en particular las distorsiones del "darwinismo social", ideología desarrollada en particular por el filósofo británico Herbert Spencer (y retomada hoy por los ideólogos del liberalismo para justificar la competencia capitalista, la ley de la selva, el cada uno para sí y la eliminación de los más débiles).
Frente al retorno de las creencias oscurantistas venidas de la noche de los tiempos y, en particular, del "creacionismo" con su avatar del "diseño inteligente" según el cual la evolución de los organismos vivos (y la aparición del propio hombre) correspondería a un "plan" preestablecido por una "inteligencia superior" de esencia divina, les corresponde a los marxistas reafirmar el carácter científico y materialista de la teoría de Darwin y destacar el paso considerable que hizo dar a las ciencias de la naturaleza.
Obviamente, el folleto de Pannekoek debe ponerse en el contexto de los conocimientos científicos de su tiempo y algunos de sus enfoques, desarrollados en la segunda parte (que publicaremos en el próximo número de la Revista internacional), hoy están un tanto superadas por un siglo de investigaciones y descubrimientos científicos (en particular en paleoantropología y genética). Pero en lo esencial, su contribución ([2]) (redactada en holandés y que, hasta la fecha, no ha sido traducida al castellano) es una contribución inestimable a la historia del movimiento obrero.
CCI (19 de abril de 2009)
Pocos científicos influyeron tanto el pensamiento de la segunda mitad del siglo xix como Darwin y Marx. Sus contribuciones revolucionaron la concepción que las masas se hacían del mundo. Durante décadas, sus nombres estuvieron en boca de la gente y sus obras están en el centro de las luchas intelectuales que acompañan las luchas sociales de hoy. La razón está en el contenido altamente científico de su obra.
La importancia científica del marxismo así como del darwinismo se apoya en su fidelidad rigurosa a la teoría de la evolución, uno refiriéndose al ámbito del mundo orgánico, el de los seres animados, y el otro al ámbito de la sociedad. Esta teoría de la evolución, sin embargo, no era nada nueva: ya había tenido sus defensores antes de Darwin y Marx; el filósofo Hegel incluso hizo de ella el punto central de su filosofía. Es entonces necesario examinar de cerca las contribuciones de Darwin y Marx en este ámbito.
La teoría según la cual plantas y animales se desarrollaron unos a partir de otros aparece por primera vez durante el siglo xix. Antes, a la pregunta: ¿"De dónde vienen los miles y miles de diferentes clases de plantas y animales que conocemos?", se contestaba: "En tiempos de la creación, Dios los creó a todos, cada cual según su especie". Esta teoría primitiva correspondía a la experiencia adquirida y a los mejores datos entonces disponibles sobre el pasado. Según esos datos, todas las plantas y todos los animales conocidos siempre habían sido idénticos. A nivel científico, la experiencia se expresaba de la siguiente forma: "Todas las especies son invariables porque los padres transmiten sus características a sus hijos".
Sin embargo, debido a ciertas particularidades entre las plantas y los animales, se hizo necesario plantearse otra concepción. Por eso esas particularidades fueron ordenadas según un sistema establecido, en primer lugar, por el científico sueco Linneo. Según este sistema, se divide a los animales en reinos (phylum), ellos mismos divididos en clases, las clases en órdenes, los órdenes en familias, las familias en géneros, cada género con sus especies. En este sistema, cuanto más similares son las características de los seres vivos, más cercanos son unos de otros, y más pequeño es el grupo al que pertenecen. Todos los animales clasificados como mamíferos presentan las mismas características generales en su forma corporal. Se diferencia después a los animales herbívoros, a los carnívoros y a los simios, que pertenecen a órdenes diferentes. Osos, perros y gatos, que son animales carnívoros, tienen muchos más puntos comunes en su forma corporal entre sí que con los caballos o los monos. Esta similitud crece de forma evidente cuando se examinan variedades de la misma especie; el gato, el tigre y el león se parecen en muchos aspectos y difieren de los perros y osos. Si dejamos la clase de los mamíferos para examinar a otras clases, como las de las aves o los peces, vemos diferencias mayores entre las clases que en una misma clase. Siempre persiste sin embargo una semejanza en la formación del cuerpo, del esqueleto y del sistema nervioso. Estas características desaparecen cuando dejamos a esta división principal que abarca a todos los vertebrados, para examinar los moluscos (animales de cuerpo blando) o los pólipos.
El conjunto del mundo animal puede pues organizarse en divisiones y subdivisiones. Si se hubiese creado cada especie de animal diferente con total independencia de las demás, no habría ninguna razón para que existan tales categorías. No habría ninguna razón para que no haya mamíferos con seis patas. Habría entonces que suponer que cuando llegó el momento de la creación, Dios habría seguido el plan del sistema de Linneo y lo habría creado todo según ese plan. Disponemos afortunadamente de otra explicación. La semejanza en la construcción del cuerpo puede ser debida a un verdadero parentesco. Según esta concepción, la similitud de las particularidades indica en qué medida el lazo es cercano o distante, como son mayores las semejanzas entre hermanos y hermanas que entre parientes más distantes. Las especies animales no fueron, pues, creadas de forma individual, sino que descienden unas de otras. Forman un tronco que comenzó sobre bases simples y que se ha ido desarrollando continuamente; las últimas ramas, más finas, las constituyen las especies hoy existentes. Todas las especies de gatos descienden de un gato primitivo que, como el perro primitivo y el oso primitivo, es el descendiente de un determinado tipo primitivo de animal carnívoro. El animal carnívoro primitivo, el animal con pezuñas primitivo y el mono primitivo descienden de un mamífero primitivo, etc.
Esta teoría de la filiación fue defendida por Lamarck y por Geoffroy Saint-Hilaire. Sin embargo, no conoció la aprobación general. Estos naturalistas no pudieron probar la exactitud de dicha teoría y, por lo tanto, permaneció en estado de hipótesis, de simple suposición. Pero en cuanto llegó Darwin, con su obra principal, el Origen de las especies, ésta fue como un relámpago en las mentes de entonces; su teoría de la evolución se aceptó inmediatamente como una verdad perfectamente demostrada. Desde entonces, la teoría de la evolución es inseparable del nombre de Darwin. ¿Por qué es así?
Es en parte debido a que, con la experiencia, se ha acumulado cada vez más material para fundamentar esa teoría. Se descubrieron animales que no podían colocarse claramente en la clasificación, como los mamíferos ovíparos, peces con pulmones y animales vertebrados sin vértebras. La teoría de la filiación afirmaba que eran simplemente vestigios de la transición entre los grupos principales. Las excavaciones revelaron restos fosilizados que parecían diferentes de los animales que viven hoy. Estos restos resultaron en parte ser las formas primitivas de los animales de nuestro tiempo y pusieron de manifiesto que los animales primitivos evolucionaban poco a poco para convertirse en los animales de hoy. Ha progresado después la teoría celular; cada planta, cada animal consta de millones de células, desarrollándose por división y diferenciación incesante a partir de células únicas. Una vez alcanzado este punto, pensar que los organismos más desarrollados descendieron de seres primitivos constituidos de una única célula, ya no parecía ser tan extraño.
Todas estas nuevas experiencias, sin embargo, no podían elevar la teoría a un nivel de verdad demostrada. La mejor prueba de su exactitud habría sido poder observar con sus propios ojos una verdadera transformación de una especie animal en otra. Pero es imposible. ¿Cómo demostrar entonces que una especie animal se transforma en otra? Se puede hacer mostrando la causa, la fuerza que propulsa tal desarrollo. Y eso, Darwin lo hizo. Darwin descubrió el mecanismo del desarrollo animal y dio así la prueba de que algunas especies animales se transformaban necesariamente en condiciones idóneas en otras especies animales. Vamos ahora a aclarar este mecanismo.
Su principal fundamento es el carácter de la transmisión, el hecho de que los padres transmiten sus peculiaridades a sus hijos pero que, al mismo tiempo, los hijos divergen de sus padres en ciertos aspectos y también difieren unos de otros. Por ello los animales de la misma especie no son todos idénticos, sino que difieren en todas las direcciones a partir de un tipo medio. Sin esta variación, sería totalmente imposible que una especie animal se transforme en otra. Para la formación de una nueva especie, es necesario que se incremente la divergencia a partir del tipo central y prosiga en la misma dirección hasta hacerse tan importante que el nuevo animal ya no se asemeja al animal del que desciende. ¿Pero cuál es esa fuerza que suscitaría una variación creciente siempre en la misma dirección?
Lamarck declaró que el cambio se debía al uso y a la utilización intensa de algunos órganos; que debido al ejercicio continuo de algunos órganos, éstos se iban mejorando más y más. Así como los músculos de las piernas de los hombres se refuerzan al correr mucho, también adquirió el león patas poderosas y la liebre patas veloces. De la misma manera, las jirafas desarrollaron su largo cuello para alcanzar y comer las hojas altas de los árboles; a fuerza de extender el cuello, algunos animales de cuello corto fueron desarrollando un cuello largo como la jirafa. Para muchos, esta explicación no era creíble y no daba cuenta de que la rana, por ejemplo, debía ser verde para garantizar su protección.
Para solucionar ese problema, Darwin se tornó hacia otro campo de experiencia. El ganadero y el horticultor son capaces de desarrollar de forma artificial nuevas razas y nuevas variedades. Cuando un horticultor, partiendo de una determinada planta, quiere desarrollar una variedad con flores grandes, ha de suprimir, antes de la madurez, todas las plantas con flores pequeñas y preservar las que las tienen grandes. Si repite esto durante unos años seguidos, las flores serán cada vez mayores, porque cada nueva generación se asemejará a la anterior, y nuestro horticultor, siguiendo con la selección de las mayores de entre las grandes con el objetivo de extenderlas, conseguirá desarrollar una planta con flores muy grandes. Mediante acciones así, a veces deliberadas y otras accidentales, los hombres desarrollaron un gran número de razas de nuestros animales domésticos que difieren aún más de su forma de origen que las especies salvajes difieren entre sí.
Si le pidiéramos a un ganadero que desarrollara un animal de cuello largo a partir de un animal de cuello corto, eso no le parecería imposible. Todo lo que tendrá que hacer será seleccionar los animales con cuello relativamente más largo, cruzarlos, suprimir a los jóvenes de cuello corto y cruzar de nuevo los que tienen un cuello largo. Si repite esto a cada nueva generación, el resultado sería un cuello cada vez más largo y un animal parecido a la jirafa.
Este resultado se obtiene porque hay una voluntad definida con un objetivo definido que, con el fin de criar una determinada variedad, elige a determinados animales. En la naturaleza, no existe semejante voluntad y todas las variaciones van a reducirse con el cruce; resulta entonces imposible que un animal se separe del tronco común original y siga en la misma dirección hasta convertirse en una especie enteramente diferente. ¿Cuál es pues, en la naturaleza, la fuerza que selecciona los animales como lo ha hecho el ganadero?
Darwin meditó mucho tiempo sobre este problema antes de encontrar su solución en la "lucha por la existencia". En esta teoría, tenemos un reflejo del sistema productivo de la época en que vivió Darwin, porque es el combate de la competencia capitalista que le sirvió de modelo para la lucha por la existencia que prevalecía en la naturaleza. No fue gracias a sus propias observaciones si encontró esa solución. Le vino de su lectura de los trabajos del economista Malthus. Malthus intentaba explicar que si hay tanta miseria, hambre y privaciones en nuestro mundo burgués, es porque la población aumenta mucho más rápidamente que los medios de subsistencia existentes. No hay bastante comida para todos: los individuos deben pues luchar unos contra otros para vivir, y muchos sucumben en esa lucha. Con esta teoría, la competencia capitalista tanto como la miseria existente se declaraban ley natural inevitable. En su autobiografía, Darwin declara que fue el libro de Malthus el que le incitó a pensar en la lucha por la existencia.
"En octubre de 1838, o sea quince meses después de empezar mi investigación sistemática, se me ocurrió leer, para distraerme, el ensayo de Malthus sobre la población; y como estaba bien preparado, debido a mis observaciones prolongadas sobre las prácticas de animales y plantas, a apreciar la presencia universal de la lucha por la existencia, me llamó la atención la idea de que en estas circunstancias, las variaciones favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser aniquiladas. El resultado sería la formación de nuevas especies. Había encontrado ahí, por fin, una teoría para trabajar."
Es un hecho que el aumento de la natalidad en los animales excede al de la cantidad de comida necesaria para su subsistencia. No hay ninguna excepción a la norma según la cual el número de los seres orgánicos tiende a crecer a tal velocidad que nuestra tierra sería rápidamente desbordada por la descendencia de una única pareja, si parte de ésta no se destruyera. Por eso ha de existir una lucha por la existencia. Cada animal intenta vivir, hace cuanto puede para comer e intenta evitar ser devorado por otros. Con sus peculiaridades y sus armas específicas, lucha contra todo el mundo antagónico, contra los animales, contra el frío, el calor, la sequía, las inundaciones, y otras circunstancias naturales que pueden amenazar con destruirlo. Ante todo, lucha contra los animales de su propia especie, que viven de la misma manera, poseen las mismas características, utilizan las mismas armas y viven de la misma alimentación. Esta lucha no es directa; la liebre no lucha directamente contra la liebre, ni el león contra el león salvo si se trata de una lucha por la hembra, sino que es una lucha por la existencia, una carrera, una lucha competitiva. Todos no pueden alcanzar la edad adulta; la mayoría es destruida, y solo sobreviven los que ganan la carrera. ¿Pero cuáles son los que triunfan? Los que, por sus características, por su estructura corporal, son más aptos para encontrar comida o huir del enemigo; en otros términos, sobrevivirán los que mejor se adaptan a las condiciones existentes.
"Puesto que hay siempre más individuos que nacen que supervivientes, el combate por la supervivencia debe reiniciarse sin cesar y la criatura que posee una determinada ventaja con relación a las demás sobrevivirá; pero, como esas características particulares se transmiten a las nuevas generaciones, es la propia naturaleza la que elige, y la nueva generación surgirá con características diferentes de la anterior."
Tenemos aquí otro esquema para entender el origen de la jirafa. Cuando la hierba no crece en ciertos lugares, los animales deben alimentarse de las hojas de los árboles, y todos los que tienen un cuello demasiado corto para alcanzarlas van a perecer. Es la propia naturaleza la que hace la selección y la naturaleza selecciona solamente a los que tienen cuellos largos. Al haberla comparado con la selección realizada por el ganadero, Darwin llamó a ese proceso "selección natural".
Este proceso produce necesariamente nuevas especies. Puesto que nacen demasiados individuos de una misma especie, más que los que las reservas de comida dejan subsistir, intentan permanentemente extenderse sobre una superficie más amplia. Para obtener su comida, los que viven en los bosques van hacia los prados, los que viven por los suelos van al agua, y los que viven en el suelo suben a los árboles. En esas nuevas condiciones, una aptitud o una variación resultan idóneas cuando antes no lo eran, y de ahí que se desarrollen. Los órganos cambian con el modo de vida. Se adaptan a las nuevas condiciones y, a partir de la antigua especie, se desarrolla una nueva. Este movimiento continuo de las especies existentes que se ramifican en nuevas ramas conduce a la existencia de miles de animales diferentes que van a diferenciarse cada vez más.
Así como la teoría darwiniana explica la filiación general de los animales, su transmutación y su formación partiendo de los seres primitivos, también explica la maravillosa adaptación que existe en toda la naturaleza. Hasta entonces, esta maravillosa adaptación no podía explicarse sino por la sabia intervención de Dios. Ahora, se entiende claramente esa filiación natural, al no ser esa adaptación sino la adaptación a los medios de existencia. Cada animal y cada planta se van adaptando exactamente a las circunstancias existentes, ya que todos los que son menos conformes a ellas se adaptan menos y la lucha por la existencia los extermina. Las ranas verdes, que proceden de las ranas marrones, deben preservar su color protector, ya que todas las que se desvían de éste son descubiertas más rápidamente por sus enemigos y destruidas, o tienen mayores dificultades para alimentarse y perecen.
Así es como Darwin nos demostró, por primera vez, que las nuevas especies se han formado siempre a partir de antiguas. La teoría transformista, que no era hasta aquel entonces sino una simple presunción inducida a partir de numerosos fenómenos que no se podían explicar de otra manera, alcanzó así la certidumbre de un funcionamiento necesario de unas fuerzas específicas que podían demostrarse. Es una de las razones principales que permitió que se impusiera tan rápidamente esa teoría en los debates científicos y llamara la atención del público.
Cuando se examina el marxismo, vemos inmediatamente una gran semejanza con el darwinismo. Como con Darwin, la importancia científica del trabajo de Marx consiste en que descubrió la fuerza motriz, la causa del desarrollo social. No tuvo que demostrar que tal desarrollo existía, cada cual ya sabía que, desde los tiempos más primitivos, unas formas nuevas siempre habían superado las antiguas; pero las causas y los fines de ese desarrollo seguían siendo desconocidos.
En su teoría, Marx partió de los conocimientos de que disponía en su tiempo. La gran revolución política que confirió a Europa el aspecto que ahora tiene, la Revolución francesa, era algo sabido de todos por haber sido una lucha por la supremacía, llevada a cabo por la burguesía contra la nobleza y la monarquía. Tras esa lucha aparecieron nuevas luchas de clases. La lucha realizada en Inglaterra por los capitalistas industriales contra los terratenientes dominaba la política; al mismo tiempo, la clase obrera se rebelaba contra la burguesía. ¿Cuáles eran esas clases? ¿En qué diferían unas de otras? Marx puso de manifiesto que estas distinciones de clase se debían a las funciones distintas que cada una desempeñaba en el proceso productivo. Es en el proceso de producción donde tienen su origen las clases, y es este proceso lo que determina a qué clase se pertenece. La producción no es sino el proceso de trabajo social por el que los hombres obtienen sus medios de subsistencia partiendo de la naturaleza. Es esa producción de bienes materiales necesaria para la vida lo que constituye el fundamento de la sociedad y que determina las relaciones políticas, las luchas sociales y las formas de la vida intelectual.
Los métodos de producción no han cesado de cambiar durante la historia. ¿De dónde vienen estos cambios? La forma de trabajar y las relaciones de producción dependen de las herramientas con las que trabaja la gente, del desarrollo de la técnica y de los medios de producción en general. En la Edad Media se trabajaba con herramientas rudimentarias, mientras que hoy se trabaja con máquinas gigantescas. En la Edad Media existía el pequeño comercio y el feudalismo, mientras que ahora tenemos el capitalismo. Por esa razón también, la nobleza feudal y la pequeña burguesía eran las clases más importantes en la Edad Media, mientras que hoy las clases principales son la burguesía y el proletariado.
La causa principal, la fuerza motriz de todo el desarrollo social, es el desarrollo de las herramientas, de ese material técnico que los hombres ponen en práctica. Ni que decir tiene que los hombres siempre intentan mejorar las herramientas para que su trabajo sea más fácil y más productivo, y la práctica que adquieren utilizándolas les conduce a su vez a desarrollar y mejorar su pensamiento. Este desarrollo acarrea un progreso de la técnica, lento o rápido, que a su vez transforma las formas sociales del trabajo. Esto conduce a nuevas relaciones de clase, a nuevas instituciones sociales y a nuevas clases. Al mismo tiempo surgen luchas sociales, o sea políticas. Las clases que dominaban en el antiguo modo de producción intentan preservar artificialmente sus instituciones, mientras que las clases ascendentes pretenden promover el nuevo modo de producción; y al encabezar luchas de clase contra la clase dirigente y al conquistar el poder, preparan, ya sin trabas, el terreno para un nuevo desarrollo de la técnica.
Así pues, la teoría de Marx reveló la fuerza motriz y el mecanismo del desarrollo social. Así puso de manifiesto que la historia no es algo errático, y que los distintos sistemas sociales no son el resultado de la casualidad o de acontecimientos aleatorios, sino que existe un desarrollo regular en una dirección definida. También probó así que el desarrollo social no cesa con nuestro sistema, porque la técnica sigue desarrollándose continuamente.
Así pues, las dos enseñanzas, la de Darwin y la de Marx, en el ámbito del mundo orgánico y en el de la sociedad humana, elevaron la teoría de la evolución a nivel de ciencia positiva.
Y así hicieron de la teoría de la evolución algo aceptable para las masas como concepción básica del desarrollo social y biológico.
Aunque sea cierto que, para que una teoría tenga una influencia duradera sobre el espíritu humano, deba tener un valor altamente científico, eso no es sin embargo suficiente. Ha sucedido muy a menudo que una teoría científica de primera importancia para la ciencia no suscite ningún interés, si no es para algunas personas instruidas. Así fue, por ejemplo, con la teoría de la atracción universal de Newton. Esta teoría es la base de la astronomía, y gracias a ella conocemos los astros y podemos estudiar el movimiento de los planetas y prever los eclipses. Sin embargo, cuando aparece la teoría de Newton sobre la atracción universal, sólo la aceptaron algunos científicos ingleses. Las grandes masas no le prestaron ninguna atención, y no la conocerían más que gracias a un libro popular de Voltaire, escrito medio siglo más tarde.
Nada extraño en todo eso. La ciencia se ha convertido en una especialidad para un determinado grupo de hombres instruidos, y sus progresos sólo les concierne a ellos, así como la fundición es la especialidad del herrero, y cualquier mejora en la fundición del hierro sólo le concierne a él. Solo un conocimiento del que todo el mundo pueda servirse y que resulte ser una necesidad vital para todos puede granjearse la adhesión de las grandes masas. Cuando vemos que una teoría científica suscita entusiasmo y pasión entre las grandes masas, esto puede deberse a que esta teoría les sirve de arma en la lucha de clases. Porque es la lucha de clases lo que moviliza a la gran mayoría de la sociedad.
Esto se puede constatar más claramente con el marxismo. Si las enseñanzas económicas de Marx no tuviesen importancia para la lucha de clases moderna, solo serían unos cuantos economistas quienes le dedicarían tiempo. Pero debido a que el marxismo sirve de arma a los proletarios en su lucha contra el capitalismo, las luchas científicas se concentran en esta teoría. El favor que ésta hizo a millones de personas hace que respeten el nombre de Marx a pesar de que conozcan poco su obra, y también que millares de otros lo desprecien sin entenderla. Gracias al gran papel que la teoría marxista desempeña en la lucha de clases es estudiada asiduamente por las grandes masas y predomina en el espíritu humano.
La lucha de clase proletaria existía antes de Marx, ya que es fruto de la explotación capitalista. Es totalmente natural que los obreros, al ser explotados, piensen en otro sistema de sociedad en el que la explotación será abolida y lo reivindiquen. Pero lo único que podían hacer era esperarlo y soñarlo. No estaban seguros que eso se pudiera alcanzar algún día. Marx dio al movimiento obrero y al socialismo unas bases teóricas. Su teoría social puso de manifiesto que los sistemas sociales se desarrollan en un movimiento continuo en el que el capitalismo sólo es una forma temporal. Su estudio del capitalismo puso de manifiesto que, debido al perfeccionamiento constante de la técnica, el capitalismo ha de dejar paso necesariamente al socialismo. Sólo los proletarios podrán establecer el nuevo sistema de producción, mediante su lucha contra unos capitalistas cuyo interés es mantener el antiguo sistema de producción. El socialismo es así el fruto y el objetivo de la lucha de clase proletaria.
Gracias a Marx, la lucha de clase proletaria tomó una forma totalmente diferente. El marxismo se convirtió en arma entre las manos de los proletarios; en lugar de vagas esperanzas, les dio un objetivo positivo y, al poner de relieve claramente el desarrollo social, dio fuerza al proletariado y creó las bases para la aplicación de una táctica correcta. A partir del marxismo los obreros pueden probar el carácter transitorio del capitalismo así como la necesidad y la certeza de su victoria. Al mismo tiempo, el marxismo barrió las antiguas visiones utópicas según las cuales el socialismo se instauraría gracias a la inteligencia y a la buena voluntad de los hombres sabios, que consideraban el socialismo como una reivindicación de justicia y moral, como si el objetivo fuera instaurar una sociedad infalible y perfecta. La justicia y la moral cambian con el sistema de producción, y cada clase tiene, en realidad, una idea diferente de ellas. El socialismo no puede ser alcanzado sino por la clase que tiene interés en el socialismo. No se trata del establecimiento de un sistema social perfecto, sino de una transformación en los modos de producción, que los lleve a una etapa superior, o sea a la etapa de la producción social.
Puesto que la teoría marxista del desarrollo social es indispensable a los proletarios en sus luchas, los proletarios procuran integrarlo en su ser; domina su pensamiento, sus sentimientos, toda su concepción del mundo. Al ser la teoría del desarrollo social en el que nos encontramos, el marxismo es el epicentro de los grandes combates intelectuales que acompañan nuestra revolución económica.
El que el marxismo haya adquirido su importancia y su posición gracias al papel que ocupa en la lucha de clase proletaria es algo perfectamente conocido de todos. Para el observador superficial, en cambio, las cosas parecen ser diferentes con el darwinismo porque éste trata de una nueva verdad científica que ha de enfrentarse a la ignorancia y a los prejuicios religiosos. Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que, realmente, el darwinismo ha tenido que sufrir las mismas vicisitudes que el marxismo. El darwinismo no es una simple teoría abstracta que habría sido adoptada por el mundo científico tras haberla discutido y puesto a prueba de forma puramente objetiva. ¡No!, inmediatamente después de su aparición, el darwinismo tuvo sus abogados entusiastas y sus adversarios apasionados; también el nombre de Darwin fue enaltecido por las personas que habían entendido algo de su teoría, y desprestigiado por quienes lo ignoraban todo de su teoría sino es aquello de que "el hombre desciende del mono" y que eran indiscutiblemente incompetentes para juzgar desde un punto de vista científico la exactitud o la falsedad de la teoría de Darwin. El darwinismo también desempeñó un papel en la lucha de clases, y por ello se extendió también rápidamente y tuvo partidarios entusiastas como adversarios encarnizados.
El darwinismo sirvió de instrumento a la burguesía en su combate contra la clase feudal, contra la nobleza, los derechos del clero y de los señores feudales. Era una lucha totalmente diferente de la lucha que llevan hoy los proletarios. La burguesía no era una clase explotada que luchaba para suprimir la explotación, ¡ni mucho menos! Lo que la burguesía quería, era deshacerse de los viejos poderes dominantes que le cortaban el paso. La burguesía quería controlar y basaba sus exigencias en el hecho de que era la clase más importante que dirigía la industria. ¿Qué argumentos podían oponerle la antigua clase, la clase que ya no era sino un parásito inútil? Sus argumentos eran la tradición, sus antiguos derechos "divinos". Ésos eran sus pilares. Gracias a la religión, los sacerdotes mantenían sometida a la gran masa, preparándola para oponerse a las exigencias de la burguesía.
Para defender sus propios intereses, la burguesía se vio obligada a socavar el derecho "divino" de los gobernantes. Las ciencias naturales se convirtieron en armas para oponerse a la creencia y a la tradición; se potenciaron las ciencias y las leyes de la naturaleza, recientemente descubiertas; fueron esas armas con las que la burguesía entabló su combate. Si los recientes descubrimientos podían poner de manifiesto que era falso lo que los sacerdotes enseñaban, la autoridad "divina" de estos sacerdotes se agotaría y se desmoronarían los "derechos divinos" que disfrutaba la clase feudal. Obviamente, la clase feudal no fue vencida únicamente así; el poder material sólo puede derribarse con el poder material; pero las armas intelectuales se convierten en armas materiales. Por ello la burguesía ascendente dio tanta importancia a la ciencia de la naturaleza.
El darwinismo llegó en el momento idóneo. La teoría de Darwin, según la cual el hombre es descendiente de un animal inferior, destrozaba todo el fundamento del dogma cristiano. Por eso la burguesía se apoderó el darwinismo con tanto empeño en cuanto hizo su aparición.
No ocurrió así en Inglaterra. Vemos una vez más hasta qué punto era importante la lucha de clases para la propagación de la teoría de Darwin. En Inglaterra, la burguesía ya dominaba desde hacía varios siglos y, en general, no tenía entonces ningún interés en atacar o destruir la religión. Por eso la teoría de Darwin no apasionó a nadie en Inglaterra, a pesar de ser muy conocida; se consideró simplemente como una teoría científica sin gran importancia práctica. El propio Darwin la consideraba así y, por temor a que su teoría desafiara los prejuicios religiosos reinantes, evitó voluntariamente que se aplicara inmediatamente a los hombres. Sólo tras muchas demoras y después de que otros lo hicieran antes que él, Darwin decidió comprometerse. En una carta a Haeckel, deploraba que su teoría chocara con tantos prejuicios y encontrara tanta indiferencia, hasta tal punto de que creía que no viviría lo suficiente para verla superar esos obstáculos.
Pero las cosas fueron completamente diferentes en Alemania; y Haeckel respondió con razón a Darwin que en Alemania, la teoría darwiniana había levantado un enorme entusiasmo. En realidad, cuando la teoría de Darwin se publicó, la burguesía se estaba preparando para entablar un nuevo ataque contra el absolutismo y los junkers. Los intelectuales dirigían la burguesía liberal. Ernest Haeckel, un gran científico y, además, de lo más audaz, extrajo inmediatamente las conclusiones más avanzadas contra la religión, en su libro Natürliche Schöpfungsgeschichte. Así pues, mientras que el darwinismo gozaba de una recepción entusiasta por parte de la burguesía progresista, también era violentamente combatida por los reaccionarios.
La misma lucha también tuvo lugar en otros países europeos. Por todas partes, la burguesía liberal progresista debía luchar contra las fuerzas reaccionarias. Los reaccionarios ocupaban ya o querían volver a ocupar el tan reñido poder gracias a sus apoyos religiosos. En tales circunstancias, incluso los debates científicos estaban animados por el ardor y la pasión propios de una lucha de clases. Los textos que se publicaron, a favor o en contra de Darwin, tenían pues un carácter de polémica social, a pesar de que los firmaban autores científicos. Muchos escritos populares de Haeckel, si se les considera desde un punto de vista científico, son muy superficiales, mientras que los argumentos y protestas de sus adversarios eran de una estupidez increíble cuyo equivalente sólo puede observarse en los argumentos utilizados contra Marx.
El objetivo de la lucha de la burguesía liberal contra el feudalismo no era llevarla a su término. En parte eso se debía a que por todas partes aparecían proletarios socialistas, que amenazaban a todos los poderes dominantes, incluso el de la burguesía. La burguesía liberal se fue calmando y las tendencias reaccionarias acabaron imponiéndose. El antiguo ardor por combatir la religión desapareció completamente y, a pesar de que liberales y reaccionarios seguían combatiéndose unos a otros, en realidad se iban aproximando. El interés por la ciencia como arma de la lucha de clases que se había manifestado desapareció enteramente, mientras se reforzaba la tendencia reaccionaria según la cual las masas deben educarse en la religión.
La evaluación de la ciencia también sufrió un cambio. Anteriormente, la burguesía instruida había basado en la ciencia una visión materialista del universo, en la que encontraba la solución del enigma de éste. Ahora volvía a dominar el misticismo; todo lo que se había solucionado se consideró insignificante, mientras que todo lo que no lo había sido tomaba una importancia enorme, abarcando las cuestiones más importantes de la vida. Un estado de ánimo hecho de escepticismo, espíritu crítico y de duda sustituyó al antiguo espíritu exultante a favor de la ciencia.
Esto se percibió también en la posición tomada con respecto a Darwin. "¿Qué demuestra su teoría? ¡Deja el enigma del universo sin solución! ¿De dónde viene esta naturaleza maravillosa de la transmisión, de dónde viene esta capacidad de los seres animados a modificarse de manera tan conveniente?" Ahí está el enigma misterioso de la vida que no puede solucionarse con principios mecánicos. ¿Qué queda pues del darwinismo después de esa crítica?
Naturalmente, los avances de la ciencia permitieron rápidos progresos. La solución a un problema siempre hace surgir nuevos problemas que resolver, unos problemas que estaban ocultos en la teoría de la transmisión. Esta teoría, que Darwin tuvo que aceptar como base de investigación, seguía siendo profundizada, y surgió un debate difícil con respecto a los factores individuales del desarrollo y de la lucha por la existencia. Mientras unos científicos dedicaban su atención a la variación a la que consideraban debida al ejercicio y a la adaptación a la vida (según el principio establecido por Lamarck), otros como Weissman rechazaban expresamente esa idea. Mientras que Darwin sólo admitía cambios progresivos y lentos, De Vries descubría casos de variaciones súbitas y saltos que tenían como resultado la aparición repentina de nuevas especies. Todo esto, mientras se reforzaba y desarrollaba la teoría de la filiación, daba en algunos casos la impresión de que los nuevos descubrimientos demolían la teoría de Darwin, y los reaccionarios saludaban por lo tanto cada uno de ellos como prueba de la quiebra del darwinismo. Al mismo tiempo, la concepción social tenía efecto retroactivo sobre la ciencia. Los científicos reaccionarios declaraban que un elemento espiritual era necesario. Lo sobrenatural y lo misterioso, que el darwinismo había barrido, iban a reintroducirse por la puerta trasera. Fue la expresión de una tendencia reaccionaria creciente en el seno de esta clase que, en un primer tiempo, se había hecho la abanderada del darwinismo.
El darwinismo fue de una utilidad inestimable para la burguesía en su lucha contra las potencias del pasado. Era de lo más natural que la burguesía lo utilizara contra su nuevo enemigo, el proletariado; no porque el darwinismo se opusiera a los proletarios, sino por la razón opuesta. En cuanto el darwinismo hizo su aparición, la vanguardia proletaria, los socialistas, saludó la teoría darwiniana, porque en ella veía una confirmación y una realización de su propia teoría; no, como lo creían algunos adversarios superficiales, porque quería fundar el socialismo sobre el darwinismo, sino en el sentido de que el descubrimiento darwiniano (que pone de manifiesto que, incluso en el mundo orgánico aparentemente estacionario, existe un desarrollo continuo) es una confirmación y una confirmación patente de la teoría marxista del desarrollo social.
Era sin embargo normal que la burguesía utilizara el darwinismo contra los proletarios. La burguesía había de enfrentar a dos ejércitos, y las clases reaccionarias lo sabían bien muy. Cuando la burguesía combatía la autoridad de las clases reaccionarias, éstas señalaban con el dedo a los proletarios y prevenían a la burguesía contra todo debilitamiento de la autoridad. Al actuar así, los reaccionarios pretendían asustar a la burguesía para que renunciara a su actividad revolucionaria. Naturalmente, los representantes burgueses respondían que no había nada que temer; que su ciencia no refutaba sino la autoridad sin fundamento de la nobleza y en cambio mantenía el orden contra sus enemigos.
En un congreso de naturalistas, el político y científico reaccionario Virchow acusó a la teoría darwiniana de apoyar el socialismo. "Cuidado con esta teoría, dijo a los darwinianos, ya que está muy estrechamente vinculada a lo que causó tanto pavor en el país vecino." Esta alusión a la Comuna de París, hecha durante ese año célebre por la caza que en su transcurso se hizo a los socialistas, provocó su efecto. ¡Qué decir, sin embargo, de la ciencia de un profesor, que ataca el darwinismo con el argumento de no es correcto porque es peligroso! Este reproche, de ser un aliado de los revolucionarios rojos, se opuso frecuentemente a Haeckel, partidario de esta teoría. No lo pudo soportar. Intentó inmediatamente demostrar que era precisamente la teoría darwiniana la que mostraba el carácter indefendible de las pretensiones socialistas, y que darwinismo y socialismo "se apoyan mutuamente como el fuego y el agua".
Sigamos las controversias de Haeckel, cuyas ideas principales se repiten en la mayoría de los autores que basan sus argumentos contra el socialismo en el darwinismo.
El socialismo es una teoría que presupone la igualdad natural entre las personas y que se esfuerza en promover la igualdad social; igualdad de derechos, de deberes, igualdad de propiedad y de su disfrute. El darwinismo, al contrario, es la prueba científica de la desigualdad. La teoría de la filiación demuestra que el desarrollo animal va en el sentido de una diferenciación o de una división cada vez mayor del trabajo; cuanto más superior es el animal y se acerca a la perfección, más importante es la desigualdad. Esto también vale para la sociedad. Aquí también, vemos la gran división del trabajo entre oficios, entre clases, etc., y cuanto más está desarrollada la sociedad, más aumentan las desigualdades en la fuerza, la habilidad, el talento. Es necesario, pues, recomendar la teoría de la filiación como "el mejor antídoto a la pretensión socialista de igualitarismo total".
Eso también se aplica, en mayor medida todavía, a la teoría darwiniana de la supervivencia. El socialismo quiere suprimir la competencia y la lucha por la existencia. Pero el darwinismo nos enseña que esta lucha es inevitable y que es una ley natural para el conjunto del mundo orgánico. No sólo es natural esta lucha, sino que también es útil y saludable. Esta lucha favorece una perfección creciente, y esta perfección consiste en la eliminación cada vez mayor de lo inadaptado. Sólo la minoría seleccionada, aquellos que están capacitados para resistir a la competencia, puede sobrevivir; la gran mayoría ha de desaparecer. Son muchos los llamados y pocos elegidos. Al mismo tiempo, la lucha por la existencia tiene como resultado la victoria de los mejores, mientras que los menos buenos y los inadaptados han de ser eliminados. Se puede deplorar, como también se deplora que todos deban morir, pero el hecho no puede ni negarse ni cambiarse.
Queremos observar aquí cómo un cambio insignificante de términos casi similares sirve a la defensa del capitalismo. Darwin hablaba, respecto a la supervivencia de los más aptos, de quienes están mejor adaptados a ciertas condiciones. Al ver que, en esta lucha, los que están mejor organizados triunfan sobre los demás, los vencedores fueron denominados "los vigilantes" y, más tarde, "los mejores". Esta expresión fue introducida por Herbert Spencer. Al ser los vencedores en su ámbito, vencedores de la lucha social, los grandes capitalistas se proclamaron los mejores.
Haeckel mantuvo esta concepción y la sigue confirmando. En 1892, dice:
"El darwinismo, o la teoría de la selección, es enteramente aristocrático; se basa en la supervivencia de los mejores. La división del trabajo aportada por el desarrollo es responsable de una variación cada vez mayor en el carácter, de una desigualdad siempre mayor entre los individuos, en su actividad, su educación y su condición. Cuanto más va avanzando la cultura humana, mayores son la diferencia y el foso entre las distintas clases existentes. El comunismo y las pretensiones de igualdad de condición y actividad, que los socialistas proponen, son sinónimos de retorno a las épocas primitivas de barbarie."
El filósofo inglés Herbert Spencer ya tenía, antes de Darwin, una teoría sobre el desarrollo social. Era la teoría burguesa del individualismo, basada en la lucha por la existencia. Luego relacionó estrechamente esta teoría con el darwinismo.
"En el mundo animal, decía, se destruye siempre a los viejos, a los débiles y al enfermo y sólo sobreviven los elementos fuertes y sanos. La lucha por la existencia sirve pues a la purificación de la raza, protegiéndola del decaimiento. Es el efecto benéfico de esta lucha ya que, si cesara y que cada uno estuviera seguro de satisfacer sus necesidades sin la menor lucha, la raza degeneraría necesariamente. La ayuda a los enfermos, a los débiles y a los inadaptados conlleva un decaimiento general de la raza. Si la simpatía, que encuentra su expresión en la caridad, va más allá de los límites razonables, falla su objetivo; en vez de disminuir el sufrimiento, lo aumenta para las nuevas generaciones. El efecto benéfico de la lucha por la existencia se observa mejor en los animales bravos. Todos son fuertes y están bien de salud porque tienen que resistir a miles de peligros que necesariamente han eliminado a todos los que no se adaptaban. En los hombres y los animales domésticos, la debilidad y la enfermedad se generalizan porque se preserva a los enfermos y a los débiles. El socialismo, cuyo objetivo es suprimir la lucha por la existencia en el mundo humano, aportará necesariamente un decaimiento mental y físico creciente."
Son los principales argumentos de los que se sirve el darwinismo para defender el sistema burgués. Por convincentes que parezcan ser a primera vista, no fue sin embargo difícil a los socialistas aniquilarlos. No son, esencialmente, sino los viejos argumentos utilizados contra el socialismo, vestidos de seda con la terminología darwiniana, y expresan una ignorancia total tanto del socialismo como del capitalismo.
Los que comparan la organización social al cuerpo del animal dejan de lado que los hombres no difieren unos de otros como difieren células u órganos, sino que son diferentes en sus capacidades. En la sociedad, la división del trabajo no puede alcanzar un punto en el que todas las capacidades tuviesen que desaparecer a favor de una sola. Además, cualquiera que entienda algo de socialismo sabe que la división eficaz del trabajo no cesa con el socialismo, sino, al revés, con el socialismo, por primera vez una verdadera división será posible. La diferencia entre obreros, entre sus capacidades y sus empleos no desaparecerá; lo que sí dejará de existir será la diferencia entre los obreros y los explotadores.
Si bien es totalmente cierto que, en la lucha por la existencia, sobreviven los animales fuertes, sanos y bien adaptados, eso no se produce con la competencia capitalista. Aquí, la victoria no depende de la perfección de los que están comprometidos en la lucha, sino de algo que se sitúa fuera de su cuerpo. Mientras que puede ser válida esta lucha para el pequeño burgués, cuyo éxito depende de sus capacidades y sus calificaciones personales, el éxito en el desarrollo posterior del capital ya no depende de las capacidades personales sino de la posesión del capital. El que dispone de un mayor capital va a vencer al que tiene menos, aunque éste esté más cualificado. No son las cualidades personales, sino la posesión de dinero lo que decide quién será el vencedor de la lucha. Cuando desaparecen los pequeños capitalistas, no desaparecen como hombres, sino como capitalistas; no se eliminan de la vida, sino de la burguesía. Siguen existiendo, pero no como capitalistas. La competencia que existe en el sistema capitalista es, pues, en sus exigencias y sus resultados, diferente de la lucha animal por la existencia.
Quienes dejan de existir como personas son miembros de una clase totalmente diferente, una clase que no participa en el combate de la competencia. Los obreros no compiten con los capitalistas, solo les venden su fuerza de trabajo. Porque no tienen ninguna propiedad, ni siquiera tienen la ocasión de comparar sus grandes cualidades, como tampoco de competir con los capitalistas. Su pobreza, su miseria no se deben a haber fracasado en una lucha competitiva a causa de su debilidad; sino que, al estar tan mal pagados a cambio de su fuerza de trabajo, sus hijos mueren masivamente aunque hubieran nacido fuertes y con buena salud; mientras que los hijos nacidos de padres ricos, incluso si nacieron enfermos, sobreviven gracias a la alimentación y a los numerosos cuidados que se les prestan. Los hijos de los pobres no se mueren porque estén enfermos o débiles, sino por razones exteriores. Es el capitalismo, con la explotación, la reducción de los sueldos, las crisis del desempleo, los malos alojamientos y las largas horas de trabajo, lo que provoca esas condiciones desfavorables. Es el sistema capitalista el que hace sucumbir a tantos seres fuertes y sanos.
Así los socialistas ponen de manifiesto que, a diferencia del mundo animal, la lucha competitiva que existe entre los hombres no favorece a los que son mejores y más cualificados, sino que destruye por la miseria a muchos individuos fuertes y sanos, mientras que los ricos, incluso débiles y enfermos, sobreviven. Los socialistas ponen de manifiesto que la fuerza personal no es el factor determinante, sino que es algo exterior al hombre; es la posesión de dinero lo que determina quién sobrevivirá y quién morirá.
Anton Pannekoek
[1]) Es necesario destacar que, poco tiempo después, en otra carta a Engels con fecha del 18 de junio de 1862, Marx cambiará su apreciación haciendo esta crítica a Darwin: "«Cabe señalar cómo Darwin reconoce en los animales y las plantas a su propia sociedad inglesa, con su división del trabajo, su competencia, sus aperturas de nuevos mercados, sus invenciones y su maltusiana lucha por la vida. Es el bellum omnium contra omnes de Hobbes (la guerra de todos contra todos), y recuerda a Hegel en la Fenomenología, donde la sociedad civil interviene como "reino animal del Espíritu", mientras que en Darwin, es el reino animal el que interviene como sociedad civil" (Marx-Engels, Correspondencia, Ediciones sociales, París, 1979). En consecuencia, Engels retomará en parte esta crítica de Marx en el AntiDühring (Engels hará alusión al "error maltusiano" de Darwin) y en Dialéctica de la naturaleza. En el próximo número de la Revista internacional, volveremos de nuevo sobre esto que se puede considerar como una interpretación errónea de la obra de Darwin por Marx y Engels.
[2]) La traducción se ha hecho a partir de la versión inglesa (1912, Nathan Weiser) y se ha mejorado basándonos en el original en holandés.
La derrota de la revolución proletaria en Alemania fue el giro decisivo del siglo xx, pues su consecuencia fue la derrota de revolución mundial. En Alemania, la instauración del régimen nacional-socialista que se construyó sobre el aplastamiento del proletariado revolucionario abrió el camino a ese país a marchas forzadas hacia la Segunda Guerra mundial. La barbarie específica del régimen nacional-socialista iba pronto a servir de coartada a las campañas antifascistas destinadas, por su parte, a alistar en la guerra al proletariado del campo imperialista "democrático". Según la ideología antifascista, el capitalismo democrático sería un "mal menor" que podría en cierto modo proteger a la población contra lo peor que existe en la sociedad burguesa. Semejante patraña, que sigue hoy siendo dañina en la conciencia de la clase obrera, queda totalmente desmentida por las luchas revolucionarias en Alemania derrotadas por la socialdemocracia la cual desencadenó para ello un terror anticipador del terror fascista. Esa es una de las razones por las que la clase dominante prefiere ocultar aquellos acontecimientos con un tupido velo de silencio.
La noche del 15 de enero de 1919, cinco miembros del comité armado de vigilancia burgués del barrio acomodado de Wilmersdorf en Berlín, formado entre otros por dos hombres de negocios y un destilador, entraron en el piso de la familia Marcusson en el que encontraron a tres miembros del comité central del joven Partido comunista de Alemania (KPD): Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Wilhelm Pieck. Los manuales "oficiales" de historia siguen contando hoy todavía que los dirigentes del KPD fueron "detenidos". En realidad, a Liebknecht, Luxemburg y Pieck los raptaron. Para los miembros de la "milicia ciudadana" sus prisioneros eran unos criminales, pero no por eso los entregaron a la policía. Los llevaron a un lujoso hotel, el Edén, en donde esa misma mañana se acababa de instalar la Garde-Kavallerie-Schützen-Division ("División de fusileros de caballería de la guardia", GKSD), estableciendo allí su nuevo cuartel general.
La GKSD había sido una unidad de élite de los ejércitos imperiales (en su origen, era la Guardia de Corps del propio emperador). Igual que los SS, sus herederos durante la Segunda Guerra mundial, esa división enviaba al frente unidades de choque y disponía además de su propio sistema de seguridad y espionaje. En cuanto llegó la noticia de la revolución al frente occidental, la GSKD regresó a retaguardia para dirigir la contrarrevolución; llegó a la región de Berlín el 30 de noviembre. Allí llevó a cabo el ataque llamado de "vísperas de Navidad" contra los marinos revolucionarios en el palacio imperial, empleando, en plena urbe, artillería, gases y granadas ([1]).
En sus memorias, el comandante en jefe de la GSKD, Waldemar Pabst, cuenta que uno de sus oficiales, un aristócrata católico, tras haber escuchado un discurso de Rosa Luxemburg, había declarado entonces que era una "santa" y le pidió que permitiera a Rosa Luxemburg dirigirse a su unidad. Pabst escribe: "Tomé conciencia del peligro que representaba la señora Luxemburg. Era más peligrosa que nadie, incluso que los que estaban armados" ([2]).
A su llegada con su botín al "paraíso" del hotel Edén, los cinco intrépidos defensores de la ley y el orden de Wilmersdorf fueron generosamente recompensados por sus servicios. La GKSD era uno de los tres organismos de la capital que ofrecía una recompensa financiera considerable por la captura de Liebknecht y de Luxemburg ([3]).
Pabst nos da una breve reseña del interrogatorio de Rosa Luxemburg aquella noche. "¿Es usted la señora Rosa Luxemburg?" le preguntó. "Decídalo usted, por favor", contestó ella. "Por las fotos, así debe ser". "Si usted lo dice." Luego, cogió una aguja y se puso a coser un desgarrón del vestido que le hicieron durante la detención. Después se puso a leer uno de sus libros preferidos, Fausto de Goethe, e ignoró la presencia del interrogador.
En cuanto se supo la noticia de la captura de los espartaquistas, se difundió entre los ocupantes del elegante hotel un ambiente de pogromo. Sin embargo, Pabst tenía sus propios planes. Mandó que acudieran tenientes y oficiales de marina, hombres de honor muy respetados; unos hombres cuyo "honor" había quedado muy agraviado, puesto que sus propios subordinados, los marineros de la flota imperial, habían desertado, integrándose en la revolución. Esos "caballeros" prestaron juramento de guardar silencio para el resto de sus días sobre lo que iba a ocurrir a continuación.
Querían evitar un juicio, una "ejecución según la ley marcial" u otro procedimiento cualquiera que hiciera aparecer a las víctimas como héroes o mártires. Los espartaquistas debían morir de muerte vergonzante. Se pusieron de acuerdo para pretender que a Liebknecht lo trasladaban a la cárcel, fingir una avería en el coche en el parque del centro ciudad, el Tiergarten, y abatirlo "porque había huido". Puesto que esa "solución" iba a resultar muy poco creíble en el caso de Rosa Luxemburg cuya lesión física en la cadera que la hacía cojear, era de todos conocida, se decidió que debía aparecer como víctima de un linchamiento por la muchedumbre. Del papel de "muchedumbre" se encargó al teniente de marina Herman Souchon, cuyo padre, el almirante Souchon, tuvo que soportar, en noviembre de 1918, como gobernador de Kiel, la afrenta de tener que negociar con los obreros y los marineros revolucionarios. Tenía que esperar fuera del hotel, lanzarse contra el coche que llevaba a Rosa Luxemburg y dispararle en la cabeza.
Pero durante la ejecución de ese plan surgió algo imprevisto: un soldado apellidado Runge que se había entendido con su capitán, un tal Petri, para permanecer en su puesto después de su servicio a las 11 de la noche. Querían cobrar ellos dos la recompensa por la eliminación de los revolucionarios. En el momento en que llevaban a Liebknecht a un coche aparcado delante del hotel, Runge le asestó un culatazo en la cabeza. Esto iba a descalificar la fábula de que a Liebknecht lo habían matado por la "ley de fugas". En medio del desconcierto provocado por tal acción a nadie se le ocurrió mandar a Runge que se alejara del lugar. Y cuando sacaban a Rosa Luxemburg del hotel, el tal Runge, de uniforme, la derribó de la misma manera dejándola inconsciente. Ya en el suelo, le atizó otro culatazo. La metieron en el coche ya medio muerta y otro soldado, Von Rzewuski, le dio otro golpe. Sólo entonces acudió Souchon corriendo para ejecutarla. Lo ocurrido después es conocido de todos. A Liebknecht lo mataron en el Tiergarten. El cadáver de Rosa Luxemburg lo tiraron en el cercano canal Landwehr ([4]). Al día siguiente los asesinos se hicieron fotografiar en una fiesta para celebrarlo.
Tras haber expresado lo "afectado" que estaba por semejantes "atrocidades" y haberlas condenado, el gobierno socialdemócrata prometió "una encuesta de lo más riguroso" de la que encargó... a ¡la GKSD!. El responsable de la encuesta, Jorns, era un tipo que ya se había ganado una buena fama por ocultación de un genocidio colonial perpetrado por el ejército alemán en el África Suroriental alemana antes de la guerra. Instaló su despacho en el hotel Edén. Sus ayudantes en las pesquisas eran Pabst y uno de los acusados por el asesinato, Von Pflugk-Hartnung. Sin embargo, un artículo aparecido el 12 de febrero en el Rote Fahne, el diario del KPD, acabó dando al traste con el proyecto de dar largas al asunto para después acabar por enterrarlo. Ese artículo, que daba cumplida cuenta de lo que acabó estableciéndose como verdad histórica sobre esos asesinatos, desencadenó un clamor de indignación ([5]).
El juicio empezó el 8 de mayo de 1919. Se puso el tribunal bajo la protección de la GSKD. El juez designado era otro representante de la flota imperial, Wilhelm Canaris, un amigo de Pabst y de Von Pflugk-Hartnung. Llegaría a ser varios años más tarde comandante en jefe de los servicios de espionaje de la Alemania nazi. Una vez más, todo se desarrolló según un plan preestablecido. Pero hubo algo imprevisto: algunos miembros del personal del hotel Edén, a pesar del miedo a perder su empleo y acabar en las listas de personas que asesinar por las brigadas militares de matones, dieron cabal testimonio de lo que habían visto. La limpiadora Anna Belger, contó que había oído hablar a los oficiales de la "acogida" que le estaban preparando a Liebknecht en el Tiergarten. Los camareros Mistelski y Krupp, de 17 años ambos, identificaron a Runge y revelaron sus relaciones con Petri. A pesar de todo, el tribunal aceptó sin el menor empacho la versión de que a Liebknecht lo mataron a tiros porque "se había dado a la fuga", y absolvieron a los oficiales que habían disparado. En el caso de Rosa Luxemburg, se estipuló que dos soldados habían intentado matarla, pero que se desconocía al asesino. Tampoco se conocían las causas de su muerte, puesto que no se había encontrado su cadáver.
El 31 de mayo de 1919, unos obreros encontraron el cadáver de Rosa Luxemburg en la esclusa del canal. En cuanto se supo que a "ella" la habían encontrado, el ministro del Interior SPD, Gustav Noske, ordenó el más absoluto silencio sobre ese tema. Habría que esperar tres días para que se publicara un anuncio oficial diciendo que una patrulla militar, y no unos obreros, había encontrado los restos de Rosa Luxemburg.
En contra de todas las normas, Noske entregó el cadáver a sus amigos militares, o sea en manos de los propios asesinos. Les autoridades responsables no pudieron ocultar que, en realidad, Noske había robado el cadáver. Es evidente que los socialdemócratas estaban tan aterrorizados por Rosa Luxemburg, que hasta su cadáver les daba miedo. El silencio que habían jurado en el hotel Edén lo mantuvieron durante décadas. Pero acabó siendo el propio Pabst quien lo rompiera. No podía soportar por más tiempo que no se le atribuyeran públicamente los méritos de su hazaña. Después de la Segunda Guerra mundial se puso a hacer alusiones en entrevistas a la prensa (Spiegel, Stern) y a ser más explícito en las discusiones con historiadores y en sus memorias. En la Republica federal de Alemania (la Alemania del Oeste), "el anticomunismo" del período de posguerra ofrecía las circunstancias favorables para que Pabst hiciera alarde de sus proezas: contó que había llamado por teléfono al ministro del Interior socialdemócrata Noske, en la noche del 15 de enero de 1919, para consultarle sobre el procedimiento a seguir con sus ilustres presos. Se pusieron de acuerdo sobre la necesidad de "poner fin a la guerra civil". Y sobre cómo hacerlo, Noske declaró: "La decisión la debe tomar vuestro general ([6]), pues son vuestros prisioneros". En una carta al doctor Franz, fechada en 1969, Pabst escribe: "Noske y yo estábamos plenamente de acuerdo. Naturalmente, no podía ser Noske quien diera la orden". Y en otra carta escribe: "... esos idiotas de alemanes deberían postrarse de hinojos y darme las gracias a mí y a Noske también; ¡calles debería haber con nuestros nombres! ([7]) ! Noske fue ejemplar en aquel entonces y el Partido (salvo su ala izquierda semi-comunista) sin reproche. Es evidente que yo nunca habría podido decidir esa acción sin el acuerdo de Noske (ni de Ebert tras él) y que debía proteger a mis oficiales" ([8]).
La situación de Alemania de 1918 a 1920, en donde se replicó a una tentativa de revolución proletaria con una matanza espantosa que costó la vida a unos 20 000 proletarios, no fue, evidentemente, la primera de la historia. En París, cuando la revolución de julio de 1848, y durante la Comuna de 1871 habían ocurrido hechos similares. Y mientras que durante la Revolución de octubre en 1917 en Rusia casi no se derramó sangre, la guerra civil que el capital internacional desató para replicar a esa revolución costó millones de vidas. Lo que era nuevo en Alemania fue el uso del sistema del asesinato político, no sólo al final de un proceso revolucionario, sino desde el principio mismo ([9]).
Sobre este asunto, después de haber citado a Klaus Gietinger, vamos a referirnos ahora a otro testigo, Emil Julius Gumbel, quien publicó, en 1924, un libro famoso titulado Cuatro años de asesinatos políticos ([10]). Gumbel, como tampoco Klaus Gietinger, no era un comunista revolucionario. Era un defensor de la república burguesa de Weimar. Pero era, ante todo, alguien en busca de la verdad y dispuesto a arriesgar su vida por ello.
Para Gumbel, la evolución en Alemania se caracterizó por la transición "del asesinato artesano" a lo que él llamó "un método más industrial" ([11]). Este método se basaba en listas de gente a la que asesinar, establecidas por organismos secretos, asesinatos perpetrados sistemáticamente por escuadrones de la muerte formados por oficiales y soldados. Esos escuadrones no solo coexistían sin problemas con los organismos oficiales del Estado democrático; en realidad, colaboraban activamente con él. Los medios de comunicación tenían un papel clave en esa estrategia; preparaban de antemano y justificaban los asesinatos y, después, despojaban a los muertos de todo lo que podía quedarles, su honra.
Comparando el terrorismo, sobre todo individual, del ala izquierda antes de la guerra ([12]) con el nuevo terror derechista, Gumbel escribió:
"La increíble clemencia de los tribunales para con los autores es de sobras conocida. Se distinguen así los asesinatos políticos actuales en Alemania de los del pasado, comunes a otros países, en dos aspectos: porque son masivos y por el grado de impunidad que tienen. Antes, el asesinato político requería al fin y al cabo una indudable capacidad de decisión. No se les puede negar cierto heroísmo. El autor arriesgaba su vida. Era muy difícil huir. Hoy los culpables no arriesgan nada. Hay organismos poderosos con representantes en todo el país que les ofrecen refugio, protección y apoyo material. Hay funcionarios "comprensivos", jefes de policía, que obtienen los papeles necesarios para irse al extranjero si hace falta... Alojan a uno en los mejores hoteles en los que puede darse la buena vida. En una palabra, el asesinato político ha pasado de ser un acto heroico a ser prácticamente una fuente de ingresos fácil" ([13]).
Lo que era válido para el asesinato de personas lo fue también para un golpe derechista, utilizado para matar a gran escala - lo que Gumbel llama "asesinato semiorganizado".
"Si el golpe tiene éxito, mejor. Si fracasa, los tribunales lo harán todo porque no les ocurra nada a los criminales. Y así se hizo. Ningún asesinato de la derecha ha sido nunca castigado de verdad. Incluso los asesinos que han confesado sus crímenes han sido liberados gracias a la amnistía de Kapp".
En Alemania se formaron cantidad de organizaciones contrarrevolucionarias como respuesta a la revolución proletaria ([14]). Y cuando fueron prohibidas y se abolió la ley marcial y el sistema de tribunales extraordinarios, todo eso se mantuvo en Baviera, haciendo de Munich el "nido" de la extrema derecha alemana y de los exiliados rusos. Lo que se presentó como una "especialidad bávara" era, en realidad, una división de trabajo. Los líderes principales de esa "rebelión bávara" eran Ludendorff y sus secuaces de los antiguos cuarteles generales de los ejércitos que de bávaros no tenían nada ([15]).
Como recordábamos en la segunda parte de esta serie, la Dolchstosslegende, "la leyenda de la puñalada a traición", la inventó en septiembre de 1918 el general Ludendorff. En cuanto se dio cuenta de que la guerra estaba perdida, llamó a que se formara un gobierno civil encargado de pedir la paz. Su idea era que la culpa cayera en los civiles, salvando así la reputación de las fuerzas armadas. La revolución no había estallado todavía. Tras su estallido, la Dolchstosslegende cobró mayor importancia todavía. La propaganda de que a unas gloriosas fuerzas armadas, nunca vencidas en los campos de batalla, la revolución les había robado la victoria en los últimos instantes, debía servir para engendrar en la sociedad y entre los soldados en especial, un odio implacable contra la revolución.
Al principio, cuando los socialdemócratas se encontraron con que se les ofrecía un lugar en ese gobierno civil del "deshonor", el inteligente Scheidemann, de la dirección del SPD, se dio cuenta de la trampa y rehusó la oferta ([16]). Su opinión fue inmediatamente puesta en entredicho por Ebert quien defendió la necesidad de poner el bien de la patria "por encima de la política del partido" ([17]).
Cuando el 10 de diciembre de 1918, el gobierno SPD y el alto mando militar hicieron desfilar, por las calles de Berlín, en masa, a las tropas llegadas del frente, su intención era utilizarlas para aplastar la revolución. Con esta idea, Ebert se dirigió a las tropas en la Puerta de Brandeburgo saludando a un ejército "nunca derrotado en los campos de batalla". Fue entonces cuando Ebert hizo de la Dolchstosslegende una doctrina oficial del SPD y de su gobierno ([18]).
Evidentemente, la propaganda de "la puñalada por la espalda" no acusaba explícitamente a la clase obrera de haber sido responsable de la derrota de Alemania. Eso no habría sido muy inteligente en un momento en que la guerra civil estaba iniciándose, o sea, cuando para la burguesía era necesario borrar las divisiones de clase. Había que encontrar a unas minorías que aparecieran como manipuladoras y embaucadoras de las masas y a las que poder señalar como las verdaderas culpables.
Entre esos culpables estaban "los rusos" y su agente, el bolchevismo alemán, representante de una forma salvaje, "asiática", de socialismo, el socialismo del hambre, un virus que amenazaba a la "civilización europea". Con palabras diferentes, esos temas estaban en continuidad directa con los de la propaganda antirrusa de los años de guerra. El SPD fue el agente principal y el más rastrero en la propagación de ese veneno. En esto los militares estaban más indecisos, pues algunos de sus representantes más audaces apostaban por la idea de lo que ellos llamaban el "nacional-bolchevismo" (la idea de una alianza militar entre el militarismo prusiano y la Rusia proletaria contra las "potencias de Versalles" podría ser también un buen medio para destruir moralmente la revolución tanto en Alemania como en Rusia).
¿El otro culpable?: los judíos. Ludendorff ya pensaba en ellos desde el principio de la manipulación. A primera vista, el SPD pareció no haber seguido esa orientación. En realidad, lo que hacía su propaganda era recoger las ignominias pregonadas por los oficiales, sustituyendo la palabra "judío" por "extranjero", "individuos sin raíces nacionales" o por "intelectuales", términos que en aquel contexto venían a significar lo mismo. Ese odio antiintelectual hacia las "ratas de biblioteca" es un aspecto muy conocido del antisemitismo. Dos días antes del asesinato de Luxemburg y Liebknecht, el Vorwärts, diario del SPD, publicó un "poema" - en realidad un llamamiento al pogromo - titulado "La Morgue", un poema que lamentaba que sólo hubiera proletarios entre los muertos, mientras que gente "del estilo" de "Karl, Rosa, Radek" se habían librado.
La socialdemocracia saboteó las luchas desde dentro. Organizó el armamento de la contrarrevolución y sus campañas militares contra el proletariado. Al haber aplastado la revolución, creó las condiciones de la victoria posterior del nacional-socialismo, abriéndole involuntariamente el camino. El SPD fue más allá en el deber que se impuso de defender el capitalismo. En su ayuda para la creación de los ejércitos mercenarios no oficiales, los Cuerpos francos, con su protección de las organizaciones criminales de oficiales, con su propagación de las ideologías de la reacción y del odio que iban a ser predominantes en la vida política alemana durante el cuarto de siglo siguiente, el SPD participó activamente en el cultivo del terreno que permitió que en él se arraigara el régimen de Hitler.
"Odio a la revolución como al pecado", declaró con fervorosa compunción Ebert. Su odio no lo causaban los patronos que temían perder sus propiedades o los militares, todos aquellos para quienes el orden existente parecía ser algo tan natural que había que combatir todo lo que apareciera como diferente. Los "pecados" que la socialdemocracia odiaba eran su propio pasado, su compromiso en el movimiento obrero junto con los revolucionarios convencidos y los proletarios internacionalistas - por muy cierto que fuera que muchos miembros de la socialdemocracia nunca habían compartido esas convicciones; es el odio del renegado hacia la causa traicionada. Los jefes del SPD y de los sindicatos creían que el movimiento obrero les pertenecía. Cuando se aliaron con la burguesía imperialista en el momento del estallido de la guerra, pensaban que se había acabado el socialismo, ese capítulo imaginario que ahora estaban decididos a cerrar. Cuando solo cuatro años más tarde, la revolución levantó la cabeza, fue para ellos como un pavoroso fantasma que les volvía del pasado. Su odio a la revolución también les venía del miedo que les daba. Proyectaban sus propias turbaciones en sus enemigos, temían ser linchados por los espartaquistas, el mismo miedo que compartían los oficiales de los escuadrones de la muerte ([19]).
Ebert estuvo a punto de huir de la capital entre Navidad y Año nuevo de 1918. Todo se cristalizó en el blanco principal de su odio: Rosa Luxemburg. El SPD se había vuelto un concentrado de todo lo reaccionario del capitalismo en putrefacción. De modo que la existencia misma de Rosa Luxemburg era para el SPD una provocación: su lealtad a los principios, su valentía, su brillantez intelectual, el ser extranjera, de origen judío, y ser mujer. La llamaron "Rosa la roja", sedienta de sangre y de revancha, una mujer armada con un fusil.
Cuando se estudia la revolución en Alemania, no hay que olvidar uno de los fenómenos más llamativos: el grado inmundo de servilismo de la socialdemocracia hacia los militares, algo que incluso a la casta de oficiales prusianos les parecía repugnante y ridículo. Durante todo el período de colaboración entre el cuerpo de oficiales y el SPD, aquél no dejará nunca de proclamar en público que mandaría a éste a "los infiernos" en cuanto dejara de servirle. Pero nada de eso sirvió para frenar el servilismo del SPD. Ese servilismo no era, evidentemente, nada nuevo. Ya había caracterizado la actitud de los sindicatos y de los políticos reformistas bastante antes de 1914 ([20]). Pero ahora venía a reforzar la convicción de que sólo los militares podrían salvar el capitalismo y, por lo tanto, al propio SPD.
En marzo de 1920, se alzaron contra el gobierno del SPD unos oficiales de derechas (el golpe militar -putsch- de Kapp). Entre los golpistas están todos los colaboradores de Ebert y Noske en el doble asesinato del 15 de enero de 1919: Pabst y su general Von Lüttwitz, el GSKD, los tenientes de marina antes mencionados. Kapp y Lüttwitz prometieron a sus tropas una buena recompensa financiera por el derrocamiento de Ebert. El golpe no lo hizo fracasar el gobierno (que huyó a Stuttgart), ni el mando militar oficial que se declaró "neutral", sino el proletariado. Las tres partes en conflicto de la clase dominante - el SPD, los "kappistas" y el alto mando militar (tras abandonar su "neutralidad") - se unieron para vencer a los obreros. ¡A buen fin no hay mal principio!, excepto una cosa: ¿qué fue de los pobres amotinados que esperaban su recompensa por haber intentado echar a Ebert? ¡Ningún problema! ¡El propio gobierno de Ebert, de vuelta al trabajo,... pagó la recompensa!
Buen ejemplo contra el argumento (planteado por Trotski, entre otros, antes de 1933) según el cual la socialdemocracia, aún estando integrada en el capitalismo, podría sin embargo alzarse contra las autoridades e impedir el ascenso del fascismo aunque sólo fuera para salvar su pellejo.
En realidad, los militares estaban más en contra del conjunto del sistema de los partidos políticos existente y no especialmente contra la socialdemocracia y los sindicatos ([21]). Ya antes de la guerra, Alemania no estaba gobernada por los partidos políticos, sino por la casta militar, sistema que era símbolo de la monarquía. La burguesía industrial y financiera cada vez más poderosa se integró poco a poco en ese sistema, pero no en estructuras oficiales, sino, sobre todo, en la Alldeutscher Verein ("Asociación panalemana") que, de hecho, dirigió el país antes y durante la Primera Guerra mundial ([22]).
En cambio, en la Alemania imperial, el Parlamento (el Reichstag) casi no tenía poder. Los partidos políticos casi ni tenían experiencia gubernamental verdadera. Eran más bien grupos de influencia de diferentes fracciones económicas o regionales.
Lo que en su origen era el producto del atraso político de Alemania aparecería, cuando estalló la guerra, como una gran ventaja. Para encarar la guerra y enfrentar la revolución que siguió, un control dictatorial del Estado sobre la sociedad entera era una necesidad imperiosa. En las viejas "democracias" occidentales, sobre todo en los países anglosajones con su sofisticado sistema bipartito, el capitalismo de Estado fue evolucionando mediante la fusión gradual de los partidos políticos y de las diferentes fracciones económicas de la burguesía con el Estado. Esta forma de capitalismo de Estado, al menos en Gran Bretaña y en Estados Unidos, se reveló muy eficaz. Pero le llevó un tiempo relativamente largo para acabar imponiéndose.
En Alemania, la estructura de la intervención de un Estado dictatorial ya existía. Uno de los "secretos" principales de la capacidad de Alemania para aguantar durante cuatro años de guerra contra casi todas las antiguas y principales potencias del mundo -que además disponían de los recursos de sus imperios coloniales - era la eficacia de ese sistema. Por eso lo único que hicieron los aliados occidentales cuando pidieron que al final de la guerra se liquidara el "militarismo prusiano" era puro teatro para distraer al auditorio.
Como ya vimos en esta serie de artículos, no sólo los militares sino el propio Ebert querían salvaguardar la monarquía al final de la guerra y mantener un Reichstag parecido al existente antes de 1914. En otras palabras, querían mantener las estructuras capitalistas de Estado que tan bien les habían servido durante la guerra. Tuvieron que abandonar ese proyecto ante el peligro de la revolución. Todo el arsenal y el espectáculo de la democracia política de los partidos eran necesarios para extraviar a los obreros.
Eso fue lo que produjo el surgimiento de la república de Weimar: un montón de partidos sin experiencia alguna e ineficaces, totalmente incapaces de cooperar e integrarse de manera disciplinada en el régimen capitalista de Estado. ¡No es de extrañar que los militares quisieran quitárselos de en medio! El único partido político burgués existente en Alemania era el SPD.
Y si la revolución hizo imposible el mantenimiento del régimen de guerra capitalista de Estado ([23]), también hizo imposible la realización del plan de Gran Bretaña y sobre todo de Estados Unidos, de liquidar la base social militar de ese régimen. Las "democracias" occidentales tuvieron que dejar intacto el núcleo de la casta militar y de su poder, para que pudiera aplastar al proletariado. Pero esto acarreó otras consecuencias. Cuando en 1933, los dirigentes tradicionales de Alemania, las fuerzas armadas y la gran industria, abandonaron el régimen de Weimar, volvieron a encontrar su superioridad organizativa respecto a sus rivales imperialistas occidentales en la preparación de la Segunda Guerra mundial. En cuanto a su composición, la diferencia principal entre el sistema antiguo y el nuevo era que al SPD lo sustituyó el NSDAP, o sea el partido nazi. El SPD había tenido tanto éxito en su victoria sobre el proletariado que sus servicios habían dejado de ser necesarios.
En octubre de 1917, Lenin llamó a los Soviets y al partido a la insurrección en Rusia. En una resolución para el comité central del Partido bolchevique, "redactada con prisas por Lenin, escrita a lápiz en una hoja de papel escolar cuadriculado" ([24]), escribió:
"El Comité central reconoce que la situación internacional de la revolución rusa (el amotinamiento de la flota en Alemania, manifestación extrema del auge de la revolución socialista mundial en toda Europa; y, por otro lado, la amenaza de ver cómo la paz imperialista ahoga a la revolución en Rusia), - así como la situación militar (decisión indudable de la burguesía rusa y de Kerenski y compañía, de entregar Petrogrado a los alemanes), - así como la obtención por parte del partido proletario de la mayoría en los Soviets, - todo ello, unido al levantamiento campesino y al cambio de actitud del pueblo que tiene confianza en nuestro partido (elecciones de Moscú) y, en fin, la evidente preparación de una nueva aventura de Kornilov (retirada de las tropas de Petrogrado, transferencia de los cosacos a Petrogrado, asedio de Minsk por los cosacos, etc.) - todo eso está poniendo al orden del día la insurrección armada" ([25]).
En ese escrito está toda la visión marxista de la revolución mundial de aquel entonces y del papel central de Alemania en ese proceso. Por un lado, la insurrección debe realizarse en Rusia como respuesta al comienzo de la revolución en Alemania que es la señal para toda Europa. Por otro lado, al ser incapaz de aplastar la revolución en su territorio, la burguesía rusa se propone dejar esa tarea al gobierno alemán, gendarme de la contrarrevolución en el continente europeo (entregando Petrogrado). Lenin se indignó contra aquellos que, en el partido, se oponían a la insurrección, que declaraban su solidaridad con la revolución en Alemania y, sin embargo, llamaban a los obreros rusos a esperar que el proletariado alemán tomara la dirección de la revolución.
"Recapacitad pues: en unas condiciones penosas, infernales, con Liebknecht [375] únicamente (encerrado en presidio, además), sin periódicos, sin libertad de reunión, sin Soviets, en medio de la hostilidad increíble de todas las clases de la población - hasta el último campesino rico - respecto a la idea del internacionalismo, a pesar de la organización superior de la grande, de la media y de la pequeña burguesía imperialista, los alemanes, quiero decir los revolucionarios internacionalistas alemanes, los obreros con uniforme de marinero, han desencadenado un amotinamiento de la flota, y eso que sólo tenían una posibilidad entre cien.
"Y nosotros que tenemos decenas de periódicos, libertad de reunión, que tenemos la mayoría en los Soviets, nosotros que somos los internacionalistas proletarios con las posiciones más sólidas del mundo entero, ¿nos negaríamos a apoyar con nuestra insurrección a los revolucionarios alemanes?. Razonaríamos como los Scheidemann y los Renaudel: lo más prudente es no sublevarnos, pues si nos fusilan a todos, el mundo perderá a unos internacionalistas de tan elevado temple, de tan buen sentido, tan perfectos!" ([26]).
Como lo escribió en su célebre texto la Crisis está madura (29 de septiembre de 1917), quienes quisieran retrasar la insurrección en Rusia serían unos "traidores a esta causa, pues con su conducta traicionarían a los obreros revolucionarios alemanes que han empezado a sublevarse en la flota."
Un debate similar se produjo en el partido bolchevique en la primera crisis política ocurrida tras la toma del poder: ¿había o no había que firmar el Tratado de Brest-Litovsk con el imperialismo alemán? A primera vista podría parecer que los campos se habían invertido. Ahora era Lenin quien defendía la prudencia: había que aceptar la humillación de ese tratado. En realidad, hay continuidad. En ambos casos en los que el destino de la revolución rusa estaba en juego fue la revolución en Alemania lo que estuvo en el centro del debate. En ambos casos, Lenin insiste en que todo depende de lo que ocurra en Alemania pero también en que, en este país, la revolución necesitará más tiempo y será mucho más difícil que en Rusia. Por eso la revolución rusa tenía que ponerse a la cabeza en octubre de 1917. Por eso, en Brest-Litovsk, el bastión ruso debía prepararse para un compromiso. Tenía la responsabilidad de "aguantar" para poder apoyar la revolución alemana y mundial.
Desde su inicio, la revolución en Alemania estaba impregnada de sentido de la responsabilidad respecto a la revolución rusa. Incumbía a los proletarios alemanes la tarea de liberar a los obreros rusos de su aislamiento internacional. Así lo escribió Rosa Luxemburg desde la cárcel en sus notas sobre la Revolución rusa, publicadas póstumas en 1922;
"Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán" ([27]).
"Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ‘bolchevismo'" (Ibíd.).
La solidaridad práctica del proletariado alemán con el proletariado ruso es, pues, la conquista revolucionaria del poder, la destrucción del baluarte principal de la contrarrevolución militar y socialdemócrata en la Europa continental. Sólo ese paso podía ampliar la brecha abierta en Rusia y permitir que en ella se precipitara el torrente revolucionario mundial.
En otra contribución desde su celda, la Tragedia rusa, Rosa Luxemburg mostró los dos peligros mortales que amenazaban a la revolución en Rusia. El primero era la posibilidad de una matanza terrible llevada a cabo por el capitalismo mundial, representado, en ese momento, por el militarismo alemán. El segundo sería el de la degeneración política y la quiebra moral del propio bastión ruso, su integración en el sistema imperialista mundial. En el momento en que escribía ese libro (después de Brest-Litovsk), ella barruntaba el peligro en lo que iba a convertirse en la idea pretendidamente nacional bolchevique en el orden militar alemán. Esa idea consistía en ofrecer a la "Rusia bolchevique" une alianza militar como medio de ayudar al imperialismo alemán a establecer su hegemonía mundial sobre sus rivales europeos, y al mismo tiempo, corromper moralmente a la revolución rusa - ante todo mediante la destrucción de su principio básico, el internacionalismo proletario.
En realidad, Rosa Luxemburg sobrestimaba la voluntad de la burguesía alemana en aquel momento para lanzarse a semejante aventura. Pero sí tenía básicamente razón al reconocer el segundo peligro y reconocer que si eso ocurriera sería el resultado inmediato de la derrota de la revolución alemana y mundial. Y concluía:
"Una derrota política cualquiera de los bolcheviques en combate leal contra fuerzas demasiado poderosas y en una situación histórica desfavorable, sería preferible a semejante ruina moral" ([28]).
La revolución rusa y la revolución alemana sólo pueden entenderse unidas. Fueron dos momentos de un solo y único proceso histórico. La revolución mundial empezó en la periferia de Europa. Rusia era el eslabón débil de la cadena del imperialismo, porque la burguesía mundial estaba dividida por la guerra imperialista. Y había que asestar un segundo golpe, en el corazón del sistema, para poder echar abajo el capitalismo mundial. Ese segundo golpe fue en Alemania y empezó con la revolución de noviembre de 1918. Pero la burguesía fue capaz de desviar de su corazón el golpe mortal. Y eso selló el destino de la revolución en Rusia. Lo que pasó no corresponde a la primera sino a la segunda hipótesis de Rosa Luxemburg, la que más la preocupaba. Contra lo que se suponía, la Rusia roja venció a las fuerzas blancas contrarrevolucionarias. Eso fue posible gracias a la combinación de tres factores principales: primero, la dirección política y organizativa del proletariado ruso que había pasado por la escuela del marxismo y de la revolución; segundo, la inmensidad del país que ya había permitido vencer a Napoleón e iba a ser un factor importante en la derrota de Hitler y que, también esta vez, iba a ser una desventaja para los invasores contrarrevolucionarios; tercero: la confianza que los campesinos, amplia mayoría de la población rusa, tenían en la dirección revolucionaria proletaria. Fueron los campesinos quienes proporcionaron la mayoría de las tropas del Ejército rojo dirigido por Trotski.
Lo que vino después en Rusia fue la degeneración capitalista desde dentro de una revolución aislada: una contrarrevolución en nombre de la revolución. Así pudo la burguesía ocultar el "enigma" de la derrota de la revolución rusa. Si pudo hacerlo fue porque ha sido capaz de correr un tupido velo sobre un hecho histórico de la primera importancia: que hubo un levantamiento revolucionario en Alemania. El enigma es que la revolución no fue derrotada en Moscú o San Petersburgo, sino en Berlín y en el Ruhr. La derrota de la revolución en Alemania es la clave para comprender la de la revolución en Rusia. La burguesía ha ocultado esa clave, una especie de tabú histórico que respetan todos los responsables políticos de la clase dominante, porque es mejor no remover un pasado cuya comprensión podría servir a las nuevas generaciones de revolucionarios.
La existencia de luchas revolucionarias en Alemania aparece menos evidente que las luchas en Rusia, precisamente porque la burguesía derrotó a la revolución alemana en una lucha abierta. En gran medida la ocultación de los combates en Alemania no sólo sirve para alimentar la mentira de que el estalinismo sería equivalente al comunismo, sino también la de que la democracia burguesa, la socialdemocracia en particular, sería el antagonista del fascismo.
Lo que queda es un malestar difuso, sobre todo a causa de los asesinatos de Luxemburg y Liebknecht, unos asesinatos que son el símbolo mismo de la victoria de la más brutal contrarrevolución ([29]). Porque ese crimen sintetiza el de decenas de miles de otros, es un concentrado de la crueldad, de la voluntad de la victoria aplastante de la burguesía para defender su sistema. ¿Y ese crimen no fue acaso cometido bajo la dirección y el amparo de la democracia burguesa? ¿No fue el resultado de la labor conjunta entre la socialdemocracia y la extrema derecha? ¿Y no eran sus víctimas, al contrario que sus verdugos, la esencia misma de lo mejor, de lo más humano, los mejores representantes de lo que podría ser el porvenir para la especie humana? ¿Por qué, ya entonces y hoy también, quienes sentimos una responsabilidad respecto al futuro de la sociedad, nos sentimos tan afectados por esos crímenes, tan cerca de quienes fueron sus víctimas? Esos crímenes de la burguesía que le permitieron salvar el sistema hace 90 años, podrán transformarse en boomerang.
En su estudio sobre el asesinato político en Alemania, realizado en los años 1920, Emil Gumbel establece un vínculo entre esa práctica y la visión "heroica" de los defensores del orden social actual que ven la historia como el resultado de las acciones individuales: "La derecha tiene tendencia a pensar que puede eliminar a la oposición de izquierda que está animada por la esperanza de un orden económico radicalmente diferente, liquidando a sus dirigentes" ([30]). La historia es un proceso colectivo, conducido y realizado por millones de personas, y no sólo por la clase dominante que quiere monopolizar las lecciones de ese proceso.
En su estudio sobre la revolución alemana, escrito en los años 1970, el historiador "liberal" Sebastian Haffner concluía diciendo que esos crímenes siguen siendo una herida abierta y seguirán teniendo repercusiones a largo plazo.
"Hoy nos damos cuenta horrorizados de que ese episodio fue un acontecimiento históricamente determinante del drama de la revolución alemana. Al observar aquellos acontecimientos con la distancia de medio siglo, su impacto histórico ha cobrado esa extrañeza de lo impredecible que tuvo lo acontecido en el Golgotha - que, en el momento en que ocurrió, parecía que no había cambiado nada."
Y: "El asesinato del 15 de enero de 1919 fue el principio -el principio de miles de asesinatos bajo Noske en los meses siguientes, hasta los millones de asesinatos en las décadas siguientes bajo Hitler. Fueron la señal de lo que iba a ocurrir después" ([31]).
¿Podrán las generaciones actuales y futuras de la clase obrera apropiarse esta realidad histórica? ¿Es posible a largo plazo liquidar las ideas revolucionarias matando a quienes las defienden? Las últimas palabras del último artículo de Rosa Luxemburg antes de que la mataran las escribió en nombre de la revolución: "Fui, soy y seré".
Steinklopfer
[1]) Este ataque fue desbaratado por la movilización espontánea de los obreros. Ver el artículo anterior en la Revista n°136.
[2]) Citado por Klaus Gietinger: Eine Leiche im Landwehrkanal. Die Ermordung Rosa Luxemburgs ("Un cadáver en el canal Landwehr. El asesinato de Rosa Luxemburg"), p. 17, Hamburgo 2008. Gietinger, sociólogo, escritor y cineasta, ha dedicado gran parte de su vida a investigar sobre las circunstancias del asesinato de Luxemburg y Liebknecht. Su último libro - Waldemar Pabst : der Konterrevolutionär - se beneficia del punto de vista de documentos históricos obtenidos en Moscú y en Berlín-Este que completan las pruebas de la implicación del SPD.
[3]) Los demás eran el "Regimiento Reichstag" monárquico y la organización de espionaje del SPD bajo el mando de Anton Fischer.
[4]) Wilhelm Pieck fue el único en salvar la vida. No se sabe todavía hoy si logró huir él solo o si le dejaron marchar tras haber traicionado a sus camaradas. Pieck llegaría a ser, tras la Segunda Guerra mundial, presidente de la República democrática alemana (RDA).
[5]) Al autor del artículo, Leo Jogiches, lo mataron un mes más tarde también "porque se dio a la fuga"... ¡en la celda de la cárcel en que estaba preso!.
[6]) El general von Lüttwitz.
[7]) Con ocasión del 90e aniversario de aquellas atrocidades, el partido liberal de Alemania (FPD) ha propuesto que se levante un monumento en honor a Noske en Berlín. Pofalla, secretario general de la CDU, el partido de la canciller Angela Merkel, ha descrito las manejos de Noske como "una defensa valiente de la república" (citado en el diario berlinés Tagesspiegel, 11 de enero de 2009).
[8]) Gietinger, Die Ermordung der Rosa Luxemburg ("El asesinato de Rosa Luxemburg"). Ver el capítulo 74 "Jahre danach" ("74 años más tarde").
[9]) La importancia de ese hecho en Alemania la pone de relieve el escritor Peter Weiss, un artista alemán de origen judío que huyó a Suecia de la persecución nazi. Su monumental novela Die Ästhetik des Widerstands ("La estética de la resistencia") cuenta la historia del ministro sueco del Interior que durante el verano de 1917, envió a un emisario a Petrogrado, para pedir -en vano- a Kerensky, primer ministro del gobierno ruso pro-Entente (Francia e Inglaterra), que mandara asesinar a Lenin. Kerensky se negó considerando que Lenin no representaba un verdadero peligro.
[10]) Gumbel, Vier Jahre politischer Mord (Malik-Verlag Berlín, reeditado en 1980 par Wuderhorn, Heidelberg)
[11]) Ni que decir tiene que todo esto hace pensar en Auschwitz.
[12]) Por ejemplo el terrorismo de los anarquistas en Europa occidental o de los Narodniki rusos y los socialistas-revolucionarios.
[13]) Gumbel, idem.
[14]) Gumbel establece una lista en su libro. Queremos reproducirla aquí (sin intentar traducir sus nombres) para dar una idea de la importancia del fenómeno: Verband nationalgesinnter Soldaten, Bund der Aufrechten, Deutschvölkische Schutz- und Trutzbund, Stahlhelm, Organisation "C", Freikorps and Reichsfahne Oberland, Bund der Getreuen, Kleinkaliberschützen, Deutschnationaler Jugendverband, Notwehrverband, Jungsturm, Nationalverband Deutscher Offiziere, Orgesch, Rossbach, Bund der Kaisertreuen, Reichsbund Schwarz-Weiß-Rot, Deutschsoziale Partei, Deutscher Orden, Eos, Verein ehemaliger Baltikumer, Turnverein Theodor Körner, Allgemeiner deutschvölkischer Turnvereine, Heimatssucher, Alte Kameraden, Unverzagt, Deutscher Eiche, Jungdeutscher Orden, Hermansorden, Nationalverband deutscher Soldaten, Militärorganisation der Deutschsozialen und Nationalsozialisten, Olympia (Bund für Leibesübungen), Deutscher Orden, Bund für Freiheit und Ordnung, Jungsturm, Jungdeutschlandbund, Jung-Bismarckbund, Frontbund, Deutscher Waffenring (Studentenkorps), Andreas-Hofer-Bund, Orka, Orzentz, Heimatbund der Königstreuen, Knappenschaft, Hochschulring deutscher Art, Deutschvölkische Jugend, Alldeutscher Verband, Christliche Pfadfinder, Deutschnationaler Beamtenbund, Bund der Niederdeutschen, Teja-Bund, Jungsturm, Deutschbund, Hermannsbund, Adlerund Falke, Deutschland-Bund, Junglehrer-Bund, Jugendwanderriegen-Verband, Wandervögel völkischer Art, Reichsbund ehemaliger Kadetten.
[15]) Fue el general Ludendorff, que había sido prácticamente el dictador de Alemania durante la Primera Guerra mundial, el que organizó el fallido golpe llamado "Putsch de la Cervecería" en 1923 junto con Adolf Hitler.
[16]) El propio Scheidemann se convertiría en blanco de un fallido intento de asesinato por parte de la extrema-derecha que le reprochaba haber aceptado el tratado de Versalles impuesto por las potencias occidentales de la Entente.
[17]) Algo muy conocido es la admiración del que fue canciller (años 1970-80) SPD de Alemania occidental (RFA), Helmut Schmidt, por "el gran hombre de Estado" Ebert.
[18]) "Contaminada", sin embargo, por el ambiente revolucionario reinante en la capital, la mayoría de los soldados confraternizaron con la población y se dispersaron.
[19]) Tras el asesinato de Karl y de Rosa, los miembros del GKSD decían que tenían miedo a ser linchados si se les metía en la cárcel.
[20]) Durante les huelgas de masas en Berlín de enero de 1918, Scheidemann del SPD participó en una delegación de obreros enviada a negociar a la sede del gobierno. Al ser totalmente ignorados, los obreros decidieron irse. Scheidemann fue a implorar ante los responsables que recibieran a la delegación. Su rostro se "iluminó de gozo" cuando uno de ellos le hizo vagas promesas, pero la delegación no fue recibida. (Referido por Richard Müller, Del Imperio a la República).
[21]) En el fondo, los militares apreciaban mucho a Ebert y a Noske en especial. Stinnes, el hombre más rico de Alemania después de la Primera Guerra mundial puso a su yate Legien, nombre del jefe socialdemócrata de la federación sindical.
[22]) Según Gumbel, fue también la principal organizadora del golpe de Kapp.
[23]) O "socialista de Estado" como lo llamaba con entusiasmo Walter Rathenow, presidente del gigantesco complejo eléctrico AEG.
[24]) León Trotski, Historia de la Revolución rusa, cap. "Lenin llama a la insurrección"
[25]) Sesión del Comité central del P.O.S.D. (b) R. del 10 (23) octubre de 1917 (Lenin, Obras completas).
[26]) Lenin, Carta a los camaradas, escrita el 17 (30) de octubre de 1917.
[27]) Rosa Luxemburg, la Revolución rusa, "4. La Asamblea constituyente" https://www.marxists.org/espanol/luxem/index.htm [376].
[28]) Rosa Luxemburg, la Tragedia rusa.
[29]) Los incorregibles libérales del FDP de Berlín han sugerido que se ponga a una plaza de la ciudad el nombre de Noske, como contábamos antes. El SPD, o sea el partido de Noske, rechazó la propuesta, pero sin dar la menor explicación a un gesto de modestia, digamos atípica.
[30]) Gumbel, Ibíd.
[31]) Haffner, 1918/1919 - Eine deutsche Revolution.
En los artículos anteriores de esta serie, examinamos en detalle el resumen del método del materialismo histórico hecho por Marx en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la economía política (1859). Llegamos ahora a la última parte de este resumen: "Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana."
Volveremos más adelante sobre los antagonismos específicos que Marx consideraba como propios de la sociedad capitalista y sobre los cuales basaba su veredicto de que el capitalismo, como todas las demás formas anteriores de explotación de clase, es un sistema social transitorio. Antes, sin embargo, vamos a contestar a acusación que se hace a los marxistas de que sitúan la ascendencia y el declive de la sociedad capitalista en el contexto de la sucesión de los modos de producción precedentes, o, en otras palabras, utilizan el método marxista para examinar el capitalismo como un momento de la historia humana. En las discusiones con personas de las nuevas generaciones que se están acercando a las posiciones revolucionarias (por ejemplo en el foro de discusión Internet libcom.org), ese método ha sido criticado porque haría una "narración metafísica" que desembocaría en conclusiones mesiánicas; en otros espacios de ese mismo foro ([1]), intentar sacar conclusiones sobre ascendencia y declive del capitalismo a partir de una perspectiva histórica más general se considera como un empeño que el propio Marx habría rechazado por tratarse de una búsqueda de "una teoría histórico-filosófica cuya gran virtud consistiría en ser suprahistórica".
Esa cita de Marx se utiliza a menudo fuera de contexto para defender la idea de que Marx nunca habría intentado elaborar una teoría general de la historia, y que su único objetivo sería analizar las leyes del capitalismo. ¿Cuál es el contexto de esa cita?
Está sacada de una carta de Marx al editor del periódico ruso Otiechéstvennie Zapiski (noviembre de 1877) en la que contesta a "un crítico ruso" que describía la teoría de la historia de Marx como un esquema dogmático y mecanicista según el cual cada nación estaba destinada a seguir exactamente el mismo esquema de desarrollo que el analizado por Marx a propósito del auge del capitalismo en Europa. Ese crítico...
"se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en Europa occidental en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino impondría fatalmente a todos los pueblos, sean cuales sean las circunstancias históricas en que se encuentren" ([2]).
De hecho, esa tendencia era muy corriente entre los primeros marxistas rusos que solían presentar el marxismo como una simple apología del desarrollo capitalista y presuponían que Rusia debería realizar necesariamente su propia revolución burguesa antes de poder alcanzar la etapa de la revolución socialista. Es la misma tendencia que volvería más tarde a la superficie con el menchevismo.
En esa carta, Marx llega a una conclusión muy diferente: "Para poder apreciar en conocimiento de causa el desarrollo económico de la Rusia actual, aprendí el ruso y, luego durante años, he estudiado las publicaciones oficiales y otras relacionadas con ese tema. Y llegué a la conclusión siguiente: si Rusia sigue por el camino iniciado desde 1861, perderá la mejor de las oportunidades que la historia haya brindado a un pueblo, y acabará sufriendo todas las vicisitudes irremediables del régimen capitalista" (Ibíd., p. 1553)
En resumen, Marx no concebía en absoluto que su método para analizar la historia en general pudiera aplicarse de manera esquemática a cada país por separado, ni que su teoría de la historia fuera un sistema rígido de "progreso universal", que siguiera un proceso lineal y mecánico que se desarrollaría siempre en una misma dirección progresiva (aunque esto acabaría siendo efectivamente lo que, en manos de mencheviques y, más tarde, de estalinistas, éstos y aquéllos llamaban "marxismo"). Marx tenía razón cuando decía que Rusia podría evitar los horrores de una transformación capitalista gracias a la conjunción de una revolución proletaria en los países occidentales avanzados y de las formas comunales tradicionales básicas de la agricultura rusa. El que todo eso no acabara ocurriendo así no invalida ni mucho menos el método abierto de Marx. Además, su método va a lo concreto, tomando en consideración las circunstancias históricas reales en las que aparece determinada forma social. En esa misma carta también, Marx da un ejemplo de cómo trabaja:
"En diversos pasajes de el Capital aludo al destino que les cupo a los plebeyos de la antigua Roma. En su origen habían sido campesinos libres que cultivaban cada cual su propia parcela de tierra. Fueron expropiados a todo lo largo de la historia romana. El mismo movimiento que los separó de sus medios de producción y subsistencia acarreó la formación, no sólo de la gran propiedad, sino también de los grandes capitales monetarios. Y fue así como en poco tiempo se encontraron con que, por una parte, había hombres libres despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo, y por otra, para explotar ese trabajo, quienes poseían toda la riqueza adquirida. ¿Qué ocurrió?. Los proletarios romanos se transformaron, no en trabajadores asalariados, sino en una chusma de desocupados más miserables que los "blancos pobres" que hubo en el Sur de los Estados Unidos, y junto con ello se desarrolló un modo de producción que no era capitalista sino que dependía de la esclavitud. Así pues, sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de esos fenómenos, pero nunca se llegará a ello mediante la ganzúa universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica" (Ídem, p. 1555).
En cambio, ese ejemplo no demuestra, ni mucho menos, que la teoría de Marx excluyera la posibilidad de diseñar una dinámica general de las formas sociales precapitalistas ni que, por consiguiente, fuera inútil y sin sentido ponerse a discutir sobre el ascenso y el declive de los sistemas sociales. La ingente cantidad de energía que Marx le dedicó al estudio de la "comuna" rusa y a la cuestión del comunismo primitivo en general durante sus últimos años de vida, y la cantidad de páginas que dedicó a analizar las formas de sociedad precapitalistas, en las Grundrisse y otros lugares, contradice totalmente esa opinión. La carta que se toma como ejemplo muestra claramente que Marx insistía en la necesidad de estudiar una forma social separadamente antes de establecer comparaciones y, de ese modo, "encontrar la clave" del fenómeno, pero lo que no demuestra es que Marx se negara a ir de lo particular a lo general para comprender el movimiento de la historia.
Y, sobre todo, el método presentado en Prologo a la crítica de la economía política impugna la acusación de que cualquier intento de situar el capitalismo en la sucesión de los modos de producción sería un proyecto "suprahistórico". En ese prólogo Marx expone como ve él, de manera general, la evolución histórica y anuncia claramente el objeto de su investigación. En el artículo anterior, examinamos el pasaje en el que se estudian las formas sociales antiguas (comunismo primitivo, despotismo asiático, esclavitud, feudalismo, etc.), mostramos cómo pueden sacarse algunas conclusiones generales sobre las razones de su ascenso y su declive, o sea, concretamente, sobre la instauración de relaciones sociales de producción que actúan en un momento dado como acicate y, en otro, como traba al desarrollo de las fuerzas productivas. En el pasaje del Prólogo que examinamos aquí, Marx utiliza una expresión simple - pero muy significativa - para subrayar que el objeto de su investigación es el conjunto de la historia de la humanidad: "Con este sistema social se termina por lo tanto la prehistoria de la sociedad humana.". ¿Qué es lo que Marx quería decir exactamente con esa expresión?
Cuando se desmoronó el bloque del Este en 1989, la clase dominante del Oeste lanzó una ruidosa campaña de propaganda con el eslogan "el comunismo ha muerto". Estaba exultante y concluía que, por fin, Marx, el "profeta" del comunismo, se había desprestigiado. Fue Francis Fukuyama quien dio a esa campaña su barniz "filosófico" anunciando sin vacilar nada menos que "el fin da la historia", y el triunfo definitivo del capitalismo liberal y democrático el cual iba a aportar, a su manera sin duda imperfecta pero fundamentalmente humana, el fin de la guerra y de la pobreza y librar al género humano del fardo de las crisis catastróficas:
"A lo que estamos quizás asistiendo es no sólo al final de la Guerra fría, ni al final de un período particular de la historia de la posguerra, sino al final de la historia como tal... O sea, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma última del gobierno humano" (El fin de la historia y el último hombre, Fukuyama, 1992, traducido del inglés por nosotros).
Las dos décadas que siguieron a aquel acontecimiento, el cortejo de barbarie y de genocidios militares, el foso cada día mayor entre ricos y pobres a nivel mundial, la evidencia creciente de una catástrofe medioambiental que afecta al planeta entero, todo eso ha echado por los suelos la complaciente tesis de Fukuyama, una tesis que él mismo matizaría más tarde a la vez que otorgaba su apoyo a-crítico a la fracción dominante de los neoconservadores de Estados Unidos. Y hoy, con el estallido de una crisis económica profunda en el corazón mismo del capitalismo democrático liberal triunfante, semejantes ideas aparecen como lo que son: patrañas ridículas. Mientras tanto, Marx y su visión del capitalismo como sistema corroído por la crisis ya a nadie se le ocurre tratarlos como si fueran vestigios de un antiquísimo período ya trasnochado.
El propio Marx ya había hecho notar muy pronto que la burguesía había llegado a la conclusión de que su sistema era el final de la historia, el no va más, el alfa y omega, la meta final de la aventura y el devenir humanos, la expresión más lógica de la naturaleza humana. Incluso un pensador revolucionario como Hegel cuyo método dialéctico se basaba en reconocer el carácter transitorio de todas las fases y expresiones históricas, había caído en la trampa al considerar el régimen prusiano de entonces como el logro del Espíritu absoluto.
Como ya vimos en artículos precedentes, Marx rechazaba la idea de que el capitalismo, basado en la propiedad privada y la explotación del trabajo humano, fuese la expresión perfecta de la naturaleza humana; planteaba que la organización social humana fue, al principio, una forma de comunismo; consideraba que el capitalismo era una forma entre otras de una serie de sociedades divididas en clases que se habían implantado tras la disolución del comunismo primitivo, condenado también éste a desaparecer a causa de sus propias contradicciones internas.
El capitalismo es el episodio final de la serie, "la última forma antagónica del proceso social de producción, antagónica no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que surge de las condiciones sociales en las que viven los individuos".
¿Por qué?, porque "las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa proporcionan al mismo tiempo las condiciones materiales idóneas para resolver ese antagonismo" (Prólogo).
El término "fuerzas productivas" se ha visto con desconfianza desde que Marx lo utilizara. Y es comprensible en cierto modo para el siglo pasado, como lo hemos explicado en el capítulo anterior. La perversión del marxismo realizada por la contrarrevolución estalinista confirió a la nación de desarrollo de las fuerzas productivas un significado siniestro, evocador de la imagen de la explotación stajanovista y de la construcción de una economía de guerra de un desequilibrio monstruoso. Y, en las últimas décadas, la rápida evolución de la crisis ecológica ha puesto al desnudo el precio espeluznante que la humanidad está ya pagando por la continuación del "desarrollo" frenético del capitalismo.
Para Marx, las fuerzas productivas no son, ni mucho menos, una especie de potencia autónoma que determina la historia de la humanidad. Sólo lo son en la medida en que son el producto del trabajo alienado que se le va de las manos a nuestra especie humana que las ha ido desarrollando desde el principio. Pero tampoco esas fuerzas, movidas por formas particulares de organización social, son, por definición, hostiles a la especie humana como lo presentan los primitivistas y algunos grupos anarquistas en sus visiones dantescas. Al contrario, en cierta fase de su desarrollo costoso y contradictorio, son la clave para librar a la especie humana de milenios de dura labor y de explotación, a condición de que la humanidad sea capaz de reorganizar sus relaciones sociales para que la gigantesca potencia productiva que se ha desarrollado bajo el capitalismo, se utilice para satisfacer las verdaderas necesidades humanas.
Y esa reorganización es realizable porque existe, en el seno del capitalismo, una "fuerza productiva", el proletariado, que es, por vez primera, a la vez clase explotada y clase revolucionaria, al contrario de la burguesía, por ejemplo, que, aún siendo revolucionaria frente a la antigua clase feudal, era, a su vez, portadora de una nueva forma de explotación de clase. La clase obrera, en cambio, no tiene el menor interés en instaurar un nuevo sistema de explotación pues ella no podrá liberarse si no es liberando a la humanidad entera. Como así lo escribe Marx en La Ideología alemana:
"...todas las anteriores revoluciones dejaron intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de esta actividad, una nueva distribución del trabajo entre otras personas, en cambio, la revolución comunista está dirigida contra el modo anterior de actividad, elimina el trabajo y suprime la dominación de las clases al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad" ([3]).
Eso significa también emancipar a la humanidad de todas las cicatrices dejadas por miles de años de dominación de clase y, más allá, de los cientos de miles de años durante los cuales la humanidad estuvo dominada por la penuria material y la lucha por la supervivencia.
La humanidad llega pues a un punto de ruptura neto con todas las épocas históricas anteriores. Por eso es por lo que Marx habla de fin de la "prehistoria". Si el proletariado logra derrocar el imperio del capital y, tras un período de transición más o menos largo, crear una sociedad mundial plenamente comunista, a las generaciones siguientes de seres humanos les será posible construir su propia historia en plena conciencia. Así, con apasionante convicción, lo presentaba Engels en un pasaje del Anti-Dühring de modo muy elocuente:
"Con la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad se elimina la producción mercantil y, con ella, el dominio del producto sobre el productor. La anarquía en el seno de la producción social se sustituye por la organización consciente y planeada. Termina la lucha por la existencia individual. Con esto el hombre se separa definitivamente, en cierto sentido, del reino animal, y pasa de las condiciones de existencia animales a otras realmente humanas. El cerco de las condiciones de existencia que hasta ahora dominó a los hombres cae ahora bajo el dominio y el control de éstos, los cuales se hacen por vez primera conscientes y reales dueños de la naturaleza, porque y en la medida en que se hacen dueños de su propia asociación. Los hombres aplican ahora y dominan así con pleno conocimiento real las leyes de su propio hacer social, que antes se les enfrentaban como leyes naturales extrañas a ellos y dominantes. La propia asociación de los hombres, que antes parecía impuesta y concedida por la naturaleza y la historia, se hace ahora acción libre y propia. Las potencias objetivas y extrañas que hasta ahora dominaron la historia pasan bajo el control de los hombres mismos. A partir de ese momento harán los hombres su historia con plena conciencia; a partir de ese momento irán teniendo predominantemente y cada vez más las causas sociales que ellos pongan en movimiento los efectos que ellos deseen. Es el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad" ([4]).
En esos pasajes, tanto Marx como Engels reafirman la amplitud de su visión de la historia, mostrando la unidad subyacente de todas las épocas de la historia de la humanidad que han existido hasta hoy, mostrando cómo el proceso histórico, aunque se haya realizado más o menos inconscientemente, a ciegas, ha ido creando, sin embargo, las condiciones de un salto cualitativo no menos fundamental que el de la aparición del hombre en el reino animal.
Esa magnífica visión fue retomada por Trotski más de cincuenta años más tarde, en una ponencia a estudiantes daneses el 27 de noviembre de 1932, poco tiempo después de haberse exiliado de Rusia. Trotski se refiere al material aportado por las ciencias humanas y las naturales, especialmente los descubrimientos en psicoanálisis, para indicar más precisamente lo que implica esa etapa en la vida interior de los hombres.
"La antropología, la biología, la fisiología, la psicología han reunido montañas de materiales para erigir ante el hombre en toda su amplitud las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo futuro. Gracias a la visión genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la cubierta del pozo poéticamente llamado "alma" del hombre. ¿Y qué apareció? Nuestro pensamiento consciente es sólo una pequeña parte en el trabajo de las oscuras fuerzas psíquicas. Hay sabios buceadores que descienden al fondo de los océanos para allí fotografiar extraños peces. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio pozo psíquico, debe clarificar las fuerzas motrices del alma y someterlas a la razón y la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre trabajará sobre sí mismo como en los morteros y las retortas del químico. Por primera vez, la humanidad se verá a sí misma como materia prima y en el mejor de los casos como un producto semiacabado físico y psíquico" ([5]).
En esos dos pasajes, se establece claramente una unidad entre todas las épocas históricas hasta nuestros días: durante ese tan largo período, el hombre es "un producto semiacabado físico y psíquico", en cierto sentido, una especie todavía en transición entre el reino animal y una existencia plenamente humana.
De todas las sociedades de clase del pasado, sólo el capitalismo podía ser el preludio de ese significativo salto, pues ha desarrollado las fuerzas productivas hasta un nivel en el que los problemas fundamentales de la existencia material de la humanidad (todo lo que es vital para todos los hombres del planeta) podrán por fin resolverse, permitiendo así a los seres humanos la libertad de desarrollar sin límites sus capacidades creadoras y hacer realidad su potencial verdadero y aprisionado. En esto, el verdadero sentido de "fuerzas productivas" se vuelve diáfano: las fuerzas productivas son fundamentalmente la potencia creadora de la humanidad misma que hasta ahora se han expresado de una manera limitada y distorsionada, y que tomarán su verdadero auge una vez que los límites de la sociedad de clase hayan sido superados.
Más aún, el comunismo, sociedad sin propiedad privada ni explotación, es la única base posible para el desarrollo de la humanidad puesto que las contradicciones inherentes al trabajo asalariado generalizado y a la producción de mercancías amenazan con desintegrar todos los vínculos sociales de la humanidad e incluso destruir las bases mismas de la vida humana. La humanidad vivirá en armonía consigo misma y con la naturaleza o no sobrevivirá. La afirmación de Marx en La Ideología alemana, libro redactado durante la juventud del capitalismo, se ha vuelto mucho más urgente e inevitable a medida que el capitalismo se ha ido hundiendo en su declive.
"Hemos llegado hoy al punto en que los individuos están obligados a apropiarse la totalidad de las fuerzas productivas existentes, no sólo para alcanzar la expresión de sí mismos sino, ante todo, para asegurar su existencia" ([6]).
El comunismo resuelve así el enigma de la historia: cómo asegurar las necesidades vitales para disfrutar plenamente de la vida. Y contrariamente a la ideología capitalista, los comunistas no consideran el comunismo como un punto final y estático. En Manuscritos económicos y filosóficos, de 1844, es cierto que Marx presenta le comunismo como "la solución al enigma de la historia", pero también lo considera como el punto de partida desde el que pueda iniciarse la verdadera historia del hombre.
"El comunismo es la posición como negación de la negación, y por eso el momento real necesario, en la evolución histórica inmediata, de la emancipación y recuperación humana. El comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del próximo futuro, pero el comunismo en sí no es la finalidad del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana" ([7]).
De modo muy característico, el resumen que hace Marx de cómo considera la necesidad de observar el pasado acaba volteándose hacia un porvenir muy lejano. Y eso forma también parte de su método, que tanto escandalizaba a quienes piensan que plantear cuestiones a tal escala acaba necesariamente en "metafísica". Podría decirse, en realidad, que el futuro es siempre el punto de partida de Marx. Como lo explica en las Tesis sobre Feuerbach, el enfoque del nuevo materialismo, la base del conocimiento de la realidad por el movimiento proletario, no es la suma de los individuos que forman la sociedad burguesa, sino "la humanidad socializada" o el hombre tal como podría ser en una sociedad verdaderamente humana; en otras palabras, el conjunto del movimiento de la historia hasta hoy debe evaluarse a partir del comunismo del futuro. Es esencial tenerlo presente cuando se intenta analizar si una forma social es un factor de "progreso" o un sistema que hace retroceder a la humanidad. El enfoque que considera que todas las épocas de la humanidad hasta hoy pertenecen a su "prehistoria" no se basa en un ideal de perfección para el que la humanidad estaría inevitablemente programada, sino en la posibilidad material inherente a la naturaleza del hombre y a su interacción con la naturaleza - una posibilidad que puede fracasar precisamente porque esa realización depende en fin de cuentas de la acción humana consciente. Pero el hecho de que no haya garantía alguna de éxito del proyecto comunista no cambia el juicio que los revolucionarios, que "representan el futuro en el mundo del presente", deben hacer de la sociedad capitalista una vez que ésta hizo posible el salto hacia el reino de la libertad a escala mundial: el hecho de que esa sociedad se ha vuelto superflua, caduca y decadente como sistema de reproducción social.
Gerrard
[1]) Por ejemplo en https://libcom.org/forums/thought/general-discussion-decadence-theory-17... [377]
[2]) "Respuesta a Mijailovki", p. 1555, Oeuvres II, Editions La Pléiade. (traducido del francés por nosotros
[3]) La Ideología alemana, traducido por nosotros.
[4]) Anti-Dühring, "Socialismo, II - Nociones teóricas", www.marxist.org [378].
[5]) Este texto es la trascripción de una conferencia sobre la Revolución rusa dada, en lengua alemana, por Trotski en Copenhague en 1932, a invitación de una asociación de estudiantes socialdemócratas daneses. Hemos traducido este extracto de la versión francesa (https://www.marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1932/11/321125.htm [379]). "Trotski tomó la palabra en alemán en el estadio de Copenhague ante 2500 personas. Tras la ponencia sobre la revolución de Octubre, sus causas y su significado, terminó por una exaltación del socialismo que significa "el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad", en el sentido de que el hombre, desgarrado por sus propias contradicciones, podría abrirse el camino de una existencia más feliz". El gobierno danés había prohibido la radiodifusión de la conferencia, alegando objeciones del rey y de la Corte..." (del apéndice escrito por Alfred Rosmer a Mi vida de Trostki).
[6]) La Ideología alemana, "B - La base real de la ideología".
[7]) Manuscritos económicos y filosóficos. Tercer manuscrito, "Propiedad privada y comunismo", [https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/44mp/] [380].
La característica principal del sindicalismo revolucionario es, resumiendo, la idea de que los sindicatos son, por un lado, la organización de lucha más idónea para la clase obrera en el capitalismo y, por otro, la base de una nueva sociedad tras la revolución realizada mediante la huelga general victoriosa.
La oposición sindical de los "Localistas" y, a partir de 1897, la fundación del Freie Vereinigung Deutscher Gewerschaften (FVDG, Unión libre de los sindicatos alemanes) fueron los jalones en el nacimiento del sindicalismo revolucionario organizado, en el movimiento obrero alemán. De forma comparable a las tendencias sindicalistas revolucionarias más importantes en Francia, España y Estados Unidos, esta corriente fue, en su origen, una sana reacción proletaria en el movimiento obrero alemán contra la política cada vez más reformista de la dirección de la poderosa socialdemocracia y de sus sindicatos.
Después de la Primera Guerra mundial, se fundó la Freie Arbeiter Union Deutschlands (FAUD, Unión de los trabajadores libres de Alemania) en septiembre de 1919. Desde entonces, como organización "anarcosindicalista" declarada, la FAUD se consideró heredera directa de un movimiento sindicalista revolucionario anterior a la Primera Guerra mundial.
Aún existen hoy muchas agrupaciones anarcosindicalistas que se reivindican de la tradición de la FVDG y del anarcosindicalismo posterior de la FAUD de los años 1920. Rudolf Rocker, como "teórico" más famoso del anarcosindicalismo alemán a partir de 1919, sirve a menudo de referencia política.
El sindicalismo revolucionario en Alemania conoció, sin duda alguna, una gran transformación desde su nacimiento. Para nosotros, la cuestión central consiste en examinar si el movimiento sindicalista-revolucionario en Alemania fue capaz de defender los intereses de su clase, de dar respuestas políticas a las cuestiones candentes y de seguir fiel al internacionalismo del proletariado.
Vale la pena examinar previamente el reto más serio al que se enfrentó la clase obrera durante las últimas décadas del siglo xix en Alemania, o sea el reformismo, pues, si no, se corre el riesgo de considerar el sindicalismo revolucionario en Alemania simplemente como una "estrategia sindical particularmente radical" o de verlo solamente como una "importación de ideas" procedente de lo países latinos como España o Francia, en los que el sindicalismo revolucionario siempre desempeñó un papel mucho más importante que en Alemania.
El partido socialdemócrata alemán (SPD) fue, en la Segunda Internacional (1889-1914), la organización proletaria más poderosa y sirvió, durante años, de brújula política para el movimiento obrero internacional. Pero el SPD es a la vez el símbolo mismo de una experiencia trágica: es el ejemplo típico de una organización que, tras haber pasado años en el campo de la clase obrera, sufrió un proceso de degeneración insidioso para acabar irremediablemente, durante la Primera Guerra mundial en 1914-18 en el campo de la clase dominante. La dirección del SPD condujo la clase obrera a la matanza de la guerra en 1914, desempeñando el papel central de defensa de los intereses del imperialismo alemán.
Bismarck había impuesto en 1878 la "Ley antisocialista", que permaneció en vigor durante 12 años, hasta 1890. El objetivo principal de esa ley, que reprimía las actividades y las reuniones de las organizaciones proletarias, era sobre todo impedir las conexiones organizativas entre ellas. Pero la Ley antisocialista no servía únicamente para reprimir dura y ciegamente a la clase obrera. La clase dominante, con sus medidas, intentó que, para la dirección del SPD, fuera atractiva la participación en el Parlamento burgués como actividad central. Con habilidad, facilitó así el camino a la tendencia reformista que estaba germinando en la socialdemocracia.
Las ideas reformistas en la socialdemocracia se expresaron precozmente en el Manifiesto de los zuriqueses de 1879 y se cristalizaron en torno a la persona de Eduard Bernstein. Reivindicaban que se pusiera la labor parlamentaria en el centro de la actividad del partido, para así conquistar progresivamente el poder en el Estado burgués. Era pues un rechazo de la perspectiva de la revolución proletaria -que ha de destruir el Estado burgués- a favor de la reforma del capitalismo. Bernstein y sus partidarios reivindicaban una transformación del SPD, de partido obrero en organización cuya función sería la de conquistar a la clase dominante para convertir el capital privado en capital común. Así pues, la propia clase dominante debía convertirse en el resorte para superar su propio sistema, el capitalismo: ¡una absurdez! Esas ideas no eran sino un ataque frontal contra el carácter aún proletario del SPD. Pero más aún: la corriente de Bernstein hacía abiertamente propaganda en favor del apoyo al imperialismo alemán en su política colonial, aprobando la construcción de potentes buques transoceánicos. Las ideas reformistas de Bernstein, en la época del Manifiesto de los zuriqueses, fueron claramente combatidas por la mayoría de la dirección socialdemócrata y tampoco encontraron gran eco en la base del partido. La historia, no obstante, puso trágicamente de manifiesto en las décadas siguientes que eso había sido la primera expresión de un cáncer que iba a ir carcomiendo, poco a poco e inexorablemente, a partes enteras del SPD.
No tiene nada de asombroso que esa capitulación ante el capitalismo, que Bernstein empezó a simbolizar aisladamente pero que fue ganando una influencia cada día mayor en la socialdemocracia alemana, desencadenara una reacción de indignación en la clase obrera. No tiene nada de asombroso que, en semejante situación, una reacción específica surgiera precisamente entre los obreros combativos organizados en sindicatos.
No obstante, antes del Manifiesto de los zuriqueses y desde principios de los años 1870, ya hubo en torno a Carl Hillmann un primer intento de desarrollar una "teoría de los sindicatos" independiente en el movimiento obrero alemán. Poco antes de la Primera Guerra mundial, el movimiento sindicalista, y sobre todo el anarcosindicalismo tras ella, reivindicó siempre esa teoría. A partir de mayo de 1873, Hillmann había publicado una serie de artículos titulados "Indicaciones prácticas de emancipación" en la revista Der Volkstaat ([1]), donde escribía:
"(...) la gran masa de los trabajadores siente una desconfianza hacia todos los partidos puramente políticos porque, por un lado, son a menudo traicionados y engañados por ellos y porque, por otro, la ignorancia por parte de estos partidos de los movimientos sociales llave a ocultar la importancia de su dimensión política; además, los trabajadores muestran una mayor comprensión y más sentido práctico por cuestiones que les son más cercanas: reducción del tiempo de trabajo, eliminación de los reglamentos repugnantes de las fábricas, etc.
"La organización puramente sindical ejerce una presión duradera sobre la legislación y los gobiernos. Por lo tanto, esta expresión del movimiento obrero es, también, política, aunque solamente en segundo lugar;
"(...) los esfuerzos efectivos de organización sindical hacen madurar el pensamiento de la clase obrera hacia su emancipación, y por eso estas organizaciones naturales deben ponerse al mismo nivel que la agitación puramente política y no pueden ser consideradas ni como formaciones reaccionarias, ni como la cola del movimiento político."
Detrás del deseo de Hillmann, en los años 1870, de defender el papel de los sindicatos como organizaciones centrales para la lucha de clases de los trabajadores, no había la menor intención de introducir una línea de separación entre la lucha económica y la política, ni siquiera de rechazar la lucha política. La "teoría de los sindicatos" de Hillmann era sobre todo una reacción significativa ante las tendencias que surgían en la dirección de la socialdemocracia de supeditar el papel de los sindicatos, y en general la lucha de clases, a las actividades parlamentarias.
Engels, ya en la época de Hillmann, en marzo de 1875, hizo la misma crítica sobre esa misma cuestión contra el proyecto de programa del Congreso de unión de los dos partidos socialistas de Alemania en Gotha, programa al que consideraba "sin savia ni vigor":
"En quinto lugar, no se dice absolutamente nada de la organización de la clase obrera como tal clase, por medio de los sindicatos. Y éste es un punto muy esencial, pues se trata de la verdadera organización de clase del proletariado, en la que éste ventila sus luchas diarias con el capital, en la que se educa y disciplina a sí mismo, y aún hoy día, con la más negra reacción (como ahora en París), no se la puede aplastar. Dada la importancia que esta organización ha adquirido también en Alemania, hubiera sido, a nuestro juicio, absolutamente necesario mencionarla en el programa y reservarle, a ser posible, un puesto en la organización del partido" ([2]).
Efectivamente, los sindicatos, en la época de un capitalismo en pleno desarrollo, eran un instrumento importante para la lucha contra el aislamiento de los trabajadores y para el desarrollo de su conciencia como clase: una escuela de la lucha de clases. La vía aún estaba abierta para obtener reformas duraderas a su favor de un capitalismo en pleno desarrollo ([3]).
Contrariamente a la historiografía de algunos sectores del anarcosindicalismo, la intención de Hillmann no era resistir a los marxistas que supuestamente habrían subestimado siempre a los sindicatos. Esa es una afirmación que se repite constantemente, pero que no corresponde a la realidad. Hillmann se consideraba claramente, desde el punto de vista de sus ideas generales, como parte de la Asociación internacional de los trabajadores (la AIT), en la que también militaban Marx y Engels. Las críticas de Hillman las dirigía contra quienes querían introducir en la socialdemocracia el sometimiento a la lucha parlamentaria, o sea los mismos a los que Marx y Engels se habían opuesto en sus críticas al Programa de Gotha. Hablar de un "sindicalismo independiente" en el movimiento obrero alemán, ya en los años 1870, sería, por lo tanto, falso. Como movimiento efectivo en la clase obrera en Alemania, ese sindicalismo se fue formando poco a poco unos veinte años después.
Aunque Hillmann, con un sano instinto proletario, percibió precozmente cómo se infiltraba lentamente el cretinismo parlamentario en el movimiento obrero alemán y reaccionó contra esa situación, existe sin embargo una diferencia esencial con respecto a la lucha que llevaron Marx y Engels: Hillmann reivindicaba en primer lugar la autonomía de los sindicatos y "la importancia de las cuestiones de interés inmediato". Marx, en cambio, ya había puesto en guardia, a finales de los años 1860, contra una restricción de la lucha por los asalariados a la mera lucha por el salario:
"Ocupadas con demasiada frecuencia en las luchas locales e inmediatas contra el capital, los sindicatos no han adquirido aún plena conciencia de su fuerza en la lucha contra el sistema de la esclavitud asalariada. Por eso han estado demasiado al margen del movimiento general social y político" ([4]).
Como vemos, ya en aquel entonces, Marx y Engels insistían en la unidad general de la lucha económica y política de la clase obrera, aunque debieran realizarse con organizaciones diferentes. Las ideas de Hillmann contenían, al respecto, la gran debilidad de no entablar la lucha política consecuente y activa contra el ala del SPD exclusivamente orientada hacia el Parlamento, quedándose relegado a la actividad sindical, cediendo así el terreno político al reformismo casi sin combate. Eso hizo el caldo gordo a sus adversarios, ya que arrinconar a los trabajadores en la lucha puramente económica fue precisamente lo que favoreció el desarrollo del reformismo en el movimiento sindical.
Durante el verano de 1890, se formó en el SPD una pequeña oposición, la de los "Jóvenes". Lo que caracterizaba a sus representantes más conocidos, Wille, Wildberger, Kapfmeyer, Werner y Baginski, era su llamamiento a "más libertad" en el partido y su actitud antiparlamentaria. Negaban además, con un planteamiento muy localista, la necesidad de un órgano central para el SPD.
"Los Jóvenes" representaron una oposición de partido muy heterogénea -que probablemente sería más conveniente designar como una unión de miembros descontentos del SPD. No obstante, el descontento de los "Jóvenes" se justificaba totalmente, ya que la tendencia reformista en la socialdemocracia no había desaparecido en absoluto tras la abolición de la ley antisocialista en 1890. El reformismo iba ganando poco a poco una mayor influencia. Pero la crítica de los "Jóvenes" no fue capaz de identificar los verdaderos problemas y las raíces ideológicas del reformismo. En vez de una lucha políticamente fundada contra la idea reformista de la "transformación pacífica" del capitalismo en sociedad socialista sin clases, los "Jóvenes" se limitaron a hacer una campaña violenta contra diferentes dirigentes del SPD, con ataques muy personales. Su explicación del reformismo se expresó en una argumentación inmadura y reductora que tenía en su centro "la búsqueda de beneficios y de fama personales" y "la psicología de los dirigentes del SPD". Este conflicto se acabó con la marcha y la exclusión simultáneas de los "Jóvenes" del SPD en el congreso de Erfurt de 1891. Esto abrió las puertas, en noviembre de 1891, a la fundación de la Unión anarquista de los socialistas independientes (VUS). El efímero VUS, agrupación totalmente heterogénea formada principalmente por antiguos miembros descontentos del SPD, pasó rápidamente, tras una serie de agobiantes tensiones personales, bajo el control del anarquista Gustav Landauer y desapareció tres años más tarde, en 1894.
La lectura de las obras anarcosindicalistas contemporáneas y de los libros más conocidos sobre el nacimiento del sindicalismo revolucionario en Alemania, muestra claramente la existencia de una tentativa, a menudo un tanto frenética, de inventar un hilo rojo que remonte hacia el pasado para vincularse con el anarcosindicalismo de la FAUD, fundada en 1919. Estas representaciones se limitan generalmente a una simple yuxtaposición de distintos movimientos de oposición en las organizaciones trabajadoras alemanas: parten de Hillmann pasando por Johann Most, por los "Jóvenes" y los "Localistas", luego por la FVDG, la Unión libre de los sindicatos alemanes y, para terminar, por la FAUD. La simple existencia de un conflicto con las tendencias dirigentes respectivas en la socialdemocracia y los sindicatos se considera como el punto común determinante. Pero la existencia de un conflicto con la dirección de los sindicatos o del partido no proporciona por sí misma una continuidad política, la cual, si se observa atentamente, ¡tampoco existe entre todas estas organizaciones! En Hillmann, Most y los "Jóvenes", se puede distinguir una posible y común aversión hacia las ilusiones sobre el parlamentarismo que van ganando terreno. Mientras que Hillmann siempre formó parte de la Primera Internacional y de la lucha viva de la clase obrera, Most y Hasselmann acabaron inclinándose rápidamente hacia la "propaganda por los hechos" pequeñoburguesa, aislada y desesperada de los actos terroristas, a principios de los años 1880. Los "Jóvenes" no pudieron, con sus ataques personales, igualar la calidad política de Hillmann que había sido un intento serio de impulsar la lucha de clases. A continuación, los "Localistas" y la FVDG que les sucedió fueron, en cambio, durante años un movimiento vivo de la clase obrera. En la oposición sindical, que más tarde hizo surgir el sindicalismo-revolucionario en Alemania, las ideas anarquistas habían tenido una escasa influencia hasta 1908. Se puede no obstante hablar de una verdadera "huella anarquista" en el sindicalismo-revolucionario alemán, que se desarrolló en lo más profundo de los sindicatos socialdemócratas después de la Primera Guerra mundial.
Una oposición organizada en las filas de los sindicatos socialdemócratas en Alemania se formó en marzo de 1892, en Halberstadt, durante el primer congreso sindical tras la abolición de la ley antisocialista. La Comisión general de la central sindical, bajo la dirección de Karl Legien, decretó entonces una separación absoluta entre la lucha política y la económica. Según su punto de vista, la clase obrera organizada en los sindicatos debía limitarse exclusivamente a luchas económicas, mientras que sólo la socialdemocracia -y sobre todo sus diputados en el Parlamento (¡!)- debían poseer la capacidad para tratar las cuestiones políticas.
Pero debido a las condiciones impuestas por los 12 años de la ley antisocialista, los trabajadores organizados en las uniones profesionales estaban acostumbrados a la unión, en la misma organización, de las aspiraciones y de los debates políticos y económicos, unión que además se había ido fraguando con las dificultades de la ilegalidad.
Las relaciones entre la lucha económica y la lucha política fueron ya en aquel entonces el tema del uno de los debates centrales en la clase obrera internacional - ¡y siguen siéndolo sin duda alguna hoy! En una época de maduración de las condiciones para la revolución mundial, con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, se fue imponiendo cada vez más claramente que el proletariado, como clase, ¡podía y debía dar su respuesta a cuestiones políticas como precisamente la de la guerra!
En 1892, la dirección del movimiento sindical alemán, a pesar de la dispersión de varios años en uniones profesionales aisladas debido a la ilegalidad, establece su confederación central sindical -pero al alto precio precisamente de confinar a los sindicatos en la lucha económica. Y ello, no porque era necesario renunciar a la libertad de palabra y reunión sobre cuestiones políticas como durante los años anteriores y bajo la presión de la represión de la ley antisocialista, sino sobre la base de las visiones reformistas y de las ilusiones enormes sobre el parlamentarismo que se iban abriendo más camino cada día. Como sana reacción proletaria a esta política de la dirección de los sindicatos en torno a Legien, se formó en los sindicatos la oposición de los "Localistas". Gustav Kessler desempeñó en ella un papel esencial. Había trabajado en los años 1880 en la coordinación de las uniones profesionales por medio de un sistema de "hombres de confianza" y había participado de manera preponderante en la publicación del órgano sindical Der Bauhandwerker.
Para apreciar a los "Localistas" en su justo valor, en primer lugar se ha de rectificar un error corriente: la palabra "Localistas" parece referirse, con ese nombre, a una oposición cuyo objetivo principal sería ocuparse exclusivamente de los asuntos de la región o cuyo principio sería rechazar toda relación organizativa con la clase obrera de otros sectores o regiones. Esta impresión resalta a menudo en la literatura contemporánea, precisamente la del anarcosindicalismo actual.
Es a menudo difícil evaluar si tal interpretación se debe a la simple ignorancia de la historia o a la voluntad de hacer, retrospectivamente, de los "Localistas" y de la FVDG, organizaciones de tipo anarcosindicalista -como algunas que existen actualmente- con una ideología localista.
La misma crítica es válida también sobre el uso demasiado esquemático de las valiosas descripciones que, como la de Anton Pannekoek, se hicieron sobre los comienzos del sindicalismo revolucionario en Alemania, nacido de las filas del marxismo. Cuando Pannekoek escribe en 1913: "(...) según su práctica, se califican de "Localistas" y así expresan su principio más importante de agitación en contra de la centralización de las grandes federaciones" ([5]), se trata en realidad de un desarrollo en el movimiento obrero alemán que comienza a partir de 1904, con el acercamiento posterior a la idea de las Bolsas del trabajo de la Carta de Amiens francesa (1906), pero que no se refiere al período de los años 1890.
No fueron los principios federalistas de la lucha de clases lo que incitó sobre todo a los Localistas a formar su oposición sindical a la política de Legien. En realidad, las fuerzas dirigentes en los sindicatos adornaban sus discursos con sonoras fórmulas que se referían al concepto de "centralización estricta" de la lucha de la clase obrera para imponer mejor una estricta inhibición política a los trabajadores organizados sindicalmente. Se ha de constatar más bien la aparición de una dinámica opositora nacida de esa situación y que va empujando progresivamente partes de los Localistas hacia ideas federalistas y anticentralizadoras. Y eso es algo muy diferente.
Una centralización que permita la lucha común de la clase obrera y la expresión de la solidaridad más allá de los oficios, sectores y naciones era absolutamente necesaria. Sin embargo, la centralización de las centrales sindicales evocaba con razón para muchos obreros la idea "de órganos de control" en manos de los líderes sindicales reformistas. Lo que, en realidad, fue la base de la constitución de los Localistas, a mediados de los años 1890, fue claramente la indignación contra la inhibición política decretada para los trabajadores!
Nos parece importante, con respecto al nacimiento del sindicalismo revolucionario en Alemania, hacer una precisión relativa a la focalización falsa, y a menudo exclusiva, sobre la cuestión "federalismo contra centralismo", citando los mismos términos empleados por Fritz Kater (uno de los miembros más destacados en los años de la FVDG y de la FAUD):
"El esfuerzo por organizar los sindicatos en Alemania en confederaciones centrales vino acompañado del abandono de toda discusión en las reuniones sobre asuntos públicos y políticos, y muy especialmente de toda influencia del sindicato sobre ellos, para comprometerse exclusivamente en la lucha día a día por mejoras de las condiciones de trabajo y de salarios. Este punto es precisamente la razón principal del rechazo y de la lucha contra el centralismo de la confederación para aquéllos que se llamaron los Localistas. Como revolucionarios socialdemócratas y miembros del partido, consideraban con razón que la lucha llamada sindical por la mejora de la situación de los trabajadores en el marco del orden existente no puede conducirse sin afectar de forma incisiva y determinante a las relaciones de los obreros con el Estado actual y sus órganos de legislación y administración..." ([6]) (subrayado nuestro).
En esta representación falsa de los Localistas como símbolo del federalismo absoluto, las historiografías estalinista y trotskista, y sus ofuscadas críticas, se funden curiosamente con algunos escritos neosindicalistas, que alaban el federalismo como el no va más de la organización.
Incluso Rudolf Rocker, que no vivió en Alemania entre 1893 y 1919 y que después, en la FAUD de los años veinte, elevó efectivamente el federalismo en principio teórico singular, describe así, con honradez y pertinencia, "el federalismo" de los Localistas de 1892:
"Sin embargo este federalismo no era en nada el producto de un concepto político y social como para Pisacane en Italia, Proudhon en Francia y Pi y Margall en España, retomado más tarde por el movimiento anarquista de esos países; se debía sobre todo al intento de superar las disposiciones de la ley prusiana de aquel entonces en materia de asociación que, aunque concedía a los sindicatos puramente locales el derecho de discutir sobre temas políticos en sus reuniones, negaba este derecho a los miembros de las confederaciones centrales" ([7]).
En las condiciones de la Ley antisocialista, acostumbrados a un método de coordinación (¡que también se puede llamar centralización!) por una red "de hombres de confianza", era efectivamente difícil que los Localistas se coordinaran de otra manera más acorde con el cambio de sus condiciones de existencia a partir de 1890. Una tendencia federalista ya aparece seguramente en germen desde 1892. Sin embargo, el federalismo de los Localistas de este período puede describirse, de manera más pertinente, como un intento por hacer una virtud de la necesidad del sistema de "hombres de confianza".
Los Localistas, no obstante, permanecieron aún casi cinco años en las grandes confederaciones sindicales centrales con la voluntad de representar una vanguardia combativa en los sindicatos socialdemócratas y se concebían claramente como parte de la socialdemocracia.
En la segunda mitad de los años 1890, y sobre todo en las huelgas, estallaban cada vez más conflictos abiertos entre los miembros de las uniones profesionales Localistas y las confederaciones centrales, de manera latente pero también violentamente entre los obreros de la construcción en Berlín y en la huelga de los obreros portuarios en 1896-97 en Hamburgo. En esos enfrentamientos, la cuestión central era generalmente la de la entrada en huelga: ¿las propias uniones profesionales podían tomar esta decisión por iniciativa propia o se vinculaba ésta al consentimiento de la dirección de la confederación central? A ese respecto, algo aparece evidente y es que los Localistas reclutaban a sus miembros en los oficios artesanales de la construcción (albañiles de obra y alicatado, carpinteros de obra entre los cuales existía un elevado "orgullo profesional") y, proporcionalmente, mucho menos entre los obreros industriales.
Y, al mismo tiempo, la dirección de la socialdemocracia se inclinaba cada vez más, a partir del final de los años 1890, a aceptar el modelo apolítico de la "neutralidad" de los sindicatos de la Comisión general en torno a Legien. Ante este problema de conflictos en los sindicatos, por distintas razones, el SPD había dudado mucho tiempo y se había expresado con reserva. Aunque los Localistas, en la época del congreso de Halberstadt en 1892, no representaban sino una minoría relativamente pequeña de unos 10 000 miembros (a penas unos 3 % del conjunto de los trabajadores organizados sindicalmente en Alemania), entre ellos habían numerosos viejos sindicalistas combativos ligados estrechamente al SPD. Por miedo de contrariar a estos camaradas al tomar partido de forma unilateral en los debates sindicales, pero sobre todo debido a su propia falta de claridad sobre las relaciones entre la lucha económica y la lucha política de la clase obrera, la dirección de la socialdemocracia permaneció mucho tiempo en la reserva. Fue en 1908 cuando la dirección del SPD abandonó definitivamente a los miembros de la FVDG.
En mayo de 1897, con unos 6800 miembros ([8]), nacía el primer precursor declarado, y organizado independientemente, del futuro sindicalismo-revolucionario en Alemania. O dicho más concretamente: la organización que debía, en los años siguientes, tomar en Alemania la vía del sindicalismo-revolucionario. Con esta fundación de una unión sindical nacional se realizaba una escisión histórica del movimiento sindical socialdemócrata. En el "primer congreso de los sindicatos de Alemania organizados localmente" en Halle, los Localistas declararon su independencia organizativa. El nombre de Unión libre de los sindicatos alemanes ([9]) (FVDG) no se adoptó sino en septiembre de 1901. Su órgano de prensa recién fundado Die Einigkeit, se publicaría hasta la prohibición de la FVDG a principios de la guerra en 1914.
La famosa Resolución del congreso de 1897 elaborada por Gustav Kessler expresa claramente sobre qué comprensión de la lucha política de la clase obrera se basaba la FVDG y sobre sus relaciones con la socialdemocracia:
"1. Toda separación del movimiento sindical de la política socialdemócrata consciente es imposible, si no es a costa de paralizar y condenar al fracaso la lucha por la mejora de la situación de los trabajadores en el terreno del orden actual;
"2. los intentos, vengan de donde vengan, por distender o quebrar la relación con la socialdemocracia, deben considerarse hostiles a la clase obrera;
"3. las formas de organización del movimiento sindical que ponen trabas a la lucha por objetivos políticos deben considerarse erróneas y condenables. El congreso ve en la forma de organización que se dio el partido socialdemócrata de Alemania en el Congreso de Halle en 1890 (habida cuenta de la existencia de la ley en materia de asociación), y también la organización sindical el mejor dispositivo y más idóneo para la consecución de todos los objetivos del movimiento sindical ([10]).
En estas líneas se expresan la defensa de las exigencias políticas de la clase obrera y los fuertes lazos con la socialdemocracia como "organización hermana". La relación con la socialdemocracia se entendía como puente con la política. La fundación de la FVDG, por consiguiente, no manifestaba a nivel programático un rechazo del espíritu de la lucha de clases defendido por Marx, o el marxismo en general, sino al contrario una tentativa de mantener ese espíritu. El deseo formulado por la FVDG de no dejar que se quitara de las manos de los trabajadores "la lucha por objetivos políticos" seguía siendo la fuerza esencial de sus años de fundación.
Los debates en el Cuarto Congreso "de la centralización por los hombres de confianza" en mayo de 1900 muestran la firmeza del compromiso político con la socialdemocracia. La FVDG cuenta entonces con unos 20 000 miembros. Kessler defiende incluso la reivindicación de una fusión posible de los sindicatos y del partido, que se aceptó en una Resolución:
"Las organizaciones política y sindical deben pues unificarse. Eso no puede hacerse inmediatamente, ya que las circunstancias, que son el resultado del desarrollo histórico, son lo que son; pero tenemos probablemente el deber de preparar esta unificación, haciendo que los sindicatos sigan siendo portadores del pensamiento socialista. (...) Quien esté convencido de que la lucha sindical y política es la lucha de clases, que sólo el proletariado mismo debe llevarla a cabo, ése es compañero nuestro y está con nosotros en el mismo barco" ([11]).
Una sana exigencia hay detrás de esa opinión, que se niega a limitarse exclusivamente a la lucha económica por una parte, y, por otra, aspira a vincularse con la mayor organización política de la clase obrera alemana, el SPD. Pero también aparece claramente, en germen, la confusión posterior del sindicalismo revolucionario sobre "la organización unitaria". Una idea que se manifestará en Alemania años más tarde, a partir de 1919, no solamente en el sindicalismo revolucionario, sino también en las "uniones obreras". La visión de la FVDG que aspiraba a la lucha común con la socialdemocracia, que se expresa en la Resolución de 1900, habría de sufrir, sin embargo, ese mismo año, una dura prueba.
Cuando en 1900, en Hamburgo, la Confederación central de sindicatos firma un acuerdo con los empresarios sobre la abolición del trabajo a destajo, una parte de los albañiles concernidos se opuso. Volvieron al trabajo, se les acusó de esquiroles y fueron excluidos de la Confederación central de sindicatos. Los albañiles a destajo se adhirieron entonces a la FVDG. El SPD de Hamburgo exigió inmediatamente la exclusión de esos trabajadores del partido, pero la decisión fue rechazada por un tribunal de mediación del SPD.
Rosa Luxemburg, no por proximidad política con la FVDG, sino porque en su lucha contra el reformismo y sobre todo por el esfuerzo de clarificar las relaciones entre lucha económica y política para la clase obrera, defendió la decisión del tribunal de mediación de no excluir del SPD a los albañiles FVDG de Hamburgo. Exigió "infligir una severa sanción a los albañiles a destajo" ([12]) por haber roto la huelga, pero rechazó vigorosamente el punto de vista burocrático y formalista de admitir como motivo de exclusión inmediata de los trabajadores del partido el haber hecho de esquiroles. La confederación central de los sindicatos socialdemócratas, por su parte, había recurrido varias veces, en las confrontaciones con la FVDG, ¡a romper huelgas! El SPD no debía, según la opinión de Rosa Luxemburg, convertirse en "cancha de enfrentamiento" de los sindicatos. El partido no es el juez de la clase obrera.
Rosa Luxemburg había entendido que detrás de aquel violento asunto sindical de los albañiles de Hamburgo, se ocultaban cuestiones mucho más centrales. Las mismas cuestiones que estaban en el centro de los informes presentados en la FVDG con respecto "a la unificación" del partido y de la organización sindical de masas: la distinción entre una organización política revolucionaria y la forma organizativa de la clase obrera en los momentos de lucha de clases abierta:
"En la práctica eso conduciría en última instancia a la amalgama entre las organizaciones política y económica de la clase obrera, confusión en la que ambas formas de lucha se debilitarían. Su separación externa y su división del trabajo generadas y condicionadas por la historia acabarían por hacerlas retroceder" ([13]).
En 1900, Rosa Luxemburg, como todo el movimiento obrero, no poseía los medios todavía para reflexionar más allá de la forma de organización sindical tradicional de la clase obrera, de modo que consideraba que los sindicatos eran las grandes organizaciones de la lucha de clases económica. Sólo será en los años siguientes cuando la clase obrera se verá ante la tarea de hacer surgir la huelga de masas y los consejos obreros, crisoles revolucionarios en los que se unen la lucha económica y la política.
La unificación de la lucha de la clase obrera, dispersada en Alemania en varios sindicatos de lo más variado, era en efecto históricamente necesaria. Pero ese objetivo no podía ser alcanzado instrumentalizando la autoridad del partido para disciplinar a los trabajadores, como querían las confederaciones centrales. Como tampoco podía serlo con la visión de las "organizaciones unitarias", visión que subestimaba la necesidad de un partido político, idea que comenzó a crecer en las filas de la FVDG. El problema tampoco podía ser solucionado por un "gran sindicato", sino solamente por la unificación de la clase obrera en la propia lucha de clases. El congreso del partido del SPD en Lübeck en 1901 se negó, eso sí gracias a la presión de Rosa Luxemburg y sin duda de manera formalizada, a desempeñar el papel de tribunal de mediación entre la confederación sindical central y la FVDG. No obstante adoptó al mismo tiempo "la Resolución Sonderbund" de Bernstein que amenazaba en el futuro con excluir del partido a toda escisión sindical. El SPD empezaba claramente a tomar sus distancias con la FVDG.
En los años 1900-01, la FVDG sufrió tensiones internas crecientes, principalmente en torno a la cuestión del apoyo financiero mutuo por medio de una caja de huelga unitaria. Se manifestaron fuertes tendencias particularistas y una ausencia de espíritu de solidaridad en sus propias filas. El ejemplo del sindicato de los cuchilleros y forjadores de Solingen es típico: había recibido de la Comisión administrativa de la FVDG un apoyo financiero durante bastante tiempo, pero amenazó con irse inmediatamente cuando se le pidió ayuda financiera para otras huelgas.
De enero de 1903 a marzo de 1904, ante la iniciativa y la presión del SPD, hubo negociaciones discretas entre la FVDG y la confederación sindical central, con objetivo de reintegrar la FVDG en la Confederación central. Las negociaciones fracasaron. En la propia FVDG, estas negociaciones de unificación desencadenaron violentas tensiones entre Fritz Kater, que representaba la tendencia claramente sindicalista que se desarrollará más tarde, e Hinrichsen, que cedía simplemente a la presión de las confederaciones centrales. Provocó una enorme desestabilización entre los trabajadores organizados. ¡Unos 4400 miembros de la FVDG (más del 25 %) pasaron en 1903/04 a la Confederación central! Las negociaciones de unificación fracasadas en un ambiente de gran desconfianza mutua condujeron a un debilitamiento sensible de la FVDG y fueron el primer capítulo de su ruptura histórica con el SPD.
Hasta 1903, les corresponde a los "Localistas" y a la FVDG en Alemania el mérito de expresar la necesidad vital de los trabajadores de no concebir las cuestiones políticas como un "asunto reservado al partido". Así se opusieron claramente al reformismo y a su "delegación de la política a los parlamentarios". La FVDG era un movimiento proletario políticamente muy motivado y combativo, pero heterogéneo y completamente encerrado en el terreno sindical. Al ser una agrupación laxa de pequeñas uniones profesionales sindicales, le era obviamente imposible desempeñar el papel de una organización política de la clase obrera. Para satisfacer su "ímpetu hacia la política", debería haberse acercado con mayor fuerza al ala izquierda revolucionaria del SPD.
Además, la historia de los "Localistas" y de la FVDG pone de manifiesto que es inútil buscar "la hora exacta" del nacimiento del sindicalismo-revolucionario alemán. Éste fue más bien el resultado de un proceso de varios años, durante el cual fue emergiendo una minoría proletaria en el seno de la socialdemocracia y de los sindicatos socialdemócratas.
El reto de la huelga de masas, directamente planteado al sindicalismo-revolucionario, iba a convertirse en otro jalón de su desarrollo en Alemania. El próximo artículo abordará los debates en torno a la huelga de masas y la historia de la FVDG, desde la ruptura definitiva con el SPD en 1908, hasta el estallido de la Primera Guerra mundial.
Mario
(27 de octubre de 2008)
[1]) El Volkstaat era el órgano del Partido obrero socialdemócrata de Alemania, de la tendencia llamada "de Eisenach", bajo la dirección de Wilhelm Liebknecht y de August Bebel.
[2]) Carta de Engels a A. Bebel, 18/28 mazo 1875, en Marx, Engels, Crítica de los Programas de Gotha y Erfurt.
[3]) Ver nuestro folleto los Sindicatos contra la clase obrera.
[4]) Carlos Marx, 1866, Resolución del Primer congreso de la AIT, "Instrucción sobre diversos problemas a los delegados del Consejo central provisional".
[5]) Anton Pannekoek, el Sindicalismo alemán, 1913, traducción nuestra.
[6]) Fritz Kater, "Fünfundzwanzig Jahre Freie -Union arbeiter Deutsclands (Synkalisten)", Der Syndikalist n° 20, 1922 (traducción nuestra).
[7]) Rudolf Rocker, Aus den Memoiren eines deutschen Anarchisten, Ed. Suhrkamp, p. 288 (traducción nuestra).
[8]) Ver también: www.syndikalismusforschung.info/museum.htm [381].
[9]) La gran confederación central de los sindicatos se denominaba oficialmente "Sindicatos libres". La proximidad lingüística con el nombre de la "Unión libre" conduce frecuentemente a confusiones.
[10]) Citado por W. Kulemann, Die Berufvereine, tomo 2, Iéna, 1908, p. 46 (traducción nuestra).
[11]) Acta del FVDG, citada por D. H. Müller, Gewerkschaftliche Versammlungsdemokratie und Arbeiterdelegierte, 1985, p. 159 (traducción nuestra).
[12]) Rosa Luxemburg, Der Parteitag und des hamburger Gewerkschaftsstreit, Gesammelte Werke, tomo 1/2, p. 117 (traducción nuestra).
[13]) ídem, p. 116.
El capitalismo necesita hoy todo un arsenal de mistificaciones ideológicas para sobrevivir. Sistema económico y social en quiebra histórica, el capitalismo ya no tiene nada que ofrecer a la humanidad sino miseria, decadencia y guerra. Para la clase dominante, es necesario ocultar esta realidad e impedir que la clase obrera sea capaz de comprender sus responsabilidades revolucionarias históricas y llevarlas a la práctica. La última patraña que la burguesía mundial se ha sacado de la manga es la green economy (la economía verde). Cada vez más, los expertos de los media, los políticos, los economistas y los hombres de negocios ven la extensión de la economía verde como un componente importante de la recuperación económica. Algunos comparan la green economy con la alta tecnología (high-tech) y la informática por sus potencialidades de transformación de la economía norteamericana. Es casi cómico ver a todas las grandes empresas subirse al vagón "verde", ahora que la ecología está de moda. Incluso los peores contaminadores predican ahora la ecología, como se puede ver en una publicidad televisada en Estados Unidos que afirma que la calefacción de fuel consume poca energía ¡y es buena para el medio ambiente!
Como cualquier otra estafa ideológica, la economía verde tiene cierta relación con la realidad. Existe una preocupación verdadera y de sobra compartida ante el saqueo del entorno y la amenaza muy real de cambios climáticos, con sus efectos potencialmente catastróficos a nivel social. Por otro lado, es un hecho innegable que el frenazo económico destruye empleos por millones en el mundo entero, empeora la pobreza y las privaciones. Este vínculo dramático con la realidad hace que el mito de la green economy sea más pernicioso que una vulgar campaña de propaganda de esas de tres al cuarto.
La burguesía mundial tiene la pretensión absurda de disponer de una alternativa política para salvar la situación, con el fin de cortocircuitar el progreso de la conciencia de clase y el reconocimiento de que el desastre ecológico y la crisis económica ponen al desnudo el carácter anacrónico del capitalismo y plantean muy claramente la necesidad de su derrocamiento. Así pues, la burguesía niega el hecho de que la crisis actual sea una crisis del sistema y avanza la idea de que es un problema que puede ser tratado con políticas diferentes. La economía verde, nos dice, va a revolucionar la economía y a traer la prosperidad.
Las pruebas científicas de la gravedad de la crisis ecológica son abundantes. Según un informe realizado por los consejeros científicos de Barack Obama, el calentamiento climático ya ha causado cambios significativos en las tendencias climáticas en Estados Unidos, implicando mayores precipitaciones, aumento de la temperatura y del nivel del mar, retroceso rápido de los glaciares, prolongación de los periodos de cultivo, modificación del caudal de los ríos ([1]). Este informe prevé que las temperaturas en Estados Unidos podrían aumentar por término medio en 11 °F - algo así como 6 °C - de aquí a finales de siglo. La Conferencia internacional sobre el cambio climático que se celebró en Copenhague en marzo de 2009, informó que: "las sociedades contemporáneas tendrían muchas dificultades para asumir un aumento de temperatura de más 2 °C y que esa subida incrementaría las convulsiones climáticas durante el resto del siglo".
Y que se sepa, ¡6° son tres veces más que 2°!
Una de las principales conclusiones de la Conferencia de Copenhague fue: "Las últimas observaciones confirman que la peor de las previsiones del GIEC está realizándose. Las emisiones han seguido aumentando en grandes cantidades y el sistema climático ya evoluciona fuera de las variaciones naturales en las que se construyeron nuestras sociedades y nuestras economías: la temperatura media en la superficie del planeta, el aumento del nivel de los mares, la dinámica de los océanos y del hielo, la acidificación del océano y los episodios climáticos extremos. Hay un riesgo significativo de que se aceleren muchas tendencias, desembocando en cambios climáticos brutales o irreversibles" ([2]).
Por lo que se refiere a la crisis económica, no es necesario aquí presentar pruebas de la seriedad de la recesión actual. Los propios medios de comunicación burgueses la consideran como la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Y como la recesión actual se produce a pesar de la multitud de medidas de salvaguardia y de paliativos capitalistas de Estado implantados tras la Gran Depresión en los años treinta, y que debían haber impedido que semejante desastre económico se reprodujera, se puede afirmar que esta recesión es incluso peor que la de 1929. Ha puesto de rodillas a la mayor y más poderosa economía mundial, Estados Unidos; requirió la casi nacionalización de la banca, el apoyo a todas las finanzas y ha conocido la bancarrota de General Motors, la factoría más importante del mundo. Solía decirse que: "lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos".
La administración Obama anunció primero que el desempleo iba a aumentar en Estados Unidos hasta un 8 % antes de estabilizarse. La realidad ya superó esta predicción excesivamente optimista. Oficialmente, el desempleo ya ha alcanzado un 9,4 %, y el propio Obama reconoce ahora abiertamente que la tasa de desempleo se duplicará antes de que las cosas comiéncen a mejorar. Incluso esas siniestras cifras están por debajo de la realidad. En Estados Unidos, sólo se considera que alguien está desempleado cuando no tiene trabajo y está buscando uno desde hace 30 días. Los parados que no han buscado trabajo durante este período, o que están demasiado desmoralizados para ponerse a buscar unos empleos inexistentes y renuncian a inscribirse se les considera como si ya no fueran fuerza de trabajo. Según el Estado americano, esos "trabajadores desanimados" ya no son trabajadores, de modo que ¡no pueden ser desempleados!
Los trabajadores que perdieron su empleo y no pueden encontrar otro a tiempo completo pero bregan para encontrar un empleo subalterno a tiempo parcial para sobrevivir - bautizados "obreros a tiempo parcial no voluntarios" - ya no se consideran como parados ni tampoco como subempleados. Si tienen un trabajo a tiempo parcial de 10 horas por semana como mínimo, se les considera "con trabajo"; es más, a esos empleos a tiempo parcial se les considera como "empleos" en las estadísticas que contabilizan la cantidad de empleos en la economía. Así por ejemplo, una ayudante de educación especializada, de 59 años, que fue despedida y perdió su empleo hace nueve meses, y que ahora tiene cuatro a tiempo parcial, no solo no es considerada como desempleada por el Gobierno, sino que, por sí sola, contabiliza cuatro empleos nuevos en la economía. Trabajando de profesor de gimnasia en cinco clases por semana, de ayudante técnico-sanitario, de enfermera a domicilio para una persona discapacitada y de profesor de gimnasia para clientes privados, logra cobrar 750 $ al mes, lo que no es de mucha ayuda, puesto que su reembolso inmobiliario mensual es de 1000 $ ([3]).
El Labor Departement americano (ministerio de Trabajo) reconoce que existían 9,1 millones "obreros a tiempo parcial no voluntarios" en mayo y que si se contabilizaran los obreros "desanimados" y el tiempo parcial no deseado en el cálculo del desempleo, éste no sería 9,4 % sino qua alcanzaría 16,4 %. Incluso los pronosticadores más optimistas preven que el "pleno" empleo (definido en el 6 % de desempleo) quizás no volverá a Estados Unidos antes de 2013 o 2014.
La mistificación de la green economy fue un elemento central en la campaña presidencial de Obama. Durante el segundo debate presidencial, en octubre de 2008, Obama dijo: "si creamos un ahorro de nuevas energías, podemos fácilmente crear cinco millones de empleos nuevos".
Más concretamente, su sitio web de campaña prometía "crear cinco millones de nuevos empleos invirtiendo de manera estratégica 150 mil millones de dólares durante los diez próximos años con el fin de catalizar los esfuerzos de cada uno para construir la energía limpia del futuro" ([4]).
En su programa, la propuesta de economía verde de Obama/Biden incluye los siguientes puntos:
- de aquí a diez años, ahorrar más petróleo que el que se importa actualmente de Oriente Medio y Venezuela;
- de aquí al 2015, tener más de un millón de coches de motor híbrido por las carreteras;
- garantizar que un 10 % de la electricidad proceda de fuentes renovables de aquí a 2012, 25 % en 2025;
- establecer en toda la economía un programa cap-and-trade (de limitación y tasas por contaminación) con el fin de reducir la emisión de gas de efecto invernadero en el 80 % de aquí a 2050 ([5]).
En febrero del 2009, el Congreso adoptó el plan de recuperación económica de Obama que se distinguía por un presupuesto de 80 millones para estimular los gastos en el desarrollo de fuentes de energía alternativas y demás iniciativas ecológicas; ese plan "se vendió" muy bien a los grupos ecologistas como un anticipo sobre la green economy. Sin embargo, a pesar del triunfalismo de estos grupos, los miserables 80 millones significan matemáticamente que Obama debe gastar todavía "de forma estratégica" 149,92 mil millones ([6]) en los 9 próximos años para cumplir con su promesa de economía verde.
La patraña de la economía verde no es un fenómeno únicamente norteamericano. Según un militante ecologista europeo, "la economía limpia está a punto de emprender el vuelo" ([7]). La Unión Europea fomenta activamente la inversión en la industria verde. Los países europeos introdujeron sus propios programas cap-and-trade sobre el dióxido de carbono en 2005. Alemania promulgó la ley sobre la energía renovable alemana e introdujo un programa de feed-in tariffs (FITs) ([8]) incitando a inversiones en energía limpia. En Canadá, la provincia del Ontario adoptó una medida sobre el modelo del FIT alemán. En Gran Bretaña, los esfuerzos por promover inversiones buenas para el medio ambiente están en el centro de los planes de recuperación económica. Australia quiere aumentar los empleos verdes en un 3000 % en las próximas décadas. Alemania, España y Dinamarca han favorecido programas de energía eólica. Alemania y España también apoyan empresas de energía solar.
La Green Economy no es la poción mágica que salvará el capitalismo de sí mismo. Las comparaciones entre la economía verde y lo que se llamó la "revolución industrial" son falsas. No será una revolución tecnológica lo que transformará la sociedad como lo hizo la revolución industrial al permitir superar la producción natural y desarrollar la industria moderna, bajar los costes y aumentar la producción, elevar el nivel de vida. Cuando el capitalismo era un sistema históricamente progresivo, capaz de desarrollar las fuerzas productivas, cuando nacían nuevas tecnologías y nuevas industrias, eso producía millones de nuevos empleos, a costa de destruir los antiguos y las viejas industrias. Pero hoy, en una crisis global de sobreproducción, la tecnología informática, a pesar de que haya sido capaz de reducir los costes de producción y aumentar la productividad, no revolucionó la economía, no permitió al sistema superar su crisis económica sino, al contrario, empeoró la crisis de sobreproducción.
Es un error total imaginarse que reparar los estropicios provocados por el capitalismo durante el siglo pasado sería la base del progreso económico. Es como si se afirmase que el huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans en 2004, fue bueno para la economía porque creó millones de nuevos empleos en la construcción e hizo posible el crecimiento económico. Este tipo de juegos malabares ideológicos no funciona más que si se saca de la ecuación todo el sufrimiento humano (las muertes, la pobreza) y la destrucción de las fuerzas productivas, de las viviendas, de las escuelas, de los hospitales, etc., que causó Katrina. Reparar algo roto no es en nada una "revolución" de la economía.
De todas formas, toda la campaña sobre la economía verde que crearía nuevos empleos es absurda. Un estudio, encargado por la Asociación estadounidense de Alcaldes, prevé un aumento de los empleos verdes de unos 750 000 actuales a 2,5 millones en 2018, o sea un aumento de 1 750 000 empleos - mucho más modesto que los 5 millones previstos por Obama. Sin embargo, investigadores de universidades, del York College en Pensilvania, de las Universidades de Illinois y de Arlington Texas, impugnaron las predicciones de los alcaldes por estar muy sobrevaloradas, ya que inflaron el número de empleos con puestos administrativos interinos que no tenían la menor relación directa con la producción de energía limpia. Y aunque las pretensiones exageradas de Obama fuesen justas, 5 millones de nuevos empleos verdes en los diez próximos años distan mucho de compensar los efectos pasados y futuros de la recesión en Estados Unidos. Desde que comenzó la recesión en diciembre del 2007, la economía norteamericana ha perdido casi 6 millones de empleos por despidos y necesita entre 125 000 a 150 000 nuevos empleos al mes - o 1 500 000 a 1 800 000 por año - solo para absorber los nuevos trabajadores en edad de entrar en el mundo del trabajo y mantener un nivel estable de desempleo. Así que los pretendidos cinco millones de nuevos empleos que se deberían crear "fácilmente" en los diez próximos años, ¡ni siquiera compensarán todos los empleos destruidos durante los 18 últimos meses de recesión!
Los nuevos empleos verdes tampoco compensarían los que desaparecerían en las industrias del petróleo, de refinado, de carbón, nuclear y del automóvil debido al abandono a gran escala de las energías fósiles. El programa tan elogiado de cap-and-trade, que permite a las empresas contaminantes seguir comerciando con la autorización de contaminar, y que es aplicable en Europa desde hace cuatro años, aún debe mostrar sus efectos beneficiosos puesto que los niveles de emisiones aumentaron en esos países.
Las empresas capitalistas no se convertirán a prácticas e inversiones buenas para el medio ambiente si no hay beneficios que realizar. Estas nuevas tecnologías, al implicar enormes inversiones preliminares de investigación y desarrollo, han de poder proporcionar muchas ganancias. La única forma para que los Gobiernos puedan promover la green economy sería introducir medidas de disuasión ante la continuación del uso de energías fósiles, y de incitación para invertir en la economía verde. Las fuerzas llamadas "de libre mercado" nunca permitirán que eso ocurra, sólo lo podría permitir una política de intervención capitalista de Estado, lo que significaría un aumento de los impuestos sobre la utilización de las tecnologías de energía fósil, el aumento de los costes de producción de las mercancías según los procesos industriales clásicos, y el aumento de los precios para los consumidores. Eso también supone subvenciones de los Gobiernos y reducciones de impuestos para las empresas de tecnología verde. Claro está, todo eso sería financiado a costa de la clase obrera, que tendrá que pagar más caro los bienes de consumo "limpios" y también más impuestos para financiar las subvenciones y compensar las rentas perdidas debido a las reducciones de impuestos. En fin de cuentas, la economía verde que pretende "revolucionar" la economía y salvar el mundo del desastre ecológico no es sino otra manera de repercutir la austeridad sobre la clase obrera y bajar más aún su nivel de vida.
El capitalismo mundial es completamente incapaz de cooperar para hacer frente a la amenaza ecológica. En particular en este período de descomposición social, con la tendencia creciente de cada nación a jugar su propia baza en la partida internacional, a la competencia de cada cual contra los demás, tal cooperación es imposible. Si Estados Unidos fue criticado por su negativa a participar en el Protocolo de Kyoto que quería reducir las emisiones de carbono, por su parte las naciones que participaron con entusiasmo en el Tratado no hicieron nada por reducir los gases de efecto invernadero en la última década. Incluso cuando el capitalismo "intenta" aplicar soluciones a la crisis medioambiental, la cuestión de la ganancia juega irracionalmente para socavar el bienestar social. El ejemplo desastroso de lo que ha ocurrido con el paso, motivado por la ganancia, a la producción de etanol como energía alternativa a partir del maíz es edificante: se animó a gran parte del sector agroalimentario a producir maíz para el etanol y no para la alimentación, contribuyendo así a la escasez global de alimentos. Y ante tal situación han estallado motines del hambre por el mundo entero. Ahí tenemos uno de los signos anunciadores de lo que la green economy capitalista reserva a la humanidad.
La green economy no es sino una cortina de humo, una campaña ideológica para pretender darle un rostro humano al capitalismo. En su afán de ganancias, el capitalismo ha desfigurado el medio ambiente. La calamidad ecológica que creó el capitalismo es una prueba más del que ha ido más allá de su tiempo útil y que ha llegado la hora en que es necesario quitárselo de en medio. La economía verde es una respuesta cínica de la clase dominante que pretende poder solucionar un problema cuando éste es la emanación directa del propio carácter de su sistema. La distancia que separa la promesa de la green economy de la realidad es tan grande como grotesca. Y no solamente en lo que a empleos se refiere. Van a comercializar productos alimenticios ecológicos que pretenden ser más naturales, más biológicos, pero cuyo precio va mucho más allá de lo que puede comprar un obrero medio. Otro ejemplo: para ahorrar energía, se pretende sustituir las bombillas incandescentes por lámparas fluorescentes, pero éstas contienen mercurio, desastroso para el medio ambiente si no se utiliza de manera controlada.
Sea cual sea el embalaje ideológico, el capitalismo está hecho para generar ganancias, no para responder a las necesidades de los hombres.
El capitalismo no tiene ninguna solución para evitar la crisis económica y la del medio ambiente. Solo el proletariado tiene la capacidad de salvar el futuro de la humanidad - destruyendo este sistema predador, de explotación del hombre por el hombre basado en una búsqueda incesante de ganancias y sustituyéndolo por una sociedad en la que satisfacer las necesidades sociales sea el principio preponderante de la vida económica y social. Toda esa palabrería sobre la economía verde o negra es absurda. Sólo una economía roja dará un futuro a la humanidad.
J. Grevin
[1]) Según la ley, la Casa Blanca debe producir un informe sobre el impacto del recalentamiento climático, pero ningún informe se ha hecho desde el año 2000, cuando aún estaba en el poder la administración Clinton/Gore. La administración Bush - debido a sus vínculos con la industria de la energía y sus amiguetes de derecha contrarios a las normas anticontaminación - se negó a producir ese informe a lo largo de sus ocho años en el poder. Hasta que el International Panel on Climate Change (IPCC) - Grupo de expertos intergubernamental sobre la evolución del clima (GIEC) - no entregó su informe en el que se afirma que el recalentamiento climático es inevitable, la administración Bush consideraba la cuestión como un problema científico "abierto", provocando la consternación de los científicos profesionales del Environmental Protection Agency y lel National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) cuyos informes fueron censurados o destruidos durante los años Bush.
[2]) "Key messages from the Congress", https://climatecongress.ku.dk/newsroom/congress_key_messages/
[3]) De Pass Dee, "More Workers Fall Back on Part-Time ‘Survival' Jobs", Star Tribune, Minneapolis, MN), 21 junio de 2009.
[4]) www.barackobama.com [383]
[5]) Idem.
[6]) Los 150 mil millones prometidos en el debate electoral a los que se restan los 80 millones ya asignados en febrero de 2009.
[7]) WWF: "Green Economy Creates Jobs", https://en.cop15.dk/news/view+news?newsid=1555 [384]
[8]) Tarifas impuestas a las compañías para la compra de electricidad de fuentes renovables.
Bangladesh, China, España, Inglaterra...
Desde 1929, nunca una crisis económica había afectado con tal violencia al proletariado mundial. El desempleo y la miseria estallan por todas partes. Esta situación dramática causa un fuerte sentimiento de cólera entre los obreros. Pero transformar esa rabia en combatividad es hoy muy difícil ¿Qué hacer cuándo cierra la fábrica? ¿Cómo luchar? ¿Qué tipos de huelgas y acciones llevar a cabo? Y para todos los que siguen teniendo trabajo, ¿cómo resistir a las bajas de salarios, a las horas extras gratuitas y al aumento de los ritmos, cuando el patrón ejerce ese chantaje odioso "es eso o a la calle, hay millares fuera esperando tu puesto"? La brutalidad de esta recesión es una fuente de angustia terrible, e incluso paralizante, para las familias obreras.
Y sin embargo, estos últimos meses, han estallado huelgas importantes:
Cuando, en junio, Total anunció el despido de 51, y luego de 640 empleados, los obreros pudieron basarse en esa experiencia reciente. La nueva ola de luchas estalló en efecto inmediatamente sobre una base mucho más clara: solidaridad con todos los obreros despedidos. Y, rápidamente, estallaron huelgas salvajes por todo el país. "Obreros de las centrales eléctricas, de las refinerías, de las fábricas en Cheshire, Yorkshire, Nottinghamshire, Oxfordshire, en el País de Gales del Sur y Teesside cesaron el trabajo para mostrar su solidaridad" (The Independent del 20 de junio). "También hubo señales de que la huelga se extendía a la industria nuclear, puesto que FED Energy dijo que los obreros eventuales del reactor de Hickley Point, en Somerset, habían cesado el trabajo" (Times). La fracción más antigua de proletariado mundial puso de manifiesto en esta ocasión que la fuerza de la clase obrera reside sobre todo en su capacidad para unirse y ser solidaria.
Todas esas luchas pueden parecer poca cosa en comparación de la gravedad de la situación. Y, efectivamente, el futuro de la humanidad pasa necesariamente por combates proletarios de otra amplitud y masividad. Pero si la crisis económica actual ha actuado hasta ahora como un golpe que ha dejado al proletariado bastante aturdido, sigue siendo sin embargo el terreno más fértil para el desarrollo futuro de la combatividad y de la conciencia obreras. En este sentido, estos ejemplos de luchas, que llevan en sí el germen de la unidad, la solidaridad y la dignidad humana, son otras tantas promesas para el futuro.
Mehdi (8 de julio de 2009)
[1]) Fuente: https://dndf.org/?p=4049 [386] (en "Noticias del frente").
[2]) Para más información sobre esta lucha, véase nuestro artículo "Vigo: Los métodos sindicales conducen à la derrota", (https://es.internationalism.org/node/2585 [387]).
Anton Pannekoek
El artículo que publicamos aquí es la segunda parte del folleto de Anton Pannekoek, Marxismo y Darwinismo del que hemos publicado los primeros capítulos en el número anterior de esta Revista. Esta segunda parte explica la evolución del Hombre en tanto que especie social. Pannekoek se refiere con razón al segundo gran libro de Darwin, El origen del hombre (1871), afirmando claramente que el mecanismo de la lucha por la existencia mediante la selección natural, desarrollada en El origen de las especies no puede aplicarse esquemáticamente a la especie humana como el propio Darwin lo demostró. En todos los animales sociales y más todavía en el Hombre, la cooperación y la ayuda mutua son la condición de la supervivencia colectiva del grupo en cuyo seno no se elimina a los más débiles, sino que, al contrario, se les protege. El motor de la evolución de la especie humana no es, pues, la lucha competitiva por la existencia y la ventaja para los individuos más adaptados a las condiciones del entorno, sino el desarrollo de sus instintos sociales.
El folleto de Pannekoek demuestra que el libro de Darwin, El origen del Hombre, desmiente categóricamente la ideología reaccionaria del "darwinismo social" preconizado sobre todo por Herbert Spencer (y el eugenismo de Francis Galton), el cual se servía del mecanismo de la selección natural descrito en El origen de las especies, para dar una especie de garantía científica a la lógica del capitalismo, basada en la competencia, la ley del más fuerte y la eliminación de los "menos aptos". A todos los "darwinistas sociales" de ayer y hoy (a los que Pannekoek designa con la expresión "darwinistas burgueses"), Pannekoek responde muy claramente, basándose en Darwin, que:
"Esto aclara de una manera muy diferente el modo de ver de los darwinistas burgueses. Estos proclaman que sólo la eliminación de los débiles es natural y que es necesaria para impedir la degeneración de la raza. Y dicen por otro lado, que proteger a los débiles es antinatural y contribuye en la decadencia la raza. ¿Y qué es lo que en realidad vemos? En la propia naturaleza, en el mundo animal, constatamos que se protege a los débiles, que estos no se mantienen gracias a su propia fuerza personal, y que no se les separa a causa de esa debilidad individual. Esto no debilita al grupo, sino que le da una fuerza nueva. El grupo en el que la ayuda mutua se desarrolla mejor es el más apto para protegerse en los conflictos. Lo que, según el concepto obtuso de esos darwinistas, sería un factor de debilidad, es en realidad lo contrario, un factor de fuerza contra el que los individuos fuertes que realizan la lucha individualmente no podrían competir"
En esta segunda parte de su folleto, Pannekoek examina también, con gran rigor dialéctico, cómo la evolución del Hombre le permitió apartarse de su animalidad y de ciertas contingencias del la naturaleza, gracias al desarrollo conjunto del lenguaje, del pensamiento y de las herramientas. Sin embargo, recogiendo el análisis desarrollado por Engels en su artículo inacabado "El papel del trabajo en el proceso de transformación del simio en hombre" (publicado en Dialéctica de la naturaleza), tiende a subestimar el papel fundamental del lenguaje en el desarrollo de la vida social de nuestra especie.
Este artículo lo redactó Pannekoek hace un siglo y, evidentemente, no podía integrar los descubrimientos científicos recientes, en particular en primatología. Los estudios recientes sobre el comportamiento social de los simios antropoides nos permiten afirmar que el lenguaje humano no se seleccionó en primer lugar para la fabricación de herramientas (como parece pensarlo Pannekoek, siguiendo a Engels) sino, primero, para consolidar los vínculos sociales, sin los cuales los primeros seres humanos no habrían podido comunicar especialmente para construir resguardos, protegerse de los predadores y de las fuerzas de la naturaleza hostiles, y luego trasmitir sus conocimientos de una generación a otra.
Aunque el texto de Pannekoek proporciona un marco muy bien argumentado del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas desde la fabricación de las primeras herramientas, tiende a reducirlas a la satisfacción de las necesidades biológicas del Hombre (saciar el hambre especialmente), olvidándose así del surgimiento del arte (que apareció muy pronto en la historia de la humanidad), etapa también fundamental en la separación de la especie humana del reino animal.
Por otra parte si, como ya hemos visto, Pannekoek explica muy sintéticamente pero con una claridad y una sencillez notables, la teoría darwiniana de le evolución del Hombre, no va, a nuestro parecer, lo bastante lejos en la comprensión de la antropología de Darwin. No pone de relieve, en especial, que con la selección natural de los instintos sociales, la lucha por la existencia seleccionó comportamientos anti-eliminatorios que dieron origen a la moral ([1]). Al realizar una ruptura entre moral natural y moral social, entre naturaleza y cultura, Pannekoek no comprendió totalmente la continuidad que hay entre la selección de los instintos sociales, la protección de los débiles mediante la ayuda mutua, y todo lo que permitió al Hombre entrar en el camino de la civilización. Fue precisamente la extensión de la solidaridad y la conciencia de pertenecer a la misma especie lo que permitió a la Humanidad, en cierto estadio de su desarrollo, enunciar bajo el Imperio romano (como lo menciona por otra parte el texto de Pannekoek) esta fórmula del cristianismo: "Todos los hombres son hermanos".
Las conclusiones falsas sacadas por Haeckel y Spencer sobre el socialismo no son, ni mucho menos, sorprendentes. El darwinismo y el marxismo son dos teorías diferentes, una se aplica al reino animal y la otra a la sociedad. Se completan en el sentido de que el mundo animal se desarrolla según las leyes de la teoría darwinista hasta la etapa del hombre y a partir del momento en que éste se extrae del mundo animal, es el marxismo el que expone la ley del desarrollo. Cuando se quiere hacer pasar una teoría de un dominio a otro, para los cuales se aplican leyes diferentes, lo único que se sacan son deducciones erróneas.
Así ocurre cuando queremos descubrir, a partir de las leyes de la naturaleza, qué forma social es natural y más acorde con la naturaleza, y eso es exactamente lo que han hecho los darwinistas burgueses. Han deducido de leyes que gobiernan el mundo animal, que es donde se aplica la teoría darwiniana, que el orden social capitalista, que estaría en conformidad con dicha teoría, es el orden natural y que debe durar para siempre. Por otro lado, también había socialistas que querían probar del mismo modo que el sistema socialista es el sistema natural. Esos socialistas decían:
"Bajo el capitalismo, los hombres no llevan a cabo la lucha por la existencia con armas idénticas, sino con armas artificialmente desiguales. La superioridad natural de quienes son más sanos, más fuertes, más inteligentes o mejores moralmente no podrá predominar en manera alguna mientras el nacimiento, la clase social y sobre todo la posesión de dinero determinen esa lucha. El socialismo, al suprimir esas desigualdades artificiales, hace que las condiciones sean igual de favorables para todos y sólo entonces la verdadera lucha por la existencia prevalecerá, y en ella lo mejor de cada persona será el factor decisivo. Según los principios darwinianos, el modo de producción socialista será el verdaderamente natural y lógico".
Como crítica a las ideas de los darwinistas burgueses, esos argumentos podrán ser no muy malos, pero son tan erróneos como éstos. Ambas demostraciones opuestas son tan erróneas una como la otra, pues ambas se basan en la misma premisa, superada ya hace mucho, y es que existiría un único sistema social natural y lógico.
El marxismo nos ha enseñado que ni existe ni existirá nunca un sistema social natural o, diciéndolo de otra manera, todo sistema social es natural, pues cada sistema social es necesario y natural en unas condiciones determinadas. No existe ningún sistema social que pueda reivindicar el ser natural; los sistemas sociales se suceden unos a otros en función del desarrollo de las fuerzas productivas. Cada sistema es pues el sistema natural para su época en particular, como el siguiente lo será para la época posterior. El capitalismo no es el único orden natural, como lo cree la burguesía y ningún sistema socialista mundial es el único orden natural como algunos socialistas intentan demostrar. El capitalismo era natural en las condiciones del siglo xix, como lo fue el feudalismo en la Edad Media, y como será el socialismo en la fase de desarrollo futuro de las fuerzas productivas. Intentar promover un sistema determinado como único sistema natural es tan insustancial como decir que tal animal es el más perfecto de los todos los animales. El darwinismo nos enseña que cada animal también se adapta a su entorno particular. De igual modo, el marxismo nos enseña que cada sistema social se adapta a sus condiciones y que, en ese sentido, puede calificarse de bueno y perfecto.
Ahí está la razón por la que los intentos de los darwinistas burgueses por defender el sistema capitalista decadente van a fracasar. Los argumentos basados en la ciencia de la naturaleza cuando se aplican a cuestiones sociales, desembocan casi siempre en conclusiones erróneas. En efecto, mientras que la naturaleza no ha cambiado en sus grandes líneas durante la historia de la humanidad, la sociedad humana, en cambio, ha sufrido cambios rápidos y continuos. Para comprender la fuerza motriz y la causa del desarrollo social, debemos estudiar la sociedad como tal. El marxismo y el darwinismo deben cada uno mantenerse en su propio ámbito; son independientes el uno del otro y no existe ningún vínculo directo entre ellos.
Aquí surge una cuestión de la primera importancia. ¿Podemos quedarnos en la conclusión de que el marxismo sólo se aplicaría a la sociedad y el darwinismo sólo al mundo orgánico y que ni aquella ni esta teoría podrían aplicarse al otro ámbito? Desde un punto de vista práctico es muy cómodo tener un principio para el mundo humano y otro para el mundo animal. Sin embargo, si adoptamos ese enfoque, nos olvidamos de que el hombre también es un animal. El hombre se ha desarrollado a partir del animal y las leyes que rigen el mundo animal no pueden, de repente, perder su aplicación al hombre. Es cierto que el hombre es un animal muy particular, pero si es así es necesario encontrar a partir de esas mismas particularidades, por qué los principios aplicados a todos los animales no se aplican a los hombres, o por qué adoptan una forma diferente.
Tocamos aquí otro problema. A los darwinistas burgueses no se les plantea ese problema; declaran simplemente que el hombre es animal y se lanzan sin más reservas a aplicar los principios darwinianos a los hombres. Ya hemos visto a qué conclusiones erróneas llegan. Para nosotros la cuestión no es tan simple; debemos primero tener una visión clara de las diferencias que existen entre hombres y animales y luego, a partir de esas diferencias, debe deducirse la razón por la que, en el mundo humano, los principios darwinianos se transforman en principios totalmente diferentes, o sea, los del marxismo.
La primera particularidad que observamos en el hombre es que es un ser social. En esto no es diferente de todos los animales, pues entre estos hay muchas especies que viven de manera social. Pero el hombre difiere de todos los animales hasta ahora observados en la teoría darwiniana, en que esos animales viven separadamente, cada uno para sí y que luchan contra todos los demás para subvenir a sus necesidades. No es a los animales predadores que viven de manera separada, que son los modelos de los darwinianos burgueses, a los que debe compararse el hombre, sino a los que viven socialmente. La sociabilidad es una fuerza nueva a la que hasta ahora no hemos tenido en cuenta; una fuerza que requiere nuevas relaciones y nuevas cualidades en los animales.
Es un error considerar la lucha por la existencia como la fuerza única y omnipotente que haya dado forma al mundo orgánico. La lucha por la existencia es la fuerza principal que origina las nuevas especies, pero el propio Darwin sabía muy bien que hay otras fuerzas que cooperan y dan forma, hábitos y particularidades al mundo orgánico. En su libro tardío, El origen del hombre, Darwin trató con detalle la selección sexual, demostrando que la competencia de los machos por las hembras dio origen a los colores variopintos de las aves y las mariposas y también al melodioso trino de los pájaros. Y dedicó todo un capítulo a la vida social. También hay muchos ejemplos sobre este tema en el libro de Kropotkin, La ayuda mutua, factor de evolución. La mejor exposición sobre los efectos de la sociabilidad se encuentra en La ética y el concepto materialista de la historia de Kautsky.
Cuando cierta cantidad de animales vive en grupo, en rebaño o en bandada, llevan en común la lucha por la existencia contra el mundo exterior; en el interior, el grupo cesa la lucha por la existencia. Los animales que viven socialmente ya no entablan combates entre sí en los que sucumben los más débiles; ocurre lo contrario, los débiles disfrutan de las mismas ventajas que los fuertes. Cuando unos animales poseen la ventaja de un olfato más fino, una fuerza mayor o más experiencia que les permite encontrar los mejores pastos o evitar al enemigo, esas ventajas no sólo les favorecen a ellos sino al grupo, incluidos los individuos menos dotados. El que los individuos menos dotados se unan a los más capacitados les permite superar, hasta cierto punto, las consecuencias de sus capacidades menos favorables.
Poner en común las diferentes fuerzas sirve al conjunto de los miembros, proporciona al grupo un poder nuevo y mucho más importante que el de un solo individuo, incluso el más fuerte. Gracias a esa fuerza unida los animales herbívoros sin defensa pueden protegerse contra los animales predadores. Sólo mediante esa unidad algunos animales son capaces de proteger a sus crías. La vida social es enormemente provechosa para todos los miembros del grupo.
Otra segunda ventaja de la sociabilidad viene de que cuando los animales viven socialmente hay una posibilidad de división del trabajo. Esos animales mandan avanzadillas o ponen centinelas cuya tarea es proteger la seguridad de todos, mientras que otros siguen pastando o cosechando tranquilamente pues cuentan con sus vigías para ser advertidos si hay peligro.
Una sociedad animal así se convierte, en ciertos aspectos, en una unidad, un solo organismo. Evidentemente, sus relaciones son mucho más laxas que las existentes entre las células de un solo cuerpo animal; en efecto, los miembros siguen siendo iguales entre sí - sólo entre las hormigas, las abejas y otros pocos insectos se desarrolla una diferenciación orgánica - y son capaces, en condiciones más desfavorables evidentemente, de vivir aislados. Sin embargo, el grupo se transforma en un cuerpo coherente, y debe existir cierta fuerza que vincula a los diferentes miembros entre sí.
Esa fuerza no es otra que las razones sociales, el instinto social que mantiene a los animales reunidos, que les permiten que el grupo se perpetúe. Cada animal debe poner el interés del grupo por encima de los suyos propios; debe actuar siempre instintivamente en beneficio del grupo sin consideración por sí mismo. Si cada herbívoro débil sólo pensara en sí mismo huyendo cuando lo ataca una fiera, el rebaño reunido se vuelve a desperdigar. Solo cuando el impulso fuerte del instinto de conservación es frenado por el impulso más fuerte de la unión, cuando cada animal arriesga su vida por proteger la de todos, sólo entonces el rebaño resiste y se aprovecha de las ventajas de mantenerse agrupado. El sacrificio de sí, el valor, la entrega y la fidelidad deben surgir de esta manera, pues allí donde esas cualidades no existen, se disuelve la cohesión. La sociedad no puede existir donde no existen esas cualidades.
Esos instintos, por mucho que tengan su origen en los hábitos y la necesidad, se refuerzan con la lucha por la existencia. Cada rebaño animal está en competencia permanente con los mismos animales de un rebaño diferente; los rebaños mejor adaptados para resistir al enemigo sobrevivirán y los menos dotados desaparecerán. Los grupos en los que el instinto social se desarrolla mejor podrán mantenerse mejor, mientras que el grupo en el que el instinto social se ha desarrollado poco acabará siendo una presa fácil para sus enemigos o no será capaz de encontrar los pastos necesarios para su supervivencia. Esos instintos sociales se convierten así en los factores más importantes y decisivos que determinan quién sobrevivirá en la lucha por la vida. Por eso se ha puesto a los instintos sociales en el lugar más elevado de los factores predominantes en la lucha por la supervivencia.
Esto aclara de una manera muy diferente el modo de ver de los darwinistas burgueses. Estos proclaman que sólo la eliminación de los débiles es natural y que es necesaria para impedir la degeneración de la raza. Y dicen por otro lado, que proteger a los débiles es antinatural y contribuye en la decadencia la raza. ¿Y qué es lo que en realidad vemos? En la propia naturaleza, en el mundo animal, constatamos que se protege a los débiles, que estos no se mantienen gracias a su propia fuerza personal, y que no se les separa a causa de esa debilidad individual. Esto no debilita al grupo, sino que le da una fuerza nueva. El grupo en el que la ayuda mutua se desarrolla mejor es el más apto para protegerse en los conflictos. Lo que, según el concepto obtuso de esos darwinistas, sería un factor de debilidad, es en realidad lo contrario, un factor de fuerza contra el que los individuos fuertes que realizan la lucha individualmente no podrían competir. La raza, pretendidamente degenerante y corrompida, se lleva la victoria confirmándose en la práctica que es la más hábil y la mejor.
Aquí vemos primero hasta qué punto las afirmaciones de los darwinistas burgueses son obtusas, reveladoras de mentes estrechas y no científicas. Hace derivar sus leyes naturales y sus conceptos de lo que es natural en una parte del mundo animal a la que menos se parece el hombre, la de los animales solitarios, mientras que dejan de lado la observación de los animales que viven prácticamente en las mismas circunstancias que el hombre. La explicación puede encontrarse en sus propias condiciones de vida; pertenecen a una clase en la que cada uno está en competencia individual con los demás, de modo que no ven en los animales más que la forma de la lucha por la vida que se parece a la lucha de la competencia burguesa. Por eso desdeñan las formas de lucha que son de la mayor importancia para los humanos.
Cierto es que los darwinistas burgueses son conscientes de que todo, en el mundo animal como en el humano, no se reduce a puro egoísmo. Los científicos burgueses dicen a menudo que en todo humano conviven dos sentimientos: el egoísta o amor de uno mismo y el altruista o amor de los demás. Pero como no conocen el origen social de ese altruismo, no pueden comprender ni sus límites ni sus condiciones. El altruismo, para ellos, es una idea muy imprecisa que no saben manejar.
Todo lo que se aplica a los animales sociales puede aplicarse también al hombre. Nuestros antepasados se parecían a los simios y los hombres primitivos que les sucedieron eran animales débiles, sin defensa, que, como todos los monos vivían en tribus. En ellos debieron aparecer los mismos impulsos y los mismos instintos sociales que más tarde, en el hombre, se desarrollarían con la forma de sentimientos morales. Es algo evidente y conocido de todos que nuestras costumbres y nuestra moral no son otra cosa sino sentimientos sociales, sentimientos que encontramos en animales; Darwin también habló ya de "costumbres relacionadas con sus comportamientos sociales que en el hombre se llamará moral". La diferencia estriba únicamente en el grado de conciencia; en cuanto esos sentimientos sociales se vuelven conscientes para los hombres, toman el carácter de sentimientos morales. Vemos aquí que la idea moral - que los autores burgueses consideran como la diferencia principal entre hombres y animales- no es algo propio de los hombres, sino que es un producto directo de las condiciones existentes en el mundo animal.
El que los sentimientos morales no se extiendan más allá del grupo social al que el animal o el hombre pertenecen se debe a la naturaleza de sus orígenes. Esos sentimientos están al servicio de la finalidad práctica de preservar la cohesión del grupo; más allá, son inútiles. En el mundo animal, la extensión y la naturaleza del grupo social están determinadas por las circunstancias de la vida, y, por lo tanto, el grupo sigue siendo casi siempre el mismo. En los hombres, en cambio, los grupos, las unidades sociales, están siempre cambiando en función del desarrollo económico, y esto también cambia el ámbito de validez de los instintos sociales.
Los antiguos grupos, en su origen tribus salvajes, estaban más unidos que los grupos animales no solo porque estaban en competencia con otros, sino porque se hacían directamente la guerra. Los vínculos familiares y un lenguaje común reforzaron más tarde esa unidad. Cada individuo dependía enteramente del apoyo de la tribu. En esas condiciones, los instintos sociales, los sentimientos morales, la subordinación del individuo al conjunto se desarrollaron al máximo. Con el desarrollo posterior de la sociedad, las tribus se disolvieron en entidades económicas más amplias, formándose pueblos y uniéndose en poblaciones mayores.
Y nuevas sociedades sucedieron a las antiguas y los miembros de esas entidades prosiguieron la lucha por la existencia en común contra otros pueblos. El tamaño de esas entidades aumenta en una proporción equivalente a la del desarrollo económico, debilitándose la lucha de cada uno contra los demás, extendiéndose los sentimientos sociales. A finales de la antigüedad, por ejemplo, todos los pueblos conocidos en torno al Mediterráneo forman entonces una unidad, el Imperio romano. Aparece entonces también la doctrina que amplía los sentimientos morales a la humanidad entera y formula el dogma de que todos los hombres son hermanos.
Cuando observamos nuestra propia época, nos damos cuenta de que económicamente todos los pueblos forman cada vez más una unidad, por muy débil que ésta sea. Por consiguiente, reina un sentimiento -relativamente abstracto, eso sí - de una fraternidad que engloba al conjunto de pueblos civilizados. El sentimiento nacional, sobre todo en la burguesía, es aún más fuerte, pues las naciones son las entidades que sirven a la lucha constante de una burguesía con otra. Los sentimientos sociales son más fuertes hacia quienes pertenecen a la misma clase, pues las clases son las unidades sociales esenciales, que encarnan los intereses convergentes de sus miembros. Vemos así cómo cambian las entidades sociales y lo sentimientos sociales en la sociedad humana según el progreso del desarrollo económico ([2]).
La sociabilidad, con sus consecuencias, los instintos morales, es una particularidad que distingue a los humanos de ciertos animales, pero no de todos. Existen sin embargo particularidades que no pertenecen más que al hombre, que lo separan del resto del mundo animal. En primer lugar, el lenguaje, y, en segundo, el raciocinio. El hombre es también el único animal que usa herramientas fabricadas por él.
Los animales poseen esas propiedades en germen, mientras que en los hombres se han desarrollado con nuevas características específicas. Muchos animales poseen una especie de voz, pueden, mediante sonidos, comunicar sus intenciones, pero sólo el hombre emite sonidos que forman palabras que le sirven para nombrar cosas. Los animales poseen también un cerebro con el que piensan, pero la inteligencia humana revela, como veremos más lejos, una orientación plenamente nueva a la que llamamos pensamiento racional o abstracto. Los animales también usan objetos inanimados para ciertos objetivos; por ejemplo, para la construcción de nidos. Los monos usan a veces palos o piedras, pero sólo el hombre usa herramientas que él mismo fabrica deliberadamente con fines particulares. Esas tendencias primitivas en los animales nos convencen de que las particularidades que posee el hombre no le vienen de no se sabe qué milagro de la creación, sino de un lento desarrollo. Comprender cómo se desarrollaron en el hombre las primeras huellas del lenguaje, del pensamiento y del uso de herramientas, para ir hacia nuevas capacidades es algo de primera importancia, pues implica la problemática de la humanización del animal.
Solo el ser humano, como animal social que es, ha sido capaz de evolucionar así. Los animales que viven solitarios no pueden alcanzar tal nivel de desarrollo. Fuera de la sociedad, el lenguaje es tan inútil como la vista en la oscuridad y acabaría extinguiéndose. El lenguaje sólo es posible en la sociedad y sólo en ella es necesario como medio de deliberación entre sus miembros. Todos los animales sociales poseen medios para expresar sus intenciones, sino no podrían actuar según un plan colectivo. Los sonidos que eran necesarios como medio de comprenderse en el trabajo colectivo para el hombre primitivo, sin duda se desarrollaron lentamente hasta dar nombre a las actividades y después a las cosas.
El uso de herramientas presupone una sociedad, porque sólo por medio de la sociedad se puede preservar lo adquirido. En un estado de vida solitaria, cada uno habría debido descubrir el uso de herramientas para él y, al morirse el inventor, el descubrimiento se habría ido con él y habría que volver a empezar. Sólo mediante la sociedad, la experiencia y el conocimiento de las generaciones pasadas pueden conservarse, perpetuarse y desarrollarse. En un grupo o una tribu se va muriendo la gente, pero el grupo, en cambio, es, por decirlo así, inmortal. Se mantiene. Conocer el uso de las herramientas no es algo innato, sino que se va adquiriendo. Por eso es indispensable una tradición intelectual, algo que sólo es posible en la sociedad.
Esas características específicas del hombre son inseparables de su vida, y además están fuertemente relacionadas unas con otras. No se desarrollan separadamente, sino que progresan en común. El pensamiento y el lenguaje sólo pueden existir y desarrollarse conjuntamente y eso es algo que cada cual puede comprobar cuando intenta representarse la naturaleza de su propio pensamiento. Cuando pensamos o reflexionamos nos hablamos, de hecho, a nosotros mismos y nos damos cuenta de que nos es imposible pensar claramente sin emplear palabras. Cuando no pensamos con palabras, nuestros pensamientos son imprecisos y no logramos captar los pensamientos específicos. Cada uno de nosotros puede comprenderlo por su experiencia propia. El razonamiento llamado abstracto es un pensamiento perceptivo y sólo puede realizarse mediante conceptos. Y sólo mediante palabras podemos designar y dominar esos conceptos. Cada intento por extender nuestro pensamiento, cada intento por hacer avanzar nuestro conocimiento debe empezar por la distinción y la clasificación mediante nombres o dando a los nombres anteriores un significado más preciso. El lenguaje es el cuerpo del pensamiento, el único material con el que se construye toda ciencia humana.
La diferencia entre el espíritu humano y el espíritu animal fue demostrada con pertinencia por Schopenhauer en una cita también recogida por Kautsky en La ética y el concepto materialista de la historia (páginas 139-40, traducción inglesa). Los actos del animal dependen de impulsos, de lo que ve, oye, huele u observa. Nosotros también podemos ver y decir casi siempre lo que impulsa a un animal a hacer esto o aquello, pues también nosotros somos capaces de ello si nos fijamos bien. Pero en el hombre eso es totalmente diferente. No podemos prever lo que el hombre hará, pues no conocemos los motivos que le impulsan a actuar; son los pensamientos en su mente. El ser humano reflexiona y, al hacerlo, se pone en juego todo su conocimiento, resultado de sus experiencias anteriores, y es entonces cuando decide actuar. Los actos de un animal dependen de una impresión inmediata, mientras que los del ser humano dependen de conceptos abstractos. El hombre "es movido en cierto modo por hilos invisibles y sutiles. Todos los movimientos dan la impresión de estar guiados por principios e intenciones que le dan un aspecto de independencia y se distinguen evidentemente de los de los animales".
Al tener exigencias corporales tanto hombres como animales están obligados a satisfacerlas en la naturaleza de su entorno. La percepción sensitiva es el impulso inmediato; la satisfacción de las necesidades es el objetivo de la acción idónea. En el animal, la acción viene inmediatamente después de la impresión. Percibe su presa o su alimento e inmediatamente salta, atrapa, come, o hace lo necesario para que así sea. Es la herencia de su instinto. El animal oye un ruido hostil e inmediatamente huye si tiene patas lo bastante desarrolladas para correr rápidamente o, si no, se echa al suelo y hace el muerto para no ser visto si el color del pelaje le sirve de protección. En el hombre, en cambio, entre sus percepciones y sus actos una larga cadena de pensamiento y reflexiones atraviesa su mente. Sus actos dependerán del resultado de esas reflexiones.
¿De dónde viene esa diferencia? No es difícil comprender que está estrechamente asociada al uso de herramientas. Del mismo modo que el pensamiento se inserta entre las percepciones del ser humano y sus actos, la herramienta se inserta entre el hombre y el objeto que intenta aprehender. Además, puesto que ya la herramienta se coloca entre el hombre y los objetos exteriores, por eso también el pensamiento debe surgir entre la percepción y la ejecución. El hombre no se lanza a manos vacías sobre su objetivo, ya sea éste un enemigo o una fruta que recoger, sino que lo hace de manera indirecta: con una herramienta, un arma (que también son herramientas) que usa para coger el fruto o contra un animal hostil; por eso, en su mente, la percepción sensitiva no viene inmediatamente seguida de la acción, sino que la mente debe dar un rodeo: debe primero pensar en las herramientas y luego proseguir su objetivo. El rodeo material crea el rodeo mental; el pensamiento suplementario es el resultado de la herramienta suplementaria.
Nos hemos planteado aquí un caso muy sencillo de herramientas primitivas y las primeras fases del desarrollo mental. Cuanto más se complica la técnica mayor es el rodeo material, de modo que la mente debe realizar mayores rodeos. Cuando cada uno fabricaba sus propias herramientas, el recuerdo del hambre y de la lucha debía orientar el espíritu humano hacia la herramienta y su fabricación para que estuviera lista para ser utilizada. Tenemos aquí una cadena de pensamientos cada vez más larga entre las percepciones y la satisfacción final de las necesidades humanas. Cuando llegamos a nuestra época, constatamos que esa cadena es muy larga y complicada. Cuando el obrero al que han despedido prevé el hambre que le espera, se compra un diario para ver si hay ofertas de empleo; acude en su busca, se presenta en el lugar y sólo mucho más tarde cobrará un sueldo con el que comprar comida y protegerse contra el hambre. Todo eso lo analiza su mente antes de ponerlo en práctica. ¡Qué camino tan largo y tortuoso debe seguir la mente antes de alcanzar el objetivo deseado! Y ese es el camino de la elaboración compleja de nuestra sociedad actual en cuyo seno el hombre no satisface sus necesidades sino es mediante una técnica altamente desarrollada.
Hacia eso quería Schopenhauer atraer nuestra atención, esa propagación en el cerebro del hilo de la reflexión, que anticipa la acción y debe comprenderse como el resultado necesario del empleo de herramientas. Pero no por eso hemos llegado ya a lo esencial. El hombre no es dueño de una sola herramienta, las posee en grandes cantidades que usa para fines diferentes, entre las cuales puede escoger. El hombre, gracias a esas herramientas, no es como el animal. El animal no va nunca más allá de las herramientas y de las armas que la naturaleza le proporciona, mientras que el hombre puede cambiar de herramientas artificiales. Ahí está la diferencia fundamental entre el hombre y el animal. El hombre es por así decirlo, un animal con órganos modificables y por eso debe poseer la capacidad de escoger entre sus herramientas. Por su mente circulan pensamientos diversos, su espíritu examina todas las herramientas y todas las consecuencias de su aplicación y sus actos dependen de esa reflexión. Combina igualmente un pensamiento con otro y concibe rápidamente la idea acorde con su objetivo. Esa deliberación, esa comparación libre entre una serie de secuencias de reflexiones escogidas individualmente, esa propiedad que diferencia fundamentalmente el pensamiento humano del pensamiento animal debe ser relacionada con el uso de herramientas escogidas por voluntad propia.
Los animales no poseen esa capacidad; les sería inútil, pues no sabrían qué hacer con ella. A causa de su forma corporal, sus acciones son muy limitadas. El león sólo puede saltar sobre su presa, pero no puede pensar atraparla corriendo detrás de ella. La liebre está constituida de manera a poder huir; no tiene otro medio de defensa por mucho que deseara poseerlo. Los animales no tienen nada en que poner su atención, si no es el momento en que hay que saltar o correr, el momento en que las impresiones alcanzan una fuerza suficiente para desencadenar la acción. Cada animal está formado de tal manera que se adapta a un modo de vida definido. Sus acciones son y se transmiten como hábitos, como instintos. Estos hábitos no son evidentemente inmutables. Los animales no son máquinas, cuando están sometidos a circunstancias diferentes, pueden adquirir hábitos diferentes. Fisiológicamente y en lo que se refiere a las aptitudes, el funcionamiento de su cerebro no es diferente del nuestro. Sólo lo es prácticamente en los resultados. Los límites del animal no se deben a la calidad de su cerebro, sino a la forma de su cuerpo. El acto del animal está limitado por su forma corporal y por su medio, lo que le deja poca amplitud para reflexionar. El raciocinio humano sería por lo tanto para el animal una facultad totalmente inútil y sin objeto, que no podría aplicar y que le haría más daño que beneficio.
Por otra parte, el hombre debe poseer esa capacidad porque ejerce su discernimiento en el uso de herramientas y armas, porque escoge en función de condiciones particulares. Si quiere matar a un ágil ciervo usa arco y flechas; si se encuentra con un oso usa el hacha, si quiere abrir una fruta dura usa un mazo. Cuando le amenaza un peligro, el hombre debe decidir si huye o si lucha con sus armas. Poseer un espíritu alerta es propio de la movilidad del mundo animal en general, pero la capacidad de reflexionar le es indispensable al hombre para el uso de herramientas artificiales.
La poderosa conexión entre pensamientos, lenguaje y herramientas, imposible cada una de estas facultades sin las demás, muestra que debieron desarrollarse al mismo tiempo. El cómo se produjo ese desarrollo sólo pueden ser suposiciones. Sin duda fue un cambio en las circunstancias de la vida que hizo que un animal simiesco fuera el antepasado del hombre. Tras haber emigrado de la selva, hábitat originario de los monos, hacia las sabanas, el hombre debió sin duda amoldarse a un cambio de vida total. La diferencia entre las manos para agarrar y los pies para correr debió desarrollarse entonces. Este ser traía de sus orígenes las dos condiciones fundamentales para un progreso hacia un nivel superior: la sociabilidad y la mano simiesca, bien adaptada para agarrar objetos. Los primeros objetos brutos, piedras o palos, usados episódicamente en el trabajo común, les llegaban involuntariamente a las manos que luego tiraban. Esto debió repetirse instintiva e inconscientemente tan a menudo que acabó dejando una huella en el espíritu de aquellos hombres primitivos.
Para el animal, la naturaleza que le rodea es un todo indiferenciado de cuyos detalles no es consciente. No puede distinguir entre objetos diversos pues le falta el nombre de sus distintas partes y de las cosas mismas que nos permiten diferenciarlos. Es cierto que el entorno no es inmutable. El animal reacciona apropiadamente ante los cambios que significan "alimento" o "peligro", con acciones específicas. Sin embargo, globalmente, la naturaleza permanece indiferenciada para el animal y para la conciencia de nuestros antepasados más primitivos debió ser más o menos igual. A partir de esa globalidad, el trabajo mismo, contenido principal de la existencia humana, va imponiendo progresivamente aquellos objetos utilizados en dicho trabajo. La herramienta, que es a veces un objeto inanimado del mundo exterior y que a veces actúa como un órgano de nuestro propio cuerpo, un objeto inspirado por nuestra propia voluntad, se encuentra a la vez fuera del mundo exterior y fuera de nuestro cuerpo, esas dimensiones evidentes para el hombre primitivo de las que él no se da cuenta. A las herramientas, ayudas tan importantes, se las designó de cierta manera, quizás por un sonido que designaba al mismo tiempo una actividad particular. Gracias a esa designación, la herramienta se separa del resto del entorno. El hombre empieza así a analizar el mundo mediante conceptos y nombres, aparece la conciencia de sí, se fabrican intencionadamente objetos artificiales y se usan con pleno conocimiento para el trabajo.
Ese proceso, muy lento, marca el comienzo de nuestra transformación en hombres. En cuanto los hombres buscaron y utilizaron deliberadamente objetos que sirvieran de herramientas, puede decirse que fueron "producidas"; desde esa etapa a la de la fabricación de herramientas no hay más que un paso. El hombre nació con el primer nombre y el primer pensamiento abstracto. Quedaba por recorrer un largo camino: las primeras herramientas brutas se diferencian ya por su uso; a partir de la piedra puntiaguda se obtiene el cuchillo, la cuña, la barrena y la lanza; a partir del palo se obtiene el mango. Y así el hombre primitivo es capaz de enfrentarse a las fieras, a la selva y aparece ya como el futuro rey del mundo. Con la mayor diferenciación de las herramientas, que habrán de servir más tarde a la división del trabajo, el lenguaje y el pensamiento adquieren formas más fecundas y nuevas y, recíprocamente, el pensamiento lleva al hombre a usar mejor sus herramientas, a mejorar las antiguas e inventar nuevas.
Vemos así cómo de una cosa se llega a otra. La práctica de las relaciones sociales y de trabajo son la fuente de la técnica, del pensamiento, de las herramientas y de la ciencia que se desarrollan continuamente. Mediante su trabajo, el hombre primitivo simiesco se elevó a la verdadera humanidad. El uso de las herramientas fue la gran ruptura que iría en constante aumento entre hombres y animales.
Es ahí donde vemos la diferencia principal entre seres humanos y animales. En animal obtiene sus alimentos y vence a sus enemigos con sus propios órganos corporales; el hombre hace lo mismo gracias a herramientas artificiales. Órgano viene del griego organon que significa también herramienta o instrumento. Los órganos son los instrumentos naturales del animal, son su cuerpo. Las herramientas son los órganos artificiales de los hombres. Lo que el órgano es al animal, la mano y la herramienta lo son al hombre. Las manos y las herramientas cumplen las funciones que el órgano animal debe realizar solo. Por su estructura, la mano, especializada en coger y dirigir herramientas varias se convierte en órgano adaptado a todo tipo de labores; las herramientas son las cosas inanimadas que la mano agarra cada una en su momento y que la transforman en un órgano con una gran diversidad de funciones.
Con la división de esas funciones, se abre ante los hombres un amplio campo de desarrollo que los animales no conocen. Puesto que la mano humana puede usar herramientas diversas, puede combinar las funciones de todos los órganos posibles que los animales poseen. Con la división de esas funciones se abre ante los seres humanos un amplio campo de desarrollo que los animales no conocen. Como la mano humana puede utilizar herramientas diferentes, también puede combinar las funciones de todos los órganos posibles que los animales poseen. Cada animal está hecho y adaptado a un entorno y un modo de vida definidos. El hombre, con sus herramientas, se adapta a todas las circunstancias y está equipado para todos los entornos. El caballo está hecho para las praderas, el mono para la selva. En la selva, el caballo estaría tan desamparado como el simio que transportaran a una pradera. El hombre, por su parte, usa el hacha en la selva y la azada en la pradera. Con esas herramientas, el hombre puede abrirse un camino en todas las regiones del planeta e implantarse por todas partes. Mientras que casi todos los animales tienen que vivir en determinadas regiones, en aquellas donde pueden satisfacer sus necesidades, no pudiendo vivir en otras partes, el hombre, en cambio, ha conquistado el mundo entero. Como un zoólogo lo decía en una ocasión, cada animal posee sus puntos fuertes gracias a los cuales puede luchar por la existencia, y sus propias debilidades que hacen de él una presa para otros y le impiden multiplicarse. En esto, el hombre sólo tiene fuerza y ninguna debilidad. Gracias a sus herramientas, el hombre es el equivalente a todos los animales. Como sus herramientas no han quedado inalterables sino que se han mejorado continuamente, el hombre se ha desarrollado por encima de todos los animales. Con sus herramientas se ha hecho el dueño de la creación entera, el Rey de la Tierra.
En el mundo animal también hay un desarrollo y un perfeccionamiento continuos de los órganos. Pero ese desarrollo está ligado a los cambios en el cuerpo del animal, que los hace muy lentos, un desarrollo dictado por las leyes biológicas. En el desarrollo del mundo orgánico, miles de años cuentan poco. El hombre, en cambio, al haber transferido su desarrollo a objetos externos, pudo liberarse del sometimiento a la ley biológica. Las herramientas pueden transformarse rápidamente, la técnica avanza con una rapidez asombrosa en comparación con el desarrollo de los órganos animales. Gracias a esta nueva vía, el hombre pudo, a lo largo del corto período de unos cuantos miles de años, ponerse por encima de los animales más evolucionados mucho más que éstos con relación a los menos evolucionados. Con la invención de herramientas artificiales se puso en cierto modo fin a la evolución animal. El hijo del mono se ha desarrollado a una velocidad fenomenal hasta una especie de poder divino, ha tomado posesión de la Tierra, sometiéndola a su autoridad exclusiva. La evolución del mundo orgánico, hasta entonces apacible y sin tropiezos, deja de desarrollarse según las leyes de la teoría darwiniana. Es el hombre el que actúa en el mundo de las plantas y los animales, seleccionando, domando, cultivando; y es el hombre el que rotura tierras. Transforma todo el entorno, creando nuevas formas de plantas y de animales que corresponden a sus objetivos y a su voluntad.
Eso explica, con la aparición de las herramientas, por qué el cuerpo humano ya no cambia. Los órganos humanos son como eran, con la notable excepción del cerebro. El cerebro humano debió desarrollarse en paralelo con las herramientas; y, de hecho, vemos que la diferencia entre las razas más evolucionadas de la humanidad y las anteriores está precisamente en el contenido de su cerebro. Pero incluso el desarrollo de este órgano debió cesar en cierta fase. Desde el inicio de la civilización, algunas funciones se han ido retirando continuamente del cerebro por medios artificiales; la ciencia se conserva cuidadosamente en esas "granjas" que son los libros. Nuestra facultad de raciocinio hoy no es superior a la de los griegos, los romanos o los germanos, pero nuestro conocimiento se ha desarrollado portentosamente y eso se debe, en gran parte, porque el cerebro se ha descargado en sus sustitutos, los libros.
Ahora que hemos establecido la diferencia entre hombres y animales, observemos cómo esos dos grupos están afectados por la lucha por la existencia. No puede negarse que esa lucha sea el origen de la perfección en la medida en que lo imperfecto quedaba eliminado. En ese combate, los animales se acercaban siempre más a la perfección. Es sin embargo necesario ser más preciso en la expresión y en la observación de en qué consiste esa perfección. No podemos decir que sean todos los animales los que luchan y se perfeccionan. Los animales luchan y compiten entre sí mediante órganos particulares, aquellos que son determinantes en la lucha por la supervivencia. Los leones no combaten con el rabo; las liebres no confían en su vista; y el éxito de los halcones no les viene del pico. Los leones realizan el combate gracias a sus músculos (para abalanzarse) y sus mandíbulas; las liebres cuentan con sus patas y sus oídos, los halcones con su vista y sus alas. Y si ahora nos preguntamos qué es lo que lucha y compite, la respuesta será: son los órganos los que luchan y, al hacerlo, se perfeccionan cada vez más. La lucha la realizan los músculos y los dientes en el león, las patas y los oídos en la liebre, la vista y las alas en el halcón. En esta lucha se van perfeccionando los órganos. El animal en su conjunto depende de esos órganos y comparte su suerte, la de los fuertes que saldrán victoriosos y la de los débiles que serán vencidos.
Planteémonos ahora la misma pregunta sobre el mundo humano. Los hombres no luchan gracias a sus órganos naturales, sino por medio de órganos artificiales, con la ayuda de herramientas (y armas, a las que debemos considerar como herramientas). Aquí también se comprueba la veracidad del principio de la perfección y de la eliminación de lo imperfecto por medio de la lucha. Las herramientas entran en lucha y eso lleva al perfeccionamiento cada vez mayor de ellas. Las comunidades tribales que usaban las mejores herramientas y las mejores armas, podían asegurar mejor su subsistencia y cuando entraban en lucha directa con otra raza, la raza mejor provista de instrumentos artificiales ganaba y exterminaba a los más débiles. Las grandes mejoras de la técnica y de los métodos de trabajo en los orígenes de la humanidad, como la introducción de la agricultura y la ganadería, hicieron de los hombres una raza físicamente más sólida que sufre menos de la rudeza de los elementos naturales. Las razas cuyo material técnico se desarrolló más, podían cazar y someter a las que poseían un material artificial menos desarrollado, pudiendo así acaparar las mejores tierras y desarrollar su civilización. La dominación de la raza ([3]) europea está basada en su supremacía técnica.
Vemos aquí que el principio de la lucha por la existencia, formulado por Darwin y subrayado por Spencer, ejerce un efecto diferente sobre los hombres y sobre los animales. El principio según el cual la lucha lleva al perfeccionamiento de las armas utilizadas en los conflictos, conduce a resultados diferentes en los hombres y en los animales. En el animal lleva a un desarrollo continuo de los órganos naturales; es la base de la teoría de la filiación, la esencia del darwinismo. En los hombres, lleva a un desarrollo continuo de las herramientas, de las técnicas y de los medios de producción. Y esto son los fundamentos del marxismo.
Ahí aparece que el marxismo y el darwinismo no son dos teorías independientes que se aplicarían cada una de ellas a su ámbito específico sin ningún punto común. En realidad, las dos teorías se basan en el mismo principio. Forman una unidad. La nueva dirección tomada cuando apareció el hombre, la sustitución de los órganos naturales por herramientas, hace que se exprese de manera diferente en los dos ámbitos; el mundo animal se desarrolla según el principio darwiniano mientras que, para la humanidad, es la teoría marxista la que define la ley del desarrollo. Cuando los hombres dejaron el mundo animal, el desarrollo de los instrumentos, de los métodos productivos, de la división del trabajo y del conocimiento se transformaron en la fuerza propulsora del desarrollo social. Fue esa fuerza la que hizo surgir los diferentes sistemas económicos como el comunismo primitivo, el sistema rural, los inicios de la producción mercantil, el feudalismo y, ahora, el capitalismo moderno. Nos queda ahora situar el modo de producción actual y de su superación en la coherencia propuesta y aplicarles correctamente la posición de base del darwinismo.
La forma particular que toma la lucha darwiniana por la existencia como fuerza motriz para el desarrollo en el mundo humano está determinada por la sociabilidad de los hombres y su uso de las herramientas. Los hombres realizan su lucha colectivamente, en grupos. La lucha por la existencia, mientras que sí continúa entre miembros de grupos diferentes, cesa entre los miembros del mismo grupo, y es sustituida por la ayuda mutua y los sentimientos sociales. En la lucha entre grupos, el bagaje técnico decide quién saldrá vencedor; la consecuencia de esto es el progreso de la técnica. Esas dos circunstancias tienen consecuencias diferentes bajo sistemas sociales diferentes. Veamos de qué manera se manifiestan bajo el capitalismo.
Cuando la burguesía tomó el poder político e hizo del modo de producción capitalista el modo dominante, empezó rompiendo las barreras feudales y haciendo libre a la gente. Para el capitalismo, era esencial que cada productor pudiera participar libremente en la lucha competitiva sin que ningún vínculo trabara su libertad de movimiento, sin que ninguna actividad fuera paralizada o frenada por las normas gremiales, o trabada por estatutos jurídicos, pues sólo con esta condición la producción podría desarrollar sus plenas capacidades. Los obreros debían ser libres y no estar sometidos a obligaciones feudales o gremiales, porque sólo como obreros libres podían vender su fuerza de trabajo como mercancía a los capitalistas, y sólo si son trabajadores libres podrían los capitalistas emplearlos plenamente. Por esa razón eliminó la burguesía todos los vínculos y compromisos del pasado. Liberó totalmente a la gente pero, al mismo tiempo, las personas se encontraron totalmente aisladas y sin protección. Antaño la gente no estaba aislada; pertenecía a un gremio, vivían bajo la protección de un señor o de una comuna y ahí encontraban la fuerza para sobrevivir. Formaban parte de un grupo social ante el que tenían obligaciones y del que recibían protección. Esas obligaciones la burguesía las ha suprimido; destruyó gremios y corporaciones, abolió las relaciones feudales. La liberación del trabajo quería también decir que el hombre ya no podría encontrar refugio en ningún sitio y que ya no podía contar con los demás. Cada uno sólo podía contar consigo mismo. Debía luchar solo contra todos, libre de todo vínculo pero también sin la menor protección.
Por esa razón, bajo el capitalismo, el mundo humano se parece cada vez más al mundo de los predadores y por esa misma razón los darwinistas burgueses han buscado el prototipo de la sociedad humana en los animales solitarios. Era su propia experiencia la que los guiaba. Su error es que creen que las condiciones capitalistas son unas condiciones eternas del hombre. La relación existente entre nuestro sistema capitalista de competencia y los animales solitarios lo menciona Engels en su obra Anti-Dühring de esta manera: "La gran industria y el establecimiento del mercado mundial han universalizado por último esa lucha, y le han dado al mismo tiempo una violencia inaudita. El favor de las condiciones de producción naturales o creadas decidía de la existencia entre los diversos capitalistas, igual que entre enteras industrias y enteros países. El que pierde es eliminado sin compasión. Es la lucha darwiniana por la existencia individual, traducida de la naturaleza a la sociedad con una furia aún potenciada. La actitud natural del animal se presenta así como punto culminante de la evolución humana" (F. Engels, Anti-Düring, "3. Cuestiones teóricas", https://www.marxists.org/espanol [388]).
¿Por qué se lucha en la competencia capitalista?, ¿por qué cosa cuya perfección decidirá la victoria?
Primero, los instrumentos técnicos, las máquinas. Se aplica aquí también la ley de la lucha que conduce a la perfección. La máquina más perfeccionada se adelanta a la que lo es menos, se eliminan las máquinas de mala calidad y la pequeña herramienta, la técnica industrial hace avances colosales hacia una productividad cada día mayor. Esa es la verdadera aplicación del darwinismo a la sociedad humana. Lo que le es particular es que, bajo el capitalismo, está la propiedad privada y detrás de cada máquina hay alguien. Detrás de la máquina gigantesca hay un gran capitalista y detrás de la pequeña hay un pequeño burgués. Con la derrota de la máquina pequeña perece el pequeño burgués con todas sus ilusiones y esperanzas. Al mismo tiempo, la lucha es una carrera entre capitales. El gran capital es evidentemente el mejor pertrechado; el gran capital vence al pequeño y así sigue creciendo más y más. Esta concentración de capital socava el propio capital pues va reduciendo la burguesía cuyo interés es mantener el capitalismo, y hace aumentar la masa de quienes quieren destruirlo. En ese desarrollo, una de las características del capitalismo se va suprimiendo paulatinamente. En este mundo donde cada uno lucha contra todos y todos contra uno, la clase obrera desarrolla una nueva asociación, la organización de clase. Las organizaciones de la clase obrera empiezan rompiendo la competencia entre los obreros, uniendo sus fuerzas separadas en una gran fuerza para la lucha contra el mundo "exterior". Todo lo que se aplica a los grupos sociales se aplica también a esta nueva organización de clase, nacida de circunstancias externas. En las filas de esta organización de clase, se desarrollan, y son de destacar, las motivaciones sociales, los sentimientos morales, el sacrificio de sí y la entrega al conjunto del grupo. Esta sólida organización da a la clase obrera la gran fuerza que necesita para vencer a la clase capitalista. La lucha de la clase no es una lucha con herramientas, sino por la posesión de las herramientas, una lucha por la posesión del aparato técnico de la humanidad, que estará determinada por la fuerza de la acción organizada, por la fuerza de la nueva organización de clase que está surgiendo. A través de la clase obrera organizada aparece ya un elemento de la sociedad socialista.
Consideremos ahora el sistema de producción futuro tal como existirá en el socialismo. La lucha por el perfeccionamiento de las herramientas, que ha marcado toda la historia de la humanidad, no cesará. Como antes bajo el capitalismo, se dejarán de lado las máquinas inferiores en beneficio de las superiores. Como antes, ese proceso acarreará una mayor productividad del trabajo. Pero al haber sido abolida la propiedad privada de los medios de producción, no habrá un hombre detrás de las máquinas cuya propiedad reivindica y cuyo destino comparte. La competencia entre máquinas no será sino un simple proceso realizado por los hombres quienes, tras una concertación racional sustituirán sencillamente las máquinas superadas por otras mejores. Llamaremos lucha en un sentido metafórico a ese progreso. Al mismo tiempo, cesará la lucha de unos hombres contra otros. Con la abolición de las clases, el conjunto del mundo civilizado se transformará en una gran comunidad productiva. Esta comunidad será como cualquier otra comunidad colectiva. En una comunidad cesa la lucha que oponía a sus propios miembros y sólo se lleva a cabo contra el mundo exterior. Ahora bien, en lugar de pequeñas comunidades, estaremos entonces ante una comunidad mundial. Esto significa que cesa la lucha por la existencia en el mundo humano. El combate hacia el "exterior" no será ya una lucha contra nuestra propia especie, sino una lucha por la subsistencia, una lucha contra la naturaleza ([4]). Pero gracias al desarrollo de la técnica y de la ciencia ya no podrá llamarse lucha. La naturaleza está subordinada al hombre, pero con pocos esfuerzos por su parte, aquélla podrá proporcionarle medios en abundancia. Se abre entonces un nuevo camino a la humanidad: la salida del hombre del mundo animal y su combate por la existencia mediante herramientas llegará a su final. La forma humana de la lucha por la existencia llega a su fin y se abre un nuevo capítulo de la historia de la humanidad.
Anton Pannekoek, 1909
[1]) Esta idea está en, cambio, presente en la obra de Kautsky, citada y elogiada por Pannekoek, La ética y el concepto materialista de la historia, como lo ilustra la cita siguiente: "La ley moral es un impulso animal y nada mas. De ahí le viene su carácter misterioso, esa voz interior que no tiene lazo alguno con un impulso exterior, ni ningún interés aparente; (...) La ley moral es un instinto universal, tan poderoso como el instinto de conservación o de reproducción; de eso saca su fuerza, su poder al que obedecemos sin reflexionar; de ahí nuestra capacidad para decidir rápidamente, en algunos casos, si una acción es buena o mala, virtuosa o dañina; de ahí también la fuerza de decisión de nuestro juicio moral y la dificultad de demostrar su fundamento racional cuando se intenta analizar". La antropología de Darwin está, además, muy bien explicada en la teoría del "efecto reversible de la evolución" desarrollada por Patrick Tort en su libro L'effet Darwin : sélection naturelle et naissance de la civilisation (Éditions du Seuil). Nuestros lectores podrán encontrar una presentación de este libro en un artículo publicado en nuestra página Web: "A propósito del libro L'effet Darwin: Una concepción materialista de los orígenes de la moral y la civilización". https://es.internationalism.org/node/2538 [389].
[2]) Hay que decir que Darwin se da perfecta cuenta de esa escala creciente de sentimientos de solidaridad en la especie humana cuando escribe: "A medida que el hombre avanza en civilización, y las pequeñas tribus se reúnen en comunidades más amplias, la razón más simple debía aconsejar a cada individuo que debía extender sus instintos sociales y sus simpatías a todos los miembros de una misma nación, por muy desconocidos que le sean. Una vez alcanzado ese punto, ya sólo queda una barrera artificial para impedir que sus simpatías se extiendan a los hombres de todas las naciones y de todas las razas. Es cierto que si esos hombres están separados de él por grandes diferencias de apariencias exteriores o de costumbres, la experiencia nos muestra que, por desgracia, es largo el tiempo antes de que los miremos como nuestros semejantes" (El origen del hombre, cap. IV.) (nota de la CCI).
[3]) Científicamente hablando, no existe raza europea. Dicho esto, el hecho de que Pannekoek use el término "raza" para distinguir ese subconjunto de seres humanos no es ni mucho menos una concesión a no se sabe qué racismo. En este plano, se inscribe en la continuidad de Darwin a quien el racismo indignaba y que se desmarcaba claramente de las teorías racistas de científicos de su tiempo como Eugène Dally. Por otra parte, hay que recordar que a finales del siglo xix y principios del xx, el término "raza" no tenía la connotación que hoy tiene, como testimonia el hecho de que algunos escritos del movimiento obrero hablen incluso (impropiamente, claro está) de la raza de los obreros (nota de la CCI).
[4]) La expresión "lucha contra la naturaleza" no es correcta. Se trata de una lucha por dominar la naturaleza, estableciendo la comunidad humana mundial que supone que ésta sea capaz de vivir en armonía total con la naturaleza (nota de la CCI).
A finales del mes de mayo, la CCI celebró su decimoctavo congreso internacional. Como siempre hemos hecho hasta ahora, y como es tradición en el movimiento obrero, ofrecemos a los lectores de nuestra prensa las enseñanzas principales de este congreso porque no son algo que pertenece a nuestra organización sino que interesa a toda la clase obrera, de la que la CCI forma parte.
En la Resolución sobre las actividades de la CCI adoptada por el congreso, se dice:
"La aceleración de la situación histórica, inédita en la historia del movimiento obrero, se caracteriza por la conjunción de estas dos dimensiones:
- la extensión de la crisis económica más grave de la existencia del capitalismo, combinada con la exacerbación de tensiones interimperialistas y de un avance lento pero progresivo en profundidad y en extensión de la maduración en la clase obrera, iniciado en 2003;
- y el desarrollo de un medio internacionalista, particularmente perceptible en los países de la periferia del capitalismo.
Esa aceleración realza aun más la responsabilidad política de la CCI, planteándole exigencias más elevadas en términos de análisis teórico-político y de intervención en la lucha de clases, y hacia los elementos en búsqueda (...)".
El balance que se puede hacer del XVIIIº congreso internacional de nuestra organización debe pues basarse en su capacidad para hacer frente a esas responsabilidades.
Para una organización comunista verdadera y seria, siempre es delicado declarar alto y claro que tal o cual de sus acciones fue un éxito. Y eso por varias razones.
En primer lugar, porque la capacidad de una organización que lucha por la revolución comunista para estar a la altura de sus responsabilidades no se juzga a corto sino a largo plazo, puesto que su papel, si se afianza permanentemente en la realidad histórica de su época, no consiste, la mayor parte del tiempo, en influir en la realidad inmediata, al menos a gran escala, sino a preparar los acontecimientos futuros.
En segundo lugar, porque para les miembros de una organización siempre existe el peligro "de adornar las cosas", mostrar una indulgencia excesiva ante las debilidades de un colectivo a cuya vida entregan sus esfuerzos y que tienen permanentemente el deber de defender contra los ataques de todos los partidarios de la sociedad capitalista, reconocidos u ocultos. A la historia le sobran ejemplos de militantes convencidos y entregados a la causa del comunismo, que por "patriotismo de partido" no fueron capaces de identificar las debilidades, las derivas, cuando no la traición de su organización. Aún hoy, entre los elementos que defienden una perspectiva comunista, sigue habiendo quienes consideran que su grupo, cuyos efectivos pueden a menudo contarse con los dedos de una mano, es el único "Partido comunista internacional" al cual se unirán las masas proletarias un día en el futuro y que, refractarios a cualquier crítica o a cualquier debate, considera a los demás grupos del medio proletario como falsarios.
Conscientes de ese peligro de hacerse ilusiones, y con la prudencia necesaria que se deriva de ello, no tememos afirmar que el XVIIIº congreso de la CCI se puso a la altura de las exigencias enunciadas más arriba y creó las condiciones para que podamos proseguir por esta dirección.
No podemos aquí dar cuenta de todos los elementos que pueden cimentar esa afirmación. Sólo destacaremos los más importantes:
- el que el congreso haya comenzado sus trabajos por la ratificación de la integración de dos nuevas secciones territoriales, en Filipinas y Turquía;
- la presencia en el congreso de cuatro grupos del medio proletario;
- el planteamiento de apertura de nuestra organización hacia el exterior ilustrada, en particular, por esa presencia;
- su voluntad de analizar con lucidez las dificultades y debilidades que ha de superar nuestra organización;
- el ambiente fraterno y entusiasta que animó el congreso.
Nuestra prensa ya dio cuenta de la integración de las nuevas secciones de la CCI en Filipinas y Turquía (la responsabilidad del Congreso era validar la decisión de integración que había sido adoptada por el órgano central de nuestra organización a principios de 2009) ([1]). Como lo escribíamos en aquella ocasión: "La integración de estas dos nuevas secciones en nuestra organización amplía considerablemente su extensión geográfica". Precisábamos también los dos hechos siguientes que se refieren a esas integraciones:
- no se debieron a un "reclutamiento" de prisa y corriendo (a la manera trotskista e incluso, desgraciadamente, la de algunos grupos del campo proletario) sino que eran el resultado, como es la práctica en la CCI, de todo un trabajo de debates profundos durante varios años con los compañeros de EKS en Turquía y de Internasyonalismo en Filipinas, trabajo del que ya hemos hablado en nuestra prensa;
- han aportado un desmentido total a las acusaciones "de eurocentrismo" que a menudo se han emitido contra nuestra organización.
La integración de dos nuevas secciones no es un hecho frecuente en nuestra organización. La última integración remonta a 1995 con la sección suiza. O sea que la entrada de esas dos secciones (que venía después de la constitución de un núcleo en Brasil, en 2007) fue vivida por el conjunto de los militantes de la CCI como un acontecimiento muy importante y muy positivo. Esas integraciones confirman tanto el análisis que nuestra organización ha hecho durante años sobre el nuevo potencial de desarrollo de la conciencia de clase contenido en la situación histórica actual, como la validez de la política hacia los grupos y elementos que se orientan hacia posiciones revolucionarias. Y tanto más porque estaban presentes en el congreso las delegaciones de cuatro grupos del medio internacionalista.
En el balance que sacamos del congreso anterior de la CCI, destacamos toda la importancia que había dado a ese congreso la presencia, por primera vez desde hacía décadas, de cuatro grupos del medio internacionalista procedentes de Brasil, Corea, Filipinas y Turquía. Esta vez estaban también presentes cuatro grupos de dicho medio. Pero no fue en nada una especie de "inmovilidad", puesto que dos de los grupos presentes en el último congreso se han convertido desde entonces en secciones de la CCI y que tuvimos la satisfacción de acoger dos nuevos grupos: un segundo grupo venido de Corea y un grupo basado en Centroamérica (Nicaragua y Costa Rica), la LECO (Liga por la Emancipación de la Clase Obrera) que había participado en "el Encuentro de comunistas internacionalistas" ([2]) de América latina en la primavera pasada con el impulso de la CCI y de OPOP, el grupo internacionalista de Brasil con el que nuestra organización mantiene relaciones fraternas y positivas desde hace varios años. Este grupo estuvo una vez más presente en nuestro congreso. Se invitó a otros grupos que habían participado también en ese "Encuentro" pero no pudieron mandar una delegación debido a que Europa se está convirtiendo cada vez más en un baluarte contra las personas que no han nacido en el "club" tan cerrado de los "países ricos".
La presencia de los grupos del medio internacionalista fue algo muy importante para el éxito del congreso y, en particular, en los debates. Estos camaradas mostraron todos plenamente su amistad hacia los militantes de nuestra organización, plantearon preguntas, en particular sobre la crisis económica y la lucha de clases, en términos a los que no estamos acostumbrados en nuestros debates internos, lo que estimuló la reflexión del conjunto de nuestra organización.
Y, en fin, la presencia de estos camaradas ha sido también una confirmación más de la voluntad de apertura de la CCI, un objetivo planteado desde hace varios años, una apertura hacia los demás grupos proletarios y también hacia los elementos que se acercan a las posiciones comunistas. Ante personas exteriores a nuestra organización, es no es muy fácil hacer lo que denunciábamos antes, o sea dárselas de lo que no somos, "contarse maravillas" o pretender contárselas a los demás.
Expresión de la apertura han sido también nuestras inquietudes y reflexiones, especialmente hacia la investigación y los descubrimientos en el ámbito científico ([3]), que se plasmaron en la invitación de un miembro del mundo científico a una sesión del congreso.
Para celebrar a nuestra manera "el año Darwin" y manifestar el desarrollo en nuestra organización del interés por las cuestiones científicas, pedimos a un investigador especializado en el tema de la evolución del lenguaje (autor, en particular, de Aux origines du langage ("Hacia el origen del lenguaje") que hiciera una presentación ante el congreso de sus trabajos, basados evidentemente en los métodos darwinianos. Las reflexiones originales de Jean-Louis Dessalles ([4]) sobre el lenguaje, su papel en el desarrollo de los vínculos sociales y de la solidaridad en la especie humana, tienen una relación con las reflexiones y debates que se han desarrollado, y siguen desarrollándose en nuestra organización sobre la ética y la cultura del debate. A la exposición del investigador le siguió un debate que tuvimos que limitar en el tiempo debido a las dificultades del orden del día, pero que habría podido seguir durante horas por lo mucho que los temas abordados apasionaron a la mayoría de los participantes en el congreso.
Queremos aquí agradecer a Jean-Louis Dessalles que aceptara, aun no compartiendo nuestras ideas políticas, dedicar parte de su tiempo para enriquecer la reflexión en nuestra organización. También queremos agradecerle el tono amistoso de las respuestas que hizo a las preguntas y objeciones de los militantes de la CCI.
Los trabajos del congreso abordaron los puntos clásicos propios de un congreso internacional:
- el análisis de la situación internacional;
- las actividades y la vida de nuestra organización.
La Resolución sobre la situación internacional, que también publicamos en este número de la Revista, es como una síntesis de los debates del congreso sobre el mundo actual. Es evidente que no puede tratar todos los aspectos abordados en dichos debates (ni en los informes preparatorios). Tiene tres objetivos principales:
- incluir las verdaderas causas de lo que se está jugando con la agravación actual y sin precedentes de la crisis económica del sistema capitalista contra todas las mentiras que los partidarios de este sistema no cesan de propalar;
- sobre los conflictos imperialistas: entender el impacto que podrá tener la subida al poder de la primera potencia mundial del demócrata Barack Obama, que se presenta como portador de un nuevo "reparto de cartas" en dichos conflictos y de la esperanza de que se atenúen;
- sacar las perspectivas para la lucha de clases, especialmente sobre las condiciones creadas por los brutales ataques que ha comenzado a sufrir el proletariado a causa de la violencia de la crisis económica.
Sobre el primer aspecto (la comprensión de lo qué es lo que está en juego con la crisis actual del capitalismo), es importante destacar los siguientes aspectos:
"...la crisis actual es la más grave qua haya conocido el sistema desde la Gran Depresión que empezó en 1929. (...) No es pues la crisis financiera lo que ha originado la recesión actual. Muy al contrario, lo que hace la crisis financiera es ilustrar que la huida hacia adelante en el endeudamiento, que permitió superar la sobreproducción, no puede proseguir eternamente. (...) En realidad, aunque el sistema capitalista no vaya a derrumbarse como un castillo de naipes (...) la perspectiva es la de un hundimiento creciente en su atolladero histórico, es decir la vuelta a una escala cada vez mayor de las convulsiones que hoy le afectan".
El congreso no pudo, obviamente, dar respuestas definitivas a todas las cuestiones planteadas por la crisis actual del capitalismo. Por un lado, porque cada día aporta nuevas repercusiones, obligando a los revolucionarios a dedicar una atención constante y permanente a la evolución de la situación y a proseguir el debate a partir de esos nuevos elementos. Por un lado, porque nuestra organización no es homogénea sobre varios aspectos del análisis de la crisis del capitalismo. No es ni mucho menos, a nuestro parecer, una prueba de debilidad de la CCI. Durante toda la historia del movimiento obrero, los debates no han cesado, en el marco del marxismo, sobre el tema de las crisis del sistema capitalista. La CCI ha comenzado ya a publicar algunos aspectos de sus debates internos sobre este tema ([5]), pues tales debates no son la "propiedad privada" de nuestra organización sino que pertenecen al conjunto de la clase obrera. Y estamos determinados a proseguir por ese camino.
Por otro lado, la Resolución sobre las perspectivas de actividad de nuestra organización, adoptada por el congreso, pide explícitamente que se desarrollen los debates sobre otros aspectos del análisis de la crisis actual para que la CCI esté lo mejor armada posible para responder claramente a las cuestiones que se plantean a la clase obrera y a quienes están decididos a comprometerse en la lucha para echar abajo el capitalismo.
Por lo que se refiere al "nuevo reparto de cartas" tras la elección de Obama, la Resolución responde muy claramente que:
"la perspectiva para el planeta tras la elección de Obama a la cabeza de la primera potencia mundial no es muy diferente de la situación que ha prevalecido hasta ahora: continuación de los enfrentamientos entre potencias de primero o segundo plano, continuación de la barbarie bélica con consecuencias cada vez más trágicas (hambrunas, epidemias, desplazamientos masivos) para las poblaciones que viven en las zonas disputadas".
Por fin, por lo que se refiere a la perspectiva de la lucha de clases, la Resolución, como los debates, intenta evaluar el impacto de la agravación brutal de la crisis capitalista:
"La agravación considerable de la crisis económica del capitalismo hoy, es, claro está, un factor de la primera importancia en el desarrollo de las luchas obreras. (...) Así van madurando las condiciones para que la idea de la necesidad de echar abajo este sistema pueda desarrollarse significativamente en el mismo corazón del capitalismo. Pero para ser capaz de orientarse hacia una perspectiva revolucionaria, no le basta a la clase obrera percibir que el sistema capitalista está en un callejón sin salida, que tendría que dejar paso a otra sociedad. También tiene que tener la convicción de que esa perspectiva es posible y que tiene la capacidad de realizarla. (...) Para que la posibilidad de la revolución comunista pueda ganar un terreno significativo en la clase obrera, es necesario que ésta pueda recobrar la confianza en sus propias fuerzas, y eso pasa por el desarrollo de sus luchas masivas. El enorme ataque que está sufriendo ya a escala internacional debería ser la base objetiva para esas luchas. Sin embargo, la forma principal que está tomando hoy ese ataque, los despidos masivos, no favorece, en un primer tiempo, la emergencia de tales movimientos. (...) Por eso, si en el periodo venidero no asistiéramos a una respuesta de envergadura frente a los ataques, no habría por ello que considerar que la clase ha renunciado a luchar por la defensa de sus intereses. Será posteriormente (...), cuando podrán desarrollarse mejor combates obreros de gran amplitud".
Se presentó un informe para hacer un balance de las principales posiciones en los debates de fondo que se están desarrollando en la CCI. Durante los dos últimos años, hemos dedicado una parte importante de dichos debates a la cuestión económica, cuyas divergencias ya hemos mencionado en este artículo.
Otro aspecto de nuestros debates se dedicó a la cuestión de la naturaleza humana, dando lugar a un debate animado, alimentado por muchas contribuciones valiosas. Este debate, que dista mucho de estar acabado, expresa una convergencia global con los textos de orientación publicados en la Revista internacional, "La confianza y la solidaridad en la lucha del proletariado" (n° 111), "Marxismo y ética" (n° 127) y "La cultura del debate, un arma de la lucha de clases" (n° 131), pero sigue habiendo muchos interrogantes o reservas que se plantean sobre tal o cual aspecto. En cuanto estén suficientemente elaboradas para poder ser publicadas hacia el exterior, la CCI, conforme con la tradición del movimiento obrero, no dejará de hacerlo. Indiquemos por fin la aparición reciente de un desacuerdo profundo con los tres textos citados anteriormente ("reciente" con respecto a la publicación ya antigua de algunos de ellos); esa posición, defendida por un camarada de la sección de Bélgica-Holanda que se ha salido recientemente de la organización, los considera no marxistas, (véase mas abajo).
En lo que se refiere a las actividades y vida de la CCI, el congreso sacó un balance positivo para el período precedente, incluso si subsisten debilidades que deben superarse:
"El balance de actividades de los dos años pasados demuestra la vitalidad política de la CCI, su capacidad para comprender la situación histórica, para abrirse hacia fuera, ser un factor activo en el desarrollo de la conciencia de clase, su voluntad de implicarse en las iniciativas de trabajo común con otras fuerzas revolucionarias. (...) En el aspecto de la vida interna de la organización, el balance de actividades también es positivo, a pesar de dificultades reales que siguen existiendo sobre todo en el tejido organizativo y, en cierta medida, en lo que a la centralización se refiere" (Resolución sobre las actividades de la CCI).
El congreso dedicó, efectivamente, parte de sus debates a examinar las debilidades organizativas que subsisten en la CCI. De hecho, no son para nada algo "específico", sino que son propias de cualquier organización del movimiento obrero permanentemente sometida al peso de la ideología burguesa ambiente. La verdadera fuerza de dichas organizaciones, como así fue con el Partido bolchevique, siempre consistió en estar en condiciones de enfrentarlas con lucidez para poder combatirlas. Ese mismo espíritu animó los debates del congreso sobre esta cuestión.
Uno de los puntos que se discutió es, en particular, el de las debilidades que afectaron a nuestra sección en Bélgica-Holanda, de la que dimitieron algunos militantes recientemente, en particular a raíz de acusaciones emitidas por el camarada M. Desde hace algún tiempo, éste acusaba a nuestra organización, y especialmente a la comisión permanente de su órgano central, de dar la espalda a la cultura del debate sobre la que el congreso precedente había discutido ampliamente ([6]), considerándola como una necesidad para la capacidad de las organizaciones revolucionarias de ponerse a la altura de sus responsabilidades. El camarada M., que defendía una posición minoritaria sobre el análisis de la crisis capitalista, se consideraba víctima "de ostracismo" y consideraba que se desprestigiaba a sus posiciones de forma deliberada para que la CCI no pudiera discutirlas. Ante tales acusaciones, el órgano central de la CCI decidió constituir una comisión especial cuyos tres miembros fueron designados por el propio camarada M. y que, tras varios meses de trabajo, de conversaciones y de examen de centenares de páginas de documentos, llegó a concluir que no tenían el menor fundamento. El congreso no pudo sino lamentar que ni el camarada M. ni parte de los camaradas que lo siguieron, hayan esperado a que esa comisión entregara sus conclusiones antes de decidir irse de la CCI.
En realidad, el congreso pudo constatar, en particular en la discusión que dedicó a sus debates internos, que existe hoy en nuestra organización una verdadera preocupación para hacer progresar la cultura del debate. Y esto no sólo lo pudieron comprobar los militantes de la CCI: los delegados de las organizaciones invitadas llegaron a las mismas conclusiones de los trabajos del congreso:
"La cultura del debate de la CCI, de los camaradas de la CCI, es impresionante. Cuando vuelva a Corea, compartiré mi experiencia con mis camaradas" (uno de los grupos venidos de Corea).
"Es [el congreso] un buena ocasión para clarificar mis posiciones; en muchas discusiones, encontré una verdadera cultura del debate. Creo que debo hacer lo máximo por desarrollar las relaciones entre [mi grupo] y la CCI y tengo la intención de hacerlo. Espero que podamos trabajar juntos un día por una sociedad comunista" (el otro grupo de Corea) ([7]).
La CCI no practica la cultura del debate cada dos años en su congreso internacional sino que, como lo atestigua la intervención de la delegación de OPOP en el debate sobre la crisis económica, forma parte de la relación permanente entre nuestras organizaciones. Esta relación es capaz de reforzarse a pesar de divergencias sobre distintos temas, entre ellos el análisis de la crisis económica:
"Quiero, en nombre de OPOP, saludar la importancia de este congreso. Para OPOP, la CCI es una organización hermana, como eran hermanos el partido de Lenin y el de Rosa Luxemburg. Es decir que había entre uno y otro divergencias, en toda una serie de enfoques, de opiniones y por lo tanto de concepciones teóricas, pero había sobre todo una unidad programática en lo que se refiere a la necesidad del derrocamiento revolucionario de la burguesía y la instauración de la dictadura del proletariado, de la expropiación inmediata de la burguesía y del capital".
La otra dificultad observada en la Resolución de actividades se refiere a la cuestión de la centralización. Para superar esas dificultades el congreso puso también a su orden del día el debate de un texto más general relativo a la cuestión de la centralización. Este debate, si ya fue útil para reafirmar y precisar las concepciones comunistas sobre esta cuestión para la "vieja guardia" de nuestra organización, se reveló particularmente importante para los nuevos compañeros y las nuevas secciones que han integrado recientemente la CCI.
En efecto, una de las características significativas del XVIIIº congreso de la CCI ha sido la presencia, que los "antiguos" constataron con agradable sorpresa, de un número relativamente elevado de "caras nuevas" entre las cuales la joven generación estaba especialmente presente.
Esta presencia importante de jóvenes participantes en el congreso fue un factor importante del dinamismo y de entusiasmo que impregnó sus trabajos. Contrariamente a los medios de comunicación burgueses, la CCI no cultiva lo que podría llamarse "juvenilismo", pero la entrada de una nueva generación de militantes en nuestra organización - y que también es el rasgo de los demás grupos participantes si se considera la juventud de la mayoría de sus delegados, es de la mayor importancia para la perspectiva de la revolución proletaria. Por un lado, como los icebergs, forma la "punta emergente" de un profundo proceso de toma de conciencia en la clase obrera mundial. Por otro, crea las condiciones de un relevo de las fuerzas comunistas. Como dice la Resolución sobre la situación internacional adoptada por el congreso, "El camino que conduce a los combates revolucionarios y al derrocamiento del capitalismo es todavía largo y difícil (...) pero en nada puede ser un factor de desánimo para los revolucionarios, de parálisis de su compromiso en la lucha proletaria. ¡Muy al contrario!".
Aunque los "viejos" militantes de la CCI conservan toda su convicción y su compromiso, es a esa nueva generación a la que le corresponderá aportar una contribución decisiva a los combates revolucionarios futuros del proletariado. Y de ahora en adelante, el espíritu fraterno, la voluntad de unión, así como la de pelear contra las trampas de la burguesía, el sentido de la responsabilidad, todas las cualidades ampliamente compartidas por los elementos de esta nueva generación presentes en el congreso - militantes de la CCI o de los grupos invitados - son el mejor augurio para su capacidad de ponerse a la altura de su responsabilidad. Eso es lo que expresó, entre otras cosas, la intervención del joven delegado de la LECO sobre el Encuentro internacionalista que se celebró en América Latina en la primavera pasada:
"El debate que comenzamos a desarrollar reúne a grupos e individuos que buscan una unidad sobre bases proletarias y requieren espacios de debate internacionalista, necesita este contacto con los delegados de la Izquierda comunista. La radicalización de la juventud y minorías en América Latina, en Asia, permitirá que este polo de referencia esté identificado por más grupos aún que crecen numérica y políticamente. Esto nos da armas para intervenir, para enfrentar las trampas que proponen el izquierdismo, el "socialismo del siglo XXI", el sandinismo, etc. La posición alcanzada en el Encuentro latino ya es un arma proletaria. Saludo las intervenciones de los camaradas, que expresan un verdadero internacionalismo, una preocupación para esta proyección política y numérica de la Izquierda comunista a nivel mundial".
CCI (12 de Julio de 2009)
[1]) Véase en Acción Proletaria nº 206, 2009, "¡Salud a las nuevas secciones de la CCI en Turquía y Filipinas! [392]".
[2]) Sobre este encuentro, véase Acción Proletaria nº 207, 2009, "Encuentro de comunistas internacionalistas en Latinoamérica [393]".
[3]) Como ya lo ilustramos en los distintos artículos que publicamos recientemente sobre Darwin y el darwinismo.
[4]) El lector que quiera hacerse una idea de esas reflexiones puede consultar la página WEB de J-L Dessalles: https://perso.telecom-paristech.fr/~jld/ [394]
[5]) Ver, en particular, en esta Revista, el artículo de debate: "En defensa de la tesis del capitalismo de Estado keynesiano-fordista".
[6]) Véase a este respecto "17o congreso de la CCI: un refuerzo internacional del campo proletario" y nuestro texto de orientación "La cultura del debate: un arma de la lucha de clase" (Revista internacional nos 130 y 131).
[7]) Esta impresión sobre la calidad de la cultura del debate que se manifestó en el congreso también fue señalada por el científico al que invitamos. Nos ha mandado un mensaje: "Gracias una vez más por la excelente relación mutua que tuve con la "comunidad Marx". De verdad que pasé un muy buen rato con ustedes".
XVIIIo Congreso de la CCI
1. El 6 de marzo de 1991, tras el hundimiento del bloque del Este y la victoria de la coalición en Irak, el presidente Georges Bush, padre, anunciaba, ante el congreso de EE.UU., el nacimiento de un "nuevo orden mundial", basado en el "respeto del derecho internacional". Este nuevo orden aportaría al planeta paz y prosperidad. El "fin del comunismo" significaba el "triunfo definitivo del capitalismo liberal". Algunos, como el "filosofo" Francis Fukuyama, predecían incluso el "fin de la historia". Pero la historia, la verdadera y no la de los discursos de propaganda, se apresuró a ridiculizar esas patrañas. Como paz, el año 91 iba a ser el principio de la guerra en la ex Yugoslavia qua acarreó cientos de miles de muertos en el corazón mismo de Europa, un continente que había evitado esta plaga desde hacia medio siglo. Igualmente, la recesión del 93 y luego el hundimiento de los "Tigres" y de los "Dragones" asiáticos en el 97, luego la nueva recesión de 2002, que puso fin a la euforia provocada por la "burbuja internet", arañaron sensiblemente las ilusiones sobre la prosperidad anunciada por Bush sénior. Pero lo típico de los discursos de la clase dominante hoy es olvidar los discursos de la víspera. Entre 2003 y 2007, el tono de los discursos oficiales de los sectores dominantes de la burguesía fue eufórico, celebrando el éxito del "modelo anglo-sajón" que permitía ganancias ejemplares, tasas de crecimiento vigorosas del PIB e incluso una baja significativa del desempleo. No había palabras bastante elogiosas para celebrar el triunfo de "la economía liberal" y los beneficios de la "desregulación". Pero desde el verano 2007 y sobre todo 2008, ese beato optimismo se derritió como nieve al sol. Desde ahora, en el centro de los discursos burgueses, las palabras "prosperidad", "crecimiento", "triunfo del liberalismo" han desaparecido discretamente. A la mesa del gran banquete de la economía capitalista se ha invitado alguien que parecía haber sido expulsado para siempre: la crisis, el espectro de una "nueva gran depresión" parecida a la de los años 30.
2. Según los propios responsables burgueses, todos los "especialistas" de la economía, incluidos los alabadores más incondicionales del capitalismo, la crisis actual es la más grave qua haya conocido el sistema desde la Gran Depresión que empezó en 1929. Según la OCDE: "La economía mundial es víctima de su recesión más profunda y mas sincronizada desde hace décadas" (Informe intermedio de marzo 2009). Algunos incluso no vacilan en considerar que es todavía más grave y que la razón por la que sus efectos no son tan catastróficos como los de los años 30 estriba en el hecho de que, desde aquel entonces, los dirigentes del mundo, muy experimentados, han aprendido a encarar ese tipo de situación, evitando, en particular, una desbandada (cada uno para sí) general: "Aunque se haya calificado a veces esta severa recesión mundial de "gran recesión", estamos lejos de una nueva "Gran depresión" como la de los años 30, gracias a la calidad y a la intensidad de las medidas que los gobiernos están tomando. La "gran depresión" se agravó por los terribles errores de política económica, desde las medidas monetarias restrictivas hasta la política de "cada uno para sí", con la forma de protecciones comerciales y devaluaciones competitivas. En cambio, la recesión actual ha suscitado generalmente buenas respuestas" (ídem).
Sin embargo, aunque todos los sectores de la burguesía constatan la gravedad de las convulsiones actuales de la economía capitalista, las explicaciones que dan, aun siendo a menudo divergentes entre sí, son evidentemente incapaces de captar el verdadero significado de esas convulsiones y la perspectiva que anuncian para toda la sociedad. Para algunos, la responsable de las dificultades agudas del capitalismo es la "desquiciada finanza", el que se hayan desarrollado desde principios de los años 2000 toda una serie de "productos financieros tóxicos" que han favorecido una explosión de créditos sin garantía suficiente para ser reembolsados. Otros afirman que el capitalismo sufre de un exceso de "desregulación" a escala internacional, orientación que se encuentra en el centro de la economía Reagan, instaurada desde finales de los años 80. Otros, por fin, representantes de la izquierda del capital en especial, piensan que la causa profunda estriba en una insuficiencia de las rentas salariales, que obligan a los asalariados, sobre todo en los países más desarrollados, a una huida ciega en los préstamos para ser capaces de satisfacer sus necesidades elementales. Sean cuales sean sus diferencias, sin embargo, lo que caracteriza a todas esas "interpretaciones", es que consideran que no es el capitalismo, en tanto que modo de producción, lo que debe cuestionarse, sino tal o cual forma del sistema. Y precisamente, es ese postulado de partida lo que impide que todas esas interpretaciones vayan al fondo para comprender las causas verdaderas de la crisis actual y lo que en ella se juega.
3. De hecho, solo una visión global e histórica del modo de producción capitalista permite comprender, medir y sacar las perspectivas de la crisis actual. Hoy, es algo que ocultan todos los "especialistas" de la economía, aparece abiertamente la realidad de las contradicciones que asaltan al capitalismo: la crisis de sobreproducción del sistema, su incapacidad para vender la masa de mercancías que produce. No hay sobreproducción con relación a las necesidades reales de la humanidad, que distan mucho de estar satisfechas, sino sobreproducción con relación a los mercados solventes, y a los medios de pago de esa producción. Los discursos oficiales, de igual modo que las medidas adoptadas por la mayoría de los gobiernos, se focalizan en la crisis financiera, en la quiebra de los bancos, pero en realidad, lo que los comentaristas llaman "economía real" (en oposición a economía "ficticia"), lo ilustra: no pasa un día sin que se anuncien cierres de fabricas, despidos masivos, quiebras de empresas industriales. El que General Motors, que durante décadas fue la primera empresa del mundo, deba únicamente su supervivencia a un apoyo masivo del Estado US, a la vez que Chrysler se ha declarado oficialmente en quiebra, y ha pasado bajo el control de la Fiat italiana, es significativo de los problemas de fondo que afectan a la economía capitalista. Asimismo, la caída del comercio mundial, la primera desde la Segunda Guerra mundial y que la OCDE ha evaluado en - 13,2 % para 2009, rubrica la incapacidad para las empresas de encontrar compradores para su producción.
Esta crisis de sobreproducción, evidente hoy, no es una simple consecuencia de la crisis financiera como pretenden hacérnoslo creer la mayoría de los "especialistas", sino que reside en los engranajes mismos de la economía capitalista, como lo ha puesto de relieve el marxismo desde hace siglo y medio. Mientras existía la conquista del mundo por las metrópolis capitalistas, los nuevos mercados permitieron superar las crisis momentáneas de sobreproducción. Con el final de esta conquista, a principios del siglo xx, a esas metrópolis, especialmente la que llegó con retraso al concierto de la colonización, Alemania, no les quedó más remedio que atacar las zonas de influencia de las demás, provocando la Primera Guerra mundial antes de que se expresara plenamente la crisis de sobreproducción. Ésta, en cambio, se manifestó claramente con el krach de 1929 y la Gran depresión de los años 30, arrastrando a los principales países capitalistas en la huida ciega del belicismo y en una Segunda Guerra mundial que superó con mucho a la Primera en masacres y barbarie. El conjunto de las disposiciones adoptadas por las grandes potencias tras esa guerra, especialmente la organización bajo tutela USA de los grandes componentes de la economía capitalista, tales como la moneda (Bretton Woods), la instauración por los Estados de políticas neo-keynesianas, y las repercusiones positivas de la descolonización en lo que a mercados se refiere, permitieron durante casi tres décadas al capitalismo mundial dar la ilusión de que por fin había superado sus contradicciones. Pero esa ilusión recibió un golpe de la primera importancia en 1974 con la aparición de una violenta recesión, sobre todo en la primera economía mundial. Esa recesión no fue el principio de las grandes dificultades del capitalismo, puesto que venía después de la de 1967 y las crisis sucesivas de la libra y del dólar, dos monedas fundamentales en el sistema de Bretton Woods. En realidad, fue ya desde finales de los 60 cuando el neo-keynesianismo dio la prueba de su fracaso histórico como lo subrayaron en aquel entonces los grupos que iban a formar la CCI. Pero para el conjunto de los comentaristas burgueses y para la mayoría de la clase obrera, fue el año 1974 el que marcó el inicio de un periodo nuevo en la vida del capitalismo de posguerra, sobre todo con la reaparición de un fenómeno que se creía definitivamente desaparecido en los países desarrollados, el desempleo masivo. Fue entonces también cuando el fenómeno de la huida ciega en el endeudamiento se aceleró muy sensiblemente: entonces fueron los países del tercer mundo los que se encontraron en el frente del endeudamiento y constituyeron durante un tiempo la "locomotora" del relanzamiento. Esta situación se acabó a principios de los años 80 con la crisis de la deuda, la incapacidad de los países del Tercer mundo para reembolsar los préstamos que les habían permitido por cierto tiempo ser una salida mercantil para la producción de los grandes países industriales. Pero no por eso se terminó la huida en el endeudamiento. EE.UU. empezó a coger el relevo de "locomotora", pero a costa de un hundimiento considerable de su déficit comercial y sobre todo presupuestario, política que pudo llevar a cabo gracias al papel privilegiado de su moneda nacional como moneda mundial. El eslogan de Reagan era entonces "el Estado no es la solución, sino el problema" para justificar la liquidación del neo keynesianismo; pero el Estado federal US, con sus enormes déficits presupuestarios, siguió siendo el agente principal en la vida económica nacional e internacional. Sin embargo, la "reaganomics", cuya primera inspiradora era Margaret Thatcher en Gran Bretaña, era esencialmente un desmantelamiento del "Estado del bienestar", es decir ataques sin precedentes contra la clase obrera que contribuyeron a superar la inflación galopante que había afectado el capitalismo a finales de los años 70.
Durante los años 90, una de las "locomotoras" de la economía mundial fueron los "Tigres" y los "Dragones" asiáticos que tuvieron tasas de crecimiento espectaculares pero a costa de un endeudamiento considerable que los llevó a convulsiones espectaculares en 1997. En el mismo momento, la "nueva y democrática" Rusia, la cual también se encontró en suspensión de pagos, decepcionó cruelmente a quienes habían apostado por el "final del comunismo" para relanzar durablemente la economía mundial. A su vez, la "burbuja internet" de finales de los 90, que era en realidad una especulación desenfrenada sobre las empresas "high-tech", estalló en 2001-2002, acabando con el sueño de un relanzamiento de la economía mundial mediante el desarrollo de nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Fue entonces cuando el endeudamiento conoció una nueva aceleración, sobre todo gracias al desarrollo espectacular de las hipotecas en la construcción en varios países, y en particular en EE.UU. Este país reforzó su papel de "locomotora" de la economía mundial pero a costa de un crecimiento abismal de las deudas -especialmente en la población norteamericana-, basadas en toda clase de "productos financieros" que pretendidamente debían servir para evitar la suspensión de pagos. En realidad, la dispersión de los débitos dudosos no hizo desaparecer ni mucho menos su carácter de espada de Damocles encima de la cabeza de la economía US y mundial. Muy al contrario, esa dispersión no hizo sino acumular en el capital de los bancos "activos tóxicos", origen de su hundimiento a partir de 2007.
4. No es pues la crisis financiera lo que ha originado la recesión actual. Muy al contrario, lo que hace la crisis financiera es ilustrar que la huida hacia adelante en el endeudamiento, que permitió superar la sobreproducción, no puede proseguir eternamente. Tarde o temprano, la "economía real" se desquita, o sea que la base de las contradicciones del capitalismo, la sobreproducción, la incapacidad de los mercados de absorber la totalidad de las mercancías fabricadas, vuelve a primera fila.
En ese sentido, las medidas que se decidieron en marzo del 2009 en el G20 de Londres, duplicar las reservas del Fondo Monetario Internacional, apoyar masivamente a Estados cuyo sistema bancario está en bancarrota, animarlos a éstos a aplicar políticas activas de relanzamiento de la economía a precio de un salto espectacular de los déficits presupuestarios, no resolverían en ningún caso la cuestión de fondo. La huida ciega en la deuda es uno de los ingredientes de la brutalidad de la recesión actual. La única "solución" que la burguesía es capaz de instaurar es... una nueva huida ciega en el endeudamiento. El G20 no ha podido inventar una solución a la crisis por la sencilla razón de que ésta no tiene solución. El G20 debía servir para evitar el "cada uno a la suya" que caracterizó los años 30. Se proponía también restablecer un poco de confianza entre los agentes económicos, porque esa confianza, en el capitalismo, es un factor esencial que se encuentra en el centro mismo de su funcionamiento, el crédito. Dicho lo cual, este ultimo hecho, la insistencia en la importancia de "la psicología" en las convulsiones económicas, la puesta en escena del discurso frente a las realidades materiales, rubrica el carácter fundamentalmente ilusorio de las medidas que podrá tomar el capitalismo ante la crisis histórica de su economía. En realidad, aunque el sistema capitalista no vaya a derrumbarse como un castillo de naipes, aunque la caída de la producción no vaya a continuar indefinidamente, la perspectiva es la de un hundimiento creciente en su atolladero histórico, es decir la vuelta a una escala cada vez mayor de las convulsiones que hoy le afectan. Desde hace cuatro décadas, la burguesía no ha podido impedir que se agrave continuamente la crisis. Hoy parte de una situación mucho mas degradada que la de finales de los años 60. A pesar de toda la experiencia adquirida durante décadas, no podrá hacerlo mejor, sino peor todavía. En especial, las medidas de inspiración neo-keynesianas propuestas por el G20 de Londres (que van hasta la nacionalización de algunos bancos en situación difícil) no podrán en ningún caso restablecer la más mínima "salud" del capitalismo, puesto que el principio de sus grandes dificultades, a finales de los 60, fue el resultado precisamente de la quiebra definitiva de las medidas neo-keynesianas adoptadas tras la Segunda Guerra mundial.
5. La agravación brutal de la crisis capitalista ha sorprendido fuertemente a la clase dominante, en cambio no ha sorprendido en absoluto a los revolucionarios. Como ponía de relieve la resolución adoptada por el precedente congreso internacional antes ya de que cundiera el pánico en el verano del 2007: "Hoy mismo (...), una acumulación de las amenazas que se ciernen sobre el sector inmobiliario en Estados Unidos que ha representado uno de los motores de la economía norteamericana, y que conllevan el riesgo de catastróficas quiebras bancarias, causando angustia e incertidumbre en los ámbitos económicos" (Punto 4).
Esta resolución también echaba por los suelos las grandes expectativas suscitadas por el "milagro chino": "lejos de representar un "nuevo impulso" de la economía capitalista, el "milagro chino" y el de otras economías del Tercer mundo, no es más que un nuevo aspecto de la decadencia del capitalismo. Además, la extrema dependencia de la economía china de sus exportaciones es un verdadero factor de fragilidad frente a la contracción de la demanda de sus clientes actuales, contracción que por otro lado no puede dejar de producirse, particularmente cuando la economía norteamericana se vea obligada a poner orden en el endeudamiento abismal que le permite actualmente hacer de "locomotora" de la demanda mundial. Así, igual que el "milagro" que representaban las tasas de crecimiento de dos cifras de los "tigres" y "dragones" asiáticos tuvo un doloroso final en 1997, el "milagro" chino actual, a pesar de que sus orígenes son diferentes y de disponer de mejores cartas, tendrá que enfrentarse tarde o temprano a la dura realidad del estancamiento histórico del modo de producción capitalista" (Punto 6). La baja de la tasa de crecimiento de la economía china, el estallido del paro que provoca, en particular con la vuelta forzada a sus pueblos de decenas de millones de campesinos alistados en los presidios industriales para intentar salvarse de una miseria insoportable vienen a confirmar totalmente esta previsión.
En realidad, la capacidad de la CCI para prever lo que iba a ocurrir no se basa en un mérito particular de nuestra organización. Su único "mérito" reside en el método marxista, en la voluntad de concretarlo permanentemente en los análisis de la realidad mundial, en su capacidad de resistir a las sirenas que proclaman la "quiebra definitiva del marxismo".
6. La confirmación de la validez del marxismo no solo concierne la vida económica de la sociedad. En el centro de las mistificaciones que se extendieron a principios de los años 90 estaba la apertura de un periodo de paz para el mundo entero. El fin de la "Guerra fría", la desaparición del bloque del Este, presentado en su tiempo por Reagan como el "Imperio del Mal" iban a poner fin a los conflictos militares a través de los cuales se había realizado el enfrentamiento entre los dos bloques imperialistas desde 1947. Frente a ese tipo de mistificaciones sobre la posibilidad de paz en el capitalismo, el marxismo siempre ha dicho que es imposible para los Estados burgueses superar sus rivalidades económicas y militares, especialmente en el periodo de decadencia. Por eso es por lo que, ya desde enero 1990, podíamos escribir:
"La desaparición del gendarme imperialista ruso, y lo que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales «socios» de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial, incluso suponiendo que el proletariado no fuera capaz de oponerse a él. En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil" (Revista internacional no 61, "Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos"). El escenario mundial no iba tardar en confirmar ese análisis, sobre todo con la primera guerra del Golfo en enero de 1991 y la guerra en la antigua Yugoslavia a partir del otoño de ese mismo año. Desde entonces, los enfrentamientos sangrientos y bárbaros no han cesado. No podemos enumerarlos todos pero sí podemos subrayar:
- la continuación de la guerra en la antigua Yugoslavia, con un alistamiento directo, bajo la dirección de la OTAN, de EE.UU. y de las principales potencias europeas en 1999;
- las dos guerras en Chechenia;
- numerosas guerras que no han cesado de hacer estragos en el continente africano (Ruanda, Somalia, Congo, Sudán, etc);
- las operaciones militares de Israel contra Líbano y, recientemente, la franja de Gaza;
- la guerra en Afganistán de 2001, que prosigue;
- la guerra en Irak de 2003, cuyas consecuencias siguen pesando dramáticamente en el país, pero también en el iniciador de esa guerra, la potencia norteamericana.
El sentido y las implicaciones de la política de esa potencia ya han sido analizadas desde hace mucho tiempo por la CCI: "el espectro de la guerra mundial ha dejado de amenazar el planeta, pero al mismo tiempo hemos asistido a un desencadenamiento de antagonismos imperialistas y de guerras locales en las que están implicadas directamente las grandes potencias, empezando por la primera y principal: Estados Unidos. A este país, que desde hace años se ha dado el papel de "gendarme mundial", le correspondía proseguir y reforzar ese papel ante el nuevo "desorden mundial" surgido al final de la guerra fría. En realidad, si EEUU se ha encargado de ese papel, no es, ni mucho menos, para contribuir a la estabilidad del planeta sino, sobre todo, para intentar restablecer su liderazgo mundial, puesto constantemente en entredicho, sobre todo por parte de sus antiguos aliados, debido a que ya desapareció la argamasa que aglutinaba cada uno de los bloques imperialistas, o sea, la amenaza del bloque adverso. Tras la desaparición total de la "amenaza soviética", el único medio que le queda a la potencia estadounidense para imponer su disciplina es hacer alarde de lo que constituye su fuerza principal: la enorme superioridad de su potencia militar. Y al hacer así, la política imperialista de Estados Unidos se ha convertido en uno de los principales factores de inestabilidad del mundo" ("Resolución sobre la situación internacional", XVIIo Congreso de la CCI, Punto 7).
7. La llegada del demócrata Barak Obama a la cabeza de la primera potencia mundial ha suscitado muchas ilusiones sobre un posible cambio de orientación de la estrategia de EE.UU., un cambio que permita la apertura de "una era de paz". Una de las bases de esas ilusiones es que Obama fue uno de los pocos senadores US en votar contra la intervención militar en Irak en 2003 y que, contrariamente a su competidor republicano Mc Cain, se comprometió a retirar de Irak a las fuerzas US. Sin embargo, esas ilusiones se han visto pronto enfrentadas con la realidad de los hechos. Obama previó retirar las fuerzas norteamericanas de Irak, pero ha sido para reforzar su alistamiento en Afganistán y en Pakistán. Por otra parte, la continuidad de la política militar de EE.UU. queda bien ilustrada en que la nueva administración ha reconducido en sus funciones al secretario de Defensa, Gates, que fue nombrado por Bush.
En realidad, la nueva orientación de la diplomacia US no pone en absoluto en entredicho el marco recordado más arriba. Sigue teniendo el objetivo de recuperar el liderazgo de EE.UU. en el planeta gracias a su superioridad militar. Así, la orientación de Obama a favor del incremento del papel de la diplomacia tiene, en gran parte, la finalidad de ganar tiempo y por lo tanto, aplazar el momento de las inevitables intervenciones imperialistas de las fuerzas militares US, que están hoy demasiado dispersas y demasiado agotadas para hacer simultáneamente las guerras en Irak y Afganistán.
Sin embargo, como lo ha subrayado a menudo la CCI, existen en el seno de la burguesía US dos opciones para alcanzar esos fines:
- la opción del Partido Demócrata, que pretende asociar lo más posible a otras potencias con ese fin;
- la opción mayoritaria entre los Republicanos, que consiste en tomar la iniciativa de las ofensivas militares e imponerlas a toda costa a las demás potencias.
La primera opción fue realizada a finales de los años 90 por la administración Clinton en la ex Yugoslavia en donde consiguió obtener que las potencias principales de Europa occidental, Alemania y Francia especialmente, cooperaran y participaran en los bombardeos de la OTAN en Serbia para obligar a este país a abandonar Kosovo.
La segunda opción es típicamente la del inicio de la guerra contra Irak en 2003, que se hizo en contra de la oposición muy decidida de Alemania y Francia asociadas en este caso con Rusia en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU.
Sin embargo, ninguna de esas dos opciones ha sido capaz hasta ahora, de darle la vuelta al curso de la pérdida del liderazgo US. La política de "romper y pasar" que se ha ilustrado entre los dos mandatos de Georges Bush, hijo, ha conducido no solo al caos iraquí, un caos que no está superado ni mucho menos, sino también a un aislamiento creciente de la diplomacia US ilustrado en particular en el hecho de que algunos países que lo apoyaron en 2003, como España o Italia, abandonaron el barco de la aventura iraquí en plena navegación (y eso sin contar con la distanciación más discreta del gobierno de Gordon Brown respecto al apoyo incondicional de Tony Blair a esa aventura). Por su parte, la política de "cooperación", la preferida de los Demócratas, no permite realmente asegurar una "fidelidad" de las potencias a las que se quiere asociar en las aventuras militares, sobre todo porque deja un margen de maniobra más importante a esas potencias para que hagan valer sus propios intereses.
Hoy, por ejemplo, la administración Obama ha decidido adoptar una política más conciliadora respecto a Irán y más firme respecto a Israel, dos orientaciones que van en el sentido de la mayoría de los países de la Unión Europea, Alemania y Francia en particular, dos países que desean recuperar una parte de la influencia que en sus tiempos tuvieron en Irán e Irak. Sin embargo, esa orientación no impedirá que siga habiendo conflictos de interés importantes entre esos dos países, Alemania y Francia y EE.UU., sobre todo en la esfera de Europea oriental (donde Alemania intenta conservar relaciones "privilegiadas" con Rusia) o africana (donde las dos facciones que están poniendo a sangre y fuego al Congo están apoyadas una por Francia y la otra por EE. UU.
Más generalmente, la desaparición de la división del mundo en dos grandes bloques imperialistas rivales abrió la puerta a la emergencia de ambiciones imperialistas de segundo plano, nuevos protagonistas de la desestabilización de la situación internacional. Ese es el caso, por ejemplo, de Irán, que pretende conquistar una posición dominante en Oriente Medio tras las banderas de la "resistencia" al "gran Satán" US y del combate contra Israel. Con medios mucho mas importantes, China quiere extender su influencia hacia otros continentes, África en especial, donde su presencia económica en aumento debe servir para arraigar en esta zona del mundo una presencia diplomática y militar como ya está ocurriendo en la guerra en Sudan.
Así, la perspectiva para el planeta tras la elección de Obama a la cabeza de la primera potencia mundial no es muy diferente de la situación que ha prevalecido hasta ahora: continuación de los enfrentamientos entre potencias de primero o segundo plano, continuación de la barbarie bélica con consecuencias cada vez más trágicas (hambrunas, epidemias, desplazamientos masivos) para las poblaciones que viven en las zonas disputadas. Cabe incluso esperarse que la inestabilidad que provocará la agravación considerable de la crisis en todo una serie de países de la periferia vendrá a intensificar los enfrentamientos entre camarillas militares dentro de esos países con la participación, como siempre, de las potencias imperialistas. Ante esta situación, lo único que podrán hacer Obama y su administración es proseguir la política belicista de sus predecesores, como se está viendo en Afganistán, una política sinónimo de barbarie bélica creciente.
8. De igual modo que las "buenas disposiciones" declaradas por Obama en el plano diplomático no impedirán en nada que prosiga y se agrave el caos militar por el mundo, como tampoco impedirán que la nación que él dirige siga siendo un factor activo de ese caos, la reorientación norteamericana que anuncia hoy en lo que al medio ambiente se refiere no impedirá que éste siga degradándose. Esta degradación no es una cuestión de buena o mala voluntad de los gobiernos, por muy poderosos que sean. Cada día que pasa pone en evidencia más y más la verdadera catástrofe medioambiental que amenaza al planeta: tempestades cada vez más violentas en países que hasta ahora no las sufrían, sequias, canículas, inundaciones, deshielo de los casquetes polares, países amenazados de ser inundados por el mar... Las perspectivas son cada vez más sombrías. Esta degradación del medio ambiente contiene además la amenaza de agravación de los enfrentamientos bélicos, especialmente con el agotamiento de las reservas de agua potable, que van a ser lo que estará en juego en nuevos conflictos.
Como lo subrayaba la resolución adoptada por el congreso internacional anterior: "Así pues, como puso en evidencia la CCI hace más de 15 años, el capitalismo en descomposición supone o lleva en sí amenazas considerables para la supervivencia de la especie humana. La alternativa anunciada por Engels a finales del siglo xix: "socialismo o barbarie", se ha convertido a lo largo del siglo xx en una siniestra realidad. Lo que el siglo xxi nos ofrece como perspectiva es, simplemente, socialismo o destrucción de la humanidad. Este es el verdadero reto al que se enfrenta la única fuerza social capaz de destruir el capitalismo, la clase obrera mundial" (punto 10).
9. Esta capacidad de la clase obrera para acabar con la barbarie engendrada por el capitalismo en descomposición, para sacar a la humanidad de su prehistoria y abrirle las puertas del "reino de la libertad", como dijo Engels, ya se va forjando desde ahora en las luchas cotidianas contra la explotación capitalista. Tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes dizque "socialistas", las campañas ensordecedoras sobre "el fin del comunismo", cuando no "de la lucha de clases", dieron un golpe brutal a la conciencia y a la combatividad de la clase obrera. El proletariado sufrió entonces un profundo retroceso en ambos planos, que fue prolongándose durante más de diez años. Solo a partir de 2003, como la CCI lo ha puesto varias veces de relieve, la clase obrera mundial ha dado la prueba que había superado ese retroceso, que había vuelto al camino de las luchas contra los ataques capitalistas. Desde 2003, no se ha desmentido esa tendencia, los dos años que nos separan del congreso anterior han conocido una continuación en todas las partes del mundo. Se ha podido observar incluso, en ciertos momentos, una notable simultaneidad de los combates obreros a escala mundial. Por ejemplo, a principios del año 2008, varios países se vieron afectados al mismo tiempo por luchas obreras: Rusia, Irlanda, Bélgica, Suiza, Italia, Grecia, Rumania, Turquía, Israel, Irán, Emirato de Bahrein, Túnez, Argelia, Camerún, Swazilanda, Venezuela, México, Estados Unidos, Canadá y China.
También hemos asistido a luchas obreras muy significativas durante los dos años pasados. Sin pretender ser exhaustivos, podemos citar unos ejemplos:
- en Egipto, durante el verano 2007, con huelgas masivas en el textil que encontraron la solidaridad activa de numerosos sectores (estibadores, transportes, sanidad...);
- en Dubai, en noviembre del 2007, cuando los obreros de la construcción (esencialmente emigrados) se movilizaron masivamente;
- en Francia, en noviembre de 2007, cuando los ataques contra las pensiones de jubilación provocaron una huelga muy combativa en los ferrocarriles, con varios ejemplos de lazos de solidaridad con los estudiantes que entonces estaban movilizados en contra del intento del gobierno de acentuar la segregación social en la universidad, huelga que ha desvelado abiertamente el papel de saboteadores de las grandes centrales sindicales, especialmente la CGT y la CFDT, obligando a la burguesía a dar lustre a su aparato de encuadramiento de las luchas obreras;
- en Turquía, a finales de 2007, cuando las huelgas de más de un mes de 25 000 trabajadores de Türk Telecom fue la mayor movilización del proletariado en ese país desde 1991, y eso en el mismo momento en que el gobierno de ese país estaba comprometido en una operación militar en el Norte de Irak;
- en Rusia, en noviembre 2008, cuando hubo huelgas importantes en San Petersburgo (en la fabrica Ford por ejemplo) testimonio de la capacidad de los trabajadores para superar una intimidación policiaca muy presente, por parte del SB (antiguo KGB);
- en Grecia, a finales de 2008, en un clima de un enorme descontento que ya se había expresado antes con la movilización de estudiantes contra la represión que se benefició de una profunda solidaridad por parte de la clase obrera de la que algunos sectores han desbordado el sindicalismo oficial; una solidaridad que no se limitó al interior de las fronteras del país, pues ese movimiento ha encontrado un eco de simpatía muy significativo en muchos países europeos;
- en Gran Bretaña, donde la clase obrera había soportado una serie de derrotas crueles durante los años 80 y donde la huelga salvaje en la refinería Linsay, a principios de 2009, fue uno de los movimientos más significativos de la clase obrera de ese país desde hace dos décadas; este movimiento ha dado la prueba de la capacidad de la clase obrera de ampliar las luchas, en particular, y ha conocido el principio de un enfrentamiento contra el peso del nacionalismo con manifestaciones de solidaridad entre obreros británicos y obreros emigrados, polacos e italianos.
10. La agravación considerable de la crisis económica del capitalismo hoy, es, claro está, un factor de la primera importancia en el desarrollo de las luchas obreras. Desde ahora ya, en todos los países del mundo, los obreros están amenazados por despidos masivos, por el incremento masivo del desempleo. Muy concretamente, el proletariado ha de hacer la experiencia de la incapacidad del sistema capitalista de permitir un mínimo decente de vida a los trabajadores que explota. Más aun, resulta ser siempre más incapaz de darles el más mínimo porvenir a las nuevas generaciones de la clase obrera, lo que es un auténtico factor de angustias y de desesperación no solo para ellas, sino también para las de sus padres. Así van madurando las condiciones para que la idea de la necesidad de derrumbar este sistema pueda desarrollarse significativamente en el mismo corazón del capitalismo. Pero para estar en capacidad de orientarse hacia una perspectiva revolucionaria, no le basta a la clase obrera percibir que el sistema capitalista está en un callejón sin salida, que tendría que dejar paso a otra sociedad. También tiene que tener la convicción de que esa perspectiva es posible y que tiene la capacidad de realizarla. Y es precisamente en ese terreno donde la burguesía ha logrado marcar goles muy importantes contra la clase obrera tras el hundimiento del pretendido "socialismo real". Por un lado, ha logrado generalizar la idea de que la perspectiva comunista no es sino un sueño: "el comunismo no funciona: la prueba está en que ha sido abandonado en provecho del capitalismo por las poblaciones que lo vivían". Por otro lado, ha logrado hacer nacer entre la clase obrera un fuerte sentimiento de impotencia debido a la incapacidad de ésta a desarrollar luchas masivas. En este sentido, la situación hoy es muy diferente de la del surgimiento histórico de la clase a finales de los 60. En aquel entonces, con la inmensa huelga de mayo del 68 en Francia y el otoño caliente italiano del 69, el carácter masivo de las luchas obreras evidenció que la clase obrera podía ser une fuerza de primer plano en la vida de la sociedad y que la idea de que podría un día echar abajo el capitalismo no era un sueño irrealizable. Sin embargo, debido a que la crisis del capitalismo solo estaba en sus inicios, la necesidad imperiosa de derrumbar ese sistema no tenía todavía las bases materiales para poder extenderse entre los obreros. Puede resumirse esta situación así: a finales de los 60, la idea de que la revolución era posible podía estar relativamente extendida, pero la idea de que fuera indispensable no podía imponerse. Hoy, al contrario, la idea de que la revolución sea necesaria puede tener un eco nada desdeñable pero que sea posible está poco extendida.
11. Para que la posibilidad de la revolución comunista pueda ganar un terreno significativo en la clase obrera, es necesario que ésta pueda tomar confianza en sus propias fuerzas, y eso pasa por el desarrollo de sus luchas masivas. El enorme ataque que está sufriendo ya a escala internacional debería ser la base objetiva para esas luchas. Sin embargo, la forma principal que esta tomando hoy este ataque, los despidos masivos, no favorece, en un primer tiempo, la emergencia de tales movimientos. En general, y esto se ha comprobado frecuentemente en los últimos 40 años, las épocas de fuerte incremento del desempleo no son propicias para luchas más importantes. El desempleo, los despidos masivos, tienen tendencia a provocar cierta parálisis momentánea de la clase. Ésta se ve sometida a un chantaje por parte de la patronal: "si no estáis contentos, hay muchos obreros por ahí dispuestos a sustituiros". La burguesía puede utilizar esta situación para provocar una división, incluso una oposición entre quienes pierden su trabajo y quienes tienen el "privilegio" de conservarlo. Además, los patronos y los gobiernos se repliegan detrás de un argumento "decisivo": "No tenemos la culpa si el desempleo aumenta y si se os despide: la culpa es de la crisis". En fin, frente a los cierres de empresa, el arma de la huelga se vuelve inoperante, acentuándose así el sentimiento de impotencia de los trabajadores. En una situación histórica en la que el proletariado no ha sufrido una derrota decisiva, como así había sido en los años 30, los despidos masivos, que ya han empezado hoy, podrán provocar combates muy duros, incluso explosiones de violencia. Pero, en un primer tiempo, serán probablemente combates desesperados y relativamente aislados, aunque se beneficien de una simpatía real de otros sectores de la clase obrera. Por eso, si, en el periodo venidero, no asistiéramos a una respuesta de envergadura frente a los ataques, no habría por ello que considerar que la clase ha renunciado a luchar por la defensa de sus intereses. En una segunda etapa, cuando sea capaz de resistir a los chantajes de la burguesía, cuando se imponga la idea de que solo la lucha unida y solidaria pueda frenar la brutalidad de los ataques de la clase dominante, sobre todo cuando ésta intente hacer pagar a todos los trabajadores los colosales déficits presupuestarios que se están acumulando ya a causa de los planes de salvamento de los bancos y de "relanzamiento" de la economía, será entonces cuando podrán desarrollarse mejor combates obreros de gran amplitud. Eso no quiere ni mucho menos decir que los revolucionarios se mantengan ausentes de las luchas actuales. Éstas forman parte de las experiencias que debe atravesar el proletariado para ser capaz de franquear una nueva etapa en su combate contra el capitalismo, y les incumbe a las organizaciones comunistas plantear, en las luchas mismas, la perspectiva general del combate proletario y de los pasos suplementarios que deberá dar en esa dirección.
12. El camino que conduce a los combates revolucionarios y al derrocamiento del capitalismo es todavía largo y difícil. Cada día que pasa da una prueba suplementaria de la necesidad de ese derrocamiento, pero la clase obrera tendrá todavía que atravesar etapas esenciales antes de ser capaz de realizar esa tarea:
- reconquistar su capacidad de apoderarse de sus luchas, puesto que hoy por hoy, la mayoría de ellas, sobre todo en los países desarrollados, siguen ampliamente sometidas al imperio sindical, contrariamente a lo que pudimos comprobar durante los años 80;
- desarrollar su aptitud para evitar las mistificaciones y las trampas burguesas que le cierran el camino hacia las luchas masivas y el restablecimiento de la confianza en sí misma puesto que, si el carácter masivo de las luchas de finales de los 60 puede en gran parte explicarse porque la burguesía fue sorprendida, tras decenios de contrarrevolución, evidentemente hoy ya no es así;
- politizar sus luchas, o sea su capacidad de inscribirlas en su dimensión histórica, de concebirlas como un momento del largo camino histórico del proletariado contra la explotación y abolición de esta.
Esa etapa es evidentemente la más difícil de franquear, debido a:
- la ruptura, provocada en el conjunto de la clase por la contrarrevolución, entre sus luchas del pasado y sus luchas actuales;
- la ruptura orgánica en las organizaciones revolucionarias a causa de esa situación;- el retroceso de la conciencia en el conjunto de la clase tras el desmoronamiento del estalinismo;
- el peso deletéreo de la descomposición del capitalismo sobre la conciencia del proletariado;
- la aptitud de la clase dominante para hacer surgir organizaciones (tales como el Nouveau parti anticapitaliste en Francia y Die Linke en Alemania) cuya vocación es ocupar el sitio de los partidos estalinistas, hoy desaparecidos o moribundos, o de la socialdemocracia, desconsiderada por decenios de gestión de la crisis capitalista, y que, por ser nuevas, tienen la capacidad de alimentar mistificaciones importantes en la clase obrera.
De hecho, la politización de los combates del proletariado está enlazada con el desarrollo de la presencia en su mismo corazón de la minoría comunista. Las débiles fuerzas actuales del medio internacionalista es uno de los índices del camino que queda por recorrer antes de que la clase obrera pueda emprender sus luchas revolucionarias y hacer surgir su partido mundial, órgano esencial sin el que será imposible la victoria de la revolución.
El camino es largo y difícil, pero en nada puede ser un factor de desánimo para los revolucionarios, de parálisis de su compromiso en la lucha proletaria. ¡Muy al contrario!
Debate interno en la CCI
Por cuarta vez desde la Revista Internacional no 133, publicamos elementos del debate interno de la CCI sobre cómo explicar el período de prosperidad de después de la Segunda Guerra mundial.
Invitamos al lector que desee conocer el desarrollo de este debate y los artículos publicados al respecto a leer los números 133, 135 y 136 de la Revista Internacional. El artículo que publicamos aquí se reivindica de la tesis denominada "El capitalismo de Estado keynesiano-fordista" que defiende la idea de que la prosperidad de los años 1950-60 se basó en la instauración de mecanismos keynesianos por parte de la burguesía. Contesta a dos artículos publicados en la Revista no 136 que, por su parte, defendían respectivamente, uno ([1]), la idea de que esta prosperidad fue sobre todo la consecuencia de la explotación de los últimos mercados extracapitalistas todavía importantes y de una huida ciega en el endeudamiento (Tesis: "Los mercados extracapitalistas y el endeudamiento") y, el otro ([2]), la idea de que dicha prosperidad se debió sobre todo al peso de la economía de guerra y el capitalismo de Estado en la sociedad.
En la introducción a la publicación de esos dos artículos, hicimos un panorama de cómo habían evolucionado las discusiones y apuntábamos que la tesis "El capitalismo de Estado keynesiano-fordista" "asume ahora abiertamente la puesta en entredicho de varias posiciones de la CCI". Los camaradas que firman este artículo no están de acuerdo con esa afirmación y lo explican ([3]).
En fin, en la introducción mencionada, señalábamos que el artículo "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista", de la Revista no 135 (que también defiende la tesis del "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista"), planteaba algunos problemas sobre las ausencias patentes de "rigor militante y científico, en especial cuando se refiere a textos del movimiento obrero en su uso en tal o cual demostración o polémica", especialmente mediante la alteración del sentido de algunas citas utilizadas. Este problema no se debe en absoluto a la naturaleza de esa posición como lo demuestra este nuevo artículo, perfectamente irreprochable en ese plano.
Respuesta a Silvio y Jens
Continuamos aquí el debate iniciado en la Revista Internacional no 133 sobre "la explicación del período de prosperidad en los años 1950-60, que fue una excepción en la vida del capitalismo desde la Primera Guerra Mundial...". Queremos responder a los argumentos de las contribuciones de los camaradas Silvio y Jens, publicadas en el no 136, así como a la presentación del mismo número que nos parece contiene algunos malentendidos.
Las divergencias que se están discutiendo actualmente en el seno de nuestra organización se sitúan dentro del marco de las posiciones defendidas por parte de los revolucionarios en la Segunda y Tercera Internacionales y, en el seno de las Izquierdas Comunistas. Son las contribuciones de Luxemburgo, Bujarin, Trotski, Pannekoek, Bilan, Mattick, entre otros. Sabemos que no se pueden conciliar todas estas aportaciones puesto que se contradicen en diversos aspectos. Pero ninguna de estas contribuciones explica de forma completa, por si sola, el desarrollo de los llamados "Treinta Gloriosos", por la sencilla razón que no pudieron vivir esos años (a excepción de P. Mattick). Pensamos que todos han contribuido a la discusión que llevamos en estos momentos. Corresponde a los revolucionarios de hoy en día, continuar la discusión abierta en el seno del movimiento revolucionario para entender mejor los mecanismos que facilitan o frenan el desarrollo del capitalismo, sobre todo en su decadencia.
Los autores de este artículo defienden la tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista". Esta tesis fue presentada con más detalle en la Revista Internacional no 135, por C.Mcl, autor de la contribución. Este ha decidido abandonar el debate y ha roto el contacto con nosotros. Por eso no sabemos si la posición que defendemos aquí es absolutamente idéntica a la suya.
Para continuar este debate queremos, en primer lugar, señalar algunos hechos históricos en los cuales parece que no hay divergencias hasta ahora entre las tres posiciones expuestas en este debate. Son los siguientes:
1) Entre los años 1945-75, al menos en la esfera de los países industrializados del bloque dominado por los EEUU, no solo creció el PIB per cápita como nunca en toda la historia del capitalismo ([4]), también hubo un aumento de los salarios reales de la clase obrera ([5]).
2) En el mismo período y en la misma esfera hubo igualmente un crecimiento constante de la productividad del trabajo, "las subidas más importantes de la historia del capitalismo, debido en particular al perfeccionamiento del trabajo en cadena (fordismo), la automatización de la producción y su generalización por todas las partes donde era posible" ([6]). Para decirlo simplemente: la técnica y la organización de la producción permitían que un obrero produjera mucho más en una hora de trabajo que anteriormente.
3) La tasa o cuota de ganancia (o sea la ganancia comparada con el capital total invertido) fue muy elevada en casi todo este período, pero a partir de 1969 mostró otra vez una tendencia a la baja. Todos los implicados en este debate nos referimos a las mismas estadísticas a este respecto ([7]).
4) Al menos hasta 1971 hubo una concertación especial, hasta ahora nunca conocida en la historia del capitalismo, entre los Estados del bloque dominado por los EEUU (disciplina de bloque, sistema Bretton Woods ([8])).
Referente a los primeros tres aspectos hay que ser consecuente en la argumentación. Si todos estamos de acuerdo con estos hechos, no podemos dar un paso atrás y seguir insistiendo en que: "(...) la prosperidad real en las décadas 1950 y 60 no fue tan importante como quiere presentarlo la burguesía, cuando ésta alardea de los PIB de los principales países industrializados de entonces" ([9]). Lo que nos presenta la burguesía sobre este período, es una cosa, pero no podemos resolver el problema diciendo: el problema no existe, porque no hubo tal crecimiento. Lo que nos debe interesar para llevar este debate adelante y, es lo que tenemos que aclarar para nosotros y para los demás proletarios que no tienen ningún interés en ocultar la realidad, es explicar los mecanismos que permitieron al mismo tiempo:
- una acumulación sin mayores interrupciones (aparte de las crisis cíclicas normales);
- con una tasa de ganancia alta;
- y con salarios reales crecientes.
Si estamos exagerando en un aspecto, o si estamos subestimando ciertas dificultades, son argumentos relativos (se trata de un poco más o menos de cantidad), pero lo que interesa aquí es una cuestión cualitativa: ¿Como puede ser que el capitalismo decadente pase por una fase de prosperidad de más o menos 20 años en la cual los salarios suben y las ganancias son elevadas?
Esta es la pregunta a la que tenemos que responder.
La tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" es criticada sobre todo porque rechaza una parte de la argumentación de R. Luxemburgo, como se puede leer en el artículo que presenta esta tesis más en detalle en la Revista Internacional no 135. Parece que hay una confusión en hasta qué punto estamos de acuerdo con R. Luxemburgo. Así el camarada Jens en su artículo de la Revista Internacional no 136 piensa que C.Mcl ha cambiado de opinión desde un articulo escrito por este camarada en la Revista Internacional no 127. Ya en este artículo, se explicó (en nombre de la CCI en una polémica con la CWO) que la reducción del mercado solvente en comparación con las necesidades del capital "no es evidentemente (...) el único factor que participa en el origen de las crisis", además se señaló que hay que considerar también la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y el desequilibrio en el ritmo de acumulación entre los grandes sectores de la producción.
Para nosotros, la realización de la plusvalía producida es efectivamente un problema fundamental del capitalismo. No hay solo una explicación de la crisis capitalista, sino de dos causas esenciales de esta (no hablamos aquí por el momento del problema de la proporcionalidad). No solo existe el problema de que la cuota de ganancia que tiende a la baja por el aumento de la composición orgánica del capital, sino también (después del acto de la producción y la apropiación de la plusvalía) está el problema de vender el producto incluida la plusvalía. Es un mérito de R. Luxemburgo localizar la dificultad de la realización del producto por la carencia de mercados solventes.
El capitalismo es un sistema que por fuerza tiene que expandirse. La acumulación no es reproducción simple sino ampliada. El capital desea aumentar en cada ciclo su base, o sea el capital constante y el capital variable. El capitalismo se ha desarrollado en un entorno feudal, en un medio extra capitalista con el cual se establecieron vínculos para obtener medios materiales para su acumulación: materias primas, fuerza de trabajo, etc.
Otro mérito de R. Luxemburgo fue el de analizar las relaciones que hay entre la esfera capitalista y el medio extra capitalista. No estamos de acuerdo con todos los argumentos económicos de este análisis (como vamos a explicar en el capitulo siguiente), pero compartimos sus ideas centrales: que el capitalismo destruye continuamente los otros modos de producción en su entorno, que la contradicción interna busca una solución en la extensión del campo exterior y, que hay un cambio cualitativo en el desarrollo del capitalismo a partir del momento que todo el planeta está conquistado por el capitalismo, es decir cuando se ha constituido el mercado mundial. En este momento, el capitalismo ha cumplido su función progresiva y entra en su fase de decadencia. Como dijo C.Mcl. en la Revista Internacional no 129: Luxemburgo precisa "más profundamente la razón y el momento de la entrada en decadencia del sistema capitalista, pues, además de analizar el vínculo histórico entre las relaciones sociales de producción capitalistas y el imperialismo, demostrando que el sistema no puede vivir sin extenderse, sin ser, por esencia, imperialista, lo que Rosa Luxemburgo precisa más todavía es el momento y la manera en que el sistema capitalista entra en su fase de decadencia. (...) Así pues la entrada en decadencia del sistema se caracterizó no por la desaparición de los mercados extra capitalistas (...), sino por su insuficiencia respecto a las necesidades de la acumulación ampliada alcanzada por el capitalismo" ([10]).
Es cierto que en el capitalismo ascendente los mercados fuera de la esfera capitalista constituyeron para éste una salida para la venta de sus mercancías en una época de sobreproducción. Ya en su fase ascendente el capitalismo sufrió sus contradicciones internas y las superó, momentáneamente, por un lado a través de las crisis periódicas y por el otro lado con la venta de productos (invendibles en la esfera capitalista pura) a mercados extra-capitalistas. En las crisis cíclicas provocadas por la bajada de la tasa de ganancia, varias partes del capital se desvalorizan de tal manera que se restablece una composición orgánica suficientemente aprovechable para que empiece otro ciclo de acumulación. Y, por otro lado, en la fase ascendente el entorno extra capitalista proporcionó al capitalismo una "salida para la venta de sus mercancías en sobreproducción" ([11]), lo que atenuó el problema a este nivel de la carencia de mercados solventes.
El error de R. Luxemburgo es que hace de estos mercados extra capitalistas y de la venta de la plusvalía dedicada a la acumulación a estos mercados el elemento esencial (indispensable) para la reproducción ampliada del capital. El capitalista produce para la venta y no para la producción como fin propio. La mercancía tiene que encontrar un comprador. Y cada capitalista es antes de todo un vendedor; compra solo para invertir de nuevo y después de haber vendido su producto con ganancia. O sea, el capital debe pasar por una fase dinero, e individualmente, y para realizarse, las mercancías deben ser convertidas en dinero, pero, ni la totalidad, ni en el mismo momento, ni anualmente como lo plantea Luxemburgo: una parte puede permanecer bajo forma material, mientras que la otra avanza a través de varias transacciones comerciales durante las cuales una misma cantidad de dinero puede servir varias veces para la conversión de mercancías en dinero, y de dinero en mercancías.
Si no hubiera crédito y si fuera necesario realizar en dinero toda la producción anual en una única vez en el mercado, entonces, sí, debería existir un comprador externo a la producción capitalista.
Pero ese no es el caso. Claro que se pueden poner obstáculos en este ciclo de compra —> producción/extracción de plusvalía —> venta —> nueva compra etc. Hay varias dificultades. Pero la venta a un comprador extra capitalista no es constitutiva para la acumulación "normal" sino simplemente es una salida posible si hay sobreproducción o desproporción entre la producción de medios de producción y medios de consumo, problemas que no se manifiestan en cada momento.
Este punto débil de la argumentación de R. Luxemburgo fue criticado también por "luxemburguistas", como Fritz Sternberg que habla a este respecto de "errores fundamentales, difícilmente comprensibles" ([12]). Es dificilmente comprensible porque este punto de la crítica de Sternberg no está siendo tomado en consideración por los defensores del "luxemburguismo puro". Desde el inicio de los debates en la CCI sobre la decadencia (años 1970) F. Sternberg es una referencia muy importante, exactamente porque él también se considera un luxemburguista.
El camarada Jens no está de acuerdo con la idea de la tesis "Capitalismo de Estado keynesiano-fordista" que afirma, según él, que "el mercado extra capitalista no es sino una especie de salida para el demasiado lleno mercado capitalista, cuando éste se desborda" ([13]). Para evitar malentendidos: Pensamos que exactamente ahí está la diferencia entre el "luxemburguismo puro" de Jens (y Silvio) y el luxemburguismo de Sternberg. En este punto estamos de acuerdo con Sternberg.
Para nosotros el misterio de los "Treinta Gloriosos" no puede explicarse por restos de mercados extra capitalistas, ya que estos desde la Primera Guerra Mundial son insuficientes respecto a las necesidades de la acumulación ampliada alcanzada por el capitalismo.
Para la tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" la prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial es la combinación de al menos tres factores esenciales:
- ganancias de productividad importantes durante un período de más de dos décadas;
- subidas importantes de los salarios reales en el mismo período;
- un capitalismo de Estado desarrollado (y coordinado a nivel supranacional) practicando políticas keynesianas también en otros niveles (y no solo en el salarial).
En la Revista Internacional no 136 el camarada Silvio en su perplejidad se pregunta: "¿Qué significa hacer crecer las ganancias? Producir mercancías y venderlas, pero para satisfacer ¿qué demanda? ¿La procedente de los obreros?"
Queremos responder a las inquietudes del camarada: si la productividad del trabajo aumenta generalmente, en todas las industrias, los medios de consumo del trabajador se abaratan. El capitalista paga a sus trabajadores menos dinero por el mismo tiempo de trabajo. El tiempo no pagado al trabajador aumenta, o sea se incrementa la plusvalía. Es decir, aumenta la tasa de plusvalía (que es lo mismo que la tasa de explotación). Este proceso Marx lo llamó producción de plusvalía relativa. Si los demás factores se mantienen (o si el capital constante mismo se abarata), un incremento de plusvalía significa también un incremento de la cuota de ganancia. Si esta ganancia es suficientemente elevada los capitalistas pueden aumentar al mismo tiempo los salarios sin perder todo el incremento de la plusvalía extraída.
Ahora bien, la segunda pregunta es la del mercado. Si se aumenta el salario del obrero, él puede consumir más. La fuerza de trabajo tal como señala Marx tiene que reproducirse. Es la reproducción del capital variable (v), igualmente necesaria como la renovación del capital constante (c). Por lo tanto el capital variable forma parte del mercado capitalista. Un aumento general de los salarios significa un incremento de estos mercados igualmente.
Se puede responder a esto que tal incremento del mercado no es suficiente para realizar toda la parte de la plusvalía necesaria para la acumulación. Eso es cierto desde un punto de vista general y a largo plazo. Nosotros, defensores de esta tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" no pensamos haber encontrado una solución a las contradicciones inherentes del capitalismo, una solución que se puede repetir a voluntad. Nuestro análisis no es una nueva teoría, sino una prolongación de la crítica de la economía capitalista, una crítica que empezó Marx y continuaron otros revolucionarios ya citados.
Pero no se puede negar que tal incremento del mercado atenúa el problema de la demanda insuficiente en las condiciones creadas después de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez el camarada Silvio aún se pregunta ¿de donde viene esta demanda?. Una demanda en el capitalismo presupone dos factores: una necesidad (deseo de consumir) y la solvencia (posesión de dinero). El primer factor casi nunca es un problema, siempre hay carencia de medios de consumo. El segundo factor, al contrario, es un problema permanente para el capitalismo - un problema que exactamente logró atenuar con salarios crecientes durante los "Treinta Gloriosos".
Pero la ampliación del mercado formado por los asalariados no es el único factor atenuante en la escasez de los mercados en este periodo, hubo también un aumento de los gastos del Estado keynesiano (por ejemplo inversiones en proyectos de infraestructura, armamento etc.). Se trata de una tripartición de los incrementos de la ganancia, un reparto de los beneficios obtenidos gracias al aumento de la productividad entre capitalistas (ganancia), obreros (salarios) y Estado (impuestos). Parece que ahí nos sigue el camarada Silvio cuando afirma: "Es cierto que el consumo obrero y los gastos del Estado permiten dar salida a una producción creciente". Sin embargo él ve otro problema: "Pero eso tiene una consecuencia, como hemos visto, que es la esterilización de una riqueza producida que no encuentra dónde emplearse útilmente para valorar el capital." Él se refiere aquí a la idea que "aumentar los salarios por encima de lo necesario para reproducir la fuerza de trabajo es pura y simplemente, desde un enfoque capitalista, un despilfarro de plusvalía que de ningún modo puede participar en el proceso de la acumulación".
Aquí el camarada mezcla dos esferas que hay que distinguir antes de analizar la dinámica del proceso general que une a ambas:
- un problema (en la esfera de la circulación, de los mercados) es la realización del producto obtenido. A este nivel parece que Silvio nos da razón si dice que el consumo obrero (igual que los gastos del Estado) permite dar salida a una producción creciente;
- otro problema es (en la esfera de la producción) la valorización del capital de tal manera que la acumulación sea posible no solo con ganancia, sino con cada vez más ganancia.
Evidentemente, la objeción del camarada sobre el "despilfarro de plusvalía" se sitúa en este segundo nivel, el de la producción. Entonces le seguimos (después de haber notado que él nos da al menos parcialmente razón al nivel de los mercados), a la fábrica, donde está explotado el obrero con un salario creciente. ¿Qué pasa allí si la plusvalía aumenta gracias al crecimiento importante de la productividad del trabajo? (Abstraemos aquí de la tripartición de las ganancias, o sea de los impuestos que se convierten en gastos del Estado. La bipartición entre capitalista y obrero es suficiente para explicar el mecanismo fundamental.). El producto total de una entidad capitalista (una empresa, un país, la esfera capitalista en su totalidad) en un cierto tiempo, por ejemplo un año, se puede dividir en tres partes: el capital constante c, el capital variable v, y la plusvalía pv. Si hablamos de acumulación la plusvalía no está consumida en su totalidad por el capitalista, sino que él tiene que invertir una parte en la ampliación de la producción. Entonces, la plusvalía se divide en la parte consumida por el capitalista (su rédito: r) y la parte dedicada a la acumulación (a): pv = r + a. Esta segunda parte (a) la podemos dividir otra vez en la parte que está invertida en el capital constante (ac) y la parte que incrementa en el próximo ciclo de producción el capital variable (av): a = ac + av. Entonces el producto total de esta entidad capitalista se presenta como:
c + v + pv, o como:
c + v + (r + a), o como:
c + v + (r + ac + av).
Si el capitalista obtiene gracias al aumento importante de la productividad una plusvalía suficientemente grande, la parte ac puede crecer cada vez más aunque la parte av crezca "por encima de lo necesario". Si por ejemplo los medios de consumo se abaratan un 50 % y las horas no pagadas al obrero aumentan gracias al efecto de la producción de plusvalía relativa de 3 a 5 horas (de un día de trabajo de 8 horas), la tasa de plusvalía crece de 3/8 a 5/8, por ejemplo de 375 € a 625 €, aunque el obrero tiene una subida de 20 % en su salario real (primero su salario representa el producto de 5 horas, después con una doble productividad el salario representa el producto de 3 horas = 6 horas de antes). Lo mismo sucede con un consumo aumentado del capitalista (porque sus productos de consumo también se abaratan por 50 %) y la parte de la plusvalía dedicada a la acumulación puede crecer. Y puede crecer de año a año también la parte ac aunque crezca "por encima de lo necesario" la parte av, con la condición que la productividad del trabajo siga aumentando con el mismo ritmo. El único efecto "dañino" que tiene este "despilfarro de plusvalía" es que el aumento de la composición orgánica del capital se produce más lentamente de lo que podía frenéticamente: el crecimiento de la composición orgánica implica que la parte ac crece más rápido que la parte av; si la parte av crece "por encima de lo necesario" esta tendencia está frenada (o incluso puede estar anulada o invertida), pero no se puede afirmar que este "despilfarro de plusvalía" no pueda de ningún modo participar en el proceso de la acumulación. Al contrario, esta distribución de las ganancias obtenidas por el aumento de productividad participa plenamente en la acumulación. Y no solo eso, atenúa exactamente el problema detectado por R. Luxemburgo en el capítulo 25 de La acumulación del capital donde argumenta contundentemente que con la tendencia hacia una composición orgánica del capital cada vez más elevada un intercambio entre los dos sectores principales de la producción capitalista (producción de medios de producción por un lado, de medios de consumo por el otro) es imposible a largo plazo ([14]). Ya después de pocos ciclos queda un resto invendible en el segundo sector de la economía capitalista, en el sector de la producción de medios de consumo. La combinación del fordismo (aumento de la productividad) con el keynesianismo (aumento de los salarios y aumento de los gastos del Estado) ayuda a frenar esta tendencia, atenúa el problema de la sobreproducción en este sector II y el problema de las proporcionalidades entre las dos ramas principales de la producción. Los líderes de la economía occidental no podían así evitar la llegada de la crisis al final de los años 60, pero podían postergarla.
No podemos dejar este tema sin mencionar que el camarada Silvio nos dejó perplejos con lo siguiente: Parece que él ha entendido a nivel teórico lo que acabamos de explicar, o sea el mecanismo de la producción de plusvalía relativa como base ideal para una acumulación lo más interno posible y lo menos externo posible, cuando dice: "(...) mientras existan incrementos de productividad bastante altos que permitan que el consumo aumente al ritmo del aumento de la productividad del trabajo, el problema de la sobreproducción queda solucionado sin impedir la acumulación puesto que, por otra parte, las ganancias, también en aumento, son suficientes para asegurar la acumulación" ([15]). Suponemos que Silvio sabe lo que dice, o sea entiende lo que acaba de decir, porque es su propia formulación, conclusión de la cita de Marx sobre "Teorías sobre la plusvalía", Tomo 2 (una cita que evidentemente por sí no prueba nada). Pero Silvio no responde a este nivel teórico, no se presta a seguir la lógica misma del argumento, prefiere cambiar de tema y sigue con la objeción: "Marx, en vida suya, no dejó nunca constancia de un aumento de salarios al ritmo de la productividad del trabajo. Pensaba incluso que eso no podía producirse. Y sin embargo, sí se produjo en ciertos momentos de la vida del capitalismo, pero eso no permite en absoluto que se deduzca que el problema fundamental de la sobreproducción, tal como Marx lo puso de relieve, se vería solucionado gracias a esos aumentos, ni siquiera momentáneamente." ¡Qué respuesta! Estamos a punto de sacar una conclusión de un razonamiento - pero en vez de verificar o falsificar la conclusión de una cierta constelación de hechos, seguimos charlando sobre la probabilidad o improbabilidad empírica de tal constelación. Como si hubiera sentido que eso no es suficiente, el camarada replica antes de que alguien le haya replicado: "El marxismo no reduce esa contradicción (la sobreproducción) a una cuestión de proporción entre aumento de salarios y aumento de productividad." No es suficiente la autoridad de Marx, hace falta la del "marxismo". ¡Una llamada a la ortodoxia! ¿Cuál?.
¡Seamos más consecuentes en el razonamiento, más abiertos y atrevidos en las conclusiones!.
En el segundo Tomo de Das Kapital, Marx presentó el problema de la reproducción ampliada (o sea de la acumulación) en términos de esquemas, por ejemplo:
Sector I: 4000c + 1000v + 1000pv = 6000
Sector II: 1500c + 750v + 750pv = 3000.
Pedimos indulgencia y paciencia al lector por lo pesado que supone la lectura y comprensión de estos esquemas. Pero consideramos que no se les tiene que tener miedo.
El sector I es la rama de la economía que produce los medios de producción, en el sector II se producen los medios de consumo. 4000c es la cantidad de valor producido en el sector I para la reproducción del capital constante (c); 1000 v es el total de los salarios pagados en el sector I; 1000 pv es la plusvalía extraída de los obreros en el sector I - y lo mismo para la otra rama. Para la reproducción ampliada es esencial respetar la proporcionalidad entre las diferentes partes de los dos sectores. Los obreros del sector I producen por ejemplo máquinas, pero necesitan para su reproducción medios de consumo que son producidos en la otra rama. Hay un intercambio entre las diferentes entidades con ciertas reglas. Si por ejemplo de la plusvalía del sector I de 1000 pv la mitad se utiliza para la ampliación de la producción y la composición orgánica queda igual está definido, ya que de los 500 pv que están reinvertidos quedan 400 para la ampliación del capital constante y solo 100 para el aumento de la masa salarial en este sector. Así Marx puso como ejemplo del segundo ciclo:
I:I 4400 c + 1100 v + 1100 pv = 6600
II: 1600 c + 800 v + 800 pv = 3200
Y él siguió con esquemas posibles de varios ciclos de acumulación. Estos esquemas han sido ampliados, criticados y precisados por Luxemburgo, Bauer, Bujarin, Sternberg, Grossmann y otros. Lo que podemos sacar de ellos es una cierta ley que se puede resumir en la formula:
Si tenemos:
Sector I con: c1 + v1 + r1 + ac1 + av
Sector II con: c2 + v2 + r2 + ac2 + av2
la reproducción ampliada exige que:
c2 + a2c = v1 + r1 + a1v ([16]).
O sea: el valor del capital constante en el sector II (c2) más la parte del plusvalor en el mismo sector dedicada a la ampliación del capital constante (a2c) ([17]) tiene que intercambiarse con el valor del capital variable en el sector I (la masa salarial, v1) más el rédito de los capitalistas del mismo sector (r1) más la parte de la plusvalía en este sector dedicada al empleo de nuevos trabajadores (av1) ([18]).
Estos esquemas no tienen en cuenta ciertos factores, por ejemplo:
1) El hecho que esta economía necesita condiciones para su expansión "permanente"; se necesitan cada vez más trabajadores y materias primas.
2) El hecho que no hay un intercambio directo entre las diferentes entidades, sino un intercambio de compra-venta, por mediación del dinero, la mercancía universal. Por ejemplo la entidad de productos materializados en el valor ac1 tiene que intercambiarse con si mismo: son medios de producción que se necesitan en el mismo sector, hay que venderlos y comprarlos antes de poder utilizarlos.
Al mismo tiempo los esquemas tienen ciertas consecuencias que molestan bastante, como por ejemplo el hecho de que el sector II no tiene ninguna autonomía frente al sector I. El ritmo de crecimiento del sector de la producción de medios de consumo, así como su composición orgánica dependen totalmente de las proporciones en la acumulación del sector I ([19]).
A los defensores de la necesidad de los mercados extracapitalistas no les podemos obligar a que vean un cierto problema, es decir que vean lo que Marx investigó con los esquemas de la acumulación capitalista. En vez de mirar los diferentes problemas, colocando cada uno en su lugar específico, prefieren mezclar los diferentes contradicciones insistiendo permanentemente en un aspecto del problema: ¿quién compra finalmente la mercancía necesaria para la ampliación de la producción? Es una fijación que les ciega. Pero si uno quiere seguir la lógica misma de los esquemas tal como los presentó Marx, no puede oponerse a la conclusión siguiente:
Si las condiciones se dan tal como los esquemas presuponen y si aceptamos las consecuencias (condiciones y consecuencias que se pueden analizar separadamente), por ejemplo un gobierno que controla toda la economía, teóricamente puede organizarla de tal manera que la acumulación funciona según el esquema: c2 + a2c = v1 + r1 + a1v. A este nivel no hay ninguna necesidad de mercados extra capitalistas. Si aceptamos esta conclusión podemos analizar separadamente (o sea distinguir) los demás problemas, por ejemplo:
1) ¿Cómo puede crecer de forma permanente una economía en un mundo que tiene limites?
2) ¿Cuáles son las condiciones del uso del dinero? ¿Cómo puede mediar el dinero eficazmente en los diferentes actos de transformación de un elemento del capital global en otro?
3) ¿Qué efectos tiene una composición orgánica creciente (o sea cuando el capital constante crece más rápidamente que el capital variable)?
4) ¿Qué efectos tienen salarios que crecen "por encima de lo necesario"?
Está claro, como dijo R. Luxemburg que, los esquemas matemáticos en sí mismos no prueban nada, ni la posibilidad ni la imposibilidad de la acumulación. Pero sí sabemos exactamente lo que dicen (y de qué están abstrayendo) podemos distinguir los diferentes problemas. Luxemburgo estudió también los tres primeros problemas enumerados aquí. Contribuyó sobre todo en analizar las cuestiones 1) y 3). Pero referente al problema 2) confundió diferentes contradicciones y las resumió en una sola dificultad, en la de la realización de la parte de la plusvalía dedicada a la ampliación de la reproducción: La transformación en dinero no solo es un problema para esta parte del producto global (ac1, av1, ac2 y av2), sino para todos los elementos de la producción (también de c1, v1, c2, v2 y mismo del rédito: el propietario de la fabrica de chocolate no puede comer únicamente chocolate). Estas transformaciones de las mercancías en dinero, y después de dinero en nuevos elementos físicos de la producción pueden fracasar. Cada vendedor tiene que encontrar su comprador, cada venta es un reto - eso es un problema aparte que teóricamente se puede separar del otro problema (número 1) que consiste en la necesidad del crecimiento del campo de la producción capitalista, o sea en la necesidad también del crecimiento del mercado. Tal crecimiento tiene que pasar obligatoriamente en detrimento de las esferas ([20]) extracapitalistas. Pero este crecimiento presupone solo que el capitalismo tiene a su disposición todos los elementos físicos para su producción a nivel ampliado (fuerza de trabajo, materias primas, etc.); este problema no tiene nada que ver con la venta de una parte de la producción capitalista a productores de mercancías no capitalistas. Como dijimos anteriormente: la venta a mercados extracapitalistas puede atenuar problemas de la sobreproducción, pero no es constitutiva para la acumulación.
En la presentación de la discusión en la Revista Internacional no 136 la Redacción ha intentado oponer ciertas posturas de la Tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" con las posiciones de la CCI, particularmente con nuestra plataforma. Tal vez que esta tentativa está motivada por unas notas de C.Mcl en la versión completa de su artículo para la Revista Internacional no 135, versión que existe solo en nuestro sitio en francés ([21]). Allí C.Mcl critica ciertas formulaciones del punto 3 de la Plataforma. Es una critica desde un punto de vista teórico sin proponer formulaciones alternativas. No conocemos la actitud actual de C.Mcl referente a la Plataforma, porque ha abandonado la discusión. No podemos hablar por él. Pero nosotros estamos de acuerdo con nuestra Plataforma que se ha concebido desde el principio para integrar a todos los que están de acuerdo con el análisis de que el capitalismo entró en su fase de decadencia con la Primera Guerra Mundial. El punto 3 de la Plataforma nunca pretendía excluir a los revolucionarios que explican la decadencia con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, a pesar de que la formulación de este punto tiene un sello "luxemburguista". Si el punto 3 de nuestra Plataforma es algo como el denominador común entre los marxistas revolucionarios que explican la decadencia o por la falta de mercados extracapitalistas o por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, no vemos ningún motivo para salir fuera de este marco solo porque defendemos no solo una sino las dos ideas, cada una en su dinámica propia. En este sentido no tenemos ningún interés en precisar la Plataforma de una forma que se sientan excluidos una u otra posición que dan explicación a la entrada de la decadencia del capitalismo. Una formulación como la actual es preferible, aunque con el avance de la discusión sobre los "Treinta Gloriosos", se pueda tal vez encontrar una formulación que refleje de forma más consciente los diferentes análisis de la decadencia del capitalismo.
En este mismo sentido queremos aclarar nuestra postura referente a la presentación en la Revista Internacional nº 136 de "la puesta en entredicho de diferentes posiciones de la CCI" por la Tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista". Bajo el titulo "La evolución de las posiciones presentes" se señalan tres contradicciones entre los argumentos de la plataforma y la Tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista", supuestas contradicciones que queremos aclarar. Citamos los párrafos críticos de la presentación:
1) "Así, para esa Tesis: (capitalismo de Estado keynesiamo-fordista)
- "El capitalismo genera en permanencia la demanda social que es la base del desarrollo de su propio mercado", mientras que para la CCI, "Contrariamente a lo que pretenden los adoradores del capital la producción capitalista no crea automáticamente y a voluntad los mercados necesarios para su crecimiento" (Plataforma de la CCI)".
Aunque se encuentra la cita "El capitalismo genera en permanencia la demanda social que es la base del desarrollo de su propio mercado" en la Revista Internacional no 135, no se puede aislar esta idea del conjunto. Como se ha visto en el capítulo anterior del presente texto el capitalismo (para nosotros, pero también para los que se explican la decadencia únicamente por la tendencia decreciente de la tasa de ganancia) tiene una dinámica propia de expandir su mercado. Pero ninguno de los defensores de la tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" afirmó que estos mercados sean suficientes. Pueden ofrecer una salida por un cierto tiempo, pero no hay superación de la contradicción elemental: El mercado crece menos rápidamente que la producción.
2) "- El apogeo del capitalismo corresponde a cierto estadio de "la extensión del salariado y su dominación mediante la constitución del mercado mundial". Para la CCI, en cambio, este apogeo se alcanza cuando las principales potencias económicas se han repartido el mundo y se "alcanza un grado crítico de saturación de esos mismos mercados que le habían permitido la formidable expansión del siglo XIX" (Plataforma de la CCI)."
El segundo punto de supuesta divergencia de nuestra posición con las posiciones del CCI se refiere a la entrada del capitalismo en su fase decadente. La tesis "capitalismo de Estado keynesiano-fordista" está totalmente de acuerdo en que el apogeo se alcanza cuando las principales potencias económicas se han repartido el mundo. La única diferencia entre el "luxemburguismo" de la plataforma y nosotros está en el papel de los mercados extracapitalistas. Pero evidentemente esta divergencia tiene mucha menos importancia que la que tienen los defensores del análisis de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia como único factor (Grossmann, Mattick).
3) "- La evolución de la cuota (o tasa) de ganancia y el tamaño de los mercados son dos cosas totalmente independientes, mientras que para la CCI, "la dificultad creciente que tiene el capital para encontrar los mercados donde realizar su plusvalía, acentúa la presión a la baja que ejerce sobre la tasa de ganancia el crecimiento constante de la proporción entre el valor de los medios de producción y el de la fuerza de trabajo que los pone en funcionamiento" (ídem)".
Referente al último punto podemos decir que estamos globalmente de acuerdo con la presentación aunque no hablamos de independencia "total" sino "teórica". Siempre dijimos que la tasa de ganancia influye en los mercados y al revés, pero son dos factores "no vinculados teóricamente".
¿Cuáles son las consecuencias de las divergencias? A primera vista, ninguna.
Tenemos evidentemente una interpretación diferente de ciertas dinámicas en la economía capitalista. Estas diferencias pueden llevarnos también a divergencias en otros aspectos, por ejemplo en el análisis de la crisis actual y de las perspectivas inmediatas del capitalismo. La apreciación del papel que juega el crédito en la crisis actual, la explicación de la inflación y el papel de la lucha de clases nos parecen temas que pueden ser analizados diferentemente según las posiciones distintas en este debate sobre los Treinta gloriosos.
A pesar de las divergencias expuestas en este debate, tanto en el XVIIo Congreso, así como en el XVIIIo, discutimos de la crisis económica actual y votamos todos a favor de las mismas Resoluciones sobre la situación internacional. Aunque dentro de la organización se tengan diferentes análisis sobre los mecanismos fundamentales de la economía capitalista podemos llegar a conclusiones muy similares sobre las perspectivas inmediatas y las tareas de los revolucionarios. Eso no quiere decir que el debate no sea necesario, al contrario lo que nos exige es la paciencia y la capacidad de escucharnos mutuamente con un espíritu abierto.
Salome & Ferdinand 04/06/09
[1]) "Las bases de la acumulación capitalista".
[2]) "Economía de guerra y capitalismo de Estado".
[3]) El artículo publicado aquí ("Respuesta a Silvio y a Jens", firmado conjuntamente por Salomé y Ferdinand) señala que algunas notas del artículo de C. Mcl, "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista [395]", que constan en la edición francesa no constan en inglés ni en español. Corregiremos esos defectos en las páginas de esas dos lenguas de nuestro sitio Web, para que los términos del debate y además por el hecho de que, como lo señalan Salomé y Ferdinand, C.Mcl "critica ciertas formulaciones del punto 3 de la Plataforma", "desde un enfoque teórico sin proponer fórmulas alternativas".
[4]) Revista Internacional nº 133, "Debate interno en la CCI" (ver nota 1).
[5]) Revista Internacional nº 136, "Debate interno en la CCI (III): Las causas de la prosperidad consecutiva a la Segunda Guerra mundial", Las bases de la acumulación capitalista (de Silvio), con referencia a una cita de P. Mattick.
[6]) Revista Internacional nº 133, Debate, capitulo "Los mercados extracapitalistas y el endeudamiento".
[7]) Revista internacional n º 121, "Crisis económica: Bajada a los infiernos"
[8]) Para más información sobre los tratados de Bretton Woods consultar por ejemplo la contribución de "papamarx" en https://fr.internationalism.org/icconline/2009/papa-marx [396]
[9]) Silvio en la Revista Internacional nº 136
[10]) Revista Internacional no 129, "Respuesta a la CWO - La guerra en la fase de decadencia del capitalismo".
[11]) Revista Internacional no 135, "Debate interno en la CCI - Las causas del período de prosperidad consecutivo a la Segunda Guerra mundial" (II).
[12]) Fritz Sternberg, El imperialismo, Siglo XXI editores, p. 75.
[13]) Revista Internacional no 136.
[14]) F. Sternberg considera este punto de reflexión de R. Luxemburgo como el más fuerte que "todos aquellos que criticaron a Rosa Luxemburgo se han cuidado celosamente de abordar" (El imperialismo, p. 70).
[15]) Revista Internacional no 136.
[16]) Por ejemplo: Nicolás Bujarin, L'impérialisme et l'accumulation du capital, réponse à Rosa Luxemburg, capítulo III.
[17]) Estos dos elementos estaban producidos en el sector II, o sea se encuentran en forma de medios de consumo.
[18]) Estos tres elementos se encuentran en forma de medios de producción, y tienen que estar comprados finalmente en una u otra forma por los capitalistas del sector II ("cambiado" por c2 + a2c).
[19]) Pensamos que ahí está la razón económica del sufrimiento de los trabajadores explotados bajo el estalinismo (maoísmo incluido): este capitalismo de Estado muy rígido forzó al máximo la industrialización con la preferencia del sector I, lo que dejó al sector de la producción de los medios de consumo a un nivel reducido al mínimo.
[20]) Una esfera no es necesariamente un mercado: Lavar y planchar ropa en casa son actividades en una esfera extracapitalista. Esta esfera puede ser conquistada por el capitalismo si el salario es suficientemente alto para permitir al obrero de llevar la ropa sucia a la lavandería. Pero no hay ningún mercado extracapitalista en este ejemplo.
[21]) "Origen, dinámica y límites del capitalismo de Estado keynesiano-fordista [395]", notas 16, 22, 39, 41.
Aniversario del hundimiento del estalinismo
Hace veinte años ocurrió uno de los acontecimientos más importantes de la segunda parte del siglo xx: el hundimiento del bloque imperialista del Este y de los regímenes estalinistas de Europa y entre ellos el principal, la URSS.
Esos hechos fueron utilizados por la clase dominante para desencadenar una de las campañas ideológicas más masivas y viciosas que se hayan dirigido contra la clase obrera. Identificando fraudulentamente y una vez más, el estalinismo que se desmoronaba con el comunismo, haciendo de la quiebra económica y de la barbarie de los regímenes estalinistas la consecuencia inevitable de la revolución proletaria, la burguesía quería desviar a los proletarios de toda perspectiva revolucionaria y asestar un golpe definitivo a los combates de la clase obrera.
Y, además, la burguesía se aprovechó del acontecimiento para hacer tragar otra patraña del mismo calibre: con la desaparición del estalinismo, el capitalismo entraba en una era de paz y prosperidad e iba por fin a desarrollarse de verdad. Y nos prometía un porvenir radiante.
El 6 de marzo de 1991, George Bush padre, presidente de los Estados Unidos de América, valiéndose de su reciente victoria sobre los ejércitos iraquíes de Sadam Husein, anunciaba el advenimiento de "un nuevo orden mundial" y el de un "mundo en el que las Naciones Unidas, liberadas del atolladero de la guerra fría, tendrán la capacidad para realizar la visión histórica de sus fundadores. Un mundo en el que la libertad y los derechos humanos serán respetados por todas las naciones".
Veinte años después, leer eso provocaría carcajadas, si no fuera porque el desorden mundial y la proliferación de conflictos por todos los rincones del mundo que han caracterizado el mundo desde ese célebre discurso, no hubieran sembrado tanta muerte y tanta miseria. En esto, el balance de cada año es peor que el del anterior.
En cuanto a la prosperidad, no está precisamente el horno para bollos. En efecto, desde el verano 2007 y sobre todo 2008, ese beato optimismo se derritió como nieve al sol. Desde ahora, en el centro de los discursos burgueses, las palabras "prosperidad", "crecimiento", "triunfo del liberalismo" han desaparecido discretamente. A la mesa del gran banquete de la economía capitalista se ha invitado alguien que parecía haber sido expulsado para siempre: la crisis, el espectro de una "nueva gran depresión" parecida a la de los años 30.." ([1]) Ayer se consideraba que el hundimiento del estalinismo era el triunfo del capitalismo liberal. Y hoy le toca a ese mismo liberalismo ser acusado de todos los males por los especialistas y los políticos, incluso entre quienes eran sus más rabiosos defensores como el presidente francés Sarkozy.
Las fechas de aniversario no pueden, por definición, escogerse. Lo menos que puede decirse de este vigésimo aniversario es que cae pero que muy mal para la burguesía. Hoy parece que deliberadamente evita volver a dar la tabarra con lo de "la muerte del comunismo", "el fin de la lucha de clases", aunque ganas no le faltan. Porque resulta que la situación del capitalismo es desastrosa, una situación que desvelaría todavía más la impostura de esos temas ideológicos. Por eso la burguesía nos libra de las grandes celebraciones sobre el desmoronamiento de la "última tiranía mundial", de la gran victoria de la "libertad". En realidad, a parte de alguna que otra obligada evocación histórica, hay poca euforia y exaltación.
Ya la historia ha zanjado sobre esa paz y prosperidad que el capitalismo iba a ofrecernos, pero no por eso la barbarie y la miseria actuales aparecen claramente para los explotados como la consecuencia ineluctable de las contradicciones insuperables del capitalismo. En efecto, la misión de la propaganda de la burguesía, hoy orientada más bien hacia la necesidad de "humanizar" y de "reformar" el capitalismo, es retrasar al máximo la toma de conciencia de la realidad para los explotados. La realidad sólo ha desvelado una parte de la mentira, la otra parte, o sea, la identificación del estalinismo con el comunismo sigue todavía pesando en el cerebro de los vivos, aunque, evidentemente, de manera menos masiva y embrutecedora que durante los años 90. Así pues, es necesario recordar algunos elementos históricos.
"De hecho todos los países de régimen estalinista se encuentran en un atolladero. La crisis mundial del capitalismo se repercute con una brutalidad particular en su economía que es, no solamente atrasada, sino también incapaz de adaptarse en modo alguno a la agudización de la competencia entre capitales. La tentativa de introducir en esa economía normas "clásicas" de gestión capitalista para mejorar su competitividad, no hará más que provocar un desorden todavía mayor, como lo demuestra en la URSS el fracaso completo y rotundo de la "Perestroika". (...) La perspectiva para el conjunto de los regímenes estalinistas no es pues en absoluto la de una "democratización pacífica" ni la de un "enderezamiento" de la economía. Con la agravación de la crisis mundial del capitalismo, esos países han entrado en un período de convulsiones de una amplitud nunca vista en el pasado, pasado que ha conocido ya muchos sobresaltos violentos" ("Convulsiones capitalistas y luchas obreras", 7/09/1989, Revista internacional no 59).
Esa situación catastrófica de los países del Este no impedirá a la burguesía presentarlos como poseedores de unos mercados inmensos por explotar una vez liberados del yugo del "comunismo". Para ello, habría que desarrollar una economía moderna que, además, poseería la virtud de llenar la cartera de pedidos de las empresas occidentales durante décadas. La realidad fue muy distinta: había, sí, muchas cosas por construir, pero nadie para pagarlas.
El boom esperado del Este no iba a llegar, y, al contrario, se echa la culpa sin el menor escrúpulo de las dificultades económicas que aparecen en el Oeste a la asimilación necesaria de los países atrasados del antiguo bloque del Este. Así ocurre con la inflación que se controla con dificultad en Europa. La situación no tarda en desembocar a partir de 1993, en una recesión abierta en el viejo continente ([2]). Así, la nueva configuración del mercado mundial, con la integración completa en su seno de los países del Este, no cambió absolutamente nada en las leyes fundamentales que rigen el capitalismo. Muy especialmente, el endeudamiento ha seguido ocupando un lugar cada día más importante en la financiación de la economía, volviéndola cada día más frágil e inestable. Las ilusiones de la burguesía se disiparían pronto ante la dura realidad económica de su sistema. Así, en diciembre de 1994, México se resquebraja frente al aflujo de especuladores que la Europa en crisis había hecho huir: se hunde el peso mexicano con el riesgo de arrastrar a una buena parte de las economías americanas. La amenaza es real y así lo entiende la burguesía. Una semana después del inicio de la crisis, Estados Unidos moviliza 50 mil millones de dólares para sostener la moneda mexicana. En aquel entonces, esa cantidad pareció astronómica... Ahora, veinte años más tarde, EEUU ha movilizado ¡catorce veces más sólo para su propia economía!
En 1997, más de lo mismo, esta vez en Asia. Son ahora las monedas de los países del Sureste asiático las que se desmoronan brutalmente. Los Tigres y Dragones, países modélicos del desarrollo económico, escaparate del cacareado "nuevo orden mundial" cuya prosperidad es accesible incluso a los países más pequeños, sufren también ellos la dura ley capitalista.
La atracción hacia esas economías había inflado una burbuja especulativa que estallará a principios de 1997. En menos de un año serán afectados todos los países de la región. 24 millones de personas caen en el desempleo en un año. Se multiplican las revueltas y los pillajes causando la muerte de 1200 personas. Se dispara el número de suicidios. Al año siguiente se comprueba que el contagio internacional avanza, apareciendo dificultades graves en Rusia.
Se enterraba así el modelo asiático, famosa "tercera vía", junto a la tumba del modelo "comunista". Había que crear otra cosa para dar la prueba de que el capitalismo será siempre el único creador posible de riqueza en el planeta. Esta nueva cosa fue el milagro económico de Internet. Puesto que todo se desmorona en el mundo real, ¡invirtamos en el virtual! Puesto que prestar a los ricos no es suficiente, ¡prestemos a quienes nos prometen hacerse ricos! El capitalismo no soporta el vacío, sobre todo en la cartera, y cuando la economía mundial parece ser incapaz de ofrecer ganancias cada vez mayores para las necesidades insaciables del capital, cuando ya no queda nada de rentable, se inventa un nuevo mercado de arriba abajo. El sistema funcionará algún tiempo, se multiplican las apuestas sobre unas cotizaciones en bolsa que ya no tienen la menor relación razonable con la realidad. Compañías con pérdidas millonarias valen miles de millones en el mercado. Se forma la burbuja y empieza a inflarse. La locura se apodera de una burguesía que se forja ilusiones sobre la perennidad a largo plazo de la "nueva economía", hasta el punto de acabar impregnando también la "vieja economía". Los sectores tradicionales de la economía se meten en la ronda también, esperando encontrar en esa "nueva economía" la rentabilidad perdida en su actividad histórica. La "nueva economía" invade la antigua ([3]), y acabará arrastrándola en su caída.
Y la caída es dolorosa. El hundimiento de tal dispositivo únicamente basado en la confianza mutua entre los operadores para que no ceda ninguno de ellos, tendría que ser brutal. El estallido de la burbuja provocó pérdidas de 148 000 millones de dólares en las sociedades del sector. Las quiebras se multiplicaron, los supervivientes perdieron millones de millones de dólares. Se suprimieron al menos 500 000 empleos en telecomunicaciones. La "nueva economía" no apareció finalmente más fructífera que la "vieja" y los fondos que evitaron a tiempo el marasmo tuvieron que encontrar otro sector donde invertir.
Y ese sector fue el inmobiliario. Finalmente, después de haber prestado a países que vivían por encima de sus capacidades, tras haber prestado a sociedades construidas en el aire, ¿a quién se puede prestar dinero? La burguesía no tiene límites en su sed de ganancias. Ahora el viejo refrán de que "sólo se presta a los ricos" se ha dejado de lado, pues no hay suficientes ricos. La burguesía va a meterse en un nuevo mercado... el de los pobres. Más allá del cinismo evidente del método, está el desprecio total por la vida de las personas que van a convertirse en presas de esos buitres. Los créditos otorgados están garantizados por el valor de los bienes adquiridos con tales créditos. Pero, además, cuando esos bienes se valoran gracias a la subida del mercado, es una oportunidad de incrementar más todavía las deudas de las familias, poniéndolas en una situación potencialmente catastrófica. Porque cuando se desmorona ese modelo, que es lo que ocurrió en 2008, la burguesía llora por sus propios muertos, bancos de negocios y otras sociedades de refinanciación, olvidándose, claro, de los millones de familias a las que se le ha quitado lo poco que poseían que ya no valía casi nada, tirándolas a la calle o a improvisadas barriadas de chabolas.
Lo ocurrido después es de sobras conocido para que sea necesario volver sobre el tema. Basten unas cuantas palabras para resumirlo a la perfección: una recesión abierta mundial, la más grave desde la Segunda Guerra mundial, que ha tirado a la calle a millones de obreros en todos los países, un incremento considerable de la miseria.
La configuración imperialista quedó muy cambiada evidentemente tras el desmoronamiento del bloque del Este. Antes de ese acontecimiento, el mundo estaba dividido en dos bloques enemigos en torno, cada uno de ellos, a una potencia dirigente. Todo el período tras la Segunda Guerra mundial hasta el desplome el bloque del Este estuvo marcado por tensiones muy fuertes entre los bloques en conflictos calientes con países del Tercer mundo interpuestos. Baste citar algunos: la guerra de Corea a principios de los años cincuenta, la de Vietnam en los años sesenta hasta mediados los setenta, la de Afganistán a partir de 1979, etc. El desplome del edificio estaliniano en 1989 fue en realidad la consecuencia de su inferioridad económica y militar frente al bloque adverso.
Sin embargo, la desaparición del "imperio del mal", el bloque ruso en la propaganda occidental, considerado como único responsable por dicha propaganda de las tensiones bélicas, no significó, ni mucho menos, el fin de las guerras. Así era el análisis que la CCI defendía en enero de 1990: "La desaparición del gendarme imperialista ruso, y lo que de ésa va a resultar para el gendarme norteamericano respecto a sus principales "socios" de ayer, abren de par en par las puertas a rivalidades más localizadas. Esas rivalidades y enfrentamientos no podrán, por ahora, degenerar en conflicto mundial (...). En cambio, con la desaparición de la disciplina impuesta por la presencia de los bloques, esos conflictos podrían ser más violentos y numerosos y, en especial, claro está, en las áreas en las que el proletariado es más débil" ([4]).
El escenario mundial no iba a tardar en confirmar ese análisis, sobre todo con la primera Guerra del Golfo en enero de 1991 y la guerra en la antigua Yugoslavia a partir del otoño de ese mismo año. Desde entonces, los enfrentamientos sangrientos no han cesado. No se puede enumerarlos todos, pero señalemos: la continuación de la guerra en la ex Yugoslavia que conoció una entrada en guerra directa, bajo la égida de la OTAN, de Estados Unidos y de las principales potencias europeas en 1999; las dos guerras de Chechenia; las incesantes guerras que han causado estragos una y otra vez en el continente africano (Ruanda, Somalia, Congo, Sudán, etc.); las operaciones militares de Israel contra el Líbano y, recientemente, contra la franja de Gaza; la guerra en Afganistán de 2001 que todavía sigue; y la guerra en Irak de 2003 cuyas consecuencias siguen pesando de manera dramática en ese país, pero también en el iniciador de esta guerra, la potencia norteamericana.
Todo lo que aquí sigue sobre la denuncia del estalinismo forma parte de un suplemento para nuestra intervención que se difundió masivamente en enero de 1990 y que volvimos a publicar íntegramente en el artículo: "1989-1999: El proletariado mundial ante el hundimiento del bloque del Este y la quiebra del estalinismo" ([5]). Y porque veinte años después, esa denuncia sigue estando tan vigente, la reproducimos sin ninguna modificación.
"Así fue como pudo instalarse este régimen de terror: sobre los escombros de la revolución de Octubre el estalinismo pudo asegurar su dominación. Fue gracias a esta negación del comunismo constituida por la teoría del "socialismo en un solo país" por lo que la URSS se transformó en un Estado capitalista de los pies a la cabeza. Un Estado donde el proletariado será sometido, con el fusil en la espalda, a los intereses del capital nacional, en nombre de la defensa de la "patria socialista"."
"Así, en tanto que el Octubre proletario, gracias al poder de los Consejos obreros, había dado el golpe definitivo a la guerra imperialista, la instauración de la contrarrevolución estalinista, destruyendo toda idea revolucionaria, eliminando toda veleidad de lucha de clases, e instaurando el terror y la militarización en toda la vida social, anunció la participación de la URSS en la segunda carnicería mundial.
"Toda la evolución del estalinismo en la escena internacional de los años 30 estuvo marcada, de hecho, por sus cambalaches imperialistas con las principales potencias capitalistas que, de nuevo, se preparaban para poner a Europa bajo los designios del fuego y la sangre. Tras haberse apoyado en una alianza militar con el imperialismo alemán para contrarrestar toda tentativa de expansión de Alemania hacia el Este, Stalin cambiará de chaqueta a mitad de los años 30 para aliarse con el bloque "democrático" (adhesión de la URSS a esa "alianza de bandidos" que fue la Sociedad de naciones, pacto Laval-Stalin en 1935, participación de los PC en los "frentes populares" y en la guerra de España, durante la cual los estalinistas no dudaron en utilizar métodos sanguinarios masacrando a los obreros y revolucionarios que contestaban su política). En vísperas de la guerra, Stalin volverá a cambiar de atuendo y venderá la neutralidad de la URSS a Hitler a cambio de un cierto número de territorios, antes de integrarse definitivamente en el campo de los "Aliados" e implicarse a fondo en la carnicería imperialista en la que el Estado estalinista sacrificará, él sólo, 20 millones de vidas humanas.
"Tal fue el resultado de los turbios tratos del estalinismo con los diferentes bandidos imperialistas de Europa occidental. Sobre estas montañas de cadáveres pudo constituir la URSS estalinista su imperio, imponer el terror en todos los países que cayeron, con el tratado de Yalta, bajo su dominación exclusiva. Fue gracias a su participación en el holocausto imperialista al lado de las potencias imperialistas victoriosas por lo que, al precio de la sangre de sus 20 millones de víctimas, pudo acceder al rango de superpotencia mundial.
"Pero, si Stalin fue "el hombre providencial" gracias al que el capitalismo mundial pudo deshacerse del bolchevismo, no fue la tiranía de un único individuo, por muy paranoico que fuera, la que impuso esta bárbara contrarrevolución. El Estado estalinista, como todo Estado capitalista, está dirigido por la misma clase dominante que en todas partes, la burguesía nacional. Una burguesía que se reconstituyó, con la degeneración interna de la revolución, no a partir de la antigua burguesía zarista eliminada por el proletariado en 1917, sino a partir de la burocracia parasitaria del aparato del Estado con la que se fusionó más y más, bajo la dirección de Stalin, el Partido bolchevique. Fue esta burocracia del Partido-Estado la que, eliminando a finales de los años 20 a todos los sectores susceptibles de reconstituirse en burguesía privada, sectores a los que se alió para asegurar la gestión de la economía nacional (propietarios terratenientes y especuladores de la Nueva política económica, NEP), tomó el control de la economía. Tales son las razones históricas que explican que, contrariamente a otros países, el capitalismo de Estado en la URSS haya tomado esta forma totalitaria extrema. El capitalismo de Estado es el modo de dominación universal del capitalismo en el período de decadencia, en el cual el Estado asegura su confiscación de toda la vida social, y engendra por todas partes capas parasitarias. Pero en los otros países del mundo capitalista, este control estatal sobre el conjunto de la sociedad no es antagónico con la existencia de sectores privados y concurrentes que impidan la hegemonía total de estos sectores parasitarios.
"Al contrario, en la URSS, la forma particular que toma el capitalismo de Estado se caracteriza por el desarrollo extremo de estas capas parasitarias salidas de la burocracia estatal cuyo objetivo y única preocupación no es hacer fructificar al capital según las leyes del mercado, sino muy al contrario llenarse los bolsillos individualmente en detrimento de la economía nacional. Desde el punto de vista del funcionamiento del capitalismo esta forma de capitalismo de Estado es por tanto una aberración que debía hundirse necesariamente con la aceleración de la crisis económica mundial. Y es este hundimiento del capitalismo de Estado ruso surgido de la contrarrevolución el que ha firmado la quiebra irremediable de toda la ideología bestial, que durante casi medio siglo, había cimentado el régimen estalinista haciendo pesar su placa de plomo sobre millones de seres humanos.
"El estalinismo nació en el fango y la sangre de la contrarrevolución. Hoy, muere en el fango y en la sangre, como lo atestiguan los sucesos de Rumania y aún más claramente los que sacuden el corazón mismo del estalinismo, la URSS.
"En modo alguno, a pesar de lo que digan y dirán la burguesía y todos los medias a sus órdenes, esta hidra monstruosa no pertenece ni por su contenido ni por su forma a la revolución de Octubre de 1917. Hace falta que ésta se hunda para que aquella se pueda imponer. Esta ruptura radical, esta antinomia entre Octubre y estalinismo, ha de ser tomada en plena conciencia por el proletariado si no quiere ser víctima de otra forma de dictadura burguesa, la del Estado "democrático"."
El mundo se parece cada día más a un desierto lleno de cadáveres y donde millones de seres humanos están en el límite de la supervivencia. Cada día unos 20 000 niños se mueren de hambre en el mundo, se suprimen miles de empleos, dejando a las familias en el mayor desamparo; y se multiplican las bajas de salario para quienes tienen todavía trabajo.
Ese es el "nuevo orden mundial" prometido hace casi veinte años por George Bush senior. ¡Más parece un desorden mundial absoluto! El terrorífico espectáculo al que asistimos invalida totalmente la idea de que el desmoronamiento del bloque del Este significara "el fin de la historia" (léase: el principio de la historia eterna del capitalismo) como el "filósofo" Francis Fukuyama proclamaba entonces. Lo que sí significó más bien fue una etapa importante en la decadencia del capitalismo: enfrentado ésta cada día más a sus límites históricos, el sistema veía cómo sus partes más frágiles se desplomaban definitivamente. Por otra parte, la desaparición del bloque del Este para nada saneó ni mucho menos el sistema. Sus límites siguen ahí y siguen amenazando siempre más al corazón mismo del sistema. Cada nueva crisis es peor que la precedente.
Por todo eso, la única lección que pueda sacarse de estos veinte últimos años es, sin la menor duda, que no puede albergarse la menor esperanza de paz y de prosperidad bajo el capitalismo. Lo que está en juego es y será la destrucción de ese sistema o, si no, será la destrucción de la humanidad.
Las campañas sobre "la muerte del comunismo" asestaron efectivamente un rudo golpe a la clase obrera en su conciencia. Pero eso no significa, ni mucho menos, que la clase obrera esté derrotada y por eso sigue estando ahí la posibilidad de recuperar el terreno perdido y entrar de nuevo en un proceso de desarrollo de la lucha de clases a escala internacional. En efecto, desde principios de los años 2000, frente al desgaste de las campañas sobre la muerte del comunismo y de la lucha de clases, enfrentada a unos ataques masivos contra sus condiciones de vida, la clase obrera ha vuelto a reemprender el camino de la lucha. Esta reanudación que expresa ya hoy un esfuerzo minoritario de politización a escala internacional, significa que se están preparando las luchas masivas que, en el futuro, despejarán otra vez la única perspectiva para el proletariado y la humanidad entera, el derrocamiento del capitalismo y la instauración del comunismo.
GDS
[1]) "XVIIIo Congreso de la CCI - Resolución sobre la situación internacional", publicado en la Revista internacional no 138.
[2]) Ver entre otros textos, "La recesión de 1993 reexaminada" (en francés), Persée, revista de la OCDE, 1994, volumen 49, no 1.
[3]) Incluso la compra: la adquisición de la sociedad Time Warner por AOL, proveedor de Internet, es un símbolo de la irracionalidad que se ha apoderado de la burguesía.
[4]) Revista internacional no 61, "Tras el hundimiento del bloque del Este, inestabilidad y caos", 1990, https://es.internationalism.org/node/2114 [398])
[5]) Véase Revista internacional nº 99, "1989-1999 - El proletariado mundial ante el hundimiento del bloque del Este y la quiebra del estalinismo [399]".
En el primer artículo de esta serie sobre la cuestión del medio ambiente, publicado en la Revista internacional no 135, hacíamos un panorama, mostrando el tipo de riesgo al que está enfrentada la humanidad entera, poniendo en evidencia los fenómenos más amenazantes a nivel planetario:
En este segundo artículo intentaremos demostrar cómo los problemas medioambientales no son cosa de unos cuantos individuos o empresas en particular que no respetarían las leyes, por mucho que haya responsabilidades individuales o de algunas empresas. El verdadero responsable es el capitalismo con su lógica de máxima ganancia.
Procuraremos pues ilustrar, con una serie de ejemplos, por qué son los mecanismos específicos del capitalismo los que generan los problemas ecológicos determinantes, independientemente de la propia voluntad de este o aquel capitalista. Combatiremos con firmeza, además, la idea muy extendida de que el desarrollo científico alcanzado hoy, que nos pondría más a resguardo de las catástrofes naturales, sería decisivo para evitar problemas medioambientales. En este artículo mostraremos, citando a Bordiga, cómo la tecnología capitalista moderna no es ni mucho menos, sinónimo de seguridad y cómo el desarrollo de las ciencias y de la investigación, al no estar vinculadas a la satisfacción de las necesidades humanas, sino subordinadas a los imperativos capitalistas de obtener el máximo de ganancia, está de hecho sometido a las exigencias del capitalismo y de la competencia en los mercados y, cuando es necesario, de la guerra. Le incumbirá al tercer y último artículo analizar las respuestas dadas por los diferentes movimientos de los Verdes, los ecologistas, etc., para mostrar su ineficacia total, a pesar de la mejor voluntad de quienes se reivindican de ellos y militan en su seno. La única solución posible es, a nuestro entender, la revolución comunista mundial.
¿Quién es responsable de los diferentes desastres medioambientales? La respuesta a esa pregunta es muy importante no sólo desde un punto de vista ético y moral, sino también y sobre todo porque una identificación correcta o errónea del origen del problema puede llevar a una resolución correcta o, al contrario, al atolladero. Vamos primero a comentar una serie de tópicos, de respuestas falsas o medio verdades de las que ninguna logra explicar de verdad el origen y el responsable de la degradación creciente del entorno a la que asistimos día tras día, para demostrar, al contrario, cómo esa dinámica es también la consecuencia, ni voluntaria ni consciente, pero sí objetiva, del sistema capitalista.
El problema no sería tan grave como quieren hacérnoslo creer...
Ahora que todos los gobiernos se pretenden más "verdes" los unos que los otros, ese discurso - dominante durante décadas - ya no es, en general, el que se oye en boca de los políticos. Sigue siendo, sin embargo, una postura clásica en el mundo empresarial, el cual, ante el peligro que amenaza a los trabajadores, a la población o al medio ambiente, debido a una determinada actividad, tiende a minimizar la gravedad del problema sencillamente porque mantener la seguridad en el trabajo significa gastar más y sacar menos ganancias del obrero. Eso es lo que se vive cotidianamente con la cantidad de muertos en el trabajo por día en el mundo, simple golpe de la fatalidad según los empleadores, cuando en realidad se trata de una de las consecuencias de la explotación capitalista de la fuerza de trabajo.
"El problema existe, pero su origen es discutible"
La gran cantidad de residuos producidos por la sociedad actual se debería, según algunos, a "nuestro" frenesí consumista. Lo que en realidad está en entredicho es una política económica que para favorecer una comercialización más competitiva de las mercancías, tiende, desde hace décadas, a reducir costes con el uso masivo de embalajes no degradables ([1]).
Para algunos, la polución del planeta se debería a la falta de espíritu cívico frente a la cual habría que organizar campañas de limpieza de playas, de parques y demás, educando a la población. En el mismo sentido, se increpa a algún que otro gobierno por ser incapaz de hacer respetar las leyes sobre el transporte marítimo y demás. O, también, se culpa a la mafia y a sus tráficos de residuos peligrosos como si fuera la mafia la que los produce y no la industria que, para reducir costes, recurre a la mafia para que ejecute la parte sucia de sus negocios.
La responsabilidad sería, sí, de los industriales pero sólo de los malos, los avariciosos...
Cuando acaba ocurriendo algo como el incendio en la Thyssen Krupp de Turín en diciembre 2007, que costó la vida a 7 obreros a causa de la inobservancia completa de las normas de seguridad o de prevención de incendios, surge entonces una corriente solidaria, incluido el mundo de la industria, pero sólo para plantear la patraña de que si ocurren catástrofes es únicamente a causa de unos sectores económicos sin escrúpulos que se enriquecen a costa de otros.
¿Es ésa la realidad?, ¿habría de un lado unos capitalistas codiciosos y, del otro, los responsables y buenos gestores de sus empresas?
Todas las sociedades de explotación que precedieron al capitalismo aportaron su parte en la contaminación del planeta engendrada en particular por los procesos productivos. De igual modo, ciertas sociedades que se dedicaron a la explotación excesiva de los recursos a su alcance, como así ocurrió probablemente en la isla de Pascua ([2]), desaparecieron por el agotamiento de esos recursos. Sin embargo, los daños causados, en esas sociedades no representaban un peligro significativo, capaz de poner en peligro la supervivencia del planeta como así está ocurriendo con el capitalismo. Una razón evidente es que al haber hecho dar a las fuerzas productivas un salto prodigioso, el capitalismo también ha provocado un salto correspondiente a los daños resultantes que hoy afectan a todo el globo terráqueo, pues el capital lo ha conquistado en su totalidad. Pero no es ésa la explicación fundamental: el desarrollo de las fuerzas productivas no es en sí necesariamente significativo para explicar que se pierda su control. Lo que es, en efecto, esencialmente significativo es la manera como son utilizadas y gestionadas esas fuerzas productivas por la sociedad. Ahora bien, el capitalismo, precisamente, aparece como el resultado final de un proceso histórico que consagra el reino de la mercancía, un sistema universal de mercancías donde todo está en venta. Si la sociedad está sumida en el caos a causa del imperio de las relaciones mercantiles (lo cual no sólo acarrea el fenómeno de la contaminación, sino también el empobrecimiento acelerado de los recursos planetarios, la creciente vulnerabilidad a las calamidades llamadas "naturales", etc.), es por una serie de razones que pueden resumirse así:
Es esa necesidad la que, más allá de la mayor honradez de tal o cual capitalista, le obliga a adaptar su empresa a la lógica de la máxima explotación de la clase obrera.
Eso conduce a un despilfarro y a una expoliación enormes de la fuerza de trabajo humana y de los recursos del planeta como ya lo había puesto de relieve Marx en El Capital:
"Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento en las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad; (...). La producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre." ([3])
Colmo de lo irracional y lo absurdo de la producción bajo el capitalismo, no es raro encontrar empresas que fabrican productos químicos altamente contaminantes y, al mismo tiempo, sistemas de purificación del terreno y del agua contra dichos contaminantes; otros fabrican cigarrillos y productos para dejar el tabaco y, en fin, hay empresas que controlan sectores de producción de armas, pero que también se ocupan de productos farmacéuticos y material médico.
Se llega aquí a unos niveles inalcanzables en sociedades anteriores en las que los bienes se producían por su valor de uso (o eran útiles para sus productores, los explotados, o servían para el lujo y el boato de la clase dominante).
La naturaleza real de la producción de mercancías prohíbe al capitalismo interesarse por la utilidad, el tipo o la composición de las mercancías producidas. Lo único que debe interesar es saber cómo ganar dinero. Eso es lo que explica por qué hay cantidad de mercancías que tienen un uso limitado y eso cuando no son claramente inútiles.
La sociedad capitalista está esencialmente basada en la competencia, de modo que incluso cuando los capitalistas establecen acuerdos de circunstancia, siguen siendo básicamente competidores feroces: la lógica del mercado hace que, de hecho, la fortuna de uno corresponda al infortunio de otros. Eso significa que cada capitalista produce para sí, siendo cada uno de ellos rival de todos los demás, de suerte que no puede haber planificación real decidida por todos los capitalistas, ni local ni internacionalmente, sino únicamente una competencia permanente con ganadores y perdedores. Y en esta guerra, uno de los perdedores es precisamente la naturaleza.
De hecho, a la hora de escoger un lugar para implantar una nueva planta industrial o un terreno y unas modalidades de cultivo agrícola, el empresario sólo tiene en cuenta sus intereses inmediatos, sin que quede espacio para las consideraciones de tipo ecológico. No existe ningún órgano centralizado internacionalmente que tenga autoridad para orientar o imponer unos límites o criterios que respetar. En el capitalismo, las decisiones se toman únicamente en función de la obtención de la ganancia máxima, de modo que un capitalista particular pueda producir y vender de la manera más provechosa o en mayor cantidad, o que el Estado pueda imponer la mejor solución que vaya en el sentido de los intereses del capital nacional y, por lo tanto, globalmente, de los capitalistas nacionales.
Existen, sin embargo, leyes en cada país que son más o menos coercitivas. Cuando lo son demasiado no es raro que tal o cual empresa, para incrementar su rentabilidad, traslade una parte de su producción allá donde las normas son menos severas. La Union Carbide, por ejemplo, multinacional química estadounidense implantó una de sus factorías en Bhopal, India, sin instalar en ellas un sistema de refrigeración. En 1984, esa fábrica soltó una nube química tóxica de 40 toneladas de pesticidas que mató justo después y en los años siguientes a 16 000 personas como mínimo, causando además daños corporales irreversibles a un millón más ([4]).
En cuanto a las regiones y los mares del Tercer mundo, son a menudo un vertedero barato adonde, legalmente o no, las compañías establecidas en los países desarrollados envían sus desechos peligrosos o tóxicos, pues les saldría mucho más caro deshacerse de ellos en sus países de origen.
Mientras no haya una planificación agrícola e industrial coordinada y centralizada a nivel internacional, que tenga en cuenta la armonización necesaria de las exigencias de hoy y la protección del medio ambiente de mañana, los mecanismos del capitalismo seguirán destruyendo la naturaleza con todas las consecuencias dramáticas que hemos visto.
Suele echarse la culpa de esa situación a las multinacionales o a un sector particular de la industria, porque los orígenes del problema serían los mecanismos "anónimos" del mercado.
¿Podrían entonces los Estados poner fin a esos estragos demenciales mediante un mayor intervencionismo? No, en realidad, lo único que puede hacer el Estado es "reglamentar" esa anarquía: los Estados defienden los intereses nacionales, lo cual no hace sino reforzar la competencia. Las ONG (Organizaciones no gubernamentales) y los movimientos altermundialistas podrán reivindicar que el Estado intervenga cada día más: los Estados no pueden resolver los problemas de la anarquía capitalista por la sencilla razón que su intervención ya es permanente, por muchas apariencias de "liberalismo" en el pasado y que hoy aparece evidente frente a la aceleración de la crisis.
Cantidad contra calidad
La única preocupación de los capitalistas es, como ya hemos dicho, vender con el máximo de ganancia. No se trata de "egoísmo" de unos u otros, sino de la ley del sistema a la que ninguna empresa, grande o pequeña, puede sustraerse. El peso creciente de los costes de equipamiento en la producción industrial exige que las enormes inversiones solo puedan ser amortizadas gracias a ventas muy importantes.
La compañía Airbus, por ejemplo, que fabrica aviones debe vender al menos 600 de sus gigantescos A-380 antes de obtener ganancias. Y las empresas automovilísticas deben vender cientos de miles de coches antes de compensar lo invertido en los bienes de equipo para su construcción. O sea que cada capitalista debe vender lo máximo y estar constantemente en busca de nuevos mercados. Y para ello debe poder oponerse a sus competidores en un mercado supersaturado, mediante un derroche en medios publicitarios, origen de un despilfarro enorme de trabajo humano y de recursos naturales como, por ejemplo, la cantidad de pasta de papel usada en producir miles de toneladas de folletos.
Las leyes de la economía, que obligan a reducir costes, lo cual significa disminución de la calidad de la producción y de la fabricación en serie, obligan al capitalista a preocuparse muy poco de la composición de sus productos y a preguntarse si ésa puede ser peligrosa. Los riesgos para la salud (cáncer) de los carburantes fósiles podrán ser de sobras conocidos desde hace mucho, pero la industria no toma la menor medida para poner remedio. Los riesgos sanitarios debidos al amianto eran más que conocidos desde hace años, pero sólo la agonía y la muerte de miles de obreros han obligado a la industria a reaccionar largo tiempo después. Muchos alimentos se enriquecen con azúcar y sal, en glutamato monosódico, para aumentar sus ventas a expensas de la salud. Una cantidad increíble de aditivos alimenticios se introducen en los alimentos sin saber a ciencia cierta cuáles son los riesgos resultantes para los consumidores, cuando es algo notorio que muchos cánceres se deben a la nutrición.
Irracionalidades notorias de la producción y de la comercialización
Uno de los aspectos más disparatados del sistema actual de producción es que las mercancías viajan alrededor de todo el planeta antes de llegar al mercado como producto terminado. Esto no se debe ni mucho menos a la naturaleza de las mercancías o a una exigencia de la producción, sino, exclusivamente, a que la subcontrata es más ventajosa en tal o cual país. Un ejemplo bien conocido es el de la fabricación de yogures: la leche es transportada a través de los Alpes de Alemania a Italia, donde es trasformada en yogur para luego ser devuelta en esa forma a Alemania. Otro ejemplo es el de los automóviles cuyos componentes proceden cada uno de un país del mundo antes de ser ensamblados en la cadena de montaje. En general, antes de que estén disponibles en el mercado, sus componentes ya han recorrido miles de kilómetros por los medios más diversos. Otro ejemplo, los aparatos electrónicos o los de uso doméstico se producen en China a causa de los ínfimos salarios que allí se pagan y la ausencia casi total de medidas de protección del medio ambiente, aunque, tecnológicamente hablando, habría sido fácil producir los aparatos en los países en los que se comercializan. Ocurre a menudo que el lanzamiento de un producto se hace, al principio, en el país consumidor para después ser deslocalizado a otro país donde los costes de producción, y sobre todo los salarios, son más bajos.
Otro ejemplo es el del vino, producido en Chile, en Australia o California y que se vende en los mercados europeos mientras que las uvas producidas en Europa se pudren a causa de la sobreproducción, o el de las manzanas importadas de África mientras los cultivadores europeos no saben qué hacer con sus excedentes.
Así, a causa de la lógica de la ganancia máxima en detrimento de la racionalidad y del recurso mínimo a los gastos humanos, energéticos y naturales, las mercancías se producen en un lugar del planeta para luego ser transportadas a otro lugar para ser vendidas allí. Y así ya no se extraña uno de que haya mercancías del mismo valor tecnológico, como los automóviles, producidos por diferentes fabricantes en el mundo, se hagan en Europa para luego ser exportados a Japón o a Estados Unidos y, a la vez, otros coches fabricados en Japón o Corea, se vendan en el mercado europeo. Esa red de transportes de mercancías - muchas veces casi idénticas - que cambian de país obedece a la lógica de la ganancia, de la competencia y del juego del mercado, es aberrante y origina consecuencias desastrosas en el medio ambiente.
Una planificación racional de la producción y de la distribución podrían hacer disponibles esos bienes sin que tuvieran que soportar esos transportes totalmente irracionales, expresión de la locura del sistema de producción capitalista.
El antagonismo de fondo entre campo y ciudad
La destrucción del medio ambiente resultante de la contaminación causada por la hipertrofia de los transportes no es un simple fenómeno contingente, pues hunde sus raíces más profundas en el antagonismo entre campo y ciudad. En su origen, la división del trabajo dentro de las naciones separó la industria y el comercio del trabajo agrícola. De ahí nació la oposición entre campo y ciudad con los antagonismos de intereses resultantes. Ha sido bajo el capitalismo cuando esa oposición ha alcanzado el paroxismo de sus aberraciones ([5]).
En la agricultura medieval, en tierras cuya producción solo servía para la subsistencia, no había necesidad de transportar mercancías. A principios del siglo xix, cuando los obreros solían vivir en las inmediaciones de la fábrica o la mina, era posible ir al trabajo a pie. Desde entonces, las distancias entre los lugares de trabajo y la vivienda no han hecho sino aumentar. Además, la concentración de capital en algunos lugares (como en el caso de empresas implantadas en ciertas zonas industriales u otras zonas deshabitadas para aprovecharse de desgravaciones fiscales o de precios del suelo muy bajos), la desindustrialización y la explosión del desempleo a causa de la desaparición de montones de puestos de trabajo, han modificado profundamente la fisonomía de los transportes.
Cada día, cientos de miles de obreros deben desplazarse en largas distancias para acudir al trabajo. Y muchos están obligados a usar el automóvil porque, muy a menudo, no hay transporte público que les permita ir hasta el lugar de trabajo.
Peor todavía: la concentración de enormes masas de individuos en el mismo sitio acarrea una serie de problemas que repercute también en el estado sanitario del entorno de ciertas zonas. El funcionamiento de una concentración de personas que puede alcanzar hasta 10 o 20 millones de individuos acarrea una acumulación de desperdicios (heces, basuras domésticas, gases de combustión de vehículos, industrias, calefacción...) en un espacio que por muy vasto que sea será siempre demasiado estrecho para destruirlos y digerirlos.
La pesadilla de la penuria alimenticia y del agua
Con el desarrollo del capitalismo, la agricultura ha sufrido los cambios más profundos de su vieja historia de 10 000 años. Esto ha ocurrido porque el capitalismo, contrariamente a los modos anteriores de producción, en los que la agricultura respondía directamente a necesidades directas, los agricultores deben someterse a las leyes del mercado mundial, o sea producir a menor coste. La necesidad de aumentar la rentabilidad ha tenido consecuencias catastróficas para la calidad de los suelos.
Esas consecuencias, relacionadas estrechamente con la aparición de un fuerte antagonismo entre campo y ciudad, ya fueron denunciadas por el movimiento obrero del siglo xix. Puede verse en las citas siguientes cómo señaló Marx el vínculo inseparable entre la explotación de la clase obrera y el saqueo del suelo: "... la gran propiedad de la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en descenso constante y le opone una población industrial en constante aumento y hacinada en las grandes ciudades: y de ese modo engendra condiciones que abren un abismo irremediable en la trabazón del metabolismo social impuesto por las leyes naturales de la vida, a consecuencia del cual se dilapida la fuerza de la tierra, y esta dilapidación es transportada por el comercio mucho más allá de las fronteras del propio país" ([6]).
La agricultura ha tenido que incrementar el uso de los productos químicos para intensificar la explotación del suelo y ampliar las áreas de cultivo. En la mayor parte del planeta, los campesinos practican cultivos que hoy serían imposibles sin el aporte de grandes cantidades de pesticidas y abonos, ni sin irrigación, cuando, en realidad, plantando en otros lugares podrían ahorrarse esos medios o, al menos, reducir su uso. Plantar hierbas medicinales en California, agrios en Israel, algodón a orillas del mar de Aral en lo que fue la Unión Soviética, trigo en Arabia Saudí o en Yemen, o sea cultivos en zonas que no poseen las condiciones naturales para su crecimiento, tiene como consecuencia un enorme despilfarro de agua. La lista de ejemplos es interminable, pues, hoy, en torno al 40 % de los productos agrícolas depende de la irrigación, con la consecuencia de que el 75 % del agua potable disponible en la Tierra se usa para la agricultura.
Por ejemplo, Arabia Saudí ha dilapidado una fortuna para bombear las aguas de una capa freática y hacer viables un millón de hectáreas de tierra para cultivar trigo candeal. Por cada tonelada de trigo cultivado, el gobierno abastece 3000 m3 de agua, o sea, más de tres veces que lo que necesita el cultivo de ese cereal. Y esa agua procede de pozos que no están alimentados con agua de lluvia. Una tercera parte de las empresas de irrigación del mundo usa agua de capas subterráneas. Y aunque esos recursos no renovables estén secándose, los cultivadores de la región india de Gujarat, sedienta de lluvia, siguen criando vacas lecheras: una cría que exige ¡2000 litros de agua para producir un solo litro de leche! En algunas regiones de la Tierra, la producción de un kilo de arroz requiere hasta 3000 litros de agua. Las consecuencias de la irrigación a ultranza y del uso generalizado de productos químicos son desastrosas: salinización, sobredosis de abonos, desertificación, erosión del suelo, fuerte descenso del nivel del agua en las capas y, por consiguiente, agotamiento de las reservas de agua potable.
El despilfarro, la urbanización, la sequía y la contaminación intensifican la crisis mundial del agua. Hay millones y millones de litros de agua que se evaporan en su paso por acequias abiertas. Las áreas que circundan las megalópolis sobre todo, pero también otras extensiones de territorios ven cómo disminuyen sus reservas de agua rápida e irreversiblemente.
Antaño, China era el país de la hidrología. Su economía y su civilización se desarrollaron gracias a su capacidad para regar tierras áridas y construir embalses para proteger el país de las inundaciones. En la China de hoy, en cambio, las aguas del caudaloso río Amarillo (Huang Ho), la gran arteria del Norte, no llegan al mar durante varios meses del año. A 400 de las 660 ciudades de China les falta agua. La tercera parte de los pozos de China están secos. En India, el 30% de las tierras cultivadas está amenazado por la salinización. En el mundo entero, en torno al 25 % de tierras de cultivo están amenazadas por esa plaga.
Pero el cultivo de productos agrícolas en regiones donde a causa del clima o la naturaleza del suelo, no se adaptan no es el único absurdo de la agricultura actual. Concretamente, a causa de la penuria de agua, el control de ríos y diques es un problema estratégico fundamental con intervenciones estatales inconsideradas a expensas de la naturaleza.
Más de 80 países han señalado su escasez de agua. Según una previsión de la ONU, la cantidad de personas que vivirán en condiciones de escasez de agua alcanzará 5400 millones en los 25 años venideros. Al no disponer de bastantes tierras de cultivo, las realmente cultivables disminuyen constantemente a causa de la salinización y otros factores. En las sociedades antiguas, las tribus nómadas tenían que desplazarse cuando el agua escaseaba. En el capitalismo, lo que falta son los alimentos de primera necesidad y eso en un sistema que está sometido a la sobreproducción. Por eso, a causa de los múltiples estragos causados a la agricultura, la penuria alimenticia es inevitable. A partir de 1984 por ejemplo, la producción mundial de cereales no ha seguido el crecimiento de la población mundial. En 20 años la producción se hundió, pasando de 343 kilos por año y persona a 303.
Y es así como el espectro que ha acompañado siempre a la humanidad desde sus orígenes, la pesadilla de la penuria alimentaria parece estar de vuelta, pero no por falta de tierras de cultivo, no por falta de herramientas para agricultura, sino a causa de la irracionalidad total en el uso de los recursos terrestres.
El desarrollo de las ciencias y de la tecnología ha puesto a disposición de la humanidad unos instrumentos cuya existencia no podía ni imaginarse en tiempos pasados, que permiten prevenir accidentes y catástrofes naturales. Pero esas tecnologías resultan costosas y sólo se implantan si hay beneficios económicos. Queremos insistir una vez más que no se trata aquí de la actitud egoísta o codiciosa de tal o cual empresa, sino de la necesidad que se impone a cualquier empresa o país de reducir al mínimo los costes de producción de mercancías o de los servicios para poder competir a nivel mundial.
En nuestra prensa hemos abordado a menudo este problema, mostrando cómo las pretendidas catástrofes naturales no se deben a la casualidad o la fatalidad, sino que son el resultado lógico de la reducción de medidas preventivas y de seguridad para ahorrar gastos. Esto es lo que escribíamos sobre las catástrofes provocadas por el huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005:
"El argumento de que este desastre no podía preverse es igualmente absurdo. Durante casi 100 años, los científicos, los ingenieros y los políticos, han discutido cómo abordar la vulnerabilidad de Nueva Orleáns ante los huracanes y las inundaciones. A mediados de la década de 1980, diferentes grupos de científicos e ingenieros presentaron distintos proyectos, lo que finalmente llevó en 1998 (durante la administración Clinton) a una propuesta llamada Coast 2050. Este plan proponía reforzar y rediseñar los diques construyendo un sistema de compuertas, y excavar nuevos canales que aportaran agua con sedimentos fluviales para restaurar el tampón que suponen las zonas pantanosas del delta. El coste de este proyecto era de 14 mil millones de dólares que tendrían que invertirse en un periodo de 10 años. Washington, sin embargo, no lo aprobó (bajo el mandato de Clinton, no de Bush).
"El año pasado, el ejército pidió 105 millones de dólares para programas contra huracanes e inundaciones en Nueva Orleáns, pero el gobierno sólo aprobó 42 millones. Al mismo tiempo, el Congreso aprobaba 231 millones de dólares para la construcción de un puente en una pequeña isla deshabitada de Alaska" ([7]).
También denunciamos el cinismo y la responsabilidad de la burguesía en la muerte de 160 000 personas cuando el maremoto ocurrido el 26 de diciembre de 2004.
Hoy se reconoce clara y oficialmente que no se dio la alerta por miedo a... ¡dañar el sector turístico!, o sea para defender unos viles intereses económicos y financieros se sacrificó a miles de seres humanos.
Esa irresponsabilidad de los gobiernos es una nueva ilustración del modo de vida de esa clase de buitres que gestiona la vida y la actividad productiva de la sociedad. Los Estados burgueses están dispuestos a sacrificar tantas vidas humanas como sea necesario con tal de preservar la explotación y las ganancias capitalistas.
Son siempre los intereses capitalistas los que dictan la política de la clase dominante, y en el capitalismo la prevención no es una actividad rentable como hoy lo reconocen incluso los medios de comunicación: "....Los países de la región han hecho hasta ahora oídos sordos sobre la necesidad de poner en pie un sistema de alerta por los altos costes financieros que ello supondría. Según los expertos, un dispositivo de alerta costaría decenas de millones de dólares, pero permitiría salvar decenas de miles de vidas humanas..." (Les Echos, diario económico francés, 30/12/2004) ([8]).
Puede también ponerse el ejemplo del petróleo que se vierte cada año en los mares (vertidos intencionados y accidentales, fuentes endógenas, aportes de los ríos, etc.): se calcula que se vierten entre 3 y 4 millones de toneladas de petróleo por año. Según un informe de "Legambiente": "Analizando las causas de esos incidentes, se puede estimar en 64 % de los casos los atribuibles al error humano, 16 % a averías mecánicas y 10 % a problemas derivados de la estructura de los barcos, mientras que el 10 % restante no pueden asignarse a causas bien determinadas" ([9]).
Cuando se habla de "error humano" - como en el caso de los accidentes de ferrocarril que se atribuyen a los ferroviarios - se habla de errores cometidos por el maquinista porque trabaja en condiciones de agotamiento intenso y de fuerte estrés. Además, las compañías petroleras suelen fletar petroleros viejos y decrépitos para trasportar el oro negro, pues si naufragan pierden a lo más el valor del cargamento, mientras que comprar un buque nuevo les costaría mucho más. De ahí que el siniestro espectáculo de un petrolero partido en dos cerca de las costas, que vierte todo lo que lleva dentro, se ha vuelto en las últimas décadas viscosamente repetitivo. Puede afirmarse, tomándolo todo en cuenta, que al menos el 90% de las mareas negras se deben a la falta total de vigilancia de las compañías petroleras, lo cual es, dicho sea una vez más, la consecuencia de sus intereses por reducir al mínimo los gastos e incrementar al máximo las ganancias.
A Amadeo Bordiga le debemos ([10]), en el período siguiente a la Segunda Guerra mundial, una condena sistemática, incisiva, profunda y argumentada de los desastres causados por el capitalismo. En el prefacio al libro Drammi gialli e sinistri della moderna decadenza sociale, una antología de artículos de Amadeo Bordiga, puede leerse: "...a medida que se desarrolla el capitalismo y después se va pudriendo de raíz, prostituye cada día más esa técnica que podría ser liberadora, sometiéndola a sus necesidades de explotación, de dominación y de pillaje imperialista, hasta el punto de acabar transmitiéndole su propia podredumbre y retornándola contra la especie. (...) Es en todos los ámbitos de la vida cotidiana durante las fases "pacíficas" que tiene a bien otorgarnos entre dos matanzas imperialistas o dos operaciones represivas, cuando el capital, aguijoneado sin tregua por la búsqueda de una mejor cuota de ganancia, amontona, envenena, asfixia, mutila, masacra a los individuos humanos mediante su técnica prostituida. (...) El capitalismo tampoco es inocente en las catástrofes llamadas "naturales". Sin ignorar la existencia de fuerzas de la naturaleza que escapan a la acción humana, el marxismo muestra que muchos cataclismos han sido indirectamente provocados o agravados por causas sociales. (...) La civilización burguesa no sólo puede provocar directamente esas catástrofes por su sed de ganancia y por la influencia predominante de la ausencia de escrúpulos en la máquina administrativa (...), sino que, además, es incapaz de organizar una protección eficaz, pues la prevención no es una actividad rentable" ([11]).
Bordiga desmitifica la leyenda según la cual: "la sociedad capitalista contemporánea, con el desarrollo conjunto de las ciencias, de la técnica y de la producción pondría a la especie humana en las mejores condiciones para luchar contra las dificultades del medio natural" ([12]).
De hecho, añade Bordiga, "aunque es verdad que el potencial industrial y económico del mundo capitalista se incrementa sin cesar, también es verdad que cuanto mayor es su fuerza, peores son las condiciones de vida de las masas humanas frente a los cataclismos naturales e históricos" ([13]).
Para demostrar lo que plantea, Bordiga analiza toda una serie de desastres habidos en el mundo, evidenciando cada vez que no se debían a la casualidad o a la fatalidad, sino a una tendencia intrínseca del capitalismo a sacar la mayor ganancia con la menor inversión, como, por ejemplo, en el caso del Flying Enterprise.
"El nuevo y flamante buque de lujo que Carlsen mandaba frotar para que reluciera como un espejo y que debía hacer una travesía ultrasegura, era de quilla plana. (...) ¿Cómo es posible que los astilleros tan modernos de Flying hayan adoptado la quilla plana, o sea la de los barcos lacustres? Un diario lo dice claramente: para reducir los costes unitarios de producción. (...) ésa es la clave de toda la ciencia aplicada moderna. La meta de sus estudios, de sus investigaciones, de sus cálculos, de sus innovaciones es: reducir costes, aumentar los gastos de flete. De ahí la suntuosidad de los salones con sus espejos, las colgaduras para atraer al cliente acaudalado, y tacañería, en cambio, para unas estructuras en los límites de la cohesión mecánica, dimensiones y peso exiguos. Esta tendencia caracteriza toda la ingeniería moderna, desde la construcción a la mecánica, o sea cuidar una presentación que parezca para ricos y dejar patidifuso al burgués, unos complementos y adornos que cualquier imbécil pueda admirar (con, precisamente, una cultura de pacotilla adquirida en el cine o en las revistas de cotilleo) y sisar en cambio de manera indecente sobre la solidez de las estructuras portantes, invisibles e incompresibles para el profano" ([14]).
El que los desastres analizados por Bordiga no tuvieran consecuencias ecológicas no cambia nada en el asunto. En efecto, con esos ejemplos y los expuestos en el prefacio de sus artículos en Especie humana y corteza terrestre del que citamos algunos de ellos, puede uno imaginarse fácilmente las consecuencias de esa misma lógica capitalista cuando se trata de ámbitos con un impacto directo y decisivo en el medio ambiente, como, por ejemplo, la concepción y el mantenimiento de las centrales nucleares:
"En los años 60, varios aviones "Comet" británicos, último grito de la técnica más sofisticada, estallan en pleno vuelo, matando a todos los pasajeros: la larga investigación revela finalmente que las explosiones se debían al desgaste del metal de la célula que era demasiado fino pues había que ahorrar en metal, en la potencia de los reactores, en todos los costes de producción, para incrementar las ganancias. En 1974, la explosión de un DC10 por encima de Ermenonville (región de París) causó más de 300 muertos: se sabía que el sistema de cierre de las bodegas tenía defectos, pero volverlo a hacer habría costado mucho dinero... pero lo más alucinante es lo que refiere la revista inglesa The Economist (24-9-1977) después de haber descubierto fisuras en el metal en diez aviones Trident y la explosión inexplicable de un Boeing. Según el "nuevo concepto" que rige en la construcción de aviones de transporte, no se les deja en tierra para la revisión tras cierta cantidad de horas de vuelo, sino que se les considera "seguros"... hasta la aparición de las primera fisuras causadas por la "fatiga" del metal: de modo que se pueden usar "hasta el final" de lo máximo, pues si se les paraba demasiado pronto para la revisión, ¡las compañías perdían dinero!" ([15]).
Ya hemos evocado nosotros, en el artículo anterior de esta serie, el caso de la central nuclear de Chernobil en 1986. En el fondo es el mismo problema mencionado arriba, y también fue ese problema cuando, en 1979, se produjo la fusión de un reactor nuclear en la isla de Three Mile Island, Pensilvania, Estados Unidos.
Comprender el lugar de la técnica y las ciencias en la sociedad capitalista es de la mayor importancia: hay que saber si sí o no, aquéllas pueden ser un punto de apoyo para prevenir el avance del desastre ecológico que está en marcha y luchar ya hoy eficazmente contra algunas de sus manifestaciones.
Si la técnica está, como hemos visto, prostituida por las exigencias del mercado, ¿ocurre lo mismo con el desarrollo de las ciencias y de la investigación científica? ¿Es posible que ese desarrollo permanezca ajeno a todo interés obtuso?
Para responder a esa pregunta, debemos primero reconocer que la ciencia es una fuerza productiva, que su desarrollo permite a una sociedad desarrollarse con más rapidez, y aumentar sus recursos. Controlar el desarrollo de las ciencias no es, pues, algo indiferente -y nunca podría serlo- a los gestores de la economía, a nivel estatal como a nivel de las empresas. Por esa razón, la investigación científica, y algunos de sus sectores en particular, disponen de una financiación importante. La ciencia no es -y no podrá serlo en una sociedad de clase como el capitalismo - un sector neutral en el que habría una libertad para investigar y sería ajeno a los intereses económicos, por la sencilla razón de que la clase dominante tiene todas las de ganar sometiendo a la ciencia y al mundo científico a sus propios intereses. Se puede afirmar que el desarrollo de las ciencias y del conocimiento - en la época capitalista - no se mueve por una dinámica propia e independiente, sino que está subordinado al objetivo de realizar el máximo de ganancia.
Esto tiene consecuencias muy importantes que no suelen percibirse. Tomemos el ejemplo de la medicina moderna. El estudio y el tratamiento médico del ser humano se han fraccionado en decenas de especialidades diferentes, a las que les falta en última instancia una visión de conjunto del funcionamiento del organismo humano. ¿Por qué se ha llegado a esto? Porque el objetivo principal de la medicina, en el mundo capitalista, no es que cada persona viva bien, sino "reparar" la "máquina humana" cuando se avería y volverla a poner en pie lo antes posible para que vuelva al trabajo. En ese contexto, puede comprenderse mejor el recurso masivo a los antibióticos, los diagnósticos que buscan las causas de las enfermedades entre los factores específicos antes que en las condiciones genérales de vida de las personas examinadas.
Otra consecuencia de la dependencia del desarrollo científico respecto a la lógica del mundo capitalista es que la investigación está constantemente dirigida hacia la producción de materiales nuevos (más resistentes y menos caros) cuyo impacto toxicológico no acarrea ningún problema... en lo inmediato, permitiendo que se gaste muy poco en el plano científico para intentar eliminar o hacer inofensivo lo que amenaza la seguridad en los productos. Pero décadas más tarde hay que pagar la nota y muy, a menudo, en daños a los seres humanos.
El vínculo más estrecho es el que une la investigación científica a las necesidades del sector militar y de la guerra en especial. Podemos examinar algunos ejemplos concretos que interesan a varios ámbitos de la ciencia, especialmente el que podría aparecer como "el más puro" científicamente hablando, el de las matemáticas.
En las citas siguientes podrá comprobarse cómo el desarrollo científico está sometido al control del Estado y a las exigencias militares hasta el punto de que en la posguerra a partir de 1945, florecieron por todas partes "los comités" científicos que trabajaban secretamente para el poder militar dedicándole una parte importante de su tiempo, ignorando los demás científicos el objetivo final de las investigaciones llevadas a cabo de manera oculta:
"La importancia de las matemáticas para los oficiales de la marina de guerra y de artillería requería una formación específica en matemáticas; así, en el siglo xvii, el grupo más importante que podía reivindicar un saber en matemáticas, al menos de base, era el de los oficiales del ejército. (...) [En la Gran Guerra] se crearon y perfeccionaron nuevas armas durante la contienda: aviones, submarinos, sónares para combatir a esos, armas químicas. Tras algunas vacilaciones por parte de los mandos militares, se empleó a muchos científicos para que desarrollaran lo militar aunque no fuera para la investigación sino como ingenieros creativos al más alto nivel. (...) En 1944, demasiado tarde para resultar eficaces durante la Segunda Guerra mundial, se creó en Alemania el "Matematisches Forschunginstitut Oberwolfach". Esto no gustaba a los matemáticos alemanes, pero era una estructura muy bien concebida cuya finalidad era que todo el sector de las matemáticas fuera un sector "útil": el núcleo estaba formado por un pequeño grupo de matemáticos que estaban perfectamente al tanto de los problemas que se les planteaban a los militares, y, por lo tanto, capaces de detectar los problemas que podían resolverse matemáticamente. En torno a ese núcleo central había otros matemáticos, muy competentes y buenos conocedores del mundo de las matemáticas, debían traducir esos problemas en problemas matemáticos para que así fueran tratados por matemáticos especializados que no necesitaban saber cuál era el problema militar a que se referían. Después, una vez obtenido el resultado, la red funcionaba al revés.
"En Estados Unidos, una estructura semejante, aunque fuera un poco improvisada, funcionaba ya en torno a Marston Morse durante la guerra. En la posguerra, una estructura análoga y esta vez no improvisada se formó en el "Wisconsin Army Mathematics Research Center" (...).
"La ventaja de ese tipo de estructuras es permitir que la máquina militar explote las competencias de muchos matemáticos sin necesidad de "tenerlos en casa" con todo lo que esto comportaría: contrato, necesidad de consenso y de sumisión, etc." ([16]).
En 1943, se formaron en Estados Unidos grupos de investigación operativa dedicados específicamente a la guerra antisubmarina, a dimensionar los convoyes navales, a escoger las dianas de las incursiones aéreas, a localizar e interceptar aviones enemigos. Durante la Segunda Guerra mundial, más de 700 matemáticos fueron empleados en total en Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos.
"Comparada a la británica, la investigación estadounidense se caracteriza desde el principio por el uso más sofisticado de las matemáticas y, especialmente, del cálculo de probabilidades y el recurso más frecuente a crear modelos matemáticos (...). La investigación operativa (que se convertirá en los años 50 en una rama autónoma de las matemáticas aplicadas) dio, pues, sus primeros pasos por los difíciles caminos de la estrategia, optimizando los recursos bélicos. ¿Cuál es la mejor táctica del combate aéreo?, ¿Cuál la mejor disposición de equis soldados en equis puntos de ataque? ¿Cómo repartir sus raciones a los soldados gastando lo menos posible y saciándolos al máximo?" ([17])
"(...) El proyecto Manhattan fue la señal de un gran viraje no sólo porque concentró la labor de miles de científicos de múltiples ámbitos en un único proyecto, dirigido y controlado por los militares, sino porque significó un salto enorme en la investigación fundamental, inaugurando lo que más tarde se llamaría "big science". (...) El alistamiento de la comunidad científica en un trabajo para un proyecto preciso, bajo control directo de los militares, había sido una medida de urgencia pero que no podía durar eternamente por diferentes razones (entre las cuales la "libertad de investigación" exigida por los científicos no era la menos importante). Sin embargo, el Pentágono no podía permitirse reanunciar a la cooperación valiosísima e indispensable de la comunidad científica, ni a una forma de control de su actividad: todo forzaba la necesidad de instaurar una estrategia diferente y cambiar los factores del problema. (...) En 1959, a iniciativa de unos científicos reconocidos, consultores ante el gobierno de EEUU, se creó un grupo semipermanente de peritos que mantenía reuniones regulares. A ese grupo se le bautizó con el nombre de "Division Jason", por el nombre, Jasón, del héroe griego mítico que fue en aventurera búsqueda del vellocino de oro con los Argonautas. Se trata de un grupo de élite de unos cincuenta científicos, entre los cuales varios premios Nobel, que se encuentran cada verano para examinar con toda libertad los problemas relacionados con la seguridad, la defensa y el control del armamento instaurados por el Pentágono, el Departamento de Energía y otras agencias federales; entregan informes detallados que permanecen en parte "secretos" e influyen en la política nacional. La División Jasón desempeñó un papel de primer plano con el secretario de Defensa Robert McNamara, durante la guerra de Vietnam, entregando tres estudios muy importantes que tuvieron un impacto en las ideas y la estrategia estadounidenses: en la eficacia de los bombardeos estratégicos para cortar las vías de aprovisionamiento del Viet Cong, en la construcción de una barrera electrónica a través de Vietnam y en las armas nucleares tácticas" ([18]).
Estas largas citas nos hacen comprender que la ciencia, hoy, es una de las piedras clave del mantenimiento del statu quo del sistema capitalista y de la definición de las relaciones de fuerza en su seno. El papel importante desempeñado por ella durante y después de la Segunda Guerra mundial, como hemos visto, no ha hecho sino ser cada vez más importante con el tiempo, incluso si la burguesía tiende a ocultarlo sistemáticamente.
En conclusión, lo que hemos querido demostrar es cómo las catástrofes ecológicas y medioambientales, incluso cuando son desencadenadas por fenómenos naturales, se abaten cruelmente sobre las poblaciones, sobre todo las más desvalidas, y eso a causa de la opción consciente por parte de la clase dominante de cómo se reparten los recursos y cómo debe usarse la propia investigación científica. Debe rechazarse categóricamente la idea de que la modernización, el desarrollo de las ciencias y de la tecnología estarían automáticamente y por definición asociadas a la degradación del medioambiente y a una mayor explotación del hombre. Existen, al contrario, grandes potencialidades de desarrollo de recursos humanos, no sólo en el plano de la producción de bienes, sino, y eso es lo más importante, sobre la posibilidad de producir de otra manera, en armonía con el entorno y el bienestar del ecosistema del que forma parte el hombre. La perspectiva no es pues la vuelta atrás, invocando una fútil e imposible vuelta a los orígenes cuando el medio ambiente estaba más preservado. Se trata, al contrario, de ir hacia delante por otro camino, el de un desarrollo que esté verdaderamente en armonía con el planeta Tierra.
Ezzechiele, 5 de abril de 2009.
[1]) Ver la primera parte de este artículo: « El mundo en vísperas de una catástrofe medioambiental », Revista internacional no 135.
[2]) Ídem
[3]) Marx, El Capital, v. 1, Cap. XIII, "Maquinaria y gran industria", p. 10, "La gran industria y la agricultura", FCE, México (traducción de W. Roces).
[4]) Ídem.
[5]) El siglo xx conoció una explosión de las megápolis. A principios del siglo pasado, había seis ciudades con más de un millón de habitantes; a mediados del siglo sólo había 4 ciudades que superaran los 5 millones de habitantes. Antes de la Segunda Guerra mundial, las megápolis sólo existían en los países industrializados. Hoy, la mayoría de esas "megaciudades" está concentrada en los países de la periferia. En algunas, la población se ha multiplicado por 10 en unas cuantas décadas. En la actualidad, la mitad de la población mundial vive en las ciudades y en 2020 serán las dos terceras partes. Pero ninguna de esas grandes ciudades que conocen un aflujo de inmigrantes de más de 5000 por día tiene las capacidades de hacer frente a ese aumento de población aberrante, lo cual hace que los inmigrantes, al no poder integrarse en el tejido social urbano, van a amontonarse en inmensos suburbios destartalados sin el menor servicio ni infraestructura.
[6]) Marx, El Capital, Vol.III, Cap. 47. "Génesis de la renta capitalista del suelo", p. 752, FCE1975, México, y en https://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital3/MRXC3847 [400].)
[7]) "Huracán Katrina : El capitalismo es el responsable de la catástrofe social", Revista International n° 123 https://es.internationalism.org/rint123/katrina.htm [401]
[8]) Citado en "Maremoto en el Sudeste Asiático, ¡La verdadera catástrofe social es el capitalismo!" Acción proletaria no 180, 2005. [402] https://es.internationalism.org/ap/2005/180_Tsunami [403].
[9]) www.legambientearcipelagotoscano.it/globalmente/petrolio/incident.htm [404]
[10]) Bordiga, líder de la corriente de izquierdas del Partido comunista de Italia en cuya fundación tanto contribuyó en 1921 y del que fue expulsado en 1930 como consecuencia del proceso de estalinización, participando activamente en la fundación del Partido comunista internacional en 1945.
[11]) Prefacio (anónimo) a Drammi gialli e sinistri della moderna decadenza sociale de Amadeo Bordiga, edición Iskra, p. 6, 7, 8 y 9. En francés, prefacio a Espèce humaine et croûte terrestre (Especie humana y corteza terrestre); Petite Bibliothèque Payot 1978, Prefacio, p. 7, 9 y 10)
[12]) Publicado en Battaglia Comunista n°23 1951 y también en Drammi gialli e sinistri della decadenza sociale, edición Iskra, p. 19.
[13]) Ídem.
[14]) A. Bordiga, Politica e "costruzione", publicado en Prometeo, serie II, no 3-4, 1952 y también en Drammi gialli e sinistri della decadenza sociale, edición Iskra, page 62-63. (en italiano)
[15]) Prefacio a la publicación, en francés, de Espèce humaine et croûte terrestre.
[16]) Jens Hoyrup, Universidad de Roskilde, Dinamarca. "Matemática y guerra", Conferencia en Palermo, 15 de mayo de 2003. Cuadernos de la investigación en didáctica, no 13, GRIM (Departamento de Matemáticas, Universidad de Palermo, Italia) http//math.unips.it/-grim/Horyup_mat_guerra_quad13.pdf.
[17]) Annaratone, http//www.scienzaesperienza.it/news.php?/id=0057 [405].
[18]) Angelo Baracca, "Fisica fondamentale, ricerca e realizzazione di nuove armi nucleari" (italiano), http//people.na.infn.it-scud/documenti/2005Baraca-armiscienza.pdf.
La década que se extiende entre 1914 y 1923 es una de las más intensas de la historia de la humanidad. En ese corto lapso de tiempo se vivió una guerra terrible, la Primera Guerra mundial, que puso fin a 30 años de prosperidad y progreso ininterrumpido de la economía capitalista y del conjunto de la vida social; frente a dicha hecatombe se levantó el proletariado internacional encabezado por los obreros rusos en 1917 y hacia 1923 los ecos de aquella oleada revolucionaria empezaron a apagarse, aplastados por la reacción burguesa.
En 10 años se vivió la guerra mundial que abría la decadencia del capitalismo, la revolución en Rusia y las tentativas revolucionarias a escala mundial y finalmente el comienzo de una bárbara contrarrevolución burguesa. Decadencia del capitalismo, guerra mundial, revolución y contrarrevolución, hechos que han marcado la vida económica, social, cultural, psicológica, de la humanidad durante casi un siglo, se concentran apretada e intensamente en el corto lapso de 10 años.
Es vital para las generaciones actuales conocer aquella década, comprenderla, reflexionar sobre lo que representa, sacar las lecciones que aporta. Es vital, sobre todo, por el enorme desconocimiento que hoy existe de lo que significó realmente, producto tanto de la montaña de mentiras con el que la ideología dominante ha tratado de sepultarla como de la actitud que dicha ideología propicia - tanto deliberada como inconscientemente - de vivir atados a lo inmediato y lo presente olvidando el pasado y la perspectiva de futuro ([1]).
Esta atadura a lo inmediato y circunstancial, este "vivir el momento" sin reflexión, sin comprensión de sus raíces, sin inscribirlo en una perspectiva hacia el futuro, dificulta conocer los rasgos concretos de aquellos 10 años increíbles cuyo estudio crítico nos aportaría muchas luces sobre la situación actual.
Hoy apenas se conoce y se reflexiona sobre el enorme shock que significó para los contemporáneos el estallido de la Primera Guerra mundial y el salto cualitativo en la barbarie que constituyó ([2]). Hoy, a fuerza de haber vivido casi un siglo de guerras imperialistas con todo su lote de terror, destrucción y especialmente de la más terrible barbarie ideológica y moral, todo eso parece como "lo más normal del mundo", como algo que no nos sacudiría ni nos produciría indignación y rebeldía. ¡Pero esa no era ni mucho menos la actitud de los contemporáneos que se vieron profundamente sacudidos por una guerra cuyo salvajismo marcó un jalón jamás alcanzado hasta entonces!
Menos todavía se sabe que esa tremenda carnicería se terminó gracias a la rebelión generalizada del proletariado internacional con sus hermanos rusos a la cabeza ([3]). Apenas se conoce la enorme simpatía que la Revolución rusa suscitó entre los explotados del mundo entero ([4]). Sobre los numerosos episodios de solidaridad con los trabajadores rusos y sobre las tentativas de seguir su ejemplo extendiendo la revolución a nivel internacional, se cierne un espeso manto de silencio y deformación. Tampoco es del dominio del gran público las atrocidades que numerosos gobiernos democráticos, empezando por el alemán, cometieron para aplastar el ímpetu revolucionario de las masas.
La mayor y la peor deformación se la lleva la Revolución de Octubre 1917. Se la presenta sistemáticamente como un fenómeno ruso con lo cual aparece completamente aislada del marco histórico que acabamos de enunciar y partiendo de esas premisas se da rienda suelta a las peores mentiras y las más absurdas especulaciones: que si fue la obra -genial según el estalinismo, diabólica según sus adversarios- de Lenin y los bolcheviques, que si fue una revolución burguesa en respuesta al atraso zarista, que si allí la revolución socialista era imposible y solo el empeño fanático de los bolcheviques la llevó por un derrotero que no podía acabar sino donde terminó.
Desde esa premisa, la repercusión internacional de la revolución de octubre 1917 se ha reducido a verla como un modelo que se podría exportar a los demás países. Tal es la deformación más insistente del estalinismo. Este método del "modelo" es doblemente erróneo y pernicioso. En primer lugar, ve la revolución rusa como un fenómeno nacional y, en segundo lugar, la concibe como un "experimento social" que puede ser activado a voluntad por un grupo suficientemente decidido y entrenado.
Este procedimiento deforma escandalosamente la realidad de ese periodo histórico. La Revolución Rusa no fue un experimento de laboratorio que se produjo dentro de las cuatro paredes de su inmenso territorio. Fue un pedazo vivo y activo de un proceso mundial de respuesta proletaria desatado por la entrada en guerra del capitalismo y los tremendos sufrimientos que causó. Los bolcheviques no tenían la menor intención de imponer un modelo fanático en el que el pueblo ruso fuera el conejillo de indias. En una Resolución adoptada por el partido en abril de 1917 se dice: "Las condiciones objetivas de la revolución socialista, presentes sin duda en los países más avanzados antes de la guerra, han madurado todavía más y continúan madurando con extremada rapidez como consecuencia de la guerra. La Revolución Rusa es solo la primera etapa de la primera de las revoluciones proletarias que surgirán como consecuencia de la guerra, la acción común de los obreros de los diferentes países es la única vía para garantizar el desarrollo más regular y el éxito más seguro de la revolución socialista mundial" ([5]).
Es importante comprender que la historiografía burguesa subestima -cuando no deforma completamente- la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. En esto participa igualmente el estalinismo. Por ejemplo, en el pleno ampliado del Comité ejecutivo de la IC de 1925, es decir, cuando la estalinización comenzaba, se calificó a la revolución en Alemania como "revolución burguesa" echando al cubo de la basura todo lo que habían defendido los bolcheviques entre 1917-1923 ([6]).
Esta "opinión" que hoy preconizan masivamente tanto historiadores como políticos sobre aquella época no era ni mucho menos compartida por sus colegas de entonces. Lloyd George, un político británico, decía en 1919: "Europa entera rebosa de espíritu revolucionario. Existe un profundo sentimiento no solamente de descontento sino de cólera y revuelta de los trabajadores contra sus condiciones de vida tras la guerra. El conjunto del orden social existente, en sus aspectos políticos, sociales y económicos, es puesto en cuestión por las masas de la población de uno a otro extremo de Europa" ([7]).
La Revolución Rusa solo puede ser comprendida como parte de una tentativa revolucionaria mundial del conjunto del proletariado internacional, pero -simultáneamente- ello exige ver la época histórica en la que se produce: el estallido de la Primera Guerra mundial y comprender el significado profundo de ésta, que es el de la entrada del capitalismo en su declive histórico, su decadencia. De otra manera, los fundamentos de una comprensión se derrumban y todo carece de sentido. Pero, simultáneamente, la guerra mundial y toda la cadena de acontecimientos que le han seguido desde entonces, pierden toda su significación pues o bien aparecen como algo excepcional sin repercusiones posteriores o bien son el resultado de una coyuntura aciaga que hoy estaría superada de tal forma que los acontecimientos actuales no tendrían ninguna relación con lo que entonces ocurrió.
Nuestros artículos han polemizado ampliamente contra esas visiones. Han procurado ponerse desde el punto de vista histórico y mundial que es el propio del marxismo. Creemos que de esa manera se puede dar una explicación coherente de aquella época histórica que sirva de orientación y materia de comprensión para entender la época actual y contribuir a la causa de la liberación de la humanidad del yugo del capitalismo. De otra forma, tanto la situación de entonces como la situación actual carecen de sentido y perspectiva y la actividad de todos aquellos que quieren contribuir a un cambio revolucionario mundial se condena al empirismo más absoluto, a extenuarse dando palos de ciego.
La aportación que se propone esta rúbrica temática -en continuidad con la numerosa contribución que hemos hecho- es tratar de reconstruir aquella época mediante un estudio de los testimonios y relatos directos de los protagonistas de los hechos ([8]). Hemos dedicado muchas páginas a la Revolución en Rusia y en Alemania ([9]), por ello, publicaremos trabajos sobre experiencias menos conocidas de los diferentes países, todo ello, con el objetivo de dar una perspectiva mundial, pues cuando se conoce un poco aquella época resulta sorprendente la multitud de luchas, el eco tan amplio que tuvo la Revolución de 1917 ([10]). Esta estructura abierta la entendemos igualmente como una incitación al debate y a las aportaciones de compañeros y grupos revolucionarios.
La Revolución húngara de 1919 (1)
La tentativa revolucionaria del proletariado húngaro tuvo una fuerte motivación internacional. Fue el fruto de dos factores: la situación insostenible provocada por la guerra y el ejemplo arrebatador de la revolución de octubre de 1917.
Como decimos en la Introducción de esta serie, la primera guerra mundial fue una explosión de barbarie. Pero más tremenda fue la "paz" que se firmó a toda prisa por parte de las grandes potencias capitalistas cuando en noviembre de 1918 estalló la revolución en Alemania ([11]). No aportó el más mínimo alivio ni a los sufrimientos de las masas ni tampoco una disminución del caos y la desorganización de la vida social que habían provocado la guerra. El invierno de 1918 y la primavera de 1919 fueron de pesadilla: hambre, parálisis de los transportes, conflictos demenciales entre políticos, acciones de ocupación de los ejércitos sobre países vencidos, guerra contra la Rusia soviética, desorden extremo en todos los niveles de la vida social, estallido y propagación fulminante de una epidemia, la llamada "gripe española", que causó casi tantos muertos como la guerra... A los ojos de las poblaciones europeas la "paz" era peor incluso que la guerra.
La máquina económica había sido explotada al límite hasta el extremo de generarse un fenómeno insólito de subproducción como lo subraya Bela Szantò ([12]) respecto a Hungría: "A consecuencia del esfuerzo de trabajo de las industrias de guerra, estimulado por la búsqueda de sobrebeneficios, los medios de producción habían quedado completamente consumidos y la maquinaria echada a perder. Su reposición habría exigido enormes inversiones, mientras no hubiera probabilidad alguna de amortización. No había materias primas. Las fábricas estaban paradas. A consecuencia de la desmovilización pero también del cierre de fábricas, había un desempleo enorme" ([13]).
El Times de Londres afirmaba (19-7-19): "El espíritu de desorden reina en todo el mundo, desde la América occidental hasta la China, desde el mar Negro al Báltico; no hay ninguna sociedad, ninguna civilización tan sólida, ni ninguna constitución tan democrática que puedan sustraerse a este influjo maligno. En todas partes aparecen indicios de que los vínculos sociales más elementales se desgarran a causa de la prolongada tensión" ([14]).
Contra esta situación, el ejemplo ruso despertó una ola de entusiasmo y de esperanza en todo el proletariado mundial. Contra el virus mortal del capitalismo sumergido en el caos, los obreros tenían un antídoto liberador: la lucha revolucionaria mundial siguiendo el ejemplo de Octubre 1917.
Hungría que todavía pertenecía al Imperio Austrohúngaro y figuraba dentro del bando perdedor de la guerra, padecía esa situación de forma extrema pero, al mismo tiempo, el proletariado, fuertemente concentrado en Budapest, que poseía la séptima parte de la población del país y casi el 80 % de su industria, se manifestó enormemente combativo.
Tras los motines de 1915, reprimidos con el apoyo descarado del partido socialdemócrata, se sucede una fase de apatía con tímidos movimientos en 1916 y 1917. Pero en enero 1918, la agitación social desemboca en lo que probablemente fue la primera huelga de masas internacional de la historia, que se extendió a numerosos países de la Europa central teniendo como epicentro Budapest y Viena. Comenzó en Budapest el 14, el 16 ganaba la Baja Austria y Estiria, el 17 Viena y el 23 las grandes fábricas de armamento de Berlín, teniendo numerosos ecos en Eslovenia, Checoslovaquia, Polonia y Croacia ([15]). La lucha se polarizó alrededor de 3 objetivos: contra la guerra, contra la penuria y en solidaridad con la revolución rusa. Dos gritos se repitieron en numerosos idiomas: "Abajo la guerra" y "Viva el proletariado ruso".
En Budapest la huelga estalló al margen de los dirigentes socialdemócratas y de los sindicatos y en numerosas fábricas, animadas por el ejemplo ruso, se habían votado resoluciones a favor de los Consejos obreros... sin llegar a constituirlos efectivamente. El movimiento no se dio ninguna organización, lo cual fue aprovechado por los sindicatos para ponerse a la cabeza e imponer reivindicaciones que no tenían nada que ver con las preocupaciones de las masas, en particular, la del sufragio universal. El Gobierno intentó aplastar la huelga mediante una exhibición de tropas armadas de cañones y ametralladoras. El poco éxito que tuvo la demostración y las dudas crecientes de los soldados que no querían ni luchar en el frente ni menos aún enfrentarse a los obreros, disuadió al gobierno que en 24 horas cambió de postura y "concedió" la reivindicación -que nadie había pedido excepto sindicatos y socialdemocracia- del sufragio universal.
Con esa baza en el bolsillo estos visitaron las fábricas para detener la huelga. Fueron recibidos muy fríamente. No obstante, el cansancio, la falta de noticias de Austria y de Alemania y la progresiva vuelta al trabajo de los sectores más débiles acabaron por mermar la moral de los trabajadores de las grandes empresas metalúrgicas que finalmente decidieron la vuelta al trabajo.
Fortalecida por ese triunfo, la socialdemocracia "llevó a cabo una campaña de represalias contra todos los que se esforzaban por despertar en las masas la lucha revolucionaria de clase. En Népszava -órgano central del partido- aparecieron artículos difamatorios e incluso de delación que dieron abundante material para las persecuciones políticas iniciadas por el gobierno reaccionario de Wkerle-Vászonyi" ([16]).
Pese a la represión, la agitación siguió su curso. En mayo, los soldados del regimiento de Ojvideck se amotinan contra su envío al frente. Se hacen dueños de la central telefónica y de la estación de tren. Los obreros de la ciudad les secundan. El gobierno envía dos regimientos especiales que necesitarán tres días de salvajes bombardeos para tomar la ciudad. La represión es inmisericorde: uno de cada diez soldados -fuera o no participante activo en el motín- es fusilado, miles de personas son encarceladas.
En junio, la gendarmería disparó contra los obreros en huelga de una fábrica metalúrgica de la capital ocasionando varios muertos y heridos. Los obreros se dirigieron rápidamente a las fábricas vecinas que detuvieron inmediatamente la producción, saliendo a su vez a la calle. En pocas horas, toda Budapest estaba paralizada. Al día siguiente, la huelga se extendió a todo el país. Asambleas improvisadas, en medio de una atmósfera revolucionaria, decidían las medidas. El gobierno detuvo a los delegados, envió al frente a los obreros más significados, los tranvías fueron puestos en funcionamiento mediante esquiroles escoltados por cuatro soldados con la bayoneta calada. Tras ocho días de lucha, la huelga acabó en derrota.
Sin embargo, en la clase se desarrollaba una toma de conciencia: "entre los más amplios círculos obreros poco a poco empezó a abrirse camino la convicción de que la política del partido socialdemócrata y la conducta de los dirigentes del partido no eran apropiados para asumir una orientación revolucionaria (...). Las fuerzas revolucionarias habían empezado a cohesionarse, los obreros de las grandes fábricas establecieron contactos directos entre ellos. Las reuniones y deliberaciones secretas se hicieron casi permanentes y empezaron a dibujarse los contornos de una política proletaria independiente" ([17]).
Estos círculos obreros empiezan a ser conocidos como el Grupo revolucionario.
Los motines de soldados se hacen cada vez más frecuentes pese a la represión. Las huelgas se vuelven cotidianas. El gobierno -incapaz de conducir una guerra perdida, con el ejército cada vez más descompuesto, la economía paralizada y un completo desabastecimiento- se desmorona. Para evitar tan peligroso vacío de poder, el Partido socialdemócrata, demostrando una vez más en qué bando militaba, decidió aglutinar los partidos burgueses democráticos en un Consejo nacional.
El 28 de octubre se había constituido el Consejo de soldados que se coordinó con el Grupo revolucionario, ambos convocaron una gran manifestación en Budapest que se propuso llegar hasta la Ciudadela con objeto de entregar una carta al delegado real. Delante había un enorme cordón de soldados y policías. Los primeros se hicieron a un lado y dejaron pasar a la muchedumbre pero la policía disparó causando numerosos muertos.
"La indignación de la masa contra la policía fue indescriptible. Al día siguiente los obreros de la fábrica de armas forzaron los depósitos y se armaron" ([18]).
La tentativa del Gobierno de enviar fuera de Budapest a los batallones militares que habían estado a la vanguardia de la formación del Consejo de soldados, provocó la indignación general: miles de trabajadores y soldados se congregaron en la calle Rácóczi -la principal de la ciudad- para impedir su salida. Una compañía de soldados que había recibido la orden de partir se negó y a la altura del hotel Astoria se unió a la multitud. Hacia la medianoche las dos centrales telefónicas fueron tomadas.
En la madrugada y durante el día siguiente edificios públicos, cuarteles, la estación ferroviaria central, los almacenes de suministros, son ocupados por batallones de soldados y obreros armados. Manifestaciones masivas van a las cárceles y liberan a los presos políticos. Los sindicatos -haciéndose portavoces de las masas- reclaman el poder para el Consejo nacional. El 31 de octubre a media mañana, el conde Hadik -jefe del gobierno- entrega el poder a otro conde, Károlyi, jefe del Partido de la independencia y presidente del Consejo nacional.
Sin haber movido un dedo, éste se encontraba con el poder total. No le pertenecía puesto que había sido resultado del impulso todavía desorganizado e inconsciente de las masas obreras. Por eso, lo primero que hizo fue rechazar semejante legitimidad revolucionaria e ir a buscarla en la monarquía húngara que a su vez pertenecía al fantasmal "Imperio austro-húngaro". Ausente el rey, los miembros del Consejo nacional, con la socialdemocracia a la cabeza, fueron a visitar al plenipotenciario del Emperador, el archiduque José, quien autorizó el nuevo gobierno.
La noticia indignó a muchos trabajadores. Se convocó una concentración en el Tisza Calman-Tér. Pese a una lluvia torrencial una gran multitud se reunió decidiendo ir a la sede del partido socialdemócrata para exigir la proclamación de la República.
La reivindicación de la República había sido durante el siglo xix una consigna del movimiento obrero que juzgaba esta forma de gobierno más abierta y favorable a sus intereses que la monarquía constitucional. Sin embargo, ante la nueva situación donde no había más alternativa que poder burgués o poder proletario, la República se erigía como el último recurso del capital. De hecho, la república nacía con la bendición de la monarquía y del alto clero, cuyo jefe -el príncipe arzobispo de Hungría- fue visitado por el Consejo nacional en pleno. El socialdemócrata Kunfi pronunció un celebrado discurso: "Me corresponde la agobiante obligación de decir, a mí, socialdemócrata convencido, que nosotros no queremos actuar con el método del odio de clase y de la lucha de clases. Y nosotros hacemos un llamamiento para que todos, eliminando los intereses de clase, colocando en segunda línea los puntos de vista confesionales, nos ayuden en las graves tareas que pesan sobre nosotros" ([19]).
Toda la Hungría burguesa se había agrupado en torno a su nuevo salvador: el Consejo nacional cuyo motor era el partido socialdemócrata. El 16 de noviembre la nueva República era solemnemente proclamada.
La clase obrera no puede culminar su tentativa revolucionaria si no crea en su seno la herramienta vital del Partido comunista. Pero a éste no le basta tener unas posiciones programáticas internacionalistas, es preciso hacerlas vivir en las propuestas concretas al proletariado, en la capacidad para analizar concienzudamente con un prisma amplio los acontecimientos y las líneas a seguir y ahí es decisivo que el Partido sea internacional y no una mera suma de partidos nacionales: para combatir el peso asfixiante y desorientador de lo inmediato y lo local, de los particularismos nacionales, pero también proporcionando solidaridad, debate común, visión global y en perspectiva.
El drama de las tentativas revolucionarias en Alemania y en Hungría fue la ausencia de la Internacional. Esta se formó demasiado tarde, en marzo de 1919, cuando ya la insurrección de Berlín había sido aplastada y la tentativa revolucionaria en Hungría apenas comenzaba ([20]).
El Partido comunista húngaro sufrió esa dificultad con particular crudeza. Ya vimos que uno de sus fundadores fue el Grupo revolucionario que se había formado entre delegados y elementos activos de los obreros de las grandes fábricas de Budapest ([21]), a éste se unieron los elementos venidos desde Rusia -en noviembre de 1918- y que habían formado el Grupo comunista, conducidos por Bela Kun, la Unión socialista revolucionaria de tendencia anarquista y los miembros de la Oposición socialista, núcleo formado dentro del Partido socialdemócrata húngaro desde el estallido de la Primera Guerra mundial.
Antes de la llegada de Bela Kun y sus compañeros, los miembros del Grupo revolucionario habían considerado la posibilidad de formar un Partido comunista. El debate sobre esta cuestión llevó a un bloqueo pues había dos tendencias que no lograron ponerse de acuerdo: por un lado, los partidarios de formar una Fracción Internacionalista en el interior del Partido socialdemócrata y, por otra parte, los que veían urgente la formación de un nuevo partido. Finalmente, para salir del atasco se decidió constituir una Unión que tomó el nombre de Ervin Szabó ([22]) y que decidió proseguir la discusión. La llegada de los militantes procedentes de Rusia cambió radicalmente la situación. El prestigio de la Revolución Rusa y la capacidad persuasiva de Bela Kun inclinaron la balanza del lado de la formación inmediata del Partido comunista. Se constituyó el 24 de noviembre. El documento programático adoptado contenía apreciaciones muy válidas ([23]):
"• así como el Partido socialdemócrata trataba de poner a la clase obrera al servicio de la reconstrucción del capitalismo, el nuevo partido tenía por tarea mostrar a los trabajadores cómo el capitalismo había sufrido ya una sacudida mortal y había llegado a una maduración, no sólo en el plano moral sino también en lo económico, que lo ponía al borde la ruina.
"• Huelga de masas e insurrección armada: he aquí los medios deseados por los comunistas para la conquista del poder. No aspiraban a una República burguesa (...) sino a la dictadura del proletariado organizado en Consejos".
Los medios que se daban eran:
"• mantener viva la consciencia del proletariado húngaro, apartarlo del anterior acoplamiento con la deshonesta, ignorante y corrompida clase dominante húngara (...) despertar en él el sentimiento de la solidaridad internacional, antes sistemáticamente sofocado", [ligar al proletariado húngaro] "a la dictadura rusa de los Consejos y potencialmente también con cualquier otro país en que pueda estallar revolución semejante".
Se creó un periódico -Vörös Ujsàg (Gaceta roja)- y el partido se lanzó a una febril agitación que, desde luego, era necesaria dado el carácter decisivo del momento que se estaba viviendo ([24]). Sin embargo, esta agitación no se vio respaldada por un debate programático profundo, por un análisis colectivo metódico de los acontecimientos. El Partido era en realidad demasiado joven e inexperto y estaba poco cohesionado, todo lo cual -como veremos en el próximo artículo- le llevó a cometer graves errores.
En el periodo histórico de 1914-23 se planteaba al proletariado una cuestión muy complicada. Por un lado, los sindicatos se habían comportado como sargentos reclutadores del capital durante la guerra imperialista y el surgimiento de las respuestas obreras se hizo fuera de su iniciativa. Pero, al mismo tiempo, estaban muy cerca los tiempos heroicos en los que las luchas obreras se habían organizado mediante los sindicatos, estos habían costado muchos esfuerzos económicos, mucha represión, muchas horas de reuniones colectivas. Los obreros todavía los veían como propios y aún confiaban en poder recuperarlos.
Simultáneamente, había un entusiasmo enorme por el ejemplo ruso de los Consejos obreros que habían tomado el poder en 1917. En Hungría y en Austria, en Alemania, las luchas tendían a la formación de Consejos obreros. Sin embargo, mientras en Rusia los obreros acumularon una gran experiencia sobre lo que son, cómo funcionan, qué obstáculos los debilitan, cómo intenta sabotearlos la clase enemiga, tanto en Hungría como en Alemania esa experiencia era muy limitada.
Ese conjunto de factores históricos producía una situación híbrida, que fue hábilmente aprovechada por el Partido socialdemócrata y los sindicatos para constituir el 2 de noviembre el Consejo obrero de Budapest formado por una extraña mezcla de jefes sindicales, líderes socialdemócratas junto con delegados elegidos en algunas grandes fábricas. En los días siguientes se multiplicaron todo tipo de "consejos" que no eran otra cosa que organizaciones sindicales y corporativas que se habían puesto la etiqueta de moda: Consejo de policías (formado el 2 de noviembre y completamente controlado por la socialdemocracia), Consejo de funcionarios, Consejo de estudiantes, ¡hasta se formó un Consejo de sacerdotes el 8 de noviembre!. Esta proliferación de "consejos" tenía como fin cortocircuitar su formación por los obreros.
La economía estaba paralizada. El Estado no podía recaudar gran cosa y como todo el mundo le pedía ayuda su única respuesta era la impresión de papel moneda para subvenciones, pago de los salarios de los empleados estatales, gastos corrientes... En diciembre de 1918 el ministro de Finanzas se reunió con los sindicatos para pedirles detener las reivindicaciones salariales, cooperar con el gobierno para relanzar la economía y tomar, si necesario fuera, las riendas de la gestión de las empresas. Los sindicatos se mostraron muy receptivos.
Pero esto provocó la indignación de los trabajadores. Volvieron a celebrarse reuniones masivas. El Partido comunista recién constituido encabezó la protesta. Había decidido participar dentro de los sindicatos y pronto obtuvo una mayoría en varias organizaciones de las grandes fábricas. En su programa estaba la formación de Consejos obreros pero los consideraba compatibles con los sindicatos ([25]). Esta situación producía un continuo vaivén. El Consejo obrero de Budapest, creado preventivamente por los socialdemócratas, se había convertido en un órgano sin vida. En ese momento, hubo algunos esfuerzos de organización y de toma de conciencia dentro del terreno cada vez más inservible de los sindicatos como por ejemplo la asamblea masiva del sindicato metalúrgico en respuesta a la planes del ministro que tras dos días de debate adoptó acuerdos muy profundos: "Desde el punto de vista de la clase trabajadora, el control estatal sobre la producción no puede desembocar en ningún resultado, ya que la república popular no es más que una forma modificada de la dominación capitalista, y el Estado, en ella, sigue siendo lo que era antes: simplemente el órgano colectivo de la clase detentadora de la propiedad para la opresión de la clase trabajadora" ([26]).
La desorganización y parálisis de la economía puso a los trabajadores y a la gran mayoría de la población al borde del hambre. En tales condiciones la asamblea decidió que: "en todas las grandes empresas deben organizarse Consejos de control de fábrica, que en calidad de órganos de poder obrero, controlen la producción de las fábricas, el suministro de materias primas y también el funcionamiento y toda la marcha de los negocios" (ídem).
Pero no se veían como organizaciones paritarias de cooperación con el Estado ni como órganos de "autogestión" sino como palancas y complementos de la lucha por el poder político: "el control obrero representa únicamente una fase de transición hacia el sistema de gestión obrera, para la cual es necesaria como condición previa la toma del poder político (...) En consideración a todo ello, la asamblea de delegados y de miembros de la organización condena cualquier suspensión, aunque sólo sea provisional, de la lucha de clase, cualquier adhesión a los principios constitucionales, y considera tarea inmediata de la clase trabajadora la organización de los Consejos de obreros, soldados y campesinos como factores de la dictadura del proletariado" (ídem).
El 17 de diciembre, el Consejo obrero de Szeged -segunda ciudad del país- decidió disolver la municipalidad y "tomar el poder". Fue un acto aislado que expresaba el nerviosismo ante el deterioro de la situación. El gobierno reaccionó con prudencia y estableció negociaciones que acabaron en un restablecimiento del ayuntamiento con "mayoría socialdemócrata". En la Navidad de 1918, los obreros de una fábrica de Budapest reclamaron una paga extra. Inmediatamente, sus compañeros de fábricas vecinas retomaron la misma demanda. En un par de días todo Budapest hacía suya la reivindicación que empezaba a extenderse a las provincias. Los empresarios no tuvieron más remedio que ceder ([27]).
A principios de enero, los mineros de Salgótarján formaron un Consejo obrero que decidió la toma del poder y la organización de una milicia. Esto asustó al gobierno central que envió inmediatamente tropas de élite que ocuparon militarmente el distrito y causaron 18 muertos y 50 heridos. Dos días después, los obreros del área de Sátoralja-Llihely toman la misma decisión con idéntica respuesta gubernamental que provoca un nuevo baño de sangre. En Kiskunfélegyhaza, las mujeres organizan una manifestación contra la carestía de alimentos y los precios caros, la policía dispara contra la multitud provocando 10 muertos y 30 heridos. Dos días más tarde, es el turno de los obreros de Pozsony cuyo Consejo proclama la dictadura del proletariado. El Gobierno, falto de fuerzas, pide al Gobierno checoslovaco que ocupe militarmente la ciudad (se trata de un área fronteriza) ([28]).
El problema campesino se agudiza. Los soldados desmovilizados volvían a sus aldeas y extendían la agitación. Se celebraban reuniones reclamando el reparto de tierras. En el Consejo obrero de Budapest ([29]) se manifestó una fuerte solidaridad con los campesinos que desembocó en la propuesta de celebrar una reunión para "imponer al gobierno una solución al problema agrario". La primera sesión no llegó a ningún acuerdo y hubo que celebrar una segunda en la cual acabó aceptando la propuesta socialdemócrata que preveía la formación de unas "explotaciones agrarias individuales con indemnización a los antiguos propietarios". Esta medida logró calmar momentáneamente la situación pero, como veremos en el próximo artículo, apenas duró unas semanas. De hecho, en Arad -cerca de Rumania- a finales de enero los campesinos ocupan las tierras y el gobierno tiene que acallarlos mediante un numeroso dispositivo de tropas que ejecuta la enésima matanza.
En enero la Unión de periodistas se constituye en Consejo y pide la censura de todos los artículos hostiles a la revolución. Se multiplican las Asambleas de tipógrafos y otros sectores relacionados que se suman a esta medida. Los trabajadores de la metalurgia participan en esta actividad que desemboca en la toma del control por parte de los trabajadores de la mayoría de periódicos. Desde ese momento, la publicación de noticias y artículos es sometida a la decisión colectiva de los obreros.
Budapest se había convertido en una gigantesca escuela de debate ([30]). Todos los días, a todas horas, se celebraban discusiones sobre los temas más variados. Se ocupaban locales por doquier. Únicamente los generales y los grandes empresarios estaban privados del derecho de reunión pues cada vez que intentaban hacerlo eran dispersados por grupos de trabajadores metalúrgicos y de soldados que acabaron tomando sus lujosos locales.
En paralelo al desarrollo de los Consejos obreros y ante el problema antes planteado del caos y la desorganización en la producción, en las empresas se multiplica un segundo tipo de organismos -los Consejos de fábrica- que asumen el control de los abastecimientos y la producción de los bienes y servicios esenciales con objeto de evitar la carestía de los artículos más básicos. A finales de enero el Consejo obrero de Budapest decide una audaz iniciativa centralizadora: asumir el control de la fábrica de gas, de las manufacturas de armas, de las principales obras de construcción, del periódico Deli Hirlap y del hotel Hungaria.
Esta decisión supone un desafío al gobierno que es respondida por el socialista Garami proponiendo un proyecto de ley que reducía los Consejos de fábrica a meros colaboradores de los patronos a los que se restablecía la entera autoridad sobre los asuntos de producción, organización empresarial etc. Se multiplican las reuniones masivas protestando contra esta medida. En el Consejo obrero de Budapest la discusión es muy acalorada. El 20 de febrero, en la tercera sesión para tomar una decisión sobre el proyecto de ley, los socialistas dieron un espectacular golpe de efecto, sus delegados irrumpieron en la asamblea con una noticia sensacional: "Los comunistas han lanzado un ataque contra el Népszava. ¡La redacción ha sido asaltada con ráfagas de ametralladora! ¡Varios redactores han perecido ya! ¡La calle está cubierta de muertos y heridos!" ([31]).
Esto permitió aprobar por una apretada mayoría la disposición contra los Consejos de fábrica pero abrió una etapa crucial: la tentativa de aplastar por la fuerza al Partido comunista.
El asunto del asalto al Népszava pronto se demostraría que era una provocación montada por el Partido socialdemócrata. Esta operación, realizada en un momento especialmente delicado -con los Consejos obreros creciendo por doquier en todo el país y cada vez más soliviantados contra el gobierno-, venía a rematar una campaña -dirigida por el Partido socialdemócrata- contra el Partido comunista y organizada desde meses atrás.
Ya en diciembre 1918, el gobierno -a propuesta del Partido socialdemócrata- había prohibido el uso de todo tipo de papel de prensa con el objetivo de impedir la edición y difusión del Vörös Ujsàg. En enero 1919, el gobierno recurrió a la fuerza: "una mañana un destacamento de 160 policías armados con bombas de mano y ametralladoras, rodeó el Secretariado. Bajo pretexto de registro, los policías invadieron el local, devastaron todo el mobiliario y el equipo y se lo llevaron todo llenando ocho grandes coches" ([32]).
Szanto señala que: "el asesinato de Kart Liebchnecht y Rosa Luxemburg por obra de la contrarrevolución blanca en Alemania, fue considerada por los contrarrevolucionarios húngaros como señal de la lucha contra el bolchevismo" ([33]).
Un periodista burgués de gran influencia -Ladislao Fényes- inició una persistente campaña contra los comunistas. Decía que "había que quitarlos de en medio con las armas en la mano".
El Partido socialdemócrata repetía machaconamente que Rosa y Liebchneckt "se habían ganado la muerte por haber desafiado la unidad del movimiento obrero". Alejandro Garbai -que, posteriormente sería presidente de los Consejos obreros húngaros- declaraba que "los comunistas tienen que ser colocados ante la boca de los fusiles porque nadie puede dividir al partido socialdemócrata sin pagar por ello con la vida" ([34]). La unidad obrera que es un bien fundamental para el proletariado era utilizada fraudulentamente para apoyar y ampliar la ofensiva represiva de la burguesía ([35]).
La cuestión de la "amenaza a la unidad obrera" fue llevada al Consejo obrero de Budapest por el partido socialdemócrata. Los Consejos obreros que apenas empezaban a andar se vieron confrontados a una espinosa cuestión que acabó por paralizarlos: una y otra vez los socialdemócratas presentaban mociones pidiendo la exclusión de los comunistas de las reuniones por "haber roto la unidad obrera". No hacían sino reproducir la feroz campaña de sus compinches alemanes que desde noviembre 1918 habían hecho de la "unidad" su principal baza para arrinconar a los espartaquistas, propiciando una atmósfera de pogromo contra ellos.
En ese contexto se sitúa el asalto al Népszava. Mueren 7 policías. Durante la misma noche del 20 de febrero se produce una oleada de detenciones de militantes comunistas. Los policías, soliviantados por la muerte de 7 colegas, infligen torturas a los detenidos. El 21 de febrero, el Népszava difunde una declaración del partido socialdemócrata que tilda a los comunistas de "contrarrevolucionarios mercenarios de los capitalistas" y llama a la huelga general en señal de protesta. Propone una manifestación la misma tarde ante el parlamento.
La manifestación es gigantesca. Acuden muchos trabajadores que están indignados contra los comunistas por el asalto que se les atribuye, pero sobre todo el partido socialdemócrata moviliza a funcionarios, pequeños burgueses, oficiales del ejército, tenderos etc., que reclaman mano dura de la justicia burguesa contra los comunistas.
El 22 de febrero, la prensa da cuenta de las torturas infligidas a los detenidos. El Népszava sale en defensa de los policías: "Nos explicamos el rencor de la policía y compartimos de la manera más viva su dolor por los colegas caídos en defensa de la prensa obrera. Podemos congratularnos de que los policías hayan dado su adhesión a nuestro partido, que se hayan organizado y que tengas sentimientos solidarios con el proletariado" ([36]).
Estas repugnantes palabras son el santo y seña de una ofensiva en toda la regla dirigida por el partido socialdemócrata contra el proletariado que tiene dos etapas: la primera aplastar a los comunistas como vanguardia revolucionaria y la segunda derrotar a la propia masa proletaria, cada vez más radicalizada.
El 22 mismo, la moción de expulsión de los comunistas del Consejo obrero es aprobada. Los comunistas están completamente descabezados. Aparentemente, la contrarrevolución está triunfando.
En el próximo artículo veremos cómo esta ofensiva acabará fracasando gracias a una vigorosa respuesta del proletariado.
C.Mir 3-3-09
[1]) Un historiador que en algunos aspectos es razonablemente penetrante, Eric Hobsbawn, reconoce en Historia del siglo xx que "... la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo xx. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica con el pasado del tiempo en el que viven" (p. 13, edición española).
[2]) Un testimonio de cómo la guerra mundial conmovió a los contemporáneos es el artículo de Sigmund Freud aparecido en 1915 titulado "Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte", donde señala: "Arrastrados por el torbellino de esta época de guerra, sólo unilateralmente informados, a distancia insuficiente de las grandes transformaciones que se han cumplido ya o empiezan a cumplirse y sin atisbo alguno del futuro que se está estructurando, andamos descaminados en la significación que atribuimos a las impresiones que nos agobian y en la valoración de los juicios que formamos. Quiere parecernos como si jamás acontecimiento alguno hubiera destruido tantos preciados bienes comunes a la Humanidad, trastornado tantas inteligencias, entre las más claras, y rebajado tan fundamentalmente las cosas más elevadas. ¡Hasta la ciencia misma ha perdido su imparcialidad desapasionada! Sus servidores, profundamente irritados, procuran extraer de ella armas con que contribuir a combatir al enemigo. El antropólogo declara inferior y degenerado al adversario, y el psiquiatra proclama el diagnóstico de su perturbación psíquica o mental."
[3]) Los manuales de historia hacen un estudio militar de la evolución de la guerra y cuando llegan a 1917 y 1918 intercalan de repente como si fueran acontecimientos procedentes de otro planeta la Revolución Rusa o el movimiento insurreccional alemán del 18. Véase, por ejemplo, el artículo sobre la primera guerra mundial de Wikipedia que tiene reputación de ser una enciclopedia alternativa: ver https://es.wikipedia.org/wiki/Primera_Guerra_Mundial [406].
[4]) Hoy, la inmensa mayoría de los ideólogos del anarquismo denigra la revolución de 1917 y colma con los peores insultos a los bolcheviques. Sin embargo, eso no era así en 1917-21. En el artículo "La CNT ante la guerra y la revolución [407]" (Revista internacional no 129), mostramos cómo muchos anarquistas españoles -aún manteniendo su propio criterio y con espíritu crítico- apoyaron con entusiasmo la Revolución Rusa y en una editorial de Solidaridad, el periódico de la CNT, se decía: "Los rusos nos indican el camino a seguir. El pueblo ruso triunfa: aprendamos de su actuación para triunfar a nuestra vez, arrancando a la fuerza lo que se nos niega", por otra parte, Manuel Bonacasa, anarquista muy reputado, afirma en sus Memorias "¿Quién en España -siendo anarquista- desdeñó el motejarse a sí mismo de bolchevique?". Emma Goldman, una anarquista norteamericana, señala en su libro Viviendo mi vida: "La prensa americana, siempre incapaz de ir más allá de la superficie, denunció que el levantamiento de Octubre era propaganda alemana y sus protagonistas, [Lenin, Trotski y sus colaboradores, secuaces del Káiser. Durante meses, los escribas fabricaron historias fantásticas sobre la Rusia bolchevique. Su ignorancia de las fuerzas que habían conducido a la Revolución de Octubre era tan espantosa como sus pueriles intentos de interpretar el movimiento liderado por Lenin. Apenas si hubo un periódico que diera las menores muestras de comprender que el bolchevismo era una concepción social abrigada por brillantes mentes de hombres que poseían el fervor y el coraje de los mártires (...) Era, pues, de lo más urgente que los anarquistas y otros verdaderos revolucionarios dieran la cara por esos hombres vilipendiados y por sus intervenciones en los apresurados sucesos de Rusia]" (edición española tomo II página 154, los subrayados son nuestros). Queremos añadir un hecho muy revelador de cómo se manipula hoy lo que entonces se escribió. En la edición francesa el libro se titulo "La epopeya de una anarquista", publicada por Hachette en 1979 y republicada por ediciones Complexe en 1984 y 2002. Se trata de una traducción - adaptación cometida por Cathy Berheim y Annette Lévy-Willard que son bien conscientes de su traición cuando escriben: "Si nosotras la encontráramos hoy, ella echaría probablemente una mirada de desprecio a nuestra "adaptación" (...) Tal hubiera sido sin duda su apreciación sobre nuestro trabajo. Pero lo único que Emma Goldman, fanática de la libertad, no habría podido reprocharnos es haber hecho de sus memorias una adaptación libre". Como prueba de esta "traición libre", podemos señalar que el pasaje entre corchetes figura en el libro de estas damas más de una forma muy edulcorada.
[5]) Citado por E.H.Carr en La Revolución bolchevique, tomo I, p; 100, edición española.
[6]) En El Movimiento obrero internacional, tomo IV, producido por Ediciones Progreso de Moscú, en una nota se señala: "a raíz de la IIª Guerra mundial, como resultado de largas discusiones en la historiografía marxista se afirmó la característica de las revoluciones de 1918-19 en los países de Europa central como revoluciones democrático burguesas (o democrático nacionales)" (página 277, edición española).
[7]) Citado por E.H.Carr, op. cit., tomo III, página 142, edición española.
[8]) En la antes citada Historia de la Revolución Rusa de Trotski, éste reflexiona en el prólogo del libro sobre el método con el cual analizar los hechos históricos. Criticando un supuesto prisma "neutral y objetivo" preconizado por un historiador francés que afirma "el historiador debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores", Trotski responde: "El lector serio y dotado de espíritu crítico no necesita de esa solapada imparcialidad que le brinda la copa de la conciliación llena de posos de veneno reaccionario, sino de la metódica escrupulosidad que va a buscar en los hechos honradamente investigados, apoyo manifiesto para sus simpatías o antipatías disfrazadas, al contraste de sus nexos reales, al descubrimiento de las leyes por que se rigen. Ésta es la única objetividad histórica que cabe, y con ella basta, pues se halla contrastada y confirmada, no por las buenas intenciones del historiador de que él mismo responde, sino por las leyes que rigen el proceso histórico y que él se limita a revelar".
[9]) Para conocer la revolución rusa hay dos libros que son un clásico en el movimiento obrero. Historia de la Revolución Rusa [408], Trotski, y el famoso libro de John Reed Diez días que estremecieron al mundo.
[10]) El libro antes mencionado de E.H. Carr (página 140) cita de nuevo una declaración de Lloyd George en 1919: "si se iniciase una acción militar contra los bolcheviques, Inglaterra se volvería bolchevique y habría un Soviet en Londres", a lo que añade "Lloyd George hablaba, como era su costumbre, para causar efecto, pero su mente perceptiva había diagnosticado correctamente los síntomas".
[11]) El armisticio generalizado se produjo el 11 de noviembre de 1918 apenas unos días después del estallido de la revolución en Kiel -norte de Alemania- y de la abdicación del káiser Guillermo, el emperador alemán. Ver la serie de artículos sobre la revolución alemana, el primer artículo [409].
[12]) Libro de Bela Szanto La República húngara de los Consejos, página 40, edición española.
[13]) Este fenómeno de subproducción generada por la movilización total y extrema de todos los recursos para el armamento y la guerra también lo constata un autor -Gerd Hardach, La Primera Guerra mundial, página 86 edición española- respecto a Alemania que desde 1917 muestra signos de hundimiento de todo el aparato económico, desabastecimiento y caos, lo cual acaba bloqueando la propia producción de guerra.
[14]) Citado por Kart Radek en el prólogo al libro antes citado, página 10, edición española.
[15]) El austriaco Franz Borkenau, antiguo militante comunista, dice de este acontecimiento en su obra Comunismo mundial (en inglés): "En más de un sentido esta huelga ha sido el mayor movimiento revolucionario de origen realmente proletario que el mundo entero jamás haya vivido (...) La coordinación internacional que la Comintern intentó realizar en reiteradas ocasiones se produjo aquí automáticamente, al interior de las fronteras de las potencias centrales, por la comunidad de interés en todos los países concernidos y por la preeminencia en todas partes de dos problemas principales, el pan y las negociaciones de Brest [se refiere a las negociaciones de paz entre el gobierno soviético y el imperio alemán en enero - marzo de 1918]. Por todas partes, las consignas reivindicaban la paz en Rusia sin anexiones ni compensaciones, raciones más grandes y democracia política" (página 92, versión inglesa, traducción nuestra).
[16]) Bela Szanto, La Revolución húngara de 1919, edición española, página 21.
[17]) Szanto, op cit., página 24.
[18]) Ídem, página 28.
[19]) Ídem, página 35.
[20]) Ver en Revista internacional no 135: 1918-19: "La formación del partido, la ausencia de la Internacional [410]".
[21]) Muy similares a los Delegados revolucionarios en Alemania. En realidad, hay una coincidencia significativa en los componentes que convergen en la formación del Partido bolchevique en Rusia, en la del KPD en Alemania y en la del PC húngaro: "El que las tres fuerzas antes mencionadas desempeñaran un papel crucial en la formación del partido de clase no es algo específico de la situación alemana. Una de las características del bolchevismo durante la revolución en Rusia fue cómo unificó esas mismas tres fuerzas que existían en el seno de la clase obrera: el partido de antes de la guerra que representaba el programa y la experiencia organizativa; los obreros avanzados, con conciencia de clase, de las fábricas y demás lugares de trabajo, que arraigaban al partido en la clase y tuvieron un papel decisivo en la resolución de diferentes crisis en la organización; y la juventud revolucionaria politizada por la lucha contra la guerra" (artículo citado sobre la revolución alemana).
[22]) Militante de izquierdas de la socialdemocracia que en 1910 abandonó el partido y evolucionó hacia posturas anarquistas. Muerto en 1918 había combatido enérgicamente la guerra desde una posición internacionalista.
[23]) Citamos el resumen de sus principios realizado por Bela Szantó en el libro del que venimos hablando.
[24]) El partido demostró una gran eficacia en la agitación y la captación de militantes. En 4 meses pasó de 4000 a 70 000 militantes.
[25]) Esta misma posición prevaleció en el proletariado ruso y en los bolcheviques. Sin embargo, mientras en Rusia los sindicatos eran muy débiles, en Hungría y otros países su fuerza era mucho mayor.
[26]) Libro de Szanto página 43
[27]) Para compensarles, el ministro socialdemócrata Garami propuso concederles un crédito de 15 millones de coronas. Es decir, que la mejora que los trabajadores habían recibido se evaporaría en unos días con la inflación que semejante préstamo iría a provocar. La subvención fue aprobada incluso con la oposición de los ministros oficialmente burgueses del gabinete
[28]) Esta zona se mantendrá bajo dominio checoslovaco hasta el aplastamiento de la revolución en agosto de 1919
[29]) Desde enero había empezado a revivir en uno de esos vaivenes que hablábamos antes. Las grandes fábricas habían enviado delegados -muchos de ellos comunistas- los cuales habían exigido la reanudación de sus reuniones.
[30]) Esta fue igualmente una característica sobresaliente de la Revolución Rusa que subraya por ejemplo John Reed en su libro 10 días que conmovieron al mundo.
[31]) Szantò, página 60, op. cit.
[32]) Szanto, op. cit., página 51.
[33]) Ibidem.
[34]) Szantó, op. cit., página 52.
[35]) Veremos en un próximo artículo cómo la unidad fue el caballo de Troya que utilizaron los socialdemócratas para mantener el control de los Consejos obreros cuando estos tomaron el poder.
[36]) Citado por Szantò, op. cit, página 63.
Bordiga, comunista de izquierda de Italia, calificó el conjunto de la obra de Marx de "esquela necrológica del capital" - o dicho de otra manera, estudio de las contradicciones internas que la sociedad burguesa no podrá evitar y que la llevarán a su fin.
Decretar la muerte con certeza es un problema para los seres humanos de una manera general: la humanidad es la única especie del reino animal en llevar el peso de la conciencia de la muerte inevitable, y ese fardo se plasma en la omnipresencia de los mitos de la vida más allá de la muerte en todas las épocas de la historia y en todas las formas sociales.
De igual modo, las clases dominantes, explotadoras, y los individuos que la componen eran felices porque eludían la muerte consolándose con sueños sobre el carácter eterno de los fundamentos y del destino de su reinado. El régimen de los faraones y de los emperadores divinos se justificaba con historias sagradas que iban desde los orígenes más remotos hasta el futuro más lejano.
Por muy orgullosa que esté de su visión racional y científica, la burguesía no deja de estar sometida a las proyecciones mitológicas. Como dijo Marx puede observarse eso en la actitud de esa clase hacia la historia en la cual proyecta sus "robinsonadas" sobre la propiedad privada como base de la existencia humana. Y no está menos dispuesta a imaginar el final de su sistema de explotación que los antiguos déspotas. Incluso en su época revolucionaria, incluso en el pensamiento del filósofo por excelencia del movimiento dialéctico, Hegel, se encuentra la misma tendencia a proclamar que la dominación de la sociedad burguesa constituye "el fin de la historia". Marx hizo notar que para Hegel, el avance permanente del Espíritu del Mundo había acabado por encontrar paz y descanso bajo la forma del Estado burocrático prusiano (el cual, por cierto, estaba bien embarrancado en su pasado feudal).
Se considera, pues, como un axioma de base de la visión del mundo de la burguesía, distorsionada por su ideología, el hecho de que no puede tolerar ninguna teoría que afirme el carácter puramente transitorio de su dominación de clase. El marxismo, por su parte, que expresa el enfoque teórico de la primera clase explotada de la historia que lleva en sí los gérmenes de un nuevo orden social, no sufre de semejante ceguera.
Así, el Manifiesto comunista de 1848 empieza por el conocido pasaje sobre la historia, que es la historia de la lucha de clases, la cual, en todos los modos de producción hasta hoy, ha desgarrado el tejido social desde dentro, concluyendo con "una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes" (cap. "Burgueses y proletarios") ([1]). La sociedad burguesa simplificó los antagonismos de clase hasta reducirlos socialmente a dos grandes campos: capitalista de un lado, proletario del otro. Y el destino del proletariado es ser el enterrador del orden burgués.
El Manifiesto, sin embargo, no esperaba que la confrontación decisiva entre las clases fuera el simple resultado de la simplificación de las diferencias en el capitalismo, ni de la evidente injusticia representada por el monopolio de los privilegios y de la riqueza por parte de la burguesía. Era primero necesario que el sistema burgués dejara de ser capaz de funcionar "normalmente", que hubiera alcanzado el punto en que: "Con ello se manifiesta francamente que la burguesía es incapaz de seguir siendo por más tiempo la clase dominante de la sociedad y de imponer a la sociedad, en cuanto ley reguladora, las condiciones existenciales de su clase. Es incapaz de dominar, porque es incapaz de asegurar a sus esclavos la existencia inclusive dentro de su esclavitud, porque está obligada a dejarlos que se suman en una situación en la cual debe alimentarlos en lugar de ser alimentada por ellos. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominio, es decir, que su vida ya no resulta compatible con la sociedad" ([2]).
En resumen, el derrocamiento de la sociedad burguesa se convierte en una necesidad vital para la supervivencia misma de la clase explotada y de la vida social en su conjunto.
El Manifiesto veía en las crisis económicas que asolaban periódicamente la sociedad capitalista de aquel tiempo los signos anunciadores de lo que iba a ocurrir.
"Una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas" ([3]).
Hay varios puntos que subrayar respecto a ese pasaje tan citado:
El Manifiesto se escribió en vísperas de la gran marea de levantamientos que barrió Europa durante el año 1848.
Pero aunque esos levantamientos tenían raíces muy materiales -especialmente la aparición de grandes hambrunas por toda una serie de países- aunque aparecieran entonces las primeras manifestaciones masivas de la autonomía política del proletariado (el Cartismo -chartism en inglés- en Gran Bretaña; el levantamiento en junio de 1848 de la clase obrera parisina), eran fundamentalmente los últimos rescoldos de la revolución burguesa contra el absolutismo feudal. En su esfuerzo por comprender el fracaso de esos levantamientos desde el punto de vista del proletariado (raras veces se alcanzaron ni siquiera los objetivos burgueses de la revolución y la burguesía francesa no vaciló en aplastar a los obreros insurgentes de París), Marx reconoció que la perspectiva de una revolución proletaria inminente era algo prematuro. Ya no solo era que la clase obrera había encajado un duro golpe y había retrocedido políticamente a causa de la derrota de los levantamientos de 1848, sino que además, el capitalismo distaba mucho de haber rematado su misión histórica, se estaba extendiendo por el planeta entero y seguía "creando un mundo a su imagen" como decía el Manifiesto. El dinamismo de la burguesía, como lo reconocía el Manifiesto seguía siendo una realidad. Contra los militantes impacientes de su propio "partido", que creían que bastaba con la simple voluntad para empujar a las masas, Marx planteó que el proletariado necesitaría llevar a cabo muchas luchas, durante años, antes de llegar a la confrontación decisiva con su enemigo de clase. También defendió con ahínco la idea de que "Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es también tan segura como ésta" ([4]).
Fue esa convicción la que animó a Marx a dedicarse al estudio -o, más bien, a la crítica- de la economía política, una investigación amplia y profunda que iba a plasmarse en los Grundrisse y los cuatro volúmenes de el Capital. Para comprender las condiciones materiales de la revolución proletaria, era necesario comprender más en profundidad las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, las debilidades fatales que acabarían condenándolo a muerte.
En su obra, Marx reconoció su deuda con los economistas burgueses como Adam Smith y Ricardo que habían contribuido ampliamente a la comprensión del sistema económico burgués, especialmente porque en sus polémicas contra los apologistas de las formas anteriores de producción semifeudales superadas, defendieron el punto de vista de que el "valor" de las mercancías no era algo inherente a la calidad del suelo, ni de una cifra determinada por los caprichos de la oferta y la demanda, sino que se basaba en el trabajo real de los hombres. Pero Marx mostró también que esos polemistas de la burguesía también eran sus apologistas porque en sus escritos:
Lo fundamental, pues, en todas las teorías económicas burguesas es negar que las crisis sean la prueba de que hay contradicciones de base insuperables en el modo de producción capitalista - pájaros de mal agüero, cuervos anunciadores de desastres cuyos roncos graznidos vaticinan el Ragnarök de la sociedad burguesa.
"La fraseología apologética cuya finalidad es negar las crisis, tiene su importancia, pues prueba lo contrario de lo que pretende probar. Para negar la crisis, afirma la unidad allí donde hay contradicción y oposición. En verdad podía decirse que si no existieran las contradicciones negadas arbitrariamente por los apologistas, no habría crisis. En realidad la crisis existe porque esas contradicciones existen. El objetivo de todas las razones que alegan contra la crisis es negar arbitrariamente las contradicciones reales que la causan. Ese deseo ilusorio de negar las contradicciones no hace sino confirmar las contradicciones reales cuya inexistencia se desea" (Teorías de la plusvalía) ([5]).
La apología del capital por los economistas se basa en gran parte en negar que las crisis de sobreproducción que aparecen durante la segunda y la tercera décadas del siglo xix, sean un indicador de la existencia de barreras insuperables para el modo de de producción burgués.
Frente a la realidad concreta de la crisis, la negación de los apologistas toma diferentes formas que los expertos económicos han vuelto a retomar en estas últimas décadas. Marx subraya, por ejemplo, que Ricardo intentaba explicar las primeras crisis del mercado mundial basándose en diferentes factores contingentes como las malas cosechas, la devaluación del papel moneda, la caída de los precios o las dificultades del paso de períodos de paz a períodos de guerra o de guerra a épocas de paz en los primeros años del siglo xix. Es evidente que esos factores pudieron repercutir en la agudización de las crisis e incluso provocar su estallido, pero no eran el meollo del problema. Esos subterfugios nos recuerdan las recientes posiciones tomadas por "peritos" de la cosa económica que situaban la "causa" de la crisis de los años 70 en el aumento de los precios del petróleo y hoy en la codicia de los banqueros. Cuando a mediados del siglo xix se hizo cada vez más difícil negar el ciclo de las crisis comerciales, los economistas se vieron obligados a desarrollar argumentos más sofisticados, aceptar por ejemplo la idea de que había demasiado capital, pero negando que eso significaba que había también demasiadas mercancías invendibles.
Y cuando se aceptaba el problema de la sobreproducción, se relativizaba. Para los apologistas, en la base, "nunca se vende si no es para comprar otro producto cualquiera que pueda ser útil inmediatamente o pueda contribuir en la producción futura" ([6]). En otras palabras, existe una profunda armonía entre producción y venta y en el mejor de los mundos al menos toda mercancía debía encontrar comprador. Si hay crisis no son otra cosa que las posibilidades contenidas en la metamorfosis de las mercancías en dinero, como así lo defendía John Stuart Mill, o, también, son el resultado de una simple falta de proporcionalidad entre un sector de la producción y otro.
Marx no niega ni mucho menos que pueda haber desproporción entre los diferentes ramos de la producción - insiste incluso en que siempre existe esa tendencia en una economía no planificada de que es imposible producir mercancías en función de la demanda inmediata. A lo que Marx se opone es al intento de usar lo de la "desproporcionalidad" como pretexto para pretender quitarse de en medio las contradicciones más elementales de las relaciones sociales capitalistas: "Y se dice que el fenómeno de que se trata no es precisamente un fenómeno de sobreproducción, sino desproporción dentro de las distintas ramas de producción, eso significa simplemente que dentro de la producción capitalista, la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento en que la trabazón de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por lo tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el proceso de producción" (el Capital, vol. III) ([7]).
De igual modo, Marx rechaza el argumento según el cual pueda haber una sobreproducción parcial y no una sobreproducción general: "Por eso Ricardo admite que para algunas mercancías pueda existir un atascamiento del mercado. Lo que sería imposible es el atascamiento general y simultáneo. No niega la posibilidad de sobreproducción en una esfera particular de la producción; pero al no poder producirse ese fenómeno en todos los ramos a la vez, no podría haber ni sobreproducción, ni atascamiento general del mercado" (Teorías sobre la plusvalía) ([8]).
Lo que tienen en común todos esos argumentos es negar lo que históricamente tiene de específico el modo de producción capitalista. El capitalismo es el primer sistema económico en haber generalizado la producción de mercancías, la producción para la venta y la ganancia, al conjunto del proceso de producción y de distribución y es en esa especificidad donde encontramos la tendencia a la sobreproducción. No desde luego, como así quiso dejarlo claro Marx, la sobreproducción en relación con las necesidades humanas: "La palabra misma de "sobreproducción" podría llevarnos al error. Mientras las necesidades más urgentes de una gran parte de la sociedad no estén satisfechas o que únicamente lo estén las necesidades inmediatas, no hay, ni mucho menos, sobreproducción en el sentido de superabundancia de productos en relación con las necesidades. Habría que decir, al contrario, que precisamente por ser capitalista la producción, siempre habrá subproducción en el sentido en que suele entenderse. Es la ganancia de los capitalistas lo que limita la producción, y no la necesidad de los productores. Sobreproducción de productos y sobreproducción de mercancías son dos cosas muy diferentes. Cuando Ricardo afirma que la forma mercancía no afecta al producto, y que entre la circulación de mercancías y el trueque sólo hay una diferencia de forma, que el valor de cambio sólo es una forma pasajera de intercambios materiales, y, por lo tanto, que el dinero no es más que un medio formal de circulación, lo único que hace es expresar la tesis de que el modo de producción burgués es el modo absoluto, desprovisto de toda determinación específica, y que su carácter es, por consiguiente, puramente formal. Por eso no hubiera podido admitir que la producción burguesa lleva consigo un límite al libre desarrollo de las fuerzas productivas, limite que se plasma en las crisis cuyo fenómeno básico es la sobreproducción" ([9]).
Marx muestra después la diferencia entre el modo de producción capitalista y los modos de producción anteriores que no pretendían acumular riquezas, sino consumirlas y que se vieron enfrentados al problema de la subproducción más que al de la sobreproducción: "... a los Antiguos transformar el producto en capital ni se les pasaba por la imaginación, o cuando lo hicieron fue a escala muy reducida (la amplitud que daban al atesoramiento propiamente dicho demuestra con creces que el sobreproducto quedaba sin emplear). Transformaban una gran parte en gastos improductivos para obras de arte, monumentos religiosos, obras públicas. Y menos todavía su industria debía servir para liberar y desarrollar las fuerzas productivas materiales: división del trabajo, maquinismo, aplicación de las fuerzas naturales a la producción privada. En su conjunto, no iban más allá del trabajo artesano. Por eso la riqueza que creaban para el consumo privado era relativamente restringida; parece enorme porque se acumulaba en manos de poca gente, que, además, no tenía mucha idea de qué hacer con tanto. No había sobreproducción entre los Antiguos, pero sí sobreconsumo por parte de los ricos, lo que acabó degenerando en los últimos tiempos de Roma y Grecia en una desenfreno demencial. Los escasos pueblos comerciantes entre ellos, vivían en parte a costa de esas naciones básicamente pobres. La base de la sobreproducción moderna es, por un lado, el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, o sea de la producción en masa por productores encerrados en el círculo de lo estrictamente necesario y, por otro, el límite impuesto por la ganancia de los capitalistas" ([10]).
El problema planteado por los economistas es que consideran al capitalismo como si fuera ya un sistema social armonioso - una especie de socialismo en el que la producción está básicamente determinada por las necesidades: "Todas las dificultades planteadas por Ricardo y otros a propósito del problema de la sobreproducción se deben ya sea a que miran la producción burguesa como uno modo de producción en el que no hay diferencia entre la compra y la venta - trueque directo - ya sea, que ven en ella una producción social: como si la sociedad repartiera según un plan sus medios de producción y sus fuerzas productivas, para que sirvieran para satisfacer sus diferentes necesidades, y eso de tal manera que cada sector de la producción recibiera las cantidades necesarias que le corresponden. Esta ficción tiene su raíz en la incapacidad para comprender la forma específica de la producción burguesa, incapacidad que se debe a que la observan y la consideran como la producción a secas. Es igual que el creyente cuando considera su propia religión como la religión sin más y en las demás solo ve que son ‘falsas'" ([11]).
En contra de esas distorsiones, Marx situaba las crisis de sobreproducción en las propias relaciones sociales que definen el capital como modo de producción específico: la relación del trabajo asalariado, "...de tanto reducir a la simple relación consumidor-productor, se acaba olvidando que el asalariado y el capitalista constituyen dos tipos de productores totalmente diferentes, sin mencionar a los consumidores que no producen nada. Eso es quitarse de encima una vez más, haciendo abstracción de ellas, las contradicciones antagónicas reales de la producción. La simple relación asalariado-capitalista implica que:
"1° la mayoría de los productores (los obreros) no son consumidores (compradores) del grueso de su producción, o sea las materias primas y los instrumentos de trabajo; y que 2° la mayoría de los productores (los obreros) no consumen nunca lo equivalente de su producción ya que, por encima de ese equivalente, deben proporcionar la plusvalía o sobreproducto. Para poder consumir o comprar en los límites de sus necesidades, deben ser siempre sobreproductores, producir siempre por encima de sus necesidades" ([12]).
Evidentemente, el capitalismo no comienza cada fase del proceso de acumulación con un problema inmediato de sobreproducción: nació y se ha desarrollado como un sistema dinámico en constante expansión hacia nuevos dominios de intercambio productivo, a la vez en la economía interna y a escala mundial. Pero al ser inevitable la contradicción que Marx describe, esa expansión constante es una necesidad para el capital si quiere retrasar o superar la crisis de sobreproducción. Aquí también, Marx mantuvo ese punto de vista contra los apologistas que veían la extensión del mercado como una simple oportunidad y no como una cuestión de vida o muerte, pues esos apologistas tenían tendencia a considerar al capital como un sistema independiente y armonioso: "Sin embargo, si se admite que el mercado debe extenderse con la producción, debe admitirse también la posibilidad de una sobreproducción. Desde el punto de vista geográfico, el mercado está limitado: el mercado interior es limitado con respecto a un mercado interior y exterior, el cual lo es con respecto al mercado mundial, el cual -aunque capaz de extensión- está también limitado en el tiempo. Así pues, si se admite que el mercado debe extenderse para evitar la sobreproducción, se está admitiendo la posibilidad de la sobreproducción" ([13]).
En el mismo pasaje, Marx prosigue mostrando que si bien la extensión del mercado mundial permite al capitalismo superar sus crisis y proseguir el desarrollo de las fuerzas productivas, la extensión anterior del mercado se vuelve rápidamente incapaz de absorber el nuevo desarrollo de la producción. No veía eso como un proceso eterno: hay límites inherentes a la capacidad del capital para convertirse en un sistema verdaderamente universal y una vez alcanzados esos límites, arrastrarán al capitalismo hacia el abismo: "De ahí, empero, del hecho que el capital ponga cada uno de esos límites como barrera y, por lo tanto, de que idealmente pase por encima de ellos, de ningún modo se desprende que los haya superado realmente; como cada una de esas barreras contradice su determinación, su producción se mueve en medio de contradicciones superadas constantemente pero puestas también constantemente. Aún más: la universalidad a la que tiende sin cesar, encuentra trabas en su propia naturaleza, las que en cierta etapa del desarrollo del capital harán que se le reconozca a él como barrera mayor para esa tendencia y, por consiguiente, propenderán a la abolición del capital por medio de sí mismo" ([14]).
Llegamos así a la conclusión de que la sobreproducción es el primer pájaro de mal agüero que anuncia la decadencia del capitalismo, la ilustración concreta, en el capitalismo de la fórmula fundamental de Marx que explica el auge y el declive de todos los modos de producción existentes hasta hoy: ayer forma de desarrollo (en el caso del capitalismo: la extensión general de la producción de mercancías), se ha convertido hoy en una traba para el progreso de las fuerzas productivas de la humanidad: "Para acercarnos más a la cuestión: por lo pronto, existe un límite que no es inherente a la producción en general, sino a la producción basada en el capital. Este límite es doble, o más bien es el mismo, considerado desde dos puntos de vista. Basta aquí con demostrar que el capital contiene una limitación de la producción que es particular -limitación que contradice su tendencia universal a superar toda traba opuesta a aquélla-, para poner así al descubierto la base de la superproducción, que, en contra de lo que aducen los economistas, el capital no es la forma absoluta del desarrollo de las fuerzas productivas, forma absoluta que, como forma de la riqueza, coincidiría absolutamente con el desarrollo de las fuerzas productivas. Desde el punto de vista del capital, las etapas de la producción que lo precedieron se presentan igualmente como trabas a las fuerzas productivas. El propio capital, debidamente interpretado, se presenta como condición para el desarrollo de las fuerzas productivas, hasta tanto las mismas requieran un acicate exterior el cual al mismo tiempo aparece como su freno. Para las mismas es una disciplina que, a determinada altura de su desarrollo, se vuelve superflua e insoportable, ni más ni menos que las corporaciones, etc." ([15]).
Otra crítica de Marx a los economistas políticos se refiere a la incoherencia de éstos, al negar la sobreproducción de mercancías a la vez que admiten la sobreproducción de capital: "En el marco de sus propias premisas, Ricardo es consecuente consigo mismo: afirmar que es imposible una sobreproducción de mercancías, es para él, afirmar que no puede haber plétora o sobreabundancia de capital.
"¿Qué habría dicho entonces Ricardo ante la estupidez de sus sucesores, los cuales niegan la sobreproducción bajo una de sus formas (atascamiento general del mercado) y, en cambio, la aceptan en la forma de plétora, de sobreabundancia del capital, llegando incluso a hacer de esto un punto clave de sus doctrinas?" ([16]).
Sin embargo, Marx, en particular en el tercer volumen de el Capital muestra que el hecho de que el capital tenga tendencia a volverse "sobreabundante", sobre todo en la forma de medios de producción, no es ningún consuelo, pues esa sobreabundancia desarrolla otra contradicción mortal, la tendencia decreciente de la cuota de ganancia ([17]) que Marx califica así: "Es, entre todas las leyes de la economía política moderna, la más importante" ([18]). Esa contradicción está inscrita en las relaciones sociales fundamentales del capitalismo: puesto que el trabajo vivo es el único que puede añadir valor -ése es el "secreto" de la ganancia capitalista- y como, al mismo tiempo, los capitalistas están obligados bajo el látigo de la competencia a "revolucionar constantemente los medios de producción", o sea a aumentar la proporción entre el trabajo muerto de las máquinas y el trabajo vivo de los hombres, están enfrentados a la tendencia intrínseca de que la proporción del nuevo valor contenido en cada mercancía disminuya y, por lo tanto, baje la cuota de ganancia.
Una vez más, los apologistas burgueses evitan aterrorizados lo que eso implica, pues la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia demuestra también lo transitorio del capital: "De otro lado, como la cuota de valorización del capital en su conjunto, la cuota de ganancia, constituye el acicate de la producción capitalista (que tiene como finalidad exclusiva la valorización del capital), su baja amortigua el ritmo de formación de nuevos capitales independientes, presentándose así como un factor peligroso para el desarrollo de la producción capitalista, alienta la superproducción, la especulación, las crisis, la existencia de capital sobrante junto a una población sobrante. Los economistas que, como Ricardo, consideran el régimen capitalista de producción como el régimen absoluto, advierten, al llegar aquí, que este régimen de producción se pone una traba a sí mismo y no atribuyen esta traba a la producción misma, sino a la naturaleza (en su teoría de la renta). Pero lo importante en su horror a la cuota decreciente de ganancia es la sensación de que el régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal. Este peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter puramente histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción; atestigua que no se trata de un régimen absoluto de producción de riqueza, sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierta etapa, con su propio desarrollo ulterior" ([19]).
Y en los Grundrisse, las reflexiones de Marx sobre la tendencia decreciente de la cuota de ganancia hacen resaltar lo que fue quizás su anuncio más explícito de la perspectiva del capitalismo que, como las formas anteriores de servidumbre, evita entrar en una fase de obsolescencia o de senilidad durante la cual una tendencia creciente hacia la autodestrucción planteará a la humanidad la necesidad de desarrollar una forma superior de vida social ([20]).
Sin duda Marx vislumbraba el futuro en pasajes como el anterior. Reconocía que existen contratendencias que hacen que la caída cuota de ganancia sea una traba para la producción capitalista a largo plazo y en lo inmediato. Esas contratendencias son: aumento de la intensidad de la explotación, baja de salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo, baja del precio de elementos del capital constante y del comercio exterior. La manera con la que Marx trata el comercio exterior, en particular, muestra hasta qué punto las dos contradicciones en el corazón del sistema están estrechamente relacionadas. El comercio exterior implica en parte la inversión para obtener en el exterior una fuerza de trabajo más barata ([21]) y la posibilidad de vender mercancías "por encima de su valor, aunque más baratas que los países competidores" ([22]). Pero en ese mismo punto 5, se habla de la "la necesidad interna [del régimen de producción capitalista], su apetencia de mercados cada vez más extensos" ([23]). Esto se debe también a la tentativa por compensar la baja de la cuota de ganancia, pues, aunque cada mercancía contenga menos ganancia, mientras el capitalismo pueda seguir vendiendo más mercancías, podrá realizar una masa mayor de beneficio. Pero vuelve aquí el capitalismo a toparse con sus límites inherentes: "Pero el mismo comercio exterior fomenta en el interior el desarrollo de la producción capitalista y, con ello, el descenso del capital variable con respecto al constante, a la par que, por otra parte, estimula la superproducción en relación con el extranjero, con lo cual produce, a la larga, el efecto contrario" ([24]).
Y también: "La compensación de la baja de la cuota de ganancia mediante la creciente masa de ésta solo rige para el capital total de la sociedad y para los grandes capitalistas, sólidamente instalados. El nuevo capital adicional que actúa por cuenta propia no se encuentra con semejantes condiciones de sustitución, tiene que empezar conquistándolas, y así como la baja de la cuota de ganancia provoca la competencia entre capitalistas, y no la inversa. Es cierto que esta lucha por la competencia va acompañada por el alza transitoria de los salarios y por la nueva baja temporal de la cuota de ganancia que de ella se deriva. Y lo mismo ocurre en lo tocante a la superproducción de mercancías, al abarrotamiento de los mercados. Como la finalidad del capital no es satisfacer necesidades, sino producir ganancia, y como sólo puede lograr esa finalidad mediante métodos que ajustan la masa de lo producido a la escala de la producción, y no a la inversa, tienen que surgir constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del consumo sobre la base capitalista y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente. Por lo demás, el capital está formado por mercancías, razón por la cual la superproducción de capital envuelve también la sobreproducción de mercancías" ([25]).
Cuando intenta evitar una de sus contradicciones, lo único que hace el capitalismo es toparse con los límites de la otra. Por eso Marx consideraba inevitables "los conflictos agudos, las crisis, las convulsiones..." de las que ya había hablado en el Manifiesto. La profundización de sus estudios de la economía política capitalista le confirmó en su idea de que el capitalismo llegaría a un punto en el que habría agotado ya su misión progresiva y empezaría a amenazar la capacidad misma de la sociedad humana para reproducirse. Marx no hizo especulaciones sobre la forma precisa que tendría ese momento. No pudo evidentemente ni siquiera ver el surgimiento de las guerras imperialistas mundiales, las cuales, en su intento de "resolver" la crisis económica para ciertos capitales, iban a volverse cada vez más perjudiciales para el capital como un todo y a ser una amenaza cada día mayor para la supervivencia de la humanidad. De igual modo, Marx sólo pudo entrever la propensión del capitalismo a destruir el entorno natural en el cual se basa, en última instancia, toda reproducción social. En cambio, sí que planteó la cuestión del final de la época ascendente del capitalismo en términos muy concretos: como ya lo anotamos en el artículo precedente de esta serie, ya en 1858, Marx consideraba que la apertura de amplias regiones como China, Australia y California indicaba que la tarea del capitalismo de crear un mercado mundial y una producción mundial basada en esos mercados estaba llegando a su fin; en 1881, hablaba del capitalismo en los países adelantados como un sistema que se había vuelto "regresivo", aunque en ambos casos, pensaba que al capitalismo le quedaba mucho camino todavía por recorrer (sobre todo en los países periféricos) antes de dejar de ser un sistema ascendente globalmente hablando.
Al principio, Marx concibió sus estudios del capital como parte de una obra más amplia que abarcaría otros ámbitos de investigación como el Estado o la historia del pensamiento socialista. En realidad, la vida le quedó corta, pues ni siquiera pudo terminar la parte "económica": el Capital fue una obra inconclusa. Al mismo tiempo, pretender elaborar una teoría final decisiva de la evolución capitalista habría sido algo ajeno a las premisas básicas del método de Marx, el cual consideraba la historia como un movimiento sin fin y la dialéctica de la "Astucia de la razón" ([26]) como necesariamente llena de sorpresas. Por consiguiente, en el ámbito de la economía, Marx no dio una respuesta definitiva sobre qué "pájaro de mal agüero" (el problema del mercado o el de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) iba a desempeñar un papel decisivo en la apertura de las crisis que acabarían llevando al proletariado a rebelarse contra el sistema. Pero una cosa está clara: la sobreproducción de mercancías como la sobreproducción de capital son la prueba de que la humanidad ha alcanzado por fin la etapa en la que se ha hecho posible satisfacer las necesidades de la vida de todos y, por lo tanto, crear las bases materiales para eliminar todas las divisiones de clase. El que haya gentes que se mueren de hambre mientras las mercancías no vendidas se amontonan en depósitos o que cierren fábricas que producen bienes necesarios para vivir porque su producción ya no genera ganancias, el foso entre el inmenso potencial contenido en las fuerzas productivas y su compresión en el corsé del valor de cambio, todo eso proporciona las bases para que emerja una conciencia comunista en quienes están más directamente enfrentados a las consecuencias de lo absurdo del capitalismo.
Gerrard
[1]) El Manifiesto comunista, edición bilingüe, "Crítica", Grijalbo, Barcelona, 1998.
[2]) ídem.
[3]) ídem.
[4]) Karl Marx, las Luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, "La abolición del sufragio universal en 1850", https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia6.htm [412]
[5]) Traducido por nosotros de la versión francesa Oeuvres, Tomo 2, Matériaux pour l'"économie" , parte IVª: "Les crises", p. 484, edición La Pléiade (en inglés, Theories of SurplusValue, 2da parte, capítulo XVII).
[6]) Ídem, p. 479
[7]) Citamos aquí la edición del Fondo de cultura económica, 1946, México. Vol. III, cap. XV-3., p. 254).
[8]) Traducido del francés por nosotros, La Pléiade, Oeuvres, Tomo 2, publicado con el título de Matériaux pour l'"économie" , parte IV : "Les crises".
[9]) Teorías sobre la plusvalía, op. cit., p. 490.
[10]) Ídem, p. 491.
[11]) Ídem, p. 491-92.
[12]) Ibíd., p. 484.
[13]) Ídem, p. 489.
[14]) Elementos fundamentales para la crítica de la economía política -borrador- (Grundrisse), tomo 2, cuaderno IV, p. 362 de la edición siglo XIX, 1971.
[15]) Ídem, p. 369.
[16]) Teorías de la plusvalía, op. cit.
[17]) En otras traducciones: "baja tendencial de la tasa de beneficio".
[18]) Grundrisse, op. cit.
[19]) El Capital, Vol. III, cap. XV, "Desarrollo de las contradicciones internas de la ley", p. 240, FCE, 1946, México
[20]) Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) (Grundisse), v. II, cuaderno VII, p. 282, ed. s. XXI, 1971.
[21]) Como puede hoy observarse en los fenómenos de subcontrata, externalización y deslocalización, lo que en inglés llaman outsourcing)
[22]) El Capital, v. III, c. XIV "Causas que contrarrestan la ley", punto 5 "El comercio exterior", p. 237, FCE.
[23]) Ibíd.
[24]) Ibíd. p. 238.
[25]) Ídem, p. 254.
[26]) "Debe llamarse astucia de la razón al hecho de que ella haga actuar en lugar suyo a las pasiones" (Hegel). Con esa expresión, Hegel definía cómo los humanos, a veces, creen estar haciendo la Historia cuando en realidad son víctimas de ella.
Internationalisme no 26, septiembre de 1947
Publicamos aquí dos artículos de la revista Internationalisme, órgano de la Izquierda comunista de Francia ([1]), escritos en 1947 sobre la cuestión del trotskismo. En aquél entonces, el trotskismo ya se había señalado por su abandono del internacionalismo proletario al participar en la Segunda Guerra mundial, contrariamente a los grupos de la Izquierda comunista ([2]), los cuales, en los años treinta, habían resistido a la marea del oportunismo favorecida por la derrota de la oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Entre éstos, en torno a la revista Bilan (fundada en 1933), la Izquierda italiana definía correctamente las tareas del momento: ante la marcha hacia la guerra, no traicionar los principios elementales del internacionalismo y hacer el "balance" del fracaso de la oleada revolucionaria, en particular de la Revolución rusa. La Izquierda comunista combatía las posiciones oportunistas adoptadas por la Tercera Internacional degenerante, y entre ellas, en particular, la política defendida por Trotski de Frente Único con los partidos socialistas, política que arrojaba por la borda toda la claridad tan difícilmente adquirida sobre el carácter capitalista de esos partidos. La izquierda comunista tuvo incluso, en varias ocasiones, la posibilidad de confrontar su enfoque político con el de la corriente -todavía proletaria entonces - formada en torno a las posiciones de Trotski, en particular cuando se intentó unificar a los diferentes grupos opuestos a la política de la Internacional comunista y de los PC estalinizados ([3]).
Fue con el mismo método de Bilan con el que la Izquierda comunista de Francia analizó el fondo de la política del trotskismo que no fue tanto "la defensa de la URSS", aunque esta cuestión manifestaba claramente su equivocación, como la actitud que debía tomarse ante la guerra imperialista. En efecto, como lo pone de manifiesto el primer artículo, "La función del trotskismo", el alistamiento de esta corriente en la guerra no está determinado en primer lugar por la defensa de la URSS, como lo prueba el que algunas de sus tendencias que rechazaban la tesis del Estado obrero degenerado también participaron en el aquelarre imperialista. La determina en realidad la política del "mal menor", la elección de la lucha contra "la ocupación extranjera", "el antifascismo", etc. Esta característica del trotskismo se subraya especialmente en el segundo artículo publicado, "Bravo Abdelkrim, o la pequeña historia del trotskismo", que constata que "toda la historia del trotskismo está en torno a la ‘defensa' de algo" en nombre del mal menor, siendo ese algo cualquier cosa menos proletario. Esta marca de fábrica del trotskismo no fue en modo alguno alterada por el tiempo como lo prueban las distintas manifestaciones del activismo trotskista contemporáneo, así como también su prontitud a elegir un campo contra otro en los múltiples conflictos que ensangrientan el planeta, incluso desde la desaparición de la URSS.
En la raíz de este vagabundeo del trotskismo está, como señala el primer artículo, la atribución de un papel progresista "a ciertas fracciones del capitalismo, a ciertos países capitalistas (y como dice expresamente el programa de transición, a la mayoría de los países)". En esta concepción, según la caracterización que hace el artículo, "la emancipación del proletariado no se realiza gracias a una lucha que pone al proletariado como clase frente a todo el capitalismo, sino que será el resultado de una serie de luchas políticas, en el sentido limitado del término y en las cuales, aliado sucesivamente a distintas fracciones políticas de la burguesía, el proletariado eliminará a unas fracciones, llegando así, por etapas, poco a poco, a debilitar a la burguesía, a vencerla dividiéndola y derrotándola por partes." Ahí ya no queda nada de marxismo revolucionario.
Es un gran error, y muy compartido, considerar que lo que distingue a los revolucionarios del trotskismo es la cuestión de la "defensa de la URSS".
Por supuesto que los grupos revolucionarios, tildados con cierto menosprecio de "ultraizquierda" por los trotskistas (término peyorativo del mismo nivel que el de "hitlero-trotskistas" que a ellos les dan los estalinistas), rechazan naturalmente cualquier tipo de defensa del Estado capitalista (capitalismo de Estado) ruso. La no defensa del Estado ruso por parte de los grupos revolucionarios no es, ni mucho menos, el fundamento teórico y programático de dichos grupos; no es ni más ni menos que la consecuencia política, que está incluida y se deriva normalmente de sus ideas generales, de su plataforma revolucionaria de clase. Y, a la inversa, la "defensa de la URSS" tampoco es lo típico del trotskismo.
Si es verdad que "la defensa de la URSS" es de todas las posiciones políticas que forman su programa la que mejor y más claramente manifiesta su equivocación y su ceguera, se cometería no obstante un grave error queriendo ver el trotskismo solamente a través de esa manifestación. A lo sumo ha de verse en ella la expresión más acabada, más típica, una especie de absceso del trotskismo. Este absceso es tan monstruosamente aparente que su vista repugna a cada día más afiliados de esa Cuarta internacional y, muy probablemente, sea una de las causas, y no la menor, que hace vacilar a muchos simpatizantes en el momento de afiliarse a esa organización. Sin embargo el absceso no es la enfermedad, sino solamente su localización y su exteriorización.
Si tanto insistimos en este punto, es porque demasiada gente que se asusta viendo los estigmas exteriores de una enfermedad tiende a tranquilizarse fácilmente en cuanto aparentemente desaparecen. Olvidan que una enfermedad "blanqueada" no es una enfermedad curada. Esta especie de gente es tan peligrosa, tan propagadora de los gérmenes de la corrupción como la otra, y quizás más aún, al creer sinceramente estar curada.
El Workers'Party en Estados Unidos (organización trotskista disidente, conocida bajo el nombre de su líder, Shachtman), la tendencia de G. Munis en México ([4]), las minorías de Gallien y Chaulieu en Francia, todas las tendencias minoritarias de la "IVa internacional" que, por rechazar la posición tradicional de defensa de Rusia creen estar curadas "del oportunismo" (como dicen) del movimiento trotskista, sólo están "blanqueadas" pero, en el fondo, siguen estando tan impregnadas como antes y totalmente prisioneras de esa ideología.
Eso es tan verdad que basta con tomar como prueba la cuestión más extrema, la que ofrece menos escapatorias, la que plantea y opone más irreductiblemente las posiciones de clase del proletariado y de la burguesía, la cuestión de la actitud que debe tomarse ante la guerra imperialista. ¿Qué vemos?
Unos y otros, mayoritarios y minoritarios, con consignas diferentes, participan todos ellos en la guerra imperialista.
No vale citarnos, para contradecirnos, las declaraciones verbales de los trotskistas contra la guerra. Las conocemos muy bien. No son las declamaciones lo que importa sino la práctica política real que se deriva de las posiciones teóricas y que se concretó en el apoyo ideológico y práctico a las fuerzas de guerra. Nos importa poco saber con qué argumentos se justificó esta participación. La defensa de la URSS es uno de los más importantes, que vincula e implica al proletariado en la guerra imperialista. No es, sin embargo, el único. Como los socialistas de izquierda y los anarquistas, los minoritarios trotskistas que estaban en contra de la defensa de la URSS encontraron otras razones, no menos válidas para ellos y no menos inspiradas por la ideología burguesa, para justificar su participación en la guerra imperialista. Para unos fue la defensa de la "democracia", para otros "la lucha contra el fascismo" o la "liberación nacional" cuando no "el derecho de los pueblos a la autodeterminación" ".
Para todos, siempre fue una cuestión de "mal menor" la que les hizo participar en la guerra o en la Resistencia del lado de un bloque imperialista contra otro.
El partido de Shachtman tiene totalmente razón de reprochar su apoyo el imperialismo ruso a los trotskistas oficiales, considerando que no se trata de un "Estado obrero", pero eso no basta para hacer de Shachtman un revolucionario, ya que no hace ese reproche basándose en una posición de clase del proletariado contra la guerra imperialista, sino únicamente porque considera que Rusia es un país totalitario donde hay menos "democracia" que en otros países y que, en consecuencia, había que apoyar a Finlandia, "menos totalitaria" y más democrática, contra la agresión rusa ([5]).
Para manifestar la naturaleza de su ideología, en particular sobre la cuestión primordial de la guerra imperialista, el trotskismo no necesita para nada defender a la URSS, como lo acabamos de ver. La defensa de la URSS facilita obviamente su posición de participación en la guerra, permitiéndole disfrazarla con una fraseología seudorrevolucionaria, logrando de esta forma obscurecer su carácter profundo e impidiendo plantear la cuestión de la naturaleza de la ideología trotskista a plena luz.
Hagamos pues momentáneamente abstracción, para esclarecernos, de la existencia de Rusia o, si se prefiere, de toda esa sofística sobre el carácter socialista del Estado ruso, con la que los trotskistas acaban oscureciendo el problema central de la guerra imperialista y de la actitud del proletariado. Planteemos sin más la cuestión de la actitud de los trotskistas en la guerra. Los trotskistas responderán obviamente con una declaración general contra la guerra.
Pero una vez recitada correctamente la letanía sobre el "derrotismo revolucionario" en lo abstracto, comenzarán inmediatamente en lo concreto a establecer restricciones, sabios "distingos", "pero..." y "si..." que los llevarán, en la práctica, a tomar partido a favor de uno u otro de los campos en presencia y a llamar a los obreros a participar en la carnicería imperialista.
Cualquiera que haya tenido relaciones con los medios trotskistas en Francia durante los años 39-45, puede atestiguar que sus sentimientos predominantes no estaban dictados en primer lugar por la defensa de Rusia sino por la elección del "mal menor", la opción de la lucha contra "la ocupación extranjera" y la del "antifascismo".
Eso es lo que explica su participación en "la Resistencia" ([6]), en los F.F.I. ([7]) y en la "Liberación". Y cuando el PCI ([8]) de Francia se ve felicitado por secciones de otros países por su participación en lo que llaman "el levantamiento popular" de la Liberación, les dejamos la satisfacción que puede darles el bluf sobre la importancia de esa participación, o sea la importancia de unas cuantas decenas de trotskistas en ¡"el GRAN levantamiento popular"!. Recordemos sobre todo como testimonio, lo que significa políticamente semejante felicitación.
Los revolucionarios parten de la confirmación de que se ha alcanzado la fase imperialista de la economía mundial. El imperialismo no es un fenómeno nacional (es la violencia de la contradicción capitalista entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas -del capital social total- y el desarrollo del mercado que determina la violencia de las contradicciones interimperialistas). En esta fase no puede haber guerras nacionales. La estructura imperialista mundial determina la estructura de cualquier guerra: en esta época imperialista no hay guerras "progresistas". El único progreso está en la revolución social. La alternativa histórica propuesta a la humanidad es: revolución socialista o decadencia, o sea el hundimiento en la barbarie por la destrucción de las riquezas acumuladas por la humanidad, la destrucción de las fuerzas productivas y la masacre continua del proletariado en una sucesión interminable de guerras locales o generales. Los revolucionarios plantean entonces un criterio de clase relacionado con el análisis de la evolución histórica de la sociedad.
Veamos cómo lo plantea teóricamente el trotskismo: "... Pero no todos los países del mundo son países imperialistas. Al contrario, la mayoría de los países son víctimas del imperialismo. Algunos países coloniales o semicoloniales intentarán, sin duda, utilizar la guerra para sacudir el yugo de la esclavitud. Para ellos, la guerra no será imperialista sino emancipadora. El deber del proletariado internacional será ayudar a los países oprimidos en guerra contra los opresores..." (Programa de transición, capítulo "La Lucha contra el imperialismo y la guerra").
Así pues, el criterio trotskista no está vinculado al período histórico que vivimos sino que crea, se refiere, a un concepto abstracto y, por lo tanto, falso del imperialismo. Solamente sería imperialista la burguesía de un país dominante. El imperialismo no sería una fase político-económica del capitalismo mundial sino estrictamente del capitalismo de algunos países, mientras que los demás países capitalistas, la "mayoría", no serían imperialistas. A menos de recurrir a una distinción formal, vacía de sentido, todos los países del mundo están de hecho actualmente dominados económicamente por dos naciones: Estados Unidos y Rusia. ¿Se ha de concluir que solamente la burguesía de ambos países es imperialista y que la hostilidad del proletariado a la guerra no debe ejercerse sino únicamente en esos dos países?
Más aun, si se sigue a los trotskistas y se quita a Rusia, la cual, por definición, "no es imperialista", se llega al absurdo monstruoso de que sólo hay un país imperialista en el mundo: Estados Unidos. Eso nos conduce a la reconfortante conclusión de que el proletariado tiene como deber ayudar a todos los demás países del mundo -puesto que todos son "no imperialistas" y "oprimidos".
Veamos, concretamente, cómo esta distinción trotskista se traduce en los hechos, en la práctica. En 1939, Francia es un país imperialista, así que se propugna el derrotismo revolucionario. En 1940-45, Francia está ocupada: de país imperialista se convierte en país oprimido; su guerra es "emancipadora"; "el deber del proletariado es apoyar su lucha". Perfecto. Pero entonces es Alemania la que en 1945 se convierte en país ocupado y "oprimido": el proletariado debe apoyar una eventual emancipación de Alemania contra Francia. Lo que es verdad para Francia y Alemania también es verdad para cualquier otro país: Japón, Italia, Bélgica, etc. Que no se nos venga a hablar de países coloniales y semicoloniales. En la época imperialista, en la competición salvaje entre los imperialismos, cualquier país que no tiene la oportunidad o la fuerza de ser el vencedor pasa a ser, de hecho, un país "oprimido". Ejemplos: Alemania y Japón y, en el otro sentido, China.
El único deber del proletariado será así andar dando brincos de un platillo a otro de la balanza imperialista, al ritmo de los dictámenes trotskistas, y hacerse masacrar por lo que los trotskistas llaman "Ayuda a una guerra justa y progresista..." (véase Programa de transición, ibídem).
Es el carácter fundamental del trotskismo: en cualquier situación y en todas sus posiciones corrientes, ofrece al proletariado una alternativa, no de oposición y solución de clase: proletariado contra burguesía, sino la alternativa entre dos campos, dos fuerzas capitalistas "oprimidas...": entre burguesía fascista y antifascista; entre "reacción" y "democracia"; entre monarquía y república; entre guerra imperialista y guerras "justas y progresistas".
Partiendo de esa alternativa eterna del "mal menor", los trotskistas participaron en la guerra imperialista, y no en función de la necesidad de la defensa de la URSS. Antes de defenderla, habían participado en la guerra de España (1936-39) en defensa de la España republicana contra Franco. A continuación fue la defensa de la China de Chiang Kai-chek contra Japón.
La defensa de la URSS no es, por lo tanto, la base de sus posiciones, sino el resultado, una manifestación entre otras de su plataforma fundamental, plataforma por la que el proletariado no tiene una posición de clase propia en una guerra imperialista sino que puede y debe hacer una distinción entre los distintos capitalismos nacionales, momentáneamente antagónicos, a los que debe declarar "progresistas" y conceder su ayuda, por regla general a los más débiles, más atrasados, a la burguesía "oprimida".
Esta posición, en la cuestión tan crucial (central) de la guerra, sitúa inmediatamente al trotskismo como corriente política fuera del campo del proletariado y justifica por sí sola la necesidad de ruptura total con él por parte de cualquier elemento revolucionario proletario.
Y sólo hemos puesto de relieve una de las raíces del trotskismo. De forma más general, el trotskismo considera que la emancipación del proletariado no es el resultado de la lucha de forma absoluta que sitúa al proletariado como clase frente al conjunto del capitalismo, sino que será el resultado de una serie de luchas políticas, en el sentido estrecho del término y en las cuales, aliándose sucesivamente a distintas fracciones políticas de la burguesía, eliminará a las otras y así llegará, por grados, por etapas, poco a poco, a debilitar a la burguesía y a triunfar, dividiéndola y venciéndola por partes.
No solo es ése un enfoque que se pretende altamente sutil y estratégico, que se resume en el lema... "ir separadamente y pegar juntos...". Es, sobre todo, una de las bases de la ideología trotskista, y esto queda confirmado en la teoría de la "revolución permanente" (nueva forma), que explica que la permanencia de la revolución considera la propia revolución como un desarrollo permanente de una sucesión de acontecimientos políticos, entre los que la toma del poder por el proletariado no es sino un acontecimiento entre otros, y que no considera que la revolución sea un proceso económico y político de liquidación de una sociedad dividida en clases y, por fin y sobre todo, afirma que la edificación socialista se puede comenzar antes de la toma del poder por el proletariado.
Es verdad que esta concepción de la revolución sigue, en parte, "fiel" al esquema de Marx. Pero no es sino una fidelidad a la letra. Marx conoció ese esquema en 1848, cuando la burguesía seguía aún siendo una clase históricamente revolucionaria, y fue en el fuego de las revoluciones burguesas que se desencadenaron por toda una serie de países de Europa, cuando Marx esperó que no se detuvieran en la fase burguesa, sino que se vieran desbordadas por el proletariado prosiguiendo la marcha adelante hasta la revolución socialista.
Si la realidad invalidó las esperanzas de Marx, fue en todo caso una visión revolucionaria atrevida, anticipadora de las posibilidades históricas. Otra cosa es la revolución permanente trotskista. Fiel a la letra pero traidor al espíritu, el trotskismo sigue otorgando un papel progresista a algunas fracciones del capitalismo, a algunos países capitalistas (y como lo dice expresamente el Programa de transición, son la mayoría), un siglo después de que hayan acabado las revoluciones burguesas, en la época del imperialismo mundial, mientras que la sociedad capitalista ha entrado, como un todo, en su fase decadente.
Marx pensaba en 1848 situar al proletariado a la cabeza de la sociedad, los trotskistas en 1947 ponen el proletariado a remolque de la burguesía declarada "progresista". Es difícil imaginar una caricatura más grotesca, una deformación más obtusa que la que proponen los trotskistas del esquema de la revolución permanente de Marx.
Tal como Trotski la había retomado y formulado en 1905, la teoría de la revolución permanente guardaba todo su significado revolucionario. En 1905, a principios de la era imperialista, cuando el capitalismo parecía tener ante sí muchos años de prosperidad, en uno de los países más atrasados de Europa en el que subsistía todavía toda una superestructura política feudal, donde el movimiento obrero estaba dando sus primeros pasos, ante todas las fracciones de la socialdemocracia rusa que anunciaban la llegada de la revolución burguesa, frente a Lenin que, lleno de restricciones, no se atrevía a ir más lejos que asignar a la futura revolución la tarea de reformas burguesas bajo una dirección revolucionaria democrática de los obreros y campesinos, Trotski tuvo el mérito innegable de proclamar que la revolución sería socialista -la dictadura del proletariado- o no sería.
La teoría de la revolución permanente ponía el acento sobre el papel del proletariado como única clase revolucionaria desde entonces en adelante. Fue una proclamación revolucionaria audaz, dirigida contra los teóricos socialistas pequeñoburgueses miedosos y escépticos, y contra los revolucionarios vacilantes a quienes les faltaba confianza en el proletariado.
En la actualidad, cuando la experiencia de los cuarenta últimos años confirmó plenamente esos elementos teóricos, en un mundo capitalista acabado y ya decadente, la teoría de la revolución permanente de "nuevo cuño" está únicamente dirigida contra las "ilusiones" revolucionarias de esos extravagantes ultraizquierdistas, esa pesadilla del trotskismo.
En la actualidad, se insiste en las ilusiones atrasadas de los proletarios sobre las inevitables etapas intermedias, la necesidad de una política realista y positiva, los gobiernos trabajadores y campesinos, las guerras justas y las revoluciones de emancipación nacionales progresistas.
Tal es en adelante el destino de la teoría de la revolución permanente entre las manos de discípulos que sólo supieron retener y asimilar las debilidades, y nada de lo que fue la grandeza, la fuerza y el valor revolucionarios del ilustre maestro.
Apoyar las tendencias y las fracciones "progresistas" de la burguesía, reforzar la marcha revolucionaria del proletariado basándola en utilizar la división y los antagonismos intercapitalistas, son las fuentes de la teoría trotskista. Hemos visto la primera, veamos el contenido de la segunda.
En primer lugar, sobre cómo garantizar mejor el orden capitalista. Es decir, garantizar mejor la explotación del proletariado.
En segundo lugar, sobre las divergencias entre los intereses económicos de los diferentes grupos que componen la clase capitalista. Trotski, que se dejó a menudo llevar por su estilo y sus metáforas hasta perder de vista su contenido social real, hizo a menudo hincapié en este segundo aspecto. "Es erróneo considerar el capitalismo como un conjunto unificado", enseñaba. "La música también es un conjunto, pero sería un músico bien pobre el que no distinguiera las notas unas de otras". Y esta metáfora la aplicaba a los movimientos y luchas sociales. A nadie se le ocurrirá negar o no hacer caso de la existencia de oposiciones de intereses dentro de la clase capitalista, y las luchas que de ellas resultan. La cuestión está en saber qué lugar ocupan esas distintas luchas en la sociedad. Sería un marxista revolucionario muy mediocre el que pusiera en el mismo plano la lucha entre las clases y la lucha entre grupos de la misma clase.
"La historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de las luchas de clase". Esta tesis fundamental de el Manifiesto comunista, no desconoce obviamente la existencia de luchas secundarias entre distintos grupos e individualidades económicas dentro de las clases ni su importancia relativa. Pero el motor de la historia no son esos factores secundarios, sino la lucha entre la clase dominante y la clase dominada. Cuando una nueva clase debe, en la historia, sustituir a la antigua, incapaz ya de garantizar la dirección de la sociedad, o sea en un período histórico de transformación y revolución social, la lucha entre ambas clases determina y domina absolutamente, de forma categórica, todos los acontecimientos sociales y todos los conflictos secundarios. En tales períodos históricos, como el nuestro, hacer hincapié en los conflictos secundarios, de los cuales se quiere determinar y condicionar la marcha del movimiento de la lucha de clases, su dirección y su amplitud, demuestra con claridad deslumbrante que no se ha entendido nada sobre las cuestiones más elementales de la sociología marxista. No se hace otra cosa sino juegos malabares con abstracciones sobre notas de música, y se supedita, en lo concreto, la lucha social histórica del proletariado a las contingencias de los conflictos políticos intercapitalistas.
Toda esta política se basa, en el fondo, en una singular ausencia de confianza en las propias fuerzas del proletariado. Indudablemente, las tres últimas décadas de derrotas ininterrumpidas han ilustrado trágicamente la inmadurez y la debilidad del proletariado. Pero uno se equivocaría buscando el origen de esta debilidad en el autoaislamiento del proletariado, en la ausencia de una línea suficientemente flexible de conducta hacia las demás clases, capas y formaciones políticas antiproletarias. Es todo lo contrario. Desde la fundación del la IC, no se ha cesado de denigrar la enfermedad infantil de la izquierda, de elaborar la estrategia irrealista de conquista de amplias masas, de conquista de los sindicatos, de la utilización revolucionaria de la tribuna parlamentaria, del frente único político con "el diablo y su abuela" (Trotski), de participación en el Gobierno obrero de Sajonia....
¿Cuál fue el resultado?
Desastroso. Cada nueva conquista de la estrategia en flexibilidad era seguida por una derrota mayor, más profunda. Para atenuar esa debilidad que asignan al proletariado, para "reforzarlo", no sólo iban corriendo a apoyarse en fuerzas políticas extraproletarias (socialdemocracia) sino también en fuerzas sociales ultrarreaccionarias: partidos campesinos "revolucionarios" (Conferencia internacional del campesinado-Conferencia internacional de los pueblos coloniales). Cuanto más se acumulaban las catástrofes sobre la cabeza del proletariado, más triunfaban en la IC la rabia de las alianzas y la política de explotación. Se debe ciertamente buscar el origen de toda esta política en la existencia del Estado ruso, que ha encontrado en sí mismo su razón de ser, que no tiene por naturaleza nada en común con la revolución socialista, opuesto y ajeno como lo es y lo será al proletariado y a sus objetivos de clase.
El Estado, para su conservación y su reforzamiento, debe y puede encontrar aliados en las burguesías "oprimidas", en los "pueblos" y los países coloniales y "progresistas", porque esas categorías sociales están, por naturaleza, llamadas a construir el Estado. El Estado ruso podrá especular sobre la división y los conflictos entre otros Estados y grupos capitalistas, porque es de la misma naturaleza social y de clase que ellos.
En esos conflictos, el debilitamiento de uno de los antagonistas puede convertirse en la condición de su reforzamiento (del Estado). Y todo lo contrario es lo que ocurre con el proletariado y su revolución. El proletariado no puede contar con ninguno de esos aliados, no puede apoyarse en ninguna de esas fuerzas. Está solo y, además, en oposición constante, en oposición histórica irreducible con el conjunto de esas fuerzas y elementos que presentan, contra él, una unidad indivisible.
Concienciar al proletariado de su posición, de su misión histórica, no ocultarle nada sobre las grandes dificultades de su lucha, enseñarle también que no le queda otra opción, que debe y puede vencer a pesar de las dificultades aunque sea al precio de su existencia humana y física, esa es la única forma de armar al proletariado para la victoria.
Pero pretender evitar la dificultad buscando posibles aliados (aunque sean temporales) al proletariado, presentándole fuerzas "progresistas" en las demás clases sobre las que pueda apoyar su lucha, es equivocarlo para consolarlo, es desarmarlo y extraviarlo.
Y ésa es efectivamente la función actual del movimiento trotskista.
Marc
Internationalisme no 24, julio de 1947)
Hay quienes sufren de un sentimiento de inferioridad, otros de un sentimiento de culpabilidad, y otros de manía persecutoria. El trotskismo, por su parte, sufre de una enfermedad que se podría llamar, a falta de otra expresión, "defensismo". Toda la historia del trotskismo da vueltas en torno a la "defensa" de algo. Y cuando por desgracia hay semanas vacías en las que no encuentran nada ni a nadie que defender, los trotskistas están literalmente desesperados. Se les reconoce entonces por sus rostros tristes, sus rasgos descompuestos, sus miradas extraviadas, buscando desesperadamente una causa o una víctima cuya defensa podrían tomar, como el toxicómano su ración diaria de veneno.
Afortunadamente para los trotskistas existe una Rusia que conoció la revolución. Podrá servirles hasta el final de los tiempos para proveer su necesidad de causas que defender. Ocurra lo que ocurra con Rusia, los trotskistas permanecerán, impasibles, a favor de la "defensa de la URSS" ya que es en Rusia donde han encontrado una fuente inagotable para satisfacer su vicio "defensista".
Pero no solo cuentan las grandes defensas. Para rellenar la vida del trotskismo, además de la grande, la inmortal, la incondicional "defensa de la URSS" - fundamento y razón de ser del trotskismo -también necesita las chiquitas "defensas... cotidianas", la pequeña "defensa diaria".
El capitalismo, en su fase de decadencia, desencadena una destrucción general no solo del proletariado, víctima de siempre del sistema, sino que la represión y la masacre se repercuten, incluso multiplicándose, en el mismo seno de la clase capitalista. Hitler masacra a los burgueses republicanos, Churchill y Truman cuelgan y fusilan a Goering y Cía., Stalin pone a todo el mundo de acuerdo asesinando a unos y otros. El caos sangriento general, el desencadenamiento de una bestialidad perfeccionada y de un sadismo refinados desconocidos hasta entonces son el tributo inevitable de la imposibilidad del capitalismo para superar sus contradicciones, y de la ausencia de la voluntad consciente del proletariado para echarlo abajo. ¡Alabado sea Dios! ¡Qué ganga para nuestros hambrientos de causas que defender! Nuestros trotskistas están a su gusto. Cada día se presentan nuevas causas para nuestros modernos caballeros, que les permiten manifestar abiertamente su carácter generoso de desfacedores de entuertos y vengadores de ofendidos.
En otoño de 1935, Italia comienza una campaña militar contra Etiopía. Es una guerra indiscutiblemente imperialista de conquista colonial que opone, por un lado, un país capitalista avanzado, Italia, y por el otro, un país atrasado, Etiopía, económica y políticamente aún semifeudal. Italia es el régimen de Mussolini, Etiopía el del Negus, el "rey de los reyes". Pero la guerra etíope-italiana es más que una simple guerra colonial de tipo clásico: es la preparación, el preludio a la guerra mundial que se anuncia. Pero los trotskistas no tienen por qué mirar tan lejos. Les basta saber que Mussolini es el "malvado agresor" contra el "reino pobre" del Negus para salir inmediatamente en defensa "incondicional" de la independencia nacional de Etiopía. ¡No faltaría más! Y añadirán sus voces al coro general (coro del bloque "democrático" anglosajón todavía en formación y buscándose) para reclamar sanciones internacionales contra "la agresión fascista". Más defensores que nadie y, sobre ese tema, sin lecciones que recibir de nadie, culparán y denunciarán la defensa insuficiente, en su opinión, de la SDN ([9]), y llamarán a los obreros del mundo a garantizar la defensa de Etiopía y del Negus. Es cierto que la defensa trotskista no dio buena suerte al rey Negus, que a pesar de ella fue derrotado. Pero en toda justicia no se puede culpar a los trotskistas de la responsabilidad de la derrota, ya que cuando se trata de defensa, incluso de la de un Negus, los trotskistas no regatean. ¡Siempre presentes!
En 1936 se desencadena la guerra en España con la forma de "guerra civil" interna, que divide a la burguesía española entre clan franquista y clan republicano; es el ensayo general de la guerra mundial inminente, jugando con la vida y la sangre de los obreros. El gobierno republicano-estaliniano-anarquista está en una posición de inferioridad militar manifiesta. Los trotskistas vuelan naturalmente en socorro de la República "en peligro contra el fascismo". Una guerra no puede obviamente proseguir sin combatientes ni material. Podría detenerse. Alarmados ante semejante perspectiva (la desaparición de motivo de defensa), los trotskistas movilizan entonces a todas sus fuerzas para reclutar combatientes para las brigadas internacionales y se desviven para mandar "cañones a España". Pero el Gobierno republicano son los Azaña, Negrin, los amigos de ayer y de mañana de Franco contra la clase obrera. ¡Los trotskistas no reparan en detalles! No regatean su ayuda. O se está a favor o en contra de la Defensa. Nosotros, trotskistas, somos neo-defensores, punto.
En 1938, la guerra causa estragos en Extremo Oriente. Japón ataca a la China de Chiang Kai-chek. ¡No hay vacilación posible: "Todos como un solo hombre por la defensa de China". El propio Trotski explicará que no es hora de recordar la sangrienta masacre de miles y miles de obreros de Shangai y Cantón por los ejércitos de ese mismo Chiang Kai-chek durante la Revolución de 1927. El Gobierno de Chiang Kai-chek podrá ser un gobierno capitalista a sueldo del imperialismo americano y ser perfectamente comparable con el régimen japonés en lo que a explotación y represión de los obreros se refiere, eso importa poco ante el principio superior de la independencia nacional. El proletariado internacional movilizado por la independencia del capitalismo chino sigue siendo dependiente...del imperialismo yanqui, pero Japón perdió efectivamente a China y fue vencido. Los trotskistas pueden estar satisfechos. Al menos realizaron la mitad de su objetivo. Cierto es que esta victoria antijaponesa ([10]) costó la vida de unas cuantas decenas de millones de obreros masacrados durante 7 años en todos los frentes del mundo por la guerra mundial. Cierto es que los obreros en China, como en todas partes, siguen explotados y machacados cada día. Pero ¿qué importancia tienen con respecto a la independencia garantizada (muy relativa) de China?
1939. La Alemania de Hitler ataca Polonia. ¡Adelante en defensa de Polonia! Pero ocurre que el "Estado obrero" ruso también ataca Polonia, también guerrea con Finlandia y arranca por la fuerza territorios a Rumania. Eso desorientó un poco a los cerebros trotskistas que, como los estalinistas, sólo recobrarán cuando se iniciaron las hostilidades entre Rusia y Alemania. Entonces todo se volvió claro, demasiado claro, trágicamente claro. Durante 5 años los trotskistas llamarán a los proletarios de todos los países a hacerse masacrar por la "defensa de la URSS" e indirectamente por todos sus aliados. Combatirán al gobierno de Vichy que quiere poner al servicio de Alemania el imperio colonial francés y arriesgar así "su unidad". Combatirán a Pétain y otros Quisling ([11]). En Estados Unidos, reclamarán el control del ejército por los sindicatos para garantizar mejor la defensa de Estados Unidos contra la amenaza del fascismo alemán. Estarán presentes en todas las guerrillas y en todas las resistencias, en todos los países. Será el período del apogeo de la "defensa".
Podrá haberse acabado la guerra, en cambio, la profunda necesidad de "defensa" en los trotskistas es infinita. El caos mundial que siguió el cese oficial de la guerra, los distintos movimientos de nacionalismo exasperado, los levantamientos nacionalistas burgueses en las colonias, tantas expresiones del caos mundial que siguieron el cese oficial de la guerra y que fueron utilizados y fomentados por todas partes por las grandes potencias para sus intereses imperialistas, seguirán proporcionando ampliamente materia que defender para los trotskistas. Son en particular los movimientos burgueses coloniales en los que, bajo las banderas de "liberación nacional" y de "lucha contra el imperialismo" (muy verbal), se sigue masacrando a decenas de miles de trabajadores, que llevarán a su colmo la exaltación defensista de los trotskistas.
En Grecia, los dos bloques, ruso y angloamericano, se enfrentan por la soberanía en los Balcanes, bajo los colores locales de una guerra de guerrilla contra el gobierno oficial, los trotskistas entran en danza. Al grito de "¡Manos quietas con Grecia!", anuncian la buena noticia a los proletarios de la constitución de brigadas internacionales en el territorio yugoslavo del "liberador" Tito ([12]), llamando a los obreros a alistarse en ellas para liberar a Grecia.
Con el mismo entusiasmo, informan de sus heroicas hazañas en China, en las filas del ejército pretendidamente comunista y que de esto tiene tanto como el gobierno de Stalin del que son la emanación. Indochina, en donde también se organizan las masacres como se debe, será otra tierra de elección para la defensa trotskista "de la independencia nacional de Vietnam". Con el mismo impulso generoso, los trotskistas apoyarán y defenderán al partido nacional burgués "Destour", en Túnez y el partido nacional burgués (PPA) de Argelia. Descubrirán virtudes liberadoras al MDRM, movimiento burgués nacionalista de Madagascar. La detención, por sus compadres del gobierno capitalista francés, de los consejeros de la República y diputados de Madagascar, lleva a su colmo la indignación de los trotskistas. Cada semana, el periódico la Vérité se llenará de llamadas en defensa de los "pobres" diputados malgaches. "¡Liberen a Ravoahanguy!, ¡liberen a Raharivelo!, ¡liberen a Roseta!" Las columnas del diario serán insuficientes para contener todas las "defensas" que tienen que hacer los trotskistas. ¡Defensa del Partido estalinista amenazado en Estados Unidos! ¡Defensa del movimiento panárabe contra el sionismo colonizador judío en Palestina, y defensa de los fanáticos de la colonización chovinista judía, los líderes terroristas del Irgún, contra Inglaterra! Defensa de las Juventudes socialistas contra el Comité director de la SFIO.
Defensa de la SFIO contra el neosocialista Ramadier.
Defensa de la CGT contra sus jefes.
Defensa de las "libertades..." contra las amenazas "fascistas de De Gaulle".
Defensa de la Constitución contra la reacción.
Defensa del gobierno PS-PC-CGT contra el MRP.
Y dominándolo todo, defensa de la "pobre" Rusia de Stalin, ¡amenazada de cerco! por Estados Unidos.
¡Pobres, pobrecitos trotskistas, sobre los frágiles hombros de quienes pesa la agobiante carga de tantas "defensas"!
El pasado 31 de mayo ocurrió un acontecimiento un tanto sensacional: Abdelkrim, el viejo jefe del Rif ([13]), se despidió "a la francesa" del gobierno francés, escapándose durante su transferencia a Francia. Esta fuga fue preparada y realizada con la complicidad del rey Faruk de Egipto, que le propuso un asilo digamos real, y también se benefició de la indiferencia condescendiente de Estados Unidos. La prensa y el gobierno franceses expresan su disgusto. La situación de Francia en sus colonias no está para que se añadan nuevas causas de desordenes. Pero más que un peligro real, la fuga de Abdelkrim ridiculiza una poquito más a Francia, cuyo prestigio en el mundo ya es suficientemente vacilante. Por eso se entienden perfectamente las recriminaciones de toda la prensa, que se queja del abuso de confianza de Abdelkrim que se evade a pesar de haber dado su palabra de honor al gobierno democrático francés.
Acontecimiento "formidable" para nuestros trotskistas, que patalean de alegría y entusiasmo. La Vérité del 6 de junio, con título "Bravo Abd-El-Krim!", se conmueve ante el que "... condujo la lucha heroica del pueblo marroquí...", explicando la dimensión revolucionaria de su gesto. "Si han engañado, escribe la Vérité, a estos señores del estado mayor y del ministerio de Colonias, hicieron bien. Es necesario saber engañar a la burguesía, mentirle, usar ardides contra ella, enseñaba Lenin...". Aquí vemos a Abdelkrim transformado en discípulo de Lenin, ¡en espera de ser miembro de honor del Comité ejecutivo de la IVa Internacional!
Los trotskistas aseguran al "viejo combatiente rifeño, que como en los viejos tiempos quiere la independencia de su país" que "... mientras luche Abdelkrim, todos los comunistas del mundo le prestarán ayuda y asistencia". Y concluyen: "Eso que ayer decían los estalinistas, nosotros, trotskistas, lo repetimos hoy".
¡Efectivamente... no podía decirse mejor!
No acusamos a los trotskistas de "repetir hoy lo que los estalinistas decían ayer" ni hacer lo que los estalinistas siempre han hecho. Tampoco reprochamos a los trotskistas el "defender" a quienes les dé la gana. Cumplen totalmente con su papel.
Pero que se nos permita expresar un deseo, un único deseo: ¡Ojalá que la necesidad "de defender" que tienen los trotskistas no los oriente un día hacia proletariado. Con ese tipo de defensa, el proletariado nunca se recuperaría.
¡La experiencia del estalinismo le basta ampliamente!
Marc
[1]) Léase nuestro folleto en francés la Izquierda comunista de Francia, https://fr.internationalism.org/brochure/gcf [413].
[2]) Léase nuestro artículo, la Izquierda comunista y la continuidad del marxismo, https://fr.internationalism.org/icconline/1998/gauche-communiste [414].
[3]) Léase a este respecto el primer capítulo de la Izquierda comunista de Francia, "Las tentativas abortadas de creación de una Izquierda comunista de Francia".
[4]) [Nota de la redacción] Una referencia particular ha de hacerse a Munis que romperá con el trotskismo sobre la base de la defensa del internacionalismo proletario. Ver a este respecto nuestro artículo de la Revista internacional no 58, "A la memoria de Munis, un militante de la clase obrera"; https://es.internationalism.org/rinte58/Munis_militante_revolucionario.htm [415].
[5]) [Nota de la redacción] Se trata de la ofensiva rusa de 1939 que, además de Finlandia, también afectó a Polonia (que estaba siendo invadida por Hitler), los países bálticos y Rumania.
[6]) Es característico que el grupo Johnson-Forest, escisión del Partido de Schachtman y que se considera "muy a la izquierda" porque rechaza tanto la defensa de la URSS como las posiciones antirrusas de Schachtman, critique severamente a los trotskistas franceses que, según él, no habrían participado bastante activamente en "la Resistencia". He aquí una expresión típica de lo que es el trotskismo.
[7]) [Nota de la redacción] "Fuerzas francesa del interior", conjunto de las agrupaciones militares de la resistencia interior francesa que se constituyeron en la Francia ocupada y que se pusieron, en marzo de 1944, bajo las órdenes del general Kœnig y la autoridad política del general De Gaulle.
[8]) [Nota de la redacción] "Partido comunista internacionalista", resultado de la agrupamiento en 1944 del Partido obrero internacionalista y del Comité comunista internacionalista.
[9]) [Nota de la redacción] Sociedad de las naciones, precursor, en la anteguerra, de Naciones Unidas.
[10]) Léase, por ejemplo, en la Verité del 20/06/47, "La lucha heroica de los trotskistas chinos": "En la provincia de Shantung nuestros camaradas se convirtieron en los mejores combatientes de guerrillas... En la provincia de Kiang-Si... los trotskistas son saludados por los estalinistas como "los más honestos combatientes antijaponeses", etc."
[11]) [Nota de la redacción] Vidkun Quisling fue el dirigente del Nasjonal Samling (partido nazi) noruego y dirigente del gobierno fantoche impuesto por los alemanes después de la invasión de Noruega.
[12]) [Nota de la redacción] Josip Broz Tito fue uno de los principales responsables de la resistencia yugoslava, y tomó el poder en Yugoslavia a finales de la guerra.
[13]) [Nota de la redacción] Abd-al-Krim al Jattabi (o Abdelkrim, nacido por 1882 a Ajdir en Marruecos, muerto el 6 de febrero de 1963 en El Cairo, Egipto) dirigió una larga resistencia contra la ocupación colonial del Rif - región montañosa del norte de Marruecos - en un primer tiempo de los españoles y a continuación de los franceses, consiguiendo formar una "República confederada de las tribus del Rif" en 1922. La guerra para aplastar esta nueva República fue llevada a cabo por un ejército de 450 000 hombres reunido por los Gobiernos francés y español. Al ver perdida su causa, Abdelkrim se constituyó preso de guerra con el fin de ahorrar las vidas de los civiles, lo que no impidió a los franceses bombardear los pueblos con gas mostaza, causando así 150 000 muertes civiles. Abdelkrim fue exiliado en la isla de La Reunion a partir de 1926 dónde vivió en residencia forzosa, pero le dieron permiso de residencia en Francia en 1947. Cuando su buque hacía escala en Egipto, consiguió librarse de sus guardias, muriendo en El Cairo (véase Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Abd_el-Krim [416]).
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/21/488/el-estado-en-el-periodo-de-transicion-del-capitalismo-al-comunismo
[2] https://es.internationalism.org/tag/2/31/el-engano-del-parlamentarismo
[3] https://es.internationalism.org/tag/desarrollo-de-la-conciencia-y-la-organizacion-proletaria/tercera-internacional
[4] https://es.internationalism.org/tag/21/364/el-comunismo-no-es-un-bello-ideal-sino-que-esta-al-orden-del-dia-de-la-historia
[5] https://es.internationalism.org/tag/historia-del-movimiento-obrero/1917-la-revolucion-rusa
[6] https://es.internationalism.org/tag/2/38/la-dictadura-del-proletariado
[7] https://es.internationalism.org/tag/2/26/la-revolucion-proletaria
[8] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199504/1831/construccion-de-la-organizacion-revolucionaria-los-20-anos-de-la-c
[9] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/940/las-ensenanzas-de-kronstadt
[10] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i
[11] https://es.internationalism.org/node/2362
[12] https://es.internationalism.org/cci/200602/741/el-desarrollo-del-movimiento-de-febrero-a-octubre-del-17
[13] https://es.internationalism.org/cci/200602/742/la-conquista-de-los-soviets-por-el-proletariado
[14] https://es.internationalism.org/cci/200602/749/el-aislamiento-es-la-muerte-de-la-revolucion
[15] https://es.internationalism.org/node/2787
[16] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199707/1224/ii-1917-las-jornadas-de-julio-el-papel-indispensable-del-partido
[17] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199710/1216/iii-1917-la-insurreccion-de-octubre-una-victoria-de-las-masas-obre
[18] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199507/1822/i-los-revolucionarios-en-alemania-durante-la-ia-guerra-mundial-y-l
[19] https://es.internationalism.org/node/2334
[20] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1829/lecciones-de-1917-23-la-primera-oleada-revolucionaria-del-proletar
[21] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1177/1918-1919-la-revolucion-proletaria-pone-fin-a-la-guerra-imperialis
[22] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197504/1941/revolucion-y-contrarrevolucion-en-italia-i
[23] https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado
[24] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1863/la-lucha-de-clases-contra-la-guerra-imperialista-las-luchas-obrera
[25] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1834/las-conmemoraciones-de-1944-ii-50-anos-de-mentiras-imperialistas
[26] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200703/1784/50-anos-despues-hiroshima-y-nagasaki-o-las-mentiras-de-la-burguesi
[27] https://es.internationalism.org/node/2321
[28] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1823/china-1928-1949-i-eslabon-de-la-guerra-imperialista
[29] https://es.internationalism.org/cci-online/200605/939/mayo-68-20-anos-despues-la-maduracion-de-las-condiciones-para-la-revolucion-pr
[30] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199310/1950/veinticinco-anos-despues-de-mayo-1968-que-queda-de-mayo-del-68
[31] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199804/1200/mayo-del-68-el-proletariado-vuelve-al-primer-plano-de-la-historia
[32] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197701/1996/la-izquierda-comunista-en-rusia-i
[33] https://es.internationalism.org/revista-internacional/199301/3150/documento-el-aplastamiento-del-proletariado-aleman-y-la-ascension-
[34] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2089/la-experiencia-rusa-propiedad-privada-y-propiedad-colectiva
[35] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197706/2064/textos-de-la-izquierda-mexicana-1937-38
[36] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197501/955/problemas-del-periodo-de-transicion
[37] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197710/1075/estado-y-dictadura-del-proletariado
[38] https://es.internationalism.org/node/3398
[39] https://es.internationalism.org/node/3303
[40] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201110/3231/balance-de-70-anos-de-luchas-de-liberacion-nacional-ii-en-el-siglo
[41] https://es.internationalism.org/node/2363
[42] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/949/teorias-economicas-y-lucha-por-el-socialismo
[43] https://es.internationalism.org/node/2136
[44] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198901/1124/comprender-la-decadencia-del-capitalismo-vi-el-modo-de-vida-del-ca
[45] https://es.internationalism.org/node/3199
[46] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197806/944/terror-terrorismo-y-violencia-de-clase
[47] https://es.internationalism.org/node/2134
[48] https://es.internationalism.org/en/revista-internacional/199201/3232/i-del-comunismo-primitivo-al-socialismo-utopico
[49] https://es.internationalism.org/go_deeper
[50] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198204/135/informe-sobre-la-funcion-de-la-organizacion-revolucionaria
[51] https://es.internationalism.org/node/2127
[52] https://es.internationalism.org/series/516
[53] https://es.internationalism.org/series/520
[54] https://es.internationalism.org/node/2325
[55] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1161/texto-de-orientacion-por-que-actualmente-los-partidos-de-izquierda
[56] https://es.internationalism.org/node/2318
[57] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200604/855/el-proletariado-de-europa-occidental-en-una-posicion-central-de-la-
[58] https://es.internationalism.org/node/2129
[59] https://es.internationalism.org/node/2142
[60] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201211/3556/la-organizacion-del-proletariado-fuera-de-los-periodos-de-luchas-a
[61] https://es.internationalism.org/node/2265
[62] https://es.internationalism.org/node/3451
[63] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/223/la-descomposicion-fase-ultima-de-la-decadencia-del-capitalismo
[64] https://es.internationalism.org/revista-internacional/198804/1268/guerra-militarismo-y-bloques-imperialistas-ii
[65] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200606/952/informe-de-la-conferencia-internacional
[66] https://es.internationalism.org/node/3069
[67] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1211/contribucion-desde-rusia-la-clase-no-identificada-la-burocracia-so
[68] https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2065/segunda-conferencia-de-los-grupos-de-la-izquierda-comunista
[69] https://es.internationalism.org/node/2289
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[289] https://es.internationalism.org/rint/2006/125_nueper#_ftnref1
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