Enviado por Revista Interna... el
Este artículo escrito por un camarada de la C.C.I., es un intento de análisis de los acontecimientos de Kronstadt y de las enseñanzas que de ellos habría que sacar con vistas al desarrollo del movimiento obrero de hoy y del mañana. Sus análisis coinciden con las orientaciones generales de nuestra Corriente. En él se desarrollan los puntos esenciales para que los revolucionarios comprendan lo que hemos heredado de aquellos episodios. Estos puntos pueden resumirse como siguen:
1.- La revolución proletaria es, por su misma naturaleza histórica, una revolución internacional. Mientras permanezca arrinconada en el marco de uno o varios países aislados, tropezará con dificultades absolutamente insuperables y se encontrará fatalmente abocada a la muerte a corto o largo plazo.
2.- Al revés de otras revoluciones en la historia, la revolución proletaria exige la participación directa, constante y activa del conjunto de la clase. Lo cual significa que nunca podrá aceptar, so pena de iniciar inmediatamente un proceso de degeneración, la “delegación” del poder en un partido, ni que una fracción de la clase o un cuerpo especializado, por muy revolucionario que sea, suplante a toda ella.
3.- La clase obrera es la única revolucionaria, no sólo en la sociedad capitalista, sino igualmente en el período de transición, mientras sigan subsistiendo clases a nivel mundial. De manera que la autonomía total del proletariado con respecto a otras clases y capas sociales sigue siendo la condición fundamental que le permitirá ejercer hegemonía y su dictadura de clase con vista a la instauración de la sociedad comunista.
4.- La autonomía del proletariado significa que bajo ningún pretexto las organizaciones unitarias y políticas de la clase habrán de subordinarse a las instituciones del Estado, pues ello equivaldría a la disolución de estos organismos de clase y llevaría al proletariado a abdicar de su programa comunista del que es el único depositario.
5.- la marcha ascendente de la revolución proletaria no es consecuencia de tal o cual medida económica por importante que sea. La única garantía del avance de la revolución es el programa, la visión y la acción política y total del proletariado. En todo ese conjunto están comprendidas las medidas económicas inmediatamente posibles que se ajustan al sentido del programa.
6.- La violencia revolucionaria es un arma del proletariado frente a las otras clases. Bajo ningún pretexto servirá ésta de criterio ni instrumento dentro de la propia clase, porque no es un medio de toma de conciencia. Los únicos medios por los que el proletariado puede tomar conciencia son su propia experiencia y el examen critico constante de ella. Con ello queremos decir que el ejercicio de la violencia en el interior de la clase, sea cual sea su motivación y posible justificación inmediata, sólo puede impedir la actividad propia de las masas y ser el mayor obstáculo para su toma de conciencia; condición indispensable para el triunfo del comunismo.
LAS ENSEÑANZAS DE KRONSTADT
La sublevación de Kronstadt en 1921 es la piedra de toque que separa a los que pueden comprender el proceso y la evolución de la revolución proletaria gracias a sus posiciones de clase, de aquellos otros para quienes la revolución es letra muerta. Resaltan en él de forma trágica algunas de las más importantes lecciones de toda la revolución rusa, lecciones que el proletariado no puede ignorar, y más en el momento en que está preparando -aunque sea a largo plazo- su próximo gran levantamiento revolucionario contra el capital.
Cualquier estudio marxista del problema de Kronstadt deberá partir de la afirmación de que la revolución de Octubre de 1917 en Rusia fue proletaria, un momento en el desarrollo de la revolución proletaria mundial que era la respuesta de la clase obrera internacional a la guerra imperialista de 1914-18. Esta guerra fue el jalón que señaló la entrada definitiva del capitalismo mundial en su ocaso histórico irreversible, al propio tiempo que se hacía sentir la necesidad material de la revolución proletaria en todos los países. Debemos afirmar también que el partido bolchevique, que era la vanguardia de la revolución de Octubre, era un partido comunista proletario, una fuerza vital en la izquierda internacional tras la traición de la Segunda Internacional en el 14, y que siguió defendiendo las posiciones de clase del proletariado durante la primera guerra mundial y el período que siguió.
En contra de los que hablan de la insurrección de Octubre como de un simple “golpe de Estado”, un Putsch realizado por una camarilla de conspiradores, nosotros repetimos que la insurrección fue el punto culminante de un largo proceso de lucha de clases y la prueba de la madurez de la conciencia de la clase obrera organizada en soviets, comités de fábrica y guardias rojos. La insurrección formaba parte de un proceso de destrucción del Estado burgués y de instauración de la dictadura del proletariado; los bolcheviques la defendieron con uñas y dientes como algo que debía marcar el primer jalón decisivo de la revolución proletaria mundial, de la guerra civil contra la burguesía. ¡Qué lejos estaba del espíritu de los bolcheviques en aquel momento la idea de que la insurrección tendría más tarde como fin la “construcción del socialismo únicamente en Rusia”, a pesar del número de errores y confusiones que contenía el programa económico inmediato de la revolución, errores que, por otra parte, eran compartidos entonces por el movimiento obrero en su conjunto!
Sólo de este modo se puede esperar comprender la degradación ulterior de la revolución rusa. Como este problema es abordado en otro texto de la revista del C.C.I. (“La degeneración de la revolución rusa”, en este mismo número, ver https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/998/la-dege... ), nos limitaremos aquí a algunas observaciones generales. La revolución comenzada en el 17 no consiguió extenderse internacionalmente a pesar de las numerosas tentativas que hubo en toda Europa. Rusia misma se encontraba desgarrada por una larga y sangrienta guerra civil que había devastado la economía y fragmentado la clase obrera industrial, columna vertebral del poder de los soviets. En este contexto de aislamiento y de caos interno, los errores ideológicos de los bolcheviques comenzaron a ejercer un peso material contra la hegemonía política de la clase obrera, casi inmediatamente después de haber tomado el poder. Era sin embargo un proceso irregular. Los bolcheviques recurrían a medidas cada vez más burocráticas en la misma Rusia por los años 18-20 al mismo tiempo que contribuían a fundar la I.C. en el 19, con un único y claro objetivo que era acelerar la revolución proletaria mundial.
La delegación del poder en un partido, la eliminación de los comités de fábrica, la subordinación progresiva de los soviets al aparato de Estado, el desmantelamiento de las milicias obreras, el modo “militarista" cada vez más acentuado, de enfrentarse con las dificultades, resultado de los períodos de tensión durante la guerra civil, la creación de comisiones burocráticas, eran manifestaciones evidentes del proceso de degradación de la revolución rusa.
Estos hechos no son los únicos signos de debilitación del poder político de la clase obrera, pero son con toda seguridad los más importantes. Fue sobre todo durante la guerra civil cuando se pudo observar una acentuación del proceso aunque algunos síntomas eran ya visibles antes del período de comunismo de guerra. Puesto que la rebelión de Kronstadt fue en muchos aspectos una reacción contra los rigores del llamado "comunismo de guerra", será preciso mostrar aquí son especial claridad el significado real que tuvo este período para el proletariado ruso.
LA NATURALEZA DEL COMUNISMO DE GUERRA
Como subraya el artículo sobre la “degeneración de la revolución rusa” no podemos nosotros ahora seguir manteniendo las ilusiones de los comunistas de izquierda de aquella época, que, en su mayoría, veían en el comunismo de guerra una “verdadera” política socialista, contra la restauración del capitalismo establecida por la NEP (Nueva Política Económica). La desaparición casi total del dinero y de los salarios, la requisición de los cereales a los campesinos no significaban que se hubieran abolido las relaciones sociales capitalistas, sino que eran simples medidas de urgencia impuestas por el bloqueo económico capitalista contra la República de los soviets y por las necesidades de la guerra civil. En cuanto al poder político real de la clase obrera, ya hemos visto que aquel período estuvo marcado por un debilitamiento progresivo de los órganos de dictadura del proletariado y por el desarrollo de la tendencia e instituciones burocráticas. La dirección del Partido-Estado se afanaba en demostrar que la organización de la clase era excelente en principio, pero que en aquellas circunstancias más valía subordinar todo a la lucha militar. La doctrina de la “eficacia” comenzaba a minar los principios fundamentales de la democracia proletaria. Basándose en esta doctrina, el Estado comenzó a instaurar una militarización del trabajo, que sometía a los trabajadores a métodos de vigilancia y explotación extremadamente severos. “En enero de 1920, el consejo de Comisarios del pueblo, principalmente instigado por Trotsky, decretó la obligación general de trabajar aplicable a todos los adultos válidos al tiempo que autorizaba el destino del personal militar desempleado a servicios civiles”. (Averich, Kronstadt 1921, Princetown 1970, p. 26-27).
Al mismo tiempo, las tropas del ejército rojo reforzaban la disciplina de trabajo en las fábricas. Debilitados los comités de fábrica, el Estado tenía vía libre para introducir la dirección personalizada y el Sistema Taylor de explotación previamente denunciado por Lenin en tanto que “hacía al hombre esclavo de la máquina”. Para Trotsky “la militarización del trabajo es el método de base indispensable para la organización de nuestra mano de obra”. (Informe del III Congreso de los Sindicatos de toda Rusia. Moscú 1920). El que el Estado fuera en aquel momento un Estado-obrero significaba para él que los trabajadores no podían poner objeciones a su sumisión completa al Estado.
Pero las duras condiciones de trabajo de las fábricas no eran recompensadas por salarios elevados o un fácil acceso a “los valores de uso”. Al contrario, los estragos que el bloqueo y la guerra habían hecho en la economía hicieron que pronto apareciera el espectro del hambre. Los trabajadores tenían que conformarse con raciones cada vez más escasas y distribuidas a menudo de modo irregular. Amplios sectores de la industria dejaron de funcionar con lo que muchos obreros se quedaron abandonados a sus propios recursos o a los de su imaginación para sobrevivir. La reacción natural de muchos de ellos fue renunciar a la ciudad y buscar en el campo el modo de salir adelante; cambiando, por ejemplo, herramientas robadas en las fábricas por alimentos. Cuando el régimen de comunismo de guerra prohibió el intercambio entre individuos, encargándose el Estado de la requisición y distribución de bienes esenciales, mucha gente sólo pudo sobrevivir gracias al estraperlo que se difundió por todo el país. Para luchar contra este mercado negro el gobierno acordonó las carreteras a fin de poder controlar a todos los viajeros que entraban o salían de las ciudades. Mientras tanto, las actividades de la Checa para reforzar los decretos del gobierno se hacían cada vez más enérgicas. Esta “Comisión extraordinaria” establecida en el 18 para combatir la contrarrevolución funcionaba de un modo más o menos incontrolado. Sus métodos despiadados le valieron el odio general de la población.
La actitud un tanto expeditiva de que fueron víctima los campesinos tampoco fue aprobada por todos los obreros. Las estrechas relaciones familiares y personales que existían entre muchos sectores de la clase obrera rusa y el campesinado hacían que los obreros fueran especialmente sensibles a las quejas de los campesinos sobre los métodos que solían utilizar los destacamentos armados enviados para la requisición de cereales, sobre todo cuando éstos les requisaban más de lo que les sobraba para vivir dejándolos sin los medios necesarios para satisfacer sus necesidades. El resultado que dieron estos métodos fue que los campesinos escondían o destruían a menudo sus cosechas con lo que se agravaba la situación de pobreza y penuria en todo el país. La impopularidad general de estas medidas económicas coercitivas se expondría más tarde en el programa de los insurrectos de Kronstadt como veremos después.
Si algunos revolucionarios, como Trotsky, tenían tendencia a convertir la necesidad en virtud y a glorificar la militarización de la vida económica y social; otros, como Lenin, hacían prueba de mayor prudencia. Lenin no disimulaba el hecho de que los soviets ya no funcionaban como órganos del poder proletario directo, y durante el debate sobre el problema de los sindicatos en 1921 con Trotsky, defendió la idea de que los trabajadores debían defenderse por sí mismos contra su Estado, particularmente desde que, según Lenin, la república de los soviets no era ya solamente un “Estado proletario”, sino un “Estado de obreros y campesinos” con profundas “deformaciones burocráticas”. La Oposición Obrera y, por supuesto, otros grupos de izquierda, llegaron más lejos en la denuncia de estas deformaciones burocráticas que el Estado había sufrido en el período 18-21. Pero la mayoría de los bolcheviques creían sincera y firmemente que mientras ellos (el partido del proletariado) controlaran el aparato de Estado, la dictadura del proletariado seguiría existiendo, a pesar de que las masas trabajadoras parecían haber desaparecido temporalmente de la vida política. Esta posición, fundamentalmente falsa, debería provocar inevitablemente consecuencias desastrosas.
LA CRISIS DE 1921
Mientras duró la guerra civil, El Estado de los soviets seguía conservando el apoyo de la mayoría de la población pues se había identificado al combate contra las antiguas clases posesoras y capitalistas. Las duras privaciones de la guerra civil habían sido soportadas con relativa buena voluntad por los trabajadores y pequeños campesinos. Pero después de la derrota de los ejércitos imperialistas, muchos creyeron que podían esperar que las condiciones de vida fueran en adelante menos severas y que el régimen aflojara un poco el control de la vida económica y social.
La dirección bolchevique, sin embargo, confrontada a los estragos que la guerra había hecho en la producción, se mostró bastante reacia a permitir el menor relajamiento en el control estatal centralizado. Algunos bolcheviques de izquierda, como Ossinsky, defendían el mantenimiento e incluso el refuerzo del comunismo de guerra, sobre todo en el campo. Fue así como propuso un plan para la “organización obligatoria de las masas para la producción”, (N. Ossinsky, Gosudarstvenca regulizovanie Krest ianskogo Khoziastva, Moscú 1920, p. 8 y 9) bajo la dirección del gobierno para la formación de “comités de siembra” locales. Estos comités tenían como fin el aumento de la producción colectivizada y la creación de almacenes de semilla comunes en los que los campesinos deberían reunir todo el grano; el gobierno se encargaría de la distribución de este grano. Todas estas medidas (pensaba Ossinsky) conducirían naturalmente a la economía “socialista” en Rusia.
Los otros bolcheviques, como Lenin, comenzaron a presentir la necesidad de suavizar un poco la presión, especialmente en cuanto a los campesinos, pero en conjunto, el partido defendía con uñas y dientes los métodos del comunismo de guerra. El resultado fue que empezó a agotarse la paciencia de los campesinos y que en el invierno de 1920-21 se registraron varias sublevaciones de estos en todo el país. En la provincia de Tambow, en la región del medio Volga, en Ucrania, en Siberia occidental y en muchas otras regiones, los campesinos se organizaban en bandas armadas muy someramente para luchar contra los destacamentos de abastecimiento y la checa. Muy a menudo se alistaban en sus filas soldados recién licenciados del ejército rojo que les aportaban ciertas nociones de estrategia militar. En algunas regiones se formaron enormes ejércitos rebeldes, a medio camino entre la guerrilla y la horda de bandidos. En Tambow por ejemplo, el ejército que estaba al mando de A.S. Antonov llegó a contar hasta 50.000 hombres. La motivación ideológica de estas fuerzas era escasa si se quita el tradicional resentimiento de los campesinos contra la ciudad, contra el gobierno centralizado y los clásicos sueños de independencia y autosubsistencia que siempre ha tenido la pequeña burguesía rural. Después del enfrentamiento con las tropas campesinas de Makhno en Ucrania, la posibilidad de un levantamiento generalizado contra el poder de los soviets era algo que atormentaba a los bolcheviques. Nada tiene de extraño, pues, que asimilaran la sublevación de Kronstadt a esta amenaza que les venía más bien por parte del campesinado. Esta fue sin duda una de las razones por las que reprimieron con tanta fiereza el levantamiento de Kronstadt.
Casi inmediatamente después surgió en Petrogrado una serie de huelgas salvajes mucho más importantes. Todo comenzó en la fábrica metalúrgica de Trubochny y se extendió rápidamente a muchas otras grandes industrias de la ciudad. En las asambleas de fábrica y en las manifestaciones se adoptaban resoluciones que reclamaban un aumento de las raciones de alimentos y ropa, pues muchos de ellos pasaban hambre y frío.
Al mismo tiempo iban apareciendo otro tipo de reivindicaciones; éstas, más políticas: los obreros querían que se terminaran las restricciones sobre los desplazamientos fuera de las ciudades, la liberación de los prisioneros de la clase obrera, la libertad de expresión etc. Las autoridades soviéticas de la ciudad encabezadas por Zinoviev respondieron denunciando las huelgas que servían los propósitos de la contrarrevolución y pusieron a la ciudad bajo control militar directo, prohibiendo las asambleas en las calles y ordenando el toque de queda a las 11 de la noche. Sin duda alguna ciertos elementos contrarrevolucionarios como los Mencheviques o los S.R. jugaron un papel en los acontecimientos con sus teorías falaciosas sobre la “salvación”, pero el movimiento de huelga de Petrogrado era esencialmente una respuesta proletaria espontánea a unas condiciones de vida insoportables. Pero las autoridades bolcheviques no podían admitir que los obreros se pusieran en huelga contra el “Estado Obrero” y tacharon a los huelguistas de provocadores, perezosos e individualistas. Trataron también de romper la huelga cerrando fábricas, privándoles de sus raciones y ordenando la detención de los cabecillas más destacados por la Checa local. Pero había que dar una de cal y otra de arena: así Zinoviev anunciaba al mismo tiempo el fin del bloqueo de las carreteras de los alrededores de la ciudad, la compra de carbón al extranjero para hacer frente a la penuria de combustible y el proyecto de terminar con las requisiciones de cereales. Esta mezcla de represión y conciliación condujo a los trabajadores, ya debilitados o agotados, al abandono de su lucha en espera de un futuro más halagüeño.
Pero el eco más importante que iba a tener el movimiento de huelga de Petrogrado sería en la fortaleza próxima de Kronstadt. La guarnición de Kronstadt, uno de los principales baluartes de la Revolución de Octubre, había entablado ya una lucha contra la burocratización antes de las huelgas de Petrogrado. Durante los años 20 y 21 los marineros de la flota roja en el Báltico habían combatido las tendencias disciplinarias de los oficiales y las habilidades burocráticas del POUBALT (sección política de la flota del Báltico, el órgano del Partido que dominaba la estructura soviética de la marina). En febrero del 21 las asambleas de marineros habían votado mociones declarando que “el POUBALT no sólo se ha separado de las masas, sino incluso de los funcionarios activos. Se ha convertido en un órgano burocrático sin ninguna autoridad entre los marineros” (Ida Mett. La Comuna de Kronstadt, Solidarity pamphlet. Pág 3).
Así estaban las cosas cuando les llegaron noticias de las huelgas de Petrogrado y de que las autoridades habían declarado la ley marcial. ¿Había ya un cierto estado de fermentación entre los marineros? Lo cierto es que el 28 de febrero enviaron una delegación a las fábricas de Petrogrado para ver por dónde iban los tiros. El mismo día la tripulación del crucero Petropavlosk se reunió para discutir la situación y adoptar la resolución siguiente:
“Después de haber oído a los representantes de las tripulaciones delegados por la Asamblea general de los buques con el fin de conocer la situación de Petrogrado, los marineros deciden:
- Organizar nuevas elecciones a los soviets con voto secreto y previa preparación libre de la propaganda electoral, ya que los actuales soviets no expresan la voluntad de los obreros y campesinos.
- Exigir la libertad de palabra y prensa para los obreros, los campesinos, los anarquistas y los socialistas de izquierda.
- Exigir la libertad de reunión, de organizaciones sindicales y de organizaciones campesinas.
- Organizar una conferencia de obreros sin partido, soldados y marineros de Petrogrado, de Kronstadt y de la provincia de Petrogrado antes del 10 de marzo de 1921.
- Exigir la liberación de todos los prisioneros políticos de los partidos socialistas, obreros y campesinos, soldados rojos y marineros encarcelados por haber participado en los diferentes movimientos obreros y campesinos.
- Elegir una comisión para la revisión de los expedientes procesales de los detenidos en las cárceles y campos de concentración.
- Suprimir todos los Politotdiel (secciones políticas) pues ningún partido debe tener privilegios para la propaganda de sus ideas ni recibir ayuda del Estado con este fin. En su lugar se crearán círculos culturales elegidos que financiará el propio Estado.
- Suprimir inmediatamente todos los destacamentos de control en carreteras y caminos.
- Igualar las raciones de todos los trabajadores con la única excepción de los oficios insalubres y peligrosos.
- Suprimir los destacamentos comunistas de combate en las unidades militares y hacer desaparecer el servicio de guardia comunista de las fábricas. En caso de necesidad de estos servicios de guardia se les designará en cada unidad militar después de haber consultado el parecer de los obreros.
- Dar a los campesinos completa libertad de acción sobre sus tierras y concederles el derecho de tener ganado que ellos mismos criarán sin utilizar en ningún caso el trabajo de personal asalariado.
- Pedir a todas las unidades militares e igualmente a los camaradas Koursantis que se asocien a nuestra resolución.
- Exigir que la prensa se haga amplio eco de todas estas resoluciones.
- Designar un comité volante de control.
- Autorizar la libre producción artesanal siempre que no se utilice para ella personal asalariado.
Esta resolución se convirtió rápidamente en el programa de la revuelta de Kronstadt. El primero de marzo tuvo lugar en la guarnición una asamblea de masa que reunió a 16000 personas. Oficialmente había sido prevista como una asamblea de la primera y segunda secciones de cruceros. A ella asistían Kalinin, presidente del ejecutivo de los soviets de toda Rusia, y Kouzmin, comisario político de la flota del Báltico. Aunque Kalimin fue acogido con música y banderas, pronto se encontró completamente aislado en la asamblea, al igual que Kouzmin. La asamblea entera adoptó la resolución del Petropavlosk, menos Kalimin y Kouzmin que tomaron la palabra con un tono provocador para denunciar las iniciativas que habían sido tomadas en Kronstadt. Al terminar fueron abucheados.
Al día siguiente, dos de marzo, era el día en que el Soviet de Kronstadt debía ser reelegido. La Asamblea del 1° de marzo convocó pues a los delegados de los barcos, de las unidades del ejército rojo, de las fábricas, a una reunión para tratar de la reconstitución del Soviet. Unos 300 delegados se encontraron en la casa de la cultura. La resolución del Petropavlosk fue nuevamente adoptada, así como los proyectos para la elección del nuevo Soviet presentados en una moción orientada hacia “una reconstrucción pacífica del régimen de los soviets”. (Ida Mett. Op. Cit.). Al mismo tiempo los delegados formaron un comité revolucionario provisional (CRP) encargado de la administración de la ciudad y de la organización de la defensa contra toda intervención del gobierno. Se consideró que esta última tarea era la más urgente, pues corrían rumores sobre un ataque inmediato de los destacamentos bolcheviques, a causa de las violentas amenazas de Kamilin y Kouzmin. Estos últimos adoptaron una actitud tan inflexible que fueron detenidos con otros personajes oficiales. Con este último acto la situación se convirtió ya en un motín declarado y fue interpretada por el gobierno como tal.
El CRP se puso inmediatamente manos a la obra. Comenzó a publicar sus propios Izvestia, cuyo primer número declaraba: “El partido comunista, señor del Estado, se ha separado de las masas. Ha demostrado su incapacidad para sacar al país del caos. Innumerables accidentes se han producido recientemente en Moscú y en Petrogrado, que demuestran claramente que el Partido ha perdido la confianza de los trabajadores. El partido no hace caso de las necesidades de la clase obrera, porque piensa que estas reivindicaciones son fruto de actividades contrarevolucionarias. Al actuar así, el Partido incurre en un grave error”. (Izvestia del CRP. 3 de marzo de 1921).
LA NATURALEZA DE CLASE DE LA REVUELTA DE KRONSTADT
La Respuesta inmediata del Gobierno Bolchevique a la rebelión fue denunciarla como una faceta más de la conspiración contrarevolucionaria contra el poder de los soviets. Radio Moscú la llamaba “complot de la Guardia Blanca” y afirmaba poseer pruebas de que todo había sido organizado por el círculo de emigrados de París y por los espías de la Entente. Aunque estas falsificaciones sigan utilizándose hoy día, ya no se les presta excesivo crédito; ni siquiera historiadores semi-trotskistas, como Deutscher, que considera estas acusaciones desprovistas de fundamento real. Por supuesto, toda la carroña contrarrevolucionaria, desde la Guardia Blanca hasta los S.R. trataron de recuperar la rebelión y le ofrecieron su apoyo. Pero, aparte de la ayuda “humanitaria” que llegó a través de la Cruz Roja rusa, controlada por los emigrados, el CRP rechazó todas las proposiciones hechas por la reacción. Antes bien, proclamó bien alto que no luchaban por una vuelta a la autocracia ni a la Asamblea Constituyente, sino por una regeneración del poder de los soviets liberado del dominio burocrático: “la defensa de los trabajadores son los soviets y no la Asamblea Constituyente”, (Pravda o Kronstadt. Praga 1921. P. 32) declaraban los Izvestia de Kronstadt.
“En Kronstadt, el poder está en manos de los marineros, de los soldados rojos y de los trabajadores revolucionarios. No está en manos de los guardias blancos, mandados por el general Kozlovsky, como afirma engañosamente Radio Moscú”. (Llamada del CRP citada por I. Mett. p. 22-23).
Cuando se demostró que la idea de un simple complot era una pura ficción, los que se identificaban de una forma no crítica con la decadencia del bolchevismo, presentaron excusas más elaboradas para justificar la represión de Kronstadt.
En “Hue and Cry over Kronstadt” (New International. Abril 1938), Trotsky presentó la siguiente argumentación: “es cierto, Kronstadt fue uno de los baluartes de la revolución proletaria en el 17. Pero durante la guerra civil, los elementos revolucionarios proletarios de la guarnición fueron dispersados y reemplazados por elementos campesinos impregnados de la ideología pequeño-burguesa reaccionaria. Esos elementos no podían resistir los rigores de la dictadura del proletariado y de la guerra civil; se rebelaron con el fin de debilitar la dictadura y otorgarse raciones privilegiadas...”
“el levantamiento de Kronstadt no era sino una reacción armada de la pequeña burguesía contra los sacrificios de la revolución social y la austeridad de la dictadura del proletariado”. Continúa Trotsky diciendo que los trabajadores de Petrogrado, que al revés de los Dandies de Kronstadt soportaban estos sacrificios sin quejarse, habían terminado “asqueados de la rebelión”, porque se dieron cuenta de que “los amotinados de Kronstadt estaban al otro lado de la barricada” y por tanto, habían decidido “aportar su apoyo a los soviets”.
No interesa ahora pasar mucho tiempo examinando estos argumentos; los hechos que hemos citado los desmienten. La afirmación de que los insurrectos de Kronstadt reclamaban raciones privilegiadas para ellos mismos queda desmentida si nos remitimos al punto 9 de la resolución del Petropavlosk, que reclamaba raciones iguales para todos. Del mismo modo, el retrato de los obreros de Petrogrado aportando dócilmente su apoyo a la represión se desmiente por la realidad de las huelgas que precedieron a la revuelta. Aunque este movimiento hubiera decaído mucho en el momento de estallar la revuelta de Kronstadt, importantes fracciones del proletariado de Petrogrado siguieron aportando un apoyo activo a los insurrectos. El 7 de marzo, día que comenzó el bombardeo de Kronstadt, los trabajadores del arsenal se reunieron en mitin y eligieron una comisión encargada de lanzar una huelga general para sostener la rebelión. En Pouhlov, Battisky, Oboukov y en las principales empresas continuaban las huelgas.
Por otra parte no vamos a negar que hubieran elementos pequeño-burgueses en el programa y la ideología de los insurrectos y en el personal de la flota y el ejército. Pero todas las sublevaciones proletarias van acompañadas de una cantidad de elementos pequeño-burgueses y reaccionarios que no tergiversan el carácter fundamentalmente obrero del movimiento. Esto fue sin duda lo que ocurrió incluso en la insurrección de octubre, que contaba con el apoyo y la participación activa de elementos campesinos en las fuerzas armadas y en el campo. La composición de la asamblea de delegados del 2 de marzo demuestra que los insurrectos tenían una amplia base obrera. Estaba ésta formada en gran parte, por proletarios de las fábricas, de las unidades de la marina de la guarnición y del conjunto del CRP elegido por esta asamblea. El CRP estaba formado por veteranos trabajadores y marineros que habían participado en el movimiento revolucionario, al menos desde el 17. (Véase I. Mett para el análisis de la lista de miembros de este comité). Pero estos hechos son menos importantes que el contexto general de la revuelta; ésta tuvo lugar en un contexto de la lucha de la clase obrera contra la burocratización del régimen, se identificaba con esta lucha y era comprendida como un momento de su generalización.
“Que los trabajadores del mundo entero sepan que nosotros, los defensores del poder de los soviets, protegemos las conquistas de la revolución social. Venceremos o moriremos en las ruinas de Kronstadt luchando por la justa causa de las masas proletarias” (Pravda o Kronstadt, p. 82).
Los anarquistas, ideólogos de la pequeña burguesía, hablan de Kronstadt como de su revuelta. A pesar de que, sin lugar a dudas ha habido influencias anarquistas en el programa de los insurrectos y en su ideología, las reivindicaciones no eran simplemente anarquistas. No reclamaban una abolición abstracta del Estado, sino la regeneración del poder de los soviets. Tampoco querían abolir los “partidos” como tales. Aunque muchos insurrectos abandonaron el partido bolchevique en aquella época y a pesar de que se publicaron muchas resoluciones confusas sobre la “Tiranía Comunista”, nunca reclamaron “los Soviets sin los comunistas” como se ha afirmado muy a menudo. Sus consignas eran de libertad de agitación a los diferentes grupos de la clase obrera y “el poder a los soviets, no a los partidos”. A pesar de todas las ambigüedades que comportan estas consignas, expresaban un rechazo instintivo de la idea de partido que suplanta a la clase, lo cual ha sido uno de los principales factores que han contribuido a la degeneración del bolchevismo.
Uno de los rasgos característicos de la rebelión es que no presentaba un análisis político claro y coherente de la degeneración de la revolución. Tales análisis deberían encontrar expresión en el seno de las minorías comunistas, aunque en ciertas coyunturas específicas estas minorías vayan un poco rezagadas con respecto a la conciencia espontánea del conjunto de la clase. En el caso de la revolución rusa han tenido que pasar varios decenios de ardua reflexión en la Izquierda Comunista Internacional para llegar a una comprensión coherente de lo que era la degeneración. El levantamiento de Kronstadt representaba una reacción elemental del proletariado contra esta degeneración, una de las últimas manifestaciones de masa de la clase obrera rusa en aquella época. En Moscú, Petrogrado y Kronstadt, los trabajadores enviaron un SOS desesperado para salvar la revolución rusa que comenzaba a declinar.
KRONSTADT Y LA NEP
Muchas han sido las polémicas a propósito de la relación entre las reivindicaciones rebeldes y la NEP (Nueva Política Económica). Para estalinistas empedernidos como los de la Organización Comunista Inglesa e Irlandesa –B&ICO- (Problema del Comunismo N° 3) hubo que aplastar la rebelión porque su programa económico de trueque y de libre cambio era una reacción pequeño-burguesa contra el proceso de “construcción del socialismo” en Rusia- socialismo significaba, por supuesto, la mayor concentración posible de Capitalismo de Estado. Pero al mismo tiempo la B&ICO defiende la NEP como una etapa hacia el socialismo. El reverso e la medalla está representado por el anarquista Murray Bookchin que, en su introducción a la edición canadiense de “La Comuna de Kronstadt” (Black Rose Book. Montreal 1971) nos describe el paraíso libertario que habría podido realizarse de haber aplicado simplemente el programa económico de los rebeldes:
“Una victoria de los marinos de Kronstadt habría podido abrir nuevas perspectivas a Rusia: una forma híbrida de desarrollo social con control obrero de las grandes fábricas y libre comercio de los productos agrícolas, basado en una economía campesina a pequeña escala y comunidades agrarias voluntarias”.
Bookchin añade a continuación, misteriosamente, que una sociedad tal sólo habría podido sobrevivir si hubiera habido un fuerte movimiento revolucionario en occidente para secundarla. Uno se pregunta a quién se le ocurre pensar que tales sueños de tendero autogestionario iban a representar una amenaza para el capital mundial.
De todos modos esta controversia tiene bien poco interés para los comunistas. Dado que la oleada revolucionaria había fracasado, forzoso es reconocer que ningún tipo de política económica, llámese comunismo de guerra, autarquía, NEP o programa de Kronstadt, habrían podido salvar la revolución. Por otra parte, muchas de las reivindicaciones puramente económicas presentadas por los rebeldes estaban más o menos incluidas en la NEP. Ambos son inadecuados en tanto que programas económicos y sería absurdo que los revolucionarios de hoy reivindicaran trueque o el libre cambio como medidas adecuadas para un baluarte proletario, aunque, en circunstancias críticas sea imposible eliminarlas. La diferencia esencial entre el programa de Kronstadt y la NEP es la siguiente: mientras que esta última debía ser implantada desde arriba, por la naciente burocracia de estado, en cooperación con las direcciones privadas y capitalistas restantes, los insurrectos de Kronstadt proponían la restauración del poder auténtico de los soviets y un término a la dictadura estatal del Partido Bolchevique como algo previo a cualquier avance revolucionario.
Es el verdadero meollo del problema. De nada sirve discutir ahora acerca de la política económica más socialista en aquel momento. Los insurrectos de Kronstadt lo comprendían quizás menos que los bolcheviques más ilustrados. Los insurrectos, por ejemplo, hablaban del establecimiento de un “socialismo libre” (independiente) en Rusia, sin hacer hincapié en la necesidad de extensión de la revolución a escala mundial antes de intentar realizar el socialismo.
“Kronstadt revolucionario combate por un tipo diferente de socialismo, por una república soviética de los trabajadores en la que el productor sea su propio amo y pueda disponer de su producto como mejor le parezca” (Pravda o Kronstadt, p. 92).
La evaluación prudente que hizo Lenin de las posibilidades socialistas de progreso en aquella época, aunque luego desembocó en conclusiones reaccionarias, era de hecho una aproximación que correspondía más a la realidad que las esperanzas que tenían los de Kronstadt de poder autogestionar su comuna en el seno de Rusia.
Pero Lenin y la dirección bolchevique, atados de pies y manos como estaban por el aparato de estado, no alcanzaron a comprender lo que querían decir los insurrectos de Kronstadt confusamente, es cierto, y con ideas mal formuladas: la revolución no puede dar un solo paso si los trabajadores no la dirigen. La condición previa y fundamental para la defensa y la extensión de la Revolución en Rusia era: todo el poder a los Soviets, es decir, la reconquista de la hegemonía política por las propias masas obreras. Como se subraya en el artículo: “Degeneración de la Revolución Rusa” esta cuestión del poder político es con mucho la más importante. El proletariado en el poder puede hacer progresos económicos importantes, o soportar regresos económicos sin que por ello permita que la Revolución se pierda. Pero una vez que se ha desmoronado el poder político de la clase no hay medida económica que valga para salvar a la revolución. Porque los rebeldes de Kronstadt luchaban por la reconquista de este indispensable poder político proletario, los revolucionarios de hoy deben reconocer en la lucha de Kronstadt una defensa de las posiciones de clase fundamentales.
EL APLASTAMIENTO DE LA REVUELTA
La dirección bolchevique opuso una dura resistencia a la rebelión de Kronstadt. Ya hemos evocado el comportamiento provocador de Kouzmin y Kalinin en la guarnición, los bulos difundidos por radio Moscú diciendo que se trataba de una tentativa contrarevolucionaria de la Guardia Blanca. La actitud intransigente del gobierno bolchevique eliminó rápidamente toda posibilidad de compromiso o de discusión. La advertencia apremiante que Trotsky dirigió a la guarnición pedía la rendición sin condiciones ni concesión posible a los insurrectos. El allanamiento emitido por Zinoviev y el comité de defensa de Petrogrado (el organismo que había sometido a la ciudad a la ley marcial después de la oleada de huelgas) es de sobra conocido por su crueldad como demuestra la consigna dada a los soldados: “disparad sobre ellos como si fueran perdices”. Zinoviev organizó también la captura de rehenes entre las familias de los insurrectos, bajo pretexto que el CRP había detenido a algunos oficiales bolcheviques (sin que sufrieran daño alguno). Los insurrectos consideraron estas acciones como infamantes y se negaron a plegarse ante las amenazas. Durante el asalto, las unidades enviadas para aplastar la rebelión estuvieron constantemente al borde de la desmoralización. Hubo incluso casos de fraternización con los sublevados. Para “asegurarse” de la lealtad del ejército destacaron a algunos eminentes dirigentes del Partido Bolchevique, que se encontraba entonces en sesión, para que dirigieran el sitio; entre ellos había miembros de la Oposición Obrera que querían dejar bien claro que ellos no tenían nada que ver con el levantamiento. Al mismo tiempo, los fusiles de la Checa estaban detrás, apuntando a los soldados; como seguro complementario de que la desmoralización no se propagaría.
Cuando cayó por fin la fortaleza, centenares de insurrectos fueron exterminados, ejecutados sumariamente o condenados rápidamente a muerte por la Checa. A los demás, los mandaron a campos de concentración. A la hora de reprimir, lo hicieron sin contemplaciones. Para borrar todas las huellas del levantamiento pusieron a la ciudad bajo control militar. Disolvieron el Soviet e hicieron una purga de todos los elementos disidentes. Hasta los soldados que habían participado en la represión de la revuelta fueron dispersos inmediatamente en unidades distintas para impedir que se propagaran “los microbios de Kronstadt”. Medidas análogas fueron tomadas con las unidades de la marina consideradas “poco seguras”.
El desarrollo de los acontecimientos en Rusia durante los años que siguieron a la revuelta hacen absurdas las declaraciones que pretenden que la represión de la rebelión era una “necesidad trágica” para defender la revolución. Los bolcheviques creían que defendían la revolución contra la amenaza de la reacción, representada por la Guardia Blanca, en este puerto fronterizo estratégico. Pero cualesquiera que hayan podido ser las ideas de los bolcheviques sobre lo que hacían, lo cierto es que, al atacar a los rebeldes, estaban atacando la única defensa real que la revolución podía tener: la autonomía de la clase obrera y el poder proletario directo. Al actuar así, se comportaron como agentes de la contrarrevolución y sus actos sirvieron para allanar el camino que permitió el triunfo final de la contra revolución bajo la forma del estalinismo.
La extrema violencia con que el gobierno reprimió el levantamiento había llevado a algunos revolucionarios a la conclusión de que el partido bolchevique era clara y abiertamente capitalista en 1921, exactamente como los estalinistas y los trotskistas lo son hoy. No queremos polemizar ahora sobre el momento en que el partido se puso irremediablemente de parte de la burguesía, y, en todo caso rechazamos el método que intenta encerrar la comprensión del proceso histórico en un esquema rígido de fechas.
Pero decir que el Partido Bolchevique no era “otra cosa que capitalista” en 1921, significa en efecto que no tenemos nada que aprender de los sucesos de Kronstadt, salvo la fecha de la muerte de la revolución. Después de todo, los capitalistas nunca han dejado de reprimir los levantamientos obreros y esto es algo que no tenemos que estar aprendiendo sin cesar. Kronstadt sólo puede enseñarnos algo nuevo si lo reconocemos como un capítulo de la historia del proletariado, como una tragedia en el campo proletario. El problema real con el que han de enfrentarse hoy los revolucionarios es el de saber cómo un partido proletario pudo llegar a actuar cómo los Bolcheviques en Kronstadt en 1921, y cómo podemos estar seguros que tales cosas no se repetirán jamás. En una palabra, ¿qué conclusiones hay que sacar de Kronstadt?
LAS CONCLUSIONES DE KRONSTADT
La revuelta de Kronstadt esclarece de un modo particularmente dramático las lecciones fundamentales de toda la revolución rusa, lo único verdaderamente provechoso de la revolución de octubre que queda a la clase obrera.
I. LA REVOLUCIÓN PROLETARIA ES INTERNACIONAL O NO ES REVOLUCIÓN
La revolución proletaria sólo puede triunfar a escala mundial. Es imposible abolir el capitalismo o “construir el socialismo” en un solo país. La revolución no será salvada por programas de reorganización económica en un país, sino únicamente por la extensión del poder político proletario a toda la tierra. Sin esto, la degeneración de la revolución es inevitable, por muchos cambios que se aporten a la economía. Si la revolución permanece aislada, el poder político del proletariado será destruido por una invasión exterior, o por la violencia interna como en Kronstadt.
II. LA DICTADURA DEL PROLETARIADO NO ES LA DE UN PARTIDO
La tragedia de la revolución rusa, y en particular la matanza de Kronstadt, fue que el partido del proletariado, el Partido Bolchevique, consideró que su función era tomar el poder de Estado y defender ese mismo poder contra la clase obrera en su conjunto. Por ello, cuando el estado se autonomiza con respecto a la clase y se levanta contra ella, como en Kronstadt, los bolcheviques consideraron que su sitio estaba en el Estado que luchaba contra la clase y abandonaron a la clase que luchaba contra la burocratización del Estado.
Hoy, los revolucionarios deben afirmar como principio fundamental que la función del partido no consiste en tomar el poder en nombre de la clase. Sólo la clase obrera en su conjunto, organizada en comités de fábrica, milicias y consejos obreros, puede tomar el poder político y emprender la transformación comunista de la sociedad. El partido debe ser un factor activo en el desarrollo de la conciencia proletaria, pero no puede crear el comunismo “en nombre” de una clase. Tal pretensión sólo puede llevar, como sucedió en Rusia, a la dictadura del partido sobre la clase, a la supresión de la actividad del proletariado por sí mismo, bajo pretexto que “el partido es mejor”.
Al mismo tiempo, la identificación del partido con el estado, cosa natural para un partido burgués, no puede sino arrastrar a los partidos proletarios a la corrupción y la traición. Un partido del proletariado debe constituir la fracción más radical y avanzada de la clase que a su vez es la más dinámica de la historia. Cargar al Partido con la administración de los asuntos de Estado, que por definición no puede más que tener una función conservadora, es negar todo el papel del partido y ahogar su creatividad revolucionaria. La burocratización progresiva del partido bolchevique, su incapacidad creciente para separar los intereses de la clase revolucionaria de los del Estado de los soviets, su degeneración en una máquina administrativa, todo esto es el precio pagado por el partido mismo por sus concepciones erróneas del partido que ejerce un poder de Estado.
III. LAS RELACIONES DE FUERZA DENTRO DE LA CLASE NO DEBEN EXISTIR
El principio de que ninguna minoría, por ilustrada que sea, puede ejercer el poder sobre la clase obrera, es paralelo a este otro: no puede haber relaciones de fuerza dentro de la clase obrera. La democracia proletaria no es un lujo que puede ser suprimido en nombre de la “eficacia”, sino la única garantía de la buena marcha de la revolución y de la posibilidad que tiene la clase de sacar conclusiones de su propia experiencia. Aunque algunas fracciones de la clase estén en el error, ninguna otra fracción, (sea o no mayoritaria) puede imponerles la “línea justa”. Sólo una libertad total de diálogo dentro de los órganos autónomos de la clase (asambleas, consejos, partido etc.) podrá resolver los conflictos y los problemas de la clase. Esto implica también que la clase entera pueda tener acceso a los medios de comunicación (prensa, radio, TV etc.) conservar el derecho de huelga y juzgar críticamente las directivas que emanen de los órganos de Estado.
Aún admitiendo que los marinos de Kronstadt se equivocaron, la dureza de las medidas que tomó el gobierno bolchevique estaba totalmente injustificada. Tales acciones pueden destruir la solidaridad y la cohesión dentro de la clase al tiempo que engendran el desaliento y la desesperación. La violencia revolucionaria es un arma que el proletariado tendrá que utilizar necesariamente contra la clase capitalista. Su uso contra otras clases no explotadoras deberá reducirse al mínimo, pero en el interior mismo del proletariado, no puede haber sitio para ella.
IV.- LA DICTADURA DEL PROLETRIADO NO ES EL ESTADO
En el momento de la revolución rusa existía una confusión fundamental en el movimiento obrero, por la que se identificaba a la dictadura del proletariado con el Estado que apareció después del derrumbamiento del régimen zarista, es decir, el Congreso de los delegados de toda Rusia de los Soviets, de los trabajadores, soldados y campesinos.
Pero la dictadura del proletariado, funcionando a través de los órganos específicos de la clase obrera, como las asambleas de fábrica y los consejos obreros, no es una institución sino un estado de hecho, un movimiento de la clase obrera en su conjunto. El fin de la dictadura del proletariado no es el de un estado en el sentido en que lo entienden los marxistas. El Estado es ese órgano de superestructura que surge de la sociedad de clases, cuya función consiste en preservar las relaciones sociales dominantes, el statu quo entre las clases. Al mismo tiempo los marxistas han afirmado siempre la necesidad del Estado en un período de transición al comunismo, después de la abolición del poder político burgués. Por ello decimos que el Estado ruso soviético, así como la comuna de París, fue un producto inevitable de la sociedad de clases que existía en Rusia después de 1917.
Ciertos revolucionarios defienden la idea de que el único estado que pueda existir después de la destrucción del poder burgués son los consejos obreros. Es cierto que los Consejos Obreros tienen que asegurar la función que siempre ha sido una de las principales características del Estado: el ejercicio del monopolio de la violencia. Pero asimilarlos por ello al Estado es reducir el papel del Estado a un simple órgano de violencia sin más. Es decir, con tales concepciones, el Estado burgués de hoy estaría compuesto únicamente por la policía y el ejército, y no por el parlamento, municipios, sindicatos y otras innumerables instituciones que mantienen el orden capitalista sin hacer uso inmediato de la represión. Estas instituciones son órganos del Estado, pues sirven para mantener el orden social existente, los antagonismos de clase, dentro de un marco aceptable. Los consejos obreros, por el contrario, representan la negación activa de esta función de Estado puesto que son ante todo órganos de transformación social radical, y no órganos del statu quo.
Pero además de esto, es utópico esperar que las únicas instituciones que existan en el período de transición sean precisamente los consejos obreros. El gran trastorno social que es la revolución engendra instituciones de todo tipo, no sólo de la clase obrera en los lugares de producción, sino de la población entera que estaba oprimida por la clase capitalista. En Rusia, los Soviets y otros órganos populares aparecieron, no sólo en las fábricas, sino en todas las partes; en el ejército, en la marina, en los pueblos, en los barrios de las ciudades. Esto no venía únicamente de que “los bolcheviques comenzaban a construir un estado que tenía una existencia separada de la organización de masas de la clase”. (Workers Voice N° 14). Es cierto que los bolcheviques contribuyeron activamente a la burocratización del Estado, abandonando el principio de las elecciones e instituyendo innumerables comisiones al margen de los soviets; pero no se puede decir que los bolcheviques mismos crearan “el Estado Soviético”. Fue algo que surgió porque la sociedad debía engendrar una institución capaz de contener sus profundos antagonismos de clase. Decir que sólo pueden existir los consejos obreros es predicar la guerra civil permanente, no sólo entre la clase obrera y la burguesía, (que, por supuesto, es necesaria) sino también entre la clase obrera y todas las demás clases y categorías. En Rusia esto habría significado una guerra entre los soviets de obreros y los de soldados y campesinos. Lo cual hubiera sido una terrible pérdida de energía y una desviación de la tarea primordial de la revolución mundial contra la clase capitalista[1].
Pero si el estado de los soviets era desde cierto punto de vista el producto inevitable de la sociedad post-insurreccional, podemos sacar a la luz numerosos y graves defectos de estructura y funcionamiento, después de la revolución de Octubre, al margen del hecho que estaba controlado por el Partido.
a.- En el funcionamiento real del Estado había un abandono continuo de los principios fundamentales establecidos a partir de las experiencias de la Comuna de 1871, y reafirmados por Lenin en el Estado y la Revolución en 1917: que todos los funcionarios fueran elegidos y revocables en cualquier momento, que la remuneración de los funcionarios del Estado fuera igual a la de los obreros, que el proletariado estuviera permanentemente armado. Fueron multiplicándose las comisiones y departamentos sobre los que la clase obrera no tenían ningún control (consejos económicos, Checa, etc...). Las elecciones eran aplazadas o amañadas. Los privilegios otorgados a los personajes oficiales se convirtieron en el pan de cada día. Las milicias obreras fueron disueltas en el interior del ejército rojo, que no estaba controlado por los consejos obreros ni por los soldados alistados.
b.- los consejos obreros, los comités de fábrica y los otros órganos del proletariado representaban una parte entre otras del aparato de Estado (aunque los trabajadores tenían derecho de voto preferente). En vez de tener autonomía y hegemonía sobre todas las otras instituciones sociales, no sólo estos órganos iban siendo integrados cada vez más en el aparato general del Estado, sino que se le subordinaban. El poder proletario, en lugar de manifestarse por el canal de los órganos específicos de la clase, fue identificado al aparato de estado. Aún más, el postulado engañoso de un estado “proletario” y “socialista” llevo a los bolcheviques a sostener que los trabajadores no podían tener ningún derecho o interés diferente a los del Estado. De lo que se deducía que toda la resistencia al Estado por parte de los trabajadores sólo podía ser contrarevolucionaria. Esta concepción profundamente errónea explica la reacción de los bolcheviques hacia las huelgas de Petrogrado y el levantamiento de Kronstadt.
En el futuro, los principios de la Comuna sobre la autonomía de la clase obrera no deberán ser pura letra muerta; el proletariado tendrá que defenderlos como condición fundamental de su poder sobre el Estado. En ningún momento podrá distraer la vigilancia del aparato de estado, porque la experiencia rusa, y en particular los sucesos de Kronstadt demuestran que la contrarrevolución puede aparecer por donde menos se piensa, como el Estado post-insurreccional, y no sólo por una agresión burguesa “exterior”.
Es decir, que para garantizar que el Estado-comuna sigue siendo un instrumento de la autoridad proletaria, la clase obrera no puede identificar su dictadura con este aparato ambiguo y poco seguro, sino únicamente con sus órganos de clase autónomos. Estos órganos tendrán que controlar sin flaqueza el trabajo del estado a todos los niveles, exigiendo el máximo de representación de delegados de los consejos obreros en los congresos generales de los soviets, la unificación autónoma permanente de la clase obrera en el interior de estos consejos, y el poder de decisión de los consejos obreros sobre todo el planning del Estado. Por encima de todo, los trabajadores deberán impedir que el estado se interfiera en sus propios órganos de clase; pero, por otra parte, la clase obrera debe mantener su capacidad para ejercer la dictadura sobre y contra el Estado, por la violencia si fuera necesario. Esto significa que la clase obrera debe garantizar su autonomía de clase gracias al armamento general del proletariado. Si durante la guerra civil se hace necesaria la creación de un “ejercito rojo”, regular, esta fuerza deberá estar políticamente subordinada a los Consejos Obreros y disuelta tan pronto como se haya vendido militarmente a la burguesía. Pero, en ningún momento, podrán ser disueltas las milicias proletarias en las fábricas.
La identificación del partido y el estado, y la del Estado y la clase, tuvo su conclusión lógica, cuando el partido se puso de parte del Estado y en contra de la clase. El aislamiento de la revolución rusa en 1921 convirtió al estado en guardián del statu quo, de la estabilización del capital y del avasallamiento de los trabajadores. A pesar de todas las buenas intenciones la dirección bolchevique siguió esperando el alba salvadora de la Revolución mundial durante unos cuantos años, se vio obligada a actuar, por su implicación en la máquina estatal, como un obstáculo a la revolución mundial, y fue arrastrada al triunfo final de la contra revolución estalinista. Algunos bolcheviques comenzaron a ver que ya no era el partido el que controlaba al estado, sino el estado quien controlaba al partido. Lenin mismo decía:
“La máquina se está escapando de las manos de los que gobiernan: se diría que alguien tiene las riendas de esta máquina, pero que ésta toma una dirección diferente de la que él quiere, como conducida por una mano oculta..., nadie sabe de quién es esta mano; tal vez de un especulador, de un capitalista, o de los dos a la vez. Lo cierto es que la máquina no sigue la dirección que quieren aquéllos que deben dirigirla, y a veces llega a tomar una dirección diametralmente opuesta” (Informe político del Comité Central del Partido. 1922)
Los últimos años de Lenin fueron una lucha sin esperanza contra la burocracia naciente, con nimios proyectos como el de la “Inspección de los trabajadores y campesinos” en el que la burocracia debería someterse a la vigilancia de una nueva comisión burocrática. Lo que él no podía admitir era que el llamado estado proletario se había convertido pura y simplemente en una máquina burguesa, en un aparato de reglamentación de las relaciones sociales capitalistas y, por tanto, inaccesible a las necesidades de la clase obrera. El triunfo del estalinismo no fue más que el reconocimiento cínico de esta situación, la adaptación final y definitiva del Partido a su función de capataz del estado capitalista. Esta fue la significación real de la declaración del “Socialismo en un solo país” en 1924.
La rebelión de Kronstadt puso al Partido ante una alternativa histórica de extrema gravedad: o seguir dirigiendo esta máquina burguesa para acabar siendo un partido del capital, o separarse del Estado y ponerse de parte de la clase obrera entera en su combate contra esta máquina, esta personificación del capital. Al escoger la primera de ellas, los bolcheviques, de hecho, firmaron su propia sentencia en tanto que partido del proletariado e impulsaron el proceso contrarevolucionario que se manifestó a la luz del día en 1924. Después de 1921, solo las fracciones bolcheviques que habían comprendido la necesidad de identificarse directamente con la lucha de los obreros contra el estado, podían seguir siendo revolucionarios y capaces de participar en el combate internacional de los comunistas de izquierda contra la degeneración de la III Internacional. Así, por ejemplo, el “grupo obrero” de Miasnikov tuvo un papel activo en la huelga salvaje que se extendió por Rusia en agosto y septiembre de 1923. Por el contrario, la oposición de izquierda dirigida por Trotsky, cuya lucha contra la fracción estalinista se situaba siempre en el interior de la burocracia, no hizo nada por vincularse a la lucha obrera contra lo que los trotskistas definían como un estado “obrero” y una “economía obrera”. Su incapacidad inicial para despegarse de la máquina Estado-Partido dejaba prever la evolución ulterior del trotskismo como una especie de apéndice “crítico” de la contrarrevolución estalinista.
Pero las alternativas históricas no suelen presentarse de modo claro en el momento en el que hay que tomar la decisión. Los hombres hacen su historia en condiciones objetivas definidas y las tradiciones de las generaciones pasadas abruman “los cerebros de los vivientes como una pesadilla” (Marx). Este peso angustioso del pasado aplastaba a los bolcheviques y sólo el triunfo revolucionario del proletariado occidental habría podido eliminar este peso permitiendo a los bolcheviques, o al menos a una fracción apreciable del partido, darse cuenta de sus errores y ser regenerados por la inagotable creatividad del Movimiento Proletario Internacional.
Las tradiciones de la social-democracia, el atraso de Rusia, además de toda la carga del peso del estado en el contexto de una oleada revolucionaria en retroceso; todos estos factores deberían contribuir a que los bolcheviques tomaran la posición que tomaron en Kronstadt. Pero no fue la dirección bolchevique la única incapaz de comprender lo que allí pasaba. Como ya hemos visto, la Oposición Obrera en el partido se apresuró a declararse no solidaria de los levantamientos y a participar en el asalto de la guarnición. Incluso cuando la Ultra-izquierda rusa franqueó el límite de las tímidas protestas de la Oposición Obrera y entró en la clandestinidad, no consiguió sacar las consecuencias del levantamiento e hizo pocas referencias a él en sus críticas al régimen.
El KAPD criticó la represión del levantamiento de modo incompleto y no hizo nada por apoyar la revolución. En una palabra, pocos comunistas comprendieron entonces el significado profundo del levantamiento y sacaron las conclusiones esenciales. Todo esto es una prueba más de que el proletariado no aprende de un golpe las lecciones fundamentales de la lucha de clases, sino sólo a través de la acumulación de experiencias dolorosas, de luchas sangrientas y de intensa reflexión teórica. La labor de los revolucionarios de hoy no consiste en emitir juicios morales abstractos sobre el movimiento, un producto capaz de hacer una crítica inflexible de todos los errores del movimiento, pero un producto a pesar de todo. Si no es así, la crítica del pasado por los revolucionarios actuales no tendría ninguna influencia en la lucha real de la clase obrera. Los comunistas de hoy sólo pueden obtener el derecho de denunciar la acción de los bolcheviques y de declararse solidarios de los insurrectos si consideran a los protagonistas que se enfrentaban en Kronstadt como los actores trágicos de nuestra clase, de nuestra historia. Sólo si comprendemos los acontecimientos de Kronstadt como un momento del movimiento histórico de la clase podremos esperar entender las lecciones de esta experiencia para aplicarlas a la práctica presente y futura de la clase. Entonces, y sólo entonces, podremos estar seguros de que nunca jamás existirá otro Kronstadt.
C.D. WARD. Agosto 1975
[1] Esto no implica que compartamos la visión de los bolcheviques ni la de los insurrectos de Kronstadt sobre “el poder de los obreros y campesinos”. La clase obrera, cuando llegue la próxima oleada revolucionaria, deberá afirmar que es la única clase revolucionaria. Ello quiere decir que debe asegurarse de que es la única clase que ha de organizarse en tanto que tal durante el período de transición, disolviendo toda institución que pretenda defender los intereses específicos de cualquier otra clase. El resto de la población tendrá derecho de organizarse dentro de los límites de la dictadura del proletariado, y será representado en el Estado solamente en tanto que “ciudadanos” por el canal de los soviets elegidos territorialmente. El que se otorguen derechos civiles y voto a estos estratos sociales no significa que se les atribuya poder político en tanto que clase, del mismo modo que la burguesía no da poder político a la clase obrera al permitirles el voto en las elecciones municipales y parlamentarias.