Enviado por CCI el
El espectro de la revolución comunista vuelve a recorrer el mundo. Durante decenios, las clases dirigentes creyeron haber conjurado para siempre los “demonios” que agitaron al proletariado en el siglo XIX y los inicios del XX. Ciertamente, el movimiento obrero nunca había padecido una derrota tan terrible y duradera. La contrarrevolución que abrumó a la clase obrera europea tras las luchas de 1848, la que siguió a la heroica y desesperada tentativa de la Comuna, el reflujo y la desmoralización que vinieron con el fracaso de la experiencia de 1905 en Rusia; todo esto no fue nada comparado con la losa que durante medio siglo ha pesado sobre todas las manifestaciones de la lucha de clases. El pánico que embargó a la burguesía cuando la gran oleada revolucionaria que siguió a la Primera Guerra Mundial fue lo que marcaría las pautas de la contrarrevolución, al ser aquella oleada la única que hasta ahora ha hecho temblar hasta los cimientos al sistema capitalista. Tras haberse alzado a tales cimas, el proletariado soportaría la mayor derrota, la mayor desesperanza, la mayor humillación de su historia. Frente a él la burguesía manifestaría la mayor arrogancia, hasta el punto de presentar las mayores derrotas de la clase obrera como “victorias” de ésta, hasta el punto de hacer de la idea misma de Revolución una especie de anacronismo, de mito heredado de una época trasnochada.
Pero hoy la llamarada proletaria ha vuelto a prender por el mundo. De manera a menudo confusa, vacilante, pero con sobresaltos que a veces sorprenden incluso a los revolucionarios, el gigante proletario ha levantado la cabeza volviendo a hacer temblar el vetusto edificio capitalista. Desde París a Córdoba (Argentina), desde Turín a Gdansk, de Lisboa a Shanghai, desde el Cairo a Barcelona las luchas obreras vuelven a ser la pesadilla de los capitalistas[1]. Al mismo tiempo también, y formando parte de la nueva entrada en la escena social de la clase obrera, han vuelto a aparecer grupos y corrientes revolucionarias que se van consagrando a la inmensa tarea de reconstitución teórica y práctica de una de las herramientas más importantes del proletariado, su partido de clase.
Ha llegado la hora, para los revolucionarios, de anunciar a su clase la perspectiva que tienen las luchas que ésta ya ha iniciado, de recordarle las enseñanzas de su pasado para con ellas poder forjar su porvenir y también despejar las tareas que se presentan ante aquellos, en tanto que frutos y factores activos de la renovación de la lucha del proletariado.
Esos son los objetivos del presente manifiesto.
La clase obrera sujeto de la revolución
El proletariado es la única clase revolucionaria de nuestro tiempo. Sólo él, tomando el poder político a escala mundial y transformando radicalmente las condiciones y fines de la producción, puede ser capaz sacar a la humanidad de la barbarie en que está sumida.
La idea de que la clase obrera es la clase del comunismo, de que el lugar que ocupa en el capitalismo hace de ella la única clase capaz de derribarlo, es algo adquirido por ésta desde hace más de un siglo. Aparece con fuerza en la primera manifestación programática rigurosa del movimiento proletario: el Manifiesto Comunista de 1848. Se expresa con letras luminosas en la fórmula de la AIT, “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”, que generaciones de proletarios han ido transmitiéndose como bandera en sus combates sucesivos contra el Capital. Pero, el terrible silencio al que la clase obrera ha sido sometida durante medio siglo ha dado lugar a que aparezcan todo tipo de teorías sobre “la integración definitiva de la clase obrera”, sobre “el proletariado, clase para el capital”, sobre la “clase universal” o acerca de “las capas marginales como sujetos de la revolución”. Es decir, a toda una serie de antiguallas disfrazadas de “novedad” que han venido a unirse a los torrentes de mentiras que la burguesía utiliza sin descanso para perpetuar la desmoralización de los trabajadores y su sumisión ideológica al capital.
Lo que la Corriente Comunista Internacional vuelve a afirmar hoy, en primer lugar y con vehemencia es pues, el carácter revolucionario de la clase obrera, de ninguna otra clase social más que ella, en el periodo actual.
Pero el hecho de que esta clase, contrariamente a las clases revolucionarias del pasado, no tenga en la sociedad que está llamada a transformar ningún poder económico donde basar su futuro poder político, le impone la conquista de este último como condición primera para esa transformación. Por eso, al revés de las revoluciones burguesas que avanzan de éxito en éxito, la revolución proletaria vendrá necesariamente a coronar una serie de derrotas parciales pero trágicas. Y cuanto más decididos son los combates de la clase, más trágicas son las derrotas.
La gran oleada revolucionaria que puso fin a la Primera Guerra Mundial y que siguió durante diez años más, es una clara confirmación de ambas realidades: la clase obrera, único sujeto de la revolución comunista y la derrota, compañera de su lucha hasta la victoria definitiva. Ese inmenso movimiento revolucionario que echa abajo el Estado burgués en Rusia, que hace temblar los países de Europa y que resuena con eco ensordecido hasta China, proclama que el proletariado se presta a dar el golpe de gracia a un sistema que había entrado en su fase de agonía y que el proletariado está dispuesto a ejecutar la sentencia dictada por la historia en contra del capitalismo. Pero, al ser incapaz de llevar a escala mundial el primer éxito de 1917, la clase obrera resulta vencida y aplastada. Es entonces cuando, de manera negativa, queda confirmada la naturaleza revolucionaria, exclusiva, de la clase obrera. El fracaso en el intento revolucionario mundial y el hecho de ser la clase obrera la única clase capaz de llevar a cabo la revolución, y nadie más que ella, es la causa de que la sociedad siga hundiéndose sin remedio en una barbarie creciente.
La decadencia del capitalismo
La decadencia del capitalismo que sigue a la Primera guerra Mundial, decadencia de la que la sociedad no puede librarse sin revolución proletaria, aparece desde entonces como el peor periodo de la historia de la humanidad.
En tiempos pasados, la humanidad había soportado periodos de decadencia, con su correspondiente retahíla de calamidades y sufrimientos sin nombre, pero fueron poco comparados con lo que la humanidad ha soportado desde hace sesenta años. La decadencia de las demás sociedades acarreaban escasez y hambre pero, nunca como hoy tal miseria humana había ido aparejada del despilfarro de riquezas en que vivimos. Ahora que el hombre se ha hecho dueño de técnicas maravillosas que le permitirían poner la naturaleza a su servicio, se ve sometido a los caprichos de ésta, a catástrofes “naturales” climáticas o agrícolas en condiciones aún más trágicas que en el pasado. Peor aun, la sociedad capitalista es la primera de la historia que, en su fase de ocaso, sólo puede sobrevivir sometiendo a destrucciones cíclicas y masivas a una parte cada vez mayor de sí misma. Verdad es que en otros periodos de decadencia hubo frecuentes enfrentamientos entre fracciones de la clase dominante, pero en el que hoy vivimos está encerrada en un ciclo inexorable e infernal de crisis-guerra generalizada-reconstrucción-crisis… Ciclo que exige al género humano un terrible tributo en muertos y sufrimientos. Hoy en día, técnicas de un refinamiento científico inaudito concurren sin parar para aumentar el poder de destrucción y de muerte de los Estados capitalistas, de tal manera que hay que contar por decenas de millones las víctimas de las guerras imperialistas y de los genocidios sistemáticos e industriales en que sobresalieron fascismo y estalinismo en el pasado y que siguen amenazándonos.
De alguna manera, parece como si la humanidad tuviera que pagar el reino de la libertad, al que ya puede llegar gracias a su dominio de la técnica, con el reino de las atrocidades más espantosas que ese mismo dominio permite.
En medio de este mundo de ruinas y convulsiones se ha desarrollado como un cáncer ese órgano garante de la estabilidad y la conservación social que es el Estado. Éste se ha ido metiendo en los mecanismos más íntimos de la sociedad y en particular en su base económica. Como el dios Moloc de los antiguos, su máquina monstruosa, fría e impersonal ha devorado la sustancia de la sociedad civil y del hombre. Y todo lo contrario de un “progreso”, el capitalismo de Estado, que utilizando toda clase de formas jurídicas e ideológicas y los instrumentos de gobierno más salvajes se ha ido apoderando de la totalidad del planeta, es una de las manifestaciones más brutales de la putrefacción de la sociedad capitalista.
La contrarrevolución
Sin embargo, el instrumento más eficaz que ha desarrollado el capitalismo en decadencia para asegurar su supervivencia ha sido la recuperación sistemática de todas las formas de lucha y organización que la clase obrera había heredado del pasado y que el cambio de perspectiva histórica ha vuelto caducas. Todas las tácticas sindicales, parlamentarias, frentistas que habían tenido un sentido y una utilidad para la clase obrera en el siglo XIX, se convirtieron en otros tantos medios para paralizar su lucha, transformándose en arma fundamental de la contrarrevolución. Después, precisamente porque todas sus derrotas pudieron presentárselas como otras tantas “victorias”, la clase obrera se hundió en la más siniestra contrarrevolución conocida. Fue sin duda alguna el método fraudulento del “estado socialista”, salido de la contrarrevolución en Rusia y presentado como baluarte del proletariado cuando ya no era otra cosa que el defensor del capital nacional estatizado, lo que constituyó el arma esencial tanto para el encuadramiento como para la desmoralización del proletariado. Los proletarios del mundo entero, a quien la hoguera de 1917 hizo nacer una inmensa esperanza, se veían después invitados a someter incondicionalmente su lucha a la defensa de la “patria socialista”; y los que de entre ellos empezaban a darse cuenta del carácter antiobrero de ésta, la ideología burguesa se encargaría de meterles la idea de que la revolución no podía tener otro resultado que el que había tenido Rusia, es decir, la aparición de una nueva sociedad de explotación y opresión. Desmoralizada por los fracasos de los años veinte, pero más todavía por las divisiones entre, por un lado, quienes deslumbrados por el Octubre rojo eran incapaces de percibir la degeneración y la traición de los partidos surgidos entonces; y por otro lado, quienes habían perdido toda esperanza en la revolución; la clase obrera no pudo aprovechar la crisis general del sistema en los años treinta para volver a la ofensiva. Al revés, de “victoria” en “victoria”, atada de pies y manos fue arrastrada a la segunda guerra imperialista, la cual, contrariamente a la primera, no le permitiría surgir de manera revolucionaria y en la que en cambio sería reclutada para las grandes “victorias” de la “resistencia”, el “antifascismo” o bien de las “liberaciones” coloniales y nacionales.
Las etapas principales del reflujo y de la integración del proletariado en la sociedad burguesa así como de los partidos de la III Internacional representan otras tantas puñaladas en la espalda del movimiento de la clase:
1920-21: Lucha de la Internacional Comunista contra su Izquierda sobre las cuestiones parlamentaria y sindical.
1922-23: Adopción por la IC de las tácticas de “Frente Único” y “Gobierno Obrero”, lo cual lleva a la formación en Sajonia y Turingia de gobiernos de coalición entre comunistas y socialdemócratas, verdugos éstos del proletariado alemán, cuando todavía éste ocupa la calle.
1924-25: Aparición de la teoría de “la construcción del socialismo en un solo país”, el abandono del internacionalismo proletario es reflejo de la muerte de la IC y del paso de sus partidos al campo de la burguesía.
1927: Apoyo político y militar de la IC a Chiang Kai-shek (Jiang Jieshi) que acaba con la matanza por las tropas de éste del proletariado y los comunistas chinos.
1933: Triunfo de Hitler.
1934: Entrada de Rusia en la Sociedad de Naciones; es decir, reconocimiento por parte de la banda de forajidos que en ésa se agrupan de quien es ya como ellos. Esa gran “victoria” es de hecho otro símbolo de la gran derrota proletaria.
1936: Creación de los “Frentes Populares y política de “Defensa Nacional” lo cual lleva a los partidos “comunistas”, con el acuerdo de Stalin, a votar los créditos militares.
1936-39: Orgía antifascista: en España, matanza de trabajadores al servicio de la democracia y la república.
1939-45: Segunda Guerra Mundial y encuadramiento del proletariado en las distintas “resistencias”. En esta guerra, la burguesía, con las experiencias de antes, corta de raíz, toda posible veleidad proletaria, ocupando militarmente cada palmo de terreno de los países vencidos. Al ser incapaz de imponer el fin de la guerra con su propio movimiento –tal como había sucedido en 1917-18- la clase obrera sale de la guerra aun más derrotada.
1945-65: Reconstrucción y “liberación nacional”: se invita al proletariado a levantar el mundo de sus ruinas a cambio de algunas migajas que el desarrollo de la producción permite a la burguesía distribuirle. En los países atrasados, la burguesía nacional recluta al proletariado en nombre de la independencia contra el imperialismo.
Las fracciones comunistas de izquierda
En medio de esta desbandada de la clase y del triunfo absoluto de la contrarrevolución, las fracciones comunistas de izquierda que se fueron separando de los partidos en degeneración, emprendieron una difícil tarea de salvaguardia de los principios revolucionarios. Tuvieron que oponerse a las fuerzas conjugadas de todas las fracciones de la burguesía, no caer en las mil y una trampas que ésta les tendía, hacer frente al enorme peso de la ideología ambiente en su propia clase, soportar el aislamiento, la persecución física, la desmoralización, el agotamiento, la desaparición y la dispersión de sus miembros. Las fracciones comunistas de izquierda, con esfuerzo sobrehumano y heroico, intentaron tender un puente entre los antiguos partidos del proletariado pasados al enemigo, y los que la clase hará surgir de nuevo en la próxima reanudación proletaria para, por un lado mantener en vida los principios proletarios que la IC y sus partidos pusieron a subasta y, a la vez, partiendo de esos principios, hacer balance de las derrotas pasadas para sacar nuevas enseñanzas, de las que la clase deberá apropiarse en futuros combates. Durante años, las diferentes fracciones y en particular las Izquierdas alemana, holandesa, y sobre todo italiana prosiguieron una notoria actividad de reflexión y denuncia de la traición de los partidos que todavía se llaman proletarios. Pero la contrarrevolución fue demasiado profunda y larga como para que pudieran sobrevivir las fracciones. Golpeadas con dureza por la Segunda Guerra Mundial y por el hecho de que ésta no acarreara ningún surgimiento de clase, las últimas fracciones que habían sobrevivido hasta entonces desaparecieron progresivamente o iniciaron un proceso de degeneración, esclerosis o regresión.
Así, por primera vez desde hacía más de un siglo, se rompe el lazo orgánico que unía, con eslabones en el tiempo y en el espacio a las organizaciones políticas del proletariado tales como la Liga de los Comunistas, la Primera, Segunda y Tercera Internacional y las fracciones que de ésta salieron.
La burguesía alcanzó momentáneamente los fines que se proponía: que callara toda expresión política de clase, que la revolución apareciera, sin réplica posible, como un anacronismo polvoriento, vestigio de tiempos pasados, como una especialidad exótica para países atrasados o falsificando totalmente su sentido ante los trabajadores.
La crisis del capitalismo
Pero ahora, desde hace unos diez años, esa perspectiva ha cambiado de manera fundamental porque ya ha terminado la situación de “prosperidad” económica que vino con la reconstrucción de posguerra, “prosperidad” que no sólo los adoradores del capitalismo sino también algunos más, que se las daban de enemigos suyos, presentaban como eterna.
Desde mediados de los años sesenta, tras veinte años de crecimiento eufórico el sistema capitalista ha vuelto a verse enfrentado a una pesadilla que parecía haber pasado a la historia plasmada en imágenes amarillentas de la anteguerra: la crisis. Ésta ha ido profundizándose de manera inexorable lo cual es una patente demostración de la justeza de la teoría marxista, aun cuando toda una serie de falsificadores a sueldo de la burguesía, de universitarios ansiosos de “novedades”, de seudo-revolucionarios con cátedra, de Premios Nóbel y de académicos, de “expertos” y de “celebridades, así como de toda clase de “escépticos” y amargados no han dejado de proclamar su superación, su “caducidad” y su “quiebra”.
La reanudación proletaria
Con la profundización del desorden económico, la sociedad se encuentra otra vez enfrentada con la inevitable alternativa que abre cada crisis aguda del periodo de decadencia: guerra mundial o revolución proletaria[2].
Hoy sin embargo la perspectiva es radicalmente diferente de la que abrió la gran catástrofe económica de los años treinta. En aquel entonces el proletariado, vencido, no tenía fuerzas para aprovechar la nueva quiebra del sistema y lanzarse al asalto de este. Por el contrario, la quiebra de los años treinta tuvo como efecto una mayor agravación de la derrota.
El proletariado actual es diferente al de entreguerras. Por un lado, de la misma manera que los pilares de la ideología burguesa, las mistificaciones que en el pasado aplastaron la conciencia proletaria han ido agotándose progresivamente; el nacionalismo, las ilusiones democráticas, el antifascismo que fueron utilizados hasta la saciedad durante medio siglo ya no tienen el impacto del pasado. Por otro lado, las nuevas generaciones obreras no han soportado las derrotas de las precedentes. Los proletarios que hoy enfrentan la crisis no tienen la experiencia de sus mayores, pero tampoco están hundidos en la desmoralización.
La formidable reacción, que desde 1968-69 ha opuesto la clase obrera a las primeras manifestaciones de la crisis significa que la burguesía no está en condiciones para imponer la única salida que es capaz de dar a la crisis, es decir, un nuevo holocausto mundial. Previamente tendría que poder vencer a la clase obrera; la perspectiva actual no es pues la de guerra imperialista sino la de la guerra de clases generalizada. Si bien la burguesía prosigue los preparativos para la primera, es la segunda la que cada vez más le preocupa: el aumento impresionante de la venta de armas de guerra, único sector donde no hay crisis, oculta por el momento, el reforzamiento general y sistemático de los dispositivos de represión, de lucha contra la “subversión” por parte de los Estados capitalistas. Sin embargo, no es tanto esta manera la que el capital prepara para los enfrentamientos de clases, sino más bien la de instituir toda una serie de medios de encuadramiento del proletariado y de desvío de sus luchas. Porque contra una combatividad obrera intacta y en plena renovación, la burguesía no puede oponer, sin cada vez mayores dificultades, la simple represión abierta con la que corre el riesgo de unificar las luchas en vez de apagarlas.
Las armas de la burguesía
Para estar en condiciones de dar rienda suelta a una represión en regla, la burguesía empezará como en el pasado, por intentar desmoralizar a los obreros desviando sus luchas y metiéndolas en callejones sin salida. Para ello propondrá tres temas esenciales de mistificación con los que encadenar a la clase a su capital nacional y a su Estado: el antifascismo, la autogestión y la independencia nacional.
El antifascismo, ante circunstancias históricas diferentes de las de los años treinta, al no tener enfrente a un “fascismo” bien “concreto” como el de Hitler o Mussolini y por no ser la preparación de la guerra imperialista su tarea inmediata, tendrá un sentido más amplio que en el pasado. Al Este como al Oeste, será en nombre de la defensa de las “conquistas democráticas” y de las “libertades” contra las “amenazas reaccionarias”, “autoritarias, “represivas”, “fascistas” y hasta “estalinistas” cómo las fracciones “de izquierdas”, “progresistas”, “democráticas”, o “liberales” del Capital van a combatir las luchas proletarias.
Cada vez más a menudo los obreros se quedarán desconcertados al constatar que son tenidos por los peores agentes de la “reacción” y de la “contrarrevolución” cuando les dé por luchar para defender sus intereses[3].
La autogestión, mito que vendrá favorecido por las quiebras en serie que provoca la crisis a su paso, como también por una reacción comprensible contra el imperio burocrático del Estado sobre toda la sociedad, será también un arma valiosa que la izquierda del capital propondrá contra los trabajadores; estos tendrán que hacer oídos sordos a los cantos de sirena de todas las fuerzas capitalistas que en nombre de la “democratización de la economía”, de la “expropiación” de los patronos o del establecimiento de “relaciones comunistas” o “más humanas” querrán que de hecho participen en su propia explotación, oponiéndose a su unificación, manteniéndolos divididos por empresas y barrios.
La independencia nacional, en fin, versión moderna de la “Defensa Nacional”, de siniestra memoria, que la burguesía freirá a todas las salsas, y en particular en los países más débiles, donde precisamente es aun más absurda, llamando a la unión interclasista contra tal o cual imperialismo, echando las culpas de la crisis y de la agravación de la explotación a las “pretensiones hegemónicas “de este o aquel país, a las multinacionales o a cualquier otro capitalismo apátrida.
En nombre de una u otra de estas mistificaciones o de todas a la vez, el Capital exhortará por todas partes a los trabajadores a que renuncien a sus reivindicaciones y a que se sacrifiquen en espera de la superación de la crisis.
Como en el pasado los partidos de izquierda y “obreros” sobresaldrán en esa sucia faena y podrán contar con el apoyo “crítico” de las corrientes izquierdistas de todos los pelajes que propagan los mismos camelos pero con métodos más radicales. Hace 57 años, el Manifiesto de la Internacional Comunista ponía ya en guardia a la clase obrera contra esos peligros:
“Los oportunistas, que antes de la Guerra incitaban a los obreros a moderar sus reivindicaciones en nombre del paso progresivo al socialismo, que exigieron durante la guerra la humillación de la clase obrera y su sumisión en nombre de la unión sagrada y la defensa de la patria, piden ahora nuevos sacrificios y abnegaciones al proletariado para superar las terribles consecuencias de la guerra. Si semejantes sermones tuvieron eco en la clase obrera, el desarrollo capitalista seguirá restableciéndose sobre los cadáveres de varias generaciones, con formas nuevas de todavía mayor concentración y mayor monstruosidad, y la perspectiva de una nueva e inevitable guerra mundial”.
La historia ha demostrado con una tragedia sin nombre cuan clarividente era la denuncia de las mentiras burguesas hecha por los revolucionarios de 1919. Hoy, cuando la burguesía vuelve a poner en pie el formidable arsenal político que le permitió en el pasado contener y vencer al proletariado, la CCI reivindica las palabras de la Internacional Comunista, dirigiéndoselas de nuevo a la clase obrera.
“¡Proletarios, acordaos de la guerra imperialista!”, clamaba la I.C. ¡Proletarios de hoy, acordaos de la barbarie del medio siglo transcurrido, e imaginar lo que le espera a la humanidad si tampoco esta vez rechazáis con el suficiente vigor los discursos entontecedores de la burguesía y sus lacayos!.
El desarrollo de la lucha y la conciencia proletaria
Pero si bien la clase capitalista afila metódicamente sus armas, el proletariado por su parte no es la víctima sumisa que aquella desearía tener enfrente. Aunque presenten aspectos desfavorables, las condiciones en las que el proletariado ha reanudado la lucha están fundamentalmente a su favor. En efecto, por primera vez en la historia un movimiento revolucionario de la clase no se desarrolla después de una guerra sino que acompaña a una crisis económica del sistema. Es verdad que la guerra había contribuido a que el proletariado comprendiera rápidamente la necesidad de luchar en el terreno político, arrastrando en su camino a clases no proletarias distintas de la burguesía; pero no constituyó un factor poderoso de toma de conciencia más que para los proletarios de los países del campo de batalla y en especial para los de los países vencidos. La crisis que hoy se desarrolla no deja a salvo ningún país del mundo, y cuanto más intenta la burguesía frenar sus efectos, más se extienden estos. Por eso, nunca un levantamiento de la clase había sido de tal amplitud como el de hoy. Cierto que el ritmo es lento e irregular, pero su extensión viene a confundir a los profetas de la derrota que no paran de platicar sobre el carácter “utópico” de un movimiento revolucionario del proletariado a escala mundial.
Por otra parte, al encarar hoy a las tareas inmensas que le incumben y al haber perdido lo esencial de sus tradiciones de lucha y la totalidad de sus organizaciones de clase, el proletariado tendrá que aprovechar el desarrollo lento de la crisis que le golpea y que da ritmo a su respuesta de clase, para perfeccionar sistemáticamente sus experiencias y su organización.
Será a través de luchas económicas sucesivas como tomará conciencia del carácter político de su combate. Multiplicando y ampliando sus luchas parciales forjará los instrumentos del enfrentamiento generalizado. Frente a las luchas, el capital empezará a lamentarse y utilizará el hecho real de que no puede otorgar nada para pedirles “moderación” y “sacrificios” a los obreros.
Pero éstos comprenderán que si bien las luchas son infructuosas y por lo tanto perdidas de antemano en el plano estrictamente económico, son, en cambio, la condición misma de la victoria decisiva, porque son un paso más en la comprensión de la quiebra total del sistema y de la necesidad de destruirlo.
Contra todos los predicadores de la “prudencia” y el “realismo”, los trabajadores aprenderán que el verdadero éxito de una lucha no es el resultado inmediato, que aun siendo positivo estará sistemáticamente puesto en entredicho por el ahondamiento de la crisis, sino que la verdadera victoria es la lucha misma, son la organización, la solidaridad y la conciencia que la lucha desarrolla.
Así pues, contrariamente a las luchas que se desarrollaron en la gran crisis de entreguerras y cuya inevitable derrota no produjo sino una mayor desmoralización y postración, las luchas actuales son otros tantos jalones hacia la victoria final, y el desánimo momentáneo por derrotas parciales se transformará en sobresalto de cólera, de determinación y de conciencia, que fecundará las luchas futuras.
Al agravarse, la crisis acaba por liquidar las pocas e irrisorias ventajas que la reconstrucción permitió repartir a los trabajadores a cambio de una explotación cada día más sistemática y científica.
A medida que se va desplegando, con el desempleo y las bajadas masivas de los salarios reales, la crisis hunde en una miseria creciente a un número cada vez mayor de obreros. Por los sufrimientos que acarrea pone al desnudo el carácter salvaje de las relaciones de producción que encadenan a la sociedad. Pero, al contrario que las clases burguesas, pequeño burguesas y sus tenores que sólo ven en la crisis una calamidad y que la reciben con lamentos desesperados, los proletarios reconocerán en ésta, con entusiasmo, el ímpetu regenerador que barrerá los lazos que los unen al viejo mundo y que prepara las condiciones de su emancipación.
La organización de los revolucionarios
Sea cual sea la intensidad de las luchas llevadas a cabo por la clase obrera, sólo podrá llegar a la emancipación si es capaz de dotarse de una de las armas más importantes y cuya carencia le salió tan cara en el pasado: su partido revolucionario.
Es el lugar que ocupa en el sistema lo que hace que el proletariado sea la clase revolucionaria. La decadencia y la crisis aguda del sistema crean las condiciones indispensables para su actividad de clase. Pero, todas las experiencias históricas enseñan que eso no basta si, al mismo tiempo, la clase no consigue alzarse a un nivel suficiente de conciencia y dotarse del instrumento que es a la vez producto y factor de este esfuerzo: su vanguardia comunista. Ésta no es el producto mecánico de la lucha de clases. Si bien los combates presentes y futuros son el vivero indispensable para el desarrollo de la vanguardia, esta sólo podrá constituirse y cumplir su tarea si los revolucionarios que la clase segrega toman plena conciencia de sus responsabilidades y se arman de la voluntad necesaria para estar a su altura. En particular, las tareas indispensables de reflexión teórica, de denuncia sistemática de las mentiras de la burguesía y de intervención activa en la lucha de clases no podrán ser llevadas a cabo por los revolucionarios de hoy si no restablecen el lazo político que, a través del tiempo y del espacio, ha sido condición indispensable para su actividad. En otros términos, para cumplir la función que tiene como producto de la clase, los revolucionarios deben apropiarse de lo adquirido de las luchas y las corrientes comunistas del pasado, así como reagrupar sus fuerzas a la escala de la clase, a escala mundial.
Los esfuerzos de los revolucionarios en esas dos direcciones, encuentran la dificultad añadida de la ruptura total de la continuidad orgánica con las fracciones del pasado. El restablecimiento de la indispensable continuidad política con esas fracciones, que habían recogido y desarrollado lo esencial de las enseñanzas de la experiencia pasada de la clase, se ha visto retrasado y entorpecido para las corrientes revolucionarias que nacen de la clase.
En estas en particular, encontramos las mayores dificultades para comprender dos cosas: su función específica en la clase y, sobre todo, el conjunto de problemas para los que precisamente, no disponen de ninguna experiencia propia. Además, la descomposición de las capas pequeño burguesas y su proletarización, que siempre fue un lastre para el movimiento obrero y que la decadencia y la crisis vienen a acelerar y a acentuar, refuerzan aun más esas dificultades.
Lo que en concreto ha venido a sembrar confusión en la conciencia de las organizaciones revolucionarias, han sido los residuos del “movimiento estudiantil”, expresión típica de la crisis de la pequeña burguesía intelectual que tuvo su auge cuando la clase volvía a encontrar el camino de sus luchas. El culto a la “novedad”, a la “singularidad”, a la fraseología, al individuo, a la “desalienación” e incluso al “espectáculo” (que sin embargo tanto se denunciaba); esos cultos pues, tan propios de esa variedad de la pequeña burguesía, a menudo consiguieron transformar en sectas carcomidas por problemas mezquinos a numerosos grupos que la clase había hecho surgir desde su reanudación.
De ser factores positivos, esos grupos se han vuelto un obstáculo para el proceso de toma de conciencia del proletariado; y si, en nombre de divergencias inventadas o secundarias, persisten en su oposición a la tarea de reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias, el movimiento de la clase obrera las hará desaparecer sin remedio.
Con medios aun modestos, la CCI se ha consagrado a la tarea larga y difícil del reagrupamiento de los revolucionarios a escala mundial en torno a un programa claro y coherente.
Rechazando el monolitismo de las sectas, la Corriente Comunista Internacional hace un llamamiento a los comunistas de todos los países a que tomen conciencia de las enormes responsabilidades que les incumben, abandonen las falsas querellas que les enfrentan, superen las divisiones ficticias con que el viejo mundo les carga, a unirse a ese esfuerzo con el fin de constituir, antes de los combates decisivos, la organización internacional y unificada de la vanguardia. Como fracción más consciente de la clase obrera, los comunistas deberán mostrarle su camino, haciendo suya la consigna “REVOLUCIONARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS”.
A los proletarios
Proletarios del mundo entero:
Los combates en que habéis entrado son los más importantes de la historia de la humanidad. Sin ellos, ésta irá a un tercer holocausto imperialista del que no podemos prever más que los horrores de sus consecuencias, que podrían significar para ella una vuelta atrás de varios siglos o milenios, o una disgregación que excluya toda esperanza socialista o la destrucción total, pura y simple. Jamás ha habido una clase que cargue con tantas responsabilidades y tantas esperanzas. Los sacrificios que la clase obrera ha soportado en las luchas pasadas y los más terribles que la burguesía acorralada le seguirá imponiendo, no serán vanos.
La victoria de la clase obrera significará para el género humano la liberación definitiva de los grilletes que le han sometido a las leyes ciegas de la economía y la naturaleza. Señalará el final de la prehistoria de la humanidad, estableciendo el principio de la verdadera historia y del dominio de la libertad sobre las ruinas del dominio de la necesidad.
Proletarios, para los grandes combates que os esperan, para prepararos para el asalto final contra el mundo capitalista, por la abolición de la explotación, volved a apropiaros del antiguo grito de guerra de vuestra clase: “PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES UNÍOS”.
Corriente Comunista Internacional, enero 1976
[1] Este pasaje hace evidentemente referencia al despertar del proletariado a finales de los años 60 tras medio siglo de revolución. La descripción que da de las luchas obreras parece evidentemente desactualizada respecto a la situación actual. En realidad, el hundimiento de los países “socialistas” a finales de los años 80 ha provocado un profundo retroceso en la conciencia y la combatividad de la clase obrera. El peso de este retroceso se manifiesta todavía hoy a través de las dificultades que tiene el proletariado para desarrollar sus combates de clase y volver a encontrar el camino de una perspectiva revolucionaria obliterada por la burguesía con su agobiante campaña de “la muerte del comunismo”. Sin embargo, este retroceso del proletariado no ha puesto en cuestión en manera alguna el curso histórico hacia los enfrentamiento de clase abierto por la primera oleada de luchas de finales de los años 60. Pese a la lentitud del ritmo actual de recuperación de las luchas el futuro sigue estando en manos del proletariado. Y precisamente porque la lucha de clases es una pesadilla permanente para la burguesía ésta despliega incesantes campañas ideológicas y maniobras extremadamente sofisticadas para impedir al gigante proletario afirmarse sobre la escena social.
[2] Con la desaparición de los dos bloques imperialistas salidos de los acuerdos de Yalta (1945), el espectro de una 3ª Guerra Mundial se ha evaporado por el momento. Así, aunque el militarismo y la guerra caracterizan siempre el modo de vida del capitalismo decadente, la política imperialista de todos los Estados, pequeños y grandes, se desencadena en una situación mundial dominada por el caos y el “cada uno a la suya”. Como el alistamiento del proletariado de los países centrales para una 3ª Guerra Mundial no está a la orden del día la alternativa histórica se ha modificado en el sentido de Revolución Proletaria o hundimiento de la humanidad en la barbarie y el caos (ver el Manifiesto del 9º Congreso en este mismo folleto).
[3] Aunque en algunos países centrales –Francia, Austria, Holanda- hemos asistido al ascenso de fracciones de extrema derecha, este fenómeno no es en manera alguna comparable con el carácter que tomó en los años 20 y 30 que permitió la subida al poder del nazismo y del fascismo. El ascenso de los partidos de extrema derecha es esencialmente manifestación de la descomposición del capitalismo, del “cada uno a la suya” que gangrena al aparato político del capitalismo. Pero no es la consecuencia de una derrota histórica del proletariado como fue el caso con los años que siguieron a la derrota de la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23. Por otra parte, las campañas antifascistas actuales no son comparables a las campañas de movilización masiva del proletariado tras las banderas de la democracia que permitieron el alistamiento de la clase para la 2ª Guerra Mundial.