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Tras unas manifestaciones de reconocimiento mutuo y de debate estos años pasados entre los grupos que forman la Izquierda comunista, llegándose incluso a la realización en Gran Bretaña de una reunión pública común sobre la Revolución rusa entre el Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) y la Corriente comunista internacional, la reciente guerra de la OTAN en los Balcanes era una prueba para apreciar la capacidad de estos grupos en asumir una defensa común del internacionalismo lo más amplia y fuerte posible. Desgraciadamente, los grupos han rechazado el llamamiento de la CCI de hacer una declaración en común contra la matanza imperialista en Kosovo. Ya hemos hecho un primer balance de las reacciones a este llamamiento en nuestra Revista internacional nº 97.
En este artículo queremos contestar brevemente a la idea avanzada por el BIPR que afirma que el método político, supuestamente «idealista», de la CCI, justificaba dicho rechazo.
«Cuando escribís en vuestro volante que “es porque, desde la huelga masiva del 68 en Francia, la clase obrera mundial ha desarrollado sus luchas sin someterse a la lógica del capitalismo en crisis por lo que ha sido capaz de impedir el desencadenamiento de una tercera guerra mundial”, demostráis que seguís prisioneros de vuestros esquemas, que ya hemos caracterizado como idealistas e inoperantes, hoy, para las exigencias de claridad y de solidaridad teórica y política necesarias para la intervención en la clase» (carta del BIPR, 8 de abril de 1999, traducido del inglés por nosotros).
Es verdad que el idealismo sería un defecto profundo para una organización revolucionaria. El idealismo es un elemento importante de los cimientos filosóficos de la ideología burguesa. Al buscar la fuerza motriz primera de la historia en las ideas, la moral y las verdades, producto de la conciencia humana, el idealismo es una de las bases fundamentales de todas las ideologías de la clase dominante, para con ella esconder la explotación de la clase obrera y negarle a ésta toda capacidad real de emancipación. La división del mundo en clases y la posibilidad y necesidad de la revolución comunista para destruir esta sociedad sólo pueden ser entendidas mediante la concepción materialista de la historia. La historia del pensamiento se explica mediante la historia del ser, y no lo contrario.
El idealismo y el curso histórico
Pero ¿por qué el concepto de curso histórico, que analiza la relación de fuerzas entre las clases en un período histórico determinado y saca la conclusión de que hoy no está abierta la vía hacia una guerra imperialista generalizada, sino que sigue abierta a grandes enfrentamientos entre las clases..., sería «idealista» ?. La carta que nos escribe la Communist Worker’s Organisation (el BIPR en Gran Bretaña) y que rechaza la idea de una reunión pública común en Gran Bretaña sobre la guerra intenta explicarlo: «A vosotros os puede parecer un detalle, pero para nosotros esto pone en evidencia hasta qué punto estáis alejados de la realidad. Estamos absolutamente aterrados por la ausencia de respuestas proletarias ante el rumbo tomado por la situación. “Socialismo o barbarie” es una consigna que tiene un sentido absoluto en esta crisis. ¿Cómo podéis mantener que la clase obrera impide la guerra cuando la evidencia de lo que ocurre en Yugoslavia muestra hasta qué punto los imperialistas (grandes y pequeños) tienen las manos libres? (...) La guerra actual se está desencadenando a 800 millas de Londres (en línea recta). ¿Tendrá que estallar en Brighton para que corrijáis sus perspectivas? La guerra es un paso serio hacia la barbarie generalizada. No podemos luchar juntos por una alternativa comunista si seguís sugiriendo que la clase obrera es una fuerza con la cual se ha de contar en el período actual» (carta de la CWO, 26 de abril de 1999, traducido del inglés por nosotros).
Así pues, el idealismo, nuestro idealismo, no estaría «inscrito en la realidad», al menos con la realidad tal como la entiende el BIPR. Para empezar, digamos que la acusación de idealismo, acusación grave, resulta difícilmente aceptable tal como la expresa el BIPR pues se limita a reducir una cuestión histórica a un problema de «sentido común».
La rápida exposición de la realidad tal como la entiende el BIPR sufre particularmente de ausencia de materialismo histórico y depende demasiado de un razonamiento basado en un «sentido común» ahogado por hechos recientes y locales. Nos afirma que la consigna «socialismo o barbarie» describe perfectamente la realidad, que las perspectivas históricas alternativas de las dos clases principales enemigas en la sociedad están en juego en los Balcanes. Y termina contradiciéndose unas líneas más bajo afirmando que el proletariado, y con él su perspectiva histórica, el socialismo, no cuentan para nada en la situación.
O sea que no quedaría nadie en el mundo, sino el BIPR, para empuñar la bandera de la alternativa comunista. Ese análisis contradictorio de la realidad, de la realidad «inmediata», «evidente», no tiene nada de dialéctico, mal que le pese al BIPR, puesto que fracasa precisamente cuando ha de ver cómo, en una situación precisa, se revelan las tendencias históricas fundamentales.
Mientras que la CCI ha intentado por lo menos entender cuál es el peso histórico del proletariado en la guerra de los Balcanes, sin minimizar de ningún modo la gravedad de la situación, el BIPR (expresándose precisamente al modo empírico de Bacon y Locke ([1])), prefiere valorar los acontecimientos partiendo de su proximidad geográfica con Londres o Brighton. El proletariado no es entonces aparentemente una «fuerza con la cual se ha de contar en el período actual», puesto que no existen hechos tangibles que prueben lo contrario, puesto que no se ha confirmado empíricamente en la realidad inmediata. El BIPR no logra ver al proletariado en la situación histórica actual, no lo siente, no lo huele, no lo saborea ni lo oye. Concluye entonces que no está presente. Y cualquiera que se atreva a pensar que sigue siendo una fuerza, por limitada que sea, que sigue estando presente, por débil que sea su presencia, entonces, ése, es un idealista.
Resulta entonces que las tendencias contrarias a la aparente ausencia del proletariado – en particular la ausencia de apoyo a la guerra por parte de las clases obreras de Europa occidental o de Norteamérica – son ignoradas como factores que tener en cuenta. Las tendencias latentes en los acontecimientos, que sólo pueden ser entendidas como signos negativos en la situación, como huellas en la arena, han de ser, sin embargo, tenidas en cuenta para conseguir un análisis serio de una realidad histórica más amplia.
El método que no ve los acontecimientos sino como simples hechos, sin considerar sus relaciones históricas, no es materialista más que en el sentido metafísico: «Por eso este método de observación, al transplantarse, con Bacon o Locke, de las ciencias naturales a la filosofía, provocó la estrechez especifica característica de estos últimos siglos: el método metafísico de especulación.
Para el metafísico, los objetos de investigación aislados, fijos, rígidos, enfocados uno tras otro, cada cual de por sí, como algo dado y perenne. Piensa sólo en antítesis sin mediatividad posible; para él, una de dos: “sí, sí, no, no; porque lo que va más allá de esto, de mal procede”. Para él una cosa existe o no existe; un objeto no puede ser al mismo tiempo lo que es y otro distinto. Lo positivo o lo negativo se excluyen en absoluto. La causa y el efecto revisten asimismo, a sus ojos, la forma de una rígida antítesis. A primera vista, este método discursivo nos parece extraordinariamente razonable, porque es el del llamado sentido común. Pero el mismo sentido común, personaje muy respetable de puertas adentro, entre las cuatro paredes de su casa, vive peripecias verdaderamente maravillosas en cuanto se aventura por los anchos campos de la investigación; y el método metafísico de pensar, por muy justificado y hasta por necesario que sea en muchas zonas del pensamiento, más o menos extensas según la naturaleza del objeto de que se trate, tropieza siempre, tarde o temprano, con una barrera franqueada, la cual se torna en un método unilateral, limitado, abstracto, y se pierde en insolubles contradicciones, pues, absorbido por los objetos concretos, no alcanza a ver su concatenación; preocupado con su existencia, no para mientes en su génesis ni en su caducidad; concentrado en su estatismo, no advierte su dinámica; obsesionado por los árboles, no alcanza a ver el bosque» (F. Engels, Del Socialismo utópico al socialismo científico).
El empirismo – el sentido común –, asimila el materialismo histórico y su método dialéctico al idealismo, al no entender que el marxismo se niega a ver los hechos en su apariencia inmediata.
El BIPR se opone a la historia del movimiento revolucionario cuando califica de idealista el «esquema» del curso histórico. El grupo de la Fracción de izquierda del Partido comunista de Italia que publicaba Bilan en los años 30 ¿ acaso era culpable de idealismo cuando desarrollaba ese concepto para determinar si la historia iba hacia la guerra o hacia la revolución ? ([2]) Esta es una de las cuestiones a las que tendría que contestar el BIPR puesto que Bilan forma parte intrínseca de la historia de la Izquierda italiana de la que se reivindica.
Pero si el BIPR se cree capaz de utilizar de forma unilateral el materialismo histórico, proponiendo una supuesta verdad evidente de los hechos, también es culpable de utilizar esquemas mecánicos para inventar hechos inexistentes. En su hoja internacionalista en contra de la guerra en la ex Yugoslavia, defiende la idea de que uno de los motivos de la intervención de la OTAN era «asegurarse el control del petróleo del Cáucaso». ¿Cómo puede el BIPR alcanzar semejante grado de fantasía? Pues lo alcanza aplicando el esquema según el cual la principal fuerza motriz que empuja el imperialismo hoy es la búsqueda de beneficios económicos «para ganarse el control de los recursos petrolíferos, las rentas del petróleo y de los mercados comerciales y financieros».
Quizás sea eso un esquema materialista, lo que sí es, seguro, es materialismo mecánico. Aún cuando el principal factor del imperialismo moderno siguen siendo las contradicciones económicas fundamentales del capitalismo, este esquema ignora los factores políticos y estratégicos predominantes en el conflicto entre los Estados nación.
El método marxista y la intervención revolucionaria sobre la guerra
Si el BIPR adopta una actitud empírica cada vez que tiene que definir el papel de la clase obrera en cualquier acontecimiento histórico, también muestra que, sobre las cuestiones más generales y decisivas, es perfectamente capaz de analizar de forma marxista, y esto nunca lo podrá lograr el «sentido común». Su hoja sobre la guerra – como también las hojas de los demás grupos de la Izquierda comunista – revela que detrás de las metas aparentemente humanitarias de las grandes potencias unidas en el Kosovo se esconde un enfrentamiento más amplio e inevitable. También muestra que los pacifistas e izquierdistas, a pesar de las impresionantes declamaciones en contra de la violencia, no hacen sino alimentar las hogueras bélicas... Finalmente, aunque no pueda ver al proletariado como una fuerza en la situación actual, afirma, sin embargo, que la lucha de la clase obrera que desemboca en la revolución es el único medio de superar la creciente barbarie capitalista.
La posición proletaria internacionalista, común a los diversos grupos de la Izquierda comunista sobre la guerra, compartida tanto por la CCI como por el BIPR, es perfectamente marxista y fiel al método del materialismo histórico.
Al menos sobre este punto, la acusación de idealismo lanzada contra la CCI se derrumba del todo.
El problema de la unidad en la historia del movimiento revolucionario
En su carta a Wilhem Bracke en 1875 que introduce la Crítica al programa de Gotha del Partido obrero socialdemócrata de Alemania, Carlos Marx dice que «cualquier paso hacia delante, cualquier progresión real importa más que una docena de programas». Esta frase famosa sigue siendo un punto de referencia para la acción unida de los revolucionarios. Es una aplicación perfecta de lo que ponían de relieve las no menos famosas Tesis sobre Feuerbach que demostraron que el materialismo histórico no es otra filosofía contemplativa más, sino un arma de la acción proletaria. «La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana o autotransformación no pueden ser comprendidas racionalmente sino como práctica revolucionaria» y «los filósofos no han hecho sino interpretar diversamente el mundo, lo que importa es transformarlo».
En su carta introductoria y en su texto, Marx critica severamente al programa de unidad del Partido socialdemócrata alemán por las concesiones hechas a los lasalianos ([3]). Considera que un «acuerdo en favor de la acción contra el enemigo común» es de la mayor importancia, y sugiere que hubiese sido preferible posponer la redacción del programa hasta «una época en la que esos programas hubiesen sido preparados por una larga actividad común» (carta a Bracke). Las divergencias extremas no eran entonces obstáculos a la acción unida, sino que, al contrario, iban a confrontarse en ese contexto.
Como ya pusimos en evidencia en nuestro llamamiento, Lenin y los demás representantes de la izquierda marxista aplicaron este mismo método en la conferencia de Zimmerwald en 1915, en la que firmaron su famoso manifiesto contra la Primera Guerra mundial. Y eso que aquellos había expresado críticas y desacuerdos a causa de las graves carencias de la Conferencia, poniendo a votación incluso su propia posición ([4]), que fue rechazada por la mayoría de la Conferencia.
El BIPR ya ha intentado hacer un sesudo trabajo para demostrar que ese ejemplo histórico de unidad de los revolucionarios en el pasado tuvo lugar en circunstancias diferentes y no puede entonces aplicarse en el período actual. En otras palabras, el BIPR no quiere ver los hilos que unen el pasado de Zimmerwald al presente. No ve en él más que un episodio acabado del pasado, que sólo a los historiadores podría interesar.
La diversidad de las circunstancias en las que se realizó la unidad de los revolucionarios en el pasado no es ni mucho menos la prueba de su imposibilidad para el movimiento revolucionario actual; esa diversidad pone, al contrario, en evidencia su total validez actual.
Y lo más convincente todavía en lo que se refiere a la defensa por parte de Marx o de Lenin del trabajo en común entre revolucionarios, es que las diferencias entre eisenachianos y lasalianos en el primer caso, en el segundo entre la Izquierda marxista (y en primera línea los bolcheviques) y los socialdemócratas en Zimmerwald, eran mucho más importantes que las diferencias existentes entre los grupos de la Izquierda comunista actual.
Marx preconizaba el trabajo en común, en un mismo partido, con una tendencia que defendía, nada menos, que el «Estado libre», los «derechos iguales», el «justo reparto del producto del trabajo», que hablaba de la «ley de bronce del salario» y demás prejuicios burgueses. En cuanto al Manifiesto de Zimmerwald, no era sino una oposición común a la Primera Guerra mundial imperialista entre internacionalistas intransigentes que llamaban a la guerra civil contra la guerra imperialista y a la constitución de una nueva Internacional por un lado y, por el otro, pacifistas, centristas y demás indecisos que hasta tenían como perspectiva la reconciliación para con los socialpatriotas y rechazaban las consignas revolucionarias de la izquierda. En el medio comunista actual, por el contrario, no existe ninguna concesión a las ilusiones democráticas o humanistas. Existe una denuncia común de la guerra como guerra imperialista, una denuncia común del pacifismo y del chovinismo de las izquierdas, y un compromiso común a favor de la «guerra civil», o sea, oponer a la guerra imperialista la perspectiva y la necesidad de la revolución proletaria.
Lenin firmó el Manifiesto de Zimmerwald, a pesar de todas sus inconsistencias e insuficiencias, para hacer avanzar el movimiento real. En su artículo «El Primer paso», redactado inmediatamente después de la primera conferencia de Zimmerwald, escribe: «Es un hecho que este manifiesto da un paso adelante hacia la lucha auténtica contra el oportunismo, hacia la ruptura con él y la separación de él. Sería sectarismo negarse a dar este paso adelante junto con la minoría de los alemanes, franceses, suecos, noruegos y suizos cuando conservamos la plena libertad y la plena posibilidad de criticar la inconsecuencia y conseguir más. Sería una mala táctica militar negarse a marchar junto con el creciente movimiento internacional de protesta contra el socialchovinismo por el hecho de que este movimiento sea lento, de que dé “únicamente” un paso adelante, de que esté dispuesto y desee dar mañana un paso atrás y reconciliarse con el viejo Buró socialista internacional» (Lenin, «El primer paso»).
Karl Radek llega a la misma conclusión en otro artículo sobre esta conferencia: «La izquierda ha decidido votar por el Manifiesto por las razones siguientes: sería doctrinario y sectario separarnos de las fuerzas que han empezado, en cierta medida, la lucha contra el socialpatriotismo en sus propios países cuando deben hacer frente a ataques furibundos por parte de los socialdemócratas» (La Izquierda de Zimmerwald, traducido por nosotros).
No cabe duda de que los revolucionarios de hoy han de actuar contra el desarrollo de la guerra imperialista con el mismo método que utilizaron Lenin y la Izquierda de Zimmerwald contra la Primera Guerra mundial. Los avances del movimiento revolucionario como un todo es la prioridad central. La diferencia principal entre los acontecimientos de aquel entonces y los actuales pone en evidencia la mayor convergencia política entre los grupos revolucionarios actuales comparados con la izquierda y el centro en Zimmerwald ([5]), y por consiguiente la mayor necesidad y justificación para una acción común.
Una declaración internacionalista común y otras expresiones de actividad unida en contra de la guerra de la OTAN, es evidente que hubiesen incrementado notablemente la presencia política de la izquierda comunista, comparada con el impacto de cada grupo por separado. Hubiese sido un antídoto material, real, a las divisiones nacionalistas impuestas por la burguesía. La intención común de hacer avanzar el movimiento real hubiese creado un polo de atracción más fuerte para aquellos militantes que actualmente están desorientados por la dispersión desconcertante de los diferentes grupos. Y la unión de fuerzas hubiese tenido un impacto más amplio sobre la clase obrera como un todo. Por encima de todo, hubiese sido un punto de referencia histórico para los revolucionarios de mañana, como lo fue el Manifiesto de Zimmerwald al lanzar una señal de esperanza para los futuros revolucionarios en las trincheras. ¿ Cómo caracterizar el método político que consiste en rechazar una acción común así?. La respuesta nos la dan Lenin y Radek: es doctrinario y sectario ([6]).
Si nos hemos limitado a dos ejemplos históricos, no es de ningún modo porque falten más ejemplos de acciones comunes por parte de los revolucionarios del pasado. Las Primera, Segunda y Tercera internacionales fueron formadas todas ellas con la participación de elementos que no aceptaban ni siquiera las premisas del marxismo, como los antiautoritarios en la AIT, o los anarcosindicalistas franceses y españoles que defendían el internacionalismo y la Revolución rusa y, por esa razón, fueron bienvenidos en la IC.
Tampoco podemos olvidarnos de que el espartaquista Karl Liebnecht, saludado por toda la izquierda marxista como el más heroico defensor del proletariado durante la Primera Guerra mundial, sí era un idealista en el pleno sentido de la palabra, puesto que rechazaba el método materialista dialéctico en favor de la filosofía de Kant.
El método de confrontación de las posiciones en el movimiento revolucionario
La mayoría de los grupos actuales se imaginan que uniéndose, aunque solo sea para una actividad mínima, van diluir o hacer confusas las importantes divergencias que tienen con los demás. Esto es totalmente falso. Tanto después de la formación del Partido socialdemócrata alemán como después de Zimmerwald, no se produjo la menor disolución oportunista de las divergencias entre los participantes, sino todo lo contrario, se hicieron más vivas y, en la práctica misma, se evidenciaron las posiciones de las tendencias más claras. Los marxistas acabaron dominando totalmente el partido alemán y, después de 1875, también a los lasalianos en la Segunda internacional. Tras Zimmerwald, las posiciones intransigentes de la izquierda, que habían sido minoritarias, prevalecieron totalmente durante los años siguientes cuando la oleada revolucionaria que había empezado en Rusia en 17 confirmó la validez de su política en el propio curso de los acontecimientos, mientras los centristas, en cambio, caían en brazos de los socialpatriotas.
Si no hubieran puesto a prueba sus posiciones en el marco, limitado, de una acción común, su éxito futuro no hubiese sido posible. La Internacional comunista es efectivamente deudora de la izquierda de Zimmerwald ([7]).
Estos ejemplos de la historia del movimiento revolucionario también confirman otra de las famosas Tesis sobre Feuerbach: «La cuestión de la atribución al pensamiento humano de una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino una cuestión práctica. Es en la práctica donde el hombre tiene que dar la prueba de la verdad, o sea de la realidad y la fuerza de su pensamiento, la prueba de que éste pertenece al mundo. El debate sobre la realidad o la irrealidad del pensamiento aislado de la práctica no es sino una cuestión puramente escolástica».
Al rechazar un marco práctico para su movimiento común, en el que podrían enfrentarse sus divergencias, los grupos de la Izquierda comunista tienden a reducir a un nivel escolástico sus diferencias sobre la teoría marxista. Aunque tengan esos grupos la voluntad de probar la validez de su posición en la práctica de la lucha de clases, este objetivo seguirá siendo un objetivo vano si no son capaces de poner orden en su propia casa y verificar sus posiciones en una relación concreta con las demás tendencias internacionalistas.
El reconocimiento de un mínimo de actividad común es la base en la que pueden plantearse claramente las divergencias, confrontarse, dar sus pruebas y clarificarse, para todos aquellos militantes que emergen de las filas del proletariado, particularmente en los países en que la Izquierda comunista todavía no tiene presencia organizada. Esto es desgraciadamente lo que los grupos comunistas actuales se niegan a entender. Los grupos de la corriente bordiguista defienden el sectarismo como un principio. Sin llegar a esos extremos, el BIPR tiende a rechazar cualquier confrontación seria de posiciones políticas: «Criticamos a la CCI (...) por esperar que lo que llaman “medio político proletario” retome y debata de sus preocupaciones cada día más extrañas» ([8]) (traducido del inglés por nosotros) afirma en Internationalist Communist, nº 17, revista del BIPR, dedicada en parte a marcar sus divergencias con la CCI, en sus respuestas a elementos en búsqueda en Rusia y otros sitios que se preguntan sobre la responsabilidad de los internacionalistas y su acción común ante la guerra imperialista. Resulta particularmente desolador comprobar que el medio internacionalista rechaza cualquier debate serio por miedo de enfrentarse con ideas opuestas. El movimiento revolucionario necesita hoy recuperar la confianza que los marxistas del pasado tenían en sus ideas y posiciones políticas.
La acusación de idealismo hecha a la CCI no tiene ni pies ni cabeza. Esperamos, al menos, críticas más sólidas y desarrolladas sobre semejante afirmación.
Ante la situación internacional que va empeorando y las exigencias crecientes con que se enfrenta la clase obrera, tendría que quedar claro que el método materialista del movimiento revolucionario marxista exige una respuesta común. La Izquierda comunista no se ha puesto a la altura de todas sus responsabilidades durante esta guerra en Kosovo, pero los acontecimientos venideros la obligarán a ponerlas en el centro de sus preocupaciones.
Como, 11/9/99
[1] Francis Bacon (1561-1626) y John Locke (1632-1704) fueron dos filósofos materialistas ingleses.
[2] En un artículo titulado explícitamente «La carrera hacia la guerra», publicado en el número 29 de marzo del 36, Bilan plantea el problema del curso histórico de esta forma: «Los partidarios del gobierno actual (...) merecen el agradecimiento eterno del sistema capitalista por haber llevado a sus consecuencias últimas la obra de aplastamiento del proletariado. Sólo tras haber decapitado la única fuerza capaz de crear una sociedad nueva, han podido también abrir las puertas a lo inevitable, la guerra, punto extremo de las contradicciones internas del régimen capitalista. (...) ¿Cuándo ocurrirá la guerra? Nadie lo puede predecir. Lo que sí es cierto, es que todo está listo para ella». Y otro artículo del mismo número 29 vuelve sobre el tema, precisando las condiciones del curso a la guerra imperialista que se estaba afianzando en aquel entonces: «Estamos totalmente convencidos que con la política de traición socialcentrista que conduce al proletariado hacia la impotencia de clase en los países “democráticos”, con el fascismo que logra los mismos objetivos por medio del terror, se han construido las premisas indispensables para el desencadenamiento de una nueva matanza mundial. La trayectoria degenerativa de la URSS y de la IC es uno de los más alarmantes síntomas de la huida hacia el precipicio de la guerra».
Se ha de recordar al BIPR y a los grupos bordiguistas cuál era la perspectiva de acción que propuso entonces Bilan a las diversas fuerzas que se mantenían fieles al comunismo: «La única respuesta que podrían oponer los comunistas a los acontecimientos que acabamos de vivir, la única manifestación política que podría ser un jalón en la victoria de mañana, sería una Conferencia internacional que reúna las pocas membranas que quedan hoy del cerebro de la clase obrera mundial». Nuestra preocupación por determinar el curso histórico, y nuestro llamamiento a una defensa común del internacionalismo, están en perfecta continuidad con la tradición de la Izquierda italiana, por mucho que les desagrade a algunos ignorantes.
[3] El Partido socialdemócrata de Alemania se formó con la unificación de dos grandes corrientes, la de los lasalianos (del nombre de su dirigente, Lasalle) y la marxista, los eisenachianos, nombre que les viene de Eisenach, ciudad en que esa tendencia se transformó en Partido obrero socialdemócrata de Alemania, en 1869.
[4] Ya hemos puesto en evidencia la validez actual de la política unitaria de la Izquierda de Zimmerwald para el campo internacionalista en la Revista internacional nº 44, en 1986.
[5] En realidad, hasta podemos afirmar que las divergencias en la misma izquierda de Zimmerwald eran mayores que las del campo internacionalista actual. Había entonces, en particular, importantes divisiones sobre si la liberación nacional seguía siendo posible, y por consiguiente si la consigna del «derecho de las naciones a la autodeterminación» formaba todavía parte de la política marxista. Las posiciones zanjadas y opuestas entre Lenin por un lado y Trotski y Radek del otro sobre el levantamiento de Pascua de 1916 en Dublín sacaron a la luz de forma aguda las divergencias en la misma izquierda de Zimmerwald. En el mismo Partido bolchevique, existían en aquel entonces divergencias importantes sobre la cuestión de la autodeterminación nacional, con Bujarin y Piatakov que afirmaban su arcaísmo, y sobre la validez de la consigna de «derrotismo revolucionario» y de «Estados unidos de Europa».
[6] La política de Lenin de unidad internacionalista no se limitó al movimiento de Zimmerwald. También la aplicó en la misma socialdemocracia rusa animando al trabajo común con grupos no bolcheviques como el de Trotski, Nache Slovo. Si sus esfuerzos no lograron triunfar hasta la Revolución rusa, se debió, en aquel entonces, al sectarismo de Trotski.
[7] «Las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal tuvieron su importancia en la época el que era necesario unir a todos los elementos proletarios dispuestos de una forma u otra a protestar contra la matanza imperialista (...). El agrupamiento de Zimmerwald ha cumplido con su tarea. Todo lo que había en él de verdaderamente revolucionario se ha pasado y se ha adherido a la Internacional comunista» (Declaración hecha por los participantes a la Conferencia de Zimmerwald en el Congreso de la IC, firmada por Rakovski, Lenin, Zinoviev, Trotski y Platten).
[8] «We criticise the ICC (...) for expecting what call the “proletarian political milieu” to take up and debate their increasingly outlandish political concerns».