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el movimiento obrero ha afirmado, desde el último cuarto del siglo xix, que el desarrollo del imperialismo planteaba a la humanidad la alternativa “socialismo o barbarie”. Engels había comenzado a plantear esta alternativa en los años 1880-90. Desde entonces, la historia de la decadencia ha mostrado ampliamente que el capitalismo en putrefacción es capaz de desarrollar una barbarie terrible cuyo nivel era difícilmente sospechable en el siglo pasado. Actualmente, nos encontramos en la fase última del capitalismo, la de su descomposición, desarrollo del caos y del cada uno para sí. La descomposición nos pone en una situación en parte inédita. Para comprender la amplitud y el significado de esta situación, debemos referirnos a la forma con la que el marxismo ha analizado el desarrollo del imperialismo.
Queremos demostrar que en la decadencia, y aún más en el periodo actual de descomposición, la burguesía no tiene como primer objetivo, en las guerras que desarrolla, la obtención de ganancias económicas sino que desarrolla aspiraciones esencialmente estratégicas, aún si por supuesto, el telón de fondo sigue siendo la cuestión económica, es decir la decadencia del capitalismo.
“La irracionalidad de la guerra es el resultado del hecho que los conflictos militares modernos – contrariamente a los de la ascendencia capitalista (guerras de liberación nacional o de conquista colonial que ayudaban a la expansión geográfica y económica del capitalismo) – buscan únicamente un nuevo reparto de las posiciones económicas y estratégicas ya existentes. En estas circunstancias, las guerras de la decadencia, por las devastaciones que ocasionan y su gigantesco costo, no representan un estímulo sino un peso muerto para el modo de producción capitalista” (“Resolución sobre la situación internacional para el xiii Congreso”, Revista internacional no 97).
Es importante recordar también que, para el periodo actual, situamos nuestro análisis en el marco de un curso que sigue abierto hacia enfrentamientos de clase decisivos.
La visión marxista del imperialismo
Desde los años 1880, el movimiento obrero vio aparecer el fenómeno del imperialismo. Los congresos de Bruselas de 1891 y de Zurich en agosto de 1893 se preocuparon por la cuestión. En esta época, Engels había puesto en evidencia los antagonismos que se desarrollaban entre Alemania y Francia. Veía formarse bloques: Alemania-Austria / Hungría-Italia de una parte contra Francia-Rusia de la otra. Veía desarrollarse el militarismo y el riesgo de una guerra en Europa, que sería una guerra imperialista, de la cual temía las consecuencias para el movimiento obrero internacional y para la humanidad. Frente a estos peligros, el congreso de agosto de 1893 adoptó una resolución basada en la idea de que la guerra era inmanente al capitalismo, defendiendo el internacionalismo y declarándose contra los créditos para la guerra. Así, el fenómeno del imperialismo ligado a los antagonismos económicos se percibía y observaba como fuente de guerra y barbarie. Si bien esta barbarie fue subestimada en aquel entonces, Engels veía en la guerra un gran riesgo de debilitar como tambien de destruir el socialismo, mientras que la paz le daba muchas más oportunidades de éxito, aún cuando la perspectiva guerrera anunciaba el momento en que el socialismo podría vencer al capitalismo:
“La paz asegura la victoria del partido socialista alemán en una década; la guerra le ofrece, o la victoria en dos o tres años, o la ruina completa, al menos por quince o veinte años. En esta posición, los socialistas alemanes estarían locos si prefirieran apostar por la guerra en vez de por el triunfo seguro que les promete la paz” (Carta a Lavrov, 5 de febrero de 1884).
Es en 1916 cuando Lenin escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo. Denuncia al imperialismo pero, más que un análisis, describe los fenómenos introduciendo además visiones falsas. Él insiste en dos aspectos: la exportación de capitales de los grandes países desarrollados y la rapiña. Lenin ve en la exportación de capitales de las grandes potencias, la “base sólida para
la opresión y la explotación imperialista de la mayor parte de los países y pueblos del mundo, por el parasitismo capitalista de un puñado de Estados opulentos” (...) En las transacciones internacionales de este tipo, el prestamista, en efecto, obtiene casi siempre cualquier cosa: una ventaja durante la conclusión de un tratado comercial, unas minas de carbón, la construcción de un puerto, una generosa concesión, una compra de cañones.
Las elevadas ganancias que obtienen del monopolio los capitalistas de una rama industrial entre muchos otros, de un país entre muchos otros, etc. les da la posibilidad económica de corromper a ciertas capas de obreros, e incluso momentáneamente una minoría obrera muy importante, es ganada para la causa de la burguesía de la rama industrial o de la nación consideradas y las enfrentan contra todas las otras.”
Lenin observa acertadamente que la repartición del mundo ha terminado
“... el rasgo característico del periodo examinado, es la repartición definitiva del globo, definitiva no en el sentido de que una nueva repartición sea imposible, siendo por el contrario nuevas reparticiones posibles e inevitables, sino en el sentido de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado con la conquista de los territorios desocupados de nuestro planeta.”
De esta manera, lo que está a la orden del día, es la “lucha por los territorios económicos”, por lo que el imperialismo engendra la guerra. Los bordiguistas se refieren siempre a esta visión de Lenin que, por una parte, era sobre todo una descripción más que una explicación de los fenómenos (los cuales, además, han evolucionado considerablemente con la evolución de la decadencia), pero que por otra parte contenían visiones falsas tales como las de la aristocracia obrera y el desarrollo desigual del capitalismo([1]), visiones que eran suyas. A pesar de estos errores, Lenin sabrá sin embargo sacar lo mejor de sus predecesores a nivel de la orientación decisiva que había que promover en el marco de la primera guerra imperialista mundial, la de transformar la guerra imperialista en guerra civil para el derrocamiento del capitalismo. Pero sus errores debilitaban sin embargo, para el futuro, la tierra firme de los análisis sobre los cuales el movimiento obrero tendría que apoyarse para llevar a cabo su combate.
Es Rosa Luxemburgo quien hace un análisis más profundo de las contradicciones del capitalismo y quien, en lugar de la visión de Lenin sobre el desarrollo desigual del capitalismo, que dejaba la puerta abierta a la posibilidad de un desarrollo económico en ciertas áreas, dará una explicación que destaca la cuestión de los mercados como contradicción esencial y partiendo de la evolución del capitalismo en su globalidad mundial y no país por país. Ella desarrolla su análisis en la Acumulación del capital (1913). Como Lenin, pone en evidencia la relación imperialismo-guerra:
“Pero a medida que aumenta el número de países capitalistas participantes en la caza de territorios de acumulación y a medida que se estrechan los territorios aún disponibles para la expansión capitalista la lucha del capital por sus territorios de acumulación se vuelve cada vez más encarnizada y sus campañas engendran a través del mundo una serie de catástrofes económicas y políticas: crisis mundiales, guerras, revoluciones” (...) “el imperialismo consiste precisamente en la expansión del capitalismo hacia nuevos territorios y en la lucha económica y política a la que se entregan los viejos países capitalistas para disputarse esos territorios.” (...) “sólo la comprensión teórica exacta del problema desde la raíz puede dar a nuestra lucha práctica contra el imperialismo esta seguridad del fin y esta fuerza indispensables para la política del proletariado” (p.‑152-153, Ed. Maspero).
En 1915, Rosa Luxemburgo publica El Folleto de Junius. En éste reafirma que en adelante el capitalismo domina la Tierra entera.
“Esta marcha triunfal durante la cual el capitalismo abre brutalmente su vía mediante todos los medios: la violencia, el pillaje y la infamia, posee un lado luminoso: ha creado las condiciones preliminares para su propia desaparición definitiva; ha instaurado la dominación mundial del capitalismo a la cual solamente la revolución mundial del socialismo le puede suceder.”
Plantea muy claramente que en el imperialismo, hay a la vez cuestiones de intereses económicos pero también estratégicos. Tomando el ejemplo de Rusia, dice:
“En las tendencias conquistadoras del régimen zarista se expresan, de una parte, la expansión tradicional de un imperio poderoso cuya población comprende actualmente 170 millones de seres humanos y que, por razones económicas y estratégicas, busca obtener el libre acceso a los mares, desde el Océano Pacífico por el Este, hasta el Mediterráneo por el Sur y, de otra parte, interviene esa necesidad vital del absolutismo: la necesidad en el plano de la política mundial de mantener una actitud que imponga el respeto en la competencia general de los grandes Estados, para obtener del capitalismo extranjero el crédito financiero sin el cual el zarismo no es en absoluto viable.”
Como dice la resolución del 13º Congreso de la CCI (ya citado), “Rosa Luxemburgo reconocía la primacía de las consideraciones estratégicas globales sobre los intereses económicos inmediatos para los principales protagonistas de la primera guerra mundial”. En este sentido estratégico, Rosa Luxemburgo indica también por ejemplo, en qué la política de Alemania hacia Turquía representa para aquélla un punto de apoyo de la política alemana en Asia Menor. El desencadenamiento del imperialismo conlleva el desarrollo de la guerra; pero lejos de una visión mecánica que vería a la burguesía estallar la guerra como respuesta a los momentos más agudos de la crisis, ella muestra las estrategias y la preparación a largo plazo de los momentos en que la burguesía intentará por la fuerza una repartición del mundo. Al final del siglo XIX y comienzo del XX, la burguesía alemana se preocupaba mucho, por ejemplo, de construir una flota capaz de hacer incursiones del imperialismo alemán en el mundo.
“Con esta flota ofensiva de primera calidad y con los crecimientos militares que, paralelamente a su construcción, se suceden a una cadencia acelerada, era un instrumento de la política futura lo que se creaba, política cuya dirección y objetivos dejaban el campo libre a múltiples posibilidades.”
Esta tenía en la mira directamente a Inglaterra. Se llevaba a cabo en el contexto de desencadenamiento del imperialismo, que anunciaba la decadencia, la tendencia a la saturación de los mercados, la guerra. Rosa cita a un ministro alemán, Von Vulgo que decía en noviembre de 1899, a propósito de la fuerza naval:
“Si los ingleses hablan de una Mayor Bretaña, si los franceses hablan de una Nueva Francia, si los rusos se vuelven hacia Asia, por nuestra parte tenemos la pretensión de crear una Fuerte Alemania...”
Rosa Luxemburgo, como Engels, se preocupaba por el aspecto de la guerra destructor de las fuerzas de la revolución:
“Aquí también, la guerra actual se revela no solamente como un gigantesco asesinato, sino también como un suicidio de la clase obrera europea. Porque son los soldados del socialismo, los proletarios de Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, Bélgica, los que desde hace meses se masacran unos a otros bajo las órdenes del capital, son ellos los que se hunden en el corazón el hierro mortal, se enlazan en un abrazo mortal, se tambalean en conjunto, llevando cada uno al otro a la tumba.”
Se puede señalar previamente que la visión más profunda de los mecanismos que conducen al capitalismo a su decadencia, la de Rosa, nos permite evitar los errores de los bordiguistas de confundir las guerras imperialistas con las guerras de liberación nacional, sobre la base de que existieran todavía áreas geográficas que se pudieran desarrollar. Actualmente, sin embargo, esta visión es difícil de mantener y los bordiguistas prácticamente ya no la destacan, pero sin saber precisamente porqué, de manera empírica y por tanto frágil. Por el contrario, continúan aferrándose a la visión de “territorios económicos” por conquistar queriendo encontrar sistemáticamente un objetivo económico inmediato en cada guerra. Este es el caso también de Battaglia y el BIPR. Lo que correspondía a una visión fotográfica del momento en Lenin, que, además, era mucho menos clara que la de Rosa Luxemburgo, se ha fijado en ellos.
Hay que decir también que Trotski, en sus escritos de 1924 y 1926 Europa y América, ¿a dónde va Inglaterra? se atiene a la visión de Lenin. Sólo ve la competencia económica entre las grandes naciones y nación por nación. Ve correctamente que son los Estados Unidos quienes salen como grandes vencedores de la primera guerra mundial y que toman el primer lugar del mundo. Pero solamente ve el aspecto económico, a saber, que los Estados Unidos quieren la “tutela económica de Europa”. El capital americano “busca el dominio del mundo, quiere instaurar la supremacía de América sobre nuestro planeta (...) ¿Qué debe hacer respecto a Europa? Debe, dice, pacificarla. ¿Cómo? Bajo su hegemonía. ¿Qué significa esto? Que debe permitir a Europa reedificarse, pero dentro de límites bien determinados, concederle sectores determinados, restringidos, del mercado mundial.”
Esta competencia sólo puede conducirles a enfrentarse, lo que es verdad de manera general. Pero al no ver los aspectos estratégicos en toda su amplitud, correspondientes a la necesidad de mantenerse como gran potencia si no puede mantenerse como la primera de ellas, como fue el caso para Inglaterra después de la Primera Guerra mundial, Trotski hace coincidir la competencia económica con los enfrentamientos imperialistas. De este modo, al pasar Inglaterra a segunda fila detrás de los Estados Unidos, él ve en la competencia entre estos dos países el eje mayor de los enfrentamientos imperialistas venideros: “El antagonismo capital del mundo es el antagonismo anglo-americano. Es éste el que mostrará más claramente el porvenir”. El porvenir, justamente, no verificó eso. Verificará, por el contrario, que entre más avance la decadencia, más dominará el aspecto estratégico, poniendo en el centro las consideraciones sobre las alianzas que permitirán mantenerse como gran nación o al menos como nación, y ello en detrimento de los intereses económicos inmediatos. Esto será toda la cuestión de la irracionalidad de la guerra desde un punto de vista estrictamente económico, cuestión que será puesta a la luz por la Izquierda comunista de Francia. Esta última llegará a formular la tesis de la irracionalidad de la guerra y el hecho de que al filo de la decadencia, la guerra ya no está al servicio del desarrollo de la economía sino que es la economía la que está al servicio de la guerra.
Aspectos económicos y estratégicos al filo de la decadencia
Estos dos aspectos se verifican a todo lo largo de la decadencia, pero sin embargo, el aspecto estratégico, la irracionalidad de la guerra desde el punto de vista económico, va ir predominando. Incluso aunque la Primera Guerra mundial no fue desencadenada mecánicamente en el momento más agudo de la crisis, y aunque los objetivos estratégicos de expansión habían sido calculados por Alemania, y aunque correspondiera, desde el punto de vista económico, a una voluntad de repartición del mundo alrededor de la cuestión de los mercados, esta guerra resultaría ya más costosa que ventajosa desde el punto de vista económico, para los vencedores mismos, con excepción de los Estados Unidos. Hablando de Inglaterra al salir de la Primera Guerra mundial, Sternberg dice, en El conflicto del siglo:
“Debido a la guerra, sin embargo, no perdió solamente una parte de sus haberes, sino que toda su posición en la economía mundial se debilitó a tal punto que quedó reducida en adelante a emplear la mayor parte de los intereses que extraía de sus inversiones en el financiamiento de sus importaciones y a afectar solamente una parte mínima para la constitución de nuevos capitales de inversión.”.
En cuanto a la riqueza y el crecimiento económico efectivo de los Estados Unidos luego de esta guerra, “el enriquecimiento de los Estados Unidos por la guerra” del que habla el trotskista Pierre Naville en su prefacio al libro de Trotski citado más arriba, no viene por principio de la guerra sino del hecho de que los Estados Unidos todavía no habían totalmente agotado los mercados precapitalistas de su inmenso territorio, por ejemplo quedaba todavía por efectuar la construcción de ciertos ferrocarriles, pero también a que no habían participado en la guerra sino cuando su final, lejos de su territorio en el que no conocieron destrucción alguna.
La Segunda Guerra mundial tiene aún por objetivo la repartición del mundo. La burguesía alemana se reconocía en la consigna de Hitler: “¡exportar o morir!”. Pero si bien el final de la guerra ve efectivamente una repartición del mundo entre los dos bloques, el bloque ruso y el bloque occidental, una buena parte de las inversiones para la reconstrucción tiene un objetivo esencialmente estratégico: cortar los deseos de Alemania y los países del Sudeste asiático de pasarse al otro bloque y así establecer un cordón sanitario alrededor de Rusia. La política de los Estados Unidos respecto a la URSS, llamada de “contención”, tenía como objetivo, en este sentido, impedir a esta última llegar a los mares, mantenerla como potencia continental. De donde también, en los años 1950, la guerra de Corea, con este mismo fin. Desde el punto de vista económico, se puede citar nuevamente a Sternberg: “En fin, la Segunda Guerra mundial fuerza a Inglaterra a liquidar la gran mayoría de sus haberes en el extranjero, provocando así un nuevo retroceso de su posición en los mercados mundiales hasta el punto que debe apelar, durante muchos años, a la ayuda directa de América para pagar sus importaciones”. Los Estados Unidos afirman su rango de primera potencia mundial pero en un contexto en que, más allá del periodo de reconstrucción, es el capitalismo mundial como un todo el que continúa debilitándose, incluidos ellos mismos.
En este marco de bloques, el reto es defenderse frente al otro bloque. Para ello, se utilizan las armas económicas y militares. Por supuesto, el bloque económicamente más poderoso tiene la ventaja en esta guerra fría. Puede sacar ventaja del cebo económico y tener ventaja de medios en la carrera armamentista. Después de la muerte de Nasser, los Estados Unidos utilizan el arma económica para hacer caer a Egipto en su bloque. A partir de 1975, los Estados Unidos trabaja para que China se acerque a ellos. Se verá que para mantener este acercamiento, el estatuto de nación privilegiada, al nivel de los intercambio comerciales, le será concedido. Todavía en este periodo de los años 70, los préstamos acordados a los países de Africa bajo tutela tienen, por supuesto, como objetivo mantener la posibilidad de intercambios comerciales con ellos, pero también el de mantenerlos en el bloque occidental.
Se puede ver por tanto que el aspecto estratégico domina ampliamente sobre el aspecto económico. Esto es una característica que se desarrolla claramente a partir de 1945. Lo hemos señalado más arriba con la política de “contención”. Por tanto hay que señalar una diferencia enorme en relación con lo que Lenin podía aún constatar a principio del siglo xx cuando habla de la exportación de capitales. En ese momento la burguesía sabía que sería reembolsada, que cobraría los intereses de su préstamo y que además ganaría mercados. A partir de los años 1970, es cada vez más a fondos perdidos que la burguesía presta, y lo sabe. Es por ello que, al inicio de los años 1980, el presidente del Estado francés, Mitterrand, podía hacerse el dadivoso cuando proponía una moratoria para la deuda de Africa. Se pueden recordar otros ejemplos que muestran los objetivos estratégicos:
- en 1975, los Estados Unidos detienen la guerra de Vietnam porque se vuelve más importante trabajar en el acercamiento con China;
- en 1979, Rusia invadía Afganistán; aprovecha el debilitamiento de los EE.UU. en Irán para hundir una cuña entre Irán y Pakistán. Se trataba de una tentativa para acercarse a los mares calientes. Este objetivo era puramente estratégico y por lo demás, el consejero americano Brezinski había dicho que esta empresa “arruinaría” a la URSS a tal grado que le costaría caro financieramente;
- el interés por Africa, más allá de algunas ventajas económicas, era que, en caso de guerra mundial cuyo reto sería Europa, el controlar ese continente hubiera sido determinante, desde un punto de vista estratégico. En este caso, para poder mantener un control en Europa, hay que tener posiciones en Africa. Recuérdese las batallas en Africa, durante la Segunda Guerra mundial, entre los ejércitos alemán y aliados;
- al inicio de los años 1980, la guerra del Líbano no tenía un objetivo económico sino estratégico. Los EE.UU. tenían que tener un control total de esta zona tan eminentemente estratégica. Por ello, había que sacarse la espina en el pie que constituía la pertenencia de Siria al bloque del Este y hacer caer a este país en el bloque occidental. El aspecto económico que constituía el petróleo producido en la región no era del todo el aspecto central, si bien había que controlarlo en caso de guerra.
Se puede verificar así que, si bien la economía sigue siendo el telón de fondo, ésta se halla cada vez más al servicio de la guerra y no a la inversa. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Si a comienzos del imperialismo y luego de la decadencia la guerra se concebía como el medio para la repartición de los mercados, ésta se ha convertido, en este estadio, un medio para imponerse como gran potencia, para hacerse respetar, para defender su rango frente a los otros, para salvar la nación. Las guerras no tienen ya racionalidad económica; cuestan mucho más caro de lo que reportan. La reflexión de Brezinski citada más arriba es muy significativa.
¿Y las guerras que se han sucedido desde 1989, tras el hundimiento del bloque del Este y la desaparición del occidental?
La burguesía había anunciado una era de paz y prosperidad. Hemos visto y seguimos viendo el desarrollo de la miseria y la guerra. El fin de los bloques expresa la entrada en la fase de descomposición, el desarrollo del cada uno para sí a nivel imperialista y el avance de la barbarie y el caos. Tras esta desaparición de los bloques, se ve a las grandes potencias volver a sus estrategias de expansión anteriores a 1914. Pero es necesario notar una gran diferencia: a principios del siglo xx, para alcanzar sus estrategias, la burguesía tendía a constituir constelaciones (alianzas). Hoy, es el cada uno para sí el que domina al punto que las alianzas, desde 1989, han sido siempre efímeras y que, en los conflictos, cada potencia defiende sus propios intereses. En este contexto, son estrategias propias lo que cada potencia trata de defender.
Ante esto, Estados Unidos han indicado claramente que ellos buscan defender su liderazgo. Tal fue el objetivo de la Guerra del Golfo en 1991. A pesar de ello, unos meses después, Alemania abría las hostilidades en Yugoslavia reconociendo unilateralmente la independencia de Eslovenia y Croacia. A pesar de las advertencias de los Estados Unidos unos meses antes, Alemania reanuda su vieja política de expansión hacia el Sudeste, vía los Balcanes, sabiendo que Serbia representaría una barrera que habría que hacer saltar. En la guerra de Kosovo, Alemania continúa esta política. Lo hace sin complejos ya que, por primera vez después de la Segunda Guerra mundial, se le ve desplegar su fuerza militar en otro país. Además, da a entender claramente que en el futuro utilizará su ejército para defender sus intereses en cualquier parte del mundo que sea necesario.
Se sabe que Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia no estaban dispuestos a dejar el campo libre a Alemania y cómo reaccionaron para contrarrestar las pretensiones germanas. Resulta claro que los intereses económicos no están en el centro de esta guerra, sino que son los intereses estratégicos, con el objetivo de defender o tratar de desarrollar su rango de gran potencia, sus zonas de influencia.
Son también intereses esencialmente estratégicos los que se hallan en juego en el Cáucaso, alrededor de la guerra en Chechenia. El petróleo está efectivamente en juego: pero ¿qué lugar ocupa? Un lugar estratégico y no económico. En efecto, se ve a los EE.UU. hacer transacciones con Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Turquía sin tomar en cuenta a Rusia, a lo cual ésta ha reaccionado asesinando ministros y diputados en el parlamento de Erevan, ya que los EE.UU. quieren controlar esta región a causa de su petróleo; no con una meta de beneficios económicos, sino para que Europa no pueda abastecerse de este energético necesario en caso de guerra. Podemos recordar que durante la Segunda Guerra mundial, en 1942, Alemania había dirigido una ofensiva sobre Bakú para tratar de apropiarse de este energético tan necesario para mantener la guerra. La situación es diferente para Azerbaiyán y Turquía por ejemplo, para quienes la cuestión del petróleo representa un beneficio inmediato apreciable. Pero el reto central de la situación no es ese.
En África, la guerra de Zaire que la burguesía presentó como una voluntad de los americanos para apropiarse de las riquezas del subsuelo, en realidad tenía como objetivo expulsar a Francia de esa región. El hecho de que algunos hombres de negocios se hayan precipitado inmediatamente al lugar, no minimiza en nada ese objetivo central. Es lo mismo con la visita de Clinton a Senegal, a fines del 98, donde el objetivo era ir a competir con Francia, a nivel diplomático, directamente en su patio trasero. Regularmente, con el fin de ocultar el sentido real de esos actos, es la burguesía misma la que voluntariamente destaca supuestos objetivos económicos.
En el conflicto entre la India y Pakistán, Cachemira no es en primer lugar un reto económico. Mediante ese conflicto, actualmente, Pakistán querría recuperar la importancia regional que tuvo durante la época de los bloques y que perdió después. Y por supuesto, vemos a los EE.UU. reajustar su política y reanudar las relaciones con la India.
Pero hoy, es sin duda el Medio Oriente el que indica el punto más alto del aspecto estratégico central de las cuestiones imperialistas. En estos últimos tiempos, se ha visto a los países de Europa impugnar a los EE.UU. hasta en esta zona tan crucial. Francia se muestra “preocupada” por la suerte de los Palestinos, Alemania ha mostrado por ejemplo ciertas solicitudes acerca de Israel. Francia intenta reintroducir su influencia en Líbano; mantiene los lazos con Siria. Es esta impugnación a los EE.UU. lo que ha desembocado en la explosión actual. Pero es necesario agregar que los incendiarios han perdido en parte el control del fuego que han atizado. La descomposición se manifiesta en toda su gravedad. La provocación de Sharon, apoyado por una parte del ejército y del Estado, no era, ciertamente, lo que los EE.UU. querían. Arafat no controla ya gran cosa. Y aún si los EE.UU., para tratar de encontrar una solución que les permitiera controlar de nuevo la región hicieran de Palestina un campo de ruinas, ello no resolvería nada. El imperialismo no ofrece ninguna posibilidad de paz; sólo el desencadenamiento de guerras esta al orden del día.
En la arena mundial, actualmente, las dos principales potencias que se enfrentan para imponer su influencia y tratar de aglutinar alrededor de ellos, son los EE.UU. y Alemania. Potencias como Francia (aún si hace ruido), Inglaterra, no pueden rivalizar con aquéllas. La descomposición juega a favor de Alemania, lo hemos visto en Yugoslavia. Las cosas son más difíciles para los EE.UU., ya que es su propio liderazgo el que tienen que defender y debido a que su dominación empuja a los estados europeos en primer lugar, aunque también a la mayor parte de Estados, a impugnarles. No se ve brotar la constitución de bloques, sino todo lo contrario. La situación en el Medio Oriente muestra hoy hasta qué punto la humanidad avanzaría hacia su destrucción, incluso sin guerra mundial, si el proletariado, a plazo, no consigue imponerse. Se ve también hasta qué punto el no ver en las guerras mas que cuestiones económicas revela una subestimación de su gravedad e incluso constituye una ceguera, como lo dice la resolución del 13º congreso frente a la verdadera amplitud de los retos:
“En fin, las explicaciones (que se encuentran incluso entre los grupos revolucionarios) que tratan de interpretar la ofensiva actual de la OTAN como una tentativa para controlar las materias primas en la región (Kosovo ndr) constituyen una subestimación, si no es que una ceguera, frente a la verdadera amplitud de los retos”. Punto 3.
¿Dónde está el liderazgo americano?
La resolución del xiii congreso decía:
“Actualmente, aún si los EE.UU. están a la cabeza de la cruzada contra Milosevic, deben contar, mucho más que antes, con las pretensiones específicas de las otras potencias – principalmente Alemania – lo que introduce un factor considerable de incertidumbre sobre el resultado del conjunto de la operación” (...) “Alemania está obligada a encarar su ascenso a rango de superpotencia a largo plazo, mientras que los EE.UU. desde ahora, y esto ya desde hace algunos años, están confrontados a la pérdida de su liderazgo y al aumento del caos mundial”.
¿Dónde está el liderazgo americano?
Como dice la resolución, tiende a debilitarse. Hay que constatar sin embargo, que le es menos difícil mantenerlo en las regiones que están alejadas de Europa. A pesar de las dificultades que tienen en todos lados, incluso por ejemplo en América Latina donde el presidente de Venezuela, Chávez, apoya a la guerrilla colombiana y hace una visita ostensible a Saddam Hussein, le es menos difícil, hasta el presente; ante la India y Pakistán donde Estados Unidos alcanzan a recuperar las situaciones de resbalón; en Indonesia, en Filipinas, e incluso con Japón a pesar de que quiera independizarse de la tutela americana. También es verdad que con China tienen más dificultades.
Pero cerca de Europa, Estados Unidos tiene muchas más dificultades. Se ha visto con Yugoslavia donde le fue difícil hallar una forma de implantarse. Con Kosovo, donde las hostilidades se desencadenaron bajo la égida de la OTAN, ejército de los EE.UU. y terminaron con un retorno de la ONU, expresión de un retorno de la influencia de las potencias antiamericanas. Con Irak, donde países como Francia tratan de romper el embargo impuesto por los americanos; en Medio Oriente donde la impugnación de las potencias europeas ha animado, aunque sea indirectamente, iniciativas, ya sea de Sharon o de los islamitas, que se traducen en resbalones y pérdidas de control de los EE.UU. Hay que confirmar, por tanto, que hay una tendencia histórica al debilitamiento del liderazgo americano, pero debemos agregar que esto no significa que las potencias europeas saldrán mejor libradas. Actualmente en el Medio Oriente, los europeos tampoco controlan la situación.
Esta impugnación generalizada hacia los EE.UU. obliga a estos últimos a utilizar cada vez más la fuerza militar en un contexto que ya no es el de la Guerra del Golfo. Como dice la resolución del xiiiº congreso, en ese momento “los
EE.UU. aún conservaban un liderazgo muy fuerte sobre la situación mundial, lo que les permitió conducir sin fallas las operaciones tanto militares como diplomáticas aún cuando la Guerra del Golfo tenía como vocación el acallar las veleidades de contestación a la hegemonía americana que ya se habían manifestado, particularmente por parte de Francia y Alemania. En ese momento, los antiguos aliados de los EE.UU. aún no habían tenido la ocasión para desarrollar sus propias pretensiones imperialistas en contradicción con las de los EE.UU.”. El
avance de la descomposición juega contra los EE.UU. Actualmente, la situación dramática en Medio Oriente ilustra claramente cómo no logran controlar ni a todas las fracciones de Israel ni a las de Palestina. Es significativo que los EE.UU. hayan sido obligados a dejar a la ONU entrar en acción. Todo esto no hace sino agregarse a la gravedad de la situación ya que, si bien es incontestable que la superioridad militar de los EE.UU. podrían permitirle hacer de Palestina un campo de ruinas, esto no resolvería nada. Este debilitamiento del liderazgo americano es la expresión del avance de la descomposición. Esto no sucede de manera lineal ya que los EE.UU. oponen una resistencia encarnizada; pero la tendencia general es irresistiblemente esa. En cuanto a Alemania, si bien avanza, como lo dijimos más arriba, aprovechando la descomposición, tampoco lo hace en línea recta, por ejemplo en Turquía donde se vio directamente confrontada por los EE.UU. En este contexto general, aún si la tendencia sigue existiendo, como característica de la decadencia, no se ve dibujarse la constitución de bloques.
¿Qué importancia tiene insistir en estos aspectos?
La importancia no es para el análisis en sí, sino para comprender la gravedad de los conflictos, la gravedad de los retos, mostrar cuál es la única perspectiva que nos ofrece el capitalismo si la clase obrera no logra alzarse a la altura de sus responsabilidades. La guerra se ha convertido en el modo de vida del capitalismo. Debemos encontrar el sentido profundo de las preocupaciones de Engels y de Rosa Luxemburgo concerniente al debilitamiento que el desarrollo de esta barbarie representa para la revolución. Por el momento, las destrucciones y las matanzas abarcan sobre todo a la periferia del capitalismo y, por tanto, no a los países centrales ni a las fuerzas vivas del proletariado, como sucede durante una guerra mundial. Ello es la expresión del curso histórico actual abierto todavía a los enfrentamientos de clase. Pero esas destrucciones representan, a pesar de todo, un debilitamiento. Además, las guerras de hoy, guerras de la descomposición, no favorecen el desarrollo de la conciencia.
La situación actual en Medio Oriente representa un nuevo golpe de mazo sobre la cabeza de la clase obrera, al desarrollar un sentimiento de impotencia. El aumento del nacionalismo y del odio, un posible incendio de la región conduciría a situaciones donde, en ciudades industriales como Haifa, los obreros árabes e israelíes, que han trabajado y luchado codo a codo, podrían enfrentarse.
Hay que agregar, en correspondencia con esta situación general, que después de una corta atenuación a principios de los 90, las políticas de armamentos retoman toda su fuerza. Se puede citar, en ese sentido, la adopción en marzo de 1999, de un programa de defensa contra misiles para proteger a los EE.UU. contra los ataques de “Estados gamberros” y el uso accidental o no autorizado de ingenios balísticos rusos y chinos. Esto entraña una reacción en cadena en la cual se ve a cada Estado justificarse por el desarrollo del armamento en nombre de la necesidad de responder a esta escalada.
Para nuestra intervención
Cara a las subestimaciones e incluso a la ceguera dramática del medio político proletario, se ha de poner en evidencia el significado real de las guerras actuales. Los retos que contienen agudizan la responsabilidad de la clase obrera, la única clase que puede poner fin a la barbarie. Si la única perspectiva que puede ofrecer la burguesía es la barbarie, la clase obrera, y ella sóla, es portadora de una distinta. La cuestión no es guerra o paz sino socialismo o barbarie. Esto no es sólo una consigna. Esto expresa una relación de fuerzas: cuando la barbarie avanza, la perspectiva del socialismo es atacada. Actualmente las cosas pasan sobre todo en la periferia del capitalismo. El curso sigue abierto. Pero el caos y la barbarie que se desarrollan subrayan la responsabilidad del proletariado de los países centrales.
[1] Véase, en la Revista internacional no 31, el artículo “El proletariado de Europa del Oeste al centro de la lucha de clases”, y en la Revista internacional no 25 el artículo “La aristocracia obrera”.