Enviado por Revista Interna... el
SABEMOS ahora que los atentados de Nueva York
han causado más de 6000 muertos. Más allá de esta
cantidad - espantosa ya - la destrucción del World Trade Center
significa un giro en la historia cuyo alcance no podemos hoy calibrar.
Es el primer ataque contra territorio estadounidense desde Pearl Harbour
en 1941. El primer bombardeo de su historia en el territorio americano
de Estados Unidos. El primer bombardeo de una metrópoli de un país
desarrollado desde la Segunda Guerra mundial. Ha sido un indudable acto
de guerra como dice la prensa. Y como todo acto de guerra ha sido un crimen
abominable, un crimen cometido contra una población civil sin defensa.
Como siempre, ha sido la clase obrera la principal víctima de ese
acto. Secretarias, barrenderos, obreros almacenistas, oficinistas, la
amplia mayoría de los muertos eran de los nuestros, de nuestra
clase.
Negamos todo derecho a la burguesía hipócrita y a la prensa
a sus órdenes a lloriquear por los obreros asesinados. La clase
dominante es responsable de ya demasiadas matanzas: la espantosa carnicería
de la Primera Guerra mundial; la todavía más atroz de la
Segunda, en la que por vez primera, los civiles fueron sus blancos principales.
recordemos de qué ha sido capaz la burguesía: bombardeos
de Londres, de Dresde y de Hamburgo, de Hiroshima y Nagasaki, millones
de muertos en los campos de concentración nazis y en los gulags
estalinistas.
Recordemos el infierno de los bombardeos sobre poblaciones civiles, y
del ejército iraquí huyendo durante la Guerra del Golfo
en 1991, y sus cientos de miles de muertos.
Recordemos las matanzas cotidianas,
de hoy de ayer y de mañana, en Chechenia, perpetradas por la burguesía
rusa con la complicidad plena de los Estados democráticos de Occidente.
Recordemos la complicidad de los Estados belga, francés o norteamericano
en la guerra civil en Argelia, las matanzas horribles en Ruanda.
Recordemos en fin que hoy, la población afgana, aterrorizada por
los inminentes bombardeos estadounidense, ha sufrido veinte años
de guerra ininterrumpida, que han dejado dos millones de refugiados en
Irán, dos millones más en Pakistán, más de
un millón de muertos, y la mitad de la población dependiente
de abastecimientos de la ONU o una ONG.
Son esos solo unos cuantos ejemplos de los desmanes de una capitalismo
hundido en una crisis económica sin salida, en una decadencia irremediable.
Un capitalismo en el atolladero.
El bombardeo no es un ataque "contra la civilización",
sino, al contrario, la mismísima expresión de la "civilización"
burguesa.
Hoy, cínica, hipócrita, la clase dirigente de este sistema
putrefacto, se planta ante nosotros, con las manos chorreando todavía
la sangre de tantos obreros y desventurados asesinados bajo sus bombas,
lloriqueando por unas personas de cuya muerte es ella la responsable.
Las campañas actuales de las democracias occidentales contra el
terrorismo son especialmente hipócritas. No solo porque la destrucción
perpetrada contra poblaciones civiles por el terror estatal de esas democracias
es mil veces más carnicero que el peor de los atentados (millones
de muertos, citando solo las guerras de Corea o de Vietnam). No solo porque,
so pretexto de combatir el terrorismo, esas mismas democracias se asocian
con Rusia, entre otras potencias, de la que han denunciado en varias ocasiones
los actos de guerra contra su propia población en Chechenia. No
sólo porque nunca vacilaron en usar el golpe de Estado y las dictaduras
más bestiales para imponer sus intereses (como Estados Unidos en
Chile, por ejemplo). Son hipócritas porque ellas mismas nunca han
hecho ascos al uso del arma terrorista, al sacrificio de vidas civiles,
si esos métodos podían servir a sus intereses del momento.
Recordemos algunos ejemplos de la historia reciente:
- En los años 80, la aviación rusa derriba un Boeing de
la Korean Air Lines en el espacio aéreo de la URSS; después
se supo que el desvío había sido provocado por los servicios
de inteligencia de EE.UU. para estudiar las reacciones rusas ante la incursión
en su espacio aéreo.
- Durante la guerra Irán-Iraq, EE.UU. derriba un avión de
línea iraní que sobrevolaba el golfo Pérsico. Fue
una advertencia al Estado iraní para que se mantuviera tranquilo
y no desencadenara la guerra en los Estados del Golfo.
- Mientras llevaba a cabo sus pruebas nucleares en Mururoa en el Pacífico,
Francia mandó a sus servicios secretos a Nueva Zelanda a que dinamitaran
y hundieran el navío "Rainbow Warrior" de Greenpeace.
-Un
atentado en la estación italiana de Bolonia que mató a unas
cien personas en los años 70 se achacó durante mucho tiempo
a las Brigadas Rojas, para acabar reconociendo que fueron los servicios
secretos italianos. Estos mismos servicios estuvieron involucrados en
toda la madeja mafiosa de la red Gladio instalada por EE.UU. en Europa
entera y de la que se sospecha toda una serie de ataques asesinos en Bélgica.
- Durante la guerra civil en Nicaragua, el gobierno Reagan organizó
el transporte de armas y dinero para los guerrilleros de la "Contra".
Fue una acción ilegal, ocultada al Congreso y financiada con la
venta de armas a Irán (ilegal también) y el narcotráfico.
- El Estado tan democrático de Israel prosigue hoy una campaña
de asesinatos y atentados en territorio palestino contra dirigentes del
Fatah, de Hamas y otros (1).
No podemos hoy afirmar con certeza que haya sido Osama Ben Laden el responsable
del ataque a las Torres Gemelas, como lo acusa el Estado norteamericano.
Si esta hipótesis se confirmara, se trataría de un señor
de la guerra vuelto incontrolable por sus antiguos dueños. Ben
Laden no es un simple terrorista fanático ahíto de Islam.
Su carrera, al contrario, se inició como eslabón de la cadena
del imperialismo americano durante la guerra contra la URSS en Afganistán.
Perteneciente a una pudiente familia saudí apoyada plenamente por
la familia real, Ben Laden fue reclutado por la C.I.A. en Estambul en
1979:
"La guerra de Afganistán acaba de estallar. Estambul es el
lugar de tránsito escogido por EEUU para conducir a los voluntarios
hacia la guerrilla afgana. Osama Ben Laden se convierte en intermediario
financiero del tráfico de armas, financiado a partes iguales por
EE.UU y Arabia Saudí, hasta 1200 millones de $ por año.
En 1980, llega a Afganistán en donde permanecerá hasta la
retirada de las tropas rusas en 1989. Se encarga de repartir el tesoro
entre las diferentes facciones de la resistencia, función clave,
eminentemente política. En aquel entonces, goza del apoyo total
de los americanos y del régimen saudí, gracias a su amigo
el príncipe Turki Ben Faysal, hermano del rey y jefe de los servicios
secretos saudíes, y a la familia de éste. Transforma dinero
"limpio" en "sucio" y después hará lo
contrario" (Le Monde, 15 de septiembre).
Según este diario francés, Ben Laden construyó una
red de tráfico de opio junto con su amigo Gulbuddin Hekmatyar,
jefe talibán apoyado también por EE.UU. Quienes ahora se
tratan mutuamente de "gran Satán" o "terrorista
mundial nº 1" y otras lindezas, cual si fueran enemigos irreductibles,
eran ayer mismo en realidad aliados indefectibles (2).
El marco general
Más allá, sin embargo, de la aversión
que nos inspiran a la vez las matanzas de Nueva York y la hipocresía
de la burguesía que las denuncia, los revolucionarios y la clase
obrera necesitan comprender los porqués de esa masacre si no queremos
quedarnos de simples espectadores aterrorizados por el acontecimiento.
Y contra la prensa y los medios burgueses que no cesan de declarar que
el responsable es el integrismo, los "Estados delincuentes",
los "fanáticos", nosotros contestamos que el verdadero
responsable es el sistema capitalista como un todo.
Para nosotros (3), los inicios del siglo pasado estuvieron marcados por
la entrada de la sociedad capitalista en su período de decadencia
a nivel mundial. Con la entrada en los años 1900, el capitalismo
terminó su misión histórica: la integración
de todo el planeta en un único mercado mundial; la eliminación
del dominio de antiguas formas de poder (feudal, tribal, etc.) todo lo
que puso las bases materiales sobre las que se hacía posible la
construcción de una verdadera comunidad humana por vez primera
en la historia. Al mismo tiempo, el que las fuerzas productivas hubieran
alcanzado ese punto de desarrollo significó que las relaciones
de producción capitalistas se convirtieron entonces en una traba
para su desarrollo posterior. Desde entonces, el capitalismo dejó
de ser un sistema progresista, convirtiéndose en un estorbo para
la sociedad.
La decadencia de una forma social nunca se abre a un simple período
histórico de declive o de estancamiento. Al contrario, el conflicto
entre fuerzas productivas y relaciones de producción es obligatoriamente
violento. En la historia es lo que se vio en el período de decadencia
del Imperio romano esclavista, marcado por convulsiones, guerras internas
y externas, invasiones de los bárbaros, hasta la instalación
de nuevas relaciones de producción, las feudales, que permitieran
la eclosión de una nueva forma de sociedad. De igual modo, la decadencia
del modo de producción feudal estuvo marcado por dos siglos de
guerras destructoras hasta que las revoluciones burguesas (especialmente
en Inglaterra en el siglo XVII y en Francia en el XVIII) acabaran con
el poder de los señores feudales y de las monarquías absolutas,
abriéndose así el período de dominación de
la burguesía capitalista.
El modo de producción capitalista ha sido el más dinámico
de toda la historia humana, pues vive únicamente mediante el trastorno
constante de las técnicas productivas existentes y - lo que es
todavía más importante - mediante la ampliación continua
de su campo de actividad. Menos todavía que otro modo de producción,
su decadencia no podía ser un período de paz. Materialmente,
la entrada del capitalismo en su decadencia estuvo marcada por dos hechos
gigantescos y contrarios: la Primera Guerra mundial y la Revolución
obrera de 1917 en Rusia.
Con la guerra de 1914, los enfrentamientos entre grandes potencias imperialistas
ya no serán guerras limitadas o enfrentamientos en países
lejanos como cuando la carrera colonial. Desde entonces los conflictos
van a ser mundiales, de una inconcebible mortandad y destrucción.
Con la Revolución de Octubre de 1917, el proletariado ruso logró
por vez primera en la historia derrocar un Estado capitalista; la clase
obrera reveló su naturaleza de clase revolucionaria capaz de poner
fin a la barbarie bélica y abrir los caminos hacia la constitución
de una nueva sociedad.
En su Manifiesto, la IIIª Internacional, fundada precisamente para
dirigir al proletariado por el camino de la revolución, declaró
que el período abierto por la guerra era el de la decadencia capitalista,
el "período de guerras y de revoluciones", en el que
- como decían Marx y Engels en El manifiesto comunista - la alternativa
era o victoria de la revolución o "ruina común de las
clases en conflicto". Los revolucionarios de la Internacional comunista
consideraban o la victoria o la caída en los infiernos de toda
la civilización humana.
No podían ni imaginarse lo que serían los horrores de la
Segunda Guerra mundial, los campos de concentración, los bombardeos
nucleares. Todavía menos podrían haberse imaginado la situación
histórica inédita en la que nos encontramos hoy.
Al igual que la guerra de 1914 significó la entrada del capitalismo
en su período de decadencia, el desmoronamiento del bloque ruso
en 1989 marcó la entrada del capitalismo en una nueva fase de esa
decadencia: la fase de la descomposición. La tercera guerra mundial,
que se fue preparando desde que terminó de la Segunda Guerra mundial
en 1945, no se produjo. Desde mayo de 1968 en Francia, donde ocurrió
la mayor huelga de la historia, una serie de luchas obreras que estremeció
a los principales países capitalistas hasta finales de los años
80, demostró que el proletariado mundial, y especialmente el de
los países del corazón del sistema, no estaba dispuesto
a alistarse en guerras "como en 1914", ni siquiera como en 1939.
Sin embargo, por mucho que la clase obrera se negara implícitamente
y por sus actos a dejarse alistar, no por ello logró alcanzar la
conciencia de su verdadero lugar en la sociedad capitalista, ni de su
papel histórico de enterrador del capitalismo. Una de las expresiones
más patentes de esa dificultad se plasma en la incapacidad de las
organizaciones comunistas de hoy para ser algo más que unos grupos
minúsculos, dispersos y sin eco significativo en la clase obrera.
Desapareció pues la amenaza de guerra mundial en dos bloques imperialistas,
pero el peligro para la humanidad permanece. La descomposición
del capitalismo no es una "fase más" a la que le sucederían
otras. No, es la última de su decadencia, que sólo tiene
dos salidas: o la revolución proletaria con el paso a otra forma
de sociedad humana o caída más o menos acelerada en una
barbarie infinita, que ya conocen bastantes países subdesarrollados
y que acaba de golpear por vez primera en el corazón mismo de la
sociedad burguesa. Eso es lo que está en juego en el período
en el que vivimos.
La desaparición del imperio ruso no ha acabado, ni mucho menos,
con las rivalidades imperialistas. Muy al contrario, ha permitido la libre
expresión de las ambiciones imperialistas no solo de las antiguas
grandes potencias europeas, sino también de las potencias secundarias,
regionales, y hasta los países más pequeños y hasta
los últimos y más cutres señores de la guerra.
El 1989, el presidente Bush nos anunció el final del conflicto
contra el "imperio del mal", prometiéndonos una nueva
era de paz y de prosperidad. En 2001, Estados Unidos es golpeado por primera
vez en su historia y el Bush-hijo, presidente ahora, nos propone una cruzada
del "bien contra el mal", una cruzada que durará "hasta
la erradicación de todos los grupos terroristas de alcance mundial".
El 16 de septiembre, Donald Rumsfeld, ministro de Defensa de EE.UU., repite
que será "un esfuerzo largo, amplio, sostenido" que se
extenderá no solo "durante semanas y días, sino por
años" (citado en Le Monde del 18/09/01). Estamos pues ante
una guerra cuyo fin ni siquiera la clase dominante pretende vislumbrar.
No es el momento de hacer aspavientos sobre los diez años pasados
de "prosperidad" americana, sino de tomar conciencia de una
realidad que Winston Churchill prometió al pueblo inglés
en 1940: "sangre, sudor y lágrimas".
La situación ante la que hoy estamos confirma palabra por palabra
la resolución que en nuestro XIVº Congreso internacional verificado
en la primavera de este año:
"la dislocación de los antiguos bloques, en su estructura
y su disciplina dio rienda suelta a las rivalidades entre naciones a unos
niveles desconocidos, resultado de un combate cada día más
caótico, cada uno para sí, un combate que involucra desde
las grandes potencias mundiales hasta los más ruines caudillos
de guerras locales (…) La característica de las guerras en
la fase actual de descomposición del capitalismo es que no son
menos imperialistas que las guerras en las fases anteriores de su decadencia,
pero sí se han vuelto más extensas, más incontrolables
y más difíciles de hacer cesar incluso temporalmente. (…)
[Los Estados capitalistas] están todos entrampados en una lógica
que no pueden controlar, una "lógica" que cada vez lo
es menos, incluso con un enfoque capitalista, y es eso precisamente lo
que hace que la situación ante la que está enfrentada la
humanidad sea tan peligrosa e inestable".
¿ Quién saca provecho del crimen ?
En el momento en que escribimos, nadie - ningún
Estado, ningún grupo terrorista - ha reivindicado el atentado.
Es sin embargo evidente que ha exigido una larga preparación y
unos medios materiales importantes; el debate entre "especialistas"
sigue abierto para saber si ha sido obra de un grupo terrorista únicamente,
o si una acción de tal calibre no necesitaba que se involucraran
los servicios secretos de un Estado. Todas las declaraciones públicas
de las autoridades estadounidenses señalan a la organización
Al Qaida de Osama Ben Laden, pero ¿habrá que creer esas
declaraciones a pies juntillas? (4).
A falta de elementos verdaderamente concretos y con la poca confianza
que podamos acordar a los medios de la burguesía, nos vemos obligados
a seguir el viejo método de cualquier detective que se precie,
o sea, buscar el móvil. ¿A quién favorece el crimen?
¿Lo habría intentado otra gran potencia? Uno de los Estados
europeos, por qué no Rusia o China, perjudicados por la superpotencia
norteamericana, que hace sombra a sus propias ambiciones, ¿no habría
intentado dar un tremendo golpe en el corazón de Estados Unidos
desprestigiando así la imagen de la superpotencia en el mundo?
Esta tesis nos parece, a priori, tanto más imposible por cuanto
el resultado de los atentados parece previsible en el plano internacional,
o sea, la determinación estadounidense de golpear militarmente
donde le parezca oportuno y su capacidad para involucrar, de mal o buen
grado, a todas las potencias.
Están después los llamados "Estados delincuentes"
como Irak, Irán, Libia, etc. La tesis, en este caso también,
nos parece de lo más improbable. Porque, además de que esos
Estados son menos "indeseables" que lo que quieren hacer creer
(el gobierno iraní, por ejemplo, es más bien favorable a
una alianza con EE.UU.), es evidente que el riesgo para ellos sería
enorme si se descubriera el crimen. Arriesgarían el aplastamiento
militar total por unas ventajas muy inciertas.
En Oriente Próximo están también los palestinos y
el Estado de Israel que se acusan mutuamente de terrorismo. Apartamos
inmediatamente la hipótesis palestina: Arafat y sus secuaces saben
perfectamente que solo EE.UU. puede impedir a Israel acabar con su aborto
estatal; para ellos, los atentados de Nueva York son un desastre total,
pues hacen caer el desprestigio sobre todo lo árabe. Es este mismo
razonamiento, pero en el otro sentido (para mostrar al mundo y sobre todo
a EE.UU. que hay que acabar con el "terrorista Arafat") lo que
podría incitar a plantearse la pista israelí. Es un crimen
del que sería posiblemente capaz el Mosad (servicios secretos de
Israel) en lo que a organización se refiere, pero es difícil
imaginarse cómo iba el Mosad a actuar sin el acuerdo del Estado
norteamericano.
Las acusaciones estadounidenses están sin duda justificadas: los
atentados se deberían a uno de esos grupo de la enorme nebulosa
de grupos terroristas que pululan en Oriente Medio y diseminados por el
mundo entero. En este caso, sería más difícil encontrar
el móvil, al no tener esos grupos un interés estatal fácilmente
identificable. Puede sin embargo ponerse de relieve que incluso si el
grupo Al Qaida fuera inculpado, no por ello se esclarecerían las
cosas; el deterioro de la economía capitalista mundial ha venido
acompañada por el desarrollo de una gigantesca economía
paralela, basada en la droga, la prostitución, el tráfico
de armas y el de refugiados. Así, el austero régimen islámico
de los talibán no ha impedido - ni mucho menos - que Afganistán
se haya convertido en el abastecedor principal del mundo en opio y en
heroína. En Rusia, el hombre de negocios Berezovski, gran amiguete
de Yeltsin, apenas si ha ocultado sus vínculos de negocios con
las mafias chechenas. En Latinoamérica, las guerrillas izquierdistas,
como las FARC colombianas, se financian con la venta de cocaína.
Por todas partes, los Estados manipulan esos grupos por sus propios intereses.
Y esto, como mínimo desde la guerra de 1939-1945 cuando el ejército
americano mandó sacar de la cárcel al mafioso Lucky Luciano
para que éste pudiera favorecer el desembarco de las tropas aliadas
en Sicilia. Tampoco puede excluirse que algunos servicios secretos hayan
podido actuar por cuenta propia fuera de la voluntad de sus gobiernos.
La última hipótesis podría parecer la más
"descabellada": el gobierno norteamericano, o una fracción
de éste en el seno de la CIA por ejemplo, habría podido,
aunque no fuera preparar el atentado, haberlo provocado y dejarlo ejecutar
sin intervenir. Cierto es que los destrozos en la credibilidad de EE.UU.
en el mundo y en la economía son demasiado descomunales para que
tal teoría fuera tal solo imaginable.
Sin embargo, antes de descartarla, vale la pena hacer una comparación
en profundidad con el ataque japonés a Pearl Harbour (comparación
muy presente en la prensa, por lo demás), haciendo un paréntesis
histórico.
El 8 de diciembre de 1841, la fuerza aeronaval japonesa ataca la base
estadounidense de Pealr Harbour, en Hawai, en donde se ha agrupado la
práctica totalidad de las fuerzas navales americanas del Pacífico.
El ataque sorprende totalmente a los militares encargados de la seguridad
de la base, provocando grandes estragos: la mayoría de los navíos
anclados son destruidos, al igual que la mitad de los aviones, hubo más
de mil muertos o heridos del lado americano contra solo 30 aviones del
lado japonés. Hasta entonces, la mayoría de la población
de EE.UU. se opone a la entrada en guerra contra las fuerzas del Eje y
los sectores aislacionistas de la burguesía americana, que animan
el Comité "América primero", ocupan el terreno.
El ataque "hipócrita y cobarde" de los japoneses hará
callar todas las resistencias. El presidente Roosevelt, quien, ya desde
el principio, quería que su país participara en la guerra,
aportando ya desde hacía tiempo un apoyo al esfuerzo bélico
de Gran Bretaña, declara: "debemos constatar que la guerra
moderna, conducida a la manera nazi, es algo repugnante. Nosotros no queríamos
entrar en ella. En ella estamos y vamos a combatir con todos nuestros
recursos." Y realiza desde entonces una unión nacional sin
fisuras en torno a su política.
Después de la guerra, impulsada por el Partido republicano, se
lleva a cabo una amplia investigación para determinar por qué
causas los militares norteamericanos fueron sorprendidos hasta semejante
grado por el ataque japonés. La investigación hizo aparecer
claramente que las autoridades políticas más elevadas eran
las responsables del ataque japonés y de su éxito. Por un
lado, durante las negociaciones americano-japonesas que se estaban desarrollando
en esos momentos, se había impuesto a Japón condiciones
inaceptables, en particular, el embargo de petróleo. Por otro lado,
aun cuando estaban al corriente de los preparativos japoneses (especialmente
en la intercepción de mensajes del estado mayor cuyo código
secreto conocían), los dirigentes americanos no informaron al mando
de la base de Pearl Harbour. Roosevelt incluso desautorizó al almirante
Richardson, que se había opuesto a que toda la flota del Pacífico
se amontonara en esa base. Cabe señalar, sin embargo, que los tres
portaaviones (o sea los tres navíos, con mucho, más importantes)
que habitualmente fondeaban en Pearl Harbour habían dejado puerto
unos cuantos días antes. De hecho, la mayoría de los historiadores
serios está hoy de acuerdo en considerar que el gobierno provocó
a Japón para justificar la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra
mundial obteniendo de ese modo la adhesión de la población
estadounidense y de todos los sectores de la burguesía.
Es difícil hoy decir quién es el responsable de los atentados
de Nueva York, ni afirmar que hayan sido una especie de reedición
del ataque de Pearl Harbour. En cambio, lo que sí podemos afirmar
con la mayor certidumbre es que el poder estadounidense es el primero
en sacar provecho de ellos, demostrando así una gran capacidad
para transformar en ventajas los contratiempos.
Cómo saca partido Estados Unidos de la situación
The Economist lo dice con pocas palabras:"La coalición que
Estados Unidos ha reunido es extraordinaria. Una alianza que incluye a
Rusia, a los países de la OTAN, a Uzbekistán, a Tayikistán,
Pakistán, Arabia Saudí y a los demás países
del Golfo, con el acuerdo tácito de Irán y de China no hubiera
sido imaginable antes del 11 de septiembre"
Y, en efecto, la OTAN ha invocado por vez primera en su historia el artículo
Vº del Tratado del Atlántico, que obliga a todos los miembros
a acudir en ayuda de otro Estado atacado desde el extranjero. Todavía
más extraordinario, el presidente ruso Putin ha dado su acuerdo
para el uso de las bases en operaciones "humanitarias" (tan
"humanitarias" sin duda como los bombardeos de la guerra de
Kosovo), proponiendo incluso su ayuda logística: Rusia no se opone
a que Tayikistán y Uzbekistán permitan el uso de sus bases
aéreas para operaciones militares americanas contra Afganistán:
ya habría tropas norteamericanas y británicas echándole
una fuerte mano a la Alianza del Norte, única fuerza afgana todavía
activa contra el gobierno talibán.
Todo eso no deja de tener, claro está, segundas intenciones. Rusia,
en primer lugar, procura sacar tajada de la situación y que se
acaben las críticas a su sanguinaria guerra en Chechenia y cortar
los víveres transportados a los rebeldes desde Afganistán
(rebeldes apoyados sin lugar a dudas por el ISI, los servicios secretos
pakistaníes). El poder uzbeko saluda la llegada de las fuerzas
americanas como medio de presión contra Rusia, hermano mayor demasiado
"atento" para su gusto.
En cuanto a los Estados europeos, no se han puesto tras Estados Unidos
con una alegría desbordante, contando cada uno de ellos con la
posibilidad de guardar su libertad de acción. Por ahora, sólo
la burguesía británica muestra una solidaridad total y militar
con Estados Unidos, con una fuerza embarcada de 20000 hombres ya en ejercicio
en el golfo Pérsico, la mayor desde la guerra de las Malvinas,
y el envío de unidades de élite de la SAS a Uzbakistán.
Incluso si la burguesía inglesa ha tomado algunas distancias respecto
de EE.UU. en los últimos años (apoyo a la formación
de una fuerza de reacción rápida europea capaz de actuar
por su cuenta, sin EE.UU., cooperación naval con Francia), su historia
particular en Oriente Medio, con sus intereses vitales e históricos
en la región, hace que la defensa de sus propios intereses en esa
región la obligue hoy a ponerse detrás de EE.UU., Gran Bretaña
juega su partida como los demás, pero en este caso su juego exige
una cooperación fiel con EE.UU. Como ya decía lord Palmerston
en el siglo XIX: "Nosotros no tenemos ni aliados eternos, ni enemigos
permanentes. Nuestros intereses son eternos, y es nuestro deber darles
continuidad" (citado por Kissinger en La Diplomacia). Lo cual no
ha impedido a otro lord, Robertson, actual secretario general de la OTAN,
insistir sobre la independencia de cada Estado miembro:
"Está claro que hay una obligación solemne, moral,
para cada país de aportar una asistencia. Esta dependerá
a la vez de lo que el país atacado (…) decida que es idóneo,
y también de la manera que los países miembros estiman que
pueden contribuir en esta operación" (Le Monde, 15 de septiembre).
Francia matiza mucho más; para Alain Richard, ministro de Defensa,
los principios de "apoyo mutuo [de la OTAN] se van a aplicar",
pero "cada nación (…) lo hace con los medios que ella
considera adecuados" y que si "la acción militar puede
ser una de las herramientas para debilitar la amenaza terrorista, también
hay otras". "Solidaridad no significa ceguera", añade
H. Emmanuelli, uno de los dirigentes del Partido socialista francés
(5). El presidente Chirac, de visita en Washington quiso puntualizar:
"La cooperación militar puede, evidentemente, imaginarse,
pero en la medida en que nos hayamos concertado previamente sobre objetivos
y modalidades de una acción cuya finalidad sea la eliminación
del terrorismo" (citas sacadas de Le Monde, 15 y 20 de diciembre).
Hay sin embargo una diferencia entre la situación de hoy y la de
la Guerra del Golfo en 1990-91. Hace once años, la Alianza reunida
por EE.UU. incorporó fuerzas de varios Estados europeos y árabes
(Arabia Saudí y Siria, en particular). Hoy, en cambio, Estados
Unidos ha dado a entender de que va a actuar solo en el plano militar.
Lo cual muestra hasta qué punto ha ido incrementándose el
aislamiento diplomático de EE.UU. desde aquella guerra, al igual
que la desconfianza de este país hacia sus "aliados".
EE.UU. acabará obligándolos a apoyar, claro está,
incluso, y especialmente, intentando acaparar sus redes de información,
pero no soportarán el más mínimo estorbo ante sus
acciones armadas.
Puede ponerse de relieve otra ventaja que saca la fracción dominante
de la burguesía estadounidense, esta vez hacia el interior. Desde
siempre existe una tendencia "aislacionista" de la burguesía
norteamericana que considera que su país está lo bastante
aislado por los océanos, que es lo bastante rico para no andar
metiéndose en los asuntos del mundo. Fue esa misma fracción
la que resistió contra la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra
mundial, y a la que, como hemos dicho, Roosevelt redujo al silencio tras
el ataque japonés contra Pearl Harbour. Está claro que hoy
esa fracción ha perdido su influencia: el Congreso acaba de votar
una partida suplementaria de 40000 millones de dólares para la
defensa y la lucha "antiterrorista", 20000 millones de entre
los cuales dejados a discreción del Presidente. O sea, un fortalecimiento
importantísimo del poder del Estado central.
¿Por qué Afganistán?
Ha sido con una rapidez extraordinaria con la
que la policía y los servicios secretos de EE.UU han señalado
con el dedo al culpable del atentado: Osama Ben Laden y sus anfitriones
talibanes (6). Y mucho antes de presentar la menor prueba concreta, el
Estado norteamericano ya había designado su diana y sus intenciones:
acabar con el régimen talibán. En el momento en que escribimos
esto (7), la prensa anuncia que cinco portaaviones americanos y británicos
ya está en la zona o en camino, que ya están aterrizando
aviones americanos en Uzbekistán y que se prevé un ataque
en 48 horas. Si se compara con los seis meses de preparación que
precedieron el ataque contra Irak en 1991, puede uno preguntarse si no
estaba previsto de antemano. Sea como sea, es evidente que la burguesía
estadounidense ha decidido imponer su orden en Afganistán. Y no
será, desde luego, para conquistar riquezas económicas ni
mercados en ese país exangüe. ¿Por qué, entonces,
Afganistán?
Si bien ese país nunca tuvo el menor interés en el plano
económico, basta, en cambio, observar un mapa para comprender su
importancia estratégica desde hace más de dos siglos. Desde
la creación del Raj (el imperio británico en India) y durante
todo el siglo XIX, Afganistán fue el lugar privilegiado de enfrentamientos
entre los imperialismos inglés y ruso, en lo que entonces solía
llamarse "El Gran Juego". A Gran Bretaña la contrariaba
el avance del imperialismo ruso hacia los emiratos de Tashkent, Samarcanda,
y Bujara y más todavía hacia sus "cotos privados"
de la antigua Persia (Irán hoy). El Reino Unido consideraba, con
razón para él, que la meta de los ejércitos del Zar
era la conquista de la India de donde sacaba pingües beneficios y
un gran prestigio. Por eso envió en dos oca siones expediciones
militares a Afganistán; en la primera sufrió una derrota
humillante en la que perdieron la vida 16000 hombres y hubo un solo superviviente.
Antes del siglo XX, el descubrimiento de inmensas reservas de petróleo
en Oriente Medio, la creciente dependencia de las economías capitalistas
desarrolladas y, especialmente, de sus ejércitos de esa materia
prima incrementó tanto más la importancia estratégica
de Oriente Medio. Tras la Segunda Guerra mundial, Afganistán se
convierte en encrucijada regional en los mecanismos militares de los dos
grandes bloques imperialistas. Estados Unidos reúnen a Turquía,
Irán y Pakistán en el CENTO (Central Teatry Organisation),
Irán se atiborra de estaciones de escucha norteamericanas, Turquía
se convierte en uno de los países más poderosos militarmente
de Oriente Próximo y Pakistán, por su parte, es indefectiblemente
apoyado por EE.UU para hacer contrapeso a una India demasiado abierta
a las demandas rusas.
La "revolución" islámica en Irán extrajo
a este país del dispositivo americano. La invasión de 1979
de Afganistán por la URSS, la cual intenta sacar partido de esa
debilidad estadounidense, es una amenaza de lo más peligroso para
la posición estratégica del bloque americano no sólo
en Oriente Medio, sino en toda Asia del Sur. Al no poder atacar directamente
las posiciones rusas (debido en parte al resurgir espectacular de las
luchas obreras con la huelga masiva en Polonia), EE.UU. interviene a través
de la guerrilla. A partir de entonces, mediante el Estado pakistaní
y su ISI con el papel de secuaces, EE.UU. apoya con las armas más
modernas el movimiento de "liberación" sin duda más
atrasado del planeta. Y para no quedarse de espectadores, los servicios
secretos ingleses y franceses se apresuraron en aportar su ayuda a la
Alianza del Norte del comandante Masud.
Al amanecer de este siglo XXI, dos nuevos acontecimientos han vuelto a
realzar la importancia estratégica de Afganistán. Por un
lado, el desmoronamiento del imperio ruso y la aparición de nuevos
Estados inestables (los cinco "stán": Kazajstan, Uzbekistán,
Tayikistán y Turkmenistán, y Armenia, Azerbaiyán
y Georgia) ha agudizado los apetitos imperialistas de las potencias secundarias:
Turquía intenta montar alianzas con los nuevos Estados de lengua
turca, Pakistán presiona al gobierno Talibán para fortalecer
su influencia y ganar terreno en su guerra larvada contra India en Cachemira.
Y eso sin hablar de los nuevos intentos rusos para imponer de nuevo su
presencia militar en la región. Por otro lado, el descubrimiento
de importantes reservas de petróleo en torno al mar Caspio, sobre
todo en Kazajstán, atrae a las grandes empresas petroleras occidentales.
No podemos aquí desmadejar todas las rivalidades y conflictos interimperialistas
que agitan la región desde 1989 (8). No obstante, para darse una
idea del polvorín que rodea Afganistán, baste con enumerar
algunos de los conflictos y rivalidades actuales:
- La geografía absurda que ha dejado el desmoronamiento de la URSS
ha hecho que la región más rica y más poblada - el
valle del Fergana - esté compartida por Uzbekistán, Tayikistán
y Kirguizistán, de tal modo que ninguno de esos países dispone
de ruta directa entre su capital y su área más poblada…
- Tras una guerra civil de cinco años, los islamistas de la Oposición
unificada tayik han entrado en el gobierno; sin embargo, se sospecha que
no han abandonado sus vínculos con el Movimiento islámico
de Uzbekistán (la organización guerrillera más importante),
sobre todo porque éste tiene que atravesar Tayikistán para
atacar Uzbekistán a partir de sus bases en Afganistán.
- Uzbekistán es el único país en haberse negado a
aceptar tropas rusas en su territorio; está así sometido
a todo tipo de presiones de Rusia.
- Pakistán apoya desde el principio a los Talibán, incluso
con 2000 soldados en la última ofensiva contra la Alianza del Norte.
Espera así darse una "profundidad estratégica"
en la región contra Rusia e India, y eso por no hablar del lucrativo
negocio de la heroína que pasa en gran parte por Pakistán
y está en manos de los generales del ISI.
- China, que ya tiene sus propios problemas con los separatistas uiguros
en Xingjiang, intenta también incrementar su influencia en la zona
mediante la Shanghai Cooperation Organisation que agrupa a los "cinco
Stán" (salvo Turkmenistán, reconocido como país
neutral por la ONU) y Rusia. China quiere a la vez mantener buenas relaciones
con los talibanes y acaba de firmar un acuerdo industrial y comercial
con ese gobierno.
- Y, claro está, Estados Unidos no quiere quedar fuera del tinglado.
Ya ha aportado su apoyo al tan poco recomendable gobierno uzbeko: "Los
militares US conocen muy bien a los militares uzbekos y la base aérea
de Tashkent. Unidades US han participado en ejercicios de entrenamiento
militar con tropas uzbekas, kazajas y kirguisas como parte de los ejercicios
Centrazbat en el marco del programa de la OTAN 'Asociación por
la Paz'. algunos de esos ejercicios se han desarrollado en la base militar
de Shirshik en las cercanías de Tashkent. Uzbekistán ha
buscado también un apoyo US desde su independencia en 1991, a menudo
en detrimento de sus relaciones con Rusia (…) Durante una visita
en el año 2000 de la secretaria de Estado de entonces, M.Albright,
Estados Unidos prometió a Uzbekistán varios millones de
dólares de equipamiento militar y las fuerzas especiales US han
entrenado a las tropas uzbekas en los métodos antiterroristas y
de combate de montaña."
Los Estados Unidos intervienen, por lo tanto, en un verdadero polvorín,
con la pretensión de aportar en él nada menos que una "Libertad
duradera". No podemos evidentemente prever hoy cuál será
el resultado final de semejante aportación. Lo que sí nos
indica, en cambio, la historia de la Guerra del Golfo es que diez años
después del final de la guerra:
- la región en sentido amplio no conoce la paz ni mucho menos,
pues los enfrentamientos entre israelíes y palestinos, entre kurdos
y turcos, entre gobiernos y guerrillas fundamentalistas siguen con mayor
fuerza todavía, así como los bombardeos casi cotidianos
de la aviación americana y británica en Irak;
- las tropas estadounidenses se han instalado durablemente en la región,
gracias a las nuevas bases en Arabia Saudí, en donde esta presencia
es a su vez fuente de inestabilidad (atentado antiamericano en Dahran)
No podemos sino afirmar con certeza que la intervención que se
prepara en Afganistán no aportará ni paz, ni libertad, ni
justicia, ni estabilidad, sino más guerra, más miseria que
atizarán más y más las brasas del resentimiento y
de la desesperanza de las poblaciones que se apoderó de los kamikazes
del once de septiembre.
La crisis y la clase obrera
Unos días antes del atentado, Hewlett-Packard anunciaba su fusión
con Compaq. Esta fusión se iba a concretar en la pérdida
de 14000 empleos. Es ése un ejemplo entre muchos más de
que la crisis se ahonda, que se dispone a golpear más y más
duramente a los obreros.
Apenas unos días después del atentado, United Airlines,
US Air y Boeing anunciaron decenas de miles de despidos. Desde entonces,
les han seguido los pasos las líneas aéreas del mundo entero
(Bombardier Aircraft, Air Canada, Scandinavian Airlines, British Airways
y Swissair, por solo mencionar las más recientes).
Además, la burguesía tiene el descaro de usar el atentado
del Wolrd Trade Center para explicar la nueva crisis abierta que está
cayendo sobre la clase obrera (9). Es una explicación que podría
parecer aceptable, con los 6 billones de dólares en valores perdidos
en la auténtica quiebra bursátil mundial que se ha producido
desde el 11 de septiembre. En realidad, la crisis ya estaba ahí
y los patronos no han hecho sino aprovechar la ocasión. Así,
según Leo Mullin, patrón de Delta Airlines :
"incluso si el Congreso otorga una ayuda financiera global a la industria,
la aportación se ha calculado en función de lo no ganado
por causa únicamente de los acontecimientos del 11 de septiembre
(...) Ahora bien, la demanda baja mientras que los costes de explotación
se incrementan. Delta está registrando un flujo de tesorería
negativo".
Y, en efecto, el mundo capitalista ya se está ahogando con la tenaza
de la recesión, lo cual se concreta en primer lugar en los ataques
contra la clase obrera. En Estados Unidos, entre enero y finales de agosto
de 2001, hubo un millón de desempleados suplementarios. Gigantes
como Motorola y Lucent, la canadiense Nortel, la francesa Alcatel, la
sueca Erikson, han despedido a mansalva por decenas de miles. En Japón,
donde el desempleo era de 2 %, ha subido a 5 % este año (10). La
fulgurante celeridad de nuevas pérdidas de empleo anunciadas (57
700 entre el 11 y el 21 de septiembre) nos muestran cómo los patronos
han echado mano del pretexto del atentado para llevar a cabo los planes
de despidos que ya tenían previstos desde hacía meses.
La clase obrera no sólo deberá pagar por la crisis, también
deberá pagar por la guerra, y no sólo en EE.UU., en donde
la cuenta alcanza ya a 40 000 millones de $ como mínimo. En Europa
todos los gobiernos están de acuerdo para incrementar sus esfuerzos
por construir fuerzas de intervención rápida que den a las
potencias europeas una capacidad de acción independiente. En Alemania,
20000 millones de marcos para la reestructuración militar no han
encontrado todavía su sitio en el presupuesto federal. Ni que decir
tiene que el sitio lo van a encontrar y que serán los obreros quienes
tendrán que pagar el pato.
Sin lugar a dudas, la solidaridad de la unión sagrada es una solidaridad
de sentido único, o sea la de los obreros para con la clase dominante.
Y el cinismo de esta clase, que utiliza a los muertos de la clase obrera
de pretexto para despedir, no parece tener límites.
Víctima primero en carne propia. Víctima
sobre todo en su conciencia. Aún cuando es la clase obrera la única
capaz de acabar con este sistema responsable de la guerra, la burguesía
se sirve de ella, antes y ahora, para llamar a la unión sagrada.
La unión sagrada de los explotados con sus explotadores. La unión
sagrada entre quienes sufren en primer término del capitalismo
con quienes sacan de él sus satisfacciones y privilegios.
La primera reacción de los proletarios neoyorquinos, de una de
las primeras ciudades obreras del mundo, no fue la del patrioterismo vengativo.
Asistimos, primero, a una reacción espontánea de solidaridad
hacia las víctimas, como testimoniaron las colas para donar sangre,
los miles de actos individuales de ayuda y ánimo. En los barrios
obreros, después, en donde se lloraba a los muertos sin poderlos
enterrar, podían leerse declaraciones en pancartas como: "Zona
libre de odio", "Vivir como un solo mundo es la única
manera de honrar a los muertos", "La guerra no es la respuesta".
Evidentemente, consignas así están impregnadas de sentimientos
democráticos y pacifistas. Sin un movimiento de lucha capaz de
dar consistencia a una enérgica resistencia contra los ataques
capitalistas y, sobre todo, sin un movimiento revolucionario capaz de
hacerse oír en la clase obrera, esa solidaridad espontánea
no podrá sino ser barrida por la descomunal oleada de patriotismo
transmitida por los medios después del atentado. Quienes intenten
rechazar la lógica de la guerra corren el riesgo de verse arrastrados
por el pacifismo, el cual acaba siempre siendo el primer belicista cuando
"la patria está en peligro". Como ejemplo valga esta
declaración individual que puede leerse en un sitio web pacifista:
"cuando una nación es atacada, la primera decisión
debe ser o capitular o combatir. Creo que no hay camino intermedio aquí:
o luchas o no luchas y no hacer nada equivale a capitular" (según
el Willamette Week Online). Para los ecologistas, "la nación
está hoy unida: nosotros no queremos aparecer en desacuerdo con
el gobierno" (Alan Metrick, portavoz del Natural Ressources Defense
Council, 530 000 miembros, citado en Le Monde del 28 de sep tiembre).
"La paz mundial no puede ser salvaguardada mediante planes utópicos
o básicamente reaccionarios tales como los tribunales internacionales
de diplomáticos capitalistas, de convenciones diplomáticas
sobre el "desarme" (…) etc. No se podrá eliminar
ni siquiera poner coto al imperialismo, el militarismo y la guerra mientras
las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase
de manera indiscutible. El único medio de resistir con éxito
y salvaguardar la paz mundial, es la capacidad de acción política
del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo
su peso en la balanza".
Así escribía Rosa Luxembug en 1915 (Tesis sobre las tareas
de la socialdemocracia internacional) en medio de uno de los períodos
más negros que haya conocido la humanidad, en un momento en el
que los proletarios de los países más desarrollados se estaban
matando unos a otros en los campos de batalla de la guerra imperialista.
Hoy también el período es duro para los obreros y los revolu
cionarios que siguen manteniendo bien izado el estandarte de la revolución
comunista.
Como Rosa Luxemburg, sin embargo, seguimos convencidos de que la alternativa
es socialismo o barbarie y que la clase obrera mundial sigue siendo la
única fuerza para resistir a la barbarie y crear el socialismo.
Con Rosa Luxemburg afirmamos que la implicación de los obreros
en la guerra :
"... es un atentado no contra la cultura burguesa del pasado, sino
contra la civilización socialista del porvenir, un golpe mortal
asestado a esta fuerza que lleva en sí el porvenir de la humanidad
y que solo ella puede transmitir los valiosos tesoros del pasado a una
sociedad mejor. Aquí el capitalismo ha descubierto su calavera,
aquí ha desvelado que se terminó su derecho de existencia
histórica, que el mantenimiento de su dominación ha dejado
de ser compatible con el progreso de la humanidad (…) Esta locura
cesará el día que los obreros (…) se despierten al
fin de su borrachera y se den una mano fraterna, que haga callar a la
vez el coro bestial de los causantes de guerras imperialistas y el ronco
aullido de las hienas capitalistas, lanzando el antiguo y poderoso grito
de guerra del Trabajo: ¡proletarios de todos los países,
uníos!" (Folleto de Junius, 1915).
Jens
3 de octubre de 2001
1) En realidad todos los Estados mantienen servicios secretos dispuestos a realizar "golpes sucios" y cuando no usan sus propios asesinos, pagan los servicios de "agencias" independientes. 2) Según las revelaciones de R. Gates (antiguo jefe de la CIA), Estados Unidos no sólo replicó a la invasión rusa en Afganistán sino que la había provocado mediante la ayuda a la oposición al régimen prosoviético de Kabul de entonces. Entrevistado por el Nouvel observateur en 1998, Zbigniew Brzezinski (que fue consejero del presidente Carter) contestó: "Aquella operación secreta fue una idea excelente. Metió a los rusos en la trampa afgana, ¿y usted quiere que yo lo lamente? 3) Ver nuestro folleto La decadencia del capitalismo. 4) Se puede recordar aquí, por ejemplo, el juicio a los agentes secretos libios acusados de haber cometido el atentado de Lockerbie. Gran Bretaña y Estados Unidos mantuvieron sin transigir que debía juzgarse a los libios, incluso cuando fue evidente que los responsables eran más bien sirios. Pero entonces, Estados Unidos andaba guiñándole el ojo a Siria intentando que este país se metiera en el proceso de paz entre Israel y los palestinos. 5) Añadamos de paso que el llamado Partido comunista francés no anda con tales remilgos: el 13 de septiembre, el consejo nacional del PCF observa dos minutos de silencio para "expresar su solidaridad con todo el pueblo americano, con todos los ciudadanos y ciudadanas de ese gran país y con los dirigentes que se ha dado". Y qué decir de los titulares de primera página de Lutte ouvrière (trotskista): "No se puede andar manteniendo guerras por el mundo entero sin que un día te alcancen", lo cual podría traducirse por: "Obreros americanos asesinados: os han dado lo que merecíais". 6) Cabe hacerse conjeturas sobre tal celeridad: un coche de alquiler encontrado unas cuantas horas después del atentado con manuales de aviación redactados en árabe, aún cuando los pilotos kamikazes llevaban viviendo desde hacía meses cuando no años en EE.UU donde proseguían estudios; y el informe según el cual se habría encontrado entre los escombros del World Trade Center un pasaporte de uno de los terroristas, que la explosión de cientos de toneladas de queroseno no habría destruido… 7) Es evidente que la situación habrá evolucionado ampliamente cuando salga esta revista de imprenta. 8) Mencionemos de paso los conflictos permanentes por la construcción de nuevos oleoductos para el crudo entre el Caspio y los países desarrollados, con el Estado ruso que intenta imponer una ruta que pasara por Chechenia y Rusia acabando en Novosibirks en la costa rusa del mar Negro, con el gobierno de EE.UU. que promueve la ruta Bakú- Tiflis-Ceyhan (o sea Azarbaiyán-Georgia-Turquía) que dejaría fuera de juego a los rusos. Hay que decir que el gobierno americano ha tenido que imponer su opción en contra de las compañías petroleras que la consideraban económicamente ruinosa. 9) Como lo hizo en 1974, cuando pretendía que la crisis se debía al incremento del precio del petróleo y fue la misma explicación que nos volvieron a dar en 1980. En cuanto a la crisis de 1990-93 habría sido una consecuencia de la Guerra del Golfo… 10) Señalemos además que si esa tasa parece relativamente baja con relación a otros países, ello muestra no ya los éxitos del Estado nipón en el freno del desempleo, sino en la manipulación de las cifras.