Enviado por Revista Interna... el
"¡Proletarios de todos los países, uníos!"
Este llamamiento, con el que concluye el Manifiesto Comunista[1] redactado por Marx y Engels en 1848, no era un generoso y simple deseo sino que expresaba lo que es una de las condiciones vitales para la victoria y la emancipación de la clase obrera. El movimiento de la clase obrera se afirma, desde su nacimiento, como el combate de una clase internacional contra las fronteras nacionales en las que se desarrolla la dominación de la clase capitalista sobre el proletariado. Sin embargo, ya que en el siglo XIX el capitalismo no había agotado aun todas las potencialidades de su desarrollo, en su lucha contra las relaciones de producción precapitalistas, no es extraño que los comunistas vieran como posible que, en algunos casos y en determinadas condiciones, la clase obrera apoyara a determinadas fracciones de la burguesía puesto que piensan que el capitalismo, al irse desarrollando, aceleraría la maduración de las condiciones de la revolución proletaria. Pero, desde principios del siglo XX, al constituirse el mercado mundial, lo que significa que el modo de producción capitalista se había extendido a todo el planeta, se abrió el debate sobre la naturaleza del apoyo de los revolucionarios a los movimientos nacionales.
Este artículo, primero de una serie dedicada a la actitud de los comunistas respecto a la cuestión nacional, recuerda en qué términos y con qué intenciones se desarrolló el debate sobre estas cuestiones entre Lenin y Rosa Luxemburgo.
El fracaso de la oleada revolucionaria de 1917-23, el triunfo de la contrarrevolución en Rusia y la sumisión, durante cincuenta años, del proletariado a la barbarie del capitalismo decadente no permitieron una clarificación completa de la cuestión nacional en el movimiento obrero. Durante todo ese periodo, la contrarrevolución hizo todo lo que pudo y más para desvirtuar el contenido de la revolución proletaria, presentando siempre el capitalismo de Estado instaurado en la URSS como la "continuidad natural" de la oleada revolucionaria de los años 17-23, relacionando el internacionalismo proletario con la política imperialista del Estado capitalista ruso y sus maniobras gansteriles, ejecutadas en nombre de la "autodeterminación", del "derecho de los pueblos", de "la liberación nacional de los pueblos oprimidos",... Las posiciones de Lenin se veían así, en todos sus aspectos, transformadas en dogmas infalibles. Por ejemplo, la posibilidad de que el proletariado utilizara los movimientos nacionales como "palanca" para la revolución comunista, táctica preconizada con el reflujo de la revolución en los países centrales, y la necesidad de defender "el Estado proletario" en Rusia, tendían a considerarse, en las filas revolucionarias mismas, exceptuadas unas cuantas minorías, como algo adquirido para siempre, inmutable.
La dispersión y la crisis de organizaciones revolucionarias, como es especialmente el caso del partido bordiguista "PCInt-Programa Comunista", hacen hoy evidente la importancia que tiene para los comunistas el defender una clara posición de principios sobre las llamadas "luchas de liberación nacional" si no quieren ser enterrados bajo el enorme peso que ejerce la losa ideológica burguesa en esta cuestión crucial. El abandono por el PCInt de una posición internacionalista en el conflicto interimperialista de Oriente Medio, dando su apoyo crítico a fuerzas capitalistas como la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), ha provocado la dislocación del grupo y originado una escisión ya claramente nacionalista y ultra-patriotera (el grupo El Oumami). Este es un ejemplo reciente de que el proletariado debe recelar de lo que suponga la más mínima concesión al nacionalismo en el periodo de decadencia del capitalismo. El origen de las debilidades teóricas de los bordiguistas, al igual que el de toda la tradición llamada leninista, sobre la cuestión nacional está en que defienden la posición que mantuvo Lenin, en la joven Internacional Comunista, apoyando los movimientos nacionales con la consigna: "derecho de las naciones a la autodeterminación".
La Corriente Comunista internacional niega cualquier apoyo de ese tipo en la época del imperialismo. Esta negativa está basada en la crítica de las ideas de Lenin que Rosa Luxemburgo hiciera ya a principios del siglo XX. Hoy en día, a la luz de la experiencia proletaria durante estos últimos setenta años, no podemos sino reafirmar que es la posición de Luxemburgo y no la de Lenin la que corresponde a la historia; la que ofrece las únicas bases claras para tratar la cuestión al modo marxista.
Hay hoy gente, que aparece en el medio revolucionario o que ha roto sólo parcialmente con el izquierdismo, que adopta la postura de Lenin contra Luxemburgo sobre este tema. En vista de lo importante que es romper claramente con todos los aspectos de la ideología izquierdista, publicaremos aquí una serie de artículos que examinarán críticamente los debates que hubo en el medio revolucionario antes y durante la I Guerra mundial imperialista. Demostraremos que es la posición de R. Luxemburgo la que de verdad tiene en cuenta coherentemente todas las implicaciones de la decadencia capitalista sobre la cuestión nacional. Dejaremos también muy clara la posición de Lenin, considerándola como un error del movimiento obrero de la época, frente a todas las distorsiones y censuras de los ideólogos de la izquierda del capital.
Lenin y el derecho de las naciones a la autodeterminación
"El marxismo es inconciliable con el nacionalismo, por mucho que éste fuese "el más justo", "el más puro", de lo más refinado y civilizado". (Lenin: "Notas sobre la cuestión nacional".)
Ante las groseras deformaciones que los epígonos de Lenin le hicieron a la cuestión nacional, cabe ante todo subrayar que Lenin, como marxista que era, basaba su actitud de apoyo a los movimientos nacionalistas en los cimientos construidos por Marx y Engels en la I Internacional; como sobre cualquier otra cuestión social, él afirmaba que los marxistas deben examinar la cuestión nacional:
- dentro de límites históricos determinados y no como "principio" o axioma abstracto o ahistórico;
- desde el punto de vista de la unidad del proletariado y de la necesidad primordial de reforzar su lucha por el socialismo.
Cuando Lenin defendía la idea de que el proletariado debe reconocer el "derecho de las naciones a la autodeterminación"; o sea, el derecho de una determinada burguesía a separarse y organizar un Estado capitalista independiente si esta lo consideraba necesario, insistía en que tal derecho no tenía que ser apoyado más que cuando redundaba en interés de la lucha de la clase obrera, pues el proletariado «al reconocer la igualdad de derechos y el derecho igual a formar un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones, evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional con la mira puesta en la lucha de clase de los obreros». (Lenin: "Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación". 1914)[2].
Para Lenin, el derecho de autodeterminación era una reivindicación necesaria en la lucha del proletariado por la democracia, por la igualdad de derechos, por el sufragio universal, etc. Él planteaba el problema fundamental en la perspectiva de que la revolución burguesa, en marcha ya en Europa oriental, Asia y África, llegaría a concluirse; de que el desarrollo de movimientos nacionalistas, impulsados por una burguesía en ascenso, era históricamente inevitable para destruir el feudalismo y extender las relaciones capitalistas en el mundo. Según eso, allá donde surgieran movimientos nacionalistas burgueses los marxistas, según Lenin, deberían apoyarlos: luchando por el más alto nivel de democracia, ayudándolos a liquidar los vestigios feudales y a suprimir toda opresión nacional, para así quitar los obstáculos que dificultaban la lucha de la clase de los proletarios contra el capital.
Esta tarea adquiría un significado particular para los bolcheviques en Rusia, quienes procuraban ganarse la confianza de las masas en las naciones oprimidas por el Imperio zarista. Para Lenin, que veía en el nacionalismo "gran ruso" el obstáculo principal para la democracia y para el desarrollo de las luchas proletarias, por ser más "feudal que burgués", negarles a las pequeñas naciones el derecho a la secesión significaría en la práctica apoyar los privilegios de la nación opresora y subordinar a los obreros a la política de la burguesía y de los señores feudales rusos.
Lenin era sin embargo muy consciente de los peligros que entrañaba el apoyo del proletariado a los movimientos nacionalistas puesto que, incluso en los países "oprimidos", las luchas del proletariado y las de la burguesía se oponían radicalmente:
- el proletariado apoya el derecho a la autodeterminación con el fin de acelerar la victoria de la democracia burguesa sobre el feudalismo y el absolutismo, y el de cimentar las condiciones más democráticas para la lucha de clases;
- la burguesía en cambio mantiene las reivindicaciones nacionales para obtener privilegios para su propia nación y defender su propia exclusividad nacional.
Por estas razones, Lenin insiste en que el apoyo del proletariado al nacionalismo debía limitarse a lo estrictamente progresista en esos movimientos; apoyaría a la burguesía "condicionalmente", "sólo en determinado sentido". Desde el punto de vista de lo que es el que se lleve a cabo la revolución burguesa mediante la lucha por la democracia contra la opresión nacional, el apoyo del proletariado a la burguesía de una nación oprimida sólo debía darse cuando aquella combata realmente contra la nación opresora: "(...) En la medida en que la burguesía de la nación oprimida defiende su propio nacionalismo burgués nosotros lo combatimos. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora, ninguna tolerancia respecto a la tendencia de la nación oprimida a defender sus propios privilegios" (Ibídem, pág 631).
O sea que, los movimientos nacionalistas burgueses no debían ser apoyados más que por su contenido democrático; es decir, por su capacidad para contribuir a la instauración de mejores condiciones para la lucha de la clase y para la unidad de la clase obrera: "En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional distanciado rigurosamente de la tendencia al exclusivismo nacional..." (Ídem; subrayado en el original).
Por eso Lenin, en 1913, cuando se refiere a las limitaciones históricas de la lucha por la democracia y la necesidad de la consigna de la autodeterminación (en una época en que ya, desde 1871, las revoluciones democrático burguesas habían terminado en el Occidente de Europa continental) era de lo más explícito cuando expresa que "Por eso, buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo" (Ídem, pág. 629).
Pero en la Europa del Este y en Asia, la revolución burguesa tenía aun que consumarse y, "precisamente y sólo porque Rusia, junto con los países vecinos, pasa por esa fase, nosotros en nuestro programa necesitamos incluir un punto sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación" (Íd.; subrayado nuestro).
La consigna de la autodeterminación estaba, desde un principio, plagada de ambigüedades. La situación obligaba a Lenin a admitir que era una reivindicación negativa, de un derecho a formar un Estado separado por el que el proletariado no podía ofrecer garantía ninguna y que no podía ser acordado (es decir, aceptado de común acuerdo con la burguesía nacional correspondiente) a expensas de ninguna otra nación. Sus escritos sobre el tema están llenos de advertencias, limitaciones y excepciones a veces contradictorias; se trataba por encima de todo de que los socialistas de los países "oprimidos" pudieran utilizarla con fines propagandísticos. Sin embargo, y siguiendo el mismo método, estrictamente histórico, de Lenin, podemos decir que la raíz de esta reivindicación se fundamentaba en la capacidad que aun tenía la burguesía para luchar por la democracia contra el feudalismo y la opresión nacional en las áreas del mundo donde el capitalismo estaba aun expandiéndose. La conclusión resultante es que cuando ese periodo llegase a su fin todo el contenido democrático de las luchas desaparecería y por tanto la única tarea progresista del proletariado sería la de hacer su propia revolución contra el capitalismo.
¿Cómo critica Rosa Luxemburg la autodeterminación?
La crítica de Rosa Luxemburgo a la adopción por los bolcheviques de la consigna: "El derecho de las naciones a la autodeterminación" formaba parte inseparable de la lucha que estaba llevando el ala izquierda de los partidos socialdemócratas de Europa del Oeste contra las tendencias cada vez más abiertas hacia el oportunismo y el revisionismo en la II Internacional. A principios del siglo XX ya se podía observar, en los países capitalistas avanzados, el nacimiento de la tendencia hacia el capitalismo de Estado y el imperialismo y su resultado: la tendencia a la absorción, por la maquinaria estatal, de las organizaciones permanentes del movimiento obrero; es decir, los sindicatos y los partidos de masas. En la II Internacional aparecen teóricos, como Bernstein, que "revisan" el marxismo revolucionario para justificar la evolución de esa integración. Luxemburgo fue una de las primeras, entre los teóricos de la Izquierda, que luchó contra ese "revisionismo" y buscó sus causas profundas.
Rosa Luxemburgo rechazaba con ahínco la noción de "autodeterminación" pues veía en esta los signos de la influencia "socialpatriota" de fuerzas nacionalistas reaccionarias, que se llamaban a sí mismas socialistas, en la Internacional y cómo algunos dirigentes teóricos, por ejemplo Kautsky, las justificaban. La adopción por la Internacional, en 1896, de una Resolución que reconocía "el derecho absoluto de todas las naciones a la autodeterminación" fue una respuesta a las insistencias del Partido Socialista Polaco para obtener el apoyo oficial a favor de la restauración de la soberanía nacional polaca. Las pretensiones del PSP no se aceptaron pero la fórmula general adoptada, en opinión de Rosa Luxemburgo, eludía dos importantes cuestiones subyacentes: la base histórica del apoyo del proletariado a los movimientos nacionalistas y la necesidad de luchar contra el socialpatriotismo en la Internacional.
Luxemburg empezó su crítica aceptando el mismo marco básico que Lenin, o sea:
- la revolución democrático burguesa está por terminar en Rusia, en Asia, en África;
- el proletariado, en interés del desarrollo de las condiciones de la revolución, no puede ignorar los movimientos nacionalistas, por su contenido democrático, en las áreas del mundo donde el capitalismo está destruyendo todavía el feudalismo;
- el proletariado, por naturaleza, se opone a cualquier forma de opresión incluida la opresión nacional y no es en modo alguno indiferente a las condiciones de las naciones oprimidas.
Sin embargo, su tarea primordial era la de defender el punto de vista marxista de la cuestión nacional contra aquellos que, al igual que los socialpatriotas polacos, utilizaban los escritos de Marx para apoyar la independencia de Polonia y justificar así sus propios proyectos reaccionarios de restauración nacional, empeñándose "en transformar una visión particular de Marx sobre un problema del momento en un dogma fuera del tiempo, inmutable, indiferente a las contingencias históricas, sin la menor duda ni la menor crítica, ya que al fin y al cabo... "lo dijo el mismo Marx". Eso no era ni más ni menos que apropiarse del nombre de Marx para dar validez a una tendencia que, por su misma esencia, iba en contra de las enseñanzas y de la teoría marxista" (Prólogo a la antología: "La cuestión polaca y el movimiento socialista". 1905)[3].
Contra semejante fosilización de la metodología histórica del marxismo, R. Luxemburgo afirmaba que "sin un examen crítico de las condiciones históricas concretas, ningún aporte válido puede hacerse al problema de la opresión nacional" ("La cuestión polaca"; Congreso de la Internacional, 1896). Y en base a esto ella siguió esbozando sus principales argumentos contra la consigna de la autodeterminación:
- la dependencia o independencia de los Estados nacionales es una cuestión de poder y no de "derechos" y está determinada por el desarrollo socioeconómico y los intereses materiales de las clases sociales;
- es una consigna utópica, pues resulta del todo imposible que se puedan resolver todos los problemas de nacionalidad, raza, y origen étnico en el marco del capitalismo;
- es una fórmula metafísica que no ofrece ni orientación práctica ni solución a la lucha cotidiana del proletariado, que ignora la teoría marxista de las clases sociales y de las condiciones históricas de los movimientos nacionalistas. Y tampoco puede ser asimilada a la lucha por derechos democráticos pues no representa una forma legal de existencia en una sociedad burguesa adulta, como lo es, por ejemplo, el derecho de organización;
- esta consigna no diferencia la posición del proletariado de la de los partidos burgueses más radicales o de la de los partidos pseudosocialistas y pequeñoburgueses; no tiene la más mínima relación específica con el socialismo o la política obrera;
- tal consigna no provocaría, precisamente, más unificación en el movimiento obrero sino más divisiones, al dejar al proletariado, en cada nación oprimida, la preocupación de decidir su propia posición nacional, acarreando inevitables contradicciones y conflictos.
La mayoría de estos argumentos, que en muchos casos no eran sino la reafirmación de las posiciones marxistas básicas sobre el Estado y la naturaleza clasista de la sociedad, quedaron sin respuesta por parte de Lenin. En contra de la idea del apoyo del proletariado a la autodeterminación, Rosa Luxemburg hacía hincapié en la segunda parte de la Resolución, adoptada por la Internacional en 1896, que llamaba a los obreros de todos los países oprimidos a "integrarse en las filas de los obreros conscientes del mundo entero, para combatir junto a ellos por la derrota del capitalismo internacional y alcanzar las metas de la socialdemocracia internacional" (R. Luxemburg: "La cuestión nacional y la autonomía" 1908).
Rosa Luxemburg y la independencia de Polonia
Rosa Luxemburg desarrolló su crítica a la autodeterminación refiriéndose particularmente a Polonia; sin embargo, las razones expuestas por ella para explicar su negativa a apoyar la independencia de Polonia frente a Rusia tienen una importancia general para esclarecer el punto de vista marxista respecto a estas cuestiones y lo que implican los cambios operados en la vida del capitalismo en cuanto a la cuestión nacional en general.
Marx y Engels empezaron apoyando el nacionalismo polaco, como parte de una estrategia revolucionaria de: defensa de los intereses de la revolución democrático-burguesa en Europa occidental contra la Santa Alianza de regímenes feudales y absolutistas en Europa oriental. Incluso hicieron llamamientos a guerrear contra Rusia y a insurrecciones en Polonia por la salvaguarda de la democracia burguesa. R. Luxemburg puso de relieve que aquel apoyo al nacionalismo polaco se había dado en un momento en que no había el menor signo de acción revolucionaria en Rusia y que no existía todavía un proletariado significativo, ni en Rusia ni en Polonia, para entrar en lucha contra el feudalismo: "No fue una teoría ni una táctica socialistas lo que determinó el punto de vista que Marx, y más tarde Engels, adoptaron respecto a Rusia y Polonia sino las exigencias políticas de la democracia alemana de la época -los intereses prácticos de una revolución burguesa en Europa occidental-" (Obra citada).
La reafirmación por Luxemburg de la posición marxista se basaba en el análisis del desarrollo histórico del capitalismo: en la segunda mitad del siglo XIX, Polonia "bailaba" la "frenética danza del capitalismo y del enriquecimiento capitalista sobre la tumba de los movimientos nacionalistas y de la nobleza polaca"; lo que dio nacimiento a un proletariado polaco y a un movimiento socialista que desde sus orígenes defendió sus propios intereses de clase como lo que eran: opuestos al nacionalismo. Esto iba paralelo a los cambios habidos en la misma Rusia en donde la clase obrera ya había comenzado a entablar sus propios combates.
En Polonia, el desarrollo capitalista fue el origen de la oposición entre la independencia nacional y los intereses de la burguesía; ésta renunció a la causa nacionalista de la vieja nobleza para lograr una más estrecha integración de los capitales polacos y rusos forzada por la necesidad de mantener el mercado ruso, del cual la burguesía se vería privada si Polonia desaparecía como Estado independiente. De esto Luxemburg concluía que la tarea política del proletariado en Polonia no era la de tomar a su cargo una lucha utópica sino la de unirse con los obreros rusos en la lucha común contra el absolutismo para una democratización más amplia, para que surgieran las mejores condiciones de lucha contra el capital ruso y el polaco.
Que el Partido Socialista Polaco usara el apoyo de Marx en 1848 al nacionalismo polaco no era sino una traición al socialismo, el signo evidente de la influencia del nacionalismo reaccionario dentro del movimiento socialista, que usaba las palabras de Marx y Engels pero en realidad daba la espalda a la alternativa proletaria; o sea, la lucha de una clase unida que se manifestó en 1905 cuando la huelga de masas se extendió desde Moscú y Petrogrado hasta Varsovia. El nacionalismo polaco se había convertido en "un barco donde pululaba todo tipo de reaccionarios, un campo abonado para la contrarrevolución"; se había convertido en arma en manos de la burguesía nacional; la cual, en nombre de la nación polaca hostigaba y asesinaba a los obreros en huelga, organizaba "sindicatos nacionales" como cortafuegos de la combatividad obrera, organizaba campañas contra las huelgas generales "antipatrióticas" y montaba bandas armadas nacionalistas para asesinar a los socialistas. Y Rosa L. concluía: "maltratada por la historia, la idea nacional polaca atravesó todo tipo de crisis y acabó cayendo en declive. Tras haber iniciado su carrera política como rebelión romántica, noble, glorificada por la revolución internacional se encarna ahora en el "hooligan" nacional, en el voluntario de los "Cien negros" del absolutismo y del imperialismo ruso." (R. L.: "La cuestión nacional y la autonomía". 1908).
Mediante un examen de los cambios concretos aportados por el desarrollo capitalista R. Luxemburg logró dar al traste con las frases abstractas sobre los "derechos" y la "autodeterminación" y, lo que es más importante, refutar todos los argumentos de Lenin en su posición de que había que apoyar la autodeterminación polaca para que así avanzara la causa de la democracia y la erosión del feudalismo. El nacionalismo se había convertido en fuerza reaccionaria en todas partes donde había tenido que encarar la amenaza de la lucha de la clase unificada. Por muy específico que fuera el caso de Polonia, las conclusiones de R. Luxemburg iban a tener necesariamente una aplicación general, en un periodo en el que los movimientos burgueses de liberación nacional dejaban patente el antagonismo existente entre la clase burguesa y el proletariado.
El surgimiento del imperialismo y los Estados de conquista
El rechazo de Luxemburg a la autodeterminación y a la independencia de Polonia era algo inseparable de su análisis sobre el nacimiento del imperialismo y sus consecuencias en las luchas de liberación nacional. Aunque fue esa una de las cuestiones esenciales en el movimiento socialista en Europa occidental, los comentarios de Luxemburgo no fueron en absoluto tenidos en cuenta por Lenin hasta el estallido de la I Guerra mundial. La emergencia del imperialismo capitalista, según Luxemburg, volvía caduca la más mínima idea de independencia nacional. La tendencia era hacia la "destrucción continua de la independencia de una cantidad cada vez más grande de nuevos países y pueblos, de continentes enteros" por un puñado de poderes dirigentes. El imperialismo, al ampliar el mercado mundial, destruía toda probabilidad de independencia económica: "Este proceso, así como la raíz de las políticas coloniales, está en los cimientos mismos de la producción capitalista... Sólo los inofensivos apóstoles burgueses de la "paz" pueden creer en la posibilidad, para los Estados de hoy, de evitar esa vía. " (Ídem).
Todas las pequeñas naciones quedaban condenadas a la impotencia política. Luchar para asegurarse la independencia en el seno del capitalismo significaría de hecho pretender la vuelta al primer estadio del desarrollo capitalista, lo cual era, ni más ni menos, una utopía.
Esta nueva característica del capitalismo hacía surgir no ya Estados nacionales, según el modelo de las revoluciones democrático burguesas de Europa, sino Estados de rapiña, mejor adaptados a las necesidades del periodo. En esas condiciones, la opresión nacional se transformaba en un fenómeno general e intrínseco al capitalismo y su eliminación se había hecho imposible sin la destrucción del capitalismo mismo, mediante la revolución socialista. Lenin refutaba este análisis de la dependencia creciente de las naciones pequeñas pues para él no tenía relación con la cuestión de los movimientos nacionales; Lenin no negaba la existencia del imperialismo o del colonialismo pero, según él, de lo único que se trataba era de la autodeterminación política, defendiendo en esta cuestión a Kautsky, que apoyaba la restauración de Polonia, contra Luxemburg.
El desarrollo del imperialismo, como condición para el sistema capitalista mundial, no se podía apreciar claramente todavía y Luxemburg sólo podía poner unos cuantos ejemplos "tipo": Inglaterra, Alemania, Norteamérica; a la vez que reconocía que el mercado mundial estaba todavía en expansión y que el capitalismo no había entrado en su crisis mortal. Sin embargo, la valía de su análisis está en haber examinado algunas de las tendencias fundamentales del capitalismo y sus implicaciones para la clase obrera y para la cuestión nacional. Su rechazo a las luchas de liberación nacional se basaba en la comprensión de las nuevas condiciones de la acumulación capitalista y no en consideraciones morales y subjetivas.
Algunas conclusiones sobre la actitud de los revolucionarios
respecto a la autodeterminación,
durante el periodo del capitalismo ascendente
La consigna de la autodeterminación debería alcanzar, según Lenin, dos objetivos: como reivindicación, importante en la lucha del proletariado por la democracia en el seno de la sociedad capitalista y como táctica de propaganda, utilizándola contra el chovinismo nacional en el imperio zarista. Sin embargo, esa consigna contenía, desde el principio, ambigüedades teóricas y peligros prácticos que acabarían por corroer, en los bolcheviques, la defensa del internacionalismo proletario en los inicios de la fase imperialista del capitalismo:
- como reivindicación democrática era una utopía: la obtención de la independencia nacional por cualquier fracción de la burguesía estaba determinada por relaciones de fuerza y no por derechos; era el resultado de la evolución del modo de producción capitalista. La tarea del proletariado consistía en mantener ante todo su autonomía de clase y defender sus propios intereses contra la burguesía;
- La elaboración de la unidad del proletariado era sin duda alguna, en el imperio zarista como en todas partes, un problema para los comunistas en su lucha contra la influencia de la ideología burguesa. Esta unidad no podía llevarse a cabo mas que sobre los sólidos cimientos de la lucha de clases y no con concesiones al nacionalismo que, desde finales del siglo XIX, era un arma peligrosa en manos de la burguesía contra el proletariado.
Además, el uso que hacía Lenin de términos tales como "naciones oprimidas" y "opresoras" no era el adecuado, ni siquiera en el capitalismo ascendente. Es cierto que Rosa Luxemburg utilizaba también esos términos, cuando describía la emergencia de un puñado de grandes potencias que se repartían el mundo, pero para ella estos "Estados de conquista" no eran sino ejemplos de una tendencia general en el capitalismo en su conjunto. Uno de los valores de sus escritos sobre el nacionalismo polaco fue el de haber demostrado que, incluso en las pretendidas naciones oprimidas, la burguesía usaba el nacionalismo contra la lucha de la clase obrera, actuando como agente de las potencias imperialistas dominantes. Todos los discursos sobre las naciones "oprimidas" y "opresoras" acaban transformando la nación burguesa en una abstracción que sirve para ocultar los antagonismos de clase.
Toda esta estrategia sobre la "autodeterminación" era herencia no de Marx y Engels sino de la II Internacional que estaba, a finales del siglo XIX, muy corrompida por la influencia del nacionalismo y el reformismo. La posición de Lenin era compartida por el ala centro de los partidos socialdemócratas y, sobre este tema, él apoyaba a Kautsky, el teórico más "ortodoxo", contra R. Luxemburg y el ala izquierda de la Internacional. Combatiente desde su situación en Rusia, Lenin no llega a demostrar que la autodeterminación era una concesión al nacionalismo ni que para llegar a la raíz de la degeneración de la socialdemocracia era necesario rechazar el "derecho de las naciones a la autodeterminación".
La verdadera importancia de la posición de Luxemburg era que se basaba en el análisis de las tendencias dominantes en el núcleo mismo de la producción capitalista, en particular en la emergencia del capitalismo en Europa, como indicadores de la naturaleza del conjunto de la economía mundial en la época imperialista.
En cambio, Lenin basaba su posición en su experiencia como combatiente en una situación como la de Rusia y en las necesidades de los países de las zonas atrasadas del mundo, en los que la revolución burguesa estaba aun por realizar, pese a estar en los albores de la época en que ya no sería posible para el proletariado obtener reformas del capitalismo y en la que el nacionalismo ya no podría tener ningún papel progresista.
La de Lenin era una estrategia para una época histórica en vías de extinción y ya no podía responder a las necesidades de la clase obrera en las nuevas condiciones del capitalismo en decadencia.
M. T. Julio de 1983.
[1] Leer en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
[2] "El derecho de las naciones a la autodeterminación".
[3] R. Luxemburg: "El desarrollo industrial de Polonia y otros escritos sobre el problema nacional". Cuaderno nº 71 de Ediciones Pasado y Presente. México 1979