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El BIPR han respondido en la International Communist Review nº 13 a nuestro artículo de polémica «El concepto del BIPR sobre la decadencia del capitalismo» aparecido en el nº 79 de esta Revista internacional. Esa respuesta expone de forma razonada posiciones. En ese sentido su artículo es una contribución al necesario debate que debe existir entre las organizaciones de la Izquierda comunista, las cuales tienen la responsabilidad decisiva en la lucha por la constitución del Partido comunista del proletariado.
El debate entre el BIPR y la CCI se sitúa dentro del marco de la Izquierda comunista:
- no es un debate académico y abstracto, sino una polémica militante para dotarnos de posiciones claras, depuradas de cualquier ambigüedad o concesión a la ideología burguesa, muy especialmente en cuestiones como la naturaleza de las guerras imperialistas y los fundamentos materiales de la necesidad de la revolución comunista.
- es un debate entre partidarios del análisis de la decadencia del capitalismo: desde principios de siglo el sistema ha entrado en una crisis sin salida lo que contiene una amenaza creciente de aniquilación de la humanidad y del planeta.
Dentro de ese marco, el artículo de respuesta del BIPR insiste en su visión de la guerra imperialista como medio de devaluación del capital y reanudación del ciclo de acumulación y justifica esa postura con una explicación de la crisis histórica del capitalismo basada en la tendencia a la baja de la tasa de ganancia.
Estas dos cuestiones son el objeto de nuestra respuesta a su respuesta ([1]).
Lo que nos une con el BIPR
En una polémica entre revolucionarios y a causa precisamente de su carácter militante hemos de partir de lo que nos une para en ese marco global abordar lo que nos separa. Este es el método que ha aplicado siempre la CCI, siguiendo a Marx, Lenin, Bilan, etc., y que empleamos al polemizar con el PCI (Programa) ([2]), sobre la misma cuestión que ahora tratamos con el BIPR. Subrayar esto nos parece muy importante porque, en primer lugar, las polémicas entre revolucionarios tienen siempre como hilo conductor la lucha por su clarificación y reagrupamiento en la perspectiva de la constitución del Partido mundial del proletariado. En segundo lugar, porque entre el BIPR y la CCI, sin negar ni relativizar la importancia y las implicaciones de las divergencias que tenemos sobre la comprensión de la naturaleza de la guerra imperialista, es mucho más importante lo que compartimos:
- Para el BIPR las guerras imperialistas no tienen objetivos limitados sino que son guerras totales cuyas consecuencias sobrepasan de lejos las que podrían tener en el período ascendente.
- Las guerras imperialistas unen los factores económicos y políticos en un nudo inseparable.
- El BIPR rechaza la idea de que el militarismo y la producción de armamentos como medio de «acumulación de capital» ([3]).
- Como expresión de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas contienen la amenaza creciente de destrucción de la humanidad.
- Existen en el capitalismo actual tendencias importantes al caos y la descomposición, aunque como luego veremos el BIPR no les da la misma importancia que nosotros.
Estos elementos de convergencia expresan la capacidad común que tenemos para denunciar y combatir las guerras imperialistas como momentos supremos de la crisis histórica del capitalismo, llamando al proletariado a no elegir entre los distintos lobos imperialistas, apelando a la revolución proletaria mundial como única solución al atolladero sangriento al que lleva el capitalismo a la humanidad, combatiendo a muerte las adormideras pacifistas y denunciando las mentiras capitalistas de que «estamos saliendo de la crisis».
Estos elementos, expresión del patrimonio común de la Izquierda comunista, hacen necesario y posible que ante acontecimientos de envergadura como las guerras del Golfo o de la antigua Yugoslavia, los grupos de la Izquierda comunista hagamos manifiestos conjuntos que expresen ante la clase la voz unida de los revolucionarios. Por eso propusimos en el marco de las Conferencias internacionales de 1977-80 hacer una declaración común ante la guerra de Afganistán y lamentamos que ni BC ni CWO (que luego constituirían el actual BIPR) hubieran aceptado esta iniciativa. Lejos de ser una propuesta de «unión circunstancial y oportunista» estas iniciativas en común son instrumentos de la lucha por la clarificación y la delimitación de posiciones dentro de la Izquierda comunista porque establecen un marco concreto y militante (el compromiso con la clase obrera ante situaciones importantes de la evolución histórica) en el cual debatir seriamente las divergencias. Ese fue el método de Marx o de Lenin: en Zimmerwald, pese a que existían divergencias mucho mayores que las hoy pudieran existir entre la CCI y el BIPR, Lenin aceptó suscribir el Manifiesto de Zimmerwald. Por otra parte, en el momento de la constitución de la IIIª Internacional, existían entre los fundadores importantes desacuerdos no solo sobre el análisis de la guerra imperialista, sino sobre cuestiones como la utilización del parlamento o los sindicatos y, sin embargo, ello no impidió unirse para combatir por la revolución mundial que estaba en marcha. Ese combate en común no era el marco para acallar las divergencias sino, al contrario, la plataforma militante dentro de la cual abordarlas con seriedad y no de forma académica o según impulsos sectarios.
La función de la guerra imperialista
Las divergencias entre el BIPR y la CCI no se sitúan sobre las causas generales de la guerra imperialista. Ateniéndonos al patrimonio común de la Izquierda comunista vemos la guerra imperialista como expresión de la crisis histórica del capitalismo. Sin embargo, la divergencia surge a la hora de ver el papel de la guerra dentro del curso del capitalismo decadente. El BIPR piensa que la guerra imperialista cumple una función económica: permite una devaluación masiva de capital y, en consecuencia, abre la posibilidad de que el capitalismo reemprenda un nuevo ciclo de acumulación.
Esta apreciación parece la mar de lógica: ¿no hay antes de una guerra mundial una crisis generalizada, como por ejemplo la de 1929?; al ser una crisis de sobreproducción de hombres y mercancías ¿no es la guerra imperialista una «solución» al destruir en grandes proporciones obreros, máquinas y edificios? ¿no se reemprende después la reconstrucción y con ello se supera la crisis?. Sin embargo, esta visión, tan aparentemente simple y coherente, es profundamente superficial. Recoge –como luego veremos– una parte del problema (efectivamente, el capitalismo decadente se mueve a través de un ciclo infernal de crisis-guerra-reconstrucción-nueva crisis...) pero no plantea el fondo del problema: por una parte, la guerra es mucho más que un simple medio de restablecimiento del ciclo de acumulación capitalista y, de otro lado, ese ciclo se encuentra profundamente viciado y degenerado y está muy lejos de ser el ciclo clásico del período ascendente.
Esta visión superficial de la guerra imperialista tiene consecuencias militantes importantes que el BIPR no es capaz de captar. En efecto, si la guerra permite restablecer el mecanismo de acumulación capitalista, en realidad se está diciendo que el capitalismo siempre podrá salir de la crisis a través del mecanismo doloroso y brutal de la guerra. Esta es la visión que en el fondo nos propone la burguesía: la guerra es un trance horrible que no gusta a ningún gobernante, pero es el medio inevitable que permite encontrar una nueva era de paz y prosperidad.
El BIPR denuncia esas supercherías pero no se da cuenta que esa denuncia se encuentra debilitada por su teoría de la guerra como «medio de devaluación del capital». Para comprender las consecuencias peligrosas que tiene su posición debería examinar esta declaración del PCI (Programa):
«La crisis tiene su origen en la imposibilidad de proseguir la acumulación, imposibilidad que se manifiesta cuando el crecimiento de la masa de producción no logra compensar la caída de la cuota de ganancia. La masa de sobretrabajo total ya no es capaz de asegurar beneficios al capital avanzado, de reproducir las condiciones de rentabilidad de las inversiones. Destruyendo el capital constante (trabajo muerto) a gran escala, la guerra ejerce entonces una función económica fundamental (subrayado nuestro): gracias a las espantosas destrucciones del aparato productivo, permite, en efecto, una futura expansión gigantesca de la producción para sustituir lo destruido, y una expansión paralela de los beneficios, de la plusvalía total, o sea, del sobretrabajo que tanto necesita el capital. Las condiciones de recuperación del proceso de acumulación de capital quedan restablecidas. El ciclo económico vuelve a arrancar... El sistema capitalista mundial, viejo al iniciarse la guerra, encuentra el manantial de juventud en el baño de sangre que le proporciona nuevas fuerzas y una vitalidad de recién nacido» (PC, nº 90, pag. 24, citada en nuestra polémica de la Revista internacional, nº 77. Subrayado por nosotros).
Decir que el capitalismo «recupera la juventud» cada vez que sale de una guerra mundial tiene unas claras consecuencias revisionistas: la guerra mundial no pondría al orden del día la necesidad de la revolución proletaria sino la reconstrucción de un capitalismo que vuelve a sus inicios. Eso es tirar por tierra el análisis de la IIIª Internacional que dice claramente que «una nueva época surge. Época de disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado». Significa, pura y simplemente, romper con una posición fundamental del marxismo: el capitalismo no es un sistema eterno sino un modo de producción cuyos límites históricos le imponen una época de decadencia en la cual está a la orden del día la revolución comunista.
Esta declaración la citamos y criticamos en nuestra polémica sobre la concepción de la guerra y la decadencia del PCI (Programa) de la Revista internacional, nos 77 y 78. Esto es ignorado por el BIPR, el cual en su «Res puesta» parece defender al PCI (Programa) cuando afirma: «Su debate con los bordiguistas se centra en su aparente punto de vista de que existe una relación mecánica causal entre guerra y ciclo de acumulación. Decimos “aparentemente” porque, como es habitual, la CCI no da ninguna cita que muestre que la visión histórica de los bordiguistas sea tan esquemática. Estamos poco inclinados a aceptar las aserciones sobre Programa comunista a la vista de la manera cómo interpretan nuestros puntos de vista» ([4]).
La cita que dimos en Revista internacional nº 77 habla por sí sola y pone en evidencia que en la posición del PCI (Programa) hay algo más que «esquematismo»: si el BIPR se sale por la tangente con lloriqueos sobre nuestras «malas interpretaciones» es porque, sin atreverse a decir las aberraciones del PCI (Programa), sus ambigüedades conducen a ellas: «Nosotros decimos que la función (subrayado en el original) económica de la guerra mundial (esto es sus consecuencias para el capitalismo) es devaluar capital como preludio necesario para un posible nuevo ciclo de acumulación» ([5]).
Esta visión de la «función económica de la guerra imperialista» viene de Bujarin. Éste, en La Economía mundial y el imperialismo, libro que escribió en 1915, y que fue una aportación en cuestiones como el capitalismo de Estado o la liberación nacional, desliza, sin embargo, un error importante, ve las guerras imperialistas como un instrumento del desarrollo capitalista: «La guerra no puede detener el curso general del desarrollo del capital mundial, sino que, al contrario, es la expresión de la expansión al máximo del proceso de centralización... La guerra recuerda, por su influencia económica, en muchos aspectos las crisis industriales, de las que se distingue, desde luego, por la mayor intensidad en las conmociones y estragos que produce» ([6]).
La guerra imperialista no es un medio de «devaluación del capital» sino una expresión del proceso histórico de destrucción, de esterilización de medios de producción y vida, que caracteriza globalmente al capitalismo decadente.
Destrucción y esterilización de capital no es lo mismo que devaluación de capital. El período ascendente del capitalismo comportaba crisis cíclicas periódicas que llevaban a periódicas devaluaciones de capitales. Es el movimiento señalado por Marx: «Al mismo tiempo que disminuye la tasa de beneficio, la masa de capitales aumenta. Paralelamente, se produce una depreciación del capital existente, que detiene esa baja e imprime un movimiento más rápido a la acumulación de valor-capital... La depreciación periódica del capital existente, que es un medio inmanente al régimen de producción capitalista, para detener la baja de la cuota de beneficio y acelerar la acumulación de valor capital mediante la formación de capital nuevo, perturba las condiciones dadas –en las cuales se efectúan los procesos de circulación y de reproducción del capital– y, como consecuencia, va acompañada de bruscas interrupciones y de crisis en el proceso de producción» ([7]).
El capitalismo, por su propia naturaleza, desde sus orígenes, tanto en el período ascendente como en la decadencia, cae constantemente en la sobreproducción y, en ese marco, las periódicas sangrías de capital le son necesarias para retomar con más fuerza su movimiento normal de producción y circulación de mercancías. En el período ascendente, cada etapa de devaluación de capital se resolvía en una expansión a mayor escala de las relaciones capitalistas de producción. Y esto era posible porque el capitalismo encontraba nuevos territorios precapitalistas que podía integrar en su esfera sometiéndolos a las relaciones salariales y mercantiles que le son propias. Por esa razón «las crisis del siglo XIX que Marx describe lo son todavía de crecimiento, crisis en las que el capital sale reforzado... Tras cada crisis quedan aún mercados nuevos por conquistar para los países capitalistas» ([8]).
En el período de decadencia estas crisis de devaluación de capitales prosiguen y se hacen más o menos crónicas ([9]). Sin embargo, a ese rasgo inherente y consustancial del capitalismo, se superpone otro característico de su época de decadencia y fruto de la agravación extrema de las contradicciones que comporta dicha época: la tendencia a la destrucción y la esterilización de capital.
Esta tendencia viene dada por la situación de bloqueo histórico que determina la época decadente del capitalismo: «¿Qué es la guerra imperialista mundial? Es la lucha por medios violentos, a la que se ven obligados a librarse los diferentes grupos capitalistas, no para la conquista de nuevos mercados y fuentes de materias primas, sino para el reparto de los ya existentes, un reparto en beneficio de unos y en detrimento de otros. El curso de la guerra se abre, y tiene sus raíces, en la crisis económica general y permanente que estalla, marcando por ello el fin de las posibilidades de desarrollo al cual ha llegado el régimen capitalista» («El renegado Vercesi», mayo 1944, en el Boletín internacional de la Fracción italiana de la Izquierda comunista, nº 5). En el mismo sentido «el capitalismo decadente es la fase en la cual la producción no puede continuar más que a condición (subrayado en el original) de tomar la forma material de productos y medios de producción que no sirven al desarrollo y la ampliación de la producción sino a su restricción y destrucción» (ídem).
En la decadencia, el capitalismo no cambia, en manera alguna, de naturaleza. Continúa siendo un sistema de explotación, continúa afectado (a una escala mucho mayor) por la tendencia a la depreciación del capital (tendencia que se hace permanente). Sin embargo, lo esencial de la decadencia es el bloqueo histórico del sistema del cual nace una poderosa tendencia a la autodestrucción y el caos: «La ausencia de una clase revolucionaria que presente la posibilidad histórica de engendrar y presidir la instauración de un sistema económico en correspondencia con la necesidad histórica, conduce la sociedad y su civilización a un atolladero, donde el desplome, el hundimiento interno, son inevitables. Marx dio como ejemplo de ese atolladero histórico las civilizaciones de Grecia y de Roma en la antigüedad. Engels, aplicando esta tesis a la sociedad burguesa, llega a la conclusión de que la ausencia o la incapacidad del proletariado llamado a resolver, superándolas, las contradicciones antitéticas que surgen en la sociedad capitalista, sólo puede tener como desembocadura la vuelta a la barbarie» (ídem).
La posición de la Internacional comunista sobre la guerra imperialista
El BIPR ironiza frente a nuestra insistencia sobre este rasgo crucial del capitalismo decadente: «Para la CCI todo se reduce a “caos” y “descomposición” y con ello no necesitamos molestarnos demasiado con un análisis detallado de las cosas. Esta es la clave de su posición» ([10]). Volveremos sobre esta cuestión; queremos precisar, sin embargo, que esa acusación de simplismo que supondría en opinión del BIPR nada menos que una negación del marxismo como método de análisis de la realidad, deberían dirigirla al Ier Congreso de la IC, a Lenin y a Rosa Luxemburgo.
No es objeto de este artículo poner en evidencia las limitaciones de la posición de la IC ([11]) sino apoyarnos en sus puntos claros. Examinando los documentos fundacionales de la Internacional comunista vemos en ellos indicaciones claras que rechazan la idea de la guerra como «solución» a la crisis capitalista y la visión de un capitalismo de posguerra que funciona «normalmente» según los ciclos de acumulación propios de su período ascendente.
«La “política de paz” de la Entente desvela aquí definitivamente a los ojos del proletariado internacional la naturaleza del imperialismo de la Entente y del imperialismo en general. Prueba al mismo tiempo que los gobiernos imperialistas son incapaces de acordar una paz “justa y duradera” y que el capital financiero no puede restablecer la economía destruida. El mantenimiento del dominio del capital financiero conduciría a la destrucción total de la sociedad civilizada o al aumento de la explotación, de la esclavitud, de la reacción política, del armamentismo y finalmente a nuevas guerras destructoras» ([12]).
La IC deja bien claro que el capital no puede restablecer la economía destruida, es decir, no puede restablecer, tras la guerra, un ciclo de acumulación «normal», sano, no puede encontrar, en suma, «una nueva juventud» como dice el PCI (Programa). Más aún, en caso de volver a un «restablecimiento», éste estaría profundamente viciado y alterado por el desarrollo del «armamentismo, la reacción política, el incremento de la explotación».
En el Manifiesto del Ier Congreso, la IC aclara que «El reparto de materias primas, la explotación de la nafta de Bakú o de Rumania, o de la hulla del Donetz, del trigo de Ucrania, la utilización de las locomotoras, de los vagones y de los automóviles de Alemania, el aprovisionamiento de pan y carne de la Europa hambrienta, todos esos problemas fundamentales de la vida económica del mundo ya no están regidos ni por la libre competencia ni tampoco por combinaciones de trusts o de consorcios nacionales o internacionales. Ellos han caído bajo el yugo de la tiranía militar para salvaguardar de ahora en adelante su influencia predominante. Si la absoluta sujeción del poder político al capital financiero condujo a la humanidad a la carnicería imperialista, esta carnicería permitió al capital financiero no solamente militarizar hasta el extremo el Estado sino también militarizarse a sí mismo, de modo tal que no puede cumplir sus funciones económicas esenciales sino mediante el hierro y la sangre» ([13]).
La perspectiva que traza la IC es la de una «militarización de la economía» cuestión que todos los análisis marxistas evidencian como una expresión de la agravación de las contradicciones capitalistas y no como su alivio o relativización aunque sea temporal (el BIPR en su Respuesta, pag. 33, rechaza el militarismo como medio de acumulación). También la IC insiste en que la economía mundial no puede volver ni al período liberal ni siquiera al de los trusts y, finalmente, expresa una idea muy importante: «el capitalismo ya no puede cumplir sus funciones económicas esenciales sino mediante el hierro y la sangre». Esto sólo puede interpretarse de una manera: tras la guerra mundial el mecanismo de acumulación ya no puede funcionar normalmente, para hacerlo necesita del «hierro y la sangre».
La perspectiva que apunta la IC para la posguerra es la agravación de las guerras: «Los oportunistas que antes de la guerra invitaban a los obreros a moderar sus reivindicaciones con el pretexto de pasar lentamente al socialismo y que durante la guerra lo obligaron a renunciar a la lucha de clases en nombre de la unión sagrada y la defensa nacional, exigen del proletariado un nuevo sacrificio, esta vez con el propósito de acabar con las consecuencias horrorosas de la guerra. Si tales prédicas lograsen influir a las masas obreras, el desarrollo del capital proseguiría sacrificando numerosas generaciones con nuevas formas de sujeción, aún más concentradas y más monstruosas, con la perspectiva fatal de una nueva guerra mundial» ([14]).
Fue una tragedia histórica que la IC no desarrollara este claro cuerpo de análisis y, además, que en su etapa de degeneración lo contradijera abiertamente con posturas que insinuaban la concepción de un capitalismo «vuelto a la normalidad» reduciendo los análisis sobre el declive y la barbarie del sistema a meras proclamas retóricas. Sin embargo, la tarea de la Izquierda comunista es precisar y detallar esas líneas generales legadas por la IC y está claro que de las citas anteriores no se desprende una orientación que vaya en el sentido de un capitalismo que da vueltas en torno a un ciclo constante de acumulación-crisis-guerra devaluativa-nueva acumulación... sino más bien en el sentido de una economía mundial profundamente alterada, incapaz de retomar las condiciones normales de la acumulación y abocada a nuevas convulsiones y destrucciones.
La irracionalidad de la guerra imperialista
Esta subestimación del análisis fundamental de la IC (y de Rosa Luxemburgo y Lenin) se pone de manifiesto en el rechazo por parte del BIPR de nuestra noción de la irracionalidad de la guerra: «Pero el artículo de la CCI altera el significado de esta afirmación (sobre la función de la guerra) porque su comentario subsiguiente es que eso significaría que estaríamos de acuerdo con que “hay una racionalidad económica en el fenómeno de la guerra mundial”. Eso implicaría que vemos la destrucción de valores como el objetivo del capitalismo, es decir, que eso es la causa (subrayado en el original) directa de la guerra. Pero causas no son lo mismo que consecuencias. La clase dominante de los Estados imperialistas no va a la guerra conscientemente para devaluar capital» ([15]).
En el período ascendente del capitalismo las crisis cíclicas no eran provocadas conscientemente por la clase dominante. Sin embargo, las crisis cíclicas tenían una «racionalidad económica»: permitían devaluar capital y, en consecuencia, reanudar la acumulación capitalista a un nuevo nivel. El BIPR piensa que las guerras mundiales de la decadencia cumplen un papel de devaluación de capital y reanudación de la acumulación. Es decir, les atribuyen una racionalidad económica de índole similar al de las crisis cíclicas en el período ascendente.
Ahí está justamente el error central tal y como advertíamos a CWO, hace ya 16 años, en nuestro artículo «Teorías económicas y lucha por el socialismo»: «Es posible percibir el error de Bujarin repitiéndose en el análisis de la CWO: “cada crisis conduce mediante la guerra a la devaluación del capital constante, lo que eleva la cuota de ganancia y permite que el ciclo de reconstrucción se repita de nuevo” (cita de la CWO tomada de la publicación Revolutionary Perspectives, nº 6, pag.18, en su artículo «La acumulación de contradicciones»). Para la CWO, por lo tanto, las crisis del capitalismo decadente son vistas en términos económicos como si fueran las crisis cíclicas del capitalismo en ascendencia, pero repetidas a un nivel más alto» ([16]).
El BIPR sitúa la diferencia entre ascendencia y decadencia únicamente en la magnitud de las interrupciones periódicas del ciclo de acumulación: «Las causas de la guerra vienen de los esfuerzos de la burguesía para defender sus valores de capital frente a los de los rivales. Bajo el capitalismo ascendente tal rivalidad se expresaba en el nivel económico y entre firmas rivales. Aquellos que podían alcanzar un grado de concentración de capital más grande (tendencia capitalista a la centralización y el monopolio) estaban en posición... de empujar a sus competidores contra la pared. Esta rivalidad llevaba también a una sobreacumulación de capital que desembocaba en las crisis cada 10 años del siglo XIX. En éstas las firmas más débiles quebraban o eran tomadas por sus rivales más poderosos. El capital podía ser devaluado en cada crisis y entonces una nueva ronda de acumulación podía recomenzar, aunque el capital se hacía más centralizado y concentrado... en la era del capital monopolista, en la que la concentración ha alcanzado el nivel del Estado nacional, lo económico y lo político se interrelacionan en la etapa decadente o imperialista del capitalismo. En esta época las políticas que demanda la defensa de los valores del capital involucran a los Estados mismos y se elevan a rivalidades entre las potencias imperialistas» ([17]). Como consecuencia de ello «las guerras imperialistas no tienen tales objetivos limitados (como las del período ascendente, ndt). La burguesía... una vez se embarca en la guerra lo hace hasta que se produce la aniquilación de una nación o de un bloque de naciones. Las consecuencias de la guerra no se limitan a una destrucción física de capital sino también a una masiva devaluación del capital existente» ([18]).
En el fondo de estos análisis hay un fuerte economicismo: sólo conciben las guerras como un producto inmediato y mecánico de la evolución económica. En nuestro artículo de la Revista internacional, nº 79, expusimos que la guerra imperialista tiene una raíz económica global (la crisis histórica del capitalismo) pero de ahí no se deduce que cada guerra tenga una motivación económica inmediata y directa. El BIPR buscó en la guerra del Golfo una causa económica y cayó en el terreno del economicismo más vulgar diciendo que era una guerra por los pozos de petróleo. Igualmente ha explicado la guerra yugoslava por el apetito de no se sabe qué mercados por parte de las grandes potencias ([19]). Es cierto que luego, bajo la presión de nuestras críticas y de las evidencias empíricas, corrigió esos análisis pero no ha llegado nunca a poner en cuestión ese economicismo vulgar que no puede concebir la guerra sin una causa inmediata y mecánica de tipo «económico» detrás de ella ([20]).
El BIPR confunde rivalidad comercial y rivalidad imperialista que no son necesariamente iguales. La rivalidad imperialista tiene como causa de fondo una situación económica de saturación general del mercado mundial, pero eso no quiere decir que tenga como origen directo la mera concurrencia comercial. Su origen es económico, estratégico y militar y en él se concentran factores históricos y políticos.
De la misma forma, en el período ascendente del capitalismo, las guerras (de liberación nacional o coloniales) si bien tenían una finalidad económica global (la constitución de nuevas naciones o la expansión del capitalismo mediante la formación de colonias) no venían directamente dictadas por rivalidades comerciales. Por ejemplo, la guerra franco-prusiana tuvo orígenes dinásticos y estratégicos pero no venía ni de una crisis comercial insalvable para ninguno de los contendientes ni de una particular rivalidad comercial. Esta cuestión el BIPR es capaz de entenderla hasta cierto punto cuando dicen: «Mientras las guerras post-napoleónicas del siglo XIX tenían sus horrores (como lo ve correctamente la CCI) la verdadera diferencia estaba en que se luchaba por objetivos específicos que permitían alcanzar soluciones rápidas y negociadas. La burguesía del siglo XIX todavía tenía la misión programática de destruir los residuos de los viejos modos de producción y crear verdaderas naciones» ([21]). Además, el BIPR ve muy bien la diferencia con el período decadente: «el coste de un mayor desarrollo capitalista de las fuerzas productivas no es inevitable. Además, estos costes han alcanzado tal escala que amenazan la destrucción de la vida civilizada tanto a corto plazo (medio ambiente, hambrunas, genocidio) y a largo plazo (guerra imperialista generalizada)» ([22]).
Las constataciones del BIPR son correctas y las compartimos plenamente, pero deberían plantearle una pregunta muy simple: ¿qué significa que las guerras de la decadencia tengan «objetivos totales» y que el coste del mantenimiento del capitalismo llegue hasta el extremo de suponer la destrucción de la humanidad? ¿pueden corresponder esas situaciones de convulsión y destrucción que el BIPR reconoce que son cualitativamente diferentes a las del período ascendente, a una situación económica de reproducción normal y sana de los ciclos de acumulación del capital, que sería idéntica a la del período ascendente?.
La enfermedad mortal del capitalismo decadente el BIPR la sitúa únicamente en el momento de las guerras generalizadas, pero no la ven en los momentos de aparente normalidad, en los períodos donde, según ellos, se desarrolla el ciclo de acumulación del capital. Esto le lleva a una peligrosa dicotomía: por un lado, conciben épocas de desarrollo de los ciclos normales de acumulación del capital donde asistimos a un crecimiento económico real, se producen «revoluciones tecnológicas», crece el proletariado. En estas épocas de plena vigencia del ciclo de acumulación, el capitalismo parece volver a sus orígenes, su crecimiento parece mostrarle en una situación idéntica a su período juvenil (esto el BIPR no se atreve a decirlo, mientras que el PCI-Programa lo afirma abiertamente). Por otro lado, estarían las épocas de guerra generalizada en las cuales la barbarie del capitalismo decadente se manifestaría en toda su brutalidad y violencia.
Esta dicotomía recuerda fuertemente a la que expresaba Kautski con su tesis del «superimperialismo»: por una parte, reconocía que tras la Primera Guerra mundial el capitalismo entraba en un período donde podían producirse grandes catástrofes y convulsiones, pero, al mismo tiempo, establecía que había una tendencia «objetiva» a la concentración suprema del capitalismo en un gran trust imperialista lo cual permitía un capitalismo pacífico.
En el prólogo al libro antes citado de Bujarin (La Economía mundial y el imperialismo), Lenin denuncia esta contradicción centrista de Kautsky: «Kautsky ha prometido ser marxista en la época de los graves conflictos y de las catástrofes, que él se ha visto forzado a prever y a definir muy netamente, cuando, en 1909, escribía su obra sobre el tema. Ahora que está absolutamente fuera de duda que dicha época ha llegado, Kautski se limita a seguir prometiendo ser marxista en una época futura, que no llegará quizá nunca, la del superimperialismo. En una palabra, el prometerá ser marxista, tanto como se quiera, pero en otra época, no en el presente, en las condiciones actuales, en la época que vivimos» (libro citado, pág. 6, edición española).
Guardando las distancias, al BIPR le pasa lo mismo. El análisis marxista de la decadencia del capitalismo lo guarda celosamente para el período en que estalle la guerra, entre tanto para el período de acumulación se permite un análisis que hace concesiones a las mentiras burguesas sobre la «prosperidad» y el «crecimiento» del sistema.
La subestimación de la gravedad del proceso de descomposición del capitalismo
Esa tendencia a guardar el análisis marxista de la decadencia para el período de guerra generalizada explica la dificultad que tiene el BIPR para comprender la actual etapa de la crisis histórica del capitalismo: «La CCI ha sido consecuente desde su fundación hace 20años en dejar de lado todo intento de análisis sobre cómo el capitalismo ha conducido la crisis actual. Piensa que todo intento de ver los rasgos específicos de la crisis presente es equivalente a decir que el capitalismo ha resuelto la crisis. No se trata de eso. Lo que incumbe a los marxistas actualmente es tratar de entender por qué la crisis presente sobrepasa en duración a la gran depresión de 1873-96. Pero mientras esta última fue una crisis cuando el capitalismo entraba en su fase monopolista y era todavía soluble por una simple devaluación económica, la crisis de hoy amenaza la humanidad con una catástrofe muchísimo más grande» ([23]).
No es cierto que la CCI haya renunciado a analizar los rasgos de la presente crisis. El BIPR se convencerá de esto estudiando los artículos que regularmente publicamos en cada número de la Revista internacional, siguiendo la crisis en todos sus aspectos. Para nosotros la crisis abierta en 1967 es la reaparición en forma abierta de una crisis crónica y permanente del capitalismo en su decadencia, es la manifestación de un freno profundo y cada vez más incontrolable del mecanismo de acumulación capitalista. Los «rasgos específicos» que tiene la crisis actual constituyen las distintas tentativas del capital a través del reforzamiento de la intervención del Estado, la huida hacia adelante en el endeudamiento y las manipulaciones monetarias y comerciales, para evitar una explosión incontrolable de su crisis de fondo y, simultáneamente, la evidencia del fracaso de tales pócimas y su efecto perverso de agravar mucho más el mal incurable del capitalismo.
El BIPR ve como la «gran tarea» de los marxistas explicar la larga duración de la crisis actual. No nos sorprende que al BIPR le choque esa larga duración de la crisis, en la medida en que no comprenden el problema de fondo: no asistimos al fin de un ciclo de acumulación sino a una situación histórica prolongada de bloqueo, de alteración profunda, del mecanismo de acumulación. Una situación, como decía la IC, donde el capitalismo no puede asegurar sus funciones económicas esenciales más que por el hierro y la sangre.
Este problema de fondo que tiene el BIPR le lleva a ironizar una vez más acerca de nuestra posición sobre la actual situación histórica de caos y descomposición del capitalismo: «mientras podemos estar de acuerdo en que hay tendencias hacia la descomposición y el caos (después de 20 años del fin del ciclo de acumulación es difícil ver cómo no podía ser de otra manera) éstas no pueden ser utilizadas como eslóganes para evitar un análisis concreto de qué es lo que está pasando» ([24]).
Como se ve, lo que más le preocupa al BIPR es nuestro supuesto «simplismo», una especie de «pereza intelectual» que se refugiaría en gritos radicales sobre la gravedad y el caos de la situación del capitalismo, como muletilla para no entrar en un análisis concreto de lo que está pasando.
La preocupación del BIPR es justa. Los marxistas nos molestamos y nos molestaremos (esa es una de nuestras obligaciones dentro del combate del proletariado) en analizar detalladamente los acontecimientos evitando caer en generalidades retóricas al estilo del «marxismo ortodoxo» de Longuet en Francia o de las vaguedades anarquistas que reconfortan mucho pero que ante los momentos decisivos llevan a graves desvaríos oportunistas cuando no a traiciones descaradas.
Sin embargo para poder hacer un análisis concreto de «lo que está pasando» hay que tener un marco global claro y es en ese terreno donde el BIPR tiene problemas. Como no comprende la gravedad y la profundidad de las alteraciones y el grado de degeneración y contradicciones del capitalismo en «tiempos normales», en las fases del ciclo de acumulación, todo el proceso de descomposición y caos del capitalismo mundial, que se ha acelerado substancialmente con el derrumbe del bloque del Este en 1989, se le escapa de las manos, es incapaz de comprenderlo.
El BIPR debería recordar las estupideces lamentables que dijo cuando el derrumbe de los países estalinistas especulando sobre los «fabulosos mercados» que estos solares de ruinas podrían ofrecer a los países de Occidente y creyendo que supondrían un alivio de la crisis capitalista. Luego, ante lo aplastante de las evidencias empíricas y gracias a nuestras críticas, el BIPR ha corregido sus errores. Esto está muy bien y revela su responsabilidad y su seriedad ante el proletariado. Pero el BIPR debería ir al fondo del asunto: ¿por qué tantas meteduras de pata? ¿por qué tiene que cambiar arrastrado por los hechos mismos? ¿qué vanguardia es esa que tiene que cambiar de posición a remolque de los acontecimientos, incapaz siempre de preverlos?. El BIPR debería estudiar atentamente los documentos donde hemos expuesto las líneas generales del proceso de descomposición del capitalismo ([25]). Comprobaría que no hay problema de «simplismo» por nuestra parte sino de retraso e incoherencia por la suya.
Estos problemas tienen una nueva muestra en la siguiente especulación del BIPR: «Una prueba más del idealismo de la CCI está en su acusación final al Buró de que “no tiene una visión unitaria y global de la guerra” lo cual llevaría a la “ceguera y la irresponsabilidad (sic)” de no ver que una próxima guerra podría significar “nada menos que la completa aniquilación del planeta”. La CCI podría tener razón, aunque nos gustaría conocer las bases científicas de esta predicción. Nosotros mismos hemos dicho siempre que la próxima guerra amenaza la existencia de la humanidad. Sin embargo no hay una certeza absoluta de esta destrucción total de todo lo existente. La próxima guerra imperialista podría no desembocar en la destrucción final de la humanidad. Hay armas de destrucción masiva que no se han usado en conflictos anteriores (como por ejemplo las armas químicas o biológicas) y no hay garantía que un holocausto nuclear podría abarcar todo el planeta. De hecho los preparativos presentes de las potencias imperialistas incluyen la eliminación de armas de destrucción masiva a la vez que se desarrollan las armas convencionales. Incluso la burguesía entiende que un planeta destruido no sirve para nada (incluso si las fuerzas que dirigen hacia la guerra y la naturaleza de la guerra acaban en última instancia fuera de su control)» ([26]).
El BIPR debería aprender un poco de la historia: en la Primera Guerra mundial todos los bandos emplearon las máximas fuerzas de destrucción, corrieron desesperados por encontrar el ingenio más mortífero. En la Segunda Guerra mundial cuando Alemania ya estaba vencida se produjeron los masivos bombardeos de Dresde empleando bombas incendiarias y de fragmentación y después con Japón igualmente vencido Estados Unidos empleó la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Después, la masa de bombas que cayó en 1971 sobre Hanoi en una noche superó la masa de bombas caídas en todo 1945 sobre Alemania. A su vez, la «alfombra de bombas» que lanzaron los «aliados» sobre Bagdad batió el triste récord de Hanoi. En la misma guerra del Golfo se probaron, experimentando sobre los propios soldados norteamericanos, nuevas armas de tipo nuclear-convencional y químico. Se empieza a saber ahora que Estados Unidos hizo en los años 50 experimentos sobre su propia población con armas bacteriológicas... Y ante esa masa de evidencias que se pueden leer en cualquier publicación burguesa, el BIPR ¡tiene la torpeza y la ignorancia de especular sobre el grado de control de la burguesía, sobre «su interés» en evitar un holocausto total!. De forma suicida, el BIPR sueña en que se emplearían armas «menos destructivas» cuando 80 años de historia prueban todo lo contrario.
En esta especulación insensata, el BIPR no sólo no comprende la teoría sino que ignora olímpicamente la aplastante y repetida evidencia de los hechos. Debería comprender lo gravemente erróneo y revisionista de esas ilusiones estúpidas de pequeño burgués impotente que se agarra al clavo ardiendo de que «incluso la burguesía entiende que un planeta destruido no sirve para nada».
El BIPR debe superar su centrismo, su oscilación entre una posición coherente sobre la guerra y la decadencia del capitalismo y las teorizaciones especulativas que hemos criticado sobre la guerra como medio de devaluación del capital y reanudación de la acumulación. Esos errores le llevan, en efecto, a no considerar y tomarse en serio como instrumento coherente de análisis lo que él mismo dice: «incluso si las fuerzas que dirigen hacia la guerra y la naturaleza de la guerra acaban en última instancia fuera de su control».
Esta frase es para el BIPR un mero paréntesis retórico; pero si quisiera ser plenamente fiel a la Izquierda comunista y comprender la realidad histórica esa frase debería ser su guía de análisis, el eje de pensamiento para comprender concretamente los hechos y las tendencias históricas del capitalismo actual.
Adalen
27-5-95
[1] En su respuesta el BIPR desarrolla otras cuestiones como una peculiar concepción del capitalismo de Estado que no trataremos aquí.
[2] Ver en Revista internacional, nº 77 y 78, «Negar la decadencia del capitalismo equivale a desmovilizar al proletariado ante la guerra».
[3] El BIPR afirma su coincidencia con nuestra posición pero en vez de reconocer la importancia y las consecuencias de esa convergencia de análisis reacciona de forma sectaria y nos acusa de mantener ese rechazo del error que cometió Rosa Luxemburgo sobre el «militarismo como sector de acumulación de capital» de manera deshonesta. En realidad, como luego demostraremos, la comprensión de que el militarismo no es un medio de acumulación de capital es un argumento a favor de nuestra tesis fundamental sobre el bloqueo creciente de la acumulación en el período de decadencia, y no un desmentido de esa tesis. Por otra parte, los compañeros del BIPR se confunden cuando dicen que es gracias a su crítica si cambiamos de posición sobre el tema del militarismo. Deberían leer los documentos de nuestros predecesores (la Izquierda comunista de Francia) que contribuyeron de manera fundamental al análisis de la economía de guerra a partir de una crítica sistemática a la idea de Vercesi de la «guerra como solución a la crisis capitalista». Ver «El renegado Vercesi» (1944).
[4] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 29.
[5] Ídem.
[6] Libro citado, pág. 139, edición española.
[7] El Capital, libro 3º, sección 3ª, capítulo XV, parte 2.
[8] «Las teorías sobre las crisis: desde Marx hasta la IC», en Revista internacional, no 22, pag. 17.
[9] Ver nuestro artículo de polémica con el BIPR en Revista internacional nº 79, apartado «La naturaleza de los ciclos de acumulación en la decadencia capitalista».
[10] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 30.
[11] La IC en sus dos primeros Congresos tenía como tarea urgente y prioritaria llevar adelante los intentos revolucionarios del proletariado mundial y reagrupar sus fuerzas de vanguardia. En ese sentido sus análisis sobre la guerra y la posguerra, sobre la evolución del capitalismo etc. no pudieron ir más allá de la elaboración de unos rasgos generales. El curso posterior de los acontecimientos, las derrotas del proletariado y el avance veloz de la gangrena oportunista en el seno de la IC, condujeron a que contradijera esos rasgos generales y a que las tentativas de elaboración teórica (en particular, la polémica de Bujarin contra Rosa Luxemburgo en su libro El Imperialismo y la acumulación de capital, de 1924) constituyeran una brutal regresión respecto a la claridad de los dos primeros Congresos.
[12] «Tesis sobre la situación internacional y la política de la Entente», Documentos del Ier Congreso de la IC, pág.78, edición española.
[13] Ídem.
[14] Ídem.
[15] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, p. 29.
[16] Revista internacional, no 16, pag. 19.
[17] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 29-30.
[18] Ídem.
[19] Ver el artículo «El medio político proletario ante la guerra del Golfo» en Revista internacional, no 64.
[20] Battaglia Communista de enero de 1991 anunciaba, a propósito de la guerra del Golfo, que «la tercera guerra mundial ha comenzado el 17 de enero» (dia de los primeros bombardeos directos de los «aliados» sobre Bagdad). En el número siguiente, BC pliega velas ante la metedura de pata pero en lugar de sacar lecciones del error persisten en él: «en ese sentido, afirmar que la guerra que ha comenzado el 17 de enero marca el inicio del tercer conflicto mundial no es un acceso de fantasía, sino tomar acta de que se ha abierto la fase en la que los conflictos comerciales, que se han acentuado desde principios de los años 70, no pueden solucionarse si no es con la guerra generalizada». Ver en Revista internacional, nº 72, el artículo «Cómo no entender el desarrollo del caos y los conflictos imperialistas» donde se critican y analizan estos y otros lamentables patinazos.
[21] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13.
[22] Ídem, pág. 31.
[23] Ídem, pág. 34.
[24] Ídem, pág. 35.
[25] Ver en Revista internacional, no 60, las «Tesis sobre los países del Este» acerca del hundimiento del estalinismo; en la Revista internacional, no 62, «La descomposición del capitalismo»; y en Revista internacional, no 64, «Militarismo y descomposición».
[26] «Las bases materiales de la guerra imperialista», Internacionalist Communist Review, no13, pag. 36.