“En
Europa occidental, el sindicalismo revolucionario ha surgido en
muchos países como resultado directo e inevitable del
oportunismo, del reformismo, del cretinismo parlamentario. En
nuestro país también, los primeros pasos de la
“actividad parlamentaria” han fortalecido el
oportunismo hasta el extremo, llevando a los mencheviques a
arrastrarse ante los Cadetes (…) El sindicalismo
revolucionario se desarrollará por necesidad en suelo ruso
como reacción contra esa conducta vergonzante de
socialdemócratas ‘famosos’” (1).
Ese texto de Lenin, citado ya en el artículo anterior de
esta serie, se puede muy bien aplicar a la Francia de principios
del siglo XX. Para muchos militantes, asqueados por “el
oportunismo, el reformismo, y el cretinismo parlamentario”,
la Confederación general del trabajo (CGT) francesa fue en
gran medida la organización faro del nuevo sindicalismo
“revolucionario”, que “se basta a sí
mismo” (según la expresión de Pierre Monatte)
(2). Sin embargo, aunque el desarrollo del sindicalismo
revolucionario es un fenómeno internacional en el
proletariado de entonces, lo específico de la situación
política y social en Francia permitió que el
anarquismo desempeñara un papel muy importante en el
desarrollo de la CGT. La conjunción entre una auténtica
reacción proletaria contra el oportunismo de la IIª
Internacional y de los viejos sindicatos y la influencia de las
ideas anarquistas, típicas de la pequeña burguesía
artesana, fue el origen de lo que desde entonces se llama
anarco-sindicalismo.