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Las grandes campañas ideológicas de la burguesía europea a propósito del terrorismo (el “affaire Schlayer” en Alemania y el “caso Moro” en Italia), tapujos vergonzantes de un sistemático fortalecimiento del Estado burgués y de su terror, han llevado al primer plano de las preocupaciones de los revolucionarios la cuestión de la violencia, el terror y el terrorismo. Estos problemas no son nuevos para los comunistas que, desde hace ya mucho tiempo, denunciamos la barbarie con que la clase dominante ejerce su poder sobre la sociedad, la bestialidad con la que, incluso los regímenes más democráticos, hacen frente a la más mínima puesta en cuestión del orden existente. También los revolucionarios hemos puesto de manifiesto que esas campañas no van dirigidas contra las picaduras de mosquito de algún que otro elemento desesperado producto de la descomposición de las capas pequeño burguesas, sino contra la clase obrera cuya revuelta, necesariamente violenta, será, cuando surja, la única y verdadera amenaza para el capitalismo.
Las grandes campañas ideológicas de la burguesía europea a propósito del terrorismo (el “affaire Schlayer” en Alemania y el “caso Moro” en Italia), tapujos vergonzantes de un sistemático fortalecimiento del Estado burgués y de su terror, han llevado al primer plano de las preocupaciones de los revolucionarios la cuestión de la violencia, el terror y el terrorismo. Estos problemas no son nuevos para los comunistas que, desde hace ya mucho tiempo, denunciamos la barbarie con que la clase dominante ejerce su poder sobre la sociedad, la bestialidad con la que, incluso los regímenes más democráticos, hacen frente a la más mínima puesta en cuestión del orden existente. También los revolucionarios hemos puesto de manifiesto que esas campañas no van dirigidas contra las picaduras de mosquito de algún que otro elemento desesperado producto de la descomposición de las capas pequeño burguesas, sino contra la clase obrera cuya revuelta, necesariamente violenta, será, cuando surja, la única y verdadera amenaza para el capitalismo.
La responsabilidad de los comunistas ha sido pues denunciar esas campañas en lo que son y también poner en evidencia el servilismo cretino de los grupos izquierdistas como, por ejemplo, algunos trotskystas, que se han prestado a denunciar a las “Brigadas Rojas” por haber condenado a Moro «sin suficientes pruebas», o «sin el acuerdo de la clase obrera». Pero si se hacía imprescindible denunciar el terror burgués y reafirmar igualmente que la clase obrera necesita la violencia para destruir el capitalismo, también era necesario que los revolucionarios dejaran claro:
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el verdadero significado del terrorismo.
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la forma que toma la violencia de la clase obrera en su lucha contra la burguesía.
Resulta, sin embargo, que en el seno mismo de organizaciones que defienden posiciones de clase, existen algunas posiciones erróneas que ven la violencia, el terror y el terrorismo como si fueran sinónimos, y que consideran por tanto que:
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podría existir un “terrorismo obrero”.
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que la clase obrera debería oponer al “terror blanco” de la burguesía su propio “terror revolucionario”, algo así como su simétrico.
El PCI.(Partido Comunista Internacional), bordiguista, es quien expresa más claramente esta confusión al escribir: «Del estalinismo, ellos (los Marchais y los Pelikan) no rechazan más que los aspectos revolucionarios, el partido único, la dictadura, el terror, que había heredado de la revolución proletaria». (“Programme Communiste”, nº 76, pág.87).
Para esta organización, por tanto, el terror, aunque fuera obra del estalinismo, es de esencia revolucionaria. Se deduce de ello que existiría una identidad entre los métodos de la revolución proletaria y los de la peor contrarevolución que haya sufrido jamás la clase obrera.
También el PCI, por muchas reservas y temores que expresase a que estos actos condujesen a callejones sin salida, se inclinó por presentar las acciones terroristas de Baader y sus compañeros, como signos anunciadores y ejemplos de la futura violencia de la clase obrera. Así, por ejemplo, en el número 254 de su publicación “Le Proletaire”, puede leerse: «Con ánimo angustiado hemos seguido la trágica epopeya de Andreas Baader y sus compañeros, participantes en ese movimiento de la lenta acumulación de las premisas para la reanudación proletaria. (...). La lucha proletaria conocerá otros mártires,...».
Veamos finalmente cómo la idea de un “terrorismo obrero” aparece claramente en pasajes como este: «En resumen, para ser revolucionario, no basta con denunciar la violencia y el terror del Estado burgués; también hay que reivindicar la violencia y el terrorismo como armas indispensables de la emancipación del proletariado». (“Le Proletaire” nº 253).
Frente a semejantes confusiones, nos proponemos establecer en este texto, más allá de las simples definiciones de diccionario y del uso abusivo de términos que hayan podido cometer accidentalmente algunos revolucionarios en el pasado, las verdaderas diferencias existentes, desde el punto de vista de la clase obrera, entre Terrorismo, Terror y Violencia; y de ésta la que el proletariado en particular deberá emplear para lograr su emancipación.
Violencia de clase y pacifismo
Reconocer la lucha de clases supone aceptar la violencia como uno de sus elementos fundamentales e inherentes a la misma. La existencia de clases supone el desgarramiento de la sociedad por antagonismos de clase irreconciliables, sobre los que se constituyen precisamente las clases. Las relaciones sociales entre las clases son necesariamente de oposición y antagónicas, es decir de lucha.
Pretender lo contrario, o sea que ese estado de cosas podría superarse merced a la buena voluntad de todos, a la colaboración y armonía entre las clases, significa situarse fuera de la realidad, en plena utopía.
Que las clases explotadoras profesen y divulguen tales ilusiones no debe sorprendernos, ya que están “naturalmente” convencidas de que no puede existir otra sociedad mejor que aquella en la que ellas son la clase dominante. Esta convicción ciega y absoluta les viene dictada por sus intereses y privilegios. Y como quiera que éstos se confunden con la supervivencia de la sociedad que esas clases dominan, no es de extrañar su mucho interés en predicar en las clases dominadas y explotadas que renuncien a luchar, que acepten el orden social imperante, que se sometan a las “leyes históricas”, que esas mismas clases dominantes declaran como inmutables. Eso explica que las clases dominantes estén tan objetivamente incapacitadas para entender el dinamismo de la lucha de clases - de las clases oprimidas -, como subjetivamente interesadas en que las clases oprimidas renuncien a cualquier atisbo de lucha. Para ello tratan de anular su voluntad de lucha con toda clase de embustes.
Pero no sólo entre las clases explotadoras dominantes aparece tal actitud respecto a la lucha de clases. Algunas corrientes creyeron posible evitar esa lucha apelando a la inteligencia, a una mejor comprensión, a los hombres de buena voluntad,... para crear una sociedad armónica, fraterna e igualitaria. Tal fue el caso de los utopistas en los momentos iniciales del capitalismo. Y no es que éstos, a diferencia de la burguesía y sus ideólogos, estuvieran interesados en negar la lucha de clases para mantener los privilegios de la clase dominante. Si pretendían eludir la lucha de clases se debía sobre todo a su incomprensión de las razones históricas de la propia existencia de las clases sociales. Lo que mostraban era más bien su inmadurez para comprender la realidad misma, una realidad en la que la lucha de clases, la lucha del proletariado contra la burguesía, era ya un hecho. Por ello, aunque ponían de manifiesto el inevitable retraso de la conciencia respecto a lo existente, los utopistas representaron, en todo caso, un esfuerzo en esa toma de conciencia, una manifestación de los primeros balbuceos teóricos de la clase obrera. No en vano los utopistas pueden ser considerados como los precursores del movimiento socialista, y sus trabajos como aportaciones considerables a ese movimiento, que encontrará en el marxismo los cimientos científicos e históricos de la lucha de clase del proletariado.
En un terreno completamente diferente se sitúan, sin embargo, los movimientos humanistas y pacifistas que afloraron desde la segunda mitad del siglo XIX, y que pretenden ignorar la lucha de clases. Estos movimientos no han aportado absolutamente nada a la emancipación de la humanidad, y son únicamente la expresión de clases y capas sociales pequeño burguesas, históricamente anacrónicas e impotentes, que sobreviven aplastadas en la sociedad moderna en la lucha entre capitalismo y proletariado. Su ideología a-clasista, interclasista y contraria a la lucha de clases, representa el lamento de clases impotentes, condenadas, sin provenir alguno en el capitalismo, y menos aún en el socialismo, la sociedad que el proletariado aspira a instaurar. Sus ideas y sus comportamientos políticos resultan ridículas y miserables, traduciéndose en lamentaciones, rogativas e ilusiones absurdas que sólo sirven de obstáculos al avance de la voluntad del proletariado. Precisamente por ello resultan perfectamente utilizables por el capitalismo, ¡y bien que éste las aprovecha!, en su afán de apoyar todo aquello que pueda emplear como instrumento de mistificación.
La existencia de las clases y de la lucha de clases implica obligatoriamente violencia de clases. Sólo lamentables plañideras o charlatanes redomados – o sea la socialdemocracia - , puede pretender negar tal evidencia. Pero es que, hablando en un plano más general, la violencia es una característica de la misma vida a la que acompaña en todo su desarrollo. Cualquier acción conlleva consigo cierto grado de violencia. El movimiento mismo está hecho de violencia pues es el resultado de una constante ruptura de un equilibrio, ruptura que proviene del choque entre fuerzas contradictorias.
La violencia ha estado presente desde las relaciones entre los primeros grupos de hombres, y no se expresa necesariamente en forma de violencia física descarada. También es violencia todo lo que es imposición, coerción, establecimiento de relaciones de fuerza, amenazas. Es violencia emplear la agresión física o fisiológica contra otros seres, pero también lo es imponer tal o cual situación o decisión por el hecho de disponer de los medios para ejercer la agresión, aun sin tener necesariamente que llegar a emplearlos. Podemos afirmar por tanto que la violencia, bajo una u otra forma, se manifiesta desde el mismo momento en que hay movimiento o vida, que la división en clases de la sociedad la ha convertido en uno de los cimientos más importantes de las relaciones sociales, y que en el capitalismo ha alcanzado abismos infernales.
Toda explotación de clase basa su poder en la violencia, una violencia creciente hasta el extremo de que llega a convertirse en la principal institución social, en su principal pilar, el que sostiene y mantiene todo el edificio de la sociedad, pues sin ella se hundiría inmediatamente. Siendo originariamente el necesario resultado de la explotación de una clase por otra, la violencia organizada, concentrada e institucionalizada en la forma acabada del Estado, se vuelve dialécticamente factor, condición fundamental para que siga existiendo y perpetuándose la sociedad de explotación. Frente a esa violencia cada vez más sanguinaria y asesina de las clases explotadoras, las clases explotadas y oprimidas deben oponer su propia violencia de clase si quieren liberarse. Apelar a los sentimientos “humanistas” de las clases explotadoras, como hacen los religiosos al estilo Tolstoi o Ghandi, o los “socialistas” de vía estrecha, equivale a creer en milagros, a implorar de los lobos que se conviertan en corderos, a pedirle a la clase capitalista que se transforme en clase obrera.
La violencia de la clase explotadora, inherente a su ser, sólo puede ser frenada mediante la violencia revolucionaria de las clases oprimidas. Comprender esto, preverlo, prepararse para ello, organizarlo, etc., no es sólo la condición decisiva para la victoria de las clases oprimidas, sino que además asegura esa victoria atenuando la cantidad y la duración de los sufrimientos. No es revolucionario quien emita la menor duda o la menor vacilación respecto a esto.
La violencia de las clases explotadoras y dominantes: el terror
Hemos analizado que es inconcebible la explotación sin la violencia, que una y otra son orgánicamente inseparables. Puede concebirse una violencia al margen de relaciones de explotación, pero éstas sólo pueden llevarse a cabo a través y gracias a la violencia. Son como los pulmones y el aire que éstos necesitan para funcionar.
Lo mismo que le sucedió al capitalismo en su paso a la fase imperialista, también la violencia combinada con la explotación, adquirió cualidades novedosas y especiales. Dejó de ser algo accidental o secundario para pasar a ser algo cuya presencia se ha hecho permanente en todas las esferas de la vida social. Impregna todas las relaciones, penetra por todos los poros del cuerpo social, tanto en lo general como en lo que se llama personal. Naciendo de la explotación y de la necesidad de someter a la clase trabajadora, la violencia se acaba imponiendo sistemáticamente en todas las relaciones entre las diferentes clases y capas de la sociedad, entre los países industrializados y los subdesarrollados y entre los industrializados mismos, entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos, entre los profesores y los alumnos, entre los individuos, entre gobernantes y gobernados,... La violencia se especializa, se estructura, se organiza, se concentra en un cuerpo diferente y separado: el Estado - con sus ejércitos permanentes, su policía, sus cárceles, sus leyes, sus funcionarios y torturadores,... - que tiende a situarse, dominándola, por encima de la sociedad.
Para asegurar la explotación del hombre por el hombre, la violencia se convierte en la primera actividad social, en la que la sociedad gasta incluso una parte cada vez mayor de sus recursos económicos y culturales. La violencia se ha elevado a culto, arte, ciencia. Una ciencia aplicada no sólo al campo militar y a la técnica armamentística, sino a todos los ámbitos, a todos los niveles: a la organización de campos de concentración, a la instalación de cámaras de gas masivas, al arte del exterminio rápido y sistemático de poblaciones enteras, a la creación de auténticas universidades de la tortura científica y psicológica en las que se doctoran pléyades de torturadores con patente y diploma. Una sociedad que no sólo «chorrea sangre por todos sus poros», como decía Marx, sino que ya no puede vivir ni respirar un sólo instante fuera de esa atmósfera hedionda y pestilente de cadáveres, muerte, destrucción y matanzas, sufrimientos y torturas. En esta sociedad, la violencia que se ha elevado ya a su enésima potencia, cambia cualitativamente para convertirse en terror.
Hablar de violencia en general sin hacer referencia a las condiciones concretas, a los períodos históricos, a las clases que la ejercen,... significa no entender absolutamente nada de su contenido real, de aquello que le confiere una cualidad diferente y específica en las sociedades de explotación, y el por qué de esa modificación fundamental que convierte la violencia en terror, que no se trata de un mero cambio cuantitativo. No ver la diferencia cualitativa entre violencia y terror, equivale a razonar de la misma manera que si tratando, por ejemplo, la cuestión de la mercancía, no viéramos más que una simple diferencia cuantitativa entre la antigüedad y el capitalismo, sin darnos cuenta de la diferencia cualitativa esencial entre esos dos modos de producción esencialmente distintos.
Conforme se va desarrollando la sociedad dividida en clases, la violencia en manos de la clase dominante y explotadora irá tomando cada vez más un nuevo carácter: el del terror. El terror no es un atributo de las clases revolucionarias cuando hacen su revolución, como un instrumento para llevarla a cabo. Esta es una visión puramente formal y completamente superficial, que acaba por glorificar el terror como la acción revolucionaria por excelencia y la determinante. Se llega así a establecer como axioma que «cuanto más fuerte es el terror, más radical y profunda es la revolución». Pero tal “axioma” ha quedado rotundamente desmentido por la historia. Si tomamos el ejemplo de la burguesía, resulta que esta clase ha perfeccionado y utilizado más el terror con el transcurrir de su existencia que cuando realizó su revolución. El terror de la burguesía ha alcanzado sus cotas más altas precisamente desde que el capitalismo entró en decadencia. El terror no es la expresión de la naturaleza y de la acción revolucionarias de la burguesía cuando hizo su revolución, es decir algo ligado al hecho revolucionario, aunque en aquellos momentos tuviese manifestaciones espectaculares. El terror es sobretodo la expresión de su naturaleza de clase explotadora, es decir, que únicamente puede basar su poder en el terror. Las revoluciones que permitieron la sucesión de las diferentes sociedades de explotación de clase no crearon el terror, sino que se limitaron a transferirlo, a darle continuidad, de una clase explotadora a otra. El perfeccionamiento y reforzamiento del terror que ha desarrollado la burguesía no tuvo como principal objetivo la antigua clase dominante para acabar con ella, sino, sobre todo, asentar su dominio sobre la sociedad en general y contra la clase obrera en particular. El terror en la revolución burguesa no fue más que una continuidad, puesto que la nueva sociedad es también una sociedad de explotación del hombre por el hombre. La violencia de las revoluciones burguesas no fue el fin de la opresión sino la opresión sin fin. Por eso esa violencia no puede ser más que terror.
Resumiendo: el terror puede definirse como la violencia específica y particular de las clases explotadoras y dominantes en la historia, y sólo con ellas desaparecerá. Sus características esenciales son:
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Estar unido orgánicamente a la explotación para imponerla.
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Ser propio de una clase privilegiada.
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Ser propio de una clase minoritaria de la sociedad.
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Ser atributo de un cuerpo especializado, estrictamente seleccionado y cerrado, y que tiende a escapar al control de la sociedad.
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Reproducirse y perfeccionarse sin fin, y extenderse a todos los niveles, a todos los planos, de las relaciones que existen en la sociedad.
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No tener otro sentido que el de someter y aplastar a la comunidad humana.
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Hacer surgir sentimientos de hostilidad y violencia entre los grupos sociales: nacionalismo, patrioterismo, racismo y demás monstruosidades.
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Hacer surgir sentimientos y comportamientos egoístas, de agresividad sádica, de ánimo de revancha, de guerras contínuas y cotidianas de todos contra todos, hundiendo a la sociedad entera en un estado de terror sin límites.
El terrorismo de las clases y capas pequeñoburguesas
Las clases pequeño burguesas (campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, profesionales liberales, intelectuales, etc.) no son clases fundamentales de la sociedad, pues no representan un modo de producción particular, ni ofrecen proyecto histórico alguno a la sociedad. No son clases históricas en el sentido marxista del término. Son, inequívocamente, las menos homogéneas de las clases sociales. Aunque sus capas superiores sacan sus rentas de la explotación del trabajo de los demás y por ello forman parte de los privilegiados; esas clases en su conjunto, están sometidas al dominio de las clases capitalistas, y sufren de éstas el rigor de las leyes y la opresión. No tienen ningún porvenir como clase. La mayor aspiración de sus estratos superiores es integrarse individualmente en la clase capitalista. Y, en cuanto a sus capas más inferiores, se ven irremediable e implacablemente abocadas a perder toda propiedad e “independencia” de medios de subsistencia y a proletarizarse. Existe también una enorme masa intermedia condenada a ir vegetando económica y políticamente, sometida al imperio de la clase capitalista. Su comportamiento político se ve determinado por la relación de fuerzas entre las dos clases fundamentales de la sociedad (capitalismo y proletariado). Su resistencia desesperada a las despiadadas leyes del Capital les empuja a una visión y un comportamiento fatalistas y pasivos. Su ideología es en el plano individualista el “sálvese quien pueda”, y en el colectivo las múltiples variantes de lamentaciones quejumbrosas, la búsqueda de cualquier miserable consuelo, los impotentes y ridículos sermones pacifistas y humanistas de todo tipo.
Aplastadas materialmente, sin porvenir alguno ante sí, vegetando en un presente de horizontes completamente cerrados y en una ilimitada mediocridad cotidiana; esas clases son, por su falta de esperanzas, presa fácil de toda clase de mistificaciones, desde las más pacíficas (sectas religiosas, naturalistas, anti-violencia, hippies, ecologistas, anti-nucleares, etc.), hasta las más sangrientas (grupos patrioteros, progromistas, racistas, Ku-Klux-Klan, bandas fascistas, gángsteres y mercenarios de toda ralea). En éstas últimas, en las más sangrientas, es, sobre todo, donde encuentran la compensación de una ilusoria dignidad frente a una decadencia real acentuada día tras día por el desarrollo del capitalismo. Se trata del heroismo de la cobardía, de la valentía del pusilánime, la gloria de la mediocridad sórdida. Entre sus filas encuentra el capitalismo, tras haberles hundido en la peor bajeza, reservas inagotables donde reclutar a sus héroes del terror.
Aunque a lo largo de la historia se dieron explosiones de cólera y violencia por parte de esas clases, se trató siempre de revueltas esporádicas que nunca sobrepasaron la “jacquerie” o la algarada local, pues no tenían más perspectiva que la ser aplastadas. En el capitalismo esas clases han perdido por completo su independencia y sólo sirven de masa de maniobra y apoyo en los enfrentamientos entre las diferentes fracciones de la clase dominante tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales. En momentos de crisis revolucionaria, y en ciertas circunstancias favorables, el profundo descontento de una parte de esas clases sí podría servir de fuerza de apoyo a la lucha proletaria.
El inevitable proceso de empobrecimiento y de proletarización de las capas infereriores de esas clases es un camino difícil y doloroso que da lugar al surgimiento de corrientes de acentuada rebeldía. La combatividad de esos elementos, procedentes sobre todo de los artesanos y de la intelectualidad desclasada, nace más de su situación de individuos desesperados que de la lucha de clases del proletariado, lucha ésta que, por otra parte, les cuesta mucho integrar y entender. Lo que les caracteriza es, antes bien, el individualismo, la impaciencia, el escepticismo, la desmoralización, por lo que sus acciones tienen más que ver con el suicidio espectacular que con un combate para alcanzar una meta. Habiendo perdido “su pasado”, y sin porvenir alguno ante sí, esos elementos viven en un presente miserable, y se rebelan desesperados contra la miseria de ese presente que sienten en lo inmediato y como algo inmediato. Incluso si, al estar en contacto con la clase obrera y su perspectiva histórica, tratan de inspirarse en los ideales de ésta aunque sea de forma generalmente deformada, lo cierto es que esta “inspiración” rara vez supera el nivel de la fantasía o del sueño. Su visión de la realidad queda encerrada en el terreno reducido y limitado de lo contingente. La expresión política de esas corrientas toma formas muy variadas que van desde la mera acción individual hasta las diversas formas de las sectas cerradas, conspirativas, preparadoras de “golpes de Estado”, de acciones ejemplares y, en última instancia, el terrorismo.
Lo que da unidad a toda esa diversidad es la completa ignorancia de lo que es el determinismo histórico y objetivo de la lucha de clases, la falta de entendimiento de quién es el sujeto histórico de la sociedad actual, el único capaz de asegurar la transformación, es decir el proletariado.
Si existieron y siguen existiendo manifestaciones de esa corriente es porque el proceso de proletarización de esas capas ha persistido a lo largo de toda la historia del capitalismo. Sus variantes han sido el resultado de las situaciones locales y contingentes. Este fenómeno social fue paralelo a la historia de la formación de la clase proletaria, encontrándose así entremezclado en distintos grados al movimiento del proletariado en el que introdujeron ideas y comportamientos ajenos a la clase. Esto es particularmente evidente en lo que respecta al terrorismo.
Debemos insistir especialmente y remarcar este punto esencial para no dar lugar a ningún tipo de ambigüedad. Si, en los inicios de su formación como clase y de su tendencia a organizarse, el proletariado no encontraba aún las formas apropiadas, e imitó por tanto el tipo de organización de las sociedades conspirativas, secretas, herencia de la revolución burguesa; eso no quita que éstas tuvieran un carácter de clase burgués y que resultaran inadecuadas para el nuevo contenido, el de la lucha de clase del proletariado, que prontó, además, necesitó desprenderse y rechazar definitivamente tales formas de organización y métodos de acción.
Lo mismo que sucedió en cuanto a la elaboración teórica y su etapa utopista, la formación de organizaciones políticas de la clase pasó, inevitablemente, por la fase de sectas conspirativas. Pero no hay que recrear la confusión haciendo de la necesidad una virtud. Necesitamos, por el contrario, evitar confundir las diferentes estapas del movimiento y saber distinguir el significado diferente y opuesto de sus expresiones en las diferentes etapas.
Y lo mismo que el socialismo utópico, que tras haber realizado una gran contribución positiva se convirtió - cuando el movimiento obrero alcanzó una determinada etapa - en freno para su posterior desarrollo; así también en esa misma etapa ya más avanzada, las sectas conspirativas quedarán como algo negativo y esterilizante para el avance posterior del movimiento. La corriente representativa de esas capas en vías de una dolorosa proletarización dejará entonces de aportar la menor contribución a un movimiento de clase ya desarrollado. Desde ese momento, esa corriente no sólo va a reivindicarse del tipo sectario de organización y de sus métodos conspirativos característicos, sino que además, precisamente por aparecer como algo anacrónico respecto al movimiento real, se vio obligada a llevar esa reivindicación a ultranza, a hacer de ella una auténtica caricatura, expresándose en última instancia en la preconización de la acción terrorista.
El terrorismo no es sólo la acción del terror. No se trata de meras disquisiciones terminológicas. Lo que queremos poner de relieve es el sentido social y las diferencias que recubren esos término. El terror es un sistema de dominio estructurado, permanente, que emana de las clases explotadoras. El terrorismo es, por el contrario, una reacción de una clase oprimida pero sin ningún porvenir contra el terror de la clase opresora. Son reacciones momentáneas, sin continuidad, reacciones de venganza y sin mañana.
De ese tipo de movimientos pueden encontrarse emotivas descripciones en los escritos de Panait Istrati sobre los “Haiduc” en el contexto histórico de la Rumanía del siglo XIXº. Volveremos a encontrarlas en los “Narodnikis” rusos o incluso, por diferentes que parezcan, en los anarquistas y la “Banda de Bonnot”,... Todas esas expresiones tienen la misma naturaleza: venganza de impotentes, porque eso es lo que son. No son nunca el anuncio de algo nuevo, sino la expresión desesperada de un final, del suyo propio.
Reacción impotente de la impotencia, el terrorismo ni afecta ni puede hacer temblar el terror de la clase dominante. Es la picadura del mosquito en la piel del elefante. Al contrario, puede ser y a menudo es explotado por el Estado para justificar y reforzar el terror.
Hay que denunciar sin concesiones el mito de que el terrorismo sirva o podría servir de detonador de la lucha del proletariado. Resultaría muy sorprendente que una clase con devenir histórico tenga que encontrar en una clase sin porvenir alguno, el elemento detonador de su propia lucha.
Es totalmente absurdo pretender que el terrorismo de las capas más radicalizadas de la pequeña burguesía, tendría el mérito de destruir en la clase obrera los efectos de la mentira democrática, de la legalidad burguesa o de mostrarle el camino indispensable de la violencia. El proletariado no tiene lección alguna que sacar del terrorismo radical, sino es la de separarse de él rechazándolo, pues la violencia del terrorismo se sitúa, fundamentalmente, en el campo burgués de lucha. El proletariado comprende la necesidad indispensable de la violencia a partir de su existencia misma, de sus luchas, de sus experiencias, de sus enfrentamientos con la clase dominante. Esta violencia, por su naturaleza y por su contenido, por su forma y métodos, se distingue tan radicalmente del terrorismo pequeño burgués como del terror de la clase explotadora dominante.
Es cierto que la clase obrera manifiesta generalmente una actitud de solidaridad y simpatía no respecto al terrorismo al cual condena como ideología, organización y métodos, sino respecto a los individuos que lo practican. Esto es así por razones evidentes:
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Porque se han rebelado contra el orden de terror existente, orden que el proletariado se propone destruir de arriba a abajo.
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Porque, al igual que la clase obrera, también son víctimas de la cruel explotación y opresión por parte del enemigo mortal del proletariado: la clase capitalista y su Estado. El proletariado no puede evitar manifestar su solidaridad con esas víctimas, procurando salvarles de manos de sus verdugos, el terror del Estado existente; pero procurando también sacarles del callejón mortalemente peligroso en que se han metido, o sea el terrorismo.
La violencia de clase del proletariado
No vamos a insistir aquí en la necesaria violencia de la lucha de clase del proletariado. Eso equivaldría a redundar en lo que desde hace ya casi dos siglos, desde los “Iguales” de Babeuf, ha quedado demostrado teórica y prácticamente como necesidad inevitable. También resulta fútil reiterar la perogrullada, presentándola además como si fuera un descubrimiento, de que todas las clases se ven obligadas a usar la violencia y que el proletariado no es una excepción. Si nos limitásemos a enunciar verdades que se han vuelto banalidades, acabaríamos planteando una especie de ecuación totalmente vacua: “violencia = violencia”. Se establece así una equivalencia, una igualdad tan simplista como absurda entre la violencia del capital y la violencia del proletariado, obviando y ocultando su diferencia esencial de que mientras una es opresiva la otra es liberadora.
Repetir esa tautología de “violencia = violencia”, limitándose a demostrar que todas las clases la utilizan, para así afirmar su naturaleza idéntica, es tan “inteligente y genial” como decir que el acto de un cirujano en una cesárea que da nacimiento a la vida, y el acto de un asesino rajando a su víctima para asesinarla, son iguales por el simple hecho de que tanto uno como otro emplean instrumentos similares, actúan sobre la misma zona del cuerpo o con una técnica parecida.
Lo que de verdad interesa no es repetir que “la violencia,... es violencia”, sino subrayar con todo énfasis las diferencias esenciales, es decir en qué, por qué, y cómo, la violencia del proletariado se distingue fundamentalmente del terror y del terrorismo de las demás clases.
Si diferenciamos terror y violencia de clase no es por querer ser puntillosos ni escrupulosos en la terminología, ni tampoco porque el término terror nos produzca repugnancia o pudor como a una virgen atemorizada; sino para resaltar más claramente la diferencia de naturaleza de clase, de contenido y de formas, que el empleo de un mismo termino ocultaría desdibujándolas. El vocabulario va por detrás de la realidad de los hechos, y además cuando las palabras no consiguen discriminar la diferencia de contenidos, es como resultas de un pensamiento insuficientemente elaborado que mantiene así una ambiguedad siempre nociva. Tenemos el ejemplo del término “socialdemocracia” que no tenía nada que ver con la esencia revolucionaria y la meta comunista que tiene la organización política del proletariado. Lo mismo sucede con el término “terror” que a veces aparece en las obras de la literatura socialista, incluso en la de los “clásicos”, junto a “revolucionario” o “del proletariado”. Hay que ponerse en guardia contra quienes abusan citando literalmente frases, pero sin ponerlas en su contexto, sin explicitar las circunstancias en que fueron escritas, contra qué adversario, etc., pues deforman o traicionan el pensamiento mismo de los autores. Hay que subrayar además, que las más de las veces estos mismos autores aunque emplearan la palabra “terror”, se cuidaban de dejar bien sentada la diferencia de fondo y de forma entre el del proletariado y el de la burguesía, entre la Comuna de París por un lado y Versalles por otro, entre el de la revolución y el de la contrarevolución en la guerra civil en Rusia. Si creemos que ya es hora de distinguir bien las cosas, asignando palabras distintas, es porque hay que disipar ya la ambiguedad alimentada por el empleo de términos idénticos, sobre todo la confusión de que entre uno y otro sólo existiría una diferencia de cantidad o de intensidad, cuando estamos hablando en realidad de una naturaleza de clase completamente diferente. Aunque se tratase únicamente de un cambio únicamente de cantidad, eso significaría para los marxistas – que reivindican el método dialéctico – un cambio de cualidad.
Si rechazamos el término terror y preferimos el de violencia de clase del proletariado, lo hacemos no sólo para expresar nuestra repugnancia de clase hacia el contenido real de explotación y de opresión que es el terror, sino también para acabar con las trapacerías casuísticas e hipócritas de que “el fin justifica los medios”.
Los propagandísticas incondicionales del terror, esos calvinistas de la revolución que son los bordiguistas, desdeñan las cuestiones de formas de organización y de los medios. Para ellos sólo existe la “meta”, para la cúal puede ser utilizado sin distinción cualquier medio. «La revolución es un problema de contenido y no de formas de organización» repiten sin descanso, excepto... en lo referente al terror. En este punto son categóricos: «No hay revolución sin terror», y no es revolucionario quien no es capaz de matar algún que otro niño. En este caso el terror, considerado como medio, se vuelve condición absoluta, imperativo categórico de la revolución y de su contenido. ¿Por qué esta excepción? Podríamos plantearnos, a la inversa, otro tipo de preguntas: si de verdad las cuestiones de los medios y las formas de la organización no tienen ninguna importancia para la revolución proletaria ¿no podría esta llevarse a cabo bajo la forma monárquica o parlamentaria, por ejemplo? ¿por qué no?
Pero lo cierto es que querer separar contenido y formas, fin y medios, es completamente absurdo. En la realidad contenido y formas están intimamente relacionados. Un fin no contiene cualquier medio sino los suyos apropiados y tales medios sólo son válidos para tales fines. Cualquier otro tipo de análisis no conduce más que a especulaciones sofistas.
Si rechazamos el terror como expresión de la violencia del proletariado no es por no se sabe que prejuicio moral, sino porque el terror, como método y contenido, se opone por naturaleza a los fines que persigue y se propone el proletariado. ¿Creen estos calvinistas de la revolución que van a convencernos de que para conseguir nuestra meta, el comunismo, el proletariado podría o debería recurrir a medios tales como inmensos campos de concentración, el exterminio sistemático de poblaciones por millones o instalando una tupida red de cámaras de gas más perfeccionadas aún que las de Hitler? ¿Forma parte el genocidio del “Programa” y de la “vía calvinista” al socialismo?
Basta recordar la enumeración que antes hicimos de las características del contenido y de los métodos del terror para darse cuenta del abismo que lo separa y lo opone al proletariado:
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«Estar unido orgánicamente a la explotación para imponerla» El proletariado es una clase explotada y lucha por la supresión de la explotación del hombre por el hombre.
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«Ser propia de una clase privilegiada». El proletariado no tiene ningún privilegio y lucha por la supresión de todo privilegio.
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«Ser propia de una clase minoritaria de la sociedad».El proletariado representa con los demás trabajadores la inmensa mayoría de la sociedad. Quizás algunos vean en esta referencia “nuestra irremediable propensión hacia los principios de la democracia”, de mayorías y minorías, sin darse cuenta de que son ellos los que están obnubilados por ese problema hasta el extremo de hacer de la minoría, por puro horror visceral a la mayoría, el criterio de la verdad revolucionaria. El socialismo es irrealizable si no se basa en la posibilidad histórica y si no se corresponde a los intereses fundamentales y a la voluntad de la inmensa mayoría de la sociedad. Este es uno de los argumentos claves de Lenin en “El Estado y la Revolución”, y también de Marx cuando afirmaba que el proletariado no podría emanciparse sin emancipar al conjunto de la humanidad.
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«Atribuirse a un cuerpo especializado,...» El proletariado ha escrito en su bandera la destrucción del ejército permanente, de la policía, etc. ; en favor del armamento general del pueblo y, ante todo, del proletariado. «... que tiende a separarse de todo control por parte de la sociedad» El proletariado tiene como objetivo la negación de toda especialización, y, al no ser esto posible inmediatamente, la exigencia de su total sumisión al control de la sociedad.
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« Reproducirse y perfeccionarse sin fin...» El proletariado se propone acabar con esa reproducción y perfeccionamiento y eso desde el día siguiente a la toma del poder.
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«No tener otro sentido que el de someter y aplastar a la comunidad humana». Las metas del proletariado son diametralmente opuestas. La razón de ser de su revolución es la liberación y la realización de la comunidad humana.
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«Hacer surgir sentimientos de hostilidad y violencia entre los grupos sociales: nacionalismo, patrioterismo, racismo,...». El proletariado suprimirá todos esos anacronismos históricos que se han convertido en monstruosidades y trabas para la unificación armoniosa, necesaria y posible, de toda la humanidad.
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«Hacer surgir sentimientos y comportamientos egoístas, de agresividad sádica, de ánimo de revancha, de guerras contínuas y cotidianas de todos contra todos,...». El proletariado, al contrario, hace surgir sentimientos nuevos: solidaridad, vida colectiva, fraternidad, libre asociación de productores, producción y consumo socializados. Si la esencia de las clases explotadoras es «hundir a la sociedad entera en un estado de terror sin límites», el proletariado, por el contrario, apela a la iniciativa y a la creatividad de todos para que tomen, en un clima de entusiasmo general, su vida y su suerte en sus propias manos.
La violencia de clase del proletariado no podrá ser nunca el terror, ya que su razón de ser es precisamente destruirlo. Considerar idénticos violencia y terror es jugar con las palabras, y confundirlos intercambiando los términos, poniendo en un mismo plano al asesino amenazando con el cuchillo y la mano que lo inmoviliza y le impide cometer el crimen. El proletariado no podrá recurrir jamás a la organización de “progromos”, al linchamiento, a montar escuelas de tortura, a la violación, a “procesos de Moscú”, etc. como medios y métodos para la realización del socialismo. Esos métodos se los deja al capitalismo, porque son inherentes a éste, le son propios, forman parte de él, están adaptados a sus fines: Son esos métodos los que llevan el nombre genérico de terror.
Ni el terrorismo antes, ni el terror después de la revolución, podrán ser armas del proletariado para la emancipación de la humanidad.
MC
Marzo de 1978.