enero - abril 1980
El nuevo auge de combatividad obrera a que asistimos desde hace más de un año obliga a las organizaciones revolucionarias a desarrollar su intervención. Más que nunca, hay que saber comprender rápidamente la importancia de una situación e intervenir destacando "los fines generales del movimiento" de manera concreta y comprensible.
La intervención concreta en las luchas es un test, una manera de medir la solidez teórico-política y organizativa de un grupo revolucionario. En ese sentido, cualquier ambigüedad y vacilación a nivel programático, se traduce inevitablemente en intervenciones erróneas, vagas, dispersas e incluso en una parálisis frente a la realidad de un movimiento de auge de luchas. Por ejemplo, en las luchas actuales y venideras, la comprensión del papel de los sindicatos es un problema clave para el desarrollo de la autonomía del proletariado en su terreno de clase. Si un grupo revolucionario no ha comprendido que los sindicatos han dejado de ser órganos de la clase obrera y se han convertido, para siempre y sin esperanza de que cambien, en armas del Estado capitalista en medio obrero, ese grupo no puede contribuir a la evolución de la conciencia de clase.
La acción de la clase exige respuestas claras sobre todos los fundamentos teóricos de un programa de clase: tanto sobre la crisis económica como sobre las luchas de liberación nacional o sobre las diferentes expresiones de la descomposición del mundo burgués en general. Es por esa razón que la discusión y la reflexión en los grupos revolucionarios y entre los grupos a nivel internacional se da como fin clarificar, criticar, completar y actualizar las posiciones políticas del marxismo que hemos heredado y principalmente las de la última gran organización obrera internacional, la Internacional Comunista.
Pero la intervención concreta durante enfrentamientos de clase no sólo permite medir las capacidades "teóricas", programáticas, de una organización; permite igualmente medir las capacidades organizativas de un grupo político proletario. Durante los diez años que siguieron a la oleada de luchas de 1968, el medio revolucionario trabajó arduamente para tomar conciencia de la necesidad de trabajar de manera organizada e internacional, para mantener y desarrollar una prensa revolucionaria, para crear organizaciones dignas de llamarse así. En el período actual de resurgimiento de las luchas, un grupo que no es capaz de movilizarse, de hacer acto de presencia política, de intervenir enérgicamente cuando los acontecimientos se precipitan, está condenado a fracasar, a quedarse impotente. Por muy justas que puedan ser sus posiciones políticas, se convierten en pura palabrería, en frases huecas. Para una organización proletaria, la eficacia de su intervención depende de los principios programáticos así como de la capacidad para dotarse de un marco organizativo conforme a sus principios. Estas condiciones son necesarias pero no son suficientes. Así como la capacidad de crear una organización política apropiada no se desprende automáticamente de una comprensión teórica de los principios comunistas sino que requiere además una toma de conciencia específica del problema de la organización de los revolucionarios (comprender y saber adaptar las enseñanzas del pasado a las especificidades del período actual), asimismo la intervención eficaz en las lucha actuales no es el resultado automático de una comprensión teórica u organizativa. La reflexión y la acción forman un todo coherente, la praxis, pero cada aspecto de la totalidad aporta su contribución al conjunto y exige capacidades específicas.
En el plano teórico, hay que saber analizar la relación de fuerzas entre las clases pero en un lapso de tiempo suficientemente largo y a escala de las fases históricas. Las posiciones de clase, el programa comunista, evolucionan y se enriquecen lentamente, siguiendo el paso de la experiencia histórica, dejando a los que estudian esos problemas el tiempo de asimilarlos. Además el estudio teórico permite, si no de manera integra, al menos de manera adecuada, comprender el materialismo histórico, el funcionamiento del sistema capitalista y sus leyes fundamentales.
De la misma manera, respecto a la cuestión de la práctica organizativa, aunque un conocimiento teórico no puede sustituir a una continuidad orgánica que las convulsiones del siglo XX destruyeron, un esfuerzo de voluntad y la experiencia limitada pero real de nuestra generación pueden aportar clarificaciones. Muy diferentes es el problema cuando se trata de intervenir puntualmente en acontecimientos que se están desarrollando. En este caso se trata de analizar una coyuntura que no cubre un período de 20 años ni de 5, sino de poder comprender lo que está en juego a corto plazo, unos meses, unas semanas, a veces sólo unos días. Durante un conflicto entre clases, se asiste a fluctuaciones importantes muy rápidas ante las cuales hay que saber orientarse, guiándose con los principios y los análisis. Hay que estar en la corriente del movimiento, saber concretizar los "fines generales" para responder a las preocupaciones reales de una lucha, para poder apoyar y estimular las tendencias positivas que aparecen. En este caso el conocimiento teórico no puede sustituir a la experiencia. Las experiencias limitadas a las cuales han participado la clase obrera y los revolucionarios desde 1968 no son suficientes para adquirir un juicio certero.
La CCI, como la clase obrera, no descubre la intervención de repente, hoy. Pero queremos contribuir a una toma de conciencia de la envergadura que pueden tomar las luchas en los años venideros y que no serán comparables con las del pasado inmediato. Las explosiones actuales y, aun más las venideras, pondrán a los revolucionarios ante grandes responsabilidades y todo el medio obrero debe aprovechar las experiencias de unos y de otros para corregir mejor las flaquezas, para prepararse mejor. Es por eso que volvemos a tratar aquí sobre las luchas en Francia del invierno pasado y la intervención de la CCI desde el asalto a la comisaría de policía de Longwy en Febrero de 1979 por los obreros de la siderurgia hasta la marcha a Paris del 23 de marzo de 1979. Desde entonces, hubo otras experiencias importantes de intervención, particularmente en la huelga de los estibadores del puerto de Rótterdam en el otoño de 1979 (ver "Internationalisme", periódico de la sección de la CCI en Bélgica). Pero dedicamos este artículo a los acontecimientos en torno al 23 de Marzo porque hemos recibido muchas críticas por parte de grupos políticos; críticas hechas a veces "desde las alturas" (generalmente por aquellos que no intervinieron en absoluto) por grupos que, por lo visto, parecer querer darnos lecciones.
La CCI no ha pretendido jamás tener la ciencia infusa ni el programa acabado. Cometemos errores inevitablemente y nos esforzamos por reconocerlos y por corregirlos. Al mismo tiempo, queremos responder a "nuestros censores", esperando que así se clarificará una experiencia para todos y no con el propósito de lanzar luchas estériles entre los grupos políticos.
Si tomamos la manifestación del 23 de Marzo aparte, como acontecimiento asilado, no se comprende por que provocó tantas discusiones y polémicas. Una manifestación en París, conducida por la CGT no es algo nuevo. Una multitud de gente desfilando durante horas no tiene, en sí, nada de excitante. Tampoco la movilización excepcional de las fuerzas de policía ni el enfrentamiento violento de miles de manifestaciones con la policía son algo nuevo. Lo hemos visto en otras ocasiones. Pero la visión cambia radicalmente y adquiere otro significado cuando se deja de tener una óptica obtusa y se sitúa al 23 de Marzo en un contexto más general. Ese contexto indica un cambio profundo en la evolución de la lucha del proletariado. No es el 23 de Marzo lo que acarrea un cambio; es el cambio habido lo que explica el 23 de Marzo, el cual es sólo una de sus manifestaciones.
¿En qué consiste la nueva situación?
La respuesta es : en la ola de luchas fuertes y violentas de la clase obrera que se anuncia contra la agravación de la crisis y las medidas draconianas de austeridad que el capital impone al proletariado: despidos, inflación, disminución del nivel de vida, etc.
Durante cuatro o cinco años, de 1973 a 1978, el capitalismo logró contener el descontento de los obreros en Europa con el espejismo de un "cambio". La "izquierda al poder" fue la principal arma para mistificar a la clase obrera y permitió canalizar el descontento hacia el atolladero de las elecciones. Durante todos esos años, la izquierda puso todo su afán en minimizar la dimensión histórica y mundial de la crisis, explicándola como un producto de la mala administración de los partidos de derecha. La crisis dejaba de ser una crisis general del capitalismo para convertirse en una crisis propia de cada país y que, por lo tanto, era debida a los gobiernos de derecha. De esto se desprendía que la solución podía igualmente encontrarse dentro del marco nacional, con sólo cambiar la derecha por la izquierda en el gobierno. Ese tema embaucador fue de lo más eficaz para desmovilizar a la clase obrera en todos los países de Europa occidental. Durante años, la esperanza ilusoria de que mejorar las condiciones de vida era posible con la llegada de la izquierda al poder adormeció la combatividad de la primera ola de luchas obreras. Fue así como la izquierda pudo poner en práctica el "Contrato social" en Gran-Bretaña, el "Compromiso Histórico" en Italia, el "pacto de la Moncloa" en España, el "Programa común" en Francia, etc.
Pero, como escribía Marx: «no se trata de saber lo que tal o cual proletario, o hasta el proletariado entero se presentan momentáneamente como meta. Se trata de lo que es el proletariado y de lo que se verá históricamente obligado a hacer, conforme a su ser»[1]. El peso de la ideología y de las mistificaciones burguesas puede, momentáneamente calmar el descontento obrero, pero no puede detener indefinidamente el curso de la lucha de clases. En las condiciones históricas actuales, las ilusiones sobre "la izquierda al poder" no podían aguantar mucho tiempo ante la agravación de la crisis y eso tanto en los países en donde la izquierda estaba ya en el gobierno como en aquellos en donde estaba en camino. La barrera de "la izquierda al poder" se fue gastando y fue cediendo lentamente ante la acumulación de un descontento cada día más perceptible y más difícil de contener.
Los sindicatos, que son los que están presentes más directamente dentro de la clase, en los lugares de trabajo, en las fábricas, son los que se dan cuenta en primer lugar del cambio que se opera en la clase y de los peligros de una explosión de lucha. Toman conciencia de que, con la postura que han adoptado - apoyo a la izquierda al poder- no van a poder controlar esas luchas. Son ellos quienes presionan a los partidos políticos de izquierda (de los cuales son una prolongación), para hacer valer la necesidad de pasar urgentemente a la oposición, lugar más adecuado para descarrilar el tren del nuevo auge de luchas obreras.
Al no poder como antes oponerse e impedir que estallen luchas y huelgas, los partidos de izquierda y, en primer lugar, los sindicatos, se ven obligados a apoyarlas radicalizando su lenguaje para poder acribillarlas mejor desde dentro.
Los grupos revolucionarios tardaron mucho y tardan todavía en comprender plenamente esta nueva situación, que se caracteriza por la izquierda en la oposición con todas sus implicaciones. Al seguir repitiendo generalidades sin tomar en cuenta los cambios que han intervenido en la realidad concreta, sus intervenciones se quedan en el reino de lo abstracto y sus tiros yerran inevitablemente el blanco.
El 23 de marzo no es un acontecimiento aislado sino que forma parte del curso general de reanudación de las luchas. Lo preceden una serie de huelgas, en muchos lugares de Francia y, más particularmente en París: huelgas duras de fuertes combatividad. Es sobre todo el producto directo de las luchas de los obreros de la siderurgia de Longwy y de Denain que dieron lugar a enfrentamientos violentos con las fuerzas armadas del Estado. Fue a los obreros de Longwy y Denain, en lucha contra la amenaza de despidos en masa a quien se le ocurrió la idea de la marcha a Paris. ¿Debían los revolucionarios apoyar esa iniciativa y participar a esa acción? Todo titubeo en ese respecto es absolutamente inadmisible. El que la CGT (Confederación General de Trabajadores - PC), después de haber hecho todo lo posible por hacer fracasar ese proyecto y retrasarlo conjuntamente con las otras centrales sindicales, se decidiera a participar, encargándose de "organizar" la marcha, no podía de ninguna manera justificar la no participación de los revolucionarios. Sería estúpido que se pudieran a esperar luchas "puras" y que la clase obrera haya logrado deshacerse complemente de la presencia de los sindicatos para dignarse participar en sus luchas. Sí esa fuera una condición necesaria, entonces los revolucionarios no participarán nunca en las luchas de clase obrera, ni siguiera en la revolución. Al mismo tiempo, lo que se hace en ese caso es demostrar la inutilidad de la existencia de los grupos revolucionarios.
Al tomar la iniciativa FORMAL de la marcha del 23 de Marzo, la CGT demostró no tanto la inanidad de la manifestación sino su gran capacidad de maniobra y de recuperación para poder sabotear mejor y desviar las acciones del proletariado. Esta capacidad de los sindicatos para sabotear las luchas obreras desde el interior mismo de las luchas es el peligro más grande al que deberá enfrentarse en los meses venideros y por muchos tiempos la clase obrera; es también el combate más difícil que van a tener los revolucionarios contra esos agentes de la burguesía que son los peores. Los revolucionarios aprenderán a luchar contra esos órganos desde el interior de las luchas y no quedándose al margen. Y no es con generalidades abstractas sino en la práctica, con ejemplos concretos durante la lucha, comprensibles y convincentes para todo obrero, como los revolucionarios lograrán desenmascarar a los sindicatos y denunciar su papel anti-obrero.
Muy diferente es la manera de proceder de nuestros eminentes censores. No hablemos de los modernistas que están todavía preguntándose: ¿quién es el proletariado? Esos están todavía tratando de descubrir las fuerzas subversivas capaces de transformar la sociedad. Es pérdida de tiempo tratar de convencerlos. Nos los encontraremos, quizás, después de la revolución, ¡si sobreviven hasta ese entonces! Otros, los intelectuales, están, demasiado ocupados escribiendo sus grandes obras... No tienen tiempo que perder con pequeñeces como el 23 de Marzo. Existen también los "excombatientes", escépticos por naturaleza y que miran las luchas actuales encogiéndose de hombros. Cansados y desengañados por las luchas pasadas a las cuales participaron antaño, no le tienen mucha fe a las luchas presentes. Prefieren escribir sus memorias y sería inhumano molestarlos en su triste retiro. También están los espectadores de buena voluntad que, aunque a veces sufren con el mal de la escritura, son, sin embargo, "anti-militantes" furibundos. Su gran anhelo es dejarse convencer pero para eso esperan... los acontecimientos. Esperan... y no comprenden que otros formen parte de ellos.
Pero también hay grupos políticos para quienes la intervención militante es la razón de su existencia y que sin embargo critican nuestra intervención del 23 de Marzo.
El FOR (Fomento Obrero Revolucionario) por ejemplo. Activista y voluntarista más allá de lo común, ese grupo se niega a participar en la manifestación, probablemente porque era una manifestación contra el desempleo. El FOR, que sólo reconoce una "Crisis de civilización", niega que haya crisis económica del sistema capitalista. Despidos, desempleo, austeridad, son para él apariencias o fenómenos secundarios que no pueden servir de terreno de movilización para luchas obreras. Sin embargo, el FOR ha elaborado más de una vez reivindicaciones económicas tales como un aumento masivo de salarios, rechazo de horas extras, y, particularmente en 1968 pedía la semana de 35 horas. Hay que creer que era por puro gusto de sobrepuja y de radicalismo verbal. La presencia de la CGT y que ésta dirigiera la manifestación completaba las razones para denunciarla.
Otro ejemplo, el PIC (Pour une intervención comunista). Ese grupo, que había hecho de la intervención a todo gas su caballo de batalla, se distinguió por su ausencia precisamente durante esos meses tormentosos de luchas. El PIC empezó en 1974 -en el momento de estancamiento y de reflujo de las luchas- con un arranque a toda velocidad (pretendiendo "intervenir" en todas las huelgas, por pequeña y localizada que fuese, con el propósito de multiplicar hojas de fábrica, etc....) y tal un deportista de mala calidad, llega exhausto y sin aliento en el momento en que hay que saltar. Claro está, no se le ocurre al PIC preguntarse si la razón del fracaso, varias veces repetido de sus "campañas" artificiales (agrupación para apoyar a los obreros portugueses, conferencia de los grupos por la autonomía obrera, bloque anti-electoral, reuniones internacionales, etc....) no se encuentra en su incomprensión de lo que puede y debe ser una intervención, o en su declarada ignorancia de la relación que existe necesariamente entre la intervención comunista y el nivel de la lucha de clase. La intervención, para el PIC es un puro acto de voluntad, y aunque no comprenda la necesidad de nadar por la orilla cuando se quiere remontar un río, no comprende tampoco por qué se debe nadar en el medio cuando se quiere seguir la corriente del río. Todo ese razonamiento es chino para el PIC que prefiere inventar otras explicaciones para justificar su ausencia y para teorizarla, como es debido. Así pues, las intervenciones huecas, la ilusión de intervenir, se transforman hoy en ausencia efectiva de intervención.
Es precisamente cuando se manifiesta una nueva irrupción de la clase y de su voluntad combativa de plantarle cara a los ataques del capitalismo y de su política de austeridad y de despidos, cuando el PIC "descubre" que esa luchas, como las luchas por reivindicaciones económicas en general son reformismo. A esas luchas de resistencia, opone "la abolición del salariado" por la cual se propone lanzar otra campaña más.
Sabemos por experiencia qué hay detrás de esas "campañas" episódicas del PIC: burbujas de jabón que aparecen y desaparecen en seguida en el vacío. Lo que es más interesante, es el redescubrimiento que está haciendo el PIC del lenguaje de los modernistas y la recuperación de esa "fraseología revolucionaria" típica de la ex "Unión ouvriére" de la cual pretende quizás ocupar el puesto vacío. Pero regresemos a la definición del reformismo que el PIC identifica erróneamente con la resistencia obrera a los ataques inmediatos de la burguesía[2]. El reformismo en el movimiento obrero de antes de 1914 no consistía de ninguna manera en la defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera sino en la separación que operaba entre esta defensa de los intereses inmediatos y la meta final histórica del proletariado: sólo se puede llegar al comunismo con la revolución[3].
Los ideólogos de la pequeña burguesía radical, los restos del movimiento estudiantil, los continuadores anarquizantes de la escuela proudhonista, oponen al reformismo el aliento cálido de su fraseología pseudos-revolucionaria, pero comparten con él la separación artificial entre luchas inmediatas y meta final, entre reivindicaciones económicas y luchas políticas. Lo de que "el movimiento lo es todo, la meta no es nada" (Bernstein) del reformismo y lo de que "la meta lo es todo el movimiento no es nada" de la fraseología modernista no se oponen más que en apariencia; son en realidad el haz y el envés de una misma manera de proceder.
Los marxistas revolucionarios han combatido siempre tanto a unos como a otros. Se han elevado siempre enérgicamente contra toda tentativa de operar ese tipo de separación. Han demostrado siempre la unidad indivisible del proletariado, a la vez clase explotada y clase revolucionaria y la unidad indivisible de su lucha, a la vez por la defensa de sus intereses inmediatos y por su meta histórica. Así como en el período ascendente del capitalismo con la posibilidad de obtener mejoras duraderas- el abandono de la meta histórica revolucionaria equivalía a una traición del proletariado, así también en el período de decadencia, la imposibilidad de obtener mejoras no puede justificar la renuncia a la lucha de resistencia de la clase obrera ni el abandono de sus luchas por la defensa de sus intereses inmediatos. Tal abandono, por muy radical que sea la fraseología que lo defienda, significa pura y simplemente deserción y abandono de la clase obrera.
Es un abuso vergonzoso utilizar "la abolición del salariado" contra la lucha violenta de la clase obrera contra los despidos de los cuales es víctima hoy. Citar a tontas y a locas esa célebre afirmación que proviene de la exposición de Marx al "consejo general" de la AIT en 1865 contra el owenista J. Weston, conocida bajo el nombre "salario, precio y ganancia", pero separándola de su contexto, es una deformación sin escrúpulos del espíritu y de la letra del autor. Esa deformación que se arraiga en "un radicalismo falso y superficial" (Marx "salario ...") se basa en la separación y la oposición que se hace entre la defensa de las condiciones de vida de la clase obrera y la abolición del salariado. En esa excelente exposición, Marx se empeña en demostrar la posibilidad y la necesidad de que la clase obrera luche cotidianamente por la defensa de sus intereses económicos, no sólo porque es ese su interés inmediato sino, sobre todo, porque esa lucha es una de las condiciones principales de su lucha histórica contra el capital. Afirma esta advertencia: "si (el proletariado) se "contentara con admitir la voluntad, el "ukase del capitalismo como ley económica constante, compartiría toda la miseria del esclavo sin gozar de situación de seguridad de éste" (idem). Y, más lejos, después de haber demostrado que la "tendencia general de la producción capitalista no es a subir los salarios medios sino a bajarlos", Marx saca esta primera conclusión:
«Siendo esa la tendencia de las cosas en ese régimen, ¿quiere esto decir que la clase obrera deba renunciar a su resistencia contra los abusos del capital y abandonar sus esfuerzos por arrancar en las ocasiones que se presenten todo aquello que pueda aportar ciertas mejoras a su situación? Si así lo hiciera, se rebajaría a no ser más que una masa informe, aplastada, de seres famélicos a los cuales ya no se les podría aportar ninguna ayuda».
Y más lejos, sobre el mismo tema: «Si la clase obrera renunciara a su conflicto cotidiano con el capital, se privaría a sí misma de la posibilidad de emprender tal o cual movimiento de mayor amplitud» (ídem)
Nunca se le ocurrió a Marx la ridícula idea de oponer la consigna de abolición del trabajo asalariado a la lucha inmediata, considerada y rechazada como reformista, como lo quieren hacer creer los fanfarrones que se pavonean con la fraseología "revolucionaria". Al contrario, a la ilusión y la mentira de una armonía posible entre proletariado y capital, basada en una noción falsa y abstracta de justicia y de equidad, le opuso, textualmente, la consigna:
«En vez del lema conservador de "¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!", deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: "¡Abolición del sistema del trabajo asalariado!"».
¿Debemos también recordar la lucha de Rosa Luxembourg contra la separación entre programa mínimo y programa máximo, cuando reivindica (en su discurso al congreso de Fundación del Partido Comunista", a fines de 1918) la unidad del programa, la unidad entre la lucha económica e inmediata y la lucha política por la meta final, como dos aspectos de una única lucha histórica del proletariado? Es también en ese sentido que Lenin, tan aborrecido por el PIC, podía afirmar que "detrás de cada huelga se perfila el fantasma de la revolución".
Para el PIC, al contrario, la lucha contra los despidos equivale a reivindicarse... del trabajo salariado; así como para Proudhon, la asociación de los obreros y las huelgas significaban el reconocimiento del capital. ¡Así es como nuestros severos censores comprenden, interpretan y deforman el pensamiento marxista!
El PCI bordiguista (Partido Comunista Internacional), por su parte, no se queda atrás cuando se trata de minimizar la importancia de la manifestación del 23 de Marzo o aun de convertirla en otra cosa de lo que representaba realmente. Mientras que el "Le Prolétaire" n° 288 (órgano en Francia del PC Int) cubre la mayor parte de su primera página con un artículo sobre el 1° de Mayo, aunque ese día se haya convertido desde hace mucho tiempo en una celebración de la "fiesta del trabajo", en un carnaval siniestro dirigido por los peores enemigos de la clase obrera que son los partidos de izquierda y los sindicatos, al 23 de Marzo le consagran solamente algunos comentarios furtivos que convierten a esa manifestación en un "día de acción cualquiera de los que organizan los sindicatos".
Así, antes del 23 de Marzo, se puede leer en "Le Prolétaire" n° 285 (P.2): «Una vez que se han contenido las fuerzas, sólo queda convertirlas en una "gran acción" de tipo "día nacional" que, al dar la ilusión de solidaridad, mella su filo de clase y le deja como única salida una intervención en el terreno parlamentario».
Después del 23 de Marzo, el PCI vuelve a hablar de ese día y no ve más que: «un desperdicio previsible de energías obreras, una empresa de división y de desmoralización, una jornada de embrutecimiento a golpes de mugidos chovinistas, de pacifismo social y de cretinismo electoral...» (Le Prolétaire n° 287: unas cuantas lecciones de la marcha a Paris).
Así, púes, encerrado en sus esquemas del pasado, al PCI no le atañeron los enfrentamientos de clase del invierno pasado. Esto no le impidió denunciar (Le Prolétaire n° 285) «las nuevas formas más "románticas" de oportunismo que no dejarán de florecer en reacción al sabotaje reformista y centrista, saber las formas de sindicalismo, de consejismo, de autonomismo, de terrorismo, etc....». Sin tener complejos de persecución, nos podemos sentir aludidos por la referencia a los "consejistas", cuando se sabe que el PCI califica siempre así a nuestra organización y que sus militantes nos han llamado "oportunistas" y "seguidistas" más de una vez en reuniones públicas, refiriéndose a las lucha de principios del 79 en Francia.
¡Es como para creer que el PCI no se mira nunca al espejo!
Es el colmo que un "Partido" (Sic) que sigue defendiendo la "naturaleza proletaria de los sindicatos porque agrupan a obreros", argumento tan escolástico como la defensa trotskista de la naturaleza "todavía proletaria" del estado ruso, venga a hacernos reproches. No hace mucho tiempo, el PCI hacía todavía valer los títulos nobiliarios de la CGT, por sus orígenes proletarios que la distinguirían de las demás confederaciones sindicales de orígenes más dudosos. Y ¿qué se puede pensar de la lista de reivindicaciones inmediatas que elaboró el PCI en donde exigen entre otras cosas, que los desempleados puedan seguir siendo miembros de los sindicatos? Se puede recordar también la "equitativa" reclamación del derecho de voto... para los obreros inmigrados. No hemos olvidado el celo particular con el cual los miembros del PCI en el servicio de orden de la manifestación de las "Residencias Sonacotra"[4] prohibían, so pretexto de apoliticismo, la venta de periódicos revolucionarios. Y ¡Cómo hay que apreciar el apoyo que aportó el PCI al Comité de coordinación de las Residencias "Sonacotra" al encargarse de la difusión (durante la reunión pública que organizó la "Gauche Internationaliste") de un volante que llamaba a un mitin en Saint-Denis (junto a Paris) y que estaba firmado por las secciones sindicales y la unión local CFDT y que además contenía esta precisión: "Mitin apoyado por el Partido Socialista de Saint-Denis" ¡Se reconoce acaso el PCI cuando lee en ese volante: "Hoy, todos los demócratas de este país tienen que tomar posición, etc.....?
Estos castigadores terribles del oportunismo que están todavía preconizando la táctica -cuán "revolucionaria"! de un Frente Único sindical, táctica que la CGT y la CFDT aplican cotidianamente para encuadrar e inmovilizar mejor a los obreros en lucha, no son los más indicados para venir a dar lecciones a quien sea. Al identificar sindicatos EN GENERAL y reformismo, mantienen una terrible confusión entre los obreros. Efectivamente, los revolucionarios podían y debían participar en el movimiento sindical en el período ascendente del capitalismo, a pesar de que la orientación y la mayoría de ellos eran reformistas. No es lo mismo hoy en día, en el período de decadencia, cuando los sindicatos no podían sino volverse y se volvieron efectivamente- órganos del Estado capitalista en todos los países. En esas organizaciones no hay sitio para ninguna defensa de clase y por lo tanto tampoco para los revolucionarios.
Al no tomar en cuenta esa diferencia fundamental entre los sindicatos de HOY y el reformismo, al identificarlos, al calificar a esos sindicatos de reformistas, el PCI le hace un inmenso favor a la burguesía, al ayudarla a hacer creer a los obreros que esa organización es de ellos. Por otra parte, le hace un regalo -su aval revolucionario - muy apreciable: un taparrabo con el cual los sindicatos esconden su desnudez, su naturaleza y su función anti-obrera. Cuando el PCI hay comprendido esa diferencia, sabrá entonces quizás juzgar mejor que es una intervención revolucionaria y qué es oportunismo.
Para terminar de manera más detallada, examinemos el n° 15 de "Revolutionary perspectivas" en el cual la Communist Workers' Organization (CWO) de Gran-Bretaña diseca profesionalmente qué es lo que había que hacer, qué se hubiera debido hacer, qué se podía hacer, que se hubiera podido hacer el 23 de Marzo de 1979, y todo eso con un mínimo de información y un máximo de observaciones desmedidas con respecto a la CCI... todo por la polémica.
«A causa de la visión de ese grupo [la CCI], dominado por el espontaneismo y el economicismo; su intervención no fue más que una serie de esfuerzos incoherentes y confusionistas... Aunque la CCI haya intervenido muy pronto en las ciudades de la siderurgia denunciando a los sindicatos y llamando a los obreros a organizarse y a extender la lucha, rechazó todo papel de vanguardia para si mismo, fiel a sus tendencias consejistas. La CCI rehusó canalizar la aspiración de los obreros a favor de una marcha a Paris hacia una meta práctica, prefiriendo decirles a los obreros que se organicen ellos mismos. En ciertas ocasiones, la CCI ha logrado superar ese titubeo como por ejemplo en Dunkerque en donde los militantes de la CCI ayudaron a los obreros a transformar una reunión sindical en asamblea de masa. Pero eso fue hecho empíricamente, sin ir más lejos que sus concepciones espontaneistas y consejistas. La CCI, en su "viraje práctico" va a terminar en el oportunismo y no en una práctica coherente de intervención puesto que le falta toda compresión de la conciencia y del papel de la vanguardia "comunista...."»
La CWO, en cambio, que comprende perfectamente los caminos de la conciencia y del partido dirigente, lo comprendió todo del 23 de Marzo: «Con respecto al 23 de Marzo, está claro que sólo una acción de retaguardia era entonces posible». He aquí una claridad magnífica que viene, seis meses después de los acontecimientos, a decirnos que ¡no valía la pena tanto esfuerzo!
¿Qué análisis profundo le permitió a la CWO tener tan luminosa claridad? ¿Qué dice la CWO sobre la situación política y social en Francia? En el n° 10 de Revolutionary Perspectivas, cuando las elecciones de 1978 en FRANCIA, leíamos que la CWO constataba (al igual que el mundo entero) que «la iniciativa está del lado de la clase dominante» y que existe una paz social relativa en Francia desde hace cinco años. En el n°15, en octubre de 1979, la CWO vuelve a citar ese extracto, añadiendo: «Desde ese entonces, nos complace informarles que la situación ha cambiado». ¡Gracias por la noticia! Ver una realidad cuando salta a la vista no es una base para la intervención. La intervención no se prepara agitándose a destiempo para darse importancia sino afinando a tiempo sus análisis políticos. No es cosa fácil para cualquier organización revolucionaria. Sin embargo, a pesar de la dificultad de captar todos los matices de una realidad en movimiento, desde antes de las elecciones de Marzo de 1978, la CCI (en la Revista Internacional n° 13) llamó la atención sobre el hecho de que las condiciones del reflujo estaban comenzando a agotarse y que sobresaltos de combatividad obrera, contenida por mucho tiempo, se estaban preparando (lo cual iba a revelarse justo con las huelgas de la primavera de 1978 en Alemania). También desarrollamos el análisis que más tarde nos permitió evidenciar, ante la clase obrera, el peligro que representaba la izquierda en la oposición. Contentarse con comprobar una situación es sin duda mejor que la actitud de otros grupos revolucionarios que se niegan a reconocer el auge de las luchas, pero no es suficiente para orientarse rápidamente ante surgimientos bruscos.
Si la CWO no nos puede reprochar el no haber sabido armar la organización para dar cara a la lucha de clase, si nos reprocha en cambio el no haber sabido "ser la vanguardia" de un movimiento "condenado a ser una acción de retaguardia". Con esa noción de "vanguardia de la retaguardia" de la impresión de que a la CWO le gustan las contorsiones circenses.
Pero ¿En qué análisis genial se basa la CWO para poder decir, de lo alto de su cátedra, que el 23 de Marzo estaba de antemano condenado a ser un fracaso? ¿Cuál era realmente la situación?
La combatividad obrera estalló en Longwy con la movilización general de los obreros siderúrgicos contra los despidos, con el ataque de la comisaría de la policía, la destrucción de los expedientes en la sede patronal; una situación de lucha abierta que los sindicatos no lograba contener y que por lo tanto denunciaron. La agitación se extiende a Denain y a toda la siderurgia. Además, en París, varias huelgas estallan contra despidos contra la austeridad y las condiciones de trabajo: en la televisión francesa (SFP), en los bancos, las compañías de seguros, en correos y telecomunicaciones. ¿Qué hacer en esa situación cargada de potencialidades, en ese contexto de crisis? ¿'Contentarse con hablar de manera abstracta de la necesidad de generalizar la huelga, abandonar su carácter regional y de categoría? Los obreros mismos pensaron en concretizar esa idea de extensión de la lucha y comenzaron a hablar de una marcha a París: Paris, en donde el fulminante social ha sido siempre más eficaz, como lo demuestra toda la historia del movimiento obrero en Francia. ¿Cómo no apoyar esa necesidad de ir a Paris que expresaron y reivindicaron los obreros de las zonas en lucha? ¿Porqué los sindicatos se opusieron a ese proyecto obrero durante más de un mes posponiendo cada día su realización? ¿No era acaso que tenían la esperanza de poder anularlo completamente o, por menos, desarmarlo?
Pero aún antes de haber fijado la fecha de finales de Marzo (suficientemente tarde para permitir un condicionamiento ideológico de los obreros) los sindicatos estaban haciendo ya incansablemente su trabajo de zapa. Utilizaban la táctica de la división sindical para quebrar toda tendencia hacia la unidad de los obreros: la CGT (sindicato PC) se encargaba de la "organización de la marcha para sabotearla mejor desde dentro" mientras que la CFDT proclamaba muy fuerte que rechazaba las "jornadas nacionales asfixiantes".
Al principio, nadie podía afirmar con certeza qué amplitud podría tomar la manifestación del 23 de Marzo. Todo dependía de las potencialidades de las luchas que se desarrollaban en ese momento. Diez días antes de la manifestación era todavía posible que la marcha se convirtiera en catalizador concreto de la voluntad de extender las luchas y de unir los siderúrgicos y los obreros en huelga en Paris, hacer que la marcha desbordara a los sindicatos. Pero si los revolucionarios sintieron esa potencialidad (es decir aquellos que no creen que todo esté condenado a fracasar de antemano), la burguesía y su ejército sindical lo sintieron también. Los sindicatos pusieron mucho empeño y unos días antes del 23 de Marzo, pusieron fin a todas las huelgas de la región de Paris. Una por una, todas las luchas se fueron apagando bajo una presión sindical fuera de lo común. De todas maneras, es evidente que la fecha tardía de la manifestación había sido escogida por los sindicatos para aplicar esa táctica.
Habíamos distribuido panfletos a los huelguistas, llamándolos a la marcha, a la unidad en la lucha, al desborde sindical. Pero la presión de la burguesía venció esta primera tentativa de expresión de la combatividad obrera. Ya en las ciudades del norte, los obreros desconfiaban con razón de la CGT que lo había encuadrado todo. Al mismo tiempo que decíamos que no había que dejar venir a delegaciones sindicales, que los obreros tenían que venir en masa, lo cual constituía la única posibilidad de salvar la marcha, nos dábamos cuenta que la delegación de Denain por ejemplo, iba a ser mucho más reducida de lo que se hubiera podido creer.
¿Qué hacer? ¿Seguir lanzados como si nada? ¡Claro que no! En los días antes del 23 de Marzo, la CCI preparó un panfleto para la manifestación que decía que únicamente el desborde sindical podía dar a la marcha su verdadero contenido, el que los obreros habían esperado.
De paso, la CWO acuse a la CCI de haber difundido un panfleto calificando a la manifestación como "un paso adelante". Es fácil sacar una palabra de una frase para hacerlo decir lo contrario; lo que se dice en el panfleto: «Para que el día del 23 de Mayo sea un paso adelante en la lucha de todos nosotros...» y el contenido del panfleto no deja ninguna duda sobre la necesidad de romper el cordón sindical. Los sindicatos lo comprendieron tan bien que los elementos de su cordón rompían el panfleto y agredían a nuestros militantes que vendían el periódico n° 59, que llevaba el titular: "Sin desbordamiento de los sindicatos, no se extienden las luchas" y "Saludo a los obreros de Longwy".
¡Pero cuidado! La CWO hubiera hecho diferentemente. Nos da la lección: primero, hubiéramos debido "canalizar la marcha hacia un objetivo práctico" en vez de" decirle a los obreros que se organicen por sí mismo" ¿Qué significa exactamente "canalizar la marcha nosotros mismos"? «Antes de la manifestación, la CCI hubiera debido intervenir para denunciar la manifestación como maniobra para matar la lucha»... ¿Desde el principio de Febrero o sólo después de que la CGT cogiera el tren en marcha y hubiera saboteado las huelgas de Paris? La CWO no se digna aclararnos estos pequeños detalles. No parece comprender que un movimiento de clase es rápido y las relaciones de fuerza entre las clases hay que captarlas constantemente en el terreno. Pero «la CCI hubiera debido llamar a otra alternativa para la marcha: ir a las fábricas de Paris y llamar a huelgas de solidaridad». Llamamos a la solidaridad en las empresas de Paris. Pero para la CWO, según nos parece, la manifestación estaba condenada a fracasar de antemano. ¿Había que denunciarla y proponer otra? (¿En donde? ¿Por la televisión? ¿Sacando la liebre del sombrero? ¿Y durante esa manifestación alternativa, ir a otras fábricas? ¿Cuáles? Ninguna estaba en huelga en ese momento). La CWO debería ponerse de acuerdo: o bien una manifestación está condenada a fracasar de antemano y entonces si acaso se denuncia pero se inventan ideas sobre la posibilidad de "desviarla", o bien una manifestación contiene una potencialidad importante y entonces no se denuncia. Con respecto a una manifestación "alternativa", esa idea es tan absurda como la de un grupo de obreros de Longwy que nos pidió que los alojáramos en Paris si venían 3.000. Suponer que hubiéramos podido ofrecer tal alternativa hoy, es revolotear por las nubes de la retórica, es creerse en período casi insurreccional. La cuestión no era imaginar lo imposible con papel y tinta, sino realizar todo lo que era posible en la práctica.
La CWO piensa que le era posible a una minoría revolucionaria desviar la manifestación. Se le vuelve a olvidar precisarnos cómo y en qué circunstancias. Curiosa, esa concepción de la CWO que, en grandes rasgos, podría ver la revolución en cada esquina a partir del momento en que el partido infalible da las directivas convenientes, y eso independiente del grado de madurez de la clase.
Sin embargo, a pesar de un sabotaje de lo más refinado, de lo más sistemático, a pesar de un cordón sindical de 3.000 "gorilas" del PC para encuadrar a los obreros, a pesar de la dispersión de los obreros más combativos desde que llegaron a las afueras de Paris, a pesar de la dispersión "manu militari" por las calles vecinas de la Plaza de la Opera, el 23 de Marzo no fue una manifestación -paseo como las siniestras del 1° de Mayo. El 23 de Marzo, la combatividad obrera, al no poder encontrar por donde expresarse, estalló en una pelea en donde centenares de obreros se enfrentaron al cordón sindical, pero allí también la CWO tiene una versión muy suya de la verdad: «Seguir a esos obreros sin reflexionar en un combate fútil con los CRS/CGT era un acto desesperado».
La CWO inventa ahora que nuestra intervención "irreflexiva" se redujo a ir a pelear con la policía al lado de los obreros en un combate "fútil". ¡Si proviniera de otra publicación esa "acusación" nos dejaría pensativos! Necesitamos acaso precisar que nuestros camaradas no buscaron la pelea sino que se defendieron contra los ataques de los CRS como los demás obreros y con ellos. Retrocedieron con los manifestantes hasta la dispersión completa de la concentración continuando con distribuir panfletos y discutir. La CCI no ha exaltado nunca la violencia en sí, ni hoy, ni mañana, sino al contrario, como así lo atestiguan los textos que publicamos sobre el período de transición. La CWO nos reprocha ahora el habernos visto obligados a defendernos contra la policía mientras que en el n° 13 de R.P. se lee: «La CCI está bajo una influencia creciente de ilusiones liberales y pacifistas» (P.6). Hay que aclararse: los miembros de la CCI son "soñadores", "utópicos" porque están contra la violencia en el seno de la clase durante la revolución (mientras que la CWO, como un maestro de la revolución, se está ya frotando las manos preparando la buena lección de plomo que le destina a los obreros que no anden derecho); en cambio, cuando la CCI se enfrenta con la policía en una manifestación, entonces a la CWO le parece "Irreflexivo". Enfrentarse con la policía es "fútil" pero matarnos entre nosotros, ¡he ahí una "táctica" verdaderamente revolucionaria!
Dijimos que la marcha a Paris ofrecía una ocasión de concretar la necesidad y la posibilidad de la generalización de las luchas, una ocasión para mostrar la fuerza real de la clase obrera. Que esa potencialidad no haya podido realizarse no es culpa nuestra. Aunque hayamos tomado la palabra para tratar de lanzar la idea de un mitin, la rapidez del ataque de la policía, conjuntamente con la dispersión organizada por los sindicatos no permitió que los miles de proletarios que "no se dispersaban" hicieran un mitin.
El que la manifestación del 23 de Marzo no haya dado más de lo que los sindicatos querían, no significa en absoluto que no hay tenido ninguna potencialidad. A pesar de todo el sabotaje previo, a pesar de haber sido cuando ya no había más huelgas en la región parisina, hubiera podido ser diferente como lo demostró unos días más tarde el desbordamiento de la manifestación de Dunkerque en donde el mitin sindical que debía ponerle fin se transformó en asamblea obrera, donde muchos obreros denunciaron a los sindicatos. Con la lógica de la CWO, los revolucionarios no hubieran debido participar en esa manifestación puesto que estaba todavía más encuadrada por los sindicatos y que era, en cierto modo, más "artificial" que la del 23 de Marzo; en ese caso se hubiera privado de una intervención importante y relativamente eficaz, como se privó el PCI que tenía un análisis semejante al de la CWO.
Después de la marcha, la CCI difundió en todas las fábricas en donde intervenimos regularmente un panfleto analizado el éxito del sabotaje sindical. Se decía que la lección principal de esa lucha, en donde los sindicatos aparecieron claramente como defensores de la policía contra la ira de los obreros, es que no le queda más solución a la clase obrera que desbordar los sindicatos.
En la intervención de la organización durante todo ese período agitado por las luchas de los obreros siderúrgicos en Francia, la CWO no ve más que la «culminación de una larga serie de capitulaciones políticas de la CCI». Ese grupo no sabe medir sus palabras. Además de que sus comentarios sobre cómo se hubiera podido hacer una "verdadera ( ! ) Intervención revolucionaria" son absurdos, nada de lo que hizo la CCI puede justificar la acusación de "capitulación política". La CCI se portó fiel a sus principios y con una orientación coherente. La agitación es un arma difícil de manejar y se aprende en el terreno. No pretendemos que cada uno de los seis panfletos que distribuimos en seis semanas sea una obra de arte, pero en las críticas de la CWO, nada en absoluto puede probar que nos hayamos apartado de nuestros principios en lo más mínimo. Que estos señores aspirantes a futuros "dirigentes" de la clase obrera reconozcan que la intervención de la CCI no es del estilo substitucionista, está muy bien y nos felicitamos por ello, pero en la práctica, no tiene nada preciso que aportar como contribución y sus palabras, en fin de cuentas, se las lleva el viento.
La CWO concluye su ataque de mala fe contra la CCI diciendo que sobre problemas vitales del movimiento obrero de hoy, como ¿se debe o no favorecer la constitución de grupos de obreros desempleados? ¿Se deben o no favorecer núcleos obreros? ¿Se debe asistir o no a reuniones internacionales de obreros aunque estén todavía bajo una influencia sindical? «la CCI deja a sus miembros en plena oscuridad y los destina a caer en el oportunismo». Esto ya es demasiado. La CWO asistió al 3° congreso de la CCI en donde todos esos temas fueron planteados; pero o se volvió amnésica o estaba sorda. Hay que reconocer que cuando uno no está acostumbrado - como en caso de la CWO- a la elaboración de posiciones políticas en una organización internacional y cuando se cree en el monolitismo dentro de un armario, es difícil orientarse en un congreso en donde obligatoriamente se ven diferentes proposiciones y que diferentes ideas se enfrentan. Pero si la CWO se ahoga ya hoy en un vaso de agua, ¿qué hará en la tormenta de la lucha de clases el día en que todos los obreros se pongan a reflexionar?
No pretendemos tener respuesta para todo, no más que la CWO que, en un asalto de realismo, confiesa que «no tiene una claridad total sobre esas cuestiones». Pero sobre las cuestiones planteadas más arriba, la CCI ha respondido ya en la práctica (ver el comité de desempleados de Angers, la huelga de Rótterdam, la reunión internacional del estibadores en Barcelona). Apoyando siempre toda tendencia hacia la auto-organización de la clase obrera, debemos saber cómo orientarla, qué peligros hay que evitar, cómo contribuir en ese esfuerzo. Y para eso sólo se puede contar con los principios, y los aportes de la experiencia.
En ese sentido, afirmamos la necesidad de dar nuestro apoyo a todas las luchas del proletariado en un terreno de clase. Apoyamos las reivindicaciones que los obreros deciden por sí mismo, a condición de que sean conformes a los intereses de la clase obrera. Rechazamos el juego izquierdista del "quién da más" (o que cuando los sindicatos y la izquierda piden 18 céntimos, entonces los izquierdistas proponen 25 céntimos) así como la idea absurda del PCI (Partido Comunista Internacional - bordiguista) de hacer "cuadernos de reivindicaciones" en sustitución de los obreros.
En mayor obstáculo ante las luchas obreras hoy en día son los sindicatos. En un período de auge de luchas, nos esforzamos en denunciar a los sindicatos no sólo de manera general abstracta sino sobre todo concretamente, en la lucha, demostrar en lo cotidiano su sabotaje de la combatividad obrera.
Lo principal de toda lucha obrera hoy es un empuje hacia la extensión: más allá de las categorías, las regiones y las naciones, la unidad de la lucha obrera contra la descomposición del sistema capitalista en crisis. Una lucha que se deja aislar va hacia un fracaso. Una sola cosa hace retroceder al capital: la unidad y la generalización de las luchas. En eso, la situación presente se distingue de la del siglo pasado, cuando la duración de una lucha era un factor esencial de su éxito: frente a una patronal mucho más dispersa que hoy, el detener la producción durante un período largo podía crear pérdidas económicas catastróficas para la empresa y constituía por lo tanto un medio eficaz de presión. Hoy en día, en cambio, existe una solidaridad del capital nacional, de la cual se encarga principalmente el Estado, permitiendo a una empresa que aguante más tiempo (sobre todo en un período de sobreproducción y de reservas excedentes). Por eso, una lucha que se eterniza corre muchos riesgos de perder por causa de las dificultades económicas que provoca para los huelguistas y el cansancio que acaba por ganar. Es por eso que a los sindicatos no les molesta mucho presentarse como muy combativos y declarar "¡aguantaremos el tiempo que sea necesario!": saben muy bien que a la larga, la lucha se agotará. En cambio, no es por casualidad si sabotean todo esfuerzo de generalización: lo que teme por encima de todo la burguesía es tener que enfrentarse a un movimiento no sólo de tal o cual categoría de la clase obrera sino que tiende a generalizarse a toda la clase obrera, poniendo en la palestra a dos clases antagónicas y no a un grupo de obreros contra un patrón. En ese caso la burguesía corre el riesgo de verse paralizada tanto económica como políticamente y es por eso que una de las armas de la lucha es la tendencia a su extensión aún cuando ésta no se realice de un golpe. La burguesía teme mucho más a los huelguistas que van de fábrica en fábrica para tratar de convencer a sus camaradas de unirse a la lucha que a huelguistas que se encierran en su fábrica aunque tengan la voluntad de aguantar dos meses.
Es por esa razón y porque prefigura los combates revolucionarios que mañana abrazarán a toda la clase obrera, que la generalización de las luchas es la consigna permanente de la intervención de los revolucionarios hoy.
Para poder luchar fuera y contra los sindicatos, la clase obrera se organiza de manera vacilante al principio, pero deja ya entrever los primeros signos de la tendencia hacia la auto-organización del proletariado (ver la huelga de Rótterdam en Septiembre de 1979). Apoyamos con todas nuestras fuerzas las experiencias que enriquecen la conciencia de clase respecto a ese punto capital. Respecto a los obreros más combativos, apoyamos su agrupamiento, no para que constituyan nuevos sindicatos, ni para que se pierdan en un apoliticismo estéril por falta de confianza en sí mismos, sino en grupos obreros, comités de acción, colectivos, coordinaciones, etc...., lugares abiertos a todos los obreros para discutir sobre las cuestiones fundamentales ante la clase. Sin caer en un entusiasmo exagerado y sin farolear, afirmamos que la efervescencia en la clase obrera se anuncia ya en las minorías combativas que contribuyen al desarrollo de la conciencia de clase, no tanto por los individuos a que estos grupos conciernen directamente en un momento dado, sino por el hilo histórico que reanuda la clase al abrir la discusión y la confrontación en su seno.
Sobre cuestiones como la manifestación del 23 de Marzo, debemos afirmar que no existen recetas preparadas de antemano y válidas para cualquier caso. Mañana habrá otras múltiples manifestaciones de la combatividad obrera que concentrarán nuestra atención porque serán reveladoras de la fuerza del proletariado. Al igual que toda la clase, los revolucionarios se encuentran ante una labor de gran importancia: definir perspectivas, tomando en cuenta una situación precisa, saber cuando hay que pasar de la denuncia general a la denuncia concreta demostrada por hechos, cuando hay que pasar a un ritmo superior, evaluar el nivel real de la lucha, definir en cada etapa los fines inmediatos con respecto a la perspectiva revolucionaria.
No somos más que un puñado de militantes revolucionarios en el mundo; no hay que ilusionarse respecto a la influencia directa de los revolucionarios hoy en día, ni sobre la dificultad que tendrá la clase obrera para reapropiarse el marxismo. En ese torbellino de explosiones de lucha, en esa obra «de la conciencia, de la voluntad, de la pasión, de la imaginación que es la lucha proletaria», los revolucionarios jugarán un papel solamente «si no han olvidado que siempre hay que seguir aprendiendo».
JA/MC/JL/CG
[1] La Sagrada Familia
[2] En el periódico de PIC -Jeune Taupe nº 27- se reproduce una hoja de un grupo de obreros de Ericsson acompañada de un comentario del PIC donde les critica el oponerse a los despidos argumentando que «no se puede a la vez luchar por mantener el empleo y por destruir el trabajo asalariado y el capitalismo».
[3] Hay que evitar la identificación entre el reformismo y la actividad de los sindicatos actuales. El reformismo oponía a la lucha por la revolución la lucha por los intereses inmediatos de la clase basándose en la ilusión de que esta podía desarrollarse en el marco de la continua expansión del capitalismo. En cambio, los sindicatos de la decadencia del capitalismo no tienen esa ilusión que tenían los reformistas. Ellos se han opuesto siempre a la revolución, han abandonado igualmente la defensa de los intereses inmediatos de los obreros y se han convertido en órganos directos del Estado capitalista.
[4] Lucha en 1978 protagonizada por obreros argelinos emigrantes.
Para la mayoría de los grupos revolucionarios de la actualidad los sindicatos no pueden verse ya como organizaciones capaces de defender los intereses inmediatos de la clase trabajadora; sin hablar ya de sus intereses revolucionarios, históricos. Existe también un gran nivel de acuerdo en que la forma más eficaz para la organización y la extensión de la lucha se encuentran en las asambleas generales de trabajadores, y en los comités y organismos de coordinación elegidos y revocables que surgen de estas.
Pero estas formas de organización no pueden mantenerse de forma permanente cuando las luchas se apagan, lo que plantea un problema para los militantes proletarios que no quieren caer en la atomización y buscan tener un papel activo en luchas futuras. Es por esto que existe una tendencia, que normalmente sólo aparece en pequeñas minorías, entre estos trabajadores a formar grupos, círculos, comités y redes, fuera de los sindicatos oficiales y a veces abiertamente contra ellos. Pero entre las organizaciones revolucionarias existen diferentes enfoques hacia estos grupos: ¿son la base para una renovada forma de anarcosindicalismo? ¿Deberían verse como la base para la creación de intermediarios permanentes entre la organización política comunista y la clase como un todo?
Estas cuestiones han sido objeto de debate durante décadas, y todavía se siguen planteando en debates en foros de Internet, como por ejemplo en https://www.red-marx.com/icc-ict-and-the-icp-t695.html [4]. En un sentido más concreto y práctico, se plantean en numerosos centros de trabajo y lugares donde minorías militantes de trabajadores, estudiantes y parados buscan unirse para resistir a la ofensiva de austeridad del capital.
Hemos pensado que sería útil el publicar un número de artículos que recogen diferentes elementos de este debate y buscan extraer algunas perspectivas para la actividad futura. Comenzamos con un texto que fue adoptado en 1980 por el Tercer Congreso de la sección en Bélgica de la CCI, y publicado en la Revista Internacional nº 21. El texto es una buena base para empezar con la serie porque, tras establecer el marco general para la comprensión de la naturaleza de la lucha de clase en la era del declive del capitalismo, busca señalar las lecciones generales que pudieran extraerse de las experiencias de los grupos de trabajadores en los años 1970. En futuros artículos se abordarán otras experiencias de los 80 y de la última década, además de repasar algunos de los debates entre revolucionarios sobre esta cuestión.
Septiembre 2012
¿Qué hacer fuera de los períodos de luchas abiertas? ¿Cómo organizarse cuando la huelga ha terminado? ¿Cómo preparar las luchas por venir?
Ante estas cuestiones, y ante los conflictos planteados por la existencia de estos comités, círculos, núcleos, etc., que agrupan a pequeñas minorías de la clase obrera, no disponemos de recetas que dar. No podemos elegir entre dar lecciones morales (“organizaos por vosotros mismos de esta forma o aquella”, “disolveos”, “uníos a nosotros”) y adularles de forma demagógica. En cambio, nuestra preocupación es la siguiente: el entender estas expresiones minoritarias del proletariado como parte del conjunto de la clase. Si las situamos en el movimiento general de la lucha de clase; si las vemos estrechamente vinculadas a las fortalezas y debilidades de los diferentes periodos en la lucha entre clases, entonces, de esta forma, podremos entender a qué necesidad general responden. Pero no es ni manteniéndose políticamente imprecisos en relación a ellos, ni encerrándolos en rígidos esquemas, como seremos capaces de identificar sus aspectos positivos y de señalar los peligros que les acechan.
Nuestra primera preocupación al abordar esta cuestión debe ser el recordar el contexto histórico general en el que nos encontramos. Debemos señalar la naturaleza de este periodo histórico (el periodo de las revoluciones sociales) y las características de la lucha de clase en la decadencia. Este análisis es fundamental para permitirnos entender el tipo de organización de clase que puede existir en este periodo.
Sin entrar en detalles, recordemos simplemente que el proletariado en el siglo XIX existía como fuerza organizada de forma permanente. El proletariado se unificó como clase a través de las luchas económicas y políticas por reformas. El carácter progresista del sistema capitalista permitió al proletariado ejercer presión sobre la burguesía con el fin de obtener reformas, y de este modo grandes masas de la clase trabajadora se agruparon dentro de sindicatos y partidos.
En el periodo de senilidad del capitalismo las características y las formas de organización de la clase cambian. Una movilización casi permanente del proletariado alrededor de sus intereses inmediatos y políticos no es ya ni posible ni viable. De ahí en adelante, los órganos unitarios de la clase no pueden existir salvo en el curso de la lucha misma. Desde entonces, la función de estos órganos unitarios no puede limitarse ya simplemente a “negociar” una mejora en la condiciones de vida del proletariado (porque una mejora ya no es posible a largo plazo y porque la única respuesta realista es la revolución). Su tarea es prepararse para la toma del poder.
Los órganos unitarios de la dictadura del proletariado son los consejos obreros. Estos órganos poseen una serie de características que debemos dejar claro si queremos comprender todo el proceso que lleva a la auto-organización del proletariado.
Por tanto, debemos mostrar claramente que los consejos son expresión directa de la lucha de la clase obrera. Se erigen de forma espontánea (aunque no mecánica) desde la lucha. Es por eso que se encuentran íntimamente vinculados al desarrollo y maduración de la lucha. De ahí extraen su sustancia y vitalidad. No constituyen, por tanto, una simple “delegación del poder”, una parodia de parlamento, sino una expresión auténtica y organizada del conjunto de la clase obrera y su poder. Su tarea no es organizar una representación proporcional de los grupos sociales o de los partidos políticos, sino hacer posible que la voluntad del proletariado se lleve a la práctica. Es a través de ellos que se toman todas las decisiones. Es por esta razón que los obreros deben constantemente mantener el control sobre ellos (revocabilidad de los delegados) por medio de las Asambleas Generales.
Únicamente los consejos obreros son capaces de realizar la identificación viviente entre la lucha inmediata y la meta final. Por medio de este lazo entre la lucha por los intereses inmediatos y la lucha por el poder político, los consejos establecen la base objetiva y subjetiva de la revolución. Constituyen el crisol por excelencia de la conciencia de clase. La constitución del proletariado en consejos no es, pues, una simple cuestión de forma organizativa, sino el producto del desarrollo de la lucha y la conciencia de clase. La aparición de los consejos no es el fruto de recetas organizativas, de estructuras prefabricadas, de órganos intermedios.
La extensión y la centralización cada vez más consciente de las luchas, más allá de fábricas y fronteras, no puede ser un acto artificial, voluntarista. Como prueba de esto basta con recordar la experiencia de las AAUD y su intento artificial de unificar y centralizar las “organizaciones de fábrica” en un periodo de reflujo de las luchas[1].
Los consejos solo pueden mantenerse en la medida que lo haga una lucha permanente, abierta, que implique la participación de un número cada vez mayor de obreros en el combate. Su surgimiento es, esencialmente, producto del desarrollo de la lucha misma y de la conciencia de clase.
Sin embargo no nos encontramos aún dentro de un periodo de lucha permanente, en un contexto revolucionario que permita al proletariado organizarse en consejos obreros. La constitución del proletariado en consejos es producto de condiciones objetivas (profundidad de la crisis, curso histórico) y subjetivas (madurez de la lucha y de la conciencia de clase). Es el resultado de todo un aprendizaje y maduración, tanto organizativa como política.
Debemos ser conscientes de que esta maduración, esta fermentación política, no se desarrolla siguiendo una línea recta claramente trazada. Se expresa en cambio a través de un proceso ardiente, impetuoso y confuso, dentro de un movimiento que se expresa de forma errática y a trompicones, y que requiere la participación activa de las minorías revolucionarias.
Incapaz de desarrollarse mecánicamente siguiendo principios abstractos, planes preconcebidos, o por medio de esquemas voluntaristas apartados de la realidad, el proletariado debe forjar su unidad y conciencia a través de un doloroso aprendizaje. Incapaz de agrupar todas sus fuerzas un día “D”, concentra sus batallones y forma su ejército por medio del combate mismo. Pero en el curso de la lucha aparecen en sus filas elementos más combativos, la vanguardia más decidida. Estos elementos no se reagrupan necesariamente dentro de organizaciones revolucionarias (en ciertos periodos son virtualmente desconocidas). La aparición de estas minorías combativas dentro del proletariado, ya sea antes o después de luchas abiertas, no es un fenómeno que sea incomprensible o novedoso. Expresa realmente el carácter irregular de la lucha; el desarrollo desigual y heterogéneo de la conciencia de clase. Así, desde finales de los años 60 hemos sido testigos, tanto de forma separada como al mismo tiempo, del desarrollo de la lucha (en el sentido de su mayor auto-organización), de un reforzamiento de las minorías revolucionarias, y de la aparición de comités, núcleos, círculos, etc, tratando de reagruparse como una vanguardia de la clase obrera. El desarrollo de un polo político coherente de reagrupamiento, y la tendencia del proletariado a intentar organizarse por sí mismo fuera de los sindicatos, son ambos elementos de la misma maduración de la lucha.
La aparición de estos comités, círculos, etc, responde de forma genuina a una necesidad en el seno de la lucha. Si algunos elementos combativos sienten la necesidad de mantenerse reagrupados tras haber luchado juntos, lo hacen con la voluntad a la vez de “actuar juntos” (la preparación de una nueva huelga) y de sacar lecciones de la lucha (por medio de la discusión política). La cuestión que se le plantea a estos proletarios es tanto el reagruparse con la vista puesta en futuras acciones como la reagrupación en pos de la clarificación de las cuestiones planteadas en la pasada lucha y en aquellas por venir. Esta actitud es comprensible en el sentido de que la ausencia de luchas permanentes, el “fracaso” de los sindicatos y la gran debilidad de las organizaciones revolucionarias crean un vacío organizativo y político. Cuando la clase obrera vuelve al camino de su lucha histórica siente horror hacia ese vacío. Por tanto, busca responder a esa necesidad planteada por ese vacío organizativo y político.
Estos comités, estos núcleos, estas minorías proletarias que todavía no entienden claramente su propia función, son una respuesta a esta necesidad. Son a la vez una expresión de la debilidad general de la lucha de clase actual y de una maduración de la organización de la clase. Son la cristalización de todo un desarrollo subterráneo que tiene lugar en el seno del proletariado.
Es por esto que debemos tener cuidado en no encerrar estos órganos rígidamente en compartimentos estancos. No podemos pronosticar su aparición ni su desarrollo de una manera precisa. Además, debemos ser cuidadosos en no hacer separaciones artificiales en los diferentes momentos de la vida de estos comités, viéndonos atrapados en el falso dilema “acción o discusión”.
Dicho esto, esta situación no debería impedir una intervención hacia estos órganos por nuestra parte. Debemos también ser capaces de apreciar su evolución en relación al periodo, dependiendo de si nos encontramos en una fase de reanudación o de reflujo de la lucha. Debido a que son espontáneos, producto inmediato de la lucha, y a que su aparición se basa principalmente en problemas coyunturales (a diferencia de la organización revolucionaria, que está basada en las necesidades históricas del proletariado), estos órganos son muy dependientes del estado de la lucha de clases en el que aparecen. Son prisioneros de las debilidades generales del movimiento y tienden a seguir los altibajos de la lucha.
Debemos realizar una distinción en el desarrollo de estos núcleos entre el periodo de reflujo de la lucha (1973-77) y el de hoy, periodo de reaparición de la lucha de clase a nivel internacional. Aunque los peligros a los que se exponen son idénticos en ambos periodos, debemos ser capaces de señalar las diferencias en cuanto a su evolución.
Es así que al final de la primera oleada de luchas a finales de los años 60 fuimos testigos de la aparición de toda una serie de confusiones en el seno de la clase trabajadora. Podríamos medir la magnitud de esas confusiones examinando la actitud de algunos de los elementos combativos de la clase que trataron de mantenerse agrupados.
Vimos desarrollarse:
Todas estas debilidades fueron esencialmente una manifestación de las debilidades de la primera oleada de luchas a finales de los 60. Este movimiento se caracterizó por una desproporción entre la fuerza y la extensión de las huelgas por un lado, y la debilidad del contenido de las reivindicaciones por otro. Lo que sobre todo indica esta desproporción era la ausencia de perspectivas políticas claras en las luchas. El retroceso del movimiento, que tuvo lugar entre 1973 y 1977, fue el producto de sus debilidades, que fueron aprovechadas por la burguesía para desarrollar una labor de desmovilización y encuadramiento ideológico de las luchas. Cada uno de los puntos débiles de la primera oleada de huelgas fue “recuperado” por la burguesía para su propio provecho:
“Así, la idea de una organización permanente de la clase, a la vez económica y política, se transforma más tarde en la idea de “nuevos sindicatos”, para convertirse finalmente en sindicalismo clásico. La visión de una Asamblea General como forma independiente de cualquier contenido termina- vía mistificación con respecto a la democracia directa y el poder popular- reestableciendo la confianza en la democracia burguesa clásica. Ideas sobre la auto-gestión y el control obrero de la producción (confusiones que son comprensibles en un principio) fueron teorizadas en el mito de la “auto-gestión generalizada”, “islas de comunismo” o “nacionalización bajo control obrero”. Todo esto propició que los trabajadores confiaran en los planes de reestructuración de la economía, que supuestamente evitarían despidos, o que apoyaran pactos de solidaridad nacional presentados como una forma de “salir de la crisis”” (Informe sobre la Lucha de Clase presentado en el III Congreso Internacional de la CCI)
Con la reaparición de la lucha desde 1977 hemos visto el nacimiento de otras tendencias. El proletariado ha madurado gracias a sus “derrotas”. Ha sacado, aunque de una forma confusa, las lecciones del reflujo, y aunque los peligros representados por el “sindicalismo combativo”, el corporativismo, etc, se mantienen, se inscriben dentro de una evolución general diferente.
Desde 1977, hemos visto desarrollarse tímidamente:
Debemos insistir que los peligros del corporativismo, del “sindicalismo combativo”, y la limitación de la lucha a un terreno estrictamente económico continúan existiendo incluso dentro de este periodo.
Pero lo que debemos tener en cuenta es la importante influencia del periodo en la evolución de los comités y núcleos que aparecen antes y después de las luchas abiertas. Cuando el periodo es de combatividad y reaparición de la lucha de clase, la intervención de estas minorías toma un sentido diferente y nuestra actitud hacia ellas también. En un periodo de reflujo generalizado en la lucha, tenemos que insistir más en los peligros de que estos órganos se conviertan en semi-sindicatos, de caer en las garras de los izquierdistas, de tener alguna ilusión en el terrorismo, etc. En un periodo de reemergencia de clase insistiremos más en los peligros representados por el voluntarismo y el activismo (ver las ilusiones expresadas en este sentido en el manifiesto de co-ordinamento de Sesto San Giovanni), y en las ilusiones que algunos de los obreros combativos pudieran tener sobre la posibilidad de formar futuros comités de huelga, etc. En un periodo de reaparición de la lucha seremos también más abiertos hacia las minorías combativas que aparezcan y se reagrupen con la visión de convocar huelgas, formar comités de huelga, Asambleas Generales, etc.
El interés por situar los comités, los núcleos, etc, en el contexto de la lucha de clase, de entenderlos en relación al periodo en el que aparecen, no implica, sin embargo, que cambiemos nuestro análisis de forma radical, según las diferentes etapas de la lucha de clase.
Cualesquiera sea el momento en el que estos comités nacen sabemos que no constituyen más que una etapa de un proceso dinámico general; son un momento en la maduración de la organización y la conciencia de clase. Sólo pueden tener un papel positivo en la medida que se doten ellos mismos de un marco amplio y flexible en el que trabajar, con el fin de no paralizar el proceso general. Es por eso que estos órganos deben mantenerse atentos si no quieren caer en las siguientes trampas:
Es por eso que nuestra actitud hacia estos órganos minoritarios se mantiene abierta pero al mismo tiempo tratando de ejercer una influencia en la evolución de la reflexión política en el medio, en cualquier periodo en el que nos encontremos. Debemos esforzarnos por que estos comités, núcleos, etc, no se paralicen, ya sea en una dirección (creación de una estructura que imagine ser la prefiguración de consejos obreros) u otra (fijación política). Por encima de cualquier otra cosa, lo que debe guiar nuestra intervención no son los intereses o las preocupaciones coyunturales de estos órganos (ya que no podemos sugerirles ninguna receta organizativa ni respuestas perfectas), sino los intereses generales del conjunto de la clase. Nuestra preocupación será siempre el homogeneizar y desarrollar la conciencia de clase de forma que el desarrollo de la lucha de clase tenga lugar bajo la cada vez mayor participación de todos los trabajadores, y que la lucha sea tomada por los obreros mismos y no por una minoría, no importa de qué tipo. De ahí nuestra insistencia en la dinámica del movimiento y en poner en guardia a los elementos combativos contra cualquier intento de sustitucionismo o cualquier otra cosa que pudiera bloquear el posterior desarrollo de la lucha y la conciencia de clase.
Orientando la evolución de estos órganos en una dirección (reflexión y discusión política) en vez de en otra, podemos dar una respuesta que favorezca la dinámica del movimiento. Pero dejemos claro que eso no significa que condenemos cualquier forma de “intervención” o “acción” llevada a cabo por estos órganos. Es evidente que el momento en que un grupo de obreros combativos comprende que su tarea no es constituirse ellos mismo como un semi-sindicato, sino el extraer las lecciones políticas de las luchas pasadas, no se da en un vacío etéreo, en lo abstracto, sin consecuencias prácticas. La clarificación política llevada a cabo por estos elementos combativos también les empujará a actuar juntos dentro de su propia fábrica (y en el mejor de los casos incluso fuera de su propia fábrica). Sentirán la necesidad de darse una expresión política, material, para su reflexión política (panfletos, publicaciones, etc). Sentirán la necesidad de posicionarse ante asuntos concretos a los que debe hacer frente la clase obrera. Con el fin de defender y propagar sus posiciones tendrán que realizar una intervención concreta. En ciertas circunstancias propondrán medios concretos de acción (formación de Asambleas Generales, comités de huelga...) para hacer avanzar la lucha. En el curso de la lucha misma sentirán la necesidad de un esfuerzo común para dotar a la lucha de una cierta orientación; apoyarán las reivindicaciones que les permitan luchar por extenderse e insistirán en la necesidad de extensión, generalización, etc.
Aunque nos mantengamos atentos a estos esfuerzos y no tratemos de proponer esquemas rígidos para su lucha, está claro sin embargo que debemos continuar insistiendo en el hecho de que lo que más cuenta es la participación activa de todos los trabajadores en la lucha, y que los obreros combativos en ningún momento deben sustituir a sus compañeros en la organización y coordinación de las huelgas. Además, está también claro que cuanto mayor sea la influencia de la organización revolucionaria en las luchas mayor será el número de elementos combativos que se acerquen a ella. Y no porque la organización tenga una política de reclutamiento forzoso hacia estos elementos, sino simplemente porque los trabajadores más combativos se volverán conscientes de que una intervención política, que sea realmente activa y efectiva, puede darse únicamente en el marco de una organización internacional de este tipo.
No es oro todo lo que reluce. Señalar que la clase obrera en su lucha puede provocar que aparezcan más elementos combativos no significa afirmar que el impacto de estas minorías sea decisivo para el desarrollo posterior de la conciencia de clase. No debemos realizar una identificación absoluta entre una expresión de la maduración de la conciencia y un factor activo en el desarrollo de esta.
En realidad, la influencia que estos núcleos pueden tener en el posterior desarrollo de la lucha es muy limitada. Su influencia depende por completo de la combatividad general del proletariado y de la capacidad de estos núcleos de proseguir un trabajo de clarificación política. A largo plazo, este trabajo no puede proseguir más que en el marco de una organización revolucionaria.
Pero, de nuevo, no disponemos de mecanismos que garanticen el éxito. No es a través de un proceso artificial que la organización revolucionaria gana elementos. Contrariamente a las ideas de organizaciones como Battaglia Communista o el PIC, la CCI no busca rellenar de una manera artificial, voluntarista, el “hueco” entre el partido y la clase. Nuestra comprensión de la clase obrera como una fuerza histórica, y de nuestro papel, nos previene de querer paralizar estos comités en la forma de una estructura intermedia. Ni pretendemos crear “grupos de fábrica” como correas de transmisión entre la clase y el partido.
Se nos plantea entonces la cuestión de determinar cuál debería ser nuestra actitud hacia estos círculos, comités, etc. Incluso reconociendo su influencia limitada y sus debilidades, debemos mantenernos abiertos a ellos y atentos a su aparición. Lo más importante es que les propongamos abrirse a una discusión amplia. En ningún momento debemos adoptar hacia ellos una actitud de menosprecio o de condena bajo el pretexto de reaccionar contra su “impureza” política. Este es un elemento a evitar. El otro es el adularles o incluso centrar todas nuestras energías en ellos. No debemos ignorar a los grupos de trabajadores, pero de igual modo tampoco debemos obsesionarnos con ellos. Reconocemos que la lucha madura, y que la conciencia de clase se desarrolla como parte de un proceso.
Dentro de este proceso existen tendencias dentro de la clase que tratan de “elevar” la lucha al terreno político. En el curso de este proceso sabemos que el proletariado dará lugar a minorías combativas en su seno, pero no se agruparán necesariamente en organizaciones políticas. Debemos ser cuidadosos en no identificar este proceso de maduración en la clase hoy con el que caracterizó el desarrollo de la lucha en el último siglo. Esta comprensión es muy importante porque nos permite apreciar de qué forma estos comités o círculos son una expresión real de la maduración de la conciencia de clase, pero una expresión que es, sobre todo, temporal y efímera y no un paso organizativo estructurado y fijo en el desarrollo de la lucha de clase. La lucha de clase en el periodo de la decadencia capitalista avanza de forma explosiva. Aparecen erupciones repentinas que sorprenden incluso a los elementos más combativos de luchas anteriores, pudiendo superarlas en madurez y conciencia de forma inmediata. El proletariado sólo puede organizarse realmente a un nivel unitario dentro de la lucha misma, y en la medida que esta se vuelve permanente, las organizaciones unitarias de la clase crecen y se fortalecerse.
Esta comprensión es la que nos permite entender mejor el porqué no tenemos una política específica, una “táctica” especial, en relación a los comités obreros, incluso cuando en ciertas circunstancias podría ser muy positivo para nosotros el tener debates de forma sistemática con ellos y participar en sus encuentros. Reconocemos la posibilidad y la mayor facilidad para discutir con estos elementos combativos (especialmente cuando la lucha no es todavía abierta). También somos conscientes de que ciertos de estos elementos podrían querer unirse a nosotros, pero no centramos todos nuestros esfuerzos en ellos. Porque lo que es de importancia primordial para nosotros es la dinámica general de la lucha, y no establecemos ninguna clasificación rígida o jerarquía dentro de esta dinámica. Por encima de todo nos dirigimos a la clase obrera en su conjunto. Al contrario que otros grupos políticos que tratan de superar el problema de la ausencia de influencia de las minorías revolucionarias en la clase por medios artificiales y alimentándose de ilusiones sobre los grupos de trabajadores, la CCI reconoce que tiene un impacto muy pequeño en el periodo actual. No tratamos de incrementar nuestra influencia entre los trabajadores dándoles una “confianza” artificial en nosotros. No somos ni obreristas ni tampoco megalomaníacos. La influencia que progresivamente desarrollemos dentro de las luchas vendrá esencialmente de nuestra práctica política dentro de estas y no de nuestra actuación como pelotas, aduladores, o como “chicos para todo” que se limiten a asumir tareas técnicas. Además, dirigimos nuestra intervención política a todos los trabajadores, al proletariado como un todo, como clase, porque nuestra tarea fundamental es llamar a la máxima extensión de la lucha. Nosotros no existimos para sentirnos satisfechos ganándonos la confianza de dos o tres obreros con callos en las manos, sino para homogeneizar y acelerar el desarrollo de la conciencia de clase. Seamos conscientes de que únicamente en el proceso revolucionario mismo el proletariado nos otorgará su “confianza” política en la medida que se dé cuenta de que el partido revolucionario es realmente parte de su lucha histórica.
[1] AAUD: Allgemeine Arbeiter Union Deutschlands, “Unión General Obrera de Alemania”. Estas “Uniones” no eran sindicatos, sino intentos de crear formas organizativas permanentes para la agrupación de todos los trabajadores fuera y contra los sindicatos en Alemania en los años siguientes al aplastamiento de la insurrección de Berlín en 1919. Expresaban nostalgia por los consejos obreros, pero nunca consiguieron llevar a cabo la función de estos
[2] Grupos obreros en Bélgica
[3] El grupo francés PIC (Pour Une Intervention Communiste) durante varios meses estuvo convencido – y trató de convencer a todo el mundo- de que estaba participando en el desarrollo de una red de “grupos obreros” que constituiría una potente vanguardia del movimiento revolucionario. Basaba esa ilusión en la esquelética realidad de dos o tres grupos formados principalmente por ex-izquierdistas. No queda mucho de este “bluff” hoy
[4] Se trata de encuentros organizados reagrupando delegados de diferentes grupos obreros, colectivos y comités
Revista Internacional nº 22 julio - septiembre 1980
I
En el período anterior a la Primera Guerra Mundial y durante la guerra misma, los revolucionarios marxistas se esforzaron no sólo en denunciar el carácter imperialista de la guerra, sino demostrar el carácter inevitable de ésta mientras el capitalismo fuera el modo de producción mundialmente dominante.
En contra de los pacifistas que hacían votos por un capitalismo sin guerras, los revolucionarios afirmaban que era imposible impedir las guerras imperialistas sin al mismo tiempo destruir el capital. La acumulación del Capital y El Folleto de Junius de Rosa Luxemburg, así como "El Imperialismo, fase superior del capitalismo" de Lenin, fueron escritos esencialmente con ese objetivo. Los medios de análisis en estas obras, así como ciertas conclusiones son diferentes, pero la preocupación que las anima desde el principio hasta el final es la misma, o sea, la de la acción revolucionaria del proletariado internacional frente a la barbarie capitalista.
Hoy, cuando una crisis abierta del capitalismo vuelve a amenazar con una nueva guerra imperialista mundial y a la vez crea las condiciones para un nuevo asalto revolucionario del proletariado contra el capital a escala planetaria, los revolucionarios tienen que continuar ese trabajo, de análisis de la sociedad capitalista con el mismo ánimo de intervención militante.
En contra de lo que puedan pensar los catedráticos de marxismo de la Universidad, el marxismo no forma parte de la economía política, sino que es la crítica revolucionaria de ésta. Para los revolucionarios, cuando analizan la crisis actual del capitalismo, no se trata de especulaciones académicas en el mundo etéreo de los análisis económicos. No es sino un momento más de su intervención global con vistas a preparar las armas de la revolución proletaria. No es pura interpretación del mundo capitalista, sino un arma para destruirlo.
II
Frente a las convulsiones económicas crecientes que conoce actualmente el capitalismo, se trata, pues, para los revolucionarios de poner en evidencia cómo se verifican las perspectivas revolucionarias marxistas, demostrando:
III
Para llevar a cabo esas tareas, los revolucionarios deben ser capaces de expresar con términos claros, comprobables ampliamente en la realidad de la crisis tal como la vive el conjunto de la sociedad y en particular la clase obrera, los fundamentos principales del análisis marxista de las contradicciones internas del capitalismo. Defender la idea de la necesidad y de la posibilidad de destruir el capitalismo sin ser capaces de explicar clara y sencillamente los orígenes de la crisis del sistema, es condenarse a ser vistos como profesores de economía, o como utopistas iluminados. Esa necesidad es tanto más fuerte hoy por cuanto todo da a entender que, al contrario de los movimientos revolucionarios de 1871, de 1905 o de 1917-23, la próxima oleada revolucionaria proletaria estallará, no como consecuencia de una guerra, sino de una crisis económica. Cada día, más el debate sobre las causas de la crisis del capitalismo ya no tendrá lugar en revistas teóricas de unos cuantos grupos revolucionarios, sino en asambleas de desempleados, en asambleas de fábrica, el cogollo mismo de la clase obrera en lucha contra las crecientes agresiones de un capitalismo acorralado. La tarea de los comunistas es la de saber prepararse para ser, en las luchas, factores eficaces de claridad.
IV
Paradójicamente, la cuestión de los fundamentos de la crisis del capitalismo, piedra angular del socialismo científico, ha sido objeto sobre todo desde los debates sobre el imperialismo, de cantidad de desacuerdos entre marxistas.
Todas las corrientes comunistas comparten en general el concepto fundamental de que la instauración de una sociedad comunista es una necesidad y una posibilidad histórica desde el momento en que las relaciones de producción capitalistas dejan de ser factores indispensables para el desarrollo de las fuerzas productivas, transformándose en trabas, o dicho según la fórmula de El Manifiesto Comunista, cuando "las instituciones burguesas se han vuelto demasiado estrechas como para contener la riqueza que han creado".
Los desacuerdos surgen cuando se trata de precisar la manera como se concretiza esa contradicción general, cuando se trata de definir cuándo y cómo se caracteriza el fenómeno económico que transforma esas instituciones (salariado, ganancia, nación, etc.) en trabas definitivas para el desarrollo de las fuerzas productivas, precipitando al capitalismo en la crisis, la quiebra y la decadencia.
Esos desacuerdos siguen existiendo hoy, muchas veces con las mismas divergencias con que se opusieron los revolucionarios á principios de siglo[1] [10]. Lo que pasa es que con el terrible debilitamiento de las fuerzas revolucionarias, por los 50 años de contrarrevolución triunfante, con la ruptura orgánica casi completa respecto de organizaciones del pasado y el total aislamiento en que han vivido los grupos comunistas durante décadas, todo ello ha hecho que el debate entre revolucionarios sobre este tema ha sido casi inexistente.
Tras la reanudación de las luchas proletarias y el resurgir de nuevos grupos revolucionarios desde hace diez años, ha vuelto la discusión sobre el tema, discusión aguijoneada por la necesidad de entender las dificultades económicas crecientes que sufre el capitalismo mundial. Sin embargo, el debate se reanuda a menudo con bases que lo reducen en importancia y en posibilidades de que desemboque en resultados apreciables que enriquezcan el análisis.
Es lógico que el debate se haya reanudado sobre las discusiones no zanjadas por los teóricos marxistas de principios de siglo y que recogieron más tarde grupos como Bilan, Internationalisme o la revista Living Marxism. En el centro del debate estaba la oposición entre los análisis de Rosa Luxemburg y los de quienes se mantuvieron en defender el análisis de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia como explicación básica de las contradicciones del capitalismo. Por desgracia, el debate ha tenido hasta ahora una fuerte tendencia a limitarse a hacer exégesis de los escritos de Marx, unos esforzándose en demostrar que las tesis de Rosa Luxemburg son "algo totalmente fuera del marxismo" o por lo menos, una "malísima interpretación de los trabajos del fundador del socialismo científico" y los otros insistiendo en poner de relieve la continuidad marxista de la tesis de La acumulación del capital.
Por muy importante que sea la cuestión de situar cualquier análisis "marxista" con respecto a los trabajos de Marx, el debate acabaría en un callejón sin salida estéril si se limitara a eso. Una teoría no queda confirmada o invalidada más que si se encara a la realidad que pretende explicar. Un pensamiento sólo puede desarrollarse-positivamente y llegar a los medios para convertirse en fuerza material si se someta a la crítica de los hechos. Así pues, para que el debate actual sobre las causas básicas de la crisis del capitalismo pueda desenvolverse constructivamente, hay que:
· saber considerar los análisis de los marxistas del pasado, incluido Marx, no como libros sagrados cuyo estudio bastaría para darnos la explicación de todos los fenómenos económicos del capitalismo actual, sino como esfuerzos teóricos que deben, para ser comprendidos y recogidos, ser situados en las condiciones históricas en las que fueron elaborados.
Por todo eso, nos parece esencial:
M A R X
En plena crisis económica de 1847-48, y para intervenir en las luchas obreras resultantes, fue cuando Marx expuso en conferencias en la Asociación de Obreros Alemanes de Bruselas ("Trabajo asalariado y Capital") y luego en El Manifiesto Comunista, las bases para explicar las crisis del capitalismo. Con fórmulas sencillas pero precisas, Marx hace resaltar lo más específico de la crisis económica capitalista en relación con las crisis económicas de las sociedades pasadas. En las sociedades precapitalistas, el objetivo inmediato de la producción era el consumo. En cambio, el objetivo del capitalista es la venta y la acumulación de capital; siendo el consumo un "mal menor", y entonces, la crisis económica se traduce no en penuria de bienes, sino de sobreproducción: los bienes necesarios a la subsistencia o las condiciones materiales para producirlos existen, pero la masa de productores que solo recibe de sus amos el coste de la fuerza de trabajo, está privada de los medios y del dinero necesario para comprarlos. Y encima, al mismo tiempo que la crisis precipita a los productores en la miseria y el paro, los capitalistas destruyen los medios de producción que permiten paliar esa miseria.
Al mismo tiempo, Marx esboza la razón profunda de las crisis: al vivir en competencia permanente entre sí, los capitalistas no pueden vivir más que desarrollando su capital y no pueden desarrollar su capital más que disponiendo dé nuevas salidas mercantiles. Es así como la burguesía está obligada a invadir todo el planeta en busca de nuevos mercados. Pero al lanzarse a esa expansión, que es lo único que le permite superar las crisis, también está limitando al mismo tiempo el mercado mundial, creando así las condiciones para nuevas crisis todavía más fuertes.
Resumiendo, por la naturaleza misma del salariado y de la ganancia capitalista, el capital no puede dar a sus asalariados los medios para comprar todo lo que produce. Los compradores de lo que no puede vender a sus explotados: la burguesía los encuentra en los sectores y las naciones en las que no domina el capitalismo. Pero al vender su producción a esos sectores, los obliga a adoptar el modo de producción burgués, lo cual los elimina como tales mercados engendrando de nuevo la necesidad de nuevos mercados.
"Desde hace varios decenios (escribe Marx en El Manifiesto de 1848), la historia de la industria y del comercio no es otra cosa sino la rebelión de las fuerzas productivas, contra las relaciones de producción modernas, contra el sistema de propiedad que es la condición de "existencia de la burguesía y de su régimen"; "Basta recordar las crisis comerciales que, vueltas periódicamente, amenazan cada vez más la existencia de la sociedad burguesa. En estas crisis una gran parte no sólo de los productos ya creados, sino también de las fuerzas productivas existentes, son destruidos. Y aparece una epidemia social que en cualquier otra época, hubiera parecido absurda, la epidemia de la sobreproducción. De repente, la sociedad se encuentra hundida en un estado de barbarie momentáneo. Parecería como si el hambre o una guerra de destrucción universal la hubiera dejado sin víveres. La industria y el comercio parecen haber sido aniquilados. Y todo eso ¿por qué? Pues porque la sociedad tiene demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio..."
"... ¿Y cómo supera la burguesía esas crisis? Por un lado, imponiendo la destrucción de una masa de fuerzas productivas; por otro, apoderándose de nuevos mercados y explotando mejor los antiguos. ¿y qué significa esto? pues que prepara crisis más generales y profundas, reduciendo a la vez los medios para prevenirlas".
Que entienden Marx y Engels por "apoderarse de nuevos mercados": El Manifiesto contesta que “presionada por la necesidad de mercados cada vez más amplios para sus productos, la burguesía invade toda la superficie del globo. Por todas partes tiene que incrustarse, necesita construir por doquier, por todas partes establece relaciones. Los precios bajos de sus mercancías son la artillería pesada con la que derriba todas las murallas de China, obtiene la capitulación de los bárbaros más decididamente xenófobos. Obliga a todas las naciones, si no quieren ir a la ruina total, adoptar el modo de producción burgués, las obliga a importar lo que se llama civilización, o sea que hace naciones de burgueses. En resumen, la burguesía crea un mundo a su imagen... Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, somete a los países bárbaros y semibárbaros a los países civilizados, las naciones campesinas a las naciones burguesas, Oriente a Occidente".
¿De qué modo es esta conquista el medio para la burguesía de superar sus crisis y al mismo tiempo su condena a más generales y más profundas"?
En "Trabajo asalariado y Capital", Marx contesta:
"Resulta que la masa de productos y por lo tanto la necesidad de mercados aumenta, mientras que el mercado mundial se estrecha, y que cada crisis somete para el mundo comercial un mercado aun no conquistado o poco explotado, limitando así los mercados"
Esas fórmulas son, sin duda alguna, una síntesis magistral de la teoría marxista de las crisis. No es una casualidad si Marx y Engels las pusieron en documentos redactados con el objetivo de presentar a la clase obrera la quintaesencia de los análisis de los comunistas. Ni Marx ni Engels pondrían después, esas fórmulas en entredicho, sino al contrario. Sin embargo, no se encuentra en los trabajos posteriores económicos de Marx, una exposición sistemática y acabada de esa tesis. Hay dos razones básicas.
En efecto, el periodo histórico del siglo XIX es el del auge del movimiento de formación del mercado mundial: "La burguesía invade toda la superficie del globo..., y crea un mundo a su imagen..." comprueba Marx. Pero el movimiento de formación del mercado mundial no estaba realmente terminado. El movimiento que estaba descrito por Marx de que el capital somete para el mundo comercial un mercado aún no conquistado o poco explotado limitando así los mercados, ese movimiento por el que el mercado mundial se estrecha, ese movimiento histórico que hace que la burguesía prepara crisis más generales más profundas, reduciendo a la vez los medios para prevenirlas, ese movimiento, pues; no había alcanzado, en tiempos de Marx, el punto crítico en que el mercado mundial es, tan limitado que la burguesía ya no dispone de medios para prevenir y superar las crisis. El estrechamiento del mercado mundial, la limitación de mercados no había alcanzado un nivel tal que transformara la crisis del capitalismo en algo permanente.
Las crisis del siglo XIX que Marx describe lo son todavía de crecimiento, crisis de las que el capital sale reforzado. Las crisis comerciales de que habla Marx “que, vueltas periódicamente, amenazan cada vez más la existencia de la sociedad burguesa” no son todavía estertores de agonía (como el mismo Marx lo reconocerá años más tarde en el Prefacio a Las luchas de clases en Francia), sino crisis de desarrollo. En el siglo XIX, como también lo dice Marx, "la burguesía supera sus crisis apoderándose de nuevos mercados y explotando mejor los antiguos". Esto le es posible porque el mercado mundial está formándose aún. Tras cada crisis, quedan aún mercados nuevos por conquistar parca los países capitalistas.
Inglaterra, por ejemplo, entre, 1860 Y 1900, colonizaría todavía cerca de 7 millones de millas cuadradas de territorios poblados por 164 millones de personas, lo cual triplica la superficie y duplica la población de su imperio. Francia incrementa su imperio en 3,5 millones de millas cuadradas y 53 millones de habitantes (lo cual multiplica por 18 la extensión y por 16 la población de sus colonias).
Marx asiste al movimiento en que se repliegan las contradicciones del capitalismo y define la fundamental, la cual por un lado impulsa el movimiento y por otro lo condena al callejón sin salida. Marx descubre en el capitalismo en pleno auge de su potencia histórica la enfermedad que lo condenaría a muerte. Pero esta enfermedad no aparecía en aquella etapa de desarrollo, como mortal. Y por eso mismo, Marx no llegó a poder estudiar todos sus aspectos.
Para poder medir la resistencia de un material, hay que llevarlo hasta el punto de ruptura. Para conocer todas las funciones de una sustancia nutritiva en un ser vivo, hay que privarle a éste de aquella hasta que aparecen todas las consecuencias de su falta. De la misma manera, hacía falta que el mercado mundial se encogiera hasta el punto de bloquear de manera definitiva la expansión del capitalismo para que pudiera analizarse en toda su complejidad su contradicción fundamental.
Habría que esperar hasta principios del siglo XX y la exacerbación de los antagonismos entre países capitalistas por la conquista de nuevos mercados hasta llevar a la preparación de la guerra mundial, para que el análisis del problema superara una nueva etapa y alcanzara un nivel más elevado de comprensión. Y así sería con los debates sobre el imperialismo.
Marx no había dejado, sin embargo, los análisis de las contradicciones internas del capitalismo tras El Manifiesto. En El Capital, se encuentran en varios lugares estudios detallados de las condiciones de las crisis capitalistas. Pero en casi todos esos trabajos, hace explícitamente abstracción del mercado mundial, remitiendo al lector a hacerlo. Más que una visión total del mundo capitalista que no podía ser otra que la del mercado mundial, Marx analiza mecanismos internos del "proceso de conjunto del capital", haciendo abstracción de todos aquellos sectores de la economía mundial que son nombrados en El Manifiesto como "mercados nuevos".
Ese es el caso, en particular, de la conocida "ley de la tendencia decreciente de la cuota (o tasa) de ganancia". Esta ley, que Marx descubrió, pone en evidencia los mecanismos por los cuales, sin cierta cantidad de factores contrarios, la elevación de la composición orgánica del capital (es decir, el crecimiento de la productividad del trabajo con la introducción en el proceso productivo de una proporción creciente de trabajo muerto, las maquinas en particular, con respecto al trabajo vivo), lleva la cuota de ganancia del capitalismo a la baja.
Esta ley describe los mecanismos económicos que expresan, a nivel de la cuota de ganancia del capital, la contradicción entre, por un lado, el hecho de que la ganancia capitalista no puede ser extraída más que del trabajo vivo explotado (el capitalismo solo puede robar a los obreros, nunca a las máquinas) y, por otro lado, el hecho de que la proporción de trabajo vivo que contiene cada mercancía capitalista disminuye continuamente en provecho de la del trabajo muerto. En un mundo sin obreros, en el que solo las maquinas producirían, la ganancia capitalista es un absurdo. La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia describe como, al mecanizar y automatizar cada día más la producción, el capitalista está obligado a recurrir a una serie de medidas que impidan la tendencia a la baja a hacerse efectiva.
Marx hizo un estudio de esas medidas destinadas a frenar la baja y que hacen que la ley sea tendencial y no absoluta. Ahora bien, los factores principales que contrarrestan la tendencia dependen precisamente de la capacidad del capital para emplear la escala de la producción, y, por lo tanto, la capacidad para agenciarse mercados nuevos.
Ya sea por factores que compensan la baja de la cuota de ganancia por el aumento de la masa de ganancia, o por factores que impiden esta baja con el incremento del grado de explotación del obrero (elevación de la cuota de plusvalía) gracias a la elevación de la productividad social (baja de salarios reales, extracción creciente de plusvalía relativa), estos dos tipos de factores fundamentales solo pueden hacer su papel si el capitalista encuentra siempre nuevos mercados que le permitan incrementar la escala de su producción, y por lo tanto:
Por eso, Marx insiste tanto en lo tendencial, y no absoluto de dicha ley. Y por eso también, a lo largo de su exposición de la ley y de los factores que la contrarrestan, remite en varias ocasiones al lector a trabajos posteriores.
La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia describe en realidad la carrera entre dos movimientos paralelos en la vida del capitalismo: el movimiento hacia la mecanización y la automatización creciente del proceso de producción por un lado, y, por otro lado, el movimiento del capitalismo hacia una intensificación siempre mayor de la explotación del proletariado [2] [11]. Si la mecanización de la producción capitalista se desarrolla más rápidamente que la capacidad del capital para intensificar la explotación del proletariado, la cuota, de ganancia baja. Si, al contrario, la intensificación de la explotación se desarrolla más deprisa que el ritmo de mecanización de la producción, la cuota de ganancia tiende a aumentar.
Al describir esta carrera contradictoria, la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, esclarece un problema real. Pero no ella sola describe todos los elementos de la realidad de ese fenómeno, sus causas y sus frenos. A las preguntas esenciales ¿qué cosa determina la velocidad de cada uno de esos movimientos?, ¿qué es lo que engendra y mantiene la carrera a la modernización del proceso de producción?, ¿qué es lo que provoca permanentemente el movimiento de intensificación de la explotación?, la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia no contesta, ni pretende contestar por otra parte. La respuesta está en la especificidad histórica fundamental del capitalismo o sea, en que es un sistema mercantil y universal.
El capitalismo no es el primer modo de producción de la historia que conoce el intercambio mercantil y el dinero. En el modo de producción esclavista como también en él feudalismo, existía el intercambio mercantil, pero entonces solo regían unos aspectos siempre limitados de la vida productiva social. Lo específico del sistema capitalista, es su tendencia a universalizar el intercambio, no solo a todo el planeta, sino también y sobre todo, a todos los sectores de la producción social, y muy en particular, a la fuerza de trabajo. Ni el esclavo, ni el siervo vendían su fuerza de trabajo. La parte que les correspondía en la producción social dependía de la producción realizada por un lado y, por otro, de las reglas usuales para ese reparto.
En el capitalismo, el obrero vende su fuerza de trabajo. La parte que le corresponde en la producción social está determinada por la ley del salario, es decir por el valor de su fuerza de trabajo transformada por el capital en mercancía. Su "parte" no es más que lo equivalente del coste de su fuerza de trabajo para el capitalista, y eso sino está en paro (lo cual no se planteaba ni para el siervo ni para el esclavo). Es por eso por lo que el capitalista puede conocer esta situación, desconocida antes en la historia, de estar en sobreproducción, o sea, en una situación en la que los explotadores se encuentran con "demasiados" productos, "demasiadas" riquezas entre sus manos que no pueden reintroducir en el proceso de producción.
Este problema no se plantea al capital mientras este dispone de otros mercados además del que forman sus propios asalariados. Pero por esto mismo, la vida de cada capitalista es lo mismo que una carrera constante por mercados. La competencia entre capitalistas, característica esencial de la vida del capital, no es una competencia por honores o ideales, sino por mercados. Un capitalista sin mercados es un capitalista muerto. Incluso un capitalista que consiguiera realizar el milagro biológico de hacer trabajar a sus obreros gratis (realizando entonces una tasa de explotación sin límites y por lo tanto, una cuota de ganancia enorme), acabaría en quiebra si no consiguiera dar salida a las mercancías creadas por sus explotados. Por eso, la vida del capital está siempre ante una alternativa: o conquistar mercados o morir.
Así es la competencia capitalista, que ningún capital puede evitar. Es esa competencia, por mercados (tanto los existentes como los por conquistar) lo que obliga, cual divinidad, despiadada, al capitalista a agenciárselas para producir a menor coste cada vez. Los bajos precios de las mercancías no solo son la artillería pesada con la que el capital "derriba todas las murallas de China", acorralando los sectores extra capitalistas, sino también el arma económica esencial de la competencia entre capitalistas.
Es esta lucha por bajar los precios de sus mercancías con el fin de mantener o conquistar mercados, lo que es el motor de los dos movimientos cuya velocidad determina la tasa de ganancia. Los dos medios de que dispone el capital para rebajar costes de producción son, en efecto:
Un capitalista no moderniza sus fábricas por no se sabe que ideal modernista, sino porque está obligado, so pena de muerte, por la competencia de mercados. Y lo mismo es en cuanto a la exigencia de intensificar la explotación de la clase obrera.
Así pues, se mire la tendencia decreciente de la cuota de ganancia desde el punto de vista de las fuerzas que la provocan, o se mire desde los factores que la moderan y la contrarrestan, topamos con lo mismo, o sea, con un fenómeno que depende de la lucha del capital por, nuevos mercados. La contradicción económica que esa ley expresa, igual que todas las demás contradicciones económicas del sistema, acaban por reducirse siempre en la contradicción fundamental entre la necesidad para el capital de ampliar siempre más la producción, por un lado, y, por otro el hecho de que nunca podrá crear en su propio seno, dando, a sus asalariados el poder adquisitivo necesario, las salidas necesarias para esa ampliación.
Por eso, tras, haber expuesto la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, Marx escribe dos secciones más lejos en el mismo Libro III de El Capital: "... mientras que la capacidad de consumo de los obreros se halla limitado en parte por el hecho de que estas leyes sólo se aplican en la medida en que su aplicación sea beneficiosa para la clase capitalista.
“La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviese más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad” [3] [12].
Pero desde El Manifiesto hasta el Libro III de El Capital el enunciado de esa razón es siempre el mismo.
Para precisar mejor el contenido de lo que Marx formuló efectivamente y a riesgo de hacer concesiones a los debates de exegetas, hay que contestar aquí, a uno de los últimos argumentos desarrollado por uno de los más conocidos defensores de la idea de que la tendencia decreciente de la cuota de ganancia sería la única teoría de las crisis de Marx. Según Paul Mattick, en su libro Crisis y Teoría de las crisis, las fórmulas de Marx referentes a los problemas que provoca en el mercado el consumo inevitablemente limitado de los trabajadores, serían o "errores de escritura" o concesiones a las teorías subconsumistas en particular de Sismondi.
Marx criticó la teoría subconsumista de Sismondi. Pero lo que rechaza en esta teoría no es la idea de que el capitalismo esté confrontado a problemas de mercado por el hecho mismo de que al ampliar su campo de acción limita también y siempre el poder adquisitivo y el consumo de los trabajadores.
Lo que Marx rechaza de las teorías subconsumistas es:
En resumen, el fondo de la crítica de a los subconsumistas no es que niegue el problema económico que plantean, sino, primero, como lo plantean y segundo las respuestas que le dan.
La teoría de las crisis de Marx sitúa en el centro de su análisis el problema de la incapacidad para el capitalismo de crear todas las salidas necesarias para su expansión y por tanto, el del consumo limitado de las masas obreras. Pero no por eso, es una teoría subconsumista.
El último cuarto del siglo XIX fue sin duda alguna el del auge histórico del capitalismo. El colonialismo capitalista domina casi por completo el planeta. El capitalismo se desarrolla con ritmo sin precedentes, tanto en extensión como en productividad interna. Las luchas sindicales y parlamentarias del movimiento obrero consiguen arrancar reformas duraderas al capitalismo. Las condiciones de existencia del proletariado conocen en los países más desarrollados mejoras verdaderas al mismo tiempo que la expansión fulgurante del capital mundial parece haber dejado como recuerdo del pasado las grandes crisis económicas.
En el movimiento obrero se empieza a desarrollar entonces el "revisionismo", o sea las tendencias que ponen en entredicho la idea de Marx de que el capitalismo está condenado a soportar crisis mortales y proponiendo la posibilidad de pasar al socialismo de manera gradual y pacífica, por medio de reformas sociales progresivas. Lo que dijo Bernstein: "el movimiento lo es todo, la meta no es nada", es el contenido de esa revisión.
En 1901, uno de los principales "marxistas revisionistas", el profesor ruso Tugan-Baranovski, publica un libro que sostiene la idea de que las crisis del capitalismo vienen no de una falta de consumo solvente para la capacidad de extensión de la producción capitalista, sino de una simple desproporción entre los diferentes sectores que podría ser evitada gracias a intervenciones apropiadas de los gobiernos. De hecho, era una reposición de una de las tesis básicas de la economía burguesa, formulada por J. B. Say, según la cual el capitalismo no tendría nunca verdaderos problemas de mercados.
Esas tesis dieron lugar a un debate que llevó a la socialdemocracia a volverse a ocupar de las causas de las crisis. Le incumbió a Kautsky, que era todavía el portavoz más reconocido en todo el movimiento obrero de las teorías de Marx, contestar a Tugan-Baranovski. Citamos aquí un trozo del artículo de Kautsky, el cual pone en claro como en aquella época todavía no planteaba problema alguno en el movimiento obrero, el que la causa de las crisis del capitalismo estaba en su incapacidad para crear los mercados necesarios para su expansión.
"... Los capitalistas y los obreros por ellos explotados ofrecen con el crecimiento de los primeros y del número de los obreros un mercado que aumenta la riqueza de los primeros y del número de los segundo, pero no tan a prisa como la acumulación del capital y la productividad del trabajo. Este mercado, sin embargo, no es, por sí solo, suficiente para los medios de consumo creados por la gran industria capitalista. Esta debe buscar un mercado suplementario, fuera de su campo en las profesiones y naciones que no producen aún en forma capitalista. Lo halla también y lo amplía cada vez más, pero no con bastante rapidez. Pues este mercado suplementario no posee, ni con mucho, la elasticidad y la capacidad de extensión del proceso de producción capitalista. Desde el momento en que la producción capitalista se ha convertido en gran industria desarrollada, como ocurría ya en el siglo XIX, contiene la posibilidad de esta extensión a saltos, que rápidamente excede a toda ampliación del mercado. Así, período de prosperidad que sigue a una ampliación considerable del mercado se halla condenado a vida breve, y la crisis es su término irremediable. Tal es en breves rasgos la "teoría de la crisis fundada por Marx y en cuanto sabemos, aceptada en general por los marxistas ortodoxos".
Kautsky da la dimensión política al debate cuando escribe en el mismo artículo de 1902: "... No es una casualidad que el revisionismo combata con particular ardor la teoría marxista de las crisis (y que el revisionismo quiera transformar) la social-democracia, de un partido de la lucha de clases proletaria, en el ala izquierda de un partido democrático con un programa de reformas sociales".
Sin embargo, por mucho que esta teoría resumida en algunas palabras por Kautsky fuese generalmente adoptada por el movimiento obrero marxista, nadie se había puesto a desarrollarla de manera más sistemática, tal como Marx se lo había propuesto.
Eso es lo que se intentó en los debates sobre la naturaleza del imperialismo en la época de mera guerra mundial.
Los principios del siglo XX conocen el remate de las tendencias contradictorias descubiertas por Marx. El capital ha extendido su dominio al mundo entero. No queda prácticamente un solo kilómetro cuadrado en el planeta que no esté bajo las garras de una u otra metrópoli imperialista. El proceso de formación del mercado mundial, o sea la integración de todas las economías del mundo en un mismo circuito de producción y de intercambio, alcanza entonces un grado tal que la lucha por los últimos territorios no capitalistas se vuelve, problema vital para todos los países.
Nuevas potencias como Alemania, Japón o EE.UU. se han hecho capaces de competir con la toda poderosa Inglaterra en el plano industrial y, sin, embargo en el reparto colonial del mundo, están prácticamente ausentes. En las cuatro esquinas del globo los antagonismos entre todas las potencias se agudizan. De 1905 a 1913 en cinco ocasiones, los antagonismos estallan en conflictos en lo que se ve que la marcha hacia la guerra generalizada es la única solución que puede encontrar el capitalismo para repartirse el mercado mundial. Por fin, la explosión de la primera guerra mundial, vino a señalar con el mayor holocausto que la humanidad había conocido en su historia, que era imposible para el capitalismo seguir viviendo como hasta entonces. Las naciones capitalistas ya no pueden tener un desarrollo paralelo unas, con otras, dejando el intercambio libre y a los exploradores que sirvan de reguladores la extensión de cada dominio. No, ahora el mundo es demasiado limitado para tantos apetitos capitalistas. El libre intercambio deja el sitio a la guerra y los exploradores son substituidos por los cañones. El desarrollo de una nación capitalista no podrá llevarse a cabo más que a expensas de otra u otras. Ya no quedan verdaderas posibilidades de ampliar el mercado mundial.
La Tercera Internacional: se forma en 1919 con la base del reconocimiento y comprensión del cambio habido de la ruptura histórica cualitativa. De ahí que el primer punto de la plataforma de la Internacional Comunista diga:
"Las contradicciones del sistema mundial, que antes estaban ocultas, han aparecido con una fuerza inusitada, con una formidable explosión; la gran guerra imperialista mundial... una nueva época ha nacido. Época de desmoronamiento del capitalismo, de su hundimiento desde dentro. Época de la revolución comunista del proletariado".
Así reafirmaba la IC su ruptura con las tendencias reformistas y posteriores que se habían desarrollado en el seno de la II Internacional, tendencias que habían arrastrado al proletariado a la carnicería interimperialista en nombre de la posibilidad de un desarrollo continuo de las fuerzas productivas y de un paso pacífico del capitalismo al socialismo.
La IC afirmaba con claridad:
Toda la IC reconocía en la Primera guerra mundial la plasmación de que el desarrollo de las contradicciones internas del capitalismo había llegado a un punto sin vuelta atrás.
Pero si todos los revolucionarios marxistas compartían esas conclusiones, no era lo mismo en cuanto a los análisis sobre la naturaleza precisa de esas contradicciones y del desarrollo de éstas.
Entre los que habían formado la izquierda de la IIIª Internacional, se habían desarrollado dos teorías principales sobre el imperialismo y las contradicciones económicas del capitalismo que lo engendran. Por un lado, la de Rosa Luxemburg explicada en La Acumulación del Capital (1912) y luego en La crisis de la Socialdemocracia alemana que escribió en la cárcel, durante la guerra. Por otro, la de Lenin, expuesta en El imperialismo fase superior del capitalismo (1916).
Para ambas teorías, el análisis del imperialismo y el de las contradicciones básicas del capitalismo no eran sino dos aspectos del mismo problema. Ambos trabajos apuntan contra las concepciones socialdemócratas patrioteras, con su pacifismo vergonzante y la ilusión de que era posible impedir la guerra imperialista y el imperialismo, por medio de luchas parlamentarias legales con las que influenciar al gobierno. Para Rosa como para Lenin, es imposible impedir la guerra si no es destruyendo el capitalismo, pues el imperialismo no es más que la consecuencia de sus contradicciones internas. Contestar a la pregunta: ¿qué es el imperialismo? implica, pues, que haya que contestar a: ¿cuál es la contradicción básica que el capitalismo pretende paliar con su política imperialista?
La respuesta de Rosa pretende ser, y a nuestro parecer es, la continuación de los trabajos de Marx sobre el desarrollo del capitalismo, considerándolo no ya bajo la forma abstracta y simplificada de un sistema puro que funciona en un mundo en el que sólo habría obreros y capitalistas, sino bajo la forma histórica concreta, es decir como meollo y parte del mercado mundial. Su respuesta es el desarrollo sistemático del análisis de la crisis de Marx, apenas esbozada desde El Manifiesto hasta El Capital. En La Acumulación del Capital, aquella emprende un análisis del problema del crecimiento capitalista en relación con el resto del mundo, no capitalista, con un método marxista perfectamente dominado, las grandes etapas de ese crecimiento y también, los diferentes enfoques del problema.
La respuesta de Rosa al problema del imperialismo es la actualización de los análisis de El Manifiesto Comunista, 60 años más tarde. El capitalismo no puede crear en su propio seno los mercados necesarios para su expansión. Los obreros, los capitalistas y sus servidores directos, no pueden comprar más que una parte de la producción realizada. La parte de la producción que no consume o sea, la parte de la ganancia que debe ser reinvertida en la producción, el capital tiene que venderla a alguien fuera de los agentes que somete a dominio directo y a los que paga con sus propios fondos. A esos compradores no puede encontrarlos más que en los sectores que siguen produciendo según modos precapitalistas.
El capitalismo se desarrolló vendiendo excedentes de productos de sus manufacturas primero a los señores feudales, luego a los sectores artesanos y agrícolas atrasados y, por fin, a las naciones "salvajes" precapitalistas que colonizó.
Y paralelamente el capital eliminó a los señores, transformó los artesanos y campesinos en proletarios. Luego, en las naciones precapitalista ha proletarizado a una parte de la población, hundiendo al resto en la indigencia al destruir con los bajos precios de sus mercancías las antiguas economías de subsistencia.
Para Rosa Luxemburg el imperialismo es esencialmente la forma de vida que toma el capitalismo cuando los mercados extracapitalistas se vuelven demasiados estrechos para las necesidades de expansión de un número creciente de potencias cada vez más desarrolladas, abocadas a enfrentamientos permanentes cada vez más violentos por encontrar sitio en el reparto del mercado mundial.
"El imperialismo actual no es... el preludio de la expansión del capital, sino el último capítulo de su proceso histórico de expansión: es el período de la concurrencia general mundial de los Estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra" (R. Luxemburg, Una anticrítica– La acumulación del Capital, p.452.- E. Grijalbo).
La contradicción fundamental del capitalismo, o sea, la que en última instancia es determinante en su acción y en su vida, es la que forman por un lado la necesidad permanente de expansión del capital de cada nación bajo la presión de la competencia y, por otra, el hecho de que, al desarrollarse, al generalizar el salariado, restringe los mercados indispensables para dicha expansión.
De este modo, el capital va preparando su bancarrota por dos caminos. De una parte, porque, al expansionarse a costa de todas las formas no capitalistas de producción, camina hacia el momento en que toda la humanidad se compondrá exclusivamente de capitalistas y proletarios asalariados, haciéndose imposible, por tanto, toda nueva expansión y, como consecuencia de ello toda acumulación. De otra parte, en la medida en que esta tendencia se impone, el capitalismo va agudizando los antagonismos de clase y la anarquía política y económica internacional en tales términos que mucho antes de que se llegue a las ultima consecuencias del desarrollo económico, es decir, mucho antes de que se imponga en el mundo el régimen absoluto y uniforme de la producción capitalista, sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional, que acabará necesariamente con el régimen capitalista.
"El término de esta contradicción no será alcanzado jamás, así lo precisa Rosa Luxemburg, puesto que la acumulación del capital no es sólo un proceso económico sino un proceso político".
El imperialismo es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia. Con eso no se ha dicho que este término haya de ser tranquilamente alcanzado. Ya la tendencia de la evolución capitalista hacia él se manifiesta con vientos de catástrofe.
(R. Luxemburg, La acumulación del Capital, p.346.- Grijalbo).
La agudización de los antagonismos interimperialistas para conquistar las colonias a finales del XIX y principios de este siglo, había obligado a Rosa, mucho más que a Marx, a preocuparse por analizar la importancia de los sectores no capitalistas en el crecimiento del capitalismo. La perspectiva histórica y lo específico del momento en que vivía con respecto al que Marx vivió, le dieron las bases que la convencieron para proseguir los análisis de aquel.
Sin embargo, al desarrollar su análisis, R. Luxemburg tuvo que criticar los trabajos de Marx sobre la reproducción ampliada (y, en particular los esquemas matemáticos) en el Libro II de El Capital. Esta crítica consistía sobre todo en mostrar, por un lado, el carácter inacabado de esos trabajos, que se tendía a presentar como algo definitivo y terminado, y, por otro, en dejar bien claro que los postulados teóricos en que se habían basado no permitían comprender el problema en su globalidad (el postulado de Marx era estudiar las condiciones de la ampliación de la reproducción capitalista haciendo abstracción del medio no capitalista que lo rodea, es decir, considerando al mundo como un mundo puramente capitalista).
La publicación de los trabajos de Luxemburgo en vísperas de la guerra mundial provocó en el aparato oficial de la Social Democracia alemana una reacción muy violenta y dura, pretextando muchas veces la "salvaguardia" de la obra de Marx. Para ellos, Rosa habría inventando un problema inexistente. El problema de los mercados seria un problema falso. Marx así lo habría "demostrado" con sus conocidos esquemas sobre la reproducción ampliada, etc., y, en fin de cuestas, como telón de fondo de las criticas "oficiales" estaba la tesis de los futuros patriotas, la de que el imperialismo es algo que se puede evitar en el capitalismo.
El análisis de Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1916, no hace referencia a los trabajos de mercados más que de modo accesorio. Para demostrar el carácter inevitable del imperialismo en el capitalismo "en descomposición", Lenin insiste en el fenómeno de concentración acelerada del capital durante las décadas anteriores a la guerra. En esto, sus análisis recoge la tesis de Hilferding ("El capital financiero", 1910), según la cual el fenómeno de concentración es esencial en la evolución del capitalismo en esta época.
"Si hubiera que definir el imperialismo con la mayor brevedad, escribe Lenin, habría que decir que es la fase monopolista del capitalismo".
Lenin define 5 rasgos fundamentales del imperialismo: Por eso, sin olvidar lo convencional y relativo de todas las definiciones en general, que jamás pueden abarcar en todos sus aspectos las relaciones de un fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga los cinco rasgos fundamentales siguientes: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, lo cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este "capital financiero", de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías adquiere una importancia particularmente grande; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes” (Cap. VII, El imperialismo..., p.765, Tomo I de "Obras escogidas". Ed. Progreso).
En esos "rasgos fundamentales", tres se refieren a la concentración creciente del capitalismo a nivel nacional e internacional. Para Lenin la contradicción fundamental del capitalismo, la que le lleva a la fase imperialista y "descomposición", es la que hay entre su tendencia al "monopolismo", el cual hace que la producción capitalista se vuelva cada vez más social, y las condiciones generales del capitalismo (propiedad privada, producción mercantil, competencia). "El capitalismo, en su fase imperialista, conduce de lleno a la socialización de la producción en sus más variados aspectos; arrastra, por decirlo así, a los capitalistas, en contra de su voluntad y consciencia, a un cierto nuevo régimen social, de transición entre la absoluta libertad de competencia y la socialización completa.
“La producción pasa a ser social, pero la apropiación continua siendo privada. Los medios sociales de producción siguen siendo propiedad privada de un reducido número de individuos. Se conserva el marco general de la libre competencia formalmente reconocida, y el yugo de unos cuantos monopolistas sobre el resto de la población se hace cien veces más duro, más insensible, más insoportable” (p. 709, Ídem).
Luego, en el capítulo sobre "El parasitismo y la descomposición del capitalismo": Según hemos visto, la base económica más profunda del imperialismo es el monopolio. Se trata de un monopolio capitalista, esto es, que ha nacido del capitalismo y se halla en el ambiente general de éste, en el ambiente de la producción mercantil, de la competencia, en una contradicción constante e insoluble con dicho ambiente general (p. 774, Ídem).
Esta contradicción entre el carácter cada vez mas "social" que toma la producción capitalista conforme se va extendiendo y concentrando y la continuación de la propiedad privada capitalista es una contradicción real del capitalismo, evidenciada por Marx en varias ocasiones. Pero ella sola es incapaz de dar cuenta realmente del porqué del imperialismo y de los hundimientos del capitalismo.
La tendencia hacia el "monopolismo" no explica por qué, a partir de cierto grado de desarrollo, los países capitalistas están abocados a la guerra a muerte por las colonias. Es, al contrario, la necesidad de hacer guerras cada vez más duras por las colonias lo que explica la tendencia en cada nación capitalista a unificar y concentrar todo el capital nacional. Las potencias que tuvieron las concentraciones mas rápidas y amplias no fueron precisamente las más pudientes en imperios coloniales (Inglaterra o Francia), sino las que tuvieron que hacerse un sitio en el mercado mundial (Alemania o Japón, por ejemplo).
Al no tener en cuenta el problema de los mercados para el capitalismo, Lenin acabó tomando como causa del imperialismo lo que en verdad, sólo era una consecuencia como lo es el imperialismo mismo de la lucha de los capitalistas por nuevos mercados. Así también, Lenin acabó por tomar la exportación de capitales, lo que no es sino una de las armas de la pelea entre potencias por los mercados en los que colocar sus mercancías (cosa que, por cierto, el mismo Lenin reconoce cuando dice: "la exportación de capitales pasa a ser un medio de estimular la exportación de mercancías", p.745, en el Cap. IV sobre "La exportación de capital" (Ídem)).
Al tomar como punto de partida de su análisis los trabajos de Hilferding sobre el monopolismo, difícilmente podrá llegar Lenin a conclusiones coherentes con semejantes premisas. Hilferding era uno de los teóricos del ala reformista de la IIª Internacional. Tras la importancia exagerada que otorgaba aquel al fenómeno de concentración del capital en el capital financiero, había la voluntad de demostrar la posibilidad del paso al socialismo por vías pacificas y progresivas. Según Hilferding, la concentración creciente impuesta por el monopolismo permitiría realizar dentro del capitalismo toda una serie de medidas que echarían progresivamente las bases del socialismo: se eliminaría la competencia, el dinero, las naciones y así, como quien no quiere la cosa..., hasta el comunismo. Todo el esfuerzo teórico de Hilferding tendía a demostrar la falsedad de la vía revolucionaria al comunismo. Todo el esfuerzo de Lenin iba en dirección totalmente contraria. Al recoger las base teóricas de Hilferding sobre el imperialismo, Lenin no podía sacar conclusiones revolucionarias mas que con forcejeos contradictorios con aquellas.
En su plataforma, la IC no se pronuncia realmente sobre el fondo del debate. La explicación esbozada de la evolución del capitalismo hacia su "hundimiento interno" se refiere explícitamente, sin embargo, al monopolismo y a la anarquía del capitalismo, mientras que el problema de los mercados solo es mencionado para explicar en parte el imperialismo.
El capitalismo ha intentado superar su propia anarquía con la organización de la producción. En lugar de muchas empresas en competencia, se han organizado vastas asociaciones capitalistas (sindicatos, cárteles, trust), el capital bancario se ha unido al capital industrial, toda la vida económica ha caído en poder de una oligarquía financiera capitalista que, por medio de una organización basada en ese poder, ha adquirido un predominio exclusivo. El monopolio substituye a la libre competencia. El capitalista aislado se convierte en miembro de una asociación capitalista. La organización sustituye a la anarquía.
Pero precisamente porque, en los Estados tomados uno por uno, los procedimientos anárquicos de la producción capitalista, era sustituidos por la organización capitalista, las contradicciones, la competencia, el desorden, alcanzaban en la economía mundial una mayor agudización. La lucha entre los mayores Estados conquistadores, llevaba, con inflexible necesidad, a una monstruosa guerra imperialista. El ansia de beneficios empujaba al capitalismo mundial a la lucha por conquistar nuevos mercados, nuevas fuentes de materias, mano de obra barata de esclavos de colonias. Los Estados imperialistas que se han repartido el mundo entero, que ha transformado a millones de proletarios y campesinos de África, Asia, América y Australia, en mulos de carga, tenían que dejar aparecer, tarde o temprano, en un gigantesco conflicto, la naturaleza anárquica del capital. Y así se produjo el mayor de los crímenes. La guerra mundial del bandidaje.
Es difícil sacar de entre estas expresiones, una idea clara sobre las cuestiones del imperialismo y de las contradicciones internas del sistema, la IC contesta, siguiendo a Lenin y por lo tanto bajo la influencia de Hilferding, con lo de la evolución del sistema hacia el monopolio. Y también como Lenin, afirma inmediatamente la imposibilidad de una evolución continua hasta eliminar las naciones por medio de concentraciones internacionales sucesivas. La concentración a nivel nacional lleva a que "las contradicciones, la competencia, el desorden alcancen en la economía mundial una mayor agudización", dando a entender como Lenin, que esa tendencia a la concentración es la causa y no la consecuencia de la agudización de "las contradicciones, competencias y desorden" internacionales.
En cuanto a las políticas imperialistas de conquista, la IC se limita a hablar del "ansia de beneficios" que "empujaba al capitalismo mundial a la lucha por conquistar mercados nuevos, nuevas fuentes de materias, mano de obra barata de esclavos de colonias". Todo esto es cierto, en particular por lo que significa como denuncia de las ideologías que presentaban al imperialismo como medio de "llevar la civilización", pero, a nivel económico queda como descripción simple que no permite comprender por qué el imperialismo está inscrito en la contradicción básica del capitalismo.
Y, en fin, en lo que se refiere a la Primera Guerra Mundial, y a las razones de su estallido, la IC se refiere, igual que Lenin y Rosa, a que "los Estados imperialistas se han repartido el mundo entero", pero sin decir por qué lleva inevitablemente a la guerra el que ese reparto se haya acabado, y por qué no podía estar acompañado, ese reparto, de una evolución paralela de las diferentes potencias.
En cuanto al problema de las crisis de sobreproducción, del mercado mundial, del estrechamiento de éste, etc. de los cuales hablaba el Manifiesto, la IC no dice nada.
La Internacional Comunista no consiguió, en su conjunto, ponerse de acuerdo sobre la cuestión. Los partidos comunistas, en 1919, tenían el poder en Rusia, el estallido de la revolución alemana había sido una confirmación de la visión de los comunistas de que la guerra generaría un movimiento revolucionario internacional. Pero la derrota inmediata de ese primer asalto revolucionario en Alemania planteaba el problema de la fuerza real del movimiento internacional. En esta situación, la cuestión de saber las razones teóricas del estallido de la guerra mundial pasaba a segundo término. La historia misma se había encargado de barrer, en la barbarie guerrera y con la fogata de la revolución, todas las teorías sobre el continuo desarrollo del bienestar en el capitalismo y del paso pacifico al socialismo.
La guerra, la forma más violenta de la miseria humana, estaba ahí, presente. Y había engendrado un movimiento revolucionario internacional. Y era inevitable que las cuestiones ligadas a la lucha revolucionaria estuvieran en primer término.
Pero esa no es la única razón por la que se explica que la IC no consiguiera llegar a un acuerdo sobre las bases de las crisis económicas del capitalismo. La Primera Guerra Mundial toma la forma de guerra total, es decir, la forma de una guerra que, por vez primera, exige la participación activa no sólo de soldados en el frente sino también de la población civil encuadrada por un aparato de Estado, vuelto organizador omnipresente de la marcha hacia la matanza general y de la producción industrial de artefactos mortíferos.
La monstruosa realidad de la guerra se hacía con fábricas que "funcionaban a pleno rendimiento", con un gasto de vidas humanas con o sin uniformes, que "eliminaba el desempleo". La realidad de la primera hecatombe mundial, que costó 24 millones de muertos a la humanidad, ocultaba, con el ruido de las fábricas produciendo destrucción, el hecho de que el capitalismo ya no era capaz de producir a secas. La subproducción de armamentos ocultaba la sobreproducción de mercancías... Las ventas a los Estados para la guerra ocultaba el hecho de que los capitalistas eran incapaces de vender otra cosa. Tenía que vender para destruir porque ya no podían seguir produciendo para vender.
Esa es sin duda la razón primera de que, sorprendentemente, la plataforma de la IC no recogiera la menor coma de las formulaciones de El Manifiesto, sobre la cuestión ya planteada 60 años antes, de las crisis de sobreproducción y de estrechamiento del mercado mundial.
Resumiendo, podemos decir que la necesidad de explicar el imperialismo permitió proseguir lo que Marx comprendió. Pero las condiciones mismas de la crisis de los años 14 o sea, los movimientos proletarios revolucionarios que hacen pasar a segundo plano las preocupaciones de tipo teórico-económico, lo reciente de la ruptura comunista con la IIª Internacional y, por ende, el peso de la influencia de los teóricos socialdemócrata sobre los revolucionarios, y, por fin, el que la guerra ocultara lo específico y básico de la crisis del capitalismo y en particular, la sobreproducción, todo ello, pues, vino a entorpecer que se llegara a un acuerdo de fondo sobre cómo analizar las causas de la crisis entre los revolucionarios, en la IC.
R.V.
[1] [13] Sobre este tema pueden leerse los artículos "Marxismo y teorías de las crisis", "Teorías económicas y lucha por el socialismo", "Sobre el imperialismo (Marx, Lenin, Bujarin, Luxemburg)", "Las teorías sobre las crisis en la Izquierda Holandesa" en la Revista Internacional nos 13, 16, 19 y 21 respectivamente.
[2] [14] Utilizando las fórmulas de Marx, la cuota de ganancia, es decir la relación entre la ganancia y el capital total gastado se escribe: …, en que pl representa la plusvalía; la ganancia, c el capital constante gastado, es decir el coste para el capitalista de las maquinas y de las materias primas, v el capital variable, es decir los costes salariales. Dividiendo el numerado y el denominador de esta fórmula por v, la cuota de ganancia resulta:, es decir la relación de la cuota de plusvalía o cuota de explotación (pl/v, o trabajo no pagado dividido por el trabajo pagado v) en la composición orgánica del capital (c/v, o gasto del capitalismo en trabajo muerto sobre gasto en trabajo vivo, expresión en valor de la composición técnica del capital en el proceso de producción).
[3] [15] El Capital, -Libro III, Sección 5ª, Ed. F.C.E.
Comentario de dos libros aparecidos sobre la Guerra de España de 1936
La nueva edición de los textos de "Bilan" sobre los acontecimientos de España del 36 al 38, en una colección de libros de bolsillo, es un acontecimiento importante. Durante mucho tiempo, ocultadas por la potencia de la ola contrarrevolucionaria, las posiciones internacionalistas resurgen poco a poco en la memoria proletaria. Desde hace algunos años, un interés creciente se manifiesta acerca de la Izquierda Comunista en general, y acerca de la verdadera Izquierda Italiana, encarnada sobre todo por "Bilan".
No debe sorprendernos que los pretendidos "herederos" de la Izquierda Italiana -la corriente bordiguista- no haya juzgado interesante publicar los textos de "Bilan". Su política de silencio no es casual. La izquierda Italiana de los años 30 es un "antepasado" molesto que habrían preferido enterrar en un olvido definitivo.
En realidad, los "bordiguistas" de hoy no tienen más que una relación muy lejana con "Bilan" y no pueden de ninguna manera reivindicarse de ellos. Nos proponemos, dentro de algunos meses, publicar una historia de la Izquierda Comunista Italiana de 1926 a 1945, en forma de libro con el fin de que sus aportaciones queden suficientemente vivas para las nuevas generaciones revolucionarias.
En el mes de Junio del 70, con gran interés y satisfacción hemos visto la publicación de un extracto de textos de "Bilan" sobre la guerra de España, publicados por J. Barrot. Este trabajo de reimpresión había sido hecho ya en parte por la CCI en su "Revista Internacional" (Nº 4, 6 y 7) y, referente a nuestro análisis de la importancia del trabajo realizado por la fracción italiana de la Izquierda Comunista, dirigimos al lector a las introducciones escritas en aquella ocasión.
Con la voluntad de situar a "Bilan" en la historia de las fracciones de Izquierda que lucharon contra la degeneración de la III Internacional, Barrot ha escrito una larga introducción donde, aun afirmando y recordando posiciones revolucionarias, el autor acaba ciertamente por despistar al lector poco documentado haciendo un revoltijo; consideraciones personales mezcladas con la de "Bilan", comparaciones históricas con el periodo actual, definición de conceptos, historia de otros grupos, polémicas contra la CCI y "Bilan". Si muchas de estas anotaciones son justas, y no negamos que sea necesario hacer críticas de "Bilan", que era producto como todo grupo de un periodo determinado, hay que constatar desgraciadamente que Barrot se sitúa como juez de la historia y que sus concepciones propias vienen a aumentar la confusión sobre las posiciones fundamentales para la emancipación de la clase obrera, sobre su vida y su papel histórico.
Medidas concretas y perspectivas revolucionarias
La experiencia española, la reacción espontánea de los proletarios dotándose de milicias contra el ataque fascista a pesar de los intentos de conciliación del Frente Popular, y después estos mismos obreros sometiéndose al encuadramiento de la burguesía de izquierdas, demuestra la naturaleza de las barreras políticas levantadas contra el proletariado y la derrota a la cual es llevado si no las supera.
Saludando las posiciones claras de "Bilan" sobre esto, y no pudiendo hacer otra cosa, pues él no inventa nada al respecto, J. Barrot se coloca sin embargo como observador desde lo alto de su tarima acerca de los acontecimientos de España. Bilan tiene tendencia a ver únicamente una derrota de los proletarios (lo que es cierto), y no la aparición de un movimiento social susceptible en otras condiciones de tener un efecto revolucionario.
Denunciar la contrarrevolución sin citar también las medidas positivas y de donde provienen en cada situación, es actuar de manera puramente negativa. El partido (o la fracción) no es una maquina de podar. (p.88)
Si J. Barrot entiende por movimiento social, la transformación inevitable de las instituciones burguesas en tiempo de crisis, como las huelgas y ocupaciones de tierra, esto es un hecho que "Bilan" no niega. Lo que dice "Bilan", es que tal transformación es insuficiente sin la caída del Estado burgués.
Cuando Bordiga decía que había que destruir el mundo capitalista antes de pretender construir la sociedad comunista, no era para anunciar un presagio mas, sino para demostrar como lo hacía Rosa, que los revolucionarios sólo disponen de algunos postes indicadores para llegar al comunismo. Pero J. Barrot tiene sin duda la pretensión, al igual de los utopistas, de definir con todos los detalles el seguimiento y la constitución de una sociedad que construirán millones de proletarios y sobre la cual sabemos muy pocas cosas, a grandes rasgos: que se verá la muerte del Estado, la abolición del salario y el final de la explotación del hombre por el hombre1.
J. Barrot parece haber olvidado la parte fundamental de la denuncia de la sociedad burguesa cuando retoma por su cuenta, con otras palabras, la acusación tradicional del burgués, según la cual los revolucionarios serian puramente nihilistas.
A propósito de la masacre de los trabajadores en España, el papel de la Fracción era y no podía ser otro que el de separar las ideas burguesas de las proletarias y sin ningún nihilismo, levantar la perspectiva de lucha autónoma de clase - que en tanto que tal no tiene nada que ver con la lucha sindical basada en las reivindicaciones de la izquierda - de afirmar la necesidad de oponerse a todo envío de armas sea para uno u otro campo imperialista, de poner en marcha la necesaria confraternización de los proletarios, sin lo que (es lo que pasó) serian masacrados en un guerra local primero, y después en el holocausto mundial. Tales eran las medidas concretas, políticas, a mantener, y "Bilan" las defendió.
¿Crisis del proletariado o necesaria reconstitución de su independencia de clase?
Olvidando medio siglo de contrarrevolución y desnaturalizando la afirmación de autonomía de clase por "Bilan", J. Barrot parece rebajar esta independencia de la acción del proletariado al nivel del peligro de que la lucha económica quede en un nivel puramente económico (más lejos niega la primacía de lo político cuando la acción de la clase engloba necesariamente lo político y lo económico): "... en estas condiciones, insistir sobre la autonomía de las acciones obreras, no basta. La autonomía no tiene por que ser un principio revolucionario, de igual manera que el dirigismo por una minoría: la revolución no se reivindica ni de la democracia ni de la dictadura."
Aunque recuerde la importancia del contenido para la autonomía, nos preguntamos que contenido le da Barrot a la dictadura del proletariado, a la democracia proletaria, a los órganos de masa del proletariado...
Comprendemos que para este autor, la autonomía no sea un principio, ya que así rechaza la afirmación del proletariado como clase distinta a las otras clases y que forma su experiencia a través de las múltiples luchas e incluso bajo la dominación del capital. Es él el quien hace la separación entre la lucha económica y política mientras que ni "Bilan" ni la CCI nunca han hecho preceder lo uno de lo otro de manera mecánica. Rosa y Lenin han demostrado ya bastantes veces que las fases de las luchas económicas y políticas se suceden ínter penetrándose hasta tal punto que se diluyen una en la otra, por que son momentos de una misma lucha de la clase obrera contra el capital.
Los revolucionarios siempre han puesto en primer lugar que los obreros se ven llevados a sobrepasar el estadio estrictamente reivindicativo, ya que si no ocurre esto, las luchas acaban en un fracaso. Por consiguiente, los fracasos de numerosas luchas en estos últimos años son el fermento de lucha decisiva en el futuro, pero J. Barrot ve ahí una contradicción: "...contradicción que engendra una verdadera crisis del proletariado reflejada entre otras cosas por la crisis de algunos grupos revolucionarios. Sólo una revolución podría sobrepasar prácticamente esta contradicción".
Para resolver lo que él comprende de esta aparente contradicción, Barrot sacude la palabra revolución como el cura mueve el incienso para ahuyentar al demonio. No es de mucho interés retener aquí las contradicciones de Barrot, pero sí por ejemplo, que de un lado reconoce que: "La experiencia proletaria tiene sus raíces en los conflictos inmediatos" ¿Cómo puede sostener la idea según la cual: "es la actividad reformista de los asalariados lo que los encadena al capital"?
¿Qué viene a hacer aquí el reformismo, mientras que los proletarios se pelean contra la agravación de sus condiciones de vida? A menos que Barrot - como todo izquierdista medio - identifique las clases con los partidos contrarrevolucionarios que pretenden representarla y que pasan por ser "reformistas".
Si los proletarios se encadenan por si solos al capital, esto equivale a decir que los partidos de izquierda en España (y en otras partes) no tienen ninguna responsabilidad en la guerra imperialista y que las ideas burguesas ya no son fuerzas materiales. Entonces, el proletariado ya no existe como clase revolucionaria y la sociedad comunista ya solo será una utopía más.
Pero Barrot puede decir aún que desnaturalizamos las cuestiones que él plantea - ciertamente, estaría hecho con mala idea - si Barrot no confirmaba la naturaleza de estas cuestiones por respuestas modernistas y juicios históricos.
Hemos aprendido sucesivamente que la autonomía de la clase no era un principio, que los proletarios se encadenaban al capital. Aprendemos después que la CCI sabe "mas o menos lo que la revolución debe destruir, pero no lo que debe de hacer para poder destruirlo" (p. 87); esto nos recuerda las medidas concretas tales como entran en el esquema de Barrot, y veremos como éste se hace el ignorante.
Ninguna modificación tangible de la estructura social es viable sin la destrucción del estado burgués
Hemos ya dejado constancia que la insuficiencia de algunas transformaciones sociales; que la clase obrera tiende a volver a poner en marcha la producción y que los campesinos sin tierra expropien a los propietarios no es un hecho revolucionario en sí mismo, sino mas al contrario un momento del proceso de intentos de la clase que: en sí mismo no son emancipadores si este control de la producción se convierte en autogestión y si los proletarios, como en España, están sometidos a una fracción de la burguesía en nombre del antifascismo. Barrot reconoce los límites de tales transformaciones, pero aun así las presenta como un inmenso avance revolucionario.
Aun reconociendo parcialmente que el Estado burgués republicano rechazaba (evidentemente) el empleo de métodos de lucha social para enviar a fin de cuenta a los proletarios al frente imperialista, Barrot piensa que: "la no destrucción del Estado impide a las socializaciones y a las colectividades de organizar una economía antimercantil al conjunto de toda sociedad."
Esto es cierto en un sentido pero para Barrot socializaciones y colectivizaciones son forzosamente la tendencia potencial al comunismo. Para nosotros, si hay una tendencia potencial al comunismo, se expresa en la capacidad de la clase obrera para generalizar sus luchas, para centralizar y coordinar su organización, para desmarcarse de los partidos burgueses, para armarse con el fin de acabar con la dominación capitalista, como condición primera de la transformación social, mas bien que un control de la producción dirigido a atenuar la derrota de la burguesía, o peor, pretendiendo antes de la destrucción del Estado, instituir relaciones de producción nuevas.
En Octubre del 17 en Rusia, este tipo de experiencia de autocontrol de las fábricas fue muy corto. Lo que se extrae primeramente y sobretodo, es la centralización de la lucha, una centralización que, o no existió en España, o fue tomada por el Estado burgués. Los proletarios en Rusia, después de la destrucción del Estado burgués, pudieron creer durante un corto espacio de tiempo, el organizar una economía antimercantil con todas las dificultades que sabemos: lo que se confirmó, es una imposibilidad de hacerlo en un cuadro nacional, incluso después de la destrucción del Estado burgués.
Está claro que los proletarios, ya antes del asalto contra el Estado, en el período de maduración, transforman la marcha de la explotación: ponen en marcha una reducción del tiempo de trabajo (las 8 horas), imponen decretos sobre la tierra y sobre la paz, pero estas medidas no son en sí mismas comunistas. Su aplicación no es más que la satisfacción en reivindicaciones que el capitalismo ya no es capaz de conceder. E incluso si el capital cede antes sobre alguna de estas medidas, el grado de conciencia conseguido por lo proletarios en el transcurso del proceso de la lucha no puede hacer que olviden la necesidad de la insurrección política.
Después de la insurrección, los proletarios de un área geográfica, continúan soportando el yugo de la ley del valor. Si no se reconoce esto, hay que negar entonces que el capitalismo impone su ley al conjunto del planeta en tanto que sigue existiendo y esto es la puerta abierta a la tesis estalinista del "socialismo en un solo país". Todo lo que sabemos, es que el proletariado no se verá con un método de producción fijo, sino que tendrá que transformarse constantemente en un sentido antimercantil.
El establecer hoy de manera precisa el cómo y el cuando se verá efectuada la distribución de las riquezas sociales según las necesidades a largo plazo (aparte de conceder las reivindicaciones mas inmediatas, la comida, el alojamiento, la supresión de las diferencias salariales, etc.), no seria mas que especulación o bricolaje político. ¡Sobre todo esto, nos encontramos en la sociedad de transición del capitalismo al comunismo, etapa inevitable como siempre lo ha afirmado el marxismo!
La lucha de clase bajo la dominación del capital a la afirmación del proletario
Es fácil para todos los novatos en teoría sociológica el teorizar las debilidades del movimiento obrero, el ver a los obreros recuperados por la sociedad de consumo o integrados al capital. La pretensión de estos fabricantes de ideas no es en realidad más que una tentativa para liquidar el marxismo en tanto que instrumento de combate que tiende a destruir la infraestructura de la clase a la que pertenecen, la burguesía. Tal es el camino en el que Barrot corre el peligro de enredarse.
Desgraciado el proletariado de España en el 36 que no obedece a las consideraciones de un gran observador por encima de la historia. Al principio, hay un comportamiento comunista bien narrado por Orwell y después no se organiza de manera comunista porque no actúa de manera comunista. Comprenda el que pueda. En realidad, Barrot pone el carro delante de los bueyes: "el movimiento comunista solo puede vencer si sobrepasa la simple revuelta (incluso armada) si no se atan al salario mismo. Los asalariados no pueden llevar la lucha armada mas que destruyéndose como asalariados". Barrot se lo toma a la ligera para extraer una lección de los sucesos en España, en Julio del 36 no se trata de un levantamiento armado contra el Estado. Después de ser incapaz de explicarnos como los obreros atomizados e individualizados pueden transformarse en proletariado afirmándose en la transformación del orden establecido, de otra manera que por formulas como la de "explosión de la teoría del proletariado", quiere hacernos creer en la simultaneidad absoluta de la abolición del salario y la caída del Estado burgués. Equivale a lo mismo que soñar en la constitución inmediata al comunismo.
Efectivamente, los proletarios insurrectos no son propiamente asalariados, pero "¿Cesarán por eso de producir en las fábricas, incluso con un fusil en bandolera? ¿Trabajarán gratuitamente para millones de parados? ¿Es posible en el seno del sector bajo control proletario el suprimir toda distribución en la anarquía legada por el capitalismo internacional, que en su intento material para arrasar la revolución impondrá por ejemplo una mayor producción de armas o de materiales de primera necesidad? ¿De todas maneras, quien puede decidir el modelo de retribución y la mejor manera de ir rápidamente hacia la abolición del salario en la división del trabajo aun existente, Marx y sus bonos de trabajo recogidos en "La critica del programa de Gotha"? ¿Barrot? ¿El partido? O mas bien la experiencia misma de la clase.
Lo que distingue hoy a los revolucionarios de todos los filósofos del comunismo imaginativo, es la afirmación de que todas las medidas económicas o de transformación social serán asumidas bajo la dictadura del proletariado, bajo el control político de esta clase y que no habrá medidas económicas adquiridas definitivamente: garantizando el avance hacia el comunismo, donde estemos seguros que no se volverá contra el proletariado, en tanto que la política burguesa no esté definitivamente vencida.
Barrot aun no ha empezado a ver la sociedad en transición hacia el comunismo cuando define ya la revolución como "la reapropiación de las condiciones de la vida y de la producción de las relaciones nuevas", tratando por encima del periodo insurreccional decisivo. Se comprende que reproche, como todos los modernistas, a la izquierda italiana "un formalismo obrero, parecido al economicismo". Incluso si se ve obligado a reconocer un papel clave a los obreros. Por la falta de claridad en todas estas formulaciones, creemos que la demostración implica el rechazo y la afirmación del proletariado como clase sujeto de la revolución.
Todos los que intentan hacer ver que el proletariado está en crisis porque no llegará a sobrepasar sus luchas triviales inmediatas que lo encadenan al capital, todos los que piensan en la desaparición de la clase obrera antes del asalto revolucionario, antes del comunismo, son inútiles para el proletariado, ya que borran de una vez todas las dificultades hacia el comunismo. Sus teorías acabaran en el basurero de la historia.
Lejos de ayudar a una apreciación justa del papel de las fracciones de izquierda y de sus aportaciones a nuestra generación, Barrot la desforma, acusando a la izquierda italiana de atrofiar la política, de quedarse en una concepción sucesiva de la revolución (política y después económica) y, aunque "Bilan" haya perfilado los caracteres generales de la revolución comunista futura, lo acusa de haber opuesto "el fin al movimiento".
Este tipo de comentarios nos llevan al parloteo. Al contrario de lo que intenta demostrar Barrot, hasta con leer los textos publicados para ver el cuidado que "Bilan" pone en el análisis de las relaciones de fuerza, en recordar los auges proletarios y los sacrificios de la clase, para mostrar donde vive esta y donde lucha, incluso mutilada por el peso del anarquismo en España, incluso desviada de la perspectiva comunista, en lo que las experiencias de lucha del 36 constituyen una parte irremplazable de le experiencia de la clase en la búsqueda de su meta final.
La guerra de España no ha bloqueado en ningún momento el desarrollo teórico de la izquierda italiana, al contrario, ha verificado los análisis de "Bilan", confirmando que no se puede abandonar ni una de las posiciones políticas proletarias. En cuanto al movimiento potencial del que habla Barrot para las necesidades de su teoría, las medidas concretas tales como las de socialización y colectivización han sido exageradas en su importancia y utilizadas por la burguesía para esconder el problema político fundamental: el ataque contra el estado burgués.
Para Barrot, el comunismo es para ahora o para nunca. Chilla a quien quiere oírle: "el comunismo teórico no puede existir mas que como afirmación positiva de la revolución". En estas condiciones, el lector que lee la introducción de los textos de "Bilan" puede preguntarse que reivindica la revolución de Barrot, si no es algo que no lleva y que no puede ir a ninguna parte.
El lector atento, ha comprendido que la revolución vendrá sola, un día, para resolver la crisis del proletariado por la negación pura y simple de esta clase, que no sobrepasaría de estos pequeños grupos revolucionarios que se parecen mas a casas editoras o grupos como la CCI que es lo que la revolución debe hacer. La fuerza de la pluma de Barrot elimina las adquisiciones programáticas del movimiento revolucionario, del debate sobre el periodo de transición, rechaza la conciencia de clase y la importancia de la actividad de los revolucionarios y da un gran salto en el vacío intersideral.
Barrot tiene un gran merito, el haber publicado los textos de "Bilan" sobre la guerra de España.
SOBRE LA PUBLICACION DE LOS TEXTOS DE "L' INTERNATIONALE" SOBRE LA GUERRA DE ESPAÑA
El medio de los revolucionarios de los años 30 en Francia constituía un verdadero microcosmos de las corrientes revolucionarias existentes. Mientras que el trotskismo perdía su carácter proletario para transformarse en una auténtica fuerza contrarrevolucionaria, algunos grupos se mantenían en el mismo periodo con posiciones de clase. La Izquierda Comunista Italiana fue la expresión más autentica de una coherencia y firmeza revolucionarias.
La confusión existe, en la cual cayó el grupo "UNION COMUNISTA", no iba desgraciadamente a permitirle pasar positivamente el test de los sucesos en España. Nacido en la confusión, desapareció en 1939 en la confusión, sin haber dado al proletariado una aportación substancial.
Uno de sus fundadores (Chazé), mas de 40 años después, ha reeditado con un prólogo, una selección de textos de su órgano ("L´Internationale"). Desgraciadamente, fijándose demasiado en posiciones que no han podido seguir adelante, consejismo y anarquismo, sembrando a veces pesimismo y amargura, algunos viejos militantes proletarios ilustran de manera trágica la ruptura entre las viejas generaciones revolucionarias gastadas y desmoralizadas por la contrarrevolución y las nuevas, que sufren una dificultad en reapropiarse de las experiencias pasadas. Que el balance crítico del pasado haga engrandecer la llama nueva del proletariado que no ha conocido el ambiente irrespirable de la contrarrevolución.
La guerra de España ha suscitado desde hace algunos años numerosos estudios, por desgracia a menudo bajo formas universitarias o de "memorias" de carácter equivoco. Es muy a menudo la voz "Frente Popular", poumistas, trotskistas, anarquistas, la que se hacia oír. Todas estas voces, estas visiones múltiples que se confundían en un mismo coro para cantar que si los meritos del Frente Popular, que si las colectivizaciones, que si el coraje de los "combatientes antifascistas"...
La voz de los revolucionarios, por el contrario, solo podía hacerse oír débilmente. La publicación en la Revista Internacional de la CCI y después la edición de libros en francés y castellano de los textos de "Bilan"2 consagrados a este periodo ha venido a llenar un vacío y hacer que se oiga, aunque débilmente, la voz de los revolucionarios internacionalistas. Este interés en las posiciones de clase expresadas en un total aislamiento, es un signo positivo. Poco a poco, aunque demasiado despacio todavía, se resquebraja la visión ideológica que la burguesía mundial ha fijado sobre el proletariado para aniquilar su capacidad teórica y de organización, para desenvolverse en su propio terreno, donde se expresa su verdadera naturaleza: la revolución proletaria mundial.
Ahora, con gran interés, el reducido medio revolucionario internacional ha visto aparecer en francés "Crónicas de la revolución española, selección de textos de la Unión Comunista", aparecidos entre 1933-39 y en el que H. Chazé era uno de los principales redactores.
Orígenes e itinerario político de la unión comunista
La UC nació en 1933. Bajo el nombre de Izquierda Comunista, en Abril de ese mismo año, habían reagrupado a las antiguas oposiciones del "15eme Rayón", de Courbevoie, de Bagnolet3 así como el grupo de Treint (antiguo dirigente del Partido Comunista Francés antes de su expulsión) que había escindido de la "Liga Comunista Trotskista" de Frank y Moliner. En diciembre, 35 expulsados de la Liga, casi todos salidos del grupo judío se fundían a la Izquierda Comunista para crear la Unión Comunista.
Este grupo se pronunciaba contra la fundación de una IV Internacional, contra el "socialismo en un solo país". Grupo revolucionario, la UC guardaba de su herencia trotskista muchas confusiones. No solo se decantaba por la defensa de Rusia, sino también sus posiciones no se desmarcaban del ideal antifascista. En Febrero de 1934, pediría milicias obreras, reprochando al PCF y a la SFIO (socialistas) el no querer constituir un "frente único" para combatir al fascismo. En Abril de 1934, verá con satisfacción a la "izquierda socialista" de Marceau Pivert «tomar una actitud revolucionaria», lanzada a plantear el problema de la conquista revolucionaria del poder ("L' Internationaliste" Nº 5). En 1935, tomará contracto con La Revolución Proletaria4 de los pacifistas, trotskistas, todos antifascistas, para preconizar el reagrupamiento de estas organizaciones. En 1936 participará a titulo de observador en la creación del nuevo partido trotskista (Partido Obrero Internacionalista).
En todo esto, se ve la enorme dificultad que tuvo la UC para definirse como una organización proletaria. En la confusión existente la clarificación de las posiciones de clase chocaba con miles de obstáculos. En la introducción a "Crónicas a la revolución española", Chazé lo reconoce y lanza una crítica del pasado: «Sobre la naturaleza y el papel contrarrevolucionario de la URSS, teníamos por lo menos 10 años de retraso en relación a nuestros camaradas holandeses (comunistas consejistas) y a los de la izquierda alemana».
Añade que este retraso iba a traer el abandono de militantes de la UC: «unos para buscar un auditorio en el grupo de Doriot entre el 34-35, otros porque en la UC no podían jugar a ser lideres, otros simplemente porque nuestra rápida evolución los asustaba. Salidas silenciosas o después de una discusión corta y amistosa. Algunos años después, casi todos estos camaradas estaban en la izquierda socialista de Marceau Pivert o en los "estalinistas de izquierda" del grupo que editaba. ¿Qué hacer?"5»
La UC se constituyó pues en medio de la más grande heterogeneidad política. A pesar de ello fue capaz, y este es su mérito, de aproximarse progresivamente a las posiciones de clase rechazando la defensa de la URSS y el Frente Popular definido muy justamente como "frente nacional".
¿Esta clarificaron se había realizado en su totalidad? Los sucesos de España tan determinantes por las masacres del proletariado español y la preparación de la guerra imperialista, ¿iban a llevar a la UC a romper definitivamente con las confusiones del pasado y ayudar firmemente a la construcción de la conciencia revolucionaria?.
Sobre esto, afirma Chazé en su prefacio: «Después de 40 años de franquismo, los trabajadores españoles han empezado a enfrentarse con la trampa de la democracia burguesa en un contexto de crisis económica y social mundial. (...) la lucha de clase no se deja entrampar durante mucho tiempo... con la condición de que tenga siempre en cuenta las enseñanzas de las luchas anteriores. Es para ayudarlos a romper la camisa de fuerza del encuadramiento que publicamos esta "Crónica de la revolución de 36-37».
¿De qué "ayuda" se trata?
LAS ENSEÑANZAS DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA; "EL INTERNACIONAL"
EN 1936 - 37
Leyendo los textos del "Internacional" es preciso constatar que las posiciones expresadas no ayudan a romper la camisa de fuerza del encuadramiento. El "Internacional" cree, al igual que los trotskistas que la revolución ha empezado en España. En Octubre de 1936, afirma, después de la insurrección del 18 de Julio de los obreros de Barcelona, después lo de Madrid; «el ejército, la policía, la burocracia estatal, han sido frenados y la intervención directa del proletariado ha pulverizado a las fracciones republicanas. El proletariado ha creado piedra sobre piedra y en sus pocos días sus milicias, su policía, sus tribunales y ha puesto las bases de un nuevo edificio económico y social» (Nº 23). La UC ve sobre todo en las colectivizaciones y en la fundación de las milicias, la base de la "revolución española".
Para apoyar esta "revolución", la UC funda al final del año 36 un comité para la revolución española en el cual participan trotskistas y sindicalistas. Como recuerda Chazé, este apoyo era también militar aunque la UC no participase formalmente en las milicias españolas; «algunos camaradas técnicos especializados en la fabricación de armamento, miembros de la Federación de ingenieros y técnicos, me pidieron informarme acerca de los responsables de CNT para saber si podían ser útiles. Estaban preparados para dejar su empleo en Francia para trabaja en Cataluña».
De esta manera, la UC hacia coro con los trotskistas y el PCF que pedían armas para España. El Internacional proclama: «la no intervención (del frente popular. Nota de la redacción) es el bloqueo de la revolución española», en resumen la UC veía en la CNT y el POUM organizaciones obreras de vanguardia. El POUM sobre todo, a pesar de grandes errores, le parecía llamado a jugar un papel importante en el reagrupamiento internacional de los revolucionarios, a condición de abandonar la defensa de la URSS. El Internacional, hasta su desaparición, se hizo el consejero del POUM y después, de su ala izquierda; veía en las juventudes anarquistas un potencial revolucionario y se felicitaba que su revista se leyese en España por jóvenes del POUM y anarquistas.
Todas estas posiciones sobre las cuales volveremos, eran por otra parte muy confusas. En el mismo artículo citado se puede leer en otro apartado, que el Estado republicano que había sido "pulverizado" existía en realidad: «queda mucho por derribar pues la burguesía democrática se agarra a los últimos pedazos de poder burgués que subsisten». Junto a una llamada por la intervención en España, se puede leer más adelante: la lucha por el apoyo efectivo a nuestros camaradas en España significa la lucha revolucionaria contra nuestra propia burguesía.
El entusiasmo que engendraba la revolución española iba a caer día a día. En Diciembre del 36, se podía leer en el nº 24 de "El Internacional": «La revolución española retrocede... la guerra imperialista amenaza... el fracaso del anarquismo frente el problema del Estado... El POUM se ve metido en una vía que puede llevarlo rápidamente a la traición de la revolución, si no modifica radicalmente su política».
La masacre de los obreros de Barcelona en Mayo del 37 llevará a "El Internacional" a denunciar la traición de los dirigentes anarquistas. Subrayará que la contrarrevolución ha triunfado. Sin embargo, seguirá viendo potencialidades revolucionarias en el ala izquierda del POUM y en "los amigos de Durruti".
Dos años después, con el comienzo de la guerra, la UC se disolverá.
LA CONTRARREVOLUCIÓN EN ESPAÑA
¿De qué revolución se trata entonces? Chazé solo cita a las colectivizaciones anarquistas y a los comités del frente popular en el 36. Atacando a "Révolution Internationale", órgano de la CCI en Francia, afirma que hablamos de contrarrevolución «negando que por lo menos hubo un conato revolucionario provocando esta contrarrevolución», y añade: «afirman que el proletariado español no se había organizado en consejos. ¿Pero que eran entonces estos comités de todas clases nacidos en el amanecer del 19 de Julio? La palabra consejos es muy a menudo, en Francia, utilizada por la burguesía para designar los órganos directores, jurídicos y políticos».
Si bien es cierto que el 19 de Julio del 36 expresó unas potencialidades revolucionarias del proletariado español, éstas se agotaron rápidamente. Fueron precisamente estos comités, fundados a menudo por la iniciativa de anarquistas y poumistas, los que iban a llevar al proletario tras la defensa del Estado republicano. Rápidamente, estos comités iban a enrolar a los obreros en milicias que los alejaban de las ciudades para transportarlos al frente militar. Es así, como la burguesía republicana conservaba casi intacto su aparato de Estado, y sobre todo a su gobierno, que no iba a tardar mucho en prohibir las huelgas, las manifestaciones, en nombre de la unidad nacional para la defensa de la revolución. Este papel abiertamente contrarrevolucionario del Frente Popular iba a ser ampliamente apoyado por la CNT y el POUM en los cuales Chazé después de 40 años, ve aún aspectos revolucionarios.
«Que existían revolucionarios lo sabíamos, y estos se manifestaron claramente en el transcurso del las jornadas de Mayo del 37». Esto es lo que afirma en su introducción. Pero que individuos siguiesen siendo revolucionarios, que siguiesen luchando con las armas en la mano contra el Gobierno republicano en Mayo del 37, no debe ser el árbol que nos impida ver el bosque. La lección fundamental de estos sucesos, es que anarquistas y poumistas, gracias a su política, llevaron al proletariado a la masacre. Fueron ellos los que pusieron fin en Julio del 36 a la huelga general; fueron ellos los que llevaron a los obreros fuera de las ciudades; fueron ellos los que mantuvieron a la Generalitat de Cataluña; fueron ellos los que hicieron de esos comités instrumentos que obligaban a los obreros a producir primero y reivindicar después.
Este es el triste balance de esta política revolucionaria en la que los comités fueron un instrumento en las manos del capitalismo. Nada tienen que ver con los consejos obreros, verdaderos órganos de poder que surgen de una revolución. No es cuestión de palabras.
Pero lo más grave en la posición de UC, que aún defiende hoy Chazé, es su petición de armas para España, la subestimación o la negación del carácter imperialista de la guerra de España. Chazé aún está orgulloso recordando que su organización se puso a disposición de la CNT para ayudar a fabricar armas. ¿Es que ignora que estas armas sirvieron para poder mandar a los obreros a la carnicería guerrera? Se queja de que el gobierno Blum no diese esas armas. La URSS sí que las dio. ¿Para que sirvieron, sino para fusilar a los insurrectos de Barcelona en Mayo del 37? De esto, ni una palabra. Prefiere esconder la naturaleza contrarrevolucionaria de esta política definiéndola como una «sociedad de clase con los trabajadores españoles en lucha».
Sólo podemos apenarnos cuando vemos a un viejo militante como Chazé conservar la misma confusión que "El Internacional" en 1936-37. Afirmando aún hoy que la posición de derrotismo revolucionario en la guerra de España era insensata, niega el carácter imperialista de aquella. Esta guerra es una guerra de clase, afirmaba "El Internacional" en Octubre del 36. Chazé lo reafirma hoy. Sin embargo, estos mismos artículos de "El Internacional" demuestran claramente el carácter imperialista de la guerra: «Por un lado Rosemberg, embajador soviético en Madrid es la eminencia gris de Caballero; por el otro lado, Hitler y Musolini toman en sus manos las operaciones... En el cielo de Madrid, los aviones y aviadores rusos combaten con los aviones y aviadores alemanes e italianos» (nº 24, 5/12/36). Esta cita tan clara no basta para aclarar a la UC (y a Chazé hoy) que se pregunta: «¿La guerra civil en España se transforma en guerra imperialista?». ¡Chazé solo ve la transformación en guerra imperialista después de Mayo del 37, como si esta masacre no fuera la consecuencia de la carnicería imperialista iniciada en Julio del 36.
¿MENTIRA, FALSIFICACIÓN, AMALGAMA?
La introducción de H. Chazé en "Las crónicas de la revolución española" es la ocasión para él de arreglar unas cuentas pendientes con "Bilan" y "Communisme", órganos respectivos en aquella época de las fracciones italiana y belga de la Izquierda Comunista, llamada "bordiguista". Afirma: «Un puñado de jóvenes bordiguistas belgas, ya en 1935 y por consiguiente antes de publicar Communisme practicaban alegremente la mentira, la falsificación de textos y amalgama... Continuaron a propósito de España en "Communisme" y fueron respaldados por la dirección de la organización italiana de los bordiguistas que publicaban "Bilan", y muy a menudo utilizando los mismos procedimientos indignos de militantes revolucionarios». Concluye: «la posición a priori de la dirección bordiguista la condujo a un monstruoso rechazo de solidaridad de clase con los trabajadores españoles en lucha» (p.8).
Se buscaría en vano argumentos para hacer acusaciones tan graves. Lo que está claro, es que "Bilan" y "Communisme", durante la guerra de España, defendieron sin dar concesión alguna a las corrientes "intervencionistas", las posiciones internacionalistas. Rehusaron defender un campo imperialista u otro y afirmaron incasablemente que sólo la lucha en los "frentes de clase" contra todas las fracciones burguesas, incluidas las anarquistas y poumistas, podía poner fin a la masacre de los frentes militares imperialistas. Al estribillo clásico de todos los traidores del proletariado "hacer primero la guerra y la revolución después", la corriente "bordiguista" oponía una sola consigna internacionalista: «hacer la revolución para transformar la guerra imperialista en guerra civil». Esta posición sin concesiones, sólo la izquierda italiana y belga con el grupo de los trabajadores de México6 la defendió firmemente contra la corriente de abandonos y traiciones que alcanzaron incluso a los pequeños grupos comunistas de izquierda, a la izquierda del trotskismo. Tal posición no podía más que aislar a las izquierdas comunistas italiana y belga. Estas lo escogieron deliberadamente para no traicionar al proletariado internacional.
Lo que se esconde detrás de las palabras falsificación, mentira, amalgama, es una intransigencia política que el grupo UC no ha sabido adoptar. La UC se situaba en un mar indefinido donde intentaba conciliar posiciones de clase y posiciones burguesas. Esto fue la razón de la ruptura definitiva con la izquierda italiana y la UC, que hasta entonces conservaban algunos contactos. La corriente "bordiguista" pensaba incluso que la UC había pasado al campo de la burguesía en la masacre de España7
La guerra de España, porque desde sus principios preparó la segunda masacre imperialista, ha sido un test definitivo para todas las organizaciones proletarias. Si la UC no se pasó el campo enemigo en 1939 como los trotskistas, por sus confusiones y su falta de coherencia política, estaba condenada a desaparecer sin haber podido dar verdaderas contribuciones al proletariado.
H. Chazé cree sin duda herirnos en lo más hondo presentándonos como los herederos de esos "falsificadores": «nuestros censores del 36 tienen herederos que siguen haciendo estragos en su periódico "Revolution Internationale». No nos metemos en lo referente a reducir a toda la CCI en RI, procediendo habitualmente empleado para negar la realidad internacional de nuestra corriente. Lejos de sentirnos insultados no podemos más que estar orgullosos de ser presentados como los herederos de los censores de la UC. La herencia de la izquierda italiana belga, que Chazé presenta como "monstruoso", es una rica herencia de fidelidad y de firmeza revolucionarias que le permitió durante la II guerra mundial afirmase como corriente proletaria. Lo que "Bilan" y "Communisme" denunciaron, era precisamente la mentira de una guerra imperialista presentada a los obreros españoles como una guerra de clase. Lo que denunciaron, es la mayor falsificación histórica que ha disfrazado la masacre obrera en los frentes militares en Mayo del 37, como una "revolución obrera". La peor amalgama era, y es, aún hoy en día, el confundir el terreno capitalista y terreno proletario ahí donde se excluyen, el terreno proletario era la destrucción del Estado capitalista, el terreno capitalista era el de enrolar al proletariado tras la causa enemiga en nombre de la "revolución".
Las lecciones de la izquierda comunista no son una herencia muerta. Ayer como hoy, los proletarios pueden ser llevados fuera de su terreno de clase y ser llamados a morir por la causa enemiga. En una situación tan difícil como la de España 36, es decisivo comprender - sean cuales sean las dificultades con las que se encuentre el proletariado en un terreno militar donde avanzan los ejércitos capitalistas- que los frente militares sólo pueden ser derrotados cuando el proletariado opone firme e irresolublemente su frente de clase. Tal frente sólo puede afirmarse elevándose contra el Estado capitalista y sus partidos "obreros". El proletariado no tiene alianzas momentáneas y tácticas que hacer con ellos: debe, por sí solo, con sus propias fuerzas, batirse contra sus pretendidos aliados que lo inmovilizan para la masacre y lo condenan a un nuevo Mayo 37. El proletariado de un país dado sólo tiene por aliado a su clase que es mundial.
¿LA VIA DEL DERROTISMO O LA VIA DE LA REVOLUCION?
Chazé explica que ha querido publicar de nuevo los textos de "El Internacional" para ayudar a "romper la camisa de fuerza del encuadramiento". Su intento, desgraciadamente, va en sentido opuesto. No sólo no se mueve ni un ápice en relación a las posiciones de la UC y muestra una incapacidad para hacer un balance serio de los sucesos de la época, sino que además, a lo largo de la presentación en "Crónicas", se aprecia un tono claramente derrotista. Mientras que hoy la actividad y la organización de los revolucionarios es una orientación fundamental que hay que comprender en la lucha del proletariado, un instrumento que será decisivo en la maduración de la conciencia de clase, Chazé preconiza la vía del "comunismo (o socialismo) libertario" que precisamente fracasó en España. Rechaza toda la posibilidad y necesidad de una organización proletaria de revolucionarios afirmando: «la noción de partido (grupo o grupúsculo) único portador de la verdad revolucionaria contiene el germen del totalitarismo». En cuanto al período actual, Chazé mantiene el más negro pesimismo afirmando no tener «demasiadas ilusiones en relación con el contexto internacional muy parecido a lo que rea en 1936, a pesar del número de huelgas salvajes, duras, largas, contra la política de austeridad, única premisa de los patronos de los países industrializados (...) las fuerzas contra-revolucionarias se han agrandado en el mundo entero». Si estamos aún en un período de contrarrevolución, ¿para qué servirán las lecciones que Chazé quiere dar a sus lectores?
H. Chazé forma parte de esos viejos militantes cuyo mérito ha sido resistir a la corriente contrarrevolucionaria. Pero como muchos que vivieron la época más negra del movimiento obrero, trágicamente impotentes, Chazé ha guardado una inmensa amargura, un desengaño frente a la posibilidad de una revolución proletaria, las lecciones que Chazé quiere dar, su pesimismo, no las nuestras8. Hoy, después de más de diez años, se cerró la larga fase de la contrarrevolución. El proletariado ha vuelto a surgir en el terreno de la lucha de clase. Frente a un capitalismo en crisis que quisiera llevarle al igual que en los años 30 a una carnicería imperialista, guarda una combatividad intacta, no está derrotado.
A pesar del peso de las ilusiones que caen sobre él, lo que subraya Chazé con mucha razón, hay una fuerza inmensa que espera a su hora para levantarse y proclamar al mundo capitalista: "era, soy, seré".
Roux-Chardin
1 Sobre el periodo de transición, ver los trabajos de "Bilan" y varios textos en la Revista Internacional
2Véase "Revista Internacional" número especial, Julio de 1977 (artículos de "Bilan"), para la edición en español. En francés e inglés, véanse los nº 4, 6 y 7 de la Revista. "La contre revolution en Espagne" ("Bilan"), EGE 1979; Paris, cuyo prefacio de Barrot criticamos en el otro artículo de esta Revista. Por su parte, la editorial "Etcétera" de Barcelona publicó en 1978 la traducción de algún texto de "Bilan" sobre España: "Textos sobre la revolución española, 1936-39".
3 Rayon: organización de base del PCF. Courbevoie, Bagnolet: barrios obreros de París
4 "La revolución proletaria": revista de sindicalismo revolucionario
5 "¿Qué hacer?", dirigido por Ferrat, era un escisión del PCF, partidario del "frente único" con la SFIO (socialista). Después de la guerra, Ferrat entro en el partido de Blum (nota nuestra).
6 Ver en Revista Internacional nº 10 Textos de la Izquierda Comunista Mexicana (https://es.internationalism.org/node/2064 [19] )
7 La cuestión española trajo consigo la ruptura entre "Bilan" y la "Liga de los comunistas internacionalistas" de Bélgica en 1937. De estos últimos salió la Fracción belga que publicó hasta el final de la guerra la revista "Communisme". La actitud cara a la guerra de España fue el origen de esta ruptura. Básicamente, la LCI tenía las mismas posiciones que la UC de Chazé y Lastérade
8 La colección de textos de "El Internacional" con el prologo de Chazé, ha encontrado admiradores entusiastas en el PIC (Por una Intervención Comunista) que publica "la Jeune Taupe" en París. En el "Joven Topo" nº 30 de Marzo del 80, se puede leer esta incitante invitación: "a leer para no morir tonto". Desde hace algún tiempo, el "Joven Topo" se ha especializado en volver a publicar textos de "El Internacional". Por desgracia, es a menudo con la intención de oponer la clarividencia de la UC frente a "Bilan", al que el PIC trata de leninista. ¿Significa esto que el PIC se reivindica de las posiciones de UC sobre la guerra de España y, en particular, el apoyo de las milicias, y que ve en la CNT y el POM a fuerzas auténticamente revolucionarias"?. En espera de aclararnos sobre este punto, podemos ya comprobar que el PIC prefiere hacer pinitos en el modernismo, cuando no conchabarse con "socialista de izquierda", en la revista "Spartacus" (París), grandes admiradores todos de la "resistencia" y de la "revolución española antifascista", en lugar de ponerse a hacer un trabajo revolucionario serio. Al verle en compañía tan brillante, podría creerse que el PIC abandona cierta cantidad de posiciones de clase y que está decidido a "morir tonto". Es lamentable observar tal evolución por parte de un grupo que hace aún algunos años manifestaba más firmeza revolucionaria
Revista Internacional nº 23 octubre - diciembre 1980
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Presentado en el 4º Congreso de Revolución Internacional, sección de la C.C.I. en Francia, el informe que publicamos aquí intenta identificar los primeros pasos del proletariado en la reanudación internacional de las luchas obreras.
Este informe está concebido en tres partes:
La razón por la que este informe fue concebido de esta manera fue que sentimos que permitía un enfoque global y dinámico de la lucha de clases y los problemas que plantea.
El desarrollo de las luchas obreras en Polonia parece confirmar este método de análisis y el contenido del informe. En efecto:
Antes de dejar que el lector juzgue por sí mismo, hay que precisar que este informe se ha dado sobre todo la tarea de poner de relieve el aspecto dinámico y positivo de la reanudación actual, sin intentar analizar la forma en que la burguesía intenta oponerse a ella (sobre todo con la actitud opositora de la izquierda).
La evolución de la lucha de clases, en sus formas y en su contenido, es siempre la expresión de los cambios y la evolución de las condiciones en las que se desarrolla. Cada acontecimiento que enfrenta al mundo del trabajo con el capital puede revelar, según la situación, tal o cual aspecto prometedor de un movimiento subterráneo que está madurando o, por el contrario, las últimas sacudidas de un movimiento que se está agotando. Por lo tanto, no se puede tratar la lucha de clases y su evolución sin considerar las condiciones que la preceden.
Por estas razones, es necesario examinar, en una primera parte, la evolución de las condiciones sociales generales en relación con la lucha de clases antes de considerar, en una segunda parte, los aspectos destacados de su evolución, su dinámica en los dos últimos años y las perspectivas que abre.
Debemos considerar los determinantes sociales de la situación actual desde sus diferentes ángulos: económico, político y de la sociedad en su conjunto.
La acentuación y generalización de la crisis económica está desarrollando las condiciones para la lucha de clases hoy. La tendencia a la igualación en el descenso y el estancamiento que caracteriza el destino de las naciones burguesas en el período de decadencia se exacerba en este período de crisis aguda. A diferencia de diez años atrás, todos los países están afectados por la crisis y los "modelos de desarrollo" alemán, japonés, estadounidense para los países desarrollados, coreano, iraní, brasileño para los países subdesarrollados, han sido equiparados al rango de los otros.
Dentro de cada economía nacional, también hay cada vez menos sectores industriales que ejerzan de locomotora para el conjunto. Las esperanzas que la burguesía podía poner en el desarrollo de unos en detrimento de otros, demasiado anacrónicas y poco rentables, se están derrumbando. Todos los sectores de la producción tienden a verse afectados.
Todos los trabajadores también. El fantasma de los despidos y el desempleo, la caída del nivel de vida, la perspectiva de un empeoramiento de las condiciones de vida cada vez más intolerable ya no es prerrogativa de ciertos sectores. Las dificultades de algunos se están convirtiendo en las dificultades de todos. Esta tendencia a la unificación, por la crisis, de las condiciones de existencia del proletariado desarrolla las condiciones para la generalización de sus luchas.
La profundización y generalización de la crisis económica constituye un aspecto fundamental de las condiciones necesarias para la generalización de las luchas en el período actual.
Pero otro aspecto de esta realidad, no menos fundamental para el desarrollo de estas condiciones, radica en el hecho de que la crisis económica se presenta hoy en día sin perspectiva, sin otra salida que la guerra, a la conciencia de las diferentes clases.
El lenguaje de "reestructuración", de "participación", de "autogestión" que la burguesía ha mantenido durante diez años ha dado paso a un lenguaje de austeridad. Ya no hablamos del "final del túnel". El final del túnel para la burguesía hoy es la guerra, y ella lo dice.
Así que nos tiene un "lenguaje de la verdad". Pero la verdad burguesa no siempre es buena para contarla, especialmente a los explotados.
Que la burguesía indica abiertamente que su sistema está en bancarrota, que no tiene nada más que proponer que la carnicería imperialista, contribuye a crear las condiciones para que el proletariado encuentre el camino de su alternativa histórica al sistema capitalista, a nivel político.
Todas las perspectivas ilusorias planteadas en los últimos diez años, y que la propia burguesía creía que eran soluciones, tienden a desvanecerse.
Así, la catastrófica situación económica del capitalismo, la conciencia que las diferentes clases tienen de él y las reacciones que determina en la clase obrera se encuentran y traducen en el plano político, no solo en cuanto a la lucha entre las diferentes fracciones de la burguesía (crisis política), sino sobre todo por la ausencia de una alternativa histórica a la lucha de clases.
El desgaste de la "izquierda gobernante", que había dominado la perspectiva social en los años anteriores, es un factor determinante de esta falta de alternativa. Por eso hemos asistido a la reorientación de la izquierda en la oposición, en los principales países europeos, frente y contra el desarrollo de la lucha de clases.
Sin embargo, en el plano político, la izquierda no puede presentar hoy en día su propia perspectiva. Su función consiste sobre todo en minimizar los riesgos de la situación. Frente al lenguaje de la "verdad" de los gobiernos en el poder, intenta “esconder las cartas”. Dice que esta verdad –la perspectiva de la guerra– es una mentira, pero tiene pocas mentiras que ofrecer como verdad. Por lo tanto, no es tanto en el campo de la perspectiva política donde la izquierda cumplirá actualmente su función anti -obrera, sino directamente en el campo de la lucha de clases.
Esencial y fundamentalmente, esta ausencia de alternativa política está hoy en el centro de la crisis política de la burguesía; desde este punto de vista, la posición de la izquierda en la oposición refleja una posición y una situación de debilidad para sí misma y para toda la burguesía.
En el plano social, el desarrollo de las condiciones en las que se desarrolla la lucha de clases se expresa y se funda en la posición del Estado en y con respecto a la sociedad. Tanto más cuanto que el Estado tiende, en el período de decadencia, a gobernar toda la vida social y a establecer su dominio sobre todas sus expresiones.
Si examinamos rápidamente la situación actual del Estado, podemos ver, en los efectos de la crisis y la respuesta de la burguesía para hacerle frente –con los diversos planes económicos de los últimos años–, que estos han tenido gravísimas consecuencias en el estado de sus finanzas, cuyos déficits alcanzan proporciones cada vez mayores y son, además, una de las principales fuentes de la inflación. Solo se ha aumentado el presupuesto del ejército y de la policía; para el resto –lo que la burguesía llama "presupuestos sociales"–, que en realidad forman parte de los salarios de los que es responsable el Estado, se han reducido fuertemente a la vez que han aumentado las cargas sociales.
En el mismo momento en que se ve obligado a ejercer la represión y desarrollar la militarización de la vida social, la sacudida económica del Estado debilita su poder ideológico y la apariencia "social" del Estado del Capitalismo de Estado tiende a desaparecer, dejando cada vez más a la vista su realidad como guardián del orden capitalista.
La posición en la que se encuentra el Estado hoy en día deja la puerta abierta a la expresión de las contradicciones que roen la sociedad, las que dividen las clases sociales y se expresan en la desobediencia al Estado, la revuelta y la lucha del proletariado.
Frente a este proceso, el Estado tiende a reforzar cada vez más su carácter represivo para evitar que salgan a la luz sus contradicciones. Por no hablar de los países subdesarrollados en los que la respuesta del Estado a estas contradicciones se refleja en masacres cada vez más frecuentes de las poblaciones, trabajadores, campesinos (masacre de trabajadores en la India, masacres en Irán, repetidos asesinatos en Turquía, Túnez, Ecuador, etc.), en los países desarrollados y hasta ahora con un rostro "democrático", el Estado se ve cada vez más obligado a proponer solo su "justicia" policial y de clase como respuesta a cualquier expresión social.
Las leyes elaboradas por todos los gobiernos de Europa en la actualidad, "antiterroristas" en Italia, "anti autónomas", "antidisturbios" en Francia, las prácticas judiciales de "delitos in fraganti", las muertes en enfrentamientos como en Córcega, Jussieu, Miami, los heridos en Bristol, Plogoff, los tanques blindados en las calles de Ámsterdam contra los "ocupas", esta es la respuesta de los Estados "democráticos" a las contradicciones de la sociedad.
En esta situación, también tienden a desaparecer las ilusiones que se habían mantenido sobre la posibilidad de cambio en el marco de las instituciones existentes y la "legalidad".
Pero el fortalecimiento de la represión estatal no es una expresión de la fuerza del Estado sino un fortalecimiento formal. En ausencia de perspectivas económicas y políticas, en ausencia de un alistamiento ideológico de la población detrás de los objetivos del Estado, la exacerbación de su represión expresa su debilidad.
Por otra parte, el fracaso del sistema no solo empeora las condiciones de vida de la clase obrera, sino que acelera el desarrollo de miles de desempleados excluidos de la vida económica, arroja al pavimento a miles de campesinos, empobrece a todos los estratos y clases sociales intermedias y determina una creciente revuelta de los estratos no explotadores contra el orden social existente. En los dos últimos años se ha producido un desarrollo acelerado de revueltas de poblaciones enteras (Irán, Nicaragua, El Salvador), movimientos campesinos, disturbios en los países desarrollados (Bristol, Miami, Plogoff) y revueltas estudiantiles (Jussieu en Francia, Corea, Sudáfrica).
El desarrollo del descontento social y la revuelta en la sociedad es una de las condiciones en las que se desarrolla la lucha de la clase obrera, una condición de la revolución proletaria. En efecto, los movimientos contra el orden social existente participan por una parte en el proceso de aislamiento del Estado y constituyen, por otra parte, el contexto social en el que el proletariado se desenvuelve y hacia el que se dirige como única fuerza capaz de presentar una alternativa.
No es solo contra la burguesía que el proletariado hace la revolución, sino que es frente al conjunto de la sociedad que puede abrir un nuevo camino y es frente a ella que desarrolla su conciencia.
Así pues, con el desarrollo de estos factores:
Pero dentro de las condiciones generales, el paso de la izquierda a la oposición responde a la necesidad de la burguesía de impedir que tal proceso tenga lugar. Incluso antes de que la reanudación de las luchas hubiera tomado una forma clara, la burguesía, armada con sus termómetros sindicales y sus "expertos laborales", comprendió la situación. En este sentido, y contrariamente al período anterior de luchas en el que el proletariado había sorprendido al mundo por su resurgimiento en la escena histórica, la burguesía conoce hoy el peligro de la lucha de clases y se ha preparado para ello.
Desde el punto de vista de la burguesía, el paso de la izquierda a la oposición no se corresponde con un plan maquiavélico y planificado de antemano. La influencia y la audiencia de los partidos de izquierda y sobre todo de los sindicatos se debilitan peligrosamente a lo largo de este período de lucha por el poder o de "responsabilidad" hacia los poderes establecidos (desindicalización, pérdida de influencia y “hemorragia” de afiliados son los signos reveladores de este debilitamiento), estos últimos se han visto obligados a adoptar otra posición para no perder lo que es la base de su realidad y su fuerza: el control de la clase obrera.
Aunque están haciendo de todo y seguirán en esta vía para "recuperar su prestigio" en la oposición tomando la "cabeza" en las luchas, también se están desgastando en la oposición porque la lucha de clases no es su verdadero terreno. Por eso dijimos más arriba que la posición de la oposición de la izquierda era una posición de debilidad; es el empuje de la lucha de clases lo que determina su actual posición de oposición y "radicalización verbal".
En nuestro trabajo dentro de la lucha del proletariado, y por lo tanto al enfrentar el problema de la izquierda en la oposición, debemos tener en cuenta este doble aspecto. Por un lado, obstaculiza el desarrollo de la lucha de clases, y, por otro lado, es una posición de debilidad debido al agotamiento del marco ideológico de la burguesía. En todo caso, la izquierda tendrá que vivir y trabajar para sabotear la lucha de clases con esta contradicción que se desarrollará necesariamente con la evolución de las luchas y que la desgastará de manera más radical que la carrera por el poder.
Después de haber examinado las condiciones objetivas de la lucha de clases en la actualidad, debemos tratar de evaluar el contenido de las luchas que hemos visto desarrollarse. Pero todavía es necesario recordar rápidamente las características generales de las luchas en el período de decadencia, las dinámicas que las animan y lo que la experiencia del proletariado nos ha enseñado.
1. A diferencia del siglo XIX, el proletariado ya no puede constituirse en fuerza frente a la sociedad sin cuestionar directamente a la propia sociedad. Mientras que en la época anterior el proletariado podía desarrollar sus luchas de manera limitada y hacer ceder el capital sin sacudir a toda la sociedad, el carácter obsoleto y decadente del capitalismo y la exacerbación de sus contradicciones en períodos de crisis aguda ya no pueden apoyar la constitución de una fuerza antagónica en su seno. Las luchas del proletariado solo pueden acentuar la crisis de la sociedad y plantear la cuestión de la sociedad misma.
Los objetivos del movimiento, de cuestionar las condiciones de la existencia, se extienden al cuestionamiento de esta misma existencia; las formas de lucha, de resistencia parcial y localizada de fracciones de la clase obrera, se extienden a la clase obrera en su conjunto. El desarrollo de la lucha requiere la participación masiva de la clase obrera.
2. A diferencia del movimiento obrero del siglo pasado, que, a pesar del carácter siempre clasista de la lucha de clases, pudo desarrollarse progresivamente en la sociedad, donde cada lucha de clases parcial reforzó la conciencia y la creciente unión de los trabajadores en sus organizaciones de masas, las luchas de hoy tienen un carácter explosivo, preparado e imprevisto.
A pesar de su carácter frontal y explosivo, el desarrollo de los movimientos de masas es un proceso y obedece a una lógica que constituye la dinámica de la lucha de clases, que se desarrolla a través de varios momentos de lucha, aunque no estén necesariamente vinculados entre sí de manera evidente.
Es completamente erróneo concebir la huelga de masas como un acto único, como una acción aislada. La huelga de masas es más bien la denominación, el concepto unificador de todo un período de años, quizás de decenios, de la lucha de clases.
Rosa Luxemburgo. Huelgas de Masas, Partido y Sindicatos[1]
Es en este marco, teniendo en cuenta las leyes generales y las características del movimiento revolucionario en la actualidad, podemos y debemos mirar los elementos que nos aporta la práctica de la clase en sus últimas luchas.
Hoy estamos en el comienzo de un proceso que llevará al desarrollo de huelgas de masas; un proceso en el que la clase encontrará la manera de constituir una fuerza que regenerará la sociedad liberándola de sus cadenas capitalistas.
Por eso, hemos de poner mucha atención para identificar, en este momento, en las luchas, los elementos dinámicos, portadores de posibilidades inmediatas, para participar con todas nuestras fuerzas y capacidades en la marcha histórica del proletariado hacia el futuro.
En el curso de estas últimas luchas, por embrionarias que sean, la actividad de la clase obrera ha planteado ya muchos problemas, muchos más de los que ha resuelto y no puede resolver en el futuro inmediato. Pero el hecho de que se hayan planteado en la práctica ya es un paso adelante en el movimiento. Se puede enumerar en bloque un cierto número de ellas que, si están todas vinculadas en y por el proceso de afirmación revolucionaria de la clase, aparecen todavía como elementos aislados, sin dar necesariamente una orientación clara en las luchas actuales:
En todas estas cuestiones, los trabajadores se han encontrado con las artimañas sindicales, en sus múltiples formas, de punta a punta, y con el espíritu sindicalista que todavía pesa sobre sus conciencias; han tenido que ir más allá de ellos, pasarlos por alto, enfrentarse a ellos, y muy a menudo se han dejado atrapar por ellos.
Si todos estos aspectos, estas preguntas, surgidas de la lucha, que encontrarán su respuesta en la lucha misma, no podemos contentarnos con generalidades esperando su resolución. Contrariamente a "Por una intervención comunista" que, en Longwy y Denain, pedían a la clase obrera inscribir la "abolición del trabajo asalariado" como su bandera; contrariamente al "Grupo Comunista Internacionalista" para el que la cuestión de la hora (¡y a cualquier hora!) en la cual las luchas deben consagrase en las luchas por la "confrontación"; a diferencia de "Fomento Obrero Revolucionario" que propugna la "insurrección", y a la "Communist Workers Organisation"[2] que "espera" que las masas rompan con los sindicatos (¿y se unan al partido?) para interesarse en ellos, debemos examinar concretamente las necesidades y posibilidades de la lucha actual, así como los peligros actuales que les esperan, si queremos participar activamente en su desarrollo. En la víspera del levantamiento, los problemas cruciales inmediatos no serán los mismos que hoy. Pero hoy, en el comienzo mismo de un proceso frágil, necesitamos observar cuidadosamente los diferentes aspectos de las luchas, por débiles y pequeños que sean, para entender en cada momento dónde está el proceso, cómo se está desarrollando, dónde está el futuro inmediato del movimiento, cuál es su potencial, y hacer nuestra contribución.
Nos limitaremos a estudiar algunos de los puntos entre los mencionados anteriormente, que nos parecen dominantes en la actualidad.
Una de las primeras cuestiones que plantea la lucha es la de su eficacia inmediata en relación con la burguesía y su Estado. Si tomamos el ejemplo de tres situaciones diferentes en las que sus trabajadores se encuentran en la producción, podemos ver que todos se enfrentan a este problema.
Además, en los movimientos que la clase obrera ha dirigido en los últimos meses, ha vuelto a experimentar la dificultad de imponer una presión económica que haga efectiva su lucha. Las reservas que dispone la burguesía, el alto tecnicismo del capital y su corolario, una fuerza de trabajo limitada, la organización mundial del capital, el control y la centralización económica por parte del Estado, en resumen el poder del capital en relación con el trabajo en el terreno económico, hacen que las huelgas en una fábrica, o incluso en una rama de la industria, tengan un efecto muy limitado.
Todo esto no es nuevo y es la expresión del Capitalismo de Estado y la militarización de la vida económica impuesta por la decadencia del sistema y reforzada por la crisis aguda actual. Pero lo que es "nuevo" en las luchas de los últimos meses es que la conciencia de esta situación ha sido el estímulo, la principal fuerza que ha empujado a los trabajadores a buscar otros caminos, a extender sus luchas.
En Gran Bretaña, los obreros pronto se dieron cuenta de que bloquear el tráfico de acero en los puertos, instalaciones de almacenamiento, etc., era prácticamente imposible de lograr y que había que encontrar otra manera para imponerse. Fue entonces cuando buscaron dirigir su movimiento hacia la búsqueda de la solidaridad activa de otros trabajadores.
En Francia, la lucha de los trabajadores de la industria siderúrgica se llevó a cabo contra los despidos. En este caso, más que en otros, la presión económica no podía tener ningún peso sobre la burguesía, y los obreros se dieron cuenta de ello desde el principio. En ningún momento se declararon en huelga, y fue en las calles donde emprendieron la lucha. Cuando la CGT, en Denain, propuso la ocupación de la fábrica, fue abucheada por los trabajadores.
En Rotterdam, el problema de la extensión del movimiento surgió al principio de la huelga. Los obreros hicieron varios intentos de extender el movimiento (llamando a los otros trabajadores portuarios a la huelga) y cuando, después de tres semanas de huelga, quisieron ir a buscar a los otros obreros al puerto, fue entonces cuando el Estado envió a la policía, expresando así claramente que ahí era donde estaba el peligro de esta lucha.
En estas luchas, la clase obrera comenzó a darse cuenta de la limitación objetiva del terreno categorial y estrictamente económico, terreno en el que la relación de fuerzas solo puede ser favorable a la burguesía. Si el proletariado apenas ha comenzado a vislumbrar la cuestión, la acentuación de la crisis económica y con ella, por un lado, el aumento de los despidos y, por otro, el esfuerzo rentabilización y militarización de los sectores clave de la economía, empujará cada vez más a la clase obrera a encontrar nuevos caminos y, atacando la fuerza del capital por todas partes, a transformarla en debilidad.
En la resolución que el CCI adoptó sobre los temas del desempleo y la lucha de clases, señalamos que "si los desempleados han perdido el terreno de la fábrica, han ganado el terreno de la calle al mismo tiempo". Las luchas del año pasado contra los despidos en la industria del acero confirmaron esta tesis.
Estas luchas nos han demostrado que la lucha contra los despidos en el "terreno de la calle" es un terreno muy propio para el desarrollo general de la lucha, su extensión y unificación, sobre todo porque el terreno de la calle va más allá de la fábrica y la corporación, que es el terreno privilegiado para el trabajo sindical.
Esta experiencia debe servir como guía e ilustración del lugar que la lucha de los desempleados puede ocupar mañana. En efecto, en una situación general de desarrollo de las luchas, la lucha de los desempleados, por estar de hecho libre de obstáculos corporativos y sectoriales y solo puede tener lugar en el "terreno de la calle", desempeñará necesariamente un papel importante en la extensión y unificación de la lucha de los trabajadores y será mucho más difícil de controlar y supervisar por los sindicatos.
Desde que hemos tenido nuestras discusiones sobre los temas del desempleo y la lucha de clases, el lento desarrollo de la crisis no nos ha dado la oportunidad de ver desarrollarse una lucha de desempleados, excepto en Irán. A pesar de la poca información a la que podríamos referirnos, todavía podemos argumentar que la cuestión del desempleo ha sido, en primer lugar, un tema central en la lucha de los trabajadores en Irán y, en segundo lugar, que ha sido una fuerza impulsora y unificadora.
Por todas estas razones, por lo tanto, en la actual situación de desarrollo extremadamente grave de la crisis y el consiguiente desempleo, no debemos disminuir nuestra atención a este asunto. Por el contrario, hay que prestar especial atención a su desarrollo, a las reacciones que provoca en la clase obrera y al modo en que la izquierda y los sindicatos intentan y tratarán de desactivar la bomba social que constituye.
Tan pronto como la clase obrera entra en lucha, en un sector u otro, surge la cuestión de la solidaridad, como una necesidad y exigencia.
En Francia, en los primeros ataques de los trabajadores de Longwy y Denain, contra los gobiernos locales –llamadas prefecturas–, las oficinas fiscales, los bancos, las cámaras patronales, y sobre todo en los primeros ataques a las comisarías en respuesta a los actos de represión de la policía, la solidaridad directa y espontánea de los otros obreros, los desempleados e incluso la población se realizó en la acción.
En Gran Bretaña, a pesar del estricto marco impuesto inicialmente por los sindicatos a la huelga y de las formas de lucha de los trabajadores del acero (piquetes para bloquear el tráfico de acero), los obreros expresaron su propia combatividad y orientación en sus intentos de dirigir la lucha hacia otros trabajadores, para buscar su solidaridad activa. Aunque los sindicatos consiguieron mantener el control de la expansión limitándola al marco corporativista que dominaban, fue bajo la presión de los trabajadores que buscaban su propio camino que lo hicieron, contra la oposición de las burocracias sindicales salientes, y esto es donde el peso y la fuerza del movimiento residió en Gran Bretaña, a pesar de todas las trampas cuidadosamente puestas por la burguesía.
En las dos luchas que tuvieron su propia organización, fuera de los sindicatos, en Rotterdam y en Sonacotra en Francia, se planteó constantemente el problema de la solidaridad. Desde el principio, como ya se ha mencionado, el comité de huelga de Rotterdam se preocupó por la extensión del movimiento y la solidaridad de otros trabajadores, que surgió, de forma embrionaria, en Ámsterdam. Durante toda la lucha de Sonacotra, la cuestión de la solidaridad de los trabajadores franceses estuvo en el centro de las preocupaciones del comité de coordinación. Los eslóganes dominantes de todas las manifestaciones de inmigrantes eran: "¡franceses, inmigrantes, mismos patrones, misma lucha!”; "Trabajadores franceses, inmigrantes: ¡solidaridad!".
Este esfuerzo de la clase obrera por buscar la solidaridad es una manifestación muy positiva de las luchas actuales y de los pasos que está empezando a dar para tomar conciencia de su naturaleza fundamentalmente unida por los mismos intereses.
Sin embargo, este esfuerzo, aún frágil, se enfrenta a muchos obstáculos. El primero es, por supuesto, el nivel general de la lucha de clases. Aunque la solidaridad es un acto voluntario y consciente, requiere, sin embargo, un desarrollo general de la combatividad y de las luchas obreras. Los trabajadores inmigrantes en Francia, por otra parte, han tenido la amarga experiencia de esto a lo largo del período de reflujo de la lucha de clases. Dicho esto, otro obstáculo para el desarrollo de la solidaridad obrera es una concepción confusa de la solidaridad, concepción que pesa tanto más en la conciencia del proletariado porque se refiere a la "solidaridad obrera" tal como se podía lograr en las luchas del siglo pasado.
Mientras que en el siglo XIX la solidaridad de la clase obrera podía expresarse en el apoyo material y financiero de las huelgas, a través de los fondos de huelga organizados por los sindicatos y que permitían a los trabajadores resistir hasta que los patrones cedían, hoy, como hemos visto anteriormente, la presión económica de la clase ya no puede ser ejercida en el marco de una fábrica o incluso de una rama de la industria. Hoy en día, muchos trabajadores han experimentado largas huelgas que, a pesar del apoyo material y la "popularización" organizada por los sindicatos, no solo no hicieron ceder a la burguesía, sino que condujeron a la desmoralización en el aislamiento.
Mientras que fundamentalmente, la búsqueda de la solidaridad de la clase obrera en lucha hoy en día se impone a través de la necesidad de romper el aislamiento, la burguesía trata de desviar esta orientación, cuando la lucha contiene demasiados peligros y potencialidades con respecto a su poder, utilizando la necesidad de solidaridad en su propio beneficio. Así, en Brasil, los trabajadores han pagado el precio del "apoyo" que les dieron la burguesía y los sacerdotes que, en nombre de ese apoyo, consiguieron encerrarlos en sus iglesias y desviar el movimiento a su propio terreno, el de la "democracia" (sindicalismo libre) y de la nación. De la misma manera, en Francia, pocas huelgas han tenido un "apoyo" tan masivo y "amplio" de todos los poderes establecidos, desde Chirac hasta la prensa, como la de los trabajadores de limpieza del metro: todos han puesto su dinero en nombre de la solidaridad, para llevar al aislamiento completo de los trabajadores.
La concepción burguesa de la solidaridad es la solidaridad de las clases, la unión de todos los ciudadanos detrás de una sola bandera, una "causa" en nombre de la cual se sacrifican por un momento los intereses particulares y divergentes. La solidaridad de la clase obrera es la solidaridad de clase: son sus intereses comunes los que los trabajadores logran en cualquier acción de solidaridad. Para la burguesía, la solidaridad es una noción moral; para la clase obrera, es su práctica.
Por las características de la lucha de clases en el período de la decadencia, la solidaridad de la clase obrera de hoy, la única forma en que puede expresarse, es a través de la solidaridad activa que significa, esencialmente, la participación de otros sectores en la lucha, la extensión de la lucha. La solidaridad es tanto un factor activo como un producto de la unificación de las luchas.
La cuestión sindical es la piedra de toque del futuro de la lucha de clases actual. Más que en la represión directa y brutal, es en la mistificación y desviación sindical donde residirá la ofensiva burguesa contra la clase obrera, paso previo a una represión posterior. Es en todos los frentes que la izquierda y los sindicatos atacarán la lucha de clases: aislamiento, desviación, provocación, etc.
La liberación de la camisa de fuerza sindical está lejos, por el momento, de expresarse de manera clara, sobre todo en los países donde tienen una larga tradición histórica, como Gran Bretaña. Si en Francia el movimiento de Longwy y Denain comenzó con excesos sindicales, si en Italia la CGIL, por todas sus acciones abiertamente anti -obreras, está particularmente desacreditada y los movimientos, como el de los trabajadores de los hospitales, tuvieron lugar directamente contra ella, el esclarecimiento de la cuestión sindical en la conciencia de los trabajadores requiere un mayor desarrollo de las luchas.
Es fundamentalmente correcto decir que la cuestión sindical es un asunto crucial, el brazo armado de la burguesía en las filas del proletariado, y mientras los sindicatos organicen las luchas y las mantengan en su seno, constituyen el obstáculo más poderoso para cualquier desarrollo ulterior.
Esta verdad general es indispensable reconocerla para poder contribuir verdaderamente al desarrollo de la lucha de clases y a la conciencia del proletariado, y en este sentido la resistencia de muchos grupos revolucionarios a reconocer esta cuestión es un obstáculo para el cumplimiento de su función.
Pero este reconocimiento general no es suficiente. Los trabajadores no responderán a la pregunta del sindicato siguiendo un razonamiento teórico, general, sino confrontándolo en la práctica. Y es en esta práctica donde debemos examinar cómo surge y cómo podemos contribuir a su verdadera aclaración. Repetir, como lo hacen el CWO, el FOR y el PIC, que los sindicatos son anti -obreros y que deben deshacerse de ellos, no arroja mucha luz sobre la forma concreta en que la clase obrera va a lograrlo. Siempre se puede magnificar el futuro y exorcizar los sindicatos en la imaginación, pero no explica el presente, y el camino del presente al futuro.
La presencia de los sindicatos en una lucha no significa que la lucha haya terminado. Contrariamente a lo que el FOR, el PIC o el CWO pueden pensar, detrás de la marcha sobre París convocada por la CGT, en los movimientos de huelga en Gran Bretaña y a pesar del control sindical sobre el movimiento, la clase obrera fue capaz de ejercer un verdadero empuje de clase y la lucha contenía potencialidades sin que aún rompiera con el marco sindical. Pero este impulso se expresa, de manera positiva, en otro lugar, y eso es lo que debemos ser capaces de reconocer.
La ruptura con el terreno sindical es una condición constante para un desarrollo real de la lucha, pero no es un "objetivo" de la misma. Su objetivo es su refuerzo que obedece a sus propias necesidades:
Y es precisamente cuando trata de responder a sus propias necesidades que la lucha puede realmente plantear la cuestión de la ruptura del sindicato.
En el centro de la dinámica de la lucha de clases, la cuestión de la extensión del movimiento a todos los estratos del proletariado más allá de las categorías y corporaciones, así como la cuestión de la autonomía y la autoorganización están indisolublemente ligadas.
Que una clase explotada, dominada económica e ideológicamente, intimidada y humillada diariamente, tome su lucha en sus manos, la organice y la dirija colectivamente constituye precisamente el primer acto revolucionario, pero esto es imposible sin la unidad de la clase más allá de las divisiones que el capitalismo determina.
Desde las primeras oleadas que anunciaron el período revolucionario de 1905, Rosa Luxemburgo expuso las características de masa de estos movimientos y llegó a la conclusión de que "no es la huelga de masas la que produce la revolución, sino la revolución la que produce la huelga de masas". Lenin, por otra parte, sacó la otra faceta de las enseñanzas de este período diciendo de los Consejos Obreros, que surgieron de estos movimientos, eran "la forma definitiva de la dictadura del proletariado".
Basándonos en la experiencia pasada, debemos plantear en las luchas actuales la unidad de estos dos aspectos que constituyen la autoorganización y la extensión de las luchas. En la medida en que los sindicatos pueden y serán cada vez menos capaces de oponerse abiertamente a las luchas de los trabajadores en todos sus aspectos, y aún menos capaces de mantener la iniciativa y la cabeza de cualquier lucha que surja repentinamente, uno de los aspectos esenciales de su trabajo de sabotaje será atacar y obstaculizar a la clase obrera en los aspectos más débiles de los movimientos. Así, en un caso, hará todo lo posible para impedir la extensión y la unificación de las luchas; en otro, impedir la autoorganización, el poder soberano de las asambleas generales, y esto porque solo la unidad de estos dos aspectos de la lucha permitirá a la clase obrera echar profundas raíces en el terreno de su práctica revolucionaria.
En este trabajo de sabotaje, el "sindicalismo de base" será el arma de los sindicatos en las luchas por venir. Y esta arma es tanto más perniciosa ya que parece adaptarse, en todo momento, a las necesidades del movimiento, responder a sus iniciativas y, en definitiva, expresar el propio movimiento. Su flexibilidad, su capacidad de adaptación, puede hacer que adopte nuevas formas que no esperábamos y en las que no se incluirá la palabra "sindicato".
El peligro del sindicalismo no solo reside en la forma sindical, sino también en su espíritu. El espíritu sindical pesa en la conciencia de los trabajadores, tanto como un peso del pasado como una mistificación del presente. Por lo tanto, debemos estar particularmente atentos a este peligro y detectar cómo se expresa en formas que parecen ser obreras. Las conferencias de los trabajadores portuarios extra -sindicales o los intentos del comité de huelga de Rotterdam de pedir solidaridad financiera nos han mostrado cómo el espíritu, las concepciones sindicales pueden pesar en las expresiones vivas de las luchas actuales.
El "vacío social" dejado por el fin de la perspectiva electoral y la "izquierda en el poder", ante el profundo descontento de la clase obrera, exacerbado por la aplicación de los planes de austeridad, explica en gran medida que de todas las luchas que hemos visto desplegar, en los dos últimos años, las de Longwy y Denain son las que más han avanzado y las que mejor han planteado los problemas de la lucha.
La radicalidad de estas luchas fue a la vez producto del fin de la perspectiva electoral y, como reacción, aceleró el paso de la izquierda y los sindicatos a la oposición.
Desde entonces y en diferentes países, hemos tomado conciencia del freno y del peso que la izquierda y los sindicatos en la oposición representan para el desarrollo de la lucha (y también para nuestra intervención).
Pero la situación actual, que la izquierda y los sindicatos parecen controlar bien, no debe llevarnos, a pesar de las dificultades que los trabajadores encuentran en sus luchas, a asimilar el período actual al período de regresión de los años pasados. Estamos en una fase en la que, después de haber vuelto al camino de la lucha, la clase obrera está de alguna manera digiriendo y experimentando la izquierda en la oposición.
La lucha de clases se ha reanudado a escala mundial; desde Irán hasta los Estados Unidos, desde Brasil hasta Corea, desde Suecia hasta la India, desde España hasta Turquía, las luchas del proletariado se han multiplicado en los últimos dos años.
En los países subdesarrollados, con la terrible profundización de la crisis, el reclutamiento de la "Liberación Nacional" tiende a disminuir. Tan pronto como Rhodesia (Zimbabwe) obtuvo su "independencia" y "autodeterminación de los negros", se produjeron huelgas para aumentar los salarios. A los ojos de toda América Latina, el mito del "hombre nuevo de Cuba" acaba de sufrir un último golpe mortal con el éxodo de la población. Las ilusiones sobre la Liberación Nacional que hicieron el apogeo de los izquierdistas y movilizaron la revuelta de la juventud de los años 60 en los países avanzados a los gritos de "Castro, Ho Chi Min y Che Guevara" han terminado.
En los países subdesarrollados se han desarrollado movimientos que contienen la ruptura con la ideología nacionalista de la guerra. En Irán, el enorme movimiento que llevó a la caída del Sha, en el que el proletariado ocupó un lugar decisivo, no se embarcó detrás de la bandera nacionalista de Jomeini y Bani Sadr. Las manifestaciones en las que las consignas decían: "Guardianes de la Revolución de Savak" son una expresión muy clara de esto. En Corea, este cerco interimperialista entre los dos bloques, los movimientos de los estudiantes y sobre todo de los trabajadores dan la espalda al "interés nacional" que quieren imponerles.
La no inscripción del proletariado detrás del proyecto de la nación y la guerra se expresa en zonas donde la guerra no se ha detenido en 30 años.
En ese contexto mundial, y ante la ausencia de fracciones de la burguesía de los países desarrollados que movilicen a la población y obtengan un consenso nacional, el bombo de los gobiernos sobre la Tercera Guerra Mundial puede convertirse en su contrario.
En efecto, la burguesía en el pasado no movilizó al proletariado para la guerra simplemente anunciando la guerra. Por el contrario, la socialdemocracia antes de la Primera Guerra Mundial la desarmó detrás de las banderas del pacifismo. Antes de la Segunda Guerra Mundial, el consenso nacional se construyó en torno al antifascismo, y la clase obrera no era consciente de que la Guerra de Etiopía y luego la Guerra de España eran momentos preparatorios para la Guerra Mundial.
Hoy, la burguesía, que no tiene nada más que proponer, busca presentar la guerra como un hecho ineludible, inscrito en la historia de la humanidad, con la esperanza de hacerla aceptar acostumbrando a la gente a la idea. Todo el mundo sabe que Afganistán es un paso hacia una tercera guerra mundial.
El nivel y el desarrollo de la lucha de clases se expresa en las propias luchas, y también en los grupos que surgen y manifiestan el esfuerzo de la conciencia de clase.
Hoy, la recuperación sigue siendo lenta y difícil. Contrariamente a la primera ola de luchas de hace diez años, que reavivó la idea de la revolución en la sociedad, esta perspectiva sigue siendo hoy, subyacente y no se expresa tan abiertamente como lo fue en su momento, cuando surgieron multitud de grupos que defendían una orientación revolucionaria. Pero el movimiento revolucionario de la época estaba fuertemente marcado por las inferencias pequeñoburguesas de la revuelta estudiantil, que se expresaba en todas las variantes de activismo, de obrerismo, de modernismo, que hemos conocido y que tenían en común una concepción fácil de la revolución.
Tales influencias e ilusiones tienen cada vez menos espacio hoy en día en el emergente movimiento proletario. La reflexión que comienza a tener lugar en la clase obrera se expresa en parte en los grupos y círculos que han surgido en Italia y que se desarrollarán desde las profundidades de la propia clase obrera.
El proceso de desarrollo de un medio revolucionario será más lento y difícil que hace diez años, a imagen del movimiento mismo, pero también será más profundo y estará más arraigado en la práctica de la clase obrera. Por eso una de nuestras orientaciones esenciales es estar atentos y abiertos a sus primeras manifestaciones, sean cuales sean sus confusiones.
Junio, 1980.
[1]Rosa Luxemburgo, Huelga de Masas, Partido y Sindicato (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), 53, https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos... [25].
[2] De estos grupos el primero ya desapareció hace mucho tiempo; el segundo, el GCI, tomó rápidamente un carácter parásito. Ver ¿Para qué sirve el GCI? https://es.internationalism.org/revista-internacional/200602/516/para-que-sirve-el-grupo-comunista-internacionalista-gci [26] ;FOR, en cambio, así como la CWO, son grupos proletarios, el primero ya desaparecido y el segundo integrado en la TCI.
La Tercera Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista quedó varada en un banco de arena, formalmente a causa de la cuestión del Partido. No cabe duda que esa explicación fue tan solo un pretexto. La verdad es que desde la Segunda Conferencia "Battaglia Comunista" y el "Communist Workers Organisation" estaban inquietos, y desde luego más preocupados por los intereses inmediatos de su grupo -lo que es característico de aquellos grupos contaminados por el sectarismo- que por la
La Tercera Conferencia Internacional de grupos de la Izquierda Comunista quedó varada en un banco de arena, formalmente a causa de la cuestión del Partido. No cabe duda que esa explicación fue tan solo un pretexto. La verdad es que desde la Segunda Conferencia "Battaglia Comunista" y el "Communist Workers Organisation" estaban inquietos, y desde luego más preocupados por los intereses inmediatos de su grupo -lo que es característico de aquellos grupos contaminados por el sectarismo- que por la importancia que pueden tener, en el actual período de auge de la lucha de la clase obrera, las Conferencias internacionales de grupos comunistas; haciendo incluso todo lo posible para hacerlas fracasar.
Puede que esta situación complazca a los bordiguistas del "P. C. Internacional" que han insistido siempre en que no se puede esperar nada bueno de las conferencias entre grupos comunistas, sobre todo cuando existe, desde 1943, el Partido Internacional Único; es decir, su pequeño grupo. En total acuerdo lógico con ellos mismos, los bordiguistas, consideran que son el único grupo comunista del mundo. Siempre "lógicos" con su postulado, según el cual el "Programa" de la revolución comunista quedó definido en 1848 por Marx y desde entonces no se le puede cambiar ni una coma y afirmando además que el partido es único (como Dios) y monolítico (como el partido de Stalin)[1], los bordiguistas rechazan toda discusión y exigen, pura y simplemente, la adhesión individual a su Partido por parte de todos aquellos que quieren militar por el comunismo.
"Battaglia Comunista" (B. C.) parece más abierto a la discusión. Pero es más apariencia que realidad. Para B. C. la discusión no es una confrontación de posiciones sino la exigencia de ser reconocido como el partido VERDADERO, como el único habilitado para hablar en nombre de la Izquierda Italiana. Battaglia, como "Programa Comunista", no comprende el proceso de reagrupamiento de los grupos comunistas, dispersos por la presión de 50 años de contrarrevolución; proceso que comienza con el auge de la lucha de clase del proletariado y se desarrolla sobre la base de un nuevo examen crítico de las posiciones que fueron enunciadas, durante la última ola revolucionaria y la experiencia ulterior, de modo que permitieran superar tanto la inmadurez como los errores de antaño, y precisar una coherencia teórico-política capaz de dar mayor cohesión y unidad a un futuro partido comunista internacional.
Este artículo no tiene como objetivo volver a hablar de las incomprensiones de los numerosos "herederos" de lo que fue la corriente Izquierda Comunista respecto al inevitable proceso del reagrupamiento de las fuerzas comunistas y del lugar que ocupan en éste las Conferencias internacionales. Ya hemos tratado ese tema en numerosos artículos de nuestra prensa y, en particular, en el último número de la Revista Internacional. Nos limitaremos aquí a una cuestión concreta, pero de gran importancia: la cuestión del partido: su función, el lugar que ocupa en el desarrollo de la lucha del proletariado contra la burguesía y el sistema capitalista,...
EL COSEJISMO Y EL PARTIDO:
DIVERGENCIAS REALES Y FALSAS DIVERGENCIAS
Para poder avanzar en la discusión sobre el partido, ante todo hay que saber y querer establecer correctamente el marco del debate. El método más improductivo de llevar a cabo un debate es recurrir a la deslealtad y borrar los marcos distintivos, definitorios, de lo que se denomina consejismo y de quiénes son los partidarios convencidos de la necesidad del partido. Agitando a tontas y a locas el espantajo del consejismo contra todos aquellos que no comparten la concepción bolchevique del partido -y sobre todo la caricatura exagerada que de él hacen los bordiguistas-, se mantiene y desarrolla la confusión, tanto sobre lo que es el Consejismo como sobre la misma noción de partido.
El movimiento consejista surge en los tormentosos años de la oleada revolucionaria que siguió a la Primera guerra mundial. Comparte con la Izquierda Comunista (excepto la de Italia) la idea fundamental de que el movimiento sindical, tal y como existe, no sólo ha dejado de ser una organización de defensa de la clase obrera, sino que la estructura misma de la organización sindical no se corresponde con las necesidades de la lucha del proletariado en el nuevo período histórico que se abre con la guerra y que plantea y pone al orden del día la revolución comunista. Las tareas que se imponen a la clase obrera en este nuevo periodo exigen un nuevo tipo de organización que no esté basado en criterios particulares, individuales, profesionales, corporativistas y estrictamente de defensa económica sino que sea realmente unitario, abierto a la actividad dinámica de toda la clase, que no separe la defensa de sus intereses económicos inmediatos de su meta histórica: emancipación de la clase obrera y destrucción del capitalismo. Tal organización no puede ser otra que los Consejos de fábrica, coordinados y centralizados.
Lo que separa a los Consejistas de la Izquierda Comunista es que los primeros no sólo niegan toda utilidad a la existencia de un partido político, sino que consideran la existencia de todo partido como nociva para la lucha de clases. Los consejistas preconizaban la disolución de los partidos dentro de la organización unitaria: Los Consejos. Este punto fue lo que les separó de la Izquierda Comunista y les condujo a romper con el KAPD.
En sí, el Consejismo representa una actualización del anarco-sindicalismo de antes de la guerra. Si el anarcosindicalismo era una reacción epidérmica contra el electoralismo y el oportunismo de la socialdemocracia, el Consejismo es una reacción contra las tendencias ultra-partidistas en la organización comunista; tendencias que comienzan identificando y confundiendo la dictadura del proletariado con la dictadura del partido y terminan sustituyendo, pura y simplemente, la una por la otra.
Los ultra-partidistas o neo-bolcheviques esquivan la crítica de sus concepciones ultra-leninistas insistiendo firmemente en que la corriente Consejista proviene de una escisión de la Izquierda Comunista -en Alemania en particular-. Esta apreciación, que según ellos mancha para siempre la Izquierda Comunista (excepto la de Italia) con el pecado original del consejismo, es su principal argumento.
Este argumento tiene tanto valor como el que pueda tener reprochar a la Izquierda revolucionaria haber militado en las filas de la Segunda Internacional antes de la guerra; y no es menos estúpido que acusar a los bolcheviques de haber "engendrado" al estalinismo.
La Izquierda Comunista no es, por más que piensen y digan los ultra-partidistas, el seno materno del consejismo; porque de lo que se alimenta el consejismo es de concepciones erróneas, de la imagen que dan, ciertos revolucionarios, del partido y de la relación de éste con la Clase. Las aberraciones de unos alimentan y refuerzan las aberraciones de los otros y viceversa.
Cuando los bordiguistas nos acusan de consejismo, para justificar su causa, recurren a la polémica fácil y no responden coherentemente a la crítica que nosotros hacemos de sus aberraciones. En vez de hacer el esfuerzo de responder con argumentos les es, claro está, más fácil recurrir al método de "Si quieres matar a tu perro, di que tiene la rabia". Tal método, que consiste en inventar cualquier cosa y atribuírsela al adversario, puede ser eficaz momentáneamente pero resulta completamente ineficaz y negativo a largo plazo. No hace más que enredar la discusión, en vez de clarificarla y aclarar las posiciones de unos y otros.
Cuando Battaglia Communista, por ejemplo, critica al consejismo en una Conferencia de grupos comunistas, parece que haya que despachar la cuestión diciendo: ¡No pasa nada, los compañeros le están buscando los tres pies al gato! Pero cuando B. C. atribuye a la CCI lo de "consejista" para justificar su sabotaje de la Conferencia, se pregunta uno ¿qué se debe pensar de un grupo como B. C. a quién le costó diez años darse cuenta de que discutía con un grupo... consejista -y eso después de haber organizado durante cuatro años Conferencias Internacionales con él? Pues, en su poca perspicacia organizativa y en su escaso olfato político. Con el cuento del "consejismo de la CCI", B. C. en vez de convencer no hace más que desacreditarse a sí misma como grupo político serio y responsable.
No tenemos la intención de exculparnos aquí de la acusación de consejismo. Eso le toca demostrarlo a nuestros contradictores. Basta con conocer un poco la prensa de los grupos de la CCI, y en particular su Plataforma política, para saber que hemos rechazado y combatido siempre las aberraciones del consejismo.
¿No es cómico oír el mismo reproche por parte de CWO (Communist Workers Organisation) -con quien mantuvimos largos meses de discusión para convencerles de que su análisis de la Revolución rusa como revolución burguesa y del Partido bolchevique como partido burgués eran falsas; y a quien hubo que tirar de las orejas para sacarles del pantano modernista de Solidarity? Tras su permanencia en el ultra-anti-partidismo, la CWO se convierte ahora al ultra-partidismo y combate contra las concepciones de la CCI referentes al partido.
Dejemos a un lado todas esas tonterías sobre el consejismo de la CCI[2] y veamos las divergencias reales que nos separan en lo referente a la manera de concebir el Partido.
LA NATURALEZA DEL PARTIDO
Bastante les costó a muchos grupos deshacerse claramente de la tesis de Kautsky, adoptada y defendida por Lenin en "¿Qué hacer?". La tesis afirma que la lucha de clase del proletariado y la conciencia socialista emanan de dos premisas absolutamente diferentes. Según esa tesis: la clase obrera no puede elaborar más que una conciencia "trade unionista", es decir, limitada a la lucha por sus reivindicaciones económicas inmediatas en marco del capitalismo; la conciencia socialista del proletariado, la de la emancipación histórica de la clase, no puede ser obra sino de intelectuales que se interesan por los problemas sociales. De ahí resultaría, por deducción lógica formal, que el partido es la organización de esos intelectuales radicales que se dan como tarea: "APORTAR ESA CONCIENCIA A LA CLASE OBRERA". Tenemos así: no solamente un ser separado de su conciencia, un cuerpo separado de su espíritu; sino también un espíritu sin cuerpo, realizado en sí mismo. En fin, un galimatías. Una visión idealista del mundo proveniente de los neohegelianos, que Marx y Engels atacaron implacablemente en sendas obras: "La Sagrada Familia" y "La Ideología Alemana".
Con el Trotski del "Informe de la Delegación Siberiana"[3], con Rosa Luxemburgo y tantos otros revolucionarios, la CCI rechaza categóricamente esa teoría que no tiene nada que ver con el marxismo; en realidad lo contradice. El mismo Lenin reconoció públicamente diez años después que sobre ese punto había exagerado demasiado y se había dejado llevar por la polémica en contra del economicismo. Todas las contorsiones del PCInt (Programa) y todas las piruetas "dialécticas" del PCInt (B. C.) para justificar la teoría de Kautsky (y afirmar su "fidelidad" a Lenin) les conduce solamente a enredarse cada vez más en afirmaciones totalmente contradictorias. Ningún anatema contra el espontaneísmo, ni los exorcismos contra el "consejismo" pueden salvarles de la obligación de pronunciarse de una vez por todas acerca de ese punto fundamental. No se trata de una controversia entre leninismo y consejismo sino entre marxismo y kautskismo[4].
Las implicaciones políticas a las que lleva esa teoría son mucho más graves que los aspectos filosóficos y metodológicos: convierte al proletariado en una simple categoría económica. Muy al contrario, Marx reconoce en éste a una clase histórica que lleva en sí la solución de todas las contradicciones en que está atrapada la humanidad, con toda la sucesión de sociedades divididas en clases en la que ha estado prisionera.
¡Y es precisamente a la clase que contiene en su naturaleza la emancipación de toda la humanidad, junto con la suya propia, a quién se le niega la capacidad de tomar conciencia, en la lucha de clases, de sí misma y de su misión en la historia! Sólo ven en el proletariado sus aspectos heterogéneos y no ven que es la clase más homogénea, la más "socializada", la más concentrada y más numerosa de la historia. Ignoran el hecho de que es la clase menos alienada por los intereses de propiedad privada y que su miseria es, más que la suya propia, la miseria acumulada por toda la humanidad. No comprenden que es la primera clase de la historia capaz de tener una conciencia verdaderamente global y no alienada. Y es desde esa ignorancia y esa incomprensión de la naturaleza de la clase obrera desde donde pretenden "inyectarle la conciencia", precisamente a la clase de la conciencia... Esa teoría no es otra cosa que el producto de mentes megalómanas, de la intelectualidad pequeño burguesa.
¿Y el partido? ¿Y el programa comunista? Al contrario que para Kautsky y para Lenin, mal que les pese o no les guste a los bordiguistas de todo tipo, el partido y el programa comunista no son para nosotros ninguna revelación misteriosa sino, muy simplemente, el producto de la existencia, de la vida y de la actividad de la clase; y compartimos, sin temor a parecer espontaneístas, la crítica de R. Luxemburgo, la cual contrapone a la fórmula de Lenin: "el partido al servicio del proletariado", la de "el partido de clase". En otras palabras, un organismo segregado por la clase para responder a sus necesidades. El partido no es un Mesías delegado por la Historia al proletariado para salvarlo, sino un órgano que la clase se da en su lucha histórica contra el orden capitalista.
La discusión no va de saber si el partido es o no un factor de la toma de conciencia. Ese debate sólo tiene razón de ser en el enfrentamiento con los anarquistas o los consejistas, pero no entre grupos que se reclaman de la Izquierda Comunista. Seamos claros: si B. C. insiste tanto en debatir a ese nivel, es únicamente para no dar respuesta al problema de la naturaleza del partido: de qué y de quién es producto. La repetición obstinada de B. C. sobre el "partido-factor" aparece como lo que es: una escapatoria para no reconocer que, ante todo, el partido es un producto de la clase y que su existencia, al igual que su evolución están determinadas por la existencia y la evolución de la clase obrera.
Los bordiguistas "ortodoxos" de Programma no necesitan recurrir a los sofismas (llamados "dialécticos") de Battaglia y proclaman abiertamente que la clase no existe más que por obra y gracia del Partido. Si se les hace caso: la existencia del partido determina la existencia de la clase. Según ellos, el partido existe desde el "Manifiesto Comunista": antes de esa fecha no había partido y por consiguiente no había proletariado. Podemos admitir que así sea, pero entonces ese partido tendría la milagrosa virtud de hacerse invisible puesto que, según ellos, no ha dejado de existir desde 1848. Si vemos la historia, hay que reconocer que los hechos no concuerdan con sus postulados. La "Liga de los Comunistas" existió... cuatro años; La Primera Internacional... diez años; la Segunda Internacional quince y la Tercera ocho años, y eso contando con generosidad. O sea, en total, 37 años de 132. ¿Qué le paso al Partido durante cerca de un siglo? Esta pregunta no molesta a nuestros bordiguistas que se han inventado una teoría: la del "Partido real"/"Partido formal". Según esa "teoría", el partido "formal" es el hábito exterior, material visible, que puede desaparecer; pero el partido "real", espíritu puro, sigue existiendo, no se sabe bien dónde, invisible.
Aventura semejante le habría ocurrido al propio partido bordiguista, el cual (contando generosamente también) habría desaparecido desde 1927 hasta 1945 (¡justo el tiempo en que Bordiga estuvo durmiendo!) ¡Y son esos disparates vergonzosos lo que nos presentan como si fuera la quintaesencia del marxismo restaurado! En cuanto al "programa acabado e invariante" y el "partido histórico real" están hoy encarnados en cuatro partidos (!) todos P. C. Int. y que se proclaman todos monolíticos; todos grandes y meritorios espadachines que combaten... ¡el consejismo! Es difícil, muy difícil discutir seriamente con partidos de ese estilo.
Los bordiguistas creen poder apoyar su concepción del partido en citas de Marx y Engels que extraen arbitrariamente de su contexto. Al hacerlo, cometen tremendos abusos contra el fondo y el espíritu que animan la obra de esos grandes pensadores y fundadores del socialismo científico[5].
Es lo que sucede con la tan traída y llevada frase del Manifiesto Comunista: "La organización del proletariado en clase y por lo tanto en partido político". Sin querer hacer una exégesis sobre la validez literaria de la traducción[6], basta con leer todo el capítulo de donde se entresaca esa frase para convencerse de que no tiene nada que ver con la interpretación que le dan los bordiguistas al transformar la locución "por lo tanto" en una condición previa para la existencia de la clase; cuando para Marx significa: un resultado del proceso de la lucha de la clase obrera.
Lo que preocupa a Marx y a Engels en El Manifiesto es la necesidad ineludible de que la clase obrera se organice, y no la organización del partido en particular. El manifiesto trata de manera muy vaga el problema de la organización de un partido preciso. Tanto es así que hasta llegan a proclamar que "los comunistas no forman un partido distinto, opuesto a los demás partidos obreros" y a terminar el Manifiesto no con el llamamiento a la formación de un partido comunista, sino con: "¡Proletarios de todos los países, uníos!".
Se pueden citar centenares de páginas en donde Marx y Engels enfocan la organización bajo el ángulo de la organización general de la clase a quien atribuyen no sólo la función de defensa de los intereses inmediatos, económicos, sino igualmente el cumplimiento de la finalidad histórica del proletariado: la destrucción del capitalismo y la instauración de una sociedad sin clases.
Citemos solamente el siguiente extracto de una carta de Marx a Bolte del 23 de Noviembre de 1871:
"El movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo, desde luego, la conquista del poder político por la clase obrera, y para eso es necesario, naturalmente, una organización de la clase obrera que tenga cierto grado de desarrollo previo, formada y hecha crecer en las luchas económicas de la misma clase.
Pero, por otra parte, cada movimiento en el cual la clase obrera se oponga como clase a las clases dominantes y trate de doblegarlas ejerciendo una presión desde el exterior, es un movimiento político. Por ejemplo, tratar de arrancar a capitalistas individuales, en una sola fábrica o un solo ramo industrial, por medio de huelgas etc., una reducción del tiempo de trabajo, es un movimiento puramente económico; en cambio, el movimiento que trata de obtener la ley de la jornada de 8 horas, etc., es un movimiento político. Y es de esa manera cómo de todos los movimientos económicos aislados de los obreros surge, en todas partes, un movimiento de la clase para hacer triunfar sus intereses de manera general, de forma que tenga fuerza de presión social general".
Marx añade:
"Si esos movimientos suponen cierta organización previa, son también, por su lado, "medios de desarrollar esa organización".
Todo ese movimiento se desarrolla sin la varita mágica del Partido. Hablando de la organización, Marx trata aquí de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) en la cual los partidos propiamente políticos, como el de Bebel y Liebknecht en Alemania, son una parte más, entre otras. Es esa Internacional, la organización general de todos los obreros, a la que Marx considera: "constitución del proletariado en partido político, indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y de su meta final, la abolición de las clases"
Es tan evidente, que el texto continúa con las siguientes palabras: " (...) que es necesario que la unión de las fuerzas de la clase obrera que se ha realizado por las luchas económicas, sirva igualmente de palanca para la gran masa de la clase en su lucha contra el poder de sus explotadores".
Resolución de la Conferencia de Londres de la A.I.T. de Septiembre de 1871 "que recuerda a los miembros de la Internacional que, en el estado actual de luchas de la clase obrera, su actividad económica y su actividad política están inseparablemente ligadas".
Comparemos estos textos de Marx con algunas afirmaciones de los bordiguistas y compañía: "Mientras existan clases, será imposible, tanto a las clases como a los individuos, obtener conscientemente algún resultado. Solamente el partido lo puede" (Trabajo de grupo, nº 3. Pág. 38. Marzo-Abril de 1957). ¿De dónde le viene esa virtud "solamente al partido"? y ¿por qué exclusivamente a él?
"Ahora bien, el proletariado no es clase sino en la medida en que se agrupa tras un programa, es decir, un conjunto de reglas de acción determinadas por una explicación general y definitiva del problema propio de la clase y de la meta que debe alcanzar para resolverlo. Sin ese programa su experiencia no supera el aspecto más estrecho de la miseria que le impone su condición". (Trabajo de grupo, nº 4. Pág. 10. Mayo-Junio de 1957)[7]
¿De dónde le vienen esas "reglas de acción" que constituyen "el programa"? Según los bordiguistas ese programa no puede en absoluto provenir de la experiencia de la lucha de la clase obrera, por la sencilla razón de que esa "experiencia no supera el aspecto más estrecho de la miseria que le impone su condición". Entonces ¿de dónde le llega o puede llegarle al proletariado la conciencia de su ser? Los neobolcheviques contestan: "a través de una explicación general y definitiva del problema propio de la clase". Los bordiguistas no sólo afirman que por "su condición" la clase es absolutamente incapaz de "superar el aspecto más estrecho de la miseria"; aún más categóricamente pretenden que el ser mismo, el proletariado, no es clase y no puede tener existencia como tal, sin la primera condición: que exista previamente un Programma...: "una explicación general y definitiva" alrededor de la cual pueda agruparse para convertirse en clase.
Que hay de común entre esta visión y la de Marx, para quien:
"Las condiciones económicas primero transformaron a las masas del país en trabajadores. La dominación del capital le dio a esa masa una situación común, unos intereses comunes. Así pues, esa masa es ya una clase ante el capital pero no todavía para sí misma. En la lucha de la que hemos señalado sólo algunas de las fases, ésta masa se reúne y se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se transforman en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política". Esto, después de haber afirmado unos renglones más arriba: "En esa lucha, verdadera guerra civil, se reúnen y se desarrollan todos los elementos necesarios para una batalla venidera. Cuando alcanza ese punto, la asociación adquiere un carácter político". ("Miseria de la Filosofía. Capítulo II, punto 5: ‘Huelgas y coaliciones'")
Allí donde los bordiguistas, con Proudhon, sólo ven "la miseria" en la condición de la clase, nosotros vemos, con Marx, una clase en movimiento, que pasa de la resistencia a la coalición, de la coalición a la asociación, y de la lucha en un principio económica, a la lucha política por la abolición de la sociedad de clases. De igual modo, podemos firmar y hacer nuestro este otro pensamiento de Marx: "Se han hecho muchas investigaciones para describir las diferentes fases históricas que la burguesía ha recorrido... Pero cuando se trata de informar exactamente sobre las huelgas, de las coaliciones y las demás formas con las que los proletarios efectúan ante nuestros ojos su organización como clase, un temor real se apodera de unos, y otros exhiben un desprecio trascendental".
Lo que caracteriza a "neos" y "ultras" que se dicen "leninistas" es su profundo desprecio de la clase, de su movimiento real y de sus potencialidades. Es su profunda falta de confianza en la clase y en sus capacidades lo que les lleva a adoptar una postura que les dé seguridad: un nuevo Mesías; lo que son ellos mismos. Así transforman su propio sentimiento de inseguridad en un complejo de superioridad que raya en megalomanía.
PAPEL Y FUNCION DEL PARTIDO EN LA CLASE
Si el partido es un órgano producido por el cuerpo de la clase obrera, es necesariamente también un factor activo en la vida de la clase. Si es la manifestación del proceso de toma de conciencia de la lucha de la clase, tiene como principal función la de contribuir en ese proceso de toma de conciencia y ser el crisol indispensable de la elaboración teórica y programática, función para lo cual lo ha engendrado la clase. En la medida en que la clase proletaria en la sociedad capitalista en la que vive, no puede eludir ni la presión ni las trabas que impiden su homogeneización, el partido es el instrumento de su homogeneización; en la medida en que la ideología burguesa dominante obstaculiza y pesa como una losa en la toma de conciencia de la clase, el partido es el órgano encargado de destruir esas trabas, el antídoto contra las ideologías y mistificaciones de la clase enemiga que envenenan sin cesar el cerebro del proletariado. El alcance de su función evoluciona necesariamente con los cambios que ocurren en la sociedad y con la relación de fuerzas cambiantes entre proletariado y burguesía. Por ejemplo, si al principio de la existencia de la clase es un factor decisivo y directo de la organización del proletariado, esa tarea disminuye para el partido a medida que la clase se desarrolla, adquiere una larga experiencia y alcanza una madurez mayor. Si los partidos jugaron un papel preponderante en el nacimiento y el desarrollo de las organizaciones sindicales, no fue igual en la organización de los Consejos, que se hizo antes de que el partido comprendiese ese fenómeno, y, en parte, en contra de la voluntad explícita del partido.
Así pues, el partido no vive independientemente de la clase; crece y se desarrolla con el desarrollo de la misma; sufre la presión y la penetración en su seno de influencias de la clase enemiga. En el caso de una derrota grave de la clase, puede degenerar, pasarse al enemigo o desaparecer momentáneamente. Lo que es una constante es la necesidad que tiene el proletariado de ese órgano que le es indispensable. Como a una araña a la que se le destruye su tela, la clase sigue segregando los elementos para volver a constituir ese órgano que le sigue siendo necesario. Ese es el proceso de formación continua del partido.
El partido no es la única sede de la conciencia de la clase, como pretenden exageradamente que lo sea los epígonos que se autoproclaman leninistas. Tampoco es infalible ni invulnerable. Toda la historia del movimiento obrero lo atestigua, como también demuestra que la clase en su conjunto acumula experiencias y las asimila directamente. El reciente y formidable movimiento de la clase obrera en Polonia atestigua su capacidad admirable de acumular y asimilar sus experiencias de 1970 y 1976, de superarlas y eso a pesar de la cruel ausencia de un partido. La Comuna de París es otro ejemplo de las capacidades inmensas de la conciencia de la clase. Esto no le resta nada al papel del partido cuya actividad eficaz es una de las principales condiciones de la victoria final del proletariado. Una condición principal pero no única. El partido es el lugar principal para la elaboración de la teoría (no el único); eso no quiere decir que haya que considerarlo como un cuerpo independiente exterior a la clase. Es un órgano, la parte del todo que es la clase.
Cómo todo órgano encargado de una función específica dentro de un todo, el partido puede cumplir esa función bien o mal. Por ser parte de un cuerpo total vivo que es la clase y por ser él mismo un órgano vivo, está sujeto a flaquezas debidas a causas externas o a un mal funcionamiento propio. No es un cuerpo inmóvil, sentado encima de un programa acabado de una vez por todas e invariante; necesita estar constantemente atento y trabajar sobre sí mismo, tratar de darse los mejores medios de mantenimiento y desarrollo. En vez de exaltar en él al restaurador y conservador de museos, como lo hacen los neo-bolcheviques, tenemos que estar atentos ante una enfermedad particular que le acecha (y contra la cual R. Luxemburgo, en su lucha contra el "marxismo ortodoxo" de antes de 1914; Lenin, en lucha contra "los viejos bolcheviques" cuando regresó a Rusia en 1917 y Trotski en "Las elecciones de Octubre" pusieron en guardia a los revolucionarios): su tendencia al conservadurismo. El que no exista ninguna garantía ni receta previa es una razón de más para estar atento. El síntoma de esa enfermedad se manifiesta en la fidelidad estricta a la letra en vez de al método vivo del marxismo.
El partido acusa flaquezas, no sólo por el peso del pasado y su tendencia al conservadurismo, sino también porque se encuentra frente a situaciones nuevas, a problemas nuevos. Nada permite afirmar que, ante situaciones nunca vistas en el pasado, pueda dar siempre y enseguida una respuesta justa. La historia lo demuestra ampliamente: el partido puede equivocarse. Es más, las consecuencias de sus errores pueden ser muy graves y alterar mucho la relación existente entre la clase y él. El Partido bolchevique en el poder cometió bastantes errores y la Internacional Comunista lo mismo. Por eso el partido no puede pretender estar siempre en posesión de la verdad ni tratar de imponer a la clase su dirección y sus decisiones, utilizando todos los medios a su alcance, incluida la violencia. No es un "dirigente por derecho divino".
El partido no es un espíritu puro, una conciencia absoluta e infalible ante la cual la clase sólo puede y debe inclinarse. Es un cuerpo político, una fuerza material que actúa en la clase, que es responsable ante ella y a quien tiene siempre que rendir cuentas.
La CWO ironiza sobre el "miedo" que tendría la CCI del "mito" (sic) del "el peligro de sustitucionismo", en estos términos: «Al ser el partido la parte más consciente de la clase, ésta debe confiar en él, de manera que sea el partido quien tome con toda naturalidad y automáticamente el poder y lo ejerza». ¡Todo es muy sencillo para la CWO! ¡No hay razón para complicarse la vida con "mitos" sobre "sustitucionismos"!
Ante esto se pregunta uno ¿por qué Marx escribió "La guerra civil en Francia" -en donde insistía acerca de las medidas que tomó la Comuna de París para poder tener siempre controlados a quienes había delegado para realizar funciones públicas; y entre aquellas la más importante: "la posibilidad de ser revocado en cualquier momento"? ¿Será que Marx y Engels fueron consejistas antes de tiempo?
La CWO no se da cuenta de la diferencia que existe entre un delegado elegido y revocable y la delegación de todo el poder a un partido; que no es ni más ni menos que la diferencia que separa el funcionamiento del proletariado del de las estructuras burguesas. En el primer caso se trata de que una persona, encargada de la ejecución de una tarea, es responsable en todo momento ante aquellos que la delegaron y, por lo tanto, revocable; en el segundo caso se trata de delegar el poder, todo el poder, a un cuerpo político sobre el que no se tiene ningún control: sus miembros son responsables ante su partido, únicamente ante él. La CWO ve en nuestra preocupación por el peligro de sustitucionismo un simple formalismo; en realidad, el peor formalismo, es decir, el peor engaño: hacer creer que se ha cambiado algo al cambiar simplemente el nombre; por ejemplo, el de Comité central del partido por el de Comité ejecutivo de los consejos. Es, la clase quien controla directamente cada uno de sus delegados y no abandona ese control en otro, aunque sea su partido de clase.
El partido proletario no es, como los partidos burgueses, candidato al poder del Estado, un partido estatal. Su función no puede ser administrar el Estado, lo cual puede alterar su relación con la clase -relación que consiste en orientarla políticamente- convirtiéndola en una relación de fuerza. Al convertirse en un administrador del Estado, el partido cambiará imperceptiblemente su papel para convertirse en un partido de funcionarios; con todo lo que eso implica como tendencia a la burocratización. El caso Bolchevique es ejemplar al respecto.
Pero ese punto corresponde a otra investigación: la de la relación entre partido y Estado en el período de transición. Aquí hemos querido limitarnos a demostrar cómo, so pretexto de acabar con el consejismo, se llega al error de sobrevalorar exageradamente el papel y la función del partido. Se llega simplemente a una caricatura en la que se hace del partido una élite de derecho divino.
M. C.
[1] La historia del movimiento obrero no conoce ningún ejemplo de tal partido monolítico
[2] Recordemos, para terminar de una vez por todas con esas "críticas" inventadas de todo tipo, que en la exigencia de criterios políticos para participar en las Conferencias -que propusimos desde el principio-, figura el reconocimiento de la necesidad del partido. En la carta que enviamos al PCInt. (Battaglia Comunista), como preparación de la Primera Conferencia, el 15/7/76 escribíamos: "Los criterios políticos de participación a tal encuentro tienen que ser estrictamente delimitados por: ./... 6.- afirmación de que la "emancipación de la clase obrera será obra de la clase obrera misma y que eso implica la necesidad de que haya una organización de los revolucionarios de la clase." Igualmente, en el "Proyecto de Resolución sobre las tareas de los comunistas" que presentamos en la Conferencia el 11/11/78, escribíamos: "La organización de los revolucionarios es un órgano esencial de la lucha del proletariado, tanto antes como después de la insurrección y de la toma del poder; sin ella, sin el partido proletario, porque sería una expresión de inmadurez de su toma de conciencia, la clase obrera no puede realizar su tarea histórica: destruir el sistema capitalista y edificar el comunismo."
Y si la Segunda Conferencia demostró que existían divergencias sobre el papel y la función del partido, también aceptó unánimemente el "reconocimiento de la necesidad histórica del partido" como criterio de adhesión y participación a las futuras conferencias
[3] "Informe de la delegación siberiana", redactado por Trotski en 1904, y en donde critica a Lenin por su concepto sustitucionista del partido
[4]Ya va siendo hora de que borremos de nuestro vocabulario esta terminología de "leninismo" y "antileninismo", tras la que se oculta cualquier cosa y que no quiere decir nada. Lenin fue una gran figura del movimiento obrero y su aporte es enorme. No por eso fue infalible, y sus errores pesaron muy fuertemente en el proletariado. No se puede aceptar al Lenin de Kronstadt porque existió el Lenin de Octubre y viceversa
[5] Es decir, de un método científico y no, según la fórmula de Battaglia, de una ciencia marxista que no existe
[6] En la edición francesa de "La Pleiade", M. Rubel traduce ese pasaje de la manera siguiente: "esa organización de proletarios en clase y, consecuentemente, en partido político", traducción seguramente más fiel al pensamiento real de Marx que aparece en todo ese capítulo de "El Manifiesto"
[7] Revista teórica del PCInt. (Programa Comunista). Traducido por nosotros
"La huelga de masas no se fabrica artificialmente, ni se decide y propaga en una atmósfera inmaterial.
Es un fenómeno histórico que, en un determinado momento, resulta de una situación social que a su vez es consecuencia de una necesidad".
(Rosa Luxemburg, "Huelga de masas, Partido y Sindicatos").
Se ha abierto en la historia una brecha que ya no se volverá a cerrar ante los ojos del mundo entero, la clase obrera de Polonia ha salido del terreno vedado del Este para incorporarse a la lucha de clase de todos los obreros. Como en la Rusia de 1905, este movimiento ha surgido de las capas más profundas del proletariado, su carácter de clase salta a la vista. Por su amplitud, por su dimensión histórica, por su voz resueltamente obrera, la huelga de masas en Polonia es el acontecimiento más importante desde el resurgimiento de la lucha de clases en 1967/68.
El impacto de este movimiento rebasó mucho los jalones aún titubeantes del Mayo del 68 en Francia. Cuando se produjo aquel gran estallido que señalaba el fin del período de la contrarrevolución y el principio de un nuevo periodo de convulsiones sociales, el potencial del movimiento obrero seguía siendo incierto. En lugar de la clase obrera, hablaban otros, como los estudiantes por ejemplo, que sentían en sus vísceras el desmoronamiento de todos los valores de una sociedad que acusaba las primeras sacudidas de las crisis, sacudidas frente a las que no podían aportar soluciones. En el Este, la Checoslovaquia del 68 reflejaba la imagen de la época: un movimiento en el que la clase obrera no llevaba la voz cantante, un movimiento nacionalista dominado por una fracción del Partido que detentaba el poder, una "Primavera de Praga" de "reivindicaciones democráticas" sin el menor futuro. Aunque el movimiento de Polonia de 1970 daría pruebas de una mayor madurez del proletariado, no por ello dejó de ser poco conocido y limitado.
Hoy, por el contrario, la crisis económica del sistema es una realidad cotidiana que los obreros padecen en su propia carne, con lo que los acontecimientos de Polonia 1980 adquieren una dimensión muy distinta: el país entero está abrazado por el fuego de una huelga de masas, por la autoorganización generalizada de los obreros. El protagonista ha sido la clase obrera y se ha rebasado al ámbito de la simple defensa económica para situarse en el terreno social, y esto a pesar de las flaquezas. Al reaccionar así ante los efectos de la crisis económica, los obreros de Polonia han hecho la demostración palpable de que sólo hay un mundo -todos los gobiernos del mundo, sea cual sea su máscara ideológica, están atascados en la crisis, exigen el sacrificio de los explotados. Ninguna prueba mejor que Polonia 80 Para demostrar que el mundo no está dividido en dos sistemas diferentes, sino que el capitalismo, bajo una u otra forma, reina en todo el mundo gracias a la explotación de los trabajadores. Las huelgas de Polonia asestan un tremendo golpe irreversible a la credibilidad que para la clase podrían tener los mitos estalinistas o proestalinistas, los mitos sobre los "estados obreros" o el "socialismo" del Este.
Cada vez que los obreros en lucha se revuelvan contra las cadenas ideológicas y físicas del estalinismo, se recordará la voz obrera de Gdansk. Y la brecha seguirá ensanchándose. Los acontecimientos de Polonia solo pueden comprenderse en el contesto de la crisis del capitalismo (véase en este número el artículo sobre "La crisis en los países del Este") y como parte integrante del resurgimiento internacional de las luchas obreras.
En el Oeste, la lucha de clases ha surgido con mayor vigor desde hace unos años, confirmando la combatividad intacta de la clase obrera: la huelga de la siderurgia en Gran Bretaña, la lucha de los estibadores en Rotterdam, Longwy-Denain en Francia, los combates en Brasil son los ejemplos más notables.
En el Este, los recientes acontecimientos forman parte de toda una agitación obrera que se desarrolla desde hace varios meses, particularmente la huelga general que paralizó la ciudad de Lublin en Polonia en Julio de 1980 y las recientes huelgas en la URSS (la de los conductores de autobuses en Togliattigrado, apoyada por los obreros de las fábricas de automóvil). Estos acontecimientos desmienten, categóricamente a todos aquellos que propagan el mito de que la clase obrera está irremediablemente aplastada en el Este, donde toda lucha de clases sería imposible. .
Se ven hoy signos innegables de que existe una reacción generalizada cada vez más aguda a las manifestaciones de la crisis mundial. A este respecto, las huelgas de Polonia suponen un paso inmenso para la reanudación internacional de la lucha proletaria, para la demostración de esta unidad fundamental de la condición y de la solución de la clase obrera. ES EL NACIMIENTO DE NUESTRA FUERZA.
El que el resurgimiento internacional de las luchas de la clase obrera tenga su punto culminante en un país del Este es algo que tiene un significado muy particular para el proletariado. Este acaba de vivir un período en el que: la burguesía occidental no ha cesado de agitar machaconamente el espectro de la guerra que vendría del bloque del Este, que es el único "belicista" frente al bloque del Oeste "pacífico".
Sobre este punto, el proletariado polaco ha dado una magnífica lección desmintiendo irrefutablemente la patraña de un bloque guerrero, homogéneo y unido contra el que habría que movilizarse, en una gran amalgama de clases, para evitar que vuelva a producirse un nuevo Afganistán. Al rebelarse, el proletariado polaco le ha aguado la fiesta a la burguesía que se empeñaba en presentar como única posible, la alternativa de un campo imperialista contra otro. Los obreros de Polonia han vuelto a situar en primer plano la única verdadera alternativa que rebasa cualquier frontera nacional: OBREROS CONTRA PATRONOS, PROLETARIADO CONTRA CAPITAL. La burguesía de todos los países ha percibido esta amenaza obrera frente a la lucha de clases que tiende a romper la estructura de la sociedad capitalista, poniendo al descubierto el antagonismo proletariado-burguesía, la clase capitalista -en el momento álgido- ha dado pruebas de una especie de solidaridad internacional que sólo asombra a las mentes poco despiertas. Al contrario de Hungría o, incluso de Checoslovaquia, movimientos que la burguesía occidental aprovechó para intentar ganar un nuevo punto de apoyo, hemos visto esta vez el aleccionador espectáculo de todos los gobiernos del mundo -tanto del Este como del Oeste- cada uno con su "cubo de agua" para apagar el fuego obrero: los créditos que concede el Occidente a Polonia mediante la presión ejercida sobre los bancos alemanes y sobre el Fondo Monetario Internacional, el dinero enviado por los sindicatos occidentales o los créditos otorgados por la URSS. Ahí están todos, reunidos en torno a la "madre enferma" procurando por todos los medios que la colosal deuda de Polonia no le impida repartir algunas migajas a la clase obrera para poder calmar el movimiento. Todos tienen el mismo objetivo: mantener el status frente al peligro proletario y su tendencia a extenderse como mancha de aceite... No podemos conocer todos los detalles de la diplomacia secreta, pero las cartas "personales" de Giscard y Schmidt a Gierek, de Presidente a Presidente; las llamadas telefónicas, las consultas Carter-Breznev, muestran las preocupaciones comunes que han creado los obreros polacos en su enemigo de clase.
Desde este punto de vista, los acontecimientos de Polonia no hacen más que confirmar una ley histórica fundamental de este mundo dividido en clases antagónicas. Cuando los motines de los marineros de Alemania en 1918, guiados por el ejemplo de la revolución rusa, aterrorizaron a la burguesía de ambos lados de las trincheras, ésta se vio obligada a parar la guerra para no correr el riesgo de un desmoronamiento de todo el sistema. Asimismo, la lucha decidida y organizada de los obreros de Polonia contra la austeridad, aunque no haya sido insurreccional, ha postergado provisionalmente el problema de los conflictos interimperialistas para colocar la cuestión social en primer plano. Estos factores interimperialistas no desaparecen y sólo son apartados provisionalmente, porque la presión de la clase obrera es aún esporádica y no lo bastante madura como para permitir un enfrentamiento decisivo. Pero estos acontecimientos constituyen la prueba más clara de que el potencial de resistencia de la clase obrera representa hoy el único freno eficaz a la guerra. Los acontecimientos de Polonia demuestran que sólo la solidaridad proletaria en la lucha puede hacer retroceder las amenazas de guerra, al contrario de lo que claman la izquierda y otros sobre la supuesta necesidad de vencer primero al campo imperialista que se halla enfrente ("el enemigo Nº 1) para entablar la lucha después (recordemos la matraca organizada en torno a la guerra del Vietnam en los años 60).
Una enseñanza de este movimiento que no se podrá olvidar es que la lucha obrera puede hacer retroceder a la burguesía a escala internacional y nacional y establecer una relación de fuerzas que le sea favorable. La clase obrera no se encuentra desprovista de todo ante la fuerza represiva de su explotador, puede paralizar la mano de la represión mediante la generalización rápida del movimiento.
Resulta claro que los obreros de Polonia han sacado muchas lecciones de sus experiencias precedentes de 1956, 70 y 76. Pero, al revés de estas luchas y, concretamente, de las de Gdansk, Gdynia y Sczecin en 1970 que se caracterizaron sobre todo por los tumultos callejeros, la lucha de 1980 ha evitado conscientemente los enfrentamientos prematuros. No han dejado muertos. Se han dado cuenta de que su fuerza estriba ante todo en la generalización de la lucha, en la organización de la solidaridad.
No se trata de oponer "la calle" a "la fábrica", pues ambas forman parte de la lucha de la clase obrera, pero hay que comprender que "la calle" (ya se trate de manifestaciones o de enfrentamientos) y "la ocupación de la fábrica" como lugar de referencia y no como "cárcel" sólo serán medios eficaces para la lucha si la clase toma el combate en sus propias manos generalizando la lucha por encima de las divisiones del trabajo en categorías y organizándose con mucha decisión. En ello estriba nuestra fuerza, y no en una exaltación mórbida de la violencia por la violencia. Al contrario de los situacionistas, con sus consignas de "quemar y saquear los supermercados" o de los bordiguistas con su "terror rojo" de visionarios, la lucha ha franqueado hoy una etapa al superar la fase de las explosiones de cólera. Pero esto no significa que los obreros polacos se hayan vuelto pacifistas bajo la presión del KOR. En Gdansk, Szczecin y en otras partes los obreros organizaron inmediatamente grupos de defensa contra toda posible represión. Han sabido juzgar cuáles eran las armas adecuadas a su lucha en el momento actual. Está claro que no hay receta que sirva para cualquier circunstancia, pero ha quedado demostrado igualmente que lo que paralizó el Estado fue la extensión rápida del movimiento.
Mucho se ha hablado del peligro "de los tanques rusos". En realidad, los ejércitos rusos nunca intervinieron directamente en Polonia, ya sea en Poznan en 1956 o durante los movimientos del 70 y del 76. Esto no quiere decir que el Estado ruso no enviará en última instancia lo equivalente de los "marines" americanos si hay el menor riesgo de que el régimen se vaya a pique.
Pero hoy no estamos en plena "guerra fría" (como en Alemania del Este en 1953) donde la burguesía tenía las manos libres frente a un levantamiento aislado. Tampoco se trata de una insurrección históricamente prematura y rápidamente sofocada (como ocurrió en Hungría en 1956), ni de un movimiento nacionalista que tendía a abrirse hacia el bloque rival (Checoslovaquia 1968). La lucha de los obreros en Polonia 1980 se sitúa en una época de desarrollo del movimiento obrero en todos los países, tanto al Este como al Oeste. Y pese a la situación militar y estratégica de Polonia, el Estado ruso ha de ser sumamente prudente. No se podía hacer frente a la lucha desde un principio con una matanza de obreros. No se olvide que en 1970, en Polonia, lo que desencadenó la generalización inmediata de las luchas fue precisamente la respuesta a las primeras represiones brutales. Frente a un movimiento obrero de la índole del 1980, la burguesía ha cedido; la clase obrera ha tomado conciencia de su fuerza, tomando confianza en sí misma.
Partiendo de las mismas causas que provocan los movimientos obreros de huelga, la rebelión contra las condiciones de vida, los obreros polacos movilizados en un principio contra la penuria y el alza de precios de los productos alimenticios, especialmente la carne, extendieron el movimiento mediante huelgas de solidaridad, rehusando las exhortaciones del gobierno a negociar fábrica por fábrica, sector por sector, eludiendo así la trampa en la que tantas veces ha caído la lucha obrera en estos últimos años. Por encima, pues, de las particularidades de los ataques del capitalismo contra la clase obrera (aquí, despidos masivos, inflación; allá, racionamiento de los bienes de consumo, inflación igualmente), los mismos problemas fundamentales se presentan al conjunto del proletariado, cualesquiera que sean las modalidades de la austeridad, sea cual sea la burguesía nacional que tenga enfrente. La lucha de los obreros polacos sólo servirá verdaderamente a sus hermanos de clase si se asimilan paulatinamente todas estas enseñanzas.
En 1979, en Francia, los obreros siderúrgicos se movilizaron espontánea y violentamente contra el Estado capitalista que acababa de decretar una serie de despidos. Los sindicatos han tardado seis meses en atajar las posibilidades de expresión del movimiento -interrumpiendo las huelgas en la región parisina, concretamente- y en obligarlos a pasar por el aro capitalista y legalista de la negociación de los despidos. Los obstáculos que se encontró la clase obrera y que permitieron a la burguesía desmovilizar su combatividad para llevar a cabo sus planes fueron: la organización de la lucha que quedó en manos de los órganos de base de los sindicatos, la extensión que se redujo al sector siderúrgico y la violencia obrera que fue canalizada bajo la forma de "golpes de mano" nacionalistas[1].
En 1980, en Gran Bretaña, los sindicatos de base -los shop-stewards- tomaron la iniciativa de los comités de huelga bajo la presión general de los obreros. Cuando se perfilaban en el horizonte despidos masivos (más de 40000), las reivindicaciones se limitaron a los aumentos de salario; cuando otros sectores de la clase obrera estaban dispuestos a moverse, se sofocó la "generalización" reduciendo el movimiento a la siderurgia privada, menos combativa. Tres meses se necesitaron, sin embargo, para conseguir desmovilizar a los obreros... los tres meses que la burguesía necesitaba para dar salida a sus reservas.
En estas huelgas, la clase obrera experimenta su fuerza, pero también lo que significan como callejón sin salida, el corporativismo y la especialización de sus reivindicaciones por sector o por fábrica, de lo estéril que es la "organización" sindical. El movimiento en Polonia, por lo masivo, por lo rápido de su extensión por encima de categorías y regiones, confirma no sólo la necesidad sino la posibilidad también de que se generalice y se organice por sí misma la lucha yendo más lejos que las veces anteriores y dando una respuesta a las experiencias pasadas.
Los sindicalistas de toda calaña nos afirman que "sin sindicatos no hay lucha posible, sin sindicatos, la clase obrera está atomizada". Y resulta que los obreros polacos aportan un categórico mentís a esas patrañas. Los obreros, en Polonia, nunca antes habían sido tan fuertes, porque esta vez poseían sus propias organizaciones nacidas de la lucha, con delegados elegidos y revocables en todo momento. Sólo cuando se pusieron a confiar en las quimeras de los sindicatos libres fue cuando acabaron por entrar en el corsé del orden capitalista reconociendo el papel supremo del Estado, del partido en el Estado y del Pacto de Varsovia (Acuerdos de Gdansk). Los acontecimientos de Polonia nos dan muestras del potencial que contienen todas las luchas actuales y que desbordarían si no existieran esos amortiguadores sociales que son los sindicatos y los partidos de la "democracia" burguesa.
"La huelga de masas es un océano de fenómenos siempre nuevos y fluctuantes... A veces se divide en una infinita red de arroyuelos, otras, surge de la tierra cual vivo manantial, y otras veces se pierde en el subsuelo" (Luxemburg Rosa.- "Huelga de masas, Partido y Sindicatos")
La debilidad económica del capitalismo del Este le obliga a llevar una política de bestial austeridad contra la clase obrera. Y como no tiene paliativos para diferir gradualmente los efectos de la crisis sobre la clase obrera, día a día, paquete por paquete, industria por industria como así lo ha hecho hasta ahora la burguesía occidental, la burguesía del Este, al no poder seguir eternamente haciendo trampas con la ley del valor, ha provocado la rebelión contra ella y su política dirigista, del descontento acumulado de los obreros. La rigidez del capitalismo de Estado del Este lleva al aparato a fijar los precios alimenticios, y al aumentarlos de repente, bajando de golpe y porrazo el nivel de vida de la clase obrera, el Estado polaco provocó una respuesta obrera homogénea contra él, a pesar de las diferencias de sueldo que el régimen mantiene según los sectores profesionales. La unidad de la burguesía tras su Estado en el Este es también una realidad política y económica en el Oeste, a pesar del montón de patronos privados en sectores aparentemente separados. En realidad, todo lo que la rigidez del sistema estalinista hace más evidente y más fácil de entender también lo será en el Oeste con las duras experiencias a que van a someter a la clase obrera. Los acontecimientos de Polonia forman parte de esa experiencia. El auténtico rostro de la decadencia del sistema capitalista aparecerá, por todas partes, tras la careta "democrática y liberal".
El 1° de Julio de 1980, a resultas de fuertes aumentos del precio de la carne, estallan huelgas en Ursus, en las cercanías de Varsovia, en la fábrica de tractores que había sido el centro del enfrentamiento con el poder en junio de 1976; Y también en Tczew, en la región de Gdansk. En Ursus, los obreros se organizan en asambleas generales, redactan una lista de reivindicaciones y eligen un comité de huelga. Aguantan ante la amenaza de despidos y de represión y paran varias veces para mantener el movimiento.
Entre el 3 de Julio y el 10, la agitación prosigue en Varsovia (fábricas de material eléctrico, imprenta), en las factorías de aviones de Swidnick, en las automovilísticas de Zeran, en Lodz, en Gdansk...Por todas partes, los obreros forman comités de huelga. Las reivindicaciones son de aumentos de sueldo y para que se anulen las alzas de precios. El gobierno promete aumentos: el 10 % de media, en algunos casos el 20 %, aumentos que son acordados a los huelguistas y no tanto a los no huelguistas para así frenar el movimiento...
A mediados de mes, la huelga llega a la ciudad de Lublin. Los ferroviarios y los de transportes primero y luego todas las industrias de la localidad paran el trabajo. Las reivindicaciones son: elecciones libres en los sindicatos, seguridad con garantías para los huelguistas, fuera policía de las fábricas, aumentos salariales.
El trabajo se reanuda en algunas regiones, pero también estallan nuevas huelgas. Krasnik, la fundición de Skolawa Wola, la ciudad de Cheim cercana a la frontera con Rusia y Wroclaw son afectadas por huelgas durante el mes de Julio. La sección K-1 de los astilleros de Gdansk se para, y también el complejo siderúrgico de Huta en Varsovia. Por todas partes, las autoridades ceden aceptando aumentos salariales. Según el "Financial Times", el gobierno agenció, durante el mes de Julio, un fondo de 4 mil millones de zlotys para pagar los aumentos. Las oficinas estatales son obligadas a proporcionar inmediatamente carne "de primera" a las fábricas que están paradas. Hacia finales de mes, el movimiento parece estar en reflujo y el gobierno se cree que lo ha frenado negociando fábrica por fábrica. Y se engaña.
La explosión está, en realidad, madurando como así lo demuestra la huelga de basureros de Varsovia que dura una semana a principios de Agosto. El 14 de Agosto, el despido de una militante de los Sindicatos libres, provoca la explosión de una huelga en los astilleros "Lenín" de Gdansk. La asamblea general hace una lista de 11 reivindicaciones; las propuestas se discuten y se votan. La asamblea decide la elección de un comité de huelga que se compromete con las reivindicaciones: reintegro de militantes, aumento de subsidios familiares, aumento de sueldos en 2.000 Z1. (el salario medio es de 3.000 a 4500 Zl), disolución de los sindicatos oficiales, supresión de privilegios de la policía y los burócratas, construcción de un monumento a los obreros muertos por la milicia en 1970, la publicación inmediata de informes verídicos sobre la huelga.
La dirección cede en cuanto a la vuelta de Anna Walentinowisz y de Lech Walesa así como en lo de construir un monumento. El Comité de Huelga da cuenta de su mandato ante los obreros por la tarde y los informa sobre las propuestas de la dirección. La Asamblea decide que se forme una milicia obrera; las bebidas alcohólicas son recogidas. Hay una nueva negociación con la dirección. Los obreros instalan un sistema de altavoces para que todos puedan seguir las discusiones y pronto se instala un sistema para que los obreros reunidos en Asamblea puedan hacerse oír en el salón de negociaciones. Hay obreros que se apoderan del micro para dar precisiones sobre lo que exigen. Durante la mayor parte de la huelga, hasta el día antes de la firma del compromiso, miles de obreros intervienen desde fuera para exhortar, aprobar o desaprobar las discusiones del Comité de huelga, Todos los obreros despedidos del astillero desde 1970 pueden volver a sus puestos. La dirección cede sobre los aumentos y da garantías para la seguridad de los huelguistas.
El 15 de Agosto, la huelga general paraliza la región de Gdansk. Los astilleros "Comuna de Paris" de Gdynia paran. Los obreros ocupan los locales y obtienen 2.100 zl de aumento inmediato. Pero se niegan a volver al trabajo, pues "también Gdansk tiene que ganar". El movimiento en Gdansk está en un momento fluctuante; hay delegados de taller que dudan en ir más lejos y proponen que se acepten las propuestas de la dirección. Pero vienen obreros de otras fábricas de Gdansk y Gdynia y los convencen de que se mantengan solidarios. Se pide la elección de nuevos delegados más capaces de expresar el sentir general. Los obreros venidos de todas partes forman en Gdansk un Comité Interempresas en la noche del 15 de Agosto y elaboran una lista de 21 reivindicaciones.
El Comité de huelga tiene 400 miembros, 2 representantes por fábrica: días después serán 800 y luego 1.000. Las delegaciones van y vienen entre sus empresas y el Comité de huelga central, grabando casetes para dar cuenta de la discusión. Los Comités de huelga de cada fábrica se encargan de las reivindicaciones particulares y se coordinan entre sí. El Comité de los astilleros "Lenín" está formado por 12 obreros, uno por taller, elegidos a mano alzada tras debate. Dos de ellos son mandados al Comité de huelga central Interempresas y rinden cuentas de todo lo ocurrido dos veces por día.
El 18 de Agosto, el gobierno corta el teléfono de Gdansk. El Comité de huelga nombra una Mesa (Presidencia) en la que predominan los partidarios de los sindicatos libres y de la oposición. Las 21 reivindicaciones difundidas el 16 de Agosto empiezan con la petición de que se reconozca a los sindicatos libres e independientes v el derecho de huelga. Y lo que antes era el punto 2º de los 21, ocupa ahora el 7º lugar, o sea, los 2.000 zl para todos.
El 18 de Agosto, en la zona de Gdansk-Gdynia-Sopot, hay 75 empresas paralizadas y 100.000 huelguistas; hay movimientos en Szcecin y en Tarnow (esta ciudad está a 80 Km. al sur de Cracovia). El Comité de huelga organiza los abastecimientos; hay empresas de electricidad y alimentación que siguen trabajando a petición del comité de huelga. Las negociaciones se estancan y el gobierno se niega a discutir con el Comité interempresas. Los días siguientes llegan noticias de huelgas en Elblag, en Tczew, en Kolobrzeg y otras ciudades. Se calcula que hay 300.000 obreros en huelga el 20 de Agosto. El boletín del Comité de huelga de los astilleros "Lenín", "Solidaridad", es ya diario y obreros impresores ayudan a publicar octavillas y folletos.
El 26 de Agosto los obreros se muestran prudentes ante las promesas del gobierno e indiferentes a los discursos de Gicrek. Y se niegan a negociar mientras las líneas telefónicas sigan cortadas en Gdansk.
El 27 de Agosto el gobierno otorga salvo conductos a disidentes para que puedan trasladarse a Gdansk junto a los huelguistas y servirles de "expertos" y poder calmar ese mundo al revés en que se ha transformado la zona. El gobierno acepta negociar con la Mesa del Comité de Huelga central y reconoce el derecho de huelga. Hay negociaciones paralelas en Szczecin, en la frontera con la República Democrática Alemana. El cardenal Wyszynski lanza un llamamiento para que cese la huelga, del cual la televisión deja ver amplios extractos. Los huelguistas, por su parte, mandan delegaciones por el país entero para pedir solidaridad.
El 28, las huelgas se extienden, alcanzando las minas de cobre y carbón de Silesia, en donde están los obreros mejor pagados del país. Los mineros, antes incluso de hacer la lista de exigencias precisas, declaran que dejarán de trabajar inmediatamente "si alguien toca a los de Gdansk" y se ponen en huelga por "las reivindicaciones de Gdansk". 30 fábricas están en huelga en Wroclaw, en Poznam (las fábricas en donde empezó el movimiento de 1956), en las fundiciones de Nowa Huta. En Rzeszois la huelga se está desarrollando. Se forman comités interempresas por región. Ursus manda delegados a Gdansk. En pleno auge de la generalización, Walesa va y declara: "No queremos que las huelgas se extiendan porque acabarían por llevar el país al borde del abismo. Necesitamos calma para llevar a cabo las negociaciones". Las negociaciones entre la Mesa y el Gobierno se vuelven cosa privada. Los altavoces se "averían" cada vez más a menudo en los astilleros. El 29 de Agosto, las discusiones técnicas entre el gobierno y la Mesa del Comité llegan a un compromiso: los obreros tendrán sindicatos libres a condición de que acepten:
El acuerdo se firma el 31 de Agosto en Szczecin y en Gdansk. El gobierno reconoce los sindicatos "autogestionados", pues como dice su portavoz "la nación y el Estado necesitan una clase obrera bien organizada y consciente". Dos días después, los quince miembros de la mesa dimiten en las empresas en que trabajaban y se convierten en permanentes de los nuevos sindicatos. Luego, se verán obligados a matizar sus posiciones cuando se anuncia que tendrán sueldos de 8000 zl. Esta información será desmentida ante el descontento de los obreros.
Se necesitaron varios días para que los acuerdos quedaran firmados. Las declaraciones de muchos obreros de Gdnask muestran que desconfían o que están claramente decepcionados. Algunos, cuando se enteran de que el acuerdo no les aporta más que la mitad de los aumentos ya obtenidos el 16 de Agosto, gritan: "Walesa, nos has vendido", y muchos obreros están en total desacuerdo con el punto que reconoce el papel del Partido y del Estado.
La huelga de las minas de carbón, Alta Silesia y de las de cobre duran hasta el 3 de Septiembre, para que los acuerdos de Gdansk se extiendan a todo el país. Durante el mes de Septiembre siguen las huelgas: en Kielce, en Bialystok con las obreras de las fábricas de hilados de algodón, en el ramo textil, en las minas de sal de Silesia, en los transportes de Katowice. Un movimiento como el de este verano no se para así como así, de golpe. Los obreros intentan generalizar lo que les parece adquirido, y resistir a la caída de la lucha. Como se sabe, Kania fue a visitar los astilleros de Gdynia antes incluso que los de Gdansk, porque los obreros de aquí habían sido los más radicales. De esas discusiones, así como de las de cientos de otros lugares, no hay ni palabra en la prensa. Tendremos que esperar para poder medir la amplitud y la riqueza real que va mucho más lejos que una cronología limitada a unos cuantos puntos.
Los acontecimientos de Polonia se inscriben en la marcha difícil hacia la emancipación de la clase obrera, con la huelga de masas, la creatividad de millones de obreros, la reflexión y la conciencia como algo concreto, la solidaridad. Para todos nosotros, estos obreros han podido, durante bastante tiempo, respirar el aire de la emancipación, vivir la solidaridad, sentir el viento de la historia. Esta clase obrera tan despreciada y humillada está enseñando la vía a todos aquellos que confusamente esperan poder destrozar la cárcel que es el mundo burgués, uniéndose a lo único que aún está vivo en esta sociedad moribunda: la fuerza consciente de los obreros. A los que creen que enmiendan los errores del Lenin de "¿Qué hacer?", en donde éste afirma que la conciencia de clase es algo que viene de fuera de la clase obrera, diciendo como ,el PCInt -bordiguista-, que la clase ni siquiera existe sin el Partido, los obreros de Polonia les dan un nuevo mentís.
En Polonia, como en todas partes y más que en otras partes, la clase obrera debe ser un hervidero de discusiones. En su seno se deben estar cristalizando círculos políticos que acabarán engendrando organizaciones revolucionarias. A medida que se va desarrollando, la lucha plantea a la clase, con mayor fuerza, los problemas básicos de su combate histórico, cuyas respuestas son la razón de ser de las organizaciones revolucionarias. La huelga de los obreros de Polonia ilustra una vez más que las organizaciones no son una condición previa a las luchas sino que sólo se desarrollan verdaderamente como expresión de una clase que existe y que actúa antes que ellas si es preciso.
¿Cómo organizarse?, ¿cómo luchar?, ¿qué reivindicaciones plantear?, ¿qué negociación se puede llevar a cabo? A todas esas preguntas que se plantean en todas las luchas obreras, la experiencia y el valor de los obreros de Polonia son una enorme riqueza para el movimiento de la clase entero.
"La tradición de todas las generaciones muertas pesa terriblemente en los cerebros de los vivos. E incluso cuando éstos parecen ocupados en transformarse a sí mismos y a sus cosas, en crear algo totalmente nuevo, es precisamente entonces, en esas épocas de crisis revolucionarias, cuando invocan, con temor, los espíritus del pasado, poniéndose sus nombres, tomando sus consignas, sus hábitos y costumbres..." (Marx, "El 18 Brumario de Luis Bonaparte")
Cuando las primeras huelgas de masas de 1905, a los obreros les costó tiempo y esfuerzos para encontrar su propia vía de clase. En Rusia, empezaron desfilando y echándose a la calle detrás del cura Gapón y de los iconos de la iglesia ortodoxa ("iglesia conservadora de explotados") y no siguiendo las consignas de los socialdemócratas. Pero al cabo de seis meses, los iconos se habían transformado en banderas rojas. No sabemos el ritmo con que hoy maduran las luchas, pero sabemos que el proceso ya está iniciado. Cuando los obreros de Silesia se arrodillan ante la imagen de Santa Bárbara o cuando los de Gdansk reivindican la misa, por un lado están soportando el peso de las tradiciones y, por otro, expresan una especie de resistencia a la desolación de la vida moderna, una nostalgia desplazada, porque "se echan atrás una y otra vez ante la inmensidad de sus propias metas" (Marx, Idem). Pero ese envoltorio erróneo de sus aspiraciones, la iglesia, no es un envoltorio neutral, sino que es uno de los mayores pilares del nacionalismo, como así se ha podido comprobar tanto en Brasil como en Polonia. La iglesia ya ha aparecido sin tapujos ante los obreros más combativos; lo primero que hizo en su primera toma de postura legal desde hace 30 años fue llamar "al orden" y a la "vuelta al trabajo". Es una trampa que habrá .que destruir.
Algunos cortos de vista sólo verán en Polonia a obreros arrodillados o entonando el himno nacional. Pero la historia se juzga con algo más que instantáneas fotográficas. Los escépticos no ven la dinámica del movimiento que lo va a llevar más lejos. Los obreros se quitarán de encima los trapos nacionales y las imágenes. No caigamos en el tipo de explicaciones del PCInt (Programa Comunista), Battaglia Comunista y demás, los cuales en Mayo del 68 en Francia, sólo vieron cosas de estudiantes. Si los revolucionarios son incapaces de describir la realidad, si no aparece ésta de manera clara y diáfana, no estarán nunca a la altura de un trabajo como el de Marx, el cual, ya en el joven proletariado de 1848 veía el gigante de la historia.
Es indiscutible que en Polonia, la acción de los disidentes ha tenido desde 1976 una influencia en el movimiento obrero, sobre todo en los puertos bálticos. Resulta difícil valorar con exactitud el peso que tienen, pero parece ser que la revista "Robotnik" saca 20000 ejemplares creando por tanto un medio obrero a su alrededor. Hay a menudo obreros combativos que son recuperados por el movimiento de sindicatos libres para protestar contra la represión en los lugares de trabajo. La oposición católica, los reformadores y los intelectuales patriotas son tolerados por el régimen desde que éste se ha dado cuenta de que podían ser necesarios para quitarle ímpetu a los embates obreros de los últimos años. El KOR (Comité Social de Autodefensa) ha dejado muy claros sus fines: "La economía del país está en descomposición. Sólo un inmenso esfuerzo por parte de todos, esfuerzo acompañado de una reforma profunda, puede salvarla. Sanear la economía exigirá sacrificios. Protestar contra el alza de precios sería un serio golpe al funcionamiento de la economía. Nuestra tarea en tanto que oposición consiste en transformar las reivindicaciones económicas en políticas" (Kurón).
Cierto es que la dimensión política le es absolutamente indispensable a las luchas obreras. Las huelgas de masas plasman perfectamente esa unidad de lo económico y lo político de la lucha. Y es ahí en donde el KOR juega con las aspiraciones obreras de politizar los combates. Cuando el KOR habla de "política", cuando los Kurón y demás "expertos" venidos a Gdansk para las negociaciones hablan de "politizar", lo único que hacen es vaciar el contenido de clase de la lucha, para aparecer ellos, con el apoyo obrero, como oposición leal de la patria polaca. Para salvar la economía patria, los obreros perdieron más de la mitad de sus reivindicaciones económicas. Así se ve como la oposición, un ala de la burguesía polaca que quiere que existan estructuras más aptas para que los obreros acepten los sacrificios, "para que aparezcan interlocutores válidos". Pero, en su gran mayoría, ni la burguesía polaca, ni la rusa, están dispuestas a aceptar en su totalidad las tesis de la oposición, de tal modo que la situación sigue abierta, sobre todo si los nuevos sindicatos no son integrados rápidamente en el aparato estatal.
Tantos y tantos años de contrarrevolución han desorientado de tal modo la clase obrera que le resulta difícil permanecer en su terreno de clase. En Polonia, la clase obrera ha abierto una formidable brecha en las estructuras estalinianas, pero, para ello, se ha puesto "ropas" del pasado, reivindicando sindicatos libres, duros y de verdad como los del siglo pasado. En el ánimo de los trabajadores, esos sindicatos deberán plasmar el derecho a autoorganizarse, a defenderse Pero resulta que esas ropas están roídas y podridas, son una trampa que puede volverse contra la clase obrera. Para obtener el derecho a organizarse en sindicatos libres, hubo que reconocer, en las 21 condiciones de Gdansk, el Estado polaco, el poder del Partido y el Pacto de Varsovia. Y esto no se hizo así como así, de balde.
En nuestra época de decadencia del capitalismo, los sindicatos son parte integrante de la máquina estatal, ya sean como los de Polonia, ya tengan "tradición" del pasado. Todas las fuerzas de la burguesía están ya reagrupándose alrededor de los sindicatos libres; algunos miembros del comité de huelga se convierten en permanentes; con sus normas de funcionamiento, se está fabricando un nuevo corsé para los obreros. En los acuerdos de Gdansk está el compromiso de aumentar la productividad. Con la ayuda ofrecida por la principal central sindical norteamericana, la AFL-CIO, la burguesía internacional aporta su cuerda en las ataduras que quieren ponerle al gigante proletario.
La situación en Polonia no ha vuelto a sus cauces. El hervidero obrero es un notable freno a la instalación o renovación de la nueva maquinaria estatal. Pero las ilusiones se pagarán caras.
Los sindicatos libres no son un trampolín para saltar más lejos, sino un obstáculo que la combatividad obrera tendrá que rebasar. Es una verdadera encerrona. Los más combativos de los obreros ya se enteraron de lo que son cuando abuchearon los acuerdos de Gdansk. Pero no son éstos los que el movimiento hace salir por ahora, sino más bien los confusos, los más católicos, etc. Walesa es una expresión y símbolo de esa fase, y se verá obligado a doblegarse o será eliminado.
En el siglo XX únicamente la vigilancia y la movilización obrera pueden hacer que avancen los intereses de la clase. Es una verdad difícil de tragar la de que cualquier órgano permanente será inevitablemente absorbido por la maquinaria estatal, en el Este como en el Oeste, como ocurrió con los Comités obreros de 1969 en Italia, integrados en la constitución sindical ahora, como ocurre con cualquier intento de "sindicalismo de base".
En el siglo XX, haya estabilidad capitalista, o poder proletario, sólo en períodos de luchas prerrevolucionarios pueden formarse órganos permanentes del poder proletario, los Consejos Obreros, porque defienden los intereses inmediatos de la clase integrándolos en la cuestión, política, del poder. Fuera de las épocas de formación de Consejos, no puede haber organización permanente de lucha.
Hoy la putrefacción del sistema capitalista se acelera y la clase obrera aprovecha todas las experiencias de lucha y de maduración de las condiciones para la revuelta. Contrariamente a 1905, no tiene frente a sí a un régimen senil y enfermo como el zarismo en Rusia; los trabajadores se enfrentan por todas partes con un enemigo más sutil y sanguinario si cabe, el capitalismo de Estado.
La burguesía va a procurar sacar lecciones de lo ocurrido este verano en Polonia a su manera, claro está, pues no puede dejar que la realidad hable por su cuenta. La ideología burguesa va a intentar recuperar los movimientos de clase dando "una explicación oficial", una versión distorsionada destinada a desviar la atención de los demás obreros del mundo, los va a chupar hasta los tuétanos para intentar quitarles el jugo, Así, en el Este lo harán para demostrar que hay que doblegarse "razonablemente" ante las exigencias de austeridad del COMECON. En el Oeste, con la matraca de que los obreros polacos lo único que quieren es "libertades democráticas que tan felices hacen a los obreros de este "paraíso" occidental...
Los acontecimientos de Polonia no son ni la revolución ni una revolución fallida. Por su dinámica propia, aunque hubo una relación de fuerzas favorable al proletariado, no llegó a la fase insurreccional, lo cual hubiera sido por lo demás algo prematuro, teniendo en cuenta la situación actual del proletariado mundial. Todo un período de maduración de la internacionalización de las luchas es necesario al proletariado antes de que la revolución pueda estar al orden del día.
Y les toca a los revolucionarios denunciar las momias del pasado, las encerronas en que, puede encontrarse metida la lucha. Mientras que todos los agentes del capital, las derechas, los PC, los trotskistas, toda la izquierda y los izquierdistas, los vendedores de "derechos humanos" y demás se dedican a aplaudir lo que no son sino trabas de la conciencia de clase, a los revolucionarios les incumbe denunciarlas como tales, mostrando el camino para sortearlas.
Las luchas de Polonia 1980 son un esbozo para el porvenir, del cual contienen todas las potencialidades y promesas. A todos los escépticos, para quienes, por ejemplo, mayo del 68 no fue nada, para quienes ninguna lucha tiene porvenir, a los denigradores de profesión incluso dentro de las filas revolucionarias, el viento llegado de Polonia a lo mejor va a despertarlos. La historia camina hacia enfrentamientos de clase, la contrarrevolución se terminó y sólo con la valentía y la esperanza de los obreros de Polonia se puede luchar eficazmente.
Procurando entender y sacar todas las enseñanzas de esta lucha histórica (el capitalismo de Estado y la crisis económica mundial en el Este como en el Oeste, la ignominia "democrática" y la farsa electoralista, la integración de los sindicatos en el Estado, la creatividad y la autoorganización de la clase en la extensión de sus luchas, etc.) es el único modo como los combatientes de la clase obrera podrán decir cuando, en el futuro, vayan más lejos todavía. "todos somos obreros de Gdansk".
J. A.
25 de Septiembre de 1980
[1] Ver nuestro artículo Longwy - Denain nos marcan el camino en Revista Internacional nº 17, https://es.internationalism.org/node/2129 [31]
"La tradición de todas las generaciones muertas pesa terriblemente en los cerebros de los vivos e incluso cuando éstos parecen ocupados en transformarse a sí mismos y a sus cosas, crear algo totalmente nuevo, es precisamente entonces, en esas épocas de crisis revolucionarias, cuando, invocan, con temor, los espíritus del pasado, poniéndose sus nombres, tomando sus consignas, sus hábitos y costumbres..."
(Marx - El 18 Brumario de Luis Bonaparte)
En el presente período de reanudación histórica de las luchas del proletariado, no sólo se enfrenta éste con todo el peso de la ideología segregada directamente y a menudo de modo deliberado por la clase burguesa, sino también con todo el peso de las tradiciones de sus propias experiencias pasadas. La clase obrera, para llegar a su emancipación, tiene absoluta necesidad de asimilar estas experiencias; sólo así se forjará las armas para el enfrentamiento decisivo que acabará con el capitalismo. Sin embargo, corre el peligro de confundir lecciones de la experiencia y tradición muerta, de no saber distinguir lo que, en las luchas del pasado, en sus métodos y en sus medios, aún sigue vivo, lo que tenía un carácter permanente y universal, de lo que pertenece de modo definitivo a ese pasado, que sólo era circunstancial y temporal.
Como lo subrayó a menudo Marx, este peligro amenazaba a la clase obrera de su tiempo: la del siglo pasado. En una sociedad en rápida evolución, el proletariado ha arrastrado consigo, durante mucho tiempo la carga de las viejas tradiciones de sus orígenes, los vestigios de las sociedades gremiales, los de la epopeya de Babeuf o de sus luchas junto a la burguesía contra el feudalismo. Así es como la tradición de secta, conspirativa o republicana de antes de 1848 sigue marcando la Primera Internacional fundada en 1864. Sin embargo, a pesar de sus rápidas mutaciones, esa época se sitúa en una misma fase de la vida de la sociedad: la del período ascendente del modo de producción capitalista. Ese período determina para las luchas de la clase obrera condiciones muy específicas: la posibilidad de sacar mejoras reales y duraderas en sus condiciones de vida de un capitalismo próspero, pero la imposibilidad de destruir este sistema por el hecho mismo de su prosperidad.
La unidad de este marco da a las diferentes etapas del movimiento obrero del siglo XIX un carácter continuo; los métodos y los instrumentos de la lucha de la clase se elaboran y se perfeccionan progresivamente, particularmente la organización sindical. En cada una de estas etapas, las similitudes con la etapa anterior son mayores que las diferencias. En estas condiciones la tradición no pesa demasiado en los obreros de aquel tiempo: para una gran parte de ellos, el pasado muestra el camino a seguir.
Pero está situación cambia radicalmente al iniciarse el siglo 20, la mayoría de los instrumentos que la clase ha ido forjando durante decenios ya no le sirven para nada; peor, se vuelven contra ella y se hacen armas del capital. Así pasó con los sindicatos, los grandes partidos de masas, la participación a las elecciones y al Parlamento. Y eso porque el capitalismo entró en una fase totalmente diferente de su evolución: la de su decadencia. Por consiguiente, el marco de la lucha proletaria se halla completamente trastornado; desde entonces la lucha por mejoras progresivas y duraderas en el seno de la sociedad pierde su significado. No sólo ya no puede conceder nada un sistema capitalista con el agua al cuello, sino que sus convulsiones ponen en entredicho cantidad de conquistas proletarias del pasado. Frente a este sistema moribundo, la única verdadera conquista que puede obtener el proletariado es destruirlo.
Es la primera guerra mundial la que marca esa ruptura: entre los dos períodos de vida del capitalismo. Los revolucionarios, toman esa conciencia de la entrada del sistema en su fase de declive.
"Ha nacido una nueva época. La época de la disgregación del capitalismo, de su derrumbamiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado" proclama en 1919 la Internacional Comunista en su plataforma. Sin embargo, en su mayoría, los revolucionarios siguen estando marcados por las tradiciones del pasado. A pesar de su inmensa contribución, la Tercera Internacional resulta incapaz de llevar a cabo lo que sus análisis mismos implican. Frente a la traición de los sindicatos no propone destruirlos sino reconstruirlos. Incluso tras haber comprobado "que las reformas parlamentarias han perdido toda importancia práctica para las clases laboriosas" y que "el centro de gravedad de la vida política ha salido completa y definitivamente fuera del Parlamento" (Tesis del 2° congreso), sigue sin embargo preconizando la Internacional. Comunista, la participación en esta institución.
Así se confirma de modo magistral la constatación que hizo Marx en 1852. Pero también de modo trágico. Tras haber producido en 1914 la desbandada del proletariado frente a la guerra imperialista, el peso del pasado es el principal responsable del fracaso de la oleada revolucionaria que empezó en 1917 y de la terrible contrarrevolución que siguió durante más de medio siglo.
Si ya era una desventaja para las luchas del pasado: la "tradición de todas las generaciones muertas" es un enemigo aún más temible para las luchas de nuestra época. En tanto que condición para la victoria, incumbe al proletariado arrancarse los viejos harapos que se le pegan a la piel con el fin de poder vestir el traje adecuado para las necesidades que la "nueva época" del capitalismo impone a su lucha. Le incumbe entender bien las diferencias que separan el período ascendente de la sociedad capitalista y su período de decadencia, tanto desde el punto de vista del capital como de los métodos y los fines de su propia lucha.
Período Ascendente del Capitalismo
Una de las características del siglo XIX es, la formación de nuevas naciones (Alemania, Italia, etc...) o la lucha encarnizada por formarse (Polonia, Hungría, etc...). No es esto únicamente un hecho fortuito, sino que corresponde al impulso por parte de la economía capitalista en pleno desarrollo que halla en la nación el marco más apropiado para su desarrollo. En esa época, la independencia nacional tiene verdadero sentido; acompaña al desarrollo de las fuerzas productivas y a la destrucción de los imperios feudales (Rusia, Austria), baluartes de la reacción.
Período de Decadencia del Capitalismo
En el siglo XX, la nación se ha vuelto un marco demasiado estrecho para contener las fuerzas productivas. Del mismo modo que las relaciones de producción capitalistas, se ha vuelto un verdadero corsé que impide su desarrollo. Por otra parte, la independencia nacional se ha vuelto un engaño desde el momento en que el interés de cada capital nacional le obliga a integrarse en uno de los dos grandes bloques imperialistas y por consiguiente renunciar a esta independencia. Las supuestas "independencias nacionales" del siglo XX se concretan en el paso de los países de una zona de influencia a otra.
I. Período ascendente del capitalismo
Uno de los fenómenos típicos de la fase ascendente del capitalismo consiste en el desarrollo desigual según los países y las condiciones históricas particulares que tuvo cada cual. Los países más desarrollados enseñan el camino a los países cuyo retraso no es necesariamente una desventaja insuperable. Al contrario, existe para estos la posibilidad de alcanzar y hasta superar a los primeros.
Esta es incluso una regla casi general:
En el marco general de este prodigioso ascenso, el aumento de la producción industrial adquirió en los diferentes países interesados proporciones muy variables. En los Estados industriales europeos más avanzados antes de 1860 es donde se nota durante el siguiente período el crecimiento menos rápido.
La producción inglesa sólo se triplicó, la producción francesa se multiplicó por cuatro, mientras que la producción alemana pasó de uno a seis y en los EEUU, la producción de 1913 fue más de doce veces superior a la de 1860. Estas diferencias de ritmos provocaron el derrumbamiento total de la jerarquía de las potencias industriales entre 1860 y 1913.
Hacia 1880, Inglaterra perdió el primer lugar en la producción mundial, en favor de EEUU. Al mismo tiempo Alemania rebasa a Francia. Hacia 1890, Inglaterra, adelantada por Alemania, retrocede al tercer puesto (Fritz Sternberg, "El conflicto del siglo").
En el mismo período, otro país alcanza el rango de potencia industrial moderna: Japón, mientras que Rusia tiene un proceso de industrialización, muy rápido pero que será frenado por la entrada del capitalismo en su fase de decadencia.
Esta aptitud para los países atrasados de recuperar su retraso proviene de las razones siguientes:
II. Período decadente del capitalismo
El período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la imposibilidad de cualquier surgimiento de nuevas naciones industrializadas. Los países que no han logrado su "despegue" industrial antes de la 1ra guerra mundial se ven condenados a quedarse estancados en el subdesarrollo total; o a mantenerse en un estado de atraso crónico respecto de los países, "que tienen la sartén por el mango". Así ocurre con grandes naciones como India o China cuya "independencia nacional" o hasta la pretendida "revolución" (es decir la instauración de un draconiano capitalismo de Estado) no permiten la salida del subdesarrollo y de la escasez. Ni siquiera la URSS escapa a la regla, los sacrificios terribles impuestos al campesinado y sobre todo a la clase obrera de este país, el uso masivo de un trabajo prácticamente gratuito en los campos de concentración, la planificación y el monopolio del comercio exterior presentados por los trotskistas como "grandes conquistas obreras" y como indicio de "la abolición del capitalismo", el saqueo económico sistemático de los países de su bloque de Europa Central, todas estas medidas no han sido suficientes a la URSS para acceder al pelotón de los países plenamente industrializados para hacer desaparecer dentro de sus fronteras las imborrables marcas del subdesarrollo y del atraso (ver el artículo sobre "la crisis capitalista en los países del Este" en este número).
Esta incapacidad de surgimiento de, nuevas grandes unidades capitalistas se plasma, entre otras cosas, en que las seis mayores potencias industriales (USA, Japón Rusia, Alemania, Francia, Inglaterra) ya lo eran (aunque en orden diferente) en vísperas de la 1ª guerra mundial.
Esta incapacidad por parte de los países subdesarrollados para ponerse al nivel de los países más avanzados se explica por lo siguiente:
LAS RELACIONES ENTRE EL ESTADO Y LA SOCIEDAD CIVIL
I. Período ascendente del capitalismo
En el período ascendente del capitalismo, existe una separación muy clara entre la política, -dominio reservado a los especialistas de la función estatal- y lo económico que sigue siendo asunto del capital y de los capitalistas privados. En esa época el Estado, aunque ya trataba de ponerse por encima de la sociedad, sigue estando ampliamente dominado por grupos de intereses y por fracciones del capital que se expresan en gran parte a nivel legislativo. Este aún domina claramente al ejecutivo: el sistema parlamentario, la democracia representativa es una realidad, un terreno en el que se enfrentan los diferentes grupos de interés.
Al tener el Estado a cargo suyo el mantenimiento del orden social en beneficio del sistema capitalista se producen reformas a favor de la mano de obra, contra los excesos bárbaros de la explotación obrera de la que son responsables los apetitos insaciables de los capitalistas privados ("Decreto de las 10 horas" en Gran Bretaña, así como las leyes que limitan el trabajo de los niños, etc...).
II. Período decadente del capitalismo
El período de decadencia del capitalismo se caracteriza por la absorción de la sociedad civil por el Estado. Por esto el legislativo, cuya función inicial es la de representar a la sociedad pierde toda su importancia frente al ejecutivo que constituye la cumbre de la pirámide estatal.
Este período conoce una unificación de lo político y de lo económico, volviéndose el Estado la principal fuerza en la economía nacional y su verdadera dirección.
Sea a través de una integración gradual (economía mixta) o de un cambio repentino (economía enteramente estatalizada), el Estado deja de ser un órgano de delegación de los capitalistas y de los grupos de intereses, para volverse capitalista colectivo, sometiendo a todos los grupos de intereses particulares a su imperio.
El Estado, como unidad realizada del capital nacional, defiende los intereses de éste tanto dentro del bloque al que pertenece como en contra del bloque antagonista. Del mismo modo, toma directamente a cargo suyo el asegurar la explotación y la sumisión de la clase obrera.
I. Período ascendente del capitalismo
En el siglo XIX, la guerra tiene, en general, la función de asegurar a cada nación capitalista una unidad y una extensión territorial necesaria para su desarrollo. En este sentido, a pesar de las calamidades que lleva consigo, es un momento de la naturaleza progresiva del capital.
Así pues, por su naturaleza misma, las guerras están limitadas a 2 o 3 países por lo general limítrofes y tienen las siguientes características:
La guerra franco-alemana es un ejemplo típico de este tipo de guerra:
En lo que se refiere a las guerras coloniales, su meta es la conquista de nuevos mercados y de reservas de materias primas. Son resultado de una competencia entre países capitalistas, a causa de sus necesidades de expansión, para el reparto de nuevas zonas del mundo. Por consiguiente, se integran en el marco de la expansión del conjunto del capitalismo y del desarrol1o de las fuerzas productivas mundiales.
II. Período decadente del capitalismo
En un período en el, que ya no se trata de la formación de unidades nacionales viables, en el que la independencia formal de nuevos países proviene esencialmente de las relaciones entre las grandes potencias imperialistas, las guerras ya no son el resultado de las necesidades económicas del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, sino, esencialmente, de causas políticas: la relación de fuerzas entre los bloques. Han dejado de se "nacionales" como en el siglo XIX para volverse imperialistas. Ya no son momentos de la expansión del modo de producción capitalista, sino la expresión de la imposibilidad de su expansión.
No consisten en un reparto del mundo, sino en un continuo reparto de éste, en una situación en la que un bloque de países, ya no puede desarrollar la valorización de su capital, sino únicamente mantenerla a expensas de los países del bloque adverso con el resultado final de la degradación de la totalidad del capital mundial.
Las guerras son guerras generalizadas al conjunto del mundo y tienen como consecuencia enormes destrucciones de totalidad de la economía mundial yendo así hacia la barbarie generalizada.
Como la de 1870, las guerras de 1914 y de 1939 oponen a Francia y a Alemania, pero ya de entrada resaltan las diferencias existentes entre la naturaleza de las guerras del siglo XIX y la de las guerras del siglo XX:
De ningún modo son las guerras del siglo XX "curas de juventud" (como algunos lo pretenden), sólo son convulsiones de un sistema moribundo.
I. En un mundo con desarrollo desigual, con mercados internos desiguales, las crisis están marcadas por el desarrollo desigual de las fuerzas productivas en los diferentes países y en los diferentes ramos de producción.
Son la manifestación de que el mercado interno se halla saturado y necesita ampliarse de nuevo. Por consiguiente son periódicas (cada 7 a 10 años -duración aproximada de la amortización del capital fijo) y se resuelve con la apertura de nuevos mercados.
De ahí que tengan las crisis las siguientes características:
Así, por ejemplo:
4.- No se generalizan a todos los ramos: es esencialmente la industria del algodón la que soporta las crisis de 1825 y de 1830.Más tarde aunque los textiles también tienen crisis, la metalurgia y los ferrocarriles tienden a ser los sectores más afectados (particularmente en 1873). Igualmente, no resulta extraño ver ramos industriales con importantes "boom", mientras la recesión afecta a otros ramos.
5.- Desembocan en un nuevo impulso industrial (las cifras de crecimiento que da Sternberg más arriba son significativas a este respecto).
6.- No plantean crisis políticas del sistema, y, menos aún, el estallido de una revolución proletaria.
Sobre este último punto, resulta necesario constatar el error que hizo Marx, después de la experiencia de 1847-48, cuando escribió en 1850:
"Una nueva revolución solo era posible tras una nueva crisis. Pero resulta tan segura como ésta". (Neue Rheinische Zeitung).
Su error no está en reconocer la necesidad de una crisis del capitalismo para que sea posible la revolución, ni en haber anunciado que una nueva crisis iba a venir (la de 1857 es mucho más violenta aún que la de 1847) sino en la idea de que las crisis de esa época ya eran crisis mortales del sistema. Más tarde, Marx rectificó evidentemente este error, y es precisamente porque sabe que las condiciones objetivas no están maduras por lo que se enfrenta en la AIT con los anarquistas que quieren quemar etapas, y que el 9 de septiembre de 1870, pone en guardia a los obreros parisinos contra "todo intento de derribar al nuevo gobierno... (lo que) resultaría una locura desesperada" (Segundo llamamiento del Consejo General de la AIT sobre la Guerra Franco-alemana. Hoy en día, se ha de ser anarquista o bordiguista para imaginarse que "la revolución es posible en todo momento" o que sus condiciones materiales ya existían en 1848 o en 1871.
II. Desde el principio del siglo 20, el mercado es ya internacional y unificado. Los mercados internos han perdido parte de su importancia (particularmente por la eliminación de los sectores precapitalistas). En estas condiciones, las crisis no son la manifestación de mercados provisionalmente demasiado limitados, sino de la ausencia de cualquiera posibilidad de su ampliación mundial. De esto proviene su carácter de crisis generalizadas y permanentes.
Las coyunturas no están determinadas por la relación entre la capacidad de producción y el tamaño del mercado existente en un momento dado, sino causas esencialmente políticas, o sea el ciclo guerra-destrucción-reconstrucción-crisis. En este marco no son de ningún modo los problemas de amortización del capital los que determinan la duración de las fases del desarrollo económico sino, en gran parte la amplitud de las destrucciones sufridas durante la guerra anterior. Así se puede comprender que la duración de la expansión de la reconstrucción sea 2 veces más larga (17 años) tras la segunda guerra mundial que tras la primera (7 años).
Al contrario del siglo pasado caracterizado por el "laissez-faire" (dejar hacer), la amplitud de las recesiones en el siglo XX está limitada por medidas artificiales instauradas por los Estados y sus instituciones de investigación para retrasar la crisis general. Así ocurre con las guerras localizadas, con el desarrollo de los armamentos y de la economía de guerra, con el uso sistemático de la máquina de billetes y de la venta a plazos, con el endeudamiento generalizado, con toda una serie de medidas políticas que tienden a romper con el estricto funcionamiento económico del capitalismo.
En este marco, la crisis del siglo 20 tiene las siguientes características:
Mientras que en el siglo XIX, la máquina económica se impulsaba de nuevo por sus propias fuerzas, al terminar cada crisis, las crisis del siglo XX desde un punto de vista capitalista, no tienen solución sino en la guerra generalizada. Al ser estertores de un sistema moribundo, las crisis plantean al Proletariado la necesidad y la posibilidad de la revolución comunista.
El siglo XX es claramente "la era de las guerras y de las revoluciones" como lo indicaba, cuando se fundó, la Internacional Comunista.
La lucha de clases
I. Las formas que toma la lucha de clase en el siglo XIX se determinan a la vez por las características del capital de esa época y por las de la clase obrera misma:
En la clase obrera, se pueden observar las características siguientes:
II. La lucha de clases, en el capitalismo decadente, está determinada, desde el punto de vista del Capital, por las siguientes características
Por parte obrera, se pueden notar los rasgos siguientes:
I.- La organización de los revolucionarios, producto de la clase y de su lucha, es una organización minoritaria constituida sobre un programa. Su función comprende:
En cuanto a esto último, adquiere, en el siglo XIX una función de iniciación y de organización activa de los órganos unitarios, económicos de la clase a partir de cierto grado de desarrollo de los organismos embrionarios producidos por la lucha anterior.
Por ser ésta su función, y dado el contexto del período, la posibilidad de reformas y la tendencia a la propagación de ilusiones reformistas en el seno de la clase, la organización de los revolucionarios (los partidos de la Segunda Internacional) está también ella, marcada por el reformismo, y acaba echando por la borda el objetivo final revolucionario en favor de reformas inmediatas, llegando a considerar como tarea prácticamente única (el economicismo) la de mantener y desarrollar las organizaciones económicas (los sindicatos).
Sólo una minoría, dentro de la organización revolucionaria resistirá contra esa evolución y defenderá la integridad del programa histórico de la revolución socialista. Pero, a la vez una parte de esa minoría, por reacción contra la evolución reformista, tiende a desarrollar conceptos extraños al proletariado según los cuales el partido es el único sitio donde está la conciencia de clase, el poseedor de un programa terminado y cuya función sería (siguiendo el esquema de la burguesía y de sus partidos), la de "representar" a la clase, la de ser, por derecho propio e1 llamado a ser el órgano decisorio de aquélla y, en particular, para la toma del poder. Esta concepción, el sustitucionismo, si bien es la de la mayoría de los elementos de la Izquierda Revolucionaria de la Segunda Internacional, tiene en Lenin a su principal teórico ("¿Qué hacer?", "Un paso adelante, dos pasos atrás").
II. En el período de decadencia del capitalismo, la organización de los revolucionarios guarda las características generales del período anterior con lo nuevo de que la defensa de los intereses inmediatos ya no se puede separar de la meta final ya al orden del día de la historia desde entonces.
Y al contrario, según esto último, pierde la función de organizar la clase, que sólo puede ser obra de la clase misma en lucha, desembocando en un tipo de organización nueva, a la vez económica -y de defensa inmediata- y política, orientándose hacia la toma del poder: los Consejos Obreros.
Tomando a cuenta propia la vieja divisa del movimiento obrero: "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", no puede sino combatir toda concepción sustitucionista en tanto que concepción relacionada con una visión burguesa de la revolución. En tanto que organización, la minoría revolucionaria, no tiene a cargo elaborar previamente una plataforma de reivindicaciones inmediatas para movilizar a la clase. Tiene, en cambio, la posibilidad de mostrarse como el participante en las luchas más decidido, de propagar una orientación general denunciando los agentes y los ideólogos de la burguesía en el seno de la clase. En la lucha, insiste en la necesidad de la generalización, única vía que lleva a su término ineluctable: la revolución. La organización de revolucionarios no es ni espectadora ni la "recadera" de los obreros.
Su función es estimular la aparición de círculos o de grupos obreros y trabajar en su seno. Y para esto debe considerarlos como semillas que madurarán en la clase para darse la organización unitaria acabada: Los Consejos
A causa de la naturaleza de esos círculos, la organización de revolucionarios debe luchar contra cualquier intento de crearlos artificialmente, contra todo intento de transformarlos en correa de transmisión de partidos, o en embriones de consejos u otros organismos político-económicos lo cual no es sino paralizar el proceso de maduración de la conciencia y de la organización unitaria de la clase. Esos círculos sólo tienen valor y sólo cumplirán con su función, importante pero transitoria si evitan quedar encerrados en sí mismos con plataformas a medio hacer, si se mantiene como lugar de encuentro abierto a todos los obreros interesados por los problemas de nuestra clase.
Para terminar, en la situación de gran dispersión de los revolucionarios, tras un período de contrarrevolución que tanto ha pesado sobre el proletariado, la organización de revolucionarios tiene la tarea de trabajar activamente en el desarrollo de un medio político internacionalmente, organizar debates y discusiones que abran el camino hacia el proceso de formación del partido político internacional de la clase obrera.
Conclusiones
La más profunda contrarrevolución de la historia del movimiento obrero ha sido una dura prueba para la organización de los revolucionarios misma. Sólo han podido sobrevivir las corrientes que, contra viento y marea, han sabido mantener los principios básicos del programa comunista. Sin embargo, esta actitud indispensable, la desconfianza para con todas las "ideas nuevas" que, por lo general, eran el vehículo del abandono del terreno de la clase bajo la presión de la ideología burguesa triunfante, ha impedido a menudo a los revolucionarios comprender claramente los cambios ocurridos en la vida del capitalismo y en la lucha de la clase obrera. La forma más caricaturesca de este fenómeno está en la concepción que considera como "invariantes" las posiciones de clase, para la cual el programa comunista que "surgió de una vez para siempre en 1848, no necesita ser modificado en nada".
Aunque es cierto que, tiene que evitar constantemente concepciones modernistas que a menudo, lo único que hacen es proponer mercancías viejas en un nuevo envase, la organización de los revolucionarios, para estar a la altura de las tareas para las cuales ha surgido en la clase, ha de ser capaz de entender estos cambios en la vida de la sociedad y las implicaciones que tienen sobre la actividad de la clase y de su vanguardia comunista.
Frente al carácter manifiestamente reaccionario de todas las naciones, debe ésta combatir todo apoyo a los movimientos llamados "de independencia nacional". Frente al carácter imperialista de todas las guerras, debe denunciar toda participación en ellas bajo cualquier pretexto. Frente a la absorción por el Estado de la sociedad civil, frente a la imposibilidad de verdaderas reformas del capitalismo, ha de combatir toda participación en los Parlamentos y las mascaradas electorales.
Frente a las nuevas condiciones económicas, sociales y políticas, en las que se sitúa la lucha de la clase hoy en día, la organización de los revolucionarios debe combatir toda ilusión en la clase sobre la posibilidad de hacer revivir organizaciones que sólo pueden ser obstáculos en su lucha -los sindicatos- y proponer los métodos y modo de organización de las luchas ya experimentados por la clase cuando la primera oleada revolucionaria de este siglo: la huelga de masa, las asambleas generales, la unidad de lo político y de lo económico, los consejos obreros.
Y por fin, para ser capaz de cumplir totalmente con su papel de estímulo de las luchas, de orientación hacia su solución revolucionaria, la organización de los comunista ha de renunciar a tareas que ya no le incumben, las de "organizar" o de "representar" a la clase. Los revolucionarios que pretenden que "nada ha cambiado desde el siglo pasado" tienden a querer dar al proletariado el comportamiento de Babín ese personaje de un cuento de Tolstoi que repetía ante cualquier encuentro nuevo lo que le habían dicho que tenía que decir para el anterior, de tal modo que acababa siempre recibiendo una buena paliza. A los parroquianos de una iglesia, les echaba el discurso que tendría que haberle echado ante el Diablo y al oso le hablaba como si fuera un ermitaño. Y el infeliz Babín pagó su estupidez con la vida.
La "reactualización" de las posiciones y del papel de los revolucionarios no es en absoluto un "abandono" o una "revisión" del marxismo sino al contrario una verdadera lealtad a lo que constituye su esencia. Fue esta capacidad de comprender, contra los mencheviques las nuevas condiciones de la lucha y las exigencias que de ellas resultaban para el programa, lo que permitió a Lenin y a los bolcheviques contribuir activamente y de modo decisivo a la revolución de Octubre 17.
También R. Luxemburgo tiene ese mismo punto de vista revolucionario cuando escribe en 1906 contra los "ortodoxos" de su partido; "si bien es verdad que la revolución rusa obliga a revisar fundamenta1mente el viejo punto de vista marxista respecto de la huelga de masas, sólo el marxismo, sin embargo, con sus métodos y sus puntos de vista generales gana también esta partida con una: nueva forma".
Hay quien dice que existe un antagonismo de clase dentro de la clase obrera misma, un antagonismo entre las capas "más explotadas" y las capas "privilegiadas"; que existe una "aristocracia obrera" que disfruta de buenos salarios, de mejores condiciones de trabajo, una fracción obrera que comparte con "su imperialismo" las migajas de las superganancias de la explotación colonial. Así pues, que existiría una parte de la clase obrera que en realidad no pertenecería a la clase obrera sino a la burguesía, una capa de "obreros-burgueses".
Esos son los trazos comunes a todas las teorías sobre la existencia de una "aristocracia obrera". Una argumentación teórica cuya principal utilidad es permitir que las fronteras que enfrentan a la clase obrera y al capital mundial, se esfumen en una neblina de confusión.
Estas teorías "permiten" calificar a fracciones enteras de la clase obrera (los obreros de los países más industrializados, por ejemplo) de "burguesas" y a los órganos burgueses (los partidos de "izquierda", los sindicatos,...) de "obreros".
Los orígenes de esta teoría se encuentran en las fórmulas empleadas por Lenin durante la I Guerra mundial, fórmulas que la III Internacional siguió utilizando más tarde. Hay ciertas corrientes políticas proletarias, empeñadas en autodefinirse con el extraño calificativo de "leninistas", que arrastran aun hoy ese disparate teórico que únicamente sirve para alimentar la confusión acerca de problemas que son de una importancia primordial en la lucha de clases. Como la contrarrevolución estalinista utilizan igualmente, desde hace años, esa teoría para tratar de aprovechar el prestigio de Lenin como justificación de su política.
Esa teoría también la utilizan otros grupos (con ciertas variantes y arreglos) procedentes del estalinismo -por la vía del maoísmo- que han dejado de defender muchas de las principales mentiras del estalinismo oficial (en particular el mito de los "Estados socialistas": Rusia, China,...). Grupos como "Operai e Teoria" en Italia, "Le Bolchevik" en Francia, "Marxist Worker's Committee" en EEUU, que tienen posiciones muy radicales contra los sindicatos y los partidos de izquierda y que a veces logran entrampar a obreros combativos, basan su radicalismo "ex˗tercermundista" en exaltar la DIVISIÓN de la clase obrera en dos categorías o capas socio-políticas: la "más baja" -el proletariado "verdadero", según ellos- y "la aristocracia obrera".
He aquí como "Operai e Teoria" teoriza la división de la clase obrera: «No reconocer la existencia de diferencias internas entre los obreros productivos, la importancia de la lucha contra la aristocracia obrera, la necesidad de que los revolucionarios trabajen para realizar una escisión, una ruptura neta entre los intereses de las capas bajas y los de la aristocracia obrera, significa no solo no haber comprendido un acontecimiento de la historia del movimiento obrero sino -y esto es lo más grave- dejar que la burguesía arrastre al proletariado» (Operai e Teoria, nº 7 -octubre noviembre 1980)[1].
No vamos a analizar en nuestro artículo los argumentos de estos grupos "leninistas" ni tampoco sus contradicciones teóricas sino a demostrar la nocividad política y la incoherencia teórica de la Teoría de la aristocracia obrera, tal y como la propagan los grupos ex-maoístas que siembran una confusión de lo más dañina entre aquellos trabajadores que creen haber descubierto en ella la explicación de la naturaleza contrarrevolucionaria de los sindicatos y de los partidos de "izquierda".
Por eso, lo dedicaremos a evidenciar:
1º) que esa teoría se basa en un análisis sociológico que ignora el carácter de CLASE HISTÓRICA del proletariado.
2º) que la definición, o más bien LAS definiciones de "aristocracia obrera" son tanto más borrosas y contradictorias en cuanto que el capitalismo ha multiplicado las divisiones dentro de la clase obrera.
3º) que el RESULTADO PRÁCTICO de ese tipo de concepciones no es otro que la DIVISIÓN DE LOS TRABAJADORES en la lucha, el aislamiento de las "capas más explotadas" del resto de su clase.
4º) que alimentan confusiones y ambigüedades sobre una cierta naturaleza "obrero-burguesa" de los sindicatos y de los partidos de "izquierda" (ambigüedad que ya existía dentro de la Internacional Comunista).
5º) que es un sinsentido que esa teoría se declare de "Marx, Engels y Lenin" cuyas formulaciones, más o menos precisas, sobre la existencia de una "aristocracia obrera" o sobre "el aburguesamiento de la clase obrera inglesa en el siglo XIX", no sostuvieron jamás la teoría de la necesidad de DIVIDIR A LOS OBREROS; al contrario.
Una teoría sociológica
A la clase obrera se la puede ver de dos maneras: simplemente COMO ES la mayor parte del tiempo; es decir, sometida, dividida y hasta atomizada en millones de individuos solitarios, sin relacionarse entre ellos. O se la puede ver también teniendo en cuenta SIMULTÁNEAMENTE lo que es HISTÓRICAMENTE; es decir, tomando en consideración el hecho de que se trata de una clase social que tiene un pasado de más de dos siglos de lucha y que tiene como porvenir el ser la protagonista del cambio radical más grande de la historia de la humanidad.
La primera visión, INMEDIATISTA, es la visión de una clase derrotada; la segunda es la de una clase en lucha. Aquella es la que usan los sociólogos de la burguesía para decirnos «ESO es la clase obrera». La segunda es la visión del marxismo, que comprende lo que es la clase obrera no sólo a partir de lo que es AHORA sino también y, sobre todo, de lo que SERÁ. El marxismo no es un estudio sociológico del proletariado vencido sino el esfuerzo para comprender cómo lucha el proletariado, algo que es radicalmente diferente.
La teoría según la cual existen ANTAGONISMOS FUNDAMENTALES DENTRO DE LA CLASE OBRERA es una concepción positivista que sólo tiene en cuenta la realidad inmediata de la clase obrera, vencida, atomizada. Cualquiera que conozca la historia de las revoluciones obreras sabe que el proletariado alcanzó los momentos más elevados de su combate a través de la máxima generalización de su unidad, únicamente así.
Decir que es imposible la unidad de la clase obrera, desde sus elementos más explotados a los menos, es ignorar toda la historia del movimiento obrero. La historia de todas las grandes etapas de la lucha obrera está animada por el problema de alcanzar la unión más amplia posible de los proletarios. Existe un sentido preciso en el movimiento que va desde las primeras corporaciones de obreros artesanos a los soviets, pasando por los sindicatos profesionales. Esa dirección es la búsqueda de la mayor unidad. Los CONSEJOS, creados por primera vez en Rusia en 1905 espontáneamente por los obreros, constituyen el sistema de organización más unitario que pueda ser concebido para lograr la participación del mayor número posible de obreros en un movimiento de clase proletario, ya que se basa en las asambleas generales.
Esa evolución no refleja solamente un desarrollo de la conciencia de la clase de los proletarios, de su unidad y de la necesidad de ésta; la evolución de esa conciencia encuentra su explicación en la evolución de las condiciones materiales en que trabajan y luchan los proletarios.
El maquinismo, al desarrollarse, destruye las especializaciones heredadas del antiguo artesanado feudal; UNIFORMIZA al proletario, haciendo de él una mercancía que puede producir lo mismo calcetines que cañones, sin por ello tener que ser tejedor o herrero.
Además, el desarrollo del capital acarrea el desarrollo de gigantescos centros urbanos industriales donde se amontonan los proletarios por millones. La lucha adquiere en esos centros un carácter explosivo por la rapidez misma con la que pueden organizarse esos millones de hombres y coordinarse para actuar de manera unida.
En el capítulo "Burgueses y proletarios" de El Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels, leemos «El desarrollo de la industria, no tiene como único efecto incrementar el proletariado sino también aglomerarlo en masas cada vez más compactas. El proletariado siente crecer su fuerza. Los intereses, las situaciones se nivelan cada vez más dentro del proletariado a medida que el maquinismo borra las diferencias en el trabajo y pone, en casi todas partes, el salario a un nivel igualmente bajo»
En las luchas en Polonia, donde los obreros mostraron capacidades de unificación y de organización que aun sorprenden al mundo, no se asistió a un enfrentamiento entre obreros especializados y no especializados sino a su unificación, en las asambleas por la lucha y en la lucha.
Para comprender esos "milagros" es necesario no fijarse únicamente, como hacen los sociólogos, en la realidad INMEDIATA de la clase obrera, En los momentos EN QUE NO LUCHA. Cuando el proletariado no lucha, cuando la burguesía puede satisfacer lo mínimo socialmente necesario para la subsistencia de los obreros, estos se encuentran, en efecto, totalmente divididos.
El proletariado -esa clase que sufre la última pero también la más absoluta explotación social que cualquier clase social explotada haya conocido en la historia- vive, desde su nacimiento, de manera totalmente diferente según se encuentre sometido y pasivo ante la burguesía o si alza la cabeza ante su opresor.
Esta separación entre esas dos formas de existencia (unido y en lucha, dividido y pasivo) no ha dejado de aumentar, con la evolución misma del capitalismo. Excepto en los últimos años del siglo XIX, cuando el proletariado logra imponer momentáneamente a la burguesía la existencia de verdaderos sindicatos y partidos de masa obreros, los obreros tienden a unificarse cuando el combate los une pero también encontrarse cada vez más divididos y atomizados en los periodos de "calma social".
La misma evolución de las condiciones materiales de vida y de trabajo, que lleva a la clase obrera a LUCHAR de manera CADA VEZ MÁS UNIDA lleva, fuera de periodos de lucha, a la competencia, a la división y hasta la atomización como individuos solitarios que conocemos hoy.
La competencia entre obreros, fuera de periodos de lucha, es una característica del proletariado desde su nacimiento aunque era MENOS fuerte a principios del capitalismo, cuando los obreros "tenían una profesión, un oficio, una instrucción específica", cuando la educación no se había generalizado y el saber de cada proletario era una herramienta de trabajo importantísima. "El tejedor no era un competidor del herrero". Pero desde entonces, gracias a los progresos de las máquinas y de la educación, el "Cualquiera puede producir lo que sea" se ha traducido, en el capitalismo, por: "Cualquiera le puede hacer el trabajo de otro".
Ante el problema de encontrar trabajo, el obrero en el capitalismo industrial sabe que la respuesta depende de la cantidad de candidatos al mismo empleo. EL DESARROLLO DEL MAQUINISMO TIENDE DE ESA MANERA, Y CADA VEZ MÁS, A OPONER INDIVIDUALMENTE A LOS OBREROS CUANDO NO ESTÁN LUCHANDO. Marx describía así este proceso: «El incremento del capital productivo implica la acumulación y la concentración de capitales. La concentración de capitales conduce a una mayor división del trabajo y a un mayor empleo de las máquinas. Una mayor división del trabajo reduce a la nada la especialización del trabajo y destruye la especialidad del profesional, colocando en lugar de esta especialidad un trabajo que todo el mundo puede hacer, aumenta la competencia entre los obreros». (Marx: "Miseria de la Filosofía: "Discurso sobre el librecambio"....)[2].
El desarrollo del maquinismo crea las condiciones materiales para la existencia de una humanidad unida y consciente pero al mismo tiempo, dentro del marco de las leyes capitalistas en donde la supervivencia del trabajador depende de que pueda vender su fuerza de trabajo, lo que resulta es una competencia más fuerte que nunca. Por tanto, pretender basar una teoría de lo que será el proletariado en lucha ignorando la experiencia histórica de las luchas pasadas, basándose sólo en un estudio INMEDIATISTA del proletariado derrotado, dividido, conduce inevitablemente a verlo como un cuerpo que no logrará nunca unificarse. Cuanto más se hace referencia a una visión AHISTÓRICA, INMEDIATISTA, so pretexto de que "hay que ser concreto", de que "hay que hacer algo que dé resultados inmediatos", más se da la espalda a una comprensión verdadera de lo que es realmente el proletariado.
Una concepción que niega la posibilidad de unidad de la clase obrera es, de entrada, una teorización de la derrota del proletariado, de los momentos en que no lucha; traduce la visión que tienen los burgueses de los obreros: individuos ignorantes, divididos, atomizados, vencidos. Es una concepción propia de la fauna sociológica.
Una concepción "obrerista"
Al no llegar a ver a la clase obrera como sujeto histórico, esta concepción la entiende como una SUMA DE INDIVIDUOS REVOLUCIONARIOS. EL "OBRERISMO" no es una manera de resaltar el carácter revolucionario de la clase obrera sino el culto sociológico de los INDIVIDUOS OBREROS como tales. Embebidos en este tipo de visión, las corrientes de origen maoísta le dan mucha importancia al origen social de los miembros de una organización política; hasta el punto de que gran parte de sus militantes de origen burgués o pequeño burgués abandonaron, sobre todo en el periodo que siguió a Mayo del 68, sus estudios para hacerse obreros de fábrica (lo cual no hizo sino reforzar el culto al obrero individual).
Por ejemplo, el "Marxist Worker's Commitee", un grupo que logró evolucionar hasta llegar a considerar hoy que no existe ningún Estado obrero y que Rusia es burguesa desde 1924 (año de la muerte de Lenin) escribe en el Nº 1 de su publicación "Marxist Worker's" (verano de 1979) en el artículo "25 años de lucha -nuestra historia" lo siguiente: «Nuestra experiencia en el viejo partido revisionista C. P. USA (Partido Comunista de los EEUU) y en el AWCP (American Worker's Communist Party -organización maoísta) nos condujo a concluir que los fundadores del Comunismo científico tenían razón al afirmar que un verdadero partido obrero debe desarrollar un marco de OBREROS TEÓRICAMENTE AVANZADOS, que no solo el conjunto de sus miembros sino también su dirección deben proceder en primer lugar de la clase obrera».
¿Qué concepción de la clase obrera se puede "aprender" en una organización burguesa estalinista? Recordamos aquí dos ocasiones, en la historia del movimiento obrero, en las cuales se quiso aplicar ese principio obrerista:
1) la lucha de "el obrero" TOLAIN, delegado francés en los primeros congresos de la AIT, contra la aceptación de Marx como delegado. Para Tolain había que rechazar a Marx, en nombre del principio de que "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", puesto que Marx no era un obrero sino un intelectual. Después de un debate la moción de Tolain fue rechazada. Unos años después, Tolain "el obrero" se encontraba del lado de los versalleses contra la insurrección obrera de la Comuna de París.
2) también la Socialdemocracia alemana logró impedir, en noviembre de 1918, que Rosa Luxemburgo tomara la palabra en el Congreso de los Consejos Obreros porque ella tampoco era obrera y la hizo asesinar unas semanas después por una partida de pistoleros que obedecían las órdenes de "el obrero" Noske y que aplastaron sangrientamente la Insurrección de Berlín en enero de 1919. NO ES CADA INDIVIDUO QUIEN ES REVOLUCIONARIO, ES LA CLASE OBRERA QUIEN LO ES.
"El obrerismo" no comprende esa diferencia y consecuentemente no comprende ni al obrero individual ni a la clase obrera como clase.
II La aristocracia obrera: una definición imposible
Que existen diferencias de salarios, de condiciones de vida y de trabajo entre los obreros es algo evidente. Que, por regla general, cuanto mejor es la situación social de un individuo más tendencia tiene a querer conservarla es igualmente una trivialidad. Pero de ahí a definir dentro del proletariado una capa estable cuyos intereses serían antagonistas a los del resto de su clase y la amarrarían a la burguesía o a querer establecer una relación mecánica entre explotación y conciencia y combatividad, hay una brecha particularmente peligrosa.
En las primeras etapas del capitalismo, cuando gran parte de los obreros eran todavía prácticamente artesanos con cualificaciones muy particulares, con prerrogativas de "corporación", se podía momentáneamente, durante los periodos de prosperidad económica, discernir más fácilmente partes de la clase obrera que gozaban de privilegios particulares.
Así, Engels reconocía circunstancialmente, en una correspondencia personal, una aristocracia obrera "en los mecánicos, los carpinteros, los obreros de la construcción"; los cuales, en el siglo XIX, constituía una serie de trabajadores organizados aparte que gozaban de ciertos privilegios por la importancia de su trabajo y el monopolio que tenían de su cualificación.
Pero con la evolución del capitalismo, que comportaba por un lado la descalificación del trabajo y por otro la multiplicación de las divisiones artificiales entre los trabajadores, tratar de definir una "aristocracia obrera" queriendo indicar en ella una capa precisa que goza de privilegios que la distingue de manera cualitativa del resto de los obreros, es condenarse a nadar en lo arbitrario. El capitalismo ha dividido sistemáticamente a la clase obrera, tratando siempre de crear situaciones en las que el interés de unos trabajadores se oponga al interés de otros.
Ya hemos destacado cómo el desarrollo del maquinismo conduce, en los periodos sin luchas proletarias, a través de la "Destrucción de la especialización del trabajador" al desarrollo de la competencia entre obreros. Sin embargo, el capitalismo no se contenta con las divisiones que puede engendrar el proceso de producción mismo. Al igual que las clases explotadoras del pasado, la burguesía conoce y aplica el viejo principio: DIVIDIR PARA REINAR. Y lo hace con una ciencia y con un cinismo sin precedentes en la historia.
El capitalismo ha recuperado, de las sociedades del pasado, el empleo de las divisiones -que él llama "naturales"- por el sexo y por la edad; veamos: aunque la fuerza física, "prerrogativa del varón adulto", desaparezca progresivamente con el desarrollo de las máquinas, el capital mantiene a conciencia esas divisiones con el único fin de dividir y de pagar menos la fuerza de trabajo de la mujer, del niño o del viejo.
También retoma del pasado las divisiones raciales o de origen geográfico:
En su génesis, el capital, que existía principalmente bajo la forma de capital comercial, se enriqueció, entre otras cosas, gracias al comercio de esclavos; en su forma acabada, el capital no ha dejado de utilizar las diferencias de origen o de raza para ejercer una presión permanente para bajar los salarios. De la situación de los trabajadores irlandeses, en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, a la de los obreros turcos o yugoslavos en la Alemania de 1980, se ha seguido la misma política de división por parte de la burguesía. El Capital sabe perfectamente cómo sacar provecho de las divisiones entre tribus en África, así como de las divisiones religiosas en Úlster, de las diferencias de castas en India o de las diferencias raciales en los EEUU o en las principales potencias europeas reconstruidas, después de la I Guerra mundial, con una importación masiva de trabajadores de Asia, África y de los países menos desarrollados de Europa (Turquía, Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, etc.).
Pero el capitalismo no se contenta con mantener y azuzar esas divisiones, "naturales", entre los trabajadores. Al generalizar el asalariado y la organización "científica" de la explotación en las fábricas (taylorismo, sistemas de bonificaciones -primas, destajos...), ha llevado la división de los obreros no cualificados al nivel de los profesionales, generalmente de educación universitaria: sociólogos, siquiatras, sindicalistas... que trabajan cogidos de la mano con los jefes de personal para concebir la mejor y más "rentable" organización de la producción y meter en los talleres y las oficinas la ley del "Cada uno a la suya", el interés de cada uno como antagónico al de todos los demás. Bajo el capitalismo es cuando el famoso refrán: "El hombre es un lobo para el hombre" se ha concretado mejor. Al hacer depender el salario de unos de la productividad de otros, al multiplicar las diferencias artificiales de salario para un mismo trabajo (lo cual se practica a fondo hoy en día gracias al empleo de la informática en la administración de las empresas) pone todo su empeño en crear antagonismos entre los explotados.
En esas condiciones es casi imposible no encontrar, para cada categoría de trabajadores, otra categoría que sea menos o más "privilegiada".
Si se tienen en cuenta los privilegios que le pueden conceder a un obrero en función de su edad, su sexo, su raza, su experiencia, el contenido de su trabajo (manual o no), su posición en el proceso de producción, las primas que recibe,..., se pueden multiplicar infinitamente las definiciones de lo que podría ser la "aristocracia obrera". Se habrá fraccionado a la clase obrera en rodajas sociológicas, como si fuera un salchichón, pero no se habrá dado un solo paso en la comprensión de su ser revolucionario.
Las elucubraciones de origen maoísta sobre la aristocracia obrera incluyen, además de la "antiaristocracia obrera", la necesidad de organizar al "verdadero proletariado", a "las capas más explotadas",... Estos grupos tienen pues que emprender una dura labor para encontrar no solamente una definición sociológica de lo que puede ser la "aristocracia obrera", sino también de lo que son las capas "puras" del proletariado. A eso dedican gran parte de su trabajo "teórico", cuyos resultados varían según el grupo, la tendencia, el país, el periodo, etc.
Así, en países como Inglaterra, Francia o Alemania, los trabajadores inmigrados serían los que constituyen el verdadero proletariado y el resto, los trabajadores blancos, la "aristocracia obrera". Según tal concepción, en EEUU toda la clase obrera se puede considerar aburguesada (el nivel de vida de un obrero negro en EEUU puede ser cien veces superior al de un obrero en India), pero también se puede, según esa misma idea, llegar a la conclusión de que son solo los obreros blancos los "aristócratas", puesto que los obreros estadounidenses negros son "aristócratas" desde un punto de vista pero "los más explotados" desde otro. Para "Operai e Teoria" los obreros que trabajan en las cadenas de montaje son la "verdadera clase obrera". Los obreros de la industria de los países subdesarrollados son igualmente catalogados por ciertos grupos como "aristócratas" al ser a menudo su nivel de vida mucho más elevado que el de las masas de "sin trabajo" que se amontonan en la periferia de las ciudades. Las definiciones de esa famosa "aristocracia" pueden variar de un grupo a otro, pasando alegremente del ciento por cien de los trabajadores al cincuenta o al veinte, según el humor de los teóricos de servicio.
III Una teoría para dividir a la clase
Mientras resuelven y precisan sus diferentes definiciones sociológicas de las distintas capas del proletariado, el trabajo de intervención entre los obreros de estas organizaciones consiste en actuar, a diferentes niveles, en favor de la DIVISIÓN que ellos mismos predican.
Actúan esencialmente creando organizaciones que agrupen únicamente a obreros de los cuales tienen la certeza de que no pertenecen a la "aristocracia obrera". Organizaciones de obreros negros, de obreros de las cadenas de montaje, de obreros emigrantes, parados, etc.,...
Es así cómo ciertos grupos desarrollan, entre los trabajadores inmigrantes en los países más industrializados de Europa, un racismo particular que sustituye al racismo, ya demasiado clásico, anti-blanco; un racismo "marxista-leninista" anti-aristocracia-obrera-blanca. En los países menos desarrollados, exportadores de mano de obra, los defensores de esa teoría se dedican a difundir y defender la noción: "antiobrero cualificado" entre los obreros menos instruidos.
En el seno de estas organizaciones se cultiva la desconfianza en la "aristocracia obrera" a la que se acaba atribuyendo rápidamente la causa de todos los males que sacuden a "las capas más explotadas".
Se pretenden hacer creer, en el mejor de los casos, que la unificación SEPARADA de los sectores más explotados de la clase obrera constituye un ejemplo y un factor hacia una unificación más amplia de la clase. Pero eso es ignorar totalmente cómo se hace la unificación de los obreros.
El ejemplo vivo de Polonia, en 1980, es claro en esta cuestión. La unificación de los obreros no fue resultado de una serie de unificaciones parciales acumuladas unas detrás de otra, un sector tras otro, después de haber hecho un paciente trabajo de hormiguita. Fue con la forma de explosión cómo se organizó esa unificación, en pocos días o en pocas semanas. El punto de partida de la lucha y el camino que sigue la generalización del combate, son imprevisibles y múltiples.
Polonia confirmó de nuevo lo que ya era evidente en todas las explosiones de lucha obrera desde 1905 en Rusia. Desde hace 75 años, el proletariado no se unifica más que en la lucha y para la lucha. Pero cuando lo hace lo hace de golpe, a la mayor escala posible. Desde hace setenta y cinco años, cuando los obreros luchan en su terreno de clase a lo que se asiste no es a una lucha entre fracciones de la clase obrera sino por el contrario a una unificación sin precedentes en la historia. EL PROLETARIADO ES LA PRIMERA CLASE EN LA HISTORIA QUE NO ESTÁ DIVIDIDO EN SU SENO POR ANTAGONISMOS ECONÓMICOS REALES. Al contrario que los campesinos, los artesanos,... el proletariado no es propietario de sus medios de producción; no posee nada más que su fuerza de trabajo y su fuerza de trabajo ES COLECTIVA.
La única arma del proletariado frente a la burguesía armada, es la CANTIDAD; PERO LA CANTIDAD SIN UNIDAD NO ES NADA. La conquista de esa unidad es el combate fundamental del proletariado para afirmar su fuerza. No es por casualidad que la burguesía se empeñe tanto en quebrar todo esfuerzo en ese sentido.
Es burlarse de la gente, como hace "Operai e Teoría", decir que la idea de la necesidad de la unidad de la clase obrera es una idea burguesa: «ninguna voz de la burguesía se eleva hoy para apoyar esa división (entre las capas más bajas y la aristocracia"); al contrario, hacen propaganda al unísono a favor de la necesidad de sacrificios porque "estamos todos en la misma barca"» (Operai e Teoría, nº 7; página 10).
No es de unidad de la clase obrera de lo que habla la burguesía en todos los países sino de UNIDAD DE LA NACIÓN. Lo que dice no es "Todos los obreros están en la misma barca" sino "Los obreros están en la misma barca que la burguesía de su país". Lo que no es la misma cosa. Pero eso es difícil comprenderlo para aquellos que han aprendido el marxismo de los nacionalistas estilo Mao, Stalin o Ho-chi -Mihn. Frente a todas esas elucubraciones de origen estalinista, los comunistas no pueden más que oponer las lecciones de la práctica histórica del proletariado. Y tal y como lo preconizaba ya el manifiesto Comunista en 1848: "PROPUGNAR Y VALORIZAR LOS INTERESES COMUNES DEL PROLETARIADO ENTERO". (Del Manifiesto Comunista: Proletarios y Comunistas. Resaltado por nosotros).
IV Una concepción ambigua de partidos y sindicatos
¿Cómo puede tener esa teoría el mínimo eco entre los trabajadores?
Probablemente la razón principal por la que esa concepción puede oírse decir en serio a ciertos trabajadores, es porque parece dar una explicación del cómo y el por qué del asqueroso trabajo de sabotaje que hacen las centrales sindicales llamadas "obreras".
Según esta teoría, los sindicatos y los partidos de izquierda son la expresión de intereses materiales de ciertas capas del proletariado, las más privilegiadas, "la aristocracia obrera". En tiempo de "paz social" para ciertos obreros, víctimas del racismo de los obreros blancos, del desprecio o del control de obreros más cualificados, asqueados por la actitud de "administradores del capital" de los partidos de izquierda y de sus sindicatos, tal teoría parece, por un lado, dar una explicación coherente de esos fenómenos y, por otro, dar una perspectiva INMEDIATA de acción: Organizarse aparte de los "aristócratas". Desgraciadamente esa concepción es teóricamente falsa y políticamente nefasta.
He aquí, por ejemplo, como Le Bolchevik (Organisation Comunista Bolchevik) en Francia formula esa idea: «El PCF no es un partido obrero. Por su composición, en gran parte intelectual, pequeño burguesa y sobre todo por su línea reformista, ultra chovinista, el PCF de Marchais y Seguy es un partido burgués. No es el representante político e ideológico de la clase obrera. Es el representante de las capas superiores de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera». (Le Bolchevik, nº 112 -febrero de 1980).
En otras palabras, los intereses de una fracción de la clase obrera -"la aristocracia"- serían los mismos que los de la burguesía, puesto que el partido que representa sus intereses es "burgués". Esa identidad de línea política entre los partidos de la "aristocracia obrera" y los de la burguesía tendría bases ECONÓMICAS: la aristocracia recibe las "migajas" de las superganancias arrancadas por el capital nacional a las colonias y semi-colonias.
Lenin formula una teoría análoga para tratar de explicar la traición de la socialdemocracia en la I Guerra mundial: «El oportunismo (es el nombre que Lenin da a las tendencias reformistas que dominaban las organizaciones obreras y que participaron en la I Guerra mundial) se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia, relativamente civilizadas y pacíficas, de una capa de obreros privilegiados los aburguesaba, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y vivían en la miseria (...) La base económica del chovinismo y del oportunismo en el movimiento obrero es una y la misma: la alianza de unas pocas capas superiores del proletariado y de la pequeña burguesía -que aprovechan las migajas de los privilegios de su capital nacional- contra las masas proletarias, contra las masas trabajadoras y oprimidas en general". (Lenin: "La bancarrota de la II Internacional").
Crítica de la explicación que da Lenin de la traición de la II Internacional
Antes de hablar de las teorías de los epígonos, detengámonos un poco en la concepción definida por Lenin para dar cuenta de la nueva NATURALEZA DE CLASE de los partidos obreros socialdemócratas que acababan de traicionar al proletariado.
La situación histórica planteaba a los revolucionarios el problema siguiente: se sabía que durante decenios la Socialdemocracia europea, fundada en particular por Marx y Engels, formada con el sudor y la sangre de luchas obreras encarnizadas, había constituido un verdadero instrumento de defensa de los intereses de la clase obrera. Ahora, cuando la casi totalidad de la socialdemocracia, los partidos de masas y los sindicatos se habían unido a las filas de SU burguesía nacional en cada país CONTRA los obreros de las otras naciones ¿Cómo habría que calificar la naturaleza de clase de ese monstruoso producto histórico?
Para hacerse una idea de la conmoción que provocó esa traición en toda la minoría de elementos que se mantuvieron defendiendo posiciones revolucionarias internacionalistas, recordemos por ejemplo la sorpresa de Lenin cuando tuvo en sus manos el número del "VORWÄRTS" (órgano del Partido Social Demócrata de Alemania) que anunciaba el voto de los créditos de Guerra por los parlamentarios socialistas: creyó que se trataba de un periódico falsificado destinado a reforzar la propaganda a favor de la guerra. Recordemos también las dificultades de los espartaquistas alemanes, empezando por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, para cortar el cordón umbilical que les ligaba orgánicamente a la "organización madre", el partido socialdemócrata.
Cuando estalla la guerra, la política socialdemócrata es abiertamente burguesa pero la mayoría de los miembros de sus partidos y sindicatos sigue siendo obrera. ¿Cómo explicar esa contradicción?
Los socialdemócratas convertidos en patriotas decían: «He aquí la prueba de que el internacionalismo no es una idea verdaderamente obrera». Para rechazar ese análisis Lenin respondió -situándose en el mismo nivel- que no eran TODOS los obreros los que habían rechazado el internacionalismo, sino solamente "una minoría privilegiada" que "había escapado de la miseria, del sufrimiento y del estado de ánimo revolucionario de las masas miserables y arruinadas". La preocupación de Lenin es perfectamente justa: demostrar que si el proletariado europeo se había dejado reclutar para la guerra interimperialista ello no significaba que ese tipo de guerra respondiera a los intereses de la clase obrera de cada país. Pero los argumentos que emplea son erróneos y la viva realidad los desmiente. Lenin dice que los obreros "patriotas" son aquellos que tienen intereses económicos comunes con "su" capital nacional; éste lograría corromper a una "aristocracia obrera" a la que hace alguna concesión, una parte, "algunas migajas de ganancia".
¿Cómo es de grande esa parte corrompida de la clase obrera? Una "parte ínfima", responde Lenin en "La bancarrota de la II Internacional", "los jefes obreros y la capa superior de la aristocracia obrera". Dice en su Prefacio al "El imperialismo, fase suprema del capitalismo".
Pero la realidad demuestra:
1º) que no fue una minoría ínfima del proletariado la que se aprovechó, a finales del siglo XIX y a principios del XX, de la expansión del capital europeo sino el conjunto de los obreros de la industria. La prohibición de que los niños trabajen, la limitación del trabajo de las mujeres, la limitación de la jornada a diez horas, la creación de escuelas y hospitales públicos, etc.,..., todas esas medidas arrancadas por la lucha obrera, al capital en plena expansión, beneficiaron en primer lugar a las capas más "bajas", más explotadas de la clase obrera.
2º) que la visión de Lenin de una ínfima minoría de obreros corrompidos, aislados en medio de gigantescas masas de obreros miserables y animados por un "estado de ánimo revolucionario" es, en vísperas de la I Guerra mundial, un puro invento. Es la casi totalidad de los obreros, pobres y ricos, cualificados y no cualificados, sindicados o no, quienes en las principales potencias se van con la "flor en el fusil" a espachurrar al enemigo y a que los aplasten en defensa de "sus" amos nacionales.
3º) que "la explicación económica" de "las migajas de las ganancias" que los imperialismos comparten con sus obreros más cualificados, no tiene sentido. Primero, porque como hemos visto no es una minoría pequeñita de obreros a quien le mejora la situación con la expansión capitalista sino AL CONJUNTO de los obreros de los países industrializados y segundo, porque por definición los capitalistas no comparten sus ganancias ni sus superganancias con los explotados.
Los aumentos de salarios, las fuertes subidas del nivel de vida de los obreros de los países industrializados fue el resultado, no de la generosidad de capitalistas dispuestos a compartir sus beneficios sino de la presión que los obreros pudieron ejercer en aquella época sobre sus capitales nacionales con éxito. La prosperidad económica del capitalismo de finales del siglo XIX reduce en todas partes la masa de desempleados del "ejército de reserva" del capital. En el mercado en que se vende la fuerza de trabajo esta mercancía escasea tanto más cuanto que hay fábricas que funcionan a pleno rendimiento y se multiplican; por lo tanto se hace más cara. Esto es lo que sucede durante ese periodo. Los obreros logran así, organizándose aunque sea parcialmente (sindicatos y partidos de masas), vender su fuerza de trabajo más cara y obtener mejoras reales en sus condiciones de existencia.
La apertura del mercado mundial a los pocos centros industriales del planeta, localizados esencialmente en Europa y en América del Norte permitía al capital desarrollarse con una potencia fulminante. Las crisis periódicas de sobreproducción se superaban con una rapidez y una energía que parecía cada vez más potente. Los centros industriales se desarrollaban, en ciertas zonas, como manchas de aceite, absorbiendo una cantidad en constante aumento de campesinos y artesanos que se veían así transformados en obreros, en proletarios. La fuerza de trabajo de los obreros cualificados, aquellos que habían aprendido desde hacía mucho tiempo la profesión, se convertía en una mercancía de gran valor para los capitalistas.
Así pues, sí que existe una relación entre la expansión mundial del capitalismo y la elevación del nivel de vida de los obreros de la industria, pero esa relación no es la que describe Lenin. LA MEJORA DE LA CONDICION PROLETARIA NO AFECTA A UNA MINORIA -INFIMA-, SI NO AL CONJUNTO DE LA CLASE OBRERA. NO RESULTA DE LA CORRUPCIOIN DE LOS OBREROS POR LA MAGIA CAPITALISTA, SINO DE LA LUCHA OBRERA EN EL PERIODO DE PROSPERIDAD CAPITALISTA.
Si los obreros europeos y americanos, masivamente, identificaron sus intereses con los de su capital, encabezados por las organizaciones políticas y sindicales, es porque durante decenios les embriagó el periodo de mayor prosperidad material que la humanidad haya vivido. Si la idea de la posibilidad de un paso pacífico al socialismo hizo tantos estragos en el movimiento obrero[3] es porque a veces parecía que la prosperidad social estuviese dominada por las fuerzas conscientes de la sociedad. La barbarie de la Primera Guerra Mundial tiró al fango de las trincheras de Verdún todas aquellas ilusiones. Mientras tanto, esas ilusiones permitieron mandar a la escabechina imperialista a más de 20 millones de hombres.
La guerra mundial significa el final definitivo de toda posibilidad de cohabitación entre "reformistas" y revolucionarios dentro del movimiento obrero.
Al transformarse en banderines de enganche de los ejércitos imperialistas, las tendencias reformistas mayoritarias dentro de la social democracia pasaron al terreno de la burguesía.
DESDE ENTONCES, LAS QUE FUERON TENDECIAS OBRERAS, FUERTEMENTE INFLUENCIADAS POR LA IDEOLOGIA DE LA CLASE DOMINANTE, PASARON A SER ÓRGANOS DEL APARATO POLÍTICO DE LA BURGUESIA.
Los partidos socialdemócratas NO SON YA ORGANIZACIONES "OBRERAS ABURGUESADAS" sino ORGANIZACIONES BURGUESAS QUE TRABAJAN DENTRO DE LA CLASE OBRERA. Ya no representan los intereses del proletariado ni los de una fracción de éste sino que encarnan los intereses de todo el capital nacional.
La social democracia no es más "obrera" por el hecho de que encuadra a obreros. La masacre de los obreros alemanes por la Social Democracia alemana en el Gobierno, justo después de la guerra, confirmó con sangre en qué lado de la barricada se situaba desde entonces.
La teoría que afirma que los partidos de izquierda y sus sindicatos defienden los intereses de la "aristocracia obrera" mantiene, de un modo u otro, que se trata de organizaciones obreras, aunque sea parcialmente.
Este problema "teórico" cobra toda su importancia práctica cuando las masas obreras se encuentran ante el ataque de otra fracción de la burguesía contra estas organizaciones. En nombre de la defensa de esas organizaciones "obreras" es como las "democracias occidentales" arrastraron a los obreros a luchar "contra el fascismo", desde España de 1936 hasta Hiroshima.
Es esa "ambigüedad" la que los epígonos actuales reivindican. La corriente maoísta viene de los partidos comunistas surgidos, en los pedazos que se desprendieron del bloque estalinista, bajo los golpes del desarrollo de los conflictos interimperialistas (particularmente entre China y Rusia) y de la intensificación de la lucha de clases.
Muchos grupos de origen maoísta afirman que los PC's son organizaciones burguesas pero añaden, a renglón seguido, que puesto que se apoyan en la "aristocracia obrera" son por lo tanto organizaciones "obreras aburguesadas"... Se puede adivinar la importancia que adquiere ese "matiz" para grupos como el "Marxist Worker's Commitee", que reivindican con orgullo sus "25 años de lucha"[4] (4) de los cuales las tres cuartas partes lo hicieron con los estalinistas. No trabajaban para la burguesía... pero lo hacían para la "aristocracia obrera".
Toda ambigüedad sobre el saber de qué lado de la barricada se encuentran los partidos de "izquierda" y los sindicatos es letal para la clase obrera. Desde hace sesenta años, casi todos los movimientos obreros importantes fueron reprimidos por "la izquierda" o con su complicidad. La Teoría de la "aristocracia obrera", al cultivar esa ambigüedad, desarma a la clase, al mantener confuso lo que debe estar clarísimo en el momento de emprender una batalla: QUIÉN ESTÁ CON QUIÉN.
V Una vulgar deformación del marxismo
Hemos demostrado cómo la teoría de la aristocracia obrera, tal y como la defienden los grupos maoístas y ex-maoístas, traduce una visión sociológica de la clase obrera; visión que adquirieron esas corrientes durante su experiencia estalinista.
En tales grupos, que se proclaman proletarios, la incapacidad de concebir la verdadera dimensión histórica del proletariado va paralela con la ignorancia de toda la práctica histórica real de las masas obreras.
Sustituyen la comprensión de la experiencia proletaria por un estudio casi religioso de ciertos textos de los "evangelistas proletarios", de quienes se citan extractos como si fuera una prueba absoluta de la veracidad de lo que ellos mismos dicen -La evolución de los grupos maoístas se constata en la cantidad de rostros de santones que van eliminando de sus iconos: al principio estaban colocados Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao; poco después quitaron a Mao y, en una fase más avanzada, cuando algunos empezaron a abrir los ojos sobre lo que fue la contrarrevolución estalinista, eliminaron también a Stalin; con lo que de golpe los tres que quedaban vieron su valor religioso aun más reforzado.
Para saber si tal o cual idea política es justa o falsa, no se plantean si ha sido confirmada o no por la práctica real y viva de las luchas obreras del pasado; sino si se puede justificar o no con una cita de Marx, Engels o Lenin.
Asi que, para demostrar "científicamente" la validez de su teoría de la aristocracia obrera, estos grupos atiborran a sus lectores con toda clase de citas, escogidas hábilmente, de Marx, Engels o Lenin.
Esos ultraleninistas se refieren a los errores de Lenin sobre la aristocracia obrera pero «olvidan que Lenin no dedujo nunca de ellas las posiciones aberrantes de Operai e Teoria, según las cuales los revolucionarios no tienen que seguir propugnando y valorizando los intereses comunes a todo el proletariado -como dice el Manifiesto- sino trabajar con vistas a realizar una escisión, un ruptura neta, entre los intereses de las capas más bajas y los de la aristocracia obrera» (Operai e Teoria).
Lenin no "predica" nunca que los obreros se organicen independientemente y contra el resto de su clase; al contrario, de la misma manera que combatió a la socialdemocracia patriotera como corriente política, defendió la necesidad de la unidad de todos los obreros en sus organizaciones unitarias. La consigna "Todo el poder a los Soviets" es decir, todo el poder a las organizaciones más amplias y "unitarias" que la clase haya creado, consignas que defendió con todas sus fuerzas, no son un llamamiento a la división sino todo contrario, a una más fuerte unidad para la toma del poder.
Respecto a las referencias que hacen esas corrientes a ciertas frases de Engels, hay que decir que son simplemente una tentativa de hacer decir a frases aisladas algo que no han dicho nunca. Engels habla varias veces de "aristocracia" dentro de la clase obrera. Pero ¿De qué habla?
En algunos casos habla de una parte de la clase obrera -la clase obrera inglesa- que en su mayoría gozaba de condiciones de vida y trabajo muy superiores a las de los trabajadores de otros países; en otros, habla de ciertos obreros que, perteneciendo a la clase obrera inglesa, están más especializados y mantienen todavía conocimientos artesanales y estatus corporativos muy concretos (mecánicos, carpinteros, obreros de la construcción,...).
Si en cualquier caso habla de "aristocracia obrera" es para combatir las ilusiones que pudiera tener la clase obrera inglesa de ser efectivamente una "aristocracia" y para insistir en el hecho de que la evolución del capitalismo, y sobre todo las crisis económicas que está condenado a atravesar, igualan "por lo bajo" las diferencias entre obreros y destruyen las bases mismas de los "privilegios" de ciertas minorías, incluso las de la clase obrera en Inglaterra.
Engels dice, en un debate de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores, I Internacional): «Eso (o sea, la adopción de la moción de Halles sobre la Sección irlandesa de la AIT) no haría sino reforzar la opinión, que llevamos oyendo desde hace ya demasiado tiempo entre los obreros ingleses, que dice que con respecto a los irlandeses son seres superiores y representan una especie de aristocracia, como los blancos de los Estados esclavistas se imaginaban serlo respecto a los negros)». Y él mismo anuncia cómo es la crisis económica que se va a encargar de barrer esa opinión que ya se ha oído demasiado: "Con la ruina de la supremacía industrial, la clase obrera de Inglaterra va a perder su situación privilegiada. En su conjunto -incluso con su minoría privilegiada y dirigente- se verá rebajada al mismo nivel que los obreros del extranjero»[5].
Y hablando de los viejos sindicatos, que agrupaban exclusiva y celosamente a los obreros más especializados, Engels dice: «Finalmente (la crisis aguda del capitalismo) tendrá que estallar y hay que esperar que pondrá entonces fin a los viejos sindicatos».
La experiencia práctica de las luchas obreras en el siglo XX puso fin efectivamente, con sus "nuevas" formas de organización basadas en las asambleas generales y sus delegados organizados en comités o en consejos, no solo a los viejos sindicatos de obreros especializados sino también a los sindicatos de todo tipo basados inevitablemente en categorías estrictamente profesionales. Fue para reforzar el movimiento, con la indispensable unidad de la clase obrera, por lo que Engels hablaba de una "especie de aristocracia" obrera.
Querer deducir de ello la necesidad de dividir a la clase obrera es pura falsificación.
Para terminar con las referencias "marxistas" señalemos puntualmente el descubrimiento de "Operai e Teoria" que pretende hallar en Marx una explicación de los antagonismos que opondrían a los obreros entre sí: "Todos los obreros juntos orgánicamente producen plusvalía, pero no todos la misma cantidad, porque no están todos sometidos a la extracción masiva de plusvalía relativa".
Evidentemente, esta gente ni siquiera se ha tomado la molestia de saber lo que es la "plusvalía relativa". Con ese término Marx define el fenómeno del incremento del tiempo de trabajo robado por el capital a la clase obrera gracias al incremento de la productividad.
Contrariamente a la extracción de la plusvalía absoluta, que depende esencialmente de la DURACIÓN del tiempo de trabajo, la plusvalía relativa depende de la productividad SOCIAL del conjunto de los obreros.
El aumento de la productividad se traduce en que son necesarias menos horas de trabajo para producir igual cantidad de bienes. El incremento de la productividad social se traduce en que es necesario menos tiempo de trabajo social para producir los bienes de subsistencia.
Los productos necesarios para mantener la fuerza de trabajo, aquellos que el obrero tiene que comprar con su salario, contienen cada vez menos valor. Si ahora puede comprar dos camisas en vez de una, esas dos camisas costaron menos trabajo para ser producidas que antes una, gracias al aumento de la productividad. La diferencia entre el valor del trabajo suministrado por obrero y el valor de la contrapartida que recibe en forma de salario, o sea la plusvalía que se apropia el capitalista, aumenta incluso si la duración absoluta de su trabajo no cambia.
La plusvalía relativa es la explotación necesaria para reforzar la dominación del capital sobre TODA la vida social[6]. Es la forma de explotación "más colectiva que una sociedad de clases sea capaz de llevar a cabo" (es por eso por lo que es la última).
En ese sentido, TODOS los obreros la soportan con igual intensidad.
El recurso sistemático a la plusvalía relativa no conduce a un desarrollo de antagonismos económicos en el seno de la clase obrera, como pretende "Operai e Teoría", sino por el contrario a la uniformidad de su situación objetiva frente al capital.
Está claro que no se puede leer a Marx con los ojos del sociólogo estalinista.
Ciertas corrientes políticas procedentes del maoísmo se jactan de su antisindicalismo radical. Eso crea ilusiones porque parece ser un paso adelante hacia posiciones de clase; pero la teoría que sostiene esas posiciones así como las conclusiones políticas a las que conduce, convierten ese antisindicalismo en un nuevo instrumento de división de la clase obrera.
Lo que convirtió en caduca, históricamente, la forma de organización sindical para la lucha obrera fue precisamente su incapacidad para permitir una unificación verdadera de la clase. La organización por ramas de industria, por profesiones a un nivel estrictamente económico, ya no permite la indispensable unificación para hacer eficaz cualquier lucha en el capitalismo totalitario.
Rechazar los sindicatos para dividir de otra manera a la clase obrera es a lo que conduce el antisindicalismo basado en la noción "antiaristocracia obrera".
R.V.
[1] Se trata de un artículo de Operai e Teoria -https://www.operaieteoria.it/archivio.htm- [35] en el que intenta responder a la crítica de Battaglia Comunista (Partito Comunista Internazionalista) que, aun siendo "leninista", les reprocha:
- favorecer el proceso capitalista de división de la clase obrera;
-basar su teoría en "la falsedad objetiva de los privilegios" dentro de la clase;
-No comprender la "tendencia del capitalismo, en su frase de crisis, a provocar un empobrecimiento progresivo de las condiciones de vida de todo el proletariado y por lo tanto a su unificación económica".
Battaglia Comunista tiene razón en sus críticas pero no va hasta el fondo, por miedo a poner en tela de juicio las palabras del "maestro"
[2] .- https://marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/009.htm [36]
[3] Los "compromisos" que hizo la III internacional con los partidos socialdemócratas desde 1920 a expensas de las tendencias obreras calificadas de "ultraizquierdistas" encontraron una justificación teórica en la ambigüedad del término "obrero-burgués" empleado con respecto a esos partidos socialdemócratas patrioteros. La Internacional de Lenin llegó incluso a pedirles a los comunistas ingleses que se integraran en el Partido Laborista
[4] Marxist Worker, nº 1 -1979: "25 years of struggle"- Our history"
[5] Extracto de una intervención en la sesión del Consejo General de la AIT en mayo de 1872
[6] El predominio de la plusvalía relativa sobre la plusvalía absoluta constituye una de las características esenciales de lo que Marx llama "la dominación real del capital"
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“...Muy lejos de ser una suma de prescripciones ya listas que bastaría aplicar, la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico es algo que se pierde completamente en las nieblas del futuro. En nuestro programa poseemos solamente algunas pocas indicaciones generales, que señalan la dirección en la que las medidas a tomar deben ser buscadas, indicaciones, por otra parte, sobre todo de carácter negativo. Nosotros sabemos aproximadamente lo que debemos suprimir en primer término para dejar libre el camino a la economía socialista; sin embargo ¿de qué naturaleza serán los primeros millares de medidas concretas, prácticas y precisas, grandes y pequeñas, apropiadas para introducir los principios socialistas en la economía, en el derecho, en todas las relaciones sociales?; sobre esto no hay programa de Partido ni manual socialista que puedan enseñarnos algo. Esto no es una falta, sino precisamente una ventaja del socialismo científico sobre el utópico...”[1].
Es así como planteó Rosa Luxemburgo la cuestión de las medidas económicas y sociales que debe asumir la dictadura del proletariado. Este planteamiento sigue siendo válido hoy en día. El proletariado debe ante todo asegurarse de haber destruido el aparato estatal capitalista. El poder político es la esencia de la dictadura del proletariado. Sin ese poder, le será imposible efectuar ninguna transformación económica, social o jurídica en el período de transición entre el capitalismo y el comunismo.
Es verdad que la experiencia de la contrarrevolución estalinista añade otras indicaciones de “carácter negativo”, muy concreto, por ejemplo, las nacionalizaciones no pueden ser identificadas con la socialización de los medios de producción. La nacionalización estalinista, y aún la del período del “comunismo de guerra” (1.918-1.920), consolidaron el poder totalitario de la burguesía estatal rusa, dándole acceso directo a la plusvalía de los trabajadores rusos. La nacionalización ha pasado a ser parte integral de la tendencia general del capitalismo de Estado. Esta es una forma decadente y archi- reaccionaria del capitalismo, basada en una economía de guerra creciente y permanente. En Rusia, la nacionalización estimuló la contrarrevolución directamente[2].
Sin embargo, hay tendencias en el movimiento revolucionario actual que, aunque dicen que defienden esa posición general del marxismo, lo deforman y “revisan” con todo tipo de recetas “económicas y sociales” añadidas al poder político de la dictadura del proletariado.
Entre todas las tendencias, pensamos que el FOR (Fomento Obrero Revolucionario que publica Alarma, Alarme y Focus, entre otras publicaciones) se destaca por sus peligrosas confusiones. Nuestra crítica está por tanto dirigida a su manera de enfocar el problema de las medidas políticas y económicas a tomar por la dictadura de la clase obrera.
Para el FOR, la experiencia de la Revolución Rusa recalca la necesidad de socializar los medios de producción desde el primer día de la Revolución. La revolución comunista según el FOR es tan social como política. Veamos: “...La Revolución Rusa constituye una advertencia, y la contrarrevolución estalinista que la ha suplantado un escarmiento decisivo para el proletariado mundial: la degeneración de aquella se vio facilitada por la estatalización, en 1.917, de los medios de producción que una revolución obrera ha de socializar. Únicamente la extinción del Estado, como el marxismo la concebía, habría permitido transformar en socialización la expropiación de la burguesía. La estatalización vino a ser un estribo de la contrarrevolución…”[3].
El FOR se equivoca al afirmar que en 1.917 hubo estatalización de los medios de producción. Pero necesita decir esto para después presentar el “comunismo de guerra” como una “superación” del proyecto inicial económico bolchevique. La verdad es que: “...Casi todas las nacionalizaciones que tienen lugar antes del verano de 1.918 se deben a razones punitivas, provocadas por la actitud de los capitalistas, que se niegan a colaborar con el nuevo régimen...”.[4]
En 1.917 el partido bolchevique no tenía ninguna intención de agrandar a gran escala el sector estatizado ruso. Este ya era un sector enorme, que exhibía todas las características burocráticas y militarizadas de la economía de guerra. Al contrario, lo que los bolcheviques deseaban era controlar políticamente este capitalismo de Estado, en espera de la revolución mundial. La desorganización del país y de la Administración eran tan profundos que prácticamente no existía presupuesto estatal alguno. Los bolcheviques contribuyeron sin querer a una inflación monstruosa ya que los bancos no les ayudaban, obligándoles a emitir su propio papel moneda (¡en 1.921 más de 80.000 rublos billete por un rublo de oro!).
Los bolcheviques no tenían ningún plan económico concreto en 1.917, sólo el mantener el poder obrero de los Soviets, en espera de la revolución mundial, especialmente la europea. El mérito de los bolcheviques, como decía Rosa Luxemburgo, es haberse “...colocado en la vanguardia del proletariado internacional con la conquista del poder político.”[5]. En el plano económico y social Luxemburgo les criticaba severamente, no porque defendiera una suma de prescripciones teóricas, sino porque muchas de las medidas del Gobierno soviético no eran acertadas, dentro de las circunstancias dadas. Les criticaba porque verá en estas medidas empíricas obstáculos para el futuro desarrollo de la Revolución.
El “comunismo de guerra”, que se desarrolló durante la guerra civil, marca sin embargo una teorización peligrosa de las medidas tomadas. Para el FOR, este período contenía “relaciones no capitalistas”[6]. El FOR románticamente ignora lo que era una economía de guerra, insinuando que era una producción y distribución “no capitalista”. Los bolcheviques Lenin, Trotsky, Bujarin, entre otros, llegaron a afirmar que esta “política económica” los adentraba en el comunismo. Bujarin en tono delirante, escribía en 1.920: “... La revolución comunista del proletariado va acompañada, por una disminución de las fuerzas productivas. La guerra civil, hay agudizada por las vastas proporciones de la moderna guerra de clases, puesto que no sólo la burguesía, sino también el proletariado está organizado como poder de Estado, significa una pérdida neta económicamente hablando...”. Pero no hay que temer esto, nos consuela Bujarin: “...Así, la Revolución y la guerra civil aparecen como una disminución temporal de las fuerzas productivas, pero a través de la cual queda echada la base para su formidable desarrollo, pues las relaciones de producción han sido reestructuradas según un nuevo plan fundamental...”[7]
El FOR observa: “ ...El fracaso de esa tentativa ( del “comunismo de guerra”) debido a la caída vertical de la producción (bajó al 3% de la de 1.913), provocó el retorno al sistema mercantil que recibió el nombre de NEP: Nueva Política Económica...”[8]. Pero el FOR no critica el “comunismo de guerra” de ninguna manera seria. Es más, basa su crítica contra la NEP, como si esa política hubiera marcado algo como “un retorno al capitalismo”. Ya que según FOR el “comunismo de guerra” era una política “no capitalista”, sería lógico suponer que la NEP era su contrario. Pero esto es totalmente falso.
Hay que decir abiertamente que el “comunismo de guerra” no tenía nada que ver con la “producción y distribución comunistas”. Identificar el comunismo con el comunismo de guerra es una monstruosidad, aunque se haga entre comillas. La Rusia soviética de 1.918-20 era una sociedad militarizada al máximo. La clase obrera perdió su poder en los Soviets durante ese período que el FOR idealiza. Es verdad, la guerra contra la contrarrevolución tenía que hacerse y ganarse, y sólo podía hacerse en conjunción con el desarrollo de la revolución mundial y la formación de un Ejército rojo. Pero la revolución mundial no llegó y toda la defensa de Rusia recayó sobre un Estado organizado como un cuartel. La clase obrera y los campesinos apoyaron de la manera más heroica y ferviente esa guerra contra la reacción mundial, pero no hay que idealizar ni pintar de manera diferente lo que en verdad pasó.
La guerra civil y los métodos sociales, económicos y policíacos que se sumaron a los militares, acrecentaron enormemente la burocracia estatal, infectando al partido y aplastando a los Soviets[9]. Este aparato represivo, que ya no tenía nada de “soviético” es el organizador de la NEP. Entre el “comunismo de guerra” y la NEP hay una continuidad innegable.
El FOR no responde a esto: ¿cuál era el modo de producción bajo el “comunismo de guerra”?. “No capitalista” no explica nada, al contrario, oscurece la cuestión. Una economía de guerra no puede ser sino capitalista. Es la esencia de la economía decadente, de la producción sistemática de armamentos, de la dominación total del militarismo.
El “comunismo de guerra” era un esfuerzo político y militar de la dictadura del proletariado en contra de la burguesía. Esto es lo que importa. El aspecto político de control y orientación proletaria, más que todo. Era este, un esfuerzo temporal y pasajero que iba haciéndose más peligroso a medida que la revolución mundial se atrasaba. Era un esfuerzo que contenía enormes peligros para el proletariado organizado ya en cuarteles y, casi sin voz propia. El contenido “no capitalista” no existe excepto al nivel político antes mencionado. ¡De no ser así, el imperio incaico y su producción y distribución “no capitalista” sería un buen precursor de la revolución comunista![10]
El “comunismo de guerra” ruso se basaba en estos procedimientos supuestamente “anticapitalistas”:
1) concentración de la producción y distribución a través de los departamentos burocráticos (los “glavki”).
2) la administración jerárquica y militar de toda la vida social.
3) un sistema “igualitario” de racionamiento.
4) la masiva utilización de la fuerza laboral a través de “ejércitos industriales”.
5) la aplicación de métodos terroristas de la Cheka en las fábricas, contra las huelgas y elementos “contrarrevolucionarios”.
6) el incremento enorme del mercado negro.
7) la política de requisas en el campo.
8) la eliminación de incentivos económicos y el uso desenfrenado de métodos de “choque” (udarnost) para eliminar diferencias en ramas industriales.
9) la nacionalización efectiva de todos los ramos que servían a la industria de guerra.
10) la eliminación de la moneda.
11) el uso sistemático de propaganda estatal para levantar la moral de la clase obrera y del pueblo.
12) servicios gratuitos de transporte, comunicación y alquiler de viviendas.
Si no consideramos el aspecto político del poder de la clase obrera existente aún – esta es una descripción de una economía de guerra, una economía de crisis. Es interesante hacer notar que el “comunismo de guerra” jamás pudo ser planificado. Semejante medida, que hubiera significado una consolidación rápida, permanente y totalitaria de la burocracia, hubiera sido resistida por la clase obrera. La planificación militar sólo era posible sobre un proletariado completamente agobiado y derrotado. Es por eso por lo que el estalinismo en 1.928 y en adelante, añade la planificación (decadente) a una economía que en todo lo demás se parecería al “comunismo de guerra”. La diferencia fundamental era que la clase obrera había perdido el poder en 1.928. Si en 1.918-20 pudo controlar en algo el “comunismo de guerra” (el cual, en fin, de cuentas expresaba necesidades pasajeras, aunque urgentes), y aún utilizarlo para derrotar a la reacción externa, durante los últimos años de la NEP ya ha perdido todo su poder político. Por tanto, bajo el “comunismo de guerra” como de la NEP y el plan quinquenal estalinista, la ley del valor seguía imperando. El salario se podía disfrazar, la moneda podía “desaparecer” pero el capitalismo no dejó de existir por eso. No se le puede destruir con medidas administrativas o puramente políticas dentro de un solo país.
Que el partido bolchevique ya burocratizado se dio cuenta de que el “comunismo de guerra” no podía sobrevivir al fin de la guerra civil, demuestra que este partido obrero todavía conservaba cierto control político sobre el Estado que surgió de la Revolución Rusa. Hay que decir “cierto” porque este control era relativo y cada vez menor. Tampoco hay que olvidar que la necesidad de acabar con el “comunismo de guerra” se la recordaron a los bolcheviques los obreros y marineros de Petrogrado y Kronstadt. Estos últimos pagaron muy caro su atrevimiento. En realidad, la rebelión de Kronstadt es contra la supuesta “producción y distribución no capitalista” y contra todo el aparato terrorista estatal y de partido único ya imperante en Rusia durante la guerra civil.
No tenemos que repetir incesantemente que todo esto se debió al aislamiento de la revolución mundial. Es verdad. Pero no basta. La manera cómo tal aislamiento se manifestó dentro de la revolución rusa es también importante, porque nos da ejemplos y lecciones concretas para la futura revolución mundial. El “comunismo de guerra” fue una expresión inevitable pero funesta de este aislamiento político de la clase obrera rusa frente a sus hermanos de clase en Europa.
Al teorizar el “comunismo de guerra” ciertos bolcheviques como Bujarin, Kritsman, etc implícitamente defendían una especie de comunismo en un solo país. Claro, a ningún bolchevique de 1.920 se le hubiera ocurrido decir eso abiertamente. Pero está contenido en la idea de “producción y distribución no capitalista” hecha en un país o “Estado proletario” (concepción también falsa en FOR que a veces parece defender y otras no).
El error interno fundamental de la Revolución Rusa fue él haber identificado dictadura de partido con dictadura del proletariado, que es la dictadura de los Consejos Obreros. Fue un error substitucionista fatal de los bolcheviques.
En un plano histórico más general, este error expresaba todo un período de práctica y teoría revolucionaria que ya no existe. En los bordiguistas se encuentran retazos caricatúrales de esta concepción, la substitucionista, hoy en día caduca y reaccionaria. Pero el error de los bolcheviques, o la limitación de la Revolución Rusa, si se prefiere, no es que no traspasaran el nivel “puramente político” de la revolución social. ¿Cómo iba a hacerse eso si la revolución se hallaba aislada? Lo que hicieron en el plano social y económico es lo que más se podía. Esto es verdad respecto al “comunismo de guerra” y aún la NEP. Estas dos políticas contenían peligros profundos y trampas insospechadas para el poder político del proletariado. Pero mientras el proletariado se conservaba en el poder, los errores económicos podían arreglarse y componerse, al mismo tiempo que se esperaba a la revolución mundial. Si no se podía llegar al comunismo “integral” (palabra hueca que utiliza el grupo CWO en Gran Bretaña) esto no era porque la clase obrera no quería o no tenía otras “grandes experiencias” (como las de 1.936 en España). La pobreza de Rusia, su bajísimo nivel cultural, el desastre causado por la guerra mundial y la guerra civil, todo esto evitó que la clase obrera conserve su poder político, y también la traición de los bolcheviques se debe añadir como razón interna fundamental.
Pero la falta de medidas “no capitalistas” como la desaparición de la ley del valor, del asalariado, de las mercancías, del Estado y aún de las clases (¿en un solo país?), ¿Puede esto explicar la derrota interna de la Revolución Rusa? Esto es lo que parece decir el FOR. Citemos: “....El capitalismo se abrirá brecha siempre, si desde el principio no se le seca su manantial: la producción y la distribución fundadas en el trabajo asalariado. Lo que debe contar para cada proletario es el nivel industrial del mundo, no el de ´su` nación únicamente.”[11].
Sin embargo, pese a lo que FOR sugiere aquí, el “manantial” del capitalismo mundial no existe en pequeños charcos, a secar país por país. El FOR parece que no toma en cuenta que el capitalismo, como sistema social, existe a escala mundial, como relación internacional. La ley del valor por lo tanto no puede ser eliminada más que a escala mundial. Ya que afecta a todo el proletariado mundial, es imposible pensar que un sector aislado del proletariado pueda evitar sus leyes. Esta es una mistificación típica del voluntarismo anarquista, que pensaba que el Estado y el capitalismo se pueden eliminar a través de un falso comunismo de aldea o de comarca. En la tradición anarco- sindicalista la idea adquiere su variante “industrial”, pero sigue siendo la misma mistificación localista, estrecha y egoísta.
En el artículo de Munis citado más arriba se nos advierte que el proletariado no debe contar “únicamente” con el nivel industrial de “su” país. Consejo sabio éste, pero poco clarificador. Si se refiere a la posibilidad de tomar el poder político en un país, sea el que sea, es un buen consejo, aunque en realidad no tan nuevo.
Es verdad que lo que importa es el nivel mundial, no el de cada país. Sin embargo, FOR, al plantear la idea de que se puede iniciar la producción y distribución comunista “inmediatamente”, entonces el nivel industrial de cada país sería de importancia primordial. Sería lo fundamental, lo decisivo. Claro que semejante afirmación colocaría al FOR dentro de la tradición chovinista de un Vollmar o un Stalin. Pero lo realmente trágico es que debería captar que el comunismo es imposible en un solo país. El FOR responderá iracundo que no defiende la idea del “socialismo en un solo país”. Eso está bien, pero no se puede negar que la manera que tiene de plantear la cuestión de las tareas económicas y sociales, tan importantes como las políticas a su modo de ver, sugiere una especie de “comunismo en un solo país”. ¿Qué otro significado puede tener el decir que el capitalismo se abrirá brecha siempre, a menos que se “seque” su “manantial”? Pero ya hemos dicho que no se puede “secar” en un solo país. Por tanto, volverá inevitablemente ahí donde el proletariado ha tomado el poder, ya que no pudo “secar su manantial” capitalista del trabajo asalariado. Pero ¿puede el trabajo asalariado ser eliminado en un solo país o región?
Según el FOR, parece que sí. He ahí la cuestión. Al aceptar eso, se acepta el socialismo en un solo país. O se es coherente o no.
En una polémica (excelente en otros aspectos) contra los bordiguistas “centinelistas” de “Le Proletaire” , Munis repite: “....En nuestro concepto,...es la más importante de las imposiciones de la dictadura del proletariado, y sin ella no existiría jamás período de transición al socialismo...”[12]. Se refiere a la necesidad de abolir el trabajo asalariado. La necesidad del poder político, la tilda Munis de “...lugar común más que centenario.”. Pero la abolición del salariado lo es también.
Ahora, es cierto, que sin la abolición del salariado no habrá comunismo. Lo mismo se aplica a las fronteras, Estado, clases. No es necesario repetir que el comunismo es un modo de producción basado en la liberación más completa del individuo, en la producción de valores de uso, en la desaparición completa de las clases y la ley del valor. En esto estamos de acuerdo con el FOR.
La diferencia aparece cuando nos topamos con la primacía dada a las medidas económicas y sociales cuando el proletariado toma el poder. Veremos aquí que la cuestión del poder político, lejos de ser un “lugar común”, es lo decisivo para la revolución mundial. No así para el FOR.
El enfoque de Munis está encerrado en toda la óptica (miope) de las oposiciones trotskystizantes y aún bujarinistas a la contrarrevolución estalinista. Piensa que las garantías contra la contrarrevolución van a dárnoslas medidas económicas o sociales de tipo “no capitalistas”. Pese a la importancia de muchos de los escritos de E. Preobrazhenski, Bujarin, y otros economistas bolcheviques, sus aportaciones no arrojan luz sobre los problemas reales que enfrentaba la clase obrera en 1.924-30. Preobrazhenski hablaba de “acumulación socialista”, de la necesidad de establecer un equilibrio económico entre el campo y la ciudad, etc. Bujarin, pese a sus divergencias políticas con la Oposición de izquierdas, usaba similares argumentos. Todos quedaron encerrados en la idea de que “se puede hacer algo económicamente en un solo país” para sobrevivir.
Este era un falso problema ya que surgía cuando la clase obrera había perdido su poder de clase, su poder político. Cuando esto sucedió, toda la discusión sobre la “economía” soviética pasó a ser charlatanería pura y mistificación tecnocrática. La canalla estalinista dio la contestación definitiva a estos falsos debates con sus bárbaros planes quinquenales, con su terror policíaco y su masacre final del ya vencido partido bolchevique.
Si es verdad que la revolución proletaria de hoy día se hallará en condiciones más favorables que en los años 1.917-27, no podemos consolarnos pensando que los tremendos problemas que deberá afrontar van a desaparecer. El proletariado heredará un sistema económico putrefacto y decadente. La guerra civil aumentará este desgaste con más destrozos. El delirio aclamador de Bujarin respecto a este declive hay que evitarlo a toda costa como todo tipo de razonamiento apocalíptico o mesiánico sobre una revolución comunista “inmediata”. No se trata de gradualismo. Se trata de llamar a las cosas por su nombre.
Es evidente que, si la clase obrera toma el poder, digamos, en Bolivia (aunque sea momentáneamente), su capacidad de “socializar” sería muy limitada. Es posible que para FOR este inconveniente no molestará. El proletariado boliviano podría, por ejemplo, resucitar el espíritu “comunista” aymará y hasta resucitar a Túpac Amaru como comisario del pueblo. En Paraguay, para dar otro supuesto ejemplo, el proletariado podría retornar a un tipo antiguo de “comunismo” jesuita del Tiempo de la Conquista. Siempre hay que poner al mal tiempo buena cara. ¿No hablaba el mismo Marx de un “comunismo bárbaro” basado en la miseria generalizada?, se podría argüir, ¿no era ése un tipo de “comunismo” ?, pero ¿aplicable a nuestros días? Que nos lo diga el FOR. Parece que su apego a las “colectividades” en España le ha transmitido una añoranza especial del “comunismo primitivo”[13].
Bromas aparte (que esperamos que el FOR no tome a mal), hay que decir que el proletariado toma el poder político con miras al éxito de la revolución comunista mundial. Por tanto, las medidas en el plano económico y social deben orientarse en esa dirección. Por eso están subordinadas a la necesidad de conservar el poder político de los Consejos Obreros libres, soberanos y autónomos en tanto que expresiones de la clase revolucionaria dominante. El poder político es condición previa a toda “transformación social” ulterior, inmediata, mediata o como se quiera llamar. La primacía es el poder político. Eso no se cambia. En el plano económico, hay mucho campo para experimentar (relativamente) y también para cometer errores que no tienen por qué ser fatales. Pero cualquier alteración en el plano político implica, rápidamente, el retorno completo del capitalismo.
La profundidad de las transformaciones sociales posibles en cada país dependerá, claro está, del nivel concreto material de ese país. Pero en ningún caso darán la espalda a las necesidades de la revolución mundial. En este sentido, se puede imaginar un tipo de “comunismo de guerra”, o sea, una economía de guerra bajo el control directo de los Consejos Obreros. No nacionalizaciones, sino la participación de un aparato de Gobierno soviético controlado por la clase obrera. ¿Piensa el FOR que esto es imposible?, ¿Es esto estar “demasiado apegados al modelo ruso”?
Dar primacía a la abolición del salariado, pensando que con eso se llega al “quebrantamiento inmediato de la ley del valor (intercambio de equivalentes) hasta su desaparición inmediata....”[14] es pura fantasía “modernista”. Es el tipo de ilusiones que en ciertos momentos ayudarían a desarmar al proletariado, aislándolo del resto de la clase obrera mundial. Al decirle que ha “socializado” “su” sector de la economía mundial, que ha “quebrado” la ley del valor de “su” región, se le dice que defienda ese sector “comunista” cualitativamente superior al capitalismo externo. Nada sería más falso que esa demagogia. Lo que defendemos es el poder político de la clase obrera.
Lo que derrotaría a cualquier sector de la clase obrera que ha tomado el poder es el aislamiento de la revolución, o sea, la falta de conciencia clara por parte del resto de la clase obrera mundial sobre la necesidad de extender la solidaridad y la revolución mundial. He ahí el problema real. El FOR no lo enfoca así, aunque a veces agacha la cabeza en esa dirección. El problema no es que el capitalismo va a “resurgir” allí en donde no se le ha “secado el manantial” sino que el capitalismo sigue existiendo a escala mundial pese que uno, o algunos de los Estados, hayan sido derrotados. Pensar que se lo puede destruir en un sólo país es pura charlatanería que implica una profunda ignorancia de la economía capitalista según la analiza Marx. O, se trata de una “revolución simultánea” en todos los países, capaz de acortar enormemente el período de guerra civil para pasar al período de transición propiamente dicho (a escala mundial, por supuesto). Esto sería ideal, pero probablemente no va a suceder de esta manera instantánea, pese a los esfuerzos del FOR. Tener esperanzas, estar abiertos a posibilidades inesperadas o ideales es una cosa. Pero otra, muy distinta, es basar la perspectiva revolucionaria en eso y hasta escribir un “Segundo Manifiesto Comunista” con ese espíritu. La verdadera libertad nos la da el reconocimiento de la necesidad, no los aspavientos voluntaristas.
Pese a sus confusiones básicas sobre lo que fue el “comunismo de guerra” en la Revolución de Octubre, al menos el FOR comprende que se trataba de una revolución proletaria, de un esfuerzo político de la clase por mantenerse en el poder. Pero veamos ahora que nos dice el FOR sobre España 1.936.
Según el FOR, la tentativa del “comunismo de guerra”, aunque introdujo relaciones “anticapitalistas”, no sobrepasó nunca el estadio del ejercicio del poder político por la clase obrera. Para mostrarnos un ejemplo aún mucho más profundo de medidas o relaciones “no capitalistas” el FOR presenta las colectividades de 1.936-37 en España. Munis las describe así: “...Las colectividades de 1.936-37 en España no son un caso de autogestión. Algunas organizaron una especie de comunismo local (¿???) sin otras relaciones mercantiles hacia el exterior, precisamente como las antiguas sociedades del comunismo primitivo. Otras eran cooperativas de oficio o de pueblo, cuyos miembros se distribuían los antiguos beneficios del capital. Todas abandonaron, más o menos, la retribución de los trabajadores según las leyes del mercado de la fuerza de trabajo, así como, unas más que otras, según el trabajo necesario y el sobre- trabajo de donde el capital saca la plusvalía y toda la substancia de su organización social. Además, las colectividades hicieron a las milicias de combate donaciones en especies tan abundantes como reiteradas. No se pueden definir a las colectividades sino por sus características revolucionarias (¡sic!!), en suma, por el sistema de producción y distribución en ruptura con las nociones capitalistas de valor (de cambio necesariamente) ...”[15].
En su libro “Jalones de derrota: promesa de victoria” (1.948), Munis es aún más entusiasta: “...Incautada la industria, sin más excepción que la de pequeña escala, los trabajadores la pusieron en marcha organizados en colectividades locales y regionales por rama de industria. Fenómeno que contrasta con el de la Revolución Rusa y evidencia la intensidad del movimiento revolucionario español, la gran mayoría, de los técnicos y hombres especializados en general, lejos de mostrarse renuentes a la integración en la nueva economía, colaboraron valiosamente desde el primer día con los trabajadores de las colectividades. La gestión administrativa y la producción resultaron beneficiadas; el paso a la economía sin capitalistas se efectuó sin los tropiezos y la pérdida de la productividad que el saboteo de los técnicos infligió a la Revolución Rusa de 1.917. Muy al contrario, la economía regida por las colectividades realizó rápidos y enormes progresos. El estímulo de una revolución considerada triunfante, el gozo de trabajar para un sistema que substituiría a la explotación del hombre por su emancipación del yugo de la miseria asalariada, la convicción de aportar a todos los oprimidos de la Tierra una esperanza, una oportunidad de victoria sobre sus opresores, realizaron maravillas. La superioridad productiva del socialismo sobre el capitalismo quedó iluminadamente demostrada por la obra de las colectividades obreras y campesinas, mientras que la intervención del Estado capitalista regida por los arrogantes políticos del Frente Popular no rehízo el yugo destruido en Julio (de 1.936) ...”[16].
No es ésta la ocasión de continuar una polémica sobre la llamada “guerra civil en España”. Nosotros ya hemos publicado bastantes artículos sobre ese capítulo trágico de la contrarrevolución, que abrió paso a la segunda masacre imperialista mundial[17]. Aquí diremos brevemente que Munis y el FOR siempre han defendido la errónea idea de que en España hubo tal “revolución”. Nada es más extraño a la realidad histórica. Si bien es cierto que la clase obrera en España desbarató al aparato burgués en 1.936, y que en mayo de 1.937 se alzó, ya muy tarde, contra el estalinismo y el Gobierno del Frente Popular, esto no niega que la lucha de clases fuera desviada y absorbida entre la República y el fascismo. La clase sucumbió ideológicamente bajo el peso de esta vil campaña antifascista, fue masacrada en la guerra y rematada por la dictadura franquista, una de las más bestiales del siglo.
Las colectividades fueron ideales para desviar la atención del proletariado de su verdadero objetivo inmediato: la destrucción total del aparato estatal burgués con todos sus partidos, de izquierda incluidos. Estos últimos, revivieron el aparato estatal disgregado en 1.936 por los obreros armados. Pero, una vez hecho esto, la clase fue seducida por la lucha del Frente Popular contra la sublevación franquista. Las colectividades y los comités de fábrica se doblegaron ante esta inmundicia. El aparato estatal se reconstituyó integrando a la clase obrera en su frente militar, desviando así la lucha obrera hacia la masacre inter- burguesa.
“BILAN” (órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista) se opuso a cualquier idea de apoyar la supuesta “revolución española”. Correctamente escribían: “...cuando el proletariado no tiene el poder – y este es el caso hoy en España – la militarización de las fábricas equivale a la militarización de las fábricas en cualquier Estado capitalista en guerra...”. BILAN apoyaba a la clase obrera en España en esas horas aciagas y le señalaba el único camino que podía seguir: “...En cuanto a los proletarios de la península ibérica, no tienen ahora más que una salida, la misma del 19 de Julio de 1.936: huelga en todas las empresas, sean de guerra o no, tanto del lado de Companys como de Franco; contra los jefes de sus organizaciones sindicales y del Frente Popular y por la destrucción del régimen capitalista...”.
¡Qué lejos están estas palabras de la palabrería sobre la “superioridad del socialismo sobre el capitalismo” demostrada por las colectividades! No, la verdad hay que decirla de frente: en España no hubo ninguna revolución social.
El capitalismo sobrevivió porque la clase obrera en España, aislada de toda perspectiva revolucionaria mundial, fue encaminada a “autogestionarse” la economía de guerra “colectivizada”, en aras del capitalismo español. En estas condiciones, afirmar que la “revolución española” fue más lejos que la rusa en el nivel de las relaciones “no capitalistas”, es una patraña ideológica.
Munis y el FOR revelan aquí una incapacidad para comprender qué fue la Revolución de Octubre y que fue la contrarrevolución de España. Error garrafal para una tendencia revolucionaria. Minimizar el contenido de la primera en aras de la segunda es simplemente increíble. En realidad, al defender las colectividades, Munis y el FOR “teorizan” el apoyo dado al Gobierno republicano por los trotskistas durante la guerra civil. Es que no hay otra manera de explicar este apoyo fanático a las “colectividades”, cepo de la burguesía republicana en 1.936-37. Ya sabemos que, según el FOR, la tradición troskistizante es revolucionaria, el FOR sigue siendo su heredero histórico. Pero, veamos de pasada, lo que decían los trotskistas de la sección bolchevique-leninista de España (por la IVª Internacional):
“... ¡Viva la ofensiva revolucionaria! Nada de compromisos. Desarme de la Guardia Nacional Republicana (Guardia Civil) y de la Guardia de Asalto reaccionarias. El momento es decisivo. La próxima vez será demasiado tarde. Huelga General de todas las industrias que no trabajen para la guerra. Sólo el proletariado puede asegurar la victoria militar. ¡Armamento total de la clase obrera! ¡Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM!, ¡Viva el frente revolucionario del proletariado!, ¡En los talleres, en las fábricas, barricadas: ¡Comités de defensa revolucionaria!”[18].
Salta a la vista la reaccionaria posición de los trotskistas: “asegurar la victoria militar”. ¿Y de quién? ¡De la República! Esta “victoria militar” no debía ser amenazada por las huelgas irresponsables en las industrias bélicas, según los trotskistas.
Sí, sin duda, ésta era – y es – una diferencia fundamental entre el trotskismo y el marxismo. Los primeros no sabían distinguir entre revolución y contrarrevolución, y los segundos, que no sólo sabían, confirmaron también la posición marxista sobre la primacía, la necesidad fundamental, de asegurar el poder político, previo a todo intento de “reorganizar” la sociedad. Si la guerra burguesa de España hizo algo para la teoría revolucionaria fue confirmar esa lección de la lucha histórica de la clase obrera.
En el capítulo XVII de Jalones, titulado “La propiedad”, Munis dice abiertamente que en España “Nacía un nuevo sistema económico, el sistema socialista”[19]. La revolución comunista futura, nos advierte, tendrá una obra a continuar y perfeccionar. No importa para Munis que todo ese esfuerzo “socialista” estuviera plegado a una guerra cien por cien capitalista, a una masacre y un degüello que preparaba la matanza de la Segunda Guerra Mundial y sus 60 millones de muertos. En el fondo Munis sigue apoyando la guerra antifascista de 1.936-39, y en este sentido, no ha roto con los mitos del trotskismo. La mistificación sufrida por el proletariado es admitida por Munis, pero sin saber qué decir: “...El proletariado seguía considerandos la economía suya y definitivamente ido el capitalismo...”[20].
En vez de criticar las mistificaciones del proletariado, Munis se adapta a ellas, las idolatra y las “teoriza”. He ahí lo negativo, lo retrógrado del FOR y sus cantinelas sobre la “Revolución Española”. Su crítica es puramente económica: sobre todo se refiere a la falta de planificación a escala nacional. Para Munis “... la incautación y puesta en marcha de los centros productores por los trabajadores respectivos era un primer paso obligado. Quedarse en él debía resultar funesto.”[21]. Habla después también del poder político, que era “decisivo” (¡¡!!) para la revolución. Pero es para decirnos que la CNT no estuvo a la altura de las circunstancias, aceptando así que la CNT era un organismo de los trabajadores, lo cual es otro embuste. Según el FOR, la CNT era una organización proletaria a la que se le “olvidó” el “lugar común” del poder político[22]. Es así como plantea la “revolución española” el claro y tajante FOR.
El libro de Munis apareció en 1.948. Puede que sus ideas hayan cambiado. Pero al menos en su Reafirmación de Marzo de 1.972 (al final del citado libro) no hace comentarios, ni críticas de las actividades trotskistas en España.
En este sentido Munis no ha cambiado de ideas sobre la “revolución española” en más de 45 años. Estar demasiado apegados “al modelo ruso” no es un crimen para los revolucionarios; “traba conservadora” puede ser, pero pertenece a la historia de nuestra clase y por eso debemos asimilar todas sus lecciones ya que se trata de una revolución proletaria. Lo que no es el caso de la supuesta “revolución española”. Ahí nuestra clase jamás tomó el poder político, al contrario, se le convenció, en parte a través de las colectividades, que eso era un “lugar común” que era mejor dejarlo en manos de los señores de la CNT-FAI-POUM. Así, la clase obrera fue movilizada y masacrada por los republicanos y por sus verdugos estalinistas, y para remate por los fascistas. Para Munis, esta matanza no empaña en nada la sublime obra redentora de las colectividades. Frente a semejante lirismo, nosotros decimos que estar apegados – siquiera un poquito- al “modelo español”, sí es un error monstruoso para los revolucionarios.
Para Munis y el FOR, el poder político de la clase aparece a veces como algo importante y decisivo, y a veces, como algo que puede (e incluso debe) venir después. Algo como un “lugar común” que no hay que discutir mucho puesto que “ya nos lo sabemos”. La experiencia en España muestra, de manera negativa, la primacía del poder político sobre tales medidas o relaciones “socialistas”. Munis y el FOR no se percatan que en la guerra de España poder político y mistificación “colectivista” existían en proporción inversa. Lo uno negaba a lo otro, no pudiendo ser de otra manera[23].
En su Reafirmación, Munis escribe: “Mientras más años contemplamos retrospectivamente hasta 1.917, mayor importancia adquiere la revolución española. Fue más profunda que la Revolución Rusa...en el dominio del pensamiento no pueden elaborarse hoy sino despreciables remedos de teoría si se prescinde del aporte de la revolución española, y precisamente en cuanto contrasta, superándolo o negándolo, con el aporte de la Revolución Rusa...”[24].
Por nuestra parte, preferimos basar nuestras orientaciones en las verdaderas experiencias del proletariado y no en “innovaciones” modernistas como las del FOR.
Como clase explotada y revolucionaria que es, la clase obrera expresa a través de sus luchas históricas esta naturaleza complementaria. Es así como utiliza sus luchas reivindicativas, para ayudarse a alcanzar la comprensión de sus tareas históricas. Esa comprensión revolucionaria halla su obstáculo inmediato en cada Estado capitalista, que debe ser derrocado por la clase obrera de cada país.
Pero no puede la clase disolverse como categoría explotada sino a escala universal, porque esa posibilidad está ligada íntimamente a la economía mundial, que sobrepasa los recursos encontrados en cada economía nacional. El concepto de Rosa Luxemburgo sobre el capital global es muy importante a este respecto. El Estado capitalista si puede ser derrocado en cada economía nacional. Pero el carácter capitalista de la economía mundial, del mercado mundial, sólo puede ser eliminado a escala universal. La clase obrera puede instaurar su dictadura (aunque no por mucho tiempo) en un solo país o en un puñado de países aislados, pero no puede crear el comunismo en un solo país o región del mundo. Su poder revolucionario se expresa por su orientación netamente internacionalista, encaminada sobre todo a ayudar a destruir el Estado capitalista en todas partes, a destruir ese aparato policiaco-terrorista en el mundo entero. Ese período puede tardar algunos años, y mientras no se termine será difícil, sino imposible, tomar medidas reales y definitivamente comunistas. La destrucción total de las bases económicas del modo de producción capitalista no puede ser sino tarea de toda la clase obrera mundial, centralizada y unida, ya sin naciones ni intercambio mercantil. En cierto modo hasta que la clase obrera alcance ese nivel, seguirá siendo una clase económica, teniendo en cuenta las condiciones de penuria y desequilibrio económico que todavía subsistirán. Es así como la naturaleza tanto de clase explotada como de clase revolucionaria – intrínseca al proletariado – se dan mutuamente la mano tendiendo a fusionarse conscientemente en el largo proceso histórico que es la dictadura del proletariado y la total transformación comunista.
No pretendemos dar por terminada esta discusión tan importante. Pero sí queríamos presentar nuestras críticas a las concepciones de FOR sobre estos problemas de la revolución proletaria. Nada de lo que defienden respecto al “comunismo inmediato” nos convence de que el planteamiento de Rosa Luxemburgo citado al comienzo de este artículo sea erróneo. Y menos aún la idea de que la Revolución Rusa no fue tan profunda como la “revolución española”. Las ideas del FOR sobre las “tareas de nuestra época”, están conectadas a esta visión de un socialismo que puede ser alcanzado en cualquier momento y cuando al proletariado le dé la gana. Esta concepción inmediatista, voluntarista, ya ha sido criticada varias veces en nuestras publicaciones[25].
Las peligrosas confusiones del FOR esconden su incapacidad para comprender qué es la decadencia del capitalismo y cuáles son las tareas de la clase obrera en este período histórico. Igualmente, no ha sido capaz nunca de comprender el significado de los cursos históricos que se han manifestado en este siglo después de 1.914. No comprendió jamás, por ejemplo, que la lucha del proletariado español en 1.936 no podía cambiar el curso hacia la segunda guerra imperialista. Confirmación crucial de esto fue la tremenda confusión política del proletariado en España, que, en vez de continuar su lucha contra el aparato del Estado y todos sus instrumentos políticos y sindicales, se dejó maniatar por estos últimos, abandonando su terreno de clase.
¡Esta es la real tragedia del proletariado mundial en España! Pero para el FOR, este “jalón de derrota” confirmó la “superioridad” del socialismo sobre el capitalismo.
Qué errónea es esta apreciación sobre la revolución comunista, incapaz de comprender en qué momento el movimiento por la liberación total de la humanidad se hundió en el más bárbaro abismo. Si el proletariado es incapaz de comprender cuándo y cómo se lucha, sus perspectivas y esfuerzos más abnegados, serán desplazados por la clase enemiga y recuperados por ella momentáneamente y jamás estará a la altura de su misión histórica. Su futura liberación mundial requiere constantemente un balance profundo de los últimos 50 años. Cuando el FOR se dé cuenta de esta necesidad, y más que todo de lo que fue el trotskismo y la tal “revolución española”, sólo entonces podrá realmente avanzar y realizar la promesa de toda esa enorme pasión revolucionaria contenida en sus publicaciones.
[1] Rosa Luxemburgo, “La Revolución Rusa”, Editorial Anagrama, Barcelona 1.969, paginas 75-76. Se puede encontrar en Internet en https://www.marxists.org/espanol/luxem/11Larevolucionrusa_0.pdf [40]
[2] Podemos consultar a este respecto el texto La experiencia rusa: propiedad privada y propiedad colectiva. https://es.internationalism.org/revista-internacional/200712/2119/la-experiencia-rusa-propiedad-privada-y-propiedad-colectiva [41]
[3] FOR, “Pro-Segundo Manifiesto Comunista”, Losfeld, París 1.965, página 24.
[4] Citado en el interesante opúsculo de Juan Antonio García Diez, URSS 1.917-1.929: De la Revolución a la Planificación. Madrid 1.969, página 53. Esto también lo afirman otros historiadores económicos de la Revolución Rusa como Carr, Davies, Dobb, Erlich, Levin, Nove, etc.
[5] R. Luxemburgo, ídem., página 85
[6] FOR, ibídem, página 25
[7] Nikolai Bujarin, “Teoría económica del período de transición”, Ed Siglo XX, Buenos Aires 1.974, página 35
[8] FOR, ibídem, página 25
[9] Ver a este propósito la 5ª parte de nuestra Serie ¿Qué son los Consejos obreros?, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201104/3086/que-son-los-consejos-obreros-v-los-soviets-ante-la-cuestion-del-es [42]
[10] ´Ver sobre este tema la Introducción a la Economía Política de Rosa Luxemburgo, capitulo Historia Económica (I) https://grupgerminal.org/?q=system/files/IntroduccionalaeconomiaRosaLuxemburgFORMATEADO.pdf [43]
[11] Grandizo-Munis “Clase revolucionaria, organización política, dictadura del proletariado”, en Alarma nº 24, 1er Trimestre de 1.973, página 9
[12] Munis, ibídem, Alarma nº 25, 2º Trimestre 1.973, página 13
[13] Ver El mito de las colectividades anarquistas, https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas [44]
[14] Munis, ibídem, Alarma nº 25, página 6
[15] Munis, “Carta de protesta a la revista ´Autogestión et socialisme”, Alarma nº 22 y 23, Tercer y cuarto Trimestre de 1.972, página 11
[16] Munis “Jalones de derrota, promesa de victoria” (España 1.930-39), México 1.948, página 340
[17] Ver nuestro libro 1936: Franco y la Republica masacran a los trabajadores, https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado [45]
[18] Munis, “Jalones...”, página 305
[19] Munis, ibídem, página 339-340
[20] Munis, ibídem, página 346
[21] Munis, ibídem, página 345
[22] Ver nuestro Serie sobre la CNT: Nacimiento del sindicalismo revolucionario en España (1910-1913) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200703/1322/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-nacimiento-del-sindicalismo- [46] La CNT ante la guerra y la revolución (1914-1919) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200705/1903/historia-del-movimiento-obrero-la-cnt-ante-la-guerra-y-la-revoluci [47] El sindicalismo frustra la orientación revolucionaria de la CNT (1919-23) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200708/2002/historia-del-movimiento-obrero-el-sindicalismo-frustra-la-orientac [48] ; La contribución de la CNT a la instauración de la República española (1923-31) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200711/2068/historia-del-movimiento-obrero-la-contribucion-de-la-cnt-a-la-inst [49] El fracaso del anarquismo para impedir la integración de la CNT en el Estado (1931-1934) https://es.internationalism.org/revista-internacional/200802/2189/historia-del-movimiento-obrero-el-fracaso-del-anarquismo-para-impe [50] ; El antifascismo, el camino a la traición de la CNT (1934-36)
[23] Como ya hemos dicho, Munis, a veces, insiste en que el poder político es lo decisivo. Ver, por ejemplo, en “Jalones”, pagina 357-358. Es un dualismo del que no se escapa el FOR
[24] Munis, ibídem
[25] Ver, entre otros, Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria (I) https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i [51] y Octubre 1917: Principio de la revolución proletaria (II) https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii [52]
Publicamos aquí un panfleto escrito y difundido por contactos ecuatorianos contra la guerra entre Perú y Ecuador, en Enero de 1981. Incluimos también nuestra respuesta.
LA GUERRA ENTRE ECUADOR Y PERÚ
Los acontecimientos bélicos que al momento ocasionan muerte y tensión entre las poblaciones del Perú y Ecuador no dejan de tener una explicación histórica y material. La paz, dentro capitalismo, no es otra cosa sino la continuación de la guerra por medios diplomáticos. Los Estados capitalistas se arman hasta los dientes para defender la base territorial y recursos sobre los que se genera el proceso acumulativo. En nombre de la soberanía nacional, las burguesías nacionales mandan al pueblo a que derrame su sangre para salvaguardar sus más claros intereses económicos.
No deja de ser una coincidencia que, a los pocos días que el imperio inicia el pilotaje del Estado con un gobierno conservador, se destapen los fuegos en estos países semicoloniales. La crisis del capitalismo es una crisis mundial que conduce localmente a las sociedades del capital hacia la guerra. Los EEUU de Norteamérica reciben el peso de la crisis con demasiada fuerza, pero tienen la capacidad política, el poderío militar y el poder económico para transferirlo hacia las sociedades dependientes de la periferia. Mucho hay de por medio. Las corrientes de democratización de los pueblos en América Latina, por mucho que se encubran bajo el manto de los derechos humanos, no dejan de constituir un desequilibrio para los planes y estrategias globales del imperio. Cuando las confrontaciones del capitalismo internacional, capitaneado por las dos grandes potencias, son enfrentamientos de bloque, el imperio yankee tratará de homogeneizar los gobiernos bajo regímenes militares títeres, que pueden responder al unísono, a la voz del patrón del Norte. Por otro lado, la revitalización de la economía yankee, que al momento sufre por todos los efectos de la crisis capitalista: estrechez de la base acumulativa, inflación, saturación del mercado, competencia en la esfera productiva y en la del mercado, dificultades de inversión productiva, masivos desempleo y tensión, necesita consolidarse a través del comercio bélico. Así, la balanza de pagos de los yankees puede tender hacia el equilibrio, bañada en sangre de obreros y campesinos del Ecuador y el Perú.
En tiempos de guerra no hay ni agresor ni agredido. Cada Estado tratará de justificar la racionalidad de su lucha a través de la irracionalidad del enemigo. Bajo el nacionalismo, logrará cobijar al proletariado y lo lanzarán a defender sus recursos, los recursos de la burguesía. El territorio ecuatoriano y el territorio peruano no son ni de los ecuatorianos ni de los peruanos. PERTENECEN A LA BURGUESIA. Los soldados del pueblo, ecuatorianos y peruanos, deben coger las armas y disparar hacia arriba. El enemigo es el capital.
La crisis del capitalismo mundial se manifiesta con profunda gravedad en los pueblos de los países periféricos y dependientes del imperio yankee. Tal crisis es relativamente más profunda en el Perú donde la gente, particularmente en los centros urbanos, se aglutina en las calles en busca de empleos y comida. La inflación y el alto costo de la vida en Perú llevan a un estado de descomposición y tensión social que difícilmente puede controlarse sino por la represión y las armas. La burguesía peruana, influenciada por una política continental formulada mucho antes de que Reagan tome el poder del imperio, opta por lanzar al ejército peruano a la invasión. Así, las contradicciones que provocan el capital, la miseria humana, hambruna, malnutrición, desempleo, pueden olvidarse temporalmente, en nombre de la UNIDAD NACIONAL.
La política del cowboy Reagan frente al Ecuador tiene también su explicación. Un gobierno social-demócrata de pañal, que se expresa débilmente en Roldos, contaminado por la democracia cristiana, aliada al imperialismo, llevó como bandera internacional, la bandera mistificadora de los derechos humanos. En el poco tiempo de vida democrática, los aliados externos del Ecuador son, en efecto, los países más débiles políticamente de Latinoamérica. El Salvador, Nicaragua, México no constituye un aliado directo, a pesar de que coinciden en algunas tesis con el gobierno capitalista ecuatoriano. Aislar al Ecuador, colocarlo en una situación de mayor dependencia, desestabilizar la falsa democracia que de todas maneras se coloca como barrera al plan de subordinación continental, es el plan del imperialismo. Así, el petróleo fluirá con mayor fluidez, las armas se venderán más, las transnacionales no tendrán ninguna relativa obstrucción al interior del Pacto Andino y, en lo político, el imperio podrá instaurar una democracia dictatorial capitaneada por los demócratas cristianos. El pueblo saldrá a las calles movilizado por los chinos y la derecha del capital. Se derramará mucha sangre si las negociaciones diplomáticas no resultan. En nombre del imperialismo, el nacionalismo y la bendición internacional del Papa, que sin duda alguna llamará a la paz de los pueblos.
Los proletarios del mundo no tienen patria, su verdadero enemigo es el capital. Este es el momento de tomarse las tierras y las fábricas, en Perú y en Ecuador.
RESPUESTA DE LA C.C.I.
Los amos de los medios de comunicación, en el Este como en el Oeste, airean sistemáticamente, desde hace años y años, el tópico publicitario de que en Latinoamérica, la revuelta contra la miseria es siempre e inevitablemente una revuelta patriótica, nacionalista. El artista más simbólico de este montaje parece que sigue siendo Guevara, impreso en camisetas y ceniceros.
Y sin embargo, si hay una parte del mundo en donde, desde 1968, la clase obrera ha empezado a levantar cabeza, situándose en su propio terreno de clase, oponiéndose no sólo al imperialismo yankee, sino también a "su" capital nacional, a los "patronos patriotas" y a los explotadores "autóctonos", esa parte es América del Sur. Las luchas masivas y violentas de los obreros del automóvil en Argentina en 1969, las huelgas de los mineros chilenos bajo el gobierno Allende (huelgas que, por cierto, Fidel Castro intentó parar con su presencia, en nombre de la "defensa de la patria"), las huelgas de los mineros bolivianos, las de los obreros del textil y del hierro en Venezuela, las luchas de los obreros petroleros y del hierro en Perú a principios de 1981, la reciente huelga masiva de los metalúrgicos de Sao Paulo en Brasil, he ahí algunos de los más fuertes movimientos de la clase obrera en ese continente.
Esas luchas proletarias han puesto en entredicho el nacionalismo, más de manera intrínseca, en los hechos (por la negativa a distinguir entre capitalismos del país y foráneos), que de manera explícita y clara. No existe por ahora la fuerza política proletaria con suficiente entidad para poder defender e impulsar de manera explícita el contenido internacionalista que llevan en sí las luchas obreras. Tanto más por cuanto es en las organizaciones políticas más especializadas en el encuadramiento de los trabajadores, en donde se reclutan los elementos más nacionalistas.
A finales de Enero de 1981, estalla una "guerra" entre Perú y Ecuador. La razón estriba en el control de territorios que podrían tener petróleo y, de puertas para dentro de cada país, en el intento de restablecer el "entusiasmo nacionalista" y el látigo de las leyes militares, un mínimo de unidad nacional, violentamente sacudida particularmente en Perú por las luchas obreras de finales de 1980. Como de costumbre, todas las fuerzas políticas "nacionalistas", desde los militares hasta los sindicalistas más radicales, llamaron, tanto en Perú como en Ecuador, a los proletarios y campesinos, a defender "su" patria.
En tal contexto, no hace falta resaltar la importancia que tiene la voz, por muy débil que sea, que se levanta en uno de los países beligerantes y grita: "En nombre de la soberanía nacional, las burguesía nacionales mandan al pueblo a que derrame su sangre para salvaguardia de sus intereses económicos....Los proletarios del mundo no tienen patria, su verdadero enemigo es el capital". Una voz así expresa el movimiento real y profundo que está madurando en las entrañas de la sociedad capitalista mundial y cuyo principal protagonista es el proletariado.
El panfleto que hemos reproducido fue redactado y difundido en Ecuador durante los acontecimientos. Fue firmado con el nombre C.C.I., pero no se trata de un panfleto de nuestra organización. Los camaradas que lo hicieron quisieron, sin duda, manifestar con esa firma la adhesión que tienen a nuestras ideas y, en ningún caso, porque pertenecen a la organización.
Pero, lo esencial del panfleto está en su clara postura internacionalista. El documento aborda también otras cuestiones, y entre ellas, la de la "democracia" en Latinoamérica y sus relaciones con el imperialismo USA. A este respecto, se puede leer "....desestabilizar la falsa democracia que de todas maneras se coloca como barrera al plan de subordinación continental, es el plan del imperialismo". Esta fórmula da entender que la instalación, en países de Latinoamérica, de mascaradas democráticas iría en contra de los "planes del imperialismo" USA en aquel continente.
En el período actual y en los países semicoloniales, el problema número uno para la metrópoli del imperio USA es el de asegurar un mínimo de estabilidad: del país bajo la bota del bloque, estabilidad social, entre otras cosas para disminuir el riesgo de "desestabilización" por infiltración de partidos prosoviéticos en los movimientos sociales.
En los países subdesarrollados, en donde el ejército es la única fuerza coherente y centralizada a escala nacional, las dictaduras militares son el medio más sencillo para formar una estructura de poder. Pero cuando se despliegan movimientos sociales, obreros, "incontrolados" ...., que ponen demasiado en peligro el orden social, entonces los EEUU también saben instalar regímenes "más democráticos", que permitan esencialmente que aparezcan a la luz del día verdaderos aparatos de encuadramiento de los trabajadores (partidos de "izquierda", sindicatos). En general, esas democracias no son más que decorados que tapan el poder real de los ejércitos. Los estrategas del capital del bloque USA responsables de la estabilidad de la región pueden arreglárselas tanto con los regímenes militares más duros como con las "democracias", por lo demás tan duras como aquéllos, desde el instante en que les parece que eso puede contribuir al mantenimiento del orden.
Quizás sólo sea sencillamente un problema de formulación poco preciso en el texto. Unas líneas más lejos, por ejemplo, se hablan de "democracia dictatorial capitaneada por los demócratas cristianos" como "plan del imperialismo". Pero entonces, ¿por qué todas esas explicaciones sobre los países "aliados" del Ecuador?.
Si el nacionalismo es una trampa para los obreros de Latinoamérica, la democracia burguesa lo es también. Los obreros chilenos conocen el precio que tuvieron que pagar por las ilusiones en Allende y sus llamamientos a que se mantuvieran fieles al ejército nacional "democrático"[1]
Por todo eso, es necesario que no quede ambigüedad alguna sobre esa cuestión.
[1] Tras la primera intentona fracasada de golpe de Estado, Allende convocó a mítines masivos, llamando a la población a que se mantuviera tranquilla y que obedeciera a las tropas fieles. En su propio discurso, en el balcón del Palacio de la Moneda, Allende pidió aplausos para el fiel Pinochet, entre otros...
(Internationalisme, 1948)[1]
Hay un fenómeno en el proceso del conocimiento, en la sociedad burguesa, del que Harper[2] habla en su libro. Se trata de la influencia que por un lado tiene la división del trabajo capitalista en la formación del conocimiento y de la síntesis de las ciencias de la naturaleza y, por otro, el proceso de la formación del conocimiento en el movimiento obrero.
Harper escribe en un pasaje del libro que la burguesía en cada revolución tiene que aparecer como diferente de lo que antes era y de lo que es en realidad en el momento mismo, ocultando así su objetivo final. Esto es verdad, pero Harper, al no hablarnos del proceso de formación del conocimiento en la historia y al no plantear el problema de modo explícito, lo plantea de manera tan mecanicista como la que él les echa en cara Pléjanov y a Lenin. El proceso de formación del conocimiento depende de las condiciones en que se producen los conceptos científicos y las ideas en general, condiciones que están estrechamente relacionadas con las de la producción en general, o sea a las aplicaciones prácticas.
La sociedad burguesa, a medida que va desarrollando sus condiciones de producción, o sea su modo de existencia económica, desarrolla al mismo tiempo su propia ideología, es decir, sus conceptos científicos y sus concepciones del mundo. La ciencia es una rama muy particular en la producción de las ideas necesarias a la vida de la sociedad capitalista, la continuación, la evolución y la progresión de su propia producción. El modo económico de producción, aplica en la práctica lo que elabora la ciencia, pero a su vez tiene una gran influencia sobre la manera como se elaboran prácticamente las ideas y las ciencias. La división del trabajo capitalista, de igual modo que obliga a la más extrema especialización en todos los dominios de la realización práctica de la producción, obliga también a la mayor especialización y división del trabajo en el dominio de la formación de las ideas y principalmente en el domino de las ciencias.
Las ciencias y los sabios confirman con su presencia y sus especializaciones, la división universal del trabajo capitalista y le son tan necesarios como los generales y especialistas militares, o como los administradores y directores generales. La burguesía es perfectamente capaz de hacer la síntesis en el dominio particular de las ciencias que no se refiere directamente a su modo de explotación. Pero en cuanto toca este dominio, la burguesía tiende inconscientemente a disfrazar la realidad en compartimientos: historia, economía, sociología, filosofía ... .Sólo puede llegar a hacer intentos de síntesis incompletos.
La burguesía se limita a aplicaciones prácticas, a investigaciones científicas y en esto, es esencialmente materialista. Pero como no puede llegar a una síntesis completa, como está obligada, inconscientemente, a ocultar el hecho de que su propia existencia va en contra de las leyes científicas del desarrollo de la sociedad (descubiertas, éstas, por los socialistas), no puede asimilar esa barrera psicológica de la realidad de su existencia histórico-social más que gracias al idealismo filosófico que impregna toda su ideología. Ese disfraz necesario a la sociedad burguesa en tanto que modo de existencia social, es capaz de elaborarlo la burguesía misma con su propia filosofía (en sus diferentes sistemas), pero también es propensa a coger de las antiguas filosofías e ideologías de la existencia social de modos de producción pasados, pues éstas no afectan a su propia existencia y en cambio pueden seguir sirviendo de cortina de humo, y también porque todas las clases dominantes de la historia, en tanto que clases conservadoras; acaban por tener necesidad de los antiguos modos de conservación que ellos adaptan, naturalmente, según sus propias necesidades, o sea, deformándolos.
Por todo eso es por lo que incluso los filósofos burguesas, al principio de la historia de esta clase, podían ser, en cierto modo, materialistas, en la medida en que insistían más en que era necesario el desarrollo de las ciencias naturales; y, en cambio, eran básicamente idealistas en cuanto se ponían a hacer razonamientos sobre la existencia de la burguesía misma y para justificarla. Los que ponían más el acento sobre aquellos aspectos del pensamiento burgués podían aparecer como más materialistas, y los que más bien intentaban justificar la existencia de la burguesía no podían ser sino idealistas.
Sólo los socialistas científicos desde Marx han sido capaces de hacer la síntesis de las ciencias y del desarrollo social humano. Y es que esta síntesis es condición previa para el punto de partida revolucionario. Eso es lo que Marx hizo. En la medida en que planteaban nuevos problemas científicos, los materialistas de la época revolucionaria de la burguesía se veían atraídos y obligados a hacer la síntesis de sus conocimientos y de sus concepciones sobre el desarrollo social, pero sin que eso cuestionase en nada la existencia social de la burguesía antes al contrario, procurando justificar su existencia. Fue así como pudieron surgir individualidades que intentaron hacer esa síntesis, desde Descartes hasta Hegel. Es, en realidad, muy difícil separar materialismo e idealismo en la filosofía de Descartes o de Hegel: su intento de síntesis quiso ser completo, quiso abarcar con un mirar dialéctico, la evolución y el movimiento del mundo y de las ideas, pero no pudieron hacer otra cosa sino plasmar total y absolutamente el comportamiento de la burguesía en sus aspectos contradictorios. Y además son excepciones.
Lo que llevó algunos individuos hacia una actividad así, es algo que está por esclarecer todavía, pues el conocimiento social histórico, económico y psicológico sigue estando en pañales. En cuanto a nosotros, solo podemos decir la banalidad de que obedecían a preocupaciones generales de su sociedad.
En el capitalismo, y aun tendiendo hacia la construcción de una nueva sociedad, los socialistas por un lado y el proletariado de otro, están forzados, por su existencia y desarrollo en el seno del capitalismo, a plegarse, en el dominio del conocimiento, a las leyes propias de éste. Los militantes comunistas acaban por especializarse en la política, y sin embargo no les vendría mal y les sería muy útil procurar tener conocimientos y una visión de síntesis mucho más universal. Esto es lo que hace que se produzca la división en el movimiento obrero entre las corrientes políticas por un lado y por otro, muy a menudo incluso, entre la política y los teóricos de dominios científicos de la historia, de la economía, de la filosofía. El proceso de formación de los teóricos de socialismo ha ocurrido casi de la misma manera que la de los sabios y los filósofos burgueses de la época revolucionaria.
La influencia ambiente de la educación y del medio burgués se sigue manteniendo fuertemente en el proceso de formación de las ideas en el movimiento obrero. El desarrollo de la sociedad misma, por un lado, y de las ciencias por otro, son factores decisivos en la evolución del movimiento obrero. Este puede considerarse como una repetición inútil y, sin embargo, no se repetirá nunca lo suficiente. Y esa constante evolución paralela a la evolución del proletariado y de los socialistas es para éstos una pesada traba.
Los restos de religiones, es decir de épocas históricas precapitalistas, son atavismos de la burguesía "reaccionaria", pero sobre todo de la burguesía en tanto que última clase explotadora de la historia. A pesar de esto, la religión no es lo que hay de más peligroso en la ideología de las clases explotadoras, sino que lo es esa ideología en su conjunto, en donde al lado de las religiones, el chovinismo y demás idealismos verbosos, hay un materialismo seco, corto y estático. Así pues, hay que poner juntos el aspecto idealista del pensamiento de la burguesía y su materialismo de las ciencias de la naturaleza, que forma parte integrante de su ideología. Estos diferentes aspectos de la ideología burguesa, aunque para esta clase no forma parte de un todo, pues tiende a disfrazar la unidad de su existir bajo la pluralidad de sus mitos, deben ser analizados como tales por los socialistas.
Es así como uno se da cuenta de lo que le cuesta al movimiento obrero liberarse de la de ideología burguesa en su conjunto, tanto de sus idealismos como de su materialismo incompleto. ¿No ha tenido acaso influencia Bergson[3] en la formación de corrientes en el movimiento obrero en Francia?.
La gran dificultad está en hacer de cada nueva ideología o formulación de ideas el objeto de un estudio crítico y no es el objeto de un dilema entre adopción o rechazo. También está en concebir todo progreso científico, no como progreso real, sino como un progreso o un enriquecimiento (en el dominio del conocimiento) que está sólo en potencia en la sociedad y cuyas reales posibilidades prácticas de aplicación dependen, en última instancia, de las fluctuaciones de la vida económica del capitalismo. En este sentido, los socialistas acaban por tener únicamente una postura crítica permanente, haciendo de las ideas el objeto de un estudio: cara a la ciencia, mantienen una postura de asimilación teórica de sus resultados cuya aplicaciones prácticas comprenden como algo que no podrá servir a la humanidad en sus necesidades reales más que en sociedad que va evolucionando hacia el socialismo.
El proceso del conocimiento en el movimiento obrero considera como adquisición propia el desarrollo teórico de las ciencias, pero lo integra en un conjunto de conocimientos cuyo eje es la realización práctica de la revolución social, eje de todo progreso real de la sociedad.
Esto es lo que da lugar a que el movimiento obrero, a causa de su experiencia social revolucionaria de lucha en el seno del capitalismo contra la burguesía, se encuentre especializado en el dominio estrictamente político, el cual es, hasta la insurrección (toma de conciencia) el terreno neurálgico clave de la lucha de clases entre burguesía y proletariado. Esto es lo que le da el doble aspecto al desarrollo del conocimiento en el movimiento obrero, por un lado diferenciado y por otro unificado, que tiene lugar a medida que se va produciendo la liberación REAL del proletariado. Conocimiento político, por un lado, al plantear los problemas inmediatos y candentes; conocimiento teórico, y científico, que va evolucionando más lentamente, que se mantiene sobre todo (y hasta el presente) en las épocas de retroceso del movimiento obrero y que aborda sin duda alguna problemas tan importantes y en relación con los problemas políticos, pero de manera menos inmediata y candente.
En la política queda marcada, conforme se va desarrollando la sociedad, la frontera inmediata de clase, a través de la lucha política del proletariado. Es pues en el desarrollo de la lucha política del proletariado en donde se sigue paso a paso la evolución de la lucha de clases y el proceso de formación del movimiento obrero revolucionario en oposición a la burguesía cuyas formas de lucha política evolucionan en función de la evolución constante de la sociedad capitalista. La política de clase del proletariado varía entonces de día en día e incluso, en cierta medida, localmente (ya veremos luego en que medida). Es en esta lucha cotidiana, en las divergencias de partidos y de grupos políticos, en la táctica del lugar y del momento, en donde quedan plasmadas inmediatamente las fronteras de clase. Vienen luego, de una manera más general, menos inmediata y planteando objetivos más lejanos, los fines de la lucha revolucionaria del proletariado, que están contenidos en los grandes principios de los partidos y los grupos políticos.
Es pues en los programas primero, y luego en su aplicación práctica, en la acción cotidiana, en donde se plantean las divergencias en cuanto a la acción política, que reflejan en su evolución, a la vez que la evolución general de la sociedad, la evolución de las clases, de sus métodos de lucha, de sus medios y de sus ideologías, de la teoría y de la práctica del movimiento de su lucha política. Al contrario, la síntesis de la dialéctica científica en el dominio puramente filosófico del conocimiento, se desarrolla no a la manera dialécticamente inmediata de la lucha de la clase como práctica política, sino de una manera dialéctica mucho más lejana, esporádica, sin lazo aparente ni con el medio local, ni social, de manera parecida a como se desarrollaban las ciencias aplicadas, ciencias de la naturaleza, de finales del feudalismo y del nacimiento del capitalismo.
Harper no hace esas diferencias. No ha sabido mostrarnos el conocimiento en sus diferentes manifestaciones del pensamiento humano, muy dividido en especializaciones, en el tiempo, en lo diferentes medios sociales, en su evolución, etc....El conocimiento humano se desarrolla, hablando sencillamente, en función de las necesidades que los distintos medios sociales tienen que encarar y los diferentes dominios del conocimiento se desarrollan en función de las aplicaciones prácticas. Cuando más inmediatamente y de cerca toca el conocimiento humano el terreno práctico, tanto más sensible es su evolución; y al contrario, cuando más nos interesamos en una tentativa de síntesis, tanto más difícil es seguir la evolución, púes la síntesis se hace según las leyes puramente accidentales del azar, es decir, leyes tan complicadas, que proceden de factores tan diversos y complejos, que es prácticamente imposible ponerse hoy a hacer estudios semejantes.
Además, la práctica engloba a grandes masas de la sociedad, mientras que la síntesis la hacen a menudo individualidades. Lo social entra en leyes generales que son más fácil y más inmediatamente definibles. Lo individual aparece bajo el ángulo de particularidades casi imperceptibles para lo que es hoy la ciencia histórica, que aun está dando sus primeros pasos.
Por esta razón destacamos, en primer lugar, un grave error en Harper, el de haberse metido en un estudio sobre el problema del conocimiento, hablando únicamente de la diferencia que hay entre la manera burguesa de abordar los problemas y la manera socialista y revolucionaria, dejando en la sombra el proceso histórico de formación de las ideas. Al operar de este modo, la dialéctica de Harper resulta impotente y vulgar. Harper escribe un pequeño estudio interesante, criticando la manera como Lenin aborda la crítica del empiriocriticismo, demostrando, y es verdad, la mezcla de mal gusto en la polémica, de vulgaridad y errores en lo científico, de materialismo burgués y de marxismo. Pero al lado de ese interés, Harper saca unas conclusiones de una banalidad todavía mayor que la dialéctica de Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo.
El proletariado se sacude de encima, revolucionariamente, el medio social capitalista, gracias a una lucha continua, pero solo adquiere totalmente una ideología independiente en el sentido pleno del término, cuando realiza en la práctica la insurrección generalizada que hace realidad viva a la revolución socialista, permitiéndole andar sus primeros pasos. A la vez que el proletariado consigue la independencia política e ideológica total, que alcanza la conciencia de la única solución revolucionaria ante el marasmo económico y social del capitalismo, o sea, la conciencia de la construcción de una sociedad sin clases, que se despliega la insurrección generalizada, entonces también deja de existir en tanto que clase para el capitalismo y, por medio de la dualidad de poder a favor suyo, está creando el terreno histórico y social favorable para su propia desaparición como clase.
La revolución socialista contiene, pues las dos acciones del proletariado, la de antes y la de después de la insurrección. No consigue desarrollar totalmente una ideología independiente más que cuando ha creado el terreno favorable para su desaparición, es decir, tras la insurrección. Antes de la insurrección, su ideología tiene como principal objetivo conseguir que se realice prácticamente la insurrección, o sea la toma de conciencia de la necesidad de realizarla y de las posibilidades y medios que hay para realizarla. Tras la insurrección se plantean inmediatamente, por un lado, la gestión de la sociedad y por otro, la desaparición de las contradicciones legadas por el capitalismo. Y entre las primeras preocupaciones se plantea, tras la insurrección, la de evolucionar hacia el socialismo y el comunismo, es decir, la de resolver en la práctica lo que debe ser el período transitorio. Sólo a partir de este período, la conciencia social, incluso la del proletariado, podrá estar totalmente liberada de la ideología burguesa. Hasta ese acto liberador por la violencia, todas las ideologías burguesas, la ciencia y el arte, toda la cultura burguesa, seguirá influenciando a los socialistas incluso en su manera de razonar. Con mucha lentitud aparece una síntesis socialista de la evolución del movimiento obrero y de su estudio.
En la historia del movimiento obrero, ha ocurrido a menudo que aquellos que son capaces de razonar y analizar en profundidad lo referente a las clases y a la evolución del capitalismo o sobre un movimiento insurreccional, han sido, fuera del movimiento real mismo, más bien observadores que actores. Este es el caso de Harper comparado con Lenin. Así mismo, puede producirse un desfase en el devenir del conocimiento desde el punto de vista del socialismo, desfase que hace que ciertos estudios teóricos sigan siendo válidos mientras que los hombres que los han formulado practican una política que ya no está adaptada a la lucha del proletariado. Y la inversa ocurre también.
En el movimiento que arrastró a la clase obrera de Rusia a tres revoluciones en doce años, las tareas prácticas de la lucha de clases eran tan atrayentes y absorbentes, tantas las necesidades de la práctica de la lucha y, después, de la toma del poder mismo, que llevaban más la formación de políticos del proletariado como Lenin o Trotski, de hombres de acción, de tribunos y polemistas, que de filósofos y economistas. Los que esto eran, en la segunda y tercera Internacionales, estaban a menudo fuera del movimiento práctico revolucionario y, en todo caso, lo eran durante períodos de retroceso del curso revolucionario.
Lenin, entre 1900 y 1924, empujado por la marea de la revolución en auge, escribe una obra que es toda ella palpitante, áspera a veces como la lucha misma, con sus altibajos, imagen plasmada de la tragedia histórica y humana. Su obra es sobre todo polémica y política, de combate. Lo esencial de su obra para el movimiento obrero es, sobre todo, el aspecto político y no la filosofía y sus estudios económicos, de dudosa calidad por faltarle profundidad de análisis, conocimientos científicos y posibilidades de síntesis teórica. Al lado de la tormentosa situación histórica de Rusia, la tranquila situación en Holanda, en margen de la lucha obrera de Alemania, permite el desarrollo ideológico de un Harper, en un período de reflujo de la lucha de clases.
Harper ataca violentamente a Lenin en el punto flaco de éste, dejando en la sombra la parte más importante y más viva de su obra y acaba falseando el razonamiento cuando quiere sacar, de ese punto flaco, conclusiones sobre el pensamiento de Lenin y sobre el alcance de su obra.
Incompletas y erróneas ya respecto a Lenin, las conclusiones de Harper caen en la ramplona vulgaridad periodística cuando intenta sacarlas de la revolución rusa en su conjunto. Respecto a Lenin, todo lo dicho demuestra que Harper no ha entendido nada de su obra principal y así se apega a Materialismo y empirocriticismo únicamente. Respecto a la revolución rusa, la cosa es mucho mas grave y sobre ello hemos de volver.
Philippe
Continuará....
[1] La primera parte de este artículo con su correspondiente presentación fue publicada en la Revista Internacional, n° 25
[2] "Harper" era el pseudónimo de Pannekoek - NDLR
[3] Henri Bergson (1859-1941), filósofo francés opuesto al racionalismo. NDRL
De 1920 a 1945: revolución y contra-revolución
No es por casualidad que la contrarrevolución desencadenada contra los levantamientos obreros después de la Primera Guerra Mundial y que mantuvo su siniestra opresión hasta finales de los 60, tomase su forma más viciosa precisamente en los países en los que la resistencia proletaria había sido más fuerte: en Rusia, Alemania, Bulgaria, Polonia y todos los países fronterizos desde Finlandia a Yugoslavia. Los obreros que vivían entre el Ural y el Rhin fueron los primeros y los más firmes en la revuelta contra la masacre imperialista del 14-18 y contra los sufrimientos cada vez más fuertes para su clase, debido a un capitalismo históricamente en decadencia. Por ello se convirtieron en el objetivo principal de una burguesía mundial momentáneamente unida contra un enemigo común. La burguesía de los países del Oeste victoriosos armó y reforzó a los gobiernos y los grupos armados tanto más cuanto más violentamente atacaban a los obreros. Incluso enviaron sus propios ejércitos para intentar ocupar la URSS, los Balcanes, el Rhur, etc... peleándose entre ellos por el botín, pero siempre unidos contra la resistencia proletaria.
Ya en 1919, después de la caída de la República de los Soviets, el terror blanco campará a sus anchas abiertamente en Hungría. De Budapest en 1919 a Sofía o Cracovia en 1923, todos los levantamientos revolucionarios fueron masacrados y los jóvenes partidos comunistas dramáticamente debilitados, a menudo al límite de la exterminación física. Este fue por ejemplo el caso de Yugoslavia, donde centenas y millares de militantes comunistas fueron asesinados o encarcelados.
La contrarrevolución nacionalista
Así, mientras que la derrota de la clase obrera en los países desarrollados del Oeste debía ser completada por la movilización ideológica para la guerra de los Estados "democráticos" en los años 30, el aplastamiento del proletariado en el Este se convirtió muy rápidamente en un aniquilamiento físico. Pero no fueron tanto las máquinas de guerra y las salas de tortura del terror de Estado las que doblaron el espinazo del proletariado en estos años terribles de después de la guerra, sino sobre todo el peso del nacionalismo en los países del Este y el de la social-democracia en Alemania y Austria. La creación de un mosaico de Estados nacionales en Europa del Este al finalizar la Primera Guerra Mundial cumplió inmediatamente el papel contrarrevolucionario de levantar una barrera nacional entre el proletariado ruso y la clase obrera alemana. Es por lo que los comunistas polacos, ya en 1917, se oponían a la independencia nacional para la burguesía polaca que proclamaban los bolcheviques en la URSS. Continuando el combate contra el nacionalismo polaco, en línea con Rosa Luxemburgo, declaraban efectivamente la guerra a los social-demócratas polacos, a esta podredumbre chauvinista de la cual encontraremos más tarde un último heredero con el KOR. Los bolcheviques tenían razón en insistir sobre los derechos culturales y lingüísticos de los obreros y de los oprimidos de las minorías nacionales y de insistir en este derecho sobre todo en Europa del Este. Pero tendrían que haber sabido que estos derechos nunca serían respetados por la burguesía. En efecto, el joven Estado polaco de posguerra, por ejemplo, empezó inmediatamente a establecer una discriminación insidiosa contra los lituanos, los rusos blancos y otras minorías culturales existentes en el interior de sus fronteras. Pero sobre todo, los bolcheviques se equivocaron en fijar a los obreros la meta de defender o de crear Estados nacionales lo que sólo puede ser un medio de someterse a la dirección política de la burguesía, y esto en una época en la que la revolución proletaria, la destrucción de todos los Estados nacionales estaba históricamente a la orden del día.
Cuando el Ejército Rojo intentó tomar Varsovia en 1920, los obreros polacos se alinearon tras su burguesía, haciendo retroceder la ofensiva. Esto muestra la imposibilidad de extender la revolución proletaria militarmente. Muestra asimismo la fuerza de la ideología nacionalista en los países donde el Estado acaba de ser creado recientemente, y donde la explotación se ha cumplido siempre con la asistencia de parásitos extranjeros, de tal manera que los parásitos autóctonos pueden darse más fácilmente una imagen popular. El nacionalismo, que en este siglo ha significado siempre una sentencia de muerte para nuestra clase, ha continuado pesando sobre la lucha para su liberación en los países del Este y hoy pesa todavía.
La unidad del proletariado
El hecho de que la revolución proletaria tan esperada, estallase en la Europa del Este y no en los centros de las potencias industriales, causó una gran confusión en los revolucionarios de la época. Así los bolcheviques, veían los acontecimientos de Febrero del 17 como una revolución burguesa en una cierta medida, e incluso posteriormente, existió en el partido ciertas posiciones que veían tareas burguesas a cumplir en la revolución proletaria. Pero si era justo el considerar que la Europa del Este era el eslabón más débil de la cadena imperialista, donde menos existía una tradición democrático-burguesa, sindicatos establecidos y una social-democracia fuerte, no era menos cierto que este joven proletariado numéricamente débil, era muy combativo.
Nada más finalizada la guerra, la preocupación del movimiento proletario era la de extender la ola revolucionaria hacia el Oeste, hacia los centros industrializados del capitalismo. En esta época al igual que hoy, la tarea central del proletariado internacional no podía ser otra que la de construir un puente por encima de la fosa que separaba al Oeste del Este, fosa ahondada por la división de Europa en naciones vencedoras y naciones vencidas, división debida a la ley de la guerra. En esta época, al igual que hoy en que toda la burguesía mantiene la mentira de que habría dos sistemas diferentes al Este y al Oeste, los revolucionarios debían combatir con uñas y dientes contra la idea de que habría cualquier cosa fundamentalmente diferente en las condiciones y principios de la lucha de los obreros en el Este y el Oeste. Este combate era necesario por ejemplo, contra las mentiras de la social-democracia alemana según la cual la dominación de clase era especialmente brutal y totalitaria en el Este, mentiras destinadas a justificar el apoyo del SPD a su gobierno en la guerra contra Rusia. Es necesario insistir sobre el hecho de que esta brutalidad particular era coyuntural, y que las democracias del Oeste son tan salvajes y dictatoriales como las otras. Esta guerra política llevada por los comunistas contra los que defendían el imperialismo democrático, contra los que derramaban lágrimas de cocodrilo por la masacre de los obreros en la lejana Finlandia o en Hungría mientras que ellos asesinaban tranquilamente a los proletarios en Alemania, debe ser aún llevada contra los social-demócratas, los estalinistas, los izquierdistas. En cualquier momento, la tarea de los comunistas es la de defender la unidad fundamental de la lucha internacional del proletariado, mostrar que el telón de acero no debe ser una barrera que impida la lucha colectiva de los obreros del mundo entero. Hoy, como durante la oleada revolucionaria, las tareas del movimiento son las mismas en todas partes. Hoy como ayer, la Europa del Este es el eslabón débil del capitalismo mundial y los obreros de estos países pueden durante algún tiempo convertirse en la vanguardia del proletariado mundial. Como en 1917, cuando los obreros del mundo debían de seguir el ejemplo de sus hermanos de clase rusos, hoy deben sacar las lecciones de la lucha de clases en Polonia. Pero deben ir más allá, como la Internacional Comunista comprendió, y convertirse en una fuente de inspiración y de clarificación para los obreros del Este.
La herencia de la contrarrevolución
El terror abierto que se abatió sobre la Europa del Este y Central en los años 20 y 30, asociado para siempre a nombres como Noske, Pilsudski, Hitler, Stalin, acabó por eliminar casi físicamente también a la social-democracia, puesto que las necesidades de los diferentes capitales nacionales cambiaron radicalmente en una región en la que la clase obrera había sido totalmente vencida y dominada por Alemania y Rusia. Pero esto no podía en nada producir un debilitamiento de las ILUSIONES social-demócratas en el seno de la clase, que no pueden ser sobrepasadas más que a través de la experiencia de la lucha de clases. PRECISAMENTE PORQUE el capitalismo decadente ha tomado tan rápidamente la forma de una dictadura abierta en estos países, pasando por refinamientos tales como el circo parlamentario o los "sindicatos independientes", el carácter de señuelo y de engaño de estos órganos que, en otros tiempos, en los inicios del capitalismo, hicieron avanzar las posiciones de la clase, se hace con el avance de la contrarrevolución cada vez más evidente. Ni el fascismo, ni el estalinismo podían borrar la nostalgia que tenían los obreros del Este de los instrumentos que hoy, en el Oeste, son los cuerpos de fuerza anti-proletarios. La herencia social-demócrata, la creencia en la posibilidad de transformar la vida de los obreros al interior del capitalismo, que no puede ofrecer hoy más que miseria y destrucción, y la herencia nacionalista del período que siguió a la primera guerra mundial son hoy la pesadilla que influye notablemente en la lucha por un nuevo mundo y la frena, en una época en la que la base material de estas ilusiones desaparece rápidamente. El golpe más mortal que la contrarrevolución ha traído contra el movimiento obrero ha sido el reforzamiento de esas ilusiones.
Los obreros no han soportado pasivamente las derrotas de 1930. Por toda la Europa Central y la Europa del Este encontramos ejemplos de batallas heroicas de retaguardia que no fueron sin embargo lo bastante fuertes como para cambiar el movimiento hacia la guerra. Podríamos hablar por ejemplo, de la encarnizada resistencia de los obreros en paro en Alemania a comienzos de los años 30 o de la ola masiva de huelgas salvajes y de ocupaciones que sacudió a Polonia en los años 30, movimiento que tuvo por centro al bastión de Lodz. En Rusia incluso, el proletariado continuó resistiendo a la contrarrevolución victoriosa hasta los años 30.
Pero todo esto no fueron más que tentativas desesperadas de autodefensa de una clase que en ese momento no era capaz de desarrollar una perspectiva propia. El carácter cada vez más desesperado de la situación había sido puesto ya en evidencia por la insurrección de Kronstadt en 1921, que intentó devolver el papel central a los Consejos Obreros en Rusia. El movimiento fue masacrado por el mismo partido bolchevique que había sido algunos años antes la vanguardia del proletariado mundial, pero después había sido engullido por el Estado llamado "obrero". La degeneración de toda la Internacional Comunista cara al retroceso y la derrota final de las luchas revolucionarias de la clase obrera, abrió la vía a un triunfo completo del estalinismo. El estalinismo fue la forma más perversa que tomó la contrarrevolución burguesa, porque destruyó las organizaciones, enterrando las adquisiciones programáticas del proletariado desde su interior, transformado los partidos de vanguardia del COMINTERN en organizaciones defensoras del capitalismo de Estado y el terror y represoras de la clase en nombre del "Socialismo". Así fueron borradas todas las tradiciones del movimiento obrero. Primero en Rusia y después en el resto de países del Este. Los nombres de Marx y Lenin, utilizados por los estalinistas para cubrir su naturaleza capitalista, fueron identificados con la explotación a los ojos de los obreros como Siemens y Krupp en Alemania. En 1956, los obreros húngaros sublevados empezaron incluso a quemar estos "libros sagrados" del gobierno en las calles. Nada simbolizaría mejor el triunfo del estalinismo.
De 1945 a 1968: la resistencia de los obreros
El aniquilamiento de la revolución de Octubre y de la revolución internacional, al igual que el del partido bolchevique y el de la Internacional Comunista desde su interior, la liquidación del poder de los consejos obreros: tales fueron las principales condiciones para el advenimiento del imperialismo "rojo" "soviético". Rojo de sangre de los obreros y de los revolucionarios que masacró simbolizando por el verdugo Stalin, que era el digno sucesor del zarismo y del imperialismo internacional contra el cual Lenin había declarado una guerra civil en 1914.
Los nazis proclamaban la consigna "libertad de trabajo", "el trabajo debe ser libre" sobre los barrotes de Auschwitz. Pero ellos gaseaban sus víctimas. En la Rusia estalinista, por otra parte, las palabras del nacional-socialismo fueron recogidas literalmente. En los campos de Siberia, fueron conducidos a la muerte por miles. León Trotski en los años 30, olvidando los criterios políticos de clase, olvidándose de los obreros, llamó a ese siniestro bastión de la contrarrevolución "Estado obrero degenerado", a causa de la manera específica con la que los explotadores organizaban su economía. Sus discípulos acabaron por saludar "las conquistas de la URSS en Europa del Este como una extensión de las adquisiciones de Octubre".
El final de la guerra del 39-45 llevó a una explosión de combatividad a los obreros en Europa, no sólo en Francia e Italia, sino también en Alemania, en Polonia, en Hungría, en Bulgaria. Pero los obreros no eran capaces de enfrentarse al capitalismo en tanto que clase autónoma o incluso de defenderse realmente. Por el contrario, la clase en su conjunto estaba cegada por el antifascismo y la fiebre patriótica y los comités que hizo surgir en esa época no sirvieron más que para apoyar el Estado antifascista y la reconstrucción de la economía bajo Stalin, Churchill, Roosevelt. Al final de la guerra hubo actos suicidas de rebelión contra el terror del Estado nazi. Por ejemplo, las huelgas en Lodz y en otras ciudades de Polonia, las revueltas en los ghetos judíos y en los campos de concentración, resistencia obrera armada, incluso en Alemania y motines y hasta fraternización entre proletarios de uniforme. Pero estos intentos de revuelta, que en su momento pudieron revivir las esperanzas de algunos revolucionarios que aún quedaban en Europa, los que no habían sido suprimidos por los Estados democráticos o estalinistas o fascistas, eran una excepción. La segunda guerra mundial fue de hecho la cima de la derrota más aplastante que el proletariado haya sufrido nunca. No hay más que ver la barbarie sin precedentes que fue el frente del Este, donde las clases obreras alemana y rusa fueron lanzadas una contra otra en un combate fratricida y sangriento que acabó con la vida de 25.000.000 de seres humanos.
La sublevación de Varsovia
Sin esperanza ni perspectiva propia, el proletariado podía ser llevado a actos complemente desesperados. El mejor ejemplo fue el levantamiento de Varsovia que comenzó en Agosto de 1944. La insurrección fue declarada por el "Consejo polaco de unidad nacional" que incluían a todas las fuerzas antialemanas de la burguesía, incluyendo al viejo general Pilsudski y al PS polaco, los cuales habían reprimido más de un movimiento obrero. Aunque los estalinistas estuvieron obligados a participar para no perder su última influencia en los obreros y su "sitio de honor" entre la burguesía de la posguerra, el levantamiento fue tan antirruso como antialemán. Suponían que era el último gran paso para que los polacos "se liberaran a sí mismos" antes de que lo hiciera Stalin. El ejército ruso acampaba a 30 kms de Varsovia. Los obreros no necesitaban la ayuda de nadie. Habían luchado contra la GESTAPO durante 63 días, apoderándose de los barrios durante largos períodos. Los instigadores burgueses del movimiento, que residían en Londres, sabían bien que la GESTAPO no dejaría la ciudad sin haber destruido antes la resistencia obrera. Lo que en realidad querían, no era una "liberación polaca de Varsovia", lo cual nunca ha sido puesto en entredicho, sino más bien un baño de sangre que confirmaría el honor nacional y la unidad para los años venideros. Y cuando la GESTAPO arrasó la menor resistencia, le dejó la ciudad a Stalin con un cuarto de millón de muertos detrás. Y el ejercito soviético que doce años después fue tan rápido para entrar en Budapest y aplastan al Consejo de obreros, esperó pacientemente a que sus amigos fascistas acabasen su trabajo ya que el Kremlin no quería saber nada con obreros armados y con fracciones populares pro-occidentales de la burguesía polaca.
El establecimiento del régimen estalinista
Para moderar las últimas hostilidades y la desmoralización y para no provocar demasiado pronto tensiones interimperialistas entre los aliados victoriosos, los estalinistas reunieron gobiernos de frente popular en los países del Este al final de la guerra, gobiernos de derechas, con socialdemócratas e incluso fascistas.
Por el hecho de la presencia de los ejércitos estalinistas en Europa del Este, la no puesta en marcha de un control absoluto del Estado por los estalinistas no fue un problema y se impuso casi "orgánicamente" en todas partes. En Checoslovaquia, el PC organizó manifestaciones con la ayuda de la policía de Praga en 1948, manifestaciones que se inscribieron en los libros de la historia estalinistas como "heroica insurrección checoslovaca". Solo la completa estatalización de la economía y la fusión entre el Estado y los PC en Europa del Este podían garantizar el paso definitivo de las "democracias populares" bajo influencia rusa; el principal problema al que se enfrentaron los nuevos dirigentes fue la implantación de regímenes que tuvieran cierta credibilidad en la población, particularmente entre los obreros.
En el período entre ambas guerras, en la Europa del Este, los estalinistas eran poco numerosos y estaban aislados en muchos de esos países e incluso en donde tenían más influencia como en Checoslovaquia, en Alemania o en Polonia, tuvieron que combatir en otro frente contra los socialdemócratas. Sin embargo, los estalinistas en Europa del Este eran capaces de ganar algunas bases de apoyo en la sociedad. No impusieron su reino desde el principio por medio del terror estatal, a diferencia de los regímenes estalinistas en la URSS. En ningún sitio, salvo en Rusia, los estalinistas fueron identificados como instrumentos directos de la contrarrevolución; hasta 1945, los estalinistas siempre habían sido un partido de oposición, no un partido de gobierno. Más aun, el racismo, el patrioterismo y el antifascismo de esa fracción del capital le recabó beneficios al principio de su reinado. El estalinismo en Europa del Este se benefició del hecho de haber llegado al poder en el período mas profundo de la contrarrevolución. Desde el principio, pudo utilizar el antigermanismo para dividir a la clase obrera, expulsar del bloque a millones de de campesinos y obreros siguiendo las teorías raciales mas "científicas".Más de 100.000 ocupantes de campos de concentración, de lengua alemana, que había resistido contra el terror nazi, fueron expulsados de Checoslovaquia. Pero incluso el antigermanismo no fue más que un complemento, no llegando a sustituir al ya tradicional antisemitismo del arsenal estalinista.
Después de 1948, hubo un aumento de las tensiones interimperialistas entre los dos bloques dominados por americanos y rusos, que se expresó principalmente en una competencia cada vez mayor a nivel militar. Pero además en esa época, el período de reconstrucción de la posguerra empezaba a estar en apogeo. Tanto en el Este como en el Oeste, eso significaba lo mismo para los obreros: mayor explotación, salarios reales más bajos, crecimiento de la represión estatal y una mayor militarización de la sociedad. Este proceso contribuyó a un fortalecimiento de la unidad en cada bloque, que en el territorio ruso no podía ser llevado a cabo más que con métodos terroristas, como por ejemplo los juicios antititistas.
Las luchas de 1953
En 1953, la resistencia obrera surge abiertamente por primera vez desde la guerra. En dos meses, tres estallidos de lucha de la clase hicieron que se tambaleara la confianza de la burguesía en sí misma. A principios de Junio, las revueltas en Pilsen en Checoslovaquia tuvieron que ser reprimidas por el ejército. En el campo de trabajo de Vorkuta, en Rusia, medio millón de prisioneros se sublevaron, encabezados por mil mineros, y declararon la huelga general. Y en Alemania del Este, el 17 de Junio hubo una revuelta obrera que paralizó las fuerzas nacionales de represión y que tuvo que ser aplastada por los tanques rusos.
El día en que los obreros de Alemania del Este se sublevaron, hubo manifestaciones y revueltas en siete ciudades polacas. La ley marcial fue promulgada en Varsovia, Cracovia y Silesia, y los tanques rusos tuvieron que participar en la represión de los desórdenes. Al mismo tiempo, las primeras grandes huelgas desde los años 40 surgieron en Hungría, en los grandes centros del hierro y del acero Matyas Rakosi y Csepel en Budapest. Las huelgas se extendieron a muchos centros industriales de Hungría, y hubo manifestaciones de masas campesinas en la gran llanura húngara[1].
El 16 de Junio, los obreros de la construcción de Berlín Este plantaron sus herramientas y dirigiéndose hacia los edificios gubernamentales, empezaron a convocar a una huelga general contra el aumento de las normas productivas y la baja de los salarios reales. 24 horas después, la mayoría de los centros industrializados del país se paralizaban, Comités de huelga espontáneamente creados, coordinando sus luchas en ciudades enteras, organizaron la extensión de la huelga. Los edificios del Estado y del Partido fueron atacados, los presos liberados, la policía vencida allí donde aparecía. Por primera vez, el intento de extender la lucha más allá de las fronteras de los bloques imperialistas se realizó. En Berlín, los manifestantes se dirigieron hacia el sector oeste de la ciudad, llamado a la solidaridad a los obreros del Oeste. Los aliados occidentales, que seguramente hubiesen preferido que el muro de Berlín ya estuviese construido en aquella época, tuvieron que cerrar su sector para evitar la generalización[2].
La revuelta en Alemania del Este, sumergida como estaba en ilusiones sobre la democracia occidental, el nacionalismo, etc..., no podía amenazar el poder de clase de la burguesía. Sin embargo, debilitó la estabilización de los regímenes estalinistas y la eficacia de la RDA como muralla del bloque ruso. Los sucesos de 1953 animaron a la burguesía del bloque a tomar iniciativas:
La muerte, curiosamente propicia, de Stalin, permitió a Kruschev introducir la iniciativa política y económica en esa dirección. Pero 1953 pareció amenazar la ejecución de este cambio político. La burguesía temió que este cambio pudiese ser interpretado como una señal de debilidad, tanto por los obreros como por los rivales imperialistas occidentales. En consecuencia, el estalinismo siguió un curso tortuoso durante 3 años oscilando entre el antiguo estilo y el nuevo. De hecho, la expresión clásica de una crisis política abierta en Europa del Este no son las purgas y juicios masivos, que no hacen más que revelar que una fracción ha tomado la delantera, sino sus oscilaciones indecisas entre diferentes fracciones y orientaciones.
El levantamiento de 1956
"!Atención¡ !Ciudadanos de Budapest¡ !Estad en guardia¡ Casi 10.000.000 de contrarrevolucionarios se han extendido por el país. En los viejos barrios aristocráticos como Csepel y Kirpest, más de 10.000 antiguos propietarios, generales y obispos se han atrincherado. A cauda de los destrozos de estas bandas, sólo 6 obreros han quedado con vida y han formado un gobierno bajo la presidencia de Janos Kadar" (cartel en una pared de Budapest, Noviembre de 1956).
En 1956, la lucha de clases estalló en Polonia y Hungría. El 28 de Junio, una huelga casi insurreccional estalló en Poznan, en Polonia, y debió ser reprimida por el ejército. Este hecho, que era el punto culminante de una serie de huelgas esporádicas en Polonia (centradas en Silesia y en la costa báltica), aceleró la subida al poder de la fracción "reformista" dirigida por Gomulka, nacionalista exaltado[3]. Gomulka comprendió la importancia del antiestalinismo y de la demagogia nacionalista en una situación peligrosa. Pero el Kremlin creía que su nacionalismo ultra animaría el crecimiento de tendencias antiestalinistas organizadas en Polonia y se opuso a los planes de Gomulka que quería aislar al proletariado haciendo concesiones al campesinado sobre la cuestión de la colectivización. Pero a pesar de la desaprobación de los rusos, que llegaron incluso a amenazar con una invasión militar, Gomulka estaba convencido de su papel mesiánico de salvador del capital polaco. De hecho, sabía que haciendo gala de su oposición a Moscú quedaría mejor asegurada la popularidad, ya bastante carcomida, de los estalinistas en Polonia. Ordenó pues al ejército polaco bloquear las fronteras con Rusia y amenazó incluso con armar a los obreros de Varsovia en la eventualidad de una invasión. Pero contrariamente a lo que hoy todavía dicen, por ejemplo, los trotskistas, que Gomulka había amenazado a los rusos con una sublevación popular, lo que hizo entonces el estalinismo polaco no fue más que intentar ADVERTIR a sus amigos del Kremlin del PELIGRO de tal sublevación.
Kruschev sabía muy bien que Polonia, encajonada como estaba entre Rusia y sus avanzadas militares en Alemania, no podía aliarse con el bloque americano, fuese gobernada por Gomulka o por otro. Los rusos fueron así persuadidos de ceder, y este "triunfo" nacional aumentó la aureola de las mentiras que hacían vivir a los partidarios de Gomulka. Aunque la policía polaca consiguiese de manera evidente impedir explosiones más fuertes, la situación siguió siendo crítica. El 22 de Octubre hubo violentos enfrentamientos entre los obreros y la policía en Wroclaw (Breslau). Al día siguiente, hubo manifestaciones tempestuosas en Gdansk, y las huelgas estallaron en diferentes lugares del país, incluido el sector clave del automóvil Zeran en Varsovia.
El mismo día, 23 de Octubre, una manifestación convocada por grupos de estudiantes estalinistas de oposición en Budapest, capital de Hungría, atrajo a cientos de miles de personas. La manifestación estaba comprendida como manifestación de apoyo a Gomulka y no a los obreros que estaban en huelga contra el gobierno. Su objetivo inmediato era el de llevar al poder al ala "reformista" de la burguesía húngara, conducida por Nagy. La manifestación acabó en violentos enfrentamientos entre jóvenes obreros y la policía política ayudada por unidades de tanques rusos. Los enfrentamientos callejeros duraron toda la noche. Los obreros habían comenzado a armarse[4].
Cuando las primeras dramáticas noticias de los sucesos de Budapest llegaron a Varsovia, Gomulka estaba a punto de dar un mitin a un cuarto de millón de personas. Advirtió a los obreros polacos que nos había que "meterse en los asuntos húngaros". La principal tarea en ese momento era la de "defender las conquistas del Octubre polaco" y asegurar que "ninguna disensión destrozase mas la patria".
24 horas después de los primeros enfrentamientos en Budapest, un gobierno "progresista" dirigido por Nagy subió al poder, y llamó inmediatamente a la vuelta al orden con la colaboración estrecha y constante de los generales rusos. La noche del mismo día, la revuelta se fue desarrollando hasta llegar a un nivel insurreccional. Dos días después, el país entero estaba paralizado por una huelga de masas de más de 4.000.000 de obreros. La extensión de la huelga de masas, la difusión de noticias y el mantenimiento de los servicios esenciales fueron tomados a su cargo por los Consejos Obreros. Estos últimos habían surgido por todas partes, elegidos en las fábricas y responsables ante las asambleas. Durante días, estos Consejos aseguraron la centralización de la huelga. En 15 días, la centralización se había implantado por todo el país.
Los regímenes del bloque del Este son rígidos como cadáveres, insensibles a las necesidades cambiantes de la situación. Pero cuando ven su existencia directamente amenazada, se vuelven sorprendentemente flexibles e ingeniosos. Algunos días después del comienzo de la lucha, el gobierno Nagy dejó de denunciar esta resistencia e intentó incluso encabezarla para evitar una confrontación directa con el Estado. Se anunció que los Consejos Obreros serían reconocidos y legalizados. Puesto que no era posible aplastarlos, era preciso estrangular el movimiento por la burocracia, integrándolos en el Estado capitalista. Y se prometió la retirada del ejército ruso.
Durante cinco días, las divisiones del ejército ruso, duramente afectadas, se retiraron. Pero durante estos cinco días, la posición política de los estalinistas húngaros empeoró peligrosamente. La fracción de Nagy, que había sido presentada como "el salvador de la nación", solamente UNA SEMANA después de su subida al poder, estaba a punto de perder rápidamente la confianza de la clase obrera. Ahora, con el tiempo que pasaba, no le quedaba otra alternativa que hacerse el falso representante del movimiento, utilizando plenamente todas las mistificaciones burguesas que podían impedir que la revuelta se convirtiese en una revolución. Las ilusiones democráticas y sobre todo nacionalistas de los obreros debían ser reforzadas, mientras el gobierno intentaba arrancar la dirección del movimiento a los Consejos Obreros. Para ello, Nagy declaró la neutralidad de Hungría y su intención de retirarse de la alianza militar del Pacto de Varsovia. Era una apuesta desesperada, un intento de hacer un nuevo Gomulka pero en circunstancias mucho mas desagradables. Y le salió mal. De una parte, porque Moscú no estaba dispuesto a retirar sus tropas de un país fronterizo con el bloque rival. Por otra parte, porque los Consejos Obreros, aunque en su mayor parte bajo el dominio del movimiento de Nagy, no querían perder el control de sus propias luchas.
Lo decisivo para la suerte de la revuelta proletaria en Hungría era pues la evolución de la situación en Polonia. Manifestaciones de solidaridad con Hungría habían tenido lugar en numerosas ciudades. En Varsovia, hubo un mitin de solidaridad masivo. Pero, fundamentalmente, los Gomulkistas tenían el control de la situación. La identificación de los obreros polacos con "la patria" era todavía fuerte. Una lucha internacional de los obreros polacos y sus hermanos de clase húngaros no estaba aun a la orden del día.
Con Gomulka y el veneno nacionalista que aseguraban el orden en Polonia, el ejército ruso tenía las manos libre para ocuparse del proletariado húngaro. Cinco días después de haber dejado Budapest, el ejército ruso volvió para aplastar a los soviets obreros. Arrasaron los barrios obreros, asesinando 30.000 personas según las estimaciones más optimistas. Pero a pesar de esta ocupación, la huelga de masas continuó durante semanas y los que defendían la posición de acabar la huelga en los Consejos eran revocados, incluso después de que la huelga de masas acabase, continuaron produciéndose regularmente actos de resistencia hasta Enero de 1957. En Polonia, los obreros se manifestaron en Varsovia y se enfrentaron con la policía en Bydgoszcz y Wroclaw, e intentaron saquear el consulado de Rusia en Sczecin. Pero los obreros en Polonia no habían identificado a sus propios explotadores con los verdugos del proletariado húngaro. E incluso en Hungría, los Consejos Obreros hasta su disolución, siguieron negociando con Kadar sin querer convencerse que él y su movimiento habían colaborado con el Kremlin para aplastar a la clase obrera.
1956: algunas conclusiones
Las huelgas de 1956 en los países del Este no inauguraban un surgimiento de la lucha de la clase a nivel mundial, ni tan siquiera un nuevo período de resistencia por parte de los propios obreros de los países del Este. Representaban más bien el último gran combate del proletariado mundial prisionero de la contrarrevolución. Y sin embargo, en la historia del movimiento de liberación del proletariado, fueron de la mayor importancia. Afirmaban el carácter revolucionario de la clase obrera, y mostraban claramente que los reveses que padecía la clase obrera en el mundo entero no eran eternos. Anunciaban ya el comenzar del surgimiento de la lucha proletaria que llegó diez años mas tarde. Empezaban a señalar el camino hacia el segundo asalto al capitalismo, asalto que hoy, por primera vez desde la primera guerra mundial, ha empezado a moverse, lento pero seguro. Las luchas de 1956 han demostrado:
¡Todo esto es falso! No hay diferencia CUALITATIVA entre el Oeste y el Este. Lo que podemos decir, es que la situación en el Este es un ejemplo extremo, en muchos aspectos, de las condiciones generales del capitalismo decadente en todo el mundo. Las manifestaciones y la evolución diferentes de la misma lucha de clases, que debemos analizar, nos muestra que la lucha de clases en el bloque ruso está por delante en algunos aspectos y por detrás en otros, con relación al Oeste. Y esto prueba solamente la necesidad de que el conjunto de la clase saque las lecciones de sus luchas sea cual sea el sitio donde tengan lugar.
Es vital que los obreros y los revolucionarios del Oeste saquen las lecciones de la forma en la que sus hermanos de clase del Este se enfrentan inmediatamente y a menudo violentamente al Estado por la huelga de masas extendiendo su movimiento a tantos obreros como es posible, y haciendo de esta generalización la preocupación mas sentida de todo el combate. Esta naturaleza particularmente explosiva de la lucha de clases en el Este es el resultado de varias circunstancias;
Estas condiciones existen también en el Oeste, pero con una forma menos viva. Pero lo importante es ver cómo la generalización de la crisis económica mundial sólo podrá acentuar inevitablemente estas condiciones en el Oeste. Así, la crisis internacional del capitalismo está creando hoy en día las bases de una resistencia internacional que se verá muy pronto. Abre ya las perspectivas de la internacionalización de las luchas.
De hecho no hay nada más natural para los obreros, que en todas partes tienen los mismos intereses a defender, que el unir sus fuerzas y luchar como una única clase. Es la burguesía, dividida en numerosos capitales nacionales en el seno de los cuales también existen numerosas fracciones, quien necesita orden en el Estado capitalista para defender sus intereses de clase comunes. Pero en el período en que el capitalismo se desintegra, el Estado no sólo tiene que mantener por la fuerza su sociedad y su economía, sino que también debe organizarse permanentemente para impedir la unificación de la clase obrera. Refuerza la división del proletariado en diferentes naciones, industrias, regiones, bloques imperialistas, etc., con toda su fuerza, ocultando el hecho de que estas divisiones representan conflictos de intereses dentro del campo de los explotadores. Es por esto que el Estado cuida tan celosamente sus armas, que van desde el nacionalismo hasta los sindicatos, que impiden la unificación del proletariado.
Los límites de las luchas obreras de los años 50 estaban determinados por el período contrarrevolucionario en el cual se situaban, incluso si estos límites a veces fueron superados. En Polonia e incluso en Hungría, el movimiento no fue más allá de un intento de presionar al partido estalinista o apoyar una fracción contra otra. En Alemania del Este, en 1953, las ilusiones democráticas y nacionalistas se quedaron igual que estaban expresando las simpatías de los obreros cara al "Oeste" y a la socialdemócrata alemana. Estas revueltas fueron dominadas por el nacionalismo y sobre la idea de que no es el capitalismo lo que hay que liquidar, sino a "los rusos". En última instancia, mientras que los Gomulka y Nagy se habían destapado demasiado, el nacionalismo era la única protección del Estado, desviando la cólera de los obreros hacia el ejército ruso culpable de todo. Eran movimientos obreros y no movimientos nacionalistas y es por esto que el nacionalismo los pudo destruir. Impidió la extensión de la lucha mas allá de las fronteras, y esto fue decisivo. En 1917, le fue posible al proletariado tomar el poder en Rusia mientras que la lucha de clase era subyacente en la mayoría de los países. Esto era debido al hecho de que la burguesía mundial estaba encerrada en el conflicto mortal de la Primera Guerra Mundial y los obreros de Petrogrado y de Moscú pudieron tomar en sus manos el derrocamiento de la burguesía rusa por sí solos. Pero ya en 1919, mientras la oleada revolucionaria empezaba a extenderse a otros países, la burguesía empezó a unirse contra ella. Hoy, igual que en 1919 y en 1956, los explotadores están unidos a nivel mundial contra el proletariado. Al mismo tiempo que se preparan para la guerra unos contra los otros, se ayudan mutuamente cuando su sistema está en peligro.
En Noviembre de 1956, el proletariado húngaro se enfrentaba a la realidad: incluso el reforzamiento del movimiento de los Consejos, el mantenimiento de un sólido frente de huelgas de millones de obreros, paralizando la economía, y la combatividad intacta de la clase obrera a pesar de la ocupación del ejército ruso, eran insuficientes. La clase obrera húngara, con su corazón de león, estaba desamparada, prisionera de sus fronteras nacionales, de la cárcel nacionalista.
Fue el asilamiento nacional, y no los panzers del imperialismo moderno, lo que los venció. Cuando la burguesía siente que su reino está en peligro, ya no se preocupa mucho por su economía, y podría haberse preparado para una huelga general de varios meses, si pensaba que de esta manera, podría vencer a su enemigo. Fue precisamente la ideología nacionalista, esta basura tragada y vuelta a vomitar por los obreros, sobre los "derechos del pueblo húngaro", fue esta podredumbre con la que los cebó el partido estalinista y también la BBC y Radio Europa Libre, la que libró al partido estalinista y al Estado capitalista de ser severamente zarandeados. A pesar de toda la potencia del movimiento, los obreros húngaros no consiguieron destruir el Estado o una de sus instituciones. Mientras que atacaban a la policía política húngara y a los tanques rusos, en los primeros días de la revuelta, Nagy estaba reorganizando la policía nacional y a las fuerzas armadas, algunas de las cuales se habían unido a él, a su cruzada nacional. Algunos Consejos parecen haber pensado que esas unidades habían vuelto a las filas proletarias pero de hecho solo fingían seguir la causa obrera mientras los obreros sirviesen los intereses nacionales. ¡Cuarenta horas después que Nagy hubiera reconstruido la policía y el ejército, ya eran enviados contra los grupos intransigentes de obreros insurrectos. Los Consejos Obreros, fascinados por el tambor patriótico, incluso quisieron participar en el reclutamiento de oficiales para este ejército. He aquí como el nacionalismo sirve para atar al proletariado a sus explotadores y al Estado.
La extensión de la lucha de la clase obrera más allá de las fronteras nacionales es hoy una condición previa absoluta para derribar al Estado en cualquier país. El valor de las luchas de los años 50 ha sido mostrar hasta qué punto la extensión era necesaria. Solo la lucha internacional puede hoy ser eficaz y permitir que el proletariado haga realidad el potencial que posee.
Como lo muestra 1956, con la generalización de la crisis y la simultaneidad de la lucha de clases en diferentes países, otra clave de la internacionalización del combate proletario es la toma de conciencia por parte de los obreros de que se están enfrentando a un enemigo unido a escala mundial. En Hungría los obreros hicieron retroceder al ejército, a la policía y a los carabineros de las regiones fronterizas, para hacer posible una ayuda exterior. Los burgueses rusos, checos y austriacos reaccionaran cerrando sus fronteras con sus ejércitos.
Las autoridades austriacas invitaron incluso a inspeccionar el buen desarrollo de la operación[5]. Cara al frente unido de la burguesía mundial, en el Este y en el Oeste, los obreros empezaron a romper la cárcel nacional y a lanzar llamadas a sus hermanos de clase de otros países. Los Consejos Obreros en varias zonas fronterizas, empezaron a pedir directamente el apoyo de los obreros en Rusia, en Checoslovaquia y en Austria, y la proclamación de los Consejos Obreros de Budapest en las última 48 horas de huelga general de los obreros en Diciembre, llamaba a los obreros del mundo entero a huelgas de solidaridad con las luchas del proletariado en Hungría[6]
Condenada por el período de derrota mundial durante la que se produjo, la oleada en Europa del Este de los años 50 fue aislada por la división del mundo industrial en dos bloques imperialistas, de los cuales uno, el bloque americano, conocía por entonces la "euforia" del boom de la reconstrucción de posguerra. Las condiciones objetivas para una internacionalización, sobre todo por encima de las fronteras entre los dos bloques, es decir, la generalización de la crisis y de la lucha de clases, no existía a escala mundial, lo que impidió la ruptura decisiva con el nacionalismo en Europa del Este. Sólo el combate abierto de los obreros en diferentes partes del mundo podrá demostrar a los obreros del mundo entero que no es este gobierno o este sindicato, sino que son todos los partidos y todos los sindicatos los que defienden la barbarie capitalista y que todos deben de ser destruidos. Ninguna perspectiva de la revolución puede ser defendida más que mundialmente.
La lucha de clases en Rusia
En este estudio de la lucha de la clase en la Europa del Este aun no hemos hablado de Rusia, cabeza de fila del bloque del Este. Como en todas partes del mundo, los años después de 1948 han visto en Rusia un ataque frontal contra el nivel de vida de los explotados; como en los países satélites, este ataque ha provocado una reacción decidida de los obreros. Pero si hablamos de Rusia separadamente es por algunas condiciones específicas que juegan en la situación del país:
Pero la fuerza de las ilusiones que los obreros pueden albergar cara a sus opresores en Rusia es muy poca. Es solo uno de los elementos que determinan la relación de fuerzas entre las clases. Otro elemento muy importante es la capacidad del proletariado de desarrollar una perspectiva propia, una alternativa de clase. Para los obreros de la Rusia estalinista, esta tarea es la más difícil que jamás se ha visto en la historia del movimiento obrero. Debemos añadir a esta situación la amplitud de la contrarrevolución en Rusia y también las enormes distancias que separan los centros obreros de la URSS entre sí y éstos de los centros de la Europa occidental. Este aislamiento geográfico es aumentado política y militarmente por el Estado.
A principios de los años 50, este proletariado ruso que 30 años antes había hecho temblar al mundo capitalista, empezó a reemprender de nuevo el camino de su lucha. Los primeros episodios de su resistencia han tenido lugar en los campos de concentración en Siberia: en Ekibadus en 1951; en gran número de campos: Pestscharij, Wochruschewo, Oserlag, Goxlag, Norilsk en 1952; en Retschlag Vorkuta en Julio del 53 y en Kengir y Kazakstan en el 54. Estas huelgas insurreccionales, que afectaron a millones de obreros, fueron salvajemente reprimidas por el KGB. Soljenitsyn, uno de los hombres mejor documentados sobre los campos de concentración, insiste sobre el hecho de que estas luchas no fueron en vano y que contribuyeron al cierre de algunas de estas instituciones del "realismo socialista".
La primera huelga de los obreros "libres" que conocemos en el período de posguerra es la de la fábrica Thalmans de Voroneschen en 1959. Esta huelga fue apoyada por la casi totalidad de la ciudad; se acabó con el arresto de todos los huelguistas por el KGB. Un año después, en un tajo en Temir-Tau en Kazakstan, una huelga violenta estalló contra "los privilegios" que detentan los obreros búlgaros. Este conflicto donde los obreros se dividieron unos contra otros, creó un terreno favorable a la represión del KGB que llenó camiones enteros de cadáveres.
En los años 1960-62 una serie de huelgas estallan en la metalurgia en Kazakstan y en la región minera de Dombass y Kuzbass. El punto culminante de esta huelga se alcanza en Novotschkesk donde una huelga de 20.000 obreros de la fábrica de locomotoras contra el aumento de los precios y de los ritmos, provoca una revuelta de toda la ciudad. El KGB es enviado por avión después de que la policía y el ejército local se hubieran negado a disparar contra los obreros. El KGB hizo una matanza; después mandó a todos los "cabecillas" a Siberia y fusiló a las tropas que habían rehusado tirar sobre los obreros. Era la primera vez que los obreros habían respondido a la violencia del KGB: intentaron tomar los cuarteles y las armas. Una de las consignas de esta huelga era "matar a Krutchev".
En los años 1965-69 se produjeron grandes huelgas por primera vez en los centros urbanos de la Rusia europea, en la industria química de Leningrado, en la metalurgia y los automóviles en Moscú. A finales de los años 60 hay muchos testimonios de huelgas en varios lugares de la URSS: en Kiev, en la región de Sverdlovsk, en Moldavia, etc...
La burguesía rusa, consciente del peligro de una generalización de las huelgas, responde siempre inmediatamente. En algunas ocasiones hace concesiones o envía al KGB o ambas cosas a la vez. La historia de la lucha de clases en Rusia en los años 50-60 es una serie de estallidos bruscos, espontáneos, violentos; a menudo las huelgas no duran más que algunas horas y no llegan casi nunca a romper el aislamiento geográfico. En todas las huelgas, sólo hemos mencionado algunas de ellas, no sabemos si hubo comités de huelga aunque sí hubo asambleas masivas. Estas luchas, de un coraje y determinación increíbles, también hacen aparecer un aspecto de desesperación, de falta de perspectiva de una lucha colectiva contra el Estado. Pero el solo hecho de que surgieran fue el anuncio de que el largo período de contrarrevolución mundial tocaba a su fin [7].
Checoslovaquia 1968
Otro signo del final de la contrarrevolución fue el desarrollo de las luchas obreras en Checoslovaquia en los años 60. Checoslovaquia en los años 40 y 50 tenía la economía más desarrollada y próspera de toda la Europa del Este. Era el motor de la reconstrucción de posguerra exportando capital a sus vecinos, tenía el nivel de vida más elevado de todo el COMECON. Pero en los años 60 empieza a perder su competitividad rápidamente. La mejor manera para la burguesía de contrarrestar esta tendencia era modernizar la industria a través de acuerdos comerciales y tecnológicos con Occidente, financiada por una baja real en los salarios. Pero el peligro de tal política apareció ya en los años 50 y fue confirmado por el estallido de huelgas en diferentes lugares del país entre 66-67.
Fue esta situación de crisis lo que llevó la fracción Dubcek del aparato del Partido Estado al poder. Esta fracción inauguró una política de liberalización con la esperanza de convencer a los obreros de aceptar la austeridad; en contrapartida los obreros tenían el "privilegio" de leer "palabras duras" de críticas contra algunos líderes en la prensa del partido. La "primavera de Praga" en 1968, se desarrolló bajo la vigilancia paterna del gobierno y de la policía, que daban rienda suelta al fervor nacionalista y regionalista de los intelectuales, estudiantes y pequeños funcionarios del partido que se sentían solidarios con el Estado. Pero este fervor patriótico, en el que aparecían partidos de oposición, con el único fin de dar credibilidad a un estalinismo "con rostro humano" y que venía acompañado por una apertura económica hacia el Occidente, fue demasiado lejos para Moscú y Berlín Este.
La ocupación de Checoslovaquia por las tropas del pacto de Varsovia era más una reafirmación de la unidad militar y política del bloque ruso que un golpe dado directamente contra el proletariado. Dubcek, que creía tener la situación controlada y que no se hacía ilusiones sobre la posibilidad de una separación del bloque ruso, estaba furioso contra esa invasión. Al mismo tiempo que utilizaba esta ocasión para reforzar los sentimientos nacionalistas, Dubcek se preocupaba por evitar una reacción obrera frente a la invasión. En realidad, el "dubcekismo" que inspiraba a tantos intelectuales tenía muy poco impacto entre los obreros. Durante la "primavera de Praga", una serie de huelgas salvajes surgían un poco por todas partes del país sobre todo en los sectores industriales y en el transporte. Se formaron comités de huelga para centralizar la lucha y para proteger a los huelguistas contra la represión del Estado. En todas las fábricas principales se reivindicó el aumento de los salarios en compensación de los años de penuria. En varias fábricas, los obreros votaron resoluciones condenando la piedra angular del "reformismo" a la Dubcek el cierre de las fábricas no rentables. Los obreros permanecieron indiferentes frente a los intentos del gobierno por formar "consejos obreros" de cogestión para comprometer a los obreros en la organización de su propia explotación. Cuando las elecciones de esos "consejos" tuvieron lugar, participaron menos de 20% de los obreros.
Esta respuesta clara de clase al "Dubcekismo" fue barrida por la invasión de Agosto del 68 que "por fin" reconducía a los obreros a la historia nacionalista, la lucha de clases también se vio cortada por la radicalización de los sindicatos. Después de haber apoyado el programa de austeridad de Dubcek se pasaron a la oposición, apoyando a los hombres de Dubcek en el gobierno (estos, a su vez, secundaron a las fuerzas armadas autóctonas e "invitadas" para establecer el orden). Mientras que los estudiantes y los de la oposición llamaban a los obreros a manifestaciones masivas muy bien encuadradas por el patriotismo y de condena a la traición de Dubcek (en relación con el capital nacional) los sindicatos amenazaban al mismo tiempo con empezar huelgas generales si los "dubcekistas" eran eliminados del gobierno. Pero el papel histórico de Dubcek se acabó, por el momento. Y cuando los lacayos de Dubcek desaparecieron tranquilamente del gobierno, los sindicatos dejaron de lado sus proyectos "combativos" teniendo más miedo de los obreros que podían escapar a su control, que a los rusos. Se adaptaron de nuevo a formas más apacibles de patriotismo.
Polonia 1970
La lucha de clase de los obreros checos en la primavera y verano del 68 es significativa no sólo por esa resistencia momentánea de los obreros frente a la barrera nacionalista y democrática de la burguesía (esta resistencia ha marcado efectivamente una brecha importante) pero sobre todo porque esta lucha se sitúa en un contexto de resurgimiento mundial de la lucha proletaria en respuesta a la crisis económica mundial al final del período de reconstrucción. Los obreros en Checoslovaquia no fueron tan lejos como sus hermanos de clase en Francia en mayo del 68, sobre todo porque el peso de las mistificaciones nacionalistas se mostró otra vez demasiado fuerte, en el Este. Hay muchos puntos comunes entre estas dos situaciones, lo que confirma la convergencia fundamental de las condiciones con las que chocan los obreros del Este y del Oeste en la crisis del capitalismo; por ejemplo:
Pero la confirmación definitiva y dramática del fin de la contrarrevolución es sin duda alguna Polonia de 1970-71.
En diciembre de 1970, la clase obrera polaca reaccionó masiva, total y espontáneamente, a un alza de los precios de más de un 30%. Los obreros destruyen las sedes del partido estalinista de Gdansk, Gdynia y Elblag. El movimiento se extiende desde la costa del Báltico a Poznan, a Katowice y a la alta Silesia, a Wroclaw y a Cracovia. El 17 de diciembre, Gomulka envía los tanques a los puertos del Báltico. Varios centenares de obreros son asesinados. Se desarrollan combates en las calles de Stettin y Gdansk. La represión no consigue parar el movimiento. El 21 de Diciembre, una oleada de huelgas estalla en Varsovia, Gomulka es expulsado. Su sucesor Gierek va de inmediato a negociar con los obreros de los puertos de Gdansk hasta Stettin. Gierek hace algunas concesiones pero se niega a anular la subida de los precios. El 11 de Febrero estalla una huelga general en Lodz lanzada por 10.000 obreros del textil. Gierek cede entonces y los aumentos de precios son anulados[8].
La generalización del movimiento a través del país tuvo como consecuencia la represión del Estado polaco. Pero ¿por qué las fuerzas del Pacto de Varsovia no intervinieron como dos años antes?
El surgimiento polaco fue el producto de un proceso de maduración de la clase en el transcurso de los años 50 y 60. Por una parte, el proletariado encuentra de nuevo su confianza en sí mismo y su combatividad a medida que una nueva generación de obreros crece con la promesa de posguerra por un mundo mejor, una generación que no está amargada por las derrotas del período de contrarrevolución, que no se resigna a aceptar la miseria. Por otra parte, estos años ven el debilitamiento de una serie de mistificaciones en el seno de la clase. El eco del antifascismo en la guerra y del período de posguerra se debilitó mucho cuando se dieron cuenta de que los "liberadores" emplearon campos de concentración, el terror policial y el racismo abierto para asegurar su dominación de clase. Y la ilusión en una especie de "socialismo" o en la abolición de las clases en el bloque ruso quedaba anulada por la información de la increíble riqueza en la que vive la "burguesía roja" y por el constante deterioro de las condiciones de vida de los obreros. Además, los obreros comprendieron rápidamente que la defensa de sus intereses de clase les lleva a confrontaciones violentas con el "estado obrero". Si Hungría 1956 mostró la futilidad de luchar en una perspectiva nacionalista, las luchas de 1970-71 en Polonia y en el noroeste de la URSS mostraron la vía a seguir. Desde Hungría en el 56 y Checoslovaquia en el 68, la idea de que había fracciones radicales del partido estalinista que se pondrían del lado de los obreros fue ampliamente desacreditada. Hoy en los países como Polonia, Checoslovaquia, Rumania o la URSS, sólo los oponentes fuera del PC pueden tener cierta influencia en los obreros. Es cierto que los obreros aun tienen que perder sus ilusiones en los disidentes pero por lo menos saben a qué atenerse con los estalinistas y esto es un gran paso adelante. En fin, la aceleración de la crisis destruye ilusiones sobre la posibilidad de "reformar" el sistema. La crisis actual actúa como catalizador en el proceso de la toma de conciencia revolucionaria del proletariado.
El debilitamiento de la ideología burguesa sobre el proletariado ha permitido el desarrollo de una autonomía obrera y Polonia 1970-71 fue el primer ejemplo con un nivel mucho mas elevado que en los años 50. La autonomía obrera no es nunca una cuestión puramente organizativa aunque la organización independiente de la clase obrera en sus asambleas de masas y comités de huelga sea absolutamente indispensable a la lucha proletaria. La autonomía está indisolublemente ligada a la orientación política que los obreros se dan. En el período de totalitarismo del capitalismo de Estado, la burguesía consigue inevitablemente infiltrarse en los órganos de lucha de los obreros, utilizando sus fracciones sindicales y radicales. Pero es precisamente ésa la razón por la que son vitales los órganos de masas que agrupan a los obreros independientes de las demás capas y clases de la sociedad. Con sus órganos autónomos, la lucha ideológica continua entre las dos clases, pero prosigue en un terreno favorable a la clase obrera. Este es el marco de la lucha colectiva, de la participación masiva de todos los obreros.
Es el camino que han seguido los obreros en 1970 en Polonia y en el cual se han quedado desde entonces. No es sólo el camino de la lucha generalizada, de la huelga de masas, sino que también es la condición primera para la politización de la guerra de clases, para la creación del partido de clase, con el fin de ser capaces de romper con la estructura ideológica burguesa. En 1970-71, la base radicalizada del partido estalinista y de los sindicatos, incluso de los funcionarios del Estado, podía entrar en los comités de huelga y asambleas para defender ahí los puntos de vista de la burguesía. Y sin embargo al final, fue el proletariado el que salió reforzado.
En 1970-71 tuvo lugar la primera lucha importante de la clase obrera en Europa del Este desde la revolución de Octubre, una lucha que la burguesía no ha conseguido canalizar ni reprimir inmediatamente. Esta brecha se produjo en cuanto la hegemonía de la ideología burguesa se debilitó. El Estado retrocedió provisionalmente porque su intento de aplastar a su enemigo falló. La violencia del Estado y el control ideológico no son dos métodos alternativos que la burguesía puede utilizar separadamente el uno del otro. La represión solo puede ser eficaz cuando va acompañada por el control ideológico que impide a los obreros defenderse y responder. La lucha de clases en Polonia, ya en 1970, ha demostrado que a la clase obrera no la intimida el Estado terrorista si es consciente de sus propios intereses de clase y si se organiza de forma autónoma y unida para defenderlos. Esta autonomía política y organizacional es el factor mas importante que favorece la generalización y politización de la lucha. Esta perspectiva revolucionaria, el desarrollo entre los obreros del mundo entero de la comprensión de la necesidad de una lucha unida e internacional contra una burguesía dispuesta a unirse contra el peligro proletario, he aquí la única perspectiva que los comunistas pueden ofrecer a sus hermanos de clase en el Este y en el Oeste.
Krespel
[1] Esos acontecimientos son descritos por Lomas en The working class inthe Hungarian revolution, en la revista "Critique" n° 12
[2] Véase en la "Revista Internacional", n° 15, La insurrección en Alemania del Este de Junio de 1953
[3] Veáse F. Lewis, The Polish volcano, y N. Bethell, Gomulka
[4] Sobre Hungría 1956, véase, por ejemplo, Pologne-Hongrie 1956, de J.J. Mairand, Nagy, de P. Broué; para tener documentación como las proclamaciones de los Consejos Obreros, etc, puede consultarse. Hungarian revolution, de Laski. Puede leerse también Hungary 1956, de A. Anderson, en "Solidarity" de Londres, o Der Ungarische Volksaufstand in augen zeugenberichten (existen traducciones en español de algunos de esos textos). En la prensa de la CCI apareció Hungary 1956: The spectre of the workers Council, en "World Revolution", n° 9 (órgano de la CCI en Gran Bretaña).
[5] "El gobierno austriaco ordenó que se creara una zona prohibida a lo largo de la frontera austro-húngara...El ministro de la defensa inspeccionó el área, acompañado por agregados militares de las cuatro grandes potencias incluida la URSS. Los militares podían así comprobar personalmente la eficacia de las medidas tomadas para proteger la seguridad de las fronteras austriacas y del neutralismo de este país". Extracto sacado de un memorando del gobierno austriaco, citado en Die Ungarische Revolution der Arbeiterräte (La revolución húngara de los consejos obreros), p. 83-84
[6] Reportaje del "Daily Mail" del 10/12/1956
[7] Véase por ejemplo: Arbeiteropposition in der Sowjetunion (La oposición obrera en la URSS), de A. Schwendtke; Workers against the goulag (obreros contra el GULAG); Politische Opposition in der Sowjetunion 1960-72 (La oposición política en la URSS, 1960-72; La URSS es un gran campo de concentración, de Sajarov; El archipiélago Gulag, de Solyenitsin; Capitalismo de Estado en Rusía, de T. Cliff; y en la prensa de la CCI: La lutte de classe en URSS, en "Révolution Internationale" n° 30 y 31 y "World Revolution" n° 10: Economía de guerra y lucha de clases en Rusia, en "Acción Proletaria" n° 33
[8] Véase Miseria y revuelta del obrero polaco, de Paul Barton: Pologne: le créspuscule des bureaucrates, "Cahiers Rouges" n° 3. La mejor fuente es: Capitalismo et lutte de classe en Pologne 1970-71, ICO. En la prensa de la CCI, véase "Révolution Internationale" n° 80: Pologne, de 1970 a 1980. Un renforcement de la classe ouvriere. En cuanto a los acontecimientos del último año, en relación con los del pasado en Polonia y las grandes perspectivas que habren, no podemos mas que invitar al lector a leer los numerosos artículos aparecidos en "Acción Proletaria" y también en "Internacionalismo" desde hace ya más de un año
La oleada de huelgas del verano del 80 en Polonia fue con mucha razón descrita como un ejemplo clásico del fenómeno de la huelga de masas que analizó Rosa Luxemburgo en 1906. Semejante claridad de correlación entre los recientes movimientos en Polonia y los sucesos descritos por Luxemburgo en su folleto Huelga de Masas, Partidos y Sindicatos (1) hace 75 años, impone a los revolucionarios reafirmar plenamente la validez del análisis de Luxemburgo que se puede aplicar a la lucha de clases hoy día.
Para proseguir en este sentido, en este artículo procuraremos ver hasta qué punto la teoría de Luxemburgo corresponde a la realidad de los combates actuales de la clase obrera.
Para Rosa Luxemburgo (RL), la huelga de masas era el resultado de una etapa particular en el desarrollo del capitalismo, la etapa que inicia este siglo. La huelga de masas “es un fenómeno histórico producido en un momento dado por una necesidad histórica que surge de las condiciones sociales”.
La huelga de masas no es algo accidental; no es el resultado ni de propaganda ni de preparativos que tendrían lugar de antemano; no se puede crear artificialmente; es el producto de una etapa definida de la evolución de las contradicciones del capitalismo. Aunque RL se refiera a menudo a huelgas de masas particulares, todo el sentido de su folleto consiste en mostrar que una huelga de masas no se puede ver de manera aislada; sólo toma su sentido como producto de un nuevo período histórico.
Este nuevo período era valido para todos los países. Al argumentar contra la idea de que la huelga de masas fuera particular al absolutismo ruso, RL demuestra que sus causas han de encontrarse no sólo en las condiciones de Rusia, sino también las circunstancias de Europa Occidental y de Norteamérica, es decir “en la industria a gran escala con todas sus consecuencias - divisiones de clase modernas, contrastes sociales agudos”. Para ella, la revolución rusa de 1905, en la cual tuvo tanta importancia la huelga de masas, no fue otra cosa sino la concretización, el “resultado general del desarrollo capitalista internacional en lo particular de la Rusia absolutista”. La revolución rusa era, según RL, el “preludio de una nueva serie de revoluciones proletarias en el Oeste”.
La condiciones económicas que generaron la huelga de masas, según RL, no se circunscribían a un país, sino que tenían un significado internacional. Esas condiciones habían hecho surgir un tipo de lucha con dimensiones históricas, una lucha que era un aspecto esencial del surgimiento de las revoluciones proletarias. En resumidas cuentas, según los propios términos de RL, la huelga de masas “no es sino la forma universal de la lucha de clases proletaria resultado de la presente etapa del desarrollo capitalista y de sus relaciones de producción”.
Esa “etapa presente” consistía en que el capitalismo estaba viviendo sus últimos años de prosperidad. El desarrollo de los conflictos interimperialistas y la amenaza de la guerra mundial, el fin de cualquier mejora gradual de las condiciones de vida de la clase obrera, resumiendo, la creciente amenaza contra la misma existencia de la clase obrera en el capitalismo, esas eran las nuevas circunstancias históricas que acompañaban el advenimiento de la huelga de masas.
RL vio claramente que la huelga de masas era un producto del cambio en las condiciones económicas a un nivel histórico, condiciones que hoy día sabemos son las del final de la ascendencia capitalista, condiciones que prefiguraban las de la decadencia capitalista.
Ya existían entonces las fuertes concentraciones de obreros en los países capitalistas avanzados, acostumbrados a la lucha colectiva, y cuyas condiciones de vida y de trabajo eran las mismas en todas partes. Y, consecuencia del desarrollo económico, la burguesía se iba volviendo una clase más concentrada y se iba identificando de manera creciente con el aparato de Estado. Igual que el proletariado, los capitalistas habían aprendido a hacer frente juntos a su enemigo de clase.
De la misma manera que las condiciones económicas hacían más difícil para los obreros el obtener reformas a nivel de la producción, también las “ruinas de la democracia burguesa” que menciona RL en su folleto, hacían cada vez más difícil para el proletariado la consolidación de lo ganado a nivel parlamentario. Así púes, el contexto político, igual que el contexto económico de la huelga de masas, no era el contexto del absolutismo ruso sino el de la decadencia creciente de la dominación burguesa en todos los países.
En lo económico, en lo social, en lo político, el capitalismo había puesto las bases para grandes enfrentamientos de clase a escala mundial.
En la huelga de masas no se plasmó un objetivo nuevo de la lucha proletaria. En ella quedó plasmado más bien el “viejo” objetivo de la lucha de manera apropiada a las nuevas condiciones históricas. La motivación que está detrás de cada combate de la clase obrera siempre seguirá siendo la misma: tratar de limitar la explotación capitalista en el seno de la sociedad burguesa y acabar con la explotación al mismo tiempo que con la sociedad burguesa misma. En el período ascendente del capitalismo, la lucha obrera estaba dividida entre su aspecto defensivo e inmediato por un lado y, por otro un aspecto de ofensiva revolucionaria que implicaba y que, a la vez, dejaba para el futuro.
Pero la huelga de masas, por las causas objetivas ya mencionadas (relacionadas con la imposibilidad para la clase de defenderse dentro del sistema) unió en la lucha esos dos aspectos del combate proletario. Por esto es por lo que, según RL, cualquier lucha pequeña aparentemente defensiva puede estallar en confrontaciones generalizadas, “en contacto con el vendaval de la revolución”. Por ejemplo, “el conflicto de los dos obreros despedidos de los talleres Putilov se transformó en prólogo de la mayor revolución de los tiempos modernos”. Y, recíprocamente, el surgimiento revolucionario, cuando no avanza, puede diseminarse en numerosas huelgas aisladas, que más tarde, fertilizarán un nuevo asalto general contra el sistema.
Igual que los combates ofensivos, las luchas generalizadas han fusionado con los combates localizados, defensivos, causando de este modo una reacción mutua entre los aspectos económicos y políticos de la lucha obrera en el período de huelga de masas. En el período parlamentario (es decir cuando el apogeo de la ascendencia capitalista) los aspectos económicos y políticos de la lucha estaban separados de manera artificial, también por determinadas razones históricas. La lucha política no “La dirigían las masas mismas en la acción directa, sino en correlación con la forma del Estado burgués, de modo representativo con la presencia de diputados”. Pero, “en cuanto las masas aparecen en escena”, todo esto cambia, porque “en una acción revolucionaria de masas, la lucha política y económica constituye una unidad”. Bajo estas condiciones, la lucha política de los obreros se vuelve lucha íntimamente ligada a la lucha económica, particularmente porque el combate político indirecto (por medio del parlamento) ya no es realista.
Al describir el contenido de la huelga de masas, RL pone en guardia sobre todo contra la separación de sus diferentes aspectos. La razón de esta advertencia está en que la característica del período de la huelga de masas es la convergencia de las diferentes facetas de una lucha proletaria: ofensiva-defensiva, generalizada-localizada, política-económica, siendo el movimiento en su conjunto el que lleva a la revolución. La verdadera naturaleza de las condiciones a las que responde el proletariado en la huelga de masas crea una interconexión indisociable entre estos diferentes aspectos de la lucha de la clase obrera. El querer disecarlos, querer por ejemplo encontrar “la huelga de masas política pura”, llevaría, “como en otro caso cualquiera, no a percibir el fenómeno en su esencia, sino a… matarlo”.
La meta de la forma de organización sindical (obtener mejoras en el seno del sistema) resulta cada vez más difícil de realizar en las condiciones que hacen surgir la huelga de masas. Como lo decía RL en su polémica con Kautsky, en este período, el proletariado no emprende una lucha con la perspectiva segura de ganar verdaderas mejoras. Demuestra con estadísticas que una cuarta parte de la huelgas no obtenían nada en absoluto. Pero los obreros hacían huelga porque no había otro medio para sobrevivir; situación que inevitablemente abría a su vez la posibilidad de una lucha ofensiva generalizada. Consecuentemente, lo obtenido con la lucha no consistía tanto en una mejora económica gradual, sino en el desarrollo intelectual, cultural del proletariado a pesar de las derrotas en lo económico. Por esto es por lo que, RL dice que la fase de insurrección abierta “no puede venir de ningún otro camino que el que enseñan las series de ´derrotas´ en apariencia”.
En otras palabras, la verdadera victoria o la derrota de la huelga de masas no las determina ninguno de sus episodios sino su punto culminante, el sublevamiento revolucionario mismo. Así púes, no era una casualidad el que las realizaciones económicas y políticas de los obreros en Rusia, obtenidas por el vendaval revolucionario de 1905 y antes, hayan vuelto a ser arrancadas tras la derrota de la revolución.
Por consiguiente el papel de los sindicatos, obtener mejoras económicas en el seno del sistema capitalista, desaparecía. Hay otras implicaciones revolucionarias derivadas de la dislocación de los sindicatos por la huelga de masas:
Cuando más se imponían las nuevas formas de lucha sobre las formas típicas de los sindicatos, más iban apoyando los mismos sindicatos el orden capitalista contra la huelga de masas. La oposición de los sindicatos a la huelga de masas se expresó de dos maneras según RL. Una era la hostilidad directa de los burócratas como Bomelberg, además acentuada por la negativa del Congreso de los sindicatos en Colonia de ni siquiera ponerse a discutir sobre la huelga de masas. El hacerlo era, según los burócratas, “andar jugando con fuego”. La otra forma de esta oposición consistía en el aparente apoyo de los sindicalistas radicales y de los sindicalistas franceses e italianos. Estaban mucho más a favor de un “intento” de huelga de masas, como si esta forma de lucha se pudiera plegar a la voluntad del aparato sindical.
Pero tanto los que se oponían como los que la apoyaban compartían sobre la huelga de masas el punto de vista de que no es un fenómeno que emerge de lo más profundo de la actividad de la clase obrera, sino que emerge de los medios técnicos de lucha decididos o rechazados según la voluntad de los sindicatos. Inevitablemente, los representantes de los sindicatos a todos los niveles no podían comprender un movimiento cuyo impulso no sólo no podían controlar sino que exigía nuevas formas antagónicas a los sindicatos.
La respuesta del ala radical y de la base de los sindicatos o de los sindicalistas a la huelga de masas era sin duda alguna un intento de estar a la altura de las necesidades de la lucha de clases. Pero era la forma y la función del sindicalismo mismo cualquiera que fuera la voluntad de sus militantes la que estaba superada por la huelga de masas.
El sindicalismo radical expresaba una respuesta proletaria en el seno de los sindicatos. Pero tras la traición definitiva de los sindicatos durante la primera guerra mundial y durante la ola revolucionaria que siguió, el sindicalismo radical también fue recuperado y se convirtió en un arma valiosa para castrar la lucha de clases.
No decimos que era ésta la concepción de RL en su folleto sobre la huelga de masas. Para ella, la quiebra del método sindicalista aún se podía corregir y esto aún se podía comprender entonces, cuando los sindicatos aún no se habían convertido en los simples agentes del capital que son hoy. El último capítulo del folleto surgiere que la subordinación de los sindicatos a la dirección del partido socialdemócrata podía frenar las tendencias reaccionarias. Pero estas tendencias eran incorregibles.
RL también veía el surgimiento en masa de sindicatos durante las huelgas de masas en Rusia como un resultado sano y natural de la ola de luchas. Pero hoy, cuando ya sólo la autoorganización es capaz de desarrollar verdaderas luchas, podemos darnos cuenta de que esa visión comprensible era, en los hechos, la repetición de una tradición rápidamente superada. Además, RL considera al soviet de Petrogrado de 1905 como una organización complementaria de los sindicatos. En realidad, la historia ha demostrado que estas dos formas eran antagónicas. Los consejos obreros iban a ser expresión de la época de huelgas de masas y de revoluciones. Los sindicatos eran los órganos de la era de las luchas obreras defensivas y localizadas. No es una casualidad si el primer consejo obrero surge en los surcos abiertos por las huelga de masas en Rusia. Estos órganos, creados por y para la lucha, con delegados elegidos y revocables, además de poder reagrupar a todos los obreros en lucha, podían centralizar todos los aspectos del combate económico y político, ofensivo y defensivo, en la ola revolucionaria. Fue el consejo obrero, anticipando la estructura y la meta de los futuros comités de huelga y asambleas generales, lo que por naturaleza, estaba más en conformidad con la dirección y los objetivos de la huelga de masas en Rusia.
Aunque resultaba indispensable para RL el sacar todas las lecciones para la acción de la clase obrera en el nuevo período abierto con el nuevo siglo, los revolucionarios hoy día le deben la comprensión de las consecuencias para la organización de la huelga de masas. La de mayor importancia es que la huelga de masas y los sindicatos son, por esencia, antagónicos, consecuencia implícita aunque no esté explícita en el folleto de RL.
Hemos de tratar de comprender cómo aplicar al análisis de RL para el período actual de la lucha de clases, para ver hasta qué punto la lucha proletaria en el período de decadencia del capitalismo, confirma o contradice las líneas generales de la huelga de masas tales y como las analizó ella.
El período desde 1968 expresa el punto de culminación de la crisis permanente del capitalismo, la imposibilidad de expansión del sistema, la aceleración de los antagonismos interimperialistas; cuyas consecuencias amenazan a toda la civilización humana.
En todas partes, el Estado, con la terrible extensión de su arsenal represivo, toma a cargo suyo los intereses de la burguesía. Frente a él, encuentra a una clase obrera que aunque debilitada numéricamente con relación al resto de la sociedad desde los años 1900, está aún más concentrada, y cuyas condiciones de existencia se han ido igualando en todos los países hasta un grado sin precedentes. A nivel político, la “ruina de la democracia burguesa” es tan evidente que apenas si puede ocultar su verdadera función de cortina de humo del terror de Estado capitalista.
¿De qué modo corresponden las condiciones objetivas de la actual lucha de clases a las condiciones de la huelga de masas descritas por RL?. Su identidad reside en que las características del actual período constituyen el punto más agudo alcanzado por las tendencias del desarrollo capitalista, que empezaban a prevalecer en los años 1900.
Las huelgas de masas de los primeros años de este siglo eran una respuesta al final de la era de ascendencia capitalista y al amanecer de las condiciones de la decadencia del capitalismo.
Si se tiene en cuenta que estas condiciones han llegado a ser absolutamente patentes y crónicas hoy día, se puede pensar que lo que objetivamente impulsa hacia la huelga de masas es mil veces más amplio y fuerte hoy que hace 80 años.
Los “resultados generales del desarrollo capitalista internacional” que, para RL, eran la raíz del surgimiento histórico de la huelga de masas, no han dejado de madurar desde principios del siglo. Hoy día, resultan más evidentes que nunca.
Claro está, las huelgas de masas que describió RL no se producían estrictamente en el período de decadencia capitalista definido, en general, por los revolucionarios. Sabemos que la fecha de 1914 marca la época vital de la entrada del capitalismo en su fase senil para las posiciones políticas que de ello derivan, que el estallido de la primera guerra mundial fue la confirmación del callejón sin salida económico de los 10 años anteriores. 1914 fue una prueba irrefutable de que las condiciones económicas, sociales y políticas de la decadencia capitalista, estaban, a partir de entonces, plena y verdaderamente reunidas.
En este sentido, las nuevas condiciones históricas que hicieron surgir la huelga de masas al primer plano siguen estando vigentes hoy. De lo contrario, habría que demostrar en qué las condiciones con las que se enfrenta la infraestructura del capitalismo son diferentes de la que existían hace 80 años. Y resultaría muy difícil demostrarlo, pues las condiciones del mundo en 1905 (agudización de las contradicciones interimperialistas y despliegue de los enfrentamientos generalizados de clase) están hoy más presentes que nunca. ¡La primera década del siglo XX no fue, ni mucho menos, el apogeo del capitalismo! . El capitalismo ya era algo superado y se estaba encaminando hacia el ciclo crisis-guerra mundial-reconstrucción-crisis: “…la presente revolución rusa ocurre en un punto histórico que ya ha pasado la cumbre, que está DEL OTRO LADO del punto álgido de la sociedad capitalista”.¡Cuánta perspicacia en cuanto a las fases de ascendencia y de decadencia del capitalismo por parte de ésta revolucionaria en 1906!
Así pues, la huelga de masas es el resultado de las circunstancias del capitalismo en decadencia. Pero, para RL, las causas materiales que en última instancia fueron responsables de la huelga de masas no son completamente suficientes para explicar porqué este tipo de combate surgió en ese momento. Para ella, la huelga de masas es el producto del período revolucionario. El período de decadencia abierta del capitalismo ha de coincidir con el movimiento ascendente y no derrotado de la clase, para que ésta sea capaz de utilizar la crisis como palanca para poner por delante sus propios intereses de clase gracias a la huelga de masas. Y a la inversa, tras una serie de derrotas decisivas, las condiciones de la decadencia van a tender a reforzar la pasividad del proletariado más que a engendrar huelgas de masas.
Esto permite explicar por qué el período de huelga de masas desaparece a mediados de los años 20 y por qué sólo ha vuelto a surgir recientemente, en el período actual, desde 1968.
¿Entonces, lleva el período actual a una revolución como en los años 1896-1905 en Rusia?. Sí, sin lugar a dudas.
1968 marcó el fin de la contrarrevolución y abrió una época que desemboca en enfrentamientos revolucionarios, no sólo en un país, sino en el mundo entero. Se puede decir que, a pesar de que 1968 marcó el final de la era de la derrota proletaria, sin embargo, todavía no estamos en un período revolucionario. Esto es verdaderamente cierto si por “período revolucionario” se entiende únicamente el período de doble poder y de insurrección armada. Pero RL daba a “período revolucionario” un sentido mucho más amplio. Para ella, la revolución rusa no empezó en la fecha oficial del 22 de Enero de 1905; traza sus orígenes a partir de 1896 (nueve años antes) es decir partir del año de las grandes huelgas de San Petersburgo. La época de la insurrección abierta de 1905 era para RL el punto de culminación de un largo período de revolución de la clase obrera rusa.
En realidad, es la única manera de interpretar de manera coherente el concepto de “período revolucionario”. Si una revolución consiste en que una clase ejerce el poder a expensas de la antigua clase dominante, entonces el hundimiento subterráneo de la antigua relación de fuerzas entre clases a favor de la clase revolucionaria es una parte vital del período revolucionario en el momento de la lucha abierta, de los choques militares, etc… Esto no significa que estos dos aspectos del período revolucionario sean exactamente lo mismo (1896 – 1905), sino que no se les puede separar arbitrariamente y oponer la fase de insurrección abierta a la fase preparatoria.
De hacerlo, seriamos incapaces de explicar por qué RL data el principio del movimiento de huelgas de masas en Rusia en 1896, o por qué da numerosos ejemplos de huelgas de masas en países en donde ninguna insurrección se produjo entonces.
Y además, la muy conocida afirmación de RL que dice que la huelga de masas era “la idea de adhesión” a un movimiento que había de “durar décadas” resultaría incomprensible si sólo se considera el período de insurrección en sí mismo como responsable de la huelga de masas.
Claro está, en el momento del derrumbamiento de la antigua clase dominante, las huelgas de masas llegarán a su máximo desarrollo, pero esto no contradice en absoluto el que el período de huelga de masas empieza cuando se abre por vez primera la perspectiva de la revolución. Para nosotros, esto significa que la época actual de huelgas de masas se inicia en 1968.
Ya hemos dicho que el contenido fundamental de la lucha proletaria sigue siendo el mismo pero que se expresa diferentemente según el período histórico. La tendencia de los diferentes aspectos de esta lucha (la tentativa de limitar la explotación y la de abolirla) a fundirse en las huelgas de masas, tendencia que describió RL, está hoy impulsada por las mismas necesidades materiales que hace 80 años. La naturaleza que caracteriza a la lucha de estos 12 últimos años (es decir lo que diferencia la lucha desde 1968 de la lucha de los 40 años anteriores) consiste en la constante interacción de la defensiva y de la ofensiva, fluctuación entre enfrentamiento económico y político.
No se trata de que sea necesaria la existencia de un plan consciente por parte de la clase obrera; es el resultado del hecho de que tratar, aunque sólo sea, de preservar el nivel de vida, es algo cada día más imposible hoy. Por eso es por lo que todas las huelgas tienden a convertirse en una batalla por sobrevivir, “huelgas que van ampliándose, cada vez más frecuentes, que en su mayor parte se acaban sin victoria definitiva de ningún tipo, pero que, a pesar de ello o a causa de ello, tienen mayor significado en tanto que explosiones de intensas y profundas contradicciones que surgen en el terreno político” (“Theory and Practice”, panfleto de News and Letters).
Son las condiciones de crisis abierta las que, como en los años 1900, ponen en primer plano la dinámica de la huelga de masas y empiezan a concentrar los diferentes aspectos de la lucha de la clase obrera.
Pero quizás, al describir la fase actual como un período de huelgas de masas, estemos en un error. ¿No han sido la mayoría de las luchas de estos doce últimos años convocada, llevada y acabadas por los sindicatos? ¿no significa esto que las luchas actuales son sindicales, que las motivan intereses estrictamente defensivos y económicos sin vínculo con el fenómeno de la huelga de masas?. Además de que las más significativas luchas de estos últimos años han quebrantado el encuadramiento sindical, semejante conclusión no conseguiría tomar en cuenta una característica básica de la lucha de clases en el período de decadencia del capitalismo: en cada huelga que parece controlada por los sindicatos, hay DOS fuerzas de clase en acción. En todas las huelgas controladas por los sindicatos hoy día, es un combate verdadero, aunque quede todavía oculto, el que se está llevando entre los obreros y sus mal llamados representantes, los burócratas sindicales de la burguesía. Así pues, bajo el capitalismo decadente, los obreros tienen una doble mala suerte: no solo sus adversarios patentes como patronal y los partidos de derechas son sus enemigos, sino que también lo son sus supuestos amigos, los sindicatos y todo los que a éstos apoyan.
Hoy día, los obreros están impulsados por la crisis y la confianza que están tomando en sí mismos en tanto que clase invicta, a plantearse el problema de las limitaciones de la pura defensa económica y sectorial que quieren imponerles en sus luchas. La tarea de los sindicatos consiste en mantener el orden en la producción y acabar con las huelgas. Las organizaciones capitalistas procuran sin cesar desviar a los obreros hacia los callejones sin salida del sindicalismo. La lucha entre los sindicatos y el proletariado, a veces lucha abierta, pero más a menudo aún oculta, no es fundamentalmente una consecuencia de planes conscientes por parte de los obreros o de los sindicatos, sino un resultado de causas económicas objetivas que, en último, les obligan a actuar a uno en contra de los otros.
Por consiguiente, el motor de la lucha de clases actual no se ha de buscar en la cantidad de ilusiones que los obreros tienen puestas en los sindicatos en un momento dado, ni en las más radicales acciones de los sindicatos para ajustarse a la lucha en un momento dado, sino en la dinámica de los intereses de clase antagónica de los obreros y de los sindicatos.
Este mecanismo interno del período que conduce a enfrentamientos revolucionarios, con la fuerza y claridad crecientes de la intervención comunista, revela a los obreros la naturaleza de la lucha que ya han emprendido, mientras que la tentativa de los sindicatos para a la vez mistificar a los obreros y defender la economía capitalista que se hunde cada día más en la bancarrota, llevará a los obreros a destruir en la práctica esos órganos de la burguesía.
Resultaría un desastre para aquel que se dice revolucionario el juzgar la dinámica de la lucha de los obreros según su apariencia sindicalista, como lo hacen todas las variantes de la opinión burguesa. La condición previa para resaltar y clarificar las posibilidades revolucionarias de la lucha obrera reside evidentemente en reconocer que estas posibilidades existen verdaderamente. No es pura casualidad si el verano polaco de 1980, momento más álgido en el período actual de huelgas de masas desde 1968, ha revelado claramente la contradicción entre la verdadera fuerza de la lucha de los obreros y la del sindicalismo.
La oleada de huelgas en Polonia ha abarcado literalmente a la masa de la clase obrera en ese país, afectando a todas las industrias y actividades. A partir de puntos dispersos y de causas diferentes al principio, el movimiento se ha ido fundiendo, a través de huelgas de apoyo y acciones de solidaridad, en una huelga general contra el Estado capitalista. Los obreros empezaron a tratar de defenderse por sí mismo contra el racionamiento y la subida de precios. Frente a un Estado brutal, intransigente y a una economía nacional en quiebra total, el movimiento pasó a la ofensiva y desplegó objetivos políticos. Los obreros rechazaron los sindicatos y crearon sus organizaciones propias: las asambleas generales y los comités de huelga para centralizar su lucha, encaminando así la enorme energía de la masa proletaria. Es un ejemplo sin comparación de la huelga de masas.
El que la reivindicación de los sindicatos libres haya llegado a ser predominante en los objetivos de la huelga, el que los MKS (comités de huelgas interempresas) se hayan autodisuelto para abrir el camino al nuevo sindicato “Solidaridad”, no pueden ocultar la verdadera dinámica de millones de obreros polacos que hicieron temblar a la clase dominante.
Históricamente, el punto de partida para la actividad revolucionaria en 1981 consiste en reconocer que la huelga de masas en Polonia es anunciadora de futuros enfrentamientos revolucionarios, al mismo tiempo que se reconocen las inmensas ilusiones que aún tienen hoy los obreros en el sindicalismo. Los acontecimientos de Polonia le han atizado un duro palo a la teoría según la cual la lucha de clases de nuestra época es sindicalista, a pesar de las impresiones producidas por apariencias superficiales.
Pero, si una teoría pretende que la lucha de la clase, por naturaleza, es una lucha trade-unionista, hasta en sus más altos momentos, otra teoría consiste en que estos momentos más altos que se expresan en la huelga de masas, son un fenómeno excepcional, totalmente distinto en sus características de los episodios menos dramáticos de la lucha de clases. Según esta suposición, en la mayoría de los casos, la lucha de los obreros es simplemente defensiva y economicista y por ello cae orgánicamente bajo la égida de los sindicatos, mientras que, otras veces, en casos aislados como Polonia, los obreros pasan a la ofensiva, poniendo en primer plano reivindicaciones políticas, reflejando un objetivo que sería diferente. Además de su incoherencia -al implicar que la lucha proletaria puede ser sindicalista (es decir capitalista), o proletaria en diferentes momentos –esta visión cae en la trampa de la separación entre los diferentes aspectos de la huelga de masas – ofensiva-defensiva, económica-política y así, como lo decía RL, socava la esencia viva de la huelga de masas y la vacía de su contenido global. En el período de huelga de masas cualquier lucha defensiva, aunque sea modesta, contiene el germen o la posibilidad de un movimiento ofensivo, y cualquier lucha ofensiva se basa en la constante necesidad para la clase de defenderse. La interconexión entre lucha económica y política es idéntica.
Pero la visión que separa estos aspectos interpreta la huelga de masas de manera aislada –como una huelga con masas de gente que surgen de un golpe –como resultado fundamentalmente de circunstancias coyunturales, tales como la debilidad de los sindicatos en tal país o la mejora de tal o cual economía. Esta visión solo ve la huelga de masas como una ofensiva ligada a un asunto político, subestimando el hecho de que este aspecto de la huelga de masas se nutre de las huelgas defensivas, localizadas y económicas. Ante todo, este punto de vista no ve que hoy estamos viviendo en un período de huelga de masas, provocado no por condiciones locales o temporales, sino por la situación general de la decadencia capitalista que existe en cualquier país.
Sin embargo, el que algunos de los ejemplos de huelga de masas más significativos tuvieran lugar en países atrasados y del bloque del Este, parece acreditar la idea de la naturaleza excepcional de este tipo de luchas, igual que el surgimiento de la huelga de masas en Rusia en los años 1900 parecía justificar la visión según la cual no se vería surgir en Occidente.
La respuesta que dio RL a la idea de exclusividad rusa de la huelga de masas, aún sigue siendo perfectamente válida para hoy día. Admitía que la existencia del parlamentarismo y del sindicalismo por el Oeste podía por cierto tiempo frenar el impulso hacia la huelga de masas, pero no eliminarlo, porque ésta ha surgido de las bases mismas del desarrollo capitalista internacional. Si la huelga de masas en Alemania y otra partes tomó más un carácter “oculto y latente”, que un carácter práctico y activo como en Rusia, esto no puede ocultar que la huelga de masas es un fenómeno histórico e internacional. Este argumento se aplica hoy a la idea de que la huelga de masas no puede surgir en el Oeste. Es verdad que Rusia en 1905 representó un enorme paso cualitativo en el desarrollo de la lucha de clases igual que la Polonia de 1980 hoy.
Pero también es verdad que esos puntos fuertes, como en Polonia, están íntimamente ligados a las manifestaciones “oculta y latentes” de la huelga de masas en el Oeste, porque surge a raíz de la mismas causas y se enfrenta con los mismos problemas. Así pues, aunque el parlamentarismo y los sofisticados sindicatos del Oeste puedan reprimirla, esas tendencias que estallan en enormes huelgas de masas como en Polonia no han desaparecido. Al contrario, las huelgas de masas a cielo abierto que, hasta hora, han sido contenidas en Occidente, habrán acumulado tanta más fuerza en cuanto se hayan derribado los obstáculos. En resumidas cuentas, es el nivel de las contradicciones del capitalismo lo que determinará la amplitud de la futura huelga de masas: “(… )cuanto más desarrollado esté el antagonismo entre capital y trabajo, más efectivas y decisivas habrán de ser las huelgas de masas”.
Más que por una ruptura total y brutal con las luchas económicas y defensivas contenidas por los sindicatos, los saltos cualitativos de la conciencia, de la autoorganización de la huelga de masas progresarán en una espiral acelerada de las luchas obreras. Las fases ocultas y latentes de la lucha, que a menudo ocurrían después de confrontaciones abiertas, como pasó en Polonia, seguirán fertilizando los futuros estallidos. El movimiento fluctuante de avances y retrocesos, de ofensiva y de defensiva, de dispersión y de generalización, se irán volviendo más intensos, en relación con el creciente impacto de la austeridad y de la amenaza de guerra. Finalmente, “(…) en la tormenta del período revolucionario, el terreno perdido se vuelve a ganar, las desigualdades se igualan y el paso de conjunto del progreso social cambia, duplica de golpe su avance”.
Sin embargo, si hemos presentado la posibilidad objetiva de la evolución de la huelga de masas, no se debe olvidar que los obreros tendrán que volverse más y más conscientes de la lucha que han emprendido para llevarla a su victoriosa conclusión. Resulta especialmente vital en lo que se refiere a los sindicatos, que se han ido adaptando durante este siglo para contener la huelga de masas. No es aquí donde se van a examinar todos los medios de adaptación que pueden utilizar los sindicatos; mencionaremos que generalmente toman las formas de falsos sustitutos para las verdaderas cuestiones: apariencia de generalización de las luchas, tácticas radicales sin la menor eficacia, reivindicaciones políticas para apoyar al payaso de turno en el circo parlamentario.
El desarrollo victorioso de la huelga de masas dependerá en última instancia de la capacidad de la clase obrera para vencer a la “quinta columna” que son hoy los sindicatos, igual que a sus enemigos “abiertos” como la policía, la patronal, los políticos, etc….
Pero el objetivo de este texto no consiste en definir los obstáculos de la conciencia en el camino que lleva hacia la cumbre victoriosa de la huelga de masas. Consiste más bien en trazar las posibilidades objetivas de la huelga de masas hoy, a escala de la necesidad y de la organización económica.
El período de huelgas de masas tiende a quebrantar los sindicatos a largo plazo. La forma aparente de la lucha de clases moderna –la forma sindicalista- sólo es eso, una apariencia. La verdadera meta de la lucha no corresponde a la función de los sindicatos sino que obedece a causas objetivas que impulsan a la clase en la dinámica de la huelga de masas. Entonces, ¿cuál es la forma adecuada, la más apropiada a la huelga de masas en nuestra época?: es la asamblea general de los obreros en lucha y sus comités elegidos y revocables.
Sin embargo, esta forma, que está animada del mismo espíritu que los soviets mismos, es la excepción y no la regla de la organización de la mayoría de las luchas de obreros hoy. Sólo es en el nivel más alto de la lucha que surgen asambleas generales y comités de huelga fuera del control sindical. Y hasta en estas situaciones, como en Polonia 1980, las organizaciones de los obreros a menudo acaban por sucumbir ante el sindicalismo. Pero no se pueden explicar estas dificultades de las presentes luchas afirmando que, a veces, son trade-unionistas, y otras que están llevadas a cabo por la dirección de la autoorganización proletaria. La única interpretación coherente de los hechos consiste en que es difícil el surgimiento de la verdadera autoorganización obrera.
En este dominio, la burguesía tiene las siguientes ventajas: todos sus órganos de poder, económicos, social, militares, político e ideológicos ya están instalados de manera permanente, probados y comprobados desde hace décadas y décadas. Particularmente los sindicatos tienen la ventaja de desviar la confianza de los obreros gracias al recuerdo histórico de su naturaleza obrera, antaño. Los sindicatos también tienen una estructura organizativa permanente en el seno de la clase obrera. El proletariado sólo ha surgido hace poco de la más profunda derrota de su historia, sin ninguna organización permanente para protegerle. !Cuán difícil es entonces para el proletariado encontrar la forma más apropiada a su lucha! .Apenas el descontento ha levantado la cabeza, ya están los sindicatos para “encargarse de él” con la complicidad de todos los representantes del orden capitalista.
Además, los obreros no se ponen a luchar hoy para realizar ideales, para combatir deliberadamente a los sindicatos, sino por objetivos muy prácticos e inmediatos –para tratar de preservar sus medios de vida. Por eso es por lo que, en la mayoría de los casos hoy día, los obreros aceptan la autoproclamada “dirección” de los sindicatos. No ha de extrañar el que es principalmente cuando los sindicatos no existen o cuando están abiertamente en contra de las huelgas cuando surge la forma de la asamblea general.
Es únicamente después de repetidos enfrentamientos con lo sindicatos, en el contexto de una crisis económica mundial y con el desarrollo en fuerza de la huelga de masas, el modo como la forma de la asamblea general se convertirá verdaderamente en la característica general y no en la excepción que sigue siendo aún en la presente etapa de la lucha de clases. En Europa del Oeste, esto significará el comienzo de los enfrentamientos con el Estado.
A pesar de esto, los obreros se enfrentarán con otros problemas aún cuando el control consciente elemental de su lucha ya haya dado un enorme impulso en el amino de la revolución. La presencia permanente de los sindicatos a nivel nacional seguirá siendo una enorme amenaza permanente para la clase.
Al no ser la huelga de masas un simple acontecimiento, sino la idea de adhesión a un movimiento que se extiende durante años, su forma, en tanto que resultado, no surgirá inmediatamente, a la perfección, de manera completamente madura. Tomará formas que responderán al ritmo acelerado del período de huelgas de masas, salpicado de saltos cualitativos en la autoorganización, así como de retrocesos parciales y recuperaciones, sometidos al fuego constante de los sindicatos, pero ayudados por la intervención clara de los revolucionarios. Más que cualquier otra, la ley histórica del movimiento de la lucha de clases hoy día no reside en su forma sino en las condiciones objetivas que la impulsan. La dinámica de la huelga de masas “no reside en la huelga de masas misma ni en sus detalles técnicos, sino en las dimensiones sociales y políticas de las fuerzas de la revolución”.
¿Significa esto que la forma de la lucha de clases no tiene importancia hoy, que no tiene importancia sí los obreras se quedan dentro del marco sindical? En absoluto. Aunque el motor de estas acciones sigue siendo el interés económico, estos intereses sólo se pueden analizar gracias al necesario nivel de conciencia y de organización. Y el interés económico de la clase obrera - acabar con la explotación - requiere un grado de autoorganización y de conciencia jamás realizado por cualquier otra clase en la historia. Por consiguiente, armonizar su conciencia subjetiva con sus intereses económicos es la tarea primordial del proletariado.
Este artículo ha tratado de demostrar que el movimiento de Polonia en el verano de 1980 no era un ejemplo aislado del fenómeno de la huelga de masas, sino más bien la más alta expresión de una tendencia internacional general en la lucha de clases proletaria cuyas causas objetivas y dinámica esencial fueron analizadas por RL hace 75 años.
F.S.
Las luchas obreras en Polonia representan el mayor movimiento del proletariado mundial desde hace más de medio siglo. Tras un año de combates, el balance es rico de enseñanzas para la clase obrera de todos los países y también para sus sectores más adelantados, los grupos revolucionarios. El objetivo de este artículo es el de hacer resaltar unos elementos para ese balance, así como despejar perspectivas. ¿Por qué limitarnos a "unos" elementos?. La razón es que
Las luchas obreras en Polonia representan el mayor movimiento del proletariado mundial desde hace más de medio siglo. Tras un año de combates, el balance es rico de enseñanzas para la clase obrera de todos los países y también para sus sectores más adelantados, los grupos revolucionarios. El objetivo de este artículo es el de hacer resaltar unos elementos para ese balance, así como despejar perspectivas. ¿Por qué limitarnos a "unos" elementos?. La razón es que esta experiencia del proletariado tiene tanta importancia y riqueza que no se puede tratar totalmente en el marco de un único artículo. Por otro lado, la situación creada en Polonia es tan nueva en ciertos de sus aspectos y sigue evolucionando con tal rapidez, que exige por parte de los revolucionarios la mayor apertura intelectual, mucha prudencia y humildad en cuanto a los juicios concernientes al porvenir del movimiento.
La historia del movimiento obrero es muy larga. Cada una de sus experiencias es un paso más en el camino empezado ya hace más de dos siglos. En ese sentido, si cada nueva experiencia se confronta a condiciones y circunstancias inéditas, una de las características del movimiento es que necesita en cada una de sus etapas para poder ir más allá, volver a descubrir los métodos y enseñanzas que ya fueron suyos en el pasado.
En el siglo pasado y en los primeros años del nuestro, estas enseñanzas del pasado formaban parte de la vida cotidiana de los proletarios, gracias en parte a la actividad y propaganda de sus organizaciones, sindicatos y partidos obreros. La entrada de capitalismo en una nueva fase de su existencia su decadencia obligó al movimiento de la clase a adaptarse a las condiciones recién creadas: la revolución de 1905 en el imperio ruso es la primera experiencia de la nueva época de la lucha de clases, la que debe concluirse por el derrumbamiento violento del capitalismo y por la toma del poder por parte del proletariado mundial. Ese movimiento de 1905 fue rico de enseñanzas para los combates siguientes, más particularmente para la ola revolucionaria que va de 1917 a 1923. Hizo descubrir al proletariado dos instrumentos esenciales de su lucha en el período de decadencia del capitalismo: la huelga de masas y la autoorganización en Consejos Obreros.
Por desgracia, si las enseñanzas de 1905 estaban presentes en la memoria de los obreros rusos en 1917, si el ejemplo de Octubre 1917 iluminó los combates del proletariado en Alemania, en Hungría, en Italia y en cantidad de países entre 1918 y 1923, hasta en China en 1927, el período que siguió atravesó una situación bien diferente. En efecto, la ola revolucionaria que acabó con la primera guerra mundial dejó sitio a la más profunda y larga contrarrevolución de toda la historia del movimiento obrero. Todas las enseñanzas de las luchas del primer cuarto del siglo XX han sido progresivamente olvidadas, salvo por unos pequeños grupos que han sido capaces de conservar y defenderlas contra viento y marea: los grupos de la izquierda comunista (la Fracción de izquierdas del partido comunista de Italia, el KAPD, los Comunistas internacionalistas de Holanda y los núcleos que políticamente se han acercado a esas corrientes).
Lo que más se destaca de los acontecimientos de Polonia, es decir de la mayor experiencia del proletariado mundial desde la reanudación histórica de sus combates a finales de los años 60, es la deslumbrante confirmación de las posiciones defendidas por la izquierda comunista durante decenas de años. Ya se trate de la naturaleza de los países llamados "socialistas", del análisis del período actual de la vida del capitalismo, del papel de los sindicatos, de las características del movimiento obrero en este período y del papel de los revolucionarios en ese movimiento, las luchas obreras en Polonia han sido una viva verificación de la exactitud de esas posiciones progresivamente elaboradas por las diferentes corrientes entre las dos guerras y que iban a encontrar su formulación más sintética y completa con la Izquierda comunista de Francia (quién publicó "Internationalisme" hasta 1952) y hoy en día con la CCI.
1. La naturaleza de los países llamados "Socialistas"
No todas las corrientes de la izquierda comunista han sabido analizar con la misma lucidez y prontitud la naturaleza de la sociedad que se estableció en URSS tras la derrota de la ola revolucionaria de la primera posguerra, y la degeneración del poder surgido de la revolución de Octubre en Rusia. La izquierda italiana habló durante años de "Estado obrero", mientras que ya desde los años 20, las izquierdas alemanas y holandesas habían analizado esa sociedad como "capitalismo de Estado". Pero el mérito común a todas las corrientes de la izquierda comunista ha sido afirmar claramente que el régimen político de la URSS era contrarrevolucionario, explotador del proletariado como cualquier otro capitalismo, que no había nada que defender en él y que la consigna de "defensa de la URSS" no era ni más ni menos que una bandera de adhesión a la participación a una nueva guerra imperialista; lo tuvieron que afirmar a pesar y en contra del estalinismo, claro está, y también del trotskismo.
Desde entonces, para el conjunto de las corrientes de la izquierda comunista, queda perfectamente claro el carácter capitalista de la sociedad en Rusia y en los demás países llamados "socialistas". Esta idea se generaliza tan rápidamente hoy en la clase obrera mundial que hay socialdemócratas que ni vacilan ya en atreverse a hablar de "capitalismo de Estado" cuando hablan de esos países, con el fin de ganarle la partida a los estalinistas e intentar preparar a los obreros para la defensa del Occidente capitalista ¡cómo no!, pero democrático y en contra del bloque del Este capitalista y totalitario.
En contra de las mistificaciones que estalinistas y trotskistas siguen alimentando en cuanto a la verdadera naturaleza de clase de esos gobiernos, la lucha de la clase obrera en Polonia es un arma decisiva. Esa lucha deja bien patente para los obreros del mundo entero que en el "socialismo real" del Este, como en todas partes, la sociedad está dividida en clases irreconciliables, que también existen explotadores que gozan de privilegios semejantes a los que tienen los explotadores en Occidente y también explotados que sufren una miseria y opresión crecientes a medida que va hundiéndose la economía mundial; denuncian con violencia las pretendidas "conquistas" obreras, que jamás vieron los obreros, salvo en los discursos de la propaganda oficial; demuestran la triste realidad de los "méritos" de la "economía planificada" y del "monopolio del comercio exterior" tan cantados por los trotskistas: esas grandes "conquistas" no han impedido la desorganización y el endeudamiento de la economía polaca. Y además, por sus métodos, y objetivos, esas luchas prueban prácticamente que la lucha proletaria es la misma en todos los países, porque se enfrenta en todas partes al mismo enemigo: el capitalismo.
La estocada aplicada por los obreros polacos a las mistificaciones en cuanto a la verdadera naturaleza de los llamados "países socialistas" es de grandísima importancia para la lucha del proletariado mundial, aunque la "estrella del socialismo real" haya perdido bastante de su brillo estos últimos años. En efecto, la mentira de la "URSS socialista" fue básica en la ofensiva contrarrevolucionaria del capitalismo antes y después de la Segunda Guerra Mundial, ya fuera para desviar las luchas proletarias hacia la "defensa de la patria socialista", ya con el fin de asquear a los obreros y hacerles dar la espalda a cualquier lucha o perspectiva revolucionaria.
Para poderse concluir, el movimiento revolucionario, cuyos signos precursores aparecen hoy, tendrá que tener muy claro que se enfrenta al mismo enemigo en todos los países, que no hay la más mínima traza de "bastión obrero", aún degenerado, por el mundo. Las luchas de Polonia le han permitido dar un gran paso adelante en ese sentido.
2. El actual período de la vida del capitalismo
La izquierda comunista, que se desprendió de la Internacional Comunista (IC) a lo largo de los años 20; siguió analizando el período abierto por la primera guerra mundial como el de la decadencia del capitalismo, en el cual sólo puede sobrevivir el sistema a través de un círculo infernal de crisis aguda, guerra, reconstrucción, nueva crisis .....
A pesar de todas las ilusiones en un "capitalismo ya liberado de las crisis" que los premios Nóbel de economía y compadres han podido propalar gracias a la reconstrucción de la última posguerra, la crisis golpea desde hace ya diez años a todos los países, permitiendo que tome cuerpo la Posición clásica del marxismo. La tesis de la estatalización de la economía como remedio a la crisis, sin embargo, ha sido durante largo tiempo defendida por los ideólogos de la izquierda, y ha tenido cierto éxito en sectores de la clase obrera. Pero ese remedio puede ser peor que la enfermedad misma, eso es lo que demuestran también las luchas obreras en Polonia, poniendo en evidencia el deterioro de la economía nacional. La quiebra en la cual se hunde el modelo capitalista oriental no tiene nada que ver con "la jugadas de los grandes monopolios" y demás "multinacionales". La quiebra de los modelos totalmente estatalizados es la prueba evidente que no es tal o cual forma, de capitalismo la que es caduca y podrida. Es el modo de producción capitalista global lo que se descompone y ya es hora de que deje el sitio a otro de producción.
3. La naturaleza de los sindicatos
Una de las más importantes lecciones de las luchas en Polonia se refiere al papel y naturaleza de las organizaciones sindicales que ya hicieron resaltar las izquierdas alemana y holandesa.
Esa luchas demostraron que la clase obrera no necesitan sindicatos para emprender el combate masivo y determinadamente. Los sindicatos que existían en Agosto de 1980 en Polonia no eran más que los auxiliares serviles del Partido gobernante y de la policía. Fue desde fuera y en contra de los sindicatos que la clase obrera emprendió la lucha en Polonia, dotándose de órganos de lucha, los MKS (comités de lucha basados en las asambleas generales y sus delegados elegidos y revocables), durante la lucha y no de manera previa.
Todo el trabajo de "Solidaridad" desde su principio demuestra que, aunque "Libre", "independiente" y beneficiando de la confianza de los trabajadores, los sindicatos no son más que los enemigos de la lucha de la clase. La experiencia que viven hoy en día los obreros polacos está preñada de enseñanzas para el proletariado mundial. Prueba de manera viva que no es solo a causa de la burocratización o de los dirigentes sospechosos por lo que la clase obrera se enfrenta a los sindicatos en todos los países del mundo. Desmiente que la clase obrera tenga que inventar nuevos sindicatos para escapar a las taras de los viejos, y destruye la idea que afirma que la lucha de clases les puede dar una vida proletaria. Recién nacidos en la lucha, teniendo a su cabeza a los principales dirigentes de la huelga de Agosto del 1980, el nuevo sindicato es incapaz de ir más allá que los antiguos y hace lo que hacen todos los sindicatos del mundo: sabotean las luchas, desmovilizan y asquean a los obreros, arrinconan el descontento en mitos "autogestionarios" y demás defensas de la economía nacional. Y aquí no se trata de "dirigentes sospechosos" o "incapaces" ni de "ausencia de democracia": la estructura sindical, es decir la organización permanente basada en la defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores, no puede mantenerse al lado de la clase obrera. En el capitalismo decadente, época en la cual ya no son posibles las reformas duraderas en un sistema en putrefacción en el cual el estado tiende a integrarlo todo en su seno, a semejante estructura no le queda otro remedio que ser aspirada por el Estado, haciéndose un instrumento de su defensa y del capital nacional. Esa estructura se da los dirigentes y resortes que mejor corresponden a su función. El mejor militante obrero se transformará en un jefe sindical cualquiera en cuanto acepte ejercer un puesto en el aparato. La mayor democracia formal, tal como la que en principio se practica en "Solidaridad", nunca podrá impedir que un Walesa negocie directamente con las autoridades sobre las condiciones y modalidades de sabotaje de las luchas, pasándose la vida yendo de "bombero volante" por toda Polonia, en cuanto se prende cualquier incendio social.
El balance de un año de luchas en Polonia es claro. Nunca la clase obrera ha podido ser tan fuerte como antes de la llegada de los sindicatos, cuando eran las asambleas obreras quiénes tenían la entera responsabilidad del movimiento, quienes elegían, controlaban y hasta revocaban los delegados mandados a los órganos centralizadores del movimiento.
Desde entonces, la creación y el desarrollo de "Solidaridad" han permitido que los obreros sean incapaces de organizar una réplica fuerte y unificada contra la agravación de sus condiciones de existencia mucho más tremenda que la que provocó las huelgas del verano 1980. "Solidaridad" ha logrado hacer aceptar lo que los sindicatos del régimen estalinista no podían; ha logrado imponer: el alargamiento de la semana laboral (renunciando a los "sábados libres"), la triplicación del precio del pan, aumentos masivos de los precios de otros productos de primera necesidad y una penuria cada día menos soportable. "Solidaridad" ha logrado conducir a los obreros polacos hacia el atolladero de la autogestión que rechazaban éstos el año pasado, lo cual los llevará a nombrar ellos mismos aquellos que se encargarán de organizar su explotación (siempre y cuando sea compatible con las orientaciones del partido en el poder). "Solidaridad", por fin, al desmovilizar la menor lucha, ha preparado la actual ofensiva de las autoridades, la represión que están desencadenando y la censura sobre las luchas que están aplicando.
El proletariado polaco está hoy mucho más débil con su organización sindical "libre" en la cual "tiene confianza" que ayer, cuando no contaba con ningún sindicato que defendiera sus intereses. Y por muchas posibles "renovaciones" del sindicato que intenten hacer elementos más radicales que Walesa, eso no va a cambiar nada del asunto. El sindicalismo "de base" o "de lucha" ha dado sus pruebas en el mundo entero: su única función objetiva, sean cuales sean las intenciones de sus militantes, es la de volver a darle onda al nombre de un tipo de organización que no puede más que servir los intereses del capitalismo.
Esto es lo que ya afirman desde hace años las corrientes más lúcidas de la izquierda comunista. Esto es lo que tendrán que acabar por entender las corrientes comunistas que mantienen ilusiones dentro del proletariado sobre la posibilidad de dotarse de organizaciones de tipo sindicato, con explicaciones del tipo de "asociacionismo obrero" y demás parloteos.
Las luchas en Polonia, aunque hoy los obreros de este país estén bastante encerrados en la trampa de "Solidaridad", y precisamente por eso, han puesto el dedo en la llaga, en una de las patrañas más tenaces y peligrosas para el proletariado, la mistificación sindical. Les toca ahora a los proletarios y a los revolucionarios del mundo entero sacar las enseñanzas de ello.
4. Las características de las luchas actuales y el papel de los revolucionarios
En esta revista ya hemos tratado ampliamente ese tema (Huelgas de masas en Polonia 1980, n° 23; Notas sobre la huelga de masas, ayer y hoy, en este mismo número; El papel de los revolucionarios a la luz de los acontecimientos de Polonia n° 24), Por esta razón solo vamos a hacer resaltar dos puntos en este artículo:
Fue Rosa Luxemburgo (véase artículo en este número[1]) quien en 1906, por primera vez, puso en evidencia las nuevas características del combate proletariado, y analizó en profundidad el fenómeno de la huelga de masas. Basaba su análisis en la experiencia de la revolución de 1905-1906 en Rusia y Polonia, donde ella vivía en aquellos momentos[2].
Por ironía de la historia, ha vuelto a ser en Polonia, y en el bloque imperialista ruso, en donde el proletariado ha vuelto a reanudar, con la mayor decisión, con ese método de lucha. No es totalmente debido a la casualidad. Como en 1905, el proletariado de esos países es de los que más sufren las contradicciones del capitalismo. Como en 1905, no existen en esos países estructuras sindicales o "democráticas" capaces de servir de tope ante el descontento y la combatividad obrera.
Más allá de estas analogías, sin embargo, es necesario poner en evidencia la importancia del ejemplo polaco de huelgas de masas, y en particular el hecho de que la lucha proletaria en la época actual no es resultado de una organización previa, al contrario de lo que ocurría en el siglo pasado y de lo que pensaban "los jefes sindicales" contra quienes polémico Rosa Luxemburgo; Hoy en día, la luche surge espontáneamente de la carne misma de la sociedad en crisis, su organización no le es previa, sino que se hace en la lucha.
Este hecho fundamental les da una función muy diferente a las organizaciones revolucionarias, con respecto al papel que jugaban en el siglo pasado. Cuando la organización sindical todavía era una condición para la lucha (véase La lucha del proletariado en la decadencia del capitalismo, "Revista Internacional", n° 23[3]), el papel de los revolucionarios era participar activamente en la construcción de estos órganos de lucha. Se puede considerar, en cierto modo, que en aquella época, los revolucionarios "organizaban" a la clase obrera en función de las necesidades de la lucha cotidiana en contra del capital. Pero cuando la organización es un producto de la lucha, cuando surge espontáneamente a partir de las convulsiones que sacuden a la sociedad capitalista, ya no se puede tratar de "organizar" la clase o de preparar sus movimientos de resistencia contra los ataques crecientes del capital. El papel de las organizaciones revolucionarias se sitúa entonces en un plano muy diferente: ya no es la preparación de las luchas económicas inmediatas, es la preparación de la revolución proletaria por la defensa en estas mismas luchas de sus perspectivas mundiales, globales e históricas, y más generalmente por la defensa del conjunto de las posiciones revolucionarias.
La experiencia de las luchas obreras en Polonia, las lecciones que están sacando de ella sectores importantes del proletariado mundial (ya a principios del año manifestaron los obreros de la FIAT en Turín al grito de ¡Gdansk!¡Gdansk!), son la viva ilustración de la manera como evoluciona el desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera. Ya lo hemos dicho, varias lecciones de la lucha polaca ya formaban parte desde hace décadas del patrimonio programático de la izquierda comunista. Pero toda la propaganda paciente y pertinaz de los grupos de esa corriente durante décadas no ha tenido ni la menor influencia si se la compara a estos meses de lucha en Polonia, con respecto a la asimilación de estas mismas lecciones por parte del proletariado mundial. La conciencia del proletariado no precede a su ser, sino que acompaña su desarrollo. Este desarrollo solo se realiza por la lucha contra el capitalismo y por su autoorganización en el combate y para el combate.
El proletariado solo puede sacar todas las lecciones de su lucha pasada y presente cuando lucha masivamente, cuando empieza a actuar como clase. Eso no significa que las organizaciones revolucionarias no tengan ningún papel que jugar en este proceso. Su función es precisamente la de sistematizar estas enseñanzas, integrarlas en un análisis global y coherente, relacionarlas con toda la experiencia pasada de la clase y a las perspectivas de su combate. Sin embargo, su intervención y propaganda en la clase solo pueden encontrar un eco en las masas obreras cuando se enfrentan, en la práctica, por experiencia viva, a las cuestiones fundamentales planteadas por esa misma práctica.
Las organizaciones revolucionarias serán capaces de hacerse oír por la clase, de fertilizar su combate, si saben apoyarse en los primeros elementos de una toma de conciencia, de las cual ellos son por otra parte, una plasmación.
Aunque los movimientos importantes del proletariado sean generalmente la ocasión para volver a descubrir métodos y lecciones que sirvieron ya en la historia del proletariado, no se ha deducir que la lucha de clases es una sencilla y monótona repetición del mismo guión. Al desarrollarse en condiciones constantes de evolución, cada movimiento de la clase enriquece con sus propias aportaciones su experiencia general. En momentos cruciales de la vida de la sociedad, tales como las revoluciones o los períodos clave entre dos épocas de éstas, ocurre que las luchas particulares aportan elementos nuevos tan fundamentales para el proletariado mundial que toda la perspectiva está afectada por ellos. Ese fue el caso de la Comuna de París, de las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia. La Comuna hizo descubrir al proletariado la necesidad de destruir de arriba abajo el aparato estatal de la burguesía. La revolución de 1905, que se situó entre la fase ascendente y la fase de decadencia del capitalismo, permitió a la clase inventar los instrumentos que necesitaba en el nuevo período, tanto para resistir a los ataques del capital como para ir al asalto del poder, o sea, la huelga de masas y los consejos obreros, Octubre de 1917 permanece como la única experiencia seria de toma del poder político en un país por el proletariado, experiencia que debe permitirle hoy enfrentar mucho más armado que en el pasado los problemas de la dictadura del proletariado, de sus relaciones con el Estado del período de transición y del papel del partido proletario en el conjunto del proceso revolucionario.
A pesar de su importancia, la lucha obrera en Polonia no ha aportado a la experiencia del proletariado elementos tan fundamentales como los que acabamos de evocar. Es necesario señalar no obstante unos problemas que ya se plantearon desde hace tiempo en el plano teórico, que nunca han sido resueltos decididamente por la práctica y que las luchas en Polonia vuelven a poner hoy en el primer plano de las preocupaciones de la clase.
En primer lugar, las luchas de Polonia son la ilustración de un fenómeno general que ya señalamos en nuestra prensa, una novedad en la historia del movimiento obrero: no se desarrolla la ola revolucionaria del proletariado a partir de una guerra (tal como se produjo en 1905 y 1917 en Rusia, en 1918 en Alemania y el resto de Europa), sino a partir del hundimiento económico del capitalismo, tal como Marx y Engels lo pensaron en el siglo pasado. Ya hemos analizado ampliamente en varios textos las características que las condiciones imponen a la ola actual de luchas obreras: movimientos duraderos, movilizados a partir de reivindicaciones esencialmente económicas (mientras que en 1917, por ejemplo, la reivindicación esencial -la paz - era directamente política). No volveremos a tratarlo aquí sino para constatar que esas nuevas circunstancias exigen por parte de los revolucionarios vigilancia, modestia, inteligencia crítica, estar lo bastante despiertos para no enredarse en viejos esquemas hoy en día caducos. En estos esquemas rígidos se han encerrado los grupos que siguen considerando que el próximo movimiento revolucionario surgirá de la guerra imperialista como en el pasado. Las luchas de Polonia son precisamente la demostración que no será capaz el capitalismo de dar sus soluciones propias a la crisis general de su economía, si no pone al paso a la clase obrera. Mientras las diferentes fracciones nacionales de la burguesía estén amenazadas en tanto que clase por la combatividad obrera, nunca, dejarán que sus propias luchas internas por la hegemonía mundial degeneren en una confrontación general que las debilitaría ante su enemigo común y mortal: el proletariado. Eso es lo que ha demostrado el año 1980: aunque su primera parte está marcada por una agravación sensible de las tensiones entre los dos bloques imperialistas, estas mismas tensiones - sin dejar de existir- pasan al segundo plano en las preocupaciones de la burguesía mundial tras las huelgas del mes de Agosto. Lo que más le importa hoy es coordinarse para hacer todo lo posible con el fin de ahogar la combatividad obrera. Y ninguno de sus sectores ha faltado a la lista. URSS y compinches mezclan maniobras militares y promesas de "ayuda fraternal" para intimidar a los obreros polacos, sin olvidar de denunciar a Walesa y Kurón cada vez que incesantes operaciones antihuelgas de éstos tienden a deshonrar sus apellidos. Los países occidentales otorgan créditos a fondo perdido y reparten productos alimenticios de primera necesidad baratísimos; mandan a sindicalistas con material propagandístico y buenos consejos a "Solidaridad"; hacen lo posible para acreditar la tesis de la intervención de las tropas del pacto de Varsovia si las cosas no se calman, delegan al canciller "socialista" austriaco Kreisty y al presidente de la Internacional Socialista Brandt para exhortar "al trabajo" a los obreros polacos.
En resumen, aunque los diferentes gángsteres que se reparten el mundo no dejan pasar la más mínima ocasión de liarse a tiros, están decididos a realizar la "unión sagrada" en cuanto se manifiesta el enemigo proletario. Tal como se ha iniciado, la lucha de la clase obrera es hoy el único obstáculo frente a una nueva guerra generalizada. Los acontecimientos de Polonia demuestran una vez más que la perspectiva no es la guerra mundial, sino la guerra de clases. La revolución venidera no surgirá de la guerra interimperialista, porque en realidad, ésta sólo podrá realizarse sobre el cadáver de la revolución.
El otro problema planteado por los acontecimientos de Polonia se refiere más específicamente a la naturaleza de las armas burguesas que tendrá que enfrentar la clase obrera en los países del bloque del Este.
Se ha podido constatar en Polonia que la burguesía del Este tuvo que adoptar, a pesar de sus pesares, la táctica corriente utilizada en Occidente: repartirse la faena entre equipos gubernamentales, por un lado, a quienes les toca "hablar claro" el lenguaje de la austeridad, de la represión y de la intransigencia (estilo Reagan o Thatcher), y por el otro lado, equipos de oposición con lenguaje obrero que se encargan, por su parte, de paralizar las réplicas obreras contra los ataques capitalistas. Pero mientras las burguesías occidentales tienen decenas de años de experiencia de este tipo de reparto de responsabilidades y disponen para ello de un sistema "democrático", las burguesías del bloque del Este, cuyo modo de dominación se basa en la existencia del partido-Estado dueño absoluto de todos los resortes de la sociedad, tiene dificultades mayores para hacer la misma jugada.
Ya sacábamos a relucir esta contradicción en 1980: "(...) Pero el régimen estalinista sigue sin poder tolerar, sin daños y riesgos, la existencia de esas fuerzas de oposición. Su fragilidad y su rigidez congénita no han desaparecido por tanto, por la gracia del estallido de la luchas obreras. ¡Muy al contrario!. Obligado a tolerar en sus entretelas a un cuerpo extraño, del que tiene necesidad para sobrevivir, ..., pero "que rechaza con todas las fibras de su organismo, el régimen está sumido hoy en las convulsiones más dolorosas de su historia" (esta revista n° 24, pág.5).
Desde entonces, al partido ha logrado estabilizar su situación interna en torno a Kania gracias a su IX Congreso y una vez más a la colaboración de las grandes potencias y también ha logrado estabilizar un modus vivendi con "Solidaridad". Tal modus vivendi no está exento de ataques y denuncias acerbas. Forman parte de la jugada que les permite ser creíbles en su papel respectivo, como en Occidente enseñando los dientes, el "malo" quiere demostrar que no nos vacilarán en reprimir si es necesario, y de este modo atraer la simpatía del público hacia el "bueno", quien se da un aire heroico desafiando al "malo".
Claro está que los enfrentamientos, entre "Solidaridad" y el POUP no son puro teatro como tampoco es puro teatro la oposición entre izquierdas y derechas en los países occidentales. En éstos, el marco institucional permite generalmente la "gestión" de estas oposiciones para que no amenacen la estabilidad del régimen y también para que las luchas por el poder sean contenidas y se solucionen con la fórmula más apropiada para enfrentar al enemigo proletario. En cambio, si la clase dominante ha logrado instaurar mecanismo de este estilo en Polonia, a través de mucha improvisación pero por ahora con éxito, nada prueba que se trate de una fórmula definitiva exportable hacia otros "países hermanos". Las mismas invectivas que sirven para dar créditos a un socio-adversario cuando éste es indispensable para el mantenimiento del orden pueden ser utilizadas para aplastarlo en cuanto ha perdido su utilidad (véase las relaciones entre fascismo y democracia entre las dos guerras mundiales).
Al obligar a las burguesías de Europa del Este a repartirse los papeles de un modo al cual son estructuralmente refractarias, las luchas obreras en Polonia han creado una contradicción viva. Todavía es demasiado temprano para prever como se resolverá. La tarea de los revolucionarios cara a una situación históricamente nueva ("una época de lo nunca visto", dijo Gwiazda, leader de Solidaridad) es estar atentos a los hechos con modestia.
Prever detalle por detalle como se desarrollará la situación es una tarea que escapa a la competencia de los revolucionarios. Pero en cambio, partiendo de la experiencia, han de ser capaces de despejar las perspectivas más generales del movimiento e identificar de antemano cada paso que ha de cumplir el proletariado en su avance hacia la revolución. Ese próximo paso, ya lo hemos definido en los días que siguieron las luchas del Agosto 1980 (Véase el panfleto internacional difundido por la CCI, Polonia, en el Este y el Oeste una misma lucha obrera contra la explotación capitalista, 6/9/80), es la generalización de las luchas a nivel mundial.
El internacionalismo es una de las posiciones básicas del programa proletario, incluso la más importante. Ya se expresó con fuerza en el lema de la "liga de los Comunistas" de 1847 y en el himno de la clase obrera. Sirve de frontera de clase entre las corrientes proletarias y las burguesas en las Segunda y Tercera Internacionales en degeneración. Esta importancia del internacionalismo no viene de un principio general de fraternidad humana, sino que expresa una necesidad vital de la lucha del proletariado. Ya podía escribir Engels en 1847: "La revolución comunista no será una revolución puramente nacional. Sucederá en todos los países civilizados al mismo tiempo..." ("Principios del Comunismo").
Los acontecimientos de Polonia evidencian esta afirmación. Demuestran la necesidad de la unidad mundial del proletariado frente a una burguesía quien por su lado, es muy capaz de concertarse y ser solidaria por encima de todos sus propios antagonismos imperialistas en cuanto ha de enfrentarse a su enemigo mortal. A este respecto, no podemos más que denunciar la consigna totalmente absurda de la "Communist Worker's Organisation", la cual, en el n° 4 de Worker's Voice llama a los obreros polacos a "la revolución ya". En ese artículo, la CWO pone cuidado en precisar que "llamar a la revolución hoy no es aventurismo típico de un botarate" diciendo que: "(como) el enemigo de clase ha tenido doce meses para preparar el aplastamiento de la clase y que los obreros polacos no han creado todavía la dirección revolucionaria consciente que la situación, exige, las posibilidades de victoria son mínimas".A pesar de su inconsciencia, la CWO se da por lo menos cuenta de que la URSS no dejaría que el proletariado hiciera la revolución ante sus mismas narices, pero encontró la solución: "Llamamos a los trabajadores de Polonia a emprender el camino de la lucha armada contra el Estado capitalista y fraternizar con los trabajadores de uniforme que sean mandados para aplastarlos". ¡Mira que bien! Vaya genialidad: basta con fraternizar con los soldados rusos. Cierto es que no hay que excluir esa posibilidad. Es una de las razones que explican por qué la URSS no ha intervenido en Polonia para meter en cintura al proletariado. Pero de ahí, a pensar que el Pacto de Varsovia ya no podría encontrar medios para ejercer una represión es hacerse increíbles ilusiones en cuanto a la madurez actual de las condiciones de la revolución en toda la Europa del Este y en el mundo entero. Pues de eso se trata: el proletariado no podrá hacer la revolución en un país más que si por todas las demás partes ya están en marcha. Y no será alguna que otra huelga que haya habido en Checoslovaquia, en Alemania del Este, en Rumania y hasta en Rusia desde Agosto de 1980 lo que puede permitir decir que la situación está madura en esos países para los enfrentamientos generalizados de clase.
El proletariado no podrá hacer la revolución "por sorpresa". Una conmoción así será el resultado y el punto culminante de una marea de luchas internacionales de las que hasta ahora hemos visto un tímido principio. Cualquier tentativa del proletariado en tal o cual país de echarse al asalto del poder sin tener en cuenta el nivel de las luchas en los demás países estaría condenada a un fracaso sangriento. Y los que, como la CWO, llaman a los proletarios a lanzarse a semejantes intentos son imbéciles irresponsables.
La internacionalización de las luchas no es solamente indispensable en tanto que etapa hacia la revolución proletaria, como medio de parar el brazo asesino de la burguesía contra los primeros intentos de toma del poder por el proletariado. Es una condición para que los proletarios polacos y de los demás países puedan superar las patrañas que los mistifican y los paralizan en su combate. Efectivamente, si se miran de cerca las causas del actual éxito de las maniobras de "Solidaridad", se puede comprobar que se debe esencialmente al aislamiento en que se encuentra todavía el proletariado en Polonia.
Mientras el proletariado de los demás países del bloque del Este, y particularmente el de Rusia, no se haya puesto a luchar, el chantaje de la intervención de los "países hermanos" podrá seguir funcionando, y el nacionalismo antiruso y la religión que le acompaña seguirán teniendo gran peso.
Mientras la práctica misma de una lucha mundial no haya hecho comprender a los proletarios que no tienen "economía nacional" que defender, que no hay posibilidad de mejora de la gestión de esa en el marco de un país y en las relaciones de producción capitalistas, los sacrificios en nombre del "interés nacional" serán aceptados, las patrañas sobre la "autogestión" encontrarán eco.
En Polonia, como por todas partes, el siguiente paso cualitativo de las luchas depende de su generalización a escala mundial. Eso es lo que deben decir los revolucionarios claramente a su clase, en lugar de presentar las luchas obreras en Polonia como resultado de condiciones históricas específicas de ese país, A este respecto, un artículo como el de "Programme Communite", n° 86 (revista teórica del PCInt), que se remonta a los repartos de 1773, 1792 y 1795 y al "heroísmo de Kosciuszko" para explicar las luchas actuales en lugar de ponerlas en el marco de la reanudación mundial de los cambares de clase, un artículo que pone al proletariado polaco como heroico heredero de la burguesía polaca revolucionaria del siglo pasado y desprecia la burguesía polaca de hoy por su sumisión a Rusia, semejante artículo, a pesar de las frases internacionalistas que contenga, no contribuye en nada en la toma de conciencia de la clase obrera.
Más que nunca, de lo que se trata es de afirmar claramente como ya lo hicimos nosotros en Diciembre de 1980: "En Polonia, el problema solo podía ser planteado, le toda al proletariado mundial resolverlo" (Revista Internacional, n° 24).
Es el propio capitalismo mundial el que, con la generalización de su hundimiento económico, está creando las condiciones de ese surgimiento mundial de la lucha de la clase.
F.M 3/10/81
[1] Ver Notas sobre la huelga de masas: https://es.internationalism.org/rint/1981/27_huelgamasas [62]
[2] Ver el folleto de Rosa Huelga de masas, partido y sindicatos. Se puede encontrar en formato PDF en: https://www.marxists.org/espanol/luxem/06Huelgademasaspartidoysindicatos_0.pdf [25]
Desde su creación, la CCI subrayó siempre la importancia decisiva de una organización internacional de revolucionarios en el resurgir de un nuevo curso de la lucha de clases a escala mundial. Con su intervención en la lucha, aunque todavía sea a escala modesta, con sus perseverantes trabajos para la creación de un lugar verdadero de discusiones entre grupos de revolucionarios, la CCI ha demostrado en la práctica que su existencia no era ni superflua ni imaginaria. Convencida de que su función respondía a una necesidad profunda de la clase, ha combatido tanto el diletantismo como la megalomanía de un medio revolucionario todavía marcado por los estigmas de la irresponsabilidad y la inmadurez. Esta convicción no se apoya en una existencia religiosa, sino en un método de análisis, la teoría marxista. Las razones del resurgir de la organización revolucionaria no podrían ser comprendidas fuera de esa teoría, sin la cual no podría haber movimiento revolucionario auténtico.
Las escisiones recientes que acaba de soportar la CCI no deben ser comprendidas como crisis fatal. Traducen esencialmente una incomprensión sobre las condiciones y la marcha del movimiento de la clase que segrega la organización revolucionaria:
La incomprensión de la función de la organización de revolucionarios ha abocado siempre en la negación de su necesidad:
Ayer como hoy, la organización de revolucionarios sigue siendo una necesidad que no contradice ni la contrarrevolución (para rechazarla), ni la amplitud de una lucha de clases en la que no habría fracción revolucionaria organizada (como en Polonia 1980):
desde la formación del proletariado como clase, en el siglo XIX, el agrupamiento de revolucionarios fue, ha sido y seguirá siendo una necesidad vital. Toda clase histórica portadora de conmoción social se da una visión clara del objetivo y de los medios de la lucha que la llevará al triunfo de sus metas históricas;
la finalidad comunista del proletariado engendra una organización política que, en la teoría (el programa) y en la práctica (la actividad) defiende las metas generales del conjunto del proletariado;
generada en permanencia por la clase, la organización revolucionaria supera, y por lo tanto niega, cualquier división natural (geográfica e histórica) y artificial (categorías profesionales, lugares de producción). Expresa la tendencia permanente al resurgir de una conciencia unitaria de clase, afirmándose y oponiéndose a toda división inmediata;
dado el trabajo sistemático de la burguesía para desviar y quebrar la conciencia del proletariado, la organización revolucionaria es un arma decisiva para combatir los efectos perniciosos de la ideología burguesa. Su teoría (el programa comunista) y su acción militante en la clase son un poderoso antiveneno contra la pus de la propaganda capitalista.
El programa comunista y el principio de acción militante que de él precede son las bases de toda organización revolucionaria digna de tal nombre. Sin teoría revolucionaria, no puede haber función revolucionaria, o sea organización para la realización de ese programa. Por esto, el marxismo ha rechazado siempre cualquier desviación inmediatista o economicista, tendentes a desnaturalizar y a negar el papel histórico de la organización comunista.
La organización revolucionaria es un órgano de la clase. Y quien dice órgano dice miembro vivo de un cuerpo vivo. Sin ese órgano, la vida de la clase se vería privada de una de sus funciones vitales y momentáneamente disminuida y mutilada. Por eso renace de manera constante esa función, crece y florece creando necesariamente el órgano que necesita.
Ese órgano no es un simple apéndice fisiológico de la clase que se contenta y limita a obedecer sus pulsiones inmediatas. La organización revolucionaria es una parte de la clase. Ni está separada ni se confunde (es idéntica) con la clase. No es ni una mediación entre el ser y la conciencia de la clase, ni la totalidad de la conciencia de la clase. Es una forma particular de ésta, la parte más consciente. No agrupa, por lo tanto, a toda la clase, sino a su fracción más consciente y más activa. Lo mismo que el partido no es la clase, la clase no es el partido.
Al ser parte de la clase, la organización de revolucionarios no es la suma de sus partes (los militantes), ni una asociación de capas sociológicas (obreros, empleados, intelectuales). Se desarrolla como totalidad viva cuyas diferentes células tienen la función de asegurar su mejor funcionamiento. No privilegia ni a individuos ni a categorías particulares. A imagen de la clase, la organización surge como un cuerpo colectivo.
Las condiciones para un pleno florecer de la organización revolucionaria son las mismas que las que permitieron y permiten el auge de la clase proletaria:
Como memoria de la irreemplazable experiencia del movimiento obrero pasado, es la expresión más consciente de las metas generales e históricas del proletariado mundial.
Son esas condiciones las que dan tanto a la clase como a su organización política su forma unitaria.
La actividad de la organización revolucionaria no puede entenderse mas que como conjunto unitario cuyos componentes no están separados sino que son interdependientes:
Muchas incomprensiones políticas y organizativas aparecidas en nuestra corriente surgieron del olvido del marco teórico con que la CCI se dotó desde su nacimiento. Tienen como origen la mala asimilación de la teoría de la decadencia del capitalismo y de las implicaciones prácticas de esa teoría en nuestra intervención.
Si, en su esencia, la organización de revolucionarios no ha cambiado de naturaleza, los atributos de su función se han modificado cualitativamente entre la fase ascendente y la decadente del capitalismo. Los trastornos revolucionarios de la primera posguerra volvieron caducas algunas formas de existir de la organización revolucionaria, desarrollando otras que en el siglo XIX sólo habían aparecido embrionariamente.
El ciclo ascendente del capitalismo les dio una forma singular, y por lo tanto transitoria, a las organizaciones políticas revolucionarias:
La posibilidad de reformas inmediatas, tanto económicas como políticas, desplazaba el terreno de acción de la organización socialista. La lucha inmediata, gradualista, tenía primacía sobre la vasta perspectiva del comunismo que había sido afirmada en el Manifiesto.
La inmadurez de las condiciones objetivas de la revolución desembocó en una especialización de tareas ligadas orgánicamente a una atomización de la función de la organización:
La inmadurez del proletariado, cuyas grandes masas procedían del campo o de talleres artesanos, el desarrollo del capitalismo en el marco de naciones apenas formadas, oscurecieron la función real de la organización de revolucionarios:
Las características pasajeras de ese período histórico falsearon las relaciones entre partido y clase: el papel de los revolucionarios aparecía como dirigista (estado mayor). A la clase se le exigían virtudes de disciplina militar, sumisión a sus jefes. Como cualquier ejército, la clase no existía sin "jefes", a los cuales ella dejaba el encargo de cumplir sus metas (sustitucionismo) e incluso de sus medios (sindicalismo); el partido era el partido del "pueblo entero" ganado a la "democracia socialista". La función clasista del partido se empantanaba en el democratismo.
Fue contra esa degeneración de la función del partido contra lo que lucharon las izquierdas en la Segunda Internacional y en la Tercera Internacional del principio. El que la Internacional Comunista hubiera vuelto a recoger ciertos conceptos de la antigua Internacional fallida (como lo de los partidos de masas, el frentismo, el sustitucionismo, etc...) es una realidad que no tiene por qué servir de ejemplo para los revolucionarios de hoy día. La ruptura con las deformaciones de la función de la organización es una necesidad vital que se ha impuesto con la era histórica de la decadencia.
El período histórico abierto con la Primera Guerra Mundial implicó un cambio profundo, irreversible, de la función de los revolucionarios:
La organización revolucionaria es pues inmediatamente unitaria, aunque no sea la organización unitaria de la clase, los Consejos obreros. Es una unidad de una unidad más vasta, el proletariado mundial que la ha engendrado:
La maduración de las condiciones objetivas de la revolución (concentración del proletariado, mayor homogeneización de la conciencia de una clase más unificada, más cualificada, de nivel intelectual y madurez superiores a los de siglos pasados) ha modificado profundamente no sólo la forma sino también los objetivos de la organización de revolucionarios:
a) por su forma:
b) por sus fines:
El triunfo de la contrarrevolución, la dominación totalitaria del estado, han vuelto más difícil la existencia misma de la organización revolucionaria, reduciendo la extensión misma de su intervención. En ese período de hondo retroceso, su función teórica prevaleció sobre su función de intervención, revelándose como algo vital para la conservación de los principios revolucionarios. El período de contrarrevolución demostró:
El final del período de contrarrevolución ha modificado las condiciones de existencia de los grupos revolucionarios. Se ha abierto un nuevo período, favorable al reagrupamiento de los revolucionarios. Sin embargo, este nuevo período de florecimiento es todavía un período "bisagra" en el cual las condiciones necesarias para el resurgir del partido no están aún presentes para ser suficientes, gracias a un verdadero salto cualitativo.
Por ello, durante cierto lapso de tiempo, florecerán grupos revolucionarios que, gracias al mutuo careo, a acciones comunes incluso, y a su fusión al final, plasmarán esa tendencia hacia la constitución del partido mundial. La realización de ésta depende no sólo de la apertura del curso a la revolución, sino también de la propia conciencia de los revolucionarios.
Si bien se han adelantado etapas desde 1.968, si ya ha habido una selección en el medio revolucionario, debe quedar claro que el surgimiento del partido no es ni automático ni voluntarista, teniendo en cuenta el desarrollo lento de la lucha de clases y el carácter aún inmaduro y a menudo irresponsable del medio revolucionario.
Efectivamente, tras el resurgir histórico del proletariado en 1.968, el medio revolucionario se encontró muy flaco e inmaduro, para enfrentarse al nuevo período. La desaparición o la esclerosis de las antiguas izquierdas comunistas, que habían luchado contra la corriente durante todo el período de contrarrevolución, fue un factor contrario en la maduración de las organizaciones revolucionarias. Más que lo teórico de las izquierdas (redescubierto y asimilado poco a poco) fue lo adquirido organizativamente (la continuidad orgánica) lo que se echaba en falta y sin lo cual la teoría queda como letra muerta. La función de la organización, su necesidad incluso, fueron muy a menudo incomprendidas, cuando no eran tratadas de broma.
A falta de una continuidad orgánica, los elementos surgidos del ambiente de después de Mayo del 68 soportaron la aplastante presión del movimiento estudiantil y "contestatario":
A pesar de la confirmación arrolladora, sobre todo tras lo de Polonia, de que la crisis abría un curso de explosiones de clase cada vez más generalizadas, las organizaciones revolucionarias (y entre ellas la CCI) no se han liberado de otro peligro, peligro no menos pernicioso que el academicismo y el modernismo, el inmediatismo, cuyos hermanos son el individualismo y el diletantismo. Contra esas plagas, tiene hoy que resistir la organización revolucionaria y liquidarlas de una vez por todas si quiere mantenerse en vida.
La CCI, en estos últimos años, ha aguantado los efectos desastrosos del inmediatismo, forma típica de la impaciencia pequeñoburguesa y última secuela de la confusión del 68. Las formas más patentes del inmediatismo han sido:
La marcha de cierta cantidad de compañeros demuestra que el inmediatismo es una enfermedad que deja gravísimas secuelas, desembocando sin remedio en la negación de la función política de la organización, en tanto que cuerpo teórico y programático.
Todas esas desviaciones, de tipo izquierdista, no son el fruto de una insuficiencia teórica de la Plataforma de la organización. Son expresión de una mala asimilación del marco teórico, y, en particular, de la teoría de la decadencia del capitalismo, decadencia que modifica profundamente las formas de actividad y de intervención de la organización de revolucionarios.
Por todo ello, la CCI debe combatir con vigor contra cualquier abandono del marco programático, abandono que desemboca fatalmente en el inmediatismo en el análisis político. La CCI tiene que luchar con decisión:
Para preservar lo adquirido tanto teórica como organizativamente, hay que liquidar sin falta las secuelas del diletantismo, forma infantil del individualismo:
La organización no está al servicio de los militantes en su vida cotidiana. Al revés, los militantes luchan cotidianamente para insertarse en el amplio trabajo de la organización.
La comprensión clara de la función de la organización en período de decadencia es la condición necesaria para nuestro propio auge en el período decisivo de estos años ochenta
Aunque la revolución no es un problema de organización, sí que tiene problemas organizativos que resolver, incomprensiones que superar, para que la minoría de revolucionarios pueda existir como organismo de la clase.
La existencia de la CCI viene garantizada por la reapropiación del método marxista, que es la brújula más segura para entender lo que acontece y para intervenir en ello. Sólo a largo plazo puede entenderse y desarrollarse cualquier trabajo de organización. Sin método, sin ánimo colectivo, sin esfuerzo permanente del conjunto de los militantes, sin ánimo perseverante que elimine la impaciencia inmediatista, no podrá exisitr verdadera organización revolucionaria. El proletariado mundial ha confiado a la CCI un órgano cuya existencia es un factor necesario en los combates futuros.
La tarea de la organización revolucionaria es, mucho más que en el siglo pasado, algo difícil. Exige más de cada cual. Tiene que aguantar todavía los últimos efectos de la contrarrevolución y los contragolpes de una lucha de clases marcada todavía por avances y retrocesos. Aunque ya no tiene que soportar la agobiante y destructiva atmósfera de la larga noche de la contrarrevolución triunfante, aunque hoy despliega su actividad en un período favorable para la eclosión de la lucha de clases y la apertura de un curso hacia explosiones generalizadas a nivel mundial. La organización debe saber retroceder en orden cuando la lucha recae y la clase retrocede momentáneamente.
Por eso es por lo que hasta la revolución, la organización revolucionaria deberá saber luchar resueltamente contra el ambiente de incertidumbres y hasta de desmoralización en la clase. La defensa de la integridad de la organización en sus principios y en su función es primordial. Saber resistir sin flaquezas ni aislacionismos, es para los revolucionarios saber preparar las condiciones de la victoria futura. Para ello, la lucha teórica más encarnizada contra las desviaciones inmediatistas es vital para que la teoría revolucionaria pueda ser un día de las masas.
Al liberarse de las secuelas del inmediatismo, al volverse a apropiar de la tradición viva del marxismo, preservada y enriquecida por las izquierdas comunistas, la organización demostrará en la práctica que es el instrumento insustituible que el proletariado ha delegado para poder estar a la altura de sus tareas históricas.
En los períodos de luchas generalizadas y de movimientos revolucionarios es cuando la actividad de los revolucionarios tendrá un impacto directo, decisivo incluso, puesto que:
Desde hoy, la existencia de la CCI y la realización de sus tareas actuales son ya un trabajo de preparación indispensable para estar a la altura de las tareas venideras. La capacidad de los revolucionarios para cumplir con su papel en los períodos de lucha generalizada está condicionada por su actividad actual.
Esa capacidad no nace espontáneamente sino que se desarrolla mediante un proceso de aprendizaje político y organizativo. Las posiciones coherentes y formuladas claramente, así como la capacidad organizativa para defenderlas, difundirlas y profundizarlas, no es algo que cae de los cielos sino que exigen, desde ahora, una preparación. La historia nos muestra como la capacidad de los bolcheviques para desarrollar sus posiciones teniendo en cuenta la experiencia de la clase (1905, la guerra) y para reforzar la organización les permitió, al contrario de los revolucionarios en Alemania por ejemplo, desempeñar un papel decisivo en los combates revolucionarios de la clase.
En ese marco, uno de los objetivos esenciales de un grupo comunista debe ser la superación del nivel artesano de sus actividades y de su organización que es la marca típica de sus primeros pasos en la lucha política. El desarrollo, la sistematización, el cumplimiento regular y sin bruscos altibajos de sus tareas de intervención, publicación, difusión, discusión y correspondencia con elementos cercanos, debe ser algo central en sus preocupaciones. Ello supone que la organización se desarrolla mediante reglas de funcionamiento y órganos específicos que le permiten actuar no como un montón de células dispersas, sino como cuerpo único dotado de un metabolismo equilibrado.
Desde hoy ya, la organización de revolucionarios es también un polo de agrupamiento político internacional coherente para los grupos políticos, círculos de discusión y grupos obreros dispersos que surgen y van a surgir por el mundo con el desarrollo de las luchas. La existencia de una organización internacional comunista con prensa e intervención les da a esos grupos la posibilidad, mediante la confrontación de posiciones y experiencias, de ubicarse y desarrollar la coherencia revolucionaria de sus posiciones y si es caso, unirse a la organización comunista internacional. Las posibilidades de desaparición, de desánimo, de degeneración (por activismo, localismo o corporativismo por ejemplo) serían tanto más grandes de no existir ese polo. Con el desarrollo de las luchas y la aproximación del período de enfrentamiento revolucionario, ese papel tendrá cada vez más importancia con respecto a los elementos que surgen directamente de la clase en lucha.
Cada día más y más, la clase obrera se verá cara a cara con su enemigo mortal. Aunque el derrocamiento del poder burgués no sea inmediatamente realizable, los choques serán violentos y pueden ser decisivos para la continuación de la lucha. Por eso, los revolucionarios deben intervenir ya, conforme a sus medios, en el seno de la lucha de su clase:
Enero 1982
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«Decimonovena pregunta: ¿Podrá producirse esta revolución en un solo país?
Respuesta: No. Ya por el mero hecho de haber creado el mercado mundial, la gran industria ha establecido tal vinculación mutua entre todos los pueblos de la tierra, y especialmente entre los civilizados, que cada pueblo depende de lo que ocurra en los otros. Además, ha equiparado hasta tal punto el desarrollo social entre todos los países civilizados que, en todos esos países, la burguesía y el proletariado se han convertido en las dos clases decisivas de la sociedad, y el antagonismo entre esas dos clases es hoy el antagonismo fundamental de la sociedad. La revolución comunista, por consiguiente, no será una revolución meramente nacional, sino una revolución que transcurrirá en forma simultánea en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, Norteamérica, Francia y Alemania. Se desarrollará en cada uno de esos países, más rápida o más lentamente según posean una industria más desarrollada, una mayor riqueza nacional o una masa más considerable de fuerzas productivas. Por ello su ejecución será más lenta y deparará mayores dificultades en Alemania, y será más rápida y más fácil en Inglaterra. Ejercerá, asimismo, una considerable repercusión en todos los demás países del globo, modificando por completo su modo de desarrollo de hasta este momento, y acelerándolo en gran medida. Es una revolución universal y, por ello, también se desarrollará en un terreno universal” (Engels, “Principios del comunismo”[1]).
1.- Desde el alba del movimiento obrero, éste ha afirmado el carácter mundial de la revolución comunista. En todos los tiempos, el internacionalismo ha sido la piedra angular de los combates de la clase obrera y del programa de sus organizaciones políticas. Cualquier puesta en cuestión de este principio esencial ha sido, siempre, sinónimo de ruptura con el campo proletario y de adhesión al campo burgués. Pero que, desde hace más de un siglo, los revolucionarios tengan claro que el movimiento de la revolución se confunde con el proceso de la generalización mundial de las luchas obreras, no significa que en todas las épocas del movimiento obrero se hayan comprendido con claridad, las condiciones y las características de este proceso, e incluso en ciertos momentos se ha llegado incluso a retroceder en la conciencia de esta cuestión. Así, durante más de sesenta años, el movimiento obrero ha arrastrado el lastre de dos ideas erróneas:
Estas dos ideas no forman parte del patrimonio histórico del marxismo tal y como Marx y Engels nos lo legaron. Aparecieron, en realidad, durante la Primera Guerra Mundial, formando parte de los errores que sacralizó la Internacional Comunista (IC), y que quedaron convertidos en dogma gracias a la derrota de la revolución mundial.
Pero a diferencia de otros errores de la IC, que sí fueron enérgicamente combatidos por la Izquierda Comunista, estas dos ideas han contado en cambio, durante mucho tiempo, con la adhesión de corrientes auténticamente revolucionarias[2] y siguen siendo aún hoy “el alfa y el omega” de la perspectiva de los grupos bordiguistas.
Como muchas veces ha sucedido en el movimiento obrero, estos errores provenían de la defensa intransigente de verdaderas posiciones de clase. Así, por ejemplo:
El triunfo de la revolución de 1917 en Rusia demostró la validez de las posiciones de principio defendidas por los bolcheviques, sobre todo, que la guerra mundial, característica del siglo XX pone de manifiesto que el sistema capitalista, como un todo, ha entrado en su fase de declive histórico, lo que plantea la necesidad de la revolución socialista como única alternativa. Sin embargo, el aislamiento internacional de esta primera tentativa proletaria no permitió ver que los bolcheviques no habían acabado de desarrollar con total claridad posiciones que eran esencialmente justas, pero que aún defendían con argumentos erróneos. El triunfo definitivo de la contrarrevolución mundial permitió la utilización sistemática de esas debilidades como justificación de la política burguesa de los partidos que se autoproclamaban “obreros”. La denuncia de esta política burguesa no puede, por tanto, limitarse a una simple reafirmación de las verdaderas posiciones de Lenin y la IC, que es lo que nos proponen los bordiguistas, sino que exige una crítica de los errores heredados del pasado, y el rechazo de todas aquellas formulaciones que se prestan a una explotación interesada por parte de la burguesía.
2.- La CCI ha emprendido, desde hace ya un tiempo, una crítica de las tesis que defienden que es la guerra imperialista lo que proporciona las condiciones óptimas para la revolución, y la generalización de los combates que la condicionan. En cambio, y aunque en nuestros análisis lo rechazamos implícitamente, no hemos combatido aún, explícita y específicamente, la “teoría del eslabón más débil”. Esto es lo que nos proponemos con el siguiente texto, ya que:
Si bien la CCI ha señalado nítidamente que la perspectiva revolucionaria pasa por la generalización de los combates de clase, no hemos explicitado hasta hoy las características de esa generalización, y no hemos respondido a las siguientes cuestiones:
La cuestión del “eslabón más débil” atañe a la visión de la perspectiva histórica de la revolución. Por ello debemos plantear el marco de análisis de las condiciones generales de la revolución.
3.- Según el punto de vista clásico del marxismo, tal y como se muestra por ejemplo en el Manifiesto Comunista, las condiciones de la revolución comunista son, esquemáticamente, las siguientes:
a) Desarrollo suficiente de las fuerzas productivas hasta llegar a un punto en que las relaciones de producción que en el pasado habían permitido su desarrollo, se convierten en una traba para ello. Se crean así las condiciones materiales para la puesta en marcha de un proceso de transformación de estas relaciones de producción (necesidad y posibilidad material de la revolución)[5].
b) Desarrollo de la clase revolucionaria, «enterradora», de la vieja sociedad moribunda, «encargada de ejecutar la sentencia pronunciada por la historia».
Estas condiciones que son válidas para todas las revoluciones de la historia (especialmente para la revolución burguesa) se expresan más particularmente en el caso de la revolución proletaria de la forma siguiente:
4.- Las condiciones materiales de la revolución comunista están ya dadas a escala planetaria desde la Primera Guerra Mundial. Ahí Lenin acertaba plenamente al ver la naturaleza de la revolución en Rusia como resultado de la situación mundial, y no como producto de las características especiales de ese país, como sí hacían en cambio los mencheviques y como siguen haciendo aún hoy numerosos grupos consejistas[6]. Que el conjunto del capitalismo haya entrado ya en su fase de decadencia no quiere decir, en absoluto, que se hayan borrado las enormes diferencias existentes entre las diferentes regiones del mundo en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, y, en particular la principal de ellas, el proletariado.
La ley del desarrollo desigual del capitalismo, en cuyas extrapolaciones Lenin y sus epígonos basaron su tesis del “eslabón más débil”, se manifestó, en el periodo ascendente del capitalismo, en un brioso empuje de los países más retrasados tendente a recortar las diferencias e incluso superar el nivel de los más desarrollados. Este fenómeno, en cambio, tiende invertirse a medida que el sistema, en su conjunto, se va aproximando a sus límites históricos objetivos y se muestra incapaz de extender el mercado mundial al nivel que exige el desarrollo de las fuerzas productivas. Alcanzados sus límites históricos, el sistema en decadencia, no ofrece ya posibilidades de igualación en el desarrollo, sino que, por el contrario, tiende al estancamiento de todo desarrollo, al despilfarro de las fuerzas productivas y a la destrucción. Lo que se recorta es la distancia que separa a los países más desarrollados de la situación que en cuanto a convulsiones económicas, miseria, y medidas de capitalismo de Estado, existe en los países más atrasados. Si durante el siglo XIX el país más avanzado, Inglaterra, marcaba porvenir a los demás, hoy son los países del Tercer mundo los que indican, en cierto modo, el porvenir a los más desarrollados[7].
Pero ni siquiera en estas condiciones veremos nunca una verdadera “igualación” de la situación de los distintos países. Aunque la crisis mundial no perdona a ningún país, ejerce sus efectos más devastadores no tanto en los más desarrollados y poderosos, sino en los que llegaron con retraso a la arena económica mundial y que ven cegada definitivamente la vía a su desarrollo económico precisamente por las potencias más antiguas[8].
Así la “ley del desarrollo desigual” que en su momento favoreció cierta igualación de las situaciones económicas, se convierte hoy en factor de agravación de las desigualdades entre los países. Aunque la solución a las contradicciones de la sociedad – la revolución proletaria mundial -, sigue siendo unitaria e idéntica en todos los países, no es menos cierto, sin embargo, que el conjunto de la burguesía entra en el período de su crisis histórica arrastrando notables diferencias entre distintas zonas geoeconómicas.
Lo mismo le sucede al proletariado, es decir que afronta su tarea histórica de forma unitaria, pero que también presenta diferencias importantes entre los diversos países y regiones. Este segundo punto se deriva, en efecto, del primero, ya que las características del proletariado de un país y notablemente las que determinan su fuerza (su número, su concentración, su educación, su experiencia), dependen estrechamente del desarrollo del capitalismo en ese país.
5.- Para establecer la perspectiva revolucionaria sobre bases sólidas hemos de tener en cuenta, integrándolas en ella, estas diferencias que nos lega el capitalismo. Pero no podemos deducir conclusiones falsas de premisas justas y, sobre todo, no esperar que el punto de partida de la revolución se dé precisamente, donde no puede hacerlo, a diferencia de lo que postulan los “leninistas” con su “teoría del eslabón más débil”.
Esta teoría se basa en transponer, sin más, un principio de la ciencia física (“una cadena sometida a una tensión se rompe por su punto más débil”) a la esfera de lo social. Pero así se está obviando una diferencia, que en esta ocasión es esencial, entre el mundo inorgánico y el mundo orgánico vivo, y sobre todo el mundo de lo humano.
Una revolución social no consiste simplemente en la ruptura de una cadena, en el estallido de la vieja sociedad. Se trata sobre todo de una acción para, simultáneamente, edificar la nueva sociedad. No es un acto mecánico sino un hecho social indisolublemente ligado a los antagonismos de intereses humanos, a la voluntad y a las aspiraciones de las clases sociales, y a su lucha.
Al quedar prisionera de esta visión mecanicista, la “teoría del eslabón más débil” se dedica a escrutar los puntos geográficos donde el cuerpo social es más frágil, para situar en ellos su perspectiva. Ahí está la raíz de su error teórico.
El marxismo – el de Marx y Engels – jamás ha tenido tal concepción de la historia. Para ellos las revoluciones sociales no se producen allí donde la antigua clase dominante es más débil o su estructura está menos desarrollada, sino al contrario, allí donde su estructura alcanzó la mayor madurez compatible con las fuerzas productivas, y donde la clase portadora de las nuevas relaciones sociales y llamada a destruir las antiguas, es más fuerte. Mientras Lenin buscaba e insistía en el punto de mayor debilidad de la burguesía, Marx y Engels buscaron e insistieron en los puntos donde el proletariado es más fuerte, está más concentrado, y más apto para operar la transformación social.
Aunque la crisis golpee antes y con mayor brutalidad en los países subdesarrollados - a causa de su debilidad económica y su falta de margen de maniobra -, nunca debemos perder de vista que la crisis tiene su origen en la sobreproducción y, por tanto, en el centro del capitalismo. Esto abunda en que las condiciones para una respuesta a la crisis, y para su superación, están fundamentalmente en esos grandes centros del capitalismo.
6.- Los defensores acérrimos de “la teoría del eslabón más débil” replicarán a esos argumentos que lo que confirma la certeza de sus concepciones es la revolución de Octubre de 1917, pues ya se sabe, desde Marx, que «en la práctica es donde el hombre demuestra la verdad, la validez de su pensamiento». Lo que importa es, sin embargo, como se lee, como se interpreta esa “práctica”, como se distingue la excepción de la regla. Por ello no puede “estirarse” la significación de la revolución de 1917. Y, del mismo modo que no sirve para demostrar que la guerra proporciona condiciones más favorables para la revolución, tampoco prueba la validez de “la ley del eslabón más débil”. Por las siguientes razones:
1) Rusia es en 1917, a pesar de su atraso económico global, la quinta potencia industrial del mundo, con inmensas concentraciones obreras en algunas ciudades, sobre todo en Petrogrado. La fábrica Putilov era, entonces, la más grande del mundo con 40 mil trabajadores.
2) La revolución de 1917 se produce en plena guerra mundial, lo que limitó las posibilidades de la burguesía de otros países ayudar inmediatamente a la burguesía rusa.
3) El país es, además, el más extenso del mundo - la sexta parte de la superficie del globo -, lo que complicó aún más la respuesta de la burguesía mundial, como pudo verse durante la guerra civil.
4) Es la primera vez (exceptuando las tentativas prematuras y abocadas al fracaso de la Comuna de París y de 1905) que la burguesía se confronta a una revolución proletaria, por lo que ésta se ve sorprendida:
a) tanto en la misma Rusia donde no comprende a tiempo la necesidad de retirarse de la guerra imperialista,
b) como a escala internacional, donde corre importantes riesgos continuando la guerra imperialista durante más de un año.
Respecto a esto último hay que tener en cuenta que la burguesía sí sacó en cambio las lecciones de Octubre de 1917 para aplicarlas contra la revolución en Alemania. Apenas estalló la revolución en este país en Noviembre de 1918, los imperialistas detuvieron la guerra, y pusieron en práctica una estrecha colaboración entre sus diferentes sectores con el fin de aplastar a la clase obrera: liberación de prisioneros alemanes en los países de la “Entente”, derogación de los acuerdos de armisticio y de paz que permitieron al ejército alemán disponer de 5.000 ametralladoras, etc.
Esta toma de conciencia por parte de la burguesía del peligro proletario se confirmó posteriormente ante la Segunda Guerra Mundial[9], así como durante las hostilidades de esta segunda carnicería imperialista. También los revolucionarios más lúcidos han puesto de relieve la estrecha colaboración de los distintos sectores de la burguesía mundial frente a la lucha de clases en Polonia 1980-81.
Aunque sólo fuera por este último factor – es decir que la burguesía no se vería sorprendida hoy como sí lo fue en el pasado – resulta completamente vano esperar una repetición de las condiciones en que se desarrolló la revolución de 1917.
Mientras los movimientos importantes de la clase obrera se circunscriban a los países de la periferia capitalista (como es el caso de Polonia) y aunque tales movimientos lleguen a desbordar por completo a la burguesía local, la Santa Alianza de todas las burguesías del mundo, con las más poderosas a su cabeza, conseguirá establecer un cordón sanitario económico, político, ideológico e incluso militar, para cercar a los sectores proletarios afectados[10].
Sólo cuando la lucha proletaria afecte al corazón económico y político del dispositivo capitalista, es decir cuándo:
Entonces, y sólo entonces, esta lucha dará la señal de la extensión revolucionaria mundial.
Como dijimos anteriormente representar el mundo capitalista con la imagen de una cadena es falso. Es más verosímil el ejemplo de una red o, mejor aún, de un tejido orgánico, de un cuerpo vivo. La herida que no afecte a sus órganos vitales acabará cicatrizando, y además el capital no dudará en segregar los anticuerpos necesarios para eliminar el riesgo de infección. Sólo atacando el corazón y el cerebro de la bestia capitalista, el proletariado conseguirá acabar con ella.
7.- La historia ha situado, desde hace siglos, el corazón y el cerebro del mundo capitalista en Europa Occidental. Ahí donde el capitalismo dio sus primeros pasos, la revolución mundial dará los suyos, pues ambas cosas están estrechamente relacionadas. Ahí es donde están reunidas en su forma más avanzada todas las condiciones para la revolución que antes hemos enumerado.
Las fuerzas productivas más desarrolladas, las concentraciones obreras más importantes, el proletariado más cultivado (por las propias necesidades tecnológicas de la producción moderna), se haya en tres grandes zonas del mundo: Europa, América del Norte y Japón. Pero estas zonas no tienen sin embargo las mismas potencialidades para la revolución.
Por un lado Europa Central y Oriental están atadas al bloque imperialista más atrasado, de ahí que las grandes concentraciones obreras de esos países (recordemos que Rusia tiene el mayor número de obreros industriales del mundo) hacen funcionar un potencial industrial atrasado, y hacen frente a condiciones económicas (sobre todo la penuria), que no son las más propicias para el desarrollo de un movimiento que tenga por perspectiva el establecimiento de la sociedad socialista.
En esos países, por otro lado, sigue pesando muy duramente la losa de la contrarrevolución en la forma de un régimen político totalitario, sin duda rígido y frágil, pero, precisamente por ello, el proletariado tiene muchas más dificultades para superar las mistificaciones democráticas, sindicales, nacionalistas, e incluso religiosas. En estos países se desarrollarán, como así ha sucedido hasta el presente, explosiones obreras violentas, acompañadas siempre que sea necesario del surgimiento de fuerzas destinadas a desorientarlas, como es el caso de Solidarnosc, pero no podrán ser el escenario del desarrollo de la conciencia obrera más avanzada.
Por otra parte, zonas como Japón o América del Norte, aunque reúnen la mayor parte de los elementos necesarios para la revolución, no son tampoco las más favorables para el desencadenamiento del proceso revolucionario dada la falta de experiencia y al retraso ideológico del proletariado. Esto que se ve más claro en el caso de Japón, es igualmente válido para Norteamérica, donde el movimiento obrero se ha desarrollado como apéndice del existente en Europa, y donde, además, el peso de factores específicos tales como el mito de la “frontera”, o el hecho de tener un nivel de vida más elevado, permite a la burguesía asegurarse un control ideológico sobre los obreros mucho más sólido que en Europa. Esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en la ausencia de grandes partidos burgueses con tintes “obreros”. Con esto no queremos decir, a diferencia de lo que defienden los trotskistas, que este tipo de partidos expresen la más mínima conciencia proletaria, sino evidenciar que precisamente dado que el grado de experiencia, de politización y de conciencia de los proletarios es más débil, que hay una mayor adhesión a los valores clásicos del capitalismo, éste puede prescindir de las formas más elaboradas de mistificación y encuadramiento de la clase obrera.
Es pues en Europa Occidental, ahí donde el proletariado tiene una más larga experiencia de lucha; donde, desde hace décadas, se confronta directamente a los engaños anti obreros más elaborados, donde la clase obrera podrá desarrollar plenamente la conciencia política indispensable para su lucha por la revolución.
No se trata, en manera alguna, de una visión “eurocentrista”. El mundo burgués que se desarrolló a partir de Europa generó el proletariado más antiguo y, por tanto, el que acumula una experiencia más vasta. El mundo burgués ha concentrado en un pequeño espacio físico una gran cantidad de naciones avanzadas, lo que facilita el desarrollo de un internacionalismo práctico, la conjunción de las luchas proletarias de diferentes países (no es casualidad que el proletariado inglés fuese el pilar de la fundación de la Primera Internacional, como tampoco que el alemán lo fuera de la Segunda). Por último, la historia ha colocado en Europa la frontera entre los dos bloques imperialistas de este final del siglo XX. Más aún la ha situado en Alemania, país “clásico” del movimiento obrero.
Lo anterior no quiere decir que la lucha de clases o la actividad de los revolucionarios, carezca de sentido en otras regiones del mundo. La clase obrera es una. La lucha de clases existe en todos los lugares donde se enfrentan proletarios y capital. Las enseñanzas de las diferentes manifestaciones de esta lucha ocurran donde ocurran, son válidas para toda la clase. En particular la experiencia de las luchas en los países de la periferia influenciará la lucha en los países centrales. La revolución será, igualmente, mundial y afectará a todos los países. Las corrientes revolucionarias de la clase serán valiosísimas en todos los lugares donde el proletariado se enfrente con la burguesía, es decir, en todo el mundo.
Tampoco afirmamos que el proletariado habrá ganado la partida cuando haya derribado el Estado capitalista en los grandes países de Europa Occidental. El último acto de la revolución, el que probablemente será decisivo, se jugará en los dos grandes monstruos imperialistas: Rusia y, sobre todo, Estados Unidos.
Lo que queremos decir es, lisa y llanamente, que:
Esto quiere decir también que la hora de la generalización mundial de las luchas obreras, la hora de los enfrentamientos revolucionarios, sonará cuando el proletariado de estos países haya desmontado las trampas más sofisticadas tendidas por la burguesía, especialmente la de la izquierda en la oposición.
El camino es largo y difícil y no hay atajos. En Polonia pudo desarrollarse la huelga de masas, pero cayó a continuación en el atolladero sindicalista. Sólo cuando se supere ese atolladero, la huelga de masas y con ella (como dijo Rosa Luxemburgo) la revolución, podrá desplegarse en Europa Occidental y en el mundo entero. El camino es largo, pero no hay otro.
F.M.
[2] En mayo de 1952, nuestro "antecesor directo", INTERNATIONALISME (GCF), escribió: "El proceso de toma de conciencia revolucionaria por parte del proletariado está directamente ligado al retorno de las condiciones objetivas en las que esta conciencia puede tener lugar. Estas condiciones pueden reducirse a una, la más general, que el proletariado sea expulsado de la sociedad, que el capitalismo no logre ya asegurar sus condiciones materiales de existencia. Es en el clímax de la crisis cuando se puede dar esta condición. Y este clímax de la crisis, en la etapa del capitalismo de Estado, está en la guerra".
[3] Esta teoría fue adoptada por el XIV Congreso del PCUS en diciembre de 1925 bajo el impulso de Stalin y significó la aniquilación en dicho partido del internacionalismo y por tanto selló su abandono definitivo del campo proletario culminando un largo proceso de degeneración. Este cáncer se extendió a los diferentes partidos comunistas empujándolos a convertirse igualmente en instrumentos de su respectivo capital nacional
[4] El prefacio del volumen 1 de las Obras selectas de Lenin en francés, escrito por los plumíferos a sueldo de la antigua Academia de Ciencias de la URSS, es esclarecedor: "En los artículos "La consigna de los Estados Unidos de Europa" y "El programa militar de la revolución proletaria", partiendo de la ley del desarrollo desigual del capitalismo, descubierta por él, Lenin sacó la brillante conclusión de la posibilidad de la victoria del socialismo al principio en unos pocos países capitalistas o incluso en uno. La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De ello se desprende que la victoria del socialismo es posible al principio en un pequeño número de países capitalistas o incluso en un solo país capitalista” (p.651 de la edición francesa). Añadiendo a continuación: “Este fue el mayor descubrimiento de nuestra era. Se convirtió en el principio rector de todo el trabajo del Partido Comunista en su lucha por la victoria de la revolución socialista y la construcción del socialismo en nuestro país. La teoría de Lenin sobre la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país dio al proletariado una clara perspectiva de la lucha, dio rienda suelta a la energía e iniciativa de los proletarios de cada país para marchar contra su burguesía nacional, inspiró al partido y a la clase obrera una firme confianza en la victoria”. (Instituto de Marxismo-Leninismo en el CC del U.S.C.P. 1960).
[5] ” Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social” (Marx Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm [68] )
[6] Para una crítica documentada de la falsa visión consejista ver Octubre de 1917, principio de la revolución proletaria https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/1066/octubre-de-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-i [51] y https://es.internationalism.org/revista-internacional/197801/2362/octubre-1917-principio-de-la-revolucion-proletaria-ii [52]
[7] Los bordiguistas llegaron al colmo de la aberración cuando reprocharon la pusilanimidad y la falta de combatividad de Allende y de la burguesía democrática chilena y cuando cantaron el "radicalismo" de las masacres cometidas por los "jemeres rojos".
[8] El espectacular desarrollo de algunos países del tercer mundo (Singapur, Taiwán, Corea del Sur, Brasil) gracias a unas condiciones geoeconómicas muy específicas no debe ser el árbol que esconde el bosque. Además, para algunos de estos países, ha llegado la hora de la verdad, de una caída aún más espectacular que la subida.
[9] Ver Informe sobre el curso histórico https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4294/el-curso-historico [69]
[10] En Polonia el papa -entonces Juan Pablo II, de origen polaco- colaboró estrechamente con la burguesía “atea” del régimen ruso y de su satélite polaco para aplastar la huelga de masas obrera. Sobre esta ver Polonia (agosto de 1980): Hace 40 años, el proletariado mundial retomaba de nuevo la huelga de masas https://es.internationalism.org/content/4597/polonia-agosto-de-1980-hace-40-anos-el-proletariado-mundial-retomaba-de-nuevo-la-huelga [70]
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Publicamos a continuación un artículo aparecido en nuestra Revista Internacional nº 31 (4º trimestre de 1982). Con ello proseguimos el esfuerzo para verter en español todos los artículos de la Revista a lo largo de sus 159 números. La publicación ha sido posible gracias al esfuerzo de un compañero muy próximo a la organización a quien agradecemos calurosamente su colaboración. Aparecido hace 35 años, el artículo sigue siendo plenamente válido. No obstante, existe una cierta subestimación de la capacidad de la burguesía para atenuar la crisis de su sistema
1. El proletariado es la primera clase revolucionaria de la historia sin ningún poder económico en la vieja sociedad. Al contrario que las anteriores clases revolucionarias, el proletariado no es una clase explotadora. Su consciencia, su autoconocimiento es por tanto crucial para el éxito de su revolución, mientras que para clases revolucionarias previas la consciencia de clase era secundaria o incluso poco importante en comparación con su acumulación de poder económico antes de tomar y ejercer el poder político.
Para la burguesía, la última clase explotadora de la historia, la tendencia hacia el desarrollo de una consciencia de clase llegó mucho más lejos que para sus predecesores ya que requería de una victoria teórica e ideológica para cementar su triunfo sobre los antiguos órdenes sociales.
La consciencia de la burguesía ha sido significativamente moldeada por dos factores clave:
· al revolucionar sin descanso las fuerzas productivas el sistema capitalista se extendía a sí mismo constantemente y, al crear el mercado mundial, llevó al mundo a un estado de interconexión sin precedentes.
· A partir de un determinado momento en la evolución del sistema capitalista (1848) la burguesía ha tenido que reñir con la amenaza planteada por la clase destinada a ser su enterradora—el proletariado.
El primer factor empujó a la burguesía y sus teóricos a desarrollar una cosmovisión general del mundo mientras su sistema socioeconómico estaba en su fase ascendente, es decir, mientras estaba todavía basado en un modo de producción progresista. El segundo factor proporcionaba a la burguesía un recordatorio, una advertencia constante de que, cualquiera que fuera el conflicto de intereses entre sus miembros, como clase debía unirse en la defensa de su orden social contra la lucha del proletariado.
Cualquiera que fuera el avance en consciencia desarrollado por la burguesía sobre aquel de clases dominantes previas, su visión del mundo está irreparablemente tullida por el hecho de que su posición explotadora en la sociedad le enmascara la transitividad histórica de su sistema.
2. La unidad básica de organización social dentro del capitalismo es el estado-nación.
Dentro de los confines del estado-nación la burguesía organizó su vida política de forma coherente con su vida económica. En su época clásica, la vida política era organizada mediante partidos que se enfrentaban entre sí en el foro parlamentario.
Estos partidos políticos, en primera instancia, reflejaban el conflicto de intereses entre diferentes ramas de capital dentro del estado-nación. A partir de la confrontación de los partidos dentro de este foro se creaba un medio de gobierno para controlar y dirigir el aparato estatal que como consecuencia orientaba la sociedad hacia los objetivos decididos por la burguesía. En este modo de funcionar se puede ver la capacidad de la burguesía de delegar el poder político a una minoría especializada nacida de su propio seno: los políticos profesionales.
Debe notarse, sin embargo, que esta organización 'clásica' de la vida política de la burguesía en un marco parlamentario no era un modelo universal, sino una tendencia en el marco de la época ascendente del capitalismo. Las formas concretas variaban de país a país dependiendo de factores como: la velocidad del desarrollo del capital; el desarrollo de los conflictos con el antiguo orden social; la capacidad de adaptación de la nueva burguesía; la organización de cada aparato estatal en concreto; las presiones impuestas por la lucha del proletariado, etc.
3. La transición del sistema capitalista hacia su época de decadencia fue rápida y repentina, ya que el desarrollo acelerado de la producción capitalista se las vio duramente contra la habilidad del mercado mundial de absorberla. En otras palabras, las relaciones de producción impusieron sus cadenas de forma abrupta a las fuerzas productivas. Las consecuencias se mostraron muy rápido en los eventos mundiales en la segunda década del siglo XX: en 1914 cuando la burguesía demostró lo que su época imperialista significaba; en 1917 cuando el proletariado mostró que podía plantear su solución histórica para la humanidad con la revolución de octubre en Rusia[1].
La lección de 1917 no ha sido olvidada por la burguesía. A escala mundial la clase gobernante ha llegado a apreciar que su primera prioridad en esta época es defender su sistema social del embate del proletariado. Tiende por tanto a unirse de cara a esta amenaza.
4. La decadencia es la época de crisis histórica del sistema capitalista. De forma permanente, la burguesía tiene que hacer frente a las principales características de la época; al ciclo de crisis, guerra y reconstrucción, y a la amenaza contra su orden social planteada por el proletariado. En respuesta a esto, tres cosas se han desarrollado dentro de la organización del sistema capitalista:
· el capitalismo de estado
· el totalitarismo
· la construcción de bloques imperialistas
5. El desarrollo del capitalismo de estado es el mecanismo mediante el cual la burguesía ha organizado su economía dentro de cada marco nacional para atender en su decadencia una crisis cada vez más profunda.
Ya mediante la fusión con capitales individuales o por una más directa expropiación, el estado ha desarrollado una abrumadora autoridad en comparación con cualquier unidad de capital. Esto proporciona una coherencia en la organización económica mediante la subordinación de los intereses de cada elemento a aquellos de la unidad nacional. Y en las condiciones impuestas en la época del imperialismo la base de la economía se ha vuelto la economía de guerra permanente, una base sólida sobre la que el capitalismo de estado se desarrolla.
Pero, aunque el capitalismo de estado fue una respuesta en primera instancia a la crisis a nivel de la producción, el proceso de estatalización no paró ahí. Cada vez más, instituciones han sido absorbidas por una maquinaria estatal voraz para convertirse en instrumentos suyos, y allá donde ciertos instrumentos hacían falta y no existían, estos fueron creados. En consecuencia, el aparato estatal se ha extendido a todos los aspectos de la vida social. En este contexto, la integración de los sindicatos en el estado ha sido de la mayor necesidad e importancia. No solo existen en este período para mantener los engranajes de la producción en funcionamiento sino también, como policía contra el proletariado, se convierten en importantes agentes para la militarización de la sociedad.
Desacuerdos y antagonismos entre la burguesía en cualquier capital nacional no desaparecen en la decadencia, pero experimentan una mutación considerable debido al poder del estado. En general, los antagonismos entre la burguesía a nivel nacional son atenuados mientras como consecuencia aparecen en una competición más intensificada entre estados-nación a nivel internacional.
6. Una de las consecuencias del capitalismo de estado es que el poder en la sociedad burguesa tiende a pasar de las manos de los órganos legislativos al aparato ejecutivo del estado. Esto tiene un profundo efecto en la vida política de la burguesía, ya que esta ocurre en el marco del estado. Como consecuencia, en la decadencia la tendencia dominante en la vida política burguesa es hacia el totalitarismo, así como en la vida económica es hacia la estatalización.
Los partidos políticos de la burguesía ya no prevalecen como emanaciones de diferentes grupos de interés como lo fueron en el siglo XIX. Se convierten en expresiones del capital estatal hacia secciones específicas de la sociedad.
En cierto sentido, podríamos decir que los partidos políticos de la burguesía en cualquier país son meramente facciones de un partido estatal totalitario. En algunos países la existencia del estado unipartidista es siempre fácil de ver—como en Rusia. Sin embargo, la existencia real del estado de partido único en las 'democracias' se muestra claramente solo en ciertos momentos. Por ejemplo:
· el poder de Roosevelt y el Partido Democrático en los EEUU a finales de los años 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial;
· la 'suspensión de la democracia' en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial y la creación del Gabinete de Guerra.
7. En el contexto del capitalismo de estado, las diferencias entre los partidos burgueses no son nada en comparación con lo que tienen en común. Todos parten de la premisa de que los intereses del capital nacional en su conjunto son primordiales. Esta premisa permite a diferentes facciones trabajar juntas de forma muy cercana—especialmente detrás de las puertas cerradas de los comités parlamentarios y en los escalones más altos del aparato estatal. En efecto, solo una pequeña fracción del debate de la burguesía se lleva a cabo en el ring parlamentario. Los miembros de los parlamentos burgueses se han convertido de hecho en funcionarios del estado.
8. No obstante, la burguesía en cualquier estado-nación siempre tiene desacuerdos. Sin embargo, es importante distinguir entre ellos:
A menudo, sin embargo, hay hebras de varias de estas diferencias presentes en los desacuerdos de la burguesía, especialmente durante las elecciones.
9. A medida que los antagonismos entre naciones-estado se han intensificado a lo largo de la época, el capital ha intentado llevar el desarrollo del capitalismo de estado al nivel internacional mediante la formación de bloques imperialistas. Si la organización de los bloques ha permitido una cierta atenuación de los antagonismos entre los estados miembros de cada bloque esto solo ha llevado a una intensificación de la rivalidad entre los bloques--la fractura última del sistema capitalista mundial donde todas sus contradicciones económicas se concentran[2]
En la formación de los bloques, las alianzas previas entre grupos de estados capitalistas (más o menos) iguales han sido sustituidas por dos agrupamientos en cada uno de los cuales los capitales más débiles están subordinados a un capital dominante. E igual que en el desarrollo del capital estatal el aparato del estado se extiende sobre todos los aspectos de la vida económica y social, también la organización del bloque se extiende dentro de cada estado-nación miembro. Dos ejemplos de esto son:
10. Marx decía que era realmente solo en tiempos de crisis cuando la burguesía se volvía inteligente. Esto es verdad, pero, como muchas de las percepciones de Marx, tiene que ser considerada a la luz del cambio de período histórico. La visión general de la burguesía se ha estrechado considerablemente con su transformación de clase revolucionaria a reaccionaria en la sociedad. A día de hoy la burguesía ya no tiene la visión del mundo que tenía el siglo pasado y en este sentido es mucho menos inteligente. Pero, al nivel de organizarse para sobrevivir, para defenderse—en este campo, la burguesía ha mostrado una capacidad inmensa para desarrollar técnicas para el control económico y social mucho más allá de los sueños de los gobernantes del siglo diecinueve. En este sentido, la burguesía se ha vuelto 'inteligente' enfrentada a la crisis histórica de su sistema socioeconómico.
A pesar de los puntos recién explicados sobre los tres desarrollos novedosos en la decadencia, es posible reafirmar los límites que restringen la consciencia de la burguesía—su incapacidad para tener una consciencia unitaria o para comprender completamente la naturaleza de su sistema.
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo de estado y de amplias organizaciones de bloques le ha proporcionado mecanismos altamente desarrollados para actuar en conjunto. La habilidad de la burguesía para organizar el funcionamiento de la economía mundial desde la Segunda Guerra Mundial de forma que extendió el período de reconstrucción durante décadas y reescalonó la reaparición de crisis abiertas para que las quiebras tipo-1929 no se repitieran es testimonio de esto. Y estas acciones todas ellas estaban basadas en el desarrollo de una teoría sobre los mecanismos y 'deficiencias' (como la burguesía podría llamarlos) del modo de producción. En otras palabras, estas acciones fueron ejecutadas conscientemente.
La capacidad de la burguesía de actuar coordinadamente a nivel diplomático/militar también se ha mostrado una y otra vez—como en las acciones de ambos bloques en Oriente Medio durante las últimas tres décadas.
Sin embargo, la burguesía tiene manos relativamente libres en su actividad en los niveles puramente económicos y militares—es decir, solo está lidiando consigo misma. El funcionamiento del estado es más complejo donde tiene que lidiar con cuestiones sociales—porque estas implican los movimientos de otras clases, particularmente el proletariado.
11. En su enfrentamiento al proletariado, el estado puede emplear muchas ramas de su aparato en una división del trabajo coherente; una huelga aislada de los trabajadores podría tener que enfrentarse a un conjunto de sindicatos, campañas propagandísticas de prensa y televisión de diferentes matices, campañas de varios partidos políticos, la policía, los servicios de 'bienestar' y, a veces, al ejército. Pero ver la ejecución de un uso coordinado de todas estas partes del estado no implica que cada parte vea el marco general en el que cada una está llevando a cabo su función.
En primer lugar, es innecesario para todo el conjunto de la burguesía entender qué está sucediendo. La burguesía es capaz de delegar esta responsabilidad a una minoría suya. Por lo tanto, el Estado no se ve obstaculizado de forma significativa por el hecho de que toda la clase dominante no vea el cuadro completo. Es por tanto posible hablar, por ejemplo, sobre los "planes de la burguesía", mientras que de hecho es solo una pequeña proporción de la clase la que realmente los está haciendo.
Esto solo funciona debido a la forma en que los diferentes brazos del Estado están entrelazados. Brazos diferentes tienen diferentes funciones y además de ocuparse de la sección de la sociedad que les corresponde por dicha función, también comunican a los escalones más altos del Estado las presiones a las que están sometidos, y por consiguiente ayudan a determinar qué es posible y qué no.
En las alturas de la máquina estatal es posible para aquellos que están al mando hacerse una especie de cuadro general de la situación y de qué opciones tienen abiertas de forma realista para enfrentarse a ella. Al decir esto, sin embargo, es importante indicar:
· debe hacerse distinción entre una consciencia que permite una comprensión del sistema social capitalista (la del proletariado) y una consciencia que es requerida solo para permitir una defensa de ese sistema (la de la burguesía). En consecuencia, el ejército de analistas sociales empleados por el estado puede ayudar a este a defender su sistema, pero nunca a entenderlo;
12. Consecuentemente, las maniobras de la burguesía están estructuradas, sean conscientes de ello o no, y están determinadas por y confinadas dentro de un marco establecido por:
De acuerdo con la evolución del período actual, el peso de facciones clave de la burguesía se refuerza dentro del aparato estatal, a medida que la importancia de su rol y orientación se vuelve más clara para la burguesía. En la mayoría de los países del mundo este proceso automáticamente conduce al equipo de gobierno elegido—como resultado del mecanismo del estado de partido único.
Sin embargo, en las 'democracias'--que están generalmente entre los países más poderosos—los procesos de reforzamiento de ciertas facciones en el aparato estatal y los de elección del equipo de gobierno están separados. Por ejemplo, hemos visto en Gran Bretaña durante varios años un reforzamiento de la izquierda en los sindicatos, en el aparato local del estado, etc., mientras el Partido Laborista caía del poder político. La dictadura totalitaria de la burguesía permanece y mediante una hábil prestidigitación, la población elige, "libremente", lo que el conjurador ya ha elegido por ellos. El truco funciona bastante bien—las 'democracias' mantienen estos mecanismos electorales porque han aprendido cómo manipularlos de forma efectiva.
La 'libre elección' del equipo de gobierno por el electorado está afectada por:
Sin entrar en detalles, los siguientes ejemplos ilustran el uso reciente de algunos de estos mecanismos:
Estos ejemplos demuestran los mecanismos que la burguesía tiene a su disposición y que sabe cómo usarlos. Sin embargo, las burguesías de diferentes países tienen variados grados de flexibilidad en sus aparatos. A este respecto, Gran Bretaña y los EEUU probablemente tienen la maquinaria más efectiva entre las 'democracias'. Un ejemplo de una maquinaria relativamente inflexible, y de la falibilidad de la burguesía, se puede observar en los resultados de las elecciones presidenciales francesas de 1981[3].
13. La cuestión del marco impuesto por el período histórico en las maniobras de la burguesía ya se ha mencionado. En períodos en los que la lucha de clases es relativamente tranquila la burguesía elige a su equipo de gobierno de acuerdo a criterios principalmente relacionados con las políticas económicas y la política exterior. En estos casos, los objetivos de la burguesía pueden verse relativamente claros en las acciones del gobierno. Así, a lo largo de los años 1950 el gobierno de Gran Bretaña—la facción-Eden del Partido Conservador—correspondió a una decisión de la burguesía de aferrarse al Imperio contra la embestida de los Estados Unidos. Este esfuerzo se arruinó en el arrecife de la aventura de Suez en 1956. Sin embargo, la economía británica pudo funcionar bajo el gobierno de los Conservadores (que, bajo el gobierno de la facción-Macmillan, asumió más de las orientaciones del Partido Laborista en este asunto) hasta 1964. En otras palabras, en este tipo de períodos no hay necesariamente un criterio perfecto con el que juzgar si un determinado gobierno es el mejor para la burguesía o no.
Este no es para nada el caso en un período de resurgimiento de la clase obrera, como en el período desde 1968. A medida que la crisis abierta se muestra y que la lucha se intensifica, el marco impuesto a la burguesía se vuelve más definido y más ceñido, y las consecuencias de su salida fuera de este marco más peligrosas.
A lo largo de los años 1970 la burguesía trató de resolver sus crisis económicas, paliar la lucha de clases y además prepararse para la guerra—todo al mismo tiempo. En los años 1980 no hace ningún intento de resolver su crisis económica ya que generalmente se aprecia que no puede hacerlo. El marco para la burguesía está determinado ahora por la lucha de clases y las preparaciones de guerra, estando este segundo punto determinado por su habilidad para tratar con el primero. En tal situación, la forma en que la burguesía presenta sus políticas a la clase obrera es crucial ya que, en ausencia de soluciones, sus mistificaciones adquieren una enorme importancia.
La burguesía tiene que enfrentarse a la clase obrera hoy en día:
Además, la burguesía se enfrenta a la necesidad inmediata de aplastar a la clase obrera.
Esto es lo que hace que el marco de la izquierda en la oposición sea un factor crucial en la situación actual para la burguesía. Se convierte en un criterio para evaluar la preparación de la burguesía para enfrentarse a la clase obrera.
14. Ya se ha argumentado que, frente a la amenaza proletaria, la burguesía tiende a unirse y su consciencia tiende a hacerse "más inteligente". Las expresiones de este proceso han estado claras a lo largo de la última década y más:
En consecuencia, estamos en un período en el cual la burguesía comienza a organizarse a escala mundial para enfrentarse al proletariado, usando mecanismos creados en su mayor parte en respuesta a otras necesidades.
15. A medida que el proletariado entra en un período de confrontación de clases decisiva, se vuelve imperativo medir la fuerza y los recursos de la clase enemiga. Subestimar aquellos significaría desarmar al proletariado, que requiere claridad de consciencia y no ilusiones para enfrentarse a su reto histórico.
Como este texto ha intentado mostrar, el aparato estatal de la burguesía se está reforzando a lo largo de todo el mundo para enfrentarse al proletariado. Podemos esperar la continuación de este proceso—que el estado se vuelva más sofisticado, y que la consciencia de la burguesía se vuelva más alerta y un factor aún más activo en la situación. Sin embargo, esto no significa que el enemigo del proletariado se esté volviendo cada vez más y más fuerte. Al contrario, el reforzamiento del estado está teniendo lugar sobre cimientos que se están desmoronando. Las contradicciones del orden burgués están provocando que se rompan las costuras de la sociedad. Independientemente de cuánto se fortalezca el estado no será capaz de reparar la decadencia del sistema provocada por factores históricos. El estado tal vez sea fuerte, pero es una fuerza quebradiza.
Debido a que el sistema social está desmoronándose el proletariado podrá confrontar al estado a nivel social, atacando sus cimientos ampliando la brecha causada por las contradicciones sociales. El éxito del empuje del proletariado para abrir aún más la brecha dependerá de su confrontación con la primera línea de defensa del estado burgués: los sindicatos.
Marlowe
[1] Ver nuestro Manifiesto Internacional sobre 1917, https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201710/4237/manifiesto-de-la-corriente-comunista-internacional-sobre-la-revolucion [72]
[2] Nota de la edición actual (2017): el artículo que estamos publicando apareció en 1982. El contexto mundial de entonces era la división entre dos grandes bloques imperialistas (USA y URSS). En 1989 se hundió el bloque ruso y con ello desapareció gradualmente el bloque americano. Para sacar lecciones de este cambio trascendental en las relaciones imperialistas mundiales, la CCI produjo el Texto de Orientación Militarismo y Descomposición (Revista Internacional nº 64, https://es.internationalism.org/revista-internacional/201410/4046/militarismo-y-descomposicion [73] ). En él se afirma que “No es la formación de bloques imperialistas lo que está en la base del militarismo y del imperialismo. Es lo contrario: la formación de bloques no es sino la consecuencia extrema (que en cierta fase pueda agravar las causas mismas) del hundimiento del capitalismo decadente en el militarismo y la guerra”.
[3] Desde un punto de vista objetivo y, por así decirlo, “racional”, la burguesía francesa necesitaba para quebrar la lucha de clases que la Izquierda (PS y PC) estuvieran en la oposición. Sin embargo, las divisiones dentro de la Derecha, su falta de visión y el fuerte desprestigio que había sufrido, condujeron a la inesperada victoria de la izquierda en dichas elecciones.
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Los artículos que siguen son el producto de una discusión que ha estado animando a la CCI: su propósito principal es investigar el nivel de consciencia y capacidad de maniobrar de la burguesía en el período de decadencia. Es parte del debate sobre el Maquiavelismo de la burguesía, que fue una de las cuestiones que dieron lugar a la 'tendencia' que abandonó la organización hace alrededor de un año[1] [75] [1]. Esta tendencia algo informal se separó en varios grupos al salir de la CCI: L'Ouvrier Internationaliste (Francia) y 'News of War and Revolution' (Gran Bretaña), que han desde entonces desaparecido, y que junto a 'The Bulletin' (Gran Bretaña) hacían todas una misma crítica a la CCI: tenemos una visión Maquiavélica de la burguesía y una visión conspiradora de la historia. Otros grupos como 'Volunte Communiste' o 'Guerre de Classe' en Francia también acusan a la CCI de sobreestimar la consciencia de la burguesía[2] [76].
Pero esta discusión no es simplemente sobre la cuestión en concreto de cómo la burguesía maniobra en su período de decadencia: también plantea la cuestión más general de ¿qué es la burguesía?, y lo que esto implica para el proletariado.
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Por qué la burguesía es maquiavélica
Recordemos primero quién era Maquiavelo: esto nos ayudará a entender qué queremos decir cuando hablamos sobre maquiavelismo.
No intentamos hacer aquí un análisis exhaustivo de la obra de Maquiavelo y la época en que vivió. Nuestro objetivo es entender su contribución a la construcción de la ideología burguesa.
Maquiavelo fue un hombre de Estado en Florencia en la época del Renacimiento. Se le conoce sobre todo por su libro El Príncipe. Obviamente Maquiavelo, como cualquier persona, estaba atado a los límites de su propio período, y su conocimiento estaba condicionado por las relaciones de producción de aquella época, la etapa decadente del feudalismo. Sin embargo, su época era también una en la que una nueva clase estaba ascendiendo al poder: la burguesía, la cual estaba empezando a dominar la economía. La burguesía era la clase revolucionaria de ese período, y pronto empezaría a aspirar a la dominación política sobre la sociedad. El Príncipe, de Maquiavelo, no es solo un fiel retrato del tiempo en que fue escrito, un reflejo de la perversidad y doblez hipócrita de los gobiernos en los siglos 16 y 17, Maquiavelo antes que nada entendía la 'verdad efectiva'[3] [77] de las tácticas de los Estados en su día: los medios importan poco, lo esencial es el fin: conquistar y mantenerse en el poder. Su cometido era por encima de todo el de enseñar a los príncipes de aquella época cómo agarrarse a lo que habían adquirido y cómo evitar ser desposeídos por otros.
Maquiavelo fue el primero en separar la moral de la política, lo que venía a ser: la religión de la política. Tomó un punto de vista exclusivamente 'técnico'. Por supuesto, los príncipes nunca habían gobernado a sus súbditos para el bien de aquellos. Pero bajo el feudalismo, los príncipes no entendían los asuntos de estado muy bien, así que Maquiavelo emprendió la tarea de educarlos en ello. Maquiavelo no se inventó nada nuevo cuando dijo que los príncipes debían mentir si querían ganar, o cuando señaló que rara vez mantenían su palabra: todo esto se sabía ya desde los tiempos de Sócrates. La vida de los príncipes—su cinismo, su falta de fe—estaba condicionada por el poder tan abrumador que ya poseían. Habiendo asimilado su propio cinismo, lo único que le quedaba a Maquiavelo por hacer era cuestionar su fe Esto es lo que hizo cuando cuestionó la moral y el pilar en el que se apoyaba: la religión. En asuntos de estado, los medios no son importantes. Así, mediante la desestimación de todos los prejuicios morales en el ejercicio del poder, Maquiavelo justificaba el uso de la coerción y el chantaje y optaba por la desestimación de la la religión con el fin de que una minoría gobernara sobre la mayoría.
Esta es la razón por la que él fue el primer ideólogo político de la burguesía: liberó la política de la religión. Para él, igual que para la nueva clase ascendente, el modo de dominación podía ser ateo incluso mientras se hacía uso de la religión. Si bien la historia de la Edad Media hasta entonces no había conocido otra forma ideológica distinta de la religión, la burguesía estaba gradualmente desarrollando su propia ideología, que se quitaría de encima el peso de la religión, aunque continuaría usándola como un accesorio. Mediante la destrucción del vínculo entre política y moral, entre política y religión, Maquiavelo destruyó el concepto feudal de derecho divino al poder: le hizo la cama a la burguesía.
En realidad, los príncipes a los que Maquiavelo estaba educando eran 'los príncipes de la burguesía', la futura clase dominante, porque los príncipes feudales no podían abrir los oídos a este mensaje sin al mismo tiempo socavar las bases del poder feudal. Maquiavelo expresaba el punto de vista revolucionario de la época: el de la burguesía.
Incluso con sus limitaciones, el pensamiento de Maquiavelo no solo expresaba las limitaciones de aquella época, sino también los de su clase. Al presentar la 'verdad efectiva' como la verdad eterna, no estaba expresando tanto la ilusión de la época sino la ilusión de la burguesía, que, como todas las clases dominantes previas en la historia, era también una clase explotadora. Maquiavelo planteó explícitamente lo que había estado implícito para todas las clases dominantes y explotadoras de la época. Mentiras, terror, coerción, juego a dos bandas, corrupción, conspiración y asesinato político no eran métodos nuevos de gobierno: toda la historia del mundo antiguo, así como la del feudalismo, lo mostraba bastante claro. Como los patricios en la antigua Roma, como la aristocracia feudal, la burguesía no era excepción a la regla. La diferencia es que los patricios y aristócratas 'practicaban el maquiavelismo sin saberlo', mientras que la burguesía es maquiavélica y lo sabe. Convierte el maquiavelismo en 'verdad eterna', porque es así como vive: necesita y piensa en la explotación como algo eterno.
Como todas las clases explotadoras la burguesía también es una clase alienada. Ya que su propia trayectoria histórica le conduce hacia la nada, no puede admitir conscientemente sus límites históricos.
Al contrario que el proletariado, que como clase explotada y clase revolucionaria está empujada hacia la objetividad revolucionaria, la burguesía es prisionera de su subjetividad como clase explotadora. La diferencia entre la consciencia de clase revolucionaria del proletariado y la 'consciencia' explotadora de clase de la burguesía no es por tanto una cuestión de gradiente o cantidad: es una diferencia cualitativa.
La visión del mundo de la burguesía inevitablemente porta consigo el estigma de su situación como clase dominante y explotadora, que a día de hoy no es ya revolucionaria en ningún sentido—que desde que el capitalismo entró en su fase de decadencia, no tiene ningún rol progresista que jugar para la humanidad. A nivel de su ideología, necesaria y forzosamente expresa la realidad del modo de producción capitalista que está basado en la búsqueda frenética de lucro, en la más viciosa competición y la más salvaje explotación.
Como todas las clases explotadoras de la historia la burguesía no puede, a pesar de todas sus pretensiones, evitar demostrar en la práctica su absoluto desprecio por la vida humana. La burguesía comenzó siendo lo primero y ante todo una clase de comerciantes para quienes 'los negocios son los negocios' y 'el dinero no tiene olor'[4] [78]. Cuando separaba la 'política' de la 'moral', Maquiavelo estaba simplemente traduciendo la habitual separación burguesa entre 'negocios' y moral. Para la burguesía la vida humana no tiene valor salvo como mercancía.
La burguesía no solo expresa esta realidad en sus relaciones generales con las clases explotadas, sobre todo con la más importante de ellas, la clase obrera: también la expresa en sus procesos y relaciones internas, en las raíces más profundas de su forma de existir. Como expresión de un modo de producción basado en la competencia, toda su cosmovisión puede ser tan solo competitiva, una visión de rivalidad perpetua entre todas las personas, incluyendo en sus propias relaciones internas. Como es una clase explotadora, solo puede tener una cosmovisión jerárquica. En sus propias divisiones la burguesía simplemente expresa la realidad de un mundo dividido en clases, un mundo de explotación.
Desde que ha sido la clase gobernante, la burguesía siempre ha reforzado su poder con las mentiras de la ideología. El lema de la triunfante República francesa en 1789-'Libertad, Igualdad, Fraternidad'--es la mejor ilustración de esto. Los primeros Estados democráticos, surgidos de la lucha de clases contra el feudalismo en Inglaterra, Francia o América, no dudaron en usar los métodos más repulsivos y despiadados para extender sus conquistas territoriales y coloniales. Y cuando se trataba de aumentar sus ganancias estaban preparados para imponer la más brutal represión y explotación a la clase obrera.
Hasta el siglo 20 el poder de la burguesía se basaba esencialmente en la fuerza de su economía que todo lo conquistaba, en la tumultuosa expansión de las fuerzas productivas, en el hecho de que la clase obrera podía, mediante su lucha, ganar mejoras reales en sus condiciones de vida. Pero desde que el capitalismo entró en su fase decadente, en un período marcado por la tendencia hacia el colapso económico, la burguesía ha visto el fundamento material de su dominio socavado por la crisis de su economía. En estas condiciones, los aspectos ideológicos y represivos de su gobierno de clase se han vuelto esenciales. Las mentiras y el terror se han vuelto el método de gobierno para la burguesía.
El maquiavelismo de la burguesía no es la expresión de un anacronismo o de la perversión de sus ideales sobre 'la democracia'. Está en conformidad con su esencia, su verdadera naturaleza. Esto no es una 'novedad' en la historia—solo una de sus más siniestras banalidades. Aunque todas las clases explotadoras lo han expresado a diferentes niveles, la burguesía lo ha elevado a un grado cualitativamente nuevo. Al quebrantar el marco ideológico de dominación feudal—la religión—la burguesía emancipó la política de la religión, así como la ley, la ciencia y el arte. Ahora podría empezar a usar todas estas cosas conscientemente como instrumentos de su gobierno. En esto podemos comprobar el tremendo avance conseguido por la burguesía, así como sus límites.
No es la CCI la que tiene una visión maquiavélica de la burguesía, es la burguesía la que, por definición, es maquiavélica. No es la CCI la que tiene una cosmovisión conspirativa, policíaca de la historia, sino la burguesía. Esta visión de las cosas se propaga incesantemente en las páginas de los libros de historia, que se pasan el tiempo exaltando individuos, centrando la atención en tramas, intrigas y complots, en rivalidades entre pandillas y otros aspectos superficiales sin ver en ningún momento las fuerzas motrices reales, en comparación con las cuales estos epifenómenos son meramente espuma en una ola.
En el fondo, que los revolucionarios señalemos que la burguesía es maquiavélica es relativamente secundario y banal. Lo más importante es extraer las implicaciones que esto tiene para el proletariado.
El conjunto de la historia de la burguesía demuestra su inteligencia, su capacidad para maniobrar—particularmente el período de decadencia que ha visto dos guerras mundiales y en el cual la burguesía ha mostrado que no existen mentiras, no existen actos de barbarie que sean suficientemente grandes para ella[5] [79].
Pensar que a día de hoy la burguesía no es ya capaz de tener la misma capacidad de maniobra, la misma falta de escrúpulos que demuestra en sus rivalidades internas, enfrentada como está a su enemigo de clase histórico, llevaría a una profunda subestimación del enemigo contra el cual el proletariado tiene que enfrentarse
Los ejemplos históricos de la Comuna de París y la revolución en Rusia ya han mostrado que, cuando ha de enfrentarse al proletariado, la burguesía puede dejar de lado sus más potentes antagonismos—aquellos que le llevan a la guerra—y a unirse contra la clase que amenaza con destruirla.
La clase obrera, la primera clase revolucionaria explotada en la historia, no puede apoyarse en ninguna fuerza económica para llevar a cabo su revolución política. Su verdadera fuerza es su consciencia, y esto lo ha entendido muy bien la burguesía. “Gobernar significa poner a tus súbditos en una situación en la que no te puedan molestar o tan siquiera pensar en molestarte”, como dijo Maquiavelo. Esto es más cierto que nunca hoy en día.
Debido a que el terror por sí solo no es suficiente, toda la propaganda burguesa se emplea en mantener al proletariado atado a las cadenas de su explotación, en movilizarlo hacia intereses que no son los suyos propios, en bloquear el desarrollo de una consciencia de la necesidad y posibilidad de la revolución comunista.
Si la burguesía gasta tanto dinero en mantener un aparato político que contenga y mistifique al proletariado (parlamento, partidos, sindicatos,) y lleva un control absoluto sobre todos los medios de comunicación de masas (prensa, radio, televisión) es porque la propaganda—la mentira—es un arma esencial de la burguesía. Y es bastante capaz de provocar eventos que alimenten esta propaganda, si es necesario.
Sin contar con que todos estos medios se unen al campo de los ideólogos a los que Marx atacaba cuando escribía:
“Aunque en la vida cotidiana todo tendero sabe distinguir entre lo que un individuo dice ser y lo que realmente es, nuestra historiografía todavía no ha adquirido este banal conocimiento. Se cree palabra por palabra lo que cada época afirma y se imagina de sí misma.”
En realidad, significa no conseguir ver a la burguesía, estar ciego a todas sus maniobras porque no te crees que la burguesía sea capaz de ellas.
Simplemente por fijarnos en dos ejemplos particularmente ilustrativos:
● Las campañas internacionales contra el terrorismo para crear un clima de inseguridad con el fin de polarizar la atención del proletariado y subordinarlo a un cada vez más creciente control policial. La burguesía no solo ha usado los actos desesperados de la pequeña burguesía para conseguir esto: no ha vacilado en fomentar y organizar ataques terroristas para alimentar sus campañas propagandísticas.
● Desde hace mucho tiempo, la burguesía ha entendido el papel esencial de la izquierda para controlar a los trabajadores. Una de las tareas esenciales de la propaganda burguesa es mantener a flote la idea de que los partidos socialistas, los partidos comunistas, los izquierdistas y los sindicatos verdaderamente defienden los intereses de la clase obrera. Es la mentira que más pesa en la consciencia del proletariado.
Este es el maquiavelismo de la burguesía de cara al proletariado. Es simplemente la forma de ser y actuar de la burguesía: no hay nada nuevo es esto. Denunciar los medios característicos de la burguesía, sus maniobras, sus mentiras; esta es una de las tareas más esenciales de los revolucionarios.
La cuestión de la eficacia de las maniobras y la propaganda de la burguesía hacia el proletariado es otro problema. Secretamente en sus gabinetes privados internos, la burguesía puede preparar las intrigas y maniobras más sutiles, pero su éxito depende de otros factores, sobre todo de la consciencia del proletariado. La mejor forma de reforzar esta consciencia es, para la clase obrera, romper con cualquier tipo de ilusión que pueda tener sobre su enemigo de clase y sus maniobras.
El proletariado se enfrenta a una clase de gánsteres sin escrúpulos que no detendrán por nada del mundo su sistema de explotación. Esto es algo que el proletariado tiene que entender.
JJ
[1] [80] Ver ‘Crisis en el Medio Revolucionario', Revista Internacional 28, disponible en papel en la traducción española.
[2] [81] The Bulletin, Ingram, 580 George St, Aberdeen, Reino Unido. Revolution Sociale, BP 30316, 74767 París, Cedex 16, Francia. Guerre de Classe, c/o Paralleles, 47 Rue de St. Honore, 75001, París, Francia
[3] [82] Esto es lo que entendía Maquiavelo por “verdad efectiva”, lo cual es muy revelador: “Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos y amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir ahora yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia me aparto de sus opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad”. El Príncipe, capítulo 15 https://ocw.uca.es/pluginfile.php/1491/mod_resource/content/1/El_principe_Maquiavelo.pdf [83]
[4] [84] Esta frase se emplea habitualmente en varios idiomas (alemán, por ejemplo) para indicar que no importa de dónde se saca el dinero o si se hace por medios lícitos o ilícitos, lo importante es qué es dinero y enriquece a su poseedor. Es un principio clave del capitalismo que en su sed de acumulación no tiene ningún escrúpulo en asesinar, poner en peligro vidas, explotar más allá de todo límite etc., con tal de obtener la máxima ganancia. Esto abunda en la tesis que estamos defendiendo del maquiavelismo de la burguesía. Sobre el origen de la expresión “El dinero no tiene olor viene de que el emperador Vespasiano (69-79 DC) impuso un impuesto a los artesanos que utilizaban la orina para limpiar cueros o túnicas de lana. A las letrinas públicas se les llama en varios idiomas “vespasianas”.
[5] [85] Los escándalos episódicos que salen a flote como gas nocivo en un pantano son una buena ilustración del estado de descomposición repulsivo alcanzado por esta clase maquiavélica, la burguesía. El caso Lockheed que mostró la verdadera corrupción del comercio internacional; el caso de la Logia P2 en Italia que revelaba el funcionamiento oculto de la burguesía dentro del Estado, a años luz de sus principios 'democráticos'; el caso De Broglie donde el que fue en su momento un influyente ministro apareció en el centro de toda una red de falsificación de dinero, tráfico de armas y fraude financiero internacional; el caso Matesa en España...la lista es interminable, mostrando una completa falta de escrúpulos de esta clase gángster. El escenario político internacional de la burguesía es rica en asesinatos políticos (siendo Sadat y Gemayel ejemplos recientes), en complots, en golpes de estado fomentados con la ayuda de los servicios secretos de esta o aquella fracción dominante de la burguesía mundial
En el medio político proletario, la corriente bordiguista se conoce, más o menos bien, como pretende ser, es decir, un "Partido duro y puro" con un "Programa completo e inmutable".
Obviamente, esto es más una leyenda que una realidad. De hecho, del "Partido", por ejemplo, conocemos al menos 4 o 5 grupos procedentes del mismo tronco, entre ellos el PC Internacional (Programa), cada uno de los cuales pretende ser el único heredero, el único legítimo, de lo que fue la Izquierda Italiana, y encarnar el "Partido histórico" de su sueño. Esta es probablemente la "única invariabilidad" que tienen en común. Por otra parte, se sabe muy poco, o nada -y esto es cierto sobre todo para la mayoría de los militantes de estos partidos-, sobre las verdaderas posiciones de este "Partido" en su origen, es decir, en su fundación, en 1943-1944, tras y después del derrumbe del régimen de Mussolini en Italia en plena Segunda Guerra Mundial.
Para superar este desconocimiento, consideramos muy importante publicar a continuación uno de los primeros documentos de este nuevo partido (PCInt) que apareció en el primer número de su revista Prometeo. Este documento, que aborda una cuestión crucial: la posición de los revolucionarios ante la guerra imperialista y las fuerzas políticas que participan en ella, permitirá a cualquier militante hacerse una idea exacta del estado de claridad y madurez de las posiciones políticas que presidieron la fundación de este Partido, y de la acción práctica que ello, necesariamente, implica.
Para destacar mejor la diferencia (entre lo que dice ser y lo que ha sido y sigue siendo), sería bueno empezar recordando lo que decía ser. Para ello, nos limitaremos a algunas citas de un artículo que pretendía ser fundamental y que sigue siendo un punto de referencia central: Sobre el Partido compacto y poderoso del mañana publicado en el número 76 de Programme Communiste en marzo del 78.
"Su existencia (la del Partido) no está atestiguada por el hecho de que esté "terminado" y no en construcción, sino por el hecho de que crece como un organismo que se desarrolla con las células y la estructura que tenía cuando nació; que crece y se fortalece sin alterarse, con los materiales que sirvieron para constituirlo, con sus miembros teóricos y su esqueleto organizativo." (p15).
Dejando de lado el estilo siempre pomposo propio de los bordiguistas, y con grandes reservas sobre la afirmación de que los "materiales... teóricos" son la única y exclusiva condición para la proclamación del Partido, independientemente del flujo y reflujo de la lucha de clases, podemos quedarnos con la idea de que la evolución posterior de una organización depende, en gran medida, de sus posiciones políticas y de su coherencia al principio. El PCInt (Programa) es una excelente muestra de ello.
Polemizando contra nosotros, el autor del artículo se ve obligado a explicar (¡una vez no es pecado mortal!) las posiciones defendidas por la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista y la enorme contribución teórica y política de ésta en su revista Bilan y luego en la revista Octubre en los años 30 a 451.
"Reivindicar hoy la continuidad que la Fracción ha logrado, gracias a una espléndida batalla, mantener con firmeza... significa también comprender las razones materiales por las que la Fracción nos ha legado, junto a tantos valores positivos, elementos que han caducado." (p7)
Estos elementos obsoletos son, entre otros, que "no se trata de buscar en las propias armas teóricas y programáticas, sino, por el contrario, de redescubrir su fuerza y su poder en todos los puntos, y de referirse a ellas como un bloque monolítico para volver a empezar... para llegar, retomando las armas originales con exclusión de todas las demás, a una comprensión completa de las causas de su derrota, así como de las condiciones de una futura ofensiva".
Haber cometido “la imprudencia” de someter a la crítica las posiciones y orientaciones de la I.C. "ha llevado a la Fracción a ciertas defraudaciones, como, por ejemplo, en la cuestión nacional y colonial, o también con respecto a Rusia.... que en la búsqueda de un camino diferente al de los bolcheviques en el ejercicio de la dictadura, ... y también, en cierto sentido, en la cuestión del Partido o de la Internacional".
Y, más adelante, Programa cita como ilustración de las herejías de la Fracción, a Bilan que escribe "las fracciones de izquierda sólo podrán transformarse en partido, cuando los antagonismos entre la posición del partido degenerado y la posición del proletariado amenacen todo el sistema de relaciones de clase..."
Para Programa, "pasajes de este tipo alimentan evidentemente, la especulación de quienes, como el grupo Revolución Internacional, teorizan hoy como inevitable la degeneración oportunista de todo partido de clase que pretenda constituirse antes de la futura oleada revolucionaria, y que, a la espera de esta oleada y bajo el pretexto de un "Balance" preliminar para el renacimiento del partido formal, se entregan a una revisión completa de las tesis constitutivas de la Internacional." (p9)
El partido bordiguista no concibe en absoluto que se puedan criticar, a la luz de la experiencia vivida, posiciones que se han demostrado falsas o inadecuadas. ¡La famosa invariabilidad obliga! Notemos, sin embargo, que después de haberse quitado el sombrero ante la "firmeza", ante la "espléndida batalla" ante los "valores positivos", el portavoz del PCI rechaza también "firmemente" lo que constituye precisamente lo esencial de la verdadera contribución en el trabajo de la Fracción. En cuanto a nosotros, CCI, reconocemos de buen grado que esta aportación de la Fracción nos ha nutrido enormemente en nuestro propio desarrollo, y ello no sólo en la cuestión del momento de la constitución del Partido, sino en tantas otras cuestiones que el artículo denomina "dejarse llevar". El "bloque monolítico" del que habla el artículo, además de sonarnos a frase retórica, no indica más que una vuelta a las posiciones de la Fracción, e incluso un retroceso respecto a la I.C.
"Lo que define a un núcleo muy pequeño de militantes como Partido es la clara conciencia de tener que conquistar una influencia sobre la clase que sólo posee virtualmente, y el esfuerzo dedicado a conseguir este objetivo no sólo con la propaganda de su programa, sino con la participación activa en las luchas y formas de la vida colectiva de la clase; y esto es lo que, a partir de ese momento, nos definió bien como Partido." (p14)
Aquí encontramos una “nueva definición” de la constitución del Partido. Esta vez se hace hincapié en el "activismo". Conocemos este activismo que corroe a todos los izquierdistas, de los distintos partidos desde los trotskistas hasta los maoístas. El PCI no ha dejado de caer en este pozo ayer como hoy, desde su fundación durante la guerra de 1943 hasta su apoyo activo a la guerra del Líbano en el campo palestino, pasando por la participación, junto a los trotskistas y maoístas, en todo tipo de comités fantasmas, el de los soldados, el de apoyo a la lucha de Sonacotra, el de los inmigrantes, etc. En sus acciones febriles, en efecto, se trataba menos de "defender un programa" que de ser los aguadores para "conquistar la influencia sobre la clase". Pero eso no le impide volver a caer como un gato sobre las patas y escribir:
"Observemos de paso que la Fracción en el extranjero no se ha limitado en absoluto a la "investigación teórica", sino que ha librado una dura batalla práctica. Si aún no ha sido Partido sino sólo su preludio no es por falta de actividad práctica, sino por la insuficiencia del trabajo teórico." (Nota p13)
Pasemos por alto la "insuficiencia del trabajo teórico" de la Fracción. La Fracción nunca pretendió tener un "programa acabado" en el bolsillo como el Programa Comunista, y se contentó humildemente con querer ser una contribución al desarrollo del programa a la luz de un examen crítico de la experiencia de la primera gran ola revolucionaria y de la contrarrevolución que la siguió. La Fracción carecía ciertamente de esa megalomanía propia del bordiguismo de la posguerra que, sin el menor pudor y sin sonrojarse, puede escribir:
"La historia de nuestro pequeño movimiento ha demostrado.... que el Partido no nace porque y cuando la clase ha encontrado, bajo el empuje de las determinaciones materiales, el camino único y necesario de la recuperación. Nace porque y cuando un círculo necesariamente "microscópico" de militantes ha alcanzado la comprensión de las causas de la situación objetiva inmediata y la conciencia de las condiciones de su futura inversión; porque ha sacado la fuerza, no para "completar" el marxismo con nuevas teorías.... sino para reafirmar el marxismo en su totalidad, inalterado e intacto; porque fue capaz, sobre esta base… de hacer el balance de la contrarrevolución como una confirmación total de nuestra doctrina en todos los campos." (p10)
"Porque ella (la corriente bordiguista) lo había logrado (el "Balance Global del Pasado") pudo 25 años después constituirse como conciencia crítica organizada, como cuerpo militante activo, como Partido;", aunque, precisa que "ya veremos (más adelante) en qué condiciones y sobre qué base, pero podemos decir desde el principio que no es llevado por un movimiento ascendente, sino que, por el contrario, lo precede desde lejos". (p5)
Esta base se define en estos términos:
"... la base del bloque unitario de posiciones teóricas, programáticas y tácticas reconstituido por el pequeño y "microscópico" partido de 1951-52 (¿) o de hoy, y sólo puede hacerse en sus filas" (p5-6)
Retengamos esta conclusión "sólo puede hacerse en sus filas". Sin embargo, este Partido ha tenido un lamentable accidente en el camino, un accidente del que se habla con cierta vergüenza: "En 1949… se redactó el Llamamiento por la Reorganización Internacional del Movimiento Revolucionario Marxista. Lo que allí se proponía a los pequeños núcleos dispersos de trabajadores revolucionarios que querían reaccionar.... contra el desastroso curso del oportunismo, no era ciertamente un bazar.... de los que querían construir... el tambaleante edificio de la "unidad de las fuerzas revolucionarias" del que todos divagan. Por el contrario, se les propuso un método de lucha homogéneo, basado en el rechazo de las soluciones presentadas por "grupos influenciados incluso parcialmente (¡sic!) e indirectamente (¡sic!) por las sugerencias y el conformismo... que infestan el mundo, una solución cuya "crítica doctrinal" confirmó su inanidad". (p15)
Pasemos por encima de todas estas contorsiones, a modo de explicación de un planteamiento que es suficientemente claro en su grave confusión por su propio título. Además, no era la primera vez que el Partido Bordiguista lanzaba este tipo de llamamientos, y no sólo "a los pequeños núcleos dispersos de trabajadores revolucionarios". Como veremos, dicho Llamamiento se dirigió en plena guerra imperialista, a fuerzas mucho más "serias" para la constitución de un "Frente Obrero" para la "unidad de clase del proletariado". Veamos, por lo tanto, a este Partido en funcionamiento tal y como es, tal y como fue "en su nacimiento".
El presente llamamiento es dirigido por el Comité de Agitación del Partido Comunista Internacionalista a los comités de agitación de los partidos con dirección proletaria y de los movimientos sindicales de empresa para dar a la lucha revolucionaria del proletariado una unidad de directivas y de organización en vísperas de los acontecimientos sociales y políticos que habrán de revolucionar la situación italiana y europea; para ello, se propone que estos diversos comités se reúnan para elaborar un plan de conjunto.
Para facilitar esta tarea, el Comité de Agitación del PCI expone brevemente su punto de vista programático, que podría considerarse como una base inicial para el debate. ¿Por qué hemos considerado oportuno dirigirnos a los comités de agitación de las fábricas y no a los comités centrales de los distintos partidos?
Una mirada panorámica al entorno político, que se ha puesto de manifiesto no sólo en la lucha antifascista sino también en la lucha más específica del proletariado, nos ha convencido (y no sólo hoy) de la imposibilidad de encontrar un mínimo denominador común ideológico y político para sentar las bases de un acuerdo de acción revolucionaria. Las diferentes apreciaciones de la guerra (su naturaleza y sus objetivos), las diferentes apreciaciones sobre la definición del imperialismo y las divergencias en los métodos de lucha ya sean sindicales, políticos o militares, demuestran suficientemente esta imposibilidad.
Por otra parte, todos estamos de acuerdo en considerar la crisis abierta por la guerra como la más profunda e incurable que jamás haya sufrido el régimen burgués; (también estamos de acuerdo) en considerar que el régimen fascista está acabado social y políticamente, aunque las armas alemanas le sigan dando oxígeno, aunque haya que luchar dura y sangrientamente para extirparlo del suelo italiano, y , finalmente, por considerar que el proletariado es el único protagonista de esta nueva historia del mundo que debe salir de este conflicto inhumano.
Pero el triunfo del proletariado sólo es posible a condición de que haya resuelto preventivamente el problema de su unidad en la organización y en la lucha.
Y esa unidad no se ha logrado, ni podrá lograrse nunca, sobre la base del Comité de Liberación Nacional, que surgió por razones contingentes debido a la guerra, que quiso asumir un aspecto de la guerra ideológica contra el fascismo y el hitlerismo pero que fue constitucionalmente impotente para plantear los problemas para superar tales contingencias. No asumió las reivindicaciones y los objetivos históricos de la clase obrera, que habrían chocado con las razones y los objetivos de la guerra democrática instigada y dirigida por el Comité de Liberación Nacional (C. de LN) ni se mostró incapaz de unir a las fuerzas obreras más arraigadas. Frente a la guerra, al margen de las presiones ideológicas, se puede ver a los representantes de las altas finanzas, del capitalismo industrial y agrario y a los de las organizaciones obreras codo con codo; pero ¿quién se atrevería a pensar en un C. de LN, centro motor de la lucha de clases y del asalto al poder burgués, en el que se sentasen los De Gasperis, los Gronchis, los Solens, los Gasparotos, los Croces, los Sforzas, etc.?
Si el C. de LN puede ser históricamente capaz de resolver los problemas debidos al estado de emergencia y su continuación en el marco del Estado burgués, no será en absoluto el órgano de la revolución proletaria, cuya tarea corresponde al partido de la clase que habrá comprendido las exigencias fundamentales del proletariado y se habrá adherido profundamente a la necesidad de su lucha.
Pero este mismo partido será impotente para cumplir su misión histórica si encuentra ante sí un proletariado dividido moral y físicamente, desilusionado por la inutilidad de las luchas internas, escéptico sobre la validez de su propio futuro.
Es esta situación bloqueada la que hemos conocido en todos los momentos de crisis de los últimos años, y contra la que se rompen las grandes aspas de la revolución proletaria. Un proletariado desunido no puede atacar al poder burgués, y debemos tener el valor de reconocer que actualmente el proletariado italiano está desunido y es escéptico como todo el proletariado europeo.
La tarea imperiosa del momento es, pues, la unidad de clase del proletariado, que encontrará en las fábricas y en todos los centros de trabajo el ambiente natural e histórico ideal para la afirmación de dicha unidad. Sólo con esta condición el proletariado podrá transformar en su beneficio la crisis del capitalismo que la guerra ha abierto pero que no puede resolver.
Concluimos nuestro llamamiento resumiendo nuestro pensamiento en algunos puntos:
1. puesto que los motivos, la finalidad y la práctica de la guerra dividen al proletariado y a sus fuerzas combatientes, debemos oponernos a la política que quiere subordinar la lucha de clases a la guerra, subordinando la guerra y todas sus manifestaciones a la lucha de clases;
2. deseamos la creación de organizaciones unitarias del proletariado, que serán la emanación de las fábricas y de las empresas industriales y agrícolas;
3. Estos organismos serán el frente único de facto de todos los trabajadores, y en ellos participarán democráticamente los comités de agitación;
4. Todos los partidos vinculados a las luchas del proletariado tendrán derecho a hacer la propaganda de sus ideas y de sus programas: además, pensamos que será en estos lugares de debates de ideas y de programas, donde el proletariado alcanzará su madurez política y la libre elección de la dirección política que le llevará a la victoria;
5. la lucha del proletariado, desde la agitación parcial hasta la insurrección armada, debe desarrollarse, para triunfar sobre una base de clase, para culminar en la conquista violenta de todo el poder que constituye la única garantía seria de la victoria.
10 de febrero de 1945
A este llamamiento señalamos la respuesta del Comité de Agitación del PDA y la del Partido del Trabajo (de Milán), que declararon que no podían tener en cuenta nuestra propuesta, aunque lo habrían hecho en condiciones más favorables, porque la línea política específica seguida por el PIL, aunque dedicada a la revolución proletaria, no le permite ejercer ningún tipo de influencia sobre las masas del norte de Italia.
Nuestro llamamiento recibió el pleno apoyo de los sindicatos revolucionarios, que aceptaron explícitamente colaborar en la creación de organizaciones de base y se declararon totalmente de acuerdo con nuestro punto de vista sobre la lucha contra la guerra.
La respuesta también vino de los comunistas libertarios, que reconocieron en los términos de la propuesta el terreno en el que ellos mismos se situaban "tanto desde el punto de vista de la situación política general, como desde el punto de vista de la actitud ante la guerra y la necesidad de una organización de clase de los trabajadores que tenga como objetivo la revolución expropiadora mediante la constitución de consejos de administración obreros", y se mostraron satisfechos de que tal punto de vista fuera compartido por los camaradas comunistas internacionalistas.
Sin embargo, es sorprendente que el PCI se haya negado a respondernos con comunicaciones verbales, habiendo ya expresado su opinión sobre nosotros en su prensa. Poco después, al término de una esporádica campaña de denigración contra nosotros (acusándonos de fascistas enmascarados), apareció un encarte en la revista "Usine" que nos calificaba de provocadores y en el que se hacía referencia directa a nuestra propuesta de constitución de organizaciones de frente único obrero, y en marzo le siguió una circular de la Federación Milanesa en la que se invitaba a vuestras organizaciones de base "a intervenir enérgicamente para depurar...".
Tradicionalmente incapaz de responder con un sí o un no, el PS respondió en cambio: "Estimados camaradas, en respuesta a su llamada, confirmamos que nuestro Partido no tiene nada en contra de que sus camaradas participen en los Comités de Agitación periféricos en las fábricas donde su Partido tiene realmente una base y que su colaboración se hace en el marco de la lucha general de masas, para la que surgieron los Comités de Agitación."
A esta carta, que eludía elegantemente la cuestión, respondimos: "Queridos camaradas, habríamos preferido que su respuesta estuviera más en consonancia con las cuestiones planteadas en nuestro documento, y en este sentido fuera más concluyente, evitando la pérdida de tiempo, sobre todo porque la situación política, tras los acontecimientos militares, se agrava cada vez más y plantea tareas cada vez más graves y urgentes para las masas y los partidos proletarios en particular."
Queremos llamar su atención sobre dos puntos:
1. nuestra propuesta no planteaba la cuestión de la adhesión a los comités existentes de tal o cual partido, sino un acuerdo entre sus órganos de dirección de tales comités para concretar un plan de acción común, para resolver todos los problemas derivados de la crisis del capitalismo como una unidad.
2. estaba implícito que nuestra iniciativa no podía tener como objetivo una "lucha general de masas", sino la creación de organismos con representación proporcional en el terreno de la clase y que avanzan hacia objetivos de clase.
Ni que decir tiene que esos comités no pueden tener nada en común con los vuestros, surgidos a partir de la política del CLN, que, como decís, no pueden considerarse organizaciones de clase. Les pedimos una respuesta más precisa sobre estos puntos de los que depende la posibilidad de un trabajo conjunto.
Hasta la fecha no ha habido respuesta.
(Prometeo nº 1 de abril de 1945)
Podemos ahorrarnos los comentarios. Este llamamiento dirigido a las (¡fuerzas vivas del proletariado!) PC y PS para la construcción de la unidad proletaria habla por sí mismo, y ello a pesar del truco táctico que consiste en que no es el propio Partido el que lo dirige directamente a los otros partidos, sino a través de un "Comité de Agitación" fantasma del Partido que lo dirige a los "Comités de Agitación" de los otros partidos.
Hay que añadir que de este Llamamiento no salió nada (¡y con razón!), salvo dejarnos un testimonio, un indicio de un partido que "creció .... con los materiales que sirvieron para constituirlo, con sus miembros teóricos y su esqueleto organizativo".
Pero sería inexacto decir que este llamamiento no produjo nada. He aquí el resultado:
"Siguiendo las directivas dadas por nuestros órganos dirigentes, bajo la presión de los acontecimientos, nuestros camaradas -después de haber advertido preventivamente a las masas contra los golpes prematuros y de haber indicado repetidamente cuáles eran los objetivos (objetivos de clase) que debían alcanzar- se unieron indistintamente a las formaciones en movimiento en el trabajo de destrucción del odioso aparato fascista participando en la lucha armada y en la detención de los fascistas..." (Panorama View). (Una mirada panorámica al movimiento de masas en las fábricas, en Prometeo nº 2, 1 de mayo de 1945; citado en A.Peregalli, l'Altra Resistanza, la disidema di sinistra in Italia 1943-45)
Hasta aquí el Partido en el Norte del país. En cuanto al Sur del país, podemos citar como ejemplo Calabria (Catanzaro) donde los militantes bordiguistas agrupados en torno a Maruca, futuro líder del grupo Damen, permanecieron dentro del PCI estalinista hasta 1944, cuando se pasaron a la "Frazione": "Maruca afirma (en 1943) que la victoria del frente antifascista es la condición histórica indispensable para que el proletariado y su partido se pongan en condiciones de cumplir su misión de clase". (citado por Peregalli, op. cit., p57)
En conclusión, en lo que respecta al partido Bordiguista, podemos decir: dime de dónde vienes y sabré a dónde vas.
M.C.
1 El autor habla de la actividad de la Fracción del "30 al 40", ignorando por completo su existencia y actividad entre el 40 y el 45, cuando se disolvió. ¿Se debe esto a la simple ignorancia o a evitar verse obligado a hacer una comparación entre las posiciones defendidas por la Fracción durante la guerra y las del PCInt constituido en el 43-44?
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Este artículo apareció por primera vez en Internationalisme núm. 12 en agosto de 1946. Aunque es un producto del período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, sigue siendo notablemente relevante hoy, 36 años después. Aborda la cuestión de cuándo es necesaria y posible la formación del partido.
Para quienes se niegan a reconocer la necesidad de un partido político del proletariado, el problema del papel de dicho partido, su función y el momento de su formación carecen obviamente de interés.
Pero para los que han comprendido y aceptado la idea del partido como expresión de la clase obrera en su lucha contra el capitalismo, la cuestión es crucial. Para los militantes que entienden la necesidad del partido, situar la cuestión de cuándo formarlo en una perspectiva histórica es de suma importancia porque la cuestión de cuándo se forma un partido está vinculada a toda su concepción de lo que debe hacer el partido. ¿Es el partido un puro producto de la "fuerza de voluntad" de un grupo de militantes o es el resultado de la evolución de la clase obrera en lucha?
Si es un mero producto de la voluntad, el partido puede existir o formarse en cualquier momento. Si, por el contrario, es una expresión de la clase en lucha, su formación y permanencia están ligadas a los períodos de auge y declive de la lucha proletaria. En el primer caso, se trata de una visión voluntarista e idealista de la historia; en el segundo, de una concepción materialista de la historia y de su realidad concreta.
No nos equivoquemos: no es una cuestión de especulación abstracta. No se trata de una discusión escolástica sobre las palabras o etiquetas adecuadas: o "partido" o "fracción" ("grupo"). Las dos concepciones conducen a enfoques diametralmente opuestos. Un planteamiento incorrecto basado en no entender el momento histórico de la proclamación del partido lleva necesariamente a una organización revolucionaria a intentar ser lo que todavía no puede ser y a no ser lo que puede ser. Una organización de este tipo, que busque un público inmediato a cualquier precio, que transforme los principios en dogmas en lugar de mantener posiciones políticas claras basadas en un examen crítico de la historia, no sólo se encontrará desdibujando la realidad en el presente, sino que comprometerá su futuro al descuidar sus verdaderas tareas a largo plazo. Este planteamiento deja el camino libre a todo tipo de compromisos políticos y al oportunismo.
Esta es la misma imagen que Internationalisme criticó en el partido Bordiguista en 1946, y 36 años de actividad del PCI confirman ampliamente la validez de estas críticas.
Sin embargo, algunas formulaciones del Internationalisme se prestan a posibles interpretaciones erróneas. Por ejemplo, la frase: "el partido es el organismo político que el proletariado crea para unificar sus luchas". Dicho así, la afirmación implica que el partido es la única fuerza motriz hacia esta unificación de las luchas. Esto no es cierto y no es la posición que defendía Internationalisme, como puede comprobar cualquier lector de su prensa. La formulación debe entenderse en el sentido de que una de las principales tareas del partido es ser un factor, un factor activo, en la unificación de la lucha de la clase orientándola "hacia un ataque frontal contra el Estado y la sociedad capitalista, hacia la construcción de una sociedad comunista". (ibid).
En cuanto a la cuestión de la Tercera Guerra Mundial, la guerra no se produjo de la forma en que Internationalisme predijo. No hubo una guerra generalizada, sino una serie de guerras locales y periféricas denominadas luchas de "liberación nacional" o luchas "anticoloniales"; en realidad estaban supeditadas a las necesidades e intereses de las grandes potencias en su lucha por la hegemonía mundial.
No obstante, es cierto, como predijo el Internationalisme, que la Segunda Guerra Mundial dio lugar a un largo período de reacción y de profunda disminución de la lucha de clases, que duró hasta el final del período de reconstrucción.
A algunos lectores les puede chocar el uso del término "formación de cuadros" que Internationalisme anunciaba como la "tarea del momento" en ese periodo. Hoy la palabra "cuadros" sólo la utilizan los izquierdistas que preparan a los futuros burócratas para el capital contra el proletariado. Pero en el pasado, y tal como lo utilizaba Internationalisme, la idea de formar cuadros significaba que la situación no permitía a los revolucionarios tener una influencia a gran escala en la clase obrera y que, por lo tanto, el trabajo de desarrollo teórico y de formación de militantes tenía inevitablemente prioridad sobre cualquier posibilidad de agitación.
Hoy vivimos un período completamente diferente, una época de crisis abierta para el capitalismo y de renovación de la lucha de clases. Este período hace necesaria y posible la reagrupación de las fuerzas revolucionarias. Esta perspectiva sólo puede ser llevada a cabo por los grupos revolucionarios existentes y dispersos si rechazan cualquier racionalización de su propio aislamiento, si abren el camino a un verdadero debate sobre las posiciones políticas heredadas del pasado que no son necesariamente válidas hoy, si se comprometen conscientemente con un proceso de clarificación internacional que lleve a la posibilidad de un reagrupamiento de fuerzas. Este es el verdadero camino hacia la formación del partido.
Hay dos concepciones de la formación del partido que se han enfrentado desde la primera aparición histórica del proletariado, es decir, su aparición como clase independiente con un papel que cumplir en la historia y no su mera existencia como categoría económica.
Estas concepciones pueden resumirse como sigue:
* La primera concepción sostiene que la formación del partido depende esencialmente, si no exclusivamente, de los deseos de los individuos, de los militantes, de su nivel de conciencia. En una palabra, esta concepción considera la formación del partido como un acto subjetivo y voluntarista.
* La segunda concepción considera la formación del partido como un momento del desarrollo de la conciencia de clase directamente vinculado a la lucha de clases, a la relación de fuerzas entre las clases en un momento dado debido a la situación económica, política y social del momento; al legado de las luchas pasadas y a las perspectivas a corto y largo plazo de las luchas futuras.
La primera concepción, básicamente subjetiva y voluntarista, está más o menos ligada a una visión idealista de la historia. El partido no está determinado por la lucha de clases, sino que se convierte en un factor independiente determinado sólo por sí mismo y se eleva a ser la propia fuerza motriz de la lucha de clases.
Podemos encontrar ardientes defensores de esta concepción desde el principio del movimiento obrero y a lo largo de su historia hasta la actualidad. En los primeros tiempos del movimiento, Weitling y Blanqui fueron los representantes más conocidos de esta tendencia.
Por muy grandes que sean sus errores y por mucho que merezcan las severas críticas que Marx les dirigió, debemos considerarlos a ellos y a sus errores en una perspectiva histórica. Sus errores no deben hacernos olvidar la gran contribución que hicieron al movimiento obrero. El propio Marx reconoció su valor como revolucionarios, su dedicación a la causa proletaria, su mérito como pioneros que inspiraron a la clase trabajadora con su incansable voluntad de acabar con la sociedad capitalista.
Pero lo que para Weitling y Blanqui fue un error, una falta de comprensión de las leyes objetivas que rigen el desarrollo de la lucha de clases, se convirtió para sus seguidores posteriores en el punto central de su existencia. El voluntarismo se convirtió en un aventurerismo total.
Sin duda, los representantes más típicos de esto hoy en día son el trotskismo y todo lo relacionado con él. Su agitación no tiene más límites que sus propios caprichos y fantasías. Los "Partidos" y las "Internacionales" se activan y desactivan a voluntad. Se lanzan campañas, consignas, agitación como un enfermo en convulsiones.
Más cerca de nosotros tenemos a los RKD1 y a los CR2 que pasaron mucho tiempo en el trotskismo y lo dejaron muy tarde. Desgraciadamente, han conservado este gusto por la agitación por sí misma, la agitación en el vacío, y han hecho de ello la base de su existencia como grupo.
La segunda concepción puede definirse como determinista y objetiva. No sólo considera que el partido está determinado históricamente, sino que su formación y existencia también están determinadas por circunstancias inmediatas y contingentes.
Sostiene que el partido está determinado tanto por la historia como por la situación inmediata contingente. Para que el partido exista realmente, no basta con demostrar su necesidad histórica general. Un partido debe basarse en las condiciones inmediatas y actuales que hacen posible y necesaria su existencia.
El partido es el organismo político que el proletariado crea para unificar sus luchas y orientarlas hacia el ataque frontal al Estado y a la sociedad capitalista, hacia la construcción de una sociedad comunista.
Sin un desarrollo real de la perspectiva de la lucha de clases enraizada en la situación objetiva y no simplemente en los deseos subjetivos de los militantes, sin un alto grado de lucha de clases y de crisis social, el partido no puede existir, su existencia es simplemente inconcebible3.
El partido no puede crearse en un período de estancamiento de la lucha de clases. En toda la historia del movimiento obrero no hay ejemplos de partidos revolucionarios eficaces creados en períodos de estancamiento. Los partidos creados en estas condiciones nunca influyeron ni dirigieron eficazmente ningún movimiento de masas. Hay algunas formaciones que son partidos sólo de nombre, pero su naturaleza artificial sólo dificulta la formación de un verdadero partido cuando llega el momento. Tales formaciones están condenadas a ser sectas en todos los sentidos de la palabra. Sólo pueden escapar de su vida de secta cayendo en el aventurerismo quijotesco o en el oportunismo más burdo. La mayoría de ellas terminan con ambas cosas juntas, como el Trotskismo.
Lo que hemos dicho sobre la formación del partido es también válido para la cuestión de mantenerlo vivo después de las derrotas decisivas del proletariado en un período prolongado de reflujo revolucionario.
A menudo se utiliza el ejemplo del partido Bolchevique para rebatir nuestro argumento, pero esto es una visión puramente formalista de la historia. El partido Bolchevique después de 1905 no puede considerarse como un partido; era una fracción del Partido Socialdemócrata Ruso, dislocado a su vez en varias facciones y tendencias.
Esta era la única manera de que la fracción Bolchevique pudiera sobrevivir para servir después como núcleo central para la formación del partido comunista en 1917. Este es el verdadero significado de la historia de los bolcheviques.
La disolución de la Primera Internacional nos muestra que Marx y Engels también eran conscientes de la imposibilidad de mantener una organización revolucionaria internacional de la clase obrera en un período prolongado de reflujo. Naturalmente, los formalistas de poca comprensión reducen todo el asunto a una maniobra de Marx contra Bakunin. No es nuestra intención entrar en todos los puntos finos del procedimiento o justificar la forma en que Marx lo hizo.
Es perfectamente cierto que Marx vio en los bakuninistas un peligro para la Internacional y que lanzó una lucha para sacarlos. De hecho, creemos que fundamentalmente tenía razón en cuanto al contenido. El anarquismo ha demostrado muchas veces desde entonces ser una ideología profundamente pequeñoburguesa. Pero no fue este peligro lo que convenció a Marx de la necesidad de disolver la Internacional.
Marx repasó muchas veces sus razones durante la disolución de la Internacional y después. Ver este acontecimiento histórico como la simple consecuencia de una maniobra, de una intriga personal, no sólo es un insulto gratuito a Marx, sino que le atribuye poderes demoníacos. Hay que ser tan mezquino como James Guillaume para atribuir acontecimientos de dimensiones históricas a la mera voluntad de los individuos. Por encima de todas estas leyendas del anarquismo, hay que reconocer el verdadero significado de esta disolución.
Podemos entenderla mejor si ponemos estos acontecimientos en el contexto de otras disoluciones de organizaciones políticas en la historia del movimiento obrero.
Por ejemplo, el profundo cambio de la situación social y política en Inglaterra a mediados del siglo 19º llevó a la dislocación y desaparición del movimiento cartista.
Otro ejemplo es la disolución de la Liga Comunista tras los tormentosos años de las revoluciones de 1848-50. Mientras Marx creyó que el período revolucionario no había terminado, a pesar de las grandes derrotas y pérdidas, siguió manteniendo la Liga Comunista, reagrupando fuerzas, fortaleciendo la organización. Pero en cuanto se convenció de que el período revolucionario había terminado y que había comenzado un largo período de reacción, proclamó la imposibilidad de mantener el partido. Se declaró partidario de un repliegue organizativo hacia tareas más modestas, menos espectaculares y más realmente fructíferas teniendo en cuenta la situación: la elaboración teórica y la formación de cuadros.
No fue Bakunin ni ninguna necesidad urgente de "maniobras" lo que convenció a Marx veinte años antes de la Primera Internacional de que era imposible mantener una organización revolucionaria o una Internacional en un periodo de reacción.
Veinticinco años después, Marx escribió sobre la situación en 1850-51 y las tendencias dentro de la Liga en estos términos:
"La represión violenta de una revolución deja su huella en la mente de las personas implicadas, especialmente en las que se han visto obligadas a exiliarse. Produce tal tumulto en sus mentes que incluso los mejores se vuelven desquiciados y en cierto modo irresponsables durante un periodo de tiempo más o menos largo. No consiguen adaptarse al curso que ha tomado la historia y no quieren entender que la forma del movimiento ha cambiado..." (Epílogo de las Revelaciones del Juicio a los Comunistas en Colonia, 8 de enero de 1875).
En este pasaje podemos ver un aspecto fundamental del pensamiento de Marx que se pronuncia contra quienes no quieren tener en cuenta que la forma del movimiento, las organizaciones políticas de la clase obrera, las tareas de esta organización no son siempre las mismas. Estas siguen la evolución de la situación objetiva. Para responder a los que creen ver en este pasaje una simple justificación a posteriori de Marx, es interesante observar los argumentos de Marx en la época de la Liga, tal como los formuló en el debate con la tendencia de Willich-Schapper. Cuando explicó al Consejo General de la Liga por qué proponía una escisión en septiembre de 1850, Marx escribió, entre otros puntos
"En lugar de una concepción crítica, la minoría ha adoptado una concepción dogmática. Ha sustituido una concepción materialista con una idealista. En lugar de ver la situación real como la fuerza motriz de la revolución, sólo ve la mera voluntad ...
... Dice (a los obreros): 'Debemos tomar el poder de inmediato o de lo contrario debemos irnos todos a casa a dormir'.
Al igual que los demócratas, que han hecho un fetiche de la palabra "pueblo", ustedes hacen un fetiche de la palabra "proletariado". Al igual que los demócratas, ustedes sustituyen el proceso de revolución con la fraseología revolucionaria".
Dedicamos estas líneas especialmente a los camaradas de los RKD o de los CR que a menudo nos han reprochado no querer "construir" el nuevo partido.
En nuestra lucha desde 1932 contra el aventurerismo trotskista en la cuestión de la formación del nuevo partido y de la IV Internacional, los RKD sólo vio quién sabe qué tipo de "vacilaciones" subjetivas. Los RKD nunca ha entendido el concepto de "fracción", es decir, de una organización específica con tareas específicas correspondientes a una situación específica cuando no puede existir o formarse un partido. En lugar de esforzarse por comprender esta idea, prefieren la simple traducción de la palabra ‘fracción’ al estilo de los diccionarios, para apoyar su afirmación de que el "bordiguismo" sólo quería ‘reparar’ al viejo PC. Aplican al Comunismo de Izquierda la medida que aprendieron en el trotskismo: ‘o se está a favor de la reparación del viejo partido o hay que crear uno nuevo".
La situación objetiva y las tareas de los revolucionarios correspondientes a esta situación, todo eso es demasiado prosaico, demasiado complicado para los que prefieren la salida fácil a través de la fraseología revolucionaria. La patética experiencia de la organización de los RC no fue aparentemente suficiente para estos camaradas. Ven el fracaso de los CR simplemente como el resultado de una cierta precipitación, mientras que en realidad toda la operación era artificial y heterogénea desde el principio, agrupando a los militantes en torno a un programa de acción vago e inconsistente. Atribuyen su fracaso a la pobre calidad de las personas implicadas, y se niegan a ver cualquier relación con la situación objetiva.
A primera vista puede parecer extraño que grupos que dicen pertenecer a la Izquierda Comunista Internacional, y que durante años han luchado junto a nosotros contra el aventurerismo trotskista de crear artificialmente nuevos partidos, estén ahora montados en el mismo caballo de batalla, y se hayan convertido en los campeones de una ‘construcción’ aún más rápida.
Sabemos que en Italia ya existe el Partido Comunista Internacionalista que, aunque muy débil numéricamente, intenta sin embargo cumplir el papel del partido. Las recientes elecciones a la Asamblea Constituyente, en las que participó el PCI italiano, han revelado la extrema debilidad de su influencia real sobre las masas, lo que demuestra que este partido apenas ha superado las limitaciones de una fracción. La Fracción Belga llama a la formación del nuevo partido. La Fracción Francesa de la Izquierda Comunista (FFGC), formada recientemente y sin principios básicos bien definidos, sigue sus pasos y se ha asignado la tarea práctica de construir el nuevo partido en Francia.
¿Cómo explicar este hecho, esta nueva orientación? No cabe duda de que un cierto número de individuos4 que se han adherido recientemente a este grupo no hacen más que expresar su incomprensión y su no asimilación del concepto de "fracción", y que siguen expresando en el seno de los diferentes grupos de la Izquierda Comunista Internacional las concepciones trotskistas del partido que tenían ayer y que siguen teniendo hoy.
Es igualmente correcto, además, ver la contradicción que existe entre la teoría abstracta y la política práctica en la cuestión de la construcción del partido como una adición más a la masa de contradicciones que se han convertido en un hábito para todos estos grupos. Sin embargo, todo esto todavía no explica las conversiones de todos estos grupos. Esta explicación hay que buscarla en su análisis de la situación actual y sus perspectivas.
Conocemos la teoría de la ‘economía de guerra’ planteada antes y durante la guerra por la tendencia Vercesi en la Izquierda Comunista Internacional. Según esta teoría, la economía de guerra y la guerra misma son períodos de mayor desarrollo de la producción y de expansión económica. Por lo tanto, una ‘crisis social’ no podía aparecer durante este período de ‘prosperidad’. Sólo con la ‘crisis económica de la economía de guerra’, es decir, en el momento en que la producción bélica ya no pudiera abastecer las necesidades del consumo de guerra, cuando la continuación de la guerra se viera obstaculizada por la escasez de materias primas, esta crisis de nuevo estilo abriría una crisis social, y una perspectiva revolucionaria.
Según esta teoría, era lógico negar que las convulsiones sociales que estallaron durante la guerra pudieran llegar a cualquier cosa. De ahí también la negación absoluta y obstinada de cualquier significado social en los acontecimientos de julio de 1943 en Italia5. De ahí también la completa incomprensión del significado de la ocupación de Europa por los ejércitos aliados y rusos, y en particular de la importancia de la destrucción sistemática de Alemania, de la dispersión del proletariado alemán hecho prisionero de guerra, exiliado, dislocado y temporalmente inofensivo e incapaz de todo movimiento independiente.
Para estos camaradas, la reanudación de la lucha de clases y, más precisamente, la apertura de un curso revolucionario ascendente sólo podía ocurrir después del final de la guerra, no porque el proletariado estuviera impregnado de ideología nacionalista patriótica, sino porque las condiciones objetivas para tal lucha no podían existir durante el período de guerra. Este error, ya refutado históricamente (la Comuna de París y la Revolución de Octubre), e incluso parcialmente en la última guerra (véanse las convulsiones sociales en Italia 1943, y ciertos signos de espíritu derrotista en el ejército alemán a principios de 1945) iba a ir fatalmente acompañado de un error no menos grande, que sostiene que el período posterior a la guerra abre automáticamente un curso hacia la renovación de las luchas de clases y las convulsiones sociales.
La formulación teórica más completa de este error se encuentra en el artículo de Lucain, publicado por L'Internationaliste de la Fracción belga. Según su esquema, cuya invención intenta atribuir a Lenin, la transformación de la guerra imperialista en guerra civil sigue siendo válida si ampliamos esta posición para incluir el período de posguerra. En otras palabras, es en el período de posguerra donde se realiza la transformación de la guerra imperialista en guerra civil.
Una vez postulada y sistematizada esta teoría, todo se simplifica y sólo hay que examinar la evolución de la situación y los acontecimientos a través de ella y a partir de ella.
La situación actual se analiza, pues, como una ‘transformación en guerra civil’. Con este análisis central como punto de partida, se declara que la situación en Italia está particularmente avanzada, justificando así la inmediata constitución del partido, mientras que los disturbios en la India, Indonesia y otras colonias, cuyas riendas están firmemente sostenidas por los diversos imperialismos competidores y por las burguesías locales, son vistos como signos del comienzo de la guerra civil anticapitalista. La masacre imperialista en Grecia también se supone que es parte del avance de la revolución. No hace falta decir que ni por un momento sueñan con poner en duda la naturaleza revolucionaria de las huelgas en Gran Bretaña y América, o incluso en Francia. Recientemente, L'Internationaliste acogió con satisfacción la formación de esa pequeña secta, la CNT, como una indicación "entre otras" de la evolución revolucionaria de la situación en Francia. La Fracción Francesa de la Izquierda Comunista llega a afirmar que el gobierno de coalición tripartito ha sido renovado debido a la amenaza de la clase proletaria, e insiste en la extrema importancia objetiva de la entrada en su grupo de unos cinco camaradas procedentes del grupo "Contre le Courant”6
Este análisis de la situación, con la perspectiva de batallas de clase decisivas en un futuro próximo, conduce naturalmente a estos grupos a la idea de la necesidad urgente de construir el partido lo más rápidamente posible. Esto se convierte en la tarea inmediata, la tarea del día, si no de la hora.
El hecho de que el capitalismo internacional no parezca preocuparse lo más mínimo por esta amenaza de lucha proletaria que supuestamente se cierne sobre él, y siga tranquilamente con sus asuntos, con sus intrigas diplomáticas, sus rivalidades internas y sus conferencias de paz en las que muestra públicamente sus preparativos para la próxima guerra, nada de esto tiene mucho peso en el análisis de estos grupos.
La posibilidad de una nueva guerra no se excluye por completo, primero porque es útil como propaganda, y porque prefieren ser más prudentes que en la aventura de 1937-39 donde negaron la perspectiva de una guerra mundial. ¡Es mejor tener una salida por si acaso! De vez en cuando, siguiendo al PCI italiano, se dirá que la situación en Italia es reaccionaria, pero esto nunca es seguido y sigue siendo un episodio aislado, sin ninguna relación con el análisis fundamental de la situación como una que está madurando ‘lenta pero seguramente’ hacia explosiones revolucionarias decisivas.
Este análisis es compartido por otros grupos como los CR, que contrapone la perspectiva objetiva de una tercera guerra imperialista con la perspectiva de una revolución inevitable; o como los RKD que, más cautelosamente, se refugia en la teoría de un doble curso, es decir, de un desarrollo simultáneo y paralelo de un curso hacia la revolución y un curso hacia la guerra imperialista. Evidentemente, los RKD no ha comprendido todavía que el desarrollo de un curso hacia la guerra está condicionado principalmente por el debilitamiento del proletariado y del peligro de la revolución, a menos que hayan retomado la teoría de la tendencia Vercesi anterior a 1939, según la cual la guerra imperialista no es un conflicto de intereses entre diferentes imperialismos, sino un acto de la mayor solidaridad imperialista con el objetivo de masacrar al proletariado, una guerra de clase capitalista directa contra la amenaza revolucionaria proletaria. Los trotskistas, con el mismo análisis, son infinitamente más coherentes, ya que no tienen necesidad de negar la tendencia a una tercera guerra; para ellos, la próxima guerra será simplemente la lucha armada generalizada entre el capitalismo, por un lado, y el proletariado reagrupado en torno al ‘Estado obrero’ ruso, por otro.
En definitiva, o bien la próxima guerra imperialista se confunde, de un modo u otro, con la guerra de clases, o bien se minimiza su peligro convirtiéndola en el precursor necesario de un período de grandes luchas sociales y revolucionarias. En el segundo caso, el agravamiento de los antagonismos Inter imperialistas y los preparativos bélicos en curso se explican por la miopía y la inconsciencia del capitalismo mundial y de sus jefes de Estado.
Podemos mantenernos totalmente escépticos ante un análisis que no se basa más que en ilusiones, halagándose con su clarividencia, y asumiendo generosamente una ceguera total por parte del enemigo. Por el contrario, el capitalismo mundial ha demostrado tener una conciencia mucho más aguda de la situación real que el proletariado. Su comportamiento en Italia en 1943 y en Alemania en 1945 demuestra que ha asimilado muy bien las lecciones del período revolucionario de 1917, mucho mejor que el proletariado o su vanguardia. El capitalismo ha aprendido a derrotar al proletariado, no sólo mediante la violencia, sino utilizando el descontento de los trabajadores y conduciéndolo en una dirección capitalista. Ha sido capaz de transformar las antiguas armas del proletariado en sus cadenas. No hay más que ver que el capitalismo actual utiliza de buen grado los sindicatos, el marxismo, la Revolución de Octubre, el socialismo, el comunismo, el anarquismo, la bandera roja y el 1º de Mayo como los medios más eficaces para embaucar al proletariado. La guerra de 1939-45 se libró en nombre de este ‘antifascismo’ que ya se había ensayado en la guerra de España. Mañana, los trabajadores serán lanzados de nuevo a la batalla en nombre de la Revolución de Octubre, o de la lucha contra el fascismo ruso.
El derecho de los pueblos a la autodeterminación, la liberación nacional, la reconstrucción, las reivindicaciones ‘económicas’, la participación de los trabajadores en la gestión y otras consignas similares, se han convertido en las herramientas más eficaces del capitalismo para destruir la conciencia de clase proletaria. En todos los países, estas son las consignas utilizadas para movilizar a los trabajadores. Las huelgas y disturbios que estallan aquí y allá se mantienen en este marco, y su único resultado es atar aún más fuertemente a los trabajadores al Estado capitalista.
En las colonias, las masas están siendo masacradas en una lucha, no por la destrucción del Estado, sino por su consolidación, su independencia de la dominación de un imperialismo en beneficio de otro. No puede haber ninguna duda sobre el significado de la masacre en Grecia, cuando vemos la actitud protectora de Rusia, cuando vemos a Jouhaux convertirse en el defensor de la CGT griega en su conflicto con el gobierno. En Italia, los obreros ‘luchan’ contra la monarquía en nombre de la república, o son masacrados por la cuestión de Trieste. En Francia, tenemos el repugnante espectáculo de los trabajadores marchando con overoles en el desfile militar del 14 de julio. Esta es la prosaica realidad de la situación actual.
No es cierto que en la posguerra se den las condiciones para un renacimiento de la lucha de clases. Cuando el capitalismo ‘termina’ una guerra mundial imperialista que duró seis años sin ningún estallido revolucionario, esto significa la derrota del proletariado, y que estamos viviendo, no en la víspera de grandes luchas revolucionarias, sino en las secuelas de una derrota. Esta derrota tuvo lugar en 1945, con la destrucción física del centro revolucionario que era el proletariado alemán, y fue tanto más decisiva cuanto que el proletariado mundial no fue consciente de la derrota que acababa de sufrir.
El curso está abierto hacia la tercera guerra imperialista. Es hora de dejar de jugar al avestruz, buscando consuelo en la negativa a ver el peligro. En las condiciones actuales, no vemos ninguna fuerza capaz de detener o modificar este curso. Lo peor que pueden hacer las débiles fuerzas de los grupos revolucionarios actuales es intentar subir una escalera descendente. Acabarán inevitablemente por romperse la crisma.
La Fracción Belga cree que puede salirse con la suya diciendo que, si la guerra estalla, esto demostrará que la formación del partido fue prematura. ¡Qué ingenuos! Tal error se pagará muy caro.
Lanzarse al aventurerismo de la construcción artificial y prematura del partido no sólo implica un análisis incorrecto de la situación, sino que significa apartarse del verdadero trabajo de los revolucionarios de hoy, descuidando la elaboración crítica del programa revolucionario y abandonando el trabajo positivo de formación de sus cuadros.
Pero lo peor está por venir, y las primeras experiencias del partido en Italia están ahí para confirmarlo. Querer a toda costa jugar a ser el partido en un período reaccionario, querer a toda costa trabajar entre las masas significa caer al nivel de las masas, seguir sus pasos; significa trabajar en los sindicatos, participar en las elecciones parlamentarias, en una palabra, oportunismo.
En la actualidad, orientar la actividad hacia la construcción del partido sólo puede ser una orientación hacia el oportunismo.
No tenemos tiempo para los que nos reprochan el abandono de la lucha diaria de los trabajadores y nuestra separación de la clase. Estar con la clase no es una cuestión de estar físicamente, y menos aún de mantener, a toda costa, un vínculo con las masas que en un período reaccionario sólo puede hacerse al precio de una política oportunista. No tenemos tiempo para los que, habiéndonos acusado de activismo desde 1943-45, nos reprochan ahora que queremos aislarnos en una torre de marfil, que tendemos a convertirnos en una secta doctrinaria que ha renunciado a toda actividad.
El sectarismo no es la defensa intransigente de los principios, ni la voluntad del estudio crítico; ni siquiera la renuncia temporal al trabajo exterior a gran escala. La verdadera naturaleza del sectarismo es la transformación del programa vivo en un sistema muerto, los principios que guían la acción en dogmas, ya sea gritados o susurrados.
Lo que consideramos necesario en el actual período reaccionario es hacer un estudio objetivo, captar el movimiento de los acontecimientos y sus causas, y hacerlos comprender a un círculo de trabajadores que necesariamente estará limitado en tal período.
El contacto entre los grupos revolucionarios de los distintos países, la confrontación de sus ideas, la discusión internacional organizada con el fin de buscar una respuesta a los problemas candentes que plantea la evolución histórica, este trabajo es mucho más fecundo, mucho más ‘pegado a las masas’ que la agitación hueca, realizada en el vacío.
La tarea de los grupos revolucionarios hoy es la formación de cuadros; una tarea menos atractiva, menos preocupada por los éxitos fáciles, inmediatos y efímeros; una tarea infinitamente más seria; porque la formación de cuadros hoy es la condición previa que garantiza el futuro partido de la revolución.
Marco
1 Los RKD (Comunistas Revolucionarios de Alemania). Era un grupo trotskista austriaco que se oponía a la fundación de la Cuarta Internacional en 1938 por considerarla prematura. En el exilio, este grupo se alejó cada vez más de esta "Internacional". Se opusieron particularmente a la participación en la Segunda Guerra Mundial en nombre de la defensa de Rusia, y al final se declararon en contra de toda la teoría del 'estado obrero degenerado' tan querida por el trotskismo. En el exilio, este grupo tuvo el enorme mérito político de mantener una posición intransigente contra la guerra imperialista y cualquier participación en ella por cualquier motivo. En este sentido, se puso en contacto con la Fracción de la Izquierda Italiana y Francesa durante la guerra y participó en la impresión de un folleto en 1945 con la Fracción Francesa dirigido a los obreros y soldados de todos los países, en varios idiomas, denunciando la campaña chovinista durante la ‘liberación’ de Francia, llamando al derrotismo revolucionario y a la fraternización. Después de la guerra, este grupo evolucionó rápidamente hacia el anarquismo, donde finalmente se disolvió
2 Los CR (Comunistas Revolucionarios) eran un grupo de trotskistas franceses que los RKD consiguió desvincular del trotskismo hacia el final de la guerra. A partir de entonces, siguió la misma evolución que los RKD. Estos dos grupos participaron en la Conferencia Internacional de 1947 en Bélgica, convocada por la Izquierda Holandesa que reunió a todos los grupos que seguían siendo internacionalistas y que se habían opuesto a toda participación en la guerra
3 Debemos tener cuidado de distinguir la formación de un partido de la actividad general de los revolucionarios, que siempre es necesaria y posible. La confusión de estas dos distinciones es un error muy común que puede conducir a un fatalismo desesperado e impotente. La tendencia Vercesi en la Izquierda Italiana cayó en esta trampa durante la guerra. Esta tendencia consideraba, con razón, que las condiciones del momento no permitían la existencia de un partido ni la posibilidad de una agitación a gran escala entre los trabajadores. Pero concluyó de ello que todo el trabajo revolucionario debía ser desechado y condenado. Incluso negaba la posibilidad de que existieran grupos revolucionarios en estas condiciones. Esta tendencia olvidó que la humanidad no es sólo el producto de la historia: "El hombre hace su propia historia" (Marx). La acción de los revolucionarios está necesariamente limitada por las condiciones objetivas. Pero esto no tiene nada que ver con el grito desesperado del fatalismo: ‘todo lo que se haga no conducirá a nada’. Por el contrario, el marxista revolucionario ha dicho: "Al tomar conciencia de las condiciones existentes y al actuar dentro de sus límites, nuestra participación se convierte en una fuerza adicional que influye en los acontecimientos e incluso modifica su curso". (Trotsky, El nuevo curso)
4 Se refiere a los ex miembros de Unión Comunista, el grupo que imprimió L'Internationale en los años 30 y que desapareció al estallar la guerra en 1939
5 La caída del régimen de Mussolini y el rechazo de las masas a continuar la guerra. En 1943 hubo una gran oleada de huelgas en el Norte de Italia, ver La lucha de clases contra la guerra imperialista - Las luchas obreras en Italia 1943 https://es.internationalism.org/revista-internacional/200704/1863/la-lucha-de-clases-contra-la-guerra-imperialista-las-luchas-obrera [89]
6 Un pequeño grupo constituido después de la guerra, que tuvo una existencia efímera. Sus miembros, tras un breve paso por el PCI (bordiguistas), abandonaron la política
Carlos Marx murió el 14 de Marzo de 1883. Hace pues un siglo que se apagó la voz de quien es considerado por el movimiento obrero como su teórico más insigne.
La burguesía, clase a la que Marx combatió sin tregua durante toda su vida y que se lo devolvió con creces, se propone celebrar ese aniversario a su modo, o sea, echando un montón de mentiras sobre la persona y su labor.
Cada sector de la clase dominante, según su color y los intereses particulares que tiene a cargo defender, según el lugar específico que ocupa en el aparato mistificador, trata el tema a su modo.
Los que opinaban que Marx era un "ser maléfico", una especie de "encarnación del mal" o "una criatura diabólica" han desaparecido prácticamente; en cualquier caso, son los menos peligrosos hoy. En cambio, quedan muchos para quienes Marx, "un hombre, por cierto, muy inteligente y culto, oiga, pero que se equivocó por completo"; otra variante de ese tema es lo de que "si bien el análisis de Marx era válido para el siglo pasado, hoy está, completamente superado"
Sin embargo, los más peligrosos no son los burgueses que, de un modo u otro, rechazan explícitamente los aportes de Marx. La peor ralea son los que se reivindican de él, ya sea los que pertenecen a la rama socialdemócrata, a la estalinista, a la trotskista, o a lo que podría denominarse el ramo "universitario", o también los "marxólogos".
Con ocasión del centésimo aniversario de la muerte de Marx, ya se está viendo a ese mundillo agitarse febrilmente, armando ruido, cacareando con autoridad gallinácea, llenando columnas de periódico y pantallas de televisión.
Nos incumbe a los revolucionarios, y es ése el único y verdadero homenaje que pueda hacérsele a Marx y su labor, denunciar las mentiras, barrer las alabanzas interesadas, restablecer, en suma, la sencilla verdad de los hechos.
Marx descubrió el secreto profundo del modo de producción capitalista: la plusvalía de que se apropia el capitalista gracias al trabajo no pagado de los proletarios. Demostró que en lugar de enriquecerse con su trabajo, el proletario se empobrece, que las crisis son cada vez mas violentas porque la necesidad de mercados es creciente mientras que, en consecuencia, el mercado mundial se encoge cada día más. Se aferró a demostrar que el capitalismo por sus propias leyes, va todo recto hacia su propia destrucción, creando, por necesidad obligada, las condiciones de la instauración del comunismo. Tras llegar al mundo cubierto de sangre y lodo, tras alimentarse cual caníbal de la fuerza de trabajo de los proletarios, el capitalismo saldrá por el foro en medio de un cataclismo.
Por todo eso, la burguesía se ha empeñado desde hace un siglo, en combatir las ideas de Marx. Son legiones de ideólogos dedicadas, intento tras intento, a echar abajo su pensamiento. Profesores, sabios, predicadores de toda confesión han hecho su oficio de la "refutación" de Marx. Dentro incluso del movimiento obrero, el revisionismo se alzó contra los principios básicos del marxismo en nombre de una "adaptación" de éste a las nuevas realidades del momento, a finales del siglo XIX. No fue por casualidad si Bernstein, teórico del revisionismo, se propuso atacar al marxismo en dos puntos básicos:
Esas son las dos ideas esenciales que la burguesía ha agitado como señuelo cada vez que la situación económica del capitalismo parece mejorar de tal modo que pueden caerle unas cuantas migajas a la clase obrera. Y este fue el caso en particular durante el período de reconstrucción que vino tras la segunda guerra mundial con sus economistas y políticos que predecían alegremente el fin de las crisis. Por ejemplo, el premio Nobel de economía, Samuelson, exclamaba en su libro Económics:
"...todo ocurre hoy como si la probabilidad de una gran crisis - una depresión profunda, aguda y duradera como la de 1930, 1870 y 1890 - estuviera reducida a cero."
Por otra parte, al presidente Nixon no le daba miedo declarar, el día de su toma de posesión, en Enero de 1969, nada menos que: "Por fin hemos aprendido a gestionar una economía moderna de manera a asegurar su continua expansión". Y de este modo se expresaban hasta principios de los 70 los que con autoridad científica afirmaban que "Marx estaba superado"[1]
Desde entonces, ya no se oyen semejantes opiniones. La crisis se despliega sin pausa. Todos los potingues mágicos preparados por los premios Nóbel de las diversas escuelas han fracasado lamentablemente e incluso lo han puesto peor.
Al capitalismo le llegó la hora de los récord: plusmarca de endeudamiento, de cantidad de quiebras, de infrautilización de capacidades productivas, de desempleo. El espectro de la gran crisis de 1929 vuelve a espantar a la burguesía y a sus profesores a sueldo. Su estúpido optimismo ha dejado el sitio al pesimismo más sombrío y al desconcierto. Hace ya años, el mismo premio Nóbel Samuelson, podía comprobar, desamparado, ¡la crisis de la ciencia económica!, que aparecía incapaz de aportar soluciones a la crisis. Hace año y medio, otro premio Nóbel, Friedman, confesaba que "ya no entendía nada de nada". Más recientemente, otro Nóbel más, Von Hayek constataba que "el crac es inevitable", y "no se puede hacer nada en contra".
En el epílogo a la segunda edición alemana del Capital, Marx hacía constar que "la crisis general ... (por) la extensión universal del escenario en que habrá de desarrollarse y la intensidad de sus efectos, harán que les entre por la cabeza la dialéctica hasta a esos mimados advenedizos del nuevo sacro imperio prusiano - alemán", que crecieron como hongos durante una fase de prosperidad del capitalismo. Esos advenedizos de hoy, especialistas de la manipulación, los economistas, están viviendo la misma experiencia, pero la crisis desenfrenada de nuestros días los está volviendo tontos de solemnidad. Empiezan, eso sí, a comprender con espanto que su "ciencia" es impotente, que no "puedan hacer nada" para sacar al capitalismo del abismo.
No sólo Marx no está "trasnochado" hoy; lo que importa es afirmar claramente que nunca sus análisis habían sido tan actuales.
Toda la historia del siglo XX es una ilustración de la validez del marxismo, las dos guerras mundiales y la crisis de los años 30 fueron la prueba del carácter insuperable de las contradicciones que corroen el modo de producción capitalista. El auge revolucionario de los años 1917 - 23, a pesar de su derrota, confirmó que el proletariado es la única clase revolucionaria de hoy, la única fuerza de la sociedad capaz de echar abajo al capitalismo, de ser el "enterrador", como dice el Manifiesto Comunista, de ese sistema moribundo.
La crisis aguda del capitalismo que se despliega hoy está barriendo todas las ilusiones sembradas por la reconstrucción de la segunda posguerra. Las ilusiones de un capitalismo próspero, de la "coexistencia pacífica" entre ambos grandes bloques imperialistas, del "aburguesamiento" del proletariado y del final de la lucha de clases, han sido barridas todas ellas por el resurgir de la clase obrera desde 1968-69 confirmado en los años siguientes hasta el momento álgido de los combates en Polonia en 1980. Una vez más queda al descubierto con toda claridad la alternativa plasmada por Marx y Engels: "Socialismo o caída en la barbarie".
Por todo eso, el primer homenaje al pensamiento de Marx en el centésimo aniversario de su muerto lo hacen los hechos mismos: la crisis, la agravación irremediable de las convulsiones capitalistas, el resurgir histórico de la lucha de clase. Ese es el mejor homenaje a quién escribía en 1844: "Saber si el pensamiento humano puede alcanzar la verdad objetiva no es una cuestión de teoría sino que es una cuestión práctica. Es en la práctica en donde el ser humano debe probar la verdad, o sea la realidad, la potencia, la materialidad de su pensamiento" (Karl Marx : Tesis sobre Feuerbach)
"En vida de los grandes revolucionarios, las clase opresoras los someten a constantes persecuciones, acogen su doctrinas con la rabia mas salvaje, con el odio mas furioso, con la campaña mas desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimida, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de éstas, envileciéndola (Lenin, El Estado y la Revolución).
Esas palabras de Lenin escritas en 1917 contra la socialdemocracia y sobre todo contra al "Papa" de ésta, Karl Kautsky, se han realizado con creces después, a una escala que su autor no hubiera imaginado nunca, pues él mismo fue transformado, tras su muerte, en "icono inofensivo" en el sentido más real de la palabra: su momia instalada en un lugar de peregrinación.
La socialdemocracia en degeneración, pasada abiertamente al campo burgués en 1914, había hecho ya mucha labor para "castrar" el pensamiento de Marx, vaciándolo de todo contenido revolucionario. La primera ofensiva contra el marxismo, el de Bernstein a finales del siglo XIX, se propuso "revisar" la teoría; la de Kautsky, por los años 1910, se hizo en nombre de la "ortodoxia marxista". Espigando por aquí y por allá citas de Marx y Engels, les hacían decir todo lo contrario de su pensamiento verdadero. Así ocurrió, en particular, con la cuestión del Estado burgués. Aún cuando, tras la Comuna de París, Marx afirmó claramente la necesidad de destruirlo, Kautsky, ocultándolo, se las agencia para encontrar fórmulas que podrían dar crédito a la idea contraria. Y como ningún revolucionario, incluidos los mas insignes, está a salvo de ambigüedades, e incluso de errores, Kaustsky consiguió lo que se proponía en beneficio de las prácticas reformistas de la socialdemocracia, en detrimento del proletariado y de su lucha.
La ignominia socialdemócrata no se paró en la falsificación del marxismo. La falsificación anunciaba, después de haber trabajado por la desmovilización total del proletariado frente a la amenaza de guerra, la traición completa, el paso con armas y equipo al campo de la burguesía. En nombre del "marxismo" saltó a pies juntillas en el charco de sangre y lodo de la primera guerra imperialista y ayudó a la burguesía mundial a tapar las brechas que en el edificio ruinoso del capitalismo había abierto la revolución de 1917, mandó asesinar a Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y millares de espartaquistas en 1919. Usurpando el nombre de Marx, la socialdemocracia obtuvo poltronas ministeriales en los gobiernos burgueses, puestos de jefes de policía, gobernadores en las colonias. Invocando a Marx se convirtió en verdugo del proletariado europeo y de las poblaciones de las colonias.
Pero la palma de la vileza e ignominia se la llevaría el estalinismo, continuador y superador con creces de las falsificaciones socialdemócratas del marxismo, las cuales se quedaron cortas al lado de las de aquél. Nunca antes, una ideología de la burguesía había dado pruebas de semejante cinismo para deformar la menor frase, dándole el sentido contrario de su sentido profundo.
Aun cuando el internacionalismo, la negación del patrioterismo de cualquier tipo, había sido la piedra clave tanto de la revolución de Octubre de 1917 como de la fundación de la Internacional Comunista, le incumbe a Stalin y a sus cómplices inventar la monstruosa teoría de la "construcción del socialismo en un solo país". Y eso lo hace ¡en nombre de Engels y de Marx, que escribían ya en 1847!: "La revolución comunista... no será revolución puramente nacional, se producirá a la vez en todos los países civilizados... Es una revolución universal" (Principios del comunismo).
"Los proletarios no tienen patria" (Manifiesto Comunista), en nombre de ellos el partido bolchevique degenerado y los demás partidos llamados "comunistas" llamaban a la defensa de la "patria socialista" y más tarde a la defensa del interés nacional, de la patria, de las banderas de sus países respectivos. Comparado con la historia patriotera de los partidos estalinistas antes, durante y después de la 2da carnicería imperialista, comparado con los titulares de L'Humanité en 1944 de "A cada cual su alemán" y "¡Viva la Francia eterna", el socialchovinismo de los socialistas en 1914 se quedó corto[2]. Enemigo del Estado de manera mucho más consecuente que el anarquismo, enemigo de la religión, el marxismo se ha convertido en manos estalinistas en una especie de la religión de Estado. Marx, que consideraba incompatible la existencia del Estado y la de la libertad, que consideraba Estado y esclavitud como cosas inseparables, es utilizado como martillo ideológico por los poderes en la URSS y sus satélites, es utilizado como pilar portador del aparato represivo policiaco. Marx, que entró en el combate político denunciando la religión como "opio del pueblo", es recitado cual catecismo por millones de escolares. Marx consideraba que la dictadura del proletariado era la condición de la emancipación de los explotados y de la sociedad entera: ahora es en nombre de la "dictadura del proletariado" que la burguesía reina mediante el terror más bestial sobre cientos de millones de proletarios.
Tras la oleada revolucionaria de la primera posguerra, la clase obrera ha soportado la más terrible contrarrevolución de su historia. Y la principal punta de lanza de la contrarrevolución fue la "patria socialista" y los partidos que de ella se reclamaban. Y ha sido en nombre de Marx y de la revolución comunista por la que él lucho toda su vida, que la contrarrevolución ha sido llevada a cabo con su ristra de millones de cadáveres en los campos del estalinismo y del segundo holocausto imperialista. Todas las bajezas en la que se revolcó la socialdemocracia, el estalinismo las renovó multiplicándolas.
A la burguesía no le ha bastando con transformar a Marx y el marxismo en símbolos de la contrarrevolución. Para rematar su labor, tenía que meterlo en disciplinas universitarias, convertirlo en tesis de filosofía, de sociología, de economía. Con ocasión de este centésimo aniversario de su muerte, junto a socialistas y estalinistas, se ve ya agitarse a "marxólogos" y demás, los cuales suelen ser, por cierto, socialistas o estalinistas. Siniestra ironía: Marx, que se negó a hacer carrera universitaria para poder entregarse a la lucha revolucionaria, es colocado junto a filósofos, economistas y demás ideólogos de la burguesía.
Es muy cierto que en muchas áreas del pensamiento, hay un "antes" y un "después" de Marx, y muy especialmente en la economía. Tras la enorme contribución de Marx en la compresión de las leyes económicas de la sociedad, esa disciplina quedó totalmente cambiada. Pero no es ése un fenómeno idéntico al del descubrimiento de una gran teoría en el área de la física, por ejemplo. En este caso, el descubrimiento es el punto de partida de todo un progreso en el conocimiento; así, el "después" de Einstein ha sido una profundización considerable en la interpretación de las leyes del universo. En cambio, los descubrimientos de Marx en economía no inician, para los pontífices economistas de la burguesía, progresos en esa disciplina, sino, al contrario, una enorme regresión. La razón es muy sencilla. Los economistas de antes de Marx eran los representantes intelectuales de una clase portadora del progreso histórico, de una clase revolucionaria en la sociedad feudal: la burguesía. Smith, Ricardo y demás, a pesar de sus insuficiencias, fueron capaces de hacer avanzar el conocimiento de la sociedad porque defendían un modo de producción, el capitalismo, que, en aquel entonces, era una etapa progresiva en la evolución de la sociedad. Contra el oscurantismo típico de la sociedad feudal, les era necesario el mayor rigor científico que sus tiempos les permitían.
Marx saludó y utilizó las obras de los economistas clásicos. Sin embargo, sus objetivos eran totalmente diferentes de los de aquellos. Si Marx estudió la economía capitalista, no fue, desde luego, para que mejorara su funcionamiento, sino para combatirla y destruirla. Por eso fue por lo que escribió una Crítica de la economía política. Y es precisamente porque enfoca su obra sobre la sociedad burguesa desde el punto de vista de su derrocamiento revolucionario por lo que es capaz de comprender tan bien sus leyes. Sólo una clase que no tiene interés alguno en que se mantenga el capitalismo, o sea el proletariado, puede poner al descubierto sus contradicciones mortales. Si Marx hizo que progresara tanto el conocimiento de la economía capitalista, fue ante todo porque era un combatiente de la revolución proletaria.
Después de Marx, todo progreso nuevo en el conocimiento de la economía capitalista no podía hacerse sino a partir de sus descubrimientos y, por lo tanto, a partir del mismo punto de vista de clase. En cambio, la economía política burguesa, que, por definición, rechaza ese punto de vista, es obligatoriamente una disciplina apologética destinada a justificar con cualquier argumento el mantenimiento del capitalismo, incapaz, por eso mismo, de entender sus verdaderas leyes. El marxismo es la teoría del proletariado, no puede ser una asignatura universitaria. Solo un militante revolucionario puede ser marxista, porque la unidad entre pensamiento y acción es precisamente uno de los fundamentos del marxismo, que se expresa con claridad desde 1844 en las Tesis sobre Feuerbach y sobre todo en la última: "Hasta ahora, los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo de diferentes maneras; de lo que se trata hoy es de transformarlo".
Hay quienes han pretendido hacer de Marx un sabio encerrado con sus libros, fuera del mundo. Nada más lejos de la realidad. Un día que sus hijas le hicieron contestar a un cuestionario (publicado por Riazanov con el título de Confesión), a la pregunta de cual es su idea de la felicidad, Marx les contesta: "La lucha". Y desde luego, fue la lucha la médula de su vida, como lo es de cualquier militante revolucionario.
Desde 1842, cuando todavía no se ha adherido al comunismo, inicia Marx su combate político contra el absolutismo prusiano en la redacción de la Gaceta Renana. Luego será un luchador incansable a quien las autoridades europeas expulsan de un país a otro hasta que se afinca definitivamente en Londres en agosto de 1849. Entre tanto, Marx ha participado directamente en los combates de la oleada revolucionaria que sacudió Europa en 1848-49. Y en los combates participó también con su pluma, dirigiendo la Nueva Gaceta Renana, diario publicado en Colonia entre Junio de 1848 y Mayo del 49, invirtiendo en él todos sus ahorros. Pero su más alta contribución a la lucha del proletariado la hizo en la Liga de los Comunistas. Esa es una constante en Marx: contrariamente a ciertos "marxistas" de hoy, él considera que la organización de revolucionarios era un instrumento esencial de la lucha proletaria. El texto más célebre y el más importante del movimiento obrero, El Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels en 1847, se titulaba en realidad Manifiesto del Partido Comunista. Fue el programa de la Liga de los Comunistas a la cual se habían adherido los dos compañeros unos meses antes y después de que "fuera eliminado de los Estatutos todo lo que favorecía la superstición autoritaria" (Marx).
Igual que con la Liga de Comunistas, Marx ocupó un lugar preponderante en la fundación y la vida de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o sea, en la Primera gran organización mundial del proletariado. A él le debemos el Saludo inaugural y los Estatutos de la AIT y la mayoría de los textos fundamentales de ésta, en particular el texto sobre La Guerra Civil en Francia escrito durante la Comuna de París. Pero su contribución a la marcha de la AIT no quedó limitada a eso. De hecho, entre 1864 y 72, su actividad en el seno del Consejo General de la internacional fue cotidiana e infatigable. El era su verdadero animador. Su participación en la vida de la AIT le ocupó cantidad de tiempo y energías que no pudo consagrar a terminar su trabajo teórico. El capital, cuyo primer libro fue publicado en 1867 y los demás sólo después de su muerte en ediciones a cargo de Engels. Pero fue esa una opción deliberada. Marx consideraba su actividad militante en la AIT como fundamental, pues ésta era la organización viva de la clase obrera mundial, de la clase que al emanciparse a sí misma debía emancipar a la humanidad. "La vida de Marx sin la Internacional hubiera sido como una sortija sin diamante", como escribió Engels.
Por la profundidad de su pensamiento y el vigor de su forma de razonar, por la amplitud de su cultura y su búsqueda infatigable de nuevos conocimientos, Marx se asemeja sin dudad alguna a lo que se da en llamar "un sabio". Pero sus descubrimientos no fueron nunca para él fuente de honores ni títulos oficiales ni de ventajas materiales. Su compromiso con la clase obrera, cimiento de la energía con la que llevaba a cabo su trabajo, le granjeó al contrario, el odio y los ataques constantes de la "buena sociedad" de su tiempo. También ello le llevó a tener que pelearse durante casi toda su vida contra una gran miseria material. "No sólo por la pobreza en que vivía, sino por inseguridad total de su existencia, Marx compartió el sino del proletariado moderno", como escribió su biógrafo Franz Mehring.
Y en ningún momento, la adversidad ni las más crueles derrotas sufridas por el proletariado consiguieron desviarlo de su combate. Muy al contrario, como él mismo lo escribía a Johan Philipp Becker:"...todas las naturalezas del mejor carácter, una vez comprometidas por la vía revolucionaria, sacan continuamente nuevas fuerzas en la derrota, se hacen cada vez mas decididas a medida que el río de la historia las arrastra mas lejos".
En la historia del pensar humano, no ha habido nunca maestro que haya sido, a su pesar, traicionado por uno u otro de sus discípulos. También a Marx le ocurrió como a los demás, comprobando aun en vida como su método de análisis de la realidad lo transformaban algunos en vulgar mecanismo. Ya de antemano, Marx declinó toda responsabilidad del uso endulzado que de él hacían ciertos socialdemócratas. Lo que importaba para él, era que se estudiara una sociedad en evolución constante con un método y no que se usaran de cualquier manera cada una de sus palabras y frases como si fuera una escolástica muerta, como leyes invariables. Andar buscando en Marx soluciones listas para su uso, transplantándolas de una época pasada a una época nueva, es helar un pensamiento cuya esencia es la de estar siempre vigilante y ser un arma crítica. Por eso, más que aceptar sin examen lo que nos legó Marx, el marxista de hoy debe determinar con exactitud lo que sigue siendo útil para la lucha de clases y lo que ya no lo es. En una serie de cartas de Engels a Sorge (1886-1894), aquél anima a éste a no caer en el papanatismo beato, ya que, según los propios términos del coautor del Manifiesto Comunista y de La Ideología Alemana, Marx no pretendió nunca construir una teoría rígida, una ortodoxia. Y cuando rechazamos el doctrinarismo "invariante" es porque nos negamos a aceptar un contrasentido absoluto, o sea, una teoría verdadera para siempre jamás, una especie de Verbo que engendraría la acción, que está esperando a los catecúmenos para convertirse en acción.
La teoría de la "invariabilidad" del marxismo es defendida por los Partidos Comunistas Internacionales ("Programa Comunista"), bordiguistas. Aunque esa teoría es, en fin de cuentas, la otra cara de la misma moneda que el "revisionismo", no se pueden poner en el mismo plano. La teoría de la "invariabilidad" fue una reacción contra la degeneración de la Tercera Internacional, contra la contrarrevolución, contra los revisionismos y contra el uso del "marxismo" como religión de Estado. Pero fue, en definitiva, una reacción primaria, superficial, sin la necesaria crítica histórica, una reacción que creía exorcizar el estalinismo y la contrarrevolución transformando los principios del marxismo en dogmas, con lo cual no hacían sino quedarse en el mismo plano que el enemigo de clase[3].
Esa "invariabilidad" no se encuentra en parte alguna en la obra de Marx, pues con esa visión se es incapaz de distinguir lo transitorio de lo permanente. Y al no corresponder a las situaciones nuevas y multiformes queda eliminada como método de interpretación de los hechos. Su verdad es apariencia engañosa por mucho que griten los defensores de esa "invariabilidad".
"Esas ideas sólo tienen interés para una clase saciada, que se siente a gusto, que se ve confortada en la situación presente. Pero no le sirven para nada a una clase que lucha y se esfuerza por progresar y a la que la situación alcanzada deja necesariamente insatisfecha". (En el centro de la concepción materialista, Korsch).
Ser marxista hoy no es pues reivindicarse al pie de la letra de cada uno de los escritos de Marx. Eso plantearía, por cierto, problemas serios teniendo en cuenta que en la obra de Marx hay pasajes que se contradicen. Lo cual no es en absoluto una prueba de falta de coherencia en su pensamiento; incluso sus adversarios han reconocido la impresionante coherencia de su enfoque y de su obra. Es, al contrario, la señal de que su pensamiento estaba vivo, que estaba en constante vigilancia y atento a la realidad y a la experiencia histórica, del mismo modo que:
"...Las revoluciones proletarias como las del siglo XIX se critican a sí mismas sin tregua, interrumpen su curso a cada paso, vuelven a lo que ya parecía cumplido para empezar de nuevo, hacen escarnio de las vacilaciones, flaquezas y miserias de sus primeras tentativas" (Marx, El 18 de Brumario).
Tampoco dudó Marx en poner en tela de juicio sus análisis anteriores. Por ejemplo, en el prefacio a la edición alemana del Manifiesto Comunista de 1872, reconocía que:
"...no hay que dar demasiada importancia a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Ese pasaje sería hoy redactado de otra manera por bastantes razones... La Comuna, sobre todo, ha demostrado que la ‘clase obrera no puede contentarse con apoderarse de la máquina estatal dejándola tal como es y haciéndola funcionar para sus propios fines' ".
Ese es el enfoque de los auténticos marxistas. Fue el de Lenin, quién en 1917 combatió contra los mencheviques, los cuales se apoyaban en la letra de la obra de Marx para apoyar a la burguesía y oponerse a la revolución proletaria en Rusia. Fue el de Rosa Luxemburgo, quién en 1906, se enfrenta a los jerifaltes sindicales, los cuales condenan la huelga de masas basándose en un texto de Engels de 1873 escrito contra los anarquistas y su mito de la "huelga general". La defensa de la huelga de masas como arma fundamental de la lucha proletaria del período nuevo, Rosa la hace precisamente en nombre del marxismo:
"Y aunque la revolución rusa hace indispensable la revisión fundamental del viejo punto de vista marxista respecto a la huelga de masas, también es verdad que los métodos y los puntos de vista generales del marxismo salen vencedores bajo forma nueva"(Huelga de Masas, Partido y Sindicatos, Rosa Luxemburgo).
Ser marxista hoy, es utilizar "los métodos y los puntos de vista generales del marxismo", en la definición de las tareas que le impone al proletariado el nuevo período abierto en la vida del capitalismo con la primera guerra mundial, o sea, el período de decadencia de ese modo de producción[4].
Ser marxista hoy es, en particular, denunciar cualquier tipo de sindicalismo por las mismas razones de método que las que llevaron a Marx y a la AIT a animar y apoyar la sindicalización de los obreros. Es combatir cualquier participación en el parlamento y en las elecciones, con el mismo enfoque metodológico que animaba el combate de Marx y Engels contra los anarquistas y su abstencionismo. Es negar el mas mínimo apoyo a las denominadas "luchas de liberación nacional" de hoy por las mismas razones de método que las de la Liga de los Comunistas y la AIT para apoyar en algunos casos y en circunstancias muy precisas a ciertas luchas de liberación nacional de su tiempo.
Ser marxista hoy es rechazar el concepto de partido de masas para la revolución futura, por las mismas razones de principio que hicieron que la Primera y Segunda Internacionales fueran organizaciones de masas.
Ser marxista hoy es sacar las lecciones de toda la experiencia del movimiento obrero, de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas, de la Primera, Segunda y Tercera Internacionales y de las Fracciones de Izquierda que de ésta última salieron cuando su degeneración, para así ser capaces de fecundar los combates proletarios que la crisis del capitalismo ha hecho surgir desde finales de los 60, dándoles las armas necesarias para destruir el capitalismo.
RC/FM
[1] Hay que señalar que los defensores declarados del sistema capitalista no fueron los únicos defensores de esa idea. En los años 50 y 60 se desarrolló entre grupos e individuos que se reivindicaban, en principio, de la revolución comunista, una tendencia a cuestionar las lecciones básicas del marxismo. Así fue con el grupo "Socialisme ou Barbarie" en Francia, el cual se montó una tesis sobre la "dinámica del capitalismo" afirmando que Marx se había equivocado por completo al intentar demostrar el carácter insoluble de las contradicciones de ese sistema, todo ello bajo la batuta del "gran teórico" Castoriadis (alias Chaulieu, alias Cardan). Las aguas han vuelto desde entonces a sus cauces: el profesor Castoriadis se ha hecho notar como garantía "de izquierdas" de los esfuerzos belicistas del pentágono, publicando un libro en el cual "demuestra" que los EEUU van con mucho retraso respecto a la URSS en lo que a armamento se refiere. Ni más ni menos. De modo tan natural, al rechazar el marxismo, Castoriadis no ha podido sino caer en brazos de la burguesía
[2] Debe quedar claro que todo eso no excusa en nada los crímenes socialdemócratas ni disminuye su gravedad. Es evidente que el proletariado no debe escoger entre la peste socialdemócrata y el cólera estalinista. Ambos van por el mismo camino y persiguen las mismas metas, o sea, el mantenimiento del régimen capitalista con métodos a veces diferentes a causa de las condiciones particulares de los países en que actúan. Lo que hace que el estalinismo sobrepase en ignominia y cinismo a la socialdemocracia es el lugar extremo que ocupa en el capitalismo decadente, en su evolución hacia su forma histórica de capitalismo de Estado y el desarrollo del totalitarismo estatal. Ese proceso inexorable del capital exige, en los países atrasados en los cuales la burguesía privada está menos desarrollada y es ya senil, la presencia de una fuerza política especialmente brutal capaz de instaurar como sea un régimen de capitalismo de Estado. El estalinismo es una de las formas con la que se presentan esas fuerzas políticas; además de llevar a cabo una opresión sangrienta, tiene la peculiaridad de instaurar el capitalismo de Estado en nombre del "socialismo", del "comunismo" o del "marxismo".
[3] Con medios mucho mas limitados, los trotskistas les siguen los pasos a sus hermanos mayores socialdemócratas y estalinistas. Se reivindican de Marx y del marxismo con vehemencia, lo que no impide que desde hace ya mas de 40 años no hayan fallado una ocasión de entregar su apoyo "crítico", como ellos dicen, a las ignominias estalinistas (resistencias, defensa de la URSS, exaltación de las pretendidas luchas de liberación nacional, apoyo a los gobiernos de izquierda...)
[4] Sobre el bordiguismo y los PCInt, han aparecido ya múltiples artículos en esta revista, por ejemplo, en la anterior, № 32, una serie de artículos sobre la crisis del PCInt (Programa Comunista) y en este mismo número, un texto de Internationalisme de 1947
(Conferencia Internacional, Enero 82)
La estructura que se da la organización de los revolucionarios corresponde a la función que asume en la clase obrera. Esta función comporta tareas válidas en todas las etapas del movimiento obrero y también tareas más particulares en tal o cual época de éste, o sea que la organización de los revolucionarios tiene características constantes y características más circunstanciales, mas determinadas por las condiciones históricas en las que surge y se desarrolla.
Entre las características constantes, podemos determinar:
A) La existencia de un programa válido para toda la organización. Este programa, al ser la síntesis de la experiencia del proletariado del cual la organización revolucionaria es parte, y porque es emanación de una clase que no tiene solamente una existencia presente sino sobre todo un porvenir histórico,
B) Su carácter unitario, expresión de la unidad de su programa y de la unidad de la clase de la que emana, que en la práctica se traduce en la centralización de su estructura.
Entre las características variables podemos señalar:
El modo de organización de la CCI participa directamente de esos elementos:
Sin embargo, el carácter unitario a nivel internacional es mucho mas fuerte en la CCI porque, contrariamente a las primeras organizaciones nacidas en el período de decadencia (Internacional Comunista, Fracciones de Izquierda), no tiene ningún enlace orgánico con las organizaciones procedentes de la Segunda Internacional donde la estructuración por naciones estaba mucho mas marcada. Por ello la CCI ha surgido desde el principio como organización internacional suscitando la aparición progresiva de secciones territoriales y no como resultado de un proceso de aproximación de organizaciones ya formadas a nivel nacional.
Este elemento más bien "positivo" resultante de esa ruptura orgánica está contrarrestando sin embargo por toda una serie de debilidades relacionadas con dicha ruptura y que conciernen a la comprensión de las cuestiones de organización, debilidades que no son exclusivas de la CCI, sino que afectan al conjunto del medio revolucionario. Estas debilidades, que se han manifestado de nuevo en la CCI, motivaron la celebración de una Conferencia Internacional y el presente texto.
En el centro de las incomprensiones que han lastrado a la CCI está la cuestión de la centralización. La centralización no es un principio abstracto o facultativo de la estructura de la organización. Es la plasmación de su carácter unitario, de que una sola y única organización la que toma posición y actúa en la clase. En las relaciones entre las diferentes partes de la organización y el todo, este es siempre prioritario. No puede existir frente a la clase una posición política o una concepción de la intervención particular de tal o cual sección territorial o local. Estas deben concebirse siempre como partes de un todo. Los análisis y posiciones que se expresan en la prensa, hojas, reuniones públicas, discusiones con los simpatizantes, los métodos empleados tanto en nuestra propaganda como en nuestra vida interna son los de la organización en su conjunto, aunque existan desacuerdos sobre tal o tal punto, en tal o cual lugar, en tal o cual militante y aunque la organización saque al exterior los debates políticos que se desarrollan en su seno. Debe proscribirse la concepción según la cual tal o cual parte de la organización puede adoptar frente a la clase o frente a la organización posiciones o actitudes que le parecen correctas en lugar de las de la organización que serían erróneas, pues:
En la organización, el todo no es igual a la suma de las partes. Estas reciben un mandato para cumplir determinadas actividades particulares (publicaciones territoriales, intervenciones locales...), siendo responsables ante el conjunto del mandato que han recibido.
El momento culminante en que se expresa con toda su amplitud la unidad de la organización es su Congreso Internacional. En él se define, enriquece o rectifica el programa de la CCI, se precisan o modifican sus modalidades de organización o funcionamiento, se adoptan análisis y orientaciones de conjunto, se hace un balance de sus actividades anteriores y se elaboran sus perspectivas de trabajo para el futuro. Por ello la organización en su conjunto debe asumir con el mayor cuidado y energía la preparación del Congreso. Las orientaciones y decisiones de los Congresos deben servir de referencia permanente para la vida de la organización.
Entre dos Congresos la unidad y la continuidad de la organización se expresan en la existencia de órganos centrales nombrados por el Congreso y responsables ante él. En los órganos centrales descansa la responsabilidad (según su nivel de competencia: internacional o territorial) de:
El órgano central es una parte de la organización y como tal es responsable ante ella cuando ésta se reúne en Congreso. Sin embargo, es una parte que tiene como función específica expresar y representar al conjunto de la organización, por lo que sus decisiones y posiciones tienen primacía siempre sobre cualquiera de las demás partes tomadas por separado.
Contrariamente a ciertas concepciones, sobre todo las llamadas "leninistas", el órgano central es un instrumento de la organización y no al revés. No es la cumbre de una pirámide según una visión jerárquica y militar de la organización de los revolucionarios. La organización no está formada por un órgano central más los militantes, sino que es un tejido firme y unido en cuyo seno se insertan, y viven todos sus componentes. Ante todo hay que ver al órgano central como el núcleo de una célula que coordina el metabolismo de una entidad viva.
En este sentido el conjunto de la organización está concernida de forma constante por las actividades de sus órganos centrales los cuales tienen como mandato hacer informes regulares de sus actividades. Aunque es únicamente ante el Congreso donde rinden cuentas los organismos centrales, han de mantener la mayor atención en cuanto a la vida de la organización.
Según las necesidades y las circunstancias los órganos centrales pueden designar en su seno subcomisiones que tienen la responsabilidad de ejecutar y hacer cumplir las decisiones adoptadas en las reuniones plenarias de los órganos centrales, así como cumplir las tareas que sean necesarias entre dos reuniones plenarias (especialmente las tomas de posición).
Estas subcomisiones son responsables ante las reuniones plenarias. Más generalmente, las relaciones establecidas entre el conjunto de la organización y los órganos centrales son válidas igualmente entre éstos y sus subcomisiones permanentes.
La voluntad de la mayor unidad posible en el seno de la organización preside igualmente los mecanismos que permiten la toma de posición y el nombramiento de los órganos centrales. No existe un mecanismo ideal que garantice la mejor opción en las decisiones que haya que tomar, en las orientaciones que adoptar y los militantes que nombrar para los órganos centrales. Sin embargo, el voto y la elección son los que permitan garantizar mejor tanto la unidad de la organización como la mayor participación posible del conjunto de ésta en su propia vida.
En general, las decisiones a todos los niveles (congresos, órganos centrales, secciones locales) se toman (cuando no hay unanimidad) por mayoría simple. Sin embargo, ciertas decisiones que pueden tener una repercusión directa en la unidad de la organización (modificación de la Plataforma o de los Estatutos, integración o exclusión de militantes) son tomadas por una mayoría mas fuerte que la simple ( 3/4, 3/5 .....).
Y, al contrario, y por aquellas misma voluntad de unidad, una minoría de la organización puede provocar la convocatoria de un Congreso Extraordinario a partir del momento en que es significativa (por ejemplo las 2/5 partes); como regla general, le incumbe al Congreso zanjar las cuestiones esenciales y la existencia de una fuerte minoría que exija su celebración es indicio de que hay problemas importantes en la organización.
Finalmente, es evidente que el voto no tiene sentido más que si los miembros que están en minoría aplican las decisiones adoptadas y que por lo tanto ya son las de la organización.
En el nombramiento de los órganos centrales es necesario tomar en cuenta tres elementos:
Por ello puede decirse que la asamblea (congresos y demás) que debe designar un órgano central nombra a un equipo: de ahí que sea el órgano central saliente el que hace una propuesta de candidatos. Sin embargo, la asamblea puede (y es derecho de todo militante) proponer otros candidatos si lo estima necesario y, en todo caso, elegir individualmente los miembros de los órganos centrales. Solo este tipo de elección permite a la organización dotarse de órganos en los que tenga la máxima confianza.
El órgano central tiene la responsabilidad de que se apliquen y defiendan las decisiones y orientaciones adoptadas por el Congreso que lo ha elegido. En ese sentido, es oportuno que figure en su seno una fuerte proporción de militantes que, en el Congreso, se han pronunciado a favor de estas decisiones y orientaciones. Esto no quiere decir que solamente los que han defendido en el Congreso las posiciones mayoritarias, posiciones que se han convertido en las de la organización, puedan formar parte del órgano central.
Los tres criterios definidos arriba son válidos cualesquiera que sean las posiciones defendidas en los debates por tal o cual candidato. Esto no quiere decir, sin embargo, que deba existir un principio de representación - por ejemplo proporcional - de las posiciones minoritarias en el órgano central. Es esa una práctica corriente en los partidos burgueses, particularmente en los partidos socialdemócratas cuya dirección está constituida por representantes de las diferentes corrientes o tendencias en proporción a los votos obtenidos en el Congreso. Semejante forma de designación del órgano central corresponde al hecho de que, en una organización burguesa, la existencia de divergencias se debe a la defensa de tal o cual orientación de gestión del capitalismo, o, mas sencillamente, a la defensa de los intereses de tal o cual sector de la clase dominante o de tal o cual camarilla, orientaciones e intereses que se mantienen de forma duradera y que tienen que ser conciliados mediante un "reparto equitativo" de puestos entre sus representantes. Nada de eso ocurre en una organización comunista donde las divergencias no expresan en manera alguna la defensa de intereses materiales, o de grupos de presión particulares, sino que son la traducción de un proceso vivo y dinámico de clarificación de los problemas que se le plantean a la clase y que tiendan por definición a ser superados por la profundización de la discusión y a la luz de la experiencia. Una representación estable, permanente y proporcional de las diferentes posiciones aparecidas en los diversos puntos del orden del día de un Congreso, daría la espalda al hecho de que los miembros de los órganos centrales:
Hay que acabar con el uso de los términos "democrático" y "orgánico" para calificar la centralización de las organizaciones revolucionarias:
En efecto, el "centralismo democrático" (término acuñado por Lenin) está marcado por el sello del estalinismo que lo ha empleado para enmascarar y encubrir el proceso de aplastamiento y liquidación de toda vida revolucionaria en los partidos de la internacional; proceso en el cual, por otra parte, Lenin tiene una gran responsabilidad por haber pedido y obtenido en el X° Congreso del PCUS (1921) la prohibición de las fracciones, que erróneamente estimaba necesaria, incluso provisionalmente, ante las terribles dificultades que atravesaba la revolución. Por otra parte, la reivindicación de un "verdadero centralismo democrático" tal como era practicado en el partido Bolchevique, no tiene sentido tampoco en la medida en que:
En cierto modo, el término "orgánico" (debido a Bordiga) sería más correcto para calificar la naturaleza del centralismo que existe en la organización de los revolucionarios. Sin embargo, el uso que ha hecho de él la corriente bordiguista para justificar un método de funcionamiento que excluye todo control de los órganos centrales y de su propia vida por el conjunto de la organización, lo descalifica y hay que rechazarlo. En efecto, para los bordiguistas, el hecho -en sí mismo justo- de que una mayoría a favor de una posición no garantiza que ésta sea correcta, o que la elección de órganos centrales no sea un mecanismo perfecto que los proteja de toda degeneración, es utilizado para defender una concepción de la organización donde el voto y la elección son negados. En esta concepción, las posiciones correctas y los "jefes" se imponen "por sí mismos" a través de un proceso llamado "orgánico", pero que en la práctica, supone confiar al "centro" la potestad para decidir sobre todas las cosas, de zanjar todo debate, y lleva a ese "centro" a alinearse con las posiciones de un "jefe histórico" que tendría una especie de infalibilidad divina. Puesto que combaten cualquier forma de espíritu religioso y místico, los revolucionarios no pueden reemplazar al pontífice de Roma por el de Nápoles o Milán.
Repetimos que el voto y la elección, por muy imperfectos que sean, constituyen, en las condiciones actuales, el mejor medio para garantizar un máximo de unidad y de vida en la organización.
Contrariamente a la visión bordiguista, la organización de los revolucionarios no puede ser "monolítica". La existencia de divergencias en su seno es la manifestación de que es un órgano vivo que no tiene respuestas prefabricadas que aportar inmediatamente a los problemas que surgen en la clase. El marxismo no es ni un dogma ni un catecismo. Es el instrumento teórico de una clase que, a través de su experiencia y en la perspectiva de su objetivo histórico, avanza progresivamente, con altibajos, hacia una toma de conciencia que es la condición indispensable para su emancipación. Como toda reflexión humana, la que preside el desarrollo de la conciencia proletaria no es un proceso lineal y mecánico, sino contradictorio y crítico, que plantea necesariamente la discusión y la confrontación de argumentos. De hecho, el famoso "monolitismo" o la famosa "invariancia " de los bordiguistas es una engañifa (esto se verifica frecuentemente en las tomas de posición de esta organización y de sus diversas secciones), o la organización está completamente esclerotizada y ya no puede participar en la vida de la clase, o no es monolítica y sus posiciones no son invariantes.
Si la existencia de divergencias en el seno de la organización es señal de que esta viva, solo el respecto a ciertas reglas en la discusión de estas divergencias permite que sean una verdadera contribución al reforzamiento de la organización y a la mejora de las tareas, para las que la clase la ha creado.
Podemos enumerar algunas de esas reglas:
En la medida en que los debates en curso en la organización conciernen al conjunto del proletariado, es conveniente que ésta saque aquellos al exterior, respetando las condiciones siguientes:
Tampoco existe ningún "derecho" formal de ningún miembro de la organización (individuos o tendencia) para publicar un texto si los órganos responsables de las publicaciones no ven su utilidad o su oportunidad.
Las divergencias existentes en la organización pueden acabar plasmándose en formas organizadas de posiciones minoritarias. Ante esta situación, ninguna medida de tipo administrativo (como la prohibición de estas formas organizadas) podrá sustituir la máxima profundización posible de la discusión pero también es conveniente que este proceso sea llevado de manera responsable, lo que supone:
La tendencia es ante todo la expresión de la vida de la organización, por el hecho de que el pensamiento no se desarrolla nunca en línea recta sino mediante un proceso contradictorio de discusión y confrontación de las ideas. Así, un tendencia está generalmente destinada a reabsorberse en cuanto la cuestión planteada está suficiente clara como para que el conjunto de la organización pueda establecer un análisis único ya sea como resultado de la discusión, ya sea por la aparición de nuevas coordenadas que afirman una visión y rechazan la otra. Por otra parte, una tendencia se desarrolla esencialmente sobre puntos que condicionan la orientación y la intervención de la organización. Por ello, su constitución no tiene como punto de partida cuestiones de análisis teóricos; esta concepción de la tendencia lleva a un debilitamiento de la organización y a una parcelación extrema de la energía militante.
La fracción es la expresión del hecho que la organización está en crisis por la aparición en su seno de un proceso de degeneración y de capitulación frente al peso de la ideología burguesa. Contrariamente a la tendencia que solo se basa en divergencias en la orientación frente a cuestiones circunstanciales, la fracción se basa en divergencias programáticas, divergencias cuya solución solo puede ser la exclusión de la posición burguesa, o el abandono de la organización por parte de la fracción comunista. En la medida en que la fracción surge por la aparición de dos posiciones incompatibles en el seno de una misma organización, tiende a tomar una forma organizada con sus propios órganos de propaganda. Teniendo en cuenta que la organización de la clase no tiene ningún precinto de garantía contra la degeneración, el papel de los revolucionarios es luchar en todo momento por la eliminación de las posiciones burguesas que puedan desarrollarse en su seno.
Cuando se encuentra en minoría en esta lucha, su tarea es la de organizarse en fracción para ganar al conjunto de la organización a las posiciones comunistas y excluir la posición burguesa. Cuando esta lucha se vuelve estéril debido al abandono del terreno proletario por la organización -generalmente en un período de reflujo de la clase- la tarea consiste en ser el puente para una reconstrucción del partido de clase que solo puede surgir en una fase de reanudación histórica de las luchas.
En cualquier caso, la preocupación que debe guiar a los revolucionarios es la que existe en el seno de la clase en general, la de no malgastar las débiles energías revolucionarias de que dispone la clase, y velar sin tregua por el mantenimiento y desarrollo del instrumento tan indispensable y a la vez tan frágil que la organización de revolucionarios es.
El que la organización tenga que abstenerse del uso de cualquier medio administrativo o disciplinario frente a los desacuerdos, no quiere decir que tenga que privarse de ellos en todas las circunstancias. Al contrario, es necesario que recurra a estos medios, suspensión temporal o exclusión definitiva, cuando se enfrenta a actitudes, comportamiento o actos que van en el sentido de crear un peligro para su existencia, su seguridad o su capacidad para cumplir sus tareas. Esto se aplica tanto a los comportamientos en el seno de la organización, en la vida militante, como a los comportamientos fuera de la organización que pueden ser incompatibles con la pertenencia a una organización comunista.
Es conveniente que la organización disponga de las medidas necesarias para su protección frente a los intentos de infiltración o destrucción por parte de los órganos del Estado capitalista o por parte de elementos que, sin estar directamente manipulados por esos órganos, tienen un comportamiento general que les favorece en su trabajo. Cuando estos comportamientos son evidentes, es deber de la organización tomar medidas no sólo a favor de su propia seguridad, sino también a favor de la seguridad de las demás organizaciones comunistas.
Una de las condiciones fundamentales de la aptitud de una organización para cumplir sus tareas en la clase es una comprensión correcta, en su seno, de las relaciones que se establecen entre militantes y organización. Esta es una cuestión particularmente difícil de comprender en nuestra época debido al peso de la ruptura orgánica con las fracciones del pasado y a la influencia del elemento estudiantil en las organizaciones revolucionarias después del 68, que han favorecido el resurgir de una de las taras del movimiento obrero en el siglo XIX: el individualismo.
De manera general, las relaciones que se establecen entre los militantes y la organización se basan en los mismos principios que los tratados anteriormente respecto a las relaciones entre las partes y el todo.
Con mayor precisión, cabe afirmar sobre esta cuestión los puntos siguientes:
La verdadera igualdad que puede existir entre militantes es la que consiste en que cada uno de ellos dé el máximo de lo que puede dar para la vida de la organización - "de cada uno según sus capacidades", cita de Saint Simón, recogida por Marx. La verdadera realización de los militantes, en tanto que militantes, consiste en hacer todo lo que les incumbe para que la organización pueda cumplir con las tareas para las cuales la hecho surgir la clase;
El conjunto de estos datos significa que el militante no hace una "inversión" personal en la organización de la cual esperaría dividendos o que podría retirar si ha de marcharse. Así pues, hay que proscribir absolutamente en tanto que totalmente ajenas al proletariado todas las prácticas de "recuperación" de material o de fondos de la organización aún siendo en vistas a constituir otro grupo político;
De la misma manera, «las relaciones que se traban entre los militantes de la organización», si bien «llevan necesariamente los estigmas de la sociedad capitalista...no pueden estar en flagrante contradicción con el objetivo perseguido por los revolucionarios... Se apoyan sobre una solidaridad y una confianza mutuas que son una de las marcas de la pert