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Se cumple el 50 aniversario de los acontecimientos de 1936 en España.
En Barcelona el grupo Fomento Obrero Revolucionario ha organizado unas jornadas de «Balance Comunista de la Revolución Española de 1936».
Es absolutamente necesaria una reflexión militante sobre los acontecimientos de 1936 en vistas a armar a las generaciones obreras actuales con las lecciones de aquella experiencia, pero el planteamiento de las Jornadas está viciado de origen: considerar como “revolución proletaria” los acontecimientos de 1936.
Siguiendo a BILAN, órgano de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista, nosotros pensamos que aquellos acontecimientos, situados en un curso internacional de derrotas obreras y de degeneración y paso definitivo al Capital de los Partidos Comunistas, constituyeron una cruel derrota del combativo proletariado español, el cual, atrapado por el antifascismo, fue llevado a la matanza de una guerra entre dos bandos capitalistas (Franco y la República), lo que significó la culminación de los largos preparativos del capitalismo mundial para alistar al proletariado en la terrible carnicería de la IIª Guerra Mundial.
La crítica de la pretendida “revolución española” sustentada por FOR no es una cuestión académica sino plenamente militante.
Con la misma fuerza con que FOR defiende la quimera de una “revolución en 1936”, rechaza las potencialidades contenidas en las luchas actuales del proletariado. Contrariamente, la lucidez y la valentía de BILAN denunciando, contra corriente, la matanza imperialista perpetrada en España, nos suministra el método con el que nuestra Corriente afirma las potencialidades de la lucha de clases y asume una intervención decidida en ella.
El FOR, víctima de la ideología burguesa, ve las cosas al revés. La burguesía en sus primeros libros y series sobre 1936 ve aquellos acontecimientos como una “revolución”, al mismo tiempo que insiste en que hoy los obreros “no luchan”, hoy “la revolución proletaria es una utopía del pasado”.
Las tesis de FOR se inspiran en el libro de Munís «Jalones de Derrota, Promesa de Victoria», libro escrito en los años 40, cuando aún era militante de la Internacional Trotskista. El libro está atravesado por una indiscutible voluntad revolucionaria y contiene una elocuente denuncia de los métodos del stalinismo. Sin embargo, su tesis esencial es la caracterización de los acontecimientos como una “revolución proletaria” y el rechazo implícito de que el proletariado fuera encadenado a una guerra imperialista.
El libro incluye una «Reafirmación», escrita en 1977 donde si bien rechaza una serie de posturas sobre las elecciones, la naturaleza de los partidos “socialistas”, los sindicatos, etc., inspiradas en el trotskysmo, insiste y refuerza la tesis de una “revolución española” considerándola como “más profunda” que la revolución proletaria de Rusia 1917.
En la medida en que tan lamentable desvarío oportunista está en la base de toda una serie de confusiones que FOR manifiesta actualmente sobre la dinámica de la lucha obrera, las condiciones de la revolución proletaria y las maniobras de la burguesía contra el proletariado, se hace necesaria una crítica sistemática del libro de Munís, pues esas confusiones dificultan a FOR la comprensión de las potencialidades y la dinámica de las luchas obreras actuales y asumir en consecuencia una intervención activa y positiva frente a ellas[1].
Las condiciones de la revolución proletaria
El 1º Congreso de la Internacional Comunista dejó bien clara la naturaleza de la época abierta con la Iª Guerra Mundial: «Una nueva época surge. Epoca de la disgregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Epoca de la revolución comunista del proletariado» (Plataforma de la IC).
Pero ¿quiere esto decir que la revolución proletaria es posible en cualquier momento de la decadencia del capitalismo? ¿quiere decir, concretamente, que los acontecimientos que sacuden España desde 1931, y que se aceleran a partir de 1936, constituyen un movimiento revolucionario?.
Para establecerlo no hay que basarse exclusivamente en la violencia y radicalidad de los choques de clases que estremecen la España de la época, sino en el análisis de la relación de fuerzas entre las clases a escala internacional y de toda una época histórica.
Este análisis del curso histórico[2] nos permite determinar si los distintos conflictos y situaciones se inscriben en un proceso de derrotas del proletariado en la perspectiva de la guerra imperialista generalizada, o, por contra, en un proceso de ascenso de la lucha de clases en dirección hacia enfrentamientos de clase revolucionarios.
Para saber en qué curso se inscriben los acontecimientos de España es preciso responder a una serie de preguntas:
- ¿Cual era la relación de fuerzas mundial entre las clases? ¿Evolucionaba en favor del proletariado o de la burguesía?.
- ¿ Cual era la orientación de las organizaciones políticas del proletariado? ¿Era hacia la degeneración oportunista, la disgregación y la integración en el campo capitalista o, por el contrario, era hacia la claridad y hacia el desarrollo de su influencia? Más concretamente: ¿Contaba el proletariado con un Partido capaz de orientar sus combates hacia la toma del poder?
- ¿Se desarrollaron y afirmaron como alternativa de poder los Consejos Obreros?.
- ¿Atacó el proletariado con su lucha hasta destruirlo el Estado capitalista en todas sus formas e instituciones?
Como vamos a ver, Munís no se molesta en analizar, a escala internacional, el balance de fuerzas entre las clases, encuentra en España la “novedad” de que pueda hacerse una revolución proletaria sin que exista el Partido, cual nuevo Quijote toma unos supuestos «Comités-Gobierno» por Consejos Obreros en la más increíble de las ligerezas. Con esas salsas indigestas nos sirve el plato de la “revolución española de 1936”.
Diametralmente opuesto es el método de Bilan y otros comunistas de izquierda (p. ej. la minoría de la Liga de los Comunistas Internacionalistas encabezada por Mitchell): parten de un análisis histórico-mundial de la relación de fuerzas, inscribiendo en él los sucesos de España, constatan no sólo la inexistencia de un partido de clase sino la desbandada y paso a la burguesía de la mayoría de organizaciones obreras; denuncian la rápida recuperación por parte del Estado capitalista de los órganos obreros embrionarios del 19 de Julio, y, sobre todo, alzan su voz contra la trampa criminal de una supuesta “destrucción” del Estado burgués republicano que, en realidad escondido tras el embozo de un “gobierno obrero” destruye el terreno de clase de los trabajadores y los lleva a la matanza imperialista de la guerra contra Franco.
El curso internacional de la lucha de clases
«Jalones de Derrota, Promesa de Victoria» tiene 517 páginas. Inútil encontrar en tan larga extensión un mínimo análisis de las condiciones de la lucha proletaria mundial en los años 30. ¿Cual era la correlación de fuerzas después de las terribles derrotas de los años 20? ¿Cómo venía condicionada la situación de los obreros españoles por la muerte de la Internacional Comunista y la degeneración acelerada de los partidos comunistas? ¿Qué prevalecía, en definitiva, en los años 30? ¿El curso a la guerra imperialista o el curso a los enfrentamientos de clase en el terreno del proletariado?
Responder a estas cuestiones era vital para determinar si había o no revolución en España y, sobre todo, pronunciarse sobre la naturaleza del violento conflicto militar entablado entre las fuerzas franquistas y republicanas y ver su relación con la agravación de los conflictos imperialistas que golpeaban el mundo por esa época.
El libro de Munís elude sistemáticamente esas cuestiones. Por sorprendente que parezca, Munís apenas habla de la guerra entre Franco y la República ni se le ocurre plantear sus conexiones internacionales más que muy de pasada. Ahora bien, encontramos un inequívoco pronunciamiento: «La guerra civil misma, expresión máxima de la revolución, va a ser aprovechada para destruir la revolución» (pag. 334).
Para Munís, los obreros españoles hacen la revolución contra el alzamiento de Franco del 18 de Julio e inmediatamente se lanzan a una guerra militar contra él bajo la bandera del Estado republicano, o sea, bajo una bandera capitalista, y esa guerra sería ¡la “expresión suprema de la Revolución”!
Aclaremos las cosas. El 19 de Julio de 1936, contra el alzamiento de Franco, los obreros declaran la huelga y acuden masivamente a los cuarteles para desarmar la intentona franquista, sin pedir permiso ni al Frente Popular ni al Gobierno Republicano que, por su parte, procuran zancadillearles todo lo que pueden. En esta acción, uniendo la lucha reivindicativa y la lucha política, hacen fracasar la mano asesina de Franco. Pero otra mano asesina los paraliza con un abrazo: es el Gobierno republicano, el Frente Popular, Companys, quienes con el auxilio de la CNT y el POUM, consiguen que los obreros abandonen su terreno clasista de la batalla social, económica y política, contra Franco y la República, y se desplacen hacia el terreno capitalista de una batalla exclusivamente militar en las trincheras y la guerra de posiciones, exclusivamente contra Franco. Ante la respuesta obrera del 19 de Julio el Estado Republicano “desaparece”, la burguesía “no existe”, todos se agazapan detrás del Frente Popular y de organismos “más a la izquierda” como el Comité Central de Milicias Antifascistas, o el Consejo Central de Economía. En nombre de ese “cambio revolucionario” tan fácilmente conquistado, la burguesía pide y consigue de los obreros la Unión Sagrada en torno al objetivo único y exclusivo de batir a Franco. Las masacres sangrientas que se suceden en Aragón, Madrid, Oviedo, no son “la expresión suprema de la revolución”, sino el resultado criminal de la maniobra ideológica de la burguesía republicana que consigue abortar los gérmenes clasistas del 19 de Julio.
Desplazado de su terreno de clase, el proletariado será enrolado en la guerra imperialista, y en el terreno social se le impondrán más y más sacrificios en nombre de la producción de guerra. Reducción de salarios, jornadas agotadoras, racionamientos,… Desarmado políticamente, el proletariado de Barcelona se rebelará desesperadamente en Mayo de 1937, siendo vilmente masacrado por quienes, vilmente, le habían engañado: «El 19 de Julio de 1936, los proletarios de Barcelona, con puño desarmado, repelieron el ataque de los batallones de Franco armados hasta los dientes. El 4 de Mayo de 1937, esos mismos proletarios, armados, dejan en la calle muchas más víctimas que en Julio cuando tuvieron que repeler a Franco, y es el Gobierno Antifascista - en el que están los anarquistas y del que el POUM es indirectamente solidario - quien da rienda suelta a la gentuza de las fuerzas represivas contra los obreros» (BILAN: «Plomo, metralla, cárcel: ¡Así responde el Frente Popular a los obreros de Barcelona que se atreven a resistir el ataque capitalista»).
«¿Los frentes militares una necesidad impuesta por la situación? ¡No! ¡Fueron una necesidad para el capitalismo con la finalidad de sitiar y destruir a los obreros! El 4 de Mayo de 1937 es la prueba evidente de que, después del 19 de Julio, el proletariado tenía que combatir contra Companys y Giral al igual que contra Franco. Los frentes militares no podían sino cavar la tumba de los obreros porque representaban los frentes de guerra del capitalismo contra el proletariado. Contra esta guerra, los proletarios españoles, al igual que sus hermanos rusos que dieron el ejemplo de 1917, sólo podían replicar desarrollando el derrotismo revolucionario en los dos campos de la burguesía: el republicano y el fascista. Transformando la guerra imperialista en guerra civil con la finalidad de la destrucción total del Estado burgués» (BILAN, ídem).
El oportunismo de Munís viendo una “guerra revolucionaria” en una salvaje guerra intercapitalista, se inspira en el oportunismo de ver los acontecimientos de España desde un prisma exclusivamente nacional (olvidando que el acta de defunción de la Internacional Comunista fue la proclamación stalinista del “socialismo en un solo país”). De la misma forma que es imposible la construcción del socialismo en un solo país, es imposible un proceso revolucionario desarrollándose en un solo país. Pero Munís despacha el problema con una valoración de la situación internacional de un optimismo aventurero:
«Se podría tener por cierto que el proletariado español habría disfrutado de una solidaridad internacional mucho más extensa y activa que aquella que, antaño, impidió la intervención extranjera a gran escala contra la revolución rusa. Francia se hallaba al borde de la guerra civil, Mussolini se tambaleaba, en Inglaterra renacía la ofensiva obrera, Hitler mismo resentía el efecto de la esperanza mundial despertada por la revolución española y Stalin habría sido aparatosa y finalmente desenmascarado» («Jalones,…» pag. 380)
¿Francia al borde de la guerra civil cuando los obreros eran arrastrados hacia la Unión Sagrada por el Frente Popular? ¿Mussolini tambaleándose? ¿Ofensiva obrera en Inglaterra? ¿Hitler sintiendo la esperanza mundial de los oprimidos? ¿Stalin a punto de ser desenmascarado cuando podía liquidar impunemente a todos los viejos bolcheviques?,… ¿En que planeta vivía Munís y ha vivido después? Munís cerró de tal manera las puertas y ventanas para analizar el 36 español, que para él todo el monte es orégano…
«Si el criterio internacionalista significa algo, hay que afirmar que bajo el signo de un crecimiento de la contrarrevolución a nivel mundial, la orientación política de España, desde 1931 a 1936, no podía sino seguir una dirección paralela y no el curso inverso de un desarrollo revolucionario (…), la revolución no puede alcanzar su pleno desarrollo sino como producto de una situación revolucionaria a escala internacional. Solo sobre esta base podemos explicar los fracasos de la Comuna de París y de la Comuna rusa de 1905, así como la victoria del proletariado ruso en Octubre de 1917» (Mitchell: «La guerra en España»; Enero de 1937).
El optimismo oportunista de Munís le hace ver como “solidaridad proletaria internacional”, el envío de proletarios a la masacre imperialista en España, enrolados en las tristemente célebres Brigadas Internacionales: «El ataque feliz del proletariado a los altares del capitalismo encendió las esperanzas de los oprimidos. En todos los países se produjeron manifestaciones de solidaridad, peticiones de ayuda o de envíos de armas a España (…), y no necesito hablar de las docenas de miles de hombres de todos los países que fueron a ofrecer su sangre por la revolución española» («Jalones,…» pag. 395).
Perdido en el oportunismo, Munís es incapaz de denunciar la preparación “psicológica” de los proletarios del mundo para la guerra imperialista, a través de la “solidaridad antifascista” de las Brigadas Internacionales: «Nos dirigimos con vehemencia a los proletarios de todos los países para que no acrediten con el sacrificio de su vida la masacre de los obreros en España. Para que se nieguen a ir a España con las columnas internacionales y en cambio comprometan su lucha de clase contra su propia burguesía. El proletariado español no debe mantenerse en el frente por la presencia de obreros extranjeros que den la impresión de que verdaderamente luchan por una causa internacional» (BILAN: «La lección de los acontecimientos en España»).
La necesidad del partido revolucionario
Munís reconoce abiertamente la descomposición oportunista de las distintas organizaciones tanto en España como en el mundo. Reconoce la degeneración y paso al capitalismo de los partidos comunistas, reconoce sin ambages la capitulación de la CNT-FAI. Reconoce igualmente cómo la propia organización donde militaba - la Izquierda Comunista - se desagregaba uniéndose la mayoría con el Bloque Obrero y Campesino, infectado de oportunismo hasta la médula, para formar el POUM que pronto capitularía a su vez ante el capitalismo. Munís reconoce finalmente que las tendencias que se rebelan contra esa acumulación de desastres - su grupo, la Fracción Bolchevique Leninista y dentro de la CNT la corriente “Amigos de Durruti” - eran «débiles y sin organización ni cuadros numerosos, no estaban en condiciones de asegurar la victoria» («Jalones,... pag.465).
Así pues para Munís se dió una revolución proletaria en España, mientras todas las organizaciones obreras pasaban al campo burgués o eran reducidas a la mínima expresión. Munís ve posible una revolución proletaria ¡sin que exista Partido de Clase!, lo cual para él, constituye la “novedad fundamental” de la revolución española”: «Queda por señalar otra experiencia del 19 de Julio que tiene validez internacional. Es sin duda la más importante de todas, pues la revolución española la puso de relieve enteramente por primera vez. Se refiere a la objetividad del ritmo de desarrollo de la revolución independientemente de las ideas y los partidos. De 1931 a 1936 las masas absorben una experiencia que las empuja continuamente a la izquierda. No existe ningún partido que condense esa experiencia, coordine la actividad de las masas y la apunte hacia el supremo objetivo histórico» (ídem pag. 281).
Convencido de la importancia de su “descubrimiento”, Munís insiste una y otra vez sobre ello: «El desarrollo de la revolución alcanzaba la fase suprema a despecho de la carencia de un partido propiamente revolucionario» (ídem pag. 282), y «Ninguna revolución ha ido tan lejos como la española por su solo impulso elemental, sin partidos que la ayudaran, la organizaran y la expresaran al mismo tiempo» (pag. 313).
¿Es consciente Munís del alcance político de tamaño descubrimiento? ¿Por qué la Reafirmación escrita en 1977 no critica una tesis tan desastrosa?
En efecto, semejante tesis supone negar la necesidad del Partido para el triunfo de la revolución proletaria. Constituye una brutal concesión al consejismo pese a que tanto Munís como el FOR defienden teóricamente (platónicamente habría que decir) la necesidad del Partido.
Armado de semejante “teoría” ¿Con qué convicción puede el FOR intervenir en las luchas obreras actuales para orientarlas en una perspectiva revolucionaria? ¿Que utilidad puede encontrar a la discusión y al reagrupamiento de los revolucionarios? Una “teoría” así constituye una bomba de relojería sobre la actividad de FOR y de todos los grupos que piensen como él, pues niega radicalmente la base misma de su existencia, empujándolos al nihilismo, la pasividad, la deserción del combate de clase en la actual situación histórica decisiva[3].
El Partido de Clase no es un lujo del cual se puede prescindir, ni es, en manera alguna, un aparato venido a compensar la debilidad de los obreros. Al contrario, el desarrollo de la fuerza y la conciencia de los obreros exige la constitución del Partido como instrumento indispensable para el triunfo de la revolución proletaria. No puede darse una desbandada oportunista hacia la burguesía de todas las fuerzas revolucionarias a la vez que las masas obreras van de victoria en victoria. Es justo al contrario: el ascenso de la lucha de clases es resultado, a la vez que impulso, de un movimiento de clarificación y reagrupamiento de los revolucionarios. Inversamente, la desbandada oportunista de las organizaciones revolucionarias, y su reducción a la mínima expresión traduce, a la vez que refuerza, un curso de derrotas de la clase.
La clave de la monstruosa afirmación de Munís la encontramos en un pasaje donde enumerando todas las hazañas de la “revolución española” aclara que todo eso «ocurría sin que ninguna fuerza consciente, ninguna organización, se lo propusiera deliberadamente, lo que constituye una monumental e irrefutable demostración de la necesidad histórica inmediata de la revolución socialista y de la madurez de todas las condiciones objetivas necesarias» (ídem pag. 356).
Por un lado Munís postula que la revolución proletaria no necesita un partido de clase, por otra parte, yendo aún más lejos, descubre que puede surgir inconscientemente, “sin que nadie se lo proponga deliberadamente” (¡¡¡). En ambas cuestiones cruciales, Munís y con él FOR, abandonan abiertamente el marxismo para deslizarse hacia el oportunismo consejista, pues lo que caracteriza a éste son precisamente esos dos postulados: negación de la necesidad del Partido y afirmación de la ridícula pretensión de que las masas obreras pueden adquirir la conciencia necesaria para el triunfo de la revolución en el momento mismo de la lucha.
Nosotros pensábamos que la revolución proletaria era la primera revolución plenamente consciente de la historia, pero Munís nos descubre que puede hacerse inconscientemente. Munís olvida que «para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y la discusión. Los acontecimientos, las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían caído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera» (Engels: «Prefacio a la edición alemana del Manifiesto», en 1890).
Ese “desarrollo intelectual” lo adquiere la clase obrera en un duro proceso de enfrentamientos con la burguesía en el curso de los cuales se separa progresivamente del control de la ideología burguesa y se orienta hacia sus posiciones de clase defendidas por sus minorías comunistas. Ese proceso, cuya fuerza decisiva son los comunistas, incluye no sólo las luchas inmediatas y las movilizaciones masivas, sino una sucesión de batallas políticas, denuncias ideológicas, decantaciones programáticas, que en su conjunto forjan las armas para el asalto revolucionario del poder capitalista.
Sin ese proceso, desarrollándose a escala mundial, es imposible que la clase obrera modifique en su favor la relación de fuerzas con la clase enemiga, relación que por naturaleza (es una clase explotada) le es desfavorable.
Munís ignora olímpicamente ese proceso, fiándolo todo a que la decadencia del capitalismo en su objetividad establezca “la madurez de las condiciones objetivas necesarias”. Tal forma de ver las cosas supone una brutal subestimación de la clase burguesa, la cual, ante la decadencia de su sistema y la amenaza planteada por el primer intento revolucionario del proletariado (1917-23), ha transformado su Estado en un monstruoso aparato totalitario integrando en su seno, y poniéndolos en primera línea, a los antiguos partidos obreros (socialdemócratas primero, comunistas después) así como a los sindicatos, desarrollando con ello una temible capacidad de engaño y desmovilización del proletariado y de sus organizaciones.
En tales condiciones imaginarse una revolución que surge por los puros imperativos de la decadencia capitalista, es de un oportunismo suicida. El oportunismo no está solamente en olvidarse del objetivo final en nombre del movimiento. Reside también, simétricamente, en olvidarse del movimiento concreto aferrándose a la estupidez de que porque vivimos en la decadencia, y ésta pone a la orden del día la revolución proletaria, ésta puede surgir «literalmente de repente, ante cualquier chispa que la encienda» (Munís: «La trayectoria quebrada de RI»).
Los consejos obreros
Munís, de la misma forma que ve una revolución donde no hay más que una maniobra de la burguesía, encuentra organizaciones de masas obreras en los fantasmales “Comités-Gobierno” que habrían surgido por doquier en las jornadas de Julio.
El hecho mismo de que el nombre “Comités-Gobierno” no sea mencionado por ningún documento de la época, ni por ningún autor o protagonista de los hechos, es de por sí indicador de como Munís confunde sus deseos con la realidad.
Sorprende aún más la naturaleza de esos “Comités-Gobierno”: «Donde sin duda, existía menos democracia era en las grandes ciudades. La fuerza burocrática de las organizaciones obreras interfería en la iniciativa de las masas relegando la democracia a los lugares de trabajo, mientras en el plano de cada ciudad el poder era ejercido, ya por un compromiso burocrático entre los comités superiores de las organizaciones existentes, ya repartiéndoselo tácitamente según la fuerza material de cada una, ya por una combinación de compromiso y reparto. Esta última fue la situación general en las ciudades durante los meses inmediatos a Julio» («Jalones,... pag. 292).
Así pues, allí donde la clase obrera es más fuerte, en las grandes ciudades, quienes organizan su “poder” son las organizaciones “obreras” (todas ellas pasadas a la burguesía). Adentrándonos en ese terreno de la política-ficción, Munís concluye que «toda la zona salvada de la dominación militar estaba en manos de una multitud de Comités-Gobierno sin vínculo nacional entre sí, y sin clara noción de su incompatibilidad con el antiguo estado» (ídem, pag. 293).
¡Extraordinaria revolución cuyos órganos de poder no tienen “vínculo nacional alguno”, ni “noción clara de su incompatibilidad con el antiguo (¿?) estado!
Podríamos esperar que Munís en la Reafirmación escrita en 1977, con tiempo para reflexionar y contrastar posiciones con los grupos comunistas, rectificaría despropósitos de tal calibre. Pero ¡que va! Se adentra aún más en la vía de los descubrimientos geniales, encontrando “otra novedad” en la “revolución española”:
«No menos importante es lo concerniente a la toma del poder político por los trabajadores. Estaba supeditado por la teoría y la experiencia rusa de 1917, a la creación previa de nuevos organismos, allí Soviets. La revolución española la libera de esa servidumbre. Los organismos obreros de poder, los Comités-Gobierno, surgieron, no como condición del aniquilamiento del Estado capitalista, sino como su consecuencia inmediata» (ídem, pag.511).
¿Para que demonios quieren los obreros autorganizarse en Asambleas y Comités elegidos y revocables? ¡Vana empresa! Según la “aportación” de la “revolución española”, primero se destruye el Estado capitalista y luego se constituyen Consejos Obreros.
Consecuente con tal “innovación”, FOR predica a las luchas obreras actuales que son vanas, pues primero que nada tienen que “destruir los sindicatos”. Así FOR se inhibe del duro proceso actual de luchas en las cuales los obreros, peleando contra el sabotaje sindical de sus luchas, forjan su autorganización, las Asambleas, los Comité elegidos y revocables, los Consejos Obreros en un período revolucionario, y desde esa autorganización destruyen el Estado capitalista y, con él, los sindicatos, como culminación de su combate.
La desorientación de FOR frente a las luchas actuales hunde sus raíces en la deformación de lo que realmente aconteció en 1936. Los órganos obreros surgidos en Barcelona y otros muchos lugares el 19 de Julio, fueron rápidamente ocupados y desfigurados por la canalla de fuerzas capitalistas, desde UGT-PSOE, hasta los advenedizos de la CNT y el POUM:
«Ahogados de inmediato, los comités de fábrica y los comités de control de las empresas en donde la expropiación no se realizó (en consideración al capital extranjero o por otras razones), se transformaron en órganos para activar la producción y, por eso mismo, fueron desdibujados en cuanto a su significación de clase. No se trataba ya de organismos creados en el curso de la huelga insurreccional para derribar el Estado, sino de organismos orientados a la organización de la guerra, condición esencial para permitir la supervivencia y reforzamiento de dicho Estado» (BILAN: «La lección de los acontecimientos en España»).
Para arrastrar a los obreros a la matanza intercapitalista, todos, desde Companys hasta el POUM, desde Azaña a la CNT, “ceden el poder” a los órganos obreros: «Ante un incendio de clase, el capitalismo no puede ni siquiera pensar en recurrir a los métodos clásicos de la legalidad. Lo que lo amenaza es la independencia de la lucha proletaria que condiciona la otra etapa revolucionaria hacia la abolición de la dominación burguesa. Por consiguiente, el capitalismo debe rehacer la malla de su control sobre los explotados. Los hilos de esa malla que antes eran la magistratura, la policía, las prisiones, se transforman, en la situación extrema de Barcelona, en los Comités de Milicias, las industrias socializadas, los sindicatos obreros gerentes de los sectores esenciales de la producción, las patrullas de vigilancia, etc» (BILAN: «Plomo, metralla, cárcel,...).
La destrucción del Estado capitalista
El acto decisivo de la revolución proletaria es la destrucción del Estado burgués. Veamos como Munís entiende la destrucción del Estado capitalista, el 19 de Julio de 1936: «En el momento de la insurrección militar, las organizaciones obreras, o bien sostenían con todas sus fuerzas el Estado capitalista, cual el reformismo y el stalinismo, o bien se acercaban a él, cual la CNT, la FAI y el POUM. Pese a todo, el Estado y la sociedad capitalista, sin que nadie se lo propusiera deliberadamente, cayeron por tierra, desmoronados como consecuencia del triunfo obrero sobre la insurrección reaccionaria» («Jalones...», pag. 279).
«Gráficamente puede decirse que España era burguesa y capitalista el 18 de Julio, proletaria y socialista el 20 de Julio. ¿Que había ocurrido el 19? Esencialmente, que con su victoria el proletariado consumó el desarme de la burguesía y el armamento de las masas. Derrotadas y desbaratadas sus instituciones coercitivas, el Estado capitalista cesó de existir, semejante a una llama bruscamente privada del oxígeno atmosférico» (ídem, pag 280).
«La situación inmediatamente después del 19 de Julio se caracteriza por una incompleta atomización del poder político en manos del proletariado y los campesinos. Empleo la palabra atomización porque la dualidad es insuficiente para dar una imagen cabal de la distribución real de poderes. Dualidad indica dos poderes contendientes, rivales, capacidad y voluntad de lucha de una parte y otra. El Estado burgués no estuvo en este caso sino tres meses después de las jornadas de Julio. Entonces comienza la dualidad propiamente dicha. Mientras tanto, el poder atomizado de los Comités-Gobierno locales era la única autoridad existente y obedecida, sin más restricción que su carencia de centralización y la interferencia derechista de las burocracias obreras» (ídem, pag. 295).
¡Que extraña “revolución”! El Estado capitalista “cae por tierra”, la sociedad capitalista “se desmorona”, la única autoridad reconocida son los “Comités-Gobierno”, pero - detalle nimio - el poder obrero “no está centralizado” y sufre la “interferencia derechista de las burocracias obreras”, es decir, el Estado capitalista “desaparecido” y “caído por tierra” sigue más vivo que nunca reagrupado detrás de las “organizaciones obreras”, del Frente Popular, auxiliado por CNT y POUM.
En su vena de innovaciones del marxismo, Munís descubre que primero se destruye el Estado capitalista y ¡¡¡una vez destruido, surge la dualidad de poderes!!!, pues, según Munis, el Estado capitalista resurge a los tres meses,... al parecer, para evitarse los duros calores del verano español, el Estado burgués se largó de vacaciones,...
La desorientación oportunista del trotskysmo que acabaría llevándolo al campo de la contrarrevolución, pesa todavía sobre Munís y el FOR para hacerles decir, y mantener, tamaños despropósitos.¿Que revolución es esa donde subsisten intactos los Gobiernos de Madrid y Barcelona, subsiste incólume el Frente Popular, la CNT y el POUM se pasan al bando burgués (supuestamente inexistente, según Munis), los órganos obreros creados el 19 de Julio son rápidamente encuadrados en la producción de guerra y en las milicias antifascistas y, para rematar la cosa, los obreros son desviados hacia el frente militar para matarse con los campesinos y obreros bajo la férula de Franco?
Dejemos que la voz marxista de Bilan y de la minoría de la Liga de los Comunistas Internacionalistas de Bélgica aclaren el alcance exacto de los hechos:
a) «En lo que respecta a España se ha evocado muy a menudo la revolución proletaria en marcha, se ha hablado de la dualidad de poderes, el poder “efectivo” de los obreros, la gestión “socialista”, la “colectivización” de las fábricas y la tierra, pero en ningún momento se han planteado sobre bases marxistas ni el problema del Estado, ni el del Partido». (Jehan: «La guerra en España»).
b) «Este problema fundamental (se refiere a la cuestión del Estado) se ha sustituido por el de la “destrucción de las bandas fascistas”, y el Estado burgués ha quedado en pié adoptando una apariencia “proletaria”. Se ha permitido que domine el equívoco criminal de su destrucción parcial, y se ha yuxtapuesto a la existencia de un “poder obrero real” el “poder de fachada” de la burguesía, que se concretará en Cataluña en dos organismos “proletarios”: el Comité Central de Milicias Antifascistas y el Consejo de Economía» (Jehan: ídem)
c) «El Comité Central de Milicias representará el arma inspirada por el capitalismo para arrastrar a los proletarios, por medio de la organización de milicias, fuera de las ciudades y de sus lugares comunes, hacia los frentes territoriales donde fueron masacrados despiadadamente. Representará también el órgano que restablece el orden en Cataluña, no con los obreros que serán dispersados hacia el frente, sino en contra suya. Es cierto que el ejército regular fue prácticamente disuelto, pero será reconstituido gradualmente con las columnas de milicianos, en donde el Estado Mayor se conserva netamente burgués, con los Sandino, Villalba y consortes. Las columnas fueron voluntarias y pudieron conservarse así hasta el momento en que desapareció la embriaguez y la ilusión de la revolución y reapareció la realidad capitalista. Entonces se caminará a grandes pasos hacia el restablecimiento oficial del ejército regular y hacia el servicio obligatorio» (BILAN: «La lección de los acontecimientos en España»).
d) «Los resortes esenciales del Estado burgués permanecieron intactos:
- el ejército tomó otras formas al convertirse en milicia, pero conservó su contenido burgués al defender los intereses capitalistas de la guerra antifascista.
- la policía formada por los guardias de asalto y los guardias civiles no se deshizo sino que se ocultó por un tiempo en los cuarteles para reaparecer en el momento oportuno
La burocracia del poder central siguió funcionando y extendió sus ramificaciones en el interior de las Milicias y del Consejo de Economía, del que no llegó a ser en absoluto agente ejecutivo, sino que les inspiró por el contrario directrices acordes a los intereses capitalistas» (Jehan, op cit).
«Los tribunales fueron restablecidos rápidamente en su funcionamiento, con la ayuda de la antigua magistratura y la participación de las organizaciones “antifascistas”. Los tribunales populares de Cataluña parten siempre de la colaboración con magistrados profesionales y los representantes de todos los partidos.
Toda la banca y el Banco de España quedaron intactos y por doquier se tomaron medidas de precaución para impedir (aún con la fuerza de las armas) que las masas se inmiscuyeran» (BILAN: «La lección,…»).
Conclusión
Si grave es el ver “una revolución proletaria” donde desgraciadamente hay una derrota por el alistamiento de los proletarios en una guerra intercapitalista, más grave es aún mantener, como hacen FOR y Munís, los análisis y concepciones que llevan a ese error.
Esos análisis y concepciones expresan, concebidos globalmente, una visión tendente al consejismo (pese a que FOR y Munís jamás se han reclamado de él) que tiene consecuencias lamentables en como enfoca hoy FOR la situación de la lucha de clases y su intervención ante ella.
De un lado, esas concepciones y análisis suponen una subestimación de la lucha obrera y, por otra parte, una subestimación de la capacidad antiobrera de la burguesía, y, en su conjunto, una subestimación del papel de los revolucionarios.
Por decirlo brevemente, el FOR con su idea de que la revolución proletaria puede venir de repente sin que nadie se lo proponga, sólo con las condiciones de la decadencia, se siente profundamente desilusionado porque los obreros siguen sin hacer la revolución. Al mismo tiempo, esperando un derrumbe del Estado tan fácil como el que creen ver en España 1936, muestran una terrible subestimación de la enorme capacidad de maniobra de la burguesía, de su estrategia de Izquierda a la Oposición[4], de “radicalización” de los sindicatos, del sindicalismo de base. FOR sólo ve en las luchas actuales movimientos sin perspectivas, fácilmente controlados por los sindicatos. Y ve así las cosas porque no consigue tomar en serio la enorme capacidad de maniobra y sabotaje que tiene la burguesía frente a las luchas obreras[5].
Hemos visto en esta crítica de «Jalones,…» que, por una parte, el FOR es incapaz de ver la revolución proletaria como el resultado de un largo y duro proceso de luchas y maduración de la conciencia de clase, y, por otro lado, el FOR pone en cuestión la necesidad del Partido de Clase para el triunfo de la revolución. Con ese bagaje es inevitable que el FOR se encuentre profundamente desarmado para realizar una intervención decidida en las luchas actuales.
En los últimos tiempos, el FOR, sintiendo las necesidades del período, se orienta hacia una mayor actividad de intervención. Esto es absolutamente positivo y nuestras polémicas, y este artículo, buscan, entre otras cosas, animarle en ese camino. Pero para que la intervención sea eficaz ha de tener una clara orientación y dotarse de las armas adecuadas. En ese sentido toda la crítica de «Jalones,…» es una contribución a esa perspectiva.
1. En el nº 25 de nuestra Revista Internacional (publicada también en la presente reedición) polemizamos con una de las ideas de «Jalones,…», retomada por FOR, de que la pretendida “revolución española” fue “más profunda y radical” que la revolución rusa.
2. Ver el texto de nuestro 3º Congreso Internacional sobre el curso histórico, así como los artículos de la Revista Internacional números 15 y 36.
3. Este artículo se escribió en 1986. Desgraciadamente el análisis sobre la evolución de FOR se cumplió y a partir de 1989 este grupo proletario ha desaparecido. Antiguos miembros se han reagrupado en el grupo El Esclavo Asalariado aún más confuso que su predecesor.
4. En el momento en que se escribió este texto, 1986, tal era la política de la burguesía con su aparato de izquierdas (PC, PS). Hoy es al revés: propiciar su acceso al gobierno. Sin embargo, entonces y ahora cumple una misma función de engañar y machacar a los trabajadores.
5. En la tradición de la Internacional Comunista, de Bilan, etc, nuestra corriente ha dejado bien claro que la burguesía adopta una estrategia conscientemente planificada contra las luchas obreras a través, en particular, de sus organismos de “colaboración obrera”: sindicatos y partidos de izquierda. Esta estrategia que multiplica y profundiza el peso de la ideología dominante sobre los obreros explica las enormes dificultades y el ritmo lento de la lucha obrera, especialmente en los países donde los recursos del Estado son mucho más sofisticados y experimentados: las grandes naciones industriales de Europa Occidental. Ver sobre estas cuestiones el artículo editorial de la Revista Internacional nº 40/41, el texto del 3º Congreso Internacional de la CCI sobre la Izquierda en la Oposición (Revista Internacional nº 18), y la Revista Internacional nº 31