Los sindicatos contra la clase obrera (VI) CONTENIDO Y FORMAS DE LA LUCHA OBRERA EN EL CAPITALISMO DECADENTE

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El Contenido de las luchas obreras

Ante la comprobación del carácter abiertamente anti obrero de los sindicatos, las huelgas "salvajes", antisindicales, se han multiplicado en todos los países del mundo. Estas luchas expresan en la práctica el antagonismo obreros-sindicatos y traducen una conciencia de la naturaleza capitalista de estas organizaciones. Pero ¿cuál es el contenido de estas luchas?[1]

El hecho que el capitalismo ya no pueda conceder mejoras reales ha reducido las luchas proletarias a un combate de resistencia contra el ataque permanente del Capital a sus condiciones de vida.

Hemos demostrado, con los ejemplos de 1936 y 1968 en Francia, como el capitalismo se ve obligado a quitar a los trabajadores toda mejora que estos, en sus luchas más generalizadas, le hayan arrancado. Sin embargo, 1936 y 1968, donde se ve como fuertes concesiones salariales quedan reducidas a cero al año siguiente debido al constante aumento de los precios, son excepciones correspondientes a un movimiento de lucha de gran amplitud. La situación normal, la que caracteriza al capitalismo actual, no es la de los precios corriendo detrás de los salarios sino al contrario son los salarios los que intentan recuperar el terreno perdido ante los precios. No es el capital quien con sus constantes agresiones intenta recuperar lo que los obreros le arrancan, sino que son los obreros quienes, con sus luchas, intentan resistir a la permanente intensificación y agravación de su explotación[2].

Pero lo que caracteriza el contenido de las luchas proletarias en el capitalismo decadente no es el hecho de que sean luchas de resistencia en sí (esto es un común denominador en todas las luchas proletarias desde que los obreros se enfrentan a sus explotadores) sino:

  • el hecho de que no puedan ser más que luchas de resistencia (sin esperanza de nuevas conquistas como en el siglo XIX)
  • el hecho de que tienden a poner en tela de juicio las condiciones mismas de la explotación capitalista y a convertirse abiertamente en luchas revolucionarias.
  • La resistencia obrera en el capitalismo decadente ya no puede escapar a la alternativa siguiente:
    • o aceptar, bajo la presión de todas las fuerzas del sistema, el encierro de su lucha en un terreno estrictamente económico y, por tanto, verse condenada a un callejón sin salida, al no poder conseguir ninguna mejora real en ese aspecto (este callejón sin salida es el terreno más fértil dentro de los obreros para que la burguesía desarrolle sus mejores armas contra la lucha proletaria: el economicismo, el localismo, la autogestión... con todas sus consecuencias de engaño, división, derrota y desmoralización).
    • o afirmarse consecuentemente como clase, desbordando el terreno puramente económico para que aparezca su naturaleza política, desarrollando la solidaridad de clase y afrontando los fundamentos mismos de la legalidad burguesa (empezando por sus representantes dentro de la fábrica: los sindicatos).

No hay ya terreno de conciliación entre el Capital y la clase obrera. El antagonismo original entre burguesía y proletariado es continuamente llevado hasta sus últimos límites en la fase de decadencia capitalista. Por ello toda lucha obrera verdadera se mete inevitablemente en un terreno político y REVOLUCIONARIO.

Este contenido revolucionario estalla con mayor o menor amplitud según que:

  • la lucha responde a una situación de crisis más o menos profunda.
  • las condiciones políticas que afronten los trabajadores contengan más o menos amortiguadores sociales (sindicatos, Partidos "obreros", democracia política). En los países donde estos amortiguadores no existen o son demasiado rígidos para cumplir su función, las luchas obreras, aun siendo menos frecuentes, toman rápidamente un carácter radicalmente político.

Es así como en los países tales como la España franquista o en los países del Este, las huelgas obreras han tomado a menudo la forma de lucha insurreccional que se extiende a ciudades enteras y se transforma en enfrentamientos generalizados con las fuerzas del Estado (Vigo, Pamplona, Vitoria en España[3]; Gdansk, Szcedin en Polonia 1970, son los ejemplos más conocidos[4]).

La superación de la diferencia entre programa mínimo y programa máximo

Pero sean cuales sean las circunstancias precisas; sea cual sea la intensidad de los combates, la resistencia obrera en nuestra época no puede afirmarse ya sin que estalle su esencia revolucionaria.

Esta nueva característica de la lucha obrera ha llevado a los revolucionarios, desde la primera Guerra Mundial, a proclamar acabada la vieja distinción socialdemócrata entre el programa "mínimo", definido por un conjunto de reformas a obtener en el seno del capitalismo y el programa "máximo" (la revolución comunista). Consecuentemente, en nuestra época, la Decadencia del Capitalismo, solo el programa máximo puede expresar los intereses de la clase obrera[5].

Cuando la posibilidad de obtener reformas bajo el capitalismo es una utopía solo LO QUE CONDUCE A LA REVOLUCIÓN PUEDE SER AUTÉNTICAMENTE PROLETARIO.

Lucha económica y lucha revolucionaria

¿Significa esto que la clase obrera debe abandonar sus luchas económicas como le aconsejan, desde Proudhon, todos los que consideran –en nombre de la "revolución total"–, las luchas económicas como mezquinas, integradas en la explotación y salvaguardia del capitalismo?

Esto no tiene ningún sentido desde el punto de vista de la clase revolucionaria. El proletariado es una clase, es decir, un conjunto de hombres definidos según criterios económicos (posición que ocupan en el proceso de producción). Por lo tanto, preconizar que abandone sus luchas económicas es concretamente pedirle: o que abandone todo combate para quedarse pasivo frente a su explotación, o que se sumerja en cualquier lucha a-clasista (cooperativas, feminismo, ecología, regionalismo, antirracismo, etc.) disolviéndose en una masa heterogénea e invertebrada de "hombres de buena voluntad" y ávidos de "justicia humanista". En ambos casos, eso es lo mismo que el viejo grito de la burguesía a los proletarios: "abandonad la lucha de clase".

Solo los que no han comprendido porqué y cómo la clase obrera es la fuerza revolucionaria de nuestra época pueden llegar a tal conclusión. Si la clase obrera es la única capaz de concebir y realizar el proyecto de la sociedad comunista, no es porque esté dotada de un gusto particularmente pronunciado para las ideas y las empresas "generosas". Del mismo modo que las demás clases revolucionarias de la historia, si el proletariado es llevado a luchar por la destrucción del sistema dominante es únicamente porque la defensa de su interés inmediato le obliga objetivamente. Y como para toda clase, estos intereses tienen fundamentos económicos. Por ello la destrucción del sistema capitalista es el único medio para evitar una situación de permanente degradación de sus condiciones de vida. Esta situación histórica y mundial, extendida a todo el planeta, obliga a la clase obrera a desarrollar en las luchas de defensa de sus condiciones de vida un combate para la destrucción del sistema en sí mismo.

La lucha revolucionaria del proletariado no es, pues, la negación del carácter económico de su lucha sino el resultado de una comprensión global de la realidad de este combate. Cuando adopta conscientemente el carácter político de su lucha económica diaria, exacerbándola hasta la destrucción definitiva del Estado capitalista y la instauración de la sociedad comunista, el proletariado no abandona la defensa de sus intereses económicos, sino que los asume en todas sus consecuencias.

Mientras el proletariado exista, mientras existan clases, incluso al día siguiente de la toma del poder revolucionario, la lucha obrera seguirá teniendo bases económicas. Las bases económicas de la acción histórica de los hombres no desaparecerán más que con el nacimiento de la sociedad comunista, es decir, con la desaparición de las clases, y, claro está, del proletariado mismo. Mientras tanto, la clase obrera va forjando las armas de su lucha revolucionaria por medio de la resistencia contra la explotación. Es lo que permite y, a la vez, lo que la obliga a unificarse como clase y es en su desarrollo como puede comprender la necesidad y la posibilidad del comunismo.

Lo que el proletariado debe abandonar no es el carácter económico de su lucha (esto le es imposible, ya que lucha como clase) sino todas las ilusiones de llevar a buen término la defensa de sus intereses dentro de un marco estrictamente económico sin asumir el carácter político, global y revolucionario, de su lucha. Frente al inevitable fracaso inmediato de sus luchas reivindicativas en el capitalismo decadente lo que la clase obrera debe concluir no es que sus luchas sean inútiles, sino que el único medio para que sean útiles a su causa es concebirlas y transformarlas en momentos de aprendizaje y preparación para luchas más generalizadas, más organizadas, y más conscientes del enfrentamiento final con el sistema. Bajo el capitalismo decadente, era en la que la revolución comunista está al orden del día, la eficacia de las luchas inmediatas de la clase obrera no puede ser prevista ni medida en función de éxitos inmediatos o locales, sino únicamente en función de una perspectiva histórica y mundial: la de la REVOLUCIÓN COMUNISTA.

La forma de organización

Con la pérdida de los sindicatos se plantea a la clase obrera el problema de darse una organización nueva. Pero esto no es cosa simple en el capitalismo decadente.

La gran fuerza de los sindicatos viene de su capacidad para hacerse reconocer como el único marco posible para la lucha. Así, patronos y gobierno no aceptan otro "interlocutor válido" que el Sindicato. Todos los días, machaconamente, por medio de panfletos, hojas, discursos, carteles, prensa, radio y televisión, el capitalismo repite incansablemente al proletariado: "vuestra organización son los Sindicatos".

La operación no siempre tiene el éxito esperado: en un país donde el bombardeo sobre la "representatividad" de los Sindicatos llega a límites insoportables como es Francia, solo uno de cada cinco obreros está sindicado. Por eso, es preciso encontrar nuevas formas de afiliar a los obreros más combativos y, en ese terreno, la colaboración que prestan los izquierdistas es de un valor incalculable para sus amos capitalistas[6].

Sometidos sin descanso a una presión ideológica aplastante por parte de todos los medios de comunicación burgueses, reprimidos cuando se salen de este marco, los obreros de los países donde hay "libertad sindical" encuentran tremendas dificultades para organizar sus luchas fuera de los sindicatos y demás cauces legales. Es necesaria una situación insoportable para encontrar la fuerza necesaria para oponerse a la inmensa y omnipotente máquina del Estado, sus partidos y sus Sindicatos. Esto es lo que caracteriza y hace tan difícil la lucha de la clase obrera en el capitalismo decadente: al oponerse al Sindicato no choca solo contra un puñado de burócratas sindicales sino contra el conjunto del Estado capitalista.

Pero el hecho mismo de esa tremenda dificultad hace más significante todo surgimiento de la clase fuera de los Sindicatos. De ahí toda la importancia que reviste la cuestión de las formas de organización extra- sindicales.

El problema de las formas de organización de la lucha obrera no es un problema independiente y separado del contenido de su lucha. Al contrario, hay una relación estrecha entre el contenido revolucionario que tienden a tomar inmediatamente las luchas proletarias en la decadencia capitalista y las formas de organización que la clase se da en ellas.

La organización obrera durante la lucha

En el transcurso de las luchas revolucionarias de este siglo, el proletariado se ha dotado de una forma de organización adaptada a su labor revolucionaria: los SOVIETS O CONSEJOS OBREROS, asambleas de delegados elegidos y revocables por las asambleas generales de los obreros. Estos órganos de centralización y unificación de la clase constituyen el lugar donde se forjan, en el fuego de la lucha, las fuerzas materiales y teóricas para el ataque proletario contra el Estado. Pero, por su misma forma, tienen una potencialidad mayor. Del hecho de que son Asambleas de Delegados elegidos por asambleas generales casi permanentes, su existencia está abiertamente vinculada a la existencia de una lucha generalizada en la clase. Si la clase no está en lucha en el conjunto de las fábricas y centros de trabajo, si no hay asambleas generales de trabajadores en todos los lugares donde combaten, los Consejos no pueden existir.

Su existencia no puede ser permanente más que cuando la lucha abierta y general del conjunto de la clase se hace permanente y esto solo ocurre en un proceso revolucionario: LOS CONSEJOS OBREROS SON EL ÓRGANO DEL PODER PROLETARIO[7].

Por tanto, ¿cómo se organiza la clase a lo largo de las luchas en que, aun enfrentándose brutalmente con el Estado y sus apéndices sindicales, no alcanza el estadio de una insurrección generalizada?

La experiencia de miles de huelgas salvajes durante más de medio siglo en todo el mundo ha dado una respuesta clara a esta pregunta. En todos los rincones del planeta, en las más variadas condiciones históricas y geográficas, la clase ha creado las formas de organización más sencillas, unitarias y masivas, las que han permitido la incorporación y la participación colectiva del conjunto de compañeros: LAS ASAMBLEAS GENERALES DE HUELGUISTAS, coordinadas entre ellas por medio de COMITÉS DE DELEGADOS ELEGIDOS Y REVOCABLES, y responsables permanentemente ante ellas.

En estas formas de organización encontramos los mismos fundamentos que sirven de base a los Consejos Revolucionarios. Formas y contenido están ligados en el capitalismo decadente. Del mismo modo que las luchas más consecuentes del proletariado llevan en germen la lucha revolucionaria, sus formas de organización constituyen el embrión de los órganos de la Revolución Proletaria.

Existe una unidad histórica, no inmediata ni local, entre, por un lado, las Asambleas Generales (y los comités de delegados elegidos y revocables) y los Consejos Obreros. Las primeras corresponden a la situación donde las relaciones de fuerza entre las clases son desfavorables al proletariado, en cambio, los segundos, expresan y profundizan la maduración de una situación revolucionaria internacional.

¿Qué hacer cuando no hay luchas?

Cara a la muerte de las formas sindicales, la clase obrera tiene resuelta la cuestión de las formas de organización que debe darse para llevar a buen puerto sus luchas abiertas. Pero los sindicatos no constituían únicamente formas de organización para la lucha directa. Al ser organizaciones permanentes, eran también una forma de organización de los trabajadores en los momentos de calma. Junto al Partido de masas, constituían verdaderos polos de agrupamiento de la clase. Con su desaparición como instrumentos proletarios se plantea a la clase el problema de saber si puede organizarse en tanto que clase fuera de los períodos de lucha y cómo hacerlo.

Cuando la lucha cesa, por ejemplo, después de una huelga salvaje, los Comités de Huelga desaparecen a la vez que las asambleas. Los trabajadores vuelven a ser en los momentos de calma una masa de individuos atomizados y vencidos que aceptan más o menos de buen grado el dominio de los sindicatos. Esta vuelta a la pasividad puede durar más o menos tiempo, pero es inevitable si no hay una nueva lucha abierta. Para evitar tal vuelta a la pasividad es corriente que los obreros más combativos intenten seguir organizados, buscando el crear una organización permanente que permita reagrupar a la clase fuera de sus combates. El fracaso ha sancionado una y otra vez estos intentos:

  • Muchas veces, la organización creada acaba disolviéndose al poco tiempo de existencia, bajo el efecto de la desmoralización debida a la incapacidad de reagrupar al conjunto de los obreros; tal fue el caso de la A.A.U. de Alemania después de las luchas de 1919-23 o el de la mayoría de los Comités de Acción que intentaron subsistir en Francia después del Mayo 68[8].
  • Otras subsisten transformándose en un nuevo sindicato. Esta vuelta al Sindicato se hace a menudo bajo las formas más groseras, los animadores de estos núcleos preconizan simplemente la formación de un nuevo sindicato más "radical", menos "burocrático", "más democrático", etc. (tal fue el caso del Comité de Huelga que los Trotskistas trataron de mantener después de la huelga de Renault en Francia en 1947 o, igualmente, el de Comisiones Obreras en España, convertidas desde finales del 60 en una verdadera estructura sindical nacional, instrumento de los Partidos burgueses de la Oposición Democrática, especialmente del partido estalinista, el PCE).

Sin embargo, con el desgaste creciente de la mistificación sindical, la vuelta a las prácticas sindicales tiende cada vez más a hacerse bajo la cubierta de formas ambiguas, más confusionistas, que se esconden bajo un lenguaje "antisindicalista".

En el curso de las luchas abiertas, sobre todo las que se enfrentan resueltamente con el aparato sindical, la imposibilidad de separar la lucha inmediata de la lucha histórica revolucionaria aparece en toda su evidencia. Después de estas luchas es normal que la idea de intentar "inventar" una "nueva" forma de organización permanente que, igual que la Asamblea, no sea "ni únicamente económica, ni únicamente política" toma forma entre algunos trabajadores. Pero no basta con la "voluntad" para que la realidad corresponda a los deseos. Por querer mantener dos de las características principales de los Sindicatos:

  1. Ser una organización unitaria (es decir, capaz de agrupar al conjunto de los obreros)
  2. Ser permanente (es decir, existente fuera de los periodos de lucha abierta),

estos intentos acaban todos, a mayor o menor plazo, en un fracaso sancionado por la recaída inevitable en el cretinismo sindicalista. A medida que el entusiasmo generado por la lucha directa se apaga, la organización, impotente ante la desmovilización de los obreros, cae progresivamente en la preocupación de encontrar "reivindicaciones concretas", "realistas", intentando inventarlas para "volver a movilizar a las masas". Con esto acaba convirtiéndose inevitablemente en una simple competidora de las Centrales Sindicales (si estas piden 40 horas, aquella pide 36; si un salario de 8.000 pide 10.000; si reivindicaciones "cuantitativas" pide "cualitativas").

Con ello ahogan a los obreros en la mitología de las "victorias inmediatas" presentando ante ellos las posiciones revolucionarias como "demasiado abstractas", "imposibles de comprender por el obrero normal".

En política la organización no hace más que buscar los medios para distinguirse de las organizaciones sindicales clásicas y de sus partidos buscando un lenguaje "más a la izquierda" o más "radical": por ejemplo, las llamadas "reivindicaciones imposibles de conseguir dentro del capitalismo" o la siniestra autogestión. Así, al poco tiempo, la organización que no quería ser ni un partido ni un sindicato acabo siendo ...un sindicato más politizado, izquierdoso, generalmente muy minoritario y confuso, cuya única particularidad real es la de negarse a aparecer como lo que es: un sindicato. Algunas corrientes izquierdistas se han convertido en especialistas en el desarrollo de este género de prácticas: tales son los casos de "Autonomía Operaia" en Italia o de Plataformas Anticapitalistas en España que son los casos más caracterizados de este tipo de sindicalismo encubierto.

¿Por qué estos fracasos?

Sean las Uniones Obreras (AAU) en Alemania de 1919-23, los Comités de Acción en Francia (1968-69), los CUB (Comités Unitarios de Base) y las Asambleas Autónomas en Italia o las CC.OO. en España, se trata siempre en el origen de núcleos obreros formados por los trabajadores más combativos.

Todos estos círculos o núcleos obreros expresan la tendencia general de la clase hacia su organización. Pero contrariamente a lo que piensan los izquierdistas que pretenden liarnos con la historia de inventar nuevas formas de organización, no hay quince formas de organización posibles para el proletariado. Una forma de organización debe estar adaptada a la meta que con ella se persigue. A cada meta le corresponde una forma de organización más adaptada y eficaz. La clase no tiene quince objetivos distintos, no tiene más que uno: luchar contra la explotación que sufre, combatiendo todos los efectos que le causa, como decía Rosa Luxemburgo lucha contra la explotación en la perspectiva de abolir la explotación.

El proletariado no dispone para este combate más que de dos armas: SU UNIDAD Y SU CONCIENCIA.

Por tanto, una vez terminada la lucha, los trabajadores que se organizan con el fin de contribuir al combate general de la clase no pueden darse más que dos tipos de tareas principales:

  • contribuir a la profundización y generalización de la conciencia revolucionaria de la clase
  • contribuir a su unificación

Las formas de organización de la clase están marcadas por la necesidad de cumplir ambas tareas. Pero aquí surgen problemas: ambas tareas no son más que dos aspectos de una misma tarea general, dos contribuciones a un mismo combate. Pero ellas no tienen características contradictorias:

Para poder unificarse, la clase necesita una organización donde cualquier obrero puede participar por el solo hecho de ser obrero.

Pero para poder elevar el nivel de conciencia de la clase es preciso que los más avanzados no se queden con los brazos cruzados esperando que se eleve por sí solo. Su deber es difundir sus convicciones, hacer propaganda, intervenir con sus convicciones políticas entre el resto de la clase. Mientras que la clase obrera sea una clase explotada (cuando deje de serlo dejará de ser clase) subsistirán en su seno inmensas diferencias en cuanto a la conciencia y la voluntad revolucionaria de sus miembros. En el curso de la lucha todos los proletarios tienden hacia la conciencia revolucionaria. Pero no todos evolucionan al mismo ritmo. Existen siempre individuos y fracciones de la clase más decididos, más conscientes de las necesidades y los medios de la acción revolucionaria; mientras que hay otros más miedosos, más vacilantes, o más vulnerables a la ideología de la clase dominante. La conciencia revolucionaria se generaliza en el curso del largo proceso de la lucha de la clase donde la intervención de los compañeros más activos es un factor en este proceso. Pero tal trabajo exige un acuerdo político importante entre los que lo hacen. Además, no puede ser hecho más que de forma organizada. A la vez, la organización que se da esta tarea no puede estar formada más que por individuos de acuerdo con una PLATAFORMA POLÍTICA. Si tal organización aceptara en su seno a todas las convicciones políticas existentes en la clase, si se negara a darse la base de un conjunto de posiciones políticas que resumiera la experiencia histórica de la lucha obrera, sería incapaz de desarrollar sus tareas.

Unificarse por una parte y elevar su nivel de conciencia de otra, son las dos tareas que la clase debe desempeñar de manera organizada. Pero no puede hacerlo con un solo tipo de organización. Es por lo que siempre se han dado dos formas fundamentales de organización:

  • Las organizaciones UNITARIAS, cuya tarea es reagrupar a todos los obreros independientemente de sus ideas políticas: eran los Sindicatos en el siglo XIX y son los Consejos Obreros y Asambleas en el Capitalismo decadente.
  • Las organizaciones POLÍTICAS basadas en una plataforma política y sin criterio social de adhesión (partidos y grupos revolucionarios).

La gran mayoría de los intentos de crear organizaciones unitarias de la clase fuera de la lucha abierta están caracterizadas por la voluntad más o menos afirmada de crear una organización que sea a la vez unitaria y política, es decir una organización que sea a la vez abierta a todos los trabajadores y se dé por tarea defender posiciones políticas en el seno de la clase, en particular respecto a los Sindicatos.

Y ese es el primer motivo de su fracaso sistemático. Hemos visto por qué una organización política no puede ser "abierta" –como una organización unitaria– sin convertirse en una fuente de confusiones.

Pero la raíz de estos fracasos se encuentra sobre todo en la imposibilidad general con que choca la clase obrera en el capitalismo decadente: la de organizarse de manera unitaria fuera de los periodos de lucha abierta.

Los Sindicatos obreros podían ser en el siglo XIX organizaciones permanentes y unitarias de la clase por su misma función; la lucha sistemática por reformas podía y debía ser una tarea permanente. Alrededor de ellos, los trabajadores podían efectivamente reagruparse y crear un lugar auténtico y vivo de formación de la conciencia de clase, pues se traducía regularmente por la obtención de resultados concretos. Pero cuando esta lucha se hizo imposible e ineficaz, cuando la resistencia obrera no puede expresarse más que en y por la lucha obrera, no queda ningún eje capaz de permitir el reagrupamiento de la clase fuera de la lucha. Los obreros no pueden reagruparse por mucho tiempo alrededor de una actividad sin eficacia inmediata.

La única actividad que puede engendrar una organización estable en un terreno de clase, fuera de los períodos de lucha, es una actividad que no puede ser concebida a corto plazo, sino que debe colocarse al nivel del combate histórico y global de la clase. Y esta organización no es otra sino la organización política proletaria cuyas bases son: sacar las lecciones de la experiencia histórica del proletariado, recuperar el programa comunista y hacer un trabajo sistemático de intervención política. Por lo tanto, es esta una tarea de minorías que no puede en ningún caso constituir una base real de reagrupamiento general y unitario de la clase.

Así pues, atenazados entre la incapacidad de convertirse en una organización unitaria de la clase y la de convertirse en una verdadera organización política sin haber abandonado antes toda pretensión de ser unitaria, cualquier intento de organización unitaria y permanente acaba o disolviéndose o manteniéndose en vida adoptando la única actividad que puede darle una ilusión de existencia: convertirse en un sindicato.

Los núcleos obreros que se forman fuera de periodos de lucha abierta no pueden ser nada más que lugares o círculos provisionales, donde los trabajadores comienzan la profundización de su conciencia de clase. Toda tentativa de consolidarlos intentando transformarlos en lo que no pueden ser, es decir, organizaciones estables, acabará llevándolos a los callejones sin salida que ya hemos visto.

 

[2] Esta es una diferencia crucial respecto al capitalismo ascendente y a la naturaleza que tenían entonces los sindicatos en esa época. Mientras actualmente los obreros corren siempre detrás de un empeoramiento interminable de sus condiciones de vida, en el siglo XIX -periodo ascendente del capitalismo- este último corría siempre detrás de las mejoras pequeñas o grandes que la lucha obrera arrancaba. En los siglos XX y XXI (Decadencia del Capitalismo) las condiciones de vida obrera están siempre en una línea globalmente descendente hacia un empeoramiento inacabable; en cambio, en el siglo XIX (apogeo del capitalismo) las condiciones de vida obrera seguían una línea global ascendente en la perspectiva de un mejoramiento.

[3] Sobre esta última ver Hace 40 años la naciente democracia española se estrenó con los asesinatos de obreros en Vitoria https://es.internationalism.org/cci-online/201603/4144/hace-40-anos-la-naciente-democracia-espanola-se-estreno-con-los-asesinatos-de

[4] El folleto LOS SINDICATOS CONTRA LA CLASE OBRERA lo escribimos antes de la huelga de masas de Polonia 1980

[5] Los partidos de izquierda (PS, PC, Podemos etc.) y extrema izquierda (maoísmo, trotskismo, anarquismo oficial) juegan con esa distinción programa mínimo – programa máximo para hacer del segundo una utopía del que solo se habla de vez en cuando en algún discurso y para disfrazar su defensa del Capital y su explotación cada vez más brutal como “programa mínimo”.

[6] Ver el quinto artículo de esta Serie Los sindicatos contra la clase obrera (V): la táctica de los izquierdistas para hacerlos tragar a los trabajadores https://es.internationalism.org/content/4645/los-sindicatos-contra-la-clase-obrera-v-la-tactica-de-los-izquierdistas-para-hacerlos

[8]Es frecuente que esta disolución se produzca a través de un proceso de descomposición que toma las formas más lamentables. A medida que el núcleo de partida se hace cada vez menos numeroso hasta constituir un puñado de individuos aislados, la desesperación les gana y les precipita en un activismo alocado que conduce a la teorización de acciones de tipo individual: el sabotaje, el terrorismo o incluso acciones de "transformación" inmediata de la vida cotidiana: ... Italia, que conoció en 1969 las luchas antisindicales más generalizadas es el ejemplo más abundante de tales degeneraciones. Ver Auge y decadencia de la «Autonomía obrera» https://es.internationalism.org/revista-internacional/197901/948/auge-y-decadencia-de-la-autonomia-obrera

Herencia de la Izquierda Comunista: 

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